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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

El cuadro



     No pude apartar la mirada de sus ojos entreabiertos, y aun vi la luz y la vitalidad que su alma desprendía. Reposaba encima de la cama con la misma postura de siempre. Al fondo en el megáfono herencia del abuelo sonaba su música preferida; la cuarta sinfonía de Beethoven. El cuadro del autorretrato pintado por Blazer, un antiguo conocido de mi madre colgaba encima del cabezal, tan real que parecía tener vida propia. Nadie decía nada, ni Adolf tan acostumbrado a deslumbrar. Quien lo hacía era Julia, sin pretenderlo.
     François acababa de llegar de París, se había mudado hacía dos meses. Estaba muy afectado por la marcha de Julia. Florinda, más calmada dejó de llorar. Las flores colocadas junto a la mesita hacían la estancia más agradable. Un profundo olor a primavera invadía la habitación.                                 
     La puerta entreabierta era un ir y venir de conocidos que nos daban la mano. La fraternidad no dejaba de ser más que la hipocresía de la que Julia nos había hablado durante años en las largas tardes de verano.
     Cierta paz invadía la estancia cargada de un buen aroma a rosas, que difuminaba el ambiente cargado de condolencias.
-  Florinda no las dejes sin agua, mantenlas frescas - pronunció Adolf compungido. Después de muchos años era la primera vez que lo escuchaba hablar con algo de sentimiento.
- No es el mejor lugar para exhibir el cuadro. Cuando se lleven a vuestra madre os lo podéis llevar. No sé si sabré vivir sin su presencia.
     Nadie respondió, Florinda miraba por la ventana hacia el cielo. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. François sentado en el borde de la cama rozaba la mano a Julia expresándole sus sentimientos, los que se había retenido por la frialdad que trató de inculcarnos Adolf. Sin dejar de llorar los minutos le pasaban sumido en tristeza.
     Adolf cansado quiso retirarse. No asumía que Julia se había ido para siempre.  Sin mediar palabra se levantó mirando el cuerpo, después giró la cabeza y comenzó a caminar. Maldijo al destino.
- ¡Podría haber hecho tanto por ti! - expresó con rabia mientras los pasos se sumaban alejándose de la cama. Su duro corazón estaba conmovido. La eclosión había hecho desmigajar su célebre vida en pedazos y mi visión la carencia de un merecido padre, del cual habíamos llegado a presumir de niños por sus galones.
     Florinda con los pómulos sonrojados volvió a sentarse al lado de Julia, le cogió de la otra mano besuqueándosela. Después se levantó y moviendo las flores de lugar intentó descolgar el cuadro. Quería llevárselo por encima de todo.
- Seguro que Julia me lo daría - pronunció Florinda en susurro.
     Estaba más bella que nunca. Dispuesta con el mejor vestido del armario. Se lo había comprado Adolf en Berlín a los dos años  de casados. Era su preferido cuando asistía a las convecciones y reuniones del general.
     Al otro lado Adolf seguía mirando a través de la ventana. El horizonte apenas perceptible por las nubes le hizo tener la vista perdida durante varios minutos, hasta que  Florinda entró con el cuadro en la mano.
- Me lo llevo - dijo firme, - tiene un precio incalculable.
     Adolf giró la cabeza, sus ojos entreabiertos cargados de lágrimas se derramaron sobre las mejillas.
     La soledad de aquel instante hizo que Adolf quedara estupefacto. La incomodidad de la situación se acentuó al entrar François, que quiso hablar sobre el cuadro que Florinda quería llevarse. Se mantuvo mudo mientras François lanzaba su discurso.
     Cuando sentí llorar a Adolf me acerqué para acompañarlo. Abatido por la situación parecía estar ausente. Reposó su espalda sobre el respaldo de la silla manteniéndose erguido, no quería desfallecer, con voz desgarrada pronunció: "el cuadro es para ti Pierre, solo para ti". Cabizbajo movía la cabeza mientras exhalaba parte de la angustia, dentro del silencio que durante tantos años le había hecho estar distante y autoritario.
-  Julia estaría muy orgullosa que tú fueras su heredero, sabía lo que se hacía. El cuadro es magnífico -, mantuve la distancia hasta que sin más armas que la del respeto le abracé para consolarlo. Ese gesto le hizo desatar sus instintos primarios, removiendo parte de su duro corazón.
     El silencio había sido dueño del ambiente hasta que Florinda rompió la armonía, discutía por el cuadro, valeroso y distinguido, que Julia conservó como parte importante de su pasado.
- Estoy segura que el cuadro me lo iba a dar nuestra madre -, pronunció enojada a punto de encolerizar, mientras cogía el ramo de flores y le cambiaba de nuevo el agua. Sus gestos secos comenzaron a mostrar inquietud, nadie podía ni debía quitarle el cuadro que tan ansiosa había descolgado de la pared.
- Es cuestión de hablarlo en otro momento - le indicó François y la asió del brazo.
- ¡Mantenlas frescas!, ¡mantenlas frescas! - repitió Florinda dos veces nerviosa hacia la   cocina para coger más agua.
     Adolf no quería volver junto a Julia, parte del pasado se le había ido de golpe. Sus ojos perdidos en la inmensidad del océano no avistaban más que olas gigantescas a punto de estrellarse  contra el acantilado. Un sentimiento de culpa se divisaba en sus gestos.
     Las rosas de nuevo en su lugar dejaron paso a un gran silencio. Varios ramos más llegaron de mano de los asistentes, Florinda se apresuraba a dejarlos ordenados y en fila, manteniéndoles el agua fresca. La habitación se fue convirtiendo en un hermoso jardín. - Las rosas no deben marchitarse - se repetía de forma asidua, sin perder de vista el cuadro que había dejado tras la silla, - pronto acabará todo y podré descansar - pronunciaba mientras hacía el cambio.
     Abrí las puertas que daban al jardín para renovar el aire viciado, y mantener el olor intenso a flores.
     La discordia estaba servida. Florinda y François seguían estáticos y fríos. No apartaron la mirada  del clavo donde había estado colgado el cuadro. Florinda se acercó a Julia para besarle en la mano. Ese gesto le hizo recapacitar a François que quiso levantarse de la silla de ruedas para hacer lo mismo. Adolf desde la puerta no apartó la mirada de su hijo predilecto, y tuvo el impulso de acercarse a la cama para ayudarle a levantarse.
- Apóyate en mí, como siempre lo has hecho - dijo con mirada de complicidad mientras le besaba en la mejilla. Ese gesto lo enalteció frente a los demás. Sacó el pecho henchido por la situación y una vez conseguido se volvió a marchar a la habitación contigua.
     Un ambiente tenso se iba dibujando con el paso de las horas, Florinda no estaba dispuesta a ceder. El convencimiento sobre el cuadro la llenó de razones que malversaran las de François. El yo, como testigo mudo se había hecho presente, hasta en sus ojos abultados y cansados, la fatiga le estaba haciendo mella. Sin apartar la mirada del cuadro entrecruzaron miradas de furia, el duelo acabó roto por la tensión. No era el mejor momento para desatarse, aunque a Adolf no le hubiera importado demasiado. Otras veces situaciones mucho más absurdas habían desencadenado grandes disputas que llevaron a distanciamientos innecesarios.
     La imagen de la habitación era dantesca, Florinda con la jarra en la mano se sentó junto a Julia.
- El cuadro me lo llevaré, se que tú me lo darías – dijo al acercar su mano al rostro de Julia.
     Altiva y con ganas de dejar zanjado el tema se levantó a coger el cuadro que había apoyado tras la silla. François al verla le dio la negativa, Florinda nerviosa le lanzó el agua. Una disputa simple hizo cambiar el destino en un mundo "hecho para luchar" según Adolf, "frio y calculador" según Julia. La calma desapareció, el respeto pasó a ser algo significativo.
     La dilatada historia familiar, llena de logros y sacrificios quedó zanjada en un simple discurso. Cogí una rosa y la deposité en el pecho de Julia. No me quedaba otra, ni tampoco quería más. Cerré los ojos sin mirar atrás, bajé las escaleras y salí de casa. En el último peldaño no pude contenerme, me detuve, miré hacia atrás y escupí, mientras oía de fondo como continuaban la discusión por el merecido cuadro.

Edap

Relatos FM

LA CARTA DEL PROFESOR



"He de pedirte que vengas a visitarme al laboratorio tan pronto como te sea posible para que así puedas 'ver' mi descubrimiento. Es demasiado grande para atreverme a describirlo de forma coherente."

Con estas palabras comenzaba la carta del profesor. Y continuaba de forma aún más desconcertante.

"A pesar de la ecuación de Drake, o a consecuencia de ella, creo haber demostrado que no existe un número determinado de civilizaciones inteligentes en el universo: todas se encaminan hacia una inteligencia única y superior."

Carlos, fotógrafo y astrónomo aficionado, había acudido a ver al profesor. Estaba muy preocupado por él. No entendía bien su carta: era una broma, una tomadura de pelo. Era la paranoia de un científico loco, aislado del mundo, atacado por algún trastorno psicótico, la esquizofrenia o algo aún peor. Estaba dispuesto a sacarlo del laboratorio y llevarlo a su casa para que descansara. Quería evitar a toda costa tener que ingresarlo en un centro psiquiátrico. Apreciaba al profesor, pero sus teorías se habían vuelto cada vez más disparatadas y la carta parecía ser el último peldaño hacia la locura.

"...hasta que pronto comprendí que la ecuación no tiene una validez real, no por la dificultad de estimar unos valores aceptables de sus parámetros, sino por el hecho de que implica un maravilloso escenario que le sobrepasa."

Por supuesto que recordaba la ecuación. Fue el tema central de la acalorada discusión que mantuvieron cinco años atrás, la última vez que se vieron. Se trataba de una sencilla fórmula que intentaba estimar el número de civilizaciones inteligentes de la galaxia. Aunque en su carta, el profesor se refería al universo. El profesor afirmaba que su estudio podría mostrar el camino para establecer futuros contactos reales con vida inteligente fuera de la Tierra. Nunca sospechó Carlos que después de aquel encuentro enfocaría toda su energía, precisamente, a buscar sus contactos alienígenas. No imaginó que la ecuación de Drake le llevaría a tal estado de demencia.

"... pues sus parámetros son desconocidos para nosotros o difíciles de determinar. Muchos son los científicos que los han considerado y han dado cifras al respecto –sus teorías incluyen la formación de ecosistemas alrededor de enanas rojas y enanas naranjas, formas de vida muy distintas o indetectables, y otras más conservadoras que defienden la singularidad de nuestro planeta-, pero han arrojado valores tan dispares que el resultado no puede considerarse sino como un dato de interés meramente probabilístico. Es, sin embargo, el último término de la ecuación, L, el que se presenta totalmente indescifrable –pues nos es imposible estimar durante cuánto tiempo puede existir una civilización tecnológicamente avanzada- pero el que, a su vez, abre el camino a una nueva concepción sobre la vida en nuestro universo."

Desde el exterior, repasó con la mirada lo que era el laboratorio del profesor. Había cambiado espantosamente en cinco años. L, el tiempo que una civilización inteligente y con capacidad para comunicarse puede existir. L, el tiempo de cordura del profesor, estaba llegando a su fin. El edificio, en la cima de una pequeña colina y oculto tras un bosque de pinos, había mutado horriblemente. Estaba recubierto por centenares de antenas apuntando desordenadamente al cielo, volúmenes geométricos apilados que se comían unos a otros, tubos que entraban y salían, apósitos metálicos incrustados por doquier, cadavéricas estructuras ancladas como garras. Todo indicaba que el profesor era ya un caso perdido.

"La ecuación gira sobre el supuesto de que estas civilizaciones emitan señales detectables al espacio. Sin embargo, si cualquier civilización alcanza tal grado de desarrollo tecnológico y es capaz de sobrevivir a su propia autodestrucción –probablemente varios ciclos de desarrollo/supervivencia-, es seguro que su tecnología continuará avanzando y, dado que la Tierra aún se encuentra en los albores del progreso y del entendimiento de las leyes que rigen el universo, su avance podrá fácilmente sobrepasar cualquier límite concebible por la mente humana. Estos seres, a medida que continúan desarrollando sus capacidades, se equiparán de los instrumentos necesarios para enfrentarse al declive de su hábitat, a la muerte de sus soles, a la destrucción de sus galaxias; tras millones de años existirán en este universo, no como pobladores, sino como una parte de él. Vivirán mientras viva el universo. Como afirma el principio antrópico final: 'una vez que aparece nunca desaparecerá'. Así, L, el tiempo medio que sobrevive una civilización avanzada, tiende a infinito, por lo que el número de civilizaciones con las que se podría tener contacto es igualmente infinito o, en el mejor de los casos, un número irreal.
"De esto se derivan unas implicaciones trascendentales que, desde nuestro punto de vista, pueden parecer más propias de la metafísica. Existe una inteligencia superior, a la que se ha llegado tras millones de años de evolución, entrelazada con el tejido mismo del cosmos, gobernadora del espacio y el tiempo. Una inteligencia hacia la que fluye cualquier atisbo de vida que surge en el universo y con la que se fundirá a medida que comprenda y domine las leyes intangibles que rigen su existencia."

Los razonamientos del profesor eran ridículos, rozaban lo teológico. A Carlos le preocupaba no estar preparado para lo que pudiera encontrar dentro del laboratorio. En las ventanas que aún sobrevivían aparecían unas rendijas de una tenue luz blanquecina. Todo estaba en silencio. Flotaba en el ambiente un aura fría y desconocida. Comenzaba a subirle por el estómago una ligera sensación de incomodidad. No podía comprender cómo el profesor había llegado a esta situación.

"Reconozco que puede ser difícil de comprender, o incluso, si se comprende, difícil de admitir, pero te pido paciencia, pues mis razonamientos no son fruto de la simple imaginación y, como tú mismo podrás comprobar en persona, quedan ampliamente demostrados."

Era curioso cuánto se esforzaba el profesor para que sus argumentos pasasen por válidos. Quizás se encontrase en un estado más avanzado del que había supuesto en un principio. No creía que fuese peligroso, pero podría mostrar cierta oposición a que le arrebataran todas esas fantasías que tan detalladamente había elaborado en su cabeza.

"... verás que pierde relevancia preguntarse con cuántas civilizaciones inteligentes podríamos contactar cuando todas ellas tienden a ser la misma. Sería más acertado preguntarse cómo contactar con ella, la única, la que nos observa, la que nos guía.
"Mas no nos es posible, la paradoja de Fermi vuelve a escena. No nos es posible porque no es el momento aún para la raza humana: nuestra tecnología sigue siendo primitiva y nuestra comprensión del universo muy reducida. Los seres –el ser- superiores no tienen la necesidad, ni la voluntad, de lanzar emisiones de radio. Su comunicación se ha de basar en otras formas más complejas y, a su vez, más sutiles.
"Ya sabes que, hasta donde nuestro conocimiento alcanza, estamos limitados por la velocidad de la luz. Se hace imprescindible, pues, romper esta limitación si queremos tener éxito en nuestra búsqueda, para poder emitir una señal que sea recibida y considerada. Para que la gran inteligencia de las razas que el universo ha hecho florecer en el trascurso de su tiempo nos vea, nos mire, que sepan que estamos en el camino, que sus 'hijos' desean 'reencontrarse' con ella."

Tal y como Carlos recordaba, la puerta no estaba cerrada con llave. Entró sin llamar. La primera visión tras cinco años que tuvo del laboratorio fue sobrecogedora. El enorme espacio interior apenas podía contener tantos aparatos. Había cables recorriendo las paredes, el suelo, el techo, incluso colgando a diversas alturas. Infinidad de tubos recubiertos con aislante cruzaban de un lado a otro interconectando extraños artefactos. Los radiadores brotaban en torno a complicadas maquinarias. Un caos de interruptores, tableros de control, palancas, monitores, surgían de todos los rincones. Por momentos dudó. Si había forma alguna de superar la velocidad de la luz, el profesor lo conseguiría. Pero sabía que era imposible. Debía hablar con él antes de que fuera demasiado tarde.

"He invertido mucho más tiempo y capital del que me podía permitir, pero el comunicador es ya una realidad. El condensador de taquiones –te mostraré los cálculos encantado-, pieza clave de todo el entramado de ingeniería en que se ha convertido el laboratorio, aísla las partículas a una temperatura de 0 absoluto, y con ayuda de los emisores se lanzan, con una longitud de onda un millón de veces mayor que cualquier onda electromagnética observada, hacia diversas regiones del espacio. Y, como esperaba, he recibido otra señal en respuesta. Los receptores –es increíble a nuestros ojos, lo sé, pero esa es la "magia" de los taquiones- han interceptado emisiones provenientes de las mismas regiones del espacio a las que apuntaba, con la misma longitud de onda pero con una amplitud modificada, antes de que las partículas saliesen siquiera del condensador."

No encontraba al profesor por ningún lado. Comenzaba a ponerse nervioso. En el suelo, en una esquina, había un colchón y unas mantas, ropa y restos de comida. Pero el profesor no estaba allí. Era demasiado. El mundo que se había creado le estaba perjudicando claramente y pronto acabaría con él, si no lo había hecho ya. Había llevado demasiado lejos sus elucubraciones. Debía llevárselo de allí. Por su bien. Buscó incansable entre el amasijo de cables y metal, gritó su nombre con todas sus fuerzas sin obtener resultado. Pateó máquinas, maldijo. Finalmente, se sentó en el suelo, desolado, y trató de pensar.

"... era sin duda una respuesta, pero debía determinar si era una respuesta consciente o sólo un eco proveniente de las profundidades del universo. Las expectativas me han mantenido trabajando sin descanso para aumentar el número de emisiones/recepciones, aislando regiones determinadas del espacio, hasta que tuvo lugar el gran descubrimiento. No se trata de un acuse de recibo, sino de un mensaje alto y claro, un saludo quizás, o una bienvenida. Con todos los receptores captando señales ininterrumpidas por primera vez, el laboratorio comenzó a 'desintegrarse'. No lo sabría explicar mejor, deberás verlo tú mismo; era como si las partículas que formaban la materia a mi alrededor se separaran y se alejaran cada una en una dirección y dejaran de existir para que otras partículas aparecieran, o quizá era yo el que se separaba y reaparecía. Sea como fuere ya no estaba en el laboratorio, sino en el interior de un cúmulo de galaxias, observado por millones de inteligencias que eran una sola. Ninguna de mis predicciones había estado a la altura de este resultado. He de comprobar..."

Mientras aclaraba sus ideas vio cómo un piloto rojo empezaba a parpadear de forma intermitente para después volverse fijo. A continuación otro piloto en la máquina contigua hacía lo mismo. Y después otro, y otro, hasta unos cien. Seguidamente, una luz verde junto a cada uno de ellos realizaba la misma operación.

"... por segunda vez. El mensaje era idéntico en forma, pero esos seres –ese ser- me 'hablaban', intentaban transmitirme un mensaje que no alcanzaba a entender.
"No estoy seguro si tendrá lugar un tercer contacto, ni cómo se producirá, pero necesito que vengas a verme, pues quiero que seas testigo del proceso, de los cálculos, del descubrimiento y de sus implicaciones."

Carlos se levantó despacio, fingiendo calma. Corrió hacia la puerta de salida con creciente ansiedad. Sin mirar atrás se precipitó hacia el coche, pisó el acelerador y se alejó a toda velocidad para no volver jamás. Agitado, en estado de alerta, con los músculos en tensión por el miedo, recordó las últimas palabras que el profesor le dirigía en su carta. Un tremendo golpe que le sacudió todos los huesos.

"... es maravilloso."

Arroway

john_andy

Muchísimas gracias, en nombre de todos los participantes, por esta increíble labor que hacéis. ¿Qué sería de nosotros, los escritores, sin organizaciones e iniciativas como la vuestra, dispuestas a apoyarnos y mimarnos? Gracias por el trabajo tan bien hecho. Saludos. :)

Parlamento

Cita de: john_andy en Septiembre 09, 2013, 17:54:28 PM
Muchísimas gracias, en nombre de todos los participantes, por esta increíble labor que hacéis. ¿Qué sería de nosotros, los escritores, sin organizaciones e iniciativas como la vuestra, dispuestas a apoyarnos y mimarnos? Gracias por el trabajo tan bien hecho. Saludos. :)

Gracias John_andy. Vuestras palabras tienen más valor del que os podéis imaginar. Como ya sabes, ni contamos con los medios ni con la coyuntura más adecuada. Pero ahí seguimos, en las buenas y en las malas. Como suele decirse, el tiempo pone a cada uno en su sitio, y cuando uno ama lo que hace y sobre todo lo realiza desinteresadamente, todo es posible. Un abrazo!!.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Relatos FM

Reunión familiar



Sofía lava los trastes. Los lava despacio, como acariciándolos. La espuma jabonosa resbala lenta de sus manos al tazón, a la taza, al plato y de allí gotea a la cuchara; se escucha un suave clic- clic, procedente del tubo de acero inoxidable del fregadero. Su mirada vaga por los pétalos de las rosas, dibujo dominante en los azulejos que tiene de frente. Los pétalos  son rosados, de un color cerdil, apagado; años de cochambre han anidado en cada uno de ellos. Sofía siente una profunda tristeza, - cómo es que se me ha olvidado esta pared-, se pregunta mientras lleva la esponja a la lisa superficie y frota de manera enérgica. El muro comienza a llorar gotas negras, como imitando a las de Sofía, éstas, negras por el rímel.
La mañana de Sofía comenzó alegre (dos llamadas del día anterior le habían devuelto el brillo a sus negros ojos). Se levantó a eso de las 6: 30, con el eco de las voces aún fresco,  cercano, allí, en su corazón. Podía recordar cada matiz, cada ascenso y descenso en las cuerdas vocales. Años ha que no las escuchaba y, sin embargo, bastó un hola para saber que las voces eran de ellos: eran ellos.  A las 8 de la mañana salía de su casa con rumbo al mercado – como en aquellos años- se dijo. Sentía de nuevo ese andar con garbo por las calles, esa seguridad y propósito que había perdido en un laberinto de tiempo, cuyos pasillos se construían con horas, minutos y segundos.  Ahora podía andar con total seguridad y saber cuál era la salida, cuando girar a la derecha e izquierda. Ahora recordaba todo. Durante años había estado pérdida, caminaba por las horas sin saber muy bien qué hacer con ellas, siempre se encontraba en callejones sin salida; daba vueltas por tan cruel laberinto hasta quedar agotada y dormirse  en sí misma, abrazada a ella, tratando de sentir que ese abrazo era de ellos. Y, al día siguiente, volvía a empezar.
Pero esta vez se conducía con total seguridad, pasaba las horas con paso firme. En el pasillo de las 9 a las 11, compró todo lo necesario para la comilona: chiles, cebolla, aguacate, pollo en bistecs, tortillas de maíz azules, tomates, queso, crema y manteca de cerdo.  En el recodo de las 12 a las 2, preparó la salsa verde que tanto les encantaba a ellos; hirvió y desmenuzó el pollo; asó las tortillas en manteca y dispuso los demás ingredientes para el platillo favorito de ellos. En el segmento de 2:30 a 4, ordenó la casa: barrió, pulió, trapeó, frotó fotos que contenían sonrisas añejas; puso la mesa cuidando hasta el último detalle: preparó la vajilla especial –esa, la china; colocó las copas finas traídas de Alemania a la derecha de los manteles hechos a mano por mujeres de un pueblo medio perdido del Perú; vistió las servilletas que le había regalado su suegra y dispuso la cubertería como había visto en aquella revista de etiqueta. Sofía era todo manos y pies y falda al viento: era un pequeño torbellino de energía que destrozaba cada hora y minuto y segundo. Era de nuevo ella. Tenía un propósito y sonreía y era hermosa.
A las 5, mientras se bañaba con agua casi hirviendo, sonó por primera vez el teléfono.  A pesar de lo caliente del agua, su piel se erizó y un escalofrío le bajo de la nuca a las nalgas. Por más que corrió no alcanzó a contestar. La máquina marcaba un mensaje sin escuchar. Palpitaba de forma amenazante, todo él, rojo. Sofía pulsó el botón de escucha: la voz le prometía resarcirla, le decía que le mandaba besos y abrazos y que la extrañaba y que el trabajo y que lo sentía y que pronto se verían y que la amaba y que.... Sofía corta la voz con un simple botón; no importa, aún viene uno de ellos.
Se sintió un poco pérdida, eran las 6 de la tarde, estaba en un patrón perceptivo en forma de t. El laberinto se volvía a sentir pesado, cruel; ya no estaba tan segura de qué camino tomar. A las 7 menos 15, Sofía esperaba ansiosa la llegada de él; se decía que había elegido el camino correcto, había pensado en cancelar pero el teléfono no había sonado de nuevo; por lo que Sofía sabía que su paso era firme. Se movía de un lado al otro de la cocina, calentaba lo que se tenía que calentar, enfriaba un vino tinto y disponía aperitivos en sendos platones de barro.
A las 8 y 20 Sofía se sentía como una niña pérdida; hace más de una hora que tenía que haber llegado. No él, él no me haría esto, gemía Sofía por lo bajo. No él se repetía a modo de muletilla, a modo de talismán; como si la negación articulada tuviera el poder de abolir la realidad.
Sofía mira atenta las rosas que han recuperado cierta gracia de su color original. En la casa reina el silencio a excepción del clic-clic constante del fregadero. Los trastes yacen encarcelados y limpios en su prisión de plástico. Sofía envidia a los trastes, - al menos ellos están limpios - dice mientras se limpia con un dedo, aún lleno de jabón, el rímel que le ha dejado surcos mugrientos en sus mejillas.

Serin

Relatos FM

TENÍA MIEDO



Tenía miedo. Miedo de todo, y a la vez, también miedo de nada. Le aterraba la soledad, pero le mortificaba sobremanera estar rodeada de demasiada gente. Odiaba con toda su alma sentirse excluida de la sociedad, pero se aturrullaba cuando se le prestaba demasiada atención. Le horripilaba la idea de no encajar a la perfección, de no ser una persona más en el orden instaurado, pero tampoco le agradaba la idea de ser un miembro cualquiera del redil, un peón en un juego de ajedrez demasiado grande. Quería ser diferente. Ansiaba ser alguien especial.
Vivía en constante tensión. Siempre estaba en búsqueda de ese perfecto pero casi inexistente punto medio en el que pudiera conseguir el equilibrio deseado. En el que pudiera coexistir con el mundo en paz y con total tranquilidad. Encontrar su propio sitio.
Mas este término intermedio era prácticamente imposible de alcanzar, así lo había establecido la sociedad en general. O eras un paria social, o eras alguien muy conocido. O no tenías a nadie que se preocupara por ti, o tenías a todos detrás de tus movimientos, ávidos de noticias sobre tu persona.
Atesoraba de su lado un potente aliciente: la determinación. La absoluta seguridad de que, si se lo proponía, podía hallar –por fin– aquel lugar en el que encajara armónicamente. Y, ciertamente, no era nada fácil. Nada era nunca sencillo. Así que lo seguía intentando intermitentemente, día tras día, acción tras acción. Porque tenía miedo de dejar de intentarlo y convertirse en uno más, aunque también le asustaba la idea de conseguirlo y ser alguien especial que destacara sobre los demás. Le horrorizaba canalizar mil y un sentimientos a la vez pero, por otro lado, se angustiaba si no sentía nada en especial en un momento determinado.
Y ella era plenamente consciente de todos sus miedos. Porque al fin y al cabo, le tenía miedo a la propia idea miedo.

Ainhoa R.

Relatos FM

Tras los pasos de Bergman



"¿Qué es "real"?/ ¿De qué modo definirías "real"?/ Si te refieres a lo que puedes sentir/ a lo que puedes oler, a lo que puedes saborear y ver, entonces el término "real"/ son señales eléctricas interpretadas por tu cerebro/" Mátrix

Abril. Seis de la mañana. Isla de Fårö, Suecia. Ya ha amanecido. Una luz  tamizada barniza la bahía. Blanco y oro. Más blanco que oro. Apenas hay nubes.
En la pantalla se proyecta la imagen pixelada de un paisaje. Una ciudad envuelta en la calima. Un faro antiguo y rocas erosionadas con formas extrañas y sugerentes. De repente,  la sombra de un hombre a lo lejos. Camina lento hacia el acantilado. Camina en blanco y negro. Se llama Hans  y está resiguiendo los pasos de Bergman en Skammen. Se aproxima.
Se amplía el encuadre de la imagen. Su rostro se materializa primero. Al principio, un bulto, después su silueta; finalmente, se individualiza. Es viejo. Arrastra un rostro macilento, demacrado.
Tras los pasos de Bergman - Basil

Se acerca a la orilla. Un rumor de olas lo confunde. Intenta tocarlo. Ve que no puede, pero al menos logra verlo. Tiene forma: como el faro, como la roca. Intenta describir mentalmente ese instante de confusión, retenerlo en la memoria.  Entonces, el agua le salpica y le distrae. No lo logra. "Una imagen vale más que mil palabras...", piensa. Recula unos cuantos pasos para no caerse. El suelo es rocoso, escarpado.  "...pero es menos evocadora", retoma sus pensamientos. Olvida la imagen posible del sonido y se concentra en el rumor en sí. Considera que éste tiene más fuerza evocadora, más motivación nostálgica que la visión.
Mientras diserta, se le acerca una ballena. Siente un cierto extrañamiento. La observa. Ella esquiva sus ojos. Él la persigue con la mirada. El cetáceo abre la boca descorazonadamente, como si quisiera romperse. El viejo queda inmerso en su hálito con olor a pescado podrido. Se le empaña la vista. Siente asco. De pronto ve a un joven harapiento descansando en la lengua del animal:
─ Hola, Jonas. 
─ Buenos días, Hans. ¿Qué te trae por aquí? – emitiendo un mal gesto.
─ ¿La verdad? Te estaba buscando.
─ ¿A mí?
Tras los pasos de Bergman - Basil

─ Sí, Jonás. Nos tienes muy preocupados ¿Qué estás haciendo todavía
ahí, dentro de la ballena? – pregunta con  una familiaridad sutilmente impregnada de ironía.
─ Nada en especial, me dedico a existir.
─ ¿Por qué no has venido a clase estos días? – le pregunta inquisitivo.
─ No he podido. Estoy buscando, llevo ya tres días en ello.
─ ¿Qué, Jonás?
─ A mis amigos.
─ ¿A tus amigos? Creía que no tenías amigos.
─ Claro que los tengo, viejo bobo. Lo que pasa es que ahora no
recuerdo dónde están.
─ Jonás, no me pierdas el respeto. Soy tu maestro. ¿Lo recuerdas? Te
he enseñado casi todo lo que sabes.
─ Lo siento, habla mi mente ─balbucea con un atisbo de desánimo.

Jonás siente miedo. Su rostro glacial se despersonaliza.  Esas palabras de su maestro se le han arremolinado en la mente. Filosofemas. 
Tras los pasos de Bergman - Basil
Encaramado en la inmensa lengua de la ballena, aguza los sentidos. Le llegan al olfato olores, cientos de olores: etéreos, aromáticos, bálticos, fragantes, repulsivos, aliáceos, ambrosiacos, empíreos, mediterráneos, nauseabundos... Olores al fin y al cabo. Desde su particular atalaya inexpugnable prosigue la misma conversación deshilachada:
─ Lo siento, Hans. Soy un verdadero estúpido.
─ No pasa nada. ¿Cuándo volverás a clase?
─ No lo sé. ¿Sigues todavía con esa cantinela cartesiana del "Cogito
ergo sum"?  Esa máxima es  una verdadera tautología, ¿sabes?
─ ¿Cuál propones tú?
─ No lo sé, pero no me sirve. Yo no quiero existir, quiero pensar. No
quiero ser como el resto de los hombres. Para poder pensar primero necesito despojarme de humanidad: no ser.
─ Te confundes, para Descartes la existencia es pensamiento. Y sí,
todavía sigo con esa monserga racionalista, pero.... Jonás, en serio, basta ya, no he venido hasta aquí para hablar de filosofía ni mantener  un diálogo de altos vuelos intelectuales. Me preocupo por ti, eso es todo. Llevas ya tres días ahí metido – con tono paternal, casi uraniano.
─ Te lo agradezco, Hans, pero estoy bien aquí practicando una particular
Tras los pasos de Bergman - Basil

emigración interior hacia mi no-yo – con voz trémula.
─ ¿Tu no-yo? ¡Qué gilipollez! ¿No tienes frío?
─ Sí, estoy muerto de frío,  pero el frío dilata mi mente - espeta Hans con
una voz vibrante.
─ Jonás,  casi no puedo oírte.
─ Es igual, Hans. Te voy a dejar. Necesito escribir. Soy una máquina de
sufrir al borde del abismo. Avísame cuando hayas dado por concluidas tus insufribles lecciones cartesianas ─ dice mientras su voz se va apagando.

La boca de la ballena se cierra como un resorte y Hans se queda solo, sentado encima de una roca. Observa cómo el cetáceo  se sumerge en las aguas. Se levanta. Observa el confín del mar. La luz de la mañana le  hechiza la mirada por unos instantes, lo exorciza. Hay una gaviota suspendida en el cielo que parece una bolsa de plástico, una masa informe. La observa. La gaviota-bolsa contrasta con la luz tamizada del cielo. Se abstrae. Asocia. Asocia esa luz a las pinturas de Anders Zorn y  de Chisten Kobke, a la luz

Tras los pasos de Bergman - Basil
del Báltico, a los paisajes decimonónicos de cartón piedra y a su triste vida de domador de esferas.

Interactuamos con la imagen. Hacemos clic encima de la gaviota-bolsa que actúa como un hipervínculo que nos traslada a través de pasadizos digitales hasta el interior de la ballena.

"Por fin ha caído la máscara. Soy un anfibio a vueltas con mi pasado. Un anfibio protegido tras las barbas de una ballena. Me tambaleo como suspendido en el vacío. En este submundo, aislado –al margen  de lo terrenal y refugiado de la inmensidad del mar─ regreso de nuevo al principio. No pienso volver atrás. El pasado es un magma, una espesa sustancia movediza que reclama olvido. No regresaré a advertirles nada nuevo. Por fin no temo los designios de nadie. A partir de ahora me comportaré como un proscrito, retrayéndome al pasado para mirarlo cara a cara."

Ajeno a la  espléndida luz de afuera y al graznido despreocupado de las gaviotas, Jonás se afana en la escritura. Anota. Apostilla. Escribe frenéticamente. Sobre una mesa astillada, soportando los vaivenes de las olas, sus pensamientos se esclarecen. Con una caligrafía nerviosa revisita
Tras los pasos de Bergman - Basil
instantes de su pasado: "Elementos Memorabilia" los titula. Sus notas van desfilando encadenadamente a lo largo de una página de agua. La letra es minúscula, enloquecida, empapada, pero reveladora. Mientras escribe, las líneas se borran. No las piensa perecederas: el agua es el olvido. El futuro será líquido o no será.
Nos introducimos otra vez en su trituradora mental. Dos imágenes sorprenden su cerebro empapado: un auricular de un teléfono que cuelga en una desvencijada cabina londinense y la imagen de  una virgen mojada en una procesión en tierra portuguesa.    Intenta buscar una conexión entre ambas, un enlace. Linkea inútilmente. En su búsqueda mental, vacila. Instintivamente con un trazado líquido delimita la silueta de un hombre. Le dibuja unos brazos, unas piernas torpemente despegadas del tronco y, en la frente, una cicatriz. Se detiene en ella, hace girar la imagen sucesivas veces en su procesador gestual. Sombrea el dibujo dejando el blanco en contorno de la herida y el de los ojos. Después, se pincha el dedo índice con el extremo de un anzuelo que tiene escondido en el bolsillo. Todavía sangra a borbotones.  Mecánicamente aprovecha la sangre que mana de él para colorear ambos huecos. Mientras contempla el dibujo, bloquea la herida con fuerza emitiendo espontáneas risas llenas de tristeza contenida.

Basil

Relatos FM

Una mujer extraordinaria



Mientras volvía a casa en el autobús, Marga no podía dejar de pensar en lo afortunada que era. Ya sabía que la felicidad de una no podía medirse comparándola con la de sus amigas, pero no podía evitarlo. Tenía dos amigas del alma: Eva, que llevaba diez años casada y tenía dos hijos, y Luisa, que a los treinta y nueve años seguía buscando a su hombre ideal.
Eva quería a su marido, pero estaba cansada de las peleas constantes que tenía con él por dos motivos principales: uno, que él no hacía nada por «ayudar» en casa, y dos, que a ella nunca le apetecía mantener relaciones sexuales con él. Esto último iba estrechamente ligado al resentimiento que sentía ella por «tener que cargar con todo». Él se sentía rechazado «como un perro» y lamentaba que para que su mujer le diera cariño tuviera antes que lavar «los jodidos platos».
Luisa acababa de romper con el último de sus amantes, un hombre quince años mayor que él, con quien se había liado al principio impulsada por un sentimiento de pena, para meses más tarde descubrir que ella se había enamorado tontamente. Al darse cuenta de eso, él decidió sacar la última de sus cartas en el juego de la seducción: estaba casado y no tenía ninguna intención de dejar a su esposa.
El día anterior Marga había estado en casa de Luisa escuchando sus lamentos y reproches a sí misma. «No puedo creer que me haya vuelto a equivocar», repetía Luisa mientras ella intentaba animarla con un abrazo.
Rememoró la última vez que ella se había sentido así de triste y su escritor había sabido escucharla y consolarla con las palabras justas mientras le secaba las lágrimas con los dedos. No hacía mucho de eso. Fue cuando a Marga se le murió su querida perrita, atropellada. Lo llamaba siempre así, «mi escritor», no solo cuando pensaba en él sino también cuando se dirigía a él. Era el término cariñoso que desde que lo conociera había sustituido a su nombre de pila. El accidente de Mila había sido culpa suya, por dejarla suelta. Un descuido de un segundo por parte de su dueña le costó la vida a la perrita. Se la había regalado él, y por esa razón su sentimiento de culpa fue aún mayor. Cuando le comunicó la noticia, sin embargo, no salió de sus labios palabra alguna de reproche. Al contrario, sin decir nada, la rodeó con sus fornidos brazos y la estrechó fuertemente mientras ella ahogaba sus primeras lágrimas en el pecho de él. Tener amigas a quien poder contar tus confidencias era bueno, pero ella, a diferencia de Eva y Luisa, tenía a su escritor, siempre dispuesto a aparcar por un momento la confección de su última novela para escuchar sin interrumpirla y apenas pestañear sus penas y alegrías.
Se sorprendió al ver reflejada en la ventana del autobús la imagen de una mujer aún joven y guapa abrazada a su enorme bolso como si temiera que alguien se lo quitara, y una sonrisa bobalicona en los labios. Tardó un segundo en darse cuenta de que era ella misma y de que el autobús se acababa de detener en su parada.
Metió la llave en la cerradura y la giró hacia la izquierda. En contra de lo que había esperado, la puerta se abrió enseguida, sin que tuviera que dar las dos vueltas enteras a la llave. Empujó la puerta con suavidad, pero no tuvo tiempo a reponerse de la mezcla de sorpresa y anticipada excitación que sintió al comprender que él se le había adelantado. El recibidor estaba en penumbras, pero aun así, vislumbró su torso desnudo y el perfil de su mandíbula cuadrada. La tomó de ambas manos para empujarla hacia el interior del piso y despojarla del bolso, que cayó al suelo con un golpe seco. Su lengua ya le recorría el cuello mientras la levantaba en volandas y cerraba la puerta con un experto puntapié. «Y que luego digan que la actuación de los futbolistas en el campo de hierba está reñida con la del campo de polvo», pensó Marga, y soltó una pequeña carcajada, divertida con su propio chiste. Él lo interpretó como uno de los ataques de cosquillas a los que era propensa y rió también. La había llevado hasta el colchón que ocupaba casi la totalidad de una de las dos habitaciones del piso. A pesar de la creciente excitación de su cuerpo, los sentidos de Marga se distrajeron por un momento al percibir el olor fresco y el tacto suave de las sábanas recién lavadas.
—¡Has cambiado las sábanas! —murmuró complacida.
—Calla —susurró él y le selló los labios con un largo y profundo beso mientras le desabrochaba la camisa.
Nunca hablaban, pero qué importaba eso. Marga se relajó, dispuesta a disfrutar de un par de horas de erotismo de primera calidad. Sin duda, era el mejor amante que había tenido jamás. Se empeñaba siempre en satisfacerla a ella antes, y cuantas más veces mejor.
Casi sin querer volvió a pensar en Eva y Luisa. Se preguntó cuándo habría sido la última vez que Eva había tenido un orgasmo gracias a la hábil lengua de un hombre. Su marido ya no estaba para eso. En parte por esa razón, con los años a ella se le habían quitado las ganas de intimar con él. El sexo se había convertido para ella en una obligación de esposa y algo que se resolvía en un revolcón de menos de diez minutos. Él le recordaba constantemente los días, a veces semanas, incluso meses, que no lo hacían, y ella se esforzaba por aparentar una apetencia sexual que no sentía con la esperanza de subirle a él la autoestima y que se diera cuenta así de que ella no daba abasto con el trabajo, la casa y los niños, y que necesitaba que él la ayudara más.
Luisa era todo lo contrario de Eva. Durante los meses que había durado su relación con el hombre mayor que resultó estar casado, había disfrutado de buen sexo, como hacía con todos sus amantes. No tenía tapujos en revelar que ella era quien dominaba las relaciones de cama. Era muy echada hacia delante y nunca había tenido problemas a la hora de encontrar el amante de turno. Pero nunca le duraban. Antes de que su desbocada pasión tuviera tiempo a estabilizarse, la relación se desmoronaba por otras causas. Eva y Marga opinaban que el papel dominante de Luisa en la cama, que en principio gustaba a todos los hombres, terminaba por achicar su autoestima varonil.
—Gracias —murmuró, y dejó de pensar en sus amigas, abandonándose por completo a él, en el momento que la penetraba.
Dos horas más tarde volvía a estar en la calle. Pasaban de las nueve, pero todavía no oscurecía. Era el inicio del verano, la época del año que más le gustaba, cuando los días parecían no terminarse nunca. Caminó por la calle deteniéndose en cada tienda para ver los escaparates. No compraría nada; no le hacía ninguna falta. Se sentía hermosa en los mismos vestidos de verano y las sandalias que había llevado el año anterior. Hermosa, escuchada, amada, deseada... ¿Qué más podía pedir?
Sabía que nadie la esperaba en casa y se demoró en llegar. Cuando lo hizo ya eran casi las diez. Tenía un hambre atroz y fue directamente a la cocina con la idea de engullir lo primero que encontrara en la nevera. Las luces domo detectaron su presencia y al instante la amplia e inmaculada cocina blanca quedó iluminada. En la esquina de la ele que formaba la isla central, un jarrón con catorce rosas rojas le dio la bienvenida.
Marga soltó un grito de júbilo y se llevó las manos al pecho. Olió las rosas aspirando con fuerza y buscó entre los tallos una tarjeta. La encontró dentro de un sobrecito. Leyó: «Feliz día de San Valentín, mi amor. Siento mucho no poder compartirlo contigo. Te compensaré. No hagas planes para el sábado: he reservado mesa en tu restaurante favorito. Te quiero, Rafael».
Definitivamente, era la mujer más afortunada del mundo. ¿Quién tenía un marido tan romántico y atento como Rafael? ¿Qué importaba que siempre estuviera de viaje de negocios y casi nunca en casa, y que no estuvieran juntos hoy ni dos meses antes, cuando había sido su cumpleaños? Lo celebrarían el sábado en uno de los restaurantes más caros de la ciudad. Él se tomaba su carrera muy en serio y esa enorme casa la tenían gracias a su trabajo duro. Siempre se había preocupado por que a ella no le faltara de nada. Incluso le había pagado sus estudios y ahora Marga tenía la satisfacción de trabajar en algo que le gustaba de verdad y de lo que no dependía económicamente. Ni Eva ni Luisa tenían tampoco ese privilegio. Eva era administrativa en una empresa de construcción. Tenía que aguantar los caprichos y el machismo de su jefe, pero con los tiempos que corrían, no podía ni plantearse buscar otra cosa; tampoco tomarse una excedencia para estudiar: no disponía de tiempo y en su casa eran imprescindibles tanto su sueldo como el de su marido. Luisa era psicóloga y se ganaba bien la vida, aunque sus amigas no dejaban de notar la ironía de que su propia vida emocional estuviera tan carente de la inteligencia emocional de la que tanto hablaba. Y por mucho dinero que ganara, no tenía un marido que año tras año la llevara de vacaciones durante dos semanas a un hotel de cinco estrellas en Punta Cana o cualquier otro punto del Caribe.
Marga se sentó en el taburete frente a un gran plato de espaguetis a la carbonara, recalentado en el microondas. El sexo siempre le abría un apetito descomunal. Sabiéndose totalmente sola en la enorme finca de las afueras de la ciudad y dirigiéndose a esas paredes blancas, limpias y silenciosas, les reveló sus cuatro secretos:
—He encontrado a un hombre sensible y cariñoso, que me escucha y al que no le importa verme llorar. He encontrado a un hombre que adora mi cuerpo y se deleita haciéndome el amor a mí y solo a mí. He encontrado a un hombre que trae un generoso sueldo a casa y se encarga del trabajo en casa. Y lo más importante: he conseguido que ninguno de los tres se conozcan entre ellos.

Enya Ruiz

Relatos FM

UN DÍA TRECE LO TIENE CUALQUIERA



Hoy es un día trece, no necesariamente un martes, pero me da igual. Un día que realmente empezó mal, en esos que no debí haberme levantado, estoy enojado y de punta con el universo entero, mi pensamiento juega con toda una serie de improperios, maldiciones, blasfemias, que sin embargo reprimo en mi boca por mi gran respeto a todo lo sagrado, no obstante, hacen procesión en mi mente. Hoy es un día de esos en los que no deseo mover ni el dedo gordo de mi pie derecho, en el cual deseo profundamente que todo se vaya definitivamente por el desagüe.
Hoy es un día en el que mejor ni me hablen de maestros ascendidos, de los arcángeles, de los ángeles y de toda la corte del Creador, pues siento que todos ellos me han dado la espalda.
Siento tanta rabia por el modo en que las cosas a mí alrededor se desenvuelven que de pronto decido hacer un enfermizo listado de todas las cosas que no soporto que me sugieran  mis propios pensamientos ni las estupideces que dicen en la radio o en la televisión u otros de mi entorno:
•   Rechazo la sugerencia de que el combustible es escaso.
•   Rechazo la sugerencia de que debo pagar la tarjeta de crédito.
•   Rechazo la sugerencia de que debo pagar la cuota del auto.
•   Rechazo la sugerencia de que debo trabajar en un lugar que odio para tener que ganar lo justo para no vivir en la miseria absoluta.
•   Rechazo la sugerencia de que soy gordo.
•   Rechazo la sugerencia de que soy vago.
•   Rechazo la sugerencia de que soy fracasado.
•   Rechazo la sugerencia de que he caído en desgracia.
•   Rechazo la sugerencia de que no hay futuro.
•   Rechazo la sugerencia de que necesito dinero para hacer las cosas que hacen sonreír a mi corazón.
•   Rechazo la sugerencia de que debo vivir una vida monótona sin arriesgarme a fin de que los demás me aprueben.
•   Rechazo la sugerencia de que solo soy un cuerpo que puede lastimarse, enfermarse, que se morirá y pudrirá y de mí no quedará mas que un montón de materia informe y maloliente para alimentar gusanos.
•   Rechazo la sugerencia de que solo he nacido para ocupar un escalón inamovible en la pirámide social.
•   Rechazo la sugerencia de la teoría económica de la escasez.
•   Rechazo la sugerencia de que no soy libre.
•   Rechazo la sugerencia de que soy cobarde.
•   Rechazo la sugerencia de que soy susceptible a lo que opine la gente de mí.
•   Rechazo la sugerencia de que soy feo.
•   Rechazo la sugerencia de que esta es la única realidad posible.
•   Rechazo la sugerencia de que mi valor esté determinado por las reglas de la oferta y demanda.
•   
Ya está, tampoco tengo ganas de seguir escribiendo tonterías, de modo que me voy a........ .........

Bueno, continuando con lo que venía diciendo de este día 13, es un hermoso día, casi primaveral, suaves y frescas brisas matutinas acarician mi rostro, y el canto de los pajaritos lo endulzan todo aun mas. Bendito sea el Universo, el Creador, bendito sea este cuerpo y todas las funciones que cumple, bendita sea la humanidad, este planeta, este país, y esta ciudad. El sol brilla radiante como nunca lo ha hecho y hay una que otra nubecita maquillando el bellísimo celeste rostro del cielo.
Las preguntas que surgirán en la mente de cualquiera que lea el relato es cuando va a ir a hacerse tratar este lunático? O bien, que es lo que se ha fumado?, O bien, quien es la admirable persona que duerme con el?
En fin nadie va a creer los milagros que produce sobre el estado de ánimo hacer una extenuante bicicleteada matutina hacia el dique de la ciudad, llegar con la lengua afuera y sentarse a recobrar el aliento y meditar. El mundo queda librado a ser lo que tenga que ser , total ahora que estoy en paz conmigo mismo , me tiene sin cuidado , talvez mañana o pasado me muestre el reflejo de mis pensamientos, y si no....... Bueno siempre tengo lista mi bicicleta......

GABRIEL RIDER

Relatos FM

Las mil y una noches



A Leo le despierta de sus cavilaciones el espléndido aspecto de su mujer. Lleva una minifalda muy corta de flores y una camiseta ceñida al cuerpo. Desde que empezó a trabajar de noche en la subcontrata de limpieza, está más guapa y rejuvenecida. Un grueso libro sobresale de la bolsa donde lleva el uniforme de limpiadora.
–¿Llevas un libro al curro?
–¿Eh?...No... Sí... –camina hacia la puerta seguida de Leo– Es para el autobús. Me lo dejó una compañera de trabajo, en realidad es un libro de cuentos muy conocido, "Las mil y una noches", ¬–le da un fugaz beso en los labios y sin esperar respuesta baja rauda las escaleras.
¡Feliz Lola con su libro de cuentos! ¡Para cuentos está él con la factura de teléfono que le ha llegado!...
La saca del bolsillo y cuenta las llamadas que ha hecho a líneas eróticas en lo que va de mes... una, dos, cinco... ¡Si Lola se entera será el fin de veintisiete años más o menos felices de matrimonio! Pero desde que ella empezó a trabajar y Carlitos se marchó a Londres a buscarse las habichuelas, no se hace a quedarse solo por las noches. Ocho, diez, once... ¡Claro que cómo le iba a decir a Lola que rechazara el trabajo después de su despido!... trece, quince... y con lo cara que se está poniendo la vida. Un día sube la luz... quince... otro los impuestos ... dieciséis... otro el transporte... diecisiete. En total diecisiete llamadas en un mes. El caso es que fue de la manera más tonta como ocurrió todo. Estaba haciendo zapping en mitad de la noche cuando en la pantalla del televisor apareció una tía buenísima casi en pelotas anunciando una línea caliente. Él se la quedó mirando sin prestar demasiada atención y al final se durmió. Pero soñó que una voz suave y aterciopelada le susurraba al oído frases lascivas mientras con mano hábil le acariciaba. Despertó excitadísimo, retuvo en su memoria el número de teléfono que parpadeaba sin cesar en el televisor, fue a su cuarto y llamó, asistiendo al  renacer de una vida sexual que creía cercenada. Cuando colgó se quedó relajado y durmió de un tirón. Pero ya todas las noches que Lola trabajaba se despertaba con una erección de muy señor mío y tenía que marcar. Aunque conversaba con mujeres distintas a las que según el tono de voz imaginaba con las más variadas fisonomías, rubias, morenas, llenas de curvas, tailandesas, chinas –a él, no sabe muy bien porqué, siempre le pusieron las mujeres orientales–, con un lunar en el nacimiento del pecho o un tatuaje en el lugar más ignoto de su anatomía, el resultado siempre era el mismo: todas y cada una de ellas hacían emerger sus instintos más primarios. Hasta su relación con Lola dio un giro de ciento ochenta grados ¡Con que lujuria y desenfreno vivieron las noches, cinco, que ella libró! Por eso no se explica como ha podido caer tan bajo. Ni que carajos busca en otras mujeres que su Lola no pueda darle. Pero tampoco se le ocurre cómo solucionar de una forma honrosa su problema.   


La gente tiene una idea equivocada de este trabajo, piensa Lola mientras entra en una amplia sala en la que una decena de teleoperadoras, en su mayoría mujeres, hablan por teléfono. Toma asiento entre dos compañeras que, sin soltar el auricular, la saludan efusivamente con la mano. Ella también la tenía cuando, por error, acudió a la entrevista y, prendados de su voz, le ofrecieron el puesto de telefonista que rehusó de inmediato. Siguió madrugando todos los días para hacer cola en el INEM con la esperanza de que le saliera algo, pero nada más verla y fijarse en su edad, la rechazaban. Y eso que llevaba consigo un currículum bien curioso y presentable que le había hecho su hijo, aunque claro, con poca chicha, porque preparación casi no tenía, y su experiencia laboral se reducía al año y tres meses que trabajó de soltera en una fábrica de vaqueros que ya no existe. ¡Es increíble lo difícil que se está poniendo todo! ¡Si hasta para ostentar el puesto de charcutera de un supermercado de barrio exigen el título de Graduado Escolar! Así que después de muchos tumbos decidió probar suerte en el único sitio en el que le habían abierto las puertas. Por probar, pensó, nada perdía, aunque, eso sí, con la condición de que su marido no se enterase. Si eso ocurría sería el fin a sus veintisiete años más o menos felices de matrimonio. En la empresa debían estar acostumbrados a este tipo de chanchullos, porque nada más exponer sus reparos le propusieron que en su nómina figurara la categoría laboral de limpiadora. Tras un mes de rodaje está contentísima. Si hasta gana más que Leo antes de que le despidieran, y aunque no se lo puede contar a nadie su trabajo no le parece trabajo. A los jefes jamás les ve y sus compañeros, mujeres o gays en su mayoría, son unos cielos, muy normales y cultos. Mismamente Marina, la que le dejó el libro de "las mil y una noches" para inspirarse, se ha metido a esto para pagarse la carrera de biología y tiene novio formal, un chico muy guapo que muchos días le espera a la salida. Su Leo jamás hubiera tragado por algo así... A ella, la verdad, le costó un poco al principio, pero una vez que sacó a la luz la mujer desenfrenada y cañera que llevaba dentro, ya todo fue sobre ruedas. Se mete tanto en el papel que le parece que la que habla no es ella, sino la tal Sherezade del libro de cuentos intentando seducir al tal Shahriar y salvar el pellejo una noche más. Por otro lado, si se queda en blanco siempre tiene a mano los guiones "antibloqueo", como allí todos llaman a unos folios plagados de guarrerías que siempre están sobre la mesa y que ella hasta ahora no ha necesitado utilizar. En cambio ese  libro, "Las mil y una noches", sí que le está inspirando.


A Leo le despierta una excitación incontrolable en sus partes bajas. El reloj marca las cuatro y cuarto de la madrugada. Otros días a esta hora... pero no. Eso se acabó. Esta vez no caerá. Se acerca a la cocina y abre el frigorífico. Bebe agua fría directamente de la botella para ver si se le pasa el calentón.  Claro que por una vez más... la última... Saca de su cartera un trozo de papel de periódico con el anuncio de una nueva línea erótica que arrancó, sin que se dieran cuenta, hace unos días en un bar, y se dirige a su habitación. Levanta el auricular y marca el número mientras se jura a sí mismo que es la despedida, el caput, el arribeberchi, el nunca mais. Oye la voz rutinaria del contestador: "Está usted hablando con la línea caliente "Las mil y una noches", si desea contactar con un hombre pulse uno, si desea contactar con una mujer pulse dos, si desea"... Leo marca el dos, ahoga la respiración, el corazón le late con violencia. Segundos después escucha al otro lado del teléfono una voz suave, lúbrica, familiar, susurrándole:
–Esta es en la guarida de Eros, y tu sierva Sherezade, hija de la luna, hará reales tus más íntimas fantasías...Sólo tienes que levantar el minúsculo velo que recubre mi cuerpo desnudo para disponerte a sentir...
Leo se pellizca varias veces para comprobar que no está soñando... esa voz... Se pellizca varias veces hasta hacerse una marca de color grana en la piel.
–¿Lola? ¿Eres tú, Lola?
–¿Leo?
–¿Qué haces diciendo todas esas porquerías?
Se produce un silencio. Ninguno de los dos da crédito.   
–¿Y tú? ¿Qué haces tú llamando?...

Andrea Mª Castell Arribau

Relatos FM

Jeremy



Jeremy volvía de aquel depósito de cadáveres húmedo y de sombras. Quiso asegurarse de que estaba muerto; bien muerto. 20 años sufriendo el dolor de una madre maltratada por los vicios recurrentes de su marido borran la palabra compasión del vocabulario de cualquier hijo. Crece otra palabra. Odio. Odio por aquel hombre que exigió bautizarle como su actor favorito. Para su madre siempre sería Manuel. Odio por un padre cuya única bondad residía en los escasos momentos de indiferencia que les regaló en vida. Al llegar a casa, Adelia lloraba. "No llores. Se acabó. Nunca más te volverá a hacer daño", le repetía Jeremy. Su madre, desconsolada, abrazaba a Manuel tan fuerte que le rompía el pecho. "Hijo. ¿Qué me harán? Sólo quise protegerte". Él le atusaba suavemente el cabello cubierto por un talco de amargura, dándole a entender que lo sabía... Juan estaba borracho. Volvió a pegarle. Adelia sacó fuerzas de donde no existían para hundirle la plancha en el cráneo. Se lo destrozó, como él hacía cada día con su carne y corazón. La escena era bíblica: un mar rojo ahogando entre sus fauces a un ser vil. Llegó Manuel. Al fin. La sujetó con firmeza. La tranquilizó. Le miró a los ojos. Todo estaba bien. Él limpiaría la sangre. Una alfombra posaría eterna en los restos. Llevaría el cuerpo a las vías del tren. Con suerte lo destrozaría. Nadie investiga un titular tan obvio: "hombre ebrio muere arrollado por tren". Ya en casa abrazó a su madre, acariciándole el pelo. Como lo haría al volver de identificar el cuerpo, un día después... Alguien golpeaba con insistencia. ¡Policía! ¡Abran la puerta! Ésta cayó como plomo y cuatro agentes armados irrumpieron en el salón, donde Jeremy les aguardaba. Un disparo hace más ruido que una plancha. Dos cuerpos exánimes decoraban aquel horror. La yugular de Adelia escupía las últimas gotas de líquido vital. Juan yacía al lado, inerte, con una mueca terrible y un agujero sanguinolento atravesando su alma corrupta. Manuel (nunca más sería Jeremy) sólo lamentaba no haber usado antes esa pistola, comprada en la oscuridad de su barrio. Únicamente cuando el marido tomó poseído aquel cuchillo con el que degolló a su mujer, su instinto, ése que no entiende de leyes, tan solo de su justicia, apretó el gatillo. El arma reposaba en el escritorio, donde Manuel permanecía sentado otorgando a su madre una vida mejor, la que siempre mereció. En aquellas líneas sería inmortal. Allí podría alisar sus cabellos canos tanto como deseara. Iría a la cárcel. Sí. En ella seguiría conformando ese mundo perfecto para ambos. Donde los monstruos son de mentira.

Nereas

Relatos FM

Las Dinámicas



Un día cualquiera de la semana, doña Alicia sale de su edificio y se encuentra con su vecina Gloria del edificio de al frente, juntas van al parque como de costumbre, como todos los días desde hace más de 5 años a encontrase con su grupo de amigas "Las Dinámicas", el grupo de amigas de la tercera edad con las cuales se encuentran no solo hacer deporte sino a tejer las bufandas, los patines y los mamelucos de algún nieto de alguna de sus amigas que viene en camino. Doña Alicia por su edad y su condición no puede hacer los mismos ejercicios que hacen las demás compañeras, ella mientras sus compañeras hacen ejercicios con un bastón y trotan al rededor del parque, entonan cánticos y se divierten todas en coro, mientras Doña Alicia se limita a caminar por los senderos para hacer lo suyo.

Luego de hacer los ejercicios mañaneros queda el compromiso del encuentro en una de las casas del barrio, es el lugar de encuentro de cada semana, siempre una casa diferente y cada semana, un menú diferente, un manjar que solo las personas de su edad pueden disfrutar. Cada encuentro no solo es a conversar de lo poco o mucho que dejaron de decirse horas antes en la jornada de ejercicios, cada encuentro es un acompañamiento para todas, es el decirse sin decirlo que están vivas y que están disfrutando de cada momento de sus vidas, cada encuentro no solo es el verse y hablar de lo divino y lo humano sino que cada minuto que pasen en compañía unas a otras es el fruto de muchos años de trabajo al lado de sus hijos, al lado de sus parejas que nunca olvidaron, al lado de los primeros nietos que llegaron y alegraron su existencia.  Ellas le pusieron el nombre de "Las Dinámicas" a su grupo de la tercera edad debido a que algunas tienen limitaciones físicas y querían un nombre muy activo, que las hiciera sentir y con muchas ganas de vivir. El grupo se creó gracias a todas esas mañanas que sin proponérselo empezaron a reunirse entre grupos pequeños de vecinas, primero la vecina del frente invitó a una, y luego a otra, y otro y así sucesivamente se formó todo el grupo, casi 20 mujeres, unas abuelas otras no, algunas aún casadas otras no, algunas separadas y otras viudas, se reúnen todas las mañanas a hacer deporte y todas las tardes con el pretexto de tejer esas bellezas de obras de arte a comentar lo que sucede el día a día en cada una de sus familias. Desde hace 5 largos años, el grupo hace obras sociales, participa en eventos de la ciudad, en su entorno hay personas que recrean, cantan, bailan, en general se divierten a su modo.

Carlos M. Rentería

Relatos FM

Veneno de amor



Esta mañana, haciendo limpieza de los cajones de mi escritorio, me encontré con algunas viejas fotografías. En una de ellas, reconocí a Ana junto a dos de mis colegas y, de forma imprevista, en mi cabeza se agolparon multitud de recuerdos. Por alguna razón incomprensible, el primero de ellos no consistió en rememorar los matices de su rostro o de su voz, ni su encanto innato, ni su sonrisa, ni siquiera el brillo que emanaba de sus ojos cuando había algo que le gustaba. En lugar de eso, lo primero que me vino a la cabeza fue una conversación. No podría asegurar cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces, pero sí he podido recordar que en aquel momento estábamos en una cafetería los cuatro, hablando de cosas intrascendentes, como siempre que salíamos a desayunar. Belén destacaba por su locuacidad; para ella lo importante no era el tema en sí mismo, sino el mero hecho de dialogar, poder expresarse, así que podíamos conversar con ella sobre cualquier cosa, de lo humano y lo divino; Pablo, por el contrario, era más previsible en su discurso y casi siempre nos hacía su comentario crítico de las noticias del día que solía terminar derivando de forma recurrente hacia alguna reflexión pesimista, cuando no ácida, sobre su visión del mundo; entretanto, Ana y yo solíamos limitarnos a escuchar las historias de Belén y Pablo, dando sorbos cortos a nuestro café o mordisqueando la tostada hasta que al cabo de quince o veinte minutos nos levantábamos de nuevo para volver a nuestro trabajo.
Esa mañana, sin embargo, sucedió algo imprevisto, y fue que Ana tomó la palabra, algo que a todos nos sorprendió. Fue a raíz de un comentario de Pablo, el más escéptico de nuestro grupo, acerca de un supuesto estudio científico que pretendía demostrar que las personas que hacían el amor con frecuencia eran más longevas. Aunque aquel comentario daba lugar a todo tipo de chistes fáciles, la declaración de Ana nos pilló a todos por sorpresa:
—Yo estoy en desacuerdo con esa afirmación. Puedo referiros un caso que conozco de primera mano.
Todos nos volvimos al mismo tiempo hacia ella. Era raro oírla expresar una opinión personal, pues Ana era de natural muy reservada, así que para nosotros la confidencia que nos hizo aquella mañana constituyó una auténtica sorpresa, en un doble sentido: tanto por quien la contaba, como por la narración en sí misma. Un poco sonrojada, Ana aclaró:
—No se trata de mí, sino de mi abuela —carraspeó—. Con ninguna persona en el mundo tengo una relación tan fuerte como con ella. Se puede decir que ambas nos entendemos y que nos conocemos muy bien y, aunque nuestros puntos de vista sean a menudo encontrados, existe entre nosotras una suerte de consonancia, de complicidad... A decir verdad, no sé por qué os cuento todo esto, supongo que no os interesará lo más mínimo.
—Nada de eso —replicó Belén—. Por favor, prosigue, no nos vayas a dejar ahora en ascuas.
—Está bien, mi abuela ha estado casada cuatro veces... —explicó Ana, quien fue interrumpida por Pablo.
—¿Y entonces se ha divorciado tres veces? ¡Eso la convierte sin duda en una buscadora infatigable del amor verdadero! —exclamó Pablo, riéndose de su propia broma.
—Te equivocas —respondió Ana con enfado—. Ella no se ha divorciado nunca. De hecho, ha enviudado en sus cuatro matrimonios.
Todos nos quedamos callados, mirándola cada vez más sorprendidos, esperando con gesto expectante que Ana prosiguiera su explicación. Pablo, con su habitual socarronería, rompió aquel silencio:
—¿No me irás a decir que tu abuela es una de esas "viudas negras" que matan a sus parejas? ¡Me dan escalofríos sólo de pensarlo!
—¡Claro que no! ¡Mi abuela es incapaz de matar a nadie! ¿Cómo puedes siquiera pensar algo así? —exclamó Ana, ofendida por aquella insinuación.
—Bueno, no creo que Pablo haya querido decir exactamente eso —intervine yo, con ánimo conciliador.
—Mi abuela no ha envenenado ni asesinado a sus maridos. A todos ellos los quiso muchísimo, y los amó con locura. Con el primero estuvo casada cuatro años, y en ese tiempo él le dio dos hijos. Se casaron muy jóvenes, pero, según mi abuela, vivieron cada año del matrimonio como un idilio continuo y apasionado.
—¿De qué murió el marido si era tan joven? —se interesó Belén— ¿Tuvo algún accidente?
—No, fue de muerte natural —respondió Ana.
Nos cruzamos las miradas, con desconcierto. Mezclar los términos de juventud y muerte natural resultaba algo casi paradójico.
—¿Y después? —volvió a preguntar Belén.
—Un par de años más tarde, mi abuela se volvió a casar. Todavía no había cumplido los treinta años y, pese a que había pensado que no podría querer a nadie como a su primer marido, lo cierto es que volvió a enamorarse con la misma pasión que la primera vez. En esa ocasión su matrimonio duró cinco años y durante ese periodo tuvo un solo hijo. Pese a que su segundo marido era un hombre de negocios y su actividad le hacía viajar de forma continua, mi abuela decía que era increíblemente apasionado, y que prefería conducir largas distancias para regresar a su hogar junto a mi abuela a tener que pernoctar en hoteles o en hostales que siempre le resultaron fríos y poco acogedores. Mi abuela lo recibía con alegría y se entregaba a ese frenesí amoroso con deleite.
—Supongo que el pobre hombre debió de morir en uno de esos trayectos en coche, vencido por el sueño —comenté.
—Nada de eso. Al igual que el anterior marido, murió en la cama, abrazado a mi abuela, después de haber hecho el amor.
—¡Fascinante! –exclamó Pablo boquiabierto—. ¡Yo también quisiera morir así!
—Por favor, continúa —rogó Belén.
—El tercer matrimonio —continuó ella— fue un poco más tardío. Mi abuela contaba entonces con treinta y cinco años y, aunque ya no estaba tan joven, decidió tener un hijo más. En este caso dio a luz a una niña: mi madre. Su tercer marido era un profesor de secundaria y, aunque tenía un sueldo modesto, tenía la ventaja de no tener que viajar para ganarse la vida, como su inmediato predecesor, así que, desde el punto de vista de mi abuela, aquel matrimonio le proporcionaba un punto de serenidad que le permitiría llevar una vida más familiar, más ordenada.
—¿Y no fue así?
—Sí, al menos en el sentido de que permanecieron siempre juntos. Mi abuelo era seis años más joven que mi abuela, una diferencia de edad demasiado grande para lo que se estilaba y que, por aquel entonces, estaba mal vista; hasta tal punto era así que, cuando mi abuelo se declaró, mintió sobre su verdadera edad para que ella no lo rechazara. Su juventud hacía que, a los ojos de mi abuela, mi abuelo pareciese una persona dinámica, alegre y optimista. A él le gustaba mi abuela y la amaba con locura. Ella poseía un enorme atractivo que desencadenaba la pasión en todos los hombres que la conocían y que, a menudo, caían rendidos a sus pies. Sin embargo, aunque nunca le faltaron pretendientes, ella seguía un criterio muy selectivo: jamás estuvo con un hombre por quien no sintiese la necesidad de amarlo con toda su alma, a quien pudiera entregarle todo su amor. Y eso fue justamente lo que hizo con mi abuelo, hasta el mismo día de su muerte.
—¡Ejem! —carraspeó Pablo— ¿Y a este también lo mató en la cama?
Ana le lanzó una mirada fulminante.
—Mi abuelo murió al poco de nacer mi madre —prosiguió Ana, fingiendo ignorar aquel comentario—. Sólo entonces, tras haber enviudado por tercera vez, mi abuela comenzó a plantearse que ella podía tener algo que mataba a sus parejas.
—¿Te refieres a una enfermedad contagiosa o algo así? —se interesó Belén.
—Eso es. Consultó con médicos especialistas. Viajó a la capital y se hizo análisis de todas clases. En ninguno se demostró que existiera nada anormal, ningún tumor, ningún virus que pudiese ser el causante de aquellas desgracias. Ella creyó que los médicos le ocultaban la verdad para que no se sintiera culpable por las tres pérdidas que ya había sufrido, así que insistió en pedir segundas, terceras opiniones. Visitó infatigablemente a médicos de diferentes ciudades; se desplazó a Madrid, a Barcelona; se entrevistó con curanderos y con chamanes. Todos le dijeron lo mismo: no tenía nada anómalo. Ella se encontraba perfectamente sana. Únicamente hubo una persona, un doctor mexicano de raíces indias, que le proporcionara una posible clave que explicase su mal: "Por lo que me cuenta, creo que lo que a usted le sucede es que tiene y da demasiado amor. Su amor es tan puro, tan extremado, que actúa como un veneno, al igual que sucede con las drogas: una dosis de esas características puede convertirse en algo letal."
—Entonces yo llevaba razón —insistió Pablo—. O sea, que tu abuela también se lo fulminó en la cama, ¿no?
—Pablo... —dije sin dejar de observar la reacción de Ana. Pero para mi sorpresa, ella contestó con mucha calma:
—Déjalo, no te preocupes —me dijo y volviéndose hacia Pablo le contestó—: Ya que insistes tanto, te lo voy a contar. Mi abuela me confirmó que sucedió un día, después de hacer el amor. Al parecer fue tan intenso que ambos notaron cómo se movía la tierra bajo sus cuerpos. La radio en la que escuchaban música mientras se amaban, se detuvo. Fue como si la vida se hubiese paralizado de repente a su alrededor, como si el tiempo se hubiese detenido y sólo quedase esa enorme sacudida, un movimiento telúrico que los estremeció. Mi abuela me confesó que jamás había sentido nada tan intenso con ningún otro hombre, pese a que a todos sus maridos los había amado con la misma pasión. Cuando mi abuelo murió aquella misma noche, mi abuela no lo pudo resistir más, y juró que no volvería a casarse jamás.
—Pero obviamente incumplió su promesa —apostilló Belén.
—Sí, aunque en aquella última ocasión esperó más tiempo. Su tercer matrimonio había sido un poco más duradero que el segundo y se había prolongado durante cerca de ocho años. Cuando volvió a surgirle un pretendiente, mi abuela era demasiado mayor para tener hijos, y pensó que tal vez el hecho de llevar una vida amorosa más relajada haría que su último marido no fuese tan efímero. Pero, a pesar de su edad, mi abuela seguía manteniendo intacta toda su belleza y su encanto, de modo que su nuevo marido no pudo sustraerse a la irresistible atracción que sentía por ella, y mi abuela, incapaz de no corresponder al amor que su consorte le reclamaba, se entregó con la misma fruición que en las anteriores ocasiones, con idéntico resultado.
—¡Admirable, os juro que me encantaría morir fulminado por una mujer así! —exclamó Pablo.
—¿Y qué pasó después? —preguntó Belén lanzando una mirada desaprobatoria a Pablo.
—Nada. Mi abuela sigue viuda y esta vez sí mantuvo su voto de no volver a casarse. No es de extrañar. Había amado apasionadamente a cuatro hombres, y a los cuatro terminó perdiéndolos. No quería volver a experimentar ese dolor, esa separación.
—¿Pero tuvo más pretendientes? —pregunté.
—Algunos —contestó Ana encogiéndose de hombros—, pero a todos ellos mi abuela los rechazó escudándose en que ya no estaba en edad de casarse, que se encontraba muy mayor y cansada.
Así transcurrió aquella conversación, al menos tal y como ahora la recuerdo. No volvimos a mencionar aquella historia, aunque a todos nos había conmovido en mayor o menor medida. Unos meses después, Ana recibió una oferta de trabajo que le abría unas perspectivas inmejorables, así que nos abandonó. Su partida fue algo que todos sentimos bastante, aunque creo que a ninguno de nosotros le afectó tanto como a mí.
Ahora vuelvo a mirar la fotografía y me esfuerzo por recordar el rostro de los que estábamos allí tal y como éramos entonces, y muy en especial el de Ana. No puedo hacerlo, y eso me causa una nostalgia irreprimible. Me apena que todo mi recuerdo se reduzca a una conversación, y no a los matices de su rostro, de su voz, ni a la calidez de su compañía, ni a su sonrisa, pero sobre todo, me apena no poder distinguir en esta foto de grupo el fulgor de sus ojos. ¿Dónde estará ahora?, me pregunto consciente de que es una cuestión absurda, desatinada, sin respuesta posible. Lentamente, vuelvo a depositar la foto en el mismo cajón donde la encontré, y trato de imaginarme qué sucedería si el destino cruzara de nuevo nuestros caminos, si llegaríamos entonces a reconocernos, si sabría distinguir el brillo de su mirada o si, por el contrario, me pasaría desapercibida.

Bruixa

Relatos FM

LA VISION DE UN MUNDO SIN NATURALEZA



Érase una vez un joven llamado Cristhian pero sus amigos le decían Cris, el tenia dieciséis años de edad, y acababa de salir del bachiller, era un  joven muy particular,  ya que detestaba la naturaleza, le fastidiaba los árboles, las flores, todo lo relacionado con la ecología, ya que él quería vivir en un mundo donde solo hubieran edificios, centros comerciales, industrias. Así que botaba grandes cantidades de basura a el suelo, para que toda la naturaleza se acabara, sus amigos junto con sus padres lo aconsejaban de cambiar su pensamiento y su visión de un mundo sin naturaleza, pero él se negaba a los consejos de las personas y seguía empeñado en su misión, un día como cualquier otro el joven se fue a dormir en su cómoda cama, y se puso a pensar en lo feliz que estaba haciendo quitando el verde del mundo y hacer crecer el gris, he incluso pensaba en no necesitar el agua y así todos podían tomar esas deliciosas bebidas saborizantes que tanto le gustaban, y se quedó dormido imaginando todas estas cosas.
Cuando Cris despertó se dio cuenta que el sol no entraba por la ventana como siempre lo hacía en las mañanas, un poco extrañado por esto miro a ver qué era lo que ocurría y se dio cuenta que el cielo estaba completamente cubierto por un tipo de humo gris, lo que se le hizo más raro aun es que no eran nubes de lluvia, sino algo más espeso y oscuro, corrió rápidamente a decirles a sus padres lo que ocurría esa mañana, pero ellos no le prestaron mucha atención, diciéndole  que eso era normal en el mundo, el chico completamente confuso salió de la casa a preguntarles a sus amigos que era lo que pasaba pero de igual manera le respondieron lo que sus padres le habían dicho, Cristhian comenzó a enfadarse un poco por la actitud de sus amigos y familiares y pensó que le estaban jugando una broma, entonces dijo que si ellos podían hacerle una broma a él, pues él también le aria una a ellos, y se fue a una de las colinas que había en la ciudad pero al llegar lo único que vio fue un inmenso centro comercial, y se dijo a el mismo, que nunca había visto que estuvieran construyendo algo ahí, debido a que el estado cuidaba bastante esa colina por la gran variedad de árboles que salían del lugar, mas desconcertado el joven siguió caminando por la ciudad y vio en el centro una gran fábrica nuclear la cual de ella salía un humo gris que cubría todo el cielo, entonces entendió que de esa lugar provenía ese humo negro y espeso, pero él nunca había visto eso allí, y le pregunto a una señora que pasaba por la calle, que cuando construyeron esa gran fábrica, la mujer le respondió que siempre ha estado ahí, entonces el comprendió que el mundo que siempre había deseado se presentaba delante de él, con gran felicidad se fue a su hogar y se dio cuenta que ni agua había en el lugar, y solo servían sus deliciosas bebidas.
Todo esto paso por un muy buen tiempo, podrían decirse que semanas, Cristhian estaba tan feliz ya que también se dio cuenta el incremento de centros comerciales que había en la ciudad, no encontraba nada de vegetación y caminaba contento por las calles. Un día su madre enfermo de repente y tuvieron que  llevarla al hospital, nadie sabía el porqué de su situación, el joven comenzó a impacientarse, debido a que quería mucho a su mama, pero un día los doctores encontraron la razón y se la dijeron a sus familiares, el chico se llevó una gran sorpresa cuando se la dieron, y era por el humo que generaba las grandes empresas, Cris muy triste no quería que su madre pasara por esa situación y le preguntaba a los médicos que podría hacer para que la señora mejorara, pero los doctores le dijeron que la única era cerrar esas fábricas y respirar de nuevo un aire puro el cual lo generaban los árboles, pero eso era imposible ya que la gente necesitaba esas industrias y que además no habían árboles en todo el mundo, el chico enfureció, se fue del hospital tan enfadado por lo que estaba pasando, pero en una parte él estaba feliz ya que no se veía el sol y ya no sentía que le quemara la piel, pero por otra el amor de su madre era más fuerte que cualquier otra cosa, al pasar las semanas la madre de Cristhian enfermo más y pedía a gritos un vaso de agua, el chico triste al escuchar a la mujer se sentía culpable y le pedía perdón, pero la señora ingenua le decía que no era la culpa de él, si no la de las personas que convirtieron al mundo en lo que hoy en día era, diciendo estas palabras el joven se sintió tan culpable, ya que él era el que quería esto, no sabía que hacer el joven, y pensaba todas las noches como resolver eso, hasta que el día menos esperado su madre murió, entre llantos enterraron todos a la señora. Cris se le acerco a su padre y le dijo que los perdonara, debido a que las últimas palabras de su mama fueron, que desearía el mundo como estaba antes, pero el papa no entendía el perdón del hijo, y le dijo que pedir perdón no arreglaría las cosas ni mucho menos traería a la vida a la señora, también le comento que debimos pensar las consecuencias de nuestros actos antes de que las cosas pasen, estas palabras le llegaron al fondo del corazón al joven y comenzó a concientizarse que la naturaleza era vida y que sin ella poco a poco íbamos a morir todos, con el paso del tiempo la gente empezó a enfermarse de lo mismo que sufrió la madre de Cristhian, el joven comenzó a preocuparse más ya que él también podría recibir la enfermedad. Emprendió un viaje a las afueras de la ciudad en busca de un lago, un rio o al menos un charquito, donde pudiera saciar su sed, de igual manera buscaba un árbol, para poder sentarse allí y respirar un buen aire, pero no encontraba nada, solo edificios y más edificios, pero no se rindió y camino lo más lejos que pudo, hasta que encontró un lago, pero para su asombro estaba completamente contaminado, flotaban en el los peces que habían muerto debido a la contaminación, a  su alrededor la tierra estaba muerta, tan estéril que no se veían muestran ni de una flor, Cris comenzó a sentir un fastidio en su respirar, tosiendo en gran cantidad se sintió tan cansado que cayó al suelo y desmayo.
Al despertar observo que estaba en el hospital y que su padre estaba acompañándolo, el cual le conto que un grupo de personas que habían en el lugar lo había encontrado, trayéndolo allí, y que para más problemas estaba enfermo de los pulmones, al escuchar estas palabras el joven se sintió tan mal, ya que lo único que él quería era tener una vida civilizada, con grandes empresas, lugares finos donde comprar su ropa, que las verduras y frutas eran feas y no las necesitaba, entonces le conto a su padre que la culpa era de él ya que siempre quiso una vida así, pero nunca se imaginó la realidad del asunto, que todo lo ecológico fuera tan importante en nuestras vidas, el padre le dijo que él tenía una parte de la culpa, pero que una sola persona no podía generar todo esto, que esto se lleva con los años y con las personas, así que no se sintiera tan mal ya que personas con ese pensamientos las ahí a montones, pero cuando se dan cuenta de la realidad, a veces ya es muy tarde. El chico sintió como su corazón se forzaba a latir, se despidió de su padre y cayó en sueño profundo.

Al despertar realmente observo el sol como le daba en su rostro, estaba tan asombrado que se encontrara sano en su cama y miro rápidamente por la ventana, observando el hermosos día de verano que hacía en la ciudad, y como la brisa acaricia su piel, dio un gran suspiro, sintiendo como el puro aire entraba por sus pulmones, corrió rápidamente a la cocina y encontró a su madre sirviéndole el desayuno, y la abrazo como si jamás en su vida la hubiera visto y sintió una infinita felicidad al verla, la mamá se sorprendió por la actitud del joven abrazándolo también, preguntándole que le pasa, el joven no le respondió por un momento, pero cuando lo hizo le dijo que gracias por todo y que iba a seguir el consejo que ella siempre le había dado de cuidar el medio ambiente ya que era fundamental para los seres vivos, la madre muy feliz por la actitud de su hijo le dijo que era lo mejor.
Y así fue como el joven Cristhian cambio su forma de pensar, ya que él dice que tuvo una visión de un mundo sin naturaleza y que fue la peor experiencia que pudo tener, comenzó a contar esto a sus amigos, a los jóvenes, a los niños, a todas las personas que creía conveniente, también con el pasar de los años creo una fundación que se llamaba para un mundo libre de humo gris, la cual le fue bastante bien tratando de concientizar al mundo del cambio que debemos realizar, para un vivir mejor.

EDERSON ZEA

Relatos FM

El Astrónomo y la Niña que soñaba con estrellas de fuego     



"Cuando tu mirada cruce el ojo del telescopio descubrirás la estrella UKB56 y quizás en ese mismo momento, allá en el infinito, la estrella ya haya dejado de existir. ¿Cómo? El destello que ella emana, debo aclararte Mabel, se desprendió hace millones de años luz, es decir, que la UKB56 está tan lejos que cuando observes el brillo ahora; allá en el borde del universo; ella habrá dejado de existir", dijo Isaías, el astrónomo, mientras enfundaba el telescopio y lo giraba a sesenta grados en la azotea de la calle Liniers, casi en paralelo con el horizonte que ya empezaba a clarear.

Ella mezcló la leche en el café y mientras giraba la cuchara con la intención de endulzarlo, pensó que una especie de Vía Láctea se había formado en el recipiente. Mientras, creyó beberse al Sol. Luego, se tocó los labios y el Sol no era más que un trozo de bizcochuelo que había caído en la taza desde la cesta que Isaías sabía subir a la terraza; con la idea de cumplir el ritual de  todos los miércoles a la mañana: desayunar y ver las estrellas.

Desde que la madre de Mabel comenzó a trabajar planchando ropa para toda aquella gente que tenía muchísima ropa aunque poco tiempo para vivir o planchar, la pequeña comenzó a quedarse con Isaías porque no tenía hermanos que la cuidasen y mucho menos tenía padre. Isaías se había  ofrecido a cuidarla una mañana que se cruzó con la madre de Mabel mientras esperaban turno en la farmacia. Al menos; dijo, la cuidaría los miércoles hasta la hora del colegio.

Mabel apenas tenía nueve años y no había entendido la ecuación espacio - tiempo que Isaías había intentado explicarle. Ella creyó que mientras no mirase a la estrella el astro seguiría existiendo. Así; esa mañana prefirió esperar y sólo se dedicó a desayunar.

Con un ademán suelto, casi liviano, Mabel indicó a Isaías que por el momento prefería esperar, cuestión que El Astrólogo no entendió porque ella siempre quería observar por el telescopio; todos los miércoles; bajo el frescor de la mañana. Los dos pasaban las horas allí, sin más que el telescopio y una mesa donde colocaban las tazas, la cesta de las masitas y un cuadernito verde donde Mabel apuntaba o creía que apuntaba la ubicación de distintas estrellas.

Este mapa carecía de precisión para un adulto aunque era comprensible, por no decir fantástico, para la mente de un niño. Algunas coordenadas decían algo como:

"Constelación de Orión: ubicada sobre el patio del colegio y suele ocultarse al momento de izar la bandera. Venus: que es un planeta aunque brilla como una estrella está sobre la farmacia de Don Carlos y sólo se puede ver durante el mes de julio, el resto del año, el azul planeta decide irse del barrio. Las Tres Marías: siempre van tomadas de la mano y se las ubica sobre los techos del cine aunque durante los meses de verano, también se las puede ver sobre la ferretería casi unidas, como tomadas de las manos, sobre donde termina el toldo".



Después de desayunar y mientras el sol parecía teñir de púrpura el cielo; Mabel se dirigió al colegio y permaneció retrotraída, sentada en el pupitre, sin hablar con nadie, casi sin prestar atención, solo miraba por la ventana y de vez en cuando volteaba la cabeza para saber que hacían los compañeros, mientras ellos reían y emulaban aullidos de gatos, o saltaban como monos y de vez en cuando se tiraban de los pelos (aprovechando que la maestra no estaba) ella sólo los miraba como quien ve a un ramo de flores a punto de pudrirse y trataba, en su introspección, entender el orden biológico de la escena: verdor = pudrición.

Mabel a veces creía que todo alrededor estaba herrumbrado o podrido; como la tarde en la que vió a un perro de rojizo pelaje y creyó que estaba oxidado. Lo acarició y la mano se le manchó toda de óxido, como si el pelaje del perro desprendiese polvo ferroso. Luego, el animal ladró y ella corrió. Avanzó unas cuantas cuadras asustada a la vez que el corazón parecía se le encogía dentro del pecho. Al doblar por la esquina, notó que aún le retumbaba en los oídos el ladrido del perro oxidado; que se parecía al sonido de una sierra cortando un perfil metálico. Volviéndolo trozos. Cuando llegó a casa, Mabel no quiso contarle a nadie (y nadie sólo era la madre) lo que le había ocurrido con aquel perro oxidado y por la noche se preguntó una vez más porque no tenía papá.

Así, casi como aquella tarde, Mabel al salir del colegio no quiso hablar con nadie y comenzó a creer que el silencio era el mejor refugio donde podría cobijarse. Simplemente, llegó a casa, merendó y trazó una especie de tregua: durante un tiempo no miraría por el telescopio para asegurarse de este modo la existencia de la UKB56.

Tampoco decidió averiguar más acerca de la teoría espacio-tiempo, solo la entendió de este modo y no hizo más preguntas. Acostumbrada a esta escena, desde la vez en la que su madre le comentó que papá había salido de viaje y no había más que preguntar. Sólo eso: se había ido de viaje.

Pasaron las semanas y el Astrólogo Isaías notó que la pequeña Mabel se había vuelto más introspectiva que de costumbre, que no miraba por el telescopio y que apenas comía los bizcochuelos que él sabía subir a la terraza con la intención de acompañar el desayuno.

Una mañana en la que Mabel se despertó de buen humor, casi feliz, se dijo a si misma que esta vez si miraría por el telescopio, que igual la estrella así como todo alrededor estaba condenado a desaparecer, tanto como el padre, ella no perdería la oportunidad de observar a través del telescopio, de darse la oportunidad de apreciar el especial brillo de la UKB56. 


Llegó a la casa de la calle Liniers y vió la puerta entreabierta, pensó que tal vez Isaías estaría en la panadería comprando los bizcochuelos. Ingresó casi sin hacer ruido. Subió a la azotea. Desenfundó el telescopio. Respiró profundo. Diciéndose a si misma la frase que su madre le había inculcado en el inconsciente tantas veces ("No más preguntas, no más preguntas") se prestó a mirar hacia el firmamento, que aún permanecía oscuro.




"No más preguntas, no más preguntas", repitió Mabel mientras descubría en la inmensa cortina negra que proponía el cielo a la UKB56. El Astrólogo Isaías tenía razón: el brillo que emanaba la estrella era hermoso y a la vez particular, un brillo blanco casi celeste, como si hubiese sido una lágrima colgando desde el cielo.

Dejó de observarla y movió el telescopio hacia donde siempre lo reubicaba Isaías cada vez que terminaba de hacer las observaciones: a sesenta grados con respecto al suelo, apuntando hacia las Tres Marías. Mientras lo enfundó, notó que las manos presentaban arrugas, y que la ropa había cambiado de color, como si se hubiese vuelto amarilla.

Bajó asustada las escaleras, con tanto miedo como el pánico que sintió la tarde en la que vio al perro oxidado. Notó que en las piernas también tenía arrugas y le costó bajar las escaleras. Respiró profundo. Arqueó la espalda, tomándose la cintura cuando llegó al descansillo y notó que su altura física había cambiado y que los huesos le dolían con cada paso que dio hasta el recibidor. Vio a un sujeto joven que leía los sobres de unas cartas, como si acabase de recibir correo. El sujeto, en cuanto la vio no se inmutó para nada. Sólo puso cara de preocupación al verla fatigada y casi sin aliento.

-  Disculpe ¿Y el Astrólogo Isaías? – preguntó Mabel a la vez que comprendió que la voz también le había cambiado, esta vez era de tono quebradizo. Gastado.

-  ¿Isaías? ¿Mi padre? Murió hace sesenta y dos años.

Notó Mabel, que al observar por el telescopio, la estrella UKB56 había desaparecido en el universo, a cientos de millones de años luz; mientras ella, en ese mismo instante, había consumido todo el brillo que la contenía.

Antón Solís