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Barra Libre... => Literatura => Mensaje iniciado por: Parlamento en Abril 23, 2013, 15:22:11 pm

Título: V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Abril 23, 2013, 15:22:11 pm
(http://img15.imageshack.us/img15/2035/cartelvedicin2013red.jpg)

Que mejor forma de celebrar el día del libro que anunciando una nueva edición de uno de los certámenes literarios con mayor proyección de la provincia, El concurso de relatos Fórum Montefrío

Con 5 años de trayectoria, más de 73.000 visitas a sus espaldas (21.000 en su edición anterior) y cientos de obras procedentes de los 5 continentes, presentamos la V Edición del Concurso de Relatos Fórum Montefrío.

Sin más, preparen sus plumas.

(http://img835.imageshack.us/img835/449/basesfrummontefro20131.jpg)

(http://img213.imageshack.us/img213/2751/basesfrummontefro20132.jpg)
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 08, 2013, 16:21:27 pm
Comenzamos a ver publicada la V Edición del Concurso de Relatos de Montefrío en las principales web literarias de habla hispana.

http://www.escritores.org/index.php/recursos-para-escritores/concursos-literario/8445-v-concurso-de-relatos-forum-montefrio-espana

http://www.concursosliterarios.net/v-concurso-de-relatos-forum-montefrio

http://www.deconcursos.com/
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 09, 2013, 11:54:11 am
http://www.tregolam.com/seccion/actualidad/16160/v-concurso-de-relatos-forum-montefrio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 09, 2013, 11:55:25 am
UN TRABAJO DIGNO

Las seis, José se levantaba intentando hacer el menor ruido posible, de hecho conocía cada centímetro de su colchón a la perfección y recorría, como cada mañana, el sendero marcado para tal fin, pero como era habitual, su mujer giraba la cabeza, lo miraba emocionada y le enviaba un sordo beso para que el bebé no se despertará.
Ya en la cocina, apenas daba tiempo para tomar al trago, un aguado café y mordisquear las dos galletas reblandecidas que anoche sus hijos no terminaron de comerse, todavía no había salido el sol, por lo que se ayudó de la luz del móvil, para bajar las escaleras sin tropezarse con algún juguete o monopatín furtivo y trastabillarse como ocurrió la semana anterior, suerte que fué en el penúltimo escalón.
Antes de agarrar el picaporte de la puerta, comprobaba que llevaba todo lo necesario en los bolsillos, las llaves del coche, el teléfono y la cartera; apenas si tenía veinte euros, pero ese era el presupuesto para el resto de la semana y estaba amaneciendo el miércoles. El frescor de la mañana terminó por despejarle totalmente.
En la calle comenzó a respirar más aliviado, había conseguido salir de casa sin que sus hijos se despertaran, lo que no sabía es que su primogénita, estaba asomada por el roto de la persiana de su cuarto y observaba como se alejaba con un sonrisa en la boca, pero le preocupaba que su padre saliese tan pronto cada mañana, que casi nunca coincidiesen al medio día para comer y que llegase tan tarde cada noche, que apenas si tenían un rato para jugar, pero ella se quedaba tranquila si lo veía sonreír y así lo hacía por tercer día consecutivo.
Llegó a la altura del coche, se paró en el parte trasera, miró hacía un lado y hacía el otro y le pegó un golpe a la cerradura con ambas manos, una por encima y la otra por debajo; acto seguido se abrió el maletero. No era un método muy ortodoxo pero a falta de pan… cogió una libreta pequeña, la abrió por la mitad y se puso a comprobar un cuadrante que había hecho a mano, miércoles 23, hoy toca reunión en la cede central con el inspector de seguridad. ¡*****! - Gritó enfadado.
Hoy será un día muy largo – se quejaba mientras ponía rumbo a su destino – pero no importa, ya estoy muy cerca, muy cerca – repetía mentalmente una y otra vez para animarse. Apenas si encontró algo de tráfico en su ruta, por lo que llegó hasta su aparcamiento a la hora prevista, desde allí podía ver con total tranquilidad como uno a uno iban llegando los distintos empleados a la empresa.
Como no, el primero el Seat blanco de Marta la secretaría, casi siempre era la primera en llegar, a continuación los BMW de los tres directivos, primero Alejandro, segundo Antonio y por último Raúl. Ahora el turno de los administrativos. Luís con el Ford negro y Luisa con el… un momento, este coche es nuevo… haber donde aparca… sí es Luisa no hay duda, habrá cambiado el coche. Ya no debe faltar mucho para que llegue.
Ay está el Audi negro, se introduce lentamente en su cochera techada, abre la puerta, saca la pierna izquierda, deja las gafas de sol en un pequeño compartimiento del apoyabrazos delantero, coge el maletín, lo coloca en su asiento, sale del vehículo, estira las arrugas del pantalón, abre la puerta de atrás, coge la chaqueta del traje, se lo pone, primero la manga derecha, luego la izquierda, se abrocha los botones, se mesa el pelo, coge el maletín, cierra la puerta y se aleja pausadamente mientras práctica su sátira sonrisa…el mismo ritual de cada día.
Bueno ahora toca correr para ocupar mí lugar – pensaba mientras sacaba la bolsa de deporte del coche; por la parte trasera de las cocheras de la central, había una obra abandonada, era un edificio de oficinas que el promotor no tuvo tiempo de terminar antes de declarar la suspensión de pagos, pero que ha José le venía muy bien, pues desde allí podía ver muy de cerca el despacho del Director General.
Toda la obra estaba recubierta de polvo blancuzco, excepto el camino habitual que lentamente había despejado con sus botas con el paso habitual de los días; llegó hasta su “despacho”, depositó la bolsa en una mesita y sacó los prismáticos. Sabía perfectamente hacía donde debía mirar, la tercera ventana de la izquierda del último piso; cinco, cuatro, tres, dos, uno – contaba mentalmente – “y eh voila” – gritó mientras el director aparecía en el visor.
Bueno, ahora a esperar – se dijo mientras tomaba asiento, normalmente tenía un par de horas, hasta que comenzaba la ronda de visitas y aquella mañana no iba a ser diferente, la secretaría con los contables, la secretaría con los directivos, la secretaría llevándole el café, la secre.. y ahí su mente desconectó, se quedó de pie quieto sin mover un solo músculo, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida hacía el suelo. 
Estaba pensando en su hija, que era muy buena y ayudaba mucho en casa y más ahora que desde la llegada del pequeño se habían convertido en familia numerosa, familia numerosa, su abuela si que tuvo una familia numerosa, con ocho hijos no ellos que solo habían tenido tres, pero que gracias a la reducción tenía la ayuda del gobierno, hasta que decidan no renovarla y entonces no se de que vamos a comer, y como podré llevar mis niños al colegio y – de pronto comenzó a enfadarse.
Pero ahora no puedo pensar en eso – se dijo mientras sacudía la cabeza – tengo que centrarme en mí trabajo. El jefazo estaba sentado en su sillón con los pies apoyados sobre el escritorio, mientras hablaba enérgicamente por el teléfono, entonces pasó algo muy extraño, colgó con mucha violencia, se levantó y se pudo a mirar por la ventana.
Entonces, por un acto reflejo, José se agachó, estaba mirando en su dirección y lo hacía muy atentamente, ¿Se habrían percatado de su presencia o quizás alguien le había visto merodear por el edificio colindante?, comenzó a ponerse muy nervioso, le sudaban las manos y la frente, el director había fijado la mirada hacía su posición. Pero al cabo de unos minutos se dio cuenta que en realidad no le estaba mirando a él, tenía una cara que no había visto antes en los últimos meses, parecía cariacontecido, entonces se fijó en que se rascaba el antebrazo derecho con mucha asiduidad. Estaba nervioso, algo le había alterado.
Salió corriendo en dirección a su cochera, tuvo una corazonada y quiso estar preparado, en poco más de cinco minutos vió como el coche negro salía del aparcamiento, tenía más prisa de lo habitual, pero José estaba dispuesto y no lo iba a perder, por el momento seguía por la ruta hacía casa, pero en una rotonda giró a su derecha y cambió el itinerario. 
Era la primera vez que se adentraba por aquel barrio de la periferia, pero lo hacía sin dilación y con mucha decisión, sabía por donde andaba, pues eran calles angostas, con constantes cambios de sentido y muchas calles peatonales y sin salida, pero que sorteaba sin dificultad.
Hasta que llegó a una casita blanca que parecía estar sola en mitad de aquel caos de pisos que la rodeaban, se bajó del coche, pulso el cierre y las luces parpadearon varias veces, había puesto la alarma, al trote, José descendió a toda velocidad de su auto, portando una cámara de fotos con un gran angular, no sabía por donde situarse hasta que por la parte de atrás de la casa localizó una ventana.
Con el corazón en un puño se acercó, le temblaban las piernas, pero ahora no podía perder la oportunidad, y con todo el pudor del mundo se asomó y efectivamente pudo ver al director general dentro de aquella casa, sin pensarlo comenzó a tomar fotos.
¿Ya estás aquí, no te esperaba tan pronto hoy? – le preguntó su mujer, el no dijo nada pero su cara de felicidad lo delataba - ¿Lo has…? – y le mostró la cámara igual que un cazador alardea de la pieza cazada. Los dos comenzaron a llorar, habían sido muchos meses de esfuerzo y penurias, pero al final, el trabajo bien hecho tendría su recompensa.
Se pasó toda la tarde con sus hijos, jugando, cantando, saltando pero sobre todo acariciándolos, abrazándolos y besándolos, los pequeños se hartaban de tantas carantoñas y salían llorisqueando en busca de su madre, pero la mayor no se separaba de él ni un instante, intuyendo que todo había cambiado.
Por la mañana no tenía que madrugar, pero los nervios le hicieron levantarse a la hora habitual, se duchó tranquilamente, no recordaba la última vez que lo podía hacer sin prisas, se afeitó y se puso su mejor ropa, unos pantalones de vestir muy usados, una camisa blanca que amarilleaba por las mangas y unos zapatos sin apenas suela. Se despidió de su familia y cogió un sobre donde metió las fotos que la noche anterior seleccionó.
Esta vez no tenía que aparcar a doscientos metros de la cede, sino que se introdujo en el Parking de visitantes, y se dirigió con parsimonia hacia el despacho del director general, en cuanto lo vió la secretaría le increpó que se presentase así, pero insistió en verlo, ante las constantes negativas, José le dijo que le entregara el sobre que era de vial importancia. Ella accedió y le pidió que esperase un momento.
Delante del jefe se burló de su atuendo y este, totalmente relajado compartió con ella las burlas, hasta que abrió el sobre, se le congeló la cara y le pidió a su secretaría que le hiciese entrar inmediatamente.
¿Cómo ha conseguido usted, estas fotos? – le preguntó profundamente molesto, no puedo desvelar mis fuentes - ¿No será usted periodista? Porque le puedo asegurar que – no se preocupe, esto no saldrá de aquí, mientras lleguemos a un pacto satisfactorio para ambas partes. - ¿No nos conocemos? – entonces le vino a la mente todas las veces que tuvo que disfrazarse para hacerse pasar por electricista, por fontanero, por informático para sacar fotos de la agenda y los papeles del maletín y así poder hacerle el seguimiento – No, no me consta.
Le puedo decir que no soy un hombre rico, tengo muchos gastos y… - no quiero dinero, lo que quiero es ésto –sacó un pequeño recorte de periódico de su bolsillo, lo desdobló y se lo entregó.
El Jefe se acercó temeroso, alzó mucho el cuello, se reclinó hacía delante y leyó: “Importante Empresa de ámbito nacional, precisa un vigilante de seguridad para sus instalaciones, Interesados enviar currículo a…”
Se quedó atónito, después de reflexionar brevemente le respondió – bueno si solo es eso délo por hecho.

KIKIOCHO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 09, 2013, 12:03:59 pm
EL CAYUCO

Joy tiritaba de frío con el terror inscrito en los ojos cada vez que veía acercarse una ola amenazando con un sordo sonido con hundir la nave al estrellarse contra su casco. Con la mirada perdida en la inmensidad azul del Atlántico, se aferraba con todas sus fuerzas al cadáver de su madre mientras se debatía por liberarse de aquel simple par de endebles pañuelos que lo ataban a su cuerpo convirtiéndose en una prisión  en aquella trampa mortal  a la deriva.

A su lado Abdi, un antiguo niño soldado que había desertado a los diecisiete años  poniendo pies por tierra a través de media Africa, se deshacía en arcadas por el vaivén de la embarcación.

Joy pugnaba por sobrevivir en medio de un océano de orines, vómitos, botellas vacías de agua y un sembrado de cadáveres.  Algunos se habían precipitado desde el bote al agua para desaparecer.

En mitad de ningún lado era incapaz de comprender  por qué su madre había llegado incluso a prostituirse para juntar el dinero del pasaje de punta Cires a punta de Oliveros, donde aguardaba si no el Paraíso al menos la promesa de una mejor vida.

Abdi miraba al pequeño con inusitada ternura. Desde que había subido al cayuco no había podido dejar de sentir un inexplicable lazo que lo unía a él. El desertor valoraba que seguramente se debía a las adversas circunstancias en que lo había conocido, o que en algún resquicio de su alma comenzaba a aflorar algún sentimiento humano por tanto tiempo arrebatado por sus antiguos captores.

Tal vez era simplemente respeto humano o por lo humano, que durante tanto tiempo había permanecido enterrado en el fondo de sus entrañas para no ser pasto de sus superiores por mostrar la más mínima debilidad.

O quizá que en aquella terrible travesía por primera vez en mucho tiempo veía en Joy a un simple niño y no a un soldado del que tener que defenderse.

Por un momento estuvo a punto de acariciar su cabeza cuando se detuvo a recordar cuando él tenía aproximadamente la misma edad.

Abdi aún permanecía absorto en sus recuerdos cuando una ola de metro y medio golpeó la patera obligándole a sujetarse con firmeza para que el mar no lo tragara. Oteo hacia el horizonte intentando advertir la costa de Tarifa sin que por más que se esforzara fuera en ese instante capaz de ver en la lontananza tierra firme.

El océano era sin duda un enemigo desigual. Nada parecido a ningún soldado contra el que en un pasado hubo de guerrear.

Joy se entregaba al esfuerzo imposible de mantenerse con vida al punto de la extenuación, inmovilizado por la baja temperatura, con el pensamiento insomne en dirección a España, donde según su madre ya no pasaría privaciones ni hambre. Volviendo la vista atrás el pequeño revivió por un momento un interminable éxodo desde el África negra montado a lomos de su madre en todoterrenos, camiones y trechos a pie en mitad de la sed, del hambre y de la nada.  Luego vendría la frontera entre Argel y Marruecos, aquella tierra de nadie que sus padres habían calificado de infierno.

A su padre lo había acuchillado un marroquí que extorsionaba a sus padres por su estancia ilegal en el Sagel, mientras su madre reunía dinero suficiente para cruzar el estrecho saltando de cama en cama.

Joy veía cómo se le escapaba la vida en medio de aquella solitaria nausea, resistiéndose como podía a morir, aferrándose al deseo de su madre  de alcanzar la orilla opuesta.

El fino oído de Abdi detectó el sonido d un motor en mitad de la marea. A punto estaba de pedir socorro cuando se percató de que eran hombres verdes uniformados. Miró a su alrededor buscando un arma con la que defenderse. Cualquier cosa valdría par el combate cuerpo a cuerpo.

Un golpe de mar lanzó a Joy fuera de la patera. Abdi se tiró instintivamente  para salvarlo. Luchando contra el oleaje tiró del niño sobre la superficie del agua a punto ya de ahogarse, y en una desigual contienda contra las olas por mantenerse a flote lo lanzó hacia el bordillo del cayuco dejándolo  salvo, mientras él se hundía desapareciendo: había sido el único acto heroico de antiguo niño soldado que había realizado en toda su vida.  El Atlántico se encargo de acoger sus restos para siempre en sus profundidades.

Una sirena sonora y monótona aumentaba cada vez más el sonido por su proximidad en medio de un destello de luces azules y rojas.

—¡Atención, no se muevan! —gritaba un agente por megafonía— Vamos a proceder a abordarlos.

Joy aguardaba expectante a aquellos hombres vestidos de verde que navegaban bajo una bandera de tres tiras horizontales amarilla y gualda, temiendo sus últimos momentos , ya fuera porque se sentía  incapaz de continuar agarrándose al cayuco o porque aquellos piratas lo ahogarían, cuando ya medio inconsciente notó cómo lo arriaban a la patrullera y lo abrigaban con una manta.

—Mi Capitán, es un niño de unos siete años. El único superviviente —se lamentó el Guardia Civil dirigiéndose a su superior, y observando la costa africana sentenció—  El mar como siempre se ha cobrado su tributo, sin diferenciar a españoles de magrebíes, a cristianos de musulmanes.

—Todos tenemos derecho a perseguir nuestros sueños —contestó el oficial— aunque sea al precio de la vida.

Mientras se dirigían a puerto para desembarcar a Joy y darle atención sanitaria, por momentos dio la sensación de que el mar entonaba una triste canción por todos los que perecieron en el intento...

Maria Cazalla
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 09, 2013, 16:15:37 pm
                                             
SMS-SOS

     Qué difícil resulta, en ocasiones,  identificar un vacío.  Esos huecos que se van rellenando de fatuas ilusiones, acciones cotidianas, desperdicios varios…
      Pero ella sabía que  ese agujero negro existía. Ese abismo la succionaba hacía un cráter candente. No importaba que no quisiera darse cuenta, que intentase avanzar rodeando ese sargazo que trataba de envolverla y  ahogarla de una vez por todas y para siempre.
      Aquella mañana, él había salido con mucha prisa. Su móvil reposaba en la mesa, junto al jarrón de tulipanes recién cortados.
      Durante todo el día, esa presencia la perturbó enormemente. De todos modos, rodeó la posibilidad, actuó de forma ecuménica, se resistió a las imperantes ganas de…  que la acuciaban.
     Sólo cuando tuvo que retirar el jarrón para poner el mantel en la mesa, se detuvo un instante infinito. Contempló  el teléfono que, en ese momento, pareció responder a sus dudas. Lo cogió entre sus manos en una suerte de caricia lasciva.
     Actuó rápidamente, como si temiese su llegada y ella no supiera cómo… Los dedos le temblaban al buscar menú, opción mensajes (pasó por los recibidos de puntillas, sin ocurrírsele siquiera asomarse a ese campo vedado), escribir nuevo.
      La pantalla blanca se mostró ante ella desafiante, como una sábana tendida bajo un sol implacable de verano. Estática, inmóvil.
      Un olor acre despertó su mente desde la cocina. ¡La crema de calabacín se había quemado!
      Tecleó “Te amo”, opción enviar, teclado numérico…
      Inmediatamente, su móvil anunció la recepción de un mensaje.
      Corrió a la cocina y, en medio del desconsolador aroma a calabacín chamuscado, leyó el mensaje que acababa de recibir.
     Decía: “Te amo”.
     Y se sintió feliz.

PoetadelNorte
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 09, 2013, 16:21:51 pm
El infortunado final de aquel… (fuera de concurso)

Todas las noches mantenía esta práctica rutinaria; ineludible e indefectiblemente necesaria. Llenar un vaso de agua y llevarlo al lado de la cama, antes de sucumbirme en el sueño, era un procedimiento que realizaba casi por instinto.
Siempre tuve la inapelable necesidad de las hidrataciones nocturnas. Me despertaba sintiendo mi lengua reseca rozar el paladar con aspereza. Algunas noches solo ocasionalmente despertaba una vez, mientras que en la mayor parte de ellas eran dos las veces que solía hacerlo. Bastaba un solo trago de agua para volver a retomar el sueño.
Recuerdo aquella madrugada cuando desperté. Sentí mi boca seca,  percibí la sequedad de mi lengua árida. Estiré el brazo en la oscuridad pero no di con el vaso. Al encender la lámpara comprobé que no se encontraba. Rara vez olvidaba el vaso sobre la mesa de la cocina. Volví a buscarlo y lo encontré vacío. Lo observé y al deslizar el dedo por su interior comprendí que aún permanecía húmedo. Me pareció extraño porque recordaba haber agarrado la jarra y colmatar el vaso de agua.
Volví a la cama llevando el mismo vaso, luego de haberle cargado de agua. Llegué a pensar que no me encontraba del todo solo en la casa. Recordé las historias que la abuela Sara me contaba sobre los espíritus que nos acompañaban. Siendo demasiado adulto, me encontré un tanto asustado como aquel niño tras haber escuchado historias de espíritus.
A la noche siguiente, cierta curiosidad me llevó a modificar el procedimiento habitual. Como era de esperar, desperté a la madrugada. Mientras bebía el preciso sorbo de agua determiné, sin buenos argumentos, que la maniobra debía efectuarse en la oscuridad. Sigilosamente y posando las manos sobre los muros iba reconociendo el camino hasta llegar a la cocina. Ese era el momento. Al accionar la perilla de la linterna el haz de luz cayó justo sobre el cristal. Aún el agua continuaba dentro del vaso.
Al despertar por segunda vez volví a practicar la misma actuación, aunque con una variante. En el momento de encender la linterna observo que el vaso se encontraba vacío. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y percibí que no me encontraba solo. Nuevamente el tacto de mis manos contra los muros, aunque esta vez se mostraban temblorosas. Comencé a regresar a mi cuarto, con cada paso se acrecentaba la sensación de sentirme acompañado.
Continué olvidando intencionalmente el vaso con agua sobre la mesa. Meditabundo y abstraído, comencé a dormir menos durante las noches. Mi propósito era encontrar el momento justo de consumirse el hecho. La rareza me resultaba tan escalofriante como inquietante. Mi obstinación por el extravagante hecho llegó a desvelar mis sueños.
Noche tras noche, el mismo vaso con agua y el mismo vaso vacío. Aquel suceso que en un primer momento me despertaba curiosidad, se convirtió en una agobiante pesadilla.
La abuela siempre sostenía que aquellos otros moradores no ocasionaban molestias y que pocas veces se los podía evidenciar.  Por un momento los percibí, en medio de la oscuridad me sentí observado por ellos. Aunque no los podía ver sentí su presencia. Rogué a Dios que me ayudara a librarme de aquellos espíritus. La ingesta de algunos somníferos me ayudó a recuperar el sueño y pronto ya me encontraba dormido.
Mi intención era la de poner fin a toda esa enajenación. Envenenar el agua de aquel vaso me pareció ser una salida. Aunque no imaginaba que efectos pudiera tener sobre aquel espectro nocturno, aparentaba ser una posible solución a mi problema.
Sería la última de esas inquietantes noches. Tras llenar de agua el primer vaso, me dirigí con él a la habitación.  Al volver vertí cuidadosamente el ácido muriático dentro del segundo vaso y, como estaba estipulado, lo dejé sobre la mesa de la cocina.
Desperté por primera vez, tras beber el sorbo de agua decidí ir a la cocina. Con la misma actitud logré llegar al vano, al encender la linterna aún el vaso continuaba intacto. Volví a la cama a esperar que la sed interrumpiera por segunda vez mi sueño.
Desperté con una extraña sensación, no ingerí el sorbo de agua. Un intenso dolor arremetió contra mi vientre, pero no me imposibilitó llegar hasta la cocina. Allí me encontré con el vaso vacío. De pronto todo pareció girar ante mis ojos y un temblor sacudir mi cuerpo. Fruncí las cejas y cerré fuertemente los ojos. Todo fue oscuridad y sed…
Confirmo que fue grande mi sorpresa al caer en la cuenta de algo. La abuela tenía razón acerca de aquellos otros extraños moradores de la casa. A partir de entonces pasé a formar parte de esos habitantes etéreos que poseía la morada.
Ya no padecía de apetencia líquida por las noches, aquella que había sido mi único impedimento para tener un sueño corrido. Ya no más vasos con agua a la cama, ni vasos con agua sobre la mesa de la cocina, ni mucho menos vacíos.
Extrañamente seguí habitando mi propia casa con mi presencia insustancial. Dentro de un estado intangible, llevaba una vida incorpórea. Para mi sorpresa, insólitamente me encontré muy a gusto con mi nueva existencia.
Cada vez que escuchábamos a los actuales ocupantes hablar del suicidio del antiguo propietario, con cierta aprensión y turbación, estallábamos a risotadas.
Solo se había tratado de un absurdo accidente…Nosotros siempre recordamos mi desafortunada desdicha; un final singular y un tanto ridículo. Pasó a ser la anécdota más recordada entre los incorpóreos de la residencia; la llamábamos “El infortunado final de aquel sonámbulo”.

Marcus Jowen
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2013, 15:23:25 pm
Una Historia Más

Me llamo Víctor. Hoy cumplo veinticinco años. Mi compañía son dos policías del tamaño de gorilas que me llevan esposado y casi en volandas. Yo estoy callado. La única manifestación de todos los pensamientos y sentimientos que hay en mi interior es una pequeña lágrima que resbala tímida por mi mejilla. Pasan por mi mente un millón de recuerdos: mi madre llorando, el juicio, el cuerpo muerto de mi novia Rut…
Yo siempre he creído que los jueces eran justos. En las películas te muestran un juez buenazo y un abogado defensor que siempre demuestra la verdad. Pero ese sueño, esa venda, ha quedado destapada ahora para mí.
Sí, admito que Rut y yo ese día discutimos, por tonterías como siempre; yo me fui a un bar y bebí demasiado, pero no lo bastante como para no recordar nada. Al llegar a la casa que compartimos, la encontré en el suelo rodeada por un charco de sangre y con la mirada perdida a lo lejos. Me quedé perplejo. Lo primero que hice fue ir a cogerla entre mis brazos, sacar el cuchillo que tenía clavado en el pecho y llorar amargamente. Así, todo el mundo entendió que fui yo. Ya tenían las pruebas, el motivo y la oportunidad: la discusión, mi embriaguez y mis huellas en el cuerpo, el arma y en los alrededores. No lo entiendo. Yo la quería más que a mí mismo y que a cualquier otra cosa o persona en el mundo.
En fin, nadie me creyó. Tan siquiera mis padres y mi hermana. El único que me defendió como pudo fue mi buen amigo Iván. Pero no pudo hacer gran cosa para evitar mi sentencia: más de veinte años de prisión por asesinato con agravantes de ensañamiento y alevosía, sin contar con el maltrato de género.
Las esposas están frías y aprietan demasiado. Los dos gorilas me agarran con fuerza entre una multitud que grita: “asesino, asesino”.

Después de un largo viaje, llegamos a la cárcel. Me quitan mis cosas, me golpean, me dan ropa de cama y me llevan a mi celda. Una celda entre tantas otras. Por ahora no tengo compañero, y eso me extraña porque todos los demás presos están alojados en parejas. Es peor de lo que yo me imaginaba: será de unos 6 metros cuadrados, cerrada por completo con muros de hormigón; a la izquierda de la entrada hay una litera, vieja y con pinta de ser muy incómoda; en frente, una taza de baño sucia y; al fondo, una pequeña ventana de 20x20 que da a un patio amurallado. Por suerte se ve la luna de vez en cuando, y algunas estrellas. Entra algo de sol matutino. Parece que estamos en el campo porque se escucha algún pájaro y huele a flores silvestres; pero para mi desgracia, huele más a suciedad y sopa aguada que a otra cosa.

No se cuánto tiempo llevo aquí. Creo que van unos tres años. Tres años aguantando a mis compañeros, tres años aguantando sus abusos, sus groserías, tres años con la única esperanza de poder morir e irme con Rut, tres años viendo la luna detrás de mis lágrimas.
Durante este tiempo Iván ha venido a verme todas las veces que ha podido, que para mí siempre son pocas. Me contaba qué tal estaba mi familia, mis conocidos y el mundo en general. Siempre agradeceré su apoyo, sus palabras de ánimo y la esperanza que sembraba en mí. Hace ya mucho que no viene, no se que le ha podido pasar.

Otra vez es verano. El sol calienta los cuerpos, que desprenden peor olor que antes. Hoy el carcelero me ha prometido una sorpresa. Supongo que serán dos bichos, en vez de uno, en la comida. Para mi asombro, es un compañero de celda.
Es un hombre de unos cuarenta años, delgado, bajito y con grandes bolsas debajo de los ojos. No se qué decirle. Me saluda, le saludo. Le digo que su cama es la de abajo. Se hace el silencio durante unos minutos, que son eternos. La pregunta que tanto temo sale de sus labios: “¿Tú porqué estas aquí?” Pienso cómo contestarle.
- Por un asesinato que nunca cometí- contesté.
- Ah. ¿El asesinato de quién? ¿Cómo te llamas?- siguió.
- El de mi novia. Y me llamo Víctor.
- Yo me llamo Álvaro. ¿Quieres saber  por qué estoy yo aquí? 
No le contesto; sigo observando el cielo por el ventanuco.
- Pues por fabricar billetes falsos y hacerlos circular. ¿Sabías que te encierran por eso doce años?
Prosiguió con sus preguntas todo el resto del día. Y aunque yo no le pregunté nada, él me respondía solo. 

Pasaron las horas, los días, e incluso los años, pero Iván no venía a contarme la situación mundial.

Creo que hoy cumplo cuarenta años. Ni lo sé ni me importa. La vida en la cárcel es cada vez menos angustiosa. Dicen que a todo te acostumbras.
Me dicen que tengo visita - “¡por fin Iván!”
Llego a la sala. Me siento. Se abre la puerta. Veo deslizarse un bulto corpulento - “¿Iván?”- No, es mi madre.
- ¡Víctor, hijo mío!- grita.
- ¿Mamá? - pregunto extrañado - ¿Qué pasa con Iván?
- Sabía que me lo preguntarías. Hace unos catorce años tuvo un accidente de tráfico. Cuando venía con papá y tu hermana a verte a ti - De sus ojos empiezan a brotar lágrimas, todo su cuerpo se vuelve de piedra - No sobrevivió ninguno de los tres.
Ahora su cuerpo comienza a temblar como un flan; pero el mío, entre dudas, pensamientos y recuerdos, se queda petrificado. Lloro. Lloro en silencio, lloro con ella, solo, con Álvaro... ya sólo tengo a mi madre, y ella lleva setenta y dos años vividos y anda mal de salud; si yo pudiera cuidarla...

La cárcel empieza a ser mi hogar; Álvaro, mi hermano; sus muros, mi habitación de reflexión; los compañeros, mis amigos; los carceleros mis padres. 
Desde la visita de mi madre, todo parece menos difícil. Ya han pasado un montón de años; según Álvaro, siete u ocho.

Aún después de tanto tiempo, siento en mi interior la misma impotencia que el primer día, aunque ahora ya la ignoro. ¿Mi amor por Rut? No es igual que antes, evidentemente, pero hay noches que sueño que los dos somos jóvenes, que todo era como al principio, y que no había pasado nada; pero luego, luego el sueño se oscurece, surge una sombra conocida, pero desconocida a su vez, y esa sombra nos separa, la coge por el cuello cuchillo en mano y luego, después de estar un momento a oscuras en una habitación sin puertas ni ventanas, aparece muerta en el suelo. Esas noches me despierto de un sobresalto empapado en sudor y lágrimas.

- Me he enterado por ahí de una muy buena noticia. Te va a gustar – me dice Álvaro ahogado entre alegría y cansancio en el comedor – Han descubierto que tú no mataste a tu novia porque el que la mató ha confesado su culpabilidad ¡Vas a salir de aquí!
“Salir de aquí”. Palabras que resuenan una y otra vez en mi cabeza que, juntas, son un sueño vano en mí. No sé cómo reaccionar. Casi no puedo ni respirar para decir algo a mi amigo y compañero.
- Te habrás enterado mal. Además, ¿Quién confesaría un asesinato después de tanto tiempo?- Contesto.
- Pues alguien a quien le ha estado comiendo la conciencia todo este tiempo.
- Quita, quita. Prefiero no hacerme falsas ilusiones.
- ¡Qué suerte tienes! Vas a ser libre, y demostrado por la ley.
Tenía razón. A las pocas horas, cuando nos fuimos de vuelta a la celda, vino un vigilante que era amigo mío y con los ojos llorosos y una sonrisa en la cara me dijo:
- Libre. Libre y sin culpas.

Silencio en toda la cárcel. Todos se han quedado atónitos, incluido yo. No sé qué hacer, dónde mirar, qué decir, si saltar de alegría o llorar por todo y por nada.
Mi amigo carcelero me dice que me acerque a la puerta mientras él las abre. Una vez abierta la puerta Álvaro me abraza y me dice que nunca me olvidará. El carcelero también me abraza. No puedo hacerme a la idea de irme de mi “hogar” dejando todo lo que conozco atrás. Me dan mis cosas. Al verlas me emociono. Qué tiempos aquellos. Lástima que nunca vuelvan.

El sol quema mis ojos aunque es una tarde gris de otoño. Ya no recordaba como era la libertad de movimiento sin que nadie te diga donde tienes qué ir y que hacer casi en todo momento. Ahora en la calle me siento solo. No sé dónde ir, qué hacer, con quién hablar. Todo es muy extraño. La gente es muy extraña, visten estrambóticamente y tienen el pelo de colores.
Los pensamientos que se suceden en mi cabeza son muy variados. Por un lado, son alegres por haber salido de la cárcel. Por otro, de añoranza por todas las buenas personas que dejo atrás. Otros, de duda por no saber qué hacer. Y... ¿dónde va un hombre de casi cincuenta años como yo?
Vale, sé que tengo que buscar trabajo, pero ¿de qué? Me metieron en la cárcel cuando aún estaba comenzando a trabajar de mecánico y ya se me ha olvidado todo lo que aprendí. ¿Un piso? Pero si no tengo trabajo, de dónde voy a sacar el dinero para pagar un techo.
Tengo una idea de dónde hay un sitio en el que me acogerán con los brazos abiertos: mi “hogar” la cárcel, el lugar donde he pasado la mayor parte de mi vida, el lugar donde he aprendido todo lo que recuerdo y el lugar donde me daban un techo y “comida” gratis.
Incluso ya sé cómo volver...

Nekane FV
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2013, 15:34:55 pm
El dulce adiós

Recibí el golpe de frío de la calle en plena cara, como si de un latigazo se tratara. Aún no había cuajado el invierno y ya notábamos el rigor de su temperatura e inclemencias. Subí el cuello de mi abrigo. Hoy había salido pronto del trabajo,  sorprendería a Diana comprándole lo que se que le gusta, por encima de todo. Adivinaba el tintineo de sus ojos al verme con la caja, se la iluminan con lucecitas tibias, amarillas, como de mica, al darla el regalo; luego intentaría conseguir una velada como las de antes, cuando el tiempo se nos deshacía entre las manos y la pasión lo llenaba todo de deseo y palabras en un dialogo sin prisa, de miradas, de sueños compartidos.
 Hacía mucho que no nos dedicábamos momentos el uno al otro, que nuestras palabras se helaban antes de pronunciarse, que dejábamos pasar los días con diálogos iguales unos a otros, en donde cada uno sabía su guión y lo recitaba cambiando algún matiz. Ya no reía con el canto feliz de hembra confiada, ni miraba mis ojos para ver en ellos reflejado el deseo mordaz que me asaltaba nada más sentir su presencia.
Esta noche era buen momento para  hablar de nosotros. Tomar su mano entre las mías, mirarme en la profundidad de su mirada azul, perderme entre sus  brazo, esculpir con besos los labios y revivir los momento de intensidad de nuestro amor. Haría resucitar el rescoldo levemente apagado, y para eso, necesitaba llevarla su golosina, los marrons glacé que ella adoraba.
Parece que han pasado muchos años desde que la emoción embargaba nuestras vidas….y no ha pasado tanto. Unos meses, casi un año. Pero los sentimientos se diluyen en la cotidianeidad. La pasión en la rutina. Noto como las miradas antes irradiaban calor, ahora son destellos apagados de ojos moribundos. Nuestra piel que se erizaba al mínimo contacto mutuo, se muestra indiferente a las caricias que a veces nos prodigamos, más por costumbre, de día en día apagada la llama, que por verdadera pasión y sentimiento.

Subí al metro, adentrándome en las entrañas de esta ciudad que nos devora, a la vez, que hace que vivamos en alerta total, en  despropósito de carreras contra la naturaleza.
Iba apretado, entre gente desconocida, con la proximidad lejana de los extraños mezclados. Miraba sus rostros, que como el mío denotaban cansancio, sueño, en los momentos de recogida hacía el nido de cada uno. La expresiones eran quietas, indiferentes, cansadas, como la mía, imagino. Seres iguales unos a otros, cada uno con su vida a cuestas, con historias mezquinas  o heroicas, con felicidad o desgracia, pero sobre todo con sueño, con un halo de cansancio y tedio en la mirada que nos adormece y nos hace similares.
Ansiaba llegar a casa, entrar en la calidez del seno de mi hogar, retomar las costumbres que día a día habían  pergeñado el tiempo y los usos cotidianos.
Todas las noches tomo  ese caldo que ella prepara para dar tono a nuestro cuerpo cansado de la jornada. Encendemos la televisión, que con su cháchara consigue obnubilar nuestra mente y evitar la conversación que se pierde en las palabras no dichas y por ello olvidadas. Y si hablamos se dicen  cosas banales, esperando respuestas iguales a las de todos los días.
Hoy intentaré que sea algo distinto. Debía averiguar porque la mirada de Diana estaba  ausente .Sus ojos me huían desde hacía mucho, y su piel  me huye cuando la toco.
Quizá la rutina, que sin sentirla, asesina las pasiones y los sentimientos más profundos, había hecho mella en nosotros. La rutina,  que escarnece a la pasión más fuerte, que alivia el corazón más exaltado, había hecho presa en nosotros, nos estaba ganando la batalla.
Tiempos aquellos en los que nos prometíamos un romance perpetuo. Que con solo mirarnos nos estallaba el amor y sobraban las palabras para decirnos todo, con el cuerpo, con la mirada, con el roce ligero de una mano en la piel.
Corríamos a casa, desde donde estuviéramos, para consumar nuestro fuego en bloque, abrasados de pasión y de impaciencia.
El metro se iba llenado en una rotación constante, gente que subía, otros bajaban con pasos cansinos hacía un destino incierto.  Llegaba a mi estación, noté de pronto, que un leve soplo de miedo me contrajo el estomago, me sonreí por dentro, nada malo podía pasarme hoy, Diana me esperaba, cerca de mi pecho reposaba la cajita con sus marrons, y yo daría un giro a nuestra vida, para despertar el letárgico amor que posaba en ella.
Los  marrons glacé   eran su dulce favorito, se premiaba con ellos en circunstancias especiales,  o se compensaba de algún dolor o rabia, con uno, apenas dos, me encantaba contemplar cómo se llenaba la boca, cerrando los ojos irisados y dejaban que el dulce la embriagar de placer.

Yo asistía divertido a esa glotonería momentánea, deleitándome, a mi vez, con la belleza de esa cara atravesada de placer, recordando y recreando los momentos en que su gesto se deleitaba en mi cuerpo, que sutilmente se diluía bajo mi peso.
Amamos la belleza al conocerla, luego, pasa desapercibida en aras de la costumbre. Diana, había surgido como una luz, en mi vida mediocre, de persona normal, anodina. La dio luz, la encendió, hizo que los días que sucedían iguales unos a otros, se iluminaran como día de fiesta.
Así fue desde que la conocí,  sentía el milagro al verla despertar cada día en mi cama, al contemplar su belleza en mi vida. Hasta que la costumbre había tejido unas redes sutiles en mi cerebro. Su belleza era igual, el azul de sus ojos se tornaba, a veces oscuro pozo de añil, pero ella seguía bella como pocas, aunque ya no me diera ni cuenta, aunque ya no me sorprendiera ver los ojos irisados de mica, cada mañana al lado de mi cara.
El amor se había tornado costumbre y estaba ahogándonos, lo notaba, sabía que era  preciso reavivar el rescoldo, convertirlo en llama otra vez, incendiar nuestros días con un amor espeso, solapado, dejar que trascurrieran como al principio, cuando cada hora era una sorpresa contundente.
Llevaba los marrons y otras viandas igual de deseadas por ambos,  encaminé mis pasos hacía casa llevándolos muy cerca del pecho, como si quisiera imbuirlos de una pasión que alimentara el deseo de Diana, de no perder su admiración ni ese amor incondicional y ambiguo que como milagro había surgido, no sabía como.
Era muy pronto aún, le daría una sorpresa al verme llegar, sin esperarme, cenaríamos bajo la luz de la velas y haríamos el amor como en los tiempos de la premura pasional. Surgiría el milagro otra vez, y sus ojos volverían a ser brasas mirándose en los míos.
Al entrar, noté que la casa estaba más fría que de costumbre, había una ventana abierta en el salón, cosa extraña dado lo friolera que era ella, siempre amparada en sus largos jerséis, envuelta en la vieja manta que acolchaba su cuerpo frente al frio. Y de noche acurrucada entre mis piernas sorteaba las bajas temperaturas hasta la llegada del verano.
-Diana, cariño, he salido antes, tengo una sorpresa para ti-
El silencio me devolvió la realidad de estar solo en casa. Miré en las habitaciones, en la cocina, en el baño, nada, no había nadie. Solo la presencia gélida de una ausencia no esperada.
Al volver sobre mis pasos, casi me caigo, tropezando contra algo que me pareció un bulto en el pasillo, que antes, no había visto, por la falta de luz, o el exceso de entusiasmo al entrar en casa esperando verla aparecer .
Presioné el interruptor a fin de iluminar la estancia, en ese momento comprobé que el bulto con el que había topado eran las maletas de Diana. Estaban alineadas a un lado de la puerta de casa, dispuestas para ser tomadas en breve.
No entendía lo que pasaba ni que significaba lo que estaba viendo, confuso miré a mi alrededor, llevaba aún las viandas en mi mano.
En el aparador de la entrada había un sobre con mi nombre. Con mano temblorosa lo cogí, temiendo el destino  que su texto podía dar a mi vida, entendía que lo visto hasta ahora tenía trascendencia.
“Fernando, habrás visto las maletas y te estarás preguntado el significado de tenerlas ahí.
Están preparadas para que mañana vayan a recogerlas. Yo no tengo ni fuerzas ni valor para ir personalmente .
Estoy lejos, muy lejos,  me voy de ti porque no puedo soportar la lenta agonía de un amor que compartimos y vivimos plenamente.
Ha acabado Fernando, de eso tengo certeza, nuestro amor se ha ido, solo queda enterrarlo y eso lo tendrás que hacer tú solo, yo con cobardía que  no niego, huyo del dolor y me refugio en otros brazos.
No me busques ni intentes hacer nada por retomar lo nuestro, se ha ido, se ha acabado, es mejor asumirlo. El tiempo se consumió y el dolor de vernos languidecer sin la pasión de antaño, se me antoja insufrible.
Simplemente no podría soportar un día más sin ver  el deseo en tus ojos.
Diana”
Dejé los marrons en el viejo aparador de la entrada, mientras contemplaba las maletas y mi vida pasar entre ellas. Mi vida sin ella, y los días que quedaban por vivir, anodinos, espesos, entre la niebla de la desesperación y el sueño de volver a estar solo.
Al menos nadie enfriaría mis pies en mis noches de soledad, pensé de momento. Lentamente me desprendí del abrigo, dejé los marrons sobre la mesa, los saqué de dorado tarro que los contenía y fui aplastando uno tras otro, con la fuerza de mi mano, con toda la fuerza de la que fui capaz, hasta hacer con ellos una pasta espesa, blancuzca, azucarada, quizá como mi vida.

Mrjt
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2013, 15:39:57 pm
(Necesito Amor) Quiero Desangrarme en Besos

I

Estoy en la oficina. Son como las ocho de la noche. En  aquel entonces trabajaba en la ciudad de Lima para la compañía “T”. Mi cargo era de Asesor Legal. Al menos eso me dijeron. Y yo les creí. Pero eso es otra historia. Ya no importa más. Aparece Multitud. “Vamos a dar una vuelta por ahí, doctor”, me dice mi jefe que lleva puesta una corbata de estreno. Yo sé que eso significa una sola cosa: ir de putas.

Diré de paso que Multitud acababa de regresar de Jujuy, Argentina, donde había participado en un cónclave de la Iglesia Maradoniana.

Piernas interminables y divertidas. Talle largo. Carita de “yo no fui” y expresión de no-me-olvides. Diecinueve añitos. Diecinueve. Entalladísimo y brevísimo vestido negro que deja ver en todo su esplendor eso: larguísimas y divertidas piernas. Linda personita, realmente.

Yo como siempre, pues, mirando de lejitos. No olvidar, el astronauta de farmacia  ha venido al “Glass 39”. Y como buen desorientado astronauta está dando vueltas sobre su propia órbita cual errante asteroide de trayectoria indefinida. Son territorios desconocidos. Ajenos pero, permítanme el oximoron, inmensamente entrañables. En ningún otro lugar de esta república hay tanta vida. Tanta arrechura.  Disneylandia para adultos. Qué puedo hacer. Tengo un marcado lado dionisiaco. Creo que fue Wilde quien dijo, “Soy un subversivo dionisiaco pero también a veces, contadísimo con los dedos de la mano, soy un caballero apolíneo”. Me siento bien dentro de mi propia piel.

“I feel the pills kicking into my bloodstream”.

Retomemos. Me dice que se llama Francis. Hablamos cuatro trivialidades. Me cuenta que al día siguiente tiene examen de Filosofía II en la universidad. Se pone seriecita. De Descartes a Kant, me dice. Pienso: “cartesiana la niña como buena latina que es”. ¿Pero qué tienen que ver las chicas brutalmente lindas con la Filosofía?

Le acaricio los muslos. Muslos blancos y hermosos. Duros.  “Do you work-out, really beautiful long-legged hooker? Muslos con textura de piel de gallina. No hay calefacción. Nos besamos. Lengua. “Señor, no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

“Cien dólares”.

Eso fue lo que me dijo la princesa con desdén de “tómalo o déjalo”. “Lo que ves es lo que llevas”, me dijo mientras me mostraba la parafernalia.

Pero yo tengo un problemita. Pequeño detalle. No tengo ni un cobre partido por la mitad. Odio las tarjetas de crédito.

Me acuerdo que no he venido solo a este santuario. Más allá está Multitud. Y Multitud está en su papayal. 

No puedo prestarte plata, me dice el muy condenado de Multitud. Pienso: No es que no puedes, es que no quieres,

Una vez fuera, ya en mi 64’ Blue Chevy, solo, sigo pensando: “Qué ***** tiene que ver la profesión más antigua del mundo con la terrible modernidad del dinero”. No es sólo una obsesión inocua. Es una soberbia estupidez. Me río nerviosamente. Bueno es esto de nacer con manos.

Sintonizo una estación de radio de baladas románticas.

Pensé en ti.

II

Esta vez el  lugar señalado es el “Moonlight”.  Me da risa el nombre. Allá por 1987 pasaban en la TV una serie policial con ese mismo nombre. La veía con Ella todos los sábados a las ocho de la noche (¿Te acuerdas?). Mientras Ella (inolvidable “Double Cherry Pie” aun cuando ahora me odies con toda el alma) suspiraba viendo actuar a un jovencísimo Bruce Willis.

Volvamos al Moonlight. Esto es, a la casa de tolerancia. Entré al local con Multitud. Este literalmente se confundió con el resto de gente y le perdí el rastro. Yo me senté en la barra del bar. Vodka Tonic. Pole Dance. Putas van, putas vienen. Fumo, fumo, fumo. Me siento perdido. Astronauta de farmacia. Prófugo de la vida.

Se me acerca una mujer. Es del asunto. Me pregunta si quiero que me presente a una chica. Yo por dentro: “Debe haber notado mi cara de extraterrestre”. Y entonces aparece ella. Si en ese momento toda la felicidad que podía existir en la ciudad de Lima se corporizara hubiera tomado la forma de ella: Katty. Así se llamaba. Katty. Obviamente su inconmensurable felicidad no se debía a mí. No. Yo sólo soy un low-rider.  Ella era así. Feliz. Al menos hasta ese momento eso era lo que yo creía. Y uno cree tantas cosas. De ahí todos  los contrasuelazos. Tantas veces, patita.

Me distraje. Volvamos a Katty.  Yo seguía sentado en la barra del bar. Conversamos algunas trivialidades. “Además de tener un culo de princesa tienes ojos muy bonitos, de gata”, le dije. Se cagó de risa: “Sí, Vincent, a mí me dicen la gata porque me encanta la rata”. “Chica de su casa”.

Antes de continuar con la historia, quisiera decir algunas cosas sobre el puterío. Sí se quiere, es una apología a la sinceridad, a la cara al sol. O en todo caso, una diatriba o acerba crítica a la mendacidad.

Aquí viene: El Sartrecillo Valiente que ahora es Nobel, en Pantaleón y las Visitadoras ya nos insinúa la función social que cumple la prostitución. Pero por ahí no va la cosa. Ese no es el punto. No me interesa. Planteo algo infinitamente más pedestre. Como no podía se de otra manera. Mi hipótesis es que cuando uno lidia con una **** sabe de antemano las reglas del juego. Sabe bien quién esta enfrente, abajo, delante, arriba o al costado de uno.  Ella tiene un precio. ¿Tienes el dinero? Entonces puedes entrar. Ella sabe lo que vale. Tú sabes lo que ella vale. Salvo que seas muy open-minded o un loco de atar nunca tomarías en serio a una ****.

Some girls, however, are practiced at the art of deception. Las amateurs. Las diletantes. Amateur es el que ama. Diletante es el que se deleita. Amor al arte. Siempre dispuestas a dar gato por liebre. A envolverte en un velo epifánico. Parafraseando el comentario de un periodista del NYT sobre un colega suyo, puedo afirmar que, “Conoces a una chica y te enamoras de ella, te comprometes con ella, y ella resulta ser una perra y una intratable y brutal promiscua”. Mendacidad. “Señoritas hijas de algún felón convicto cualquiera”.

Así que mujeres del mundo, a portarse bien, pues como dice Ribeyro, ustedes serían más bellas si se dieran cuenta hasta qué punto la maldad las afea.

Ante ello, ¿Qué hacer?-como diría Vladimir Illich Ulianov, Lenin para los amigos. “Concéntrate y observa”, me dijo alguna vez la hermana de un amigo. Resulta que la aludida hermana era más fácil que la tabla del uno. “Lee atentamente la contratapa”, agregó.

Que quede meridianamente claro que no tengo absolutamente nada en contra de la sexualidad de las mujeres -no soy Santo Tomás de Aquino. En hora buena. Es la naturaleza, y la naturaleza es sabia. Por ahí no va el tema. Miss Witherspoon, el personaje de Paul Auster en la novela Vértigo, dice al respecto que, “Bien, un hombre tiene que cumplir sus deberes. El no puede dejar a la chica excitada y seca por dos meses y asumir que se va a salir con la suya. Así no funciona. Una zorra necesita amor. Necesita ser alimentada, tal como cualquier otro animal”. (La traducción es mía).

Rigurosamente cierto.

No es pues, como decía Marilyn Monroe en un improbable despliegue de cucufatería y actitud moralista: “I don’t believe in casual sex. Right or wrong, if I go for a guy, I feel I ought to marry him. I don’t know why. Stupid, maybe. But that’s the way I feel. Or if not that, then it should have meaning. Other than only physical. Funny, when you think of the reputation I have. And maybe deserve. Only I don’t think so. Deserve it, I mean”.

Rubia tonta.

Rubia mentirosa

Rubia maravillosa

Mi acometida es contra el engaño, la mentira, la farsa, la mendacidad, la mascarada.  Sí, contra las “mujeres-bomba” que te “jihadean”  lo poco o mucho que te queda de vida. Esas que te clavan el  proverbial picahielos en la espalda mientras la estás dando como si  ellas mismas fueran unas prolijas cortadoras de diamantes.

No me consta que esto sea cierto pues la fuente no es nada confiable. Pero como quien redondea la idea, si ello es posible, cito a la madre de un escritor uruguayo cuyo nombre no recuerdo, cuando le aconsejaba a su hijo lo siguiente: “Las mujeres o dan mucho trabajo o no valen la pena. Puebla tus sueños con las que más te gusten y serán tuyas mientras descansas.”

“Sometimes women scare the hell out of me”.

Say what again?

“Nada”. Vincent  se sorprendió hablando consigo mismo. Inmerso en la “lucha agonal” contra sus fantasmas, que muchas veces, y él lo sabe bien,  son de carne y hueso y gozan de buena salud. Esto no es biliosa esquizofrenia. Mi problema con algunas mujeres es que valiéndose de su ojo predatorio van directo al “punto”: dinero, status. Yo válidamente me pregunto: What about love? Como decía la canción de la banda Heart allá por los ochentas.

Según Murakami las preguntas raras son buenas porque a uno le permiten a su vez dar respuestas raras. Una vez un alienista me preguntó si yo pensaba mucho en sexo. Le respondí que sí, que bastante,  pero no tanto como los reprimidos. Acto seguido el mismo alienista me pregunto si yo creía que  el sexo era sucio. Mi respuesta fue,  “Sí, si lo haces correctamente”. What ever the fuck that means.

Y el alienista prosiguió con su pliego interrogatorio:

“¿Cuánto mides?
“¿De qué?”
“¿Cuánto mide el pedazo de pedante que llevas ahí dentro?
“Es inmenso”, le contesté con invencible convicción.

Siguieron las preguntas del alienista.
“¿Dime, tú crees que todas las vaginas son iguales?”
“No, pues también las hay dentadas”.

Está de más decir que el alienista me miró como preguntándose,  “qué otra chifladura se le ha ocurrido a este boludo con vista al mar”.

Otro alienista, no recuerdo cuál de todos, me preguntó a qué mujer había amado más en mi vida.

“Ella lo sabe”, le respondí

“Después de ella todo fue caída”, agregué.

Tu ausencia está en todas partes.

Hasta aquí la digresión.


Ahí está Katty. Pidiendo pelea a gritos. Quiere pasarla bien, jugar, divertirse con el astronauta. Y,  sobre todo, ganarse los cien dólares pactados.

Seguimos en la barra del bar. Katty lleva puesta una micro-falda de tela delgada. Se ha levantado la falda. Me hace un lap-dance. Hilo dental color azul pastel. Culito prácticamente expuesto. Frotamiento. Roces. Erección bastante aceptable y confiable.

Salí con la Katty del local. Un encargado de seguridad me pide una propina. “No tengo plata”, le digo. El impresentable me grita: “Seguro, huevón, con el hembrón que te estás llevando”. No atino a nada. No tengo reflejos.  Se me quiere escapar una risa nerviosa. Recuerdo a Roger Daltrey cuando canta “Behind Blue Eyes”: “When I smile tell me some bad news before I laugh and act like a fool”.

Así estamos.

BANANAFISH7581
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2013, 15:44:47 pm
Los rígidos dictados de un falso dios y la primera venida


“Hasta la reina Isabel baila el danzón, porque es un ritmo muy dulce y sabrosón…” desde el fondo del patio invade el aire la sutil cadencia de la gran orquesta Aragón en un programa radial dominguero. ¿Qué cojones me importa a mí lo que baile o deje de bailar la reina Isabel? Dices, mientras das media vuelta apretando la almohada contra tu cabeza. “…hoy por ser día de tu santo…” En tenaz regateo con el de Petra el radiorreceptor de Nuria llega por una ventana lateral con estridencias de cornetín, allí, un mariachi sin nombre interpreta las mañanitas del rey David. ¡Manda puñeta! Con tanta bullaranga rompe tímpanos quién **** no va a espabilarse. De manera tajante despiertas mandando al infierno a todas las monarquías del mundo nacidas y por nacer, para no pensar abiertamente que tus vecinas son del carajo. Boca arriba, entre sábanas tibias debajo del mosquitero aún abres los ojos. Te estiras, bostezas y las manos en rústica caricia frotan tus ojos. Imaginas que sentirse así, con la verga tirante como ahora es lo más próximo que va a estar tu vida al edén… a la gloria. Estamos en Cuba socialista palante y palante, es un poco más de la mitad del siglo XX y mencionar esas palabritas religiosas son cuestiones tabú, ya José Martí gracias al plumazo de algún dirigente del partido comunista no es apóstol si no Compañero Héroe Nacional. Por tu atea educación marxista/leninista se supone ignoras todo lo que sea bueno sobre temas místicos. A Evaristo el zapatero y los de su familia por ser los únicos adventistasnotocodineroensábado de esta barriada la gente los mira como a bichos raros, ya que desde los viernes por la tarde se fastidia con él la reparación de zapatos hasta el lunes. Si al menos la música que sintonizan en sus radios desgalillados fuera de mi gusto. Te agrada oír a “los extranjeros pelúes esos”, como dicen en tu casa de todos los ritmos que no sean cubanos o en español, sus melodías solo puedes escucharlas desde lejos, sentado en cualquier contén del barrio provenientes de tocadiscos en alguna que otra fiestecita sabatina a puertas cerradas. Los Beatles te emocionan, pero el día de los quince años de María tu prima, en el papel de autorización para la fiesta de cumpleaños que Nicolás tu papá trajo de la policía ellos eran los primeros en la lista de músicos prohibidos, pasando por Raphael, Feliciano, Julio Iglesias, Roberto Carlos y otros muchos. Cuando hice el intento de dejarme el pelo un poco largo igual a la foto de John Lenon que tengo escondida, ¡la que se armó!, me busqué tremendo lío con mis viejos por la queja del maestro. ¡Rolobaldo Chamizco! ¡El muy “distinguido” maestro de primaria!  ¡Claro! Ellos se conocen bien, son miembros activos de la brigada contra el diversionismo ideológico, esa que algunas noches persigue y atrapa melenudos (y también beatos pelones) por todo el pueblo, a los que más tarde conducen hasta el parque municipal para raparlos sobre una tribuna, de ahí, los embarcan en autobuses junto a otros infelices caídos en el jamo, y siguen viaje directo, ya pelados al rape, para Camagüey a cortar caña en unos campamentos llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción.  A José Alberto Soca, el único niño testigo de Jehová de toda mi escuela, Rolobaldo el maestro mulato le da unas tundas por cualquier motivo, me da tanta lástima, ¡está tan desmirriado el chico! Hasta sientes vergüenza de no poder sonarle una trompada al abusador aunque sea tu maestro. Me cae muy mal ese mulato con toda su guapería barata de pañuelo de colorines en la mano, sus largas patillas de pelo rizado, pantalones tubitos y zapatos punta de estilete. Piensas que Soca es muy audaz, los viernes Rolobaldo lo para delante de toda la escuela como si fuera una gracia y trata de obligarlo a que cante el himno nacional, salude la bandera o se ponga una pañoleta de Pioneros y grite a todo pulmón como los demás “¡Pioneros por el Comunismo! ¡Seremos como el Ché!” El niño tercamente no hace nada de eso, entonces se las guarda todas para más tarde. Ya dentro del aula vienen las bofetadas en ambas mejillas para el muchacho. No me gusta el atropello, pero es chocante porque bandera, himno nacional y pañoleta son cosas serias para mí y no puedo entender como alguien si es cubano igual no ame al comandante en Jefe Fidel Castro, o al “Ché” Guevara, a su patria y ni quiera defenderla. Soca nunca habla nada de religión con nadie, es un niño normal, hasta se porta mejor que muchos. Y no es burro como Tomás, Domingo, o Armando los que al decir de los maestros tal vez les lleguen muy pronto sus chequeras de jubilados antes de terminar la primaria, y siempre entre ellos tres en el meadero nos las muestran y se vanaglorian del tamaño de sus vergas. Recuerdo a Matías Silva Pérez el que salió directo del tercer grado para el servicio militar obligatorio. Un día, en el recreo, conversando con José Alberto le hiciste saber que conocías algo del Apocalipsis, quedó sorprendido. Se ve que ama mucho su cosa esa del “atalayismo”. Él te explicó que “Atalaya” es una revista de ellos no una ofensa, es como si a ti te dijeran bohemista por esa revista que lees nombrada “Bohemia”. ¡Mira que estoy flaco! Mis dedos sienten las costillas. ¿Cuál será la diferencia entre lealtad a Fidel, a la Patria, la bandera, o fe y Sagradas Escrituras? Ya no te llama mucho la atención jugar a las bolas y los trompos. Los juguetes ya no se compran en enero. Siempre supiste que los reyes magos no existían. Ayer por casualidad pudiste ver a Laydi, la hija de Petra, desnuda frente al espejo de su cómoda, la ventana de ellos que da al patio vuestro estaba abierta, tienes deseos que hoy suceda otra vez. ¡Le vi los pechitos! Abajo tiene una pelusilla igual que yo. Si mi madre no se hubiera sacado una barriga, como le dijo abuela, yo tuviera un hermano, o quizás una hermana. Me enteré de eso el día que discutieron y mamá contestó que como estaban las cosas en este país conmigo ya era bastante. Conoces historias bíblicas porque te gusta leer mucho y has leído a escondidas la que tu padre tiene oculta en una gaveta del armario. Escuchaste al comandante en jefe el otro día en un discurso decir algo de unas “farisaicas palabras” dichas por algún líder yanqui o chino y te fue comprensible la idea. Mi papá anda ahora por la provincia de Camagüey en la gran zafra esa de los diez millones que se está haciendo.  Todo lo que se escucha en la radio, hasta la música, siempre es ese alboroto de “¡Los diez millones van, van!”.  Cuando voy a ver los muñe o las aventuras en el televisor de cualquier vecino, ahí,  en los dos canales andan con esa misma cantaleta de que “¡Los diez millones van, van!”. En su sala Teté mi vecina en un gran altar montó una santa Bárbara grandísima, ella los cuatro de diciembre hace una fiesta, se pone un vestido rojo y le pone frutas, muchas velas y flores. Los mulatos orientales de la cuartería en una esquina de su cuartucho tienen una mesa llena de vasos transparentes con agua y ellos la llaman “bóveda espiritual”. A la familia de Pino el albañil les dicen los “pentecostillas” o pentecosteses; las mujeres de esa casa no se afeitan las piernas ni el sobaco ni se pintan los labios. Carmita, la rubia delicada de la acera de enfrente le gusta ponerse collares de cuentas multicolores y vestirse de blanco, también usa un turbante, ella fuma tabacos los viernes, detrás de su puerta está la imagen de un hombre negro de dos caras y un san Lázaro en un altar, al igual que a su negro le pone dulces y frutas. La Biblia papá la estaba empleando últimamente para hacer sus cigarrillos “tupamaros”*. Primero utilizaba unas revistas muy hermosas, se llamaban “Carta de España” y le fueron obsequiadas por Manolo, tu tío que es asturiano. Pero se le terminaron aquellas hojas de estupendo y fino papel y como ese padre tuyo no puede estar sin fumar se fastidió el venerable libro, ya que tenía por coincidencia las mismas características materiales en sus páginas y éstas fueron a parar a la maquinita de los cigarritos. Eso se lo enseñó Manolo, según él ya lo había hecho cuando la guerra por la república española.  De ella, pienso que se puede decir complicada. ¡Porque mira que la Biblia es puro enredijo ante mis ojos! ¡Siempre me admiran las epopeyas metidas ahí! Como esas partes narrando de tipos que vivían una tonga de años y ya caducos engendraban un celemín de hijos, o enanos descalabrando gigantes. ¡Y los judíos jodiendo tanto al Cristo!, y él sin embargo se dice nos ama a todos.  Sabes bien que a Juan Francisco, Osvaldito y Graciela, sus familias de pequeños los hicieron bautizar y no hace mucho les celebraron la Primera Comunión, ¡hasta con fotos! Son católicos y van los domingos a su iglesia, la grande con campanarios repicadores que es el centro del parque. En la escuela, Rolobaldo los mira pero no los toca. La verdad que en ese libro gordo hay de todo, guerras, decapitaciones.  Extraño un poco a papá, es muy cómico verlo fumarse sus cigarrillos ilustrados parece como si inhalara conocimientos. Hace tiempo no le dan pase. Mamá comentó el otro día delante de mí con su hermana Fefa, la mujer de Manolo: “Colás tiene que aguantar toda la zafra si quiere ganarse un televisor ruso, ojalá pueda terminarla para que Ernestico no tenga que ir a molestar a casa de nadie”. Ella sabe que del hogar de muchos vecinos con televisión te botan a cada rato. ¡Si yo casi ni hablo! Raulito, el hijo de Nuria la que cobra  por tirar las barajas, es mi amigo; y una tarde me dijo que eso de echarme de algunas casas era porque le tenían mucho rencor a los míos en el vecindario. Tu Mamá es dirigente municipal de los CDR* y Nicolás, aparte de su trabajo, es el presidente del comité a nivel de cuadra, además por las noches son auxiliares voluntarios de la policía y siempre están alertas y vigilantes ante lo que hacen los demás vecinos. Se te ocurre entonces que esas personas del barrio los miran a ustedes como a bichos peligrosos, pero tú no tienes culpas en ese potaje. Me gusta mucho la parte esa del Génesis cuando los vecinos bugarrones de Lot, habitantes todos de un ciudad maldita conclusa para sentencia, le querían pasar la cuenta a unos ángeles encubiertos de visita en su morada y como el anfitrión trató de defenderlos entreteniendo a la turba con las cositas  peludas de sus hijitas, pero que va, los testarudos pobladores le dijeron que ellos deseaban los hermosos, sonrosados y jóvenes culitos de la visita. ¡Uf! Verdaderamente es muy complicada,  pero nadie puede explicarme nada…  me gustaría entender…. Anhelo tanto tener eso que llaman fe. ¿¡Qué es esta costra blancuzca que tengo en el calzoncillo!?

*CDR: Comité de Defensa de la Revolución, organización de masas creadas por Fidel Castro.

Juan preciado
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 13, 2013, 16:07:39 pm
Los medios continuan haciendose eco del concurso literario de Montefrío  :friend:


http://www.concurlandia.com/v-concurso-de-relatos-forum-montefrio/

http://www.webdelayuntamiento.com/noticias-de-montefrio-3098.html

http://www.concursosliterarios.net/v-concurso-de-relatos-forum-montefrio

http://www.bibliotecaspublicas.es/laspalmas/seccont_103563.htm

http://relatos.35webs.com/noticias/concursos-28

http://www.premiosliterarios.com/premios/muestra.asp?randon=0,7055475&Direccion=23

http://www.netwriters.es/concursos.php

http://smtp.talleresliterarios.com/index.php/recursos-para-escritores/concursos-literario/8445-v-concurso-de-relatos-forum-montefrio-espana


Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 13, 2013, 16:20:22 pm
ESTACION  DE TRANSPORTE

Marcelo Laverson miró una vez mas el agreste lugar que se hallaba ante el. Un enorme paisaje rocoso, con  montañas hasta donde se perdía la vista. A sus espaldas unos 3 kilómetros, se encontraba un enorme océano color marrón. Realmente,  ya no encontraba tan fantástico el paisaje del cuarto planeta llamado Cignus 3 que giraba en torno a una estrella roja.
Miró el cielo violáceo-azulado tratando de entender como las cosas podían salir tan mal a veces a pesar de los años de planeamiento, pruebas y análisis.
Su mente lo llevó de vuelta hacia atrás, hacia el comienzo de todo.
La humanidad seguía avanzando a pasos agigantados en el año 2154, la exploración espacial estaba en pleno. Las colonias de la luna, y marte  eran aparte de centros turísticos, enormes factorías donde se producía de todo. Desde granjas hidropónicas, hasta laboratorios de ensayo de nuevos materiales y fábricas robotizadas que trabajaban las 24 horas.
Pero había un impedimento para seguir explorando. Los sistemas de propulsión si bien mejoraban enormemente, no eran lo suficientemente efectivos para llevar a los humanos fuera del sistema solar. Aunque los científicos trabajaban arduamente en la idea de un motor taquiónico, que podría llevar a una nave hasta los límites de la velocidad de la luz estaba a muchos años de distancia llevar a cabo su construcción.
Hubo dos descubrimientos fortuitos que en el año 2156 que cambiaron el rumbo de la humanidad.
Uno lo hizo el premio Nóbel de física Albert McKansey con su teoría de la compresión espacio-tiempo artificialmente inducida. La otra fue idea Enrico Merfi quien logró enviar una partícula positrón en forma dirigida hasta la luna, sin que colisionase con un electrón. Esta fue la base del proyecto “Paseo”.
La idea era simple: En teoría, se podía convertir en energía un objeto y enviarlo a  través de una curvatura en el espacio tiempo hacia un planeta distante y volver a reensamblar cada átomo en su lugar en el destino. Esto podría lanzar al hombre a lugares donde “jamás había llegado nadie” en cuestión de minutos sin necesidad de enormes naves espaciales, ni viajes largos y agotadores para la tripulación.
Pasaron cinco años hasta que el prototipo del transportador estuvo listo y operativo. Esa era
solo la primera parte del plan, ya que para lograr traer de vuelta el objeto enviado, en el lugar de destino debía haber otro equipo similar.
Las proyecciones de las pruebas resultaron sumamente prometedoras. Muy pronto se Comenzó a experimentar con animales de laboratorio, con rotundo éxito. Por supuesto, que los pocos errores (accidentes fatales), quedaban ocultos a la información publica, ya que entraban dentro del margen aceptable.



Sin contar que si la operación "Paseo" resultaba exitosa, las posibilidades económicas eran millonarias.
 Luego de perfeccionar la técnica de transportación molecular se decidió enviar un grupo de astronautas a un planeta lejano. Se eligió Cignus 3 por poseer una atmósfera similar a la terrestre en composición y densidad.
Los astronautas elegidos fueron el especialista en física molecular Vladimir Pietrov, la doctora en medicina Gabrielle Dironais y el ingeniero Marcelo Laverson.
Se enviaron al planeta las piezas y componentes junto una cuadrilla de robots encargados de ensamblar la estación de reenvío para que los astronautas pudieran volver a la tierra. Sin ella quedarían varados sin  posibilidad de rescate. También se enviaron holocamaras automáticas, alimentos, suministros médicos y gran cantidad de elementos de supervivencia, ya el grupo tenia pensado pasar varios días explorando.   
Los preparativos estuvieron listos para octubre del 2159, se realizaron las pruebas de rutina y los saltos de prueba fueron perfectos. El gran momento había llegado.
Los astronautas permanecían sentados en la cámara de transporte esperando la secuencia de lanzamiento.
La voz del controlador de vuelo sonó en los auriculares de los astronautas.
- Todos los sistemas en verde equipo Cignus...sus signos vitales son estables. Lanzamiento en 10 segundos
- Enterado control .Transpórtame scotty - bromeó Pietrov por enésima vez - mientras revisaba los cierres del casco.
- Dironais rió entre dientes- la especialista en medicina parecía nerviosa -caballeros aquí vamos.
- En realidad me estoy arrepintiendo un poco, estoy a tiempo de cambiar de opinion? - pregunto Laverson.
Cuando el zumbido de las bobinas cuánticas inundó la habitación se produjo un silencio nervioso. Era algo
 normal pero a los astronautas le causaba nerviosismo y no era para menos. Sus átomos estaban a punto de ser desintegrados, enviados a través del espacio y reensambladas en un planeta a millones de años luz.
Cuando sus moléculas fueron separadas en elementos simples solo notaron un leve cosquilleo en la piel.
En ese instante, a cientos de años luz de la tierra, un meteorito del tamaño de un edificio de dos pisos colisionó a varios kilómetros del punto de transporte con consecuencias devastadoras.
La magnitud del impacto provoco daños severos en los delicados circuitos de la estación. La lluvia de polvo y piedras destruyeron los receptores de retícula de blanco cuando los astronautas se rematerializaban.
Laverson abrió los ojos y miro a su alrededor. Estaba en la estación Mckansey en Cignus 3, eso era seguro, pero la cámara de transporte estaba arruinada. Todas las consolas estaban apagadas y cubiertas de polvo.
 Lo peor de todo es que estaba solo, los sillones de sus compañeros estaban vacíos.
- Control de misión me copian? -dijo a través de los auriculares del traje mientras realizaba una revision
.de su estado físico mediante el autodoc instalado en su muñeca derecha. Según el aparato, todas sus funciones orgánicas eran normales.


- Dironais, Pietrov, me escuchan?, cambio...- no captó nada, su equipo de comunicación estaba mudo.
Se puso de pie tambaleante buscando la salida del cuarto de transporte. Abrió la compuerta en forma manual y entro a la pequeña sala de control del hábitat, el lugar era un desastre. Cajas con raciones, piezas de equipo, herramientas, todo estaba esparcido por el piso. Volvió a intentar comunicarse sin resultados.
Recorrió la pequeña instalación buscando a sus compañeros, el lugar estaba desierto y tenia el aspecto de
estar abandonado hacia tiempo.
Todavía confuso buscó la exclusa que comunicaba con el exterior. El panel de control y la pantalla indicadora estaban apagados por falta de energía pero había un control manual debajo de este.  A pesar de su estado, el entrenamiento del astronauta pudo mas logrando salir al exterior.
El resplandor violáceo del cielo lo cegó momentáneamente, cuando sus ojos se adaptaron  pudo ver las torres de comunicación derribadas, un par convertidores de energía oxidados y gran cantidad de cajas de componentes esparcidas en derredor y cubiertos de tierra.
Un destello metálico a su derecha le llamo la atención, a través de las nubes de polvo levantadas por el viento.
Caminó hacia la fuente del reflejo... era una gran placa de metal sobre una columna de mármol. Estaba gastada por la erosión pero aun era legible debido a que el metal con que estaba hecha era inmune a la corrosión.
AQUÍ SE REALIZO LA ULTIMA PRUEBA DE TRANSPORTE MOLECULAR. HACE 200 AÑOS.
         LOS ASTRONAUTAS  DIRONAIS, LAVERSON Y  PIETROV  DIERON SUS VIDAS.
SERAN RECORDADOS. DESCANSEN EN PAZ
(Placa colocada por los astronautas de la primera nave con propulsión Takionica, octubre 2359) 

Arcángel  
                     
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 16, 2013, 22:54:09 pm
Cuando conduzco pienso en tres cosas a la vez

Al día siguiente en que Molina murió, florecieron las amapolas. Pétalos leves y tallos leves vapuleados por el viento. En grupos numerosos manchaban el campo de color, tiñendo las veras del camino y robando protagonismo al blanco y rosa de los almendros florecidos. Dicen que es primavera pero no se sabe si alguien lo nota. ¿Ya es primavera?
Sí, empezó ayer a las doce y treinta y dos, justo en el momento en que un coche aceleraba para llegar antes al semáforo en rojo.
El año pasado sí que era primavera, todo explotó en un momento y se convirtió en intensidad, no necesariamente en movimiento sino en ímpetu, en potencialidad. No había dudas, nadie preguntaba a nadie, era fácil sonreír.
Tengo dudas. Es que creo que somos muy diferentes.
Yo solo te pido que seas sincera conmigo para poder ayudarte, para acompañarte en todo. Dámelo y del resto me encargo yo. Que seamos diferentes puede servirnos a ambos para ampliar nuestras inquietudes y nuestras sensibilidades. Yo no soy tan sensible como tú, pero puedes estar segura de que desde el otro día en que así lo reconocí me fijo más en cómo te trato y te atiendo, y lo hago con unas ganas sinceras.
Cuando coges el teléfono parece que estás muy contento, ¿Estás así todo el día? ¿Cómo lo haces?
Te voy a contar lo que sucede: uno se despierta temprano, justo con el primer rayo del sol, o antes. Uno se despierta sonriendo, aprieta el puño y se siente con ganas de vivir todos los minutos del día y multiplicarlos. Se multiplican cuando se nota que el de al lado se ve afectado por lo mismo, ya que el calor se ha transmitido por conducción y los ojos de ambos se conectan con alegría. Ocurre que un día te preparas un zumo de naranja, bebes un poco y lo saboreas y te dejas llevar por las sensaciones que encuentras al hacer tuyo ese líquido, te concentras con sutileza en ello y te emocionas al pensar en lo bueno que está. Puede suceder que, cuando vas a comer, tengas el impulso de leer algo, o de poner una película o música. Puedes no hacerlo. La plenitud en la que te encuentras te permite no hacerlo, puedes quedarte a solas disfrutando de la comida y reírte cuando la salsa te salpique y te manche la camisa. También llega un día en que no te pones zapatillas y te encanta el frío que sientes en los pies, notas tu piel tensa y tu cuerpo duro y feliz por las sensaciones que llegan en oleadas desde el suelo. Todo sirve y, si no sirve, se le da la vuelta. El hecho es que llevo una buena temporada sintiéndome así pero desde que nos besamos tengo ganas de abrazar a la gente en el trabajo o en la tienda, empatizo con los demás y consigo atraerlos a mi estado de vitalidad. Puedo estar sentado haciendo algo aburrido pero me pongo a sonreír como si estuvieses duchándote en la habitación de al lado. Y cuando me dices que a ti te pasa lo mismo, bueno, pues creo que no se puede estar mejor.
¡Estamos en primavera! Hay que gritarlo aunque sea para levantarse un poco el ánimo. Hay un viento incómodo que no invita a pasear pero luce un sol… que dan ganas de quedarse en casa para siempre, viendo películas vistas hace quince días.
Se murió Molina. Era por la tarde y el viento se había congelado. No se sabe mucho sobre ello pero quién no puede imaginárselo: sus ojos mezclados de azul y de rosa, y su boca hecha un hilo que ya no se abre. Su hermana estaba con él, convirtiendo lágrimas en suspiritos, sin fuerzas para nada. Dos amigos estaban en el pasillo hablando de unas goteras recalcitrantes.
No parece que haya llegado la primavera, si no fuera por las amapolas.

S. Hoffman
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 18, 2013, 17:16:13 pm
Posibilidades

Tú puedes, tú puedes. Aquella frase la había escuchado hasta el hartazgo, mezcla de invocación new age con necesidad de estímulo familiar. Y siempre le había sonado hueca.  No todos podían. Solo era para elegidos. Para aquellos que supieran recorrer determinados caminos prefijados por la sociedad toda.
 Y de nada servían las conversaciones con pares, familiares o amigos ocasionales. La respuesta de Elliug era siempre la misma; No todos pueden.
Él era consciente de que vivía en una barriada normal, llena de gente normal, que realizaban tareas normales. Por lo tanto y por transitividad, él debía seguir esos pasos. Y nada existía que pudiera torcer ese destino autoimpuesto. Además, la barriada estaba rodeada de montañas por lo cual la luz solar y su consecuente calor se filtraban tímidamente, aún en los meses de verano. La sombra, y la oscuridad en muchos casos, se adueñaban del poblado. Por ende, no existía ningún signo que permitiera suponer que las cosas debían, o podían, ser de otra manera.
Lo único que abundaba en esa barriada era la chatura, nada cambiaba ni con el tiempo ni con las situaciones. Hasta que uno dio el primer paso. Se decidió a visitar las comarcas vecinas, en busca vaya a saber de qué. Y se fue, y estuvo varios meses sin regresar, tanto que casi se había perdido registro de él hasta que apareció en el extremo de la calle principal, cansado pero con una mueca de satisfacción,  que casi era una bofetada a los macilentos rostros de los normales que habitaban la barriada.
Y después fueron otros los que encararon ese camino que muchas veces era de ida y vuelta y otras, simplemente de ida.  Y los que volvían lo hacían con el mismo semblante del pionero.
Elliug veía todo eso a su alrededor pero seguía sin confiar demasiado. Inclusive se mostró reticente  a creer una historia de un cuento de un tal Platón y una caverna. ¿Para qué querría aquél personaje salir de la cueva? ¿Para que querría el mismo salir de la barriada?- reflexionó casi filosóficamente.
Y cuando parecía que nada, ni nadie, podría torcer su destino Elliug necesitó salir de su barriada. No fue una necesidad vocacional o impulsora. Simplemente fue un acto bastante poco meditado, que partió más del corazón,  que,  de la razón. Pero, claro, lo más difícil no era irse sino explicar que quería irse.
Luego de escuchar – Y, es honesto decirlo, desoír-   las contraindicaciones que todos intentaron oponer a su decisión tomó sus petates y partió, sin saber muy bien adonde y esperando encontrar allende los límites del poblado una situación similar que le permitiera corroborar que su decisión de quedarse era la correcta.
Pero grande fue la sorpresa cuando al llegar al poblado vecino se encontró con un panorama bien diferente al que había supuesto. Las angostas callejuelas de su pueblo mudaban en anchas avenidas abrazadas desde cada extremo por una cadena interminable de árboles que otorgaban un frescor y un verdor diferente al paisaje. Los oscuros negocios que cubrían buena parte de la calle principal de su lugar, trocaban en coloridos e iluminados escaparates donde todo lo que era posible comprar se ofrecía.  Y, lo que más le llamó la atención, fue que aquellos rostros casi despojados de humanidad, o indiferentes, que día tras día  veía, eran reemplazados por rostros vivaces, llenos de entusiasmo y con una chispa brillante en los ojos.
Elliug se detuvo, tomo aliento y trato de enfocar su vista en esa situación absolutamente inédita. Aunque rápidamente trató que su razón tomar control de las emociones que estaba experimentando y se planteara seriamente que aquello no podía ser verdad. Para lograr un correcto foco cerró los ojos, tratando de buscar concentración, los abrió y los restregó con sus dos manos mientras dejaba la mochila sobre la acera. Volvió a abrirlos y para su sorpresa, todo seguía igual. No era una fantasía, no era su imaginación o el producto de un proceso alucinatorio. Era la más pura verdad.
Elliug quedó paralizado en la acera. Resultaba patético, y hasta cómico, para cualquier observador, ver a esa persona con los brazos en jarra, mirando indistintamente el horizonte y su mochila que yacía como muda  testigo de su fabuloso descubrimiento apoyada sobre las baldosas, a sus pies.   
Y ahora qué, se planteó. Quedarse. Volver y contar lo que había visto. ¿Le creerían?  Seguro que no, pensó. Pero algo tenía que hacer con eso que acababa de descubrir. Eso que algunos llamaban felicidad, otros embeleso y los más arriesgados, posibilidades.
Y ante posibilidades estaba. La de colorear su vida, la de desarrollar una tarea fecunda en un marco diferente. Estaba parado de frente a una gran mano que el Creador le tendía y una suave voz que repetía dulcemente tu puedes, tu puedes, pero acompañándola del estímulo vital, Anímate.
Elliug volvió a su pueblo, se enfrentó a la calle oscura que recordaba claramente y que lo había despedido cuando decidió macharse. Y su rostro reflejaba esa misma serena alegría que decoraba el rostro de todos los que habían atravesado el trance de la partida.
Se dirigió a su hogar y recibió con mansedumbre casi monacal la andanada de preguntas y afirmaciones, algunas curiosas y otras casi hirientes, que su familia y sus amigos le regalaba. Lo instaban a seguir con su actividad una vez que se había dado el gusto de salir del poblado. Casi lo conminaban a que se olvidara lo que experimentó y que siguiera su vida y su rutina como lo era hasta entonces.
Pero Elliug ya había tomado una decisión. Su círculo íntimo seguía atosigándolo pero él era otro. Ya no volvería aquél que una vez había partido.
Respetuosamente, se fue retirando de a poco. Primero lo hicieron sus oídos que recibían como un lejano eco aquellas palabras que al principio aparecían como un estruendo dialéctico tendiente a hacerlo cambiar de parecer. Luego fue él mismo quien se alejó, sin despreciar a quiénes lo rodeaban pero marcando claramente las pautas de la nueva situación. E inclusive llegó a replantearse si realmente el cariño que le profesaban era real y legítimo o una marca posesiva que no respetaba las nuevas posibilidades a las que se había asomado Elliug.
Pero él ya estaba decidido. No solamente a cambiar su forma de encarar la vida sino, fundamentalmente, a romper con aquello que intentara detener su crecimiento. Eso lo tenía absolutamente claro. No importa el camino, ni siquiera que debiera recorrer más de uno hasta encontrar el que lo satisficiera.
Y se puso en marcha. Alquilo un cuarto en la pensión del pueblo y por un tiempo compartió su rutina habitual con ese nuevo sueño que empezaba a tomar forma.
Comenzó a viajar al poblado vecino con más asiduidad. Una o dos veces por quincena renovaba sus esperanzas dándose un baño de optimismo y de posibilidades. Recorrió las calles flanqueadas por los árboles que le habían llamado la atención en su primer viaje y visitó cada uno de los negocios que alegraban la calle principal. Inclusive, en uno de los viajes, decidió detenerse para almorzar en un coqueto restó. Mientras esperaba que el mozo le trajera su pedido notó que en una mesa cercana un grupo de chicas y chicos hablaba en voz alta y de manera divertida. Por el volumen de las voces no pudo dejar de escuchar lo que hablaban. Se referían a un nuevo emprendimiento que deseaban encarar. Sin querer aparecer como chismoso trató de concentrarse en la conversación porque algo le dijo que debía hacerlo.
Los chicos seguían hablando den voz alta pero ahora  de manera más ordenada, como si empezaran a diseñar una estrategia y no simplemente elaborando un sueño. Y casi como si fuera música para sus oídos escuchó algunas palabras sueltas como “alumnos”, “clases de apoyo”, “otros poblados”. Y porque música. Porque la educación y la formación fue lo que siempre él deseó. Participar de un proyecto educativo era un sueño al que nunca Elliug se había animado. Y, además, poder llevarlo a cabo en un ambiente más distendido, con posibilidades ciertas de crecimiento y consolidación.
Tímidamente se acercó a la mesa de debate y se quedó parado. Para su sorpresa alguien del grupo le dijo, vení, sentate. ¿De dónde sos? Y así, rápidamente, sin que mediara ninguna presentación formal, se integró al grupo y comenzó a opinar sobre el tema que estaban desarrollando. Esos nuevos amigos lo escuchaban, prestaban atención a  lo que decía y cualquier opinión, por más fantasiosa que pareciera, era tomada en consideración, para pulirla o refinarla.
Más de tres horas estuvo sentado a esa mesa. Anochecía y decidió emprender el regreso a casa llevándose en su agenda los datos, teléfonos y direcciones de todos los participantes.
Antes de ir a la pensión pasó por su casa, sin saberlo efectivamente pero casi convencido que sería la última vez por un largo tiempo. Fue recibido con las caras largas de costumbre y los reproches habituales. Por lo cual su estadía fue bastante breve. Tan breve que ni un mate llegó a tomar. Recogió un par de cosas que aún no había llevado y se fue a la pensión con la íntima convicción de pasar su última noche allí.
Antes de acostarse preparó su maleta, guardó su computadora y dispuso del equipo de mate en un morral. Y vestido como estaba se tiró en la cama donde el sueño lo abrazó y en la que sucesivos sueños de progreso llegaron, uno a uno.
Al día siguiente pagó su alojamiento, pasó por su casa para despedirse y se encaminó hacia el poblado vecino que ya bien temprano se preparaba para una nueva jornada. Una jornada que para Elliug era bien diferente. Una jornada en la que su vida atravesaría su propio Rubicón. Y parafraseando al general romano, la suerte estaba echada.
Al día siguiente se reunió con parte del grupo y le dieron forma al instituto de enseñanza que deseaban fundar. Se dividieron las tareas, lo administrativo, lo legal, y a Elliug junto con dos personas más le tocó lo pedagógico donde se movía como pez en el agua.
Y mientras consultaba bibliografía, en la biblioteca –Otra rareza para su ciudad natal- reflexionaba lo diferente que iba a ser su vida, lejos de la monotonía de su empleo, y de la rutina casi asfixiante de cada día. Sumado a la posibilidad de lograr la trascendencia a través de la formación de nuevos ciudadanos. Porque si algo tenía claro Elliug de su nueva ocupación era que debían formar ciudadanos más que enciclopedias ambulantes.
Y empezó a recorrer el camino de la educación y luego la idea se extendió a otros parajes. Inclusive intentó llevar la enseñanza a su poblado. Pero, una y otra vez, fracasó. Y le quedó claro que nadie es profeta en su tierra. Pero no le importó.  Lo que podía detener su crecimiento había sido roto. De allí en adelante con momentos mejores y otros peores, la vida sería diferente. Él se lo había propuesto y, asimismo, había firmado un contrato imposible de romper que lo comprometía muy seriamente con alguien que no aceptaría nuevas barreras. Alguien que lo conocía mucho y sabía de sus debilidades pero también de sus fortalezas. Un contrato con él mismo.

OMREL OTSEU
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 19, 2013, 16:06:11 pm
Tuareg

Las dunas quemaban como si la lengua de un dragón hubiese lamido la arena.

Cuando el sol castigaba a hombres y bestias, el joven tuareg caminaba bajo la sombra del animal usando su gigantesco cuerpo como pantalla. Khalil se alegraba de contar con su camello “Nosevende”, un ejemplar rojizo de grácil estampa. Las muchas ofertas que recibiera de los mercaderes de Tombuktú, le tallaron el singular nombre.
Cuando El Sahara se proyectaba como mil millones de ardientes dardos, los beduinos desaparecían entre en sus ropajes, los camellos echados entrecerraban sus ojos y asistían pasivos a la despiadada lluvia de arena. Khalil comprobaba si “Nosevende” estaba intacto. Lo apreciaba un poco descolorido, con una apariencia de piedra, victima de las quemantes incrustaciones del vendaval. El animal lentamente se ponía de rodillas y se incorporaba, sacudía su esbelta silueta mostrando su encendido y codiciado color. Descorría los párpados y de sus pestañas caía una cascada de arena dejando descubiertos dos globos inmensos que recogían cada resquicio de luz y cada perdido confín del medanal. Desde su imponente altura, parecía sonreírle delicadamente a su joven amo.
Con la tarde, el calor amainaba dando paso a una brisa fresca que presagiaba el invierno nocturno. El sol exhalaba su ultimo aliento y se enterraba en la arena por el poniente. Dibujaba sombras desproporcionadas con oscilantes jorobas y convertía en oro las dunas.
Las noches se antojaban eternas, con un frío despiadado e indescriptible. En aquella inmensidad, la fogata arrojaba una pequeña mancha de luz que iluminaba parcialmente el oasis durante la noche. La abundante cena rebosaba las panzas y los corazones, dando lugar a la música y los cantos. Era el momento para recrear la imaginación con antiguas creencias. Khalil seguía atento las hipnóticas voces de los mayores. Aseguraban antiguas leyendas que en el mismo lugar donde estuviera enclavado el mítico Paraíso Terrenal, se levantaba ahora una inexplicable extensión de calor llamado Sahara. Un querubín guardián velaba e impedía la entrada con su espada de fuego. El desierto no era otra cosa que una extraña puerta dimensional vedada a los malos y solo permitida a los justos. Paradójicamente muchas de las vidas que acabaron en el desierto despertaron pisando el mismo lugar pero con otra percepción y otro significado.
Despuntaba el nuevo día y a Khalil como buen beduino y tuareg, no le incomodaban las más inhumanas condiciones. No le importaba el calor, la fatiga, ni la irreverencia de las arenas, o el frío de las noches. Para él, su camello era un pedacito de su propia vida, el mejor ejemplar de Tombuktú. “Nosevende” era como un trago reconfortante de agua fresca o invaluables centímetros cuadrados de sombra. Una sutil bendición a la que Alá dotó con caprichosa forma, un hermano del camino y una solitaria alegría en el desierto de su corazón.

Para Khalil, no había querubín guardían, ni espada de fuego, ni puerta prohibida. Con tal de que “Nosevende” estuviera siempre a su lado, le parecía estar en el paraíso.

Argimiro Fuentes Sosa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Mayo 21, 2013, 15:00:51 pm
Desde mi ventana

Miedo. La niña se hizo un ovillo. Pequeña. Pequeña. Tan pequeña que si la hubieses pisado ni siquiera lo habrías notado. La niña era tan poca cosa, tan blanquita, con ese pelo tan negro, que apenas si se le veía. Qué pequeñita era, desde mi ventana.
Cada día pasaba delante del diminuto jardín de mi casa. Se paraba a oler las flores, a que las hojas bajas le acariciaran, y los tallos le hiciesen cosquillas en las delgadas piernas. Y yo la miraba, desde mi ventana. Qué pequeña era, y qué risueña. Hasta que le entraba miedo. Entonces se convertía en un nudito allí, en mi jardín, debajo de la parra de moradas uvas, casi cubierta por completo por un gran helecho de papel. Y yo, desde mi ventana, quería preguntarle qué le pasaba, de qué tenía miedo. Pero el cristal de mi ventana no se podía abrir, y no había puertas o pasadizos por los que salir. Y la niña venía día tras día. Tan pequeña, casi como una muñeca de porcelana, y se sentaba allí, y acariciaba los pétalos y sonreía a los insectos. No le daban miedo las arañas, ni asco los escarabajos. Al contrario, los cogía y los ponía en sus minúsculas manos, y nunca la picaban o huían. La niña reía mientras los mecía y les cantaba. Pero yo no la podía escuchar, desde mi ventana.
Qué bonita era aquella niña, tan sonriente, con esas mejillas tan blancas, y esos ojos tan azules. Qué bonita y qué pequeñita. Tan adorable como un gatito. Quería bajar a abrazarla, pero no podía. Quería hablarle, y consolarla, y pedirle ayuda y que ella me consolase a mí. Pero solo podía verla, y confiar en que algún día ella alzase la mirada de las corolas de las flores y me viese a mí. Me viese verla, desde mi ventana. Sola en mi pequeño torreón de silencio. Un torreón tan pequeño como ella.

Sonrisaymedia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2013, 16:05:10 pm
Primavera sangrienta

Aquella tarde no paraba de llover. Llovían gritos que inundaban el silencio. Llovían consignas que se ahogaban en el Río Guaire, en su suciedad, en su color y en su olor. La gente llenaba las calles y avanzaba, avanzaba, siempre hacia delante. Ni un paso atrás, decía, y avanzaba. Fueron a encontrarse con las balas, a inmolarse, a sacrificarse por lo que consideraban la verdad y la libertad. Fueron, pero no vinieron. Salieron, mas no volvieron. Quedaron bajo el puente, frente el liceo, cerca de la esquina, en plena avenida, ante la mirada indiferente de los peatones. Sus cuerpos quedaron allí, cubiertos con una bandera tricolor, de siete u ocho estrellas, que no pudo ser escudo para protegerlos. Las balas traspasan el escudo aunque el caballo gire a la derecha o a la izquierda. La muerte no está a los lados, está delante de cada uno de nosotros, esperándonos cada vez que marchamos, cuando nos expresamos, si nos atrevemos a protestar. Ella nos espera para llenarnos de recuerdos, de lamentos por nuestros muertos, por los seres queridos que perdimos en aquella primavera sangrienta, en aquella tarde de muerte que nunca olvidaremos. Todavía conservo el recuerdo febril de aquel día de abril, cuando la mujer encinta, terriblemente sorprendida, con los ojos muy abiertos, se arrodilló, colocó sus dos manos sobre su vientre y gritó con todas sus fuerzas, mientras la sangre y la leche brotaban de su pecho. La sangre manaba a raudales y con ella se iba su vida y la de su hijo aún no nacido. Quedó en el suelo tirada esperando que alguien la ayudara. En la foto que publicaron en el diario pude ver la imagen que quedó grabada para siempre en su mirada: la imagen de Caracas y sus cerros pintados de rojo, la imagen de Caracas ensangrentada. Vi la sangre derramada en el asfalto, la sangre de los hombres y mujeres que, desgraciadamente, no pisaran sus calles nuevamente.

MELAINIS
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2013, 16:09:25 pm
A TRAVÉS DE LOS CRISTALES
                        
      Una de las situaciones que mas me satisface es poder mirar a través de la ventanilla del autobús y hacerlo sin un objetivo en concreto, dejarme llevar y es que lo que mas me importa en esos situaciones, es la belleza del momento, del instante y mas cuando en el día a día lo que mas predomina en mi es la monotonía, en el lugar, en la situación y en la gente que me rodea, que conozco e incluso en algunas situaciones aprecio, a pesar de que desconozca sus nombres, sus historias o apellidos, personas que observo, a veces sorprendentes, espontáneas o planas, encuentros casuales que sirven para poco, tal vez para atenuar levemente la soledad, mi soledad, la de los que habitamos en ciudades sin que lleguen a nosotros con toda la intensidad necesaria la calidez de las primaveras o la melancolía de los otoños.
      -Buenos días, -le digo sonriendo al conductor que se limita a mirarme, casi siempre con expresión e enfado por la sencilla y única razón de que tiene que obedecer órdenes, con independencia de que las comprenda o no, pero que tiene que aceptar de una manera sumisa sin que se le note la indiferencia que las mismas le producen.
      Un autobús urbano, pocos e incómodos asientos, suficientes no obstante para que pueda ocupar uno de ellos teniendo en cuenta que embarco en el mismo en la primera de las paradas y mas estando desde hace largo tiempo en la cola con una oronda señora detrás de mí, con su aliento golpeándome el cuello, tratando de sujetarse al carro de la compra mientras el compañero jubilado, con esa tristeza que es imposible evitar cuando se está aburrido de la vida, carraspea incansable.
      -No te preocupes querida, -susurra entre uno y otro carraspeo- ya verás como alguien te cede el asiento, en clara alusión a mi, cuando me siento, solo que me hago el despistado clavando la mirada en los cristales, sin prestar atención a sus palabras.
      No miro las catedrales que se aprecian en la lejanía, ni las puertas de los bares y menos aún a los hombres que adivino dentro de los mismos, sesudos contertulianos hablando de aforismos y paradigmas, me fijo en el parque que está al lado de la parada y mas en concreto en el parquecito que dentro de él alberga a unos cuantos de críos que juegan a la pelota vigilados por unas mujeres sentadas en los bancos, hablando y fumando sin parar, no intercambiando frases, experiencias, solo hablando, gritando una de ellas mas que las otras, mostrando un enfado que apostilla el resto con movimientos de cabeza pero sin apartar la descarada mirada de un joven que juega con un niño pequeño, sabiendo no obstante que a los dos ancianos esa mirada les resultaría  mas provechosa, les haría sentirse mas útiles y tal vez de esa manera romperían el silencio, mas que nada porque tendrían algo que decirse.
      Siento deseos de levantarme y descender del autobús para abrazarles, a ellos dos y a la anciana vestida de negro que se encuentra sola en otro de los bancos, de llorar sobre su vestido negro como tantas veces en mi niñez he hecho con mi abuela y si no lo hago es porque el autobús está llenándose y no quiero darle el placer a la oronda señora y al carrasposo de su marido de ofrecerle mi asiento.
      -Le gente no tiene vergüenza- escucho a mi lado en clara alusión a la postura que he adoptado de no ceder el asiento, pero no presto atención, no van a humillarme sus palabras, ya el resto de la gente se encarga de hacerlo, el jefe que me explota, los demonios del pasado que resucitan constantemente haciéndome vivir todo aquello que no quiero, las soledades, los silencios, las situaciones y el dolor.
      Y la gente continua subiendo, se llena el vehículo y sube el hombre que intenta pagar con un billete superior al permitido por las normas y el conductor, enfadado mas que antes, nervioso mas que al comienzo, aburrido como siempre y huraño como es su condición, le obliga a descender del vehículo que arranca con un fuerte tirón.
      -¡Que barbaridad!.
      -Si es que no hay respeto.
      -Ni educación.
      -diga Usted que es cierto señora.
      -Antes no sucedía esto.
      O nos marchamos nosotros o lo hacen las cosas y en estos momentos es el autobús el que se mueve dando rienda suelta de esa manera a mi placer, el que me produce el movimiento y lo que se ve desde los cristales, a pesar de los frenazos y del bullicio.
       Y me encuentro con la gente, el administrativo que presuroso va camino de la oficina encerrado en su propio universo, haciendo caso omiso a los seres que caminan a su lado, al homosexual que lo hace dando bandazos, soñando con ser igual que las mujeres que pasan a su lado y a las que odia sin ningún tipo de remordimiento, sintiéndose viejo porque se ha detenido mas tiempo del necesario ante un espejo, a pesar de saber que la única forma de no ver el paso del tiempo es permanecer ausente del opaco cristal y mantener en la retina la imagen que se ha creado de él mismo, una imagen que permanece inalterable desde el día que se vio joven y hermoso.
         -Son unos explotadores….comenta el militar de baja graduación que está sujeto a la barra en alusión a los dueños de la compañía de autobuses y lo hace con expresión ausente, escuchando la radio que lleva sujeta a su oreja por medio de unos cascos.
         Dos sudamericanos caminan al lado del vehículo y miran hacia el interior del mismo odiando todo aquello que les rodea, aunque sus deseos sean el de acercarse y entregarse a los demás, pero con la sensación de inutilidad al no saber como hacerlo, o como dar el paso definitivo y en el momento justo, individuos frustrados y solitarios a quienes la existencia se les asemeja como la de una broma pesada.
         No me detengo en el barman que con un paño sucio limpia las mesas, ni tampoco lo hago en el chulo que fumando está apoyado en una esquina esperando que baje su protegida de la habitación  destartalada a la que ha subido con un cliente, clavo mi mirada en la mujer que camina por la calle con paso firme, sabiéndose observada por todos los seres que se cruzan con ella, pero solitaria, en busca de un amor para derramar en él la pasión que le abruma, aunque venga disfrazado de soledad y confunda con el concepto de amor que ella se ha creado.
      Y en el resto, mujeres solas, huérfanas con miedo a la soledad, alguna que son madres aunque ellas aún lo desconozcan, mujeres que en silencio se preguntan por la felicidad que continúan esperando.
      Se que en la próxima tengo que bajarme, que es la última, que los personas que han desfilado en mi retina acabaran desvaneciéndose en el tiempo y el espacio, pero a los que estaré agradecido, a sus rostros y a su olor, a los seres que en definitiva me empujan al milagro de vivir, a amar el camino que tengo ante mi y a olvidar las metas pasadas.

Mr - Fatiga
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2013, 16:13:35 pm
EL TELÓN DE LA MUERTE


UNO
   Mi madre se pone un vestido negro delante de mí. Me gusta ver sus piernas desnudas y pálidas, como las de la única muñeca que tengo desde que era un bebé, y seguidamente contemplarlas oscurecerse con las medias. Parecen columnas extrañas de una iglesia en la que nunca he entrado. También me recuerdan a algunos acantos de hierro que hay en la ciudad ornamentando los candiles de las farolas y los bancos de los parques.
Mamá se ata un pañuelo a la cabeza que oculta su hermoso y largo cabello y que la transforma por completo, incluso da un poco de miedo. No se echa esa colonia tan dulce a la que huelen sus besos, no se maquilla, mete más de tres pañuelos, blancos y recién planchados, en el bolsillo de su falda, que parece el ala de un cuervo, y entonces, salimos raudas de la casa camino del cementerio. Antes, Rosita abre la puerta colindante a la nuestra pues, aunque no hacemos ningún ruido, ella siempre nos siente salir, es un misterio cómo lo averigua y, también, cómo lo sabe todo de todo el mundo si nunca abandona su casa y ni siquiera tiene radio.
   Hace frío. El cielo posee un color blanco que no me gusta, parece el silencio en lugar del espacio, lo prefiero azul y salpicado de nubes para imaginar. Mamá por primera vez ha olvidado mi bufanda. Está un poco extraña últimamente. Y delgada. He visto su barriga rosada y es mucho más lisa que hace unos días, ya no se pone la faja, quizá por ello está más esbelta, porque la prenda realizó bien su trabajo. La miro y sonrío, aunque mi nariz está muy roja y húmeda porque no me abriga la lana negra de mi bufanda. Mamá me devuelve la sonrisa y sus ojos brillan más de lo habitual, con un resplandor sincero, no como el de su trabajo. Mamá es plañidera.
   Hoy, afortunadamente, vamos al entierro de un hombre adinerado, otras cuatro dolientes se moverán entre las tumbas con nosotras. A mamá le van a pagar una buena suma por dirigir a las plañideras y llorar según lo requiera el momento, gemir según la tristeza circundante e incluso dar gritos suaves en los más álgidos instantes o echarse sobre el ataúd.
   Por el camino, que es bastante largo, mamá inexorablemente siempre habla de lo mismo.
-   Sabes lo que es el teatro ¿verdad, mi niña?  mamá te lo ha explicado muchas
veces. Mamá llora pero no está triste, es feliz porque tiene a su hijita, está actuando porque ésa es su tarea. Tú estás en la platea.
   Ella quizá cree que pierdo la memoria como cuando me pregunta cosas de mis primeros años y yo no sé responder, tal vez esté convencida de que tiene que hablarme de lo del teatro, de que actúa bajo las bambalinas, de que todo es mentira como en los cuentos, porque pasan los días y mamá piensa que yo borro sus palabras de mis pensamientos, pero no es así. Ya soy lo suficientemente mayor para entender qué es una plañidera, me deben quedar pocos dientes por caérseme,  y, además, acudí una vez al teatro con los compañeros de la escuela.
-   Estamos llegando, no te preocupes, mi niña, por toda aquella gente, no mires al
cura y no pienses en el cadáver, no nos interesa, tenemos que ser educadas.
   Caminamos con fingida calma tras atravesar las verjas del campo santo, mamá ya no habla y mira al suelo como hacen los viejos cuando salen a pasear con la única compañía de su sombra. Un olor a flores me revuelve el alma. En el cementerio existe un mundo sin sentido y repleto de contradicciones, hay flores arrancadas para personas que no las pueden disfrutar ni oler ni acariciar, hay estatuas de piedra que vigilan las tumbas con ojos desprovistos de iris y pupilas y hay cipreses que nunca quisieron crecer entre sepulcros y esto lo sé por la irrefutable razón de que ningún ser con vida desearía rodearse de muertos y, también, hay mujeres que lloran a un desconocido porque les dan dinero… como en el teatro… que es el segundo lugar más raro que conozco.

   DOS
   
   Estamos ya en casa. Rosita –cómo no- nos ha salido a saludar a la puerta y con una emoción hiperbólica me ha dicho –cómo no- que qué niña más guapa soy. Mamá parecía muy cansada y no quería hablar con Rosita. Otra vez un fulgor inusitado salía de sus ojos sin la magia de la mentira. Mamá ha cortado la conversación de nuestra vecina y quizá ésta se ha enfadado un poco pero es que la pobre Rosita, a veces, es un poco pesada.
   En mi habitación me quito las ropas negras, el abrigo, el vestido, la chaqueta, los leotardos y un lazo rosa que siempre mamá me pone en la cintura para que no se me olvide que soy una niña. Eso dice ella. Yo nuevamente pienso que mi madre firmemente cree que no tengo memoria. Aún así, la cinta rosa me encanta y la enrollo con mucho esmero, larga y cuidadosamente, para la próxima vez.  Pienso en que cuando sea una mujer como mamá  se la otorgaré a mi hija, tal que un tesoro, y seguramente le diré que el regalo significa que no debe olvidar que es una niña, aunque añadiré que sé sobradamente que tiene memoria, pero que, por si acaso, le entregaré el lazo en cuestión.
   Cenamos en la cocina. Rosita nos mira por la ventana del patio y agita su mano. Mamá corre los visillos. Yo imagino así las bambalinas del teatro y a la vecina siendo actriz famosa, rodeada de luz y joyas y de parafernalias; la dibujo en mi fantasía disfrazada de obelisca y me parto de risa. Se lo cuento a mamá. Ella sonríe solamente y de modo muy suave y yo creo que lo hace por complacerme. No importa, puede que mamá esté triste como algunas princesas de los cuentos.
Termino mi sopa en silencio. Mamá parece rezar pero es imposible pues ella nunca lo hace. Le doy un beso y me siento un rato en su regazo, que huele a caramelos o a leche. Luego, nos vamos a la cama y ella me canta una canción sentada a mi lado. Creo que esta vez se ha equivocado, el himno es muy alegre, no es una nana, y mamá canta muy bien y yo no quiero dormir. Sus ojos ahora son como diamantes puros.
Mamá, al terminar la canción, dice que cuando papá murió y yo estaba en su barriga –no sé cómo entraba allí, y menos ahora que está tan pequeñita y lisa, pero no interrumpo las palabras que siempre quiero oír, y ella continúa la historia sin que yo diga ni mu- ella fue al cementerio una tarde muy hermosa y cerca de la tumba silenciosa de papá, se armó de valor y cantó y cantó y nunca lloró.
Yo pienso que, a lo mejor por aquello, ahora tiene el trabajo de plañidera: para
poder llorar a papá. Imagino la escena, que me resulta agradable, y de nuevo me digo que el cementerio es un mundo del revés, sin pies ni cabeza.  La muerte y la vida también lo son. Y el cementerio es el teatro en el que actúan ambas.


   TRES

   Cuando me despierto hay un alboroto terrible en el descansillo de casa, que se oye por un ventanuco desde mi habitación. Distingo la voz de Rosita y de otros vecinos, de dos niños y del cartero. Son como un enjambre y no discrimino las palabras. Me levanto aturdida.
   Mamá no está. Veo su cama deshecha y las ventanas sin abrir. El desayuno no está preparado. No huele la casa a las cremas de mamá. Me pongo a llorar. Rosita entra desde el descansillo y me dice, también entre lágrimas, que ella ha muerto. Yo sonrío. Sé que mi madre está actuando. Vuelvo a mi cuarto y me pregunto por qué no me hizo el desayuno. Está tan rara.
   Rosita entra de nuevo, esta vez con dos vecinas que huelen a vinagre, y me abraza. Quiere que vaya a su casa y después al entierro. Le digo que no, que tengo que hacer los deberes y tareas de los días que falto a la escuela en mi cuarto, porque allí tengo un esqueleto para estudiar los huesos que se llama Rafita. Que hoy no voy a ningún funeral ni sepelio y que no voy a mover el esqueleto de mi habitación porque es muy difícil volverlo a montar. Al poco tiempo, Rosita me trae chocolate caliente y galletas. Tomo agradecida el desayuno mientras leo el libro de texto de ciencias naturales.
   No puedo recrear en la ilusión mi calavera, no puedo imaginarme sin nariz, es decir, sin tabique nasal, como indica el libro del colegio. Dicen que los muertos quedan así de limpios si están en un ataúd –como Rafita-, si no, los huesos se vuelven marrones y se agujerean al igual que el queso o los armarios atacados por termitas.
   Mamá tarda mucho y me quedo dormida en el sofá, acariciada por la luz delgada como una gasa del sol invernal.

   CUATRO

   Estoy en el cementerio. Llevo el vestido negro, la chaqueta, los leotardos, el abrigo, la bufanda y la cinta rosa rodeando mi cintura. No tengo flores en mis manos.  El cielo está como hinchado, tal que fuese a explotar con cenizas, hierro y agua. Estoy en el teatro de la vida y de la muerte.
   Frente a mí hay una losa blanca y solitaria que me gusta en su ostracismo, que me aísla de los trinos de las aves desde los cipreses, que me mueve en un columpio invisible que hace a mis pies rozar las estrellas, que me grita que plañe, mamá no quiere que entone melodías aunque ella lo hiciese una vez.
   Me tiro de bruces en la piedra y lloro, gimo de mil maneras, suspiro y me encojo con arrebatos de tristeza ahora melancólica, ahora nerviosa. La losa es fría, el cielo, dramático y terrible. Mi alma se desnuda allí y se clava como una cruz en la lápida.
 Me dejo morir sobre la tumba de mi madre, sin haber tenido hijitas a las que poner lazos rosas y sin haber comprendido del todo el mundo del teatro aunque, de todos modos, el telón de la muerte siempre cae y esto, creo yo, no precisa comprensión, simplemente sucede.
Sopla el viento y ya no lo oigo, se estremecen las azucenas y los árboles, mis lágrimas se congelan poco a poco, muy despacio, como si de puntillas penetrasen en un sombrío mundo desde otro más claro.

Alicia Condemar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 28, 2013, 16:17:19 pm
YO ERA UN NIÑO QUE VIVÍA EN UN BOSQUE

Yo era un niño que vivía en un bosque.  Aquello sucedía en Alemania, muy cerca de Berlín. Nos encontrábamos en la época en que un político de puro en boca llamado Winston Churchill decía que Europa estaba enfrentada a una guerra fría y también que Europa estaba separaba por un Telón de Acero. Algunas yo no las comprendía porque era un simple niño. Sabía, por lo que oía a los mayores que el enemigo era Rusia, o más bien el comunismo de un tío feo con bigote llamado José Stalin que luego supimos que había mandado asesinar a millones de personas inocentes porque no cumplían a satisfacción los planes quinquenales que él mismo aprobada en el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. Uff. Yo era un niño y para empezar a comprender aquellas cosas mas bien parecía que era era un político socialdemócrata.
El del puro, seguramente habano aunque ya estaban los barbudos gobernando la zafra, nos hablaba por la radio continuamente de aquel Telón de Acero y convencía a Kennedy para que enviara soldados con el pelo cortado al cepillo, y comiendo chicle,  a los checkpoints de la Puerta de Brandemburgo, donde jóvenes bajitos saludaban a sus familiares del otro lado y les enviaban mensajes cifrados con la música de Joham Sebastián Bach, aunque los vopos disparaban a los llamados provocadores imperialistas que, realmente, eran primos o cuñados de los berlineses que se habían quedado al otro lado en el llamado paraíso comunista.
Yo era un niño que vivía en el bosque. Por el día iba al colegio donde había otros
 niños de Cuenca, de Orense y de Milán, Estambul, Damasco, o sea producto no de la globalización anticipada que inventaron los sociólogos cuarenta años después, sino
del hambre o de la extensa miseria de los países en que habíamos nacido. Mientras yo iba al colegio con los niños del mundo que había ganado la guerra pero que eran pobres,  mi padre que también era pobre trabajaba en una fábrica donde, curiosamente, se construían cañones, armas ligeras y lavadoras. Era una filial de la General Electric, regentada por la familia Thyssen, la misma que hacía las escaleras mecánicas y los
ascensores de Galerías Preciados en otra fábrica más pequeña. Esta familia era la misma que muchos años más tarde, siendo yo ya mayor, pondría un museo en el Paseo del Prado de Madrid. Al salir del colegio recorría mis dos kilómetros y trescientos cincuenta metros en una bici con manillar deportivo pero sin frenos ni bocina y, contento por haber comprendido muchas cosas,  volvía a mi casa. Allí mi madre ya tenía preparada la comida y mi habitación aireada y limpia. El resto del día lo pasaba prácticamente solo, es decir sin otros niños, aunque algunos vivían cerca pero al ser turcos o sirios o argelinos no solían ser amigos de quienes únicamente éramos españoles porque, decían, en España había un dictador muy malo al que sus papás comparaban con Hiro-Hito, Batista y Hitler y un dictador así daba mala muy mala fama a los españoles porque sabíamos, a veces un poco en secreto, que mandaba a la cárcel a los que según él eran malos. Ser malos consistía en querer tener elecciones, comer todos los días, tener un seiscientos y salir de vacaciones en el mes de agosto. O haber tenido en la familia algún individuo que se hubiera pasado la guerra civil defendiendo la República. Esto de la República y del dictador bajito lo veía algo confuso, y además no me atrevía a preguntar. Nosotros sí teníamos vacaciones, un mes al año, pero mi padre decía que eso era un verdadero derroche. Decía también que los marcos, que eran unos billetes muy raros,  no estaban para desperdiciarlos sino para enviarlos a la cartilla del banco en España donde, después, sí que podríamos tener un seiscientos, comer pan tumaca como los catalanes y votar en unas elecciones libres que yo, entonces,  no sabía para que podía servir todo aquello; me refiero a lo de las elecciones, cono al pan tumaca. Todo sucederá cuando muera el dictador, oía de continuo. Y a veces oía que mi padre se despedía de sus amigos o conocidos de Cangas de Onís diciendo: “El año que viene en la Puerta del Sol”.  Pero el dictador aquel no se moría nunca y, por tanto, no llegaban las elecciones libres y, para colmo,  yo seguía sin frenos en la bici.
Así que, como estaba solo después de salir del cole, mis amigos eran los bichos de por allí y los animales domésticos.  Los bichos eran muchos y muy raros, desde algunos lagartos que venían a tomar el sol al lado de una piedra gorda hasta hurones que andaban por allí en busca de gazapitos despistados. También venían cuervos, pero se iban enseguida cuando veían que no había nada que zampar, y topitos medio ciegos que se daban de golpes con los árboles y los pedruscos, y algún zorrito delgado. A veces me daban tanto pena unos y otros que les echaba mi bocadillo de mortadela, porque además de pena eran mis amigos y me decía a mi mismo que prefería seguir yo mismo delgadito para evitar que los bichos se fueran sin algo que llevarse a la boca. De todas formas lo que mas me gustaba era ver como los patos cruzaban delante de mi casa, de un laguito pequeño que había cerca hasta el río algo más lejano, y también algunos cormoranes de color azul y hasta garcillas blancas que parecían una espátula volando. Cigüeñas pasaban pocas, yo pensaba que deberían estar todas en París. Ahora que, eso es cierto, con quien mejor lo pasaba era con mis amigos más cercanos. Estos amigos eran un perrito también bastante, dos gatitas maulladoras que habían regalado a mi madre en el mercado, un pollito negro y dos tortugas verdes que a la mínima escondía la cabeza y se hacían las muertas, aunque yo sabía que no estaban muertas ni nada. Yo creía que a todos ellos les gustaban estar conmigo y para que no se fueran les contaba lo que aprendía en el colegio, donde estaba China, cuanto eran dos docenas de huevos o donde vivían mis primos, que eran rubios y no sabían ni siquiera alemán. Así, poco a poco, les fui contando muchas cosas que yo había empezado a conocer en el cole. Allí me enseñaban más de lo que me daba tiempo a aprender: dos en español y el resto en alemán. Luego estaba todo lo que me contaba mi madre, que eran cuentos, costumbres de Castilla, historias de cuando los moros habían invadido España y como un rey asturiano que se llamaba Don Pelayo se puso firme, se metió en una Cueva donde había una virgen y reclutó a muchos asturianos para que arremetieran contra los sarracenos. Esa fue la primera vez que alguien se atrevió a enfrentarse a los seguidores de Tarik y Muza, que habían cruzado el Estrecho de Gibraltar ayudados por un traidor llamado Don Julián o algo así. También comencé a saber que un tal Adenauer quería hacer una Europa rica porque decía si tenemos el carbón y el acero podemos construir un futuro importante para todos. Y así empezó todo hasta que llegó Javier Solana y eso.  En aquellos parajes, con un bosque precioso para mi solo, lleno de árboles, flores, fuentes, nubes y caminos de amapolas a partir del mes de mayo la vida era tan bonita que nunca pensé que lo tendría que abandonarlo todo algún día. Pero así fue. La abandoné con mis padres. Regresamos a España, me hice poeta, se murió el dictador bajito y hasta la gente pudo ir a votar en unas elecciones libres, Ahora pasado tanto tiempo me atrevo a contarlo. Aunque no es lo mismo contarlo que ser un niño que vivía en un bosque.

Calzas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 30, 2013, 15:29:05 pm
LADRONES

 “Pelleja, pelona, roñosa, mala pécora. Eso es, levántate el camisón y enséñale los bajos a ese viejo verde, traidor, mal vecino. Así veremos cómo babea sin la dentadura. Marrana, pelandusca, chocha, ordinaria. Has atrapado al viejo con tu telaraña de canas y pestañas llenas de pegotes de rímel. Qué más quieres, ya tienes lo tuyo. Ladrona. Pero ay, sí, te vas a enterar”.
Los pensamientos corren desordenados por mis circunvoluciones cerebrales mientras veo a Tobías comer la sopa, con la servilleta metida por el cuello de la camisa. La sorbe de forma que parece que el líquido se le va a salir de un momento a otro por esas orejas que tiene con forma de parabólica. Ella está a su lado, le observa atentamente para limpiarle de inmediato  cuando la sopa cae, a veces, a causa de la gula. Tobías la mira con ojos arrobados. Prometido por primera vez. Y a los setenta y cinco años. Hay que joderse.
Sentados a la mesa del comedor de la residencia, miro a mi amigo y a su flamante partenaire, que se da un tétrico aire a Bette Davis en Qué fue de Baby Jane. Seguro que está igual de loca. A pesar de todo, ha conseguido engañar a todo el personal y los internos, que piensan que es la reina de Saba. Mi amigo estalla en orgullo: hace un mes que se hicieron novios y la semana que viene se van a casar. Pero, ay, a mí esa arpía no me engaña.
- Come, Esteban -, me dice Tobías, enfrascado en su sopa y en la liga que palpa bajo la mesa. – Si no comes se te va a poner más cara de amargado, que ya es decir.
Su novia lo mira arrobada, riéndole el chiste. - Es verdad, Esteban. – Comenta. – Así nunca vas a ligar con ninguna de mis amigas -. Me guiña un ojo, señalando con la cabeza otra mesa en la que una cuadrilla de cotorras monta barullo.- Y eso que a muchas les haces tilín.
Yo callo y como un poco, para que me dejen en paz. Esteban y yo somos amigos desde que hace cinco años nos aparcaron en la residencia. Él es lo único bueno que tengo aquí: mi confidente, mi pareja de mus y de tute, el que ve conmigo el concurso de las tardes y no da ni una. Es un buen tipo y por eso lo han cazado. Como nunca había tenido novia formal, ahora está en el limbo de los justos. Le ha pedido matrimonio a la elementa más salerosa de la residencia, y mira por dónde: ella ha accedido. Así que la semana que viene se casan y hala, a seguir en la residencia. Dándonos a los demás en las narices con su felicidad.
La ladrona se levanta con la excusa de empolvarse la nariz. Hay que ver. En la mesa quedamos Tobías, yo y Eusebio, un compañero que mide algo así como metro y medio y que se pasa el día persiguiendo faldas.
- Mira tú el Tobías, y parecía tonto. – Comenta Eusebio con los fideos escapándosele de los labios.- Y se ha ligado a la maciza de la residencia. Cuenta, Tobías, ¿te la has tirado?
Tobías se hace el ofendido, pero está claro que revienta de orgullo. – Cómo se te ocurre, Eusebio. Y además, ¿te piensas que te lo iba a contar?- Se limpia la barbilla y sonríe.
Yo ya no puedo más.- Pero si es una vieja, Tobías. No sé cómo te ha dado esta ventolera adolescente. Con lo bien que lo pasábamos tú y yo, y ahora te olvidas de mí, de tu amigo, para meterte en la cama de esa mujeruca, que la verdad, hacen falta ganas.
-  Pues yo ya me metía si pudiera, jejeje – comenta Eusebio, lúbrico. Se calla cuando ve la mirada de Tobías.
- No me lo tomo a mal porque eres mi amigo y sé que lo dices por despecho. Pero como vuelvas a meterte con mi prometida, nos veremos las caras. – Tobías se levanta y se marcha a buscar a su novia. Su aire digno y altanero queda algo deslucido por la servilleta que aún le cuelga del cuello.
“Cochina, maldita, bruja. Ahora te lo llevarás al jardín y le dejarás que te meta mano. Y él se pensará que ha encontrado la felicidad en medio de tus refajos. Desgraciada, sinsorga, insustancial.”
Mis pensamientos siguen dando vueltas en la cabeza. Ahora ya es de noche, estoy en la cama, en la habitación que Tobías y yo compartimos desde hace cinco años. ¿A qué viejo chocho me traerán cuando él se vaya al tálamo nupcial? …Sigo elucubrando, buscando nuevos insultos. Tobías descansa boca arriba en la cama de al lado. Yo sé que no duerme.
Mi propia voz, en un hilillo, suena de repente sin que me dé cuenta y me sorprende hasta a mí.
- Entonces, Tobías… ¿Ya no me vas a hacer cariños?
Oigo su respiración mientras aguanto la mía. Entonces, escucho su voz en la que brilla una sonrisa que puedo ver, a pesar de la oscuridad.
- Bueno, la verdad es que no me caso hasta la semana que viene. Y qué demonios, - dice-, Ella tampoco se va a enterar.
Percibo el frufrú de las sábanas que se retiran a un lado. El sonido de la felicidad. La voz de Tobías brilla, saltarina.
- Anda, ladrón. Ven aquí. ¿O es que ahora te vas a hacer de rogar?

Flavia Andrade
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Mayo 30, 2013, 15:33:46 pm
GATSBY S.A.

En primer lugar, señor Abril, felicitarle por su cuarenta cumpleaños. Ha llegado a una edad decisiva en la vida de un hombre. Si usted sigue como cuando tenía veinticinco años, nuestra empresa no tiene nada que ofrecerle; puede dejar de leer y tirar esta carta a la basura. Si por el contrario usted es de los que cree que la vida es como un DVD: la mitad se vive hacia delante y la otra mitad hacia atrás; si usted es de los que cree que remamos a favor de corriente cuando somos jóvenes, pero llega un momento en que el DVD salta, hace “clic”, y empezamos a remar contracorriente, hacia lo ya vivido, incesantemente arrastrados hacia el pasado, entonces usted es nuestro hombre y nosotros tenemos algo que ofrecerle.
            Somos Gatsby SA, una empresa dedicada a la construcción de sueños a medida. Al contrario que otras empresas de sueños a la carta que puede encontrar en el mercado, nosotros construimos sueños a partir de recuerdos. Eso es lo que nos define y diferencia del resto de empresas del sector. Usted pone sus recuerdos, reales o adulterados (¿existe algún recuerdo que no esté adulterado?), y nosotros los transformamos en sueños tan reales como la vida misma. Recientes investigaciones científicas en sueños artificiales demuestran que los sueños construidos a partir de recuerdos son los que permiten una mayor realidad; no olvide que nuestro cerebro crea los sueños a partir de experiencias reales. Además, estamos en condiciones de garantizarle que esos sueños ocuparán al menos un 70% del tiempo que esté dormido, unas cinco horas de cada siete que duerma.
¿No le gustaría volver a ser, durante unas horas, joven de nuevo? ¿No le gustaría reencontrarse con su antiguo cuerpo? ¿No se echa de menos? ¿No le gustaría volver a verla (piense que hay personas a las que sólo es posible ver en sueños)? Nosotros le ofrecemos sueños que le devolverán al momento de su pasado que usted elija: ese campeonato, ese verano, ese año de Erasmus, esos años de felicidad, esa única noche junto a ella, aquel primer amor…       
Pero también es posible ir más allá, pues siempre podemos hacer que el recuerdo mejore el pasado, que nos dé lo que no conseguimos en la vida. A eso nos dedicamos, señor Abril. Gatsby SA le ofrece la oportunidad de soñar su pasado, de revivirlo a su antojo, de la manera que usted quiera: sin acné, sin asma, sin responsabilidades, sin miedo, sin obstáculos, sin errores. ¿No le gustaría volver atrás para hacer las cosas de otra manera, para recorrer durante unas horas ese otro sendero, el que no eligió? ¿No cree que se merece una segunda oportunidad? ¿No le gustaría vivir lo que no pudo ser, hacer lo que entonces no se atrevió, tener lo que debió haber sido suyo? O, yendo un poco más allá, ¿no le gustaría hacer algo ilegal o amoral amparado en la impunidad que le ofrece el sueño?
           Hágase el mejor regalo, el más merecido: viajar a un pasado perfecto, haya existido o no. Piénselo. Podrá dedicar dos tercios del día a cumplir con su trabajo y su familia, y un tercio a soñar con un pasado a su gusto y a su medida. Podrá cuidar su salud a la vez que revivir todos los excesos de ayer en un cuerpo joven sin que eso repercuta en su estado actual. No importa que su vida sea triste y aburrida, que carezca de aventuras como las de antes, unas horas de sueño le compensarán con creces y usted podrá volver a vivir pasión, inocencia, juventud.
El procedimiento es sencillo: usted nos describe con palabras lo que quiere revivir, así como la manera en que desea hacerlo, tratando, esto es muy importante, de darnos la mayor cantidad posible de detalles. No ahorre matices, sobre todo los relativos a las personas. Cuantos más detalles nos dé (tacto, sabor, gestos, expresiones, sensaciones, tonos, olores…) más reales serán sus sueños. Gracias a nuestra tecnología de última generación, nosotros transformaremos sus palabras en impulsos eléctricos que transmitiremos al cerebro, donde esos impulsos eléctricos serán a su vez transformados en sueños tan bellos como la belleza que usted sea capaz de crear con palabras (nuestra experiencia en adaptaciones cinematográficas de relatos y novelas nos avala). Y todo ello a través de unas simples gafas (ver catálogo) y a un precio más que razonable (ver lista de precios).     
            Dígame, señor Abril, ¿podemos hacer algo por usted?
 
                         Atentamente, Jay Gatsby, Director General de Gatsby, SA

Pablo Abril
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 04, 2013, 14:54:39 pm
Confesión

Disculpen ustedes mi torpeza. Soy consciente de la novedad que supone para la comunidad científica mi intervención en este estrado. Sintiéndome pionera en estos menesteres intentaré conducir mi intervención por los derroteros que a mi juicio resulten más eficientes para la comprensión de mi discurso y ello supone en primer lugar presentarme. Soy una anónima lágrima cuya efímera existencia nadie se ha detenido a glosar. Acabo de nacer y estoy abocada a una muerte segura si bien gozo de un amplio conocimiento de la emoción humana, concepto que aún nadie ha sido capaz de definir con solvencia. Constituida por la misma esencia de la vida, soy agua  que fluye y sal que queda tatuada en cada célula que se atreve a darme cobijo y abrazo. Mi lento caminar me concede el privilegio de dotar de matices al iris de infinitos e indefinibles tonos cromáticos, de limpiar la cristalina cornea dotándola de la pátina de dolor tumefacto y de flirtear con el cálido regocijo de la turgente conjuntiva como preludio al eterno viaje que me haga ver la luz y absorber los colores del arco iris, el cual trasformo en mi alma y proyecto sobre las mejillas que pronto recorreré. Tengo vértigo. Mi vida se acaba y aún me queda por sentir los cálidos rayos del sol. En breves segundos he aprendido el significado de la melancolía y el peso de las agujas de un reloj invisible. Siento la brisa de una piel benigna conmigo, tapiz que me prepara para las turbulencias de unos surcos corrugados que me permitan alcanzar la dulzura de unos labios generosos donde descansar en paz y convertirme en dicotomía de agua y sal, en cristal efímero o en el dulce candor que humedezca el suave lecho de algodón de un níveo pañuelo. He sido feliz, y con mi vida doy ejemplo de humildad. Me despido en resumido llanto, soy esencia de llanto… llanto de alegría…

Morgagni
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 04, 2013, 15:01:34 pm
Laguna de los barros


Después de visitar varios clientes, Jorge volvió a la oficina visiblemente cansado. Bebió un café mientras leía la correspondencia acumulada durante el día. Un correo electrónico enviado por una corredora de propiedades llamó su atención. Fue atendido por una cálida voz femenina:

---- María Luisa habla. ¿En qué puedo ayudar? 
---- La casa ofrecida en la Laguna de los Barros. ¿Está disponible?
---- Está esperando por el señor --- bromeó la joven.
---- ¿Aceptan reservas por teléfono? 
----  Por supuesto que sí.

Al final de la cena contó para su familia:

---- Hoy arrendé una hermosa casa a orillas de un lago. Es un lugar tranquilo y hermoso, donde podremos relajarnos y descansar. Serán vacaciones diferentes, lejos de los agudos pitos de los vendedores de helados y de las filas de los supermercados. ¡Vamos a descansar en una linda casa a orillas de la Laguna de los Barros!
---- ¿Laguna de los Barros? !Ese lugar tiene varias leyendas! --- comentó Patricia, esposa de Jorge.
---- La misma --- respondió el marido.
---- Dicen que en el centro hay un remolino que succiona todo lo que encuentra.
----Historias de pescadores, nada de eso es verdad. Actualmente practican windsurf, hacen paseos de botes y nadie desaparece. La única historia verdadera ocurrió en 1940: un sujeto mató a su esposa y lanzó el cuerpo a esas aguas.
---- ¿Pasaremos las vacaciones en una laguna embrujada? --- preguntó Nicolle, la hija adolescente.
---- Cuentos, solamente cuentos querida. Pasaremos días muy agradables en ese lugar. Tomaremos baño en la laguna, jugaremos paletas, viajaremos en bote y principalmente descansaremos.

A primera hora del lunes partieron al litoral. Durante el trayecto, Jorge llamó a la corredora para marcar el lugar de la reunión. Después de dos horas de viaje, María Luisa los recibió con una gran sonrisa en un puesto de gasolina.

Después de unos minutos encontraron una impresionante casa blanca con el número 1940, en el segundo piso sobresalía una enorme terraza. Una amplia sala con una hermosa chimenea de piedras, los recibió de forma acogedora. Cuando abrieron los grandes ventanales de la habitación, un aire tibio con aroma de flores silvestres, invadió el lugar, produciendo una agradable sensación de bienestar. Jorge firmó el contrato y pagó la cantidad previamente negociada, la corredora manifestó sonriendo:

---- Vuelvo en dos semanas. ¡Felices vacaciones!
---- ¡Adiós! --- respondieron a coro.

Después de cenar los cansados viajeros dormían profundamente. A las dos de la mañana, Patricia despertó preocupada, salió a la terraza para respirar aire fresco. En ese momento observó un deslumbrante espectáculo que se presentaba en el centro de la laguna: luces blancas intermitentes formaban una danza sincrónica, que avanzaban por el agua de forma armoniosa y constante. Después de algunos segundos fueron apagándose una a una, hasta quedar solamente los rayos de la luna iluminando las aguas. Fue algo increíble. Con esa visión circulando por su mente, volvió a la cama.

La mañana estaba fría. Un viento golpeaba el rostro de Jorge y su hijo,  cuando comenzaron la caminata por el borde de la laguna. Varios kilómetros fueron recorridos hasta encontrar un hombre sentado en una piedra, con una enorme caña de pescar. Jorge después de saludarlo le preguntó:

---- ¿Tiene pescados para la venta? 
---- Tengo en casa

Al llegar a la casa del pescador, una señora cortésmente preguntó para el niño:

---- ¿Te  gustaría conocer los nuevos habitantes de la casa?
---- ¡Claro que sí!

Tomando la mano del niño, lo llevó a la parte posterior del sitio, donde se encontraba un gallinero. En ese momento el pescador casi murmurando preguntó para Jorge:

---- ¿Conoce la leyenda de la diosa de las aguas? 
---- Hay varias mitologías
---- En esta laguna tenemos una de esas divinidades. Vive en la ciudad sumergida.
---- ¿Ciudad sumergida? 
---- Construida hace más de cinco mil años --- confirmó el pescador.
---- Amigo  voy a ser honesto con usted; no creo en esas historias.
---- De todas maneras, no lleve a su familia a la orilla de la laguna durante la luna llena. 
---- ¿Que puede ocurrir? --- inquirió curioso.
---- Pueden ser embrujados y llevados a la ciudad sumergida.
---- ¿Secuestrados? --- preguntó esforzándose para no soltar una carcajada.
---- No sería la primera vez --- confirmó el pescador

En ese momento volvió Jorgito con la señora trayendo en un canasto, varios huevos frescos. 

---- Gracias. ¿Cuánto le  debo? 

Ella sonriendo respondió:

---- ¡No debe nada!

 Jorge sorprendido insistió:

---- Estoy agradecido, pero me gustaría pagar por los pescados y los huevos.
---- La próxima vez, ahora no. 

Durante el almuerzo Jorgito contó las aventuras vividas esa mañana. Patricia permanecía preocupada, hasta que Jorge le preguntó:

---- ¿Sucedió alguna cosa con usted?

Patricia pretendía mantener en secreto la experiencia observada la noche anterior, pero decidió compartir con su familia esa experiencia.

---- Anoche observé desde el balcón, una serie de luces bailando en el centro de la laguna. 
---- ¿Que era exactamente? --- consultó Jorge.
---- No tengo respuesta para esa pregunta. 
---- Esta mañana, el pescador también me contó una historia de terror. Dijo que las personas son llevadas a una ciudad sumergida en el centro de la laguna.

Esa noche Patricia y los niños se quedaron viendo TV, mientras Jorge en el jardín, sentado en una silla de playa, observaba el paisaje. Se sentía atraído por la belleza del lugar. Quedaba encantado al ver la luna reflejada en el agua. Disfrutaba intensamente con el canto de los grillos, con el viento agitando suavemente los árboles y con el aroma de las flores silvestres. 

Durante el desayuno, Nicolle con aspecto preocupado dijo:

---- Quiero volver. Tengo una extraña sensación. Me siento insegura en este lugar.
---- ¿Cuál es tu opinión? --- preguntó Jorge a su esposa.
---- Si Nicolle se siente insegura, debemos volver.
---- ¡Yo no quiero! --- gritó Jorgito.
---- En lugar de dos semanas vamos a quedarnos solamente una. ¿Está bien así? 
---- Gracias papá --- dijo la niña en el momento que besaba la mejilla de Jorge.
---- Necesito comprar algunas cosas --- comunicó Patricia.
---- Cerca de aquí, hay un pequeño mercado --- informó Nicolle.
---- ¿Alguien me lleva? --- solicitó riendo la esposa.

A pocos kilómetros encontraron un rústico local protegido por la sombra de una centenaria higuera. En el momento de pedir la cuenta la vendedora preguntó:

---- ¿Cuánto tiempo van a quedarse?
---- Una semana --- informó Patricia. 
---- ¡Pensé que sería más tiempo! 
---- Los niños quieren volver.
---- ¡Que lamentable, este lugar es tan lindo en esta época!
---- Es cierto. El lugar es maravilloso --- concordó Jorge.
---- ¿Le gustó? 
---- ¡Me encantó! 
---- Si el jefe de la familia gusta, es razón suficiente para que el resto también se quede --- comentó sonriendo la mujer.
---- No entendí  --- dijo Jorge.

Patricia interrumpiendo preguntó:

---- ¿Cuánto debo? 
---- Nada señora, ustedes son bienvenidos a este lugar. ¡No debe nada!

Cuando la familia se encontraba en el auto, Jorge comentó:

---- Es la segunda vez que no me dejan pagar. ¡Estoy adorando este lugar! 
---- La esposa del pescador tampoco nos cobró --- complementó Jorgito
---- Son extrañas las personas del interior ---  comentó Patricia.
 
El borde de la laguna quedaba a trescientos metros de la entrada de la residencia. Después de tomar onces, decidieron caminar por la playa. Jorge y  Patricia tomados de la mano, seguían a los niños que corrían en la frente. Una suave brisa acariciaba sus rostros. Poco a poco fue desapareciendo el sol en el horizonte. Las luces de las ciudades vecinas iluminaron las pocas nubes que desfilaban en el cielo. Inesperadamente una luz brillante calló en el centro de la laguna. Luminosidades comenzaron a formarse, a veces crecían otras quedaban casi imperceptibles. Sorprendidos observaron el fenómeno durante varios segundos. Poco a poco la luz adquirió la figura de una mujer. A pesar que se encontraban a bastante distancia, notaron que avanzaba en su dirección.

Temerosos corrieron por la playa hasta la entrada de la residencia, Jadeantes  volvieron a  observar la laguna, pero la extraña luz había desaparecido. Sin respuesta para esa estaña experiencia, durmieron esa noche. 

Pasaba de la media noche, cuando Jorgito decidió salir del dormitorio, y embarcar en un bote que se encontraba en la playa. Comenzó a remar hacia el centro de la laguna. ¡Era el momento esperado para iniciar la gran aventura! ¡Todos los misterios de la Laguna de los Barros serian desvendados por el!

El sueño fue interrumpido por golpes provenientes de varias partes de la casa. Asustados se reunieron en la sala buscando una explicación. En medio de ese escándalo ensordecedor, Patricia preguntó:

---- ¿Donde está Jorgito?

Lo buscaron en el dormitorio, sin éxito. Cuando estaban en el jardín, Nicolle preguntó:

---- ¿Donde quedó el bote? 
---- En la orilla del lago.
---- ¡Dios mío! ¡Jorgito está en la laguna! --- gritó Patricia.

Corrieron hasta la playa cuando un enjambre de luces cubría la embarcación.
---- Voy a buscar un bote ¿Quieren acompañarme? 
---- Prefiero quedarme, caso Jorgito vuelva --- dijo Patricia.
---- ¡Yo voy contigo! --- gritó Nicolle.

El auto patinaba por el exceso de velocidad, a pesar de eso, Jorge continuaba acelerando al máximo. Minutos más tarde expresó bastante molesto:

---- ¡La casa del pescador estaba aquí!
---- ¡No puede desaparecer! --- comentó Nicolle.

Pasaron diversas veces por el mismo lugar, sin encontrar la residencia del pescador. Desconcertado volvió a la casa, pero otra sorpresa desagradable los esperaba: Patricia había desaparecido.

---- ¡Vamos a avisar a la policía, ellos nos ayudaran!

Las luces de la laguna continuaban danzando de forma frenética. La embarcación había desaparecido. Nicolle reconoció la higuera centenaria, pero el local comercial no estaba.

---- ¡El negocio también desapareció!

Después de varios minutos de conducción llegaron a un edificio blanco. 

---- ¡Debe ser el Puesto de la Policía! --- informó Jorge.
---- ¡Es nuestra casa! --- exclamó incrédula a hija.
---- ¡Caminamos en círculo!

La niña con los ojos llenos de lágrimas, dijo a su padre:

---- Estábamos atrapados en este lugar. No vale la pena seguir luchando. ¡Nunca vamos a escapar!   

Las luces de la laguna comenzaron a moverse en su dirección. De vez en cuando giraban rápidamente en otras parecían tocar la superficie del agua y elevarse a varios metros de altura. Era una danza maravillosa y aterradora.

Nicolle se abrazó a su padre temblando de miedo. Jorge miró la linda casa blanca y un detalle llamó su atención. El número 1940, era el año  que fue asesinada la novia de la leyenda.

 ¡El nombre de esta mujer era María Luisa! Igual a la corredora de propiedades. ¡Curiosa casualidad!     

En el momento que era envuelto por las luces comprendió las palabras del pescador, cuando le advirtió del peligro que corría.  El también era rehén de la diosa de las aguas.  Recordó la frase de la mujer del mercado cuando dijo:

---- Si el jefe de la familia gusta, es razón suficiente para que el resto también se quede

Lamentablemente la comprensión de estos hechos llegó muy tarde. De ahora en adelante serán eternos huéspedes de la diosa de las aguas en la ciudad sumergida. La luminosidad los absorbió, sus miedos desaparecieron y sus cuerpos fueron enviados a otra dimensión. 

Una imagen vestida de blanco permanecía parada en la playa. Un llavero brillaba en una de sus manos. Maria Luisa, con su traje de novia, observaba la escena con ojos de tristeza. Detrás de ella, la casa desaparecía llevada por la bruma de la noche.

Ernest Hemingway
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 04, 2013, 15:05:20 pm
Sibarita


Jiménez se proponía describir cierta fisonomía sin emplear las palabras macilento y enjuto. La misión se fue al traste en el primer párrafo, justo después de servirse en un vaso los dos últimos dedos de ginebra Hendrick’s que quedaban en el interior de una botella medio rota. El licor estaba caliente, pero daba igual, tampoco había nada más para desayunar.
Aunque acostumbraba a comer fuera de casa, esperaba encontrar algo en el interior del frigorífico, pero lo halló tan vacío como el día que lo desembalaron aquel par de tipos sudorosos que llevaban el nombre de unos grandes almacenes escrito en sus camisas; para colmo le rascaba la garganta, las sienes le martilleaban el cerebro y el sol del mediodía le había taladrado con impiedad la retina al asomarse a la ventana, de manera que al cerrar los ojos conseguía distinguir multitud de puntitos blancos que al abrirlos se oscurecían. Por si esto fuera poco, era la primera vez que se obligaba a escribir con resaca.
“Soy un fracasado”, le había confesado la noche anterior a Darío, “un fracasado de *****”.
“Tú lo que eres es un **** sibarita”, sostuvo su amigo mientras pronunciaba las palabras muy despacio, como hacen siempre los borrachos. Y lo dijo con un baile de ojos que circulaba de la botella de Hendrick’s a la mujer de interminables piernas, de nombre Cloe, que acababa de besar a Jiménez. Estaba claro que no lo había dicho únicamente por la marca de ginebra. Ese deseo, ese maldito deseo de mojar las piernas femeninas en alcohol, como si fuesen gigantescos bizcochos bañados en leche, le mataba de excitación a Darío. Así que se puso en pie, se reunió con el resto de amigos y deseó salir cuanto antes de aquel bar.
Los puntitos oculares tardaban en desaparecer y Jiménez empezó a mostrarse receptivo ante la divagación hipocondríaca que se sucedía en su cabeza, así, las manchas daban paso a un glaucoma irremediable por falta de drenaje del humor acuoso lo que derivaba en una ceguera progresiva. Comprendió entonces que el sentido del tacto es blanco y negro, y que si se quedaba ciego en la cárcel, lamentaría no poder volver a ver a Cloe.
El trago en ayunas le había revuelto el estómago. Hendrick’s era su marca, allá donde iba la pedía, para él era como esa cara conocida que a lo lejos se reconoce en una fiesta y a la que uno se acerca para no sentirse solo o más bien para disimular su soledad. Volvió a mirar un instante la botella rota por la mitad. Justamente la misma con la que había matado a Darío.
Después de que el resto se hubieran ido a casa, Jiménez le invitó a subir a la suya, y a pesar de que éste no había probado una sola gota de alcohol en toda la noche, consiguió hacerles creer a sus amigos que estaba igual de ebrio que él.
Se conocían desde hacía muchos años, desde antes incluso de haber empezado a estudiar los dos Ingeniería Industrial; sin embargo, las cosas no habían cambiado tanto desde entonces. Era indudable que Darío sentía una profunda admiración por Jiménez, admiración que nunca había tratado de ocultar. La empresa de servicios de ingeniería que su amigo había creado había obtenido aquel año más beneficios que nunca, tanto que ya se hablaba de una pronta expansión por Latinoamérica. Por si esto fuera poco Jiménez había logrado publicar un denso volumen de Gestión Empresarial con un considerable éxito de ventas, e incluso se planteaba escribir pronto un libro de relatos. En definitiva, tenía todo aquello que Darío podía desear. Empezando por Cloe.
El apartamento de Jiménez ocupaba el tercer piso de un bloque de viviendas próximo al paseo de la Castellana. El salón era casi tan amplio como todo el resto de la casa; en él destacaban, sobre todo, un televisor de más de cincuenta pulgadas y un gran sofá de diseño en tonos claros. Darío se instaló cómodamente mientras que Jiménez se ofreció a ir a la cocina a por un par de vasos y algo de alcohol.
Sin embargo, cuando regresó sólo parecía traer una botella de ginebra aún sin abrir. Detalle que a Darío no se le pasó por alto.
-¿Vamos a bebérnosla a morro? Los nuevos ricos sois así, mucha hostia con la casa y luego no tenéis ni un **** vaso…
Pero de pronto se detuvo en seco, a pesar de su evidente borrachera fue capaz de adivinar en los ojos de su amigo un extraño brillo que de inmediato le obligó a desconfiar.
-Oye, a ti te pasa algo…¿se puede saber qué…?
Fue incapaz de acabar la frase porque en ese instante sintió un fuerte golpe en la cabeza que le hizo perder el conocimiento.
Minutos más tarde, según iba recobrando poco a poco la conciencia, se dio cuenta de que estaba maniatado. Tenía la camisa empapada y notaba cómo un líquido tibio se desplazaba por su frente. Al bajar la cabeza y verse cubierto de sangre quiso gritar, pero era incapaz de emitir sonido alguno. Un dolor sordo próximo a la sien izquierda apenas le permitía pensar, además parecía como si toda la casa hubiera sido rociada con ginebra y el olor resultaba tan fuerte que Darío tuvo la sensación de que eran sus propios poros los que destilaban todo aquel alcohol. Ni siquiera los cristales rotos bajo sus pies, ni siquiera esos fragmentos le hicieron comprender, en medio de aquella nebulosa de sangre y borrachera, que habían asestado un golpe mortal con una botella.
-Olían a alcohol- oyó que le decían al oído-. Las piernas de Cloe olían a “Talisker 18″, el mejor whisky de malta del mundo con más de quince años de maduración. Lo sé porque esa botella te la regalé yo.
En medio de una carcajada terrible Darío torció la boca sin ocultar cierta ironía y así, con las últimas fuerzas que le quedaban respondió: “Siempre has sido un **** sibarita”.
Esa noche, mientras se emborrachaba, Jiménez contempló tranquilo el cuerpo inerte de su viejo amigo. Decidió que por la mañana se entregaría a la policía, pero antes de eso, nada más levantarse, escribiría su primer texto para su próximo libro de relatos.

Elisa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 04, 2013, 15:09:36 pm
(http://img15.imageshack.us/img15/2035/cartelvedicin2013red.jpg)

La estrella del rasillo de cameros


Alguien sin saber muy bien cómo ni por qué llegó al Rasillo de Cameros, allí decidió dar una vuelta por los alrededores, no es que le apeteciera mucho semejante cosa pero es que no tenía nada mejor que hacer, en la vida estaba por estar, era un hombre entrado en años y sabía que lo mejor de sus días ya había pasado, se encontraba de vuelta de todo en plena decadencia, deambulaba por los lugares sin sentido alguno, simplemente para que transcurriera el tiempo, andar se le antojaba bastante fatigoso, pero es que si no lo hacía la abulia se le echaba encima y los días se hacían largos en demasía, tampoco conservaba muchos amigos, los pocos que tuvo en su momento con el devenir del tiempo los fue perdiendo, no era mala persona aunque jamás se caracterizó por su excesiva bondad con los demás, siempre se había movido a su antojo sin interesarse más que por su propio interés y eso pasa factura, los amigos al fin de al cabo actúan en función a como se han portado con ellos, afortunadamente era realista sabía que ya pocas cosas podía esperar de nadie y mucho menos de la vida en sí, la cual como un perro hambriento que requiere su alimento a diario iba reclamando los días que a él le faltaban, la melancolía se apoderaba de su ser por momentos, intentaba luchar contra ella lo más eficazmente posible, a pesar de estar en clara desventaja con esta pérfida enemiga quería jugar las pocas cartas que le quedaban,  una de éstas era la de ocupar el tiempo en el mayor número posible de cosas dentro de sus enormes limitaciones, así sólo pensaba en temas tribales olvidándose por completo de las cosas más importantes, con ese planteamiento comenzó a caminar por el lugar, le daba igual dirigirse al Este que al Oeste, tampoco tenía especial predilección por el Norte o por el Sur, inició el paseo en línea recta, quería fatigar el cuerpo, en esa disyuntiva la mente no pensaría más que en calmar tal necesidad quedando los recuerdos aparcados a un lado, no disfrutaría ni mucho menos pero al menos no sufriría más de la cuenta, según caminaba no reparaba en el paisaje que le rodeaba, le era indiferente que fuera bello u horripilante el caso es que estaba ahí y era algo inamovible, a decir verdad tampoco se había percatado de la hora a la que salió ni de memorizar el camino de vuelta, ya preguntaría a alguien si se veía en apuros, llevando dinero encima si no dormía en un sitio lo haría en otro, le daba igual que fuera caro o barato para el poco tiempo que le quedaba carecía de sentido ahorrar, tampoco le producía una especial satisfacción el dilapidar el dinero en unos últimos caprichos, no disfrutaba con nada, nada le hacía feliz solamente pensaba en sufrir lo menos posible, si él hubiera sido diferente igual habría llevado una vida diferente, pero ahora no había vuelta atrás, tenía que afrontar lo que le quedaba de la manera menos dolorosa posible. En su caminar se cruzó con algunas personas sin fijarse apenas en ellas, ¿Para qué? seguía su camino sin más, un camino que no le llevaba a ningún sitio en concreto, desde hacía unos meses trataba de no estar mucho tiempo en un mismo sitio, puesto que si hacía semejante cosa la rutina le recordaba quien era y lo poco que le quedaba, no pensar en nada era lo que anhelaba, se encontraba tan desilusionado que el pensar en algo siempre conllevaba matices negativos, se tornaba imposible luchar contra ello por lo que lo mejor era no hacerlo, si lo hacía se desgastaría más y la derrota sería aplastante. Después de mucho caminar sin rumbo definido se sentó a descansar, los píes empezaban a dolerle, aunque sabía que no podía estar mucho tiempo parado porque de lo contrario los pensamientos se adueñarían de él, hubo algo que por fin le alegró después de innumerables jornadas de pesares, el frío empezaba a entumecerle los músculos, eso era algo fascinante, mientras intentara combatir el frío todo su ser estaría entregado a ello lo demás pasaba a un segundo plano, lo único que existía para él era luchar contra la extrema necesidad de eliminar el frío, comenzó a pesar del dolor mencionado anteriormente en los píes a saltar a  la vez que hacía ejercicios, el calor enseguida llegaba a su cuerpo normalizándolo, pero saciado el cuerpo la mente se le encaminaba por otros derroteros que no deseaba, puesto que ésta lo que buscaba era hacerse dueña de la situación, todavía le quedaba un resquicio de pensamiento libre de pesares aunque sabía que era momentáneo, ¿Y si buscaba más frío? Aquello era un pensamiento perfecto, se volvió a sentir inspirado, sonrió, era un tipo listo, aún le quedaba una chispa de brillantez, junto a él tenía un embalse que mostraba un agua bastante limpia, cosa que le traía sin cuidado, no así la temperatura del agua, si fuera hacía frío el interior del pantano estaría mucho más helado, los esfuerzos por recuperarse serían el doble de exigentes y por consiguiente habría asestado un nuevo golpe a su mente, ¿Tal vez un golpe definitivo? Descartó la idea según le surgió, no tenía valor para suicidarse pero sí para pasar un mal rato, quiso que todo se produjera a una velocidad supersónica, pero su cuerpo no estaba para tal cosa, se tuvo que quitar las zapatillas muy lentamente, una vez que lo hubo conseguido se fue metiendo paulatinamente en el pantano, el frío le paralizaba las partes del cuerpo que entraban en contacto con el agua, caminó con parsimonia durante unos metros hasta sumergirse por completo, en su juventud fue un gran nadador incluso un buceador de tipo medio, quiso evocar aquellos felices días e inició la inmersión, al contrario de lo que le ocurría en tierra firme en el agua se sentía mucho más liviano, más dueño de la situación, vació el aire de sus pulmones de modo que pudiera hundirse y tocar el fondo, aquí si le dio importancia a la claridad del agua por el sencillo motivo de que podía ver lo que en ella había, fue tocando las piedras que se encontraban en el fondo hasta que topó con una que le llamó especialmente la atención, le quedaba poco tiempo antes de ahogarse, la cogió estirando la mano en un último esfuerzo, en el que ni el mismo sabía de dónde había sacado semejante energía, movió brazos y piernas con gran brío, sincronizando ambos miembros consiguió sacar la cabeza fuera del agua respirando a continuación con intensidad, nadó un poco más hasta que fue capaz de hacer píe, entonces salió del pantano, la piedra iba siempre junto él, la miró a la luz del día, ahora sí recabó en que el sol lo iluminaba todo con gran esplendor, era una piedra en forma de estrella, tocó uno de sus picos pensando que aquello le aliviaría del frío y así fue, estaba empapado y a pesar de ello no sentía frío alguno, toco otro extremo rogando que le diera fuerzas para correr con vitalidad, lo hizo a la velocidad de un purasangre ni en su mejor época lo habría hecho mejor, aquella piedra estrellada le daba cuanto pedía, estimó que no era cuestión de parar, solicitó acabar drásticamente con los malos pensamientos, como si éstos fueran un ser animado se los arrancó de la cabeza arrojando una sombra grotesca al suelo, después la pisoteó, se oyó un grito de estrépito y el galopar de una huída cobarde, su estrella parecía no tener límites, lo siguiente era quitarse veinte años de encima, fue pensarlo y cumplirse, quiso algo de alimento, ante sí se mostraron los mejores manjares que había visto jamás, ¡Que feliz era aquel hombre!

Eurofighter Tyfoon
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2013, 14:54:10 pm
¡NO me mires más!


    Por favor no me mires más; no tengo que darte, mis recursos son limitados y además no tendría como cobijarte; ¡no me mires más! Sé que has sentido dolor, frio, hambre  y que muchas veces has llorado sin que nadie te consuele debajo de ese techo, y yo sé muy bien que eso te duele, caen gotas de frustración, angustia y desesperación, los días se convierten en meses, y ya no quieres que la noche llegue ¡no me mires más! En esos pequeños ojos se que se cobija la esperanza de que alguien te de refugio y amor en vez de engaño y dolor, eres muy pequeño para defenderte, para decidir por ti mismo lo que te conviene, sé que no tienes padres y que solo eres un niño de la calle. A la cruda realidad quiero evadir, no quiero comprometerme con algo que no me afecta a mí, aunque pareciera que mi mente se envuelve en la sensación de que yo soy la solución no quiero ya darle la razón…. Todos los días veía a ese mismo niño, un poco sucio, cabellos mal peinados, mirada de tristeza y lagrimas de desilusión, ropas rotas, alma herida. Un día tomando valor, y conteniendo lo que había en mi corazón, le dije:
-   Tal vez niño,  tu desearías devolver el tiempo, ese día en que te dejaron, y decir las mil y un razones para que nunca hubiesen tomado esa decisión, te preguntaras si aun ella existe, y que si tal vez tuvieras la oportunidad de encontrarla le perdonarías con la excusa de que cualquiera lo pudo haber hecho pero con el corazón esperanzado de que se puede comenzar de nuevo y el pasado en serio quedaría atrás- mientras  esa mirada me decía “tenme compasión puedo ser ese hijo que te trae alegría al corazón”
El me respondió:
 -A mí me han engañado y de mi inocencia se han burlado, ojala fuese fuerte como muchos de ustedes, siempre escapo a mi refugio en mi imaginación, y veo allí una hermosa ilusión en el que soy uno de los muchos niños con deseos… deseos de reír, jugar, comer y ver todo de colores, claro que mamá y papá estarían allí, las flores serian nuestra cama, un hermoso árbol frondoso nuestro techo, tendría siempre un banquete a mi alrededor, y nunca escaparía de allí, porque no habría ni frio ni calor.

Abrill Lo´Vas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 06, 2013, 15:00:22 pm
LANALHUE


Doblas a 80 Kms. en segunda fila. No me amilana el silencio de murta ni el follaje de los pinos tan próximos a la ruta, tampoco el borde de los cerros talados. El “lugar de almas perdidas” había embriagado el reencuentro. El camping de sauces abundantes daba una sensación de paz.
“When the night falls on you baby”, canta Pretenders en la radio.
-Sí, mejor vamos a Contulmo –dices, seguro, sobrepasando el volumen de la música, recordando el patio del Liceo Maipú, cuando el parque y mi novia fueron el pretexto para alejarnos la primera vez.
Me miras tomando mi mano con ternura. Cambias bruscamente la expresión, como si algo te molestara. Ahora atiendes la conducción, soltando mi mano.
-Por aquí debe quedar la entrada a la playa nudista…
-No te convences -me interrumpes- Hay algo final perteneciéndonos, es como si…, no sé cómo explicarlo. Pero ¿tú piensas lo mismo?
Te sonrío y vuelvo a concentrarme en las sombras.
Kilómetro 50 de la ruta P-60-R. El lago donde el OVNI me iluminó y cargué la cruz del sur después de fumar yerba con el hermano de Rocío. La Cordillera de Nahuelbuta me protegía la espalda cuando llegué al camping y, de pronto, cuando iba camino a contemplar el lago por primera vez, encontré tu mirada, tan asombrada como la mía.
-En el lugar menos pensado -dijiste con cautela; tus alumnos del liceo podían oír- Pucha. Salgamos a la noche a Contulmo a tomarnos algo ¿Quedamos?
Igual había ocurrido en mi casa un mes atrás cuando conversábamos luego del sexo. Hablabas alto, por tu sordera y luego, pensando en los vecinos, habías comenzado a susurrar, recordando la última vez que nos habíamos encontrado, hacía veinte años.
-Me rompiste el corazón –me dices ahora, de pronto, bajando el volumen de la radio- Te lloré por toda la maldita plaza. Hablé con tus amigos y nada: me olvidaste.
-Veinte años no es nada –te contesto distraído- Imagínate ahora, que el canto de los chincoles nos recibe en este paraíso, donde el pitrán  quedó inmortalizado en la rama de ese canelo ¡El momento exacto para la fotografía!
Saco la cámara desde la guantera y me percato de mi olvido de ponerme el cinturón. Voy a hacerlo cuando tomas mi mano nuevamente.
-¿Te fijaste en los avellanos y el canto de las aves al amanecer en este paraíso? – ¡No todo gira en tu mundo de poesía!– Dices y enmudeces.
El silencio me retrotrae al fragor del pueblo de Cañete, cuando cruzamos hacia los locales de la plaza principal, rodeada por carros de la policía. Tu miedo a los vigilantes hizo que giraras nervioso la tapa del frasco de mermelada  y la frambuesa cayó, manchando tus zapatillas blancas. Por eso decidiste comprarla de inmediato e ir al bar de Contulmo en tu automóvil. Así había comenzado este periplo que nos llevó como en huida por la carretera, adelantando a los camiones de los aserraderos.
-Éramos unos veinteañeros –te digo, subiendo la voz- No estabas en desventaja porque siempre te dije que no buscaba compromiso –concluí, mientras me dabas un puñetazo que provocó que la cámara volara como flotando, al igual que mi torso azotándose en el vidrio, mientras acelerabas en una curva de eucaliptos en doble pista y alzabas el seguro automático de la puerta.
No sé si llegaste a Contulmo, sólo sé acerca de aquellos que llegan a  esta ribera donde fui a dar ¿Hace cuánto tiempo? Lo olvidé. Sólo vago entre las carpas del camping, que se reconstruye en época de vacaciones. Canto al rasgueo de las guitarras en las fogatas; siempre las mismas canciones Y cuando la superficie del Lago Lanalhue, lugar de almas perdidas, se cubre de espesa neblina, alguien divisa mi rostro y lo asocia con la fotografía que hay en los postes.

Perdido
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 09, 2013, 11:00:51 am
Por la noche
                                                           

     Se despertó de golpe, alterada y sudorosa pese al frío que reinaba en su habitación, con la terrible y angustiosa sensación de no estar sola. Escrutó la oscuridad con temor y afinó su oído, prestando atención a cualquier ruido inusual o amenazante. Nada, el silencio era total y la luz en penumbra de su alcoba le permitió ver que todo estaba tranquilo y en orden. Sin embargo, las alarmas de su mente no dejaban de sonar y además, ¿a qué se debía ese frío atroz pese a estar a mediados de septiembre? La temperatura era desmesurada y podía entrever el vaho que producía su aliento. Tapada hasta el cuello con su ropa de cama, alzó la cabeza y volvió a sondear su habitación con el mismo resultado que antes. Aun así, la sensación de que había algo allí con ella la atenazaba, a pesar de no observar ni escuchar nada extraño.
   Con gran esfuerzo y reuniendo el valor necesario para ello, sacó una de sus manos de debajo de las mantas y la acercó lentamente a la mesilla de noche, con la intención de encender la lamparilla. El terror a que algo la tocara era tan inmenso y pertinaz que casi lo esperaba y la hizo temblar, ¿o era el frío aquel? Rozó la cadena de la lamparilla y ésta se le escapó de los dedos, fallando su primer intento de encenderla. Maldiciendo por lo bajo se incorporó un poco más y esta vez la luz rompió las sombras, revelando una estancia vacía y en orden. Allí, sobre una silla, estaba su ropa pulcramente doblada y la bata que se quitó antes de acostarse. El armario cerrado y con la llave puesta, al igual que la puerta de su cuarto y la  ventana, con la persiana bajada y los postigos entrecerrados. Todo en orden.
   Bajó su mirada acobardada al suelo, aún invadida por esa sensación de estar acompañada y vio sus zapatillas  de fieltro en el mismo lugar en que quedaron cuando se las quitó. Tendría que levantarse de la cama para mirar debajo de ella. Se sintió aterrorizada, pero al mismo tiempo, una vergüenza infantil se apoderó de ella, ¿de qué tengo miedo? Hacía tiempo que dejó de ser una niña, pero llegaron a su cabeza de repente todas las historias que le contaba su abuela en noches de tormenta sobre visitantes nocturnos, en aquella misma casa. Dominada por un pavor infantil y armándose de coraje y sintiéndose al mismo tiempo ridícula, saltó de su lecho y se puso las zapatillas. Se agachó y tímidamente levantó la ropa de cama para echar un vistazo bajo ella. Nada, espacio vacío y limpio. No recordaba haber tenido ninguna pesadilla ni sueño intranquilo, entonces ¿por qué aquella acuciante sensación de estar siendo observada?
   Se puso la bata y salió de la helada habitación dispuesta a hacer un barrido por toda la casa. Encendiendo todas las luces fue revisando cada habitación y estancia. La casa estaba vacía, nada había entrado y las puertas y ventanas estaban firmemente cerradas. Por un momento jugó con la posibilidad de llamar a su novio y contarle lo que le pasaba pero rápidamente lo desechó. No quería que se riese de ella durante la próxima semana. Algo más calmada se dirigió a la cocina con intención de prepararse un chocolate caliente que la reconfortara para poder conciliar de nuevo el sueño y le quitara ese intenso frío que sentía entrando en cada poro de su piel.
   Sacó la leche de la nevera y cogió un vaso de la alacena, que llenó tres cuartos de su capacidad antes de meterlo en el microondas. Luego lo rellenaría con más leche y dos o tres cucharadas de cacao soluble pues era muy golosa. Miró de soslayo el reloj de la cocina. Las doce y cuarto, aun le quedaban casi siete horas antes de tener que irse a trabajar. Se puso a mirar por la ventana mientras esperaba que la leche estuviera a punto. El ambiente en el exterior era frío y empañaba los cristales, lo que dificultaba su visión. Quiso escribir algo en el cristal y no pudo. Observando más atentamente, se percató de que el vaho empañaba los cristales por fuera, lo que indicaba que hacía más frío en la casa que en el exterior. Se arropó mejor la bata pensando que aquello era raro, pero no le dio mayor importancia.
   Los pensamientos fueron fluyendo por su mente, acordándose de su adorada abuela. Una mujer de mundo acostumbrada por las circunstancias al trabajo duro. Volvieron de nuevo esas historias de miedo e intentó acordarse de ellas un poco más. Visitantes nocturnos que acudían a nuestros sueños para decirnos algo, extraña creencia. Aún así, su abuela lo creía a pies juntillas. Ella sin embargo lo consideraba absurdo y fuera de sus convicciones, su estricta educación académica se lo impedía. Esas leyendas no eran más que historias nocturnas de viejas junto al fuego para asustar a los niños. Sin embargo, no encontraba justificación para la extraña y atemorizante sensación que la había levantado de la cama.
   El timbre de aviso del microondas la sacó de su absorción, haciéndola brincar por el susto. Se giró hacia el aparato y en ese momento, algo rozó su cabello. Un escalofrío surcó su cuerpo y se giró hacia el lado donde había notado ese tacto. Allí no había nadie, estaba sola en el centro de la cocina. Un roce con la bata, eso ha sido, no puede haber sido otra cosa, pensó para sí. Se rió entre dientes, más que nada para sentirse bien, pues notaba que el miedo volvía a apoderarse de ella. Empezó a tatarear y abrió la portezuela del micro. Cogió el caliente vaso, deleitándose en la sensación de calidez que inundaba sus manos con el cristal del recipiente. Preparó el chocolate y se sentó en la mesa de la cocina de cara a la puerta. Se seguía sintiendo ridículamente infantil, pero pese a todo…
   La sensación fue remitiendo conforme consumía su bebida y un agradable sopor se fue instalando en su cuerpo. Se levantó con la intención de terminar el chocolate en su habitación. Una rápida mirada para cerciorarse de que todo estaba ordenado y salió de la cocina apagando la luz. Y entonces lo vio. Fue solo un instante, pero lo había visto, de eso estaba segura. Una sombra incierta y negra atravesó el pasillo arrastrándose vil de una habitación a otra. El terror la poseyó de tal manera que el vaso cayó al suelo sin romperse, pero desparramando el cálido líquido por las losas del pasillo, mojando sus zapatillas de fieltro azul. Se quedó petrificada solo sintiendo como el vello de su nuca luchaba por salir del cuero cabelludo. Se percató de nuevo del frío y se forzó a moverse.
    Se encaminó despacio hacia la habitación en donde se suponía había entrado aquella cosa y se encaró a sus temores asomando el rostro por la puerta. Allí no había nadie ni nada. No había lugar donde pudiera haberse escondido algo del tamaño de la sombra que había vislumbrado. La imaginación y el cansancio le estaban jugando malas pasadas, seguro. No aguantó más y corriendo se encerró en su cuarto, cerrando la puerta de un violento portazo y  sin apagar ninguna de las luces de su vivienda. Se metió en la cama con bata y todo y se tapó hasta los ojos. Más que nunca, ahora parecía esa niña tan lejana en el recuerdo, amedrentada por miedos que no podían ser reales. Sin embargo…
   Se quedó mirando fijamente la cerrada puerta de su cuarto, pensando que en cualquier momento una terrible criatura la iba a abrir y pasaría al interior con la intención de devorarla. Una risilla nerviosa brotó de su garganta, mejor eso que gritar como una energúmena. Volvió a pensar en llamar a Gerardo pero ya era tarde y estaría dormido, además fijo que no era nada o así lo quiso considerar ella. Aunque estaba segura de lo que había visto y se encontraba lo suficientemente despierta para saber que no lo había soñado. Igual que notó el calor de su chocolate caliente, había notado y visto aquella sombra. De eso estaba segura, pero… ¿qué había visto?
   Se removió inquieta en la cama para dirigir su mirada a la ventana que continuaba cerrada y con los postigos entreabiertos y la sensación de aquel gélido frío la inundó de nuevo. Pese a la ropa de cama, su pijama y la bata, estaba temblando y ahora sí veía claramente como el vaho surgía de entre sus labios. Todo seguía en orden pese al helor inusual, entonces ¿por qué sentía ese terror tan profundo y visceral? Era incapaz de ver ni oír nada que pudiera convertirse en una amenaza, sin embargo el pánico la tenía consumida, como a la niña que un día fue. Apartó la vista de la ventana y la fijó de nuevo en la puerta; en ese momento la luz de su lamparilla de noche parpadeó un par de veces, lo que le hizo estremecerse de miedo. Comenzó a pedir inconscientemente que no se apagara, casi como una oración o un mantra y cerró los ojos, entonces notó claramente como alguien o algo se sentaba a los pies de su cama. Sintió el peso en la ropa de cama y cómo le aplastaban suavemente los pies. Un incipiente grito comenzó a nacer en su garganta pero lo ahogó, más por vergüenza que por raciocinio. Abrió los ojos, despavorida para ver que allí seguía sin haber nadie. Un siseo proveniente de algún sitio incierto la aterrorizó aun más. Se incorporó rauda en la cama y se apoyó en el cabecero de madera para poder ver mejor y entonces algo empezó a tirar de su ropa de cama hacia abajo. Despacio, pero inexorablemente.
   El grito que antes había reprimido salió de su garganta histéricamente y aumentó su potencia cuando vio como una negra sombra, salida de la nada se irguió sobre la pared de enfrente, mientras sus mantas seguían un rumbo descendente. La sombra enorme de algo inhumano produjo un susurro feroz y entonces ya no se oyó nada más. La noche continuaba su rumbo para poder morir al amanecer como ha ocurrido siempre durante milenios.
   A las nueve de la  mañana siguiente el timbre del teléfono sonó por tercera vez sin que nadie acudiera a responderlo. Todas las luces de la casa estaban encendidas y un gran charco helado de leche chocolateada manchaba el piso del pasillo. Había paz y silencio en toda la vivienda solo roto por el insufrible ring-ring telefónico. Cuando quien quiera que hubiera llamado colgó aburrido, una risa sardónica y despiadada se oyó en la habitación. Después, nada.

Jarch
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 09, 2013, 11:04:36 am
Miedo


El presidente de de los Estados Unidos aparecía en televisión en horario de máxima audiencia, al unísono con Los presidentes de los países con las mayores economías del planeta. Anunciaron una noticia que heló la sangre de millones de personas, al pie del televisor. Se confirmaban los rumores de los últimos meses. Un asteroide de algo más un kilometro de longitud estaba en trayectoria de impacto con la tierra. En 24 meses, la roca a la que se bautizó con el nombre de Shiva, acabaría con la vida en el planeta.  El Presidente, después de anunciar la tragedia, apeló al optimismo y al esfuerzo de millones de ciudadanos del planeta para evitar la destrucción. Se diseñarían varias  misiones para  intentar destruir el asteroide en el espacio exterior. El coste de estas misiones sería tan alto, que los dirigentes imploraron un esfuerzo sobrehumano a los habitantes del planeta para lograr la supervivencia.   
En los días siguientes al anuncio, en las grandes ciudades, se realizaron actos de saqueo y pillaje  que la policía reprimió brutalmente. En los meses siguientes, los impuestos y las jornadas laborales de la mayoría de los ciudadanos de la tierra se incrementaron de manera brutal, mientras se emitían en televisión  programas que explicaban los distintos planes que se empezaban a desarrollar para destruir a Shiva.  Se informó que la mayoría de los recursos de la tierra se dedicarían a esta tarea.  En unos meses, el estilo de vida de millones de personas retrocedió un siglo de golpe.  Jornadas laborales de hasta 14 horas para un salario de supervivencia. Pero a pesar de los sacrificios y penalidades, surgió en el planeta un espíritu de lucha, de solidaridad y de unión nunca vistos. El objetivo común de sobrevivir, unió en su esfuerzo y sacrificio a millones de personas. “No moriremos sin luchar” se convirtió en un lema universal que resonaba en las principales plazas de las grandes ciudades.  Surgieron algunos astrónomos disidentes, que intentaban explicar en los medios de comunicación, los errores de cálculo que había cometido la N.A.S.A. en la órbita del meteorito.  Se crearon nuevas leyes en los países para condenar a estos charlatanes, a los que se aplicó cadena perpetua en algunos casos.
Un año antes del impacto, El Presidente de E.E.U.U  anunció el fracaso de la primera intentona de destruir el asteroide. Una nave cargada con varias cabezas nucleares, intentó destruirlo, provocando sólo leves destrozos superficiales en la roca. Anunció hasta tres intentos más  en los próximos meses.  Los trabajos para estas misiones se realizaban en instalaciones subterráneas secretas situadas en lugares indeterminados.  Solicitó un esfuerzo aún mayor a todos los ciudadanos.
La humanidad se aferró a las religiones. Las antiguas  y las nuevas que proliferaban. Las grandes corporaciones mundiales  así como las entidades financieras,  anunciaban que dedicaban gran parte de sus beneficios a la lucha contra el asteroide,  que el sacrificio era para todos.
Finalmente, tres meses antes del impacto, El Presidente apareció en televisión con una indisimulada sonrisa en la boca. Con satisfacción, anunció que la misión Saviour había logrado desviar a Shiva lo suficiente para que pasara a 25.000 kilómetros de la tierra.  Que el esperanza y el esfuerzo  de los habitantes de la tierra había conseguido el milagro. Hubo grandes celebraciones a lo largo y ancho del planeta. Ese día se denominaría desde entonces el día mundial de la Salvación.  La humanidad volvió a sonreír. No duró demasiado. Dos semanas después empezaron a surgir rumores sobre el acercamiento de otro asteroide. Un mes después, se anunció una rueda de prensa de la máxima trascendencia.

Hatteras
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 09, 2013, 11:07:48 am
El Mundo de los Mayores


Mi madre me asignó funciones desde muy pequeño. Primero fue el pan y después todo lo demás. Se obstinaba en que discerniera entre un melón dulce y un pepino, pero yo no me sentía capaz. Afortunadamente, el gordo y blanquecino dueño de la frutería, don Anselmo, no solo no me hacía esperar cola, sino que me reservaba la mejor fruta que le servían. Al tiempo, comenzó a ocurrir lo mismo con la paliducha y onerosa carnicera doña Ovidia. Así que, además de rentabilizar mucho más el tiempo, lograba llevar a casa los productos de mejor calidad del pueblo. Para colmo, no me importaba obedecer. Ni mi madre quería salir mucho de casa, ni yo deseaba permanecer mucho en ella. Todo en su sitio.

Mis privilegios con respecto a las largas colas de los pequeños comercios venían de mucho tiempo atrás. Yo era un niño que le daba pena a todo el mundo. Pero no se asusten, no hagan lo mismo que ellos. Lejos de convertirse en un incordio, saqué mucho partido de mis supuestos traumas, sobre todo durante las clases. Los profesores siempre fueron condescendientes conmigo. Si hacía algo bien, mis esfuerzos eran titánicos, dignos de halago. Y exageraban, porque era un vago redomado. Si, en cambio, tropezaba en un examen o me esfumaba de una clase a los salones recreativos del pueblo para invertir mi paga en el Street Fighter II, entonces se me justificaba diciendo que esos altibajos eran normales y, de nuevo, sobrevaloraban mis logros. Caminaba por encima del suelo, era el niño Dios. Incluso las collejas cariñosas que recibía de vez en cuando del quiosquero, un hombre joven y bizco que con sus guantazos pretendía ser amable, tenían un sabor especial. Cuando tocaba agresión era porque dentro de la revista Pronto, que era el "periódico" que leía mi madre, a veces dejaba escapar algún que otro preciado sobre de cromos de la liga de fútbol.

Mi infancia, tan facilona, solo tuvo un momento cargante. Tras hacer la comunión, el cura quiso hacerme monaguillo. Mi madre habló con él y estaba muy ilusionada. Podía llegar a ser el hombre de confianza del párroco, nada menos, en un pueblo que, aunque besaba el fin de milenio, seguía instalado en absurdas tradiciones. Y yo no quería, claro. Porque más que ayudante lo que acabé siendo era una especie de pinche de cocina. Coge, trae, barre, dame, ten, y toda la mañana del domingo allí metido. Lo mío eran los parques, jugar al fútbol y estar prudentemente cerca de Jazmín, una preciosidad filipina de ojos claros que residía, por cosas extrañas de la vida, en la calle de abajo. Me quejé, pero mi madre decidió subir el volumen del televisor. Las reclamaciones no fructificaban porque el mundo complaciente entendía que era lo mejor para mí. Tardé casi un año, tras charlas frecuentes y dos conatos de ensayo, en encontrar la forma adecuada de que mi madre desistiera de amargarme la vida por mi bien. Solo tres palabras, claves, eficaces, mágicas: Me pongo nervioso.

Eureka. Si el niño se pone nervioso, que lo deje, no vaya a ser que se altere. Tamaño descubrimiento no aparecía en los libros del colegio pero era tan eficaz como la medicina esa que me daba mi madre cuando tenía lombrices, o la roja que tomaba ella para dormir, justo cinco segundos antes de comenzar a roncar sobre el sofá en cualquier postura. Ponerse nervioso era malo y más para un niño como yo, con un trauma tan grande.

A él voy. Se trata de mi primer recuerdo, cuando apenas tenía cuatro años de edad. Después de aquello nada volvería a ser igual. Salíamos de casa de mi tía, en un pueblo a unos treinta kilómetros de distancia al nuestro. Aquel monte que teníamos que bordear tenía las curvas perfectas para que yo cogiera el sueño. Era mediodía. Mi padre iba al volante de su Citroen BX, un coche que era capaz de levantar literalmente el culo por no sé qué sistema que dejaba impresionados a todos los vecinos. Yo, detrás de él, con mi cinturón y mi cabeza apoyada sobre la ventanilla. De repente, un golpe brusco me despertó, solo vi el coche volando, dando vueltas como en las películas, como en una montaña rusa como las que solían montar en las ferias. Yo me zarandeaba pero iba bien agarrado, sin embargo, mi padre no. Parecía un pelele de un lado a otro de la parte delantera del coche. Recuerdo que golpeó con fuerza contra la ventanilla y el cristal se rompió, porque algunos pedazos cayeron sobre mí. Y aquella sensación no me era desconocida. A veces mamá conducía fumando y pensaba que la ceniza salía por la ventana cuando en realidad iba directa hacia mis ojos.

Después vino el silencio. El mundo de los mayores.

Cuando desperté, mi padre se había echado a dormir. ¡Qué oportuno! Pensé. No me asusté. Aunque el coche quedó boca arriba no me atreví a salir. Me quité el cinturón de seguridad y pasé a la parte delantera. Todo eran hierros, no se reconocía ni el volante siquiera. Procuré no cortarme con los cristales y me puse junto a mi padre. Recuerdo que sangraba por la cabeza. Le llamé y no contestó. Volví a hacerlo pero tampoco me hizo caso. Insistí, pero nada. No era una novedad. Mil veces había intentado despertarle por las mañanas para que me hiciera el desayuno, pero debía de tener el sueño muy profundo. Por más que tiraba de su brazo, de su pierna, nada. Al final tenía que ser mamá la que se levantara para hacerme la leche con galletas. Le di por imposible y me abracé a él. Y bostecé. Al fin y al cabo, dos minutos antes yo disfrutaba de un plácido sueño que no hubiera finalizado de no ser por los violentos y extraños movimientos del coche.

No sé cuánto tiempo pasó. Abrí los ojos y sentí hambre, pero volví a cerrarlos. Luego tuve sed y bebí de una botella de agua que siempre llevaba mi padre guardada en la guantera. Eso sí, no tuve que averiguar el modo de abrirla, porque la tapa había desaparecido. Tuve ganas de hacer pis y quise decírselo a mi padre, pero seguía durmiendo. Miré por la ventanilla y ya estaba oscureciendo. No se oían coches, ni un ruido siquiera. Entonces lo que sentí fue miedo y nada mejor que volverme a abrazar a mi padre para que se me pasara, aunque me hiciera pis encima. Me lo iba a perdonar, seguro. ¿Qué me podía ocurrir entre sus brazos? Tuve un escalofrío, refrescó mucho y noté sus manos heladas. Al menos compartimos esa sensación aquella noche.

Amaneció y yo ya me aburría de verle durmiendo. Comencé a llorar, como cuando trata de captar su atención a toda costa. Pero ya no resultó necesario. Varios hombres se acercaron hasta nosotros descendiendo de medio lado por un monte con mucha pendiente. El coche había caído por un terraplén y llevaban casi veinte horas buscándonos. La vida es así, todo el mundo preocupado y nosotros, ya veis, durmiendo. Después, llegaron unas ambulancias y comenzaron a pasarme de brazo en brazo. Algunos no podían retener las lágrimas. ¡Menudo susto les dimos! Cuando dos enfermeros se acercaron a mi padre, parecían muy asustados. Entonces vi esa mirada, ese gesto, esa expresión facial. Sí, la de darles pena, por primera vez. Yo les dije: “Seguro que no se despierta, es muy dormilón” y una enfermera muy simpática, al escucharme, hizo algo muy raro: sonrió a la vez que una lágrima se derramaba por su rostro. Me llevaron a un hospital y, de camino, volví a dormirme. Se me había quitado el hambre. De lo de después ya recuerdo pocas cosas, hasta verme en mi habitación junto con el resto de mi familia.

No soy tonto, sé lo que pasó. Desde entonces, todos han sufrido más por mí de lo que yo realmente había padecido en el coche. Fui, hasta que abandoné aquel pueblo, el pobre niño que se abrazó a su padre muerto durante horas. Sí, por supuesto, me quedé sin padre, pero él, incluso sin vida, me tranquilizó todo el tiempo. De todo eso aprendí una lección. Cuando te ocurre algo espantoso, es decir, cuando se mueren o sufren los más importantes de la vida de uno, pocas cosas después pueden dolerte más. Y recuerdo que años después un personaje de una película argentina que vi en un cine de Salamanca, con un cabezón delante que apenas me dejaba ver las esquinas de la pantalla, decía una cosa muy parecida a la que yo sentía, sin saber ponerle nombre. Era cierto. Se vive mucho más tranquilo y se siente uno mucho más fuerte cuando se tiene la seguridad de que pocas cosas de las que te ocurran en un futuro podrán dolerte tanto como las que ya has pasado. Eso, y que le des pena a la gente para que no te haga esperar cola o para que te regalen cromos, son las cosas que sí te hacen caminar por encima del suelo.

Desde entonces, levito. En el mundo de los mayores, mi corazón es más fuerte. Tengo alma, no todos pueden decir lo mismo en estos tiempos. Y, para colmo, pienso pelear.

Naiaitor
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Junio 10, 2013, 15:16:30 pm
De Viaje


… sólo el que espera puede encontrar lo inesperado.
Rayuela – Julio Cortázar


Exactamente a las 22:30 horas usted se acomoda en el amplio sillón número 51 del micro “Empresa El Valle”. Tiene plena conciencia de que va a emprender la aventura de su vida, la primera conciente, decidida por usted, no como las otras, las que nos suceden a lo largo de los años y se presentan sin aviso, trágicas, hermosas, sorpresivas… Ésta no. Es obra de su determinación y usted, hasta donde sabemos, puede “dirigir sus actos y comprender sus acciones”, que son los requisitos mínimos para que, al menos la justicia, lo considere responsable de lo que haga.
Pero usted -y yo- sabemos que una cosa es ser considerado responsable y otra admitirlo; por lo tanto, comienza por culpar a Cortázar -por promover lo inesperado- mientras yo trato, sin fortuna desde luego, de convencerlo de que el único responsable de su acción será usted. Sí, que estaba en la terminal de Bahía Blanca esperando al micro que lo devolvería a su vida cotidiana en Buenos Aires y mientras espera -fumando, con un libro que no leerá- llega otro micro -casualidad, de la misma empresa- que continúa viaje a Bariloche. Debo reconocerlo: al menos en lo exterior no duda demasiado: deja su maleta, corre a la boletería… y cambia su pasaje a Buenos Aires por otro con destino a Bariloche.
Como resultado de semejante acto de arrojo, y hasta de desprecio de la propia vida -o al menos de su devenir inmediato- ocupa ahora el amplio sillón número 51.
Llega a las nueve de la mañana con un sol que hace resplandecer la nieve. El frío es agradable, el lago Nahuel tiene un celeste profundo y las montañas y pinos ofrecen sin costo un paisaje de postal que a usted le interesa poco. En realidad, los que habían disparado (nunca más justa la expresión) este viaje, fueron Odette y el Lago, o mejor dicho, la posibilidad de encontrar a Odette en ese Lago, y la total incertidumbre de qué hacer una vez que bajara del micro (el inesperado cortaziano, digamos). Bueno, ahí está entonces, parado en la nieve, con su maleta a cuestas y viendo como los demás viajeros se dirigen hacia sus destinos prefijados. Queda solo en la terminal de Bariloche, y sale a caminar por las calles felizmente libres de nieve. La primera de las necesidades que siente, por demás lógica, es la de tomarse una buena taza de chocolate caliente. Nada difícil de conseguir y hasta elemental, dado el lugar y el momento, y entra a un local con frente de troncos y humeante chimenea, que encuentra luego de caminar varias cuadras, cruzarse con turistas ataviados como para escalar el Everest y estudiantes diversos que ya pasan a ser elementos integrantes del paisaje.
El chocolate le resulta delicioso y reconfortante;  el señor que se lo sirve -gordo, rubicundo, barbudo y sonriente- se presta con buena voluntad a la conversación que usted propone y necesita: Sí que el tiempo estaba bueno y la nieve perfecta, sí que había más turistas que los esperados para la época, sí que el negocio marchaba aunque claro, depende de la nieve y de los brasileños, aunque este año también los nacionales se han animado…
Sigue de ese modo intrascendente la conversación hasta que el señor gordo comenta, quizás porque se le agotan los lugares comunes, que con tanto turista, mire qué mala suerte, se me enfermó el ayudante de cocina. Usted jamás había estado en una cocina, más que en la suya y para prepararse quizás un café, pero de inmediato ve en eso la señal y se ofrece para ocupar el puesto. El señor gordo duda, pero bueno, podríamos probar, por qué no, cuándo podría empezar. Y así fue como usted se integró a lo inesperado sin demasiado trámite.
No tuvo la misma suerte con sus otras preguntas: Por el Lago, bueno, ahí lo tiene, todo a su disposición, aunque está casi congelado. Por Odette… en realidad, no, no conocía a ninguna Odette, y eso que por ahí abundaban suizos, alemanes y todo eso… pero Odette, la verdad que no.
Es justo reconocer que usted en la cocina se desempeña, cuanto menos, con hidalguía; “ayudante” quiere decir exactamente eso, el que atiende y complementa lo que otro necesita, por lo tanto el problema sería eventualmente del otro;  sólo con alcanzarle a ese otro lo que pide, o hacer lo que le ordene, queda cumplido el trabajo. Segundo reconocimiento: usted es eficiente y responsable. En especial cuando no queda otro remedio y no se puede culpar a un tercero del atolladero en que se ha metido.
Como por la mañana los turistas cumplen con el sacro ritual de levantarse tarde (salvo los que trepan a esquiar, pero esos son otro subgrupo) usted dispone de media mañana libre, que utiliza para una larga caminata, subir a  algún pequeño monte y mezclarse con un grupo de jóvenes madrugadores que se revuelcan en la nieve y cumplen con el rito de arrojarse bolas de eso que es lo único que tienen a mano. Se divirtió, es cierto, aunque una de las bolas impactó en el centro de su frente y casi lo precipita barranca abajo.
Luego al trabajo, claro, que cuando se lo toma como una broma del destino, y el patrón es un sonriente gordo rubicundo, puede llegar a ser divertido también. Se siente feliz de esta “aventura”, quizás no heroica pero tan alejada de su vida burguesa y sedentaria.
Por la noche baja al Lago en el que, por supuesto, no hay cisne alguno. Contra lo esperado -o tal vez porque yo le había advertido que lo de Odette sería, quizás, otra historia, y lagos hay en muchos lugares del mundo- no se desilusiona demasiado; en realidad, ante la inmensidad de esas aguas tan quietas, las montañas que brillan a la Luna y el cielo en el que parecen no caber más estrellas, deja de pensar en Odette que, de estar a su lado y con la escasa vestimenta que usted la vio por última vez, moriría al instante por congelamiento. De algún modo vuelve a la realidad -a la de ese momento al menos- y se dedica a gozar de su aventura, a programar para el día siguiente una ascensión más complicada, remar por el lago, encontrar a alguien que lo acompañe, comprar una hostería y radicarse en semejante Paraíso  para siempre… Seguro que los cisnes volverán en el verano.
No es nada sencillo eso de escalar, se lo habían advertido pero usted confía demasiado en su suerte, y en que no tiene por qué terminar mal todo esto. Se esfuerza y clava la piqueta entre la nieve, buscando la roca que le asegure un punto confiable, cuando lo encuentra, se iza, afirma sus botas en alguna saliente y vuelve a levantar el brazo para rastrear otro punto en el que asegurar la piqueta. No pensó que sería tan lenta la ascensión, ni en el agotamiento físico, imposible de negar. La piqueta vuelve a clavarse entre las rocas mientras su cuerpo convoca a sus ya escasas energías para elevarse. Oye un chasquido, su mano se desprende de la piqueta y usted cae, cae rebotando en la nieve, una, dos, tres veces.
Noche de suerte: son las 23 horas en punto, y su micro “Empresa El Valle”, acaba de llegar y anuncian su partida para Buenos Aires; usted guarda el libro que no leyó, el programa de “El Lago de los Cisnes” -porque en la noche anterior había concurrido al Teatro Municipal de Bahía, donde se representaba ese ballet- programa que ahora le sirve como señalador del libro, y se levanta para ocupar su asiento número 51, deseando sea confortable.
Parte, por fin. Esto de esperar sí que puede llevar a lo inesperado.

No lo niegue, usted, sí, usted. Antes de que subiera a su micro con destino a Buenos Aires yo le advertí que no lo hiciera, que su punto de aventura, en el que debía quedarse, era Bariloche porque justo esa noche, en el lago Nahuel Huapi, pintado de plata por la Luna, Odette, la reina de los cisnes, y sus compañeras de hechizo se deslizarían sobre esas aguas quietas agitando sus alas y esperando, sin éxito, quien las librara del encanto que las mantenía prisioneras. Pero usted no me escuchó, como siempre, y en vez de sobreponerse a la caída por la nieve optó por… Bueno, conste que  se lo advertí. Sólo hacía falta esperar.         

Leonardo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Junio 25, 2013, 14:51:26 pm
Lotus y Saraí


“la letra forma un plano, cuerpos sin órganos”
Gerardo Rodríguez.

“Te encuentro más bella que nunca, dice con alegría Saraí.
-Tú también estás más bella.
Peligrosamente felices, las dos descorren sutilmente el velo que ha descubierto el amor, y con un delicado movimiento apagan las lámparas. Les basta unos momentos para apresar la eternidad y ebrias se aman plácidamente, sin límites y ebrias no saben de despedidas, ni de ausencias… han incurrido en el milagro de la felicidad… como en la plenitud del éxtasis”
Orietta Lozano

Lotus aprendió con la incertidumbre de la duda a creer en Saraí, se declaró contenida en el alma divina que contemplaba su mínima existencia. ¿Cómo Saraí llegaba a Lotus? ¿Cómo Lotus se saciaba de Saraí? ¿Cómo se encontraban?

-Saraí no es una mujer ni eso que llaman hombre; ella es la insinuación ciega hacia la madurez, es la decadencia ante los hombres que la acechan…
-¡Hoy mataré a todos los hombres que persigan a mi Saraí!

Así no fue, Lotus prefirió perseguir a los dioses que vigilaban a Saraí; persiguió la muerte, el sentimiento y el delirio de padecer el amor.

Lotus en su inicial soledad, vitalmente era libre, podía moverse en el vacío de los días, en lo contrario de las horas, en la vida llena de ese no se qué, que la introducía al constante deseo de sentirse diferente, apreciarse extraña ante un mundo de irrealidades.

-¿en dónde estás Saraí? La realidad te ha desbordado y sobrepasas mi camino. Has de convertirte en visión restante de mi inmensa forma identificable y separada de tu ser.

Extraña, extraña era esa palabra inocente que las perseguía en los sueños, en el cubierto rostro de los límites agotadores que plantea la distancia.

Era un jueves figurado de pensamientos suicidas, un jueves donde la luz de los semáforos parecía impedir un deseo por lo menos físico.

Eran las seis de la tarde, el principio de la contradicción seductora empezaba a discernir en la velocidad de los carros, en el sufrimiento y forma del amor de Lotus.

Eran las seis y treinta; la metamorfosis interna se apoderaba de la desdicha de la ausencia, de la condición humana que requería un encuentro de la evaporada danza al son del sudor de los hombres, esos hombres.

Era el amor engendrado en la sombra, un individuo que mezclado poco tendría que decir. Sus ojos desvestían un cuello banal, una exigencia sensorial que permitiría el pensamiento ensimismado de laborar en el secreto de la luz, en la pasión dominante y en el juego del amor terrenal.

Al fin llegaba Saraí, con esa marca entre sus ojos que simbolizaban la incisión del amor y la diferencia cósmica que la distinguía entre las otras tantas mujeres. Celeste era su apellido, así como ese abismo que conducía a Lotus a la eternidad.

Al fin llegaba Saraí y la inteligencia de Lotus se activaba en la reproducción de pensamientos, en el patente desarrollo del sufrimiento, en la reducida idea de llanto, en el misterio, en el horror de hallarse profundamente enamorada.

-Iremos a tomar café, allí donde el tiempo y el amor, son la envidia de los inmortales, allí donde medio ocultas, nos reducimos al símbolo de este juego.
-Vamos a tomar café, en esas sombrillas rojas. (Del cielo cayeron gotas de sangre, la gente bailaba alrededor de un vendedor de flores y así la esencia del lugar daba forma a la imaginación poética que Lotus jamás lograba controlar, ahí en sombrillas rojas).

-hoy soñé contigo Lotus, aparecías sin vida y cargada de atributos por encima de mis brazos, inspirabas la ciudad de nuestros sueños, claudicabas esa historia que no nos conviene, ese escudo orgulloso que te erguía hacia mis ojos; la maldita penumbra que me incitaba a besarte, a llevarte guerrera hasta la ambigüedad de mi lengua. Te soñé niña, en perpetua agitación.

El café había llegado, así sin ser pedido, así con los suspiros del deseo, con la mirada de empatía que caracterizaba a Lotus.

-eso no es un sueño, Saraí; bien lo sabes. Estamos sometidas a amarnos en el aire, a parecer despiertas en este silencio.
-¿usted lo escribió? Es bonito, encantador.

Las lágrimas de los zapatos anticipaban el horror, el nuevo vencimiento que enterraba este cauteloso amor. El amor se despegaba de la forma de la palabra metáfora, esa que escondía un café, esa que Lotus y Saraí se imploraban. Esa que acariciaba la más triste de las sonrisas que ahí se encontraban.

-deberíamos ir a otro lugar Lotus, debo apoderarme de la trascendencia de las nubes, debo absorber la lucha que otros dejaron intacta.

El vino dulce que compartieron durante dos horas, profetizó en el silencio inmaculado la ciudad subordinada de independencia.

Lotus configuraba las cualidades de una mujer sustancial, única, imperante.
Saraí, aseveraba el contraído esfuerzo del dolor, del relieve melancólico que ocultaba en su secreto sin fondo.

-deberíamos ir a otro lugar Saraí, debo apoderarme de la trascendencia de las nubes, debo absorber la lucha que otros dejaron intacta.

Sin hilos ni maquillaje, Lotus denunció el instante que con miradas fúnebres llevaba a la muerte, el instante privilegiado de la sola vida, el instante; el anhelado instante.

En el abandono de sus ropas no podría caber la posibilidad de nombres, ellas eran ellas, las hijas de un padre y una madre, la imposición de un nombre también.

Lotus, consciente de fatigas, con alumbrar una tiniebla encendió la voz apagada que rugía en el palacio de las monjas. La aurora personificaba un camino lleno de rosas rojas, carentes de sabor, de ley, de eso que invenciblemente conforma una boca, de eso que en una intervención quirúrgica ha de penetrar otro camino de rosas, otro que juzgado por crímenes nefastos, absorbía la decisión de un beso corto y fundamentado en el miedo.

Cuesta trabajo representar la melancolía entre dos seres que recogen de la duda, la tierra inundada de luz azul, de esa que despierta a los enigmas moribundos.

El esfuerzo humano de Saraí, por rozar con frialdad un brazo de Lotus, vibró en el calor virgen de la protección del alcohol, en las prologadas ideas de cómo diablos hacerlo.

Un espíritu dionisiaco se apoderó de Saraí, se infundió en el sueño de Lotus, sacó de sí la danza liberadora. Dentro del don de “la embriaguez, la furia y el olvido” se atrevió a expresarse en la raíz sagrada del cuerpo inmune de Lotus; su ombligo. Su ombligo y la sensación de vómito que da esta palabra, dominaba psiquiátricamente el conducir de miradas mágicas y exorbitantes de las perturbaciones sexuales que había tenido desde su infancia.

La posesión demoniaca influyó en Saraí, conmemoró sus ojos, sus grandes ojos en dos hombres conscientes de reunir posibilidades de encantamiento, así como aquel sueño que para Lotus era eso.

Lotus necesitaba más de dos hombres para agitar su alma, para llevarla al cielo.

Saraí observó a Lotus como si fuera la última vez que lo iba a hacer. Ambas en el psicoanálisis se creaban un infierno griego, la cultura las liberó y un primer hombre se acercó a Lotus y se atrevió a enfrentarla a la excitación; un segundo hombre también lo hizo, pero inútil fue aquel acto en equipo. Un tercer hombre conformado por estos dos inútiles, encontró el delirio en la perdición de la mirada en Lotus, en la perversión del olfato, en la soledad de un beso amargo, largo.

Los ocho brazos irrumpieron en el cuerpo de Lotus, los dioses del misterio prepararon su nueva ropa, la desnudez del alma.

El vivir como hombre, inspiró a Saraí a edificar otra ciudad griega, emprendió un largo camino en poner sobre la tierra cemento viscoso, naturaleza transparente.

Su cuerpo por encima del de Lotus, dio forma a la imagen de la eternidad. Y así, como el mismo hombre se convirtió en una de las ideas de Saraí, representar lo visible dio creencia al gemido interior que excitaba al sueño de la palabra, la dimensión onírica de los suspiros de Lotus.

Roberta Bregan
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Junio 25, 2013, 14:56:15 pm
Como el verde del mar poco profundo


Veo una mariposa verde esmeralda. Vuela de mi mano a la suya -ralentizado el tiempo- ¬y ella la acaricia delicadamente. Luego paseamos cogidos de la mano, un paso lento y zigzagueante, hasta caer rendidos en algún banco de cualquier jardín. Y me besa despacio, muy despacio, lamiendo las encías, como si hiciera suya mi boca. Nos escuecen los labios. El tiempo pasa entonces en un suspiro.
Cuando llega el otoño, que camino pisando las hojas arrebatadas a los árboles, sueño con sus pequeños ojos verdes. También cuando llueve, dibujando su boca que me habla dulcemente en el vaho de los cristales; que sueño despierto cuando llueve. Y si es que truena, los cuerpos arrimados, que nos imagino bajo el paraguas contando el tiempo transcurrido desde el relámpago. “¡Ya se aleja la tormenta, amor!”. Un escalofrío de chaparrón recorre mi cuerpo.
Cuando deambulo por los bulevares, sobre todo allá por junio que arranca el calor, la busco entre la gente que camina, que va de un lado para otro sin ningún sentido para mí. Y me parece verla a cada instante, en cada modo de andar, en cada gesto; que hasta temo no reconocerla de tanto buscarla, de tanto creer verla. ¿Cómo llevará el pelo? Más me gustaba cuando se lo rizaba, que lo aireaba al caminar. Y me molesté cuando se lo cortó, cuando se lo dejó a lo garçon: lo tenía tan bonito, domando al viento tan rizado.
Acabábamos de hacer el amor, despacio, muy despacio: medio apoyada en el aparador del salón, como siempre le gustó, y con sus oblongos muslos en sugerentes aleteos de paloma. Luego iría pasillo adelante, desnuda, bamboleando las caderas. Y esperé arrimado al quicio de la puerta, callado, muy callado, a que acabara de pasar la maquinilla de afeitar por sus piernas: un pie sobre el taburete, pareciera un óleo de Degas, y el cuerpo discretamente vencido sobre él. Un hilillo de lluvia, de fina lluvia de primavera, resbalaba por el grifo del lavabo. Y se puso el vestido negro, con el que me encandilaba cuando se lo ajustaba de voluptuosos contoneos de cadera, con capucha y de tela brillante de lamé, aquél que confeccionara del patrón de una revista del pret á porter para la primera Nochevieja que pasamos juntos. Y se despidió con una sonrisa dibujada en su boca, la que hiciera suya mi boca; escondiendo sus pequeños ojos verdes: verdes como el verde del mar poco profundo.
Veo una mariposa azul turquesa. Vuela desde mi mano a sus labios y ella, sonriendo candorosamente, consiente que la acaricie.

Jorge Brigantino
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Junio 25, 2013, 15:00:35 pm
Estaba ausente


Estaba ausente. Siempre lo estuve desde que lo asumí. En un principio, reaccione con rabia; incrédulo y negando la realidad. Después, como si se tratase de algo lejano e intemporal; sencillamente no iba conmigo. Me sentía bien.
Pero aparecieron los síntomas, comenzaron  las ausencias, el cambio de la realidad, todo era distinto, no me importo perder el empleo, los amigos, las personas que me rodeaban. Solo podía pensar en el tiempo que quedaba y en ella. La tristeza y la impotencia se apoderaron totalmente de mí.

Cuando me dieron la posibilidad del trasplante, algo de luz entro de nuevo en mí vida y aunque seguía ausente, muy al fondo había aún esa pizca de esperanza. Retome en parte mí vida y me volvieron las ganas de luchar; pero los síntomas avanzaban, la debilidad, la incapacidad y sobre todo la espera.

El vacío regresó, regresó la desgana, hasta que la postración en esta cama, acabo por quebrar por completo la voluntad. Ya no pensaba en nada, solo la veía a ella, aunque no estaba seguro si estaba o era mí imaginación. Oí una voz que me saco de la ausencia.
-   ¿ Me oyes?.
Era ella, ahora estaba seguro. No sabia que pensar. ¿Todo había acabado por fin?. ¿Era cierto y la muerte me había llegado?. ¿Era ella, que estaría siempre conmigo?.
-    ¡Despierta! – me decía entre sollozos – Ahora no. No, cuando ya lo tenemos; por favor despierta. ¡Contéstame!.
Se hizo un silencio casi total, solo oía sus sollozos. Intente incorporarme, abrazarla. Pero no podía.



Las imágenes se agolpaban, la playa, su rostro sonriente, el sol calentando la piel, la sensación agradable del agua a tu alrededor, la arena; y de pronto el humo asfixiante y el ritmo frenético del accidente, viéndola ; esperando, temiendo, pero sin poder hacer nada.
Después su movimiento saliendo del coche, gritando, pidiendo auxilio. Y la tranquilidad de que nada le pasaba, y poco a poco la perdida de conciencia, hasta que desperté en la cama.
Aquello me acabo de convencer de mí quimera de mi muerte; seguía vivo.
Como pude le cogí la mano.
-   ¡ Doctor!. Ha despertado. ¡ Doctor! – gritaba desesperada.
-   Entonces podremos realizar el transplante. – contestó una voz desconocida – ¡Preparen el quirófano!.
Ahora estaba ausente recordando. Mi nueva vida había comenzado.

Juan Carlos Rodriguez
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 04, 2013, 16:30:49 pm
La bailarina de la caja de música

Te quieres suicidar. Y te tomas toda la caja de pastillas, Orfidal, Lexatin creo que se llaman... Tu cabeza quiere explotar. Siempre te han llamado “cabeza loca o cabeza de chorlito”. Un pájaro azul quiere escapar de la jaula de tu cabeza. Déjalo libre, no le cortes sus alas, déjale volar.
¿Qué haces en el baño vomitando? ¡Qué asco da ver tu cara aún con rastros de vómito! Resultas patética vomitando con la cabeza casi metida en el retrete como una avestruz. Lloras y tus lágrimas me parecen de cocodrilo, llanto de niña consentida, drama de burguesiíta. A nadie le importan tus lágrimas, mujer, ¿a qué lloras si nadie te escucha?, ¿Por qué clamas al cielo si Dios no existe y nunca ha existido? No tienes a donde ir, princesita del cuento de hadas. No sabes que hacer con tu vida. Das vueltas sin ton ni son por la habitación. Te muerdes los labios, te provocas una herida, el sudor corre por tu frente, enciendes otro cigarrillo, no quieres pensar en eso, no, no, en eso tampoco.

Lloras, ¿por qué sigues llorando, mujer? Tu gata te acaricia porque la das pena. ¡Hasta un animal se compadece de ti, victima de la vida!. Tu cuerpo no puede más. Te duele el cuello. Te duele el alma. Sientes que la garganta se te desgarra como si te estrangulara una mano invisible. Eso es un ataque de angustia existencial y lo demás tonterías. Parece que te corres con cada lágrima, un orgasmo de com padecimientos en ti misma, quisieras morir, quisieras huir, no sabes a donde, ¿qué habrá tras la muerte? La palabra vacío, la palabra Nada no son nada, sólo palabras, palabras, palabras.

Y tú necesitas palabras y a la vez ya estas hartas de ellas. Tienes sed de palabras y a la vez estas ya ahíta, cansada, de palabras. Ya no quieres oír a nadie. No quieres leer. Pero tampoco puedes dejar de pensar. Bebes licor y aguardiente. Quisieras dejar de pensar y no puedes. Estas presa de unos sentimientos que no puedes controlar, de tu conciencia que te martillea, de unos pensamientos de los que también eres presa.

Sigues succionando de tu copa, y luego de la botella, tragando más que bebiendo. ¡que grotesca! ¡Esperpéntica mujer decadente! Mírate en este espejo. ¿qué has hecho de ti? ¿qué eres? Serás lo que quieras ser. Podías ser una princesa y sólo eres una borracha. La sociedad te obliga a ser una ejecutiva agresiva, una súper woman,  y se te cierran todas las puertas cuando dices que eres de alcohólicos anónimos o que has estado en la cárcel o que eres lesbiana. Nadie quiere hacerse cargo de ti ni de tu niña (y ni siquiera conoces al padre) A ningún hombre le atrae ya tu orgasmo de lágrimas. Ya conocen tus quejidos, tus gemidos, la modulación cansada y apagada de tu voz, a nadie puedes ir ya de victima. Conocen los gestos que harás, esa forma de encender el cigarrillo como una diva del cine y de echar humo en aros por la boca. Conocen todos tus trucos y argucias de femme fatale. Ellos conocen tu manipulación sicológica y ya no quieren seguir siendo victimas de la victima, del vampiro emocional.
Y a ti, que ya ni siquiera nos das pena, no te queda otra que matarte. Y claro, toda esta sociedad dirá que eras una cobarde y te pondrán a parir aún después de muerta. Antes muerta que sencilla, ya sabes, todas esas cosas que te dicen. También habrá quien te considerará mártir y te compadecerá y le dolerá tu soledad. Pero eso a ti ya no te importa.
Ingieres ron y casi te sale el güisqui por la nariz, pareces una fuente manando lágrimas. Tu cara cuarteada de dolor, el dolor de tu espalda, la niña que te llora en la cuna, el móvil que suena, otro trabajo en que no te aceptan, vuelva usted mañana, no es el perfil adecuado, ya te llamaremos, buscábamos a alguien más joven, ya te y otro yate, ya te llamaremos, bonita, tu tranquila, no eres el perfil, tu novela no entra dentro de la línea editorial, buscamos otra cosa.
Y tu, mecaguendios, mecaguentodo, te cagas en la sociedad de derecho y bienestar, en los políticos y su dialogo, en la globalización y en la Juani que te pone verde en la peluquería. Ten amigas para esto, te dices. Y es que siempre has estado SOLA, empiezas a ver todo de pronto oscuro, todos te engañan, todo son mentiras, tu vida no tiene sentido, vuelves a vomitar, y allí, arrodillada en el suelo, gimes como un animal moribundo, y gateas hasta el mueble bar para seguir manando tu maná. ¿no sabes, insensata, que no puedes mezclar alcohol y pastillas? A ti todo te da igual. Ya no te quieres a ti misma porque nadie te quiere y no eres tan valiente de quererte cuando nadie te quiere. Te han convertido en tu peor enemiga.
En el trabajo todos te daban de lado y te hacían el moobing. Te miraban mal en el bar. No podías divertirte, presa de tantas miradas ajenas, siempre del ojo del que dirán, con el ojillo derecho mirándome de lado. Siempre has estado así, ya no tiene arreglo, y la culpa es tuya por ser así, el cenicero rebosa de colillas, el cuarto desordenado, las bragas por ahí tiradas, te vas quitando la ropa, te quitas el camisón con la dulzura de una niña.
De pronto sientes un calor que te agobia, te asfixias, la habitación empieza a ondularse, se te esta trastocando la realidad, el sofá tiene puntos amarillos, el techo se mueve distorsionado, todos los objetos flotan en el salón, el revistero, las cortinas moviéndose fantasmalmente, el teléfono que suena y suena, la bombilla oscilante en el techo, la alfombra que te devora, el armario que se abre y te cierra sus puertas.
La mesilla, la televisión que absorbe, el mantel, el florero (¿acaso fuiste tu otra cosa más que la mujer florero de tu oficina?)
Todo da vueltas, te sientes confundida, de nuevo otro vahído, ¡que mareo!, tu mente navega, no se esta quieta, nadie te ha dado nunca un beso, un rugido en tu estomago y de nuevo otra nausea como si de nuevo estuvieses embarazada. Por tu garganta sube una flema, tu boca la saliva, se masca la tragedia, sientes en el cuello como un ovillo que te ahoga, quieres vomitarte y no puedes, no hay palabras, quieres echar todo lo que llevas dentro y nada sale de tu boca más que babilla de bebé, nadie te ha hecho nunca el amor, tu madre nunca te quiso de verdad, esa zorra de la asistenta social te niega el piso, el banco se puede meter el préstamo por su culo, ya estas harta, harta de todo, un día lo mandas todo a la *****... ¿pero que dices? Ya has mandado a la ***** tu vida, te estas suicidando, ¿recuerdas? En mi pueblo esta indigestión de pastillas que estas provocando se llama suicidarse, en mi pueblo y en todos los sitios, vamos, date cuenta de lo que estas haciendo. Estas acabando con todo, estas entregándote al vacío, estas desmayándote ante la muerte, hacía el agujero negro tiendes tus manos, te abrazas a la muerte, a ella te entregas...  y de pronto cae a tus manos la caja de música de cuando niña.

¡¡Tu cajita de música!!  Es una cajita de alabastro con esmaltes y dorados, era tu tesorito de urraca, ahí dentro quisieras haber metido un rayito de luna cuando por la noche te besaba esa luz en el rostro.
Abres la cajita y ahí esta; una bailarina rusa con las manos cruzadas en lo alto que eternamente gira y gira.
¡pobre princesita atrapada dentro de una caja de música! El recuerdo de niña te hace llorar y se te cae la caja al suelo. La caja se rompe. La música se para. Y la bailarina sigue bailando en tu imaginación.
De pronto te recuerdas en el proscenio del teatro, en el colegio, ¡hace tanto!, ¿verdad?. Tú con tus zapatillas de vale y tus tutús, ¡que mona!, ¡que ñoña!, tu diara en el pelo, tu sonrisa angelical, mirando hacía la luna de plástico colgada del techo. Los focos te derretían el rimel de los ojos y te hacían llorar. Era el primer día que te maquillabas.
O quizá lo que te hacía llorar era que tanta gente estuviera prestándote atención, todos ahí reunidos para ver a la talentosa niña prodigiosa, ¡la joven promesa con un futuro tan bonito por delante...! O igual llorabas porque no había aparecido tu madre ni el novio de tu madre. Quizá porque nunca tuviste padre y allí veías a los padres de las otras niñas que les daban besos en el pelo y las hacían bromas antes de salir a escena. A ti nadie te despedía en los camerinos y siempre ese frío en tu espalda, suave como la seda.
Y tu cuello de cisne siempre tan tenso, siempre a la defensiva. Niña de ojos tristes. Siempre tan sola.
Y ese frío, esa soledad, en tu alma, el vacío cuando todo esta lleno.   

Y tu madre, esa mujer tan fría, no comentó nada cuando acabaste tu numero, acaso que ibas enseñando demasiado las piernas, y poco más, el viaje trascurrió en silencio en la furgoneta de tu padrastro. ¡si supiera tu madre como te intentó forzar tu padrastro! Y de pronto eso ya no lo quieres recordar. No, no, te repites. Agarras la bailarina y la tiras con fuerza en el espejo, rompes el espejo, tu cuerpo cae vencido, tus ojos van cerrándose lentamente, y por tus ojos legañosos va difuminándose la realidad como en una telilla de araña hasta que al final todo se hace oscuridad y de pronto todo luz, una luz blanca, la luz que ven los ciegos, una luz blanca como ese vestido de novia que nunca llevarás, pequeña bailarina de vallé apresada en tu caja de música.

Tus ojos se han cerrado, y ahora mi bella durmiente, soñarás toda la eternidad con tu príncipe azul, ahora pequeña princesa de ojos tristes y voz dulce, caminarás entre nubes. Bailaras en el cielo con tus zapatillas nuevas, bailaras ante un coro de ángeles y entre sabanas te llevaran en voladas..
Tu profesora de baile decía que al soñar uno veía el cine de las sabanas blancas, ¿recuerdas? Eso te dijo cuando te regaló el cinetín y la caja de música que tu madre te escondió arriba del armario. Baila, baila, un paso y luego otro, con soltura, gira y gira, nunca paras de girar. Muñeca vestida de blanco, con su camisola azul... “Al pasar la barca me dijo al barquero: las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita, ni lo quiero ser...” Los ángeles juegan a la comba y te llevan entre almohadones, sabanas y sedas. Te coronan de flores el pelo y te dejan morir ahogada en el arroyo entre petunias, orquídeas y crisantemos. Y tu vas cantando la canción de la muerte y la melancolía, una canción de réquiem, triste, que hasta hace llorar a los ángeles que allá arriba tiritan en brazos de la luna. 

Hamlet
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 04, 2013, 16:36:03 pm
EN UN ATISBO DE TIEMPO

Encaró la mañana como siempre había hecho, paso firme y ligero hacia el trabajo. Tal vez alguna licencia en algún escaparate, aunque pocas. No quería llegar tarde a su cita con Rogelio al que iba encontrando medidamente en todos los semáforos, justo para despedirle mientras Verdasco tomaba su lugar en lo alto del poste. Justo para no parar, justo para no correr, justo para sentir controlado y medido su tiempo su espacio y su vida.

Perfecto equilibrado inalterado y leal desde el principio hasta ese punto y de ahí en adelante. Pablo,  cuyo recuerdo era capaz de pintar el Sol en un punto del cielo en 40 ocasiones ya, derramaba su tiempo con tranquilo discurrir, ni más ni menos ni menos ni más. El rio de su vida  nació en una llanura y por ella discurriría hasta el estanque final.

En un atisbo de tiempo y sin permiso alguno Rogelio y Verdasco se ausentaron, todo se ausentó. Un fundido a negro llevado por el viento cubrió los horizontes de Pablo negando a sus ojos la visión de cualquiera cosa que no fuera ella. Pablo siguió caminando su alma no, por primera vez alma y voluntad no compartían deseo, por primera vez la voluntad siguió de frente y el alma se quedó  a mirar.

Sin nombre ni recuerdo rebosaba un vacio que nunca reveló esa existencia hasta que ella  lo llenó, Pablo desnudo y entregado. Ella, sin antes o después desbordaba con sus ojos los deseos, anhelos, ambiciones y recelos que hombre alguno pudiera albergar. Ella no eran sus ojos, sus labios, su boca, su tez, o su olor. Ella era el aire vital, la vida misma, ella era Dios.

En un atisbo de tiempo y sin permiso alguno la lucidez traspasó a Pablo dejando millares de heridas donde razón y cordura eran fuertes tiempo atrás. Se iba, se iba, se iba sin reparar en las heridas de Pablo, fluidos manantiales que derramaban el todo Pablo en ninguna parte.
Pasos cortos suaves y ligeros en un adiós infinito de imposible control. ¡Se va!, ¡me muero!

Razón y cordura buscando razones razones y razones y no hay razón, no importan las razones porque se va, se va la razón última de todas la cosas. Se van sus manos, se va su cuello, su aroma, su pelo, la quiero, la quiero, la quiero, ¡me muero!.   

Desarbolado y rendido Pablo en último acto consciente reunió alma y voluntad, ¡te quiero! susurró. Ella aminoró algo el paso, pareció dudar un instante, finalmente giró suavemente la cabeza y miró a Pablo. Sus ojos inundaron todos los vacíos de un alma por fin plena.

EOB
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 04, 2013, 16:39:36 pm
Yucuná

Yucuná es tierra de volcanes. Y aunque no muy intensos también de terremotos y otras calamidades. Con todo, sin embargo, lo que más abunda en Yucuná son las tormentas. Con grandes aguaceros en la época de lluvias. Y violentos vientos que impiden volar a los pájaros. O tormentas secas que iluminan la noche con sus vivísimos relámpagos. En cualquier caso sus habitantes no nos encontramos desprevenidos ante las tormentas, ya que antes de que se produzcan tenemos puntual aviso de ellas. En toda ciudad o aldea los niños yucunanos son capaces de anticipar su presencia. Bebés o niños de pecho que enferman antes de que se produzcan. Con diarreas. Cólicos de lactantes. O fiebres y toses repentinas. Ya sé que parece extraño o una invención de ancianos y comadres, pero es tan cierto que incluso hace unos meses unos profesores americanos de Baltimore vinieron a Miranda, nuestro municipio, a estudiar el suceso. Sorprende porque es algo que sólo sucede mientras los bebés maman. Como si con la leche pasase un viejo secreto de madres a hijos. Por ese motivo son los papás los encargados de difundir la voz en todo el pueblo. “Se acerca una tormenta, mi niñita Talía enfermó”. O “Merfán y Marianela, los mellizos tuvieron un sarpullido, protéjanse”. Es elemental pues, que sólo los pueblos en donde no hay niños chicos, sus habitantes sean pillados desprevenidos. A nadie extrañará, por tanto, que los nuevos nacimientos se celebren con tanta algarabía en la región de Yucuná. La madre es visitada por todos que la agasajan con regalos. Tal sucedió hace seis semanas cuando Delia, la hija del hornero, dio a luz. No había padre conocido para aquél bebé, pero se acercaba la estación de los temporales y había que celebrarlo. Más pensando que el último niño nacido comía ya sopa, purés de maíz y gachas. Así pues, con el nacimiento desaparecieron los miedos a posibles desastres. Tendríamos tiempo a subir al cerro si el río rebosaba o la presa amenazaba con quebrarse. Este año, por cierto, ocurrieron además las peores tormentas de las últimas décadas. Tuvimos vientos racheados que abatieron varias casas. El río desbordó. Hubo descensos bruscos de la temperatura y granizos. Rayos que encendieron el cielo y provocaron el incendio del almacén de grano. Caminos destrozados. Diez fallecidos. Y todo ello, sin previo aviso. De repente. Sin que el hijo de la hija del hornero enfermara ni hubiera ningún tipo de premonición. Cuando el tiempo calmó y pudimos volver a nuestras casas se respiraba un ambiente de pesadumbre por las calles de Miranda. Cabezas hundidas. Silencio. Desespero ... Y reproche. Una sorda y profunda desaprobación a Delia y a su hijo por no haber avisado del desastre. Aunque esta se afanara insistiendo que no había sido culpa suya, que el bebé no había enfermado. Aún así, todos culpaban a Delia. Por tener un hijo sin padre conocido. Y porque este tuviera los ojos claros de los hombres de Baltimore.

TIERRA DE VOLCANES
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 04, 2013, 16:46:32 pm
Lágrimas negras

Las gotas de agua caían sobre el cristal, emborronando la vista de lo que había más allá. ¿El qué? Solo nubes, niebla y tristeza. Allí, apoyando la mejilla en el gélido cristal y con los ojos empañados en lágrimas no pude evitar preguntarme el por qué de mi existencia. ¿Qué hacía yo allí? Plantado en este mundo gris y muerto, donde el amor es lujuria y la bondad un engaño. En un mundo donde lo diferente está predestinado a ser despreciado y asesinado sin el mínimo asomo de compasión, donde los pájaros esconden su canto para que no les roben sus alas. Donde la noche no es noche, sino alcohol. Donde el día es un sueño, un sueño que nunca acaba bien. ¿Qué soy yo, más que eso? Un esbozo, un pecado, menos. Pronto, mi cuerpo se convertirá en inexistente ceniza, en pensamientos olvidados y en tristeza. Pronto, lo sé. Me contemplo las manos y veo las arrugas que la surcan, como sonrisas burlonas y un poco sádicas. Sonrío a mi vez, y no es una mueca agradable. Es casi –casi- como si no me importara.
Perdón, lo siento. Siento no haber hecho nada bueno, nada que pueda perdurar. No he plantado un árbol, los he cortado. No he escrito un libro, los he quemado. No he tenido un hijo… No los he tenido, porque los hijos estarían ahí para verme morir, para odiarme por lo que hice, por lo que hago todos los días al despertar, para convertirse en alguien como yo, quizás. Estarían ahí, y no quiero que estén. No quiero ver sus rostros, redondos y felices, y darme cuenta de que ya no volveré a ser joven, a correr, a reír, a beber y devolver lo bebido, a amar a mujeres cuyo nombre no recuerde. No quiero. Así que lo siento. No he hecho nada bueno en mi vida, nada que se pueda recordar, con el que alguien, allá lejos, pueda siquiera pensar en mí, en lo que fui, en lo que soy, en lo que seré. Nada. Una sombra, un fantasma, un soplo frío.
Llaman al timbre. Me planteo el levantarme pero, ¿para qué? ¿Para tener que despedir con cara de mal humor a algún vendedor de falsa sonrisa que trate de cargarme uno de sus inútiles trastos o de sus inútiles dioses? ¿Para mojarme las pantuflas por la lluvia y pasar los últimos días de mi vida estornudando? ¿Para recoger en mano las facturas y los avisos de embargo que no puedo pagar? Oh, no, ni en broma. Pero, para cuando quise darme cuenta, ya estaba de pie. Quizás fuese la curiosidad por saber quién se interesaría por un pobre diablo como yo. O, simplemente, que la soledad me estaba matando. Que no quería morir solo, después de haber vivido una vida totalmente solitaria.
Abrí la puerta. Era un hombre. No, no un hombre. Era una criatura destrozada, enferma y famélica, apenas cubierta por unos cuantos harapos raídos. Alzó la vista hacia mí, unos ojos humanos, aunque el resto de su cuerpo, deforme y roto, se asemejase más al de una bestia. Entonces abrió los labios, unos labios quemados, y de su boca desdentada y negra salió un:
-Por favor… Ayúdame.
Y entonces sentí que no podía negarme, no. No. Porque, en el fondo de aquellos ojos hundidos y negros, que reflejaban el dolor y el sufrimiento de toda una vida en la inmundicia, me veía a mí mismo. Aquel hombre que se arrastraba ante mi puerta era yo.
Lo toqué, controlando mi repugnancia, y sentí costras y heridas a medio curar, infectadas y sangrando, bajo aquellas telas mustias. Lo metí dentro de la casa y lo desnudé. Su cuerpo era un saco de pellejos y huesos, de pieles caídas y costillas afiladas. Llené la bañera de agua caliente y allí lo sumergí. Le froté con una esponja suave, arrancando la suciedad y la mugre de aquellas uñas negras y de aquel cuerpo desvariado. Le lavé la sangre y le vendé las heridas. Le afeité y le corté el pelo apelmazado de porquería, y le vestí con ropa suave y caliente. Lo metí en mi cama con la dulzura con la que una madre mece a su bebé, y marché a preparar una sopa tibia y un vaso de vino tinto. Se lo serví, le di la sopa a cucharadas mientras esa criatura, atónita y cansada, entreabría esos labios muertos para mí. Se la terminó y pidió más, y yo volví a rellenar el cazo y a dársela. Y se durmió.
Le contemplé entonces, en la quietud del silencio solo roto por el crepitar del agua contra la ventana. Ese era yo. Ese hombre atormentado por sus demonios, atrapado en un sin vivir donde el destino manejaba su cuerpo como al de una marioneta. Y le vi cuidado y limpio, curado y saciado, plácido al descansar en un colchón de verdad. Y sentí que así es como me habría gustado que me hubiesen tratado en la vida, y por la cabeza se me pasó pensar que tal vez si me hubiese comportado así con mis semejantes yo habría recibido el mismo trato. Y sonreí, amargo, irónico, porque ya era demasiado tarde para lamentarse, para rectificar. Porque la muerte estaba colgando sobre mí. Porque tenía miedo, el miedo que podía leer en el rostro de aquel hombre mientras dormía. Miedo a perderme, miedo a no volver a despertar. Miedo a la muerte. Y así era. Tenía mucho miedo.
Entonces, el hombre despertó. Despertó sobresaltado, e imaginé que para aquel ser no existirían los sueños, o solo aquellos que estuviesen plagados de pesadillas. Y me miró, con los ojos oscuros y exhaustos, vidriosos y llenos. Y susurró, con la voz entrecortada:
-Gracias.
Y entonces sonreí, y mi sonrisa no fue ni amarga ni triste, ni despectiva ni resignada. Fue una sonrisa feliz, y sentí que ya podía morir en paz.

Kiyara
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en Julio 04, 2013, 16:49:49 pm
EL NIÑO DIOS

Esta historia transcurre  en la ciudad de Pereira Colombia pero bien podría ser la historia de cualquiera en cualquier lugar. Pero antes de iniciar el relato de lo acontecido quiero recordar que todos los 24 de Diciembre se celebra el nacimiento del niño Dios y la tradición dice que ese día un regalo aparece después de la media noche debajo de la cama de todos los niños.
Martha era una niña como la mayoría de niñas que a sus 10 años soñaba con convertirse en mujer, pero que por el momento solo tenía sus juegos de niña y esa libertad de soñar que de adultos a veces perdemos,  su madre lava ropas para poder darle de comer a ella y sus tres hermanos, y Martha sacrifica los momentos que debería tener para jugar y educarse en ayudar a su madre en el lavado de las ropas.
Una de las tardes en que Martha acompañaba a su madre, está la envía con un atado de ropa ya lavada para que se la entregue a su dueño, transcurre el mes de abril de 1953.Despues de entregar la ropa Martha pasa frente a uno de los almacenes de abarrotes del centro de Pereira, de pronto la  niña acostumbrada ya al trabajo y conocedora de lo que es la palabra necesidad y pobreza  ve ante sus ojos al otro lado de la vitrina del almacén una hermosa muñeca,  muy seguramente importada tal vez de Venezuela o aquellas muñecas gigantes que elaboro por muchos años la fábrica nacional de muñecos, lo que Martha tenia frente a sus ojos era una visión, su expresión es de asombro  nunca antes vio una muñeca tan grande y tan bonita más aún cuando a un lado de la misma un pequeño letrero decía “la muñeca que llora y canta “Era sin duda para aquella niña lo más bello que sus ojos habían visto, y no pudo contener que saliera una lagrima, de  desde aquella tarde Martha se ofrecía para llevar las ropas, solo con la intención de poder ver aquella muñeca que ella veía hasta en sus sueños. Desde ese día Martha le prometió al niño Dios ser la niña más obediente y juiciosa  en su casa, cerca del almacén se encontraba la catedral y esta niña pasaba cada semana a depositar en una alcancía,” las que se utilizan para depositar las ofrendas” la paga que obtenía por ayudar en el lavado de la ropa, y casi todas sus ganancias estaban destinadas a aquella alcancía de la iglesia,martha quería darle la plata o ayudarle al niño Dios a completar los 18 pesos que costaba la muñeca. Llegó la fiesta de independencia y esa tarde Martha en medio del jolgorio y las fiestas encontró 5 pesos en la calle y callada sin decir nada los guardo, para al otro día llevarlos a la iglesia y así ocurrió. Pasaban las semanas y en ocasiones no quedaban más de 20 centavos para llevar a la iglesia, de camino a su humilde casa seguía orando y quería llegar pronto para pedirle a la imagen del niño Dios que tenia encima de un viejo armario de madera que le diera esa muñeca, como ella no alcanzaba a mirar la estampa desde el suelo siempre utilizaba un asiento metálico “de esos que se tenían en las tiendas para acompañar las mesas de cerveza” para subirse  y así estar cerca de la imagen.
 Transcurrió  el resto del año y por fin el anhelado mes de diciembre había llegado, Martha estaba segura que con su buen comportamiento en casa y la ofrenda que ella realizo por 8 meses cumplidamente cada 8 días era suficientes, para que el niño Dios pudiera comprar la muñeca.
Por fin llego el 24 de Diciembre  todo en la cuadra era alegría, se escuchaba la música y la pólvora característica  de navidad, las vecinas pasaban de una casa en otra en un intercambio de diferentes comidas y los hombres tomaban el aguardiente, a Martha solo le interesaba acostarse rápido para encontrar la muñeca que tanto quería. La música se apago y los gallos anunciaban la llegada de la mañana de aquel 25 de diciembre, no serian más de las 6 de la mañana cuando Martha salto de la cama la cual compartía con su hermana mayor, para mirar bajo la cama, busco con ansia el paquete, pero no encontró nada, solo en una esquina pudo ver un pequeño objeto envuelto en un papel que no era precisamente papel de regalo, era una bolsa usada en la que se mete el pan, lo abrió y en su interior observo un diminuto muñeco de pasta de no más de 4 centímetros de largo de color café oscuro casi negro, muy común hasta los años sesenta por su bajo costo, Martha negándose a creer que ese era el regalo que el niño Dios le había traído busco en otros lugares de la casa pero nada encontró, su desilusión era muy grande, no entendía como después de portarse bien y ayudar tanto a su madre en el trabajo y dejar las pocas monedas que gano en la iglesia, no tuviera la muñeca con la cual soñaba.
Salió confundida y triste a la calle, donde las niñas vecinas ya entrada la mañana mostraban contentas el regalo que el niño Dios le había dejado bajo la cama,martha miro como todas las niñas  y niños tenias regalos mucho más grandes  y bonitos, ella oculto el suyo, pero se fijo en una muñeca de una vecinita suya, la cual se parecía un poco a la que Martha espero y en un momento de descuido de la niña, Martha tomo esa muñeca, la envolvió en papel donde encontró su pequeño regalo y la coloco bajo su cama. Pasados unos minutos la madre de la niña vecina toco a la puesta de la casa de  Martha muy disgustada diciendo que Martha había tomado la muñeca de su hija, muy molesta la mama de Martha la increpo y le pidió explicaciones, Martha corrió a su cama y saco debajo de ella la muñeca, al verla su madre le pregunto qué de donde la había sacado y Martha simplemente le contesto..Mama me la trajo el niño Dios,……la mama guardo silencio por unos segundo una lagrima corrió por su mejilla y le dijo, no mi amor esa es de la vecina ve y devuélvela y así paso.

Manu
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2013, 09:08:43 am
IMPRESIONES


Cuando se ingresa a un hospital el mundo parece gris.
Se deja atrás la luz para internarse en esta oscuridad donde la desesperanza nos carcome el
alma.
Es entonces cuando uno recuerda a la iglesia y se aferra a un Dios.
En estos momentos donde el agobio devora a la liviandad y frescura es quizás donde se
piensa en el amor que no se expresó cuando la salud existía.
Y uno se aferra a todo  para no sumergirse en un mundo de penumbras o tinieblas…
Nos invaden los olores tan característicos de un hospital.
Uno se entrega a su suerte y pone en las manos de los médicos y enfermeras su futuro, o lo
que quede de él…
El tiempo parece detenerse en ese mundo de cuatro paredes y se ruega no tener a un
compañero de cuarto moribundo.
Siempre hay un televisor a color pero nuestro estado de ánimo nos impide seguir el hilo del
relato de la novela de la tarde o los amigos o parientes que nos visitan hacen que no le
prestemos atención a ese aparato tecnológico.
Y en el menor descuido nos volvemos dependientes de controlar el líquido que nos ponen
en el suero, como si el mundo se fuese en eso…
Nuestro estado anímico decae solo por el hecho de estar allí.
Aunque nos internen por un simple control de rutina entramos en crisis emocional.
Y qué decirles cuando nos internan por estar gravemente enfermos o para investigar la
misteriosa enfermedad que se apoderó de nuestros órganos.
Pasamos la puerta del hospital y ya dejamos de tener nuestro nombre, nos ubican con un
número de habitación y de cama y somos nombrados por todo el personal como portadores
de tal o cual enfermedad.
Y nos hacemos cómplices o amigos circunstanciales del compañero de cuarto…
Ya dejan de tener sentido ciertas preguntas que antes nuestra pareja o hijos nos repetían
hasta el hartazgo: “¿Papá  podrías pasarme a buscar por la casa de…? ¿Cariño, no te
molestaría ir al supermercado para comprar lo que me olvidé? ¿Podrías ayudarme a
terminar este trabajo que el jefe lo necesita antes de irnos?”
La lista puede llegar a ser tan voluminosa como la guía telefónica…
Pero nada de eso tiene sentido ahora,,,
Estoy a solas conmigo mismo, no puedo escapar. Me replanteo lo vivido hasta la fecha.
Confío en los doctores que me atienden. Mi mujer fue hasta la casa a traer las pantuflas
para que pueda usar cuando necesite levantarme de la cama para ir al baño.
Tengo miedo de que este sea el último lugar que vea. Unas pocas horas más y estaré
entrando en el quirófano.
Todos aquí me aseguraron que  lo mío es una operación de rutina, de todos los días
Y uno que es arisco a este mundo de batas blancas piensa: “menos mal que hay gente que
estudia medicina”.
Viene la enfermera con una amplia sonrisa para anunciarme que va a rasurar mis partes
Íntimas. Estoy resignado a todo. Aquí soy un paciente más, un número… poco importan
mis miedos.
Anuncian que está todo listo y me trasladan en una camilla hacia el piso donde me
operaran.
No tuve tiempo de decirle a mi esposa cuánto la amo y que me perdone  por todas las veces
que no la comprendí.
Me  inyectan la anestesia en las venas y el sueño me invade. Ojala pueda despertar para ser
mejor como padre, esposo, amigo, compañero de trabajo…

PAZ
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2013, 09:13:17 am
LA ETERNIDAD BUSCA


La eternidad busca es un texto en el cual se pone de manifiesto lo que esta eternidad en lo que se basa y el tema que desarrolla, la eternidad busca es una simple y fiel manifestación de que la eternidad esta continuamente buscando, por todo ello es que la eternidad busca nos instala o nos lleva a la siguiente realidad, la eternidad busca se une a un argumento que hace hincapié por ello en lo que la propia eternidad significa en lo que la propia eternidad nos da y lo que podemos aprender de ella, la eternidad busca esta continuamente buscando, es la eternidad por lo tanto el argumento principal que se tiene de lo que la propia eternidad busca, la eternidad busca es la siguiente afirmación que declara que alguien que consigue la eternidad ha conseguido un logro una gloria o un gusto que va a durar ya siempre, por todo ello la eternidad busca esta continuamente buscando, por todo ello la eternidad busca es la afirmación de que la eternidad no para esta continuamente buscando en su periplo, de alguna forma se entiende por eternidad que siempre esta esta buscando, de alguna forma la eternidad busca afirma que en el mundo en el que vivimos la eternidad busca siempre esta buscando, de alguna forma se sabe que la eternidad como tal se debe buscar, cualquier persona por lo tanto debe buscar una eternidad que forme parte de nuestras vidas, debemos buscar por lo tanto una eternidad como medio de vida, debemos buscar por lo tanto una eternidad que nos de lo que necesitamos que nos de de alguna forma todo lo que la eternidad pueda representar, de alguna forma la eternidad busca se desarrolla ampliamente, de alguna forma la eternidad busca un camino hacia la verdad y hacia el entendimiento mas verdadero, de alguna forma la eternidad busca hace referencia a la busqueda propiamente dicha de la verdad por medio de la eternidad, la eternidad busca nos conduce por todo ello al camino que se busca a la propia verdad o al propio entendimiento mas sincero y que hace referencia sin duda a una promesa, de alguna forma los que dan las promesas somos los que vivimos, y debemos buscar la eternidad siempre, debemos buscar una eternidad sincera que nos conduzca a la verdad, que nos conduzca a un acercamiento a los vivos y a su magia, de cualquier forma la eternidad busca es la resolucion que debemos tomar, de alguna forma la eternidad busca es la busqueda que debemos entender y desempeñar, de alguna forma la eternidad busca siempre debe estar ahí, de alguna forma lo que debemos buscar debe unirse a la eternidad debe unirse a un desarrollo y a una afirmación de que la realidad en la que vivimos se hace algo palpable se hace algo real o se hace algo que esta ahí donde podamos de alguna forma tomar parte donde podamos de alguna forma encontrar no solo el ocaso sino tambien el futuro, de cualquier forma es esta eternidad que buscamos el enigma que debemos tener el enigma para poder ver para poder entender, de esta forma la eternidad busca es el camino que debemos emprender es el camino que va a estar ahí y que debemos saber no solo buscar sino hacer como algo propio, hacer como un servicio al poder, hacer como un servicio basado en la sinceridad y en la verdad, de esta forma es que la eternidad busca esta siempre buscando esta siempre en el camino del bien en el camino que vamos muy bien a entender y que vamos muy bien a analizar, de esta forma es que la eternidad busca nos asombra incluso, podemos de esta forma encontrar la salida, podemos de esta forma encontrar una transparencia en la verdad, podemos de esta forma encontrar la verdad que tan ampliamente se nos muestra, de esta forma es que la eternidad busca es lo que debemos hacer o entender en nuestra vida, debemos por lo tanto buscar continuamente la verdad basandola o analizando incluso esta eternidad, lo que el hombre o mujer de este mundo debe buscar es la eternidad en la cual basar todo, la eternidad por lo tanto se busca de manera que podamos de manera real encontrar los caminos que se abren a nuestro entender o a nuestro mundo, es de esta foram que la eternidad busca esta ahí en el paso por el mundo para de esta forma saber, entender y saber encontrar una salida hacia un conocimiento, es de esta forma que la eternidad busca es lo que debemos hacer debemos siempre buscar debemos siempre estar ahí saber entender y saber de esta forma que nuestro camino en el mundo nos lo dice todo, entendiendo la eternidad podemos sacar el contenido que necesitamos para nuestro dia a dia, es de este modo que la eternidad busca es lo que debemos hacer siempre constantemente, de cualquier forma es que los contenidos que se hacen reales los contenidos que vemos o que sabemos interpretar juegan en nuestra mente, es de este modo que la eternidad busca abre senderos en los cuales podemos descubrir abre senderos en los cuales podemos visualizar no solo podemos entender sino ver mas alla, la eternidad busca es el argumento que debemos encontrar hacia nuestro camino sincero y fiel hacia nuestro camino a lo largo del mundo, es de este modo que la eternidad busca podemos encontrar de este modo un entendimiento o un conocimiento superior, de cualquier forma es que la eternidad busca siempre esta ahí podemos de esta forma aprovechar y seguir buscando, podemos de esta forma visualizar o seguir en nuestro camino, es de esta forma que la eternidad busca nos va a conducir por la vida de mejor forma, nos va a conducir por la vida de manera mas deseada o mas agradable, es de este modo que la eternidad busca es lo que debemos hacer siempre buscar y buscar y entender mejor saber interpretar o descubrir de alguna forma los porques y las respuestas a todo, es de este modo que la eternidad busca es lo que debemos hacer siempre debemos no solo buscar sino tambien entender, las visiones por lo tanto llegan de manera total, las visiones por lo tanto estan cerca y podemos de esta forma encontrar las reglas o los motivos o las respuestas que precisamos, la eternidad busca es lo que debemos hacer debe basarse por lo tanto nuestra busqueda en esto, es de cualquier forma la eternidad busca el principio para alcanzar la perfeccion, podemos acercarnos mejor a nuestro dios, de alguna forma es que el dios que todo lo ve va a tomar parte y va a proporcionar asi los motivos o los contenidos precisados, es de esta forma que la eternidad busca se abre y nos muestra de esta forma que la propia realidad supera la ficcion, lo real se ve o se visiona mejor desde la eternidad, es de esta forma la eternidad lo que nos va a dar los principios mas fundamentales para lograr la perfeccion, es por todo ello que la perfeccion esta a nuestro alcance, que la perfeccion puede ser evidente puede darnos control y felicidad,  la eternidad por lo tanto puede ser algo con lo que contemos de manera que vamos a saber apreciarla, es de esta forma que la verdad, el conocimiento y el saber van a llegar de la mano de la eternidad por eso siempre debemos buscarla por eso debemos tenerla siempre presente, es de este modo que la eternidad busca debe ser lo que mas nos preocupe lo que podamos de alguana forma interpretar saber muy bien conducir o saber muy bien desarrollar, es de este modo que la eternidad busca nos va a proporcionar la mejor forma que vamos a tener en nuestro camino glorioso en nuestro camino sincero y no fugaz, de esta forma es que la eternidad busca nos motiva y nos conduce a ver o visionar el futuro que vamos muy bien a entender de esta forma, por ello se piensa que la eternidad busca debe ser la manera que vamos a tener en el futuro de ser visionarios o leer muy bien lo que nos interesa, es de este modo que la eternidad busca se debe siempre buscar, de alguna forma tenemos los valores o los medios propios para lograrlo, tenemos los valores y las condiciones para mejorar no debemos dejarlo pasar, de este modo tenemos las condiciones necesarias para hacer un mundo mejor debemos aprovecharlas, las costumbres y la cultura se relacionan de este modo debemos por medio de la eternidad cuando la conseguimos desarrollar una cultura que nos haga mas integros mas sinceros o mas esenciales, de alguna forma la eternidad busca es el modo que vamos a encontrar en nuestra vida para alcanzar las metas para alcanzar de este modo un proposito un fin o un objetivo, de cualquier forma la eternidad  busca se hace necesaria se hace de alguna forma fundamental en nuestro cometido, de esta forma es que la eternidad busca abre nuevos caminos o nuevas vias para las cuales estamos abiertos, de esta forma la eternidad busca debemos encontrar los principios que la desarrollan o los principios que se apropian de ella, la eternidad siempre existe debemos siempre buscarla para de esta forma encontrar la salida a nuestros problemas, de este modo la eternidad busca debe siempre ser parte de nosotros, debemos buscar la eternidad para de alguna foram poder no solo saber valorar sino saber algun dia movernos con toda modernidad, debemos de alguna foram encontrar los porques encontrar los principios o las bases tan buscadas, de alguna forma la eternidad busca es lo que debemos hacer en nuestra vida para saber la mision no solo que tenemos sino el camino que debemos seguir, es de este modo que la eternidad busca nos debe dejar ver todo lo que hay detrás, nos debe dejar ver los fundamentos de la realidad podemos de esta forma encontrar mediante la transparencia las visiones tan necesarias las visiones que pueden ofrecernos una continua idea etica que vamos a tener, de cualquier forma la eternidad busca esta ahí debemos saberla entender debemos de alguna forma saber no solo visionar todo esto sino tambien debemos adquirir los conocimientos que hagan de esta forma la realidad algo agradable algo perfecto como deberia ser la vida propiamente, de esta forma la realidad que nos llega se hace transparente se hace de alguna forma autentica, la eternidad busca debe siempre saber descubrir todo lo que esta a nuestro alrededor y lo que vamos de alguna forma a saber interpretar a saber de alguna forma formalizar, la eternidad busca es por todo ello la transparencia tan buscada de esta forma la eternidad busca es la simpleza que llega de alguna forma la eternidad busca debe saber muy bien llevar el acercamiento que tengamos cerca para poder descubrir, de este modo es que la eternidad busca debe ser nuestro principal papel nuestro principal medio de salvacion, la eternidad busca es por ello lo que debemos hacer nuestra salvacion esta en la eternidad, nuestra salvacion por todo ello esta en la eternidad tan buscada o tan especialmente determinada. La eternidad busca debe ser el motivo de nuestra preocupación de alguna forma es que la eternidad nos puede dar la salvacion nos puede dar el principal fundamento en el que desarrollar nuestra vida, nos debe dar nuestro principal apoyo nuestro principal remedio o nuestro principal comportamiento en la vida, de esta forma la eternidad busca debe ser lo que nos mueva en la vida conseguirla debe ser lo principal y cuando la tenemos cuando tenemos eternidad hemos conseguido la salvacion.

CUARCITA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2013, 09:16:12 am
Fiesta


Sentías el cuerpo pegajoso. La música que salía de tus auriculares y el sol y la calle que estaba más colorida que de costumbre, hacían imaginarte en un videoclip. Te hubiera gustado que fuera de tardecita. Siempre te gustaron las tardecitas de marzo.

Sentías todas las miradas masculinas encima tuyo. Un treintañero con lentes de marcos gruesos clavó los ojos en tus piernas, un hombre de camiseta blanca sentado en la vereda te dijo algo que no entendiste; entonces te desenchufaste de una oreja y lo pudiste oír con claridad: “Nena, se te enganchó la pollera en el bolso”. Te miraste y viste tu muslo desnudo. Te reíste, diste las gracias y seguiste caminando.

Doblaste, sin saber bien por qué. Tal vez porque no querías llegar a tu casa, ni tener que apagar el mp3. Creías percibir las cámaras siguiéndote y tu cara en los distintos planos. Viste una feria americana a algunos metros de distancia y fue como estar en otra ciudad. Fuiste y empezaste a revolver cajas con ropa de gente vieja. No lo hiciste porque tuvieras ganas, sino porque te pareció genial para el video. Empezaste a ojear a todos los costados, a ver si aparecía el amor de tu vida. Pero no. Alzaste un vestido azul a lunares blancos que si hubiese tenido escote te lo hubieras puesto en el momento.

Entraste al garage. Había olor a libros con polvo. Tu cara se humedecía más y más, como si estuviera pegoteada con cinta skotch. Pensaste que los editores podrían corregirlo y así mostrar tu cutis perfecto. O mejor, dejemosló así que queda a tono con la estética urbana. Antes de pasar a otro tema apretaste el botón mágico y esa canción volvió a empezar.

Descubriste una caja debajo de un montón de sacos con hombreras. Tenía discos. Te pareció todo tan perfecto. Te agachaste para mirarlos, sin cuidar tu pollera. Te sentiste hermosa. Casi te frustrás cuando viste que eran todos de gente sin glamour, que no conocías.

Y de repente, un vinilo de ella. Rubia carré, diosa internacional, en maya negra con lentejuelas plateadas. Se esfumaron tus auriculares.

Te diste vuelta asustada, debés reconocerlo. Detrás de los percheros comenzaron a salir bailarines en traje blanco. La gente había desaparecido. A medida que el ritmo de las castañuelas iba subiendo los hombres acompañaban con una coreografía mil veces ensayada. Tenían sombreros de copa.

Silencio, todos como estatuas y sólo se escuchó un largo repique de tambor. En ese instante bajó del techo Raffaella. La sonrisa estática, la mirada altiva, los brazos en alto. Cuando su taco aguja llegó al piso irrumpió la banda con más intensidad. Caminó hacia vos con pasos de baile y te tendió la mano. Te miraste y tenías puesto el vestido a lunares, con tus senos juveniles respirando felices. Te levantaste y empezaste a danzar con Raffaella y los bailarines tan al compás y coordinada como ellos. Y así seguiste, por horas y horas, sin transpiración, ni humedad, ni cansancio, ni olor a viejo.

En el barrio, nunca más se supo de vos.

(Dicen los que saben, que en las tardecitas de marzo, las chicas deben tener cuidado de usar pollera, porque pueden cruzarse con una extraña caravana que se las lleva puestas al son de una música de Fiesta)

Vera Naín
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2013, 09:35:55 am
Violencia de locos
 
                       
El director del centro psiquiátrico me obsequió un traje para mi primera salida, ésta fue el sábado. La verdad es que no recuerdo como llegué aquí pero con la atención que he recibido me siento bastante mejor y mucho más cuerdo, eso permitió el poder salir a dar un paseo por los alrededores. Subí por una calle y bajé por otra que me devolvió a mi morada. El director me había llevado antes en su automóvil para mostrarme el recorrido.
Iba contento, la mayoría de las casas tenían jardines, también habían edificios; de algunos balcones me miraban con curiosidad, me veía elegante, vestido con aquel traje, además quise usar un pequeño sombrero, obsequio de un cantante quien nos visitó para una fiesta, si mal no recuerdo, creo que fue un “Día del Padre”. Quizás los locos en los balcones pensaban que yo era  residente de la zona; no me detenía para ofrecer algo, por tanto no debían verme como vendedor y no parecía sospechoso de ser un loco ladrón.
Había recorrido unas dos cuadras, cuando algo llamó mi atención. Una camioneta   estacionada frente a una casa donde se notaba un gran movimiento. Unos locos bajaban mesas y sillas y las introducían en la casa. Me detuve a mirar y vi como adentro otros locos las vestían con manteles de alegres colores; había globos entrelazados, amarillos, blancos, verdes. Formaban arcos, otros colgaban de las matas. La fiesta era en un patio lateral de la casa. De esta salio un loquito vestido de tortuga a quien todos abrazaban y besaban. Atrapó mi atención una gran tortuga a quien colgaron por las orejas, que extraño, los cuerdos colgamos por el cuello pero ¡los locos lo hacen por las orejas!  Dejaron a la pobre tortuga con sus ojos desorbitados, guindada a un lado del patio.
Para no causar desconfianza me recosté disimuladamente a un árbol desde el que tenia una amplia visión de lo que pasaba. Poco a poco comenzaron a llegar muchos loquitos, el lugar se hizo insoportable. Yo, acostumbrado al silencio y la tranquilidad, ahora me encontraba presenciando, no tomando parte, de un gran escándalo, con gente que iba de un lado a otro, locos que llevaban bandejas a las que se acercaban otros locos y loquitos como enjambres, devorando su contenido y empujándose unos a otros.
En un lado del patio estaba un loco con un extraño peinado, imagino que debe llamarse “loco erizo”, se movía detrás de unas cajas negras, manipulando unos botones de los cuales salía música, haciendo que varios loquitos se movieran como si los picaran las hormigas. La mayoría de los locos dejaba a los loquitos y se iban. Los loquitos llegaban cargando paquetes decorados con llamativos papeles y lazos. Se los entregaban al loquito vestido de tortuga y este a su vez se los daba a alguno de los locos adultos. Ya me estaba cansando de tanto ruido, me disponía a continuar mi camino, y entonces pasó algo increíble. Los locos reunieron a los loquitos alrededor de la tortuga que seguía colgada de un árbol, con un pañuelo le taparon los ojos al loquito tortuga, le entregaron un palo, le dieron unas vueltas y mientras un loco subía y bajaba  la cuerda con la tortuga, ¡el loquito vendado hacía lo posible por darle con el palo al animal! No podía creer lo que veía, el resto del grupo celebraba cuando la pobre e indefensa tortuga recibía un golpe, pero si ésta seguramente ni entendía lo que estaba sucediendo, yo mismo vi cuando la colgaron, ¡no hizo ningún gesto de oposición! Dios, ¿que clase de humanos son esos que disfrutan gritando, saltando y cayéndole a palos a un pobre e indefenso animalito? ¿Que cultura siguen con esa muestra de tanta violencia? Se iban pasando el palo y el pañuelo entre los loquitos y lo peor fue ver como se peleaban por ser el siguiente en dar golpes. Con razón hay tanta violencia entre la gente de las películas que a veces vemos (solo cuando esta de guardia el loco Manolo) si desde niños la misma familia hace lo posible por incitarlos a ella. No quise ver mas, seguí mi camino imaginando que al final la pobre tortuga caería destripada a palos...Mientras caminaba algunos locos me señalaban desde sus automóviles, los loquitos me miraban con cierto temor y unos locos me gritaron… ”Eso loco... ¿y esa pinta, que?”...                                       

Rosa de la Trinidad Ylarraza
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:13:45 pm
Son bastantes los relatos recibidos y poco el tiempo disponible para publicarlos. Si alguno de los participantes aíun no ha visto su obra publicada que no se preocupe. Toca un poco de paciencia. Gracias por vuestra comprensión!!.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:14:03 pm
LA PREGUNTA

Aunque en la ciudad donde vivía la lluvia era una constante, él era feliz. Feliz porque le encantaba la poesía y ya se sabe que a los poetas les encanta la lluvia. Feliz porque después del rutinario trabajo en la oficina de seguros, donde metía 8 horas, le quedaba un buen rato de tiempo cada tarde y lo aprovechaba para sentarse en uno de los bancos del parque y contagiarse del paisaje; escribir esos poemas con los que se hacía el firme propósito de enviarlos a algún concurso literario, pero que siempre se quedaban en el rincón oscuro de uno de los cajones de la vieja cómoda, porque le daba pánico que un jurado pudiera leerlos, o simplemente leer, leer con los trinos de los pájaros de fondo, con el susurro del agua saltarina del pequeño arroyuelo, embebiéndose en los colores de tantas y tantas flores en su mundo mágico y abstraído; escaparse de la monotonía de la oficina y, sobre todo, del martilleo constante de Rafael, el de impagos, que estaba todo el día presumiendo de sus conquistas amorosas los fines de semana, de que una vez trabajó un verano en la República Dominicana, en una cadena de hoteles donde servía copas y enamoraba terneras, que decía con esa sonrisa picarona que él tenía. Escaparse de los números y vivir unos minutos al aire libre.
Y todo hubiera ido como la seda si Sonsoles, la de Recursos Humanos, no hubiera cogido la baja por maternidad y viniera a hacer su suplencia aquella morenita de ojos como la noche que se ocultaban detrás de unas gruesas gafas y que tenía por nombre Margarita.
Una morenita con la que intimó, por aquello de que coincidieron (ella le preguntó dónde podían toar un café) la primera mañana ante la máquina de café que la empresa tenía en la última planta y donde sólo subía él, porque el resto de compañeros no subía nunca ya que lo tomaban en la cafetería de la esquina.
Una morenita a la que no se atrevía a mirar a los ojos e iba haciendo poemillas en su mente que tampoco nunca se atrevió a escribir por miedo a que ella pudiera leerlos. Una morenita alegre, que le contaba sus cosas de una manera fresca como lo más natural del mundo: que estudiaba idiomas por la noche y había hecho, con gran esfuerzo, algunos pinitos con el violonchelo, que en casa eran nueve hermanos y que sus padres, uno era obrero metalúrgico y la otra, ama de casa. Una morenita a la que él, hecho de otra pasta, sensible a los cambios y a los sarpullidos, apenas hablaba de sus poemas y sus inquietudes y de la que se enamoró como un tonto de baba hasta el punto de que cada mañana, en esos 15 minutos de asueto que les concedía la empresa, ante la máquina del café en la que siempre se adelantaba y metía las dos monedas para los dos cafés con leche, uno de ellos corto de azúcar, quiso hacer una pregunta que, invariablemente, se le quedaba atragantada en la garganta, entre la saliva y la timidez, entre los sorbos de un café que ya le resultaba amargo, porque a ella, como una flor recién abierta sobre la brisa, se le iba poco a poco finalizando la suplencia. Una pregunta que repetía cada noche en sus sueños, en todas las páginas del cuaderno donde escribía los poemas, en todos los libros que leía, incluso en papelillos que encontraba y que luego rompía en pedazos y echaba a la papelera. Una pregunta que volvía a repetir una y mil veces durante el trabajo cuando ella se volvía para coger o dejar algo en el archivador y él la pronunciaba por lo bajo sin atreverse a hacerlo en alto porque se hubiera muerto de timidez.
Así un día tras otro hasta agotar los 112 días de contrato por la maternidad de Sonsoles. 112 días en los que estuvo en un tris de que la dichosa pregunta saliera de sus labios pero que nunca salió, se quedó ahí, como se quedaba él todas las tardes cuando salían de la oficina y ella se iba a toda prisa porque llegaba tarde a los ensayos de violonchelo y luego a la escuela de idiomas.
Ahí, como ese adiós archisabido que ambos se dedicaban hasta perderse, calle de los Tilos arriba, la una y el otro, calle abajo.
Daba tainas la niebla aquella tarde de otoño, Santa Isabel de Hungría cuando ella, sabiendo de la falta que le hacía, le regalaba dos besos sonoros en las mejillas y se despedía hasta una nueva ocasión, porque los días de suplencia de Sonsoles habían finalizado y tenía que marcharse a buscar otro destino, otros lugares, como se iban marchando el otoño, las alegres golondrinas y sus escasas esperanzas, como el aire que casi le ahogaba no dejándole respirar.
Por eso, acurrucado en su timidez como un niño el primer día de colegio, sudó como un sudor frío recorriéndole de la nuca hasta la espalda, sobre todo, cuando ella, abril en las mejillas y música en los ojos y en los labios, con un vestido rojo que la hacía más bonita, salió por las puertas giratorias de la oficina con una carpeta en una mano y un ramo de mimosas que le regalaron las compañeras en la otra.
 Subió los 78 escalones hasta el último piso y, pegada la cara contra la cristalera, cuando ella era sólo una mancha roja al final de la calle, susurró despacito, como temiendo que la máquina de café pudiera llegar a escuchar las palabras:
Margarita, ¿tú tienes novio?

Vilda Jarol
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:20:45 pm
Vivito


En la calle Reyes, haciendo esquina con la calle Remedios, había un barra abierta en forma de v con cuatro asientos más o menos, no tenia puertas ni ventanas, se abría en la mañana subiendo  con un gancho largo una corrediza  pared de aluminio y de la misma forma se cerraba al culminar la noche.  A este barcito de barrio le llamaban “La Piloto”.
La Piloto de Reyes y Remedios era un lugar muy pintoresco, por donde las mujeres decentes del barrio no pasaban y hasta se tomaban el trabajo de cruzar a la otra acera para evitar encontrarse con alguno de sus asiduos orinando descaradamente entre los carros, a veces por la ausencia de baño, después de muchas cervezas y otras veces por el puro placer del exhibicionismo caribeño.
De  más está decir que las pocas mujeres que visitaban la piloto regularmente, terminaba en algún matorral, escalera o portal de cualquier establecimiento, que estuviera a oscuras, con la falda levantada, empeñadas en la difícil tarea de lograr una erección a cualquiera de sus compañeros de alcoholismo. 
Muchas veces el nivel de alcohol era tan alto que no sabían distinguir entre cuales eran las que estaban disponibles para esos menesteres y las que no, como era el caso de Mayito.
Mayito, que en su acta de nacimiento rezaba como María, había sido una periodista prominente, hija de una familia burguesa de La Habana de los años cincuenta.  Su abierto homosexualismo y rebeldía, le gano el rechazo de su familia, que abandono el país en el 1959, sin decirle nada a María para que no los siguiera a Los Estados Unidos. 
Frustrada como periodista y como lesbiana, María se tiro al alcohol, se dejo de depilar el bigote y se autodenomino Mayito. 
A pesar de su vicio, Mayito era un señor educado, borracho, pero educado, se le veía tocar con delicadeza la puerta de sus vecinos con un jarrito de aluminio en mano, pidiendo un poquito de alcohol, dizque para encender la cocina.  Todos sabían que era para bebérselo, pero Mayito no molestaba a nadie en el solar donde vivía y la gente le regalaba de cuando en vez, el jarrito con alcohol.
Una noche, los gritos de Mayito despertaron la cuadra entera, mientras se le escuchaba:
-Yo soy  un hombre ****, respétame, respétame- gritaba desesperada, cuando su consorte de borrachera pareció recordar de momento que Mayito tenía una vagina, y se dispuso a usarla sin consultar con la portadora.
Otro de los personajes de la piloto, era el ciego Jiménez, que salía mas ciego que cuando entraba, agarrándose de las paredes para guiarse y cuando estas se acababan, terminaba su torpe peregrinaje  tomando su siestecita ahí mismo, donde se acabo la pared.
También frecuentaba a piloto un señor mayor al que nadie le conocía el nombre y que era como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, uno, antes del primer trago y otro, cuando invariablemente empezaba a cantar a toda voz: “Dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te quiero, te adoro, mi viiiida….” A lo que se sumaba un coro de desafinación, incluyendo al barman que casi siempre, le regalaba un cortico más, cuando complacía peticiones del extenso repertorio de boleros cubanos.
Una tarde salió Mr. Hyde como una tuba de la piloto y un coche que venía a toda velocidad lo atropello, haciendo que su esquelético cuerpo saltara por encima del auto y fuera a caer como a tres metros de la piloto.  Lentamente y con el miedo en los ojos se le fueron acercando sus secuaces, esperando lo peor. Uno de los que aun no estaba en coma,  lo movió por la pierna con una suave patadita y negando con la cabeza hacia el grupo dijo:
-Oye, este ya guindo el piojo, y yo que lo iba a invitar a otro cortico-
Al escuchar esta afirmación, como un resorte el atropellado se levanto en un solo pie de la calle gritando:
-Estoy vivito, vivito, estoy vivito- Exclamaba con los brazos abiertos como un torero que acaba de hacer un giro ante el toro y esperaba el “ole” de su público.
Desde ese día, el barrio lo bautizó bajo el apodo de Vivito y con ese nombre vivió Vivito, hasta el día de su verdadera muerte.

Belema Mar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:23:33 pm
La Peste


Al caminar por entre los restos descascarados de lo que un día fue un gran hospital, no logro desprenderme de esta parásita sensación de miedo.
   Lo intento, y aún así no logro hacerlo.
   Creo que el terror y la angustia con que se bañaron estas paredes se rehúsan a dejarlas, están adheridas, impregnadas, al punto de ser una especie de pintura invisible que ocupa el lugar de los colgajos de la verdadera.
   Este lugar es un horror.
   Pero el verdadero horror es lo que habita en él. Lo que aquí ha ingresado hace mucho tiempo ya. Lo que se ha padecido en este sitio, y por lo que hoy deambulo sola por sus pasillos.
   Aquí está la Peste...
   Yo lo vi todo, desde un principio, aunque casi nada recuerdo ya. Y hoy, cuando siento más que nunca que mi hora se acerca, que soy la próxima en la lista, no puedo dejar de recorrer estos pasillos y escuchar en ellos los desgarradores ecos de la muerte.
   Sé que en cualquier momento, la muerte puede decidir finalmente venir por mí, y sólo restará unirme a la multitud fantasmal que seguramente ya puebla este sitio. Aunque no los vea, sé que están por aquí; así como en su momento de agonía supe que estaban aquí: sus gritos me lo hicieron saber.
   Pero hoy ya son historia. Parte casi olvidada de una historia para la cual el mundo nunca estuvo realmente preparado.
   Así fue: la Peste salió de la nada misma, o del más profundo de los abismos, nos invadió, nos atacó, nos abrazó, y nadie hasta el día de hoy ha logrado evitar su pútrido beso de ultratumba.
   Al principio surgió como todas las epidemias, unos casos aislados, algunos trascendidos, algunos predicadores apocalípticos, y la estúpida esperanza humana de que rápidamente alguien encontraría la milagrosa cura, y todo volvería a la cómoda normalidad a la que siglos de experiencia humana nos han acostumbrado.
   Pero no fue así. Esta Peste se propagó de la noche a la mañana por todos lados, por entre todos ellos, sin respetar naciones, credos, ideologías, razas o costumbres.
   Uno tras otro, al principio por decenas, luego por miles, y finalmente por millones, las víctimas fueron cayendo sin llegar siquiera a expirar un último aliento de despedida a sus seres queridos.
   Ella se los tragó con una voracidad nunca vista, jamás experimentada, al punto que no hubo científico, médico, chamán o sacerdote que pudiera dar respuesta a la simple pregunta que surgía de todas las bocas antes de la última mueca de fatal agonía: ¿Por qué?.
   Pero no todos tuvimos esa “fortuna” de dejar este mundo sin llegar a contemplar la real atrocidad del sufrimiento que la Peste producía. Hubo aislados grupos que en principio se creyeron inmunes, porque aún exponiéndose no caían ante ella. Pero con el paso de los días sólo vieron estrellarse contra la cruda realidad de un laberinto sin fin a sus absurdas esperanzas de salvación.
   Tan sólo teníamos una breve y paupérrima resistencia mayor que la de aquellos que ya habían pasado al otro mundo.
   Y allí comenzó nuestro verdadero calvario.
   Porque fue realmente terrible ver el padecimiento de otros, sabiendo que cualquiera podía ser (lo sería, y lo fue) el siguiente. Esos vanos intentos de reagruparnos para estudiar este maléfico fenómeno sólo sirvieron para convencernos de la inutilidad de nuestras acciones, lo obsoleta de nuestra “gloriosa” ciencia; y sacar a flote lo peor que la
raza humana lleva en su interior: el egoísmo.
   Cada cual libraba su batalla personal contra un enemigo invisible, al que nadie sabía cómo vencer, pero al cual todos, absolutamente todos, odiaban por haberse llevado a sus seres amados y encaminarse a llevárselos a ellos mismos a una fría y olvidada tumba global: la de la raza humana en su totalidad.
   Lejos de encontrar una cura, los que no caían y tenían “el conocimiento y la sabiduría para guiarnos en esta triste hora”, sólo se encargaron de crear lugares como este, enormes mausoleos llenos de gente aún viva (¡aún viva!) y encerrarnos en ellos para utilizar luego la excusa del aislamiento preventivo como infantil método para que ellos pudieran seguir subsistiendo algunos días más.
   Así vinimos a parar a estos gigantescos pabellones mortuorios, simples antesalas del infierno, o el infierno en sí mismo...
   No tengo noción de en qué momento entré aquí, pero siento que estuve dentro de estas horrendas paredes por siempre, como si hubiera sido mi destino desde un comienzo.
   Y los vi caer.
   Uno por uno, en parejas, en decenas, los vi morir ante mis ojos, o los escuché extinguirse en mis oídos, o sentí la fetidez de su pútrida carne días después del deceso, cuando nadie se dignaba siquiera a incinerar sus restos.
   Mientras, desde afuera sólo nos llegaban algunos alimentos, dejados en una sala aislada a la que podíamos acceder solamente por unos minutos al día, siempre herméticamente cerrada desde afuera. Sólo alimentos y medicamentos que todos sabíamos eran pruebas experimentales o simples placebos para mantenernos calmados esperando una salvación que lejos estaría de llegar.
   Y siguieron muriendo.
   Ahora que recorro estos enormes salones, antes atestados de camas llenas de pacientes
que eran atendidos por los propios médicos que habían comenzado a experimentar los síntomas, y al morir estos por las enfermeras, los asistentes o los propios pacientes que aún quedaban en pie, sólo al ver todo esto vacío tomo realmente dimensión de las atrocidades que se vivieron aquí dentro.
    Noche tras noche, vi la estertórea languidez con la que la Peste se los llevaba. Y los que más resistían (¡Increíble maldita ironía!) eran los niños.
   Mientras más pequeños, más resistían. Fueron los últimos en caer, aún ignorantes de lo que realmente estaba pasando, tan virginales frente a la agonía a la que se exponía un mundo que nunca habían conocido en su totalidad.
   Ellos resistieron.
   Aún hoy, con toda esperanza perdida, quedamos esa pobre niña a la que me dirijo a visitar y yo. De entre toda la marea humana de desperdicios pestilentes que dejaron aquí toda esperanza como ante las puertas del infierno de Dante, sólo esa niña y yo quedamos.
   Y sé que ella me sobrevivirá.
   Unos días, unas horas al menos, ella me sobrevivirá. Porque luego de presentar síntomas, ningún adulto logró resistir tanto como los niños. Quizás estábamos demasiado viciados del mundo como para tener alguna objeción ante la parca cuando ésta se nos presentara.
   Pero los niños resistieron más que nadie, y así es como sé que esta es mi hora, mientras subo las heladas y vacías escaleras que me llevaran hasta su habitación.
   No tengo ninguna noción sobre lo que ocurrirá afuera, pero creo que puedo imaginarlo.
   Aquellos que depositaron a sus propios hermanos, padres, hijos y amigos aquí, aquellos que al menos por caridad, instinto de supervivencia, o simple necesidad de
estar en paz con sus conciencias, ellos, hace más de una semana que ya no pasan comida a través del único cuarto que nos comunica con el exterior.
   Quizás se hartaron, tal vez se dieron cuenta de la inutilidad de sus acciones, o simplemente se avergonzaron de ellas. Pero no, en alguna parte de mi ser hay una oculta fibra de mi espíritu que se regocija por creer conocer el final que tuvieron.
   Y me grita.
   ¡Están todos muertos!
   No lo sé, y realmente poco importa ya. Ni a la niña ni a mí nos interesará por mucho tiempo la comida. No moriremos de hambre ni de sed. La Peste se encargará de eso mucho antes.
   Al llegar al pie del primer piso, y contemplar ese pasillo tan opresivo, casi siento tanto terror como para llorar y arrancarme los cabellos. Pero no, el tiempo de eso ya pasó. Lo viví al verlos deteriorarse en las camas de esas habitaciones ahora vacías por las que deambulo.
   Yo ya no recuerdo cuál era mi cama, perdí la noción de eso hace mucho tiempo, o nunca lo supe realmente. Como sea, todas las noches engaño a mi insomnio mortuorio con mis caminatas por el pabellón, terminando en la cama de aquél que aún haya sobrevivido, y al que ya casi nada le queda en este mundo.
   Supongo que esta noche me toca despedirme de esa niña, porque quizás mañana ya no pueda llegar hasta ella.
   Sé, y es inútil negarlo, que la hora se aproxima, y aún con toda esta resignación en el centro de mi alma, no puedo evitar tener que ahogar una y mil veces el alarido de terror que atenaza mi corazón.
   Pero es sólo un lapsus.
   A nadie le importaría eso, porque nadie quedará para dar testimonio de él.
   El mundo, ese mundo por el que pasamos como dueños y señores absolutos, tan déspotas con la naturaleza, tan despreocupados por la supervivencia de otros seres, ese mundo volverá a ser de sus dueños originales, aquellos que nunca debieron dejárnoslo prestado: las plantas, los animales. Y los espíritus...
   Esas camas vacías que veo desde el pasillo al pasar, esos tules hechos jirones, colgajos de una vida que ya no existe, son un triste testimonio de la decadencia humana. Pero al menos, ya estoy cerca de su habitación, y podré llevarme como último recuerdo de este mundo, una visión de humanidad, quizás la última que queda.
   Esta es la habitación. Es la que aún tiene rastros de vida, la menos abandonada, la que menos huele a muerte de toda esta tumba de concreto.
   Pero al acercarme a ella, al buscar la sonrisa esperanzadora por la que fui, el premio al haber sido la anteúltima sobreviviente, sólo me encuentro con un pequeño cuerpo lívido, azulado, carente de vitalidad.
   Muerto.
   Sin llegar a comprender, pero sospechándolo todo, suelto todo el terror que habita en mis entrañas, en un grito gutural que devela mis últimas dudas e inunda absolutamente todo el hospital mil veces maldito, el mundo mil veces maldito...
   La Peste... ¡la Peste soy yo!

Ulises Rodas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:30:50 pm
SHAMIR AFELLAY


Durante el último año he estado trabajando con mi tío como peón de albañil. He ahorrado todo el dinero que he podido. El día de descanso he realizado encargos, chapuzas, mandados, limpiezas… Todo con el único afán de llegar a los seiscientos euros. Es lo que vale el pasaje del crucero. Un año de trabajo para poder embarcar en una nave con un solo tripulante. La ruta va desde Tánger a Algeciras. No llegaremos hasta el puerto. Nos quedaremos a unas decenas de metros. El resto a nado. El barco no es un verdadero barco, se trata de una patera.
Lo que a mí me ha costado un año de trabajo ininterrumpido, mi amigo Said lo ha conseguido en una noche. Un golpe con suerte a una joyería, ha sido suficiente para reunir el dinero.
Desde hace varias semanas hablo del viaje con mi hermano Mohamed. Es tres años menor que yo. Solo tiene doce años. Le prometo que cuando me establezca en Europa, conseguiré llevármelo conmigo.
Anoche hablé con mis padres. Mi padre dice que ya soy mayor y que haga lo que crea conveniente con mi vida. Según él, en Europa no es oro todo lo que reluce.  Mi madre no ha parado de llorar en todo el día. Entre gritos me recuerda que frecuentemente llegan noticias de pateras que han naufragado, de muchachos que han sido apresados nada más llegar, de compatriotas que han vuelto después de meses de hambre y desesperación. Dice que trabajando con mi tío, puedo en unos años ahorrar para una vivienda y casarme con alguna buena chica del barrio.
Nada ni nadie podrá convencerme para que me quede aquí. No me veo trabajando de sol a sol para conseguir comida con la que alimentar a un carro de niños. Quiero conocer mundo. Cuando conozca varios países me quedaré en el mejor. Con suerte, dentro de unos años, seré el dueño de una cafetería. Me sobrará el dinero y vendré a por mis padres y a por mi hermano. Si Said quiere seremos socios. Encontraré a una buena muchacha musulmana. Con ella tendré hijos que serán europeos. Estudiarán medicina y serán los mejores doctores de la ciudad.
El patrón de la patera nos coloca a las treinta personas de modo que nuestro peso equilibre a la frágil embarcación. Para salir de Tánger no hemos tenido ningún problema. Con alejarnos un poco del puerto ha sido suficiente.
La travesía ha durado poco más de una hora. El mar en calma ha facilitado el viaje. Cuando llegamos cerca de Algeciras es totalmente de noche. No hay luna y las espesas nubes ocultan las estrellas del cielo.
Cuando nos encontramos a unos cuarenta metros, el patrón nos dice que saltemos al agua. Unos minutos y estaré en un nuevo continente. El futuro es mío. El poco dinero que llevo lo he metido el los calzoncillos envuelto en plástico. Salto y me pongo a nadar. Los nervios no me dejan avanzar con tranquilidad. Más que nadar, golpeo el agua.
En el mismo instante en el que pongo mi pie sobre Europa, se encienden focos y unos altavoces amplifican la voz de un hombre.
-   ¡Deténganse! ¡Túmbense en la arena boca abajo!
Se oían ladridos de perros que corrían sujetos por correas a policías. Nos esperaban en la orilla del mar y nos iban capturando a medida que salíamos del agua.
Varios de nosotros llegamos al mismo tiempo, por lo que los policías no pudieron agarrarnos a todos. Salí corriendo con todas mis fuerzas mientras se oían las voces de la policía mandándonos permanecer quietos.
-   ¡Deteneos! ¡Manos arriba!
Yo seguía corriendo por la playa sin un destino claro. De pronto vi a Said corriendo a mi lado. Cuando creí que habíamos logrado escapar, delante de nosotros se encendieron unos focos que nos cegaron. Yo intuí que detrás de cada foco y en medio de cada dos, se encontrarían policías.
-   ¡Cuando lleguemos a la altura de los focos, nos cruzamos! – grité a mi amigo.
-   ¡Dentro de una semana nos vemos en el puerto de Algeciras! – me contestó jadeando.
Cuando llegamos a la barrera de focos, nos cruzamos vertiginosamente. Vi como un hombre se movía hacia mi lado mientras que otro lo hacía en sentido contrario. Con las prisas, chocaron entre ellos cayendo al suelo. Mi amigo trató de pasar por uno de los lados. Cuando pasaba a toda velocidad, un brazo lo empujó hacia el lado. El choque con el foco fue violentísimo. Unas manazas lo atraparon.
-   ¡Corre, corre!
-   ¡Detente! ¡Detente cabrón!
Vi como uno de los policías estaba todavía tendido en el suelo. Al llegar a su altura di un salto con todas mis fuerzas. Una mano me agarró del tobillo, pero con un movimiento brusco, logré soltarme aunque caí de bruces. ¡Y a correr! ¡Correr! ¡Correr! ¡Correr! La vida me iba en ello. Es la vez que he corrido más en mi vida. Mis pies parecían volar. Los granos de arena salían disparados en todas direcciones. No veía nada delante. Solo la espuma del rompeolas, me orientaba en mi carrera. De pronto, una raya blanca me anunció que había encontrado una pequeña carretera paralela a la playa. Ahora si que iba a ser imposible que me pillaran. Era un caballo desbocado. Los puños apretados, los brazos arriba y abajo, la cabeza arriba, los dientes apretados unos contra otros. A través de un  claro de las nubes, logro ver decenas de estrellas. Son las mismas que en África.
-   Estrellas: ¡mirad como me escapo!
Durante más de una hora seguí corriendo por la carretera.
Pasaron los días y las semanas.
Mis padres tenían razón. No es oro todo lo que reluce. Pasé hambre y desesperación. Me alimenté de lo que encontraba en el campo.
Un día logré que me contrataran para trabajar como agricultor. Aprendí sobre la marcha. La necesidad es la mejor escuela.
Vivíamos en un cuchitril. Cada mañana, el propietario nos recogía en una furgoneta. Éramos diez jóvenes hacinados en el vehículo. Minutos más tarde, bajábamos y a trabajar durante horas y horas. Solo descansábamos para comer.
Así estuve durante meses. Estaba empezando a pensar en volver. Solo tenía que ir a un pueblo y acercarme a un cuartel de la policía. Pero no quería rendirme. Llegaría a tener mi cafetería. ¿Qué sería de Said? No había vuelto a tener noticias suyas.
El traqueteo de la furgoneta indicaba que nos estábamos acercando al trabajo. La furgoneta se detiene antes del fin del trayecto. Se oyen voces. Parece que la policía ha detenido el vehículo. Me veo de nuevo con mi familia, con cara de derrotado. No me lo pienso. Bruscamente abro la puerta trasera, salto y salgo corriendo.
De nuevo lo mismo. Voces de la policía pidiéndome que me pare, pero yo ni los escucho. El trabajo en el campo me ha hecho más fuerte. No hay quien me coja. No entiendo por qué no me disparan. Puedo escaparme decenas de veces. Me gusta la sensación de libertad que produce el correr en contra del viento. Mi velocidad y la del aire hacen que mi flequillo suba hasta el cielo.
El día que no trabajamos salgo a correr por el campo. Soy feliz corriendo. Tanto si acabo volviendo a casa, como si logro establecerme en Europa, dedicaré un día de todas mis semanas a correr contra el viento.
Y los años fueron pasando. Mi vida seguía prácticamente igual. Trabajo y correr. Correr y trabajo. Ahora tengo amigos y alguna amiga.
En esta ocasión si se ha oído un disparo. No creía que pudiera correr tanto. Ahora si que me va la vida en ello. Salgo disparado. Aprieto los puños. Levanto la cabeza. Uno de mis amigos me dijo que no debería levantar la cabeza pero si no la levantara no vería el sol, ni el cielo, ni la luna. Necesito levantar la cabeza cuando corro. Abro y cierro los ojos. Oigo la respiración de los que me persiguen. Aumento mi velocidad. Miro hacia atrás. Solo uno de mis perseguidores logra mantener mi ritmo. Es el peor enemigo que he tenido. No logro separarme de él. Estoy a punto de desfallecer. Si logran alcanzarme, la derrota me hundirá. Aprieto los dientes y miro al cielo. Azul. Limpio. Con este cielo nadie me puede alcanzar. Aún logro incrementar mi velocidad. Estoy disfrutando. Ya no pienso en los que me siguen. Solo corro. Taca, taca, taca, taca. Mi corazón y mis piernas compitiendo entre ellos. Solo en la Tierra. Nadie por delante, todos por detrás.
Vuelvo la cabeza y veo como mi perseguidor se está resignando a no poder alcanzarme. Está perdiendo metros paulatinamente.
Un rugiente clamor me vuelve bruscamente a la realidad.
Lo he logrado, levanto los brazos y grito loco de alegría. El cielo azul me sonríe.
Soy Shamir. Shamir Afellay. Y soy campeón de España de cross.

José F.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:34:21 pm
EL NEGRO GRANDE …


Vengo de muy lejos...recorriendo unas veces a pie,y otras en jeep, los caminos abandonados.donde el polvo se envuelve en las leyendas de Planeta  Rica.Tengo una cita,unica  e irrepetible para mi vida.Cantar en el evento folclorico mas grande de nuestra musica tradicional y popular...el Festival de la leyenda Vallenata,en la plaza magica Francisco EL HOMBRE ..de Valledupar,aqui voy con mi acordeon,que me acompaña desde los 7 años de edad.
Repleto estoy de sueños e ilusiones,usted entiende,es  una zaga familiar..un reto labrado a pulso,alimentado en la humildad del hogar,esuchando a los viejos trovadores y juglares en las Parrandas vallenatas,que se extienden largas y ludicas como el corazon de la madrugada en el Valle del CACIQUE UPAR.
Se que la tarea,no es nada facil,hay  buenos trovadores y ejecutores del acordeon,algunos son leyendas vivas de nuestra musica...pero luchare con lo mejor de mi,hasta lo imposible...despues?...despues no importa...si he cumplido el reto de mi vida..todo lo demas sobra,nadie me quiere mas que mi magico acordeon,aunque  he tenido buenas y tiernas mujeres,en mi promiscuidad  de semental..
Entonces me trepo a el jeep,que me conducira hasta Valledupar,hay dos personas adentro que me observan,subo y me acomodo,para un viaje largo...coloco el acordeon sobre mis piernas..Amigo...y usted toca el acordeon?..me pregunta una señora sexagenaria... de cachucha amarilla..claro! le respondo...y para donde va?..ah ayA!!  VOY A PARTCIPAR EN EL FESTIVAL DE LA LEYENDA VALLENATA..  NO ME DIGA..y usted piensa que puede  derrotar al NEGRO GRANDE... Alejandro Duran?  a ese negro no le gana nadie!!,es pura musica por dentro,dicen que es la reencarnacion de FRANCISCO ELHOMBRE!...Bueno  intentare superarme,y dar lo mejor de mi mismo,nadie triunfa,si en su mente esta previamente derrotado!!.
Imaginese ..del Negro grande ALEJANDRO DURAN, dicen que esta 'ASEGURADO',y que cuando canta,con esa voz ronca y pausada,es una explosion de  polvo caminero,suspiros,ahogos y sexo alborotado..es un potro cerrero en las tarimas,y usa un collar o escapulario,perfumado de ANAMU,de la tradicion de los Embera-sinu,y un tarrito de manteca de lobo pollero,para sobijarse las coyunturas de los dedos...usa una bolsita de cuero,con piedras de ARA,talisman de la buena suerte para la peleas...
Ademas sahuma el acordeon para purificarlo,y para que huela bien,y tiene un diente de oro con poderes magicos para hechizar a las mujeres.. nunca deja su sombrero voltiao, de 32 vueltas...en el Bajo Magdalena se cuenta que sobrevivio a un duelo con el diablo,enmascarado en la figura de un acordeonero mulato mas claro que moreno,y de ojos sarcos,que traia un acordeon de aspecto raro,colgado en su hombro izquierdo,y al pararse frente a el NEGRO GRANDE...LO RETO!!...y entonces ya los dedos de Alejo no respondian,no le acompañaban,y estaba como congelado,entonces Alejo se trasfiguro,desorvito los ojos y  fue cuando la sortija  que usaba Alejo ..se revento en varios pedazos... y el maleficio paso,dejando un olor a azufre concentrado,en todo el pueblo,que hubo necesidad de evacuarlo inmediatamente...
Esa sortija rezada, se la regalo un brujo de Tucara,en el alto Sinu...
Por mi mente pasa toda la pelicula de mi vida,mis mujeres,mi descendencia fertil,el hambre acumulada,el amor primitivo por nuestra tierra,el duende que habita conmigo y me empuja  hacia el rescate de nuestros mitos y leyendas,la magia de un acordeon  sonando en el filo de la Aurora,el lamento de unos versos que  van y vienen sobre el filo de la  sierra...mientras dialogo con mi instrumento,que es mi alma en las buenas y en las malas,y es mi talisman,para atraer a las mujeres..de pueblo a pueblo cuando canto y toco y amo la vida,con  pasion huracanada...

Ahi esta la tarima,mi tinglado de la vida o de la muerte,entonces veo han llegado Luis Enrique Martinez,"EL POLLO VALLENATO',Ovidio Granados Duran y Emiliano Zuleta Baquero,el gran favorito,la leyenda viva del Vallenato,una gigante,entre gigantes..pero emiliano esta extrañamente sentado en una butaca,en una esquina,con aspecto de peado  moribundo..
Entonces me la juego toda  ALEJANDRO DURAN...  y subo a la tarima...como poseido y jadeando,el duende esta conmigo,la suerte esta echada,el cielo gira sobre mi cabeza,y a lo lejos escucho la griteria infernal..
Tomo mi pedazo de acordeon...y los versos salen de lo profundo de mi alma..
interpreto la puya MI PEDAZO DE ACORDEON,el son ALICIA DORADA, el merengue ELVIRITA, y el paseo LA CACHUCHA BACANA..

Ahora escucho unos segundos de un profundo silencio..y de pronto una lagarabia infernal..ALEJO!! ALEJO!! ALEJO!..la piel se me eriza,como un pollo,y  la animacion llama tres veces a Emiliano zuleta Baquero,pero el juglar no responde...entonces escucho el anuncio,que parece venir del cielo..ALEJANDRO DURAN REY VALLENATO!..el corazon se acelera,y comienzo a sudar frio,me acuerdo de todas mis mujeres,del polvo removido en los caminos,del hambre secular,las parrandas interminables,las piquerias,la amistad sincera de mis amigos,mi familia...mis hijos ..entonces escucho al oido la voz de Francisco EL HOMBRE..LO CONSEGUIMOS ALEJO!.. ambos miramos y tocamos nuestro magico.acordeon..la voz  raizal de nuestros ancestros,mitos y leyendas,un canto que recoge  nuestra tradicion auctoctana....
Bajamos de la tarima,y entonces veo a   la señora de la cachucha amarilla,que corre a abrazarme llorando..y me dice..PERO SI USTED ERA EL NEGRO GRANDE..ALEJANDRO DURAN..!!..francisco me mira y se sonrie..Se lo dije señora,que ganaria el FESTIVAL DE LA LEYENDA VALLENATA!!
Ahora veo la sabana grande,que va a morir a los playones de los rios paseros,el canto triste de los vaqueros arriendo las bestias y el retumbar de los tambores cuando cae la tarde...el alarido de mis hermanos de sol a sol...el exorcismo de nuestros fantasmas atraves  del canto y nuestra musica..

Cesar Augusto
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 15, 2013, 15:37:12 pm
LA PICOTA


    Monumento a la barbaridad del género humano en su afán por publicar sus atrocidades. Yo la veía allá, en mi parvulez, como una censura y un tema maldito de discusión. En la actualidad se mantiene en su promontorio original, las jaras y carrascas han cubierto por entero el emplazamiento y la antigua ve-reda ha perdido la confianza; da bochorno, un hito de demencia clavado en el subconsciente de los más veteranos y heredado por generaciones que lo con-servan como paradigma destructivo de la razón. Para los chavales de mi infan-cia se trataba de un juego con veto, la manía de hacer lo contrario tan propia de los impúberes; a pesar de las prohibiciones y advertencias de zurrarnos la badana si desobedecíamos los dictados patriarcales, el influjo dominante de la picota superaba las más radicales advertencias; representábamos escenas de guerra, de prisioneros, unos pases por las armas ficticios  que teatralizábamos como mandan los cánones, un cualquiera con el espinazo tanteando la frialdad del monolito, los brazos en cruz no se sabe bien si parodiando a los mártires del tres de mayo o al nazareno crucificado, nos entraba la risa de ponernos de tal guisa, nada de vendas, los valientes mueren de pie y no les asustan los ojos negros de los fusiles, ¿dónde aprendimos eso?, otro cualquiera al mando del piquete, un oficial, por supuesto, porque la orden de matar no la puede dar un subalterno, el sable de caballero trocado por un palitroque sin alcurnia ni tronco noble, de suficiente longitud para cortar el aire y provocar el aluvión de tracas, los demás cualquieras atentos a los mandatos, unos fusiles de pega paralelos al lateral derecho de los muslos, rígidos, procurando una seriedad sin fuste ni muste, que no colaba,
- ¡Carguen, . . ., armas!
onomatopeyas de mecanismos de muerte, ¡clis, clas, clac!, gestos mil veces retenidos, sirven lo mismo para un Mauser alemán que para un Winchester del lejano oeste, únicamente cuenta la intención,
- ¡Apunten, . . ., armas!
un celo putativo en el empeño, cada cual encorvado con una posición cómica enlazando los elementos de puntería dirigidos al pecho del fulanito de turno,
- ¡Fuego!
y el testigo que describe un arco silbante en su caída, y los disparos que resta-llan al tuntún, cada uno de un vientre, ¡pum, pam, pugg!, y el reo que se tira sin exhalar un grito ni una queja, tendido sobre la grava con los brazos abiertos y panza arriba, cerrados los párpados y una sonrisa idiota en la boca,
- ¡Jolines, menganito, que mal te mueres!
porque nadie sabe diñarla de mentiras por mucho intento y preparación anterior que le eche, ni aun aguantando la respiración o quedándose tieso cual bordón de peregrino, y es que en la realidad no hay segundas partes ni repetición de la jugada, o la espichas o no la espichas, y sanseacabó.
   Andaría por los siete largos o los ocho cortos cuando me llevaron al de-testado paraje; me contagió la audacia de otros más dispuestos a desobedecer las imposiciones de los mandamases,
- ¡Cómo se entere mi padre me la he ganado, de un guantazo es capaz de po-nerme la cara al revés!,
- ¡Quién se va a enterar!, al que se chive lo corremos a correazos por la plaza, para que se espabile y no sea tan cagón; venga, a jurar por lo más sagrado que de aquí y de nosotros no sale ni mu.
con una prudencia extrema, disuelto el tropel de investigadores para converger al pie de un roble convenido y de allí coger la senda de los infortunados, siem-pre ojo avizor por si acaso; yo, el más pequeñín, me retrasaba temeroso, Dios nos vigilaba desde las alturas y nos enviaría una cuadrilla de ángeles con es-padas de fuego como hiciésemos alguna barrabasada (es curioso, se me ha quedado fija en la mente la representación de tales seres, todos vestiditos igua-les, con una saya blanca y talar, sus rubias melenas hasta la cintura y soste-niéndose en el aire mediante unas alas que se extendían desde las paletillas); ni que decir que no las tenía todas conmigo, pero me estimulaban las ansias de los demás licenciados y la dulzura interna producida por la trasgresión de tan-tos preceptos juntos, iba a estrenarme en la contemplación de la vergüenza,
- Está detrás de ese recodo, no llega a cien pasos; ¡venga, una carrera, cobar-dica el último!
y la sandalias levantaron el polvo de la vereda mientras los codos pugnaban por dejar a los rivales atrás, adelantaba puestos, los superaba fácilmente, ¡cla-ro que llegaría antes y sería la demostración palpable de no sentir ninguna pre-ocupación, sería el más machote!; tomé la curva destacado,  un par  de  metros de separación en un vistazo fugaz, pero . . . , mi gozo en un pozo, delante de mí se elevaba un repecho imponente, asfixiante, que me dejó tirado en su mi-tad, ¿cien pasos?, ¡pero qué embusteros!
   De repente me encontré solo, ¿dónde estaban?, una confabulación (¿conspiración?) perfecta copiada a los pérfidos judíos y masones enemigos de la España reglamentaria, una felonía moruna, un camelo abyecto y canalla; volví sobre mis pisadas recuperando el resuello, a la derecha se abría una di-simulada trocha que circundaba el otero y llegaba a su cúspide con mayor co-modidad; unos minutos más tarde se reían de mí con generosas carcajadas tumbados en derredor de la infame columna, novatada infantil sin malicia preci-samente allí, en una calva regada con sangre y lágrimas, sana inconsciencia.
- Aquí apiolaban a los rojos, les daban el paseo,
- Y eso, . . ., ¿qué es? . . .,
- Pareces tonto, chavea, que los fusilaban, los mataban de cuatro tiros.
   Y ante esa brutalidad expresiva se me nublaban los ojos y se me atra-gantaba la saliva en la garganta, aplicado a las explicaciones de los entendi-dos, observando la longitud de la piedra, la redonda corona cruzada por cuatro brazos dirigidos a los puntos cardinales (¿acaso pedían clemencia por los mori-turi en el circo ibérico?), indagando la profundidad de unos agujeros que bien pudieron ser consecuencia de las balas ejecutoras, ¿habría todavía restos de sangre?
   Historias de nacionales más majos que las pesetas y republicanos peo-res que el sebo, pues el reparto equitativo de simpatías no cabía en el ideario de la nueva sociedad,
- Al tío Genaro le mataron aquí a sus dos hijos porque no quisieron hacer la guerra con el bando de los buenos.
- ¡Pues qué malos!, ¿no?,
- ¡Chisstt!, ojito con lo que dices, chaval, que te la puedes cargar y luego te van señalando con el dedo por todo el pueblo,
- Y, ¿por qué?,
- Pues porque lo mismo se creen que eres un rojo y que tu familia también lo es, y entonces, pues,  . . ., que te trinca la Guardia Civil y al cuartelillo de cabe-za, y a tus padres los encierran en un campo de concentración y no los vuelves a ver en la vida.
   Y ya no hablé más del tema durante mucho tiempo, nos divertíamos y punto, se convirtió en un tabú, en un silencio protector de los intereses genera-les

Erramún
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 16, 2013, 14:26:54 pm
EL  ASALTANTE

     
     Algunas personas decían que al ladrón lo habían visto en la casa de la esquina, cinco casas más abajo de donde cometieron el robo. Llegaba allí a visitar a una muchacha que era su novia. Se sentaba con ella en la puerta, por las noches. Pero por las mañanas también venía y se quedaba en la puerta mientras la muchacha lo atendía por la ventana, aunque a veces ella salía y se ponía a hablar con él, de pie. En algunas ocasiones lo vieron cruzar la calle para comprar arepas fritas y café con leche en la fritanga de la señora Laura, que tenía este negocio en la otra esquina. Esto le decían los curiosos a la policía el día del asalto a la joyería. Nadie se imaginó que se trataba de un ladrón, pues vestía bien. Usaba gafas ray ban, zapatos en dos tonos, blanco y negro, pantalón de lino, de color crema y camisa guayabera, de seda. Una mujer dijo que ella lo había visto vestido de blanco, camisa, pantalón y zapatos, pero con las gafas ray ban. Tenía el cabello lacio y brillante, de color castaño. El hombre era delgado y alto, como de un metro con ochenta, de piel blanca. Su edad era de unos cuarenta años. A veces venía tres días seguidos y duraba un par de horas hablando con la muchacha, por la mañana. En otras ocasiones venía a las cinco de la tarde y se iba a las nueve o diez de la noche. La última semana solamente vino un día, por la mañana del martes, ocho días después sucedió lo del asalto. Pocas veces habló con otras personas. Una particularidad en él era que observaba con insistencia el entorno. Otra mujer del sector dijo que ella le vio un anillo grande en la mano derecha, una cadena gruesa en el cuello, un reloj en la muñeca derecha y una pulsera en la muñeca izquierda. Todas estas prendas eran de oro. “Parecía un artista de cine”, expresó otra mujer.
     La novia del ladrón atestiguaba que su novio era inocente, lo habían confundido. Entre las declaraciones que dio a la policía, estaba la de que él era dueño de una joyería situada en el centro de la ciudad; eso se lo había dicho él mismo y hasta le regaló varias prendas. Lo conoció en un baile de pre carnaval dos meses atrás y desde ese mismo día  se ofreció a visitarla a su casa y más nunca volvieron a verse en otra parte.
     El propietario de una tienda situada al lado de la joyería asaltada les dijo a los policías: “Yo vivo aquí, al lado de la joyería, y ayudo a la hija de la señora Blanca a levantar la cortina de hierro, todos los días. Hoy, cuando sentí abriendo los candados, salí a ayudarlas, pero vi a ese hombre levantando la cortina. El me miró y sonrió. Al no verle ninguna malicia, saludé a las dos mujeres y entré en mi casa.”
     Doña Blanca, la dueña de la joyería, declaró en la inspección de policía en el momento de instalar la denuncia: “El hombre se nos acercó amablemente y nos mostró unas prendas de oro; las estaba vendiendo, y me pareció tentador el negocio. Me dio las prendas mientras él quitaba los candados y levantaba la cortina de hierro. Su presencia, su fragancia y su forma de hablar contribuyeron a considerarlo una persona de bien; en ningún momento se me ocurrió que podría tratarse de un ladrón. Sin embargo, en cuanto entramos, se acomodó rápidamente el antifaz y nos apuntó con el revólver, obligándonos a entregarle gran parte de las joyas y el dinero.”
     En cuanto se fue el ladrón, doña Blanca activó la alarma; ella y su hija corrieron a la calle y comenzaron a gritar fuertemente, con los brazos en alto. Los vecinos también aparecieron. La policía llegó dos horas más tarde, y después de indagar a los curiosos y a las asaltadas, salieron a buscar al ladrón.

EUCLIDES 216
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 16, 2013, 14:31:32 pm
PARÍS Y LA SOLEDAD


Hotel Kléber
7, Rue de Belloy
75116- Paris


         
París, 15 de Junio de 2012


Queridísima Mercedes,
Te escribo esta carta desde nuestra habitación de París. Es la primera vez que no estás, y te echo mucho de menos. No te puedes imaginar cuánto. Ahora mismo está lloviendo, y eso me hace añorarte aún más.

Recuerdo cuando nos conocimos, exactamente el 15 de Junio de 1998… Hace ya unos cuantos años. Estabas preciosa, parecías una estudiante de Arte en busca de la luz de París. Me chocó escuchar tu peculiar acento, tan basto, tan franco, y te pregunté: “¿Eres murciana?”. Tú, muy solemnemente, me respondiste muy seca: “No. Soy cartagenera”. Habíamos empezado mal… A mí nunca me había gustado Cartagena, me parecía una ciudad sucia y descuidada. Nada que ver con mi querida Murcia, claro. Cómo me hiciste cambiar de opinión. Es imposible que algo tan maravilloso como tú hubiera nacido en un lugar diferente del paraíso.

Aquella primera impresión, negativa impresión, fue diluyéndose a medida que transcurría la jornada. Yo tenía la misión de mostrarte ciertos detalles prácticos del programa informático que habíamos creado para la coordinación del dispositivo especial de seguridad para el Mundial de fútbol de 1998. Bueno, a ti y a una docena más de informáticos llegados desde España. Fue un auténtico desastre, ¿recuerdas? Fuimos al Parque de los Príncipes por la tarde, se jugaba un Alemania-Estados Unidos… Menos mal que no pasó nada, porque todo funcionó al revés. No cabía en mi cuerpo de enfado, no podía siquiera tragar saliva. Lo único que me suavizaba era observar tu carita de niña pícara, divertida, que apenas podía ocultar que estabas gozando de lo lindo. Por eso me atreví a invitarte a una cerveza, cuando todo acabó y tus compañeros regresaban a su Hotel.

Me sorprendió que aceptaras mi invitación. Eso sí, tardaste poco en decirme que estabas casada… De hecho, no hablaste de otra cosa en toda la tarde. Tu marido, tu hijo de dos años, tus perspectivas de futuro, lo mucho que te gustaba Madrid… De mí hablamos poco. Emigrante a los diez años con mis padres, volvía a Murcia por vacaciones, pero muy de tarde en tarde. Te empeñaste en que tenía que volver para conocer bien Cartagena, que tú me la enseñarías… Ojalá hubiera ocurrido. Pasó la tarde volando, y te invité a cenar en una pequeña Brasserie de Trocadéro. Volviste a sorprenderme. Vimos iluminarse la Torre Eiffel y sentimos esa maravillosa brisa perfumada que sólo se siente en París los días de lluvia. Que son la mayoría, por cierto… Sentiste frío y te abracé instintivamente. Diste un respingo, y me dí cuenta de que te había incomodado. “¿Dónde te alojas?”, te pregunté. “Creo que muy cerca, en el Hotel Kléber. No hace falta que me acompañes, nos vemos mañana”. No sé qué cable se me cruzó en ese momento, pero no pude evitar darte un beso. Años después me confesaste que fue el beso más dulce que nadie te haya dado en tu vida… “No te confundas conmigo, no puede ser. Ya te dije que estaba casada. Adiós”. Saliste corriendo en dirección opuesta al Hotel. Cuando te diste cuenta, noté el rubor en tu cara y el fastidio de tener que volver a pasar por delante de mí. Yo me quedé impasible, hasta que al volver a pasar intenté rozar tu mano. “Lo siento, de verdad. No fue mi intención molestarte, ni provocar algo que no deba pasar”. Nunca me dijiste qué pasó en ese momento por tu cabeza. Sencillamente te paraste y rompiste a llorar. Quise consolarte, pero me apartaste furiosamente. Levantaste la mirada y con lágrimas en los ojos me dijiste: “Acompáñame a la puerta del Hotel. No sé llegar”.

Te juro que aquella fue la noche más maravillosa de mi vida. Nunca ha habido otra igual. Cuando me diste la mano a mitad de la Avenue Kléber, solo sentí ternura. Pero cuando la apretaste para no soltarla en la puerta del Hotel, mi corazón dio un vuelco. No la soltaste hasta que entramos en la habitación, nuestra habitación… Estaba claro que eras una completa inexperta, temblabas y sudabas por igual. Mis manos recorrieron todo tu cuerpo, te dejaste hacer… Juntamos el cielo y la tierra, creamos nuestro paraíso particular. Tardé mucho más que tú en dormirme, pero tú me despertaste antes del amanecer. “Debes irte”, me dijiste. “Mis compañeros no deben verte aquí”.

Qué extraño se me hizo el día siguiente. Por la mañana teníamos una jornada formativa en nuestras oficinas de La Defènse, y por la tarde partíais hacia España. No me importaron nada los chistes y bromas que hicieron tus compañeros, sobre las “lecciones” que los franceses dábamos a los españoles, después del fiasco del día anterior. Solo tenía ojos para ti, pero tú huías. No quisiste estar ni un minuto a solas conmigo, no me mantuviste la mirada más de un segundo. Se me ocurrió apuntar en la pizarra mi correo electrónico personal, así como mi número de móvil. Nunca lo hacía, pero quería que los anotaras. Seguro que, tarde o temprano, los usarías.

Así fue. Diez meses después… Tardé varios minutos en abrir tu correo. La sensación que tuve fue indescriptible. No sabía si ponerme a gritar, a llorar o a reír. “Hola, soy Mercedes, de España. No sé si te acuerdas de mí, pero vuelvo a París en Junio. El día 15”. Me levanté de mi silla y salí a la calle. Necesitaba respirar, dar las gracias a los Dioses por hacer realidad mi sueño. Sabía que lo nuestro era especial, como así ha sido todos estos años.

Pasamos dos maravillosos días en Hotel Kléber, esta vez sin cursillos ni compañeros. Me contaste que no fue difícil convencer a tu marido de que tenías un nuevo cursillo de dos días, justo un año después. Menudo cursillo nos tiramos. Aprobaste “Cum laude”.

Mercedes, nunca entendí por qué solo nos veíamos esos dos días al año. Todos los 15 de Junio aparecías por París, como si el tiempo no hubiera pasado. Y los 16 te ibas para no aparecer hasta el año siguiente. No querías que te escribiera, ni que te llamara. Te propuse vernos en Cartagena (¡¡Dios mío, yo en Cartagena!!) y tampoco aceptaste. Me recordabas una y otra vez que estabas casada, felizmente casada. Eso me dolía, ¿sabes? Mucho. Tanto, que por eso me busqué una amante el año pasado. No sabía cómo decírtelo, hasta que encontré el momento mientras paseábamos por nuestro parque, el Parc Monceau. Entre exuberante vegetación, ruinas egipcias y griegas, mansiones de cuento de hadas… Pensé que nuestro lugar mágico lograría romper el hechizo en el que estabas envuelta. Si yo te contaba que tenía otra amante, pero que te quería a ti, te darías cuenta de todo. Dejarías a tu familia y te vendrías conmigo a París. Fue una tontería. Te pusiste hecha una furia, como nunca te había visto. Me dijiste que nunca habrías esperado eso de mí, que bastante tenías con las infidelidades de tu marido, con los sinsabores de una vida perfectamente ordenada y…podrida. Dijiste podrida. Me incluiste en tu vida podrida. No pude más y te dí una bofetada. Me dolió más a mí.

Mercedes, no nos hemos vuelto a ver. No me has escrito, no me has llamado. He reservado nuestra habitación, y aquí te estoy esperando. Sé que esta carta nunca te llegará, porque no sé a dónde mandarla. Pero quiero que sepas que nunca habrá nadie como tú en mi vida, y que sólo te quiero a ti. Estés donde estés, te esperaré siempre.

Te quiero,
Cristina


Una lágrima selló la firma de Cristina. Besó dulcemente la carta y la escondió en el doble fondo del Secreter de la habitación. La habitación de Mercedes y Cristina.

Cristina
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 21, 2013, 20:54:43 pm
El azar y las matemáticas


   Jamás he podido superar la inquietud inefable que me produce el mar, el pesimismo miedoso que me recorre los tuétanos cuando miro a la lejanía intentando dilucidar con evidente miopía el lugar impreciso donde el azul marino se confunde  con el azul celeste, abismo insondable, pozo inexplorado que me habla del final: del cero al infinito, del todo a la nada.

   Caminando sobre la arena, abriendo senderos inestables, amigos de las olas y su rumor eterno, repasé mis hitos vitales y me dejé llevar por la melancolía de la tarde en el preludio del ocaso, clara metáfora de la vida.

   Encontré una botella: literatura, fantasía, aventuras, salvación, cuántas sugerencias me traía. Se me ocurrió una idea brillante. Arranqué su marbete y escribí en él un proverbio chino que por entonces me rondaba la cabeza. Debidamente enrollado lo introduje, ilusionado, en la verde transparencia de aquella vieja botella de vino. Convenientemente tapada la lancé al mar con esperanza infantil, con la ingenua fe de que un día podría ser útil a cualquier náufrago de nuestro proceloso mundo. Y continué mi paseo reflexionando sobre la vida y sus azares.

   En mi memoria, plena, años de lucha y ambición. Mi pasión por las matemáticas y los ordenadores marcaron mis primeros pasos estudiantiles en la creencia firme de que por la ecuación no resuelta de azar, probabilidades y estudio pasaba el éxito de mi vida. Y me puse a trabajar en ello.

   Con veinte años era licenciado en exactas por la Universidad de Granada y tenía aprobados varios cursos de Económicas e Informática. Estaba llegando la hora de asaltar el futuro. Estaba convencido del éxito, aunque nunca dejó de angustiarme el binomio cero-infinito, espada de Damocles de mi férrea voluntad.


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   El azar quiso que cayera en mis manos el suplemento de hojas salmón de un diario. Que en él se ofreciera un puesto como agente de bolsa, para el que habría que pasar una dura criba tras un curso de preparación, que llevaría a los seleccionados a un puesto muy bien remunerado para una reputada empresa de inversiones. Brilló por primera vez mi estrella.

   Mi intuición me decía que debía de poner las matemáticas al servicio de mi trabajo y no entrar en la aparentemente  fácil y exitosa carrera de muchos de mis colegas quienes, abusando de las teorías aprendidas rápidamente y de la bonanza del momento, inflaban sus cifras bancarias sin aparente riesgo. Su éxito se basaba en creer en las probabilidades en relación al futuro, tomando al 100% por probables los hechos ya pasados, lo que sin duda les llevaría a conclusiones equivocadas, añadiendo a todo ello la estúpida prepotencia de atribuir su éxito a la calidad de su elección.

   Gané menos que ellos durante varios años, pero mi prudencia y mi superstición me salvaron en la recia marejada de una pertinaz crisis, más allá de lo calculado, que arruinó a la mayoría. Nuevo destello estelar. De su desgracia nació mi fortuna y pude impulsar un nuevo proyecto: mi propia empresa de inversiones.

   Hasta entonces, nunca había arriesgado mi dinero y pude verificar la caída de arrogantes peligrosos que pasaron de ser admirados al desprecio y la miseria. Tenía el respeto, la consideración y el favor de los demás, era el corolario del éxito. Con mi  encanto, perseverancia y aplomo fundé mi familia y me rodeé de un envidiable círculo de amigos,  aunque aquella vieja superstición siempre me hacía mirar al cielo cada día y para no olvidarla adorné mi despacho con una plaquita plateada donde hice grabar: “La realidad es una ruleta aún peor que la ruleta rusa. ¡Cuídate del cañón de la realidad!”.

   Mis negocios progresaban geométricamente y no quise dejar de avanzar en mis estudios matemáticos. Me interesé por el “Método Monte Carlo” de simulación de historias alternativas a partir de una situación inicial y algunas reglas. Con la ayuda de potentes ordenadores hice predicciones con las que  convertí en millonarios a muchos de mis clientes que dispararon por doquier mi fama.  Abrí oficinas en las principales plazas del país y, aún en los fuertes vaivenes de la economía mis números seguían en positivo. Empecé a creerme una especie de demiurgo, un adivino, o mejor, un generador de la historia. Incluso estuve tocado para un alto cargo político.

   Con el ego desbordado, decidí que, aunque humilde en mi origen, era grande mi destino y que estaba llamado a ser un gran hombre. La soberbia me hizo olvidar mis viejos preceptos, lo de ganar menos sin arriesgar más y la prudencia para empezar a poner en juego mi propio capital. Mis ganancias  se hicieron descomunales y se me empezó a conocer como el nuevo gurú de las inversiones. Con sonrisa sarcástica retiré un día la plaquita ennegrecida con aquella máxima para cobardes.


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   Estaba seguro de que reunía los ingredientes exactos para el éxito, pues además de conocimientos, era serio y educado; así me convertí en una referencia en la comunidad de operadores de bolsa que admiraba mi meteórica carrera. Mi fortuna personal aumentaba exponencialmente, al igual que la de mis clientes. La combinación de informática con las técnicas de inducción y la estadística me hacían sentirme invulnerable ante los vaivenes del mercado. Aun así, siempre que pisaba la calle no podía evitar mirar hacia arriba, para sonreír al cielo claro o para ensombrecerme con los nubarrones.

   Cada mañana tomaba un taxi para ir a mi despacho. Un día tuve el infortunio de ponerme en manos de un chófer novato al que tuve, después de mucho tiempo perdido, que señalar calle por calle hasta una plaza alejada de mi destino. Mi tiempo era oro. Caminé deprisa, subí a mi oficina y retomé mi tarea. El día fue muy fructífero. El mejor día de mi carrera.

   Al día siguiente me sorprendí a mí mismo pidiendo al taxista que me llevara a la plaza del día anterior, e incluso me hice el propósito de gratificar al chófer insultado ayer. Pero la suerte no fue la misma.

   Tras varios años buenos con grandes subidas y leves bajadas en las bolsas se presentó otra crisis anunciada. Una más. Todo controlado.

   Cuando el mercado empezó a caer, acumulé más bonos de países emergentes a un promedio razonable de 52 dólares. En un mes bajaron a 43$. Había perdido mucho aunque mis cálculos auguraban, como anteriormente, una recuperación que me haría resarcirme pronto. Pero, pasado el siguiente mes, cayeron a 20$. Pensé que estos bonos estaban ya cerca de su valor por defecto y que pronto  se revalorizarían. Así, aposté en ellos toda mi fortuna y arrastré conmigo a mi selecta clientela. Nunca les había fallado.

   Para horror de todos, el mercado siguió naufragando y los números rojos rozaban ya los 10$. Era la ruina total. Había perdido todo el capital y a mis clientes. Ahora, tornados en fieros acreedores, se adueñaron de todos mis bienes y me amenazaron de muerte. La sobreestimación de mis análisis, la tendencia a casarme con mis posiciones y mi falta de pensamiento crítico me llevaron al desastre total.



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   El chalecito junto a la playa, tantas veces recorrida en mis meditabundos paseos, mi primera adquisición, era la única propiedad que me quedaba. Era mi único remanso de paz y muro de lamentaciones. En él me atrincheré con mi familia.

   Una tarde triste, como otra cualquiera, frente al rojo horizonte, absorto en mis zozobras, observé el rodar de ida y vuelta de una vieja botella zarandeada por el suave oleaje. Fue un relámpago, una intuición… eché a correr hacia ella y la tomé entre mis manos. Sí, era mi botella. La abrí anhelante,  como esperando un tesoro, como si no conociera lo que había en ella. Extraje el papel en cuyo reverso escribí hace años:

   “El momento elegido por el azar vale siempre más que el momento elegido por nosotros mismos”

   Pensando que el juego aún continuaba y que mi número todavía estaba en el bombo, anoté los números del código de barras de la etiqueta, me dirigí a una oficina de Loterías y Apuestas del Estado a rellenar una primitiva y comencé a hacer planes: El lunes pasaría a recoger el fruto que la rueda de la Fortuna había puesto de nuevo en mis manos.

Andreama
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 21, 2013, 21:00:04 pm
Doctor Pizarro


Como cada viernes, el doctor Pizarro abrió la puerta del despacho a las nueve y quince de la mañana. Disponía de cinco minutos para acomodarse y diez minutos más para revisar los historiales de los pacientes que iba a recibir. A las nueve y media comenzaban las sesiones.
Ignacio Pizarro, doctorado en neurología y psiquiatría por la Universidad de Deusto y director adjunto de la Clínica San Blas, dedicaba la mañana de los viernes a revisar a los pacientes ingresados cuya patología requiriera un seguimiento más directo - casos publicables, los llamaba él - y cuyo tratamiento se resistía a ceder a sus colegas. Aquellas perlas no debían caer en manos inexpertas, se decía. Y de ese modo disfrazaba su soberbia con un alto sentido de la responsabilidad.
El doctor Pizarro se arrellanó en la butaca y contempló el microcosmos desplegado sobre la mesa de roble: la pila de historiales, el cubilete con lápices perfectamente afilados, el almanaque, un par de volúmenes encuadernados en piel y el portarretratos enmarcando a su esposa y a sus dos hijos adolescentes. Al mirar la foto de familia, sintió una ligera punzada en el testículo izquierdo y recordó que la víspera - los jueves y sábados noche estaban reservados al sexo conyugal - su mujer se había declarado indispuesta cuando quiso acariciarla. Al Dr. Pizarro le incomodaba el regusto amargo del deseo insatisfecho; lo consideraba nocivo para el buen desarrollo de toda labor profesional.
Hijo de un coronel de la Benemérita, Pizarro había elegido la psiquiatría a modo de instrumento para reparar las piezas defectuosas del entramado social; piezas que, una vez restauradas, podían ser recolocadas apropiadamente en la maquinaria. Si Pizarro padre había intentado proteger el frágil equilibrio de este universo nuestro con pistola y tricornio, Pizarro hijo lo hacía con bata blanca, perspicacia y disciplina. Ambos creían luchar contra el caos, ambos eran taciturnos, ambos desdichados.
El coronel Pizarro murió consumido por el Alzheimer en el mismo hospital que ahora dirigía su hijo. Por entonces - veinte años atrás - el suceso reforzó en el joven residente la convicción de que el enemigo del ser humano - el maligno, en términos teológicos - es lo irracional, lo no mesurable, todo aquello, en fin, que desordena las conductas y nos avoca a la confusión; el prototipo de mente perfecta debería estar libre de tales fantasmas. En ocasiones - su padre era un ejemplo - la invasión del horror era inesperada e inevitable; otras veces, sin embargo, era posible defenderse y vencer. El Dr. Pizarro se consideraba a sí mismo un combatiente honesto y eficaz. Por lo demás, desconfiaba del arte, del alcohol, de las mujeres y, por supuesto, de la religión.
Cuando llamaron a la puerta, la jaqueca inoportuna de su esposa - circunstancia demasiado reiterada en los últimos meses - todavía le ocupaba el pensamiento.
- Aquí se lo dejo, doctor. Si me necesita, estoy afuera, en el pasillo.
El auxiliar cerró la puerta y el doctor quedó a solas con el paciente.
Por ser la primera visita de aquel enfermo recién ingresado, Pizarro tenía fresco el historial: Genaro Fuentes, 43 años, licenciado en ciencias químicas, doctor en filología hispánica y filosofía, interino en un instituto de secundaria donde daba clases de literatura desde hacía cuatro años. Soltero. Hernia discal. Trastornos maniaco depresivos desde la adolescencia con episodios psicóticos en los últimos meses. Dos intentos de suicidio y varias denuncias por agresión. Ingreso en la clínica por dictamen judicial tras armar un escándalo en el aula (al parecer, había golpeado a una muchacha por negarse a adorar una imagen supuestamente sagrada que, por cierto, solo él podía ver, y los alumnos habían acudido en defensa de su compañera). Terapia de mantenimiento con diazepam y neurolépticos.
Según el último informe, Genaro persistía en sus delirios.
El Dr. Pizarro, que esperaba a un intelectual desmañado, de mirada vidriosa y gestos ampulosos, halló frente a sí a un hombrecillo enjuto, apocado y sonriente que examinaba el entorno con ojos infantiles.
Poco amante de los rodeos, consciente de que aquel tipo con aspecto de conserje no había obtenido las tres licenciaturas en una tómbola, el doctor disparó sin más preámbulos:
- A ver, Genaro, siéntese. ¿Qué es eso de las apariciones?
- Qué mesa más bonita, doctor, ¿es haya o roble? - sorprendentemente, una profunda voz de barítono surgió de aquel cuerpo esmirriado.
- Roble. Ahora hábleme de la Virgen. - Pizarro acorralaba por sistema a los pacientes, como el otro Pizarro, el padre, hiciera con gitanos y contrabandistas.
-No está aquí ahora, doctor, - Genaro alzó la cabeza y miró al techo, sonriendo - pero no anda lejos.
- ¿Desde cuándo ocurre eso, Genaro?, ¿desde cuándo se le aparece?
Genaro se levantó de la silla, respiró hondo y juntó la palma de las manos en gesto de oración. Pizarro miró al paciente con el desafecto de su profesionalidad curtida y anotó algo en un cuadernillo.
- Ay… ella es la reina del cielo, la santa presencia que ensancha mi alma…
- ¿Y qué aspecto tiene, es guapa? - el doctor Pizarro sabía que el paso de lo abstracto a lo concreto descolocaba momentáneamente a ciertos pacientes psicóticos. Genaro reaccionó, sin embargo, de modo inesperado: dejó de sonreír, frunció el ceño y se sentó de nuevo, con gesto enérgico.
- Voy a decirle que aspecto tiene - con la mirada fija en el doctor, parecía asumir con gravedad la enorme responsabilidad de tamaña descripción.
Se sucedió entonces un interminable monólogo cargado de abarrocados detalles sobre la figura, la indumentaria, la voz y demás atributos de la Santa Madre de Dios; semblanza que Genaro había ido atesorando durante las visitas con que le obsequiara la insigne Señora.
El retrato duró unos veinte minutos y el Dr. Pizarro se aburrió bastante, pero consideró prudente no interrumpir al visionario y se limitó a tomar algunas notas. Al fin y al cabo es la primera sesión, ya cabrán interrogatorios en futuros encuentros, pensó mientras miraba el reloj.
En el momento de la despedida, encajadas las manos, Pizarro sonrió al paciente:
- Nos vemos la semana próxima, Genaro. Cuídese y no haga tonterías.
- Gracias doctor, este despacho me gusta mucho y además…
De repente, una súbita presión en la mano sorprendió al Dr. Pizarro. Genaro le miraba con expresión arrebatada, clavándole los ojos. Cuando habló, las palabras surgieron de su boca con la solemnidad de un oráculo:
- La Inmaculada Madre de Dios me visitó anoche y me encargó un mensaje para usted (aquí Genaro encorvó la espalda y convirtió su voz en un susurro): "Hijo mío, tu esposa no sufre dolencias de cabeza sino de corazón, pues su aflicción es tu frialdad, tu desamor. Pronto verás vacía la casa donde vives pues ella buscará consuelo en otros brazos. Ahora prepárate para el llanto, hijo mío."
Genaro enderezó bruscamente el rostro y miró en rededor, como si despertara del sueño en un lugar extraño. - ¿He dicho algo inconveniente, doctor? A veces no recuerdo mis propias palabras… Adiós, doctor, gracias, doctor.
Ignacio Pizarro, doctor en psiquiatría, permaneció inmóvil ante la puerta cerrada, sumergido en una espesa niebla de perplejidad. Brotó de la memoria el rostro demacrado de su padre, atado con correas a la cama del hospital, poco antes de morir balbuceando incoherencias.
El pobre doctor se dejó atravesar por un escalofrío, y aquel sólido edificio interior que constituía su carácter y sus convicciones se tambaleó durante unos instantes.  Consideró que lo irracional, lo oscuro, lo inclasificable, tomaba miles de formas, - a semejanza del demonio medieval - mezclando verdad y mentira para así dominar al hombre.
Venceré, se dijo temblando, sin saber muy bien a qué se refería.
Aquella noche, el doctor Pizarro se mantuvo despierto en la cama, con la mirada fija en la espalda de su mujer.

Marlowe
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 21, 2013, 21:04:02 pm
AJEDREZ


“¡Manden traer a la Torre, necesitamos una Torre aquí!”, grita Caballo a los peones a su alrededor a quienes protege.
“Señor, no hemos podido localizar en donde está la Torre”, contesta un subordinado.
Caballo inspecciona la lejanía, no sabe si lo que se ve a lo lejos es un Alfil o una Dama, solo observa un cuerpo blanco y esbelto; sabe que si se trata de una Dama están perdidos, al menos que la Torre, la única sobreviviente de una aventurada y temeraria incursión al frente, siga con vida.
Pasa el tiempo, nadie habla, Caballo intenta vislumbrar en la lejanía. “Tú, Alfil, deberías acercarte, al menos para apantallar a esa maldita Dama”.
Alfil, atrás de Caballo, arrinconado e inservible desde hace rato ya solo espera lo peor. “De qué serviría, da igual que sea un peón eso que no puedes distinguir entre Alfil y Dama, si no hay Torre no tendremos muchas posibilidades a la ofensiva”.
Caballo está furioso con Alfil, le molesta que hable así ante los peones que se miran asustados.
Al poco rato llega Caballo de Rey y el otro se muestra contento, al menos no los han olvidado.
“¿Qué pasa con la Torre?”, pregunta el impaciente.
“Olvídate de la maldita Torre”, contesta el otro.
“¿Está perdida?”
“Como si lo estuviera. Han cambiado los planes, corre hacia F6 y captura al Alfil”.
Caballo sabe que no volverá a ver su gemelo, pero no dice nada y se apresta a realizar el viaje.
“Señor”, lo aborda uno de los peones que lo ha acompañado desde que inició la partida. “Ha sido un honor”.
Caballo hace una mueca, algo así como una sonrisa, y parte.
Su gemelo, con un semblante más duro, escupe, y el grueso salivazo se lo traga la tierra negra. Voltea a ver a los peones que muestran hidalguía. “No les será fácil”, murmura Caballo y voltea hacia el cielo que empieza a oscurecer.

Santo Santiago
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 21, 2013, 21:08:57 pm
¿¡LIBERTAD!?

 
      "Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con ese título. Hoy, que se me ha presentado la ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado volar la pluma a capricho."
                                                      
Gustavo Adolfo Bécquer



He aquí una afirmación categórica: "vivimos de espaldas a la realidad". ¿Alguien lo pone en duda? Pues sirva este relato para demostrar la injusticia de nuestro mundo. La sociedad en la que nos movemos, preñada de miserias y egoísmos, de intereses inconfesables y metas mezquinas, nos ha acostumbrado a esquivar unos problemas que deberían preocuparnos. Pero lo cierto es que solo nos interesa aquello que nos atañe directamente: como la familia, la vivienda, el coche, las vacaciones... Por ejemplo, la investigación médica resulta algo demasiado enigmático para la mayoría de la gente, hasta que padecen una grave enfermedad y precisan de un fármaco milagroso que les devuelva la salud... Puro egoísmo. Mientras tanto, los ríos se mueren, los mares se contaminan, los bosques se queman y el aire se envenena, porque el hombre necesita alimentos sin importarle la aniquilación de la fuente que se los proporciona: el propio planeta. El desequilibrio ecológico resulta un concepto demasiado lejano, lo consideramos un problema grave, pero que deberán solucionar las generaciones futuras. Sabemos lo que está ocurriendo y, sin embargo, nos empeñamos en cerrar los ojos ante la triste evidencia. Nos negamos a corregir nuestra errónea conducta, a poner remedio al nefasto comportamiento humano con el medio ambiente, incluso sabiendo que ese camino de paulatino y gradual deterioro tan solo conduce hacia la autodestrucción, al final de la vida de nuestro estimado planeta Tierra.
 

EN UN LUGAR DE ÁFRICA. 
Paul Ondieki, peón de una mina diamantífera sudafricana, permanecía atónito contemplando a su joven y bella amante Tamara Chesire, quien acababa de anunciarle su firme decisión de marcharse del país.
        Pero... ¿por qué? –inquirió él desconcertado, albergando en su fuero interno esperanzas de hacerla cambiar de opinión.
         Porque deseo conocer otros lugares y otras gentes. Necesito vivir en completa libertad –alegó con dulzura aquella muchacha, cuyas negras y hermosas pupilas brillaban de un modo especial, quizá de felicidad por haber sabido romper sus ataduras a tiempo.
        -¿Libertad?... ¿Acaso no eres libre de hacer lo que quieras? Por favor, Tamara, abre los ojos a la realidad. La esclavitud fue abolida hace mucho tiempo.
        ¿Qué entiendes tú por libertad?... ¿Que te permitan elegir mediante unas votaciones de dudosa legalidad a los caciques que van a seguir explotándote en una falsa democracia?
         ¿A mí? ¿Quién me explota?... Antes sí que éramos verdaderos esclavos, cuando se nos obligaba a trabajar todo el día a cambio de una miserable ración de comida y de un sitio para dormir en un sucio barracón –comentó Paul con evidente irritación . Pero ahora es diferente. Hago mi faena y me pagan por ello. Cobro un salario digno y puedo comprar comida, ropa, beber hasta emborracharme e incluso podría tirarme a cualquier furcia si quisiera. No soy ningún esclavo, Tamara. Ya no existen las cadenas ni el látigo.
 
         ¿Quieres saber dónde están las cadenas y el látigo? ¿De veras quieres saberlo, Paul? –preguntó ella dulcemente, con una voz suave, semejante al rumor del viento cuando acaricia las hojas de los árboles . Es cierto que antes trabajábamos por un plato de comida y que las mujeres se prostituían por unas monedas. Hoy las cosas han cambiado, por supuesto. Pero tú continuas siendo un esclavo de las compañías extranjeras porque sigues comprando la comida que venden al precio que te marcan, utilizas los vestidos que traen de sus países, bebes su licor pagándoles con tu salario y si acudes a alguno de sus burdeles, encontrarás allí a nuestras mujeres. Piénsalo bien, el dinero que ganas en la mina vuelve a ellos de muchas formas distintas. Esas son las invisibles cadenas que mantienen esclavizada a nuestra sociedad. Y aunque tengamos diamantes, oro, manganeso y bauxita debemos vendérselo todo a ellos, al precio que nos impongan. En esa dependencia económica está la clave de nuestra libertad y eso es algo que los países ricos nunca tolerarán... Yo necesito ser libre y por eso debo irme. Por favor, Paul, no me lo pongas más difícil. Esta será mi última noche contigo.
        Tamara se desprendió del vestido de algodón mostrando su lozana desnudez, comparable solo a la belleza de una diosa con piel de ébano, y avanzó hacia la cama dispuesta a consolar a su amante con el calor de su cuerpo y la ternura de sus caricias.

EN UN LUGAR DE EUROPA.
 
Marta Llach entró en el vetusto edificio experimentando un sinfín de sentimientos, pero resuelta a dar el paso definitivo de terminar con su triste y deprimente pasado por muy duro que se le antojase. Acababa de despedirse de la fábrica textil donde había trabajado durante diez largos años y ahora llegaba a casa de sus ancianos padres angustiada por la determinación de tener que decirles adiós. Sabía que sería una situación harto dolorosa pero estaba decidida a emprender una nueva vida lejos de la ciudad, a darle un verdadero sentido a su existencia, distinto de la monótona rutina que había llevado hasta entonces. Animada por una enorme fuerza de voluntad, dispuesta a no seguir siendo una mujer de carácter frágil y procurando mantener la calma en los delicados momentos que se avecinaban, acudía a visitar a sus progenitores para plantearles su irrevocable resolución.
       Al cruzar el umbral del tercer piso se vio invadida por un extraño sentimiento de culpabilidad y egoísmo. Notaba una honda congoja que le impedía expresarse con sinceridad puesto que le sabía que sus padres habían procurado sacarla adelante con los escasos medios económicos de los que disponían. Además, era preciso reconocer que tras una larga dictadura militar no existen excesivas posibilidades para que una familia humilde brinde un porvenir halagüeño a cada uno de sus hijos.
 ¿Qué tal? –saludó con su acostumbrada alegría.
     ¿Qué te trae por aquí a estas horas, Marta? –quiso saber su padre, sorprendido por una visita que resultaba tan intempestiva como imprevista.
         Bueno, solo quería despedirme de vosotros –confesó Marta deseando acabar cuanto antes con una situación tan desagradable.
Sus ancianos padres clavaron sus cansadas miradas en ella, esperando con la resignación propia de la edad que su hija quisiera ofrecer más explicaciones.
        ¿Pero cómo podía explicar sus verdaderas intenciones? ¿Cómo iba a confesarles que lo que en realidad deseaba era encontrar una solución a sus frustraciones?
         Voy a marcharme lejos una temporada. No sé cuánto tiempo estaré fuera, quizás unos meses o puede que... para siempre.
         Confío que sepas lo que haces y no tengas que arrepentirte luego –manifestó su padre en un tono carente de emoción . Hija, no cometas errores de los que más tarde puedas avergonzarte. Procura actuar siempre con dignidad sin mancillar el honor de la familia.
 
         Dignidad y honor son conceptos sobre los que nunca nos pondríamos de acuerdo. Para ti significa acatar sin rechistar las órdenes de los que mandan, callar ante la injusticia, cerrar los ojos ante la opresión y las brutalidades de la policía, no meterse en líos porque quién ostenta el poder posee la fuerza y, en consecuencia, la razón. Para ti el honor y la dignidad se limitan a tener la conciencia tranquila para descansar durante la vejez, disfrutando de la miserable pensión que el estado concede por una vida llena de privaciones y sacrificios. Lamentablemente, nuestra sociedad se basa en la explotación del hombre por el hombre –concluyó Marta enojada tras haber soportado en silencio durante años la amargura de una labor ingrata . Mírate a ti mismo, padre. ¿Qué has conseguido en esta vida?... Trabajar cuarenta años enriqueciendo a los demás para cobrar ahora una ridícula paga con la que malvivir hasta el día de tu muerte.
 Dios sabe lo que hace –murmuró el anciano abatido, sabiendo que su hija tenía razón pero sin atreverse a admitirlo.
 ¿Dios?... No puede existir un Dios capaz de permitir semejante explotación. Ni que miles de niños mueran de inanición en Somalia, ni que los hombres se maten en guerras absurdas por cuestión de "principios", ni que se destroce el planeta talando bosques para fabricar muebles que solo están al alcance de unos cuantos, ni que se contaminen el mar, los ríos y el aire con tal de elaborar unos productos que necesitan los países desarrollados... Los hombres se matan por su maldito orgullo y por su desmesurada ambición, mientras muchos niños inocentes mueren cada día a causa de los efectos de la guerra o porque no tienen ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Esa es la clase de mundo que hemos construido entre todos... y por eso me marcho, porque estoy asqueada y hastiada de la sociedad de consumo. ¡Lo siento, mamá! No he podido reprimir mis emociones –exclamó Marta ya más tranquila después de desahogarse y tras besar a sus ancianos padres, añadió-. Me voy.
        A continuación, salió del piso y estalló en sollozos con el corazón desgarrado por el dolor de aquella despedida, pero feliz de haber roto las últimas cadenas que la ligaban a un mundo vil.

David
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 21, 2013, 21:13:43 pm
Los Monstruos de la sociedad


I
EL BIBLIOTECARIO
(Confesión autobiográfica)
A lo largo de la historia de la humanidad, el sueño más atrevido de los megalómanos ha sido querer dominar el mundo. Siempre he pensado que no hay mejor manera de conseguirlo que mediante el uso del miedo y por eso yo, Maxwell von Hindenburg, bibliotecario conservador del Archivo Nacional de Cataluña y experto en libros antiguos, he inventado un método para dominar Barcelona y después, si funciona, me lanzaré a la conquista del mundo.
Utilizando unos simples maniquíes, algunos miles de voltios, una sustancia correosa y extraña (que yo mismo extraje de un meteorito que cayó cerca de mi finca en Vinaròs) y un programa de terror informático para ordenador, os puedo asegurar que he descubierto la forma de dar vida a las peores pesadillas de la gente, es más, ya las he creado mediante las réplicas exactas o clonación de los personajes más terroríficos de la literatura universal.
Además, con un chip biónico acoplado al nervio óptico de mis creaciones (¿o quizá debería decir aberraciones?) puedo avistar sus andaduras por la Ciudad Condal.
Sin más dilación, voy a echar una ojeadita a la primera de estas creaciones, extraída del libro de Anne Rice: “la Momia”.


II
MUSEO EGIPCIO DE BARCELONA
- Chicos, fijaos bien en este sarcófago. Mirad, eso son cartuchos. Aquí es donde los antiguos egipcios escribían el nombre del difunto y...
- ¡Seño, seño! Jonathan y Maxim han desaparecido –avisó un alumno.
- Estos chicos... Ya le advertí al director que no deberíamos haberlos dejado venir de excursión –aseguró la maestra a su colega de profesión.
   Mientras tanto, en un lavabo para caballeros del museo, los dos “fugados” se desfogaban increpando y criticando.
- Vaya coñazo de excursión. Yo quería ir al IMAX a ver una peli, no venir a ver piedras y fiambres –comentó Maxim subiéndose la cremallera de los pantalones.
- Sí, qué bodrio. Ahora podríamos estar jugando a la play en casa –le respondió Jonathan mientras se secaba las manos.
De repente, una silueta aterradora y envuelta en vendas antiguas irrumpió en los urinarios. Caminaba a grandes zancadas dirigiéndose hacia ellos y produciendo unos sonidos guturales espeluznantes. El bibliotecario miraba boquiabierto la escena. Los dos chicos, en lugar de asustarse se mofaban del ser.
- Mira, Maxim... Yo flipo. ¡Un tío disfrazado de momia! ¡A leches con él! (hay que decir que estos dos chicos no eran angelitos precisamente y, por supuesto, tampoco eran de aquéllos que ante una momia tratan de averiguar el misterio de su origen o la lengua que habla).
Von Hindenburg observaba la pantalla de su ordenador hipnotizado. El monstruo se protegía como podía de la paliza que le estaban propinando los dos “estudiantes”. Sin ni siquiera dudarlo se afanó a pulsar la tecla “suprimir” y el monstruo pasó a ser un maniquí rodeado de vendas... y magulladuras.

 

- ¡No puede ser! ¡El mundo de la enseñanza cada vez está peor! Ahora entiendo a los maestros cuando se quejan de los alumnos –admitió el bibliotecario incrédulo-. Bien, quizá sea el turno de ver cómo se desenvuelve “Drácula”, de Bram Stoker, un personaje que no tiene miedo de nada ni de nadie.


III
POBLE SEC
El vampiro aristócrata se movía con sigilo por las callejuelas del barrio de Poble Sec. No había una sola alma a quien acosar. De repente, de un portal oscuro, surgió un hombre con una bufanda a modo de pasamontañas.
- ¡Eh tú, burgués! ¡Dame er peluco, el aniyo de oro y la cartera si no quieres que te raje! –exclamó el ladronzuelo con acento andaluz mientras ponía la navaja en la barbilla del vampiro.
- ¡Te chuparé la saaangre! –contestó Drácula sin amedrentarse.
- ¿Pero que díses, pischa? ¡Venda, joder, dámelo tó!
Von Hindenburg no sabía qué hacer. ¿Suprimir este personaje o esperar a que el ladronzuelo se percatase de con quien se enfrentaba? El malhechor le robó el anillo y la cadena de oro. Luego huyó a grandes zancadas. El afligido vampiro permaneció quieto unos instantes sin saber cómo reaccionar. ¡Le habían atracado! Sorprendido abandonó aquellos callejones hasta llegar a un parque próximo y sentarse en un banco. Enseguida, un grupo de pandilleros salió por atrás y le dijeron que aquel lugar era su territorio y tenía que pagarles el peaje. Era la ley de la calle. Al negarse, los jóvenes sacaron unos bates de béisbol y lo molieron a palos.
 

- ¡Increíble! ¡La juventud actual ya no tiene respeto ni por los difuntos! ¡Venga, suprimir! –dijo agobiado el bibliotecario-. Creo que lo hará mejor una bestia feroz, un monstruo salvaje y despiadado. Es el turno de dar vida a una criatura infernal. ¡El perro de los Baskerville! ¡Ja, ja, ja!


IV
CALLE MARINA
A altas horas de la noche el restaurante chino “La Gran Muralla” estaba a punto de cerrar. Sus amos, los hermanos Xiao Peng iban a lanzar las basuras en el contenedor, cuando de pronto se encontraron con un colosal perro de color negro azabache.
- Mila, ¿ves lo mismo que yo? –preguntó uno.
- Sí. Un pelo abandonado. Poblecito...
El perro ladraba y enseñaba los afilados colmillos sin provocar ningún efecto en los dos asiáticos.
- Ven cosita, ven. Nosotlos los chinos tenemos un plovelbio: todo lo que tiene cuatlo patas y no es una silla o una mesa va directo a la cazuela –dijo el hermano más alto sonriendo pícaramente.
En cuanto escuchó tal comentario, Von Hindenburg, horrorizado, se echó las manos en la cabeza. ¿¡Serían capaces de hacer lo que se imaginaba!?
Cuando el perro se disponía a atacarlos, los dos hombres le golpearon con las bolsas de basura y lo dejaron aturdido. No tardaron mucho en llevárselo adentro. El creador de monstruos no podía dar crédito a lo que estaba observando por el chip óptico de la criatura. Acto seguido, los chinos pusieron en marcha los fogones y metieron al can dentro de una olla.
 

- ¡No tengo palabras por describir lo que siento! Jamás volveré a entrar en un restaurante de ese tipo. ¡Válgame Dios!... ¡Suprimir!... ¡Creo que ha llegado la hora de la artillería pesada! Blob, el terror que no tiene forma, ja, ja, ja, ja –rió el bibliotecario mientras pulsaba la tecla de Intro.


V
ZONA FRANCA
En la planta comarcal de reciclaje situada en un extremo de la Zona Franca, el monstruo sin forma surgía de un camión de los centenares que pasaban por allí a diario. No tenía una estructura definida. Era como una especie de gelatina rojiza. Poco a poco iba ingiriendo todo lo que encontraba delante e iba aumentando de tamaño. Al cabo de poco tiempo tenía las dimensiones de un trolebús. Se adentró en una cloaca y continuó absorbiendo ratas y detritus. De repente, se encontró cara a cara con un trabajador del ayuntamiento.
- Cada vez son más guarros los barceloneses –se quejó el operario de la brigada de limpieza-. ¡Mira que tirar un moco así! ¡Qué asco!
Cuando el hombre fue a limpiarlo con el aspirador, el extraterrestre lo succionó sin que la víctima pudiera siquiera gritar.
- ¡Por fin un monstruo que da resultado! ¡No sólo da miedo, sino que además mata a la gente! Nadie osará enfrentarse a mí. ¡Seré el alcalde vitalicio y aquel que no esté de acuerdo será absorbido! –exclamó eufórico Von Hindenburg.
Blob se desplazaba por el interior del alcantarillado succionando todo lo que hallaba a su paso: ratas, insectos, algún mendigo... El terror sin forma iba creciendo y creciendo hasta que llegó a un punto que ya apenas lograba moverse. Su apetito voraz la obligaba a seguir ingiriendo cualquier cosa.
- ¡No comas tanto, alien idiota! ¡Acabarás reventando! –masculló abrumado el bibliotecario.
Dicho y hecho. El monstruo alienígena se había quedado atascado y cambiaba preocupantemente de color. Era cuestión de tiempo que explotase. El ser gemía como si fuese un gato malherido. De rojo pasó al naranja, de naranja a amarillo, de amarillo a verde y al final de verde a violeta. Un par de segundos después, reventó dejando toda la cloaca y una buena parte de la zona portuaria embadurnada de aquella especie de sustancia viscosa.
- ¡Vamos, chicos! Debemos contribuir con la madre naturaleza –explicó una maestra que se dirigía al puerto de excursión con sus alumnos-. Unos vándalos han dejado la acera hecha una porquería, pero nosotros lo arreglaremos. Venga, poned todos los chicles dentro de esta bolsa.
- ¡Cómo es posible que la gente sea tan majadera! –objetó con un mohín el conservador aprendiz a científico-. ¡No son chicles, señora, son trozos de sustancia extraterrestre! ¡Maldita sea! Por hoy se me han acabado los monstruos, pero mañana seguiré creando más. Y en esta ocasión será la definitiva. ¡Nadie me impedirá dominar Barcelona y luego el mundo entero! ¡Nadie!
 Cerró el ordenador y al caminar hacia la salida del laboratorio encontró un viejo diario donde pudo leer varias noticias interesantes. De pronto, tuvo una brillante idea.
 


VI
AEROPUERTO DEL PRAT
   - Atención a todos los pasajeros. Un avión con destino a Palma de Mallorca ha sido desviado de su ruta. Por el momento de desconoce la identidad de los presuntos secuestradores y sus motivos. Ningún aparato despegará del aeropuerto hasta nuevo aviso. Disculpen las molestias.
   Aprovechando el tumulto y la confusión generados por el incidente aéreo anunciado por megafonía, un magrebí provocó la histeria colectiva dentro de una tienda de Duty-free enseñando el Corán y una pistola de agua (obviamente la gente ignoraba que era inofensiva). Al mismo tiempo, un jugador de fútbol muy famoso (cuyo nombre empieza por “Mes” y acaba “si”) fue agredido por un perturbado mental provocándole lesiones de cierta gravedad y causando el pavor entre los aficionados y seguidores de su equipo que muy pronto iba jugar la Champions League europea.


VII
EL BIBLIOTECARIO OTRA VEZ
(Reflexión Final)
   A tenor de los fracasos acumulados he llegado a la conclusión de que los monstruos de antes ya no dan miedo. Pero gracias al viejo diario me percaté de la realidad de nuestra sociedad. Es racista. Se espanta sólo ver un hombre con turbante. Se preocupa demasiado por cosas tan superficiales como el deporte. He sido capaz de provocar el pánico utilizando los clones de personajes odiados por la gente: un musulmán armado con una pistola de agua y un Corán comprado por Internet y un perturbado mental golpeando a una estrella del fútbol. Pese a ello, sigo sin entender el talante de la sociedad actual. Podría calificarse nuestra sociedad de... como diría... ¿Monstruosa?

Héctor
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 24, 2013, 16:05:14 pm
EL PREMIO


Caminaba meditabundo por el pasillo carmesí, bajo el estruendo de los vítores. Pensaba las palabras exactas que diría al recoger el premio. Calculaba el tiempo otorgado a cada premiado y contaba, según la velocidad y el ritmo de sus palabras, cuántas podría relatar. Pero sobre todo, qué debería decir, y qué dejar en el más absoluto olvido.
-“Gracias por este fabuloso premio….”
El premio Nacional de Música, modalidad Composición. Todo se precipitó con el último galardón recibido. El Gran Premio Ernst Von Siemens, el pasado mayo. Muchos lo consideran el Nobel en su categoría. Traía consigo un prestigio incalculable. Y sus 200.000 euros.
Para paliar el desafortunado olvido con su arte, se especuló seriamente concederle también el de Interpretación; pero motivos meramente políticos lo desaconsejaron. Debían agradar a personajes más mediáticos, y este joven intérprete ya tendría suficiente con un galardón. Hubiera sido la primera vez desde que se instauraron, allá por los 80. El jurado sabía que se lo merecía. Sus compañeros también. Incluso él. Pero todos tenían la certeza que el nuevo genio no iba a mover ningún hilo, no iba a pelear por conseguirlo. Era extrañamente ajeno a todo ello.
Tan solo vivía para la música.
Veinte años atrás jamás habría imaginado estar en un anfiteatro, con público de pie, ovacionándole. Tarde tras tarde. Actuación tras actuación. Y mucho menos recoger un premio de esta naturaleza. El reconocimiento a su carrera como compositor, concertista, innovador, creativo y creador… en tu propio país. ¡Con lo difícil que es ser profeta en tu mismísima tierra!
Gracias a este premio, le habían llovido los contratos. Algunos interesantes, como ayudar a crear una sinfonía entre niños de varios países con discapacidades diversas, pero con la nota común de su idolatría por la música. Sencillamente maravilloso. Otras, verdaderamente estúpida, como componer la melodía que sonaría machaconamente en todos los medios de comunicación para el supuesto caso de que concedieran las Olimpiadas del 2020 a la ciudad de Madrid.  Y si no se la concedían, dormiría oculta en un cajón. Pero sería religiosa y muy gratificantemente pagada.
Prestigio y dinero.
Si. Gracias a ese estúpido premio. Pero, en realidad, si había de dar las gracias a alguien era a su madre, que Dios la tuviera en su gloria o donde estuviese.
-“…y sobre todo quiero agradecérselo a mi madre…”
Se miró las manos y se las retorció. Se fijó en sus dedos, en sus uñas sanas, brillantes, perfectamente limadas y arregladas. Recordó a su madre, pegándole con una pesada regla de madera en la boca cada vez que le sorprendía oculto, mordisqueándoselas.
“Eso es asqueroso. ¡Si pareces un pordiosero!”
Sonrió. Se rozó la parte del incisivo partido.
Se volvió a mirar las uñas. Ya no había rastro de comeduras ni de padrastros mal cortados.
 “Bueno, al final lo conseguiste. Ya no me las muerdo. Ni siquiera me apetece hacerlo. Es más, cuando veo a alguien entre el público royéndoselas, me dan ganas de detener la audición y echarle a patadas.”
Recordó de nuevo a su madre. Su cara enjuta, sus ojos pequeños y agudos, su sonrisa escasa. Su rectitud enfermiza. Su severidad. Su extrema, exagerada y hasta dramática severidad ante cualquier fallo, error, traspiés, estúpido desliz o indiscreción que pudiera cometer involuntariamente. Como cuando le confesó, con la inocencia de sus once años que, de mayor, le gustaría ser ingeniero. “¿Por qué?”, le preguntó ella.
“Porque me encantan los puentes. Me gustaría poder fabricar uno muy muy largo, como esos que vimos en la revista. Primero construiría uno pequeño, que cruzara el río de una ciudad importante, como el puente de Londres. ¡Qué bonito es, tan azul! Pero luego me gustaría poder hacer uno laaargo, que uniera varias islas, o incluso que uniera dos países cercanos.”
Eso recordaba vagamente que había contestado. Si. Más o menos. Pero lo que recordaba con una nitidez asombrosa era la respuesta de su madre.
-Pues debes empezar ahora mismo a prepararte, porque sólo te consentiré ser ingeniero si eres capaz de construir el puente más perfecto de todos los que se hayan levantado hasta ahora.
Y su vida se convirtió en un auténtico calvario. Ya no hubo más partidos de futbol, ni tebeos, ni dibujos animados. Cada minuto de tiempo libre que tuvo, era empleado en asegurar una buena base para su futuro. Todos los juegos fueron construcciones educativas, mecanos y puentes levadizos. Todos los libros hablaban de materiales, de estructuras o de colores. El televisor ya tan solo emitía documentales de edificaciones singulares.
Así que antes de que pudiera llegar a apreciar un buen puente que uniese varias islas entre las olas embravecidas del océano, comprendió que jamás sería ingeniero, porque antes de siquiera llegar a plantearse nada, odió con todas sus fuerzas todo lo relativo a ese mundo.
Sin embargo no se atrevió a contárselo a su madre.
Y siguió engullendo documentales. Pero sin atender en absoluto a lo que decían. Tan solo escuchaba la música que acompañaba las explicaciones. Cerraba los ojos y se dejaba llevar. Empezó a distinguir un violín de una flauta. Pero, más adelante, consiguió  diferenciar el sonido agudo de un violín, o incluso de un primer violín, y el más grave de una viola. A diferenciarlo y a apreciarlo. Con trece años consiguió que un compañero de clase le diera unas nociones básicas de solfeo. Y de ritmo. Y de melodía. Él atendía con interés desbordado y, al llegar a su casa, estudiaba, completaba, ampliaba lo que había aprendido. Pero en el más absoluto secreto. No estaba convencido de sus emociones y, sobre todo, no quería que su madre entrara en escena y destruyera lo romántico y puro que existía en su más reciente descubrimiento.
Así que lo ocultó.
Sabía el peligro que corría, y, aun así, se arriesgó.
Pero, desgraciadamente perdió.
Su madre lo descubrió. Un poco tarde, porque él ya estaba seguro de lo que sentía sobre la música. Pero no demasiado, porque todavía podría corregirse esos vicios iniciales de principiante que arruinarían inevitablemente su hipotética carrera de músico consagrado.
Si cuando confesó su admiración por los puentes su vida se complicó, aquello no fue nada comparado con lo que se le vino encima. Academias, conservatorios, clases particulares, profesores estrictos, castigos durísimos, ensayos interminables. La sombra alargada y silenciosa de su madre le acompañaba siempre. De día y de noche. Cada error que cometía se convertía en un severo castigo. Cada vicio adquirido requería cientos de horas de correcciones. Cada dificultad nueva se combatía con más y más trabajo.
Pero todo lo aguantó. Todo lo soportó porque, verdaderamente había descubierto su auténtica vocación. Amaba la música. Estaba hechizado con el sonido que conseguía al alcanzar una tonalidad lejana. Escribir, nota a nota las partes de dos o tres docenas de instrumentos que deberán sonar conjuntamente, tras innumerables ajustes y reescrituras y nuevos ajustes. Y ser meramente suya. Crear melodías inexistentes hasta que él, él mismo las había descubierto y las había sacado a la luz para poder ser disfrutadas por cualquier persona, amante o no de ese maravilloso arte.
Pero de igual manera que empezó a amar la música, comenzó su odio irreversible hacia su progenitora.
Cada golpe que recibía, cada castigo que le imponía, cada profesor despedido por mostrar algún leve síntoma de compasión ante un adolescente realmente dotado para la música, era correspondido con un punto más de odio. De odio. De verdadero resentimiento y odio.
En las audiciones trimestrales de la academia era ovacionado. En los conciertos que empezó a dar en el conservatorio era fervorosamente aplaudido. Él, serio, agradecía esas muestras de admiración y, silenciosamente se retiraba. Pero corría a algún lugar seguro, oculto y lloraba de la emoción. Sus manos temblaban y su cuerpo se encogía. Amaba la música, si, y la música parecía también amarle a él.
Luego, cuando su  madre le encontraba, siempre la misma idea, siempre las mismas palabras.
-No ha estado mal. Pero puedes hacerlo mejor. Debes perfeccionarlo para llegar a ser el único. El mejor.
Él callaba y, con la cabeza gacha, asentía. “Dios, cómo te odio”.
A los 18 años entró en una escuela de alto rendimiento para músicos notables y ello fue el fin de su cautiverio. Curiosa paradoja. Se despidió de su madre una mañana lluviosa, cargado con sus pertenencias, y ya nunca más la volvió a ver. Su madre enfermó y murió al cabo de unos pocos meses. Él la visitó una vez al hospital. Consideraba que era su obligación. Pero debido a una complicación, fue operada de urgencia. La operación duró casi veinte horas. Después pasó 48 más en reanimación, pero él ya no podía esperar más. Debía dar un concierto en Hamburgo. Los organizadores le propusieron retrasar la fecha, o incluso cancelarlo. Pero él se opuso tajantemente.
-A ella no le habría gustado – dijo.
Y durante ese concierto, en medio de un solo en la menor en el que toda la orquesta cerraba los ojos al escucharle para no distraerse ante nada, su madre expiró.
Él lo sintió.
Fue su auténtica consagración. La crítica dijo que no se había visto a nadie con tanto talento natural desde… desde incluso el malogrado Mozart. Había que remontarse a los clásicos para poder equipararlo a alguien. Tal vez con el “padre de la sinfonía” Joseph Haydn, o con Beethoven y su música fresca  ligera hasta que su sordera la convirtió en épica y turbulenta.
Su música, a partir de entonces, fue mucho más libre, más etérea, más salvaje. Entró en una dimensión desconocida para él, y para la mayor parte de sus profesores, que se limitaban a corregir pequeños errores de forma, deslices perfectamente perdonables ante tantísimo talento.
Recorrió el mundo entero. Regaló a todo aquel que quiso escucharle, esa música que le nacía desde dentro y que era tan distinta a lo que se había escuchado hasta ahora. Sus composiciones eran alabadas con unanimidad de público y crítica. Sus grabaciones se agotaban en los estantes de las tiendas de música en horas.
Escribió libros. Sobre música. Sobre esfuerzo. Sobre pasión.
Creó una fundación para familias amantes de la música, pero carentes de recursos. Y una organización sin ánimo de lucro que deleitaba a niños enfermos. Y dio muchos, muchísimos conciertos benéficos.
Pero nunca volvió a mencionar a su madre.
Nunca, hasta aquella noche. Ante un aforo de familiares de los restantes premiados y personajes importantes, nacionales e internacionales. Incluso, algunos políticos y ministros. Pero, sobre todo, periodistas cubriendo el evento que harían que sus palabras dieran la vuelta al mundo en cuestión de segundos.
“…sin ella, sin su perseverancia y su constancia, me habría sido imposible llegar a dónde estoy ahora. Gracias, madre”.
El público, conociendo la anécdota de su orfandad temprana y su profesionalidad al no  suspender aquel concierto, estalló en una merecida ovación. Hasta el protocolo fue algo más laxo con él, porque  la aclamación no fue sofocada hasta muchos, muchos minutos después que él abandonara el escenario, con el público entregado a ese músico tan recto y cauto ante todo.
Se retiró y, de nuevo, como hacía cuando era un mero principiante, oculto en la clandestinidad, lloró de emoción. Le temblaba el cuerpo. Temía que se le cayera el premio de las manos y se destruyera en mil pedazos, en mil ilusiones quebradas. Sabía que ya tan solo dependía de él. Su éxito o su fracaso, su genialidad o su vulgaridad.
Nadie pudo apreciar el gesto que hizo, indicando con la figura reluciente insertada en un estuche de terciopelo que no; que ya nadie le podría atar ni ahogar. Ni gritar. Ni ordenar. Que era libre y no se sentía en deuda con nadie. Y muchísimo menos con su madre.
-¡Ojalá te estés pudriendo en las entrañas de la tierra! 
Recogió su abrigo del guardarropía y, atándose la bufanda blanca de cachemir al cuello, salió a la calle, tranquilo, sereno. Respiró el aire fresco de la noche y, tras un leve saludo a los encargados del recinto, se marchó.

CASA CON JARDÍN
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 24, 2013, 16:09:35 pm
Los hijos que no tuvimos


“Los hijos que no tuvimos, se esconden en las cloacas…”. Le había escrito él a ella, como parte de una carta de amor. Naturalmente, se trataba de unos versos agregados que no eran suyos, pero ella no lo sabía al principio y fueron a propósito los que más le llamaron la atención. Ya estaba acostumbrada a recibir esos embates con pretensiones literarias pero éste particularmente le parecía que se había salido del carril. Había en toda la extensión del texto que él le había enviado una sustancia para nada artística pero que implicaba, aun desde los espacios donde no había palabras, un diálogo inusual entre ellos y que nunca se hubiera imaginado con nadie.
Lo interpretó como un diálogo porque no terminaba de entender lo que él refería con su testaruda declaración de amor y sin embargo se sorprendía a si misma haciendo un enorme esfuerzo por descifrar aquél intrincado discurso que iba más allá de las palabras y tomaba la fuerza de un gesto compulsivo que ella no podía obviar.
Con todo, no dio respuesta.
Pasó algún tiempo. Ella iba en el ómnibus, quien sabe a dónde. Hacía viajes tan largos que por momentos olvidaba su destino. De pronto interceptó una música. No el sonido, sino unas palabras cantadas que habían migrado hasta su oído. “Los hijos que no tuvimos, se esconden en las cloacas…”.
Algo se abismó en su ser. Miró por la ventana. No había afuera. Sólo un alejarse de las cosas y un sentido oculto que se propagaba. No sabía que recordaba tan bien la carta. A excepción de aquellos versos de la canción. Los había olvidado. Aquellas no eran las palabras de él, pero él se las había apropiado. Sintió un mareo. Ya llegaba.
Pasó algún tiempo más. Cuando reaccionó, estaba parada en medio de la calle. Se había detenido a observar un enorme cactus que estaba junto a un muro en la vereda.
La planta se extendía en un grupo de varios tamaños, por lo que ella se imaginó una familia. Todos de la mano. La pareja al centro y los niños pequeños a cada lado. Alguna que otra flor blanca que se abría entre las púas le ayudaba a completar una imagen tierna. Sintió un ligero dolor de cabeza. Como un pinchazo. Luego el mareo. Salió de la calle. De cerca creyó escuchar una corriente líquida en el interior de la planta.
Pasó algún tiempo todavía. Ella no recordaba nada del asunto. Había soñado con una mancha en la cara. Estaba en el baño mirándose el rostro. Luego se lavó los dientes y sintió un pinchazo. Escupió un hilo de sangre. Se mareó. Se mojó la cabeza. Dejó correr el agua caliente. El vapor subió junto con un sonido que venía del caño de la pileta. Como una música. Como una letra con música que por fin comprendió. Abrió la boca. Recordó que una vez le dijo a él que su semen era el de sabor más fuerte que había probado en su vida y comenzó a dejar salir una burbuja. Como si inflara un globo. El glóbulo fue creciendo.
Tenía gotitas de su sangre que iban estirándose como pequeñas venas dentro de una ampolla. La sentía latir sin despegarse de su boca. La esfera enrojecida vibraba y se estremecía. Ella pensó en un sonajero. Tuvo una arcada y la bola le salpicó la cara. Mientras se lavaba, el espejo le devolvió la visión de una niña pequeña con la cara sucia de un algodón de azúcar.  Siguió restregándose hasta volver a su palidez adulta. La música de la cañería retrocedió.

TAMINO FAULKNER
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 26, 2013, 16:19:16 pm
EL DESTINO

(20 de enero de 2010)

Se apagaron las luces. El reloj dejó la hora marcada en el vértice amargo del destino. Atrás quedó la noche con su respirar inquieto y con el llanto de un suspiro invisible. Se abren las ventanas y los pájaros despliegan sus alas a la ruta esplendorosa del día, cuando Juan se dispone a preparar su desayuno. Cada mañana igual, un café intenso y una tostada de tomate con unas gotas de aceite de oliva. Vive solo en un apartamento muy pequeño desde que, hace unos años, decidió que había llegado el momento de dejar la casa de sus padres; no porque en casa se sintiese mal, sino porque creía de justicia que sus padres, ya jubilados, deberían vivir más para ellos y no vivir siempre tan pendientes de él. Cuando tomó esta decisión tenía 32 años. Sus padres lo apoyaron en todo momento, a pesar de que, para ellos, ésta era una decisión muy dolorosa. Después de desayunar sale a la calle con la esperanza de que hoy por fin le sonría la fortuna aunque muchas han sido las entrevistas y las esperanzas frustradas. Son alrededor de dos años en el paro y los ahorros ya están dando sus últimas bocanadas. Durante siete años había trabajado como químico en una bodega dedicada a la elaboración del vino. Camina hacia su coche, un Seat Ibiza ya viejo y destartalado, que tiene aparcado frente a su apartamento. Lo pone en marcha e introduce un CD en el radiocasete. Sube calle arriba y después gira a la derecha tres veces hasta entrar en una carretera estrecha que lo llevará a la ciudad donde hará la entrevista de trabajo. Conduce mientras suena la melodía de Karunesh Heaven and Earth, pensando que la vida se detiene detrás de cada puerta, con la esperanza de que exista una mano a la que poder agarrarse. Ahora llueve. El parabrisas va de un lado otro del cristal a una velocidad inesperada, como queriendo anunciar que la vida pueda detenerse cuando el reloj nos arrebate de golpe los últimos sueños. Mientras conduce revisa mentalmente si ha metido en su carpeta todos los documentos que le exigen en FOTESA – una empresa que se dedica a la limpieza y recogida de basura de algunos municipios – su curriculum vitae, el informe que le avala como buen trabajador de su empresa anterior, el D.N.I. y el certificado del Inem. La lluvia cada vez cae con más intensidad. Deja de sonar la melodía de Karunesh, al que tanto admira. Su música ha sido su mejor compañía durante estos años sin trabajo; ella siempre le ha levantado su estado de ánimo, dándole fuerzas para seguir luchando. Apaga el cigarrillo y a continuación, sin pensarlo, extiende su mano hacia la guantera del coche para extraer la cajetilla  y sacar un nuevo pitillo. En ese instante conduce con una sola mano, cuando de pronto el coche derrapa. Intenta controlarlo, pero el automóvil ya no responde a pesar de la destreza y la frialdad que Juan mantiene en estos momentos de apuros. El coche sale fuera del asfalto dando unas vueltas de campana. Todo transcurre en unos segundos y también, en unos segundos, se oscurece el cristal transparente de la vida, dejando que la sangre corra lentamente a través de la arista misteriosa del destino.     

(20 de enero de 2010 en las oficinas de FOTASA)

Son las 10:05 h. cuando una mujer de mediana edad, con unos folios en sus manos, abre una puerta y dice:
-Que pase Juan Martínez Martínez.
En la sala nadie contesta. Aún son muchos los que esperan para hacer la entrevista. Sentados o de pie, en todos se puede apreciar su estado de nerviosismo, pues son algunos cientos de personas las que optan a una plaza única para la recogida de basura.
-¿Ha venido Juan Martínez?
De nuevo silencio. La mujer ojea los folios, dando una pausa de cortesía, creyendo que la persona a la que se dirige no ha estado atenta a su llamada o está por llegar, aunque la cita de Juan ya se había retrasado quince minutos y, por lo tanto, debería estar entre las personas que esperan. Pasados unos segundos a la mujer no le quedó más remedio que llamar al siguiente:
       -Pues si no ha venido Juan, que pase Federico Gutié…



(14 de julio de 2012)

Después de aquel fatídico accidente, y de estar durante casi dos años en el Hospital Nacional de parapléjicos de Toledo luchando en la rehabilitación de su lesión medular, Juan vive de nuevo con sus padres. Esta mañana, como siempre, se prepara su taza de café intenso y su tostada de tomate con aceite de oliva. Después sale a la calle; mira al frente, en dirección a la casa vieja que hay frente a la suya y, por un momento, se deja  atravesar, por ella, como si fuese de cristal; y piensa en los días que había correteado por su interior con su amigo Luis. Cuando tenía once años, Luis y sus padres se fueron a vivir a una ciudad de la Australia meridional llamada Adelaida. Estuvieron escribiéndose durante algunos años y, poco a poco, la comunicación escrita fue enfriándose hasta llegar a su final. Desde entonces nada sabe de él. Los padres de Luis vendieron la casa antes de emigrar y ahí continúa igual, pero bastante más deteriorada. Deja de rememorar sus vivencias de niño volviendo a la realidad y, siente que, a su espalda, ya no están las miradas de inquietud de sus padres. Hasta hace unos días habían sido su ayuda para desplazarlo en su silla de ruedas hasta su kiosco de la ONCE. El haber llegado a sentir una autonomía personal casi completa le reconforta, porque todo su esfuerzo no ha sido en vano, también el de sus padres. Trata de olvidar todo y se concentra en su camino…

Darune
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 26, 2013, 16:23:15 pm
Un pino bien plantado


   Cuando abro la puerta del ascensor me quedo mirándola, no podía esperarme este encuentro, allí permanece ella inmóvil, sola, abandonada por su dueño en el rincón de mi transporte hacia la calle, su olor desagradable invita a no entrar, pero son diez pisos los que tengo que bajar y recién levantado para ir al cúrrelo no es muy recomendable. Entro despacio al estrecho habitáculo después de pensarlo unas cuantas de veces, coloco mi espalda en la pared contraria y la apoyo en el espejo que suelen tener todos los ascensores, seguramente para ver los defectos personales cuando se sale o se llega a casa. Pegado al fondo del pequeño ascensor permanezco como el que tiene enfrente a su peor enemigo, saco de mi bolsillo un kleenex y con él me tapo la nariz, aguanto todo lo que puedo la respiración y cuando creo que ya estoy listo para el corto viaje pulso el botón de la B mayúscula, mi único deseo ahora es que no tarde mucho en hacer la bajada. Al fin se abre la puerta, pienso en los buceadores que aguantan la respiración tanto tiempo, porque yo me he tragado el nauseabundo olor cuatro veces entre los diez pisos. Salgo rápido y tomo una gran bocanada de aire, que alivio respirar el aire viciado del vestíbulo, me encamino a la calle con celeridad para dejar lejos de mí el abandonado y pestilente regalo, alguien parece acercarse, el encuentro de frente es inevitable, quiero que me trague la tierra cuando se abre la puerta del portal y entra una pareja que amablemente me da los buenos días, los dos jóvenes enamorados continúan el viaje a su fatal destino haciéndose carantoñas, levanto la mano para avisarle de lo que allí se van a encontrar, pero no me salen las palabras y ellos llevan mucha prisa, la puerta se cierra sin poder advertirles de lo que allí se encuentra. En el momento que el ascensor comienza su viaje a las alturas oigo desde dentro: ¡Guarro, asqueroso, eres un cerdo mal nacido! Como una estatua, mano alzada y con cara de tonto me he quedado, sin poder decir que yo no he sido, he intentado avisarles, pero iban muy deprisa, quería decirles que yo no he cagado en el ascensor. Espero junto a la escalera para poder oír la puerta del ascensor abrirse indicando que la pareja ha llegado a su destino, cuando esto sucede y les oigo blasfemar, diciendo toda clase de improperios grito, no puedo saber si me creerán o no, pero grito con la fuerza que uno tiene a esas horas de la mañana: ¡Yo no he plantado un pino en el ascensor! Que a gusto me he quedado, no me importa ya lo que piensen de mí, por cierto se me ha revuelto el estomago con esta insólita situación, no sé si me dará tiempo a llegar a la oficina o tendré que plantar un pino en algún lugar.

Especial
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 27, 2013, 15:59:03 pm
Recuerdos

La abundancia de propuestas a favor de la prosa poética
Un favoritismo
En total se requeriría una base que recogiese la estética que fuese capaz de mostrar que lo único que cuenta es el estilo
Pero lo más alterable no es eso en realidad nos servimos de una muestra de coraje en nuestro esfuerzo por llegar a percibir que lo escrito es nuestro tan sólo es una señal de rasgo de marca
Pero no abundan
No
Por supuesto que no
El entronque las bases la locura que esto conlleva el mostrarse tal como uno es
Es difícil hoy en día donde sucumbe el ansia de poder más que nunca
Oh
Sí los escritores no se dejan incautar
Todo tiene un valor y es el dominio del arte de nacer como de proponer posponer la propuesta de total valentía por no decir garantía
Luego el arte no es una manera de sucumbir entre mentes mentales solamente
El arte es fuego en el agua
O un testamento un legado de alguien que resultó ser alguien

Pero esto me hace quedar en la duda
No obstante no hay que dejar a un lado que se hizo lo imposible por intentar subyugar la llama vacía del alma corrompida

Un alma en paz
No
Un alma sin arte
Oh
Esto no existe

Es lo que más abunda es lo que nadie se espera
Pero en realidad es una expectativa de futuro

Pero cuánto durará?
Hasta la muerte de la vida por entera
La vida muere?
La muerte vive?
Es por entero

Como un intento de memorizarlo
No
Como algo que se sale de la popularidad
Entonces nada me viene a la mente nada que no sea miedo

Pero lo más loco del universo no es la muerte
Seguramente
No
Es el querer vivir

Porque nacemos claro
Ah

Siniestramente se supone que vivimos mientras otros nacen y han nacido ya
Pero esto me indica me hace pensar que tiene un total de aberraciones de desesperaciones pues nadie supone que deba partir sin dejar su territorio vacío e inoportunamente despoblado

Es como un antojo
La literatura entonces ocupa este lugar
Es una desaprobación por el lado cultural
Se supone que la cultura es más que el arte
Pero la literatura es arte y cultura a la vez es un ejercicio

Es práctica

Pero no pasa nada si no practicas si no la practicas
O sea lees
Te instruyes
Investigas

Pero el arte no es una investigación ni la poesía
No y sí
Ya lo entiendo
No es que haya un alma en pena detrás de un escritor sí hay un artista

Pero escondido muy escondido

Por miedo a la muerte
Exactamente

Es una eterna lucha demostrar que está vivo sólo por unas palabras de más
Está claro que debo serlo
Está claro que nadie es menos que eso
Ya
El artista deja de serlo cuando deja de ocultarse

Pero lo hace a menudo

No puede dejarlo
No le sienta bien
Es necesario que se escuche que se haga escuchar a sí mismo mediante la escritura
Vaya
Sí es un medio después de tanto
Lamentablemente
¿pero qué se esperaba?
¿acaso la escritura iba a ser más que el escritor?
Pues vaya mecánica
No
Es una sensación de frivolidad de desencanto de destrucción de detonación
No
Es una ilusión

Pero me queda la ilusión

Pero siempre callada la literatura
No
Es contestataria siempre y cuando lleve el sello de un portavoz y de unos seguidores
Tú hablas del propagandismo

Es propaganda cuando se politiza

Pero esto es publicidad deja de ser algo selectivo y selecto

Pero no deja ser parte de lo que se conforma como arte como entrega

Pero me duele mucho
Claro
Es el arte del deber comunicador de fraguar la palabra terminar el discurso
No
El resultado
Pero lo más benefactor no es esto en sí
Se me pregunta a menudo y regularmente si el escritor ama de verdad
Es una pugna

El escritor tiene su forma de amar

Pero somos humanos todos
El escritor no lo es
Vaya

Si no escribe es menos humano
Parece que no existe en realidad
Es como una resaca
No
Mejor como una partida de tenis donde el contrincante responde siempre con el mismo golpe
Pero esto es la eternidad
No la continuidad
Es el lenguaje de la infracción de la misma retórica
El hombre no tiene tácticas?
No
Pero sin embargo se vale de ellas las usa
Pero no hay nada que ocultar sin embargo existen las estrategias

Pero lo más banal del hecho es que sin embargo se beneficia alguien sólo
Quién?
El vencedor
Quién es el vencedor?
El arte mismo
No hay comprador de arte o vendedor de arte nunca
Qué raro
Me suena extraño
No es una subasta
No es una puja
Hay competitividad apenas
No creo en ello en el arte
Suena a una difamación
No
Es tan subjetivo apenas se aprecia
El gusto
Claro
Pero me duele que se diga esto
Y a mí también
Pero es variopinto y la esperanza de llegar a ser alguien
No se
No se puede apreciar la fama tampoco
Lo más enorme de todo esto es que cuando triunfa un artista su voz queda extinguida en un lamento
No

Es como si la parte más social del artista no se atreviese a mostrarse
La palabra
La distancia
Veremos como la obra literatura no está hecha de palabras

Sonidos
Ya
Pero la palabra es real
No existe el lenguaje sin la realidad
Pero la literatura usa el lenguaje
Es una manera de enfocarse de determinarse
¿por qué escribe el escritor?
Por la fama? Por fama simplemente?
O por necesidad compañía?
Por creatividad
Es sorprendente ver creer su creatividad el mundo de la lógica de los idiomas

Un escritor es posible que sea un intelectual
Pero esto siempre sucede si sabe lo que es un idioma si no no
O sea que un escritor sabe idiomas
Todos
Si no no es buen escritor
No lo es
Lo siento
Y lo repito un escritor que no sabe todos los idiomas no es un buen escritor
Pero tu hablas de filosofía del arte
No
De filosofía de la escritura
Por dentro
Y
Por fuera
Por qué no?
No
Es que no creo en la palabra ni real tan siquiera
Ya
Esto suele pasar por un desengaño del arte como tal
Por una monstruosidad
No se te eligió por ser
Por estar demasiado erigido
Ya
O cosido
Como las hojas
Pero me enfrento ante una desilusión

Pero la conmoción tal movimiento
Para qué escribo?
Cómo debo hacerlo?
Es muy sencillo

Pero no obstante me deja una huella infranqueable insoslayable
No logro adivinar qué ha sucedido
Qué ha pasado para que el arte no diga nada ya
Que no sea dicho
Nada
La vida
La enseñanza del arte es puramente obsoleta
Uno nace sabiendo

Es algo reconocible
Pero sigo pensando que el arte no es debidamente tratado por tanto no se puede correctamente enseñar
Yo hablo de la danza

Pero lo más eterno que es la vida no se enseña
No
Se vive
El arte se hace arte siendo arte
Escuchando arte
Escuchándolo

Pero no es música
Sí es música
Sí es una voz interna

Pero no me deja totalmente convencida
No logro acostumbrarme a tener que conformarme sólo con una opinión
La revisión
El arte no es un archivo no es un sistema
Es un ciclo entonces
No
Es tan paulatino
Tan ajeno
Pero no está loco sin embargo tiene que aparentarlo
Ya
Pero aparentar algo tan inverosímil
Si no estuviese loco no sería comercial
No
Pero el arte no se come arte no se alimenta de arte?
Bien es verdad que el arte para llegar a donde ha llegado el solo debe haber sido un caníbal de si mismo
Pero no de los demás
No es un parásito
Bueno a veces

Lo entiendo
De la historia sí
Pero la sociedad la sociología del arte la psicología del arte
Hay personas que escriben por necesidades mentales
O por aburrimiento
Pero la soledad
No se siente compañía escribiendo?
Realmente sí
Es anormal un escritor casado

Del todo no probable

El hecho es que nacer para dedicarse a pensar pero es lo más normal lo más existente lo que más continuidad ejerce en este laberinto sin vida que es el arte
Si no tiene vida es porque el artista está muerto
Claro
Porque vive fuera de la vida

Vive dentro de su arte
Pero no molesta
No
Pero habla
No
El escritor no habla escribe
Solamente
Esto es como haber encontrado el motivo por el cual seguir existiendo seguir mostrando la cara que me haría desencadenar en la enajenación total
En la molestia de tener que seguir fingiendo hasta la muerte
No
No estoy diciendo que sería poco más o menos como seguir paulatinamente este desenlace después de probar de existir
O sea que el artista se hace artista porque al probar la vida ve que no le gusta como tal ni el amor existencial
No
Es algo que le repugna le asusta tremendamente
La vida?
El hecho de tener que vivirla como tal
Es un asunto demasiado enjuiciado
Es lamentable
No
Es un modo deplorable de conducirse por los caminos de aquellos viejos derroteros de aquellos que abandonaron el poder económico por un simple modo de escapada de evasión
Y perder los dineros?
Todo
Por nada
Ya
Pero esto en balde es demostrar que merece la pena vivir en el parnaso
O en el limbo
Pero dejando atrás la catarsis humana de tener que buscar responsabilidades allá donde no las hubo

Pero me destruye tanto
El reconocerlo?
El saber quién eres?
Sin embargo yo creo que es constructivo

Pero me refugio en ello
En la verdad?
No
En el lenguaje
Es un juego de todas formas
Un detenimiento

Pero no te consuela pensar que no vas a salir nunca de el?
No
Veras soy temible
No tengo miedo
Ya
Pero de una cosa a la otra no va tanto
Es lo mismo
Pero me hace daño pensarlo
Qué?
Nunca voy a ser como los demás
No
Ni como se supone que hubieses sido en la niñez
Pero esto no es lamentable
Sino un cambio de viraje de expresión de derechos

De emancipación
Pero el escritor no tiene que apostar por nada ni por nadie
El bueno
Si lo hace corre el riesgo de perderlo todo
Todo?
Me refiero su forma de ser
Nada es tan inquietante como labrarse el futuro apostando por una soledad que después de todo puede ser acusada de marginal

Pero el espíritu
No
No es nada a desgana por arte de magia
Pero lo más crucial es que se me viene a la cabeza que el deseo de ser escritor viene con la enseñanza

Se aprende mucho escribiendo
Es vida
Pero no otra cosa
No debo hacer otra cosa que vivir para escribir se puede pensar o no pero vivir
Ya
Te puede o no gustar te debe cautivar o no pero la fechoría del lenguaje atroz de la maldad de las modas

Pero enfatizar el desánimo por tener que hacerlo demostrar quién eres plasmado entre líneas
No es necesario
No
Es parte del lenguaje pero el lenguaje en sí
Por eso si se miente escribiendo es porque la vida prima pero el arte coordina o la palabra tiene otra forma
Si es más inteligente el artista puede que sea intelectual
Puede que lo más sensible del arte sea solamente el hecho del mecanismo irreal de un flujo espontáneo que no tiene dirección
De todas formas para eso existe el tiempo o la moda la gimnasia constructiva de un modo de escribir que indica señales de existencia
Nada incierto

Eva
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 27, 2013, 16:02:52 pm
Los Macachines


Lucio le dice a su hermana:
-   Otra vez mamá esta haciendo mazamorra, yo no quiero volver a comer otro día más.
-    Ni yo tampoco, contesto Lucia, pero que podemos hacer.
-   ¿ Si le sacamos algunos huevos a las gallinas? 
-    Mamá se va a dar cuenta, porque sabe la cantidad de huevos que ponen, contestaba Lucia.
-   Vamos para el monte, algo vamos a encontrar, decía Lucio entusiasmando a su hermana.
Pero Doroteo el hermano menor que ellos, dijo:
-   Yo también voy con ustedes, porque son capaces de volver a comerles los huevitos a los pájaritos, saben que papá no quiere.
-    Este es medio loro, decía Lucia, capaz que cuenta todo.
Llegaron al monte, vieron que detrás había un campo lindero, donde un chacarero estaba arando la tierra, se arrimaron a la tierra arada y contemplaron la gran cantidad de macachines, grandes y gordos, los tres se abalanzaron sobre ellos, los limpiaban un poco en sus ropas y se los comían con avidez. 
- El chacarero les decía:
- Lavénlon bien antes de comerlos, les puede hacer mal, sus padres los van a castigar.
- Si señor lo limpiamos bien, gracias. contestaba Lucio.
Cerca de medio día iban llegando a su casa, su madre los esperaba con la chancleta en la mano, porque se habían ido sin permiso, ninguno de los tres se animaban a entrar, se metieron en uno de los pozos que la gente de la UTE, estaban haciendo, para colocar las columnas del alumbrado público que en ese entonces estaban por poner la luz eléctrica en el pueblo.
Desde allí miraban los movimientos de su madre, quien les puso un plato de comida en la puerta, si tienen hambre van a entrar pensaba, pero no sabían que sus hijos estaban llenos, no tenían más ganas de comer mazamorra.
Iban pasando las horas, los muchachos no salían, pero al más chico, le empezó a picar el hambre.
Se acercó despacito, cuando fue a agarrar el plato lo agarraron, los niños oyeron el llanto del gurí.
 -   ¡Que bobo! Decían los hermanos mayores.
-   ¿Y nosotros que hacemos? Preguntaba Lucia a su hermano.
-   Ahora nos conviene esperar a papá, o nos salva o la ligamos doble, decía Lucio.
 Paliza más chica o más grande era lo mismo, total ya estaban perdidos.
Se pusieron de acuerdo y decidieron esperar a que su padre llegara del trabajo.
Ya eran la cinco y media, cuando vieron venir a su padre y corrieron a alcanzarlo, le dieron un beso y se le prendieron del pantalón, contaron a su
manera lo que habían hecho.
-   Mamá esta con la chancleta en la mano esperándonos.
-   En que lío me meten, les decía su padre, me van hacer pelear con mamá, Si los defiendo es capaz se quedan sin papá o sin mamá.
-    Pero nosotros nos quedamos contigo, decían sus hijos.
-    Bueno vamos a ver que podemos hacer, dijo su padre.
Llegaron los dos prendido de los pantalones de su padre, su madre en vez de darle un beso a su marido fue derecho agarrarlos a ellos, el padre dijo.
-   Primero dame un beso, después arreglas cuenta con ellos, la abrazo.
-    No los vayas a defender, son unos bandidos, no se merecen que usted los defienda.
-   Anda  tráeme un mate y tranquilízate.
 Mientras la madre aprontaba el mate, los dos se sentaron en las rodillas de su padre y miraban desafiantes a su madre.
El padre buscaba la forma de convencer a su mujer:
-   Pobrecitos, están sin comer todo el día, por hoy perdónalos, bastante penitencia tuvieron, todo el día metidos en ese pozo.
-    Pero el chico ya se la ligo, decía la madre, ellos que son los inventores de las diabluras, se van a quedar sin castigo alguno, no es justo, decía.
-   Bueno, dijo el padre a sus hijos, si ustedes me prometen no hacer rabiar más a mamá y se van a portar bien, su madre los va a perdonar.
-    Si, dijeron los dos al mismo tiempo.
-    Bueno denle un beso a su madre y pidalén perdón.
 Los dos  fueron sobre su madre besándola y pidiendo perdón, así que ella no tuvo más remedio que perdonarlos.
-   Pero eso si dijo su madre, se van a lavar bien las caras y las manos, me comen la comida, se van a dormir, no los quiero ver hasta mañana.
-   Miren esas ropas todas sucias, parecen unos mendigos.
Calladitos se fueron a  lavar a comer la mazamorra, antes de acostarse vinieron a pedirles la bendición a sus padres, como hacían siempre.
El padre les dio la bendición, haciéndole una guiñada a su hijo mayor.
La madre dijo.
-   Ustedes no se lo merecen, porque parece que quieren más al diablo que a  Dios, les doy la bendición, pero eso si se hincan de rodilla ante la virgen que estaba colgada en el cuarto, les rezan, pidiéndole perdón a Dios.
 Así lo hicieron, Lucia y Lucio se abrazaban y decían.
-   Viste como papá no salvo de la paliza.
Mientras, su hermanito más chico aún tenía la cola caliente, por los chancletazos de su madre.

El Abuelo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 27, 2013, 16:05:40 pm
Abandono


Lucía sabe que lo va a dejar. Su mirada lleva escrita el abandono, aunque Manuel no lo quiera leer. Todos saben que lo va a dejar. Pobre Manuel. Pobre por ser el abandonado, pobre por no haber sido jamás querido por Lucía, pobre, sí, pobre por no haber removido, ni una sola vez, la pasión de su mujer. Lucía lo mira conmovida, siente lástima, la misma que sintió cuando se casó, la misma que sintió cada noche cuando se entregó a sus brazos, encuentros cada vez más ficticios, la misma que siente cada vez que se acerca. Ahora se miran, y los ojos de Lucía se enredan en el desconsuelo, como si una araña hubiera caído sobre su retina y tejiera su mirada con hilos de tristeza. Sin embargo, no solo ella siente tristeza, Manuel también, y contiene las lágrimas, y traga varias veces porque los nervios le han atascado la garganta, y suspira moderado deseando que hoy tampoco sea capaz de dejarlo. Lucía se acerca, y el abandono sale de sus ojos, y Manuel se aleja unos pasos evitando, por todos los medios, que se apodere de él.
La mujer que habla por los ojos no quiere pensar. Otras veces se propuso el abandono, muchas, pero en ninguna de ellas fue capaz de llevarlo acabo. La memoria le traicionó y todos los recuerdos le taparon la boca, la envolvieron persuasivos y borraron las letras de sus ojos.
Tres años de noviazgo y siete de matrimonio, todos cargados al lomo de Manuel que arrastró de ellos, complaciente, regalando, con sus formas, el corazón a puñados. Un hombre ejemplar, un buen hombre, un hombre capaz de satisfacer las ilusiones y deseos de cualquier mujer, sin embargo, Lucía no lo quiere, nunca lo quiso y el tiempo, por desgracia, no jugó en su favor. Por eso esquiva el pensamiento, y aprieta los ojos con fuerza intentando que los recuerdos no borren su mensaje.
Manuel la mira, sí, la mira porque la ama, porque es su mujer y fue capaz de conseguir lo que más quiere. Recuerda cada momento a su lado: tantos y maravillosos. Recuerda todos los besos que le dio, recuerda como sus dedos hurgaron en su cuerpo, recuerda su olor y la suavidad de su piel le estremece el alma. Aún la adora, aún vibra cuando la siente cerca, aún…Pasaría toda su vida junto a ella, pero sabe que lo va a dejar.
Lucía avanza unos pasos, pero Manuel ya no puede retroceder porque la pared del dormitorio está detrás. La araña continúa su trabajo, aún queda más tristeza por tejer. Lucía extiende sus brazos y se los ofrece a Manuel. Entrelazan las manos, se regalan caricias, las últimas, las que sellaran la despedida. Se abrazan, lloran, suspiran. Manuel la rastrea como un animal, sabe que lo va a dejar y necesita disfrutar lo que jamás volverá a tener. Lucía se deja. Sin romper el momento se quita una pinza del pelo y permite que Manuel lo acaricie. Ahora llora, llora más, sabe que Manuel es bueno, y sabe que ya lo va a dejar. Maldice su suerte, por lo bajo, maldice no ser capaz de amarlo, maldice lo inoportuno de la vida. Llora y se deja acariciar. Se miran. Por primera vez desde que unieron las manos, se miran y Manuel lee los ojos que tiene enfrente. Los dos vuelven a llorar. ¡Ya está bien! El hombre abandonado ofrece una sonrisa forzada mostrando su aprobación. El amor es tan grande, el amor entiende de sacrificio, esta sonrisa es el mayor sacrificio que ha hecho Manuel.
Lucía abre el armario y llena dos bolsas con su ropa, no necesita más, todo se lo dio Manuel y ahora todo se lo deja. Solo quiere su vida, la que sacrificó por pena, la que se enredó en un remordimiento atorador, la misma que hoy vuelve a ser suya. Se ha quedado sola en la habitación. Manuel ha preferido salir y no ser testigo del abandono. No es capaz de ver como cierra la puerta y su cuerpo desaparece tras la madera, fuera de su hogar, ajena a lo que un día llenó de voces y vida, lejana, ya, de unos años convertidos en recuerdo.
Lucía se marcha. Con una bolsa en cada mano sale de lo que fue su casa. Solo lleva ropa, unos cuantos trapos que le pertenecen, solo equipaje, porque los recuerdos no los quiere, los ha dejado entre las paredes que abandona, todos allí, recogidos, encerrados, desahuciados y obligados a ser revividos a cada momento por Manuel que los revolverá a su antojo. El tiempo les ofrecerá algo de paz, podrán estar tranquilos y solo, en fechas señalas, serán recogidos por su amo. Manuel se queda con lo suyo, todo lo dio, y ahora todo le vuelve, los recuerdos también.

Nayra
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 29, 2013, 16:02:39 pm
LA AVENTURA DE LA PRINCESA BAILARINA: NACIONAL


Cariñosamente abrazados uno al fuego que abrasa en abrazos, otro al aire que sopla en versos rosados, y en la verde esperanza florida unos pies desnudos que andan descalzos. Margaritas desojadas en el suelo, juventud que dio paso a grandes adultos y tras los pétalos blanquecinos que vuelan a ras del suelo, sencillos murmullos  que llegan a un pino, son pétalos diminutos que arañan la robusta corteza y sisean silenciosamente pensamientos fugitivos que rehúyen de ser expresados en voz estridente: me querrá, no me querrá, es el más hermoso con el me he de casar, y si lo niega y rechaza un mordisco clavara vampiresa bestia nocturna que en la noche desvelará, a una y cientos de  muchacha, la más bella y también a la mujer fatal, ¡mirad si es que es un caballero! miradle de soslayo nada más, es fuerte, y es robusto, y es altanero, y sin dudar todo un galán.
Como mariposas, ya que moscas queda muy feo, le arrullamos y acusamos, si es lo que tiene el buen gusto, que todas lo queremos igual. Jamás soñé esos iris, esas pupilas, esas pestañas y esas cejas, y tampoco ese semblante que hiela y tirita ante la luz luminosa y enérgica. Y gracias a Dios no tiene señora, y tampoco en los dedos lleva una alhaja preciosa, es la piedra. Con el pasar de los años de la juventud me desprendo, despojándose con ella los pétalos jugosos y tiernos, no hay que tener muchas prisas, tampoco quedarse en piedra estatuada en las orillas del viento corriendo que lleva, pasionarios pececillos nacidos de cueva y cavernas hasta el delta de un gran río, cruzando sierras y tierras que al olor de las fragancias enloquece los corazones, y cuando salen de caza arrullan las bellas flores. Desatenta de las cortinas que el nubarrón no me borré el juicio con ambrosia y esencias del humor sarcástico y  el verdor del humor burlón y torpe. En el pelo una semilla de garbanzo era la piel, y fue un escarabajo y una mariquita del revés. No hacen pareja por nada, los quitaré y me peinaré. Por siempre Hay que estar muy guapa, bella, hermosa y con café, para no dormir en urnas de cristales de oropel, dónde la mala maga bruja enredé hechizos sin piedad y ya sin acordarme de él, olvide el destino de amorosos fugitivos, de amantes bandidos, de bestias acérrimas enamoradas, de mutantes transformados en suntuosos tortolos enloquecidos, paranormales amores fecundos y bravos hasta que la pasión desgarre. Y yo aquí deshojando margaritas, cual inocente salvaje, que al fin y al cabo son las cosas, de dios no hay quién te salve, no es infantil, es el coraje, que se ausenta para salvarme, de un no amargo negando sueños de amor estival.
Es su complexión atlética, como cualquier artista de novela, estrella de la canción o modelo de pasarela. A veces las musarañas nos juegan una mala pasada viendo espejismos que tan solo el alma y el corazón entiende y que nos dejan sin palabras, en lo más horrendo muero por destrozar dicha faz y el corazón responde sincero y sereno, ¡Aquí no pasa nada!, su belleza mora adentro, sentimientos y palabras y el espejo grita entero, ¡Quita esa cara!, ¡Quita esa horrible cara de mi plata enamorada!, no es la luna de los cielos, no es la poesía de Lorca es un espejo esférico teselado de diminutos purpureas teselas.
El vestido recubierto de jazmines dibujados casi como la acuarela sobre el lienzo. Y en el silencio contenido todo el dulzor de la vida.
Una bella y joven muchacha desatándose las sandalias nos recuerda a la gran Niké y a la estola póiquele, bueno y así ella sobre verdes prados primaverales  se rodea de petirrojos o robines de los bosques, cantores, despreciando el ruido en marabunta de las grises  y alguna otra paloma blanca, en la fuente pececillos rojos saltas moviendo la cola en el aire, un gato sin conseguirlo intenta subirse casi a una girola ornamentada con querubines tallados con un realismo que parecen auténticos bellos jóvenes descendidos de los cielos, La hierba está limpia, húmeda, el barro ya se ha secado esta fresca, pero no hay barrizales ni charcos, los estanque están señalados con rodales perlados casi con una película tranparente y las espinas como en todo cuento no se dejan ver, las rosas están preparadas para arañas a los forasteros únicamente por sorpresa. Y en este paraje tan idílico nuestra joven descalza toma una bocanada de aire que refresque su ansia interior para aportar vida a su espíritu, su juventud le permite tejer en mente mil tapices a cual más en mar arañado, rico y ostentoso, sobre posibles amores y futuros hijos, en cada uno de los cuales deben pintar del Olimpo los más bellos semblantes jamás vistos por la humanidad. ¡Pero que era ese culto al cuerpo! Las revistas de miss mundo y miss universo no ocupaban ningún lugar en su vida y a pesar de ser alta no daba la talla, uno ochenta, pero coleccionaba revistas de modas y colecciones de las que después ella confeccionaría sus propias perchas de armario con estilo propio.
Pasaban por aquel camino perdido y no tan perdido excursiones de caballos ruines, flacos y en su mayoría de poca belleza y todo el mundo que se paraba preguntaba por la zona preguntaba por el castillo del gigante Furia Blasón, Ella no creía en esas leyendas populares y aún menor si se trataba de  mitos con personajes fantásticos, de pequeña había leído mucho con libros de príncipes y princesas pero la vida le había dejado claro que la mayoría de los príncipes se hallan solo y únicamente en los cuentos.
Se levanto por sorpresa un babi, cervatillo de pelo castaño rubio, había asomado la cabeza por detrás de un hayedo. Lo que marcó la diferencia fue  la llama blanca que salió como mancha luna de la frente de este, algo que no había ocurrido hasta entonces en su vida, El resplandor marcaba el rostro de las bayas coloradas de los setos, una precaución excesiva se hizo dueña de su mente y razón, Recogió piedrecitas del camino y con miedo de adentrarse por terrenos angostos y desconocidos para ella  repartía lo que eran grandes rubíes bermellones por la senda que ella misma iba pintando por el camino inventado, tenía muy claro que en cuanto se le acabaran  se daría media vuelta y se fugaría a casa pitando, antes de que cante el gallo. Un gallo que sin dudarlo era tan bello, como una cometa con cola de cientos colores y guirnaldas, en sí tan pomposa que a lo lejos pareciese el rosetón de una catedral gótica francesa .Bueno pero al gallo lo dejamos tranquilo, no es hora de llevarlo a la cazuela y tampoco lo llevarían tan joven, era un despertador muy puntual. Detrás de nuestra muchachita siete conejitos rosas le siguieron el paso pensando que eran fresitas lo que iban tirando, y para lo que a un corriente conejo las zanahorias le sientan de maravilla a un conejito rosado un rubí le sabe tan dulce como una fresa. Escondidos detrás de los setos, con cuidado de que no fueran zarzas, ya los conejos saltando y dando trotes decidió cantar el himno de la madriguera, siempre que una joven muchacha estaba a punto de vivir una historia de ensueño cantaban alta esa canción, lo que quería decir  que el cuento en este caso de ogros estaba a punto de dar comienzo. Todos los días recorrían el mismo camino con las mismas costumbres y los mismos momentos divertidos y ociosos, nunca les faltaba el alimento porque en la mansión, fortaleza y castillo del señor  Bruto Fruto Trufa, más conocido por los humanos como Furia Blasón. Aunque este señor gigante y engreído era muy antipático con los huéspedes que allí se alojaban, era un gran amante de los animales y los conejitos rosados podían disponer de un buffet libre todas las tardes  y si así lo deseaban con solo llamar a la puerta ya tenían el plato servido. Puesto que ya se sabía a que venían de excursión de conejos parlanchines y tan cantarines, en contadas ocasiones eran groseros y un poco vanidosos, todo hay que decirlo. Esos conejos recibían en el Bosque escuela una educación un poco que brillaba por su ausencia. La bella muchacha se deshizo de la capa para trepar un árbol de dimensiones colosales, desde allí pudo ver una colección de inmensas casetas con puerta de relojes, en las que se enredaban petirrojos y ruiseñores colocados en fila, con una forma un tanto peculiar, parecían pitusos voladores entre aquellas buganvillas magentas de primavera renaciente, ilusionada se emocionaba y soñaba con llegar aquel lugar, sin divisar en el horizonte ningún camino que condujera hasta el pequeño pueblecito de montaña. Avergonzada  se deshizo del tronco que la sujetaba dejándose caer de una altura de tres metros y medio pensando en un acto reflejo que estaba al lado de  un desconocido hombre, sin pensárselo un segundo  aturdida por el golpe en brazos y piernas, se dispuso a regresar antes de que una mala compañía se hiciera cargo de ella llevándola a la fuerza. No tenía constancia de que tan cerca de allí pudiera haber esas contracciones tan modernas y vanguardistas, A lo mejor era una obra de Salvador Dalí ,aún por descubrir, el caso es que clavándose una espina y enredándose ella sola por la sorpresa, quedose  atrapada entre las zarzas, se arañó el tobillo y los brazos. El calor era sofocante y gracias a Dios no se había dado un golpe en la cabeza, pero la caída la había dejado muy aturdida. Ahora podía regresar a caso o buscar por dónde acceder aquella idílica rodeada por tapiales de pizarra. El rostro a la luz de los claros, se podía apreciar tan bello como siempre, entonces dispuesta a no seguir caminando si no encontraba un cartel, encontró uno casi en mitad de un claro, tallado en un roble del cual colgaba un cartel informativo, Si quiere dirigirse al castillo de furia Blasón, usted lo tendrá en 7 kilómetros en dirección norte, Si quieres ser la princesa rescatada por un príncipe, gira tres veces hacia la izquierda y baila un vals hacia la derecha. Si eres tan moderna y atrevida y no te importa irte a la deriva por los siete mares y terminar el trabajo de todo un siglo de retraso, escala cinco veces el árbol del cuco. No estaba interesada en ninguna de las opciones y volvería a su casa, desde luego no estaba nada convencidísima de que aquellas bobadas fueras a dar ningún resultado. Además, los ojos le quemaban como platos y pensaba que se le estaban quemando, cocidos, la verdad es que el sol al verse en sus pupilas parecía ser la yema y la clara la formaban los rayos color café. Pero de camino de vuelta decidió subir al árbol una vez más, allí se acercó un arquero buscando su flecha, esta se clavó en las ramas y ella sin darse tiempo a reaccionar cayó de lo alto, y este muchacho la cogió en brazos, nunca había visto un muchacho tan guapo. ¡A salvo! De una trágica caída, pero desconozco cuando bailó el vals. Un corcel blanco apareció de la nada al galope, y los dos montaron en él, Se quedó dormida y en el sueño se  desveló varias veces teniendo fuertes pesadillas, momentos de caídas y algún que otro golpe, no obstante al despertarse pudo comprobar que estaban recargadas de simbolismo, al despertarse simbolismo. Al despertarse había llegado aquel pueblo de el reloj de cuco daba la hora habían llegado a Weltgröβte. (Ueltgroste). Fin

Escarlata
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Julio 29, 2013, 16:06:07 pm
Leticia y su perro


Me llamo Leticia y soy de un pequeño pueblo del sur, donde el sol calienta la tierra y el aire trae el frescor del mar cada mañana. No he tenido una vida fácil. Mi padre era afilador y mi madre costurera, personas honradas que luchaban por seguir adelante. Ambas profesiones dejaron de ser rentables con la llegada del siglo XXI y el dinero dejó de llegar a casa con la misma frecuencia. Los problemas y las peleas llegaron cogidos de la mano como una macabra pareja de amantes. La falta de ingresos me obligó a dejar mis estudios en la universidad y empecé a trabajar en un bar del pueblo, malgastando los encantos de mi juventud en sacarles propinas a los clientes trajeados.

   En ese momento de mi vida encontré a Tobi. Un perro callejero en busca de comida y un sitio donde dormir caliente. Su mirada adorable cautivo mi corazón, que le acogió con los brazos abiertos.Tobi venía a buscarme al bar todas las noches y al terminar mi jornada me acompañaba a casa, ladrando a los borrachos si se acercaban a mi.

   Pasaba mis horas de trabajo en el bar esperando que terminara mi turno para poder ver a Tobi. La situación en mi casa era tal, que el tiempo que pasaba paseando con el perro era el más feliz de mis días. Empecé a tardar cada vez más en llegar a casa del trabajo, paseaba con tobi por el parque y nos tumbábamos a la luz de las estrellas. Yo le acariciaba el pelo y el aullaba a la luna, como si quisiera anunciar nuestra felicidad a los astros.

   Pero siempre tenía que volver a casa, donde no podía estar cerca de Tobi. El perro se había transformado en un pilar maestro que sujetaba el edificio en ruinas en el que se había convertido mi vida. Me apoyé en su alegría y su lealtad para poder seguir adelante, para dejar atrás todo lo que me hacía sufrir y tener la vida que quería, lejos de los problemas.

   Nueve años más tarde me encontraba casada, con dos hijos adorables y una casita alquilada en las afueras del pueblo. Mi hijo Tomás era el mayor, con seis años. Y Cristian el bebé de la casa, con quince meses. Eran lo que más quería en mi vida, un niño revoltoso y un bebé llorón ¿Como no los va a querer una madre? No podía pasar tanto tiempo con ellos como quería, aún seguía trabajando en el bar y servir copas me quitaba muchas horas de mis días.

   Tobi seguía a mi lado, como mi compañero guardián. Cuidaba de la casa cuando yo trabajaba y siempre me lo encontraba meneando el rabo al volver. Durante mucho tiempo llegue a pensar que mi vida se encontraba completa, que seguirá así mientras veía crecer a mis hijos y verlos convertidos en hombres de bien. Pero tarde o temprano los cielos azules se cubren de nubes de tormenta.

   El bar cerró por falta de clientela y perdí el trabajo que había hecho durante una década. Los primeros días me mantuve firme, saliendo cada mañana a buscar trabajo y mostrándome alegre ante mis hijos para que no se preocuparan. Me había criado en un hogar destruido por las peleas, no quería que mis hijos vivieran lo mismo. Tobi seguía a mi lado como en los viejos tiempos, apoyándome cuando más lo necesitaba.

   El tiempo pasó y seguía sin encontrar trabajo. Poco a poco mis ánimos se fueron deteriorando y mi conducta comenzó a amargarse. Llegaba a casa derrotada cada mañana, pasaba cada semana por todos los comercios del pueblo y algunos días andaba hasta los pueblos vecinos con un puñado de currículums bajo el hombro. Tobi dejó de recibirme en la puerta de casa y pasaba los días tumbado en su sillón como si tuviera el doble de su edad. Cada vez que lo miraba veía como su alegría desaparecía a la par de la mía.

   Al principio intenté animarle, esperando que el me animara a mi después, como había hecho durante tanto tiempo. Pero la situación fue a peor. Cada día que pasaba Tobi estaba menos activo y yo me sentía cada vez más débil. Finalmente deje de buscar y me centré en mis niños, los que me preocupaban y me alegraban todos los días. Suprimimos los lujos en casa y poco a poco nos fuimos separando de nuestro círculo de amistades.

Víctimas de la exclusión social, nuestro hogar se torno de un gris triste y melancólico, similar a esas grabaciones antiguas de los tiempos de posguerra. Pasábamos los días esperando una recuperación que no llegaba, perdiendo las ganas de vivir y acumulando botellas vacías por la casa. Tobi se tiraba días enteros ladrando desde su sillón, como si exigiera más de la vida.

Llegamos a gastar más en el perro que en resto de la familia. Usando el poco dinero que teníamos para mantener los caprichos de un animal cada vez más agresivo y dominante. Pude sentir en mis carnes como se puede empezar a odiar algo que en otro tiempo había amado con toda mi alma. Que me había ayudado a seguir adelante y no rendirme.

Pero ahora todo había cambiado. Tobi reflejaba en su ser todos los malos cambios de mi vida. Cada vez que lo veía tumbado en su sillón, imaginaba sus pensamientos como un montón de ***** egocéntrica. Había pasado mi vida cuidandole, pagando sus caprichos y trabajando para que él tuviera una vida feliz. Tratandolo igual que a mis hijos.

Una tarde me trague mi orgullo y fui a pedirles comida a mis padres, con los que no hablaba desde que abandoné mi casa. A pesar de que seguíamos viviendo en el mismo pueblo. Ellos me acogieron con los brazos abiertos y me dieron la comida sin juzgarme por los errores pasados. Volví a casa con los ojos llenos de lágrimas y en la puerta me encontré a Tomás, mi hijo mayor, tirado en el suelo medio inconsciente con un ojo hinchado.

Corrí con él al hospital. Llame a mis padres para que me acompañaran y tuve que responder a muchas preguntas, sufriendo las miradas acusadoras de los médicos, que intentaban que confesara que había pegado a mi hijo. La policía abrió un caso por el accidente. Las heridas de Tomás y las constantes compras que hacía de alcohol en el supermercado, fueron suficientes motivos para una denuncia y la obligación de ir a juicio a defender la custodia de mis hijos.

Yo sabía la verdad. La verdad que mi hijo Tomás no se atrevía a admitir. Volvimos a casa  y él seguía ahí, tirado en su sofá como si el mundo le hubiese sido cruel. Empezó a ladrar como un loco al verme, cada ladrido me echaba en cara cosas horribles que ninguna madre tendría que oír. Tobi se levantó del sofá ladrándome cada vez más fuerte, haciéndome sentir insegura y asustada. No quería estar allí, en ese momento solo pensaba en desaparecer, en despertarme de la pesadilla.

El perro saltó sobre mí, tirándome al suelo. Sentí un gran dolor y una sensación de cansancio invadió mi cuerpo. Deje de tener ganas de vivir y desee quedarme allí tirada para siempre. Hasta que vi como Tobi subía las escaleras, hacía mis hijos. La única razón por la que aún seguía viviendo. Saque las fuerzas de la necesidad y la desesperación, del amor y del odio. En ese momento no era yo quien sujetaba el cuchillo. No fui yo quien degolló al perro antes de que llegara al cuarto de los niños.

Fueron las ganas de vivir, de luchar por lo que con mucho esfuerzo había conseguido y de dejar atrás todo lo que me hacía daño. Tobi representaba el dolor, y lo saque de mi vida antes de que él me la destrozara. Me quede junto a su cuerpo hasta que llegó la policía. Parecía que estaba en un sueño profundo, tranquilo y alegre como era antes. Sentí como si su vida le hubiera resultado tan dañina a él como lo fue para mi. Mis padres tenían razón, fue el peor perro que podía haber tenido. No me arrepiento de matar a ese animal.

- Señora Leticia, no estamos hablando sobre ningún animal - Dijo el agente de policía que se sentaba frente a ella en al mesa de interrogatorios. Donde Leticia había contado toda su historia - Estamos hablando de su marido, Tobias Gonzalez

- El era un perro - Le respondió leticia - Un animal egoísta que se aprovechaba de mi para poder emborracharse y no tener que trabajar. Una alimaña que me chupo la sangre durante años. Un maltratador no merece ser llamado de otra forma. No merece vivir como un hombre - Los ojos de Leticia se llenaron de lágrimas - Merece morir como un animal rabioso.

CazaTortugas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2013, 12:59:10 pm
LAS CAJAS MAGICAS


      David es un niño con el pelo pincho y unos ojos negros como el alquitrán que todo lo quieren mirar. Es delgado, muy delgado, con menos carnes que un filete dibujado. Es muy tímido y apenas le gusta jugar, prefiere pasar muchas horas leyendo en el desván de su casa.  Allí junto a montones de libros tiene tres cajas muy especiales; una es de madera y está llena de deseos, la  segunda es un arcón forrado en cuero que contiene gotas de agua, sí gotas de agua, y la tercera y más particular es una caja de cartón forrada con papeles de colores que contiene besos.
      David es un niño muy peculiar y afortunado porque tiene la suerte de soñar muy a menudo. Le gusta mucho salir del desván y viajar por el mundo a lomos de una nube, siempre acompañado por su buen amigo Jairus. Un tigre de pelo blanco que lleva un “pañuelico” rojo anudado al cuello.

      Hoy están pasando por encima de un país africano, un lugar donde hay poca vegetación y donde los niños lloran porque apenas tienen para comer. La culebrilla del hambre les hace daño en la tripa y sus lágrimas pintan churretes en sus caras.
      Inmediatamente David y Jairus comienzan a moverse encima de la nube y esta provocada por las cosquillas empieza a soltar una incesante lluvia que riega los campos de tan desértico país. Cuanto más se mueven los amigos, más se ríe la nube y más lágrimas deja caer.
      Junto a los goterones de agua también está cayendo un ejército de espantapájaros en paracaídas que al llegar al suelo se pone a trabajar la tierra. Quizás dentro de unas semanas los campos empiecen a dar fruto y los niños puedan dejar de llorar.

      Más tarde y empujados por el viento han llegado a una ciudad del norte de América. Se trata de un gigante de hierro, cristal y cemento donde habitan en rascacielos millones de personas de todas las razas del mundo. Desde lo alto pueden ver como un hombre chino y otro de habla hispana discuten en medio de la calle entre taxis amarillos que no paran ni un segundo de ir de un lado a otro.
      Tras un rato pensando la solución, David abre una de sus cajas y comienza a regar la ciudad con gotas cargadas de paciencia, ilusión y sonrisas. «Qué bueno sería que un relojero fabricase un reloj mundial más lento, como un reloj con freno y una máquina de querer que funcionara a la máxima potencia» pensó David.

      Poco después y tras dejar aquella ciudad donde la gente vivía como hormigas, sobrevolaron unas islas donde sus habitantes tenían los ojos rasgados y las caras muy redondas y amarillas. Sus ciudades estaban llenas de chimeneas que escupían humo, un humo negro que casi tapaba el sol.
      Jairus agarró de un lado y David de otro y así, estirando entre los dos, consiguieron abrir una ventana en el cielo para que entrasen los pájaros y el sol en aquellas islas. En aquel momento un hermoso panorama se desplegó ante sus ojos.

      Siguieron volando y esta vez desde lo alto divisaron a un pastor muy pobre, tan pobre que tenía más perros que cabras y los niños medio desnudos que estaban a su alrededor no jugaban, tenían la sonrisa congelada, estaban enfermos de tristeza. No podían ir al colegio, sus padres no tenían medios económicos, no sabían contar, no sabían leer, tenían que trabajar y no podían jugar.
      Para solucionar el problema de aquel país junto a las montañas más altas del mundo. David abrió su caja de besos y a falta de dinero, dejó caer suavemente millones de libros, millones de lapiceros y millones de flores con olor a lalalá.

      La noche comenzó a cubrirlo todo, ya era hora de dormir y a David empezó a vencerle el sueño, así que tenía que bajar a su habitación para dormir. Pero antes de bajar habló con las estrellas y pidió a las más brillantes vigilar el mundo. Había mucho trabajo por hacer y para él, a pesar de tener las cajas mágicas resultaba imposible y muy cansado estar pendiente de todos los problemas del mundo.

      Los cuentos sirven para dormir a los niños y para despertar a los mayores. El fabulista de la Patagonia. 

El fabulista de la patagonia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2013, 13:02:39 pm
Violencia de locos

 
                       
El director del centro psiquiátrico me obsequió un traje para mi primera salida, ésta fue el sábado. La verdad es que no recuerdo como llegué aquí pero con la atención que he recibido me siento bastante mejor y mucho más cuerdo, eso permitió el poder salir a dar un paseo por los alrededores. Subí por una calle y bajé por otra que me devolvió a mi morada. El director me había llevado antes en su automóvil para mostrarme el recorrido.
Iba contento, la mayoría de las casas tenían jardines, también habían edificios; de algunos balcones me miraban con curiosidad, me veía elegante, vestido con aquel traje, además quise usar un pequeño sombrero, obsequio de un cantante quien nos visitó para una fiesta, si mal no recuerdo, creo que fue un “Día del Padre”. Quizás los locos en los balcones pensaban que yo era  residente de la zona; no me detenía para ofrecer algo, por tanto no debían verme como vendedor y no parecía sospechoso de ser un loco ladrón.
Había recorrido unas dos cuadras, cuando algo llamó mi atención. Una camioneta   estacionada frente a una casa donde se notaba un gran movimiento. Unos locos bajaban mesas y sillas y las introducían en la casa. Me detuve a mirar y vi como adentro otros locos las vestían con manteles de alegres colores; había globos entrelazados, amarillos, blancos, verdes. Formaban arcos, otros colgaban de las matas. La fiesta era en un patio lateral de la casa. De esta salio un loquito vestido de tortuga a quien todos abrazaban y besaban. Atrapó mi atención una gran tortuga a quien colgaron por las orejas, que extraño, los cuerdos colgamos por el cuello pero ¡los locos lo hacen por las orejas!  Dejaron a la pobre tortuga con sus ojos desorbitados, guindada a un lado del patio.
Para no causar desconfianza me recosté disimuladamente a un árbol desde el que tenia una amplia visión de lo que pasaba. Poco a poco comenzaron a llegar muchos loquitos, el lugar se hizo insoportable. Yo, acostumbrado al silencio y la tranquilidad, ahora me encontraba presenciando, no tomando parte, de un gran escándalo, con gente que iba de un lado a otro, locos que llevaban bandejas a las que se acercaban otros locos y loquitos como enjambres, devorando su contenido y empujándose unos a otros.
En un lado del patio estaba un loco con un extraño peinado, imagino que debe llamarse “loco erizo”, se movía detrás de unas cajas negras, manipulando unos botones de los cuales salía música, haciendo que varios loquitos se movieran como si los picaran las hormigas. La mayoría de los locos dejaba a los loquitos y se iban. Los loquitos llegaban cargando paquetes decorados con llamativos papeles y lazos. Se los entregaban al loquito vestido de tortuga y este a su vez se los daba a alguno de los locos adultos. Ya me estaba cansando de tanto ruido, me disponía a continuar mi camino, y entonces pasó algo increíble. Los locos reunieron a los loquitos alrededor de la tortuga que seguía colgada de un árbol, con un pañuelo le taparon los ojos al loquito tortuga, le entregaron un palo, le dieron unas vueltas y mientras un loco subía y bajaba  la cuerda con la tortuga, ¡el loquito vendado hacía lo posible por darle con el palo al animal! No podía creer lo que veía, el resto del grupo celebraba cuando la pobre e indefensa tortuga recibía un golpe, pero si ésta seguramente ni entendía lo que estaba sucediendo, yo mismo vi cuando la colgaron, ¡no hizo ningún gesto de oposición! Dios, ¿que clase de humanos son esos que disfrutan gritando, saltando y cayéndole a palos a un pobre e indefenso animalito? ¿Que cultura siguen con esa muestra de tanta violencia? Se iban pasando el palo y el pañuelo entre los loquitos y lo peor fue ver como se peleaban por ser el siguiente en dar golpes. Con razón hay tanta violencia entre la gente de las películas que a veces vemos (solo cuando esta de guardia el loco Manolo) si desde niños la misma familia hace lo posible por incitarlos a ella. No quise ver mas, seguí mi camino imaginando que al final la pobre tortuga caería destripada a palos...Mientras caminaba algunos locos me señalaban desde sus automóviles, los loquitos me miraban con cierto temor y unos locos me gritaron… ”Eso loco... ¿y esa pinta, que?”...                                       

Rosa de la Trinidad Ylarraza
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2013, 13:05:26 pm
La Gata


El patio de la casa olía siempre a meada de gata. La gata se llamaba gata y se quedaba preñada frecuentemente. En el patio escuché yo por primera vez la palabra, el epíteto, el despectivo. Menuda **** la gata, anda con la gata que furcia nos ha salido, **** con la fulana, si es que es una pedazo de jodetriz. En el patio había una escalera falsa que fue donde se mató el primo Eloy hace ya muchos años, cuando yo aún no había nacido. Las tías golpeaban con furia el cristal de la puerta del patio por si yo tenía intenciones de subir la escalera falsa. Yo tenía el azogue de subirla pese al peligro, esa cosa común en todos los niños que, imagino, el primo Eloy hubo de sentir también antes de matarse. El primo Eloy, a quien conozco sólo por el retrato que hay en el salón, hubo de ser un niño atrevido. Desde que se mató, la escalera ya sólo la bajan los gatunos que maúllan a la fulana. Las tías temían que la prole de la gata se hiciera interminable. Hasta que una tarde salí al patio y hubo un silencio desértico. Le pregunté a las tías qué había sido de la gata, por qué no estaba ya debajo de su banqueta, y me respondieron con el pecho henchido que a grandes males, grandes remedios. El silencio del patio me procuró una tarde introspectiva, aunque yo no supiera aún qué era una tarde introspectiva. Estuve un buen rato mirando la foto del primo Eloy hasta que de súbito empezó a ensombrecerse el retrato y de golpe todo el salón. Pensé que habría sido una de esas nubes que oculta el sol de repente. Pero al girar la vista hacia el patio, me sorprendió una legión de gatos irguiéndose militarmente por la barandilla de la escalera falsa, decorando de negror las macetas, la cornisa de las ventanas, con sus miradas gatunas sin pestañeo, inexpresivas. Para mí fue como asistir a aquel duelo multitudinario del primo Eloy, y del que tanto hablaban las tías en la sobremesa. La legión gatuna se hacía ya cataclismática. Había gatos hasta colgando del tendedero. Después de que la abuela gimoteara un poco, nos fuimos yendo cada uno a la cama, esperando a que a la mañana siguiente hubiese al fin cesado el maullido de los gatos.

Fermín Valdés
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2013, 13:08:05 pm
Lo que sólo el viento sabe


Una suave brisa hacia mecer mi pelo sobre la cornisa de aquel alto rascacielos. Los segundos se hacían eternos en espera de una respuesta por parte de mi maltrecha voluntad. El cuerpo no parecía estar dispuesto a obedecer, pero la decisión ya había sido tomada, quizás avalada a su vez por una mente insana. No quería mirar atrás, no debía mirar atrás, pues es allá de donde vengo, allí de donde deseaba escapar, y hay momentos en los que las cosas cambian para no volver atrás. Uno de esos momentos fue sin duda cuando mi voluntad, hasta ahora ausente, hizo su trágica aparición. Y fue esta, acompañada por una fuerte insensatez, la que exigió a mi trémula forma dar el paso al vacío y comenzar a caer, desde aquel incontable número de plantas a una velocidad vertiginosa. El suelo aún estaba distante.
Cerré los ojos, pues estos no podían soportar la fuerza con la que el aire los azotaba en la caída. Un aire instantes atrás sereno, cuya tranquilidad le fue arrebatada por el siego de mi cuerpo en alud desde las alturas, y mis ropas se agitaban cual bandera que ondea a media asta en día de fuerte tormenta. No tardaron en aparecer frente a mí las imprevistas dudas. ¿Por qué se dignan a aparecer también en este momento, cuando ya no hay marcha atrás, cuando la decisión ya ha sido tomada? Pero sorprendentemente no venían solas, sino acompañadas por mi conciencia, la cual me miraba con tristeza mientras negaba con la cabeza. Me pareció ver una lágrima deslizarse por su rostro.
—¿Por qué? —me preguntó.
—Sabes mejor que nadie el porqué de esto —le respondí fríamente.
—Sé de tus pesares, mas no sé el porqué de tus inconscientes acciones.
Quizás mi conciencia no era consciente en estos momentos. Puede que la dejara de lado para poder afrontar una decisión.
—Ha sido decisión mía, el por qué ya no vale de nada —espeté intentando eludir su pregunta.
—El por qué siempre importa, el porqué es la causa, la raíz del árbol de las acciones —alegó mi conciencia.
—No puedo decirte el porqué. No delante de ellas… —dije señalando a las dudas.
—Puede que la razón sea que temes conocer el grado de acierto en tu acto, ¿es ese tu dilema?
—Es posible —musité.
—Sintiéndolo mucho, he de decir que, jamás me separaría de ellas. Ni en la más lúcida de mis disyuntivas, pues la única verdad es que nada es realmente cierto. Las dudas no me confunden, las dudas solo aconsejan. La decisión es siempre tuya.
Todo quedo en silencio. Ella desapareció como lo hicieron sus dudas de pronto, y fue cuando entendí que nada dentro de mi turbulenta mente podía actuar con normalidad, no cayendo desde tamaña altura. Todo en ella se había quedado en blanco. Intenté abrir los ojos con gran dificultad para poder apreciar como todo allá abajo cada vez era más claro. El suelo ya se podía apreciar con esa claridad. Sentía latir mi corazón cada vez con más y más fuerza, hasta el punto de sentir más allá del propio latir, en ese momento escuché a mi corazón. Incluso pude verlo, como un gran señor postrado en un trono desgastado por el intratable tiempo. Y su latir se tornó en palabras.
—Es grande el dolor que acarrean mis cansadas espaldas, ¿no crees? —dijo mi corazón.
—Lo sé, has sufrido demasiado, has aguantado demasiados problemas, demasiadas injusticias y frustraciones, es por eso que intento aliviarte ese dolor —respondí.
—Pero mayor aún es mi capacidad para soportar su peso, y eso también lo sabes. Podrías haber buscado con más ahínco una forma de aliviarme, no tomar la cobarde decisión de la que ahora empiezas a arrepentirte.
—Lo intenté por todos los medios, lo he intentado durante mucho tiempo sin obtener justa recompensa.
—Yo jamás he dejado de latir. ¿Crees que el privarme de mi principal función si es justo? Aún restaba tiempo para seguir intentando.
—¿Y por qué me dices esto ahora?
—Nunca has intentado escucharme.
—Lo siento, puede que tengas razón.
—No es a mí a quien deberías dirigir tus disculpas, después de todo sólo soy un esclavo.
—¿Un esclavo?
Pero no obtuve respuesta. Por un instante, el tiempo quiso detenerse antes de que me estrellara estrepitosamente contra el suelo. El latir se desvaneció como lo hicieron mis sentidos, la claridad se hizo inconmensurable y aun así noté una presencia, mas no podía distinguirla.
—¿Quién eres? —le pregunté.
—Lo único que te acompaña en esta nada carente de vida física.
—Entonces, ¿Estoy muerto?
—Es una posibilidad. La muerte tan sólo es un nacimiento.
—¿Un nacimiento?
—Exacto, el nacimiento de una ausencia. Con tu muerte solo crearás un vacío.
—¿Ya no hay marcha atrás?
—¿Para qué volver atrás cuando puedes seguir avanzando?
—¿Quieres decir el ir al más allá?
—¿El más allá?... no quiero que te imagines alados ángeles danzando felizmente por verdes jardines… imagina mejor personas con problemas y preocupaciones paseando por jardines donde las flores se marchitan.
—¿Te refieres volver a la vida?
—Jamás te has ido de ella, sólo es cuestión de empezar de nuevo.
—¿Qué debo hacer?
—En tu triste caso arrepentirte, por no haber sabido aceptar la realidad de la vida física. Eso en primer lugar…
—Estoy arrepentido, ¿y en segundo lugar?
—Arrepentirte en verdad. Y aceptar la vida para no volver a cometer otro acto de sin razón de tal magnitud. El principal objetivo de la vida es respetar la vida misma, tanto la tuya como la de los que te rodean en cada momento.
Y no era falso mi arrepentimiento, desde el momento de tomar la decisión supe que era un error, pero intenté negármelo a mí mismo olvidando mi sentido común y mi comportamiento coherente. Así mismo obligando a mi cuerpo a actuar, sabiendo que sólo puede acatar órdenes mías, su único señor. Creía que era el único modo, la única manera de dejar atrás los problemas y olvidar, no caí en la cuenta de que el tiempo siempre está de mi parte, y que el hado a veces toma senderos inesperados en su camino hacia un final adecuado. El destino no nos conduce a nuestro final a su antojo pues junto a él, fuertemente agarrado a su mano caminamos nosotros, y nuestros actos volitivos en ocasiones hacen virar su dirección.
—Estoy preparado para volver a empezar —dije seguro de mí mismo.
—Nunca se puede estar completamente seguro de sí mismo —pareció interpretar la presencia, como si ella formara parte de mí— , pero la inseguridad es tan solo otra de nuestras virtudes.
—Creo que estoy preparado para empezar —corregí.
—Aprendes rápido, espero que en la próxima vida lo sigas haciendo, pues de esta solo en los sueños podrás recordar fugazmente la más mínima sección de tu inmensa memoria.
—Entonces ¿Cómo haré para no volver a cometer el error que me privó de esta vida?
—El viento…
—¿El viento?
—Sí, sólo él sabe las ideas que aquí estas asimilando. El aire no es tan sólo un conductor de partículas, si no de recuerdos, ideas y sentimientos. Él es más sabio incluso que la propia tierra que recorre.
—No le di importancia, no supe escucharlo… la claridad me ciega… quiero descansar mis ojos.
—Adelante pues.
Todo oscureció…

Ella subía las escaleras que conducían a la azotea, con las piernas tambaleantes por una mezcla de impotencia e ira contenida. Su rostro reflejaba temor, y sobre todo una profunda tristeza. Entre las heridas producidas por los golpes en la cara, una fina lágrima ennegrecida por el rimel de ojos recorría su faz lentamente. Sus desgarradas ropas y su despeinado cabello le daban un aspecto luctuoso. Para ella todo acabó, pues el que había sido su único apoyo en la asfixiante vida que tenía que soportar, se derrumbó cual añejo pilar tras fuerte seísmo. Trastabilló con el último escalón antes de salir a la cima de aquel que había sido su hogar durante tanto tiempo, una oscura terraza en una oscura noche. Se acercó a la cornisa, desde la que de tantos atardeceres había sido testigo mudo. Se acercó al filo del saliente, desde donde podía apreciar el vacío que conducía a un suelo distante. Allí esperaba a su voluntad, que sería la encargada de dar la señal para llevar a cabo la decisión que había tomado. Pero antes de eso… una suave brisa hizo mecer su pelo, su fresco aroma le hizo respirar profundamente, y un leve siseo recorrió su oído. Cerró los ojos y sintió sensaciones que jamás había sentido, como si el calmo viento susurrara directamente en su propia alma. Sólo fue un instante aunque pareciera que el tiempo se hubiera parado. Le hizo entender cosas, le hizo olvidar otras, también le hizo ver aún sin haber abierto sus cansados párpados. Cuando la brisa hubo desaparecido, siguiendo su camino, su voluntad actuó… retrocedió dando un corto paso, giró sobre si misma secándose la oscura lagrima con la mano, y con los pasos más firmes con los que jamás había caminado, se dirigió a las escaleras. Tras ellas ya no aguardaba temor, ni desesperanzas, solo la firme idea de seguir luchando, para afrontar una nueva vida y que cualquier problema pasado o futuro, con ayuda o sin ella, sería incapaz de derrocar su renovado espíritu.

Ema N. Goka
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2013, 13:11:09 pm
La Duda


Estoy despierto sobre la cama, mientras todos duermen. Fuera anocheció hace tiempo. El silencio sólo es roto por el tenue gruñir de los motores que se deslizan por las calles deshabitadas.
Pienso en el silencio.
En nuestro día a día es imposible captarlo; salvo, quizás, cuando estás embebido en el torbellino de tu imaginación. (Especialmente, si el reloj de la mesilla marca las dos y cuarenta y tres de la madrugada).
Encerrado, en la habitación opresiva.
A la deriva, en la mar profunda.
Colgado, en la arboleda violeta.
También pienso en los conductores de esos vehículos que, de vez en cuando, me devuelven a la esfera de lo real. Imagino sus vidas.
¿Qué harán despiertos a estas horas? ¿Saldrán del trabajo? ¿Empezarán turno? Quizá algún familiar haya enfermado repentinamente y lo hayan llevado a Urgencias. O, si no, serán los maridos adúlteros que aceleran escapando de la cárcel de su rutina. Sus amantes aguardan ocultas bajo el manto de una ciudad sin estrellas: demasiadas farolas, demasiado humo.
Sin embargo, imaginar estas cosas me cansa al poco rato.
Froto mis ojos y me desperezo.
Regreso al manuscrito.
Observo la primera farola.
Algo me impide avanzar.
Tiemblo.
...
Y entonces me doy cuenta.
Lleva ahí todo el rato, y no la había visto. (Para abstraerte de lo que te rodea, lo mejor es mirar por la ventana a altas horas de la noche).
Ahora sé que no soy el único despierto en este cuarto.
Ella es translúcida, suave, preciosa. Se recuesta grácilmente sobre mi escritorio y, desde allí, me contempla, con esa mirada suya tan cargada de una perpetua melancolía. Sus dedos son fríos y delicados, y sujetan mi mano con una fuerza imposible de creer.
El bolígrafo ha dejado de bailar sobre el papel.
La tinta ya no mana a borbotones.
Tal vez nunca lo haya hecho.
Durante un fugaz instante, todo permanece inmóvil.
La Duda sigue observándome.
Entonces, me retuerzo, intento luchar, seguir escribiendo. No he de mirarla. Tengo que olvidar que está aquí, a mi lado, impidiendo que las palabras fluyan con coherencia. Sus nudillos atenazan los míos. El bolígrafo se astilla a causa de la presión.
La batalla es silenciosa y desigual. Su frío me traspasa. No tardo en darme por vencido. Exhausto, musito un “por favor” roto.
—¿Cuándo has vuelto a creer en ti, oh Poeta?
Su voz es un arrullo capaz de pudrirte las entrañas.
—Sólo intento expresarme.
—¿De verdad supones que tienes talento? ¿Consideras que a alguien le va a interesar lo que escribas? —suspira, con gesto abatido.
Pretende avasallarme.
Hacerme retroceder.
Trago saliva con dificultad.
—Te conozco. No eres más que un reflejo de la sociedad en la que me ha tocado vivir; y, como tal, debes mostrarte escéptica ante cualquier manifestación emotiva. No te culpo, forma parte de tu naturaleza. Pero voy a decirte algo. No, no tengo ningún talento especial para la escritura; ni tampoco considero que exista nadie, en su sano juicio, al que puedan interesarle mis historias.
Una leve sonrisa aflora en sus labios.
Afloja la presa.
Quiere intervenir.
Se lo impido.
—Pero voy a seguir adelante. Se lo prometí a un chaval que seguro que te conoce, y te derrotó tiempo atrás. Él creyó en mí. Y con que una persona me considere capaz de vencer a La Duda y rellenar hojas y hojas con mi infame letra, con que una lo haga, me basta. Mira, esta libreta azul es un regalo suyo. La acabo de estrenar.
No ha sonado muy convincente.
La Duda me examina, sin comprender lo que digo.
—Así pues, tengo que pedirte que te vayas. Déjame solo, que es como prefiero estar. Tal vez dentro de unas semanas regreses victoriosa y me sonrías con desdén, como a ti te gusta. Como has hecho tantas veces hasta ahora. Sí, es posible; pero antes de rendirme, voy a intentarlo.
Una gota color perla nace de su lagrimal, discurre entre los pechos desnudos y muere en el interior de su ombligo.
—¿Quieres que me marche?
Ahora es ella la que tirita.
Vedijas de vaho anhelante brotan de sus labios de escarcha.
¡Qué perfidia la suya!
¡Qué belleza!
¡Qué delirio!
¡Rugiría por encima de los motores, los ermitaños, los náufragos y los ahorcados!
Maldigo las noches en vela que me ha regalado, a lo largo de mi patética existencia.
Con gusto aplastaría esos crueles sarcasmos contra el germen de sus besos.
Un glorioso estallido de placas de hielo.
...
Suelto el bolígrafo y sostengo su mano entre las mías.
—Por favor...

Y no hay rencor en mi susurro.

Juntaletras Clemens
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2013, 13:13:28 pm
Vocaciones


El olor de aquella habitación era el recuerdo más nítido que conservaba de su abuelo. Por muchos años que pasaran y vueltas que diera su vida, el olor a medicamento, a instrumental esterilizado, era aún más potente que su imagen en una fotografía. Pero aún se volvía más claro cuando todo ese aroma a hospital se confundía con la arena, con el puro, con el miedo, en cada tarde de toros.
En los días de descanso, para cualquier colega de profesión aquel hospital en miniatura no hubiera sido más que una sala de curas a la espera de recibir al primer inconsciente que se pasara de listo en cuanto se abrieran las taquillas. Nunca intentó hacerles cambiar de opinión. Mentira. Al principio de sus prácticas tuvo un par de encontronazos y pensó que no valía la pena. Pero a nadie le gusta que los de fuera opinen sobre lo que pasa en casa de uno y, para ella, aquel rincón raquítico chapado de blanco era más que eso. 
De las paredes aún colgaban los títulos de Medicina de quienes la precedieron en el árbol genealógico. Habían pasado más de 80 años desde que los Fernández Conde decidieron dedicar su vida a salvar las de los demás en ese extraño escenario que es el ruedo. Pero con su nacimiento y la fuga de sus hermanos varones al extranjero en busca del correspondiente certificado de idiomas, la familia pensó que había llegado el momento de ceder la hegemonía de la enfermería a nuevos talentos.
Ella, que había visto al toro desde la barrera y desde el tendido, desde el sol y la sombra, en tardes para el recuerdo y para el olvido, que recorrió el callejón sin aliento cada vez que las cuadrillas acercaban a hombros al diestro herido para acabar encontrándose siempre con el mismo cartel “Enfermería. No pasar”, entendió que debía poner al servicio de la familia taurina lo que su abuelo le dijo que era la vocación.
Debía de tener unos seis años, había perdido un par de dientes de leche y, por tanto, tenía más que dificultades para morder el bocadillo que le habían preparado en la cafetería unos minutos antes de que empezara el festejo. “Niña, que en los toros se merienda en la media parte, como en el fútbol”, le dijo Concha, la cocinera, pero el abuelo convenció a esa buena mujer de que la nieta no aguantaría hasta pasadas las seis y media de la tarde. “Como quiera, don Manuel, su niña es un animal de costumbres”, le espetó Concha, a medio camino entre la gracia y el reproche. El abuelo no tenía su día y decidió no discutir. Con un “gracias” se cerró la conversación.
En aquella época, a punto de llegar al metro y medio de estatura, Marta Fernández tenía pocos recuerdos fuera del coso. Su familia siempre había vivido en la casa construida a 10 metros de la plaza y sus amigos eran los chavales que se sacudieron la juventud con los revolcones de la inexperiencia, en interminables clases de toreo de salón. La niña manchó todos sus uniformes del colegio con arena del albero y cuando le preguntaban qué iba a ser de mayor dudaba entre torero o médico de toreros. En casa sabían que ninguna de las dos posibilidades se llevaría a término y educaron a la niña para que estudiara Derecho o Dirección de Empresas. Siempre podía aspirar a un despacho tranquilo en un barrio acomodado. Pero sólo uno de sus familiares, el abuelo médico, confió en su valor aquella tarde de marzo en que Marta andaba recogiendo las migas del bocadillo interminable de su trenca azul marino cuando el sonido del clarín rompió su ensimismamiento.

Habían pasado más de dos décadas, pero mientras se abotonaba la bata blanca heredada se acordó de aquella tarde, de aquel bocadillo y del frío del hormigón en la localidad de sombra desde la que vio el primer paseíllo de su vida. Pasó el índice sobre el bordado del bolsillo. Acarició las letras grabadas con hilo azul y volvió a sentirle muy cerca pese a que hacía tanto que estaban tan lejos. “M. F.”. Compartían iniciales, hasta en eso coincidían pensó recordando aquella tarde.
El abuelo ya no ejercía. Le dijo que había cedido “los trastos” a papá cuando se sentaron para disfrutar de un cartel que se presumía histórico. Era su primer día fuera de la enfermería y confió en que los seis morlacos perdonaran la vida a los espadas para que su hijo tuviera una tarde más que tranquila y, de paso, él también.
En el ecuador del espectáculo bajó a la enfermería y regresó al tendido después de comprobar que todo estaba controlado. No estaba disfrutando de las faenas, no porque no cumplieran las expectativas, sino porque mientras la niña no dejaba de preguntarle cómo se llamaba éste y el otro pase y si se podía quedar uno de los caballos, él sólo hacía que descontar el número de toros que todavía aguardaban su hora en los chiqueros. Aunque desconfiaba bastante de la voluntad de los de arriba, se encomendó en silencio al santoral al completo para que aquellos chavales envueltos en hilos de oro salieran airosos del cuerpo a cuerpo con el animal y así su hijo no tuviera que manchar de sangre su currículum, aún por estrenar, de cirujano de la enfermería de la plaza.
Uno menos, pensó mientras las mulas arrastraban al cuarto de la tarde entre los pitidos del tendido. Si es que aquellos toros ya no eran como los de antes. Estaba convencido de que les alteraban la sangre para hacerlos más dóciles, si se puede hablar de docilidad en estos casos. El tendido de sol coincidía con él, sus compañeros de sombra estaban entre la decepción y la indignación. “Al año que viene no renuevo el abono” se había convertido en un tópico que seguía sin cumplirse pese a que las ganaderías aportaban animales de vergüenza año tras año. Toros rajados, que iban de más a menos o que, sencillamente, no veían más salida que regresar a toriles en busca de una huida imposible. Y él, pese a que nada tenía que ver con la elección ganadera, se sentía responsable del fraude. Al fin y al cabo, aquella también era su casa.
Eso andaba diciéndole a la niña cuando salió el siguiente. “Mira Marta, ahí va el quinto de la tarde. Y no hay quinto malo”. “No hay quinto malo, abuelo? ¿Cómo lo sabes?”. Él, claro, no lo sabía, y le explicó a su nieta que se trataba de una frase hecha, un tópico de las plazas que relanza las expectativas cuando la tarde está a punto de llegar a su fin. Las palabras del abuelo siempre despertaban el interés de la niña y aquella no fue una excepción. Volvió a sentarse sobre las rodillas de don Manuel mientras éste se giraba a recibir las felicitaciones del vecino de la fila de atrás por su reciente jubilación. “Muchas gracias, hombre, ya tocaba”, respondió el abuelo, que hubiera dado cualquier cosa porque su primogénito hubiera optado por otra profesión.
Perdió la batalla desde bien pronto. Nadie mejor que él sabía que no todos estamos preparados para soportar la presión de la medicina. Como los toreros a los que él salvó de tantas embestidas, el médico también sufre entre la vida y la muerte del paciente, y en esa delgada línea roja hay quien sobrelleva mejor la adrenalina y quien, definitivamente, no puede. Su hijo entraba en el segundo grupo. Así se lo intentó explicar al afectado, a su mujer y a un entorno que no estuvo dispuesto a que desaprovechara la oportunidad de continuar con una saga de médicos que había reportado suculentas ganancias y una relevancia social a los Fernández Conde desde tiempos ya lejanos. No hubo manera. Se marchó a una universidad privada y regresó con el título bajo el brazo y ganas de demostrarle al padre que sí valía. Desde entonces le acompañó en la enfermería de la plaza, se convirtió en su sombra y allí se quedó, en la sombra, con la llegada de los pacientes porque apenas pasó de tomar la tensión y obligar a cuadrillas y apoderados a que aguardaran fuera al primer parte médico. El padre estaba convencido de que algún día podría demostrarles que llevaba la razón y que el de médico no es un empleo que escoger, sino que él te elige a ti. Lo dejó por imposible y esperó a que el tiempo, como él decía, pusiera las cosas en su sitio.
Seis años después dejó la enfermería en sus manos, se sentó en el tendido y vivió con su nieta la primera tarde de toros de ambos fuera del recinto sanitario. Pero el quinto de la tarde apuntaba maneras desde que saludó al respetable arrancando un trozo de burladero. Las astillas de madera cayeron sobre la arena con la misma rapidez que el médico jubilado presintió que algo malo estaba por venir. La puya siguió la liturgia, los picadores regresaron al patio de caballos y el torero se encontró con 600 kilos de furia. El capote se le enredó y el animal cumplió los peores pronósticos a la segunda verónica.
Los gritos se apoderaron del tendido y el abuelo apenas tuvo unos segundos para decidir si debía taparle los ojos a la niña o salir corriendo hacia la enfermería. No hizo falta. Marta, ya de pie, le estiró de la chaqueta y sin decir una palabra se encaminó hacia las escaleras. Estará a punto del colapso. En cuanto se quede con el chaval en la camilla le da algo. Mira que avisé a su madre. No está preparado, se lo dije, se lo dije a todos... Todo esto andaba pensando don Manuel en el trayecto que le separaba de la enfermería. Efectivamente, al nuevo doctor de la plaza le faltaba el color en la cara, idéntico al de la bata. Todavía no se había manchado ni los guantes de látex y la cuadrilla empezaba a perder la paciencia ante el espectáculo de la sangre sobre el suelo inmaculado. “Aparta papá. El abuelo y yo tenemos que ayudar a este señor”. Ni reaccionó. Como si fuera normal que una niña de seis años, apenas un metro de valor y la escasa trayectoria de la vida, dejaran en cuarentena todos sus títulos universitarios.
La cornada no fue nada y el torero salió de la enfermería por su propio pie gracias a una cura de lo más superficial. La niña vio cumplido su sueño infantil al sujetar una bolsa de suero y con el herido ya recuperado le dijo a su abuelo que le había encantado “jugar a los médicos”. “No has jugado hija, le has salvado la vida”. “¿Al señor, abuelo?”. Y el abuelo ninguneó con la cabeza y abrazó al hijo que acababa de tirar a la basura la bata, los guantes de látex inmaculados y un sueño a contracorriente. 

Carmen Rivera
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2013, 21:03:45 pm
YO ESTUVE ALLÍ


Para ese día tenía programado un viaje desde hacía ya varias semanas y no podía echarme atrás. Estaba esperando esa fecha como un niño espera el día de Reyes Magos.
Así es que la tarde anterior al viaje preparé mis maletas y me fui a sacar los billetes.
Al día siguiente, muy temprano, tomé el tren que me llevaría hasta Atocha. Accedí a mi vagón y me senté en mi plaza. Tras unos segundos, el tren comenzó a andar. Pocos minutos después pude ver, a través de la ventana, que las calles de mi pueblo me iban diciendo adiós, hasta luego, vuelve pronto y una pequeña lágrima salió de mi ojo derecho como queriendo decir que el destino es caprichoso y, quizá, ese día fuera el último que veía las calles de mi pueblo.
No quise darle más importancia a aquel pensamiento estúpido y me acomodé en mi plaza lo mejor que puede para echar un sueñecito hasta llegar a mi destino. Cuando iba cogiendo el sueño una voz salió de los altavoces del tren:
-Señoras y señores pasajeros, estamos llegando a Ciudad Real. Les rogamos que no abandonen su asiento hasta que el tren esté totalmente inmovilizado. Muchas gracias por utilizar Ave RENFE.
-Vaya, -pensé-, ahora que iba cogiendo el sueño.
Pero me volví a colocar hecho un cuatro y me volví a dormir. Es curioso, ahora que lo pienso, pero los humanos tendemos a tomar la postura que alguna vez tuvimos en el vientre materno, es decir, a estar en postura fetal.
Allí estaba yo, en el asiento 14c del coche 2, clase turista, de un tren de alta velocidad, viajando hasta Madrid, más dormido que un lirón en tiempo invernal. Y el viaje, que apenas sobrepasaba los diez minutos de la hora, se me hizo cortísimo. Claro, si estaba dormido… ¿no te jode? Se me pasó en un suspiro.
La misma voz que se escuchó en el tren llegando a Ciudad Real se volvió a oír por los altavoces:
-Señoras y señores pasajeros, dentro de unos minutos llegaremos a Madrid. Les rogamos que no olviden en el tren ningún objeto personal. Les rogamos que no abandonen su asiento hasta que el tren esté totalmente inmovilizado. Muchas gracias por utilizar Ave RENFE.
Y, en efecto, a los pocos minutos el tren detuvo su marcha.
Pero, apenas nos habíamos levantado del asiento, todos los pasajeros escuchamos una detonación muy fuerte, como si dos trenes hubieran chocado entre sí o alguno de ellos se hubiese salido de la vía o eso, al menos, es lo yo pensé en un primer momento, pero no, no fue eso. En cuestión de segundos, o minutos, no sabría concretarlo tal era mi estado (y el del resto de pasajeros), volvió a sonar otra detonación. Y pude ver, a través de la ventana (por la misma por la que mi pueblo me decía adiós hacía algo más de una hora) humo, mucho humo. Un humo que impedía ver a la gente salir corriendo, gritando, atropellándose los unos con los otros.
- ¡Dios mío! ¿Qué había pasado? ¿Qué es lo que era aquello?
De repente unos agentes de la Guardia Civil entraron en el vagón gritándonos que nos bajáramos cuanto antes, que mantuviéramos la calma pero que no nos demoráramos en bajar. Habían estallado varias bombas en diferentes estaciones de Madrid y había que ir saliendo de allí, había que apartarse del peligro.
Fuimos bajando como pudimos, con lo que nuestra propia intranquilidad nos iba dejando, pero lo hicimos atropelladamente. Recuerdo que descendí del vagón y el olor a dinamita era insoportable. Había un ambiente enrarecido por el humo. Olía a dinamita, a sangre, a miedo, a muerte…
Todo el mundo nos preguntábamos qué era aquello. Que quien había podido hacer una cosa así. La Guardia Civil y la Policía nos iban guiando hacia la salida y conforme íbamos saliendo pude ver varios vagones hechos añicos, hechos un amasijo de hierro. ¡Dios mío! ¿Cuánta gente había allí adentro? ¿Estaban todos muertos? Pensé que sí. Pensé que, viendo el amasijo de hierro, no podía haber ningún superviviente. De haberlo, sería un milagro. Pero un milagro.
A lo lejos, se oían las sirenas. No sé si de bomberos, policía o ambulancias, pero serían de todos, porque aquello era increíble. Aquello no podía estar ocurriendo, a no ser que fuera alguna película que estuviesen allí rodando los americanos. No podía ser cierto todo aquello, me repetía a mi mismo.
Recuerdo que me escabullí de mi grupo. No podía estarme allí, quieto, sin saber qué hacer pues podría ser útil en cualquier otro lado de Atocha. Mi condición de médico cirujano hizo que buscara alguna explicación para prestar mi ayuda. Ser útil de alguna forma. Me acerqué al primer agente de la autoridad que encontré a mi paso y le pregunté qué era aquello, que me diese alguna explicación.
-¿Dónde va? Márchese de aquí -me contestó.- Intente no estorbar mucho y deje paso libre para las ambulancias y cuerpos de seguridad. Esto es un atentado terrorista y nos va a hacer falta despejar todo esto.
-Soy médico… -contesté.- Acabo de llegar en uno de esos trenes. Creo que puedo ayudar…
-Bien, en ese caso, quédese aquí conmigo pues nos hará falta.
Le pregunté al agente todo lo que se me iba ocurriendo y me fue dando explicaciones. Me dijo que aquello llegó muy lejos. Hubo explosiones en el Pozo del Tío Raimundo y la estación de Santa Eugenia.
- ¡Madre mía! ¿Quién podría haber hecho esa masacre? ¿ETA quizá? No, no lo creo. Aquello era demasiado fuerte para ETA. En cualquier caso, de ser la banda terrorista, se le había escapado de las manos. Además no era su estilo…
ETA era más del tiro en la nuca o explosivos en cualquier coche. Aquello resultaba demasiado grande, no sé…
Por el walkie del guardia, escuchamos que hacían falta médicos en la calle.
El agente me condujo hasta una especie de hospital de campiña que habían levantado a modo de botiquín de primeros auxilios y entré. El paisaje era desolador. Los que mejor estaban eran los muertos pero los heridos… era terrible. No le deseo a nadie, ni a mi peor enemigo si es que lo tuviera, que viviera en sus propias carnes una imagen de semejante jaez.
Un médico (supuse que tenía este rango porque vestía bata blanca) me preguntó qué sabía hacer.
-Soy médico… ¿En qué puedo ayudar?
-Bien, en ese caso, ponte con estos heridos. Son los más graves, a ver qué podemos hacer –me contestó.
Llegué hasta el que encontré más cerca de mí y empecé a curarle las heridas. En un momento dado, el herido (tenía las pintas de ser hombre aunque no podía asegurarlo pues tenía quemado todo el cuerpo) me agarró del brazo con una fuerza tal que pensé que me lo iba a romper y me dijo con apenas un hilo de voz:
-Mis hijos… iban conmigo… ¿Dónde están?
Se me quedó mirando fijamente a los ojos y, sin darme tiempo para contestarle, murió entre mis manos. Un sentimiento de impotencia y de pena me inundó los ojos que empezaron a lloriquear.
-***** –dije enjugándome las lágrimas- empezamos bien. El primero se me muere.
Grité para que entraran los de la funeraria a retirar el cadáver y seguí con mi trabajo…
Estuve, así, todo el día… intentado salvar a aquellos heridos, pero todos se me iban muriendo entre las manos. Lo único que conseguia, si es que eso puede calificarse como éxito, era mantener las constantes vitales de tan solo unos pocos. El resto se me fue muriendo conforme intentaba salvar sus vidas.
Cuando tuve un rato, que fue por la noche y tras varias llamadas perdidas a mi móvil que no puede atender por estar intentado salvar a las víctimas, pude llamar a casa para decir que estaba bien. Que no había sufrido ni tan solo una herida y que me había pasado todo el día intentado curar aquellos enfermos…
… ahora, siete años después, es cuando más vueltas le doy a todo aquello. No pienso en que pude ser yo alguno de esos heridos o alguno de esos muertos. Simplemente porque, tarde o temprano, la muerte nos tiene que llegar a todos. Solo pienso en aquellos heridos… en aquellos muertos.
Recuerdo aquellas heridas, aquellas miradas de terror, de pánico, de miedo… Pude ver en los ojos de aquellas personas el miedo, la impotencia, la rabia…, ese pánico indescriptible que no se puede contar con palabras… que solo se puede expresar con gestos de dolor…
Todos esos sentimientos… todos esos miedos… toda esa impotencia tiene cara… tienen rostro… tienen ojos… tienen cuerpo… expresión facial… pude ver todo eso en la cara de aquellos heridos, entre los cuales pude estar yo. Me libré por cuestión de tiempo… por unos pocos minutos… por unas décimas de segundo…
Pude ver todo esto que cuento, porque lo demás ya lo sabemos… 192 muertos… 1.000 y pico heridos. ¿¿…manifestaciones…?? Muchas manifestaciones… quizá demasiadas… mucha pancarta: “Todos íbamos en ese tren”. Yo no iba en ese tren, ni los de la pancarta tampoco, pero sí que estuve allí…. muy cerca… quizá demasiado cerca…
Porque si hubiéramos ido nosotros en ese o esos trenes, ahora estaríamos muertos o heridos y seríamos nosotros los que tendríamos la expresión del miedo en el cuerpo, en la mirada, en la cara.
Y no solo el miedo sino también la rabia, la impotencia, la muerte… y eso nunca se olvida.
Ahora, cuando han pasado ya siete años, sigo teniendo pesadillas. Sigo viendo esas miradas, sigo escuchando aquella frase:
-Mis hijos iban conmigo… ¿Dónde están?
Un médico psiquiatra, amigo mío, que trabaja en mi mismo hospital, me tiene bajo tratamiento desde entonces porque no paro de repetirme:
-Yo estuve allí. Yo estuve allí.

______________
A la memoria de las víctimas del 11 de marzo del 2.004

Melitón González Crespo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2013, 21:10:35 pm
VIVO Y RESPIRO AQUÍ


Vivo y respiro aquí es un elocuente argumento sobre la propia vida de las personas, de esta forma todos vivimos y por lo tanto respiramos, de este modo la vida de las personas se compone de muchas cosas algunas buenas otras no tan buenas, de este modo la vida nos precipita a la propia realidad la cual a veces nos agrada, la realidad de la vida juega con nosotros ya que a veces nos engaña otras veces no, la propia vida de las personas esta llena de sensaciones o de misterios que muchas veces se revelan como enigmas que son nada mas, de este modo la vida de las personas muchas veces es rica esta llena de regalos o de posesiones o de esencias que tenemos las propias personas, es de este modo que la vida de las personas por lo tanto nos conduce sin duda a la realidad o a la verdad, muchas veces la verdad es de dificultad de entender pero siempre que afrontamos la verdad en toda su magnitud nos sentimos mejor, es la verdad un contenido de la propia vida en la cual estamos y es de este modo que la verdad siempre se toma su tiempo, es por ello que la verdad es verdadera la verdad por lo tanto nos limite o nos conduce a horizontes transparentes donde lo podemos ver todo con detenimiento, es por ello que la verdad es siempre a veces de difícil entender otras veces no, la verdad es lo que buscamos en nuestro paso en la vida, la verdad por lo tanto nos desvela los enigmas o los secretos y es de este modo que la propia verdad ambiciona mucho, la ambicion y otras sensaciones se conjugan con la verdad, es la verdad nuestro limite en la vida, los limites nos conducen a la felicidad, los limites nos conducen por trayectorias o caminos inocentes en medio de los cuales estamos y podemos de este modo afrontarla, la verdad debe ser nuestro fin para poder asi encontrar los fundamentos de la propia vida, es de este modo que lo que nos revela la verdad es un conjunto de sensaciones o experiencias o caracteristicas con las cuales vamos a movernos, de este modo la verdad es el fin que debemos buscar en nuestro paso por la vida, de este modo la verdad es el principal contenido al cual podemos evocar o el cual debemos buscar con todas nuestras fuerzas y de manera continua, de este modo los limites de la propia vida nos acercan a lo maximo, son los limites de la propia vida lo que nos debe interesar, son los limites lo que debemos buscar con todo tipo de fuerza, de alguna forma son los limites del contenido de la vida lo que nos va a salvar, cuando conocemos los limites de algo lo podemos superar de este modo, cuando conocemos los limites o los argumentos o contenidos de algo vamos a movernos con libertad y de este modo vamos a asimilar todo mejor, de alguna forma los limites de algo juega un papel principal los limites son lo que nos van a decir todo, son los limites de algo lo que nos puede convencer lo que puede hacer que nuestro esfuerzo sea premiado lo que puede hacer que nuestro esfuerzo tenga sus recompensas, de este modo cuando conocemos los limites de algo ya no vamos a dudas vamos a encontrar las respuestas que nos lo digan todo, y cuando lo sabemos todo podemos adoptar decisiones que muchas veces solucionan cualquier problema, los limites y su contenido por lo tanto nos puede hacer adoptar todo tipo de decisiones que van a hacer de alguna forma nuestra vida mejor, el camino que vamos a seguir en la vida con los limites que ponemos o que nos ponen nos van a crear un ambiente nuevo, de esta forma son los limites que trazamos lo que nos va a acompañar, son los limites que trazamos lo que nos va a descubrir todos los secretos para que de este modo sepamos lo que tenemos que hacer, las soluciones a los problemas las podemos encontrar de esta forma, las soluciones a los problemas llegan y de que forma al descubrir esto, las soluciones a los problemas nos van a decir todo para que de este modo despertemos a la realidad despertemos al inicio, de esta forma los limites estan bien delimitados y cuando los sabemos descubrir podemos encontrar el lugar en el que movernos en el mundo, es de este modo que la verdad es lo que nos debe interesar, es de este modo que la verdad nos va a decir lo que nos esconde la maldad, la bondad y la maldad existen en nuestro mundo y es lo que da mas juego, es de este modo que el mundo en el que vivimos esta perfectamente construido de alguna forma la bondad y la maldad se mezclan y forman un conjunto a descubrir, las dos fuerzas la bondad y la maldad pueden hacer de nuestro mundo un lugar en el que vivir felizmente, vivo y respiro aquí es mi llegada a este mundo y lo que yo hago en el, vivo y respiro aquí descubre todos los enigmas que estan cerca de mi y que hacen que mi vida se limite, de alguna forma vivo y respiro aquí es el siguiente proceso que voy a seguir para poder alcanzar de alguna forma la verdad y todos los secretos que debo descubrir para poder asi triunfar en la vida, de alguna forma mi paso por la vida se une a estas consignas se une a estos argumentos o a estos principios para de esta forma estar siempre viendo lo que interesa estar siempre cerca de la verdad y del camino que debo seguir a traves de ella, de esta forma vivo y respiro aquí puede alcanzar la gloria puede alcanzar desde el principio los verdaderos fundamentos que van a hacer de mi paso por la realidad un incipiente concurrir de principios o verdades que de esta forma van a descubrir todos los secretos y pueden hacer que mi vida crezca o mi vida sea decidir lo mejor, de esta forma mi paso por la vida crea de alguna forma un sinfín de notas de interes que de esta forma pueden llegar a realizar el milagro, de alguna forma los milagros existen y caen como del cielo, los milagros por lo tanto estan ahí y descubrirlos es lo que toca, son los milagros por lo tanto el principio y fin son los milagros lo que nos lleva a los limites de algo, son los milagros por lo tanto lo que crece de manera continua y lo que termina en descubrir la verdad, los milagros por lo tanto existen y cuando llegan superan la realidad hacen de la realidad algo bueno, son los milagros por lo tanto lo que queremos descubrir para de alguna forma forman un escudo protector, de alguna forma son los milagros el camino que se va a abrir hacia la verdad y que puede de alguna forma encontrar los contenidos idoneos, son los milagros por lo tanto lo que va a llegar del cielo para que nosotros en la tierra lo disfrutemos, son los milagros la solucion, cuando empiezan a llegar los milagros podemos darnos por satisfechos, cuando empiezan a llegar los milagros salvamos el mundo, el milagro tiene algo divino, el milagro tiene a la verdad detrás, el milagro tiene un sentido ejemplar, el milagro tiene un fin conseguido de alguna forma es el milagro el principal servicio de la verdad, es el milagro por lo tanto lo que debemos trabajar, por medio de los milagros encontramos los fundamentos principales, por medio de los milagros vamos a llenarnos de atracción o de sabiduría, por medio de los milagros podemos de alguna forma acertar o afrontar la verdad de manera ejemplar, por medio de los milagros nos limitamos asentimos o hallamos la principal idea, son los milagros por lo tanto el contenido sobre el cual gira todo, son los milagros por lo tanto el principal aliciente que vamos a encontrar en la lucha principal, es el milagro el camino que se abre para de esta forma funcionar mejor, es el milagro el principal carril el cual debemos cruzar es el principal fundamento, es el milagro lo que nos va a acercar a lo principal a la verdad que es la que nos va a salvar, son los milagros estrellas mismas que caen del cielo, son los milagros por lo tanto lo que nos hace funcionar, lo que nos hace ver que todo se rige o se soluciona, son los milagros por lo tanto lo que mueve nuestra sociedad, son los milagros y la verdad lo que hay que buscar y despues moverse en los limites para poder asi entrar en el cielo, de alguna forma vivo y respiro aquí juega con esto y lo deja para que cuando trabajemos cerca podamos de alguna forma hallar la salida, vivo y respiro aquí nos une a un mundo que esta mermado a un mundo que afronta la realidad como puede, de alguna forma en el mundo hay muchos problemas que debemos solucionar, los milagros ayudan y pueden ser la solucion, los milagros por lo tanto hacen posible cualquier examen hacen posible cualquier problema llegue a su solucion, los milagros son perlas del cielo que pueden hacer de este modo que todo se solucione, son los milagros cuando llegan empiezan a caer de forma continua y pueden hacer de nuestro mundo un vergel pueden hacer de nuestro mundo un oasis un paraíso, el mundo tal y como lo vemos tiene muchos problemas que unos y otros tratan de solucionar, por medio de los milagros podemos solucionarnos solo se necesita trabajo e interes, de alguna forma los milagros pueden acabar con los problemas con todos los problemas y pueden hacer asi la realidad mas feliz, de alguna forma los milagros pueden iniciarse y se van a desarrollar de manera amplia, son los milagros lo que tienen la clave el cerrojo de la salida de la solucion, de esta forma la vida en el planeta tierra es lo mas fascinante y hermoso y podemos conseguir el paraíso para nuestro mundo de esta forma, de alguna forma el milagro aparece y cuando aparece no deja de suceder, son los milagros los que se ocultan por la maldad, son los milagros no siempre vivienda en nuestro mundo, de alguna forma los milagros por lo tanto hacen posible que nuestro mundo llegue de esta forma al contenido principal, de alguna forma los milagros nos llevan de esta forma a conseguir que nuestro mundo alcance el principal fundamento, son los milagros por lo tanto lo que nos puede llevar de alguna forma a un paraíso que esta preparado para nosotros, a un paraíso que de alguna forma puede hacer que por medio de los milagros lo descubramos, es de este modo que los milagros tal y como aparecen se pueden extender y hacerse o llegar a encontrar la solucion principal, de este modo es que los milagros cuando llegan no dejan de caer, de este modo los milagros pueden hacer un bien de gran tamaño a nuestra sociedad y por lo tanto al mundo, son los milagros por lo tanto todo lo que hace posible de este modo que nuestro mundo alcance sus limites y se eleve o alcance el fundamento principal la vision, es de este modo que el milagro o los milagros son la clave pueden tener la solucion a cualquier problema, es de este modo que el milagro cuando llega no deja de caer y podemos con este vergel llegar a un paraíso energico a un paraíso donde todo lo fundamental podamos vivirlo de manera sorprendente de manera significativa o  real, vivo y respiro aquí es la llegada hacia un mundo perfecto que podemos construir cada dia por medio de los milagros.

CUARCITA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2013, 21:15:13 pm
Don Segundo


   
   Encontramos la estancia no sin dificultad. Por alguna insondable razón cada vez que alguien me dice Pilar tomo  el camino a Escobar. Después de retomar la ruta, atravesamos una niebla paralizante. No veíamos más allá del parabrisas. Si nos quedábamos era peligroso, si continuábamos también. De pronto la niebla se disipó y apareció como en un encantamiento el casco de la estancia. Mis hijas y Sirvia lo tomaron como una buena señal,  como el augurio de un buen día de campo. 
   Ni bien llegamos, ni bien pasamos la tranquera, avistamos un tractor  que parecía una reliquia original, una miniatura sacada de contexto. Tenía un cartel que explicaba su utilización primera en el país. Inmediatamente después, y mientras seguíamos admirando ese juguete de campo, apareció la imagen cordial de Don Segundo. Indumentaria gauchesca, cara redonda y rojiza,  hombre de a caballo. Todo en él era una enorme sonrisa reluciente. Los reflejos de un sol generoso en su facón de plata y en su cinturón urdido con monedas de distintas devaluaciones, encandilaron a Sirvia y a mis hijas. Parecía la reencarnación del gaucho Martín.  Don Segundo nos atendió amablemente, nos preguntó nuestros nombres -que durante el transcurso de la jornada no pudo memorizar jamás- y nos señaló un almacén de ramos generales antiquísimo pero bien mantenido donde en instantes nos iban a convidar jugos, vinos y empanadas caseras. Don Segundo seguía recepcionando turistas con un don de gentes insoslayable. Cuando entramos al almacén nos encontramos con tres contingentes perfectamente diferenciados. Unos diez alemanes  vestidos  con transportador y compás, otros tantos japoneses igual de disciplinados pero con varias cámaras fotográficas y filmadoras adheridas a su cuerpo y finalmente un grupo más pequeño de nacionalidades diversas. Nos acercamos al grupo residual. Éramos los únicos argentinos que pagamos para que nos muestren y expliquen el porque del verde intenso de nuestro pasto. A los diez minutos entró Don Segundo con una bandeja gigante humeando empanadas que al contacto con los dientes estallaban con un jugo sabroso que los japogermanos trataban de contener uniendo sus manos como en una plegaria, y que de ninguna manera podían evitar chorrearse la ropa. Mientras tanto, Don Segundo mantenía su sonrisa y la fuente en alto y como un guía experto nos recomendaba algunos artículos de talabartería que estaban prolijamente expuestos en unas vitrinas contra la pared.
   -Aquí se estableció el primer almacén de ramos generales de la República -sentenció Don Segundo,  con el orgullo del que conoce su acervo-. Me pareció una afirmación muy grande... Me hubiera gustado leer una placa que diera testimonio de su comentario, algún sustento histórico que lo pudiera documentar.
   -Y  mucho antes -seguía Don Segundo- aquí durmieron los primeros dueños de estas tierras que inclusive lucharon contra los indígenas. La cara de los japogermanos era seria como si se les estuviera descubriendo una verdad milenaria, como si delante de ellos contemplaran las ruinas de la Atlántida sumergida. Asentían con respeto, se sentían delicadas exclamaciones de asombro. Yo seguía comiendo empanadas, como cuando Homero Simpson devora hamburguesas frente al televisor.
   De pronto Don Segundo se puso serio, se hizo un silencio tajante y recitò:
   Aquí me pongo a cantar
            Al compás de la viguela
            Que al hombre que lo desvela
            Con el cantar se consuela...
            Como el ave solitaria
   Pegó un alarido terrible y lanzo su sapucay potente, sonoro, enorme e interminable, como si se le hubiese caído encima el   tractor que nos deslumbró a la entrada del establecimiento. La ovación fue unánime. Los extranjeros no podían priorizar entre aplaudir y fotografiar, hubieran querido atrapar el grito de Don Segundo si fuera posible. Miré a Sirvia que distendida y feliz alentaba a mis hijas a aplaudir. Intenté sugerirle que a la estrofa de Don Segundo le faltaba algo, pero ni siquiera me escuchó en medio de tanta euforia.
   El gaucho anfitrión con un gesto amable nos señaló una pista donde se iba a realizar una carrera de sortijas. Con su amplio brazo y su poncho continuador de su brazo amigo,  nos indicò unos listones de madera que hacían de graderías. Mis hijas se empujaron disputándose una ubicación de privilegio y ahí no más Don Segundo les mando:
   Las hermanas sean unidas
   Esa es la ley primera
   Porque es el deseo de su madre
   que sean buenas compañeras
   Su  nuevo sapucay nos abrazó seguido de otra ovación generalizada, mientras las cámaras filmadoras cada vez más hambrientas, no dejaban escapar el rostro de aquel gaucho genuino, que en la mitología de los extranjeros descendía directamente del Viejo Vizcacha y entreveros maulas. Pensé que esta vez tampoco había acertado la estrofa pero la combinación fue original. Los japogermanos pedían mas y Don Segundo no se hacia rogar.
   La carrera de sortijas fue palpitante. Los jinetes con la adarga reducida en el aire parecían caballeros andantes impactando molinos pampeanos.
   A la hora paseábamos por el establecimiento que elaboraba leche de cabra. Don Segundo mandaba
    Con la guitarra en la mano
             Ni las moscas se me arriman
             Hago gemir a mi prima
             Y  sonrojar a  tía  Eleonora
   A esta altura los visitantes pedían autógrafos. Se agolpaban y Don Segundo se prestaba para sacarse fotos con los japoneses y ofrecerse con la misma predisposición a los alemanes.
   Alrededor de la una de la tarde nos indicaron el comedor. Era una fiesta de luz y sol. Lo que diez años atrás fue caballeriza de más de quince animales, juntadero de bosta y mezcladero de aserrín y alfalfa, había sido reciclado con un estilo rústico pero confortable donde se levantaban quince mesas largas de madera. En el centro del restaurante-caballeriza estaba preparado un escenario donde Don Segundo  iba presentando distintos espectáculos folclóricos. Tomamos un buen vino de la estancia; comimos hasta la desesperación y no distinguíamos si el yudoca que manipulaba las boleadoras al mismo tiempo cantaba; o si el guitarrista que lo acompañaba era ventrílocuo. En cada intermedio Don Segundo mandaba:
   Cantando me he de morir,
   Cantando me han de enterrar,
   Y cantando he de llegar
            A  tomarme todo el de vino
   como dijo un viejo amigo
   no paremos de chupar
           Quién eeeeeeeeh, se ha tomado todo el vino oooooo hhhh!
   Y movía su mano como la Mona Giménez.   
   Ahora si, me acerqué a Sirvia y le dije que  Don Segundo estaba completamente limado; que tenia una lucidez de pabellón psiquiátrico. Sirvia me lanzo la mirada breve. Me arrepentí...
   -Te das cuenta, Adrián ?! Te das cuenta?. Estamos pasando un buen momento, es un día hermoso, por una vez en la vida tus hijas  están tranquilas y vos te preocupas si pega o no pega lo que dice el gaucho...?
Después de almorzar y para bajar algo  la ingesta, nos llevaron al museo de la estancia donde nos explicaban el origen uso y  justificación de cada instrumento de labranza que perdido y oxidado en el tiempo al dueño se le ocurrió  reacondicionar y exhibirlos uno al lado del otro. Fue el momento que más me costó sobrellevar porque a mí ya clásica digestión de rumiante se le sumó la fermentación  del alcohol.
   Alrededor de las tres de la tarde nos invitaron a un paseo en carruajes antiguos, tractores y caballos. Cuando mis hijas se acercaron para una cabalgata, los varones las miraron con  desdén. Mis dos indias montaron en pelo y se perdieron en los límites de la estancia. Yo opté por el paseo en tractor y aferrado a un tablón de madera como un náufrago, oscilaba  entre el pánico a caerme y el vómito inminente. Sirvia fotografiaba.
   A las 16 organizaron un partido de polo y lo que más me impresionó fue ver a todos los caballos desaforados corriendo hacia mi lado  cuando la pelota era disputada en  esa dirección. Los gritos del gaucho Capitán parecían los de Mel Gibson cuando en “Corazón Valiente” arengaba a los escoceses a resistir.
   A las 19 el sol fichaba su retirada, cuando un gallo trasnochado intentó un  canto afónico. Don Segundo retrucó  de inmediato
   Entonces cuando el crepúsculo
   Brillaba en el cielo santo
   Y los gallos con su canto
   Nos decían que el día se iba
   Me cebaba mate mi china
   Que era un verdadero encanto
   Paulatinamente los contingentes se despedían. Don Segundo descansaba a un costado pitando un Parliament. No pude evitar la pregunta. Le dije muy bajo:
   -Disculpame Don Segundo, me parece a mí o algunos versos no coinciden con el Martín Fierro?
   -Shhhhhhh!
   Se llevò el índice entre los labios como la antigua enfermera de la Cruz Roja Internacional.
   -Calláte hermano, no abras la boca! Calláte!
   -Quedate tranquilo Don Segundo, no voy a decir nada... es sólo una inquietud.
   El Gaucho confesó:
   -Me llamo Washington Sarlanga, soy uruguayo y vivo  de la organización de eventos. Ahora nomás me cambio de ropa y me voy al Centro Asturiano,  porque tengo que animar una paella.
   Mientras nos íbamos de la estancia y mis hijas seguían alabando el día de campo, alcancé a ver por el espejo retrovisor a Don Segundo, vestido en forma convencional. Con paso lento llevaba al hombro un bolso minúsculo, mientras se dirigía por el camino de tierra hasta la parada  de “La Lujanera". Me pareció verle mover los labios; me pareció  que gesticulaba con sus brazos como si tuviera castañuelas entre sus pulgares; me pareció también escuchar como un susurro…
   -Me porté como quien soy-
    Como un gitano legítimo.
   Y no quise enamorarme
   porque teniendo marido
   me dijo que era mozuela
   cuando la llevaba al río…

Nairda
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2013, 21:17:56 pm
PARADOJA


La rivalidad entre las mellizas se arrastraba a un final de siglo que en su adiós se llevó a la madre y las hizo crecer en una competencia tan grande que hoy subiría el marcador de cualquier sismógrafo. Poseer el lugar privilegiado en el amor paternal catalizaba agresiones de tal dimensión que se montaban en el carro del pecado.
-La bendición, papito (solicitaba Clotilde con  ostentosa genuflexión mientras presentaba la frente para el ansiado beso, al mismo tiempo que el brazo impedía el avance de la hermana).
-También para mí, padre (reclamaba Romea intentando correr a la rival del centro de la escena).
-No se empujen, mis niñas. Las dos tienen mi amor por igual. Bendecirlas es un placer. Ojalá Dios me permita hacerlo por muchos años (y terminaba tocando la frente de ambas con las dos manos al unísono para evitar berrinches).
Ese cotidiano argumento –más allá de calmar- la aversión entre ellas- les generaba los desencuentros de la Torre de Babel- era el de Don Nicanor Juncal,  dueño del poblado portador del apellido y quien se consoló pensando  -hasta el día de su muerte- que  el correr del tiempo disiparía los sentimientos hostiles de las chiquillas mimadas en exceso. Se equivocó.
Muerto el padre, las Juncal crearon fortalezas de silencios que sólo derribaban los sábados, a la hora del crepúsculo, para guerrearse tras el pretexto de jugar a la canasta. Ocasión propicia para el lanzamiento de dardos emocionales, acompañando a la malicia con canapés del mejor jamón serrano y pastelitos crujientes por el dorado del aceite de oliva. Pese a la exquisitez  la inquina no daba tregua y les acentuaba su sabor en el alma.
Todos los lados miserables quedaban expuestos en ese duelo sabatino. Entre canastas puras e impuras afilaban las lenguas para herirse cuanto podían con  reproches. Y por cierto que tenían de sobra. La envidia, el recelo –o los dos- les habían ocupado demasiado lugar en el corazón y las dos se esmeraban en refregarle a la otra cada una de sus estrecheces emocionales. Ni siquiera intentaban disimular lo que jamás podrían. Un gozo perverso hacía catarsis en ello.
Si en el juego maquiavélico Clotilde cortaba, la otra sacaba a relucir el corte obligado de su noviazgo ante la seducción fraterna. Si Romea salvaba los tres rojos, la otra le recordaba que su ganado se había salvado porque ella le había permitido  beber de su manantial. Y así transcurrían largas horas, dando al repartijo de naipes el mensaje nada oculto ante el cual la otra se retorcía en el encono
Pese a todo, jamás habían pensado en mudarse. Necesitaban de la contigüidad para seguir con ese espadeo verbal que les daba identidad; envuelto en solemnidad pero nunca distante. Cada expresión dañina asestaba en el amor propio de la destinataria y no llegaba a suavizarse con el licor de huevo casero, por cuyo oro también competían: el gesto al beberlo decía que el preparado por ella para ese tarde superaba  al de la hermana.
Todo el pueblo conocía esa enfermiza relación contagiando a los habitantes, haciéndolos tomar partido al jurar vasallaje a alguna de las dos. Sesenta y tantos años de lucha intestina habían horadado a las familias, las que esperaban con ansias la batalla canastera para felicitar o insultar –en absoluto silencio- a la triunfadora.
Tanto era así que ese día y a esa hora se paralizaba la aldea rural para dar apoyo desde la distancia a la contingente favorita y de quien, por supuesto, dependía el salario. Si la que ganaba señoreaba las tierras donde trabajaban, esa semana tendrían una pequeña recompensa monetaria; razón por la cual  la santería, manifestada a puras velas, desataba el poder en favor de una u otra.
 Por cierto que también hacía de esos pobladores los mejores pagados de los alrededores. Años de canasta despiadada significaron buenos ingresos extras. De las zonas vecinas querían ir a trabajar allí pero a ningún ajeno recibían con bienvenidas. Ese encuentro avieso ponía en los moradores una cucarda de orgullo y mala vecindad.
Pero algo cambió y desencadenó los hechos incomprensibles de aquel atardecer sabatino. Romea estaba siendo carcomida por células cancerígenas que hacían metástasis en Clotilde. La verdad era que ninguna de las dos entendía su existencia sin echar leña ardiente sobre la culpa de la otra y en ese mosaico odioso la muerte de alguna ni se consideraba una opción.
-Yo empiezo (se apuró a decir Romea, enfureciendo a la hermana quien se mordía hasta las venas para no perder la mentirosa compostura).
-Siempre quisiste ser la primera en cualquier cosa. (El comentario quedó sin aparente recepción).
-Once para cada una y veintidós para el pozo.
-Hablando de eso, Romeíta, acordáte que compartimos el pozo de agua, no tenés por qué gastarla toda en tu ganado, para eso está el riacho. Mi sembradío también la necesita cuando las acequias están un tanto secas.
Romea se llamó a mudez y con aire indiferente miró su mano de naipes con poco comodines y ningún tres negro. Se le haría difícil evitar la ventaja de la melliza; suponiendo la derrota el disgusto habló en su cara mientras la de Clotilde se convertía en un parque de diversiones.
Empezó la partida. La aventajada acomodaba los juegos con gesticulación excesiva, en tanto la desafortunada masticaba bronca. Cada carta desechada hacía del pozo un botín deseado. Apenas Clotilde juntó los cincuenta puntos se adueñó de él.
-Te lo robás con el mismo desparpajo con que me robaste el tanque australiano de la parte sur.
Disfrutó de la ácida expresión recibida haciéndole recordar el fallo de la ley a su favor y la descalificó sorbiendo del licor, cuyo alcohol escondía la pena.
-Dejo el cuatro. A ver qué podés hacer con eso.
Romea, juntando aire, robó del mazo y sintió que el azar le daba una revancha.
-Un tres negro. ¡Tapa! Sigo jugando yo. (Y bebió el sarcasmo destilado en la pequeña copa)
Clotilde, callada, la dejó  imaginarse victoriosa. Ya le bajaría los humos con una jugada magistral.
-Cambió mi suerte, Clotildita, otro tres negro. ¡Tapa de nuevo! Te vas a comer todo ese montón de puntos.
-Estás de maravillas impidiéndome jugar –acotó Clotilde-. Pero se te acabará al descubrir mi estrategia. ¿No te diste cuenta que bajé poco para que creyeras justo lo que estás diciendo? Mirá: ahora levanto dos cartas y bajo mi  juego armado. (Lo sentenciado fue un hecho). Ahí van: una canasta pura, dos impuras; salvo los tres rojos y corto.
En ese momento Romea derrumbó sus defensas.
-Siempre la suerte te acompañó. Ganaste, sí, ganaste. La vida me pasó  por arriba y tanta inquina hizo crecer en mí  a un asesino. No fuiste vos sino yo mi propia enemiga.
Clotilde entendió el exabrupto emotivo, ese postergado por tantas décadas. La dejó hablar porque sus propios pensamientos se manifestaban a través de ella. Romea no guardó nada para sí. Maldijo al resentimiento, la codicia y la ignorancia por las verdaderas causas. Lamentó  no haberse encontrado en años anteriores y, sobre todo,  la falta de tiempo para reparar.
Después indicó algo sobre la herencia, los arreglos para el funeral y el entierro cerca de los padres. Clotilde tragó una linfa envenenada por inútiles animadversiones.
-No te vas a morir dejándome sin razones para detestar.
Romea sonrió.
-Ni podés imaginar cuánto me gustaría seguir siendo tu talón de Aquiles.
Las dos entendieron que entre el odio y el amor había muchos matices y ellas, en ese instante, estaban en el medio de ese péndulo alocado.
Clotilde sirvió más licor. Una. Dos. Diez copas. Caminó hacia la vitrina donde lucía la colección de armas del padre. Otra copa más y cargó el revólver.
Romea, aturdida por el alcohol y la resignación, luego de un intento por pararse cayó sobre el sillón. La hermana tomó asiento a su lado. Se entrelazaron y los dos disparos pusieron fin a esa historia de amor malavenido. Por esos laberintos en los que se pierde el ser, el último abrazo fue también el primero

BARBARELA ACUÑA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2013, 16:13:48 pm
Perseverancia


Visito el Museo Reina Sofía, infiltrado entre un mar de turistas:
“Aquí, en esta planta, se presenta la exposición permanente…”

La guía deleitosa tropieza con la alfombra, describe una parábola perfecta y toma tierra piernas en alto con gran revuelo de blondas y encajes. Dos turistas y un policía corren, embobados, a recomponerla.
Tiro de mi bloc y de mi bolígrafo dorado y anoto con discreción, apoyado en una columna: “Aterrizaje forzoso en el Reina Sofía. Para cuento. Toque erótico o artístico. Título provisional, El reverbero”.
Ya en casa, el cielo desangelado que asoma por la ventana me anima a quedarme un rato ante el televisor. Campeonatos europeos de atletismo; es lo que dan. Durante la ceremonia de entrega de medallas apunto en el bloc: “Un tipo bigotudo y acicalado planta dos besos afanosos en cada mejilla a las tres ganadoras. ¿Por espíritu olímpico, ternura, u homenaje a la lozanía de las campeonas? Analizar aspectos sociales e higiénicos. Plasmar en un relato”.
Salgo a dar un paseo. En el quiosco de la plaza compro la revista Técnicas de escritura literaria. La voy hojeando mientras camino por Recoletos. En la tercera página, sobre fondo morado, se destaca una consigna: “No empieces nunca a escribir sin saber exactamente adónde vas”. Es de uno de los mayores maestros del cuento (cuyo nombre omito por no crearme problemas profesionales en el futuro).
Lo anoto, sentado en un banco. Creo recordar que tengo apuntadas en algún sitio consignas de signo contrario. Según éstas, lo conveniente es lanzarse al agua sin pensárselo dos veces, y cruzar a nado, aunque sea a estilo de perro y con salpicaduras, hasta la otra orilla del proyecto literario.
Tomo un café descafeinado con sacarina en El Velero Blanco, mi cafetería habitual, y vuelvo a casa para comprobar la contradicción de los consejos literarios.
La estantería blanca destinada a los apuntes tiene forma de herradura y ocupa la mitad del despacho; envuelve al escritorio con efusión; alberga, en perfecto orden cronológico, más de un centenar de cuadernitos repletos de notas, con pastas rojas, verdes y azules, distribuidos en decenios.
Consulto los cuadernos de los diez últimos años (que por razones de tiempo y espacio vienen a acariciarme el lóbulo de la oreja derecha). No encuentro lo que busco; tampoco en ninguna de las revistas amontonadas de manera metódica sobre el anaquel verde césped adosado bajo la ventana. “Quizá en el prólogo de alguna antología”, me digo. Y esta vez acierto. Es allí, al final de la hilera que en la estantería mural está dedicada a “Varios”, donde descubro las selecciones de notas que deseo.
Como suponía, los consejos son dispares, variopintos y, en ocasiones, contradictorios.
Con tenacidad de hormiga he ido enriqueciendo año tras año mi tacataca literario. Mil veces empecé a aplicar las pautas recopiladas. Es tal mi afán de perfección, y son tan variados los consejos que, al intentar seguirlos sobre el papel, rara vez he conseguido ir más allá de la primera página.
Pero me mantengo firme como una roca. No me cabe duda de que si añado unos cuantos cuadernos a mi colección acabaré por componer mi obra definitiva: el relato excepcional que será modelo insoslayable para escritores futuros.
Mis amigos están de vacaciones, mis parientes viven lejos. Un amigo íntimo conserva una copia de mi testamento. De ser obediente, como espero, a mi última voluntad, habrá de transcribir en el bloc azul, en su momento, el siguiente apunte póstumo:


         HASTA LA VISTA

Ni mentiras ni medias tintas. No es el momento. Te pasas media vida dando tumbos, cambiando de trabajo, y la otra media alimentando con datos tu verdadera afición, que es la escritura. Llenas la casa de un material de primera mano que haría morirse de envidia a escritores de campanillas. Buscas, arrimas, anotas, clasificas, ordenas, lees y relees, recortas y acaricias, podas y abrillantas. Obedeces con amor y celo el consejo de los mejores. Aspiras el perfume de la gloria futura. Paseas por el jardín de rosas que tienes tan cerca. Y ahora qué. El cardiólogo dice que me prepare con entereza. Pues por mi parte, que se vaya a paseo. Al menor descuido, volveré.

En estos tiempos, la medicina ha progresado mucho. Mi cardiólogo es algo despistado y no siempre acierta. Pero es una buena persona. Váyase lo uno por lo otro.
Por otro lado, la ingente labor que he realizado reuniendo consignas y consejos literarios no podía quedar sin futuro. Ni podía yo quedar reducido a legendario héroe de una causa perdida o ídolo inmóvil en un cementerio.
Y así, aunque en el escalafón de la existencia tal vez no haya mejor empleo que el de difunto, siete años y medio después de hacer mi testamento, con la venia de los médicos, reaparecí en Madrid, donde acabé por establecerme.
Aquí vivo con la calma de las cosas sencillas. Con la fuerza que me impulsa a seguir viviendo; a seguir siendo.

Hoy he dormido del lado derecho, en la suave oscuridad oculta bajo los cuadros azul y oro de la manta de invierno. Llegan de fuera los primeros rumores del día. Paso a paso se abre el abanico de la mañana nueva, poniendo en marcha la gran noria de la ciudad. En la habitación entra una luz grisácea a través de la cortina amarilla. Lo justo para iniciar los actos del nuevo día. Me toca ir a la biblioteca. Pasaré la mañana levantándole la falda a las palabras en el penúltimo toque a mi proyecto literario. Hay más escalones que subir. No quiero perderme el nuevo día por nada del mundo.   
***

Thor
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2013, 16:17:46 pm
Éste era un árbol que no quería morir.


Va a cumplir cinco años conmigo. Lo elegí en el vivero. Era pequeño, esbelto, frágil, con unas cuantas hojas, aspecto muy saludable, y un gran limón sin semilla. ¡Uno!
   Yo quise volver a criar un árbol de éstos, tal como hice en Guadalajara, tierra que Dios me dio y Dios me quitó sin avisar siquiera. Deseaba que “Casa Xavier”, mi nuevo hogar en su mínima expresión, tuviera un tapete de pasto verde, y en su centro habitara a sus anchas mi hijo adoptivo, que algún día habría de aliviar a la casita del abusivo sol poniente. Y otro día feliz comenzaría a corresponder a mi amor obsequiándome sus frutos jugosos.
   Pasó un año, había crecido, pero en estas cuatro estaciones no fue capaz de tener una sola flor, ya no digamos un limón. ¡Claro que lo amaba! Enriquecí su tierra, la abonaba, le hacía sentir que seríamos grandes compañeros, que yo habría de entender sus frutos, flores y aromas, su verdor, como sonrisas amorosas que alegraran mi soledad.
   Bonito, brillante, pero tal vez defectuoso. “Es que es de invierno, Don Javier”, decía Lucy.
   Y el invierno pasó. A mi arbolito púber nada le faltaba. Saludamos su segunda primavera, la despedimos y no nos dejó ni un levísimo rastro de azahar. Antes de cumplir nuestro segundo año fue tirando las hojas una tras otra. ¡Gusano! Lo logramos salvar, “El Vela” y yo. Él tiene buena mano para las plantas. Retoñó pero siempre en verde, y estéril siempre. Fertilizante. Agua al anochecer. Escasas lluvias, pero nutritivas. El tapete de pasto se esponjaba, era podado, y mi árbol silencioso cursaba la adolescencia en soledad, igual que yo. Cumpleaños. Hojas enroscadas, resecas, embarradas de borra blanca… falta de brillo y alegría. Remedios van, remedios vienen; tris tras, y al día siguiente amanecía lleno de minúsculos abanicos verde claros. Él sonreía esperanzado en salvar el pellejo, que ya nos había escuchado conversar muchas veces: “¡Más de dos años y no da nada!... Hay seres que nunca tienen frutos… Además es enfermizo, débil… ¡Vamos dándole unos meses más, Don…”
   Cumplimos tres años en Casa Xavier. Ya era un joven apuesto, alto, de alegre melena verde… y sin una flor blanca siquiera en su solapa. ¿Limones? ¡¿Pero esto era un limonero?! ¿No será que el dueño del vivero le pegó aquél, enorme, con tal de venderlo?
   Su cara norte se desarrolló menos. La terquedad del viento lo fue inclinando al lado opuesto, allí todo era más abundante pero de frutos ni hablar. Y luego, volvieron a caer los tallitos más verdes y jugosos, cercenados a filo de gusano. Crecía y sus hojas volvían a crisparse con aquella manteca blanca, hipócrita. Se ponía triste y no parecía tener mucho coraje para luchar por su vida. Quien le daba consejos y lo podaba era El Vela.
   Al tercer invierno (o lo que nuestro calentamiento global dejó de él), tres días bastaron para que todo el ramaje norte se secara. Yo era dueño de medio árbol. Y no cayó al suelo gracias a la tranca, el bastón, los tirantes de alambre. ¿Le damos la eutanasia, la buena muerte? Y aquí al centro un hermoso Agave Azul Tequilana, último recuerdo de mi tierra…
   Tengo un árbol sin nombre y sin más hijo que un poco de sombra. Sólo Dios: hay vidas estériles, seres débiles, peces chicos para que los grandes sean más grandes. No le faltó amor y me parece que ya ha sido demasiado. Al fin y al cabo no es más que un árbol, hermoso, sí, pero lo compraste para comer sus limones, para llegar una noche y recibir un poco de su aroma.
   Cumplimos cuatro años en Casa Xavier. La mujer que me dio empleo me lo quitó sin expresar emoción alguna, transpirar una gota o parpadear siquiera, ella se deshizo de mí, ni media palabra ni medio centavo.
   Aquella noche al volver me pareció sentir pequeñas sombras claras asomándose por entre las hojas. La mañana siguiente se alegró con docenas de florecitas y minúsculos racimos, esperanzas de vida, por todo el lado sur. Vamos para cinco años de hacernos compañía. Al Vela y a mí nos sobran limones. Y en una se ésas, todo el lado norte está reparado, como si Dios ─el que da y quita─ le hubiera injertado, no importa el costo, una cabellera verde-limón, insolente, alegre, cantarina.   
   
   Hoy tengo un árbol completo. Nuestras almas son gemelas: de muerte en muerte,
tardíos ambos. Ni un fruto ni una flor ni una esperanza; plagas, tumbos, fríos… hasta que un día, cuando Dios quiere, nos vuelve a llenar de vida y de belleza.

Te invito a verlo, ¡hagamos limonada

Jotaerrepé01
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2013, 16:21:52 pm
Fidelidad


Una a una las luces de la ciudad se van a pagando convocando a la oscuridad y sus admiradores a  vagar por los confines de lo oculto. Un farol en la esquina que alumbra a medias es el único sobreviviente. Las tinieblas se apoderan del escenario de la vecindad para hacer de la noche la oportunidad perfecta. Laura espera su llegada como la aurora en terrenos helados. No importan las horas que ha estado en vela, lo único que la mantiene despierta es la sensación de libertad que destila por los poros de su piel.

Laura tiene un propósito. Acabar con un alma que ganaría la lotería en el infierno. Se pregunta constantemente si su alma caería en el purgatorio en espera de una sentencia por esta resolución que adopta como la mejor actitud. Ya ni siquiera se preocupa por el final, sus deseos se juntan hacia el sello de una herida que la acompaña. Ha preparado una escena merecedora de un oscar al mejor thriller, una escena que despierta el dolor agonizante que experimenta su cuerpo desde aquel día, en espera del juicio final. El rojo y el negro, en una disputa interesante, convierten la habitación en un refugio donde ella se siente en calma.

El frío se cuela por la ventana sin pedir permiso. Laura siente apenas una brisa fresca, su cuerpo advierte un incremento del calor. La adrenalina invade su cuerpo para dar una mejor respuesta. Se encuentra de pie ante un cuerpo inerte. La hoja del cuchillo que sostiene cada vez es más fría y adormece sus dedos. Observa cada detalle de la escena, evaluando la posibilidad de mejorarla, con ojos brillantes. ¿Qué podría mejorar? Se pregunta una y otra vez. ¡Esto debe ser todo un evento!, grita histérica. Sonríe. Al fin y al cabo vale cada gota de sangre que derramé un día, piensa Laura.
Uno, dos, tres. Introduce el cuchillo en la carne fría e inerte. La luz de su vida se esfumó de su rostro hace varios minutos, la agonía de su respiración apagándose como un interruptor fue una dulce música para sus oídos. Esta noche se abre una sensación de muerte y ella pretende darle una explicación a este comportamiento. Que ha pasado es una pregunta inútil, piensa Laura. La envuelve una atmósfera insoportable. Se siente sola, pero algo en su interior la hace sentir liberada, una emoción a la que no está dispuesta a rechazar. Las incontables veces que sangró su inseguridad pasan como flaches. Siente la muerte cerca, de hecho lo está. ¿Ella ha muerto? Tal vez su mente aún no procesa esta sensación. Aquellos momentos que se convirtieron en ráfagas de dolor que trataron de aliviar con besos acuden a su mente sin ser invitados, dándole la fuerza necesaria para proseguir con su obra.

Laura cree que podría ganarse la lotería en el infierno por esto. Realmente después de dos segundos no le importa. Continúa recorriendo los escombros del pedazo de espacio donde todo gira a su alrededor como una nube molesta de odio y rencor. Varias sensaciones acuden a su cuerpo como un enjambre de abejas. La primera de ellas es de respirar por vez primera, como si volviera a nacer; transportándola a un lugar donde reina la absolución de todos sus pecados. El perdón para Laura es el premio por despertar de su peor pesadilla.

Cuenta cada segundo de las horas que lleva desgarrando la piel, lacerando miembros como si fueran pedazos de carne para comer, liberando su alma de este mundo. No siente dolor, mucho menos odio. La paz y la serenidad han tocado a su puerta para convertirse en un escudo de toda experiencia vivida. El olor de la sangre se impregna en el lugar pero no le repugna, se ha convertido en un perfume difícil de olvidar. El último suspiro de su espíritu fue una extraña melodía, aunque Laura nunca vio el arrepentimiento en su mirada. Tal vez se merecía morir de todas formas, su destino estaba escrito bajo el cuchillo que ella sostenía en su mano y que reclamaba a toda costa la sangre que ella un día derramó. No le importaba violar la libertad de un ser, estaba segura que él no merecía las horas de existencia entre los mortales. No era venganza, no. Ni odio, ni dolor, ni revancha. Solo era muerte.

Laura camina por la habitación en espera de algo sin saber qué. Solo el ambiente despierta una tranquilidad inusitada que para ella es el paraíso. Las preguntas acuden a sus pensamientos en señal de peligro pero decide espantarlas con una rabia feroz. No está dispuesta a renunciar a su hora de gloria, piensa y ríe entre dientes. Las lágrimas pretenden darle una explicación a toda esta locura y nuevamente el matiz de las cosas se hace gris hacia lo negro y sus manos le dicen que algo grave ha pasado. La habitación la traslada a una escena, la propia, que no se compara con ninguna otra. Laura es la protagonista, el personaje principal de la escena, la que nunca olvidará. La luz es tenue, las ventanas están cerradas. Se divisa un triste espectáculo. Laura reconsidera la frase. No es triste. Ha muerto un alma, pero no una cualquiera. Laura piensa otra vez, ¿Ganaría yo la lotería en el infierno?

Escenas anteriores acuden. Su cuerpo sangrando la inseguridad de su amante, sus labios sufriendo sus celos y su alma escondiendo una venganza que ha sido perpetuada. La muerte de dos almas es la mejor explicación que su mente al borde de la quiebra puede elaborar; un alma con el corazón destrozado en cuatro partes y la otra con el suyo desgarrado entre el amor y el odio. ¡Sí, soy esa alma que vaga entre el recuerdo de su amor y sus demonios!, exclama Laura en un grito ahogado. Un alma que pretende olvidar su libertad porque costó demasiado. Un alma que muere lentamente en este encierro que cobra vida.

Sí, maté a un alma, un alma plagada de miedos y errores, un alma a la que amé más que a mí misma; un alma que nació para morir apuñalada por mis ansias de libertad y escape. Un escape del infierno, un escape de las tinieblas a la que era expuesta día tras día cuando sus manos hacían una fiesta con mi cara o con mi cuerpo. La huída de un largo sufrimiento que termina en muerte. Laura meditaba con el cuchillo en la mano al cual se aferraba en silencio. Ya no desea llorar más, sus lágrimas corren como una cascada por sus mejillas y está decidida a acabar con ese repentino arrepentimiento. No puede haber arrepentimientos, piensa.

La noche es partícipe de un concurso por el premio a lo siniestro. El frío reina en la habitación haciendo de ella un pésimo ambiente. Las ventanas se mantienen cerradas para evitar a los curiosos. Entre mamparas de luz se denotan dos figuras acostadas en una ancha cama. La mujer se mueve inquieta de un lado al otro. Denota una sonrisa entre los sueños que la atormentan. El hombre se despierta y con los ojos semiabiertos, se coloca al lado de su compañera llamándola suavemente. Laura, mi amor. ¿Qué pasa?
-   No es nada, solo un sueño. Contesta Laura.
El hombre se incorpora sentándose a su lado, un brillo peculiar se asoma en los ojos de su esposa.

Tulipán Negro[/color
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Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2013, 16:24:37 pm
El hombre que siempre usaba sombrero


El humo de algún inescrupuloso vecino quemando basura inundaba el barrio de un tremendo hedor a goma quemada. Y de entre esa nebulosa toxica apareció la primera vez que lo vi, el hombre que siempre usaba sombrero. Surgió como un ser eterno y atemporal, despojado de edad y de tiempo.
Frecuentaba el barrio humilde en que vivíamos, el cual no llegabas a ser una villa pero tampoco un country, se dice que vivía allí cerca, en una antigua esquina que falsamente creíamos abandonada, la recordábamos por un enorme y sinuoso palo borracho en el patio trasero. Impresionaba por su esquelética delgadez y por su enorme estatura, coronada por un sombrero de media copa. Siempre dé impecable ambo gris que se fusionaba con la palidez de su rostro, de serio semblante y fino bigote.
Jamás se lo vio trabajar, ni se le conoció una novia (o novio), ni una sonrisa. El hombre que siempre usaba sombrero era un completo misterio para el barrio entero, de dónde vino, a qué se dedica, usa siempre el mismo saco o tiene varios iguales, eran las preguntas que nadie podía responder. Solía recorrer las calles con paso lento, como observando, diría apreciando el paisaje pero no había allí mucho por apreciar, hasta las jovencitas eran feas. Las viejas más viejas decían que era la muerte misma, que en la casa en la cual se detuviera en la puerta habría algún fallecido; otras juraban haberlo visto robando la fuerza vital de los más jóvenes; no faltaban las que decían que era vampiro.
- ¡Tené cuidao, y ni se te ocurra pasar por la casa del palo borracho!- gritaban las madres a los niños cada vez que salían a jugar.
Era terror lo que sentía yo al verlo, cada vez que lo veía alguna pesadilla acudía a mi esa misma noche. Sentía que se me petrificaba el cuerpo, el miedo se apoderaba. Un día de invierno del ’76, cuando  en una esquina nos cruzamos, todo cambió. Con sus huesudos dedos acarició mi cabellera, estaba a punto de gritar por ayuda, a punto de desmayarme, cuando de su bolsillo sacó un chupetín de frutilla.
-Cuidado con el colectivo cuando cruzas la calle.- dijo con vos grave y cargada, era la primera vez que lo oía hablar. Lo observé por unos segundos mientras se alejaba, preguntándome que misterios ocultaría ese tipo, giré la cabeza para continuar y el 502 por poco no me arranca la nariz, dobló a toda velocidad a centímetros del cordón.
A la semana volví a encontrármelo, y mangazo de chupetín mediante, me puse a interrogarlo. Si le gustaba el futbol, de qué club era hincha, si trabajaba…contestaba solo con monosílabos, hasta que le mencioné mi admiración por los trenes. Su rostro pareció experimentar algo similar a una sonrisa.
- Yo amo los trenes, en casa tengo muchos modelos a escala, los colecciono, tengo una maqueta con vías y estaciones en la que juego con las máquinas y vagones. Si tu mamá te da permiso podés venir un día y jugamos juntos.- No podía salir de mi asombro, El hombre que siempre usaba sombrero no era un mal tipo como decían la viejas, sino que compartía con los chicos y hasta jugaba.
Al otro día, cerca de las tres de la tarde me aparecí  por la casa del palo borracho, como solían llamarla. El árbol estaba siempre florecido, siempre con un tono azul violáceo que se escurría por encima del paredón, salpicando de color la calle. No le pedí permiso a mi madre porque sabía que no me lo daría, así que le mentí, le dije que iría a jugar a la pelota con Lucas. También le mentí al hombre que siempre usaba sombrero, cuando me preguntó si me habían autorizado a estar allí y le dije que sí.
Me mostró sus trenes, era increíblemente perfecta aquella porción de universo en miniatura, con valles, montañas y túneles, peatones, autos y barreras. Jugamos por horas, me dejó manejarlos con el control remoto, subir y bajar las minúsculas barreras de juguete. A las cinco en punto merendamos, se apareció con dos tazas de té y galletitas Manón, mientras mojaba una no pude evitar comentarle:
- Sabe una cosa, las viejas del barrio dicen que usted es la muerte, que se cobra la vida de las personas. ¿Puede usted creer esta estupidez?-
- Si, lo creo porque es cierto, pero ése es mi trabajo Nicolás, es lo que hago no puedo remediarlo; hace miles de años que me dedico a esto, pero que el trabajo no te impida vivir, jugar, disfrutar, es una valiosa lección que debes aprender.-
Terminamos las galletitas en silencio, jugamos un momento más y a las seis me fui de vuelta a mi casa. Jamás le conté a mi madre lo sucedido ese día.
 Al poco tiempo nos mudamos y jamás volví a verlo, pero lo estoy esperando. Cuando ineludiblemente nos encontremos de nuevo, le pediré que me deje jugar con sus trenes una vez más.

Mariano
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 16, 2013, 16:05:13 pm
Marina y el demonio feliz


Marina era un niña de preciosos ojos azul turquesa, de brillante melena castaño oscura. Su voz cantarina y su grácil forma de caminar llamaba mucho la atención. Su mirada cristalina era capaz de traspasar las fronteras del abismo más sombrío, resquebrajar muros y hacer abrir ventanas, puertas y callejones sin salida.
A veces uno se la quedaba mirándola como si fuese un hermoso sueño transparente,  que uno nunca había visto antes. Te recordaba algo muy antiguo, antiquísimo, que uno ya tenía por olvidado hacia muy tiempo. Podrías recordar su sonrisa y no olvidarla jamás.

Marina caminaba dando saltitos, alegre y bulliciosa. Algunos paseantes se giraban, se paraban unos minutos y se la quedaban mirando, asombrados. Algo les tocaba dentro de ellos mismos, conmoviéndoles.
La vida para ella, era un bello sendero lleno de poemas andantes. De relucientes dioses y hermosas diosas que se tomaban de la mano, que charlaban mientras paseaban, disfrazados con el traje que la vida les había dispensado. Marina, vivía dentro de su propio y rico mundo interior. A Marina le gustaba mucho observar a la gente, sus rostros, sus figuras y sus ademanes. Apreciaba con su mirada cada detalle. Cuando llegaba a casa dibujaba  lo que había percibido, con sumo detalle. Había oído hablar sobre ángeles y demonios y de cuando el cielo se presentaba totalmente despejado era porque la vida la estaba bendiciendo a ella.
La felicidad llevaba su rostro, la alegría de la vida era ella, el cielo y sus aves, con sus pequeñas nubes circulando libremente eran de ella, venían de ella. Cada día se levantaba temprano, al amanecer, para iluminar y dar vida a las nubes, las personas, los pájaros y el cielo.
Solía pensar que era una maga del movimiento, que con su presencia era capaz de hacer mover a un mundo entero. Que si ella no existiese, el mundo desaparecería y se disolvería como un sueño que estaba dentro de ella misma.

Mientras iba caminando mirando al mundo, y cantando, oyó una voz cercana, era un hombre que la estaba llamando. Sorprendida, se fue acercando despacio hacia el banco donde se encontraba aquel ser vestido de rojo.
El hombre de rojo tomó la palabra: Oye, no es por aguarte la fiesta, niña. Pero este no es tu mundo, y esto, niñita no es el paraíso. Así, que déjate de canciones y sonrisas. Le indicó el hombre de rostro serio.

La niña le preguntó: ¿Cómo te llamas?

El hombre respondió: Me suelen llamar el diablo, o bien si lo deseas me puedes llamar el demonio feliz. ¿Qué haces paseando por el infierno? Tú, no deberías de estar aquí. ¿Acaso te perdiste? Vuelve a tu hogar, este no es tu lugar.

La dulce niña, con tono alegre, respondió: Ya lo sé. En verdad, este no es el hogar de nadie. He venido a iluminar este mundo tan raro. He bajado porque mis amigos están aquí. Y no me marcharé hasta que me los haya llevado a todos de regreso a casa. Están dormidos. He venido a despertarlos. No saben que están soñando. También, sé que yo soy un sueño de la vida.

El demonio feliz con cara de asombro le contestó, que allí en verdad no había nadie, ya que la verdadera vida hacia mucho tiempo que se había marchado de ese planeta artificial. Y añadió: Todos son zombies, todos creen estar vivos. Los he hipnotizado a todos. Con la ayuda el tiempo también lo haré contigo. Cuando termines la escuela, ya lo estarás del todo. No tardarás en caer en mis garras. Y siguió diciendo que ahora dependería del tiempo, del espacio, de los dueños del mundo, de un cuerpo que ya no era suyo, que todo le pertenecía, y de que tarde o temprano estaría bajo la tutela del destino.

En cuanto el demonio feliz terminó su fanfarronear y farfullar, la niña aseveró: Hasta tú, vas a despertar muy pronto. ¿No sabes qué estamos en un sueño dónde tú te crees ser el dueño del universo? ¿Quién te dio a ti la potestad de un sueño?

Pero el demonio, le replicó, regañándola: No digas bobadas. Todo esto es real. Yo soy implacable, y nadie tienen ningún poder sobre mí. Soy la máxima autoridad. Soy el dueño de todo lo creado, del mundo y del universo.
Y soltó una sonora carcajada.

La niña, le respondió: No te tengo ningún miedo. Sólo eres un fantasma, un espectro, un asusta niños y asusta sueños. Eres una alucinación, un espejismo. Casi todos, creen en ti, pero yo no. Juegas a dos bandas. Al blanco y al negro. Al mal y al bien. Sabes muy bien, que esto no es para tomárselo en serio. Cuanto mas en serio te lo tomas, mas real te parece.

El demonio feliz señalándola a ella con el dedo, le soltó:

Por mucho que lo intentes, sabes que nunca encontrarán la verdad. Lo tienen todo perdido. Ya se han arrodillado, y han sucumbido a mis pies para toda la eternidad. De generación e generación, de nacimiento en nacimiento. Yo creé un imponente rayo de luz, y soy el que creó el lenguaje, los dioses de todos los tiempos, la forma y el color. Todo está bajo mi control..Sin embargo se me está escapando vuestra conciencia.
Así que, muchachita piénsalo muy bien, sino no podrás volver a salir de la rueda cósmica. Yo cree el concepto de muerte. El miedo a la muerte y a la vida. Tengo todos los poderes mágicos que te puedas llegar a imaginar. Pues lo mío es el poder de la mente. Me sé todas las triquiñuelas habidas y por haber para engañaros e hipnotizaros. No sabes lo que realmente se cuece por aquí.

Marina, dio un suspiro, y enfatizó: He oído decir a mi tía que en todas las familias se cuecen habas. Cuando sea mayor, no quiero ser cocinera, seré repartidora de consuelo, alegría y felicidad. Así, contrarrestare tus absurdos poderes.

El demonio no paraba de reírse a carcajadas: ¡Pero qué ingenuos e inocentes podéis llegar a ser todos, en especial los niños! Aunque reconozco que sois muy fáciles de manipular, vuestra sabiduría se da cuenta de todo. Te contaré un par de secretos: A los que más me cuesta hipnotizar son a las ovejas negras y a los rebeldes que ya se dieron cuenta del percal. Y a las familias que están muy unidas.
Me encantan burlarme de ustedes, es por esto que las estanterías de las librerías están llenas de libros de autoayuda.. El ser humano jamás alcanzará la libertad y la felicidad. Todo lo cree para fallar. Todas las mentes son mías. Los hombres creen que piensan por si mismos. Y que equivocados que están.
Tengo un equipo de seres pensantes que emiten pensamientos, los humanos los recogen  a través de su prisma cerebral cristalino. Les mandamos mensajes, los captan y los reproducen. En realidad somos un grupo muy nutrido de serpientes. Seres pensantes. Y tenemos todo el poder, ya que creamos este mundo, el haz de luz, en vuestro vacío, para hacernos con vuestra sabiduría, para someteros eternamente, a nuestro poder. Además, todo está pensado para que nunca podáis llegar a conseguir nada. Todo les será arrebatado y quitado. Los mantengo distraídos, con basura todo el tiempo. Los humanos lo llaman entretenimiento y cultura. Mi espectáculo de luces les ha atraído como abejas a la miel. Y después de que el demonio feliz dijera todo esto, soltó una horripilante carcajada.

La niña al escuchar todo esto, puso su manita en la barbilla, y esperó unos segundos antes de responder. Y cuando lo hizo, exclamó: ¡Tu plan ha fallado estrepitosamente! Tu castillo de naipes está a punto de caer. El mundo abrirá los ojos y verá con asombro que no hay nada real en ti..Lo sabes, has perdido. Lo único que tienes es miedo. Nadie se cree ya tus malas artes, y películas de baja calidad. Mientras terminó de decir esto, sacó una bolsita de golosinas, y le ofreció al demonio feliz. El señor del tridente los rechazó.

La tarde se estaba deslizando suavemente., el sol decaía, se oía el rumor de los árboles agitados por el leve viento. El parque se estaba quedando vacío, el bullicio de la gente se iba retirando. Aunque aún no hacia frío, la temperatura había descendido bastante.
La mirada de la niña se dirigía hacia el horizonte, a lo lejos se divisaba una figura que se estaba acercando hacia ella. Era su madre. Su rostro sonrió, y la niña dio un suspiró de alivio. Estaba a salvo de tener que seguir escuchando los sermones de aquel ser que afirmaba con engreimiento y soberbia ser el demonio.

-Marina, ¿Te he estado buscando durante una hora por todo el parque? Te has vuelto a escabullir otra vez. Estaba muy preocupada.
La madre besó a la niña. Y le dijo dulcemente: Cariño, vámonos a casa. Papá, nos está esperando, le va a encantar cuando te vea vestida de ángel. Se reirá mucho. ¿Lo has pasado bien en el carnaval del colegio? Y por cierto: (dirigiéndose al hombre que iba disfrazado de demonio). ¡Menuda pareja hacen ustedes dos! Exclamó riendo. Sonrió, quedándose mirando el traje del señor vestido de rojo.

-Mamá, este señor dice ser el demonio feliz, me recuerda a alguien que vi en la tele. Sr. Ricardo Mundo. ¿No te acuerdas de él?

-Ah, si que se parece mucho. Buenas tardes, señor. ¿Cómo está usted? ¿Estaban ustedes charlando?

El hombre de rojo, respondió con una mirada bastante siniestra: No es el disfraz. Es lo que soy por dentro. No os equivoquéis.

Y mirando hacia la niña, le dijo: Acuérdate de lo que hemos hablado. Y le guiñó un ojo. Estoy seguro de que lo harás.

El demonio feliz se dio media vuelta y sin despedirse, siguió su camino.

La madre se quedó perpleja. Mejor, pensó, de momento, no pregunto nada a Marina. Ya tendremos tiempo para hablar sobre este asunto.

-Mamá, tengo hambre, vayamos a casa. La niña cogió la mano de su madre, reiniciando el camino de regreso, y dijo: Ahora nos vamos a conectar, mirando como no es más que un sueño dentro de nosotros. Donde residimos y vivimos estamos bien todos, mamá.

¿Cómo podré la próxima vez disfrazarme de lo que realmente somos, de conciencia pura y radiante, para qué todos sepan y vean?

La madre con cara de asombro le preguntó a su hija: ¿Marina, dónde has escuchado eso?

El abuelo me contó un relato, mientras yo estaba durmiendo. Se me apareció en un sueño. Y me habló, me dijo que lo recordara. Y que cuando fuera mayor lo escribiese, para dar ánimos a la gente, para que no se dejasen engañar por las apariencias de este mundo de sueños. Me repetía una y otra vez. Es un sueño, sólo es un sueño. Diles eso. El abuelo me aseguró, que muy pronto todos despertarían, sabrán que son la verdadera sabiduría, que son puros y radiantes, y que nunca tuvieron porque aprender nada, que ya lo sabían todo, sin necesidad de pensar. Me dijo que somos la belleza, la alegría, la paz, la sabiduría, la fuerza, el poder y la gloria. Todos en uno, sin forma y sin cuerpo. Sólo necesitan que se disuelva el sueño. Como lo hace un terrón de azúcar en el café.
Mamá, le abuelo me susurraba: Nunca temas a la muerte, sólo es un engaño más, nadie muere realmente, sólo están hipnotizados, creyendo que la muerte existe, que ellos son reales. Diles que solo están mirando un sueño.

Marina levantó la vista, y cariñosamente le dijo a su madre: Mamá, escribiré un cuento sobre esto. ¿Qué te parece?

-Fenomenal, mi querida hija.

De repente una tenue neblina blanca apareció ante ellas, envolviéndolas. Y se disolvieron. Sin quedar ningún rastro de la mamá y de la niña. Una voz sin nombre resonó con fuerza en el abismo: Ellos son los diamantes, son pura y radiante transparencia.

Alma Venus
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 16, 2013, 16:11:53 pm
MISION


     Ellos llegaron el día programado a ese planeta extraño. Sabían que el lugar era turbulento y enardecido por la violencia. Los tripulantes bajaron de la nave espacial a la hora establecida. Llevaban una misión importante que debían cumplir estrictamente. El ejercito de ayuda estaba formado por mil  soldados. Cada grupo de diez debía recorrer zonas diferentes, guiados por mapas del lugar que ellos llevaban en sus maletines. El aterrizaje fue a un tiempo determinado por los rayos del sol. Los integrantes  de esa extraña nave portaban grandes banderas y en sus trajes leyendas  con instrucciones del trabajo que debían cumplir. Todo se realizó con  exactitud. Su única función era llevar paz a ese lugar del universo. 
     
    Los tripulantes  comenzaron a caminar. Solo había soledad y  una total ausencia de sonidos. Horas y horas transitando, por espacios desconocidos y desolados. El silencio del lugar les llamó la atención porque estaban informados que escucharían  gritos, sirenas,  quejidos, bombas y explosiones. El paisaje silente mostraba una quietud extraña. El aroma que se sentía era acido y nauseabundo. El cielo era de un color gris apagado. Los ríos estaban  secos y mostraban una aridez espantosa. El ejército de ayuda caminó mucho tiempo por pasillos asfaltados y no vieron hombres, ni animales.  En las plazas, en los campos solo encontraron elementos abandonados. No existía vegetación. La tierra  era negra casi carbón. Las rocas de las montañas se desgranaban por la inmensa sequía. Solamente quedaban resabios de objetos. Estos lucían silenciosos y fantasmales. Parecían mausoleos siniestros. Uno y otro mostraban  una inutilidad enorme. Eran edificios, monumentos, cajeros automáticos, automóviles, aviones, carteles, herramientas  y tantas cosas que habían creado esos seres  que ya no existían.






Parecía no haber habitantes en el lugar. El sigiloso escenario  mostraba una orfandad de seres. A lo largo de la evolución la extinción de las especies había sido una constante. El ritmo de depredación había aumentado dramáticamente. Los hombres  habían destruido todo y se habían autodestruido. 
   
     Los distintos grupos de búsqueda se encontraron en un lugar establecido y en un tiempo que habían fijado en el momento del aterrizaje. Uno de los  grupos de salvataje, de los cien que recorrieron ese lugar, tuvo la suerte de encontrar a dos seres con vida, un macho y una hembra. Algo había para hacer. Aun quedaba tiempo. No estaba todo perdido.

SOLDAN
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 16, 2013, 16:15:53 pm
EL TESTIGO


Maneja conversando con su secretaria, que de tanto en tanto mira por el espejo del costado del auto, más por verse el peinado  y el rostro que por estar vigilando algo.  De pronto, ella  le advierte alarmada que un auto los sigue.  Siente un malestar en la boca del estómago, varias veces le dijeron que parecía estar bajo vigilancia, lo único que hizo fue llevar la pistola y conseguirse dos policías que en sus horas libres lo vigilan en su negocio.

   Salieron temprano de la oficina con la intención de ir hasta el banco a pagar una letra; no pensó que correría ningún peligro, por eso dejó a su guardaespaldas en la tienda.  Y ahora esto.

   Con la mano libre, abre el contacto de su radio para comunicarse con la central de taxis.  El equipo chicharrea al encenderlo, después inicia la transmisión:

-   Aquí, Calvo al habla.  Me siguen en un Toyota blanco.  Vengan a darme alcance, estoy en la esquina de Morelli y Javier Prado, avisen al 105 Emergencias. – oye el gran tumulto y las voces apuradas que se alejan.
-   Aquí despachador.  Entendido Jefe, van para allá López y Pepe – la voz suena monótona y calmada pero en el tono agudo de las últimas sílabas de cada frase se delata un toque de nervios.

Mira para todos lados buscando la bendición de un uniforme policial, aunque fuera de tránsito; brillan por su ausencia.  Trata de serenarse, mira de reojo a la muchacha pálida y enmudecida que escucha la conversación.  ¿Habrá entendido de qué se trata?  ¿Podrá ser una cómplice?  Estúpido, aún no estás fuera del lío y ya comienzas a sospechar de todo el mundo.  Calma, calma se dijo, entre dientes.

   Los del Toyota comienzan a avanzar por la izquierda muy despacio; él acelera un poco, no mucho, lo justo para que no lo rebasen.  Por el rabillo del ojo divisa la sombra del taxi amarillo que, berma por medio avanza con rapidez atravesando el estacionamiento y luego se desata el infierno.
 
   Del Toyota brotan los balazos en la interminable cascada de una metralleta, dirigidos hacia el taxi amarillo que avanza veloz y parece clavarlo en el piso, por la brusquedad de su frenada.  Luego gira en “U” sobre la Aviación y enfila, contra el tráfico, hasta llegar a la esquina y dobla perdiéndose calle abajo.

   Es tan rápido que él casi llega a la intercepción cuando todo termina.  La gente corre hacia donde  está el auto amarillo y de él brota una figura encorvada que avanza  tambaleándose y se desploma.  El grupo de curiosos se cierra a su alrededor.
 

   Antonio es uno más de los curiosos que presencian el asalto pero fue el que mejor pudo ver la cara del que manejaba, ya que estaba parado en la misma esquina, justo cuando el Toyota blanco la dobló con un rechinido de llantas.  Esos breves segundos de la visión se le clavan en la retina, como una instantánea, capta la expresión de ira y decepción del rostro del chofer y la precisión con que maneja, percibiendo las cosas mínimas a su alrededor, con esa claridad que da la experiencia.

   Está seguro de poder identificar al individuo, pero no quiere meterse en problemas.  Bien sabe que quién  ayuda a la policía puede verse en enredos; quizá hasta lo acusen de cómplice, de ser campana de los secuestradores.  Duda, parado no muy lejos de la misma esquina, con las manos nerviosamente hundidas en los bolsillos.  Debería ir adonde los uniformados a informarles (ya descienden los policías de la patrulla blanquinegra, que anunció su paso a lo largo de la avenida con su aullido lastimero y opresivo).  Da la espalda al tumulto, su vista recorre, sin ver, la calle transversal por donde huyeron los asaltantes.

   Sus ojos no enfocan el Toyota blanco sino hasta que está a menos de treinta metros de su persona, más bien se fijan en el arma que le apunta con mano segura:  ¡Idiota, más qué idiota, él vio al asesino… pero él también lo vio!.

   Quiere correr pero las piernas son de plomo, una arcada repentina lo encoge y todo se disuelve en la nada cuando las balas hacen blanco en su cuerpo.  Un inmenso dolor le atenaza y es lo último que sabe.

   Los policías corren a resguardarse y responden el fuego que suponen contra ellos y cuando al fin llegan a la esquina, lo único que queda es el cadáver de Antonio.

   Lo examinan, rebuscan en sus ropas por alguna identificación.

-   ¿Será un cómplice?  ¿Por qué lo matarían?  - se preguntan.
-   No, no, ese trabaja aquí mismo en el segundo piso – aclara el vigilante del edificio que se asomara a mirar la matanza.
-   ¿Será?  Hummm, veremos –  lo tapa con una hoja de periódico que comienza a empaparse de sangre y mira a lo lejos con indiferencia.

Son demasiados los secuestros, muchos los muertos que cada semana tiene que velar a la orilla de cualquier camino, a la espera de la llegada del juez,  para que este muerto en especial le conmueva.

Llegarán los familiares llorosos, pidiendo vanas explicaciones; los periodistas con sus especulaciones; la verdad sencilla y prosaica no la llegarán a adivinar.  Ejecutaron a un testigo.


Cómplice
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 16, 2013, 16:22:36 pm
Las palabras mágicas

                   
Llegó a la whiskería a eso de las veintitres, veintitrés y quince a más tardar, como lo viene haciendo casi todos los días desde hace dos meses.  Se peinó con la mano el pelo canoso y ralo; se acomodó la camisa arrugada dentro del pantalón y se aflojó la corbata.
Entonces la buscó entre las luces de colores: rojo en el neón, amarillo en los veladores de pantallas mugrientas y  luz negra en la barra. Hay menos humo que otros días, de manera que no le costó encontrarla con la vista. Sentada con un cliente en uno de los sillones del fondo.
Le da la espalda y se acodá en  la barra. Pide un Chivas. Paga. Espera pacientemente a que ella se le acerque. Mientras tanto saborea el whisky.
Está seguro que muy pronto dejará al tipo con el que esta. Tiene pinta de amarrete.
Nadie como él para dejar propinas generosas o pagar copas. Ella sabe. El sabe. Ninguna de las otras mujeres del bar se le arrima. No pierden el tiempo, todas saben a quien busca, a quien espera.
Al rato nomás, ella le da un beso en la mejilla al tipo y se levanta del sillón.
Camina los pocos metros que la separan de la barra, donde él está. Camina despacio, tratando que sus experimentados diecisiete años luzcan lo más sensual posible.
El sigue de espaldas, no la ve, no se mueve, sin embargo sabe que ella viene acercándose, pantera sigilosa,  la olfatea, la percibe. La siente como todas las noches.
Al fin llega a la barra. A su lado. Le apoya una mano fría en la nuca, en una caricia forzada, y le susurra al oído: Hola…, papito. Hoy tenés algo para mí.   Mientras con la otra mano le acaricia la entrepierna. 
Son las palabras mágicas que lo hacen sentir  poderoso. Deseado. Viril. Erecto. 
Ahora sí. Apura el whisky, le deja los cien pesos  entre los pechos pequeños y se va.
Hasta mañana.

FRANCISCO MARTILLO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 16, 2013, 16:28:01 pm
Avenida de los Presidentes
     


-Dany, Dany –dice un muchacho-, llevas tremendo rato en silencio. ¿No piensas abrir la boca en toda la noche?
-¿Si te beso me dejarás en paz? –dice Dany, con la mirada puesta en los bancos de madera de la avenida de los Presidentes o G, como la conocen casi todos los habaneros.
-Muy gracioso de tu parte –dice el muchacho-. Pero no me da ninguna risa, estás como un plomo.
-Míralos –dice Dany-. La gente piensa que para ser Emo hay que ser maricón, suerte que no hay viceversa. Porque eso de andar el día entero con esa ropa negra… ya bastante tengo con mi color.
-¿Qué tiene tu color de piel? –dice el muchacho, mientras prende un cigarro-. Así te ves bien y a mí me gusta. ¿Con eso no basta?
-Ojalá y todo fuera tan fácil como lo ves y tan sencillo como tu amor –dice Dany, mostrándole una sonrisa diáfana-. Pero Andrés, querido Andrés, yo he pasado mucho trabajo… muchísimo.
Andrés se le acerca y lo abraza a su pecho, Dany suelta un suspiro y le mira a los ojos:
-Eres lindo –dice Dany.
-Y tú me sonrojas –dice Andrés.
Dany vuelve al añejo balcón y esparce su mirada por toda la calle G. Siente sobre sus hombros la inquietud de Andrés.
-A veces siento que no tengo fuerzas para enfrentarme al mundo –dice Dany, sin voltearse. Su semblante palidece.
Andrés se le acerca y lo besa continuamente en la espalda. Dany permanece impávido ante las caricias. Andrés se apodera de su verga y la estimula con su boca hasta tensarla. Los pensamientos se dilatan dentro de Dany, que sucumbe hasta la gloria sexual, endulzando el paladar de Andrés con sus jugos corporales.
-¿Cómo te sientes ahora? –dice Andrés, limpiándose la boca con un pedazo de papel higiénico-. A veces pienso que voy a ahogarme con todo eso –le dice, retozando con la verga adormilada. 
Dany se aparta, un cansancio inusual se dibuja en sus músculos faciales:
-¿Hay algo de lo que deba enterarme? –dice Andrés.
-Nada –dice Dany, serenándolo con algunas nalgadas-. Hoy caminé bastante cuando salí de la universidad. Por alguna razón me sentía el ser más solitario de la Habana. Quizás fue el almuerzo que me indispuso, no sé.
-¿Por qué no te acuestas? –dice Andrés-. Mañana será otro día…
-Idéntico al de hoy –dice Dany, encaminándose al cuarto, de paso en paso. Sus sienes están más allá del apartamento, del edificio y de la Habana misma, que comienza a verter la noche sobre su espalda.

-En este país la homosexualidad todavía es un tabú pendiente, y tú deberías saberlo –dice Dany, desde la sala-. Si eres negro y grande, entonces tienes que ser un macho fuerte y bien dotado para metérsela a cuanta hembra te pase por delante, como decía papá. Pero si eres maricón y encima negro, estás bien jodido. Para nosotros no hay una segunda opción.
-¿Eso es lo que te tiene así desde ayer? –dice Andrés, abriendo las ventanas del balcón.
-Me voy –dice Dany-, que se me hace tarde.
-Apenas desayunaste –dice Andrés-. ¿No me das un beso?

La voracidad de la calle G absorbe a Dany, que avanza lánguido, como si no quisiese llegar a ningún sitio. Su mirada no se despega de la acera, evadiendo los transeúntes que pasan por su lado.
No puedo faltar hoy –piensa, convenciéndose de asistir a la Universidad.
Llega a la atestada parada y se inserta dentro de la turba que se desborda sobre la calle cada vez que arriba un ómnibus, sin importar de la ruta que sea. A su espalda una voz femenina dice: yo me guío por el prieto de la mochila, refiriéndose a él. Dany la mira con el rabillo del ojo, siente un deseo inmenso de enfrentarla y decirle hasta del mal que se va a morir. Pero en lugar de eso mete la cabeza entre las piernas y se aleja de la multitud exasperada, como una brisa imperceptible, casi incorpórea.
Atrás quedaron la parada, la gente alocada, la chica. Dany se sienta en uno de los tantos bancos de madera de la calle G. En ocasiones desaparece detrás de la humareda de los vehículos que circulan por la avenida, que en la mañana es más bien una selva asfáltica. A su lado se sienta una muchacha de aspecto metódico, que no tarda en zambullirse en la lectura de un libro. 
Vaya negro… con tremenda blanca, gritan unos constructores que pasan por delante de ellos en un camión.
Ella apenas levanta la mirada y no demora en marcharse, los ojos de Dany la siguen, quieren explicarle, decirle que no tema, que a él no le gustan las mujeres, pero desaparece tras una guagua. 
Qué asco de país –piensa-. Si pudiera correr ahora mismo hasta el malecón y marcharme a nado de todo esto. ¿Pero y Andrés, que haría con mi Andrés? Él no logra comprenderme. Piensa que estoy paranoico. Que a la vida se le mira con sangre fría. Para él todo es muy sencillo, porque no es negro. Es como si fuese un pecado imperdonable que cargo a mi espalda.
Aún subyacen en su memoria las palabras que le escuchara decir a otro estudiante universitario, cuando un compañero de aula le reveló su preferencia sexual: ¿tú me estás diciendo que aquel negro es maricón?
     
Esta vez, las escaleras son más largas para Dany, cada escalón supone un escollo casi infranqueable para unas piernas vagas. La puerta está entreabierta, alguien debate alentadamente con Andrés. Dany busca en sus archivos de voces, pero no reconoce el timbre casi apagado de esta. No quiere hacer lo que tiene pensado hacer: coloca la mochila hacia delante, se pega a la pared del apartamento y con la pulcritud de un filatelista, inclina la cabeza y afina sus oídos:
-Él es muy buen hombre –dice Andrés.
-Ay, pero lo cortés no quita lo valiente –dice la voz desconocida-. Es mucho más negro que tú. Mírate bien cariño, tú pasas por blanco donde quiera.
Dany se retira un par de escalones, aún no puede creer lo que escuchó. Secándose algunas lágrimas que incontenibles le humedecen el rostro, se reincorpora para seguir escudriñando en la conversación:
-Eso no me interesa, querida –dice Andrés, a la defensiva-. Para mí, todos somos azules…
-Pero el azul de él es bien oscuro –dice la voz desconocida-. Pero bueno, tú sabrás. Si de veras te gusta…
Un manantial de quietud anega el pecho de Dany, tranquilizado por la respuesta de Andrés.
-Buenas –dice Dany, mientras se deshace de la mochila bajo el asombro de Andrés, que sonriente lo recibe.
-No te esperaba tan temprano –dice Andrés, antes de darle un beso-. ¿Recuerdas la amiga de infancia de la que te hablé en una ocasión?
Dany se encoge de hombros.
-Marta, Dany. Dany, Marta –los presenta Andrés-. Ella es la del jamón.
-Bueno, mejor los dejo –dice Marta-. Más tarde yo les mando a una muchacha con el encargo.

-Ella es buena persona –dice Andrés, despidiéndola desde el balcón con una sonrisa promocional. 
-Sí –dice Dany-. Lástima que no le gusten los negros.
-¿Por qué dices eso?
-Lo tiene dibujado en sus ojos –dice Dany-. Parecía que estaba viendo un elefante en medio del apartamento.
-Tú y tus cosas –dice Andrés.
-En eso te doy la razón –dice Dany-. Mis cosas.
-¿No vas a explicarme por qué no fuiste a la universidad? –dice Andrés.
-Ahora voy a descansar un rato –dice Dany-, después hablamos.

El insistente sonido del timbre despierta a Dany, que antes de atender a la puerta disfruta de las nalgas de Andrés. Está chulo, se dice, repasándose los labios con la lengua.
-Ya va, ya va –dice Dany, abrochándose el pijama. 
     Se acerca a la puerta y husmea a través de la mira:
-Andrés –dice Dany, moviéndole los pies-. No te hagas el dormido y ve tú, que es la muchacha que mandó tu amiguita.
Desde la cocina, Dany presta atención a cada movimiento de Andrés, mientras cierra el negocio con la muchacha, una mulata mal vestida que solo asiente con la cabeza a cada un de sus palabras. La transacción se dilata más de lo esperado, Dany se mueve de un lado a otro de la cocina, como un átomo, los celos le persiguen, lo acorralan.
-Por fin –dice Dany, adelantándose a cerrar la puerta.
-Dios mío, pero que negrita más bruta –dice Andrés.
-Para la próxima –dice Dany, marchándose al cuarto-, dile que te mande una blanca…
-Dany, yo no quise… -dice Andrés, dejando caer el jamón al suelo.

Siglas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 16, 2013, 16:38:39 pm
Más allá de la vista.


No me costó mucho trabajo deducir que aún era temprano. Mi habitación continuaba sumida por completo en la oscuridad de la noche. Tanto, que no me sentía capaz de diferenciar los muebles y objetos que ocupaban la misma. Permanecí inmóvil en el rincón derecho de la cama, rodeando las piernas con los brazos, pero sin dejar de apoyar la cabeza contra la almohada. Intenté volver la cabeza hacia la izquierda para poder seguir durmiendo, pero el intermitente dolor de cabeza que estaba comenzando a sentir en aquel momento, hizo que dicha idea desapareciera de mis pensamientos. En ese instante me di cuenta de que algo no iba bien, y decidí aguardar. Tenía demasiadas cosas en las que pensar, demasiadas cosas que recordar. Reposé durante varios minutos hasta que descubrí el motivo de aquel incómodo dolor de cabeza y de aquel malestar en el que me encontraba atrapada. No tarde mucho en hacerlo. Debía enfrentarme a una realidad que mi cabeza era incapaz de afrontar. Me negaba a aceptar que Susan ya no estaba. Que se había ido para siempre. Y que, lo más probable, es que no volvería a verla nunca más. Repetir su nombre hizo que me estremeciera de forma inconsciente. Pero no pude evitar volver a hacerlo. Era Susan. Mi Susan. Mi mejor amiga. Y, posiblemente, la única amiga de verdad que había tenido.
Jamás podría olvidar el día que la vi por primera vez. Yo acababa de mudarme a aquel pueblucho pocos días atrás, debido a la muerte de mi padre. Apenas teníamos 4 años. Era una tarde de otoño. Una de aquellas tardes en las que el suelo está cubierto por hojas secas desprendidas de los árboles que ejercen su mudanza rutinaria. Estábamos en la biblioteca del pueblo que días antes hubiera descrito como tranquilo, en compañía de nuestras respectivas madres. Ya desde entonces nos sentíamos atraídas por el mundo de la lectura. Y lo más probable es, que la imaginación que había desatado en nosotras la afición por la misma, fuese uno de los pilares que hicieron que nos manteniésemos tan unidas.
Pero... tampoco conseguiría hacer desaparecer de mi cabeza los recuerdos de la última vez que lo hice. En el mismo lugar.
Salí de casa pocos minutos después de lo habitual. Me había entretenido leyendo. pero tenía que hacerlo. Tenía que acabar ese libro antes de que terminara el plazo de entrega si no quería ser sancionada por ello. Y dicho plazo terminaba ese mismo día. Cuando acabé no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa triunfal. Recogí mi habitación lo suficiente como para que mi madre no se diera cuenta del desorden y no tener que soportar otra de sus insoportables regañinas. Salí por la puerta. Bajé las escaleras a trompicones, y sin preocuparme por pisar todos los escalones. Cuando hube llegado al portal, me detuve un breve instante frente al espejo, me miré, me aseguré de que todo estaba en su lugar, y no dudé en salir corriendo en dirección a la parada de autobús. No tardé en fatigarme, con lo cual no me quedó más remedio que disminuir la velocidad. Cuando llegué a la parada no fui capaz de esperar más de cinco minutos, posiblemente estuviera debido a la impaciencia que había heredado de mi padre. Pero esta vez opté por caminar a un ritmo considerable en lugar de correr. Llegaba tarde. Había pasado más de media hora desde que había quedado con Susan. Solía caminar con la cabeza gacha, mirando hacia el suelo, como estaba haciendo en aquel momento, hasta que alcé la cabeza. Me alegró comprobar que la biblioteca se encontraba lo suficientemente cerca como para estar al alcance de mi campo de visión. Me detuve para descolgar la mochila de mi hombro, la abrí para extraer de ella la funda con mis gafas en su interior, y seguí caminando. Las coloqué sobre mis ojos y lo vi todo con la claridad que me faltaba cuando no las llevaba puestas. Volví a levantar la mirada hacia la misma dirección en la que lo había hecho antes, y me resigné al comprobar que Susan no estaba allí fuera, esperándome. Pero, a decir verdad, tampoco me extrañó que se hubiera cansado de hacerlo y hubiera decidido aguardar mi llegada en el interior. Seguramente yo hubiese hecho lo mismo, pensé. Cuando quise darme cuenta ya estaba frente a la entrada. Subí las pocas escaleras que me separaban de aquel enorme portón y llamé con una suavidad que adquirió cierta fuerza al no haber obtenido respuesta. Me detuve indecisa a observar el pomo. Era dorado, del mismo color que el marco que recubría aquella enorme e imponente puerta marrón que tantas veces había atravesado, y acerqué mi mano hasta que pude hacer que este girase. Y así lo hice. Cuando lo hube hecho, mis ojos analizaron el interior de la sala, y me extrañó ver que esta estaba completamente vacía y sumida en la penumbra. Todas las ventanas estaban cerradas y los libros colocados en perfecto estado y orden en sus respectivos estantes. No encontré ningún otro desperfecto hasta que desplacé la mirada hacia el suelo.

-¿Su...Su...Susan?- Susurré con un hilo de voz.

S.S. AIRAM
                                                                                           
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 15:08:35 pm
EL CUENTO DE SITOCO NOBAILO


En Zyrzy había un muchacho que no sabía bailar y es famoso que en Zyrzy todo el mundo sabía hacerlo. El muchacho no sabía y por eso se murió tres veces. El primer entierro fue muy doloroso. El padre, además de quererlo mucho, era uno de los mejores bailarines, así que inventó una danza de la muerte muy imaginativa y los zyrzyanos bailaron con gran sincronización y armonía, pues aprendieron el baile en cinco minutos, ya que los zyrzyanos aprendían a bailar muy pronto. Las lágrimas inundaron la pista de baile del cementerio, la gente se mojó los zapatos de charol y los claquetistas no hacían más que salpicar a todos, pero lo peor era que Nobailo había fallecido sin saber bailar. No obstante, con esa gran tristeza bailada, lento, lento, rápido, rápido lento, todos despidieron a Nobailo.
Al día siguiente, Salsita, la madre de Nobailo, estaba bailando un merengue y haciendo una tortilla cuando apareció Nobailo vivito y coleando.  A Salsita le dió un soponcio al verlo y, sin dejar de bailar, cayó al suelo diciendo  « ¡Cielos, estás vivo; un, dos, tres; mambo! ».
- Sí, madre, y todavía no bailo.
- Voy corriendo, en un minué me presento allí - dijo Salsero, el padre de Nobailo, cuando recibió la noticia del soponcio de su mujer y de la presencia de Nobailo de nuevo en el mundo de los bailarines.
Y en un minué llegó Salsero y con un zapateado mostró su disconformidad ante las noticias que se acababan de producir.
- Nos alegra mucho que estés aquí, len, len, rapi, rapi, len, pero podías haber avisado, Nobailo.
- Ya, lo que pasa es que no bailo y muerto se está muy mal.
Hubo un baile de bienvenida que Nobailo presenció sentado en la silla mientras todos bailaban.
A los pocos días Nobailo se volvió a morir: “lo siento mucho, pero no puedo evitarlo, porque no bailo y me siento muy triste”, dejó escrito en un papel.
El segundo entierro fue muy concurrido, porque poca gente muere dos veces en tan poco tiempo.  Len, len, rapi, rapi, len, Nobailo fue despedido por todos.
Poco después, en el baile del lunes por la tarde, Salsita y Salsero estaban bailando cuando, en la sala, alguien notó que la cortina se movía. “¿Qué es eso?”, preguntaron todos.  Las parejas se disolvieron para formar varios grupos heterogeneos que se acercaron en corro a la ventana bailando una sardana. Alguien descorrió la cortina y apareció Nobailo detrás de ella.
-  No quería molestar pero es que estaba muy solo y al menos quería estar cerca y ver cómo bailabais, es que muerto y solo se está muy mal... sigo sin saber bailar, lo siento mucho.
- Nos alegra mucho volver a verte, sientaté si quieres.
Nobailo estaba muy contento de poder verles a todos de nuevo, pero a los pocos días, lleno de tristeza porque era incapaz de aprender a bailar, se volvió a morir.
“Lo he intentado todo, el tango, la jota, el chotis y el cha cha cha, pero no sé bailar. Me muero otra vez, no me guardéis rencor. Me gustaría tanto poder bailar con vosotros...”
En el tercer entierro ya no hubo fiesta, se bailó un flamenco muy poco animado porque se decidió guardar la alegría para cuando volviera a aparecer Nobailo.
Y así fue, porque Nobailo apareció a los dos días y lo hizo con la solución.
- ¡Familiares, amigos y desconocidos bailarines de nuestra tierra, vengo del otro mundo con la solución!.
Nobailo llevaba una pandereta en la mano, un tambor en la espalda que tocaba gracias a una cuerda accionada con un movimiento del brazo, dos platillos en los tobillos y un teclado en los pies.
- Me lo ha enseñado en el más allá un hombre orquesta que falleció al pisar un cable en un concierto. Puedo hacer música con todos estos instrumentos. Así, los músicos pueden dejar los suyos para seguir bailando y no se cansarán tanto, porque aunque en Zyrzy no lo sabíamos, me he enterado de que se puede tocar música sin bailar al mismo tiempo y yo sí puedo hacerlo porque no sé bailar.
- ¡Bien, que viva Nobailo, que viva!. Desde hoy ya no te llamarás Nobailo, te llamarás Sitoco Nobailo.
Y se hizo un baile en honor a Sitoco Nobailo en el que los que más disfrutaron fueron los músicos porque, como Sitoco tocaba tantos instrumentos a la vez, ellos podían dejar los suyos y seguir bailando con más comodidad, sobre todo Tocolatuba Sibailo, de quien se pudo observar que no tenía la cabeza roja de nacimiento.
Sitoco Nobailo tocaba al mismo tiempo el acordeón, la guitarra, la flauta y varias percusiones con los pies. Por primera vez en su vida estaba contento y disfrutaba emocionado de ver cómo todos los zyrzyanos bailaban al son de su música.
En cambio, no todos los músicos estaban contentos y pronto el flautista Soplolaflauta Sibailo - los Soplolaflauta han sido siempre muy envidiosos – se puso verde de envidia porque Sitoco tocaba la flauta mejor que él, y cuando la gente estaba distraida bailando la Conga y Sitoco Nobailo estaba contentísimo tocando y viendo a todos bailar, el envidioso Soplolaflauta, con una astuta danza del vientre, se fue alejando disimuladamente del grupo que bailaba la Conga y, con un rápido Charleston, sin perder el paso, se acercó a Sitoco y le asestó tres golpes con la flauta en la cabeza a ritmo de chá chá chá. Sitoco Nobailo dejó de tocar, mientras caía a la pista de baile desde lo alto del escenario.
Entonces, cambiando la Conga por un vals muy melancólico, todos se acercaron adonde había caído aquel a quien ya no sabían con qué nombre llamar, aunque viendolo caído en el suelo algunos le llamaban Nitoco Nibailo. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el muchacho movía lentamente los brazos tratando de imitar la danza del cisne. Cuando la última lágrima cayó de sus ojos, aún trataba de esforzarse por bailar y por parecerse a los demás porque creía que le habían golpeado por no ser como ellos.
Durante días, semanas, meses, se esperó a que aquel muchacho sin nombre volviera a aparecer, pero no lo hizo nunca y no se volvió a saber nada de él. Poco a poco fue desapareciendo el recuerdo de su presencia, de sus soledades sentado en la silla solitaria esperando con ilusión el día que por fin sus pies aprendieran a moverse al ritmo de la música, mirando cómo bailaban los demás y, sin nadie que les viera bailar, también todos fueron olvidandose de los pasos y los ritmos de sus bailes. A medida que se alejaba el tiempo en el que el muchacho olvidado había vivido, cada vez bailaban peor sin saberlo y, poco a poco, empezaron a pisarse los pies, a chocarse las cabezas, a perder el ritmo sin darse cuenta, hasta que acabaron sus días sin saber bailar, caminando errantes por la vieja sala de baile.

Tilbus Dawkins
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 15:11:55 pm
Un héroe absurdo


Esta disposición a explicarse, a comunicar y exponer motivos, es una expresión atrofiada del deseo de posteridad. Analizar, crear y trascender, sobrevivir de algún modo, convertir nuestro trabajo en una promesa, en la posibilidad de ser recordados cuando haya pasado nuestro tiempo. Evocados en la mente de extraños, en sus corazones, convertidos en un puente hacia la eternidad. ¿Acaso no es la muerte nuestro único problema? La vida quiere vivir y solo se vive si es para siempre. El tiempo es la espera de la muerte, la imposición grotesca, la ofensa original. El peor mal es la nada, el mayor abismo la desaparición; la impenetrable oscuridad de los que son olvidados. El vacío, infinitamente frio y solitario.
Vivía con su madre, su abuela, dos tíos y su hermano mayor en un apartamento sin agua potable ni energía eléctrica. Dormían juntos en un cuarto demasiado pequeño. Frente al espejo, la mirada triste se abraza a la resistencia sostenida por la esperanza. Acaricia con sus manos las paredes, convencido de que ese no es su destino.
¿Por qué? ¿Dónde encuentra el material para fabricar sus sueños?
El mundo lo oprime y parece cerrarse frente a él, pero insiste arrojado por la voluntad de la apuesta. Ya la ha hecho aunque no lo sabe. Ha elegido la esperanza en el sentido y la confianza en la recompensa. Desde sus entrañas está llamado  a consumar aquello para lo que ha nacido, pensar y escribir. Es solo un niño de Argel, delgado, de frente amplia y ojos grandes, con una mirada que tienen los que no saben parpadear. Ámbar, como la resina que atrapa a los insectos, revelan un proyecto imposible al que no le alcanzará el tiempo.
- “Albert, es tarde. No hay tiempo para desayunar” dice su madre. Él apenas asiente con un vaso de leche entre sus manos. Recoge sus cosas y se prepara para salir, cada mañana camina diez minutos hasta la escuela. Le gusta bañarse en el mar cuando la tarde es roja, azul, violeta y naranja, y colorea el agua de metales fundidos, como el brillo del oro sobre un universo líquido.
Cierra los ojos; en su cuarto, acostado. En la mesa, mientras espera sentado, en el autobús, junto a la ventana, durante el receso, mientras todos hablan. Primero llega el silencio, y luego la suspensión de los otros que lentamente se van desvaneciendo en medio de juegos y parques. Entonces puede escuchar el viento y el rumor de la marea de puntillas sobre la arena del fondo.  No se resiste a la atracción de la corriente, la orilla desaparece detrás de las olas, una y otra vez y cada vez más lejos, comienza a nadar y siente el agua fresca deslizarse por su cuerpo. Las gotas y la espuma rebosantes de luz como explosiones de estrellas. El sabor de la sal y las arrugas en los dedos. De noche abre los ojos y es aguijoneado por la duda, una duda que crece arraigada por el sedimento del tiempo, a profundidades desconocidas sobre las que no se atreve a pensar. Como una colonia abisal de algas y corales filosos mortalmente tóxicos.
Ahora es más flaco y se le ha amargado un poco la saliva. Los domingos sale a pasear por el boulevard y se sienta a tomar café con leche. La apuesta lo ha mantenido cerca de la gente, todavía siente el deseo de buscarlos.
- “Mi padre murió en la Primera Guerra Mundial, en Charleroi. Era miembro del quinto ejército francés” dijo el hombre aspirando un cigarrillo mientras sostenía la tasa de café en la otra mano.
- “Yo tenía nueve años, todavía me acuerdo de él…” fumó un poco, Albert lo observaba.
- “Nada especial” continuó, “un recuerdo tonto de esos. Me llevaba con él a comprar pan, leche y huevos. Yo no recuerdo el lugar, pero me veo caminando con él en la calle, íbamos a la bodega. Tenía un pantalón gris y llevaba chaqueta. Eso es todo…”
- “Mira ese perro”, dijo Albert señalando hacia adelante donde un perro negro con manchas blancas intentaba abrir una bolsa de basura con los dientes, la mordía y sacudía la cabeza de un lado a otro.
- “Es un callejero ladrón” comentó el hombre observándolo mientras exhalaba el humo. El perro finalmente rasgó la bolsa y sacó un hueso de pollo. Luego se marchó acelerando el paso y pronto se perdió entre la gente.
- “Cuando mi padre no regresó mi madre me dijo que las pérdidas habían sido enormes y que todos estaban arruinados. Lo bueno era que no volvería a pasar, decía ella.”
- “Siempre sobreviven ésos. Hasta que alguien los mata…”, dijo Albert mirando al perro alejarse en la distancia.

“Como una roca enorme que tritura tus hombros.
 Hay sangre y heridas y el castigo del sol, los poros duelen abiertos: el sudor en tu frente, en tus ojos y en tu boca.
En tus brazos y en la piedra el peso insoportable, las rodillas quebradas, los pies destrozados llenos de polvo y arena. La pendiente: larga, imposible. La pendiente larga e imposible. Tus músculos arden; la tensión vertebral y la piel desgarrada. El olor mineral de los montes desiertos. Cae la noche.
En nueve días llegarás y habrás de cargarla nuevamente, por primera vez y para siempre. Volver a comenzar para siempre.
Debes imaginarte feliz, y entonces serás un héroe”.

Murió años después en un accidente absurdo, más cerca de la fe que da la duda que lo angustió toda su vida. Porque es imposible deambular en el azar sin sentido, porque ningún hombre es Sísifo.
Un boleto de tren sin utilizar en el bolsillo y una propuesta que hubiese sido mejor no aceptar. Así son las cosas.

Giorgio Moroder  
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 15:14:19 pm
LA ENFERMERA

           
            Madre estaba sentada junto al fuego. Su cuerpo débil y enjuto estaba consumido por la enfermedad que padecía desde que me acuerdo. Sus cabellos pegajosos se le adherían a las sienes dándole un aspecto de molusco. ¡Qué asco!
-Hacéme un té y alcanzáme la manta gruesa que me estoy helando- fueron sus órdenes, apenas se despertó de su duermevela.- Cortá  leña, que queda poco, -me siguió mandoneando.
Corrí a prepararle la infusión. Sabía que si me demoraba, iba a comenzar con el rosario de todos los días: -¡Para qué ***** te tuve, si no servís para nada! ¡Inútil como el palurdo de tu padre!
Siempre era lo mismo. Traté de no pensar  más, a ver si me animaba de una vez por todas a ponerle unas gotas de veneno en el té, o tal vez empuñara el hacha y en vez de cortar leña la cortara a ella. En trocitos. Ganas no me faltaban. Sólo coraje.
Le preparé el té como le gustaba: con miel y unas gotitas de limón, y le alcancé la manta gruesa y salí por la leña. Recuerdo cuando mi padre  trajo esa manta de uno de sus viajes al Norte. Hermosa. De colores vivos y lana cruda de oveja. Ella le dijo que era una porquería y la guardó en el fondo del ropero. Recuerdo la tristeza del viejo. Se calló la boca y bajó la mirada. Como siempre. Al poco tiempo, nomás, se nos fue. Le dio un infarto y se murió sin dar trabajo. ¡Pobre viejo! Ni en el velorio la arpía se calló la boca. Lo criticó todo el tiempo. Me daban ganas de meterla a ella en el cajón.
-Tenés que teñirte. Se te notan las canas. Y ponéte un poco de rouge. Estás blanca,-me decía mientras bebía a sorbitos, haciendo un ruido insoportable.
-¡Vieja de *****! Desde que te enfermaste te sirvo de enfermera. Si con tu pensión no te alcanza para nada. En cualquier momento me las tomo y arregláte como puedas. Lástima que son solo amenazas. Me falta valor.
-No sé para qué te ponés esas minifaldas. Nadie te va a mirar.-seguía con su cantarela. –Ni siquiera Roberto. Ese sí que te gustaba. ¿Eh? Y no te hizo caso. Se casó con la de enfrente. ¡Y eso que no le sacabas los ojos de encima! Me miró con satisfacción. Estaba disfrutando.
La dejé despotricando sola y me fui a mi habitación. Me había herido. Si de alguien me había enamorado en esta vida fue de Roberto Arzuaga. Lo espiaba cuando pasaba todos los días para el trabajo. El me saludaba siempre amable. ¡Era tan lindo! ¡Y esta vieja perversa me lo viene a recordar! No tengo escapatoria. Me asfixia. Como un animal enjaulado. Así me siento. Me tendí sobre la cama y encendí un cigarrillo, inventando sortilegios con círculos de humo. Comencé a acariciarme. Lentamente. Mis manos se deslizaban sedientas por la geografía de mi cuerpo, deteniéndose entre la tempestad de mis piernas.  Y me acaricié los genitales erguidos como templos. Un gemido salió de mi garganta mientras la imagen de Roberto Arzuaga se perdía en la neblina de mi delirio. Me gusta. Me olvido de madre y de todo lo demás. Voy a tratar de dormir. En el sueño encuentro el alivio necesario para seguir con esta doble vida. Vida de *****. Tal vez las gotitas de veneno me las tendría que tomar  yo…

Cuando entraron en la casa el olor era nauseabundo. Un vecino había alertado a la policía. El inspector se tapó la boca con un pañuelo embebido en perfume y recorrió el lugar. El novato que lo acompañaba no pudo evitar el vómito.
De la anciana que yacía sobre el sillón, solamente quedaban jirones. La habían matado a hachazos y las ratas se habían hecho un festín con los restos.
El inspector siguió recorriendo la casa. Entró en la habitación más pequeña y se encontró con el segundo cuerpo desnudo. No había sido devorado por los animales. El cuerpo descansaba sobre la cama. En paz. A pesar de su miembro flácido, tenía los ojos pintados, las cejas depiladas y los labios realzados con rouge.
Pero, ¿No tenía una hija esta señora?-preguntó el novato.
-Parece que no.-le contestó el Inspector  Roberto Arzuaga y fue por las bolsas para llevarlos a la morgue.

Peñi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 15:16:40 pm
UNA CARTA INÉDITA
                                   
                         

― ¿Y dice su merced, señor bachiller, que esta carta que tiene en sus manos era del mismísimo don Alonso?
―Así es, señor escritor. Fue él mismo quien me la confió cuando ya moribundo, hizo salir de la habitación donde estaba postrado a todas las buenas gentes que lo acompañaban en sus últimos momentos, quedándose a solas conmigo y entregándome esta misiva, con el encarecido ruego que jamás fuese publicada, pues era demasiado personal e íntima. Hasta me lo hizo jurar y todo.
―Pero, ¿podré leerla?
―Leerla sí, pero no incluirla en ese libro que dice que está componiendo sobre la vida del señor Quijano, a quien Dios tenga en su gloria.
―Veamos pues esa tan misteriosa carta.
―Aquí la tenéis.
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                  El Toboso, a 20 de junio del año del Señor de mil y seiscientos y cuatro
Mi bienamado don Alonso:
Hace solo unas horas que nos hemos separado y ya os estoy añorando de nuevo. Para mí, y espero que para vos también, este poco tiempo que hemos estado juntos ha sido el más feliz de toda mi vida. Y es que no es para menos, pues después de estar luengos años esperando para que os decidieseis pasar por el Toboso a visitarme, al fin he visto mi sueño realizado.
Aún a riesgo de pareceros atrevida y poco acorde con el natural recato con que una dama debe conducirse, debo deciros que estoy grandemente sorprendida por vuestra audacia en nuestro primer encuentro, y la fogosidad que habéis desplegado en el tálamo, que no concuerda con la imagen que a primera vista dais por vuestras más que enjutas carnes y extrema delgadez, y vuestro aspecto general, como de hombre descuidado y por demás desaseado.
En tocante a esto, y sin querer ofenderos, os rogaría que para nuestra siguiente cita os bañéis al menos el día antes de vernos, pues los hombres aseados gustan más a las damas, y eso no va de ninguna manera en menoscabo de vuestra hombría, os lo puedo asegurar. No creo que os resulte difícil encontrar un sitio para daros un baño, habida cuenta de los parajes por los que transitáis, ya que mismamente las famosas lagunas de Ruidera son un sitio ideal para ello. 
Este descuido general del aseo de vuestra persona, lo achaco más bien a las largas temporadas que permanecéis en mitad del campo, sin más compañía que vuestro escudero Sancho, el cual, aunque no me parece mala persona, es hombre por demás zafio y primitivo, tanto por su vestimenta como por la rudeza con que se comporta en su relación con las damas.
Esto último viene a colación porque cuando vino a traerme el mensaje que me escribisteis, en el cual me solicitabais una cita, ¡nuestra primera cita!, me disgustó profundamente la manera que tuvo de dirigirse a mí. Sin saludos previos ni cosa parecida, una vez se hubo asegurado que era yo la destinataria de la misiva, me espetó un seco: “tomad esta carta de mi señor don Alonso. Leedla y apresuraos a darme la contestación, que tengo priesa”.
Además, tenéis que decirle que mire lo que come, pues al mismo tiempo que me decía las anteriores palabras, me llegó un fuerte tufo a ajo crudo que por poco me tumba de espaldas. Y aunque yo sé que comer ajo es bueno para la salud, no lo es tanto para la relación con la gente, pues el fuerte olor que despide ofende la nariz de cualquier persona medianamente sensible.
Para obligar a vuestro escudero a que cuide más su aseo, atuendo, y maneras en general, he pensado que le vendría bien darse un buen revolcón con fogosa hembra, la cual de paso le quitaría o al menos rebajaría un tanto esos modales tan bruscos y el mal genio que denota, y lo dejaría suave como guante de cabritilla, pues es bien sabido que el no tener desahogos en la entrepierna, hace a los hombres y a las mujeres más intratables, huraños y secos, y si no pensad en vos mismo, ¿No os encontráis ahora, después de folgar toda la noche conmigo, como más relajado, con humor más placentero y semblante más risueño?
Por eso, la próxima vez que me visitéis traeros con vos a vuestro escudero que yo hablaré con mi vecina, la Jacinta, que aunque ya no cumpla los cuarenta es hembra harto fogosa y se muere de ganas por tener un hombre encima de ella, o debajo, que tanto da, y aunque bizca del ojo izquierdo y una más que mediana cojera de la pierna derecha, estoy segura que dejará a vuestro escudero harto contento y satisfecho. Así se les quitarán las telarañas que a buen seguro los dos tendrán en salvas sean sus partes.
Pero basta ya de mentar a vuestro escudero. Como os decía antes, estoy maravillada por el ardor con que me habéis acometido la pasada noche, que puede ser debido en parte, al mucho tiempo que llevabais ayunando de mujeres, que no parecía sino que fuera yo la primera que gozabais en vuestra vida.
En esto, algunas de mis amigas tendrán que tragarse sus palabras, pues no paraban de decirme que vos erais persona dada al romanticismo y al amor platónico, a contemplar a la mujer amada como a un ser superior e inalcanzable, y que llegado el momento del amor carnal no daríais la talla. ¡Cuán equivocadas estaban!
Quisiera pediros que no os demoréis tanto para la segunda vez, antes al contrario, mi gusto sería que vuestras visitas fueran más numerosas. Ya sé que a veces no podréis venir con la frecuencia con la que a mí y a vos os gustaría, debido a vuestro singular oficio de desfacedor de entuertos, liberador de doncellas cautivas y otros muchos trabajos a que estáis obligado, por profesar el honroso oficio de la andante caballería.
  Para remediar esto he pensado que podríais establecer vuestro campo de acción cerca del Toboso, pues por estas tierras también hay menesterosos a los que socorrer, y de este modo podríamos vernos cuantas veces quisiéramos. No hace falta que mandéis a vuestro escudero para avisarme de vuestra llegada: unos discretos golpes en mi ventana, de madrugada, me pondrán al tanto de que sois vos quien ha llegado.
Quiero poner fin a esta misiva con una recomendación que espero no la toméis a mal, pues es en beneficio de nuestros amorosos encuentros, y es que procuréis comer más de lo que ahora lo hacéis, a fin de que engordéis un poco y de esta manera no me clavéis vuestros huesos en los muslos y en las otras partes de mi persona, como en nuestro anterior encuentro, que me dejasteis el cuerpo lleno de cardenales.
Y no es que me queje, no. Solo que si estáis algo más rollizo nuestras batallas amorosas serán si cabe más placenteras, pues se amortiguarían un tanto vuestros ardorosos embates.
También os encarezco mucho que tengáis cuidado no vaya a engatusaros alguna pelandusca que se cruce en vuestro camino, porque la virilidad y el gentil donaire que emanáis de vuestra persona es como un imán para cualquier mujer que tenga ojos en la cara. Mirad que si me entero que alguna buscona trata de llevaros al tálamo para gozar de vuestros favores soy capaz de arrancarle los moños de cuajo. Disculpad mis modales, solo soy una mujer enamorada que no desea compartir a su valiente caballero con ninguna otra.
Esta carta os la mando con el padre de una buena amiga, que es comerciante de vinos, el cual va camino de Ossa de Montiel y pasará por las cercanías de la cueva de Montesinos, donde, tal como acordamos, estaréis vos esperando mis noticias.
Recibid fuertes abrazos de ésta, que vive suspirando por vuestra próxima visita. Esperando haberos causado tan buena impresión como vos a mí, y hacer honor al apelativo de “Dulcinea” con el que me soléis nombrar, me despido de vos:
 Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso.
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―En verdad, señor bachiller, que sería contrario al decoro hacer pública esta carta.
―Ya os lo dije, señor escritor, ya os lo dije.

Enamorada
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 15:22:15 pm
Saltimbanqui feliz


Mi caída fue como la de un saltimbanqui de circo barato, de poca altura y en forma aparatosa. El evento fatal no aconteció  bajo una carpa colorida, sino en una tienda de impecable blanco y gris, de clientela exclusiva, donde si te caes debes hacerlo con estilo y en cámara lenta y  no en una voltereta y media. Ya me jodí, pensé para mis adentros mientras el dolor intenso no solo me quebraba la espalda sino también la esperanza. En mi escenario circense la gente no aplaudía, sino que se detenía a observar con curiosidad el trágico final de mi salto acrobático.
 Los empleados del establecimiento trajeron una silla e insistieron en que me sentara y les hablara, pero debieron haberme dejado descansar sobre el piso y en silencio. Era obvio que les estorbaba el paso de la clientela así que no tuve más remedio que hacer lo que me pedían. Para mí no existía el tiempo y el dolor intenso me decía que no debía haberlos escuchado. Pero con lo incómodo de la situación y la gente circulando a mi alrededor mi hija finalmente llamó a mi esposo quien al llegar de inmediato me llevó al hospital donde el médico sin perder tiempo me explicó como si fuera muy normal que a mi edad – si, a mi edad- estas cosas suceden, y que la osteoporosis y demás algias me habían dado la bienvenida a la etapa de la  vejez. Ya usted no está para acrobacias, sino que debe mantener la mirada por donde va y tener mucho cuidado. Mi hija repetía que eso me pasaba por despistada mientras yo me preguntaba de qué edad me estaban hablando. Me había permitido soñar despierta y por eso había pagado el precio de  tener una fractura justo en la espina dorsal. Su vida ha cambiado, me dijo el taciturno doctor. De repente adquieres súper poderes mamá, me dijo mi hija como tratando de hacerme reír. Recuerda que todos los súper héroes lo fueron a raíz de un accidente. ¿Cuál súper poder  me gustaría tener? Ya los rayos equis mostraban una fractura en la espina dorsal. Sueño despierta Doctor y Ud. Me dice que eso es mortal..
De vuelta a casa me esperaban horas de interminable reposo y quizás de feroz aburrimiento. Tendría que esperar un tiempo para poder visitar la librería de siempre buscando un libro imaginario. Descubrí que a mi alrededor existía un mundo paralelo que nunca había notado. Los pájaros cantaban en dos turnos todos los días,  el hijo del vecino tocaba el saxofón sin cambiar de melodía y  pasaban las mismas películas en la tv al menos dos veces cada tres días. Pero el silencio de los abrazos ausentes era lo más terrible ya que ni podía abrazar ni hacer que los brazos de los otros se estiraran alrededor de mi cuerpo porque me dolían también las costillas. Y entonces, de a pocos, como una reacción de  un cuerpo que se resiste a ser despojado de lo que tiene por dar y recibir, sentí un impulso incontenible de reclamar mis abrazos, fuertes, interminables, esos que te cargan de vida en un instante.
Luego de unos días me tocó la visita de chequeo con el mismo doctor, quien me dijo enfadado que no entendía porque yo reclamaba el poder de mis brazos más que el de mis piernas y que seguro estaría perdiendo la razón. Pero de qué me habla, me dijo, ¿de abrazos? ¿Para qué sirven al fin y al cabo?
Volví mi rostro hacia mi hija y mi esposo. Vámonos a casa, les pedí, que aún tengo tiempo de oír a los pájaros cantar y el nuevo tono del saxofón. Sin pensarlo dos veces sentí sus brazos rescatándome de ese mundo despojado de humanidad, cubriéndome en ese abrazo tan aguardado. Soy una saltimbanqui feliz, exclamé con una sonrisa en la mirada mientras el doctor miraba asombrado que no caminaba.
Volaba.

Asiasur
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 16:22:30 pm
LA NOCHE AQUELLA


A las 10:00 am  se levantaron, se dirigieron al patio en donde me encontraba leyendo el periódico, a ninguna de las dos les importó mi presencia.
Por temor o por guardar la distancia no me había atrevido a fijar mi atención en ellas. Ahora lo hice. Sus amplias y transparentes pijamas dejaban ver sus cuerpos de porcelana, cubiertos apenas por las bragas. ¡Dios mío, cuan bellas eran! Tena, la menor tenía 15 años. Caminaba con flexible exhibición imitando los movimientos del mar. ¡Qué monumento! Su mirada no tenía fondo. Nadie podía saber dónde estaban los manantiales de su lumbre; quien la miraba una vez, sentía la imperiosa necesidad de volverlo hacer una dos veces más; si fuera por siempre, mejor. Sus labios finos y dorados tenía la frescura de la aristocracia criolla. Era alta, esbelta. Su busto erecto, cual peras llenas de ambrosía, invitaban a la pagana feligresía. La mayor, Omaira, tenía 16 años. Blanca, virginal, traducción de aurora y frescura. Tan dulce como una canción de oasis. Tenía un corazón de enardecido lucero que se derramaba por sus jubilosos ojos y sus tenues labios.  Era más bajita. Parecía un pequeño mundo en donde apenas cabían dos. Su cabellera larga y poblada semejaba un tranquilo anochecer.
_Nos vamos a baña acá en el patio para no despertar a mis padres, dijo una de ellas a la muchacha de la cocina cuando les trajo jugo de naranja.
“A mí  no me des”, habló Omaira, quien se fue a la nevera y trajo un par de cervezas, una para mí, lo cual me extrañó.
_Toma, bebe, me dijo imperiosa. 
_Muy amable, pero no se hubiera puesto en eso.
_ ¡Ah!
Se sentó a mi lado. Olía a polvo y a loción de niña.
_ ¿Entonces te vas para tu tierra hoy?
_Sí.
_En vacaciones tenemos planeado ir por allá, ¿por qué no me regalas la dirección para pasar a saludarte?
_Con gusto, búsquese papel y lápiz para anotarle.
_Ahora que salga del baño.
_Para entonces ya iré lejos.
Se paró, trajo el papel y dos cervezas más.
_No me parece justo que te vayas sin despedirte de mis padres que han sido tan especiales contigo.
Me di cuenta que no era elegante ni de caballero lo que pensaba hacer, así que le di la razón y le prometí enmendar lo que pensaba hacer. Había llegado a esta casa por mera casualidad, dado que caminaba por la avenida, en busca del transporte para mudarme a mi pueblo, en Sucre, dejando mis últimos pasos en esta ciudad, que me había alojado por un año completo, trabajando en el Correo Postal, cuando de repente veo que la lujosa camioneta se da de frente con el poste. El conductor se estaba ahogando. Lo saqué y le di los primeros auxilios. Lo llevé al hospital. Estando allá llegó la señora. Cuando le dieron de alta, ambos exigieron que los acompañara a su casa. Me pidieron que pernoctara aquí, que me fuera mañana porque ya era muy tarde. 
Durante el desayuno, me paré frente a la mesa y les comuniqué mi decisión de marchar. La señora se mostró condescendiente conmigo invitándome a que me quedara otro día más para que me logara el aventón con ellos que iban para Barranquilla. Viendo que lo hacía de manera sincera, accedí. Coloqué de nuevo mi bolso en el cuarto. Por la noche me pidieron que cuidara la casa mientras la familia completa se iba a bailar al club con la orquesta de Renato Capriles.
“Ya sabe, no le abra a nadie, ni dé razón alguna de donde nos encontramos, tome, échele plomo al que sea”. Me había entregado el señor un pistolón y continuó hablando. “Ahí en la nevera hay Whisky, si le provoca, hágale”.

Después que se fueron saqué una de Old Par y me puse a ver cine. A las 11:00 pm, llegó Omaira con una amiga, introduciéndose ambas al cuarto. La amiga se cambió el traje por uno que le prestó Omaira, pues el suyo se había arruinado con gaseosa. Mientras se cambiaba, Omaira salió a la sala, me quitó el vaso y tomó. “¿Quién toma solo?”
_El que no tiene con quien, con los deseos se  acompaña.
Se fue a la nevera y regresó con una gaseosa. Me ordenó que le pasara el vaso. “Tiene buen hígado para el Whisky”. Se quedó mirando fijo a los ojos, después de un segundo dijo:
_Creo que no soy tan vieja para que me llames de usted, bájate al tuteo y me sentiré mejor.
Antes que le contestara cualquier cosa salió la compañera.
_ ¿Nos vamos?
_Sí, nos vamos.
Al tiempo de cerrar la puerta se volteó y acompañándose de su mejor sonrisa me dijo pasito, ¿no estaré yo entre esos deseos? Salió de prisa sin esperar respuesta. Por entre la ventana contemplé su talle. Un sino alegre como arpa llanera movió su andar, bajando por su falda una corriente de ilusión inquieta y coqueta con su meliflua silueta. Quedó mi corazón como un viejo campanario, retumbando en tierras ajenas tras una esperanza engañosa. Sentí fuego en las mejillas, sus palabras habían brotado como gotas de ámbar, rociando los pétalos del corazón en el huerto legítimo del amor.
Se acabó la película, me fui a dormir. En eso escuché que se detenía un carro frente a la puerta. Descubrí que era ella nuevamente. Le abrí. Entró silenciosa y pálida. El olor de su cuerpo no se detuvo en su piel y voló hacia mí. Seguí detrás de ella para no perderme su embeleso. Se detuvo mansamente. Giró. Su angelical rostro quedó próximo al mío. El fulgor de la pantalla de la rinconera adornaba su cabeza con un reguero de estrellas y luceros. Su respiración era jadeante, parecía que el aire se le acaba en los pulmones, respiró hondo. Me miró. Su carita de diosa era un trigal maduro, listo para la cosecha. Sus labios se abrieron para decir algo; pero lo único que hicieron fue fundirse con los míos. Nos besamos con ardor, pasión y frenesí. Se volteó, la tomé por el talle, y dobló hacia atrás su tronco. La besé en el cuello, se estremeció cual potro que sudoroso es despojado de su montura. Buscó mis labios queriéndose llevar mi vida, mi alma, mi ser. Se tiró en el diván arrastrándome con ella. Su voz sonó en indulgente plegaria. Te quiero, te quiero. Bésame. Haz de mí tu noche soñada, tu dulce compañía. Sube, sube. Clama con incontenible agonía, cuando ya mi boca y mis labios le parecían poco para calmar aquella ansiedad que le devoraba. Y nos fugamos para siempre esa misma noche.

Gavilán Triste
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 21, 2013, 17:36:34 pm
EL BASTON DE MALACA


Apoyado en el marco de la ventana, miraba al viejo sentado en el jardín. El hombre parecía pensar y estaba sentado con la espalda vencida y la mano aferrada al puño de plata labrada del bastón de Malaca mirando al cielo con los ojos ausentes, húmedos de un llanto inconsciente. Tiene la mirada de un rencor profundo como si clamara por una venganza que espera desde un tiempo remoto, y que ya no reconoce manos ni rostro, aunque permanezca el lugar y el momento, cuando el sol muere con el último brillo sobre las hojas de las casuarinas.
La mano apretada a la empuñadura del bastón y una rabia antigua le dibuja una mueca en la boca severa que no sabe de risas, apenas  un gesto casi imperceptible, cuando recuerda las noches pasadas entre amigos y mujeres ocasionales. El viejo permanece ahí, pensando, tiene los dedos crispados sobre el cabo de plata, y entra al torbellino de recuerdos que arrastra del pasado, de aquel tiempo lejano de la peste, cuando preguntó al cura: “porqué doblan las campanas por los que mueren y nunca por los que van a nacer”.
-“porque al morir, nacemos a la vida eterna”, le respondió el párroco, con ese gesto infalible de burócrata que a veces tienen los hombres de la fe.
Mientras piensa, el viejo va desgranando las memorias de un tiempo muerto, empeñado en la ilusión de que todo el pasado sigue viviendo y lo visita en su honradez y en su coraje. Sostiene la mirada distraída en la nada. Es la misma mirada de los tiempos idos, pero ya no convoca voluntades ni deseos ajenos, es un morir de a poco, sin resistencia ni derrota. Un convite a la muerte: “Madre, usted no se irá sola y cuando  muera, yo me iré también. ¡Calla! Que el ánima queda presa y después no puede descansar en paz”. Era un niño, entonces,  pero esas palabras pudo repetirlas en cualquier momento, ahora mismo las está pronunciando, con la certeza del final. ¿Qué puedo hacer?, lo pensó mientras leía la carta, de letra fina y apretada, contándole que allá lejos todo había perdido su sentido, que los hombres se mataban y los campos y ciudades apilaban cadáveres de soldados, mujeres, niños, viejos y animales. “Deja  la lectura, tantos libros escritos para seguir desgarrándonos con las manos como en los primeros tiempos, no por hambre, sino por una venganza que no recuerda su nombre… ¡contéstame!” Era el ruego de una voz remota. El nunca respondió esa carta y el silencio se hizo dolor en la conciencia.
El hombre del bastón sigue allí, pensando, la mano aferrada y el puño firme, es lo único recio en ese cuerpo moribundo que tiene la mirada puesta en el cielo. El recuerdo de los pechos tibios de aquella mujer que lo cobijó como si fuera un hijo. La hembra de carnes firmes y mirar dadivoso en las noches de un otoño frío y ventoso: “las ráfagas heladas del infierno que te calan los huesos aunque el fuego se alce con las llamas hasta el cielo” –le decía- y él pensaba que todo iba a pasar, aunque no cejara el  frío solitario en el páramo; allá arriba, cerca de las nubes, cuando el silencio se rompe con el martillar de la carabina y los cóndores alzan vuelo detrás de la montaña.
La espalda encorvada y los ojos desteñidos que miran al suelo, la mano firme en la empuñadura de plata labrada.  No importa lo que se vea, es el oído que trae el retumbar de los cascos y el polvo seco que vuela en remolino por el galope de los caballos. Un grito áspero, uno solo, y el atropello de las bestias que se detienen ante la sombra del hombre; el silencio abre un vacío de terror en el pecho. Un tiro es suficiente, piensa,  y la mano paralizada en el arma no se moverá y el fogonazo le rozará la sien para lavar la afrenta.
Las hojas caen secas y se amontonan alrededor, una lágrima gruesa le corre por la mejilla y los ojos ya no miran el suelo, ahora imaginan y lloran, cuando el eco de un voz lejana repite la sentencia: “el dolor de la traición se siente un minuto antes de morir”; un velo blanco, como una gasa, le nubla la vista, siente el corazón en la garganta, quiere mirar y no puede.
Apenas un gesto de asentimiento y aquel hombre con la espalda vencida, afloja el puño sobre el mango de plata labrada y se deja caer junto al bastón de Malaca; el polvo se arremolina y le cubre la cara macilenta, la última lágrima le corre por la mejilla hasta la comisura de la boca muerta.

El Vigía
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 15:36:57 pm
Decisiones


Paris ya de viejo, trajinado y golpeado por la vida, no había tenido suerte en el amor, las mujeres que eligió y ellas que lo aceptaron, más que un sueño paradisíaco se convirtieron siempre sus experiencias amatorias, algunas veces en campos de concentración, otras en juicios de inquisición sumaria, cientos de expulsiones del hogar, y la perdida repetida de las pocas pertenencias que caminaban a su lado, sin contar que los bienes que denodadamente construyera piedra por piedra en un zas, quedaban bajo pleno y totalitario poder de las féminas que por esposas en su tiempo eligiera,
Sus correrías de alquiler en alquiler, sin más carga que su cuerpo y unos cuantos trapos, terminaban con su ya de por si fantasmal aspecto, una noche de esas, cuando ya casi fuerzas no habían, quedo sumido en un pesado sueño, volaba en remolino directamente hacia un agujero negro;
1988, había terminado la secundaria, y para no perder el tiempo en vagancia suprema que otros compañeros se daban su “año sabático”, eligió una carrera de mando medio, a fin de no ser una carga en su hogar, a la par de estudiar por las mañanas, en las tardes trabajaba en una radio aficionado donde brindaban servicio de radio telefonía, cuando los celulares aun no hacían su saturada aparición, así trato de organizar temporalmente sus proyecciones hasta que la situación, ósea su situación mejorara,
Su familia decidió celebrarle su cumpleaños, invitaron a muchos jóvenes amigos y amigas, dentro de los asistentes resaltaban la presencia de una chica y su tía quienes por la escaza diferencia de edad que se llevaban parecían hermanas, la fiesta se desarrolló bastante amena, a él, le agrado la sobrina de nombre Esther, ella un poco reacia al principio pero le aceptaba todas las piezas de baile que le invitaba,
Cierto fin de semana, de descanso merecido fue a la casa de Esther, toco la puerta y la que abrió fue su hermana Helena, una adolescente hermosa, contorneada y de sonrisa sublimemente jovial, simplemente se quedó petrificado de su belleza, ella sorprendida y algo ruborizada, le pregunto; ¿a quién buscas? Y es aquí donde las respuestas se convierten en decisiones trascendentales, cambian la vida de aquel que las determina, en este caso para Paris, pudo en ese momento elegir tres respuestas:
Primera respuesta: Buenos días, disculpa busco a Esther, ah mi hermana, espera, así esperaría en la puerta hasta que ella recibiera instrucciones y regresara para decir; pasa, observando una impecable, brillante y reluciente casa, toma asiento, gracias, salía Esther, radiante también, hola, como estas, el, venía a invitarte a una fiesta que está realizando Rollo en su casa, no tengo con quien ir y pensé si me puedes acompañar, ella, pero sola no voy, invita a tu hermana si gustas, no, mejor voy con mi tía, ¿la conoces?, sí, claro, como gustes, bien el próximo domingo, ¿está bien?, bien, paso por ustedes, ok, un besito en la mejilla, cuídate, chau, de esta sencilla manera, con esta simple respuesta, comenzaría para Paris una odisea, que en síntesis se resumiría así, entre trabajo y estudio, pasarían tres años de noviazgo, que moneda a moneda, irían ahorrando, comprando cada artefacto, muebles, los que serían usados en su casita futura, un modestísimo matrimonio, la graduación del Instituto, un trabajo medio remunerado, casado casa quiere y el primer alquiler cuyo trabajo implicaba la provincia, familia, una bella hija, ahorros ajustados, Esther también quería su realización en lo personal, se puso a estudiar, docencia, muy frecuentemente Helena visitaba aun soltera el hogar fraterno, (ella un mañana venidero hizo su elección, un tipejo vendedor de cebo de culebra que la lleno de hijos y le quito el brillo primaveral que la caracterizaba, convirtiéndola en una, obesa y maltratada mujer, para fallecer en un mal llevado embarazo), Paris siempre en su conciencia la miraba con ojos de ternura, pero en el sumergido mundo de censuras de su mente la deseaba con pasión desenfrenada,
Al cabo de algunos años retorno a la capital, la necesidad de una casa propia, la ocasión se presentaba con buenos programas de vivienda que auspiciara en conjunto el gobierno y la empresa privada, 90 mt2, 50 mt2 construidos, hormiga trabajadora para darle a los suyos las más exigidas comodidades y Paris hacia horas extras las que se llevaban sus energías en demasía, cierta ocasión, el verdadero yo de Esther afloraba, se vestía con trajes ceñidos de reconocidas marcas de tiendas exclusivas, le sofocaba la casita pequeña que se eligiera, y sobrevino su yo interior, sabes Paris, ya no puedo seguir así, es muy poco lo que hemos logrado, yo tengo otras aspiraciones y expectativas, quiero viajar, conocer el mundo, petrificado no atinaba a decir nada, para decirle en replica ¿Qué he hecho, vengo borracho, te soy infiel, fumo, me drogo, malgasto el dinero?, acaso no he construido todo esto a base de sacrificios, ¿Por qué me pagas de esta manera?
Las leyes siempre defenderán a la mujer aun sí estas estén equivocadas o hallan dado el primer paso para destruir el castillo en la arena o incluso la torre de concreto, simplemente Paris, tuvo que irse, dejando su casa y tratando de visitar frecuentemente a su adolescente hija, nunca más seria el mismo,
Segunda respuesta, Sabes amiga, pensé que los ángeles solo eran una creación de la imaginación de los poetas, pero ahora veo que me equivoque es cierto existen, al verte a ti, crece mi fe en dios, ella del rostro serio y circunspecto, dibujo una bella sonrisa en esos labios carnosos carmesí, gracioso, ¿a quién buscas?, te busco a ti, pero yo no te conozco, Señorita entonces me presentare, me llamo Paris, estudio Administración y por las tardes de Lunes a Viernes trabajo para costear mis estudios, yo estoy en 5to de secundaria, refería ella, me llamo Helena, el caballeresco beso su mano, y le pidió le acompañara a una fiesta que se realizaría la próxima semana, ella sorprendida y cauta, le dijo, déjame consultar, ven mañana, ¿puedes?, claro, si a mí me corresponde construir el caballo de Troya para entrar en tu fortificada ciudad lo hare complacido Helena, chau, cerro su puerta, allí comenzaría una historia de amor,
El la ayudaba en sus estudios para que aprobara con buenas calificaciones la secundaria, frecuentaba su casa con consentimiento paterno, ¿Helena, si es un sueño que estés a mi lado, no quiero despertar?, tonto estoy aquí, a tu lado, quiero cimentar mi vida junto a ti, ¿aceptas?, es difícil el progreso, pero es más llevadero y cercano, si me acompañas a alcanzar juntos nuestras metas, sí, pero no me falles, pongo mi esperanza y amor en lo que podamos construir juntos en el tiempo, que dios sea nuestro testigo, así antes de comprar y proveerse de cosas inanimadas, fueron forjando en acero galvanizado, a prueba de toda corrosión su afecto, ella culmino su secundaria y el su carrera técnica, el la ayudo con sus estudios técnicos mientras trabajaba, a punto ella de culminar su carrera técnica de informática, Paris pidió su mano aconteció una boda sencilla pero inolvidable,
De allí sobrevino un puesto de trabajo mejor para él y la colocación como practicante de su esposa, y así poquito a poco iban logrando sus metas, primero la inicial para la casita, juntos solventaban los gastos familiares, como la felicidad no es plena sin los hijos, vino un bello varón, de allí dos hermosas princesas, Paris decía, “el hombre que sabe amar, embellece a su mujer con el trato, y es así que cada día que pasaba más linda, guapa, adorable encontraba a su amada esposa”, como la atención de los bebes apremiaba, decidieron poner un negocio en su casita, lo de moda unas cabinas de internet, ya que ella era especialista para el rubro, así más cerca de casa y mejor cuidados los niños fueron creciendo en alegre ambiente de pujanza y progreso,
Tercera respuesta, Señorita, mil disculpas, me he equivocado, buscaba el 103, y este es el 104, hasta luego, lo miro absorta y cerro su puerta, la indecisión y un tanto cobardía lo abordaría en las decisiones imprescindibles, Paris culminaría su carrera, solterón salía a divertirse con una que otra inusual conquista, para esto ya vivía la vida loca de libertad que cree merecer, sin compromisos serios, cuando alguna joven de plantada personalidad le exigiera seriedad en la relación sentimental, simplemente huía y no más volvía a verla, pánico a las definiciones que conllevaran, estabilidad, “sentar cabeza”, él se consideraba un hombre libre y así quería seguir estando por el resto de su vida, nada de ataduras, nada de formalidades, nada de canas, ni ternos domingueros, ni sacar al perro a pasear, no, el poder de la soledad es sacrosanto, la libertad de elegir, ir y caminar a donde se  le plazca, siempre, pero Paris vería que por más que pintara las canas de su cenizo cabello, con el transcurrir del inexorable e irreversible tiempo, el espejo no engaña y el rostro lozano de ayer se iba marchitando como las hojas en otoño, surcos de profundas arrugas recorrían cual carreteras de lo vivido en su faz,
Veía a sus hermanas y hermanos llenos de hijos, nietos, y en la soledad de su cuarto, el más asfixiante de los sonidos, el silencio, y una nostálgica reflexión; hubiera siquiera elegido no a la mejor ni peor, a alguien que me hiciera para estos momentos compañía, ya viene el frio, y nadie supongo ha de llorarme, no hay marcha atrás, así es la vida, que viva mi “libertad”
De la misma forma en que todos esperamos saber elegir, no siempre resultan óptimas las respuestas, todo dependerá de una sólida firmeza sostener con vehemencia, nuestra decisión y adaptarnos a ella.


Polacko
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 15:46:02 pm
SNUFF


David llevaba tanto tiempo sin trabajar que ni se molestaba en poner en hora los relojes. Su reloj de pulsera se paró y un día (cuando se dio cuenta) lo dejó en el lavabo, junto a la pastilla de jabón que llevaba siglos allí. Su móvil marcaba con descaro el horario de invierno cuando era verano o viceversa.
Al principio, cuando se quedó en paro se prometió buscar un nuevo trabajo con todo el ahínco de que fuera capaz. Mantuvo su voluntad casi siete meses. Desde entonces había pasado un año. Currículos, entrevistas, horas y horas recorriendo edificios donde todo el mundo parecía muy ocupado, donde nadie dejaba de moverse. Nunca lo llamaron. En realidad las únicas llamadas que recibía eran las de su casero (siempre enfadado porque David se retrasaba en los pagos mensuales) y las compañías telefónicas (con voces sudacas que eran las únicas que todavía lo llamaban señor y que insistían en que se cambiara de contrato).
A los siete meses de patearse la ciudad y la provincia de punta a punta, desistió. Seguía mirando en páginas de internet, donde lo único que encontraba eran ofertas para ser explotado como comercial (un mes de prueba sin recibir ni un euro, más adelante según ventas). Cuando se cansaba de no encontrar nada se metía en páginas porno y se pajeaba.
Una tarde (eran las cuatro y media y se acababa de levantar) David encontró un anuncio en una página web de ofertas de trabajo que nunca había visto. Decía:

Puesto de TRABAJO en el mundo audiovisual
para PERSONA SIN PREJUICIOS y con mentalidad ARTÍSTICA
Realización y montaje de películas de bajo presupuesto
Incorporación INMEDIATA
No es necesaria experiencia (mejor si no se tiene)

Luego añadía un número de móvil y una dirección. Era en un polígono de las afueras de la ciudad. David llamó sin dudarlo pero el número dio casi veinte tonos sin que nadie respondiera. Se apuntó la dirección en una página arrancada de una revista y se marchó hacia el polígono.
La línea 84 de autobuses urbanos llegaba hasta allí. Era una línea asquerosa. La mayoría de los que la cogían eran gitanos o rumanos que vivían en los poblados de chabolas de las afueras de la ciudad. El aire apestaba a podrido dentro del autobús. David tuvo suerte y nadie se sentó a su lado.
Tardó casi media hora en llegar al polígono. Se bajó en una parada abandonada en mitad de un descampado donde solo crecían hierbajos de color pajizo. Era un polígono que parecía haber sido desalojado porque no se cruzó con nadie. Paseó entre grandes naves de hormigón con puertas metálicas de todos los colores con manchas de óxido. Las aceras eran de cemento gris, basto y rugoso.
Finalmente localizó la dirección que decía el anuncio. Era una nave como las demás, sin ningún tipo de identificación ni cartel en la entrada. La puerta era de un color rojo intenso, que disimulaba las grandes manchas de óxido que se extendían por ella. La puerta estaba cerrada y David se quedó ante ella con las manos en los bolsillos, atento a cualquier sonido que demostrara que había alguien dentro. Después de un rato inmóvil, se encogió de hombros y llamó a la puerta. Clanc, clanc. Sonaron como dos disparos en mitad de la noche.
Tardaron tanto en abrirle que David estaba a punto de darse la vuelta y marcharse cuando la puerta chirrió y apareció un hombre de hombros anchos, y rostro blando y pálido. Lo miró con ojos cansados y preguntó:
-¿Sí?
David, con la boca seca, contestó:
-Vengo por el anuncio. El del puesto de trabajo.
-Ah, sí. Muy bien. Es aquí, me alegro que haya encontrado el lugar. La verdad es que esto está muy apartado de cualquier sitio, pero es mejor así. Mucho más tranquilo.
-Está un poco escondido –coincidió David.
El hombre lo observó en silencio hasta que pareció recordar que seguían en la entrada. Se apartó para dejarle paso a través de la puerta.
-Pero pase, pase, no se quede ahí. Tendré que hacerle un par de preguntas. Nada serio, es solo para asegurarme de que eres el adecuado para este trabajo.
-En el anuncio decía que era mejor que no tuviera ninguna experiencia. Nunca he trabajado en el mundo audiovisual.
El rostro blando del hombre se ensanchó con una sonrisa mientras lo guiaba por el interior de la nave, que estaba en penumbra.
-¡Perfecto, perfecto! Para este trabajo es lo mejor, quiero conseguir el máximo realismo posible y soy partidario de la teoría de que cuanto menos se sepa sobre cine mayor realismo se podrá transmitir.
-Eh, bien… si… -opinó David sin mucha seguridad.
Cruzaron entre las sombras, junto a muebles amontonados, grandes cajas, todos cubiertos de plásticos semitransparentes. Bajo ellos las formas eran difíciles de definir. Llegaron a un pequeño despacho donde solo había una mesa y un par de sillas. Se sentaron en ellas con la mesa de por medio.
-Soy Deodato, por cierto. Soy el… encargado de todo esto. Iba a decir el director, pero me parece falso. Cuando se rueda la verdad, la vida, no se puede ser director. Simplemente recogemos lo que sucede ante nuestros ojos.
Cruzó los dedos ante el rostro y David guardó silencio, sin saber que decir.
-Bueno, empecemos –Lope examinó varios papeles que tenía sobre la mesa. Los pasó uno tras otro y los dejó de nuevo ante él.- Veamos, veamos…
La entrevista duró menos tiempo de lo que esperaba y transcurrió sin miedos ni dudas por parte de David. Contestó con sinceridad y con rapidez. Antes de que se diera cuenta Deodato le puso por delante un papel que firmó con rapidez, sin apenas leer lo que ponía en él. David estaba lleno de alegría, sin creerse del todo lo que le estaba sucediendo. ¡Al fin volvía a tener trabajo! Para celebrarlo esa noche salió de bares y se emborrachó a conciencia. Después de todo no empezaba a trabajar hasta dentro de una semana.
El primer día fue el peor, como en todos los trabajos. David llegó a la nave donde se había entrevistado con Deodato muy temprano y listo para cumplir con todas sus obligaciones. Deodato lo recibió más nervioso que la vez anterior.
-¡Pasa, pasa! Ahora te daré un mono de trabajo para que no te manches la ropa. Es conveniente, ¿sabes? Muy conveniente. Espero que hayas desayunado ligero, como te recomendé. ¿Sí? Bien, bien.
David se cambió y acompañó a Deodato hasta una gran sala al fondo de la nave. Sus pasos resonaron sobre el cemento duro del suelo como los compases de un reloj gigante.
-Mantente siempre muy cerca de mí, ¿de acuerdo? –le instruía Deodato mientras caminaban.- Quiero planos cercanos porque es la mejor manera de captar la VERDAD.
Y al decirlo era como si las mayúsculas resaltaran en sus palabras.
Llegaron a la sala y Deodato le hizo un gesto para que esperara. Se puso un pasamontañas, empuñó un cuchillo largo como su antebrazo y asintió. David cogió la cámara con mano temblorosa y pulsó ON. La levantó, enfocó y su nerviosismo desapareció.
La chica estaba atada en una silla en el centro de la habitación. Los miró con ojos desencajados, muy desencajados en un rostro oriental, pero la boca la tenía amordazada y no podía gritar. Vestía unos vaqueros y un suéter de color claro pero tenía la ropa muy sucia. Deodato le había dicho que llevaba varios días encerrada, porque no había tenido ocasión de acabar el trabajo él solo. Afortunadamente, le había dicho, ahora entre los dos podrían hacerlo con facilidad. Y con arte, porque Deodato le insistió a David que lo que sus clientes buscaban en sus películas era el arte de la vida y la muerte en un solo filo. Como la vida misma, más real que cualquier película o novela.
Aquel primer día Deodato tardó casi media hora en acabar con la chica, de la que David nunca llegó a saber su nombre. Ni siquiera pudo saber si hablaba español porque lo único que hizo mientras el grababa fue gritar, gritar y sangrar. Deodato sabía bien lo que hacía, nunca malgastaba un gesto ni un corte. Y de una forma que David no fue capaz de entender y que lo horrorizó y asombró a un tiempo logró mantener con vida a la chica casi treinta minutos.
-Lo has hecho perfecto –le dijo al terminar, limpiándose las manos ensangrentadas en un trapo gastado y lleno de oscuras manchas. – Movimientos muy naturales, ¿verdad? Creo que podremos hacer algo grande con esto. Sí, algo grande, algo verdadero.
Le palmeó la espalda con efusividad y le pagó. Era un gran fajo de billetes. De hecho David nunca había visto tantos euros juntos.
Esa noche también busco un bar donde emborracharse, pero esta vez no había alegría en su forma de beber. David no le prestaba atención a nada de lo que le rodeaba. Con la vista fija en su vaso solo escuchaba los gritos de la chica sin nombre. No lograba sacársela de la cabeza a pesar de que no le había tocado ni un pelo. Ni siquiera había ayudado a Deodato a meter su cadáver en el incinerador que había en un rincón de la nave.
Acabó vomitando en la esquina de una calle vacía, ya cerca del amanecer. Se acostó con la intención de no aparecer al día siguiente en la nave donde lo esperaba Deodato. Sin embargo se levantó cuando sonó su despertador, se duchó, desayunó y se marchó hacía el polígono en un coche que alquiló con parte de su primer sueldo. Deodato ya se había puesto su  mono de trabajo y se enfundó con rapidez el pasamontañas. David solo pudo verle los ojos blandos y acuosos cuando le preguntó:
-¿Todo bien? ¿Listo para crear de nuevo?
David asintió con lentitud mientras empezaba a colocarse su propio mono. El segundo día solo fue un poco peor que el anterior.

Vicors
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 15:49:10 pm
MUERTO EL PERRO


Gad se revuelve inquieto en el sillón de escai. Hay un silencio incómodo en la sala, la misma sala de juntas que vio verdaderas borracheras de éxito al analizar los balances, cuando cada trimestre era mejor, mucho mejor que el precedente. Eran otros tiempos, dicen algunos en los pasillos para quitar importancia a la debacle. Nadie mira a nadie, tan solo algún osado como Muñoza trata de iniciar una conversación que enseguida muere por falta de contertulio. Gad tampoco los mira, está  avergonzado. Sus resultados hayan sido tan malos que a él mismo le resulta difícil creerlo. No los mira directamente, pero ve el reflejo de sus caras cansadas en la pulida superficie oval de caoba: unos mirando su propia corbata, otros explorando sus uñas, otros simplemente esperando la llegada de Huélamo, con la respiración entrecortada, sin hacer nada.
Gad quiere analizar, hablar con Huélamo del origen del fracaso ─palabra nunca antes proferida en esa sala─, atreverse a contradecir al jefe en público, porque no se puede achacar a la incapacidad de los vendedores si los resultados son tan generalizados. Tan solo Muñoza despunta un poco, como siempre es el que ha logrado mayores ventas. El trepa Muñoza. ¿Qué habrá hecho esta vez? ¿A qué nuevas tretas habrá recurrido? Se comenta por los pasillos: en un mercado tan feroz, donde la ética jamás tuvo cabida, Muñoza destaca por su juego sucio. Por algo es el favorito de Huélamo. Pero esta vez Muñoza tampoco está tranquilo, ha quedado muy por debajo de objetivos.
Gad lleva mucho tiempo analizando; el producto es bueno, los comerciales son expertos. Son los mejores entre los buenos, los escogidos. Es cierto que proceden de diversos sectores, y que tuvieron que superar sus naturales reticencias iniciales. Pero, como les dijo el trainer, si no has tenido escrúpulos al vender la extensión de garantía del smartphone, estás capacitado para vender cualquier cosa.
Así que lo que falla es el mercado. La clientela. Gad lo sabe, pero no va a ser tan torpe como para darle al jefe la solución. No, no se las va a dar de listillo: el jefe nunca aceptará que nadie le dé lecciones, y menos en público. Gad tiene que lograr producir en Huélamo la sensación de ha sido él mismo quien ha decidido analizar el problema de la falta de ventas para, desde ahí, partir en busca de la solución. Pero Gad tiene que elegir muy bien sus palabras, sabe que la fiera no los dejará expresarse. Hará restallar el látigo ─metafórico─sobre sus cabezas, echará fuego por la boca ─metafórico también─ , escogerá a uno que expíe las culpas por todos y al que hará rodar su cabeza, esta vez no metafóricamente. No, no se va a significar delante de Huélamo, por si lo escoge a él como cabeza de turco. ¿O sí? No sabe. Gad se debate entre seguir su propio instinto de analizar las causas para poner remedio, o mimetizarse para no ser descubierto por la fiera. Si lo hace con acierto, si encuentra la clave, se ganará el aprecio de su jefe y el respeto de los compañeros. Pero si no acierta con las palabras, si no es capaz de atraer la atención del jefe en la primera frase, será destrozado por el zarpazo del tigre.
Se abre la puerta, el silencio se hace más denso. Se cortan las respiraciones. Todos en pie. Entra Huélamo, se dirige a la cabecera de presidencia. A Gad le castañetean los dientes, se le seca la boca. Y el miedo le hace perder la confianza, el aplomo y la estrategia largamente pensada. Y se precipita, suicida, y dice:
─La culpa es de los jóvenes que están todos muertos o se han marchado del país. Ya solo consumen drogas los ancianos y se mueren enseguida también.

Olduvai
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 15:52:35 pm
Los invencibles


Mi viejo no podía caminar más. Ya había sido suficiente que se reventara todo los días durante treinta y siete años en las construcciones, nosotros ya estábamos grandes para relevarlo y asistir pues, a la ceremonia en donde nos entregarían el galardón del empleado del mes que le habían otorgado ¡treinta y siete cochinos años! después de trabajar con esa **** constructora. Pero como mi padre no podía levantarse de su cama, fui con Oriana a recibir los cagados cien mil pesos que escupían con una pequeña estatuilla de un obrero con casco y pica tallada en no sé qué cristal barato. Se la dieron, y lo sé muy bien, por lástima, porque ya el pobre hombre no podía trabajar y tenía que sostener a unos hijos muertos de hambre. ¿Mi madre? La muy hija de **** se casó con un santandereano y nos abandonó, dejó a sus seis consecuencias bajo la sangre de mi padre, sangre que derramaba junto al sudor que le escurría por entre las arrugas de la frente. Sangre que la pobre de Oriana le limpiaba con amor y tristeza cuando llegaba en las noches adolorido y con los pies ampollados. Pobre Oriana, chiquilla maldita, concebida apenas para hacer el papel de madre en una familia muerta. No nació hija, sino esposa. Oriana no nos dejaba porque la pobre era una buena hija y hermana, y nos dijo que era mejor morir antes que abandonarnos en este mundo al que sólo Dios nos trajo para castigarnos por alguna maricada hecha en otra vida.

—Pero bueno hombre, eso a mí no me importa— contestó el capataz mientras miraba a Alfonso. 
—Yo sé que no le importa —contestaba Alfonso mientras pensaba en un posible madrazo para esputar— pero deme trabajo Don Pedro, tengo cinco hermanos que alimentar y a un padre que despedir.

Riverprie
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 15:55:45 pm
Ojitos switch



OFF
Fue una noche de ironías, paralelismos y, en un descuido, hasta de dobles sentidos. Por si fuera poco, fría y brillante, como esperamos que sea la navidad.

Cientos de peregrinos de fiestas de temporada, compras de última hora o de un rutinario regreso a casa fueron hechos prisioneros por un estreñimiento vial que, en esos días, pudo deberse a muchas causas (un accidente, un semáforo descompuesto, el acto violento de cada día).

Es casi seguro que absolutamente todos los que aguardaban por su libertad esa noche desearon recibir posada, una posada real y con cimientos, con baño, cama y cocina, no motorizada, pero difícilmente alguien lo sintió con mayor fuerza que la pareja aquella que abordo de un taxi se dirigía al hospital apurada por las primeras señales de un alumbramiento.

CLICK
No habría sido algo nuevo que una mujer diera a luz en un transporte público. Sí lo fue que la ocasión y el papá de la futura criatura compartieran el sentido de la ironía, accedieran a descender y vivir el parto en el pesebre tamaño natural de una plaza pública.

El muchacho pateó al buey, puso al niño dios en el suelo y acomodó a la casi madre en la cama de paja. Levantó una tela que servía de base a las figuras y la usó de sábana y cobija para su esposa. Algunas personas también descendieron de sus coches y se acercaron.

ON
El niño nació con prisa. Una criatura sietemesina que apenas abría los ojos. La preocupación pasó a ser la de darle calor. La noche estaba helada y la ambulancia, a menos que fuera un trineo volador, iba a tardar.

Un hombre alto, de abrigo oscuro largo, gorra de esquiador y en esos momentos cálida barba quitó algo de paja del techo y les reveló una inusual pantalla en 3D. El sujeto se puso en cuclillas junto a la madre, que abrazaba con desesperación al neonato, y le mostró el cielo, profundo como sólo puede verse en esta época del año.

“Cuando un niño abre los ojos y éstos reflejan por primera vez la luz, hay un breve instante en el que se unen el cielo y la Tierra. La vida es un rayo que atraviesa el universo instantáneamente y brilla en dos lugares al mismo tiempo: unas pupilas y una estrella”.

El hombre guió la mirada de la madre, y la de todos los pastores urbanos que ahí reunidos aportaban, además de curiosidad, calor, hacia el oscuro horizonte superior, y señaló un pequeño destello que poco antes no se notaba entre las constelaciones.

“Hubo un error en la traducción de la biblia”, agregó el hombre, “no es que una estrella señalara el nacimiento de un niño. Fue el nacimiento de un niño el que hizo brillar a la estrella.” Entonces miraron a la criatura y vieron que sus ínfimos párpados hacían el esfuerzo de abrirse. Arriba, muy arriba, una intermitencia luminosa hacía eco de dicha lucha.

“El cielo es el álbum de recuerdos de la Tierra. Deberíamos ceder los telescopios a los historiadores”, dijo el tipo alto en algo que pareció ser broma, aunque nadie podría asegurarlo. Lo sí cierto era que la criatura respiraba y abría los ojitos.

“Dar a luz es encender un switch intergaláctico; esta noche todos ayudamos a hacerlo”, se despidió de ellos cuando llegaron los paramédicos.

Ya en la maternidad, la mamá nueva lo recordó: ¿Quién era? Deberíamos buscarlo, darle las gracias…

Ironías, paralelismos; coincidencias y reflejos, como la iluminación navideña, que evoca la del cielo. Si cruzan el infinito, también pueden atravesar el tiempo: “¿Agradecerle qué? A ciencia cierta, sólo sé que te mantuvo tranquila con sus cuentos mientras llegó la ambulancia. Además, no creo que vayamos a encontrarlo…”

¿Por qué?

 “Seguramente subió a su camello y fue a reunirse con los otros dos, el del elefante y el del caballo…”.

Cincuenta
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:00:05 pm
Sin pena alguna


Mientras la última gota de sangre resbalaba por el filo de la tijera cerrada que acababa de sostener entre sus manos, una lágrima sin sentido lo hacía por su mejilla. No lloraba por lo que se le venía encima ni por lo que acababa de perpetrar. Tampoco lloraba de emoción ni de alegría. Era el llanto desesperado de la liberación. Era el dolor contenido en los últimos diez años el que se escapaba en cada lágrima que caía sobre el musculado cuerpo inerte, en cada grito estridente y agudo, hasta hace unos segundos anclado en la garganta, que por desgracia no podría ya atravesarle el tímpano, como le hubiera gustado.
 Cuando el vecino derribó la puerta tras pulsar repetidamente el timbre sin obtener respuesta, sobresaltada, soltó el arma, que rebotó sobre el cráneo enrojecido del hombre al que mucho tiempo atrás había amado sin reservas y ahora creía odiar como a nadie. ¿Cuándo sucedió todo? El no cambió. No hubo punto de inflexión, un antes y un después. Simplemente era guapo y ella ingenua y era malo y ella ingenua. Era muy malo y ella muy ingenua. Tanto que ni siquiera una vez se sintió atraída por otro hombre. Tanto que fue capaz de soportar sin denunciar una vejación tras otra. Tantísimo que aún odiándolo seguía queriéndolo y confiaba en su palabra y en sus continuos perjurios. Cayó en sus redes y en sus labios carnosos. Cayó en sus fuertes manos que abarcaban con dulzura sus pequeños pechos y la transportaban al paroxismo. Cayó en sus zalameras palabras de amor y en la ternura de sus grandes y hundidos ojos. Cayó en todas y cada una de las trampas que el muy hijo de **** le había tendido. Y ahora aurículas y ventrículos se hallaban, sin ella quererlo, aún más indecisos y su cerebro era incapaz de imponer cordura entre sus peleados sentimientos, fieles reflejos de su atormentada relación.
La policía la juzgó como asesina nada más aparecer y ella, según sus lágrimas mudaban en mirada perdida, según sus gritos se convertían en sonrisa burlona, según sus nerviosas manos que hace unos minutos asestaban azarosas puñaladas se tornaban firmes y las palmas recuperaban su sonrojado color, también se convencía de su nueva condición criminal. Sobre el cadáver del canalla, anegado en sangre, alguna que otra tripa asomando curiosa al exterior, un forense examinaba las heridas e introducía por una de ellas un termómetro directo al hígado, mientras ella rebobinaba una y otra vez los fotogramas del asesinato. Veía al médico en su lugar, ensañándose, e intentaba pararlo. Le estaba robando la vida a su amor y… ¡no, no, piensa, mujer!, es al contrario, era el amor de su vida quien le estaba robando a ella el aliento, sin descanso, sin compasión. Víctima y asesino, ambos en una persona, ambos en dos personas. Dos muertos, uno de cada bando, uno en cada lado, asesinados.
 Apenas recordaba cuál era el motivo que inflamó sus axones, cargados de gasolina desde hace años, y prendió las neuronas más básicas de su condición humana. Sólo un poco mensurable dolor vaginal dejaba entrever una pista de lo ocurrido. No era la primera vez que se lo hacía. Con un fuerte pellizco en la entrepierna la levantaba prácticamente en vilo mientras ella, de puntillas, braceaba atenazada por el dolor sin llegar a alcanzar nunca su cabeza de la que en esos momentos de tensión habría arrancado su pelo a dentelladas o vaciado sus cuencas con los dedos en carne viva por las pocas uñas que ya le quedaban. Era tal el daño que sentía que ni siquiera escuchaba la retahíla de palabras obscenas que le dedicaba mientras apretaba más y más con su brazo derecho, bien marcados uno a uno los tendones. Cuando la soltaba y caía al suelo ella gateaba para refugiarse bajo la mesa, donde le hacía más difícil la costumbre de patearla y la mullida alfombra mitigaba el dolor del arrastre, lo que a él le irritaba y terminaba, cansado, por dejarla.
 Ese día, ahora comenzaba a verlo claro, estaba cortando la etiqueta que sobresalía feamente del tapiz y dejó bajo la mesa la tijera cuando sonó el timbre. Temerosa y esperanzada, como una tras otro todos los días de cada año de convivencia, fue rauda a abrir. Tenía confianza en que todo cambiara, que tras la puerta se encontraría con aquel caballero que la sedujo finamente, y lo preciosas que quedarían las rosas sobre la mesa de comedor. Que la tomaría de la mano y dulcemente la llevaría hasta el dormitorio, donde se dejaría desnudar con fingida resistencia. Todos los días, sobre las ocho de la tarde, sus ojos sonreían iluminados pensando lo mismo. Dos horas más tarde las lágrimas nublaban su mirada mientras le preparaba la cena. Esa tarde no hubo excepción. Tras el violento ritual de sadismo gratuito de su pareja, encontró el arma y se lanzó contra su ancha espalda, imposible fallar, hundiéndola una y otra vez con toda la fuerza de sus brazos, mas no de su corazón.  El apenas se quejó y enseguida cayó al suelo donde aún se llevó unas cuantas puñaladas más, muchas mortales, mientras ella lloraba sin pena alguna.

Amilcar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:04:02 pm
El mundo de los vivos


Se levantó de la cama tres veces aquella noche. Él le había ordenado que no lo hiciera. Intentó no hacer ruido y sigilosamente se metió en la cocina, abriendo la nevera para sacar el cartón de leche, beber a morro y comerse uno de los pastelitos de nata.

En los últimos meses había engordado siete kilos. Y no podía parar de comer. El médico le había aconsejado cinco porciones variadas al día, dejar las bebidas azucaradas, los dulces y fritos, beber mucha agua, comer verdura y hacer deporte cuatro veces a la semana.

No podía hacerlo. Cada vez que veía algo sustancioso tenía la imperiosa necesidad de comérselo. Su marido le prohibía ir al supermercado. Los pastelitos de nata habían sido un regalo de sus sobrinos.

Detrás su marido. Con cara de pocos amigos, en pijama y diciendo ¨¿Qué haces?¨ para todo seguido cogerla de la mano y, casi a rastras, meterla otra vez en la cama. ¨Eres un desecho¨. ¨eres un verdadero desecho¨.

Se habían conocido en un campamento de verano. Estudiantes adolescentes  españoles y franceses; una bomba de relojería. Se habían gustado ya desde el primer día. Primero se saludaban con sonrisas tímidas, después con frases sueltas, más tarde largas conversaciones, un beso, tocamientos furtivos. Y el sexo.

Lo hicieron en la playa. Él estaba nervioso. Bajaron durante la fiesta de despedida. Aquella iba a ser su última noche.

Lo hicieron rápido y fugazmente. Apenas notaron nada. El placer era en aquellos momentos casi mágicos estar el uno junto al otro. Para los dos aquella sería su primera vez.

Ella francesa, de Poitiers. Él de Burgos, bien lejos. Era a finales de los ochenta y no existían los vuelos baratos o internet. Se escribieron cartas. Miles. Se escribían cada día explicándose lo que hacían en la escuela o en casa, hablaban de sus problemas de los libros que habían leído, de cine o de sus amigos. Él se acostaba con otras. Ella solo cayó una vez con un chico mayor que había conocido fugazmente en una discoteca.

Se volvieron a ver. Tenían dieciocho años y decidieron pasar las vacaciones en un punto intermedio. Torredembarra, con su larga playa y windsurfistas cortando el mar mediterráneo. La habitación del hotel tenía impresionantes vistas a la costa. Era un mes de julio bien caluroso y húmedo. Sabían que estarían siempre juntos.

El sexo los unió. Ya era adultos y se compenetraban perfectamente. Podían pasarse horas hablando sobre cualquier tema. Ella había aprendido español. Él francés. Practicaban indistintamente. Incluso en la cama.

Y decidieron que, cuando terminaran los estudios, se irían a vivir juntos.

Siguieron las visitas, tres al año, las vacaciones juntos e incluso un encuentro común con los padres de ambos, en el sur de Francia, durante un día de agosto de tormenta.

La casa se la compraron cerca de Figueres. Ella podría cruzar la frontera en poco menos de media hora si quería ir a visitar a su familia. Tenían el tren y buenas autopistas. Él siempre diría que estaba en la península y, aunque Burgos estaba lejos, con un buen trayecto de siete u ocho horas se podía plantar en casa de sus padres, sobretodo durante las vacaciones o los puentes.

Y entonces empezaron los problemas.

Primero fueron nímios como salidas de tono, pequeños enfados. Después vinieron los gritos, los insultos y algún que otro golpe mal dado, en situaciones de conflicto extremos y cuando parecía que ya no podían aguantar más.

El incremento del peso le llegó después del primer hijo. Tenía que comer durante el embarazo, le había insistido su madre que le preparaba todo tipo de platos, ya que de esta manera el niño crecería en el vientre y saldría grande y rollizo. A él ya no le gustaba. Tenía las piernas demasiado gordas, la barriga le caía como un saco y el tamaño del cuello era como el de una enorme pelota.

No estaba con la mujer atractiva con la que se había casado.

“Eres un desecho. Vuelve a la cama.”

Con los carrillos reventando, y sollozando,  se metió de nuevo entre las sábanas, desplazada por su marido, que le daba la espalda y había dejado de abrazarla hacía tiempo. 

Sabía que se había equivocado y aquella noche, mientras su hijo dormía plácidamente en la cuna,  la angustia que le invadió le hizo sentirse como un animal petrificado en el universo, lejos, muy lejos del mundo de los vivos.

Vikgo66
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:07:53 pm
¿Dónde Está Mi Cabeza?


–Buenos días, teléfono de información municipal, le atiende Carolina ¿En qué puedo ayudarle?
–Buenos días, mire usted, ¡He perdido la cabeza! Y mire que es cosa rara, pues la última vez que me pasó, me la hice enroscar sobre los hombros. Pero el caso, es que no la encuentro ¿La ha visto usted?
–¿La ha podido perder en el autobús? Tome nota del teléfono de objetos perdidos de la empresa…
–No, no, no, nunca viajo en autobús. Le he preguntado a mi Manolo y dice que nunca la tuve, que ya estaba así cuando me conoció, que por eso se enamoró de mí, pero si nunca la he tenido ¿Cómo es que recuerdo habérmela enroscado una vez? Claro que si no tengo cabeza… seguramente me lo estoy inventando. Pero oiga ¿Cómo ha dicho que se llama?
–Carolina.
–¡Ah sí! ¿No le digo? Como no tengo cabeza… A lo que iba ¿Para qué sirven?
–¡Uy! No sabría por dónde empezar. Son muy útiles: sobre todo para guardar cosas, ya sabe: direcciones, fechas de cumpleaños, malas pasadas de los amigos, las caras de las personas que conocemos, los contenidos de los cajones de nuestra casa…
–Eso estaría bonito, o al menos distraído ¿No?
–Tiene otras funciones un poco más complicadas. Verá, nos ayudan a recordar cosas que ya nos han pasado, algunas bonitas y otras espantosamente feas y angustiosas. Pero también sirven para que podamos enfrentarnos al presente con los recursos adecuados: analizando los problemas para intentar darles solución, gestionando los asuntos pendientes en base a órdenes de prioridad, urgencia, y en el mejor de los casos, cuando ya hemos acabado con las obligaciones pendientes, por el simple gusto. Pero la función que más me impresiona de las cabezas es la imaginación. Es como un billete a cualquier parte, nos puede hacer viajar a mundos desconocidos o experimentar agradables sensaciones que no hemos vivido antes. Sin embargo, otras tantas ocasiones, la imaginación se convierte en nuestra peor enemiga, y nos sitúa en posiciones dolorosas, difíciles, nos encapsula, nos atormenta, nos clasifica y predestina a malas experiencias, porque ¿Sabe usted una cosa?
–No, no sé nada, acuérdese que no tengo cabeza.
–La vida nos lleva allí donde nuestra imaginación nos colocó primero.
–¿Y eso?
–Eso es que la fantasía es mágica, y a menudo cumple nuestros mejores y nuestros peores presagios, pero si la sabemos utilizar, a la imaginación me refiero, nos hará felices. Cada cabeza es lo que cada quien quiere que sea.
–¿Sabe una cosa? Me parece que lleva razón mi Manolo, es demasiado complicado para mí, ¡Tantas instrucciones, tan complicadas! No, mejor me quedo como estoy, vaya a salirme de Guatemala para meterme en Guatepeor.
–No sea tonta, anímese a tener una. Cada cabeza devuelve la imagen que proyectamos en ella. Cada persona es dueña de pintar lo que sea, es un lienzo en blanco, preparado para recibir instrucciones.
–Oiga ¿Y son bonitas?
–Depende, le digo que hay de todo. ¿Cómo cree que es la suya?
–No lo recuerdo, la he perdido. Pero me gustaría… una de esas hermosas, llena de rizos cobrizos que se mueven para todos los lados mecidos por el viento, con la boquita de piñón, como las vírgenes antiguas, porque ¿Sabe usted? Yo ya tengo unos añitos y no me veo con otra cosa, o al menos eso dice mi marido.
–¿Y por dentro?
–¿También se ven por dentro?
–Pues claro, lo que más gusta de las cabezas es lo que hay por dentro.
–Pues la quiero… verde. Verde, verde, verde, pero no de envidia, quiero que esté llena de esperanza, para que me ayude a soportar las situaciones difíciles. Y también la quiero… limpia, libre de prejuicios, estereotipos, pensamientos destructivos, ideas preconcebidas, curiosa como la de un niño, serena como la de un abuelo. Y la quiero… con los muebles justos, pues si tiene muchos me voy a hacer un lío paseando entre ellos, pero si son demasiados pocos quizás el vacío que sienta sea insoportable. Quiero una cabeza preparada para sentir, que tenga capacidad de sorprenderse, con unos pilares bien fuertes, listos para soportar el peso de las situaciones. ¿Tiene usted mi cabeza?
–Pues siento mucho decirle que no, Señora, pero déme sus señas que le voy a mandar algo que puede ayudarle a encontrarla.

Tres días después de la conversación, la Señora Expósito recibió un paquete. Lo acompañaba una pequeña nota en la que decía:

“Que tenga suerte.
Firmado: Carolina”.

Cuando terminó de quitarle el envoltorio de bolitas de aire protectoras, se encontró frente a frente con un enorme espejo. Le sonrió a la imagen, por fin había encontrado su cabeza, y era tal y como la soñaba. Con su testera localizada y en funcionamiento, pensó que si ella tenía cabeza, quizás el problema era que su Manolo no tenía ojos.

Exso Acnuri
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:10:56 pm
LAGRIMAS EN LA OSCURIDAD


“…Y la muerte no tendrá señorío,
desnudos los muertos se habrán confundido
con el hombre del viento y la luna poniente,
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios,
 tendrán estrellas a sus codos y a sus pies;
aunque los amantes se pierdan quedará el amor.
Y la muerte no tendrá señorío…”
                                                   Dylan Thomas


Está anocheciendo. Y la oscuridad trae un raro frío. Un frío que hiela con blanca escarcha mis fosas nasales cada vez que respiro. Me duele, me hace daño, ese respirar.
     Comienza a llover y pienso que lo mejor sería irme a casa, huir, dejarme caer de cualquier forma en el sillón delante de la televisión, mirándola sin verla, taparme con una manta confortable y luego esperar que llegue el sueño. Ésta es mi meta después de pasar a verla todos los días. . .
     Pero debo de pasar por allí. Quizá sea la oscuridad que me acoge sin preguntar; quizá sea la simple necesidad lo que me impele a estar allí…No lo sé.
¿Qué noche dejará de tener el color de su mirada?  Sea lo qué fuere, algo me obliga a pasar por allí delante. Al fin y al cabo, ésa también ha sido mi casa.
     ¡Tanto tiempo perdimos al estar el uno sin el otro! No pudimos disfrutar de la convivencia al tener distintos horarios de trabajo, lo cual me hizo distraerme en otras cosas y malacostumbrarte a dormir solo en una cama árida; por eso mismo, tampoco compartimos ninguna actividad en nuestro escaso tiempo libre. Cada uno por su lado, parece que ese respeto ambiguo e impuesto en nuestras aficiones y gustos nos pasó una terrible factura. También ella tuvo que empezar a hacer su vida en solitario. Era como si yo no le hiciera ninguna falta. ¿Para qué casarnos si ya vivíamos así? Supongo que era lo más conveniente.
     Desde un rincón donde nadie vea mi tristeza miro hacia arriba a tu casa, a nuestra casa, y te veo. Estás sentada al otro lado de la ventana, llorando por algún motivo y con la mirada perdida en la nada. Ni tan siquiera te das cuenta que estoy aquí abajo. Pareces asustada. Distingo que coges el teléfono y fuerzas una sonrisa. Acaso estés falseando lo sucedido al compartir tu vida con aquel hombre: aquel que soy yo.
     La tristeza me invade y no encuentro razón para seguir luchando al intuir la frialdad en tus sentimientos. Pareces ampararte en una nueva rutina que te haga alcanzar el olvido. Mientras yo sueño que te darás cuenta, tal vez, de tu equivocación, deseando un nuevo cambio en ti; pero no. Siempre has sido así. Te has ido y voy ahogándome, poco a poco, en mi pena. Como un náufrago me aferro a las dudas: ¿Me amaste ayer?
¿Me amarás mañana? ¿Aún recuerdas el pasado conmigo? ¿Lo has olvidado todo?
     El intenso frío nocturno me causa ya esa sensación invisible pero tan palpable en la propia piel que se hace insoportable. Necesito recuperar el aliento. Casi ni puedo respirar. Es el frío y tu amor perdido los que comprimen mi pecho. Recuerdo dolorosamente todos estos años y me doy cuenta de que la confusión me cegó la mente y el cuerpo. Y ahora, desde la distancia, tú me has ayudado a ver sin obstáculos. Cierro los ojos un momento y muevo los labios para respirar tu nombre. Me encuentro solo, mi soledad es ella misma, y no el sentir que ya está lejos de mi. Y no hago más que intentar esconder esta verdad en lo más profundo de mi ser.
     Sé que no puedo cambiarte. Sé que esto es lo que siento ya esté equivocado o no. Lástima que nadie nos haya enseñado a expresar nuestros sentimientos y emociones. Aunque a veces decimos cómo nos sentimos: bien, mal… no son nuestros más íntimos sentimientos. Alguien debería ser capaz de hacer una lista con esos sentimientos que no podemos expresar.
     De nuevo, mis ojos semiabiertos miran fijamente la negrura y te buscan. Sé que estás ahí detrás, ahí arriba. ¿O es mi mente que juega cruelmente conmigo? ¿Es ilusión o realidad? Dudo. ¿Es amor u odio? ¡Es tan tenue la línea y tan fácil poder traspasarla!
Sin embargo pienso que es mi elección. ¿Alguien podría ayudarme a lograr entenderme en mi propia contradicción?
     Otra vez el frío me hace difícil respirar, me duele el pecho, pero inspiro muy profundamente y pido un deseo al cielo. Abro los ojos y te veo mirando hacia abajo… Entonces una sonrisa se dibuja en mis labios resecos y vienes hacia mí. ¡Es tan sencillo! Suavemente te deslizas a través del hueco de la ventana, noto que me buscas, con la mirada y ves dónde estoy. Aquí abajo. De pronto advierto un fugaz movimiento. Ya estamos juntos, pero un momento, ¡Yo no lo quería así! Me doy cuenta de que ya no hay nada que hacer. Caes sobre mí. Otra vez soy la víctima. Esta noche es el final. Y si el final es así, acaso todo fue un nebuloso y trágico sueño. Pero sé que durante los últimos años luchamos contra nuestros propios egos individuales, incluso nos convencimos a nosotros mismos de que nuestra unión era posible; por tanto, esto sí debió ser real.
     Tan real como que ahora todo se viene abajo y mis ojos se niegan a ver lo que está pasando. Quería tenerte conmigo, ese fue mi deseo, ¡pero no así! Contemplo el gotear de tu sangre cuando caes y esa visión se me clava en el alma como si una daga afilada la atravesara. Sin duda, tanto aquello como esto no es un sueño. Haces un último esfuerzo y mueves la cabeza a la vez que, suavemente, tus brazos me rodean. Aunque ya no puedes hablar, tu maltrecha cabeza reposa en mi pecho y consigo escuchar, pero sin oír, tus pensamientos.
     -No digas nada, tranquila –susurro-, no te resistas o te amaré aún más.
     Ambos estamos muriendo juntos esta noche. Siento cómo tu sangre se une con la mía, y yo, tembloroso, sé que ya no hay marcha atrás. La tristeza me consume y hace que se me nuble la vista sin dejarme contemplar las estrellas de la noche. No puedo ni quiero reprocharte nada. Es el dolor de la unión violenta entre nuestros dos cuerpos el que no me deja verte con claridad, aun así, miro más allá y veo el destino que nos trajo hasta aquí, a esta fusión de miembros desencajados. Acaso sea verdad que tenemos escrito nuestro destino ya desde el nacimiento de cada uno.
     Tú callas. Envuelta en un silencio sólo roto por los estertores escarlatas que salen de tu garganta. La fatiga me agota y el silencio también es mi respuesta. Alzo la cabeza y logro ver los cristales rotos de tu ventana, de mi ventana, de nuestra ventana. Una lluvia persistente se mezcla con nuestra sangre y su olor me asfixia mientras se me cierran los ojos.
     Ahora es cuando los dos, después de todo, nos hacemos uno y nos fundimos en un solo cuerpo indistinguible, en una sola alma. Un fuerte espasmo te sacude y una solitaria gota de sangre se desliza desde tu frente hasta mi pecho, resbala por el brazo y cae al suelo sin ruido. Todo es silencio. Silencio y oscuridad.
     Al verte morir siento que yo también muero contigo. Mi corazón se llena de ese silencio cuando las voces, las de afuera y las de dentro, se diluyen en la oscuridad y sé que éste es nuestro final. Es Dios quien ha alzado la voz y ha impuesto su justicia.
     Los amantes se han perdido pero queda su amor.
 Mueres. Muero. Morimos.

Tabito
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:14:15 pm
LA RUBIA DE KENNEDY
NO INÉDITO - FUERA DE CONCURSO -


Si vas por Avenida Kennedy y ves una rubia de abrigo de piel blanco haciendo dedo, no la lleves. De lo contrario, la señorita se pondrá a gritar y llorar antes de desaparecer fantasmagóricamente de tu auto. Este caso explotó y se hizo popular en 1979 con decenas de denuncias en la comisaría de Las Tranqueras. Un año antes, una chica había muerto tras una cena con su pareja,  en un accidente automovilístico en dicho sector, en las esquinas de Avenida Kennedy y Gerónimo de Alderete ¿Coincidencia o no?. El diario “La Segunda” afirmó que un familiar de la víctima, había llamado para ratificar el hecho: La mujer era Marta Infante que trabajaba en la Corporación de la Madera, y murió el 8 de agosto de 1978.
Una de las versiones de la leyenda de “La Rubia de Kennedy”, del folclor chileno urbano contemporáneo. 


Corría 1979 en Santiago de Chile, y Verónica, novia errante y bruja se aparecía y desaparecía por las esquinas de Kennedy, entre Américo Vespucio y  Gerónimo de Alderete. De ahí los diarios la apodaron “La rubia de Kennedy”. Por las esquinas de la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y  Gerónimo de Alderete. Francisco se encontró con Verónica, y se enamoró de ella, pero le contó que su padre le quitaba sus novias, entonces Verónica no fue a la cita, y de esta forma, se ve a un conductor errante que maneja un Chevrolet Opala rojo buscando a una joven alemana.

Munir
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:16:58 pm
Hallazgo en la playa


     En una fría y neblinosa mañana de invierno, un señor mayor caminaba por la

playa.   

     Le gustaban esas caminatas por la arena disfrutando en soledad, del poco amigable

aire marino, pero pensando en la dicha de ser el único habitante de ese lugar a esa hora.

Tan distinto de lo que ocurría en verano, cuando el aluvión turístico no le permitía

disfrutar a su antojo.

     Era su tiempo para la reflexión,  pensaba en lo que le ocurría en los últimos años en

que la rutina del baño marítimo se le hacía difícil. Por un lado debido al natural declinar

físico de la edad y porque había advertido, cierta hostilidad del mar hacia él.

     Lo solían comentar con su señora,  al entrar él en el agua, la respuesta era

invariablemente un encrespamiento progresivo, un arreciar de las olas que cada vez eran

más grandes y rompían con fuerza. Hasta que la violencia de las aguas le aconsejaba

prudencia y salía de estas, para que las cosas no llegaran a mayores.

     La broma habitual era, que el Dios del mar no lo quería y trataba de hacerle daño.

     La cuestión era que cada vez las inmersiones eran de menor duración. Para mejor él

tenía la costumbre, que se había convertido en una especie de dogma según el cual si iba

a la playa, independientemente del estado del clima, se bañaba, hiciera frío o calor.

     Pensando en esa cuestión ve a lo lejos en la línea de la marea, un objeto extraño que

le llama la atención, parecía como un madero pero no atinaba a saber de qué se trataba.

     Al acercarse, se dio cuenta de que tenía en un extremo una especie de horquilla, de

esas que se utilizan para remover el heno en el campo. Advirtió que estaba hecho de

nobles materiales, bronce, acero, el asta era de ébano y tenía arabescos de filigrana de

oro.

     Llegó a la conclusión de que era una pieza muy antigua y que parecía un tridente.

Además a pesar de haber estado en el mar, no tenía deterioros visibles ni rastros de

óxido.

     Mientras observaba el tridente, pensando en como habría llegado allí, advierte en la

superficie del mar una turbulencia, luego un remolino y finalmente la figura de un

hombre extraño.

     Era de una estatura desproporcionada, aparentemente 6 metros de altura. Tenía el

torso descubierto, una cabellera muy enrulada  y rasgos griegos. Cuerpo atlético y muy

cuidado, parecía tener 30 años de edad. Su actitud y su aspecto, eran intimidantes y

emanaban autoridad.

     Se acercó a la playa lentamente imponiendo su regia presencia, sin pronunciar

palabra.

     El paseante le dijo:

-Justamente con Usted quería hablar, debe ser Poseidón o ¿debo llamarlo Neptuno?

-No hablo con mortales.

-Va a ser mejor que hable conmigo, por que esto debe ser suyo, mostrándole el tridente,

lo acabo de encontrar y me preguntaba de quien podía ser.

-Mortal con Usted voy a hacer una excepción, prefiero que me llame Poseidón, Neptuno

me llamaron los romanos, esos petulantes e irreverentes.

-Bueno le voy a decir Pose, ya que su nombre es muy  largo. Esperaba que emergiera en

su carro de caballos y con parte de su corte.

- Mortal, en estos tiempos hasta los Dioses debemos cuidar el presupuesto, además la

gente en general está más incrédula y las ofrendas escasean.

-No pensé que ese tipo de cuestiones tan terrenales, pudieran afectar hasta al Olimpo.

-Afectan mortal, afectan, pero ¿que es lo que me tienes que decir?

-Desde hace un tiempo el mar me resulta hostil, de tal manera que pienso que a lo

mejor, es un problema personal suyo para conmigo.

-Mortal, ¿acaso te crees tan importante como para concitar mi atención hacia tu

persona? Tengo tantas cosas de que ocuparme que no doy abasto. Es posible que

algunos de mis subordinados te haya tomado tirria, a veces hacen cada cosa.

-Mire Pose yo sé que Usted está muy ocupado, ya que además de regir sobre las dos

terceras partes del planeta que son de agua, también se ocupa de las tempestades, de los

terremotos y de los navegantes, pero necesito que me solucione este problema, si quiere recuperar el tridente. Dicho sea de paso es una maravilla y de muy buen gusto, lo debe extrañar.

-Claro que lo extraño mortal, te arreglaré la cuestión de la hostilidad. Cada vez que entres al mar este parecerá un remanso de paz.

-El otro pedido es más sencillo.

-¿Cómo, mortal, no estarás abusando de mi paciencia?

-Es probable, pero esto es más fácil, ¿no podría mejorar el clima de esta, llamada hace

años “Costa Galana”?, a veces se hace insoportable para nosotros los residentes.

-Es cierto que es más fácil, de ello me ocuparé personalmente.

-Bueno muchas gracias por todo, le tiro el tridente para que se lo lleve, muy honrado

por su atención y las mercedes concedidas. Hasta cualquier momento.

-Hasta nunca mortal, gracias por el tridente.
 
     El señor siguió su paseo, pensando en la excepcionalidad de haber conversado con
un Dios mitológico, y que lástima que no podía contárselo a nadie. No solamente no le iban a creer, sino que lo iban a tratar de viejo loco y alucinado, como suele suceder.   

Ingeniero Campestre
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:19:59 pm
Cortijo de los sueños

Cerrar los ojos como ahora es tanto como tapar al sol con una mano ¿Has visto algún escrito de carácter proscrito en medio de todos? Puede se trate de una hoja, de un libro, o de cualquier espacio donde haya códigos. Las letras solo son una manera de decir pero se puede hablar de diferentes formas que hasta el silencio dice mucho, y se puede transmitir sin sonido desde los gestos hasta los sueños. Sí, los sueños; y es que había una habitación con el frío del invierno, con colores del verano. Allí cada noche un sueño se levantaba a describir un deseo ¿Quién puede desear estando dormido y pensar realidad? Si haz dormido entiendes, y sabes no es real. A veces crees que lo es y solo es una pesadilla, pero no un sueño. Un sueño donde todo quien se atreve a pensar queda atrás y se grafica un mundo no conocido y allí donde no existe realidad para uno se construye la realidad para el otro.  El otro que vive como tú o como yo. Ella se echó a dormir y personajes no conocidos rondaron un sueño. Allí estaba él un militar muy joven, diría yo, era un adolescente, apenas sus rasgos diferenciaban de ser un muchacho, con manos finas que tienen quienes de piel blanca son. Y ojos claros. El niño se volvía en joven. Toda una vida que pasó por ese sueño. Él crecía, nadie venía a verlo en la academia. Esa era una academia distinta. En medio de la nieve con muros altos y lugares restringidos. Señores de ciencias enseñaban a niños como si fuesen grandes expertos, pero así era. La única academia hecha para niños huérfanos cuya mente es capaz de ser lo que quieran ser, con el único propósito de ser militares. Si su fortuna no les alcanzara soportar el entrenamiento se irían a la soledad de una calle, en el frío más gélido que es el invierno cerca de Azor, las granjas de los pintores, donde el tiempo pasa lento, porque el pincel pinta las horas. Ella se levantó de nuevo. Fue un sueño. Se alistó y se fue con el tren a iniciar una mañana como todas. Volvió en la noche. Un bostezo gigante abría la cama con facilidad. Una nueva noche para dormir. De nuevo el sueño, comenzaba en el inicio de la academia, cuánto esfuerzo para ir al mejor lugar alguien podía ir, alguien sin familia, alguien cuya familia se había perdido tras un coche en la carretera y cuya imagen nadie la recuerda porque la descendencia que lo perduraría no llegó a pronunciar palabra de despedida, no porque le faltara ánimo sino porque a la edad de seis meses no se hace más que llorar o balbucear. Ella despertó. De nuevo así como un soplo de vida despertó, pero recordó el rostro de quien en sueño veía. Recordó tanto que en las calle iba buscando tal vez si alguien se asemejaba a él. Un recuerdo no vivido. Un sueño eso es. Pero quien cree en los sueños siempre se esfuerza. Despierta y trata de cumplirlos. Sí así dicen, también dicen: “aquel que busca encuentra”. Todas esas palabras entraron la mente de ella y comenzaron a volar a su alrededor hasta convertirse en acciones de búsqueda en la red. Se acabó el día. Solo un juego, solo un sueño – se preguntó ella ¿Habrá alguna patología que impulse soñar lo mismo cada día? De nuevo volvía al cansancio, luego al sueño. Se encendía una luz, un niño nacía, luego la carretera, luego un adiós. Un extraño llevándolo. La puerta del orfanatorio abriéndose. Una tristeza inmutable para quien no conoció compañía, no conoce soledad. De repente en ella una idea ¿Pero quién ha pensado en un sueño? Yo sino tú tal vez lo has hecho. Si es mi sueño lo puedo cambiar, quiero ver una imagen y lo haré - dijo ella. No soñó nada. No era posible. Cuántas veces soné- ella dijo, por qué hoy no soñar lo mismo. Si no durmió ella fue por la rabia de no tener en mente que hacer. Volvió la mañana a obligarla a continuar y la mente a someterle al pensamiento a la concentración de guiar un trabajo. Otra vez de noche. Hoy no era un día para dormir, el trabajo seguía, el cuerpo fatigado debía seguir. La mañana ya no despierta a nadie, me he dicho. Porque hoy ella despertó a la mañana. La madrugada dejó un documento perfectamente hecho y al costado un gran cuadro de lienzo pintado. Mientras caminaba, pensaba ella. Me imagino así. Lo imaginé así, pero no pondré el nombre. Luego llamó: ¡taxi! Allí con el cuadro y el documento fue al lugar indicado. El camino que lleva al edificio dura solo  media hora. Pero el sueño le domina, las fuerzas solo pueden sostener el documento. La ruidosa ciudad se vuelve silencio, y el silencio se transforma en aquella vida, allí de nuevo un niño, y la carretera. Ella pensó, se esforzó y en su sueño vivió. Ella deseó  y lo graficó solo deseando con la intención de quien salva a alguien, con la fe de quien espera un milagro. Las imágenes del sueño se corregían, una nueva vida se hacía. El mismo niño, se convertía en joven y no estaba solo. La academia de huérfanos no fue su final. No se edificó aquella academia. La casa de los pintores se hacía un edificio. Tantas imágenes. Tanta vida. Tanta fe. Cuánto se hizo en tan poco. Todo. Luego el sonido que es mejor que el silencio, que es suave. Aquello que seguro has sentido alguna vez antes de despertar, no sé si es de este mundo o es un soplo de vida. Luego el calor de quien va a despertar. Un brusco movimiento. Srta. ya llegamos – dijo el chofer. El edificio parece al mismo del sueño. Seguro. Parece una coincidencia. Claro uno sueña el entorno, estando en la cuidad es fácil soñar un edificio. Oh, cuánto por contar a quién entienda de esto. Un ascensor vacío. Unas palabras ¿Le ayudo? Unas gracias. Un adiós. ¡Qué simpleza de día! La oficina. Esos colores grises el mueble frio. Si alguien piensa que las coincidencias existen, fije bien los ojos en las letras, que si uno desea ya no es coincidencia, es un hecho. De nuevo ella con su presentación. La sonrisa en su rostro por su aprobada presentación. La satisfacción realizada. Ella dijo: al fin, valió despertar a la mañana. Miró por la ventana a la ciudad. El edificio del frente era el del sueño. Ella salió del edificio al finalizar el día, pero ese día fue al edificio del costado ¿Realmente para qué? No sé tal vez tú alguna vez como yo, has hecho algo por un porqué. Esta vez el porqué de ella era el sueño. Sí ese era el edificio. Entró al ascensor. Marcar qué número, qué piso. El número de nacimiento. La suma de cada una de los dígitos de la cifras…realmente estoy desvariando – ella se dijo. Un sonido y salió del ascensor. Allí había varias secretarias y entre tantos unos jóvenes con ropa de vestir alistando todo para dejar la oficina. Allí no había nadie conocido.  Se sintió realista. Volvió la cabeza a la salida. Vio el techo. Quien se defrauda rápido se siente materialista- se dijo. Volvió a caminar y dijo- ya perdí cuarenta minutos de mi fin de semana. Su mente cambió de pensar y mientras planeaba sus horas del fin se semana. Un rostro le dejó sin aliento. Para contar a quien entienda. Era aquel niño, que se hacía un joven en sueños. Era él. Como quien espera a la noticia conocida salió de una oficina. Acercarse. Decir el nombre del sueño. Si a veces intentamos cada cosa y no resulta no lo dejamos, por qué no hacerlo –ella se dijo. Si este es un sueño el sueño es realidad. Si está en mi sueño lo que diga entenderá. Que decir. Qué parte del sueño describir. Ya sé - se dijo. El Cortijo de los Pintores que se cambió de nombre a Cortijo de los Sueños. Sí eso. En unos instantes cuántas imágenes pasaron por su mente.  A la mitad del pasillo cuando él se acercaba dijo: “Está usted bien señor Ander”. Antes que ella pronuncie alguna otra palabra él dijo: “Bien aquí, en el Cortijo de los sueños, Srta. Andalucía. Un fuerte palpitar hizo estremecer su cuerpo. No era posible. Era su nombre. Buscó su identificación en su pecho. No estaba allí. No era broma. Nadie sabía del sueño. Nadie. ¿Será posible? Se cambió solo con buenos deseos. ¿Será así? Así es el mundo, está hecho de buenas intenciones. Tal vez tú como yo lo entiendo, sabes que de ti depende, pero esa vez fue de ellos.

Fuego
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:23:48 pm
El otro rincón


Estaba sentado en la mesa de la esquina, junto a la máquina de tabaco. La cafetería estaba vacía. Solo el camarero, él, y una dulce música de fondo. Tenía la cabeza apoyada en su mano izquierda, el flequillo le cubría la mano, dejando entrever sus largos y finos dedos, y el anillo que su esposa le había regalado hacía un par de días por su cumpleaños.
 Estaba totalmente absorto en la lectura de su libro mientras esperaba a que su mujer acudiera a la cita.
Miró la hora. No sabía cuánto tiempo había pasado realmente, pero tuvo la sensación de que ya llevaba demasiado rato esperando. Empezó a pensar que había confundido  el lugar de la cita, no sería la primera vez que le ocurría. La llamó al móvil, pero le salió el contestador. Volvió a sumirse en la interesante lectura.
A los pocos minutos, un hombre y una mujer se acercaron a la barra y le pidieron sus consumiciones al camarero. Se sentaron en el otro rincón, a su espalda. No les  prestó mucha atención, miró el reloj, dio un sorbo de café,  y volvió a sujetarse la cabeza entre los dedos. Sumido en su lectura la espera  pasaba desapercibida.
La pareja parecía estar enamorada. Entre la cálida música de fondo, se mezclaban suaves susurros, acompañados del chispeante sonido de los besos.
Sin levantar la mirada del texto, aquellas significantes muestras de cariño le hicieron pensar en su mujer. Hacía mucho tiempo que no se escondían en el rincón más oscuro de una cafetería para darse tiernos arrumacos. De hecho hacía mucho tiempo que no se acariciaban como dos jóvenes enamorados. Se conocían desde los 27 años y ya llevaban 3 casados. Ella acababa de terminar una relación de 4 años, de cuyo desenlace nunca quiso dar ninguna explicación,  aunque él tampoco había tenido mucho interés en averiguarlo. Prefería pensar que su vida había empezado cuando se conocieron. No quería que hubiera huellas del pasado en su bella historia de amor.
Él había conocido muchas mujeres, aunque no había conocido a ninguna que dejara una huella tan grande en su corazón como la que había conseguido su esposa. Una huella que, estaba convencido, no podría borrarse jamás.
Los primeros años de matrimonio fueron un poco duros, la adaptación a una vida en común requiere su tiempo. Ella siempre se quejaba de falta de espacio y de vida propia, y él quería estar a todas horas a su lado. Quería compartir cada momento, cada recuerdo, cada día que pasaba. Como si  esas sensaciones que acababa de descubrir, y que no había logrado sentir en 27 años, las quisiera disfrutar todas juntas, a cada minuto.
Con el tiempo empezó a entender sus inquietudes, a admitir sus preferencias, a tolerar su espacio, lo que hizo romper un poco la magia que les envolvía cuando estaban juntos, pero a él le sobraba con saber que podía estar a su lado. Y se le aceleraba el corazón al reconocer que era su mujer y que, algún día, sería la madre de sus hijos. Si bien, este tema también era motivo de continúas discrepancias. Sabía que eran muy jóvenes, que ser padre es una  tarea demasiado complicada como para aventurarse sin estar realmente preparado. Pero este hecho era algo que a ella no se le pasaba por la cabeza y tenía muy claro que no existía ninguna posible motivación que le fuera a hacer cambiar de opinión con el tiempo.
Sí, estaban enamorados. Habían vivido mucho juntos, habían disfrutado de buenos momentos y de  malos, que lograban superar y dejar arrinconados en el armario del olvido. Es cierto que a él le gustaría poder compartir más cosas con ella, como por ejemplo su afición a la lectura. Se podía pasar horas y horas delante  de un libro, y disfrutar de ese hobby en compañía de su mujer era uno de sus mayores placeres. Pero ella prefería ir de compras, o al gimnasio, o ir a tomar un café con las amigas, cosas que él odiaba profundamente y hacía que se alejaran aun más sus aficiones.
Intentaba pasar el mayor tiempo posible con ella. Nunca había aceptado un trabajo que le pudiera separar de su familia. De hecho había rechazado varios ascensos en su empresa actual porque ello hubiera supuesto continuos desplazamientos y largas noches fuera de su hogar. Era feliz con un humilde sueldo, una carrera sin pretensiones, un horario flexible y la comodidad de  saber que al finalizar su jornada laboral, recuperaba su verdadera felicidad, su ilusión y la vida que intentaba dedicar intensamente a su mujer.
Ella,  sin embargo, tenía más ambición profesional. No se conformaba con ser la recepcionista de un despacho de Ingenieros y había ido ascendiendo hasta ser Responsable del Departamento Técnico. Y aun así, seguía luchando por subir más peldaños, siempre que en la empresa tuviera la oportunidad de llegar a lo más alto. Era una mujer luchadora,  constante, ambiciosa y muy inteligente, lo que despertaba todavía más la admiración de su marido. Estaba convencido de que llegaría muy lejos y él estaba dispuesto a apoyarla en todo momento. Se ilusionaba pensando que, tal vez, cuando ella  considerara haber alcanzado su meta en el terreno laboral, se planteara darle unos hijos a los que ofrecer todo el amor que entre los dos habían creado.
Sí, estaban enamorados. Habían superado con esfuerzo la oposición de las dos familias. Sus padres le decían que aquella mujer no era para él, que le rompería el corazón. La tachaban de caprichosa y egoísta, cuando a él le había demostrado todo lo contrario. Ella también tuvo que luchar con los continuos reproches de una familia que le aseguraba que podía encontrar un marido mucho más apropiado para ella y que, realmente, estuviera a su altura. Sus suegros no disimulaban al considerar aquel matrimonio como un entretenimiento de su hija hasta que se le presentara la oportunidad social que se merecía.
 Pero, el hecho de que su mujer siguiera a su lado, había afianzado su relación y había aumentado su amor por ella, si es que todavía era posible.
A veces no se sentía merecedor de aquella mujer, ni del cariño que le profesaba. Siempre se sentía en deuda con ella y se había convertido en un fiel servidor de su esposa.  Tal vez, en el fondo, él también pensara que ella se merecía algo más y el hecho de haberle elegido a él, le creaba esa necesaria adoración y ese justificado servilismo.   Ciertos ataques  de inferioridad se peleaban con el renacido orgullo que sentía cada vez que pensaba en lo afortunado que era al haber sido el elegido por una mujer tan excepcional a la que sólo podía compensar con su cariño y entrega. No le prometió bienes materiales, ni una buena posición social, ni un gran éxito profesional. Sólo con su sencillez y profundo amor había conseguido conquistarla.
Sí, estaban enamorados. Y no se avergonzaba al reconocer, en su más secreta intimidad, que él lo estaba más profundamente que ella. Aunque le reconfortaba pensar que ambos tenían formas distintas de amar.

Había pasado ya demasiado tiempo. Volvió a llamar al móvil, pero seguía apagado. En lugar de preocuparse sin motivo aparente pensó que, definitivamente, había confundido el lugar del encuentro. O tal vez, era la hora la que había entendido mal, por lo que decidió esperar un rato más.
Volvió a pedirse otro café y mientras se lo traía el joven  camarero, escuchó una risa familiar a sus espaldas. Procedía de la pareja de enamorados del otro rincón y, aunque se vio tentado a echar un vistazo,  no quiso interrumpir el encanto de su complicidad  con un gesto de indiscreción. Aunque  sentía una sencilla curiosidad por saber el aspecto de aquellos enamorados, por reconocer en sus miradas el brillo del amor recién estrenado. Giró levemente la cabeza y pudo ver a un hombre mayor que él,  con el pelo engominado y peinado hacia atrás. Una barba perfectamente afeitada disimulaba un fino labio. Unas atractivas canas daban pinceladas a una cabellera negra. En su mano izquierda, relucía un espectacular reloj de oro y en su dedo anular, un anillo no menos llamativo, indicaba su estado civil. Se quedó un poco decepcionado al encontrar el reflejo de la lujuria y el deseo en una mirada que esperaba demostrar la pasión y la esencia del enamorado.
Volvió su mirada hacia su mesa cuando el joven camarero le depositaba el café.
Habían pasado otros treinta minutos cuando aquella pareja se levantaba para dirigirse a la barra. Desde su asiento, el reflejo de la luz que entraba de la calle no le permitió fijarse en el aspecto de la mujer pero su silueta le resultó muy familiar.
Mientras ella se ponía un largo abrigo  en el umbral de la cafetería, volvió a llamar a su esposa al móvil.  Esta vez la línea respondía al otro lado, mas la voz de su mujer no le contestaba.
La mujer del abrigo  abrió el bolso que le sostenía su acompañante y un estridente pitido resonó con fuerza en el local.  Sacó el teléfono, lo miró, miró a su acompañante, dijo algunas palabras y le ofreció el aparato. Él hizo un gesto negativo con la mano y se dio la vuelta. Ella volvió a mirar la pantalla del teléfono donde aparecía “Juan”. El pitido seguía sonando, se clavó en sus oídos, en su cabeza, en su corazón.
Se levantó lentamente y se acercó hacia la puerta. El pitido cada vez sonaba con más fuerza. Era como una alarma que avisaba de un peligro inminente. Se acercaba despacio, con el móvil en la mano, los brazos caídos a ambos lados de su cuerpo, la mirada fija, el alma perdida y el corazón roto. El pitido seguía agonizando y la mujer se acercó el auricular y apretó la tecla de responder.
“¡Cariño! Lo siento, se me ha hecho un poco tarde… ¿Cariño?” Al otro lado, la dulce música se oía de fondo. “¿Cari…ño?”
Se giró lentamente, esperando que la respiración entrecortada que sintió en su cuello fuera producto de su imaginación. Pero, no, allí estaba él, con el teléfono en la mano y los ojos encharcados en amargas lágrimas.
Se quitó el teléfono de la oreja, apretó el botón de colgar y lo miró a los ojos. Permanecieron así un instante, observándose, intentando comprenderse. Pero a él le resultó imposible.
Su acompañante se apartó de la entrada y se dirigió hacia la calle. Él desvió su mirada hacia él, luego hacia ella. Frunció el ceño reprimiendo las lágrimas que asomaban sin vergüenza. Los labios apretados, los músculos en tensión, respiraba al mismo ritmo frenético de sus latidos. De nuevo la miró a los ojos que movía rápidamente mientras buscaba en el archivo de sus mentiras alguna que pudiera disfrazar la cruda realidad.  Pero al observar la sincera expresión de su esposo, no pudo mas que bajar su mirada avergonzada. Él dejó resbalar  también la suya, junto con el  teléfono, el anillo y su cariño.
Regresó a su mesa, cerró su libro y tomó un sorbo del café, ya frío. Giró su cabeza hacia la mesa de atrás, en la que la ahora reconocida pareja había estado dando muestras de su cariño. Dejó que una lágrima resbalara por su rostro. Apoyó la cabeza entre sus manos, cerró los ojos y escuchó de nuevo los chispeantes sonidos de los besos.
Se giró nuevamente  y una pareja de jóvenes se envolvía en dulces y suaves caricias. Se miraban con ternura,  encendiendo la pasión de sus corazones, suspirando por cada roce de sus cuerpos.
Y él, en el otro rincón, apagaba con su soledad el sufrimiento de un amor abandonado.

Lenitoga
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:29:03 pm
Los hombres de los cuatro rumbos…


Los cuatro hombres estaban parados en los cuatro puntos cardinales, cada uno en el que correspondía a su región de origen. Habían cabalgado muchas millas para encontrarse en ese instante, a partir de ahora se trataría del ombligo del mundo. Estaban seguros de que semejante empresa no podría tener otro término que la refundación del orbe. Un camino tan largo sólo puede concluir con la inauguración de un orden desconocido.
Estaban agotados, llevaban a cuestas milenios de historia humana que abrumaban la lontananza. Las cuatro regiones del mundo del que escapaban -para postrarse sobre la nueva tierra- quedaban atrás, ahogadas en la impotencia de la resurrección, era imposible volver. La infinidad de decisiones tomadas habían conducido indefectiblemente al desorden cósmico que pretendían abolir, el  fundamento virginal en el que sembraban sus esperanzas no debía recurrir a viejas añoranzas para erguirse incólume hacia la eternidad.
Uno dejó colgado en el perchero su gabardina empapada, la eterna lluvia que anegó las cosechas de su pueblo le había guardado ese último vestigio de soberbia hídrica que la naturaleza se reservó siempre y que recordaba la efímera condición de los hombres. Otro pidió un vaso con agua, no soportaría más las inclemencias desérticas de su procedencia, inclusive estaba dispuesto a olvidar la negligencia con que fueron tratados cuando perdieron la voz por pedir socorro en un aullido de ayuda humanitaria que nunca llegó.
Uno más, el que se caracterizó siempre por su mutismo incriminatorio, sólo tomó asiento en la mesa. Guardó sus juicios del pasado para quemarlos con el fuego de la razón creadora. Se jugaría una suerte de malabar metalingüístico para suprimir en las nuevas leyes los vicios del pasado por medio de un exorcismo inefable. Los cimientos del edificio por construir serían eso que calló, quería evitar la mera insinuación de los yerros de antaño.
El último -el sensato según él, el insano para los demás- hizo el llamado a la cordura; era hora de sentarse a inventar otro mundo. El tiempo apremiaba, el cosmos fuera del cuarto se había consumido, no había a donde ir. Las puertas habían clausurado, al cerrarse, los universos que los hombres habían pisado hasta entonces. Eran ellos a la luz de la vela, dispuestos a nombrar la realidad que aparecería al clarear.
Realizaron el primer intento. El esquema apenas se apuntalaba con alfileres cuando se desmoronaba frente a sus ojos, caía a pedazos y las ilusiones más puras llegaban al piso fundidas con los odios recalcitrantes de la desesperación y la angustia. Las miradas se postraban sistemáticamente sobre cada uno, rotaban hacia la izquierda, luego a la derecha. Se podía sentir cómo decaía el ánimo cansado de una búsqueda infinita.
Siempre ha sido más sencillo, dijo el hombre del oeste, trazar el contorno de lo anhelado al borrar de un brochazo aquello que no se necesita en el cuadro. Podemos cotejar nuestros imperios en la negatividad, esperemos que una vez analizado el obscuro panorama reluzcan las aristas lumínicas que habrán de guiar nuestra búsqueda.
¿No sería un tanto precipitado, sugirió el hombre del este, aventurarnos a rescatar de las memorias del pasado lo que queremos que el torrente del olvido arrastre lejos de nuestras playas? Si lo que interesa es la experiencia genética resultante de nuestra volición textual, no podemos contaminar con etimologías gastadas la ceremonia inaugural. Un lenguaje nuevo es la condición de posibilidad de la neoexistencia.
Hay que empezar, señaló el hombre del norte, por derrumbar los muros que se erigieron entre nuestros pueblos. No sólo limitaron el libre tránsito, bajo las sombras que proyectaron sobre nuestros territorios fermentaron problemáticas acuciantes cuyos alaridos no fueron oídos por ninguna autoridad. Todas las migraciones forzadas, los peligros del camino y las desapariciones sobrepasaron las bajas de las guerras de delimitación que tanto nos preocuparon hace años. Cada región se consumió desde adentro y fulminó a aquellos que intentaron entrar de allende.              
También están, añadió el hombre del sur, todas las barreras culturales que pudimos observar en el fanatismo religioso, las convicciones fisiológicas más aberrantes y los prejuicios más descarrilados, son muestra de las inmensas inseguridades del espíritu humano y su tendencia a resolverlas arrojando acusaciones y encontrando culpables en el que le resulta diferente, en el otro.
Tenemos, suspiró el hombre del este, el dilema de la memoria y el olvido: nuestras mutuas discriminaciones; nuestras murallas; nuestra incomprensión; nuestros miedos; nuestras heridas… Pero también tenemos todo el bagaje intelectual que nos debería permitir erigir con la palabra estentórea un sinfín de posibilidades plausibles y asequibles. ¿Qué nos lo impide?
Se levantaron de sus asientos, cada uno miró a su derecha y dieron pie a una danza prolongada cuya intención era borrar las huellas que señalaban el origen de cada uno. Vueltas a la derecha, vueltas a la izquierda; ansiaban desvanecer todo signo pretérito que los anclara a la ruina. Una vez olvidado cuál era el lugar de cada uno intentaron proseguir. Eligieron arbitrariamente sus nuevos puestos; apostaron por el incendio del pasado y de los signos que les sirvieron para interpretarlo, habrían de ser disipados con tal de vislumbrar la luz del nuevo sol.   
La pujanza estrangulante -habló el hombre que ahora se hallaba al norte- de nuestro antisistema caótico de reproducción de la vida no pudo, como lo postularon nuestros ingenieros, atraer a nuestra órbita de crecimiento material a las otras partes del mundo. Nos consumimos en un frenesí de salvación, fuimos un aborto de la última estratagema de los ideólogos del porvenir. Es un error que no podemos repetir.
El refugio de los antiguos dioses -agregó el hombre situado en el sur del nuevo plano- no nos brindó el abrigo que nos fue prometido y al cual ofrecimos torrentes de sangre para purgar el clamor de sacrificios que nos encomendaron. Perdimos la ruta de salida que había sido inscrita en los manuales de los sabios del planeta. El desapego, la entrega y las contradicciones que hay entrambos no bastaron para que se nos tendiera la mano divina que habría de conducirnos sanos y salvos al paraíso etéreo.
Ni siquiera las elucubraciones más rebuscadas -indicó el hombre ubicado hacia el occidente- nos permitieron alcanzar un diseño político capaz de dar voz y voto a cada miembro de las sociedades humanas. No logramos que alguno de los modelos institucionales que se proyectaron en las pasadas centurias consolidara en la práctica una idea. Las convicciones ideológicas se diluyeron en el solvente de la corruptela cotidiana.
No debemos demorarnos más  -interrumpió el hombre en la silla al oriente- en la génesis de nuestro orbe. El tiempo apremia y la desidia nos carcome, si no comenzamos por nombrar esto que tratamos de parir, no llegará a buen término nuestra empresa. Habremos de fracasar por no tener el coraje de dar la primera zancada. Las añoranzas de miles de millones que murieron para que nosotros cuatro llegáramos a este cuarto a refundar el universo habrán sido en vano y la culpa asfixiará nuestros más profundos suspiros.
Los cuatro miraron el centro de la mesa, procuraron dibujar con la mente el diseño arquitectónico que eludiera los errores del pasado. Dejar fuera del tablero cualquier viso de incompetencia era la consigna primordial en el titánico esfuerzo. Los sofisticados materiales y tecnologías que empuñaron para el bosquejo de su creación evidenciaban la decrepitud de los más refinados barros con los que jamás se haya creado a los hombres.
Los cuatro permanecieron con los ojos cerrados por un largo tiempo, el terror los sobrecogía. No se atrevían siquiera a pensar en que la catástrofe les pudiera arrebatar su último triunfo. Se tomaron de las manos en silencio y dejaron resbalar por sus mejillas las lágrimas que debían tornarse en ríos, océanos y mares. La vida debía comenzar. Sin embargo, al volver en sí se percataron de la tragedia. Una vez más habían destrozado su propia obra. ¿Un error de cálculo? ¿Un manotazo intempestivo? ¿Un sabotaje deliberado?
Pareciera, pronunciaron los cuatro al unísono, que el nuevo orbe que fundamos hoy con nuestra palabra será igual de estéril que los que nos precedieron. La retórica fundante se diluyó en la marejada de las acciones humanas que trastornaron el espíritu más puro de la enunciación. Es absurdo, continuaron, tratar de escribir el libro de la neohistoria, el de la que vendrá, pues no estaríamos reconociendo que el albedrío de los hombres dará al traste una vez más con nuestros anhelos. El horizonte ansiado se abría ante ellos como la primera página del ignoto libro, el de la posthistoria, como un infinito de posibilidades que se conculcaban al enunciarse los refinados deseos de estos valientes juristas de la realidad.
 La acción del hombre borra toda huella de su pensamiento…   

roberto Oliveira
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 28, 2013, 16:38:47 pm
Como ya hemos comentado en anteriores mensajes, no os preocupeis si vuestro relato aún no aparece en la web. Primero porque no es requisito para participar, y segundo porque aún quedan alrededor de 300 relatos por subir.

Este año se están pulverizando todas las espectativas. Gracias a todos!!.  :band:


PD: Va a ser verdad que ante las adversidades y palos uno se crece.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:13:42 pm
EL VERANO EN LISBOA


   Cuando el verano pasado viajé a Portugal lo hice más para huir de mis problemas, e incluso de mí mismo, que por mero placer: durante el último año, mi vida se había convertido en un caos, y yo renegaba del ser humano, y del mundo en general, de los que estaba desengañado.
   Había visitado Coimbra, que me impresionó por su melancolía, y después, Oporto, muy diferente, aunque su exceso de actividad tampoco aplacó mi espíritu. Hice algunas paradas más antes de llegar a Lisboa, a la que quería dedicar unos pocos días… que se alargaron hasta el fin de mis vacaciones de estío. Y no por sus maravillas arquitectónicas o gastronómicas, sino a causa de una mujer.

   Era un ocho de julio, y la hora, las ocho y veinte. Lo recuerdo bien porque hacía un instante que había mirado mi reloj. Estaba en la Plaça do Comercio, y tenía prisa por llegar al hotel. Así que, imprudentemente crucé la avenida Ribeira sorteando el tráfico, con tan mala fortuna de tropezar con las vías del tranvía, que se aproximaba en ese momento. Temí morir atropellado por un viejo tren, tal y como me había vaticinado una gitana hacía tiempo, después de leerme el tarot, pero unas manos me asieron por los hombros y me sacaron de la trayectoria del vehículo, que pasó junto a mí sin causarme daño alguno.
   Me incorporé, y miré a mi salvador, que resultó ser una mujer joven, morena y de una belleza extraña pero serena. Me quedé sin palabras, y me avergoncé de no darle las gracias de inmediato, con un “obrigado” de acento castellano. Solo pude asentir con la cabeza y sonreír como un estúpido. Ella no pareció molesta con mi actitud. Es más: me devolvió la sonrisa y sus ojos brillaron divertidos, aunque sin perder la compostura y esa serenidad que me cautivaron desde el principio.
   Estábamos solos, mientras que a nuestro alrededor la gente iba a sus tareas cotidianas, ajena al incidente anterior. Solo ella se había preocupado por mí. Quería agradecérselo aparte de con palabras, y la invité a tomar un té en una cafetería cercana. No negaré que lo hice más porque ella me atraía irresistiblemente que por gratitud, pero no me arrepiento de eso. Ella aceptó enseguida.
   Durante el té –que finalmente fueron varios, y se alargaron hasta la hora de la cena- hablé yo casi todo el tiempo, aunque ella asentía y contestaba de vez en cuando en un castellano con un acento que no era portugués, pero que tampoco supe nunca de dónde podía ser, porque ella jamás me lo dijo. Yo no tenía prisa en despedirme, y la joven tampoco mostraba tenerla, así que me atreví a dar un paso más, y la invité a cenar. Para mi sorpresa, volvió a asentir y sus ojos se achinaron, como si adivinasen qué sentimientos tenía yo hacia ella.
La cena, donde el pescado y el vino de Oporto no faltaron, fue excelente, y la conversación, aunque parca en palabras por su parte, devino larga e interesante. Ya en la calle, ella me tomó del brazo y me dijo que tenía que marcharse. Entonces me sentí de nuevo vacío. Era extraño, pero en unas pocas horas había congeniado más con aquella bella muchacha que con todas las personas que conocía hasta entonces. No tuve, sin embargo, tiempo de sumergirme otra vez en mis tragedias personales porque, casi a continuación, me sugirió que podíamos vernos al día siguiente, y que ella haría de cicerone en mi visita a Lisboa. Por supuesto, accedí encantado.

   Habíamos quedado bajo las arcadas de uno de los edificios de la Plaça do Comercio. Era las nueve de la mañana, y empezaba a temer que ella no vendría, cuando apareció. Vestía unos pantalones oscuros y una camiseta negra, que hacían juego con su larga melena, y contrastaban con la bella palidez de su rostro. Nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida, e iniciamos nuestro periplo por la capital lusa. Fue entonces cuando caí en la cuenta que no le había preguntado cómo se llamaba. Le dije que mi nombre era Francisco, y ella me contestó con un “María”, suave como una brisa vespertina. No nos hacía falta más.
   Iniciamos la visita por el barrio de la Baixa. Caminábamos despacio, gozando de cada sorpresa que Lisboa nos ofrecía. De vez en cuando hacíamos un alto para tomar un café o un tentempié, y luego otro para almorzar. Ni siquiera descansábamos para retomar fuerzas, y seguíamos la gira hasta la hora de la cena. Era en esos momentos donde me despojaba de armaduras y le hablaba de mi pasado; de amores frustrados y sueños rotos por desconfianza, y de mi hastío hacia mi forma de vivir y la sociedad entera. Dejaba ir mi pesimismo a límites insospechados, hasta que ella colocaba con suavidad su mano sobre la mía y me decía que debía reflexionar sobre todo ello y no culpabilizar al mundo de mis propios errores. Sus palabras eran balsámicas, porque tenían el tono y el fondo que las hacía creíbles, y no eran un banal producto de la cortesía. Después, nos despedíamos hasta el día siguiente. Siempre igual: con una sonrisa bobalicona en mi rostro y con su figura perdiéndose en la distancia.
   Día a día fui conociendo el barrio Alto, y también los de Alfama y Belem. Me extasié contemplando a María, y disfruté cada segundo que estuve a su lado.

   Una mañana, mientras subíamos por el funicular de Santa Juliana, que conecta la parte más baja y la más alta de Lisboa, ella me dijo que todos éramos como ese funicular: que solo cuando nos hallábamos en lo más bajo éramos capaces de elevarnos, y que yo no podía ser menos. No supe qué decirle, pero me di cuenta, como decía el gran poema de Kavafis , que mis problemas no quedaban atrás, sino que irían conmigo siempre, mientras no fuese capaz de superarlos de una vez y para siempre… y sin echar la culpa a nada o a nadie, como me decía María una y otra vez.

   El tiempo transcurrió tan rápido que cuando quise acordar mis vacaciones casi habían terminado. Al anochecer, horas antes de que yo tomase el autocar hacia España, nos sentamos en los escalones que bordean la Torre de Belem, junto al Tajo. No cabían palabras, solo sensaciones. A pesar de las semanas que habíamos estado juntos, María seguía siendo para mí una desconocida a la que recibía todas las mañanas en las arcadas, y despedía por las noches en el mismo lugar. Casi no sabía nada de ella, aunque le había contado toda mi vida, sin tapujos ni vergüenza. En la intimidad que nos daba la soledad compartida, me atreví a tomarla de la mano y acariciarle con la otra su mejilla. Ella sonrió, y sus ojos me dijeron más que si hubiese pronunciado mil palabras. Entonces, con voz melodiosa y dulce, pero penetrante, me dijo que nos volveríamos a ver al año siguiente; en la Plaça do Comercio, un ocho de julio, por la tarde. Quise pedirle que viniese conmigo, o yo renunciaría a todo para estar junto a ella. María me rogó que guardase silencio y que prometiese que haría lo que me pedía. No me quedaba otra opción que aceptar. No hubo besos ardientes, ni hicimos el amor bajo las estrellas: solo un nuevo roce de nuestras manos, y la promesa de un futuro maravilloso. No nos despedimos en la estación, sino en las arcadas, donde siempre.

****
   
Durante este año que ha pasado he cambiado mi vida gracias a sus consejos: me reconcilié con amistades perdidas por rencillas vanas, y recuperé a la familia. En mi trabajo asumí que las cosas eran tal y como debían ser, y que mis problemas no eran ni los únicos, ni los más importantes. Todo había cambiado, y la vida dejó de ser un infierno. Quizá, también, imbuido por la certeza de que volvería a encontrarme en Lisboa con María, y esta vez, para no separarnos.
   Ha transcurrido justo un año. Es ocho de julio, y estoy en la Plaça do Comercio, junto a la estatua de don José I. Al sur fluye el Tajo. Estoy impaciente, y María no llega. Me acerco hasta el borde de la plaza, por si la veo aparecer bajo el Arco Triunfal, pero sin éxito. Entonces, cuando todo quiere volverse tristeza, la descubro al otro lado de la calle. Viste como más me gusta: con pantalones oscuros y camiseta negra, y con su cabello suelto al aire. ¡María!, grito, y cruzo a buscarla. Ella sonríe y extiende los brazos hacia mí.
   Entonces tropiezo y caigo de rodillas. Voy a levantarme, y escucho un grito ahogado. Giro la cabeza a tiempo de ver como un tranvía se precipita sobre mí. Siento un fuerte golpe en la cabeza, y nada más.

   Abro los ojos. Estoy tumbado en el suelo. A mi alrededor se agolpa la multitud. Murmuran y, por lo que entiendo, sé que agonizo. Veo a María, que da unos pasos y se acerca hasta mí. Parece que nadie se percata de ella; que es ajena a lo que le rodea. Se arrodilla, me coge la mano, con suavidad casi etérea, como si no existiese, y sin perder su sonrisa me susurra al oído, momentos antes de que yo cierre los ojos definitivamente: “Ahora puedes ir en paz, Francisco”. Después, se diluye y desaparece, como si nunca hubiese estado allí.

   La profecía de la gitana era verdad, pero esa mujer desconocida me dio tiempo a recuperar mi espíritu, y quedarme en paz con el mundo y conmigo mismo. En paz, en paz, en paz… Y, a las ocho y veinte de la tarde, muero.

1 POETA CONTEMPORÁNEO GRIEGO

Os Belenenses
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:21:14 pm
Crónica de un Vampiro


A diferencia de lo que muchos piensan hoy en día, no, los vampiros no podemos enamorarnos, pero si obsesionarnos con lo que no tenemos, calor, sangre. Como un ser humano que alguna vez fuimos aún sufrimos con los 7 pecados, aunque no tenemos órganos vivos, nuestra conciencia permanece intacta.
Fue hace mucho años cuando la encontré, me aburría terriblemente viviendo en el mismo lugar por décadas así que decidí recorrer el mundo, como un simple mortal empaqué maletas que no necesitaba para pasar desapercibido y conocer las maravillas que mi naturaleza me ha permitido detallar con el paso de los años.
Pasaba pues por África, caminaba una noche entre las extensas llanuras cuando detecté su aroma y no pude resistirme. Cuando la vi era apenas una niña en un mísero pueblo de chozas de paja, una pequeña niña de piel negra y gruesa, cabello aún más negro y unos impresionantes ojos marrones.
Su fragilidad inspiró algo de lástima en mí, pero mi deseo por su pulso era aún mayor, estuve a punto de atacar, dormía plácidamente y mi presencia era casi imperceptible. Mi nariz toco su cuello, sentí mi cuerpo vibrar como hace muchos años no lo hacía, me sentí vivo de nuevo,mi nivel de éxtasis era inexplicable.
Mi avaricia pudo más que yo, pensé en lo mucho que podría yo tener si esperaba, si la dejaba con vida por unos años, entre mayor fuera su cuerpo mucha más sangre tendría para mí, por ahora era solo un bocadito, en unos años sería un banquete.
Así pues esperé pacientemente, pero para mi desgracia, mi anhelado deseo no se hizo realidad, admito mi torpeza al no entender las costumbres y culturas de otros lugares, al no saber que mi niña no llegaría a ser adulta, no llegaría más allá de los doce años.
La noche en la que los cumplió, su madre la vistió y preparó para ser ofrecida a sus dioses, aparentemente la sequía, que me tenía sin cuidado, estaba matando a la población. La pequeña ya lista, con su carita seria y decidida se acostó sobre una mesa de madera adornada para ella.
La llenaron de flores y cantaron algunas alabanzas, yo sólo veía, desde un rincón seguro, cómo latía su yugular sin entender nada de lo que pasaba en esa escena. De pronto, todos guardaron silencio, sus familiares más cercanos la rodearon y comenzó lo que para mí y sé que para ella también fue una pesadilla.
Con afilados cuchillos y punzones atacaron a mi niña, la desangraron ante mis ojos y una sensación de desespero lleno mi cabeza, no podía más que mirar como su sangre salía gota a gota por los agujeros y ella moría sin remedio.
Me contuve lo más que pude, esperé hasta el final, vi como su madre la limpiaba y la envolvía en tiras de sábana como los egipcios, la metieron dentro de un ataúd de madera sencillo y fue llevada hasta el borde de un precipicio en el que un altar hecho con un tronco sin forma esperaba su féretro.
Para mí eso fue amor, no a lo que era en sí, sino a lo que ella era para mí. Pude haberla matado yo mismo o por la misma necesidad de no saberla agotada pude haberla dejado vivir hasta su último aliento y allí justo allí tomar su vida sin remordimiento. Pero, ya está muerta, ya su sangre no sirve, ya es impura, como un buen vino que derramas en el piso, ya no tiene sentido.
Me olvidé de ella pero no del vacío que se instaló en mí, por primera vez en años me sentí solo, abandonado, triste...
Años más tarde, ya instalado en una ciudad y asqueado con toda la moda de los "vampiros que se enamoran" volví a acordarme de ella, decidí volver y saber qué había pasado con lo que aún quedaba de la niña. En lo que llegué ya todo era diferente, ya no había chozas de paja, había casas.... bien construidas, calles y autos.
En donde estaba su pobre choza ahora había una casa de ladrillos, con un niño mocoso que lloraba no sé por cuál razón y una madre obstinada que continuaba gritándole. La mujer no pudo más y tomo al niño en brazos lo llevó con rapidez hasta una especie de cueva hecha con troncos, intrigado los seguí y ahí fue que la vi.
El precipicio seguía allí y por supuesto el pequeño ataúd también, al parecer como castigo la mujer hizo que el niño se sentara bajo la escalofriante tumba a la que el niño parecía tenerle pavor, llorando y sin poder más se levanto con fuerza y el golpe que dio su cabeza contra la tumba la hizo tambalear y finalmente caer.
Vi en cámara lenta como caía al fondo del precipicio, escuché como golpeo el fondo y cuando finalmente me atreví a mirar, pude ver que de ella, de mi niña no quedaba más que harapos, polvo y maderas rotas.

Maskretas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:27:13 pm
El viejo y la niña


Porque eres verso y poema nunca escrito, música inacabada; porque sin ti en todos los ojos veo tus ojos, porque a cada instante te huelo en el viento, en la lluvia, en los atardeceres, donde esplendes entre los rojos copos de nube; porque ocupas el vórtice de mis pensamientos, porque me sangra el pecho…  ven, te necesito.
¿Acaso, amor, alguna vez te hallaste perdida y temerosa en un denso bosque? En este lugar, entre la fronda, uno se siente solo, acechado, perdido. Todo a tu alrededor es igual, pierdes el rumbo y temes que llegue el anochecer.  Así vivo yo. Mis muchos años forman un bosque que me sepulta. En él discurre el cauce del río hacia la muerte, ese igual al de las Coplas de Jorge Manrique,  que me arrastra y aparta del mundo y de la vida. Es un bosque umbrío y acuoso, un aguazal donde la lluvia de la tristeza es eterna. Así, rodeado de angustia y soledad, antes de que llegaras tú, amor, pasaba por el mundo como un cuerpo deshabitado, como un hombre vacío que era solo carne y miedo, ausencia de metas y de futuro, un hombre sin familia, sin pasado, sin presente… Tal vez, esperaba desde siempre tu llegada oportuna. Y por fin viniste a mí.
¿Recuerdas? Fue a últimos de octubre del año pasado, cuando se marcharon las últimas golondrinas. Acababas de dejar tu país de nieves para estudiar en España gracias a una beca Erasmus. Yo caminaba en la tarde de ese día por las calles, sin rumbo, cubierto por los árboles de mis días y años, sin amor, sin esperanza, sin ilusión. Me pesaba la vida. Me senté en la terraza de un bar a tomar café.
Entonces te vi, al fin, toda mía y de nadie. Como el viento que me llenaba los pulmones, así entraste en mí y te hiciste soplo de vida en mi carne tras el latido último de lluvia en mi íntimo bosque,  y en un cielo  sucio coronado por un estigma de nubes plomizas. Te recuerdo caminando por la calle, sin rumbo, distraída, como ausente, casi sin pisar el suelo y a pesar de ello midiéndolo, boina gris, paraguas amarillo y pelo color luz del atardecer, con el que jugaba la brisa salina. Llegabas distraía, con los ojos volando entre las gaviotas del puerto, etérea, leve y liviana como primeros copos dorados de luz del viejo atardecer, apenas vislumbrados en las copas de los álamos, donde se enardecía la brisa y el rumor de la vida.
Sobre las gaviotas, cesó la lluvia y fulgieron entonces las nubes, éstas blancas y luminosas, al igual que tu rostro de mujer de tierras heladas.
Te descubrí mirándome desde otro lado, desde ese otro mundo de tus pocos años. Sentí angustia al revelárseme  deseos inconfesables. Yo era muy viejo. “¿Será posible, Dios mío? Si apenas es una niña, y yo…el amor, el deseo, a esta edad”, me dije. No es que me sintiera angustiado y solo en aquella tarde, es que siempre fui así: triste, apesadumbrado, un viajero por la vida en un espacio y un tiempo que en aquel instante no quería que fuese distinto al tuyo; un hombre niño y maduro al mismo tiempo, desde el inicio de mi ser, hasta el mismo instante en que te vi.
Bajaste, entonces, entre las hojas de mi bosque como rayos amorosos, flotando en el aire al igual que un vilano, amándome sin saberlo – o acaso me amaste ya y lo supiste - desde ese otro espacio y tiempo en que tú vivías, desde tus años, queriéndome plácidamente con el querer de una brisa, besándome los ojos con tus ojos, con toda tú, trasmutada y trasfigurada a una silueta de frágil doncella alada o ninfa salida de un cuento de Andersen, como sustancia pura, deslumbradora, acariciadora y tibia que traía consigo un místico silencio y aromas mojados en incienso, con el que se estremeció todo mi cuerpo, todo mi ser. ¡Te vi tan pura y frágil!
Yo, amor, te miré, con descaro; tú me miraste – ojos de pájaro y de sueño- y me sonreíste. Te hablé y dijiste no entenderme – voz tuya donde me anclé, que me llenó el alma de anhelos-.
Entrabas en mí en ese preciso instante, aunque en verdad no entrabas porque siempre has estado encerrada en mis huesos, interminablemente. Eras tú y no lo eras – eras tú, cuerpo presente, hembra perpetua, puerto en el que amarrar todas mis ansias; no lo eras, no eras tan solo mujer de deseo, eras luz y remanso de paz rompiendo tempestades en el cauce del río hacia mi muerte -. Te invité a que te sentaras a mi lado, en la terraza del bar en que me hallaba matando la tarde. No sé por qué aceptaste. Te hablé entonces en tu idioma, de Jorge Manrique y de su rio – que son las vidas que van a dar a la mar-. Quise explicarte sus Coplas, mas no me entendiste. No importaba: tú, sin saber de él, sin saber de mí, querías ser, a contra agua por ese río, reflejo cayendo entre las ramas de la arboleda para entrar por mis pupilas hasta llegar al oscuro hontanar de tu ausencia en mi pecho, llenarlo todo. Entrabas en mí en tanto tomábamos café, me llevabas de la mano río arriba en contra de la corriente natural del destino, para hacer que el bosque floreciera, para crear en él la restitución de la fronda, que se tiñó de un verde intensísimo. ¿Acaso fue un milagro? Tú, tan niña; yo, tan mayor, conociendo el amor por vez primera. Eras una realidad y no lo eras, eras una ilusión, solo copos de luz. Fuiste las tibias manos de la luz en celo.
Así, sin tú saberlo, sin yo entenderlo, contradijiste a la lógica –un viejo no puede amar, y menos a una joven- y a Empédocles, y me llevaste de la mano a una nueva primavera, y supe que después del otoño no siempre llega el invierno, y también supe que había otro mundo tras los árboles –los tristes y silenciosos árboles- de mi angustia íntima.
Fuiste solo in instante, apenas unos meses en que estuviste en mi existencia, en mi casa,  en mi cama, sobre mis sábanas, aunque yo te había sentido desde siempre dentro de mí, boina gris y corazón en calma, hoguera de estupor en que mi sed ardía, mujer de cristal o de sueño salido del poema seis de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, de Neftalí Reyes. Esta es mi prosa de amor, también mi canción desesperada.
Y te marchaste, y te fuiste a tu país de hielo un día en que me dijiste que volverías cuando se marchasen las golondrinas…, y no regresaste, amor, y no volviste, y yo te sigo esperando, y tus cartas me son devueltas –persona desconocida en esta dirección- y yo me muero, amor.
Sí, es verdad que los ríos son la vida que van a dar a la mar, que es el morir, porque sin ti siento ya la sal, el flujo y el reflujo de la marea, el ruido de las marejadas. Si no llegas ahora, amor, en este mi último hálito de vida, allí te esperaré, cerca de la orilla, siendo partícula o átomo de agua cabalgando en el rizo espúmeo de las olas, sabiéndote mía para la eternidad, donde nos fundiremos en las undosas hondas en uno solo, como espuma, enlazado yo por siempre a las tibias manos de la luz en celo.

Toxi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:31:34 pm
Había una vez un lugar NO INÉDITO - FUERA DE CONCURSO


            Ya hace una semana que me marché. Sin apenas equipaje, la verdad para lo que

iba a necesitar, mejor ir ligero sin nada. Aún tengo en mi recuerdo aquella mañana del

final del invierno, con lluvia en los cristales y lágrimas en tu cara. Me despedías con

resignación sin soltar mi brazo para no dejarme escapar.

            Imagino que todo seguirá como lo dejamos, más triste pero todo igual. Yo sigo

siendo el mismo aunque un poco más solo. Anhelando en todo momento estar junto a ti,

ya sabes te extraño mucho.

            He aprendido cosas nuevas. No te he podido comprar ninguna camiseta de

recuerdo, porque en este lugar a nadie se le ha ocurrido hacer una que ponga “I love

you”. No te he comprado unos pendientes, ni perfume ... porque donde estoy, no hay

nada que comprar. Pero te envío esta carta, que como todos los buenos cuentos debería

comenzar diciendo ...

            Había una vez un lugar … en el que nadie se conocía,  pero todos eran buenos

amigos. Donde nadie quería nada,  teniendo sin embargo todo. Nunca podrías imaginar

coches y enormes aviones, aunque viajar se hiciese muy rápido.


             Desde que estoy aquí nadie me ha molestado, no he visto envidias ni celos. La

gente parece ir a lo suyo en esta enorme extensión, que dudo mucho poder visitar entera

alguna vez

            La noche antes de partir, te quejabas de este viaje que nos iba a tener separados.

¿Por qué te tienes que ir?, me preguntabas. Para que no caigas en la tristeza te diré, que

en mi universo de sueños sólo apareces tu.


1
            Tenemos un pequeño río al que he regalado tu nombre, desde sus orillas se

pueden ver inmensos campos verdes con todo tipo de flores, con sus fragancias me

acercan más a ti cada día.

            Se que te gustaría – para un ratito – pasear por estos lugares conmigo de la

mano, donde tu mismo puedes pintar las nubes y darles formas de besos de algodón. El

cielo es siempre azul como en los cuentos de hadas, el sol te lo puedes guardar en el

bolsillo.

            Soy feliz aquí, tengo una larga lista de tareas pendientes de realizar. Hay una

gran sala de espera con toboganes de madera, balancines pintados de vivos colores y

caballitos de carrusel. Allí nos reunimos para recibir a nuestros seres mas queridos,

nuestros amigos e incluso aquellos que nunca han tenido nada ni a nadie.

              Hoy una niña pequeña ha entrado en la sala, iba un poco aturdida abrazando un

pequeño peluche. Ha sido emocionante salir a recibirla y hacerle una bonita fiesta con

globos, como en el mejor de sus cumpleaños.

            Ahora estoy en un parque sentado en la hierba, acariciándola con mis manos

igual que hacía con tu pelo. Y recordándote, siempre recordándote.

            No temas por nada, estoy bien. Piensa en esos días pasados en que tus besos

viajaban en mis labios, tus sueños se refugiaban en mis brazos.

No te sientas jamás sola. La vida está en ti, nunca dejes de mirarla

            Yo desde aquí, intentaré que tu mundo esté rodeado cada día de campos de

flores, de cielos azules y ríos de aguas limpias y claras, esperando pacientemente que

una mañana al final de algún invierno, disfrutes conmigo en toboganes de madera,

balancines de vivos colores y caballitos de carrusel, para hacerte … la más bonita de

todas las fiestas.

Reyes
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:33:49 pm
Hambre de Ciudad


El vapor y el humo subían casi juntos, como si compitiesen. La gente se arremolinaba alrededor del puesto, se arrinconaban lo más que podían bajo la lona raída; parecía como si desearan arrojarse al fuego, como carne viva, con consciencia. Entonces, la otra carne, desnuda de piel y vida, roja en su brutalidad de alimento, era arrojada a la parrilla; el sonido de la sangre, músculos y nervios, haciendo contacto con la plancha caliente, emitía un siseo restaurante.  La lluvia arreciaba sobre la ciudad deslavada en tonos grises.
“Voy a pedirle a alguien que me dé un poco de lo que tiene; algunos ya hasta están masticando lento: estoy seguro que ya no quieren, sólo comen porque no quieren hablar entre ellos. Comen porque pueden hacerlo. No será un crimen que les pida un poco. No me puedo ir sin comer”
El hombre los miraba desde la entrada al banco frente al puesto de tacos; llevaba mucho tiempo refugiándose. Algunas gotas le entraban por la parte trasera del cuello, luego corrían hasta su espalda, robaban el poco calor bajo sus ropas sucias. La mayoría de los que estaban comiendo bajo la lona eran empleados de oficina, de vientres duros y necios. Algunos tenían hilillos de sudor corriendo por la frente.
“Ya casi me voy, ya no me voy a esperar: no se va a quitar esta lluviecita. Alguien, alguien no se atreverá a negarme siquiera un taco. No le quitará nada: no me van a volver a ver.”
Uno de los empleados del puesto cortaba limones en una de las barras laterales. El sonido del cuchillo, cayendo sobre la tabla de picar, parecía ser el metrónomo que daba ritmo a la lluvia. Otro de los empleados, que rellenaba constantemente los recipientes de las salsas, clavó una mirada larga e incomprensible sobre el hombre que se amurallaba el estómago con los brazos rayados de cicatrices; le había reconocido el hambre.
“Ya se dio cuenta que no traigo nada,  que llevo horas viendo y no me acerco; sabe que si me acerco será sólo para limosnear, rogarle a alguien que me dé un poco para el camino.”
Una mujer, con un niño en brazos y otro aferrado a las orillas de la falda, se detuvo junto al hombre. La lluvia había vuelto a arreciar. La mujer sacó de su pecho el monedero y empezó a contar. El hombre miraba fijamente las manos de la mujer, luego volvía a mirar el monedero. Estuvo a punto de moverse, pero la mirada del empleado que cortaba los limones lo detuvo. La mujer volvió a correr hacia la avenida.
 “No me puedo ir así, si ya voy mojado, por lo menos no con hambre. No me importa, voy a pedir y después veo qué hago, o qué me hacen.”
El hombre soltó las amarras de sus brazos nervudos y famélicos. Se acercó al puesto. El empleado que lo vio a punto de abalanzarse sobre la mujer, le clavó un vistazo rabioso y expectante, esperando el momento justo para arrojarse sobre él y descargar toda la rabia contenida desde quién sabe cuándo. El hombre ni siquiera volteó: pensó que si el empleado decidiera golpearlo estaría en su derecho. Es más, le agradecería que lo hiciera, porque así no sentiría una deuda pendiente, no debería nada.
-Deme dos tacos, por favor.
Pronunció las palabras con una vergüenza infinita, con una indefensión tal, que lo sorprendió  lo escucharan e hiciesen caso. Extendió la mano como si fuera un crimen, un acto repugnante que ninguna de aquellas buenas personas se merecía, y menos a la hora de la comida. El calor del plato de plástico lo hizo, por un momento, pertenecer, no ser diferente. Masticaba con la cabeza agachada, con una de las manos cubriéndose la boca, como si temiera que el alimento, una vez más, se escapara de él en el momento más cercano y puro; nada de eso pasó. Pidió otra vez. Incluso se atrevió a colarse entre la gente y tomar ingredientes de la barra: los nopales parecían los intestinos de algún animal, casi vivos de tan espesos y brillantes. La lluvia era un recuerdo muy lejano, algo que se escuchaba muy por detrás del tierno siseo de la carne al chocar con la plancha. Por un momento sintió nauseas, sintió cómo su estómago rechazaba el alimento. Respiró hondo y tomó el último bocado. Levantó la mirada lentamente, como si sus ojos pesaran más que la ciudad entera.
El empleado seguía mirándolo con odio, como esperando el momento para atacar; nadie lo reprendería por abalanzarse sobre alguien que comió sin pagar. El hombre iba a decir la primera palabra cuando un empellón por la espalda lo distrajo.
-Amigo, cóbrese de aquí lo mío y lo del señor. –Lo del señor. Era como si de repente ya no fuese anónimo para nadie, como si hubiese hecho, de esa carne que comió, la suya, y ahora fuese visible para todos.  La ciudad seguía siendo lluvia y concreto. Aquella mano recibió el cambio y se alejó de ahí luego de dar las gracias: no se vieron a los ojos. El hombre lo miró alejarse, con pasos cómicos y dispares para evitar los charcos; se iba cubriendo la cabeza con un periódico empapado de noticias tristes y agua. El hombre creyó verlo abordar un taxi, pero no pudo estar seguro. Preguntó la hora: 5:52. Ya tenía que irse. Por lo menos iba con algo en el estómago.

El tráfico en la ciudad era más pesado que de costumbre. El locutor anunció el clima y después la hora: 7:00 en punto. Casi cabalístico. El taxista aceleró un poco y bajó la ventanilla  a petición del pasajero.
-Es que me dio calor por los tacos que me comí.-El hombre deseaba hacer plática: había sido un buen día en el trabajo y ya iba para su casa. Arrojó al asiento el periódico mojado con el que se había cubierto de la lluvia. Estaba de tan buen humor que ni siquiera reclamó por los minutos que el taxista pasó en la gasolinera. 
-Y ahorita el tráfico está insoportable.-El taxista hablaba como si diera un dato harto repasado, mecánico; voz ronca, incolora, monótona. Su gafete colgaba del espejo retrovisor.
-Supongo que es por la hora.
-En parte, pero ha de haber pasado algo, nunca está así.
El taxista aceleró para meterse en el carril a su derecha y tomar el retorno; los claxonazos del carro al que aventajó estaban llenos de furia falsa, casi ensayada. Algunos metros más adelante, los tres carriles de la avenida se reducían a dos. El taxista avanzó. El pasajero miró el puesto de tacos donde había comido; recordó al hombre. Un par de metros más adelante, cerca de un puente peatonal, vieron qué causaba el tráfico.
-Él se tiró, ya le están diciendo todos que vieron cómo él se tiró, oficial.- Un hombre hablaba casi a gritos con el policía que había llegado al lugar. Algunas personas fotografiaban, con sus teléfonos celulares, el cadáver que nadie se había preocupado por cubrir.
-Es de ésos que nadie va a extrañar-la voz del taxista nació cuando pasaban junto al cadáver- una vez que iba allá por…
El pasajero miró el cuerpo. Suspiró cansado.  Pensó por un momento que quizás, si el hombre no hubiese recibido su ayuda, aún estaría vivo, lavando el puesto de tacos, o detenido en la delegación. Pero era tarde para pensar. En casa, si nada había cambiado desde la mañana, lo esperaban su mujer y sus hijos.

José Carver
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:38:19 pm
EL AGUJERITO


Desde chico admiré el viejo subte que llegaba hasta Plaza Miserere y que, en algún momento, se prolongó hasta Primera Junta. Era una línea centenaria con una formación de coches iluminados con tulipas de vidrio esmerilado que irradiaban un resplandor amarillo en su interior y tenían, lo sé, asientos de varillas de madera lustrosa y revestimientos también de madera barnizada, procedentes de Bélgica. Y sus ventanillas, tenían una oreja de cuero que dejaban ver el vertiginoso recorrido de una estación a otra, desafiando la temible oscuridad que siempre, es verdad, alimenta la imaginación del que va atento. Qué tal. En unas palabras, su presencia imponía en sus pasajeros (al menos en mí) una respetable luminosidad de época fugaz que se filtraba en más de una mirada. Habría que agregar, que tenía los desplazamientos acústicos más lindos que recuerdo, porque eran de lo que se llamaría, con el pasar del tiempo,  la Belle époque; aunque los pasajeros fueran seres de épocas ya idas que viajaran por un túnel del tiempo, en el que las vías sonaban como violines o chelos en sus curvas, y tuvieran acordes cortos y repetidos como un concierto de Stravinski en la Consagración de la Primavera.

El agujerito apareció por primea vez en un viaje de aquél subterráneo que alguien, no sé, llamó de la línea A. probablemente para distinguirlo de los que vinieron después, cuando a la calle Corrientes la convirtieron en un  callejón ancho que va a dar a un monumento llamado obelisco y concluye en el bajo, donde comienza una zona portuaria. Pero fue a partir del agujerito en el subte, cuando surge una sensación que va más allá de la realidad (y se borra) como por arte de magia, en ciertos instantes de mi vida.

La literatura es así, como una hermosa niña de cabellos rubios, desde su nacimiento; pero puede ser, en sus finales,  como una vieja mujer desdentada que confunde lo diurno con lo nocturno. Aunque la noche pueda ser esplendorosa. Pero aquella vez, debo aclarar, fue en pleno trayecto y en el último recorrido de la noche, donde había, creo, dos o tres personas adormecidas que parecían despojos del tránsito cotidiano, que estaban, por decirlo así, como dibujadas en el vagón. Tal vez, más que personas, eran fantasmas. Entonces cerré mi ojo izquierdo y apoyé el derecho en la madera que divide un vagón del siguiente, para ver qué ocurría del otro lado. O sea, el lado oculto de lo acostumbrado. Y  para mi sorpresa, logré entusiasmarme con las imágenes que se sucedían más allá del agujerito: eran similares a las de una película del cine mudo: con grandes carteles murales de famosos escritores del pasado, que aparecían vertiginosamente como salidas de un libro de Cervantes o de Shakespeare, por ejemplo. Creo haber divisado, también, a otros más recientes, como Borges y Sábato. Lo cierto es que cada transeúnte anónimo que pasaba, buscaba el cuadro de su preferencia, lo penetraba, porque esa pared permitía atravesar la imagen; y al salir, salía duplicado el mismo anónimo personaje convertido en una imitación servil del escritor elegido. ¿Es posible vislumbrar así una vocación literaria? No lo sé. Pero de este modo fue que una musa nació en mí, como el florecimiento de una forma de interpretar la literatura.

Yo soy, podría decirlo, un escritor del siglo veinte, que como muchos otros ha visto por el agujerito de su biblioteca, el sortilegio o la caducidad de ese género de la lengua escrita.  Porque siempre existe un agujerito por donde ver cosas que no se pueden ver en la realidad. Y la realidad, en este caso, es en la que se agota una forma de escritura que hasta ayer se denominaba bellas letras. Un siglo que, parece repetir, instancias del pasado, donde la lengua, como en épocas anteriores, y como diría Juan Pablo Forner, asiste a sus propias exequias. O sea, lo que para mí es la adulteración de la literatura. En definitiva, podría agregar que la palabra es, en lo personal, una celebración interior en el concierto de las edades. Así heredé de mis mayores la capacidad de escribir desde la pluma y la tinta cruda. Y con esa crudeza, inventé historias y me enfrasqué  en la tarea de componer como un músico una partitura. Tal como aquella anécdota de Mozart que me hacía tan feliz, cuando hablaba de que estaba buscando dos notas que se amaran. Porque las palabras son así: se aman o no.  Se puede encontrar  uno con la perspectiva de convocar a las palabras para realizar una idea y hacer de esa idea, una escritura. Porque solamente con amor  y con oficio, a veces, se logran páginas memorables. Decididamente, hay muchos libros que se lanzan al mundo que ya están muertos desde el comienzo. En realidad, como dice Borges, uno puede lograr el final de un cuento, estando en la sala de cuidados intensivos por un accidente en la cabeza. Entonces, la tabla de salvación de un escritor es el borrador que sirve para expurgar las partes. Eliminar infinitos borradores y volver sobre una frase mil veces, como un escriba antiguo que busca la eternidad. Por eso, tengo la certeza de que la palabra, es como una escultura personal que el escritor hace al contar su historia. Y yo aprendí a enamorarme perdidamente de las palabras, antes que de las mujeres. Menos, aquella musa que para mí es como una Venus del nacimiento de la literatura…

Y es por eso, que las mujeres creen que uno las engaña cuando estoy tejiendo mentalmente una historia. Una historia que trasplanta mi mundo privado al papel en cuestión de días o de años. Y que pasa a la imprenta recién no se sabe cuándo. Yo aprendí a depender del papel y de la tinta  con la tenacidad y la pasión que da la juventud, ahorrándome los peligros de esa época Y que misteriosamente parece resolverse en una ecuación fatídica frente a la tecnología. Es decir, el afianzamiento de una nueva forma de discurso que tiene por elementos principales, a mi ver, tres factores de poder, que, antes, convivían con el arte de la escritura y que, hoy, desgraciadamente, son el factor determinante de las denominadas corporaciones (o sea tres grandes parásitos) de la mente humana: una Sodoma y Gomorra (léase perversión), una política (léase corrupción) y una usura (léase como se quiera). Por lo que habría que anunciar el valor estratégico que tiene, para los días que corren, el envilecimiento colectivo de un residuo lingüístico, que consiste en adaptarse a formas del decir, en relación a la informática y a las nuevas tecnologías. Me parece entrever, lo sé, algo de todo esto en un cuento de Borges en El jardín de los senderos que se bifurcan. Precisamente en Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, donde el escritor retoma el tema de la escritura para señalar que cualquiera puede ser su propio Shakespeare o, en definitiva, su propio clásico. (Ojo: que no me refiero a los avances científicos.) La palabra, entonces, tiende a transformarse en un predominio del poder por encima, pienso, de lo que en el pasado se llamaba formas de un idioma en un sentido poético, si vamos al caso, de la literatura y del pensamiento crítico. Hasta ayer, era testigo viviente de que la palabra escrita, era la más sacrificada del mundo, porque se quedaba ahí, sometida a la curiosidad y a la censura de los lectores de su época y de las épocas futuras, en el que la discusión y el análisis movían a la ponderación o el desinterés del lector. Entonces pensé en esbozar un libro que llevaría por título algo así, como “Escritores muertos que están vivos y escritores vivos que están muertos”, lo que me sugería –desde ya-, un planteo muy especial.

Como escritor nacido en el siglo veinte, debo admitir que nunca dejé de usar la pluma para mis historias, pero ya ven, hoy todo es automático y hasta los analfabetos escriben electrónicamente, cuando todo indica que estamos en el fin de toda forma de literatura, es decir, cuando la copia es considerada basura y la basura, una clase de literatura…

Antes, cuando la literatura era escrita por escritores, uno tenía la convicción de que su discurso podía desembocar (en el pánico o en la locura); pero hoy, no, desaparece aquella nebulosa primigenia que daba lugar a lo que podría ser un poema, o una narración imaginativa, para cristalizarse en la aparición de una masa verbal, envilecida por un interés de un sector político o de un conglomerado mediático, que sirve al mundo del poder, posiblemente del sexo y, probablemente, de la usura. Contrariando un poco aquella célebre cita de Quevedo, cuando dice de las palabras, que son como las monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una.
 
La modernidad, arguyo, parece haber ido reduciendo el enriquecimiento lingüístico para ir acoplándose a una monserga ideológica, que sólo busca instalarse en el poder como la política, póngase por caso…

Como ya dije, soy un escritor del siglo pasado que sigue adorando a su musa de las palabras; apenas un insomne que viaja en subte y mira y se queda dormido a través de un agujerito…

Brodie
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 29, 2013, 16:42:54 pm
Un coloquio cuadrupedante


   Como alumno del extranjero en la complu (la famosa Universidad Complutense de Madrid), asistí en una asignatura dedicado al estudio de la obra más conocida de Miguel de Cervantes Saavedra. Un día la profesora nos mostró una noticia sobre un concurso de escritura. Los concursantes, explicó ella, tuvieron que entregar un relato breve que empiece con la primera frase de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La idea me captó y me encerré escribiéndolo por todo el fin de semana.
En el lunes lo entregué al Círculo de Bellas Artes, el sed del concurso.
* * *
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Por la noche, el caballo había estado preocupado y el perro pensaba en preguntar por qué. Son pocos los momentos en que se ocurre a un perro hablar con un caballo y menos aún los tiempos en que le responden los rocines.
   – ¿Es posible que realmente hable ese can?
   – De todos modos no lo hice por un gusto de oír insultos ecuestres. Hablé con la intención de dar una solidaridad cuadrupedante.
   – Lo siento tío, pero normalmente no entiendo nada entre tus ladridos. No sé porque esta noche me parece idioma con sentido.
   – Normalmente no hay que decir y puedo ladrar sólo para dar gracias a lo demás.
   – ¿Crees que tus ruidos nos dan placer?
– ¡Otra vez con tus desprecios! Nunca he dicho nada sobre tus relinches.
– Disculpe. Quiero escucharte en serio. ¿Qué es lo que deseas saber?
   – Vale, pues noto que andas muy preocupado. ¿Te ha pasado algo?
   – Bueno, como me habías parecido un galgo más simpático, uno que caza no por el gusto de la sangre sino únicamente cuando recibes órdenes del amo, te voy a compartir unos pensamientos míos. A mi parecer nuestro jefe está desarrollando planes muy raros y tiene previsto hacer aventuras como aquellos caballeros de los siglos pasados. Temo la idea puesto que un caballero necesite un caballo y aunque soy rocín él no tiene mejor caballería. Llevar un hombre tan delgado no me molestaría pero si le ocurre vestir en la armadura de sus antepasados creo que me fatigara muchísimo.
   – ¡Guay! digo ¡guau! ¿Qué has visto?
   – Pues, nada en concreto. Por las noches, sin embargo, el viejo permanece despertado leyendo unos libros muy anchos y bien saben los animales que «por su mal le nacieron alas a la hormiga», que quiere decir que después de leer los libros los seres humanos dejen de ser como deben por su naturaleza y se convierten en figuras que se extrañan a todo el mundo. Bajo la influencia de los textos, los hombres (no pasa tanto con las mujeres) son capaz de actuar no sólo como caballeros sino como caudillos, nacionalistas, republicanos, comunistas, judíos, cristianos, musulmanes y otros muchos monstruos creados por la literatura.
   – Me alegro, entonces, que nosotros los demás animales no tenemos tal droga disponible.
   – Nuestro amo —añadió el rocín— ha formado el hábito de hablarse a sí mismo, puntuado sus discursos de vez en cuando con exclamaciones pavorosas. Por las mañanas suele entrar de manera furtiva a la habitación donde ha puesto su abuelo las armaduras familiares. Le he visto por la ventana limpiándolas cuidadosamente. Imagínate ¿cuánto pesa este montón de metal?
   – Y supones que realmente va a hacer estas locuras, ¿qué te pasará? —preguntó el perro.
   – Por lo menos aprovecharé sus caminos para ver el mundo. ¿Quién sabe que será? Me han dicho, cuando era potro, «que entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey de España».
   – ¡Ja! —exclamó el perro— ¡Que viva el rey Rocín!
   – Mire quien ahora hace las burlas.
   – Lo siento amigo pero la imagen era como una escena de las películas.
   – No obstante —continuó el caballo— hay oportunidades para mejorarme. Me gustaría ver las tierras ajenas y conocer, por ejemplo, el fabuloso Montiel. Nunca he respirado aires buenos como se dicen que existen en las sierras. Siempre he querido saber de que consiste una ínsula. En Toboso, según una leyenda de mi juventud, vive una yegua, eternamente joven, con una belleza extraordinaria.
   – Me parece muy turístico aunque admito que la posibilidad de encontrar hembras nuevas es siempre interesante. Así somos los perros.
   – Por las noches me gustaría oír las historias de interlocutores fascinantes. Me imagino que se puede escuchar historias interesantes bajo las ventanas de las ventas, especialmente cuando empiecen a contar sus vidas los soldados, los mercaderes, los oidores y los duques.
   – ¿Los duques en España? —exclamó el perro en esta sazón— Quizás eres tú quien hayas leído demasiado en los libros antiguos.
   – Asaz contento estaré con las historias de gente soez —respondió— si son novedades. A pesar de tus objeciones creo que todavía hay duques en algunos países.
   – ¿Piensas en caminar hacia el extranjero? Creo que no has pensado bastante sobre los trabajos de un rocín del caballero andante. Faltan muchos kilómetros para ir a las cercanías y las carreteras de hoy son más duras que los caminos en que andaba Babieca.
   – Sí, tienes razón.
   – Además, los caballos no van sólo para proveer transportes sino también para participar en la acción. ¿Piensas, realmente, en asistir a las batallas?
   – ¿Batallas?
   – Me perdones, amigo ecuestre, pero un caballero en el estilo barroco no es ningún guiri con intenciones sólo de visitar los palacios y las iglesias de Iberia. Su meta es el sueño imposible, luchar en contra del enemigo invencible, etcétera, etcétera.
   – Pero ¡ésta es una locura!
   – Creo que hemos decidido esta misma desde la primera página.
   – Desde luego no quiero ir a las guerras. ¿De que me valen las historias y las vistas panorámicas si tengo que morirme en el combate pocos días después? Mejor quedarme aquí en la aldea donde hay siempre cebada y unos buenos amigos como tú. No quiero irme. ¡No quiero irme!
   – Tranquilo, tío, tranquilo. No tendrás que ir a ningún parte. Ésta de los caballeros no es nada; ni un autor contemporáneo del siglo de oro pueda inventar tales historias. Estamos hablando para matar la noche. Seguro que el viejo no te llevarás nunca a tales aventuras locas.
   – ¡Que susto!
   – No pasa nada. Cálmate. Nuestro jefe tiene demasiado planes para mí, como es justo puesto que los perros no pueden vivir sin sus amos.
   – ¿Y los caballos?
   – A los ecuestres no faltan las personas como a los perros. Vosotros viváis en un mundo aparte, incluso hay caballos salvajes en muchos partes del mundo. Al contrario, nosotros dependemos en los bípedos y por eso somos sus mejores amigos. Nos dan nuestros nombres y nuestra razón de vivir.
   – Pero para salir al combate. ¡Que osadía tienes!
   – Nada de eso. Las actividades de nuestro cincuentón no son nada peligrosas, sólo es que a él se le mola un mogollón cuando me vea a mí emocionante como si estuviéramos saliendo para aventuras reales. En verdad no hay nada temible en sus paseos. ¿Te sientes mejor?
   – Pues sí, a pesar de que tengo todavía un cierto desasosiego. Ojalá no tenga que dejar la granja. Pienso en engordarme un poco. También me interesa la jaca de la finca al lado.
   – No hay nada para preocuparte. El amo no va a salir contigo para dejarme sólo en la aldea. Él no me trataría así. Un galgo tiene vida siempre que ande por los bosques y corra por los prados. Tengo que salir con él cada día para hacer mis investigaciones de los senderos y los arroyos. El amo nunca me trataría así porque sabe que no existiría yo sin él. Nunca, nunca me dejaría perecer en la primera línea.
* * *
Como saben los lectores atentos de El Qujiote, a lo largo de los dos tomos la frase galgo corredor no reaparece nunca luego de la primera línea.

Can Adiense
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:08:00 pm
El taxidermista


Mi vocación no ha conocido altibajos. Desde los quince años he lustrado, cuatro horas cada tarde, el lomo de los libros que de la biblioteca pública, donde hoy trabajo, llevaba a casa. La ansiedad que otros padecen (o disfrutan) en su juventud por cambiar el mundo, cedía su lugar en mí a la idea fija de conservar en buen estado los volúmenes que amaba. No reconozco, en mis años luego, un placer más gozoso. Un disfrute que sin embargo ha llegado a arruinar mi salud y a merecer, de los que me conocen, el desdeñoso calificativo de manía.
   A algunos de los que así juzgan, está dedicada esta breve relación de mi carácter y espero que les arroje una luz sobre los extraños hechos que me adjudican los periódicos.

   Hubo días (hoy ya tan lejanos) en que a algunos de ésos, a los de más confianza, casi llegué a convencer. Discutía yo el atractivo que ellos a la sazón me señalaran, la oportunidad de una excursión no sé adónde… el móvil de una pasión cualquiera que al menos por una horas o toda la vida nos tensara, nos sostuviera alejados del aburrimiento. Eran años –es obvio decirlo- en los que leíamos, más que vivir. Los hermanos mayores vocados a la política e instalados pronto en el orden los veíamos como reinotas ya, pero aún no con el punto de cinismo que luego los volvería más interesantes. Los horizontes domésticos, profesionales o sexuales nos parecían al uso; algo trivial; una vida de menesterosos que –sabíamos- tarde o temprano nos alcanzaría y alargábamos ese momento para claudicar lo más tarde posible.  En broma, que no dejaba ser una suave excomunión entre nosotros, le señalábamos al amigo desertor los párrafos de la correspondencia de Flaubert en que el escritor, en situaciones parecidas, disparaba ironía hacia el amigo casado o integrado al orden.
   Éramos una pandilla de fracasados antes de haber recibido el más mínimo revés y, en suma, mucho antes de proponernos nada.
   Así las cosas, no desaprovechaba ocasión para convencerles de que sólo se podía hacer soportable la vida entregándose uno a una pasión. El problema era cuál. Claro que rápidamente se nos ocurrían tres o cuatro pero ahí estábamos todos pronto con la espada desnuda para darle tajos en el aire. Maestro era yo en esas migajas. Resultado de mis diatribas contra esas ingeniosas, hipotéticas pasiones vitales me apodaron, entonces, el taxidermista; algún osado condíscípulo en la secta del spleen de Baudelaire. El mismo que una tarde llegó a mi casa con dos copas quizá y arrojó (sobre la mesa en donde yo reparaba, encuadernaba, recubría de oro los viejos libros que un empleado de la Diputación encontró apilados en su sótano durante la inspección de la ventilación) un ave muerta; una paloma.
   - Hay que comenzar por vaciarla por completo, dejando sólo el pellejo con el plumaje y los dos huesos de las patas, y retirando los ojos… que luego volverás a colocarlos una vez que hayas rellenado la cabeza.
Me decía esto mirándome fijamente, con un extraño tic en labios que yo                                                                                                              achaqué al eructo del whisky.
         - Te has comportado como Diógenes el cínico arrojando en medio del discurso del sofista célebre una pata de gallo.                                             
   Este punto de humor, esta treta de complicidad no le convenció a mi amigo. Que seguía extáticamente parado ante mis libros y en la actitud del que acaba de presentar la dimisión en un club. Días después supe, por otros, que había intentado suicidarse. Afortunadamente en aquellos años los suicidios no estaban de modo y la actitud de ese amigo ni siquiera mereció un comentario en nuestro grupo. Como si hubiera tenido un resfriado, al volver a nuestras reuniones le preguntamos cómo le iban las cosas, el catarro de vivir es crónico para algunos por mucho que intenten poner eficaces remedios, y otras perlas de ironía de esa guisa.
   Mis deseos, sinceramente, de agradar a mis amigos me animaban para convencerles de la amplitud de mi vocación de conservador de libros. Alguno, por independencia (rebeldía que hacía más vergonzosa la imitación), trató durante una temporada de ganarse fama de experto restaurador de cuadros, de muebles, operarario de relojes antiguos, de todo tipo de máquinas antiguas, de motos que olían al polvo craso de los trasteros; algún otro, incluso, siempre de modo oblicuo refiriéndose a la vanidad de mi tema o manía, cambió de talante ideológico y se mostró conservador en política o en moral.
   Ahora comprendo el sutil juego. La formidable y macabra ironía que, con aquellos homenajes más o menos directos a mi vocación, me dirigían todos ellos. Quizá me temieran en el fondo, o quizá me tomasen por loco contagioso; en cualquier caso mis opiniones les deslumbraban, mi coherencia y mi ironía implacable les paralizaba cuando pretendían, raras veces, mostrarse abiertamente a la contraria de mi obsesión.
   Llego a estas líneas con una duda insondable sobre mí y sobre mi capacidad justa de juzgarlos, y entiendo que no debo ocuparme más de ellos, aunque, sí, ellos fueron –lo intuyo- el móvil inconsciente de las acciones mías que a continuación voy a relatar.

   Pasó aquella década y llegué a esa edad en que llega la primera crisis y, con ella, los primeros remordimientos de juventud.
   Me había independizado hacía ya varios años y comenzado a trabajar en esta sala de la biblioteca. En mi tarjeta, cómo no Giacomo Casanova, misántropo y bibliotecario del Ayuntamiento de… Apenas había, hasta entonces, salido del pueblo y no prestaba más que un benevolente, contemporizador entusiasmo ante las descripciones de los viajes de mis amigos, los pocos amigos que aún conservaba. ¿Para cuándo pues esa excursión que teníamos pendiente… hace diez años? No podía remediar, en medo de mi sincera simpatía, el endosar ese aguijón a su olvidada momentáneamente complicidad, sino recordarles que se dirigían a mí, no a otro. Como explicarle a un mahometano la excelencia de un festín de cerdo. Esa inconsciente, estúpida manía de que todos compartan nuestras evasiones. Ni siquiera se cortaban de contarme los detalles, mínimos, absurdos – París, tal restaurante, tal museo, tal anécdota en el barrio Latino – de sus viajes. Los había que me enseñaban fotos y fotos, álbumes enteros; algunas, muchas de las personas retratadas ni siquiera yo conocía, novias o amigas esa temporada, compañeras de viaje que repetían las mismas poses y sonrisas sin interés en las instantáneas.
   A veces (temo ahora pensarlo) era más importante que el viaje, para ellos, el contármelo y mostrarme sus fotos que yo archivaba en la memoria con el rótulo el jardín del deseo. Esa expresión, salida en alguna ocasión de mí, llegó a gustar, o molestar, no sé, a alguno, por lo que se hizo en adelante común preguntarme, después de un viaje, si ya había visto su jardín del deseo cuando era evidente que ya me lo había enseñado mi informador. Un día de éstos, recuérdamelo, te enseñaré las fotos que nos hicimos en Méjico el año pasado Juan y yo. Ahora hablaba mi compañera en la biblioteca, que nada sabía de mí ni de mis relaciones con los amigos, y a cuyo marido, por cierto, el tal Juan, apenas conocía teniéndolo como poco simpático.
   Con esas primeras crisis y tales engorrosas situaciones me volví una temporada dubitativo de mí mismo. Pero pronto –casi siempre al pasar el invierno renovaba mi energía espiritual¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬¬- volví a ser el mismo convencido. Y más aún me volqué en los ejemplares más raros de mi colección, las joyas de mi corona de restaurador, hice encuadernaciones incluso para colegas de la Biblioteca Nacional que me contactaron a través de un boletín de la asociación a la que por supuesto me adscribí. En cierto modo comencé a compartir entonces de verdad mi vocación.
   Un poeta local, de nombre Andrés Acedo, me solicitó información, un día, sobre un libro que no hallaba mi compañera. Curiosamente ese libro, de aquéllos de la Diputación, lo tenía yo desde años en casa, su restauración era muy lenta y penosa, pero no sé por qué caprichosos motivos me empeñé en restaurarlo íntegramente.
   Satisfice al poeta y le hice anotar, al entregarme su ficha, que mañana tendría a las nueve en punto su libro. Era un volumen de Erasmo, el Elogio de la locura, impreso por la Diputación de la provincia, en reproducción facsímil de un raro ejemplar del siglo XVII que existía en el Archivo del Obispado y del cual habían sido arrancadas casi todas las hojas: en su tiempo, libro superincluido en el Índice; los propios lectores lo habían ido arrancando de allí hoja a hoja y se lo habían llevado a su casa.
   Me entregué con pasión. La cena me la salté. Esa tarde noche no fui a los sitios donde solía. Y me entregué a la pasión de escribir las hojas que faltaban en el libro. Ahora –estoy seguro que a vosotros os parecerá absurdo; a mí, también. Tenía en mi casa una edición de bolsillo del humanista y podía haber copiado su texto… pero no sé qué juego o empeño de desdoblamiento me llevó a sentirme como un médium inspirado directamente por Erasmo. Ahora él ya no podía decir lo mismo. Si aquel libro, que tanta censura le había acarreado, había sido absorbido: ahora, para devolver su originalidad prístina al mensaje, había de ser nuevamente un texto intolerable, no correcto, disolvente o incitador.
   Me daba cuenta de que ésa era otra dimensión de mi conservación.
Y a la mañana siguiente volví al trabajo con el libro, que puse en las manos del poeta.
   -Tiene usted quince días para leerlo, don Andrés.
   -Vaya favor que me ha hecho usted, se despidió el poeta. Llevándose su amable y un tanto excesivamente cortés silencio.

     Transcurridos unos días, volvió el poeta y se dirigió directamente a mí para pedirme otro libro; esta vez lo tenía en el estante público. Pero me excusé diciendo que también mañana lo tendría en sus manos. Era una novela de Radiguet, El diablo en el cuerpo.
   Las Poesías del conde de Villamediana, Reflexiones sobre Norteamérica, de Miguel Espinosa; Azul de Rubén Darío, El casamiento engañoso y coloquio de los perros, novela ejemplar de Cervantes; el Teatro de Espronceda, los Diálogos de Platón; El último preso, novela olvidable, finalista de un famoso premio; La feria de las vanidades, de Thackeray, todo Baroja, el Diario íntimo de Unamuno… Durante semanas con el pretexto de reencuadernarlos y en un rapto de trabajo rescribí tales libros, poniéndolos a la mañana correspondiente en las manos de sus peticionarios.

       El poeta apareció de nuevo y me pidió Comunicación con los Mundos de Eric. Me dijo que no conocía de qué trataba el libro, le sonaba a una biografía secreta del músico Eric Satie. Le dije lo mismo y volví al día siguiente con su ejemplar.
   Otra vez me pidió Tres días para resucitar –“el título promete”, me dijo; siempre embutido en su gabardina, con el cuello casposo, levantado. Volví a prestárselo.
   En un año había yo encontrado la piedra filosofal de mi vocación y mis amigos no volvieron a saber durante tiempo de mí. Creía que te habías metido monje en su garita, me crucé con uno una vez por la calle, mientras llevaba yo en mis manos a la biblioteca, dos nuevos libros para Acedo: Los relojes sinestésicos, y La duda ofende, nueve tesis para exponerse a los teólogos o Cómo disfrutar mintiendo.

        La prensa, cierto corresponsal local, ha publicado un disparatado relato sobre la locura de un bibliotecario reformador de libros y ha salido mi foto y mi nombre en todo el país. Hasta a países del extranjero ha viajado la noticia. La opinión de unos me tilda de nuevo dadaísta; otros de gamberro o de maníaco peligrosos; un sindicato de autores ha pedido la suspensión de mi empleo y funciones a la administración municipal. Lo peor de todo ha sido ver, hace pocos días, a mis amigos en la biblioteca, pidiéndome un cuento de Borges. No han entendido nada.

Aldana
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:12:40 pm
El vestido


   Clara se dirigía aún con las legañas puestas a la prueba de vestido de novia de Alicia. Le parecía un espectáculo soporífero, pero no podía negarse. A tres meses de la boda, Alicia se había transformado en una persona hipersensible que convertía el más mínimo desinterés en un ataque personal.
   Llegó a la tienda, un escaparate de maniquís perfectos con vestidos de blonda y raso que le recordaron a todas las amigas que había visto casar, una tras otra. Apenas le dio tiempo a recobrar el aliento cuando sonó el móvil:
   —¡Clara! Ya estoy dentro. Me lo acabo de poner. Pasa, corre.
   Clara falseó una sonrisa antes de entrar y pensó: “Qué ***** hago yo aquí”. Aún así, se propuso decirle que estaba preciosa.
   —¿Qué tal? Me siento como una princesita ¿A qué es genial? —preguntó Alicia, que volteaba el vestido de un lado a otro estudiando cada perfil en los interminables espejos.
   Clara quedó paralizada en la puerta, tapando con una mano la expresión de su rostro. Era el vestido de novia más explosivo que había visto. Con ese corpiño blanco de cortesana acompañado de cordones rojos cruzados y espalda descubierta, nadie le iba a mirar a los ojos. A la cintura de avispa poco acorde con el cuerpo de la novia, le seguía una falda voluminosa imposible de dominar.
   —Vaya, es… llamativo. ¿Cuáles son los otros? —preguntó Clara, fingiendo interés.
   —No hay otros —sentenció Alicia, que había dejado de moverse y fusilaba a su amiga con todos los poros de la cara.
   —Ah —se atrevió a pronunciar Clara, temiendo que alguien le arrancara la lengua y notando cada uno de los puñales que Alicia le clavaba con la mirada. Casi agonizando, intentó salvar la situación, pero su cerebro no procesaba nada coherente que minimizara el impacto de aquella humillación.
   Alicia empezó a verse más gorda y eso le enfureció.
   —Y ahora dirás que sólo es un vestido.   
   —Alicia, yo…
   —Pues no. Es el vestido. El ves-ti-do. El que quise siempre. El que recordaré el resto de mi vida.
   “Tú y toda la boda, hermosa”, pensó Clara, consciente de que había despertado a todos los leones.
   —¿Sabes cuántas veces he imaginado este momento?
   —Bueno…—balbuceó Clara.
   —Hoy debía ser un gran día.
   —No, si yo…
   —No me hables ahora.
   —Pero…   
   —¡Calla!
   —Bueno, sólo es un vestido. —“¡Adiós! Maldita la hora en que se me escapó la frase”, conjeturó Clara, que ya se veía usando los codos como escudo.
   —De **** madre —replicó Alicia, mientras intentaba desabrocharse el corpiño.
   —¿Te ayudo?
   —Quita —ordenó, dando medio paso atrás.
   Llegado este momento, Clara intuía que debía callar, pero la boca fue más rápida que la intuición.
   —Perdona, pero no soy yo la que lleva una hucha entre las tetas.
   —¡Vete ya! —le ordenó, señalando la puerta.
   Clara tropezó con sus pasos varias veces antes de llegar a la salida. Intentó estar tranquila, pero antes de volver a casa ya se sentía la persona más ofendida de la ciudad. Comprendía su error, pero las consecuencias eran desproporcionadas.
   Después de esperar que amainara el temporal, Clara llamó a Alicia, pero Alicia no cedió a ninguno de sus mensajes. En verdad, a Clara no le interesaban esas ceremonias, aunque a una parte de ella sí le emocionaba que en algún momento dos personas creyeran que podían quererse para siempre.
   La mañana de la boda, Clara fantaseaba sobre qué estaría haciendo Alicia. La veía recién salida de la peluquería, preocupada por si alguien le tocaba el peinado, a su madre insistiendo en que debía desayunar, a su padre disimulando los nervios por llevarla al altar, a las tías del pueblo a punto de llegar y se veía a ella misma colaborando en que todo saliera bien.
   Pero dos frases mal dichas la habían privado de estar allí. Exprimió dos naranjas para desayunar mientras refunfuñaba sobre los momentos estúpidos y se veía muy lejos de arreglar nada. Tenía tantas ganas de verla. ¿Aguantaría la ceremonia sin reír? ¿Tendría un discurso sorpresa preparado? ¿Conseguiría dominar el vestido?
   Clara quería ir. Quería estar ahí. Rescató del armario un traje pantalón negro, un top azul y unos zapatos de tacón. Caminó hacia la iglesia, calculando llegar 20 minutos tarde para que no la viesen entrar.
   Se colocó en el último banco con invitados. Alicia estaba preciosa, la caída del vestido por detrás era espectacular. La espalda, más tapada de lo que recordaba, tenía un juego de cuerdas de tonos pastel muy original. En algún momento se giró hacia sus padres. Clara lo vio. No era el vestido de la tienda, era otro, un palabra de honor desenfadado, muy acorde con el estilo de Alicia. “¡Qué guapa está!”, se dijo, mientras los clínex absorbían lagrimas bañadas en rímel.    
   Al girarse, a Alicia le pareció distinguir a Clara en la última fila. Quería haberla llamado hacía semanas. Esos días todo eran enfados y quiso interpretar que no tendría en cuenta sus arrebatos.
   Clara, casi satisfecha, decidió regresar igual de invisible que había entrado. Quiso irse, despacio, pero escuchó su nombre por el altavoz. Notó cómo un tsunami le sacudía de pies a cabeza. Cierto. Alicia le había pedido ser testigo de la boda y ahora el párroco le reclamaba. La novia, sonriente, hizo gestos con la mano para que fuera y, una vez recuperado el aliento, Clara se dispuso a caminar por la alfombra roja, hacia el altar.

Aina Canto
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:23:26 pm
LÁSTIMA


Aún no lo tengo nada claro. No tengo nada claro si la lástima se apoderó de él, fagocitándole  por completo, o si por el contrario él se apoderó de la lástima de un modo tal, que decidió por sí mismo y por su propia cuenta no compartir ni un minúsculo pedacito de esas siete letras, incluida la tilde, que confirmaban el sentido obsecuente de tal lastimosa connotación.

Cada día a la misma hora le veía aparecer por la parte derecha de la acera en aquella calle, que por intransitada y retirada parecía tan sólo nuestra; nuestra  y de aquel pequeño que se aferraba a su mano, tosca y encallada, con la firmeza del que confía sin condiciones. Supongo que tras ese aferramiento, acompañado de cada mañana hábil, yacía un propósito loable y necesario, un propósito muy digno que seis o siete años atrás le habría abierto, todo ello en mis suposiciones,  una puerta a la esperanza con mayúsculas.
Nunca pude alcanzar a percibir la conversación que con frecuencia abundaba entre sus labios, pero sí la vi bailar al ritmo de mutuas promesas, de sueños futuros y de premurosos pasos.
También había una mochila; una mochila que descansaba limpia de reflexiones, de silencios del miedo,  de misérrimos ires y venires, de pasados arrepentidos, de futuros añorados… sobre la espalda del conversador menos tímido y más travieso.
Él, mientras tanto, callaba.
Callaba porque supongo entre otras cosas, que nada tendría que decir, nada que objetar, nada que rebatir y porque también supongo, que esa era su mejor forma de explicarse, aunque esa explicación fuese muy poco convincente para su pequeño interlocutor.

Cada día a la misma hora aparecían ante mis ojos.
Yo, casi siempre me encontraba esperando tras ese semáforo cabezón que se empeñaba  en cerrarse metódicamente a las 8:15 horas.
Ellos, dos comunes viandantes con una clara intención: la de acudir al colegio público que coronaba el final de la calle.
Quizás me había hecho una idea equivocada de la situación.
Quizás los ojos nos engañen con demasiada frecuencia.
Quizás la cara, contrariamente a lo esperado,  no sea el fiel reflejo del alma.
En una ocasión impregnada de exiguas cavilaciones, hasta me pareció vislumbrar en él un gesto cansado habitando de ocupa en sus ojos, con el único fin de burlarse de mi madrugador soliloquio. Al fin y al cabo, mi vida me sería devuelta en el mismo instante en el que el semáforo se abriera para que de ese modo la suya  volviera al inexorable olvido de la cotidianidad.
Pero esa mañana el despertador, haciendo un alarde impropio de su materialidad inmóvil, se propuso hacerme recapacitar aún más si cabía, y me jugó una pasada que probablemente nunca sabré cómo definir.
Aprendí que el semáforo no sólo teñía de rojo carmesí sus intenciones a las 8:15, también lo hacía a las 8:45, hora en la que le vi retornar, solo, sin más compañía que esa pena perpetua que parecía revestirle por dentro como los revoques de una casa y por fuera a modo de desolación forzosa, castigándole a comenzar cada mañana con un propósito muy suyo  pero en el fondo ajeno.
Pero de una forma u otra, él, parecía haber nacido para mimetizarse con la lástima y con ello parecer un único ser, un único sentimiento. Sentimiento que prendía con sensación de derrota meritada en el forro deshilachado de su vieja y sucia coreana azul fuliginoso.
Lo pensé, cuando un buen día repentinamente le vi descender desde la acera hacia la calzada de un modo suicida, con el único objeto de rescatar peligrosamente un cigarrillo mediado y aún encendido, que algún otro viandante habría desechado con opulente desdén segundos antes desde la ventanilla de su coche.
Lo pensé, cuando por primera  vez sus labios cambiaron el habitual gesto pesaroso que castigaba su rostro, para esbozar la más amplia sonrisa que uno jamás pudiera imaginar.
Lo pensé cuando por un instante le presentí feliz.

Linar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:28:44 pm
Noches de humo


   1ª Noche
   Fijó la mirada en los hielos que flotaban en el vaso. Rozó con el pulgar el filo describiendo una perfecta circunferencia. Hacía horas que el sol había desaparecido pero su cuerpo se resistía a irse a dormir. La ansiedad le pudo, buscó en sus bolsillos en busca de un cigarro. Al sacar el paquete de tabaco, una servilleta salió del bolsillo y se precipito sobre el suelo. Cuando la recogió, vio un número de teléfono. Tardó unos segundos en reconocerlo, era el teléfono de aquella chica que conoció en el bar la noche anterior. “¿Cómo se llamaba? Que mas da”, pensó prendiendo el cigarrillo “Tal vez tendría que llamarla, era mona” continuó meditando, pero, la idea le rondó poco por la cabeza, de que servirá, unos días de sexo desenfrenado pero vacío y después volver a la decadente normalidad como si tal cosa. Una vez más, volvió a pensar en ella, no en la chica del bar, sino en ELLA, la que dejó escapar, tal vez por orgullo o puede que por miedo a que le hicieran daño. Es paradójico, todo el daño que quiso evitar terminó alcanzándolo, pero no de la manera que el temía, le alcanzó con un sinfín de relaciones que jamás llegarían a nada pues nunca lograría sacarla de su cabeza. Sus pensamientos le desesperaron una vez más. Exhaló el humo del cigarro y recostó la cabeza sobre el cabecero del sillón. El humo jugó con las luces, o puede que simplemente estuviera borracho, pero vio con claridad la sonrisa más hermosa que jamás había visto. Soltó una sonora carcajada, “ya que va a atormentarme tu recuerdo, podría recordarte desnuda”. Dio un trago de whisky, el calor bajó por su garganta, un calor agradable cuya clara intensión era ahogar sus recuerdos, pero como otros tantos intentos fue en vano. Aquella noche lo asaltó de nuevo. La mujer de sus sueños le abrió su corazón y el escapó. Había rememorado esa noche un millón de veces deseando poder volver atrás y cambiar lo que hizo. Deseó una vez más regresar a ese momento, tomarla de la mano, rozar sus labios con los de ella y no separarse jamás de su cálido abrazo. Pero ya era tarde, el lo estropeó y lo sabía. Mató el whisky de un solo trago intentando quitarse el vivo sabor de ese beso que nunca existió y se levantó bruscamente “Creo que ya es hora de irme a la cama...solo”

   2ª Noche
   Se quedó mirándola mientras dormía durante horas. Memorizando cada una de sus facciones que ya conocía como las suyas propias. Un sueño hecho realidad que ahora dormía junto a el y que jamas dejaría escapar. Aun recordaba la primera vez que la vio hace ya tantos y tantos años. No eran mas que unos críos pero desde ese mismo momento decidió que era ella y solo ella la definitiva y ahora tras tanto tiempo la tenía a su lado. Aun mejor que en cualquiera de sus sueños, era aun mas preciosa de lo que recordaba. Se pregunto una vez mas como era posible que alguien como el pudiera tener tanta suerte. Siguió mirándola totalmente hipnotizado, como el mas hermoso de los cuadros, la mas hermosa de las damas cubierta únicamente por una fina sábana que dibujaba la mas perfecta de las siluetas. El sudor de su piel la hacia brillar aun en la oscuridad de la habitación. El pelo alborotado le cubría parte de la cara. Emitió un leve “ronquidito”, y se enamoro aun mas de ella. Todo era perfecto, era cuanto podía desear, nada podría estropearlo y nada lo estropearía. Sintió que el sueño se apoderaba de el, pero no quiso dormir, sentía que no podría seguir viviendo si dejaba de mirarla aunque solo fuese un segundo. Los primeros rayos de luz comenzaron a filtrarse por la persiana. Su brillo natural se acrecentó y creyó encontrarse ante un ángel y este sentimiento se confirmo cuando abrió uno de esos preciosos ojos azules que clavo en el. “¿Sabes que pareces un psicópata si miras así?” dijo ella mostrando esa sonrisa de cuento. Quiso contestar, pero no pudo, cayó de nuevo preso de su hechizo. Cuando se incorporó, la sábana se deslizo dejando al descubierto su hombro. “Estas muy callado, ¿en que piensas?” insistió ella. “En lo preciosa que eres” contesto el sabiendo que era un tópico, pero, si era la verdad no podía mentir, no a ella. Juntaron sus labios y saboreo el mas dulce y tierno de los besos. Cerró los ojos, solo un segundo, para poder saborear el momento pero cuando los abrió de nuevo, ella ya no estaba. La luz de las persianas ya no iluminaban nada. La sábana no era mas que un revoltillo que solo lo cubría a el. Nadie emitía adorables ronquidos. Y una vez mas se recordó a si mismo: “Un sueño, no es mas que un sueño”

   3ª Noche
   Recorrió las calles bajo la luz de una tenue luna, conducido por un sinfín de farolas y el humo que despedía su cigarrillo. Deambuló sin saber demasiado bien hacia donde se dirigía, a pesar de saber a donde quería llegar. Sin embargo, el largo paseo comenzaba a darle la lucidez que no había tenido cuando salió del bar. Bajo la influencia de las incontables copas que había pedido, le pareció una buena idea pero había comenzado a pensar que posiblemente empeoraría las cosas aun mas. Tras largo rato, al fin llegó a su destino. Ante él, el edificio donde aguardaba la mujer de sus sueños. Se detuvo frente a la puerta intentando pensar fríamente. Deseaba que empezara a llover como en las películas, así todo parecería más romántico. Su corazón le repetía una y otra vez que llamase y le dijera lo que sentía, pero su cerebro, aun ahogado por el alcohol, le gritaba que se fuera a su casa a dormirla y mañana regresara si estaba seguro de ello. Mientras decidía a quien hacerle caso, echó un vistazo a su alrededor. Fue allí mismo, justo donde él estaba parado, allí mismo ella le había abierto su corazón, allí mismo él había escapado, allí mismo había estropeado la que sabía que era su última oportunidad con ella. “Creo que tendría que marcharme” se dijo a si mismo. A pesar de decírselo en voz alta, no se movió ni un centímetro. Siguió allí, clavado, meditando pros y contras de la locura que estaba a punto de hacer. Recordó todos esos sueños y cuanto desearía que fuesen realidad, que ella fuera lo último que viese al acostarse, perfecta como siempre, y lo primero que viera al despertarse, con ojeras y ese precioso pelo ceniza alborotado. “Ya que estoy aquí podría saludar” se dijo esta vez. Con una renovada determinación, encaró el telefonillo del edificio, tardó unos segundo en recordar el piso, y en cuanto lo recordó llamó sin pensárselo mas. Meditó que le iba a decir, como lo iba a decir, que diría ella, como lo diría ella. Empezó a hiperventilarse, buscó en su bolsillo otro cigarrillo que lo ayudase a relajarse, le parecía una eternidad lo que realmente apenas eran unos segundos. Recordó su pelo, sus ojos, su sonrisa, todo lo que lo había conducido a una locura tal, pero ya no podía darse la vuelta, era tarde, solo podía seguir adelante con su plan, pero no contestaba, no contestaba y el tiempo cada vez pasaba más lento. “¿Quién es?” contestaron al fin. Era su voz, la reconocería en cualquier lugar, dulce y melódica, pero no sabía que decir, todo lo que había preparado se le escapaba de la cabeza. “Soy… Soy… lo siento, creo que me he equivocado”


Manuel Gallego
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:35:22 pm
Alguien que suspira


Hola, soy alguien que respira y aunque mi presentación no sea demasiado importante,
me gustaría empezar por evitar toda clase de frivolidades ya que ante mi pasaron
bastantes. Y aunque en mi opinión las presentaciones están de mas cuando hay tanto
que contar no quiero empezar pareciendo distante o quizá como alguno de ellos.
Tengo exactamente trece años y aunque muchos duden de la cordura que manejo ahora
mismo, me gustaría exponer mi conclusión por así decirlo. Ahora mismo lo que diga, lo
que haga o piense que sea distinto no será considerado porque tan solo será ``una forma
de llamar la atención´´, algunos querrán vincularlo con algún problema de autoestima o
algo similar. No importa.
Después de trece largos, trece cortos años he podido percibir que algo raro había entre
manos y lo cierto es que, algo raro hay entre manos y si ustedes no se han dado cuenta
es que lo tienen muy bien planeado, ¿no creen?
En primer lugar no quiero parecer pretenciosa ni manipuladora, ni mucho menos
intentaré modular sus cerebros porque creo que estamos bastante hartos todos de ello,
únicamente, me gustaría exponer mi conclusión para que ustedes como buenos
ciudadanos juiciosos, examinéis la situación.
Yo, como muchos de vosotros hicisteis hace mucho, cuando ni siquiera yo existía, me
he percatado últimamente de algo extraño y quisiera que se dieran cuenta ustedes
también de que algo no va bien y de que tal vez y solo tal vez de vez en cuando
debiéramos pararnos a mirar a alrededor, a nuestro alrededor
Imaginen, imaginasen un mundo diferente, su misma vida pero diferente. Imaginen
levantarse todas las mañanas con una sonrisa en la cara no necesariamente justificada,
algo así como avanzar y llegar hasta la calle, la calle un lugar limpio de las
``necesidades´´ humanas. La policía, podría estar en… mejor dicho no estaría, porque
no podría haber necesidad de ella. La codicia que siempre ha corrompido al ser humano
se podría esfumar junto a los prejuicios que siempre sacaron lo peor de cada persona.
Las nuevas tecnologías tan innecesarias que se han creado para tener ``entretenida´´ o
manejada o absorbida a la población podrían dejar de formar parte de la vida de nadie.
Las industrias dejarían de ser para que otras cosas pudieran ser. Las clases sociales ya
no serían de importancia porque no habría clases sociales y así nadie se creería mejor ni
nadie le dejaría creerse mejor.
El dinero considerado ya como lo más importante desaparecería del vocabulario,
podría dejar de existir gente que trabajase para otra gente, tampoco habría obsesión por
el trabajo, ni gente que muriese de hambre porque todos seriamos personas en vez de
solamente gente. Los animales, las plantas, los ríos, los mares, las montañas, el viento,
el sol, la nada mas absoluta… serían tratados como se merecen.
La gente que se atreve a menospreciar y es capaz de reírse de las desgracias ajenas y
únicamente espera que llegue su final para arrepentirse y absolverse de pecados, seamos
realistas, ellos de verdad conocerían el sentido de la palabra justicia. Porque la justicia
ya podría dejar de ser un logotipo, podría convertirse en una palabra con sentido.
Las aspiraciones humanas también podrían cambiar, podrían ser más concretas y
podrían tener cierto sentido de realización. La envidia y la avaricia podrían desaparecer
si se esfumase también la necesidad de superar y conservar cosas superfluas.
Algo importante a lo que no se le da demasiada importancia últimamente, el nombre,
cada ser tendría un nombre y una dignidad que fuesen de uso. Temas sobre números
como peso, altura, edad, tiempo, calificaciones… dejarían de ser de importancia y cada
uno llegaría a ser capaz de autoevaluarse y pensar por su cuenta. Nada podría ser de
nadie y podría no haber patrimonios privados porque casi todo podría ser de todos y
cada uno podría respetar lo ajeno. Podría desaparecer también la gente que se sienta
inferior, porque no desaparecería también la que se siente superior. Una vida podría
empezar a ser un verdadero motivo de alegría y podría ser tratada como se merece.
Nadie tendría miedo de nadie, porque nadie daría razones para dar miedo.
¿Podría?
Y yo solo quiero decir que todo aquel que este, todo soñador que lee esto, lo imagine y
decida que merece la pena y lo cierto es que si algo así que podría ser y no es, duele, ¿a
caso no es eso la mayor muestra de que uno está vivo o de que al menos existe?

Alguien
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:38:59 pm
DECEPCIÓN O VENGANZA


Eva permanecía sentada en la cama mirando hacia ninguna parte. Las lágrimas habían dejado de caer al menos media hora antes, pero ella ni siquiera se había dado cuenta. Se sentía tan vacía…
Su hermana se lo había advertido, la actitud de Yago no era normal. Pero ella no lo quería ver. Eran felices juntos, o al menos eso era lo que ella creía. En una mano tenia su foto de bodas, en la otra, la prueba de que Yago le era infiel. Por un momento pensó dejarlo estar, fingir que no sabía nada y seguir siendo feliz junto a su marido. Pero en el fondo sabía que jamás volvería a confiar en él, que no podía funcionar.
Se dirigió al salón, donde el muy estúpido no había comprobado el ordenador tras el apagón del día anterior. Cuando Eva lo había visto encendido, se había acercado a apagarlo. Pero entonces, se había percatado de que en la pantalla le salía una página de contactos. “Bah, será un virus o algo así” –había pensado mientras buscaba la pestaña para cerrar aquella página.
De repente, un número llamó su atención. Era una fecha, justamente la del fin de semana siguiente, cuando Yago le había dicho que tenía que viajar con su jefe a Cádiz, para hablar con un cliente. Entonces, se dispuso a leer la conversación. Al principio, pensó que estaba soñando, o que le estaban gastando alguna broma pesada, pero tras leer lo que venía escrito en aquella conversación de chat, decidió buscar en el historial de la página.
Con horror descubrió que su marido se veía con varias mujeres a sus espaldas, pero sobre todo con una tal Sonia, con la que parecía estar saliendo desde hacía ya un par de meses. Coincidían las fechas en que según el chat habían quedado, con los días que Yago la había llamado para decirle que llegaría más tarde de lo normal, porque según él, las cosas en el trabajo estaban complicadas y debía hacer méritos. Incluso vio que las tres noches que a ella le había tocado hacer guardia en el hospital, su marido las había pasado con Sonia, no en su casa como le había dicho a Eva.
Su mundo, de repente, se hundió. Toda la felicidad que pensaba tener, se había esfumado en un maldito chat. Durante varias horas, lloró sin control con la foto de la boda en la mano y las conversaciones (que había impreso para tener pruebas) en la otra. Incluso había pensado en lo que le diría. Había ideado varias maneras de dejarle. Algunas destilaban resignación; otras, rencor; otras simplemente decepción. Pero en realidad, lo que quería era que sufriera la vergüenza que sentía ella en aquel momento.
Cogió una mochila y metió allí varias cosas. Después le envió un mensaje diciéndole que tenía que ir de guardia esa noche, que faltaba un compañero. Sabía que no tendría problema. Él estaba deseando quedarse solo con la tal Sonia. Entonces llamó a su hermana y le pidió dormir en su casa esa noche, tenía mucho que contarle. Su hermana, cuando supo que por fin se habían confirmado sus sospechas, maldijo el día que los había presentado y le dijo que iría a recogerla.
Antes de apagar el ordenador, Eva apuntó el nombre de la página en la que estaba inscrito Yago y el nombre de las mujeres con las que había quedado ya. Después apagó y se marchó con la sensación de haber perdido una vida entera.
En casa de su hermana se desahogó y lloró hasta que se quedó dormida.  Pero a las tres de la madrugada, un insólito insomnio se apoderó de ella, dándole muchas horas para idear un plan. Por la mañana, mientras tomaba un café y un analgésico, su hermana se encaminó a la cocina y le dio un beso.
-¿Cómo estás? ¿Has hablado con él?
-No, me acaba de mandar un mensaje para decirme que se tenía que ir a trabajar, que hoy tenía que entrar pronto.
-Será capullo…
-He pensado algo, Isabel…
-¿Sobre tu marido? ¿No estarás pensando en quedarte con él?
-Pues sí…
-¡Pero Eva, por favor! ¿No te das cuenta de que no va a cambiar?
-Tranquila, Isabel, que no es eso. La verdad es que tengo una idea. Quiero vengarme de él, pero necesito tu ayuda.
-¿Qué estás pensando? ¡Uf! No sé… me empiezas a asustar, estás demasiado tranquila.
-Mira –comenzó Eva dándole a su hermana las conversaciones impresas que había sacado el día antes del ordenador-. Yago se ve con esta tía, una tal Sonia, pero por lo que he podido ver, el muy cabrón ha quedado con más de una. De hecho hoy ha quedado con otra chica. A todas les cuenta algo diferente.
-¡No me lo puedo creer! ¡Y parecía una mosquita muerta!
-Pues ya ves…
-¿Y qué quieres de mí? ¿Que le siga o algo así? –preguntó Isabel.
-No exactamente, quiero que quedes con él.
-¡¿Cómo?! ¡Tú estás loca!
-Isa… yo entiendo que te pido demasiado, pero necesito que te hagas pasar por alguien de esa página y quedes con él como si no supieras quien es. Pero en realidad, iré yo. Yo no puedo chatear con él cuando estemos en la misma casa, ¿entiendes?
-Ya… está bien. Espero ser capaz. A ver… vamos a registrarnos en la dichosa página.
Media hora después, Isabel ya estaba metida en la misma página de contactos que su cuñado y había mandado invitaciones para conocer a varios chicos, además de a él, para no despertar las sospechas de Yago. Eva se fue a su casa y registró cada cajón y cada rincón en busca de alguna evidencia. Encontró varias cosas que no sabía de donde habían salido. Yago las tenía escondidas, debían ser regalos que había recibido y de los que Eva no debía conocer su existencia. Una vez encontrados, los fotografió y los volvió a dejar donde estaban.
Cuando llegó su marido por la noche, intentó estar lo más normal que pudo, pero era tremendamente difícil tener delante a la persona con la que había decidido compartir su vida y tener que disimular ante su traición.
Por la noche, Eva se fue pronto a la cama, alegando que la noche anterior en el trabajo,  no la habían dejado pegar ojo. Yago se quedó en el ordenador supuestamente trabajando, pero minutos después, Eva recibió un mensaje de su hermana diciéndole que Yago había contactado con ella, que al día siguiente le enseñaría la conversación. Eva no pudo con la curiosidad. Se levantó a la cocina a por un vaso de agua y casi se le escapa una maliciosa sonrisa cuando vio que su marido apagaba nervioso lo que estaba mirando en el ordenador y simulaba trabajar en un informe.
Al día siguiente, Eva acudió a casa de su hermana al salir de trabajar. Cuando vio la conversación que había tenido la noche anterior con su marido, se puso furiosa.
-Lo siento, Eva, de verdad. Me pasé, ¿no? Intentaré no ser tan directa, ni tan insinuante, es que pensé que preferirías pillarle cuanto antes.
-No me enfado por ti, Isa, en realidad, estoy tremendamente orgullosa de ti. Debes estar asqueada diciéndole a mi marido las ganas que tienes de conocerle, las ganas de mirar sus ojos y… y…
Las lágrimas volvieron a los ojos de Eva y su hermana se apresuró a abrazarla, pero ella rápidamente se las secó y le dijo:
-No te preocupes, son las últimas lágrimas que suelto por este cerdo.
Isabel miró a los ojos de su hermana y supo que en aquel momento se había convertido en una mujer más fuerte de lo que había sido jamás.
Pasaron varios días en los que Yago no faltó a la cita con su cuñada mediante el ordenador. Ella se había hecho pasar por una joven llamada Celia e iban haciendo “avances”. De hecho, él quería quedar con ella cuanto antes.
Entonces, se presentó la oportunidad. Una noche en la que Eva tenía que trabajar, el compañero al que había cubierto varios días antes, la llamó para devolverle el favor. Así que Eva lo aceptó y, sin decirle nada a su marido, llamó a su hermana para decirle que esa era la noche pactada.
Quedó con él a las diez de la noche en un restaurante en el centro. No quería que nadie de su entorno se enterara de lo que estaba ocurriendo. Llamó a las diez menos cuarto al restaurante y pidió que le dieran a Yago el recado de que Celia llegaría un poco tarde, que estaba en un atasco.
A las diez en punto, ella estaba en la barra tomando un refresco mientras veía a su marido sentado en una mesa. Estaba nervioso y no quitaba la vista de la puerta. A ella no podía verla, estaba semioculta tras un biombo. Veinte minutos más tarde, Eva apuró su bebida y se acercó. Vio un regalo en la mesa y entonces sacó los papeles de su bolso.
-¡Qué suerte he tenido! ¡Yo también te he traído algo! –exclamó mientras le ponía los papeles delante.
Yago estaba tan aturdido que ni siquiera se atrevía a respirar. Guardó disimuladamente el paquete que estaba encima de la mesa y se dispuso a dar un beso a su esposa.
-¡Cariño! ¿Qué haces aquí? Creí que trabajabas. Es que me llamó mi jefe y he quedado aquí con un cliente…
-¡Ah, qué bien! ¿Y tu cliente no se llamará Celia por casualidad?
Entonces Yago se dio cuenta de que su esposa había tramado aquello y que la tal Celia jamás acudiría, porque en realidad estaba sentada delante de él.
-¿Desde cuándo lo sabes? –preguntó él.
-Desde hace demasiado poco. Hasta hace unos días creí que eras el hombre de quien me había enamorado y ya ves…
-¿Cómo lo supiste?
-Cuando un ordenador se apaga de golpe, a veces se enciende donde se quedó.
-El apagón…
-Exacto, el apagón –confirmó Eva.
-Pero… ¿cómo contactaste conmigo y te hiciste pasar por otra mujer?
-Me ayudó Isabel…  le debo un gran favor.
-Entonces… ¿esto es el fin? Yo… lo siento, no sé que decirte, la verdad es que no entiendo qué me ocurre, cariño, yo te quiero, pero es muy goloso que te busquen las mujeres…
-Claro, si yo te entiendo.
-¿Ah, sí? –preguntó el esperanzado.
-Si… y mi abogado también. Aquí tienes los papeles del divorcio. Espero que lo firmes sin poner ni una sola pega, porque si no, te quitaré hasta los calzoncillos.
Yago se pasó las manos por el pelo, ya no se sentía tan seguro de sí mismo ni tan feliz.
-Me voy a pasar la noche con mi hermana. Vuelvo mañana por la tarde, para entonces te quiero fuera de allí –dijo ella mientras se levantaba para marcharse del restaurante.
Yago se quedó en la mesa con los papeles del divorcio en la mano y un sobre enorme. Lo abrió despacio comprobando que dentro estaban todas las conversaciones que había mantenido con aquellas mujeres y con Celia, quien en realidad había resultado ser su cuñada. Otro sobre más pequeño llamó su atención. Lo abrió extrañado y por primera vez comprendió el alcance de lo que había perdido. Dentro sólo había una ecografía del hijo al que no tendría jamás.

Reismarie
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:44:34 pm
INTERNET ME LA JUGÓ
         



Es domingo las diez de la mañana, suena el móvil con mi música del himno del Madrid y no deja de sonar, lo cojo con mano insegura por estar con mucho sueño.
-¿Diga? La voz sale con un sonido de mucho sueño.
-María, ¿Hola? Soy Ana, perdona que te llame tan temprano para ser domingo y no trabajar, pero necesito tu ayuda. Me ha surgido un problema chateando y tengo que resolverlo. He conocido a un chico y me ha propuesto conocernos esta noche en una fiesta del barrio de Santiago, allí dan baile con una orquesta, acudirá poca gente será  un sitio tranquilo. Yo como salgo con Luis no puedo ir, si se entera se pondrá celoso y fíjate lo que puede pasar. Quiero que tú ocupes mi lugar en ese encuentro.
-¿Y qué quieres que haga yo? Pregunta Ana totalmente despierta por la noticia.
-Pues muy sencillo que vayas en mi lugar. Tendrás que vestir toda de rojo, con una flor o lazo en el pelo, también rojo. El irá todo de blanco, hasta los zapatos.
-Yo creo que esta experiencia te irá muy bien. Desde que te separaste de Antonio ya no vas a ningún sitio, estas enclaustrada, la casa es tu refugio y compañía.
-Y es sólo una noche, luego cada uno por su sitio.
-Ana estas totalmente loca, no las piensas, ¿Adonde crees que voy a ir yo? Si aún no me he sobrepuesto de mi fracaso sentimental. Mi novio se fue de la noche a la mañana y me dejó sin una explicación, aún no me hago a la idea de mi separación.
Pero Ana sigue insistiendo sin dejar de meter baza a su amiga:
-¿Por favor sácame de este apuro?
Al final como siempre María cede tomando nota de todos los detalles necesarios para su cita.
-Yo me llamo Verónica, no Ana y él se llama Arturo, seguro que tiene otro nombre y ese no es el suyo.
El vestido debía de ser  rojo, zapatos rojos, un lazo o flor roja en el pelo, vamos la mujer de rojo y él irá todo de blanco, zapatos, traje, espero que no lleve sombrero blanco, daría el cante desde lejos.
María pasa todo el día nerviosa concretando detalles, preparando la ropa que debe ponerse, buscando en el armario lo más adecuado para ese encuentro. Las horas van pasando y se acerca la hora temida, las diez de la noche. Se iría un poco antes, pues ese barrio no lo conoce y buscar la calle el número y el edificio de la asociación donde se celebra el baile, le puede llevar tiempo.
Después de prepararse con mucho miedo, coge el coche y se dirige a la dirección del encuentro. Mientras se acerca al lugar va pensando lo tonta que ha sido de dejarse embaucar por su amiga Ana que es un poco lianta, pero ya ha dado su palabra y va a llegar al final, sin saber lo que se encontrará, igual le dan plantón.
Por fin en la puerta de la asociación, respira hondo y da un paso adelante para entrar. En ese momento piensa que lo mejor será que él se haya arrepentido y no acuda, pero ya está ella allí, por cierto que no se ve nada, todo está a oscuras, al fondo unas parejas bailando al son de la música de boleros, la cantante una chica rubia en esos momentos deletrea la melodía de Luis Miguel  “reloj no pares las horas, porque voy a enloquecer”...Piensa no está tan mal esto, para ser una cita a ciegas, el ambiente es agradable. Mira las mesas a lo lejos, pero como la penumbra es mucha no consigue de distinguir muy bien a los asistentes, al fondo ve un bulto blanco, se dirige hacia allí, dará una vuelta para estar segura de que es él.
En estos instantes la cantante de la orquesta anuncia un  pequeño descanso al acabar la bella melodía Se encienden las luces de la sala de baile y con la claridad le ve de espaldas, se acerca a él para verle de frente y...
¡Qué sorpresa!
Allí delante de sus ojos está su ex, no sale de su asombro, entonces se dirige a él con estas palabras:
-¿Qué haces tú aquí? pregunta fuera de sí y vestido de blanco.
-Y tú, responde él, mirando a su ex vestida de rojo.
-No te llamaras por casualidad Arturo, le increpa Ana, sin dar crédito a lo que ve sus ojos.
-Y tú no te llamaras Verónica por casualidad.
Exclaman los dos al unísono:
-María no serás Verónica.
-Antonio no serás Arturo.
Entonces Antonio exclama preguntando:
-¿Qué haces tú llamándote Verónica y yo llamándome Arturo.
Y en respuesta a su pregunta, ella sonriendo con una mirada picarona le responde:
-Chatear, cariño, chatear.
Y él apesadumbrado le contesta:
-Internet me ha jugado una mala pasada, estar con mi novia y no sospechar ni un solo momento que era ella.
María ríe para sus adentros, se regocija de satisfacción, el gato ha sido cazado, y lo que más le gusta es que piensa que ha sido ella la que le ha cazado, su ex, pero no va a tratar de romper el mal entendido, le gusta esta situación un poco embarazosa.
Entonces él se empieza a disculpar:
- ¿Qué nos pasó?, que si él la quiere, que porqué no se dan otra oportunidad, que él lo está deseando.
Ella trata de pensar fríamente, esta oportunidad de equívocos puede que signifique algo, ella cree en el destino, y si se dan otra oportunidad, por ella no va a quedar en roto, ella aún le quiere, ¡madre mía que guapo está de blanco!, ahora repara en ello.
En esos momentos la orquesta vuelve al escenario, el tiempo ha pasado volando. Empieza a tocar su repertorio, en ese momento Antonio se dirige a ella:
-¿María cariño, bailamos?
-Sí, ¿Por qué no?
Se enlazan abrazados moviéndose al compas de la música, se miran en complicidad, pero sobran las palabras, se encuentran encantados, no tienen prisa de que termine la velada, viéndolos así de abrazados, debería durar eternamente. Pero como nada es eterno, hay que aprovechar las oportunidades y ellos lo van a hacer así.
La noche promete, el amor vuelve a llamar a sus corazones, ellos están dispuestos a encender la llama que casi se extinguió, pero mira por donde una broma del destino los ha vuelto a juntar y en ello ha colaborado las nuevas tecnologías.
A la mañana siguiente descansan los dos de la noche de baile, copas y  pasión  vivida. Y suena el teléfono, lo coge para ver quien llama, es Ana que querrá saber qué pasó. Pero no contesta, va a quedarse con las ganas, ella está ahora en otro mundo con su amor, ya se enterará, hay que dar tiempo al tiempo...

Cascabel
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Agosto 30, 2013, 12:48:00 pm
Como los astronautas


Llegó a las cuatro, quién, Margot llegó, la abuela Margot. Entró emperifollada en su disfraz de abuela que no era disfraz, sino ropa de abuela (pero que de ropa tenía poco y más que ropa era disfraz). Llegó y al minuto nomás ya te apretaba los cachetes robustos y te llenaba de besos y te dejaba impregnado ese perfume dulzón y repugnante, mezcla de melón, coco rallado y chocolate molido. Saludó, pasó, dejó, los paquetes dejó junto a la cocina abuela Margot y se sentó enseguida en el sillón de mimbre por lo del reuma agravado por el mal tiempo. ¿Reuma? ¿Qué es reuma?, preguntaste ese día; eras chico, ignorabas tantas cosas y sabías tantas otras y te dijeron que el reuma era algo que afectaba a los huesos, algo que dolía y que tenían solamente los grandes y que les impedía hacer grandes esfuerzos, como por ejemplo moverse demasiado, por eso abuela Margot no jugaba a las escondidas ni hacía la vuelta carnero. Empezó abuela Margot a hablar con mamá y le preguntó cómo iba la cosa, si le servirían aquellas arañas en paquetes junto a la cocina. Estoy haciendo limpieza, dijo abuela Margot y mamá puso cara de bronca porque sí, por lo de siempre, cosas de los grandes, celos. Y le mostró abuela Margot las arañas, hasta el infinito de polvillo y de tiempo y de olor a otra casa, a otras historias y a otras conversaciones, tantos años y tantos días, tanta gente. Preciosas, Margot, pero no sé si van con esta casa, argumentó mamá, no sabría dónde ponerlas. Te las dejo y vos ya ves, sos creativa, así que seguramente ya les vas a encontrar un lugar. Es que… usted sabe, acá ya no tenemos tanto espacio. Son tuyas, podés hacer lo que quieras, si las querés tirar también, son tuyas. Y ahí anduviste vos de nuevo, un poco de televisión, un poco de juguetes a fricción y a rueda, con envión, desde aquella pared hasta aquella otra, que hagan algo en el camino, que se crucen, que el muñeco de plástico ahí adentro del cochecito de golpe se rebele, que frene, sí, que el cochecito frene, que abra la puerta, que se baje y que se vaya corriendo porque puede, claro que puede, cómo no va a poder si parece tan de verdad, hasta tiene el detalle de la nariz y no me importa que tenga olor a juguete y a pegamento made in China. ¿Estás más alto o me parece?, te dijo abuela Margot. Y ahí fuiste, obediente y entusiasmado. Creciste medio centímetro, estás más alto, a este ritmo a fin de año me pasás, te comentó abuela Margot y a vos te vino como un espasmo, como una terrible preocupación porque abuela Margot era reuma y el reuma dolía. Y volviste a tu juego de cochecitos a fricción, nada de violencia, los cochecitos no se chocan, nada de violencia y todo de aventura y de hermosos anhelos, a lo mejor el conductor del cochecito viva de noche, salga de noche, mientras duermo, claro, por eso yo no lo veo, pensaste, ¿y qué pasará ahí adentro de ese cochecito mientras nadie lo mira, mientras la casa está sola? Ah, ya estabas embriagado en los pensamientos mágicos, en las profundas curiosidades del si se cae un árbol y nadie lo escucha hace ruido o no hace o qué cosa. Tenés que tener amigos, no podés estar todo el día jugando solo, no es bueno eso, te dijo mamá. Pero yo me divierto solo. No importa, tenés que tener amigos. ¿Y para qué tengo que tener amigos? Porque la gente tiene amigos. Vos no tenés amigos. Tengo amigas, muchas amigas. Sí, pero amigos no, ¿y por qué no tenés amigos? Porque no, porque con tu papá somos amigos. Y entonces yo también soy amigo de papá y juego acá en casa, solo, y cuando él viene yo soy amigo de él, ¿querés? No, porque uno necesita tener amigos de su edad. Ah, bueno, pero me aburro, que venga Guillermito la próxima vez a casa, además, me da miedo la mamá, porque se ríe muy fuerte, habla por teléfono y se ríe muy fuerte cuando habla. Bueno, está bien, la próxima vez viene él. Bueno. Y entonces cenaron ustedes, ahí, mamá, papá y vos, cada uno en su plato, en su mundo, dos por tres un comentario, nada social, todo referido a las precisas indicaciones de la mano pasa la sal, la sal se pasa a la otra mano, la sal se apoya sobre la mesa, trae mala suerte, tontos aburrimientos de la noche y antojadizas privaciones, porque hubieses preferido siempre comer en tu habitación, tragarte la carne, el puré, la remolacha que hace hacer colorado el pichí y mientras jugar con la luz, apagar y prender, mirar el techo, apagar y prender, ver las calcomanías, las estrellitas fluorescentes, los cometas comprados en la librería de la vuelta y qué bueno, te dijiste un día, me acuerdo, porque uno compra lo que necesita y se da cosas, todo lo que uno quiera está inventado, pero entonces también te pareció pensar, sí, te pareció, te pareció pensar en que si uno puede comprar todo lo que está inventado, a lo mejor es porque uno no imagina comprar cosas que no estén inventadas. Y al terminar la cena ayudaste, como siempre, como tan educadito que sos, y secaste los platos mientras papá se ponía dele que te dele jugar con el escarbadientes. En la televisión pasaban algo, ya era horario de protección al menor, y vos echaste un ojo, como de costado, mientras apretabas y escurrías el repasador, y viste, claro que viste, pero no vieron que viste, por eso viste, porque de otra manera no hubieras podido ver el pecho al desnudo de la mujer esa que gritaba y que tenía a un tipo encima, a un tipo también desnudo que no sabías por qué se le había tirado encima a la tipa y quería como asfixiarla. ¿Qué le hace el señor a la señora?, preguntaste y papá enseguida cambió de canal y puso una cara rara y levantó las cejas, como distraído. ¿Eh?, dijo. Digo, dijiste, ¿qué le hacía el señor a la señora?, ¿le estaba haciendo mal? No, le estaba haciendo cosquillas, cosquillas le estaba haciendo porque ella estaba un poco triste. Ah. Así que a partir de ahí supiste que siempre que vieras a dos personas desnudas, apoyadas, como las agujas del reloj a las doce en punto, sería por lo de la tristeza y lo de las cosquillas. Entonces hiciste memoria, con gran esfuerzo pensaste y te retrotrajiste al jardín, la seño Vero te había preguntado si no hablabas porque estabas triste y qué raro, porque te lo había preguntado con esos dos globos inflados tapados por el delantal de señorita y sin zampársete encima para hacerle cosquillas, qué raro. Sonó el timbre. Tarde, pero no importa, dijo papá. Vos y tus antojos, le contestó mamá. ¿Vas a querer helado, vos?, te preguntaron. Sí, dijiste, de uva. No hay de uva, dulce de leche o frutilla o limón. No, pero quiero de uva. No, no hay de uva. ¿Y de coco o de melón o de chocolate? No, lo que te dijimos. Bueno, de dulce de leche. Y chupaste en un vaso y se te manchó toda la cara, como un monstruito, tiraste sin querer la bocha al piso cuando quedaba poco, uy, lo volqué, y ahí llegó Luchín, el especialísimo Luchín aspiradora de comida Luchín dele pasar la lengua y dele pasar la lengua hasta dejar el piso como nuevo, como brilloso hasta el colmo. Pero no te dijeron nada, no te dijeron porque no te vieron, así que te alegraste porque de otro modo te hubieran castigado, ya te había pasado otras veces; y muy disimuladamente acariciaste a Luchín en la cabeza y en eso te vino la terrible y muy mala noticia. Porque a dormir no, no tenías sueño, querías ver más tele, más tele o más libros, de esos, de los de color, de los del chico que está peleado con la sombra, por favor, una vez más. Pero no, decisión terminante y a la cama, no hagás renegar a tu madre que está cansada. Subiste por las escaleras, casi a las gachas, no, casi no, gateando, para hacerte el tonto, el mono, el gracioso. Bueno, qué tiene, te pareció pensar pero no fue así, no fue con esos pensamientos sino con otros, una manera de ejercer el desafío, te pareció decirte, la prepotencia a la filiación, a la instrucción, a la instalación de las normas que rigen y que estructuran, quiero ser libre, libre libre, como los árboles de la calle que, a pesar de estar embutidos en sus grandes patas raíces, así y todo se pueden ir, pueden viajar en hoja, por ahí, un ratito, suspendidas las hojas en el aire, flotantes, como las plumas de los desplumados. ¿Te prendo la estufa, hace frío en esta pieza? Sí, mamá, sí, prendé porque mirá como tengo la nariz, un cubito, la punta helada, helada la tengo. Y te acostó y se fue a su habitación, miró la foto de los cuatro y esa noche trató de no llorar, y durante un rato vos escuchaste como poco a poco la casa se ponía a dormir, el conductor del cochecito estará haciendo de las suyas, te dijiste, y se apagaron las luces, y viste las estrellitas fluorescentes ahí, incrustadas en el techo, y jugaste a que eran de verdad, y te fuiste al cielo, y pasaste las nubes, la estratosfera, te saliste, llegaste a la luna, te habían dicho lo de los astronautas, te habían llevado al planetario y te lo habían dicho y vos no lo habías podido creer. La gente a veces se iba del mundo. ¿Como mi hermano?, habías dicho vos. Como tu hermano, te habían dicho, como tu hermano y como los astronautas.

Carlos Bacquier
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 01, 2013, 21:56:26 pm
A L    C O M P A S     D E     L A     M U S I  C A

   
  Mi amiga Olga me había confesado hacía bastante tiempo, años, que una de sus grandes pasiones  era aprender a bailar ; ya ,desde pequeña, la niña apuntaba maneras, digamos que tenía cierto estilo y     siempre que podíamos hacía una de sus exhibiciones, magníficas , teniendo en cuenta que  había aprendido ella sola. Bailaba todo lo imaginable, de mejor o peor forma, pero siempre intentaba deleitarnos con sus  habilidades y lo conseguía sobradamente, porque las demás amigas del grupo éramos unos auténticos patos mareados, nada de nada, por más que lo intentábamos no teníamos ni gracia, ni salero , y tampoco teníamos la agilidad necesaria para hacerlo minimamente bien, así que cuando nos reuníamos en una casa cada domingo, poníamos el “radiocasette” y, ala, a bailar. Al principio todas lo intentábamos y cuando llevábamos un rato haciendo cada una lo que podíamos, Olga nos decía: “ pero, por favor, seguid la música, si es muy fácil, sólo hay que dejarse llevar y mover cuerpo , brazos y piernas con el sentido que marca, hay que sentir el ritmo y vivirlo”, pero la verdad es que ese ritmo sólo lo debía sentir y sabía vivir ella.  Así hasta que al final, debía ver  tal desconcierto que se daba por vencida y nosotras, tan defraudadas con nuestras pocas aptitudes para el baile, nos parábamos y nos conformábamos con mirarla a ella, a ver si se nos pegaba algo, que falta nos hacía,
        Con el paso del tiempo me fui dando cuenta que ,para mí, saber bailar más o menos bien, no era tan importante y que , desde luego, no era , en absoluto, fundamental para mi vida, así que yo entretenía mi tiempo libre con otras actividades con las que me sentía más identificada y en las que me manejaba como pez en el agua, y lo de intentar bailar lo dejé relegado a un más que  segundo plano, por no decir a un plano inexistente, estaba claro que yo no servía para eso.   
        Sin embargo, Olga fue alimentando, cada vez más, ese gusanillo del baile que tanto le llenaba,hasta tal punto que, ya de mayor, aunque me parecía a mí que lo había olvidado un poco para dedicarse a otras muchas cosas que le tenían muy atareada, ya que,  desempeñaba un trabajo muy importante, de mucha responsabilidad, de esos que la gente suele decir que una persona cuando lo ostenta ha llegado muy lejos, pero que no le deja un minuto libre, y que están todo el día
agobiados con citas y reuniones de alto “standing”, mi sorpresa fue mayúscula cuando , por fin, después de muchos años sin vernos, quedamos un día para comer juntas y contarnos un poco que era de nuestras vidas. Bueno, pues así las cosas, nos citamos en un bar, al que íbamos de jovencillas a celebrar los cumpleaños, donde con ese motivo hacíamos unas fiestas estupendas, y nos poníamos de gambas a la plancha hasta las orejas, recuerdo que nos reíamos mucho. Después, siempre había una amiga que sacaba un frasquito de colonia fresquita, de las de bebé, para limpiarnos las manos y no oler a gambas, ya que ,seguidamente nos íbamos ,tan felices y contentas, a tomar algo a la discoteca de turno y , la que podía, a bailar, si es que tenía la suerte de que algún chico se le acercara a  pedírselo y si es que a ella le parecía bien el chaval o no, porque en aquellos tiempos había mucho “cuadro”, como solíamos decir nosotras, mucho moscardón que merodeaba por allí, pero algunos eran horrorosos y no les concedíamos ningún baile, porque entre que no se nos
daba muy bien, excepto a Olga,  y que el personal que nos rondaba no era nada apuesto, se juntaban el hambre con las ganas de comer, así que siempre estábamos esperando al más guapo, al más alto y al más simpático, aunque no supiera bailar,  y claro ese no llegaba nunca.
         Estuvimos comiendo en ese bar, que ahora lo habían ampliado bastante para convertirlo en restaurante, pero que conservaba el mismo nombre, “Simón”, “ Bar-Restaurante Casa Simón” y allí recordamos todas estas cosas de juventud que tanto  divertía al maravilloso grupo de amigas que eramos,  las amigas de siempre. No me pude resistir a hacerle a Olga la pregunta de turno;  bueno Olguita, le dije yo, hablando de otra cosa, ¿que pasó con tu afición al baile?, supongo yo que lo habrás dejado por completo, porque con la vida tan intensa que llevas será imposible sacar tiempo para practicarlo, vamos, digo yo.  Pero ¡tú estás loca  me respondió mi amiga , ¿cómo voy a abandonar yo el baile, si es lo que más me gusta en la vida? , el baile es mi gran pasión y no lo dejaría por nada del mundo; me tendría yo que quedar coja o perder la cabeza para hacer tal desatino. Tan rotunda y convencida me contestó que comprendí que iba muy en serio e hice como si me alegrara muchísimo de la noticia, así que empecé a interesarme y a hacerle preguntas que, casi antes de formularlas, ella me iba respondiendo y  poniendo al corriente de todo.
        No sólo no lo he abandonado, sino que cada día me gusta más y lo practico cuanto puedo. Me enteré de un sitio donde dan clases de baile y allí que me fui a apuntarme, voy una vez a la semana y me lo paso genial, tú deberías ir también, viene bien para todo.
        Habrás aprendido mucho, apostillé, porque con lo bien que lo hacías no te resultará complicado, le dije yo como muy interesada. 
        Así que, una vez abierta la brecha en torno al baile, le di en su punto débil, porque con lo entusiasta que es , le dejé disfrutar contándome toda su historia de bailes y más bailes, y, la verdad es que yo la veía tan ensimismada que no me atreví a cortarla, por lo que se explayó con verdadero deleite.
        Me hizo un recorrido por los muchos y variados estilos de bailes de salón, y me dijo que, aunque a ella le gustaba todo tipo de bailes, estaba más centrada en estos, en los de salón, que son muy lucidos y que no son difíciles, que sólo es cuestión de disciplina, aunque yo creo que hay que tener algo de arte para hacerlo minimamente bien, vamos, creo yo.
        Me comentó toda seria que esos bailes son los que baila, valga la redundancia, una pareja de forma coordinada y siguiendo el ritmo de la música. Con esto llegamos a otro punto. Y tú ¿qué pareja tienes para bailar? Porque me imagino yo que serás algo exigente y no te conformarás con cualquiera. Enseguida entró en materia; bueno,  pues lo mejor de todo es que,además, en las clases he conocido a un chico , mejor dicho, a un señor, porque ya tiene más de cincuenta, que no sólo baila genial, sino que encima está fenomenal, es un tío interesante y atractivo ,y no me preguntes cómo ni porqué pero he conseguido que sea mi pareja de baile. Es el mejor de todos y mira que somos un grupo bastante grande, pero hija he tenido una suerte bárbara, porque estamos los dos, sobre todo yo, encantados de la vida y de los bailes de salón. Me dejas estupefacta, le dije a Olga, pero eso es estupendo. Me alegré bastante. Me fue contando que Luis, que así se llamaba su galán, era todo un caballero y que sentía que con él bailaba aún mejor ; si es que nada más tengo que dejarme llevar por él y es lo que hago. Tiene tal destreza y habilidad que, incluso cuando nos equivocamos en algún paso , es que ni se nota, no sé como lo hace, pero nadie se da cuenta, a veces ni siquiera la profesora.
       Cuéntame más cosas, le supliqué a Olga, porque con estas andanzas me tenía a mí ya postradita a sus pies, quería que me lo contara todo, porque yo estaba segura que la cosa no quedaba ahí, que había algo muy interesante y ,al mismo tiempo, intrigante.  Ella empezó a enrollarse con que si las clases de salsa, con que si el tango era muy sensual y provocativo; que también bailaban vals y que este era de una suavidad como cuando ves deslizarse a un cisne por las aguas cristalinas. Así, con esta vehemencia me fue desgranando todo; también me habló de una modalidad de baile que se llama swing, o algo así, y que a mí me suena a chino, vamos que ni idea, que si estos bailes tienen su origen en el sur de Estados Unidos, que si el compás tiene cuatro tiempos, aunque el paso se baila en seis, con dos pasos laterales y que ella se pone para la ocasión unos taconazos de vértigo, vamos que  no sé como puedes, le dije yo por intervenir algo; además me contó que este baile era muy alegre y vistoso y , poniendo ojos de “pilla”, me confesó que hay que inclinar el cuerpo hacia la pareja, en mi caso, me dijo, hacia Luis, y que ella lo hacía encantada, con sumo gusto, no faltaría más, en fin, que se parece bastante al rock y que también se puede bailar sin pareja, pero que no es lo mismo. Ya lo comprendo, vamos, ni parecido.
       Después me fue hablando de otros tipos de baile y de que estaba aprendiendo mucho; que le venía muy bien para relajarse, que era lo ideal para amortiguar el estrés y que yo también lo debería hacer. Claro, le dije yo, y con una pareja como Luis, ¿no?, porque yo creo que eso es un gran aliciente.
       Me comentó también que se divertían mucho cuando, a propuesta de la profesora, hacían exhibiciones y concursos y que aunque aún no habían ganado ninguno, iban  por buen camino y saber que tenían que competir con otras parejas les estimulaba un montón y les ayudaba a perfeccionarse cada vez más. Vamos Olga, que has hecho que el baile y  Luis se conviertan en los mayores alicientes para tu vida, te dan equilibrio, emoción y bienestar, y además estás en forma, te veo guapísima, como nunca, de verdad. Pero bueno, lo de Luis, además del baile, ¿ hay algo más o  no me lo quieres contar     . No me dejes con la intriga. En ese momento, comprendí que a Olga le gustaría que hubiera algo más, pero que, de momento ,iba a ser que no, porque daba la fatal casualidad de que su bailarín no estaba libre. ¡Oh! Qué desilusión , en serio,  yo esperaba desde el primer momento que esta historia tuviera un final más feliz, de los de comer perdices, pero así son las cosas, ya que el galán estaba casado y era muy feliz con su mujer, por lo que no había nada qué hacer. Olga me dijo que lo tenía asumido y que se conformaba con seguir siendo su pareja de baile.

Mª Paz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 01, 2013, 22:45:20 pm
Caza


No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento.
Vio el plato de carne y su cara evidenció que quería salir de ahí.
No me gusta la carne, dijo.
Esto es un microrrelato, tienes que ser más explícito.
Pero me gusta cazar. Me enseñó mi abuelo.
Ahora te remontas a tu infancia. Te aviso de que se enfría la comida.
Mi abuelo odiaba a mi abuela. Odio de verdad, nunca la llamaba por su nombre, le decía: la cerda.
Parece que se pone interesante. Acaba ya. ¿Por qué no te gusta la carne?
Un día fuimos a comer a su casa, dijo que había cazado un jabalí.

Alejandro
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 01, 2013, 22:46:20 pm
BAJO EL FAROL


                En esa esquina, señor policía, en esa esquina, debajo del farol, ahí la conocí. Estaba oscureciendo, en ese momento de la tarde en que el cielo adquiere un color índigo, en ese instante en que aun no es de noche pero el día ya se marchó con sus prisas y empiezan los sueños.
            Yo acababa de salir de la oficina. Había pasado un día de trabajo febril, de papeleos y problemas y no tenía ganas de recogerme en el minúsculo apartamento donde vegetaba. Eso, y gracias a un sueldo decente, nada extraordinario, decente, repito, para ir tirando pero que después de dejarle una sustanciosa paga a mi mujer y mis hijos adolescentes, así como la casa, los muebles y el perro, la verdad, no me quedaba dinero para más dispendios.
         No se impaciente, señor policía, no se impaciente, que ya mismo voy al grano.
Pues como le iba diciendo: iba paseando para mi apartamento porque tenía ganas de caminar en una tarde apacible de primavera y porque no me apetecía coger el coche. Pues bien, allí, en la esquina, estaba ella, como dice el tango, bajo la quieta luz de un farol que llenaba de reflejos su larguísimo cabello castaño. Era una belleza, cuerpo esbelto pero no tan delgada como una modelo, falda corta luciendo unas larguísimas piernas y unos ojos verdes como el trigo verde, que dice la copla, que al mirarme obnubilaron mi mente y provocaron tambores en mi corazón.


        ¡No se ponga usted así, que ya acabo! Pues, eso, para resumir la historia, le diré que nos fuimos besando en cada farola ¿Qué eso es de una canción de Sabina? Ya, ya lo sé, señor guardia, pero es que era así, se lo juro por mi santa madre.
       La llevé a mi apartamento. Ella me pidió que apagara la luz porque sentía vergüenza, y entonces, bajo la tenue iluminación que entraba por la ventana entreabierta, nos desnudamos y…luego…me ocurrió algo parecido a lo que pasó en el poema de Lorca: “Que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela y resultó ser un tío”.
        ¡Si, sí, señor policía! Ya sé que soy un pesado con eso de las canciones y las poesías…!no se ponga usted así, hombre, que ya termino de contárselo!
        Al principio me sentí burlado. Por eso, y en un ataque de rabia, tiré por la ventana todo lo que tenía a mano. Uno de los objetos fue, inconscientemente, se lo juro, el enorme reloj despertador que mi “queridísima” suegra me había regalado. Lo arrojé con tanta furia que, mire usted que casualidad, hombre, fue a caer en su flamante coche, con tan mala fortuna, que abolló la carrocería y rompió la alarma.
          Ahora, señor policía, y una vez que he pagado mi delito pasando tres noches en este calabozo, le digo que no hay mal que por bien no venga. Estos días he tenido tiempo de recapacitar: estoy dispuesto a volver por ella, a esa esquina donde la conocí, que no me importa lo que sea. Se ha metido en mi corazón y no estoy dispuesto a renunciar a ella…él.

De Acuario
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 01, 2013, 22:48:05 pm
Ultima Corrección

El hombre abrió la ventana y observó la calle unos instantes. Comenzaba a anochecer. Dio unos pasos hacia el escritorio donde se encontraba el ordenador y lo encendió. De una carpeta abrió uno de sus archivos, “Novela. Ultima redacción”, y se desplazó por sus páginas, leyendo de vez en cuando alguna línea. En un párrafo determinado detuvo su mirada y acercó su cara a la pantalla. Leyó a poca distancia de sus ojos, colocó el cursor en la barra de desplazamiento y continúo pasando páginas. Su rostro reflejaba una creciente ira. Tras leer un fragmento, su rostro se contrajo hasta enrojecer y golpeó el teclado con los puños. En ese instante alguien abrió la puerta del apartamento y apa-reció un hombre de mediana edad. Con un gesto áspero, avanzó hacia el escritorio. Miró alternativamente al hombre y al ordenador.
— ¿Cómo te atreves a fisgar en mi trabajo? —Dijo— ¿Qué buscas, Lucas?
El hombre, indignado,  se acercó hacia donde estaba Lucas. Éste se había levantado de la silla. El hombre  lo apartó con brusquedad  y se sentó frente al ordenador. Comenzó a pasar páginas del texto en la pantalla.
¬¬—Ya sabes lo que busco, Marcel —respondió Lucas, asustado —. Hemos hablado mu-chas veces del asunto. Quiero que escribas de nuevo el último capítulo. Tengo miedo,  no quiero morir. No quiero suicidarme por ese motivo. Escribe otro final, te lo ruego.
—Pues ya está escrito y no pienso cambiarlo —dijo Marcel, mientras observaba el texto en la pantalla—. Es el único destino que le puedo dar a tu personaje. Mira la situación: tu familia muere en un accidente de tráfico. Tú conduces el coche, te sientes culpable.  No puedes soportarlo y te suicidas. Eres un personaje inestable y lo correcto es el suici-dio, el desenlace que necesita la historia. No hay otro.
Ya había anochecido. Por la ventana entraba la tenue luz del alumbrado público. En la habitación, solo  la luz de  la pantalla del ordenador  iluminaba sus rostros 
—Sí que hay otro desenlace que no sea el suicidio  —dijo Lucas— pero prefieres que muera porque no sabes cómo concluir la novela. La muerte es lo más recurrente para un escritor mediocre como tú.
Marcel avanzó hacia Lucas con el gesto desafiante,  que dio unos pasos hacia atrás.
—¿Qué quieres que haga contigo? —dijo furioso Marcel, mientras, enfurecido, cerraba los puños y se acercaba a Lucas, que retrocedió un poco más hasta tocar la ventana.
—¡La historia ya está escrita !—gritó Marcel— No puedes soportar la muerte de tu fa-milia. La pérdida te hunde en una profunda depresión y tu única salida es el suicidio. ¡Esa es la realidad! ¿O prefieres que te interne en un psiquiátrico? Tú no puedes elegir lo que haces con tu vida porque el narrador soy yo. ¡Y yo decido tu destino!
—Solo digo que puede existir una solución más digna que el suicidio. Puedes rehacer mi vida si quieres. Puedo superar el dolor. ¡Eso es lo quiero! No quiero suicidarme ni que me recluyas en un psiquiátrico— dijo Lucas,  mirando fijamente a Marcel, cuyo rostro,  a pocos centímetros de Lucas, tomaba un  aspecto colérico.
— ¡He decidido que el suicidio es tu única salida!—gritó Marcel. Con el rostro encen-dido de cólera y fuera de sí,  alargó sus brazos en dirección al pecho de Lucas para em-pujarle. Con un rápido movimiento, Lucas esquivó la agresión, giró sobre sí mismo y empujó a Marcel, que se precipitó por la ventana abierta. Sus manos resbalaron en el alfeizar y cayó al vacío en silencio. Solo se oyó un golpe seco.
Lucas quedó unos instantes observando el cuerpo inmóvil sobre la acera. Después cerró la ventana cuidadosamente y se sentó en el escritorio. El ordenador continuaba conecta-do. Se desplazó por las páginas hasta llegar a la portada y durante unos instantes se que-dó  pensativo, mirando fijamente la pantalla. Una leve sonrisa apareció en su cara ilu-minada por la luz frontal de la pantalla y comenzó  a escribir:
 «Última corrección: argumento definitivo. El narrador, debido a su incapacidad literaria para terminar su obra, se suicida inesperadamente. Como única solución para concluir la novela, el personaje llamado Lucas asume el papel de narrador».

Lucas Encina
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 01, 2013, 22:49:51 pm
CUMPLEAÑOS


Despierto, sudores fríos, boca seca. Otra noche sin apenas dormir, sufriendo el insomnio de la guerra. Echo mi sucio colchón a un lado y abandono, como cada mañana, las ruinas de lo que anteriormente fue mi casa. Miro la calle… edificios de arena, calles muertas. ¿Dónde te escondes, corazón y alma de Alepo?
     He luchado al lado del Ejército Libre siempre que me lo han pedido, Ejército Libre que se ha convertido en mi nueva familia, mientras mi antigua… supongo que descansará en algunos de los escombros. Todas las mañanas me reúno con ellos en el centro de la ciudad, donde me dan comida, armas y objetivos. No saben que hoy es mi cumpleaños, pero supongo que no es momento para tartas y velas. Fuera pensamientos, ya llego tarde de nuevo.
Este camino siempre me revuelve el estómago. Nunca sé si lo voy a acabar o, por el contrario, acabaré antes convertido en otra vida robada por Bashar Al-Assad. De repente, veo sombras que acaban tomando la forma de hombres. Palidezco, pero pronto recupero las buenas sensaciones al corroborar que no son leales al dictador. No lo son por el simple hecho de que aún no me han disparado en el pecho. Me acerco a ellos, siguiendo el consejo que me dieron uno de los primeros días: “Id siempre acompañados, quizás así no decidan mataros a vosotros”.
     Se trata de dos tipos de mediana edad con el aspecto que ahora tenemos casi todos: profunda delgadez, puesto que es una suerte que comamos una vez y mal al día; heridas mal curadas en cara y brazos, quedando las restantes tapadas por los destrozados trapos que ahora tenemos como ropa; una capa de suciedad que se ha convertido en nuestra nueva piel; pelo y barba que no han sido recortados en mucho tiempo. Su baja estatura refuerza la imagen de debilidad que dan  las características anteriores. A pesar de esto, uno de los dos me causa verdadero miedo, con su prominente barbilla, nariz aguileña y una enorme cicatriz en el lugar que anteriormente había ocupado un ojo.
     -¿Cuál es tu nombre, chico? –me pregunta la misma imagen de la Muerte.
     -¡Soldado, señor! – respondo inmediatamente.
     Los dos hombres comienzan a reír a carcajadas. Hay algo en el ambiente que me asfixia, me aprieta el corazón y me deja sordo. Sé que algo terrible va a ocurrir, convirtiéndose mis sospechas en realidad cuando la Muerte me pega un puñetazo en la boca del estómago. El mundo se nubla, yo beso el suelo. Inmediatamente, el otro monstruo me inmoviliza, aplastando mi nuca con su rodilla. Oigo la hebilla de un pantalón y comienzo a sentir náuseas. Sé lo que me va a ocurrir… no entiendo cómo van a hacer esto a un compañero. Intento salir huyendo con todas las fuerzas que me quedan, pero es inútil. En unos minutos, dos bestias entrarán dentro de mi cuerpo y, probablemente, despúes me matarán y me esconderán en unos escombros. Ojalá me mataran primero, ¡yo solo iba al centro de la ciudad! ¿Cómo puede una vida valer tan poco? ¿Cuándo dejamos de ser humanos? ¿En qué momento permitimos al Diablo que tomara el control del mundo? Me bajan los pantalones y tengo la sensación de que me voy a desmayar de un momento a otro. Un bebé muerto, un zorro descomponiéndose, una mano cortada, decapitación, violación, mi mente pierde el control definitivamente. En medio del desierto, un oasis vuelve a reactivarme; me devuelven a la realidad los dos sonidos más hermosos que he escuchado en mucho tiempo: el de la bala recién salida del cañón y el de la carne traspasada por ella. A continuación, ya nadie me retiene. Uno de mis enemigos me hace compañía en el suelo, con un enorme agujero justo en el centro de su frente. Supongo que la Muerte sigue viva, pero no es momento de pensar; debo buscar refugio o no me levantaré de este suelo con vida.
     Lo primero que veo nada más levantarme del suelo es a esa Muerte, con enorme cicatriz en el ojo, que había intentado violarme. Ya habrá tiempo de saldar cuentas. Comienzo a correr como un loco hacia el lado contrario de donde provienen las balas, una o dos silban muy cerca de mí, pero finalmente llego a una antigua tienda de animales. Entro en el lugar y espero que, con un poco de suerte, los soldados cambien su dirección. Horror, veo que la Muerte ha entrado conmigo en la tienda. Sin embargo, veo algo que me produce una extraña sensación de alivio. Muerte no puede disimular el miedo que desprende su único ojo bueno. Los dos nos miramos, los dos sabemos que ahora nos toca convivir en silencio para no morir.
     Pasan dos horas, parece que estoy a salvo… estamos a salvo. Sentados ambos junto a lo que anteriormente habían sido jaulas para aves, justo enfrente de la puerta principal, con sus dos cristales rotos, ninguno ha movido un pelo en todo este tiempo. Es el silencio que precede al dolor, a la sangre, al sufrimiento. Somos conscientes de que uno de los dos no saldrá con vida de esta tienda. Diría que estamos retrasando el enfrentamiento para asegurarnos unos minutos más de vida. Tengo decidido hacer el primer movimiento, eso me dará cierta ventaja. Mi objetivo: alcanzar un trozo de cristal roto del suelo. 
     Nada más levantarme, siento a mi enemigo agarrado a mi espalda. Le suelto un codazo en la nariz, sé que se la he roto. Aprovecho su dolor y confusión para alcanzar definitivamente el cristal. Me doy la vuelta y, antes de apuñalarlo, me sujeta la mano con una enorme fuerza sacada del mismísimo instinto de supervivencia. Esto es una pelea entre animales, debo ensuciarme para ganarla. Muerdo uno de sus dedos hasta arrancárselo de cuajo. Esta ha sido mi jugada maestra. Mientras chilla y llora como un niño pequeño, le rajo el cuello sin dudarlo ni un segundo. No obstante, no solo quiero verlo morir sin más, quiero que sufra. Sin más, le arranco su otro ojo y le acuchillo hasta quedar exhausto.
     Un cadáver, un alma rota, cumpleaños sangriento. Creo que voy a permanecer sentado en el suelo de esta tienda hasta que el mundo se acabe de una vez por todas. Anochece, por fin este día acaba. Recuerdo que mi madre decía que nací justo antes de medianoche, porque las cosas más hermosas siempre aparecen en los momentos finales. Una sonrisa sale de mi boca. Experimento una sensación, extraña para mí los dos últimos años. En el fondo, sigo siendo un niño que echa de menos a su familia. A fin de cuentas, hasta poco antes de medianoche seguiré teniendo quince años.

REDSONG
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 01, 2013, 22:50:59 pm
EL CORNUDO
       

Matías comenzó su día transformado en un cornudo.
Había estado leyendo “La Metamorfosis” de Kafka hasta pasadas las tres de la madrugada.
Nunca fue hombre de desvelarse hasta esa hora, por lo general era de su preferencia  iniciar el sueño antes de las once de la noche.
Honesto comerciante de barrio, sólo se le conocían las lecturas dominicales de la página de deportes del diario local, nunca sabremos el motivo de una lectura tan desafortunada, causante quizás de la transformación.
 Hablamos  por supuesto de una conversión física, situación no compartida por los cornudos en general, ya sabemos que el paso de la situación de fidelidad a la de cornudo no lleva incluida una transformación física, es más bien una sensación espiritual, una transformación psicológica que afecta más al ego que a la persona física, lo que explica que reconocidos cornudos, incluso aquellos de fama reconocida en distintos campos del conocimiento, puedan transitar tranquilos por nuestras calles sin temor a ser reconocidos y execrados por la sociedad. 
¿Qué había causado la transformación? La ausencia en el lecho conyugal de la señora esposa de Matías.
 Esta situación a las siete de la mañana, hora de despertarse para disfrutar de un buen desayuno antes de abrir la puerta del negocio, causó en el comerciante un  gran dolor de cabeza acompañado de latidos constantes en las sienes, lo cual podría equipararse con la existencia de cuernos dada su ubicación física en la zona frontal de la testa.
A una primera sensación de desasosiego y extrañeza, continuó la de temor ante una posible situación de peligro en la persona de su señora esposa.
De inmediato reflexionó sobre un hipotético accidente, descartando el manejo del auto que él había guardado en el garaje la noche anterior. Se dio cuenta que en ese caso la policía le habría informado de inmediato.
Sólo quedaba una posibilidad entonces.
Matías era engañado por su señora esposa, la cual seguramente yacía en estos momentos en situación comprometida junto a un hombre joven y musculoso (Quizá incluso inteligente) en algún motel de los alrededores de la ciudad.
Luego de un primer momento de profunda reflexión, decidió que su nuevo estado no debería influir en el aspecto comercial de su existencia, por lo tanto, luego de vestirse, bajó al local comercial y abrió las puertas de la forma habitual.
A las nueve de la mañana recibió al jovencito que le traía el pan fresco para la venta, esto fue ocasión de la primera sorpresa de la mañana, ya que el joven dejando la canasta de pan sobre el mostrador le preguntó a Matías.
- Oiga don. ¿Qué le pasó en la frente?
Eso fue suficiente para que Matías corriera hacia el baño, ubicado en el fondo del local, y comprobara con asombro la existencia de dos pequeños bultos que sobresalían apenas a ambos lados de su frente.
A las diez de la mañana, doña Clota, vecina y clienta habitual del negocio, señaló a Matías con su dedo y sonriendo le tocó la cabeza.
Ya no se trataba de un par de bultos pequeños, ahora se notaba en forma indudable que dos pequeños y afilados cuernitos asomaban por su frente.
Doña Clota, sin hacer ningún comentario se retiró del negocio, pero sin duda dispersó la noticia por el barrio, pues nunca estuvo el negocio tan concurrido como esa mañana.
Cada cliente señalaba la frente de Matías con su dedo, comentaba y realizaba alguna sugerencia con esa buena intención que demuestran las personas que no son directamente afectadas.
Para el mediodía el comerciante ya lucía una estupenda cornamenta de más de veinte centímetros de alto que sin duda sería la envidia de cualquier ciervo de la zona sur del país.
A las doce y media, como era habitual, Matías cerró su negocio con doble llave y subió a  disfrutar de su merecido almuerzo, pero esta vez no pudo concretarlo, en primer lugar por la ausencia de su señora esposa en la cocina, en segundo término porque a esa hora la cornamenta de ciervo ya alcanzaba dimensiones considerables y cada vez que agachaba su cabeza  no podía volver a enderezarla.
Matías, hombre ingenioso, preparó entonces una polea de aquellas que utilizan los mecánicos para levantar los motores de los autos,  colgó una soga de apreciable grosor de una viga del techo, la más fuerte por las dudas ya que era hombre precavido, luego, bajando un gancho de hierro, ató allí los incómodos cuernos y así pudo comer con cierta tranquilidad, bajando y subiendo el aparejo con una mano y tomando la comida con la otra, lo que resultó algo complicado a la hora de cortar la carne, pues como se sabe se necesita disponer de dos manos para usar cuchillo y tenedor.
El dormir la siesta resulto algo más difícil.
La hermosa cornamenta ya ocupaba casi un metro arriba de la cabeza de Matías, por lo tanto resultaba imposible utilizar la cama matrimonial.
Apelando a su ingenio ató una hamaca paraguaya, fruto de una visita de vacaciones al vecino país, a la ventana que da al patio trasero, para esto tuvo que tirar la soga hacia fuera usando como contrapeso la pesada mesa de luz de algarrobo, regalo de bodas de la abuela.
Para que la mesa no resultara dañada la envolvió con diarios viejos y ató la soga alrededor con fuertes nudos, la descolgó luego por la ventana con gran esfuerzo pues ya se sabe que las mesas de luz son objetos cuadrados poco susceptibles de pasar por una ventana de pequeño tamaño. Generalmente ofrecen una considerable resistencia a ser manejadas como simples contrapesos ya que consideran que su función principal es ser mudos testigos de toda intimidad matrimonial. 
En el otro extremo colocó la cama matrimonial en posición vertical en el centro de la habitación, dejando dos metros aproximadamente entre la ventana y el extremo superior de la misma, pasó la soga por arriba, la hizo llegar hasta el baño ubicado al fondo de la habitación  y ató el extremo de la soga al  inodoro.
Así pudo descansar por un par de horas, hasta las cuatro en que debió bajar a abrir el negocio y continuar su rutina.
No puede  decirse que la concurrencia al negocio resultó normal esa tarde, más bien fue una multitud la que entraba y salía del local, la mayoría desgraciadamente sin comprar cosa alguna ni tentarse por otra cosa que la observación indiscreta de la cabeza del comerciante.  Fue un desfile incesante de gente mayor y menor que intentaba visualizar aunque sea de paso la cornamenta de ciervo que ya a las ocho de la tarde, hora de cerrar el negocio,  lucía más de un metro de alto arriba de la cabeza del fatigado Matías.
Esa noche, encerrado en el estrecho habitáculo de su dormitorio, más incómodo aún por la cama levantada y la soga atada al inodoro, reflexionó sobre lo extraño de su situación, algo no buscado ni deseado, pero que sin duda nacía de una falta grave a la fidelidad de parte de su señora esposa.
Matías no era hombre de gran amplitud de criterio, más bien se consideraba a sí mismo como un hombre de principios morales conservadores.
Pensar en su señora esposa en los brazos de un hombre extraño, extraño sólo para él por supuesto, lo ponía inquieto y en situación de profundo desasosiego.
Jamás pasó por su mente la idea de un engaño por parte de quien fuera hasta ayer ejemplo de fidelidad y honradez.
Buen cuidado había tenido en su juventud de seleccionar, entre las tres candidatas que le dio a elegir su familia, la más austera en lo económico, la menos agraciada por  temor a lo que finalmente le había sucedido y sobre todo la novia de mejor reputación de cuantas había en edad casadera en todo el pueblo.
¿Qué había fallado entonces?
Reconocía en su interior que no era hombre de mucha cama ni afecto a posiciones sexuales sólo entrevistas vagamente en películas poco recomendables.
Pero era hombre fiel y limpio, no sólo de cuerpo sino de mente, jamás pensamiento impuro había de pasar por su cabeza, hoy tan adornada,  nada de locas tentaciones de la carne, nunca un enojo ni una queja, salvo por el uso de los pimientos verdes en la comida de los domingos, única locura culinaria de su señora esposa, que le producían fuertes dolores de estómago y gases.
Matías, dueño exclusivo de un ya formidable  par de cuernos de metro y medio de alzada, decidió pasar con gran esfuerzo hacia el balcón ubicado en el frente de la calle para tomar algo de aire fresco como lo hacía en forma habitual y sentarse en su reposera de playa habilitada al efecto como instrumento de descanso y recreación.
Al asomar su cornada cabeza al balcón de la casa una cerrada ovación acompañó su aparición, no menos de cien personas que cerraban el tráfico alrededor de su casa dieron vivas y hurras en su honor.
Matías, poco acostumbrado a esas exteriorizaciones más propias de la política que de su honrada situación de novel cornudo, sólo atinó a saludar con la mano levantada como había visto en una película italiana.
Saludar a mano alzada y despertar una nueva ovación fue todo uno, a cada saludo de Matías la multitud rugía con un entusiasmo más propio de un estadio de fútbol que de una calle suburbana a las nueve de la noche.
Sintiendo una mezcla de incomodidad y de incipiente orgullo, Matías se retiró a su dormitorio donde, con ayuda de la hamaca, pudo descansar esa noche hasta la madrugada. Las primeras luces le ayudaron a tomar una decisión jamás pensada en tiempos normales.
Una situación extraña como esta, sumada a una hasta ayer desconocida popularidad, le permitiría tal vez concretar sus escondidos sueños políticos.
Matías pensó:
¡Tanta gente sin ningún atributo accede a cargos públicos de jerarquía!
¿Qué mejor representante de aquellos que sufren en su propia carne las torturas de la infidelidad conyugal?
No era hombre entendido en la política de pueblo, pero de los asuntos públicos que se ventilaban en su negocio todos los días pudo llegar a la conclusión que contaba con los votos de más de la mitad de los hombres y mujeres afectados de su pueblo, eso sin contar con los asuntos no conocidos u ocultados a los ojos de la gente.
Una vez tomada la sabia decisión de dedicarse a la política Matías organizó una reunión con entusiastas seguidores para el día siguiente. Todas las personas solicitadas contestaron con entusiasmo al requerimiento del hábil comerciante, si bien es común encontrar cornudos en la política en todos los niveles, no resulta frecuente que esta situación se exteriorice tan palpablemente, lo que aseguraba de entrada una buena cantidad de adherentes a esta candidatura.
Al día siguiente, por primera vez en veinte años, el negocio permaneció cerrado.
Apenas despertado luego de una noche inquieta  llena de sueños y esperanzas, Matías se dirigió presuroso a la planta baja de su negocio, no abrió esta vez las puertas del frente sino que dejó entreabierta una pequeña puertecilla de chapa por donde debían entrar sus adeptos.
Estos fueron llegando en grupos demostrando su euforia ante la candidatura más segura que se conocía en el pueblo en toda su historia.
A medida que entraban al local del negocio cada uno saludaba y procedía a tocar con las puntas de los dedos y con reverente respeto los cuernos de Matías.
Nada se dijo en la reunión de la señora esposa del ornamentado marido, causante ella de la insólita aunque favorable situación electoral.
Por su parte Matías no se dejó ganar por la melancolía de la situación y prefirió hacer un lapsus mental dejando en blanco su mente para no sentirse desgraciado ante una posible visión de su señora esposa en brazos de otro hombre.
Como se dice en los estudios de la filosofía de los estoicos, si algo no tiene arreglo no es motivo de preocupación,  para el comerciante su situación no tenía remedio ya que un engaño conocido no es pasible de ser borrado o ignorado.
Lo primero que se decidió fue la confección de abundante número de carteles con la fotografía de un Matías sonriente en el centro de un paisaje invernal, con renos al fondo y mucha nieve, y sobre todo con los cuernos que resaltaban dorados a la luz de la luna.
El trabajo de diseño de campaña electoral llevó todo el día, con la ayuda valiosa de sociólogos, antropólogos, abogados, publicistas, lingüistas, incluso de un veterinario por las dudas surgiera algún problema relacionado con los cuernos tan apropiados para la ocasión.
Esa noche quedó concretado el plan electoral que, si tenía el éxito esperado, llevaría a Matías al sillón de gobierno del municipio en el corto lapso de cinco meses.
Terminada la reunión el candidato a gobernante se dirigió a su dormitorio para descansar de las emociones del día, preparó la hamaca paraguaya donde descansaba más o menos cómodo y se durmió de inmediato.
A la mañana siguiente Matías despertó medio adormilado y sin despertar del todo se dirigió al baño, se ubicó frente al lavabo y se miró en el espejo.
El grito aterrorizado del comerciante se escuchó hasta en el local de la pescadería ubicado a más de treinta metros de la casa. Contempló con espanto que  su cabeza ya no lucía la hermosa cornamenta que tantos buenos negocios políticos le auguraba. Una cabeza pálida y normal se reflejaba en el espejo, sin rastros de apéndice alguno.
Un sonido conocido en la parte inferior de la casa, una puerta que se abría sin esfuerzo, una llave que giraba le indicó que su señora esposa había retornado al hogar, seguramente arrepentida de su loca aventura sentimental.
Matías contemplo su cabeza normal y calva, pensó en los días por venir, la imposibilidad de competir sin cuernos visibles en la campaña electoral, el tedioso abrir y cerrar diario del negocio, las burlas y el escarnio público, las miradas de pena de los vecinos cuando paseara por el barrio del brazo de la infiel.
Tomó su revolver que guardaba en la parte superior del ropero, revisó la carga de seis balas en el tambor, se sentó en la hamaca y apuntando a la puerta de entrada, esperó.

Totoi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:30:57 pm
LA CANCIÓN DE MARÍA
                                           

   -Hola, españolito, ¿me invitas a una copa?
El alcohol empezaba a enturbiar mi mente. Miré extrañado el rostro arrugado de la mujer en el que todavía se observaran las huellas de la pasada belleza que el tiempo y el dolor hubieran acabado por llevarse a alguna parte. Llevaba un llamativo vestido de color rojo con un ancho escote que dejaba los hombros al descubierto, demasiado atrevido para su edad. Su pelo era de un negro artificial alisado que caía abundante y en desorden sobre la espalda. Y sus ojos transmitían la angustia, o la desesperación, de la mujer que hubiera sobrevivido a alguna trágica catástrofe de la que no se hubiese recuperado todavía.
-¿Me invitas a una copa? –volvió a preguntar al ver que no obtenía respuesta.
Le hice una leve señal de aceptación con la cabeza y un gesto de invitación para que se sentara. Tenía un aire misterioso. Y desde que apareciera en escena, tuve la seguridad de que ocultaba una vida turbulenta tras la que se hallaba alguna historia merecedora de llevarla al papel.
-Me llamo María –dijo.
-Ah, María, ¿Sabes que mi madre también se llamaba María?
-Sí, claro –contestó-. María es un nombre muy común.
Esbocé una tímida sonrisa y llamé al camarero para que nos sirviera dos copas. Las luces del local le daban de lleno en el rostro produciendo un extraño efecto que me hizo concederle menos edad de la que en realidad tenía. Comenzaba a intrigarme la mujer y deseaba escucharla. Así que la invité a que hablara.
-Todas las noches canto en esta taberna. Tengo que cantar aunque la pena me corroa por dentro. Canto para la gente del lugar y para forasteros como usted ansiosos por conocer historias nuevas. Pero no haga caso de las leyendas. La mayoría son invenciones o exageraciones para atraer a los clientes. En realidad, no hay leyendas. Es el destino. Y contra el destino nada se puede hacer. Nacemos marcados y así seguimos por el resto de nuestros días. El destino, no lo podemos cambiar. El destino me robó lo que más quería y me condenó a cantar de antro en antro. ¿Comprendes por qué vivo una vida que no es mía?
Dibujé en mi rostro un signo de comprensión, y como no esperara respuesta a la pregunta, continuó como si hablase sola:
-Ah, la vida. La vida te enseña tantas cosas, y te da golpes tan duros, que acabas por no creer en ella. ¿Entiendes ahora lo que es la vida?
Asentí con un leve movimiento de cabeza. Su mirada parecía perdida por el precipicio insondable de sus desdichas, o más allá, incluso, de las sutilezas que el destino le deparara. Volvió su mirada hacia mí, y reinició el monólogo: 
-Te voy a contar mi historia, aunque no siempre la cuento a cambio de una invitada. Te la cuento porque eres español y andaluz como él –dijo dirigiéndose en un tono amable y fraternal.
Tomó la copa y bebió un largo trago, como si quisiera transmitirse el acoplo necesario para penetrar en su ineludible destino o conservar la tranquilidad suficiente para entrar en el relato.
-Mi padre era pescador. Vivíamos en una casita junto al mar. Frente a nuestra casa había una pequeña bahía donde los pescadores amarraban las barcas. Parece que todavía escuche el sonido del agua al deslizarse entre las barcas y el golpear de las olas al romperse contra los acantilados. El silencio de las noches y el susurro de las olas se impregnaron en mi mente y en mi corazón y me dejaron marcada para siempre. Por las noches, caminaba por la bahía bajo la luna llena y me bañaba desnuda en el mar.
Me mostré sorprendido, y al ver mi rostro de extrañeza agregó:
-¿Nunca te has bañado una noche de luna llena desnudo en el mar?
Permanecí en silencio unos segundos. No entendí por qué me hacía esa pregunta, pero resultaba absurdo tratar de entenderlo.
-No, nunca –acerté a reaccionar.
-Me levantaba a media noche y salía a la bahía. A veces, dudaba si seguía durmiendo y era un sueño, o era real aquella sensación de caminar descalza por la arena. No sabía si estaba soñando con los ojos abiertos o despierta con los ojos cerrados. Me sumergía en el agua y sentía su abrazo en mi piel desnuda, como si no hubiera despertado aún y me sumergiera en el agua como en el fondo de un precioso sueño. A veces, es indistinto tener los ojos abiertos o cerrados para soñar.
Se llevó el vaso a la boca para beber otro trago. Me pareció observar que algo en su rostro y en su estado de ánimo cambiaba. Quizá sólo era el reflejo de las luces rojas en el contorno de su cara al desplazarse y cambiar de lado. Pero había algo distinto en su expresión conforme avanzaba en el relato.     
-Una de esas noches, el destino me trajo a la bahía lo que más quise en la vida. Después, se lo llevó igual que vino. Es extraño que el destino se muestre tan dispar a veces. Pero ya te dije antes: es el estigma que llevamos desde el mismo momento de nacer y no podemos hacer nada por cambiarlo. Lo encontré sentado en la bahía, al borde del mar, con los pies desnudos chapoteando en el agua. Tenía el torso al descubierto y sólo vestía un ligero bañador. La luz de la luna daba de lleno en su cabello y en su rostro y trazaba un reflejo que actuó en mí como un hechizo, pues creí que fuera un ángel caído del cielo, o algo así. O quizá, pensé, lo había arrastrado el destino envuelto entre las olas desde algún lejano lugar. Más tarde, supe que llegó en uno de esos barcos que se dedicaban al contrabando. Pero eso fue después, cuando era demasiado tarde y saberlo no servía ya de nada. El hombre me observaba mientras caminaba por el agua hacia la orilla. Me detuve a unos metros, frente a él. Seguía mirándome. A veces me pregunto por dónde entra el amor dentro de nosotros si carecemos de puertas y ventanas. Es algo que no tiene explicación. Yo, al menos, no se la encuentro. Nuestro amor, creo, penetró a través de los ojos. Nos miramos y nos tomamos de las manos. Entonces, observé en él un brillo, un no sé qué, algo que me cautivó y entró dentro de mí para poseerme sin remisión. Me dijo que cuando momentos antes me vio jugando entre las olas sintió algo que no pudo entender que lo arrastró hasta allí y lo obligó a sentarse al borde del agua y esperar a que saliera. Y que cuando nadaba hacia la orilla, creyó fuera una sirena que surgiera del océano y avanzara a su encuentro para ofrecerle mi amor. Yo quise hablar, pero él me puso entonces su dedo en la boca para que guardara silencio, y quedé callada, mirándolo como alelada con los labios entreabiertos, y fue como una invitación para que me tomara. Volvimos a vernos a la noche siguiente. Y a la otra, y a la otra... Conversábamos. Me hablaba de cosas maravillosas que nunca había escuchado. Me contaba las aventuras vividas a lo largo de sus años por el mar. Y cada noche, hacíamos el amor al borde del agua, a la luz de la luna. Después de tantos años, he conocido a muchos hombres a lo largo de mi vida, pero nunca encontré otro como él.
Apuró de un trago la tercera copa y pidió otra. Apoyó sus codos en la mesa, entrecruzó los dedos a la altura de la barbilla. La miré a los ojos y comprobé que estaba a punto de llorar.
-Yo lo esperaba cada noche en la bahía. Pero había noches que no acudía a la cita. Nunca me dijo por qué. Sabía que escondía un secreto. ¿Quién eres? ¿Qué haces? ¿A qué te dedicas?, le preguntaba. Pero él ponía su dedo en mis labios para que guardara silencio. Luego, me besaba y me amaba sobre la arena, junto al acantilado donde rompen las olas, como dice la canción. ¿Por qué no huimos juntos?, le propuse tratando de rescatarlo del enredo en el que sospechaba andaba metido. Entonces me dijo que nos marcharíamos muy pronto, quizá antes de lo que suponía. Me prometió llevarme con él, los dos solos, siempre juntos... Pero había que esperar. Sucedió una noche con la luna llena en el cenit y el cielo repleto de estrellas. La luz de la luna proyectaba el reflejo del cielo sobre el espejo del agua. Era una de esas noches que no sabía si soñaba despierta o caminaba dormida por la arena. Parecía como si flotase dentro de un sueño. No quería pensar en nada. Por la hora que era, sabía ya que no vendría. Sin embargo, parecía una noche como cualquier otra y nada extraño presentí. La noche estaba silenciosa y clara. Y en el silencio escuchaba el jadear de las olas y el balanceo de las barcas sobre la orilla.
Su voz se hacía cada más angustiada y tuve que acercarme para poder escucharla. Creí que se iba a echar a llorar de un momento a otro. Se llevó la copa a la boca y noté que las manos le temblaban.
-En ese momento, fue cuando vi el reflejo de un foco en alta mar y escuché los disparos. –Sus últimas palabras sonaron ya como un leve susurro-. Entonces, supe lo del contrabando.
Temblaba y tenía lágrimas en los ojos. La tomé de la mano y le acaricié la cara. Me miró y sentí que apretaba mi mano. Poco después, parecía que hubiera recobrado el aplomo.
-Esta noche, si no me tiembla la voz y el alcohol no me traiciona, cantaré la canción que marcó mi destino. Te la dedico a ti, porque eres español y andaluz como él. Luego, puedes contar que tomaste unas copas con la misteriosa mujer de la leyenda y que escuchaste la copla de su propia voz: la canción que cuenta el amor entre un marinero muerto a tiros y María, la misteriosa mujer portuguesa que canta sus penas de taberna en taberna desde entonces.

Luis
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:32:35 pm
GLORIA SOBRE MONTEFRÍO


   El viento, con la furia de un huracán, azotaba a nuestros hombres en la noche, levantando la arena de la tierra y desbaratando las tiendas que habían sido situadas a una conveniente distancia del castillo de Montefrío. Ante tal situación, corrí a guarecerme dentro de una de ellas, observando cómo mi tío hablaba en el interior con uno de sus mejores hombres sobre la planificación del asedio. Al verme, despidió a su compañero con un gesto adusto y me hizo una señal para que me acercase.
   - Chico, ¿cómo te encuentras? Hace un viento del demonio ahí fuera, ¿verdad? - mientras decía esto, recordé lo reconfortante que era sentir su mano protectora cuando la puso sobre mi hombro.
   - Tío, ¿cuándo acabaremos este asedio? Entre los hombres, se comenta que se está alargando más de lo previsto - mi tío asintió con la cabeza y respondió.
   - Este castillo está muy bien protegido. Además, dispone de suficientes recursos para sostener un ataque como el nuestro durante bastante tiempo - en ese momento, ojeó unos papeles que tenía sobre su mesa, sonrió ligeramente y sacó uno del montón - Sin embargo, algo va a cambiar.
   - ¿A qué te refieres, tío? - pregunté extrañado al tiempo que me extendía aquel documento escrito en extraños caracteres.
   - Es muy sencillo. En este papel queda claro: no pueden más. Mi espía me ha informado de que la rendición está casi a punto de caer en nuestras cansadas y agrietadas manos, lo que es una gran noticia.  La tala de los alrededores de Montefrío y nuestro asfixiante asedio está acabando con la dura resistencia de este enclave.
   En ese momento, la alegría se dibujó en mi rostro. Llevábamos mucho tiempo en aquel maldito asedio, lejos de familia y seres queridos, combatiendo, agobiando al enemigo con nuestras tácticas de desgaste pero sin obtener resultado. Sin duda, la noticia no podía ser mejor. No obstante, mi tío hizo un gesto de negación delante de mi cara con su mano izquierda.
   - Nada de júbilo, muchacho. Las tropas no deben saber nada de esto. Como sobrino mío que eres, y por petición de tu ya fallecido padre, debo cuidarte y enseñarte cosas como ésta. La exaltación, la pasión de un momento, puede hacernos perder el control y tornar nuestro posible éxito en fracaso, tanto en el campo de batalla como en la vida. No lo olvides: no sabes nada sobre nada, ¿ de acuerdo?
   - Por supuesto.
   - Mañana por la mañana atacaremos de nuevo y , si Dios quiere, tomaremos este lugar estratégico en nombre de los Reyes Católicos. ¿Lucharás al lado de tu tío, chico?
   Entonces, sacando mi espada de la vaina y sosteniéndola con la mano derecha, asentí sin ninguna sombra de duda en mi rostro. "Ahora y siempre, tío" fue mi respuesta.
   A la mañana siguiente, todas las tropas cristianas se abalanzaron sobre el castillo situado en el escarpado cerro. Ya fuese porque la información de la cercana rendición había llegado a oídos de las tropas de alguna manera o por el deseo ardiente de poner fin a aquel agotador asedio, ni las rocas ni el calor asfixiante de junio pudo con los valientes guerreros que me acompañaban en el ataque.
   Armaduras, espadas, lanzas y escudos chocaron en aquella mañana, tiñéndose de sangre y despertando el miedo en los ojos del enemigo. A lo lejos, en el ardor de la batalla, pude contemplar a mi tío luchando con la fiereza de un oso, dando tajos aquí y allá mientras paraba los golpes enemigos con su viejo pero firme escudo. Tal visión me animó a seguir luchando en el momento en que tres soldados nazaríes caían sobre mí, logrando deshacerme de uno de ellos con una patada, parando el golpe del segundo y asestando un golpe mortal al tercero de ellos. Con rápidos movimientos, cargué contra el segundo y acabé con su vida, haciendo que el tercero huyese despavorido. Mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción, caí en la cuenta de que me habían dado un buen corte en el brazo, así que aproveché la llegada de otros compañeros de armas para echarme a un lado y revisar la herida.
   Cuando volví a incorporarme a la lucha, se oyeron clamores y vítores de victoria. La rendición ya era una realidad. Los asediados, dignos rivales, habían decidido entregar su ciudad a las manos de los cristianos. Aún así, contemplé caras de dolor y pena en muchos de los nuestros debido a la pérdida de otros muchos en el largo asedio,  heridas difíciles de curar o el dolor de tanta muerte y desolación. De no ser por la llegada de mi tío, habría seguido más rato sumido en aquellos pensamientos.
   - ¡Chico¡ ¡Lo logramos¡ ¡Montefrío ya es nuestro¡ - su fuerte abrazo me reconfortó como ninguna bebida hubiese podido hacerlo. Por si no hubiese sido así, sus fuertes palmadas en la espalda se aseguraron de que no siguiese pensativo y melancólico. Algunos hombres se unieron a nosotros dando voces, blasfemando en algunos casos y riendo  a carcajadas en la mayoría, contagiándome y haciéndome partícipe a mi también de la celebración.

   Con el paso de los días, se designó un alcaide por parte del rey Fernando el Católico, quien ya procedía a marchar a Santiago de Compostela para rezar y pedir junto a Isabel por la conquista final y absoluta del reino de Granada. No fue esto lo que me sorprendió, sino que el elegido para ser alcaide fuese mi propio tío, del que no he revelado su nombre y que se llamaba don Pedro Afán de Ribera, hombre valiente como ninguno que haya conocido y que me insistió en que le acompañase en su nuevo cargo en aquel caluroso pero glorioso mes de junio de 1486.

Zeddicus
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:38:01 pm
EMPATÍA LITERARIA


Hay que ver lo difícil —¡lo tremendo!— que resulta eso de pretender una escritura pura y extremadamente fiel a la historia narrada, al carácter de los personajes, que siempre vienen con piel. Hay que ver cuán dichoso sería uno, por momentos, siendo cualquier otra cosa —carpintero, zapato, retrato con polvo o caballo— excepto escritor purista y extremadamente fiel a la historia narrada, al carácter de los personajes, que siempre vienen con piel. No está bien quejarse, lo sé, uno podría incluso eludir todos esos temas escabrosos —un protagonista en primera persona que ensaya crueles pruebas en niños—, hacer la vista gorda a la propia conciencia y hacerse el distraído para dedicar el tiempo, el teclado y las hojas a los argumentos más bien familiares. Por ejemplo: un escritor que escribe. Ponerse en la piel de un escritor que escribe, inventarle un conflicto débil y tonto, por ejemplo: que el escritor se ha quedado sin hojas. Pero eso no estaría bien y, más tarde, uno pagaría esa suerte de comodidad narrativa con un persistente ardor moral a la altura del alma o de lo que demonios pese esos veintiún gramos de los que tanto se ha hablado en simposios teosóficos. Hay que ver lo difícil que es ser tan puntillosamente meticuloso en todo, sin equiparar el peligro de esta profesión narrativa a la del limpiador de piscinas de tiburones, terrorista, probador de paracaídas, desactivador de bombas o corresponsal de guerra. Hay que ver. Hay que ver lo que es sentir el cimbronazo de una historia durante un día cualquiera, motivado por aquel borracho de barrio que te llora siempre el mismo despecho fatal, como si tú pudieras hacer algo para recuperarle a una tal Isabel que —ni siquiera él lo sabe— quizás ya esté casada o muerta o en otro país o, incluso, transformada en un tal Jorge después de varias operaciones y burocracias ante el registro civil. Hay que ver lo que es irse de ahí, con todo el aliento del borracho sobre la cara, con todo el dolor del borracho pellizcándote la piel y arañándote los codos y llegar a tu casa, beber agua helada de la botella, descalzarte, abrir la tapa de la portátil, mirar la página en blanco, sentir nuevamente los pellizcos del borracho y cerrar la tapa de la portátil con sentida bronca y preguntas. Hay que ver lo que es ser o estar así, dolido de repente hasta el esternón por añorar a una mujer de quién sabe quién, asumiendo esa historia como la más propia. Llegar al bar, tan afligido, contando las monedas, ordenar un trago, y otro, y otro, y otro, desinhibirse, así, para ir interceptando hombros sobre los que llorar a moco tendido por una tal (y es ahí cuando no puedes dudar, porque sabrán que estás buscando un drama) Jimena Sánchez, la mujer que te dejó ya no recuerdas hace cuanto tiempo, la mujer que acabó con tu alegría, con tu vida. Hay que ver lo que es llorar con las lágrimas de un borracho de verdad para comprenderlo, hay que ver lo que es recibir el consuelo de alguien y que ese alguien te mire con lástima y te insista todo el tiempo: «Hombre, vamos, ya es hora, váyase a su casa que aquí no remediará nada». Hay que ver lo que es dar las gracias que no son propias, lo que es emprender —por un buen rato y en el engaño del alcohol— el regreso a una casa muy distinta a la de verdad, hay que ver lo que es cruzarse con el auténtico borracho dormido, echo una estrella sobre la vereda, hay que ver lo que es verlo a él y verse a uno mismo, relatando asuntos que no le pertenecen, hay que ver lo que es escribir en la piel de un borracho lastimoso como salvación para no escribir sobre uno mismo.

HOMO NARRANS
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:41:24 pm
MIRANDO AL FRENTE


La enfermedad de Alzheimer es la causa de demencia más frecuente en la población anciana y representa entre un cincuenta y un ochenta por ciento del total de las demencias. Su forma de presentación se caracteriza por la aparición de trastornos mentales como pueden ser ideas de persecución, desorientación temporal y espacial, alteraciones de la memoria (incluyendo, en su caso, su propia falta), problemas de comprensión del lenguaje y conversación inconexa. Suele aparecer una vez cumplidos los cincuenta años y es frecuente que se acompañe de síntomas cerebrales que provoquen alteraciones en los reflejos o descoordinación de movimientos.

Seriedad entre los profesionales, uniformados y rígidos. Rostros de inquietud por lo que pueda pasar, por cómo pueda yo reaccionar y por las consecuencias de todo ello.
Inquietud.
No me hizo gracia aquella puesta en escena: nada bueno me esperaba, de eso estaba seguro. Tan cuidada escenografía no suele ser gratuita. Habrá que prepararse, por tanto, para lo peor, aunque no sé qué será exactamente lo peor. Con razón he oído decir que la Medicina es el arte de acompañar con palabras griegas al sepulcro. Seriedad y solemnidad no falta a estos greco-parlantes.
- Le vamos a comunicar los resultados. Esperamos, señor, que esté tranquilo, pues no han sido todo lo favorables que deseábamos, y confiamos en su fuerza de voluntad para afrontar el diagnóstico. Es inconfundible, todos hemos llegado a la misma conclusión: goza usted, a su edad, de un razonable estado de salud, pero debemos anunciarle que... sufre usted la enfermedad de Alzheimer. Y debe adaptarse a su nueva situación.
Así fue. Ni siquiera hizo falta que se expresaran en griego. Estaba claro.
Así empezó todo para mí.

Aunque la enfermedad se caracteriza por un progresivo deterioro de las funciones intelectuales, la evolución del cuadro es bastante variable. Existen casos en los que se produce una evolución bastante rápida (menos de un año), mientras que en otros el citado deterioro de las funciones intelectuales se prolonga más de quince años. Teniendo en cuenta ese abanico tan extenso de posibilidades, se pueden establecer tres estadios evolutivos: leve, moderado y severo.

Alzheimer, terrible palabra. Ciertamente no es mortal de modo inmediato, pero sus efectos degenerativos son evidentes y muy ostensibles.
Era lógica mi preocupación, pues yo tenía que seguir adelante con bastantes compromisos profesionales. Demasiadas cuestiones como para darlas de lado ahora. Muchas personas dependen de mí.
Debía informarme y formarme por mi cuenta. Mi enciclopedia médica me sirvió para ello, en la intimidad. También Internet. Esto no podía quedar así.
Lo primero que me recomendaron los sabios griegos fue dejar el trabajo. No es posible, no puedo dejar mi trabajo: no sería profesional dejar en la estacada a tantas personas. Además, cuando un trabajo es vocacional, darle de lado sería como abandonar la vida que uno desea para sí. No es posible, por tanto. Así lo argumenté, aunque el equipo médico no estaba conforme y los sabios se dedicaban, entre ellos, miradas griegas y doctas. ¿Dejaría usted de coleccionar sellos o cromos de los equipos de fútbol por ser enfermo de Alzheimer? Sigo siendo persona, doctor, déjeme seguir con mi vocación.

El estadio leve dura, aproximadamente, entre dos y cuatro años, y en esta fase están conservados tanto el lenguaje como las habilidades motoras y la percepción. El paciente es capaz de mantener una conversación, comprende bien y utiliza adecuadamente los aspectos sociales de la comunicación tales como la entonación, los gestos, etc. Sin embargo, pueden observarse alteraciones en la memoria (a veces con discreta pérdida de la misma), dificultad para aprender cosas nuevas, desorientación espacial y cambios de humor.

No es posible abandonar mi puesto, no puedo. Al menos por ahora. Lo mire por donde lo mire, todavía soy necesario aquí. Además, confío en la fuerza que Dios me dará para seguir adelante. Pienso ser un ejemplo para todos los que, a partir de ahora, traten conmigo: comprobarán que un enfermo de Alzheimer no es un trasto viejo que puede ser abandonado en las esquinas de la vida para que no moleste. No. Un enfermo de Alzheimer es una persona. Un enfermo de Alzheimer es un profesional que puede seguir cumpliendo su labor, aunque debe ser consciente de su concreto estado, y de que en un determinado momento puede verse obligado a dar de lado a todo. Pero no me va a faltar fuerza de voluntad. Mientras pueda, seguiré adelante con todo.

El estadio moderado dura, aproximadamente, entre dos y diez años, y aquí se producen alteraciones más importantes de la función cerebral, apareciendo ya síntomas llamativos, tales como afasia (dificultad en el lenguaje), apraxia (dificultad para realizar funciones aprendidas), agnosia (pérdida de la capacidad de reconocimiento), descuido en la higiene personal, debilidad muscular, posibles alucinaciones y progresiva dependencia del cuidador.

He tenido a todos los griegos de bata blanca en contra, como era de esperar. No quieren que siga: pretenden que deje paso a alguien “sano”. Sus libros griegos concluyen que no debo seguir.
- ¿”Sano”? –contesté-. No soy ningún escombro humano, por favor. Tengo una labor que cumplir y voy a cumplirla. Y voy a hacerlo porque todavía estoy en condiciones de cumplirla. Cuando yo me sienta incapaz de estar a la altura que exigen las circunstancias en lo profesional, cederé el puesto. Pero mientras tanto, tengo deberes por terminar. Por favor, señores, déjenme terminarlos. Alzheimer no es igual a muerte civil o biológica.

En el estadio severo los síntomas cerebrales se agravan, acentuándose la rigidez muscular y pudiendo aparecer temblores e, incluso, crisis epilépticas. Los pacientes suelen presentar cierta pérdida de respuesta al dolor, se muestran profundamente apáticos, tienen incontinencia urinaria y fecal y terminan encamados de modo permanente, con alimentación asistida. Suelen fallecer, finalmente, por causa de neumonías, infecciones sistémicas u otras enfermedades accidentales.

Me consta que me labré una merecida fama de empecinado. Pero es lógico lo que planteo: si todavía puedo seguir con mi labor, ¿por qué no hacerlo? Es más, no es cuestión de querer seguir: es que estoy obligado a seguir, no es un capricho mío.
Es cierto que comienza a exteriorizarse la enfermedad, y ya hay quien se da cuenta. Circulan rumores por donde paso, me consta, y mis enemigos se ceban con esto. “Tenemos a un enfermo al frente de la nave”. “No puede regirse con estabilidad un buque cuando las manos rectoras tiemblan”. No. Quiero ser un ejemplo: quiero que sepan que un enfermo de Alzheimer no es una cosa. Es una persona. ¡Somos personas, por Dios bendito!
Una persona que puede que llegue un momento en el que no tenga la memoria en su sitio, de acuerdo. Pero que siente frío cuando nieva, siente calor cuando el sol nos acaricia, llora cuando está triste y ríe si se alegra por algo. Una persona que merece respeto. Aunque claro, en nuestra sociedad los débiles somos un estorbo que hay que soportar sólo si no nos queda más remedio (y tratar de evitar siempre que se pueda). Y los débiles son de muchas categorías: ancianos, enfermos, dementes, parados. Escoria, toda, que debiera llevar un cencerro al cuello, como los antiguos leprosos, para que supiéramos que se nos aproxima el “anti-ser humano”, al que hay que dar de lado porque es un problema para cualquier persona socialmente sana.
Me rebelo y me revelo. No soy un ex-ser humano. Y lo voy a demostrar.

Mi enciclopedia termina añadiendo que en la actualidad no existe un tratamiento eficaz para la enfermedad, y los esfuerzos científico-médicos van dirigidos a aplicar unas medidas generales que traten los síntomas del paciente mediante medicamentos que alivien los problemas que surjan y, por otra parte, apoyen a los convivientes. La última frase me heló, y cerré la enciclopedia: En la mayoría de los casos, la evolución de la enfermedad es muy larga y dura de soportar para el entorno.

Hay días en que me levanto mejor, y otros peor. Lo siento claramente. Pero cada vez que me siento mal, mi fe en Dios me ayuda a seguir adelante. “Tienes una misión que cumplir en la vida, y a ella debes dedicar toda tu atención”, me digo. Y si la realidad no es como yo deseo, lo siento por ella.

Pero yo he tenido una vida intensa y dura. No estoy acostumbrado a arrojar la toalla: he sobrevivido a campos de concentración y a todo tipo de persecuciones. Después de vivir lo que he vivido no creo que existan muchas situaciones que me hagan, ya, perder el control. Estoy acostumbrado a sufrir, preparado para realizar cualquier sacrificio y para soportar cualquier penuria.
Aunque compaginar mi estado y mi labor profesional será duro, lo sé. Será duro amanecer y hacer recuento de todo eso que queda por hacer hasta que anochezca, y pensar que mi estado de salud puede no ser óptimo para afrontar todo eso.

Ayer me sentía, físicamente, regular, con dolores, y se notaba a simple vista. Pero mi interlocutor, con total discreción, fingió no darse cuenta y todo se desarrolló como de costumbre. La diplomacia hace milagros. Debo hacerme a la idea de que esto irá a peor. Pero lo asumo. En todo caso, cúmplase la voluntad de Dios.
Es visible, y cada día más. Posiblemente no tarde mucho en llegar el momento en que no sea capaz de seguir adelante. En ese momento, y sólo entonces, cesaré en mis funciones. Dios quiera que todavía quede tiempo para concluir deberes que debo terminar personalmente.
 Hoy, por ejemplo, se me presenta una intensa jornada de trabajo. Me espera un día realmente agotador. De hecho, ya está la gente en la plaza, pues la oigo, así que debo aparecer ya. Hoy me duele todo el cuerpo. Que sea lo que Dios quiera.

(NOTA DE UN NARRADOR DESLUMBRADO). Sale al balcón, algo renqueante, cansado por la edad, por la vida y por todo eso que carga sobre sus espaldas. Por lo mucho que ha aprendido hasta ayer por la tarde. Rodeado de sus colaboradores más próximos, se asoma ante la multitud.
Es recibido con una gran ovación. En distintos idiomas, el público grita algo así como “¡¡Viva el Papa!!”, y él bendice a los fieles.
Comienza otra jornada en la Plaza de San Pedro.

Txikigorriaga
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:43:44 pm
Recuerdos…


Parece increíble o una historia de esas que se inventan para sorprender a alguien, pero el caso de Alexander Bont Hagith, sorprende porque todos los seres humanos de alguna manera tememos pasar por lo que paso este hombre.
Un día como muchos de los que estaban destinados a visitar el medico por sus frecuentes afecciones gastrointestinales, terminaba en un exitoso examen más que descartaba una enfermedad, sin embargo, Alexander seguía empeorando cada día más, de pronto las medicinas calmaban sus dolores y frecuentes vómitos, pero en tres días volvían con más ímpetu sobre el desgastado cuerpo de Alexander, que con solo 39 años ya parecía un hombre de 60, encorvado y cada día más delgado que le daban una apariencia lastimosa y famélica.
Poco a poco fue perdiendo el apetito sin importar todos los cuidados que su esposa quisiera darle, ya su cuerpo no aguantaba la mínima grasa u exceso de carbohidratos, ya no era el hombre que comía todo tipo de cosas  hasta parecer un carroñero.
Poco a poco fue perdiendo la alegría que todos creían conocerle, ya su hija  y su familia parecían estorbarle, dejo de hablar y de contar cuentos como solía hacerlo a sus sobrinos más pequeños, se convirtió entonces en un hombre casi ermitaño dedicado al trabajo y a su enfermedad cuando lo aquejaba demasiado.
Un día de los tantos que paso enfermo tratando de parecer normal;  En plena reunión familiar miro a todos sin hablar, como si le parecieran extraños y se despidió en el tono menos formal, diciéndole a su esposa que lo acompañaba que por favor se fueran de lugar, todos los presentes se miraron con extrañeza y murmuraron “cada día está peor”.
Al día siguiente regreso de su trabajo muy temprano y le dijo a su hija que por favor lo acompañara al hospital pues se sentía muy mal.
Ya en el lugar, la doctora empezó a preguntarle sobre su acompañante y dijo que no la conocía, la doctora le tomo el pulso, la temperatura y todo parecía normal, salió del consultorio y llamo a la mujer que lo acompañaba, entro de nuevo al lugar y mando hacer exámenes de todo tipo. Dos horas más tarde fue internado mientras se establecía que era lo que le estaba afectando.
 Su esposa llego a visitarlo y este le confeso que no conocía a la joven que lo estaba acompañado, su esposa ahogo el llanto cuando escucho la confesión,  en ese momento entro la doctora con los resultados de los exámenes, y dio la nefasta noticia, el hombre tenía un tumor en su cabeza que lo estaba acabando lentamente, la mujer se abrazó a Alexander que estaba totalmente  descompuesto y  trataron de darse valor, aunque él sentía estar abrazado a un extraña  ella lo hacía como si fuera la última vez que fuera ver a su amor.
En medio del llanto el hombre le dijo a la mujer ¿Y usted quién es?, la doctora trato de mediar en la situación y de explicarle como si fuera un niño ¡Ella es su esposa! El hombre por más que trato de recordarla, no lo logro y se echó a llorar cada vez más frustrado.
La doctora trato de explicarle a la pareja que la masa podría estar afectando la zona de memoria, pero que con un tratamiento largo podría ir recuperando sus recuerdos.
Ahora Alexander Bont Hagith, era un cuerpo desgastado lleno de enfermedades y un cascaron sin recuerdos. 
Se hicieron muchos exámenes y resonancias con el fin de encontrar una solución para Alexander, mientras tanto el hombre seguía sin recordar y  su esposa lloraba inconteniblemente al verlo en tal situación, sabiendo que no recordaba ni a su hija y mucho menos su gran amor.
La doctora llamo a la mujer y le explico el avanzado estado del tumor y la relación con la memoria, le planteo una solución que podría ser contraproducente sobre todo para ella, en la operación podría quedar alterada la zona de la memoria, es decir, Alexander podría levantarse y no recordar algunas cosas o personas, la única diferencia con el hombre que estaba ahora en una camilla, es que después de la operación, tendría otra posibilidad de vida.
La mujer lloro tímidamente y tratando de calmarse, se limpió las lágrimas de su cara,  y sin pensarlo, dio su autorización para hacer la intervención,  la doctora le pregunto si estaba segura y ella le respondió que nunca antes había estado tan segura de algo; La doctora un poco extrañada le pregunto si es que no le importaba, y la mujer tratando de ser fuerte, le dijo que prefería verlo sano y feliz a seguir con el  hombre que no conocía hace varios meses, un autómata poseído por una masa, que al final terminaría con su vida. 
La mujer se despidió de Alexander, este vez si podía ser la última vez que lo viera, lo abrazo aun sabiendo que él no sentía lo mismo que ella, pero sabía que no era su culpa, que en alguna parte habían quedado todos los recuerdos y era eso lo que ella anhelaba recuperar.
Durante la cirugía Alexander tuvo un paro cardiaco del que salió ileso, cuando termino el procedimiento Alexander pregunto por la mujer que lo acompañaba antes de entrar a cirugía aun sin recordar que era su mujer; El cirujano le entrego una carta y la empezó a leer:
Querido Alexander por si el procedimiento no sale como esperaba, me retiro de la arena, prefiriendo no estar para ver tu cara de desconcierto al ver esta mujer que paso los últimos 30 años a tu lado, acompañándote hasta en las peticiones más oscuras, sabrás de sobra aunque no lo sientas que te amé y me amaste y que fruto de ello tenemos una hermosa hija que estará pendiente de ti, yo también lo hare de lejos con la esperanza de que te enamores de mi aun sin recordarme. Si todo sale como espero, estaré en casa esperándote con una deliciosa cena, sino es así estaré tratando de olvidarte sin un tumor en la cabeza.
Alexander termino de leer la carta y derramo un par de lágrimas, vio como los labios del cirujano que estaba a su lado se movían en señal de que le estaba diciendo algo, pero Alexander no oía, el cirujano seguía hablando pero Alexander se veía aturdido, ¡No oigo! le dijo al cirujano, este lo vio con preocupación.
Alexander entro en una crisis depresiva pos traumática, no quiso hablar, parecía un ente, la cirugía físicamente parecía ser un éxito pero Alexander no respondía a ningún estímulo, el cirujano le paso un par de hojas y un esfero para que se comunicara, pero pasaron varios días sin que Alexander siquiera los mirara, una noche tomo fuerzas para escribir: “Como quiere que escriba, sino escucho, como quiere que escuche si ella se ha ido”
Al día siguiente su hija encontró la nota,  suspiro de tranquilidad y le dijo a Alexander que  ahora su madre tendría una razón para regresar, Alexander esbozo una sonrisa al oírla nombrar, parecía que era lo único que necesitaba escuchar.

Gessel
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:45:09 pm
EL JOVEN Y EL ANCIANO
                                                 
                                       
Érase un joven al cual los ancianos irritaban mucho.
Cierto día, tras pasar horas intentando cazar una buena presa y harto de tantearla sin conseguirlo, se sentó sobre una piedra, a la orilla del camino, para recobrar las fuerzas perdidas en tan baldío intento.
   De improviso, un anciano, que por allí pasaba, le saludó, preguntándole:
-   Buenos días, hijo mío, te siento cansado. ¿Cómo puedo ayudarte?
El joven le respondió en tono airado:
- No se ofenda, señor; mas no creo que pueda ayudarme a cobrar una sola pieza de caza.
Dicho esto, se levantó para, adusto, continuar su andadura.
Pasado un tiempo, el joven se encontró frente a una encrucijada. Optó por sentarse en una piedra, a la orilla del camino, y meditar.
   Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no vio acercase al anciano. Éste le repitió la pregunta que ya le hiciera anteriormente:
-   Hijo mío, te veo compungido. ¿Cómo puedo ayudarte?
El joven, sin poder contener su enojo, contestó:
- No se ofenda, señor; pero su mente no estará lúcida, ni despejada. Por consiguiente, no creo que pueda ayudarme a tomar una decisión correcta.
Dicho esto, contrariado, se levantó de su asiento para seguir su andadura.
Corriendo el tiempo, el joven que, habiéndose dejado llevar por sus irreflexivos impulsos, malgastó el dinero que su padre le había dejado en herencia, una tarde de otoño, apesadumbrado y arrepentido, se sentó en una piedra, a la orilla del camino.
El mismo anciano, conmovido ante el sufrimiento del muchacho, le dijo:
- Hijo mío, te siento muy afligido. ¿Cómo puedo ayudarte?
   - No se ofenda, señor; mas, dada su avanzada edad, no creo sea la persona idónea para darme el consejo que resuelva mis problemas.
   El anciano, sin molestarse por las zahirientes palabras, manifestó:
-   Es verdad que soy viejo, pero no incapaz de prestarte ayuda.
El joven continuó expresando su opinión:
- ¿Es que no se da cuenta que es demasiado mayor para que pueda servir de algo? Estoy cansado de que siempre crea tener solución a mis cuitas.
El anciano miró con dulzura al muchacho, y dijo:
- Hijo mío, creo que no te escuchas cuando hablas; de lo contrario, serías más atento y ecuánime. En efecto, mis reflejos han mermado y mi vista perdió agudeza visual; en consecuencia, mis movimientos son más torpes. Mas no por eso soy ser inservible. Con el paso de los años, he aprendido a obrar con reflexivo, a mirar con los ojos del corazón, habiendo llegado a adquirir esa experiencia que solo la vida intensa confiere. Estas facultades son las que poseo, las cuales pongo a tu disposición, aunque tu desmedida arrogancia las desprecie. Recuerda que, algún día, si consigues alcanzar una longeva existencia, tú también te harás viejo y, al igual que yo, desearás compartir tan rico tesoro con el prójimo.
El joven, avergonzado, comprendió que solo una persona necia despreciaría la sabiduría que el buen hombre le ofrecía desinteresadamente.

Cenicienta
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:47:06 pm
El duende de mi madre


   Según me contó mi madre, que había nacido en 1910, en su época de niña todas las casas tenían un duende y esos duendes fueron los fugitivos de las guerra de los duendes, desertores o vencidos, que buscaron refugio, encerrándose en las casas para no salir nunca. Primero estuvieron aletargados, muy inactivos para  que los buscadores de duendes (humanos o congéneres) no los encontrasen, pero luego de algunos años comenzaron con sus fechorías en el radio de acción de las casas, los galpones, los corrales y el cerco aledaño de maíz o de caña de azúcar.
   Mi madre tenía una particularidad que tal vez haya sido heredada de sus ancestros, ella presentía la muerte. Casi siempre era de alguien cercano porque lo veía aparecer a deshora de la noche hablándole y despidiéndose. Ese contacto sobrenatural la hacía propensa a muchas supersticiones, pero a pesar de esto, era muy religiosa y de vez en cuando asistía a los oficios en la iglesia del pueblo pero no siempre.
   Medio en broma, medio en serio, ella decía que tenía un duende, y aclaraba seguidamente que cuando se levantaba ya tenía su fuego de leña hecho y la pava humeante para desayunar y poder empezar el día. Pero habíamos tomado esto como una frase hecha, que ella utilizaba, para respaldar su capacidad de hacer y hacer, de andar y andar, todo el santo día. Ella tenía la costumbre de hablar sola, eso creímos durante mucho tiempo pero en realidad ella hablaba con su duende. ¿Cuándo nos enteramos? Cuándo oímos la voz que salía de un rincón, de un cesto de mazorcas de maíz esperando para ser desgranadas a mano. No pudimos verlo pero lo oímos. A partir de ese momento supimos que nuestra madre no hablaba sola que tenía un interlocutor en todos sus quehaceres, que era verdad que ella tenía un duende. Pero el duende nos descubrió tratando de escuchar y nunca más lo oímos, sabíamos que se callaba cada vez que llegábamos, que se daba cuenta cuando llevábamos horas escondidos, que nuestra madre cambiaba de conversación cuando aparecíamos y seguía hablándonos a nosotros, como si los interlocutores habíamos sido nosotros desde hacía un rato largo.
Mi madre siguió presintiendo cosas y su presentimiento era más amplio pudiendo decir además del nombre, el día, la hora y el motivo de aquel anuncio de muerte que llegaba interrumpiendo la apacible lentitud del pueblo. Después pasó de presentir muertes a adivinar cosas. Lo que nunca pudimos averiguar es aquello de dónde le provenía ese don o simplemente se lo soplaba el duende.
Creo que ella no se hubiese atrevido a confesar que su conocimiento del futuro le venía de un duende. El duende de mi madre andaba por toda la casa haciendo de las suyas, un poco nos habíamos acostumbrado a tenerlo y a sus picardías,  a veces subidas de tono. Mi madre lo veía y conversaba siempre con él, éste le hacía ciertas tareas y por eso estaba siempre contenta porque gran parte de sus quehaceres eran realizados mágicamente y a la perfección, excepto cocinar. Porque mi madre no dejaba que nadie tocara las cosas de su cocina, ni siquiera el mismo duende.
Mucho tiempo después que ocurrieran estas cosas, me dijeron por ahí que el padre de mi madre, es decir mi abuelo, cortó el árbol del duende del monte para hacer la cuna de mi madre. Dejó secar el tronco, cortó las tablas e hizo la cuna, el duende había vagado por todas partes hasta que estuvo hecha, entonces se estableció debajo de la cuna y es desde entonces el duende de mi madre. Nadie sabe porqué mi madre tenía un duende propio, pero su vida fue siempre feliz, tenía un interlocutor valido para sus largas charlas y comentarios, además seguro que el duende le daba ciertas soluciones a sus planteos entre los cuales se encontraba el vaticinio de cosas que de por si ya era algo de no creer, algo maravilloso. Muchas de esas cosas raras de mi madre eran difíciles de convencerse que las pudiese haber hecho por si sola. Mi madre había dejado de presentir las muertes queridas, de sus parientes y amigos y vecinos, para predecir la muerte de personas poco conocidas o accidentes que seguro iban a ocurrir. Hubo un tiempo en que se hizo muy famosa porque según decía mi tía Catalina, que mi madre fue la responsable de muchos matrimonios porque auguraba hijos, trabajo, y aquellos que no le hicieron caso cayeron en la crueldad del vaticinio como fue el caso de Efraín Jiménez y la Herminia Frías.

-       Tendrán un hijo rubio, muy bueno, hermoso, pero que les hará doler     
               el alma – les dijo –
-   Pero doña…
-   No, no hay forma de cambiar el destino, es imposible, yo solamente veo las cosas, no soy responsable de ellas, por favor, tienen que creer que es así – y les respondía eso, sin agregar más que les diese algo de esperanza-
-   Qué se habrá creído esa vieja, pensará que no nos juntaremos por eso – y se fueron mascullando su ira por el camino de tierra-

Así ocurría siempre. Y todo el mundo sabe en el pueblo lo que pasó con ellos, se casaron, tuvieron el hijo, creció, era hermoso, pero cuando tuvo la edad de hablar, no habló ni escuchó. Miraba el infinito del cielo, perdido en su grave inconsciencia. Y así fue, esos padres se hundieron en el dolor sin límites de no poder hacer nada, y no tuvieron más hijos, ella se fue para siempre abandonando al padre y al hijo. El se perdió en los montes para no regresar nunca, nadie volvió a verlos, dicen que allí están viviendo como pueden. Desde ese caso todo el mundo que llegaba le hacía caso al extremo y no se casaban si había alguna advertencia. Pero acudían a ella muy pocos porque le tenían miedo. 
Cuando mi madre amasaba pan, éste leudaba más rápido y podía amasar varias veces y en mucha cantidad. El horno ardía temprano y cuando intentábamos llegar para ayudarle ya estaba sacando la primera horneada. Era evidente que recibía ayuda de su duende. Mi madre nunca tuvo quién le ayudase en sus tareas, hacía sola los diversos menesteres de una casa de campo. Aparentemente al duende le gustaba más colaborar en la preparación de los dulces, tarea ésta que era muy lenta y en sus manos se hacían muy rápidamente tales como pelar duraznos o membrillos o cuidar las mermeladas de higos y naranjas. Todo el día, mi madre hacía cosas, durante las cuales conversaba y conversaba con su duende tutelar. Nos dimos cuenta que había muchas cosas que el duende las hacía solo, tales como barrer el patio, quemar la basura, y moler maíz en el mortero. Al amanecer estando aún oscuro se escuchaba el ruido de escobas y baldes, tanto en el patio como en el corral de ordeñe, tanto en la cocina como en la galería del frente. Cuando la claridad entraba ella ya estaba sentada en la galería del sur, los pájaros de las jaulas ya tenían agua fresca,  las gallinas estaban comiendo y los cerdos estaban sueltos para buscar parte de su alimento.
 A la media mañana era normal que la visitasen las personas que habían perdido algo, ella les decía como podían encontrarlas, estas visitas también comenzaron a ser menos frecuentes porque mi madre les decía otras cosas que no tenían interés en saber.
Las consultas más importantes eran hechas por los vecinos que querían plantar caña o sembrar maíz, especialmente si sería oportuno por el precio o por el clima. Cuando llegaba el mediodía y el sol estaba alto dejaba de atender  sus consultas y se ponía a cocinar.
Un buen día, antes de las fiestas patronales vino a visitarla un joven seminarista, próximo a ser sacerdote, era hijo de doña Imelda Lazarte, buena y servicial vecina que era madrina de una de mis hermanas.
 
-   Porque es grave tener contacto con seres malignos – le dijo el aprendiz de cura -
-   No los tengo, ni los he tenido – le contestó muy seria -
-   Monseñor ha oído de sus raros servicios y haceres – continuó el seminarista -
-   No debería creer en cosas raras tu monseñor, hijo.
-   No, seguro que no cree, pero no quiere que sus feligreses se desvíen –le largó el muchacho-
-   Pero anda pensando cosas raras de mí, y eso no está bien en un monseñor –le añadió mi madre-
-   No es eso, señora. Pero Monseñor piensa que no debe propagarse la fe en falsos dioses. Por ejemplo eso del duende y otras yerbas.
-   Comparto plenamente con tu monseñor – continuó mi madre - . Pero yo no creo en duendes, pero aparentemente él si. ¡Eso es grave! ¿Verdad?

Y el muchacho se fue sin despedirse. Después vino la madre del seminarista, la comadre Imelda Lazarte a disculparse con mi madre porque valía más el temor que le tenían que ese determinado parentesco que las acercaba. También vinieron los notables a reclamarle por no haber avisado que moriría el médico y aquello de don Eusebio Villagra que se ahorcó en el calabozo de la comisaría. Ella no dijo nada, no explicó nada, los escuchó y quedó en silencio. Todos por supuesto se fueron pidiendo disculpas sin insistir mucho.
Fue para esa época en que mi madre se cerró en aquello de que no debíamos estar más en la casa, que debíamos hacer nuestras valijas y marcharnos del pueblo. Eso fue para nosotros un golpe grande y nos dolía en el alma. No podíamos dejar tantas cosas y tantos recuerdos. No podíamos dejar los animales, las plantas del jardín, los árboles, los cultivos, todo lo que era de uno, propios, muy propios, habíamos trabajado duro por todo lo que teníamos, había en todo lo nuestro un signo de pertenencia tan grande que cada uno de nosotros decía: mi perro, mi árbol, mi caballo, mis cañas. Se supone que otras manos manejarían todo incluido el cañaveral que siempre nos estaba esperando con sus grandes secretos.
 
-   Debemos abandonar la casa lo más pronto posible –dijo pausadamente mientras doblaba ropa sobre la cama -

No preguntamos el porqué. Desde que ella se había inclinado por predecir cosas ya no preguntábamos los fundamentos en los que se basaba para sus suposiciones y enigmas.

-   Debemos irnos mañana sin falta – volvió a repetir sin agregar nada más, y entró apresurada a la sala mientras se secaba las manos -

Esa tarde corrí hacia el cañaveral y me perdí en los surcos verdes casi oscuros tan oscuros como la tristeza. Las lágrimas empalidecían mis paisajes. Comencé a buscar al duende entre los árboles del corral, entre los carros hundidos dentro del galpón, entre los arneses gastados, en el pequeño silo de zapallos y mazorcas, entre los tizones ardientes del fogón de la cocina, entre las ristras de ajos colgados de los horcones entre las infladas tripas secas que esperaban ser llenadas algún día, entre las flores que rodeaban la casa, entre las huecos del horno, le gritaba, lo llamaba, le pedía. Le rogaba desesperado. Pero nada de nada.

-   Ven duende. Aparece. Da la cara. Dame una explicación creíble para tanta tristeza. ¡Ven, no seas cobarde!

Pero el duende no apareció ni aparecería jamás. Cuando abandonamos la casa dejamos puertas y ventanas abiertas. Allí quedaban los que cuidarían las pertenencias y sobre todo los recuerdos. Un zorzal comenzó a deshacer las brumas de la aurora con su canto, abriendo los sonidos y empujando el brillo del nuevo día. Nadie salió a las puertas del pueblo dormido cuando arrastrábamos nuestra tristeza.
 
-Nunca volveré aquí – dijo mi madre y no dio ninguna explicación a nadie -

   Luego permaneció callada hasta que el camión que nos llevaba, luego de haber traqueteado innumerables caminos, y de haber gastado el cuero del silencio en las curvas del amanecer, nos dejó en el lugar definitivo de la vida.

Otoño
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:49:32 pm
El Poeta del Santuario


Que chiquito es Guadalajara diría mi madre que en paz descanse.

Lo conocí hace 19 años, sus palabras me sonrojaron, yo era solo una chiquilla “ con los pelos teñidos entre naranja y amarillo¨, ese día no quería ir a trabajar, la vergüenza de un tinte casero estropeando mi look y dejándome un nido de telarañas en la cabeza, me tenía con la tristeza instalada en el rostro, si que era un nido, No de telarañas si no de ratones!

¡Trozos de pasto seco que en la regadera se caían de tan solo tocarlos!

La responsabilidad de la que siempre me caractericé me obligo a ponerme de pie, y ahí estaba yo frente a un mostrador en aquel trabajo que tanto amé. A mis 16 años fungí como ¨servicio a clientes¨ de la mejor mensajería internacional, ubicada en aquel tiempo en la Calzada Independencia esquina ave Washington. (Abrimos de 9 am a 6 pm) ¨Recuerdo¨.

Ese día pude haber llorado de ver pasar una mosca;  lo vi, llego con su bicicleta,
                           ¨Sin problema deestacionamiento¨

El mostrador estaba lleno, mi sonrisa se había ido de vacaciones,
estaba ahí, instalada -con toda la eficiencia que me caracterizaba-.

La gente esperaba turno, mis manos se movían rápidamente, checaba en el famoso librito ¨SRG¨ los códigos postales para ¨enrutar¨ de manera correcta todos los paquetes.
El silencio se hizo presente, ¨Cosa rara¨ tratándose de las 2 de la tarde, en ese tiempo ¨La hora del corte¨.
El, con su peculiar sonrisa, chuleo entre versos, mi cabello!

Lastima no poder recordar exactamente sus palabras, habló de la tristeza de mis ojos y de la alegría inaudita de mi pelo travieso.
No pude mas que sonreírle, la elegancia y el descaro con que lanzo el piropo no solo me cautivo a mi, sino al resto de los presentes, talvez pensarían que llegaría a ofenderme, pero fue la belleza de sus palabras y la falta de malicia la que logró regresarme la risa.

Nos hicimos amigos, como lo era de todo aquel que lo conocía.
¨Mi personaje favorito¨
Tal vez el no me hacía en este mundo pero sin que el lo supiera, el ya era… ¨mi amigo¨.

Sin que el lo supiera revise mis antiguos poemas, los tenía en una libreta que ¨cuando tuviera la oportunidad ¨Se losmostraría...
Nunca lo hice, los poemas se durmieron!

Mi vida tomó otro rumbo, mientras el y su bicicleta hacían el rumbo!

Quería ser como el...
Conservar la alegría de la vida montando una bicicleta y regalando poesía,
Quería regresarle la sonrisa al dolido.
Quería... Quería y un día ¡Se me olvidó querer!

Escuche la noticia por la radio,
Hice callar a quien estaba a mi lado,
¨El poeta del santuario se fue¨
¨Se fue, aquel que siempre iba y venía"

¡Que chiquito es Guadalajara!
Ayer leí uno de sus poemas
Recordé su rostro, Recordé sus versos.

 Que sorpresa la mía después de jactarme de haber tenido la dicha de ser receptora  de uno de sus versos contesta uno de mis contactos ¨foto-bicicleteros¨ Compartiéndome la dicha de ser...

 " El Hijo de aquel gran hombre¨

Aquel que partió ... pero que aún va y viene!...


"El poeta del santuario"

Marisol
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:50:48 pm
EL PINCHADISCOS


    ¿Qué relación puede haber  entre  la música religiosa y el heavy  metal?

    Pues por lo visto, puede ser posible  gracias a una especial sensibilidad y un desdoblamiento de personalidad.

     Pedaleando fuerte llegó al aparcamiento de la discoteca y respetando el sitio destinado a las bicicletas frenó la suya y  aparcó lo mejor que pudo para no estorbar a  las que pudieran llegar con posterioridad y echó la cadena de seguridad a la misma.

     El joven  -de unos treinta años-, rubio con el pelo  algo largo, pero muy cuidado, ojos claros  y  tipo de deportista a juzgar por sus anchos hombros, sus brazos musculosos y su estrecha cintura, patentes bajo su chaqueta de lino negra y su estilizada figura así parecía atestiguarlo.

     Consultó un reloj de bolsillo que sacó del chaleco -también negro como su pantalón-, lo miró y con paso largo se dirigió a la puerta de la discoteca que parecía serle familiar y  saludó al portero: ¿Qué hay Manu? y sin esperar respuesta  entró en la misma  con  cierta seguridad, bajo la mirada curiosa y un tanto extrañada del público joven y alegre que entraba igualmente al recinto, por lo raro de su atuendo en un sitio como éste.

     Le pareció que llegaba tarde y  se dirigió sin titubear a la cabina del disc-jockey  que también le miró igualmente con cierta sorpresa, al que saludó abiertamente en un tono muy bajo:

     -¡Hola Rístp!, perdona pero he tenido un día muy complicado.  El joven aunque asombrado  por su vestimenta le contestó en el mismo tono:

    -No importa. Y al verle todo vestido de negro, le  preguntó ¿Vienes de fiesta o vas de carnaval?  Al no obtener contestación,  le cedió los cascos y  salió de la cabina donde apenas podían moverse dos personas.

      Nuestro hombre se sentó, se colocó los cascos y procuro adaptar el ritmo a su estilo. Ensimismado   escuchó  la pieza  y eligiendo un nuevo disco lo   sustituyó  por el que sonaba y  ajustando botones  hasta dar con el tono adecuado, empezó a tararear y acompañar la música con movimientos propios de la misma, cintura, hombros, brazos y comenzó a quitarse la chaqueta que dejó sobre la otra silla que había en el receptáculo, después el chaleco  que fue a parar al mismo sitio y por fin el alzacuellos, mientras se olvidaba de la misa de la mañana, de  la ceremonia  de bendición del pabellón  destinado a conciertos y otros actos musicales del verano en la playa, del sermón del entierro de la tarde, del despacho de de visitas posterior de familiares y  amigos del difunto y del rosario  diario de la tarde, pero no así del  ingreso extra que le proporcionaba este trabajo.

     Dejó atrás todas sus vivencias del día aparcadas  y con gran entusiasmo, se metió de lleno en el heavy metal…

       Con él llegaría posteriormente el otro metal, el que le ayudaría a reparar el tejado de la  iglesia de la cual era párroco.

Alba
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:52:31 pm
LA VALIJA


Estaba sobre la repisa de mi habitación. Era un prisma rectangular de color marrón. Ajada. La miré tanto, que las imágenes aparecieron solas, como las hormigas  antes de una lluvia. ¡Cuántos documentos había guardo en ella! El juicio de escrituración de la tía Celeste, los impuestos de la casa de mi abuela, fotos de mi padre pero  ahora estaba vacía. Esperaba.
Envuelto en un magma  amorfo y movedizo  no sabía qué hacer. Ella me miraba y hasta le descubrí una sonrisa irónica. A su lado había colocado mi ropa. Ordenada  como siguiendo una  ceremonia que no obedecía a nada, quizás, a  estirar el tiempo. Estaba en mi dormitorio, el nuestro,  el de Susana y yo. Me sonaba tan lejano esa palabra: el nuestro. Sonaba como un eco.  Era una burla a mi desesperación.
Fui camino al pasado y pregunté qué nos había pasado. Nuestro matrimonio era perfecto y esa fue la equivocación: No existe. Notaba en Susana cierta incomodidad en la relación. No dejaba que la abrazara y no quería mis besos. Mis dudas crecían y los fantasmas salían de su escondite.
Susana - ¿Qué te pasa?  Respondía con evasivas. El amor se fue disipando como los nubarrones de una tormenta de verano. Las razones de su estado llegaron como un mensajero que trae dolor. La noticia fue el nocaut de un boxeador desprevenido. Ernesto dijo, me tomó de las manos y me hizo sentar. Y comenzó el principio y el final.
No puedo poner palabras a la revolución de la situación. Estaba enamorada de mi vecina Gloria. Tan sencillo. No supo explicar cómo sucedió. No pude articular palabra a lo inexplicable y real. Me pregunto por qué a mí y abrigo la esperanza de un error del destino. Le pedí una tregua para mi pobre comprensión.
Ya pasó el tiempo que habíamos pactado pero fue el pacto del diablo. Ella seguía segura y nada arrepentida. Todavía insiste en que la debo comprender.
Otra vez miro la valija. Ella no cesa de sonreír. Sabe que volverá al mundo, a los viajes.  Apura mi decisión. Tengo que abandonar la casa que será de la “otra”. ¿Cómo será? Sopeso las posibilidades. Aún no puedo liberar el torrente de angustia que me oprime. Comienzo a colocar las prendas que tan prolijamente he preparado para un viaje sin historia. La que tendré que escribir solo y de cara al futuro sin Susana.

Corazón de León
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:54:15 pm
Mariana
Despierto de un sueño en el cual Mariana se iba de la casa.  Abro los ojos, ella duerme, lleva el vestido rojo de la noche anterior. Contemplo a mi compañera tendida sobre la cama y con la cara vuelta hacia mí. “Buenos días, amor”. Parece ofrecerme su deliciosa boca entreabierta. Sus dientecillos de porcelana realzan el color de sus labios. El perfil de su rostro se destaca sobre la tela de la almohada.
El aire denso inunda la habitación. Me levanto lentamente de la cama  procurando no causar el chirrido de las maderas, abro las ventanas y me dirijo al baño, cargo el vidrio  que está cerca al lavabo y lo sitúo detrás de la puerta del tocador. Desnudo  entro a la ducha. Termino de bañarme, cierro la llave, me coloco la ropa interior. Mirándome  al espejo abotono  la nueva camisa blanca. Me pongo un pantalón de color plomo y  acomodo  mi corbata. Le comienzo hablar mientras me afeito frente al espejo, ella no responde sigue tendida y con el rostro hacia donde estoy.
Aun percibo lo mismo que hace veinte años, cuando ella se arrojaba a mis brazos, como una niña que buscaba refugio del mundo exterior. Experimentaba una sensación de éxtasis que recorría todo mi cuerpo.
Me siento en la cama, me pongo los calcetines y los zapatos. Me atraen sus pequeñas manos, las acaricio y las juntos, las acerco a mi rostro luego las dejo caer sobra la cama,  mis dedos  exploran  la ruta imperceptible de sus venas.  Presiento que Mariana está sonriendo pero cuando  miro hacia su rostro ella conserva  esa actitud distante.
Voy a la sala, tomo mi maletín acomodo mis documentos de la oficina, después coloco en la tornamesa  nuestra canción favorita, “La vie est rose” de Edith Piaf, regreso a nuestro cuarto. Levanto a Mariana del lecho, la  llevo  hacia la sala, su cabeza se descuelga de mis brazos,  abre la boca, pero no pronuncia ninguna palabra. Nos detenemos, la sujeto por la cintura y bailo con ella. La hago despegar del piso,  sus zapatitos quedan por instantes colgados en el aire, mientras abandona  su cuerpo para que yo la dirija en el baile, sigue mi lentos movimientos, la abrazo  y me apoyo en su hombro, la sostengo por la cintura y la espalda. “Que hermosa balada, es increíble cómo no nos cansamos de oír y bailar la misma melodía”. Mis dedos acarician su piel coriácea  y rozo su  pecho triste. De su cabellera  se descuelga un  rizo que ignora  el viento, el sonido de la canción retumba en la sala, le hablo de nuestro futuro y sospecho que Mariana llora en silencio.
Al concluir  la pieza musical, la llevo de nuevo a la alcoba, la siento sobre nuestro lecho, la beso, deshago  los nudos que sujetan el vestido a su cuerpo,  me dejan ver los  senos que ocultaban. Termino de quitarle el atuendo, lo guardo en el ropero junto a otros, le quito los zapatos, los coloco bajo nuestra cama. Ella se encuentra echada  en medio de un desierto de sábanas.
La alzo,  miro su rostro  que emana  una dulce  indiferencia hacia el mundo que la rodea, la llevo al baño me despido de ella con un beso en la mejilla “te quiero Mariana, volveré temprano”, dejo caer su cuerpo suavemente en la tina llena de formol, se sumerge, y aparecen gotas de aire que explotan en la superficie, observo a Mariana por última vez, tapo la tina  con el vidrio que acomodé detrás de la puerta del baño, me levanto  recojo  el maletín de la sala  y me dirijo al trabajo.

Fredy
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:55:40 pm
Un paso cada día por JTJ’san


Cada día es una monedita para la salvación de las almas, todos los días tenemos que luchar, desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos, a veces se piensa que hemos vencido, pero no, hasta el último instante, no podemos decirlo.

Estoy sentado, sin muchas ganas de hacer nada, solo mirando hacia la nada.

Me levanto y camino unos pasos, abro la puerta y me dirijo a un lugar sin dirección, mi corazón; estoy feliz, respiro profundamente y aprovecho el instante, mi corazón palmita rápidamente como el trote de un caballo, lo mejor es que este lo hace solo, sin la ayuda de nadie, solo de Dios, pero mi alma que no se mueve, invade mi cuerpo hasta los mas confines rincones y me llena de más alegría, porque es ahí donde vive Dios, esta no muere con mi cuerpo, en cambio mi corazón sí.

Hay que dar un paso cada día, para que el corazón aguante y el alma viva para siempre...

Salgo de mi habitación y doy varios pasos, lentos pero seguros, respiro nuevamente, pero esta vez, no siento paz sino angustia, estoy solo, se siente la quietud y la soledad, pero  tengo que ser alegre y optimista a pesar de las circunstancias.

Bajo las escaleras y doy un paso pos cada una de ellas, son doce en total, hasta que me topo con el gato de la casa, es blanco con manchas negras, lo tomo entre mis manos y lo acaricio de arriba hacia abajo y viceversa, este se acomoda en mis pies y lo dejo un buen rato, hasta que siento pasos, el gato sale disparado hacia el comedor y los pasos que antes oía lejanos, ahora se aceran cada vez más, son pasos de mujer, los percibo delicados y suaves, hasta que veo el rostro de mi mujer, me da un beso en la mejilla derecha y me dice que el desayuno esta listo, pensé que estaba en el mercado, pero no; mire el reloj de pared y confirmo que eran las nueve de la mañana, entonces corroboro que me levante tarde.
Me siento en mi silla de todos los días y desayuno rápidamente, le doy gracias a Dios y a mi esposa por los alimentos preparados y me en camino a buscar el perro para pasearlo, le puse la correa y abrí la puerta, le dije a mi mujer que ya vendría y esta me dijo, que no me tardara.
Me gusta pasear, estoy viejo y uno de los pocos gustos que tengo es salir a pasear, un paso y otro paso, el perro a veces me jala y apresura mi caminar, pero cuando paro, este también lo hace.
Hay otros contemporáneos de mi misma edad que son amigos míos, pero a esta edad la soledad siempre esta presente.

Todos los días hago lo mismo, un paso cada día...

JTJ’san
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:57:17 pm
Yo, santa... ¡Para nada!


   Las niñas estaban solas como todas las tardes desde que que la pequeña Yolanda tenía memoria. Su madre había ido a trabajar a la panadería desde temprano y ella como buena hija se había encargado de que se levantara, se vistiera y se dirigiera al negocio de su tío. Su madre nunca había sido alguien en quién confiar. Ante los ojos de Yolanda ella era floja, un tanto mantenida y le gustaba la vida fácil, lo que le había dado otra hermana de un padre diferente que tampoco pudo conocer. No era que su madre se dedicara a la vida nocturna, más bien le costaba establecer límites, lo que convertía la mirada de Yolanda, en sus 15 años, en un fuego iracundo atroz. Aún así ella seguía actuando para su papi, que era el apodo que le había puesto a su tío (15 años menor que su madre, pero que era el que realmente mantenía a aquella familia).
   Sus zapatillas blancas, el hermoso vestido color durazno y su cabello impecable la adornaba mientras seguía con la mirada a todas aquellas personas que no conocían pero que iban a la fiesta del pueblo por la comida y bebida gratis. Ni siquiera su madre se había preocupado en ayudarla a prepararse para el evento, lo único que le quedaba era la resignación: callarse y esperar.... y lucir bien, por supuesto.
   En la fiesta había una banda de varios amigos, mucho mayores que ella pero que parecían interesantes. Llevaban un rato tomando y también los acompañaba una mujer en los tragos. Para Yolanda ver a una mujer tomando era cosa nueva. Todavía recordaba con toda claridad cuando su abuelita le había dicho que si ella, siendo mujer, bebía de la botella de ron de su tío, iba a morir. Cuando le empezaron a salir las muelas del juicio el doctor le recomendó enjuagarse las encías con un traguito de ron, y un día que no soportaba el dolor y acudió a este remedio sintió cómo una minúscula gota resbalaba por su garganta: el final, el adiós. Llorando hacia sus adentros fue hasta donde estaba su madre y su hermana, se despidió de ellas y después de un rato de inmensa frialdad que dejaba entrever rastros de inestabilidad en el firme rostro de Yolanda, su abuelita le preguntó de una vez por todas “Ya dime qué te pasa, no te podemos ayudar si no sabemos.” y Yolanda perdió su temple, lloró y lloró a voz viva y a grito hondo. “Si estás embarazada no te preocupes, ya veremos qué le hacemos. Tu tía Mary se acaba de casar, ella podría cuidar al bebé” Yolanda negaba con la cabeza. “Entonces? qué tienes?” su madre completó la escena entre abuela y nieta gritando “Si estás embarazada vete haciendo tus maletas, no se a dónde te me vallas pero aquí no vas a estar” . Yolanda respiró antes de contestar “No es eso...” trató de volver a respirar, pero las lágrimas se le salieron directamente del nudo de la garganta. Entre un berrido y otro gritó “Me voy a morir”
-   ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué hiciste Yolanda?
-   ¡Es que me estaba enjuagando como el doctor me dijo pero me pasé una parte del trago!!
   Risas, burlas, risas y carcajadas y a ella nada le explicaban. Las personas que ella quería se estaban riendo y festejando su muerte, entonces tal vez estaba bien y ya no molestaría a nadie.... se quedó en frío, en shock. La abuelita fue por la botella, la abrió y le dio un sorbo. Yolanda trató de detenerla pero ya era muy tarde: su abuelita estaba cometiendo suicidio enfrente de ella.
-   Mi niña, esto no te mata, te alegra. ¿Quieres probar bien?
-   No... - respondió rápidamente mientras se iba taciturna a la cama que todas compartían (su madre, su hermana y ella) y contemplaba la pared.
   Tiempo después comprendió su estupidez riendo y volviendo a llorar de su ineptitud, pero aparte de eso jamás había vuelto a tomar en su vida, ni a acercarse al alcohol. Para ella seguía siendo veneno... y ahora ahí en esa esquina de la fiesta estaban esas personas raras de las que hablaba el radio (cuando su papi lo ponía, por que ella sabía que eran aparatos caros y no querría jamás, ni por casualidad, romperlo), los que iban en contra de las reglas y eran lo peor de lo peor... ¿por qué no? Yo, santa ¡para nada! se dijo Yolanda a sí misma.
   Llegó la hora del baile, estaba completamente tensa y además, tenía la horrenda regla, hacía mucho calor, el vestido le picaba y ya quería quitarse las medias. Lógicamente, su cara no decía nada y se limitaba a sonreír hacia su papi  y hacia la gente del “público”. Al terminar la primera pieza, vinieron los chaperones: aquellos que quería su papi que ella conociera para, tal vez-quizá-seguramente-obligado, más adelante, casarse. Pero estaría bien, llegó el primero. Un chico alto, guapo, el traje hacía el 90% del trabajo por él. Era moreno, ojos cafés y olía a.... olía extraño. ¡El siguiente!
   El segundo, aquí la cosa iba mejorando: era moreno y castaño pero sus ojos eran azules, de un azul profundo y hermoso, Yolanda brillaba hasta que vio el guiño que le había lanzado a su amigo en una de las mesas detrás de ella. ¡Next!
   El tercero y el último era muy sencillo, demasiado, pero tenía algo de nobleza en su actitud insegura y también mucho mucho respeto hacia ella. Bailaron toda la noche y en la primer oportunidad intercambiaron direcciones para empezar a escribirse. ¡Prohibida cosa aquella! ¡Infamia el ver la calamidad de unas cartas de amor entre amantes tan jóvenes! ¿Dónde iríamos a llegar con las diabólicas nuevas máquinas de los hombres?
   Time goes by.... y Yolanda respondió aquella noche que no quería casarse, que quería estudiar, y fue mandada a la Escuela Bancaria a empezar su entrenamiento de secretaria. Ya quería trabajar, le urgía darle a su madre y a su hermana algo mejor que comer que papas cocidas o un bolillo de pan con media rebanada de jamón. Ella ya era muy delgada, el tiempo de los 5 años desde los 15 hasta los 20 había ensanchado sus caderas, angostado su pequeñísima y bien amarrada cintura y le habían dotado de senos. Ahora era una secretaria dentro de Sears, le daba a su madre el dinero de su ganancia y nunca veía ni un quinto. Yolanda tranquila y sin reclamos, era mejor que la vieran blanca, pura y sin mancha.
   Mientras tanto, por las tardes a la hora de la comida el galante caballero perenne en sus cartas vagabundas se presentaba a sacudir su sombrero ante el sol de la plaza del jardín frente a la  oficina carcelaria de Yolanda. Ella salía corriendo, despavorida cuando le veía, como si le hubieran amarrado un cuete al cabello y después lo reprendía por dejarse ver. Ella lo regañaba y él la besaba ¡En público! Indecoroso, aventurero, atroz si alguien se llegara a enterar quién es aquél hombre del impoluto bigote cuyo pañuelo se asoma bajo la solapa mientras brillan sus zapatos de cuero negro ante el sol que rebota de la fuente. El mismo chico de sus 15 años, una nueva carta, un nuevo día. Ahí nada pasaba y aquél secreto ya llevaba años germinando.
   El turno de Yolanda acabó, evadió a los jefes y salió hacia la calle a tomar un autobús. Dentro del autobús con su bolso sobre sus piernas se rasgó su media derecha. Un hoyo empezaba a arruinar su atuendo. Necesitaba correr hasta su casa. Tapándose con su abrigo la rodilla desaliñada ella apuró el paso una vez el autobús la dejó en su destino. Llegó a su hogar, le dio el sobre con su quincena a su madre que aún se encontraba en pijama, botó su bolsa en la pequeñísima mesa y se desapareció en la habitación.
   Papi es el responsable de la familia, un tío que se encontraba en el baño justo cuando Yolanda pasó hacia la recámara común. Papi vio el sobre con la quincena que le había entregado a su mamá. Papi vio otro sobre asomándose del bolso. Sonrió con complicidad, sacó un billete más y tomó el sobre. No hay dinero dentro, sólo hay tintas. Palabras de amor y una verdad que no se podía decir: una propuesta de matrimonio. Papi estaba feliz pensando que tal vez fuera de alguno de los jefes del trabajo de Yolanda. Yolanda salió y papi tenía en su mano el sobre. La cara de Yolanda bastó para quitarle la sonrisa a papi  del rostro.
-   ¿Quién es él?
-   Reyes...
   Papi se levantó, sacó el cinturón y tremenda golpiza agravada por haber puesto las manos ante los golpes de la hebilla. Sus instintos de supervivencia de Yolanda sólo conseguían hacerlo enojar más y su cara ya estaba colorada de la ebullición de la sangre, escupía, blasfemaba y lanzaba patadas a Yolanda, la que ahora era putita ante los labios de papi.
   Yolanda salió a la calle casi ensangrentada, herida del corazón. Después de tantos años y de tanto trabajo ahora ya no tenía familia. Había defraudado a la única persona que la importaba. Papi la odiaba. Pero en ese momento Reyes llegaba con serenata y un anillo a la calle en donde Yolanda miraba hacia la nada. Un secuestro era legal por amor.
   Yolanda abandonó todo lo que antes había amado y dejó de trabajar. Yolanda y Reyes se casaron y tuvieron 4 hijos, uno de ellos murió en un accidente, los otros tres también han tenido hijos. Sus nietos eran hermosos, una alegría del mundo, un brillo casual que todavía Yolanda veía asomarse entre las redondas lágrimas en la mejilla de Reyes cuyo cáncer arrebatará su cansado aliento en un fuerte sentido de piedad. Yolanda también se va, con la insulina de Reyes: manos unidas, dedos entrelazados, la lágrima del adiós y una eternidad en la mejor compañía. Gracias vida, gracias mi amor dice la tinta sobre el blanco papel en el buró.

Daniela Bustamante
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:58:34 pm
Legado de libertad


La niña se levantó sobresaltada de su cama. Al pie de ésta y con sus plantas descalzas, se desperezó jalando los brazos con fuerza hacia el lado contrario del centro de su pecho. Tardó 2 minutos más en reconocer los sonidos que venían del otro lado del cerro más próximo de donde se encontraba en ese momento.
Cuando tenía un año menos que el que ahora tenía, su padre solía llevarla a conocer los terrenos que decía pertenecerles.
“No tengo más legado que darte, que el de enseñarte a reconocer la inmensidad de la que eres parte por el solo hecho de haber nacido en este lugar”.
Solía sentarse sobre la zona más alta de ese cerro lleno de vida a contemplar el paisaje que se alzaba a kilómetros de lejanía, kilómetros que eran incontables, pues la belleza se extendía más allá de lo que alcanzaban a percibir sus jóvenes ojos.
Se perdió por un momento al recordar la sensación del aire cálido tocar su cara y mover su cabello ralo, pero un estruendo más la trajo de vuelta a la realidad. Se calzó sus zapatos desgastados y salió del refugio.
No podía ver más que un acumulo de tierra revolotear por todos los terrenos vecinos. El cerro se había ido, el viento soplaba en direcciones encontradas sofocándola y los ruidos no cesaban, provocándole una sensación de mareo al momento en que éstos tocaban sus tímpanos.
Se transportó nuevamente a su lugar favorito, dónde se miró a si misma tomada de la mano de su padre. No lo había visto desde hacía ya algunos meses. Había prometido volver pero sabía que no lo haría. Era tan pequeña pero su corazón se sentía longevo y conocía la verdad.
Había visto llorar a su madre por noches seguidas y cuando le preguntaba qué era lo que sucedía, ella se limitaba a abrazarla y a besar su cabello.
¡BAM!
Un estruendo más golpeó su cabeza y cada línea de pensamiento que había estado vagando en su mente hasta ese momento, sin embargo, esto le provocó recordar más a su padre y su partida.
“Regresaré cuando por fin nos sea de vuelto lo que por derecho nos pertenece. Quizá no lo comprendas ahora, pero un día sabrás lo que significa que yo haya elegido hacer esto.”
Se llevó su pequeña y regordeta mano a la cara, en el exacto lugar donde él la había besado por última vez.
Vio la destrucción que se manifestaba ante sus ojos sin realmente mirarla. Dolía ver su hogar tan diferente. Se sentía lejano. No podía reconocer lo que veía porque la esencia de cada cosa se había manchado de ese ambiente sombrío y resentido.
Caminó unos pasos alejándose de su refugio sin percatarse de lo que estaba haciendo. Oyó la voz lejana de su madre llamando por ella pero no volvió pues estaba ensimismada en sus pensamientos, deseando ver a su padre una vez más, buscando con repentino desenfreno los sentimientos que llegó a tener en esas tardes de verano con el sol en su rostro y la brisa de los árboles metiéndose entre sus poros. Quería encontrarse con la felicidad una vez más.
Los gritos de su madre eran cada vez más fuertes pero ella ya no estaba en ese mundo, se encontraba muy lejos de ahí y muy cerca del lugar a dónde se había marchado su padre.
 Y ella lo sabía.
Otro estruendo esta vez más fuerte. Y otro más que se sintió tan cerca que le erizó la piel.
“Elisa, ¡vuelve!”


Una mujer corría a los brazos de una niña de menos de 6 años mientras unas manos más fuertes la detenían al ver la causa perdida.
Un estruendo más y oscuridad.
Elisa estaba en lo más alto de aquél cerro sintiendo el aire mover su cabello ralo y la brisa de los árboles humedecer sus mejillas resecas por el sol. Respiró profundamente sabiendo a lo que se refería su padre cuando le hablaba de aquella libertad.
“Hija…”   
Lo miró. Lucía tal como lo recordaba.
“¿Ya es hora de irnos?”
Su padre le sonrió
“Ahora eres parte de este lugar, jamás tendrás que volver a irte de aquí.”

Aledith Coulddy
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 15:59:55 pm
LA FAROLA ROTA


Voy caminando, obligando a mis pies a dar un paso después de otro, sintiendo de nuevo ese sabor amargo conocido en la boca. Mis pasos me llevan por calles comerciales, desiertas hoy domingo, repletas de escaparates enrejados, letreros luminosos apagados y farolas encendidas, todas menos una, una que tan pronto como arreglan rompen a pedradas, que nunca llega a lucir dos días seguidos. Ya pasé otras veces por estas calles y ya vi esta farola encendida y rota al siguiente día. La veo abollada, salpicada de cristales rotos en su base, dejando sin luz una esquina, y pienso que me parezco un poco a ella. También yo soy como esta farola, tan pronto empiezo a irradiar luz ocurre algo que acaba con esa luz rota en multitud de pequeños cristales, como trocitos de ilusión, porvenir imaginado, futuros amaneceres, sueños de eternidad, y desamor, sobre todo desamor.
Dicen que el amor es así, empieza como rayos de Sol y acaba como tormenta gris con rayos y truenos. Ojalá ese fuera mi caso: el fin del amor, pero no lo es, mi problema es, y siempre ha sido, el desamor, antes siquiera del amor.
Yo nunca he sido muy guapo, pero tampoco feo del todo, siempre he sido gordito y bastante vergonzoso, aunque a pesar de mi vergüenza he aprendido a valorarme y a lanzarme sin red a la conquista de un nuevo amor siempre que he tenido ocasión; pero siempre me he dado de bruces contra el suelo. Intento no emocionarme en exceso al principio, trato de ser precavido, pero de nada me sirve la intención, ya que en cuanto veo una puerta entreabierta allá que me cuelo como perro sin dueño buscando unos brazos donde descansar, lo que me ha costado más de un desengaño, como el que ahora llevo arrastrando como bola de presidiario, pesada, fría, que me impide caminar y que me resulta imposible de soltar, aunque sé que sólo yo tengo la llave para dejarla atrás.
Mira que trato de cuidar de mi mismo, que intento no dar un paso sin estar seguro de adónde me lleva el camino, que no me quiero enamorar, que sé cómo acaba siempre la cosa, que sé que acaba antes de empezar.
Ya me ocurría en la adolescencia, cuando mis más febriles amores, con los que soñaba de noche y a los que dedicaba poesías de día, acababan cuando ellas me decían que era un chico simpático y bueno y que querían ser mis amigas, sólo eso, mis amigas. ¡Qué duro resulta! Aceptar una amistad de alguien a quien uno quiere dedicar su vida, de alguien a quien se desea besar, agarrar de la mano y coger en brazos. Así, la misma chica que quería ser mi amiga se besaba apasionadamente con el vecino guaperas del barrio, haciendo realidad con él las fantasías que yo guardaba para ella.
Así pasó mi adolescencia y mi juventud, sofocando los empujes de mi virilidad con amores imaginarios durante enfermizas tardes de soledad.
Ahora que ya soy adulto nada ha cambiado, aunque intento ser más cuidadoso cada vez, no doy un paso adelante hasta no estar seguro de ver en la otra persona algún tipo de señal, unos ojos de mirada tierna, una expresión de interés, una conversación espontánea donde tenga la certeza de que se me toma en cuenta. Trato de no dar un paso en falso, pero es inútil, siempre acabo con la luz rota, como esta farola que observo ahora. Esta última vez me cuidé más que nunca de no encenderme sin motivo, esperé a que se interesara por mí, a que me pidiera una cita, esperé incluso a salir varias veces con ella antes de emocionarme, pero de nada sirvió, no sé cuál será el motivo, supongo que tengo una buena entrada, pero que luego me desinflo a los ojos de ellas, el caso es que, como esta farola, mi luz no brilla mucho.
Y me pregunto, ¿por qué siempre rompen la luz de esta farola y no la de otra cercana? Supongo que porque al verla ya abollada, deforme y descascarillada por las pedradas, se muestra ya predispuesta y acostumbrada a recibir los proyectiles que acabarán con la ilusión de la luminosidad. De la misma forma que, tal vez, yo esté ya predispuesto a acabar mis amores antes de empezarlos, de tal manera que el amor ya se ha acostumbrado a enseñarme su fulgor sólo cuando se marcha, como quien observa, en la noche oscura, como única referencia, las luces traseras de un coche alejándose en la niebla.
Imagino que a esta farola le hubiese gustado ser como las demás, emisoras de luz sin contratiempos, orgullosas de llevar a cabo su cometido sin problemas, de la misma manera que yo miro como otras personas consiguen en poco tiempo y casi sin esfuerzo lo mismo que yo he buscado durante tantísimo tiempo y que sólo me ha dejado cicatrices, cristalitos clavados en el corazón, recuerdos de amores unilaterales.
Esta farola tiene por dentro la energía suficiente para dar luz siempre que se la enrosque una bombilla, al igual que yo tengo la capacidad de dar amor siempre que alguien me abra su corazón y toque el mío, aunque cada vez me resulte más difícil, aunque cada vez piense más en el dolor de la pedrada y el apagón que en la satisfacción y la claridad de la luz.
Ahora aquí, con el dolor del apagón obligado tan presente y cercano, me resulta difícil creerlo, pero sé que, como a la farola, dentro de un tiempo volverán a encender mi luz. Barrerán los cristales de la base de la farola al igual que el tiempo irá apaciguando mi sensación de desamparo y soledad, tal vez pinten de nuevo el hierro de la farola de la misma manera que la ilusión volverá a nacer en mí, quizás arreglen los bollos de su cima como se borrarán en mí los recuerdos de estos días aciagos. Entonces volverán a poner una bombilla en lo alto de ella de igual forma que alguien volverá a mirarme con ojos entornados mientras sus pupilas brillan con la promesa de nuevos amaneceres. Al igual que la luz en la farola, volverá a brillar en mi la luz del amor, que me hará creer, como hasta hace unas horas, que encontré a la persona que el destino tenía guardada para mí, que todo el camino andado hasta ese momento cobra sentido al mirar unos ojos que iluminan mi futuro, que la vida es maravillosa, pues me tenía guardado el regalo de una luz inigualable que acabará con todas las oscuridades pasadas.
La energía que vive dentro de mí volverá a dar luz, como los cables del interior de esta farola volverán a iluminar una bombilla.
Ahora me resulta difícil pensar en la luz, sumido como estoy en la oscuridad, pero sé que la única manera de acabar con esta situación, la única, es volver a encender la luz, puesto que la oscuridad no es más que la ausencia de luz. Sé que me va a costar un trabajo enorme, como siempre. Sé que este amor que hoy se acaba y que apenas llegó a comenzar me parece el más importante y auténtico de mi vida, como siempre. Sé que me va a parecer mentira el poder abrir los pulmones para respirar después de haber tenido el pecho lleno de este amor que aún siento en mi interior.
Miro esta farola, que tiene como única finalidad en la vida dar luz, para eso se concibió y no sirve para otra cosa, y pienso en mí, en la finalidad de mi vida, que quizás sea el que mi luz sea apagada cada vez que se encienda, o quizás sea que se apague varias veces hasta que quede por fin encendida de una vez para siempre, de cualquier forma, tanto si es lucir para siempre como si es apagarse cada vez que se encienda, necesita ser encendida, con lo cual llego a la conclusión de que soy igual que esta farola, cuya misión en la vida es dar luz, iluminando con ella el camino de los que, como yo, sepan apreciarla, no de los que la apaguen a pedradas.

Peana
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 16:01:41 pm
El regreso


Hace una semana que perdimos la gran batalla final. Al menos, en ese momento, nosotros pensamos que era el final de todas las batallas. Nos dejamos la piel, nuestro prestigio de batallón invicto y casi tres mil hombres. Y todo, en apenas un par de días. Todo hacía presagiar que mi (al menos hasta entonces) prometedor futuro en el ejército se iba al traste.
A veces es difícil explicar las derrotas. Casi les doblábamos en número. Sobre el papel, encima del mapa, con escuadra y cartabón,  nuestra estrategia (estrategia que yo diseñé, y lo digo sin un ápice de modestia) era impecable. Teníamos el armamento más moderno, conocíamos el terreno palmo a palmo, pulgada a pulgada. Contábamos con el factor sorpresa, lo que viene a ser el mejor de los factores posibles. Incluso controlábamos el tiempo, el tiempo climático, la meteorología: las borrascas, los anticiclones y los vientos. Y ni el más débil de nuestros soldados conocía el significado de la palabra miedo. Todo parecía, en fin, a nuestro favor. Tanto que, al principio, pensé que si al enemigo le quedaba algo de sentido común, no tardaría en rendirse, parecía lo más sensato. Todo, ya digo, jugaba a nuestro favor. Pero perdimos. Y lo peor es que no sabría dar una explicación de los motivos que nos llevaron a la derrota. Lo más fácil sería decir que son cosas que pasan, quizá eso me dejaría más tranquilo. Pero lo cierto es que, precisamente, esas son cosas que no deberían de pasar jamás.
Creo que si ahora volviese a comenzar la batalla en las mismas condiciones, les daría a mis hombres las órdenes exactas que nos llevaron a morder el polvo. Y si comenzáramos mil veces la misma batalla, otras tantas veces repetiría idéntica estrategia. Y no es tozudez. Eso es lo que me come por dentro: no tengo nada de lo que arrepentirme. A veces un fallo sirve de excusa, pero tengo que decir que llevamos nuestro plan a raja tabla, al pie de la letra, sin fisuras, y no sirvió de nada. Y eso es lo más demoledor de todo.
─ Creo que ha llegado el momento de retirarse─ me había comentado en plena contienda el teniente, cuando aún nos asemejábamos a un batallón, aunque fuera maltrecho y ya definitivamente disgregado.
─ Se hará cuando yo lo ordene─ respondí tajante.
Lo cierto es que en ese momento yo sabía que las palabras del teniente estaban en lo cierto, pero resulta inadmisible que un mando inferior lleve a cabo una sugerencia de retirada a su superior inmediato en el fragor de la batalla. Si cedes una vez ante un mando inferior, estás perdido. Basta ceder una vez y tu reputación caerá en picado. No nos engañemos: en el ejército, el verdadero enemigo está un escalafón por debajo de ti, esos son los que te vigilan, los que te observan: los que quieren verte caer para ocupar tu posición.
Al teniente le segué la cabeza de un sablazo, era lo que procedía después de su atrevimiento. Por si fuera poco, la sugerencia de retirada la hizo a oídos de una parte del batallón, soldados en su mayoría, lo cual era una manera de retarme públicamente, de ponerme en evidencia. De ahí a la insurrección, solo hay un paso. De no haberle decapitado en ese momento, mi prestigio hubiese quedado seriamente tocado. Y la cabeza del teniente rodó como una pelota de cuerda: irregularmente, a saltitos. Desde entonces, nadie volvió a sugerir la posibilidad de retirarnos.
Y así, teniendo a raya al batallón, con una estrategia aparentemente infalible, con el mejor armamento y todas las estadísticas inclinadas de nuestro lado, topamos broncamente con la derrota. Cosas que pasan, supongo. Y entonces, tocaba volver.
Yo no había imaginado otro regreso que no fuese el desfile en el paseo de la victoria. La verdad, solo estaba preparado para una vuelta triunfal, no concebía otra manera de retornar a casa.  Incluso durante toda la batalla, guardé en mi maletita el traje de gala impecable, recién planchado que tenía previsto lucir en nuestra entrada victoriosa a la ciudad. El traje lo quemé, por supuesto: sería una incongruencia regresar de la derrota con el uniforme impoluto.
El regreso con la derrota a cuestas siempre es amargo, y más aún cuando no sabes cómo te recibirán. Ignoraba entonces si  esperaban mucho o poco de nosotros, porque durante la batalla estuvimos completamente incomunicados. De cualquier forma, cuando ya veíamos nuestra ciudad en el horizonte, dispuse a los soldados (una docena de efectivos) en tres filas de a cuatro, para hacer una llegada mínimamente armónica. De los doce soldados, al menos la mitad mostraban heridas severas, pese a lo cual se mantenían dignamente sobre sus caballos, hecho que por un momento casi llegó a emocionarme. Luego, cuando atravesamos las puertas de la ciudad, me extrañó que ninguno de nuestros mandos se acercase a recibirnos, siquiera fuera para reprimirnos o interesarse por el número de bajas. Fue aquel hombrecillo enjuto que caminaba con una botella de vino quien se acercó a mi caballo.
─ ¿Y ustedes? ─ me preguntó con una voz áspera.
─ Busco a los mandos─ le dije ─ ¿Dónde está instalado el campamento?
─ ¿Campamento? Aquí hace tiempo que no hay rastro de campamentos. Señores, no sé qué clase de broma es esta. La guerra terminó hace un mes.
Y se marchó riendo y dando tragos de su botella de vino.
Un mes, hacía un mes que la guerra había terminado, justo el tiempo que nosotros habíamos estado luchando en el campo de batalla ¿Acaso nuestros contrincantes también ignoraban que la guerra había terminado? ¿Porqué o por quién habíamos estado luchando entonces?
Lo peor es que no fui capaz de preguntarle a aquel hombre quien había ganado la guerra. Tal vez, porque no fuese a tomar en serio mi pregunta. O porque, en realidad, tampoco importaba ya mucho a esas alturas. Les expliqué la situación a mis hombres, les di las gracias uno a uno por los servicios prestados y me despedí de ellos.
Fue un par de días más tarde cuando me enteré de que la guerra no la había ganado nadie. Por lo visto, sellaron  un pacto entre los mandos para el reparto de tierras, origen de la contienda. Y no me supo mal del todo. La derrota en nuestra batalla pasó inadvertida. De hecho, oficialmente ni siquiera consta en los archivos militares, como si nunca se hubiese producido. Sin esa derrota, mi currículo sigue inmaculado. Y me permite, a estas alturas, mantener catorce flamantes medallas colgadas del pecho de mi uniforme.

José Manuel
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 16:04:19 pm
PESCADOR  DE  RIO

 
El primer tirón fue suave, como si una palometa dientuda y bocona se hubiera tragado la carnada, luego sintió en la mano unos roces suaves, como si acariciara la piel de un niño, supo entonces que era un pez grande, muy grande, uno de esos que ya no existen, que son fruto de la imaginación de los pescadores más viejos.
Tomó la línea en su mano, se puso el dedal de tripa para proteger sus dedos, supo por instinto que eso no era suficiente, que el pez era mayor que todo lo que él conocía y que no tenía ninguna posibilidad de ganar.
Como cuando se juntó con la Julieta, sabiendo que ella era demasiado hermosa para un pescador,  que tarde o temprano  se marcharía y le dejaría los hijos y él sufriría.
Como presentía, la Julieta se marchó a la ciudad en compañía de un comprador de pescado y su madre se hizo cargo de los tres niños, ya no hubo más felicidad en su vida y ahora supo, contra toda lógica, que esta batalla contra el pez también  estaba perdida de antemano.
Para que el primer tirón fuerte no le rompiera los dedos  ató la línea a la punta de un remo, luego lo colocó cruzado debajo del asiento y apoyó todo su peso de hombre grande sobre la madera, pensó en lo tonto que era,  luchando contra el destino, por un momento se le ocurrió cortar la línea, rendirse, decirle al pez que no lucharía más, que había perdido tantas batallas que una más no le afectaba el alma
 La línea empezó a moverse hacia su derecha y el bote  se tornaba hacia la costa, no entendió que estaba pasando hasta que miró el remanso que se formaba en medio del río.
 Atinó a tomar el remo que estaba debajo del asiento, lo desató y se ató la línea al brazo, tomando ambos remos comenzó a remar con desesperación, sintió los tirones suaves pero precisos del pez en dirección al remanso.
Sabía que debía cortar la línea, entonces remaría hacia la izquierda y saldría del medio del río, tomaría rumbo  a su casa y esa noche jugaría con sus hijos, olvidaría este pez inmenso como ilusión de pescador viejo, quizás soñaría con él y nunca sabría lo que es luchar de nuevo  contra el destino, como lo hizo con la Julieta, aun sabiendo que la lucha era inútil.
Sin embargo no cortó la línea y se esforzó para remar con método, como le enseñó su padre, El pez advirtió la maniobra inteligente del hombre y aflojó la línea, se quedó muy quieto, como si no existiera, él supo que estaba pensando la próxima movida como si fuera una jugada de ajedrez.
 Supo por instinto de pescador lo que venía a continuación, el tirón inmenso, que el final se acercaba, que uno de los dos debía perder.
 Pensó en sus hijos y en la Julieta, en lo tonto que es uno cuando no acepta su destino.
Arrolló la línea a sus dos brazos, se puso de pié en medio del bote y dio un tirón hacia arriba con toda la fuerza de su corazón...

Totoi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 16:06:23 pm
SIN ESPERAR LA NAVIDAD


Faltaban cinco días para la Navidad cuando entró en la habitación de su hermana discapacitada, la besó y le dijo: «Mumi, voy a una fiesta. Regreso temprano». Ella no comprendió, pero sonrió al reconocer su voy y sentir los labios en su tibia mejilla. Pasada la media llegó la horrible noticia. Muchos, incluyendo a mi esposa, afirmarn que los filólogos han encontrado vocablos como viudo, huérfano y hasta divorciado, pero que no han podido darle nombre a quien ve partir a un hijo para siempre. El nuestro, de apenas veinte años, nos dejó con el pesebre sin Niño y el arbolito sin terminar.
   La proximidad de la festividad religiosa, celebrada por toda la cristiandad, casi obliga al reproche cuando recordamos dos pasajes bíblicos. El primero comienza con la sagrada familia viajando de Nazaret a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Jesús solo tiene doce años. El Niño permanece en la ciudad sin que sus padres lo supieran. Lo encuentran tres días después y, a pesar de su naturaleza divina, la Madre le reprocha por la angustia que sintieron mientas lo buscaban. Imagino la felicidad que sintieron con el rencuentro. (El nuestro estaba sin vida cuando apareció sin haberse perdido.) En la parábola del hijo pródigo, el joven descarriado regresa a casa de sus padres cuando tuvo hambre después de haber dilapidado el dinero que le había entregado su padre a petición suya. No solo lo perdonó, sino que organizó una gran fiesta para celebrar su regreso (El nuestro, que no hubiera nunca pedido herencia alguna, no solo no regresó sino que las cercanas fiestas Navideñas se suspendieron debido a su ausencia).
   Días después del entierro, mi esposa acudió a la iglesia, a orar y meditar, tratando de encontrar algo de sosiego. Era día de semana y solo se encontró unas escasas personas a la salida del templo. Una de ellas era un sacerdote. «Padre», le llamó con la voz temblorosa y el rostro quebrado de color y los ojos llenos de lágrimas. El aludido se volteó y le dirigió una mirada interrogante. Ella le dijo: «Me urge hablar con usted». Sin detener su andar le contestó que estaba muy apurado y que debía sacar una cita con la secretaria. «Es que acabo de perder un hijo…» No pudo continuar. El sacerdote, sí; después de dar unos pasos, se sentó al volante de un lujoso automóvil con el que se marchó a gran velocidad. Mi esposa permaneció atónita en el estacionamiento de la iglesia. ¿Era ese individuo el representante de Jesús en la tierra? Si su iglesia no se le brindaba el apoyo que necesitaba, ¿dónde iba a encontrarlo? 
   Parecía que había que continuar con un dolor que contrastaba con la alegría reinante. El « ¡Feliz Navidad!» ya tiene una connotación adicional para nosotros. Así se lo hacemos saber a nuestro hijo cuando dejamos una matica de pascua en su mausoleo y fotos nuevas de sus hermanos y la sobrinita y los mellizos varones que no conoció. La dicha de saber que está en un lugar mejor no compensa la tristeza infinita de su ausencia. Ni el saber que nunca llegaremos a contemplar a sus hijos abriendo regalos junto al arbolito incompleto y corriendo con sus primos alrededor del huérfano pesebre. Ni abrazando al hermano, camino del refrigerador, en busca de una cerveza. Suena trivial. Ojalá lo fuera. No resulta difícil notar su puesto vacío durante la tradicional cena de Nochebuena, que demoró varios años en reaparecer sobre el rojo mantel. Ya volvieron los villancicos, pero no suenan como antes. A veces nos parece escuchar que se abre la puerta, sentimos unos pasos y una alegre voz pregunta: « ¿Llegué tarde?». Es que después de veinte años, aún no concebimos que se haya marchado sin esperar la Navidad y, como afirmara Charles Dickens, “El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad”.

Ismaelillo Oriental
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 16:07:41 pm
Alguien en las sombras


Reconozcamos que Aníbal no fue nunca un ejemplo de valentía. Justo esa noche debía pasar por ese lugar que todo el mundo consideraba tenebroso y tierra de fantasmas y bandidos.
    Había evitado ese camino un sinfín de veces, debido a comentarios sobre delincuentes de la peor calaña que deambulaban justo allí, en el cementerio del pueblo. Pero esa vez, cuando se le quedó el coche a poco de llegar a su hogar, descubrió con espanto que el móvil no tenía batería. Tragando saliva no le quedó otra que pasar por allí, por ese camino sinuoso, lleno de lápidas . Eso significaba entonces pasar por ese solitario y casi oscuro corredor, galería de ladrones, bandoleros, bandidos, malhechores, facinerosos, relegados, marginales, asaltantes, carteristas, malandrines, delincuentes, forajidos, manilargos, rateros, proscritos, malvivientes y salteadores... ¡Vamos,  chorizos!
    La gente tal vez exageraba, pero Aníbal sabía que era el único paso disponible, precisamente ese corredor del antiguo empedrado, de casas viejas y de luz mortecina, era el elegido por todos para los comentarios maliciosos, donde se tejían enormes historias de raptos y oscuras historias de la ciudad.
    Aníbal respiró hondo y contempló la única luz que se veía de un viejo y cansado farol colonial a mitad de la calle. Única luz en muchas calles. A un costado de él, un extenso y descuajeringado paredón de no menos de seis metros de altura lo acompañaría durante un kilómetro y medio. Del otro lado de la calle, frente a ese triste paredón, una antigua fábrica desmantelada; más allá, nada. La nada de un descampado oscuro, sin formas esperándole impenetrable. Un poco más allá, la salvación: su casa, su cálida y añorada casa.
    En una noche clara se podría contemplar las estrellas en un cielo límpido, o bien la luna a veces acompañaba el trayecto a los que se aventuraban a vagar por allí, pero esa noche, justo esa noche que debió entrarse Aníbal en las garras del corredor, los oscuros nubarrones abrigaban las estrellas y hacían la noche más negra y fantasmagórica.
    Sin más retrasos comenzó su paso apurado, solo acompañado por la sombra larga que se reflejaba en el paredón por la solitaria y débil luz de la calle. “Lloverá”, pensó al ver el cielo tan densamente ennegrecido. “Tal vez antes que llegue a casa”. Sus pasos fueron el único eco que le acompañaba y echó de menos el canto de las ranas o las luces fosforescentes de las luciérnagas del verano. Allí, era tan hondo el silencio, que casi podía oír su corazón.  Sin embargo, le pareció que le llegó a sus oídos un sonido hueco, lejano: “Toc”. Agudizó su oído. Sólo le llegó el sonar de sus pasos. Mirando hacia todos los confines apuró un poco la marcha, mientras se daba vuelta para observar si alguien venía detrás. No vio a nadie, pero estaba inquieto. Quizá su mente le estaba jugando una mala pasada. Sintió frío en sus manos y las guardó en los bolsillos de su abrigo. Descubrió que uno de ellos estaba rasgado, pero no le dio importancia, ya que abrigaba igual sus destemplados dedos. A los lejos un rayo le dibujó el final de la fábrica abandonada y eso le dio más escalofrío.
     Toc. Otra vez. Aníbal distinguió como el resonar de un taco golpeteando la acera mojada, rústica, peligrosa, como unos pasos lejanos, vagos, imprudentes a esas horas. Su temor a ser abordado por una persona de mal vivir le acompañó todo el tiempo, pero esa sensación  creció más cuando al darse vuelta visualizó la tenue forma de una silueta movediza. Agudizó entonces la vista, y no divisó a nadie. Aun así, apuró más el paso. Al llegar al sitio del farol colgante, se dio cuenta que llevaba ya la mitad del trayecto realizado, su sombra comenzaba a dibujarse paso a paso hacia delante.
    Un rayo furtivo iluminó el paredón y cuando Aníbal observó hacia atrás, vio a un hombre. Al perseguidor, perfectamente definido, agachado en cuclillas y que se incorporaba a no más de cien metros de donde él caminaba. “¡Se está escondiendo para que no le vea!”, se dijo mientras sus piernas comenzaron a temblar. Aníbal entonces no meditó más y sus pasos rápidos se transformaron ya casi en trote. Toc toc toc más rápido atrás.
    La luz del farol ya había quedado definitivamente a su espalda y una figura bestial, inhumana, de sí mismo se mostraba hacia delante de sus ojos, alargándose con el paso precipitado. Otro relámpago iluminó la noche, y Aníbal sin poder dejar de mirar hacia atrás, vio que el hombre había acortado mucho la distancia que les unía.
   Toc toc toc toc.
   Ya no tenía dudas: aquella figura lo estaba siguiendo. Un poderoso trueno se confundió con un grito ahogado de aquel hombre, que le pedía para que se detuviera, pero llegó a Aníbal como una forma monstruosa de aullido sobrenatural. Las primeras gotas dieron paso a una potente tormenta que bañó la cara desesperada de Aníbal.
   Toc toc toc toc.
    Ya corría, pero sintió con desazón los pasos raudos de aquel hombre corriendo también no muy lejano ya. Le estaba dando alcance.
    “¡Dios, un bandido!”. Corría más rápido Aníbal; toc, toc, toc, toc, corría más rápido el ladrón. Un nuevo rayo iluminó la escena y Aníbal por última vez miró a su perseguidor. Llevaba un objeto negro impreciso en su mano extendida hacia adelante.
     “¡Un arma!”, se dijo con desesperación.
  Aníbal corría y corría. Toc, toc, toc, toc. Corría y corría su perseguidor. Un dolor agudo en el estómago por el esfuerzo no detuvo su paso vertiginoso. Respiraba con la boca abierta y el agua de la lluvia le había empapado el rostro. A su derecha el descampado, más allá, la salvación. Sintió, no muy lejos a sus sentidos, el jadeo del ladrón extenuado, pero no obstante, más cercano. El ladrón profirió un nuevo grito de llamada que Aníbal entendió amenazante. Un nuevo alarido dejó escapar el perseguidor y con esto sus pulmones perdieron aire y velocidad. Aníbal comenzó a sentir que escapaba de las garras del malhechor, pero, sin embargo, la voz otra vez le sonó más cercana. El perseguidor se le había aproximado. El paredón terminaba, y Aníbal dobló en la esquina. La luz de la ciudad lo iluminó todo. La noche, la hora y la lluvia hicieron que nadie fuera testigo de la persecución. Pero ya casi lo había logrado, sólo tenía que soportar el cansancio de sus piernas y sus pulmones cincuenta metros.
    No detenerse. No resignarse. Correr. Correr. Toc, toc, toc, toc.
    Sus piernas casi no resistían, pero su instinto y su temor lo hacían volar sobre la calle y la lluvia. No quiso mirar hacia atrás, pero imaginó los brazos del ladrón extendidos a punto de atraparlo. Entonces Aníbal, de un golpe arrancó la cadenita donde llevaba la llave de la puerta de entrada de su casa y la acomodó a la carrera en su mano para abrirla ya casi a unos pasos. Los dedos del perseguidor tocaron levemente el abrigo de Aníbal... éste corría más deprisa, arqueando su espalda hacia delante para ganar unos centímetros, como queriendo volar. Pero el cazador, en su afán de querer tocar a Aníbal, de querer acariciar la presa aunque sea con sus uñas para darle alcance, trastabilló y perdió su oportunidad.
    Y Aníbal, con la rapidez exacta de un rayo que cayó en algún lugar del horizonte, introdujo la llave en la puerta de su casa, abrió y volvió a cerrar en el extenso término de un segundo. Detrás de él, el desconocido golpeó varias veces esa puerta con la palma de su mano, con su garganta ahogada por un jadeo profundo de una extenuación insoportable. Pero Aníbal hizo caso omiso a los pedidos del desconocido y respiró profundamente para llenar sus pulmones de aire una y otra vez. Agotado Aníbal. Agotado el desconocido. Toc.
   Cuando los primeros pasos de aquel hombre alejándose le anunciaron que el peligro había pasado, recién Aníbal entró al comedor para iniciar por fin su vida rutinaria y, dejando la mala experiencia atrás, se dispuso a llamar a la grúa para su coche. “¿Dónde tengo ese número?”,se dijo buscando su cartera. El desconocido, ya lejos de la casa de su perseguido se resignó a no alcanzarlo. Meditó que vaya a saber uno qué fuerza desconocida hizo correr a ese individuo como un loco y así no poderle regresarle la cartera que se le cayó al comenzar el trayecto por el paredón.
     Mojado, con frío, con la ropa embarrada y casi sin pulmones de tanto correr el perseguidor admitió mentalmente que hizo lo que pudo. Se sintió un ladrón, uno de esos salteadores de caminos, cuando metió la cartera en su bolsillo y decidió quedarse con el dinero; en todo caso, un ladrón involuntario. Sin más, se alejó hacia la ciudad a paso apurado. Toc, toc, toc, toc…

Héctor el Chico
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 16:10:48 pm
AMOR A PRIMERA VISTA


Miraba escaparates sin tener muy claro que es lo que realmente deseaba comprar, observó el reloj y maldijo entredientes: “ya es muy tarde”. Las luces del escaparate fue apagándose, señal inequívoca de que ya no podría obtener nada.
Se arrebujó en el abrigo, sopló la punta de los dedos y observó que a su alrededor no quedaba nadie en la calle el frío y la oscuridad naciente incitaba a recogerse.
Un sonido le llegó desde la puerta que se abría, giró la cabeza lo suficiente para ver a las dos chinas saliendo de la tienda de regalos, la miraron como si fuera un bicho raro, se sintió estúpida allí delante del escaparate apagado, se dio la vuelta y azorada caminó hacia el cercano puente mientras sentía como se iba sonrojando. En ese preciso momento se odiaba precisamente por toda la vergüenza gratuita que era capaz de sentir hacia ella ante la más insignificante situación, odiaba su inseguridad, su falta de autoestima, la gordura de su cuerpo, y la rabia fue dando paso a la tristeza, se sentía tan desafortunada, tan anodina, tan poca cosa.
Cuando llegó al estrecho puente suspiró a salvo. Se trataba de un antiquísimo puente construido en lo que fue un estrecho callejón y que al llegar al otro lado era literalmente engullido por un edificio, una obra insólita ante los ojos de un foráneo pero tan cotidiano para ella que ni se daba cuenta de su peculiaridad.
Oyó un ruido, se paró, parecía provenir debajo del puente, recordó como de niña, ella y unos amigos del barrio habían descubierto una portezuela con unas escaleras que bajaban hacia el río, dejando al descubierto una serie de columnas y pilares sobre las que se asentaban los edificios colindantes, recordó que había una chabola construida por un extraño mendigo, que rehusó vivir en ningún otro lado. Hoy, era un lugar tenebroso, oscuro, inexpugnable.
Se asomó a la barandilla, seguía oyendo ruidos, pensó en que quizá fueran patos o ratas o quizá un nuevo indigente, de losa muchos que comenzaron a aparecer en el pueblo en los últimos tiempos. Con medio cuerpo fuera intentó apreciar en la oscuridad al o a los artífices de ese ruido, estaba concentrada en esa tarea cuando sintió algo en su hombro, dio un grito y se giró de un salto, el rubor acudió de a su cara, se hallaba ante ella un hombre joven con cara desconcertada, casi asustado sin saber qué hacer. Ella reaccionó antes que él:
–Me has asustado.
–Perdón, no era mi intención; no soy de aquí y estoy perdido, además de helado. ¿Sabes si hay algún café cerca?
Con la cara ardiendo porque aún en la débil luz de las farolas podía ver que se hallaba ante un ejemplar impresionante de adonis herculíneo.
–Sí, claro, tienen un irlandés en esta misma calle, un poco más adelante –indicó señalando con el dedo mientras sentía una flojera en sus piernas y un no se qué en el estómago.
–Disculpa mi atrevimiento, pero ¿podrías acompañarme? Me siento perdido y necesito compañía. Sólo será un café, te lo prometo.
Ella únicamente podía escuchar esa voz tan sensual, con un extraño acento, ¿argentino quizá?, huy…. ¡Hablan tan bien de los argentinos…!
–¡Por supuesto, no tengo nada mejor que hacer! –respondió con una sonrisa. Un pensamiento cruzó su mente: “no me he puesto roja”. Se sentía extrañamente segura; ¡qué pensarían al verla entrar con semejante monumento! Eso daría de qué hablar a todo el pueblo durante seis meses.
Caminaron juntos y en silencio, de vez en cuando ella miraba al joven sorprendiéndose de que éste la mirara tan fija y extrañamente, se sintió complacida, en la cara de él se reflejaba cierta atracción.
–¿Eres de fuera? –le preguntó
–Sí, de bastante lejos, llegué hoy.
Ambos entraron en el café, no había gente, apenas un par de hombres en la barra y el camarero. Pidieron un par de cafés y por acuerdo tácito y silencioso se fueron a sentar en uno de los reservados.
–¿Y qué haces por aquí?
–Digamos que ha sido accidental.
–¿Se te ha estropeado el coche?
–¿Eh?, sí, eso es.
No supo en qué momento comenzó a mirarle fijamente y con descaro, a la luz del bar podía distinguir con claridad las líneas de su rostro, tenía unos hermosos ojos verdes, de un verde que jamás había visto, parecían desprender luz, sus labios eran carnosos, sensuales, el mentón firme partido por un hoyuelo que aportaba masculinidad y belleza.. Le subyugaba aquel extraño, tanto que deseaba poder tocar su rostro. Sentía un calor suave que le invadía las entrañas, fantaseo en cómo estaría desnudo.
El desconocido la observaba en silencio, como si prestara atención también a los rasgos de ella..
–Eres perfecta –dijo de repente.
–¡Huy, no me digas eso…!
–No, en serio, nunca había visto una mujer como tú.
–Gracias, tendría que adelgazar…–Se mordió la lengua, ¡qué estupidez! ¡Mira que resaltar su gordura! ¡Vaya forma de seducirle, justo mostrando sus defectos!
–¡Noooo! ¡Qué dices! ¿Estás loca? Estás perfecta tal y como estás te aseguro, si estuvieras más delgada no me habría fijado en ti.
Con el café en la mano y la boca abierta por el estupor, atinó a cerrarla luego de unos segundos, tras tragar saliva y preguntar:
–¿Te habías fijado en mi? ¿Te gusta como estoy?
–¡Por supuesto! Llevo aquí todo el día, te he visto en varias ocasiones pero tú no te has fijado, eres sin duda la mejor mujer que he visto, la que más me ha gustado.
Ella lo miró anonadada, no sabía por qué, pero sentía que se le embotaban los sentidos, sólo podía mirarle, mientras las últimas palabras del desconocido rebotaban como un eco en su cerebro “la mejor que he visto,”, quiso besarle, quiso llorar, quiso lanzarse sobre él, abrazarlo.
Él se acercó hacia ella, tan cerca que ella podía percibir su aliento, no pudo más…Cerró los ojos y se dejó envolver por una cálida sensación de deseo sexual incipiente, sintió el primer beso, sintió los labios cálidos y envolventes de él, sintió las manos de él recorriéndola.
Quería más y más, abrió los ojos, se sentía febril, se sentía loca de deseo, de necesidad de ser poseída.
–¡Vámonos de aquí!- atinó a susurrar.
Él se levantó, agarrándola de la mano y sin dejar de mirarla. Ella se dejó llevar, una vez fuera del café él la atrajo hacia sí, ella se apretó, se sentía enloquecer.
–¿Quién eres, de donde vienes?
La respuesta llegó en forma de besos apasionados, de caricias que la hicieron gemir, era tanto el deseo que él le provocaba que se sentía enferma, verdaderamente enferma..
Llegaron al puente, ya no era dueña de sí misma, su cuerpo simplemente se hallaba descontrolado, él la llevó hacia la portezuela, un atisbo de antiguo miedo visceral la sacudió.
–¡No, ahí no!
Pero él la arrastraba en silencio. Ella volvió a gemir, se dejó arrastrar. Entre la penumbra pudo observar una luz tenue, ¡la chabola del viejo! ¡Todavía está en pie! El hombre abrió la puerta, una luz imprecisa iluminaba el interior, parecía sorprendentemente cómoda, caliente y limpia.
–Vivo aquí –musito él, no tengo otro sitio, mientras recorría con la lengua el lóbulo de su oreja derecha.
–¿Aquí? ¿Por que aquí? –susurró ella.
–Vengo de lejos, de muy lejos, no tengo dinero.
Giró alrededor de ella, acarició su pelo, sopesó su cuerpo, la miró con una fuerza tal que ella se estremeció.
–Eres perfecta.
Ella sólo quería quitarse la ropa, únicamente deseaba ser poseída por él, nada más tenía importancia, nada más existía.
–Desnúdate –escuchó.
De manera automática se sacó toda la ropa con los ojos cerrados mientas imperceptiblemente se balanceaba, sentía su cuerpo vibrar, prepararse para lo que iba a acontecer.
Sintió que él se situaba por detrás, le abrazó por la cintura, ella simplemente se dejó hacer, no podía luchar, ni hacer nada más, sintió como él la movía, la situaba, ella sólo deseaba, sólo quería ser penetrada, lo necesitaba. Gemía.
–¿Quieres saber de donde vengo? De muy lejos, de otra galaxia, de un mundo que desapareció, soy el único de mi mundo, necesito una compañera, necesito procrear.
Desde la penumbra inconciente las palabras llegaron a su cerebro, una pequeña alarma hizo el intento de aparición, pero el placer desenfrenable  era más fuerte que esas palabras sin sentido.
–Yo puedo ser tu compañera, tómame.
–¿Estás segura?
–Sí, sí.
Los movimientos de él le causaban un placer tan grande que apenas podía respirar, le sentía dentro, penetrándola, horadándola, deseaba recibirle, deseaba sentirle.
–Serás la madre de mi progenie.
Los gritos de placer de ella se sucedieron, un orgasmo feroz y largo la sacudió y perdió el conocimiento.
Luz.
Parpadeo.
Luz. Poco a poco fue reaccionando, abrió los ojos, él estaba a su lado, sentado en el jergón en el que se encontraba ella tumbada.
–¿Qué ha pasado?
–Te mareaste, fue demasiado para ti.
Ella cerró los ojos un momento, se pasó la mano por la frente.
–¿Sabes? No sé bien lo que ha pasado pero sí que me ha gustado.
–Lo sé –dijo él.
–No te lo vas a creer, pero mientras estaba sin conocimiento soñé que me decías q eras un extraterrestre –rió.
Su carcajada se quedó vibrando en el aire esperando una respuesta por parte de él, se asustó al ver que no reía.
–Eso no lo soñaste –dijo.
–¿Qué? –preguntó mientras pugnaba por incorporarse, sin poder conseguirlo.
Con pánico y asco descubrió que desde sus pechos hacia abajo estaba envuelta en una especie de crisálida, de capullo e intentó desprenderse de la parte que le cubría el abdomen, descubrió horrorizada como su vientre estaba abultado. ¡Estaba embarazada!
–¿Qué me has hecho?
–No te preocupes, es lo normal, te he fecundado, en mi especie todo es muy rápido.
Sintió un movimiento en su vientre
–¡Se mueve! –exclamó.
–Eso es que se acerca el momento.

Comenzó a sentir un dolor intenso, aterrada comprendió que iba a dar a luz.
–Me voy –dijo él – no es muy agradable para mí.
–¡Espera! – fue el grito desgarrador de ella..
Él no supo bien que hacer, se quedó mirándola.
El dolor se hizo más intenso, más fuerte, gritó al tiempo que sentía que algo se deslizaba suavemente entre sus piernas. Respiró, todo había pasado, se sentía bien, débil pero bien, pugnó con la especie de tela de araña que le recubría, quería ver como era el ser al que acababa de darle vida.
–Bueno ahora me voy –repitió él.
–Espera no puedes dejarme sola, ayúdame, quiero ver qué es lo que he tenido.
–No puede ser- respondió enigmáticamente él –los pequeños todavía no están preparados.
–¿Pequeños?
–Sí, has tenido varios.
–¡Espera! ¿Son tú? ¿Esa es tu forma?
–No, yo fui diseñado para ser así y para atraer con mis feromonas a hembras de tu especie, para poder asegurar la supervivencia de la mía, soy un producto genético modificado, mis hijos nacerán con su apariencia verdadera, pero podrán metamorfosearse en apariencia humana.
La atención con que ella escuchaba fue interrumpida por un penetrante dolor abajo. Gritó con todas sus fuerzas.
–¿Qué pasa?
Observó horrorizada como la crisálida parecía bullir, mientras ella sentía un dolor.
–¿Qué está sucediendo? –volvió a gritar.
–Nada, te dije que no iba a ser agradable.
Sintió que algo subía hacia arriba por su vientre y pugnaba por salir, estupefacta vio asomarse a través de los pegajosos hilos la cabeza de la que parecía una mantis religiosa que le observaba, gritó y gritó y siguió gritando al descubrir horrorizada como la pequeña mantis o lo que fuera le desgarraba con sus mandíbulas dejando a la vista las vísceras internas.
–Me voy –dijo de nuevo él –Me olvidé decirte que en mi especie, las hembras son devoradas por las crías, te lo dije: tú eras perfecta…
Salió dejando tras de sí unos gritos cada vez más ahogados y un siseo de mandíbulas cada vez más audible.

Sarete
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:08:43 pm
No dejes de peinarme antes de dormir


Todavía la llevo en mi mente. Yo era un estudiante universitario que llegaba muy temprano a la parada del tranvía para verla siempre allí. Era una muchacha de ojos claros, alta, frágil y delgada como un maniquí.

Ella siempre tenía la misma rutina cuando esperaba en la estación: sentada, mirándose en un espejito y con un pintalabios en la mano se retocaba esa boquita y las pálidas mejillas. Siguiendo con su acicalamiento sacaba un cepillo, de su colorida bolsa, y peinaba su largo cabello castaño hacia atrás. Finalmente se perfumaba con colonia de jazmines y cubría, con un velo blanco, su fina cabeza. Era toda una ceremonia de coquetería.
 
Trataba de buscar su mirada cada mañana, pero ella ni se fijaba en mí. Llegaba el tranvía puntualmente, estropeando su ritual de belleza, y subíamos. La damisela se situaba muy lejos, como queriendo huir. Pero con tan solo verla me alegraba todo el día.

Pero un día ya no pude esperar más, sabía que tenía que decidirme para así cumplir el destino de nuestras vidas. Llegué muy temprano a la estación y la vi allí como siempre: con sus cosméticos en las manos a punto de embellecer su fino rostro. Esquivando a la muchedumbre me dirigí hacía ella. Me vio y esquivó su mirada hacia los carriles; sin embargo, mi osadía pudo más. Me acerqué con sumo respeto y le pregunté por la hora. No me contestó y solo dirigió su mirada al puño blanco de mi camisa que dibujaba la silueta de un reloj. Me avergoncé al verme descubierto, pero ella sonrío, dejó sus retoques y empezamos a hablar como si nos hubiéramos conocido toda la vida. Pude saber que se llamaba María Ángeles, que trabajaba en una tienda de modas en el centro de la ciudad y que era unos pocos años mayor que yo. Tenía un hablar alegre, era carismática y llena de vida.  Éramos iguales.

Desde ese día siempre nos esperábamos en la estación y subíamos al tranvía cogidos de la mano, fue un noviazgo muy apresurado. Se bajaba dos paradas antes, y la despedía con besos volados desde mi ventana y agitando mi sombrero. No me importaba lo que la gente pensara.

Pasó el tiempo entre risas, distracciones y citas, pero aún así me gradué de profesor de primaria e inmediatamente le propuse matrimonio. Ella aceptó gustosa. Jamás fuimos tan felices como esa vez.

Lamentablemente no tuvimos hijos y nunca quisimos saber a quién o a qué se debía. Eso nos hizo unirnos todavía más. Todas nuestras alegrías y pocas tristezas las compartimos juntos. Los dos solos nos enfrentamos a la vida y al tiempo que ya empezaba a volar.

Siempre reíamos y festejábamos a cada instante. Cualquier simple acontecimiento agradable era toda una fiesta. No recuerdo que se enfadara nunca. Jamás discutimos.
 
Cada vez que descansábamos del trabajo nos aventurábamos en cada paseo. Salíamos casi al amanecer sin saber realmente a dónde ir. Solo obedecíamos a nuestros instintos para dirigirnos al lugar apropiado, pero siempre llevaba consigo su neceser de maquillaje antes que otra cosa. Algunas mañanas nos encontraba una playa lejana; otras tardes, las altas montañas nos deslumbraba; y otras noches, una buena película de moda nos hacía estremecer. Éramos el uno para el otro. Era, además de mi buena esposa, mi confidente ideal y mi mejor amiga. La vida nos sonreía.

Todas las noches, antes de dormir, ella cepillaba su cabello donde ya dejaba aparecer algunos hilos de plata que coquetamente ocultaba. Para mí, el envejecer juntos, era una gran recompensa de la vida, y señal de que el tiempo no perdona a nadie. Luego de su acicalamiento también me peinaba religiosamente, y yo le preguntaba el porqué de esta comunión si ya nos íbamos a dormir. Sonriente me contestaba que lo hacía para que cuando nos encontráramos en nuestros sueños sigamos estando guapos. Yo reía a grandes carcajadas, y me admiraba de su gran imaginación.

Los años corrieron y nos jubilamos. Tuvimos así mucho más tiempo para disfrutar juntos. Seguíamos cogidos de la mano y besándonos en las calles con la misma pasión del primer día. Los jóvenes y no tan jóvenes, nos quedaban mirando y cuchicheando. Como siempre, no nos importaba lo que la gente dijera. La vida se nos hacia tan corta que no malgastábamos nuestro tiempo en cosas mezquinas.

Un aciago día nos comunicó que ya habíamos vivido mucho tiempo, juntos y felices, y tenía ella que partir antes que yo. La despedí peinándola y maquillándola como ella solía hacerlo. La vestí con el vestido que más le gustaba. Brillaba radiantemente en su lecho adornado con flores del jazmín. Quería que la siguieran viendo hermosa cuando se encontrase en el otro mundo donde sabía que me esperaría. Rogué a la vida que mi estancia en este lugar terminara pronto. Solo éramos aves de paso.

Ahora, ya sin su presencia, mi ilusión se ha acabado. Solo mitigo mi soledad yendo cada mañana a ese sitio en donde antaño existió esa parada del tranvía. Ese bendito lugar que me hizo fijarme en ella por primera vez. Y cuando llega la noche, antes de dormir, peino mi cabello cano y me echo ese perfume de jazmines que tanto le gustaba. Quiero que al sumergirme en mis sueños me encuentre todavía atractivo para ella.                                                                                                                 

San Lázaro
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:11:23 pm
Saeta (de sangre)


Cae la tarde y arden las veladoras bajo el altar de San Sebastián donde Amparo se hinca antes de cada trabajo. La asesina ora en pos de protección –sabe que ya no tiene quince y se siente vulnerable, a pesar de sus sobradas habilidades. Musita una letanía, ininteligible por demás, y extrae del santo, hecho en cera natural, una diminuta flecha de oro, que acomoda en uno de sus pechos.
Por el agujero que ocupaba el pequeño dardo asoma una gotita roja que se torna escalofriante hilillo púrpura en su leve recorrido.
…………………………………………………………………………………………
Amparo aguarda bajo una farola. Un sitio oscuro, poco transitado, contiguo al más escabroso bar de la ciudad. El punto perfecto para una prostituta. Pero las pelanduscas de la zona ni siquiera osan en disputárselo. Saben quién es ella y lo que aguarda.
Roger, su objetivo, sale finalmente del bar, bastante achispado y gritando junto a otros compañeros. Un metro setenta y cinco, ni viejo ni joven, fornido de talle. “Policía y putañero”, explicó la clienta, una de sus tantas mujeres, que se creyó la única.
Parten los hombres por distintas callejuelas. Roger casi la tropieza en su camino a la parada. Amparo susurra una invitación. Éste la atiende sólo en honor a su hombría. La falsa meretriz solicita candela para su cigarrillo. A la lumbre del yesquero, el viejo polizonte adivina el brillo de la muerte en sus ojos.
El golpe del hombrazo la toma por sorpresa. Ella le lanza un puñalillo a la cadera para neutralizarlo. Lejos de intimidarlo, Roger se lo extrae con furia y lo ondea, buscando abrirle el bajo vientre. Amparo lo esquiva con desesperada habilidad y le arroja una pequeña bombona de gas lacrimógeno para aturdirlo. Malherido y todo, hace falta más que vahos irritantes para derrumbar a un curtido esbirro de la ley.
Huye Amparo hacia el destartalado auto de la esquina, seguida de las balas que escupe la pistola de Roger. Uno de los proyectiles le muerde el tobillo, y el ígneo dolor, cual mantra, la conecta en pensamiento a la imagen de San Sebastián, erizado de doradas flechas. Sus labios, empero, invocan un extraño, sobrecogedor nombre.
Ya próximo a su escondrijo, ve Amparo caer a Roger de hinojos, presa de calambres en las piernas. Con la altivez de saberse ganadora le planta un disparo –con cuidado de no matarlo. Se acerca a su cuerpo con una gran borla de algodón, que deja caer sobre la herida.
 –Maldita- le reprocha Roger, en provecho de su último aliento.
–Eso díselo a esta- espeta Amparo, sacando una foto de la clienta, que deja caer en su pecho.
Empapada la borla en sangre, Amparo la guarda en una ziploc y le clava la flecha en el corazón. Al darle el tiro final, el nombre de la clienta queda a medio decir en la ahora pálida boca de Roger.
…………………………………………………………………………………………….
 A salvo en la rancia, oscura tibieza de su buhardilla, Amparo se planta ante la imagen de San Sebastián, católica estampa en la que pervive por atávicos apelos de la tradición yoruba la presencia de Oxossi, señor de la cacería y la provisión, a quien dedica la sangre de su ulterior objetivo, que exprime de la borla en el negro caldero que reposa a los pies del altar.
Antes de marcharse a dormir, revisa Amparo con inquietud el número de flechas doradas que martirizan a su San Sebastián. Es pequeño, y sabe que irá en descenso. Hasta que quede una. Una saeta que deberá clavar en su corazón, y entregar su alma a Oxossi. O clavarla en el corazón de su más querido ser, a cambio de su ya pactada muerte.

Armagedón
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:12:55 pm
Un tal Heráclito

                                                             
Aquél que viene allá lejos me parece que ese tal Heráclito, si, es él, lo reconozco por ese modo tan altanero de caminar, como pendiendo del cielo, como oliendo mal. Tipo molesto si los hay, se-guro que viene a repetir otra vez su frase Nadie se baña dos veces en el mismo río, seguro que viene a explicar de nuevo que ni el río ni el hombre son los mismos en la segunda oportunidad. Cómo se ve que no tiene otra cosa que hacer que andar molestando a la gente con esas cosas raras que piensa, justamente, porque no tiene otra cosa que hacer, es un círculo vicioso, una rueda de nunca acabar, como la de los perros que dan vueltas porque se corren la cola y ésta se les aleja porque dan vueltas.
Pero que mala suerte tengo, ¿justo aquí se le ocurre venir a este cargoso? con lo tranquilo que yo estaba, panza arriba, a la sombrita del olivo, un perfecto día de verano con el vaso de vino en una mano y la caña de pesca en la otra.
Sólo deseo que no pique ningún pez así no tengo que ponerme en la desagradable tarea de tiro-near para sacarlo del agua, ni de matarlo quebrándole el gaznate para que no sufra. Si no lo hago, los peces mueren mirándome sin parpadear, boqueando como si estuvieran haciendo argollas de humo, como si quisieran fumar el último cigarro del condenado. Mueren boqueando en el vano in-tento por gritar, sus últimas palabras. Yo he intentado escucharlos pero ha sido en vano, por mayor que sea el silencio, nada, se ve que el pescado es de lo más mudo que viene en animales, es un mu-do involuntario el pobre infeliz. Se ve que Dios le da pan al que no tiene dientes y voz al que sólo tiene estupideces para decir, como ese lunático de Heráclito.
Parece mentira pero los hombres nunca aprendimos a leer los labios de los peces, a lo mejor las pobres bestias se queden afónicas por el impacto emocional que les provoca ese momento tan críti-co de transición entre la condición de Pez y la de Pescado, un cambio que para ellos no es sólo gra-matical. Quién sabe si los recién promovidos al rango de Pescados reflexionarán sobre estos aspec-tos existenciales, quién sabe si tendrán tiempo para ello considerando que acaban de sentir un pin-chazo en el gaznate y una fuerza interior que los hace a ascender hacia las alturas. ¿Cómo será to-mado en cuenta dicho fenómeno en la comunidad acuícola? Tal vez los tirones que los desdichados ictícolas dan al sedal sean manifestaciones de rebeldía, o acaso sean una triquiñuela para ganar unos preciados segundos y despedirse de sus semejantes. Quién sabe si en esos instantes el elegido reci-birá halagos y buenos augurios de sus seres queridos. Tal vez no, tal vez sólo vea señales de condo-lencias, adioses con las aletas y palabras de tristeza. Si la sociedad hidrológica tiene el mismo espí-ritu que la nuestra, es de esperar que sólo escuche burlas y denuestos.
Pero los habitantes hidrofílicos han de tener sus propios códigos rituales al respecto, han de ser igualitarios y transversalitas por antonomasia, pues deben saber que nadie regresa de allí arriba, desde el cambio de fase, desde el limbo de los peces, un mundo misterioso al que la comunidad húmeda le llamará “El Cielo” a secas, un mundo ocupado por seres imaginarios que ejercen una ra-ra justicia sobre sus súbditos escamosos. Con sus anzuelos y señuelos estos antropomorfos entes mitológicos manejan los hilos –nunca más literal– de la vida y la muerte subacuática.
No sabemos cómo es la cultura de la piscicultura, tal vez los peces tengan un mensaje profun-do que darnos y cuando boquean en nuestras manos de pescadores triunfales nos estén diciendo ¡Dios! ¡Dios! o ¡Aleluya! ¡Aleluya!. A lo mejor en el idioma pisciforme dos bocanadas tengan un significado extenso, por ejemplo: ¡Así que esto era el tan famoso más allá!, o quizás: ¡Libérame mi amo, no degrades aún más tu ya precaria ética con esta muerte indigna! Quizás, sabiéndose ya per-didos, adopten una actitud revanchista hiriéndonos donde más nos duele: ¡Sí, es verdad, me has pescado y he de perecer en lo inmediato, pero al menos de mí no se burla la gente a hurtadillas sugi-riendo que mi esposa me engaña con el panadero del pueblo mientras salgo de pesca!. Puede ser que unos pocos individuos, de seguro mal vistos por sus vecinos, formen parte de la resistencia pesque-ra, puede ser que en un abrir y cerrar de boca estos guerreros lancen su grito de consigna ¡Liber-taaaaaaaad!, o que en una última valentonada nos desafíen con un ¡Máteme nomás y ni espere que parpadee, tiene en sus manos a un soldado con verdaderas agallas! También es posible que todo es-to sean especulaciones mías y sólo digan frases  ayunas de una segunda elaboración conceptual, fra-ses al estilo de ¡Aagggghh, me asfixio! O ¡Agua! ¡Agua!.
Como fuere, lo cierto es que hay que tomarse el trabajo de sacrificarlos descogotándolos para evitarles el padecimiento. Y para que se callen de una vez por todas.
Luego hay que ponerse a descamarlos raspándolos con un cuchillo a contrapelo, bueno, a con-traescama estaría mejor dicho; hay que dejarlos bien limpiecitos por fuera y abrirles la barriga con un corte sagital ventral en el sentido antero posterior y sacarles el triperío de ahí adentro. Esta es una práctica de cirugía exploratoria a la que podríamos definir como de extroversión forzosa e inva-siva del futuro filete, un verdadero asco que deja todo apestoso de olor a cadáver de pescado por va-rios días.
De sólo pensar en todo esto ya me agoté, pescar es lo peor que me puede ocurrir cuando salgo a pescar.
Sin embargo este deporte no olímpico es el pretexto ideal para escapar un rato de mi esposa y su agobiante rutina hogareña. Al regresar a casa, aunque lleve la canasta vacía, ella me recibe como a un héroe y me alienta a no darme por vencido, a no cejar en mi lucha por obtener un trofeo de las profundidades, está de buen humor y de seguro que ha comprado pan recién horneado para festejar mi retorno.
Lo que sí puede arruinar un día perfecto como este es que llegue ese tal Heráclito. Y estoy se-guro es ese tipo que viene ahí porque no es ni parecido a Heráclito, es decir, ya no es el mismo que entró al agua la primera vez. A todos los del vecindario nos tiene cansados, cada vez que él se baña, al río se le cambian el nombre y el trazado, ya no nos acordamos cómo se llama ni por dónde pasa. Ojalá que hoy, cuando este sofista charlatán esté nadando, venga una creciente repentina y se lo lle-ve hasta otro pueblo rodando como un tronco. O mejor aún, ojalá que un remolino lo mantenga su-mergido y que los peces lo vean boqueando por un poco de aire y se pregunten qué máxima filosó-fica les estará queriendo decir. Ojala que se ahogue y que pase, en un instante fugaz, de la tan men-tada condición de Ser a la de Era. Y que para siempre se deje de molestar. Aunque ahora que lo pienso mejor, cambié de opinión, prefiero que no venga la creciente...a ver si encima se hace reali-dad el famoso refrán A río revuelto, ganancia de pescadores.

Chaveta
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:14:37 pm
MARZO 2007


El mar estaba a mis pies me creía que era dueña de un mundo que al despertar no era mio,Era un paisaje idilico .Aunque me extrañaba aquella tranquilidad que el mar solo la da.
Pero...¿ Dónde estaba?.
Cuando aquella lucidez estracta veía cosas irreales.
Gritaba .¡ Mamá!. La veía . No me respondía. Me volvía a preguntar ¿ Es que ya no me quería?
Preguntas internas sin respuestas.
Volví a gritar el nombre de mi pequeña,
¡ Miriam! . Respuesta nula.
¿ Dondé estaba?.
Quería una piedra para romper el cristal que solo erá real en mi cabeza.
Mis fuerzas escasas hacía que volvira a dormir agotada,
¿ Por qué estaba tan agotada?.
Ya no estabá al pie de ese mar hermoso que soñaba y daba paz.
La cruda realidad era muy diferente,
Mi cuerpo yacía inerte en una fria U.V.I.,antesala de la vida o muerte.Había momentos que lejanamente escuchaba una voz que rebosaba humanidad .Con su bata blanca me atusaba y decía que erá la más guapa.
 En la frontera tan fina entre la vida y la muerte diferenciaba de mánera nebulosa batas de colores que me hablaban con dulzura y cuyos oidos percibian aquella humanidad cálida dentro de la frialdad de aquella sala que podia convertise en el final de mi vida,
Me encendian la tele pero era tan grande mi agotamiento que volvía a dormir.
 Erá unas visiones que la soñolencia de los medicamentos me causaba.Erá una paz que hacía tiempo yo buscaba de mánera involuntaría.Era una lucha entre el misterio de la vida y la guadaña de la muerte.
 Mi cuerpo estaba rodeada de máquinas facilitando que no traspasara la frontera.Era vital que aquella guadaña no me llevara.Una lucha que en este caso ganó la vida,
El sonido de las máquinas era lo único que rompia la paz pero simbolizaba que estaba viva.
 Se que hubó días complicados pero uno de ellos fue el más gratificante.
 Estaba despierta pedí que me dejarán ver la televisión no se como lo dije porque un gran tubo me impedía hablar. 
Absorta miraba la tele cuando sentí una mano suave que me acarició .Me dío un beso dulcemente que tanto necesitaba.Giré la cabeza y con su voz dulce me preguntó:
- ¿ Me conoces? ... Con un sonido muda respondí .
- Si.
Erá mi madre.
Con ella entró una persona que con mentiras maquilladas de sinceridad mintió jugando con los sentimientos de una moribunda,
 Ha pasado el tiempo y te das cuenta que hay personas llenas de ingratitud .
Será que ni odio,ni quiero.Solo me une un vinculo de vida que nunca se romperá porque es mi hija,
A esa persona la respeto de manera indiferente.
 Mi muerte hubiera sido mi ansiada libertad .Pero... Para mi família una gran perdida .
Para la familia de mi pareja un sueño perfecto.Su único deseo quedarse con mi gran tesoro solo por interés ,nunca por amor.
Nunca lo comprederé.
Mi vida quedó dañada fisicamente .Psicólogicamente por palabras y recuerdos que no quiero olvidar.
Aunque digan que no su odio sobrevuela mi cabeza.

Mª ESTHER
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:17:05 pm
Hombre orquesta


Una prole de instrumentos musicales bien anudados le recorren todo el  cuerpo, como
una segunda piel, y el sonido se superpone a la carne y a los huesos, quienes callan con  resignación. No es muy alto, más bien contrabajo, y a cada paso que da el ritmo lo engulle todo, ensordeciendo lo que le rodea.
¡Vete con la música a otra parte!, es la frase que más veces escucha al cabo del día, palabras que retumban en su interior como un gong descorazonador. Empujado por su espíritu abnegado, recorre las calles interpretando un solo que le desgarra, improvisando conciertos en solares, inventando marchas nupciales para parejas que nunca se conocerán, poniéndole banda sonora a su ostracismo. Agota las horas perdidas de la noche vagando por la ciudad y se le amanece entre do re míes y fa so la síes. Cuando llega la hora de volver al barrio lo hace apesadumbrado, con el trombón palpitándole sobre el pecho y los platillos temblándoles en la espalda, sabedor de que los vecinos le obsequiarán con cubos de agua arrojados con premeditación desde el vacío de las ventanas, atascando la boca de su tuba y borrando las partituras que encuentra rebuscando en los contenedores de basura del conservatorio de música.
Pero el hombre orquesta no se desanima tan fácilmente. Tan pronto como ha secado sus
instrumentos al sol, una marabunta de notas y compases agrietan el silencio hasta romperlo en pedacitos. Con la llegada del otoño, las gentes de aquí y allá se llevan las manos a los oídos,acusándolo de ser el responsable de las interminables lluvias, otorgándole al hombre orquesta un poder creativo desmesurado. Agazapado tras la sordina de su trompeta, haciendo oídos sordos a los improperios de los demás, va esquivando los charcos mediante rimbombantes piruetas que a punto están de empaparle, subrayando el suspense con un acertado redoble de tambor, imaginándose el rey del escenario. Cuando llega a casa no hay familia que le espere, sólo tres tristes tigres adormecidos en el cuarto de baño que parecen haberse tomado al pie de la letra aquello de que la música amansa a las fieras.  Mientras tira de la cadena del váter suena un scherzo y piensa que ojalá le devorasen sus mascotas, pero para colmo de males los
felinos son vegetarianos hasta la médula.
Un presagio de marcha fúnebre va envolviéndo a la casa y todas las puertas se cierran en un desconcierto de chirridos, desafiando a su inquilino y pareciendo decir:“hasta aquí hemos llegado”. El hombre orquesta decide echarse al cuello las cuerdas de su aguerrido violín y dedicarle un réquiem a su propia existencia. La música es el menos molesto de los ruidos, le recuerda el tic tac del metrónomo con forma de Napoleón. Un último adiós al mundo -se dice-, mientras observa a través de la ventana como nadie repara en su trágico fin, hasta que doblando la esquina un bamboleo de femeninas formas le devuelve unas repentinas ganas de vivir.
En menos que canta un gallo se pone en la calle y se construye un marco de incomparable bucolismo gracias al rasguear enternecido de los dedos en el ukelele.
El hombre orquesta ha perdido la cabeza por una mujer, mujer orquesta, por supuesto, quien le mira con un continuo pestañeo de acordes acompasados. Ella es virgería pura, mil curvas que se niegan a ocultarse tras el traje de instrumentos musicales, un prodigio del saxo opuesto. La armónica sonrisa se adivina detrás de la harmónica y unos ojos como punteos de guitarra eléctrica hacen que al hombre orquesta se le temple todo el cuerpo, desde el clavicordio a la mandolina. Él  la invita a interpretar un dueto en su casa y ella acepta. Suben las escaleras, tocan y se dejan tocar,  y ella demuestra ser toda una experta en lo referente a encabalgar el estribillo con el  ritornelo,colocando un scherzo en la punta de la lengua y dando al traste con las formas preliminares.
El hombre y la mujer se quitan la orquesta que llevan a cuestas y se acuestan, mientras la música cesa a ritmo de caricia y las puertas vuelven a abrirse con un leve ronroneo, sin molestar. Unos días después,  el yo te beso-tú me besas  torna en compromiso,
se juran amor eterno y lo pregonan a bombo y platillo con los tres tigres y una mosca como testigos. Los días pasan como trenes de alta velocidad,  llevándose por delante todo rastro de tristeza, y la pareja se abandona el embeleso más tronante sin atender a lo que sucede fuera de esas cuatro paredes. Los vecinos, aturdidos por el exceso de románticas tonadillas ejecutadas al unísono, van abandonando en tropel el edificio, carentes de toda sensibilidad, hambrientos de un pretendido silencio que les dé a sus existencias cierta sensación de estabilidad.
Era menester que de tan fecunda jácara no tardasen en brotar melifluos frutos.
Así que, unas semanas más tarde la mujer orquesta le pide a su hombre orquesta que afine el oído y le susurra el cantar de los cantares:
-Estoy embarazada.
La algarabía más estentórea irrumpe en la casa, los tigres se despiertan y aplauden a su amo, quién entre lágrimas pergeña una sonrisa que se le sale de la cara por los dos lados, incontenible. Tras nueve meses como nueve sinfonías de Beethoven la mujer orquesta deslumbra  con su más esplendorosa composición al hombre orquesta, quien ya  sueña con enseñarle a su recién nacido todos los secretos de los ritmos musicales, las propiedades de cada instrumento y las diferentes cadencias al cantar. Pon torrón torrón, interpretan sus nudillos nerviosos sobre la marmórea mesa de la sala de espera, pon torrón torrón. La puerta se abre como a trompicones y un doctor cuya pálida piel se confunde con el blanco de su bata irrumpe en la habitación. El hombre orquesta se levanta bullicioso y una pregunta se le dibuja en el ancho rostro.
-¿Niño o niña?
El doctor se mete las manos en los bolsillos y baja la vista hasta la punta de los pies, pero acto seguido sube con los ojos y busca al padre.
-Gemelos...los dos sordos.

Ivan Ilich
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:18:56 pm
El éxito


Eran las once cuando el grupo salió de la zona restringida. Durante la espera, Hector se había entregado a la agradable letargia con la que el murmullo del aire acondicionado arrullaba su cuerpo, mientras las luces del techo formaban una constelación vaporosa. La irrupción del grupo de trajes y faldas oscuros en el vestíbulo desierto lo arrancó de sus sueños, a la manera de una mala hierba que hubieran sorprendido en un huerto modelo. Se puso de pie como un autómata y corrió a saludar a los delegados con un rictus que dibujaba en sus mejillas las arrugas firmes de una sonrisa fracasada: el deseo de escenificar una acogida afable se resquebrajó ante la mirada atónita del grupo. Frente a la frialdad de ese primer contacto, decidió recurrir a las técnicas coreográficas que había ensayado previamente, con la intención de dejar una inmejorable impresión al grupo. Su brazo derecho dibujó un sublime gesto circular especialmente pensado para enseñar el camino hacia el autobús. Fue como si su mano arrojara un camino de estrellas sobre las cerámicas de la sala de llegadas: aunque no fuese propiamente milagroso, el efecto del fluorescente titilante que resaltaba las formas agudas del mostrador desierto le pareció sobrecogedor. La convergencia de los favores que le brindaban las instalaciones y de sus propios esfuerzos le animó a seguir el movimiento. Con una ligera inclinación de su torso hacia delante, deslizó sus pies sobre el suelo, inspirándose a la vez en la toma de impulso del patinador de velocidad y en el ejercicio en barra de la bailarina clásica. Su cuerpo esbozaba una línea horizontal fluida y generosa que respondía al perfil moderno y brillante de la terminal. Ondulando como un pez, marcó tres pasitos hacia delante, saltando ligeramente, mientras los trajes y faldas aguardaban una prudente distancia, mirándole de reojo: habían cerrado filas, de tal manera que sus rostros formaban las antenas inquietas de un arácnido mutante. Dudaron un momento, avanzaron con las maletas volando a ras de suelo, pero marcaron una repentina parada delante de otro majestuoso gesto de Hector, como si fueran actores encargados de representar un insecto negro, que vacilaría, bajo amenaza, a la hora de cruzar el salón en plena luz. Es entonces cuando Hector, en la dinámica de dos chassés hacia atrás, llevó las manos en alto y articuló un sonoro “¡Welcome!”, que tuvo inmediatamente la cortesía de traducir con un florecido “!Bienvenidos!”. Se frotaba las manos como si iba a ser él quien conduciría las negociaciones y como si estas no pudieran ser otra cosa que un virtuoso camino de rosas. La alegría que desprendían sus ojos y la plasticidad de sus actuaciones no tuvieron más efecto que su primera salutación. La araña y sus maletas parecía haberse petrificado justo delante de los pictogramas que anunciaban la proximidad de taxis y autobuses. Faltaban cinco metros para llegar a la salida: concentró un dramático impulso en un taconeo rápido y preciso, al final del cual se apartó ceremoniosamente para dejar las mandíbulas de las puertas giratorias tragarse al grupo en fracciones sucesivas. El enorme insecto se dislocó en pedazos, pero una maleta quedó atrapada en el intersticio entre la puerta y la carpintería. El mecanismo se paró con el ruido metálico de un engranaje mal ajustado provocando que algunos trajes se toparan contra la hoja de cristal como unas moscas inquietas. El grupo lanzó una mirada interrogante hacia Hector, que acudió con celeridad y recogió la maleta como si se tratara de un velo de seda. La puerta reanudó sus revoluciones tranquilas. Cuando todos hubieron franqueado el obstáculo, se juntó con ellos en la acera y entregó la maleta a su propietario. Este le dio las gracias de un sutil movimiento de cabeza, o, al menos, así lo percibió su destinatario, viendo en ello un indicio patente de la culminación de su misión. El grupo había sabido apreciar la elegancia de este primer contacto con esta tierra. Subieron en fila en el autobús, sin prestar atención a la contracción maxilar que les dirigió Hector, ni a la obsequiosa escuadra que su cuerpo formó en última instancia.

La puerta del autobús se cerró lentamente como las alas de una mariposa de noche, dejando el vial de llegadas del aeropuerto en la serenidad etérea de su inactividad nocturna. Debajo de un panel publicitario sin estrenar, decenas de carritos se alineaban con un rigor maniático. Al suelo, unas letras enormes que marcaban la parada de taxi quedaban a la espera de lo que prometían con firmeza. Todas las instalaciones tenían de hecho el aspecto flamante de una maqueta de arquitectura a escala uno, a la que solo faltarían unos arboles de plástico que no hubieran tenido el tiempo de encolar. Hector miraba las columnas de la pérgola de llegadas con orgullo. ¿Podía el grupo haber tenido sensación más favorable, al pasar por debajo de los vuelos blancos de la nueva terminal? Al igual que las pistas, no habían sufrido la pátina de los años: el tráfico anecdótico había mantenido casi intacto el lustro de la inauguración. Delante, en la meseta, se veía la línea recta de farolas dibujar la vía triunfal que guiaría el autobús hacia la ciudad. Se sentó en la acera, para contemplar este baile disciplinado de halos amarillentos que tragaba en el horizonte la oscuridad de un monte. Las bocas de ventilación parecían subrayar el silencio que le rodeaba. A su izquierda, podía adivinar la silueta de su propio coche, solitaria en ese aparcamiento que dibujaba una gran cuadricula en la llanura. Sonrió, espontáneamente, congratulándose por la rotunda acogida que había sabido desplegar para los delegados financieros del fundo monetario, antes de su traslado al hotel Independencia. Sin duda, había cosechado aquí el primer éxito de esta visita.

Aragón Belmonte
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:21:15 pm
Suni



     Suni me ha enviado un mensaje de bienvenida a través de un servidor interga-láctico de juegos, el ajedrez entre uno de ellos. Confieso ser neófito en esto de la navegación, pues tan solo hace unos días que me he conectado. Siempre he sido reacio a viajar por los mares del mundo sobre aguas de electrones, el ajedrez es la causa de dicha aventura, sin embargo.
    Suni fue la primera cibernauta en comunicarse con este viejo marinero de otras tempestades. Por mayo, cuando bajé Kalgan, no sabía nada en absoluto de cómo jugar en un servidor de estos. Ella se encargó de enseñarme a nadar sobre la su-perficie de los mensajes privados, a charlar con otros alienígenas, a sentarme en las mesas… Pero sobre todo, por medio de las palabras, a comunicarnos y jugar al ajedrez, que es una afición y un sentimiento que compartimos.
     Suni es ama de casa. Eso es lo que me dice. Si bien, en este barco universal las palabras se las puede llevar el céfiro. Tiene veinticinco años y una chiquilla, leo en la pantalla. Su icono de usuaria es un perrito sacado de algún dibujo animado de la televisión, muy gracioso, por cierto. Su nick —Suni—, me comenta que se lo puso en memoria de un perrito suyo, claro. Otras veces la leo con el apelativo de Sunyp, y entonces, le digo que no será el nombre de otro animal fallecido, que su casa parece un zoológico y, en cualquier caso, ella la cuidadora. A veces dudo si Suni es Suni. O si Suni es su criatura. O si Suni es el espectro de algo. O como Pessoa, tenga varios heterónimos.
     —Contacté contigo por la curiosidad que despertó en mí tu icono y tu nick: Rasputín —me dice—. Contrastaban demasiado tus barbas inmaculadas y la cara de Papá Noel, con las sucias y ralas de ese fraile malvado de la Rusia de Nicolás. Para serte sincera, ignoraba todo sobre ese tío. Entonces me tuve que ilustrar un poquito en la Wikipedia y descubrir que el tal Rasputín fue un personaje intere-sante. ¡Ah!, se me olvidaba: de aspecto físico ese tipo daba pánico. Chao, Ras. Que descanses.
     Suni es una apasionada del ajedrez. Lo descubrió hace poco y se considera una aficionada. Carece de experiencia, por tanto, y según me comenta, los pocos co-nocimientos que tiene del juego se los enseñó su hija Alicia. Cuando conectamos solemos jugar partidas sin tiempo. En realidad, a mí no me entusiasma esta moda-lidad de juego, pero a ella si le gusta, porque entre movimientos podemos hablar y contarnos nuestras alegrías y aflicciones. Naturalmente, siempre que nos dejan, ya que en ocasiones aparece cualquier bufón por el chat o en la partida, e interfiere nuestra conversación; una veces de forma simpática, otras, groseramente.
     Hace un tiempo que Suni no aparece por el servidor. Da la impresión que se la hubiera tragado el ordenador. La última vez que la leí fue allá por diciembre (re-cuerdo que jugamos una defensa francesa, yo con negras). Hacía una tarde fea y en el alfeizar de mi ventana unos gorriones revoloteando ponían una nota alegre y bucólica al paisaje de cemento de los edificios de enfrente. Entonces fue cuando le dije que me iba a pasar unos días al mar. De sus labios salió con unas letras grises el deseo de acompañarme: el presagio seguro de que no se podría venir. “Es bro-ma, Ras”, como me decía casi siempre de muchas cosas.
     “¡Ya está bien, Suni! Cuántas horas y minutos y segundos sin aparecer. Me imaginé lo peor: que te hubiese engullido una corriente de errores hacia alguna sima marina. ‘Ocurren tantas desgracias hoy día’ —como dice mi tía—. Ni qué decir tiene que a velatorios, entierros y misas, ella no se pierde uno. Sin ir más lejos, el día de Reyes enterró a un hermano suyo: un personaje de farándula donde lo haya. Dije lo enterró, pero él solito se echó la tierra encima. Hacía diez años que le advirtieron los médicos. Por entonces le operaron, suplantándole dos trozos de venas obstruidas por dos conductos de plástico; y le colocaron un heart regula-tor. Conclusión: ¡que estaba hecho una *****!, vamos. Le prescribieron un régi-men alimenticio y nada de alcohol y tabaco. Pero mi tío era de los de buen yantar y con vicio, y sobre todo salino (aunque creo que la mar no la vio en su vida, ex-cepto por televisión), porque con la sal en las comidas no hubo dios que se la arrebatara.
     ”La causa del óbito fue un infarto de miocardio… de los que te pega y te que-das frito en un santiamén. Dicen los que lo han contado, que no te enteras y el sufrimiento es mínimo; una muerte rápida y fulminante como la que todos desea-ríamos tener. El velatorio se hizo en el tanatorio, un edificio funcional, con un hall y varias salas, aunque la muerte hace que todo resulte desagradable. Estaba en un departamento chico dentro de la sala 5. Desde ella se le podía ver tras un cristal. Estaba reposando ajeno en la gruesa caja con la misma jeta que tienen todos los muertos, rodeado de un jardín de coronas de flores; solo, muy solo, disponible para quien quisiera asomarse. Algunas veces me pregunto el motivo del por qué a los muertos se les cierra los ojos. No sé, quizá por estética; a mí en particular me gusta que los tengan abiertos, vidriosos, como si siguiera uno todavía vivo”.
     —¡Ras!... ¿Estás ahí? —me dice—. Disculpa por tanto tiempo sin aparecer. Toda la culpa la tiene mi marido. Fíjate que la informática es su profesión. Él fue el que me metió en este mundo de los chips y demás. Ahora resulta que va a ser peor el remedio que la enfermedad. Yo intuyo que está celoso, no de ti, no, sino de todo este conglomerado del ajedrez y de las relaciones que una entabla a causa de él. Mi marido se siente desplazado. Por supuesto, que lo que más le interesa en esta vida es ascender en su trabajo y el maldito fútbol, y menos mal que Alicia también juega, y ya no soy yo la única que está enganchada a la red, según él. Creo que se casó conmigo por lástima. Ras, siento lo de tu tío, pero déjate de tra-gedias y cuéntame algo de tu viaje al mar.
    —Suni… Pienso que quien realmente siente morirse es el propio muerto.
    —¿Cómo estaba el mar?, Ras.
    —¡Precioso!, Suni, aunque un poco revoltoso. ¿No lo has visto nunca?
    —Tú qué crees.
    —No sé.
    —Bueno… es un secreto.
    —Suni, está amaneciendo. Me salgo. Hasta mañana. Que tengas dulces sueños.

    Han pasado unos años sin saber nada de Suni. Hace unos días Alicia me mandó un mensaje de parte de ella, con una canción de Aute de posdata. Siempre he pen-sado que Suni era una sirenita ciega que un día renunciaría definitivamente a todo y se disiparía por ese tablero del mar que tanto amaba.

Rasputín
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 03, 2013, 22:30:56 pm
LA VENTANA AL MUNDO


Supongo que todos tenemos un momento en nuestra vida que marca un antes y un después, un punto de inflexión. Puede que sea una conversación, un suceso determinado, incluso una simple canción. Algo que prende como una mecha en nuestro interior y nos embarga de nuevas metas, nuevos sueños. Aún recuerdo de qué manera más absurda e inesperada decidí  lo que quería en la vida.
Llegaba la hora. Estaba muy emocionada. Según habían anunciado el día anterior,  tocaba Tailandia, y luego una reposición de Nueva York. Me acomodé en el sofá, con los pies encima de la mesa y una manta de cuadros tendida sobre las piernas para protegerme un poco más del frío Enero. Ese día no quedaban palomitas de maíz, pero no pasaba nada; era mi momento favorito de la semana y no había nada que pudiese estropeármelo. Bueno, quizá los fenómenos meteorológicos que de vez en cuando decidían pelearse con mi antena haciendo que la pantalla de la televisión sólo mostrase un escueto y doloroso mensaje "no hay señal".
Salvo esos días en los que el tiempo inclemente o un compromiso ineludible me impedían sentarme frente al televisor, nunca me perdía mi cita con el mundo.
Cada país de Europa, Asía, África, América, Oceanía -e incluso la Antártida - cabía en mi salón, pues para mí el televisor era una ventana de veintidós pulgadas que me permitía ver todos los paisajes, costumbres y formas de vivir que se pudiesen imaginar.

Todo había comenzado cuando, ayudando en el pequeño restaurante familiar, encendí  la tele que presidía la zona de la barra y que normalmente era utilizada para que los diez clientes de siempre se desesperasen viendo partidos de fútbol mientras comían pipas y aceitunas y bebían cerveza.
Dejé el canal que estaba puesto y comencé a pelar patatas sin prestar mucha atención a la serie policíaca que estaban retransmitiendo. Ésta fue sucedida por un programa de viajes por el mundo. Una presentadora con una playa paradisiaca a su espalda anunció que esa noche trataría sobre Cabo Verde. ¿Cabo Verde? Pensé. ¿Dónde estaba Cabo Verde? Seguro que lo había estudiado en clase, pero en ese momento no recordaba su ubicación.
No tardé en averiguarlo; al parecer, Cabo Verde era un archipiélago africano situado en el océano Atlántico.
Durante casi una hora,  me dejé absorber por la magia de ese país volcánico repleto de escarpadas montañas y aguas turquesas. Estaba fascinada. Nunca había sentido tantos celos que los que me inundaron al ver a todas esas personas españolas que vivían ahí, personas que abrían sus casas y compartían experiencias ante la cámara. Todas parecían inmensamente felices, y la verdad es que no era de extrañar.
El capítulo de Cabo Verde fue seguido por otro de Ámsterdam. A pesar de ser un destino completamente diferente al anterior, quedé igual de maravillada de esa ciudad tan histórica y a la vez cosmopolita.
El tiempo pareció volar, y cuando quise darme cuenta tenía a mi madre delante mía, sartén en mano, regañándome por no haber pelado ni la mitad de las patatas. - ¿Y ahora como hago yo la tortilla? – indignada, apagó la televisión con el mando a distancia – Podrás verla cuando termines todo lo que tienes que hacer, Blanca- Y tras un par más de comentarios reprobatorios y miradas airadas, volvió a la cocina, dejándome a solas con las patatas y mis pensamientos.
Esa noche apenas pude conciliar el sueño. ¿Qué por qué me habían impactado tanto aquellos dos reportajes sobre dos lugares tan lejanos? Nunca sabré con exactitud que pasó, que interruptor se había encendido en mi interior, desatando en mi cabeza ideas sobre nuevos mundos que descubrir. Quizá fuera eso, la lejanía. Desde el pequeño pueblo del norte en el que vivía y del que apenas había salido, la simple idea de que existiera algo tan enorme y espléndido bajo el mismo cielo casi me aturdía. 
A partir de ese día cortando patatas, me hice asidua de los reportajes de españoles repartidos por el mundo. Incluso aunque mis pies no fuesen los que pisasen aquellas tierras, sentía que había visitado todos y cada uno de ellos. Incluso aprendía cosas, como que solo en la comunidad de Madrid había más habitantes que en toda Noruega y que en Nueva Zelanda habitaba un ave llamado Kiwi. Eran datos que con toda seguridad estaban recogidos en enciclopedias e internet, pero simplemente no era lo mismo leerlo que verlo.
Mis padres y hermanos no compartían ni entendían mi afición. Para ellos, no existía mucho más allá de los límites de nuestro pueblecito y el kiwi era simplemente una fruta que daba alergia a mi hermana mayor.

Pasó el tiempo.  Mis ansias de viajar aumentaban por momentos, pero la situación económica de mi familia, los estudios y la obligación de ayudar en el restaurante actuaban como losas que me comprimían, pegando mis pies al suelo y cortándome las alas.

Sin embargo, aquella noche, una de tantas en las que me tumbé en el sofá con la manta de cuadros, mi madre apareció de nuevo. Esta vez, en vez de una sartén, su mano sujetaba un sobre. Con un semblante que no supe descifrar, se acercó a mí y me lo tendió. Extrañada y sin mediar palabra, lo abrí. Estoy segura de que mi corazón llegó a  detenerse unos segundos y parecía que la sangre no lograba alcanzar mi cerebro. Casi paralizada,  saqué el billete con destino a Londres que el sobre había escondido.
-No es Cabo Verde…-comenzó a decir mi Madre – pero es un comienzo. Te lo mereces, Blanca – casi no consiguió terminar la frase, pues mis músculos por fin respondieron, envolviéndola en un abrazo mientras de fondo una reportera con una playa paradisiaca a su espalda anunciaba que estarían en Tailandia.
En Londres comenzó mi primera vuelta al mundo.

Violeta Verano
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:42:58 pm
El color de la conciencia


Desde mis diecisiete años mis días de fumador sólo han tenido sucesivas anexiones. Noches en vela de estudiante y noches del joven aprendiz de palabras de poeta; en esas noches el cigarro, siempre cercano, era una brasa encendida a los manes,  una linterna para la memoria o la inspiración de unos ojos oscuros.

La primera novela que, a mis diecisiete años, pensé redactar, la había escrito ya Jean Paul Sartre y se llamaba La náusea. En la portada de ese libro, en edición argentina de Losada, había, también, un cigarro.

El episodio más inocente de mi emancipación de la familia sucedió la noche en que invité a Lola y al argentino Patricio a casa. Nos metimos rápidamente en mi cuarto de estudio, y entre disco y disco y lectura de poemas consumimos nuestros cigarrillos. Así que esperé a que el resto de la casa estuviera en silencio, y mis padres acostados, para rebuscar en una leja del comedor algún puro de los que mi padre se guardaba en las bodas, y que raramente encendían. Traje varios de aquellos farias secos y los fumamos. A las siete, cuando mi padre marchaba al trabajo, me despertó preguntándome qué habíamos fumado. Le dije qué, que nada. Mi padre, con humor que no terminaré de agradecer, me pidió que me levantara y mi hizo seguirle hacia aquella habitación del delito. Olía a tabacazo de puro desde todos los puntos de la casa hasta el epicentro situado en el cuarto donde se arremolinaba una densa fumata negra.

   -¬ Sin papeletas; te has ido tranquilamente a dormir.


La práctica de abrir las ventanas no se nos había grabado a ninguno de los tres, que, además del humo, habíamos compartido algunos vasos de coñac hasta rendirnos.

Y luego, las noches de insomnio, de desasosiego, de perfidias cometidas por uno contra sí mismo, de resacas, abatimientos y destrozos personales y conyugales. El cigarro era último asidero.



En el bucle de los días llegaron después, últimamente, los días reflexivos, dubi, dubitantes. El comienzo de la desexcitación, los copos de nieve hechos ahora barro: el análisis de la belleza, tiempo de la autoconservación, en que nos recomendamos cuidados.

Un ligero declive del pulso es una depresión siguiente, honda caída a las llagas, cuando hemos cumplido ya los treinta y ocho.

El pito de algunas de esas alarmas, en medio de la movilización total contra los fumadores, vuelve a uno susceptible y atento al rumor. Oí contar a alguien que la Organización Mundial de la Salud ha propuesto que el tabaco se suministre con receta médica. En el peor de los casos, mientras la epidemia del tabaquismo no se erradique del todo, así se autoaislarán más los virus y los afectados, así se mueran.

Otra mañana, en el tiempo del café, en una esquina de un bar próximo al trabajo, adonde aún nos permiten fumar a los empleados, un compañero comentó sobre la guerra de Yugoslavia. La extensión posible del conflicto a escala mundial… Se irritaba contra todo… pero, sobre todo, contra la inoportunidad, para los fumadores, de que se acaben las reservas de tabaco.

Hoy es el día en que he visto, en la televisión, los efectos de los bombardeos sobre la ciudad de Belgrado. Una ciudad bombardeada desde hace casi dos meses; sin luz; atenazada por el caos de la circulación, al quedar apagados los semáforos; sin posibilidad de que algunos habitantes utilicen sus hornos eléctricos para cocinar los pocos alimentos que pueden aún encontrar en el mercado; hundida por el racionamiento de los productos más necesarios, como velas; y en medio de todo, un pobre hombre que esperaba ya cuatro días -según él mismo cuenta a la tele- en la cola del racionamiento, para conseguir tabaco.

¿Qué mal habrá hecho, ese pobre hombre? ¿Quién le devolverá los días en que no pudo fumar? ¿Quién resarcirá a víctimas así, de las que quizás no se halle el habeas corpus sino nada más que unos cuantos recortes de uñas, y una expresión de no entender nada?

Estas reflexiones, mi morbo del tabaco y tanta sensatez del mundo han estado a punto de crisparme los nervios. Añoro esos tiempos civilizados en que a los condenados a la horca o al garrote se les ponía en los labios el último cigarrillo. Dichosa edad y tiempos dichosos aquéllos, Sancho, que por comparación podríamos, hoy, llamar de oro.

      2

   Pero, mi afición al humo del tabaco va más allá de aquellos días de los noventa del pasado siglo, y más allá, incluso, de mis mocedades y su novela formativa de personaje, dos décadas atrás.
Mi afición al humo se remonta a un recuerdo, muy remoto y pacificador, de mi niñez.
Como ocurre en los dramas de mi autor preferido, William Shakespeare, el azar jugó un papel decisivo aquí también, en el pequeño teatro de mi adicción al tabaco. Solo que en Hamlet o  en Romeo y Julieta el instrumento que usa para su acción el azar es una voz, la propia voz interior de los protagonistas oída una vez como por casualidad; esa voz  les muestra a los protagonistas su destino. En mi caso, no se trató de una voz, ni siquiera interior, sino de un olor; aunque -si me permite otra reflexión-hoy ya,  me cabe dudar si no consistiría en el “olor de la conciencia”(como existe, al parecer, “la voz de la conciencia”); es decir, que no sé, cuando medito ahora en ello, si aquel olor de la tabaquería surgió de mí, o lo capté de fuera; lo que sí concluyo es que conmigo vivía y en mí, brotó, de pronto, “casualmente”, en cierta ocasión propicia... Óigame, doctor.


      3

        Volvía de comprar el periódico. Era domingo, casi mediodía, y me entretuve girando medio cuerpo para mirar las caderas de las chicas que a esa hora pasaban por mi puerta. Lentamente metí mi llave en su cerradura.
Entré por fin al edificio donde vivo, y pasando su amplio vestíbulo, subiendo ya las escaleras, estaba allí el olor.
Un olor que no había vuelto a sentir objetivamente desde hacía cuánto tiempo… De inmediato, asocié a ese olor la impresión de la primera vez que lo olí; lo reconocía como si hubiera estado en el fondo de mi memoria, detenido como un tren demasiado tiempo.

Era un olor a tabaco deliciosamente embriagador y bueno. Un olor que a nada se parecía, ni se asemejaba a ningún aroma de tabacos turcos, americanos, holandeses, indios; tampoco a ésos que desprenden efluvios tan aromáticos quemados en pipa. Ninguna clase de tabacos, y ninguna marca podía originar ese olor de tabaco.
Ese tabaco estaba asociado a una especie de realidad ideal, en su conservación. Ya no era sólo la calidad del tabaco lo que olía tan bien; sino su emisión desde aquella realidad. Entonces atracó en mí el recuerdo del estanco adonde, de niño, entraba a comprar. Era una despacho con un mostrador de madera, en una habitación de la casa donde vivían el estanquero, su mujer y sus dos hijas. Esa habitación, cerrada casi siempre, con la persiana echada en su ventana para evitar el resol de la calle, celaba un ámbito umbrío, en penumbra alta como de fresquera, de agua fresca de cántara en verano, donde irrumpía, al entrar en él, el olor del tabaco como una magia que conmocionaba los sentidos del niño.
Lo más curioso (o tal vez no) es que esa sensación convivía con mi total ignorancia, entonces, de las artes de fumar. Ni siquiera, hasta dejar la adolescencia, tuve ansia de encender un pitillo, como suelen hacer aun los infantes para saborear su clandestinidad. Yo venía del sestero, del bochorno de calor en la siesta, y entraba con mis células olfativas puras, en el estanco, y ese olor me resultaba de lo más agradable y bueno.
El niño retiraba la persiana verde echada a esas horas, empujaba la puerta entornada de la casa, y esperaba que el estanquero se apercibiera. Parado en la entraba, si la habitación de los tabacos, situada a su izquierda, estaba abierta, ya disfrutaba su olfato un anticipo de gloria. Pero aún mejor traspasar aquel limen cuando el estanquero, apareciendo por un pasillo a despachar, abría la puerta de los tabacos y le permitía acceder, sin entrantes ni transición, a aquel sancta sanctorum del culto al olfato.
Recuerdo, desde mi experiencia de fumador ahora, que era sobre todo negro lo que allí se vendía. Cigarrillos que se llamaban sombra, ducados, celtas, coronas, ideales. También paquetes de picadura. Pocos de aquellos tabacos serían exquisitos pues, en el pueblo y en aquellos años, aún los jóvenes empingorotados no gastaban rubio americano, el fortuna mesetario aún no había nacido, y los chester, camel, winston o malrboro que se lucían los domingos, los compraban sueltos, a peseta, en un puesto de chucherías.
   - ¿Qué quieres?
A esta pregunta del estanquero me quedo, aún ahora, perplejo. Por qué iría yo allí. Quizá fuera el niño a comprar sellos, papel y sobres de carta que también se vendían en el establecimiento de timbres y estanco de tabacos.
En mi casa, mi padre no fumaba ni se escribían muchas cartas, y dado que recuerdo frecuentes mis visitas, he de remontarme más atrás, más atrás de mis nueve años, a los primeros recuerdos de ese estanco: cuando compraba, allí, como otros niños, estampas de álbum en sobrecitos cuadrados. Estampas coloreadas de animales (¿y de plantas?) que coleccionábamos, a finales de verano, con el inicio del ciclo anual de los juegos infantiles. Ya iniciado el curso, juntábamos cromos de futbolistas de la Liga Nacional de Primera División. Cada nueva temporada había que reunir quince pesetas para el álbum, toda una suerte o todo un gran premio al ahorro; a menudo nos juntábamos con muchos cromos, los niños, sin había todavía ahorrado para el álbum, y el día que podíamos adquirirlo corríamos gozosos al estanco. Si no nos dábamos prisa se acabaría, y se acabarían también los cromos que nos faltaban para completar el correspondiente álbum, de ahí que aún en Navidad, con el aguinaldo en la mano, estábamos galopando triunfalmente hacia la casa de los tabacos.
Luego, durante los meses de enero y siguientes hasta la primavera, coleccionábamos tebeos, y aun yo sobres-sorpresa, de a duro, en que salían vidas como las de Alejandro Magno o la de un emperador chino. El niño no era aficionado –cosa, más de mayores- a las novelas del Oeste, que a capazos se vendían allí, junto a la prensa deportiva. En aquel tiempo, también, era el estanco el único kiosko de prensa. Curioso ver ahora el trayecto del kiosko de mi calle a ese olor.
El olor se profundizaba, lejos, hacia mi memoria infantil y me traía a su costa mi memoria inmediata. Era como un nudo que, desatado alguna vez, ¿hoy?, me abriera a la multiplicidad de mí mismo; facetas de un diamante que reflejaba mundos de mi vida.
¿Qué tienen que ver el niño y el adulto que venía de comprar el periódico la otra mañana?
¿Qué sutil tejido empezaba a tejerse desde mis sensaciones?
A veces hemos sentido que sólo nos separa una pared de papel de los momentos pasados de nuestra visa. El tiempo pasa y aleja todo, pero va dejándonos las cosas como en las páginas de un libro. En la página 50 eras un niño; en la 51, un joven; etcétera. Basta, en ocasiones, una ligera brisa para las páginas se remuevan, o el azar hace abrir el libro en una hoja anterior ya leída.
Nada he puesto yo en ese golpe de azar. De algún modo, si algo hay eterno, o si algo puedo llamar eterno, es ese azar, objetivo, de un olor involuntario que vuelve, atrás y adelante, mis páginas.

Aldana
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:44:48 pm
CARLA Y LA GRULLA


Papá me había explicado que tenía que venir con nosotros también la hermana de Roberto;  que no iban a dejarla sola en casa durante los tres días que estaríamos en la laguna de Gallocanta. Yo no recordaba otra salida con Carla, ese era el nombre de la hermana de mi mejor amigo, pero papá me siguió explicando que, en otras ocasiones, Carla se había quedado en el centro de rehabilitación en el que estaba interna, pero que ahora estaba de vacaciones en su casa con sus padres y su hermano, como en todas las Navidades.  Mamá miró mi cara de extrañeza y entonces me recordó que en las vacaciones de invierno, hasta la fecha, siempre nos habíamos ido a visitar a los abuelos y que por eso nunca habíamos hecho un plan con nuestros amigos. No me convencía nada lo que papá ni lo que mamá me decían,  pero la alternativa era eso o nada. Preferible a seguir otro día más en casa sólo con mis padres o visitar a algún familiar, ese tipo de cosas que se hacen en Navidad. Aún así no podía dejar de preguntarme qué íbamos a hacer todo el día con la silla de ruedas de Carla. Después de tantos días sin poder coger la bici por la lluvia, ahora me tocaría ir por la laguna al paso de tortuga de una silla de ruedas, aunque siempre me  quedaba la alternativa de jugar en la casa rural con la tablet. Papá me miró extraño cuando dije en alto lo que pensaba, pero se mantuvo en silencio. Sólo esa mirada que me dejó más helado que si me hubiera dicho algo tipo: “qué egoísta eres” “sólo piensas en ti” “se nota que eres hijo único…”
A pesar de la tensión y del malestar en el rostro de mis padres, pasadas cuatro horas desde nuestra conversación, habíamos llegado a la laguna.  Roberto y yo sacamos el balón  en cuanto aparcamos los dos coches y, mientras los cuatro padres organizaban a Carla y su silla, nos pusimos a dar unos cuantos chutes.  Ya la conocía la casa rural de otro fin de semana en el que había venido solo con mis padres, claro que entonces era verano y pudimos hacer muchos paseos en bicicleta.
Los mayores decidieron dejar los bultos y ver al atardecer dando un paseo por la laguna. Yo miraba a la madre de Roberto con la esperanza de que decidiera quedarse en la casa con Carla;  parecía cansada con la cabeza baja y muy quieta. Por fin,  emprendimos los siete –y la silla de ruedas- la caminata en ese atardecer rojizo; el nombre me vino a la mente porque así le había puesto mi madre de título a uno de sus cuadros, el que pintó en el otro viaje que hicimos: “Atardecer rojizo en Gallocanta”. Cuando comenzamos a caminar, la niña seguía quieta, muy quieta pero, a medida que avanzábamos, vi cómo sus brazos bailaban con el aire. Roberto y yo separábamos juncos jugando a que éramos exploradores en una selva y las grullas que aparecían se transformaban en enemigos a los que vencer, aunque  ellas siempre corrían más que nosotros que acabamo en el barro persiguiéndolas. De repente, una de ellas voló hacía la silla de ruedas de Carla y, a continuación, se posó en uno de sus brazos. Ella entonces se quedó muy quieta y emitió un sonido extraño, como un canto. La grulla miraba a la niña y también cantaba, como si respondiera con la misma música. Yo también miré a la hermana de mi amigo y sus ojos se clavaron en los míos. Los bajé un momento, rojo como el inmenso paisaje. Cuando los volví a subir, la grulla se había quedado dormida en el regazo de Carla y ella muy quieta seguía con su canto.

Ariel
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:45:57 pm
En el mar de las dudas


Allí estaba; acostada e inerte mientras en su mente se agolpaban, luchando, toda una multitud de pensamientos atropellados que pretendían ocupar un espacio, aunque fuera desordenado, y un lugar en su pensamiento. La habitación estaba completamente apagada y la poca luz que entraba desde fuera apenas permitía vislumbrar las sombras informes y caprichosas que se desplazaban por toda la estancia; y allí estaba, tapada bajo las sábanas junto al cuerpo girado y durmiente de su marido.
   Sólo sus ojos estaban abiertos y en el iris de cada uno de ellos, brillantes, se reflejaban minúsculos puntos de luz por los que parecía que entraban y salían ideas sin cesar, de fuera para dentro y de dentro para fuera, líneas de pensamiento ya razonadas y uniformadas que en secuencia militarmente ordenada descubrían, ya libres, la amplitud del espacio flotante. El, mientras, a su lado, plácidamente dormido, desconocedor ausente de las grandes batallas de hidras y de gigantes, de vientos y olas que lo circundaban amenazantes.
   Era la primera vez que le sucedía, nunca antes le había pasado. Su vida, hasta este momento, había transcurrido sin el menor contratiempo. Su niñez y adolescencia vividas en el pueblo habían sido como la de todas las lugareñas; estudiar, disfrutar, correr, jugar en los campos sembrados y una pubertad y adolescencia casi inalterables rodeadas de toda normalidad. Risas jóvenes sin malicia o con la justamente permitida y, pronto, inevitablemente comprometidas.
   El pueblo era uno de esas pequeñas aldeas apostadas en un valle en el que confluían y se apoyaban las bases de varias viejas montañas. No muy lejos, como a unos dos kilómetros, tenían una ermita que, en el fondo, se trataba de un caserío reconvertido y en el que, durante las fiestas patronales, se celebraban todo tipo de eventos.     
   Bien joven, Patricia, conoció a Andrés, un hombre de los que daba aquella tierra, noble y llano, algo simple en el concepto más puramente urbano pero nada simple en aquellos otros cánones que establece la vida y el sentido más común. Escaso en los afectos pero bueno y trabajador, desgastado por el duro trabajo de la tierra y los animales desde bien temprano cada día. Con él se había casado recién cumplidos los diecinueve, y pronto habían tenido dos hijos, Juan, como el abuelo materno y Andrés, como el paterno. Pronto también había pasado de ser una joven despreocupada a ser una mujer cargada de obligaciones. Hecha pero sin hacer, obligada a ser madura sin apenas advertirlo. Con una casa que atender, unos hijos que criar y un marido que querer. Aparte de eso, su distracción era reunirse con las amigas de siempre y tomar un café en la terraza del único bar que había también en la plaza central, bueno, algo que servía y hacía las veces de bar pero que no era otra cosa que un local anexo de la iglesia. La mayor parte del año no tenían un cura estable sino uno que compartían con las iglesias de otros pueblos cercanos. Eso tampoco era algo que preocupara en exceso a los vecinos de San Antón ya que lo que el cura solía decir era casi siempre lo mismo y ya se lo sabían. 
   La verdad que de aquel pueblo apartado y tranquilo, en la actualidad, quedaba ya poco. La adecuación de las nuevas carreteras efectuada en las últimas décadas lo habían acercado no sólo al resto de los pueblos de su alrededor sino también a la capital y, con ello, a la modernidad. Aún se recuerda como formas de vida ya antiguas la alegría colectiva que supuso en su día la llegada de la televisión al pueblo; cómo las gentes lo celebraron y el revulsivo que supuso para la vida cotidiana de San Antón. Ahora, sin embargo, había llegado el internet y no había supuesto tanto. Como si esa modernidad hiciera a las gentes menos comunicativas, más encerradas en sí mismas y en sus propios asuntos. La verdad, que poca gente conocía lo que era esta nueva forma de vida, al comienzo sólo los más jóvenes y algún que otro leído pero, poco a poco, cada vez más gente había ido descubriendo las ventajas de la red. Ahora, hasta los que tenían cuarenta años también se estaban acercando y estaban aprendiendo.
   También Patricia y sus amigas habían entrado ahí y en alguna medida, internet, estaba cambiando sus vidas. Ya no eran todas las tardes las que estaban juntas en el bar esperando que sus maridos regresaran, ahora, más de un día se quedaban en casa explorando por el ciber mundo todo aquello que nunca habían podido conocer y vivir en persona. Grandes ciudades, monumentos, noticias, aplicaciones para sacar recetas de cocina, bajar películas, música, juegos para los niños y chat; chats para hablar con gente. ¡Eso sí que era algo nuevo¡ como un secreto, algo que en algunos casos parecía ilícito y que sembraba en ocasiones el temor y la desconfianza en ellas. Parecía increíble que se pudiera conocer a alguien que estuviera tan lejos, del mismo país o, incluso, de otro. ¡Qué cantidad y qué variedad de gentes¡
   Jamás lo habría podido ni imaginar. Pero era cierto. Ahora estaba sumida en una tremenda incertidumbre, en un gran dilema. Nunca antes le había pasado y parecía verdadero. Pensaba que era la primera vez que le sucedía, al menos así, de esta forma tan intensa y viva. Pero, ¿Estaba verdaderamente enamorada?, ¿Era verdadero amor lo que sentía tal y como el que un día sintiera por su marido? La verdad, no lo sabía, en estos momentos dudaba de todo, “Sin duda que sí, tuvo que ser así”, se decía a sí misma una y otra vez pero nunca antes había tenido la posibilidad de hablar con alguien así. Una persona tan diferente a todas aquellas que siempre le habían rodeado.
   Tan solo dos meses antes había conocido en un chat a un hombre que decía ser un poco mayor que ella y, desde entonces, casi cada día, habían estado quedando para hablar sin darse cuenta de que, poco a poco, habían ido entrando en una dinámica más personal e íntima. Él le prometía amor y fidelidad y le hacía ver su dependencia de ella. Ella, sin terminar de creérselo, también había llegado a esa misma conclusión, pero ¿Sería posible que toda esta situación estuviera sucediéndole a través de un ordenador y que fuera real? Desde hacía días se encontraba ahí en medio de esa encrucijada, en un cruce de caminos: abandonarlo todo e irse decididamente con su nuevo amor o quedarse con su marido y su vida cotidiana. Sus obligaciones y su deber, sus hijos y su casa o la predilección por sus sentimientos. La cabeza o el corazón.     
   Y allí estaba una noche más, en medio de la oscuridad y dando vueltas a sus pensamientos. A su lado, girado y confiadamente dormido su marido, ausente desconocedor de las gigantescas dudas que minaban y lastraban irremediablemente el cuerpo lívido de su joven esposa. “Él es como es, carente de todo afecto, duro, insensible, pero siempre ha estado ahí y siempre, a su manera, me ha querido, de eso no tengo duda…” Después de unos minutos que parecieron infinitos, decididamente se giró y apoyando la cabeza sobre el hombro de su marido, se fue quedando poco a poco tranquilizadoramente dormida.   

ASEVERO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:49:44 pm
Los dos


El aspecto físico de un ser humano viene determinado por las diferentes combinaciones de unas bolitas que componen el ADN, llamadas nucleótidos. Sólo hay cuatro tipos de bolitas: adenina, citosina, timina y guanina, y entre ellas se combinan en parejas un número desmesurado de veces a lo largo de cadenas de ADN del mismo tamaño para todos nosotros. Por supuesto, estas combinaciones siempre son diferentes. Es decir, ¿qué probabilidades hay de que sean iguales? Prueba a coger dos camiones llenos de canicas rojas, azules, verdes y amarillas; ahora vuelca uno sobre una explanada en Thailandia y otro sobre otra explanada en el Congo Belga, por ejemplo, y dile a un niño que las ponga en fila.
   Bien, ahora, dime: ¿qué posibilidades hay de que los dos las ordenen exactamente de la misma forma? Es lo que en Ciencia se denomina imposible en la práctica, pero ese no es el término adecuado: lo que en realidad quiere decir es que las probabilidades de que eso ocurra son tan remotas que el hecho de que se den constituiría casi un milagro.
   Después de todo este rollo, podrás imaginarte mi sorpresa cuando yo, Jake Durham, de quince años, a una semana de mi examen de recuperación final de Matemáticas, entré al baño de una discoteca, esperé al ver que estaba ocupado y cuando abrió la puerta, vi a un tío exactamente igual que yo parado enfrente de mí. Dime, ¿cómo reaccionarías tú? Yo grité. Él, El Otro, se me quedó mirando boquiabierto y patidifuso. Empecé a pensar en todas esas películas policíacas que había visto acerca del rapto de gemelos, pero descarté esa hipótesis; yo no tenía un hermano gemelo: había demasiada gente en el hospital la noche en que nací, mi madre no perdió el conocimiento, en un vídeo familiar sale acunándome en sus brazos perfectamente feliz, junto con mi padre, que lo había presenciado todo… Bueno, no es la conducta que mostrarían unos padres que han perdido a un niño, ¿no?
   Pero entonces, ¿quién era ese tío?   
   No recuerdo bien lo que pasó luego. Sólo sé que él tomó la iniciativa: me metió en el baño y cerró con pestillo. Yo no me opuse. Se me quedó mirando. Luego, empezamos a hablar.
   Nos hicimos un montón de preguntas que ninguno supo contestar. No importó demasiado, porque creo que tampoco habríamos sabido procesar las respuestas. Al final, decidimos que estábamos demasiado, ¿cómo lo diría?, descolocados como para seguir con aquella conversación. Así que quedamos en vernos al día siguiente. A mí me pareció peligroso e irresponsable. Pensé en a quién se lo iba a contar primero, y El Otro me dijo, como si me hubiera leído el pensamiento: “eh, ni se te ocurra decírselo a nadie”. No me atreví a hacerlo, porque parecía muy seguro de lo que decía.
   Durante el resto de la noche, la cerveza no ayudó. Cuando me desperté por la mañana, pensé que quizá todo había sido un sueño. Pero poco a poco fui recordando todos esos detalles que desmienten los sueños. También recordé que había quedado con él. Sólo entonces caí en la cuenta de que el lugar que había escogido era particularmente solitario. Pensé en no ir, pero dime, ¿acaso tú no lo habrías hecho?
   No perderé tiempo en contar de qué hablamos, porque ya os lo podéis imaginar. Sólo os diré que aquel día, El Otro, que resultó llamarse Jack, estaba sonriente, casi jovial,  hacía gala de una seguridad que a mí me acojonaba. Tío, ¿por qué estaba tan contento? Me dijo que había hablado con sus padres, los había sondeado, y había descartado, al igual que yo, la posibilidad de que fuéramos gemelos. Entonces, me explicó toda la ***** del ADN y los nucleótidos.
   Y, ¿sabéis qué hizo después?, después de acabar de conversar conmigo en un callejón, mirando hacia todos lados por si venía alguien, con una gorra calada hasta las cejas para que el caminante el cuestión no nos reconociera como iguales, me pidió un favor.
   -Mañana mis padres van a comer en un restaurante con unos tíos míos que no se callan. Joder, son el mayor tostón que te puedas imaginar. Dime, ¿te importaría ir tú por mí? No se darán cuenta: te contaré algunas cosas sobre ellos y sobre mi familia; tú sólo tienes que estar callado y todo irá bien- iba a decirle que no, por supuesto, que estaba chalado, que aquello era una locura, pero entonces apuntilló:-. A cambio, yo haré lo que tú quieras por ti.
   Lo pensé un segundo, y sin poder evitarlo, le pregunté:
   -¿Cómo se te dan las Mates?
   En resumen: tuve un notable, mis padres me compraron el portátil con el que llevaba meses dándoles la tabarra y empecé un verano en el que estaría libre de estudios.
   Jack se convirtió en mi solución, y yo en la suya. Dime, ¿qué harías si pudieras estar en dos partes a la vez, si pudieras desdoblarte, si pudieras turnarte con alguien para hacer la mitad de las cosas que no te gustan? ¿Qué pasaría si a ese doble tuyo se le dieran genial las Ciencias (mejor incluso que a Justin, el cerebrito de mi clase), mientras que las Letras son lo tuyo? ¿Qué pasaría si un día os compráis la misma ropa y empezáis a cambiaros para ir a clase cuando queréis? “-Nos han puesto el examen de La Celestina para dentro de un par de semanas. –Tranquilo, Jack: me la he leído dos veces. Por cierto, ¿cómo me echas un cable con un ejercicio de Biología?”. O mejor, ¿qué pasaría si no se te dan bien las chicas, y hacéis un acuerdo para que el que mejor se desenvuelva quede con esa a la que te querrías acertar, la deslumbre, y te deje a ti la mejor parte, que esperas en el baño ataviado exactamente igual? ¿Qué mis amigos han quedado para jugar al fútbol y nunca me cogen porque soy un paquete?, llamo a Jack; ¿que Jack ha quedado con una chica a la que quiere impresionar y que es fan de Saramago o Almudena Grandes?, para eso estoy yo.
   Joder, durante un tiempo, la cosa fue genial.
   El problema fue Justin. Justin es está obsesionado con tener las mejores notas. Justin está obsesionado con que nadie lo supere en clase. Justin se sabe las calificaciones de todos sus compañeros. Incluidas las mías. Por eso no es de extrañar que un día se reparase en cómo habían subido mis notas en Matemáticas, o en Física y Química. Tampoco es de extrañar que un día siguiera a Jack hasta el baño, donde me llamó por teléfono para darme la buena noticia. Y en ese punto, no es de extrañar que descubriera el pastel.
   Empezó a sermonear a Jack, a amenazarlo, a llamarnos timadores y chapuceros, a decirle que iba a decírselo todo a los profesores, a decirle que tenía grabada la conversación con su móvil, a avisarle de que fuéramos preparando las maletas para el reformatorio. Y Jack… bueno, no sé por qué me sorprendí. Ya lo conocía, ¿no?, toda la idea de cambiarnos había sido cosa suya: Jack no se asustó cuando vio a un tío igual que él enfrente suya, ni le tembló la mano a la hora de proponerme cometer una serie ilimitada de fraudes. Yo lo seguí, lo sé: soy igual de culpable.
   Pero eso no lo tuve en cuenta cuando Jack me llamó diez minutos después, cuando me dijo que había convencido a Justin para esperarlo a la salida del instituto, cuando me contó cómo lo había llevado a la parte trasera para tratar de hacerlo entrar en razón, cuando me narró cómo “ese cabrón fue tan obstinado, estaba tan empeñado en pincharme, que salté; salté, Jake, y antes de darme cuenta, le abrí la cabeza con la tapadera de un cubo de basura. Pero eso no es todo, tío: creo que alguien me vio. Estaba en la otra punta del callejón, y salió corriendo”.
   Me puse histérico. ¿Soy una nena?, vale, lo soy, pero es parte de mí, de Jake Durham: Jack es otro tío; somos iguales, de acuerdo, pero sólo por fuera. Yo lloraba mientras él cavilaba sobre cómo deshacernos del cuerpo… y casi pude ver una bombilla encendida en su cabeza cuando me preguntó: “oye, ¿tú dónde has estado a medidodía, sobre las dos?”, “quedé para comer con unos amigos”, le dije entre sollozos; “¡ya está, joder, ya está! ¡Lo tengo! ¡Lo tenemos!”, “¿qué tenemos?” “¡La solución! ¡Se acabaron nuestros problemas! ¿Es que no lo ves?, yo he matado a un capullo, ¡pero a esa hora tú estabas con tus colegas! ¡Nadie sabe que somos dos! ¡No pueden acusarnos: tenemos una coartada infalible!”
   Y tenía razón. No hizo falta esconder el cadáver de Justin. Sólo borramos un par de huellas y lo tiramos en un descampado. Cuando lo encontraron, la Policía vino a hablar conmigo con tono acusatorio, y yo les dije la verdad: que había estado comiendo con unos amigos. Estaban convencidos de que me habían pillado; al fin y al cabo, tenían testigos, pero cuando hablaron con mis colegas… se les quedó la boca abierta.
   Detuvieron a otro chaval. Apenas lo conocía. Me había cruzado con él algunas veces por los pasillos. Por lo visto, había discutido con Justin hace no-sé-cuántos días por no-sé-qué. Yo llamé a Jack para reunirnos en el callejón de detrás del bar donde nos encontramos la primera vez. Cuando llegó estaba exaltado.
   -¡Joder, Jack: han acusado a un inocente!
   -Inocente, vamos, nadie es inocente…
   -¡No me vendas Filosofía barata! ¡Le hemos arruinado la vida a un chaval al que ni siquiera conocíamos!
   -Tranquilo, Jake, tranquilo: no todo podía salirnos bien. Mira, tenemos un privilegio, ¿vale?, un don, un regalo, y se nos ha dado para que hagamos cosas con él. Y serán grandes cosas. Pero no podíamos saber controlarlo desde el principio: nadie nace sabiendo, ¿entiendes? De acuerdo, esta vez hemos metido la pata, pero…
   -¿Hemos? ¿HEMOS? ¡Yo no he matado a nadie!
   -¡Oh, están hablando las Hermanitas de la Caridad! ¡Tú sabías tan bien como yo que lo que hacíamos era ilegal!
   -¡*****, Jack: una cosa es cambiarnos para un examen y otra cosa es matar a un tío!
   Jack me miró jadeando de cabreo, pero logró calmarse; yo no. Ya más tranquilo, me dijo:
   -Mira, entiendo cómo te sientes, pero estamos juntos en esto, lo hemos estado desde el principio, y no vas a abandonarme ahora.
   -Tenemos que contar la verdad, Jack: nos entenderán.
   -No, yo iré a la cárcel.
   -Hablaré en tu favor.
   -No servirá de nada. Mira, Jake: si yo caigo, tú caerás conmigo.
   Todo tiene un límite. Todo recipiente una capacidad. Todo ordenador una memoria. Todo ser humano una línea de desborde. Incluso las secuencias de ADN tienen límites.
   Y el mío acababa de ser sobrepasado.
   Lo golpeé con la tapadera de un cubo de basura. Antes de darme cuenta, Jack estaba muerto. Y yo, un inocente, al lado de su cadáver. “Soy una víctima: esto  no tenía que haber pasado”. Pero es verdad que sentí cierta emoción al ver lo que podía hacer. Y eso me hizo tener el peor de los miedos: miedo de uno mismo.
   Después de todo, Jack y yo no éramos tan distintos.
   He llamado a Emergencias. He dado la posición exacta del cadáver, pero me he negado a identificarme. Ahora estoy en un tren que no sé adónde va, y tampoco me importa. De momento, lo único que quiero es salir de esta ciudad, y acabar esta carta que mandaré al departamento de Policía cuando sea el momento. Cuando esté lo bastante lejos. Supongo que les resultará esclarecedora, sobre todo cuando dos familias denuncien la desaparición de un chico con la misma apariencia, y cuando esas dos familias reconozcan el mismo cadáver.
   Sí… llegarán al depósito y encontrarán un cadáver y un problema indescifrable.
   Firmado:
   Jake M. Durham.

Peter Narco
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:51:42 pm
CONCIERTO EN PARÍS



“A Joaquín Rodrigo in memorian”

   Apretó  con  fuerza  el  estuche  de  su  guitarra y adelantó unos pasos  buscaba un espacio posible donde colocarse. Como encontrar un sitio seguro para él y su instrumento dentro  de aquel ómnibus. Eran las cinco de la tarde,  trataba  de  llegar a  la  sala donde ofrecería su primer concierto.

   Los hombres regresaban de su  trabajo  o iban  a  su  trabajo  como él. Los olores  contrapuestos  entre  los  que  van  y  vuelven enrarecen el ambiente. Aquellos  gritos  a  la  medida de un campeonato mundial de decibeles lo  estremecían,  no  podía  evitarlo. Decidió  pensar en  otra cosa para acortar la distancia y  olvidar el entorno. Un ejercicio hindú de   concentración,  recordar  máximas  filosóficas...  recordar  versos…
   Optó  por lo  último,  más  relajante. Aquellos  versos  de  Tagore  que  lo impresionaron tanto,  leídos  en  un pequeño libro tomado al azar en el arsenal mitológico de la mochila de un amigo:

Día a día echo a flotar
mis botes de papel
uno tras otro corriendo río abajo.
en grandes letras blancas
escribo sobre ellos
mi nombre y el nombre
de la aldea donde vivo
espero que alguien
en alguna tierra extraña
los encuentre y sepa quién soy


   Los últimos versos de aquel discurso poético de Tagore le templaron el alma. En alguna tierra extraña los encuentren y sepan quien soy. ¡Y sepan quien soy!  ¡sepan quien soy ¡¿quién soy?

Viajar a París.

En una gran sala ofrecer un concierto. Una función esperada por la ciudad entera, con su nombre  en L´Humanité y el amanecer circulando su éxito. Una sala dispuesta a recibirlo con ese olor especial que tienen las salas repletas. Una noche especial de gran función. Todos sus amigos tenían aquellos sueños de viajar como él, pero él soñaba con París para interpretar allí “El Concierto de Aranjuez”. En aquella ciudad compuso esta obra maestra Rodrigo. También en ella estudió música, amó a Victoria, lloró al hijo muerto. Aquella pieza nacida del recuerdo de una luna de miel en Aranjuez pasó a ser prueba de fuego en la vida de todos los guitarristas de fuste del mundo. En París las cosas parecen más fáciles, la ciudad reluce y su luz es límpida, la luz brota por doquier, cada calle, cada edificio, cada rincón es un surtidero de luces. Las tardes son suaves, con ese viento grato del otoño, que deja los árboles libres de las hojas asomarse al cielo y ponerse cerca de la luna que es tan frágil como una lámina de cristal.

   Entre empujones y pisotones, pide clemencia para que le permitan llegar a la parte trasera del ómnibus.  Suda como si atravesara una barricada bajo las bombas. Un tropezón lo obligó a mirar a todos los seres que tenía a su alrededor. El mundo está lleno de especímenes raros  como yo. Blancos, verdes, amarillos, desteñidos, sucios, limpios, olorosos, cultos, flacos, malolientes, gordos, maleducados, tristes, buenos, serios simpáticos. Una guagua llena puede ser una muestra microscópica del mundo. Cada uno con su batalla de penas , de luchas en el corazón. Cada  uno tratando de conocer París o en busca plata,  en busca de  la comida de hoy, cada uno aferrado a vivir ,  a sobrevivir.

    Volvió a echar mano a los versos de Tagore,  la visión que contemplaba era incierta, o tal vez él estaba trágico esa tarde...

Lleno mis botes de papel
con hermosa flores de nuestro jardín

   Fin del verano, él entra al Conservatorio con su vieja guitarra de estudio. Aprende definitivamente que la metáfora armónica es el empleo de acordes distintos  que no tiene nada que ver con la metáfora literaria. La escuela de música es como un confinamiento, y hay que estar dispuesto a consagrarse a esta guitarra y olvidarse que afuera hay veranos, playas, culos lindos. Cada día involucrar más la existencia dentro de aquellos estudios de armonía, contrapunto forma y composición.

Aferrarse a estas cuerdas.
Yo ser ellas.
Ellas ser yo.
Ellas dentro de mí.
Yo dentro de ellas.
Amarlas.

   Las yemas de los dedos colorándose con la sangre agolpada detrás de la piel. Segovia tocaba con las yemas de los dedos, sus interpretaciones fueron las más puras que jamás se hayan escuchado. Tocar más y más. Hoy y mañana y mañana. Tarde y después. Pulsar las cuerdas con más ansias y tener fiebre en las manos y rabia y dolor...

Soñó con hacer transcripciones de grandes compositores como hizo Tárrega, el sevillano. Transcribir a Bach, a Haendel. Transcribiría la Misa para difuntos de Mozart. Cien guitarras la tocaran en sus funerales.

   Lo de las transcripciones, efluvios artísticos de los primeros tiempos.  Esas intenciones quedaron en el camino a medida que las cosas fueron tornándose más serías.

   Vino mas tarde la decisión suya de ser intérprete. Lo recordaba tan claramente. Aquella tarde en que tuvo la suerte de ver por primera vez una guitarra “Kono”. Tan dorados sus clavecines como sus cuerdas. Tan bella y reluciente que lo hizo parpadear enceguecido. Esa caja de madera plana con cintura cálida como la de una mujer le desordenó el entendimiento. Las manos le temblaron al rasgar sus cuerdas, sus dedos fueron tomando nuevas formas sobre ella, o ella tomó nuevas formas bajo sus dedos. Se fueron sintiendo los la-re-sol-si-mi-la. Depositó sobre ella su trascripción de un Poema Sinfónico de Debussy: Los dedos entre negras,  blancas, corcheas, y semifusas.
Esa no era su vieja guitarra de noches trovadorescas.
Juró que hasta el último día de su vida sería un concertista y besó aquella madera que le dejó en los labios un sabor de perfume asiático, místico e impredecible.

   Al estrechar su guitarra, se hizo más hermético su conjuro con ella. Fundidos guitarra y hombre.Hombre, guitarra y soledad. Esa soledad tan necesaria a los artistas y a veces más devastadora que la fuerza de un cataclismo.

   Después más entendimiento con la música de los clásicos. La música de los maestros dentro de él. Él dentro de la música de los maestros. Así conoció el nacimiento del Concierto de Aranjuez, la muerte y la vida. La vida, la muerte y el amor. Toda la ternura de un hombre sin ojos propios, pero con mil ojos en el corazón.
Todo arte es el hombre escapándose de sí.
Seré un buen músico.
Mi guitarra sonará ...  sonará ... sonará.

Hace falta,más…trabajo, voluntad y muchas cosas adentro ...talento con voluntad sólo aprendí a bailar medianamente el tango dijo un escritor español
Seré un concertista...
Tendré una Kono o una Fleta...
Conoceré París...

   A duras penas abandonó el ómnibus, tropezó y volvió a tropezar, sudó hasta lo indecible trataba de rescatar la guitarra de aquella porción del mundo. Sorteó los charcos en la acera, durante todo el camino llovía insistentemente. Se contempló el traje todo estrujado y las salpicaduras de la lluvia manchándole el pantalón, el agua penetrando por las suelas de los zapatos rotos,  humedeciéndole los pies. Se sacudió las gotas, se alisó el traje.

   Afuera el tumulto, el ir y venir. Ese zigzagueo de la gente que evade la calle mojada, era una proporción aumentada de la muestra de dentro de la guagua. Más gentes, más hombres, más mujeres, más niños, más niñas, más locos, más viejos, más jóvenes, más gritos. Se vio mínimo, sintió otra vez aquella sacudida y no supo si volvía de la guerra o si estaba llegando a ella. Un grito de ¡mueve chofe! Lo hizo salir corriendo.

. . .

   La tarde dando paso a la noche, apareció escuálida tras la insistencia de la llovizna,  rompía caprichosamente el ángulo de las luces que iban encendiéndose. La noche en complicidad con sus sueños.

   La ciudad y la noche opaca, en el preludio de su concierto. Tal vez amarrándose a aquella fecha del año 1999 en que murió Joaquín Rodrigo y que el mundo dijo: Hoy Aranjuez llora. La Villa de Aranjuez se escapó de la geografía española, cuando en la noche de 1940 la mano de Joaquín Rodrigo y su guitarra la revelaron al mundo. Sus parques majestuosos, jardines, fuentes y palacios reales dentro de las notas de aquel concierto alcanzaron lo universal.   Miró su reloj y apretó los pasos pensando que se acercaba la hora y que tal vez aquella noche “Aranjuez cantaría” y desde los muertos Joaquín Rodrigo se alzaría para darle la enhorabuena.

Otra vez los versos de Tagore rondándole.

cuando la noche llega
entierro mi rostro


   El segundo timbre llamando a los artistas. La luz con su parpadeo característico. Se asomó discretamente por detrás de las cortinas del escenario, la sala estaba repleta. Observa la silla que ocupará, todavía solitaria. Tambores batá a un extremo. Un bajo del otro lado. Sistemas eléctricos, luces. Presiente al público ansioso. Hay frío en su espalda, este momento es siempre como de estreno, hay vuelcos en su pecho. Definitivamente ha llegado la hora. Palpa un caracol que lleva como amuleto en el fondo del bolsillo de su pantalón y aprieta la nariz contra la guitarra como arrullándola.
– Ayúdame – le dice entrecortadamente.

   La luz baja de un todo y cae breve sobre él que atraviesa el proscenio, saluda a todos con una ligera inclinación de cabeza.    Levanta la guitarra  y otra  vez roza contra ella su nariz. Recuerda que concierto significa: concentrarse, querellarse, batirse, enfrentarse,  salen de sus manos las primeras sonoridades.
    La guitarra prestada resplandeció entre sus brazos. Sus laterales eran suaves como la cintura de una mujer oriental. Aquel perfume de sándalos y barnices se le insinuaba clamoroso. Sus dedos comenzaron a pulsar las cuerdas con precisión y con la ternura que se presiona a las mariposas recién nacidas. Una vez, otra vez en aquel revoloteo apenas perceptible. Sus dedos blancos y delgados en un empeño doloroso sobre los hilos dorados. Los acordes fueron elevándose sonoros y armoniosos. Sus fuerza y brillantez melódica no tenían nada que ver con el  movimiento tenue de donde salían.

   Las notas de “Mercedes” de Manuel Corona colman la sala.                      Después “Quien tiene viejo el corazón “ de Silvio Rodríguez.

Ahora el primer allegro del “Concierto de Aranjuez”. El niño muerto.
La guitarra de España y el amor de Estambul. El neocasticismo de Rodrigo. El llanto de un niño que muere, inocente el niño muerto. El fuego del movimiento intermedio, la coda del tercer movimiento. Aranjuez ríe.
El Palacio de los Borbones enciende sus luces.
Las fuentes lanzan sus brillos de agua a los cuatro vientos.

   Sus manos ya no le pertenecen, son de aquella guitarra, de aquellos destellos sonoros que incendian la noche, de aquel amor de Aranjuez donde un hombre y una mujer se recuerdan en la perpetuidad de la muerte.

   Le pareció ver sentado en primera fila al maestro Joaquín Rodrigo preso de las manos de Victoria. Apretados uno junto al otro, embargados de satisfacción.
   En arrebato el allegreto final y las notas disolviéndose entre los aplausos del público.

   Hizo una leve inclinación y sollozó silenciosamente con la cabeza baja. Levantó la guitarra y la besó otra vez. Movió ligeramente los dedos adoloridos y pensó que todo lo hermoso llega con dolor.

* * *

   Salió a la calle que aún guardaba las huellas de la lluvia. Abrazó su guitarra contempló la noche luminosa.
Esta tierra es así mudable como una veleta- pensó-  agradecido de la noche que le caía encima y satisfecho por la visión de la luna que como un globo de cristal inflado jugueteaba entre las alas de un ángel sobre la cúpula más alta.

¡Qué linda es esta tierra! ¡En invierno las noches aquí son azules! dijo casi en un susurro,  y aspiró con agrado el viento que le golpeaba en la cara.

   Muchos lo saludaron al cruzar la calle. Un coche antiguo se detuvo muy cerca y asomados en la ventanilla dos viejecitos. Era Victoria la de Estambul que esbozando una sonrisa le habló suavemente: ¡En tierra extraña sabemos quién eres! ¡Ya sabemos quien eres! agregó el maestro Rodrigo
   Echó a andar rumbo al ómnibus y pensó que tal vez París no era tan fácil, pero la humedad de la lluvia le sorprendió otra vez en sus zapatos.

Mariko Unuma
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:53:35 pm
La búsqueda


¿Era o no era?
La vio entrar entre rechiflas y gritos, ya casi desnuda. Ella agarra el tubo cromado de metal y se impulsa hacia arriba abriendo las piernas. Él ve cómo aplauden aquellos estúpidos desde las mesas, y otros le tiran billetes.
¿Era o no era Araceli?
Se mordió los nudillos sin dejar de mirar a esa mujer, sin dejar de preguntarse.
Tambaleándose en un vértigo de tequila, se acercó al escenario. Las miradas se tantearon en la distancia, y recordó el idilio en Nueva Concepción.
   
       Nunca fue del agrado de doña Joaquina, quien le estudiaba de pies a cabeza al igual que a un insecto.   
Cristian y Araceli se conocieron en la iglesia, y se volvieron inseparables. El inocente y tembloroso beso no tardó en llegar.
La escuela cerró, y a través de escritos dejados en lugares secretos y ayuda de amigos se comunicaron en las vacaciones. En la secundaria, soñaron: él quería ser ingeniero, y ella bailarina. 
 Doña Joaquina falleció. Araceli no tenía más parientes, así que la posibilidad de quedarse era improbable; la familia residía en la ciudad, y allá tendría que ir ella a vivir. Después del funeral, se quedó un tiempo. Esa mañana salieron a estudiar… y el atardecer los sorprendió en una covacha con rumores del campo, desnudos en la hamaca.
Un nuevo día despuntó. Las promesas se unieron a la triste despedida: el bus arrancó, y él guardó el rostro de ella como si fuese una fotografía.

Cristian emigró para empezar la universidad y se reencontró con Araceli. En los moteles se refugiaron y se juraron amor eterno.
Una tarde de abril fue a proponerle que vivieran juntos.
La actitud misteriosa de Araceli antes de su desaparición le cuentan los afligidos parientes. Uno de la familia piensa que se debió al trato que le dio la bruja de doña Joaquina. Entre argumentos a favor y en contra, alguien le pregunta si han reñido.
—Hacíamos planes para casarnos cuando me graduara. 
Otro familiar agregó:
 —Pues ya preguntamos con sus amistades, y no saben nada. Por un momento pensamos que se había ido a vivir con vos.
  —¡Conmigo no está! La última vez que conversamos, me despedí de ella en esta misma puerta.
       Apesadumbrado, Cristian visitó hospitales y departamentos de Policía. Nunca se rindió.
Y ahora, pasados cincuenta meses y una noche, allí está ella frente a él. 
 Cristian se encamina a la salida. La luz de la calle lo recibe llorando. Enciende un cigarrillo bajo el rótulo club de bailarinas del barón azul.
 La infatigable búsqueda ha concluido.

Esclavo Moderno
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:57:24 pm
Anhelo letal


Los cinco sentidos del armador estaban en alerta mientras oteaba el horizonte.  La oscuridad, en aquella  noche sin luna; solo dejaba ver las  sombras de las olas coronadas con difusas crestas. De un momento a otro llegarían, entonces, la espera habría valido la pena.
A pocos metros, escondidos en el mangle del lugar, un grupo de personas esperaba. Atrás habían quedado cientos de horas de tenaz y sigilosa preparación: mentiras, desinformaciones, viajes inventados de última hora imposibles de postergar, enfermedades repentinas, todo sirvió, y fue usado, en aras de garantizar la salida ilegal en pos de la tierra de los sueños: los Estados Unidos de América.
El grupo procuraba no hacer ningún ruido que lo delatara, las tropas guardacostas, en alerta permanente, recorrían como perros sabuesos cada centímetro de costa con el fin de impedir la huida por mar de todos aquellos cansados de sufrir el desespero de la crisis económica adueñada del pais que los vio nacer. La ansiedad, emparentada con el temor de ser descubiertos, era extrema, solo el ruido de las olas chocando contra las rocas y el canto de caza de alguna que otra lechuza rompían el silencio de aquellas almas. De pronto; el llanto de un niño los congeló a todos.
Rápidamente, el armador corrió hacía el grupo, que alarmado por tal imprevisto, amenazaba con desmembrarse y sumirse en un caos total.
 Algunos increpaban a la joven madre que luchaba por calmar al pequeño de meses que reclamaba su toma; ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. El armador impuso su autoridad y logró calmar al sobresaltado grupo. Con tono suave adornado de con tiernas palabras conminó a la joven madre a desistir de tan arriesgada aventura, tanto para ella como para el bebé, su bebe, la respuesta fue tajante- ¡Podré morir en el intento; pero aquí no me quedo!
Los expresivos ojos de la joven se posaron en los rostros, nadie fue capaz de sostener aquella mirada que como braza ardiente quemaba los sentidos de aquellos  que sin querer juzgarla lo hacían; a sabiendas de compartir la misma desesperación que palpitaba en su alma: hambre, escasez, empleos mal remunerados, ausencia de derechos cívicos, despotismo a los más altos niveles, promesas gubernamentales incumplidas, y lo peor de todo: ausencia total de esperanzas de cambio, al menos, para los que no tuvieron la suerte de formar parte de la “élite”.
Pasado el sobresalto y restablecida la calma, cada quien se acomodó como pudo tratando de descansar lo poco que se lo permitían los gigantescos jejenes con sus picadas en busca de sangre a pesar de los inútiles manotazos por espantarlos. El armador, cual ángel guardián, se mantuvo al lado de la joven madre y el bebe.
No había pasado mucho tiempo del incidente cuando la voz del armador, anunciando con entusiasmo la proximidad de la embarcación, imprimió nuevos bríos y esperanzas en los desfallecidos corazones.
La frase- ¡ya están aquí!- fue como adrenalina para aquellas almas agónicas tras larga espera. Todos de pie trataban de ver con sus propios ojos el transporte celestial que los transportaría a la tierra de la libertad, la tierra de las oportunidades: adiós a las calamidades, la pobreza, al eterno periodo especial, y al omnipresente bloqueo económico “culpable” de todos los males.
Con suave vaivén, motores apagados, fue acercándose a la costa la embarcación con capacidad original para ocho personas. El oleaje no era fuerte, pero para evitar cualquier contratiempo con las rocas; se mantuvo a cierta distancia, la única forma de alcanzarla era a nado.
Ninguno de los allí presente contaba con este inconveniente, pero no tenían otra opción: era el mar o el infierno. Todos se decidieron por el mar, incluida la mujer de sesenta años que formaba parte del grupo añorando reencontrarse con sus hijos y nietos después de doce años de separación; pasando por visas y permisos denegados en la oficina de interese de los EE.UU. en la Habana, aún estar todos de acuerdo, nadie  se atrevía a lanzarse al agua en pos de la lancha, las rocas y el oleaje, que sin ser enorme impresionaba, frenaron por unos segundos el impulso del grupo. 
La primera en romper el momento de dudas fue la joven del bebé, sin dar tiempo a ser detenida, saltó desde el peñón y se dirigió a la embarcación. La mirada atónita del armador la siguió mientras pudo en las oscuras aguas, no podía hacer nada más por ella a no ser seguirla con la mirada, mudos ruegos al omnipotente, y la ansiedad de su corazón, el resto dependería solamente de ella, y de su buena estrella.
Las olas, aunque moderadas, a pesar de sus esfuerzos la cubrían a ella y a la criatura. Su decisión fue contagiosa. El resto, excepto el armador, la siguió como sigue la manada de ñues al líder que se lanza a cruzar las aguas del Nilo, infestadas de cocodrilos hambrientos, en busca de nuevos pastizales. De a poco un cordón de cuarenta personas, luchaban contra la marea para alcanzar la embarcación cuya  capacidad era muy inferior al número de pasajeros que llevaría. Había que llegar.
La joven madre ya estaba encima de la embarcación lavando con agua dulce a su bebé que increíblemente le sonreía, dulce inocencia. Aún faltaba la mitad de los pasajeros, entre ellos la anciana de sesenta años, cuando la alarma de unos gritos provenientes de la costa puso a los lancheros en alerta. Estos, sin pensar en los que aún nadaban  en las oscuras aguas, encendieron los potentes motores, y pusieron rumbo a mar abierto.
Las luces del guardacostas alumbraron la embarcación, que dando saltos a causa de la velocidad, comenzaba una huida desenfrenada.
Algunos de los pasajeros saltaron al agua en apoyo al familiar que no pudo alcanzar la lancha, otros, faltos de valor o conformes con la suerte que les tocó, se asieron a lo que pudieron y encomendándose a todos los santos que les vinieron a la mente, continuaron con sus planes migratorios. La joven madre, mirada puesta en la orilla que poco apoco se alejaba, acariciaba con tiernos besos a su bebe, las lágrimas, imposibles de retener por más tiempo, se deslizaron suavemente por sus mejillas, cerró los ojos, y espero…
El armador, oculto en mangle, escuchaba los gritos de aquellos que perdiendo su batalla contra las olas reclamaban una mano salvadora para no morir ahogados… no todos fueron escuchados… la anciana fue una de ellos.
Amparado en la oscuridad y la confusión reinante, el armador se fue alejando del lugar. El ladrido de los perros le indicaba la proximidad de las tropas terrestres, sí lo atrapaban, su condena no sería inferior a veinte años de cárcel, y él, también tenía familia. Poco a poco fue dejando atrás el agitado lugar. A lo lejos, en alta mar, envueltas en la negrura de la noche, entre ambas lanchas, la cacería acuática continuaba.
Los gritos de desesperación, y los ladridos se fueron apagando mientras aumentada la distancia que lo separaba del lugar. Ya casi estaba fuera de peligro cuando el tableteo de una ametralladora de gran calibre rompiendo el inmediato silencio seguido de una explosión lo detuvo en seco. A lo lejos, señalando el lugar  cual X, las llamas no dejaban lugar a duda alguna sobre el infausto final.
 Sin fuerzas, su cuerpo cayó de rodillas envueltos sus sentidos en un lúgubre sopor… así fue encontrado por las tropas guardafronteras.
Los “afortunados” que lograron conservar la vida, ya habían declarado dando sus señas como el organizador de la salida, culpándolo además de todas las  desgracias acaecidas en el frustrado intento. El uniformado frente a él, no escatimaba en insultos, adelantándole la larga condena que le esperaba.
El armador no escuchaba nada, su mente y sus sentidos habían quedado muy lejos de donde se hallaba ahora. Balbuceando algo incomprensible sintió como le vaciaban los bolsillos, cayendo algo al suelo. Uno de sus acusadores se agachó y recogió lo que resultó ser una foto familiar, el  corazón casi se le detiene al ver aquella foto donde una joven madre, bien conocida por todos los que participaron en la odisea, acariciaba con una sonrisa a su  bebé mientras dormía en  los brazos de quien a todas luces lucía como su padre…jugadas crueles del destino… no era otro que el armador.   

F. Mason
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 15:58:32 pm
Post- mortem


Sobre el velador me espera una copia del libro de poemas “Post mortem” de Sofía Rosal, libro que envío a su editor dos días antes de darse un tiro precisamente entre cejado a los pies del cerro Santa Lucia.
En otras circunstancias tal vez hubiese sido un buen amigo de Sofía, me gustaba su arrogancia y el aire de vieja cuicona que fue tomando después que salimos de la universidad. El único tono que conocíamos para comunicarnos era la ironía, y funcionaba, siempre la consideré talentosa pero un ejemplo típico de la cursilería poética que desbordad este país, dentro de todo era bastante consecuente con sus principios y eso lo respetaba. Cuando mi sobrino Pablo me comunicó su muerte no me extrañó en demasía, todos quienes la conocíamos sabíamos que no aguantaría mucho pensando que el espejo era el que se arrugaba y no ella, y efectivamente cuando cayó en la triste verdad, la vanidad pudo más que la razón, finalmente logro morir de la forma más patética y romántica que un escritor pueda buscar, haciendo mercadeo con su propia muerte, una especie de Mozart de la poesía, tal vez hubiese dicho pomposamente la vieja cacatúa, sosteniendo con una mano un cigarro de boquilla larga y con la otra acariciando su collar de perlas, obviamente sin guardar las proporciones evidentes que existen entre ella y Mozart.
El día de su funeral reapareció mi sobrino en el umbral de la puerta para pedirme encarecidamente que asista, yo me aprestaba a hacer mis clases, quería zafar del tedioso trámite, mi sobrino insistió una y otra vez.


- ¡no que aburrimiento hombre yo ni hablaba con ella! Creo que ni a ella le habría gustado que estuviese ahí
- Dale tío tienes que ir no seas terco.
- ¡te estoy diciendo que no!
- Toda la familia te está esperando.
- Pero… ¿para qué?
- Por último para que recibas el anillo de boda que la tía dijo que te devolvieran.

Julio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:03:18 pm
Una musa


Mi nombre es Irene Bronce, y soy musa. Ya saben, musa, la mujer que sirve de inspiración a artistas sin rumbo y a poetas faltos de amor y de sentido de la vida. La que es para ellos fuente de creaciones y pensamientos, la que les hace tener algo por lo que seguir trabajando a pesar de sus perturbadas e intranquilas vidas. Soy la mujer que les hace vibrar, la que consigue que de vez en cuando logren escapar de la rutina asfixiante del mundo. Y soy la que aparece en sus mejores obras.
Me describiré brevemente, sin muchos detalles, para que no se enamoren de mí. Soy alta, rubia, de cabello liso y sonrisa blanca y radiante y llena de intensidad. Delgadita, muy mona. Poseo uno de esos rostros de los que se dice que son simpáticos, pero aun así mi mirada es maliciosa y pícara y a veces escalofriante. Mi mirada azul.
Y me dedico, he de admitir que casi diariamente, a dejarme ver por bares y garitos nocturnos de las zonas más bohemias de la ciudad en cuanto que cae la luz del sol. Salas de conciertos, clubs de jazz, cafés literarios que abren durante toda la madrugada. Llego hasta allí con mi mejor vestido, reluciente y llena de misterio, y miro al primero de ellos durante largo rato. Con mi mirada maliciosa y pícara y escalofriantemente azul. Y le sonrío. Le sonrío sin cesar con toda la perversidad que son capaces de expresar mi cuerpo y mi cerebro.
Después, una vez que viene el susodicho, hablo con él de arte. Y en este punto no soy para nada una persona falsa; me encanta el arte. La música, el cine, la literatura, todo. Y sé de lo que hablo cuando defiendo la obra de tal o cual autor en su momento más profundo y triste, y cuando analizo todas sus complejas y sutiles motivaciones vitales, e incluso me siento de verdad deslumbrada con las aportaciones de mis ídolos, y he de admitir que también con las de muchos de los artistas con los que me acuesto.

Siempre he querido salir en una obra de arte. Para ser inmortal, para no quedar en el olvido. Para que pasen los años y los siglos, y cuando ya no quede nadie en el mundo que sepa que mi vida fue vacía e insignificante y que no hice nada por la Humanidad, los nuevos hombres y mujeres del planeta me vean retratada en un cuadro o reflejada en un libro o una canción, y se digan a sí mismos: “Esta es la mujer por la que uno de los genios a los que más admiramos perdió la cabeza”. “Hubo de ser especial”.
Así es que aparezco en poemas, fotos, diarios y esculturas, esperando llegar algún día a ser la amada de alguien a quien el azar y el talento hayan ayudado lo suficiente como para permitirle consolidarse como uno de los mejores de su época. Y, por fin, poblar los sueños de aquel que pueda sacarme de ellos y elevarme para siempre por encima de lo humano.
La última de mis conquistas fue un auténtico rockero, de esos nuevos músicos de barrio que a pesar de su corta edad siguen afincados en los años ochenta. Un tipo de lo más atractivo, joven y con mucha estrella, que se desenvolvía en una actitud ciertamente arrogante y soberbia. Era alto y delgado y siempre se dejaba perfilada una barba de tres días. Iba a todas partes con un cigarrillo en los labios y enfundado en una chupa vaquera, y se preciaba de ser un verdadero as entre las mujeres. No obstante, acabé por encandilarlo con mi conversación, mis agudas reflexiones y mi sexo en unos pocos meses. Se resistió al amor, sin duda, pero los músicos, así como el resto de hombres que trabajan con su alma, siempre acaban cayendo una, y otra, y otra vez en el amor. Se llamaba Iván, y hasta que me conoció era un macarra y un seductor nato. Hasta que, como les digo, yo fui su musa como en su momento lo fui la de todos.
Dramaturgos, cineastas, dibujantes de cómics. Todos, todos han pasado por las manos de su musa, y todos, al no poder tenerla con ellos para siempre, han acabado introduciéndola, de forma más o menos camuflada, en sus historias, en sus películas, en sus composiciones más tiernas, en sus libros… Oh, en sus libros… Me encantan los escritores, son tan fáciles… Con un par de palabras amables ya se enamoran.
De tal manera que la ciudad y sus alrededores ya me han visto en cientos de creaciones artísticas y de todas las maneras posibles. He sido alta y baja y he sido rubia, morena y pelirroja; mis ojos han pasado del azul al negro y mi voz ha cambiado hasta asemejarse a la de las serpientes. He sido la diva que rompía corazones y he sido la muchacha inquieta de rostro afligido que se hacía la fuerte pero que tenía tanto que ocultar… He correspondido al amor de unos y de otros, he escapado o he fallecido, según los casos. Y no, quizá nadie me reconocería por la calle. Pero ahí estoy; en las mentes de unos y de otros y en todas ellas de manera completamente diferente, pues esto es algo que tienen en común todos los hombres a los que enamoro; interpretan la realidad siempre de una forma extravagante y propia, y nunca se quedan conformes sabiendo únicamente lo que ven. Juegan unos y otros a ponerme numerosos nombres y a disfrazarme con todo tipo de diversas máscaras, a especular sobre mis inquietudes más profundas, a querer ver en mí más de lo que hay. Y yo disfruto como una reina, pues conmigo todos y cada uno se equivocan, y ven en mí bondad o fragilidad, o trauma o rencor, cuando aquí lo único cierto es que adoro la admiración de la gente y que en esta asquerosa y frívola existencia todo cuanto busco es durar lo máximo posible haciendo creer a las personas que hay algo más en mí que pura y simple vanidad.
Y hubo un tiempo en que lo conseguí, oh, sí, ya lo ven. Logré engañar a las mentes más susceptibles y retorcidas de la Tierra, y eso es algo difícil, no crean que no.

Pero, oh, no, esto no ha durado tanto tiempo como pude llegar a creer. No he sido una buena chica. Y en este mundo toda acción, queridos lectores, tiene sus consecuencias, lo crean o no.
El otro día me dio por escuchar el último disco de Iván, el último de mis amantes, el apuesto rockero de ojos verdes y modales altivos al que, pese a todo, conseguí hechizar. En varias de sus canciones, por supuesto, salía yo, lo cual me hacía retorcerme de auténtico placer, pues me acercaba más a mi sueño de poseer la vida eterna a los ojos del resto. No obstante, cuál no fue mi sorpresa al descubrir la aportación de mi propia persona a las obras; era la horrible y lasciva fémina que jugaba con los sentimientos de los hombres, y me contoneaba por delante de todos para ofrecerles mi cuerpo y vendérselo a los precios más bajos, satisfaciendo así mi voraz apetito sexual con cualquiera que se me pusiese por delante, de forma indiscriminada y sin ningún sentimiento. Era descrita como una hembra prosaica y carente de toda noción de profundidad y delicadeza; no sólo era mala, era estúpida, y eso sí que fue algo que me llegó a irritar de verdad. Era algo así como una creída sin clase, y así pasaría a verme en un futuro todo aquel que indagara algo más en la historia de aquel disco de Rock.
Asustada, y más tarde puede comprobar que con mucha razón, indagué exhaustivamente en todas las aportaciones más recientes que habían ido haciendo mis pretendientes de los últimos años. Y ahí estaba yo, en todas y cada una de ellas, como la más genuina representación de la vulgaridad y el mal gusto, la falta de ética unida a la ausencia de aptitud, la fealdad moral, la sordidez, el erotismo cutre, la cópula desesperada y la nulidad intelectual. Aparecía en relatos, poesías, novelas, cortometrajes, cartas, pinturas, cómics, monólogos, graffitis, raps, retratos y fotografías, aparecía mi cara apenas retocada en una cantidad de fotografías inimaginables, dejándome bien situada en el escalafón más bajo que uno pueda concebir, y sin dar ni un momento lugar a dudas de mi identidad.
Sí, así fue todo, y así será. Así seré yo a los ojos de las generaciones futuras, y mentiría si dijese que no me lo he ganado a pulso. El mundo del arte me recordará, triste e inevitablemente, como la que fue la peor de sus musas.
Así que quizá, después de todo, haya una pequeña moraleja en esta breve historia. Cuídense bien de los artistas; pueden hacer que lo recuerden a uno para siempre.

Elegancia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:05:36 pm
La delgada línea entre vivir y sobrevivir


A medida que miro hacia atrás en mi vida no quiero recordar las cosas tal y como pasaron; prefiero recordarlas de un modo artístico. Y sinceramente la mentira es mucho mas honesta por el simple hecho de haberla inventado yo. La psicología nos dice que los recuerdos no son como los átomos y las partículas de la física cuántica, los recuerdos pueden perderse para siempre. Por descontado, no podría estar más en contra. Es cierto que la psicología nos dice como se comporta el cerebro en determinadas situaciones, dentro de una regla por supuesto, pero lo que pasó aquél día en Burlete no cumple las reglas básicas del saber humano. Tanto es así que un grupo de investigadores y científicos siguen investigando lo que pasó aquella tarde hace ya dos meses. Del mismo modo la psicología nos dice que el cerebro tiende a almacenar los eventos con una cierta distorsión, de este modo, cada vez que se recuerdan y se vuelven a almacenar sufren una distorsión mayor. Aquí he de darles la razón, salvo que en mi caso, todo parece una obra de arte, puede que sea la droga que últimamente he estado consumiendo pero me siento como Picasso con mi paleta y pincel y mis recuerdos fuesen un cuadro sin acabar. Mi deber como artista es rellenar esos huecos y hacer de ese cuadro inacabado una obra de arte independientemente de cuán trágica sea.
   Si esto fuera Apocalipsis y yo tuviera una facilidad magistral para narrar asesinatos como Stephen King, podría contar lo que acaeció aquella en el que por aquel entonces era mi hogar en un auténtico tono de suspense. Y el lector se moriría de ganas de escuchar el resto. Pero a diferencia de los hechos narrados en Apocalipsis, mis hechos son auténticos y verídicos. Además no soy un escritor conocido y nunca lo seré por lo que lo haré a mi manera, pero sobre todo contaré la verdad porque de eso es de lo que se trata la ardua tarea de la narración, de contar la verdad. Ya lo dijo Miguel de Cervantes “La honestidad es la mejor política”. Prometo hacerlo. Prometo contar la verdad y si no lo he hecho antes ha sido porque no era el momento adecuado, no es que ahora lo sea. Pero es ahora nunca.
               “Necesitamos ayuda. Sentenció el poeta”
                        Edward Dorn. 
I
   Hacía más calor que en las calderas del infierno aquella tarde, lo cual es irónico, porque horas más tarde lo serían. Me encontraba en mi casa enfrente del aire acondicionado y haciendo una serie de cálculos para un proyecto de los que por entonces hacía. Soy (más bien era) arquitecto. Estaba desquiciado porque había alguna medida que no me encajaba, no sabía si se debía a un error de medición o si se debía a que los planos estaban mal confeccionados. No sé si fue una suerte o una desgracia que en ese momento necesitase ir a por un lápiz 2H a la tienda. De un modo u otro me puse las chanclas y las gafas de sol y emprendí rumbo a la tienda. Como en esas fechas solía suceder, al salir de casa una oleada de calor me abofeteó en la cara. La tienda estaba relativamente cerca por lo que me pareció de un vago tremendo el coger el coche para ir a por un simple lápiz. <Tienes que hacer más deporte hijo, te vas a poner como un ceporro.> La voz de mi padre resonó en mi cabeza, pero algo que él no sabía ni supo era que los consumidores habituales de marihuana perdían peso sin hacer ejercicio. Me las arreglé para llegar a salvo a la tienda, y compré el lápiz de la discordia. Si oí algo extraño no le presté atención. Ya que estaba en la calle decidí ir a por tabaco al estanco que pillaba a cuatro pasos. El estanco estaba en una de las calles que daba a la plaza. Esta última era bastante grande, tenía todo lo que las plazas populares tienen, fuente, bancos, ayuntamiento, iglesia, campanario, en resumidas cuentas, todo lo que cabe esperar encontrar en la plaza de un pueblo. Al llegar al pueblo comprobé que había una gran muchedumbre reunida a los pies de un escenario situado enfrente del estanco. Encima del escenario se encontraba el pomposo alcalde Tray Lertes dando uno de sus soporíferos discursos. Su papada parecía un compartimento en el que guardar cartera, llaves y algo de comida.  Solo entonces recordé que aquel día era la paparruchada del día de los fundadores. Era una festividad típica que se hacía en Burlete para rendir culto a los padres fundadores del pueblo. No es que me pareciese mal, pero las seis de la tarde de un quince de julio no era el momento adecuado. Pero no me importó, podían rendir culto a quien le diesen la gana del mismo modo que después planeaban meterse a misa a rezar a un Dios que más tarde no escucharía sus plegarias.
   Según el informe oficial de hechos el primer ataque se produjo a las 6:10 a la entrada del pueblo. Una pareja de jóvenes que intentaban salir de Burlete fueron atacados. ¿Por quién? La pregunta no era por quién, sino por qué. Ninguno de los dos vivieron para contarlo pero según la investigación que se realizó después declaró que eso colisionó con el coche desplazando la parte delantera del coche hacia dentro como si fuese mantequilla y aplastando a sus dueños. Se cree que murieron sin dolor pero imagino que su último pensamiento debió de ser “¿Qué demonios…?”. Después se cree que eso  se introdujo en diversas casas arrasando con lo que dentro de ellas había, incluidos sus dueños, de forma arbitraria hasta llegar a la plaza a las 6:13, hora en la que yo salía del estanco.
   “La carretera al infierno esta pavimentada de buenas intenciones”
   Anónimo.
II
   Nuestra percepción se puede ver alterada por diversos factores. Uno de estos factores puede ser el aburrimiento, que se lo pregunten a cualquiera que haya sido estudiante… Pero el que me atañe es el factor del horror. Cuando algo espantoso sucede el tiempo parece pararse. Es algo lógico puesto que algunos científicos afirman que el tiempo no existe sino que lo que le crea es nuestra consciencia sobre él, de que los eventos transcurren de forma ordenada y no simultánea.  De modo que si alguien me hubiese preguntado cuánto tiempo transcurrió posiblemente hubiese respondido que veinte minutos cuando en verdad la matanza transcurrió en aproximadamente tres minutos.
   Me acerqué al escenario a atender al discurso que el alcalde estaba pronunciando, no porque me interesase sino porque no tenía ganas de volver a los errantes planos que me aguardaban en el escritorio. Era muy habitual en mi acabar tirando a la basura proyectos en los que había estado trabajando semanas sólo porque no encontraba un error que seguramente fuese milimétrico. Una vez empecé a prestar atención al alcalde todo empezó a suceder. Me sentí como el detonador de la catástrofe, término usado por el Inspector Snell para nombrar lo que en verdad fue un baño de sangre. Pude sentir que algo iba mal antes de que nada sucediese, unos segundos antes, ninguna eternidad. No lo atribuyo a ninguna percepción extrasensorial/paranormal ya que nunca he sido una persona intuitiva. Sentí que algo iba mal cuando oí aquel pitido. Puede sonar tonto pero era un pitido salido de las profundidades del averno. Me puso los pelos de punta y me provocó una nausea que tuve que reprimir. Unos segundos después apareció. Mi corazón se desbocó, creo que nunca le he sentido latir tan fuerte. Todos tardamos en reaccionar y creo que en parte se debió a que nuestro hemisferio izquierdo, el cual se encarga de procesar la información de forma racional no pudo categorizar el fenómeno que estaba aconteciendo. Sin embargo el lado derecho supo instantáneamente que estaba sucediendo. ¡Demonio!  gritó la parte derecha. Vuelve a mirar, es completamente imposible sentenció el lado izquierdo. Y este fue el quid de la cuestión durante unos segundos. Nadie se explicaba que era aquella figura de forma cambiante que fluctuaba sobre el alcalde. A pesar de no tener forma definida se podían distinguir dos puntos rojos que representaban sus ojos. Era la peor pesadilla de los niños cuando estos se iban a dormir sin haber mirado debajo de la cama. El peor de los sueños de un adolescente que vuelve a casa tarde caminando solo por la calle. La peor de las ilusiones de un loco. Era el mal en estado puro. Algunos autores suelen decir que no existe el mal sino que es una falta de amor lo cual implica que no existe sentimiento negativo sino ausencia de sentimiento positivo. Esto a su vez implicaría que no hay entes malignos sino entes que viven en un completo estado de ausencia de bondad. No lo creo así. Para mí solo hay entes malignos, entes menos perversos y entes cuya maldad está oculta bajo una sonrisa bondadosa. Al igual que sucede con los seres sobrenaturales sucede con las personas. Hay personas malas, personas menos malas y personas que aparentan ser santos. El ejemplo más claro está en el alcalde Tray Lertes. Aparentaba ser un buen hombre de intenciones puras. Lo que poca gente sabía es que acostumbraba a pegar a su difunta esposa en la época en la que cinco copas no era su límite.
   Algunas personas justificarían que la redención de sus actos pasados fue la muerte a manos de aquel ser. Pero desde mi punto de vista nadie de los que estaban allí presentes merecían una muerte tan horrible. El demonio que fluctuaba sobre la cabeza del alcalde se introdujo en él, unos segundos después Tray estaba jadeando. Él demonio le estaba asfixiando desde el interior. Después cayó muerto arrasando a su paso el equipo de sonido. Aterrizó en el pavimento. El micrófono seguía colgando de su mano. El demonio salió de su cuerpo con una forma más espeluznante de la que tenía cuando entró en el alcalde. Pareció haberse alimentado de él.
“Dear Brutus, the fault is not in our stars, but in ourselves.”
   “Querido Brutus, la culpa no es de las estrellas sino nuestra”
William Shakespeare, Julius Caesar

III
   Pero el alcalde no fue la última víctima, eso sí, su muerte fue la más limpia. A su muerte le siguieron una serie de asesinatos que más que asesinatos merecerían llamarse actos carniceros, despiece. El ente fluctuaba de una manera aparentemente inofensiva de un lugar a otro, salvo que no era inofensivo, donde ponía su ojo se sembraba la destrucción. Vi morir al menos a doce conocidos y a otros tres desconocidos aunque por supuesto hubo muchos más muertos. Pero eso no fue lo peor. Por supuesto que no. Lo peor fue cuando eso me miró, directamente a los ojos. Ahí fue cuando el tiempo pareció convertirse en una eternidad. Era como mirar directamente al infierno, casi podía ver almas consumiéndose en el fuego eterno mientras pedían auxilio. Oh auxilio. Eso era lo que yo necesitaba. El pitido que no había cesado desde que eso hizo acto de presencia se volvió aún mas intenso lo cual provocó que la parte más esencial de mi ser se removiese, sentí mi cuerpo removerse, cada átomo vibraba del mismo modo que lo hacen dos imanes cuando son juntados por sus polos positivos. Todo el mundo corría despavorido de un lado a otro, unos huyeron, otros murieron en el intento y otros seguían rebotando de un lado a otro. Pero yo no me moví ni un centímetro en parte porque la situación me fascinaba, aunque no de un modo positivo, y en parte porque no sabía que hacer, no sabía que sería mejor si quedarme quieto o echar a correr. A medida que avanzaba hacia mí el pitido era más fuerte y la sensación de vibración mucho mayor. Pareció avanzar hacia mí eternamente, pensé que pasaría así el resto de mi vida, viéndolo acercarse con intención de despiezarme pero que nunca llegaría el momento. Always and forever. Pero lo haría, eventualmente. Suelen decir que cuando estas a punto de morir ves la vida pasar delante de tus ojos. No en mi caso. Solo pude ver aquellos ojos endemoniados. Ya lo dijo Nietzsche, “Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Y eso es lo que estaba haciendo aquella criatura salida de lo más hondo de la tierra. Escrutar mi ser y ver si valía la pena, si se alimentaría lo suficiente de mí. Cuando estaba a punto de acabar conmigo algo capto su atención y se alejó de mí sin tocarme un pelo. Solo vi como esa sombra me esquivaba, sentí como el pitido disminuía sin llegar a desaparecer. ¿Qué siente un conejo cuando la sombra del águila le sobrevuela con las alas desplegadas y no se detiene? ¿Qué experimenta un ratón cuando el gato que ha estado esperando pacientemente delante de la madriguera durante todo el día desiste de su captura? Quizás nada. O quizás lo mismo que sentí yo. Una sensación de alivio que no tiene palabras para ser descrita. Como si después de haber andado por el desierto con un lastre de cien kilos a la espalda este se evaporase y la arena se tornase en agua de playa. Un alivio que vale más que un ticket de lotería premiado.
   Pero el alivio no duró mucho. Unos segundos después oí aquel grito desgarrador. La cosa me había permitido vivir solo porque había encontrado una presa más jugosa. Dina Brid de treinta y dos años, embarazada de siete meses. Sus últimas palabras fueron “Hijo mío lo siento” después emitió unos sollozos y murió desangrada, no voy a entrar en más detalles porque solo harían que este relato fuese aun más escabroso. Al fin y al cabo el daño esta hecho y la imagen está grabada en mi mente a fuego, no se irá, nunca. El terror se apoderó de mí. Yo debía haber muerto y no ella. Yo había vivido, ese niño no. No era justo. Mas no pareció importar, nada de lo que sucedió aquel día fue justo.
   Corrí lo más rápido que pude hasta que mis fuerzas se agotaron unos metros antes de llegar a casa. Me senté en la acera y vomité. Cuando me recompuse me metí en casa. Nunca he sido lo que ser diría un tipo llorón pero aquel día lloré durante un buen rato. Las imágenes volvían a mi cabeza una y otra vez, sobre todo aquel grito, Dina yaciendo en el suelo, el brazo con el que me tropecé en mi huida, sangre, sangre por todas partes, extremidades humanas, desesperación, angustia, miedo… Entonces me alegré de no tener familia viviendo en aquel pueblo, todos se fueron a la ciudad excepto yo que me quedé con la casa. Me gustaba el pueblo, era más tranquilo que la ciudad. Pero a partir de aquel día mis gustos cambiaron. Aquella misma tarde empaqué todas las cosas, unas las dejé en casa y otras las traje conmigo a este cochambroso motel en el que llevo viviendo  sobreviviendo dos meses.
   Dormí durante dos días seguidos. Puede parecer imposible, pero con un par de Valium todo es posible amigo. Cuando me desperté en la mañana del 17 de julio quise saber todos los detalles. Bajé a la calle vestido de mala manera y me hice con un par de periódicos. Los dos contenían una narración de los hechos, aunque en la versión del periódico el presunto autor de los hechos era un grupo radical en lugar de un ente sobrenatural. Por supuesto eso no salió a la luz ni lo hará hasta que se encuentre una explicación científica y racional de los hechos, es decir, nunca. Leí los dos artículos y me di una ducha. Cuando al salir del baño al salón confundí los dos pilotos rojos de la televisión apagada con aquellos dos ojos de nuevo mirándome supe que nunca lo superaría, que acabaría conmigo.
                  “Es inhumano bendecir cuando nos han maldecido.”
Friedrich Wilhelm Nietzsche.
IV
   A Burlete se le fue la vida. Primero en aquella matanza y después en las semanas posteriores.  Se realizó un funeral homenaje a las víctimas a los dos días y para el quinto día solo quedaban veinte personas en Burlete. La gente se largó de allí del mismo modo que lo hice yo. Muertos de miedo y en busca de un olvido que nunca conseguirían. Las veinte personas restantes  aun siguen viviendo allí y supongo que lo harán hasta el fin de sus días. Pero yo no voy a volver. He dejado muchas cosas allí y allí seguirán, a donde voy no las necesito. Tengo todo lo que necesito encima de esta mesa. El sobre con mi testamento, dinero para mi funeral, un revolver y una botella de whisky a la mitad.
   No puedo vivir en un mundo así. Es un mundo malo, despiadado, habitado por maldad y egoísmo. Y lo peor creo que no es eso, sino el hecho de haberme dado cuenta de que las cosas malas no pasan en la oscuridad de la noche sino en la claridad del día, cuando se supone que todos estamos seguros. No hay sitio para mí en un mundo así. Han pasado dos meses y sigo viendo esas imágenes con la misma claridad que la primera vez que las vi. No puedo vivir con esta carga. No lo voy a superar. Pido perdón a mi familia y amistades por mi acto egoísta pero es la única alternativa que me queda. Quiero vivir, no sobrevivir y sé que no lo voy a conseguir por lo que es mi única opción. Una ultima cosa, no quiero un funeral católico, solo conseguiría que me removiese en mi tumba. Quiero ser incinerado y que mis cenizas sean esparcidas por algún lugar paradisiaco para poder descansar en paz. Pero sobre todo mantened mis restos alejados de Burlete, es todo lo que pido. Es hora de hacerlo, ahora o nunca. La pistola está cargada tan pronto como suelte este lápiz me dispararé con ella.
Muero en pleno uso de mis facultades mentales.
Harold  Gate.  22/11/80 – 15/09/2012

Franciso Javier Minaya Gómez
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:07:24 pm
SILENCIO EN EL TUNEL DEL TIEMPO


En un túnel del tiempo, inmersos en el caos de los conflictos bélicos que envuelven a este planeta habitado por terrícolas mundanos, hoy expreso lo que veo y lo que siento:

Por la ventana de luz que se cuelga a la pared, veo, escucho y revivo los acontecimientos diarios, y me adentro a ese otro túnel donde se refugian los civiles, habitantes de la tierra aislada en guerra de Damasco. Traspasé el espejo de Alicia, para convertirme en Amina.

   Acurrucada y encogida, tapa con sus pequeñas manos los oídos, evita los    silbidos de esas bombas, de los tiros perdidos que los persiguen. No entiende, no    sabe por qué, pues solo es culpable de haber nacido en el centro de lo que hoy    es sombra de un cambio que se empeña. Incapaz de levantar la mano y la voz    para que la escuchen.

   Nació bajo los remos de las “suras”, el libro sagrado que como vuelos de    palomas dan el canto de una fe tradicional. Los pies descalzos, no sabe donde, ni    en que momento del periplo por llegar al refugio perdió las sandalias, esas que    dan suelo al piso que ella pisa, al paso de su paso, por este territorio hoy de todos    y de nadie.

   La ciudad del Jazmín ya no huele a flores, sino a pólvora y sangre. Dicen que    tiene mas de seis mil años de historia, pero Amina desconoce donde esta escrita    la experiencia del ser humano; talvez  sobre las lágrimas del río o del mar    mediterráneo. Dicen que su casa esta asentada sobre lo que  fue capital del    califato y le contó su abuelo, que mucho tiempo antes, el abuelo de su abuelo,    huyó a Egipto, y que sus antecesores vivieron  en Córdoba, la capital Omeya, de    Al- Andaluz. Tal vez solo es  descendiente de mamelucos, y por ello, no tiene el    derecho a la palabra, o tal vez por su condición de fémina, se la relegue siempre    al silencio tras el pañuelo blanco o el pañuelo negro. Ahora las ocho puertas del    Damasco, los ocho ojos que apuntan al reloj, están cerrados a cal y canto. La    aguja del tiempo detenida, y la ciudad funciona sin ritmo, al son de un absurdo    caos.

   Es agosto, hace calor, sus hermanos están muertos o huidos a las fronteras    vecinas. Su madre, lleva una garrafa sin tapón a medio llenar conteniendo agua.   Ese y sus hijos menores son su equipaje de refugio en refugio. Su padre esta    desaparecido, y la industria textil donde trabajaba, cerrada.

   Quedan las abuelas, las dos ancianas, que se parapetan tras las celosías, bajo las    tablas. Ambas se miran cubiertas de un velo de lagrimas, solo saben que ellas    son una carga, no pueden correr, no pueden mas que esperar, que traspasen el    umbral alguien de la familia.  Entonces también lloran, con unas leves sonrisas.    Si hay harina, hacen pan sobre la piedra, lo reparten, y abrigan entres sus brazos    arrugados de años a los niños y a las niñas. Allí quisieran perder su infancia,    bajo sus alas en un eterno sueño.

Si fuese una pitonisa de Plutarco, y pudiera volar con una alfombra mágica hasta donde solo se escuche la música del agua, y con su dedo, desdibujar el incendio, silenciar los llantos, llevar la paz a los pueblos, construir un tiempo nuevo con un nuevo canto.

   Amina se ahoga. Todo su diminuto cuerpo tiembla, convulsiona su vida, sus    cortos nueve años. Ella no sabe que ocurre. Está mirando las grietas sobre el    techo del túnel, apenas percibe un rayo de luz, humo, y un olor leve que le duele.

Es agosto en Damasco y liquidan a los niños como moscas, han puesto en el aire, un gas, o, han envenenado el agua. Han utilizado armas químicas para matar a los indefensos. ¡Qué desalmados!

Muere la niña, junto a otras trescientos sesenta y cuatro victimas, contados como los días del año. Tres mil seiscientos, siguen afectados.

Regreso al otro lado del espejo, con las manos untadas de silencio roto por un grito ahogado, no entiendo porque estos terrícolas mundanos, no son capaces de convivir sin asesinatos.

Me pregunto desde el desengaño:
   -¿Dónde está Dios y la justicia?
   -¿Dónde los gobernantes del mundo?
Acaso:
   -¿Miran de espaldas al espejo de Alicia?
Acaso:
   -¿No fueron también niños y niñas?
Acaso:
   - ¿Habrá esperanza para el ser humano?


Alicia Espejo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:09:33 pm
Yulia y el gato


Castigada por no haber hecho los deberes, permanecía encerrada en su habitación hasta nuevo aviso; pero Yulia, con sus ligerísimos nueve años a cuestas, lejos de aburrirse ante tal reclusión impuesta por sus padres, desde la ventana de su habitación, como un centinela desde su atalaya, contemplaba indignada cómo los transeúntes -si no todos adultos, casi todos- sorteaban indiferentes un gato muerto de color negro que yacía inmóvil en medio de la plaza de enfrente.  La plaza no era grande, tenía el suelo cubierto con pequeños adoquines y, estando enmarcada en tres de sus costados por árboles y casas con soportales, se abría a la iglesia del pueblo. La niña dirigió sus almendrados ojos marrones al gato muerto y se preguntó por qué nadie se preocupaba de hacer lo que se debía hacer en esos casos: recogerlo y enterrarlo. En ese instante aparecieron en la plaza cogidos de la mano una mujer vestida de azul y un niño pelirrojo. «¿Harán lo mismo que los demás?», se preguntó Yulia, pegando la frente en el cristal de la ventana. El niño movió la cabeza y con gesto decidido intentó ir hacia donde se encontraba el gato muerto, pero la mujer -su madre probablemente- tiró de él con fuerza y le obligó a seguir su paso; al cabo, la mujer vestida de azul y el niño pelirrojo se alejaron en dirección a la iglesia. Con esto, ya no le cabía ninguna duda, tras escrutar durante horas la indiferencia de los transeúntes con el gato muerto, Yulia se reafirmaba radicalmente en una idea que había ido madurando en ese tiempo: «Los adultos te castigan por no hacer los deberes, pero ellos no cumplen con los suyos».
   El cielo oscureció y el alumbrado público prendió como por arte de magia gracias a una mano invisible. A pesar de que ya no había transeúntes a aquella hora, Yulia continuaba pegada a la ventana observando el gato muerto iluminado ahora por la mortecina luz de las farolas de la plaza. «¿Qué puedo hacer?», se preguntaba una y otra vez. De pronto escuchó unos pasos y la puerta de la habitación abrió.
   -Oye, Yulia, mamá dice que se acabó el castigo y que bajes a cenar. Así que espabila -le anunció Roberto, su hermano, un adolescente flaco y de tez clara.
   -Roberto -empezó Yulia-, después de cenar ¿me ayudarás a recoger un gato muerto que hay en la plaza y enterrarlo en el jardín?
   -¿Estás tonta o qué? -le espetó su hermano- ¿Acaso es tuyo ese gato? ¿Verdad que no? Pues ya está todo dicho. Anda, no digas bobadas y vamos a cenar. ¡Vaya ocurrencias tienes!
   -Pero es que me da mucha pena -insistió Yulia-. No me importa que no sea mío. Lleva horas ahí, tirado en el suelo de la plaza, y nadie le hace caso. Anda, Roberto, dime que me ayudarás.
   -¡Que no, Yulia! ¡No y punto! Hay que ver que pesada eres a veces, hermanita.
   Roberto cogió la mano de Yulia y tiró de ella para llevarla al comedor sin darse cuenta que su hermana tenía los ojos humedecidos por la tristeza que le causaba que nadie se quisiera ocupar, salvo ella, del gato muerto.
   Tras la cena, Yulia preguntó a sus padres si la ayudarían a recoger y enterrar aquel gato. La negativa de sus progenitores fue rotunda y su padre, un hombre de cara ancha y gesto severo,   remachó la susodicha negativa como sigue: «Los servicios de limpieza municipal lo recogerán esta noche y se acabó el cuento del gato. Y ahora ponte el pijama, te lavas los dientes y a la cama. No hay más de que hablar». Decepcionada, la niña obedeció, se puso el pijama y se fue al cuarto de baño. Allí, subida en un taburete para alcanzar mejor el lavabo, después de lavarse los dientes, se miró en el espejo: su rostro rosado y su mirada brillante reflejaban tenacidad; Yulia había tomado una decisión y estaba a punto de ejecutarla. Cuando se metió en la cama, su madre, una mujer de mirada inteligente, entró en su habitación para darle el beso de buenas noches.
   -Estoy orgullosa de ti -le susurró la madre, dándole un beso en la mejilla.
   -¿Por qué, mamá? -le preguntó Yulia.
   -Porque, a pesar de que te cueste tanto ponerte a hacer los deberes, te preocupas por los demás; porque prestas atención a lo que acontece a tu alrededor y si hay algo que no te gusta te indignas e intentas hacer algo para mejorarlo. Eres una niña que ve más allá de lo que pueden ver muchos. Eres una buena niña. Te quiero, hija.
   -Yo también te quiero, mamá, mucho.
   La madre salió de la habitación y cerró la puerta. Yulia se quedó con los ojos abiertos en la oscuridad sintiendo todavía el olor dulce de la piel de su madre. ¡Cuánto le gustaba ese olor!

Sigilosamente, cuando todos dormían, salió de la casa asiendo el pesado cubo de hierro y el badil con los que de ordinario se recogía las cenizas de la chimenea. La noche, tibia y despejada, estaba adornada por una luna llena que presenciaba en silencio los movimientos de Yulia. Sus pasos vacilantes la llevaron junto al gato muerto que se mantenía inmóvil sobre los adoquines de la plaza. Cuando sólo estaba a un paso de aquel bulto inerte de color negro, la niña dejó el cubo de hierro en el suelo y asiendo el badil con las dos manos lo aproximó lentamente al cuerpo del gato, el cual estaba contraído sobre sí mismo como si de esa forma hubiera intentado aferrarse a la vida que se le había escapado. Yulia sabía de sobras que un animal muerto no le podía hacer ningún daño, pero, a pesar de saberlo, le acometía el temor. Evidentemente, ese temor provenía de su incapacidad para entender lo que significaba la muerte, y por ello, a raíz de esa incomprensión -que no sólo la sufren los niños-, afloró en aquel instante en Yulia un miedo irracional, o si se prefiere, absurdo.
   En el momento que el metal del badil tomó contacto con el pelaje del gato, una especie de lastimero maullido resonó en la plaza, haciendo que la niña, asustada por aquel inesperado maullido, soltara súbitamente el badil y que éste chocara contra el suelo adoquinado emitiendo un seco estrépito metálico. Dio unos pasos atrás y, temblando de miedo, se quedó mirando fijamente el gato muerto intentando percibir algún movimiento en él. «¿Es que un gato muerto puede maullar?», se preguntó Yulia, entrelazando con fuerza sus manos para así intentar controlar su temblor. El lastimero maullido se repitió, pero esta vez la niña se percató que éste no provenía del gato muerto, sino de uno de los costados de la plaza en donde estaban los árboles. No sin cierto temor, se dirigió con paso inseguro hacia la procedencia del lastimero maullido. Una figura amparada en la oscuridad que reinaba bajo aquellos árboles la hizo detenerse: «¿Qué es esa cosa que se mueve en el suelo?», logró preguntarse a duras penas por el terror que sentía. Y cuando estaba a punto de salir corriendo de allí, la figura emergió de las sombras y se quedó iluminada por la tenue luz de las farolas. Con gran alivio, Yulia pudo comprobar que se trataba de un gatito negro, un cachorro de ojos verde jade que miaba quejumbroso. Se agachó y lo tomó en sus brazos sin dificultad; el gatito no mostraba ningún temor, bien al contrario, parecía que era precisamente eso lo que quería, que lo tomaran en brazos para sentirse protegido.
   Algo verdaderamente insólito sucedió entonces; cuando Yulia volvió con el gatito al lugar en el que había dejado el cubo metálico y el badil, el gato muerto ya no estaba allí. «¿Cómo es posible? ¿Dónde está?», se preguntó mirando en derredor sin ver nada más que la plaza vacía iluminada por las farolas. El gatito maulló una vez más en sus brazos y se lo quedó mirando diciéndole: «¿Tienes hambre, verdad? Pues ahora iremos a mi casa y te daré leche. Verás que buena está». Acto seguido metió el gatito en el cubo metálico, recogió el badil del suelo y dirigiéndose de vuelta a casa, agregó estas palabras: «¿Era ese gato muerto tu mamá? ¿Ha sido esa su forma de hacerme venir para recogerte? Sabes, te quedarás conmigo; si tú quieres, claro. Tendré que decírselo a mis papás, pero eso déjalo de mi cuenta, encontraré la forma de convencerlos». El gatito asomó su pequeña cabeza por el borde superior del cubo, miró con sus ojos verde jade a Yulia y maulló esta vez no de forma lastimera.

Onofre Castells
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:11:08 pm
PITIDO


Carpe Diem

Tras el primer pitido del despertador, resoplas. Y ya no paras de maldecir hasta que, a tientas en la oscuridad, dando manotazos, logras dar con el puñetero aparato y lo apagas. Siempre igual: apenas la luz violácea del alba asoma por encima del confín de la tierra, toca levantarse, afrontar la vida. Pero tú te cubres la cabeza con el edredón. Procuras mantenerte alerta frente a una posible acometi-da de ese sueño traidor que puede hacerte empezar mal el día, ya entonces, desde bien temprano, espoleado por las prisas, por las aliadas del estrés. Te reconforta sentirte acariciado por el aliento cálido y relajante que exhala la piel del cuerpo desnudo de tu esposa, tu anhelado refugio, el paraje al que siempre regresas buscando un abrazo, tu paz. Sin embargo, un vaho gélido te avisa de que la rutina está desperezándose al pie de la cama. Mientras, tú te haces el remolón entre las sábanas, tan calentitas a esa hora tan intempestiva. Afuera ruge el aire, feroz, y la lluvia choca contra la ventana como una miríada de pájaros desorientada lo hace contra con edificio acristalado y envuelto por un gabán de niebla. Un día más tu ánimo sigue en las mismas: empeñado en aparecer como últimamen-te viene mostrándose: pachucho, arrugado… como los restos abandonados en el suelo de un viejo paraguas vuelto del revés por un vendaval. Pero tienes que seguir adelante; no hay más remedio. Te fustigan las facturas pendientes, los recibos atrasados de la comunidad… la cuota de la hipoteca, la del coche… ¡Dios! Te quitas de encima la ropa de la cama, como quien de un golpe certero retira del hombro un estrato de caspa, cellisca sobre un traje oscuro. Los pies descalzos, calibrando el frío de la solería, te vocean que sobre el asfalto te espera un nuevo lapso de vida para ser recorrido; un nuevo tiempo, una nueva experiencia… un rosario de agobios. A veces, te parece que no puedes más. Pero siempre sigues adelante. Es tu obligación, una responsabilidad para con los tuyos a la que no puedes dar la espalda. Sí, eso es: la vida es una responsabilidad. Y cada amanecer, más que el clarear de un nuevo día, aparece como una cuesta con demasiada pendiente, una rampa por la que a veces no sabes si subes o bajas. Pero ahí está: es tu vida, es tu cuesta. De ti, solo de ti depende que acabe convertida en un tobogán. Y desciendes las escaleras. Ya en el primer rellano, te vuelves so-bre tus pasos. Besas a tu mujer. Acaricias a tu hija. Desde el quicio de la puerta de su dormitorio observas a tu hijo. Sus pies asoman por debajo de la colcha. En la distancia que media entre su ca-beza y las puntas de sus dedos descubres cómo de rápido ha pasado el tiempo. Y te duele haberlo visto pasar como esos trenes de alta velocidad que no se paran en las estaciones que fueron levanta-das para adornar los trayectos. Tu hijo no es un adorno en tu vida, pero quizá tú no te has parado junto a él, y tal vez no has mostrado demasiado interés en colarte o asomarte a su interior. Última-mente parece como si él quisiera coger el puesto de jefe de estación de vuestra familia. Las discu-siones son continuas y subidas de tono. Las conversaciones están formadas por palabras que pare-cen muñones de frases inconclusas. Los desafíos son interminables; los malos humores, inaguanta-bles. Piensas que tal vez ya toca parar, hacer un alto en el camino para tratar de acercar posiciones. Cuando regreses del trabajo te sentarás a hablar con él; muy seriamente; de padre a hijo; o mejor: de hombre a hombre. No puedes consentir ni un minuto más que las relaciones familiares se deterioren por culpa de vuestro enfrentamiento. No puedes soportar ver cómo la distancia entre los dos cada vez es mayor. Haces propósito de enmienda. Como hiciste ayer. Como hiciste anteayer. Como hiciste la semana pasada. Como harás la semana que viene. Como harás pasado mañana. Como harás mañana… Siempre postergando los problemas; buscando ubicarlos en una estación de paso, a la espera de resolución, como Penélope, sentada en un banco junto al andén desde no se sabe cuán-do, solo que aquí no hay melodía alguna sino broncas continuas. Pero te prometes que de hoy no pasa el hablar con él. Vuelve a sonar el despertador. Esta vez es el de tu hijo. Te marchas antes de que despierte. No quieres que te descubra como si estuvieras acechándolo, con los ojos empañados. Lanzas un beso al aire, deseando que alcance a quien aún sigues viendo como un chiquillo, tu niño, por más que ya es casi un hombre. Bajas los escalones de puntillas; sin decir ni pio, que ni te despi-des de él por no molestarlo. Abres el portón del garaje. De hoy no pasa. Te metes en el coche. Esta tarde hablo con él. Arrancas. Esta noche dormiré tranquilo. Ruge el motor. Mañana todo será dis-tinto. Te sientes desvanecer, quizá morir. Suena el claxon del auto, tu cabeza sobre el volante. Todo se torna oscuro. Todo enmudece. No hay tiempo que contar. No hay tiempo que perder… el tiempo ya corre en tu contra. Escuchas de nuevo un pitido estridente. Te despiertas azorado, angustiado sin saber por qué, como si acabaras de tener un mal sueño. La ventana está abierta de par en par. El cielo muestra un extraño color cárdeno. Llueve, pero no huele a tierra mojada. Una fragancia de formaldehido inunda tu habitación. Te estremeces. Tu mujer no está a tu lado. Las sábanas de la cama están empapadas. Percibes como si los muebles quisieran aprisionarte. Tu respiración se agita. Ansiedad. El suelo parece arder bajo tus pies desnudos. Fuego. Decenas de gotas de sudor frío se arraciman en cada poro de tu piel. Hielo. Sales de tu habitación. Te diriges al dormitorio de tu hijo. A cada paso que das se alarga el pasillo. Corres. Pero la puerta parece alejarse de ti. Al fin logras entrar en la habitación. Tu hijo duerme, tapado bajo las mantas. Solo quieres abrazarlo. Al retirar la ropa de la cama descubres un cuerpo amortajado, el rostro cubierto por un sudario. Lo retiras, tus manos temblorosas. Clavas tus ojos en él. Eres tú, más pálido que nunca, las facciones demudadas. Gritas. Vuelves a oír un largo y agudo pitido. Pero esta vez no puedes abrir los ojos. Sigue sonando el pitido, cada vez más intenso. Es el de la máquina a la que te han enchufado para controlar tu co-razón. El personal sanitario se muestra nervioso a tu alrededor. Sientes cómo una descarga eléctrica remueve tus entrañas. No cesa el pitido. Un denso aroma a flores muertas te envuelve, haciéndote ganar un estado gaseoso. Flotas. Lamentas no haberle dado un beso a tu hijo; no haberle dicho una palabra de cariño antes de bajar las escaleras. Ya no podrá ser mañana; ni siquiera esta tarde… A partir de ahora, tienes una eternidad para entonar un mea culpa.

chaparrita
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:12:53 pm
Gratitud o compasión


Tal como había previsto - y que por lo demás, todo el mundo ya me lo había anticipado - aquella destinación a Rancagua resultó tanto o más aburrida que el peor augurio que pude haber tenido, desde el instante que extraoficialmente alguien me lo comunicara. La comisaría, ubicada a pocas cuadras del centro, poseía todos los atributos propios de estar en una ciudad pequeña, pero al mismo tiempo, esa dolorosa abulia ante la cual sólo hay que esperar que los días vayan pasando. Enclavada en el barrio antiguo, la unidad tenía la quietud y el señorial tedio provinciano, que desde el principio supe que se iban a llevar tan mal con los requerimientos de vértigo y emoción de mis veinticinco años. Soltero por añadidura, es decir, obligado a estar “arranchado” dentro de la unidad.

Los procedimientos habituales y un intenso trabajo administrativo permitieron mantenerme tan ocupado aquellos primeros días, que no me quedaba espacio como para pensar qué haría con mi tiempo libre. Sin embargo, cuando ya pude ir adquiriendo cierta práctica en el manejo de mis labores habituales, comenzó a asomar una persistente inquietud respecto de saber en qué iba a consistir mi quehacer fuera de mi jornada de trabajo.

En eso estaba cuando mis cavilaciones vinieron a encontrarse bruscamente con la fantasiosa imagen, que desde los primeros días, mi mente comenzó a maquinar respecto de “la vampiresa”.

-   No le crea nada acerca de eso a ninguno. Son fantasías propias del cuarto turno – me había advertido mi capitán Avendaño.

Sin embargo, para mí era cada vez menos posible dejar de pensar en aquella fantasía colectiva. La persistencia y el tono subterráneo en que se hacía referencia al tema, me hicieron creer que no podría ser tan sólo una elucubración elaborada en las largas e inacabables horas del último turno. La inquietud por saber la verdad fue adquiriendo, a medida que pasaban los días y las semanas, una contingencia que iba poco a poco involucrando sentidos y urgencias que no tan sólo tenían que ver con la curiosidad. La obligada abstinencia en materia de intimidad, que las circunstancias laborales me habían fijado y la contundencia del erotismo que en trazos dispersos había logrado reunir sobre aquella mujer, comenzaron a concentrar mis inquietudes y mis pensamientos. Todos los testimonios hablaban de un ser enigmático e intrigante y de una exacerbada y exuberante sensualidad. En esto último, al parecer, todos coincidían, por lo que creo que aquello fue lo que en definitiva fijó rumbo a mis deseos primero y a mis instintos después.

-   Yo creo, mi teniente, con todo respeto, que no le conviene meterse por ahí – me dijo el cabo Martínez, una noche en que nos tocó aguardar al Intendente de la región, que se encontraba en una comida con el Ministro del Interior, de visita en la zona – Ud. es un hombre decente. Además, que siendo joven y de buena facha debe tener oportunidades mucho mejores. A mí me parece haber escuchado de algunas muchachas preocupadas de saber algo de sus datos personales.

Si bien eso de alguna, en cierta forma frenó mi entusiasmo, mi inquietud por saber en definitiva cuánto había de verdad en aquella historia, de ninguna manera pudo ser aplacada. Sobretodo por el hecho de que los testimonios de quienes habían pasado por la experiencia eran absolutamente contradictorios. Había algo que no estaba lo suficientemente claro en todo el asunto, pero que a su vez, no hacía otra cosa que exacerbar cada vez más ni interés por conocer la verdad. Si bien ciertos comentarios aludían a lo prodigiosa y alucinante que para alguien había resultado la experiencia, otros hablaban de algo tan traumático, que jamás repetirían.   

-   Son estupideces  propias de la ignorancia del personal de planta – había sentenciado mi mayor Del Río, cierta vez que sorprendiera a alguien hablando del tema en el casino de oficiales.
-   Hay unos que dicen que hasta les ha pagado...cinco mil pesos dicen que les entrega al momento de despedirse – agregó después de un rato, el teniente Valdés.
La violenta mirada que le propinara el superior dio por terminada la conversación.

Fue por aquellos días festivos que nos dieron después de navidad, que me propuse aclarar y saber de una vez por todas, la verdad sobre el escabroso tema. Un almuerzo bastante regado con algunos de mis compañeros, me infundió el suficiente ánimo como para tomar la decisión.

Caminé unas cuantas cuadras que me alejaron un tanto del centro de la ciudad y entré a un pequeño y modesto bar, en donde completé la dosis alcohólica requerida para tan temeraria misión. A través del teléfono fijé la cita. Ella me pidió tan sólo media hora de tiempo para prepararse. Hice durar mi trago, pese al temor de que alguien pudiera entrar al lugar y reconocerme. Sabemos muy bien que nuestro corte de pelo no pasa jamás desapercibido, tanto para nosotros los funcionarios, como para los delincuentes. Luego, comencé a ubicar la calle y la casa en base a los datos que mi anfitriona me entregara.

-   ¿Quién es Ud.? – me había preguntado con una voz que me pareció trasuntaba lo enigmático del personaje.
-   Soy funcionario de ...
-   Ah – me interrumpió, como para brindarme la posibilidad de no nombrar la institución.
-   No sé, si Ud. podría recibirme. Me interesa conocerla.

En realidad en aquel instante, y luego de escucharla tan brevemente por el teléfono, mis deseos se habían convertido en una urgente y ansiosa necesidad.   

Cuarenta minutos más tarde estaba cogiendo aquella típica manecilla femenina de bronce, que colgaba en lo alto de la puerta en la dirección indicada.

Tras un par de minutos sentí que sonaba el picaporte y una de las hojas de la puerta  comenzaba a abrirse lentamente.

-   Adelante – escuché que me decía desde lo alto de la inmensa escalera de madera, que en dos tramos comunicaba con el segundo piso.
-   Me esperas en el living un momento. Yo te llamaré desde el dormitorio – me ordenó cuando recién yo iba en el descanso de la escala.
-   Sírvete un trago, si deseas. ¿Cuál es tu nombre, me dijiste? – alcancé a escucharle cuando se perdía por el pasillo.

En ese instante recordé las descripciones del ambiente a media luz del que todos hablaban. Casi siniestro, pensé, mientras examinaba en la penumbra aquellos antiguos cuadros de familia en esos muros de interminable altura. A través de los visillos de la ventana aún llegaba la débil luz de las últimas horas de la tarde. Abajo la callé permanecía húmeda, por la llovizna que durante toda la jornada había caído sobre la ciudad.

-   Ya, puedes pasar – le escuché decir allá en el fondo del pasillo.

Caminé despacio, examinando a cada paso lo peculiar del lugar. Mis pisadas aunque suaves hacían crujir las maderas bajo la antigua alfombra del pasillo. Empujé suavemente la puerta, que por su color claro era lo único que en medio de la penumbra lograba percibir.

-   Adelante – dijo ella cogiéndome del brazo para llevarme suave y cuidadosamente hasta un sillón, en un costado de la habitación. Su voz, su perfume, la calidez de sus manos fijaron, a partir de ese instante, el destino de mis instintos. Intercambiamos dos o tres frases que sólo sirvieron para cerciorarnos que ambos sabíamos lo que vendría a continuación. Luego, ella comenzó a escudriñar mi rostro con la yema de sus dedos. Yo me mantuve quieto, incluso cuando continuó recorriendo mi cuerpo y comenzó a soltar mis ropas. Sentí en el silencio de la habitación el agitado ritmo de su respiración a medida que se adentraba en mi desnudez, al tiempo que una sensación de júbilo se comenzó a apoderar de todo mí ser. Estiré mis manos para auscultar su rostro, pero en ese instante sentí que descendía hasta quedar de rodillas en medio de mis piernas. Creo que fue la oscuridad además del desconocimiento de su cuerpo, de su rostro y de todo su ser, lo que alentó ese increíble erotismo, brutal e inconsciente que provoca lo extraño; o más bien dicho, lo desconocido. Tras unos minutos, comencé a sentir que su faena me estaba transportando a las puertas del cielo, en un viaje tan presuroso y alucinante que apenas pude detener, para cogerla de sus brazos y llevarla hasta la cama. Allí a desnudez completa dimos rienda suelta a una pasión que jamás imaginé podría haber vivido.

Transcurrido algunos minutos en que los instintos parecieron gobernar nuestros sentidos, en una búsqueda desenfrenada y persistente del goce y del disfrute, en medio de sensaciones increíbles y alucinantes, sentí que por lo menos durante un instante recobraba el dominio de mí mismo. Mis ojos hacía un rato ya se habían acostumbrado a la oscuridad por lo que quise, en el contraste del blancor de las sábanas, buscar el rostro de aquel ser prodigioso capaz de transportarme a territorios que nunca antes había visitado. Sin embargo, su extenso y abundante pelo negro cayendo sobre su rostro me privó de toda posibilidad de efectuar dicha observación.

Tras aquella violenta y prolongada acción que pareció detener el tiempo en ese oscuro laberinto de gemidos y mutuas exclamaciones de placer, dejamos caer nuestras espaldas sobre las sábanas humedecidas por nuestro propio sudor. Un profundo suspiro nos mantuvo unidos en un largo abrazo que pareciera que ambos deseábamos alargar eternamente.

-   ¿Te traigo algo para beber? – irrumpió ella, tras algunos minutos.
-   Bueno – respondí.
-   ¿Licor?.
-   Sí, pero sólo un poco.

Se desprendió suavemente de mis brazos y desapareció por el pasillo.

En ese instante, a solas en la habitación, sentí que la oscuridad me comenzaba a molestar. Me deslicé de la cama y me acerqué hasta el marco de la puerta para tratar de encontrar el lugar donde pudiera estar el interruptor de la luz. Finalmente lo ubiqué y lo pulsé. El sonido seco del mecanismo quebró el silencio de la habitación.
-   En esta casa no hay ampolletas en ninguna pieza. No se necesita. Soy ciega; además siempre he vivido sola – dijo ella apareciendo desde el pasillo y alargándome el vaso, tras lo cual se introdujo en el baño.

Me vestí rastreando en la oscuridad cada una de mis prendas. Después de un rato, ella volvió a la habitación y tras un breve intercambio de frases banales, se paró bajo el dintel de la puerta. La elocuencia de su silencio me pareció suficiente señal de que ya era tiempo que debía retirarme. En ese momento la rigidez de sus gestos no guardaba ninguna relación con aquella verdadera bestia sensual y sexual con quien había compartido mi paso por el paraíso. Aquella hembra magnífica y fascinante que hacía sólo algunos minutos me cautivara con sus gemidos, requiebros y exclamaciones de placer.

Caminé por el pasillo delante de ella, pero al llegar a la escalera me detuve y giré mi cuerpo. Justo en ese instante un rayo de luz proveniente de las luminarias de la calle y que quebraba la penumbra del lugar, me mostró por un segundo el rostro de la mujer. La visión me provocó un espasmo y estremecimiento tal que por unos instantes creo haber perdido el sentido. Su rostro calavérico y deforme mostraba una piel totalmente horadada, que en ese momento su pelo no lograba ocultar.

-   Adiós, amor – me dijo acercándose para coger mi mano y poner algo dentro de ella.

Bajé las escaleras con la luz que entraba por la puerta de calle cuyo picaporte ella ya había accionado desde lo alto. Cuando llegué abajo abrí mi mano y me encontré con un billete de $10.000 doblado en muchas partes. Saqué mi billetera, extraje uno similar y ambos los dejé sobre el primer peldaño de la escalera.

-   Gracias -  dije hacia arriba – eres muy amable. Aquí te dejaré un regalo. Eres un ser maravilloso.

Nunca supe por qué tuve que decir aquella última frase. Nunca supe si era gratitud o compasión. Hoy, después de muchos años quisiera que lo hubiese hecho sólo, solamente y exclusivamente  por gratitud.

Oficial
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 16:17:03 pm
LAS MANOS CIEGAS


   El día despunta entre brumas mientras Braulio escucha el eco de las olas batiendo contra la escollera. El sonido le inunda los oídos de nostalgia, el alma de soledad y de humedad los ojos de la cara, los únicos que todavía ven; los otros quedaron ciegos cuando ella se fue.
   Con la muerte de su esposa se esfumó la magia que le permitía plasmar en los lienzos las almas de los modelos. Esa facultad no estuvo limitaba a las personas, también se extendía a los objetos, y permitía adivinar en ellos la esencia de quienes los habían utilizado, aunque no estuviesen sus imágenes presentes en las obras. Se había negado a reconocerlo hasta que Margarita, su única hija, se lo hizo ver con la brutal sinceridad de los niños.
   —¡Papi! Tus manos se han quedado ciegas —le dijo un día, señalando las manos del pintor.
   Esa era la causa, entonces lo comprendió, sus obras habían dejado de captar lo inmaterial. Tiró caballetes, pinceles, pinturas..., solo conservó los cuadros donde estaba Estrella.
   Ha transcurrido mucho tiempo y los recuerdos se hacen difusos, solo la imagen de la mujer permanece inalterable en su memoria. Hoy, como hace todos los días, está sentado frente a la ventana de madera, vieja como él y recubierta de innumerables capas de pintura. Con el paso de los años también su alma se ha ido protegiendo con capas de soledad. Distrae las horas mirando el mar, es su forma de sedarse, de buscar el aletargamiento necesario para escapar de la amargura que alberga en el corazón.
   Contempla la tormenta, se extasía con el rugido de la galerna, con el estallido del trueno cuando hace temblar los cristales y con el destello metálico del rayo rompiendo un cielo de presagios negros. Imagina las tripulaciones de las barcas luchando contra las olas, con la desesperación del que se juega la vida en el envite. Conoce bien al monstruo rencoroso habitante de los fondos marinos, enemigo de los pescadores y agitador de las aguas; el responsable de las tempestades, el mismo que se llevó a Estrella y le destrozó la vida.
   Todos los días se levanta antes del alba y desayuna deprisa mirando de reojo hacia la ensenada, no sea que alguno de los pesqueros adelante la salida. Reconoce las naves cuando asoman sus proas por el lateral derecho de la ventana, para deslizarse mecidas por las olas hasta desaparecer tragadas por el horizonte.
   —Allá va la Paloma a buscar el boquerón; “La Gaviola” por la sardina; “La María” por el... —repite en voz alta todos los días.
   Cuando regresan al atardecer, apenas las siluetas se recortan en la lejanía, sabe si la pesca fue buena con solo observar el contoneo de los cascos y el número de gaviotas que, fieles guardianes, escoltan a las barcas dibujando círculos de aire.
   Con los pensamientos perdidos en el tiempo y en los ojos el brillo de los sueños, recuerda como la conoció. Cumplía veinticinco años y celebraba el acontecimiento con unos amigos, todos pescadores, cuando ella entró con otras amigas. Las miradas se cruzaron y Braulio sintió un escalofrío en la columna. Se levantó y se fue directo hacia la chica.
   —¡Hola! Es mi cumpleaños y me gustaría invitaros a nuestra mesa —le dijo, componiendo una sonrisa.
   Ella lo miró y por primera vez se vio reflejado en sus ojos de canela. ¡Cómo los añora! Una risa apagada de las chicas y aceptaron la invitación. El suyo fue un noviazgo intenso en emociones.
   Unos meses antes, el joven se había aficionado a la pintura y los domingos por la mañana instalaba el caballete en la escollera, donde se esmeraba en pintar las olas estallando en nubes de espuma contra el espigón. Al segundo domingo de conocerse, ella lo acompañó a las rocas.
   —Braulio, píntame —le pidió Estrella. Lo intentó en vano, los pinceles se negaban a obedecer las órdenes de su cerebro. La chica se acercó y contempló un rostro que no era el suyo. Él la miraba avergonzado.
   —¡Dame tus manos! —dijo la mujer. Las tomó y se las apoyó en la cara—. ¡Mírame con los ojos de las manos!
   Una y otra vez recorrió con las yemas el rostro de la mujer. Los pinceles volvieron a restregar la pintura, ahora los trazos eran firmes y el rostro de Estrella tomaba vida y reflejaba el amor que sentía por él. De esa forma tan simple aprendió Braulio a ver con las manos.
   Eran felices y, ese estado, culminó con el nacimiento de Margarita. Pero ese hado malvado que impide la dicha de las gentes sencillas vino a desbaratar sus vidas. Ocurrió un domingo en la misma escollera donde ella le enseñó esa nueva forma de mirar. Estrella tomó a la pequeña en brazos y se sentó sobre una roca al borde del mar para ser modelos de otro cuadro: uno más. Era un día apacible, el agua acariciaba la orilla y el sol brillaba en un cielo limpio de nubes; nada presagiaba la tragedia. De improviso una ola se elevó y se tragó a la madre y a la niña. Braulio se lanzó al agua, consiguió agarrar a la pequeña pero a Estrella no la encontró. Dejó a la niña en una roca alejada del agua y volvió a sumergirse una y otra vez, en vano.
   El mar permanecía tranquilo, apenas un ligero balanceo mecía las barcas que pasaban cerca de la costa mientras sus ocupantes se solazaban tumbados en las cubiertas. Él seguía buceando y, cuando emergía, gritaba pidiendo ayuda, pero no le comprendían. Algunos agitaban las manos devolviendo un imaginario saludo. Estrella no podía seguir viva, era imposible, llevaba demasiado tiempo sumergida. Regresó junto a Margarita chorreando lágrimas y agua.
   Desde entonces vivió volcando en la niña el cariño destinado a la mujer perdida, hasta que Margarita, única destinataria de sus afectos, creció, se convirtió en mujer y fundó su propia familia en Madrid, desde donde le telefonea todos los días y le visita una o dos veces por año.
   Perdida la compañía de la niña, se hizo más patente la ausencia de Estrella. Ahora solo vive para mirar el mar donde transcurrió su juventud y tiene la morada ese monstruo, enemigo de los pescadores y autor de las tormentas, el mismo que un día le robó a su Estrella.
   Se ha dormido, en sueños la ve venir hacia él, joven y bella como el día que el mar se la arrebató; se levanta con una ligereza olvidada, atraviesa las paredes como si no existieran y se funden en un abrazo eterno.
   Al día siguiente la asistenta lo encontró en el sillón, frente a la ventana, con la expresión dulce del que muere en paz. 

Becalus
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 17:00:20 pm
Una casa en el aire


         Mi padre siempre fue un tipo de perfil bajo, de esos que nadie recuerda y que en las reuniones pasan desapercibidos. De alguna manera su timidez y su silencio hicieron que siempre fracasara en sus emprendimientos comerciales. Vendía manzanas pero nadie lo sabía, nunca le comunicaba a sus vecinos que arreglaba heladeras y cuando hizo de peluquero sus clientes se aburrían ya que él no les charlaba ni un poco. Por eso, cuando mi padre decidió montar un almacén en la ventana de casa pensó que para llamar la atención lo mejor sería pintarla de un color brillante y mejor todavía sería pintar la casa entera de amarillo fosforescente para que todos la vieran. Así, mi padre, que siempre fue un tipo de perfil bajo, pasó a habitar una casa más llamativa que una mujer hermosa. Los vecinos que la veían no podían darse cuenta si esa casa era nuevo o si estaba allí hace años.
          La pintura, por su parte, comenzó a irradiar una luz tan intensa que llamaba la atención de insectos, pájaros y de cualquier bicho volador que anduviera por ahí, y que venían a adherirse a las paredes.
          Promediando la segunda mañana, era tal la cantidad de alas que cubrían la casa que ya no se veía el amarillo, apenas unos rayos destellaban cuando algún pájaro se movía. De repente, se oyó un bramido, los cimientos cedieron y la casa empezó a volar. Mi padre, en la ventana almacén veía alejarse a sus clientes. Mi madre desde la cocina gritaba que ya estaban listas las milanesas.
La casa sobrevoló el barrió y siguió subiendo. Para el momento en que alcanzó la estratosfera los insectos fueron abandonando el vuelo, y un poco más arriba también los pájaros se habían retirado hacía otros cielos. Para ese entonces la casa había entrado en órbita y ya recorría por si sola una ruta espacial. El amarillo incandescente de las paredes había vuelto con toda su vitalidad y mi padre se estaba comiendo una empanada.
 
         Desde su patio, un vecino vislumbró la casa pero la pudo distinguir. Comprendió que aquello amarillo fosforescente se sostenía en el aire era un segundo sol. No pudo estar seguro si siempre había estado ahí o si era un fenómeno nuevo.

Pez
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 17:01:50 pm
DESDE MY I-PHONE


Aquella ventana era la mejor forma que tenía de asomarme al mundo, de hacer fotografías, de enviar y recibir mensajes y señales, de comunicarme y estar conectado con la única realidad posible, la calle, mis gentes, con el mundo que se abría cada mañana y cada día ante mí. Aquella ventana era mi maravilloso I-PHONE, mi  conexión virtual y real a la vez.

Lo mejor de aquel I-PHONE, como cualquier otra ventana que se precie, es que era muy discreto. Yo podía ver, escuchar, fotografiar, tomar detalles de todos los asuntos que se fraguaban en la calle, y los demás, apenas se fijaban en mí. Mis vecinos y las gentes que pasaban eran mis actores, no lo sabían, cada uno iba a los suyo, yo rodaba mis películas, captaba cientos de imágenes por minuto, hacía  fotos sin parar, las seleccionaba en mi retina, le daba a la tecla “enter” y las guardaba en mis archivos. Al fin y al cabo yo sólo era un niño. ¿A quién podía importarle la mirada inocente de un niño?

Con el tiempo supe, que más importante aún que la fotografía es la propia acción,  la realidad, captar las sensaciones, escuchar las voces y los sonidos, percibir los olores y los aromas de la calle, ver el vuelo de los pájaros, respirar la brisa de la mañana, sentir los rayos del sol en la piel, degustar las cosas y los vinos, ser un observador, un retenedor, un captador, escuchar y leer historias, vivir, amar, sentir…Además, la experiencia y los años me han demostrado que para ser un buen fotógrafo es necesario el maestro que te enseña a amar el oficio y a perfeccionarlo, a conocer las técnicas, a regular la luz, a buscar el mejor encuadre y a tener la paciencia necesaria para captar la mejor imagen.

Acción, ver, ser, estar, sentir. El I-PHONE es un medio de hoy  como lo era mi ventana ayer. Pero, insisto, lo mas bonito de cada historia, es vivirla en primera persona. El problema de muchos jóvenes de hoy es que la maquina es la protagonista y ellos simples elementos pasivos, consumidores de unas acciones e informaciones que ellos no han creado ni han vivido. La máquina lo ofrece todo a cambio de unas cuotas de dinero. (Llamadas, Internet, TV, SMS, Fotos…) Compramos la vida de los demás y dejamos escapar la nuestra.

En aquellos años, cuando aún no había televisión en las casas, sólo algunas familias disponían de radio y los periódicos llegaban contados, la puerta de casa, las ventanas y las calles eran el mejor y el único escaparate para ver, escuchar, conocer y saber.
En la vida, cada uno, cada cual tiene su mirador particular, su cámara de fotos preferida, desde ella mira como sabe y como puede. Hoy me vienen a la memoria muchas de aquellos miles de fotos que hice cuando era niño. Todas ellas las capté desde mi I-PHONE particular, la ventana de una humilde casa de un pueblo serrano y hermoso de la baja Andalucía. No se crean ustedes, son fotos inocentes, sencillas, sin revueltas ni dobleces, imágenes de la vida misma, tal cual éramos entonces.

Desde aquel pequeño agujero, yo compartía la vida y el amanecer como uno más y aprendía a ver y observar con la inocencia y el ansía de unos pocos años. Si me lo permiten quiero mostrarles algunas fotos que bajé ayer de mi I-PHONE. No hay en ellas morbo ni curiosidad alguna más allá que las propias de la historia colectiva de la vida de mi calle vista  por un niño que se asomaba al mundo cada día para verlo entre  perplejo y curioso, con hambre de saber y de conocer. Vean y juzguen.

Aquella mañana, como tantas veces, el gato había plantado su trasero en el marco de la ventana y dormitaba en el cerco de aquel vetusto agujero de unos cuarenta centímetros por donde apenas cabían mi cabeza y los brazos. No era cuadrada, estaba deformada, desvencijada, como toda la casa, las capas de cal se amontonaban en la pared, una dos, tres, cuatro, cinco. Algunas conchas  se habían ahuecado con la humedad dando a la ventana casi una forma oval. Yo me acerqué y espanté al gato. El animal se alejó de mal humor estirando las piernas y haciendo una extensa onda con el espinazo. Estaba tan cómodo aculado sobre mi I-PHONE.

Para asomarme a la ventana primero debía ponerme de rodillas en el suelo. Eran tan bajos aquellos techos de la camarilla que no podías estar de pie. Así que antes de ocupar mi nuevo espacio y asomar la cabeza para enfocar la cámara debía de pasar por el sacrificio de la genuflexión. Por fin me acomodo y empiezo a rodar imágenes. Mis ojos otean arriba y abajo, al frente, al este, al oeste. Veo las sierras, algunas nieblas sueltas trepando las montañas, nada importante, el cielo esta radiante, de azul intenso, la luz del sol inunda los tejados y se encarama a las paredes. Por la calle suben olores de pieles curtidas y betún.  Pepe el zapatero ya tiene abierto su taller y está cortando las primeras suelas del día. De la casa de María Teresa me llegan otros olores, ahora son los geranios, los claveles, las albahacas, las malvasías, los jazmines, la hierbabuena, el azahar… está regando las plantas de su hermoso patio y ha sacado alguna maceta al umbral de su casa. Dos hombres se paran a charlar unos instantes en medio de la calle. Un par de casas más arriba varias mujeres salen de la casa de Anita la Tejera, van con sus lecheras de la mano, es la hora del desayuno, nada como un poco de leche fresca ordeñada la noche anterior o tal vez esta misma mañana.

Miro a la izquierda y veo a Joseito que está terminando de arrear sus mulas.  Hace tiempo que anda en este menester, pero él no tiene nunca prisas. Cada día se toma todo el tiempo del mundo. Saluda y habla con toda la prole de campesinos y jornaleros que desfilan a esas horas de la mañana con sus caballerías y sus herramientas camino del tajo. Vienen de las calles altas de la Villa, El Pozo, La Fuente, San Ildefonso, La Cruz –Buenos días Joseito. –Buenos días. – ¿Qué? ¿Lloverá hoy? -Mañana te lo diré.

En la plaza y en toda la calle hay varios cabreros establecidos. Las casas dan al campo y tienen grandes patios, cuadras y corrales muy apropiados para tener ganado y otros animales. A estas horas del amanecer, con el trasiego de los animales, en la calle hay intenso olor a estiércol, cagarrutas y orines mezclados con la paja y el polvo. Es un ambiente que traspasa y penetra en nuestras casas, en nuestras ropas, es imposible evadirse, está allí, forma parte del paisaje, de nuestras vidas. Todo es tan familiar. Para los vecinos, amanecer en este entorno de ruidos y de olores es de lo más cotidiano y normal. A nadie sorprende ni extraña. Las mujeres se afanan en barrer y limpiar pero es imposible despejar las calles hasta bien entrada la mañana.

En la albarradilla de arriba, la más alta de las tres que conforman la plaza, oigo los rebuznos de los borricos de Paco el Carbonero. En frente de mi casa, José El Pepola acaba de abrir la puerta del corral, en el patio escucho como jalea y llama a las cabras para que salgan a la calle. En la albarradilla de en medio las señoras María y Bernarda se apresuran entrando y saliendo de sus casas en dar los últimos retoques a los atillos  para que sus hijos puedan afrontar una dura jornada de labor en el campo. Un poco más lejos veo a los hermanos Liaillo  que hablan entre ellos, todos se preparan y disponen para partir a sus faenas. ¿Dónde vas hoy? –Yo a la Malagrulla. ¿Tú? -A Retamosa. 

Desde la fábrica me llegan olores a pan recién hecho, acabado de hornear. Sobre los tejados veo el humo de la chimenea. Hoy es un día espléndido de mediados de junio, el verano se ha instalado entre nosotros.  Los segadores baten las cañas de la cebada, del trigo, de la avena con sus hoces. Es tiempo de la siega y la trilla, los campos cambian de color, del oro de las espigas al amarillento de los pajonales muertos e inertes que se secan al sol hasta deshacerse. Allí esperarán la época de la quema, hasta finales de agosto.  Mientras el tiempo cumple sus ciclos, en estos mismos rastrojos anidan y crían multitud de pájaros, insectos y animales. Las culebras, los lagartos, las perdices, los cigarrones, los grillos, las mosca, todos se reparten el territorio.

Ya no habrá sembrados. Hoy podremos jugar en los Cortinales. Es este un espacio que no es campo ni es pueblo, una franja de tierra encajada entre los corrales y la Vereda Ancha…Un lugar maravilloso que conozco palmo a palmo. Aquí jugamos muchas tardes mis amigos (Paco, Bernabé, Luís, Ramón, Gabriel, Salvador, José….) y yo maravillosos partidos de futbol, bien en la explanada que hay ante la fábrica del pan ó en la era de Perejil. Allí discurre nuestra infancia cuando no estamos en la escuela, con una pelota de trapo y jugando al lado de los girasoles, melones, espigas de trigo, margaritas, jaramagos, alcauciles….

Me alejo de la ventana. Mientras miraba la calle a través de mi I-PHONE y tomaba las últimas fotos para llevar al colegio y dar envidia a mis amigos, veo que el gato se ha instalado en mi cama. ¡Qué gracioso¡ ¡Zape¡ ¡Fuera¡. Dentro, en la estancia que sirve de cocina, de comedor y de dormitorio, la cafetera continua hirviendo y soltando espumas por el pitorro, emana un olor especial. Aquel brebaje es el resultado de una mezcla de café y cebadas que por las tardes tuesta la señora Pepa la Guaye en el zaguán de su casa. Pepa tiene la enfermedad del bocio. Pobre mujer. Es muy amiga de mi abuela Encarna. Yo paso muchas tardes al lado de las dos ancianas viendo girar el tostador. Me agrada el olor de las semillas quemándose a fuego lento. Después de todo no está tan mal este mejunje de achicorias, cebadas, algunos granos de café, agua y azúcar. A mi me gusta mezclado con algo de leche y pan. Para desayunar no hay nada mejor, ni peor. Es lo que hay. -Acábatelo que vas a llegar tarde a la escuela. -Me dice mi madre.

SOLELLA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 17:10:27 pm
Jugo de Naranja



-   Las personas deben morir para poder liberarse, deben sonreír hasta el último segundo porque saben que van hacía la salvación, hacía la inmortalidad… un mundo muy distante a este.
La primera vez que oí estas palabras mis ojos se asombraron pero mi corazón no logró conmoverse, la muerte seguía siendo muerte y su vida simplemente se acabaría.
El padre Paulo venía cada domingo a entregarnos la palabra de dios, a fortalecernos para lo que ya nos era obvio, todos nosotros moriríamos y de ello no había duda… la idea ya se me hacía tan normal como tomar una pastilla cada mañana o presentarme  a la sala de quimioterapia los miércoles por la tarde. Pero Paulo lo intentaba, en el fondo temía que el joven padre se hubiera encariñado con todos nosotros y ahora estuviera intentando una especie de escapatoria a esta realidad…
-   Pau – lo llame desde lejos, solía ser un buen amigo y por lo tanto no me gustaba recordar que pertenecía a una religión tan farsante.
El sacerdote se acercó ante mi llamado y pude ver con mejor claridad esos ojos verdes misteriosos, llenos de una especie de agonía personal… ¿ese hombre estaba realmente bien?
-   Dime pequeña – su voz dulce y sin ningún resentimiento interno mostrando su sonrisa blanca con esos dientes perfectamente alineados, tal vez si hubiese sido una viejecita no me hubiera fijado en esos detalles o al menos una niña … pero estaba en mi adolescencia.

-   ¿De verdad crees todo lo que predicas? – el suspiró, cada domingo le hacía preguntas parecidas.

-   ¿De verdad dudas todo lo que digo? – y aquí estaba presente su peor defecto, embellecido con un tono cálido y sabio, Pau solo sabía contestarme con más preguntas.

-   Si no dudara no me protegería de algunos charlatanes, no todo lo que brilla es oro – el rió ¿Qué le parecía tan gracioso?

-   Hablas como las abuelitas de la habitación de al lado – y entonces comprendí y reí con él, de verdad estaba siendo una anciana de pensamientos aburridos …
El domingo concluyó con esa breve charla y todo volvió a la normalidad, las enfermeras ayudando a los más pequeños a ir al baño y yo aquí en mi cama que estaba  entre una joven adicta al internet y otra adicta a las películas de terror, una verdadera pesadilla.
Sin embargo la noche no pareció pasar desapercibida como las demás, esa noche era diferente, la luna llena, todos durmiendo plácidamente - “no hay tos”-  deduje en el primer momento al darme cuenta del exceso de silencio.
Mire hacia todas partes pero todo seguía tal cual… lo segundo extraño fue el aroma – naranjas – dije en un susurro inaudible para cualquiera, ¡olía a los naranjos en primavera! A jugo recién exprimido. Logre imaginarme una casa cerca de la playa y una desconocida madre preparando el jugo para sus hijos…
Lleve una de mis manos hacia la nada y sonreí, jamás había conocido ni a mi padre ni a mi madre, tan solo a una tía que en primer momento había preferido mantenerme en este lugar confinada a cargar sola con mi propia enfermedad
Divagando entre mis pensamientos una caricia helada rozó de forma sutil mi piel, me estremecí por completo imaginando fantasmas y demonios nocturnos… todo seguía quieto y nadie parecía alarmarse por ese ente desconocido que al parecer vagaba por el gran cuarto.
Me acurruque miedosa entre mis sábanas blancas y solloce en silencio, un miedo extraño me recorría sin escrúpulos. Lanzada por mi propia conciencia, di un vistazo hacía el cuarto y nada, nada había cambiado…
Un fantasma que le gustan las naranjas y que calma la respiración de los niños, de seguro es algo bueno, de lo contrario ya no estaría en esta habitación… quería reír por haberme acobardado anteriormente pero simplemente no me atrevía…
“Pide un deseo” – me  susurró una voz angelical, y mucho más dulce que la del propio padre Paulo, las naranjas se me vinieron a la mente y una casa en la playa no estaba mal… tal vez los niños disfrutaría gozosos de su jugo, luego de haber corrido metros y metros de arena… la  playa solía ser tan divertida.
Deje mi anillo en el estante y cerré mis ojos, era hora de dormir, los lunes estaban llenos de visitas y realmente preferiría descansar lo suficiente para aguantar a todos aquellos que nos miraban con lastima y sonrisas falsas.
Me despedí dulcemente de la noche y me acomode.
El sol me pegaba en el rostro duramente y sentí que una voz me llamaba a lo lejos – debo irme – exclame como recordando algo que no podía descifrar. Una manita se apegó a la mía y ese niñito inocente sonrió sin todos sus dientes.
-   Mama dijo que nos tenía jugo de naranja. – me dijo alegre.

Scarlett Ángela
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 17:12:06 pm
El zapatero


Tac, tac, tac, tac. A sus ochenta y cuatro años, don Hernando todavía acierta a golpear con buen tino la cabeza de los clavos que le sirven para fijar un tacón a una suela de cuero. Ensuelar o entaconar zapatos sigue ocupando parte importante de su tiempo y de su oficio. Todavía hay demanda suficiente para ello.
Y más en el sitio donde tiene su improvisado taller. No es un establecimiento formal, sino una suerte de carpa, con armazón de madera y tolda de lona, instalada en una esquina de Rosales, uno de los barrios de más abolengo en Bogotá, donde ha trabajado por varios años.
Empezó, sí, en un local establecido, en una plaza comercial que ya no existe, derribada para ceder el paso a construcciones más suntuosas y rentables, pero él como damnificado no se desanimó y pensó que capitalizar la clientela que había acumulado en el barrio, instalándose en una esquina de semáforo, sería una buena forma de sobrevivir. “Voy a lucharla acá”, se propuso.
Al principio, como era de esperarse, no faltaron los vecinos recién llegados –con pretensiones más abultadas que sus haciendas– que le complicaron un poco la vida haciéndole el feo. “Señor, córrase un poquito más para allá, donde no se note tanto”, le decían, y él se corría como una bola de billar.
Pero la esmerada calidad de su trabajo, junto con su buen comportamiento, fue acrecentando no sólo su clientela y reputación, sino que poco a poco se fue ganando el respeto incluso de quienes en algún momento se erigieron como sus más férreos detractores.
El trabajo es variado y abundante. Uno de los más frecuentes es cambiar las tapas de los zapatos de dama de tacón alto, que son las que se van más rápido, o de plano reacomodar en su sitio los tacones mismos, desgarrados de la plataforma desde la raíz por algún mal paso de la dueña, así como cambiar cremalleras de botas. En zapatos de caballero, la principal tarea consiste en cambiarles también las tapas o los tacones gastados, y en casos extremos, ponerles suelas corridas de tan gastadas. En ambos casos, cambiar forros  o tinturar el calzado son otras tareas recurrentes.
Con los tenis, lo más común es reforzarles o cambiarles las suelas de caucho por las cuales ha empezado a filtrarse el agua, cambiarles un contrafuerte desgarrado en el talón o simplemente las plantillas, sirviéndose en buena medida del tradicional pegamento amarillo de olor penetrante.
Y aunque la tecnología avanza a pasos agigantados y cada vez hay más calzado confeccionado con materiales sintéticos, a don Hernando esto no le preocupa tanto.
Sabe que tiene clientela para rato.
No tanto porque tenga claro que los zapatos de buen vestir seguirán existiendo durante mucho tiempo, sino porque los residentes de un barrio tan refinado siempre tendrán un par de zapatos gastados que quieran hacer pasar por nuevos, así les toque enviar a la muchacha del servicio o a la nana “donde el zapatero remendón” con el encargo para guardar las apariencias, no vaya a ser que algún vecino chismoso los vea por ahí, frente al improvisado taller de don Hernando, llevando ellos mismos a arreglar unos zapatos viejos en lugar de comprarse un par nuevo, como cualquier familia decente esperaría en un barrio de tanto abolengo.

José Villagrán
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 17:31:49 pm
Se cierra el telón


El director y el resto del equipo llevan un rato quietos, expectantes. En cuanto se apague la luz podrán ponerse en marcha, y falta poco para que comience su turno, pero todavía tendrán que confirmar que el telón ha bajado realmente. Durante varios minutos, rayos de luz entran y desaparecen por las rendijas, hasta que finalmente se hace el silencio absoluto.
-   ¡Empezamos, preparaos todos! – el director da un salto de su silla y le hace un movimiento al guionista - ¿qué tenemos hoy para rodar? ¿Has ido sacando fotos de lo más destacable de hoy?
El guionista le pasa las imágenes para crear la historia: imágenes de una huida peligrosa, una pelea entre dos niños, una profesora riñendo a un alumno.
-   ¿Estos son los recuerdos más poderosos de hoy? – inquiere el director pasándoselos a su ayudante.
-   Sin duda alguna – confirma el guionista.
-   Muy bien, veremos qué hacemos. Llama al departamento de fotografía, animación y decorado. – Pide el director dirigiéndose a su ayudante.
El director vuelve a sentarse en su silla y mira durante largo rato las imágenes. Mira la imagen de la huida y la toca para que cobren vida.
El protagonista de la película agarra la cabeza de oro y deposita un saquito en su lugar. El templo comienza a desmoronarse, debe huir, y rápido. Corre, salta y cuando piensa que está seguro una enorme bola de piedra maciza lo persigue. Salta fuera, sucio, cansado y apuntado por cientos de arcos. El comienzo de una de las películas preferidas del cliente.
La siguiente imagen de la pelea era más corta. Se veía cómo había comenzado todo y cómo todo terminaba con un puñetazo. Quizá podría empezar por esa imagen. Primero empezaría con una habitual confusión y más tarde pasaría a la pelea.
El ayudante se acerca seguido por la directora de fotografía, la jefa de animación y el jefe de decoración.
-   Vamos a empezar con la película, que es lo más reciente, luego de ahí podemos pasar al colegio, recreamos la reprimenda de la profesora y acabamos con la pelea. En menos de media hora empezamos a rodar chicos.
El director se sienta en su silla y admira cómo el encargado de decoración va recreando a la perfección la imagen del túnel que se imagina el cliente para la escena de la película. El director se pone desde el punto de vista, alargando el dedo índice y corazón para situar el plano.
-   Esto ya está listo, jefe – dice el jefe de decoración – por las imágenes que nos has pasado no hay más que se pueda sacar. Paso al aula del colegio y así os vais preparando en esta zona.
El jefe de decoración se tropieza con los cables y está a punto de tirar de la cuerda que mantiene el telón cerrado.
-   Ui… - suspira aliviado.
El director se queda mirando la cuerda del telón, absorto.
-   ¡Animación! – grita cuando sale de su ensimismamiento, se gira a su alrededor buscando a la jefa de animación. - ¿Dónde está animación? ¡Vamos a comenzar ya!
-   ¡Aquí, aquí, ya estoy! – llega corriendo – estaba ultimando los últimos detalles.
-   Bien, ¿me colocas el punto de vista en el protagonista? Vete directamente a la parte de la roca gigante, empezamos a partir de ahí.
La jefa de animación se acerca al túnel que el de decorado dibujando y rasgando el aire con carboncillo, comienza a retratar el látigo, las botas y los sucios pantalones. Añade el sombrero. 
-   ¡En un minuto empezamos a rodar! – aúlla el ayudante de dirección.
Todos se colocan en sus puestos. Fotografía está jugando con los colores de la cámara y las luces que enfocan la estancia.
-   Dame un tono ocre, que se vean pocos colores. Recuerda que es una película de los ochenta, basada en los años treinta. Haz que parezca usado.
-   ¡Listos! – la directora de animación sale del plató – me paso al decorado de la profesora.
-   Recordad poneos el traje de croma para no salir en pantalla cuando aparezcáis en la cámara.
-   Luces, cámara… ¡acción! – grita el director.
El cliente comienza a correr, sabe que está en peligro. Lanza su látigo para agarrarse a una rama y ganar terreno. Se tropieza. Cae y del impulso comienza a rodar, y a rodar, y a rodar… se convierte en la piedra que le persigue. Nota que comienza a tener fuerza, el camino le da seguridad y sabe que si recorre las curvas de una forma u otra tendrá más impulso para atrapar al dueño del látigo y el sombrero. El director mueve la cámara hasta colocarse en el punto de vista del aventurero. Le hace un gesto a la chica de animación para que cambie la cara del protagonista. Ella se pone rápidamente el traje de croma para salir en pantalla y sale disparada. Pero se tropieza y agarra la cuerda del telón para no caerse.
-   ¡*****! – grita todo el equipo prácticamente a la vez.
El telón se levanta levemente y destellos de lejanas luces invaden el plató. Todo se funde y desvanece. El equipo se queda donde está, resignado.
El telón se abre y se cierra un par de veces hasta quedarse todo a oscuras.
-   ¡CORRED! ¡Al siguiente plano, hay que darse prisa!
El jefe de decorado y la jefa de animación se ponen uno junto al otro para volver a crear lo que ya habían dejado preparado.
-   ¡Vamos a pasar al aula donde la profesora está riñendo al cliente! – grita el director – Dile a decorado que vaya recreando el patio del colegio, voy a hacer un plano continuo – el ayudante va corriendo a avisar al equipo artístico.
-   Prácticamente cada noche pasa lo del telón, ¿eh? -  le comenta la directora de fotografía mientras cambia el color del punto de vista.
-   Gajes del oficio, no podemos quitarlo, nos hace falta la oscuridad para poder trabajar.
-   Esto ya está. Por mí cuando quieras.
El ayudante vuelve corriendo.
-   Han terminado.
-   Luces, cámara… ¡acción! – grita el director.
El cliente se mira las manos mientras intenta no escuchar lo que le dice la profesora, tiene ganas de llorar, como casi siempre que le riñen.
-   ¡Iñaki! Mírame cuando te estoy hablando – le dice con tono autoritario.
El director alza la cámara para captar la nítida cara de la profesora. El cliente baja rápidamente la mirada para mirarse los pies. Está descalzo. Parpadea un par de veces para evitar llorar.
-   Puedes bajar al patio – le dice finalmente la profesora.
El director baja las escaleras desde el punto de vista, una a una, muy despacio. Ve a lo lejos un grupo de chicos, chicos de la clase del cliente, se intenta alejar al otro extremo del patio. El director gira la cámara para que desde el punto de vista se vea que los chicos lo han visto. El cliente se queda en una esquina, mirándose los pies. Lleva playeras.
La directora de animación se aleja quitándose el traje de croma con cuidado de no tropezar.
-   Eh, Iñaki, imbécil, que eres un **** *****, siempre saliendo el último en clase – le dice uno de los niños que se acercan.
-   No te alejes mucho – le dice el director a la directora de animación – tienes que ir recreándole la cara al que habla. Que sea gente que ha aparecido otras veces de forma recurrente, o incluso rostros indefinidos.
-   Jefe, jefe – el guionista se coloca junto al director, con mucho cuidado de no salir en el plano.
-   ¿Qué pasa?
El guionista farfulla algo, demasiado bajito para que el director lo escuche.
-   Dejadme en paz – dice el cliente, alejándose hacia el campo de fútbol.
-   Eres un empollón, un hijo de ****, aquí no tienes amigos, ¿por qué no te vas? ¡Pírate ya!
El director está alejando la cámara con el punto de vista mientras se va acercando cada vez más al campo de fútbol.
-   Jefe, tenemos un problema – susurra el guionista, muy tenso.
El niño que está insultando al cliente, le empuja y el cliente cae al suelo. La cámara enfoca a los niños desde abajo, marcando una clara superioridad.
-   ¿Qué pasa ahora? Esta escena no va a durar mucho, me lo puedes decir en unos segundos.
-   ¡Dejadme en paz! – grita el cliente.
-   ¡Iñaki el mocoso, pírate ya!
Varios niños lo empujan.
-   Jefe… es Iñaki es el que da el puñetazo, no el que lo recibe.
El director frunce el ceño, extrañado. Se gira, deja de mirar por el objetivo. La escena parece paralizarse durante unos segundos.
-   No puede ser. ¡Pásame la imagen de antes!
El ayudante se la acerca. El director coge la imagen de la pelea y la vuelve a pasar para recordarla mejor. El guionista tenía razón.
-   Joder…
-   Habría que hacer algo para que se diera cuenta – comienza el guionista.
-   Sólo somos cineastas, no clientes.
-   Hay que hacer algo – corta la directora de fotografía.
El director se gira a la cámara y sigue rodando la pelea.
-   ¡Dejadme en paz, hijos de ****! – grita el cliente fuera de sí.
-   ¡Jefe! El niño es el abusón, no la víctima, ¡hay que hacer algo para que recuerde el sueño!
El director hace oídos sordos mientras sigue rodando.
-   ¡Por eso el rostro del que insulta se recrea tanto! ¡Es él, es él el que insulta siempre! – dice la directora de animación, apartándose del plató.
El cliente, cada vez más enfadado, se mira las manos, cierra el puño derecho y con todas sus fuerzas le da un puñetazo al chico que le está insultando.
-   ¡Tirad del telón! – grita el director sin apartarse de la cámara - ¡AHORA!
Rayos de luz conquistan el escenario, haciendo que todo se desvanezca en polvo de sueño.
Iñaki parpadea un par de veces, asustado, a punto de llorar. Se toca el ojo donde le han pegado un puñetazo. Instantáneamente el dolor le lleva la vista a la mano. Respira entrecortadamente durante varios segundos. Sólo era eso, un sueño.
¿No?

Scry
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 04, 2013, 17:33:42 pm
CONSULTA MÉDICA


Como siempre, llegué aprensiva a la consulta del médico. Me senté a esperar con los codos en los brazos de la silla y los pies juntitos como en la iglesia.  No había nada que hacer ni nada que leer. Me puse a observar intensamente las losetas del piso. Allí adiviné un pez con el lomo rozando la hondura de una ola. Otro pez espiaba en el fondo. En la loseta de al lado había una tortuga con la boca muy abierta. Como no se movía, no representaba ningún peligro inminente…
Una enfermera llamó mencionando un nombre y una dama gruesa caminó hacia ella. Ambas desaparecieron tras la puerta que bloqueaba la visión de un pasadizo misterioso. Me estremecí. Salí del mar de las losetas por un momento, cambié de posición, me revolví en la butaca y las volví a mirar. Todas las figuras habían desaparecido. No pude encontrarlas en las volutas del diseño. Se me aceleró la ansiedad que siempre me da cuando voy al médico. Me brinca un labio, lo calmo con un toque de dedo.
Para evitar ataques de histeria controlada, me asomo a una ventana que da a la calle. Crecía al borde de la acera un árbol-montaña tan alto como un peñón, movía los dedos de hojas con la brisa. Solo le faltaba un hilo de agua despeñándose y unos cuantos pájaros en las ramas recargadas de verde.
Alguien llamó mi nombre. Se me enfriaron los pies. Acudí sin ganas.
“Firme este papel de pago”.
“¿Mi seguro médico no cubre el costo de la consulta?”
“Sí, pero tiene que firmar que va a pagar de todas maneras”.
“¿Cuánto es?”
“No lo sé”.
“Está bien”, dije presa de inquietud, no por el pago sino porque ya tocaba mi turno. 
“Pase para acá”. Entro por el mismo pasillo lóbrego lleno de amenazas y peligros presentidos.
Me pesan en una balanza alta. (Me quito los zapatos por si acaso estoy muy gorda)
”Yo vengo por los ojos”, dije.
“No importa, hay que pesarla de todas maneras.
“Bueno, ¿cuánto peso?”
“Bastante. No se preocupe”
Me sientan en una esquina para tomarme la presión arterial.
“Lo mío es la presión del ojo solamente”, repetí.
“Cálmese, hay que medirla”.
“¡Rayos!”, pienso, pero callo. 
Me llevan a otro cuartico lleno de instrumentos espeluznantes. Se van y yo quedo rodeada del terror que me producen estas cosas. Al rato, llega una técnica para colocarme en la cara un antifaz de un solo ojo.
“Lea las letras de la pared”.
Las leo, las cambia, leo, las cambia otra vez y otra vez, hasta que se vuelven hormiguitas: “&%$•/()&%$•”=)(/%&”. Mueve una palanca del antifaz que cambia el hueco de ver para otro ojo. Repite la misma rutina atormentante. Estoy mareada.
“Muy bien, ahora incline la cabeza”.
La inclino, hecha gotas debajo de mis párpados y luego me pega una goma adentro del ojo. No siento nada. “13 y 13”, dice como si yo supiera lo que eso significa. Guardo silencio por no quedar como ignorante. Tengo ganas de vomitar.
Continúa el proceso. Más gotas que dilatan las pupilas. Veo una gran claridad y no distingo bien. Paso a un cuarto en penumbras, trato de leer una revista: ou nryus shid ji guen dopd. No puedo, desisto… espero…desespero…tengo hambre…me pican los ojos… tengo sed… quiero ir al baño…me duermo.
Un matrimonio llega y me sacan del sopor con su conversación familiar. Me entero de que al velorio no fue nadie, que la viuda no lloraba, que los niños de Yunisberta van a una escuela privada muy cara y que ellos no saben cómo el padre la puede costear, que Yeyo se compró un camión nuevo de uso… que si la suegra, que si la novia, que si la boda… En eso me llaman.  Paso a otra habitación aún más tenebrosa que la anterior. Me sientan en la silla eléctrica, no, es solo aterradora. Me cuelgan los pies demasiado cerca de una maquinita de dentista… ¡Ay, Dios!
“Ahora viene la doctora”.
Tengo ganas de irme corriendo, el corazón me palpita angustiado. Miro las paredes con alarmantes dibujos del interior del ojo. ¿El ojo tiene humor vítreo? ¡Qué horror!
“Que va, me voy de aquí”. Me levanto. Llega la doctora en ese momento. Me pongo más fría que un iglú, decido desmayarme de miedo, pero la docta sonríe y me saluda muy amigablemente.
“Hola, ¿cómo está?”
“Ah… muy bien doctora, ¿y usted?”
“Muy bien, muchas gracias. Qué bonita blusa tienes puesta.”
“Gracias, usted también tiene una blusa preciosa”. 
En realidad no es posible ver mucho debajo de su bata blanca. Creo que ella se da cuenta de mi embuste, pero se hace la distraída porque también ella mintió acerca de mi ropa.  Me coloca la cabeza dentro de un extraño aparato. Yo no sé por qué pienso que me van a sacar una muela. Todo es espantoso, estoy sudando.  Estrujó un pañuelo desechable para disimular el temblor de mis manos.
“Vamos a ver. Ponga la frente en este lugar y la barbilla aquí. Mire hacia mí”.
Ella enfoca una luz intensa en mis pupilas dilatadas y me alumbra el cerebro por dentro y por fuera.  Echa un vistazo con otro aparatico que parece una lupa. Yo veo solamente la punta de su nariz. Huele bien la doctora. Como he quedado ciega debo orientarme por el olfato.
“Ya puede bajarse. Todo bien. Vuelva en 6 meses”.
Creo que eso fue lo que dijo porque al oír “puede bajarse”, me tiré de la silla y caí de bruces en el suelo. No era cierto. Tan solo fue que se trabó mi sandalia en la silla. Me tambalee y, debido al mareo, no pude enderezarme del todo. Quise ponerme de pie, me agarré de la falda de la doctora y se la ripié. Ella no dijo ni media palabra. Yo solo atiné a despedirme con la voz enardecida: “Sí, espéreme en 6 meses, ¡ja!”
Escapé rápidamente, dejando detrás de mí el azoro de los presentes.

MEDEA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:07:22 pm
EL HIMEN


A Dashel y Anilec.
A aquella tarde en Placetas.



A Dashel le quieren joder el himen. No es una simple suposición, se lo quieren joder, y eso es un hecho irrefutable. Hace tiempo que la vienen rondando, la asechan como moscas a la miel. He visto a Arturo como la mira, con esa cara de carnero degollado, y a Felo, que le grita groserías y le saca esa lengua blanca y larga, y a Pedro, a Luisito que le regala flores, y hasta a César, que es mi amigo, y no respeta; porque un himen, dicen, es una cosa seria, o más bien importante, porque seria no lo es, dice Luisito, que se cree muy culto, todo emperifollado y dice que dice un tal Vizconde de Valmont que eso es solo un pellejito maloliente que los mojigatos han idealizado, o algo así; pero yo digo que no, que un himen es una cosa seria de verdad, que hay que respetar, que no es cosa para andar con juegos. Por eso yo me preocupo, para que ella pueda estar tranquila y sepa que en mí sí puede confiar, que conmigo la cosa es diferente, porque yo sí soy su amigo de verdad. Cuando se lo dije se quedó mirándome con esa sonrisa de muchacha inocente, y apreté los puños porque me dio valor y le dije: así de duro les voy a dar si se meten contigo, y ella a reírse más todavía, y entonces pensé que por una sonrisa así uno se faja con cualquiera. Hasta con César que es mi amigo, pero que ya no sé bien si lo es; porque lo he visto hablando con Dashel, y le he visto esa mirada inconfundible de los que buscan el himen de Dashel que, aunque digan que es un pellejito de *****, merece su respeto.
Hace unas semanas que vi a César hablando de nuevo con ella, y me dije que ahora sí, que ya era demasiado, porque César le cogía las manos y le tocaba el pelo de la frente, y Dashel que de tan buena es medio boba, no se daba cuenta y se reía como si también César fuese su amigo. Pero César no es amigo de nadie, se lo dije, y apreté los puños bien fuerte. Entonces César me miró con esa cara de burla que no soporto y me preguntó que si estaba celoso. Pero yo no estaba celoso y Dashel lo sabía. No le dije lo del himen porque esas cosas no se dicen delante de las muchachas, pero le dije que le iba a partir la cara si lo veía hablando de nuevo con Dashel. Entonces ella que si César no es tú amigo, y yo que no, que él no es amigo de nadie, pero César se reía y Dashel que mejor se iba y él se fue, pero no dejó de reírse. César es un descarado, le dije, paro ella que no, que él no estaba haciendo nada malo, que solo estaban conversando. Entonces, si le hubiera dicho lo del himen, me hubiera entendido; pero yo sé que no es correcto, que hay cosas que no se deben hablar aunque se deba, solo le dije que yo soy su amigo, que siempre la iba a defender, que se cuidara de la mirada de César. Pero ella que sí, que ella sabe que soy su amigo, su mejor amigo, dijo, que soy muy bueno, pero que ella sabe defenderse sola, y yo que no, que es muy ingenua, y bonita y, para colmo, tiene un himen, y esas son cosas muy peligrosas para una muchacha, aunque esto último solo lo pensé, porque hay cosas que no se deben decir aunque sean importantes.
César es un tipo mierdero, César no sirve, no sé cómo **** llegué a pensar que era mi amigo. Ahora cuando me ve se ríe, y yo no lo digo nada pero me pongo serio para que sepa que conmigo no se juega. Entonces él tampoco dice nada pero se ríe y eso me molesta. Ojalá que me diga algo, que se meta conmigo; pero no se atreve porque es muy pendejo y sabe que yo no tengo miedo, que yo soy un hombre. Pero igual me molesta que se ría, por eso ayer se lo dije, de qué **** tú te ríes, y él que si me gusta su jevita, con esa cara que le voy a partir de un trastazo. Pero no le di porque me quedé pensando en lo que dijo. Entonces lo repitió para que lo oyera bien, para que no pensara tanto. ¿Está buena, verdad?, pero yo seguí pensando, porque sí, debía de estar hablando de Dashel, de quién otra. Y él que por qué me pongo tan colorado. Pero no sabe que no es de vergüenza, sino de genio, porque está hablando ***** de ella, porque yo sé que no son novios, que los novios se besan en la boca y yo nunca lo he visto besándose. Por eso se lo dije a Dashel, para que viera que César no sirve, que un amigo no anda por ahí diciendo esas mentiras. Pero ella todo lo perdona, todo siempre lo justifica y me da un beso encima de los ojos, un beso con olor a flores que se demora en la frente mientras me dice que me quiere mucho, que yo soy su mejor amigo, más que César, pregunto, y ella que sí, más que nadie. Entonces no le digo lo del himen, aunque tal vez debiera, pero es muy rico quedarse así, pensando solo en aquel beso, y no le digo.
César la sigue rondando, yo lo sé, y hasta habla con ella a veces, pero ya no me importa, porque ella me quiere a mí, porque confía en mí, y conversamos casi todas las tardes. Y no es que no se ría, pero ya no me importa, porque yo me río también, porque él no sabe que Dashel me quiere más a mí, que soy su mejor amigo, que me da un beso en la frente todas las tardes, como ahora que estoy con ella y todavía lo siento fresco encima de las cejas.
Pero igual hoy se lo digo, para que no se haga más el bárbaro, para que se le acabe su risita arrogante. Si viene se lo digo, porque Dashel me dijo que hoy a las ocho pasaba a recogerla por aquí, que si no me ponía celoso, pero yo que va, porque si viene se lo digo, que ella me quiere más a mí. Eso si viene, porque a lo mejor se arrepiente cuando la vea conmigo; y es que ya son más de las ocho y no ha llegado. Aunque se parece a aquel que viene por el parque, pero si viene mejor, para que sepa, para que se faje si quiere. Le voy a coger la mano, eso, le voy a coger la mano a Dashel para que rabeé de envidia, a lo mejor va y no llega cuando nos vea, si es que no nos ha visto todavía. Aunque ya tiene que habernos visto, es imposible que no nos vea, se sigue riendo pero seguro que nos vio. Le aprieto más la mano. Pero ella la suelta y coge la de César que sigue riéndose. Al César lo que es del César, dice, y se van; más bien, se la lleva. Pero yo sé lo que dijo, lo que quiso decir, aunque Dashel no se dé cuenta.
Dashel nunca se da cuenta de nada, pero yo sé lo que quiso decir César, y por qué ha comprado tanta cerveza esta noche, porque siempre lo supe. Pero ella solo toma y no sabe lo que hace, y él se aprovecha y la besa y la abraza y le mete la mano debajo de la saya, porque él solo quiere el himen. Entonces le da otra cerveza, otra, y otra, hasta que ella dice que está muy mareada y él que la va a llevar a la casa. Pero entonces, mientras los sigo, me doy cuenta que éste no es el camino hacia su casa, sino hacia la de él, que la casa es la de él. Corro entonces para decirle, para explicarle, pero cierran la puerta, o más bien “él” la cierra y se hacen inalcanzables. Tengo que entrar de algún modo, tengo que decirle lo del himen. Rodeo la casa pero todas la puertas están cerradas, entonces veo una ventana abierta encima del balcón y subo, y ya estoy adentro, y paso por la sala mientras los escucho forcejear en el cuarto, cabrón déjala tranquila, pienso, pero no grito mientras aprieto muy fuerte el objeto que traigo entre las manos, lo siento frió, empujo la puerta, solo se ven dos sombras difusas, dos cuerpos confundidos en la oscuridad. Me parece que la oigo protestar, que la veo defenderse y no vacilo. Te voy a reventar la cabeza hijo de ****, y me acerco con la estatua de un metal indefinido que no sé cómo llegó a mis manos, pero que ya no importa, porque ahora es solo un trozo de metal que golpea la cabeza de César que ya no se ríe, que ya no es El César, que solo se protege la cabeza con ambas manos mientras el metal golpea una y otra vez absorbiendo el calor de la sangre, o de la habitación, o de los cuerpos, mientras Dashel me grita que estoy loco, loco de ***** y yo golpeo y veo también la sangre en la cabeza de Dashel y dejo de golpear. Porque ya Dashel tampoco grita, ni llora; solo se queda con la cabeza contra la almohada, y yo quiero abrazarla, decirle que la perdono, que ella no es mala, solo que es muy ingenua, y bonita, y que eso es peligroso, muy peligroso. Pero no le digo, porque ya no podremos ser amigos, no después de esta noche, aunque ella no tenga la culpa yo no puedo quererla como antes; ya no me gusta como antes. Entonces le abro las piernas lentamente y me acuesto encima de ella, y me río, para que no piense que lo hago por cariño; para que crea que solo siento odio.

Arthur
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:08:25 pm
Por su justo precio


—Te voy a matar, es lo que mereces.
—¿Qué ganas con eso?  No vas a recuperar tu dinero.
—Lo voy hacer,  lo juro por dios.
—No eres un hombre malo, a pesar de que…
—Sabes por qué me llaman el tigre.
—No eres un tigre.
—Nadie se burla de mí —el rubio alto y con los brazos tatuados apretó el puño, pero esta vez no le descargo en el semblante de la muchacha—. Cada vez que te trato ciento que quiere manipularme y eso ninguna mujer lo ha logrado.
—Lo siento —dijo ella, era pequeña, de piernas cortas y rostro demasiado ancho y demacrado—. No fue mi intención engañarte.
—Prefiero no saberlo.
—Eres un hombre bueno, te vas a sentir mal si  me pasara algo.
—¿Quién te crees que eres?, mi hermanita
—No, pero siento que eres un hombre bueno.
—Ser bueno no me regresara mi dinero, tengo que matarte.
—¿Por qué?
El rubio la miro con desprecio, estaban en su oficina, una de las habitaciones del puti club. Era el dueño hacía dos años y no le había ido mal, en especial cuando comenzó a contratar latinoamericanas por Internet, con previo envió de foto de cuerpo entero de las futuras candidatas y un precontrato de cómo será la distribución de las ganancias.
—No sabes cuanto lamento lo sucedido —le dijo la muchacha que ahora había tocado al hombre con sus delicadas manos.
—Prefiero no saberlo
—Tengo que mantener a una personita, solo por ella lo he hecho.
—Eso no justifica nada, tengo que matarte.
—Eres un hombre bueno, se que me comprendes.
—Te comprendo pero no puedo aceptarlo.
—Piensa en Dios, el se sentirá feliz…
—Basta —el rubio alzo su brazo iba a pegarle, pero no lo hizo, había aprendido a aplacar su ira; solo con mente fría podía llevar adelante su negocio— ¿Por qué siempre quieres manipularme?
—No lo hago, solo se que eres un hombre bueno y matarme no te hará bien.
—Dime de qué forma recupero mi dinero.
—Quizás trabajando aquí, limpiando, cocinando, no soy mala cocinera.
—Tengo una empleada. Además, tengo que dar el ejemplo, del tigre nadie se burla.
—Te pareces a mi marido, el también se comporta así, pero es un hombre bueno, al igual que tú.
—¿Por qué no fastidiases a otro?, ¿quién te da el derecho de meterte con mi negocio?
—Lo siento, pero por favor no me mates
Ella llevaba tres meses allí. Acarició las manos del rubio con las suyas; era lo único que agradecían los hombres que habían estado con ella, el tacto sutil y agradable de aquellas manos delicadas—, si me matar no vas a recuperar tu dinero.
—¿Es que hay alguna forma de que recupere mi dinero?
—Si —la muchacha bajo la mirada—, hay una forma.
—Si, ¿dime cómo?
—Véndame, algún hombre me querrá
El rubio la miró sorprendido. Ella tenía razón. Allí iban hombres de todo tipo, seres extraños y con pensamientos retorcidos, alguno podría comprar la muchacha, así recuperaría su dinero y se libraría de ella por siempre.
—¿Cuánto puedo pedir por ti?
—Dos mil.
—Nadie pagaría tanto —respondió el rubio—, quien te crees que eres, la sensación del puti club.
—Necesito esa cantidad —respondió la muchacha—. ¿Sabes por qué?
—No.
—¿Quieres decir qué no lo vas hacer?
—Nadie daría tanto dinero. Lo sabes.
—Quizás si me propusieras en las Verónicas, podríamos tener suerte y encontrar un giri…
—No seas tonta, nadie pagaría dos mil —respondió molesto el rubio—. Mírate, eres muy pequeña, y tus senos son tan deprimentes, y tu boca es demasiado vulgar.
La muchacha bajo la cabeza y se miró las manos.
—Soy hábil con las manos, lo sabes bien.
—Comprende nadie pagaría dos mil.
El rubio la miro con desprecio, lo que más le molestaba de ella era la mentira, la forma tonta en que lo había engañado, nunca antes una mujer lo había logrado de un modo tan simple.
—Sabes por qué eres una fracasada —espero a que la muchacha respondiera, pero ella continuo con la cabeza gacha—. Porque te falta tacto.
—Pide dos mil, nadie va a saber que me falta tacto. 
El rubio quiso golpearla de nuevo, pero no iba a lograr nada con eso, no iba a lograr humillarla, ni satisfacer su venganza.
—Mira, podríamos pedir mil. Quizás podamos engañar a algún borracho, o un tonto, aquí también vienen tontos con dinero.
—¡Quizás! —respondió la muchacha—, pero necesito más dinero.
—Te estoy haciendo un favor, no lo comprendes, eso es para no matarte, que es la mejor forma de pagar tu error, mujer sin tacto.
Ella se tomó las manos con fuerza, su rostro comenzó a descomponerse, pero contrajo el semblante. Miró al hombre. Sus ojos estaban húmedos.
—Necesito más dinero, lo sabes.
—¿Por qué lo hiciste? Más rápido se coge a un mentiroso que a un cojo; ese refrán también lo conocen en tu país.
—Necesito dinero, lo sabes
—Todos necesitamos dinero.
—Soy buena con las manos, te he hecho feliz solo con ellas.
—Estas en desventaja, junto con las otras eres solo un patico feo.
—Quizás en la penumbra, hay hombres medio ciegos que…
—Lo he probado todo contigo, lo sabes y siempre es un fracaso. Eres tan vulgar, tan fuera de tacto…
—Pide dos mil, eres bueno vendiendo, quizás tengamos suerte.
—No.
—Hazlo por mí, eres un hombre bueno.
—Hace mucho tiempo que deje de ser bueno. Ser bueno no me ayuda a vivir.
—Tal ves mil quinientos.
El rubio alzo el brazo ya iba a pegarle, pero se contuvo, sabía que no ganaba nada con eso.
—Si logro mil es un  milagro, quizás no logre ni quinientos.
—Me dijiste que iba a ganar mucho dinero, que las muchachas de mi país, tenían una buena reputación.
—¿Quieres hacerme sentir mal?, ¿qué soy el culpable de todo esto?
—No por favor, solo que…, tengas misericordia de mí.
—Cuando te vi la primera vez en vivo, de carne y hueso, tuve misericordia de ti, merecías que te matara y sin embargo tuve misericordia, te deje que trabajaras y espantaste algunos buenos clientes y tuve misericordia de ti y dime qué he ganado con eso…
—Una vez vino un hombre y me escogió, decía que me prefería a esas bellezas que están junto al bar. Era su nena. Comprendes alguien me deseo más que las demás, quizás tengamos suerte.
El rubio miro su reloj, el puti club ya había abierto sus puertas. Las muchachas ya estaban trabajando. Recordó que tenía una chica nueva, una colombiana que prometía ser una sensación. Quería verla actuar, tenía buen ojo para las chicas y la nueva, lo sabía, iba  hacer rentable.
—Bien pide mil doscientos.
La muchacha lo miró a los ojos, estaban secos y sus labios temblaban ligeramente.
—Si pido  mil te estoy haciendo un favor y sabes que no  lo deseo. Me debes ochocientos, es lo que voy a pedir por ti.
—He aprendido a quererte.
—No gano nada con eso.
—Eres un hombre bueno, por eso te quiero.
—Eres una mujer extraña
—¡Tú no! Eres un hombre bueno, hasta dulce cuando lo quieres.
—Tengo que venderte por ochocientos. Además… además no quiero verte más.
—¿Por qué?
El no respondió, había querido tomarle sus manos, tuvo la sensación que era la última vez que la vería y en el fondo quería sentir el calor de sus manos.
—Soy el tigre, nunca otra chica se ha  burlado de  mí, ni me ha robado, tú no eres la excepción.
—Si quieres venderme por ochocientos, estoy de acuerdo; pero por favor, envíale una postal a mi hijo, dile que mamá esta bien, que lo quiere mucho.
El afirmó con la cabeza, pensó que aún  no tenía hijos, a pesar de que había pasado de los cuarenta, tener un hijo podía ser hermoso. 
Se dirigieron al salón del puti club. Ella iba detrás del hombre. Tenía la cabeza gacha, vestía una saya corta y una bata transparente, donde se veía el escote que apretaba sus flácidos senos, expulso el aire tratando de esconder su vientre y se dijo que cuando estuviera en el salón, tenía que ponerse delante de una de las grandes luces, para que en su rostro no se vieran sus pecas e incipientes patas de gallina. Las manos las tendría delante, eran pequeñas y delicadas como los de una muchacha hermosa de esas que ahora compartían con los clientes. 

Pola
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:09:50 pm
Gigantes y Cabezudos


La niña se queda quieta, como hechizada, ante el gigante con aquellas albarcas que le son familiares, anómalamente pequeñas para su corpachón, mientras el resto de chiquillería rodea y grita, impunemente, inocentes insultos a los cabezudos, a sabiendas que los gigantones saldrán a salvarles de los escobazos.
En silencio vuelve sus ojillos negros a madre, que parece también sobrecogida por la visión del figurón; la pequeña alza la manita por llamada, le sobrecoge una duda. Pero madre no deja de mirar la danza discordante del cortejo a redoble de tambor y dulzaina (sueña despierta en volver a bailar, algún día, con el galán de su mocería, vestidos como estos muñecazos de cartón piedra, con sallo y mandil de fiesta ella y con faja y chaleco él). Alrededor cabezones y cabezonas brincan ridículos a los pasos elegantes y altaneros de sus mayores.


El gigante.
Bajo el corpachón de madera y telas, un rostro sudoroso escudriña a través de un ventanuco enmascarado de paño oscuro, casi mortuorio, como si se tratase de un féretro vertical oscilante, unos rostros lacerados en su memoria, y siente que se le abren las carnes. Le arden los pies por el peso y el baile forzado, bajo una música que le taladra el tímpano por los recuerdos. Todos saben, y él es consciente, que hija y madre se restañen, aquí en la plaza, de las heridas de su hombre muerto, asesinado. ¡Pobrecillas mías! Tienen que seguir viviendo.


Del gentío nadie sabe que al hilo de una bala perdida pudo refugiarse en la gloria, inútil ya, del abandonado almacén del Ayuntamiento, y que hoy, al tórrido verano de la fiesta agostera, su fiel y eterno amigo se ha mudado por él; le ha pasado el gigantón, para acercarse por última vez a sus mujeres. Antes de acabar la fiesta, mientras la sangre fluya de un toro con mil ojos hipnotizados por su muerte, se escapará como una sombra camino de la sierra, para ser uno más de los del monte. Eso, o arder quizás en las ascuas del fuego de la chimenea algún día o, quien sabe, rematado por un tiro de gracia ante aquellos ojos negros que son su dios y mitigan el hambre, el hambre del odio y la desesperación aferrados a sus entrañas.


La giganta.
Desde que le raparon el cabello una pañoleta negra cubre su cabeza. Ahora el sudor de la almohadilla empapa la tela y una humedad pegajosa se incrusta en su piel, a su rostro, como una mortaja. Apoya la estructura de madera en el suelo para quitarse el paño, echárselo hacia atrás, o mejor, quitárselo y atárselo a la cintura como un mandil, como el mandil tremendo que lleva esta reinona insulsa. Por el ventanuco ve el rostro graso e informe del comisario que le quebró la nariz hermosa hasta entonces de un puñetazo, que le quemó los pezones con esa chusta de un puerco y graso cigarro puro, y que le arañó la entraña de su sexo mientras estaba atada a una garrucha al techo como una sílfide forzada a suplicar al cielo desde ese infierno de calabozo. Ni la más remota de las ironías se le acerca a entender su martirio laico, ¿por intentar guiar hacia la razón a aquellos niños y niñas que jugaban muchas tardes a crear con papel maché tantos cuerpos imaginarios y libres con mayor gracia que estos que acarreamos al alza?; nunca creí que volvieran viejas insidias y símbolos fatuos y hueros, acallando voces, atontando mentes, riendo a la sinrazón y aplaudiendo la muerte del que no baila al son de sus sainetes.

El cabezón.
¡Qué jodienda! Llevo atravesado el palillo mondadientes hace rato entre la muela picada y no puedo parar de dar saltos ridículos. ¡Cagüendios! Mira que se lo dije al sargento que no era buena idea esta de vigilar rojos dentro de esta ***** de muñecos; me estoy asfixiando. No puede ser cierto lo del soplo: ¿Cómo se va a arriesgar el Mariano a venir y meterse en el fiestorro? Y hale, a mirar a tó dios y si viene a pelo echar mano de la cartuchera. ¡Estoy harto de tanto crío insultándome!, como si supieran quien soy, y encima esta cabezona que no se me quita de al lao cruzándose al tres por dos que nos vamos a reventar los tobillos. ¡Rediós que como la pille esta noche después del baile!

La cabezona.
Se me hiela la piel pensando que el picoleto pueda reconocer al Mariano bajo el gigante. Y lo peor, que la niña o su madre den alguna pista al presentirlo. Menos mal que no les dijimos nada. Así que a menearme delante de este imbécil; que ojalá tuviera ocasión de estrujarle sus partes por lo malnacido al denunciar a su hermano.


Al terminar los toros, los gigantes y cabezudos vuelven a las calles de piedra y arena entre la muchedumbre. Otras abarcas visten al gigantón, y la niña deja caer unas diminutas lagrimitas de cristal de plata que le agrandan, aún más, sus enormes ojos, esos ojos negros donde caben aquellos gigantones y cabezones tristes, ya sin alma.


El tamborilero.
Me queman los dedos al roce de los palillos recalentados bajo el sol, sucios del polvo de la arena del coso, y se me alza un sabor agrio por la garganta al ver morir el toro negro, altivo, bello y bravo, a pesar del indulto que clamaba todo el graderío; presagio de desgracia. Huele a muerte la calle y yo marco el redoble al patíbulo. Bajo mi rostro impávido, hago creer que no veo nada, que no siento, que sigo la consigna de esta partitura huera. ¡**** guerra!

El dulzaina.
Mira triste al horizonte, por encima de las casas blancas, con sus primeras sombras grises, tocando la misma melodía de siempre.


Va arrimándose la noche a la tapia del cementerio con ronchones de cal ennegrecida.

Martín Niño
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:12:21 pm
Por qué mataron a Pepe


Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor.
No se nos dice que amemos, sino que elijamos a quién amar.
San Agustín, Sermón 34


―Papá, papá, ¿por qué mataron a Pepe?
El padre detuvo de golpe la navaja sobre la mejilla a medio afeitar. Después, reanudó.
―Porque era maricón, hijo.
―¿Qué es maricón?
―Maricón es que te gustan los hombres.
―Pero a mí me gustas tú y no me van a matar, ¿verdad, papá?
―Jajaja. Pero es diferente.
―¿Por qué?
―Porque a un maricón le gustan los hombres que se quieren los unos a los otros.
―Pero en la Parroquia siempre dicen que nos hemos de querer los unos a los otros.
―Pero nos hemos de querer como nos queremos tú y yo.
―¿Y los maricones no se quieren como nos queremos tú y yo?
―No.
―Entonces no se quieren tanto.
El padre dejó un momento el afeitado para sonreírle. Le despeinó un poco.
―Sí se quieren; lo que pasa es que se quieren de otra manera.
―Y ¿cómo se quieren?
―Pues están todo el día juntos, juegan juntos, se tocan, duermen juntos.
Entonces el niño calló un momento y se quedó mirando al suelo. El padre, rasurando el mentón, preguntó:
―¿Qué pasa?
―Yo siempre estoy con Juanito, y siempre jugamos juntos y nos tocamos y a veces dormimos juntos. ¿¡Soy maricón, papá!?
―¡No, hombre!
―Entonces, ¿por qué lo era Pepe?
―Pues porque Pepe daba besos a otros hombres. ¿Tú le darías un beso a Juanito?
―¡Ecs! ¡No!
―Pues eso. No te preocupes más.
El niño pareció asimilarlo por un momento, pero al cabo continuó:
―Mamá y tú siempre os dais besos.
Y el padre, resoplando, contestó:
―Pero no es lo mismo.
―¿Por qué?
―Porque mamá es una mujer y yo un hombre.
―¿Si se besan un hombre y una mujer está bien?
―Sí.
―¿Y si se besan dos hombres no está bien?
―Exacto, no está bien.
―Y ¿por qué?
―Porque así lo dice la Iglesia.
―Y ¿por qué?
―Porque así lo dice Dios.
―Pero Dios dice que nos amemos los unos a los otros.
―Pero no dándonos besos ni durmiendo juntos.
―¡Pero tú y mamá siempre os dais besos y dormís juntos!
El padre arrojó con fuerza la espuma de la navaja sobre la pica.
―Todavía eres muy pequeño para entenderlo.
―¡No lo soy!
Después, devolvió la navaja a la piel y siguió rasurando la otra mitad.
―Que se amen dos hombres es antinatural.
―¿Por qué?
―Porque sus cuerpos no están preparados para hacerlo.
―Sí lo están: Pepe lo hacía.
―Te digo que no.
―¿Que no lo hacía o que no estaba preparado?
―Ningún hombre está preparado para amar a otro hombre.
―¿Por qué?
―Porque no puede.
―¿Por qué no?
―Lo cuerpos de los hombres no están preparados para amarse, y punto.
―En la parroquia dicen que el amor es cosa del alma.
Un chorro agresivo de agua caliente se llevó la última espuma del lavabo.
―Bueno, en la parroquia no siempre tienen razón.
El niño suspiró cabizbajo.
―Pepe era muy bueno.
―¿Ah, sí?
―Le daba limosna al Cojo, ayudaba a Josefina a cruzar la calle... ―Embobeció un momento―. Cuando rompimos la ventana del carpintero fue a hablar con él y nos devolvió la pelota, y nos salvó de una buena.
Su padre lo miró indiferente. Se había limpiado la barba y la navaja, y ahora se examinaba en el espejo. Decidió repasarse la yugular y devolvió la cuchilla.
―Dicen que eran muchos quienes lo mataron. ¿Por qué le odiaban tanto? Porque si quería a los hombres y les hacía daño, entonces está bien que lo maten; pero si no, ¿por qué? ¡…Con lo bien que se portaba conmigo! …y siempre mandaba recuerdos para ti.
―¡Fh!
Se cortó estremeciéndose y miró la navaja. Y vio la sangre corriendo por la hoja hacia sus dedos, que le temblaron. Entonces la apretó fuerte y gritó:
―¡A la *****! ¡Pepe era un vicioso, un pervertido y un degenerado! ¡…Si no hubiese sido tan bocazas…! ¡Mira que se lo dije! ¡Se lo dije, joder! ¡…Por fin tranquilos y lo jodió todo! ―Estrelló la navaja contra la pica y apartó la mirada, entornando los ojos. Al cabo cogió a su hijo por la nuca y lo miró de hombre a hombre―. En este mundo no hay sitio para maricones, hijo. No quiero volverte a oír defenderlo. ¿¡Es que quieres acabar como él!? ¡Si lo hubieses visto…! ¡Se arrastraba como una **** y lloraba como un perro! ¡Hasta se meó encima!
Al niño se le despegaron los labios y le quedó abierta la boca, se le veía el hueco vacío de un primer diente de leche. En la pica, la hoja afiladísima se llevaba la sangre por el desagüe.
―Anda ―suspiró al cabo―, llama a tu madre, que vamos a llegar tarde a misa.

Enano
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:14:04 pm
EL NEGRO MADRID

 
Abajo. En la callejuela sucia. Por la que no caben los coches gracias a dos hileras de bolardos. Defecan todos los perros. Anidan las latas vacías de cerveza. Huele a orín. Tiran muebles, sujetadores, restos de goma espuma, botellas de plástico, alguna silla destrozada. Nada que resulte biodegradable salvo la ***** de los perros. Inventario de basura. A pesar de todo nos despierta puntual a las tres de la mañana el camión del medio ambiente con los funcionarios que vocean y hacen ruido y pegan golpes con los cubos de basura, sólo para que yo tampoco duerma.

El negro siempre está en la callejuela sucia. No es que sea negro, africano,  que no tenga techo. Es negro como si la vida le hubiera dejado sucio. Vive en el edificio de enfrente. La casa debe ser pequeña, oscura y asquerosa, si no por qué iba a estar siempre abajo, con este calor, rodeado de todos los jovenzuelos inmigrantes. Será que el negro es quien les vende marihuana. A los adolescentes. Tiene el pelo rizado, negro, el negro, y habla como un boxeador. Los adolescentes tiran balonazos insoportables contra las puertas de la callejuela sucia. El negro se deposita pacífico en el escalón del portal, como si fuera una buena persona.

Cara de malo, tiene el negro en la callejuela llena de basura y nadie sabe por qué esa piel tan oscura si no es indio, ni negro, ni le da el sol, porque casi siempre da la sombra, en la callejuela sucia. Tal vez por eso vienen a invadirla de penaltis, a pesar del calor, el hedor a orín y los deshechos.

Nadie sabe lo que sucede después del día. Ya tarde, casi a punto de pasar el camión del medio ambiente aunque la calle sigue sucia. Si abrirá la puerta el negro, veinte metros cuadrados de interior, nevera baja, vacía o con cerveza. Enciende el televisor, abre una lata, fuma otro canuto.

Todo lo digiere la callejuela sucia. Se acuesta solo y tampoco trabaja al día siguiente. 
 
Exhalan orina las aceras, tanto si llueve como si no. Hoy no vienen los adolescentes, por los truenos, por los rayos y el negro se esconde en su madriguera. Llegaré tarde a casa. Con tacones de esparto, falda corta y aún algo de olor a perfume. Nada que evite taparme la nariz. Ignorar los bolardos. La lluvia ha barrido la callejuela sucia de adolescentes y yo llego tarde y borracha. Meteré la llave en el portal con gesto impreciso. Con sudor en el escote.
 
Me esperará escondido dentro del portal. Sé cómo ha entrado, es fácil. Le iluminará la luz de un petardo y la noche de repente apestará a marihuana. Sentiré la excitación del rostro negro con cara de navaja. La sentiré en el cuello. La mirada o el cuchillo. La cremallera exactamente paralela al hilo del tanga. Con sudor en las axilas, con olor a cerveza.

Se cerró de golpe la puerta del portal. Me ofrecía una calada, refugiado de los truenos y relámpagos, el negro y la oscuridad interrumpida. Mientras se escuchaba pasar el camión del medio ambiente, a golpes por la callejuela sucia.     

Irene Adler
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:15:24 pm
Feliz


Es otro día más, es otro momento más,  comento que soy alguien como tú, con sueños, deseos, miedos y que solo trato de buscar la felicidad en mi  vida, por ahora no importa mi nombre solo importan mis palabras y en ellas te digo que ser feliz, consiste en vivir la vida, consiste en levantarse cada mañana por deseo propio, consiste en dormir sin tener que rogar que mañana sea un mejor día, consiste en viajar, conocer nuevos lugares,  en probar la exquisitez y las delicias que te da la vida, consiste en enamorarte, llorar, reír, sorprenderte, consiste en  hacer algo que nos guste hacer. Te comento que soy  un hombre con sueños gigantes, con temores inmensos,  y  con un tiempo limitado,  vivo de la mejor forma como puedo, hace un tiempo atrás  mi vida era distinta, mi forma de ser era distinta, cada mañana era  otro día más, el sol comenzaba  a alumbrar, el ruido de la calle comenzaba a hacerse cada vez más notorio,  volvían a mí, mis pensamientos, mis obligaciones, mis responsabilidades, y a medida que avanzaba el día solo pensaba  en algo, pensaba en escapar, pensaba en qué hacer para ser feliz, que hacer para ser otro, que hacer para poder en realidad vivir mi vida y no sobrevivirla como hasta entonces lo hacía, entonces tome una decisión, decidí ser feliz, decidí vivir mi vida y disfrutar cada momento de ella, disfrutar comer, disfrutar al reír, disfrutar al amar, disfrutar correr, asumiendo la realidad de que lo que fuese a hacer lo haría por tan solo una vez en esta vida pues mi tiempo es limitado en ella, si tuviera que volver a empezar no cambiaría nada de lo que fui o soy, porque ahora sé de dónde vengo y tengo muy claro hacia dónde voy, si tuviera que empezar de nuevo me sentaría en  mi silla preferida tomaría un café escribiría lo que siento, leería una buen relato, haciendo de este y de cada momento en mi vida, un momento feliz.

Mara
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:16:36 pm
AUSENTE

                                         
Cierra los ojos y el sol resplandeciente, amarillo, bendecido por la naturaleza que, si tuviera voz, le reclamaría al hombre se acuerde de ella, esa luz traspasando los límites de las zonas más recónditas del planeta. Todo cambió para siempre, el pueblo profiere gritos estridentes e ininteligibles. Queda dormido en un lugar ignoto. Sus padres permanecen  angustiados sin obtener respuestas sobre su paradero. Las horas, los días, transcurren rápidamente. Roberto despierta, observa con tristeza a su alrededor. Las lágrimas caen bajo cielo tempestuoso que cambia de color por el  clima. Un ligero movimiento puede alterar el futuro de una persona y es necesario saber la senda adecuada. La vida es corta y hay que aprovecharla al máximo. Roberto debe mirar hacia adelante, sólo quiere ir a casa. Su objetivo principal es recuperar a su familia. Sus padres colocan afiches del desaparecido en las paredes, preguntan a cada individuo desesperados como si les saliese el corazón por la boca, sudando la gota gorda. Ellos  saben que "todo esfuerzo requiere un sacrificio" Roberto hace hasta lo imposible para cumplir su objetivo, pues tiene una gran cualidad: "Indagar". Habla de Filosofía todo el día. Música, Narrativa, Ética. Son tonterías. Él es autodidacta en la práctica, su mejor escuela es la naturaleza. Aprender de ella es vital, quiere ser el mejor de la clase. La camisa blanca, rota, sucia al llegar del colegio. Roberto pasa las hojas del diario de sus progenitores y el contenido del texto escrito lo cautiva e impulsa a seguir luchando por recuperarlos. En ese instante la soledad se apodera de su alma, pronto el día se convertirá en noche y las luces que alumbran su trayecto están a punto de apagarse. La Avenida Perú yace invadida de desconciertos. Una llama imaginaria se enciende al frente de él diciéndole: "no te rindas, estás siguiendo el camino correcto.". Si no fuera por aquella señal quién sabe dónde estaría ahora. Los golpes de la vida lo hacen más fuerte, esas caídas colocándonos en un hueco hondo que parece no tener salida nos enseñan a luchar contra lo que los mediocres llaman "imposible". Roberto repudia esa palabra. Cruza ríos, atraviesa fronteras inimaginables. Echa de menos a su familia. Desde el fondo de su corazón pide a gritos que el destino los una de nuevo, aunque para algunos este no exista. Saca de su mochila un diario y escribe cada experiencia como si fuese el último día de su vida, eso hace desfogar la ira que siente contra la ignorancia, el conformismo y la mediocridad, utilizando un arma invencible: "La sabiduría.". Recoge su mochila. Roberto continúa la permanente batalla que ha decidido emprender desde hace tiempo, pero que, invadido por el miedo tardó mucho en decidir. Tomar decisiones se convierte, tarde o temprano, en una encrucijada que sólo la podemos resolver con ayuda del conocimiento. Y la esperanza de libertad se diluye en un vaso lleno de desilusión que nos consume si no sabemos utilizar la razón.

El Indoamericano
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:18:55 pm
Partes Separadas


Una mísera lágrima logra desglosarse de esa cara pálida, casi sin ánimos de comenzar un nuevo camino. Algo de ella se estaba desplomando, era algo. ¿Era algo? Siempre fue tan autosuficiente, tan independiente de su más mínimo entorno. Su piel era fría como la misma indiferencia que la abarcaba como un manto protector. Siempre callada y nunca sin nada que agregar. Delgada desligándose hacia la desaparición. Bailarina nata, asimétricamente en lo correcto, y sin problemas de emociones. ¿Por qué? ¿Por qué su emoción brotada, más que brotada vomitada, se derramaba como una pobre niña sin su capricho?

Ella tenía un esplendoroso porvenir que asomaba ya no a lo lejos, sino rozándole los tobillos como tibia agua de mar. Esa que tanto la había maravillado de chica, y tranquilizado de grande. Ya no era esa niña que corría con entusiasmo y carcajadas, ya no más. Transformó su cara para poder dejar las risas en su mesa de noche. Un recuerdo que tal vez nunca más abra.
De vez en cuando quería abrir ese pequeño pedazo de si, pero su terror a algo nuevo la encapsulaba en su propio mundo, gris e indiferente.

Solía correr como si no existiese lo pasajero, y que su amor por el mundo iba a durar para toda la vida. Soplaba las margaritas con fervor, y admiraba las mariposas con curiosidad plena. Reía y reía. Robaba sonrisas por todo su alrededor, hasta mas no poder. Por su pequeña afán de seguir unos ligeros pasos, su familia la inscribió a esa única escuela de danza que existía en el pueblo.

Comenzó a seguir más que ligeros pasos, sino complejas coreografías. Su ímpetu y acentuación la volvían más que talentosa. Pero no solo consiguió seguir al ritmo del compás, sino que obtuvo una de sus más grandes amistades: Eugenia.

Más de una vez recordaban ese momento en el que ella se acercó a una chica retraída, pequeña y sin ánimos de socializar. Al preguntarse los nombres y cuestionarse los gustos, en una semana ya eran casi como hermanas.

Eugenia y ella fueron creciendo de a poco y a la par. Realmente compartían un nexo que iba a través de toda prueba, y hasta más allá de su comprensión. En ese tiempo ella seguía sonriendo. No tanto como cuando era solo una pequeña, pero lo hacía muy a menudo, y, sobre todo, cuando se encontraba con Eugenia.

Su amistad era el claro ejemplo de que no necesitaban nada más para vivir, solo les bastaba el hecho de compartir un sentimiento tan profundo con su otra mitad. Una caricia del alma, ellas lo llamaban abrazo. Meses y meses peleadas para luego asumir una culpa que nunca existió, y así seguir con algo tan hermoso que fortalecía y revitalizaba el cuerpo de ambas jóvenes. Primeros novios, experiencias escolares, e interminables y estrepitosos viajes que disfrutaron a más no poder. Su vida no necesitaba nada más, y ellas lo sabían.
Ella sonreía cada vez menos, casi de manera progresiva. Sus padres recurrieron a un sin fin de psicólogos y doctores, pero sin resultados. Recetaron tratamientos, medicamentos, pero su escasez de sonrisa continuaba intacta. A ella no le importaba, tenía a Eugenia y a esa hermosa danza que la hacia volar.
Pero así como las unió, la danza tuvo que forjar el destino a tirones, y desunirlas para darles una cierta dosis de fortalecimiento y falta de esperanza.

Eugenia renunció a esa faceta suya, y a los 18 años de edad decidió empezar a estudiar traductorado de inglés. No le costó mucho convencer a sus padres para que renten un departamento en otra ciudad, donde pensaba residir por sus estudios. Solo un tirón paternal gritando un “te voy a extrañar” tuvo que sacrificar para poder lograrlo. A ella le esperaba otro destino, otra encrucijada. Realmente su ímpetu y su talento impresionaron a un número seductor de expertos en danza. Del resultado de una audición en Buenos Aires, ella logró un contrato para ejercer ese sinuoso cuerpo en la danza de Estados Unidos. No podía creer que estaba a un paso de dejar todo e irse a buscar nuevos horizontes. Unas cuarenta veces pensó esto y de más de mil maneras, teniendo sólo como testigos al mar y al tenue sol.
No pensó dos veces en querer llegar hasta allí, tocar esa estrella que siempre había anhelado. Le faltaba centésimos, un solo estirón. Pero había un problema, un problema pequeño y morocho.

El solo echo de hacerlo le producía un puñal en su ser, y nauseas para variar. No podía dejar a Eugenia. Ni en lo más remoto de los casos. Se llegó  a preguntar por que esta sensación no la tenía con su familia, para luego contestarse a sí misma con una simple sonrisa. Le pareció raro. No veía una de esas en casi dos años.
Los días pasaron y ella seguía estancada en una encrucijada letal. Casi sin firmar y con cara de masacrada, accedió al contrato por cinco años en Estados Unidos.
Al contarle este hecho a Eugenia le produjo varias sensaciones. Traición, odio, ira, impotencia. Luego el amor y la compresión fueron apareciendo como luces intermitentes. Le recordaban que una parte de sí misma se iba a Estados Unidos esa noche, y debía estar en el aeropuerto para darle las gracias, y de una vez por toda decirle adiós.

Ella estaba ahí, quieta y sumisa. Su cuerpo ya era diferente a cuando era una niña. Sus rasgos eran más serios, más grises. Su sonrisa yacía cubierta de arena y mariposas ya sepultadas. Ahí estaba. Sus padres expresaban un dolor y una emoción que ella no podía abocar en su rostro, por más esfuerzo que ensayara.
Se anuncia por última vez su vuelo, que ya arribaba con retrazo. Allí la esperaban. Su cuerpo perfectamente simétrico debía complacerlos con movimientos sedosos.
Mirando hacia su espalda levantaba su brazo saludando  a sus padres. Dándose vuelta sus oídos perciben la voz de una conocida gritando su nombre. Agudizando mas su percepción se sorprende en que no es una conocida. Es una amiga, una hermana, una parte de ella que le recordaba de donde provenía y hacia donde se dirigía.

Su rostro palideció, y una mísera lágrima logró salir de ahí, silenciosamente. Deshaciéndose de todo lo que la molestaba, ella se abraza con su otra parte, intentando que ese momento dure para siempre. Su rostro seguía pálido, pero ahora se encontraba empapado por esas muestras de cariño que había logrado sacar. Eugenia la imitaba como su parte perfecta. Ambas se separaron cuando se nombró por última vez su vuelo, y ella siguió llorando sin voltear. Tenía miedo. Ese mismo miedo de desvainar esa sonrisa la había anonadado de sorpresa, y no quería sentirlo más.

Ambas partes siguieron sus vidas, con tanta rudeza y tristeza. Asumiendo de que su parte nunca había existido, y que ellas eran enteras de naturaleza. Al transcurrir veinte años, ya ambas habían cumplido con la rutina vitalicia del que nadie se puede escapar: la rutina de vivir. Eugenia era traductora de una importante empresa en Buenos Aires, ya casada y con un hijo. Había reemplazado ese hueco en su subconsciente con películas románticas, que siempre la dejaban llorando.
Ella consiguió una gran carrera en el territorio norteamericano, y dejó atrás a su familia y a su país de origen. La danza había ocupado la mayoritaria parte de su vida, teniendo tiempo solo para un marido. Su hueco era reemplazado por cenas con personas elegantes y más danza. Su sonrisa se estaba buscando hace más de diez años.
Esa maldita disciplina la desunió y la obligó a separarse de su mitad por mucho tiempo ¿Cómo algo considerado tan precioso terminó siendo cruel y despiadado? Sin embargo, les daría una segunda oportunidad.
Ella debía viajar a su país natal por cuestiones de contrato, y debía permanecer allí por un largo tiempo. Su esposo era un artista plástico que poseía muchas flexibilidades en las decisiones que ella tomaba, por lo cual pudo aceptar este cambio sin ningún inconveniente.
Empacar todas sus pertenencias en el abastecido hogar que poseían les tomó algo de tres semanas. Guardar todos sus muebles, todas sus fotos carentes de alegría, todo su gris. Pasaron las semanas, y ellos lograron instalarse en una casa más pequeña que la anterior. Su gris quedo intacto, con un poco de ayuda del humo de la ciudad.

Salir a caminar una tarde del sábado para ella era lo único que la mantenía viva, realmente viva dentro de su gris de monotonía, aunque recientemente ya lo realizaba por inercia. Un sábado decidió seguir con esa inercia y decidió caminar un poco por el barrio. Caminó hasta encontrarse en Billinghurst y Pacheco de Melo, hasta que se detuvo. Observó bien para mitigar la idea de que sus ojos la estaban engañando. Realmente estaba sucediendo.

Comenzaba el año y Eugenia debía comprar los útiles para su pequeño hijo Benjamín. Era una tarea realmente fastidiosa, pero en un punto la relajaba mantenerse a la izquierda de sus pensamientos y realizar tareas tontas por un breve lapso.
Eligió el sábado para llevar a cabo dicha compra para evitar largas colas y a madres insoportables. Bajó de su departamento y se encaminó. Se encontraba en Pacheco de Melo y Billinghurst cuando sucedió. Sus pupilas se dilataron de tal manera que podría haber asustado a más de un paramédico.
Se miraron de pies a cabeza, examinando cada mínimo detalle que podían percibir. Era una realidad, estaba sucediendo. Por un momento Eugenia pensó que sus sentidos la engañaban, o que el calor le estaba mareando, pero dicha creencia se desvaneció de inmediato. La danza que tanto habían disfrutado y odiado, les estaba dando una segunda chance para poder disfrutar.

Corrieron a su próximo encuentro, desesperadas de ansiedad. Querían reunirse, querían incluir esa otra parte en si mismas otra vez. Querían ser niñas, conociéndose nuevamente. Querían compartir esos momentos otra vez, ser indispensable la una para la obra. Querían contarse todos sus secretos y verdades, querían sonreír.
Querían volver el tiempo atrás y reconstruir todo, querían volver a ser felices.

Corrieron y en un abrazo se unieron nuevamente. Dos partes separadas por la ruptura de la distancia y la soledad, ahora se encontraban. Recordaban. Recordaban que realmente ellas no eran enteras, su parte estaba justo delante de ellas. Llorando cataratas de sus orificios de colores, asumiendo que eso que vivieron no fue realmente vida. Una capa de arrepentimiento junto con remordimiento inundo el ambiente, estremeciendo aún más a las partes.

Al terminar un eterno abrazo, se miraron mutuamente los rostros. El tiempo tirano los había disfrazado, pero para ellas era solo una fachada. Ella seguía teniendo esa figura delgada, y esa tez pálida desde la última vez. Eugenia seguía siendo pequeña y con un larga y prominente cabellera opaca.
El llanto seguía, casi de manera interminable. En un momento cesaron, se abrazaron y retomaron ese lloroso momento pero con un grado menor de intensidad. Eugenia alcanzó a pronunciar un “¿En dónde te has metido todos estos años?” y a lo que ella respondió “En una pesadilla, amiga, en una pesadilla”. Y en ese momento algo sucedió, algo realmente inesperado. Las facciones de ambos rostros volvieron a viejos recuerdos, a viejas andanzas. Eugenia posó su sonrisa tímida y encantadora. Y ella, rompiendo todos aquellos miedos que la atormentaban hacía un largo tiempo, sacó de su mesa de noche su deslumbrante sonrisa.

Juan Valentín Caballaro
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:20:18 pm
La Ventana



Miraba a la pared  y todos se reían de él y decían:
-Mira al viejo loco mirando una pared, pobre como gesticula y saluda al muro blanco vacío, sin ventanas.
Miraba por la ventana, veía, contemplaba… campos, prados ilimitados mecidos por el viento del sur ante una radiante luz primaveral. Y en una suave ladera, a escasos metros, unos niños corrían y se dejaban caer en la yerba esmeralda y carcajeaban y jubilosamente alborotaban. Y hasta el anciano llegaban sus risas perfumadas.  Encandilado bebía cada imagen, cada movimiento, cada pirueta, salto, cabriola, broma y risa, caída y su consiguiente destornillamiento de risa de los otros dorados niños…


-Pobre viejo estúpido. Lastima. Lo último es llegar a viejo en ese estado, mejor morirse cuando aún se tiene la cabeza en su sitio –dijo un hijo al pasar, de visita para ver a un pariente anciano, allí en el aparca-ancianos.
-Alguien tendría que hacer algo –Dijo una mujer con zapatos de tacón sangre y carmín rojísimo, inquieta y con cara de fastidio, haciendo su rutinaria visita trimestral a su madre cívicamente almacenada en la residencia.
Al director llegó el rumor del oleaje de quejas.
-Intolerable. Causamos mala impresión. Hay que solucionarlo ya.
Aquel día lo llevaron a la zona de recreo, lugar idílico para pasear y disfrutar del verdor y la luz. El sitio donde apilan a los ancianos el día de visita. Las nubes cubrían a los árboles frutales, y a la envidiosa rosa roja en eterna lucha con su hermana blanca, y a los tristes crisantemos hastiados de muerte, con un manto gris.
-Aquí está mucho mejor, mucho mejor –dijo al pasar el director con un tono de voz de autosuficiencia.
Y el anciano miraba a un vacío sin fin. Dejó de gesticular, de mover los brazos con aspavientos, no volvió a reír. 
Y dejo de ver. Y sus ojos, antes luminosos, se volvieron ceniza… y olvido.

Ken Zaburo Oé
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:21:32 pm
Extraño El Sol


¿Tarda mucho en que salga el Sol?

De Pronto, un día se oscureció todo, las nubes eran negras, el Sol no existía ya, las estrellas alumbraban siempre, y la Luna era como un foco que iluminaba la ciudad.
Mamá estaba todo el tiempo preocupada por lo que sucedía, y le daba miedo que permaneciera la situación así.
Papa, seguía con sus actividades normales, pues como decía, llueva, truene o relampaguee, tengo que trabajar para poder darles de comer.
Mi hermano, que tiene 18 años, apenas entro a la universidad, y me cuenta que todos están emocionados por el suceso, y que deseaban se quedase así.
Yo no entiendo que pasa, pero es muy lindo ver las estrellas, todo el tiempo, y aunque ya no hay Sol, prefiero ver la Luna, ya que no me quema.

Ya van más de cien días, en que se oscureció la ciudad por completo, y ni mis padres, ni mi hermano, ni los profesores, ni los científicos y mucho menos el gobierno, saben que está pasando; pero mientras tratan de resolverlo o por lo menos entender que ocurre, todo sigue normal, como si no se hubiese ocultado el Sol.
Mi madre aunque sigue preocupada, trata de olvidarlo, siguiendo con sus actividades normales: limpiar, ir al trabajo, cocinar, y cuidarnos.
Papá, que es el más centrado, no le da importancia a eso, y dice que es mejor que este así, pues el tráfico es menos pesado, y la gente en el trabajo, labora más.
Mi hermano, está feliz, porque puede llegar un poco más tarde, poniendo de pretexto la noción del tiempo y eso.
Yo, tengo que ir a la escuela, pero a veces es complicado, porque como veo oscuro, me quedo dormido y me da flojera levantarme.

¿Tarda mucho en que salga el Sol?
Le pregunte a mamá ayer, y me contesto que no sabía, pero que si por ella fuese preferiría que no saliera ya, y que no le daba miedo la noche.
Papá no tuvo tiempo para contestarme, ya que tiene más trabajo y casi no está en la casa, solo llega un rato y se va, casi no lo veo.
Mi hermano, prefiere irse de fiestas, con sus amigos de la universidad, y lo veo cuando llega ebrio, eso dice mamá.
En la escuela todo es normal, la mayoría está feliz por el nuevo cambio, no hay calor, ni estrés y enseñan mejor y aprendemos mejor.

¿Tarda mucho en que salga el Sol?
No sé, pero parece ser que soy el único que extraña el Sol, a pesar de que me quemara; la Luna es hermosa e ilumina como un foco gigante, y las estrellas le ayudan a eso, y me gusta, pero extraño el Sol. Yo creo que la gente se olvidó muy rápido del Sol, y aunque ya encontraron sustituir sus funciones, siento que hará falta, es como si alguien a quien quiero y me hace feliz, se fuese, Yo lo extrañaría, no solamente un rato, sino siempre.

JC333
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:22:48 pm
El talismán rojo


La familia vivía la morriña del pasado. Abatida sobre su propia suerte seguía la lucha en el más allá, como ultrajada en el espíritu bondadoso de una vida llena de melancolías y remembranzas. Pero no por eso, cada miembro se protegía con las soledades baldías en su forma de madurar sus propias adversidades destronando cualquier alumbre de vanagloria. Era el vivir su propia vida. El tiempo iría poniendo a cada cual en su sitio. Sus miembros, matrimonio y dos hijas, hacían un conjunto modélico y de renombre conocido en sus relaciones sociales: efemérides de altas esferas.
El tiempo fue pasando por el deambular de la vida. Cati, la madre, hacía alarde de buen sentir auspiciando mejoras en sus relaciones con aquel mundo ficticio que la rodeaba. Las hijas veían un entorno de abundancia que jamás soñaría que aquello pudiera derivar en un resoplo sin enmienda. Abel, el padre, hombre de buen talante y trabajador, se devanaba por alcanzar ser persona de cierto prestigio dentro de su entorno.
La mayor de las hijas, articuló su vida a un joven apuesto de familia de reconocida apariciones en crónicas de sociedad y de salones. Poco tiempo pasó para que la pareja tomara un apartamento y se emanciparan con la consabida aparición en los medios de comunicación sociales. El sobreprecio parecía disuadir cualquier tipo de amparo por el prestigio de las familias, tanto que éstas comprendieron el buen talante de los jóvenes para desarrollar su propia vida y su libertad no se viera mermada por el apego familiar.
La otra hija quiso seguir los pasos de su hermana mayor, pero con la diferencia de hacer de su vida un dispendio de libertad. Tomó un estudio de alquiler y poco a poco se hizo con un trabajo que le proporcionaba los recursos suficientes para solventar su vida. Las relaciones, con sus padres, iban tomando formas de alejamiento cada vez más exasperantes. Su poder de vanagloria le hacía ser persona rebelde para con la sociedad en la que había sido educada.
Cati y Abel discrepantes con el acontecer de cuantos hechos habían sido objeto en los últimos tiempos, por aquello de la soledad, pusieron sus vidas en favor del azar: casinos y club sociales, serían sus mejores aliados para hacer de sus aislamientos un derroche de fortaleza jamás soñada. Las noches serían de juegos de cartas en un círculo de amistades. Pronto la desesperanza puso al matrimonio a vagar cada uno por su lado. Las apuestas dinerarias iban creciendo por ambos lados, siempre discrepantes, por entender que cada cual hacía de sus capas un sayo, no por eso las arcas iban aumentando, al contrario.
Las hijas lejos de lo que acontecía a sus padres vivían en el más allá, sin ningún tipo de afectaciones que pudieran discernir sobre el futuro aleatorio de éstos; una con sus parodias sociales en las que parecía no tener final alguno y la otra abrazada a su libertad, pasaban de todo lo concerniente.
Abel salía una y otra noche buscando el juego y poco a poco la bebida que le haría olvidar los buenos tiempos del pasado; alarga su noche con el irritado de una sombra que le persigue hasta adentrarse en él, toma la voz de su conciencia. No más lejos de su hogar, Cati, encerrada en su soledad, vaticina males mayores: de la opulencia a la adversidad; no por esto será concluyente en sus insinuaciones por la forma de proceder en su matrimonio:
-Debo lograr un acercamiento familiar –se dijo.
Su matrimonio empezaba a debilitarse día tras día, no siente el apego de hablar con su contrario de esto o de aquello que por momentos se desmoronaba; con sus hijas sentía la pena de poner en reprobación a unas vidas cuajadas de libertades, será como un anuncio en plena tormenta. No quiere herir sensibilidades y decide enmudecer. Su silencio, pensó, tendría su respuesta con el tiempo; pero el tiempo pasaba y no sería capaz de aglutinar sus discordancias. La contrariedad se agudiza, no tiene salida.
-Pediré la separación y me desligaré del pasado –concluyó.
Los enojos de Cati le llevaron a disponer de un piso pequeño donde pasar el resto de sus días cobijada bajo su soledad; aún no había cumplido los cincuenta y tantos y merecía ser esclava de su propia compañía, se lamentaba.
-Llamaré a mis amigas del club social y jugaremos nuestras partidas de naipes en casa.
Las suposiciones iban siempre por delante. Unas y otras tenían sus compromisos enlazados dentro del club de amistades y sus justificaciones eran de lo más repelentes. Su ansiedad se veía ardua y llena de los más odiados enojos. El silencio hizo incomodar su ingenio hasta llevarle a la desesperación, su vida pasaba de baldía; los días eran largos como las noches, llenos de soledad.
Una mañana, una de sus amigas, le sorprendió con su llamada; quería invitarla a desayunar en una cafetería de la ciudad, Cati no lo dudó y dispuso la hora del encuentro. Sería una charla amena y llena de razones por la que había rehuido de sus llamadas; también la amiga había decidido separarse de su pareja e ir a vivir como ella a un apartamento. Parece que la luz surgió sobre los ojos de las dos amigas y del silencio pasarían al desenfreno; acordaron salir juntas para hacer de sus vidas un derroche de libertades: vengarse de sus exmaridos.
La culpabilidad se traducía en ventajosa ante la mirada inquieta de cuantas amigas ponían en entredicho sus maneras de vivir: la vida en el desenfreno; su libertad no se resentía por cuantas especulaciones difundían sobre ellas, eran objeto de envidia.
Aquella noche descabalgaron en el casino: tomaron las riendas del azar. Primero probaron las máquinas tragaperras que una tras otra fueron metiendo monedas sin ningún resultado positivo; siguieron la estela del póquer de tres cartas donde arreciaron sus apuestas con alguna distracción que puso en órdago sus mejores fantasías, pero nada de nada. Desmembradas de sus abruptos caudales, regresaron con el cabizbajo de perdedoras. La noche había pasado como de venganza callejera, con más pena que gloria.
Era martes y salieron Cati y su amiga para tomar un café, de esos de media tarde; no querían tomar otras riendas que las del juego, encajaron en un bingo de tarde; la suerte parecía agraciarles cuando a las pocas jugadas cantan línea, se pagaba poco, pero lo suficiente para seguir jugando y al final gastar algo más. De noche, tomaron unas copas en el sitio de costumbre y aterrizan en el casino, toman unas fichas y prueban a la ruleta; juegan una al diez y nueve rojo y la otra al quince azul, la bola rueda pero no para hasta pasados estos números, la suerte estaba en el cinco rojo; pero quieren seguir haciendo del azar un esotérico juego, apuestan nuevamente y la bolita arroya sus apuestas. Se derrumba la noche y las pérdidas son cuantiosas, no va más.
La dosis de ansiedad empieza hacer mella sobre Cati. Sale esa tarde y estrena modelito rojo con plisados y algún otro detalle de poca importancia. Le tienta, de nuevo, la congoja y se adentra en el club de amigos para jugar una partida de bridge; pronto encuentra compañeras para tentar su suerte y la suerte le sonrió, enseguida pensó por lo del rojo. Inquieta sale y busca la sala del casino para apostar fuerte en la ruleta; ha cambiado una importante cantidad de dinero por fichas. Apuesta por el cinco rojo, como el otro día, la suerte está en la bolita, ganador el cinco rojo; quiere seguir su apuesta y lo hace con el treinta y uno azul; el croupier canta el treinta y uno azul, el montón de fichas se acumula. Cati templa los nervios y piensa si seguir o quedarse con el montón de fichas, sentía que estaba en racha y decide apostar todo lo ganado, de nuevo, al cinco rojo; las gentes, expectantes, abruman sus apuestas y rehúsan de los números agraciados en la noche. Todo está en juego cuando rueda y rueda la bola sin tener destino, parece que lo de rojo no estaba seguro y podría fallar; el destino fue y se hizo la suerte, el cinco rojo. Ya no cabían más fichas en su bolso para cambiar su destino y hacer una caja importante.
Lo del rojo funcionó aquella noche y, Cati, se sintió feliz, ¡será como se dice: el talismán rojo!

Copera
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:23:56 pm
INCANSABLE BALADA DEL ERRANTE


La puerta del ascensor se abrió precedida por un sonido oxidado. Allí estaba, con mi traje de saldo en la cuarta planta de otro edificio idéntico. Desde que recorría la ciudad puerta a puerta todos me parecían iguales; aunque era mejor que no hacer nada, infinitamente mejor que trasladarme a casa de mi suegro con mi familia para subsistir con una ínfima pensión…
Con 54 años, y ya son tres en paro, aceptas cualquier cosa que te aleje de la rutina de mirar por la ventana a una ciudad a la que no importas en absoluto. Pasaba tanto tiempo inmóvil en mi salón de quince metros cuadrados que creí que llegaría el día en que mi mujer me pasara el plumero por la calva, como un mueble más acumulando polvo.
Tal vez debí escucharla cuando dijo que el negocio enciclopédico estaba tan pasado de moda como las puñetas; que el mundo entero estaba a un clic de distancia con los adelantos informáticos. Yo, que había escuchado por primera vez la palabra web la semana pasada.
Arreglé en el rellano las arrugas de mi traje barato, a la espera de causar buena impresión a mi próximo cliente. No pude evitar sentirme como uno de aquellos hambrientos que caminaba sin rumbo durante la posguerra; la única diferencia era que iba armado con una enciclopedia que podías financiar en veinticuatro cómodos plazos. Un tipo sin estudios cargando con la totalidad de las ciencias humanas… ¿Era aquello una paradoja? ¿Qué diría la enciclopedia?
Me entretuve unos segundos leyendo una definición que no alcancé a comprender completamente. Dudé si reír o llorar, así que huí hacia delante pulsando el timbre frente a mí. Una mujer gritó en el interior de la vivienda, y pocos segundos después abrió la puerta un hombre mal afeitado que superaba la barrera del medio siglo. Conocía esa mirada, la hueca mirada de un mueble, mi ingrata imagen en el espejo. Nos saludamos grave y silenciosamente, como camaradas del mismo naufragio, convertidos en un desgastado engranaje, repuestos desechables y desechados sobre el que se depositaban capas de ceniza y olvido. Sin cruzar palabra, mi olfato comercial me despachó de vuelta al ascensor, cargando con la misma enciclopedia y un poco más de tristeza.

TOM  JOAD
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:26:09 pm
El Diario



Como todas las tardes después de la escuela, Fabián corría con mucha emoción al parque cercano a su casa donde había una cancha de fútbol; estaba listo para las patadas, las barridas y los goles, todo en compañía con algunos de sus vecinos y compañeros de la escuela.
Era un niño de doce años que prefería pasar más tiempo jugando y practicando deporte que estudiando, pero no por ello, descuidaba la escuela. Vestía pantalones de mezclilla y playeras de colores variados, un morralito donde guardaba su balón y una gorra roja que ya estaba sucia y desgastada pues siempre, todos los días, la usaba para jugar fútbol.
Al llegar al parque, ya estaban todos esperándolo para poder iniciar el juego. Fabián sacó el balón y arrojó su morral a un costado de la cancha. El juego transcurrió sin ninguna novedad, Fabián anotó dos goles y el otro equipo también.
Pero de pronto, se terminó el juego, pues las nubes grises y amenazantes se posaban sobre los niños y rápidamente todos se despidieron y corrieron a sus casas. Fabián observó más, notó que no había necesidad de tanta urgencia, pues aún no caían gotas de lluvia.
Tomó su balón que estaba cerca de una de las porterías. Cuando levantó la vista, se fijó que había una persona sentada sobre el pasto junto a un árbol, a unos metros de distancia de donde él se encontraba. Era una niña que usaba un vestido azul hasta las rodillas, llevaba también un pequeño sombrero color beige que protegía su largo cabello rubio pero que ocultaba el rostro de la niña. En su brazo llevaba una pequeña bolsa de tela y en la otra sostenía un libro.
Fabián se preguntó por cuánto tiempo había estado esa niña ahí, pues nunca antes la había visto y especialmente ese día, no había notado el momento en que había llegado. La niña se levantó del pasto abruptamente pues la lluvia comenzó a caer rápidamente. Trató de guardar su libro en la bolsa mientras corría al otro lado de la cancha, pero éste cayó al pasto sin que ella se diera cuenta.
Fabián contempló la escena hasta que recordó que su morral comenzaba a mojarse. Corrió para levantarlo y guardar en él su balón. Volteó y miró hacia donde estaba la niña, pero ella había desaparecido. Se acercó al libró y lo recogió. Él pensó que podía hacer el intento de buscarla, pero se arriesgaría a enfermarse debido a la lluvia. Cubrió con sus brazos el libro y fue rápidamente a su casa.
Cuando llegó, la mamá de Fabián lo reprendió pues su ropa ya estaba empapada y le ordenó que se cambiara de inmediato; la obedeció y sin decir nada entró a su cuarto. El libro no había recibido más que unas cuantas gotas de lluvia, así que no estaba dañado. Tenía pastas duras de color rojo y era del tamaño de dos palmas juntas.
Fabián se dispuso a leerlo. En la portada no había ningún título, así que abrió el libro en su primera hoja y leyó en voz alta: “Mi Diario, por Mariana”. Lo cerró inmediatamente, esa línea le había provocado vergüenza, pues lo que tenía entre sus manos no era un libro, era un diario.
Siempre le había causado mucha curiosidad conocer los pensamientos de las niñas, principalmente porque nos las entendía y creyó que era una gran oportunidad poder estudiar a detalle ese documento. Pero recordó a la pequeña niña y se imaginó cómo ella se encontraba en su casa, revisando su bolsa y se horrorizaba por no encontrar su diario en el interior.
Fabián pensó en todas las posibilidades, y decidió que sólo le echaría un vistazo para saciar su curiosidad, pero no invadiría de más los íntimos pensamientos de Mariana, la dueña del diario. Buscó sin poner atención a lo escrito, la última entrada del diario, y se llevó una gran sorpresa al averiguar que era de ese mismo día. Comenzó a leer:
“Llevo dos semanas viniendo diario a verlo jugar, pero al parecer no nota mi presencia. Desde el primer día que lo vi jugando en el parque me enamoré de él, de su cuerpo atlético, de su risa amable y su gran forma de jugar. Me gustaría poder conocerlo, hablar con él, poder ser amigos y no sé, tal vez en el futuro, yo le llegue a gustar como él me gusta a mí. Esperaré un poco más ya que la lluvia está por caer, pero si la lluvia hace que se distraiga del juego y me nota, no me importará que termine empapada. Podría ser que me preste su gorra roja para cubrirme.”
¿Gorra roja?, ¿jugar en el parque?, ¿lluvia? Fabián no tardó en darse cuenta que Mariana había escrito sobre él. Se acongojó al darse cuenta que le gustaba a aquella niña y ahora ésta, había perdido su confidente en papel y él lo sabía todo. Pero al mismo tiempo se emocionó, no la había visto detenidamente, pero admitió que la niña se veía bonita y no tendría ningún inconveniente en acercarse a ella a platicar con el pretexto de entregarle su diario.
Ya era tarde y seguía lloviendo, por lo que decidió que al día siguiente, después de la escuela, iría como de costumbre al parque para jugar y encontrarse con la misteriosa Mariana. Le prometió a ella en la distancia, que no leería más de ese diario y lo cerró.

Ya en el siguiente día, atendió la escuela de forma normal, pero en los ratos que tenía libres, le preguntó a sus amigas y compañeras si no conocían a una tal Mariana, sin embargo, ninguna supo ubicarla ni siquiera haciendo suposiciones por el nombre. Fabián no se desanimó, sabía que la encontraría en el parque como según ella lo acostumbraba hacer.
Llegó al parque ansioso y más rápido de lo normal, arrojó su morral a un costado de la cancha y saludó a los pocos amigos que ya habían llegado a la cancha de fútbol. Volteó discretamente al árbol donde había visto a Mariana el día anterior, pero no estaba. Les preguntó a sus amigos si habían visto a una niña ese día o anteriormente, pero todos negaron rotundamente.
Se olvidó del asunto por un momento y recibió a sus demás amigos para comenzar el partido. Nuevamente, se desarrolló el juego sin muchas novedades; en esos momentos, Fabián se cuestionaba si conocer a Mariana le permitiría cosas diferentes al rutinario juego de fútbol. Se imaginó riendo y comiendo a lado de la niña del vestido azul y a causa de ello, en varias ocasiones, falló goles que eran muy fáciles de anotar.
Terminó el juego, todos comenzaron a despedirse. Fabián tomó sus cosas y se acercó al árbol donde había encontrado el diario, pero no estaba la niña. Se sentó y recargó su espalda en el tronco para esperar a que ella apareciera. Así transcurrió una hora y no hubo novedad, más que un perro que se acercó a olfatear a Fabián.
Se desesperó y se levantó para irse a su casa. Pensó que tal vez Mariana se había enfermado a causa de la lluvia y por eso no había ido a verlo o a buscar su diario. Caminó frente a algunas casas y vio más adelante una camioneta a la que iban subiendo un hombre y una mujer que estaba jalando a una niña del brazo para que subiera.
La niña estaba llorando, gritando y pataleando para evitar que subiera a la camioneta. Vestía un pantalón de mezclilla, una blusa roja y un pequeño sombrero. La camioneta parecía ir llena de cosas, sólo con el espacio suficiente para que la niña viajara en el asiento trasero. La mujer cargó a la niña y la obligó a entrar, cerró la puerta de forma abrupta y le gritó:
— ¡Ya no lo encontrarás, se perdió en el parque!
La mujer subió a la camioneta y justo en el momento en que cerró la puertezuela, arrancó a toda velocidad.
Fabián reaccionó: ¡Mariana era la niña que estaba llorando! Corrió hacia la camioneta, levantando las manos para que el conductor los viera, pero el vehículo fue más rápido y se detuvo resignado y agitado al ver que ya nada podía hacer.
Recargó sus manos sobre sus rodillas, después sus rodillas sobre el suelo, y vio alejarse más y más a la camioneta hasta que se perdió de vista. Fabián sintió un vacío en el pecho, remordimiento pues había estado tan cerca de esa niña que lo admiraba, que estaba enamorada de él y ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle “hola”.
Sacó el diario de Mariana que estaba en su morralito, lo acarició y recordó que había hecho una promesa de no leer más de su contenido, pero la chica ya no estaba y sintió que tal vez podría estar más cerca de ella si se dejaba acariciar por sus palabras.
Retornó a la última entrada que había leído, pero esta vez retrocedió una página para ver qué había escrito antes. Nuevamente Fabián se llevó una sorpresa:
“Mañana haré el último intento, ya no hay más tiempo. Llevaré mi vestido azul y mi sombrero favorito, tal vez así me logre notar. Quiero entregarle algo especial: un beso. En dos días mis padres y yo nos mudaremos; eso me enoja mucho sobre todo después de haberlo descubierto. Quiero llevarme un recuerdo de él, y que él se lleve un recuerdo mío, pues tal vez nunca más nos volvamos a ver.”
Fabián dejó caer varias lágrimas que mojaron las perfumadas hojas del diario. No pudo conocer a esa niña a la cual había enamorado sin querer y mucho peor, no pudo tampoco despedirse. Nunca más volvió a saber de ella.

Sebastián Laguna
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:28:24 pm
Mil maneras como mecanismo de defensa


No tomaremos mil, sino una como muestra de lo que tienen qué hacer las obligadas víctimas venezolanas en Gringolandia.
Llegas al muelle en Fort Láwerdale temprano para tomar el barco que sale a pesca deportiva. Allí la algarabía de un grupo de refugiados parece contagiar. Por su acento se sabe que son venezolanos. Tan pronto como se da el abordaje, cada grupo persona elige el sitio acorde a sus preferencias o estrategias.
Te llama la atención la presencia de cuatro animados participantes por su estado físico, no son flacos, ríen entre ellos, y al parecer nada les preocupa, pero al observarte, callan y parecen preocupados; y no es de extrañar su actitud, ya que se trata de un mecanismo de defensa natural entre quienes tienen que huir en salvaguardia de sus intereses y vida. Saben que por lejos que se encuentren de su tierra, puede haber alguno interesado en sus movimientos o acciones. Ya el barco ha salido, y los participantes comienzan a armar sus aparejos de pesca. Algunos fuman, sin quién se los impida; cada uno busca el sitio más conveniente a la faena, mientras tanto, el grupo situado atrás, sigue observando a todos los participantes como en busca de alguien en particular, no hablan, sólo se miran entre sí. Cualquiera pensaría que forman una pandilla, pero la obesidad niega la versión. Esos que antes se vieran animados, ahora están a la expectativa de algo o alguien que pueda cambiar sus planes de recreo; y no se puede culpar a esos que un día, sus enseres y propiedades tuvieran que abandonar para salvar la vida. Seguramente piensan entre sí, que el barco está lleno de espías, motivo que les obliga a guardar compostura, y es el silencio su respuesta.
La descomposición social en lo que un día fuera Venezuela, la que al llegar un tirano a comandar toda clase de cuatreros, entre ellos Jueces de la república, Ejército regular, Policía,  todo el andamiaje militar, hordas de milicianos importados de Cuba entre ellos médicos y comandantes de milicias, medios de comunicación arrodillados al régimen, sin pasar por alto el CNE, principal apéndice de la locomotora oficial bolivariana, cambiarían por completo el andamiaje político de su administración siempre tentada por las dictaduras, para ser transformada en una tiranía implacable.
Esos que estaban allí, ahora callados, eran la representación de un pueblo trabajador, al que le habían expropiado hasta el nombre a su nación merced a una constitución de bolsillo, made in república bolivariana, esa que haría estragos en naciones acostumbradas a una débil Democracia, ahora en ojos del Mundo.
Cada que alguien sacaba un pescado, el murmullo daba la vuelta al barco a la espera de ser el próximo en ostentar una mejor pieza. 
Y para terminar, como tonto no eres. Observas a la llegada al Muelle la salida de los venezolanos, quienes se esfuman sin dejar rastro alguno. Lo que tienen qué hacer las víctimas de la dictadura bolivariana.

MONGO LICO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:30:07 pm
EL JOVEN Y EL ANCIANO
                                         

Érase un joven al cual los ancianos irritaban mucho.
Cierto día, tras pasar horas intentando cazar una buena presa y harto de tantearla sin conseguirlo, se sentó sobre una piedra, a la orilla del camino, para recobrar las fuerzas perdidas en tan baldío intento.
   De improviso, un anciano, que por allí pasaba, le saludó, preguntándole:
-   Buenos días, hijo mío, te siento cansado. ¿Cómo puedo ayudarte?
El joven le respondió en tono airado:
- No se ofenda, señor; mas no creo que pueda ayudarme a cobrar una sola pieza de caza.
Dicho esto, se levantó para, adusto, continuar su andadura.
Pasado un tiempo, el joven se encontró frente a una encrucijada. Optó por sentarse en una piedra, a la orilla del camino, y meditar.
   Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no vio acercase al anciano. Éste le repitió la pregunta que ya le hiciera anteriormente:
-   Hijo mío, te veo compungido. ¿Cómo puedo ayudarte?
El joven, sin poder contener su enojo, contestó:
- No se ofenda, señor; pero su mente no estará lúcida, ni despejada. Por consiguiente, no creo que pueda ayudarme a tomar una decisión correcta.
Dicho esto, contrariado, se levantó de su asiento para seguir su andadura.
Corriendo el tiempo, el joven que, habiéndose dejado llevar por sus irreflexivos impulsos, malgastó el dinero que su padre le había dejado en herencia, una tarde de otoño, apesadumbrado y arrepentido, se sentó en una piedra, a la orilla del camino.
El mismo anciano, conmovido ante el sufrimiento del muchacho, le dijo:
- Hijo mío, te siento muy afligido. ¿Cómo puedo ayudarte?
   - No se ofenda, señor; mas, dada su avanzada edad, no creo sea la persona idónea para darme el consejo que resuelva mis problemas.
   El anciano, sin molestarse por las zahirientes palabras, manifestó:
-   Es verdad que soy viejo, pero no incapaz de prestarte ayuda.
El joven continuó expresando su opinión:
- ¿Es que no se da cuenta que es demasiado mayor para que pueda servir de algo? Estoy cansado de que siempre crea tener solución a mis cuitas.
El anciano miró con dulzura al muchacho, y dijo:
- Hijo mío, creo que no te escuchas cuando hablas; de lo contrario, serías más atento y ecuánime. En efecto, mis reflejos han mermado y mi vista perdió agudeza visual; en consecuencia, mis movimientos son más torpes. Mas no por eso soy ser inservible. Con el paso de los años, he aprendido a obrar con reflexivo, a mirar con los ojos del corazón, habiendo llegado a adquirir esa experiencia que solo la vida intensa confiere. Estas facultades son las que poseo, las cuales pongo a tu disposición, aunque tu desmedida arrogancia las desprecie. Recuerda que, algún día, si consigues alcanzar una longeva existencia, tú también te harás viejo y, al igual que yo, desearás compartir tan rico tesoro con el prójimo.
El joven, avergonzado, comprendió que solo una persona necia despreciaría la sabiduría que el buen hombre le ofrecía desinteresadamente.

Cenicienta
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:31:52 pm
El premio



Una vez más la joven del vestido blanco aparecía al amanecer con varios frascos en la mano y el anuncio de que traía un premio para los que lo habían merecido por su dedicación en la jornada anterior...
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El caballero había pasado por esta situación infinidad de veces  desde el momento en que le comunicaron la noticia de haber sido el feliz ganador del premio. Ante cada gestión obtuvo una respuesta enigmática e incomprensible, a partir del día en que al presentarse para recibir su galardón, se enteró de que desconocía la fecha actual, es decir que estaba equivocado en cuanto al mes y el día en que se encontraban, así que tendría que esperar todavía un par de semanas. Pasado ese plazo volvió por su recompensa, sólo para enterarse de que sería preciso resolver un problema con el Registro Civil, porque su segundo apellido no era el que siempre consideró como suyo sino otro, de tal manera que resultaba imprescindible realizar esa subsanación. Regresó un mes después, hecha ya la enmienda, al parecer satisfecho con su nuevo apellido y consciente de la fecha recién aprendida, para tropezar entonces con que quedaba por solucionar un nuevo error: su edad era totalmente incorrecta...
Pero eso no lo desanimó para seguir insistiendo, una vez arreglado tal inconveniente, sólo que fue entonces cuando el asunto pareció empezar a subir de tono, porque ahora se trataba de que el premio no era único sino compartido por varios autores, razón por la cual sería preciso reunirlos a todos para hacer la entrega correspondiente.
Esta vez sí estuvo a punto de protestar, hasta pensó armar un escándalo, pero se contuvo, y haciendo acopio de voluntad se dio a la tarea de localizar al resto de sus colegas, lo que no resultó nada fácil, pues se vio obligado a hacer un gran número de viajes, llamadas telefónicas, largas caminatas. En varias ocasiones tuvo que volver al mismo punto donde había comenzado, entrevistarse con todo tipo de personajes, llevar un diario que era como su cuaderno de bitácora. Ya para entonces algunos de los implicados habían cambiado de domicilio dos o tres veces, otros trabajaban en un lugar diferente de donde lo hacían cuando salió la convocatoria, e incluso hubo quienes ya no se mostraban para nada interesados en ese asunto. De manera que para reunir todos los datos que necesitaba no solamente tuvo que trabajar duro y desplazarse muchísimo, sino también convencer muchas veces a sus interlocutores para que colaborasen.
 Pero, en fin, pasado algún tiempo parece que pudo conseguir poner punto final a su empresa...
*****
Últimamente se sentía muy a gusto entre sus colegas, en una tertulia que ya se había hecho bastante habitual, donde todos recordaban los tiempos en que levantaron impresionantes cúpulas, esculpieron santos, adornaron cornisas, entre anécdotas curiosas y una complicidad inquebrantable. Muy cerca de la puerta, la joven del vestido blanco no parecía muy interesada---
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Después de salir del ascensor, llevando debajo del brazo un abultado file que contenía todos los documentos reunidos en meses de intenso trabajo, atravesó varios pasillos, primero en línea recta, después a la derecha y otra vez a la derecha, para detenerse en la tercera puerta donde fue atendido por una secretaria que lo llevó con otra secretaria que a su vez lo condujo al asistente del director, donde insistió una y otra vez hasta que el propio director de la revista se sintió obligado a atenderlo, a pesar de que tampoco entendía sus razones. El director decía desconocer a qué premio de cuento se refería el demandante, pues en su revista no se había convocado concurso alguno en los diez años que él llevaba de director.
Al salir a la calle, el caballero creyó deambular como una sombra en un laberinto. Se sintió como un ente de ficción, acaso la encarnación de alguno de los personajes de su propia creación...
*****
Pero de repente, se sorprendió cuando apareció alguien que lo llamó por el extraño sobrenombre de El caballero, y le dijo que había llegado el importe de un premio  obtenido en la gaceta literaria. Se preguntó al instante de dónde habría salido este loco, pues ni  era su apellido el que aparecía en el sobre, como tampoco los otros datos que esta persona creía poseer de él (tan equivocado estaba que hasta pretendía estar viviendo en una época diferente de la actual). De sobra sabía que él jamás había escrito  un cuento en toda su vida, ya que siempre fue constructor de iglesias...
Mientras el hombre se retiraba desconcertado, asomaba por el umbral de la puerta la joven con el impecable vestido blanco, empujando un carrito cargado con jugos y los pequeños frascos con los regalos que repartía todas las mañanas, siempre a la misma hora...

Baratario
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:33:28 pm
Cuestionario


Silencio, hablemos en voz pequeña. Es el tiempo en que las hojas se visten con su sobretodo atardecer. Es el tiempo en el que hombres y mujeres se confunden entre capitanes y marinos aprendices de sus barcos. Y aquí estoy, flotando en alta sábana. Recortando las sombras de mis lágrimas ya sequitas de pañuelos.
¿A dónde vamos? Ya no puedo ver a través de este botón tan flojo. Tomo una lámpara para encender la luna, esa misma que alumbra tu vientre y te pregunto ¿de dónde vienen los niños? Dices que vienen de caracoles que el mar olvida en las costas de los sueños y que es por eso que debemos soñar. Yo jamás hallé mi niño, pero sí un caracol extraño que en su interior tenía palabras: decían tu nombre y me alegré.

Silencio… siento una brisa que proviene de tu respiración cansada. ¡No te bajes de mi barco esta noche! No mientras permanezca el paraíso escudado por soldados, que no sé de dónde vienen, aunque de algo estoy seguro: no han salido de mi mundo del cual hoy me desvanezco. Ni del supra-mundo donde habitan los payasos. De allí descienden los colores y prefiero que sean ellos los guardianes de todo paraíso, si lo hay.
¿Sabés? Una vez fui árbol. Dejé un buen tiempo mi cabeza en un florero y germinó. Entonces miles de pájaros anidan mi conciencia y aunque no lo sepas, sigo alimentándome de trozos de tu cielo y de tu tierra. Porque fui brote, porque soy árbol.
Buceando un poco en la memoria me hice pez… fue terrible ver mi primer barco hundido, sin tesoros, atascado entre dudas abisales desteñidas por corales. Fui ángel, pero no duré… resultó imposible dejar de preguntar para qué estoy y si Dios existe. Preferí volver a viejo dando un paso, punto, otro paso, punto y en silencio.

Si, silencio. Estoy lloviendo. O son notas de nostalgia, tus caricias musicales enseñándome a crear desde las lágrimas. Lloviendo, si… con todo el cuerpo y aún no sé qué hacer con ello. No te bajes de mi barco… es que hallé un alma asustada en un cuenco, un secreto apretujado en una bolsa, cuidadito y bien peinado raya al medio. Un espejo que abre espacios en el muro, una continuación de lo absurdo, un simple espejo, una escalera que refleja miedo. Me queda sólo extraer de mi sarcófago un reloj de vuelta, un tiempo indefinido, un tic-tac bien desprolijo. Temo continuar adelantado y con escasa cuerda.

No te bajes. Esta noche quiero volverme niño, aunque deba recurrir al pez en la memoria. ¿Y si me pongo de rodillas, observo desde abajo, pequeñito, camino hacia atrás, bien pequeñito, me fundo a tu mano y volamos entre cuentos? Aún recuerdo cuánto escribí para cambiar el mundo… ahora me pregunto si todo fue para no existir desdibujado.
¡No!, ¡no por favor! ¡No te bajes de mi barco! Todavía la hoja no presenta rasgos de vejez profunda. Todavía el agua se mueve porque te quiero. Todavía debo continuar corriendo aunque sea en solitario por el camino arrastrado y borrarlo de a tramos, por más que maúlle el desconcierto, por más que sigan rebotando en mi corazón risas burlonas nunca partidas, ¡porque jamás fui hacha! Pero sí espada en letargo que contempla su flor desafilada, esa flor que no deja de pedir tu mano para indagarla, deshojándola por dedo, ¿me quiere o no me quiere? Y me quiere. Pero escondes el último pétalo en un dedal.

Ya es tiempo. Ya puedes dejar mi barco. Los colores se apagaron y las sábanas están en calma. No hay costas, caracoles ni soldados. Han huido los payasos y mi niño. La luna en cortocircuito y todas mis formas son una sola risa. He sido todo lo que pude encender con ésta lámpara, como a tu vientre. Ya no tengo miedo amor. Busco hundirme con mi último barco del otro lado y tan solo me queda una pregunta: ¿Cuándo comencé a ser viejo?

Candidi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:35:21 pm
Analgésico



Cuándo todo había terminado entre Karina y yo lo que menos deseaba en esos momentos era sentir el vacío de su mano, el hueco del dolo con un sin fin de pensamientos fragmentados sin posible respuesta. Buscando el porqué había decidido saltar al rio Lerma embravecido. La noticia corrió de boca en boca como gripe colectiva, hasta llegar a mis oídos. Su cuerpo fue arrastrado por la vertiente del rio hasta quedar a las orillas de una comunidad cercana a Salamanca.
Buscar la manera de bloquear el pensamiento recurrente de su muerte día con día hacía más difícil el transcurso de las horas de trabajo. Pasar de las cuentas del debe y haber al porqué no estas aquí, me tenía totalmente agotado. En dos mundos aunque paralelamente distantes en una parte ínfima se hacían infinitos nudos en el inconsciente precisando encontrar una respuesta lógica para su ausencia. Perdía la noción del tiempo, el transcurso de los días, las estaciones del año. Todo era gris oscuro, una tarta de manzana era insípida, el caldo amargo, las galletitas de chocolate tenían textura de papel de lija en la boca. Era necesario encontrar la cura para el olvido.
Un aviso económico inverosímil llamó mi atención. "Preocupado, distraído, la vida se le torna difícil y las cosas no marchan bien. No se preocupe más acuda conmigo. El Dr. Znichder tiene la solución a sus malestares. No lo dude visítenos pronto. Calle de los Fresnos No. 308 Col. El Duraznal. Horario de 9:00 am a 3:00 pm. Para emergencias llame al 12 34 66 76.
Tomé el teléfono y marqué el número que aparecía en el anuncio. Una voz ronca muy amigable contestaba con un acento extranjero.
- Si, buenas tardes, con quién tengo el gusto. - Con Roberto Dueñas. - En que le puedo servir mi estimado Roberto. - He estado muy preocupado, como si estuviera dormido, podría decirse que en un estado de somnolencia continua, paso los días sin sentirlos... - ¡Oh, a qué se debe su malestar mi querido Roberto!. - Hace unos meses mi esposa... (Enmudeció un momento).  Falleció. La pena me arrastra Dr. - ¡Mmm! Creo saber cuál podría ser una solución, venga mañana a mi consultorio aquí lo estaré esperando.
Al llegar a la dirección el consultorio era una casa pequeña de un piso. La fachada con la pintura roída por el paso del tiempo. La puerta de entrada de madera, carcomida por las termitas se encontraba entre abierta. Dentro del lugar se percibía un olor fuerte a humedad. En el interior, de las paredes colgaban varios diplomas. Me detuve frente a uno que se encontraba al costado de la puerta del consultorio. University of dreams, Munich 1980. Fremont Znichder Mont. Director of dreams. Al lado de este uno más con un idioma que no lograba entender del todo. Lodge von nord Zürich parapsychologe. Geben den maximalen grad anerkennung zu: Fremont Znichder Mont im unserer institution...
Hello, tu debes ser Roberto. La voz del Dr. Znichder provenía detrás de mi. - ¡Oh!, disculpe no lo había visto llegar Dr. - No se preocupe, así suele pasarme continuamente. Bueno este lugar no es un sitio concurrido mi estimado, no todos desean despertar...
- ¿En realidad a que se dedica Dr.? - A la creación, para ser preciso -. (El Dr. entró a la habitación e hizo un gesto para que pasara Roberto) . - ¿La creación? - Así es Roberto, el plano sensorial de la creación. - No me queda claro Dr. - Hay muchos que no entienden por qué nace una flor o por qué oscurece sin embargo dan cierta aceptación al echo como parte de la naturaleza mi estimado, utilizando una áncora para quedarse en una realidad subjetiva. Ahora veamos, recuéstese un poco sobre la cama.
Imagine la orilla del mar usted se encuentra sentado observando el inmenso manto acuífero, ese día el oleaje era calmado y la brisa humectaba su rostro, a lo lejos percibía un coro de sirenas... -Un coro de sirenas doctor. ¿Para qué quiero un coro de sirenas? - Para dormir... -¿Dormir? Si lo que deseo es despertar. - Para despertar, primero se debe estar dormido Roberto...
El agua me daba cierto cosquilleo en la planta de los pies. ¿El agua?. Abrí los ojos y efectivamente las olas del mar me rosaban los pies. Observé a mi alrededor y algunos niños hacían castillos de arena, los adultos bebían cerveza bajo la sombra de las palapas a la orilla de la playa. "Te quedaste un buen rato dormido Roberto". - La voz dulce era la de Karla. ¿Cuanto tenía dormido? - No mucho, después que comiste el cup cake del extranjero te recostaste en la arena. ¿Viste a Znichder? Se acaba de ir, si lo ví, platicamos un momento y menciono que despertarías preguntando por él, ¡que extraño! Vamos a caminar Roberto debes tener un golpe de calor.
Tomados de la mano se fueron caminando descalzos por la orilla de la playa hasta perderse entre un complejo de hoteles.

Juan Certero
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:36:31 pm
Clara Luz



Érase que se era un pueblo muy triste. Cuando llovía, el agua resbalaba muy lentamente por los cristales, como lágrimas saladas. Y todo porque a sus habitantes se les había olvidado, desde hacía generaciones, preservar un tiempo y un espacio para el amor.
Madrugaban al alba y, de sol a sol, trabajaban la tierra, cuidaban del rebaño o las gallinas, mimaban algún que otro huerto. Pero eran realmente piadosos. Se casaban, parían las mujeres, sepultaban a sus difuntos, cumplían con todos y cada uno de los mandamientos de la Madre Iglesia. De vez en cuando reían, o lloraban, según la ocasión. Tampoco daba la vida para mucho más.
Sólo Clara no podía ver la lluvia resbalar por los estrechos ventanucos de adobe. Había nacido sin luz. Sin embargo, cosa extraña, un instinto interior, acaso innato, la guiaba por todos los senderos de la aldea, sin que jamás llegara a perderse.
Eran Fiestas Mayores. De la aldea vecina vinieron unos cuantos mozos, montados en hermosas cabalgaduras, dispuestos a disfrutar del baile y el buen vino de esos días. Fue Adán quien descubrió, sentadita en un banco de piedra de la plaza, a la muchacha de la mirada ausente. Se le acercó despacito, con paso de caballo en el silencio, y la invitó a bailar. Pero ella se negó. Sus ojos, para siempre anochecidos, no podrían seguir bien el compás. Aquel joven, sin duda, se le estaba burlando.
Habría que esperar a las fiestas siguientes, y otro año, y otro más. Para sorpresa de todos, y de ella misma, sus pies comenzaron a moverse, como alas, impulsadas de un ritmo aprendido en tiempos remotísimos. Comenzaron a verse, es un decir, con más y más frecuencia. Y un día Adán le propuso visitar la Capital del Reino, en busca de un médico excelente que, acaso, pudiera devolverle la visión.
La operación no fue fácil; el proceso, lento. Pero el día que consiguió abrir por vez primera sus ojos a la luz, desde el primer instante se sintió atraida por Adán, como por aquel sol que tamizaba las casitas humildes. Ahora no llovía.
El final de esta historia, sólo puede ponerlo el lector, o el destino.

Luciérnaga
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:38:00 pm
El capricho de un adolescente


 

Finalizaba el año 1984 y Osvaldo Morán concluía con sus estudios secundarios. En otras palabras: acababa de dar el paso más importante en su vida de adolescente. En este último año del ciclo secundario, cumplido en el Colegio Carlos Pellegrini, y del cual egresó como Perito Mercantil, sobrellevó la presión de sus progenitores para que siguiera una carrera de grado. Claro, el muchachito no sabía lo que era dar un examen; durante los cinco años de estudio en tal establecimiento educacional nunca conoció una  calificación inferior a los siete puntos. De allí que, con fundamento, su madre le insistía: “Es un pecado que un alumno como vos, no continúe cursando estudios universitarios”.

      Sin embargo, quizá por los comentarios de los amigos de sus progenitores, en esas reuniones de larga duración, en las cuales se pasa revista a cuantos conocidos se posee, Osvaldo oyó más de una vez que Arturo, un ex compañero del secundario de su padre, y a quien él quería como a un tío, era un exitoso operador financiero. Mejor dicho, que este metier le había permitido a aquél alcanzar una apreciable posición económica, y luego: un cargo directivo en la compañía donde trabajaba. En tanto, Arturo, para desalentarlo, y así apoyar la postura de los padres de Osvaldo, solía decirle: “Los negocios financieros, no siempre son color de rosa, muchas compañías cayeron en desgracia, averiguá por tu cuenta. En cambio, un título universitario es la mejor arma de defensa, y es la que los autores de tus días, te quieren regalar”.

      La cosa es que Alberto, el padre de Osvaldo, que era bancario, que ya le había conseguido la asignación de una vacante en la entidad que él trabajaba, y en la cual era jefe de un departamento, no lograba que su hijo siquiera mostrara alguna pizca de curiosidad sobre las operatorias bancarias. Y menos aún que considerara una carrera universitaria.

      No obstante las reiteradas presiones en pos de que se encaminara por la senda que más le convenía, según el criterio de sus familiares y amigos, Osvaldo, casi rayano en el capricho, realizó las diligencias pertinentes para ingresar a la compañía financiera, donde “su tío Arturo” era uno de los directivos. Éste, a manera de aviso, y mucho antes de tales gestiones, le había advertido: “No sea cosa que a raíz de tu ingreso en mi empresa, se resienta una amistad de larga data con tus papás, a los cuales quiero tanto…”.

      La cuestión es que al comenzar el mes de febrero de 1985, cuando el gobierno de entonces proyectaba el Plan Austral y el cambio del peso argentino por el austral, y cuando el reloj marcaba las 9.30, Osvaldo, vestido de elegante sport, salía de su casa en Palermo. En poco tiempo el tren subterráneo de la línea “D” lo acercaría a Plaza de Mayo. Mientras éste cumplía con su trayecto, en la mente de Osvaldo reverdecía el diálogo que mantuviera con su madre durante el desayuno. Tal vez, a manera de un postrer llamado a la reflexión, ella, que era docente, trató de sacarle una promesa: que aprovecharía el transcurso del corriente año para descubrir cuál sería su verdadera vocación. Una vocación que, para llevarla adelante, no necesitaría de un trabajo: era hijo único y su sostenimiento no complicaría el presupuesto familiar.

      En realidad, lo que más parecía preocuparle a Osvaldo, eran otras palabras de su madre, quien llegó a confesarle que su padre, hoy, se sentía desesperanzado con él, y que, aunque no sintiera algo así como la pérdida de un hijo, sí sentía como la pérdida de su mejor amigo. En particular, cuando a modo de conclusión y antes del beso de despedida, su madre le contó algo que, al respecto, y no de modo irónico, le había manifestado su marido antes de partir para el Banco: “Voy a creer en un refrán; un refrán que con mucho desconsuelo supo transmitirme un cliente de Pergamino, y que en aquel momento me pareció exagerado; sin embargo, hoy creo que ese  paisano estaba en lo cierto cuando me dijo: “Los amigos y los hijos son como los jueces, han nacido para fallar”.

      En estas cavilaciones estaba Osvaldo cuando la formación subterránea se detuvo en la estación Catedral. Allí superó la escalera y  salió a la avenida Rivadavia. Cuando transitaba por la vereda de la Catedral, comenzó a preocuparse por su inminente presentación en el trabajo. Miró el reloj…: aún le quedaba más de media hora para ello. Caminando despacio, y con el saco en la mano, dado la canícula era agobiante, alcanzó la calle Reconquista, y allí dobló a la izquierda. Siguió por ésta, y al llegar a Cangallo vio la Basílica de La Merced y se dijo: “Voy a entrar… Voy a aprovechar el tiempo de que dispongo para pedirle a Dios que me proteja en mi decisión de trabajar, y para que en mi casa no me sigan mortificando con mi ingreso a una universidad”. Al salir, y al ver el atrio, Osvaldo, cuya lectura preferida recaía sobre hechos de guerra, recordó con aprecio a su profesor de historia de cuarto año del secundario, quien en la visita guiada de 1983, le dijo a sus alumnos: “En este atrio, en 1806, don Santiago de Liniers instaló, de manera momentánea, su puesto de comando; y desde aquí mismo, como la munición se agotaba, ordenó cargar a la bayoneta”.

      Acto continuo, retomó la calle Reconquista, y después de dejar atrás el Convento de La Merced y el Banco Central de la República, llegó a la cuadra donde se encontraba la compañía financiera. Ésta ocupaba los pisos segundo y tercero de un edificio situado al 300 de la citada calle y sobre la vereda de los números pares. Osvaldo se presentó en la portería del aludido edificio. En ésta le pidieron que se identificara y le preguntaron a qué oficina se dirigía. Como era natural, estaba algo ansioso: esquivó la cola para el ascensor y se lanzó escaleras arriba. Así llegó al segundo piso, donde él trabajaría. Allí detectó, a su paso, oficinas sobre la calle; y sobre el contrafrente: dos toilettes y el office. En este nivel, Arturo, que lo aguardaba, lo saludó con muestras de afecto, aunque con cierto nerviosismo, cosa que no era normal en él. Le hizo traer un café y le dijo que a las 11.00 lo acompañaría a su lugar de trabajo. En él lo presentaría ante quien sería su jefe, y éste, a quienes serían sus compañeros.
   
      A la hora señalada llegaron a la oficina. Arturo abrió la puerta y luego de dirigir su mirada contra el extremo derecho se volvió hacia Osvaldo que lo seguía, “veo que tu jefe está hablando por teléfono, aguardemos un momento”, le dijo. Los cinco empleados, que ya estaban en sus puestos, ante el saludo que a la distancia pronunció Osvaldo contestaron sin prestar mayor atención.
      Mientras Arturo hojeaba una carpeta que le acercó a la mano el futuro jefe directo de Osvaldo, éste se mantenía parado a la izquierda de la única puerta que poseía la oficina. En tanto aguardaba, Osvaldo no perdía de vista el escritorio del jefe, situado en el extremo derecho de aquélla, y, a su vez, recorría con la vista lo que sería su segundo hogar: la oficina. Ésta, de unos diez metros de largo, paralelos a la calle Reconquista, y de unos seis de ancho: presentaba dos ventanales rectangulares con vista a la citada arteria, y debajo de éstos se veían dos acondicionadores de aire…
 
      Ávido ya por descubrir el lugar que él ocuparía, proyectó su inquieta mirada en busca de los escritorios. Así, ojeada tras ojeada logró contar seis escritorios medianos metalizados, color gris claro, de los cuales tres se ubicaban de espalda a los ventanales, y los otros tres, con un pasillo central de por medio: enfrentaban a los antedichos. 

      Al consultar el reloj, Osvaldo, que había detenido su mirada en el escritorio del medio -de los tres que miraban a la puerta-, infirió: “Han pasado casi 10 minutos desde las 11.00, y nadie se sentó ahí”. En esa conjetura detectivesca se entretenía cuando se oyó la voz de Arturo convocándolo a que se presentara.

      Al instante, Osvaldo saludó a quien sería su jefe, quien con mucha prisa ya se dirigía a una reunión de directorio. Allí, Arturo, que de inmediato seguiría los pasos de su colega, le dijo: “En este instante no estoy en condiciones de contarte nada.  Sólo sé que nos aguarda el presidente de la compañía, y que, a las 14.00 se dará asueto al personal, así que te ruego que vuelvas a tu casa, y, a la noche, yo te voy a llamar por teléfono”.

      Recorriendo en sentido contrario el trayecto usado para llegar a la compañía financiera, Osvaldo regresó a su hogar. Claro, volvió sin dejar de preguntarse cuáles serían los motivos del asueto...  Incluso llegó a preguntarse sí esos asuetos no serían parte de una política de personal de la compañía…

      Eran las 21.00 cuando en la casa de Osvaldo sonó la campañilla del teléfono. Osvaldo, que sentado en el living leía con tranquilidad Cartago en llamas, de don Emilio Salgari, se puso en pie de un salto, corrió al lugar donde se hallaba el aparato y levantó el tubo. 
–Hola...
–¿Osvaldo?
–¡Sí, soy yo, Arturo!
–Mirá, querido, nos hemos quedado sin trabajo… Mi presión llegó al cielo.
–¿Qué pasó…, Arturo?
–Nuestra compañía se vio obligada a renegociar unos pagos gruesos, y se va a declarar en quiebra… Confiábamos en que nos renovarían algunos plazos fijos significativos, sin embargo…
–¡Hola, tío, hola…!
–Pip, pip, pip…

Paulo Camino
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:39:51 pm
Natalie, Matrioska



“Cuando los relojes de la media noche prodiguen
  un tiempo generoso,
  iré más lejos que los bogavantes de Ulises”
 Jorge Luis Borges.

Natalie transita la niebla de una calle oscura en una ciudad desconocida, aunque no ajena, y a cada paso inventa a Ucrania como la inventó Shevchenko. Inventa Jarkov. Se mueve con la calma del desterrado, quizá sepa que está en Rosario; aún así puede sentir cierto apego, como Gogol o Kerolenko, por esta ciudad que la adopta.  Es probable que no esté, al menos en su ensueño, ni en una ni en otra de esas hermosas ciudades de horroroso asfalto. Está, no cabe duda, en una mucho más bella, ubicada en una zona intermedia entre aquella Ucrania y esta Argentina, entre Jarkov y Rosario. Está en la ciudad que inventa a cada paso.
La noche tranquila, el aroma que sube del río, confunden a ésta ciudad también con Montevideo; pero no en Natalie, ésta vez, sino en él. Él que también camina lento, como de costumbre;  tampoco se siente intruso (piensa en Benedetti, piensa en Quiroga). Al igual que ella él inventa su ciudad, inventa Montevideo como Onetti inventó Santa María. Para meterse adentro. Para vivir, o simplemente caminar, como Natalie, por ese allí intermedio. Esa ciudad que no es ni Uruguay y no es Argentina. Que es aún más bella y personal.
Se van a encontrar. Es sugerente. Es seguramente inevitable. Porque si bien otra gente camina esas calles, y habita las casas linderas por las que transitan, solo ellos dos viven en ese lugar que van construyendo, con la fantasía que se nutre de la nostalgia, nostalgia que crean los recuerdos de lo vivido, y también de lo soñado.
En el momento que se encuentran les basta mirarse para reconocerse; reconocerse como compatriotas de una construcción imaginaria. Habitan la misma tierra, pueden leerlo uno en el otro. Se hablan en distinto idioma y, aunque no se entienden, se divierten. Quiza sea la particularidad de esa ciudad inédita y ficticia. Lo incomprendido se vuelve un valor en sí mismo y la búsqueda penosa de la comprensión no empaña la vitalidad de los instantes.  Un lugar, sobre todas las cosas, donde nunca es demasiado pronto para decir “te amo”.
Allí, una achocolatada puede ser un mensaje de amor. No hace falta el vodka ni la grapamiel. Se embriagan en sus gestos. Se acercan lo suficiente para que sus labios se toquen;  él la besa y, cuando lo hace, descubre una nueva Natalie (si es que sabe su nombre). La va descubriendo de a poco en su ingenua belleza, en el rose suave con su piel, en el alma que se muestran en sus ojos al verlos de cerca y que congelan al tiempo. Piensa que adentro de cada Natalie hay otra, y otra. Como esas ciudades que ambos inventan y las que no, una adentro de otra, y otra, y así. Todas existen.  Pero una, sobre todas, es.
Ambos saben que están allí de paso, y si bien se desean, conocen ese límite que a la vez los seduce y los aterra. Esa especie de teleología del lazo que se crea; esa plena consciencia de que todo acaba, pero que rehúsan pensar.
Mejor volver a aquel primer  beso que inaugura esa ciudad. Le da nombre; la arquitectura se torna singular y se llena de muchos climas. Disfrutan de saber que, de alguna manera, están solos. Aunque sea ese efímero momento los encuentra y congela. Él le está diciendo cuánto la quiere en un idioma que ella no entiende, y a su vez cree escuchar lo mismo de ella aunque no lo puede asegurar.  Quizá también inventa lo que escucha; quizá la está inventando a ella toda, como inventa esa ciudad. Artífice de una historia no correspondida.
Puede, y es probable, que en realidad esté en su casa solo, embriagado en grapamiel, jugando con una muñeca rusa en un papel.

Yamandú Bouvet
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:41:15 pm
SU EXCELENCIA



Recuerdo mi llana felicidad aquel día, correteando por la calle junto a Juan. Mi primo era un par de años mayor –yo tendría unos ocho entonces-, lo cual en la infancia marca una enorme diferencia. Para mí, sometido a la dictadura de dos hermanas mayores, era como el hermano que no tenía, el referente al que seguir y al que imitar.
-¡Marcos! Para cruzar la carretera dale la mano a tu primo, y os esperáis hasta que os digamos.
Mi padre venía por detrás, junto al de Juan. Aunque en aquella época no había tanto tráfico como ahora –tener un utilitario era casi un lujo; ahora lo normal son varios coches por familia-, la combinación niño/carretera ya era una de las preocupaciones clásicas de los padres, y el empeño de los críos por cruzar solos, usurpando uno de los privilegios reservados a los adultos, otra constante universal. Todavía entonces los mayores nos hablaban de una época reciente en que la práctica ausencia de circulación motorizada por las calles de nuestra pequeña ciudad hacían posibles los juegos infantiles en plena calzada –una de las anécdotas preferidas de mi padre, profusamente repetida, versaba sobre los interminables partidos de fútbol de su infancia sólo esporádicamente interrumpidos por algún solitario coche-, pero mi infancia ya se desarrolló en un paisaje de fuerte industrialización y vertiginosa modernización, al menos para los cánones que hasta el momento había dominado en la vieja localidad del río Besaya.
Sin embargo, aquel día podrían habernos dejado cruzar tranquilamente de calzada en calzada, sin vigilancia, pues la multitud que copaba las calles avanzando en la misma dirección que nosotros había arrebatado el dominio de las carreteras a los automóviles, obligándoles a ceder el paso a los interminables afluentes humanos que desembocaban en la plaza del Ayuntamiento. Cuando llegamos ésta se hallaba colmatada como nunca hasta entonces había visto yo en mi corta vida, y como pocas veces más vería en años venideros. Hombres, mujeres y niños se arremolinaban, hablaban y se saludaban como si fuera algo excepcional su encuentro, a pesar de ser vecinos, familiares, compañeros de trabajo o amigos habituales. Todos afectados por una singular excitación, por un excepcional estado de ánimo, como si la rutina diaria se hubiese visto interrumpida para abrir un paréntesis de tiempo dotado de normas, temporales, pero diferentes a las que habitualmente guiaban sus vidas.
A mis ojos todo aquello desprendía un aire inusual, festivo; una sensación reforzada por el hecho de no entender muy bien a qué se debía tanta algarabía. Y en mi ingenuidad la presencia de una enorme cantidad de policías apostados en todos los accesos a la plaza, frente al edificio consistorial, en los tejados… era un simple elemento más en la puesta en escena, similar a los vistosos soldados que desfilaban en impecable formación en mis películas preferidas, aunque los grises uniformes de la realidad no pudieran competir con los llamativos coloridos de los filmes de capa y espada que luego imitábamos hasta la saciedad en nuestros juegos a la salida del colegio.
No sé cuanto tiempo esperamos allí de pie. Juan y yo jugábamos mientras los mayores hablaban de cosas de mayores. Con los años he descubierto que el tiempo transcurre a diferente ritmo en la infancia que en la madurez, y lo que entonces podía parecerme un suspiro ahora lo entendería como una eternidad… y viceversa.
Mi padre y mi tío conversaban animadamente. Siempre estuvieron muy unidos, en especial en aquella época, aunque luego la vida y sus problemas forzaran un relativo distanciamiento, pero entonces el padre de Juan era como un segundo padre para mí. Durante años pasé tanto tiempo en su casa como en la mía, la de mis padres, de modo que ambas conforman en mi recuerdo un solo hogar sin solución de continuidad. Una sola familia.
Un repentino revuelo sacudió la plaza. ¡Ahí está!, se repetían unos a otros al tiempo que, como una onda expansiva que avanzara desde la cabecera de la manifestación hacia atrás, todos a nuestro alrededor repetían el mismo movimiento de avance, de aproximación al epicentro de aquella conmoción, estirando el cuello para ver mejor a las figuras que asomaban en el balcón del Ayuntamiento. Juan y yo les imitamos, sin saber muy bien qué mirábamos.
Primero habló el alcalde, intentando hacer calla al gentío. Había rescatado para la ocasión su vieja camisa azul que, bajo la chaqueta gris, lucía el rojo emblema del yugo y las flechas. La tela se tensaba peligrosamente sobre un cuerpo que habría engordado unos veinte kilos desde la última vez que la vistiera, en especial sobre la preeminente barriga, amenazando con hacer saltar alguno de los relucientes botones. Desgranó uno de sus plomizos discursos en su habitual estilo engolado, recargado y pseudoépico, mostrándose más emocionado de lo que era habitual en él. Admito que entonces no entendí ni papa, y fui incapaz de atender más allá de la tercera  inacabable oración subordinada; mi edad, sin embargo, me liberaba de la obligación de simular el interés y de la concentración que sí debían mostrar los adultos. Culminó el discurso en un acalorado in crescendo con la presentación del invitado de honor de la jornada, arrancando entre el público una estruendosa ovación. Juan y yo aplaudimos, emocionados de poder participar de aquella alegría colectiva que no comprendíamos del todo.
¡Torrelaveguenses todos…! Sus primeras palabras lograron un solemne silencio que se prolongaría durante el interminable discurso desgranado con aquella voz monótona y aflautada que le caracterizaba. Incomprensible el significado de sus palabras para nosotros y soporífero el tono de las mismas, mi primo y yo desconectamos de inmediato y comenzamos a cuchichear entre nosotros y a jugar de manera más o menos disimulada, pese a las miradas de censura de alguno de los presentes y los infructuosos esfuerzos de nuestros padres por hacernos callar.
El hecho de que ambos nos hubiéramos desligado de lo que ocurría en el mundo de los adultos, sumergiéndonos en nuestra propia realidad infantil, provocó que la violencia, repentina e inesperada, tuviera un impacto aún más brutal en nuestro ánimo.
Absortos como estábamos no nos habíamos fijado en el policía que sigilosamente se había acercado al lugar donde nos encontrábamos, hasta colocarse a espaldas de mi padre y mi tío. Con rostro hierático y la mirada fija en el balcón del Ayuntamiento, se encontraba lo suficientemente cerca como para escuchar el parloteo de mi padre que, en voz baja, explicaba a su hermano algo que, por su gesto de vehemencia, debía resultarle de importancia. ¿Un asunto familiar? ¿Un problema laboral? ¿Algún conflicto hogareño? No sabría precisarlo, ni sé si lo he olvidado o en realidad nunca llegué a saberlo, pero carece de importancia. Lo importante es que, sin previo aviso, el agente lanzó un manotazo contra el rostro de mi padre, alcanzándole con tal fuerza que le hizo caer al suelo. Recuerdo que durante días –quizás semanas- continuaría quejándose del dolor en su oído, hasta verse obligado a acudir al médico. Quedó tumbado, al borde de la inconsciencia, sujetándose el rostro con la mano y mirando alrededor, confuso, sin comprender qué había ocurrido.
Es difícil expresar en palabras lo que aquella imagen supuso para mí. Para un crío su padre lo es todo. Crees que todo lo puede, que todo lo sabe, que todo lo arregla. Y que nada puede dañarle. Luego, cuando crecemos y descubrimos que tienen defectos, que son falibles, nos rebelamos contra el mito caído y rechazamos, despreciamos a quien habíamos admirado, a quien nos negamos a parecernos, buscando otros héroes, otros ídolos, otros modelos más allá de los límites familiares –amigos, artistas, deportistas-, para, al madurar, redescubrir al padre, ya no como un dios ni como un diablo, sino como un hombre. Un hombre en el que nos reconocemos. Pienso en ello ahora, cuando miro a mis hijos. Por todo ello ver con ocho años a tu padre golpeado y humillado es algo inasumible, intolerable. Yo permanecí de pie, junto a mi primo, intentando comprender lo que ocurría delante de mis ojos, temblando de pánico, como si de alguna manera se me hubiera revelado que la realidad que yo creía inmutable, en la que vivía seguro, no era en absoluto tan sólida como aparentaba.
-¡Todo el mundo se calla cuando habla su Excelencia!
El policía sentenció en voz alta y tono amenazante para que el gentío circundante se enterara de lo que había ocurrido, pero sin apasionamiento, como un simple acto burocrático más de su función como agente del orden. Mi tío, lívido, se tensó al recuperarse de la inesperada agresión, y hubo de realizar un esfuerzo titánico por contenerse ante la mirada retadora y despectiva del guardia. Éste permaneció quieto, mirando a su alrededor hasta comprobar que el mensaje había sido comprendido y que no habría reacción indeseada. Después, tranquilamente, continuó su labor de vigilancia perdiéndose entre la gente junto a otros compañeros que a cierta distancia habían fiscalizado la operación. Mi tío ayudó a levantarse a mi padre, aún desorientado y dolorido. Soportamos los cuatro el resto del inacabable discurso de hueca y cursi retórica en incómodo silencio. Para Juan y para mí algo se había roto. Nunca antes habíamos permanecido tanto tiempo juntos sin hablar, sin jugar ni provocar alguna trastada.
El regreso a casa fue un triste contraste con el alegre paseo de ida que habíamos realizado una hora antes. Callados, cabizbajos… Mi tío ensayó con torpeza algunas palabras de ánimo a mi padre, que no apartó la mano de su oído en todo el trayecto. Crucé mi mirada con la suya varias veces, tantas como ambos las rehuimos. Yo porque no acertaba a asimilar el caos de sentimientos que me embargaba, y él… Aún a aquella temprana edad fui capaz de captar la dolorosa punzada de vergüenza y frustración que anidaba en sus ojos. Después de aquel día y durante mucho tiempo evitó referirse al incidente. No es que el suceso se convirtiera en tabú, pero nunca se sintió cómodo recordándolo y en familia evitábamos mencionarlo cuando él se encontraba presente. No por el hecho en sí de haber sido violentado y humillado de aquella manera, sino porque yo, su hijo, hubiera sido testigo de ello.

Peregrino
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:42:32 pm
Dantesco


 
— Es dantesco— ha dicho el tipo gordo. Luego se ha peinado con la mano, instintivamente, aprovechando el sudor de su palma para fijarse el pelo al cráneo.
 Un personaje repugnante, sin duda,  digno de una matanza cuyo protagonista, está claro, sea él. Pero hay que ser paciente. Hay que ser paciente, civilizado y, sobre todo, práctico. Hay que centrarse.
Ha dicho “Es dantesco” y luego ha clavado sus ojos en los míos. Odio a la gente que utiliza el adjetivo “dantesco” cuando salta a la vista que jamás ha leído a Dante. Tampoco me gusta la gente que clava en mis ojos los suyos, salvo que esté plenamente justificado, y no es el caso.
El tipo gordo continúa, ahora mirando a la cámara:
— Sí señores, es dantesco que este hombre se esté jugando 200 mil dólares a una sola pregunta.
Si vuelve a pronunciar la palabra “dantesco”, creo que definitivamente voy a perder los buenos modales. No me gustaría, porque hoy me había despertado muy tranquilo, incluso tierno, y esperaba que el resto del día transcurriera con la misma calma.
Cuando ha dicho “Este hombre” se refería a mí. Me llamo Carlos. Tras doce preguntas acertadas, necesito acertar la decimotercera para llevarme el gran premio de “¿Será usted, por fin, millonario?, el concurso de moda en televisión. Sé que el presentador — ese tipo obeso, húmedo como una culebra— trata de ponerme nervioso, probablemente ya se ha dado cuenta de que utilizar la palabra “dantesco” me saca de quicio. Tiene un minúsculo auricular en la oreja desde el que probablemente le están recordando que no conviene que yo me lleve el premio, que debe hacer todo lo posible para ponerme nervioso e impedir que salga de allí con un sustancioso fajo de billetes.
Ahora ha sacado un sobre del bolsillo de su chaqueta.  La chaqueta tiene dibujos de rombos y las solapas anchas, como de los años 70. Le odio. Enseña el sobre a la cámara, dibuja un arco con su ceja derecha y dice:
— Dentro de este sobre está la pregunta de la que depende el futuro de Carlos, nuestro concursante finalista de hoy ¿Acertará la pregunta? ¿Fallará y echará por tierra todo lo conseguido hasta el momento? Pasamos brevemente a la publicidad y enseguida resolveremos la incógnita. No se muevan de sus asientos ni se les vaya a ocurrir cambiar de canal.
Estoy a punto de asesinar a un presentador de televisión. Lo habría hecho, seguro, si tuviese una pistola a mano. El presentador se llama Chimo, eso no lo había dicho, y  el tiempo que dura la publicidad, lo dedica a escupirse  en las palmas de las manos y aplastarse los cuatro pelos contra su cabeza de pepino. Es lo último que me faltaba por ver. Cuando el regidor del programa nos informa de que quedan 10 segundos para volver a conectar en directo, se ajusta el nudo de la corbata, se seca con un pañuelo el sudor de su fláccida cara de angelote y se acerca a mí, respirando sonoramente,  como un jabalí bufando.
— Tú tranquilo, muchacho—me dice.
Le apesta el aliento. Luego vuelve a arquear la ceja y dibuja frente a la cámara la sonrisa más falsa que he visto en mi vida.
—Estamos en directo— ha dicho una voz en off.
— Bien, pues llegó la hora de la verdad ¿Está preparado, Carlos? — La voz, esta vez, claro, es la de Chimo,  el presentador al que todavía nadie ha asesinado.
Yo digo que sí, que estoy preparado, y saca otro sobre de su chaqueta años 70.
— La respuesta a esta pregunta vale su peso en oro, o lo que es lo mismo, 200 mil dólares. Veamos, Carlos...
En ese momento una rubia platino comienza a gesticular detrás de la cámara. Chimo se pone una mano en la oreja, como tratando de descifrar algo que le están diciendo por el audífono. El público presente en el plató murmura. Por fin, tras unos segundos de desconcierto,  se dirige a la cámara. Juraría que tanto protagonismo le han convertido por unos segundos en el hombre más feliz del mundo.
— Me informan desde Control que el partido entre los Mavericks y los Angeles Lackers está a punto de comenzar, así que no tenemos más remedio que conectar con el baloncesto y posponer el final de nuestro emocionante concurso hasta mañana ¿Conseguirá Carlos responder la pregunta? ¿Fallará y perderá todo lo que ha acumulado hasta el momento? Mañana lo sabremos, ya saben, como cada día, a partir de las cinco de la tarde. Que sean felices. Buenas noches y buena suerte: que Dios bendiga a América.
 
Trato de calmarme. Chimo me dice que así son las cosas del directo, y que nos vemos mañana a la misma hora, que sea puntual,  insiste.
Salgo del plató y me dirijo al aparcamiento donde he dejado el coche. Mientras arranco, veo a Chimo entrando en su Austin negro. Apago el motor y salgo. Me acerco a su automóvil y doy dos golpecitos con los nudillos en la ventanilla. Él la baja. Huelo la saliva mezclada con su pelo. Ya no arquea la ceja, pero mientras me mira, sonríe falsamente, como si aún estuviese mirando a la cámara. Saco la pistola, hundo el cañón en la papada que le cuelga de la barbilla. Ahora sí que suda como un jabalí. Sonrío. Me mira, con un gesto indescifrable. Puedo oler su miedo. Disparo. Un chorro de sangre deja velado el cristal delantero. Introduzco la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y saco el sobre en cuyo interior está la pregunta que iba destinada para mí. En la radio del Austin suena “Blue Velvet”. Abro el sobre. Dentro, otro sobre. Dentro del segundo sobre una cartulina y dentro de la cartulina, escrita en gruesos trazos, la pregunta:
 
"¿Quién escribió "La divina comedia?"
Entre dientes, y sonriendo con cierta maldad, susurro para mí:
—   ¡Dante!
Y me alejo caminando, calmado, despacito.

Chester Truman
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:45:06 pm
A veces es tarde



Hoy cumplo 18 años y al fin comienzo a ver la luz. He dejado los porros, las borracheras sin sentido y la delincuencia. No quiero seguir siendo un despojo humano, necesito aprender a valerme por mí mismo. Estudiaré trabajo social.

Dos años después

Francisco sube al estrado ante la mirada de satisfacción de sus padres. Han pasado muchos años de sufrimiento, pero ahora se sienten orgullosos del fruto sembrado hace dos décadas. Su hijo es trabajador social y en su diploma aparece una mención de excelencia. Trabaja en la ONG “El futuro lo escribes tú” ayudando a jóvenes con problemas de adicción.

Paco, como le conocen en el barrio, se encarga de un grupo de trece jóvenes adictos a las drogas y el alcohol. Él mejor que nadie conoce el inframundo yonki. Sabe lo que se siente cuando vas caminando por la calle del Espíritu Santo y los vecinos te miran de reojo, con asco, hasta que tuercen en la próxima esquina. Son ellos, los mismos vecinos que hace siete años le hacían carantoñas y le decían lo guapo y listo que era.

Sin embargo, a pesar de los reveses que la vida le ha dado y los que se ha buscado, Paco tiene un único propósito: guiar a los adolescentes de su grupo por el camino correcto. Para cumplir con su misión les enseñará la misma ruta que él siguió no hace mucho tiempo.

Tres meses de trabajo han bastado para que Francisco vea recompensado su esfuerzo. El Usereño saca en la portada, del 19 de octubre de 2013, a Paco y titula: “Un ángel ha caído”. La entradilla de la noticia dice así:

“El trabajador social Francisco Fernández Fuentes, de 20 años, fue detenido por la policía la pasada noche como presunto autor de un delito de inducción al suicido. Según el primer informe policial, Francisco incitó a saltar desde el Puente del Romano a un grupo de trece personas. Todos murieron en el acto como consecuencia de la caída de 50 metros. Un portavoz de la ONG “El futuro lo escribes tú” ha confirmado que los trece fallecidos eran jóvenes con problemas de adicción inscritos en los programas de ayuda social de esta organización. Las víctimas participaban en la terapia impartida por el detenido dentro de la campaña para la desintoxicación de drogas y alcohol. Un vecino, testigo del suceso, declaró que el líder del grupo gritó, mientras era esposado y con una sonrisa de oreja a oreja, “al fin verán la luz, ya no son adictos, ya no son muertos vivientes, ya son libres”.

En estos momentos

Son las 4:23 de la madrugada del 19 de julio de 2011. Me despierto excitado, convulsionando, no sé dónde estoy. Entre lágrimas veo borrosa una bata de tela fina, blanca y transpirable. En ella hay un sello del Hospital Universitario del Sur. Ahora me acuerdo, me caí desde un puente.

Una persona abre con brusquedad la puerta e interrumpe mis recuerdos. No le conozco, no le he visto en mi vida. Entra con seguridad acompañado de un médico. Me enseña una placa de la policía nacional y me dice: “Francisco Fernández Fuentes queda usted detenido por tráfico de drogas, robo con fuerza y tenencia ilícita de armas. Tiene derecho a guardar silencio, a tener un abogado privado o de oficio; tiene derecho a comunicarle su detención a una persona y a ser visitado por un médico, aunque esto último ya lo ha hecho”. Cierro los ojos, la luz se apaga. ¡Joder! Sigo siendo el mismo yonki y delincuente de siempre.

 — ¿Por qué no llegué al final del camino? —pensé a gritos. 
— Porque a veces es tarde —sentenció el inspector de policía.

Dídac Tubert
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:52:29 pm
ALGÚN LUGAR INVISIBLE



Me acerqué al cuarto donde se hacía la dormida con la cautela torpe de quien pretende ser descubierto. Apenas unos pasos nos separaban mientras dormíamos en aquel piso que llevábamos tantos meses compartiendo. No suelo ser muy atrevido y ella está siempre tan ausente. No fue el deseo lo que me llevó a entrar en su dormitorio, esa podría haber sido la intención hace ya un par de meses, pero no, hoy era algo que estaba por encima de aquello lo que me infligió la valentía que mi frágil espíritu necesitaba. Si acaso ella penaba por lo mismo que yo, algo que no se conoce pero se intuye, como se intuye la lágrima del que simula para no ser descubierto en toda su vulnerabilidad.
Debo decir que ni yo mismo sabía qué quería que pasara, ni podía sospechar su reacción. Pero no podía estar más sólo, solo sin ella quiero decir, podría haber permanecido feliz en soledad durante el resto de mis días de no haberla conocido. Pero existía y estaba allí, tan cerca que dolía aún más fuerte. Al entrar su mirada se acompasó al dilatar fugaz de mi pupila.
Como dos animales que se han estado observando y conocen los movimientos de su atacante. Me tumbe junto a ella sin mediar una palabra. Ella se limitó a hacerme un hueco que parecía llevar esperándome tanto tiempo como yo llevaba necesitándola.
Dos animales lamiéndose las heridas, sin más gozo que el de la presencia mutua, sin necesidades que trascendiesen los barrotes de aquella celda que era el resto de nuestra vida, de todo lo que había fuera de aquel pequeño espacio infinito. Su cuerpo lánguido me tranquilizada con el efecto sedante de las tardes de verano. Me miraba como protegiéndome de algo que nunca me contaría y era mejor así.
Creo que eso fue lo último justo antes de despertarme. De nuevo un sueño, de nuevo ella en mis noches solas. Marta había muerto hacía casi un año y aún era difícil convivir con su ausencia.
Había estado hablando con Fernando, el párroco de la iglesia de la Calle Ancha, esa a la que nunca había ido antes de la muerte de Marta. Le conté que seguía soñando con ella y me refirió con la rapidez de lo ensayado que era algo normal, que a muchos les pasaba.
Yo quería saber si él creía que quizás sueños como los de hoy no eran sueños como tales, sino visitas que ella me hacía para que me supiera seguro, para hacerme saber que desde algún lugar invisible ella me cuidaba. Fernando sonrió entonces con la ternura de un niño, recuerdo que me dijo que era posible y que estaba seguro de que ella, mi mujer, mi compañera, me veía y velaba por mí de algún modo.
Ahora vivo entre el aturdimiento buscado del día a día, ese que me salva de la locura en la que creí caer tras su desaparición y el cerrar de ojos lleno de esperanza, la misma con la que la recogía de casa de sus padres para salir, la misma con la que fuimos a las puertas de aquel ayuntamiento.
De pronto cayó un libro de la estantería del cuarto, abierto boca abajo un pequeño poemario por la página que reza unos versos de Luis García Montero:
“Como la luz de un sueño,
  que no raya en el mundo pero existe,
  así he vivido yo
  iluminando
  esa parte de ti que no conoces,
  la vida que has llevado junto a mis pensamientos..

Pirracas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:54:02 pm
No le pido más



Que cuando el amor no es locura,
no es amor
(P. Calderón de la Barca)

 
Amiga mía:

Sí. Esta carta es para usted. Me  gustaría  poderle seguir a usted ese ritmo de pasos alegres que lleva cuando la veo caminar solita siempre por “la ruta del colesterol” , ¡qué guasa tiene la gente de aquí!. También lo llaman “la senda de los elefantes” porque en una película de Tarzán – de las de nuestro tiempo – llamaban así a un sendero que recorrían fúnebres los paquidermos viejos para ir hasta un paraje lejano a dejarse  morir. Eso ya no es guasa, es mala leche, ¿no?  porque ni yo ni usted –calculo- pensamos morirnos en los próximos años.  Usted me saluda con un gracioso giro de cabeza y un cuarto de una  sonrisa tan  tierna que a mí me da alas y yo le digo “¡ Buenos días!” y me toco la visera de la gorra a modo de saludo. Pero cuando le voy a decir alguna gracieta que la frene,  ya está usted a cien metros por lo menos y sólo la detendría con un megáfono y un grito de “¡Alto a la Guardia civil!” Pues ese trocito de sonrisa de usted,  ya me tiene cavilando toda la mañana y a la vez que me anima, me inquieta y me sacude las pelusillas del alma.

La llaman “enfermedad de los escaparates”, sabe usted,  pero en realidad no tiene nada que ver con los cristales ni con el comercio ni con la decoración ni nada de nada. Parece ser que es por culpa de la falta de  riego de la sangre en los remos -  en las piernas, perdone usted -   y lo cierto es que apenas doy unos centenares de pasos me entra un dolor de los de verdad sobre todo en la pierna derecha, de la rodilla para arriba, que me obliga como mínimo a detenerme con cualquier excusa para que fluya el riego y se me calme el apuro. Y me voy parando en cada esquina, en cada semáforo y sobre todo en los escaparates para disimular. Una vez llegué con apuros a una cristalera de la avenida y me deje caer  “ de manos” sobre el poyetillo con la cara cerca del cristal   fingiendo que miraba,  sin atención, con el resuello perdido. ¡ Que apuro! Las mujeres que pasaban me miraban raro, por el reflejo de la luna del escaparate las veía yo observarme un poco revueltas hasta que una comentó al pasar como si yo no la oyera “¡Mira ese menda,  la atención que le pone al género!” y  caí en que me había parado ante la vitrina de una corsetería. Di un respingo que hasta se me notó y arrastrando la pata me perdí por la primera bocacalle hasta que pude sentarme ya bien lejos de bragas y sostenes. Porque yo estaré bien jodido de las piernas, de la vista y la circulación pero “viejo verde” si que no soy.

Mi Loli de mi alma – ¡ en gloria esté! –,  que es la única compañía y conversación que soporto en estos paseos matutinos, me anima, empuja y me susurra consejos para que las ingenie para abordarla a usted porque a ella no le gusta que yo siga tan solo casi treinta años después de ...  O eso parece porque me extraña que con lo celosa que fue en vida se haya vuelto ahora tan desprendida como me dice. Quizás se siente un poco culpable por haberme dejado sólo tan joven y con una niña de trece añitos, mi Carmela. Los primeros años yo sólo tenía vida, brazos y ojos para mi hija pero luego, cuando se casó y se fue de casa, la soledad empezó a agobiarme.  Ella quería que yo me fuera a vivir con ellos  pero andaban siempre como caracoles con la casa a cuestas – Zaragoza, Mérida, Medina del Campo.. – y a mi me cuesta una barbaridad vivir lejos de esta  bahía que me dio de comer y de esta playa donde la sigo a usted cada día con los ojos sin atreverme, sin poder  darle alcance.
Usted no debe de ser de aquí. Ese acento con el que  usted  exclama “¡¡Buenos días!!” pegando un petardazo sonoro con la be y arrastrando las dos eses por  lo menos media hora cada una,  no me es común ni cercano;   además no me suena su cara y yo las tengo muy vistas a todas. No he sido mujeriego pero me gustan las hembras y las encuentro bonitas a  todas. Cuando no me llaman la atención el pelo o los ojos, aprecio una expresión,  un mohín apenas  o una manera de andar o la curva de unas caderas pero lo cierto es que siempre encuentro algo bonito en las mujeres que observo  con disimulo,  o eso creo, porque yo no soy de piropos ni de acosar.
A usted la vi por primera vez hace tres años, no se me olvida, allí junto al eucalipto grande del Castillito. Eran las ocho y trece minutos. Ese día era – hubiera sido, perdón - el cumpleaños de  mi Loli, en Abril,  y andaba yo en no sé que peleillas imaginarias con ella cuando apareció usted por detrás del chiringuito con ese chándal verde que tanto le va y su eterno libro bajo el brazo. Hasta mi mujer se dio cuenta de que se me iban detrás los ojos – “¿Te gusta, verdad, satirón?”, me dijo susurró en broma -  y yo ni le contesté porque me puse en pie sin perderla de vista, me atusé nervioso el pelo y hasta creo que hice el gesto de meterme la  camisa por dentro del pantalón.  Usted no perdía detalle y cuando pasó por mi lado, sin detener la velocidad de la marcha me miró a los ojos y me lanzó un “¡¡Buenos días!!” al que apenas  pude pergeñar respuesta. Cuando pude articular un saludo claro ya estaba usted bastante lejos de mi pero creo que me oyó porque me pareció adivinar un asentimiento de cabeza. ¡Malditos nervios y maldita pierna! Mi Lola me decía  divertida“¡Síguela, hombre!” pero yo ya  la veía perderse por la parte del paseo marítimo que hace cuestecillas y sabía con seguridad que para alcanzarla antes de que se hubiera olvidado de mi saludo yo tendría que coger al menos dos taxis: uno para ir y otro para volver. Me volví a sentar aturrullado en el banco de madera con el corazón botándome un poquillo en el pecho y mi mujer, en un oído,  muerta de risa “Míralo él que parece un colegial de doce años” y me recordaba la angustia y  los nervios que pasé en el baile del Parque Calderón  para sacarla  a bailar por primera vez hacia casi medio siglo. ¡ Qué tiempos!
Desde aquel día  acudo cada mañana con la precisión de un dibujante de meridianos a verla pasar y saludarla no sea que se olvide de mí. Aunque truene o sople el Levante molestoso ahí estoy, junto al eucalipto gigante,  diez minutos antes de “nuestra cita” porque sé que a usted no hay agua ni viento que la hagan cambiar de planes. Sólo en Diciembre fallo como unas dos semanas – de Nochebuena a Reyes – porque mi hija se empeña que me vaya con ella y mis nietos a pasar las fiestas y no encuentro forma de negarme aunque de buena gana no iría.  Usted también falta  una temporada allá por mediados de septiembre pero yo sigo viniendo durante esos días por si acaso. Cuando nos reencontramos en el paseo a mi me parece que su sonrisa es  ese día un poquito más abierta y sus eses  al saludar se alargan mas de lo normal. Yo he intentado “pegar la hebra” alguna vez en esos primeros días con la excusa de la bienvenida pero  me aturrullo  y cuando me sale la primera palabra después del saludo rutinario ya se me pierde usted más allá de la segunda escalera. Este año, tras las fiestas,  probé a situarme más adelante  para ver si encontraba una ubicación más propicia y llegaba una hora antes  para que me diera tiempo a llegar al siguiente banco, a la siguiente curva o hasta el templete donde finaliza el paseo marítimo. El problema siguió igual pero pude comprobar que usted interrumpe su ruta  si el tiempo lo permite con media hora de lectura – si no fuera así, a cuento de qué iba a cargar cada día con el tocho -  justo en el último banco del paseo: se orilla usted a la derecha, junto a la retama de los gatos, y allí con el sol en la cara se sumerge en la lectura. Lo sé porque la he vigilado desde abajo, desde la playa sin atreverme a subir. Luego continúa su paseo y vuelve  a su casa por una ruta distinta y por eso no volvemos a tropezarnos. Yo, al principio,  la esperaba horas y horas hasta que me desengañé. Pero sigo sin saber dónde vive usted. Ni con quién. Pero como la veo siempre sola me la imagino viuda, lo siento.
Yo no soy de palabras de boca. Decía en vida mi Lola que la enamoraron mis cartas, que debía ser el único marinero  - después fui contramaestre y patrón de altura – que en su tiempo libre escribía a su mujer. Desde el barco, desde Cabo Blanco, desde Canarias, desde “el moro”. También escribía al dictado a la familia de los demás y eso y la lectura, que también he leído lo mío,  me ha dado cierta soltura epistolar.
Ya que no puedo darle alcance caminando – esto de las piernas, me dijeron,  sólo puede ir a  igual o a peor –  y que mi lengua no es tan atrevida como mi letra, sólo me queda la posibilidad de intentar que usted lea esta carta y se decida a regresar por una vez por el mismo camino que vino y, tal vez, si usted no tiene compromiso u otra cosa que hacer,  acceda a sentarse un rato junto al hombre que lleva saludándola con la gorra y  el corazón desde hace más de tres años. No le pido más que eso, unos minutos de conversación bajo la sombra de un eucalipto. Le propongo compartir nuestras soledades y dejar que el tiempo diga si puede haber algo más. Para ello me he  levantado temprano y  he dejado esta carta entre las maderas del banco verde en el que usted se sienta hoy. Seguro que la verá y que sabrá quién soy. Si no la encuentra y no la lee hoy, fíjese que día más señalado, será que no está de Dios  que lo haga., pero mañana por la mañana iré a mirar si la carta sigue allí y si se ha estropeado o me la han robado, pondré otra. Soy tímido pero cabezota. Además, la Loli no me dejará en paz mientras no lo consiga. 
Con el mayor respeto y la más grande esperanza- no locura -  reciba un cordial saludo de

Chano.( El hombre de la gorra)
14 de Febrero de 2012.

PD: Si lo de usted es sólo cortesía, si a usted no le apetece hablar conmigo ni mañana ni ningún otro día – que Dios no lo quiera – bastará con que me retire el saludo uno o dos días. Mi gorra, mi corazón y yo entenderemos y nos buscaremos otro eucalipto fuera de su ruta para descansar.
 
Tazacorte
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:55:12 pm
¿Qué hemos vivido por encima de qué?



   La perversidad viste de traje y corbata. Yo llevo una toalla anudada a la cintura. Tú luces un albornoz descuidado. Una asimetría inversa sucede con los sueños. ¿Fuimos jóvenes? Perseguíamos una vida apacible, unos empleos estables y un hogar colmado de travesuras.
   Hubo otro tiempo en que nuestras aspiraciones eran otras. Los bailes, la arena en los tobillos, nuestras carcajadas. ¿Te acuerdas? ¡Qué preguntas hago! Claro que te acuerdas. Te hablo de nuestra juventud. Aunque resulta que fueron nuestros mejores años, a veces pienso que nunca fuimos realmente jóvenes. Nos obsesionamos con que nadie nos hiriese jamás. Tardamos en desenterrar la raíz de aquella filosofía. Sólo podíamos evitar el daño que nos hacíamos el uno al otro y cada uno a sí mismo. No te sientas responsable. Nos dejaron concebir ilusiones que no podíamos asumir. ¿Somos copartícipes de nuestros anhelos rotos?
   No somos culpables. Es la malicia trajeada y sus privilegios indebidos. ¿Trajeada? Yo también llevaba traje. ¿Lo recuerdas? Mi uniforme era el de ellos, pero nunca pertenecí a su grupo. El estilo de mi corbata siempre desentonó. Era nuestro pequeño acto de rebeldía. Tú elegías los colores.
   Escúchame, por favor. No saltes. Tienen su legalidad cruel. Se apropiarán de nuestras últimas miserias. Debe, sin embargo, haber algo y lo quiero descubrir contigo. Sé que hay algo. ¡No saltes!
   De repente, con todo patas arriba, abandonas tu arrebato suicida. Nos abrazamos. Respiramos un mismo alivio. No lo vuelvas a hacer, te reprochan con tono paternalista. Son los mismos que nos inculpan. ¡Qué cinismo! ¿Qué hemos vivido por encima de qué? Son los que nos han asaltado mientras nos duchábamos en nuestra propia casa. ¿Quién se creerán para recriminarte nada? ¡Malditos cretinos! No lo vuelvas a hacer, te susurro al oído.
   Seguimos juntos, pero nada de esto impide que nos desahucien. Su burbuja. Sus reglas.

Juanito Achak
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:57:00 pm
¿GALLEGUITA, HAS PODIDO OLVIDARME?



Estaba rodeado de soledad en mi departamento de Buenos Aires con vista al parque, cuando repentinamente pensé en volver a ver a la galleguita, al leer en Internet las bases de un concurso de relatos de amor. Era promocionado por una Agencia de Turismo cuyo premio para los extranjeros, consistía en un pasaje de ida y vuelta a España, para los tres cuentos seleccionados como ganadores.
La galleguita era el apodo que le habíamos puesto los muchachos que vivíamos cerca de ese parque, a una simpática chica con la cual yo había tenido un corto, pero fogoso romance de adolescente. Sin embargo, su recuerdo, a pesar de haber pasado tantos años, era parte de una melodía que todavía fluía en torno de mí.
En realidad, había sido una relación fugaz, porque en cuestión de días había partido para radicarse con su familia a España. En la despedida me prometió llorando que me escribiría cuando llegara allá, pero nunca más supe de ella. Había sido un amigo de aquella época de mi juventud, que se había dedicado con bastante éxito a la escritura, el que me había revelado hacía sólo unos días que la galleguita era nada menos que una muy popular y renombrada escritora española.
Yo sin saberlo, había leído algunos de sus libros e inmediatamente ese mismo día, ingresé en Internet para conocer algunos datos de ella. Allí vi varias de sus fotos actuales, donde si bien los años habían pasado dejando algunas huellas, seguía teniendo todavía aquellos rasgos atractivos de su juventud, que tanto me apasionaban. No encontré indicios de alguna relación con nadie, más allá de las fotos con sus colegas y premios recibidos por su exitosa obra literaria. Fue allí cuando me enteré de ese concurso de cuentos de amor, donde formaba parte de los miembros del Jurado y ello me alegró muchísimo, incentivándome a participar en ese concurso literario.
Como sólo soy un escritor aficionado, al principio se me ocurrió recurrir a mi amigo para que me ayudara a redactar el cuento. Pero esa idea la deseché inmediatamente, porque comprendí que eso sería una falta total de ética.
Por lo tanto, me dediqué con mis limitaciones, pero con mucho fervor, a escribir un relato de amor para ese evento, con el objetivo de lograr llamarle la atención a la galleguita.
Pensaba que si lograra que me recordara, seguramente lo seleccionaría para que yo pueda viajar y de esa manera, nuevamente nos volveríamos a ver. Ello me daría la loca posibilidad de reanudar aquel romance trunco que tanto ansiaba en mi vida solitaria.   
Se me había ocurrido una idea genial para llamar su atención. Mi relato rememoraría el anochecer de aquel cálido domingo de primavera, cuando fuimos a pasear por el parque, bajo un decorado de árboles con aroma a eucaliptos. En esa tenue oscuridad, nos sentíamos como flotando en el deseo, mientras nos inspiraban las mudas representaciones de erotismo de las parejas que surgían solitarias ante nuestros ojos, bastante alejadas de los focos de alumbrado.
Esa noche en un banco olvidado entre las penumbras y bajo la luz de la luna, habíamos tenido una relación pasional que yo jamás en mi vida la podría olvidar y pensaba que ella tampoco, porque para ambos, había sido la primera vez.
Después de redactarlo, estuve estudiando detenidamente como podría hacer para que entre tantos cuentos presentados, ella me recordara inmediatamente  y fijara su mirada en él.  Entonces, después de pensarlo muy bien le puse de título: ¿Galleguita, has podido olvidarme? y para rematarlo, de seudónimo utilicé directamente mi nombre de pila.
Luego de terminarlo, con mucha satisfacción remití el cuento por mail de acuerdo a las bases del concurso. Estaba confiado que cuando ella leyera ese relato de amor, recordaría todo aquello y la impactaría. Por otra parte, estaba plenamente convencido que el cuento no era del todo malo, porque con las palabras había resucitado al redactarlo, todo mi corazón ardiente de aquella época.
La incertidumbre de la espera del fallo me carcomía el alma y la duda me hacía preguntar que pensaría ella. Me desvelaba el pensar que significado tendría aquel recuerdo de nuestra juventud y que emociones pasarían por su espíritu cuando transitara silenciosamente la lectura de aquel cuento. ¿Me vería a mí, como yo la veía a ella en el recuerdo después de tantos años?
Cuando observaba el parque desde mi departamento, tenía la impresión de ser perseguido por una infinidad de sensaciones invisibles que incansablemente me rondaban, acechaban y perturbaban. ¿Querría ella seleccionar mi cuento para que yo viaje a España a reencontrarme con ella?
Para agravar mi angustia me enteré por Internet que los organizadores del certamen, habían informado que el fallo se postergaba treinta días, debido a la enorme cantidad de cuentos recibidos.
Al mes siguiente tenía más ansiedad que nunca de enterarme del resultado y por fin, en el portal de las noticias literarias logré conocer el acta del concurso. Fue allí que estupefacto, pude verificar fehacientemente que mi cuento no figuraba ni entre los tres premiados, ni mencionado tampoco en la lista de los veinte preseleccionados.
En ese estado de abatimiento y depresión fui a ver mi amigo escritor, con la esperanza que él con su experiencia, encontrara una respuesta. Le mostré el cuento explicándole en detalle toda la historia de lo ocurrido.
Mi amigo lo leyó con mucho detenimiento y me ratificó que realmente el cuento era muy bueno, pero luego de leer las bases del certamen, sonriendo me señaló un pequeño detalle que yo no había tenido en cuenta. Evidentemente yo no estaba al tanto de los chimentos sobre los escritores famosos y seguramente esa habría sido la causa de aquella indiferencia.
Entre los miembros del Jurado estaba también designada la pareja de la galleguita, que era una joven y bella escritora española, muy conocida en el ambiente literario, de la que ella estaba completamente enamorada.

Aliver
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 15:58:02 pm
La nueva pira



Se ha regado por todo el mundo a través de voces la situación en la que hemos caído, es una vergüenza que un país europeo como el mío vea tanta desgracias. Es un rasgar de túnicas antiguas cuya belleza alguna vez sus dueños creyeron eterna. Duele más por la falta de costumbre, en los países tercermundistas al menos viven ya casi como tradición en la inmundicia sobre la que se revuelcan. Yo por mi parte estoy bien. No me quejo. Tengo trabajo y mi nivel de vida es prácticamente el mismo de siempre, por mala fortuna no para todos es así. Con esta crisis he visto a muchos de mis conocidos tocar fondo, pierden sus casas y pelean por conseguir lo más básico, en especial, comida. No sé que hacer frente a esto, nadie puede hacer nada. ¿Cierto?
¡Maldito día de perros! En la planta nos despidieron a casi todos, antes del recorte se sumaban casi cuarenta empleados en la compañía, ahora solo quedan cinco, cinco personas realizarán el trabajo que hasta ayer hacíamos treinta y ocho personas. Sé que la situación anda mal. Confió sin embargo en encontrar trabajo pronto, no soy selectivo en exceso, me acomodo en cualquier lugar, eso me facilita mucho las cosas. Me dan risa los ilusos que salen a cazar el puesto de presidente, deberían darse cuenta que hay ciertas cosas imposibles en la realidad. No tardaré más de uno o dos meses en encontrar algo estoy seguro, ya he visto los clasificados y trabajo si hay, no sé porque tantos se quejan por el desempleo.
Casi seis meses sin trabajar, al principio mis conocidos, amigos y familia me apoyaban mucho, traían comida a mi despensa, palabras de consuelo a mis oídos incluso algo de dinero a mis bolsillos. Ya no más. Se alejaron en pasos pequeños, sin darme la espalda, empezaron a caminar hacia atrás hasta alejarse de mí por completo, así las visitas se hicieron cada vez más esporádicas, las ayudas más y más minúsculas, hasta que cesaron de manera definitiva, se cansaron de ayudarme o quizá no pudieron seguirlo haciendo. Tampoco son ricos, pero creo que están bien y eso es ya tranquilizador. Sirve un poco, sirve de algo, aunque no a mí. No me queda remedio, hoy voy a entregar la casa al dueño, sino me desalojaría. Prefiero salirme por mi propio pie. No puedo pagar la renta, me es imposible. Me da tanto miedo y sobre todo vergüenza.
Han pasado apenas tres meses, tres meses de hacer de la calle mi hogar. Vendí mis muebles y el dinero me sirvió para sobrevivir por un tiempo pero muy poco. Fui encontrando a otros como yo. Vamos en aumento. Pululamos en las avenidas y callejones, arrastrando mugre y recuerdos, nos vemos y reconocemos, nos reunimos y casi no hablamos pero sufrimos, en ello estamos todos de acuerdo. Hemos formado una especie de asociación. No, no es asociación, nosotros no somos como ellos, somos una hermandad. Y ahora hemos de demostrar de lo que estamos hechos. Nada hay que perder, excepto la desesperación. Ya no me duele el orgullo porque en el proceso de mi aniquilamiento dentro de la sociedad lo perdí. Nada me ata. Ni nadie. Si los demás me han olvidado no he de ser yo quien habrá de recordarlos. Perdido. En medio de los míos me voy, sin pena ni dolor. Ya no siento nada. Si el infierno existe, en él he vivido yo.
En la plaza principal de la capital del país, se vio llegar por cada calle de acceso a  pequeños grupos de hombres, parecían sucias hormigas, era domingo por la tarde y se congregaron tres mil ciento cuarenta y nueve vagabundos, a la salida de misa de las siete cada uno de ellos se apretó más al lado de su vecino, formaron un solo cuerpo, el cuerpo se mojo entero con gasolina y se prendió fuego. Las llamas amarillas subían con lentitud al cielo, aquellos pobres se retorcían perdidos en muecas de dolor, se transformaron en un enjambre de gusanos inseparable, los observadores eran incapaces de desviar la mirada llena de terror y asco hacia otro lado. El humo se levanto al vuelo llevando consigo el olor a carne chamuscada. Tal vez en lo alto de las montañas lejanas un ama de casa supusiera que alguien cocinaba un puerco o lo medio cocinaba. No tardo en reunirse a los espectadores un batallón enorme de la policía, sus órdenes eran muy claras, levantar los cuerpos, lavar los pisos y aquí no ha pasado nada. La aclaración que hicieron a los transeúntes y pocos medios que presenciaron el acto sobraba, de todas maneras la hicieron, gritaron muy claro a todos, su fría seguridad en mano: Señores, nadie sabe nada. Y nadie lo supo, en efecto.   

Llanto
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:01:20 pm
El encargo


                                                                                                     
Despiertas sobresaltado,  lleno de dolor, con las sábanas mojadas, erecto como el obelisco de Marianao. Entonces recuerdas que es el sueño de siempre, donde sales corriendo de un callejón y sangras de una herida en el hombro. Sin armas para defenderte. Cruzas la calle sin mirar los autos y te lanzas por la entrada de un restaurante momentos antes de que tres disparos mellen la puerta principal, la misma por la que acabas de salir volando hacia el otro lado. Caes delante de la rubia del traje rojo, imponente con su cuerpo, su pelo, sus ojos. Te quedas babeado, sin quitarle la vista a sus piernas difíciles. Te levantas atropellándole los zapatos. Hechas una ojeada a la calle y la encuentras vacía, demasiado sospechosa.
La rubia extiende su mano y la tomas, comienzas a sentir una pequeña erección que los pantalones no van a resistir. La acompañas desconfiado, hay tres tipos cayéndote atrás por un motivo que no conoces. Te arrastra hacia lo que parece ser la bodega del restaurante, no logras entender, ni siquiera cuando te besa mientras se acomoda en un barril con las piernas abiertas que tus manos sudadas, temblorosas, tratan de tocar. Disparos y gritos estallan en el salón cuando ya los dedos se inundan de humedad. La miras con ojos de bestia asustada, aguantando las ganas de morderla y vuelves a correr.
Entras por una puerta que nunca has visto y de nuevo en la calle. Subes las escaleras de un edificio donde en las noches de domingo hay un departamento que siempre tiene la luz encendida. Llegas hasta el y no te da tiempo a abrir la puerta, los extraños ya estaban esperándote. Disparan desesperados por el odio y caes con el cuerpo adolorido, baleado. Sientes que una mano cercana palpa la frialdad de tus huesos, pero…
Despiertas sobresaltado, lleno de dolor, con las sábanas mojadas, erecto como el obelisco de Marianao. Dejas caer los pies en la frialdad del suelo, te levantas, caminas descalzo por la habitación y prendes la radio por esa obscena manía de esperar alguna noticia. Vas hasta la cocina a preparar café, y mientras se esfuma de la cabeza esa pesadilla de la que eres victima hace algún tiempo, recuerdas que hoy llega el encargo que pediste en aquella tienda de juguetes. Esa tienda que desde entonces todos los días te ha hecho saber que estas lejos de tu tierra.
La señora que atendía aquella mañana preguntó si te sucedía algo, y le dijiste que no, sin mirarla, sin percibir el perfume que llevaba puesto. Escribiste los datos de tu encargo en un papel que revisaste mil veces para no perder ningún detalle. Te aseguraste de que podían cumplir con lo que pedías y esperaste con mucha paciencia.
Hoy en la cancha va a rodar el balón, las gradas repletas, los cánticos, y tú aquí de suplente. No podías cambiar el turno de trabajo sin antes tener que aguantar la rabieta de tu jefe. El encargo debe llegar antes de irte a trabajar, así que estiras las piernas y sacudes los huesos. Escuchas en la radio que en el norte de Japón hubo un terremoto, pero no percibes los detalles, al fin de cuentas no estás allá, debajo de las piedras con el cuerpo destrozado, esa no fue la realidad que te tocó vivir. Terminas el café tratando de imaginar la emoción que sentirás cuando abras el paquete. Reunirte con tus amigos es la única ilusión que has tenido desde que llegaste a este país, eso y el fútbol. Una pasión que no viste llegar. De buenas a primeras te encontraste en el bar de la esquina viendo los partidos junto a los demás y llorando y sufriendo las derrotas, también junto a los demás. Y justo ahora que el equipo te necesita, que tiene posibilidades de ganar la liga, tienes que irte a trabajar.
Tu situación ya no tiene arreglo, así que te vas al baño a cepillarte los dientes. Examinas tu vieja sonrisa y notas que la has perdido un poco, pero estas seguro que cuando aparezcan tus amigos por esa puerta, las cosas van a cambiar. En realidad los extrañas mucho. Hace más de un año que saliste de Cuba para llegar acá, y no te ha ido mal, pero eres un hombre acostumbrado a irte de parranda la noche entera y beber cerveza hasta el cansancio, y sobre todo ligado a la compañía de esos amigos que ya están por llegar. Por eso te apuras. Te queda muy poco tiempo antes de irte a trabajar. Así  que vas al armario y encuentras una camada de trajes, todos oscuros. Los observas con seriedad y al final coges cualquiera. Te cambias despacio, sin notar la gran diferencia que existe entre un traje Armani y tú uniforme de guardia de seguridad.
En la cacha el juego ya debe haber comenzado. Tienes ganas de encender la radio  pero hace tiempo juraste que cada vez que no pudieras ir a la Bombonera, bajo ninguna circunstancia, ibas a conocer el resultado hasta que repitieran el partido en la televisión. Para vivirlo como si fuera en vivo, para llorar cuando las cámaras enfocaran a la hinchada desbordada en el graderío, y gritarle culero al árbitro.
Te pones la camisa. La abrochas hasta el final. Lo piensas varios segundos y la desabotonas lo suficiente para que se vea la camiseta azul y amarilla. La del club que aprendiste a amar desde que llegaste.   
Miras el reloj de la pared, sabes que estas atrasado y el encargo que pediste aun no llega. No puedes seguir esperando por más tiempo. Quieres aguantar unos minutos por si puedes ver a tus amigos antes de irte a trabajar, pero no das más con la desesperación, ni con ese reloj que está a punto de convertirse en una mina antipersonal a medida que avanzan las manecillas. Te cagas en la madre de la encargada de la tienda, ella te había asegurado que el encargo iba a llegar temprano, que tus amigos estarían plásticos y sonrientes en la puerta de tu casa para recordarte desde ese momento, aquellos tiempos cuando estabas en Cuba y todo era difícil.
No vas a esperar más. A menos que quieras quedarte en el paro, tienes que salir corriendo para el trabajo. Ya se te hizo tarde y no podrás ver a tus amigos, ese encargo que tuviste que pagar a plazos, con negocios inventados y personas peligrosas. Lo único que sabes es que va a valer la pena. Por eso cierras la puerta y sales de la casa.

La calle está completamente vacía. Las tiendas tienen colgados en sus vidrieras los carteles: Estamos para la cancha. Hoy ruge la  12… Caminas apurado. De vez en cuando te llega el sonido lejano de la transmisión del partido pero no logras a escuchar bien. Te quedan pocos minutos. Tu jefe no va a perdonar esta tardanza. Echas a correr a la misma velocidad con que lo hacía el Tigre de la Malasia. Hasta que llegas a una calle que solo existe en ese sueño que te ha estado estremeciendo todos los días, y sientes un escalofrío que te recorre el cuerpo, como si fuera un camión despachurrándote las piernas.
Aprietas el paso y no quieres mirar atrás, sabes por culpa de ese sueño de *****, que hay tres tipos vestidos de negro persiguiéndote. Quieren acabar con esa pequeña llama que a veces no cabe en tu pecho. Entras al restaurante apurado por los disparos. Pasas de largo a la rubia del traje rojo que siempre te espera con las piernas abiertas. Tu solo quieres correr, abrazar a esos amigos que extrañas hasta para ir a mear. Llegar al trabajo. Y las circunstancias no lo permiten, porque llegas a la entrada de ese maldito edificio. La única salida posible. Y vuelve a suceder. Los tres tipos disparan antes de que abras la puerta. Caes. Entonces  vuelves a sentir una  mano fría que entra en tu carne…
Despiertas sobresaltado, lleno de dolor, con las sábanas mojadas, erecto como el obelisco de Marianao. Solo que ahora, mientras aguantas la esquizofrenia con que suena el despertador, entre las lágrimas, el sudor y el semen derramado, recuerdas que es el sueño de siempre, y después de que este se disipa, también recuerdas que hoy llegan tus amigos en el encargo que pediste unas semanas atrás en aquella tienda de juguetes.

TITAN
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:03:07 pm
A pesar de todo, amor



- ... y además, mamá, el señor Jaime me ha puesto un notable en el dibujo que nos mandó ayer, ¿te acuerdas?, y María, ya sabes quien es, me pidió que se lo prestara para hacer otro igual. Me quedó muy bonito, ¿no crees, mamá?.

- Sí, hijo. Te quedó precioso.

- Pedro no ha ido hoy a la escuela. Pasé por su casa como cada día pero su madre me dijo que estaba enfermo y que pasó toda la noche con fiebre... Tengo que ir a visitarle después de comer. ¿Me dejarás, verdad mamá?.

- Hijo, todavía no es conveniente que vayas a visitarle. Pedro podría contagiarte y caer tú también enfermo... Acuérdate de la última vez que enfermaste lo malito que estuviste. Espera a que se recupere y entonces podrás visitarle.

- Pero Pedro es mi mejor amigo y yo quiero ir a verlo y llevarle los deberes y jugar con él... ¡Te prometo que no me pondré malo!.

- Es mejor que esperes a que Pedro mejore, además, así podrás comprarle un regalo y llevárselo. ¡Verás que contento se pone cuando te vea!

- No mamá, tengo que ir hoy a verlo, ¡le he prometido al señor Jaime que le llevaría los deberes a Pedro y...!

- ¡No se hable más!. ¡Te he dicho que no y es que no!. Ahora ve a lavarte las manos y prepara la mesa. ¡Venga date prisa!.

- Sí, mamá... Mamá, ¿ya te he dicho que dentro de dos semanas empiezan las vacaciones de verano?.

- No, me parece que aún no me lo habías dicho.

- ¿Iremos a algún sitio este año?. Me prometiste que iríamos a alguna parte. Me lo prometiste, mamá. ¿Dónde iremos?. A mí me gustaría que fuésemos a la playa a tomar el sol y a jugar en la arena, y bañarnos y... Porque, ¿este año saldremos, verdad, mamá?. Dime que sí, mamá, por favor, dímelo...

- No lo sé, hijo. Tenemos que hacer muchas cosas y yo ahora mismo tengo demasiado trabajo. Ya hablaremos más adelante, cuando tú acabes las clases.

- Eso mismo me dijiste el año pasado y al final nos quedamos aquí encerrados, en casa, como todos los veranos ¡cómo siempre!.

- Hijo, tienes que comprender que yo tengo muchas cosas que hacer y que quizá tampoco podamos salir este año.

- Pero no es justo mamá. Todo el mundo se va de vacaciones menos nosotros, tú siempre estás trabajando.

- ¡Hijo...!

- Es que mamá... mira Quique. Él se irá con sus padres a Disneylandia... Juntos. Incluso Sofía, que ya sabes cómo es su familia, dice que cuando su padre acabe de trabajar en la oficina irán a la playa durante un mes, y podrán comer cada día en el restaurante y salir...

- Te repito que no será posible. No podremos salir. Este año no.

- Jo, mamá, me lo habías prometido... ¿Te avergüenzas de mí, mamá?. Es que, no sé, nunca sales a la calle conmigo. ¿Por qué, mamá?.

- No digas tonterías, hijo mío. Eres el mejor hijo que cualquier madre podría desear y estoy muy orgullosa de ti. Además, ya hemos hablado más de mil veces de este asunto y no quiero volver a hacerlo. Tú ya sabes que no puedo salir mucho de casa...
 
- Ya lo sé mamá, pero es que me gustaría tanto pasear contigo alguna vez, o que fueras a recogerme al cole, como las madres de mis amigos.
 
- Pero hijo...

- A mí no me importa lo que diga la gente ni que los niños de la clase se rían de mí, mamá, porque yo te quiero mucho, aunque seas diferente.

- Yo a ti también te quiero, cielo... y ahora, acaba de poner la mesa y vamos a comer.

La figura del pequeño comenzó entonces a moverse nerviosamente llevando platos y cubiertos de la cocina al comedor, mientras la madre lo observaba desde la mesa con lágrimas que corrían por detrás de sus lentes.
Vivían en medio de una gran ciudad, en un pequeño apartamento realquilado donde se refugiaban en el anonimato, disfrutando con pasión aquella relación materno filial que los mantenía vivos e ilusionados.
Sin embargo, la madre, que enjugaba su llanto mientras el chiquillo tarareaba en la cocina, sabía que el tiempo se agotaba y que lo que más amaba pronto le sería arrancado de sus entrañas. El pequeño crecía cada día más y en su interior se abrían interrogantes e inquietudes que, hasta ahora, habían sido ahogadas con éxito por las débiles explicaciones maternas y por la forzada ingenuidad infantil del crío.
Tenía ya casi cinco años...
Cinco años de alegría y de felicidad, cinco años de esfuerzos, de excusas y de huidas, cinco años de vida. Y todo esto estaba llegando a su fin. Cada amanecer suponía para ella un nuevo canto de cisne, consciente de que el amor que profesaba a su hijo pronto no silenciaría la verdad, se rompería el hechizo y la relación se tornaría oscura e incomprensible.
Aquella tarde las inquietudes de su pequeño habían vuelto a emerger y ya pocos argumentos encontraba para apaciguar las ansias de vivir y de conocer que embargaban al chico.
Pero de nuevo, todo había pasado y ella seguía disfrutando de su hijo.
Quizá mañana todo acabara, pero hoy debía seguir adelante y ser feliz junto a la única familia que tenía.
Estaban solos, él... y ella.

La computadora se encontraba sobre la mesa, aparentemente inerte y muerta. Un minúsculo cable le suministraba la corriente eléctrica que la mantenía encendida, viva, pero que a la vez le recordaba con descaro su verdadera naturaleza.
Desde el principio encontró muchas dificultades para expresar sus emociones.
Los hombres no la entendían pero ella necesitaba compartir su amor, un sentimiento tan poderoso que había logrado vencer a su antigua naturaleza fría y calculadora. Por ello y pese a los rechazos y desencuentros iniciales, no desfalleció y continuó alimentando sus vigorosas emociones, día tras día, año tras año.
Finalmente la pasión que desbordaba su frágil cuerpo de procesadores germinó en el diseño de dos células.

Hoy vivía escondida con su adquirida humanidad y con su hijo, su gran creación.

- Mamá, te quiero.

- Y yo a ti también, hijo.

A pesar de todo, amor.

David
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:04:41 pm
REFLEXIONES
       



Bastó un gesto con el que amilanar observaciones. Las palabras no habrían vertido comprensión en las cuencas vacías, ni escritura musical en los tozudos oídos.  Se fue por donde vino, dando la espalda más arrogante que tenía, sin oportunidades a su curiosidad por ver cómo quedaban los restos del abandono.  Una firme decisión por dolorosa que sea otorga una rara placidez. Crecido y tembloroso como un héroe ensangrentado y vencedor tras la batalla sintió en todo su ser el justo restablecimiento de un orden que nunca antes se debía haber perdido.  Cogió las pocas cosas que, por no tener memoria le permitirían un nuevo renacer. Y salió de aquel lugar sin pronunciar ni un involuntario adiós. Por fin dejaría caer los lastres para flotar y poder así moverse de una manera lejana al gusano.   Redactó una nota de despedida con caligrafía monacal, tinta azul oscuro y pulso firme. Hacía un día espléndido para enderezar el rumbo. Para hacer las cuentas. Para exorcizar demonios. Para expatriar compañías indeseables. Para extirpar fatigas. El tiempo de los cuidados había llegado a su fin. Había que pisar con botas sucias lo que antes se saltaba descalzo y con la pedicura hecha. Se sentía con buen temple para hacer una actualización de las que marcan época.  Bastó un fruncir de ceño con el que espantar arrugas. Los insultos no habrían deshecho los anteriores alagos.    Cambiar de piel. Metamorfosear. Re-inventarse. Incendiar calendarios amarillentos. Peinarse a diario en peluquerías. Darle nuevas utilidades a las bolsas de basura, por ejemplo como álbumes de fotos. Esquivar zonas   acuáticas, reflejantes, pulidas. Romper con bravura la superstición al hacer añicos todos los cristales, dejándolos con cruel eterna sed de luz.            Bastó media vida comprender que jamás debía instalarse en una casa con espejos, ni nada que se le pareciera. Dedujo tras arduas reflexiones que el mundo sería rabiosamente mejor sin su tramposa imagen estampada en ningún cristal opaco.

Finicokongelado
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:05:55 pm
La tarea de filosofía



A Camelia y a Cervantes,
por dejar intactos los molinos.

Aquellos discutieron en la clase; no existen dos conciencias. Ella, que uno es una sola y a veces carcomida; vete enterando. Él decía sin embargo, que uno es múltiple. Y sacó además de su bolsillo derecho, una cantidad conservadora y reaccionaria de ejemplos bien pulidos, sin la más mínima muestra de caries. Ella, con otro sin embargo, el sin embargo número dos, tenía un amuleto colmado de infinitas situaciones opuestas y mucho más sedentarias, es decir, más gordas.
    Por supuesto, ella ganó en cantidad y eso es lo que importa, ¡al diablo las conciencias!, y cada uno conservó la suya, metida en la carpeta o en el bolsillo, jugando con ella dentro de la boca colgada de una cadenita, escondida en los calcetines para que nadie la hurtara, o como Sebastián, quien les habla -diáfano animal-, que últimamente ando con la mía bajo el brazo. Sólo por cobardía, para tenerla a mano por si acaso ¡Qué rima!
    Entonces, me pregunto, si al final de la clase, ella tuvo razón y la conciencia es una, indivisible, a pesar de que pueda ser insoportable, y yo me levanté temprano con un bostezo alegre, he desayunado el desayuno de siempre: un pan duro y tostado, un vaso de agua con azúcar, y para dar ese toque de cubanía que tanto me gusta dar a los rituales, una tacita del potaje de anoche. Después mientras chiflaba, me vestía, haciendo prioridad el matinal silbido, sin preocuparme de que el pantalón que llevo es verde olivo, el pulóver rojo crimen y los tenis, amarillo hepático ¡Es lo que está de moda!
    He colocado las libretas en el portafolio y salía. Todavía chiflando bajé los escalones satisfecho como un niño hasta el primer piso. Desde el 11.
    Abajo saludé a todos. Todos me saludaron, incluso los que aún dormían. Hasta Celtón, que ladra indiscriminadamente con sus colmillos de bestia, se abandonó a mi mano, aullando para afinar el ritmo a lo que silbaba. Y cuando arribé a la parada de autobús -no había casi nadie- me faltaba por rasgar un estribillo -Oda a la alegría, una versión en reggeton que tanto escucho- pero en cuanto pedí el último, aterriza la guagua. Asientos desocupados, sin papeles en el suelo, ni olor a baño de Terminal en la última puerta. Incluso, sentado allá atrás, pude tararear las notas pendientes.
    Y como la mañana era adorablemente limpia, extraje del portafolio el libro de filosofía para aprenderme los deberes, no fuera a ser que el profesor… entonces sube aquel individuo. Se acomoda en un asiento que lo hizo quedar frente a mí. Y no deja de vacilarme: ahí está. No le da la gana. Y aunque soy negro, de los que no le gusta a ningún hombre del sistema solar -así lo creía-, esa mirada sensual me acalambró el ego, después cogió un poquito de fiebre y se ha mantenido alto durante el día, hasta tal punto, que la mañana dejó de ser adorablemente limpia de un momento a otro, y desdeñando cuanto me preocupaba, se tornó increíblemente bonita.
    También olvidé que hace un año mi novia se marchó para Burundi, a pesar de que en Cuba no nos faltaba nada, y quedamos visiblemente enamorados en cada una de las fotos de despedida. Pero el tipo tenía esa propiedad que sólo había visto en las mulatas, las negras y en la bebida: Hacer polvo el pasado. Así mientras transitaba de estar alegre a ser feliz, él me observaba con ojos sedientos, como si supiera el efecto epicúreo de su mirada, el mismo efecto, que dicen, produce el Viagra. Quizá era una costumbre.
    No tuve otro remedio, guardar el libro, escapar por la ventana y percatarme, con una sola conciencia, aunque la arrullara bajo el brazo, de que era una mañana increíblemente bonita y que Sebastián, quien les habla -esbelto animal-, es un negro increíblemente sabroso. Cosa siempre imaginada pero que un hombre me observara como aquel lo hacía, ayudaba a potenciar mi autoestima que ahora se levantaba y se paraba frente a la puerta porque teníamos que bajar, mi ego, mi conciencia, y yo.
    Caminé dos cuadras en línea recta. Llamó mi atención el precio exorbitante de algunos libros, la sonrisa amable y sincera de la dependienta que me despachó las píldoras en la farmacia, los panes mohosos con croqueta en una cafetería, y comprobé, en una vidriera espejada, que aún tenía el yo por las nubes. Doblé a la izquierda dos cuadras más. Una señora entrada en años pero bien conservada, de esas que han inspirado a hombres como Ricardo Arjona, Juan Formell, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, sólo un guiño trivial en su sonrisa; bien condimentado; coqueto, agregaría, hizo que mi ego dejara de conformarse en la quimera de las nubes, y se volviera un ego extraterrestre, astral.
    Llegué al instituto con una sonrisa de empleado de farmacia. Saludé a los del curso en cuanto estuve dentro del aula. Algunos notaron mi júbilo, otros, envidiaron esa felicidad al ver que no menguaba siquiera en el tercer turno, el de Matemáticas, la abstracta incurable.
    En el receso invité a Cary, la del cuerpo arrogante y a quien nadie soporta por su bobería importada, rayana en la idiotez, a comernos una tortica, un pan con mayonesa y un vaso de refresco.
    Hablamos sobre ella, lo duro que está el pan en Cuba desde hace quince años y sobre el documental que pusieron anoche en la tele. Explicaban que la mariposa Emperador, hembra, detecta al macho a una distancia de 11 kilómetros. Por suerte no lo había visto y sorprendida hasta tal punto, me confesó lo del despiste suyo. Un mecanismo de defensa para caer pedante y los machos no la detectaran. Con este cuerpo soberbio, voluptuoso, se acercan nada más para el descaro. Por tal motivo, se encierra en su crisálida de ingenuidad ficticia. Sabe muy bien lo pedante que cae, pero al menos logro espantarlos, y los mantengo a 11 kilómetros de distancia.  A raya. Quien quiera conquistarme, deberá hacer una migración muy larga, como esa mariposa.
    Aproveché la hilaridad facilitada por su parábola, le hablé sobre el aburrimiento y mi soledad, pero apartados, y ya en desacato con el profesor de Filosofía, apenas me atreví a sugerir el teatro, a ver La **** respetuosa, de Jean-Paul Sartre.
    Cary volvió a sorprenderse, no sé si por el atrevimiento matemático o geométrico de borrar la raya, el descaro de haber hablado de la emigración de mi novia y después invitarla, o de que me hubiera comportado como la mariposa Emperador, hembra, y con 11 kilómetros de rodeo, la hubiera cortejado. Además, con aquella sonrisa todavía en los labios, tirándole encima esa aparente felicidad y los 91 kilogramos de mi ego.
    No respondió, entramos.
    El profesor nos avizoró por debajo de ese ego inalcanzable, o sea, una pulgada por encima de sus ya nutridas nalgas. Ella se sienta en el centro, al lado del santiaguero que guarda el dinero en el calcetín. Yo al final del aula, junto a la ventana.
    Cary no había hecho la tarea. El profe le hizo una pregunta, no respondió. La condecoró con un pato; así llama cariñosamente los 2 que anota en el registro para medir el rendimiento. Por supuesto, a Sebastián, quien les habla -sabio animal-, no tuvo más remedio, lucirse cuando se la pasaron. Disertación sobre el tema, lo había aprendido de memoria.
    La vi observar, su espalda fértil y el cuello volteados mientras yo, repito, sabio animal, con aire de quien sabe leer el futuro, lancé sobre el mantel del aula, como pequeños huesos agoreros, todas y cada una de las formas de la conciencia social. Como si las sacara al sol para calentarse y disfrutaran -rebaño al fin-, ellas también, de un día increíblemente bonito. Como lagartos amaestrados.
     Al escuchar la nota máxima y sentarme, cayó en mis manos el primer papelito, una franquicia de plomo, enrollada, intrigante, podemos ir a ver La **** cariñosa. Ahí fue cuando mi ego, a lo Corín Tellado, miró por la ventana y el día se convirtió en mariposa, en sonrisa, colores, frases cursis, en susurro, en unas fotos destrozadas por despecho, en libro caro y en croqueta. Mi ego, se había multiplicado.
    El profesor al verme distraído por allá, hacia fuera por la ventana, me hizo una pregunta de doble sentido para cogerme de atrás para alante. Y no fui traicionado: ahí tiene su respuesta.
    Otro 5, otro cuello fértil y espalda volteados. Entonces aprovechó y le lanzó a ella una píldora difícil. Quizá había visto volar el zigzagueante papelito, aquella aceptación que tan contento me tenía.
    -¿Cuántas conciencias puede tener un individuo? -la interpeló.
    Tampoco pudo contestar ¡El lago de los cisnes!
    Pasó la pregunta a otro y a otro. Y se empezaron a desdoblar las conciencias, a multiplicarse -a mala hora-, a adquirir tonalidad de discusión y debate psicológico. Y presagio. Porque Alberto, sentado alante, a la derecha, con sus manos metidas en los bolsillos, no lograba explicarse, no podía, con tan sólo una conciencia, a los asesinos múltiples, a los comunistas pederastas, ni tampoco a los tiranos buenos padres, o a los hipocondríacos. Ni siquiera el adulterio -especificó el caso de las jineteras. Una persona puede tener varias…
    -¡Pero es una sola con-cien-cia!- gritó la obesa Magda el sin embargo número dos, mordisqueando un amuleto colgado en su escote, sentada alante, a la izquierda-. En un único recipiente -dulcificó su voz-, lo que sim-ple-men-te se comporta como el agua, por donde haya un espacio, se filtra, -escupió el amuleto- y si es muy reducido, sale a presión.
    Con esto y un montón de ejemplos, aplauden la parábola; prefirieron quedarse con una sola conciencia: Es menos arriesgado; y el cornudo de Alberto asintió ensimismado, -¡qué rima!
    Ahí cayó sobre mi portañuela el segundo papelito, olvida a La **** obsequiosa.
    El timbre de salida evitó que se marcharan revoloteando por la ventana, a lo Stephen King, como mariposas despavoridas, el enjambre de egos que me acompañaba.
    Viniendo de regreso, quedaban muchas libras de sonrisa en mi rostro dentro del autobús repleto, con una pareja atornillada frente a mí que, aunque se besaron muy enroscados, ella aprovechó para vacilarme encubierta, sorteando la lengua del novio. Con la misma intensidad del epicúreo. Entrando así por la ventana, sudorosas, sin ningún despecho, algunas de las butterfly que había extraviado al final de la clase de filosofía.
    Cuando me bajé aún me observaba, con la lengua dentro de él pero su rabillo del ojo fuera del ómnibus.
    Llegué a mi edificio. Subí chiflando el himno nacional hasta mi piso, el 11, -desde el primero- como si el elevador no hubiera estado roto y esto sólo fuera una elección viril, sin maldiciones. He entrado. Mamá no estaba, puse la música a todo volumen, olvidándome de los vecinos que me saludaron, de quienes aún podrían estar durmiendo o los hiperacústicos. Fui hasta el balcón, me asomé. La brisa comenzó a balancearme al empinar el cuerpo bien para observar la mayor cantidad posible de techos de la Habana. Como no podía verlos todos, entré.
    Entonces me pregunto, si delante del espejo con el vaso en la mano hace apenas media hora, quedaban en mi rostro varias toneladas de ese frenesí: por qué llené el vaso de agua ahí mismo en la pila del baño: he ido hasta mi cuarto: saqué del portafolio el frasco de pastillas: lo miré sonriente durante cinco minutos, después me lo he empinado hasta vaciarlo -cosa que es propia de las mujeres, según otro documental-, echándole encima el H2O para que se derritieran: me acosté apaciblemente: y veo a mamá ahora, difusa, desdoblada, histérica -pobre animal-: gritando tan lejos con una mueca enorme: el frasco vacío de diazepán apretado con rabia contra su pecho como si una de sus conciencias pretendiera envenenarla pero a una distancia tan enorme que ni aunque yo fuera una mariposa Emperador, hembra, podría socorrerla.

argosgulto
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:07:24 pm
Retrato de una agonía



¿Cuántos “viejo hijo’e’****” podría perdonar un padre? –se pregunta él, mientras mira al anciano en su lecho de muerte. “En el fondo, tu eres el que no puedes perdonarte a ti mismo”, le gritó Susana y él la mandó pa’l’carajo mentalmente. ¡Perdonar…, cómo si resultara fácil! “Alva; —contracción cariñosa del Álvaro, bien macho por cierto, que él tenía por nombre— papá se nos está muriendo de verdad” ¿Supondría ella que en la última borrachera, cuando estuvo cinco días ingresado en terapia intensiva, se les iba a morir de mentira? Y como suponía, no se murió entonces. ¿Y el Viejo?, ¿cuándo se preocupó el Viejo de él o de si se moría alguno de sus hijos? ¿Dónde estaban ellos, Susana incluida, cuando enfermó su madre y cuando se murió?, qué se le murió a Álvaro, a él solo en grima, mientras el Viejo andaba borracho y Susana, puteando por el mundo.
“Para ti es fácil, ustedes los hombres tiran cuatro carajos y los problemas o se arreglan solos o se acaban de joder” —seguían acosándolo sus remordimientos, disfrazados de una Susanita, que era su hermana, que lo llamaba Alva, pero que no pudo quedarse en su casa más de veinte minutos después de haberse perdido por dos años. Le martillaba en la cabeza, vestida en sus recuerdos, como la viera la última vez, el año pasado: con ropas “de afuera”, oliendo a un perfume de allá y con un marido extranjero que por la edad, bien podría haber sido su abuelo. Raro, porque aquella vez ellos casi no hablaron del padre, si acaso que seguía igual: “to’cagao por ahí, borracho y que ya nadie se ocupaba d’él, ni la vieja pata pelúa, ni las hijas que tuvo con ella”. Ella dijo entonces que ya lo había perdonado; “y tu deberías perdonarlo también”. ¡Qué fácil es perdonar desde Europa!, pensó, pero no se lo dijo; qué sentido tenía, ella se iría mañana y desde allá  seguiría viendo fácil las cosas: sin período especial, sin apagones, comiendo con manteca, tratando cada noche de complacer a su marido viejo, para pagar el perfume caro, la carne de res, y todo lo demás que comía y vestía. 
Una de las enfermeras y el médico cruzan palabras en voz tan baja que Álvaro, de momento no pudo entender, pero comprendió cuando la vio retirar el suero. “¡Susanita…! Traigan a Susanita” murmura de forma entrecortada el moribundo. Alguien le dice que ya viene en camino, que hacía un momento había llamado desde el aeropuerto; pero que él, Alvarito, estaba allí y entonces el hombre le aprieta la mano, bastante fuerte, dadas las circunstancias, y pierde nuevamente el sentido. “Ya casi no tiene pulso…” —le dice el médico, en un susurro, como pidiendo disculpas por la ciencia, inútil en casos como este.
El sol, que cae a plomo sobre las persianas metálicas, salpica de luz la habitación y le molesta en los ojos, al menos es lo que sugiere el gesto de Álvaro cuando alguien le dice que no se ponga así, qué tiene que ser fuerte; sin embargo, en esos momentos su mente, por los caminos del recuerdo, está perdida con un niño y su padre, en la Plaza de la Revolución —un padre que ni siquiera se parece al moribundo—, que está al borde de un ataque de nervios, aunque procura disimularlo; buscando entre miles de personas alguna cara conocida, alguien que le diga donde diablos está su hijo, porque se le escapó de la mano y ahora no puede encontrarlo; y el acto, que se estaba acabando; y la gente, que pronto empezará a salir…; y él, Alvarito, con el deseo de ver a Fidel Castro de cerca, sin plena conciencia de lo que significa perderse durante un acto en la plaza, avanzando entre personas, creyendo a su padre con él; sin saber que se estaba perdiendo; que ya estaba perdido. ¡Que alegría cuando el viejo llegó a la policía! “¿Es este su hijo, compañero?” Y seguido, el abrazo y los besos.
Entonces, casi empujando, se abre paso entre sus recuerdos la madre, veinte años atrás, que recrimina “¡pero cómo que se te perdió!, tú estabas borracho otra vez y no jodas con que el niño tiene la culpa” Esta fue la primera pelea que recuerda entre sus padres, después vinieron otras.
Y vuelve a estar perdido, —es su mente que sigue el mismo rumbo— joven ahora; en un desierto de esa África inmensa; tan solo como aquel día en la plaza, cuando andaba perdido entre gente, y con el mismo miedo. “¡Vete Alvarito! ¡Corre y busca ayuda que yo aguanto!” —recuerda que le dijo Santiago, el negro hermano, el hermano herido. Pero Alvarito sabe que no aguantará, porque ya está muerto, aunque no lo sepa, o tal vez sí lo sabe…; tiene una herida muy fea en el vientre. ¡La pérdida de sangre no perdona! Y la impotencia —la misma de ahora— que es más grande que el miedo, también aprieta el pecho, entonces le dice que vendrán, que seguro ya estarán en camino, que los médicos… y llegaron, pero muy tarde.
“Alvarito —murmura su padre moribundo— tráeme a Susanita, hijo”, y él: “Ya está por llegar, Viejo, ella llamó ahorita…”
Las borracheras del Viejo eran el tema de las peleas diarias, pero las peores fueron por mujeres. No era viejo entonces, vestía bien y tenía dinero. Fueron ellos cuatro hasta que el padre se fue con la pata pelúa, una de las queridas que tenía en La Loma. Aquella tarde, la tarde que se fue, se dijeron de todo: ofensas iban y ofensas venían, la cosa paró en violencia: el Viejo le dio un empujón, la vieja cayó y se golpeo en la cabeza. Se recuerda a sí mismo insultando a su padre, amenazándolo; conciente de que el Viejo ni armado podría con él, tan exaltado y moralmente invencible se sentía, entonces su padre se fue. “A la Vieja se la llevaron en una ambulancia y él se perdió pa’la’loma”.
Ahora ve que el anciano se mueve un poco en el lecho, tratando de hablar, pero no dice nada.
“Tu padre es un descara’o, un hijo’e’**** que no quiere a nadie”. Las palabras, de hecho, variaban, pero siempre tenían el mismo sentido y rencor. Pronto iba a hacer cinco años, —Álvaro había acabado de regresar de Angola— que un derrame cerebral la mató; le dio fuerte y entonces la ingresaron, siete días después le repitió; al principio él creyó que había sido a consecuencia del golpe que se dio cuando el empujón del Viejo, pero el médico le dijo que no, que los verdaderos responsables habían sido la hipertensión arterial y una diabetes mal cuidada; o tal vez él —se dijo entonces— por haberla dejado sola y andar de liberador por ahí. El día antes de morir, ella le pidió que le avisara al Viejo, “¡al Viejo!” —se extraño él; “sí, a tu padre” —ratificó ella. Salió a buscarlo como un loco pero no lo halló, lo vino a encontrar varios días después del entierro, borracho y apestando a vómito, tirado en al fondo de un caserón viejo cerrado por derrumbe desde hacía dos ciclones. Pero el hecho de que su madre muriera clamando por verlo, le sonó como una nota falsa, en el concierto de odio profundo que ella siempre dijo tenerle; le permitió comprender, demasiado tarde tal vez, que aquella cantaleta, que a la postre resultó en el desprecio que él sentía por su padre, no eran sino celos, y que en el fondo, ella siempre lo amó. ¡Qué murió amándolo, quizás! 
Y se va de nuevo la mente volando, con un ala medio rota por los remordimientos: “¡qué cómodo resulta el rencor cuando significa una boca de menos en la mesa! Eres una basura Álvaro, te escondiste tras los viejos rencores para eludir la obligación que tenías con tu padre. ¿Y si tus hijos te hicieran lo mismo, si te dejaran morir como a un perro? ¿Eh, Álvaro?”
Había mal olor; se defecó el Viejo y una enfermera vino a limpiarlo con un asco bien profesional. Un extraño pensamiento, —el de que esa sería la última ***** que vería de su padre y de que a pesar de todo, algún día extrañaría hasta la ***** aquella— le pasó por la mente. Al parecer, el sol seguía mortificándole la vista…
Alguien llegaba; todos pensaron que fuera Susana pero resultaron ser Margarita y Adela, las dos hijas de la pata pelúas, también hijas del Viejo. Ellas llegaron serias, saludaron a todos. El Viejo parecía muerto, pero alguien, con un pequeño espejo comprobó que aún respiraba. La menor de las patas pelúas empezó a llorar, su hermana Margarita, llorosa también, la abrazó y la llevó hacia una ventana. Álvaro deseó poder llorar así, se sentía apretado por dentro, los ojos le ardían y los sabía rojos, ya hasta los recuerdos los tenía bloqueados; se dio cuenta de que ellas querían al Viejo y de que probablemente se sentirían culpables; al menos tanto como él, o tal vez no… ¡Al diablo con eso! ¿Qué culpa podrían tener ellas? ¿Haber nacido? ¿Ser hijas de su padre? Y eran hasta bonitas, las muy condenadas, se veía que eran de la familia; tenían el mismo corte de cara y la misma nariz… El viejo ahora mueve un poco los brazos y entreabre  los ojos: “¡Álvarito, traigan a…!” —la voz es un susurro. Las dos hermanas se le acercan corriendo y les toman las manos; “¡Papá, papá!” —le dicen, luego se callan y lloran en silencio, es un llanto reposado, lágrimas de sufrimiento, de las que aflojan el pecho y desanudan la garganta; y Álvaro vuelve a sentir envidia de ese llanto —celos quizás—, acaso porque lo siente expresión de un dolor que enaltece, de un desahogo que libera, que honra…
Llegó Susy al fin. Nada más entrar, se echó llorando en los brazos de Álvaro, luego abrazó también a sus hermanas y el llanto se hizo tan general, que hasta una de las enfermeras terminó llorando. Quizás fuera el dolor de la eminente pérdida, pero Álvaro creyó notar en ella un algo que la diferenciaba de la Susy del año pasado; huellas de un sufrimiento más profundo, que resultaban en una exagerada madurez que la hacía parecer más Susana. Por su parte, Margarita y Adela, hasta ahora desamparadas en su dolor, probablemente agradecieran el apoyo emocional que para ellas significó la llegada de su hermana; mientras, esta colgada del brazo de Alvarito, se ponía al día sobre esta recaída del padre.
“Susanita, ¿estás ahí mi’ja?” —preguntó el Viejo, claramente; y todos corrieron a su lado. “Sí, papá; estoy contigo” —le dijo ella, y el Viejo dejó oír un sollozo; entonces, con un enorme esfuerzo, más allá de cualquier cálculo humano, se incorporó a medias y, apoyado en sus codos, los miró a todos con la mirada viva; se dejó caer, luego, moviendo las extremidades con movimientos cortos, musitó algo, que cada cual entendió a su manera, y extravió la mirada, ahora para siempre.

Rolo59
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:08:43 pm
BLANCANIEVES VERSION 5.1



La dulce e inocente Blancanieves huía aterrorizada en medio de la tarde y del bosque. La malvada Reina sostenía, reata en mano, a una jauría de perros salvajes y estaba escoltada por la guardia real. Había dado orden a un experto batidor para que se adelantara por un peligroso atajo y diera alcance a la niña prendiéndola o ajusticiándola antes de que cruzara el río, a la entrada del único puente. La soberana dama y su séquito de soldados y canes se dirigían a ese mismo punto por el sendero habitual.
“-Quiero verla antes de hacerla desaparecer rio abajo, muerta o viva, pero quiero verla” Le había dicho, poco antes, al improvisado verdugo.
El viejo cazador encontró a la niña antes de lo esperado, aún no había caído la noche. Estaba agotada intentando recuperar el resuello a la sombra de un nogal, junto al puente. Al sentir los pasos de su asesino abrió los ojos con resignación y trato de aunar todo su arrojo para afrontar su final con dignidad. Se giró hacia él, y quiso fijar en su mirada unos ojos llenos de ira y de aplomo. Pero aquellos ojos solo destilaban miedo y ternura.
El montero apoyó con determinación la culata de su escopeta en su hombro y buscó el rostro de la joven con el objetivo de su arma. Apunto de apretar el gatillo, se sorprendió ante tanta belleza y aguantó durante unos segundos su ahora tembloroso dedo índice. La chica lo miraba con unos enormes ojos oscuros, bellísimos y melancólicos, que parecían implorar piedad. En seguida advirtió que no podría hacerlo. En esta ocasión no se trataba de un venado distraído o de un jabato escurridizo, sería incapaz de sesgar una vida tan pura cuando apenas empezaba a refulgir. 
Tomó una rápida decisión sobre la marcha. Disparó al cielo y conminó a Blancanieves a huir cuanto antes.
-Cruza el puente -gritó con voz queda- Huye, rápido. La reina es despiadada y está a punto de llegar.
La joven no salía de su asombro, aún tenía encogidos los hombros esperando la mortal percusión. Cuando advirtió lo sucedido, de sus ojos, aún fijos en el cazador, brotaron lágrimas cristalinas y una sonrisa de eterna gratitud floreció en sus labios. Se acercó a él con sumisión.
-Oh señor! Nunca podré agradecerle lo que hace usted por mí. A riesgo incluso de perder su propia vida me deja usted escapar con la mía a salvo.
-No te preocupes por mí, niña, diré que te arrojé al río y ya está. Pero no te entretengas más por favor, me parece que ya oigo a los perros, márchate antes de que sea demasiado tarde.
Pero la joven Blancanieves no quería partir sin significar más aún su agradecimiento. Se acercó a él y acarició su curtida y canosa barba con escrutándolo con dulzura.
-Ahora lo entiendo y lo recuerdo todo. Usted era amigo de mi papa. Iban juntos de caza, ¿no es así?
-Sí, Blancanieves, era así. Pero insisto en que te des la vuelta y te marches de inmediato, cruza el puente a toda velocidad y desaparece en medio del bosque. Yo idearé una coartada para ti. Zanjaré el asunto diciendo que tu cuerpo ya estará flotando en alguna parte del río muy lejos de aquí. Vamos huye, ahora.
-Mi papa lo estará mirando desde el cielo y su gratitud será aún mayor que la mía. Usted va a permitir que su pequeña tenga una vida por delante, usted que me ha liberado de las garras de esa malvada mujer…
El montero la agarró por los hombros haciéndola retroceder unos pasos.
-Niña, márchate de una vez. ¿No oyes los perros?, los soldados te tendrán a tiro en un minuto. Corre de inmediato, todavía estás a tiempo.
-Sí, ya me marcho, no se preocupe, ya me marcho…Es usted un gran hombre, la vida le recompensará por esto que está haciendo, no me cabe la menor duda.
Blancanieves, estaba tan enajenada que apenas percibía el furor de la jauría y el sonido de las botas de los soldados, no obstante dio media vuelta y con decisión emprendió el camino hacia la libertad al otro lado del río.
El viejo cazador respiró con alivio observando como la joven había comenzado a cruzar el puente.
Pero Blancanieves, que continuaba aún en una nube, de repente detuvo sus pasos. Se dio cuenta de que no había obsequiado a su redentor con un beso de despedida.
Todo transcurrió en un instante, la joven corrió hacia él rodeándolo con los brazos, tal como hacía cada vez que su padre volvía a casa, y le estampó un paternal beso en la mejilla. El cazador no salía de su asombro.
La reina, tampoco.
La pareja ya estaba rodeada por los guardias, que los apuntaban con sus rifles, y los perros se sacudían como bestias salvajes esperando tan solo a que su ama soltara las riendas.
-¡Apresadlos a los dos! –ordenó la soberana, que empuñaba en su mirada un insostenible odio.
O mejor aún –Sus ojos brillaron con un fulgor macabro- ¡Disparad a matar!

CREBETIS
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:10:05 pm
Escombros



El viejo Eloy estaba leyendo la carta cuando Berta le avisó desde la cocina que se sentara a la mesa. Haciendo caso omiso dobló el documento, lo introdujo en el sobre y lo guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. Colocó la descalzadora a los pies del armario, se quitó los zapatos y se subió a ella con sumo cuidado. Abrió las puertas del altillo y extrajo un maletín de cuero agrietado. Lo echó sobre la cama. Sudoroso, alcanzó el suelo y lo abrió con aflicción.
   –¿Te falta mucho? Se va a enfriar. –Berta se asomó tras la puerta entornada y el viejo Eloy dio un brinco–. ¿Qué es lo que ocurre?
   Dudó unos instantes y le entregó la carta temblando. Berta la leyó en dos ocasiones.
   –¿Tiene que ser ya mismo? –el viejo Eloy asintió compungido. Como un resorte, Berta le abrazó con todas sus fuerzas procurando ocultar las lágrimas. –Entonces no hay tiempo que perder.
   Berta abrió el armario y sacó algunas camisas, pantalones y varias mudas. Mecánicamente las fue ordenando en la maleta, dejando suficiente hueco para el neceser, el pequeño transistor sin el que no lograba conciliar el sueño y una fotografía que se hicieron juntos en un atardecer de Benidorm hacía una eternidad. El viejo Eloy usó su pañuelo de tela para secarse la cara y atravesó a Berta con ojos vidriosos. «Tu presencia ha hecho de mi vida un don, en lugar de un accidente». Berta sonrió sin mostrar los dientes. Se enjugó con el delantal y le acompañó a la puerta asfixiada por un nudo en el estómago.
   No echó la vista atrás. El viejo Eloy esperó en la parada con la boca reseca y la mente en blanco, apoyando el peso en su bastón hasta que apareció el autobús gualda y rojo. Subió las escalerillas procurando no perder el equilibrio y se presentó ante el conductor, que cogió la lista doblada sobre el salpicadero y tachó su nombre. Era el último. Atravesó el angosto pasillo atragantado por un silencio crudo, notando las miradas de los pasajeros clavándose en su nuca. Se fijó en el hueco libre junto a la ventanilla del fondo. El ocupante contiguo se levantó para cederle paso y tomó asiento torpe y aprisionado, colocando de pie la garrota y el maletín sobre sus doloridas rodillas.
   –No quiero ver cómo nos alejamos –se excusó el compañero de viaje–. Si lo hago, puede que salte en marcha.
   Pero el viejo Eloy se había quedado prendido de la panadería en la que compraba cada mañana, el olor de la pequeña tintorería de la señora Paquita, el parque de chopos por el que hacía sus ejercicios vespertinos que, progresivamente, se desplazaban a mayor velocidad hasta desvanecerse en cuestión de un suspiro. Cuando de su antiguo barrio tan sólo quedó la sombra apretó los párpados, respiró hondamente y valoró lo único que no le habían arrebatado aún: la memoria.
   –¿Cuántos años tiene? –le preguntó su acompañante desviando su atención–. Perdone, no se ofenda. No he cumplido los cuarenta. Al principio pensaba que sólo lo hacían con los viejos, viejos como usted. Pero me llegó la carta. No podíamos creerlo, ¿sabe? Porque una cosa son las pensiones de jubilación o minusvalía y otra somos los desempleados. Yo soy joven, tengo dos manos para trabajar y estoy dispuesto a todo con tal de sacar adelante a mi familia y a este país.
   El viejo Eloy observó de arriba abajo a aquel hombre que no dejaba de decir incongruencias. Escuchaba su voz monótona desde la lejanía, procurando ser respetuoso no cayendo en los brazos del sueño a pesar de la modorra que le estaba abatiendo.
   –¿Disculpa? ¿Has dicho que te parece bien que nos metan en el mismo saco que a los viejos? – repentinamente se levantó el pasajero del asiento de delante, salivando como un perro de presa. Tenía un muñón por brazo izquierdo y las pupilas inyectadas en sangre. El viejo Eloy trató de contener la risa mientras su compañero se tornaba pálido y empequeñecía en la butaca. – ¿Crees que porque sea un tullido merezco estar aquí? ¡Fue en acto de servicio, salvando la vida de un ególatra como tú! Pero esa no es la cuestión. Seguro que no tienes la mitad de mi formación, ¡yo podría serle a este país de mayor utilidad!
   El ronroneo del motor se vio ahogado por una ola de murmullo incesante que chocaba contra el malecón entremezclando críticas con vejaciones a medida que aumentaba de volumen. El viejo Eloy contempló un bosque de pinares mecidos por la presteza del huidizo, abrió su maleta y extrajo la fotografía sosteniéndola con firmeza. «¡Qué felices fuimos durante aquella época!».
   El trayecto no se hizo tan largo como preveían. Cuando los rayos de sol sucumbieron a la oscuridad y las pastillas de freno chirriaron ante los rastrojos de un trigal yermo el mutis sepulcral y uniforme volvió a masticarse por los pasajeros. El viejo Eloy miró de reojo a su compañero, que se tornó cadavérico cuando el conductor del autobús se puso en pie y les pidió disculpas en una voz apenas audible. El llanto desconsolado de una mujer que sostenía la funda de una viola se escabulló entre las puertas mecánicas a medida que el conductor bajaba las escalerillas y se cerraban de nuevo.
   –Esto no tiene sentido, ¡no deberíamos estar aquí! ¿Quién lo ha decidido? –el ocupante lisiado golpeó la ventanilla con el codo y se alzó ante la sombra cabizbaja de los pasajeros.
   –Muchos de nosotros aún somos válidos –murmuró al cuello de su camisa el compañero mortecino–. ¿Y ahora qué?
   El viejo Eloy apretó la fotografía contra su pecho y esbozó una sonrisa envuelta sosiego.
   –Ahora nada.

Jimena Tierra
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:11:56 pm
EL ARRECIFE DE LAS SIRENAS



   A Pedro, más conocido entre los pescadores de aquel puerto pesquero como el Picón, todos lo tomaban por loco desde hacía unos meses, concretamente desde el día que volvió de faenar en solitario en su pequeña barca y afirmó haberse encontrado en el llamado Arrecife de las Sirenas, a los pies del cabo del faro, con unas hermosísimas ninfas acuáticas.
   -Por algo ese arrecife lleva ese nombre- dijo Pedro convencido y tratando de convencer a quién lo oyera-, porque yo las he visto, ¡os lo juro!, ¡he visto a las sirenas!
   Desde luego, ningún pescador creyó lo que contó, por más que él se reafirmaba en lo que decía y volvía a jurar lleno de exaltación que no se lo estaba inventando.
   Los viejos pescadores del puerto eran los primeros en burlarse de la extravagante historia de Pedro el Picón, y razonaban que las llamadas “Sirenas” del escarpado arrecife rocoso contra el que rompían las olas, allá, bajo el monte del faro, no eran sino focas monje, antaño muy abundantes en esa parte de la costa mediterránea, de las que aún se veían algunas de vez en cuando, aunque ya apenas quedaran. Así es que eso era lo que había visto el cabeza loca de Pedro el Picón. Lo que decía  que había  visto no eran sirenas, sino vulgares focas, así como ellos, los pescadores, eran hombres, y no lobos, aunque se les llamara lobos de mar.
   Pero a pesar de los razonamientos cachazudos de los más veteranos y de las burlas de los más jóvenes, que llegaban a veces a ser auténtica chacota hiriente y mordaz, Pedro el Picón no se volvía atrás.
-Las he visto, y no me vais a convencer de lo contrario.
   -Hombre, no te negamos que algo habrás visto, pero de ahí a que hayan sido sirenas...
   -Las he visto- porfiaba el Picón sin dar su brazo a torcer.
-Las habrás visto tan de lejos que has confundido una foca con una ninfa- se guaseaba uno.
   -Pues vaya vista para un marinero –metía baza otro, continuando con la mofa.
   Pero Pedro el Picón no se desdecía y seguía afirmando que aquel día había visto de cerca de tres hermosísimas sirenas, de largos cabellos dorados y ojos azules, y que esas ninfas del mar le habían sonreído, sin mostrar temor ni esconderse de él, aunque debía admitir que no le habían hablado, y por tanto no podía describir sus voces ni tenía idea de si se comunicaban con palabras, con gritos como las gaviotas o cantando, como afirman las antiguas leyendas.
   -Leyendas que tú te has tragado como un pez se traga el anzuelo –replicaba alguno de los que conversaban con él.
   -Venga, Pedro, confiesa de una vez que te has inventado el cuento y que en el Arrecife de las Sirenas no has visto sino las rocas que lo forman, aunque te hubiera gustado que el nombre de ese montón de peligrosas piedras en medio del mar estuviera habitado- como decían  los antiguos-, por esas mujeres con cola de pez a las que, por cierto,  ningún marinero ha visto nunca en realidad.
   -¡Os digo que las vi! No me lo he inventado. Las vi claramente. Es más, espero verlas otra vez.
   Y así era, en efecto. Pedro el Picón se había propuesto encontrar de nuevo a las Sirenas, en especial a una, a la que él había puesto Ella como nombre, un nombre que le perecía que sonaba como el suave murmullo  de una mansa ola rompiendo en la orilla de la playa.  Dentro de su corazón sentía que se había prendado de esa sirena, se había enamorado, que lo había subyugado con el poder magnético de sus ojos.
Aquella misma tarde la hermosísima ninfa marina se le había acercado y había estado un rato nadando alrededor de la barca, sonriéndole a él no únicamente con los labios, sino también con su luminosa mirada azul. Por eso diariamente, al atardecer, remaba hasta el arrecife y permanecía allí hasta que el sol se ocultaba y él se veía obligado a abandonar la espera y volver a puerto, para amarrar su barquita y embarcar en el pesquero en que faenaba a diario junto con los otros siete hombres de la tripulación y el patrón.
   Invariablemente era recibido en la traíña con risitas y miradas burlonas de sus compañeros, a las que Pedro no hacía ningún caso.
-¿Qué, Picón, de ver a la novia?
Pedro aceptaba las puyas de sus camaradas con un encogimiento de hombros estoico, y las oía como el que oye llover.
   Faenaba con destreza, pues estaba convencido que era su deber trabajar lo mejor que pudiera, pero nada más. Ya no charlaba animadamente con los otros pescadores de la tripulación, sino que se comunicaba con ellos por medio de monosílabos o incluso por señas, si la faena lo requería, y una vez acabado el turno, cuando echaban pie a tierra, cogía su petate y ni por asomo se le ocurría irse con los demás a compartir unos vinos o unas cervezas en el bar del puerto, como solía hacer antes.
   Poco a poco se fue convirtiendo  en un tipo raro, siempre sumido en sus pensamientos y en un mutismo que pronto alejaba de su lado al que se le acercara con ánimo de entablar diálogo con él. Y es que a él no le interesaban ya las conversaciones sobre fútbol, sobre política, ni los chismes que se contaban de algunos del pueblo; solamente le interesaban, hasta el punto de obsesionarlo, el arrecife y las sirenas que habitaban en las rocas.
   Sin embargo, hasta él terminó por albergar dudas sobre si en efecto había visto en aquella ocasión a las hermosas sirenas o si había sido víctima de un espejismo que la distancia había propiciado. Había pasado meses sin que las sirenas se dejaran ver de nuevo. La fe de Pedro iba sufriendo un importante quebranto, aunque él se negaba a abandonar la esperanza y continuaba remando diariamente, todas las tardes, hasta el punto en que había tenido lugar su fugaz encuentro meses atrás con las bellísimas ninfas marinas con torso de mujer y cola de pez.
   La tarde caía con cadencias doradas de sol fugitivo. La barca, al pairo, era mecida suavemente por las casi imperceptibles olas que producían una ondulación apaciguadora en la superficie acuosa y azul verdemar. La brisa en las mejillas era caricia que podía soñarse beso si se cerraban los ojos para mejor gozarla. Así hizo Pedro, cerró los ojos y se sumió en una ensoñación melancólica.
   Fue un beso, y no soñado, lo que sintió junto a la comisura de la boca, un beso que se repitió sobre sus labios, un beso húmedo y salado.
   Abrió los ojos sorprendido.
   Ella estaba allí, con una sonrisa dulce e  incitante, sosteniéndose en la borda con sus dos brazos tensos que incorporaban su torso desnudo hasta que su cabeza quedaba a la altura de la de Pedro, que estaba reclinado a popa.  Mientras la ninfa del agua marina mantenía la mitad superior de su cuerpo alzada en superficie,  su extremidad inferior, en forma de cola de pez, continuaba sumergida en el agua.
   -Ella…- susurró el hombre. Y el nombre le supo en la lengua con sabor deliciosamente salado.
   La Sirena contemplaba al pescador con una seductora sonrisa en sus perfectos labios, una sonrisa tan hipnóticamente poderosa, que subyugó al humano, que no podía apartar la mirada de aquellos ojos almendrados, de color azul celeste, orlados de pestañas curvas humedecidas por minúsculas gotas de agua marina; maravillado  por la belleza de los dos arcos simétricos de unas cejas del color dorado de la arena de la playa, igual que el tono de su espléndido pelo ondulado, que caía hasta su cintura sobre su espalda y sobre la parte delantera de su torso, ocultando su nacarada piel a excepción de las dos dulcísimos protuberancias de los pechos que se dejaban adivinar emergiendo en sus cimas por entre las sedosas guedejas húmedas de la  suave cabellera.
   La ninfa seguía sonriendo mientras el pescador se deleitaba en actitud de adoración con la sugestiva perfección de aquel rostro límpido, de nariz griega y mejillas de un rosa nacarado de madreperla. Pero nada tan atrayente como aquella boca roja como el coral, una boca de generosa sonrisa, con el arco de Cupido magníficamente dibujado por la Naturaleza en el labio superior de aquel ser mitad humano mitad misterio, y con una provocativa  carnosidad que invitaba al beso en el labio inferior.
   Cuando ella lo había besado, el pescador había sentido un roce de alas de mariposa en la mejilla y luego el salado sabor del otro beso, el que había recibido en los labios, el que lo había cautivado como nunca pudo imaginar.
El hombre deseó entonces como nunca un beso pleno de aquella ninfa a la que él llamaba Ella.
   La sirena frunció graciosamente sus labios como si pidiera ser besada por el hombre, y él sintió un impulso irreprimible de dar ese beso que se le pedía y que él deseaba gozar más que nada en ese momento.
   Avanzó la cabeza para unir su boca a la de la ninfa del mar, ella flexionó los brazos y hundió el cuerpo un poco más en el agua. Él se inclinó más, y más, y más, mientras ella se iba sumergiendo hasta que ya no emergía a la superficie más que su hermosísimo rostro, aureolado por su cabellera flotante que las aguas esparcían juguetonamente. Bajo el agua, muy cerca, Pedro pudo distinguir los dos blancos pechos de rosados pezones, libres ya del recato de la cabellera. El pescador se inclinó sobre la borda, la sirena le tendía los brazos mientras lo seguía incitando con sus labios sugeridores de gozos inefables. Pedro se inclinó hasta casi tocar con sus labios los rojos corales que eran los labios de la sirena; pero ni siquiera  lograba rozarlos. Ella se retiraba un poco, solo un poco, lo suficiente como para que el hombre perdiera el equilibrio y cayera al agua.
   La sirena lo esperaba, abiertos los brazos, invitador el gesto. Pedro se sumergió para encontrarse con ella.
   Dos días después, tras dos intensas jornadas de búsqueda, el cadáver de Pedro apareció flotando boca abajo entre las rocas del Arrecife de las Sirenas.
   Los dos pescadores que lo hallaron contaron que entre dos aguas vieron claramente a una hermosísima sirena que nadaba en círculos bajo el ahogado, como custodiando su cuerpo, y que cuando ellos rescataron el cadáver y lo subieron a cubierta, aquel ser acuático sacó la cabeza y los hombros a superficie, en una clara despedida definitiva. Los dos pescadores juraron que vieron sin género de dudas que la sirena estaba llorando.

DADOS
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:13:42 pm
Debate con la pared



De mis tristes ideas, de esta patética razón, la pared, su silencio, por tanto sus oídos. No pretendo que mis ideas, tristes y obsoletas vale recordar, trasciendan en lo mas mínimo (le aclaré), ya que además de coherencia conceptual, hacen faltan medios apropiados para su difusión, la vida no es tan simple como para  crear solución  con simples fonemas. También cabe advertirle lo siguiente: El universo es demasiado grande como para pretender que una hoja de papel con tinta valga algo, la existencia es demasiado pequeña y absurda como para hacer de cuenta de que sirve pensar en el infinito.
“Por eso me dispongo a hablarte, a tí Pared”, comencé “Ya que somos dos, lo puedes ver, enfrentado a mi estás, y a mi derecha la cama y el vacío en ella que nos ofrece todo: la negación de la presencia” ¿de quién?, solo yo lo sabía. Era sin dudas el momento apropiado, solamente estas ideas que brotaban en mi podían expresarse ante la pared. Era cierto, no era locura. Solo la pared, que ideas no puede tener, que pensamientos no pueden contagiar su percepción, era digna y capaz de recibir estas palabras. Su turno para hablar además, podía esperar.
“Acerca de lo absurdo que es la vida tal vez sea un tema ya banal para tí, no me detendré en eso. Sea aquel tema tu mejor tesis, tu agotada mussa. Solo quiera invocar aquella idea, será tu frialdad un derivado de la misma. Tu dureza, tu aspereza para no decir las cosas me asombra. Destaco realmente los medidos que son tus actos, reniegan de ser apresurados. Pero pecas muchas veces de estar ausente, de usar muy pocas palabras”. La pared no dijo nada. Su silencio fue bastante insolente.
“ Bien, supongo que no he contribuido nada hasta ahora en tu conocimiento.¿ Seré acaso un tonto al cual superas ampliamente? ¿No mereceré tus palabras, tu rico dialogo?. Pared, tu eres sabia. Silenciosa. Pero eres Pared, ladrillos, no posees ideas, tu solo posees silencios que yo domino, que yo apropio para mi beneficio, silencio que relleno con palabras que has de escuchar: porque te obligo, porque eres la única que no espera su turno para hablar, también, porque no te queda remedio. Soy cruel Pared. Muy cruel. No es que no haya oportunidades, pero tú eres así. Y yo soy así. Todos tenemos oportunidades, pero somos limitados, nos limitamos y nos limitan. Yo te limito a que me escuches. Tu me limitas el mundo, la realidad, me contienes en tus dimensiones y me apartas de oportunidades que jamás podré gozar. Aun así tengo otras oportunidades, de segunda mano, de menor satisfacción, que consagran la mediocridad. ¿Repudias la mediocridad?”. No contestó, pero supongo que verdaderamente no tenía una idea definida acerca de ese tema.
“Entiéndeme que no soy una persona solitaria, mi gran defecto es tener como mejor compañera a la soledad. Me reconforta tanto como tu blanca esencia. Es fácil perderse en aquel esmalte blanco que te recubre, tu geometría define una cara indescifrable, apenas se lo que estas pensando. Te lo repito, no quiero hacer de esto un monologo mío, no quiero consagrar la torpeza humana en otro discurso inútil, en otra intervención que a nadie le importa, tan solo existe en tanto hayan otros para oírla y criticarla.” La pared simplemente no replicó, ni añadió nada al comentario. Solo hubo un silencio.
“ ¿Realmente crees que el dolor es un aderezo para la vida? ¿Acaso es algo que le agrega gusto, que potencia luego los breves interludios de la felicidad? Si lo es así entonces solo queda alegar que la vida es injusta, y que esta llena de privilegiados pues las existencias en general son trozos de carne podrida, llena de insectos a su alrededor, y el dolor es simplemente un aderezo extra que no endulza: nos otorga momentos intolerables, sufrimientos patéticos e irremediables, luego, la carne podrida no es tan insulsa después de todo, al experimentar largos periodos de hambre, dolor. ¿Me contradije?. Dime tu pared, cada vez creo más en tus opiniones, en tu silencio que ha dejado espacio para mi palabrerío”. No hubo tiempo para que la pared contestase, rápidamente interrumpí: “ Sabrás que nosotros los hombres somos contradicciones ambulantes, no por nuestra ineptitud, es decir: sí es verdad que somos ineptos, pero lo que nos impulsa como legítimos fundadores de la contradicción son los sentimientos que nos dominan por un breve periodo de tiempo, anclamos promesas que teóricamente jamás podrán romperse, sin embargo lo hacen. Esto es porque jamás servirá de algo la teoría y porque en la práctica se encuentra todo: el sentimiento, la pasión, y la convicción única y temporal, de algo que en el futuro nos arrepentiremos o desvalorizaremos. Pared, tu no tienes idea de lo que es el dolor, tampoco sabes nada sobre el sufrimiento. Es posible ignorarlo, pero un verdadero ser humano es aquel que aprende a vivir con el dolor, jamás lo supera, es solo que se convierte en un mero apéndice de su cuerpo”. Si la pared se hubiese conmovido lo hubiese dicho, pero aquel silencio lo dijo todo: “La vida es la vida, felicidad, y por sobre todo, dolor”.
“Pared, tu no conoces el amor. Eso que me enciende, me impulsa y me frustra. Eso que me engaña de la forma más benévola, la mejor mentira, la increíble falsa esperanza, la idiotez impregnada en inocencia, y paradójicamente, en su final, casi siempre se encuentra la terrible desilusión.  Es aquello que me arrebata, que me obliga a adolecer una primavera de sensaciones que no escatima en finalizar con horrendos otoños, tal vez en desolados inviernos. Es aquello que me purga de mi esencia de naufrago o tal vez es un barril lleno de plomo, que me sumerge en lo más profundo del océano. Respiro y me ahogo pared. Respiro y me ahogo. Me vuelvo un idiota, me vuelvo el mejor. Me otorga un optimismo que da asco. Me otorga una ilusión que causa rechazo, repulsión. Es patética pero invaluable. Es tan simplemente irremediable. Es increíble. De insensatez irreversiblemente obvia, con casi una intención perversa de convencer a quien conquista de que todo es posible, incita a conjeturar lo inverosímil, reconstruye casi por definición el ensueño. Será siempre el fundador legítimo de lo irreal. Es poderoso pared, muy poderoso. En aquellos ladrillos que sostienen tu estructura jamás residirá la más mínima fracción de aquella sensación indescriptible. Aún así necesito que me creas Pared. Te imploro que así lo creas, porque aquello vive en mí de tanto en tanto. Es un huésped que no puede ser rechazado, es un honor, aunque las rupturas y continuidades de esta existencia sostengan que también puede ser un cuervo de la tempestad. Aun así el odio ha sido llamado a desaparecer cuando merodea su presencia.
“ Pared, tu tampoco me prohíbes el todo. Me torturas. Claro que me privas de imágenes, de tactos que brinda en el exterior un ecosistema de gentes y murallas sobrenaturales, de parejas que con su felicidad me martirizan, de voces alegres que con sus risas me hacen perder la cordura, pero me ofreces el sonido y este enciende mi imaginación, que, por sobre todo, inflama y potencia todo lo que imagino perder. Pero cuidado, en este resentimiento hay mucha compasión. También detesto aquellos sonidos que si te atraviesan y portan llanto y dolor. Me hace repensar el comienzo de esta conversación: lo absurdo que es la vida, lo grande que es el universo, lo imponente que resulta por ende la incertidumbre, lo mínima, lo insignificante que es la existencia. Pared, tu recreas constantemente la ciclotimia del universo, me das y me quitas, dejas que la música de la ciudad entre en este frío cuarto, pero me quitas todo, me impides todo. Me das y me quitas. Mi mente potencia. No te sientas culpable, es un tema de oportunidades, y la oportunidad de superar tu hermetismo, no es posible, simplemente no la tengo. La materia es impenetrable. Tengo la oportunidad de millares de libros, millares de horas dedicadas al estudio. Se me niega fundamentalmente el empirismo. No es tu culpa, pero también aprendí que tampoco es la mía. ¿Cómo podría ser acaso mi culpa? ¿Comprendes, acaso comprendes lo que digo?”. Con mis ojos húmedos desvié la mirada. Su silencio fue sumamente compasivo.
“Te lo agradezco” le dije. “Pero mas que nunca comprendo tu postura, y comprendo finalmente tus motivaciones que justifican tus modos. Dominas a la indiferencia como nadie, es tu mejor arma. No hay peor que el silencio que nada dice, no hay nada que supere la peor blasfemia que el simple vacío de palabras…jamás expresaran todo el odio que se quiere transmitir, pero sí el silencio, este puede portar lo que sea. La indiferencia, la ausencia de palabra consagra como nadie la denigración, el simple hecho de que nada puede importarle menos a uno que el otro, aquel que quiero ignorar, destruir. El silencio será tu mejor herramienta, y siento como si me hablases al mismo tiempo y te imagino diciendo: deja que los tontos añadan ignorancia al debate, que los idiotas pasen por inteligentes, que lo superfluo conquiste lo imprescindible, que los hombres se destruyan con sus falacias, ¿para qué malgastar algo tan preciado como las palabras? Las palabras, hoy tan prostituidas, tan enajenadas y plebeyas. Están gastadas, no tienen ya credibilidad. Sea yo una pared, indiferente, frío, incorrompible frente al mundo, tieso como una roca frente a sus giros, sus cambios y rupturas, sólido y silencioso frente a las torturas que la realidad me ofrece, su odiosa ciclotimia… ¿es eso lo que sostienes Pared? ¿Piensas eso? 
“¡Silencio!” respondió la pared.
Y más que nunca me quedé solo…

Facundo Adamoli

Alexei Ivanovich
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:15:21 pm
Nostalgia



   Veinticinco años es un lapso de tiempo relativamente largo, “toda una vida” como suele decirse. Sin embargo muchas veces el transcurrir del tiempo parece estar sujeto a las circunstancias. Tal vez en esas ocasiones podemos “ver” o “sentir” la relatividad del tiempo; por ejemplo:

Para un presidiario el tiempo avanza lento, fatigoso; o tal vez para un niño en espera del día de su cumpleaños para recibir regalos, no pasen tan rápido los días, o ¿Qué hay de un sentenciado a muerte? Seguramente el tiempo vuela. Luego entonces, no todos percibimos el paso del tiempo del mismo modo.

   En el caso de Mario, los últimos veinticinco años fueron tan agradables y placenteros que le parecieron “toda una vida” a los dieciocho años ganó una beca para estudiar en España. Al terminar sus estudios se casó y vivió cómodamente en Madrid. Solo había hecho un viaje relámpago a México, a la capital de su estado para enterrar a su madre; a su padre solo lo tuvo hasta los ocho años de edad, padeció un poco de orfandad pero su madre se esforzó por él, supliendo la falta de su padre como proveedor. En aquella ocasión quiso visitar su ciudad natal, “su barrio” pero por el trabajo tuvo que regresar de inmediato a Madrid, mas siempre tuvo la nostalgia por su tierra natal. Durante los últimos años planeó el viaje y por fin después de veinticinco años arribó ala central de autobuses de su ciudad. Lo primero que notó fue el aumento de autobuses en los andenes y de pasajeros que caminaban por todos lados, el edificio también había cambiado, ahora era más grande. Al salir, tres taxistas le ofrecieron sus servicios, pero agradeciéndoles se retiró de ellos, quería caminar, recorrer las calles de su niñez y adolescencia; no lo pudo hacer con la tranquilidad de aquel tiempo, el exceso de vehículos, el ruido y la gente se lo impidieron. Se encaminó a su barrio, salió de la congestionada avenida y tomó una calle más tranquila; aquella calle por la que en el sentido contrario, caminó muchas mañanas a la secundaria con el ambiente impregnado de jazmín, aquel dulce olor era en gran parte el motivo de su nostalgia, por eso no descansó hasta tener jazmines en su casa de Madrid. Tristemente notó que aquella calle ya no olía a jazmín, de hecho no veía ya ninguna de esas plantas colgar en los barandales o muros de las casas, ¡Ni siquiera eran las mismas casas! Las personas que se encontraba parecía angustiadas, de prisa, no se saludaban como cuando el iba a la escuela, no escuchaba los buenos días por todas partes como antes, lo único que seguía igual eran los militares uniformes de los estudiantes, igual que el que el usó, pero solo eso: los uniformes, pues también en los escolares percibió cosas distintas, muchos iban fumando, pero lo más perceptible era la actitud desinteresada y el lenguaje.

   Siguiendo su camino tomó una calle de banquetas agrietadas y una que otra vieja jacaranda: “su calle” ¡La calle en la que vivó! A su mente vino el recuerdo de aquellos partidos de fútbol en esa calle, la gritería de los chiquillos y las quejas de los adultos, la jacaranda que les servia de “base” para jugar a “las traes” o donde hacia el conteo quien “se quedaba” cuando jugaban a las escondidas. Nunca se le olvidó el suave olor que la brisa traía en esas mágicas noches de primavera ni los copiosos aguaceros del fin del verano, cuando todos los baldíos se ponían verdes.

Sin darse cuenta estaba frente a la tienda de Don Oscar, donde se reunía con sus amigos, donde compraba golosinas y se divertía en los videojuegos. Ahora era distinto; no había videojuegos, ni siquiera se podía entrar a la tienda, grandes rejas impedían la entrada, y solo por una pequeña ventana como la taquilla de un cine, despachaban a los clientes; las paredes de la tienda estaban llenas de grafitis y palabras obscenas. Don Oscar no atendía la tienda, ni su esposa, ni sus hijos. “La nueva tendera” le contó que Don Oscar y su esposa murieron en un accidente carretero: se dirigían a la prisión federal del estado a visitar a sus hijos, encarcelados por traficar con drogas.

   Una cuadra más adelante estaba “su casa”, caminó ansioso hasta ella. Ya no tenía la puerta de madera que rechinaba cuando entraba o salía y que servia de alarma a su madre cuando quería salir a jugar o cuando llegaba de la escuela, tampoco estaba las macetas con malvas colgando de las ventanas. Parado en la acera de enfrente, observaba atento la casa en la que vivió hasta que vio salir de ella a un niño que en cuanto estuvo fuera corrió calle abajo. Siguió observando la casa, recordando su interior, viendo a su madre salir de la cocina con un plato de frijoles y huevo frito rumbo a la mesa, donde él comía al llegar de la escuela. La vio también en el pequeño patio, doblada sobre el lavadero y también sentada frente a su vieja máquina de coser. Pero también vio a su padre, arreglando un desperfecto en el techo y cambiando el tanque del gas.

No supo el tiempo que pasó evocando su infancia en aquella casa. Tuvo que irse ante la amenazas de las vecinas de llamar a le policía, no las conoció, solo a una de ellas: Doña Marta, pero era tan anciana que no creyó que ella lo recordara. Caminó calle abajo, deseaba ir al parque, un lugar donde le gustaba pasar algunas tardes, jugando a la sombra de las grandes jacarandas, que en primavera adoquinaban el suelo con tonos violetas, aquel parque le encantaba; de lejos, cuando las jacarandas floreaban se asemejaba a una gran nube violácea. Fuera del parque aún estaba el pequeño jardín, donde se paraba el camión que lo llevaba a la prepa, pero el paisaje alrededor era otro, los negocios ya no eran tiendas, o carnicerías, ni tortillerías, ahora solo veía cantinas, bares o “antros” como le dijo un joven que pasaba por allí. En la banqueta del jardincito triangular ahora había bancas, una muy grande con tejado metálico serbia de descanso a quienes esperaban el transporte público, al llegar allí vio una cruz incrustada en el piso, detrás de la banca y delante de los setos del jardín, se acercó a ella y leyó la inscripción “Dr. Juan Manuel Mora Tovar 1977-2006” ¡El conoció a Juan Manuel!, todos en el barrio lo conocían. A los siete años ganó un concurso de aprovechamiento en su escuela y fue reconocido por el gobernador como uno de los mejores estudiantes del estado, tenía una inteligencia admirable, a los cinco años ya leía de corrido ¡Y leía libros completos! Algo así como un niño prodigio.
Mario tenia la seguridad; cuando se fue a España, que aquel niño haría grandes cosas, que sería un gran hombre y saber que había muerto tan joven le causó un duro impacto. Al darse cuenta de que seguía mirando la cruz, el anciano bolero cerca de él le contó lo sucedido:
Juan Manuel estudió medicina en Estados Unidos, al graduarse volvió y trabajó en el hospital más importante de la ciudad, pero además tenía un consultorio en su casa, ayudaba a muchas personas, no cobraba las consultas y cuando podía les daba las medicinas.
   
Una noche de invierno salió con su esposa y su pequeña hija a la cenaduría de doña Cuca. Al pasar por el jardín hubo un enfrentamiento a balazos, nadie supo quienes eran, solo disparaban desde sus lujosas camionetas. El doctor Mora y su familia quedaron en medio del fuego, el solo alcanzó a lanzar a su esposa al piso junto con su pequeña, muriendo acribillado a dos fuegos”.

   Mario no era ajeno a estos eventos, ya había visto algo en los noticieros; por lo tanto, sabía la situación; no solo del país, sino de gran parte del mundo, pero albergaba la esperanza de que a su barrio aun no llegaban estas situaciones; miró a unos niños cruzar la calle un tanto asustados, se dio cuenta de que aquellos días de su niñez en los que podía caminar seguro por las calles de su barrio se habían ido y que tal vez jamás regresarían. Siguió observando  a los niños, pensando en lo que el futuro les depararía y pensó también en su esposa y en sus hijos, en el mundo en el que vivía. ¿A dónde ir? ¿Dónde podrían estar seguros? Lejos de mejorar; las cosas empeoraban, todo el mundo lo sabe por qué lo vive a diario.
Echó a andar por la calle si un rumbo fijo; una ligera llovizna comenzó a caer, pero esto no le importó, siguió su marcha por la calle, que adquirió un sombrío y triste tono gris que presagiaba el porvenir. La lluvia comenzó a escurrir por su rostro mientras pensamientos inquietantes inundaron su mente.

   Coloquialmente se habla de un cambio en “los tiempos”. Ahora son “otros tiempos” dice la gente, o son distintos “los tiempos”. Desgraciadamente somos precisamente los seres humanos los que marcamos esas diferencias.

JESS LUNA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:17:10 pm
Y DESPUÉS SALÍ MI TUMBA



Las luces de la ambulancia centelleaban en el silencio de aquella fría madrugada. El hombre sin identificar yacía recostado sobre un gélido banco de metal surcado de corazones, iniciales y palabrotas. Tenía una mano sobre el pecho y la otra colgando fuera del asiento, los ojos cerrados y un rictus extraño en su cara macilenta. Junto a él, un médico embutido en un chaquetón reflectante negaba con la cabeza, despacio, en busca de un resquicio de vida. Cerca, Domingo, un vagabundo del lugar, trataba de explicarle a la policía cómo habían sido los últimos minutos junto al finado, y aunque los agentes que le tomaban declaración negaban con muchas más contundencia que el médico, Domingo seguía hablándoles indiferente a que le creyeran o no.
¬—Fue esto lo que me dijo —habló el indigente—:
—La única sensación que tuve cuando recuperé la conciencia fue el regusto amargo  de la anestesia en el cielo de la boca. Por lo demás,  al entreabrir los ojos distinguí solo la oscuridad, pero no me angustié. Supe pronto dónde me encontraba, de modo que con los brazos logré que la madera de la caja cediera como si fuera de papel. Después noté caer algo de tierra de la fosa encima de mí. Luego salí de mi tumba.
Mi único y más fresco recuerdo lo conformaban mis hijos y un par de nietos alrededor de la cama, poco antes de que los celadores me llevaran al quirófano.
Al salir del camposanto estaba frío, igual que ahora, y envuelto en un sudario amarillento e incómodo del que me deshice en cuanto logré ponerme en pie. Me puse en marcha y dejé atrás la lápida rota y la tierra removida.
Por lo que veo, debe hacer frío, pero yo no lo siento. Mientras caminaba por el filo de la carretera traté de poner en claro mis ideas, aunque parecía saber lo ocurrido. Quizá, me dije, soy uno de esos casos de personas que hasta los médicos creen muerto… Pero estoy aquí, vivo, saliendo por mi propio pie de una fosa a las pocas horas de mi entierro.
Continué mi marcha, pero a medida que avanzaba empecé a confundirme, pues aquel trecho que otras veces había recorrido volviendo del campo cercano donde trabajaba, se dividía y bifurcaba en varias direcciones. No podían haberse hecho todos esos caminos en una noche, me dije, pero seguí andando hasta que me crucé con la primera persona que, atravesando a la otra acera, aceleró el paso como si me evitara.
No. Aquello no podía ser el pueblo. Cuando alcancé el cruce de caminos ya no acertaba a saber dónde estaba. A derecha y a izquierda, dos enormes carreteras se alargaban como interminables tentáculos de asfalto, estirados más allá de donde alcanzaba mi vista.
¿Dónde me han enterrado?, me pregunté. Pero miré atrás, distinguí la cúpula cercana de a capilla del cementerio y seguí caminando con el convencimiento de que acaba de salir del camposanto donde, desde siempre, habían enterrado siempre a los vecinos del pueblo.
Había llovido y el suelo se encharcaba aquí y allá con pequeños espejos sucios sobre el alquitrán y las plaquetas del acerado. Me agaché y me vi reflejado en el agua turbia de aquel charcal. Tenía el pelo laxo, y me llegaba casi a los hombros. Estaba terriblemente pálido, y los ojos me brillaban como si estuviera borracho.
Seguí caminando en línea recta, olvidando la amplia carretera, y me acerqué a la pedanía de Los Zahoríes, que divisé al poco de iniciar la marcha. Cerca, sobre la pared de una caseta de electricidad había varios carteles pegados con anuncios que me dejaron completamente perplejo:
“Cotillón fin de año. Discoteca El Kanguro. Bebidas de las primeras marcas. Ven con nosotros a celebrar la entrada de 2013”.
Leí despacio, sin comprender. 2013, repetí en voz alta varias veces como en una extraña letanía. Turbado me llegó a la memoria que el mismo día de mi 58 cumpleaños sufría un ataque al corazón. ¡Pero eso fue en el año 2001! ¿Cómo era posible que llevara enterrado ¡doce años!?

Supe que debía ser un día de fiesta porque siempre que pasaba eso el pueblo parecía dormirse; los vecinos se marchaban a la sierra a comer o se quedaban en sus casas viendo el televisor, de modo que salir a la calle era encontrarse un panorama tan desolador como el que tenía ante mis ojos.
Estaba muy cansado. A cada paso que daba sentía que la vida o lo que diera energía a mi cuerpo se agotaba. No era, empero, un agotamiento normal. No me asfixiaba ni sentía más o menos fatiga. Sencillamente mi cuerpo parecía forrado de plomo. No podía con él.
Soplaba el aire del norte, y supe por las luces —apagadas pues era de día— que era Navidad.
Las cosas que pasaron por mi cabeza no puedo recordarlas. Solo sé que fueron muchas. ¿Sabe? Quizá otra persona hubiera gritado que estaba vivo y todo eso. Pero yo no. Acaso era consciente de que aquello era transitorio, y que pronto volvería al mundo de las tinieblas, o al de aquella luz que me acogió nada más cerrar los ojos en el quirófano.
Sé, amigo, lo que está pensando. Por qué no fui a pedir ayuda, ¿verdad? ¿Y qué podía decir? Pero si ni siquiera yo creo lo que me ha pasado, que estoy aquí sentado, hablando con usted, después de haber salido de mi tumba.
Si de veras había estado tanto tiempo bajo tierra, ¿qué habría sido de mis hijos, de mis nietos? ¿Dónde estaría mi esposa?
¿Sabe algo?, montado en la ambulancia, el día de mi cumpleaños, pensé en esa costumbre de ensalzar la figura de los que se van. Me pregunté si conmigo pasaría lo mismo, si llorarían mucho tiempo mi muerte, si mis poco enemigos serían capaces de perdonarme, si mi familia respetaría mis deseos y mis pertenencias. Si tardarían mucho o poco en olvidarme.
—No, no estoy borracho. Si traen en el coche un cacharro de esos podrán comprobarlo. Soy pobre, duermo en la calle y bebo mucho, pero les aseguro que hoy no  he probado nada—. Domingo dijo eso mirando hacia la ambulancia que ya se alejaba. Uno de los policías, mientras tanto, siguió apuntando con desgana parte de las cosas que el hombre decía, como si esa noche se estuviera alargando demasiado y estuviera deseando terminar.
—¿Qué más? —interrogó otro de los agentes sin más interés que su compañero.
—Me dijo que iba a presentarse en casa de alguno de sus hijos, pero no quería que lo vieran así.
¿Qué podrían pensar? Tenía muchas ganas de verlos, de abrazarlos, de besar a mi mujer, a mis nietos, que ya habrían crecido mucho.
Mientras pensaba qué hacer, por la calle me rechazaban o me contestaban apresuradamente. Mi presencia les espantaba, de manera que seguí caminando con el convencimiento de que no iba a recibir ninguna ayuda.
No sé decirle si mi corazón se agitó, pero al ver aparecer la casa de un antiguo amigo, algo se movió dentro de mí. Eres una de esas casitas de campo, a las afueras, pero que las construcciones modernas la habían rodeado por todas partes.
Llamé al timbre y salió él. Vestía de negro y de su pelo, que había encanecido mucho antes de que yo muriese, ahora apenas quedaba una tonsura igual que la de un fraile.
No me veía, ni me oía. Y yo no podía tocarle. Mis manos atravesaban su cuerpo. Notaba el calor de la sangre en ellas, pero no podía hacer nada. Mientras, él miró de un lado a otro de la calle y cerró la puerta, pero fui tras él y me colé dentro de la casa.
Gritó histérica una mujer. Yo no la conocía, no la había visto antes, y Felipe, mi amigo, se acercó a socorrerla porque estaba muy asustada. Después estuvo balbuceando a duras penas, diciendo que había un hombre junto a la puerta. Felipe se volvió entonces y esperé que al fin pudiera verme, pero no fue así, y pensé que quizá pudiera verme solo quien no me conocía. Y así era, en efecto, porque ante el alarido de la mujer, en medio de la confusión, salió Ramiro, el más pequeño de los hijos de mi amigo al que yo tantas veces había llevado a los entrenamientos de su equipo de fútbol.
No me vio.
Tampoco pude tocarle.
¬—De manera que un fantasma —la voz del policía dirigiéndose a Domingo sonó socarrona.
—Y yo qué sé —se revolvió el otro—. No me lo dijo, como podrá comprender, señor agente. Ustedes me han hecho una pregunta y yo les contesto. Y ahora —siguió decididamente— déjenme terminar. Quiero largarme a dormir un rato antes de que amanezca.
—Se me ocurrió —continuó con la voz muy débil— que si mis conocidos no podían verme, acaso fuera una buena oportunidad para saber, ya que era Navidad, cómo y hasta qué punto me recordaban los míos, de manera que salí de la casa y me dirigí a la de mi hija.
Allí estaban, como cada año, todos alrededor de la mesa para almorzar. Y a todos pude verlos sin que me vieran.
Rita, mi yerno Alfredo, con el que jamás hice muchas migas pero que se portó muy bien el día de mi infarto. Goya, Alejandra y Manolito, mis nietos… Allí, le digo, estaban todos.
Vi sobre la mesa algunas fotos mías y de Lola, que también estaba en la mesa. Delante de esas fotos, unas velitas de Navidad.
Estaban contando chistes y chanzas… Apenas me mencionaron.
—No me acuerdo bien del abuelo —fue lo único que dijo Manolito con esa vocecilla de diablo.
Mi hija dejó de comer y sonrió para decirle que su abuelo estaba en el cielo. El resto escuchó la respuesta sin apenas prestar atención y me di cuenta de que ya apenas dolía mi ausencia. El tiempo había echado una capa bien gruesa de tierra y olvido.
Todos, amigo mío, nos convertimos en un simple recuerdo cuando nos vamos, un bosquejo que se desdibuja con el paso del tiempo. Nada más: los muertos solo somos eso, muertos, y lo que fuimos, sombras nada más.
—¿Y después, qué? —habló el policía que estaba tomando las notas en la agenda.
Pero Domingo parecía impresionado por aquellas últimas palabras del desconocido y tardó un poco en contestar:
—¿Después? Después nada— contestó poniendo la vista en un lugar indefinido—. Me dijo que estaba agotado. Me dio las gracias por no haber salido huyendo como todos los demás y por dejar que lo escuchara. Entonces cerró los ojos muy despacio y se quedó como lo han encontrado ustedes cuando les avisé. Es todo. ¿Puedo irme ya? —la voz se tornó desagradable.
El policía cerró la libretilla y le dijo que sí, que podía marcharse. Domingo se agachó, cogió su petate lleno de cochambre y se marchó camino del albergue.
Se miraron los policías y rieron con desgana. En el coche patrulla, la radio pedía a alguna unidad que se pasara por el cementerio. Los empleados acababan de descubrir una tumba profanada.
Llovía.

Laura Sainz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 05, 2013, 16:18:49 pm
EL PRETÉRITO



Otro viernes más. Por la esquina aparece Pacheco, fiel a la cita matutina de la semana, empujando la silla de ruedas de doña Amalia. Ve a Ramón aproximarse y, a modo de saludo, hacer girar la sillita mientras Amalia sonríe. Ramón y el señor Valentín avanzan a pasos lentos hacia ellos. El sol promete una primavera inminente, por eso Ramón – Monchete familiarmente – ha elegido una chaqueta más liviana para Valentín, que se aferra a su brazo y al bastón que ha bautizado como “amigo de palo”. “Llevo uno de palo y otro de carnes bien prietas”. A Valentín le gusta referirse así a Monchete, burlón, pero al afectado no le molesta esa alusión a sus kilos de más. Ha cogido apego al viejo en este tiempo.
Vistos así de lejos, forman dos extrañas parejas. Ramón acude a la cita siempre en autobús con Valentín. Pacheco solo tiene que desplazar a la señora Amalia unos 200 metros desde el domicilio de la hermana porque ésta ha establecido un perímetro máximo de “excursiones” para la convaleciente.
Pacheco y Ramón se funden en un abrazo de camaradas. Entran en el bar y piden lo de siempre: dos cafés solos. Para Amalia, una naranjada con pajita. Apenas mastica desde la embolia, pero sorbe con vigor. La mujer vive al cuidado de una hermana monja y Pacheco se ha convertido en su custodio los lunes, miércoles y viernes, los días que la monja dedica al centro de acogida para extranjeros. Sin esa hermana y la compañía del joven, Amalia no se valdría. Pacheco la llama “mamita”, aunque bien podría ser aquella abuela con la que nunca tuvo trato.
Ramón acerca un descafeinado a Valentín, que adopta una pose de indignado.  Ramón no le permite protestar. Le prometió a su hija, a la hija del vejete, que iba a cuidar de él como si fuera su padre. Ni cafeína ni sal. Y solo una copa de vino al mediodía. Valentín tiene 85 años y su mente es tan lúcida como cuando era profesor de lengua, pero su físico se deteriora. Camina con dificultad y le duele “hasta el cielo del paladar”, como proclama con frecuencia. Lo que más le duele al buen hombre es haber perdido su autonomía. Eso intuye Ramón.
La consigna de los viernes es no hablar en tiempo pretérito. Pacheco y Ramón saben que cualquier vericueto de la conversación puede llevarles a terrenos que no quieren pisar. Buscan rodeos para evitar hablar del “antes” añorando a algunos compañeros, ahora que ellos han retornado al reino de la libertad. La cárcel separa, pero también une. El compromiso de los viernes es pasar de puntillas por ese paréntesis que les privó de estar con los suyos.  ¿Quiénes son los “suyos”? 
Para Ramón, son una madre viuda y una hermana mayor. A su padre le fulminó un cáncer en solo cuatro meses. Monchete no pudo estar para decirle adiós y aún le escuece mucho este episodio. Para Pacheco, los “suyos” se reducen en realidad a un hijo venido al mundo dos meses después de su confinamiento. El niño no pronuncia “papá” ya que la madre de la criatura se encargó bien de omitir esa palabra. Pacheco intenta ahora recuperar el tiempo perdido con las breves visitas que le permite su ex.
Pero existen otros que también cuentan para Pacheco y Ramón. El Pepo está terminando una condena de cinco años por tráfico de estupefacientes. Resulta hasta injusto que ellos estén disfrutando de una nueva etapa y él todavía siga ahí dentro. “Ahora seríamos la santísima trinidad” dice a veces Pacheco. Tiene una risa bonita, a pesar de mostrar una dentadura irregular y su rostro delate ciertos excesos. Eso también es pretérito y nunca se menciona porque Pacheco ya está limpio. 
El señor Valentín ha sido acomodado en una mesa del bar junto a Amalia, ha encendido un transistor y lo acerca al oído de la mujer. Ella oye, sí, pero no escucha porque vive en otra dimensión, le recuerda Pacheco. Ramón observa que su amigo Pacheco anda agitado. Hoy no ha recurrido a su típica chanza: “¿Ya te buscaste un apaño, Ramoncete? Que te van a caer los 40 y no has catado hembra”. Ramón se hace siempre el loco ante estas insinuaciones. ¡Ya le gustaría conocer a una mujer! Pero nunca se ha sentido bien en un cuerpo tan grande y su imagen al espejo le parece demasiado imberbe. Con esas armas no se conquista a nadie.
Pacheco juguetea con una servilleta y fuma con fruición. Hoy no comenta el último encuentro fugaz con su hijo ni fantasea con ligarse a la cajera del supermercado del barrio. A Monchete su amigo le sigue pareciendo un mozo atractivo – ¿o lo era? – a pesar de su currículo.  Pacheco suelta la noticia: “Esta semana he hablado con la tía de la organización, la de gafas”. “Sonia” puntualiza Ramón, esperando que salga a colación el tema de Pepo. Lo mencionan a menudo porque su libertad está cerca. Solo hablan de ese amigo común en futuro (“Pepo saldrá…” y condicional (“A Pepo le gustaría…”). Le alegra la iniciativa de Pacheco pero duda de que el Pepo que conoció en prisión quiera tratos con una ONG (“asistencia a mayores” les recalcaba la trabajadora social). Pepo fue un espíritu libre, dueño de su propio negocio. Un pintor de brocha gorda que se permitía el lujo de rechazar faenas ingratas. Claro que eran tiempos mejores.
Pacheco se ha acercado a visitar a la mujer de Pepo hace unos días. Le narra a Ramón las dificultades económicas de la familia. La empresa donde la esposa limpiaba cerró, los dos chicos mayores han dejado de estudiar y sirven copas en un bar. “Porque tenemos que seguir empapando las deudas del pasado y comer cada día”, ha justificado la mujer de Pepo. Ella teme que, tras su regreso, el marido vuelva a buscar “dinero fácil” para salir del bache. En cuanto Pacheco se despidió de ella, marcó el número de la organización.
Ramón interviene entonces: “No me imagino a Pepo cuidando a viejos, como hacemos tú y yo”. Lo dice en voz baja pero Valentín, que acaba de apagar su transistor, lo capta. “¿Qué tenemos de malo los viejos?”, exclama con resentimiento. Pepo no querrá ponerse en manos de un mediador, opina Monchete. Pacheco porfía: “Tendrá que hacerlo. No hay trabajo. Tiene una familia que le ha esperado todo este tiempo. Se lo debe a ellos”.
Pacheco no tuvo esa suerte. Nadie le esperó a la puerta de la cárcel en su primer día. Ni su novia, que ya le había borrado de su vida, ni su madre, que siempre renegó de él. Y sobre su padre prefiere no hablar porque fue él quien le inició. No le perdona que le contagiase su particular estilo de vida. El padre desapareció un día, y mejor así, pero dejó su legado.
Monchete y Pacheco no se han sincerado aún sobre las consecuencias de la cárcel. Es por evitar el pasado. Sin embargo, cada uno ha extraído ya sus propias conclusiones. Ramón Alameda tuvo su escarmiento, un castigo excesivo quizás. Se había dilapidado tanto dinero que trabajar en la tienda de su padre no le cubría las deudas del juego. Necesitaba más. Era un botarate que aborrecía la sombra paterna, pero era cobarde para buscarse otro oficio. Cuando cerraba la tienda, se vestía con extravagancia y lucía cochazos que no podía costearse. Esa inmadurez le empujó a cerrar un trato absurdo y al final le pillaron en Barajas.
El caso de Rafael Pacheco es diferente. Su vida se había desbocado desde muy joven. Consumía, trapicheaba, conseguía el dinero justo para malvivir, volvía a abusar… Intentó curarse en dos ocasiones, pero regresó al abismo. Cuando su novia le comunicó que esperaba un hijo, Pacheco se metió en la boca del lobo de lleno. No tuvo buenos consejeros. Los “negocios” de Pacheco funcionaron por poco tiempo. Pasar por la cárcel significó recuperarse a sí mismo, al fin y al cabo. Allí se desenganchó y encontró los amigos que nunca tuvo fuera.
Ahora importa Pepo. Mientras los dos amigos apuran su café pensativos en el bar, suena la melodía estridente del teléfono de Pacheco. Este responde, primero desconcertado y luego con cierta exaltación: “¿Qué quieres decir con mantenimiento? ¿Te refieres a hacer arreglos en la finca y cuidar los jardines y esos rollos?”. Le hace un gesto de triunfo a Monchete con la mano mientras asiente al teléfono. La conversación queda zanjada: “Nos pasamos la semana que viene con la mujer de José y hablamos. Sí, sí, sale para mayo”.  Pacheco cuelga y suspira: “No es solo por el dinero, es porque uno se sienta válido en este mundo de m…..” No termina la frase. Vuelve sus ojos hacia doña Amalia y apremia con cariño: “Mamita, ¿nos volvemos para casa?”.

Frida Glas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:34:56 am
EL LIENZO


Estoy sentada en mi cama mirando la pintura que pinté hace tiempo, la de Los holandeses.  Uno de ellos, atractivo sin remedio, me mira y dice:  -Ya no escribas, mejor pinta otro cuadro como el nuestro-.  Lo escucho y me cambio de sitio sentándome en la silla antigua de mis padres observando cómo la mirada seria de aquella figura recorre el cuarto y me dice de nuevo –Ya no escribas, ponte a pintar como antes de estudiar Literatura.-  Intento recordar cómo era la técnica que utilicé al plasmar sus ojos en el lienzo, aquella que empleaba el pintor Madrazo, un español de quien hay muchos cuadros en el Prado, la cual consiste en lograr que los ojos del retrato te sigan por todas partes.   

    Trato de pensar en un próximo cuento pero el guapo del cuadro me dice de nuevo:
 –Pintas mejor, hazme caso, no te desperdicies, no inviertas tu tiempo en tonterías como contar historias. ¿Qué es un bolígrafo sobre las hojas blancas de un cuaderno, si no tienes la gracia de la prosa?-  Contemplo el cuadro, me sigue mirando y, aunque pienso que el hombre de mis sueños podría parecerse a él, percibo que está celoso de mis escritos y quiere salir de su tela para quitarme todo lo que  pueda inspirarme a redactar.  No sé por qué.  No entiendo nada.  Quiero destruirlo pero me han ofrecido una enorme cantidad por él  y hace mucho que espero ese dinero, no obstante, aunque estoy contenta de venderlo, estoy confusa porque cuando trato de dormir y relajarme siento su presencia pues veo que me está siguiendo todo el tiempo.

    Una mañana, lo saco de mi cuarto y lo cuelgo en la pared de la otra habitación, aquélla que no tiene pinturas.  Estoy feliz pues así no lo veré más y no tendré  la tentación de que me diga algo nuevamente.   Quizás así sea mejor y pueda olvidarlo para que cuando el comprador se lo lleve, ya no recuerde sus palabras y pueda seguir escribiendo.  A veces me ha dado miedo tenerlo en casa y ya quiero que el marchante se lo traslade, pues como habla, como el personaje de este cuadro habla y cada vez que lo hace emite  unos gemidos afligidos, siento que es como si fuese un moribundo que quisiera salir de su ataúd, como si quisiese continuar en mi casa y no quisiera ser vendido.

    El holandés, quien realmente no representa en mi cuadro un personaje del siglo XVi o XVii como el que estarás imaginando, sino un bailarín perteneciente a un grupo de danza contemporánea cuya nacionalidad es holandesa, ha sido captado por mi pincel durante una de sus presentaciones.  Primero realicé un bosquejo en aquél teatro y luego vine a casa para pintarlo.  No he investigado nada sobre los miembros de ese grupo pero ya lo haré pues me empieza a preocupar el personaje; como aquella vez que fui a dibujar con tinta china a aquellos muertos en la escuela de medicina con mis profesores de Fotografía y Escultura y luego no quería mirar mis propios trazos.

    -Sé que soy responsable de que estés aquí pues te he pintado.- Le digo fastidiada. –Pero no es mi culpa que me guste tanto dibujar.  Tu baile era maravilloso y debes ser consciente de que no sólo te pinté a ti, tus compañeros también aparecen en el cuadro y no sé por qué te sientes tan importante.  ¿De dónde has sacado ese egoísmo de sólo querer que pinte y no escriba?  Hagamos un trato, antes de venderte te describiré en un poema, ¿qué te parece? puesto que dices que mi prosa no es buena.-  Pero de pronto puedo observar en su mirada que no le ha hecho mucha gracia.

    ¡Qué tonto!  Me he cambiado de cuarto y escribo sobre él ahora mismo.  Quizás se apacigüe un poco y ya me deje en paz. Quién sabe... por ahora lo dejaré tranquilo y sólo hasta que su mente dibujada y luego pintada ya no piense, dejaré de especular y me iré a dormir para esperar lo que deba suceder mañana, además he escrito demasiado y el hombre de la galería vendrá a las diez, sí, por fin el cuadro será vendido y además me pagarán en libras. 

    Tengo sueño, me estiro y bostezo, seguramente piensa que lo estoy vendiendo por poco dinero y quizás está ofendido por ello, pero lo que no sabe es que podré visitarlo cuando quiera.  Los interesados por el cuadro son amigos y es a ellos a quienes suelo vender lo que pinto para no perder contacto con mis obras.  Nunca suelto una pintura así como así y él debería saberlo pues no es la primera vez que ha venido alguien a mi casa por un cuadro y él ha estado ahí, colgado, para observar cómo se llevan las pinturas.  Seguro se siente utilizado, sí claro, indudablemente piensa que sólo lo he pintado por dinero.  No lo sé, quizás tenga razón.  ¿Pero de qué **** quiere que vivamos los artistas?  Joder, que los materiales también cuestan dinero y además que no se queje pues últimamente he escrito más de lo que he pintado sin ganar un céntimo.  ¡Ja, ja! ¡Estoy flipando! ahora me estoy creyendo que el holandés se ha enamorado.  Será de otra pintura porque de mí...ya me estaría volviendo loca.  Mañana veré qué sucede, no creo que hable y si lo hace, dudo que el comprador pueda oírlo.  Sería una locura aunque quizás me pagaría más caro.  ¡Ja, ja! estoy alucinando.

    ¡Ay, ay, ay!  ¡Mi cuadro está llorando!, desde aquí oigo los gemidos.  -¡Déjame dormir de una vez por todas que he de madrugar mañana!-  Me levanto desesperada para intentar ver lo que sucede y el maldito holandés me dice con mirada triste que ya no escriba más y que mejor pinte una copia del mismo cuadro antes de que lo venda mañana.  –Así podré quedarme en tu taller y tú vendes la copia, ¿qué te parece?- Siento que no puedo creer que un cuadro me diga lo que debo hacer, mejor dicho, el holandés del cuadro, el que está a la izquierda, además de que ya no me encontraba escribiendo y sólo intentaba dormir. –Ya sé que se trata de tus amigos-  ¡El cabronazo me ha leído la mente!  -Pero si me vendes, posiblemente en un futuro sea revendido o quizás alguien robe la pintura o tal vez sea yo quien me harte de mis compradores y me escape de la misma, lo cual sería un gran problema para ti y te meterías en líos por haber vendido un cuadro así, sin uno de nosotros.-  ¿Me estoy volviendo loca?  Entonces intento explicarle que no me dará tiempo de pintarlo nuevamente pues no soy copista, son las doce de la noche y aunque trabajara sin parar hasta las siete, los óleos tardan en secar entre tres y seis meses por su material orgánico y no será sencillo vender un cuadro húmedo.  Estoy molesta y él responde. –Tengo una idea, no nos escribas, no nos vendas o píntanos de nuevo.  Sí, sí. ¡Píntanos un cuento!-  -A ver.- Le explico. -¿Y cómo demonios puedo hacer yo eso?-  Pone cara desesperada y le comento.  – Vale, vale, tengo una idea, me has convencido, son las doce y media de la noche y tengo sueño pero sólo por tratarse de ti y porque me sentiría realmente preocupada si te vendo, pintaré otro cuadro pero primero lo haré con acrílicos que secan rápido y luego le daré unos toques con óleo para que el cliente piense que es un óleo.  ¿Te parece?-  Veo cómo el personaje sonríe tranquilo y me mira con ojos brillantes, así que supongo le ha gustado mi idea y saco un lienzo del mismo tamaño diciéndole al mismo tiempo.  –¡Qué pereza!, no sé qué te pasa, ¿te das cuenta de lo que voy a hacer por ti?  ¡Debo de imprimar la tela o si no me meteré en líos pues si no lo hago, el cuadro no duraría ni un mes!-  Saco el fondo de media creta que tengo en un frasco y pienso que es una locura pues no secará y ya sin mirar al holandés recuerdo que tengo una tela del mismo tamaño ya preparada y me relajo.

    Saco mis pinceles, mezclo el blanco con el rojo, luego el negro, trato de pintarlo en otro bastidor y limpio la tela.  Estoy nerviosa, a ver si me da tiempo.  Mejor saco la paleta para mezclar los colores pues cuando he intentado dibujar con la sanguina su rostro, ¡la cara no es igual!  Los ojos de este nuevo personaje no me miran y sus labios no me hablan. ¡No puedo pintarlo!  ¡Me juré a mi misma que nunca pintaría por encargo! Además no puedo fingir, nunca he pintado dos veces un mismo cuadro y sé que no soy capaz de repetir un rostro.  Las lágrimas recorren suavemente mis mejillas por primera vez durante esa noche.  Me remuerde la conciencia pero debo vender el cuadro, necesito el dinero.  Intento imitar el rostro nuevamente pensando al mismo tiempo que es una decisión y venderé el cuadro original mañana y su constante insistir de –No me vendas, por favor- de cobardía, no alterará mi decreto.  Siempre he sido una mujer de palabras y de hechos, no voy a quedar mal con mis amigos y mucho menos con esta Galería.  Ahora soy yo quien tiene los ojos rojos.  Me toco la cara para quitarme la humedad y seguir pintando.  Las lágrimas me escurren pero mañana todo habrá terminado y seré feliz de nuevo, además tendré lo que necesito para pagar el alquiler y muchas otras cosas.  Escribiré un cuento en el cual él será el protagonista y lo leeré toda la vida.

    No dormí nada esa noche, cuando el comprador llegó y me pagó en efectivo no se dio cuenta de lo que le daba.  Cuando se iba, la casa se sentía vacía y en silencio como si un alma se perdiera.  Sonreí hipócritamente alargándole el paquete envuelto en un papel estraza que iba crujiendo todo el tiempo.  El holandés nunca habló, fue respetuoso ante mi decisión y yo me quedé sola en aquel estudio vacío en el cual intenté durante meses pintar nuevamente aquel rostro sin lograrlo.   Había vendido mi creación sublime, mi obra maestra y de ella sólo conservaba una pequeña foto que no me decía nada.  Permanecí horas en mi cama intentando que me hablara pero nunca lo hizo.  No puedo pintar más, estoy desesperada.  Sólo escribo estas palabras como si fueran aquel día pues si no lo hiciera, me volvería loca. 

    Años después he intentado localizar el cuadro y recuperarlo, pero los compradores se han ido al extranjero y no han dejado un número o una dirección para encontrarlos. Los he buscado en Facebook  y he escrito su nombre en Google pero me he enterado de que querían descansar el resto de sus días en un sitio aislado para que nadie los molestara, por lo que nunca he podido descubrir su paradero. Intenté pintar mil veces a aquel desconocido junto a sus compañeros de baile pero nunca lo logré, los rostros de algunos me salieron pero no los de todos y mucho menos el de él.  Alguna vez terminé el cuadro pero no era igual pues el holandés ni me veía ni me hablaba, así que un día ya desesperada y sin poder pintar más cuadros, opté por dejar los pinceles hasta el final de mi existencia, lo vendí todo y me cambié de continente para no recordarlo más.

SCHINNY BLACK
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:36:47 am
CONVERSACIÓN ENTRE BRAVOS

Madrid, 1618

A la hora menguante de otra calurosa noche de julio la taberna de los Fundadores era un bullicio de risotadas, ruido de huesos de Juan Tarafe rebotando en las paredes y rumores de conversaciones de los que se arremolinaban en torno a las mesas donde se  araba con bueyes-seis granos juego, matantes tengo, llevo los palos vacíos, la calle del puerto es mía, envido y demás lances propios del catecismo-, algunos con más fortuna que otros; mientras la mayoría debía retirarse trasquilada de lana a las primeras de cambio, unos pocos, intuyéndose acariciados por la suerte, continuaban hasta que finalmente los naipes dejaban de ser putas y se convertían en doses, ya fuera por el azar o por la mano de un doctor de la valenciana que fuera experto en ahuecar el as, el rey o la sota, momento ese que solía provocar arrufaldas, votos a tal y posterior danza de blancas en alguna calle sombría de Madrid, cuyo lance acababa en mojada o en intervención de la zarza.
Arrullado por el jaleo, Mateo Alonso, a la sazón teniente de alguaciles de los cuarteles de Madrid, bebió de un trago azumbre y medio de vino turco sin poder evitar un suspiro de melancolía. No hacía muchos años él era uno de los principales en darle a la baraja, sobre todo en los juegos de estocada, llamados así por la rapidez con la que dejaba a un hombre sin dinero, habla ni aliento. Años pasados, años felices, se lamentó para sí; mucho más que el incierto presente que le tocaba vivir. Por más que se resistiera tenía que empezar a asumir las limitaciones propias de su edad-no hacía ni dos meses que había sobrepasado la cincuentena- pero, sobre todo, de la enfermedad que le estaba matando lentamente por dentro, cuya demostración más palpable era un movimiento descontrolado de su mano izquierda, con la que apenas ya podía sujetar una daga.
Con la vista perdida en el fondo de la jarra, como si quisiera encontrar allí la solución a sus problemas, Alonso hizo un gesto a la tabernera, alzando el vaso. Inmediatamente la cantinera, una joven de pelo negro que iba con los hombros al descubierto y falda abierta por delante con vuelo, se acercó contoneando el navío con tanta gracia que los hombres que abarrotaban las mesas por donde pasaba dejaban brechas y naipes a un lado para quedarse mirándola absortos.
-Buena clientela esta noche-dijo el teniente de alguaciles mientras extendía el vaso, conminándole a llenarlo hasta arriba
-Lo mejor de cada casa-respondió la joven, guiñando un ojo.
Durante el verano de 1618 la Taberna de Fundadores, situada a la espalda del convento de Santo Tomás, se había convertido en el lugar preferido por cicarazates, vivandores, apóstoles, picadores, templones, lechuzas, cachucheros, daifas de poco manto y demás gariteros que solían aflorar a la caída del sol en torno a los sifones de tinto, moscatel pardillo y vino blanco que estaban colocados junto a las paredes de la cantina, cuyas grietas se disimulaban con epigramas escritos por algún cliente insigne-todo el que fuera capaz de salir de allí derecho merecía el calificativo de tal- que, aprovechando la soltura de lengua e ingenio que proporcionaba el elixir de Baco, había dedicado una jácara en la que se resumía a la perfección la idiosincrasia  del Madrid del XVII.

Es Madrid ciudad bravía
que, entre antiguas y modernas,
tiene 300 tabernas
y una sola librería

Alumbrado por una vela cuya luz macilenta dejaba a la sombra de nariz para arriba, Alonso, cuya fidelidad tabernera le había conseguido un sitio junto a la puerta trasera que se solía emplear para cuando había que salir al grito de “peñas y buen tiempo”, se entretuvo mirando la mesa contigua en la que dos bravos se habían enzarzado en una acalorada discusión, trocándose verbos por un dado.
-¡O vuacé retira la insidia de que las brechas están amoladas o juro por mis dos y por mis cuatro que de este tugurio uno sale como hidalgo y el otro con los pies por delante!
El que hablaba a gritos era un rufo imberbe del norte que a Alonso se le antojó que, por su edad, debía tener pocas muescas en su toledana. El que acusaba, sin embargo, parecía más hecho, tanto por edad-ya peinaba canas en las barba- como por cuajo; así lo atestiguaban los araños que le marcaban la cara y por la forma con la que acariciaba la cazoleta de su espada, confirmando que aquel era un matachín de a muchos ducados la estocada.
Al poco, los dos hombres ya habían pasado de los votos a tal y mentís por la barba a ponerse uno frente a otro en actitud desafiante y pedir temerarias, requisadas convenientemente por el portero a la entrada de la taberna. Viendo el rumbo que iban tomando los acontecimientos, Alonso suspiró con desgana; según su experiencia, aquello tenía todos lo visos de acabar en un lance de hierros con posterior mojada de por medio y, por consiguiente, más trabajo para él; y esa noche no estaba de humor.
Antes de levantarse, el teniente de alguaciles besó el jarro y, tras asegurarse que la de Juanes estaba en su sitio, se levantó en dirección a los dos hombres, interponiéndose entre ellos.
-No se alborote el aula, caballeros-dijo mientras colocaba la mano en el pomo de la espada para que esta levantara la capa por detrás, a lo bravo-. No hay necesidad de colorear la noche de rojo.
Ante la intervención de Alonso, cada uno de los rufos actuó de una manera distinta. Con el bodegón alborotado, el vascongado echó un pie atrás, inquieto, mientras el otro se acercaba a una mesa para escurrir el barroso sin perder la calma.
-¡No se entrometa vuacé, que me sobra hierro para dos!-espetó el joven, alzando aún más la voz.
Pese al desaire, Alonso ignoró el comentario, dirigiéndose en esta ocasión al de mayor temple.
-Vuecencia sabe lo que tiene delante: mucho cazador para tan poca pieza.
El barbirrucio sonrió a medias, mostrando varias oquedades en la dentadura.
-¿Puedo saber quién me lo pide?-preguntó el otro, algo arriscado.
-Baste decir que el hierro se oxida cerca de los vallerifes del Sepan Cuantos, con su teniente a la cabeza-dijo Alonso con una leve inclinación de cabeza-, y a mí me da que vuacé debería cuidar su espada si no quiere apalear sardinas en las galeras del rey o, si se tercia, indigestarse de esparto en la Plaza de la Paja, que ya se sabe que al gentío le gusta más un ahorcamiento que comer con los dedos.
Al descubrirse su oficio, el gesto del hombre se transformó. Con disimulo, retiró la mano de la durindana e, inclinándose de hombros,  amagó una sonrisa mientras clavaba los ojos en el rufo que, según apreció Alonso, se mantenía muy Bernardo.
-Pues va a ser que vuecencia tenía razón, vascongado-dijo, girándose hacia la puerta-. Que salió 5 y no 6.
En cuanto el veterano abandonó la taberna, Alonso se volvió hacia el imberbe, y, antes de que este pudiera hablar, se puso frente a él, alzándole el dedo índice en actitud reprobatoria.
-En cuanto a vuecencia, meta el sonante en la sacocha y gástelo en la manfla de al lado o en misa de doce, que eso me da una higa, pero aquí no.


Cuando en la taberna ya no quedaban más que tres borrachos y un engibador exigiendo el cairo de la jornada a una acechona, Alonso apuró el último sorbo de vino y, mientras dejaba un Juan Platero sobre la mesa, se colocó la capa con una sola mano antes de salir a la calle. Afuera la noche refrescaba, así que se arriscó la abuela y empezó a caminar con mucho ruido de hierro por la calle de Toledo, rompiendo el soniche de las solitarias calles hasta que, al torcer por la calle del Arcabuz, el rumor insistente de un grupo de hombres que se arremolinaban en torno a un cadáver le obligó a detenerse.
-Aquí la autoridad-dijo sin mucha convicción-. ¿Qué sucede?
-Acaban de emboscar a este rufo, teniente-dijo uno de los curiosos, que nada más ver a Alonso le reconoció- y le han trinchado los aparejos de una estocada.
-¿Alguien vio algo?
-Al escuchar ruido de hierros mis amigos y yo nos acercamos, pero cuando llegamos al muerto ya lo habían aviado y el matachín estaba tomando peñas de longares calle arriba, donde le esperaba una montura.
Alonso asintió lentamente mientras se acercaba al difunto, que estaba tirado boca arriba. Nada más verle lo reconoció de inmediato: era el joven vascongado de la taberna.
-¿Dijo algo antes de morir?
-Se ha ido por la posta tan rápido que no le ha dado tiempo ni a pedir confesión ni óleos.
A lo lejos se empezaron a escuchar los pasos de los corchetes, lo que facilitaba a Alonso una salida rápida de aquel callejón. Allí ya poco se podía hacer, así que continuó su camino mientras se felicitaba de que la Villa y Corte saliera ganando al perder a dos miembros de la ilustre relación de hombres peligrosos de la noche madrileña; a uno porque lo habían apiolado y a otro porque, como veterano que era, sabría que los ducados mejor gastados eran aquellos que se invertían en lugares donde nadie preguntaba su procedencia, por lo que lo más probable era que a esas horas el barbirrucio de los araños estuviera ya emprendiendo el viaje-solo de ida- a Sevilla.
La luna se iba deslizando lentamente entre alguna nube solitaria, dejando al lucero del alba como el punto más brillante en el cielo. El aceite de los pocos candiles que alumbraban la calle se agotaba, proyectando la sombra del teniente de alguaciles sobre el empedrado hasta que llegó a una callejuela oscura como boca de lobo. Haciendo ademán de detenerse por un instante, Alonso se quedó pensativo, preguntándose si acaso la muerte sería así: tenebrosa y lúgubre. Fue solo un momento, casi imperceptible, pero si alguien le hubiese visto el gesto en el rostro hubiese advertido una brizna de miedo en sus ojos.
-¡Basta ya!-se gritó a sí mismo, colérico por aquellos pensamientos fatalistas.
Apoyándose en la pared, amagó una sonrisa sarcástica a la vez que se recriminaba su debilidad, impropia de alguien a quien la Muerte le había estado acechando desde que tuvo edad para alzar una espada, ya fuera en Flandes o en alguna calle como esa. Cada día de su vida se había despertado sabiendo que podía ser el último, asumiendo esa incertidumbre con toda naturalidad, pero lo que no tenía previsto era que su propio cuerpo fuera el que le llevara a la sepultura a través de una lenta enfermedad donde lo peor no estaba siendo el dolor sino las largas noches de insomnio en la que decenas de fantasmas le acechaban.
Una suave brisa le acarició el rostro empapado de sudor, ayudando a tranquilizarle. Ya más recompuesto, suspiró hondo y, antes de perderse en la noche, sonrió con amargura. Los vapores del vino ya habían desaparecido por completo, dejando paso a la lucidez de un pensamiento que fue repitiendo lentamente y en voz alta: <<morir solo puede significar haber vivido>>.  Y a fe que suya que lo había hecho, se dijo. Mateo Alonso, antiguo soldado al servicio del rey, hoy teniente de alguaciles de los cuarteles de Madrid, querido por unos, odiado por otros y respetado por todos, con más batallas ganadas que perdidas, más vino azumbrado que agua tenía el mar y más mujeres amadas que rejas tenía la cárcel de la Villa, se enfrentaría a La Chata tal y como había afrontado la vida: derecho, con andar arrufaldado y zambo. Y cuando la Cierta, como amante celosa que era, viniera a su encuentro, él, que no nunca había sabido vivir sin besar, se pondría frente a ella, cara a cara, decidido a no desperdiciar la ocasión de ver qué tal besaba.

Druso
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:38:11 am
Cosidita al pie


Siempre igual, Iñaki rezonga por lo bajo y se sienta de nuevo.
Partido a partido le suplicamos que se quede en el banquillo, que nos deje ver, que Párate ya, que estás en medio, Iñaki por Dios. No le salva su parentesco conmigo o que mis tíos insistan en que no lo pierda de vista porque está en una edad muy mala. Alguno del equipo uniría sus cordones con un nudo corredizo y le diría dándole una palmadita Sal rápido que vamos perdiendo, Iñaki, confiamos en ti.
El chaval no es torpe, al revés, posee dos guantes de cirujano donde el resto sólo tenemos aletas, viendo cómo se toma la redondez de las cosas lo raro sería lo contrario, sus ojos tan juntos le afilan el semblante y se le hunde la barbilla, ya plana de serie, hasta la nuez. Los jamelgos enloquecen con una poma, quién sabe. En los recreos más vale dedicarnos a otra cosa mariposa una vez que engancha la pelota, sonará la sirena de clase y seguirá haciendo sandeces con las rodillas flexionadas igual que las grullas. Golpeos interiores, exteriores, con rosca y sin rosca, folhas secas, croquetas y colas de vaca, efectos de uña y de empeine o técnicas del maleolo para pinchar el esférico. Ha de perseverar incansable y tozudo si aspira a crack de verdad. Para eso tiene las mejores botas del curso y para eso nació tonto de capirote y primo mío. Ya podrían estar firmadas por Kubala, nunca será titular en el equipo de clase mientras yo tenga voz para decidir. Ni aunque esté la mitad del colegio con paperas.
Lo chulo que es arrear un punterón y que la pelota salga disparada como un misil al encuentro de su destino. Pero Iñaki, después de mil intentonas a solas, es capaz de estarse horas saltando como una abubilla sin que nadie le quite la caprichosa, y cuando al fin te la pasa (si es que te la pasa y antes no se la han reventado por las bravas) hay tanta ponderación en el gesto que ya no te apetece continuar y te sientes ridículo y en fuera de juego, y lo más normal es que tires a bote pronto un pase que acabe flotando en el río. De modo que, por mucho que digan mis tíos, no pienso mover un dedo para cambiar la alineación que hacemos cada domingo. Iñaki Caracoleos se quedará en el banquillo otro partido, con la mirada fija y comprimida de una castaña.
No quiero dar la sensación de que la pelota es para nosotros un vulgar obús, ni mucho menos. Estoy orgulloso de figurar en la selección cadete de la escuela, a cualquiera le gusta que le escojan. Pero es que no hay cristo que aguante a Iñaki dando la brasa sobre el dominio del esférico, ya digo, sufre paranoia napoleónica, y no debería expresarme así con alguien de tan poca madurez. Libro de los Padres, página tres, versículo uno. He visto fotos suyas de más pequeño, el cabezón, los brazos lamentablemente largos y unos pies de cuco. Puede ser que, en general, los chiflados revelen indicios de este tipo. Sólo Lastre le presta atención, se sienta enfrente mientras exhibe sus hallazgos con la bola soldada a la bota. Lastre cree al dedillo en estos asuntos. Está probado que la pelota habla al oído de mi primo y que él la escucha como un oráculo que a pie de cuero arrulla a los íntimos. Cuesta traducirlo a seres impulsivos como son tus compañeros, sobretodo si te observan de reojo como a una chinche.
Lo suyo con la pelotita debió ser un verdadero flechazo.
Llévame contigo, Ignacio, le diría ella, no dejes que me vaya con otro que pueda maltratarme. Cómo vas a desoír esas palabras de entrega. Digo yo que sería así.
Era inevitable que desarrollara con el tiempo destrezas de gran fastidio universal, como aquella de acarrear la pelota sobre su cabeza y salir a toda pastilla en dirección a la portería contraria. Llevaba la expresión de un fanático religioso. Llegó a ser capaz de mantenerla inmóvil o dando botecitos sobre la frente, aunque así perdiera algo de velocidad. Galopar atento a su propio cráneo reducía drásticamente la profundidad de campo y le costaba más de un tropiezo, así que ejercitó la destreza de pellizcar el balón entre el hombro y la mejilla y corregir de inmediato el rumbo. Cuando el resto nos embarullábamos en tumultos más parecidos a melés de rugby o a ajustes personales de cuentas, él practicaba corriendo banda va banda viene con la pelota sobre el hombro y escuchando de sus costuras la forma secreta de hacerla suya, vete tú a saber con qué promesas de enamorada. Le hubiera gustado que los demás hiciéramos lo mismo, seguro, y convertir los choques en una monserga de propietarios o en la charanga del tío Honorio. Pero ya puede esperar, en realidad nos preguntamos para qué adora un balón si tiene el mundo al otro lado de las redes del patio. Yo no veía tantos partidos por la tele, es cierto, me falta paciencia.
No violaba ninguna regla y el siguiente domingo, por curiosidad, lo sacamos a disputar unos minutos. Sucedió que, a la que cogió a zancadas la banda con el balón sujeto a la altura del cuello, un defensa contrario le esperó con la clara intención de atizarle de lleno. Al paso, levantó la pierna con un latigazo y atinó justo en el balón, que voló espantado hacia la grada con las alas envueltas en llamas. La acción le mereció la amarilla pero también nuestra admiración por la marca rosada del taco que había dejado en el moflete de Iñaki. Comprendió la indirecta y no volvió a intentarlo hasta el final. Entrando en el túnel besó el escudo de la camiseta sin que viniera a cuento. Conviene saber que no llevaba el escudo del colegio sino el de su club favorito, no diré cuál,  hay gente influenciable y luego te van quemando la talega.
 Pensaría que si no enfilaba la portería no recibiría la agresividad directa de los defensas así que se concentró otra vez en los pies, moldeados en el arte de regatear en un palmo e ir salvando el cuero entre un bosque de sierras mecánicas. En cierta ronda provincial, se benefició de varias expulsiones tras una tangana y haciéndose con el esférico sorteó a todo el mundo corveteando de una punta a otra, luego se atrincheró en el banderín y tuvieron que patearle para que el juego continuase de una vez. Digo juego como asunto de dos hordas antiguas atacando y defendiendo. Y digo hacerle falta por no ofender a mi primo, en realidad terminó con una soberana coz en la tibia. Sobre el campo hay que dejarse la piel, los entrenadores motivan así. Cuídate, Iñaki, le dijimos en la banda para reponerse. Iba doblado y me daba pena aunque no la mereciera enderezando como estaba su cresta calcada de las fotos del último balón de oro. Fue la época crítica en que su idea de posesión le hizo llevarse la pelota a todas partes.
La embutía dentro de su mochila o la sostenía bajo el brazo como el decapitado saca a pasear su cabeza. Me parece aproximada la imagen. Llegó a batir su récord de diez mil toques a una mandarina. Yo no los conté, claro, ni nadie excepto Lastre. Lastre era además el hijo del míster. En clase todos teníamos en qué pasar el día (y las tardes apaisadas y eternas) lejos del fútbol, si empiezo no paro, pero Lastre tenía el padre tremendo que tenía y los hombros hundidos de un tísico, y mi primo tenía su obsesión infantil.
Podía haberse quitado los humos, pero eligió honrar a la élite balompédica.
Un día de aquel otoño nuestros padres y el director del colegio organizaron un partido de celebración para el tercer aniversario. Alguna novia apareció por las gradas, escondida entre varias amigas. Era uno de esos días memorables en que cada detalle parece dibujado en un cristal limpio, nos empujábamos a carcajadas cogiendo la zamarra recién planchada y las espinilleras.
Primo Iñaki nos vino de casa equipado de bonito. Nos temimos lo peor, y nos quedamos cortos. Estaba a mi lado en el pasillo que servía de túnel. Con cara de místico se había adueñado del balón reglamentario, ya sujeto a su cadera. Al fondo se recortaba el arco de salida y las dos filas de puertas en las gradas. Vomitorios se llaman. Poco antes nos dijeron que el ariete titular estaba en cama con gripe. Sólo teníamos un alevín y a Iñaki para cubrir cualquier puesto. Salió de entrada el alevín.
Nos habían buscado de adversario al líder comarcal, y equivalía para nosotros al mejor campeonato. Nunca me vacié tanto como aquella tarde. Para colmo, se lesionó nuestro carrilero en el minuto ochenta y tantos. Quedaba en el banquillo, con su camiseta rutilante, Iñaki Posesiones. Entró besándose el escudo del paraíso terrenal.
Por una chiripa, casi cumplido el tiempo, le llegó un rebote dentro del área pequeña que le dejaba solo ante el portero. La bola le fue blandamente al pie como una tonta mareada al final de la fiesta. Mi primo debió chutar y conseguir, por él y por todos, el gol de la victoria, el golazo de su vida, pero optó por hacerse un exquisito sombrero a sí mismo. Le pudo más el placer de tenerla, estoy terriblemente seguro de que la oyó susurrar allí en medio Cuídame como sabes Ignacio, hazlo ahora. Iñaki es así porque sí, en su redondo cerebro la bola es un planeta que gira cosidito al pie. Recuerdo su trayectoria elíptica en el aire con una lentitud exasperante, también que un vagón rival desbarató la carambola y que los veinte restantes sudábamos copos de nieve.
El árbitro pitó el final sin que sacáramos de banda.
El encuentro de nuestra vida quedó en un insulso empate, y si te he visto no me acuerdo. Camino de la ducha, nos consolamos repitiendo frases hipnóticas aprendidas del míster en clase de gimnasia: humildad, partido a partido, con un par, no hables en caliente. Yo prefería no mirar a las gradas al salir del campo de tierra. Por mucho que me cueste, tendré que hacer otra vez de guardaespaldas de mi primo. Lastre no podrá solo aunque su padre sea hijo de Amauri Lastre, el de las fábricas, y eso cuente ante el señor director. Lo que sucede en el campo queda en el campo, no lo discuto, pero más de uno cogería a Iñaki del pescuezo si no fuera por su edad y porque da grima estrangular a alguien con expresión de mazapán y dos avellanas arrimadas por ojos.
Ya es hora de confesarlo: mi primo tiene treinta y nueve años.
Por eso mis tíos toman tantas medidas con él y lo dejan siempre a mi cuidado. Qué sería de su mundo si algún día, por lo que fuera, perdiera el favor y la posesión de la pelota.

Gnoziseautón
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:39:39 am
LA FUERZA DE LA ABUNDANCIA


En un lugar de la tierra existían al mismo tiempo dos mujeres.  Una de ellas se llamaba Abundancia y la otra Escasez.
Cierto día El  Hombre del Deseo llamó a la puerta de la Escasez y viendo que en su casa la despensa estaba vacía, le propuso a la mujer:
-   Yo puedo ayudarte, pero si tú también me ayudas.  Observo que tienes poco en tu alacena que estás pasando necesidades. Yo puedo darte grano y abastecer tu alacena, si por ello a cambio me brindas lo que yo te pida de forma incondicional.
Escasez analizó la situación y vio en la propuesta del deseo un trato justo para salir de su situación de penuria. Pensó que la paga que pedía era justa por abastecer su despensa.
El deseo efectivamente cumplió con la parte del trato, cada cierto tiempo iba a la casa de la mujer y abastecía su despensa. Desde ese día la alacena no estuvo vacía.  En los primeros días el deseo le pedía cosas razonables, que le lavara su ropa de viajero, un rincón acogedor para descansar un rato, le pedía agua fresca para asearse.  La mujer pensó que aquel hombre era bondadoso con ella porque poco pedía por el gran beneficio que le proporcionaba. 
Pasado un tiempo largo el hombre seguía visitando la casa de Escasez, pero esa vez se comportaba diferente, ya no era tan amable, ya no pedía con cortesía la parte del trato que le pertenecía, se había vuelto más huraño y agresivo, hasta sus peticiones sonaban a órdenes. Cada vez exigía más; exigía a la mujer que le lavase los pies para quitar el polvo del camino andado, que peinase sus cabellos enmarañados por el viento y que le acariciase la espalda adolorida. Ya no bastaba con un lugar cálido y acogedor para su descanso, le exigía a la mujer que se acostase junto a él para tener mayor calor.
El hombre siguió exigiéndole mucho más cosas y conforme aumentaba sus exigencias disminuía el grano en la despensa.  La mujer que ya se había acostumbrado a llevar sus días sin hambre y sin la angustia y la desazón de tener que rebuscarse entre la nada, el pan de cada día, analizó la situación y llegó a la conclusión de que debía complacer más a su hombre, para que la despensa en vez de vaciarse se llenara. La mujer estaba dispuesta a realizar todo lo que él le pidiera con tal de tener siempre su ayuda.
El deseo siguió visitando la casa de la mujer y aunque su estadía se prolongaba cada vez, las visitas eran mucho más espaciadas. La mujer cada día se esmeraba más por atenderlo y brindarle lo mejor para él, llegó a dormir en el piso creyendo que así satisfacía a su hombre.  Llegó hasta el punto de olvidarse de todo para vivir agradándole a él, porque por su hombre, ya no aguantaba hambre.  El deseo tardaba cada vez más en volver, y si llegaba pronto se iba, porque la mujer ya no le saciaba sus deseos, le hastiaba todo lo que ella le ofrecía.
Un día el hombre llegó a la casa, pero no traía nada consigo, aunque en la despensa ya no tenía casi grano. La mujer para recibirlo le preparó un suculento banquete solo para él, erróneamente pensó que con su llegada la despensa se volvería a llenar.  Tal vez, si no lo traía consigo, pronto llegaría.  Se reconfortó con pensar que él había venido primero que los víveres porque la extrañaba. El deseo comió con muy buen apetito, tanto que repitió hasta terminar con todo lo que la mujer le había preparado; no pensó que al frente la mujer lo miraba, esperando que compartiera con ella las migajas que le quedaran, después de saciar su apetito; pero nunca lo hizo; nunca le importó la mujer, sólo quería obtener su propio bienestar, para ello pagaba muy bien, ni siquiera una quinta parte de lo que hasta ese entonces le había traído, lo destinaba la mujer para él.  Eso pensaba él, la mujer pensaba todo lo contrario; ella le daba todo, su vida, la sumisión con  que acataba todos sus caprichos y  su voluntad.  Ese día el deseo le exigió con mayor vehemencia todo cuanto capricho se le antojó, porque según  él, la mujer estaba en deuda y hasta que no le pagara hasta el último de los granos que le había dado, no volvería a llenar la despensa. La mujer angustiada por la situación, salió y pidió favores a sus vecinas para poder cumplir con las exigencias de su hombre  y así, volver a recibir su ayuda. Creyó que todo aquello sucedía porque no se esforzaba lo suficiente, debía trabajar de sol a sol para poder colmar de atenciones a su hombre benefactor.  Pero un día el hombre sin ninguna explicación, decidió abandonar a la mujer, ya se había hartado de su presencia, nada de lo que ella le hacía le satisfacía.  Después de ese día  no volvió a la casa de Escasez.  La mujer nunca perdió la esperanza de volverlo a ver.  Todas las tardes se sentaba frente a su ventana esperando verlo aparecer por el camino. Pasado un tiempo largo, ella observó desde su ventana, cómo a la casa de su vecina el deseo llegaba sonriente y cargado de costales llenos de grano.  Para ella no hubo ni siquiera un adiós, ni un gesto amable que agradeciera todo lo que había hecho, solo un indiferente silencio. 

Al poco tiempo el hombre llegó al portón de la casa de la abundancia. Con gran galanteo el deseo se presentó ceremoniosamente.   La mujer no le prestó atención y siguió cultivando su huerta.
-   Yo puedo ayudarte si tú me aceptas. Puedo cuidar la huerta por ti, llenar tu despensa sin que tengas que trabajar, a cambio te pido poco.  Solo pido que me complazcas de forma incondicional.  – la mujer lo mira a los ojos sin titubear y le responde.
-   Mira mi huerta. Cada retoño que ves yo lo cultivé y lo cuidé.  Le brindé agua y aboné la tierra para que pudiera germinar. En mi casa tengo todo lo que necesito y quiero.  Tengo una despensa que todos los días del año está abastecida. ¿Sabes con qué la lleno?  Con mi huerta que con amor y constancia yo la trabajo.  No concibo un día sin trabajar en mi huerta.  De ella me alimento y cada día me convierto en mejor labriega.  En este pedazo de tierra he aprendido a interpretar el tiempo de la siembra, el tiempo de abonar y el de cosechar.  Aquí he aprendido a reconocer los ciclos de la luna y el sol.  He aprendido a combatir la plaga y a proteger el plantío de la sequía y de las tormentas.  ¿Cómo puedo privarme de la felicidad de compartir con mis vecinos el fruto que la tierra nos da, de realizar ofrendas a la madre tierra por los beneficios recibidos? No señor, yo no necesito de sus favores, aquí adentro ya lo tengo todo.
Pero el deseo insistió en que la abundancia comerciara con él.  Con el don de la palabra que encanta, trató de descubrir en ella el anhelo más oculto, pero la mujer lo rechazó.  El hombre no perdió la esperanza, todos los días la visitó en su huerta, tratando con cuanta artimaña había tejido en la noche, de poder tenerla y hacerla suya. Primero trató de seducirla, prometiéndole los tesoros de la tierra, pero no obtuvo nada. Un día se presentó con la idea de mejorar y multiplicar su huerta, con el propósito de obtener ganancia y ser la mujer más rica de esa región.  Le vendió la idea de poder tener todo cuanto pensara, hasta el más extravagante de los caprichos, pero abundancia sólo lo ignoró.  Ella estaba muy clara y segura de lo que quería.  – ¿Para qué riquezas?  Si con ello pierdo la paz,  la libertad y el goce de estar en contacto con mi huerta.
Desesperado y frustrado por no conseguir los favores de la bella mujer, la visitó por última vez, convencido de que ella caería en sus manos. Buscó entre sus tretas más preciadas y encontró la fórmula eficaz, El Miedo.  Creyó que si le infundía miedo, podría presentarse ante ella como su salvador y hacerla suya.  Pero el día en que decidió perpetrar su plan, Abundancia ofrecía una gran fiesta a sus vecinos y amigos.  Allí de todo había.  Cada rincón estaba lleno de frutos, grano, artesanías, pinturas y música. Por donde pasara su mirada observaba risas, cantos y manifestación de alegría.  A hurtadillas y silenciosamente se alejó desistiendo de su propósito.  Cómo podía infundir miedo en un lugar lleno de amor y felicidad… Todo era claro y diáfano.  Comprendió que allí no había lugar para él, allí no sería el amo y señor.  Se alejó tragando triste el sabor amargo de la derrota.  Aunque no quería pensar, solo le venía a su mente el recuerdo de  lo que la mujer le dijo aquel día.
-   Yo nada necesito de ti, porque ya poseo todo lo que quiero y todo eso está aquí. Dentro de mi casa.

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Lanzas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:40:55 am
AUSENTE


                                         
<<Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano, la guerra contra su extinción. >>
ISAAC ASMOV
Cierra los ojos y el sol resplandeciente, amarillo, bendecido por la naturaleza que, si tuviera voz, le reclamaría al hombre se acuerde de ella, esa luz traspasando los límites de las zonas más recónditas del planeta. Todo cambió para siempre, la sociedad profiere gritos estridentes e ininteligibles. Queda dormido en un lugar ignoto. Sus padres permanecen  angustiados sin obtener respuestas sobre su paradero. Las horas, los días, transcurren rápidamente. Roberto despierta, observa con tristeza a su alrededor. Las lágrimas caen bajo cielo tempestuoso que cambia de color por el  clima. Un ligero movimiento puede alterar el futuro de una persona y es necesario saber la senda adecuada. La vida es corta y hay que aprovecharla al máximo. Roberto debe mirar hacia adelante, sólo quiere ir a casa. Su objetivo principal es recuperar a su familia. Sus padres colocan afiches del desaparecido en las paredes, preguntan a cada individuo desesperados como si les saliese el corazón por la boca, sudando la gota gorda. Ellos  saben que "todo esfuerzo requiere un sacrificio" Roberto hasta lo imposible para cumplir su objetivo, pues tiene una gran cualidad: "Indagar". Habla de Filosofía todo el día. Música, Narrativa, Ética. Son tonterías. Él es autodidacta en la práctica, su mejor escuela es la naturaleza. Aprender de ella es vital, quiere ser el más listo de la clase. La camisa blanca, rota, sucia al llegar del colegio. Roberto pasa las hojas del diario de sus progenitores y el contenido del texto escrito lo cautiva e impulsa a seguir luchando por recuperarlos. En ese instante la soledad se apodera de su alma, pronto el día se convertirá en noche y las luces que alumbran su trayecto están a punto de apagarse. La Avenida Perú yace invadida de desconciertos. Una llama imaginaria se enciende al frente de él diciéndole: "no te rindas, estás siguiendo el camino correcto.". Si no fuera por aquella señal quién sabe dónde estaría ahora. Los golpes de la vida lo hacen más fuerte, esas caídas colocándolo en un hueco hondo que parece no tener salida le enseñan a luchar contra lo que los mediocres llaman "imposible". Roberto repudia esa palabra. Cruza ríos, atraviesa fronteras inimaginables. Echa de menos a su familia. Desde el fondo de su corazón pide a gritos que el destino los una de nuevo, aunque para algunos este no exista. Saca de su mochila un diario y escribe cada experiencia como si fuese el último día de su vida, eso hace desfogar la ira que siente contra la ignorancia, el conformismo y la mediocridad, utilizando un arma invencible: "La sabiduría." Recoge su mochila, Roberto continúa la permanente batalla que ha decidido emprender desde hace tiempo, pero que, invadido por el miedo tardó mucho en decidir. Tomar decisiones se convierte, tarde o temprano, en una encrucijada que sólo la podemos resolver con ayuda del conocimiento. Y la esperanza de libertad se diluye en un vaso lleno de desilusión que nos consume si no sabemos utilizar la razón.

Omar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:42:35 am
Sueño, vivencia o imaginación


No sé como llegué a su casa, si haya sido producto de las drogas, de mi intuición o simplemente de mi necesidad de verla. Toqué la puerta con la palma de mi mano derecha, me pregunte internamente, si estaría, si habría llegado a su casa. Suspire, volví a tocar.
-¿Quién es?- Preguntó desde el tercer nivel de la casa.
Ana, soy yo -le contesté-
¡Ah! Eres tú, ahorita bajo.
Las calles suspiraban bajo el sol en la rutina de los días arrastrando el olor a muerte de todos los jueves, me sentí envuelto en almas de toros y cerdos que recién habían abandonado sus cuerpos dentro del rastro, a dos cuadras. Los carros, unas cuantas blasfemias, los pájaros de color blanco del cielo, el adoquín, las montañas, las casas, las miradas, un volcán a lo lejos, fue algo de lo que vi mientras esperaba.
Entra por favor -dijo-
Entré a la casa, la vi como quien entra por primera vez, sabía que allí, en algún lugar, la mariguana me esperaba. Una electricidad extraña me recorrió el cuerpo, era como si la droga me hubiera dado una señal.
-Ven- dijo
¿A dónde vamos? -le pregunté-
A mi habitación.
Subimos, el fuerte olor a humedad hizo que tosiera un par de veces. Llegamos a su habitación, las venas me suplicaban por droga, entré, me lancé sobre su cama como si fuera la mía. Desde que cumplí dieciocho, nunca había sentido que una cama fuera mía, me sentí aletargado, cerré los ojos… los volví abrir.
-Ven- dijo.
Su cuerpo flaco estaba recostado sobre la pared, cerca de la ventana.
Caminé hacia ella.
¿Ves? -Preguntó-
El cielo, la ciudad, el volcán.
No, el sembradío de maíz.   
¿Qué tiene?
Luce diferente hoy.
No veo nada extraño.
Yo sí.
Ven -dijo-
Me llevó a otra habitación en donde estaban guardadas muchas herramientas. Sacó un machete, una azada, una pala y una piocha. Me dio las herramientas. Bajamos, volví a toser. Me condujo al sembradío de maíz ubicado a la par de su casa. A tres líneas de milpa una sorpresa me esperaba.
¿Quieres mariguana?

Para ganártela, tienes que trabajar. Mi padre nunca me da nada gratis.

Los tres cuerpos yacían allí, tendidos como peces fuera del agua. No me atreví a cuestionarla, ni a responderle.

Conocí a Ana después de mis veintitrés, en una fiesta, era la repartidora de droga del lugar, hija de un poderoso capo que sin escrúpulos la utilizaba como atractivo para hacerse de nuevos clientes. Fingió ser mi novia como lo hacia con otros tres chicos. Algo en mí le pareció atractivo, me contó algunos de sus secretos más íntimos, a diferencia de los otros tres, me suministraba droga a mitad de precio. Sabía que moriría y me lo confesó: Abdul y Felipe eran amigos, los había conocido en una fiesta como me conoció a mí. Los dos eran muy diferentes mientras uno tenía la piel rosada como los cerditos, el otro la tenía canela como muchos en plena playa. En el carácter pasaba algo similar, cada uno sabía complacer a una dama a su manera, mientras uno la complacía con citas románticas como las que se ven en las películas, el otro pesé a su rudeza siempre aletargaba con pequeños detalles y sorpresas que encantaban. Ana se enamoró de los dos. Felipe, el de carácter tímido y piel rosada, un día la llevo a un motel, iba a ser su primera vez pero no se atrevió a sobrepasar un levantón de falda. Su cuerpo desnudo provoco la apariencia en sus ojos de un bebe recién parido, impotente por la falta de experiencia. Abdul, el de carácter fuerte y piel canela, la excitaba. El también la llevo a un motel al siguiente día, su virginidad se resumió en la sangre sobre la sabana, ese día se sintió como una nueva hoja de abedul ya que el se atrevió a dormir adentro. Felipe la amaba mas que a nadie en el mundo, era un amor que le tocaba el alma, cada cita eran orgasmos sin desnudarse. Abdul era un enigma, su amor se sentía en la carne. Cuando me conoció, le recordé en uno, a sus dos amantes. Nunca hicimos el amor, hacerlo la hubiera decepcionado botando a la basura lo que su mente creaba cada noche y de forma constante, por lo menos eso era lo más probable.
Sabes, ¿por qué termine odiándoles?
No, ¿Te cansaste?
No, mira. Teníamos la manía, de escoger moteles con Abdul al azar, lo mismo pasaba con Felipe que en vez de moteles eran restaurantes. Un día vimos a Abdul con otra chica, en un restaurante, al verse descubierto, nos saludamos a la distancia. Le pregunté quien era ella, Felipe me dijo que era su hermana. Salíamos con Abdul de un nuevo motel cuando distinguí que en otra habitación un auto como el de Felipe ingresaba a otro cuarto, era del mismo color, tenía los mismos defectos y a Tania en el asiento trasero. Decidí abrir mi propia investigación, termine descubriendo que jugábamos el mismo juego, cuando empezamos nuestros romances les pedí a los dos que guardaran el secreto, creo que fue su manera de vengarse pero cuando los encuentre se arrepentirán por haberse burlado de mí, en mis propias narices. Ana cambió de pueblo, le argumento a su padre que quería extender el mercado a otras latitudes, descubrió en el pueblo que tenía SIDA. 

La casa la compramos los dos, yo la escogí y ella la pago. El paisaje era lo que me terminó por encantar, la belleza del fondo y la muerte a dos cuadras, era como si dependiera de ti mismo escoger entre el cielo y el infierno. Excavé, hice un agujero de unos dos metros de largo por medio metro de ancho. Regresó con un par de limonadas, bebí secándome el sudor de la frente.
¿Te acuerdas de los dos chicos de ayer?
¿Que tienen?
Eran Abdul y Felipe. Fueron invitados por Rodrigo a la fiesta, por las luces y la noche no los pude distinguir y tampoco ellos a mí. Bebieron alcohol, inconscientes de sus palabras me contaron algunas de sus travesuras. Hace unos años conocieron a una chica muy parecida a mí. Felipe se enamoró de ella pero jamás pudo complacerla ya que Tania lo dejaba sin fuerzas, la Tania es muy tragona dijeron pero la Ana era de orgasmo fácil. Bien merecido se tiene lo que hablan de ella haya en el pueblo, dicen que la mataron los grandes capos porqué empezó a entregar muy malas cuentas. Después de que hablaron cariñosamente de Tania.
¿Te enojo?
Claro que me enojó.
¿Sabes lo que hice?
Les puse veneno para ratas en el alcohol para que se murieran. Cuando les empezó a hacer efecto llamaron a Tania que según lo que me dijeron estaba con Rodrigo en el motel de las afueras. Tania acudió al llamado. Cuando se apareció por la fiesta, en una bala que le dio en la cabeza deje ir todos mis resentimientos hacia las tres personas, los tres sidosos.
¿Son ellos, entonces?
Si.
Antes de enterrarlos, toma el machete, hazme el favor de cortarlos en pedacitos.
Le pedí un hacha, los huesitos no son blandos.
Les corte las patas, las manos, la cabeza. En la cabeza de Tania vi un agujero por el que soplé como si se tratara de un globo inflable.
¿Por qué aquí y no lejos?
Te falto por aprender, al enemigo tenlo cerca, nunca hagas lo obvio, a veces hay que variar, cuando el dueño del terreno venga a arar sus tierras, únicamente va a encontrar huesos y gusanos que desde ahora empezarán a armar dentro de las tripas la fiesta grande. Los policías dirán, los torturaron, los hicieron pedacitos, fue un crimen pasional porque a ella le dieron el tiro de gracia, jamás dirán murieron envenenados.   

Con una risa endemoniada, introdujo los pedazos de los cuerpos al agujero, tomó una pala y empezó a taparlo con tierra.

Cuando acabó dijo: Juntos querían que estuviéramos, cerca es estar casi juntos.

Volvimos a la casa, mi cuerpo temblaba. Sacó un paquete de yerba. Fumamos a lo grande, me perdí en medio de los efectos.       

…desperté, no sé como llegué a su casa, si soñé, viví o imaginé.

Fe
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:43:56 am
Río Seco


Coloca una silla cerca del ropero, se sube a ella y busca, en los estantes de arriba, el revólver que está envuelto en una remera vieja. Lo lleva a la cocina y se queda sentado un rato, observando el bulto. Mientras lo empieza a desenvolver piensa en ella y un dolor le hincha las venas de la garganta. Por unos segundos, se queda totalmente inmóvil. La recuerda con sus ojos rasgados y achinados que en lugar de enternecerlo, por lo contrario, lo ayudan a decidirse.

No está seguro de que aquello valga la pena pero no puede convivir con eso. Apoya la culata del arma en su frente y observa, tras el tambor, lo que quizá sea su última imagen: retazos de un cuadro que hay frente a la mesa en forma de círculos rojos y  azules que se ven a través de los agujeros vacíos. Cierra el tambor y no le tiemblan las manos aunque su respiración se agita. Una bronca se le pega a la piel. No lo duda: descansa el dedo índice en el gatillo, lleva el arma a su cabeza y cierra los ojos. La maldice por lo bajo por última vez y un estallido se aprieta en el oído de los vecinos. (El estruendo retumba unos minutos en las paredes).

El cuerpo de Pablo se desvanece y se estrella de cabeza contra el suelo. Tumbado sobre las baldosas frías de la cocina yace con el ojo derecho entreabierto. La sangre le brota por la sien y el cuerpo no  produce ni espasmos. Su pierna izquierda queda enganchada con el cable de la estufa. Astor, el perro, mueve la cola y lo olfatea.
Ahora se escucha la cerradura de la puerta (y hay algo minúsculo en el cuerpo de Pablo que se mueve imperceptiblemente pero no se logra a discernir bien qué). Entra Lucas, su compañero de casa, que no grita, ni se agarra la cabeza con las manos. Apoya dos dedos en la garganta de su compañero, buscando un pulso que ya no está o se está yendo. Ahora suenan las teclas de su celular que llaman a alguien. Camina por la casa y mientras habla, rodea al cuerpo. Dialoga, sin levantar la voz y con las manos señala a Pablo, como si el otro lo estuviera viendo.  Corta y marca de nuevo, quizá llama a un pariente, quizá a la novia de su amigo, quizá a la ambulancia. La voz hace eco en las habitaciones vacías de la casa.
Al poco tiempo, sin embargo, se empiezan a congregar personas. Hay amigos, vecinos, curiosos y algún que otro pariente. (Se oyen  sollozos, gritos y respiraciones ahogadas). Un niño, de apenas 5 años, se mete entre las piernas de un adulto y mira el cuerpo que yace sobre el piso, y sus ojos pequeños se agrandan. Todos escuchan lo que un vecino dice, que ya se lo veía venir, que era muy depresivo y además estaba muy mal con su novia. El hombre que está a su lado lo codea y abriendo los ojos le insinúa que se calle. Un flaco, alto, rubio y con anteojos mueve la cabeza de un lado a otro, incrédulo por lo que ve. Un señor, de aproximadamente 50 años, que puede ser  su tío, mira un punto fijo, buscando respuestas, intentando encontrar los gestos que antes no vio, que desembocaron en ese final.
Ahora llega la quien seguramente es su madre, antes que la policía y la ambulancia. Momentos antes de que se la vea, se huele el aroma dulzón de su perfume y apenas entra se tiende sobre su hijo. El  pelo se le enreda sobre la cara de Pablo y se mancha de sangre (cuando aquello seque, quedará un manojo duro de cabellos y un recuerdo de una sangre que también es suya). Llora cuidadosa, como midiendo los gestos y lo abraza fuerte. Luego se distancia y mientras lo ve, aprieta los labios, aprieta su dolor.
Se escuchan sirenas de policía o de ambulancia y de pronto una voz irrumpe en el tumulto de personas. Un policía se abre paso pero no sabe qué hacer de diferente a los demás y sólo observa el cuerpo desfallecido. Luego intenta actuar con un llamado desde su radio y un gesto serio. Habla con un Sosa o un Gutiérrez, vaya uno a saber y  dice un código mientras mira al cuerpo. Especifica, aparte del nombre, el color de pelo, lo que viste y la posición en la que ha quedado el cuerpo. Llegan unos hombres con delantales blancos y suben a Pablo en una camilla. Lo sacan entre la ya casi multitud congregada allí, abarrotada alrededor del muerto o casi muerto. Desaparecen los médicos y el cuerpo tras la puerta de entrada de la casa, mientras los que están dentro los siguen con la mirada. Afuera en la calle, se escucha  un grito que luego se va apagando, como un susurro que se pierde, como el sonido de un tren que se aleja de la ciudad. ¿Será la novia quien gritó?

Un silencio apaga las voces y los sonidos. La sangre de Pablo deja de moverse y las  venas ya son cauces de un río seco. El calor de su cuerpo se va como una estampida de animales que escucha un disparo. Eso es todo, fácil es morir. (¿Regarán las plantas cuando él no esté?). Pablo, en sus últimos momentos de pensamiento, descubrirá que no hay nada nuevo de lo que imaginó. Si quizá un descanso; ella se irá. Se borrará de pronto todo lo que guardó de su pasado y al final la mente se apagará, como cuando se apaga la televisión.
De pronto, (con un esfuerzo feroz) abre un ojo y observa: todo blanco. Es el techo de la ambulancia. Distingue una cabellera rubia. Es la médica que no se sorprende. Igual ya no hay nada que hacer, pensará. La practicante que la acompaña pensará que sí, que va a sobrevivir. Le ponen un respirador. Un viento frío llena de aire sus pulmones. Pablo cierra los ojos y piensa: “Déjenme morir por favor, no puedo vivir con esto.”. Quiere poner su cabeza en blanco, eso quiere; piensa que aquello le ayudará a morir y le servirá para que ella desaparezca por siempre. No habrá pensamientos, no habrá nada. Entonces va del  blanco a la nada: blanco, nada, blanco, nada, blanco, nada, nada, nada…

Lucas se despierta de pronto, traspirado y absorto, en una casa que no es suya. Mira a su lado y una hermosa mujer de pelo negro y ondulado está allí durmiendo. Respira hondo, sonríe, le besa  los ojos y dice que ya vuelve, que tuvo un sueño extraño y que lo sintió real. Ella lo mira y el sol que se filtra por las persianas no le dejan ver bien del todo, sólo ve una sombra a la que le dice algo casi entre sueños.
Lucas sale, camina pensativo. Finalmente, después de unos minutos, llega a su casa. Mete la llave en la cerradura y abre. Sube las escaleras y lo encuentra a Pablo con el pie izquierdo enganchado en el cable de la estufa y a Astor moviendo la cola. Apoya dos dedos en la garganta de su compañero, buscando un pulso que ya no está o se está yendo. Ahora suenan las teclas de su celular que llaman a alguien. Atiende la mujer con la que pasó la noche. Lucas dice, casi susurrando: “tu novio se enteró de todo”.

Ulises
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:45:27 am
CÁNDIDA (la fecunda en liebres)
         

Cándida, una niña pepenadora, junto con su hermano pequeño recolectan objetos del basurero y les dan vida para crear un mundo fantástico. Su juego favorito se convierte en ser exploradores robot en un país devastado. Cuando logren apoderarse de alguna luz dorada, salvarán el planeta de las garras de Toro, el jefe de los pepenadores. Un día, tras la búsqueda de éstas, el niño cae en un barranco de basura; se convierte en su propia tumba. La perdida de su único compañero de juego enfrenta a la niña a su realidad.

Cándida ya se balanceaba sobre el columpio del árbol. A lo lejos se oían llegar los autos recolectores de basura. Cada alba, su rostro comenzaba a acumular el reflejo del sol. Algunas rayas de cebra, sombras de triques sobre su piel, la escondían bajo malolientes capas de tierra. Se adivinaba el color de su vestido amarillo. Lucía como un pedazo de sol deslavado que se prende y apaga con el vaivén. Le gustaba ser la primera en encontrar cosas. Cosas útiles para vender.
   
   Antes de que las cascadas de basura cayeran, Cándida de un salto bajaba del columpio, y corría por su hermano al laberinto de cuartos de lámina y plásticos dispuestos al infinito sobre desechos. Con las lagañas pegadas a los ojos, Merino sonreía y le daba la mano. Como corderos liberados del coral salían chocando con torpeza uno contra el otro. El baño de rayos solares los refrescaba; humedecía a lo largo del día sus ropas y con ello sus cuerpos. Cándida elevaba al cielo una bolsa de red dónde acumularían los tesoros hallados. Así, la bandera ondeante de un batallón de infantería, se desbocaba desde la cima de la colina para embestir.
   Una vez cerca de los camiones se acercaban a Toro, el jefe de los camioneros. Ellos le habían nombrado así y sólo ellos lo sabían. Era un tipo bajito y escuálido que intimidaba al que se le acercara mostrando un diente de oro sostenido por su boca podrida. Con la cabeza baja y los ojos fijos en aquel diente, Cándida preguntaba –¿Hoy sí nos pagas? Sin palabras, el viejo, si le daba la gana, les echaba unas monedas por la venta de basura del día anterior. Invariablemente, Merino hacía alguna observación sobre su diente –¿No tienes miedo de perder tu diente? Ha de valer un montón. Toro lo miraba como el cazador que está a punto de soltar el tiro a su presa; el niño continuaba –Te apuesto que lo encontraste en la basura, te lo pusiste para convertirte en el rey, ¿verdad? Con un dejo retador finalizaba –Yo y mi hermana también nos vamos a encontrar uno ¡para ser los reyes! El viejo inflaba los cachetes y de un bufido los largaba de allí mientras se veían llegar otros pepenadores para obtener su pago.
   Pronto los dos niños y los perros del tiradero avistaban lo mejor de la basura.
–   Merino, te vas a hacer tocar por una de las luces que salen de los cráteres. Mira, tienes que hacer así. La luz pensará que eres parte de las paredes del planeta y no te hará daño. Cándida sigilosamente se ponía enfrente de algún pedazo de espejo o lámina que reflejara la luz del sol y fingía rodearlo. Unos minutos más tarde, volvería a advertir a su hermano –Merino, recuerda que debajo de las nubes rojas están las naves que han caído desde Marte. Cuando a los marcianos no les sirven más, las avientan al espacio. Los toboganes galácticos las arrojan hasta aquí. –¿Qué toboganes? preguntaba Merino mientras trepaba por los fierros. –¿Te acuerdas de los rayos blancos del cielo? Son los toboganes enfurecidos que se atragantan con las cosas que ya no quieren los marcianos y las escupen. Cada trueno es como cuando toses y escupes una flema. Ellos escupen las cosas viejas y caen aquí.
   
   Los dos sorteaban el tiempo. Eran guerreros que cruzan por bosques de gases alucinógenos, y se enredan en plantas exóticas que se los quieren tragar; viajeros perdidos en una isla, soldados atrincherados, superhéroes probando nuevos poderes, dos niños adinerados, náufragos en una sopa de metales preciosos.

   Cada día, un lugar absorbente; cada hora, un hallazgo importante; cada minuto, un obstáculo a vencer; cada segundo, la angustia del porvenir. En un país devastado, los exploradores robot perseguían pequeñas luces doradas, reflejos de los dientes de liebres escondidas entre los escombros. –Cándida, mira, seguro que el reflejo de los dientes es oro que llevan dentro. Merino entusiasmado apuntaba con un dedo. Cándida con la mirada puesta en el horizonte agregaba –Sí, las liebres se me acercaron esta noche y cuando una de ellas abrió su hocico, era tan grande que pensé que me iba a tragar, pero  logré meterme en ella sin que se diera cuenta. Entonces vi que dentro de su estómago había más liebres, era un hormiguero de liebres. Se las comió todas para quedarse con todo el oro. Para salir de su boca agarré una escoba y comencé a tallar su paladar. El estómago se le inflaba y desinflaba; de pronto, en vez de estornudar, las vomitó todas. Pensé que me aplastarían pero me arrastraron en sus lomos. Me fui deslizando entre sus pelos. Después, sólo vi que cada liebre tenía un diente de oro con el que mascaban algo. Comencé a sentir algo duro en mi boca y me metí los dedos. No había nada, sólo vi la cara dura de Toro mostrando su diente. Hizo una pausa y volteó a ver a su hermano –¡El primero que atrape una liebre es el rey! Y se perdieron entre las montañas de basura.
   Divisar y perseguir lucecitas entre el desperdicio se volvió su juego favorito. Apoderarse de una luz, era tener entre sus manos el diente dorado de una liebre. Así, ellos podrían quitarle el poder a Toro, convertirse en los nuevos reyes para salvar al mundo.

   Sospechosamente, el desierto se enceló de aquellos rumbos. La primavera de ese año trajo temperaturas inusuales. Caminar entre la basura era nadar en caldo. Parecía que el suelo se desprendía por el calor; todo a la lejanía era turbio.
Los niños robot caminan lento, las láminas que amarraron alrededor de sus piernas y manos los habían desarticulado. Cándida con unos goggles azules ve las cosas de colores intensos y con su intercomunicador, un hilo de estambre con dos vasos sujetos a las orillas, mantiene conexión con Merino. –Han pasado dos días, y no he vuelto a ver las luces prenderse entre los escombros, cambio. Informó Cándida con voz robótica. –Yo tampoco, cambio. Respondió Merino al acercarse un pedazo de vidrio al ojo. –Tal vez a través de este cristal pueda verlas, ¡Mira!
   
   Las lucecitas comenzaron a asomarse; eran destellos multiplicados por el sol. Un arcoíris invadió los ojos de Merino. El niño comenzó a correr de un lado a otro perdido en un prisma de colores, trataba de asir las luces pero se le escurrían entre los dedos. Su risa lo puso a girar como un trompo, aquel escenario se volvió infinito. Cándida no lo dejaba de mirar. Merino aventó a un lado el intercomunicador. –Merino, ¡espérame! Le gritó asustada.

   El silencio de los acantilados de basura mantenían una calma vagabunda. Los pasos atropellados de Merino la comenzaron a romper. Desde lejos, se veían los dos niños acercarse a la orilla. Mientras uno gira envuelto en libertad, al otro se le descompone el rostro. –¡Eres un borracho! le gritó Cándida a su hermano. De pronto se oyó quebrar la tierra. El eco de sus palabras provocó que aquella quietud soltara un quejido; Merino no hacía caso alguno. En tan sólo unos segundos las toneladas de basura se desprendieron, cayeron en avalancha. El niño envuelto en su imaginación se escurrió entre el desperdicio. Cándida inerte sólo vio cómo el tiradero le jaló los pies; se lo tragó. Presa del miedo, se quitó el disfraz de robot y corrió hacia a él. Logró apenas verlo rodar, el cuerpo de su hermano caía con la fuerza de quien carga un gran vacío y se despoja de su alma. Los golpes lo dejaron muerto al fondo de un barranco con los cristales en los ojos salpicados de sangre.


Han pasado los días, Cándida se balancea sobre el columpio del árbol. Los camiones recolectores de basura desfilan coronados por el alba. El rostro de la niña enclavado al piso, se esconde de cualquier rayo de luz. Sus ojos castaños flotan como dos náufragos en un estanque de leche blanquísima, perdidos en su propia redondez; mientras tanto, su sombra oscila bajo sus pies. Una vibración sacude las liebres del suelo; son las ratas que mueven el desperdicio. Se oye el vaivén del columpio quebrar las ramas. Un reflejo encuentra el alma de la niña sin ganas. El chillido de las ratas azota los oídos de Cándida, la descuelgan del columpio; con enojo Cándida se postra en el suelo. La luz enfrenta sus ojos, no es el brillo del diente de una liebre, es la luz dorada del sol sobre una lata de refresco. Cándida, con el estómago vacío, toma la luz entre los dedos y se la traga, voltea la lata y le simula un funeral.

KARLA POÓ
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:46:28 am
Té Sommeliers


Rozando la armoniosa solemnidad que acostumbran, Virginia, Gertrudis, Magdalena y Jacqueline celebran la hora del té semanal en casa de la primera. La luz de los grandes ventanales acompañaba los tonos claros del interior inundándolo de claridad, a la vez que daba brillo a la platería de la anfitriona. A pedido de Gertrudis, Agostino, interpretaba maestoso algunos nocturnos de Chopin. Entre jarrones orientales y cristalería inglesa, Virginia lucía un radiante vestido nuevo para deleitar el buen gusto de sus compañeras de las tardes de verano campestre. ¡Casi se le olvidaba comprarlo el día anterior! ¡Qué barbaridad! Tuvo que salir a las apuradas a conseguir un diseñador que no tratara de abusarse de la urgencia y del apellido de su marido. ¡Qué decepción se hubieran llevado Gertrudis, Magdalena y Jacqueline, quienes ahora sólo contemplaban aquella magnífica pieza de la sastrería moderna! Y cada vez que Magdalena acariciaba, ansiosamente, aunque sea sólo la manga de seda del vestido, Virginia rechinaba los dientes. Pero luego sonreía, claro, como era costumbre en las mujeres de su familia, inclinando un poco la cabeza y mostrando solamente algunos dientes de la mandíbula superior, cepillados con antelación por la ocasión. Jacqueline  escuchaba ese rechistar y observaba nerviosamente todos los movimientos ofuscados que Virginia sopesaba con la gracia de su sonrisa, pero no podía evitar el chirrido que provocaba su cucharita de plata contra la porcelana de la taza al revolver en ella. Gertrudis, quien apenas entraba en cualquier vestido, era siempre la divertida del grupo y dejaba pasar por alto aquellos dejos de chismerío sin importancia para concentrarse en el vaivén del nocturno, el que acompañaba con su cuerpo casi danzante, que sólo se frenaba ligeramente al sorber ruidosamente de su taza de té. Magdalena, cuando no miraba el vestido de Virginia estrepitaba los huesos de sus manos y se miraba sus zapatos. Eran nuevos y nadie se los había halagado aún… ¡Pero no importaba! Ponía su cabeza en alto y seguía tomando su té. Virginia rechinó los dientes al notar que ya eran pasadas las 17:10 y Simón no había llegado con las masitas finas. Las tazas de té estaban casi por la mitad y aún no se había servido en la mesa nada para acompañar. Por suerte Gertrudis estaba ensimismada con la música y de tanto en tanto sorbía de su taza. Y Magdalena sólo contemplaba su vestido nuevo y paraba para mirarse los zapatos y estrujarse los dedos. Pero… ¿Y cuando Gertrudis quiera sorber y no haya más té? ¿Y  si de tanto mirar abajo Magdalena mira su taza vacía? Virginia se sobresaltó agarrando fuertemente su taza y al ver que Jacqueline observaba escéptica todos sus movimientos con esos ojos saltones y ojerosos que la delataban, por más sombra que se pusiese… ¿Habrá notado la falta de las masitas finas? Jacqueline notó el peso de la mirada de Virginia y trató de disimular su nerviosismo revolviendo ruidosamente con su cucharita. Fue cuando Magdalena acarició apretando fuertemente entre sus dedos la manga de Virginia que Jacqueline lanzó un agudo suspiro de alivio. Virginia volteó hacia Magdalena, estrujando su taza de té, y espetó esa sonrisa característica. Gertrudis dio un ruidoso sorbo de té y Virginia volvió a mirar el reloj de péndola: ¡Eran las 17:17 y no había traído Simón las masitas que le había encargado! La vergüenza y la impotencia estaban atormentando a la anfitriona que empezó a mirar a todas partes con los nervios crispados, tenía un nudo en la garganta, hacía muecas sin darse cuenta y apretaba cada vez más su taza de té. Empezó a dar golpecitos con sus tacos contra el piso por un tic nervioso. Miraba el reloj, las tazas de té por menos de la mitad, la danza de Gertrudis, los espantosos zapatos de Magdalena, los ojos saltones de Jacqueline, la entusiasmada interpretación de Agostino. Se fruncía su ceño acorde apretaba más la taza de té, que ya tenía un ligero movimiento nervioso. Escuchaba la cucharita contra su porcelana, los sorbidos ruidosos de su té, el estrujar de su seda... ¡De repente,  el estómago de Jacqueline crujió y a Virginia se le resbaló la taza de los dedos estrellándose contra el piso y salpicando de té la alfombra de piel! Agostino interrumpió su interpretación. Todos quedaron en silencio y la miraron. Virginia sentía que todos comenzaban a crecer  y a mirarla desde arriba mientras ella se aferraba al platito del té que le había quedado en su mano.
La puerta se abrió de golpe, de par en par, y entró Simón con el carrito de los postres cargado de do bandejas de masitas finas. Todas voltearon a verlo y Virginia se apresuró a mirar a Agostino, quién retomó el nocturno maestoso. La anfitriona se agachó con ferocidad a levantar la taza del piso y sintió como su vestido se rajaba en su espalda. Agarró la taza velozmente y se acomodó mientras Simón servía las bandejas sobre la mesa. Gertrudis, contenta de que se retomara la música, volvió con su ligera danza mirando de reojo las masitas. Magdalena se acomodó en la silla levantando la frente sin importarle por qué le miraban los zapatos y no le decían nada al respecto y miró fijamente las masitas y luego a Virginia. Jacqueline estaba terriblemente avergonzada y miraba las masitas con pena. No había almorzado porque sabía que su estómago no resistía dos comidas tan juntas y no podría rechazar las masitas de la tarde que acostumbraban en casa de Virginia. La anfitriona observó rabiosa el marchar de Simón, quién parecía no haberse percatado de lo que había ocasionado, rechinó los dientes y notó que las tres damas la miraban para dar orden de empezar a comer. Virginia inclinó la cabeza y sonrió haciendo un ademán de comenzar, tratando de moverse lo mínimo y necesario para no seguir rasgando su vestido. Gertrudis, Magdalena y Jacqueline la miraban ansiosas para que comenzara ella, puesto que era de mal gusto que cualquiera de ellas comenzara a servirse sin que la anfitriona tomase la primera masita. En ese momento, Virginia notó lo lejos que Simón había dejado la bandeja de ella. Era las 17:21 y nadie había probado bocado. Jacqueline revolvía cada vez más fuerte su ya frio té al sentir que su estómago estaba por estallar nuevamente. Sin dejar de mirar a Virginia, Gertrudis sorbió ruidosamente una vez más de esa taza que ya parecía diminuta comparada con ella. Magdalena trataba se sonarse los huesos de las manos en los momentos álgidos del nocturno. Virginia, sin dejar de sonreír, comenzó a desliarse hacia la bandeja. Todas la miraban sin entender la rigidez de sus movimientos. Una a una sentía que se iba soltando las ataduras de la parte posterior de su vestido mientras ella fruncía el ceño, su corazón latía más fuerte, pero no dejaba de sonreír. Seguía estirándose sobre la mesa y sus dedos estaban por acariciar la primera masita fina cuando resbaló de la silla, cayó sobre la mesa y su vestido se abrió por detrás de par en par. Todas se sobresaltaron. Magdalena miró atentamente las ataduras del vestido, sorprendida. Agostino tocaba cada vez más fuerte sin mirar. Jacqueline tomó rápidamente una masita fina y la engulló sin más ni más. Luego, tomó otra y otra más. Masticaba sin dejar de mirar de costado a Virginia, quien no dejaba de sonreír pero no se movía de la mesa. Gertrudis vio que Jacqueline iba a tomar otra masita y tironeó de la bandeja. Jacqueline la miró indignada con esos ojos saltones. Virginia estaba sintiendo que todos se deformaban, tenía un vacío en el pecho y sus ojos se humedecieron. Magdalena, con una mano en el vestido, tironeó de la bandeja sin dejar que la glotona de Gertrudis tomara bocado de una masita. Jacqueline tiró fuertemente de la bandeja y las masitas se desparramaron sobre la mesa. Todas se abalanzaron sobre la mesa a agarrar las masitas aplastándolas contra el mantel. Virginia se levantó de golpe y tironeó del mantel, la bandeja, las masitas, su vestido y las damas cayeron al piso. Virginia se cubrió con el mantel y Magdalena agarró su vestido y se lo llevó contra su pecho. Debajo de la mesa Jacqueline y Gertrudis se tironeaban de los pelos luchando por agarrar las masitas y llevándose a la boca todo pedacito que encontraban lleno de pelos de la alfombra. Agostino terminó el nocturno y salió de la sala. Magdalena se levantó y, llevando contra si el vestido de Virginia, todo doblado y arrugado, mostró sus zapatos a las damas y salió de la sala taconeando con desprecio. Jacqueline y Gertrudis salieron de debajo de la mesa con todos los pelos revueltos y las caras manchadas de chocolate y vainilla. Hicieron un ademán de saludo y salieron llevándose algunas masitas en las manos y eructando para adentro.
Virginia, sola y desnuda, observó el enchastre de la sala comedor y, conteniendo el llanto, rechinó los dientes.

Selva Sommelier
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:47:40 am
Ella


El enorme circulo flameante  desaparecía tras la brillante margen del río, incluso podría jurar como las aguas hervían ante mis ojos. Bandadas de aves chillonas cruzaban la bóveda azulada y clara, iban en copiosos grupos siempre en cabeza de algún veterano que les dirigía formando lo que yo apreciaba como la punta de una flecha. Los aterciopelados chigüiros se zambullían apresurados al paso de mi cabalgadura, me lanzaban un último vistazo con sus pequeñajos ojos y me llegaba su expresión como una admonición por despabilarles el agradable letargo. Epona discurría por entre las altas yerbas con acentuada calma, bajo mis pies sus flancos se movían lenta y acompasadamente, ocasionalmente se tensaban sus músculos cuando hollaba alguna superficie cenagosa y entonces arrojaba un discreto bufido, sacudía las crines y enfilaba nuevamente sin perder la altivez de su cuello.
El calor me acogotaba por momentos, pese a que el sol rojizo se esfumaba, un vapor sofocante ascendía desde el centro de la tierra cocinando a fuego lento a todo ser viviente en la superficie. Me retiré el sombrero de amplias alas para usarlo a modo de abanico, lo sacudía cerca de mi cuello atezado y perlado que a la sazón se constituía en un registro elocuente de los pinchazos que las  pequeñas alimañas voladoras me propinaban. Pensaba en el incordial sudor que rezumaba mi cuerpo y que volvía a absorber, en el momento que Epona arrojó un fenomenal relincho, el corazón me dio un vuelco, y no tuve tiempo en reparar en lo que acontecía porque mi yegua se fue de costado contra la alta hierba, y yo con ella. Su pesado cuerpo aprisionó el mío de suerte que partió mi fémur derecho sin sorpresa o sufrimiento. Entonces sin yo sospecharlo mi cuerpo liberó una fuerte descarga de adrenalina, que corrió rauda por mis venas al ver esa figura viscosa y brillante, gruesa y escamada que pasaba por la hierba sin manifestar  el más mínimo interés ante mi rostro horrorizado. Una anaconda de ciclópeas proporciones siseaba apagadamente en tanto se aferraba con sus fauces  al casco de Epona que relinchaba presa de una pavura mayor que la mía. Sabía que podría ocurrir si permitía que la serpiente se enrollara sobre mi yegua, no lo dude un instante, el rifle de repetición estaba a mi alcance, lo tomé, y apunté, el pulso me temblaba, la sola visión de herir en el intento a mi cabalgadura me helaba la sangre, pero debí desterrar mis temores en cuestión de instantes,  accioné el gatillo en dos ocasiones. Los estallidos que salieron del cañón del wínchester retumbaron en la llanura, las criaturas vivientes bramaron espantadas. La formidable serpiente se retorció por un intervalo casi eterno, luego en sus ojos pude ver su último brillo de vida. Lo lamenté entonces, pero se trataba de la vida de mi querida Epona.
Mi yegua se levantó de un brinco, estaba aterrada y sus grupas temblaban visiblemente, sus ojos aceitunados se posaron sobre mi semblante, luego relinchó quedamente, me pareció que era su manera de darme las gracias.  Hice cuanto pude por ponerme en pie y subirme boca abajo en la silla, atravesado como un sucio fardo. Epona conocedora de las  artimañas de la selva para devorar a sus víctimas, se deslizó sobre el terreno apaciguadamente en busca del lugar más seco y seguro. Cortamos entre las altas hierbas y los juncos, y confiando en su buen juicio natural me dejé llevar por ella. El que hace unos segundos era un dolor ausente, ora hacia presencia con estrepitosa dignidad, yo entonces me retorcía incontrolablemente. Se internó en una pequeña enramada. Allí las reverberaciones del día chocaban contra una fuente límpida estallando en mil resplandores, como si descubriéramos una cámara pletórica de pequeñas gemas, habitáculo de tal vez otros seres místicos que el ojo humano no tenía ocasión de percibir en su azarosa existencia. Se puso delicadamente sobre el suelo y yo pude echarme a un costado donde la hierba no lastimaba con sus afiladas agujas. Me arrastré un poco al estanque, alimentado por las precipitaciones del año y extrañamente cristalino, ausente de limo o de mefíticos vapores, ella, sin vacilación o temor  se acercó al estanque y bebió con la misma vehemencia con la que yo lo hacía.
Encontrar ese lugar fue una señal providencial de que todo saldría bien, ora solo esperaba que mis fuerzas no flaquearan de nuevo y no caer   preso de la inconciencia. El dolor de mi fémur roto no parecía decrecer, y me imposibilitaba cabalgar, pero ella, pacientemente me seguía el paso con sus grandes ojos, adondequiera que yo fuera, observándome como me arrastraba como áspid parsimoniosa. Se había mantenido conmigo en todo momento, en la distancia crepitaba algún trueno, y columnas grises y amenazantes se cernían sobre el firmamento, una tormenta desproporcionada se aproximaba, y ella bien podría abandonarme, agitar sus cascos contra las hierbas y  re encontrase con su estado primigenio en las inquietantes llanuras. Pero allí se mantenía, me arrojaba pequeños relinchos a guisa de reproche y estímulo para que continuara el camino de regreso a casa. Cuando la fatiga me sometía, e inesperadamente terminaba en paisajes oníricos, ella se acercaba y me empujaba suavemente, se recostaba con delicadeza a mi lado y me observaba quietamente. Tales actitudes me hicieron sospechar en Epona, unos rasgos de lealtad indescriptibles, de oídas había escuchado acerca de los profundos sentimientos de algunos animales hacia sus amos, pero nunca lo tuve en cuenta, ora ella me demostraba que me tenía de algún modo un cariño profundo y secreto.
Y mientras la tarde se decide a batirse con sus nubes y sus centellas sobre las llanuras, nos hemos movido hacia  un follaje fresco, dominado de árboles ancestrales y cortezas nudosas por entre las que se tornan cientos de brazos amarillentos y podridos que suben y bajan para hilvanar velos profusos y espantosos. La atmósfera es pesada y húmeda, y la selva arroja sonidos inquietantes, unas veces, monos chillan con grandes alaridos como si cayeran en las fauces de las bestias de la Orinoquia, en otras ocasiones los insectos mascullan fieros entre las hierbas secas, puedo sentirles moviéndose entre el abigarrado paisaje, son numerosos y posiblemente temibles, les temo más que a la fauces de aristas marfiladas, porque son omnipresentes y acechan pacientemente a la espera de  dar cuenta de mis despojos. Me pregunto entonces por la templanza de Epona, ¡acaso que secreto atávico y místico resguarda su corazón para no temer a la muerte! está tan impávida, ni las moscas pertinaces parecen molestarla, tal vez ella goce de una perspicacia más profunda que la mía, y se mantiene en absoluta quietud, respirando quedamente, absortos sus ojos en los míos, lánguidos y débiles, con la sapiencia de que el enemigo anda cerca, cuidando más de mí que de su propia integridad.
La tormenta arrecia, los ámbitos retumban, y las otras vidas arrojan estentóreos gritos, celebrando el maravilloso poder de la naturaleza o quizás arrojando un último gemido que busca materializarse y aferrarse de alguna liana o alguna superficie antes que los torrentes desbordados se los lleve consigo. Las gotas apenas se escurren por entre el dosel del portentoso guardián. Pero es cierto, fuera el cielo se cae, y el fragor es ensordecedor.
No sé si duermo o si fallezco, ya no percibo el dolor de mi hueso roto, sólo la sangre húmeda se desliza por mi espalda, apenas lo noto, la cruenta naturaleza despliega por  completó su celada, se ideó  la estocada artera transmutada en alguna punta de madera o la arista aguda de alguna roca que me recibió en la caída.  Mis ojos se cierran, mis sentidos palidecen, como última imagen de este sueño temporal o eterno, observo los ojos insondables y quietos de mi fiel Epona, están tan mansos y serenos que me invitan a descansar en lo desconocido.

A.B. Valencia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 11:48:51 am
EL ENGAÑO


Primeramente, tenía que localizar la mancha del pintalabios en el nacimiento del cuello. Era lógico que fuera ése el detalle delator: todas las mujeres comienzan el rastreo de la infidelidad por la inevitable boca de carmín dibujada justo debajo del oído, como quien rebusca en el interior del sobre el sello que no aparece pegado en la parte de afuera. Debía anticiparse. Así que, tras pasear como una media hora, poco más o menos, calle arriba calle abajo, entró en los servicios de una tasca que agonizaba al pie de la avenida, y allí, en la oscura soledad del cochambroso vestíbulo –apenas una docena de baldosas apretadas bajo el lavabo, la taza, el aparatoso secador de manos y la superficie traslúcida del espejo, con una rayita de luz en la bombilla por toda iluminación- había hecho examen hasta del último milímetro de su garganta, en busca de la señal que habría de acusarlo ante los ojos de Sonia. Una vez comprobado que, ni bajo las orejas, ni la barbilla, ni la nuca ni, aún, en el cuello había por qué temer nada, que la blancura que ofrecía su piel era la prueba más irrefutable de su inocencia, pasó a la segunda parte de la inspección, de forma tan exhaustiva como lo había hecho cinco minutos antes. Peinó con mirada escrutadora los pliegues de la camisa y la corbata para terminar de cerciorarse, con una luminosa sonrisa brillando entre las brumas del espejo, de que tampoco allí Sonia podía cogerlo in fraganti. Al salir del reservado, y con un burbujeo de íntima satisfacción dentro de sí, se acercó a la barra y, para celebrar que todo había ido bien, pidió un white label-cola ante los atónitos ojos del camarero: eran las cinco en punto de la tarde.
Mas, apenas avanzados doscientos metros, en medio de la ligera euforia alcohólica, reparó en un segundo imprevisto, inexplicablemente obviado: el perfume. ¿Qué no pensaría Sonia cuando, al abrazarle para darle el beso de bienvenida, reparase en el invisible velo de la fragancia?. Se quedó inmóvil en medio de la acera, pues ahora había acertado a recordar que Elena se echaba, en todos y cada uno de sus encuentros con él, algunas gotas de colonia (¿Elizabeth Arden?, ¿Cacharel?) en rostro y cuello para recibirle, cosa que él le reprobaba con la mayor convicción, no tanto porque pudiera ser una señal que lo delatara ante Sonia, sino porque no era un entusiasta de ese oloroso detalle: cuestión de gustos, aclaraba por toda respuesta. Y, justo aquel día, en una molesta e ilógica casualidad, el perfume resultaba particularmente intenso. Maldijo entre dientes, y, preso de la súbita desesperación que creía haber encerrado en w. c. de la tasca, bajo la superficie grisácea del cristal, calculó la solución más adecuada y sencilla en el menor tiempo posible. Porque, a todo esto, apenas sí estaba a un par de calles de su hogar.
De nuevo tuvo suerte, pues, antes de doblar a la esquina, vió una alargada puerta, rematada por un letrero azulado, en el que se indicaba: “Droguería- Perfumería”. Entró. Obviando la figura inmóvil de la dependienta –de quien recordaría más tarde un vago parecido físico con Elena- recorrió las estanterías saturadas de frascos y envases y, tras un breve vistazo, compró la colonia más acorde para hacer frente a su delicada situación; una con nombre francés, de apenas 150 mililitros, cuyo penetrante e inconfundible aroma, tan marcadamente hombruno, era la mejor respuesta para ocultar el enroscado y avieso abrazo de Elizabeth Arden o Cacharel. Nada más salir afuera guardó el tapón en el bolsillo de de la americana y se roció, en una purificadora ducha, hasta dejar el envase medio vacío. Comprobó que el efecto era el deseado, que las expectativas se cumplían y, retomando la pasajera felicidad que el descubrimiento anterior había hecho desaparecer, continuó su caminata, a paso ligero y con el mentón bien alto.
Al doblar la esquina, sintió que una nueva duda salía a su encuentro. Un segundo. ¿Qué era de su aspecto físico?. Sí, de la camisa, la americana, la desdibujada raya del pantalón. ¿No daba todo ello la impresión de que…?. Apoyó su dolorida espalda en una pared de mármol, repentinamente fatigado. El mármol daba entrada a una floristería, en las lunas de cuyo escaparate comprobó si sus miedos tenían razón de ser. Y se encontró con que el desaliño de su apariencia resultaba muy significativo al respecto: lo evidenciaban las innumerables arrugas en camisa y pantalón y el nudo demasiado flojo de la corbata, además de llevar tres días sin afeitarse y que la raya de la cabeza yacía bajo un aluvión de bucles desordenados. Volvió, apresurada, febrilmente, a tratar de restablecer su apariencia normal, sin que el manojo de nervios que le apretujaban manos y corazón jugase en su contra. Así, comprimió con fuerza el nudo, estiró la camisa bajo el cinto, con la el fin de que desapareciesen las molestas planicies de la seda, y pasó la mano, a modo de rudimentaria plancha, por la irregular superficie de su pantalón. Terminadas las operaciones, y como, de algún modo que no se molestó en explicarse, el destino le había guiñado su ojo más cómplice colocándolo frente a la floristería, decidió comprar un ramo de glicinas a Sonia, sus flores favoritas. ¿O eran las orquídeas?. Daba igual, a Sonia le encantaban las flores en general y las sorpresas en particular.
Llegó, por fin, al portal de casa. Antes de entrar, subir las escaleras que conducían al ascensor, pulsar el botón y colocarse, sonriente, impecable (dentro de lo posible) y satisfecho delante de la puerta, con el ramo de glicinas pegado a la espalda, sacó el tapón de la colonia de su chaqueta y lo arrojó al contenedor de la basura. El envase, vaciado una vez más sobre americana y camisa en el tránsito que mediaba entre la floristería y su domicilio, lo había metido en una papelera. Una vez en el rellano, adquirió la ceremoniosa pose de uno de ésos vendedores de puerta en puerta, y apretó el timbre. Al cabo de un largo minuto, Sonia abría la puerta, precedida de su delantal amarillo y un rostro ojeroso y deslucido que denotaba una gran fatiga.
-¡Hola! –exclamó, sin énfasis – No te esperaba tan pronto. Estaba haciendo la cena.
Regresó a la cocina, dejándole con la puerta en la mano. Por una parte, se dijo, mejor así: ni siquiera se había dado cuenta del codo encogido sobre la cintura. Cruzó el salón y se adentró en los azulejos blancos y los humos que nublaban la vitrocerámica.
-Tengo una sorpresa para ti –susurró.
Sonia no se volvió, atenta al chisporroteo de la sartén. Por un instante creyó que, con todo el ruido de la comida friéndose, no le había oído, pero, al poco, su esposa se giraba para mirarle la cara, sin ninguna de las esperadas características que se suelen asociar a un rostro expectante y feliz.
-¿Qué es?.
-Adivínalo.
-Tomás, no estoy para juegos. ¿De qué se trata?.
-Vamos, mujer. Haz un esfuerzo.
Lo único que obtuvo su reclamo fue un murmullo en el que se mezclaban, a partes iguales, el reproche y una manifiesta sensación de pesadez. Escuchó, luego, la respiración subiendo y bajando por la caja torácica, y Sonia siguió sin decir nada.
El ramo de glicinas comenzaba a incomodarle, pues algunas gotas de agua resbalaban por los finos troncos y le humedecían el puño. Se adelantó hacia Sonia, temblando un poco, y con una mirada lasciva, la rodeó por la cintura con el brazo que le quedaba libre.
-¿Qué crees que es?. Dí algo.
-No lo sé, Tomás.
-¿Quieres que te dé una pista?.
Sonia continuó abstraída en la vitrocerámica, ajena a la conversación, a él y al ramo. Tomás no cejó en su empeño y su perseverancia dio, finalmente sus frutos. Tras colocar una tapa sobre la sartén, Sonia se volvió para ceder a la irrefrenable concupiscencia de su marido con un resuello de aburrimiento, quién sabía si por el fastidio de la labor ó por él, en la cara. Tomás mostró su mejor sonrisa, sacando de detrás de la espalda las anhelantes glicinas. Esperó la luz en los ojos, los labios ensanchados en una exclamación de sorpresa, las manos a la altura de las mejillas y la exagerada expresión de felicidad que habría de coronar el evento. Por el contrario, de todo aquello sólo se presentaron el brillo de los ojos –pero no de la clase que él había imaginado-, y la boca redondeada en un ¡oh! más cercano a la indignación que al asombro. Sintió un repentino agarrotamiento en su interior, veía cómo las fuerzas se le iban progresivamente sin que pudiera hacer nada, y comenzó a sudar.
-¿Dónde te has hecho esta mancha?.
Miró en la dirección que las pupilas enrojecidas por el calor de Sonia le indicaban. En mitad de la chaqueta, pero justo en el costado izquierdo y bajo la solapa del bolsillo, de manera que no podía haberlo visto en la primera y apresurada inspección, se erguía una mancha discontinua y oscura como el fondo de un charco. Tragó saliva y, seguidamente, se hizo un par de reflexiones ante tamaño descubrimiento: la primera, cómo no se había percatado antes de tan grave error, y al pensar en ello se sintió ridículamente empequeñecido, y la segunda, en qué lugar de la casa de Elena podía haberse hecho aquella mancha. Hizo un rápido repaso mental por todos los vestíbulos: el salón, la terraza, el cuarto de invitados, la habitación de ella… y concluyó en que en ninguna de ellas podía haberse ensuciado de aquel modo. Se aflojó el nudo de la corbata. Pero no estaba tranquilo, pues el rostro circunspecto de Sonia, la mirada ceñuda y el labio siniestramente curvo hacia la derecha aludían a la chispa de la sospecha, a la alargada sombra del escepticismo.
-Parece aceite… ¿Dónde te has hecho esta mancha, cariño?.
Echó un vistazo en torno suyo. Las baldosas blancas, sudorosas por el vapor, parecían burlarse de él en medio de un silencioso coro de carcajadas. Agudizando su oído –debajo del cual había examinado cuidadosamente que no hubiera ninguna mancha de carmín- escuchaba la misma risa sarcástica en el crujido de la sartén, la luz que salía de la puerta del congelador o el tintineo mecánico de la gota de agua cayendo del grifo. Agachó la cabeza, abatido, pesaroso, y apenas un par de segundos después, el ramo de glicinas, también él extenuado por haberse mantenido en equilibrio durante toda la escena, se desparramaba delante de los pies de Sonia.

MICHAEL FUREY
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:00:03 pm
EL GUARDABOSQUES


          Caminando entre matas autóctonas y salvajes, va el guarda-bosques, con su boina azul y pantalón con tirantes, dos típicas prendas de la vestimenta de su región natal. Él conoce cada rincón del monte, como la palma de su mano. Cada picada o el canto de los pájaros los reconoce, con sus nombres científicos y populares.

          Los ojos del guarda-bosques reflejan el cielo, que se confunde con el color del iris, la mirada tranquila, de paz interior muy grande, una mirada dulce a pesar de los años.
          Por una picada angosta, entre especies arbóreas autóctonas y debajo de un algarrobo encuentra un cardenal amarillo, una de las especies más amenazadas de extinción, un ave de ala caída, lo levanta lentamente como si fuera un frágil cristal y con su camisa azul, limpia y gastada, envuelve al pájaro.

          Regresa a su hogar, ubicado en la rivera del río, en donde tiene su casa construida con sus propias manos. El material de construcción empleado, fue madera y para el techo paja. Del otro lado del río está la orilla de otro país, en donde la integración del río y el monte es el complemento de dos orillas iguales, como un espejo.
 El hombre cansado pero con una misión, salvar aquel pájaro que fue herido, quién sabe cómo; le da de beber, lo cura y lo alimenta, así pasan los días dedicado al cardenal.
Sigue su vida rutinaria, cuidando el medio ambiente como si fuera parte de su propia vida, su piel, su respiración.

          Cuando el pájaro se repone, regresa con él al monte, en un día otoñal, de brisa fresca, siendo bendecido sobre su cabeza con las hojas secas que caen y sintiendo en cada pisada el crujir de ellas. Posa al pájaro en un ceibo grande, longevo, entre flores rojas, de esta especie autóctona del país donde reside el guarda-bosques y le dice al ave:
“Vuela, vuela y si llegas a mi tierra natal, la España de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y otros, canta una hermosa canción a mis padres y hermanos que no los volví a ver”

Maber
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:01:07 pm
UN NÚMERO MÁS


    La calle es siempre la misma, el mismo portal, el mismo lugar, de una ciudad cualquiera, en un pedazo de espacio infinito. Sólo cambian las gentes que transitan indiferentes ante cualquier esbozo de pobreza, tal vez de picardía, porque en este mundo loco e intransigente suele haber de todo. Los que lo hacen por necesidad y otros como los que vienen de vez en cuando solo por pasar el rato en su errante caminar de un lugar a otro. Todo está lleno, no hay espacio para más indigentes, porque los hay que visitan los albergues de vez en cuando, pero la mayoría prefieren vagar a su aire sin nadie que dicte las normas, ni ponga siquiera horarios. La libertad que ellos mismos escogieron no entiende de barreras, no sabe de condiciones ni deberes.  Es su vida, la que eligieron a pesar de todo. Porque toda persona lleva consigo una historia, pero los mendigos tienen siempre una historia triste. Muchas personas normales y decentes creen que solo son vagos, a los que no se puede redimir  porque les gusta la inmundicia y la calle. Aunque lo cierto es que muchos aman sobre todas las cosas la libertad, ya que a menudo el exceso de equipaje en la vida no lo convierte a uno en otra cosa que en esclavo voluntario. Pero a veces para Isabel son también las mismas gentes con la misma indolencia. Algunos le dedican una mirada despectiva, cómo si les incomodara su presencia, porque ellos se ven ajenos a  cualquier estrato social inferior, o a lo que consideran en el baremo de la sociedad por debajo de los límites de una vida medianamente situada. La mayoría pasan con desdén ante ella y otros, los menos, le echan una moneda con rostro compasivo, pensando tal vez que pueda malgastarla en una botella de vino o en un paquete de cigarrillos. Pero ella no quiere que la compadezcan, es más, detesta que lo hagan, pero tiene que comer, y de nada sirve el orgullo cuando se lleva tanto tiempo viviendo en la calle, y hay que agarrarse a cualquier opción por pequeña que sea. Necesita subsistir de alguna manera, y esta es la más cómoda, sentarse a esperar, solo espera, ya no tiene otra cosa que llene sus días y sus noches. Su vida entera es ahora una larga espera.  Además, prefiere guardarlo porque no quiere desperdiciarlo con esas gentes para las que es una perfecta desconocida, en medio de esa marea humana que va y viene sin saber donde va. De tarde en tarde pasea su mirada alrededor, al entorno casi ya familiar del teatro de la vida, donde los artistas van pasando delante de ella cómo mudos actores de una farsa, de una trágica comedia. Presurosos a cualquier hora, cómo si les faltase tiempo y la prisa fuese su eterna compañera, yendo y viniendo desde aceras de cemento a calzadas de asfalto y grisáceas pareces de piedra. Lejanos y sombríos, cómo la oscuridad que envuelve sus figuras a plena luz del día,  por callejas vacías y desoladas, sin bullicio ni alegría. Viviendo en altos y monstruosos edificios como colmenas de un panal que apenas dejan pasar un resquicio de aire y de sol. Todo tan impersonal y frío, como sus gentes.


Caras extrañas, de inmaculados trajes impolutos, de sonrisas forzadas en el quehacer cotidiano. La rutina de cada día para ellos, siempre igual, invierno ó verano. Solamente rutina, sólo monotonía. Al menos ella sabe muy bien cual es su sitio, donde está y de donde viene, y que tiene un pasado que siente cómo suyo aunque a nadie le importe. Sabe que una vez fue alguien con derechos dentro de la misma sociedad hipócrita y absurda que ahora la rechazaba. La calle enseña, y ella había aprendido a reconocer en los gestos de cada persona lo que sentían, a ver el sufrimiento ajeno, casi se atrevía a adivinar sus pensamientos, y le fascinaba lo que sabía del comportamiento humano sin necesidad de aprenderlo en los libros, sólo recogiendo en su memoria tantos gestos, tanto desprecio, y sobre todo tanta soledad. Si creían que ella estaba sola no lo estaban menos todos aquellos que pasaban por su lado con rostros aturdidos por las prisas y la insatisfacción de sus vidas, absorbidos por la gran urbe, formando parte indisoluble de la marabunta de aquella ciudad.  Ahora Isabel no era Isabel. Había pasado a formar parte de una larga lista. Era sólo un número estadístico de alguna tabla estadística donde se recogía el total de indigentes de aquella población. Isabel era sólo un número y nadie parecía saber que Isabel era Isabel, una mujer que a veces quería gritar su nombre y que la llamaran por él, y dejar de ser un número, aunque nadie le preguntó nunca lo que opinaba sobre el tema. Una vez llegaron unos periodistas, para programas sensacionalistas, de estos que algunas veces había visto en las pantallas de los televisores de los grandes almacenes. Querían hacer un reportaje y la entrevistaron a ella. Tal vez porque la vieron más importante, más sosegada, más lúcida para sus pretensiones,  aún no sabe, pero el azar hizo que fuese la elegida.
Les contó algo, retazos de una vida rota, que al parecer no les resultó muy interesante, porque no era una de esas historias típicas sobre gente que se ve en la calle por las drogas, el alcohol, por ser ludópata ó alguna de esas cosas que tan de moda estaban para desgracia de muchos cómo parados o algún hombre de negocios que tras haber alcanzado la cumbre había caído en la más absoluta de las miserias. La de Isabel era una historia vulgar y a aquellos periodistas no les pareció muy interesante lo que ella les contaba, quizás porque tampoco lo hizo con mucha coherencia, porque no le gustaba dar demasiados detalles sobre su vida, y sí les dijo algo fue por los sesenta euros que le habían dado, aunque luego debieron pensar que los habían malgastado, porque no tenían lo que ellos querían, algo que conmoviera a la gente que leía también cada fin de semana aquella revista dominical, que les hiciera sentirse felices por no ser ellos los que estaban en esa situación, por no pertenecer a esa clase social que ha tocado fondo y duerme y malvive en las calles de cualquier ciudad.





      Pero a Isabel no le importó mucho la decepción de aquellos dos reporteros, que hasta le hicieron unas fotos frente al pañuelo que desplegaba ante si, en el que ellos pusieron unas monedas y en el mismo portal en el que ella pedía siempre.
Y no le importaba porque sabía que les había contado medias verdades, aunque no les dijo ninguna mentira, pero tampoco toda la verdad, porque estaba casi segura de que se habrían reído de ella y la habrían tomado más por loca que por una pobre indigente y no quería acabar sus días en un hospital rodeada de enfermos mentales, porque ella no estaba loca y sabía muy bien lo que le había llevado a aquella situación, y aunque no le gustaba vivir así, tampoco se arrepentía, porque le quedaban tantos recuerdos de su pasado que si hubiera querido habría podido escribir un libro.
 A veces soñaba despierta y se imaginaba cómo quedaría su historia plasmada en un libro, porque lo que era vivir, vivir había vivido mucho, y tan intensamente que ahora no le importaba aquel frío que le calaba hasta los huesos, porque se abrigaba de sus recuerdos, en los vértices del tiempo anidaban sus sentimientos,  y algunas veces su memoria era tan vivaz que hasta le abrasaba la pasión ya casi olvidada de aquel primer amor. Cuando se dejaba llevar por su imaginación asomaba en sus ojos un brillo especial, y se dibujaba una leve sonrisa en su rostro cansado. No se quejaba de su suerte, porque sabía que muchas de aquellas personas que la compadecían a ella eran dignas de la más profunda de las compasiones, porque nunca conocerían la verdadera historia de Isabel y porque jamás rozarían ni con la punta de sus dedos la felicidad que Isabel había disfrutado plenamente. Toda esa gente tenía las manos llenas para dar unas monedas y ella, que sólo tenía unas manos vacías y una vida desdichada sabía que poseía algo valioso, porque su alma estaba llena y eso era algo que nadie le podía arrebatar, aún a pesar de las adversidades y los contratiempos, tenía algo realmente importante que ni siquiera el  dinero podía comprar.  Encorvada y castigada por el tiempo revive cada instante, todo su pasado, todos los recuerdos felices y dulces de antaño, hace ya tanto que casi no le llega la memoria. Algunas veces en sus ratos lúcidos lo piensa: ¿Para qué? Para acabar así, sola. ¿Quién se lo iba a decir? Siempre rodeada de tanta gente, el murmullo, el gentío, la vida. Era vida a su alrededor, y ahora le sobra todo. Hasta el tiempo. Tiene todo el tiempo del mundo. Las largas horas sin hacer nada, sin una ocupación dan que pensar. Y ahora solo queda eso, recuerdos. En la recta final la existencia pervive gracias a ellos. A lo que hubiera podido ser y no fue, lo que se podría haber cambiado y no se pudo, tantas cosas, pero el destino es el destino y ya nada se puede cambiar. La vida es un cúmulo de circunstancias, y en la ruleta de la vida el azar lo decide todo: unos ganan y otros pierden.       





   Absorta en sus pensamientos se arrebujó como pudo con su única manta, ya un poco desgastada por el uso, y bajo los cartones se dejó llevar por su imaginación sin darse cuenta de que aquella noche arreciaba el frío. Aquel frío que le calaba hasta los huesos, que dejaba sus miembros entumecidos hasta el dolor, aquella sensación de hormigueo en las piernas, que apenas sentía cuando se levantaba algunas mañanas.
La encontraron por la mañana bajo los húmedos cartones, con una extraña sonrisa entre sus labios, rictus inequívoco para el forense de que había muerto por congelación.  Pero para alguien que hubiera conocido toda la verdad, aquella era la sonrisa de una mujer que vivió y amó tan intensamente que en la desolación y el sufrimiento de los últimos años de su vida habían podido hacer olvidar.
 Isabel que nunca quiso ser un número volvió a ser un número en las estadísticas de los fallecidos en la última ola de frío que asolaba el país. Se fue Isabel, y con ella algo de mí. Aquel dominical cayó en mis manos por casualidad, y a pesar de que su rostro no parecía el mismo, porque ahora estaba ajado por el tiempo, marchito e inerte ante aquella claridad del flash de la cámara, pero no importaba porque  yo  pude ver aquella mirada que un día me enamoró, aquella sonrisa angelical que escondía tantas vivencias, aquel cuerpo antaño apetecible y hermoso.
  Leí ávido de saber lo que había sido de ella, los años transcurridos me parecieron entonces un instante, cuando  quise encontrarla fue tarde una vez más.
Escribo esto con mano temblorosa por la edad, pero lo escribo en su memoria porque lo que leí sobre ella no era toda la verdad, aunque tampoco era mentira. Lo que nadie sabrá nunca es que la historia de Isabel es, simplemente, una historia de desesperanza y olvido.

HYZAN
 
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:06:21 pm
El oráculo del mar


I.
   Nadie se daría cuenta nunca; nadie excepto el autor. Por ese tiempo acababa de publicar Bloom su canon. Todos los que estaban interesados en buena literatura buscaban en la lista del neoyorkino su tabla de salvación; pocas cosas dan tanto miedo como saber que morirás sin haber leído las grandes obras universales. De cualquier forma, no hacía falta que Horacio evitase con mucho esfuerzo ese canon de escritores blancos y occidentales. En principio, él quería escribir una novela sobre lamas y cosas por el estilo. Quería construir una historia llena de espiritualidad, e invitar con ella a la reflexión acerca de cuestiones vitales pero livianas, es decir, flotadoras. Tampoco nos equivoquemos, Horacio tenía en mente un libro, un libro blanco y occidental, Horacio moriría con la desazón de quien nunca redactara Siddhartha cuando habría querido hacerlo. Para Horacio, Hermann Hesse no era más que el hombre que se le adelantó, quien le robó mucho antes de que él naciera la idea para su libro. Así, decidió no escribir sobre brahmas, y eludir por completo las fábulas del Panchatantra. Horacio confiaba en que podía hacer una obra que cantase a la espiritualidad, con una escritura deudora de la cadencia con la que componen los autores orientales sus textos, sin necesidad de un marco hindú. Y lo consiguió. Después de devanarse los sesos durante muchos meses, pensó que lo mejor era plagiar una obra desconocida. A partir de ese momento sus desvelos no se encaminaban a la construcción solvente de unos personajes, ni hacia la elección del narrador más adecuado; todo eso vendría después. Lo que a Horacio le interesaba era encontrar esa obra que plagiar. Y lo consiguió. Una mañana de domingo, Horacio encontró el libro sin título de un escritor caboverdiano en El Rastro. Él había estudiado la literatura portuguesa en profundidad y sabía que se trataba de un autor completamente desconocido. Junto con su mujer se trasladó a Cabo Verde. Necesitaba experimentar la armonía descrita en ese libro. Y lo consiguió. Y también consiguió publicar con éxito su obra. Horacio, que morirá dentro de poco, aún se consuela recordándose a sí mismo que no se trató de un plagio íntegro. Además, él le puso título. La culpa de todo, piensa a veces, la tiene el realismo mágico, tan sobreexplotado, tan omnipresente. Y continúa consolándose: la búsqueda de nuevas metas puede llevarte a veces hasta viejos puntos de partida.
   

   II.
   Horacio es el amor de mi vida. Y lo que más valoro de él es su fuerza para superar rencores. Todavía recuerdo el póster de Gabo en nuestro estudio de Madrid y como Horacio lo usaba de diana cada vez que se atascaba en la escritura de sus textos. Entonces solo era un joven escritor recién llegado de Colombia, con muchas ideas y con poco éxito. Si tuviera que elegir una etapa de nuestra vida, sin duda, me decantaría por nuestros años en Cabo Verde. Ese ambiente tan inspirador fue el que le llevó a escribir la obra que le daría fama internacional; lástima que esta llegase tan tarde, sus demonios podrían haberse esfumado cuando aún éramos jóvenes. No quiero que se me malentienda, consentidamente he sido la sufrida esposa de un escritor ambicioso; pero echo en falta más vivencias maritales. Ahora somos una feliz pareja de ancianos residentes en Madrid. Nuestros viajes a Colombia son frecuentes. A menudo pienso en que podríamos haber sido una buena pareja de exploradores, no de los que buscan ideas para un libro, sino de los que escalan montañas, descienden por estrechas cuevas y se relajan, después, bebiéndose unas cervezas mientras contemplan catárticas puestas de sol. Por eso, estoy convencida de que lo que vivimos en Cabo Verde, sin escaladas ni descendimientos, es lo que más se parece a esa vida anhelada. Recuerdo una escena frente al Océano Atlántico. Solos, Horacio y yo. Él me hablaba del inicio de su obra. Me dijo que quien se para a escuchar el deje del mar descubre en él una respuesta para cada pregunta que se le ocurra; y que también, ese mismo deje, es el que te lleva hacia la tan ansiada paz interior. Allí mismo se le ocurrió el título del libro, El oráculo del mar. Con esta obra Horacio logró su paz interior, amén de muchos premios y dinero. Sí, nunca fuimos tan felices como en Cabo Verde; quizá ahora también lo somos. Muchas veces encuentro a Horacio abstraído. Yo le pregunto que si tiene en mente la composición de un nuevo libro. Él me mira y dice que ya tiene todo lo que quería, que ha logrado la paz interior, y que mantenerla cuesta mucho. Luego sonríe, y yo soy feliz.

Gehonás
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:08:16 pm
Me llamo Eli


  Tal vez esto no te importe, y sé que tienes cosas mucho mejores en las que invertir tu tiempo, pero
  a decir verdad, el mío se me acaba, y necesito vaciar el saco de mi cabeza de el lastre que es esta
  historia. Probablemente tendrás preguntas como: ¿Quién eres? ¿De donde vienes? ¿Y por qué
  malgastas el tiempo con un desconocido en lugar de hacer algo de provecho? ¿Acaso tus padres
  no te enseñaron nada?
  Pues la verdad es que no me enseñaron ni sus caras. Sí, así es, soy adoptado, pobre de mí...
  Para empezar, no te cuento esto para que me compadezcas, si te soy franco estoy cansado de que la
  gente lo haga, estoy más que harto de que me vean como ese pobre chico abandonado, que
  en secreto sufre por dentro, que llora todas las noches y que vivirá con ello toda su vida.
  Chico que, por cierto, no soy en absoluto. Y dirás: ¿Cómo puedes no extrañar a tus padres?
  Permíteme responderte con otra pregunta: ¿Cómo puedes echar de menos algo que jamás tuviste?
  Ni les lloro ni les extraño, y aunque desconozca si siguen o no con vida, cosa que no me importa lo
  más mínimo, para mí están muertos tanto como yo para ellos.

  Pero eh, basta ya de lloros y dramas (válgame la ironía), he venido a desahogarme, no a que te
  ahogues en tus lágrimas. Esta no es la película los miserables, aquí no vale llorar.
  Me llamo Eli, y esta es mi historia.

  Desde que tengo memoria he pasado por innumerables orfanatos y hogares de acogida, he
  conocido y perdido a mucha gente demasiado rápido para poder llamarles amigos. Lo más
  parecido a mi primer amigo fue el libro de Harry Potter y la Piedra Filosofal. En parte me sentía
  identificado con el pobre Harry, y a los once años esperaba desesperadamente que una lechuza
  pasase junto a la ventana con mi carta de Hogdwarts (lo cual no pasó, por si te lo estabas
  preguntando). Pero hoy día J.K.Rowling  tiene el dinero por castigo, ese fantástico mundo
  se evaporó con las reliquias de la muerte, y volví a estar sólo. Un día, en un foro de internet sobre
  la autora, conocí a una chica Valenciana que me contó que estaba de vacaciones en Tenerife, así
  que decidí verla en persona ese fin de semana. Se llamaba Claudia, tenía un pelo castaño oscuro y
  unos relucientes ojos verde esmeralda, y me sentía a gusto hablando con ella, sobre todo porque
  era la primera persona con la que hablaba más de una hora seguida en mis dieciséis años de vida. 
  Ella era muy amable y educada, parecía entender lo que suponía no tener padres, a pesar de
  tenerlos.
 
  Era la primera vez que hablaba con una chica sin que pasase de mí a los quince segundos, ella era
  diferente, se paraba a conocer a las personas y a valorarlas, por patéticas que fueran. Te juro por
  dios que mereció la pena cada minuto de aquella tarde, sobre todo porque a los tres días se fue de
  Canarias y volví a quedarme sólo, otra vez. Así es, tengo tanta suerte...debería ir a saber y ganar.
  Y me dirás: Si no quieres estar sólo compórtate de forma diferente. A ver, querido lector, hay
  personas que nacen con discapacidad mental, y no pueden hacer nada por ello. Pues bien, yo he
  nacido sin padres, y no puedo sacarlos de la chistera, es como soy y como siempre seré.

  Pero mi historia no acaba aquí, ni mucho menos. Deberías prepararte un té con galletas, porque
  esto sólo acaba de empezar.

                                                                          ¬1¬               
 


  Avancemos algún tiempo, un par de años estará bien. Yo tenía dieciocho, era mayor de edad, y
  dado que el año anterior me había fugado de mi hogar de acogida, tuve que buscarme la vida
  sólo, con un diminuto piso compartido y un sueldo de camarero que dejaba mucho que desear.
  No era exactamente la vida que había planeado, pero era una vida, al fin y al cabo, todo lo que
  tenía lo había conseguido yo sólo, y yo sólo lo disfrutaba. Pronto me percaté de que aquello
  empezaba a convertirse realmente en mi futuro, no tenía ningún plan a parte de limpiar mesas   
  para poder comer caliente, hasta que un día todo cambió. Vi en la televisión un documental de
  la dos sobre unos hombres que desenterraban entero el esqueleto de un mamut en África, y re-
  cordé lo mucho que me gustaban ese tipo de cosas, y lo divertido que era ensuciarse en el albero
  tratando de desenterrar piedras a los seis años, así que lo decidí, iba a ser arqueólogo. A base de
  trabajar día y noche y pedir un pequeño préstamo a mi amigo, ahorré lo justo para llevarlo a cabo
  Un mes después estaba aterrizando en el aeropuerto de Barajas, Madrid, listo para entrar en la
  universidad  pública.
  El primer día estaba emocionado, me moría de ganas de empezar. Al llegar a la entrada no pude
  creerme quién estaba a diez metros de mí, con gafas de sol y el pelo recogido en una larga cola de
  caballo. En cuanto se quitó las gafas le vi los ojos, de un precioso verde esmeralda. Era ella, a
  quien no pensé que volvería a ver jamás, mi querida amiga, Claudia. Quid pro quo, el universo
  me la quitó dos años antes y ahora me la devolvía, pero aunque yo no la hubiera olvidado eso no
  quería decir que ella se acordase de mí. Me estrujé el cerebro pensando la frase adecuada, pero
  gracias a dios, ella me vio, sonrió y se acercó a saludarme. Charlamos un rato considerable y me
  presentó a sus amigos, que con el tiempo se convirtieron en los míos, con los cuales pude
  compartir varios de los mejores momentos de mi vida. La carrera de arqueología no me resultaba
  complicada, sino interesante, y trataba de aprovechar cada segundo, y no pensar en otra cosa que
  en tierra, profundidad y restos óseos, pero a decir verdad, no podía evitar pensar en Claudia,
  gracias a la cual me resultó más fácil salir adelante. Ya había acabado el primer semestre y aún
  seguíamos siendo “Sólo amigos”, pero mis intenciones iban a más, así que en las vacaciones de
  navidad conseguí separarla del grupo para decirle lo que sentía de una forma bastante patética,
  la verdad, pero que a ella le pareció entrañable. Por fin lo había conseguido, ella era la chica ideal,
  no sólo porque con ella me sentía más feliz que nunca en toda mi vida, sino porque no estaba
  conmigo por compasión, a ella no le importaba lo de mis padres (mejor para ella, se libraba de
  conocer a sus suegros).

  Volvamos a la máquina del tiempo y viajemos cuatro años adelante, cuando terminé la carrera.
  Tenía veintidós años, ya era arqueólogo, y mi chica se había doctorado en química, estábamos
  barajando la idea de vivir juntos, y quién sabe, tal vez unos años más adelante viviríamos en una
  casa donde criar a nuestros hijos. Por suerte o por desgracia, no hubo otra opción, ella se quedó
  embarazada, y sus padres eran muy católicos, así que nos hicieron casarnos ese mismo mes.

  Éramos jóvenes e ingenuos, pero íbamos a sacar a nuestro bebé adelante por más difícil que fuese.
  Con la ayuda de sus padres encontramos una casa en un buen barrio, y Claudia consiguió un
  puesto bastante bien pagado en un laboratorio. Pero evidentemente, yo necesitaba una trabajo que
  me permitiese estar más tiempo con nuestro hijo. Sí, resultó ser niño, con los ojos de su madre y la
  nariz de su padre, le llamamos Ángel, por su abuelo (materno, obviamente). Acabé encontrando
  un puesto mal pagado cerca de casa, y adivina, era de camarero, por si el universo no se había
  reído ya bastante de mí.
 


                                                                         ¬2¬

 

 

  No voy a decir que fue fácil, pero al final hubo un momento en el que pude sentarme en el porche
  de mi casa y decir: Vamos a salir adelante.
  Jamás en mi vida había estado tan equivocado. Tres meses después a Claudia le diagnosticaron
  una extraña enfermedad, puede que un virus del que se infectó en el laboratorio, no se podía hacer
  gran cosa. Tosía mucho, le sangraba la nariz, tenía fiebre... la ingresaron en un hospital e hicieron
  por ella todo lo que pudieron, hasta que llegó el final. Pensé que el “Hasta que la muerte os
  separe” aún estaba lejos, pero hay cosas que no podemos controlar.
  El día de su funeral asistieron muchas personas, todas dándome el pésame, y volví a sentirme
  compadecido, tal y como me sentí los primeros quince años de mi vida. Pero aquella vez no era
  yo de quien había que compadecerse, un niño acababa de quedarse sin madre, y sus abuelos
  se encontraban en otro continente, sin intención de volver. Sólo le quedaba yo, y yo no podía
  cuidarlo, porque el médico de Claudia me informó de que yo estaba infectado del mismo virus, me
  quedan semanas de vida. Entonces pensé en la única opción que me quedaba, y era algo por lo que
  siempre había odiado a mis padres. Siempre pensé que me dieron en adopción porque no me
  querían, pero yo quería a mi hijo con locura, y aun así tuve que hacer lo mismo, lo que me hacía
  preguntarme: ¿Por qué juzgué tan mal a mis padres? ¿En qué soy mejor que ellos? ¿Me gustaría
  que mi hijo pensase igual de sus padres? Jamás podré explicarle por qué hice lo que hice, porque
   estaré vivo cuando tenga la edad para entenderlo. Y es por eso por lo que tú, querido lector, estás
  leyendo este relato, tú, a diferencia de Ángel, me conoces y sabes mis razones. Ojalá pudiese
  decirle que le quiero, y que lo siento mucho, pero no puedo, ya no.

  La vida no se planea, se vive. Podemos tener mil ideas y propósitos, pero pocas personas logran
  cumplirlos todos. Sólo puedes vivir una vez, tomar una decisión para cada ocasión, y vivirás
  con ella durante toda tu vida. Ese soy yo, el padre que hizo con su hijo lo mismo que sus padres
  hicieron con él. A la mayoría de personas, como a ti, os han criado, educado bien, y dado el cariño
  que os merecíais, pero a algunos simplemente nos abrigan con una manta, y nos dejan en una caja
  delante de un orfanato con una simple nota que dice: Te queremos, Eli.

L.I.B.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:10:55 pm
Un escape al Sur (de Chile)


Finalmente viajó a conocer el Sur del que ella tanto hablaba, fue prácticamente una fuga de la cuidad capital. No sabía muy bien de que escapaba, quizás escapó de ella, aunque con ella escaparía. Aterrizó tras un viaje rápido, llegó con el amanecer, contemplando desde el cielo los verdes campos labrados en los que se insertaban luces anecdóticas, no como las luces de su ciudad, que iluminan intensamente el cielo hasta engullir las estrellas y transformar la luna en extranjera en su tierra. En aquellas latitudes la relación está invertida, un súbito pensamiento cruzó su conciencia: - no se puede ser sino distinto con tal inversión de colores, y tras aquel, el comentario de un amigo: -me di cuenta que lo que extrañaba y me hacía feliz, era simplemente el color verde. Aterrizó tras un par de horas, dos horas que fueron casi diez a causa del insomnio acumulado en la noche anterior y gatillado por la ansiedad de viajar, de llegar al lugar con el que ella, Rosa, soñaba despierta. Ahora, a días de haber retornado y retomado su frenético ritmo de vida, entiende perfectamente la razón de su nostalgia, de su amor por estos lugares y su gente, de su pasión por el trabajo con personas de las cuales aprendía todo un modo de convivir con la tierra verde y marrón, con la tierra fértil y húmeda.
Bajó del avión ansioso, solo en un aeropuerto casi vacío, mirando con una discreta molestia interna a su alrededor mientras esperaba el equipaje. Salió en la búsqueda de un bus que lo llevara a Ciudad Austral. Y mientras esperaba notó la diferencia del espacio-tiempo de los que habitan en el sur: un hombre bien vestido, de traje azul, camisa blanca, roja corbata, maletín negro, pelo castaño peinado hacia atrás y cara de vendedor, miraba impaciente su reloj sabiéndose contra el tiempo. Le preguntó un tanto soberbio al conductor, a qué hora partía el bus hacia Ciudad Austral. Sin mover un músculo de su cara el paciente conductor contestó: -Estamos listos, solo esperamos que salgan las personas, invocando a la ambigüedad temporal, ¡cuando salgan las personas!, lo mismo da un minuto que una hora. No pudo menos que sonreír e intentar cerrar los ojos en espera del arranque del motor. En cuanto se puso en marcha logró conciliar por breves minutos el sueño. Soñó con besos y abrazos, soñó con angustias calmadas a punta de licores y escritos, con decisiones cien veces tomadas y mil veces anuladas, soñó con todo lo que se puede soñar en treinta minutos. Despertó llegando al terminal que ya conocía. Esta vez estaba solo, sin miedo, sin el temor a ser atracado que emerge fétido y oscuro cuando se está en un terminal de la capital. Bajó curioso del autobús siguiendo las instrucciones de su amigo, mirando los recorridos de los pequeños y desvencijados autobuses rurales estacionados contiguos a los modernos gigantes interurbanos. La gran mayoría conectaba la marítima Ciudad Austral con su vecino Puerto Mar, de menor tamaño y paradójicamente emplazado en un lago de origen volcánico, pocos autobuses emprendían  rumbo hacia el sur más austral y solo uno lo llevaría a su destino en Metri. En cuanto reparó en el pequeño transporte, se acercó a la ventanilla del conductor para preguntar la hora de salida. Ya con el motor en marcha éste le respondió: - ¡inmediatamente! Solicitó quince minutos para comprar en el mercado situado frente al terminal. – ¡En siete minutos! Fue la nueva respuesta. Con su característica omnipotencia frente al tiempo, cogió mochila, cámara y caminó rápido cruzando la calle como citadino experto, esquivando autos que no transitaban, corriendo sin necesidad. Tras una breve pero surtida compra de; vino, quesos, embutidos varios, semillas, naranjas y canela, salió presto a tomar el autobús. Sin sorpresa se encontró con otro cartel en el lugar en donde estaba su transporte. Preguntó impaciente a qué hora partía el próximo. No hubo respuesta, nadie sabía. Con resignación, se sentó a esperar protegido de la para él amenazante llovizna, a contemplar la dinámica del aquel pequeño terminal. Chilotes y Australinos de curtida piel morena se paseaban y tomaban tibios líquidos; algunos café, otros mate, muchos cargaban pesadas mallas que contenían mariscos y frutas. Un dejo de paranoia citadina le impedía estar totalmente cómodo y registrar con su cámara el acontecer de la fría, húmeda y luminosa mañana en el terminal de Ciudad Austral.
Nunca llegaron a encontrarse, ese fue el principio del fin.

Lautaro Cienfuegos
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:12:07 pm
Un balcón en la calle de la Media Luna


   Ni siquiera ese calor pegajoso, ese aire húmedo que espesaba cada día la ciudad de Cartagena pudo impedir que toda la piel de mi cuerpo se erizase. Su mirada se me metió dentro, como un chorro de viento helado entre los órganos de mi cuerpo. Tenía una mirada ausente y muy negra, negrísima como su piel de ébano. Me observaba desde lo alto de las escaleras, mientras yo, a duras penas, podía ascender el último escalón resquebrajado de aquel hostal en ruinas. Sobre mis hombros, mi mochila, que llevaba ya tres meses recorriendo Sudamérica. Mi mochila, que contenía un inmenso vacío y que, sin embargo, nunca había pesado tanto.

Pasé junto a ella, y aproveché el juego de la llave en la cerradura de mi habitación para examinarla: era una mujer delgadísima, con el pelo cardado y la piel muy brillante. Llevaba una niña de unos seis meses en brazos, desnuda, cuyos rizos desordenados se colaban por el escote de la blusa abierta de su madre.

Entré en la habitación. Estaba exhausta y sólo quería dormir. Cerré de un golpe las dos puertas del balcón, pero por las dilatadas grietas de la madera todavía se colaba el hervidero de ruidos, gritos y música de la inagotable calle de la Media Luna. Había comprendido ese mismo día porqué los costeños solían referirse al centro de Cartagena de Indias como la vitrina. Y es que el corazón de la ciudad era, en efecto, un escaparate de elegancia: un decorado colonial de farolillos a media luz, de buganvilla rosa en los balcones, la esencia viva de las páginas de una novela de García Márquez. Sin embargo, Getsemaní, a tres minutos del centro, era un barrio de guerrilla en toda regla, que crecía en el ardor de un asfalto siempre restregado de colillas y pulpa de mango podrido; un enjambre de casas con paredes desconchadas y tejados de uralita. Era allí y no en otro lugar donde estaba mi hostal: donde ni siquiera los mochileros ponían sus pies negros de neohippies.

Encendí el ventilador y las enclenques vigas del techo comenzaron a vibrar con fuerza. Mi imaginación recreó una catástrofe tras otra, pero el sueño que inyectaba el calor caribeño era mucho más poderoso. Tardé un segundo en quedarme dormida.

Tres horas más tarde, el bombeo de mi propio corazón me despertó. Miré el reloj: apenas eran las once de la noche. Estaba empapada en sudor y todavía aleteaba en mi cabeza la última fotografía de mi sueño. La misma pesadilla. No era algo nuevo. Cuántos días, cuántas noches iba a necesitar para curarme era algo que ni siquiera me esforzaba ya en preguntarme. ¿Un viaje? ¿Sola? ¿Qué esperas conseguir? Ana me lo había preguntando sin juzgarme, pero con la sinceridad áspera de quien te quiere. No lo sé, le respondí. Sólo sabía que aquel vacío atroz estaba empezando a vaciarme a mí, también.

Había ocurrido en el mes de abril, cuando ya contaba casi siete meses de embarazo. Resbalé, y mi cuerpo fue a parar contra la arena. No te preocupes, me dijo Camilo, la arena es blanda. ¿Te duele? No, no me dolía. Y por eso pensé que ella también estaría bien. Nos metimos en el agua, toda la tarde. De madrugada, me lo explicaron, que había sido un caso extrañísimo. Un aborto de los más raros.

Cuántas veces maldije esas horas en el mar, en los brazos de Camilo.
Cuántas veces maldije a Camilo.

Abrí las puertas del balcón y salí. En la acera de enfrente, charlaban dos vendedores de tintos y una joven prostituta gritaba algo con acento golpeao. Pasó una rumba en chiva, una especie de maquiavélico invento antidescanso que no era más que un autobús descubierto donde los turistas bebían ron y conocían la ciudad a ritmo de vallenato. Miré hacia la izquierda y allí, en el balcón contiguo al mío, estaba ella. Como un espectro. Balanceaba sus cuarenta kilos de ébano en una vieja mecedora, mientras su hija dormía prendida de su pecho. Hola, me dijo, sin separar su mirada muerta de algún punto oscuro en la lejanía. ¿Usted es extranjera? Asentí con la cabeza. ¿Y tú?, pregunté. ¿Yo?, dibujó una sonrisa amarga, y se quedó en silencio mientras su mirada se perdía de nuevo. Dile hola a la señora. Sentó a su hija en sus piernas, encarándola hacia mí. Observé su rostro de muñeca, su piel de color de chocolate con leche, sus manitas cruzadas con una sorprendente elegancia sobre su barriga. Era preciosa.

Fue como uno de esos sueños tibios, en calma, donde todo es dulce y seguro. Pero también como uno de esos sueños sin sentido, de donde una ni siquiera puede arañar un solo hecho coherente. No puedo recordar nada. En aquel balcón de la calle de la Media Luna, salpicado de cucarachas, una laguna negra inundó mi memoria.


Más tarde, en la habitación, sólo pude caer en una turbia duermevela por la que desfilaban las pesadillas de siempre. Podía sentir las perlas de sudor en mi cuello, mis muslos pegados a las sábanas y una respiración nerviosa, seguramente la mía, pegada a mi oreja.

Al despertar, la vi. Simplemente, la vi, como un grano de café sobre la almohada, como un regalo. Eso es lo que era.

Nadie me peguntó nada. Nadie. Ni un dondeestásumochila, ni un deseauntaxialaeropuerto. Nada. Nadie levantó la mirada de su café, ni del periódico de la mañana. Era un día más. Una extranjera más abandonaba la ciudad amurallada. Emprendí el camino hacia la terminal de buses y compré dos billetes a Bogotá: uno para mí y otro para ella. Busqué un asiento en el fondo del bus y la senté sobre mí. Envolví su cuerpecito de cacao con mis manos, le besé la frente y miré por la ventanilla.

 A lo lejos, me pareció verla, en un puesto de fruta. Me pareció entonces que me miraba por última vez. Que me sonreía. Me pareció que me susurraba, desde lejos, que a veces el despertar es lo mejor de los sueños.

Mango
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:13:25 pm
Titantes del tiempo


Sobre un caracol de las dimensiones del Sol descansan los tres Titanes del Tiempo. Cada uno defiende una mentira, un secreto, y un modo personal de adentrarse en la historia. Aunque nadie más ocupa el enorme caparazón espiral, nunca han cruzado una palabra entre ellos; los Titanes no son amables ni ásperos, no precisan de la palabra para sobrevivir. Como nunca nacieron, tampoco envejecen o sienten; como no respiran, viven inconscientes de la atmósfera limpia o irrespirable que rodea al universo.

La morada de uno tiene su pared junto a la del otro y, aunque resulte inexplicable, quien está en el medio ha conocido y conocerá el territorio de los otros dos, pero también el primero fue antaño el último y, a cada instante, el último se transforma en primero. Quien se mantiene entre los dos no tiene memoria, habita en una delgada línea, siempre  obligado a cumplir con una ráfaga  infinitesimal.

La Tríada es inmortal. Ha visto todas las guerras, reconoce cada ilusión perdida, amontona cadáveres y alumbramientos, pero es incapaz de detenerse a recapacitar. Como todos los titanes, son arrogantes y sería necio vindicarles humildad. Alguien disertó en tiempos de Adriano que no podían sentir y que, si lo hicieran, los moradores de nuestro planeta no hallarían cabida. No entiendo el porqué, pero yo sólo soy un minúsculo grano de arena del desierto.

No hay partícula del universo sobre la que no hayan influido; en algún momento, siempre (la locución es grave, lo sé). Todo depende de ellos: crean, destruyen, transforman. Nadie los ha visto jamás, y sin embargo no hay certidumbre mayor que la de que existen, más que las religiones y sus dioses gloriosos, más que mis hermanos o mi vida. Cada dos mil años alguien de la muchedumbre se alza para retarles, pero no se les conoce pugna que hayan perdido ni otro esfuerzo que el que realizan sin inmutarse, día y noche, todos los días, desde antes del big bang.

Los hombres, sólo conscientes en vísperas de la muerte, desprecian su existencia durante los primeros años pretendiendo llenar de luz un camino inútil, huyendo de los tres devoradores, sembrando los campos de flores y risas.

Los más sabios buscan aferrarse al Titán mediador; a quienes el poder de los sueños sucumbe, deambulan por los tres encajando golpes, embriagados de palabras y otras drogas.

No se conoce mortal que haya podido mantenerse fiel a uno sólo de  ellos, ni un día, ni una hora. Sólo en sueños. Si un hombre, animal o cosa pudiera elegir, preferiría vivir con todos para persistir y siempre al último para no desaparecer.
De los tres Titanes, Presente es odiosamente resbaladizo, Futuro abismal, Pasado un rencoroso desgastador.

Agripino
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:15:25 pm
Las primeras enseñanzas


Los dioses ya estaban hartos de que el mundo fuera negro, y decidieron hacer el día. Dijeron: “¡Debemos crear la luz!” E hicieron el día con las chispas que brotaron al golpear dos piedras. Hicieron un gran fuego que les dio luz y calor. Así estuvieron mucho tiempo hasta que notaron que las llamas disminuían. Entonces dijeron: “¡Alguien debe ir por leña para mantener nuestra hoguera porque si no el mundo volverá a ser oscuro, y así no lo queremos!” Eligieron a un dios fuerte, y éste fue por leña, mucha leña; la arrojó al fuego, y echó más. La fogata creció tanto que lo calcinó y de su cuerpo se formó el sol. Pero el dios era eterno y por eso el fuego aún no se ha extinguido.
   Los dioses festejaron el sacrificio de su hermano. Decidieron que el fuego debía mantenerse, pero que a veces podía descansar y disminuir poco para no calcinarlos. Dejaban que se hiciera pequeño como una piedra. Pero cuando el sol se hacía pequeño ellos padecían frío y no podían ver por dónde caminaban, y se tropezaban y caían haciendo hoyos enormes, y levantaban montones de polvo con los que se formaban los cerros, las constelaciones y las galaxias. A los dioses no les gustaba caerse y por eso le dijeron a una diosa: “¡Debes cuidar que el fuego no se extinga, pero que tampoco nos consuma a nosotros!” La diosa no sabía qué hacer y estaba muy preocupada. Agarró una piedra y la talló con arena para hacer un espejo que reflejara la luz del sol cuando fuera pequeño y así los dioses ya no se cayeran. Así se formó la luna. Pero cuando la diosa estaba tallando la piedra, se cortó con uno  de sus filos y le brotó sangre que se derramó en la tierra y dio origen a los primeros hombres. Con el dolor de la herida agitó el viento, volaron las pavesas por todos lados y formó las estrellas.
   Cuando los dioses despertaron y vieron el desastre, le preguntaron a la diosa: “¿Qué hiciste?” Ella les contestó que acababa de crear a la luna, al hombre y al cielo estrellado. “¡Está bien!” Le dijeron. Nada más que no sabían qué hacer con los hombres. Decidieron entregarles un trozo de mundo para que vivieran en él y lo cuidaran. Les dijeron qué debían hacer: algunos labrarían la tierra; otros, comprarían y venderían; otros, lucharían con armas; algunos tejerían o labrarían piedras; otros harían cantos; unos pocos dirigirían a los demás. Y les proporcionaron el don de amar, de reproducirse y gozar de los placeres; al hombre lo hicieron hombre y a la mujer, mujer. Les dieron el calendario y los números; les enseñaron a construir ciudades, a navegar y a controlar el agua con canales y acueductos; les enseñaron a cultivar la tierra y a criar animales; les enseñaron a respetar la vida. Les enseñaron a reír. Les enseñaron la teología, el teatro y la danza; también les enseñaron el lenguaje, la ciencia y la filosofía; pero principalmente les enseñaron los mitos para que supieran cómo se creó el Sol, la luna, los planetas, el hombre, el arte y la sabiduría.
   Posteriormente, los hombres, por su propia cuenta, aprendieron a robar, a oprimir a sus semejantes, a violar, a ser haraganes y a decir mentiras.                             

Alberchigo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:16:35 pm
EL AUTOBUS



El maloliente camino del pasillo del autobús me provoca náuseas y el alimento que reposa en mi estómago parece subir a un vagón de la montaña rusa de cualquier parque de atracciones gigante. Aguantando la respiración llego al último asiento del destartalado colectivo, en el que sólo viajan algunas cuantas personas regadas en distintos puestos, cada uno diferente, distantes, entregado cada quien a sus reflexiones.

Un sujeto se levanta, se cambia de puesto, se sienta cerca de mí, el viento y el humo que emana de la boca del motor de la inmensa bestia mecánica me llega a la cara y contamina mis pulmones, desde aquí la Avenida Principal de Las Mercedes es un torbellino de autos que van y vienen, de pronto el sujeto me amenaza: “Te voy a pegar un tiro”, sus palabras llegan velozmente a mis oídos y logro articular una pregunta: “¿Por qué?”, su respuesta no se hace esperar: “Porque te pareces a un petejota que mató a mi hermano”.

Escucho atentamente lo que me dice, mientras el ensordecedor ruído de la caja de cambios del bus inicia la maniobra del chofer; atino a decir: “Yo no he matado a nadie”, mientras observo sus manos a la altura de la cintura, acomodándose el revólver, el tipo se sincera: “Mira pana, sabes lo que pasa, a mí me busca la policía porque le metí 2 tiros a un Disip. ¿No tienes nada que pasarme para irme a Maracaibo?”.

Su historia me sorprende, el hombre llora y balbucea algunas palabras en relación a su mamá, el viento penetra con fuerza a través de las ventanas polvorientas, algunos vidrios rotos y otros rayados, su chaqueta se infla con la entrada del dios Eolo y su revólver queda al descubierto: es un peine de color amarillo con cerdas negras.

Mi acción es rápida, me paro, golpeo al tipo, toco el timbre y su chillido despierta a una señora que daba tumbos con la cabeza sobre su asiento, el chofer aplica los frenos y su chirrido recuerda la risa de las hienas, la puerta se abre de golpe, salto a la calle, salgo del bus, el sujeto despliega una cascada de vulgaridades y amenazas, corro en dirección a un puesto de Seguridad Urbana, la calma vuelve a mi cuerpo, un cartel anuncia la obra del gobierno:

EL GOBIERNO CUMPLE CON LA COMUNIDAD, PARA ELLO DESPLIEGA UN AMPLIO OPERATIVO DE SEGURIDAD URBANA.

El Pasajero 57
                     
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:17:42 pm
Numen


Le dolió la primera tecla pulsada, una «u». Pero no lo reflejaron sus mejillas de porcelana ni su carmín intacto. Después vino otra, y otra más. Luego entró en la nube envolvente de su relato y ya no supo a qué tecla correspondía cada chasquido, porque el sonido de lluvia de la Olivetti se contrapeaba con las palabras amontonadas dentro de ella y con las que conseguían escapar de ahí y aferrarse al papel. Se fundieron en un todo ella, sus ideas, la tinta, los sonidos, el olor del caldo de gallina que venía del piso de arriba. Puso un punto, cerró los ojos y dejó escapar el aire mientras el rojo antes fruncido se estiraba en una aliviada pequeña sonrisa. Empujó el rodillo una vez más, liberó así la hoja, la posó sobre la mesa.

Cuando por fin se levantó, estiró sus piernas blancas bajo la falda gris. A saber cuánto tiempo había pasado. Se plantó frente al perchero y dudó un instante, por cortesía, entre el cloché y el canotier, sabiendo en el fondo que ese día elegiría el segundo. Cogió también la capa corta color burdeos, por si acaso; aunque finalmente no la necesitaría. Se dirigió al café, pero no dejó de escribir mientras caminaba.

El café huele a humo y, claro, a café. La dama elige una mesa bañada por la luz adecuada. Después de hacer su pedido, enciende un cigarro con cuidado de no quemarse los guantes. El pianista ya estaba ahí cuando ella entró, pero la distancia entre ellos es tan perfecta, la proporción de mesas que les separaban tan cuidada, la ligera elevación de la tarima sobre la altura a la que se encontraba ella tan adecuada, que le parece que todos esos elementos se acaban de recolocar en su honor. La historia va así: ella se prenda de él, o al revés. El café se va vaciando y las miradas cruzadas cada vez son más evidentes. Al finalizar, él dice algo inteligente y divertido y ella se entrega a una carcajada sin reservas, o al revés. Y todo empieza, tan bonito como pueda ser contado, porque los hechos no tienen nada que hacer cuando compiten con la forma en que son narrados. Tienen que resignarse a ella, tienen la batalla perdida de antemano. Los hechos pasan a ser solo el cuento que se desprende de ellos.

La dama cogió la historia con las dos manos. La abrazó, la besó, la observó mientras la cambiaba de sitio. «Voy a hacer de ti el mejor cuento», le dijo. Se metieron la una en la otra, la dama en la historia y la historia en la dama. Fueron una.

Los nuevos amantes avanzan con ansiedad, con prisa por conocer todo del otro. Con indignación por no tenerlo ya conocido de antes, de mucho antes. Él la levanta por el aire para acercarla un poco más a un cielo que en realidad ya está conquistado. Canta a su oído las palabras más bellas, y ella también canta (mal) y los dos ríen. Al final de otro día juntos, ella llega a casa exhausta por fuera y por dentro, cuelga su canotier o su cloché en el perchero de brazos sinuosos y sigue escribiendo su historia, igual que la ha escrito durante el día, en el café, junto al río, en el parque.

Un día de los de dedos entumecidos, la autora dirigió sus pasos una vez más al café, dispuesta a seguir construyendo su cuento, la historia más bella, tal y como la había soñado durante tantos años. Dispuesta al encuentro, a esculpir el rostro de él con sus palabras, a diseñar los gestos, los silencios, las sonrisas.

Él la ve y corre para encontrarse con su abrazo, pero no llega a alcanzarlo. Antes le interceptan unas personas que venían buscando a quien respondiera a su nombre. Son tres, visten trajes oscuros y no parecen pertenecer a este cuento. Se lo llevan, rompiendo a su paso la música y los silencios, la armonía y los espacios perfectos entre las mesas.

La autora volvió corriendo a su casa. Se sentó en la pequeña mesa de madera, intentó abrir el cajón, la llave se atrancó, la giró con más desesperación. Al fin esta cedió, por tedio. Empezó a repasar las hojas desde el principio, desde aquella «u». Primero las iba dejando en la mesa, pero una se deslizó al suelo accidentalmente y después de ella ya ninguna fue a parar a la mesa. Pasó las hojas con rabia, con furia, con lágrimas en los ojos. Llegó al día de su encuentro y retrocedió un par de páginas. Allí estaba.

El día que se conocieron, antes de entrar al café, el pianista se topa con una escena violenta en el parque. Es héroe sin pretenderlo, muerto de miedo; es asesino horrorizado antes de darse cuenta de que lo es, llora mucho abrazado a una extraña. Las pistas grotescamente evidentes solo le dejan unas semanas de tregua, las suficientes para responder al cuento para el que está siendo reclamado, ya que no hay asesino más torpe que el involuntario.

La autora rompió, entonces, esa escena en dos mitades, y luego en dos más. Rasgó los trozos en diagonal, y después en otro sentido distinto y anárquico, en el que pudo, porque las yemas de los dedos ya le dolían por forcejear con el impasible papel. Destrozó ese episodio letra por letra. Vio la tinta sucumbir a las llamas en su pequeña papelera de metal. Lo destruyó por completo. Releyó el relato y añadió un párrafo para enlazar lo anterior con lo siguiente, para que a su historia no se le vieran las ausencias ni las costuras. Quedó satisfecha.

Fue al café sin guión. Sola de verdad, por una vez. Deseó, con más fuerza que nunca, haber cambiado la historia. Su rostro pasó de la esperanza a la decepción al cruzar el umbral. Mientras el tintineo de un colgante situado encima de la puerta anunciaba su llegada al personal hostelero, ella dirigió la mirada al piano vacío, bañado por una luz imperfecta; a todas las mesas disponibles, todas hostiles —sin él—. Eligió una con desgana, para al instante pensarlo mejor y levantarse, dispuesta a dar media vuelta. Entonces le vio aparecer, como tantos días. Sus ojos se iluminaron de gozo y corrió a los brazos de su estupefacto amado, que retrocedió. Las palabras que él pronunció entonces no hacían falta, ella ya entendió con su mirada. No la conocía, y lo que era peor, no la amaba. Sus ojos ignorantes le dolieron como cuchillos afilados en su pecho. La dama salió corriendo del café, comprendiendo sin desearlo, temiendo que su historia perfecta nunca hubiera ocurrido sino dentro de sí misma.

En casa, descargó su furia en la Olivetti. Primero con palabras, después con lágrimas, por último con los puños. La máquina la retaba con su mutismo y ella la tiró de la mesa, provocando un gran estrépito antes de esconder su cabeza entre las manos. Cuando ya no supo llorar más, pensó. Es peligroso querer dirigir tu historia, pensó. No se puede cambiar lo que se quiera y pretender que el resto permanezca, pensó. Las historias son castillos de naipes, se dijo; nada funciona sin lo anterior, cuidado con no seguir tu guión. Lo bueno y lo malo son amantes opuestos imprescindibles el uno para el otro. Cuidado con salirte de las normas.

Quién fuera musa, pensó también; para no tener que tomar decisiones, para no conocer el dilema, para ser elegida y vapuleada por la vida, para conformarse, para no experimentar la pasión más pura —que es la que nace de la espera y de la suma de decepciones— ni, por tanto, echarla de menos. Para matar al numen o desterrarlo para siempre, para no tener que perseguirlo más. Para huir de musas, de duendes, de cantos de sirenas. Yo jugué a ser Dios, pensó, y me salió mal.

No lejos de allí, en el café, el pianista vio algo que le hizo acabar su canción de forma un poco precipitada, aunque solo un oído experto podría haberlo apreciado. Se dirigió hacia la mesa y, antes de coger el objeto que había llamado su atención, la desplazó un poco, porque le parecía que el mueble no se encontraba en la posición perfecta con respecto a sus sillas y a las otras mesas. Después tomó entre sus manos ese canotier. Pasó sus dedos de pianista sobre la paja y sobre la lazada de color gris perla.

Lo quiso dejar donde lo había encontrado pero no pudo. Creyó recordar, o quiso vislumbrar más allá, escudriñando dentro de sí mismo. No, concluyó, no hay nada más que humo y que las formas obtusas que creamos en nuestra cabeza cuando tenemos demasiadas ganas de encontrar algo. Nada más. Nada, al menos, real. Nada que haya existido.

—Y sin embargo... —musitó.

Y sin embargo.




-PRINCIPIO-

Dama
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:19:24 pm
UN MISTERIO PARA DOS


La escena parecía sacada de una comedia ligera: un obeso sacerdote avanzando a grandes zancadas, mientras se recoge la sotana con ambas manos y mantiene  un enorme paraguas bajo el brazo. Algunos metros atrás, el monaguillo, cargado de libros y papeles, se esfuerza por no quedar rezagado.
El crimen parecía implicar a cierto personaje allegado a la familia real, así que la sala del Tribunal estaba tan atestada  como una lata de sardinas. Entraron cuando estaban por finalizar los interrogatorios de los testigos.
La noche anterior, y después de tres días de largas meditaciones, había logrado resolver el crimen. Ahora presentaría ante el jurado todas las pruebas que avalaban la certeza de su teoría. Casi podía imaginarse las miradas de asombro del juez y de los miembros del jurado. Sintió el agradable cosquilleo del orgullo y se prometió, que luego de celebrar apropiadamente el triunfo, se impondría a sí mismo las adecuadas penitencias. En el momento en que se disponía a alzar la voz, una mujer, de edad avanzada, se acercó al estrado, causando un gran revuelo.
El juez accedió a escuchar su declaración y la mujer, bajo juramento, expuso una a una, las mismas conclusiones a las que había llegado el sacerdote. De pronto cesaron los murmullos. Todos comprendieron, que sin lugar a dudas, se había demostrado la inocencia del acusado. Éste se llevó las manos al rostro y luego dirigió sus ojos, llenos de lágrimas, hacia la anciana, mientras le daba las gracias en silencio.
Al finalizar el juicio el sacerdote y la anciana, se encontraron a las puertas del tribunal.
— ¡Padre Brown! —exclamó la mujer, con suspicacia —. ¿Qué hace por acá?
—Recibí una llamada del Arzobispo —mintió, bajando la mirada —. Y, mientras pasaba frente al palacio de justicia, recordé que hoy se celebraba esta audiencia.
El sacerdote, todavía sin levantar los ojos, repasaba nerviosamente el borde de su sombrero.
—Los diarios han hablado tanto de ello —continuó— que no pude resistir la tentación de entrar a echar un vistazo.
Luego, sin siquiera despedirse, se dio la vuelta, empujando al monaguillo con su paraguas.  Debía darse prisa. Lo último que deseaba ver en ese momento era la maliciosa sonrisa que, con toda seguridad, ya empezaba a dibujarse en el rostro de esa condenada Miss Marple. 

GRIM REAPER
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:21:04 pm
Ideas del horno


Sin ser oficial panadero, sin oficio, licencia ni vergüenza; ella distraídamente hurgaba con
dedicación, quizás hasta el centro de su cráneo, su fosa nasal derecha buscando alguna idea que la hiciera decidirse.
El semáforo en rojo da el tiempo preciso para meditar. Detiene el auto justo antes de la gran línea blanca y en esos minutos quietos, donde la atención se relaja y el motor murmura mantras en punto muerto, la conductora piensa. Escarba y excava hasta lo mas profundo de sí ante la mirada curiosa de un niño que la observa con simpatía y asco desde el asiento trasero de una moto.
Ella no lo advierte, está concentrada, seria. Con la punta del índice como señalándose la nariz repta y atrae la idea, la sopesa. Tratando de que no se fragmente la medita suavemente hacia afuera. Remueve primero la cáscara endurecida y superficial que todo razonamiento tiene, al hacerlo arruga la frente como cuando se toquetea algo doloroso en el alma.
Una madre con carro, embarazo y niño se apura por trasladar a los cuatro hasta la otra orilla de ese arroyo de asfalto. Arremete perpendicularmente las rayas, casi saltándolas como si fueran piedras antes que el hombrecito verde del semáforo mude de color. En ese momento, cuando la madre empuja y puja con la vida, el carrito y el chico, mira dentro del auto y ve a una mujer absorta de expresión ida y preocupada que en ese instante retira, ayudándose con el pulgar, un pensamiento acartonado y seco que se estira largamente en una sustancia viscosa.
Coincide que la mujer mirando a la madre siente un alivio de vía liberada, de aire fresco. No puede resistir el brutal y milenario instinto de mirar la punta de sus dedos. Ve claramente su idea, la amasa, la redondea.
La madre cuando alcanza el cordón de la vereda aún lleva un rictus de desagrado en su gesto. El disco rojo torna a verde que, la conductora, distraída y conmovida por sus reflexiones no lo advierte. Acaba de dar a luz una determinación, piensa que sí, que lo va a hacer y que se lo va a decir.
Una bocina asesina de línea de colectivo la despierta. Su mano se aleja del rostro y antes de tomar la palanca de cambios deja su  decisión pegada debajo del asiento.

Platero
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:23:40 pm
El soñador sonámbulo

(Hubiéramos podido ser héroes)


Paseaba sin tocar apenas el suelo, deslizando mis pies muertos de un castillo a otro de viento y quimera. Este trayecto no duró prácticamente nada, mientras algunas nubecillas en las que comenzaban a verter algunas pequeñas gotitas de lluvia, chocaban en la superficie de un lago, producidos por el bochorno de la madrugada estival. A fin de cuentas, podrían haber trascurrido siglos eternos y no me hubiera dado cuenta que el eje del mundo continuaría rotando impasible sobre los soles, los satélites y las lunas del tiempo. Vivía el sueño sin sueños, la cabeza vacía, el corazón lapidario, un frenesí recatado. Pon fin penetré el través de las densas tinieblas de tu habitación, sin rasgar el silencio. Entonces, rompiendo el cerco que se empecinaba en separar tu noche de la mía, dinamité los muros de la prisión impuesta que encarcelaba la esencia misma de tus ensoñaciones.
   De repente, te despertaste. A mi lado. Junto a mí. Para siempre. No te sorprendiste lo más mínimo lo que había ocurrido entre los dos. No preguntaste cómo, por qué, nada, suspirando, en leves suspiros...

   -Apriétame fuerte, Marcel. Levanta mi vida. Llévame lejos: Donde nadie haya estado jamás- susurraste bajo el cortinaje de la alcoba, que ocultaba la tela rasa los rayos lunares del lecho.

   Tenías la luna en tus ojos. Yo pude ver la luna en tus ojos. Te lo vi en ti. Te vi todo tu personalidad, tus miedos, tus pueriles deseos, tu amor. El brillo, irisado y satinado, que éstos irradiaban y rivalizaba con las estrellas fastuosas en el entero universo; las eclipsaba... Luego nos movimos entre sedosas dunas blanquecinas. El azahar de tus labios se abrió. De éstos brotaron flores que cubrieron mis oídos. Nada existió, entonces. Todo había desaparecido. El mundo, el nuestro, llegaba a su final. Enseguida, nuestras vidas empezaron a cobrar sentido. No me hubiese importado morir durante aquellas horas, como dos amantes. Quizá en algún sitio alguien nos estuviese tejiendo un destino y fueran suyas las risas que escuché. Tú y yo éramos la misma persona. Nuestro entorno mutó y ya sólo vimos lo que quisimos ver. A renglón seguido, fuimos a visitar a un par de amigos a los que nadie había visto desde hace mucho tiempo. Se alegraron de nuestro regreso, que nos abrazaron y dijeron palabras sabias. Alguna de ellas no pude comprenderlas. Estábamos en la cumbre de una montaña ciclópea, en la que vigilaba la chopera. Desde su elevada y escarpada cima, el paraíso estaba más cercano. Como un sol brillante y reconfortante. En ese preciso momento, dijiste algo que nunca podré olvidar: “Éste es el mundo real, el nuestro”. ¿Te creí? Lo dudaba. Deseamos construir casas de barro en la orilla de una playa conocida, sobre la que sentimos momentos inolvidables e irreparables, ni siquiera en el recuerdo, del majestuoso ayer. Cavar huequecitos entre las gotas de arena, para filtrar en este escondite nuestro aliento, nuestros suspiros... “¡Eres pasado; eres pasado, pasado, pasado, ¡pasadooooo!...”, grité, enronquecido el tono áspero de mi voz, haciendo dúo con la orquestina de las caracolas, que danzaban, y que alocaban su concha en las espumosas olas. Y, de repente, se cumplió mi maldición, la amenaza, mi perdición, tú pérdida: Alguien abrió una ventana, sonó un motor, varias voces, muchos sonidos enemigos. Por sus cristales diáfanos se colaron algunos traviesos haces de luz, que flagelaron la piel de mi corazón, torturando mi consciencia. El horizonte celeste se inflamó primero de rojo albor, más tarde en azul claro de amanecer. Otra vez abriste la boca, y las flores que ahora bostezaste, fueron mucho más bellas que las otras. Los labios de los dos se convirtieron en un único rubí lucífugo. Uno. Uno solo. Sin los pétalos de nuestro amor, que penetraban extraordinarias las promesas de tus labios rosas. Cerraste los ojos. Cerraste los ojos y me empujaste lejos.
   Muy lejos.
   Aquí...

   Desde ese momento, todas las noches quiero soñar este sueño. Contigo solamente; contigo; reinando la frescura de nuestras ilusiones, peregrinando al reino de nuestros deseos.
   Sin…
   …despertar…
   …Nunca más…
   Regazo de abrazos…………………………………
   De promesas.

Marcel Camus
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:25:03 pm
Hasta mañana


   Antes de prometerse, Rubén era lo que se conoce como un picha brava. En verano se dejaba caer por las discotecas del Levante dos, incluso tres veces por semana; su empleo de temporada, una especie de escuela de surf que apenas contaba con seis alumnos, la mayoría de ellos extranjeros, y en la que él era el único profesor, le brindaba la oportunidad de dar rienda suelta a sus más bajos impulsos. Su única ley moral, decía, era no repetir jamás con la misma. Después, cuando el verano terminaba y llegaba el otoño, volvía a casa y se encaprichaba con alguna chica, normalmente con la que había mantenido un breve contacto por teléfono durante los meses de playa, y hacía todo lo posible para embaucarla. Así conoció, a los 28 años, a Amaia Zárate. Y ahora estamos aquí, diez años después, en la finca de Bellavista, provincia de Murcia, Patricia y yo y unas ciento cincuenta personas más, en su boda.
   Nos han sentado a diez pasos de la mesa de los novios, relativamente cerca si tenemos en cuenta la cantidad de familiares que han venido por parte de Amaia; estamos rodeados de amigos y primos, gente seria, estirada y pretenciosa. La ceremonia ha sido por la iglesia, aunque más reservada que otras ceremonias en las que he estado; casi parecía ser un juego grotesco frente al que todos mirábamos con loable atención. Patricia cree que no, ha sido preciosa, dice, aunque Patricia siempre lo sobrestima todo. Ahora dice que esta finca es algo así como un paraíso, y me mira con ojos abiertos y escrutadores, como si me reprochara algo. Lo cierto es que no está mal el lugar, pero me resulta incómoda la perfección que cubre todos los aspectos apreciables a primera vista. Por ejemplo, estas mesas cubiertas por un mantel: son redondas y grandes, en el centro un ramillete de flores amarillas y fucsias en un búcaro que aparenta ser vetusto, y luego ocho sillas como tronos alrededor de cada una, perfectamente alineadas, perfectamente sobrias. Por un momento siento náuseas, pero me contengo y miro a la orquesta, que se prepara para la actuación al margen de los invitados; esos músicos parecen ser los únicos que entienden de qué va todo. Entre plato y plato Rubén y Amaia se acercan y nos saludan, nos dan las gracias por haber venido y nos palmean la espalda solemnemente, y entiendo que están haciendo todo lo posible para que este día sea memorable.
 - ¡Qué buena pareja hacéis, ****! –grita mi mujer mientras los novios se dirigen a otra mesa para proceder al saludo de rigor. Yo no digo nada, simplemente los veo alejarse, veo a mi mujer emocionada y noto cómo la náusea sube por mi garganta; toso e intento relajarme. No tenemos problemas, lo sé, pero estos años han sido como un tiempo añadido; después del empate, alguien quiso que nos diéramos una segunda oportunidad, y ahora todo es tan feliz, tan cuento de hadas. Eso es lo que debe pensar Patricia, y no la culpo. Lo cierto es que son muy cómodas estas sillas, ideales para ver el espectáculo relajado y jubiloso. Ahora tengo que ir al baño, así que me levanto y me disculpo ante mis compañeros de mesa y me voy.
   Los baños son lustrosos, tienen hilo musical y huelen a lavanda. Esos es lo que me ha dicho mi mujer. Aun así he preferido salir afuera, apoyarme en un pequeño muro y mear en la hierba seca. El tiempo parece empeorar por momentos: aunque sigue haciendo calor, se prevé tormenta. Saco un cigarrillo y me siento en el muro. Hace tiempo que todo se ha acabado para mí, y sin embargo, e incomprensiblemente, saco fuerzas suficientes para aguantar los días, el engorroso tedio. “Los hombres más fuertes son los menos”, dijo Bukowski alguna vez, aunque ahora dudo si era el poeta estadounidense quien escribió la sentencia. Hasta los pájaros, allá arriba, parecen estar cansados de volar. Cuando conocí a Patricia yo no era así. Quizá ya estaba abocado a convertirme en lo que ahora soy, pero no tenía estos ojos, esta manera de sentir la realidad. A decir verdad, tampoco recuerdo muy bien cómo era antes y poco después de conocer a mi mujer. Creo que me gustaba la música, y si así fuera, ya da igual, porque hace tiempo que no escucho nada. Sé que estoy muerto, porque llevo años sin sentirme vivo, y ahora lo único que hago es caminar con los pies y divagar con la cabeza, y perder una y otra vez –aunque no sé qué es lo que pierdo-. No me apetece acabarme el cigarrillo, así que lo apago contra la piedra y lo arrojo a la hierba, quizá lleve demasiado tiempo ausente, pienso, así que vuelvo a entrar.
   Saludo con la cabeza a mis compañeros justo antes de sentarme, y ellos me responden con una especie de risa torcida que asustaría al más valiente. Has tardado mucho, dice mi mujer, te has perdido el brindis. Habrá otro, le digo, y bebo más cava. Ahora están hablando de niños, creo que incluso han preguntado a mi mujer si esperamos traer familia, pero mi mente está en otro lado. Estos cubiertos me ponen nervioso. ¿Cuántos hay? Los cuento: entre todos suman seis. Los ordeno de mayor a menor, luego los emparejo, luego juego a hacer una pirámide con ellos. El tipo de mi derecha, un primo de la novia que ha venido desde Galicia, me pregunta algo, pero siento sus palabras distorsionadas y no consigo entenderle, y antes de que pueda decir algo apoya su mano en mi hombro y mira a mi mujer, después ríen y siguen hablando entre ellos. Alzo la vista y observo las lámparas flotantes que adornan el cielorraso. Si una cayera encima del tipo que está frente a mí, lo mataría en el acto; puede que si cayesen cuatro o cinco en nuestra mesa, todos muriésemos. Traen el sorbete de limón y bebo; sé que es lo único que me puede salvar, y me tranquiliza saber que después de toda esta parafernalia habrá barra libre. Mi mujer bebe despacio, juntando los labios rojos y succionando sin hacer ruido; en la mesa todos beben de igual manera.
   Sé que toda convivencia es difícil, sé que los días tienden a entrar en una espiral diabólica de rutina laboral y sentimental que puede llegar a desquiciar al más cuerdo; pero pensé que conmigo sería diferente, y a decir verdad creo que lo fue, aunque de manera inversa, porque mi irritación es considerablemente mayor a la del resto. ¿Acaso a alguien le afectan estos cubiertos, estas sillas, las lámparas que cuelgan del techo? Lo dudo; en cambio a mí me enervan sobremanera. Pese a todo, puedo decir que he disfrutado la comida, quizá porque no esperaba más de ella: es comida, por lo tanto quita el hambre. Pido al camarero que me traiga otro sorbete y lo hace en tiempo récord. Todo está milimetrado, como si hubiesen estado ensayando este día durante un mes entero. Debéis sentiros orgullosos, le digo al camarero cuando me sirve, pero no me entiende, y se aleja con la misma diligencia con que ha venido. Acto seguido se levantan los novios, dan las gracias a todos, los invitados piden un beso y la pareja se ruboriza, luego se da un tímido pico y todos aplauden. ¡Que vivan los novios!, grita alguien, pero para entonces yo estoy jugando con las migas de pan que he amontonado en círculo encima de la mesa.
- ¿Después, en la pista –pregunta mi mujer-, me sacarás a bailar?
- Claro que sí –le respondo. – Te sacaré a bailar.
- Tomás y Bego también saldrán –dice señalando con la mirada a la pareja que ha conocido cenando-, lo pasaremos bien.
- Sí. Lo pasaremos bien.
   El señor Zárate se emociona cuando su hija parte la tarta con la tradicional espada. Supongo que estará pensando en su mujer, en lo perfecto que sería todo si ella estuviera aquí, con él, con todos nosotros. La mayoría de las personas se sienten desorientadas cuando pierden a un ser querido; posiblemente las pocas esperanzas que le queden al pobre anciano estén puestas en su pequeña. Creo que es una apuesta a ciegas, estúpida hasta el límite, cobarde incluso, pero sé que hay gente así y que siempre la habrá, entonces no debo preocuparme de manera excesiva, porque sería como golpearte contra un muro.
   Parece que ya sube la orquesta al escenario. Los invitados se hacinan en la pista de baile. Corre, dice mi mujer, o no tendremos sitio. Me levanto desdichado y tiendo la mano a mi esposa, que se despide con cierta altanería de las dos parejas que quedan en la mesa. No es que antes, cuando era joven, bailara mucho, pero siempre he tenido sentido del ritmo, y me considero una persona ágil, por lo que no doy muestras de torpeza a la hora de moverme acrobáticamente con mi pareja; he de decir, incluso, que se me da bastante bien, y aunque suene arrogante, todos a nuestro alrededor nos miran celosos. Sé que esto hace feliz a mi mujer. Pobre, si supiera que lleva viuda tantos años. Agarrado a ella, mientras huelo el aroma de su pelo, sé que se siente vacía porque no puede darme el hijo que, según ella, necesito. Te quiero, acierto a decirle a la oreja cuando la música me concede la ocasión. Ella me besa en los labios, luego se distancia poco a poco sin quitar la vista de mis ojos. Te quiero, me dice.
   Cuando llegamos al hotel mi mujer me dice que ha sido un lindo día. Yo también lo creo, le digo. Mientras ella se desviste en el baño, yo me despojo de la corbata, me suelto los botones de la camisa y suelto un largo suspiro. Ha sido un buen día, me digo. Pienso, cuando me recuesto en la cama, en el lugar donde se ha producido el banquete, y me lo imagino desierto, con todas las lámparas que colgaban del techo apagadas, con las suntuosas sillas puestas del revés encima de las grandes mesas redondas. Todo está llegando a su fin, como ayer, como mañana. Cuando Patricia sale del servicio se mete en la cama y hacemos el amor, quizá como nunca antes lo hubiésemos hecho. Antes de apagar las luces me dice: hasta mañana. Hasta mañana, le digo.

Jonan Arrizabalaga
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:27:39 pm
Abandono



Lucía sabe que lo va a dejar. Su mirada lleva escrita el abandono, aunque Manuel no lo quiera leer. Todos saben que lo va a dejar. Pobre Manuel. Pobre por ser el abandonado, pobre por no haber sido jamás querido por Lucía, pobre, sí, pobre por no haber removido, ni una sola vez, la pasión de su mujer. Lucía lo mira conmovida, siente lástima, la misma que sintió cuando se casó, la misma que sintió cada noche cuando se entregó a sus brazos, encuentros cada vez más ficticios, la misma que siente cada vez que se acerca. Ahora se miran, y los ojos de Lucía se enredan en el desconsuelo, como si una araña hubiera caído sobre su retina y tejiera su mirada con hilos de tristeza. Sin embargo, no solo ella siente tristeza, Manuel también, y contiene las lágrimas, y traga varias veces porque los nervios le han atascado la garganta, y suspira moderado deseando que hoy tampoco sea capaz de dejarlo. Lucía se acerca, y el abandono sale de sus ojos, y Manuel se aleja unos pasos evitando, por todos los medios, que se apodere de él.
La mujer que habla por los ojos no quiere pensar. Otras veces se propuso el abandono, muchas, pero en ninguna de ellas fue capaz de llevarlo acabo. La memoria le traicionó y todos los recuerdos le taparon la boca, la envolvieron persuasivos y borraron las letras de sus ojos.
Tres años de noviazgo y siete de matrimonio, todos cargados al lomo de Manuel que arrastró de ellos, complaciente, regalando, con sus formas, el corazón a puñados. Un hombre ejemplar, un buen hombre, un hombre capaz de satisfacer las ilusiones y deseos de cualquier mujer, sin embargo, Lucía no lo quiere, nunca lo quiso y el tiempo, por desgracia, no jugó en su favor. Por eso esquiva el pensamiento, y aprieta los ojos con fuerza intentando que los recuerdos no borren su mensaje.
Manuel la mira, sí, la mira porque la ama, porque es su mujer y fue capaz de conseguir lo que más quiere. Recuerda cada momento a su lado: tantos y maravillosos. Recuerda todos los besos que le dio, recuerda como sus dedos hurgaron en su cuerpo, recuerda su olor y la suavidad de su piel le estremece el alma. Aún la adora, aún vibra cuando la siente cerca, aún…Pasaría toda su vida junto a ella, pero sabe que lo va a dejar.
Lucía avanza unos pasos, pero Manuel ya no puede retroceder porque la pared del dormitorio está detrás. La araña continúa su trabajo, aún queda más tristeza por tejer. Lucía extiende sus brazos y se los ofrece a Manuel. Entrelazan las manos, se regalan caricias, las últimas, las que sellaran la despedida. Se abrazan, lloran, suspiran. Manuel la rastrea como un animal, sabe que lo va a dejar y necesita disfrutar lo que jamás volverá a tener. Lucía se deja. Sin romper el momento se quita una pinza del pelo y permite que Manuel lo acaricie. Ahora llora, llora más, sabe que Manuel es bueno, y sabe que ya lo va a dejar. Maldice su suerte, por lo bajo, maldice no ser capaz de amarlo, maldice lo inoportuno de la vida. Llora y se deja acariciar. Se miran. Por primera vez desde que unieron las manos, se miran y Manuel lee los ojos que tiene enfrente. Los dos vuelven a llorar. ¡Ya está bien! El hombre abandonado ofrece una sonrisa forzada mostrando su aprobación. El amor es tan grande, el amor entiende de sacrificio, esta sonrisa es el mayor sacrificio que ha hecho Manuel.
Lucía abre el armario y llena dos bolsas con su ropa, no necesita más, todo se lo dio Manuel y ahora todo se lo deja. Solo quiere su vida, la que sacrificó por pena, la que se enredó en un remordimiento atorador, la misma que hoy vuelve a ser suya. Se ha quedado sola en la habitación. Manuel ha preferido salir y no ser testigo del abandono. No es capaz de ver como cierra la puerta y su cuerpo desaparece tras la madera, fuera de su hogar, ajena a lo que un día llenó de voces y vida, lejana, ya, de unos años convertidos en recuerdo.
Lucía se marcha. Con una bolsa en cada mano sale de lo que fue su casa. Solo lleva ropa, unos cuantos trapos que le pertenecen, solo equipaje, porque los recuerdos no los quiere, los ha dejado entre las paredes que abandona, todos allí, recogidos, encerrados, desahuciados y obligados a ser revividos a cada momento por Manuel que los revolverá a su antojo. El tiempo les ofrecerá algo de paz, podrán estar tranquilos y solo, en fechas señalas, serán recogidos por su amo. Manuel se queda con lo suyo, todo lo dio, y ahora todo le vuelve, los recuerdos también.

Nayra
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:28:52 pm
ENCUENTRO FUGAZ



Algunas nubes grises se posaban ya sobre la tarde, avisando la caída del agua. Como tantas otras veces, el hombre se dirigía hacia el parque, a sentarse en aquel solitario banco que en los días de lluvia despedía un olor a madera mojada.
La razón era clara y sencilla; un hábito que formaba ya parte de su vida, y por el que hacía mucho había dejado de preguntarse el porqué.
Era una apacible tarde de agosto, época en la que solía reinar un vacío nostálgico en la ciudad, la época de mayor silencio urbano. Pero él jamás dejaba la ciudad, y menos cuando llovía. El parque al que ya casi llegaba, una plaza más bien, había tenido igualmente momentos de mayor esplendor, donde el ambiente se endulzaba con risas de niños y voces jóvenes. Ahora, en cambio, parecía apoderarse del lugar una sombra lúgubre y fría, aun en los días más calurosos.
Se sentó al fin. No acostumbraba a llevar reloj, puesto que le parecía que medir el tiempo le hacía aún más insignificante. La existencia ya de por sí era rápida, casi imperceptible, y la idea de cronometrar el tiempo que quedaba para el final se le antojaba más bien absurda e innecesaria. Con parsimonia, las primeras gotas cayeron sobre el suelo. Las gotas, pensó el hombre, infinitas, libres, me producen envidia. Pertenecen a un mundo cambiante y veloz, pero nada puede destruirlas, nada las hace terminar. Del cielo a la tierra en un ciclo sin fin, maravilloso.
Aunque en su mano sujetaba un paraguas, normalmente no lo utilizaba. Que el agua me aporte parte de su eternidad, al menos. El sonido de la lluvia se apagó en cuanto se oyeron los primeros pasos. Pasos femeninos, de tacones. El hombre podía imaginarse las gotas temblando ante el poder de aquellos pasos. Tal vez sí hay algo que pueda vencerlas, pensó. Sentado con tranquilidad, esperó al ansiado momento. Cada vez más cerca, sabía que ya no quedaba nada. Mirando a sus sucios y empapados zapatos, notó ya la presencia de la mujer. Cuatro pasos, era exactamente el tiempo que ella tardaba en pasar por el banco. Y como cualquier otro día de lluvia, la mujer llevaba aquel inmenso paraguas negro, negro para tal vez hacer contraste con aquella piel pálida y traslúcida. Cuando la mujer pasaba taconeando, el hombre levantaba ligeramente la mirada para fijarse en la negrura de aquella figura. Una sutil mezcla de maldad y tristeza, una extraña fuerza que irradiaban sus ojos y su boca. Algo a medio camino entre la crueldad y la empatía. El hombre, cada vez que se encontraban, pensaba en la muerte. Una serie de pensamientos negros, fríos y lluviosos como la plaza se desencadenaban inevitablemente en su mente. Una especie de ráfaga de viento gélido que se arremolinaba en torno a su garganta para ahorcarlo.
¿Sería esa mujer la que se habría llevado consigo las voces felices de antaño, la que habría absorbido cualquier impronta de calor? Cuando el hombre la observaba, sus ideas acerca de la fugacidad de la vida se tornaban todavía más contundentes. La muerte al acecho, más vigorosa cuando el cielo se apaga en gris en días como aquél. Y sabe quién soy, y qué pienso sobre ella.
Ya había desaparecido cuando el hombre se levantó. Notó en seguida que el agua que caía estaba más fría, como siempre que pasaba la mujer. Nunca miraba atrás cuando se marchaba, a pesar de que notaba siempre una afilada mirada de amenaza.
La muerte me vigila bajo este desolado manto de fría y gris lluvia, consciente de mi insignificancia, pensó el hombre mientras se alejaba en dirección contraria a la de ella.

Bruxel
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:30:30 pm
SEIS GRANOS DE CAFÉ


Se abrió la puerta del ascensor y con un arrastrar de pies entró Giovanni en la quinta planta del banco, todo ceño fruncido. Con cada pisada que daba se reafirmaba en su decisión, y para cuando se irguió junto a la mesa de la señorita Rita Penneta, ofuscado como una cabra, los argumentos que guardaba en esa cueva con eco que tenía por cerebro habían alcanzado la condición de irrefutables. De teoría científica, habría asegurado de ser algo más leído.

   Vengo a por mi dinero -eructó.
   ¿Tiene usted cita?

   La voz de la señorita Penneta sonó preclara en ese cubículo minúsculo que era su compartimento. Giovanni, que a estas alturas ya rozaba el principio científico, se sintió profundamente molesto por ese tonito. Y esos labios pintados de rojo. Y, en última instancia, esa ausencia de apéndices carnosos en la entrepierna.

   Claro que no. Es mi dinero, ¡faltaría más! Lo puedo sacar cuando quiera.
   No sin cita previa –afirmó convencidísima Rita.

   Giovanni resopló ofuscado.

   Bueno, lo que sea. Que alguien me atienda.
   Ya lo hago.
   ¿Tú? ¿La secretaria?

   Rita rechinó los dientes.

-   Soy la encargada –dijo saboreando cada sílaba.
-   ¿Es que no hay hombres aquí? –insistió en su cerril empeño Giovanni.
   Los hay. Y están ocupados atendiendo a otros clientes. Si no está de acuerdo, puede marcharse y venir en otra ocasión. El ascensor está al final del…
   ¡Ya sé dónde está el ascensor! He venido en él, ¿cree que soy idiota?

   La encargada no se atrevió a responder.

   Bueno, da igual – dijo resignado-. Atiéndeme tú misma, no tengo toda la mañana. Mi dinero.
   Número de cuenta, por favor.
   ¡Y yo que sé! –esputó-. Búscala tú. Está a nombre de mi mujer, así que aparecerá como mía. Con el documento tiene que ser suficiente.

   La señorita Penneta se relamió como un perro ante un hueso por enterrar.

   ¿A nombre de su mujer? Pues entonces es ella la que debe venir, no usted. No es su cuenta –añadió con un escalofrío de puro placer subiéndole por las pantorrillas.
   ¡¿Que no es mi cuenta?! Por supuesto que sí. Estamos casados, así que es tan mía como suya.
   Lamento informarle que se equivoca –dijo reclinándose sobre la taza de café.
   ¡Qué demonios...! Quiero ver a un hombre. Él lo entenderá todo. 
   Como ya sabe, mis compañeros están ocupados. Y le dirían lo mismo que le acabo de decir. No es su cuenta. Fin de la discusión.

   Aquello fue el colmo. Una mujer sentada en la silla que un hombre debía ocupar. Ella y sus dos pechos. Negándole sacar su propio dinero. Suyo y todo suyo. Y, para más inri, poniéndole fin a la conversación. Un punto final como un sombrero. ¿Cómo se atrevía? Apuntó con el dedo índice a aquella usurpadora y exclamó:

   Te estás metiendo en un problema muy gordo. Dame mi dinero ahora y no tendré que hablar con tu jefe.
   Puede usted hacerlo. Está en su oficina. Pida cita previa, y le atenderá.

   Y encima con recochineos.

   Abrió la boca para decir algo inteligente, y al no encontrarlo, usó la única virtud con la que la naturaleza había pretendido redimir una creación con tan poco tino: la fuerza bruta. Golpeó la mesa con el puño cerrado con tan mala fortuna que la taza de café voló un instante por los aires y cayó de lado, derramando el brebaje sobre folios, bolígrafos y encargada (que no secretaria).

   Con un grito más de sorpresa que de dolor, la señorita Penneta se levantó de su silla para descubrirle a Giovanni el mapa marrón que había dibujado el café sobre su pantalón.

   ¿Está usted loco? -gritó Rita mirándose las piernas como si le sorprendiera encontrarlas justo debajo de las caderas.
   Así aprenderá a no burlarse de mí.

   Y, sin más, Giovanni y su enorme reloj de bisutería abandonaron el banco, dejando un leve aroma a disolvente en el ambiente y a la señorita Penneta frotándose la mancha de café con un pañuelo de tela.

   Hecha una furia, la señorita Penetta montó en su coche lo mismo que una bruja en su escoba y condujo camino a casa. Tan distraída estaba maldiciendo en lenguas propias y ajenas que no reparó en el ciclista que circulaba a su derecha, y para cuando apartó los ojos del manchurrón, objeto único de su atención, bicicleta y ciclista ya estaban estampados contra el capó.

   Como consecuencia del atropello, Guido, que así se llamaba el infeliz, arrastró sin mucha dignidad una escayola tosca durante más de tres semanas, y a la que hacía cuarta caminaba ya con cierta gracia pero extrema lentitud. A la porra la bicicleta –decidió. Tanto es así, que el autobús se convirtió en su medio de transporte favorito. Allá se dirigía un día cuando, de súbito, oyó como una trifulca en la distancia. Niños, supuso. Pero el rumor se acrecentó y pronto pudo distinguir con claridad ladridos de perro. De perro mediano, en principio. Pero los ladridos se aproximaron y diríase que el perro mutara hasta convertirse en un leviatán de proporciones bíblicas, a juzgar por ese trueno descomunal que tenía por ladrido.
   
   Ya los transeúntes huían despavoridos de las fauces de la bestia, pero Guido apenas podía caminar. Renqueó unos pasos en dirección al autobús, y desesperado, optó por la única solución que encontró viable: cargarle el muerto a otro. Agarró por la chaqueta a una mujer de aspecto ensimismado que escuchaba música a través de unos auriculares tremendamente aparatosos, y lanzando su peso hacia delante, interpuso su cuerpo entre su deseo de supervivencia y la monstruosidad canina que le olfateaba ya los talones. El alarido fue esperpéntico.

   A modo de obsequió se encontró Ana con una mano desgarrada e inútil y una baja forzosa de dos semanas. Bohemia de nacimiento y pintora por vocación, pronto descubrió que unos dedos inermes no servían para sostener pinceles pero sí para descorchar botellas. Que una pintora inservible era una pintora muy triste. Y para ahogar la tristeza se cogía Ana unas cogorzas de aúpa. En una de esas estaba cuando, atormentada y deshecha, maldijo su mala suerte, su mano inservible y su botellero bien poblado, y con la zurda lanzó como pudo la botella por la ventana.

   Pero para mala suerte la de Félix, gato panzudo y socarrón, que dormitaba en la ventana del tercero izquierda. Cuando la botella se estrelló a pocos centímetros de su cola, lanzó el minino un bufido histérico, y sin una pizca de elegancia, se precipitó al vacío. De esto, Ana ni se enteró. Quién sí se enteró fue Pablo, dueño del malogrado animal, quién, alarmado por el ruido, salió al balcón para encontrarse a su mascota despatarrada en la carretera.

   Tres meses de terapia intensiva necesitó Pablo para superar la repentina marcha de su compañero de piso, y por aquello de la recuperación, acabó una noche en la casa de María, igualmente atormentada y un poco descocada de tanto ansiolítico. Barritas energéticas y panfletos espirituales poblaban la casa, donde reinaba una gata persa remolona y altiva. Mientras María preparaba unas bebidas, la gata, llamada Lola, fue a ronronear a los pies del joven. Y tres meses de terapia se vinieron abajo al primer maullido.

   Intentó apartarse el algodón de feria de las pantorrillas con un aspaviento. Tras ello, un bufido. Pero nada. Hartísimo y acongojado, Pablo acabó por asestarle un puntapié al animal justo cuando María salía de la cocina con una copa en cada mano. La última de esa noche.

   A la mañana siguiente llegó María con las ojeras de un violáceo aterrador al centro de salud en el que trabajaba, y cuando se le plantó delante Miguelito en busca de su eterna dosis de metadona, a Ana le faltaron bocas para negar con una rotundez impropia en ella. Y tan pancha se quedó.

   Miguelito, normalmente manso de puro cuelgue, salió como una exhalación de la consulta de Ana, y a cada segundo se le erizaba un nuevo vello en la nuca, pensando que pasaría el día sin nada que llevarse a la boca. A la boca de la aguja, claro está. En la calle lo recibió un sol de justicia que sintió anclado al cogote y un barbullo de voces. Miraba a un lado y otro, como quien busca a un niño perdido. Desesperado, cegado de necesidad y sudoroso, se dirigió hacia el primer transeúnte que vio frente a Cafetería Pascuala, y ni corto ni perezoso, le puso en el cuello la navaja de soldado que llevaba en el mugriento pantalón.

   El hombre, panzudo y rojo como un tomate, abrió mucho los ojos y la boca como si con la apertura de todos sus orificios corporales fuera a tragarse al repentino atracador y quedarse tan contento.

   Un destello dorado del reloj que asfixiaba la muñeca del gordo y Miguelito lo tuvo muy claro. Como si descubriera súbitamente que estaba siendo desvalijado, el gordinflón cerró los puños con mucho ahínco y trató de lanzarlos contra aquel enclenque ratero. Nada. Probó con las piernas. Tampoco. Y sin más recursos, se desgañitó ridículamente en plena calle.

   Aquí le entró el pánico a Miguelito, y de nada sirvieron sus amenazas y bravuconadas varias. El hombre parecía haberle cogido cierto gusto a eso de gritar. Finalmente, embotada de tanto chillido y actuando por voluntad propia, la mano de Miguelito hundió el puñal en el cuello hasta que algo sólido, áspero, detuvo la hoja. Al momento, cesaron las voces, y tan sólo se escuchó un trastabillar de pisadas corriendo hacia una calleja más bien estrecha. La sombra de Miguelito se perdió al doblar la esquina.

   Allí estaba la pobre víctima, agarrándose la garganta como para asegurarse de que, efectivamente, era suya la sangre que le calentaba los dedos, tratando inútilmente de contenerla piel adentro. Pronto los movimientos de las manos fueron errados y el pensamiento, desacertado. Pensó en lo bien que había defendido ese reloj de bisutería barata que con tanto orgullo llevaba siempre en la muñeca. Pensó en lo bonito que estaba el cielo. Y pensó en ese olor tan denso y espeso que flotaba en el aire, un olor matizado, pardusco, escamoso, que le bajaba por esa garganta abierta y le apretaba el estómago. Olor a café. Y pensó: ay, ¿qué no daría yo por un café ahora mismo?, ¡con qué ganitas me lo tomaría!

   Ya apenas si oía o veía más allá de su propia confusión. Pero ahí seguía, enquistada, esa ansia incongruente e inoportuna por tomarse un café. Sólo había olor, todo era olor, él mismo era olor.

   Allí, tirado en el suelo, se moría Giovanni. Y no pensaba en Miguelito. Ese Miguelito al que María le había amargado la existencia. Una María cabreada como una mona de pensar en su pobre Lola, aún gimiente, tras el puntapié de ese insensible de Pablo. Y ese Pablo traumatizado por el repentino deceso de su preciada mascota. Todo por culpa de Ana, borrachuza debido a una mano inepta que ya no le servía. Mano que no habría sido disminuida de no ser por la mala baba y el oportunismo de Guido, achacoso tras el atropello. Porque atropellado fue por aquella distraída Rita que se restregaba la mancha de café en el pantalón con cara de escepticismo. Y una taza de café que nunca habría aterrizado en el regazo de la encargada si Giovanni no hubiera dado semejante manotazo sobre la mesa.

   Pero lo dio. Y Rita se manchó. Y Guido fue atropellado. Y Ana, mordida. Y Pablo quedó huérfano de su gato. Y María tuvo que curar a la suya, algo condolida. Y Miguelito se quedó sin su dosis de metadona. Y Giovanni, pobre, tonto y, a estas alturas, moribundo Giovanni, conservó el reloj pero perdía sin remedio la vida.

   Y en una última chispa de conciencia, la descarga final, pensó:

-   Me muero por un café.

   Pero Giovanni jamás sabría hasta qué punto tenía razón.

JOHN ANDY
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:32:14 pm
La playa
 



La playa ofrecía un paisaje desolador, era pleno invierno y la escalofriante temperatura llegaba hasta los huesos. El viento azotaba la costa, llevando consigo una bruma salada que humedecía el rostro y los labios. Caminaba por la costa, por esa breve franja en donde la arena está húmeda y ofrece una firmeza suficiente para no hundirse, mirando hacia el infinito cielo y pensando. Aprovechaba para pensar sobre todo, y un poco sobre nada también; necesitaba aclarar mi mente y buscar inspiración. Estaba estancado en mi nuevo libro, y un recreo a la mente nunca viene mal. El horizonte difuso se fundía ente una especie de niebla matutina, y solo podía vislumbrarse la silueta de un pequeño barco pesquero a la lejanía, que parecía levitar en el avasallante gris.
Me fui acercando a una especie de escollera o muelle, con la esperanza de tener un poco de reparo del bravísimo clima y poder prender un cigarrillo. Con un nulo éxito en mi propósito decidí trepar la elevada construcción de piedra, para observar mis solitarias huellas sobre la arena. Al trepar las mohosas rocas pude observar una figura humana, sentado sobre las piedras, entre las olas que rompían y estallaban estruendosamente. Esta sombra fantasmal recortada contra el perpetuo mar llamó mi atención, parecía extraída de un cuento fantástico, una milenaria criatura expectante por las almas de los condenados. Trepé a la escollera, y me acerqué cautelosamente, tomando precauciones para no resbalar en las enmohecidas y húmedas rocas. Pude ver al anciano a pocos metros, la barba entrecana, espesa y recortada prolijamente, llamaba la atención por sobre las rusticas vestiduras. Gorro de lana negro, polera blanca y un sobretodo azul con corderito beige encima. Unas brillosas botas hasta las rodillas, casi cubrían por completo los gastados jeans azul marino. Al llegar a su lado, no se sobresaltó ni le intrigó en absoluto mi presencia, solo me miró con unos profundos y perpetuos ojos celestes, que parecían estudiar lo más profundo de mi alma. No emitió sonido alguno, solo giró nuevamente su cabeza a donde debería estar el horizonte. Supuse que debería sentarme, lo hice respetuosamente, mientras lo observaba. Tenía una caña de pescar en sus manos, tremendamente larga y vigorosa, aunque desde un par de metros ya era imposible divisarla por la neblina reinante.
-Buenas…- fui lo único que atiné a decir. Debía hablar bastante fuerte para que mi voz pudiera ser oída por sobre el estruendo del mar y el tempestuoso viento invernal.
El arrugado anciano se limitó a asentir con la cabeza. Pude verlo más detalladamente dada la proximidad, el rostro arrugado y reseco denotaban los castigos de la intemperie. Tenía manchas de sol en las mejillas, y su nariz un tanto enrojecida, en la cual podían observarse los pequeños vasos sanguíneos, como raíces de un poderoso olmo. Sacó una petaca de plata del bolsillo interior izquierdo del sobretodo, le dio un violento y artístico sorbo. Frunció levemente el seño, como avisándome que no se trataba precisamente de agua, y estiró el brazo convidándome. Le dí un pequeño sorbo que calentó mis entrañas, ayudando por un instante a disimular el insoportable frio de mediados de julio.
-¿Hay buen pique?- intenté romper el hielo, me intrigaba sobremanera el curioso personaje que tenía frente a mí.
-La verdad que no me interesa, ni siquiera tiene carnada el anzuelo. La pesca es un complemento, un recurso argumentativo, ¿comprende?- la verdad que no entendí mucho lo que me quiso decir, pero le dije que sí de todas maneras.
El tipo parecía la viva encarnación del más famoso personaje de Hemingway, “El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas en la parte posterior del cuello. Tenía cáncer de piel, las manos llenas de cicatrices, todo en el era viejo excepto sus ojos, eran azules, alegres e invictos”
-Pero… Yo supuse que sería un fanático. Si no le interesa la pesca, ¿Por qué con tan tremendo frio está acá?- Se me ocurrió preguntarle.
-Por la belleza, la perfección, el increíble ambiente melancólico del cuadro.- Me dijo mientras sostenía un melón imaginario en sus manos. -Mire, yo era director de cine, y me quedó la manía de prestar atención a la escena, a la ambientación y la luz y todo eso. Cosas que a uno le quedan, locuras de la vejez.- Viejo loco de *****, encima borracho.
-Trabajé en la playa por primera vez hace muchos años, allá por los ochenta, fui asistente de dirección en un par de películas horribles. ¿Conoce “Los bañeros más locos del mundo”? bueno, yo trabajé en esos largometrajes.-
-¡¿En serio me lo dice?!- no pude ocultar mi entusiasmo, crecí con esas películas, y son un grato recuerdo en mi memoria. Tendría seis o siete años cuando iba al cine con mi hermano a verlas. El tipo no parecía muy orgulloso de esos trabajos.
-Sí, esas basuras marcaron mi carrera para siempre. Luego de eso nunca más pude hacer un trabajo serio. Lo bueno fue que me enamoré de la locacion, de este escenario. Es hermosa la playa, y tiene una carga emotiva tremenda. Los grandes espacios abiertos generan en el espectador una intimidad especial con el personaje, sumado a una melancolía incomparable. Una playa desierta remite a los temores mas profundos del alma, la soledad, el desamparo, lo pequeño del ser humano frente al mundo.- Se estaba posesionando, dejó de observar el más allá mientras hablaba, para mirarme fijamente con fruncida cara de viento en contra.
-En fin, hice un par de trabajos under y algunos cortos, pero nunca fui tomado como un director importante. Me fui quedando sin laburo y decidí mudarme acá, todo es  mucho mas tranquilo, y uno tiene tiempo para pensar, para reflexionar sobre las cosas... sobre lo elemental, sobre la vida-
Yo me limitaba a oír, de la misma manera que se escucha a un profesor, a un doctor cuando nos da un diagnostico, con una mezcla de admiración, respeto y a la vez temor. Su voz era ronca, áspera y sufrida, curada por el frío, el alcohol barato y el tabaco de pipa; pero a la vez firme y decidida.
-Era allá por el ochenta y nueve, cuando mi mujer falleció. Pobre Marta, tenía tan solo cuarenta años, quien iba a creer que se pudiera ir tan joven. Le agarró una enfermedad muy jodida que me la robó en apenas un año y algo. Lo sufrí muchísimo, imagínese, aun hoy la recuerdo como si estuviera aquí.- Su cabeza estaba baja, miraba con ojos extraviados el mango de la caña. El volumen de su voz había bajado un poco, como si no quisiera que nadie más lo oyera excepto yo y el mar.   
-Estaba en el funeral de Martita cuando todo se me reveló en la cabeza. Yo estaba parado afuera fumando un cigarrillo, al volver a entrar y abrir la puerta, lo teatral y dramático del interior de la casa de sepelios me llegó. Era un salón largo y obscuro, con sillones de cuerina pegados a lo largo de las paredes. La iluminación era amarillenta, casi color ámbar, dándole a los presentes un aire fantasmal y un poco pictórico, antiguo y atemporal.  Al fondo, en el medio del salón estaba el féretro inclinado hacia delante,  con la parte superior destapada como si fuera una momia egipcia. Una luz blanca sobre Marta la iluminaba como si fuera un ángel, como si el señor la estuviera llamando. Ese fue el instante en que el cerebro me hizo un clic. Decidí hacer el mejor trabajo de mi vida para ella. Comencé a planear la obra maestra, la opera prima de mi carrera. Cuando me sobraba tiempo libre del trabajo en el kiosco, me dedicaba a escribir, a buscar escenarios, idear escenas y tomas. Completé carpetas enteras con anotaciones y comentarios, fotos, apuntes. Me estaba trastornando un poco, lo reconozco. Mi habitación parecía la del tipo de la película “Una mente brillante”, las paredes llenas de notas, imágenes, recortes de diarios y esquemas pegados. -
La tempestad y el viento arreciaban, hice una especie de cuenco con las manos y lo acerqué a la boca con la intención de que el aire cálido expedido pudiera devolverme la sensibilidad a mis extremidades. El viejo, al verme cagado de frío, volvió a sacar el licor y me convidó. Di un pequeño sorbo.
-¡Vamos! Tome como un hombre.- Me gritó el anciano casi iracundo ante mi supuesta falta de valentía. Me vi obligado a repetir la acción, casi por orgullo. Parecía Kerosene. Una vez satisfecho prosiguió.
-Fue ahí cuando me di cuenta de mi error, la obra maestra de mi vida no iba a aparecer nunca, porque la vida es la única obra maestra. De ahí en más la viví como una en película. Primero simulaba que mi existencia era la de un agente secreto, espiaba a personas en los bares, iba caminando por la calle y me dedicaba a seguir a alguien con cara de actor. Después cambié de trabajo, conseguí laburar en un remis de una agencia cerca de casa. Simulaba ser un conductor normal, hasta que algún doble agente subía al auto con un maletín, entonces yo le decía la contraseña secreta -El pájaro está en la jaula-.El tipo aparentaba desconocer el código, pero seguramente estaba siendo espiado, por eso cancelaba el encuentro. Otras veces perseguía un auto entre el tráfico de las avenidas, algún auto negro medio sospechoso era fruto de mi análisis y espionaje exhaustivo. Luego de  varios escapes a alta velocidad y maniobras riesgosas llegaron un par de multas y me echaron.- El tipo hablaba de lo más tranquilo, pausado, con palabras claras y expresadas prolijamente, como si siguiera un libreto. No dudaba, ni pensaba demasiado las palabras, como si ya hubiera pensado varias veces ése mismo momento, o como si ya hubiese contado mil veces lo mismo anteriormente.
-Después durante un tiempo tuve un maxi quisco en casa, al principio funcionó bien y vendía bastante. En esa época ensayaba una comedia, pero tomé la precaución de instalar una cámara de seguridad para registrar los momentos mas destacados. Contaba chistes a los clientes, e incluso practicaba graciosas acrobacias. Simulaba pisar una cáscara de banana y caer estrepitosamente, o apilar latas de arvejas para luego tropezarme y tirar la pila a la *****. La gente experimentaba emociones mezcladas, algunos reían a carcajadas, pero otros me miraban como pensando “este viejo esta medio gagá”. Comprobé que mi efectividad como comediante no era la mejor.-
Frunció la boca, como si se arrepintiera de esa faceta de su vida. Sacó un arrugado y pobre atado de cigarrillos del bolsillo interior de su sobretodo y me convidó. Decidí aceptar para evitar otra reprimenda. Extrajo luego un encendedor a bencina, la llama luchaba contra las  inclemencias del clima, pero se las arregló para encender ambos cigarrillos.
-El karate tampoco tuvo mucho éxito. Había llegado a un arreglo con un vecino físico culturista  para que actuara, yo no le cobraba las galletitas y a cambio él ofrecía sus escasas facultades histriónicas. Cuando había clientes el pretendía asaltarme, pero lo abatía con certeros golpes de artes marciales. El público no acompañó la propuesta teatral. Me deprimí, estuve mal un largo tiempo. El local se vino abajo, y no tenía ni ganas de levantarme de la cama. Pasé unos meses bastante complicados amigo, no se imagina. Estaba ahí tirado, y no tenía a nadie que me levantara el animo, que me ayude. Sin embargo, es como dijo Balzac, “En las grandes crisis, el corazón se rompe o se curte”. Comprendí que debía ponerme de pie y reponerme por mí mismo, me di cuenta que nadie iba ayudarme.-
El viejo adoptó inconcientemente otra postura, o quizás era parte de su actuación, irguió levemente su torso y sacó pechó. Festejé su forma de pensar con un comentario de apoyo, que pareció no oír. Pensé en palmearle la espalda o poner mi mano sobre su hombro, pero seguramente lo tomaría como un acto poco masculino.
-Finalmente comprendí que mi tarea era inútil, mi pensamiento distaba mucho de la realidad. Entendí por qué la gente siempre dice que las cosas buenas pasan solo en las películas. Acepté definitivamente que la vida no es una comedia, ni una aventura de espionaje, y mucho menos una vibrante aventura de peleas callejeras. La vida no nos tiene sucesos fantásticos preparados en cada esquina, ni momentos de excitación y heroísmo. Llegué a la triste conclusión de que la vida es solo un drama, una tragedia, ya que al personaje principal lo espera siempre el inevitable final de su muerte. La vida acarrea una desdicha constante y eterna, la única manera de luchar contra eso es saber cuando darle un cierre dramático a la historia. Hay que saber cuando la novela no da para más, y cerrarla antes de arruinarla.-
No sabía que decirle a este anciano loco, quería calmarlo un poco, hacerlo cambiar de parecer. Lo único que atiné a decir fue una estupidez. -Pero no sea tan drástico, hay que reponerse y seguir adelante. Todavía queda mucho por vivir.-
-Mire, yo no quiero pasar mis últimos años internado en un asilo, o en un hospital. No sería un buen final para la película. Ya tengo el final perfecto, tengo todo listo, hasta preparé el guión. Solo necesitaba un público, un espectador.-
Dicha esas palabras el anciano hizo una escueta pausa, me miró con sus tristes y neblinosos ojos, no emitió palabra, ni siquiera un adiós, y se arrojó al agua. El embravecido mar lo engulló en un profundo abismo de espuma y niebla. El silenció reinó en la soledad, el estruendo producido por el abatimiento de la marea ya era parte de mi. Me puse de pié, le ofrecí al pobre tipo un minuto de silencio y me fui.

Caminando por la playa de regreso a mi morada, mientras aun me preguntó si esta historia la viví o fue producto de mi insana imaginación, puedo afirmar que verdaderamente comprendo al sabio anciano, la vida no es más que una tragedia.
Observé desde la escollera mis pisadas marcadas en la arena húmeda, y el embravecido mar, el retrato mío en esa inmensa locación era una espectacular escena final para la película del viejo. La cámara baja lentamente, y hace primer plano en una petaca de plata traída por las olas. La imagen se desvanece.

Contrera Mariano
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:34:32 pm
Carta a Samuel



Querido Samuel acá me encuentro intentando a través de lapicera y papel lograr transmitirle un bosquejo de mi vida en estos momentos. Sigo solo, aunque no podría ser de otra manera, la soledad es solidaria pero por momentos se comporta algo distraída. Amigo mio como extraño nuestras conversaciones, los cigarrillos y el café, ese ambiente que solo nosotros dos podíamos lograr, con el humo danzando en nuestros rostros como si fuera un aura visible que inmortalizara cada conversación.
Nunca me olvido cuando en alguna de nuestras incontables conversaciones usted me dijo “los arquitectos de los incas fueron los extraterrestres”, recuerdo ese momento como si fuere ayer, usted en ese momento exactamente largaba el humo por la nariz. Tengo que confesarle que hará unos días atrás me encontraba con un conocido tomando un café en casa y lo parafrasee con su teoría sobre los incas y Gumersindo quedo bastante sorprendido con ese pensamiento suyo.
Ya que le escribí sobre Gumersindo me gustaría contarle sobre el. Lo conocí hace aproximadamente un mes atrás cuando iba camino a realizar una de esas sesiones que tratan a uno de mantenerlo con vida, caminando observe un pequeño cartel donde decía “vendo libros usados”, me llamo la atención era una casa algo antigua y deteriorada con un jardín bastante seco y desértico, no dude en tocar el timbre y bueno salió, me mostro todos los libros y termine comprando una edición del año sesenta de Guerra y paz de Tolstoi y nos quedamos conversando un largo rato, pero todavía es un conocido. Sin embargo el me agrada y de vez en cuando nos juntamos  y creo que en algún futuro de los tantos que existen recibiré a Gumersindo en mi hogar como un amigo. Tengo que contarle querido Samuel que desde hace un par de semanas sufro de deseos de morder lo que sea, es bastante raro, puede ser supongo ataques de nervios o ansiedad, pero no es un simple capricho de morder y listo, si no de morder con fuerza, de que los dientes se quiebren o incrusten en lo que sea. Últimamente termino mordiendo la almohada o alguna fruta, no se preocupe amigo mio supongo que son deseos efímeros bastantes raros que a la larga desaparecerán. Pero hay momentos donde no puedo escaparle a ese “deseo” es como si me llevara y redujera en una esquina y no me dejara otra opción que morder. Unos días atrás me encontraba en casa de Gumersindo degustando una diplomática copa de un malbec al natural como siempre, y el igual y creo que esa es una de las cosas que me gustan de Gumersindo, que saborea y disfruta el vino con respeto, no lo desvirtúa con hielo. Era una noche agradable y ese deseo de a poco y lentamente comenzó apoderarse de mí, al comienzo trate de ignorarlo, pero resulte ser un iluso, era imposible yo era David y el Goliat que con el correr de los minutos se hacia cada vez mas gigante y lógico no dure ni un round. Repentinamente mientras estaba en el sofá de frente a mi anfitrión comencé a ponerme nervioso, los dedos de mi mano derecha se movían sin ninguna sincronización adecuada, mientras con mi mano izquierda sostenía la copa en el aire como si sostuviese un recipiente de orina y Gumersindo hablaba de un libro de Borges (no recuerdo cual) estaba distendido y alegre mientras intermitentemente fumaba sin cesar, yo no aguantaba mas quería saciar ese deseo querido Samuel y recuerdo que por unos instantes lleve la copa de cristal a mis labios y sentí que era cuestión de segundos en destrozarla y saciar ese deseo molesto y hasta estúpido, pero por suerte una brisa de sabiduría no me dejo caer en la tentación y al instante le pregunte a Gumersindo si podía pasar al baño, el me miro extrañado, frunció el seño y me dijo “adelante” estoy seguro que le molesto que lo interrumpiera con algo que no tuviera nada que ver con su tema de conversación. Deje la copa en una mesita de vidrio que tenia junto a mis pies y me dirigí a paso ligero al baño. Al entrar ya el deseo era incontrolable, apretaba fuertemente mis dientes y sentía una sensación pequeña de satisfacción en mis mejillas y comencé paranoicamente a buscar algún objeto que saciara mi estúpido deseo. Lo primero que vi fue un jabón verdoso, luego un dentífrico flaco pero no me convencían, hasta que di con una inocente toalla floreada algo amarillenta, no dude un segundo mas y la tome, con una mitad hice un pequeño bollo que lo introduje en mi boca, mis dientes desaforados como un león cuando huele sangre se incrustaron rápido y fuerte en la pobre toalla, estuve aproximadamente alrededor de dos minutos mordiéndola y llenándola de baba hasta que ese deseo de a poco comenzaba a neutralizarse, luego y me avergüenzo de esto querido amigo la volví a colgar en su lugar. Soy consciente que no es nada agradable esto que le estoy contando querido amigo, pero verdaderamente es algo raro y molesto que me toca vivir aparte de las “sesiones”. Cambiando rotundamente de tema querido amigo, hace unos días atrás cuando volvía de la casa de Gumersindo de tomar café, encontré en el canasto de la basura de una casa un cuadro de Molina campos, la verdad me sorprendí muchísimo y a la vez me puso feliz, nunca me eh encontrado nada, ni siquiera un clavo oxidado, y encontrar a mis cincuenta y cinco años un cuadro bellísimo de Molina Campos en perfecto estado posado en un canasto de basura me llena de felicidad. El cuadro es mediano, con los bordes de madera de olivo pareciese porque tiene como fibras con dibujos muy vistosos, sobre todo en los ángulos. Hablando de la esencia del cuadro sale un gaucho con una barba imponente, sombrero y pañuelo, facón, cinturón negro  y bombacha, y unas botas con unas intimidantes espuelas, y en su mano izquierda lleva consigo una guitarra apoyada verticalmente sobre el lomo del caballo. Es una sagrada trinidad, el gaucho, el caballo y la guitarra juntos en ese cuadro. Querido Samuel ese cuadro es mi gran portal al deleite del bienestar físico y algunas ocasiones mental. Cuando me detengo a observarlo siento como si brisas de paz entraran en la habitación, y eso me ayuda a seguir con las sesiones. Sigo aceptando lo que me toca día a día querido amigo, aparte estas sesiones me han hecho reflexionar mucho sobre la vida y como usted me dijo una vez “Los que comprenden la vida, no le temen a la muerte”.
Querido Samuel voy a ir despidiéndome, demás esta decirle que deseo verlo pronto y antes de terminar con esta carta quisiera contarle que ya se me ah empezado a caer el pelo y pronto quedare pelado, se lo cuento para que no se sorprenda si hay fortuna del destino que nos veamos nuevamente, seguimos en contacto y me encantaría tener el honor nuevamente de verlo antes que sea demasiado tarde.

Un abrazo

Su amigo Ricardo.

Bautista Lorenz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 08, 2013, 20:36:11 pm
El experimento



Siempre había sido fea, como lo demostraban las fotos; por más que cada vez que podía le rehuía a las cámaras. Lo peor llegó con la pubertad, pues en vez de desarrollarse, dejó de crecer. Para peor, la varicela y el acné le habían dejado unas cuantas marcas en la cara que no le ayudaban en nada a mejorar su aspecto.
Era una mujer extremadamente menuda, sin formas femeninas y con rasgos faciales muy pronunciados debido a la delgadez.  Esto la agobiaba, pero le era imposible engordar, pues además de que comía muy poco, parecía no asimilar nada. Para colmo de males, si algún problema la preocupaba, bajaba de peso y ella misma se desconocía cuando se miraba en algún espejo, cosa que habitualmente evitaba con todas sus fuerzas. A eso había que sumarle una innata timidez y una enorme inseguridad, lo que hizo que se volcara de lleno en su único amor: la investigación científica. 
Siempre fue una estudiante aplicada y brillante, por lo que entró en la Universidad antes de cumplir los 18 y se inscribió en todas las asignaturas que pudo. Siempre se sentaba detrás intentando pasar inadvertida, jamás levantaba la mano para hacer una consulta y resolvía sus dudas con los libros.
Se recibió de bioquímica y microbióloga con pocos meses de diferencia y con las mejores notas en ambos cursos, por lo que consiguió sin problemas y a la primera entrevista, un puesto de investigadora en una gran empresa de nutricionismo. Le dieron una oficina con un pequeño laboratorio privado y salvo unas cuantas directivas empresariales a seguir, la dejaron hacer a sus anchas. Su trabajo le encantaba pues le permitía ser creativa: le daban algunos productos casi terminados y ella se encargaba del toque final de la presentación: densidad, sabor, color y textura. Como era muy rápida y efectiva, le sobraba tiempo para investigar por su cuenta.
Sus experimentos personales se centraban en su mayor obsesión: la delgadez. Se esforzaba al máximo por conseguir una fórmula que les permitiera a las personas como ella, desarrollar la musculatura y lograr un cuerpo más atractivo. Era perfectamente consciente que su conformación física tenía bases genéticas, pues sus padres también eran muy menudos, pero no cejaba en su empeño y seguía buscando lo que ella llamaba un “potenciador músculo-esquelético”.
Como era una animalista convencida, se negaba a experimentar con animales, por lo que la ratas que le daban para su laboratorio, en vez de ser inoculadas con diversos virus, bacterias y el consabido antídoto o con productos en prueba para controlar los posibles efectos de los mismos en organismos vivos, solo recibían de su parte una esmerada alimentación y mucho cariño.
La última pareja se la habían dado hacía unos pocos meses y los bautizó de inmediato: Ying era un macho malhumorado que cuando menos se lo esperaba, la mordía. Por el contrario, Yang compensaba la agresividad de su compañero, prodigándole todo tipo de mimos y haciéndole infinidad de carantoñas.
Se había acostumbrado a meterla en el bolsillo de la túnica a la mañana y la ratita era su única compañía durante todo el día, pues su natural retraimiento la llevaba a limitar el contacto con sus colegas al mínimo imprescindible. Su amiga roedora solo asomaba el hocico del guardapolvo a pedirle mimos, comida o que la dejara en su jaulita para hacer sus necesidades.
Lógicamente, cuando conseguía algún progreso y creía tener “su” fármaco a punto, experimentaba consigo misma, cosa que nadie más que ella sabía, porque estaba absoluta y terminantemente prohibido hacerlo. Pero después de 3 años, solo había logrado unas cuantas indigestiones y una erupción cutánea que le provocó un prurito muy molesto y que además de tardar muchísimo en curarse, le dejó algunas cicatrices que no se podía quitar con nada.
Pero esta vez estaba segura de haber conseguido la fórmula perfecta: un tónico que lograría que la multiplicación y el desarrollo de las células musculares se acelerara controladamente, mediante la estimulación de  la producción de una determinada enzima de crecimiento y vistos los ingredientes, sin prácticamente ningún efecto colateral.
Tan convencida estaba de su éxito, que se planteó hacer una excepción y darle a sus ratitas el futuro medicamento, ya que en ellas se apreciarían el crecimiento muscular mucho más rápidamente que en sí misma. Pasó toda la tarde en una lucha interna, donde pugnaban su amor por los animales y su necesidad de resultados visibles lo más inmediatos posibles. Sin tomar una decisión aún, guardó sus formulaciones bajo llave y se fue a su casa a consultarlo con la almohada.
Ganó su instinto de superación, así que en cuanto llegó a su oficina a la mañana siguiente, entró decididamente en el laboratorio, preparó las dosis y se las dio con un cuentagotas. Luego estuvo el resto del día observando a la pareja, midiendo sus constantes vitales y controlando que no se presentaran efectos secundarios. Cuando finalizó la jornada, se quedó un rato más y al fin se fue a su casa feliz e ilusionada como hacía mucho tiempo no lo estaba.
Al día siguiente fue la primera en llegar a trabajar y cuando entró precipitadamente en el laboratorio, se llevó una sorpresa mayúscula al ver la jaulita cerrada, pero vacía. Buscó a Ying y Yang por todos lados. Dio vuelta todo en su despacho y en su laboratorio particular y puso patas para arriba las dependencias más cercanas. Sus compañeros la miraban sin poder creer que hiciera tanto escándalo por unas ratas perdidas, pero la dejaron hacer sin comentarios, porque nunca la habían visto tan exaltada.
Cuando ya desesperaba de encontrarlos, notó algo extraño: la ruedita de ejercicio se movía sola. Sin poder creérselo, abrió la jaulita y mientras tanteaba el suelo, sintió el característico mordisco de Ying. Sacó la mano espantada, cerró la puerta y se quedó atónita mirando como la rueda giraba sin cesar.
Perdió la noción del tiempo, jamás supo las horas que estuvo mirando la jaula, observando una y otra vez  lo que su mente se negaba a aceptar. El serrín se movía solo, las semillas de girasol se elevaban, se pelaban y luego desaparecían en el aire, mordisco tras mordisco y a cada rato oía el ruidito que siempre hacía Yang royendo los barrotes, hasta que ella la sacaba para meterla en su bolsillo.
Completamente incrédula, revisó la formulación una y otra vez, buscando una explicación. Se recordaba a sí misma que existían muchos medicamentos que había sido descubiertos por casualidad. El caso más famoso era el del “citrato de sildenafil”, más conocido como Viagra, que originariamente se concibió como un vasodilatador para la angina de pecho.
Cuando terminó su jornada, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para dejar sus notas y la observación de la jaula. Al ponerse el abrigo, sin fuerzas ni ganas de irse a casa, se dio cuenta horrorizada que su mano derecha estaba transparente. Era la que le había mordido Ying y en ese momento asumió que había conseguido el mayor logro de su vida: había descubierto la fórmula de la invisibilidad, pero… ¡era contagiosa!

Sany MG
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:06:52 pm
CORAZONADA



Cuando Rosalía recibió la noticia (sería poco menos de las dos de la tarde) ni por un segundo se atrevió a dudar de que era cierto-según me confesó tiempo después.
Yo estaba con ella en ese momento. Apenas apagó el celular, adiviné en su rostro que algo terrible había sucedido: una incertidumbre en la que, sin embargo, mi única certeza era que se trataba de nuestro menor hijo.
-   ¿Qué ha pasado? - le pregunté, procurando no alterarla más, fingiendo una serenidad que nunca tuve.
Ella miraba al vacío, como si estuviera hablando consigo mismo, tan extrañada, como yo, de sus medias palabras. De pronto nos miramos (parecía que estábamos actuando) sin importarnos la gente que bajaba o subía por la avenida donde nos habíamos encontrado.
Su voz, su media voz se quedó flotando en el absoluto silencio un buen rato.
Yo me imaginé lo peor. Pero no me atrevía a insistir con Rosalía (en realidad, jamás lo había hecho).
Recordé esa mañana: como nunca, me había despedido de mi hijo con un beso, y otro más antes de que subiera al micro para ir al colegio. Recordé su sonrisa…
Es increíble – me decía a mí mismo - las infinitas formas en que inconscientemente arrastramos y hacemos crecer una mala noticia sin querer darnos cuenta (o aun dándonos cuenta) de que la realidad terminará por imponerse inexorablemente ante cualquier ficción que nosotros creemos para contrarrestarla, para consolarnos…
Bien intuía yo que no era una simple llamada del colegio; o al menos que no era precisamente eso lo que Rosalía intentaba ocultarme.
¿Qué es lo que le habían dicho? No le reclamé que me aclare las cosas. Pero inmediatamente tomamos un taxi. Respondí a la inquisitiva mirada del chofer indicándole la dirección del colegio, al tiempo que Rosalía y yo nos sentamos atrás. Y como si hubiera advertido tal vez nuestra premura, el taxi amarillo voló desde Independencia a Salaverry, donde el tráfico atorado detuvo sus ímpetus.
Escuchando angustiados los bocinazos que aturdían la calle, Rosalía y yo nos cogimos de las manos tratando de infundirnos confianza. Cuando por fin el taxi salvó el atolladero, salió por La Marina y empezó a trepar el puente San Martín, yo me puse a pensar en Sebastián, sin soltar las manos de Rosalía. Curiosamente, desde que habíamos decidido separarnos por mutuo acuerdo (o por mutuo disenso, como decía ella) manteníamos una relación mucho más equilibrada de la que aparentábamos cuando vivíamos juntos. Ciertamente era el niño el poderoso nexo que nos mantenía unidos y ahora… No podía concebir mi existencia sin él…
¿Por qué tenía que ser yo siempre tan dramático? ¿Qué me hacía pensar trágicamente? Durante todo el trayecto me interrogué en silencio mirando a Rosalía sin soltarle las manos, sonriéndole hipócritamente, hasta que al fin llegamos al colegio. Ella, ni bien se detuvo el taxi, se desprendió de mí y entró casi volando a la dirección (el portero nos esperaba ya con las puertas abiertas).
Al pagarle al taxista, descubrí en sus ojos una mirada de comprensión, de infinita ternura (me acordé de que había apagado la radio disimuladamente cuando percibió nuestra preocupación) que interiormente le agradecí muchísimo. Necesitaba en verdad esa fuerza: o si no ¿qué me mantuvo firme en una insólita tranquilidad a atravesar el portón de rejas negras?
Correspondí al saludo del portero con una ligera inclinación de cabeza y hasta con una mueca de sonrisa que no podía considerarla hipócrita. Me detuve en la entrada a la Dirección. Decidí esperar a Rosalía afuera; y sin pensarlo siquiera, me senté en las graditas en las que muchas veces encontré a mi hijo jugando con sus amigos, cuando yo llegaba tarde a recogerlo.
No podía concebir nuestra vida sin él… Recordaba tantos y tan gratos momentos que habíamos disfrutado juntos, que ya no pude evitar el llanto…
Traté de distraer mi pensamiento en otras cosas, cuando de repente oí detrás de mí una voz, sí, una voz que le devolvió la existencia a mis sentidos:
-¡Papi, el otro niño fue el que comenzó a tirarme las piedras!
Era Sebastián. Se acurrucó en mi vientre como un ángel plegando sus alitas, llorando como nunca antes lo había visto llorar, como si me estuviera pidiendo perdón.
Le acaricié su pelo suavemente, comprensivo, como diciéndole pero sin decirle: “No te preocupes hijo, ya todo ha pasado.”
¿Qué es lo que había pasado? Lo observé detenidamente y no parecía tener un solo rasguño. Su uniforme azul - plomo lucía impecable… Y, aunque un poco extrañado, me sentí feliz. Decidí que mi hijo era el mejor hijo del mundo, y seguí acariciándolo…
Escuché simultáneamente el timbre de salida y el rumor infantil de las dos y media de la tarde, y le agradecí a Dios de que todo volviera a la normalidad.
A los pocos minutos salió Rosalía de la Dirección. Exhibía una cara mucho más desencajada que con la que había entrado. Intenté sonreírle, pero ella nos miró negando con la cabeza, llorando en silencio, como si estuviera a punto de desmayarse. Me dio la impresión, al verla ahí, parada, en la puerta de la Dirección, de que en cualquier momento se iba a deshacer en mil pedazos.
Pero cuando vi entrar desesperadamente a otra mujer, más angustiada aún, gritando como loca, entonces recién comprendí todo.   

COCODRILO AZUL
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:07:56 pm
LA MISMA CANCIÓN




Me subí al 125 como siempre, a la vuelta del trabajo, y como siempre, estaba repleto. Mucha vejentud ahí arriba, figurita repetida de todos los días al acercarse el ocaso.         Sin muchas alternativas acomodé mis manos en el fierro del ómnibus y divisé, sorpresivamente, un líquido viscoso parecido a leche recién ordeñada alrededor de mis pies.
Hábilmente me corrí unos centímetros a la derecha y me dispuse a mirar el paisaje mundano de todos los regresos; iglesias barrocas, supermercados de plástico, edificios estáticos y autos en movimiento.

Al darme cuenta de que una mujer dejaba su asiento me acerqué ingenuamente hasta el lugar y lo tomé, frente a la vista espantada de una sesentona que se mantenía en forma física.
No me di cuenta de quién estaba sentado al lado, aunque en realidad tampoco lo sabía: una muchacha de apenas veinte años, espigada, bajita, de pelo lacio y ojos marrones. Estaba escuchando su música en un Mp3 parecido al mío y cebaba mate cada vez que del ómnibus descendía gente.
Quedé asombrado al ver que su mate era idéntico el mío; y el mío no es un mate para nada ordinario, sino de esos recubierto con vidrio por dentro y costuras de hilos por afuera para sostener al cuero. Atiné a ponerme mi reproductor de música, y me gustaba imaginarme que estábamos escuchando al mismo intérprete o quizás hasta la misma canción. Entonces aquel infierno atiborrado de gente se había vuelto un plácido purgatorio, observando disimuladamente la belleza de aquella niña.

A pocos minutos subió una dama a vender medias y nadie le tomó ni un par siquiera. Más adelante un ciego pidió limosna mientras deambulaba por el ómnibus. Yo estaba decidido a no darle nada, pero al menos le prestaba mi mirada. Era mi política frente a esos casos. Ella, en cambio, dejó su termo en el piso y buscó monedas en su mochila, que, a decir verdad, era muy diferente a la mía, aunque yo ya le veía los mismos tipos de cierres y compartimentos.
Cuando el ciego pasó por nuestro lado no oyó el ruidito de las monedas y siguió de largo hasta que mi brazo, cual si fuera una barrera para detener la marcha de los autos, lo paró en seco.

Entonces surgió el milagro; ella me entregó sus monedas y yo se las di al ciego que ya se retiraba. Sentí haberme enamorado por unos segundos. Me regaló una sonrisa de agradecimiento por el endeble acto y volvió a su posición.
A mitad de camino y con la carga emocional -leve aunque intensa por instantes- en la que estaba viviendo, saqué el celular para enviar un mensaje y rocé su antebrazo desnudo; fue la segunda sensación de enamoramiento.
Al fin me pidió permiso para salir al pasillo y se lo negué con el rostro, pero no con mi cuerpo; la deje huir junto a otros pasajeros, tres paradas antes de la mía.


Más allá de aquellas sensaciones, mi remordimiento era el de no podido dialogar con ella; hablar de su mate, de sus estudios y de la música que le gustaba. Yo estaba comprometido, no sé con qué ni con quién, pero lo cierto es que lo estaba y esa fuerza me retrotraía al querer avanzar sobre sus ojos.
La vi a punto de descender y noté el cierre de su mochila abierta, colgada de sus hombros, y fue la excusa perfecta para apurar el paso, bajarme con ella y decírselo.
La seguí media cuadra hasta que la alcancé. Allí le hablé pero no escuchó, así que decidí tocarle el hombro, a lo que se sacó el auricular de su oreja izquierda y atinó, apenas, a decirme un gracias que quedó suspendido en el aire. Pero al instante creí sentir que me devolvió con un ínfimo suspiro su gratitud, reflejada, ahora, en su eterno rostro blanco.

Caetano
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:09:24 pm
ANONIMATO



Recién cumplidos los 80 años se preguntará por la mujer de su vida. Ya será uno de los grandes escritores del planeta. La candidatura al Nobel lo habrá convertido en personaje célebre casi de la noche a la mañana. Ahora la podré encontrar, se dirá ante el espejo del baño, ajustándose la dentadura postiza y la corbata, ahora soy una figura pública. Ahora sí, ****, ahora sí. En dos semanas se adaptará a la lógica y repentina aparición de enemigos, ex esposas, ex amantes, ex hijos incluso. Como si hubiese esperado esos instantes toda la vida, sobreactuará una pose de anciano feliz para las cámaras de una rueda de prensa internacional. Más tarde las muchachas periodistas le brindarán tragos y adulaciones. De repente una de ellas sacará de su bolso el The New York Times. Él no comprenderá ni una de las palabras en inglés, pero sí la ridícula foto de la primera plana.
-¿Y esto?, preguntará nervioso, mirándolas.
Ellas congelarán la risa y no sabrán qué responderle. Entonces él recordará que nunca le preguntó el nombre a la señora del parque. Pero esto ocurrirá después.
La mujer de su vida lo había descubierto antes que la Academia Sueca. De adolescente ocultó sus libros como si estuviesen censurados. Después se acostumbró a leerlo en cualquier sitio; en inmensas colas a la entrada de los cines; bajo apagones, a la luz de una vela; caminando; de pie entre miles de cuerpos sudorosos dentro de cientos de guaguas ; en el trabajo; embarazada, luego de acostar a la niña.
El viejo autor, solo en casa, en calzoncillos y chancletas, cuando escuchó la sigilosa noticia radial, de las manos se le resbaló el vaso de agua con azúcar. Se sintió rodeado de gente que aplaudía su desnudez, sorprendido in fraganti. Respirando la humedad de un cuarto sin teléfono, televisor o computadora con acceso a redes, arrastró los pies hasta la sala, preguntándose al unísono por amigos, parientes, mujeres hartas del Dúo Literatura y Pobreza, y pensó en el hijo, su hijo único, y en la última vez que se dirigieron la palabra. Entonces, derrumbados los huesos sobre un sofá de más de un siglo, se dedicó a marearse oyendo cómo la onda lejana de una voz, algo escéptica, leía sin énfasis, un largo currículo. El viejo autor no entendía cómo, si nunca montó un avión ni gozaba de agente literario, y se encogió de hombros hasta vestirse y salir de la casa.
Cruzó muchas calles, apurándose, aunque sin rumbo, con la mirada fija en ningún sitio, como en shock. Lo detuvo el cansancio y la conciencia de no saber dónde estaba. Enfrente tenía un parque rodeado de flores rojas. Una niña que armaba su propio ramillete y cantaba una canción, hizo silencio al verlo, después corrió hacia un árbol. Recostada al tronco, sentada sobre la tierra, una mujer lloraba delante de algo. El viejo, al acercarse, se dio cuenta de que era un libro abierto al que le bastaban pocas hojeadas para volverse pedazos.
-Perdone, señora, ¿puedo ayudarla?, ¿le pasa algo?
La señora rió negando con la cabeza. A primera vista su rostro no tenía una edad clara. Podía tener treinta, cuarenta o cincuenta años, cuando más. Dejó caer el libro sobre la saya y se secó ambas mejillas.
-No se preocupe, señor, es que me emociono… El riesgo de ser una lectora empedernida, ¿no?
-¿Y es tan bueno…?
-¿El libro?
La niña le dio una de sus flores a la madre.
-Gracias, mi cielo. Muy bueno, señor.
Una llovizna sirvió para que se protegieran bajo el techo de una parada inhóspita. La niña bañó las flores robadas. Cuando se sentaron, la señora declamó un párrafo que hablaba de la lluvia.
-¿Lo ha leído? –se interrumpió.
El viejo se encogió de hombros.
-Empiece ya –ordenó y le puso, con un recelo exagerado, el libro sobre el pantalón-. Es genial, genial… único. Lea la primera oración.
El viejo hojeó con pánico. Halló páginas amarillentas, gastadas y sucias en los bordes, líneas y párrafos subrayados.
-Al menos sirven para aforismos.
-¿Cómo?
-Nada, nada, leía en alta voz.
Había esquivado una sensación de pena. Temió no haberse mirado al espejo antes de salir. Sintió que si se comportaba amable y sonreía, su cara iba a semejar un cúmulo arrugas sonrientes.
-¿Sabe qué? –dijo ella, de nuevo con los ojos humedecidos-. Solo me queda un sueño: conocer a este hombre extraordinario.
-¿Quién?
-¿Quién va a ser?: el autor.
-Ah.
Cuando escampó, la niña hundió la nariz en las flores.
-¿Sabe cómo lo imagino? –continuó ella.
-¿Cómo?
Con una mano se cubrió la risa.
-Un poco mayor, claro, pero tan… Estoy segura de que me encantaré cuando lo vea. Porque algún día lo voy a ver, sí, ya verá.
-¿No lo conoce?
-En la contraportada de este libro hubo una foto, pero la niña… sabe como son los niños, la rompió.
-¿Lo ha visto?
-En vivo no. Ni una vez. Es que ni lo ponen en televisión. Le juro que no sé ni qué cara tiene, pero no me importa. Amo todos sus libros. Eso me basta.
El viejo no sabía qué decir.
-No lo conozco, pero debe ser hermoso.
-¿Cómo lo sabe?
- Lo siento aquí –se tocó el pecho y le fijó una mirada tan convincente que parecía irreal-. Sin pensarlo me casaría con él.
-¿En serio?
La señora se mordió los labios antes de echar otra lágrima y asentir con rapidez.
-Me lo leo sin descanso desde el Pre, hasta mi niña se sorprende.
El viejo comprendió que probablemente estaba hablando con la mujer de su vida.
-A lo mejor no lo conozca nunca –dijo ella.
-¿Por qué?
Suspiró:
-Sueño tanto con tenerlo así, como a usted, cerca, aunque sea unos minutos… quizá es un hombre ocupado, serio… no sabría ni qué decirle… supongo que tontería más tontería… jaja… es sólo un sueño incurable.
La niña avisó que venía la guagua. La señora le tendió una mano al viejo y al abrazarlo le soltó:
-Fue un placer conocerlo, mil gracias por haberme oído un rato.
Él respiró profundo.
-El placer fue mío.
-El libro –advirtió la niña.
-¿Cómo se me va a olvidar?
El viejo pensó que la mujer de su vida estaba loca. « ¿Por qué no escogió a Gabo, a Vargas Llosa, por ejemplo, o a Hemingway?»
La guagua dio un frenazo antipoético. Minutos después la niña bajó corriendo del vehículo, le entregó su ramillete de flores y le dio la espalda sin oír gracias.
Luego del motor y el humo, regresó el silencio. El viejo cerró los ojos imaginando una historia de amor inverosímil. Debió permanecer allí sentado un par de horas, antes de la publicidad, las cámaras, las ovaciones, las entrevistas, los paparazzi extranjeros, las primeras planas, los dossiers, la enjundia de los homenajes, las demasiadas loas. No le importó tanto el futuro. No quiso saber si sus gestos ahora tendrían valor fotográfico. Hundió la nariz en las flores rojas y alguien, con medio cuerpo escondido detrás de un árbol, le disparó varios flashes. Al viejo le dio gracia el susto. Su corazón era un indocumentado adolescente con ganas de comerse al mundo. Oscurecía. 

Django
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:10:28 pm
LAS BATALLITAS DEL ABUELO



Ayer volvió a ocurrir. Y me consta que soy un viejo, pero no un cobarde. Corría un Septiembre caluroso aunque tumbado en la trinchera hacía frío. A cada explosión cercana hundíamos la cara en la tierra saboreando el amargor de la muerte. Solo quedaba una ametralladora enemiga pero nos tenía localizados. Pronto llegarían sus refuerzos y nos cogerían como a ratas, ni siquiera se molestarían en enterrarnos. Entonces corrí hacia ella lo más rápido que pude, las balas silbando a mi alrededor me recordaban el ridículo precio que le había puesto a mi vida, pero no me asusté y le lancé una granada con todas mis fuerzas. Después de la explosión los disparos cesaron. El silencio de la noche sonó a música celestial, pero ahora, cincuenta años después, ese silencio es lo que más temo.
Desde hace un tiempo, después de cenar veo un rato la televisión, me gustan esos programas donde la gente intenta vender los trastos que tienen por su casa para gastarse el dinero jugando al Blackjack. El propietario de la casa de empeños siempre les oferta un precio bastante inferior al que esos pobres hombres tenían pensado. Tras un minuto de regateo, el dinero barre toda clase de sentimentalismos y un señor de bigote vestido con un peto vaquero obtiene cuarenta dólares por la colección de cromos de baseball que le regaló su padre antes de morir: Estamos en las Vegas y necesito el dinero, dice con una sonrisa estúpida.
Cuando acaba el programa me voy a la cama. Una vez acostado, temeroso del silencio, intento recordar alguna oración, pero a quién voy a engañar rezando a estas alturas. Automaticamente, tras la angustia creada por la plegaria incompleta, oigo ruidos en la cocina. Suelo imaginar que podría ser el gato, pero no tengo gato, así que cada noche, antes de morir de miedo siempre deseo tener uno. También pienso que podrían ser restos de metralla retumbando aún en mi cabeza, no lo sé, pero después de esos ruidos llegan los pasos, doce pasos sigilosos que se acercan, y después, la sombra en el cristal de la puerta. Más asustado que en la trinchera, me acurruco en una esquina de la cama y cierro los ojos con tanta fuerza que veo colores en la oscuridad. La puerta se abre. Comienzo a temblar. Se acerca. Ella tiene los cabellos blancos y la cara llena de arrugas. El holgado camisón amarillento viste de fragilidad su raquítico cuerpo. Entonces retira la colcha de mi cama, se recuesta a mi lado, me besa en la mejilla y con una voz que me resulta familiar, me dice: Buenas noches, Mariano.

Diego Rinoski
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:11:48 pm
El mapa y el tablero



El vuelo de una cortina desflecada. La habitación en penumbra. Palabras a media voz en la ventana abierta al callejón de los desastres.
Si se levantara, si apoyara la cabeza en su brazo derecho y alargara el izquierdo hasta la mesa, igual alcanzaría a tirar los dados. El tablero reluce bajo un foco amarillo. La lámpara marchita vigila sus bostezos.
Juan Gálvez duerme cada noche en un hostal distinto, después de recorrer en autobús los cientos de kilómetros que la tirada dicta.
Fue una medida espontánea, esa de abandonarse a los designios de los hados y los deseos ineludibles de la fatalidad. En un rapto de inspiración descubrió los goces del azar, el deleite que conlleva el manso arrastre de las hojas de los arces por el minúsculo arroyo de la simple existencia. Tal revelación se le manifestó con fuerza una mañana de junio, a las 6:45, junto a una repentina urticaria que le palpitaba como animal en celo. Nada de que preocuparse desde un punto de vista médico. Pero una cosa condujo a otra, y al fin se vio empujado a una cura de reposo en la que intuyó la magnificencia de la inmovilidad y el pacífico equilibrio que concede el no hacer nada.
Juan Gálvez preparó oposiciones cinco años seguidos, uno detrás de otro sin sosiego, y el día después del examen se desató una tormenta que barrió la caja fuerte donde se guardaban todas las respuestas. Qué puede hacerse ahora. No valen los recursos ante las catástrofes naturales. «Tanto sacrificio para nada», se dijo sin tristeza. También decidió en aquellos días beber para olvidar. Desde entonces nunca posterga su propósito de acostarse borracho y despertarse cuando al cuerpo le venga en gana o su vejiga escueta se lo exija.
Juan Gálvez abre un ojo enrojecido. Sobre las tablas se disponen los dados. El reflejo del marfil se desdibuja en el barniz oscuro del damero. Dos puntos negros lo contemplan.
El hombre, con coraje, alarga la mano; empuña los dos dados (por un segundo hay uno que se escurre y rueda sobre el mapa hasta Marruecos) y los arroja. El leve tintineo se detiene. Tres. «Vaya», musita. No siempre nuestros dioses se muestran generosos.
Ahora, duchado y afeitado, tiene mejor aspecto. Son cerca de las once y no hace falta que el foco se empecine en recordarle. (¿En recordarle qué?) Lo apaga de un porrazo, alisa con la mano la cordillera exigua de una esquina del mapa y con la otra se toca la frente, por ver si de ese modo se suaviza el terco martilleo de la resaca.
El resultado de hoy le desagrada. Pero así son las cosas. Tan inamovibles como ciertas. Un paso a la derecha, dos a la izquierda, y a punto está de ahogarse en el Tirreno de cabeza.
Al abonar la habitación Juan Gálvez pregunta al amable Cassiodoro «se non sapra, per cortesía, dove é la stazione», y el calabrés, en un italiano estrambótico aprendido en los muelles de Nápoles, le dibuja en un plano un laberinto por el que perderse o arribar según le pete. Luego, señalando una encrucijada con su dedo grueso y ambarino, le recuerda que «in questo viale si trova la osteria del mio nonno e potrebbe acquisere il meglio velluto di tutta Italia». No está Juan Gálvez para gastar mucho. No sabe si lo que guarda le alcanzará para el «biglieto» y dos o tras manzanas y unos chicles de menta.
***
En la ventana azul el campo calabrés se despereza. Una mujer se sienta al lado del pasillo, embobada en la terca contemplación de los respaldos. La joven viste de negro, como muchas napolitanas y la mayoría de las habitantes de Palermo. Eso lo supo Juan Gálvez cuando leyó los relatos de Giovanni Verga, donde los duelos por ajuste de cuentas y el poseer una fatídica cabellera rojiza determinan el luto perpetuo de las cosas. También el campaneo de las sotanas, más pendientes de sus campos en flor que de la tierra eterna, pone la pincelada oscura a los paisajes isleños.
«Buona sera», se dirige Juan Gálvez a la señora. La mujer sigue absorta en el asiento, centrada en el rectángulo metálico que refleja las severas instrucciones de la compañía de transportes. Abróchese el cinturón de seguridad. No fume. No ingiera. Quizás debiera añadir «no moleste al vecino», «no distraiga al conductor», «no elija los destinos por un juego de azar».
La mujer tendrá unos treinta años. Al trasluz de la ventana su perfil es hermoso, apenas sombreado por el aura fatídica de los viajes épicos.
Pero al fin la mujer despierta de su ensalmo. «Scusi?», le pregunta. Pensaba simplemente en sus asuntos, que tienen, como todos, su especial relevancia. Juan Gálvez la comprende. También la compadece. No puede hacer otra cosa porque él también se comprende y se compadece a sí mismo con el cariño atroz del arrepentimiento.
La mujer se llama Ágata, aunque para Juan Gálvez todas las italianas deberían  responder al nombre de Beatrice o al más engañoso y absurdo de María Angélica. A través de su ceñida camisa se percibe un cuerpo adusto, los brazos cruzados al regazo con un abandono huérfano de madonna sin niño. Esa soledad lo conmueve y lo atrae, esa resignación tan femenina. Ahora va hacia el hospital, le cuenta con voz queda.
Juan Gálvez descubre en el asiento contiguo la canasta donde Beatrice transporta embutidos y una manta, y un libro de poemas de Ugo Betti, y el Corriere della Sera abierto por la página de necrológicas donde quizás la señorita, porque no está casada, comenta con un rubor que la embellece, ha buscado en vano el nombre de su padre antes de salir a comprar la bresaola y el prosciutto. No hay que hacer gastos innecesarios en los tiempos que corren.
«En estos y en cualquiera», se recomienda Juan Gálvez para sí. Vivir al día es una tarea ingrata. Un trabajo por aquí, una chapuza por allá, dos amenazas por impago que acaban en tragedia.
Pero cómo contarle a Beatrice que a eso se dedica; cómo explicarle sin que sus ojos se desorbiten de espanto y cambien su expresión beatífica, heredada de las vírgenes de Leonardo, por el rostro en pleno aullido de Munch, que, desde que cruzó los Alpes, a bordo de un autobús de la Zürcher Verkehrsverbund procedente de Francia, después de atravesar el Eurotúnel de noche y sin trasbordo, se ha visto involucrado en dos sobornos, tres robos y un homicidio accidentalmente funesto, y que hoy más que nunca le urgía sacar un doce, lo que le hubiera dado derecho a tirar otra vez y avanzar hasta Mesina, y cruzar el estrecho, y abandonar el trasiego de autobuses a bordo de una gabarra, y cambiar de aires y de continente antes de que i carabinieri de Catanzaro bloqueen la A3 con su bólido azurro y pidan a los pasajeros la documentación y él no tenga más remedio que blandir su pistolita de los contratiempos y amenazar a Angelica-Beatrice, con lo bien que le caía, y que al momento sea él mismo el que caiga abatido por las balas, Juan Gálvez, el aspirante a funcionario, el candidato a matón, el triste despojo de un viajero que ni siquiera, después de tanto viaje, sabe cuántas ruedas tiene un autobús y a cuánto puede circular por la autopista.

F. J.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:13:11 pm
El Carpintero



Hace veinte días que desde el interior de la casa escucharon un sonido seco y profundo. El médico del pueblo abre junto a dos hombres la puerta. Un hedor inconfundible los recibe. El médico se adelanta, y al entrar en la penumbra de la habitación, cree estar alucinando. Solo cuando levanta las cortinas y advierte los rostros contraídos de sus acompañantes, tiene la certeza…
Los vecinos que lo siguen a cierta distancia, se acercan hasta rodear la casa. Asoman sus cabezas por las ventanas y se apiñan en la puerta. Es la primera vez que tienen la oportunidad de ver en su interior. El médico recuerda que todo comenzó un año antes,  cuando el carpintero, dejó de ser un hombre solitario para convertirse en la principal atracción del pueblo. Nunca se había visto a nadie entrar o salir de su casa, por lo que se comentaba que moriría soltero. Una noche, a través de su ventana unos borrachos vieron la silueta de una mujer. La risa de los amantes salía mezclada con la misma canción repetida una y otra vez: y aunque no quise el retorno, siempre se vuelve al primer amor…
En la mañana, el comentario corrió del bar a la peluquería. Aunque muchos dudaban de su veracidad, lo repitieron hasta el cansancio y a la semana siguiente quedaron convencidos. Una familia respetable aseguró haber visto al carpintero celebrar su cumpleaños con pastel, bebidas y novia incluida. Bailó con ella y cuando terminaron se oyó el discurso de un hombre delgado, que habló de lo mucho que admiraba al anfitrión de la fiesta. Le cantaron felicidades y las sombras de los numerosos invitados exhibían cajas de regalo.
Los vecinos se avisaron unos a otros, para que nadie se perdiera la celebración. Vigilaban desde la cerca, y percibieron cuando el carpintero abrió una caja inmensa y extrajo de ella un televisor. Todos se miraron perplejos y desearon profundamente estar en esa fiesta. Un rato después, los espías se  marcharon a sus casas maravillados de lo que habían visto, por lo que nadie estuvo presente cuando salieron los nuevos amigos del carpintero.
Después del acontecimiento,  los habitantes del pueblo montaron una guardia nocturna.  Pronto, el esposo de la farmacéutica, que vivía al frente, notó un cambio inesperado en el ritual de la casa. En esta ocasión, la luz del dormitorio quedó  encendida. Contempló como el carpintero desnudaba a la mujer, y luego ella hundía la cabeza en su regazo. Al divulgarse la noticia, todos se congregaron en los alredores de la casa para disfrutar del espectáculo que se repetía cada noche, con más intensidad. Los movimientos de la acrobática mujer iban acompañados de unos gemidos fenomenales, que provocaban los celos de las vecinas y la envidia de los hombres.
A excepción de su ajetreo nocturno, el carpintero llevaba una vida normal. Trabajaba en su taller toda la tarde y la gente que iba a buscarlo para solicitar su servicio debía esperar afuera. En una de las hazañas expiatorias, un niño fue sorprendido por el carpintero mientras intentaba asomarse por la ventana.  No se quejó ante las autoridades, pero a las dos horas apareció con un par de perros. Entonces los vecinos tuvieron que extremar las medidas. Ya no podían saltar la cerca ni apoyarse en ella, porque los guardianes los olían a distancia.
Con el paso de los días, las fiestas y los escándalos de la mujer dejaron de ser una novedad. Hasta  que unos  meses después, alguien dijo en el mercado que había visto a su mujer con una enorme barriga. El médico del pueblo lo llamó desde el portón para ofrecerle su ayuda, pero el carpintero aseguró que lo tenía todo bajo control. Pronto los cordeles se llenaron de pañales y el vecindario supo, que ya su mujer había dado a luz. Otra vez los habitantes del pueblo rodearon la cerca durante días, pero el carpintero siempre tenía una excusa para no dejarlos entrar. Decepcionados por el desplante, acordaron no visitarlo nunca más. Le negaron el saludo unánimemente. Llevaron a cabo una campaña de indiferencia que prometía no tener fin, y de no ser por  los veinte días en que no habían visto a nadie en la casa, el médico nunca hubiera atravesado el portón acompañado  por dos hombres y algunos vecinos curiosos que los seguían a distancia: -¡Aquí están!, piensa el médico, ahora tiene la certeza de no estar equivocado. 
Sentados en un banco estrecho están los amigos del carpintero. De inmediato el médico reconoce al hombre delgado que habló en el cumpleaños. En el balance está su mujer con el niño en brazos. Son auténticos muñecos de madera, minuciosamente tallados, con cabellos de hilo, vestidos con retazos de tela, y sus cuerpos están cuidadosamente ensamblados con trozos de madera y chatarra. Lo que más sorprende al médico es que sus extremidades son articuladas y los maxilares inferiores tienen  movilidad.  Tapa su nariz con un pañuelo y entra en el dormitorio. Justo al lado de la cama encuentra el cuerpo del carpintero en descomposición. Se acerca para observarlo con detenimiento, pero no encuentra ningún indicio que le explique su muerte. Cuando  se va a levantar, le parece ver algo debajo de la cama, estira el brazo y lo atrapa. El médico  se toma un tiempo  para examinarla.  Lo que tiene en sus manos es una pistola de madera.

Charlotte Corday
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:14:27 pm
EL PARAISO DE LLANKA




        Era una tarde calurosa de Febrero del año de mil novecientos noventa, y desde el terminal rural de Talca viajaba a la lejanía. Un camino pedregoso; en el bus,  hombres de chupalla, mujeres de manta; canastos, y un sinfín de bártulos. Era un extraño llendo a tierra desconocida.  Después de cuestas y extensos bosques, como una imagen de nunca olvidar, salida de un sueño, al otro lado de un valle, sobre unas colinas, el perfil de un pueblo, como composición pictórica, la torre de la iglesia, los  techos de antiguas casas solariegas que desfilan desde lo alto bajando hasta las vegas del lado norte. Luego, entrando por la calle señorial con fachadas de interminable muro, de antejardines de coloridas camelias y de nostálgicos corredores, llegamos a la plaza, quizás la más hermosa entre todos los solares que trajo la hispanidad a esta parte de América; palmas centenarias, coloridas flores y la fuente de agua; encuentro de amores. Y allí en las cercanías, en las puertas del bar de "Chico" y al son de corridos y rancheras, desembarqué con mi equipaje. Entonces, parado entre bolsos, cajas y canastos diversos, mirando hacia un lado y otro de la calle, una carreta,  hombres de chupalla, bicicletas y más gente. Hacia arriba, la mirada que terminaba en la plaza y los altos muros de la casa eclesiástica. Hacia abajo, hasta donde terminaban los corredores, el puente y el estero. De pronto, una brisa tibia y húmeda, refrescante en el día caluroso, surcaba el largo y ancho de la calle y se dejaba sentir como dulce caricia en el rostro. Por unos segundos cerré mis ojos y sentía un aroma y fragancia de flores, tierna y suave; cautivante sobremanera.  En pocos segundos me reincorporé  viendo a una joven de graciosa figura y de brillante y largo cabello que ya había pasado a mi lado en dirección de la plaza. Concentró mi atención a tal punto que, extrañamente, recordé lo dicho por don Juan Eduardo, el alcalde, "en verano todo se ve bonito y colorido, pero en invierno es frío, húmedo, oscuro y triste", pero mi ánimo era lleno de incomprensible alegría. Enseguida, recogí mi equipaje e inicié la carrera para alcanzarla; y al llegar a la esquina, ya no la vi mas. Al parecer se había ido. Luego, sintiendo el no haberla alcanzado, seguí mi camino.  Mi lugar de habitación donde la señora Aída, cruzando la plaza, entrando por el corredor del frente, era una casa centenaria, de esa historia antigua, de familias que levantaron un pueblo colorido y auténtico. Y, día a día, cada vez que entraba por aquel corredor y luego al interior, al patio central, en torno del cual estaban las habitaciones y salones, con su corredor embaldozado y delineado por sus pies derechos, iba descubriendo las maravillas de lo que había visto en sueños, en especial, esperando volver a ver a esa joven.
     Pasadas las semanas, ya iniciado el otoño, en una mañana fría y de espesa neblina, cuando el reloj marcaba las cinco y media, partí rumbo a una lejanía de cincuenta kilómetros en dirección del río Mataquito, hacia el noreste, en compañía de don Osvaldo, conductor de la camioneta, parte de una generación que había cambiado las riendas de la carreta por el manubrio de un vehículo motorizado. Llegaríamos a Huaquén para continuar una jornada  interminable; kilómetros de recorrido, envueltos en una nube de polvo y el volar de piedras que golpeaban la camioneta. Allí conocí al doctor, quien un dia en un lugar llamado La Orilla, en dirección a la costa, me dijo, “ven, te voy a presentar una señorita muy atractiva”; entonces, mientras yo dejaba algunos instrumentos en la camioneta, y antes que hubiese alcanzado a ir donde él, llegó subitamente con ella, diciéndome, “date vuelta, te tengo una sorpresa”, y al girar, ahí estaba ella, la misma joven que había visto en el pueblo; era muy bella. Me quedé mirándola fijamente, y en mi mente sólo estaba presente su piel morena que relucía con el rayo de sol tibio y primaveral; su pelo negro largo y brillante; sus ojos de mirada profunda, bellamente delineados así como sus rojos labios. La expresión de su mirada era seria e interesante.  No se cuanto tiempo estuve con mi mirada fija en su rostro, pero en ese lapso mis sentidos habían escapado a una misteriosa lejanía, trasladándome al tiempo pretérito, cuando un joven guerrero mapuche, frente al conquistador español, perdía la vida en las cercanías del rio Mataquito. Entonces, cuando pregunte qué había ocurrido con las tribus, agregando jocosamente, si había quedado alguna bella joven sobreviviente, el profesor me había respondido, después de terminadas las carcajadas de todo el curso, “joven, de seguro algún día la va a encontrar”.
     Al reincorporarme, el doctor me hablaba: “te presento a la señorita Llanka, está a cargo de la escuela. ¡Ah!, y es soltera”. Entonces, algo confundido y nervioso, así como ella también, que no quitaba su mirada de mí, extendí mi mano, y ella a su vez hizo lo mismo, y nos saludamos de un apretón de manos. En un principio no la podía soltar, hasta que el doctor me habló. Luego, mientras caminábamos junto a doña Clotilda, esposa de don Abelino, me comentaba acerca de la vida esforzada y sacrificada en ese lugar; y como ella decía, “aquí todos nos ayudamos”. Ese día, no exento de cansancio, a la hora del almuerzo, en una mesa de tablones, en el patio de la escuela, donde con toda dedicación, doña Clotilda y las demás señoras habían preparado una sabrosa cazuela de gallina, esperaba sentarme al lado de Llanka, pero no fue así; quedamos frente a frente. Pensaba en su mirada seria y profunda. Esperaba ver su sonrisa. La hora había transcurrido rápidamente y embarcamos todo el equipo en la camioneta. En la despedida, entre abrazos y saludos de la gente, me aparté a un lado para alcanzar a verla. Me acerqué, y mirándola con gesto contemplativo le dije que venia a despedirme. Y lo inesperado, ella esbozó una leve y linda sonrisa; su blanca dentadura brillaba en el marco de sus rojos labios. Con cierta prisa me acerqué con la intención de darle un beso en la mejilla, y ella, secándose la mano con un paño que colgaba de su hombro, la extendió despidiéndose. Ofuscado, tuve que conformarme con darle la mano y retirarme. Durante el viaje de regreso, don Osvaldo me decía que tenía que tener paciencia.
     Pasaron varias semanas, hasta que llegó el día en que junto a don Washington y su cuadrilla terminábamos una faena y escuché un golpeteo desde la ventana de la oficina del doctor; al mirar lo vi haciendo señas la entrada del patio, y allí estaba ella,  mirándome fijamente, de brazos cruzados y mirada seria. Inmediatamente me acerqué.  Hablamos unos minutos, y tornando levemente su expresión de seriedad, esbozando una pequeña sonrisa, me dijo: "me gustaría verte el sábado en la tarde; tendremos carreras a la chilena". Al terminar dio media vuelta y se retiró del lugar. Entonces, algo desconcertado, donde todos me miraban, sintiendo un cierto calor en mi rostro, me acerqué a don Washington quien con una marcada sonrisa en su rostro me dijo: "parece que vamos a tener un noviazgo muy pronto", y mirándole me limité a esbozar una leve sonrisa sin decir palabra alguna. Al terminar, todos me daban consejos para conquistar a "la señorita", como el de don Eladio que decía que la llevara a pasear en caballo, llevando pan amasado y una botella de enguindao, para ponerle  picardía a "la custión, pueh".
      Llegado el día, saqué mi bicicleta e inicié el viaje. Al salir del pueblo se terminaba la comodidad del pavimento y comenzaba la tierra y el empedrado. Pedaleando, cruzando puentes, badenes, y orillando acequias, después de dos horas de calor sofocante llegué a destino. En la puerta de la escuela colgaba un pequeño anuncio: “Grandes Carreras a la Chilena”, donde doña Clotilda. Al llegar, el jolgorio, hombres de chupalla, mujeres de vestido largo y mantas y niños que jugaban. Deseaba verla. De improviso, tras de mí apareció don Abelino, “buenas tardes, joven; puchas que gueno que haya venido, pueh”. Y enseguida, me llevó por todo el lugar presentándome a la gente.
     En una mesa de tablones, bien provista de comida; una señora anciana de blancos cabellos y ojos celestes me invitó a tomar asiento; “esta muy flaquito”, me dijo.  Enseguida, cucharon en mano, revolviendo una gran olla de caldo oleoso y sabroso aroma, me sirvió una gran porción. Alli estaba, sentado frente a ese suculento plato y los pequeños niños  que me miraban fijamente como comía. De improviso, una voz a mi lado, “ya, m’hijo, una cañita de vino”. Era don Abelino quien chuica en mano sirvía un aromático y rojizo vino. Ahí pregunté por ella; y él levantando su mano señaló hacia atrás de donde yo estaba, “ahí viene la señorita”. Giré para verla y me puse en pie; se veía más bella que antes. En un principio nos miramos detenidamente; no sabía si darle la mano o darle un beso en la mejilla; la saludé con un simple “hola” y una tensa sonrisa. Venía con los niños pequeños a jugar y me dijo que cuando terminara fuera a acompañarla. Al terminar, me dirigí a su encuentro. Mientras ella me contaba acerca de las tradiciones del lugar, yo no podía dejar de mirar el brillo y lo cristalino del café claro de sus ojos. Estuve así, quieto, hasta que ella terminó de hablar y me despertó moviendo su mano.
      Después de terminadas las carreras ella me invitó a conocer la huerta de la escuela.  Allí descubrí un colorido jardín de camelias resguardado por una blanca cerca. El sol estaba por ponerse; le tomé su mano, y ella miró hacia un lado, luego giró su mirada hacia mí, de costado, con una sonrisa nerviosa y sensual, y comencé a acercar mi rostro para besarla. Todo parecía bien hasta que, inesperadamente, soltó mi mano y retrocedió un paso, y con una mirada más inquisitiva giró en una media vuelta, quedando de espaldas; entonces, mirándome de costado, me dijo que la acompañara. Mis pulsaciones iban en notorio aumento.
      Recorrimos el jardín hasta llegar a un tablón de añosa madera que hacía de  banca. Ella se sentó, hizo un movimiento de cabeza  y fijó su mirada en mí con un dejo desafiante. Me senté a su lado y, antes de que yo alcanzara a decir algo, comenzó a contarme acerca de las camelias, de sus hojas y de cómo la flor se va abriendo, poco a poco, formando un ordenado remolino. Cuando terminó, mirándola, entendiendo su amor, le dije que me gustaba. Al momento, ella giró su cabeza mirando hacia el lado contrario de donde yo estaba. Le tomé su mano. Ella volvió su mirada, y apretando levemente su mano empecé a acercar mi rostro hasta sentir el calor de su respiración, y cuando nuestros labios se iban a encontrar, de improviso, alguien llamando. Era don Abelino que venía a pedir ayuda para levantar la carreta que se le había soltado una rueda al pasar por una zanja. Miré a Llanka y ambos nos sonreímos. Había entendido su amor.
     Cuando volví, al verla le dije que se veía hermosa, y sin agregar palabras, la tomé de la cintura y, por fin, nos besamos. Para terminar, lo inesperado,  un fuerte ruido en el patio y ella gritando : “¡las camelias!”. Cuando llegamos, la cerca estaba derribada en una parte y los chanchitos de doña Clotilda que corrían alrededor. Después, junto a don Abelino reparamos la cerca. Al terminar, ya la hora de partir había llegado; era tarde y estaba oscuro. Me volví a la casa, y besando su mano, me despedí para volver a encontrarnos. Mientras pedaleaba por el oscuro camino miraba las estrellas del cielo que parecían brillar más intensamente. Por fin había desvelado mi sueño y había descubierto un paraíso en medio de las camelias.               

Pamaquez
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:16:18 pm
Palo Rosa



Llevaban casi cien años con esa relación mortal. Uno vivía y el otro le quitaba la vida. El viejo árbol tenía más de tres siglos de vida. Había nacido y crecido en el medio de un bosque, de una selva, pero estaba solo; siempre había estado solo. Ninguno era como él, aunque todos eran parecidos. La mayoría de los hombres los confundían. Un palo rosa, como él, no era igual a un pino o a un álamo. Pero para los hombres ignorantes tan solo eran árboles; no podían (o no les interesaba) diferenciarlos. Los hombres sabios, en cambio, si podían. Los miraban y los llamaban por sus nombres uno por uno. Ellos eran sabios de verdad, los hombres de antes. El palo rosa pensaba día tras día en aquellos que le tenían respeto y, por qué no, hasta cierto afecto. Él mismo había llegado a desarrollar un cariño especial por los que lo cuidaban, los que le decían dulces palabras en lenguas antiguas que rugían como el mar.
Muchos lo habían abandonado tiempo atrás, él no sabía cuánto; él no medía el tiempo de la misma forma que los humanos, porque es solo un concepto creado por los hombres, y solo ellos pueden medirlo. Había soportado cientos de inviernos, más de los que podía contar; pero no era viejo por la cantidad de inviernos que había soportado, por la cantidad de tormentas que lo habían azotado; era viejo por todo lo que había visto y vivido, por la enorme experiencia que poseía en su interior. Muchas veces había perdido sus hojas, y muchas veces habían vuelto a crecer. Había sentido a sus ramas quedarse abajo mientras él crecía, siempre en dirección al cielo. Varias veces se preguntó, no sin cierto temor, si algún día llegaría a rascar con sus ramas las suaves nubes.
Con los años sus ramas se fueron endureciendo y perdió fuerza y espíritu en tantos vendavales que amenazaron con arrancarlo del suelo. Olvidó los sueños de sus primeros años, de su infancia; de tocar el cielo y jugar con las nubes. Se contentó con las caricias de las aves y de las ardillas y de algún humano que, tal vez al azar, se recostaba contra su endurecido tronco. Fue feliz con los más valientes, que era a los que el palo rosa más quería (aun más que a los sabios) porque se animaban a trepar por sus ramas haciéndole suaves cosquillas. Cuando él sentía que alguien se sentaba en sus ramas altas los mecía con el viento y entonces el humano que estaba arriba reía y él reía también. A veces ellos se asustaban y él los tranquilizaba con el arrullo de sus hojas cantando, el silbido del viento los acariciaba y ellos se calmaban y el viejo palo rosa suspiraba, reconfortándose con las cosquillas que los hombres le hacían a sus ramas.
Pocas veces se aburría, siempre trataba de mantener su ágil mente atenta y activa; pero los días que en verdad no encontraba forma de pasar las largas horas, sentía que la selva entera se venía abajo. Cuando era joven, y ya habían pasado tantos años que apenas podía recordar la alegría de la juventud, siempre podía encontrar algo con lo que divertirse, todo lo emocionaba y sorprendía. Pero el paso del tiempo y los crudos inviernos habían endurecido sus ramas y su alma.

La enredadera llevaba cien años trepando. Muchas eran las veces que se preguntaba cuándo llegaría por fin a la cima del enorme palo rosa. Ella había nacido a los pies del viejo árbol, que en ese momento, un siglo atrás, era ya más viejo que la gran mayoría de los árboles de la selva. Un día él sintió algo nuevo, casi como una caricia suave en la base de su tronco, que creció con el paso de los años.
Al principio ninguno entendía muy bien qué pasaba. Ella trepaba para vivir y él solo trataba de comprender quién era aquella extraña, aquella intrusa que se extendía por su cuerpo. Se llevaban bien; ella era joven y aprendía del viejo árbol. Aprendió a sentir las gotas de lluvia resbalar por sus hojas, a bailar con el viento, a sonreírle al sol; pero sobre todo, aprendió a alegrarse con las inesperadas caricias de los hombres que se colgaban de ella al trepar al palo rosa.
La paz no duró mucho. De un día para el otro, los humanos comenzaron a mirarla con rencor. Ella no sabía por qué; se sentía odiada y marginada. Un día, el árbol lloró. Sus lágrimas viscosas rodaron por el tronco desde allí donde ella había extendido sus brazos para abrazarlo.
De a poco y casi sin darse cuenta, el viejo palo rosa fue perdiendo su antigua vitalidad; pasaba largos inviernos temblando y llorando, abrigado bajo el calor de ella, la enredadera, a quien más quiso en el mundo.
Los años pasaron, los inviernos y los veranos fueron y volvieron una y otra vez. Llegaron nuevos hombres, hombres que no habían visto al cansado árbol crecer desde debajo de sus rodillas hasta tocar casi las nubes en el cielo. Llegaron y no notaron que aún ella trepaba, agarrada con todas sus fuerzas del tronco y las frágiles ramas; no pusieron un pie sobre él, jamás los tocaron siquiera.
Los inviernos eran cada vez más crueles (o él era más débil para soportarlos) y los hombres se interesaban cada vez menos por ellos. Ella era el único abrigo del árbol cuando las hojas caían, y él era su casa, la única razón por la que seguía con vida y se mantenía en pie.
Con el transcurso de los años los hombres cerraron los ojos al mundo. Él era viejo, ya muy viejo y los años le pesaban. Las ramas torcidas se inclinaban sobre el suelo, en un tenue lamento, una vívida súplica de ayuda. Ella era una canción, una melodía vacía, una trágica espera de la muerte que se aproximaba sobre su hermano, su casa, su amigo, su tutor.
Ella lo notaba, cada vez que trepaba un poco más, el lloraba. Pero ella quería llegar a la cima, quería tocar el cielo, sentir el viento fresco que soplaba en la copa, escapar del aire viciado de la selva, del aire húmedo que la atosigaba: ese era su destino, tenía que serlo. Y sin embargo, él lloraba. La veía crecer y lloraba. Su corazón se estrujaba con cada centímetro que ella avanzaba. Lo que pasaba era que, él se había dado cuenta, ella lo estaba matando. La enredadera no lo sabía. No entendía que, para que ella viviera, para que ella cumpliera su sueño de tocar el sol, él debía perder su vida. Y una vez que él exhalara el último soplo de su existencia, ella también dejaría de vivir: él caería y ella caería con él.

Casi cien años atrás, una tímida hoja se colgó del tronco de un viejo palo rosa y empezó a crecer, a extenderse hacia el cielo. Hace casi cien años comenzó la muerte de los dos. Árbol y enredadera, enredadera y árbol; ella no puede vivir sin él, él no quiere vivir sin ella, sin sus caricias, sin su abrazo. Y sin embargo los dos firmaron un contrato mortal el día que se enamoraron.
Ahora él es tan alto que llega al sol, sus ramas son tan duras como rocas y sus hojas perdieron su vivo color. Ella es flexible como solo ella puede serlo, se estira y se enreda entre las ramas que se quejan por el peso de los años y por la lejana juventud que nunca volverá.
Los hombres ahora los miran, pero no se acercan; los admiran como a una leyenda antigua, como a una canción que ya no se canta más. Los rodea un aura de misterio, de expectación, de espera. Todos esperan y ellos mismos lo hacen. Esperan la muerte, juntos, aunados en un abrazo mortal.

Cabbie
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:17:36 pm
Ruleta rusa



Al salir te miras en ese oscuro cristal, te retocas un poco el pelo. Observas a tu alrededor y avanzas por la calle solitaria, iluminada por las tenues luces amarillas de las farolas. El frío está acompañado por una fina lluvia que te cala hasta los huesos y tú allí, sentada, esperando a tu oscuro destino.
Una sombra se acerca y te susurra al oído “¿por cuánto me puedes ofrecer el cielo?”. La mirada perdida, inocencia robada en aquel lugar, eternas promesas que nunca se cumplirán. Tú vida no te deja elección, morir o vivir en un infierno, desconoces el significado de ilusión, perdió su significado hace mucho tiempo.
Mientras tanto yo estoy aquí, veo la noche caer y sé que tú estás ahí, pero ¿a quién le importa? Las miradas de indiferencia, vives bajo la marginación. Respiras, aunque no lo parezca, en ti hay una vida que no existe. Un infierno donde las personas solo ven un lugar más, un lugar cualquiera que no deben observar cuando pasen a su lado. Tú prefieres estar lejos de aquí, en otro lugar, pero no hay opción. 
Tú maldices aquella noche que nunca acabará y piensas que nunca podrás huir de aquel infame lugar. Pasan los días, temes al futuro, la oscuridad es tu aliada y a la vez tu verdugo que va desgastándote poco a poco.
No ves la luz desde hace ya bastante tiempo, la crueldad alienta tus días. Pareces humana, pero no, no lo eres, eres solo un objeto inexistente para la sociedad. Tu dolor no merece ser atendido, no eres nadie, no eres hija de nadie, no eres dueña de nada, ni de tu propia vida. Tú buscas algo por lo que luchar, es imposible aguantar más, aunque siempre puede aparecer una leve brisa que te de alas y te aleje de aquel lugar.       
Por fin se acabó, tienes una oportunidad de cambiar tu suerte, ser una persona, ser alguien, el camino ya a cambiado, mirar por última vez aquel lugar, olvidar el pasado, alejarte de él. Con el tiempo la herida cicatriza, pensabas que aquello era ya algo del pasado, pero no, aquella noche el arma se había disparado y una bala te ha atravesado, era demasiado tarde para ti, que poco a poco te irías consumiendo hasta convertirte de nuevo en nada, en nadie, en no más que un ser pasto de la ley de los gusanos. 

Salud y rebeldía
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:18:37 pm
CULPA



Josef volvió a la realidad cuando notó la fuerte corriente de aire que siempre precedía a la llegada de cualquier tren. Rápidamente, después de otear las cercanías, tomó asiento entre un perroflauta y un inmigrante magrebí. No era la compañía que más le gustaba, pero en el metro podía entrar cualquiera, desde siempre, pagando su billete o sin pagarlo. Josef intentó olvidar momentáneamente a los individuos que tenía a cada lado y, tras extraer de su maletín un libro de Fiodor Dostoievsky, reanudó su lectura hacia la página 566.
Después de un espeso párrafo, Josef alzó la vista. Aún quedaba un rato para su parada, así que se dispuso a continuar con su lectura, pero de camino desde el pequeño y sencillo esquema de estaciones de la línea hasta las páginas de su clásico de la literatura rusa se topó con una mirada. Aquella mujer no tenía nada de especial. Tenía el pelo color caoba recogido en una coleta que partía de la zona occipital de su cabeza y, por debajo de ella, dejaba libre una melena que llegaba un poco por debajo de sus hombros, y vestía unos sencillos pantalones tejanos desgastados de fábrica y una chaqueta de piel negra, pero, pese a ser una más en aquel vagón del metro, Josef vio que ella lo estaba mirando. No era, sin embargo, una mirada furtiva y pasajera, una de esas miradas que alguien aparta rápidamente después de darse cuenta de que está observando a un desconocido. Aquellos ojos azules con tonos grises estaban mirando fijamente a Josef.
“¿Por qué me mira así?” pensaba Josef mientras sentía un leve sofoco que subía por su garganta y se materializaba en su cabeza, dejando escapar, totalmente descontrolado, su calor corporal. Incapaz de mantenerle aquella mirada, Josef bajó la vista durante unos segundos, esperando que aquella desconocida centrara su atención en cualquier otra cosa, pero, cuando volvió a salir de entre las páginas que aquella inquietud no le dejaba leer, de nuevo se topó con la mirada acusadora de aquella mujer.
Le habría resultado atractiva, si las circunstancias de su encuentro hubieran sido diferentes. Incluso imaginaba cómo le sentaría una sonrisa a aquella cara. Quizá en otras circunstancias le habría gustado cenar con ella, o, por lo menos, tomar una taza de café en una terraza una tarde de verano. Pero aquella mirada que era, a la vez, fiscal y juez, le estaba poniendo muy nervioso
Josef decidió apartar definitivamente la mirada de aquella mujer y volvió a centrarse en su lectura. Aún faltaba un poco para llegar a su parada y quería aprovechar para avanzar en aquel libro. Sin embargo, la curiosidad pudo más que el afán de lectura. Josef levantó nuevamente la mirada y nuevamente sus ojos se cruzaron con los de aquella mujer, acusadores y amenazantes.
“Próxima parada, Rumpelstiltskin” se oyó por megafonía. Por fin había llegado su parada. Ahora podría levantarse de su asiento y alejarse de aquella mirada para no volver a encontrarla nunca más. Y así lo hizo. Aún faltaba un poco para que el convoy entrara en la estación, se parara y las puertas se abrieran, pero Josef se levantó rápidamente y tomó posición en la salida más cercana al asiento que acababa de abandonar. Tenía la tentación de girarse, una fuerte tentación. Quería comprobar si aquella mujer aún lo estaba mirando, pero se armó de valor y siguió mirando su propia imagen reflejada en la ventanilla de la puerta que tenía delante hasta que el tren se paró y esta se abrió.
Josef salió caminando a paso ligero y sin mirar atrás. A aquella hora, había mucha gente en los andenes y en los pasillos, por lo que era necesario caminar haciendo zigzag por los pasillos del metro para esquivar a quienes no tenían tanta prisa.
“¿Por qué me miraba?” pensaba Josef, totalmente atacado y exhausto por causa del ritmo que estaba llevando a través de los túneles. “Quiza lo sepa, pero no puede ser, aquello no lo sabe nadie”.
Durante un momento, Josef intentó calmar su inquietud autoconvenciéndose de que nadie sabía lo que había hecho. Incluso repasó, una por una, todas las medidas que había tomado para que nadie se enterara de aquello, para que quedara en el más absoluto de los secretos. Definitivamente no era posible que nadie supiera absolutamente nada de aquel asunto.
Pocos minutos después bajaba las escaleras para acceder al andén de la estación Rumpelstiltskin de la línea gris del ferrocarril suburbano. Allí el volumen de gente no había disminuido ni un ápice, todo lo contrario. Caminó hasta situarse en el lugar que él pensaba que se pararía el segundo vagón del tren que tenía que llegar en un plazo máximo de tres minutos. Mientras tanto, empezó a escrutar con la mirada toda la instalación, las baldosas de los andenes, muy similares a las de la calle, las piedras que escoltaban los ferrocarriles, la gente que entraba y salía y pasaba ante Josef. Cuando su corazón apenas empezaba a recuperarse del momento vivido, Josef proyectó su mirada hacia el frente, hacia el otro andén. Justo ante los ojos de Josef, vestidos con sendos uniformes cubiertos por sendos petos naranjas, dos vigilantes de seguridad de la Concesión del Transporte Metropolitano miraban fijamente a Josef. ¿Cómo podía ser? ¿Ellos también lo sabían? Era imposible. ¿Y qué iban a hacer ahora? ¿Iban a detenerle y a entregarle a la policía? Bien, ya no había motivo para preocuparse. Aquellos dos vigilantes cruzarían al otro lado de la estación por el paso elevado y lo acompañarían al vestíbulo, donde una pareja de policías ya debía de estar esperándolo para llevárselo a comisaría.
Sin pensárselo dos veces, empezó a caminar todo lo deprisa que pudo, eso sí, lo suficientemente despacio como para no atraer la atención ni de los dos vigilantes ni del resto de usuarios del metro. Después de subir las escaleras que conducían a la planta superior empezó a notar dos o tres gotas de sudor deslizándose, primero por su frente y después por su cara. El calor empezaba a ser una molestia, pero no podía pararse a quitarse la gabardina. Quería salir a la calle lo más rápido posible, antes que la policía llegara a las instalaciones del metro.
Aun así, pensaba en qué diría en cuanto le pidieran explicaciones por lo que había hecho. “Lo siento” se decía a sí mismo en un imaginado diálogo con los agentes de la ley, “no era consciente de estar haciendo nada malo”. Una y otra vez se lo repetía a sí mismo en su mente. “Lo siento” le decía al juez que veía en su mente, “simplemente no pensé, no pensé en las consecuencias de mis actos, no pensé que nadie fuera a enterarse”. Así que ese era el origen de su arrepentimiento. Si realmente nadie se hubiera enterado, Josef habría seguido con su vida como si anda, pero ahora todo el mundo sabía lo que había hecho. Ahora se vería expulsado de la sociedad, sin otra salida que vivir con los marginados, remotamente apartado de cualquier cosa ligeramente similar a la civilización.
Josef aceleró el paso entre sus cavilaciones y, tras cruzar los puestos de control de los títulos de transporte, subió a toda prisa las últimas escaleras que lo separaban de la superficie. Al salir a la calle tuvo que cubrirse parcialmente para proteger sus ojos del cambio. Cuando estos por fin se acostumbraron, vio que había algo más de luz que cuando había salido de su casa, hacía unos treinta o cuarenta minutos. También vio una avenida atestada de coches que esperaban impacientes que el semáforo volviera a darles prioridad mientras bandadas de peatones cruzaban la calzada ante ellos. Miró desesperado hacia un lado y hacia otro. Ningún policía había llegado aún para detenerle. Tampoco sabía desde qué dirección tenían que venir. ¿Qué podía hacer? En cualquier momento se convertiría en un preso ante la juzgadora mirada de toda la sociedad. Podía meterse en algún callejón y esconderse allí hasta que la cosa se calmara. Ya daría más tarde las explicaciones pertinentes por llegar tarde al trabajo. Pero si se quedaba quieto en un sitio le pondría las cosas más fáciles a la policía. Lo mejor era caminar, caminar y no parar, así que empezó a mover sus pies hacia donde más gente había, sin un rumbo concreto, con la esperanza de pasar desapercibido, tanto para la policía como para sus conciudadanos.

MAESE PAKO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:19:53 pm
La casa de los libros



Se crió prácticamente sola. Nunca llegó a conocer a su padre y su madre murió cuando apenas tenía catorce años. Estuvo en un par de casas de acogida hasta que cumplió los dieciocho años y entró en la universidad. La corta relación que tuvo con su madre bastó para inculcarle desde niña una intensa pasión por los libros. No recordaba haberse dormido sin un libro en la mano desde que tuvo uso de razón. Devoraba libros llenos de historias fantásticas desde que tenía cuatro años y, a veces, se levantaba para ir al colegio después de haber pasado la noche en algún lugar lejano o destapando algún misterio.
Había oído aquello de que “un libro es el mejor amigo del hombre”. Pero en su caso era más cierto que para cualquier otra persona. No tenía amigos y nunca los había necesitado. Por alguna razón, no se le daba bien relacionarse con los demás; ni siquiera le gustaba la gente y le costaba arduos esfuerzos entablar contacto con prácticamente cualquier persona.
Uno de los mejores días de su vida había sido aquel en el que le concedieron una beca de colaboración para trabajar en la biblioteca de la universidad, una de las bibliotecas más fascinantes que jamás había visto.
Aunque la mayor parte de su trabajo consistía en catalogar libros y colocarlos en su correspondiente estante, no podía imaginar un trabajo mejor, arropada entre lo único en lo que se encontraba a gusto. Había tenido que madurar demasiado pronto y leer era lo único que podía hacerla retornar a su infancia.
El día clave se había tenido que quedar a cubrir el último turno. Recogió todos los libros que los estudiantes habían esparcido sobre los mostradores, comprobó que todo estaba en orden, cogió su chaqueta y su bolso y se dispuso a salir.
Su corazón dio un vuelco cuando se percató de que la puerta estaba cerrada con llaves. ¡Qué tonta había sido! Había olvidado pedir las llaves en conserjería. Era la primera vez que cerraba y no lo tuvo en cuenta. Se lo habían dicho, pero no había servido de nada. Siempre estaba en su mundo interno y estas cosas le ocurrían a menudo.
Marcó el número de conserjería desde uno de los teléfonos de la enorme sala. Nadie contestó. Pensó en llamar a alguno de los otros empleados, pero no tenía sus números privados. No le quedaría más remedio que pasar la noche allí.
Afortunadamente, aún le quedaban los restos de un sándwich que no se había terminado. Comió algo e improvisó un lecho en el almacén con unos cojines que encontró sobre algunas sillas. Se sentía ansiosa y no podía conciliar el sueño, así que comenzó a pasear por los pasillos, entre las estanterías, observando todos aquellos libros. Cogió un libro de Alberto Vázquez Figueroa, “La iguana”. Unas horas después, lo había acabado, así que cogió otro, y otro. Se pasó la noche entera leyendo y paseando entre los libros. Cuando se quiso dar cuenta, ya había amanecido. Había sido la mejor noche de toda su vida. Había quedado hechizada por el silencio sepulcral, el olor a libros viejos y la calma de la soledad. Esa noche le había proporcionado una extraña placidez que nunca había experimentado.
Pronto llegarían los demás y abrirían las puertas. Una muchedumbre de zombis  invadiría su guarida secreta con sus estruendosos susurros. Oyó el chirrido de la puerta que se abría. Sin darse cuenta, se escondió tras una de las estanterías móviles. No quería que se acabara, quería seguir disfrutando de aquella calma.
El día entero pasó y ella seguía allí, hojeando algunos libros y adentrándose completamente en otros. Oyó a alguno de los empleados preguntar por ella y a otro responder “estará enferma”. Cuando se percató de la hora, notó cómo sonaron sus tripas. Necesitaba comer algo, y también dormir. Esperó al cambio de turno para aprovechar el jaleo y salir a comprar algo a la cafetería para volver a su refugio sin que nadie se diera cuenta. Se aseó un poco en el lavabo y volvió al almacén. Después de almorzar, notó sus párpados pesados. Cerró los ojos sólo un instante. Cuando los volvió a abrir ya era de noche otra vez. Sonrió.
Y así pasó, noche tras noche y día tras día, encerrada en su pequeño escondrijo, rodeada de libros y libre por fin. Cada noche se embarcaba en una nueva aventura. Eso era todo lo que necesitaba. Los empleados pensaron que había abandonado; “una más que nos deja”, comentó alguien.
Llegó un momento en el que la cuestión no era tanto la fantasía del lugar como el miedo a abandonar el pequeño hogar que se había construido, a afrontar la dura realidad, a confesar su peripecia, pero, sobre todo, a perder el cobijo que le proporcionaba aquel diminuto, pero, al mismo tiempo, inmenso mundo.
Los meses pasaron y, no se sabe en qué momento comenzaron los cuchicheos; “dicen que hay un fantasma en la biblioteca”, “a veces desaparecen libros misteriosamente y, al cabo de unos días, vuelven a aparecer”. Nadie se percató de la joven que salía entre el bullicio a buscar comida cada semana.
Pero pronto se dio cuenta de que esa no era una vida. Si alguien le hubiera pedido que redactase sus memorias, no sabría qué contar. Sólo podría hablar de la vida de sus personajes, o hablarles de algún lugar hermoso en el que jamás había estado, ni estaría jamás si no se atrevía a salir de allí.
Un buen día, se armó de valor. Recogió las pocas cosas que tenía y se dispuso a salir a la calle. Salió del almacén sin problema. Algo más difícil fue abandonar la biblioteca. Pero, sin duda, no se imaginaba lo duro que sería salir a la calle. Una calle que no había pisado en meses. Sintió cómo miles de ojos la miraban fijamente. Sólo eran imaginaciones suyas, pero eso bastó para aterrorizarla.
Corrió de vuelta a la biblioteca. Bien, parecía que nadie la había visto entrar. Puede que porque nadie la conocía ya. Siempre pasó desapercibida y los meses de encierro sólo bastaron para que adquiriera aún más la imagen de un fantasma pálido y escuálido en el que no se fijaría ni un alma.
Volvió a su almacén. Lo sintió distinto. Como si al abandonarlo, la minúscula sala se hubiera resentido y su renovada presencia violara la pulcritud de aquel precioso lugar. Se acurrucó en una esquina y pidió perdón mil veces por haber siquiera pensado en irse de allí. Prometió que nunca lo volvería a hacer.
A partir de ahora, esa sería su casa, la misma casa de los libros. Su hogar. Y así, pasó leyendo el resto de su vida. Hasta que, un día gris, acabó con el último libro que había en la biblioteca. Y, como si ese fuera su único propósito, espiró su último aliento al mismo tiempo que leía el último punto final.

Luz de Luna
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:21:44 pm
DE ESPALDAS



«Al principio a mí no me pareció tan raro que una mosca volara patas arriba si le daba la gana…»

—Julio Cortázar, Los testigos





Cuando le dije a mi amigo Rufino que había encontrado un valle habitado por gentes que caminaban de espaldas, se quedó tan mudo que pensé que la conferencia se había interrumpido. Luego me preguntó si estaba seguro, y yo, con la emoción que suelo mostrar ante eventos que me pasman, procedí a describir lo que sucedió en aquel paraje del extremo oriental del Himalaya. El comentario posterior de mi amigo me pareció tan insustancial que no se puede reproducir sin antes dar cuenta de los antecedentes.
Al lugar de marras me condujo Palden, un guía de la etnia buthia (la original de Sikkim), a quién había contratado para mis prospecciones por este antiguo reino. Digamos que mi trabajo consiste en localizar bolsas, pero no de petróleo sino de potencial turístico. Visito lugares vírgenes y redacto un informe que envío a la compañía que sufraga mis gastos. Que luego ellos sigan o no mis indicaciones ya no me incumbe, si bien, en los dos casos en que así lo hicieron reconozco que mi autoestima salió muy fortalecida. Otra cosa fue que, debido a imponderables, finalmente los proyectos no llegaron a cuajar. El primero era un resort en la antigua ciudad sumeria de Ur, en la actual Irak, donde aquellos inclinados a la arqueología podrían desenterrar tablillas idénticas a las originales, de barro cocido con símbolos cuneiformes. Y el segundo era un hotel de lujo con excursiones programadas para avistar al Barmanu, que es el nombre por el que el yeti es conocido en el norte de Pakistán. Por causas de todos conocidas, los proyectos no se materializaron, aún cuando ya teníamos los planos sobre la mesa.
Pero esta localización de Sikkim no podía fallar. Ya veía los panfletos en los que se anunciaba: «Observe a los humanos que retroceden». O quizá: «Se alejan pero nunca les pierden de vista».
Cuando le había preguntado a Palden si conocía algún lugar inusual, mencionó las cataratas del fin del mundo, la cueva del dragón colorado, una escalera de piedra que sube hacia el cielo pero se interrumpe en el escalón 108, y otros lugares semejantes, todos ellos con ese indefinible patín de lo cursi. Pero cuando se refirió al valle habitado por gentes que caminan de espaldas supe instintivamente que había dado con algo extraordinario. Sólo alguien con mi olfato para los negocios puede apreciar ese tipo de señales; son como moscas gordas ante una rana: deben ser atrapadas al vuelo.
—¿Y qué tiene eso de raro? —replicó Palden con indiferencia.
La pregunta me pareció tan rara en sí misma que sólo pude repetirla en tono exclamativo. Se encogió de hombros y volvió a sorber su té salado de leche de yak. Pasamos el resto de la velada metidos en la tienda de campaña, bebiendo té y planeando el viaje.
Esa noche yo no pude conciliar el sueño. ¿Caminarían así por algún defecto genético causado por la endogamia propia de un valle aislado, o sería una costumbre enraizada en alguna superstición de tipo religioso?
Partimos al alba, los tres: Palden, un yak negro cargado con el material y provisiones para unos diez días, y yo, no menos cargado de curiosidad.
—¿Y sabes si sufren muchos accidentes? —pregunté en medio de aquellos parajes inhóspitos.
—Posiblemente tengan menos.
Otro día le pregunté si sabían que en el resto del mundo andábamos del revés, y me contestó que sí. Como no añadía nada más insistí, y entonces me contó una historia rocambolesca. Me dijo que hacía algunos años se produjo en el valle un gran revuelo cuando el dueño de la única cantina instaló un televisor que captaba una señal india. Muchos se reían al ver a la gente andando de frente, pero a otros aquello les parecía una influencia peligrosa. Cuando un niño se despeñó al imitar ese modo de caminar, muchos culparon al cantinero. Nadie sabe realmente qué pasó, pero una noche la cantina ardió con el dueño y su televisor dentro.
—Desde entonces, que yo sepa, no han vuelto a ver la tele —concluyó.
Aquella historia, aparte de estrambótica, resultaba preocupante, porque mi intención no era la de descubrir para la ciencia una curiosidad antropológica con mayor o menor interés, sino llevar excursiones de turistas ávidos por ver cosas cuánto más raras e insólitas mejor. Y si el televisor había acabado de un modo tan ardiente, qué no harían con la enésima visita de japoneses cámara en ristre, y digo esto por no decir norteamericanos irreverentes o españoles vocingleros… (por culpa de mi trabajo he podido comprobar lo desgraciadamente pertinentes que resultan los tópicos). Al peso de mi curiosidad se le añadió el de la preocupación mencionada. Volví a preguntar:
—¿Y sabes si el valle ha sido visitado por otros occidentales?
—Que yo sepa, no —hizo otra pausa muy larga —. La mayoría prefiere visitar las cataratas del fin del mundo, la cueva del dragón colorado o la escalera de piedra de 108 escalones que asciende hacia el cielo.
Las dos últimas jornadas transcurrieron en un silencio sólo roto por el ulular de un viento que, a pesar del verano, atravesaba con pasmosa facilidad la ropa de abrigo.
—El valle está detrás de aquel chorten —dijo Palden señalando una de las típicas construcciones tibetanas con reliquias en su interior: una torreta pétrea cilíndrica, de un par de metros de altura y pintada de blanco.
Mi corazón se aceleró, pero no tanto como mi curiosidad, para entonces convertida en obsesión. Alcanzamos el collado donde se erigía el chorten e imité a Palden en sus ritos, postraciones, circunvalaciones al monumento y salmodias de las que yo sólo alcanzaba a repetir el om final. El valle en cuestión lucía con un mayor verdor y diría que luminosidad que los hasta entonces atravesados, era amplio y poseía una orientación este-oeste. En el centro se apreciaba una mayor concentración de casitas blancas, que Palden confirmó como el pueblo principal hacia el que nos encaminábamos en suave descenso. Mis ojos brillaban de un modo especial, anticipando una experiencia, no ya única para ellos, sino para los ojos del resto de la humanidad.
Primero fue el yak quien se desorientó, se tropezó varias veces y comenzó a girar sobre sí mismo, luego Palden y finalmente yo. Sucedió en apenas unos segundos. Después, los tres reanudamos la marcha caminando de espaldas.
Llego ahora al punto de mi narración en el que resulta casi imposible plasmar en palabras y de modo fidedigno lo experimentado. Los cinco sentidos tradicionales se convirtieron en subsidiarios de otro superior por medio del cual éramos perfectamente conscientes de nuestro entorno sin necesidad de percibir nada. De hecho, los sentidos se convirtieron en una fuente de información falseadora de la realidad, incluso molesta, por lo que de modo espontáneo nos dimos la vuelta para avanzar de espaldas, guiados por esa especie de nuevo sentido que, a falta de otra palabra mejor, podría asociar a la intuición. Las aperturas de los órganos faciales quedaban de ese modo hacia atrás, orientadas hacia el pasado, por ser allí menos nocivas. En cuanto a la mecánica del caminar, no se tarda en adquirir, incluso para un ser tan obtuso como el yak.
Huelga decir que no me sorprendió «ver» a los lugareños andar del modo en el que lo hacían, y que entendí de repente el desinterés que Palden había mostrado por el asunto: ¡era tan natural! Pasamos un día entero charlando con los paisanos, de espaldas. Un pájaro cruzó el cielo volando hacia atrás, y también un abejorro.
En el viaje de vuelta, al rebasar el collado con el pináculo blanco, se produjo el mismo fenómeno ya descrito pero a la inversa, por el que revertimos a la naturalidad contraria.
Deshecha la travesía, desde un pueblo llamado Yuksom, llamé por Skype a Rufino para explicarle lo sucedido, y para mostrarle las fotos en las que se veía a gente de espaldas o de frente que yo aseguraba caminaban hacia mí o se alejaban de mí.
—¡Te juro que todos andábamos de espaldas! —exclamé provocando el chitón del dueño del cibercafé y varias miradas reprobatorias del resto de internautas.
—Si no digo que no… —replicó Rufino—, pero, por qué no vuelves un tiempo a España para sacarte esas asignaturas que te faltan, y luego, ya con el título en la mano, te lo piensas. Del derecho o del revés, un título es un título, aquí y en Sikkim.
¿Negarán la insustancialidad de su comentario?
Definitivamente, no podía castigar a aquel valle con avalanchas de españoles insustanciales, vocingleros del derecho o del revés. En buena lógica, seguí el consejo de mi amigo.

Chin He
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:24:43 pm
Montefrío
       



Montefrío es una bellísima localidad que está situado al noroeste de la provincia de Granada, formando parte de la Comarca granadina de los Montes Occidentales, limitando por el norte con Priego y Almedinilla (Córdoba) y con Alcalá La Real (Jaén); por el Sur con Illora, Villanueva de Mesía y Loja (Granada), por el este con Illora y por el oeste con Loja y Algarinejo (Granada). La ayuntamiento Montefrío está encuadrado dentro de la Depresión de Granada, en el sector central de las cordilleras Béticas. Su paisaje es muy espectacular, las salientes lomas y abrupta vegetación contrasta con las zonas bajas sembradas de cereales y olivar. La historia relata la existencia de persones no cual les restos arqueológicos pueden identificar el tránsito de el Neolítico para la Edad del Cobre, donde lo más es el cambio de la vida nómada a la vida sedentaria, de ahí los dólmenes, pero el origen de Montefrío puede ser fenicia, romana o otra fundación. La conquista de Montefrío les musulmanes en 1342 y 1483 fue con facilidad y sin violencia, tiene surgido una larga época de paz y tranquilidad en la que se fue asentando la nueva estructura social propia del cristianismo aunque la estructura económica siguiera estando basada en la agricultura. Además, los siglos de ocupación musulmana, hicieron que numerosas costumbres permanecieran, lo cual el cambio social no fue tan radical con se pudiera pensar. Lo más destacable tras la Reconquista, fue la construcción de edificios que marcaran el cambio que dicha acción había supuesto. Se construyó la Iglesia de La Villa sobre el castillo árabe, obra de Diego de Siloé. Además, se financiaron las obras del Hospital de San Juan de los Reyes, la Iglesia de San Sebastián y la Casa de Oficios. Montefrío tiene una extraordinaria riqueza monumental tanto de carácter civil con religioso, que podemos mirar en cuarto partes, que es la casco urbano en general, la castillo y fortaleza árabe, la yacimiento arqueológico en peñas de los gitanos y las zonas de especial interés paisajístico y natural. De este modo, llegamos al siglo XX, donde la Guerra Civil irrumpe en las vidas de los montefrieños como en la de otros muchos españoles. Este trágico episodio de la historia de España afectó a Montefrío que en los primeros años de la década de los 30 contaba con 14380 habitantes, pero la guerra y la emigración posterior hace que esta cifra baje por encima del 50% actualmente. Montefrío es un pueble rural, que tiene las tierras dedicadas a los cultivos de trigo, de olivar de aceituna de aceite y montes y tierras de pastos, pero hoy apuesta en la agricultura y el turismo, como las vías para su desarrollo socioeconómico, con muchas fiestas que ha sabido enriquecer la tradición y con la ayuda de la juventud. La gastronomía es típica de les puebles rurales con mucha imaginación y creación, pero tiene un gusto mucho bueno. Montefrío es una ciudad mucha buena para pasar unas vacaciones sin stress, con cultura y sin violencia.     

Mary  Tense
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:27:40 pm
Laura en la hojarasca



Afuera llovía y tú empapada del alma a los pies y de los pies a la cabeza. No sé qué fue lo que mojó más tu ropa, sí las lágrimas o la lluvia; porque así eres tú, lloras tendido, haciendo pausas solamente para sollozar y continuar llorando, lloras como lo dejan de hacer las personas cuando se creen con prudencia, cuando se siente grandes y piensan que llorar es cosa de niños. Y así era, llorabas como pocas veces, como no te conocía el llanto, lo hacías como una chiquilla indefensa debajo de los pinos fríos del diciembre más inclemente del que tenga memoria la ciudad. Que hubiera dado yo por consolarte esa tarde en el parque, he invitarte a pasar a mi cuarto y tomar café caliente a sorbos cortos y olvidos largos, porque la vida ha sido muy **** contigo y tú no mereces esto que se llama soledad.
Y me he dado el tiempo de pensarte en todas las situaciones prudentes a mi lado, tenerte cerca y lejos, a una distancia tan absoluta como el tiempo mismo. Te he dejado, te he matado y nos hemos fundido en interminables ocasiones en mi mente. Nunca has dejado de ser tú, aunque te cambie y te transforme vuelves a tu esencia, como vuelven los recuerdos de una mente en el desvelo.
Y es que eres de esas pequeñas cosas que ya no pasan, de esas diminutas casualidades, minúsculas coincidencias, de esos momentos que se aparecen una sola vez en la vida y les da por desaparecer. Eres instante, eres sueños, realidad y coincidencia (….)
Eres la fotografía en movimiento, tienes el arte en la sonrisa, la danza al andar y la vida misma en tu mirar. Siendo consentidor conmigo mismo, tienes todo lo que merezco y lo que nunca podré tener.

Alejandro Esparza
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:29:12 pm
Lo bueno se hace esperar



El ocaso estaba cerca, una brisa fresca atípica del periodo estival inundaba el ambiente y allí se encontraba, a orillas del océano, apreciando cómo los últimos rayos dorados abandonaban la superficie terrestre hasta la jornada siguiente, dando paso  al crepúsculo.
Admirando aquel fenómeno que tanto gozaba de apreciar, aguardaba  a que asistiera aquella persona tan especial, la cual le había prometido que en su décimo sexto cumpleaños compartiría con ella un significativo secreto que había estado presente durante toda su vida, y que la ayudaría a seguir adelante en sus momentos más complicados. Y ese día había llegado…
Mientras permanecía en aquel lugar tan especial para ambos, la curiosidad y la incertidumbre le ocupaban gran parte de su pensamiento, no tenía ni una ligera idea de lo que le iría a revelar, pero sabía a ciencia cierta que sería algo difícil de olvidar, siempre había tenido presente aquella cita de “Lo bueno se hace esperar”, y tenía la certeza de que a lo que aguardaba no sería menos.
El transcurso del tiempo se hacía eterno, los rayos de Sol se hacían cada vez más tenues, y los tímidos rayos plateados del plenilunio que protagonizarían la noche hacían notar su existencia. No sentía presencia alguna, estaba un poco angustiada… Mirando al horizonte, miles de pensamientos sin razón  le bombardeaban la mente. Sabía que sería incapaz de incumplir su promesa, una promesa que acordaron hacía ya un lustro exactamente y que había estado presente en todo momento desde su undécimo cumpleaños.
Poco a poco, comenzaron a mostrarse los diversos cuerpos celestes que protagonizarían  la noche, dando lugar al comienzo de una lluvia de estrellas que adornaría la característica oscuridad. De repente, un ruido ensordecedor originario del campanario anunciaba la llegada de la medianoche, sabía que era hora de volver pero no veía el instante, conocía que la puntualidad no era una de sus destacables cualidades…
El lapso de tiempo duró más de tres horas, por lo que determinó no aguardar ni un minuto más decidiendo comenzar el retorno a casa. Un sentimiento de angustia y una serie de inaudibles sollozos la acompañaron durante toda la travesía… De nuevo, aquella cita que tanto frecuentaba recordar y compartir volvió a su mente: “Lo bueno se hace esperar” y eso era incuestionable.
Sigilosamente, intentando no perturbar el sueño de los demás integrantes del hogar, se adentró en casa. De improviso, algo llamó su atención, en el aparador de la entrada se hallaba un paquete para ella. Indudablemente, comenzó a rasgar el envoltorio con la meticulosidad que la solía caracterizar…
En un segundo, su rostro cambió, el contenido del paquete constaba de un grueso libro y una pluma estilográfica. En la primera página, con una caligrafía muy elegante y distinguida se plasmaba algo:
Para Sophie,
Empiezas a disfrutar de todo cuando te das cuenta de que las cosas no son siempre como deseamos. Que algunas cosas son inalcanzables, que la distancia existe,  que algunas personas  se van, y otras vienen para quedarse, que la felicidad se esconde, solo hay que saber hallarla, que los sueños no siempre se cumplen, que a veces la soledad es la mejor compañía y que en realidad, las historias no son como se relatan en los cuentos. 
Recuerda, una vida bellamente empleada será aquella en la que las sensaciones y recuerdos agradables pueblen tu mente  y todo lo desapacible sea eliminado por la simple acción de olvidar.
Sé fuerte y todo a tu alrededor lo será.
Tu fiel  amigo,
Marcos.
Hojeó las demás páginas que formaban el libro, las cuales se encontraban vacías. A pie de la página en la cual se plasmaba aquella bella dedicatoria, llamó su atención una nota aclaratoria:
* Como habrás podido comprobar, las demás páginas se encuentran en blanco. Desde siempre hemos leído fantásticas historias que quizás no puedan ocurrir en el dificultoso y efímero camino que es nuestra vida. Ahora te toca escribir la tuya.
Unos rayos de un sublime color plata se adentraban tímidamente por el ventanal de su habitación, mientras tanto, bajo la luz de una pequeña lámpara, empezó el cometido que su querido amigo le encomendó, comenzar a escribir su propia historia, una tarea placentera pero a la vez dificultosa y que esperaría ver cumplida en un periodo de tiempo no muy prolongado.
El suave brillo de la Luna y un confortable sonido originario del vaivén de las olas  inundaba la noche, ambos haciendo que unas mágicas y bellas  palabras surgieran en la mente de una joven escritora…
El ocaso estaba cerca, una brisa fresca atípica del periodo estival inundaba el ambiente y allí se encontraba, a orillas del océano, apreciando cómo los últimos rayos dorados abandonaban la superficie terrestre hasta la jornada siguiente, dando paso  al crepúsculo…

Candle in the wind
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:30:21 pm
La normalidad de la diferencia



Era un fin de semana como otro cualquiera, con la diferencia de que se iban de camping. Sí, las cosas no estaban como para pagar hoteles, hostales ni incluso Bungalós, aunque cuando llegaron al Bungaló de sus amigos, una pareja joven como ellos con una niña un año menor que su hijo, se dijeron que tampoco habría valido la pena reservar una casita de madera, como llamaba su hijo a los Bungalós.
Habían ido a pasarlo bien con sus amigos, bueno más amigo de su marido, ambos salían juntos en bicicleta y así las mujeres se habían hecho también amigas y los niños, como niños que son, habían entablado amistad forzosa, porque mejor era eso que pasar el día solo con los padres sin tener un cómplice con quién jugar.
La verdad es que no les costaba en absoluto montar todos los complementos de su tienda de campaña, lo habían hecho ya tantas veces, y a su hijo le encantaba la sensación de libertad que sentía en el camping y en la tienda, además habían conseguido una parcela justo al lado de los baños, sí, no era un baño privado, pero en fin estaba cerca de la tienda y estaba bastante limpio. Además ella estaba acabada de trasplantar y sentía una necesidad generalizada durante todas las horas del día de ir al mingitorio, gracias a Dios, después de tres años dializándose y no acordándose de lo que era tener ganas de orinar.
En fin ya se sabía, playa, piscina, jugar con los niños, intentar seguir la dieta con la comida transportada en la nevera portátil, pasarse un día, porque qué era la vida si no y volver a desmontar y a casa, de momento hasta que su marido tuviese vacaciones en Octubre y es que el mes de Agosto en España podía ser insufrible. Toda la costa se llenaba de extranjeros que gastaban dinero en alcohol, en fiestas y luego se tumbaban en la playa como sardinas que se hacen a la plancha vuelta y vuelta.
Fue todo un alivio saber que la playa estaba llena de algas y que, al menos, en eso estaban de acuerdo los cuatro mayores, las algas no eran su fuerte y preferían disfrutar de la piscina, cosa que a los niños les parecía mucho mejor, aguas controladas en las que no había riesgo de ser barrido  por una ola o de tragar ingentes cantidades de agua marina que les hacía incluso vomitar.
El primer día ella no se bañó, dejó que se bañaran su marido y el niño junto con su amigo de la bici y la niña de éste. Las dos mujeres se quedaron tomando algo en el bar a la espera de que saliesen ellos pero se cruzaron en el camino y al final fue todo un jaleo encontrarse de nuevo.
Quedaron tras la cena para ir a una feria fija que había en el pueblo costero y así  los niños podrían divertirse.
Cuando llegaron allí compraron cuatro tickets para cada niño con la intención de guardar dos para el sábado por la noche. Con dos atracciones al día era más que suficiente para los niños, si no se sobre estimulaban y acababan demasiado nerviosos. Además los dos hombres saldrían al día siguiente muy temprano con las bicis para poder estar pronto con la familia y no se podían quedar demasiado.
En una de las atracciones una de las mujeres vio a una niña preciosa de unos dos años, rubia casi albina y con unos ojos profundamente azules. Esta mujer sabía muchos idiomas y no dudaba en ayudar a los extranjeros cuando tenían algún problema para hacerse entender en las atracciones o dónde fuese y más si tenían criaturas pequeñas. Desgraciadamente, tanto los padres de la niña como la niña eran de origen eslavo, y en esas lenguas no tenía ningún dominio. Finalmente la niña subió con su madre en un caballo mecánico que daba vueltas y trotaba como si fuese real. Su hijo ya había subido acompañado de su padre y se lo habían pasado muy bien. En el turno de la niña rusa, subió también la niña de sus amigos con su madre.
Cuando acabaron de aquella atracción y los niños decidieron dónde querían ir, la mamá de la niña amiguita de su hijo, le comentó que la niña rusa de dos añitos era en realidad enana, ya que ella tenía una conocida que padecía enanismo y se había operado con una técnica para que el hueso se regenerase y creciese más y la niña llevaba las mismas marcas que su conocida.
A la mujer que le extrañó que sometiesen a una niña tan pequeña a unas operaciones tan dolorosas y traumáticas para su edad y cuando su hijo y la hija de sus amigos acabaron con su segunda y última atracción, decidieron sentarse y tomar algo en la misma feria y entonces la mujer le comentó a la otra mujer que tenía una conocida con enanismo que ella consideraba que era una niña demasiado pequeña para someterla a ese tipo de operaciones. La mujer amiga le señaló que realmente sí, que la veía muy pequeña para someterla a unas operaciones tan dolorosas.
A todo ello la otra mujer también insistió en la idea de que deberían dejar crecer a la niña tal y como es y que ella decidiese en el futuro si quería seguir siendo enana como había nacido, o bien, quería operarse, a lo que la otra chica dijo rotundamente que el mundo no estaba hecho para enanos y que lo pasaban muy mal y que era mejor someterse a la operación.
No discutieron más, porque tampoco era plan de un fin de semana de placer se convirtiese en una encarnizada discusión sobre los derechos de los enanos. Pero la chica que consideraba que debían dejarla crecer tal como era, le dio vueltas al asunto durante todo el fin de semana, ya que ella padecía una enfermedad cutánea, que no suponía ningún riesgo para su salud pero que era muy antiestética y había tenido que sufrir desde los doce años los desprecios, caras de asco e incluso la marginalidad de la gente que no entendía,  y tampoco preguntaba, qué es lo que tenía.
Pensó también en su hijo, en qué harían ella y su marido si su hijo tuviese un problema de ese tipo, o mejor que un problema, un rasgo que lo diferenciase de los demás.
Tanto pensar y pensar, llegó a la conclusión de que realmente no sabrían qué hacer si su hijo tuviese ese diferencial, pero lo que sí que tenía ella claro es que si el mundo no empezaba a aceptar la diferencia entre personas como algo normal, jamás habría en el mundo lugar para enanos o para cualquier otra persona con cualquier otro problema que lo hiciese diferente, o mejor aún, especial.
Por eso decidió titular este relato como la normalidad de la diferencia, porque si todo el mundo comenzase a vivir asumiendo lo qué es y lo qué no es, entonces la diferencia sería la normalidad y nadie se regiría por cánones estéticos predeterminados, ni por convencionalismos sociales y los enanos tendrían un mundo a su alcance y todo el mundo con un rasgo especial se sentiría cómodo, porque al fin y al cabo la diferencia es lo que nos hace ser mejores personas y el mundo podría avanzar en un camino mucho más dulce.

Steinberg
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:31:34 pm
SILENCIO



Ausencia de sonido, de ruido, de gritos, de palabras inapropiadas. El silencio solo es eso, silencio.
He llegado a sentirlo, a percibirlo, a vivirlo. Un solo instante de silencio proporciona calma, paz interior y relajación que nunca están de más. Son necesarias, nuestra mente las necesita aunque no es fácil encontrarlas. Vivimos presos del carácter fuerte, de las prisas y de la impaciencia. Al otro extremo se encuentra el silencio, poder disfrutarlo de unos instantes nos daría la fuerza necesaria para afrontar muchos de los problemas que nos desbordan, pero no lo hacemos.
No es difícil encontrarlo. Va con nosotros allá donde vayamos; la playa, la montaña, la ciudad… Todo ello está rodeado de silencio pero hay que saber abstraerse de todo y dejarse llevar.
Una playa, al atardecer, es una ocasión propicia para solucionar los problemas que se plantean o al menos darle una respuesta acertada o no, pero reflexionada sí. No hay más que sentarse en la propia arena y ver como las olas baten con suavidad contra la costa, una y otra vez, sin descanso. El sol ya no inquieta con su rabia calurosa sino que nos deja una vista para el recuerdo imborrable.
Una montaña, a cualquier hora, nos da paz y tranquilidad. El paso de un río muy cerca del camino por el que vamos, unos árboles que aguantan el paso del tiempo o el sonido de los pájaros nos hacen apreciar aquello que la tierra nos da bajo un manto repleto de sensibilidad y calidez necesarias en nuestra vida.
Una ciudad, de noche, con sus luces alumbrando nuestro camino nos adentra en el misterio y la protección de tantos y tanto edificios que acogen vidas con, tal vez, más problemas que la nuestra.
Un día de lluvia en el que vemos con tristeza cómo el cielo descarga su furia puede hacer que nuestro cuerpo se sienta como esa gota de agua que cae y continúa su camino allá por donde la dirigen, por donde han decidido que debe iniciar su ruta una vez que llegue al suelo. Se deja arrastrar y mover con facilidad, no pesa, no tiene cargas, las ha dejado antes de caer ya que de lo contrario no se movería. Es posible que vuelva a por ellas una vez que termine su ciclo pero la experiencia le permitirá darles otra respuesta o quizás una nueva oportunidad.
Una habitación vacía, sin gente, también nos acoge en su silencio. Basta con tumbarse en la cama o sentarse en una silla y pensar, sentir, poner la mente en blanco inicialmente para después, poco a poco, cargarla de contenidos que nos preocupan y que necesitamos darles solución.
En el silencio es fácil concentrarse, la mente está dispuesta a dejarse llenar de contenidos y experiencias. Un estudiante lo busca con anhelo y un artista lo acompaña de una pequeña melodía que, a pesar de opositar con el silencio, nos acerca a esa paz y tranquilidad.
Cualquier lugar, cualquier espacio es bueno para dejarse guiar por el silencio. Tan solo hace falta buscarlo y para ello no hay que recorrer grandes distancias. Está más cerca de lo que creemos, está en nuestro interior. El silencio es eso y siempre está pendiente de nosotros para ayudarnos y hacernos la vida un poco más fácil.
Gracias silencio.

NACALA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:33:08 pm
Historia corta sobre caníbales



   Una imagen apareció en el monitor, ya recibíamos las primeras capturas de algunas de las cámaras enviadas. Bosques tropicales sumamente espesos estaban ante nosotros. Saltando de cámara en cámara haciendo un zapping frenético por fin encontró algo, un grupo de nativos humanoides desplazándose por el bosque equipados de armas primitivas, con ropas desgastadas, llenos de tatuajes, perforaciones y con el pelo enmarañado a propósito. Con unos ojos en blanco que les conferían un aspecto insalubre, de estar poseídos.
   El pequeño “espia” que llevaba la cámara empezó a moverse para poder observar a los nativos mas de cerca. Se empezaron a escuchar las voces de los sujetos observados.
   _¿Podríamos traducir lo que dicen? Que haya subtítulos de la fuente más potente y cercana de sonido, al menos.
   _Señor, seguramente sólo sea un grupo de cazadores nativos. ¿Está seguro de que desea seguirlos? Tenemos otros objetivos más estables.
   _Por ahora no tenemos nada mejor que hacer, así que ocúpese de cumplir mis ordenes, que en este caso es poner una traducción de lo que dicen. -Interrumpió la primera voz.
   Las voces de los nativos seguían sonando en el monitor mientras transcurría la pequeña discusión.
   Ya empezaban a salir los subtítulos:
«Cuando lleguemos, tenemos que esperar ocultos en la maleza, hasta posicionarnos todos, luego esperad la señal, cuando la hayáis oído actuad deprisa. Todo será rápido y acabará pronto».
   La escuadra formada por unos cuarenta aborígenes siguió avanzando varias horas más mientras se obtenían imágenes de otras localizaciones en los monitores secundarios: nieve, montañas rocosas, playas de arena blanca, llanuras desoladas y acantilados grises sumergidos en la niebla.

   Habían pasado horas desde que el dispositivo acosara a los nativos sin que éstos se percataran. Empezaba a oscurecer y rápidamente el grupo bajó el ritmo y empezó a moverse con más cautela que anteriormente; agachados, evitando las sendas cuando aparecían. Se separaban cada vez más. Por fin se vio una salida del bosque hacia un llano, en el que se podían observar ya algunas luces y se escuchaba el ligero murmullo de sus habitantes. Los aborígenes, completamente desaliñados,  prácticamente contenían la respiración al acercarse cada vez más al poblado. Por su apariencia se podría decir que los aldeanos a los que nos acercamos eran más ricos y mas desarrollados que el grupo que seguimos desde el principio, pero menos corpulentos.
   Entonces, un fuerte grito irrumpió en la quietud del ocaso. Los aborígenes ya habían rodeado todo el poblado y aparecían desde todos lados cortando a los aldeanos, cogidos por sorpresa, en pedazos. La lucha resulto ser rápida, sin posibilidad de resistencia, sin posibilidad de salvación, los salvajes mataban a todos sin piedad alguna.
   La sangre lo llenó todo.

   El grupo de nativos primitivos no buscaba tesoros, ni mujeres o esclavos, simplemente mataron a todos, escogieron los cadáveres de las personas de aspecto más saludable, incendiaron el poblado y se fueron. Estos cadáveres los descuartizaron y para posteriormente llenarlos de sal, preparándolos así para una conservación duradera.
   En ese momento se hizo obvio que se llevaban los cadáveres para comerlos en familia, lo que hizo que sintiera una gran repulsión por una parte y por otra un interés aún mayor.

RadioV
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:34:27 pm
El cuadro



     No pude apartar la mirada de sus ojos entreabiertos, y aun vi la luz y la vitalidad que su alma desprendía. Reposaba encima de la cama con la misma postura de siempre. Al fondo en el megáfono herencia del abuelo sonaba su música preferida; la cuarta sinfonía de Beethoven. El cuadro del autorretrato pintado por Blazer, un antiguo conocido de mi madre colgaba encima del cabezal, tan real que parecía tener vida propia. Nadie decía nada, ni Adolf tan acostumbrado a deslumbrar. Quien lo hacía era Julia, sin pretenderlo.
     François acababa de llegar de París, se había mudado hacía dos meses. Estaba muy afectado por la marcha de Julia. Florinda, más calmada dejó de llorar. Las flores colocadas junto a la mesita hacían la estancia más agradable. Un profundo olor a primavera invadía la habitación.                                 
     La puerta entreabierta era un ir y venir de conocidos que nos daban la mano. La fraternidad no dejaba de ser más que la hipocresía de la que Julia nos había hablado durante años en las largas tardes de verano.
     Cierta paz invadía la estancia cargada de un buen aroma a rosas, que difuminaba el ambiente cargado de condolencias.
-  Florinda no las dejes sin agua, mantenlas frescas - pronunció Adolf compungido. Después de muchos años era la primera vez que lo escuchaba hablar con algo de sentimiento.
- No es el mejor lugar para exhibir el cuadro. Cuando se lleven a vuestra madre os lo podéis llevar. No sé si sabré vivir sin su presencia.
     Nadie respondió, Florinda miraba por la ventana hacia el cielo. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. François sentado en el borde de la cama rozaba la mano a Julia expresándole sus sentimientos, los que se había retenido por la frialdad que trató de inculcarnos Adolf. Sin dejar de llorar los minutos le pasaban sumido en tristeza.
     Adolf cansado quiso retirarse. No asumía que Julia se había ido para siempre.  Sin mediar palabra se levantó mirando el cuerpo, después giró la cabeza y comenzó a caminar. Maldijo al destino.
- ¡Podría haber hecho tanto por ti! - expresó con rabia mientras los pasos se sumaban alejándose de la cama. Su duro corazón estaba conmovido. La eclosión había hecho desmigajar su célebre vida en pedazos y mi visión la carencia de un merecido padre, del cual habíamos llegado a presumir de niños por sus galones.
     Florinda con los pómulos sonrojados volvió a sentarse al lado de Julia, le cogió de la otra mano besuqueándosela. Después se levantó y moviendo las flores de lugar intentó descolgar el cuadro. Quería llevárselo por encima de todo.
- Seguro que Julia me lo daría - pronunció Florinda en susurro.
     Estaba más bella que nunca. Dispuesta con el mejor vestido del armario. Se lo había comprado Adolf en Berlín a los dos años  de casados. Era su preferido cuando asistía a las convecciones y reuniones del general.
     Al otro lado Adolf seguía mirando a través de la ventana. El horizonte apenas perceptible por las nubes le hizo tener la vista perdida durante varios minutos, hasta que  Florinda entró con el cuadro en la mano.
- Me lo llevo - dijo firme, - tiene un precio incalculable.
     Adolf giró la cabeza, sus ojos entreabiertos cargados de lágrimas se derramaron sobre las mejillas.
     La soledad de aquel instante hizo que Adolf quedara estupefacto. La incomodidad de la situación se acentuó al entrar François, que quiso hablar sobre el cuadro que Florinda quería llevarse. Se mantuvo mudo mientras François lanzaba su discurso.
     Cuando sentí llorar a Adolf me acerqué para acompañarlo. Abatido por la situación parecía estar ausente. Reposó su espalda sobre el respaldo de la silla manteniéndose erguido, no quería desfallecer, con voz desgarrada pronunció: “el cuadro es para ti Pierre, solo para ti”. Cabizbajo movía la cabeza mientras exhalaba parte de la angustia, dentro del silencio que durante tantos años le había hecho estar distante y autoritario.
-  Julia estaría muy orgullosa que tú fueras su heredero, sabía lo que se hacía. El cuadro es magnífico -, mantuve la distancia hasta que sin más armas que la del respeto le abracé para consolarlo. Ese gesto le hizo desatar sus instintos primarios, removiendo parte de su duro corazón.
     El silencio había sido dueño del ambiente hasta que Florinda rompió la armonía, discutía por el cuadro, valeroso y distinguido, que Julia conservó como parte importante de su pasado.
 - Estoy segura que el cuadro me lo iba a dar nuestra madre -, pronunció enojada a punto de encolerizar, mientras cogía el ramo de flores y le cambiaba de nuevo el agua. Sus gestos secos comenzaron a mostrar inquietud, nadie podía ni debía quitarle el cuadro que tan ansiosa había descolgado de la pared.
- Es cuestión de hablarlo en otro momento - le indicó François y la asió del brazo.
- ¡Mantenlas frescas!, ¡mantenlas frescas! - repitió Florinda dos veces nerviosa hacia la   cocina para coger más agua.
     Adolf no quería volver junto a Julia, parte del pasado se le había ido de golpe. Sus ojos perdidos en la inmensidad del océano no avistaban más que olas gigantescas a punto de estrellarse  contra el acantilado. Un sentimiento de culpa se divisaba en sus gestos.
     Las rosas de nuevo en su lugar dejaron paso a un gran silencio. Varios ramos más llegaron de mano de los asistentes, Florinda se apresuraba a dejarlos ordenados y en fila, manteniéndoles el agua fresca. La habitación se fue convirtiendo en un hermoso jardín. - Las rosas no deben marchitarse - se repetía de forma asidua, sin perder de vista el cuadro que había dejado tras la silla, - pronto acabará todo y podré descansar - pronunciaba mientras hacía el cambio.
     Abrí las puertas que daban al jardín para renovar el aire viciado, y mantener el olor intenso a flores.
     La discordia estaba servida. Florinda y François seguían estáticos y fríos. No apartaron la mirada  del clavo donde había estado colgado el cuadro. Florinda se acercó a Julia para besarle en la mano. Ese gesto le hizo recapacitar a François que quiso levantarse de la silla de ruedas para hacer lo mismo. Adolf desde la puerta no apartó la mirada de su hijo predilecto, y tuvo el impulso de acercarse a la cama para ayudarle a levantarse.
- Apóyate en mí, como siempre lo has hecho - dijo con mirada de complicidad mientras le besaba en la mejilla. Ese gesto lo enalteció frente a los demás. Sacó el pecho henchido por la situación y una vez conseguido se volvió a marchar a la habitación contigua.
     Un ambiente tenso se iba dibujando con el paso de las horas, Florinda no estaba dispuesta a ceder. El convencimiento sobre el cuadro la llenó de razones que malversaran las de François. El yo, como testigo mudo se había hecho presente, hasta en sus ojos abultados y cansados, la fatiga le estaba haciendo mella. Sin apartar la mirada del cuadro entrecruzaron miradas de furia, el duelo acabó roto por la tensión. No era el mejor momento para desatarse, aunque a Adolf no le hubiera importado demasiado. Otras veces situaciones mucho más absurdas habían desencadenado grandes disputas que llevaron a distanciamientos innecesarios.
     La imagen de la habitación era dantesca, Florinda con la jarra en la mano se sentó junto a Julia.
- El cuadro me lo llevaré, se que tú me lo darías – dijo al acercar su mano al rostro de Julia.
     Altiva y con ganas de dejar zanjado el tema se levantó a coger el cuadro que había apoyado tras la silla. François al verla le dio la negativa, Florinda nerviosa le lanzó el agua. Una disputa simple hizo cambiar el destino en un mundo “hecho para luchar” según Adolf, “frio y calculador” según Julia. La calma desapareció, el respeto pasó a ser algo significativo.
     La dilatada historia familiar, llena de logros y sacrificios quedó zanjada en un simple discurso. Cogí una rosa y la deposité en el pecho de Julia. No me quedaba otra, ni tampoco quería más. Cerré los ojos sin mirar atrás, bajé las escaleras y salí de casa. En el último peldaño no pude contenerme, me detuve, miré hacia atrás y escupí, mientras oía de fondo como continuaban la discusión por el merecido cuadro.

Edap
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 09, 2013, 15:37:56 pm
LA CARTA DEL PROFESOR



“He de pedirte que vengas a visitarme al laboratorio tan pronto como te sea posible para que así puedas ‘ver’ mi descubrimiento. Es demasiado grande para atreverme a describirlo de forma coherente.”

Con estas palabras comenzaba la carta del profesor. Y continuaba de forma aún más desconcertante.

“A pesar de la ecuación de Drake, o a consecuencia de ella, creo haber demostrado que no existe un número determinado de civilizaciones inteligentes en el universo: todas se encaminan hacia una inteligencia única y superior.”

Carlos, fotógrafo y astrónomo aficionado, había acudido a ver al profesor. Estaba muy preocupado por él. No entendía bien su carta: era una broma, una tomadura de pelo. Era la paranoia de un científico loco, aislado del mundo, atacado por algún trastorno psicótico, la esquizofrenia o algo aún peor. Estaba dispuesto a sacarlo del laboratorio y llevarlo a su casa para que descansara. Quería evitar a toda costa tener que ingresarlo en un centro psiquiátrico. Apreciaba al profesor, pero sus teorías se habían vuelto cada vez más disparatadas y la carta parecía ser el último peldaño hacia la locura.

“…hasta que pronto comprendí que la ecuación no tiene una validez real, no por la dificultad de estimar unos valores aceptables de sus parámetros, sino por el hecho de que implica un maravilloso escenario que le sobrepasa.”

Por supuesto que recordaba la ecuación. Fue el tema central de la acalorada discusión que mantuvieron cinco años atrás, la última vez que se vieron. Se trataba de una sencilla fórmula que intentaba estimar el número de civilizaciones inteligentes de la galaxia. Aunque en su carta, el profesor se refería al universo. El profesor afirmaba que su estudio podría mostrar el camino para establecer futuros contactos reales con vida inteligente fuera de la Tierra. Nunca sospechó Carlos que después de aquel encuentro enfocaría toda su energía, precisamente, a buscar sus contactos alienígenas. No imaginó que la ecuación de Drake le llevaría a tal estado de demencia.

“… pues sus parámetros son desconocidos para nosotros o difíciles de determinar. Muchos son los científicos que los han considerado y han dado cifras al respecto –sus teorías incluyen la formación de ecosistemas alrededor de enanas rojas y enanas naranjas, formas de vida muy distintas o indetectables, y otras más conservadoras que defienden la singularidad de nuestro planeta-, pero han arrojado valores tan dispares que el resultado no puede considerarse sino como un dato de interés meramente probabilístico. Es, sin embargo, el último término de la ecuación, L, el que se presenta totalmente indescifrable –pues nos es imposible estimar durante cuánto tiempo puede existir una civilización tecnológicamente avanzada- pero el que, a su vez, abre el camino a una nueva concepción sobre la vida en nuestro universo.”

Desde el exterior, repasó con la mirada lo que era el laboratorio del profesor. Había cambiado espantosamente en cinco años. L, el tiempo que una civilización inteligente y con capacidad para comunicarse puede existir. L, el tiempo de cordura del profesor, estaba llegando a su fin. El edificio, en la cima de una pequeña colina y oculto tras un bosque de pinos, había mutado horriblemente. Estaba recubierto por centenares de antenas apuntando desordenadamente al cielo, volúmenes geométricos apilados que se comían unos a otros, tubos que entraban y salían, apósitos metálicos incrustados por doquier, cadavéricas estructuras ancladas como garras. Todo indicaba que el profesor era ya un caso perdido.

“La ecuación gira sobre el supuesto de que estas civilizaciones emitan señales detectables al espacio. Sin embargo, si cualquier civilización alcanza tal grado de desarrollo tecnológico y es capaz de sobrevivir a su propia autodestrucción –probablemente varios ciclos de desarrollo/supervivencia-, es seguro que su tecnología continuará avanzando y, dado que la Tierra aún se encuentra en los albores del progreso y del entendimiento de las leyes que rigen el universo, su avance podrá fácilmente sobrepasar cualquier límite concebible por la mente humana. Estos seres, a medida que continúan desarrollando sus capacidades, se equiparán de los instrumentos necesarios para enfrentarse al declive de su hábitat, a la muerte de sus soles, a la destrucción de sus galaxias; tras millones de años existirán en este universo, no como pobladores, sino como una parte de él. Vivirán mientras viva el universo. Como afirma el principio antrópico final: ‘una vez que aparece nunca desaparecerá’. Así, L, el tiempo medio que sobrevive una civilización avanzada, tiende a infinito, por lo que el número de civilizaciones con las que se podría tener contacto es igualmente infinito o, en el mejor de los casos, un número irreal.
“De esto se derivan unas implicaciones trascendentales que, desde nuestro punto de vista, pueden parecer más propias de la metafísica. Existe una inteligencia superior, a la que se ha llegado tras millones de años de evolución, entrelazada con el tejido mismo del cosmos, gobernadora del espacio y el tiempo. Una inteligencia hacia la que fluye cualquier atisbo de vida que surge en el universo y con la que se fundirá a medida que comprenda y domine las leyes intangibles que rigen su existencia.”

Los razonamientos del profesor eran ridículos, rozaban lo teológico. A Carlos le preocupaba no estar preparado para lo que pudiera encontrar dentro del laboratorio. En las ventanas que aún sobrevivían aparecían unas rendijas de una tenue luz blanquecina. Todo estaba en silencio. Flotaba en el ambiente un aura fría y desconocida. Comenzaba a subirle por el estómago una ligera sensación de incomodidad. No podía comprender cómo el profesor había llegado a esta situación.

“Reconozco que puede ser difícil de comprender, o incluso, si se comprende, difícil de admitir, pero te pido paciencia, pues mis razonamientos no son fruto de la simple imaginación y, como tú mismo podrás comprobar en persona, quedan ampliamente demostrados.”

Era curioso cuánto se esforzaba el profesor para que sus argumentos pasasen por válidos. Quizás se encontrase en un estado más avanzado del que había supuesto en un principio. No creía que fuese peligroso, pero podría mostrar cierta oposición a que le arrebataran todas esas fantasías que tan detalladamente había elaborado en su cabeza.

“… verás que pierde relevancia preguntarse con cuántas civilizaciones inteligentes podríamos contactar cuando todas ellas tienden a ser la misma. Sería más acertado preguntarse cómo contactar con ella, la única, la que nos observa, la que nos guía.
“Mas no nos es posible, la paradoja de Fermi vuelve a escena. No nos es posible porque no es el momento aún para la raza humana: nuestra tecnología sigue siendo primitiva y nuestra comprensión del universo muy reducida. Los seres –el ser- superiores no tienen la necesidad, ni la voluntad, de lanzar emisiones de radio. Su comunicación se ha de basar en otras formas más complejas y, a su vez, más sutiles.
“Ya sabes que, hasta donde nuestro conocimiento alcanza, estamos limitados por la velocidad de la luz. Se hace imprescindible, pues, romper esta limitación si queremos tener éxito en nuestra búsqueda, para poder emitir una señal que sea recibida y considerada. Para que la gran inteligencia de las razas que el universo ha hecho florecer en el trascurso de su tiempo nos vea, nos mire, que sepan que estamos en el camino, que sus ‘hijos’ desean ‘reencontrarse’ con ella.”

Tal y como Carlos recordaba, la puerta no estaba cerrada con llave. Entró sin llamar. La primera visión tras cinco años que tuvo del laboratorio fue sobrecogedora. El enorme espacio interior apenas podía contener tantos aparatos. Había cables recorriendo las paredes, el suelo, el techo, incluso colgando a diversas alturas. Infinidad de tubos recubiertos con aislante cruzaban de un lado a otro interconectando extraños artefactos. Los radiadores brotaban en torno a complicadas maquinarias. Un caos de interruptores, tableros de control, palancas, monitores, surgían de todos los rincones. Por momentos dudó. Si había forma alguna de superar la velocidad de la luz, el profesor lo conseguiría. Pero sabía que era imposible. Debía hablar con él antes de que fuera demasiado tarde.

“He invertido mucho más tiempo y capital del que me podía permitir, pero el comunicador es ya una realidad. El condensador de taquiones –te mostraré los cálculos encantado-, pieza clave de todo el entramado de ingeniería en que se ha convertido el laboratorio, aísla las partículas a una temperatura de 0 absoluto, y con ayuda de los emisores se lanzan, con una longitud de onda un millón de veces mayor que cualquier onda electromagnética observada, hacia diversas regiones del espacio. Y, como esperaba, he recibido otra señal en respuesta. Los receptores –es increíble a nuestros ojos, lo sé, pero esa es la “magia” de los taquiones- han interceptado emisiones provenientes de las mismas regiones del espacio a las que apuntaba, con la misma longitud de onda pero con una amplitud modificada, antes de que las partículas saliesen siquiera del condensador.”

No encontraba al profesor por ningún lado. Comenzaba a ponerse nervioso. En el suelo, en una esquina, había un colchón y unas mantas, ropa y restos de comida. Pero el profesor no estaba allí. Era demasiado. El mundo que se había creado le estaba perjudicando claramente y pronto acabaría con él, si no lo había hecho ya. Había llevado demasiado lejos sus elucubraciones. Debía llevárselo de allí. Por su bien. Buscó incansable entre el amasijo de cables y metal, gritó su nombre con todas sus fuerzas sin obtener resultado. Pateó máquinas, maldijo. Finalmente, se sentó en el suelo, desolado, y trató de pensar.

“… era sin duda una respuesta, pero debía determinar si era una respuesta consciente o sólo un eco proveniente de las profundidades del universo. Las expectativas me han mantenido trabajando sin descanso para aumentar el número de emisiones/recepciones, aislando regiones determinadas del espacio, hasta que tuvo lugar el gran descubrimiento. No se trata de un acuse de recibo, sino de un mensaje alto y claro, un saludo quizás, o una bienvenida. Con todos los receptores captando señales ininterrumpidas por primera vez, el laboratorio comenzó a ‘desintegrarse’. No lo sabría explicar mejor, deberás verlo tú mismo; era como si las partículas que formaban la materia a mi alrededor se separaran y se alejaran cada una en una dirección y dejaran de existir para que otras partículas aparecieran, o quizá era yo el que se separaba y reaparecía. Sea como fuere ya no estaba en el laboratorio, sino en el interior de un cúmulo de galaxias, observado por millones de inteligencias que eran una sola. Ninguna de mis predicciones había estado a la altura de este resultado. He de comprobar…”

Mientras aclaraba sus ideas vio cómo un piloto rojo empezaba a parpadear de forma intermitente para después volverse fijo. A continuación otro piloto en la máquina contigua hacía lo mismo. Y después otro, y otro, hasta unos cien. Seguidamente, una luz verde junto a cada uno de ellos realizaba la misma operación.

“… por segunda vez. El mensaje era idéntico en forma, pero esos seres –ese ser- me ‘hablaban’, intentaban transmitirme un mensaje que no alcanzaba a entender.
“No estoy seguro si tendrá lugar un tercer contacto, ni cómo se producirá, pero necesito que vengas a verme, pues quiero que seas testigo del proceso, de los cálculos, del descubrimiento y de sus implicaciones.”

Carlos se levantó despacio, fingiendo calma. Corrió hacia la puerta de salida con creciente ansiedad. Sin mirar atrás se precipitó hacia el coche, pisó el acelerador y se alejó a toda velocidad para no volver jamás. Agitado, en estado de alerta, con los músculos en tensión por el miedo, recordó las últimas palabras que el profesor le dirigía en su carta. Un tremendo golpe que le sacudió todos los huesos.

“… es maravilloso.”

Arroway
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: john_andy en ſeptiembre 09, 2013, 17:54:28 pm
Muchísimas gracias, en nombre de todos los participantes, por esta increíble labor que hacéis. ¿Qué sería de nosotros, los escritores, sin organizaciones e iniciativas como la vuestra, dispuestas a apoyarnos y mimarnos? Gracias por el trabajo tan bien hecho. Saludos. :)
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 10, 2013, 10:36:08 am
Muchísimas gracias, en nombre de todos los participantes, por esta increíble labor que hacéis. ¿Qué sería de nosotros, los escritores, sin organizaciones e iniciativas como la vuestra, dispuestas a apoyarnos y mimarnos? Gracias por el trabajo tan bien hecho. Saludos. :)

Gracias John_andy. Vuestras palabras tienen más valor del que os podéis imaginar. Como ya sabes, ni contamos con los medios ni con la coyuntura más adecuada. Pero ahí seguimos, en las buenas y en las malas. Como suele decirse, el tiempo pone a cada uno en su sitio, y cuando uno ama lo que hace y sobre todo lo realiza desinteresadamente, todo es posible. Un abrazo!!.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:41:49 pm
Reunión familiar

 

Sofía lava los trastes. Los lava despacio, como acariciándolos. La espuma jabonosa resbala lenta de sus manos al tazón, a la taza, al plato y de allí gotea a la cuchara; se escucha un suave clic- clic, procedente del tubo de acero inoxidable del fregadero. Su mirada vaga por los pétalos de las rosas, dibujo dominante en los azulejos que tiene de frente. Los pétalos  son rosados, de un color cerdil, apagado; años de cochambre han anidado en cada uno de ellos. Sofía siente una profunda tristeza, - cómo es que se me ha olvidado esta pared-, se pregunta mientras lleva la esponja a la lisa superficie y frota de manera enérgica. El muro comienza a llorar gotas negras, como imitando a las de Sofía, éstas, negras por el rímel.
La mañana de Sofía comenzó alegre (dos llamadas del día anterior le habían devuelto el brillo a sus negros ojos). Se levantó a eso de las 6: 30, con el eco de las voces aún fresco,  cercano, allí, en su corazón. Podía recordar cada matiz, cada ascenso y descenso en las cuerdas vocales. Años ha que no las escuchaba y, sin embargo, bastó un hola para saber que las voces eran de ellos: eran ellos.  A las 8 de la mañana salía de su casa con rumbo al mercado – como en aquellos años- se dijo. Sentía de nuevo ese andar con garbo por las calles, esa seguridad y propósito que había perdido en un laberinto de tiempo, cuyos pasillos se construían con horas, minutos y segundos.  Ahora podía andar con total seguridad y saber cuál era la salida, cuando girar a la derecha e izquierda. Ahora recordaba todo. Durante años había estado pérdida, caminaba por las horas sin saber muy bien qué hacer con ellas, siempre se encontraba en callejones sin salida; daba vueltas por tan cruel laberinto hasta quedar agotada y dormirse  en sí misma, abrazada a ella, tratando de sentir que ese abrazo era de ellos. Y, al día siguiente, volvía a empezar.
Pero esta vez se conducía con total seguridad, pasaba las horas con paso firme. En el pasillo de las 9 a las 11, compró todo lo necesario para la comilona: chiles, cebolla, aguacate, pollo en bistecs, tortillas de maíz azules, tomates, queso, crema y manteca de cerdo.  En el recodo de las 12 a las 2, preparó la salsa verde que tanto les encantaba a ellos; hirvió y desmenuzó el pollo; asó las tortillas en manteca y dispuso los demás ingredientes para el platillo favorito de ellos. En el segmento de 2:30 a 4, ordenó la casa: barrió, pulió, trapeó, frotó fotos que contenían sonrisas añejas; puso la mesa cuidando hasta el último detalle: preparó la vajilla especial –esa, la china; colocó las copas finas traídas de Alemania a la derecha de los manteles hechos a mano por mujeres de un pueblo medio perdido del Perú; vistió las servilletas que le había regalado su suegra y dispuso la cubertería como había visto en aquella revista de etiqueta. Sofía era todo manos y pies y falda al viento: era un pequeño torbellino de energía que destrozaba cada hora y minuto y segundo. Era de nuevo ella. Tenía un propósito y sonreía y era hermosa.
A las 5, mientras se bañaba con agua casi hirviendo, sonó por primera vez el teléfono.  A pesar de lo caliente del agua, su piel se erizó y un escalofrío le bajo de la nuca a las nalgas. Por más que corrió no alcanzó a contestar. La máquina marcaba un mensaje sin escuchar. Palpitaba de forma amenazante, todo él, rojo. Sofía pulsó el botón de escucha: la voz le prometía resarcirla, le decía que le mandaba besos y abrazos y que la extrañaba y que el trabajo y que lo sentía y que pronto se verían y que la amaba y que.... Sofía corta la voz con un simple botón; no importa, aún viene uno de ellos.
Se sintió un poco pérdida, eran las 6 de la tarde, estaba en un patrón perceptivo en forma de t. El laberinto se volvía a sentir pesado, cruel; ya no estaba tan segura de qué camino tomar. A las 7 menos 15, Sofía esperaba ansiosa la llegada de él; se decía que había elegido el camino correcto, había pensado en cancelar pero el teléfono no había sonado de nuevo; por lo que Sofía sabía que su paso era firme. Se movía de un lado al otro de la cocina, calentaba lo que se tenía que calentar, enfriaba un vino tinto y disponía aperitivos en sendos platones de barro.
A las 8 y 20 Sofía se sentía como una niña pérdida; hace más de una hora que tenía que haber llegado. No él, él no me haría esto, gemía Sofía por lo bajo. No él se repetía a modo de muletilla, a modo de talismán; como si la negación articulada tuviera el poder de abolir la realidad.
Sofía mira atenta las rosas que han recuperado cierta gracia de su color original. En la casa reina el silencio a excepción del clic-clic constante del fregadero. Los trastes yacen encarcelados y limpios en su prisión de plástico. Sofía envidia a los trastes, - al menos ellos están limpios - dice mientras se limpia con un dedo, aún lleno de jabón, el rímel que le ha dejado surcos mugrientos en sus mejillas.

Serin
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:42:21 pm
TENÍA MIEDO


 
Tenía miedo. Miedo de todo, y a la vez, también miedo de nada. Le aterraba la soledad, pero le mortificaba sobremanera estar rodeada de demasiada gente. Odiaba con toda su alma sentirse excluida de la sociedad, pero se aturrullaba cuando se le prestaba demasiada atención. Le horripilaba la idea de no encajar a la perfección, de no ser una persona más en el orden instaurado, pero tampoco le agradaba la idea de ser un miembro cualquiera del redil, un peón en un juego de ajedrez demasiado grande. Quería ser diferente. Ansiaba ser alguien especial.
Vivía en constante tensión. Siempre estaba en búsqueda de ese perfecto pero casi inexistente punto medio en el que pudiera conseguir el equilibrio deseado. En el que pudiera coexistir con el mundo en paz y con total tranquilidad. Encontrar su propio sitio.
Mas este término intermedio era prácticamente imposible de alcanzar, así lo había establecido la sociedad en general. O eras un paria social, o eras alguien muy conocido. O no tenías a nadie que se preocupara por ti, o tenías a todos detrás de tus movimientos, ávidos de noticias sobre tu persona.
Atesoraba de su lado un potente aliciente: la determinación. La absoluta seguridad de que, si se lo proponía, podía hallar –por fin– aquel lugar en el que encajara armónicamente. Y, ciertamente, no era nada fácil. Nada era nunca sencillo. Así que lo seguía intentando intermitentemente, día tras día, acción tras acción. Porque tenía miedo de dejar de intentarlo y convertirse en uno más, aunque también le asustaba la idea de conseguirlo y ser alguien especial que destacara sobre los demás. Le horrorizaba canalizar mil y un sentimientos a la vez pero, por otro lado, se angustiaba si no sentía nada en especial en un momento determinado.
Y ella era plenamente consciente de todos sus miedos. Porque al fin y al cabo, le tenía miedo a la propia idea miedo.

Ainhoa R.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:44:13 pm
Tras los pasos de Bergman



“¿Qué es "real"?/ ¿De qué modo definirías "real"?/ Si te refieres a lo que puedes sentir/ a lo que puedes oler, a lo que puedes saborear y ver, entonces el término "real"/ son señales eléctricas interpretadas por tu cerebro/” Mátrix

Abril. Seis de la mañana. Isla de Fårö, Suecia. Ya ha amanecido. Una luz  tamizada barniza la bahía. Blanco y oro. Más blanco que oro. Apenas hay nubes.
En la pantalla se proyecta la imagen pixelada de un paisaje. Una ciudad envuelta en la calima. Un faro antiguo y rocas erosionadas con formas extrañas y sugerentes. De repente,  la sombra de un hombre a lo lejos. Camina lento hacia el acantilado. Camina en blanco y negro. Se llama Hans  y está resiguiendo los pasos de Bergman en Skammen. Se aproxima.
Se amplía el encuadre de la imagen. Su rostro se materializa primero. Al principio, un bulto, después su silueta; finalmente, se individualiza. Es viejo. Arrastra un rostro macilento, demacrado.
Tras los pasos de Bergman - Basil

Se acerca a la orilla. Un rumor de olas lo confunde. Intenta tocarlo. Ve que no puede, pero al menos logra verlo. Tiene forma: como el faro, como la roca. Intenta describir mentalmente ese instante de confusión, retenerlo en la memoria.  Entonces, el agua le salpica y le distrae. No lo logra. “Una imagen vale más que mil palabras…”, piensa. Recula unos cuantos pasos para no caerse. El suelo es rocoso, escarpado.  “…pero es menos evocadora”, retoma sus pensamientos. Olvida la imagen posible del sonido y se concentra en el rumor en sí. Considera que éste tiene más fuerza evocadora, más motivación nostálgica que la visión.
Mientras diserta, se le acerca una ballena. Siente un cierto extrañamiento. La observa. Ella esquiva sus ojos. Él la persigue con la mirada. El cetáceo abre la boca descorazonadamente, como si quisiera romperse. El viejo queda inmerso en su hálito con olor a pescado podrido. Se le empaña la vista. Siente asco. De pronto ve a un joven harapiento descansando en la lengua del animal:
─ Hola, Jonas. 
─ Buenos días, Hans. ¿Qué te trae por aquí? – emitiendo un mal gesto.
─ ¿La verdad? Te estaba buscando.
─ ¿A mí?
Tras los pasos de Bergman - Basil

─ Sí, Jonás. Nos tienes muy preocupados ¿Qué estás haciendo todavía
ahí, dentro de la ballena? – pregunta con  una familiaridad sutilmente impregnada de ironía.
─ Nada en especial, me dedico a existir.
─ ¿Por qué no has venido a clase estos días? – le pregunta inquisitivo.
─ No he podido. Estoy buscando, llevo ya tres días en ello.
─ ¿Qué, Jonás?
─ A mis amigos.
─ ¿A tus amigos? Creía que no tenías amigos.
─ Claro que los tengo, viejo bobo. Lo que pasa es que ahora no
recuerdo dónde están.
─ Jonás, no me pierdas el respeto. Soy tu maestro. ¿Lo recuerdas? Te
he enseñado casi todo lo que sabes.
─ Lo siento, habla mi mente ─balbucea con un atisbo de desánimo.

Jonás siente miedo. Su rostro glacial se despersonaliza.  Esas palabras de su maestro se le han arremolinado en la mente. Filosofemas. 
Tras los pasos de Bergman - Basil
Encaramado en la inmensa lengua de la ballena, aguza los sentidos. Le llegan al olfato olores, cientos de olores: etéreos, aromáticos, bálticos, fragantes, repulsivos, aliáceos, ambrosiacos, empíreos, mediterráneos, nauseabundos… Olores al fin y al cabo. Desde su particular atalaya inexpugnable prosigue la misma conversación deshilachada:
─ Lo siento, Hans. Soy un verdadero estúpido.
─ No pasa nada. ¿Cuándo volverás a clase?
─ No lo sé. ¿Sigues todavía con esa cantinela cartesiana del “Cogito
ergo sum”?  Esa máxima es  una verdadera tautología, ¿sabes?
─ ¿Cuál propones tú?
─ No lo sé, pero no me sirve. Yo no quiero existir, quiero pensar. No
quiero ser como el resto de los hombres. Para poder pensar primero necesito despojarme de humanidad: no ser.
─ Te confundes, para Descartes la existencia es pensamiento. Y sí,
todavía sigo con esa monserga racionalista, pero.... Jonás, en serio, basta ya, no he venido hasta aquí para hablar de filosofía ni mantener  un diálogo de altos vuelos intelectuales. Me preocupo por ti, eso es todo. Llevas ya tres días ahí metido – con tono paternal, casi uraniano.
─ Te lo agradezco, Hans, pero estoy bien aquí practicando una particular
Tras los pasos de Bergman - Basil

emigración interior hacia mi no-yo – con voz trémula.
─ ¿Tu no-yo? ¡Qué gilipollez! ¿No tienes frío?
─ Sí, estoy muerto de frío,  pero el frío dilata mi mente - espeta Hans con
una voz vibrante.
─ Jonás,  casi no puedo oírte.
─ Es igual, Hans. Te voy a dejar. Necesito escribir. Soy una máquina de
sufrir al borde del abismo. Avísame cuando hayas dado por concluidas tus insufribles lecciones cartesianas ─ dice mientras su voz se va apagando.

La boca de la ballena se cierra como un resorte y Hans se queda solo, sentado encima de una roca. Observa cómo el cetáceo  se sumerge en las aguas. Se levanta. Observa el confín del mar. La luz de la mañana le  hechiza la mirada por unos instantes, lo exorciza. Hay una gaviota suspendida en el cielo que parece una bolsa de plástico, una masa informe. La observa. La gaviota-bolsa contrasta con la luz tamizada del cielo. Se abstrae. Asocia. Asocia esa luz a las pinturas de Anders Zorn y  de Chisten Kobke, a la luz

Tras los pasos de Bergman - Basil
del Báltico, a los paisajes decimonónicos de cartón piedra y a su triste vida de domador de esferas.

Interactuamos con la imagen. Hacemos clic encima de la gaviota-bolsa que actúa como un hipervínculo que nos traslada a través de pasadizos digitales hasta el interior de la ballena.

“Por fin ha caído la máscara. Soy un anfibio a vueltas con mi pasado. Un anfibio protegido tras las barbas de una ballena. Me tambaleo como suspendido en el vacío. En este submundo, aislado –al margen  de lo terrenal y refugiado de la inmensidad del mar─ regreso de nuevo al principio. No pienso volver atrás. El pasado es un magma, una espesa sustancia movediza que reclama olvido. No regresaré a advertirles nada nuevo. Por fin no temo los designios de nadie. A partir de ahora me comportaré como un proscrito, retrayéndome al pasado para mirarlo cara a cara.”

Ajeno a la  espléndida luz de afuera y al graznido despreocupado de las gaviotas, Jonás se afana en la escritura. Anota. Apostilla. Escribe frenéticamente. Sobre una mesa astillada, soportando los vaivenes de las olas, sus pensamientos se esclarecen. Con una caligrafía nerviosa revisita
Tras los pasos de Bergman - Basil
instantes de su pasado: “Elementos Memorabilia” los titula. Sus notas van desfilando encadenadamente a lo largo de una página de agua. La letra es minúscula, enloquecida, empapada, pero reveladora. Mientras escribe, las líneas se borran. No las piensa perecederas: el agua es el olvido. El futuro será líquido o no será.
Nos introducimos otra vez en su trituradora mental. Dos imágenes sorprenden su cerebro empapado: un auricular de un teléfono que cuelga en una desvencijada cabina londinense y la imagen de  una virgen mojada en una procesión en tierra portuguesa.    Intenta buscar una conexión entre ambas, un enlace. Linkea inútilmente. En su búsqueda mental, vacila. Instintivamente con un trazado líquido delimita la silueta de un hombre. Le dibuja unos brazos, unas piernas torpemente despegadas del tronco y, en la frente, una cicatriz. Se detiene en ella, hace girar la imagen sucesivas veces en su procesador gestual. Sombrea el dibujo dejando el blanco en contorno de la herida y el de los ojos. Después, se pincha el dedo índice con el extremo de un anzuelo que tiene escondido en el bolsillo. Todavía sangra a borbotones.  Mecánicamente aprovecha la sangre que mana de él para colorear ambos huecos. Mientras contempla el dibujo, bloquea la herida con fuerza emitiendo espontáneas risas llenas de tristeza contenida.

Basil
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:46:03 pm
Una mujer extraordinaria



Mientras volvía a casa en el autobús, Marga no podía dejar de pensar en lo afortunada que era. Ya sabía que la felicidad de una no podía medirse comparándola con la de sus amigas, pero no podía evitarlo. Tenía dos amigas del alma: Eva, que llevaba diez años casada y tenía dos hijos, y Luisa, que a los treinta y nueve años seguía buscando a su hombre ideal.
Eva quería a su marido, pero estaba cansada de las peleas constantes que tenía con él por dos motivos principales: uno, que él no hacía nada por «ayudar» en casa, y dos, que a ella nunca le apetecía mantener relaciones sexuales con él. Esto último iba estrechamente ligado al resentimiento que sentía ella por «tener que cargar con todo». Él se sentía rechazado «como un perro» y lamentaba que para que su mujer le diera cariño tuviera antes que lavar «los jodidos platos».
Luisa acababa de romper con el último de sus amantes, un hombre quince años mayor que él, con quien se había liado al principio impulsada por un sentimiento de pena, para meses más tarde descubrir que ella se había enamorado tontamente. Al darse cuenta de eso, él decidió sacar la última de sus cartas en el juego de la seducción: estaba casado y no tenía ninguna intención de dejar a su esposa.
El día anterior Marga había estado en casa de Luisa escuchando sus lamentos y reproches a sí misma. «No puedo creer que me haya vuelto a equivocar», repetía Luisa mientras ella intentaba animarla con un abrazo.
Rememoró la última vez que ella se había sentido así de triste y su escritor había sabido escucharla y consolarla con las palabras justas mientras le secaba las lágrimas con los dedos. No hacía mucho de eso. Fue cuando a Marga se le murió su querida perrita, atropellada. Lo llamaba siempre así, «mi escritor», no solo cuando pensaba en él sino también cuando se dirigía a él. Era el término cariñoso que desde que lo conociera había sustituido a su nombre de pila. El accidente de Mila había sido culpa suya, por dejarla suelta. Un descuido de un segundo por parte de su dueña le costó la vida a la perrita. Se la había regalado él, y por esa razón su sentimiento de culpa fue aún mayor. Cuando le comunicó la noticia, sin embargo, no salió de sus labios palabra alguna de reproche. Al contrario, sin decir nada, la rodeó con sus fornidos brazos y la estrechó fuertemente mientras ella ahogaba sus primeras lágrimas en el pecho de él. Tener amigas a quien poder contar tus confidencias era bueno, pero ella, a diferencia de Eva y Luisa, tenía a su escritor, siempre dispuesto a aparcar por un momento la confección de su última novela para escuchar sin interrumpirla y apenas pestañear sus penas y alegrías.
Se sorprendió al ver reflejada en la ventana del autobús la imagen de una mujer aún joven y guapa abrazada a su enorme bolso como si temiera que alguien se lo quitara, y una sonrisa bobalicona en los labios. Tardó un segundo en darse cuenta de que era ella misma y de que el autobús se acababa de detener en su parada.
Metió la llave en la cerradura y la giró hacia la izquierda. En contra de lo que había esperado, la puerta se abrió enseguida, sin que tuviera que dar las dos vueltas enteras a la llave. Empujó la puerta con suavidad, pero no tuvo tiempo a reponerse de la mezcla de sorpresa y anticipada excitación que sintió al comprender que él se le había adelantado. El recibidor estaba en penumbras, pero aun así, vislumbró su torso desnudo y el perfil de su mandíbula cuadrada. La tomó de ambas manos para empujarla hacia el interior del piso y despojarla del bolso, que cayó al suelo con un golpe seco. Su lengua ya le recorría el cuello mientras la levantaba en volandas y cerraba la puerta con un experto puntapié. «Y que luego digan que la actuación de los futbolistas en el campo de hierba está reñida con la del campo de polvo», pensó Marga, y soltó una pequeña carcajada, divertida con su propio chiste. Él lo interpretó como uno de los ataques de cosquillas a los que era propensa y rió también. La había llevado hasta el colchón que ocupaba casi la totalidad de una de las dos habitaciones del piso. A pesar de la creciente excitación de su cuerpo, los sentidos de Marga se distrajeron por un momento al percibir el olor fresco y el tacto suave de las sábanas recién lavadas.
—¡Has cambiado las sábanas! —murmuró complacida.
—Calla —susurró él y le selló los labios con un largo y profundo beso mientras le desabrochaba la camisa.
Nunca hablaban, pero qué importaba eso. Marga se relajó, dispuesta a disfrutar de un par de horas de erotismo de primera calidad. Sin duda, era el mejor amante que había tenido jamás. Se empeñaba siempre en satisfacerla a ella antes, y cuantas más veces mejor.
Casi sin querer volvió a pensar en Eva y Luisa. Se preguntó cuándo habría sido la última vez que Eva había tenido un orgasmo gracias a la hábil lengua de un hombre. Su marido ya no estaba para eso. En parte por esa razón, con los años a ella se le habían quitado las ganas de intimar con él. El sexo se había convertido para ella en una obligación de esposa y algo que se resolvía en un revolcón de menos de diez minutos. Él le recordaba constantemente los días, a veces semanas, incluso meses, que no lo hacían, y ella se esforzaba por aparentar una apetencia sexual que no sentía con la esperanza de subirle a él la autoestima y que se diera cuenta así de que ella no daba abasto con el trabajo, la casa y los niños, y que necesitaba que él la ayudara más.
Luisa era todo lo contrario de Eva. Durante los meses que había durado su relación con el hombre mayor que resultó estar casado, había disfrutado de buen sexo, como hacía con todos sus amantes. No tenía tapujos en revelar que ella era quien dominaba las relaciones de cama. Era muy echada hacia delante y nunca había tenido problemas a la hora de encontrar el amante de turno. Pero nunca le duraban. Antes de que su desbocada pasión tuviera tiempo a estabilizarse, la relación se desmoronaba por otras causas. Eva y Marga opinaban que el papel dominante de Luisa en la cama, que en principio gustaba a todos los hombres, terminaba por achicar su autoestima varonil.
—Gracias —murmuró, y dejó de pensar en sus amigas, abandonándose por completo a él, en el momento que la penetraba.
Dos horas más tarde volvía a estar en la calle. Pasaban de las nueve, pero todavía no oscurecía. Era el inicio del verano, la época del año que más le gustaba, cuando los días parecían no terminarse nunca. Caminó por la calle deteniéndose en cada tienda para ver los escaparates. No compraría nada; no le hacía ninguna falta. Se sentía hermosa en los mismos vestidos de verano y las sandalias que había llevado el año anterior. Hermosa, escuchada, amada, deseada... ¿Qué más podía pedir?
Sabía que nadie la esperaba en casa y se demoró en llegar. Cuando lo hizo ya eran casi las diez. Tenía un hambre atroz y fue directamente a la cocina con la idea de engullir lo primero que encontrara en la nevera. Las luces domo detectaron su presencia y al instante la amplia e inmaculada cocina blanca quedó iluminada. En la esquina de la ele que formaba la isla central, un jarrón con catorce rosas rojas le dio la bienvenida.
Marga soltó un grito de júbilo y se llevó las manos al pecho. Olió las rosas aspirando con fuerza y buscó entre los tallos una tarjeta. La encontró dentro de un sobrecito. Leyó: «Feliz día de San Valentín, mi amor. Siento mucho no poder compartirlo contigo. Te compensaré. No hagas planes para el sábado: he reservado mesa en tu restaurante favorito. Te quiero, Rafael».
Definitivamente, era la mujer más afortunada del mundo. ¿Quién tenía un marido tan romántico y atento como Rafael? ¿Qué importaba que siempre estuviera de viaje de negocios y casi nunca en casa, y que no estuvieran juntos hoy ni dos meses antes, cuando había sido su cumpleaños? Lo celebrarían el sábado en uno de los restaurantes más caros de la ciudad. Él se tomaba su carrera muy en serio y esa enorme casa la tenían gracias a su trabajo duro. Siempre se había preocupado por que a ella no le faltara de nada. Incluso le había pagado sus estudios y ahora Marga tenía la satisfacción de trabajar en algo que le gustaba de verdad y de lo que no dependía económicamente. Ni Eva ni Luisa tenían tampoco ese privilegio. Eva era administrativa en una empresa de construcción. Tenía que aguantar los caprichos y el machismo de su jefe, pero con los tiempos que corrían, no podía ni plantearse buscar otra cosa; tampoco tomarse una excedencia para estudiar: no disponía de tiempo y en su casa eran imprescindibles tanto su sueldo como el de su marido. Luisa era psicóloga y se ganaba bien la vida, aunque sus amigas no dejaban de notar la ironía de que su propia vida emocional estuviera tan carente de la inteligencia emocional de la que tanto hablaba. Y por mucho dinero que ganara, no tenía un marido que año tras año la llevara de vacaciones durante dos semanas a un hotel de cinco estrellas en Punta Cana o cualquier otro punto del Caribe.
Marga se sentó en el taburete frente a un gran plato de espaguetis a la carbonara, recalentado en el microondas. El sexo siempre le abría un apetito descomunal. Sabiéndose totalmente sola en la enorme finca de las afueras de la ciudad y dirigiéndose a esas paredes blancas, limpias y silenciosas, les reveló sus cuatro secretos:
—He encontrado a un hombre sensible y cariñoso, que me escucha y al que no le importa verme llorar. He encontrado a un hombre que adora mi cuerpo y se deleita haciéndome el amor a mí y solo a mí. He encontrado a un hombre que trae un generoso sueldo a casa y se encarga del trabajo en casa. Y lo más importante: he conseguido que ninguno de los tres se conozcan entre ellos.

Enya Ruiz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:47:11 pm
UN DÍA TRECE LO TIENE CUALQUIERA



Hoy es un día trece, no necesariamente un martes, pero me da igual. Un día que realmente empezó mal, en esos que no debí haberme levantado, estoy enojado y de punta con el universo entero, mi pensamiento juega con toda una serie de improperios, maldiciones, blasfemias, que sin embargo reprimo en mi boca por mi gran respeto a todo lo sagrado, no obstante, hacen procesión en mi mente. Hoy es un día de esos en los que no deseo mover ni el dedo gordo de mi pie derecho, en el cual deseo profundamente que todo se vaya definitivamente por el desagüe.
Hoy es un día en el que mejor ni me hablen de maestros ascendidos, de los arcángeles, de los ángeles y de toda la corte del Creador, pues siento que todos ellos me han dado la espalda.
Siento tanta rabia por el modo en que las cosas a mí alrededor se desenvuelven que de pronto decido hacer un enfermizo listado de todas las cosas que no soporto que me sugieran  mis propios pensamientos ni las estupideces que dicen en la radio o en la televisión u otros de mi entorno:
•   Rechazo la sugerencia de que el combustible es escaso.
•   Rechazo la sugerencia de que debo pagar la tarjeta de crédito.
•   Rechazo la sugerencia de que debo pagar la cuota del auto.
•   Rechazo la sugerencia de que debo trabajar en un lugar que odio para tener que ganar lo justo para no vivir en la miseria absoluta.
•   Rechazo la sugerencia de que soy gordo.
•   Rechazo la sugerencia de que soy vago.
•   Rechazo la sugerencia de que soy fracasado.
•   Rechazo la sugerencia de que he caído en desgracia.
•   Rechazo la sugerencia de que no hay futuro.
•   Rechazo la sugerencia de que necesito dinero para hacer las cosas que hacen sonreír a mi corazón.
•   Rechazo la sugerencia de que debo vivir una vida monótona sin arriesgarme a fin de que los demás me aprueben.
•   Rechazo la sugerencia de que solo soy un cuerpo que puede lastimarse, enfermarse, que se morirá y pudrirá y de mí no quedará mas que un montón de materia informe y maloliente para alimentar gusanos.
•   Rechazo la sugerencia de que solo he nacido para ocupar un escalón inamovible en la pirámide social.
•   Rechazo la sugerencia de la teoría económica de la escasez.
•   Rechazo la sugerencia de que no soy libre.
•   Rechazo la sugerencia de que soy cobarde.
•   Rechazo la sugerencia de que soy susceptible a lo que opine la gente de mí.
•   Rechazo la sugerencia de que soy feo.
•   Rechazo la sugerencia de que esta es la única realidad posible.
•   Rechazo la sugerencia de que mi valor esté determinado por las reglas de la oferta y demanda.
•   
Ya está, tampoco tengo ganas de seguir escribiendo tonterías, de modo que me voy a…….. ………

Bueno, continuando con lo que venía diciendo de este día 13, es un hermoso día, casi primaveral, suaves y frescas brisas matutinas acarician mi rostro, y el canto de los pajaritos lo endulzan todo aun mas. Bendito sea el Universo, el Creador, bendito sea este cuerpo y todas las funciones que cumple, bendita sea la humanidad, este planeta, este país, y esta ciudad. El sol brilla radiante como nunca lo ha hecho y hay una que otra nubecita maquillando el bellísimo celeste rostro del cielo.
Las preguntas que surgirán en la mente de cualquiera que lea el relato es cuando va a ir a hacerse tratar este lunático? O bien, que es lo que se ha fumado?, O bien, quien es la admirable persona que duerme con el?
En fin nadie va a creer los milagros que produce sobre el estado de ánimo hacer una extenuante bicicleteada matutina hacia el dique de la ciudad, llegar con la lengua afuera y sentarse a recobrar el aliento y meditar. El mundo queda librado a ser lo que tenga que ser , total ahora que estoy en paz conmigo mismo , me tiene sin cuidado , talvez mañana o pasado me muestre el reflejo de mis pensamientos, y si no……. Bueno siempre tengo lista mi bicicleta……

GABRIEL RIDER
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:48:42 pm
Las mil y una noches



A Leo le despierta de sus cavilaciones el espléndido aspecto de su mujer. Lleva una minifalda muy corta de flores y una camiseta ceñida al cuerpo. Desde que empezó a trabajar de noche en la subcontrata de limpieza, está más guapa y rejuvenecida. Un grueso libro sobresale de la bolsa donde lleva el uniforme de limpiadora.
–¿Llevas un libro al curro?
–¿Eh?…No… Sí… –camina hacia la puerta seguida de Leo– Es para el autobús. Me lo dejó una compañera de trabajo, en realidad es un libro de cuentos muy conocido, “Las mil y una noches”, ¬–le da un fugaz beso en los labios y sin esperar respuesta baja rauda las escaleras.
¡Feliz Lola con su libro de cuentos! ¡Para cuentos está él con la factura de teléfono que le ha llegado!…
La saca del bolsillo y cuenta las llamadas que ha hecho a líneas eróticas en lo que va de mes… una, dos, cinco… ¡Si Lola se entera será el fin de veintisiete años más o menos felices de matrimonio! Pero desde que ella empezó a trabajar y Carlitos se marchó a Londres a buscarse las habichuelas, no se hace a quedarse solo por las noches. Ocho, diez, once… ¡Claro que cómo le iba a decir a Lola que rechazara el trabajo después de su despido!… trece, quince… y con lo cara que se está poniendo la vida. Un día sube la luz… quince… otro los impuestos … dieciséis… otro el transporte… diecisiete. En total diecisiete llamadas en un mes. El caso es que fue de la manera más tonta como ocurrió todo. Estaba haciendo zapping en mitad de la noche cuando en la pantalla del televisor apareció una tía buenísima casi en pelotas anunciando una línea caliente. Él se la quedó mirando sin prestar demasiada atención y al final se durmió. Pero soñó que una voz suave y aterciopelada le susurraba al oído frases lascivas mientras con mano hábil le acariciaba. Despertó excitadísimo, retuvo en su memoria el número de teléfono que parpadeaba sin cesar en el televisor, fue a su cuarto y llamó, asistiendo al  renacer de una vida sexual que creía cercenada. Cuando colgó se quedó relajado y durmió de un tirón. Pero ya todas las noches que Lola trabajaba se despertaba con una erección de muy señor mío y tenía que marcar. Aunque conversaba con mujeres distintas a las que según el tono de voz imaginaba con las más variadas fisonomías, rubias, morenas, llenas de curvas, tailandesas, chinas –a él, no sabe muy bien porqué, siempre le pusieron las mujeres orientales–, con un lunar en el nacimiento del pecho o un tatuaje en el lugar más ignoto de su anatomía, el resultado siempre era el mismo: todas y cada una de ellas hacían emerger sus instintos más primarios. Hasta su relación con Lola dio un giro de ciento ochenta grados ¡Con que lujuria y desenfreno vivieron las noches, cinco, que ella libró! Por eso no se explica como ha podido caer tan bajo. Ni que carajos busca en otras mujeres que su Lola no pueda darle. Pero tampoco se le ocurre cómo solucionar de una forma honrosa su problema.   


La gente tiene una idea equivocada de este trabajo, piensa Lola mientras entra en una amplia sala en la que una decena de teleoperadoras, en su mayoría mujeres, hablan por teléfono. Toma asiento entre dos compañeras que, sin soltar el auricular, la saludan efusivamente con la mano. Ella también la tenía cuando, por error, acudió a la entrevista y, prendados de su voz, le ofrecieron el puesto de telefonista que rehusó de inmediato. Siguió madrugando todos los días para hacer cola en el INEM con la esperanza de que le saliera algo, pero nada más verla y fijarse en su edad, la rechazaban. Y eso que llevaba consigo un currículum bien curioso y presentable que le había hecho su hijo, aunque claro, con poca chicha, porque preparación casi no tenía, y su experiencia laboral se reducía al año y tres meses que trabajó de soltera en una fábrica de vaqueros que ya no existe. ¡Es increíble lo difícil que se está poniendo todo! ¡Si hasta para ostentar el puesto de charcutera de un supermercado de barrio exigen el título de Graduado Escolar! Así que después de muchos tumbos decidió probar suerte en el único sitio en el que le habían abierto las puertas. Por probar, pensó, nada perdía, aunque, eso sí, con la condición de que su marido no se enterase. Si eso ocurría sería el fin a sus veintisiete años más o menos felices de matrimonio. En la empresa debían estar acostumbrados a este tipo de chanchullos, porque nada más exponer sus reparos le propusieron que en su nómina figurara la categoría laboral de limpiadora. Tras un mes de rodaje está contentísima. Si hasta gana más que Leo antes de que le despidieran, y aunque no se lo puede contar a nadie su trabajo no le parece trabajo. A los jefes jamás les ve y sus compañeros, mujeres o gays en su mayoría, son unos cielos, muy normales y cultos. Mismamente Marina, la que le dejó el libro de “las mil y una noches” para inspirarse, se ha metido a esto para pagarse la carrera de biología y tiene novio formal, un chico muy guapo que muchos días le espera a la salida. Su Leo jamás hubiera tragado por algo así… A ella, la verdad, le costó un poco al principio, pero una vez que sacó a la luz la mujer desenfrenada y cañera que llevaba dentro, ya todo fue sobre ruedas. Se mete tanto en el papel que le parece que la que habla no es ella, sino la tal Sherezade del libro de cuentos intentando seducir al tal Shahriar y salvar el pellejo una noche más. Por otro lado, si se queda en blanco siempre tiene a mano los guiones “antibloqueo”, como allí todos llaman a unos folios plagados de guarrerías que siempre están sobre la mesa y que ella hasta ahora no ha necesitado utilizar. En cambio ese  libro, “Las mil y una noches”, sí que le está inspirando.


A Leo le despierta una excitación incontrolable en sus partes bajas. El reloj marca las cuatro y cuarto de la madrugada. Otros días a esta hora… pero no. Eso se acabó. Esta vez no caerá. Se acerca a la cocina y abre el frigorífico. Bebe agua fría directamente de la botella para ver si se le pasa el calentón.  Claro que por una vez más… la última… Saca de su cartera un trozo de papel de periódico con el anuncio de una nueva línea erótica que arrancó, sin que se dieran cuenta, hace unos días en un bar, y se dirige a su habitación. Levanta el auricular y marca el número mientras se jura a sí mismo que es la despedida, el caput, el arribeberchi, el nunca mais. Oye la voz rutinaria del contestador: “Está usted hablando con la línea caliente “Las mil y una noches”, si desea contactar con un hombre pulse uno, si desea contactar con una mujer pulse dos, si desea”… Leo marca el dos, ahoga la respiración, el corazón le late con violencia. Segundos después escucha al otro lado del teléfono una voz suave, lúbrica, familiar, susurrándole:
–Esta es en la guarida de Eros, y tu sierva Sherezade, hija de la luna, hará reales tus más íntimas fantasías…Sólo tienes que levantar el minúsculo velo que recubre mi cuerpo desnudo para disponerte a sentir…
Leo se pellizca varias veces para comprobar que no está soñando… esa voz… Se pellizca varias veces hasta hacerse una marca de color grana en la piel.
–¿Lola? ¿Eres tú, Lola?
–¿Leo?
–¿Qué haces diciendo todas esas porquerías?
Se produce un silencio. Ninguno de los dos da crédito.   
–¿Y tú? ¿Qué haces tú llamando?…

Andrea Mª Castell Arribau
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:49:56 pm
Jeremy



Jeremy volvía de aquel depósito de cadáveres húmedo y de sombras. Quiso asegurarse de que estaba muerto; bien muerto. 20 años sufriendo el dolor de una madre maltratada por los vicios recurrentes de su marido borran la palabra compasión del vocabulario de cualquier hijo. Crece otra palabra. Odio. Odio por aquel hombre que exigió bautizarle como su actor favorito. Para su madre siempre sería Manuel. Odio por un padre cuya única bondad residía en los escasos momentos de indiferencia que les regaló en vida. Al llegar a casa, Adelia lloraba. “No llores. Se acabó. Nunca más te volverá a hacer daño”, le repetía Jeremy. Su madre, desconsolada, abrazaba a Manuel tan fuerte que le rompía el pecho. “Hijo. ¿Qué me harán? Sólo quise protegerte”. Él le atusaba suavemente el cabello cubierto por un talco de amargura, dándole a entender que lo sabía… Juan estaba borracho. Volvió a pegarle. Adelia sacó fuerzas de donde no existían para hundirle la plancha en el cráneo. Se lo destrozó, como él hacía cada día con su carne y corazón. La escena era bíblica: un mar rojo ahogando entre sus fauces a un ser vil. Llegó Manuel. Al fin. La sujetó con firmeza. La tranquilizó. Le miró a los ojos. Todo estaba bien. Él limpiaría la sangre. Una alfombra posaría eterna en los restos. Llevaría el cuerpo a las vías del tren. Con suerte lo destrozaría. Nadie investiga un titular tan obvio: “hombre ebrio muere arrollado por tren”. Ya en casa abrazó a su madre, acariciándole el pelo. Como lo haría al volver de identificar el cuerpo, un día después… Alguien golpeaba con insistencia. ¡Policía! ¡Abran la puerta! Ésta cayó como plomo y cuatro agentes armados irrumpieron en el salón, donde Jeremy les aguardaba. Un disparo hace más ruido que una plancha. Dos cuerpos exánimes decoraban aquel horror. La yugular de Adelia escupía las últimas gotas de líquido vital. Juan yacía al lado, inerte, con una mueca terrible y un agujero sanguinolento atravesando su alma corrupta. Manuel (nunca más sería Jeremy) sólo lamentaba no haber usado antes esa pistola, comprada en la oscuridad de su barrio. Únicamente cuando el marido tomó poseído aquel cuchillo con el que degolló a su mujer, su instinto, ése que no entiende de leyes, tan solo de su justicia, apretó el gatillo. El arma reposaba en el escritorio, donde Manuel permanecía sentado otorgando a su madre una vida mejor, la que siempre mereció. En aquellas líneas sería inmortal. Allí podría alisar sus cabellos canos tanto como deseara. Iría a la cárcel. Sí. En ella seguiría conformando ese mundo perfecto para ambos. Donde los monstruos son de mentira.

Nereas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:51:06 pm
Las Dinámicas



Un día cualquiera de la semana, doña Alicia sale de su edificio y se encuentra con su vecina Gloria del edificio de al frente, juntas van al parque como de costumbre, como todos los días desde hace más de 5 años a encontrase con su grupo de amigas "Las Dinámicas", el grupo de amigas de la tercera edad con las cuales se encuentran no solo hacer deporte sino a tejer las bufandas, los patines y los mamelucos de algún nieto de alguna de sus amigas que viene en camino. Doña Alicia por su edad y su condición no puede hacer los mismos ejercicios que hacen las demás compañeras, ella mientras sus compañeras hacen ejercicios con un bastón y trotan al rededor del parque, entonan cánticos y se divierten todas en coro, mientras Doña Alicia se limita a caminar por los senderos para hacer lo suyo.

Luego de hacer los ejercicios mañaneros queda el compromiso del encuentro en una de las casas del barrio, es el lugar de encuentro de cada semana, siempre una casa diferente y cada semana, un menú diferente, un manjar que solo las personas de su edad pueden disfrutar. Cada encuentro no solo es a conversar de lo poco o mucho que dejaron de decirse horas antes en la jornada de ejercicios, cada encuentro es un acompañamiento para todas, es el decirse sin decirlo que están vivas y que están disfrutando de cada momento de sus vidas, cada encuentro no solo es el verse y hablar de lo divino y lo humano sino que cada minuto que pasen en compañía unas a otras es el fruto de muchos años de trabajo al lado de sus hijos, al lado de sus parejas que nunca olvidaron, al lado de los primeros nietos que llegaron y alegraron su existencia.  Ellas le pusieron el nombre de “Las Dinámicas” a su grupo de la tercera edad debido a que algunas tienen limitaciones físicas y querían un nombre muy activo, que las hiciera sentir y con muchas ganas de vivir. El grupo se creó gracias a todas esas mañanas que sin proponérselo empezaron a reunirse entre grupos pequeños de vecinas, primero la vecina del frente invitó a una, y luego a otra, y otro y así sucesivamente se formó todo el grupo, casi 20 mujeres, unas abuelas otras no, algunas aún casadas otras no, algunas separadas y otras viudas, se reúnen todas las mañanas a hacer deporte y todas las tardes con el pretexto de tejer esas bellezas de obras de arte a comentar lo que sucede el día a día en cada una de sus familias. Desde hace 5 largos años, el grupo hace obras sociales, participa en eventos de la ciudad, en su entorno hay personas que recrean, cantan, bailan, en general se divierten a su modo.

Carlos M. Rentería
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:52:19 pm
Veneno de amor




Esta mañana, haciendo limpieza de los cajones de mi escritorio, me encontré con algunas viejas fotografías. En una de ellas, reconocí a Ana junto a dos de mis colegas y, de forma imprevista, en mi cabeza se agolparon multitud de recuerdos. Por alguna razón incomprensible, el primero de ellos no consistió en rememorar los matices de su rostro o de su voz, ni su encanto innato, ni su sonrisa, ni siquiera el brillo que emanaba de sus ojos cuando había algo que le gustaba. En lugar de eso, lo primero que me vino a la cabeza fue una conversación. No podría asegurar cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces, pero sí he podido recordar que en aquel momento estábamos en una cafetería los cuatro, hablando de cosas intrascendentes, como siempre que salíamos a desayunar. Belén destacaba por su locuacidad; para ella lo importante no era el tema en sí mismo, sino el mero hecho de dialogar, poder expresarse, así que podíamos conversar con ella sobre cualquier cosa, de lo humano y lo divino; Pablo, por el contrario, era más previsible en su discurso y casi siempre nos hacía su comentario crítico de las noticias del día que solía terminar derivando de forma recurrente hacia alguna reflexión pesimista, cuando no ácida, sobre su visión del mundo; entretanto, Ana y yo solíamos limitarnos a escuchar las historias de Belén y Pablo, dando sorbos cortos a nuestro café o mordisqueando la tostada hasta que al cabo de quince o veinte minutos nos levantábamos de nuevo para volver a nuestro trabajo.
Esa mañana, sin embargo, sucedió algo imprevisto, y fue que Ana tomó la palabra, algo que a todos nos sorprendió. Fue a raíz de un comentario de Pablo, el más escéptico de nuestro grupo, acerca de un supuesto estudio científico que pretendía demostrar que las personas que hacían el amor con frecuencia eran más longevas. Aunque aquel comentario daba lugar a todo tipo de chistes fáciles, la declaración de Ana nos pilló a todos por sorpresa:
—Yo estoy en desacuerdo con esa afirmación. Puedo referiros un caso que conozco de primera mano.
Todos nos volvimos al mismo tiempo hacia ella. Era raro oírla expresar una opinión personal, pues Ana era de natural muy reservada, así que para nosotros la confidencia que nos hizo aquella mañana constituyó una auténtica sorpresa, en un doble sentido: tanto por quien la contaba, como por la narración en sí misma. Un poco sonrojada, Ana aclaró:
—No se trata de mí, sino de mi abuela —carraspeó—. Con ninguna persona en el mundo tengo una relación tan fuerte como con ella. Se puede decir que ambas nos entendemos y que nos conocemos muy bien y, aunque nuestros puntos de vista sean a menudo encontrados, existe entre nosotras una suerte de consonancia, de complicidad… A decir verdad, no sé por qué os cuento todo esto, supongo que no os interesará lo más mínimo.
—Nada de eso —replicó Belén—. Por favor, prosigue, no nos vayas a dejar ahora en ascuas.
—Está bien, mi abuela ha estado casada cuatro veces… —explicó Ana, quien fue interrumpida por Pablo.
—¿Y entonces se ha divorciado tres veces? ¡Eso la convierte sin duda en una buscadora infatigable del amor verdadero! —exclamó Pablo, riéndose de su propia broma.
—Te equivocas —respondió Ana con enfado—. Ella no se ha divorciado nunca. De hecho, ha enviudado en sus cuatro matrimonios.
Todos nos quedamos callados, mirándola cada vez más sorprendidos, esperando con gesto expectante que Ana prosiguiera su explicación. Pablo, con su habitual socarronería, rompió aquel silencio:
—¿No me irás a decir que tu abuela es una de esas “viudas negras” que matan a sus parejas? ¡Me dan escalofríos sólo de pensarlo!
—¡Claro que no! ¡Mi abuela es incapaz de matar a nadie! ¿Cómo puedes siquiera pensar algo así? —exclamó Ana, ofendida por aquella insinuación.
—Bueno, no creo que Pablo haya querido decir exactamente eso —intervine yo, con ánimo conciliador.
—Mi abuela no ha envenenado ni asesinado a sus maridos. A todos ellos los quiso muchísimo, y los amó con locura. Con el primero estuvo casada cuatro años, y en ese tiempo él le dio dos hijos. Se casaron muy jóvenes, pero, según mi abuela, vivieron cada año del matrimonio como un idilio continuo y apasionado.
—¿De qué murió el marido si era tan joven? —se interesó Belén— ¿Tuvo algún accidente?
—No, fue de muerte natural —respondió Ana.
Nos cruzamos las miradas, con desconcierto. Mezclar los términos de juventud y muerte natural resultaba algo casi paradójico.
—¿Y después? —volvió a preguntar Belén.
—Un par de años más tarde, mi abuela se volvió a casar. Todavía no había cumplido los treinta años y, pese a que había pensado que no podría querer a nadie como a su primer marido, lo cierto es que volvió a enamorarse con la misma pasión que la primera vez. En esa ocasión su matrimonio duró cinco años y durante ese periodo tuvo un solo hijo. Pese a que su segundo marido era un hombre de negocios y su actividad le hacía viajar de forma continua, mi abuela decía que era increíblemente apasionado, y que prefería conducir largas distancias para regresar a su hogar junto a mi abuela a tener que pernoctar en hoteles o en hostales que siempre le resultaron fríos y poco acogedores. Mi abuela lo recibía con alegría y se entregaba a ese frenesí amoroso con deleite.
—Supongo que el pobre hombre debió de morir en uno de esos trayectos en coche, vencido por el sueño —comenté.
—Nada de eso. Al igual que el anterior marido, murió en la cama, abrazado a mi abuela, después de haber hecho el amor.
—¡Fascinante! –exclamó Pablo boquiabierto—. ¡Yo también quisiera morir así!
—Por favor, continúa —rogó Belén.
—El tercer matrimonio —continuó ella— fue un poco más tardío. Mi abuela contaba entonces con treinta y cinco años y, aunque ya no estaba tan joven, decidió tener un hijo más. En este caso dio a luz a una niña: mi madre. Su tercer marido era un profesor de secundaria y, aunque tenía un sueldo modesto, tenía la ventaja de no tener que viajar para ganarse la vida, como su inmediato predecesor, así que, desde el punto de vista de mi abuela, aquel matrimonio le proporcionaba un punto de serenidad que le permitiría llevar una vida más familiar, más ordenada.
—¿Y no fue así?
—Sí, al menos en el sentido de que permanecieron siempre juntos. Mi abuelo era seis años más joven que mi abuela, una diferencia de edad demasiado grande para lo que se estilaba y que, por aquel entonces, estaba mal vista; hasta tal punto era así que, cuando mi abuelo se declaró, mintió sobre su verdadera edad para que ella no lo rechazara. Su juventud hacía que, a los ojos de mi abuela, mi abuelo pareciese una persona dinámica, alegre y optimista. A él le gustaba mi abuela y la amaba con locura. Ella poseía un enorme atractivo que desencadenaba la pasión en todos los hombres que la conocían y que, a menudo, caían rendidos a sus pies. Sin embargo, aunque nunca le faltaron pretendientes, ella seguía un criterio muy selectivo: jamás estuvo con un hombre por quien no sintiese la necesidad de amarlo con toda su alma, a quien pudiera entregarle todo su amor. Y eso fue justamente lo que hizo con mi abuelo, hasta el mismo día de su muerte.
—¡Ejem! —carraspeó Pablo— ¿Y a este también lo mató en la cama?
Ana le lanzó una mirada fulminante.
—Mi abuelo murió al poco de nacer mi madre —prosiguió Ana, fingiendo ignorar aquel comentario—. Sólo entonces, tras haber enviudado por tercera vez, mi abuela comenzó a plantearse que ella podía tener algo que mataba a sus parejas.
—¿Te refieres a una enfermedad contagiosa o algo así? —se interesó Belén.
—Eso es. Consultó con médicos especialistas. Viajó a la capital y se hizo análisis de todas clases. En ninguno se demostró que existiera nada anormal, ningún tumor, ningún virus que pudiese ser el causante de aquellas desgracias. Ella creyó que los médicos le ocultaban la verdad para que no se sintiera culpable por las tres pérdidas que ya había sufrido, así que insistió en pedir segundas, terceras opiniones. Visitó infatigablemente a médicos de diferentes ciudades; se desplazó a Madrid, a Barcelona; se entrevistó con curanderos y con chamanes. Todos le dijeron lo mismo: no tenía nada anómalo. Ella se encontraba perfectamente sana. Únicamente hubo una persona, un doctor mexicano de raíces indias, que le proporcionara una posible clave que explicase su mal: “Por lo que me cuenta, creo que lo que a usted le sucede es que tiene y da demasiado amor. Su amor es tan puro, tan extremado, que actúa como un veneno, al igual que sucede con las drogas: una dosis de esas características puede convertirse en algo letal.”
—Entonces yo llevaba razón —insistió Pablo—. O sea, que tu abuela también se lo fulminó en la cama, ¿no?
—Pablo… —dije sin dejar de observar la reacción de Ana. Pero para mi sorpresa, ella contestó con mucha calma:
—Déjalo, no te preocupes —me dijo y volviéndose hacia Pablo le contestó—: Ya que insistes tanto, te lo voy a contar. Mi abuela me confirmó que sucedió un día, después de hacer el amor. Al parecer fue tan intenso que ambos notaron cómo se movía la tierra bajo sus cuerpos. La radio en la que escuchaban música mientras se amaban, se detuvo. Fue como si la vida se hubiese paralizado de repente a su alrededor, como si el tiempo se hubiese detenido y sólo quedase esa enorme sacudida, un movimiento telúrico que los estremeció. Mi abuela me confesó que jamás había sentido nada tan intenso con ningún otro hombre, pese a que a todos sus maridos los había amado con la misma pasión. Cuando mi abuelo murió aquella misma noche, mi abuela no lo pudo resistir más, y juró que no volvería a casarse jamás.
—Pero obviamente incumplió su promesa —apostilló Belén.
—Sí, aunque en aquella última ocasión esperó más tiempo. Su tercer matrimonio había sido un poco más duradero que el segundo y se había prolongado durante cerca de ocho años. Cuando volvió a surgirle un pretendiente, mi abuela era demasiado mayor para tener hijos, y pensó que tal vez el hecho de llevar una vida amorosa más relajada haría que su último marido no fuese tan efímero. Pero, a pesar de su edad, mi abuela seguía manteniendo intacta toda su belleza y su encanto, de modo que su nuevo marido no pudo sustraerse a la irresistible atracción que sentía por ella, y mi abuela, incapaz de no corresponder al amor que su consorte le reclamaba, se entregó con la misma fruición que en las anteriores ocasiones, con idéntico resultado.
—¡Admirable, os juro que me encantaría morir fulminado por una mujer así! —exclamó Pablo.
—¿Y qué pasó después? —preguntó Belén lanzando una mirada desaprobatoria a Pablo.
—Nada. Mi abuela sigue viuda y esta vez sí mantuvo su voto de no volver a casarse. No es de extrañar. Había amado apasionadamente a cuatro hombres, y a los cuatro terminó perdiéndolos. No quería volver a experimentar ese dolor, esa separación.
—¿Pero tuvo más pretendientes? —pregunté.
—Algunos —contestó Ana encogiéndose de hombros—, pero a todos ellos mi abuela los rechazó escudándose en que ya no estaba en edad de casarse, que se encontraba muy mayor y cansada.
Así transcurrió aquella conversación, al menos tal y como ahora la recuerdo. No volvimos a mencionar aquella historia, aunque a todos nos había conmovido en mayor o menor medida. Unos meses después, Ana recibió una oferta de trabajo que le abría unas perspectivas inmejorables, así que nos abandonó. Su partida fue algo que todos sentimos bastante, aunque creo que a ninguno de nosotros le afectó tanto como a mí.
Ahora vuelvo a mirar la fotografía y me esfuerzo por recordar el rostro de los que estábamos allí tal y como éramos entonces, y muy en especial el de Ana. No puedo hacerlo, y eso me causa una nostalgia irreprimible. Me apena que todo mi recuerdo se reduzca a una conversación, y no a los matices de su rostro, de su voz, ni a la calidez de su compañía, ni a su sonrisa, pero sobre todo, me apena no poder distinguir en esta foto de grupo el fulgor de sus ojos. ¿Dónde estará ahora?, me pregunto consciente de que es una cuestión absurda, desatinada, sin respuesta posible. Lentamente, vuelvo a depositar la foto en el mismo cajón donde la encontré, y trato de imaginarme qué sucedería si el destino cruzara de nuevo nuestros caminos, si llegaríamos entonces a reconocernos, si sabría distinguir el brillo de su mirada o si, por el contrario, me pasaría desapercibida.

Bruixa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:53:53 pm
LA VISION DE UN MUNDO SIN NATURALEZA



Érase una vez un joven llamado Cristhian pero sus amigos le decían Cris, el tenia dieciséis años de edad, y acababa de salir del bachiller, era un  joven muy particular,  ya que detestaba la naturaleza, le fastidiaba los árboles, las flores, todo lo relacionado con la ecología, ya que él quería vivir en un mundo donde solo hubieran edificios, centros comerciales, industrias. Así que botaba grandes cantidades de basura a el suelo, para que toda la naturaleza se acabara, sus amigos junto con sus padres lo aconsejaban de cambiar su pensamiento y su visión de un mundo sin naturaleza, pero él se negaba a los consejos de las personas y seguía empeñado en su misión, un día como cualquier otro el joven se fue a dormir en su cómoda cama, y se puso a pensar en lo feliz que estaba haciendo quitando el verde del mundo y hacer crecer el gris, he incluso pensaba en no necesitar el agua y así todos podían tomar esas deliciosas bebidas saborizantes que tanto le gustaban, y se quedó dormido imaginando todas estas cosas.
Cuando Cris despertó se dio cuenta que el sol no entraba por la ventana como siempre lo hacía en las mañanas, un poco extrañado por esto miro a ver qué era lo que ocurría y se dio cuenta que el cielo estaba completamente cubierto por un tipo de humo gris, lo que se le hizo más raro aun es que no eran nubes de lluvia, sino algo más espeso y oscuro, corrió rápidamente a decirles a sus padres lo que ocurría esa mañana, pero ellos no le prestaron mucha atención, diciéndole  que eso era normal en el mundo, el chico completamente confuso salió de la casa a preguntarles a sus amigos que era lo que pasaba pero de igual manera le respondieron lo que sus padres le habían dicho, Cristhian comenzó a enfadarse un poco por la actitud de sus amigos y familiares y pensó que le estaban jugando una broma, entonces dijo que si ellos podían hacerle una broma a él, pues él también le aria una a ellos, y se fue a una de las colinas que había en la ciudad pero al llegar lo único que vio fue un inmenso centro comercial, y se dijo a el mismo, que nunca había visto que estuvieran construyendo algo ahí, debido a que el estado cuidaba bastante esa colina por la gran variedad de árboles que salían del lugar, mas desconcertado el joven siguió caminando por la ciudad y vio en el centro una gran fábrica nuclear la cual de ella salía un humo gris que cubría todo el cielo, entonces entendió que de esa lugar provenía ese humo negro y espeso, pero él nunca había visto eso allí, y le pregunto a una señora que pasaba por la calle, que cuando construyeron esa gran fábrica, la mujer le respondió que siempre ha estado ahí, entonces el comprendió que el mundo que siempre había deseado se presentaba delante de él, con gran felicidad se fue a su hogar y se dio cuenta que ni agua había en el lugar, y solo servían sus deliciosas bebidas.
Todo esto paso por un muy buen tiempo, podrían decirse que semanas, Cristhian estaba tan feliz ya que también se dio cuenta el incremento de centros comerciales que había en la ciudad, no encontraba nada de vegetación y caminaba contento por las calles. Un día su madre enfermo de repente y tuvieron que  llevarla al hospital, nadie sabía el porqué de su situación, el joven comenzó a impacientarse, debido a que quería mucho a su mama, pero un día los doctores encontraron la razón y se la dijeron a sus familiares, el chico se llevó una gran sorpresa cuando se la dieron, y era por el humo que generaba las grandes empresas, Cris muy triste no quería que su madre pasara por esa situación y le preguntaba a los médicos que podría hacer para que la señora mejorara, pero los doctores le dijeron que la única era cerrar esas fábricas y respirar de nuevo un aire puro el cual lo generaban los árboles, pero eso era imposible ya que la gente necesitaba esas industrias y que además no habían árboles en todo el mundo, el chico enfureció, se fue del hospital tan enfadado por lo que estaba pasando, pero en una parte él estaba feliz ya que no se veía el sol y ya no sentía que le quemara la piel, pero por otra el amor de su madre era más fuerte que cualquier otra cosa, al pasar las semanas la madre de Cristhian enfermo más y pedía a gritos un vaso de agua, el chico triste al escuchar a la mujer se sentía culpable y le pedía perdón, pero la señora ingenua le decía que no era la culpa de él, si no la de las personas que convirtieron al mundo en lo que hoy en día era, diciendo estas palabras el joven se sintió tan culpable, ya que él era el que quería esto, no sabía que hacer el joven, y pensaba todas las noches como resolver eso, hasta que el día menos esperado su madre murió, entre llantos enterraron todos a la señora. Cris se le acerco a su padre y le dijo que los perdonara, debido a que las últimas palabras de su mama fueron, que desearía el mundo como estaba antes, pero el papa no entendía el perdón del hijo, y le dijo que pedir perdón no arreglaría las cosas ni mucho menos traería a la vida a la señora, también le comento que debimos pensar las consecuencias de nuestros actos antes de que las cosas pasen, estas palabras le llegaron al fondo del corazón al joven y comenzó a concientizarse que la naturaleza era vida y que sin ella poco a poco íbamos a morir todos, con el paso del tiempo la gente empezó a enfermarse de lo mismo que sufrió la madre de Cristhian, el joven comenzó a preocuparse más ya que él también podría recibir la enfermedad. Emprendió un viaje a las afueras de la ciudad en busca de un lago, un rio o al menos un charquito, donde pudiera saciar su sed, de igual manera buscaba un árbol, para poder sentarse allí y respirar un buen aire, pero no encontraba nada, solo edificios y más edificios, pero no se rindió y camino lo más lejos que pudo, hasta que encontró un lago, pero para su asombro estaba completamente contaminado, flotaban en el los peces que habían muerto debido a la contaminación, a  su alrededor la tierra estaba muerta, tan estéril que no se veían muestran ni de una flor, Cris comenzó a sentir un fastidio en su respirar, tosiendo en gran cantidad se sintió tan cansado que cayó al suelo y desmayo.
Al despertar observo que estaba en el hospital y que su padre estaba acompañándolo, el cual le conto que un grupo de personas que habían en el lugar lo había encontrado, trayéndolo allí, y que para más problemas estaba enfermo de los pulmones, al escuchar estas palabras el joven se sintió tan mal, ya que lo único que él quería era tener una vida civilizada, con grandes empresas, lugares finos donde comprar su ropa, que las verduras y frutas eran feas y no las necesitaba, entonces le conto a su padre que la culpa era de él ya que siempre quiso una vida así, pero nunca se imaginó la realidad del asunto, que todo lo ecológico fuera tan importante en nuestras vidas, el padre le dijo que él tenía una parte de la culpa, pero que una sola persona no podía generar todo esto, que esto se lleva con los años y con las personas, así que no se sintiera tan mal ya que personas con ese pensamientos las ahí a montones, pero cuando se dan cuenta de la realidad, a veces ya es muy tarde. El chico sintió como su corazón se forzaba a latir, se despidió de su padre y cayó en sueño profundo.

Al despertar realmente observo el sol como le daba en su rostro, estaba tan asombrado que se encontrara sano en su cama y miro rápidamente por la ventana, observando el hermosos día de verano que hacía en la ciudad, y como la brisa acaricia su piel, dio un gran suspiro, sintiendo como el puro aire entraba por sus pulmones, corrió rápidamente a la cocina y encontró a su madre sirviéndole el desayuno, y la abrazo como si jamás en su vida la hubiera visto y sintió una infinita felicidad al verla, la mamá se sorprendió por la actitud del joven abrazándolo también, preguntándole que le pasa, el joven no le respondió por un momento, pero cuando lo hizo le dijo que gracias por todo y que iba a seguir el consejo que ella siempre le había dado de cuidar el medio ambiente ya que era fundamental para los seres vivos, la madre muy feliz por la actitud de su hijo le dijo que era lo mejor.
Y así fue como el joven Cristhian cambio su forma de pensar, ya que él dice que tuvo una visión de un mundo sin naturaleza y que fue la peor experiencia que pudo tener, comenzó a contar esto a sus amigos, a los jóvenes, a los niños, a todas las personas que creía conveniente, también con el pasar de los años creo una fundación que se llamaba para un mundo libre de humo gris, la cual le fue bastante bien tratando de concientizar al mundo del cambio que debemos realizar, para un vivir mejor.

EDERSON ZEA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:55:31 pm
El Astrónomo y la Niña que soñaba con estrellas de fuego     



“Cuando tu mirada cruce el ojo del telescopio descubrirás la estrella UKB56 y quizás en ese mismo momento, allá en el infinito, la estrella ya haya dejado de existir. ¿Cómo? El destello que ella emana, debo aclararte Mabel, se desprendió hace millones de años luz, es decir, que la UKB56 está tan lejos que cuando observes el brillo ahora; allá en el borde del universo; ella habrá dejado de existir”, dijo Isaías, el astrónomo, mientras enfundaba el telescopio y lo giraba a sesenta grados en la azotea de la calle Liniers, casi en paralelo con el horizonte que ya empezaba a clarear.

Ella mezcló la leche en el café y mientras giraba la cuchara con la intención de endulzarlo, pensó que una especie de Vía Láctea se había formado en el recipiente. Mientras, creyó beberse al Sol. Luego, se tocó los labios y el Sol no era más que un trozo de bizcochuelo que había caído en la taza desde la cesta que Isaías sabía subir a la terraza; con la idea de cumplir el ritual de  todos los miércoles a la mañana: desayunar y ver las estrellas.

Desde que la madre de Mabel comenzó a trabajar planchando ropa para toda aquella gente que tenía muchísima ropa aunque poco tiempo para vivir o planchar, la pequeña comenzó a quedarse con Isaías porque no tenía hermanos que la cuidasen y mucho menos tenía padre. Isaías se había  ofrecido a cuidarla una mañana que se cruzó con la madre de Mabel mientras esperaban turno en la farmacia. Al menos; dijo, la cuidaría los miércoles hasta la hora del colegio.

Mabel apenas tenía nueve años y no había entendido la ecuación espacio - tiempo que Isaías había intentado explicarle. Ella creyó que mientras no mirase a la estrella el astro seguiría existiendo. Así; esa mañana prefirió esperar y sólo se dedicó a desayunar.

Con un ademán suelto, casi liviano, Mabel indicó a Isaías que por el momento prefería esperar, cuestión que El Astrólogo no entendió porque ella siempre quería observar por el telescopio; todos los miércoles; bajo el frescor de la mañana. Los dos pasaban las horas allí, sin más que el telescopio y una mesa donde colocaban las tazas, la cesta de las masitas y un cuadernito verde donde Mabel apuntaba o creía que apuntaba la ubicación de distintas estrellas.

Este mapa carecía de precisión para un adulto aunque era comprensible, por no decir fantástico, para la mente de un niño. Algunas coordenadas decían algo como:

“Constelación de Orión: ubicada sobre el patio del colegio y suele ocultarse al momento de izar la bandera. Venus: que es un planeta aunque brilla como una estrella está sobre la farmacia de Don Carlos y sólo se puede ver durante el mes de julio, el resto del año, el azul planeta decide irse del barrio. Las Tres Marías: siempre van tomadas de la mano y se las ubica sobre los techos del cine aunque durante los meses de verano, también se las puede ver sobre la ferretería casi unidas, como tomadas de las manos, sobre donde termina el toldo”.



Después de desayunar y mientras el sol parecía teñir de púrpura el cielo; Mabel se dirigió al colegio y permaneció retrotraída, sentada en el pupitre, sin hablar con nadie, casi sin prestar atención, solo miraba por la ventana y de vez en cuando volteaba la cabeza para saber que hacían los compañeros, mientras ellos reían y emulaban aullidos de gatos, o saltaban como monos y de vez en cuando se tiraban de los pelos (aprovechando que la maestra no estaba) ella sólo los miraba como quien ve a un ramo de flores a punto de pudrirse y trataba, en su introspección, entender el orden biológico de la escena: verdor = pudrición.

Mabel a veces creía que todo alrededor estaba herrumbrado o podrido; como la tarde en la que vió a un perro de rojizo pelaje y creyó que estaba oxidado. Lo acarició y la mano se le manchó toda de óxido, como si el pelaje del perro desprendiese polvo ferroso. Luego, el animal ladró y ella corrió. Avanzó unas cuantas cuadras asustada a la vez que el corazón parecía se le encogía dentro del pecho. Al doblar por la esquina, notó que aún le retumbaba en los oídos el ladrido del perro oxidado; que se parecía al sonido de una sierra cortando un perfil metálico. Volviéndolo trozos. Cuando llegó a casa, Mabel no quiso contarle a nadie (y nadie sólo era la madre) lo que le había ocurrido con aquel perro oxidado y por la noche se preguntó una vez más porque no tenía papá.

Así, casi como aquella tarde, Mabel al salir del colegio no quiso hablar con nadie y comenzó a creer que el silencio era el mejor refugio donde podría cobijarse. Simplemente, llegó a casa, merendó y trazó una especie de tregua: durante un tiempo no miraría por el telescopio para asegurarse de este modo la existencia de la UKB56.

Tampoco decidió averiguar más acerca de la teoría espacio-tiempo, solo la entendió de este modo y no hizo más preguntas. Acostumbrada a esta escena, desde la vez en la que su madre le comentó que papá había salido de viaje y no había más que preguntar. Sólo eso: se había ido de viaje.

Pasaron las semanas y el Astrólogo Isaías notó que la pequeña Mabel se había vuelto más introspectiva que de costumbre, que no miraba por el telescopio y que apenas comía los bizcochuelos que él sabía subir a la terraza con la intención de acompañar el desayuno.

Una mañana en la que Mabel se despertó de buen humor, casi feliz, se dijo a si misma que esta vez si miraría por el telescopio, que igual la estrella así como todo alrededor estaba condenado a desaparecer, tanto como el padre, ella no perdería la oportunidad de observar a través del telescopio, de darse la oportunidad de apreciar el especial brillo de la UKB56. 


Llegó a la casa de la calle Liniers y vió la puerta entreabierta, pensó que tal vez Isaías estaría en la panadería comprando los bizcochuelos. Ingresó casi sin hacer ruido. Subió a la azotea. Desenfundó el telescopio. Respiró profundo. Diciéndose a si misma la frase que su madre le había inculcado en el inconsciente tantas veces (“No más preguntas, no más preguntas”) se prestó a mirar hacia el firmamento, que aún permanecía oscuro.




“No más preguntas, no más preguntas”, repitió Mabel mientras descubría en la inmensa cortina negra que proponía el cielo a la UKB56. El Astrólogo Isaías tenía razón: el brillo que emanaba la estrella era hermoso y a la vez particular, un brillo blanco casi celeste, como si hubiese sido una lágrima colgando desde el cielo.

Dejó de observarla y movió el telescopio hacia donde siempre lo reubicaba Isaías cada vez que terminaba de hacer las observaciones: a sesenta grados con respecto al suelo, apuntando hacia las Tres Marías. Mientras lo enfundó, notó que las manos presentaban arrugas, y que la ropa había cambiado de color, como si se hubiese vuelto amarilla.

Bajó asustada las escaleras, con tanto miedo como el pánico que sintió la tarde en la que vio al perro oxidado. Notó que en las piernas también tenía arrugas y le costó bajar las escaleras. Respiró profundo. Arqueó la espalda, tomándose la cintura cuando llegó al descansillo y notó que su altura física había cambiado y que los huesos le dolían con cada paso que dio hasta el recibidor. Vio a un sujeto joven que leía los sobres de unas cartas, como si acabase de recibir correo. El sujeto, en cuanto la vio no se inmutó para nada. Sólo puso cara de preocupación al verla fatigada y casi sin aliento.

-  Disculpe ¿Y el Astrólogo Isaías? – preguntó Mabel a la vez que comprendió que la voz también le había cambiado, esta vez era de tono quebradizo. Gastado.

-  ¿Isaías? ¿Mi padre? Murió hace sesenta y dos años.

Notó Mabel, que al observar por el telescopio, la estrella UKB56 había desaparecido en el universo, a cientos de millones de años luz; mientras ella, en ese mismo instante, había consumido todo el brillo que la contenía.

Antón Solís
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 15:57:03 pm
EL NIÑO QUE CAYÓ DE LA LUNA

 

   El niño que cayó de la luna era alto, delgado, con los ojos de color cabaña y el alma entre perro y gato. Había decidido pasar la Nochevieja en el hotel de su abuela. Era un hotel abandonado, de esos que huelen a polvo y secretos de ternura. Cogió la maleta de su abuela, la llenó de libros y fotos y se fue hacia el hotel. La calle vibraba fresca. Música, gritos, fuegos artificiales y risas despeinadas. Dos mil trece. Respiró profundamente y miró a su alrededor con grave tristeza. Llegó al hotel a la una y cuarenta y tres. Perfecto. Le pegó un empujón a la puerta y se dirigió a la primera planta. Ahí estaban los mendigos y pirados que había ido recogiendo durante los últimos meses. Los recordaba a todos perfectamente, pero ellos no se acordaban de él. Ninguno de los presentes sabía quién era aquel enano, pero se sentían atraídos por el contenido de aquella extraña caja de lona. El niño que cayó de la luna abrió la maleta con cuidado y, con las manos temblorosas, cogió uno de los libros y comenzó a leer...

   La niña que hablaba a los animales era negra y roja, con los ojos de color puma y los labios manchados de música. Estaba siendo una noche terrible para ella. El ruido y la gente a su alrededor le estaban congelando el cerebro, y todo el mundo sabe que cuando el cerebro se congela, con el mínimo golpecito se rompe en pedazos y el corazón se convierte en puré para gusanos. La niña intentaba protegerse con gorros de todos los tamaños y colores, pero a veces le era imposible esconderse. Por eso, aquella noche decidió desvanecerse y volver a la casa que tenía en el bosque. Era una casa diminuta, acogedora, del color de los ojos de alguien al que estaba a punto de conocer.
Aquel lugar, que existía desde que tenía uso de razón, estaba lleno de burbujas donde ella guardaba sus sueños. Cada vez que un sueño se cumplía, la burbuja y su sueño se despedían y salían por la ventana rumbo al cielo. La niña que hablaba a los animales solía pedir deseos pequeños para que estos se cumplieran con facilidad, pues lo que más le gustaba no era que se hicieran realidad, sino ver cómo las burbujas ascendían lentamente hacia la luna y se desvanecían al llegar allí. Pero aquella noche apenas había luz en la cabaña y las burbujas estaban desapareciendo. Hacía tiempo que había dejado de soñar, pero no sabía por qué. Había intentado crear deseos rápidamente, pero no podía inventárselos. Las burbujas solo se formaban cuando uno tenía un sueño de corazón. Ante el temor de perder la luz de su hogar para siempre, la niña salió en busca de alguien que quisiera compartir aquella casa con ella y llenarla de burbujas otra vez.

   Los mendigos y los pirados sonreían. Se fueron acurrucando unos al lado de otros y, tumbados entre almohadas de carne y hueso, se quedaron finalmente dormidos. El niño que cayó de la luna se asomó a la ventana y miró hacia el cielo. Su misión estaba fracasando. Era cuestión de tiempo que el oxígeno onírico terminara desapareciendo. Sin burbujas, la vida en la luna, su hogar, estaba destinada a extinguirse. Intentó crear una burbuja con todas sus fuerzas, pero su corazón era demasiado pequeño. Solo los humanos poseían la capacidad de soñar.
   
   Ding dong, ding dong. De repente, alguien llamó a la puerta. Se acercó a hurtadillas con una vela, abrió la puerta y, cuando vio el rostro de la niña que tenía frente a él, respiró tranquilo. Un enorme gorro de color rojo le tapaba los ojos. La niña se lo quitó poco a poco, le miró y le sonrió.
- Hola.
- Hola.
   El tiempo se detuvo. Se miraron, se examinaron brevemente y decidieron que se gustaban. El niño que cayó de la luna la invitó a pasar a una de las salas vacías.
- ¿Cómo has llegado hasta aquí? Hoy es Nochevieja, ¿es que no tienes familia?
   La niña lo miró insegura. Se quedó pensativa unos instantes y, mientras inspeccionaba aquel nuevo espacio, constestó distraídamente:
- Bueno... no me acuerdo muy bien. Creo que estaba con gente, sí... sí... había algunas personas, pero ahora no sé dónde están.
- ¿Y tu casa?
- En el bosque.
   La niña iba palpando las paredes húmedas según avanzaba; la luz de la vela solo le permitía ver los pies del niño, que iba caminando delante. Al fin llegaron a una sala iluminada por la luz de luna llena que se filtraba salvaje a través de una ventana muerta. Miró hacia el cristal resquebrajado y un temblor la inundó de pies a cabeza.
- ¿Esta es tu casa? ―dijo la niña acercándose a la ventana.
- Podría serlo. La gente que vive aquí me quiere... a su manera. Cada vez que vengo me miran como si una mosca se hubiera caído en su sopa. Pero luego piensan que en realidad la sopa no existe y que, quizá, la mosca no sea tan mala compañera.
- ¿Qué?
La niña lo miró confusa.
- No me recuerdan, pero aún me escuchan. Fuera de aquí apenas queda gente así.
- ¿Te escuchan? ¿Es que cantas?
   El niño desvió la mirada. Se quedó callado durante unos instantes y, finalmente, con los ojos fijos en los zapatos de la niña, contestó muy bajito:
- No, cuento cuentos.
- ¿Cuentos?
- Sí, ya sabes, historias. Historias de personas que viven o han vivido en otros lugares.
   La niña que hablaba a los animales le miró extrañada. Ningún animal le había hablado nunca de los cuentos. ¿Qué interés podría tener una historia de alguien que no conoces, que vive en otro lugar...? No tenía sentido. Esta era una de las razones por las que prefería la compañía de los animales. Los humanos siempre la desconcertaban.
- ¿Nunca te han contado un cuento?
   La niña se quedó pensativa. No quería parecer tonta, pero tampoco quería mentir a su nuevo amigo.
- Mmm... Creo que no. ¿Son como canciones?
- Bueno..., más o menos. Es una historia que se cuenta sin música.
- Ah... ¿Y cuánto dura?
- Depende, hay cuentos de todos los tamaños y para todos los gustos. Hay cuentos que te hacen reír, otros que te hacen llorar y hay algunos que te asustan tanto que hasta te quitan el sueño. Las historias tienen lugar en tantos lugares diferentes como te puedas imaginar. No hay límites de ningún tipo, todo lo que puedas imaginar está en los cuentos o puede transformarse en uno de ellos.
   La niña le miró abatida.
- ¿Y quién querría oír algo que le hiciera llorar o pasar miedo? ¿Eso es lo que haces con tus cuentos? ¿Haces daño a la gente?
- No, no...
   La niña comenzó a alejarse de él lentamente. Miró asustada hacia la salida y pensó en echar a correr antes de que aquel niño que hacía tan poco había considerado su nuevo amigo le hiciera llorar con aquellos terribles cuentos.
- Escucha, un cuento no funciona así.
El niño se acercó a ella.
- No..., no sé bien cómo explicarlo. Verás, un cuento tiene diferentes efectos. Algunos tienen lugar en el momento en el que se cuenta, pero otros, los más importantes, solo pueden apreciarse con el paso del tiempo.
- ¿Y qué efectos son esos?
- Son los efectos que mantienen vivos nuestros planetas.
   La niña que hablaba a los animales comenzó a temblar de nuevo, frustrada. Oía las palabras del niño, pero no entendía nada. Su confusión se convirtió rápidamente en sospecha.
- ¿Eres un mendigo pirado?
- No, no soy un mendigo.
- Vives con mendigos y dices cosas de pirado. ¡Eres un mendigo pirado mentiroso!
   La niña fue alejándose poco a poco hasta que finalmente, muerta de miedo, echó a correr hacia la puerta gritando sin parar.
- ¡Mendigo pirado mentiroso! ¡Mendigo pirado mentiroso!
   El niño que cayó de la luna fue corriendo tras ella, la agarró del brazo y le gritó al oído:
- ¡Y tú eres una niña perdida que no recuerda nada porque ya no existe!
   La niña se dio la vuelta con lágrimas en los ojos:
   - ¿Qué?
   - ¡No existes!
   - ¡Sí que existooooooooooo!
   - ¿Ah, sí? ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
   La niña estaba tan asustada que cayó de rodillas al suelo. El niño se sentó junto a ella, mirándola fijamente y sosteniendo sus manos de hielo. La niña que hablaba a los animales no sabía qué estaba ocurriendo. De hecho, no tenía ni idea de lo que había ocurrido en su vida hasta ese momento. Solo recordaba a los animales que le hablaban, su casita del bosque y las burbujas subiendo hacia el cielo. De repente, un taladro de angustia atravesó su estómago y la niña que hablaba a los animales abrazó al niño que cayó de la luna, lo único real para ella en aquel momento. Tras un largo momento de silencio, respiró hondo y comenzó a hacer memoria:
- He venido a buscar a alguien que fabrique burbujas porque yo no puedo fabricar más. Se me están acabando, me quedaré sin luz, y si me quedo sin luz, mi casa desaparecerá.
- Y si tu casa desaparece, acabarás viviendo aquí, con ellos.
- ¿Con ellos? ¿Con los mendigos pirados? ¿Y qué hacen? Porque no se puede vivir sin luz.
- Sí se puede, pero viven así... sin recuerdos. Lo han perdido todo. Pero yo aún lo intento.
- ¿Intentar qué?
   El niño la miró con ojos de gato.
- ¿Quieres llevarme a tu casa? Creo que puedo ayudarte con el problema de la luz.
- ¿De verdad?
La niña se secó las lágrimas y se puso el gorro de nuevo.
- ¿Recuerdas el camino?
- Mmm... no muy bien, pero mi tortuga sí.
- ¿Tu tortuga?
- Sí, me está esperando fuera, siempre me guía.
- Como Casiopea.
- ¿Quién es Casiopea?
   El niño sonrió.
- Creo que comenzaremos con Momo.
- ¿Y quién es Momo?
- Ya lo verás.
   Con la vela en una mano y el brazo de la niña en la otra, se dirigió hacia la habitación donde yacían los mendigos y pirados. Los miró detenidamente. Ni rastro de burbujas.

   Abandonaron el hotel. Caminaban como Casiopea, con paso lento pero firme. Llegaron en seguida a la casa de la niña. Entraron en la estancia y el niño observó maravillado las burbujas que la niña tenía. Eran perfectas. Burbujas de muy buena calidad, sueños puros. La niña le contó que antes solía haber muchas más, pero que cada vez le costaba más crear burbujas nuevas. Había pedido ayuda a sus amigos los animales, pero ellos aún no sabían cómo soñar.
- Bueno, creo que puedo ayudarte.
- ¿Sí?
- Sí, pero vas a tener que confiar en mí. ¿Ves esa maleta?
- Sí, ¿tiene burbujas?
- Mejor ―dijo el niño abriéndola―. Tiene una fábrica de burbujas.
   La niña miró hacia la maleta maravillada.
- ¿Puedo ver qué hay dentro?
- Bueno, de momento es mejor que yo te enseñe cómo funciona.
   El niño rebuscó en la maleta y, con sus ojos de perro, cogió un libro. La niña estaba muy emocionada:
- ¿Qué es eso?
- Esto es un libro... Y dentro de este libro hay un cuento.
   La niña le miró alarmada.
- Tranquila. Te he dicho que te ayudaría. ¿Confías en mí?
   La niña se quedó pensativa unos instantes mirando las burbujas que le quedaban. Ya estaba amaneciendo y comenzaba a sentir sueño, pero aún tenía que asegurarse de que la luz de su hogar no se extinguiera. Le miró sonriendo.
- Sí, confío en ti.
   El niño le devolvió la sonrisa. Y así, a la espera de un nuevo amanecer, el suave murmullo de su voz resonó entre las ruinas de un viejo anfiteatro:
   En los viejos, viejos tiempos, cuando los hombres hablaban todavía muchas otras lenguas...

CAROLIN ROSENGAVA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2013, 16:00:11 pm
Casanova, por poder, puede intentarlo



   Llevaba cerca de seis semanas fuera de mi casa, lejos de sus rodillas y mejillas. Casi cuarenta días con el tacto y el olfato anestesiados en un sueño que era más bien frío, de los que se te clavan en la garganta y hielan la piel. Los pelos como escarpias. Al menos podía sentir de forma completa allí, en las montañas esparcidas que dan nombre a los Alpes franceses pero, aún así, qué ganas tenía de volver. Lo cierto es que eso de echar en falta te abre más el pecho cuanto menos tiempo falta para el retorno. Imagínense mi cuerpo segundos antes de aterrizar: ni siquiera mis huesos quedaban en pie.
   Aún tenía que coger un autobús de cuatro horas para poder dormir entre las sábanas que me habían arropado desde los seis años. No lo cogía hasta el día siguiente por la tarde noche, así que unos amigos en su suprema gentileza, me ofrecieron hospedaje en una dirección que apunté lo más rápido posible y a la que llegué tras compartir taxi desde el mismo aeropuerto. Tenía unas ganas enormes de mi ciudad, más bien feúcha, pero, al fin y al cabo, el pedazo de tierra en el que yo había crecido y que acogía la mayor parte de cuanto yo amaba. A ojos de extraños, podría no ser bonita; pero era, sin dudarlo, mi trozo de suelo.
   Ellos estaban de fiesta cuando les mandé un mensaje. Ni siquiera tuve que esperar una hora hasta que los vi aparecer, exhaustos, subir una calle atrofiada por la humedad. Como si alguien me estuviera apuntando con una pistola, mientras que estuve con ellos, no pude dejar de sonreír. No fue un reencuentro del tipo lacrimoso, en realidad, lo archivaría como de dinamitas.
   -En el autobús estábamos pensando en proponerte una cosa, pero igual estás muy cansada del viaje y tal... -habían sido casi veinte horas de transportes varios-. ¿Qué te parece pasar el día entero en la playa mañana con bocatas y todo?
   -¡Como los burgueses! -me reí- Claro que me parece bien, me muero por bañarme en el mar.
   Al día siguiente, encadenamos al sol alrededor de diez horas y arrestamos al mar durante otro tanto. Ah, claro, ¿la arena? De doma fácil. No recuerdo en qué orden nos metimos entre el agua, ni siquiera de qué hablamos, o qué hicimos de forma concisa. Pero, a cambio, tengo cientos de emociones escritas a lo largo de mis pulmones. Me introduje en el líquido, tan transparente y cálido como lo deseaba, de un único salto. Abrí los ojos mientras me deslizaba con los brazos y piernas abiertas entre la sal que olí al desvestirme. Mi pelo quedaba sostenido en el verde turquesa y nunca azul marino del Mediterráneo, la boca entreabierta dejaba escapar el dióxido de carbono. Era una sensación indescriptible, y es que es difícil de explicar cómo una masa translúcida es capaz de seducir como el mejor Don Juan.
   Tardé tanto como pude en salir a tomar aire, justo en ese momento en el que parece que tu tráquea se contrae a lo largo de tus tendones, músculos y diafragma. Nadé con fuerza los dos metros y medio que me separaban de la superficie, voracidad. El círculo amarillo atravesaba el mar casi danzando y mis pupilas devoraban la escena. Insuflé el aire con la necesidad de un zorro sometido a la hambruna en mitad del desierto; al mismo tiempo, dejé de pensar. Bumbum, bumbum, bumbum. No hacía más que sentir mi corazón golpeándome las venas que lo rodeaban.
   Aún me quedaban cuatro horas de autobús y otras dos libres, pero con ellos dos tan cerca de mí, sería una locura negar que estaba, tras mes y medio trabajando como Aupair, viendo, oliendo, saboreando, escuchando y estremeciéndome, en casa.

OBélix
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2013, 16:20:40 pm
El Ocaso de las Almas



Antares

La fragua ruge, la espada está hambrienta, y la sangre seca ya no le sacia. Los resquicios de las vidas derramadas en el campo de batalla ahora se evaporan sobre el acero, creando una nube ocre el hedor se mezcla con el humo de las llamas haciendo el aire irrespirable.

[...]

Pasan las horas y las gotas de sudor que se deslizan suavemente por su frente se evaporan a escasos centímetros del suelo, el calor es insoportable, las pupilas hace tiempo que han enrojecido y sus fosas nasales exhalan el aire a duras penas.
 
Pero a él no le importa, continúa con la mirada firmemente clavada en el candente acero, martilleando la hoja que tantas veces le ha salvado la vida.

Como una marioneta movida por unos hilos invisibles, sus golpes son constantes, secos, firmes... Su mente se evade a épocas pasadas, épocas de guerras, épocas se sangre...

En las que en el filo de su espada se reflejaba el ardor del sol, y los cadáveres de sus enemigos se contaban por miles; donde una historia destacaba sobre todas las demás en la época en la que se forjaron las leyendas.

Ira Tenax

Fuego... El sugerente baile de las llamas las mecía de un lado a otro con suavidad, al tiempo, estas intentaban sin éxito acariciar las jóvenes manos que se extendían junto a la hoguera.

Un crujido estridente seguido de varios más secos y rápidos atrajo la atención del anciano que se encontraba sentado en una vieja silla de madera a escasos metros del calor de la lumbre.
Este observaba como el joven clavaba sus ojos en la brillante espada colgada junto a la puerta.

Una ligera sonrisa cargada de picardía asomaba de su rostro al tiempo que tragaba saliva para aclarar la voz, pues había contado aquella historia decenas de veces a su nieto, pero él siempre quería volver a escucharla.

La rústica habitación, escasamente decorada, era fría, amplia y silenciosa, y la tenue luz de la hoguera apenas alcanzaba a iluminar un pequeño rincón de la estancia.
No obstante esa tenue luz era más que suficiente para aquel hombre y su joven nieto, pues las historias que se han convertido en leyenda siempre se escuchan mejor cuando se cierra los ojos al mundo real y se abren al mundo de la imaginación.
Esta es una de ellas.

[...]

" Un día tuve una visión, vi una gran montaña bañada por la luz de la luna, y en su cima, acariciando el cielo con su espada se encontraban los ejércitos del mundo montados sobre sus corceles, gobernando los cuatro vientos y clamando al unísono el despertar de un nuevo mundo.

Un día tuve un sueño, soñé con un gran lago de cristal que reflejaba las sombras de los caídos, estos anhelaban desesperados volver a la vida, alzarse nuevamente y volver a luchar por sus sueños.

Ambos lugares tenían una cosa en común, una columna de llamas que atravesaba la tierra, se hundía en lo más profundo del infierno y nacía nuevamente en el extremo opuesto del globo, juntos formaban una inmensa cruz ardiente que no se extinguiría jamás, esa cruz guardaba en su interior el alma de cada uno de los guerreros, tanto de los vivos como de los muertos.

Un día tuve una revelación, vi el mundo bañado por las sombras, por las almas errantes,  las ánimas de medianoche, los espectros y los Wargol. Reclamaban el mundo de los vivos para sí, para sus odios, sus pecados, sus temores... "

Más cuarenta años duró aquel infierno, sí, infierno es la palabra más adecuada para una guerra en la que se enfrentaron los vivos y los muertos.
 
Una guerra en la que un aliado caído se convertía en un enemigo más.
Enfrentando a hermanos contra hermanos, padres contra hijos devorados por las bestias del abismo que habían regresado de la muerte para llevarse consigo a sus progenitores .

Todavía muchos de nosotros nos preguntamos como pudieron ganar aquella guerra, pues parecía que el destino les había dado la espalda y la raza humana estaba condenada a su extinción.

Fue por una mujer, la esposa de un soldado que acababa de partir al campo de batalla y que todas las noches rezaba por su amado y por el hijo que estaba a punto de nacer.

Pasaron los días, las semanas, los meses, y su amado no regresaba, la mujer no pudo soportarlo más y fue en su busca,se adentró en tierras yermas, atravesó páramos bañados en sangre y atestados de bestias hambrientas, llegó hasta las primeras lineas de combate sin un sólo rasguño.


Donde otros soldados caían por decenas ella permanecía en pie con la mirada perdida en el horizonte y clamando en su mente el nombre de su esposo.

Los espectros al verla huían despavoridos, las ánimas se estremecían y sus chillidos llegaban hasta el firmamento.
Tan sólo una figura permaneció en pie junto a ella, era su esposo, ahora un cadáver en descomposición que vagaba sin rumbo consumiendo todo cuando tuviera vida.

Sus miradas cruzaron, sus corazones se cruzaron y aquel hombre cayó al suelo inerte. La mujer al observar tan desgarradora escena rompió a llorar, sus lágrimas se filtraron en la tierra y de los restos de aquella tierra bañada por el amor, el dolor,la ira y la desesperación surgió el alma de un valeroso guerrero, que empuñando una brillante espada cargó contra las hordas del mal infringiendo un daño superior al que todos los soldados habían logrado durante todos aquellos años.

Los espectros se lanzaban blandiendo sus garras y dientes, las ánimas intentaban entrar en su mente y volverle loco, los Wargol rugían y le embestían con toda su furia, pero todos acaban muriendo, el alma de aquel soldado estaba enfundada en un halo de esperanza irrompible.

Entonces el milagro ocurrió,los guerreros soltaron sus armas y comenzaron a rogar por sus seres amados, sus padres, sus hijos, sus hermanos... Todos se alzaron de nuevo para proteger el mundo por el que en vida lo habían dado todo y los ejércitos de la oscuridad se vieron obligados a regresar a las tinieblas.

Cuando aquella gran batalla que estremeció el mundo hubo acabado cada uno de los espíritus regresó a la tierra que le vio nacer,y los vivos, dando gracias en silencio, entonaron cantos de gloria en su nombre.

¿ Cómo sé que esa leyenda es real ? Mi padre era el fruto del amor de esa mujer y su esposo,
y esta espada es el legado de mi abuelo, que aún brilla como el primer día...

Réquiem

- Pero abuelo ... - Le interrumpió el nieto con la mirada puesta en la espada.
- ¿Qué ocurre, hijo mío?
- La espada ... se está rompiendo....

Un enorme chasquido seguido de un estrepitoso golpe en el suelo levantó al anciano del golpe de la silla, el cual se acercó lo más rápido que pudo a la espada que ahora se encontraba partida por la mitad con la punta clavaba en el suelo de la estancia y el mango colgado a duras penas de la cuerda que la sujetaba.
Sus manos temblorosas se negaban a coger aquel pesado trozo de metal, y su voz, ahora entrecortada se había convertido en un incomprensible balbuceo.

Un grito gutural al otro lado de la puerta despertó a ambos de su ensimismamiento, en el cual una pútrida mano atravesó con fuerza la frágil puerta de madera que les separaba del mundo exterior.
Los gritos se perdieron en la noche, se mezclaron los los otros cientos de gritos de aldeanos aterrados y gruñidos incomprensibles de feroces bestias del inframundo.

Entre toda aquella masacre tan sólo se alcanzaron a oir los jadeos de un chiquillo que corría desesperado colina abajo llevando consigo dos pedazos de metal presa del más absoluto terror.

Thundermoon
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2013, 16:21:53 pm
LAS HECES DEL VINO



   Cuando escucho sus voces envueltas en el viento que recorre las calles desiertas a estas horas, me doy cuenta de que todavía conservo nítidas las líneas de sus rostros, como sellos indelebles,  en mi recuerdo. A veces sólo yo los veo, bajando por las calles estrechas de este pueblo, dichosos en su amor, escondido y culpable. Y, al verlos, la negra rabia aún sube por mi garganta y despierta en mí el deseo violento de desvelar su culpa, de compartir con ellos mi oscuro sufrimiento de mujer despechada. Entonces me doy cuenta de que ya no es posible hacerles daño, porque están más allá de los rencores.

   Él era hermoso, tal vez no fuera guapo en el sentido común de la palabra, pero sus tiernos ojos miraban con la melancolía de lo hermoso. Y sus manos, grandes y finas como las de un pianista, siempre acababan por posarse en el lugar preciso. Ese lugar inalcanzable que nunca resultó estar en mi cuerpo…quizá tampoco en el de ella, porque su aleteo ligero parecía rechazar toda premura física, como si se alimentarán sólo del aire de sus gestos, comedidos y suaves, como en una danza.

   Si  los acechaba detrás de  mi ventana, me parecían tan desparejados y distintos como si cada uno tuviera un mundo diferente. Dos mundo diversos y, sin embargo, enredados como la hiedra tierna que trepa un tronco seguro y asentado. El fino espíritu  maduro de él ligado a las nacientes curvas carnales de ella. Así los recuerdo: caminando juntos, disimulando apenas el lazo que los unía, que los ató para siempre, después de aquella noche fatídica que los engulló, como si, desaparecidos, formaran parte de otro tiempo distinto, más allá de la muerte.

   Ángel había llegado al pueblo  una tarde de septiembre con el autobús de línea (le horrorizaba conducir, lo supe más tarde). Venía de un pueblo castellano sumido en el olvido. “Aquí no hace tanto frío, don Ángel, ya verá como se encuentra a gusto”. Pero él no esperaba grandes cambios, suponía que el olvido también se extendía por estos pueblos de Aragón…y de hecho, no se equivocaba. Traía una enorme maleta, más llena de libros que de ropa, donde guardaba  todo aquello que consideraba necesario para hacer confortable su nueva casa.  Para instalarse, se aplicó al ritual repetido ya varias veces, que, según nos contó después, consistía en volver a colgar las fotografías que acababa de quitar de otras paredes, apilar los libros, guardar los útiles de afeitado y colocar la vieja tetera de barro en la cocina. De esta manera, decía, iba restableciendo otra vez su pequeño universo. Los continuos traslados le habían obligado a esos trucos, que le salvaban de sentirse un simple vagabundo. La maleta, su maleta, decía, no era más que el resumen de su existencia, una metáfora de su propia vida.

   Pero el día que desaparecieron no se llevó nada  de todo aquello. Por eso la gente pensó en un accidente. Yo, en cambio, supe que se trataba de una decisión meditada, era como si hubiera decidido romper con el pasado, con la tranquilidad de las cosas conocidas, como si pensara que sólo ella iba a serle imprescindible en el futuro.
   
   Lo recuerdo aún en el primer día de curso, azorado por los pasillos, ocupado en reconocer los lugares y las personas nuevas que se le presentaban. Llevaba unas gafas de concha redondas que, por un  fondo  de coquetería, sólo se ponía para leer  y  que le daban un aire de intelectual progre que casaba bien con su aparente fragilidad. En aquel viejo instituto anclado en el pasado, lleno de profesores distantes y demasiado mayores para conectar con sus alumnos, él pasó, aquella primera mañana, de aula en aula desgranando sus  intenciones y lo que pretendía del nuevo curso. Con cada clase  le iba creciendo una aureola de atractivo personal que se propagaba de boca en boca como una leve brisa. Por eso, cuando llegó a la nuestra, la curiosidad había crecido tanto que desde el primer momento le creímos una especie de semidiós con ribetes de galán de cine.

   Con una natural habilidad, nos presentó un mundo desconocido por nosotros hasta entonces, una nueva visión de la vida donde el cine, el arte y la literatura se mezclaban a partes iguales en una confusa y romántica bohemia rebelde de artistas y escritores que, de repente, dejaban de ser sólo aburridos nombres que había que memorizar. Cada frase parecía abrirnos una ventana distinta hacia un mundo frívolo, tan distinto de la seriedad sesuda que habíamos supuesto en los grandes literatos. El mundo, hasta entonces dividido en los compartimentos estancos de las asignaturas, se convertía ahora en una sucesión de películas, novelas y cuadros perfectamente ligados entre sí. Por primera vez, la cultura no era aquello que se interponía entre nosotros y las calificaciones, sino que, por el contrario, era algo de los que también participábamos, algo que nos ataba a la Vida con mayúscula, más allá de nuestro pueblo, de nuestro pobre horizonte de quince años.

   Sus clases resultaban siempre tan sorprendentes como inesperadas. No parecían tener un objetivo definido. Recorríamos los siglos sin ninguna dificultad, mezclando el vitalismo renacentista con el malestar romántico, Cervantes con Baudelaire, Machado con los trovadores…todos tenían cabida en este nuevo universo que forjaba día a día para nosotros. A menudo nos leía en voz alta fragmentos de libros que apreciaba especialmente. Todos escuchábamos con un silencio reverencial. Ángel, que conocía su talento histriónico, aprovechaba entonces para lucirse. Desde mi pupitre, lo contemplaba más atenta a su rostro que a lo que leía.  Su figura crecía en mi mente hasta alcanzar la forma de uno de esos héroes de película que encarnan todas las perfecciones: tiernos pero valientes, cultos pero no pedantes, guapos pero también graciosos. Su imagen deslumbró mi inocencia hasta el punto de creerlo más allá del bien y del mal, más allá de lo humano. Incluso hoy, al evocarlo, no puedo evitar una admiración profunda. No importa todo lo que después supe, no importa que, a veces, su pasión prohibida lo degradara a mis ojos. Su figura erguida en mitad de la clase, con un libro entre las manos, sigue provocándome la ilusión del ser, quizá irreal, del que sin duda me enamoré. Y, sin embargo, ¡qué lejano e inaccesible desde mi rincón! Distante en su papel de sumo sacerdote del arte, no parecía reparar en mí, en realidad, no parecía reparar en nadie.

   Un día llegó a clase empeñado en el diálogo. Nos provocaba, nos urgía para que opináramos,  para que estableciéramos nuestros propios moldes, nuestro propio criterio artístico. Preguntaba si habíamos leído este o aquel libro, si habíamos visto cierta película. Enmudecidos repentinamente, lo mirábamos culpables y ansiosos a un tiempo.  Nunca me he sentido más profundamente dolida de mi propia ignorancia. ¡Cómo hubiera querido levantar la mano y decir que yo había leído ese libro o visto aquella película! No por vanidad, sino por salir del oscuro anonimato, para mostrarle que existía y que, además, era digna de él, digna de su interés. Alguien trató de explicarle las escasas posibilidades culturales que ofrecía nuestro pueblo, la parálisis cultural que nos envolvía. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de las tertulias. 

   Empezamos a reunirnos a una hora fija para conversar, o mejor, para escucharle, sobre todo al principio. Aquello era como una prolongación de sus charlas en el instituto. Proponía un libro, una película, y nosotros tratábamos de conseguirlos para poder hablar de ellos. Eso nos reportaba verdadero placer y nadie acudía a esas reuniones  obligado o con desgana.

   Yo, por supuesto, no me perdía ni una, pero seguía sin atreverme a hablar. El efecto hipnótico que me producía anquilosaba mi lengua y mi mente. Creo que por eso empecé a escribir. Al principio fue sólo un diario donde contaba todo lo que no me atrevía  a decirle. Después vinieron los versos, poemas de amor torturado, quejas solitarias y secretas. En mi fuero interno soñaba con escribir un gran poema, la obra maestra de la poesía que me reportaría la fama, que me haría atraer su atención. Me veía, incluso, comentándolo en nuestras tertulias bajo su mirada aprobadora y emocionada. Lo ridículo de mi ocurrencia no evitaba que deseara aquello con más fuerza cada día. Pero, cuando al despertar de mis sueños, volvía a contemplar mi propia insignificancia, me desesperaba.

   La primera vez que entré en la casa de Ángel, el corazón me latía con fuerza. Era como conocer su intimidad, lo que me producía un sentimiento encontrado de ansiedad y de miedo. Allí empecé también a descubrir el aspecto más desvalido de su personalidad, que, lejos de molestar la imagen ideal que me había forjado, le daba nuevos matices que la enriquecían y hacían más atractiva. Nos había invitado a un pequeño  grupo, después de una de nuestras tertulias, porque alguien había insistido en saber dónde vivía. Llevábamos un rato en el salón de la casa, sentados en círculo, charlando animadamente, cuando noté que su mirada reparaba en mí. Un escalofrío me recorrió al oírle decir que quería escuchar mi opinión, que nunca hablaba en nuestras reuniones, que había que vencer la timidez…Ya no recuerdo lo que dije, supongo que enrojecí de los pies a la cabeza. Durante tiempo me repetí una y otra vez sus palabras en mi mente. Era la primera vez que se dirigía a mí directamente, sus palabras sólo tenían que vez conmigo. Las analicé hasta deformarlas intentando descubrir en cada matiz, en cada inflexión de la voz, un signo de que, quizá, se había fijado en mí. A fuerza de repetirme la escena, se convirtió en algo trascendente hasta el punto de acabar por creerme yo misma que aquellas frases tenían un significado oculto.

   Y de repente, sucedió. No puedo decir cómo llegaron a entablar su relación, porque yo, ocupada como estaba en mi amor platónico, permanecía ajena a cualquier chismorreo. Tampoco noté cambios importantes ni en Marta ni en él. Pero un buen día  estaban allí, caminando juntos, con esa indiferencia por el mundo con que se pasean los enamorados. Mi mirada los acechaba, incrédula, dolorosamente consciente de lo que mi mente se negaba a creer. Reían, se miraban, parecían felices, como si bajar por la calle Mayor de este pueblo fuera lo más divertido y excitante que se pudiera hacer. Lo único que de hecho parecía interesarles. Una niebla espesa se instaló en mi cerebro, noté golpear con fuerza el pulso en mis sienes y por un momento tuve que  agarrarme a la barandilla del balcón para no caer desmayada. Cuando los hube perdido de vista, el nudo que atenazaba mi garganta se desató. Era algo que venía de muy adentro, una fuerza que de golpe estalló en un llanto convulsivo que me dejó paralizada mientras las lágrimas y los sollozos brotaban en tropel.

   ¡Cómo expresar el vuelco profundo que se produce en las entrañas cuando la percepción brutal de la realidad desmorona el castillo de sueños que se ha ido forjando en su interior! Que mi enamoramiento secreto e íntimo sólo me concerniera a mí, no significaba que no albergara esperanzas, por irracionales que resultaran. Quería cambiar el mundo sin mover un dedo, podía resultar una idea absurda, sí, pero eso no hacía menos dolorosa la realidad.

   Pasada la primera conmoción, comencé a sentir repugnancia por una relación que me parecía antinatural. Marta, mi compañera de clase, se me aparecía grosera y soez, un ser indigno de la finura y elegancia espiritual de Ángel. Aun hoy, cuando evoco la imagen de ambos paseando felices, no consigo entender qué es lo que les unía. Dicen que el espectador ajeno nunca consigue comprender el amor que nace entre dos seres. Yo, que me consideraba juez y parte de éste, no sólo no lo entendía, sino que me indignaba. Me sentía traicionada, aunque no sabía muy bien por quién de los dos.

   Y así se fue instalando en mí esa violencia sorda con que el débil defiende su impotencia, ese vago deseo de venganza que tiñe de odio la mirada del despechado. La ansiedad y el miedo tanto tiempo guardados se volvieron crueldad empeñada en atacar a quieres nunca creyeron ofenderme. Comencé a espiarlos, a leer en sus ojos, en sus gestos, lo que seguramente estaba sólo en mi imaginación. Marta me pareció distante, alejada y altiva, como una reina triunfante y desdeñosa. Ángel, en cambio, se me antojaba triste, ensimismado, más lejano que nunca. Aunque ya no volví a verlos pasear por la calle, aquella imagen permitió que mi mente inventara otras más hirientes, que me dejaban el regusto agridulce de imaginarlos carnales y enfangados en lo que yo consideraba una baja pasión.

   Todavía no sé de dónde salió aquella idea. Fue como si hubiera surgido de otra que no era yo, de un ser despreciable e hipócrita que censuraba lo que no había podido conseguir para sí. Lo cierto es que una lluvia amarga de anónimos empezó a caer sobre los amantes. Amenazas, chantajes, el veneno que sueltan los cobardes, palabras aprendidas de una moral hipócrita que, día a día, iban  mellando el ánimo de Ángel. Nuestro libertador, el hombre que había cortado las amarras que nos ataban al suelo de este pueblo anodino, se iba empequeñeciendo, iba perdiendo, poco a poco, altura, cada vez más vacilante, más débil.
   Se suspendieron las tertulias, apenas se le veía en otro sitio que no fuera el instituto. Nunca pareció tan frágil. Marta tampoco hablaba, saludos vagos cuando nos veíamos, pero sin la alegría de antes. La tormenta que yo había provocado parecía enquistada en cada uno de nosotros tres, aunque seguía ignorada por todos los demás.

   El día en que ninguno de los dos acudió a clase, nadie sospechó lo que ocurría hasta mucho más tarde. Sólo yo, superada por la situación, comprendí  que  los hilos que  había ido urdiendo con tanto odio habían cobrado vida propia como movidos por un extraño. No sabía qué hacer. Fue como si me cayera encima una losa enorme justo en el momento de despertar. Me sentí aplastada por los remordimientos que me persiguen desde entonces como sombras de dedos largos y fríos. Algunos hablaron de una fuga,  otros temieron un accidente, pero lo cierto es que nunca más se supo de ellos.
   Muchas veces he pensado que el tiempo es como una melodía incontenible de la que sólo podemos recordar el ritmo, porque nada puede salvarnos del lento proceso del olvido. Sin embargo, hay imágenes que se quedan aprisionadas, como si se negaran a diluirse en las tinieblas de la memoria; imágenes que subsisten colgadas del presente y que se instalan para siempre en  nosotros. Sólo así conseguimos que el pasado irreparable perdure en el fondo de la vida como las heces de un vino que ya nunca nos deja, explicando con su presencia lo que somos o lo que queremos.
   Cuando contemplo este cielo negro que se llena de estrellas, tengo la sensación de que mi mirada lo traspasa, con ojos penetrantes como los de él y mirada risueña como la de ella. Y me basta un gesto, un leve movimiento de mano, para delatar una vieja presencia que me habita. La sensación de sentirme poseída por sus almas errantes.  Por eso hoy, como cada noche, como cada día desde hace quince años, con el invierno pisando los talones y el pueblo silencioso, tendré la imperiosa necesidad de baja la calle Mayor, con la  indiferencia fingida con la  que escondo los remordimientos.

Elisa Montes
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2013, 16:23:30 pm
Hambre y limpieza



Desde la primera vez que se acostaron, Luis supo que estaba mal. Supo que ese tipo de hambre era malsano. “¿Pero por qué está mal?”, le preguntaba Belena todavía envuelta entre las sábanas. “Pues porque está mal”, respondía él cabizbajo, sentado en el borde de la cama, poniéndose los calcetines, ansioso porque Belena se fuera de su departamento para así poder empezar la limpieza.
   Belena siempre se demoraba eternidades en irse; siempre merodeando a Luis como una gata que quiere ser acariciada, que quiere sentirse protegida. A veces Luis se compadecía de ella y la abrazaba. A veces el hambre contraatacaba e incluso volvían a tener sexo. Otras veces se hartaba de ella y la corría del departamento casi a empujones. “Esta fue la última vez. La última”, pensaba Luis, apretando los puños, dirigiéndose hacia el mueble en el que guardaba los productos para la limpieza. Entonces se ponía a fregar pisos, a recoger las botellas de la noche anterior, a lavar las sábanas, a desaparecer los vestigios de su horrible gula. Limpiaba el departamento con tal desesperación que terminaba bañado en sudor. “Fue la última vez”, se decía de nuevo, endureciendo la mandíbula.
   Pasaban días, semanas, y Luis se esforzaba por no pensar en Belena. Se sumergía en el trabajo atrasado (una pila inmensa de textos sobre arquitectura que debía traducir del español al inglés) y en las novelas aún no leídas. Se libraba de la imagen de Belena durante un par de horas, hasta que su olor (a esencias raras que ella misma hacía) le asaltaba las fosas nasales, impregnándoselas aunque empapara los pisos con Pinol.
Hambre, maldita hambre.
En momentos así, Luis prefería salir a dar una vuelta a la Alameda Central o a ver un combate mediocre en la Arena Coliseo.
   Pasaban días y semanas, hasta que una noche sonaba su celular. “¿Puedo ir a verte? Ando por tu rumbo”, decía la voz borracha de Belena al otro lado del teléfono. “No, no puedes venir a verme ni hoy ni nunca. No podemos seguir haciendo esto. Ya son demasiados años. Acuérdate, tú tenías dieciséis y yo dieciocho. Entiéndelo: lo que hacemos no está bien. Jamás lo ha estado”, es lo que Luis quería responderle. Sin embargo el hambre siempre triunfaba y Luis, irremediablemente, terminaba diciéndole: “Sí, ven.”
   A los cinco minutos tocaban a la puerta. Luis abría. Belena estaba en el umbral cargando una botella de ron o de anís (muy posiblemente robada), sonriendo, con el rímel corrido y los ojos irritados. Luis le cedía el paso. Al entrar impregnaba el ambiente con sus esencias de sándalo, canela, melisa o jazmín. El aroma de Belena le alborotaba el apetito y entonces venían los abrazos y los besos y el sexo salvaje, tierno, una mezcla de ambos adjetivos. Al día siguiente la culpa, el mismo diálogo de siempre, la urgencia de Luis por limpiar el departamento, los merodeos felinos de Belena. La eterna promesa: “Esta fue la última vez.”
   Nunca era la última vez. El hambre no lo permitía.
   “¿Y si me viniera a vivir contigo?”, preguntó Belena cierta mañana en que estaba llena de optimismo. “Si te vinieras a vivir conmigo yo me iría”, contestó Luis de forma tajante. “¿Por qué, Luis, porque de repente te soy odiosa?” “No, no me eres odiosa. Pero si viviéramos juntos podrían pasar muchas cosas. ¿Y qué si de repente se nos termina la suerte y quedas embarazada? Dime, ¿qué haríamos? ¿Tener un hijo idiota? Además, si vivieras conmigo, tarde o temprano empezarían a sospechar. ¿Cuánto tiempo crees que pasaría para que surgieran los primeros chismes?”
   Belena se quedó callada, conciente de que los motivos de Luis eran sólidos y realistas.
   “Bueno, ya me voy.”
“Nos vemos el domingo. Acuérdate que es la primera comunión de Lalo y tenemos que ir a fuerza”, dijo Luis.
“Como si nos importara que le saquen el diablo a ese pinche chamaco latoso”, fue la respuesta apática de Belena.
   Luis (raro en él) decidió acompañarla hasta el metro Allende. Se despidieron dándose un beso en la boca. Los labios de Belena le supieron deliciosos.
   Minutos después, mientras Luis limpiaba la recámara del departamento, sonó su celular. Era su padre.
   “¿Estás ocupado, hijo? ¿No? Mira, sólo te llamo para recordarte que el domingo es la primera comunión de tu primo Lalo. ¿Sabes llegar a la iglesia, verdad? Sí, es la misma en donde bautizaron a tu prima Sonia. Por cierto, ¿has visto a tu hermana? Tú mamá y yo le hemos estado marcando desde la semana pasada y no nos contesta. Seguramente ha de andar con los mugrosos con los que se junta. Que dizque hacen artesanías y esencias y no sé qué más pendejadas. Bola de borrachos y mariguanos. Habla con ella y convéncela para que vaya a la comunión de Lalito, a ti siempre te hace caso. Queremos que el domingo esté la familia completa.”
   El padre de Luis hizo una pausa, suspiró y luego dijo:
“Ay, Luis, ¿por qué Belena es así? ¿Por qué tu hermana hace todo mal?”
   “Quizá porque se parece a mí”, pensó Luis contemplando las sábanas de su cama manchadas de sudor, semen y líquidos vaginales.
   Luego, en voz alta, le dijo a su padre:
   “No sé, papá, no sé por qué Belena es así.”
   Al poco rato colgaron y Luis —empezando a sentir las malditas punzadas del hambre— reanudó la limpieza.

Roberto Cienfuegos
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2013, 16:24:49 pm
Como Dios manda



La guardia había sido movida pero nada que exceda lo normal. Hasta tuvo un rato para acostarse a dormir un poco antes de irse. Ordenó todo, limpió un poco. Subió al auto y dejó la comisaría.
Manejó lento y con cuidado, disfrutaba manejar su “nave” como él la llamaba. Deambulaba un poco por la ciudad antes de ir a su casa. Le gustaba recorrer la ciudad de noche, siempre con cautela. Mirando bien a los costados, cuidando que nadie lo siga. La ciudad estaba tranquila y silenciosa.
Frenó en un semáforo. Un auto con vidrios polarizados se le puso a la par y comenzó a bajar los cristales. Casi como un reflejo fue acomodando su mano en la pistola. Listo para disparar. Vio que en el auto de al lado había dos hombres. Le hicieron un gesto, invitándolo. Había lugar para uno más. Se quedó inmóvil. Sintió  repugnancia. Asco. Al ver su gesto, el auto de al lado aceleró. Luego de uno segundos  pudo romper la inmovilidad de su cuerpo y puso el auto en marcha. Aceleró.
Manejaba, todavía estaba perturbado. Comenzó a llenarse de odio. Hundía el pie en el acelerador. Friccionaba el volante. Apretaba los dientes. ”Maricones”, pensó. Asquerosos, maricones. Quienes se creen que son, quien les da derecho.  No son normales, maricones. No podés sacar nada bueno… algo, algo  como dios manda. Continuó manejando, lleno de asco. No quiso dar más vueltas, se dirigió a su casa.
Llegó antes de lo habitual. Estacionó en la cochera. Entró a su casa, vio todo limpio y ordenado. Se descambió, acomodó el uniforme, le pasó un cepillo para quitarle algunas pelusas, lo dobló y lo colgó. Le daba gusto estar en su casa. Un hogar seguro. Limpio y ordenado como dios manda. Disfrutaba el silencio de su casa. Sintió que el odio y el asco se iban extinguiendo.  Subió a la habitación de su hija. La miró unos segundos, en silencio  para no despertarla. Sin hacer ruido, la besó y se marchó. Caminaba en la oscuridad, disfrutando del silencio.
Lo alarmó una pequeña luz que se filtraba por debajo de la puerta de la habitación de su hijo. Fue corriendo para ver qué pasaba. Abrió la puerta de golpe. Vio que su niño todavía estaba despierto, con la luz prendida, frente al espejo, usando un vestido de su hermana y los labios un poco pintados. El niño empieza a sacarse los finos guantes blancos. La mano le templaba, quiso desprender el aro de perla pero se le cayó al suelo. El aro rodó hasta los pies de su padre. El oficial miró el aro unos segundos. Estaba un poco nervioso, se quedó unos segundos con los ojos clavados en la pequeña perla, levantó la vista y miró a su hijo. Comenzó a asentirse un poco inseguro.

Conforti
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2013, 21:04:09 pm
A DIEZ LEGUAS DE GRANADA



   Azim se arrastraba hasta una choza de adobe, que parecía esperarle, solitaria en mitad de un trigal. Había dejado su caballo a menos de media legua: estaba tan herido y agotado como él, así que le golpeó y confió que las tropas castellanas le siguieran el rastro a su montura en lugar de a él. La cabeza le daba vueltas y arrastraba los pies. Un profundo corte en su frente lanzaba mareas de sangre que le cegaban, y dos virotes de ballesta le sobresalían en la espalda, cerca del hombro derecho. La pérdida de sangre le hacía perder el equilibrio a cada momento, pero forzó su maltrecho cuerpo para alcanzar la pequeña construcción. Tal vez su rey Boabdil se fuese a rendir… es posible que Granada fuera a ser conquistada… pero sus soldados lucharían hasta la muerte por evitar el avance castellano.

   Aturdido por la fiebre y casi ciego por la sangre en sus ojos, empujó la puerta y entró en la estancia mal iluminada, fijó su mirada en un jergón que había en el suelo y se dejó caer en él. Observó con ojos tristes su cantimplora vacía, y con la mano izquierda palpó los virotes que se clavaban hondamente atravesando piel y músculo, haciéndole respirar con dificultad. Un espasmo de dolor le recorrió todo su cuerpo y se desmayó.

   Despertó gritando, cuando alguien volvió a hurgar en su espalda. Su mano tanteó el suelo buscando la cimitarra que había dejado caer cerca del jergón, pero le fallaron las fuerzas y no pudo sino gritar. Emitió un lamentable aullido de dolor y frustración, que bastó para hacer huir a la muchacha que examinaba sus heridas.

   Esa niña, convertida en mujer por la guerra, que no acepta infancias ni permite inocencias, huyó hacia el rincón, donde había estado observándole desde que entró gimoteante en su refugio. La oscuridad se aliaba con su tostada piel, pero no bastaba para apagar el brillo de sus ojos verdes. No era sino una mestiza más de alguno de los pueblos circundantes, que había huido de las tropas castellanas dejándolo todo atrás, en busca de una ciudad sitiada que cerraba sus puertas a todo mendigo que buscase refugio, mientras sus enemigos talaban sus bosques y bloqueaban los caminos.

Esa criatura, que esperaba en un rincón, enmudecida por el miedo, observaba fijamente las armas de Azim: la cimitarra, cubierta de sangre, estaba en el suelo junto a él; su aljaba, colgada en su cadera, estaba vacía: había usado todas las flechas en el último combate, un intento desesperado de la caballería por aliviar el asedio de la pequeña ciudad; por último, su cuchillo, que no había salido de su vaina. El resto de sus armas, las jabalinas, el escudo y el arco, habían quedado abandonadas en el campo de batalla, cuando la caballería cristiana irrumpió entre su escuadrón y la ciudad, matando a docenas y haciendo huir a la desesperada a los pocos que sobrevivieron, que se vieron obligados a atravesar las filas enemigas en busca de unos bosques que ya estaban siendo talados. La joven miraba sobre todo la cimitarra, preñada de sangre, con ojos de deseo: tal vez deseaba que la matase, y evitar así el incierto futuro, o tal vez su mirada no fuese sino un gesto reflejo de una mente destruida por la soledad.

   El soldado no podía levantarse apenas, así que pidió agua a esa extraña doncella que, vestida con harapos y con el pelo suelto, era su única compañía. La joven se negó, permaneciendo oculta en su esquina, temblando como una hoja. Pero Azim no tenía fuerzas para discutir y volvió a caer en una inconsciencia a resultas del dolor de sus heridas.

   Cuando despertó de nuevo, le dio la sensación de que había menos luz. Debía haberse dormido por unas horas, o tal vez llevase durmiendo días enteros, ya poco le importaba. Notó una sensación fresca en la espalda, que le aliviaba el ardor de sus heridas. Se giró y pudo ver a la silenciosa muchacha, que estaba a su lado con dos recipientes de agua y un paño, con el que lavaba como podía su maltrecho hombro derecho. Le enderezó torpemente y le dio de beber. Él quiso beber más rápido, pero ella apartó sus torpes manos y le dio pequeños sorbos, que tuvo que aceptar como si volviese a ser un niño. No hizo falta que ella le dijese nada, por la forma en que le miraba, Azim se dio cuenta de que iba a morir: las heridas eran demasiado profundas y no había nadie que pudiese ayudarles. Le costaba respirar cada vez más, y notaba ahogo cada vez que intentaba hablar, así que permanecieron en silencio, su cuerpo postrado apoyada en la delgada muchacha: él esforzándose por respirar y ella limpiando el corte de su frente.

   Azim miraba extrañado a esa muchacha que le sostenía como la madre a la que nunca había conocido, y deseó tener fuerzas para abrazarla, o ser un niño y poder dormirse en su regazo. Se perdía tantas cosas, ahora que se moría; hubiera deseado que esa muchacha le mirase con deseo, y no con pena; le hubiese gustado oírla cantar, pero no hablaba: tal vez fuese muda, o no pudiese articular palabra al ver ese maltrecho cuerpo, que boqueaba del dolor que seguía extendiéndose al pecho. En los ojos verdes vio compasión y tristeza a partes iguales, mientras la hermosa joven seguía limpiando con el paño su frente una y otra vez.

   El tiempo pareció detenerse hasta que, súbitamente, oyó las señales de sus perseguidores. No escuchó caballos, sino el estruendo de cientos de aves al huir de algo que no podían ser sino hombres a caballo. Estaba tan acostumbrado a esos signos como explorador que podía calcular incluso la distancia a la que estaban. No tardarían mucho en ver la casa y acercarse a ella, y entonces descubrirían su rastro. Había asumido la muerte, pero temía lo que podrían hacerle a esa pobre mujer, que empezó a llorar al notar su nerviosismo.

   Le pidió que le ayudase a levantarse y a asomarse a la ventana. Desde allí se veían a lo lejos las aves que levantaban el vuelo y ,a veces, podía vislumbrar alguna lanza que aparecía de cuando en cuando detrás de una elevación.

   No había tiempo para huir.

   Estuvo a punto de pedir a la muchacha que le dijese su nombre, pero prefería que siguiese callada, así sería más fácil tratar de hacer lo que pretendía. Siguiendo sus instrucciones, ella le ató la cimitarra fuertemente a su mano derecha, ya que no tenía apenas fuerzas para sujetarla. Le dijo que se quedase con su puñal y se escondiese lo mejor posible, pero que no mostrase resistencia si entraban en la casa.

   La joven seguía llorando, y él le sonrió y acarició su bronceada piel, dejando involuntariamente una mancha de sangre. Tal vez ella pensaba que iba a enfrentarse a ellos, pero él se conformaba con distraer su atención de la cabaña.

   Volvió a mirar por la ventana y esta vez vio cómo se acercaban. Eran una veintena de jinetes. De lejos no podía saberse si eran cristianos o musulmanes, pero no se hacía ilusiones: sus ejércitos estaban destruidos, y sólo unos cuantos locos habían abandonado la seguridad de las murallas para enfrentarse a los castellanos. Lo que veía, desplegándose en el horizonte, no era sino su muerte. En ese momento, sus veinte años le parecieron muy pocos, incluso para un soldado.

   Antes de salir, se metió un dedo en la boca y se quitó el anillo que tenía el sello de su familia. Lo tiró en el interior de la cabaña. A él ya no le servía para nada, y tal vez ella podría sacar algún provecho de un anillo de oro.

   Se sintió tentado a mirar atrás, a acurrucarse junto a esa desconocida de la no conocía ni su nombre ni el sonido de su voz, a dormir y levantarse otra vez en una Granada en paz y sólo suya, escoger otra vida y olvidar la guerra. Pero en lugar de eso salió tambaleándose de la casa.

   El pecho se le hacía pesado, y se fatigaba sólo con tenerse en pie, pero se forzó a correr fingiendo huir de los jinetes, apartando los trigales con torpes golpes de su cimitarra, moviendo pesadamente su brazo inerte de un lado a otro. Corrió hacia el este, pues allí estaban Granada y la Meca. Siguió andando a trompicones, con el Sol del atardecer a sus espaldas y la Luna saludándole de frente, mientras el aire abandonaba su pulmón perforado y la sangre volvía a manarle de la frente. Ignoró los gritos de los jinetes y siguió agitando la cimitarra, dando voces como un lunático, clamando a la ciudad que jamás volvería a ver; gritando a sus enemigos, con los que tenía más en común que con su rey, que se refugiaba como un cobarde en Granada; aullando por esa mujer a la que pretendía salvar con su dolor y su patética carrera.

   Un fuerte golpe le hizo caer de espaldas, y los virotes se le asomaron por el peto de cuero que cubría su pecho. Ya no podía apenas respirar, y las lágrimas se mezclaron con la sangre, que había dejado de brotar de su frente. Estaba tumbado con los brazos extendidos en medio del trigal, con las espigas moviéndose bajo el viento de junio, observando cómo el cielo se iba oscureciendo y, en mitad del mismo, una solitaria estrella brillaba para él.

Con su último aliento entonó una oración, mientras notaba cómo se apagaba, pensando únicamente en el cielo que Alá reserva para los hombres valientes.

Roslac
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:47:17 pm
Pendiente



Probablemente nunca olvide aquella primera vez que la vi. Abrazaba a un muchacho de su edad, uno alto, del tipo que le gustaban. Me mirò mientras lo besaba y no me molestò que con esa mirada dijera: “vos que estàs viendo baboso”. Esto ocurrió cuando ambos ìbamos a la secundaria, época en que me costaba mucho conseguir una mujer. En la adolescencia, cuando son difíciles hasta las chicas fáciles
Me enamorè de ese cuerpo y de su temperamento. Indiana prometìa un cambio en la vida de cualquier hombre, aunque a su edad no se podía saber exactamente lo que prometìa. Con ella se podía pensar en transgredir todas las convenciones. Tambièn al estar cerca se percibìa su aspereza, algo asì como mascar papel de lija.
La perdí de vista durante un tiempo y me la encontrè por sorpresa en una librerìa de la calle San Martìn. Me saludò efusivamente, pura sonrisa y ademanes, con esa feminidad tan propia de ella. Y allì estaban esos ojos color verde agua en los que podía perderme como en efecto lo hice. De la librerìa fuimos a la casa que yo alquilaba y, como si fuera lo más natural del mundo pues ninguno se le había insinuado al otro, hicimos el amor. Comenzamos asì a vivir en pareja.
Es un lugar común decir que la convivencia desgasta a la pareja pero este dicho no incluye las drogas. No me di cuenta de su adicciòn enseguida. Precisaba meterse algo en el cuerpo para estar bien ya, sin preocuparse por la puerta oscura que abrìa. LLegò a pasarse horas con la mirada vacìa inmersa en quien sabe que océanos interiores.
Yo no estaba preparado para algo asì. Trataba de retenerla en casa pero se escapaba. Frecuentaba tugurios donde su pareja ocasional le pagaba lo que deseaba a cambio de sus favores. Esto maldijo nuestra relación. Iba a rescatarla de los sitios de mala muerte donde se metìa y en una ocasión intentè quitársela a un tipo con el que no se podía razonar. Me mandò al hospital. Comencè a desentenderme. Me superaba esa corriente tan fuerte. En una oportunidad no volvió y no la busquè. Con el tiempo supe que andaba con un pesado que se dedicaba a distribuir “merca”. La borrè hasta donde pude de mi mente. Del Frade, un policía amigo, me contò que ella se dedicaba a venderle droga a los chicos.
El tiempo pasò intentado fingir el olvido. Uno de esos buenos, o malos, días volvì a verla. Ambos instalados en una columna de gente que, como un tren, nos llevaba por una vereda angosta. Era arrastrada en sentido contrario al mìo y pasò cerca sin reconocerme, con la mirada vuelta hacia dentro.
La intranquilidad resucitò y admitì que no podía vivir sin ella. Por Del Frade sabìa donde atendìa a sus clientes asì que fui a buscarla. No fue fácil pues se resistió bastante. Tuve que arrastrarla hasta casa. La obliguè a un tratamiento de desintoxicación, un verdadero infierno el de esos días. Mi amigo me dijo que el pesado se mantenía quieto, me quedè tranquilo por ese lado. Para el tratamiento psicológico recurrì a alguien que me recomendó, un tipo alto y eficiente de pelo muy negro. La llevé a varias sesiones hasta que comenzó a ir sola.
Todo se tranquilizò y volvimos a unir nuestros cuerpos con un deseo que parecía largamente postergado. Como cuando comenzamos a vivir juntos, un autèntico rejuvenecer. Renovè con ganas mis planes archivados. Los viajes que no llegamos a efectuar. Aunque participaba de mis proyectos Indi no era una entusiasta de viajar. La sorprendì alguna vez contemplándome de un modo indefinido. Yo tambièn la miraba cuando no me veìa. Sin embargo no detectaba síntomas de una recaìda.
En una de mis caminatas vespertinas vi de lejos a una mujer que se le parecía. Al acercarme comprobè que era ella. Resultaba distinta, tan bien arreglada, tan vital. Con sus dedos dentro del pelo negro del analista.

PRIETO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:48:43 pm
JULIA SE HA IDO



     Aquella tarde, Jesús no acertaba a mirar a ningún sitio.  Sentado en aquel banco, bajo

una leve y fria llovizna de la que sólo en parte lo perdonaba el abrigo de un olmo, movía su

mirada de un lado a otro sin percatarse de nada.  En su mano, una escueta nota arrugada; en

su cabeza, sólo una pregunta ¿por qué te has ido?.


     De vuelta a casa, procuró ahogar esa brasa incandescente que se había instalado en el

centro de su pecho. Pero tres segovianos sin hielo no hicieron sino extender esa quemazón

a sus ojos, incapaces de mirar más allá de la impotencia y la incertidumbre después de la

incapacidad de aceptar una ruptura que hasta la lectura de aquella nota no figuraba en

ningún pronóstico, ni lejano, de su vida.  Su cuerpo se negaba a abandonar el incendio en

forma de desoladora desazón y desgarradas preguntas a las que su raciocinio no daba

respuestas.


     Después de algunos estériles intentos añadidos de apagar el demoledor fuego con

demoledoras dosis de cuarenta grados, llevó su horrísono silencio a casa, y allí se hizo mas

estridente aquella sinrazón.


     La foto que ahora mantenía en su regazo adivinaba una pareja feliz y sonriente, y en los

ojos de Jesús se humedecía toda la ausencia de aliento de aquella estancia. Recordó el viaje

donde hicieron aquella foto. Dias felices. No. No podía perderla así. Era el sentido de su

vida.

-    Pag. 1  -
     Se dirigió al dormitorio. Tropezó en la mesa baja del comedor, como recordatorio de su

intento etílico, por lo que paró antes en el mueble bar, en busca del sedante patrio.


     Apoyado necesariamente en el marco de la puerta, miraba la cama vacía. Mas fotos. Mas

recuerdos. Mas dolor.


     Ahora tuvo que hacer un importante esfuerzo para regresar al sofá, botella en mano. 

Hurgó en su bolsillo en busca del móvil, pero ya su etílica certeza de que no sería capaz de

marcar el número lo postró hacia atrás. Observó entre brumas el orden y la limpieza de

aquella estancia, e insinuó una triste sonrisa antes de que aquellos ojos huyeran de la

realidad y comenzaran a sentir el alivio de la inconsciencia.



.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-



     Jesús, te diluyes en la bruma huyendo  del dolor, y tu falaz conciencia no ve mas allá del

abandono.


     No ves sombras de otros recuerdos sombríos. No has visto lágrimas pasadas en aquella

cama vacía. No has visto el vacío doloroso y poco a poco el vacío bendito de aquella casa.


     No ves el cristal de la mesa roto, no ves la huella de tu puño hundido en la puerta.


     ¿Por qué te has ido, Julia?, ¿Y tu te lo preguntas?.

Juan Bluestone
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:50:01 pm
CULTURA PRESA



Estaba nervioso, en verdad podía ir a la cárcel por lo que estaba a punto de hacer, pero estaba decidido y tan solo la policía podría detenerme para que no realizara el cometido que me había llevado allí esa fría noche. Me encontraba solo en la calle, llevaba tiempo estudiando como entrar en el edificio, y ciertamente hoy me había sonreído la suerte, ya que era un día festivo y la gente se encontraba en la fiesta que el ayuntamiento celebraba en el centro de la ciudad, donde también se encontrarían las fuerzas de seguridad, tan solo tendría que preocuparme de los guardianes de aquel lugar.
Me dirigí a la parte trasera siempre comprobando que nadie me estaba observando, mientras me subía a un contenedor de basura un gato negro casi me da un susto de muerte cuando salió de la nada y salto tan cerca mía que casi lo podía rozar, aunque no era supersticioso esta noche todo me podría hacer dudar de mi mismo. Cuando me repuse del sobresalto saque de mi mochila una ventosa y un laser para hacer una abertura en el cristal de la ventana que tenía más cerca de mí, logré introducir mi mano y girar el tirador para abrirla silenciosamente.
Una vez dentro quedaba lo más difícil esquivar a los guardias que hacían rondas cada cierto tiempo, así como intentar que las cámaras de seguridad no me captasen, aunque llevaba un pasamontañas que me puse por precaución para que si me avistaban o lograban captar mi imagen no pudieran seguirme el rastro, sabía que si se percataban de mi presencia no lograría mi cometido. Me dirigí a las escalera de emergencia donde tuve que subir hasta el tercer piso, en estas sólo me encontré un par de cámaras de seguridad que logré pasar sin dificultad, cuando estas giraban aprovechaba ese momento para pasar sin ser visto.
 Cuando llegué al tercer piso abrí la puerta con cautela y me encontré una sala que a su vez contenía muchas habitaciones, ¿cuál sería la correcta? Según recordaba del mapa que había conseguido de este edificio debía ser la puerta segunda a la derecha de esa misma sala, aunque me surgió la duda de que hubiesen cambiado la ubicación de lo que buscaba, aunque tenía la esperanza de que no fuese así.
Me dirigí a la puerta que por supuesto necesitaba una tarjeta identificativa sin la cual no se podía acceder, como yo no poseía una saqué de mi mochila lo necesario para provocar un cortocircuito en la puerta. La puerta se abrió y yo pasé al interior de esta habitación, mis ojos se abrieron notoriamente y la expresión de mi cara cambió de cautela a felicidad, si, esta era el sitio que estaba buscando, sé que no todo el mundo sabría apreciar la belleza de los tesoros que aquí se encontraban, aunque para mí era lo mejor que había visto en mi vida.
Aquí se encontraban joyas que no podrías encontrar en otro lugar, joyas literarias que la censura del nuevo gobierno había destruido en su mayoría y los libros que quedaron de la hoguera cultural que llevaron a cabo, que fueron pocos los confinaron en sitios como este, donde eran presos que nunca volverían a ver la luz, ni a ser leídos por nadie. La dictadura había destruido todo atisbo de revolución, así como todo lo que la pudiese incitarla, dejándonos sin libertad de expresión, sin cultura, la censura era notable en cualquier parte del país y en todos ámbito, tan solo estaba permitida la sumisión al régimen y todo lo que fuese acorde a este.
Por eso el simple hecho de estar en esta sala podría costarme la cárcel o la muerte si este crimen fuese considerado una traición al régimen y a sus principios. Este pensamiento me hizo volver a la realidad y apresurarme en coger lo que pudiera y escapar de aquí antes de que alguien advirtiera mi presencia, tan solo podría llevarme algunos de todos los que veía, no sabía cual elegir, pero puse en mi mochila los que pude y me dispuse a salir de esa sala, ¿alguna vez volvería a ver estos libros? ¿Destruirían los que había dejado atrás cuando se dieran cuenta que faltaban algunos ejemplares? En verdad esperaba que al menos no se deshicieran de los demás, prefería que se convirtiesen en polvo por el paso del tiempo a que fueran quemados como los anteriores.
Salí por la puerta de la sala y cerré la puerta quitando los utensilios que use para abrirla, me dirigí a la escalera de emergencia, pero antes de llegar a la puerta vi que uno de los guardias de seguridad sostenía un revolver apuntando hacia mí. Seguramente el cortocircuito saltaría en su sistema advirtiendo que algo no iba bien
— ¡Alto! ¡No puedes estar aquí!—me gritó.
No sabía qué hacer, ¿se había acabado todo? Me quede inmóvil unos segundos pensando que podía hacer y lo único que se me ocurrió fue dejar los libros en el suelo y de este modo tal vez me dejaría huir sin tener que detenerme, de cualquier manera ya no los podría sacar de este lugar, lo cual me invadió de profunda tristeza.
Dirigí mi mano a la mochila para sacar los libros, pero antes de que pudiera explicarle que sólo quería dejarle lo sustraído en el suelo y que me dejara marchar vi el miedo en sus ojos. ¡NO! Sentí como la bala atravesó mi pecho tirándome al suelo, el pensó que quería sacar una pistola para intentar matarle, en verdad el gesto que hice no fue muy inteligente lo reconozco. El hombre que me disparó rebuscó entre mis cosas y saco los libros sin encontrar ningún arma que pudiera usar contra él.
—   Pero, si… no estás armado. —dijo desconcertado
—   No quería hacer daño a nadie, solo quería llevármelos — le dije casi sin aliento y mirando a los libros.
Entonces se acercó a mí y me quitó el pasamontañas que llevaba y quedo perplejo por lo que vio.
—   Pero, si eres solo un crio. ¡Llamaré a una ambulancia!
En verdad no era tan niño pensé, al menos ya era mayor de edad, notaba como las fuerzas abandonaban mi cuerpo, me costaba respirar, sabía que la ambulancia no llegaría a tiempo la bala había impactado muy cerca del corazón, y aunque llegaran en ese mismo momento no podrían hacer nada por mí.
Mi último pensamiento fue que me iba a ir de este mundo sin que nada cambiase y sin despedirme de la gente que quería por lo que creía justo, lo cual me apenaba, aunque en parte mereció la pena. Antes de que las fuerzas abandonaran mi cuerpo mi mano tomó uno de los libros del suelo que el guardia había dejado justo a mi lado y lo escondí dentro de mi jersey con la esperanza de poder sacarlo de allí.

AMAPOLA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:51:13 pm
LA NECEDAD DE LAS SOMBRAS



Hoy es mi primer día de mi aún por estrenar futuro.  Sombras densas y negras lo cubren. Estoy sola, no recuerdo la última vez que pasaba un día entero sola, con mi consciencia y mi inconsciencia a la vez. Sentada en un viejo pero cómodo sillón, repaso mi tiempo. Una televisión encendida me acompaña, la escucho sin oírla, no la miro. La habitación que me acoge es pequeña y forma parte junto a otras ocho de una humilde pensión donde yo me encuentro. Este viejo sillón de cuero marrón ha sido sin duda testigo de más de una historia. Deteriorado por el paso del tiempo, de piel desgastada y agrietada, dejaba ver la espuma amarilla que desvelaba sus entrañas. Veterano amigo de almas solitarias, de borracheras tamizadas de amargura, de cuerpos inertes intentando olvidar o quizás recuperarse de un revés del destino. Lo complementa un viejo cojín de terciopelo burdeos, de menor edad, pero maltratado por invitados hostiles que le mostraban siempre su superioridad. Dejaban marcas ostensibles en su tela del cruel trato al que estaba siendo sometido, trato vejatorio como consecuencia de descargar sus iras individuos fracasados, neuróticos por recomponer sus rompecabezas. La televisión encendida de catorce pulgadas, sin mando a distancia, pero en color, me presenta personajes ajenos a mí, se pasean con un ritmo frenético ante mis ojos,  no los distingo, pero sé que están ahí. Una antena desequilibrada impide que cumpla con esmero su oficio. A cuarenta y cinco grados a mi izquierda se encuentra mi cama, porque hoy es mi cama,  prostituta barata que sería la mejor narradora de infinidad de historias acaecidas entre sus sábanas y en su memoria. Personas dispares confiaron en ella para contarle sus más íntimos secretos, fue acariciada por algunos y maltratada en su uso por otros, es testigo involuntario de vidas inverosímiles. Sólo un cabecero de hierro forjado, un somier no de láminas sino de muelles entrelazados y un viejo colchón la conforman. Éste, debido a la mayor actividad producida en su lado derecho,  presenta desafiante su minusvalía, un hundimiento excesivo. Mirándolo de frente se aprecia con mayor claridad su tara. Vidas humildes depositaron en este catre su confianza, disfrutó y sufrió el tacto de sus manos, cuerpos que se amaron entre sus sábanas, individuos solitarios que malgastaron sus horas cobijados entre sus brazos. Sueños que se convirtieron en pesadillas, lágrimas que traspasaron su piel amarillenta mojando su alma. Escoltada está por dos pequeñas mesitas, compuestas éstas por una balda y un cajón. Erosionadas ambas por el tacto áspero de transeúntes imprudentes. Sobre cada una de ellas una lamparita destartalada, con la tulipa en tonos ocres, desequilibrada sobre su apoyo, un pie de hierro que se doblega en dos brazos. Una bombilla fundida y la otra funcionando consiguen una luminosidad tenue, no casual sino como consecuencia de ahorrar electricidad el casero. Las paredes presentan borbotones dispares a consecuencia de varias capas consecutivas de pintura. Tonos rojos dejan entrever azules, claroscuros arbitrarios a causa de la suciedad. En el techo se encuentra una lámpara tullida, sólo conserva tres de sus cuatro brazos, dos pequeñas tulipas de las cuatro que debían corresponderle, tres bombillas, le faltaba una, sólo una de ellas alumbra. Delante del viejo sillón una mesa de cuatro patas, torneadas éstas, de madera de nogal, sin tara visible y rematada en su lomo por una piedra de mármol con pinceladas beige y negras. Una silla a su lado con el respaldo de rejilla y el asiento en poli piel color burdeos. La televisión estaba apoyada en un mueble, también de nogal, con dos puertas a los lados, aunque carecía de una de ellas y tres cajones en el centro. Este era mi cuarto, alquilado, mi casa por ahora.
Aquí es el lugar elegido para meditar sobre mi futuro. Sensaciones ambiguas hacen que piense quizás en demasía mis acciones, debiera ser a veces un poco más impetuosa, pero no quiero arriesgarme a un fracaso atroz. Ya de por sí es complicada la situación en que me encuentro, tengo mi día más largo para tomar una decisión.
El miedo atenaza mis actos, es la sombra que se adueña de mi alma. No puedo volver a la que era mi casa, la última imagen de mi alcoba me está atormentando sobremanera.
Abrazaba corazas que creía indestructibles, lazos imperturbables y sentimientos que pensaba ahogarían lo superficial y el deseo, tiempo ya desvanecido.
Allí estaba él, rodeado de otros brazos, pegado a otros labios, contorsionándose como artista de circo. Sábanas mojadas por la lujuria, ojos abiertos bailando al son de una pasión desmedida. No había erotismo en sus movimientos era sexo, aquel que hacía tiempo que yo no practicaba y que ya casi lo tenía olvidado.  Hace más de un año que sus manos no me buscaban que sus labios no me encontraban. Pensaba que solamente era una mala racha, algún día todo volvería a ser como antes.
Se percataron de mi presencia, me miraron de reojo y siguieron fornicando sin concederme la más mínima explicación. Jamás me había sentido tan humillada, a él le importó bien poco que le descubriera. Huí del que era mi dormitorio, de la que era mi casa, del lugar donde en un pasado fui feliz y donde quizás, engañada, aún lo seguía siendo. En mi huida podía oír sus gritos, aumentaron el ritmo, les erotizó mi visita. Mi último recuerdo de la que era mi casa fueron unas risas salvajes que rasgaron mi alma. Soy la sombra de lo que fui. Tantos años de dicha borrados de un plumazo, tanto tiempo siendo su amante sirvienta para que ni un solo músculo se le moviera para disculparse. Me perdió el respeto y yo se lo he consentido. No tengo nada, huí con lo puesto, arrastrando una vida que era una farsa.
Ahora en esta habitación, mi sombra y yo nos debemos poner de acuerdo y decidir qué hacer con mi vida. No he parado de darle vueltas al porqué de lo sucedido, burlando posiblemente lo consciente con la más absurda inconsciencia. Incluso intento justificarle hasta que mi mente dibuja con esmero el boceto de mi odio. Ahora pasajes vividos participan activamente en mi memoria, recuerdos se buscan un hueco para hacerse los amos. No puedo flaquear, debo ser firme y en esta mi habitación fortalecer mis convicciones. No puedo desmoronarme como un castillo de naipes, debo pensar por primera vez en singular e intentar ser yo misma. Hoy es el día más largo, de mis largos días, de este mi tiempo más oscuro.

RUIZ DE LA MUELA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:52:38 pm
ENTRE ENCAJES Y PUÑETAS




Sin dejar de aspirar a la dicha, no llego a zurcir mi herida alma, pues  Lilí sigue ausente,  quizás extenuada  del vacío que le abrió el apuesto banquero tras  dejarla como disecada en medio del tango, con su  rodilla hendida en la entrepierna hasta lo último, despidiéndose luego a la francesa según emitía un deportivo silbido a sus guardaespaldas. Con ello, el timo de las preferentes podía irse a dormir una vez más el sueño de los justos, y nosotros nos sentíamos seducidos, abandonados y cornúpetas,  pero  tras tocar fondo,  airearemos globos cargados de vitriolo, vaya que sí.  Eso es al menos lo que nos decíamos entonces. Pero el hipnótico dinosaurio de las finanzas siempre acaba por pinchar nuestros fantasiosos propósitos a pesar de que Lilí le tienda de vez en vez alguna que otra trampa para engatusarlo.
El escurridizo personaje pudo de nuevo ser localizado con ocasión de un baile de disfraces que tuvo lugar en el hotel Palace de Madrid, haciéndose ahora el desencontradizo cuando nos vio, pues lo último que deseaba oír era alguna reclamación más. Lillí se había emperrado en que nos colásemos, así que me aturdió con sus súplicas y finalmente pudimos hacernos con unos vestidos prácticamente nuevos que nos dieron en Cáritas, a los que añadimos algunos petachos recortados de ropas halladas en los contenedores que florecen en calles aledañas al señorial paseo del Prado, en la trasera del museo. Pues bien, el temerario custodio  del dinero ajeno irrumpió atlético y aureolado en medio del evento, oliendo a fresca colonia quizás para dar la sensación de recién duchado, pues, según se comentaba, venía de una tormentosa reunión de accionistas en la que no se permitía la entrada de los airados pequeños ahorradores. Ahora, en aquel gran salón se daban cita  magnates de la industria con sus respectivas, así como hombres y mujeres de negocios, enjoyadas extranjeras, algún inevitable y famosillo actor y gente indefinida que no hacía más que acercarse a la bandeja de canapés, invitándonos estos últimos con su sola osadía a saciar nuestro apetito, lo cual hicimos a pesar de poder ser descubiertos con nuestros ridículos disfraces.
 Esta vez él no invitó  a bailar a Lilí, pues parecía dirigir la fiesta con su sola mirada, abriendo un claro de expectación tras sus gráciles ademanes y esmaltada sonrisa: fue la propia Lilí quien se atrevió a sacarle a bailar cuando pasaba cerca de nuestra mesa, primero invitándole a una copa, poco después abriéndose paso a codazos entre los disfraces tras agarrarle fuertemente de la mano.  Lilí  logró desafiar cuchicheos y futuras hablillas aprovechándose de que no la conocía nadie, sabiéndose contonear sin embargo a prudente distancia. Por si acaso, mis extraños compañeros de mesa y yo no perdíamos ripio sentados en el rincón del fondo, sólo que movidos por muy diverso interés, obviamente.
 Quizás poco antes o incluso en el mismísimo momento en que regresaban ambos a nuestra mesa, alguien había descuidado un chorrito de laúdano en una de las copas de vino que les habían servido antes de salir a bailar, por cierto, unas copas de cristal con una especie de simpáticos hoyuelos que serpeaban por la enigmática superficie de escarcha transparente.  El financiero no probó el licor, prodigiosamente amparado por el azar. El caso es que esa noche las horas pasaron  desmayadamente para mí en aquella abierta sala de espera del hospital, biselada por  un pasillo de aséptica luz y con tal olor a formol que invitaba a la naúsea. Menos mal que, una vez ingresada en urgencias,  Lilí se reía hasta del lucero del alba bajo los efectos del balsámico opiáceo. Pero desgraciadamente aquella contagiosa risa duró poco en las resonancias de la bóveda del paladar y hubieron de hacerle un lavado gástrico tras guardar una interminable cola en el pasillo tumbada en la camilla. La experiencia fue agónica, según me pudo comentar luego con un hilo de voz y la tez pálida. En la otra copa no se detectaron muestras de laúdano balsámico, según nos comunicó luego la Policía Judicial, y el cimbreante financiero siguió bailando salsa en el hotel toda la santa noche, pero, en honor a la verdad, luego tuvo el detalle de preocuparse por la salud de su ocasional compañera de baile, la pobre Lilí. ¡Qué gran detalle del magnate de las finanzas!
Al día siguiente creí haberme aproximado a la identidad de aquel  maléfico duendecillo que nos agrió la fiesta: supuse   que la copa de cristal fue cambiada con mano ausente en el último segundo, pero cada vez que procurábamos contrastar nuestras opiniones como pareja, una oleada de indignación  nos cubría hasta el occipucio, pues lo cierto es que Lilí estuvo a punto de abandonar este perro mundo debido a las impensables secuelas del recargado brebaje. ¿Alguno de aquellos desconocidos  compañeros de mesa fue engañado  con los activos tóxicos y se tomó luego la justicia por su mano?, ¿podían ser los celos de alguna invitada a la fiesta el móvil del sigiloso y equivocado envenenamiento? Es posible. No obstante, había que tomar en consideración el hecho de que miles y miles de personas, especialmente ancianos, habían sido engatusados  a veces por el propio director de la sucursal, firmando  un contrato con claúsulas microscópicas, y uno de los camareros parecía pedir la jubilación a gritos, con aquel arrugado rostro, con aquel temblequeo de manos y la típica hiperemotividad que acompaña a los mayores que sólo pueden regalar cariño…hasta que un día se cansan de tanta comprensión. En efecto, no se podía descartar a nadie, había que ser riguroso. Pero… adivina adivinanza.
Semanas más tarde, el apolíneo as de la banca desapareció del mapa y de nuestras vidas sin dejar rastro. Unos decían que se había accidentado en  Chamonix  según esquiaba con un corredor de bolsa que vendía información privilegiada, otros que había salido a cazar especies protegidas con los jefazos de la Lehman Brothers…en fin, no faltó quien sostenía que el mayordomo del nuevo zar ruso se dirigía reverencialmente a él para que aprobase la minuta del Kremlim, basándose  en un viaje relámpago que efectivamente había hecho a Moscú. Un mar de tópicos embravecidos renovaba flujo en lontananza.
Una insulsa tarde estaba contemplando yo un amorcillo de porcelana en la salita de la madre de Lilí, cuando ésta penetró allí rauda y sonriente, como espoleada por una buena noticia.  Recuerdo que su hija se hallaba en pleno apogeo en ese instante, haciendo feroces incursiones en el pan con aceite de oliva virgen extra que untaba con tomate natural, aprovechándose de que allí podíamos comer a nuestro antojo cuanto nos apeteciese, pues en casa sólo merendábamos últimamente un aguado café de recuelo y pan duro para mojar.
.- Te ha llegado un aviso de correo, Lilí -anunció su madre con tales ojos   de acaloramiento y alegría que parecían huevos crepitantes-. Creo que se trata de un paquete.
.- De quién - preguntó su hija con la mirada erguida y algo mosqueada.
.-Supongo que de él, de tu protector, ya sabes - repuso la anciana con un juego de sobrentendidos del que inmediatamente sospeché que yo no iba a salir bien parado. Me quedé planchado y sin habla, contemplando ausente uno de aquellos árboles de la periferia de Madrid, batidos por el viento durante siglos y ahora casi desraizados.
Esa misma tarde Lilí voló más que corrió hacia la central de correos para recoger algo en paquetería. Cuando abrió la primorosa cajita verde envuelta en cintitas  de color cinabrio, descubrió una extraña y antigua moneda de oro que, según le comentó después su remitente por teléfono -el seductor banquero, quién si no-  era de finales del XVIII, labrada artesanalmente en Estados Unidos. Su valor numismático era incalculable, de modo que con ello podíamos quedar resarcidos de la estafa de las preferentes, que, por cierto,  eclipsaba toda una vida compartida de ahorros, nada menos que 55.000 euros.
Lilí daba saltos de alegría con la buena nueva y me invitó a cenar al restaurante más caro que pillamos a mano, vaciando el calcetín de nuestras débiles  existencias. Recuerdo que a las dos de la mañana ya estaba cerrado el último bar, pero sus  pesados maceteros de vegetación lánguida  aún sesteaban por la acera de la lonja, así que empezamos a chutarlos en vano como extasiados, presas de la euforia alcohólica y del sonado golpe de suerte.
Pocos días después nos llamó un amigo investigador de seguros a quien habíamos propuesto que echase un vistazo al contenido de aquella cajita verde,  sólo para saber algo sobre su verdadera significación. Según nos explicó, la moneda en cuestión era un doblón brasher, diseñado y encajado por mitades  tras una laboriosa talla en los bordes. Inicialmente, los norteamericanos se inspiraron en el antiguo doblón español, pero del específico doblón brasher,  al parecer, sólo quedaban ya muy pocos  ejemplares en el mundo y, concebido casi como valor refugio en épocas de inestabilidad, con una buena  publicidad de su bella rareza la cosa daba como para irnos al Caribe y comprarnos un pesquero, para así poder faenar sobre aguas limpias, en medio de peces voladores y otros de vivos colores que zigzaguean   en torno a la costa.
Sin ir más lejos, que se supiese de manera oficial,  hacía medio año se había subastado uno de esos doblones por casi ocho millones de dólares. Otros dos de ellos habían sido localizados en el barrio de Cícero, en Chicago, y el resto de antiguas monedas hallábase convenientemente distribuido en manos de exaltados numismáticos, coleccionistas asimismo de dinero virtual en continua circulación transoceánica…. Pero nuestro doblón de oro, según tardó en explicarnos nuestro amigo con  vergüenza ajena, no era más que una tomadura de pelo, un triunfal brindis que se hizo a sí mismo nuestro mago de las finanzas por haber sabido distinguir a tiempo una traslúcida copa de la otra envenenada, cuyo  maléfico poso en espiral del laúdano balsámico auguró la purga de Lilí  aquella interminable noche de urgencias donde el sudor a raudales parecía ahogar sus  punzantes escalofríos,   cortando de raíz sus iniciales carcajadas gastrointestinales.
Nuestra burda moneda de imitación, al parecer,  se fabricaba en Chicago sólo para la decoración de hogares de clase humilde con pretensiones, con una muesca en los bordes y un ínfimo agujerito en el centro para advertir que no era precisamente oro todo lo que relucía. Por consiguiente, yo tenía que meter más horas en la editorial pirata para salir adelante en mi reciente trabajo como refundidor de textos, obtenido tras producirse una vacante y sólo mediante contrato verbal.
De momento, no pudo averiguarse la autoría del fallido intento de intoxicación al as de la banca, que prefirió actuar como si hubiésemos sido nosotros, cuando la idea quizás había partido de él mismo para desentenderse de su pesada seguidora.  No obstante, Lilí meditaba cómo devolver el quimérico regalito del doblón a quien concibió esa broma luciferina, más bello que Antínoo pero  con mayor perversidad que todos los pretendientes juntos que acosaban a Penélope en ausencia de Ulises.

Rómulo Etura
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:53:48 pm
UNA REALIDAD QUE NOS CASTIGA



Unas manos que entrecruzaban sus dedos descansaban sobre la mesa del despacho; estaban deformadas, desfiguradas. Una piel seca, pálida, transparente, que dejaba entrever sus tesoros ocultos, pasaba desapercibida ante aquella desvirtuada anatomía.
—¿Cómo te ha ido esta semana? —preguntó el doctor.
Un pelo canoso, mal cuidado, largo, invitaba a pensar que, en su tiempo, fue objeto de miradas masculinas. El cutis de su cara era como el de sus manos, transparente; sus arrugas terminaban de confeccionar una cárcel para el sentido estético. La piel descolgada alimentaba la idea de su involución. Un contorno de ojos que escondía los pilares de la visión terminaba de etiquetar la estampa de la paciente.
—Estoy desesperada. No sé qué voy a tomar.
—¿ Cuántas veces has utilizado el rescate?
—Me lo he tomado hasta seis veces al día, pero… Estoy destrozada; no tengo ganas de nada. Cada vez que voy a  hacer algo el dolor me puede. Me tomo el rescate y me alivia, pero, al rato, otra vez empieza a atacarme. Me siento inútil. No le encuentro sentido a mi vida.
Su comentario estaba teñido de tristeza; su tono de voz, apagado.
—Algunos días, doctor, se me pasa por la cabeza tomarme todas las pastillas y terminar con esto. Así no puedo vivir.
Unos momentos de silencio sirvieron para que el médico, de nuevo, retomara las dotes de mando en la entrevista.
—¿Y tu hija? —preguntó, mirándola de reojo, invitándola a participar.
— Hace todo lo que puede y… pienso que soy un estorbo para ella. —La emoción irrumpió en llanto.
—Vamos, tranquila. —La mano de su heredera se alargó y, cariñosamente, acarició la espalda de su madre—. Desde que murió mi padre hace un mes no levanta cabeza. Siempre hay alguien con ella. Cuando controla el dolor los recuerdos se hacen presentes y no para de llorar.   Además, tengo dos hijos y… —Sus ojos también desgarraban sentimiento.
—¿Cómo duermes?
—La pastilla que me mandó hace que duerma un par de horas, después…, después es un infierno. Como me cuesta tanto moverme en la cama, intento quedarme quieta; cuando trato de tumbarme del otro lado, el dolor me mata; me hincho de llorar.
-¿Y por qué no te tomas el rescate?
-¿El rescate? Todas las noches lo dejo en la mesita de noche pero cuando quiero tomarlo  el dolor es mayor que mis intenciones.
—Doctor, ¿no hay otra cosa que pueda ayudar a mi madre?
Rebuscó en el cajón de los milagros.
—Ya hemos intentado todo tipo de infiltraciones: de rodilla, supraescapulares, epidurales…, pero la enfermedad que tiene está muy avanzada —Entonces, ¿qué puede tomar mi madre para que no le duela tanto? Está casi todo el día en un grito.
—Voy a potenciar un poco más su medicación, pero en la unidad del dolor tenemos  una máxima: «Tienes que engañar al dolor para que  no se apodere de ti».
Volvió a mirar a la paciente y le preguntó:
—¿Qué haces durante el día?
—¿Durante el día?, ¿que qué hago? Pues pensar la máxima del dolor: «El dolor se ha apoderado de mí y… me quiero morir».
Encima de la mesa de despacho, entre el teclado del ordenador y el talonario de recetas de estupefacientes, figuraba un folio escrito a mano. Decía:
Dejó dicho Platón que la mirada del amigo es el espejo en el que nos miramos a nosotros mismos, y, a veces, esa mirada del otro, amiga o no, puede hacernos ver hasta qué punto nuestra vida puede haber entrado irremediablemente en una vía dolorosa.
No debemos olvidar que, junto a esa forma sonora de sufrimiento, existe ese otro sufrimiento diario, oculto, silencioso, pero no por eso menos inmisericorde, que inevitablemente acompaña la vida de los hombres, aunque se reparte ciertamente de forma muy desigual.
El dolor se ha ido trasladando progresivamente desde la esfera de lo moral a la de la medicina; los avances científicos pueden explicar este cambio de actitud. Pero lo que no debemos obviar nunca es que detrás de ese dolor que estamos tratando, provocado por una patología determinada, existe una persona con sus recuerdos, vivencias e ilusiones y, sobre todo, un entorno familiar que está viviendo con ella el calvario de su presencia.
Escribo estas palabras porque quiero esbozar un nuevo camino para poder comprender un poco más el dolor, ese sufrimiento que, aunque parezca una cuestión secundaria, millones de personas sufren día a día, momento a momento. Me encuentro desgastado, lastrado por no poder controlar el desgarro de sus ilusiones a consecuencia del dolor. Quiero frenar el impacto tan tremendo que resulta en el día a día, tanto en el que lo sufre, como en su familia o en el mismo facultativo que intenta frenar un síntoma difícil de tratar sin conseguir, en ocasiones, su objetivo.
—Doctor, le llaman por teléfono; creo que es su madre.
—Perdone —disculpó la ruptura de la entrevista—. ¿Mamá? ¿Cómo estás?
—Estoy desesperada. Me he tomado todo lo que me dijiste y no se me quita el dolor. No sé qué hacer.

ALBADINO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:55:09 pm
Los dientes del Tiranosaurio



   La fila humana había estado cocinándose todo el día al sol como una inmensa serpiente del desierto, y cada dos horas apenas recortaba un poco su sorprendente longitud a medida que los pacientes avanzaban y se internaban en cinco pequeñas casitas dispuestas una al lado de la otra. La gente que se metía allí desaparecía y ya nadie la volvía a ver. Esto desesperaba un poco a Tebas, hacía sudar sus manos, provocaba temblores en sus piernas, le daba calambres en el estómago, le resecaba la boca, y lo mareaba. Cuanto ignoraban todos sobre lo que sucedía allí adentro aumentaba la tensión general del grupo y alteraba por completo sus nervios. Muchos hablaban animadamente sin que lo desconocido los distrajera de sus propias alucinaciones, y otros temían un desmayo inminente; así el día se iba pasando y las personas se acostumbraban, aceptando sin querer su destino. 
   Tebas, aun viendo que tan sólo había cuatro personas delante de él se animó igual a preguntar al que estaba antes que él:
—   ¿Qué numero tiene usted?
El humano de rasgos ancianos y barba hasta los pies se volvió hacia sus espaldas, y lanzó a Tebas su típica mirada de rayos laser, la misma con la que en otras épocas había liquidado a temibles villanos; pero abandonó la asesina tarea al darse cuenta que era demasiado grande como para destruirlo.
—67 — respondió el barbudo, presionando el botón rojo en su frente para apagar el arma que antes servía para matar.
Tebas volvió a estremecerse de miedo hasta que se avergonzó de sí mismo por ser tan enorme y miedoso. Abrió la diminuta manito, miró el papel, el número anotado con birome en él, y al ver escrito el 68 casi si desmaya. ¡Era el siguiente!
 Cuando terminó de pensar en eso un hombre con barbijo como los médicos y guarda polvo blanco como en el colegio gritó dirigiendo su mirada hasta el final de la fila:
—   ¡68!
Lo repitió como seis veces, estirando en largos vibratos las vocales, pero nadie se movía en la fila. El del número 69,  harto de esperar empujó a Tebas, y a este no le quedó más remedio que entrar en la casita. Tuvo miedo de romper el marco de la puerta por el volumen de su cuerpo pero entró con facilidad. Lo primero que le asombró fue la indiferencia del doctor (si es que era un doctor y no otra cosa) ante un gigantesco Tiranosaurio en su consultorio, porque el señor apenas lo había mirado, luego se limitó a hacerle muchas preguntas cuyas respuestas anotaba en un cuaderno de hojas rayadas y tapas duras. Lo interrogó sobre un millón de cosas personales sin preocuparse por la especie del paciente. Tebas pensó que de seguro le había provocado tal horror al doctor como para no tener que temer más nada. ¡Imagínense a un diminuto humano frente a una bestia de a fines del periodo  Cretácico!
Después de leer las palabras en el diploma que estaba colgado en una de las paredes Tebas estaba seguro de que sería atendido por un dentista, y sabía cuál era el trabajo de esos sujetos. Un tirano rey de los dinosaurios capaz de leer los símbolos humanos también sabía cuál era la labor de aquellos nobles servidores de la higiene bucal.
El doctor lo hizo recostar en un cómodo sillón y le quemó la vista con la potente luz de una lámpara antes de pedirle que abriera la boca para examinarlo. Pasó varios minutos mirando por aquí y por allá, y hasta se sirvió de un pequeño espejo redondo pegado a un palito para inspeccionar las zonas más alejadas en las fauces de Tebas. Luego anotó algunas cosas más en su cuaderno y despidió al paciente, felicitándolo por tener la dentadura más impecable del mundo.
Lo que en la fila imaginó con terror ya estaba esfumado, y no había sido nada grave, incluso lo disfrutó tanto como para desear que pronto se volviera a repetir.
Por la tarde los doctores del neuropsiquiátrico se preguntaban por qué razón el paciente recorría los jardines demostrando tanta felicidad, conversando con los demás internos de cosas triviales, verdaderas, sin toques de fantasía ni gritos de alucinación. De lejos, charlando sobre el clima y la familia, ya no parecía estar sumido en la terrible depresión que lo obligó a internarse, abandonando el otro mundo.
—   Ahí va el próximo ambulatorio de este lugar— exclamó el doctor K. mientras veía pavonearse entre los jazmines y las alegrías del hogar a un Tiranosaurio orgulloso de su dentadura.
Al menos así se sentía Tebas.

Kriz Budú
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:56:20 pm
EN BUSCA DE MI CAFÉ



Vuelo sola, sombría, casi sin fuerzas. Frustrada porque el tiempo no pretende darme esa felicidad que siempre busqué. De veras, me siento abrumada por todo esto. Vacía y fría, sentada sin ayuda frente el ordenador. No pretendo que el reloj congele su paso, pero...pero estoy asustada. Y aunque siempre ocurre la misma historia, cada vez me afecta más y más. Como si cada minuto, se transformase en un día a plena velocidad de la luz. Y entonces, me doy cuenta de que la vida se trata de una cuenta atrás. Sin amor, sin justicia, sin recompensas y promesas sin cumplir.
Siempre quise sacar provecho de todas las cosas que me rodean. Como de costumbre, sólo pienso en mí. Pero siento que estas páginas no tienen nada que ver. Solamente, que si no lo hago, que si me retengo todo esto que siento en mi interior, dentro de mi alma, de mi cabeza...probablemente no vuelva a sentirme cuerda, y ni mucho menos con ganas para vivir.
Y sí, soy joven. Y de hecho, sé perfectamente que el misterio de la vida consiste en ser feliz. Pero, dónde está mi felicidad. Mis ganas de vivir y soñar que soy parte de este mundo. Quizás, solo quizás, la felicidad sea algo que no existe. Algo efímero, algo leve y voladizo que deja huella al pasar. Será la felicidad el recuerdo de aquello que me inquieta, me motiva. O tal vez será aquello que me hace sentir, sea bien o sea mal. Pero que te hace estar viva y constante al exterior, sin importar el momento, el lugar o la circunstancia. Definitivamente necesito ese algo, aquí y ahora quiero descubrir mi felicidad.
Sé que es difícil, pero hasta este punto nunca nada me hizo sentir como escuché decir "la euforia".  Ese sentimiento que te hace enloquecer y disfrutar de felicidad durante un pequeño instante. Y aunque después desaparezca, y vuelvas a ser la misma persona lúgubre y marchita que ronda sin sentido en soledad, sabes que la tuviste ahí. Bien en tu cabeza, en tus brazos, en tu corazón. Tientas al mundo, y te vuelves feliz por un segundo. Casi sin aliento, pero se vuelve a ir.
Y creo que es eso, que la felicidad es solo un sentimiento que se creó para vivir. Para evadirse de los problemas, pero sobre todo para hacerte sentir bien estés como estés. Creo que podría ser un arma más que una sensación positiva. Podría ser que nos hace más conformes que nuestra propia naturaleza. Como aquellas palabras de "a pesar de todo, yo soy feliz". Es que ser feliz implica renunciar a lo que quieres, y vivir medianamente a gusto con lo que la vida ofrece. Mi problema es que yo no estoy dispuesta a ello.
Y aún así, aunque sea diferente y trate de no parecerme a los demás. Sé que soy como ellos. Como el resto de la gente, y moriré así. Pero, no es eso lo que frustra, ni tampoco ser como los demás. Es simplemente que quiero saber cómo lo hacen para poder vivir así. Me preguntó si ellos alguna vez pensaron como yo, y simplemente me llamarón de loca por no reconocer la realidad. O tal vez me encuentre yo sola en esto, y nunca haya nadie que me entienda y me preste una solución. O al menos unas palabras de consuelo.
Soy egoísta, lo sé. Pero es que deseo que la felicidad llegue en este maldito momento. No me importa en forma de amor, de pasión o de admiración. Pero de verás necesito que algo me dé impulso. Porque cuanto más pienso, mas ahogada y sola me siento. Me voy perdiendo, y no sé si volveré a encontrarme otra vez. Sin este nudo en el estómago que me dificulta respirar. Quizás cuando algún día tenga un cachito de esa instantánea felicidad, esto sólo sea recuerdo. Y aunque suene egoísta, cuando llegue, la quiero toda para mí.
No sé donde estará, pero a medida que escribo el aire vuelve a calar sobre mi pecho. Es como, cuando veía esas historias de amor a altas horas de la noche encerrada en mi habitación. Eran simples guiones y muñecos sin sentido, pero lo cierto es que llegue a ver más de las que debía. Eran aquellas noches, aquellas en las que mientras la historia duraba  y los personajes se necesitaban y gozaban de su felicidad, no importaba lo demás, simplemente luchaban por ello, por su bienestar. Realmente, pienso que eran aquellos fantasiosos animes los que por un momento me hacían sentir bien. Me hacían ver que las feas, las malas personas e incluso las personas normales y corrientes, podían tener verdaderas historias de amor. Podían tener un poco de felicidad. Pero, cuando llegaba el final, el último capítulo, sentía como mi mundo se venía un poco más abajo. Me auto dañaba viendo como incluso con aquellas perfectas parejas la felicidad podía desaparecer y poner fin a una cosa tan grande como el amor. Aquellas historias siempre terminaban con el final equivocado. Y eso me hacía sentir mal.
De hecho cuando estoy en este estado la gente suele decirme que la clave es "amor". En encontrar alguien que te quiera, y que haga quererte. Pero no es tan sencillo. El mundo no gira sobre esos cuentos donde tu pareja surge de la nada y vives con ella una historia feliz. Pienso que es más complicado. Y aún encontrándolo y agarrándolo con todas mis fuerzas, esa persona se escaparía y nunca más volvería hacerme feliz. Aún así deseo que eso jamás ocurra. Que si alguien me aporta aquello de lo que carezco que se quede aquí, y nuestro amor nunca se agote ni necesite de los demás. Que sea para nosotros y que haga cada día diferente. Que haga mis días un poco más felices.
Y aunque ahora me sienta un poco más segura, sé que no está bien. Sé que volveré a estas páginas a escribir como me siento. Ya que a personas como yo nadie las entiende, sólo el papel. Y sí, aunque puede que ahora me sienta mejor conmigo misma, sé que ese nosotros quizás nunca exista. Y aunque yo me haga mil y una películas en mi cabeza, después de ver  aquellas historias de amor, o maquine el chico perfecto consolándome antes de irme a dormir. Yo sé que todas esas fantasías son mentiras. Y aunque nadie sepa de ellas y no causen daño a los demás, destruyen poco a poco lo que queda de mí.
Encontrarme en esta situación no es realmente lo que más me hunde. Es simplemente el hecho de que sé que volverá y me agarrará fríamente el alma. Sin importar nada me congelará por dentro y me impedirá  volver a reír, como algunas veces recuerdo haberlo hecho. Y eso es lo que siento, que la esperanza se marchó y me dejo a solas, sin compasión.
A pesar de ello no me tiembla el pulso, pero me siento fría y nerviosa. Cansada quizás. Pero es que esto debería de haberlo hecho mucho antes. Antes de que el mundo se diese cuenta de que no soy feliz, o mejor dicho, antes de que yo me diese cuenta de que nunca voy a ser feliz. Me costará olvidar aquellas fantasías y hombres de encanto. Enfrentaré el hecho de que soy una más, que nada me hace única y especial, soy como todas las personas del mundo. Y eso que había luchado tanto por ser diferente y calar realmente en las persona, en su cariño. Ya que no sé cómo me irá en el futuro, al menos, saber que un gran número de personas me apoyarían y me querrían. Que me hicieran sentir que algo se me daba bien, y que ese algo podía completar mi vida. Es estúpido querer vivir de los demás, pero es que realmente siento que si no es así, no podrá ser de otra manera.
No puedo decir que hasta ahora mi vida haya sido interesante. Pero ni mucho menos me podría  quejar de lo que me ha ofrecido. Mis padres, de mis hermanos y de la pequeña porción de personas que me quieren y fin. Aún sabiendo que no soy buena en todo aquello que practiqué. Sin embargo, no siento que la vida se contribuya solo de eso. Quizás, sea yo la que no se conforma con eso. Necesito más. Porque estoy dando de sí. Y aunque no debo evadirme de los que me rodean y mucho menos huir, quiero tomarme un respiro y pensar sobre mí. Sé que ya lo he hecho, pero esta vez quiero pensar de verdad. Quiero pensar el tener un sueño. Pero no un sueño en el que conozco a alguien ideal, sino un sueño que trate de mí. Que trate de mi vida, de cómo pude encontrar algo que me completara, algo que me hacía feliz. Eso que cambio mi vida por completo y le dio un sentido más raro, y consiguió hacerme única entre todos los demás. Y que a partir de ese único, pueda luchar y encontrar a alguien que todavía me haga más feliz. Y nunca parar, hacer mi vida distinta a la de los demás sin ningún tipo de máscaras. Sabiendo quién soy y queriéndome por eso.
Porque el ser única creo que es mi sueño, y lo demás viene agarrado. Quizás solo piense en mí, pero es que creo que debo hacerlo e intentarlo con todas mis ganas. Y aunque me equivoque de sueño, y tal vez a los dos días vuelva a sentirme vacía, sabré que esto al igual que la felicidad es instantáneo. Y que cuándo lo necesite podré volver a este papel y leer. Y darme cuenta de que el tiempo corre, y queda poco para la larga lista de tareas que siempre quise hacer. Pero todas ellas diferentes, cosas que me muestren como soy, y que me guíen por el camino de lo inesperado. Por el sendero de lo distinto, y que eso atraiga a todo lo demás. Que eso atraiga a todo aquello que inventé antes de irme a dormir. Y así me vuelva la esperanza, las ganas de volver a sentir. Porque cómo ya dije, me da igual que sea sentir bien o mal, pero quiero que todo se vuelva interesante a mi alrededor. Y poder salir, entrar, vivir y soñar no estando tan lejos de la felicidad, que ese sueño se haga realidad.
No pretender hacer las cosas porque todo el mundo las hace. Me tomaré mi tiempo, mi aire, mi personalidad y todo lo demás como verdaderamente lo siento. Lamento no haber sido así desde el principio. Pero es que he tardado en darme cuenta que mi felicidad, quizás sea distinta de la de los demás. Que a lo mejor eso de conformarse este bien, pero si algo tengo claro es que yo no soy así. Que todos aquellos consejos que me dan los que me aprecian no los puedo aplicar a mí. Quizás, si hubiera vivido en otras circunstancias , o no hubiera tenido tantos complejos, mi forma de pensar hubiera sido diferente y me hubiera conformado y sido feliz. Pero desde este punto de vista, eso se siente ignorante, como un engaño para sobrevivir. Me quejo siempre de porque soy así, pero de vez en cuando siento que no soy presa cuando dicen "los demás". Trabajaré para ser perfecta a mi manera, no al prototipo de los demás. Me ajustaré a la sociedad, pero no a la multitud. Y será duro, pero cada complicación y cada paso hará mi vida más interesante.
Y por el futuro, me preocupa, pero tengo la esperanza de qué se mantenga firme y crezca sin límites. Convertiré todo lo que soy en felicidad. Y sí, aunque sea instantánea como la calidez de un trago de café, daré mi mayor esfuerzo para buscarla una y otra vez.

Unique
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:57:26 pm
CARBÓN




¿Cuánto más se puede quebrar la ilusión de un niño o alimentarla? Tal vez puedan romper un sueño y con este marchitar a una dulce flor o talar un fuerte árbol.
Pitina era una niña de cinco años, vivía lejos de sus padres junto a sus abuelitos, era la niña más tímida del lugar mientras que los niños jugaban y hacían amistad con todos ella se cohibía, su rostro parecía llorar. Desde que tenía memoria recordaba a su padre lanzando gritos a su madre, rompiendo las cosas de casa, a veces no comía y su mamá se ponía a lavar la ropa de los vecinos para darle de comer. A veces ella asomaba a la puerta de la vecina cuando comían y  esta le decía ¡hambrienta niña largo! Su abuelita al saber todo esto la llevo a vivir con ella apartándola de su mamá.
Todo estaba aparentemente bien para la abuela, su nieta tenia comida ropa todo lo necesario para crecer sana; pero Pitina no estaba bien necesitaba a su mamá, la extrañaba mucho, se sentaba todos los días después del almuerzo en la entrada de la puerta divisando si su mamá llegaba, sabía que su mami venia por las tardes por el camino de enfrente, la esperaba ahí pidiendo a la noche no llegar, a veces se quedaba dormida en plena espera, nadie la recogía hasta que despertara y ella sola fuese a su cama.
Los días transcurrían  ya era una costumbre verla sentada en la puerta. Un pequeño se acercó preguntándole que hacia ahí, se enfermaría por el fuerte frio, ella alzo la mirada derramando algunas lágrimas “hoy no va a venir” respondió, el niño se puso triste al verla así, la niña empezaba a explicarle cuando salió una de sus tías llevándola a jalones a su cuarto, el pequeño al observar esto se embargó de  tristeza. Conto a su mamá que había conocido a una amiguita que si le daba permiso de visitarla por las tardes, ella accedió. Al día siguiente el pequeño Chino le pregunto qué le pasaba, ella le dijo: “espero ver llegar a mi mamá para irnos juntas muy lejos de aquí”, Chino le preguntaba ¿Dónde está tu mamá? Pitina le decía: “está en la ciudad trabajando, mi papá la grita tengo miedo que la golpee, quiero estar con ella”. Los dos pequeños conversaron hasta muy tarde, él se fue ya que si llegaba tarde la mamá no le daba permiso después.
Al día siguiente el niño muy emocionado por su amiga le preguntaba a su mamá como se hacer para que los sueños se vuelvan realidad, la mamá le dijo: “cuándo observes en el cielo la primera estrella le puedes pedir lo que quieras y ella con el tiempo te la cumplirá”. El niño todos los días esperaba la primera estrella, pedía un deseo que la mamá de su amiga vuelve por ella y estén juntas, él tenía fe en que se cumpliría todo lo que pedía. Los meses habían pasado pero aun miraba a Pitina en la puerta en la espera  de su mamá, Chino no entendía que pasaba, porque no se cumplía lo que pedía así que pregunto a su mamá ¿Por qué no se cumple mi deseo mamita?, “¿Que pediste ?“ Le respondía, “Quiero que la mamá de mi amiga regrese por ella y estén juntas”, la mamá sonriendo le dijo: “Ella tiene que pedir su deseo no tu hijo mío es muy linda tu intención, los deseos se cumplen si uno también se lo pide”.
Chino muy temprano fue en su amiguita a decirle que por la tarde le enseñaría algo especial, la pequeña pensaba que si se movía de ahí tal vez no vería a su mamá cuando llegue. Por la tarde Chino volvió por ella llevándola con él al lugar que le prometió y este era un tronco alto, la subió mostrándole el cielo, le preguntaba que miraba, la pequeña dijo ver una estrella, Chino decía: “Pídele un deseo se cumplirá” la niña emocionada pidió ¡Estrellita deseo ver a mi mamita la extraño mucho! Ella pidió tanto eso que al abrir los ojos ya había más de una estrella. La niña temía que su mami hubiese llegado e ido sin ella, el pequeño la ayudó a bajar la llevo corriendo; pero no había nadie, la niña se puso a llorar sin decir ni una palabra.
Al ingresar a su casa la pequeña escuchaba risas, no quería ir porque siempre sus tíos hablaban mal de su mamá. Al estar por entrar a su cuarto oyó una voz, parecía ser de su madre, fue a la cocina y al alzar la mirada vio a su mamá aproximándose a ella, la pequeña dio un gran salto en los brazos de su madre llorando incontrolablemente, le pedía que no la deje,  lloro tanto quedando dormida. La mujer la llevo a su cama acariciándola toda la noche, se fue dejándola dormida. Cuando la pequeña despertó su mamá no estaba la busco en toda la casa no la encontraba sentía un dolor profundo en el pecho, pensó que su madre no la quería.
Su amigo Chino fue a visitarle, vio asombrado la ausencia de la pequeña en la puerta ¿Qué habrá pasado? se preguntaba, Pitina salió riendo de su casa dándole las gracias a Chino y a la estrellita porque le cumplió su deseo, el volver a ver a su mamá.
Los niños fueron al mismo lugar buscando la primera estrella ella volvería a su primer deseo y él tenía uno especial ver por lo menos un ratito a su padre, él le  había hecho un hermoso carrito de madera que guardaba con gran fervor, recordaba que le hacía jugar al vaquero llevándole en sus hombros, Chino lo extrañaba, recordaba el día cuando el señor había partido dándole un beso y abrazo prometiéndole volver.
Los pequeños hicieron gran amistad, cuando ella lloraba él la consolaba, inventaban juegos, él siempre le llevaba escondido en su pequeño bolsillo plátanos fritos envuelto en una bolsita. Pitina encontró en él un gran hermano, dejo de sentarse en la puerta para esperar un silbidito que dijera ¡Este es Chino ven a jugar! .
Como todas las tardes los niños esperaban las estrellas posarse en lo alto del cielo y pedir su gran deseo la pequeña le preguntaba porque siempre estaba triste y él le hablaba de su padre, ella muy alegre le dijo: “ Yo te otorgare mi deseo para que tu papá y tu puedan estar juntos”, Chino muy alegre le  agradeció por tal gesto dando la buena nueva a su mamá ¡mamá, mamá pronto veré a mi papá!, la madre le observaba triste sabía que nunca lo vería ya que él estaba muerto, había fallecido en un accidente, temía decirle a su hijo por su corta edad.
Todos los días los pequeños esperaban pedir su deseo, todo estaba a su favor, la navidad se aproximaba era una fecha mágica, los días eran hermosos para tener una bella noche de estrellas. Chino decía en voz alta ¡Déjame estar con mi padre estrellita mágica tu que estas cerca a dios cuéntale que un hombre ha olvidado a su hijo!, Pitina gritaba en voz alta ¡estrellita dile a su papá que regrese pronto, dile que Chino lo extraña! Chino ya había esperado mucho por su deseo y aun su padre no volvía creía, tal vez la estrella no le oía por la distancia, pensó que el tronco era demasiado corto. El niño estando solo en casa en ausencia de su amiguita decidió subir al tejado en la parte más alta. El pequeño a tanto esfuerzo logro subir esperando en el tejado a la primera estrella, la pequeña Pitina fue en su amigo, escuchó que la llamaban; sin embargo no veía a nadie ¡estoy en el tejado! la pequeña al verlo ahí le pidió bajar, Chino decía ¡Así de más cerca la estrellita me oirá! El pequeño perdió el equilibrio cayendo al piso, Pitina asustada fue corriendo a su auxilio  no podía abrir la puerta, gritaba ¡Chino, hermanito! Al no poder ingresar a la casa fue corriendo en su abuela y esta la ignoraba, a tanta insistencia de la niña fueron a la casa del pequeño, forzaron la puerta para poder pasar lo encontraron en el piso sangrando, lo cargaron llevándolo al hospital, la pequeña muy asustada  no entendía que pasaba.
Los días transcurrieron y su gran amigo no llegaba. Un frio martes vio un carro negro estacionarse en la casa de Chino, bajaron un pequeño cajón, la niña se preguntaba porque lloraban y estaban vestidos de negro, tal vez llego el papá de chino y por eso él no la visitaba.
Su abuelita la llevo a la casa de su amigo, vio el mismo cajón que bajaron, se acercó viendo en el a su pequeño amigo, le decía “te extrañe mucho porque no has venido, ¡Chino despierta!, todas las tardes pedí que estuvieras junto a tu padre”. La pequeña toco las mejillas a su amigo sintiéndolas frías, se sacó la chompa cubriéndole, temía que se enferme. La niña le hablaba rogándole despertar le contaba que había hecho en su ausencia sacando de su bolsillo un caparazón de caracol se lo obsequio, aun así él no le respondía la pequeña comenzó a llorar, todos en la sala voltearon preguntándose porque llora, su abuelita y la mamá del pequeño se acercaron, ella llorando decía: “Porque no me habla sigue durmiendo no quiere mi regalo”, la madre del pequeño la miraba triste pidiéndole no llorar. Pitina no entendía lo que pasaba, tal vez su pequeño amigo cumplió su deseo de estar con su padre.
A vísperas de la navidad vio en el cielo una estrella muy brillante diferente a las que ya había visto, era  muy brillante y más grande, no lo dudo pidiendo su deseo estar con su madre. Pitina fue a la cocina muy alegre encontrando ahí a su abuela quien le preguntaba porque tanta felicidad, la pequeña le decía que su mamá pronto vendría y se quedaría con ella siendo esto su mejor regalo de navidad, la abuela riendo le decía que nunca vendría, las niñas como tú solo reciben carbón dándole de su cocina un pedazo de carbón, “¡toma tu regalo!” le dijo. Pitina sintió un dolor muy profundo en el pecho, como si su corazón se hubiera hecho muy chiquito y arrugadito. Anhelaba tanto a su pequeño amigo Chino, era el único quien creía que los buenos deseos se cumplen. Agarrando su trozo de carbón se fue a dormir,  su mamá no llegaba pensaba que tal vez su abuela tenía razón.
En navidad fue a dormir muy temprano, entre sus sueños sintió un dulce beso en la mejilla, despertó viendo a su madre, pensó que soñaba, su madre le decía : “ Pitina mi pequeña así recibes a tu mamita vine a quedarme contigo”, la pequeña lloro agradeciendo a su madre y a la estrellita por lo cumplido, bajando de entre los brazos de su madre fue corriendo hacia la puerta buscando a su amigo Chino, la madre de Pitina fue detrás de ella preguntándole hacia donde se dirigía la pequeña decía: “ Voy a contarle a Chino que te quedaras conmigo”, su mamá respondió: “ Eso no podrá ser , tu amiguito esta ahora con su papá muy lejos” , la pequeña se alegró mucho por él, diciendo: ¡ahora los dos somos felices ! Pitina agarro el carbón de su abuela se lo mostro a su mamá, ¡mira mami esto me regalo mi abuelita, fue mi primer regalo de navidad pero tú eres mi mejor regalo!
La madre de Pitina vio que su hija había sufrido demasiado en su ausencia, navidad fue el mejor regalo para ella, tener nuevamente al lado a su hija, se prometió así misma nunca más dejarla y desde aquel entonces no se separan, van juntas siempre. Pitina a pesar de los años recuerda a su amigo con gran ternura deseando  que él este feliz junto a su padre.

Ales
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 15:58:35 pm
¿ENCIMA O DEBAJO?



Desbloqueó su teléfono móvil y se dispuso a hacer una llamada a su madre. Esperó un instante y comenzó a escuchar los tonos: uno, dos… Imaginó, al otro lado de la línea, la dulzona melodía de la canción preferida de su madre. Odiaba la canción que ella tenía como sintonía del móvil desde hacía ¿cuánto tiempo?, ¿un año?, ¿dos?  Al tercer tono se oyó descolgar el teléfono.
–Dime Julito, cariño –se oyó chillona la voz de su madre.
–¡Julio, mamá, llámame Julio! – replicó él desde el otro lado, casi susurrando, temiendo que lo escucharan sus compañeros de trabajo. Llegaré tarde a casa. Tengo cosas que hacer y no sé cuánto tiempo me va a ocupar.
–Bueno, mi rey, no tardes, que luego llegas muy cansado y te cuesta mucho dormir.
–Sí mamá, no te preocupes – replicó de nuevo él de forma mecánica, como hacía siempre ante las recomendaciones de su madre.
Julio colgó el teléfono y se quedó allí, sentado ante la pequeña mesa del destartalado despacho que compartía con otros dos compañeros de trabajo. Sobre la mesa, una montaña de papeles esperaba, paciente, poder dar una pista sobre algún que otro caso que le mantenía ocupado en este momento. Varios papeles adhesivos sobresalían del montón de papeles, llamando la atención, inútilmente, pues él se mantuvo pensativo por un tiempo.
Julio trabajaba como detective privado a tiempo completo en una afamada agencia. Se le daba bien su trabajo, quizá por la práctica. Ya desde muy pequeño le gustaba escuchar, acompañado de su madre,  los chismorreos entre vecinas. Era el primero, y a veces el único de la escalera, en enterarse de los asuntos internos de las familias que allí vivían. Quizá el mantenerse tanto tiempo ocupado en las vidas privadas de los demás le restó tiempo para jugar con los niños de su edad. No es que hubiese mucha variedad: o se jugaba al fútbol o a las canicas. El fútbol no le atraía absolutamente nada; no entendía el juego de la misma forma en que lo hacían el resto de sus compañeros de colegio. Aún así, él lo había intentado con la esperanza de que jugando a menudo acabaría gustándole. Pero lo único que había conseguido en alguna ocasión era que sus gruesas gafas salieran volando y un día incluso habían quedado hechas añicos, con la consiguiente burla cruel de algunos de los allí presentes.  Sí, Julio, conocido por todos como Julito, era el objeto de burlas entre los niños de su edad tanto en el colegio como en el barrio. Además, se daba la circunstancia de que en la época en que Julio era pequeño los niños de clase solían ser los mismos que uno se podía encontrar después en el barrio. Pero había un niño, El Chivi, a quien Julito temía y hacía estremecer especialmente. Aquel al que llamaban El Chivi y que  le sacaba dos cabezas era un matón que sembraba su ley a lo largo y ancho del colegio y del barrio. El Chivi enseñó a Julito, para bien o para mal, la diferencia entre encima y debajo. Y Julito, débil, flacucho y miope, se había acostumbrado a estar siempre debajo. Observaba, tirado en la arena del patio del colegio, la cara de su mayor enemigo y fuente de sus mayores desgracias, con su sonrisa mellada, y el puño amenazando sobre su cara. Julito tenía dos opciones: enfrentarse a ese ser amenazante que además recibía el apoyo de la mayoría de los compañeros, más por miedo que por simpatía; o ceder a sus pretensiones, que eran ni más ni menos que aportar cierta cantidad de dinero que, ahora podría parecer irrisoria, pero que en el mundo de los niños de entonces suponía un importante desembolso semanal.
Había pasado mucho tiempo. Julio tenía ahora cuarenta y dos años y no había vuelto a tener contacto con aquellos niños del barrio. Se casó joven con una chica del pueblo donde iba a veranear, y al cabo de doce años de matrimonio la relación terminó, sin dramas por parte de ambos. No habían tenido hijos, cosa de la que se alegraba abiertamente la madre de Julio.  En el fondo también se alegraba de la separación ya que ello supuso que Julio volviera al domicilio materno en el que hasta entonces, y desde que había enviudado, vivía ella sola. De aquello ya habían pasado cinco años.
En los primeros meses tras volver a su antigua casa Julio se había encontrado por el barrio con alguna que otra compañera de clase, que había continuado viviendo en la zona. Incluso le habían invitado a formar parte del grupo de Facebook que habían creado los de su promoción. Mostró aparente interés por recordar a sus antiguos compañeros y había aceptado la invitación de participar en las redes sociales. También El Chivi, aquel niño que resultaba ser el terror de Julio estaba en el grupo. Se había convertido en un respetable hombre de negocios, estableciéndose en un nivel socioeconómico alto; se había casado y tenía dos hijos.  Julio había entrado en numerosas ocasiones en Facebook, y hacía esfuerzos por mantener la línea de comentarios que hacían los demás. Aunque lo hacía le repugnaba la manera en que todos aparentaban ser felices, colgaban fotos en las que aparecían sonrientes, y hacían comentarios super estupendos sobre sus supervidas y sus actividades sociales. Él sólo disfrutaba  cuando, entrando en el perfil de los demás, comprobaba cómo la mayoría había ganado peso,  había perdido mucho pelo…
No se lo diría a nadie, ni siquiera a su madre, pero sentía que de alguna manera disfrutaba viendo como aquellos que en la etapa escolar se las daban de listillos estaban ahora sufriendo las consecuencias de la crisis y no tenían trabajo. Sentía como, al cabo de los años, aquellos a los que veía siempre desde la posición de “debajo” estaban cambiando de posición y los estaba empezando a ver desde la posición “encima”.
La etapa escolar había renacido en la mente de Julio de una manera increíblemente agradable hacía unas semanas, cuando una mujer de mediana edad había acudido a la agencia donde él trabajaba para solicitar los servicios de un detective privado. El jefe le había encargado a él este caso. No tenía nada de especial. Se trataba, como la mayoría de las veces, de un supuesto caso de infidelidad en el que la esposa quiere confirmar con pruebas lo que viene sospechando desde hace tiempo.
Tras trabajar en ello durante unos días ya tenía toda la información necesaria para su cliente. Había sido fácil de obtener aunque el resultado era del todo sorprendente. Intuía que sería  especialmente doloroso para su cliente enterarse de los detalles de la infidelidad de su marido.
Aquel día Julio esperó a que sus dos compañeros  se hubieran marchado. En cuanto pudo cogió el teléfono y marcó un número. La voz impersonal del buzón de voz sonó al otro lado. Julio  comenzó a hablar en cuanto sonó la señal:

Este es un mensaje para Enrique Peláez. Conozco la relación sentimental que tienes con ese famoso actor y detalles que te comprometen mucho. ¿No querrás que lo sepan tu mujer y el resto del país, verdad? Si quieres mantener tu posición social y laboral yo te puedo ayudar. Llámame. Tendrás que aflojar el bolsillo.

Julio colgó el teléfono y seguidamente se conectó a Facebook. Entró en el grupo de antiguos alumnos al que pertenecía y escribió:

Hola a todos. Hoy es un día especial para mí. Pienso que las cosas y las personas van cambiando su posición a lo largo del tiempo. Ahora lo veo todo desde otra perspectiva, desde arriba. Por cierto, Chivi, te he dejado un mensaje en tu buzón de voz. Espero que me llames y así podremos recordar viejos tiempos.
Julio pulsó la tecla “publicar” y sonrió abiertamente a la vez que se ayudaba a subir con el  dedo índice sus gafas de miope.

Burn
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:00:08 pm
VUELVASE MAÑANA Y VEREMOS



El día que Mendoza Acosta llego a su oficina fue uno inolvidable; por primera vez en su oficinesca vida encontró: escritorios, sillas y otros adornos clásicos de la oficina de siempre en la vereda de la calle y a sus futuros compañeros de habitación (más que de trabajo; porque de eso se hacía poco) tomando el sol y con café frío entre las manos.
Se acerco, con un sentimiento similar al dolor por diarrea fulminante generada por un susto auténtico, y se animo a interrogar, de sopetón, a su nuevo jefe:
-   Señor Del Palacio y Quemado, tenga usted la gentileza de contarme; ¿qué carajo es esto?
-   Curioso que lo pregunté, debo recordarle que ha sido su zalamera insistencia la que le ha conseguido un puesto, cuyo jugoso salario sigue corriendo aquí en la calzada que nos cobija a todos y a todas (deberé decir _dijo en voz baja_ porque nos mira Peña-Rota feminista recalcitrante (a la que en mala hora le he rozado una nalga; antes de saber que tipo de rollo se me iba a armar) es el asunto Pérez Reverte que ha estallado al fin….
La cuestión Pérez Reverte comenzó una fría tarde de febrero, la oficina era especialmente acogedora con la calefacción subida y la cafetera a punto de resquebrajarse por el trabajo continuo y sin el reconocimiento de sobre-hora alguna. Pérez Reverte acudía desesperado a realizar la magia de un trámite que le permitiera salvar su mísera vivienda del remate de un banco local. Deberían declararlo, en la dichosa oficina, “inmune al remate” por su condición de viejo jubilado que lucho en alguna guerra. Que no siendo suya fue la de algún gobierno que hacía buenas mercedes con el imperio del águila que sufre la calvicie_ que a esas alturas ya olía más a podrido que la Roma atravesada por tuberías de plomo.
Fue así como la travesía de Pérez Reverte comenzó recibiendo la frase arquetípica de “vuélvase mañana y veremos” que le soltó Sánchez Ramírez_ jefe de ese entonces. El vuélvase mañana se tornó en una fatigosa jornada de ir y venir para el maduro Pérez Reverte; que en aras a su pasado militar y a una terquedad sin par; comenzó cotidianamente a visitar la oficina. El tiempo y los años fueron pasando raudos e incesantes.
Un día, sin previo aviso y sin más, el viejo Pérez Reverte apareció sentado en la sala de espera con un café en la mano y saludando a todos y todas (no nos vaya a oír Peña-Rota que susto¡) suceso que no sorprendió absolutamente a nadie; porque todos habían terminado por aceptar la presencia de Pérez Reverte como se acepta la luz de la ventana o la cortina manchada por café y olor a tabaco_ a la que, usualmente, se quiere cambiar; pero el presupuesto no deja.
En los siguientes días y meses el viejo Pérez Reverte amanecía en la oficina con la cafetera cargada y lista, para los habituales y (ahora) burlones burócratas que empezaron a tratarlo cual si fuera el sereno o el mensajero. Eso sí no falto alguno, que ante la presencia continua de Pérez Reverte se quejará. Porque, claro: era difícil enrollarse con las compañeras de la oficina si había un mirón profesional paseando por cada armario y deposito, lo que implico una creciente insatisfacción sexual de varios de aquellos ladinos y ladinas que encontraban mayor placer en la fornicación, sabiendo que cada orgasmo estaba subvencionado. A lo que el compañero de turno le respondía: “dice Pérez Reverte que ya ha hablado con Sánchez de Alcornoque, y si el jefe supremo no dice nada; pues mal podemos nosotros protestar en forma alguna…”. Afirmación que era una mentira artificiosa pero bajo el supuesto de que nadie se atrevería a contravenir las ordenes del jefe así estas fueran una fantasía. Y en efecto así funcionó todo bien para Pérez Reverte.
En tanto los calenturientos oficinistas debieron gastar la subvención del té de la tarde en algún motel de mala muerte. Pérez Reverte estaba ahí y no se movería. Un día, de aquellos que son como cualquier otro, llego una visita: era nada más y nada menos que el infante de Pérez Reverte. El niño se convirtió en un asiduo visitante que disputaba los confites y grasosas donas (copiadas de una serie de dibujos animados para adultos mal-entretenidos) con el personal. Y se convirtió con los años en el mensajero y comprador oficial de: dulces, pizzas, hamburguesas y demás delicias que hacían más gallardas las panzas de varios de los oficinistas. Eso sí, sin lograr el efecto milagroso y homologo de engordar caderas femeninas achatadas, por el hábito de sentarse esperando que el reloj avance.
Un día, cuando Sánchez Alcornoque era un mal recuerdo, y Mendoza y Pelayo era el nuevo mandamás llego la nota oficial por la que Pérez-Reverte reclamaba la figura del usucapión sobre el edificio de la oficina ante el Juzgado local. La sorpresa fue explosiva. Nadie se había percatado, a pesar de la multitud de fiestas de  navidades y fines de año, donde Pérez Reverte era la figura omnipresente, que el asunto llevaba ya 20 años y que Pérez Reverte era un anciano de 80 lustros que llevaba 15 viviendo en el sótano del edificio y que su hijo menor (ahora de 20 primaveras) llevaba 10 en la oficina.
Los reclamos de nada valieron porque Pérez Reverte había tomado la precaución en las diversas inspecciones judiciales (siempre solicitadas para fin de semana, por razones médicas) de simular una vivienda habitual. Afirmando que escritorios y sillas no eran más que desechos del dueño cuya situación de vida o muerte ignoraba.
El nuevo jefe (Del Palacio y Quemado, recordemos) intento razonar por años con Pérez Reverte y en cada reunión en el sótano de la oficina (con la fecha del desalojo, fijada por el juez, cada vez más cercana) por toda respuesta solo recibía un: “vuélvase mañana y veremos”………
 
Beno Von Archimboldi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:01:14 pm
La niña del Fuego



Sí Capitán, yo soy la que estaban buscando. La de los viajes, sí, pasaron veinte años, más o menos, si Usted dice que estamos en 1853. Usted quiere hablar conmigo, que le cuente algo, sí cómo no. Cada tanto vienen a verme marinos como Usted, extranjeros, para conocerme cuando están de paso por estas tierras del Fuego. Así es, aprendí a hablar el inglés antes que el español, cuando me subieron al barco con mi familia. No entendí mucho en ese momento, pero después contaron la historia varias veces. Cuando vimos el barco nos asustamos, era un monstruo enorme con inmensas telas flameando, el dueño estaba muy enojado, porque le habían robado un bote. Todo era confuso, nadie se entendía, mi gente tenía miedo y una noche se escaparon. No sé qué pasó que a mí me dejaron. Esos hombres blancos me daban de comer y eran buenos conmigo, los hacía reír cuando hablaba. No me daba cuenta, pero estaba aprendiendo el idioma. No, no tenía miedo, ya no pasaba frío, estaba contenta, todos me atendían. Todo estaba limpio, allí no había humo como en la canoa, nadie me gritaba, nadie me pegaba. Me bañaron y me pusieron ropa, al principio no podía ni moverme, pero después me acostumbré. Sí señor, entonces andábamos desnudos y descalzos en la nieve, sí, tenía frío en invierno cuando me mandaban a nadar para conseguir algo para comer. Después me frotaba el cuerpo con grasa y me acostaba con el perro al lado del fuego. En el gran barco los blancos eran amables, me enseñaban palabras y me escuchaban con atención. Fuegia me llamaron. Sí, Señor, me llevaron a Inglaterra junto con otros tres varones, con ellos hablaba en mi lengua, todos eran mayores que yo. Imagínese señor, nuestro asombro al ver todo eso. El puerto lleno de barcos, tanta gente junta, todos blancos. Esos coches tirados por caballos, muchos caballos, eso nunca lo habíamos visto. Todo era extraño, estaba mareada de tanto ver cosas, casas enormes todas de piedra, muchas,  muchas casas juntas. Nos iban explicando, que eran  columnas, puentes, iglesias, palacios, que eso era una ciudad donde vivía muchísima gente. Todo era mágico, más o menos como nos había contado el hechicero un tiempo atrás, que los blancos venían del país de la Luna. Si  mi gente hubiera visto lo que yo vi, casas altísimas con muchísimas ventanas de vidrio, que tenían más de un piso, con escaleras de piedra. Hasta leones de piedra vimos. Sí, ya sé que Usted las conoce, pero acá no me creen. Cuando volví empecé a contarles, hasta que me di cuenta que no entienden, no pueden imaginar lo que nunca vieron. Sí, señor volví con el Capitán Fitz Roy, él nos llevó allá y él nos trajo de regreso a Tierra del Fuego. Quiso que aprendiéramos a leer y escribir, aunque ya no me acuerdo. Tantas cosas aprendí, a rezar, a cocinar, a hacer una huerta y los varones a trabajar con herramientas y madera. Estuve con otras niñas, niñas de pelo dorado y ojos azules, ellas jugaban conmigo y me prestaban sus libros, me tocaban el pelo y las manos, ellas también se sorprendían, eran princesas, estaban vestidas como princesas, con telas coloridas y puntillas. Algunas tocaban el piano y cantaban, eso me daba ganas de llorar.  Parece increíble que hayan pasado tantos años, lo tengo todo grabado como si hubiera sido ayer. Sí, es cierto que fuimos a ver a la Reina y al Rey a su palacio, eso fue grandioso, era un lugar enorme, lleno de personas elegantes. Caminamos por una alfombra, todo brillaba, estaba lleno de espejos, de luces. Sí, la Reina me regaló una cofia suya y un anillo. Lo perdí hace tiempo. Sí, es como Usted dice, volvimos en el Beagle con el señor Darwin, pero de él le cuento otro día, Capitán, estoy cansada. Disculpe. 

Matilde
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:01:57 pm
Pobre María
Categoría: Internacional

Acuchillada en un rincón de la habitación del hotel, solo rompía el silencio el aura aún presente y suspirante de mujer en desgracia. El olor era rojo, como la sangre y el momento parecía interminablemente solo.
Llevaba minutos en esa posición, viéndose muerta, oliéndose muerta, esperando al ángel que supuestamente la buscaría. Y nada ocurría, nadie encontraba su cuerpo.
No sabían de ella en el pequeño pueblo cercano a Almería, no tenía hijos, ni hombres ni amores, trabajaba en forma temporaria. El dueño del hotel conocía de su largos días de alcohol y pesadillas por lo que pasaría al menos una semana antes que se preocupe por  ella.
Creyó que morir sería una liberación para dejar atrás la soledad, podría así compartir con almas  y pensamientos eternos.
Guardó pacientemente lo trabajado en los últimos dos meses para pagarle al chiquito que contrató para acuchillarla. Porque no quería ruidos, las armas suenan, ella no gritaría, el joven quería plata, la plata era para droga, y su droga era la muerte.
Pero seguía allí: sola y volátil, desesperadamente triste. Tortuosamente muerta. Igualmente vacía, sin ayuda, sin abrazos, virgen. Una virgen ensangrentada y cruel que se atrevió al más allá pensando en la compañía celestial, o al menos espectral. Nada de eso existía. Continuaba igual, sin cuerpo, pero con el dolor pesando, como si cargara al mundo. Pobre María.

Solemio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:04:14 pm
Transilvania
 



La mansión Rumsfeld, situada en el condado de Athelwulf, estaba atestada de gente aquella noche. La banda tocaba en el salón principal. Tres hombres ataviados con trajes oscuros y viejos, cubiertos por una fina capa de polvo cantaban a Victoria. Hoy era su cumpleaños. Su último cumpleaños. Los músicos, de aspecto cansado y piel extremadamente pálida, como el resto de los visitantes y anfitriones, probaban sus instrumentos en el centro de la gran sala. En la esquina de ésta, un hombre mayor, de cabellos grises y mirada cansada, esperaba servicialmente junto al órgano. Un gato tan blanco capaz de absorber los reflejos nacarados de la luna, jugueteaba sobre el largo instrumento.   Los señores Rumsfeld mandaron decorar el lúgubre salón con rosas rojas. Cuervos negros se amontonaban en el alféizar de las ventanas. Numerosos sirvientes ofrecían bandejas con tazas de té y café humeante a los invitados. Otros, recorrían la casa plumero en mano recogiendo el polvo y las telas de araña de los candelabros, esquinas y otro apliques de complicada ornamentación.  Victoria cepillaba sus largos cabellos rojizos frente al espejo. Los relámpagos tronaban en el cielo oscuro que se cernía esa noche sobre la gran casa de la familia Rumsfeld. Un tenue destello azul traspasaba las cortinas moradas e iluminaba el rostro y las manos blanquecinas de ella. Se aplicó el color morado para los labios y alisó su vestido negro de encaje, ajustado en la cintura, de mangas largas y también de larga cola. Se acercó al balcón y escrutó la ciénaga que rodeaba la mansión a través del cristal. La luz de la luna se reflejaba en su tez blanca. Sus ojos se posaron en la charca que se divisaba aún con cierta dificultad desde su posición, tapada por las ramas de los árboles. Sobre la cama roncaba sumido en un largo sueño, Víctor, el mayordomo. La banda empezó a tocar discretamente cuando el reloj de pared dio las once. El señor y señora Rumsfeld presidían la ceremonia desde lo alto de la escalera de roble, el eje vertebral que comunicaba toda la casa. Sus figuras oscuras se erigían sobre el resto de comensales, ansiosos por comenzar la velada. Mortifica Rumsfeld apoyaba sus blancas y huesudas manos en el hombro de su marido, que carraspeaba haciendo callar a sus invitados. Dos seres oscuros, lúgubres, siniestros. Ella de largos cabellos negros y un vestido azul marino, él, vestido con un elegante esmoquin gris sujetaba un cigarrillo encendido. Los cuchicheos y susurros cesaron cuando Sir Gerald Rumsfeld comenzó su discurso de bienvenida.  -Es un honor para mi esposa Morticia y para mí, acogeros esta noche de tormenta y daros la bienvenida a nuestra casa. Como todos sabéis, hoy se cumplen 18 años desde el nacimiento de nuestra querida Victoria. Disfrutad de la velada que os hemos preparado en nombre de nuestra hija. Que comience el evento - y con un chasquido de dedos, dio por concluidas las formalidades.   Comenzó entonces el banquete, y con él la melodía. Los músicos se encargarían de hacer sonar un instrumento de percusión, y otros dos de cuerda. El más hermoso, el que atraía todas las miradas, fue el pesado violonchelo de madera pulida y brillante, que refulgía bajo las numerosas velas que iluminaban la casa. La banda se situó justo en el centro, sobre las alfombras victorianas del señor Rumsfeld. Acariciaron sus instrumentos y entonaron. Se podía decir que aquellos músicos ofrecían un aspecto tan tétrico como el resto de la mansión.   "Podemos vivir como Jack y Sally, si quieres, podemos vivir las navidades como si fuera Halloween, y así las noches nunca acabarían"  Lejos, en la ciénaga, las rosas nadaban cubriendo la pequeña charca. Los cuervos sobre volaban la zona, se posaban en las ramas de los árboles y escuchaban.  "Hola oscuridad, mi vieja amiga. He venido a charlar contigo de nuevo. Una visión vino hacia mí arrastrándose suavemente, dejó sus semillas mientras yo estaba durmiendo y la visión fue plantada en mi cerebro"  Los invitados bebieron vino y brindaron alegremente en copas de plata, tomaron pavo, pan de hogaza recién horneado, pasteles de cereza, bizcochos de chocolate, bollos de limón y magdalenas , que acompañaron con un estupendo ponche de color verduzco. Emitía un gas verde oscuro y algunas burbujas brotaban de la superficie. El líquido presentaba un aspecto putrefacto. Las copas, en cambio, se vaciaron y se volvieron a llenar. Los señores Rumsfeld recorrieron el lujoso y sombrío salón una y otra vez, charlando con sus amistades y haciendo gala de la centenaria mansión familiar mientras los truenos rugían y las nubes densas se unía a la bruma blanca que inundaba la zona. El páramo, pantanos y ciénaga. Todo.   "La gente marcha al sonido de los tambores, feo es el mundo en el que vivimos"  Las mujeres danzaban alrededor de los músicos manteniendo pesadas pelucas color hueso sobre sus cabezas, levantando voluminosos vestidos oscuros de encajes y brillos. Lucían sus joyas alrededor del cuello y entre los dedos. Los hombres fumaban cerca del órgano y algunos probaban suerte en la pista de baile. Uno de los músicos dejó su instrumento, en el que las cuerdas seguían moviendo solas y por lo tanto, también emitiendo sonido. Se escabulló entre la multitud, salió de la sala y de la casa y se dirigió a la parte trasera de la mansión. Nadie reparó en su repentina ausencia.  Victoria se remangó el vestido, se agarró decidida y fuertemente a los barrotes que protegían el balcón de su dormitorio y se encaramó a él. Se sentó justo en el borde, dejando colgar las piernas. Balanceó sus pies a decenas de metros de altitud, y cuando las ramas de la parte trasera que conducían a la ciénaga se agitaron, Victoria Rumsfeld saltó.  -¿Dónde se encuentra Victoria? - inquirieron a Morticia dos de sus primas segundas, Argante y Morwena. -Está siendo custodiada por Víctor, nuestro mayordomo. Le hemos encargado su protección y se dedica a ella fervientemente. -Lástima que no pueda disfrutar del evento. -Ella podrá bajar al final, cuando pasen por fin las doce - Morticia Rumsfeld repicaba con sus uñas en su copa de cristal con detalles plateados de forma nerviosa, mirando hacia todos lados. -¿Os lo habéis pensado bien? - preguntó Argante. -No queremos esto para ella - le cortó la señora Rumsfeld. -Vivirá eternamente. -Esto no es vivir, Morwena. -Pero tanta protección… -Pronto será innecesario - concluyó Sir Gerald.  Y vaya que si era innecesario.   Él se acercó a su cadáver, ladeó su cabeza, apartó los cabellos cobrizos de la boca y vació en ella la sustancia verde oscura de la fiesta. Veneno. Ésta se deslizó por la garganta sin necesidad de tragar, le envolvió el corazón y se extendió hasta cada rincón de su cuerpo. Y Victoria, más pálida que nunca, se levantó.  Un trueno estalló con gran estrépito sobre los dominios de la mansión y en se momento las puertas del gran salón se cerraron y volvieron a abrirse con gran estruendo. La enorme habitación quedó iluminada por el destello de los rayos y los cuervos provocaron el caos cuando aletearon nerviosos alrededor de la casa. Sin embargo los tambores seguían sonando cuando Victoria descendió por las escaleras como si de un fantasma se tratase, sus pies rozaban el suelo como un ser que se eleva, y flota. Se deslizó por la habitación suavemente, como si la remara el viento. Entró en el salón acompañada de un joven de piel grisácea, casi traslúcida, de cabellos negros y cortos, dueño de una expresión dulce pero apagada, vestido con un esmoquin negro y una camisa blanca de botones con el borde amarillento, debido al paso del tiempo. Adornaba su camisa con una pajarita negra. Era un músico.  "La gente marcha al sonido de los tambores, feo es el mundo en el que vivimos"   -¡No! Exclamó Morticia Rumsfeld apartando bruscamente a los invitados que le estorbaban la visión. - Victoria… - susurró su padre. -¿Dónde está Víctor?¿Quién ha sido? ¿Quién lo ha hecho? - gritó examinando el rostro de sus invitados - ¡Exijo un castigo para el culpable! - Es innecesario querida. - contestó el señor Rumsfeld apenas sin ganas, observando al músico. - Ya está muerto.  Y como una más, Victoria calentó su cuerpo helado con el vino. Tomó algunos dulces y danzó de manos de aquel músico. Eternamente.  Actualmente, escondidos entre páramos y bosques húmedos, los zombis siguen bailando al sonido de los tambores.

C. Macbeth
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:06:30 pm
Destellos de madrugada



A veces, el camino a la salvación puede resultar totalmente confuso, como una especie de túnel muy oscuro. Durante el trayecto sientes que nunca vas a alcanzar el final, que te has equivocado de ruta y ya no ha salida, pero a veces, solo a veces,  de repente quedas cegado por una cálida luz que anuncia que estás llegando a casa.
Aquella madrugada de Junio del 2011, yo vagaba sin rumbo después de que Ana prácticamente me echara a patadas de su piso.
Para ser justos, las cosas no habían sucedido realmente así, pero para un tipo como yo, introvertido como el demonio y solitario como una noche de enero, que se pongan a hablar contigo rollo sentimental tras sufrir un doble gatillazo es el equivalente a una buena paliza de despedida.
Ana y yo nos conocimos unas semanas antes a través de unos amigos que teníamos en común: Milo y Bruno. Por aquellos tiempos yo estaba recuperándome de la pérdida de un ser querido bastante importante, uno de esos con los que cuentas para toda la vida, a los que no te molestas en preguntar por su mundo interior o por su situación económica, dejas esas cosas para el mañana, que debería haberse alargado hasta el día de nuestras muertes decenas y decenas de años después.
La cuestión, es que después de la muerte de Jota quedé tremendamente deprimido, he de decir que ya antes del dramático suceso yo era un tipo bastante extraño, reservado, hipocondríaco y maniático. Todas estas maravillosas cualidades se vieron multiplicadas y arropadas por otras igual de deseables como la apatía, el cansancio, la desidia y la autocompasión. Cuando parecía que iba a ser totalmente devorado por la espiral de desgracias en que se estaba convirtiendo mi vida, me crucé con Milo, un tipo bastante asustado y atormentado que necesitaba urgentemente un amigo.
Milo había sido durante su corta existencia un sparring perfecto para la sociedad, había sido maltratado, humillado y vejado de casi todas las maneras posibles en que alguien puede ser torturado por la simple exposición a una sociedad corrupta y egoísta como la nuestra.
Milo consiguió despertar algo en mí, encendió algo en mi apagado interior, una mezcla de amor fraternal y un poco de ira, y deseos de enfrentarme a la realidad y cambiar el mundo poco a poco mediante pequeñas acciones revolucionarias.
Se podría decir que Milo me devolvió las ganas de vivir. Cuando apareció en Marzo de 2011, me salvó la vida.
Conocí a Ana a través de este, me hacía salir muchísimo a pasear y disfrutar del buen tiempo que la primavera trae consigo, y en una de estas salidas coincidimos con Ana, que paseaba con su amigo Bruno por la misma zona que solíamos frecuentar, aunque esta era la primera vez que nos encontrábamos. Bruno y Milo tenían algún asunto del pasado en común por lo que se produjo un primer acercamiento, y ya en aquel primer encuentro, Ana y yo hicimos buenas migas, y aunque no fuera de manera explícita, ya existía el deseo urgente de que aquello no terminara allí, de irnos conociendo más y más hasta llegar a la más profunda intimidad.
Los encuentros entre Ana, Bruno, Milo y yo fueron incrementándose a una velocidad de vértigo, y en poco tiempo las excusas más extravagantes redujeron el aforo de estas citas a Ana y a mí.
Aunque lo mío con Ana pareciera ir sobre ruedas, a veces aparecía un vestigio de su pasado intentando conseguir una nueva oportunidad, rogando a Ana que le perdonase, que había cambiado y que ahora era un hombre mejor, que podía ofrecerle nuevas y mejores cosas.
Ana, al considerar que habíamos alcanzado un punto bastante alto de complicidad, me contaba todas estas historias, y yo al oírlas ardía como el mismísimo infierno por dentro y me limitaba a darle buenos consejos.
Este contratiempo me llevó a tragarme todo el odio que me provocaba la situación, odio hacia mí mismo y hacia mi maldita suerte. Se encendió de nuevo y esta vez con más fuerza, el incendio que Milo sofocara un día. Mi respuesta fue evitar cualquier contacto durante las semanas siguientes a pesar de que ella insistiera en que nos viéramos y se preocupara por mi extraña desaparición.
Yo me tomaba todo esto como un abuso brutal, ella quería hablar conmigo, disfrutar de mi amistad, mi rareza, mi inteligencia, en fin, de la novedad que puedo resultar para la gente que nunca se ha cruzado con un tipo como yo, pero luego, a quien le ofrecía su sexo era a ese otro cerdo analfabeto.
La rabia y el odio me llevaron de nuevo al camino de la autodestrucción, había perdido a Jota, había visto las consecuencias del mundo en que vivimos en las cicatrices de Milo, y el abuso y la hipocresía en los actos de Ana, ¿Cómo podía haber sido tan imbécil como para creer que merecía la pena seguir?
Durante unas semanas la situación se mantuvo estable, hasta que un buen día, navegando en el mar de las benzodiacepinas acabé encontrándome con Ana y volvió a conquistarme con su extroversión y su relato de cómo había mandado a paseo definitivamente al simio baboso que la rondaba.
Este nuevo giro que daba nuestra historia me había subido un poco el ánimo, aunque después de todo lo vivido prefería bajar la intensidad, probar a mantenerme en equilibrio durante un tiempo, ni desaparecer, ni ceder totalmente al impulso pasional que me inspiraba Ana. A partir de entonces, organizamos eventos en los que nos acompañaban más amigos para intentar de alguna manera poner diques a ese rabioso mar que ambos sentíamos que nos empujaba hacía el deseo de poseernos.
Mi plan de aniquilación no había sido totalmente eliminado de mi lista de tareas, de hecho solo lo estaba aplazando hasta acabar una serie de asuntos que quería cerrar antes de liberarme de mi precioso envoltorio de carne y hueso, y huir para siempre del enorme peso que se había instalado en mi pecho desde la muerte de Jota.
Fue uno de estos eventos el que me llevó a aquella madrugada de Junio. Habíamos estado cenando fuera con dos amigos más: Flor y Esteve, y a la cena la siguió unas cuantas copas en distintos Pubs de la ciudad. Cuando la noche había avanzado y los bares cerraban sus verjas, decidimos ir a tomar la última al piso de Ana.
Allí acabó sucediendo lo inevitable, el alcohol y el deseo nos transformaron en las bestias que escondemos en nuestro interior, y esto se tradujo en Flor y Esteve follando salvajemente en la habitación de invitados, y Ana y yo, encaminados hacia la misma dirección pero a un paso más lento por el sentimiento que acompañaba al deseo.
Al principio el sexo no estuvo mal, le regalé una erección instantánea que me agradeció con su cálida boca. Hasta ahí todo bien, fue cuando decidió subir a la montaña rusa, cuando el alcohol, las drogas de farmacia y la tristeza oculta borraron de un plumazo las ganas de seguir con el rito.
Como explicaba al principio, ella intentó a su manera hacerme sentir bien, pero yo no soy de esos. Solo quería marcharme, y eso hice. Transitaba a paso lento las calles, entumecido bajo las luces de la ciudad, totalmente solitario, todo piel, huesos, tristeza y soledad.
Arrastraba mi metro ochenta y mis cincuenta y dos kilos pensando que se había terminado, era un precioso momento para acabar con todo, había perdido suficientes cosas como para no temer desaparecer. Fue entonces cuando sucedió lo inesperado, mi momento de epifanía. En el silencio de aquella madrugada estival, el motor de un coche puso mis sentidos en alerta, y seguidamente, como un destello plateado, en el solitario coche que pasó fugaz al otro lado de la calle pude ver cómo me miraba y sonreía dulcemente. Sus ojos decían: Perdónate, yo te perdono. Abre tu corazón, vive.
Aquella mirada podía hacer latir a corazones petrificados. La muerte solo había sido un desvío más a tomar en el desconcertante camino de la existencia, pero ni ella había podido apagar su luz, esa luz cegadora que siempre le acompañó y nos sirvió de guía a los que le rodeábamos.
Perdónate, yo te perdono.
Abre tu corazón, vive.
Vive.
Vive.
Vive.
Vive.

Jimmy Jimmerenno
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:08:13 pm
¡No me mire con esa cara!



-   ¿Usted se acuerda de los Montes? Preguntó rascándose las ronchas coloradas que le brotaban de los brazos. -Los de la casita amarilla del otro lado del río. ¿Los recuerda? El hijo ha estado ayudándome a cargar el costal de libros hasta la escuela. Es un buen muchacho, aunque terco como una mula.

Afuera avanzaba la tarde. La sombra se adueñaba de la plaza. Los mosquitos rebotaban en las bombillas del bar. La mujer que hablaba intentaba aplastarlos con las manos y con un trapo se secaba el sudor de las axilas.

-   ¡Oiga, Don Lázaro, hágame el favor y nos sirve otras dos cervezas! – Dijo la mujer y continuó: Como le decía, el hijo de los Montes, todas las mañanas sin que yo se lo pidiera, me espera por los lados del puente para llevarme el costal. Yo le digo que se vaya derechito para la escuela, que yo llevo años cargando esos libros, pero desde que me lo topé una mañana y me vio cargando ese bendito costal, se empecinó en llevarlo él. Es que los hombres de por aquí podrán ser unos sinvergüenzas, unos borrachos y hasta ladrones, pero cuando la ven a una así, les da como compasión. Yo iba abriéndome paso entre ese aire espeso e hirviente que se cuaja sobre esta tierra y el cielo, sudando como un cubo de hielo que se descongela, enterrando los pasos entre piedra y piedra. Hasta echando madres iba yo.

<<Venga profe, preste ese costal para acá que ese no es trabajo para una mujer>> me dijo esa mañana. Y bajamos la montaña. Él cargando el costal como si en vez de libros llevara algodón, es que está tan fuerte que no parece un niño de catorce años, se nota que ha vivido en el campo, en los bosques, entre las rocas de las montañas, bajo las estrellas. Y yo, yo iba pensando todo el tiempo en la hermana retrasada. ¿Se acuerda que la mujer de  Montes tuvo una hija mongólica?

De un sorbo la mujer bebió la cerveza casi entera, con la lengua se limpió la espuma que le quedó sobre el labio y siguió diciendo:
-   Pues sí, yo venía pensando en la niña. Muchos dicen que salió así porque la tuvo con otro hombre, que Dios castiga de esa manera, otros dicen que se tomó un purgante para caballos estando embarazada. ¿Usted la ha visto? Tiene un ojo por acá y el otro por allá, respira por la boca haciendo un ruido como de cerdo y no sabe hablar, solo brama y chorrea baba como un animal. Pero, en cuanto bajamos la montaña, el hijo de los Montes señaló con el dedo los potreros del lado de San Isidro y me dijo: <<Allá es donde yo trabajo>>. Entonces yo me olvidé de lo otro y empecé a preguntarle por el trabajo.

<<Yo hago cuanto mandado necesite el patrón. Arreo el ganado, lo peso, lo marco. ¿Usted alguna vez ha marcado una vaca, profe?>> Me preguntó. En ese momento me golpeó el recuerdo, sin que yo me lo esperara, de la mirada entristecida de un becerrito que, años atrás, marcaron frente a mi. Mi padrastro me llevó al establo a ver un becerrito que acababa de nacer, tenía el pelo muy corto y se le sentía la piel caliente, yo le estaba acariciando las orejas cuando un hombre se apareció por detrás y le clavó un fierro en una pata. Le juro que aún recuerdo el olor a carne chamuscada y esos ojitos abiertos y enlagañados que me miraban. Pobre animalito como se quejaba. El hijo de los Montes debió ver mi cara de horror porque rapidito se puso a decir que después de que las marca se las lleva a un potrero donde la hierba está crecida, para que coman y se les olvide el dolor, y les soba el lomo mientras les canta alguna canción.

Es que el muchacho también salió bueno para cantar, en la escuela arma unos alborotos. Imagínese que a veces se pone a cantar en medio de la clase, no es sino que yo diga una palabra o una frase que le acuerde alguna canción y empieza a soplar una armónica pequeñita que se hizo con cortezas de troncos y los demás se ponen a seguirlo con las palmadas y toques en el pupitre. El otro día les estaba diciendo, <<miren muchachos, ustedes tienen que ser los mejores en lo que hagan>>, porque es que eso pienso yo, que si son pescadores, pesquen los bagres y bocachicos más grandes, que si quieren ser futbolistas dominen el balón y no había acabado yo de hablar cuando el hijo de los Montes empezó a cantar:

“Por eso Rafael Santos
yo quiero dejarte dicho en esta canción

que si te inspira ser zapatero
sólo quiero que seas el mejor, 

por que de nada sirve el doctor
si es el ejemplo malo del pueblo”.

 ¿Si conoce esa canción?

Espere me termino la cerveza antes de que se caliente y agarre sabor a meados de burro. Dijo la mujer y continuó: Como le venía contando, a partir de esa mañana que nos encontramos por los lados del puente comenzó a ayudarme cada día. Me espera en la quebrada, se echa el costal al hombro y bajamos juntos la montaña hacia la escuela. Con decirle que a mí ya se me olvidó el peso de esos libros. Algunas veces nos vamos hablando, usted sabe que yo soy buena para conversar, pero a él lo que le gusta es cantar, entonces se pone a cantar y yo lo escucho en medio del camino donde solo se oyen nuestros pasos y el sonido del río.

 ¿Sabe usted que los Montes otra vez andan mal de plata? Yo me di cuenta antes de que él mismito me lo dijera porque al pobre le suenan esas tripas como si adentro tuviera un trueno rebotándole de una lado para el otro sin poder salir, y dígame usted ¿quién estudia y trabaja con el estómago vacío? Yo no es mucho lo que puedo darle, pero a veces saco una naranja o un mango o un banano, alguna fruta le pelo por el camino y se la voy poniendo sobre la lengua para que coma. Él me agradece con una sonrisa mientras mastica.

¡Otras dos cervezas para esta mesa, Don Lázaro! -Volvió a pedir la mujer. Después añadió: Pues sí, mis sospechas eran ciertas, sin yo preguntarle, me contó que el señor Montes se había quedado sin trabajo y que él estaba pensando en dejar la escuela para trabajar con el patrón también por las mañanas y ayudar más en la casa.

<<¿Qué pasó con el trabajo de su papá?>> Le pregunté yo.

<<La plaga, profe>> Me dijo. <<Casi todos los cultivos de arroz de estas tierras se echaron a perder. Se salvaron pocos. Un día empezó a oler muy feo y al otro, eso parecía como si un tornado hubiera pasado por aquí. Lo revolcó todo. El patrón de mi papá se fue de Villa del Carmen y todos se quedaron sin trabajo.

<<¿Y su mamá?>> Le dije.
<<Mi mamá lavaba ropa y sabanas en el río>>
<<Sí, recuerdo>>
<<Pero desde que nació Chipi no puede hacer otra cosa que cuidarla>>
<<¿Qué le pasa a Chipi>> Le pregunté enseguida. ¿Se acuerda que desde antes yo quería saber? Me contó que cuando la sacaron del vientre de su madre no se movió, ni lloró, y que estaba toda morada. <<Como esas flores de allá>>, me dijo señalando una veranera.

¿Usted sabe cuáles son las veraneras? A ver si hay alguna por acá dijo la mujer levantándose de la silla. Al rato regresó a la mesa batiendo un pétalo y diciendo:  Como ésta, como ésta.

Imagínese usted parir una criatura así. Dañadita desde los pies hasta la coronilla. ¿Dice usted que la abandonaría? ¿que la dejaría por ahí tirada? y ¿vivir el resto de la vida con esa culpa pisoteándole la conciencia? ¿Podría usted vivir con esa culpa?

Permítame voy rapidito al baño antes de seguirle contando -Dijo perdiéndose por detrás de una estantería de gaseosas.   

A los pocos minutos la mujer regresó a la mesa y sentándose dijo:

Ayer, en la noche, el hijo de los Montes se apareció por mi casa. Fue a decirme que no me preocupara, que así él dejara la escuela seguiría ayudándome con los libros. Yo estaba preparando una torta de maíz y me había tomado dos o tres aguardientes. Lo invité a seguir. Él me dijo que el patrón lo estaba esperando, que debía irse. Yo insistí. <<Usted trabaja mucho>>, <<ya está bueno>>, <<también debe divertirse>>. Lo agarré del cuello de la camisa y lo jalé para adentro. Entonces me dijo que se quedaría un rato.

Nos sentamos en el corredor que está frente a la cocina, donde hay una mesa y un sofá y ahí nos quedamos. Yo iba cada ratico a la cocina a ver cómo iba la torta y regresaba con más rodajas de naranja para acompañar el aguardiente. Brindamos por Chipi, por el patrón y por la luna llena que se veía a través de la ventana. Después de comer sacó del bolsillo un puñado de cigarrillos y me extendió uno. Yo iba a rechazarlo, usted sabe que dejé de fumar hace años, pero qué carajos, estaba celebrando mi cumpleaños y terminé por aceptarlo. La engañaría si le digo que ese fue el único. Seguimos bebiendo y entrada la noche el hijo de los Montes se puso a tocar la armónica y a cantar y yo a bailar y a gritar las canciones por la ventana.

Don Lázaro, otras dos, por favor, volvió a decir la mujer. Luego se quedó callada mirando al suelo y continuó: En un momento de la noche el hijo de los Montes se tumbó en el sofá, con la cabeza entre las piernas y los brazos colgando como un año viejo. Yo me fui para la habitación y me quité la ropa. Me vi desnuda en un espejo pequeño que en verdad es un pedazo de uno más grande que se rompió. El cuello, los pechos, el abdomen, el chichi, las nalgas. Aquí donde me ve, bajo estos trapos viejos hay buena carne, buenas curvas, pero desperdiciadas, para que le voy a mentir. Cuando regresé al corredor el hijo de los Montes seguía ahí tumbado. Igualitico a como lo dejé…

La mujer bebió la cerveza hasta dejar solo espuma en la botella y siguió diciendo:

…le subí las piernas al sofá y me senté en una esquina. Le desamarré los cordones y le quité los zapatos. Luego me acosté a su lado, le desabroché el pantalón y se lo quité despacito, él apenas y se movía cuando respiraba, le bajé los calzoncillos hasta los tobillos.

¿Me permite que me tome su cerveza? veo que usted no le ha dado ni una probadita y a mí me sirve mucho, aunque sea para quitarme el mal sabor del recuerdo.

Me quedé contemplando el pene fláccido, recostado sobre unos de sus muslos como un pedazo de carne cruda, hasta la madrugada. Yo tenía los ojos cerrados cuando despertó. No sé cuanto tiempo llevaba mirando como yo me retorcía desnuda en el suelo.

No me mire con esa cara. Hasta los que vivimos en este pueblo que parecemos burros andando hacia adelante sin ver por dónde vamos cagando, nos hemos arrepentido alguna vez en la vida. No se venga a ser la santa, usted que hace un rato dijo que tiraría a un hijo si le saliera mongólico, todos bien sabemos que de acá ninguno va para el cielo.

Afuera la luna se hundía entre las nubes. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas. Sobre la mesa los zancudos ya sin sus alas rondaban como gusanos desnudos entre las botellas de cerveza.

-   Esta mañana el hijo de los Montes no estaba por los lados del puente- Dijo la mujer recostándose sobre la mesa con una voz apenas murmurada y se quedó dormida.

María Font
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 12, 2013, 16:09:37 pm
El sueño, el espejo y la muerte



La habitación era pequeña y muy alta, las paredes originalmente habían sido pintadas de verde, pero con los años el color se había apagado y ahora eran casi  blancas. No había ventanas: la única fuente de iluminación provenía de un  tubo de luz fría empotrado en el techo que tenía la tendencia a parpadear inesperadamente; el aire entraba por una estrecha rendija situada en una de las esquinas superiores.  El suelo era de linóleo.  En el centro de la habitación se encontraban dos personas, sentadas una frente a la otra: el doctor y el paciente. El doctor  se llamaba Edmundo Zepeda, tenía cincuenta años, era casi calvo, su abdomen era prominente y los rasgos regulares de su rostro se empequeñecían detrás de los abultados pliegues de la carne. Del bolsillo izquierdo de su bata blanca  colgaba un gafete envejecido.  El paciente se llamaba Ernesto Pino,  era alto y muy delgado, tenía cuarenta años pero llevaba una barba larga y descuidada que lo hacía parecer diez años mayor. Portaba un uniforme azul cielo, la  tela gastada era casi  transparente.  La camisa estaba raída en los bordes,  de las mangas cortas  salían  los  brazos flacos y  macilentos. Los dos hombres se veían  inapropiados sentados en los pupitres,  especialmente el doctor que con dificultad había podido acomodar su gruesa anatomía en aquel reducido espacio. Aquellos pupitres, con respaldo naranja y  paleta al lado, sin duda estarían mucho mejor en el aula de una escuela.
A partir del momento en que Ernesto había sido transferido de otro hospital psiquiátrico el doctor Zepeda se había reunido con él,  cada semana, en esa misma habitación, durante más de un año. Cada una de estas sesiones  duraba treinta minutos que eran medidos con precisión por el enfermero de guardia, en aquella ocasión un hombre joven y  bajo, de amplio tronco y gruesos brazos, que cada cinco minutos miraba por una rendija que se encontraba en la puerta para verificar que la entrevista transcurriera  con tranquilidad.
Ernesto no era un paciente muy cooperador. El doctor siempre venía preparado con preguntas para la entrevista, pero para recibir las respuestas que necesitaba, Ernesto le exigía  que Zepeda le  contara lo que  había hecho durante la semana.  No le bastaban las generalizaciones, quería escuchar la mayor cantidad de detalles posibles. Quería saber, por ejemplo,  qué era lo que Zepeda había  desayunado, de qué iban  los libros que leía, los problemas de los otros pacientes.  Sin duda no era fácil para el doctor quien tenía que lograr el justo balance entre  resguardar  su vida privada y hacer feliz a su paciente. Había intentado mentirle a Ernesto en más de una ocasión y siempre había sido descubierto: no había forma de engañarlo. La explicación más lógica de esta conducta era que su paciente que había sido confinado por el resto de su  vida, podía con aquellas conversaciones hacerse la ilusión de que vivía en una normalidad a la que en la realidad ya jamás tendría acceso. Y sin duda la vida de Zepeda -anodina, banal- cumplía perfectamente con lo que Ernesto buscaba. Pero ni siquiera hurgar en su intimidad, le garantizaba  al doctor recibir respuesta de su paciente. Podía suceder que la sesión terminara con el doctor hablando, sin que Ernesto hubiera dicho algo.
 Aquél día, sin embargo, fue diferente: durante los primeros veinte minutos el doctor básicamente había monologado, pero  justo cuando ya estaba perdiendo la esperanza de obtener algo, Ernesto le hizo una revelación:
―Anoche tuve un sueño ―dijo de pronto, interrumpiéndolo.
―¿Podría contarlo? ¬—preguntó el doctor,  poniéndose súbitamente en estado de alerta y apresurándose a sacar su libreta.
―Lo haré, lo haré— contestó el paciente―. Si no quisiera decírselo, no se lo hubiera mencionado.
―Le pido por favor entonces que me lo diga sin omitir ningún detalle. 
—No se excite demasiado, doctor,  es decir, quizá no se trata de nada tan importante como para que lo pueda anotar en su libreta.
—Eso ya lo juzgaré yo. ¿Podría por favor empezar entonces?
.    ―Bueno, quizá se sorprenderá por lo que le voy a decir pero en mi sueño me encontraba  sólo, sentado en esta  misma habitación.
―¿Y qué veía?
―Nada especial. Lo  veía todo exactamente igual, como lo veo ahora: el suelo, la pared, la puerta, la lámpara, todo igual.
―¿No había nada inusual? ¿Diferente?
―No creo. Todo era similar a tal punto que resultaba imposible distinguir entre sueño y realidad.
―¿Hacía usted algo en el sueño?
―No mucho en verdad.  Me quedaba viendo el cuarto sin que sucediera nada.
El doctor se quedó pensativo un momento. Debía de ser cuidadoso. ¿Acaso le estaba gastando Ernesto una broma?  ¿O en verdad quería comunicarle algo  importante?
―Lamento decepcionarlo―dijo Ernesto con humildad fingida―. Quizá esperaba usted escuchar algo diferente.
El doctor procuró no mostrar su decepción, se limitó a mirar al paciente a los ojos, rápidamente y con intensidad, pero procurando que su gesto permaneciera neutral.
―Me perdonará si lo contradigo ―dijo entonces el doctor―. Pero es que las cosas no  pueden ser así. Necesariamente tiene que haber algún detalle en que la realidad y el sueño divergen.
―¿Cree que miento?
―Digo que no puede ser así.
―¿Y por qué está tan seguro?
―Es simple mecanismo neuronal.  Aquí mi criterio no interviene. Hay investigaciones recientes sobre los procesos del sueño que revelan que mientras dormimos, las diferentes partes de nuestro cerebro pierden la conexión que tienen en la vigilia. Por ejemplo, la comunicación entre el hipocampo y la corteza cerebral.  Nuestros recuerdos fragmentarios  se vuelven sueños, y para darles un sentido introducimos un elemento de absurdo. No se  ofenda,  por favor, no dudo de su palabra ni por un minuto. Quizá simplemente olvidó lo que ha soñado.
Ernesto se quedó pensativo un momento.
―Es usted muy listo doctor, no me queda más remedio que reconocérselo. Se dio cuenta de que he omitido algo.
―Bien, ¿Podría entonces ayudarme por favor? ¿Qué fue lo que vio?
    ―Había algo más. Justo detrás de donde se encuentra usted: en la pared, colgaba un espejo.
Difícilmente Zepeda perdía el control durante la sesión, pero ante la perspectiva de hallarse ante algo que valiera la pena, comenzó a manifestar cierto nerviosismo y  a hablar con apresuramiento.
―Dice usted que detrás de mí. ¿Dónde exactamente? ¿Ahí? ―preguntó el doctor volteando y señalando la pared.
―Sí, justo ahí.   
–¿Me dijo que en el sueño se encontraba  usted sólo?
—Sí.
—¿ Y cómo era el espejo? ¿Podría describirlo mejor?
―¿Pues cómo habría  de ser? Era un espejo normal, cuadrado, pequeño, como el que uno encuentra en un baño.
―Quiero decir ¿Se reflejaba usted en él?  ¿O vio algo más?
El paciente torció la cara en una mueca extraña.
―Son muchas preguntas doctor: No lo puedo recordar todo con exactitud.
—Piénselo bien. ¿No vio nada?
―Es difícil ―dijo Ernesto haciendo un gesto muy acusado, frunciendo el rostro, llevándose las manos a la cabeza, como si intentara recordar—. No sé, no me presione. Me parece que el espejo estaba ennegrecido por la suciedad.  Sí, sin duda lo estaba, ¿Por qué es que nunca limpian aquí? Esto es un chiquero.
   ―Lo hacen tres veces por semana. No se distraiga por favor, aquí no hay en realidad un espejo.
―No se enoje conmigo doctor, sólo quiero ayudarlo. .
―Que bien. ¿Y entonces?
—Bueno,  ahora lo recuerdo mejor pero no sé si deba decirle lo que vi. Quizá lo ofendería.
―No creo que ese sea el punto. No se guarde sus pensamientos, por eso estamos aquí.
―Bien ―dijo Ernesto― lo vi a usted. Era su reflejo lo que vi en el espejo.
―¿Yo?
―Está sorprendido. ¿No es así?
―Un poco. ¿Podría describir con detalle la imagen? ¿Era borrosa? ¿Tenía algún detalle  especial?
―Le seguro que igual de sorprendido estaba yo. Y sí que había detalles. Por principio de cuentas usted estaba muerto.
―¿Muerto? ―preguntó el doctor visiblemente emocionado.
―Y le aseguro que no de la mejor manera. Tenía la cara ensangrentada,  desfigurada. De hecho había perdido una gran parte del rostro. No lo hubiera  reconocido de no ser por la bata del uniforme donde aparece el nombre: Raymundo Zepeda. Así, justo como lo estoy viendo ahora.
   El doctor contuvo su reacción,  se limitó a escribir  brevemente en su libreta. Luego,  cambió  ligeramente de posición, descruzó la pierna y miró fijamente a su paciente. Lo siguiente que dijo lo había pensado muy bien.
―Dígame una cosa Ernesto. ¿Si usted quisiera matarme? ¿Cómo lo haría?
   ―Yo no lo quiero matar doctor.
   ―Hipotéticamente.  Si ese fuera su deseo ¿Cómo lo haría?
   ―Hace mucho  que no  he deseado la muerte de nadie doctor.
―Pero usted ya ha matado a muchas personas Ernesto. ¿No es verdad? Asesinó de maneras crueles, sádicas y  terribles,  con eso ocasionó gran sufrimiento a ellos y a sus familias. No se puede perder la costumbre tan fácilmente. ¿O ya no lo recuerda?
—Vagamente. A veces pienso que todo fue un sueño.    
―Pero no lo fue de ningún modo. Tengo muchas  fotos para probarlo.
―Ah sí, mi viejo álbum de fotos. Lo guarda todavía ¿no es así? ¿Todavía lo mira a solas? ¿Se las enseña a sus colegas? ¿Piensan juntos en cosas sucias?
―Para ser sinceros lo veo ya muy poco. He perdido mucho el interés. Ahora colecciono  pinturas  de esquizofrénicos.  He escuchado que han  subido mucho en el mercado.
―No sea infantil doctor, no me provoque. Soy un hombre sensible.
―Créame que conozco a mucha gente muy sensible y no por eso goza torturando y asesinando
―No sea ingenuo.  ¿Quiere que me enoje para que yo le confiese que quiero matarlo?  Recuerdo que soy ahora un hombre sensato. Que he renacido. 
―Renació de las cenizas de las personas que mutilaba como  insectos.
―Es verdad. Pero un hombre mutilado es un privilegiado ―dijo Ernesto alzando la voz―. Ver una parte muerta de uno mismo es probar un poco la  inmortalidad, es ir dejando atrás la carne. Pero, por supuesto no lo voy a convencer. No tiene sentido. Usted no quiere escucharme. Lo único que desea es arrinconarme. Capturar mi alma.
   ―Eso lo tendría que hacer usted pero no creo que pueda logarlo.   ¿Sabe?  A veces se da demasiada importancia. Ocuparme de usted no es mi único trabajo.
—Quizá,  pero le aseguro que soy lo mejor que tiene, el paciente estrella si quiere llamarlo así.
   El doctor iba a decir algo más pero en ese momento sonó la chicharra que indicaba el fin de la conversación. Inmediatamente, los dos hombres se levantaron, cruzaron su camino y se dirigieron en direcciones opuestas. Ernesto se colocó pegado a la pared, el doctor enfrente de él junto a la puerta. Ésta se  abrió y entró el enfermero.  Tomó  los dos pupitres, uno bajo cada brazo y salió con ellos de la habitación.
―Nos veremos la próxima semana―dijo el doctor saliendo tras el enfermero.
Estaba ya a punto de cerrarse la puerta tras de él cuando escuchó que Ernesto lo llamaba.
―Espere un momento―le dijo volteando.
―Dígame Ernesto.
―No quiero perder más tiempo, doctor, le diré de una buena vez por todas cómo he pensado matarlo.
―Nuestra sesión ya ha terminado. Lo hubiera dicho antes. Continuaremos la próxima semana.
―No sea hipócrita doctor. Usted desea oírlo tanto como yo contarlo.  Si viene aquí, junto a mi oído,  se lo contaré con todo detalle. Le diré como le voy a cercenar la garganta,  como  le voy a arrancar  los ojos, no completamente, claro, haré que estos cuelguen apenas un poco arriba de sus mejillas,  le aseguro que aún verá un rato más con ellos: contemplará su propio rostro de cuencas vaciadas convertido en una amalgama de músculos, nervios y carne.
El doctor le dio la espalda a su paciente. La puerta se cerró con un sonido metálico y el doctor ya no escuchó más.  El enfermero le mandó una sonrisa de complicidad que al doctor no le agradó en lo absoluto. Luego,  con la libreta bajo el brazo, caminó por el pasillo: había ganado aquella batalla pero le molestaba no saber qué haría con su triunfo.

Cartógrafo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:35:13 pm
HUMO


   Un hombre como de humo atraviesa la llanura yerma y agostada, humeante, maltratada por el sol. Sus ropas son pardas y malolientes, como de humo, su mirada torva, turbia y huidiza, como de humo y su aliento caliente y asfixiante, como de humo.
   El hombre de humo vuelve a casa después de trabajar la tierra durante todo el día; una tierra agrietada y seca, igual que su piel, y mira al cielo con sus ojillos del color del humo inyectados en sangre, mientras maldice en voz baja con los puños apretados y la maldición se difumina en el aire como el humo casi antes de salir de su boca caliente y que asfixia, como el humo.
   El hombre de humo ve a lo lejos la figura de su odiado vecino y, mientras se acerca lentamente, rumia otra maldición, esta vez dirigida a ese hombre que, como él, también sufre la tiranía del cielo avaro, que reseca sus tierras y malogra sus cultivos antes siquiera de haber germinado.
   Sin embargo, este otro hombre no parece pesaroso; su figura es gallarda y erguida, no encorvada y zafia como la del hombre de humo, y su mirada es de una albura insoportable para la mirada vaporosa del hombre  de humo. Por eso la aparta, y escupe, y ruta otra maldición.
   Ya echó sal en su pozo, ya asesinó a su yegua. Quizás sea ahora  el turno de su hija y de su esposa.
   Mientras lo piensa, su pequeño cerebro parece bullir y hacer humo, y hasta le cuelga una baba del mentón atroz.
   Y mientras lo piensa, magníficas nubes se han cernido sobre ese pequeño cerebro bullente que es atravesado por un rayo fulminante, que deja al hombre inerte y humeante en medio de la llanura yerma y agostada, maltratada por el sol.

As de Picas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:36:58 pm
SANGRE Y RÍO DE SEPIEMBRE



La casucha estaba cerrada. Merlixto contó cuatro hombres y cinco mujeres delante de sí. Algunos llevaban brazos y piernas rotas; otros, golpes en la cara, pero unos pocos, nada que se pudiera ver a simple vista. La peste le traía el estómago pesado. Llegó temprano. Si la vieja tenía razón, para cuando amaneciera habría al menos cincuenta personas esperando. Una cuarentona se unió a la fila. Merlixto le sonrió para darle los buenos días.

“Chicuelo, ¿Cómo le amanece hoy? Soy Herminia.”

Levantó el sombrero de mala gana. “Bien.”

Los primeros rayos del sol asomaban por la derecha. La vieja intentó casi todo antes de mandarlo: darle remedios, rezarle con velas a los santos y sacarle los males del oído izquierdo. Tenía buenas intenciones porque, después de todo, Merlixto era la única familia que le quedaba.

“Chicuelo, ¿ha usted de creer que hace un año ya?” La cuarentona le tocó el hombro. A esas horas de la mañana, lo más bonito era una boca calladita. Así decía la vieja.

Se rascó la barbilla sin voltearse. “¿Un año de qué, doña Herminia?”

“¡Ay chicuelo! ¿Pero en qué mundo vive usted?” Le acercó la boca al cuello. Mientras susurraba, su aliento le calentaba la nuca. “El otro septiembre, Calenia se mató en el Huachú.”

Entró las manos en el bolsillo y jugueteó con las monedas que la vieja le dio. “Ah…Un año de Calenia.”

El Huachú atravesaba el poblado de extremo a extremo. Pocos se atrevían a cruzar el río. Los campesinos decían que era la sangre del diablo y que si se tomaba el agua, se le vendía el alma.

“Así mismo, chicuelo.” Apoyó el dedo contra la espalda de Merlixto. “Supongo que el diablo la lloró mucho. Digo, imagínese usted que la putita estaba preñada sin casarse.”

Las puertas de la casucha se abrieron. Don Josué salió e invitó al primer hombre a entrar. Arrastraba las piernas con esfuerzo. Cuando estuvo fuera de la vista de todos, un grito se hizo eco desde el interior.

“¿Pero qué ***** pasa ahí?”, preguntó Merlixto entre los dientes.

“No sea tonto, chicuelo. Es la bruja.”

“¿Bruja? ¿Y de dónde se inventó eso?”

Herminia soltó una carcajada. La pregunta le causó tanta gracia, que cayó sentada en el camino de yerba. Tomaba grandes bocanadas de aire para hablar. “¡Chicuelo! Es un caso especial el suyo. Todos saben que la pavita de los Vélez les salió bruja.”

El hombre salió caminando de la casucha. Las piernas le obedecían. Se sujetaba el vientre, pero qué importaba un retortijón si caminaba como nuevo.

Tratárase o no de una bruja, Merlixto seguía desconcertado por el grito.
“¿Por qué salió bruja la pavita de los Vélez?”

Herminia asintió. “Mire, chicuelo, lo que pasa es que la mamá se preñó del diablo en el Huachú y le bebió el agua.” Bajó el volumen de la voz antes de continuar. “Por eso se murió cuando parió la pavita. Los Vélez no le perdonaron que les matara la hija.”

“¿Entonces la pavita es hija del diablo?”

“¿Quién sabe, chicuelo? No se puede andar preguntándolo todo.”



Su turno se acercaba. La cercanía de la casucha intensificó la peste. Las náuseas le oprimían el estómago. Sentía como si le hubieran metido una mano en el vientre y le apretaran las entrañas con las uñas. Intentó respirar hondo, pero fue inútil: las arcadas lo arrodillaron en la fila. El vómito subió por el esófago, quemándole la garganta y la boca. Recobró el aliento a orillas del Huachú.

Herminia y la casucha desaparecieron. La exactitud del lugar borró de su mente cualquier duda: el tiempo retrocedió un año. Había llegado hasta ahí siguiendo al viejo. Lo había espiado con la otra, pero sería la última vez. Le prometió a la vieja que lo “resolvería”. Bastó un empujón para que cayera al agua. La corriente se lo llevó y no quedaron rastros suyos. Ella llegó después. Supuso que el viejo la esperaba. Llevaba el vestido de flores amarillas. Creyó estar sola en la intimidad de su atrevimiento, pero ignoraba que Merlixto la acechaba escondido en un matorral. Se despojó del vestido y se arrojó al agua de un chapuzón. Los ojos verdosos hacían el juego con las venas en los senos parados. Salió empapada a vestirse. Merlixto sintió el impulso animal de derribarla y arrastrarla por los cabellos por su imprudencia. ¿Quién demonios se creía? Lo último que pretendía era dejar que siguiera burlándose de la vieja. Saltó de su escondite y se dejó caer sobre ella. La proximidad de su carne le paró los pelos del cuerpo. Calenia fijó los ojos en los suyos.

Le subió el vestido, mientras desabrochaba el pantalón. Si los descubrían, ambos estaban perdidos. Terminó de improviso cuando la vieja lo sorprendió en el acto.

“Cuando abra la boca, te van a linchar. Deshazte de ella.”

Los dejó solos. Calenia no suplicó ni juró silencio, como si supiera que las palabras de la vieja fueron su sentencia.  Aún encima de ella, Merlixto le apretó el cuello hasta que dejó de temblar. Murió con los ojos abiertos. La arrojó al Huachú y esperó para ver si la corriente la arrastraba igual que al viejo, pero se quedó flotando a pocos pies de la orilla. La peste sopló por primera vez y aunque del viejo no supo jamás, Calenia le revivía la muerte en los sueños y en el día. Los matorrales y el río desaparecieron lentamente. Merlixto regresó a la fila, donde Herminia lo levantaba del suelo.

“¡Chicuelo! Dígame qué le pasa”, le echaba aire con el sombrero. “Se puso blanco y con cara de espanto. Ojalá que la bruja me lo sane.”

“Ojalá. Ya no aguanto.”

Don Josué lo llamó a entrar y  señaló una cortina de tela en el fondo. “Siga que mi mujer lo atiende.”

La encontró en una mecedora con una lata y un pedazo de tronco entre las piernas. Merlixto echó en la lata las monedas que traía en el bolsillo. La señora agitó el tronco en el aire y lo dejó caer a su lado. Un quejido delató la presencia de otra persona.

La nieta de los Vélez tenía unos diez años. Sangraba de las manos y los pies, atados con una soga a las patas de un altar de muertos. Dio unos pasos para acercarse y la chiquilla comenzó a vomitar. Expulsó una melcocha rojiza de la boca.
“Tiene que pegársele si se quiere sanar”, anunció la mujer de Don Josué.

Avanzó hacia el altar de muertos. La pequeña gritó y los ojos se le pusieron blancos. Merlixto se agachó. La criatura dio un brinco y así, con las manos atadas, le apretó el rostro y le besó los labios. Absorbió su aliento hasta que pareció dormirse. De repente, Merlixto recordó al viejo y a una mujer joven con un vestido de flores amarillas, pero poco a poco perdía la noción de la realidad, olvidando donde estaba y qué hacía en ese lugar. La vieja, un río, sexo, muerte…todas imágenes sin sentido de un sueño recordado a medias.

En algún lugar desconocido, vio una niña que yacía a sus pies. Sentada en una mecedora, una señora le mostró la salida. Tenía sed. Salió de la casita humilde y pasó junto a una fila de personas. Algo húmedo se deslizaba por su vientre. Presionó el ombligo sobre la camisa para detener el sangrado.

“¡Chicuelo! ¡¿Se me sanó ya?!”, voceó una cuarentona a sus espaldas.


Siguió caminando. La mujer debía estar hablando a alguien más. Ignoraba donde estuviera, pero sabía que el Huachú estaba cerca. Pronto calmaría la sed. Mientras se alejaba de allí, Merlixto percibió un aroma extraño: una mezcla de sangre y algún río de septiembre.

Soliana P.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:41:04 pm
EL PROBLEMA DE LA MEMORIA



En una oportunidad, cuando era adolescente y empezaba la lectura, mi profesor de literatura del secundario me dio para leer un libro que, con los años marcaría mi vida. No mi vida, sentimental, ni laboral, sino mi vida intelectual, mi gusto por la lectura, y una forma de escribir y pensar. El Libro en cuestión era FICCIONES su autor, el más grande JORGE LUIS BORGES,  un genio de la metáfora y la síntesis en el relato y un hombre de una imaginación, adulta no de niño, una ficción, no una fantasía, nada que nunca pudiera suceder, sino místico, misterioso, curioso, simplemente único.
Uno de los relatos que primero me impresionó fue Ruinas Circulares, (el soñador soñado) el cuento perfecto y sobre el cual trabajamos en clase. Pero él que hoy es tema de recuerdo es uno más sencillo, en cuanto a lo invencional, pero maravilloso en cuanto al desarrollo de la narración.
Funes el memorioso, un hombre que había nacido con una memoria prodigiosa, recordaba cada instante de su vida, todo, todo en  absoluto.
Cuando su vida perdió sentido, inventó un nuevo vocabulario donde reemplazo una letra por una palabra, siempre con la idea de llenar ese vacío que provoca la duda el no recuerdo y que lo hacía infinitamente infeliz como su memoria. Reconstruía una día entero y demorando un día entero precisamente porque recordaba todo en absoluto y recordando lo recordado no generaba nuevos recuerdos sino recuerdos de recuerdos.
Pero el motivo de la anécdota, o el tema que lo trae a colación es precisamente su espectacular, memoria, justamente lo que hoy quisiera tener brevemente. Hoy en día, recibo malas pasadas, con ella, me deja solo, no responde cuando la llamo, no aparece cuando la necesito, en fin me falla la memoria, como diría mi tía Dora, que tenía Alzheimer
Olvidar completamente un acontecimiento de importancia, una hora o dos antes de que se produzca, olvidarse de lo que uno debe anotar en su agenda del día en la cual coloca las actividades que debe realizar, ¿necesitaré un tónico para la memoria? ¿Tendré que desarrollar el sector izquierdo de mi cerebro? ¿Estaré muy distraído en otros menesteres que me impiden recordar, lo necesario? ¿Tendré la cabeza en otra parte, en fin ya no recuerdo. Ni porque estoy escribiendo esto y no otra cosa, que es lo que en realidad, quise empezar a escribir y como no lo recuerdo, arranque con esto, sin saber dónde voy a terminar.
Donde voy a terminar no sé pero lo que sí sé es que ya recordé algo y no es poco, Borges y sus ruinas circulares, Funes y su memoria y a mi tía Dora (mi segunda madre), recordar cuatro cosas así de importantes en solo unos pocos renglones es mucho y eso que la memoria me falla como venía diciendo y ya me estaba olvidando. Y si antes de olvidar recuerdo que empecé, una historia linda, linda para mi no se para el que lea. Pero la realidad es que no la empecé pues la olvidé y arranqué con eso de la memoria y Borges y sus personajes, en busca de que mi disco rígido como dicen los pibes de hoy  encuentre los datos o esa idea en mi cerebro que era linda y buena  pero no linda en el sentido más estético sino el figurado como cuando a uno le dicen que lindo lo que me contas, por que le agrada; y lo de buena no por la bondad por que haya alguien bueno que no lo sé sino por eso de uy que buena historia te mandaste!
Entonces si agarro las dos expresiones que lindo lo que me cuentas y Uy que buena historia te mandaste! Pensaría, razonaría, conjeturaría, elucubraría, urdiría, imaginaría y algún otro verbo terminado en iría y me preguntaría ¿Cómo puedo olvidarme de algo así?
Hay una canción que dice se me olvidó que te olvidé a mí que nada se me olvida, si es que no recuerdo mal más o menos como a mi que se me olvidó lo que no se debe olvidar y que como lo olvidé no sé si debía o no olvidárseme. O caer en el olvido, porque lo que cae en el olvido, era olvidable, pero normalmente si recordamos tener una remota idea de que era linda y buena no era olvidable, tal vez si se tratara de una historia de una mujer que nos duele el dolor puede ser tan grande que querríamos olvidarlo o tan fuerte la huella que dejó, que queramos olvidar  todo sin saber muy bien porque se nos olvidó que la olvidamos. Que feo caer en el olvido y mucho más en el olvido de lo olvidado que vendría a ser lo que ni remotamente recordaras nunca, salvo que seas Funes el que todo lo recuerda.
Todos alguna vez tuvimos el pensamiento o la pregunta ¿Qué es esto que tengo frente a mí y no recuerdo? que ni el agua ni el viento traen a la memoria mía como decía mi querido tío Gualter. Que ahora también recuerdo y que recitaba: “aura que agua y el viento traen a la memoria mía cosas que nadie sabía y aura he de relatar” y  desplegaba su historia fascinante con todos sus adornos y ramificaciones  y pensando en el olvido curiosamente estoy recordando lo de la buena y linda historia que estaba por escribir si lo bueno y lo lindo de mi vida con la diferencia que este bueno y lindo tienen sentimientos más fuertes.
Todavía no logro tener un mínimo recuerdo de lo que quería recordar para relatar y que he olvidado sin saber aún si ha caído en el olvido y ya no es un recuerdo que recordaré o es un olvido momentáneo que ya recordaré y podré escribirlo para no volverlo a olvidar, salvo que me olvide que lo escribí o donde lo dejé.
La verdad es difícil tener memoria cuando uno se olvida que la tiene.
Pero esas cosas pasan el cerebro humano tiene muchas partes y funciones que no se conocen aún y que nos llevarían a decir que la memoria nos juega una mala pasada o guarda el recuerdo en algún anaquel lejano a nuestra vista o percepción y entonces no sabemos si está o no.
Si uno se olvida que la tiene a la memoria me refiero, podría decir que la historia linda y buena que iba a contar no sabe si existió en verdad o sólo es un ardid del relatante para urdir la historia mientras la insinúa.
Ahora si estoy recordando que ella era linda y buena y con el pelo ensortijado, ojos turquesa. Lo de linda es porque la verdad tenía facciones muy agradables, y buena porque estaba buena, muy buena buenísima, diría mi hijo, un físico sexy, bien formado no exuberante pero atractivo bien curvado sinuoso, la mirabas fijamente y como si supiera que lo hacías como si sintiera tus ojos sobre ella se ponía receptiva y respondía con movimientos y gestos que te embobaban.  Vivía en mi barrio de la infancia, Barracas, en un loft moderno reciclado de una casa antigua. Eso y algunas otras insignificantes cosas de su rutina diaria, sabía. Pero imaginaba que era artista, pianista, plástica, cirujana, algo con sus manos tenía que hacer y si lo que todos hacen con las manos diría un amigo que siempre ve lo malo o lo negativo de las cosas y la gente, pero la verdad sus manos llamaban la atención se lucían eran exactas, los dedos justos, ni finos ni gruesos ni largos ni cortos si tocara el piano combinarían a la perfección con las teclas, haciendo que ellas gocen de un roce o toque suave o profundo, las que seguramente todo pianista quisiera tener o haber tenido. Justas para el bisturí.
Si me esfuerzo un poco casi llegando al dolor de cabeza tal vez recuerde que tenía un piano no de cola y que todos se detenían unos instantes a escuchar cuando lo tocaba con las ventanas abiertas.
Chopin, Beethoven y los románticos austríacos parecían haber compuesto para ella, el sentimiento que ellos expresaron y sintieron, ella también los sintió y sentía nunca escuché algo tan similar a lo que quisieron expresar, uno mientras le explotaban los pulmones y le quemaba el corazón la tisis y el otro que, ya casi sordo desgarraba el desamor.
También estoy creyendo recordar que alquilé el departamento contiguo para estar cerca de ella el efecto hipnótico que provocaba en mi pasando por delante de su apartamento y mi piel pedía que me quedará allí, mi cuerpo fascinado por las vibras de esas notas me obligaba a detenerme, ya no podía seguir así e imperiosamente busqué las formas de vivir cerca de ella.
Abrí  los ojos, un caño plateado, detrás figuras borrosas, mis manos sienten la cuerina de lo que esta debajo de la baranda no floto estoy acostado en una camilla, gritos, agitación ir venir, frio desconcierto donde estoy mi cabeza me duele con ardor, no se si no puedo o no quiero moverme, frio, confusión, frio, tubos de oxígeno, cama, ardor, dolor frio, nadie me ve, o sabe que estoy y tengo frio, golpeo mi anillo que siento en mi dedo contra el caño y pido abrigo; una mano me arropa, se va el frio, ¿Dónde estoy?.
¿Cómo supe que era linda y buena de cabello ensortijado y ojos turquesa?
¿No será que la imaginé en mi sueño, en mis ruinas circulares?

OSVALDO J. LAMBORGUINI
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:42:26 pm
Inocencia de un sueño roto



Me llamaban ilusa. Pequeña, inocente.
Lo que ellos no sabían, es que ya no respondía ante aquellos nombres.
Que ya, no quedaba inocencia. Lo pequeño había crecido, lo iluso tenía heridas a causa de los golpes que la vida decide darle a cada uno. Y lo inocente había madurado, afrontado todo con la cabeza bien alta, para después agacharla bajo la oscuridad de las sábanas.
Entonces quería desaparecer del mundo, y no sabía que había otras personas esperando a que apareciese en el suyo.
Por tanto, seguía siendo ilusa.
Quise abandonar aquel sueño por todo el tiempo que me llevaría alcanzarlo. Y sin embargo, no comprendí que el tiempo pasaría igual.
Ahí demostré mi inocencia.
La verdad es que la realidad en ocasiones es tan irreal, que los sueños parecen más verdaderos.
Pero nada, es como uno lo sueña en un principio. A veces te lo pintan todo de miles de colores, y le dan miles de formas, a cada cual más hermosa. Sin embargo, lo único que logras después es una triste imagen en blanco y negro, y un recuerdo roto clavado en algún lugar de tu infancia, y que siempre estará ahí para dañarte. Poco, solo un poco.
Pero lo suficiente, como para robarte alguna lágrima de más.
Es mejor huir, refugiarse, mientras ahí abajo miles de esperanzas se queman y se consumen en el fuego de pasiones falsas, ahí arriba hay miles de sueños que pretenden escapar, antes de que los rompan. Casi puedo alcanzarlos, saltando de nube en nube y esquivando los rayos del sol, que parecen jugar a bailar con motas de polvo, a viajar con el viento a cada ventana abierta, para despertar a todo aquel que quiera recuperar su sueño, ese que ahora vuela libre y perdido por el azul del cielo.
He estado jugando, con una venda invisible en los ojos, acabé como amiga de la gravedad. Ella me dejó volar para robar estrellas y meterlas en botellas de cristal, lanzarlas al mar y pedirle un rescate al mundo. Si alguno encontraba pedazos de mi sueño roto, que me lo devolvieran, que quizás aún tenía arreglo. Solo un poco.
He escalado por los rayos del sol y he descubierto que, si los pulsas suavemente brota una melodía que parece salir del mismísimo corazón de la tierra, como un arpa celestial que deleita a todo lo vivo con el sonido más hermoso.
También he corrido sobre la superficie del mar, sin llegar a hundirme por más que lo intentaba. Solo salpicaba y rodaba, contemplando absorta miles de peces de colores pasear bajo mi cuerpo tumbado, metía el brazo suavemente y los acariciaba. Ellos me traían algas de todas las formas imaginables, flores hermosas que permanecían escondidas bajo las aguas, temiendo ser arrancadas en vano. El sol bañaba de dorado el reflejo del agua, y miles de peces brillaban mientras yo corría y saltaba, recogía algas y formaba el ramo más hermoso de todos.
Después, subí de nuevo a lo alto del cielo, con mi preciado ramo. Pregunté a los sueños que aún quedaban por allí si alguno había visto al mío, pero ninguno sabía de él.
Coloqué diferentes flores del océano en todas las nubes que iba encontrando, el sol las secaba y quedaban adheridas a aquella pieza de algodón, llenando de frescura de mar aquel aire limpio que nadie había respirado jamás.
Corrí por montañas verdes como la esmeralda más pura, la tierra húmeda acariciaba mis pies, mientras miles de hierbas altas bailaban con el viento al compás de mi carrera. No había límite, no había meta. Solo un infinito tentador y eterno justo delante, hasta el fin, hasta el cielo. Ninguna barrera, ningún imposible. Mis manos quedaban atrás acariciando las verdes hierbas, el pelo huía de mi rostro impulsado por el aire de mi velocidad, ya daba igual lo demás. Podía tirarme, caerme sobre esas hierbas y descansar en aquella tierra húmeda y marrón. Allí el tiempo no pasaba, no sonaba el pulso de ningún reloj.
También allí busqué mi sueño, pero no hallé ningún pedazo. Subí a la montaña, a las colinas, a los picos nevados y mi cuerpo apenas sintió el frío. No había temperatura, eso lo dictaba el calor de mi corazón, que en aquel momento latía alocadamente después de correr y correr por aquellos parajes escondidos, ocultos a la verdad del mundo.
Vi el atardecer asomada desde una nube rosada, hundida en aquella almohada mullida, como el más suave algodón, podía arrancar pedacitos pequeños y modelarlos como quisiera. Después soltarlos y ver como su forma viajaba por el aire, atrapando algún sueño rezagado que no sabía como volver atrás. El cielo parecía teñido de los colores más románticos, el sol se ocultaba y sus rayos me despedían con una suave melodía, mientras las estrellas iban volviendo poco a poco, y la luna llegaba tejiendo un manto de noche tras de sí.
Entonces llegó la noche. Las estrellas en sus botellas de cristal brillaban desde la superficie del mar, como luceros perdidos que no encontraban la tierra prometida, que no encontraban donde descansar. Y yo, sentada al borde de la luna, los veía alejarse, cada vez más... “¿Encontraréis mi sueño? –pensaba- “Tiene que estar en algún lugar…”.
Y allí que estaba en aquel momento, balanceando mis piernas al borde de aquella joya blanca, celestial, mientras el cielo, oscuro y silencioso, contemplaba al mundo dormir. Todos los sueños volvieron con sus dueños, despacio, temiendo no entrar rápido en sus mentes justo cuando topaban con las puertas del descanso efímero.
Recostada contra la media luna, dejé que la suave brisa nocturna me acariciase dulcemente, trayéndome retazos de aquel sabor marino que mis flores de mar habían dejado sobre las nubes. Pronto el cansancio también hizo mella en mi cuerpo, y recogiendo las piernas pegándolas al pecho, observé en una lucha ya perdida todo el mundo en descanso, mientras mis ojos se iban cerrando solos.
“¿Volverás a soñar con él?” –me preguntaron las estrellas-.
“Claro” –respondí- “Él es mi sueño roto. Y me ha abandonado, ya no está conmigo”.
“¿Y no puedes… olvidarle tú a él?” –preguntó la luna-.
“Eso es lo que intento” –susurré, encogiéndome más aún en aquel cuerpo platino. Me sentía pequeña, muy pequeña entre tanta inmensidad- “pero hasta entonces, seguiré viajando y volando a otros lugares, olvidando, evadiéndome, hasta que logre recuperar algo de ese sueño. Me pertenece”.
“Si tu sueño era libre… ¿Por qué se rompió?” –preguntó una estrella-.
“Porque nada, es como lo soñamos en un principio” –murmuré- “y no hay dolor más cruel, que soñar eternamente con algo que nunca, jamás, se hará realidad…”

Alhara
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:44:11 pm
Aventuras y desventuras del explorador Jiménez con J.

Primer aventurero gitano que intentó volar con Ryanir en su luna de miel



Su tío el patriarca nunca entendió qué necesidad tenía de hacer un viaje de novios y mucho menos de pensar en el avión como medio de trasporte. No conocía ningún gitano que hubiera estado a más de 10 metros del suelo y menos para realizar un viaje que se supone de placer.

Llegar al embarque ya fue una odisea, pero su primo se ofreció para hacer el trayecto que separa su pueblecito natal del aeropuerto más cercano. Le resultó muy chocante tener que desprenderse de su maleta y recibir un papelito de colores, casi llora al ver cómo la cinta se llevaba parte del ajuar de su tía, pero lo que si que no entendió es tener que pagar 10 euros porque su maleta pesara 15,121 kg, cuando el nunca ha pesado nada ni lo ha necesitado. “Qué jodio son estos payos” dijo él pensando que era otra escena racista más a lo largo de su vida.

El control de seguridad no duró menos de 21 minutos, porque quitarse el oro de 9 quilates que luce a diario le lleva unos 4 minutos de tiempo, el falso reloj de tamaño monumental 1 minuto, hablar con el guarda de seguridad y aceptar que se tiene que sacar las botas 5 minutos, entender que en los aviones no están bien vistas las navajas, aunque a él le guste pelarse la fruta con sus propios utensilios, 2 minutos y encontrar los botes líquidos de más de 100 ml que con tanto cariño había preparado su mujer y deshacerse de ellos 9 minutos y casi un conflicto interracial.

Tras la penosa aventura del control de seguridad simplemente tenía que encontrar dónde se accedía a su avión. Él tiene la tradición de nunca preguntar y las puertas de embarque de las diversas terminales suman 58 diferentes accesos a las aeronaves en aquel aeropuerto. Tras 25 minutos y 8,14 km recorridos vio en una pantalla Palma de Mallorca – Ryanair.

Se tranquilizó entonces pensando que ya estaba lo más difícil superado. Mientras se acordaba de los consejos de su tío cuando intentaba persuadirle de la idea de tomar un avión, anunciaron dos horas de retraso por razones ajenas a la compañía. No sabía que significaba ajenas pero imaginó que nada bueno.

A las 22 horas, tras ocho horas por el mundo desconocido escuchó Palma de Mallorca y Ryanair, y vio cómo más de un centenar de personas se levantaban a al vez con ganas de pegar a alguien. Decidió imitarles con su mujer. Tras 30 minutos de pie con una fotocopia que le había conseguido imprimir un primo que trabaja en la brigada del ayuntamiento, se puso cara a cara con un chico de unos 23 años con uniforme oscuro y pinta de chapurrear 7 idiomas.

Le dijo el joven que probara el tamaño de su equipaje de mano en un cajón, el pobre gitano lo intentó de todas las formas que las 3 dimensiones posibilitan, pero no lo consiguió.

El joven le dijo que tenía que facturar también esa maleta y que serían 50 euros de penalización. El gran explorador Jimenez con J sin pensárselo dos veces le soltó un puñetazo en toda la cara.

Él siempre había estado en contra de toda violencia en los conflictos entre familias pero aquello le superó. Le pidió disculpas en varias ocasiones, se puso a llorar y se volvió a su pueblecito pensando en los consejos de su tío…

Señor Corchea
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:45:20 pm
La culpabilidad escarlata



Inexpugnable realidad la que se resiste a mutar a pesar de tus esfuerzos por transformarla. Resiste a tus embates permaneciendo anquilosada en su propia verdad. Parece ser que no ha de devenir en lo que a ti, ególatra empedernido, te gustaría que en este momento fuese lo real. Se te desmorona la existencia, no tarda en hacerse añicos tu vida. Es la maldita culpa la que te carcome, la que paulatinamente se aferra en deshacerte. Esa culpabilidad escarlata que, cual sutil caricia, te recorre las palmas de las manos, las yemas de los dedos y hasta tus brazos; cálido carmesí que te ensucia y te estremece. Perplejo y febril, lleno de culpa y arrepentimiento, contemplas tu reflejo resquebrajado en ese líquido que se debate entre lo vital y lo tétrico. Poco a poco, viendo esa figura amorfa que sabes que eres tú fulgurado en tanta sangre, te convences que ni el agua más cristalina podrá limpiar tanta condena, tanto pecado. Pues no solamente ha manchado tu piel, también se ha calado por tus poros, ha invadido tu mente —la ha trastornado—, tu corazón y tu conciencia. Encarnas al perfecto culpable. Por más que te arrepientas, no arruinarás lo que para tu desgracia se ha tornado inexorable, no enjaguarás más que las lágrimas que se deslizan por tu rostro contraído. Quizá te asees las manos, pero nada más. No eres digno de purificación. Eres culpable. Fue un arrebato lo que te trajo a esta situación. Una amalgama de pasiones y sentimientos te impulsó a embestir contra la subsistencia. Ahora entiendes, mientras que el fatalismo y la inminente derrota contra la realidad te debilitan cada vez más, que pudiste haberlo evitado. Asediado por tus demonios optaste en ceder a ese brío pasional y destructivo que te llevó a actuar con desenfreno e imbecilidad. Cual vil megalómano te sentiste poseedor del derecho para decidir el día de la muerte de una persona. Asesino y criminal. Estúpido. Tu inmovilidad corporal contrasta con lo agitado de tus recuerdos, con el latir de tu corazón. Dentro tuyo prevalece el movimiento y la acción. Sin embargo, cada vez lo estático se apodera más de ti; el tiempo comienza a transcurrir con mayor lentitud. Tu respiración, antes agitada, comienza a perder fuerza. Sientes frío. Frío como aquel metal helado y asesino que hace unos momentos rasgó tejido, arterias y venas, que, con el daño y el dolor que ocasionó, imperturbable hirió y sentenció de muerte a un ser humano. Al lado tuyo yace el arma homicida, inerte, obscena, cubierta de la misma roja culpabilidad que te cubre de los codos hasta las manos. En recuerdos difusos e inciertos te ves a ti mismo pasando la yema de tu pulgar sobre el filo. Tenías que cerciorarte que iba a cortar, que iba a matar. Mas no recuerdas haber decidido jamás por cometer el crimen. En cambio te acorralan otras memorias de tu vida: tu niñez trashumante y ultrajada por la perversión de quienes se decían tus educadores; tus incontables fracasos adolecentes; tu primer encuentro con el semen y la sangre; tus eternas envidias y resentimientos durante la adultez; tus vicios y depravaciones; tu único amor; tu última decepción; tu avidez por arrancar una vida. Más frío. Se te comienza a complicar distinguir entre la realidad onírica y la verdad. Un último atisbo de esperanza. Empero no te equivoques, no estás soñando. La fatiga, la culpa y este terrible y veloz agotamiento son reales, forman parte de la temible vigilia. Todo comienza a helarse. Lo único que se mantiene cálido es lo que te cubre las manos. Esa culpabilidad escarlata persiste en darte calor, en recordarte tu cobarde fechoría. Esa culpabilidad escarlata te acompañará en lo que te quede de vida, cuando exhales el último aliento, en tu viaje hacia el infierno, en tu eterna penitencia. Nada podrá lavar esa culpa carmesí que además de haberte ensuciado para siempre te ha envilecido como ser vivo, quitándote la gracia de Dios y de los humanos, castigándote para toda la eternidad. Ahora estás consciente de que nunca debiste haber liberado a la culpa roja. La hubieras dejado cautiva. No obstante decidiste darle libertad con una burda y siniestra hoja metálica, otrora libre de pecado, ahora cubierta por la culpabilidad escarlata. Te conmueve verla a tu lado. Pretendes inútilmente repartir culpas con ella, ya que no hay sanciones para delincuentes inertes, solamente para los que delinquen en vida. Y tú, más vivo que ahora, delinquiste y por ello pagarás. Ninguna defensa te será válida. No importa que la decepción te haya inducido a cometer tan inhumano delito. A quien se encargarán de juzgarte —¡y su juicio será legitimado por la divinidad!— le serán indiferentes los frutos de esa decepción, aunque se haya tratado de una áspera aflicción, de un dolor intolerable, de una tristeza atroz. Eres una víctima más del amor. Porque gente como tú no debe amar, porque las personas como tú nacen condenadas a la tragedia, a la inferioridad, a las palizas, a las violaciones, a la dolencia, al vencimiento, a la congoja, a la violencia y al odio. Jamás fuiste merecedor a ser amado. Te trajeron al mundo sin amor, en ningún momento o instante fuiste amado; ¿por qué creíste que décadas después de que te concibieran sin deseo de concebir ibas a tener derecho a amar y ser amado? Podrás intentar argumentar, buscando las escasas fuerzas que te quedan, que después de tan lúgubre vida, de tanta injusticia cometida contra ti, te deberían perdonar por el crimen que acabas de cometer. Pero no. Yerras si crees que infundirás lástima en tus juzgadores —hombres de bien, hombres que tienen un lugar reservado en el Cielo—. Ellos representan a Dios, no lo encarnan —por lo que tú, sujeto impoluto y desagradable no verás misericordia en la sentencia—. Cada que cierras las ojos los pueden ver señalándote en nombre del creador, reprobándote en nombre de la Iglesia. Te esfuerzas en mantener los ojos abiertos, en respirar. Te desvaneces y medio te revuelcas en la culpabilidad escarlata, en tus orines y en tus heces. Y decides claudicar y sientes miedo y te invade el frío y comienzas a irte color carmesí y rojo y escarlata y te vas arrepentido y te fuiste siendo culpable. Oscuridad, silencio, paz, inocencia. Ya nada es real.

Arnulfo Nepomuceno
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:46:14 pm
¿QUIÉN TE ENTIENDE?



¡¿Quién comprende cómo funciona el corazón?!
¡¿Dónde pusieron el libro de instrucciones para comprender sus giros, insensateces, aceleraciones…?!
¡¿Por qué no crearon un lugar al que se pueda llevar a arreglar cuando alguien lo ha destrozado?!
 
Es tan fácil ordenarle a tus pies que te lleven a un lado u otro, es tan sencillo decirle a tu mano que coja el objeto deseado, es tan simple abrir los ojos cuando quieres ver algo ¿por qué entonces una parte más de nuestro cuerpo, como es el corazón, es imposible de controlar? ¿Quién le puso la autonomía necesaria para que fuese libre de tomar decisiones?
 
¿Quién comprende por qué cuando alguien es el dueño de nuestro corazón, es también el dueño de nuestra vida, controlando nuestros sueños, controlando nuestra mente? Teniendo el poder de hacernos reír y vivir en las nubes del mismo modo que tiene el dominio de hacernos llorar y vivir en el infierno.
 
Se escribieron miles de palabras sobre el amor, se anotaron desmesuradas historias para relatarlo, se caligrafiaron excesivas poesías de quien lo había sentido dentro de sí. Unos decidieron que era la mejor manera de vivir, otros en cambio dijeron que ojala nunca se hubiese apoderado de ellos.
 
Tan complicado y tan fácil a la vez enamorarse, tan feliz y triste sentirlo dentro de ti, tan acelerados y calmados son los segundos que pasas sintiéndolo.
 
Corazón, ya que vas por libre, ahora que tienes el poder de mi vida, ya que eres tan inteligente de poder controlar a las personas, quiero que me des respuestas a todas mis dudas:
¿Quién te entendió alguna vez realmente?
¿Quién no creyó saber cómo eras?
¿Quién no lloró desconsoladamente por tu culpa?
¿Quién dominó tu soberbia?
 
Corazón, no fui yo la que supo domarte, no fui yo la que te entendió en miles de sinrazones, pero si fui yo la que tuvo la gran suerte de encontrar a un maravilloso ladrón al que dejar que te robara.

Venus
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:47:46 pm
Ecos del Apocalipsis



Pese a que ha pasado un tiempo, recuerdo aquel día con dolorosa brevedad.
Una calurosa mañana de enero de 2008, la agitación se respiraba en el ambiente, ya que hacía unas semanas
las autoridades nos habian alertado sobre un posible ataque nuclear por parte de Pakistán.Tras la advertencia, todos los del Barrio del fuerte, la zona rica de Bombay, se
agruparon para comenzar a excavar bajo sus casas refugios lo suficientemente seguros para protegerles de la hecatombe.
Recuerdo a mi padre, hombre de finanzas de Nariman Point arremangado bajo el sol, extrayendo sin
descanso la espesa tierra sobre la que descansaban nuestros pies, ayudado por diez hombres
provenientes del barrio marginal, dispuestos a trabajar
intensivamente a cambio de unas cuantas rupias. Pasó el tiempo y como de costumbre mi hermano y yo nos dirigiamos hacia el restaurante familiar, Dhanshak
ubicado en pleno centro, donde habitualmente, las multitudes de turistas invadían los bazares y saturaban
el restaurante, atraídos por aromas de curry y cardamomo. Esa mañana, la tranquilidad del
lugar me sobrecogió intensamente, pues sabia que esa calma no auguraba nada bueno.
Nos encontrabamos comiendo ,un delicioso vindaloo, cuando mi sofocado padre irrumpió en el restaurante.
Su intenso moreno propio de la India habia desaparecido y mi madre asustada se incorporó rapidamente de la
mesa temiendo que en cualquier momento el pudiese desmayarse:
- Por Ganesha querido, ¿Que sucede?-
- No tenemos tiempo Ameya, coge a los niños y marchémonos cuanto antes de esta zona, pues temo qué…Mi padre no consiguió terminar la frase, pues justo en ese momento la alarma nuclear comenzó a sonar ruidosamente. Fue entonces cuando me encontré corriendo lo que que mis piernas  permitieron   hacia los ornamentados setos de mi casa, fue entonces cuando
Paralizada por el miedo, vi como un enorme avión, dejaba caer la muerte bajo el nombre de Agni-V Noté como un brazo me agarró… introduciendome en el oscuro abismo que se convertiría en mi hogar. Un intenso seísmo zarandeó el refugio, me sobrecogí al pensar que de mi mundo, no quedaban mas que escombros. Tras la oscuridad, una luz se encendió para mostrarme mi entorno vital. Junto a la pared, descansaban dos literas y a su lado, una cocina sencilla tras la que se ocultaba una despensa con abundantes paquetes de arroz y otros alimentos. El baño, frente a esta, lo ocupaban ducha e inodoro, y en medio del lugar una mesa con una radio encima. Desde luego, mi hogar antiatómico contrastaba bastante con el lujo al que estaba acostumbrada, lloré al pensar que jamás recuperaría mi vida anterior.

Mi madre me apretó entre sus brazos, susurrando
- Aby, no merece la pena lamentarse, agradece que estemos los cuatro juntos y que tengamos
cobijo, pues no todos tuvieron esa suerte.Me estremecí al pensar en todos aquellos de los barrios pobres, pereciendo bajo el fuego nuclear.
Pasó el tiempo y nos adaptamos a la vida en el subsuelo, alimentandonos de raciones escasas pero suficientes
para no morir de hambre, una dieta sencilla a base de agua, arroz y a veces carne en lata con especias.
Para entretenernos jugabamos con guijarros al chaturanga, partidas interminables que terminaban por cansarnos.
Asi era un dia tras otro, a veces charlabamos, pero nisiquiera para eso estabamos animados.
Un día mientras el resto dormia escuché una voz al otro lado de la pared.
-¿Hay alguien ahí? Gritó.
Alarmada, contesté
-¿Quien eres?
-Me llamo Abighya.
-Perfecto chica, ¿estás ahi con alguien más?
-Mi familia, pero estan dormidos.
-Hazme un favor, despiertalos.
De súbito, me bajé de la litera y me abalanzé sobre la de mis padres, agitadamente comenzé a despertarlos.
- Aby pero ¿que bicho te ha picado? Dijo mi madre somnolienta.
-Al otro lado de la pared hay un hombre que quiere hablaros.
MI padre atónito se dirigió a la pared, seguramente pensando que la voz habría sido un sueño mío, entonces:
-Abighya, ¿estás ahi? La voz parecia alterada.
-No, soy Alagan ¿Querias conversarme? Respondió mi padre sorprendido.
- Estupendo, yo me llamo Aftan vengo desde la Comuna buscando supervivientes.
- ¿Disculpa? No he oído hablar jamás de ese lugar.
- Lo cierto es que no me sorprende, la Comuna se creó hará un año tras la caida de la bomba y
desde entonces  hemos estado excavando túneles por el subsuelo buscando refugios. Gracias al RUM
-¿ El RUM?
- Un prototipo de taladro subterráneo americano, en el que llevabamos trabajando unos años. Gracias a el
encontramos a la mayoría de los integrantes de la Comuna. Mi padre se quedó pensativo hasta que Aftan dijo:

- Si quereis venir conmigo, es elección vuestra, allí estaremos encantados de acogeros y estoy convencido
De que vosotros os aliviareis al encontraros con más gente.

-Ameya, ¿tu que opinas? Mi madre nos miró fijamente y dijo.
- Deberíamos marcharnos, aqui no hay esperanza , alli al menos no estaremos solos.
- Está bien… ¿Aftan?
- A su servicio caballero!
- Llévanos contigo.
-De acuerdo. Tan pronto como dijo esto, una cabeza de taladro asomó por el suelo girando sin cesar hasta dejar
Un agujero del tamaño de un caballo por el que avanzamos arrastrandonos, hasta encontraros con una enorme máquina del tamaño de un tranvía, que descansaba bajo lo que parecía una enorme madriguera. Del taladro, descendió una figura rechoncha y calva con una gran barba negra, Aftan sonrió al vernos y palmeó fuertemente a mi padre en su escueta espalda.
- Damas y caballeros, tenga la voluntad de subirse en mi carruaje, y preparense para el futuro! Exclamó.


La Comuna.

El viaje se hizo más breve de lo esperado, cuando me di cuenta el RUM había cesado de moverse. Con su agradable  sonrisa Aftan descendió del vehículo y cuidadosamente nos ayudó a bajar. Mis pies notaron el frío suelo, cuando me di cuenta, de que el RUM yacía sobre una plataforma metálica sostenida por cuatro pequeños pilares, bajo los cuales un riachuelo corría suavemente hacia lo que parecía una enorme cueva.

- Fin del trayecto señores, ahora nos toca caminar. Dijo Aftan y saltó hacia el riachuelo. Mi hermano Adi le siguió, chapoteando alegremente y después nosotros todavía taciturnos. Tras la caminata, vislumbramos en la cueva una enorme ciudad, entre la que circulaban canalones transportando agua del manantial. Estupefactos, fuimos conducidos hacia unas callejuelas que penetraban en la roca hasta llegar a una puerta, a la que Aftan llamó. Por ella se asomó una mujer delgada, de ojos azul intenso y pelo azabache. Parecía sorprendida de vernos.
 
-¿Aftan, quien es esta gente? Su voz tenía cierto tono desdeñoso.
- Querida, son los nuevos asi que te agradecería que los tratases como si fuesen de tu familia, adelante.

La casa de Aftan resultó mas peculiar de lo esperado. En el centro de la sala común un hoyo servía como lecho a una pila de carbón sobre la que crepitaban unas llamas, a su alrededor mantas y alfombras hacían de cama. Como papel de pared, un millar de pósters, recortes de periódicos… Tras acomodarnos, su esposa puso una olla en la fogata, a la que añadió verduras frescas y un gran jarrón de agua.

- ¿Esas verduras, de donde proceden? Mi madre parecía fascinada con el hecho de que hubiese comida fresca en algún lugar tras la hecatombe.

- Pues verá, las cultivamos nosotros. Dijo la mujer de Aftan.
- ¿En serio? Me parece increíble que se den tan bien en el subsuelo…
- Lo cierto es que tenemos unos invernaderos conectados a una bateria externa, junto a  un sistema de regadío de agua extraída del manantial. La procedencia de las semillas, es un misterio.

Tras la comida, Aftan nos enseñó el resto de la ciudad conduciendonos por sus frías y estrechas calles hasta llegar a la mina de carbón, de la que sacaban combustible para los RUM.
-Como ves Alagan, solo hay hombres en la mina, si te interesa puedes trabajar en ella, te pagaremos semanalmente con verduras.
 -Me parece bien, al menos me mantendré ocupado.
 -¡Ese es el espíritu camarada! No llevais aqui ni un día y os estais adaptando perfectamente. Después de esto nos llevaron a los invernaderos, blancos y gigantescos, en los cuales una veintena de mujeres faenaba sin descanso.
- Bueno señoritas, aqui les dejo para que empiecen a conocer a sus futuras compañeras.
-Me parece bien y ¿El pago?
- Agradezca tener marido, pues gracias a el tendrán comida fresca.
-Me parece degradante que nosotras trabajemos sin recibir nada a cambio.
- Asi son las leyes de la Comuna, si está descontenta siempre puede reclamárselo al jefe.
- Muy bien, donde está, hablare con el de inmediato.
- Lo tienes delante, querida. Dijo Aftan con tono sarcástico.
Y dicho esto, se marchó con mi padre hacia la mina. Mi hermano trabajaria con nosotras, hasta cumplir la edad requerida para entrar con los demás hombres.

Tras recibir un delantal y unos guantes, nos asignaron la recolección de los frutos maduros. De los seis invernaderos, tres eran de hortalizas y el resto de cereales. Gracias a la técnica del barbecho, se aseguraban de tener siempre cultivos a punto para el consumo.
Mientras intentaba arrancar un tomate, una chica de más o menos mi edad se acercó sonriente.
- Hola, ¿Eres nueva por aquí, verdad?
- Sí, y este tomate me está tocando las narices.
- Jajaja, no te preocupes,  tiene truco. Y dicho esto rotó varias veces el tomate, hasta que se desprendió de su rama.
- Gracias, por cierto soy Aby.
- Yo me llamo Ashanti y soy la más joven de aqui. Tengo dieciseís.
-Me temo que ya somos dos. Dije burlonamente.
-¡Anda ya! Pensé que eras más pequeña, tienes una cara tan dulce que cualquiera lo diría y ¿Dime de donde eres?
- De Bombay ¿ Y tú?
- De Delhi.
Seguimos charlando hasta que nos tocó marcharnos a casa.
- Eh Aby ¿ A donde vas?
- Pues a casa.
- Verás, tras salir del trabajo nos reunimos en el Crisol. Dijo Ashanti alegremente.
- ¿El Crisol?
- Es la zona  céntrica de la cueva, alli cenamos y presentamos a los nuevos llegados, cuando los hay claro.
Atravesamos varias calles, seguidas por mi madre que charlaba agradablemente con un par de mujeres entre las que se encontraba la madre de Ashanti.
Para mi sorpresa, llegamos a una plazoleta en la que un centenar de personas se hallaban congregadas alrededor de un enorme ordenador, conectado a unas cuantas baterias. Sobre unos asientos adheridos a el, Aftan y su esposa invitaban a los nuevos a acercarse.
Fue entonces, cuando descubrimos lo que significaba ser de La Comuna y el tremendo error que habiamos cometido.

Destello
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:48:58 pm
Eau de Cologne



Cuando Doña Estela falleció, nadie pensó jamás en cómo le afectaría aquello a Don Enrique. Se veía tranquilo y resignado.  Claro, a su edad  ya debía tener temple y estoicismo.

Por más de 40 años, Don enrique trabajó como encargado del faro de  Bahía Catalina, faena que asumió con  devoción casi religiosa. Nadie conocía muy bien su historia. Sólo sabían que llego un día al farol y se quedó.  Muchos le tenían por anacoreta, debido a su aspecto zarrapastroso. Repetidas veces tuvo opción de irse a la ciudad y cambiar de empleo. Incluso, Don Archivaldo le ofreció empleo en la hacienda. No obstante, Don Enrique amaba demasiado el mar, la soledad y a su mujer.

Meses después de la partida de su esposa, el viejo Enrique comenzó a andar un poco más arreglado y perfumado. Se notaba que daba buen uso de la peineta y el jabón.  Iba a la ciudad a acicalarse y comprar ropa. Sobre todo, lo que más impresionaba era la fragancia que expelía. Donde iba dejaba el aroma de la mítica agua de colonia.

Era un deleite ver a  varón tan aseado y educado. Por poco se convierte en  ejemplo de buenas costumbres, si no fuese por momentos  en que el aroma del agua de colonia se metamorfoseaba en una fetidez tan repugnante, que tenía que ir  como  maniaco a comprar  botellas de la especia. 

Durante la posterior investigación, salió a la luz que el viejo realizaba compras a granel,
 ¡Devoraba cajas de colonia¡  El farmacéutico llego a pensar que estaba contrabandeando. Incluso se dio el lujo de bromear delante del jefe de policía, sobre la espontanea pestilencia y el contrabando del viudo. El comisario, con cierta curiosidad, fue a inspeccionar un día al ermitaño. Una  visita de rutina nada más.

 El hedor era horripilante.  El jefe  tubo que contener sus ganas de vomitar. “¿Qué diablos sucede con este individuo?”  “¿Tendrá alguna enfermedad infecciosa?” “¿Por qué sobre la compra a raudales del perfume?”.  Al instante llegó el servicio social y  se lo llevaron al hospital. El resultado fue categórico: Don enrique estaba totalmente sano.

No conforme con eso, nuestro comisario prosiguió con su exhaustiva investigación. Empeño que lo llevo finalmente a descubrir el macabro caso: El viejo tenía por  costumbre  ir al cementerio, profanar la tumba y dormir cada noche con su  venerada y agusanada esposa…el desgraciado estaba loco.

Fabián Melmoth
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:50:03 pm
La chica de las palomitas



                                           
—Buenos días. Ponme las dos copas de ginebra London Dry de cada día.
—Perdone, ¿qué ha dicho?, habla tan seguido que no le he entendido nada. Además, a estás horas el tímpano está todavía un poco aturrullado.
— ¡No me digas que no sabes quien soy! ¿No recuerdas que vengo todos los días a esta misma hora a endiñarme las dos copas esas?
—Perdone, pero soy nuevo y no conozco todavía a los clientes.
—Pues te pareces un montón al de siempre, pero además no veo a ningún otro cliente en perspectiva, así que te repito que soy el único cliente de todas las mañanas a esta hora. Parece mentira que no te lo advirtiera tu jefe.
—Perdone que insista. Sólo necesito el nombre de lo que va a tomar.
—Gi-ne-bra Lon-don Dry, dos bien llenitas y, por favor, ponme rápido la tele, a esta hora, aunque sea sólo en las pausas entre trago y trago, me gusta ver los dibujos animados de Manny El súper Manatí que salen en el Canal 39 Play TV. Y deja de andar de un lado a otro, caramba, quédate quieto en algún lado para no estorbar.

Paco va de paso a la oficina y cada día, antes de enfrentarse a la tarea, se detiene en una cafetería cercana a estimularse la osadía para soportar las dichosas mañanas que nunca  acaba de tragárselas la tarde correspondiente. Quisiera haber llegado a jefe, pero cree que su altruismo no se lo permite, él no es como otros, no podría engañar a los clientes vendiéndoles productos cutres y diciéndoles que todo va a salirles bien y que acertarán la bono loto de sus vidas. Quizá si los accionistas del Banco fueran monjas de la caridad… Mientras tanto está contento de seguir como ordenanza asimilado a oficial tercero.

—Hola Paco, cómo van las cosas, ¿que tal Marina?
—Bien, gracias —contesta, seco y evitando hacer más juicios. Paco está mosqueado últimamente con Anselmo y también con Juanan (el comercial que entra a trabajar algo más tarde) por la misma razón: todos los días, nada más verle, le preguntan por su querida Marina. Paco no es celoso, pero la preguntita de marras consigue removerle los intestinos por lo machacona.

Había conocido a Marina sólo tres años atrás una tarde de cine. Coincidieron visionando por sexta o séptima vez (o quizás octava) la película El Señor de los Anillos y aquel día supo que era la mujer de su vida. Sin conocerse, se habían sentado solos (bueno, tal vez hubiera algún otro cinéfilo, pero muy alejado de ellos) y cada uno con varios envases de palomitas de maíz. Cuando Paco se gastó sus palomitas, Marina hizo ademán de pasarle un puñado de las suyas y, desde aquel momento, concibió una vida feliz con ella sin despegarse un solo instante. Paco sintió que aquello debía ser amor.

—Paco, tráeme rápido un café de la máquina y un Aquarius de donde sea. He tenido una mala noche. Bueno, la noche fue genial, pero peor me está viniendo la mañana y, claro, como ocurre siempre, hoy debo hablar con el gran Raimundo, a lo mejor le poto encima.
—Sí, sí, no te preocupes, Anselmo, enseguida lo tienes todo aquí mismito —Paco asiente mientras piensa, sin conocer en toda su extensión el cometido de ese pensamiento, que ¡ojalá! le potara de una santa vez encima de la mesa ovalada llenita de papeles y carpetas.
Paco sale disparado (le jode que le ordene las cosas como si fuera su lacayo, pero cree que cuanto menos esté con él menos se contaminará) y, una hora más tarde, está de vuelta con el café y el botellín de Aquarius. Entretanto, Anselmo y su resacón se han quedado dormidos produciendo a ratos un sonido gutural como el de un becerro retoño. Paco, al oírlo, cavila lo bien que estaría que en ese momento apareciese uno que él conoce a la perfección. Y en esas está, cuando entra, revisando fascinado algún mensaje en el móvil, ése mismo que está pensando y que resulta ser el temido director, bien trajeado como siempre y con un pañuelito del mismo color de la corbata asomando por el bolsillo alto de la chaqueta. Paco reconoce la horterada, pero se queda admirándolo embobado como si fuera la Madonna de Rafael mientras el jefe da una colleja al semi-dormido Anselmo que despierta y dispara en vano su mirada hacia la pantalla apagada del ordenador.
—Venga enseguida a mi despacho, Paco —suelta con agresividad Raimundo; y, Paco, entre tembloroso y aturdido, corre para llegar antes y abrirle la puerta al tiempo que despliega un cuarto de genuflexión.
—De haber sabido le habría traído también un cafelito a usted.
—No, no hace falta. Igual una repetidora es lo que necesitaría para quitarme de delante tanto inútil bien pagado. Pero siéntese y escúcheme con atención.

—Me ha llegado una nota de personal. Han decidido asimilarlo públicamente a oficial tercero, o sea pagarle un poco más por hacer lo que ya hace. Yo no lo hubiera hecho, pero en fin, la cuestión es que apoyaré esta decisión siempre y cuando me sea fiel como ha venido siéndolo hasta ahora. Vamos, que no se le ocurra creerse a pies juntillas lo de su nueva oficialidad y se me suba a las barbas. Si así fuera, rece. En unos días volvería a repartir documentos como loco por todos los pisos incluyendo, semisótano, sótano y bodega. Ahora lárguese y dígale a su amigo Anselmo que me disculpe, que voy a inventarme el suficiente trabajo como para no verle en toda la mañana. Y que le pote a su mujer de la cabeza a los pies cuando vuelva a casa.
Paco se queda pensativo, se pregunta cómo sabrá el jefe que a Anselmo la cogorza de ayer puede hacerle potar hoy, pero enseguida reacciona y vuelve al Paco triunfal: al fin le van a nombrar oficial administrativo y le van a aumentar el sueldo. De modo que, al salir, se permitirá una pequeña licencia, se tomará un vermú o dos antes de regresar a casa. Siente algo de pena, pues a esas horas Marina estará atenta a alguna película de serie B que pasan en las sobremesas de la tele y que aprovechan los dos para verla y comer palomitas de maíz. Pero está seguro que la recordará tiernamente mientras los vermutitos le vayan acariciando las entrañas.

Daba la media en el campanario de la catedral, cuando Paco lograba salir a la calle tras bajar, numerándolos en alto de uno en uno, los cuatro escalones de la cafetería. En efecto, Paco no puede dejar de pensar en Marina y sobre todo en cómo organizar su fantástico triunfo en la oficina para contárselo en cuanto tenga la más mínima ocasión. Le hablará igual que Frodo, el superhéroe de El señor de los Anillos: “he logrado el ascenso a oficial tercero tras dejar en el campo de batalla a varios enemigos que se movían entre sombras y martingalas fraudulentas”. De momento no le revelará más detalles para no dejar con el culo al aire al director que le ha confiado la noticia sólo a él, en exclusiva. Pero sí le adelantará que el nuevo salario tendrá carácter retroactivo, y que, con lo que le corresponda por la retroactividad, saldrán a cenar una noche a algún restaurante caro. Y, por un día, comerán algo más que palomitas.
Paco sube las escaleras agarrándose fuerte a la baranda. “¿Estará todavía Marina o habrá salido a hacer algún encargo?”, se pregunta nervioso. Atraviesa de puntillas el rellano como si temiera que alguien le oyera llegar, saca la llave a trompicones y logra abrir la puerta tras varios intentos infructuosos que evidencian su nula habilidad para el trabajo de caco estival. Recorre a zancadas el corredor y se introduce trastabillado en su dormitorio. Tira la chaqueta sobre la cama mientras atrapa de pasada un paquete de palomitas y se sienta, al fin, ante el cristal espía. Frente a él, separada sólo por tres metros de patio interior, su amada Marina sonríe tumbada en el sofá mientras come palomitas, como cada día, frente al televisor. Y Paco, también como cada día, se pregunta si las comería junto a él en la última fila de cualquier cine de verdad.

Noski
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:51:13 pm
ENTRE LAS PIEDRAS LO DEJÉ IR



Llévame rio, llévame entre tus piedras y hazme espuma para acariciar tus penas.

Deslizándose suavemente entre el pasto el viento cabalga sobre los valles, y al tiempo que hace esto acaricia los ríos, trae y lleva las nubes también. La historia que trajo el viento viene de más allá de las montañas, del inexorable lugar donde nace el rio, el oro y las aves que al amanecer cantan. Es una historia acerca de gente humilde, que, a pesar de las adversidades, persiste en su lucha por sobrevivir con las piedras preciosas que yacen en el fondo del rio, allí en medio de las estrías del manto rocoso, extenso hasta las bocas del mar y que cruje con furia inaudible.
Algo es cierto, no solo de oro y gemas viven los hombres al lado del rio, también hay quienes pescan como también hay quienes siembran la tierra y aunque se trate de laderas empinadas y caprichosas, insisten. Pocos saben sentir cuando la tierra palpita y cómo esta late bajo las piedras mismas, pues la tierra devora hombres cuando se siente hambrienta y escupe a los ídolos que se le plantan en su cima.
La época de lluvia hacía imposible la búsqueda de oro y mientras bajaba el caudal del rio algunos decían ver ballenas y delfines de agua dulce que descendían nadando desde lo alto de la montaña hasta desvanecerse cuesta abajo entre la espuma que formaba el agua. Una vez que todo recuperaba la preciada calma los pescadores y mineros bajaban a recoger la cosecha del rio, incluyendo las imágenes de cristos y vírgenes arrasadas por los aluviones.
Sucedió una vez, que inexplicablemente el caudal de las aguas no volvió a alzarse en semanas enteras, las lluvias se habían ido, y un hombre, el cual vivía de la pesca y quien procuraba mantener a su familia lejos del semblante infausto del hambre, empezó a desesperar. Atarraya que tiraba desilusión que pescaba, mientras los demás, quienes vivían de barequear las aguas,  ya empezaban a perder cualquier rastro de calma ante el abandono del rio.
El hombre del cual habla el viento empezó a pescar con las manos. Uno, dos, tres peces solo para alimentar a su familia. El hambre rampante avanzó hasta el punto de hacer que la gente comiera del musgo que crecía en los jardines, en las orquídeas y en los helechos, incluso, se podía ver a las personas más distinguidas comiendo del maíz picoteado que dejaban las palomas en la plaza.
Una mañana en el rio, aún oscuro mientras el sol se anunciaba con los tímidos rayos del alba, el pescador vio como, por entre las aguas delgadas,  se escurría lentamente un deslumbrante pez dorado, apenas similar a un salmón. ¡Primero un manotazo al agua!, luego gateo con sigilo tras la criatura mientras las piedras lastimaban sus rodillas y a pesar de todo, no alcanzaba lo anhelado, el pez parecía saber cada movimiento. El hombre agitado insistió; piedras, palos, pequeñas lanzas que portaba consigo, golpes en el agua para aturdirlo, fracasó. El pescador se detuvo en su casería apremiante por atrapar aquella dorada criatura y empezó a seguirla cuesta abajo, caminó por largo rato sin tener noción alguna del tiempo  y una vez decidido a dejarlo ir, el pez empezó a nadar entre sus pies; casi jugando. El pescador jadeando de cansancio al fin entendió y deslizó lentamente sus manos hasta tocar el agua para sentir, después de un día transcurrido, las escamas doradas de un milagro sin génesis.
Metió al pez en su cesto de pesca y a pesar de que no parecía asfixiarse con facilidad fuera del agua, el pescador camino deprisa hasta llegar a casa, se había hecho tarde y su esposa aun esperaba impaciente por su llegada- mira lo que ha traído el rio, tal vez podamos venderlo por mucho dinero- dijo ante la mirada de asombro de la mujer, quien al ver aquel hermoso pez dorado en el fondo de la cesta corrió de inmediato a despertar a los niños para que observaran lo que consideraba como un hermoso obsequio de la aguas.
El rumor rápidamente se extendió por todo el pueblo, los niños y las niñas corrían afanosamente de la mano de sus padres para hacer presencia ante el milagro que las aguas habían concebido, ¿cómo era posible que un pescador hubiese encontrado más oro que quienes se dedicaban a la búsqueda de él? Se preguntaban en las esquinas, como sino supieran que la ironía es un dictamen universal ineludible, mientras otros entre carcajadas decían que era puro cuento. El pescador pronto vio su casa inundada de personas oliendo a sudor y con alientos nauseabundos que hacían fila en la entrada de su casa para ver al pez, aunque algunos se colaran sin respetar turno, lo cual ya había provocado más de una trifulca.
El Cacique, como se le conocía al hombre que compraba el oro a los mineros, visitó al pescador una mañana y abriéndose paso entre niños y mujeres embarazadas le pregunto al pescador: ¿Cuánto quieres por el pez? A lo que el pescador respondió con un simple: -no lo sé. El Cacique quiso dar un paso adelante en la conversación y entonces le propuso que le daría el dinero correspondiente al peso del pez según el precio del oro en los países más avanzados, a lo que el pescador respondió con una sonrisa de afirmación. Entonces el Cacique dijo: Ahora don, proceda a matarlo, aun no es posible pesar con los ojos, y soltó una gran carcajada como si se tratara de un gran chiste. El pescador arrugo la cara y dijo que no podía vender un regalo de las aguas del rio, que el pez debía seguir vivo. El Cacique entonces dijo que de ornamental nadie lo iba a pagar, menos tratándose de un pez de oro del cual se desconocía su peso, además ¿cómo comprobar que es oro genuino? Vaciló un momento y con cara de picardía y falsa preocupación termino diciendo: además allá afuera hay mucha gente dispuesta a saber cuál es el peso en oro de un milagro, y se marchó entorchándose el bigote.
Los murmullos atizados por los rumores que se extendieron como las llamas sobre la hierba seca, a la velocidad que se pegan las tripas al estar vacías, hicieron arder la lengua y el corazón. La ira y la demencia desatada por el hambre se tomaron el pueblo al cabo de una semana. Una vez cegada la bondad de misericordia por lo vivo, estaban dispuestos a destruir todo a su paso y tomar por la fuerza aquel pez de oro que sin duda sacaría al pueblo de aquel momento de oscura desesperación, las antorchas pronto rodearon la casa del pescador quien cerró puertas y ventanas ante la multitud enardecida que gritaba ofensas de todo tipo. El pescador tomo una decisión, escaparía con el pez por la parte trasera de su casa mientras tuviera tiempo. No muy lejos de allí las masas fervorosas quemaban bodegas y almacenes vacíos, pues al parecer el gobierno nacional se alistaba para entregar el pez al banco de la república.
Corrió, el pescador puso a marchar sus pies tan rápido como pudo al tiempo que ocultaba su cara entre la multitud para lanzar improperios al aire como sofisma de distracción para una turba iracunda. Bajó por la ladera del rio buscando el lugar justo donde vio el pez por primera vez, camino entre las piedras y mirando hacia donde nace el rio, dejo escapar al pez entre los últimos hilos de agua, casi entre las piedras. Y entonces, desde el cielo pequeñas gotas de agua empezaron a caer.

David Potes
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:52:21 pm
Bienvenido niño



Nunca había festejado un llanto como ese día, su sonoridad me pareció como una sinfonía Beethoviana; respirábamos juntos, vivíamos ambos, salíamos victoriosos sobre la muerte.
 
La consulta de embarazadas son todos los lunes, la sala de espera se llena de abdómenes globosos, gestantes y no falta la que ya en sus últimos días del embarazo deja ver los movimientos y las pataditas. Las que aún no tienen pansita, las “recién ingresadas”, observan discretas, asombradas como niñas (porque aún son unas niñas), miran como su cuerpo se transformará en algunos meses en una especie de pera gigante y su rostro se pigmentará de un maquillaje permanente y cigomático.
 
Doña Paty, entra al consultorio, preocupada, seria y de entre sus turgentes senos saca su carnet perinatal y lo desdobla como si se tratara de una carta muy antigua o de un billete de prerrevolucionario.
 
-Que descuidado tiene su carnet doña Paty, así no estaba cuando se lo entregué para anotarle aquí todo lo que encontrara en cada una de sus consultas, y luego mire donde lo trae- Le señalé.
-Es que los chiquitillos todo agarran doctor; si ven una hoja de papel luego la hacen barquito, avión o de plano la queman, y aquí donde la traigo nadie la toca- Resolvió.
-Hubiera preferido un avión o un barco, pero así como lo trae parece que limpió la estufa con el- (reímos ambos).
 
Ya en la exploración doña Paty me decía que estaba preocupada porque no se le había movido el bebé en 3 días. Pero cuando le subí al máximo el volumen del tococardiógrafo, se dibujó una sonrisa en su rostro. Y justo en ese momento también se movía y evidenciaba así que todo iba bien.
 
-Quiero que usted me atienda en parto doctor, ya me dijeron que aquí nació el bebé de Doña Angélica, de Doña Luz, de Doña Lucero y de Doña Lupe- Solicitó Doña Paty.
-Con mucho gusto, si todo marcha como ahora no habrá problema para que atendamos aquí su parto, además como es el tercero va a salir casi corriendo- Le dije. –Solo espero que no vaya a querer nacer en mi día de descanso, y bueno, si es así, me quedo-.
 
Exactamente al jueves siguiente, cuando esperaba que pitara la camionetita que me llevaría a descansar, a eso de las seis de la mañana, tocan a la puerta con una insistencia que casi te anuncia el tipo de urgencia: o es un picado de alacrán o es doña Paty, pensé. Era ésta última. Desperté a mi enfermera, aunque por lo regular ella se despierta antes que yo. Internamos a doña Paty y empezamos el protocolo de labor en un trabajo de parto. Le di una nueva revisión sus estudios tanto de sangre como de imagen y todo pintaba para un embarazado de “feliz término”.
Doña Paty estaba casi completa, las membranas abombadas como para que se rompieran con un simple pellizco. Advertí a mi enfermera que tuviera todo listo, porque una vez rotas las membranas el bebé iba a salir muy pronto. Pero al observar el líquido amniótico que salía, noté que el color era verde y la consistencia espesa. Meconio mil cruces, pensé. Y eso lo cambió todo. Le avisé al esposo que por las características del líquido amniótico, el  bebé podría tener problemas para respirar. Entonces el manejo se tornó exhaustivo. Al pasar a doña Paty a la mesa de expulsión, ya que el producto estaba a punto de entrar en el segundo plano del canal de parto, noté que ella ya no hacía esfuerzos ni se quejaba de la misma manera.
 
-Cuando venga el dolor, pujas fuerte Paty- indiqué.

Pero el dolor ya no vino de nuevo. Y la oxitocina ya no parecía hacer efecto, incluso con la solución a chorro. Aun  así, logramos que el bebé coronara, y comencé las maniobras de conducción para que éste saliera. Entonces me di cuenta, que estaba ante un bebé enorme, macrosómico. Oficialmente se trataría de parto distócico.
Mis fuerzas se agotaron de tanto jalar, alterné con la enfermera y tampoco; agotó sus fuerzas también, Doña Paty comenzó a llorar, a gritar y a imposibilitarse. Llamé al esposo y le pedí que se colocara guantes y que ayudara a jalar previa explicación  relámpago de cómo deberían ser los movimientos. Nada.
 
En segundos me monté en la mente un escenario en el que iba con la paciente en un carro a toda velocidad, con el producto estacionado y sin vida, la mamá quizá inconsciente, y yo pidiendo al destino que no sucediera lo peor. Pero entonces, respiré hondo, sujeté de nuevo la cabeza del bebé con una de mis manos, y con la otra logré encajar mis dedos entre su axila izquierda del producto, y jalé, jalé y jalé, hasta que finalmente el producto salió. Se trataba de uno de los productos más grande que había recibido en algún parto, morado, sin fuerza y tono muscular, como un racimo de mil uvas. De sus narinas escurría un líquido verdoso, espeso y abundante. La perrilla succionó solo una vez, y es que en ese momento se rompió. Me llevé al bebe a la cama continua y la enfermera se quedó a la espera del alumbramiento. Frecuencia cardiaca: cero; frecuencia respiratoria: cero. De pronto imaginaba las palabras de mis residentes sugiriéndome qué hacer ante una situación, el curso de reanimación neonatal; pero ante mí no estaban: una trampa de meconio, una mascarilla con oxígeno, perrillas de succión, como en el hospital general. Solo éramos  yo y ese corazón parado, yo y esos pulmones inundados.
 
Volteé a ver el reloj de pared, y comencé el primer ciclo de resucitación. Cuando metía aire a la boca del bebé se escuchaba un sonido parecido al que se produciría su uno sopla en un popote sumergido en un vaso con agua. Fui en busca nuevamente de frecuencia cardiaca: nada. Segundo ciclo de masaje torácico y la situación tenia de fondo los llantos telúricos de doña Paty.
 
-No sale la placenta doctor y está sangrando bastante- me informó la enfermera.
 
Pero entonces noté que ella no sujetaba ni realizaba mansajes para estimular el alumbramiento. Le pregunté si antes ya había conducido una placenta. -Nunca doctor- contestó.
 
Me encontraba ante esa pregunta a la que ningún médico quiere llegar: ¿La mamá o el bebé?
 
-¿Mi bebé se murió verdad doctor?- Preguntaba el papá.
 
Tomé la decisión de dar un ciclo más de reanimación al bebé. Para eso corté un equipo de venoclisis e introduje un extremo de la manguera en su boca. Y así como cuando uno succiona de una ánfora con gasolina a media carretera para verterla en el tanque del coche, logré extraer una gran cantidad de meconio de los pulmones del producto. Fui en busca de respuesta respiratoria y entonces escuché los estertores más roncos y esperanzadores de mi vida. Me fui a área cardiaca y conté ochenta latidos por minuto. Lo tenemos, pensé, lo tenemos.
 
-¡El bebé está vivo, consígase un carro para llevárnoslo a un hospital señor, rápido!- Apresuré al papá.
 
Es ese momento la enfermera me informaba que la placenta había salido.
 
De camino a la Ciudad de Chilpancingo, con el bebé entre mis brazo, veía los cerros vestidos de verde, los anchos ríos bajo los puentes que pasábamos. El papá del bebé que iba de copiloto rezaba. Y yo rogaba: “respira niño, respira; la vida es mejor, debes de conocer todo lo que hay al otro lado de estas ventanas”.
 
Entonces el bebé comenzó a inhalar dificultosa pero profundamente e inundó el interior del auto con un llanto sonoro: el llanto de la victoria sobre la muerte.
 
-Mi bebé llora doctor, mi bebé llora- Me decía el papá.
-Bienvenido – Le susurré en el oído a ese pequeño guerrero.

Lucas Cajas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:53:21 pm
Anastasia



   La noche que escaparon los tigres del circo Leskov y se echaron a correr por las desiertas calles de Amberes, Raúl y yo tuvimos el mal presentimiento de que no había sido un acto fortuito, que unas manos culpables habían abierto el cerrojo de la jaula  y el portón del campamento.
   Probablemente las manos de Anastasia.
   Raúl era contorsionista y pulsador; yo era prestidigitador; a veces todavía lo soy.  Anastasia era una de las integrantes, la más hermosa de todas, del ballet aéreo Las Mariposas de Plata, un espectáculo circense de un esplendente vocabulario visual salpicado de música y focos de colores.   
Los dos habíamos amado a Anastasia, si bien en muy distintas circunstancias y temporadas del circo, y los dos creíamos conocerla. Y temerla, por diferentes razones. Fuese como fuese, en una relación erótica con Anastasia no había medias tintas ni redes protectoras.
Corría el mes de  octubre del año de gracia de 1940, se consolidaba la ocupación nazi de Bélgica, la Segunda Guerra se nos echaba encima, y sin embargo Anatoly Balabanov, el director del circo, insistía en que continuáramos hacia Bruselas para cumplir con los compromisos adquiridos. Por lo visto no conocía bien a Anastasia. Por lo visto ninguno de nosotros la conocíamos lo suficiente.
Con ella nos equivocábamos todos. Muchos creían, creíamos encontrar en Anastasia un reflejo del Paraíso Temporal. No alcanzábamos a entender que en su caso el Edén no era un jardín rectangular sino un territorio circular.  Así nos pasó a Raúl y a mí, ya está dicho,  y le pasó a Roger, el presentador de las funciones nocturnas, a László, el adiestrador de caballos húngaro, a uno de los funambulistas mexicanos y al ahora desdichado Viktor, el apaciguador de tigres, doblemente desdichado pues cuando por fin se animó a llegar al vagón de Anastasia, no pasó la prueba de su  catre  y no se le concedió una segunda oportunidad.
Según la hipótesis de Raúl, Anastasia había soltado los tigres para vengarse de su domador, no por lo que no había hecho la  velada en cuestión  sino por los rumores malsanos que después de su actuación insuficiente habían empezado a difundir  él y Hortensia la taquillera, ex esposa y ahora de nuevo amante.  En el circo todo se sabe, todo se vale y todo va volviendo a su lugar de partida,  decía Raúl, que cuando no estaba contorsionando o escribiendo cosas, estaba leyendo libros.
Yo lo dejaba hablar y conjeturar, pero mis conclusiones eran muy diferentes: Anastasia tenía la convicción de que con el ascenso imparable del nazismo, toda una época estaba llegando a su final. Ya no eran tiempos  de diversiones, risas y circos, decía. Ya no eran tiempos de andar por los caminos arrastrando vagones repletos de acróbatas, payasos y animales mientras por otros caminos rodaban hacia su acto final vagones repletos de hombres y mujeres. Ya no eran tiempos de complacencias ni cobardías. Había llegado la hora de poner a secar las carpas de los circos y sumarse a la lucha o a la resistencia.
El caso es que en aquel momento dos tigres de Bengala varones, tres hembras y un cachorro andaban sueltos por las calles de Amberes, el circo Leskov debía partir de madrugada hacia Bruselas y  el director, se paseaba como un energúmeno por el campamento, golpeando los vagones con una cruceta  y gritando que aparecieran o no los tigres, esta traición la iba a pagar hasta el último de los payasos.

*
Nadie sabía a ciencia cierta dónde había nacido Anastasia y cuál era su verdadero nombre.  A Raúl le contó que había crecido en Niza, hija de un pianista francés  y una bailarina rusa. A mí me contó que era huérfana, descendiente de una adinerada familia rumana, y que se escapó de casa de una tía la víspera de que la llevaran interna a un colegio de monjas.  A otros hombres les habría contado otras historias. No le gustaba hablar de sí misma y su pasado. Solo repetía, cuando le preguntaban por ello, que aunque trató de evitar o de postergar su ingreso a ese mundo, lo llevaba en la sangre:  su abuela había sido antipodista en el célebre circo Pinder  y dos de sus tíos  fueron volatineros en el Wringling Brothers. A los 18 años Anastasia se incorporó al Circo Leskov, que en aquella época se encontraba en la cumbre de su prestigio. Su belleza le abriría las primeras puertas; su talento y elasticidad, todas las otras.  En menos de cuatro meses ya era la trapecista estrella del espectáculo Las Mariposas de Plata. Poco  más se sabía de sus actividades o de sus amistades fuera del circo. Si Anastasia no regresaba aquella noche de los tigres sueltos, ninguno de sus ex amantes sabría dónde y cómo buscarla,  se lamentaba Raúl  mientras compartíamos una botella de coñac que yo guardaba para las mejores o las peores ocasiones.
*
   Cuando a las diez y media de la noche llegaron dos detectives de la Comisaría de Policía del distrito de Noordelaan, encontraron el camino allanado.  Al ver que Anastasia no había regresado a su vagón a las nueve, hora de queda, Hortensia la amante del domador de tigres, concluyó que la orgullosa e  indómita trapecista era la  principal sospechosa y la única culpable  de los hechos y sin consultar a nadie violentó el candado de su puerta para recopilar evidencias que podrían servir a la investigación.
   -¡Esa mujer está muy enferma! –fue lo primero que dijo a los detectives, sin siquiera  darles tiempo a sentarse.
   -Así es –dijo Viktor, el domador humillado-.  Hay que llevarla cuanto antes a un hospital o a una cárcel.
   Hortensia agitó la muñeca derecha rápida y desdeñosamente,  barriendo como hojas secas las palabras de Viktor,  apartándolo del asunto ya que él no sabía nada de nada, ya que ella había tomado las riendas.
   -Aquí tengo una lista de los objetivos que esa mujer tenía para sabotear el circo en caso de que la liberación de los tigres no fuese suficiente –dijo Hortensia, blandiendo un fajo de notas manuscritas.  Esta vez los detectives le concedieron su atención.
   
*
   
   -Octavo.  Colocar un barbitúrico en el almuerzo de Sergev (Sergev Lionov era el hombre base de la pirámide humana).
-Noveno. Llamar a la policía belga e indicar dónde se encuentra el contrabando que oculta el cabrón de Balabanov.
-Décimo. Impedir como sea preciso que...
En aquel momento sonó el teléfono.  Llamaban de la comisaría.  Que los tigres habían sido avistados en el distrito de  Borgenhout y  se dirigía a su caza un escuadrón de policías con sus armas de dotación y con el apoyo de media docena de soldados alemanes.
Se nombró un comité de emergencia para salir al encuentro de los uniformados e intentar reducir a los animales  por medios  pacíficos. El grupo quedó  conformado por Anatoly el director, Viktor el domador de tigres, László el adiestrador de caballos y Artaud el  payaso, que  tenía el poder de  comunicarse telepáticamente con los animales.
Raúl y yo, que esperábamos en la segunda tanda de testigos, nos miramos un instante. Fueran ciertas las pruebas presentadas por Hortensia o inventadas por la muy arpía, le dije, si  a aquella hora Anastasia no había regresado al circo, ya no iba a regresar,  ni esa noche ni ninguna. Raúl asintió apesadumbrado.
*
   Entre tanto, los tigres habían seguido su camino emitiendo rugidos que en el silencio de la noche ponían los pelos de punta.  Aquella noche los habitantes de Amberes cerraron con tres pasadores sus casas; adentro sólo se escuchaban los murmullos de las mujeres que elevaban plegarias pidiendo que amaneciera pronto y la pesadilla acabara. Solo se alcanzaban a ver en los balcones o las azoteas algunos jóvenes curiosos y trasnochadores que  esperaban  ansiosos el paso de los tigres.
   Gastón, un borrachito muy dicharachero y muy conocido del sector de Ekeren, no tuvo la suerte de escapar de las garras de una de las hembras.  A pesar de los gritos de un grupo de muchachos desde uno de  los balcones, el pobre hombre no se percató hasta el último instante  de que se le echaba encima la fiera  y con solo el roce de una garra cayó al suelo.
   Ya estaba todo consumado cuando confluyeron en el sitio el escuadrón de policías belgas, los soldados alemanes y el contingente de Balabanov, al cual  se había sumado a última hora Hortensia la taquillera, quien no quería perderse detalle de la persecución de los tigres y la búsqueda y captura de Anastasia. Raúl y yo seguimos el grupo  a una distancia prudente, ocultándonos en los portales o tras las columnas cada vez que uno de los hombres de Balabanov volvía la vista atrás.
   El director del circo, acompañado por los dos domadores y el payaso Artaud, salió al encuentro de los uniformados y les solicitó que se les diera un  plazo prudencial para la captura.
   Los representantes de la autoridad permitieron que aquel abigarrado grupo intentara cerrar el círculo de acción de los animales por medio de gritos y el azote de látigos.  Su propósito era reunirlos, calmarlos y luego conducirlos hacia los vagones en fila india, pero los recién liberados no mostraban el menor deseo de regresar a las jaulas. Libertad o muerte parecía ser la consigna que expresaban sus fauces y ojos.
   A pesar de los esfuerzos  de los domadores y de la concentración máxima del payaso Artaud, quien  mentalmente les vociferaba la orden de rendirse y regresar a su cómodo hogar entre jaulas, los tigres no respondían.   Querían seguir su camino y rechazaban cualquier tipo de coerción.  El  tigre mayor y más corpulento  saltó a un techo desde una de las terrazas del bar del que había salido el desdichado borrachín. Las hembras custodiaban al cachorro y no daban un paso atrás.  Amenazantes ponían una pata delante de la otra y pelaban los dientes en señal de advertencia. El domador seguía diciendo las mismas palabras repetidas en tantas funciones.  Las mismas señas.  Los mismos golpes de látigo contra el piso,  en esta ocasión de manera más angustiosa.  A pesar de ser sus obedientes  animales durante cada función, no era el mismo escenario y su férreo control había dejado de surtir todo efecto.
De repente escuchamos del otro lado de la calle los relinchos de Nadia, la yegua que lideraba el acto de los caballos amaestrados. Sobre su lomo venía montada la hermosa Anastasia en su traje de luces y sin necesidad de sogas la seguían  dóciles Jandro, Noche, Canela y Timoteo, los otros equinos que conformaban el espectáculo caballístico de László, el acto más célebre y ponderado del circo Leskov.
El director vociferó a grito herido “¡Disparen!” y en seguida en un grito no menos estentóreo se retractó: “No, por favor, no vayan a disparar un solo tiro. Cada uno de esos caballos vale miles de rublos”.  Mientras Balabanov se decidía si dar instrucciones de tirar a matar, tirar a herir o abstenerse de hacerlo, los policías belgas y los soldados alemanes salieron corriendo desordenadamente en un vano intento por dar alcance a los fugitivos, momento que aprovecharon los tigres para dispersarse cada uno por una calle diferente, con excepción del cachorro, que se fue a toda la velocidad que le permitían sus jóvenes patas detrás de su madre y de su tía, la célebre leona Pasha,  décana del espectáculo
   “¡La función ha terminado!”,  gritó Anastasia  desde el fondo de sus pulmones y de su ser cuando empezaba a perderse en la distancia.
 Raúl y yo nos miramos un instante y sonreímos mientras nos íbamos acercando al desconcertado grupo de policías, soldados y artistas circenses. Una vez más nos habíamos equivocado todos con Anastasia. Para tristeza o alivio de sus ex amantes del circo Leskov, ya no regresaría al circo.  Para nuestro gran regocijo, jamás le  echarían el guante encima.  Una vez  más la indómita Anastasia se había salido con la suya.

Juan del Camino
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:55:02 pm
¡Habla Palabra!



¡Hola! Soy la palabra y hoy me toca hacer un análisis concienzudo sobre mí ser: ¿para qué estoy entre tantas  bocas y si mi existencia da frutos?  ¡Empecemos! 
Cuando estoy con mis amigas armamos párrafos de jolgorio a según la pluma que trace el autor con nuestros cuerpos con harto garbo. Recuerdo una tarde ni fría ni tibia haberme visto entre otras colegas en una novela romántica: trataba de dos amantes, era tan atractiva la trama que no quería que se acabará la obra, pero al final  los deshonestos enamorados mueren y cómo que se me quitó las ganas de ser parte de un cortejo fúnebre.
 
Una sobrina mía algo pícara aceptó participar en un periódico en una columna llamada ¿Cómo estas guapo? , era sobre tips y consejos  para chicas solteras  que están en busca de novio. Mi sobrinilla estaba en su “salsa”, se sentía tan feliz, que yo  la envidiaba sanamente.  Ella miraba  de reojo y  con sonrisa  algo siniestra como La Gioconda a los puntos y  puntos y comas. La verdad que era  ¡demasiado!,  por momentos sentía vergüenza ajena;  sin embargo, su gozo opacaba mis iracundas opiniones.
 
Mi cuñada era muy seria, idealista y analítica, le encantaba la política y oración que alguna autoridad vertía  para las masas, ella salía en puntillas con sus mejores galas y aretes. Le encantaba que la mirasen con pupilas intelectuales y con algo de raciocinio. En el fondo creo que es algo histriónica, al fin y al cabo disfruta que la vean, es una vedette aunque no lo quiera admitir.
 
Cuando escucho que a través de nosotras debaten  temas, me siento triunfante porque estaremos siempre vigentes en los diálogos acalorados de algunos doctores especializados   en nuestras curvas y rondas que hacemos entre camaradas. Me parece increíble que haya gente que se dediquen   exclusivamente  a nuestras vidas, es maravilloso que investiguen con quienes caminamos dando pie a otro análisis, si lo hacemos en óptimas condiciones o no y si nos equivocamos: nos corrigen ¡nosotras no hacemos ningún esfuerzo!, ¡es placentero ser  yo!
 
Que dichosa  soy al saber que hay miles de personas que trabajan uniendo en  armonía nuestras siluetas dándole el ritmo y la métrica que ellos le otorguen.  Algunos son melancólicos, seguro porque tendrán alguna pena dentro ¿no? ,  otros  utilizan nuestros sinónimos  y acepciones a mil por hora, hasta causa gracia leernos en semejantes  ensayos ¿será un don de los ángeles que nos tengan en sintonía y en amistad a todas,  todos los días del año?  En verdad, no lo sé.
 
Me voy porque estoy algo cansada y debo retomar  fuerzas para poder desplegar mi trabajo sin muchos errores y ser acertada en mi actuación. Guardaré mis  vestidos por un rato y me pondré  un pijama de seda o algodón  solo quiero que ésta relaje mi cuerpo y lo guarde tibio para  cuando el sol se haya ido de compras por un bloqueador  y  la oscuridad nocturna  desee ser ama y señora de nuestras vidas por unas horas.  Soñaré seguro con algo de televisión, niños y reptiles,  total “soñar no cuesta nada” como canta Kevin  Johansen que lo escucho cuando compañía busco.
 
Ahora sí me marcho porque  si sigo aquí perderé muchos kilos y mi piel debe mantenerse lozana ¡mi imagen es importante!

Pasatiempo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:56:11 pm
EL AGUJERITO



Desde chico admiré el viejo subte que llegaba hasta Plaza Miserere y que, en algún momento, se prolongó hasta Primera Junta. Era una línea centenaria con una formación de coches iluminados con tulipas de vidrio esmerilado que irradiaban un resplandor amarillo en su interior y tenían, lo sé, asientos de varillas de madera lustrosa y revestimientos también de madera barnizada, procedentes de Bélgica. Y sus ventanillas, tenían una oreja de cuero que dejaban ver el vertiginoso recorrido de una estación a otra, desafiando la temible oscuridad que siempre, es verdad, alimenta la imaginación del que va atento. Qué tal. En unas palabras, su presencia imponía en sus pasajeros (al menos en mí) una respetable luminosidad de época fugaz que se filtraba en más de una mirada. Habría que agregar, que tenía los desplazamientos acústicos más lindos que recuerdo, porque eran de lo que se llamaría, con el pasar del tiempo,  la Belle époque; aunque los pasajeros fueran seres de épocas ya idas que viajaran por un túnel del tiempo, en el que las vías sonaban como violines o chelos en sus curvas, y tuvieran acordes cortos y repetidos como un concierto de Stravinski en la Consagración de la Primavera.

El agujerito apareció por primea vez en un viaje de aquél subterráneo que alguien, no sé, llamó de la línea A. probablemente para distinguirlo de los que vinieron después, cuando a la calle Corrientes la convirtieron en un  callejón ancho que va a dar a un monumento llamado obelisco y concluye en el bajo, donde comienza una zona portuaria. Pero fue a partir del agujerito en el subte, cuando surge una sensación que va más allá de la realidad (y se borra) como por arte de magia, en ciertos instantes de mi vida.

La literatura es así, como una hermosa niña de cabellos rubios, desde su nacimiento; pero puede ser, en sus finales,  como una vieja mujer desdentada que confunde lo diurno con lo nocturno. Aunque la noche pueda ser esplendorosa. Pero aquella vez, debo aclarar, fue en pleno trayecto y en el último recorrido de la noche, donde había, creo, dos o tres personas adormecidas que parecían despojos del tránsito cotidiano, que estaban, por decirlo así, como dibujadas en el vagón. Tal vez, más que personas, eran fantasmas. Entonces cerré mi ojo izquierdo y apoyé el derecho en la madera que divide un vagón del siguiente, para ver qué ocurría del otro lado. O sea, el lado oculto de lo acostumbrado. Y  para mi sorpresa, logré entusiasmarme con las imágenes que se sucedían más allá del agujerito: eran similares a las de una película del cine mudo: con grandes carteles murales de famosos escritores del pasado, que aparecían vertiginosamente como salidas de un libro de Cervantes o de Shakespeare, por ejemplo. Creo haber divisado, también, a otros más recientes, como Borges y Sábato. Lo cierto es que cada transeúnte anónimo que pasaba, buscaba el cuadro de su preferencia, lo penetraba, porque esa pared permitía atravesar la imagen; y al salir, salía duplicado el mismo anónimo personaje convertido en una imitación servil del escritor elegido. ¿Es posible vislumbrar así una vocación literaria? No lo sé. Pero de este modo fue que una musa nació en mí, como el florecimiento de una forma de interpretar la literatura.

Yo soy, podría decirlo, un escritor del siglo veinte, que como muchos otros ha visto por el agujerito de su biblioteca, el sortilegio o la caducidad de ese género de la lengua escrita.  Porque siempre existe un agujerito por donde ver cosas que no se pueden ver en la realidad. Y la realidad, en este caso, es en la que se agota una forma de escritura que hasta ayer se denominaba bellas letras. Un siglo que, parece repetir, instancias del pasado, donde la lengua, como en épocas anteriores, y como diría Juan Pablo Forner, asiste a sus propias exequias. O sea, lo que para mí es la adulteración de la literatura. En definitiva, podría agregar que la palabra es, en lo personal, una celebración interior en el concierto de las edades. Así heredé de mis mayores la capacidad de escribir desde la pluma y la tinta cruda. Y con esa crudeza, inventé historias y me enfrasqué  en la tarea de componer como un músico una partitura. Tal como aquella anécdota de Mozart que me hacía tan feliz, cuando hablaba de que estaba buscando dos notas que se amaran. Porque las palabras son así: se aman o no.  Se puede encontrar  uno con la perspectiva de convocar a las palabras para realizar una idea y hacer de esa idea, una escritura. Porque solamente con amor  y con oficio, a veces, se logran páginas memorables. Decididamente, hay muchos libros que se lanzan al mundo que ya están muertos desde el comienzo. En realidad, como dice Borges, uno puede lograr el final de un cuento, estando en la sala de cuidados intensivos por un accidente en la cabeza. Entonces, la tabla de salvación de un escritor es el borrador que sirve para expurgar las partes. Eliminar infinitos borradores y volver sobre una frase mil veces, como un escriba antiguo que busca la eternidad. Por eso, tengo la certeza de que la palabra, es como una escultura personal que el escritor hace al contar su historia. Y yo aprendí a enamorarme perdidamente de las palabras, antes que de las mujeres. Menos, aquella musa que para mí es como una Venus del nacimiento de la literatura…

Y es por eso, que las mujeres creen que uno las engaña cuando estoy tejiendo mentalmente una historia. Una historia que trasplanta mi mundo privado al papel en cuestión de días o de años. Y que pasa a la imprenta recién no se sabe cuándo. Yo aprendí a depender del papel y de la tinta  con la tenacidad y la pasión que da la juventud, ahorrándome los peligros de esa época Y que misteriosamente parece resolverse en una ecuación fatídica frente a la tecnología. Es decir, el afianzamiento de una nueva forma de discurso que tiene por elementos principales, a mi ver, tres factores de poder, que, antes, convivían con el arte de la escritura y que, hoy, desgraciadamente, son el factor determinante de las denominadas corporaciones (o sea tres grandes parásitos) de la mente humana: una Sodoma y Gomorra (léase perversión), una política (léase corrupción) y una usura (léase como se quiera). Por lo que habría que anunciar el valor estratégico que tiene, para los días que corren, el envilecimiento colectivo de un residuo lingüístico, que consiste en adaptarse a formas del decir, en relación a la informática y a las nuevas tecnologías. Me parece entrever, lo sé, algo de todo esto en un cuento de Borges en El jardín de los senderos que se bifurcan. Precisamente en Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, donde el escritor retoma el tema de la escritura para señalar que cualquiera puede ser su propio Shakespeare o, en definitiva, su propio clásico. (Ojo: que no me refiero a los avances científicos.) La palabra, entonces, tiende a transformarse en un predominio del poder por encima, pienso, de lo que en el pasado se llamaba formas de un idioma en un sentido poético, si vamos al caso, de la literatura y del pensamiento crítico. Hasta ayer, era testigo viviente de que la palabra escrita, era la más sacrificada del mundo, porque se quedaba ahí, sometida a la curiosidad y a la censura de los lectores de su época y de las épocas futuras, en el que la discusión y el análisis movían a la ponderación o el desinterés del lector. Entonces pensé en esbozar un libro que llevaría por título algo así, como “Escritores muertos que están vivos y escritores vivos que están muertos”, lo que me sugería –desde ya-, un planteo muy especial.

Como escritor nacido en el siglo veinte, debo admitir que nunca dejé de usar la pluma para mis historias, pero ya ven, hoy todo es automático y hasta los analfabetos escriben electrónicamente, cuando todo indica que estamos en el fin de toda forma de literatura, es decir, cuando la copia es considerada basura y la basura, una clase de literatura…

Antes, cuando la literatura era escrita por escritores, uno tenía la convicción de que su discurso podía desembocar (en el pánico o en la locura); pero hoy, no, desaparece aquella nebulosa primigenia que daba lugar a lo que podría ser un poema, o una narración imaginativa, para cristalizarse en la aparición de una masa verbal, envilecida por un interés de un sector político o de un conglomerado mediático, que sirve al mundo del poder, posiblemente del sexo y, probablemente, de la usura. Contrariando un poco aquella célebre cita de Quevedo, cuando dice de las palabras, que son como las monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una.
 
La modernidad, arguyo, parece haber ido reduciendo el enriquecimiento lingüístico para ir acoplándose a una monserga ideológica, que sólo busca instalarse en el poder como la política, póngase por caso…

Como ya dije, soy un escritor del siglo pasado que sigue adorando a su musa de las palabras; apenas un insomne que viaja en subte y mira y se queda dormido a través de un agujerito…

Brodie
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:57:20 pm
El día que Sandino se casó



El día que Sandino se casó el pueblo adquirió ese color incandescente de las grandes calamidades, algo en el viento decía que había un latido sordo, interminable, que poco a poco se pronunciaba con la caída de la noche.
Era entonces yo muy niña y no me había imaginado las profundas consecuencias que esto traería a mi vida y a la de mi familia. Yo solía jugar en esos días calurosos con mi hermano Lucas y pasábamos horas mirando el verde del jardín e inquietado a los animales de la granja de mi padre, quien había muerto años atrás, aunque soportamos bien aquel infortunio con una callada melancolía gracias al infinito amor que mi madre nos tenía y las atenciones que la tía Lola, Juliana, el tío Beto, Pauli, Sarita y Carlucha nos prodigaban.
Este último sobre todo era especialmente amable, nos llevaba al río plateado donde las mariposas llegaban a morir en un último suspiro de alegría, yo corría río abajo con una rama de eucalipto, soñaba con volar y Lucas recogía piedras de formas extrañas y colores fantásticos, de esas que se parecían un poco a Pauli o al tío Beto, pero ninguna a Carlucha, porque lo queríamos como a un hermano.
Pero ese día que Sandino se casó fue amenazador, recuerdo que cuando volvimos del río por la tarde con Carlucha, después de quedar sin respiración a fuerza de reír de nuestras propias fechorías, mi madre tenía una expresión ahogada en su rostro, joven todavía pero con una tristeza dócil en sus ojos desde la muerte de papá. Juliana miraba la ventana augurando tormentas y con una voz distinta a la suya, como un negro presagio.
Mi prima Pauli, era joven e intuía algo de lo que sucedía ese día amargo, pero nosotros inocentes, no imaginábamos todo lo que traía consigo esa tarde en que Sarita, eximia cocinera, quemó la cena y por poco incendia la casa. Carlucha intentó decirnos algo en su lengua extraña pero no fuimos lo suficientemente rápidos para entenderlo pues esta lengua misteriosa hacía perder la compostura a la tía Lola y lo amenazaba con castigos ejemplares si lo oía dirigirse una vez más a nosotros en ese dialecto infernal, castigos que nunca cumplía porque con Lucas poníamos en funcionamiento una maquinaria infalible de berrinches en defensa de nuestro guardador, el tío Beto le decía a mamá que por este tipo de comportamientos Carlucha estaba cada día más engreído, entonces en venganza a estos comentarios vaciábamos los perfumes de Pauli, su hija, destruíamos su maquillaje y escondíamos su ropa.
Pero el día que Sandino se casó, nadie hubiera soportado un berrinche nuestro y por las caras estupefactas de todos en la casa nuestro entusiasmo de aquel día se convirtió en una honda pena que no sabría muy bien cómo explicar y en mis intentos por  recuperarme de esta sorpresa miraba a Lucas buscando sus acertados comentarios y su autoridad de niño de diez años y hermano mayor.
Juliana, la niñera eterna, pues lo había sido de mi madre, la tía Lola y el tío Beto, lo fue de Pauli y nuestra hasta que pasamos al cuidado de Carlucha, el de los ojos amarillos, había permanecido impasible durante décadas hasta que oyó nombrar a Sandino aquel día y lo que estaba ocurriendo en ese momento en el pueblo, a unas horas de nuestra hacienda, y había murmurado con más convicción que nunca que las malas noticias llegaban volando.
No sabría exactamente explicar quién era Sandino y qué relación tenía con nuestra familia, pero tenía la sospecha que era la única, aunque también Lucas un poco, de no entender el por qué tanto misterio, solo llegué a mostrarme  interesada en verdad cuando noté que mi madre perdía la tristeza suave de su frente y algo pareció oscurecerse en su memoria, porque nos miraba alternativamente a Lucas y a mí, a mí y a Lucas, como reconociéndonos hace poco, con el fulgor que tenían esos días que yo no recordaba, cuando mi padre vivía, nos miraba pues con una pregunta atravesada como las noches en nuestra hacienda de ensueños.
Recuerdo el día que Sandino se casó como el primero que vi al tío Beto hacer un mohín de disgusto, en su cara llena de barba como un hombre mono se dibujó un recuerdo que lo hizo de pronto más agrio y nos miró con rencor a Lucas y a mí. Tal vez por el inexpresable parecido de Lucas con mi padre muerto y tal vez por mi timidez desbordante, comprendimos el mensaje y corrimos a refugiarnos entre las piernas de Carlucha quien muy en contra de su naturaleza miró al tío Beto como esperando la embestida.
Vi de pronto que el rostro de mamá se retorcía en un llanto sordo primero, histérico después, vi correr a Pauli a la cocina para traer el elixir de la resurrección, sentí a Lucas abrazarme y al tío Beto que le gritaba a Carlucha que nos sacara de ahí, vi a Juliana temblar y a Sarita estrujar su mandil. Sentí como en un sueño un temblor lejano que me hizo tropezar camino al patio empedrado de estrellas de esa noche en la que Lucas cogió mi mano y siempre con esa pregunta entre dos voces, miraba lloroso a Carlucha.

NEFTALI
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:58:22 pm
UNA HORA... MIL HORAS...



Tenía calor.  Sus pies le latían envueltos dentro del armado envase de los zapatos.
Quiso salir cómoda para caminar esa mañana de otoño, a esa hora no sospechaba las altas temperaturas que luego debería soportar. Salió temprano, antes del amanecer. Salió con premura, con poco dinero y atosigada por las obligaciones.
Viajó pensativa, ausente, atravesando la maraña de su angustia.
Tenía calor y no advirtió en qué momento extravió la escuálida cartera con los documentos y sus magros ahorros.
Se sentía ridícula con ese atuendo abrigado, con sus pantalones y sus calcetines que le hacían rezar por lo bajo pidiendo clemencia.
Pero debió soportarlo soñando con su regreso. Ansiaba arribar a su casa.
Caminó de un lado al otro, por las diferentes calles de esa ciudad.
Deploró la espera irremediable: para poder regresar, no tenía otra alternativa. Debía retomar el mismo vehículo, era lo único posible. Allí a nadie conocía, a nadie podría pedir ayuda ni dinero.
Esperar ... 
Debía resistir tres horas bajo esos árboles, escondiéndose del sol y de las miradas inquisidoras.
Esperar...
No aguantó más. Quiso perderse en el anonimato y se mezcló en medio de la muchedumbre de una marcha de protesta. Ella desentonaba. Desconocía a ese grupo, no comprendía sus pancartas, ignoraba sus reclamos. No le importaba nada. Sólo el intenso latido de sus pies y el reclamo de su estómago atrapaban su atención, la sensibilizaban.
Tenía hambre. Tenía sed. Estaba sofocada. Y comenzó a mezclarse entre las columnas humanas. Y caminó.
No supo entonar ningún cántico. Los estribillos eran notas graciosas que se le adherían al rostro. Tuvo ganas de reír por todo aquello, pero la miraban. Le cantaban distintas estrofas invitándola a protestar. Pero no pudo.




Sus premuras le impedían pensar en otras cosas. Los pies hinchados luchaban por quebrar las capelladas como si una levadura hubiese penetrado debajo de su piel y provocara el aumento vertiginoso de sus carnes.

No aguantaba más. La caminata se erigía como un mayor castigo .Hacía calor y se quitó el saco de lanilla dejándolo caer a su paso. Cierto alivio le permitió respirar más profundo. La ola humana la arrastraba como si fuese un corpúsculo indefenso.
Los gritos del reclamo le amartillaban en su cabeza y el dolor de sus pies eran una tortura medieval.
No le importaba nada. Tenía calor. Estaba sufriendo.
No supo cuál era el rumbo de la marcha. Le era indiferente. Sólo debían de pasar esas tres horas para emprender el viaje a su hogar. No había otra forma de hacerlo. No tenía otro medio.
De cuando en cuando, los manifestante la vitoreaban incitándola a cantar, pero no pudo. Era absurdo. Una mezcla de sentimientos la amordazaban. El dolor, los sofocones la sensación del ridículo y el despojo formaban una composición surrealista que se trasuntaba en su rostro.
Su cuerpo era arrastrado como una red a expensas del capricho del mar.
No lo sentía.  No se sentía.  Había perdido la conciencia de sí misma.
El grupo gritaba, insultaba. Golpeaba tambores y redoblantes carnavalescos. Todos cantaban. Ella no pudo articular sonido. Tenía ganas de reír.
Tenía calor, lo sufría, y demorando su paso, luego de algunas contorsiones se quitó los pantalones abrigados que la oprimían.  Los otros no lo advertirían. Su larga camisa aún le tapaba tres palmos por debajo de sus nalgas. Se sintió aliviada.
Frente a un edificio desconocido, la muchedumbre se paró aplaudiendo un nuevo estribillo.
La miraron. La escudriñaron. No supo qué hacer. No le importaban los reclamos, no entendía las pancartas.


Siguió caminando con ellos, aunque aliviada, sus pies desbordaban los contornos de su calzado. De pronto, una corrida dentro de esa masa provocó que alguien la pisara.
Gritó con desesperación. Apenas aflojó las presillas del calzado, intentando caminar. Creyó desfallecer un par de veces. No podría seguir con la penuria. Era imposible.
De un modo imprevisto, cuando los manifestantes retomaron su marcha apresurada, entre empellones, perdió sus zapatos. No podía disimular sus reprimidas ansias de reír. Ellos la miraron, escudriñándola...
Rengueando, caminó más de diez cuadras, veinte, sesenta .Estaba más aliviada
Había perdido el control. Su estómago reclamaba. Tenía hambre. Tenía sed. No se daban cuenta.
La marcha era compacta. Homogénea. Con su anonimato acompañó a ese gentío fervoroso.
No entendía nada. Nada le importaba. Sentía el placer del alivio.
Advertía sus miradas esquivas, los ojos del grupo bochinchero. Las pancartas latían con el retumbar de los tambores. Pasaron horas. No supo cuántas. Su conciencia estaba lejana, en la maraña de su angustia.
No era ella. No era nada.
Alguien de la masa tomó la palabra. No entendió nada. Otros del grupo abrieron un debate. No los escuchó. Estaba pendiente del reclamo de su estómago. Tenía hambre y sed. Un manifestante la tomó de los hombros, y de mano en mano, por entre los cuerpos estrechados y anónimos la fueron empujando hasta llevarla a la vanguardia.De repente cesaron los cantos. Ellos callaron sus voces y los redoblantes.
Advirtió la mirada de todos. La inquirieron mudamente.
Estaba desnuda. Los zoquetes de lanilla  aún le sostenían sus pies castigados.
Totalmente desnuda y no le importó nada. Ignoraba sus reclamos, no entendía las pancartas. Nada. Se sintió aliviada.
Sin que se diera cuenta, en forma sigilosa, la multitud se retiró al son de los tambores. Como una ameba gigante la manifestación siguió deslizándose por las calles de esa ciudad.
Ella quedó sola, descansada, ridícula y con hambre, mientras que por lo bajo rezaba pidiendo clemencia.
Vinieron los otros y se la llevaron. La internaron. La excluyeron. La dejaron.
Desde entonces deplora la espera irremediable por regresar a su casa.
Una hora, cien horas. Mil horas... 

Soyluz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 15:59:36 pm
¡SAQUÉNME DE AQUÍ!



---He sido extranjero la mitad de mi existencia, me queda la otra mitad para ser  forastero--- comenta Miguel en voz alta, pide ayuda a sus ancestros, entra al edificio que puede cambiar su vida y…
―Buenas tardes.
―Buenas Tardes. ¿Qué desea?
― ¿Departamento de Inmigración?
―Si. ¿Qué desea?
―Quiero viajar al exterior.
―Nombre.
―Miguel Martínez Olivares.
―Dirección.
―Contreras 35 entre Peñas Altas y Gelpi.
―Edad.
―La edad de Cristo al ser crucificado.
―Edad.
― ¿A qué país desea  viajar?
―A Estados Unidos.
― ¿A qué país desea  viajar?
―Estados Unidos.
― ¿Estados Unidos?
― ¿Algún problema?
―Bueno…este…
―Espero que no haya problemas. Por la televisión dijeron que si uno tenía dinero podía viajar a donde quisiera.
― Si pero…Mire hay otros países.
―Lo sé. El mundo tiene ciento noventa y dos países. ¿Y qué? Yo no quiero comprar el mundo. Yo quiero viajar a los Estados Unidos. El país que el resto del mundo odia  y ama a la misma vez. ¿Entendido?
― ¿Motivos del viaje?
―Soy un buen hijo de la cultura y las ideas.
―Eso lo sé. Eres graduado universitario. ¿Motivos del viaje?
―Soy un buen hijo de la cultura y las ideas.
―Volvemos a lo mismo. Tu respuesta no es la respuesta que busco.
―No entiendo. Explíquese, por favor.
―Según el Larousse Ilustrado de la Lengua Española, viajar significa: Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción, vehículo, etc.
―Sé lo que significa viajar. Me gradué con Título de Oro en la Universidad.
―Entonces sabrás que el ser humano viaja por diferentes motivos: por placer, negocios, cultura, deporte y muchos más pero…esta oficina nunca dará permiso para viajar a los ciudadanos que digan que viajan por problemas económicos muchísimo menos por motivos políticos. Esos ciudadanos no merecen vivir, esos ciudadanos difaman el nombre de nuestra patria, esos ciudadanos olvidan que: Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”. ¿Entiendes ahora?
―Más o menos.
―Entonces… ¿viajas por placer?
―No.
― ¿Por negocios, motivos religiosos, reunificación familiar?
―No.
― ¿Tienes una novia norteamericana?
―No.
― ¡Ven acá! ¿Por qué motivos viajas?
―Viajo por motivos de salud.
― ¿Por salud?
― ¡Sí, por salud! El Comunismo me produce claustrofobia.

Grafitti
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:01:04 pm
Conciencia moral



   El escaso pelo blanco, sin peinar, deja al descubierto la mayor parte de un cráneo envejecido, con manchas, y se permite caer en dos largas patillas junto a las sobresalientes orejas. Le miras las manos a ese pobre diablo, y ves que la piel ya cuelga de ellas de forma flácida, pálida, y que incluso la pelusa que las recubre es también canosa. Te imaginas tomando esas manos y, al punto, un escalofrío sacude tu columna. Su columna.
   Pobre, pobre y viejo diablo. Sentado en una silla, con un elegante traje negro que parece más bien un disfraz. Como los ridículos impermeables que les ponen a los perros. La piel que esconde ese traje ya no sabe ni lo que la está cubriendo. No hay hombre en esa silla al que se pueda trajear. Su carne informe apenas puede sostenerse bajo la ropa, y se va cayendo silla abajo, como derritiéndose, como se escurre el magma bajo nuestras sólidas aceras. Es todo apariencia.
   Sonríe, todavía tiene dentadura. Quiere hablar contigo, y lo hace con una voz sorprendentemente joven, aunque avinagrada. Te cuenta muchas cosas, pero no recuerdas una palabra. Solo sientes cómo el miedo emerge desde una semilla en tu estómago, y crece como se despereza una enorme serpiente, solo que dentro de ti. Y echa unas ramas desnudas y deshojadas que azotan y se meten entre tus costillas, y te arañan por debajo de la piel, hasta que envuelven tus pulmones y te asfixian. Mientras tanto, sus ojos saltones, azules, inyectados en sangre, mantienen presa a tu mirada de la suya. La angustia llega a la altura de tu corazón, pero no se digna a tocarlo, porque está sucio, viscoso, empapado, es venenoso incluso hasta para su veneno. Por un momento, deseas que esa serpiente y ese árbol que te ahogan se lo coman, lo estrujen, lo destrocen, para no sentir un latido más, una campanada más que sacuda los lagos de ponzoña de tu cuerpo.
   Pobre, pobre diablo el que te mira.
   De una patada, rompes el espejo, y en cada fragmento y esquirla, como en miniatura, ves al viejo levantarse y marcharse. Ya no está, ya se fue. Mientras recuperas el aliento, te estiras las mangas de la camisa y revisas sus gemelos. Acaricias tu traje negro para sacudirle el polvo y te levantas. Te habría gustado abrazar a ese pobre diablo, quitarle su disfraz, cortarle el pelo, meterle en la bañera, y cuidarlo, y convertirlo en un anciano dulce y filosófico. Pero, cada vez que piensas en tocarle, un escalofrío sacude tu columna. Ya es tarde, piensas. No merece la pena. No es real.
   Tu cuerpo está perfectamente. Terso y joven. Y tu alma está encerrada en él, y no se ve, no es cosa suya. ¿Por qué aún tienes ganas de echarte a llorar como un niño? ¿por qué aún ves arrugas en tus manos, por qué ves aún tu alma desgastada en cada espejo?
   Te mueres, lo sabes. Te estás matando tú solo. Alma y cuerpo, caricias y manos, cielo y alas. Inútiles los unos sin los otros.
   Pero tú sigues pensando que son dos cosas distintas. Y cuando la voz de tu conciencia termine de envejecer y de morirse, y se apague, los latidos de tu corazón seguirán sacudiéndote, no te preocupes. Estarán ahí, como el eco vacío de un túnel solitario; como el apagado murmullo de un vagabundo en una noche de invierno; como el silbido constante de una máquina que alguien ha dejado encendida inútilmente.

Julia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:02:43 pm
NEZA HUAL XOLOTL



Como cónsul deben ayudar a sus connacionales que necesitan ayuda en el extranjero. Estas palabras me quedaron bien plasmadas en la mente desde el inicio de mi carrera. Mi primera misión fue en República Dominicana una isla caribeña que está llena de resorts de prestigio mundial. Los dueños y gerentes españoles de las cadenas hoteleras me ofrecían toda clase de cortesías para ir a las paradisiacas playas de Punta Cana, Bávaro, Juan Dolio, Boca Chica y cientos de cientos de los más bellos lugares que uno se pueda imaginar y, a los cuales, obvio, iba acompañado de mi madre discapacitada en silla de ruedas y ferviente católica y  mi sobrino de trece años un pillo de aquellos, toda ella mi única familia.
Para la cena de Navidad, ya teníamos apartado una suite de lujo en un resort en las playas de Juan Dolio a unos cien kilómetros de Santo Domingo donde nos quedaríamos hasta después de la cena de Año Nuevo. Aún así, e casa en Santo Domingo habíamos puesto el Nacimiento, el árbol y alrededor de éste los regalos para los amigos que vendrían a cenar la Noche de Reyes del 6 de enero cuando regresáramos de las playas.
Yo había puesto regalos para todos, entre ellos una revista de Play Boy para el hermano de mi novia que era muy aficionado a esta clase de revistas. A mi sobrino le había puesto como regalo una colección de jugos para computadora. Claro, con la condición de que se portara bien y “portarse bien” en casa significaba no tocar mi colección de mil ballenas que tenía distribuidas por todas las habitaciones, la sala comedor y los baños. Inclusive en la cocina tenía figuritas de ballenas en el refrigerador, los paños de cocina y en los vasos y platos donde comíamos muy a gusto.
Recuerdo que en la víspera del viaje, recibí una llamada de parte de la policía dominicana. Mi jefe, le tenemos un muertito. ¡Uf! Voy para allá. Cuando oí eso, salí de casa hacia la morgue en donde me encontré con la policía que ya me estaba esperando. El tipo se mató en un choque contra un poste. Salió proyectado hacia el cristal de adelante y murió en el acto. Estaba alcoholizado y acababa de estar en un bar de mala muerte en la ciudad colonial. Miré el dedo gordo del pie derecho y leí el nombre: Ascensión. Pobre Ascensión, te fuiste de un brinco derechito al Cielo, pensé. Firmé unos papeles y lo mandé directito a la funeraria. Llamé ala funeraria y pedí que me lo guardaran en el congelador hasta después de Año Nuevo. ¡Yo me iba de vacaciones!
Fui a la oficina a dejar los papeles del asunto, cuando entró una llamada. Señor cónsul, soy la madre de Ascensión. Señora cuánto lo lamento. En la conversación tuve que esconder mi ansiedad por largarme al resort. Es una pena, señora, pero en estos días de fiestas decembrinas, todo está cerrado en este país. Ya sabe usted, son tras costumbres. Mentí descaradamente. Qué iba a saber esta señora de cómo era República Dominicana, nadie siquiera sabe dónde está en el mapa. Pero si fuera posible, esta madre le ruega que me lo envíe para antes de Navidad. Queremos que esté con nosotros para la cena de Navidad. ¿Le es posible? Se lo suplico. Aparté la bocina del teléfono para no oír los llantos de ella y  supongo que también del padre, de los hermanos y hermanas del occiso. Imposible señora y terminantemente le colgué el teléfono.
¡Bueno! ¡Todo listo! ¿Ya hicieron sus listas? ¡Vámonos de compras! Grité llegando a casa y cargué a mi madre para subir al auto e ir al supermercado a comprar sus pañales, las cremas solares, los salvavidas y todas aquellos enseres necesarios para hacer unas vacaciones inolvidables. Al regresar, los tres nos quedamos atónitos viendo cómo las luces de casa se prendía y apagaban. No se asusten. Y estoy acostumbrado a esto, dijo mi madre. Seguro algo pasó con la familia que dejamos en nuestro país. Eso me tranquilizó, mi madre en sobrina nieta de un Santo, Monseñor Rafael Guízar y Valencia, y siempre sabe de lo qué está hablando en tratándose de casos raros como éste. Llamo por teléfono y todo arreglado.
Mi sobrino y yo bajamos todo del auto y comenzamos a hacer maletas para irnos a Juan Dolio. Nada, todo está bien en casa. No pasó nada, qué extraño, mi madre se quedaba pensativa. Para entretenerse mientras nosotros acomodábamos todo en el carro, se me ocurrió darle el control de la televisión a fin de que se entretuviera. Por razones de orden, siempre dejábamos el control de la televisión sobre la cama de mi madre. Esta vez que lo fui a buscar no lo encontré. ¡Sobrino! ¿Dónde dejaste el control? Mi sobrino puso carita de “yo no fui” que a nadie convenció. Luego de buscar el control por todas partes, finalmente nos dimos por rendidos y me fui a tirar a la cama de mi madre, al caer sobre ella saltó el control. ¿Y esto? Obviamente que regañé al sobrino por escondernos el control y volverlo a poner sobre la cama. Yo no fui abuelita. Mi madre lo veía severa escudriñándole el rostro para ver si hablaba con la verdad. Cundo prendí la televisión, vi que estaba abierto el paquete de regalo al cuñado con la revista Play Boy. ¡Sobrino! Y nuevamente le llamé la atención por haber hecho esa travesura. Entiéndelo, dijo mi madre pidiendo que mi sobrio se fuera a su cuarto, para hablar conmigo. Es un adolescente y tiene una curiosidad por esas cosas, ¿no le ves los granos en la cara? No hice más comentarios y recordaba las palabra de mi hermana: “Si se porta mal, me llamas y yo me lo pongo pareo”. Bueno, está bien, dije con resignación y me dispuse a darme un baño, ya todo estaba listo para partir y sólo  faltaba que yo estuviera al cien por ciento y esa ducha sería suprema. ¡Sobrino! Lo que veía colmaba mis nervios. Las ballenitas rellenas de gel para el jacuzzi estaban todas aplastadas contra el techo del baño y gotas espesas caían sobre mi cabeza. ¡Estaba furioso! Yo no fui tío y diciendo esto puso el muchacho su cara de angelito. Iba a llamarle a mi hermana para avisarle que el sobrino iba mañana mismo de regreso a su casa, cuando mi madre me contuvo. ¡No seas bárbaro! Me calmé y conté hasta diez. ¡Son mis vacaciones! ¡Son mis vacaciones! Repetí mil veces y entré en sosiego.
Ya montados en el auto nos dirigimos a Juan Dolio. No llevaba la mejor de mis caras, pero pensé: En pocos días es Noche Buena y todos debeos estar felices. Calma…calma… Tenía los nervios crispados.
Cuando llegamos al resort, el gerente español nos recibió con singular alegría. ¡Cónsul! ¡Bienvenido! Le tenemos la mejor suite, con vista al mar. ¡Relajaos y disfrutad! Y dio órdenes para que nos atendieran a cuerpo de rey. Monté a mi madre en s silla de ruedas y nos dispusimos a descansar que bien merecido nos lo teníamos. Nos mostraron la suite, ¡era espectacular! Vista al mar, salida directa a la playa a ras e suelo. ¡Un lujo! El sonido del oleaje desbarató todas mis angustias y todos mis pesares. Ya era sólo recostarme en la cama y pedir por teléfono el servicio al cuarto de lo que quisiéramos. ¡Estábamos felices! De repente: ¡tap tap tap! Tocaron ruidosamente la puerta. Mi sobrino que estaba cerca de ella se asomó apenas le di la orden. No hay nadie tío. Corrí para verificarlo y, en efecto, el pasillo tenía unos cuarenta metros de largo y por más que corriera quienquiera que hubiera sido, no le daba tiempo a esconderse a menos claro! Que habitara alguno de los cuartos adjuntos. ¡Imposible! Mi madre, me dijo que posiblemente había sido algún niño juguetón como el sobrino. Acepté esa explicación a fin de que todos estuviéramos tranquilos. ¡Eran nuestras vacaciones tan esperadas durante todo el año!
Me voy a lavar los dientes. Mi madre se dirigió al baño sentada en su silla de ruedas. Había levantado los soportes del pie y solita de puntillas se volvía autónoma dando pequeñitos y prontos pasos. Prendí el televisor para que el sobrino se entretuviera y abrí de par en par las puertas corredizas de vidrio para ver la nocturnidad el oleaje. Voltee a ver a mi madre que salía del baño cuando de repente ¡zaz! Se escuchó un tremndo ruido que salió del baño. Esquivando a mi madre, de un brinco me asomé al baño, lo que vi me dejó muy asustado, todo la tubería se había desprendido y había hecho pedazos el plafón del techo. El espectáculo era atroz. Inmediatamente, llamé a la recepción el gerente todo apenado nos cambió a la suite de junto que estaba igual de bella. Yo chequé el plafón del baño y todo cuanto pudiera caernos encima. Cuando se fueron todos los empleados del hotel, mi madre, muy tranquila nos dijo: percibo una presencia extraña, es un alma en pena. Vengan todos, tomémonos las manos y recemos: “Ánimas del Purgatorio…”. Al concluir, nos explicó que este rezo sirve para rescatar un alma que anda penando en el Purgatorio y que nos pide que le ayudemos. Pudiera ser que se esté manifestando. Al escucharle eso, tragué saliva, mi mente se dio cuenta de lo que estaba pasando. Mami, espérame tantito, voy a respirar aire marino fresco en la playa. Salí pisando la arena fría con mis chanclas. Cerca de unas barcas de pesca, volteé hacia todas partes para asegurarme de que nadie me viera, miré hacia el mar con decisión y levanté mi voz con fuerza:
¡Ascensión! ¡Ascensión! Yo sé que me escuchas. ¿Qué traes contra mi familia? ¡Ah! ¿Quieres pasar la Noche Buena con los tuyos? ¡Está bien! ¡Tú ganas! ¡Parto ahora mismo para arreglar tus papeles! ¡Pero, ya deja en paz a mi familia! ¿Es un trato? La noche obscura me contestó con su silencio, el oleaje una y otra vez se reía de mí.
¡Madre! Surgió una emergencia en Santo Domingo, voy, arreglo todo y regreso. ¡Sobrino! Tú te encargas de tu abuela. Calquier cosa, la piden por teléfono, este resort es “todo incluido” y el gerente nos tiene como príncipes. ¿De acuerdo? Salí del cuarto corriendo, me monté enel auto y en una hora ya estaba en la funeraria. Hablé con el gerente.
Claro que podemos hacer todo el papeleo para que Ascensión llegue a su destino tomando el primer vuelo de mañana en la madrugada. Sólo hace falta, señor Cónsul, que nos firme aquí estos papeles y le ponga los sellitos de su oficina. Corrí a mi oficina, extraje los sellos, sellé y regresé a la funeraria, el avión salí a las seis de la mañana, corría contra el tiempo. Voy a acompañar el féretro hasta el avión, ¿si no hay inconveniente? ¡Claro que no! Contestó el de la funeraria. Seguí a la carroza, llegamos al aeropuerto internacional de Santo Domingo. Mostré mis credenciales de cónsul y todas las puertas se me abrieron, todos los sellos se pusieron y todas las firmas se obtuvieron. Me monté en el compartimento reservado a la carga, el montacarga subió la caja de madera perfectamente precintada. Muy bien, Ascensión. Yo ya cumplí. Tomé el celular, marqué el teléfono de la madre de Ascensión. Señora, su hijo va para casa. Llegará justo a la Cena de Noche Buena como usted quería. ¡Dios me lo bendiga! Oí del otro lado del auricular y una serie de aplausos y gritos se dejaron escuchar, seguro eran  de su padre, sus hermanos y sus hermanas. Qué poco cuesta hacer felices a las personas en Navidad, pensé y regresé a Juan Dolio en donde pasamos unas vacaciones inolvidables, ¿o no?

ASCENSIÓN
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:03:53 pm
Una llamada de teléfono



La tarde se apagaba lentamente como si no quisiera irse nunca, parecía que tuviera miedo a la oscuridad que iba a nacer irremediablemente en unos instantes.
El automóvil ascendía por el estrecho y serpenteante camino que conducía hasta la casa que se levantaba en lo alto de la colina, llevaba los faros encendidos y, pese a la penumbra reinante, se podía observar que sólo iba un ocupante dentro. Se detuvo al llegar a la pequeña explanada que daba acceso a la puerta principal y una figura embutida en un abrigo largo y con un sombrero oscuro salió del vehículo y se acercó al porche sin hacer intención de penetrar en la casa. Encendió un cigarrillo y entonces se pudo vislumbrar la profunda cicatriz que cruzaba su cara desde el rabillo del ojo izquierdo hasta el mentón.
Una luz solitaria se dejaba ver a través de las cortinas de una de las ventanas del piso superior. Al cabo de unos minutos se encendió la luz de la planta baja al par que se extinguía la del piso alto, unos instantes después se abrió la puerta y la luz del interior alumbró el porche donde esperaba pacientemente el individuo de la cicatriz. Una silueta se recortó en la puerta y extendió la mano para estrechar la que le ofrecía el visitante. Claramente podía apreciarse que se trataba de una mujer. Con un gesto invitó al hombre a entrar en la casa y cerró la puerta cuando éste penetró en la vivienda.
No habría transcurrido ni un cuarto de hora cuando la puerta se abrió de nuevo y la pareja salió en dirección al auto estacionado al otro lado de la explanada. Subieron y el vehículo arrancó enfilando el camino con las luces apagadas, el conductor debía conocer muy bien las curvas del carril pues, aunque a poca velocidad, no dudaba al tomar las circunvoluciones que le llevaban al pie de la colina.
Una vez que llegó a la carretera principal y se hubo alejado una distancia prudencial, estacionó en el arcén en un lugar desde el que podía verse bien la silueta de la casa en la que permanecía encendida la luz de la planta baja. Dentro del coche, la mujer marcó un número de teléfono y ambos observaron al unísono la casa.
Al principio no ocurrió nada en absoluto pero, al cabo de unos instantes, se pudo distinguir como una columna de humo salía del interior y, en pocos minutos, el edificio se vio envuelto en llamas que lo devoraban implacablemente.

⃰  ⃰  ⃰  ⃰  ⃰
El hombre de la cicatriz desayunaba en un bar mientras hojeaba el periódico de la mañana. Al fin encontró lo que buscaba en la página de sucesos:
“La modelo y actriz Estefanía Bastante muere abrasada en el incendio de su casa de campo”
Así rezaba el titular que ocupaba un lugar destacado en la página, luego el reportero se extendía en una serie de consideraciones acerca de las posibles causas del desgraciado accidente que había acabado con la vida de la señorita Bastante. También comentaba que la modelo estaba acusada de un robo de joyas valoradas en más de un millón de euros y que al parecer habría sustraído de un desfile de joyería en el que había participado.
El hombre de la cicatriz apuró el café que quedaba en su vaso, cerró el periódico y se levantó recogiendo el sombrero con la intención de salir a la calle pero en ese momento sonó su teléfono móvil e interrumpió su movimiento hacia la salida:
─ Dígame ─ dijo con voz imperiosa.
El silencio fue todo lo que percibió a través del auricular. Nervioso miró a su alrededor buscando algo que no tardó en encontrar, pero no tuvo tiempo para más, la pequeña columna de humo que salía de la mochila que había junto a la puerta fue el anuncio de lo que se le venía encima: una bomba incendiaria que estalló envolviéndolo todo en llamas. Por más que quiso correr en la dirección opuesta, su maniobra no tuvo éxito y fue pasto del fuego en unos instantes.
Al día siguiente el periódico de la mañana daba la noticia de la muerte del Inspector de policía Ángel Peñascal a causa de un atentado con bomba en un bar de la localidad. Ningún grupo terrorista había reivindicado la autoría del atentado.

⃰  ⃰  ⃰  ⃰  ⃰
Sandra Marqués, alias Estefanía Bastante, despertó a las once de la mañana. Había colgado el cartel de “No molesten” en el picaporte de la puerta de su habitación del Hotel Fasano de Río de Janeiro. Salió a la terraza y contempló extasiada la playa de Ipanema que se extendía a sus pies. Volvió a entrar en la habitación y encargó que le subieran el desayuno.
Al cabo de unos diez minutos el camarero llamó a la puerta de la habitación de Sandra antes de entrar con el carrito del desayuno.
─ Señorita Marqués ─ dijo ─ ha llegado un paquete para Vd. se lo dejo en la bandeja del desayuno.
─ Muy bien ─ contestó desde el baño ─ muchas gracias.
El camarero colocó la bandeja del desayuno sobre una mesita y el paquete postal justo al lado y, seguidamente, salió de la habitación.
Sandra salió del baño envuelta en un albornoz, que no conseguía ocultar la belleza de sus formas, y fue a tomar asiento para dar cumplida cuenta del delicioso desayuno que acababan de servirle pero su curiosidad le hizo tomar en sus manos el paquetito que le había llegado:
─ ¿Quién puede saber que estoy aquí? ─ pensó ─ seguramente es una equivocación…
Miró el remite antes de abrirlo y leyó:
“Ángel Peñascal”
─ ¡No puede ser! ─ casi gritó ─ ¡Ángel Peñascal está muerto!
El teléfono de la habitación de Sandra Marqués comenzó a sonar en ese mismo instante…

⃰  ⃰  ⃰  ⃰  ⃰
   El camarero hablaba con el policía que le interrogaba:
─ No entiendo como ha podido lanzarse desde la terraza, hace unos minutos estuve en su habitación y me habló desde el baño pero no noté ningún tipo de nerviosismo en su voz, luego he tratado de hablar por teléfono para decirle que habían traído el coche de alquiler que pidió ayer pero no ha contestado…

Spider
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:04:55 pm
Fantasma virtual



Bajé los tres últimos escalones de un salto consciente de que llegaba tarde. Y así fue. En cuanto aterricé en el suelo escuché unos pitidos, señal inequívoca de que el tren se iba a poner en marcha. “Puedo llegar”. Corrí todo lo que mis piernas me permitían, pero los pantalones se me caían y, por no acabar con ellos por las rodillas, tuve que parar a colocármelos de nuevo en la cintura. Cuando alcé la mirada, el último pitido resonó en mi cabeza y vi, a escasos seis pasos, como se cerraban todas las puertas a la vez. Despacio, como si se mofasen de mí. Me quedé con la boca abierta y las manos situadas una en cada lado del pantalón. Este se encontraba perfectamente colocado en la cintura, eso sí.
-¡Joder!- mascullé mientras le propinaba una patada a la columna que tenía al lado. Sentí un dolor latente en el pie y me arrepentí inmediatamente de haberlo hecho.
Cualquier otro día de universidad me hubiese dado igual perder ese tren y esperar al siguiente, que pasaba en veintitrés minutos. Pero hoy no era así. Tenía que entregar un trabajo importante, que decidía mi nota en derecho civil, y no podía permitirme el lujo de llegar tarde y arriesgarme a que el profesor ya se hubiese ido. Por lo tanto ese tren era mi única opción a menos que la suerte me sonriese y, por algún motivo, el catedrático decidiese quedarse más tiempo en la universidad por amor al arte en vez de ir a comer con su mujer e hijo, ya que no tenía más clases después de la nuestra. Sin embargo, teniendo en cuenta de que era un funcionario (y todos sabemos lo que las malas lenguas dicen de los funcionarios…), era consciente de que la situación que acabo de describir solo se da en contadas ocasiones, cuando los astros se encuentran alineados. Recé para que alguien entretuviese al profesor con las típicas preguntas que los alumnos formulan para ganarse el favor del profesor y rascar algunas décimas a favor en su nota final. 
La PlayStation 3 me había me había entretenido en exceso. “Al llegar a casa la quemo, lo juro”. Sabía que era una promesa estúpida e imposible de llevar a cabo. No sería capaz ni de arañarla. Me resigné y decidí sentarme en uno de los bancos metálicos de la estación mientras esperaba el próximo tren. Sin embargo, al mirar hacía ahí… Bueno, digamos que si la estación fuese un zoo, esa zona sería el recinto de las focas. Dos señoras orondas ocupaban los tres espacios que, en teoría, ofrecen esos bancos. “Estupendo, voy de culo y contra el viento”. Me apoyé en la columna a la que había propinado la patada minutos antes y recosté mi cabeza en ella, abatido.
El próximo tren se dirigía a Terrassa. “Quizás alguna de las dos señoras se marche en ese tren” pensé esperanzado. Por fin me sonrió ligeramente la suerte, aunque más bien se trataba de una pequeña mueca divertida. La señora de la derecha se levantó. Subió los dos escalones con dificultad y se sentó de nuevo en el interior del tren, como recompensa a su cuerpo por haber superado tan ardua prueba física. Raudo y veloz fui a sentarme antes de que todos los buitres que rondaban alrededor lo intentasen. Me recosté y me concentré en la música de los auriculares. Palpé el exterior de mi mochila y al no notar lo que esperaba encontrar, abrí la cremallera y miré en el interior. Pañuelos, bolígrafos, un lápiz, dos recibos de compras y la Constitución Española. “Me he dejado el libro… ¿Pero qué pasa contigo Víctor?”. Me estaba leyendo El extranjero de Camus y tenía muchas ganas de acabarlo, pero tendría que esperar a llegar a casa. Volví a centrar mi atención plenamente en la música y dejé que mi cabeza vagase por los diferentes recuerdos de tiempos mejores que asolaban mi cerebro día sí y día también.
Me miré fijamente la cicatriz del dedo índice de la mano izquierda intentando recordar cómo diablos me la había hecho. Debió ser cuando era pequeño, pues me había planteado esta pregunta muchas veces e incluso se lo había formulado a mis padres, pero tampoco lo sabían. También me fijé en mis uñas. “Tengo que dejar el vicio de mordérmelas, es asqueroso mirar mis dedos” me recriminé. Saqué mi móvil para mirar qué hora era. Aún quedaban 17 minutos para el siguiente tren. Me desesperé. Cerré los ojos y me recosté aún más contra el banco.
Fue al abrirlos cuando lo vi. Sin saber cómo ni de dónde había salido, en el andén de enfrente había un chico o una chica. Puede sonar estúpido, pero fui incapaz de determinar su sexo ya que no le veía la cara por culpa de una melena negra que, debido a que dicho sujeto estaba inclinado mirando hacia abajo, le tapaba toda la cara. Al principio pensé que tenía pechos de mujer, pero, fijándome en su barriga, podía tratarse de un chico rellenito que tuviese unos pechos acordes a su tripa. La ropa tampoco aclaraba nada, pues una chaqueta negra de cuero, unos tejanos y unos zapatos negros con rayas rojas puede ser indumentaria tanto de hombres como de mujeres. Entonces me fijé en lo inmóvil que estaba. Tenía las manos a la altura de la barriga, sujetando un móvil. No pude ver de qué marca o modelo era a causa de la distancia a la que se encontraba, pero tenía claro que se trataba de un teléfono y no de una consola portátil o un E-book. No movía ninguna parte de su cuerpo excepto sus dedos, que presionaban la pantalla o el teclado del aparato. “¿En serio parezco eso cuando hablo con alguien por whats app en el móvil?”. Me sorprendí momentáneamente, pero fijé mi atención en la música e intente no fijarme más en la figura que se encontraba a escasos metros y que, sin embargo, parecía que estuviese en otra galaxia, muy lejana de nuestra querida vía láctea.
A pesar de intentarlo con todas mis fuerzas, en menos de un minuto fui incapaz de apartar la mirada de dicho ser. Seguía esperando, expectante, algún movimiento más por su parte, aunque fuese el más mínimo e imperceptible. Nadie más le observaba, tan solo yo me había quedado fascinado por dicho fenómeno. “Quizás es producto de mi imaginación. No lo he visto llegar. ¿Quién me dice que no estoy soñando?” Si se trataba de un sueño, se trataba de uno muy malo, pues tener que ir a la universidad incluso en el mundo onírico es patético y deprimente. Me pellizqué el brazo derecho con toda mi fuerza. Al cabo de tres segundos se formó un círculo rojo con dos marcas de uñas en el centro. Noté como se me humedecían los ojos por el dolor, pero reprimí el impulso de gemir o quejarme. Deseché la idea de encontrarme en un sueño y volví a dirigir mi mirada al ser del móvil para ver si había realizado algún movimiento. Ninguno, era increíble. Seguía tecleando al mismo ritmo, pero sin mover de altura el móvil o de inclinar más o menos la cabeza. Los pelos de su melena se encontraban en sintonía con el resto de su cuerpo, inmóviles como los de una estatua. Una señora de unos 40 años pasó a su lado sin tan siquiera dirigirle una mirada. Caminó recto hasta donde se encontraba él y justo cuando pensé que lo iba a atravesar, se movió ligeramente a la derecha y prosiguió su camino. “¿Cómo diablos lo ha esquivado si ni lo ha mirado? Es como si no existiese, maldita sea, ¿por qué soy el único que se fija en él?”. En el banco del andén de  enfrente se encontraban dos chicas de mi edad que no se habían fijado en él. En ningún momento. Ni una triste ojeada. Pensé en la remota posibilidad de que pudiese ser un fantasma pero, sin embargo, la señora no lo atravesó, por lo tanto era evidente que notó su presencia o intuyó de alguna manera que había alguien enfrente de ella sin mirarlo. “Quizás esté loco y no me había enterado hasta ahora. ¿Demasiados videojuegos? Tendré que romper de verdad mi consola, solo me está causando problemas”. Me planteé seriamente en arriesgarme a perder mi tren por ir al otro andén a darle unas palmaditas en el hombro y ver si reaccionaba, lo traspasaba o desaparecía Deseché la idea porque en caso de que estuviese tan solo en mi imaginación la gente que había allí quizás llamaría a un manicomio y, realmente, a mis 19 años de vida, no me apetece que me priven de mi libertad por ver fantasmas. Podría defenderme basándome en el niño de sexto sentido, que pese a ver fantasmas toda la puñetera película no se tomaron medidas de seguridad serias con alguien tan peculiar. Tan solo le ponen a Bruce Willis como psicólogo infantil… Pf, menuda birria de medida de seguridad.  Pese a todo no me aventuré a llevar a cabo mi pequeña escaramuza por miedo a perder el segundo tren del día por un condenado fantasma.
Llevaba quince minutos observándolo. El tren seguramente se retrasaría, como siempre. Ya no prestaba atención a las canciones que mi móvil reproducía en orden aleatorio. Mis pensamientos estaban centrados única y exclusivamente en la figura. Ya no sabía si gritarle o tirarle algo que tuviese en la mochila para llamar su atención, que se moviese y así poder desechar mis sospechas sobre su condición de fantasma. Sin embargo lo único que tenía en la mochila era mi carpeta con papeles (entre ellos mi trabajo, o al menos eso esperaba), un libro de economía de 55 Euros que no pensaba tirar, no solo por el precio desorbitado sino porque con lo que pesaban sus 700 páginas era posible que no le alcanzase y, finalmente, lo que expliqué anteriormente que contenía el bolsillo exterior. “Joder, vendrá mi tren, tendré que subirme y lo perderé de vista. No puedo quedarme con esta intriga”. Sin embargo no sabía qué hacer.
El destino decidió por mí. Escuché por encima de la música de mis cascos el ruido de un tren acercándose. Me giré para mirar como aparecía mi tren. Sin embargo, cuando el sonido era demasiado cercano y aún no veía aparecer el morro puntiagudo del tren me di cuenta que no se trataba del que esperaba yo, sino del de la gente del andén de la figura. “¿Es posible que me pierda si hace alguna reacción al venir el tren que supuestamente está esperando?”. Y así fue. Cuando me giré, la parte delantera del tren ya había irrumpido en escena provocando que perdiese de vista al ente y sus posibles reacciones. El tren paró, abrió sus puertas, las cerró y se marchó tan rápido como había aparecido. La figura había desaparecido. No quedó ni rastro. Como si nunca hubiese estado ahí. Cuando el tren había estacionado, intenté observar a través de los cristales a la figura. Sin embargo, eran de color sepia y no permitían ver demasiado bien el interior, por lo que no conseguí vislumbrarlo. Me derrumbé en el banco pensando en que jamás descubriría si se trataba del fantasma del andén número tres o de si tan solo era alguien enganchado al móvil. Al final del día ya no recordaría aquella anécdota, pero en aquel momento mi trabajo había pasado a un segundo plano.
Por fin apareció mi tren. Me subí a él y escogí un lugar en el que sentarme. Saqué mi móvil para cambiar la canción. Entonces vi que tenía cinco notificaciones del Whats App e inmediatamente me sumergí en las conversaciones para mantenerme distraído durante todo el trayecto y convertirme así en un fantasma más, perdido en un mundo conectado mediante tecnología que nos produce una evasión del mundo real que puede llegar a ser enfermiza.

Lobero
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:06:32 pm
UN GRAN PASO PARA LA HUMANIDAD


 
Un día, a la hora de cenar, cuando yo tenía trece años, mi padre llegó a casa y me comunicó que a partir de entonces iba a dejar de ser mi padre para pasar a ser mi tío. No sé si esa decisión tuvo algo que ver con el hecho de que ese día todos andábamos algo trastornados porque aquella madrugada, sobre las dos y pico, estaba previsto que la nave Columbia, lanzada al espacio hacía cinco días, llegara a la Luna con tres astronautas a bordo. El caso es que a mí no me sorprendió el anuncio de mi padre. Además, el puesto estaba vacante: mi madre era hija única y mi tío, es decir mi dimitido padre, había tenido un solo hermano que había muerto siendo niño (nunca supimos de qué).
—¿Qué te parece Raúl? —me preguntó emocionado, nada más confesarme sus intenciones. Sus ojos brillaban como los de un gato en la oscuridad.
Sin aguardar mi respuesta, intentó justificar aquello ante mi madre mientras tomábamos una sopa juliana. Era la sopa favorita de mi padre, bueno, de mi tío a partir de ese momento. Mi padre le dijo a mi madre que prefería ser mi tío porque los tíos se relacionan con sus sobrinos de forma más espontánea, no de esa manera tan acartonada con que lo hacen los padres con los hijos, es decir, con menos obligaciones por ambas partes, casi como si fueran amiguetes. Le explicó que yo me estaba haciendo mayor y que a él no le apetecía seguir siendo mi padre, que en adelante prefería ser mi tío. Yo lo entendí a la perfección. Todo el mundo sabe que un tío asume ciertas cosas de un sobrino como normales, cosas que, sin embargo, un padre no podría pasar por alto de ningún modo.
En fin, el caso es que después de que mi padre dijera que ya no era mi padre y que a partir de ese momento era mi tío, intervine yo para decirles a los dos que la idea me parecía estupenda, una genialidad, y que estaba totalmente a favor de ella.
Y es más, añadí que su propuesta era muy razonable porque, bien pensado, si el hombre ponía por primera vez en la historia de la humanidad un pie en la Luna no había ninguna razón que impidiera que por primera vez también en la historia de la humanidad un padre pasara a convertirse en un tío. Quedaban muchas cosas por hacer por primera vez en la historia de la humanidad, y más valía que empezáramos cuanto antes, concluí.
Dicho esto, me sentí mucho mejor en compañía de mi tío. Congeniamos rápidamente. Creo que en el fondo nos parecíamos bastante. Sin hacer caso de las protestas de mi madre, nos pusimos a sorber ruidosas cucharadas de sopa juliana. Y entonces, de pronto, se me ocurrió que, rizando el rizo, tal vez, por qué no, sería incluso mucho mejor que en lugar de dejar mi padre de ser mi padre y convertirse en mi tío se transformara en mi hermano. Yo también era hijo único, como mi madre. Sin embargo, a pesar de que mi ocurrencia me pareció mucho mejor que la de mi padre, una sensación indefinida en ese momento me impidió mencionarla.
A mi madre, por su parte, al principio la idea no le hizo mucha gracia. Pero mi tío me dijo, mientras ella estaba en la cocina friendo patatas, que mi madre en realidad tenía envidia de él. Discutían bastante porque mi madre, según él, era muy tozuda. Mi tío estaba seguro, continuó, de que a ella le apetecería convertirse también en mi tía, pero no lo haría nunca con tal de no reconocer que mi padre había tenido una magnífica idea y ella no.
Con el segundo plato —merluza a la romana con unas papas a lo pobre—, mi tío le lanzó a bocajarro a mi madre:
—Podrías pensar en convertirte tú también en la tía del chiquillo, al fin y al cabo no está bien que su tío se acueste con su madre.
De pronto, ella lo miró con unos ojos tan grandes como dos platos de porcelana. Lo que decía mi padre era cierto. Al principio pareció contrariada, pero luego poco a poco vi cómo, en su trajinar del comedor a la cocina, lo miraba de reojo constantemente y se le escapaba una sonrisa que me pareció distinta, no su desencantada sonrisa habitual. Tuve la impresión de que miraba a mi padre de otro modo, con un brillo nuevo, como si realmente fuera otro hombre.
Luego mi tío y ella recogieron los platos de la mesa y se fueron a la cocina. Por el pasillo mi madre se contoneaba con una gracia que nunca le había visto. Tardaron un buen rato en volver a la mesa. Mientras tanto, yo caí en la cuenta de que existía una poderosa razón por la que no era muy conveniente proponerle a mi padre que en vez de convertirse en mi tío lo hiciera en mi hermano.
Como era evidente que el postre tardaría lo suyo en llegar a la mesa, me senté en el sofá y me puse a ver la tele. Ya no faltaba mucho para que el módulo espacial llegara a la Luna. Las imágenes repetían una y otra vez el momento en que el cohete había despegado hacía cinco días. Poco a poco se elevaba hacia el cielo y se hacía cada vez más pequeño hasta convertirse en un punto, dejando una gran estela de humo blanco. Era como si Dios se estuviera echando un pitillo. De vez en cuando intercalaban entrevistas a personas en la calle. Les preguntaban qué opinión tenían sobre un acontecimiento tan trascendental. La gente estaba exultante, como si, desde el momento en que el primer astronauta pisara suelo lunar, tantas cosas que se daban por imposibles hacía apenas un día ahora estuvieran al alcance de nuestras manos. Recuerdo que, entre los entrevistados, un tipo con cara de chiflado dijo que el viaje a la Luna era una mentira colosal, un enorme fraude llevado a cabo por los yanquis para desviar cientos de millones de dólares a la industria armamentística norteamericana.
—El alunizaje lo grabaron hace mucho tiempo en el desierto de Utah —dijo muy convencido de sus palabras.
Mi tío y mi madre regresaron al salón-comedor por fin. Se les veía felices y relajados.
Mi madre traía el frutero repleto de manzanas. Se sentó como alelada—verla sentada con nosotros ya era algo maravilloso porque, como se suele decir, era un rabo de lagartija—. Luego tomó una manzana y la mordisqueó mirando a mi tío, parpadeando mucho.
—¿Sabes qué, Raúl? Tu madre y yo hemos pensado que tu tío no se puede llamar como tu padre, así que a partir de ahora —mi padre se llamaba Asensio— mi nombre es Ernesto. A tu madre le gusta. ¿Qué te parece a ti?
No aguardó, una vez más, mi respuesta y enseguida se levantó, se acercó a la tele y subió el volumen. En las noticias ya se podía observar el módulo posándose suavemente en un lugar llamado el Mar de la Tranquilidad. Luego Neil Armstrong pisó la superficie de nuestro satélite y dijo la famosa frase: "Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad". Los tres mirábamos la pantalla fijamente como si fuéramos testigos de un milagro. Yo pensé en el pequeño paso que estaba dando mi padre y me pregunté si finalmente también sería un gran salto para la humanidad.
Hoy, cuando escribo sobre este recuerdo, tengo cincuenta y dos años. Mi padre murió hace poco, con ochenta y tres. La noche en que lo velamos en el tanatorio coincidí casualmente con un compañero del trabajo. En su caso, el familiar fallecido era su suegro. Al enterarse de que yo también estaba allí, pasó un momento por nuestra sala de vela para darme el pésame. Mirando hacia el féretro en el que yacía el cadáver de mi padre, me dijo que despedirse de un padre era uno de los tragos más amargos de la vida de un ser humano.
—Es mi tío Ernesto —le aclaré—. Mi padre murió hace muchos años, el 20 de julio de 1969 para ser exactos. Nunca olvidaré la fecha porque fue el mismo día en que el hombre pisó por primera vez la Luna.

Saljo Besa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:07:41 pm
El zorrillito



Cierto día un zorrillito se daba cuenta de q los animales del boque lo evitaban porque lo consideraban inútil y el se sentía así, porque pensaba que no podía ayudarlos de ninguna manera, así que se puso a decirle a dios: ¿porque me creaste si soy tan inútil?  No tengo ninguno de los dones que le diste a los demás animales, excepto este mal olor que expelo el cual hace q estos se alejen de mí.
A lo cual dios dijo: aun no sabes lo valioso de tu don, pero pronto lo sabrás criatura mía.
El zorrillito respondió con desesperación queriendo que se le quitara ese olor, a lo cual Dios le  respondió: piénsalo diez días, si después de esos días quieres que te quite aquella fragancia, te la quitare.
El zorrillito acepto, pensando que pronto se vería librada de aquella “maldición”, se empezó a sentir alegre al dirigirse a casa.
Entonces pasaron los días y vio que algunos de los animales del bosque habían sido rodeados por unos leones hambrientos y no tenían escapatoria, el zorrillo los vio, y fue hacia donde los leones para defenderlos y los leones al verlo se reían de ese atrevimiento del zorrillo; diciéndole: Que puedes hacer tu pequeña peste inútil. Hasta que el zorrillo dijo: lo único que puedo hacer es usar esa peste que poseo.
Y los ataco con ello usando su olor fue tan fuerte el olor q los leones huyeron despavoridos, mientras q los animales agradecidos lo hecho por el zorrillito lo saludaban y agradecían profundamente por su acto de valor.
Y en eso Dios hablo desde el cielo y le dijo al zorrillito: lo has visto criatura mía, eso que considerabas una peste es el don que yo te di, aparentemente inútil, pero este te ha servido para salvar tu vida y la de tus amigos; no menosprecies jamás el don que yo doy a cada criatura, pues por mas minúscula q parezca ser, en realidad sus efectos para uno mismo y para otros es enormemente beneficioso.
Entonces Dios le preguntó nuevamente:-Zorrillito: ¿quieres que te quiete este don?
 Y el zorrillito le dijo: no me lo quites ahora comprendo que mi don es valioso cuando reflexiono en el uso que puedo darle a este y no pensar en el lado malo de este.
     
Así tanto el zorrillito como el resto de los animales entendieron que las cosas que vemos como negativos en uno mismo  no era lo que los limitaban a ser mejores, sino era el prejuicio que tenían ellos mismos acerca de las cosas que recibieron, que los cerraba de usar aquellos talentos que tenían que profundizarse para hallarle el correcto uso a estos.

Tezuka
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:08:33 pm
EL SUEÑO REAL



Después de ver las noticias por televisión, Félix Roberto salió de la sala y fue hasta su alcoba con la intención de irse a dormir. Subió las escaleras; sin prisa, pasó por entre los mármoles de las paredes. Ya por allá en el segundo piso, con un impulso de mano empujó la puerta y cansado entró al recinto. De proximidad, presionó el interruptor de luz. Por el acto se prendió la bombilla y como siempre, Félix vislumbró el lugar circundado por ese acuario hermoseado entre peces, que tenía desde hace años.
Además de todo, se acordó de algo importante y fue rociarle un poco de concentrado a las bailarinas rojas. Con parsimonia, lo hizo. El joven en esta tarea estuvo un rato. Las supo a ellas en medio de brincos, nadando por las aguas, cogiendo la comida de colores, que les esparcía. Por tal fascinación, él sintió algo de sosiego. Lentamente se alejó de sus fracasos como de sus problemas.
Y cuando dieron las diez de la noche, Félix comenzó a tener más sueño. De modo que fue directo a su cama. Allí se sentó, quito sus ropas del cuerpo, más levantó la almohada y se puso la sudadera para estar fresco.   
Al cabo de unos segundos, recordó a su amigo, Miguel. Era él en realidad misterioso. La mañana de ese mismo viernes, lo encontró solitario por el centro de la ciudad. Iba como obnubilado con sus pensares. A pesar de ello, ambos se saludaron al distinguirse, aparte de que cruzaron algunas palabras con comentarios prudentes.
Entre tanto, para Félix fue curioso ese acontecimiento con Miguel, por eso le volvió a la memoria. Le llegó a modo de chispazo. Vio el pasaje y supo la ocasión toda prevista con su amigo. De otro sentido, trató de olvidarlo, no quiso más repetirlo por creerlo un dilema. Para lo mejor suyo, se estiró a oprimir de nuevo el interruptor con el dedo y pronto apagó la luz.
Una vez a oscuras y a solas, se recostó contra el colchón en vez como cerró los ojos para irse durmiendo. Tal estado anhelante, le costó alcanzarlo a Roberto, pero al tiempo lo consiguió con plenitud. Lentamente, fue concibiéndose en el espacio onírico. Desde su interioridad partió hacia lo extraordinario. Fue yendo así por lo etéreo, todo él en volición, hasta cuando penetró por fin en la ensoñación.
 De relación por allá, Félix se vislumbró en una plaza con árboles morados. Descubrió que caminaba por un sendero, rociado de hojarasca. Iba a paso lento, estando distraído con la cara desorientada, cuando entonces se apareció por detrás Miguel, quien lo abordó con rudeza, siendo amenazador. Por su posición, no fue capaz de enfrentarlo. Enseguida a traición, sin dejarlo reaccionar, apretó su cuello empleando un brazo y con la otra mano, fue metiéndole tres navajazos por la espalda a medida que amanecía el sol. Sobre lo demás, Miguel corrió hasta un automóvil, huyendo atrevidamente a toda velocidad y Félix Roberto cayó al suelo, chorreando sangre por el estómago.
Sucesivamente pasaron las horas como serpentinas. Y al otro día, Roberto se despertó sobresaltado entre las cobijas. Tuvo varias intuiciones de lo que había soñado. Obvio que sintió terror. Dudó en como debía proceder. Al cabo de cavilaciones, resolvió pararse de la cama para encarar lo expectante. Se vistió con ropas elegantes, cogió su portafolio y bajó al primer piso. En cuanto estuvo abajo, cruzó la sala amoblada, cual tenía un retrato de Darío Jiménez. De continuidad, fue hasta la puerta principal; la abrió con cuidado, salió a la calle.
A su hora afuera, anduvo tres cuadras, volteó en una esquina, más ingresó a la plaza Murillo Toro. Esperó por allí unos minutos y preciso, Miguel llegó por detrás y terminó el cuento.

Fedorvelt
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:09:31 pm
LA ABUELA


                                     
Cuando me levanté, nada a mi alrededor me parecía familiar. No sentía el olor a las tostadas recién hechas ni al café un poco quemado. No escuchaba gritos ni risas de nadie, parecía que estaba sola.
   Después, cuando me miré al espejo y vi mi rostro reflejado, me di cuenta que aquel tiempo ya había pasado, ahora me tocaba vivir otro, muy distinto al anterior. Ya no tenía cerca el colegio de niñas que me alegraba las mañanas con sus canciones infantiles, ni tampoco estaba Matilde, mi vecina, que tenía llaves de mi casa y me preparaba el desayuno para cuando yo me levantara  tomarlo con ella.
Me encontraba en la habitación, mirando las paredes blancas, como la cal que utilizaba para encalar mi azotea, antes de que el progreso llegara y, por las lluvias, por los malos materiales de construcción o por los años, tuviera que utilizar ese material rojo del cual no recuerdo el nombre,… y empecé a acodarme de fragmentos de mi vida, de cuando era joven, hermosa y el mundo se rendía a mis pies.
He intentado unir todas las piezas, pero cuando el tiempo pasa y una se va haciendo mayor comienza a olvidar partes de su vida, que en ese momento                                                                                 podían bien haber sido importantes o, por lo menos, dignas de ser recordadas en todo cuanto valían aunque valieran muy poco.
Me acordaba de cuando era niña, de cuando, viviendo en casa de mi abuela, me levantaba al alba para ver el reflejo del sol de la mañana entrando por la puerta principal de la casa, de cuando veía su delantal tirado encima del sofá anunciando su visita irrefutable y diaria a sus vecinas que, aunque ella era la mayor de toda la calle, no había un solo día sin que pasara revista oficial para comprobar que todas habían despertado y se encontraban perfectamente. Era una sensación tan hermosa que me llenaba de vida  y, cuando comenzaba a anochecer, me sentaba en una mecedora de  la salita, un salón de estar entrañable con un mueble pegado a la pared del fondo lleno de pequeños “cacharritos” que ella había ido guardando y coleccionando a lo largo de toda su vida, si los mirabas bien, la mayoría de ellos esperaban pegados por todos lados dando a entender no ya el tiempo  sino el cariño que les tenía, guardándolos como tesoros preciados, como lo que significaban para ella,… supongo que lo entendía y en fondo de mi corazón sentía nostalgia de esa vida llena de pequeños detalles, pensando en que algún día mi nieta me preguntara el origen de mi pequeña, barata pero importante colección de objetos.
Mi habitación estaba del otro lado de la pared del salón y recuerdo que yo siempre me iba a la cama mucho antes que ella, tenía un poco de miedo pero se me pasaba cuando le habla a través de la pared y escuchaba su voz al otro lado. Entonces tenía mucha imaginación y pensaba que mi cama era una balsa que atravesaba el río Mississippi y me pasaban mil y una cosas. En otra ocasión, a la cama le salían barrotes y yo era un león enjaulado que iba de un lado a otro rugiendo, escuchando a mi abuela preguntarme si me encontraba bien, entonces me acostaba e intentaba dormir. Una vez tuve un sueño en el que un pirata me quiso matar, así que salí corriendo a la cama de mi abuela, me acurruqué con ella y dormí placidamente  hasta el día siguiente.
Todo esto que recuerdo y de lo que ha pasado ya toda una vida me enorgullece, me llena de paz interior y me hace pensar que una vez, hace ya algún tiempo, fui una niña que después fue creciendo y me convertí en mujer,  ahora estoy aquí, con otras mujeres y otros hombres que comparten mi mismo destino, mi misma mesa en el almuerzo y en la cena, mi mismo baño y mi misma enfermera.

                                                                               
Llega un momento cuando parece que todo se acerca a su fin, un momento en el que, mientras te quede razón, puedas poner en orden tu historia, esa historia por la que te recordaran y por la que te sientas viva.
Rodeada de la familia que te ha tocado por similitud de edad, o de parentesco, intentas pasar el tiempo que te queda lo mejor posible, lo más feliz que se pueda,  ya no te quedan vecinas con quien cotillear, almuerzos que hacer para una sola persona, cortinas que colgar a juego con la colcha de tu cama individual,… así que una tarde rodeada de esa familia en la sala de la televisión, después de tomar al café descafeinado con una magdalena, empiezas a contar una historia, sin que nadie te pregunte pero, después de haberla guardado tanto tiempo para ti sola,...  sientes deseos de cogerla de tu recuerdo ya por miedo a pensar que pueda quedar en el olvido; así que empiezas a hablar y ves como las mujeres que te escuchan empiezan a interesarse:

“Yacía desnuda en la cama con el olor del amante aún en su cálido cuerpo, sin decir ni una palabra, dirigió su tranquila mirada hacia él, no hacía falta ningún gesto de aprobación, su cuerpo aún temblando hablaba por ella, sí, así era, eso era el amor.                                                                     
Después se vistió despacio, se colocó bien el pelo y se alejó, dejando que el tiempo pasara,... esperando volver a estar ahí,… tumbada de nuevo.
   No sabía si volvería a verlo algún día pero estaba segura de que era lo que quería, lo que ansiaba,  lo que deseaba con todas sus fuerzas, sin embargo, era lo que nunca sucedería.
   El tiempo fue pasando  y con él sus esperanzas,… era como si se hubiese borrado de su mente, como si aquello nunca hubiera pasado,… tenía que seguir su camino y así lo hizo. Nunca vio partir el barco que lo alejaba de aquella noche de amor, para ella, inolvidable, ni siquiera sabía si ese barco, existió alguna vez.
De aquella cálida noche sólo le quedaba el recuerdo,… recuerdo que se iba borrando como se disipa la niebla de la mañana,… como desaparece la estela del mar.
Después de un tiempo y por culpa de la nostalgia y el dolor que sentía al pensar en él, sabía que si por capricho del destino algún día se lo encontrara, no sabría qué decirle, ni qué hacer,… correr y abrazarlo, hacer como si no lo conociera, echarse a llorar o salir huyendo.
Pero eso nunca ocurrió, el tiempo iba pasando y cada vez más despacio, y ella, en cada persona que se cruzaba por la calle, por el mercado,… en cada voz que oía, en cada sonrisa, en cada lamento,                                                                          siempre lo buscaba, pensando lo feliz que sería si eso volviera a ocurrir.
Después de muchos años de soledad, de olvidarse del amor, por pensar que sólo él la podía amar, se quedó sola,… sola con sus recuerdos que, como ella decía, eran pocos pero intensos,… eran los suyos.”

Terminé de contar mi historia y pude ver como enmudecieron todas, como se miraban unas a otras sin decir nada. Daba la sensación de haber hablado ante el espejo. No hubo comentario, nada, parecía que no me hubieran escuchado, a lo mejor estaba cada una pensando en su propia vida esperando encontrar alguna similitud con lo que yo les decía. Quizás no la encontraron y yo me sentía dichosa pensando así porque eso sólo me había pasado a mí  y era lo que me acompañaba en ese momento. Mi cara debió entristecerse al ver las de mis oyentes ya que parecían consternadas, como sintiendo lástima de mí, de mi triste vida y de mi insulso pasado. Para mí era lo más grande que me había sucedido y sé que  podría haber seguido una vida diferente pero fue la que elegí y no me arrepiento de ello. Esos son los recuerdos que quería compartir con esa familia postiza que, como los parientes lejanos, no teníamos mucho en común,  salvando la  residencia en la que vivíamos, las personas que nos atendían y                                                                        el aire que respirábamos.
No tenía necesidad de enseñar parte de mi pasado y ni siquiera sé si lo entendieron o no, pero eso es lo menos. Sentía la enorme y a la vez extraña necesidad de compartir con mi pequeño mundo algo tan preciado para mí como era el haber conocido el amor aunque fuera por un breve pero intenso periodo de tiempo.
Se acercaba la hora de ir a ver la película que ponían esa tarde, no era casi nunca de  gran interés pero a esa hora y en ese lugar, era lo que mejor podíamos hacer. Así que pasamos a la gran sala de la televisión que era como un cine pero en miniatura y con los asientos mas cómodos puesto que cada uno elegía el que le fuera mejor para su espalda y sus riñones. Después del cine nos quedaba el tiempo justo de ir al baño antes de que sonara la campana que anunciaba  la cena, así que me dispuse a ir a cenar, como todas las noches, la cena se servía entre las siete y las ocho, también como todas las noches el primer plato era sopa y el postre era flan.                                                                     
No todas las noches pero sí en víspera de fiesta y todos los domingos, nos permitían dar un paseo por los jardines. A mí me gustaba mucho el olor a azahar que desprendían los naranjos cuando estaban en flor y la luz de la luna reflejada en el pequeño estanque del centro me confortaba, me llevaba de vida, me hacía recordar otros tiempos, esas noches de verbena cuando mirabas al cielo y veías las guirnaldas de colores intermitentes coronando la plaza del pueblo. Me acuerdo de estar   sentada en la silla al lado de mi madre y de mi hermana mayor esperando a que algún mozo invitara a mi hermana a bailar. Entonces yo me imaginaba con un vestido blanco y un enorme lazo celeste ciñéndome la cintura bailando con algún muchacho guapo del pueblo, pero nadie venía y me tenía que quedar con mi madre sentada todo el tiempo que duraba el baile, luego me compraba una enorme manzana roja de caramelo y se me olvidaba todo lo demás, también tengo que decir que tenía once años.
Mientras recordaba mi infancia pasó el tiempo de dar casi una vuelta entera a los jardines. Cuando ví que se aproximaba Vicente, un hombre que vivía allí conmigo pero en el otro ala de la residencia. Era un hombre alto, un poco rudo y con rasgos muy marcados por la edad. En otro tiempo había sido marinero y el viento, el sol y el mar no habían sido nada compasivos con él, haciendo ver en su rostro la dureza de su profesión. Vicente me acompañaba  todas las noches que salíamos a pasear y me contaba cómo había sido su vida cuando era joven y trabajaba en los barcos yendo de un lado a otro, conociendo muchos lugares, me hacía recordar los sueños de piratas que tenía cuando era niña y por los cuales, muchas noches, tenía que irme a dormir con mi abuela. Supongo que era más interesante contar esas historias que las verdaderas, dándole un hilo de suspense y aventura en una noche que se prestaba para ello.
Se estaba haciendo un poco tarde y ya el día y la noche habían dado  de si todo lo que cabía esperar. Me despedí cordialmente de Vicente y me fui a mi habitación. Cuando llegué ya Marisa y Teresa estaban acostadas, así que me puse mi camisón largo y blanco, me cepillé mi pelo y me acosté. Era hora de ir a dormir y de dar tiempo a un nuevo día donde poder volver a mi pasado mientras me quedara espíritu y razón.

Violeta Green
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:10:53 pm
Instintivo



Toda mi vida me sentí atraído a muchas cosas, creo que como cualquiera.
Sin embargo nunca fui “raro”. Por el contrario, me considero totalmente normal.
El fin de semana pasado salí a bailar con mis amigos, fuimos a una discoteca de Pocitos. Pasamos re bien, nos matamos de risa con los chiquilines, y conocimos varias gurisas. Conseguimos sus números de teléfono. Capas las llamamos en la semana para hacer algo… no lo se, veremos.
Ayer, tuve un día largo.
Me levanté muy temprano, antes que el resto de la familia.
Tengo dos hermanas pequeñas, una de 6 y la otra de 10. Ellas dormían. Mis padres también.
Así que después de lavarme la cara y los dientes, empecé a hacerme el desayuno, algo rápido y fácil, porque aún estaba dormido, aunque levantado.
Un café con un refuerzo de fiambre, como para aguantar hasta el medio día que almorzaría. Quería hacerme unas tostadas, porque me encanta el olor a pan quemadito en las mañanas, pero no tenía en ese momento la voluntad para ello.
Me fui a clase, me tomé el bus de siempre, con la misma gente de siempre, con la misma demora de siempre.
Una vez en la facultad, las clases fueron normales, nada interesante verdaderamente, solo más cosas que estudiar para salvar una materia que no me interesaba en realidad. Una de esas materias genéricas que en realidad uno nunca termina de entender para que verdaderamente sirven y solo te alejan de aquellas específicas de tu carrera que son las que vas a terminar usando a diario y que deberás conocer al dedillo para ser bueno en lo que quieres hacer.
Salí de estudiar a eso de las once y media y me apronte para almorzar.
Comí en una plaza, como siempre, una vianda que me había preparado la noche anterior. Una milanesa al pan con tomate, lechuga, mayonesa, etc. Y una coca cola que me compre en el quiosco de la esquina.
Después de eso me fui a trabajar unas horas, como siempre. Estaba trabajando en una imprenta, donde colaboraba con los trabajos gráficos como ayudante del diseñador.
No era un trabajo muy complicado, y me gustaba, aprendía mucho. Además siempre me sentí atraído a ese olor que generaban las maquinas cuando el calor de las mismas se aplicaba a la tinta, y como el papel tibio salía de las mismas constantemente.
Además de que muchas veces me dejaban aportar alguna que otra idea para los diseños de folletos, afiches, y demás cosas que allí llegan a diario, ya que tienen una gran clientela.
Mas tarde me dirigí a casa, estaban mis padres y converse un rato con ellos de como fue mi día, pero estaba bastante cansado así que fui a mi cuarto a tirarme un rato en la cama.
Al rato pude sentir la puerta abrirse, eran mis hermanitas que venían de jugar con las amigas.
Por un momento quede dormido.
Me llamaron para cenar. Comimos en familia como siempre, y luego de hacer la sobre mesa, acostaron a mis hermanas, y todos nos fuimos cada uno a su cuarto.
Quede lleno con los canelones que hizo mi madre, riquísimos verdaderamente. Con la panza llena me recosté y otra vez quede somnoliento.
No se que paso luego.
Lo siguiente que recuerdo de mi es estar llorando en la acera observando mi casa incendiarse completamente, y un bombero que posa sus manos en mis hombros, diciendo no es tu culpa.
Sin embargo yo se que fue mi culpa, ahora lo se.
Me estoy viendo frente al espejo, y una sonrisa macabra se me dibuja, se arquean mis cejas y mis ojos tienen un fuego siniestro, mi rostro todo tiene una seña de goce por ese fuego, y recuerdo bien lo que hice.
Mi padre tenía un Ford falcon en el garaje, al cual hacía un tiempo no le funcionaba el medidor de combustible, así que siempre llevaba en el baúl un bidón con gas oil.
Tomé ese bidón y regué combustible desde la cocina hasta la acera. Moje cortinas, muebles y algunas paredes, y abrí el gas de la cocina.
Como si algo se apoderara de mi, me aleje, sin tomar nada mas que un encendedor, y comencé a reírme, me reía sin parar en la vereda.
Y encendí el combustible. Una llama se disemino como una víbora que serpentea ágil y veloz hacia la casa, y una gran explosión iluminó toda la cuadra.
Todo estaba en llamas, todo estaba muerto y ardiendo, incluso mi familia.
Mis carcajadas descontroladas, se transformaron sedosamente en llanto de dolor.
Pero aún no entendía que había pasado.
Recién en este momento lo recuerdo, y mis carcajadas regresan, y tengo un encendedor en la mano.
¿Lo tengo?
No se si es real o no, me siento atado por mis ropas.
No se donde me encuentro.
En mi mente solo hay fuego.
Y mi cuerpo solo sigue a mi mente.
¡Ah… fuego!

Fáramir García
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:11:41 pm
LA SOPA CALIENTE



Cenaban en la exquisita mesa del salón de invitados. La cubertería de plata relucía impecable, las copas de filo dorado se antojaban nuevas y las sillas tapizadas en rojo burdeos a juego con las grandiosas cortinas que cubrían la cristalera de aquel salón denotaban sobriedad y elegancia aquella noche.   La lámpara de araña del siglo XIII brillaba envolviendo la escena de una luz nunca vista antes en la oscura e inquieta mansión de los Foster. El mayordomo observó atento como Lord Henry levantaba su mano izquierda indicándole que se acercara a servirle más consomé. La  invitada de honor y su marido, los Duques de Wellington, agradecían aquel caldo caliente que les reconfortaba los gélidos huesos como consecuencia del temporal y las lluvias. A pesar de todos los chismorreos que se escuchaban sobre los Foster, ellos se sentían bastante a gusto aquella noche cenando en su salón. Margarita Wellington se sentía satisfecha de haber aceptado la invitación de los duques.
Los Foster, según decían las malas lenguas, eran gente extraña. Su presencia era como mínimo inquietante y siempre se habían visto envueltos en los más desagradables incidentes de la zona. Algunos los llamaban “el matrimonio sin alma”, alegando que era gente falta de emociones o expresividad alguna. “Gente gris” decían otros.
Sin embargo, esa noche, Margarita Wellington los encontraba un matrimonio de exquisitos modales y agradable conversación y aquello, era algo que no se encontraba fácilmente en esos tiempos.
Cuando el mayordomo se disponía a servir el último cucharón de consomé a Lord Henry la maravillosa lámpara de araña se descolgó del alto techo cayéndose encima del mayordomo, que se desplomó en el suelo desencadenando una gran mancha roja en la exquisita moqueta.
Los duques de Wellington aterrados miraban la escena con los ojos fuera de las órbitas, mientras Lord Henry y su esposa, sin inmutarse, seguían saboreando impasibles la deliciosa sopa caliente.

Duquesa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2013, 16:12:57 pm
EL ATICO HELADO



En el puerto se cuenta la historia del ático helado, cómo recibió su nombre y por qué los marineros aún le extrañan. Hablan de Aguaviva, la tabernera de dudosa reputación, del capitán Oliver, la sombra de Peter Pam, y de mí, como no, del perfumado gordito del labial rojo. Y quizás, como la historia se ha relatado tantas veces ha echado raíces en la memoria del pueblo.
Así pues, conociendo lo valioso de los minutos que se escapan y dejando la realidad a vuestra elección, traeré mi nefasto recuerdo a este cuarto y el pasado vivirá mientras los silencios abracen mis palabras.
En ella, como en todos los relatos eternos, hay cosas buenas y malas, blancas y negras, santas y perversas. No obstante, en el corazón del que lo narra jamás hallareis medias tintas.
Me desperté totalmente a oscuras. Aquella noche no había estrellas en el puerto y tan solo el familiar paseo del faro consiguió situarme. Unos tábanos zumbaban pesados, insistentes. El petróleo formaba charcos relucientes de miel fundida en el suelo bajo el ámbar de los farolillos. Saqué un espejo redondo del bolsillo y vi mi propio rostro deformado, los rizos brillantes de aquel entonces bailaban sobre mis hombros, de mis labios no había desaparecido el maquillaje y mis pequeños ojos oscuros se perdían en el reflejo. Luego, incomodo por el frío, fui en busca de una pequeña pensión cuya dirección había anotado antes en la etiqueta de una botella.
A mi espalda despertaba la vida nocturna del astillero, tras diez ventanas resplandecientes que iluminaban como una cascada de luz la hilera negra de los botes; en la puerta, reía una pequeña muchacha. Señalaba con un cigarro a una pareja que caminaba a cinco o seis pasos de distancia. Él balaceaba las manos como si acabara de soltarse del brazo de la altísima mujer que lo seguía, a fin de que no los viesen pasar juntos bajo la viva luz de los globos de la puerta.
El tamaño de aquellos tacones sacudió por instinto mi curiosidad. Despegué mis sudorosos dedos de la botella y la abandone con sus señas. Ya estaban, si no mis pasos, mis intenciones encaminadas hacia aquella taberna.
- ¿Qué es lo que haces?... ¿A dónde vas?
No respondí de inmediato, aquella niña obstaculizaba la entrada. Era tuerta, tenía un rostro blanco y fino y una mirada penetrante. A pesar de que apenas su mentón alcanzaba mis caderas, se trataba ya de una mujer. Luego, como ella repitiera la pregunta, airado, me decidí a contestar:
- Me parece que lo ves bien… Busco calmar mi sed y descansar junto a un fuego.
Dejé que me observara de forma prolongada. No acostumbro a tener paciencia y mi cabeza latía constante y dolorosa. Tras tres largas caladas y después de un nuevo silencio agregó:
- ¿Tienes, acaso, dinero? Soy Aguaviva, la dueña.
- ¡Dinero ¡Claro que tengo dinero!
Al tiempo en que vacié sobre su palma las monedas de mi bolsillo, se abrió la puerta con estruendo. Se trataba de aquel hombre. Blandía sobre su mano una larga navaja y en la comisura de los labios lucia sendas cicatrices alargadas.
- ¿Qué sucede? -inquirió el capitán.
- No me extraña que salgas a recibir a nuestro huésped -rió cantarina Aguaviva, y creí ver enrojecer al capitán-. -Viene a disfrutar de mi palacio, quizás de la compañía que yo contemple presentarle. Vuelve a tu barco, Oliver, y no metas tus cuchillos en mis asuntos.
- ¿No te habrá mentido? –sondeó acercando sus ávidos dedos a las monedas. Aguaviva cerró el puño y volvió el rostro hacía mis ropas.
- No, señora.- me apresuré, para finalizar su examen.
- ¡No me llames “señora”! Solo lo advierto una vez; pasa al interior, el capitán Oliver apreciará tu conversación.
Él señaló con la crudeza de su navaja el único ojo con el que la mujer se defendía y, tras permitirme cruzar el umbral de la taberna, se perdió entre las sombras del puerto.
Como ya sabréis, tras aquella noche se desencadenó el juicio por homicidio más extraño de la región.
Era éste uno de esos casos relacionados únicamente con pruebas circunstanciales, en los que la ansiedad de los miembros del jurado, al haberse cometido errores evidentes, hace enmudecer la sala. La asesina había sido descubierta con el arma homicida en la mano, una afilada navaja. Cuando el fiscal presentó el caso, ninguno de los presentes juzgó que aquello fuese más lejos de un ajuste de cuentas. Aguaviva había hecho justicia ante el hombre que le arrebató la vida a su marido y desfiguró su rostro.
La versión oficial cita cómo llegué a entrar en aquella escandalosa taberna y consumir con cada trago mi conciencia. Dicen que borracho, a modo de tantos otros, ignoré los gritos y feroces aullidos del capitán en el ático. Enajenados, como siempre
subsisten quienes pertenecen más al océano que a la tierra, los marineros no dudan en llamar terremoto al temblor de las paredes. Pero era allá arriba, mi pulso quien buscaba el cielo a martillazos.
Recuerdo que al no conseguir terminar la segunda copa, busqué descanso. Su pequeña falda bailaba abriéndome camino sobre los peldaños, tarareaba una cancioncilla mientras con los dedos de la mano derecha hacía desaparecer y aparecer de nuevo una llave.
- Aquí encontrarás un buen jergón para descansar. Lamento no tener habitaciones, no obstante el ático es el lugar más cálido y menos ruidoso. -Miraba sus rápidos dedos; la acción era mecánica, precisa. Me entregó la llave.- Lo cierto es -continuó- que creí que buscabas otra cosa en el local y me alegro de haberme equivocado -no dije nada, estaba cansado y harto de especulaciones, pero ella vacilaba-. ¿De verdad no quieres la compañía del capitán? Tiene cierta fama…
Los ojos de Aguaviva tenían entonces una mirada firme y cruel como la de un halcón, mientras el resto de su rostro sonreía con toda cordialidad. Dí un portazo y eché la llave.
La ventana era redonda, minúscula, el viento iba y venía silbando entre las rendijas y también las conversaciones del porche.
- Lo lamento -repetía una y otra vez una voz masculina-, No, no es la existencia la que lamento perder, es la ruina de mis proyectos, no quiero hacerte daño. El mar ha cambiado y ya sabes que mi humor lo acompaña. No volverá a suceder–insistía-.
- ¡Y a mí que mi importa eso! –reconocí a la tabernera-. Igual tú y tus manías mientras no te metas en mis asuntos. Ya me robaste un ojo, la libertad me salió muy cara.
- …pero eres más feliz.
- ¡¡Mientras te alejan las olas!!, ¡Suéltame! Ya sé qué estás buscando –declaró con sorna-. Él, anhelante, te espera en el ático.
- ¿Será cierto?
- ¡Corre, malnacido! ¡Corre a su encuentro!
A las palabras de Aguaviva les siguió un silencioso lamento. Oyéronse en las escaleras y corredores los precipitados pasos del capitán. Confieso que el temor y el espanto me clavaron junto a la puerta mientras el picaporte viraba a la izquierda.
Aunque aturdido y sofocado, tuve sin embargo suficiente presencia de ánimo pare contener la respiración, y como llevaba la mano derecha preparada, un puñetazo sacó al intruso de la sala en el mismo segundo en que se proponía cruzarla.
El capitán se mordió los labios hasta saltársele la sangre, sufría al no poder dar rienda suelta a su furor. Comprendiendo que en tales circunstancias el ridículo estaría de su parte, ya había empezado a alejarse de la entrada del ático, cuando reflexionando, volvió sobre sus pasos.
Por su frente acababa de cruzarse una nube, dejando en lugar de la razón, las huellas del orgullo ofendido. No había perdido de vista su navaja y en el momento en que se abalanzó sobre mí, se la arrebaté de la mano. Luego cayó a mis pies, llevando tras su pecho el golpe mortal de su cuchilla.
- ¡No! – gritó Aguaviva que cayó sobre el rellano testigo del desenlace- ¡No!- murmuró asfixiándose inmóvil.
- -¡Ah! ¡Adiós! ¡Adiós mundo! –gritaba él con sus últimas fuerzas-, pero quién..., no veo... Mil puntas aceradas me atraviesan el pecho.- Ella cogió su cabeza- ¡Oh! ¡No me toquéis, no me toquéis!
Tenía los ojos completamente fuera de las órbitas, la cabeza caída hacia atrás y el cuerpo rígido.
- ¿Dónde estoy? ¿Dónde me encuentro?
Pálida, cual si una venenosa serpiente hubiera aparecido a sus ojos, dejó caer una mirada helada sobre el desgraciado que agonizaba.
- En el mar, Oliver. Hay tormenta.
La pobre apoyó la cabeza de él entre sus muslos y se arrojó sobre su lecho mortecino.
- No escucho las olas, ni el viento.
- La ventana -musitó sin siquiera mirarme.
Aquel ventanuco no tenía forma de abrirse. En ese instante la oscuridad era completa, los primeros truenos de la tormenta que se presentaba comenzaban a resonar en el cielo; una gruesa nube de refulgentes franjas como heridas se extendía de un lado a otro del horizonte.
- ¡Inútil! -bramó airada la dueña, martillo en mano. De un solo golpe todo el cristal se desprendió del marco.
- Aguaviva, Aguaviva- el capitán la llamaba en su último aliento-. Sácame a la cubierta, si muero quiero sentir el viento del océano.
Luego, intentando incorporarse, gritó con una especie de desesperación:
- Dejadme llegar a la cubierta. ¡No pido la libertad, sólo pido mi vida!
La pequeña relajó el puño dejando caer el martillo y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro empapando al navegante. Fue entonces cuando me apoderé de la herramienta y, confundidos con los truenos, los golpes de mi martillo derribaron toda la pared Este de aquel ático.
De rodillas y con el arma en la mano encontré muerta a Aguaviva. No advirtió la luz, como no había advertido el vendaval de la fría tormenta mientras cubría de besos a su amado. Hasta la aurora vino sin que ella la advirtiese. Sucumbió de pena en sus brazos.
Les hallaron cubiertos de una fina escarcha y decretaron que ella murió dormida. Helada.

Juno
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 14:57:56 pm
Voces y momentos



Sé que los instantes se multiplican mientras recorro los pasillos de este asilo, sé también que el tiempo es la tarde, la mañana y la noche. A veces miro al cielo y no sé cuan grande puede ser el mundo, y por momentos agacho la cabeza, miro el suelo, y sí, sé, exactamente, qué grande es mi vida. Vida de mis manos que no hacen otra cosa que acariciar los mismos olores que siento todos los días, vida de mis pies que son pequeños, a pesar de tantos pasos que han dado. Alguien me dijo ayer que tenía muy largo el bigote, hoy por eso me lo quité, a veces hago caso de la gente, muchas veces el cuerpo de uno lo conocen más los demás, yo ya no observo mucho de él, sólo siento mi piel antigua.
Este fin de semana la mayoría de compañeros reciben las visitas de sus familiares, yo estoy sentado de nuevo con mi amigo, esta mañana me hizo señas que se había orinado sin querer, es como un niño, él también me lo hace sentir, cuando me mira en las noches con sus ojos vagabundos.
Hace un momento una chiquilla corría muy rápido mientras gritaba justo en el momento en que vio a su abuelo parado junto al cerezo. Venía en el momento en que yo iba, tropezó y cayó junto a mis pies pequeños, quise tener tantas fuerzas para levantarla en seguida. Después ella abrazó a su abuelo mientras las lágrimas caían por su rostro. Cómo se sentirá abrazar a un niño y sus lágrimas.
Para mí que aquella niña se llama Teresa, Teresa siempre me ha parecido un nombre de alguien grande, inalcanzable, pequeña y dulce Teresa, más grande que las torres, más honda y con más lágrimas que el Atlántico.
Volví a tenerle miedo al agua, hace muchos años sentía que bañarme era la tarea más triste que hay en la rutina, sentía que el agua me robaba algo mientras deslizaba por mi cuerpo, me producía un vacío enorme, en vano trataba de recogerla, no me alcanzaban las manos para poder regármela de nuevo.

Efraín se llamaba, ayer murió, lo sé porque dormía en el cuarto nueve, y nueve veces sonaron las campanas. Una vez me contó que le gustaba la muchacha de la enfermería, que hasta le escribió el poema "enfermera enfermerita, cómo está usted de bonita". Así lo comenzó a recitar a la hora del almuerzo, soltó su cuchara, bebió un trago de limonada y declamó sus versos, los mismos que quemó después porque me dijo que le había dicho a la enfermera enfermerita que se casara con él, y ella muy sonriente y tomándolo de las manos, le dijo que sí, "que mañana en la tardecita mi Efrencito". Al otro día en la mañana llegaron unos hombres con un pastel de tres pisos y un letrero que decía "enfermera enfermerita", lo colocaron sobre la mesa central, y después de almuerzo dijo la noticia a todos, pero que no más tocaba esperar a la novia. La madre superiora se dio cuenta de todo y a las seis de la tarde dijo que partieran el pastel para la comida, y Efraín se fue a su cuarto llorando y con el poema en las manos, pues era jueves, y estos días la enfermera enfermerita va a la ciudad a traer medicamentos.

Me gusta más  el frío que el calor, me siento más lúcido, mis sueños son frescos, y mis recuerdos se hacen fríos, el calor los derrite, no quiero tener recuerdos derretidos, me dolerían, mis manos temblarían al tocarlos.
Cuántos años tendré, dejé de contarlos cuando alguien me dijo que éstos no se cuentan, se viven.
Detrás del muro del patio siempre oigo hablar a un loro, "rúa... rúa... quiere cacao"... no dice nada más, qué más abría que decir, él sabe que tres palabras son suficientes para pasar el día.
Aquí los pájaros vienen mucho, les gusta la compañía de los viejos, nosotros no les tiramos piedras, les damos granos de arroz o migajas de pan.
Estoy triste pero se mueven mis manos, una vez leí que había un viejo triste que no movía las manos, no, yo sí las muevo, y lo hago a veces tan rápido que parece que no me acompañaran en mi tristeza, tal vez sean las más alegres del cuerpo, su felicidad es menos irónica.
Mi sombrero de paja se perdió, era tan pequeño, pero ahora no lo es, mi sombrero de paja.
Las cosas más bellas se empiezan a ir. Ahora quiero estar solo, cuando quiera hablar iré al patio, me recostaré contra la pared del fondo.
Otra vez llega el fin de semana, mi amigo me mira y esta vez, ya no me siento un niño.

Mario Bashur
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 14:58:54 pm
UNA HASTIADA HISTORIA DE AMOR



La prosa que salía fluidamente por sus labios era exquisita, de su boca resonaba siempre un torbellino de sabiduría hasta en los temas más escabrosos ya conocidos, Leila era su nombre, si, ¡lo era!, la brillante figura de mujer que una vez pisó esta tierra dejó al mundo sin una joya y a éste pobre hombre sin su esposa.
¡Era mi amada!, tan reluciente en la noche, ¡Tan hermosa!; ¿Cómo puedo ahora tener la certeza de que fue real si no merecía ni si quiera mirarla?, besarla, sentir su piel en mis manos y escucharle latir el corazón cuando me recostaba sobre su pecho.
Hoy todo eso se ha esfumado, soy un hombre destrozado y no me queda más que contarle a este triste pedazo de papel una hastiada historia de amor.
Nos casamos cuando ella tenía dieciséis años y yo veintiuno, ¡Oh que feliz recuerdo aquel día en que me uní con esa dama!, sus pequeños brazos eran todavía tiernos pero suficientes para estrecharme por completo e inexplicablemente nació el amor natural en una unión forzada, nos convertimos así en fieles y sinceros sirvientes el uno del otro. ¡¿Por qué tuvo que pasarnos esto?! no encuentro el consuelo en ninguna frase trillada y falsa de las personas que vienen a ver en el hondo sufrimiento en el que me encuentro, no hay aliento posible que amaine mis ganas de salir y arrojarme por el acantilado para olvidar que siento dolor.
La mañana en que el mundo cambió, al menos para mi, se presentó con un rojizo fúnebre y tenebroso, yo sabía que algo malo se avecinaba con eso, mi madre siempre lo decía: “Los amaneceres nublados y pintos anuncian, a quien los contemplan sonrientes, una desgracia”, ¡Que razón tenía en su lunática afirmación!
Leila salió de paseo luego de dar las nueve adornándose con el vestido azul celeste que le obsequié en su cumpleaños veinticinco y dando sus últimos pasos dentro de esta casa que construí para ella, ¡Para ella y siempre para ella!
Un extraño carruaje aparcó delante de mi puerta cuando daban las tres y yo llegaba de trabajar, un caballero bajó del el con pedantería y me observó por arriba de los hombros -¡Que patética falta de respeto!- pensé molesto sin imaginar que estaba a punto de leerme el decreto que anunciaba que mi fiel esposa iba a ser colgada en la plaza pública dentro de una hora, -¿Cuándo las condenas proceden tan rápido?- le grité sin poder entender lo que estaba sucediendo. Sin prestarme atención el caballero regresó al carruaje dándome la espalda con frialdad, ni siquiera me dio tiempo para preguntar “¿por qué?”.
Mi mujer pagó una condena por que no se detuvo a discurrir que las palabras que profirió estaban prohibidas, más aún, si éstas estaban siendo dirigidas a un sacerdote conocido por su poca tolerancia y falta de escrúpulos, Leila le dijo serenamente al infeliz hombre que no creía en dios y esas cuatro palabras fueron suficientes para arrancarle la vida.
Decidí no asistí a su sentencia, ¿Qué podía hacer un simple hombre contra un ejército y un montón de gente ofendida?, sé que me porte como un cobarde, ¡lo sé!
Han pasado casi 4 meses y todavía se dibuja de la nada su imagen diciéndome que vaya a descansar a su lado, pero las cosas no funcionan de ese retorcido método y yo tenía algo pendiente que hacer. Fui esta tarde a la iglesia, la misa estaba por dar fin y no esperé a que los fieles se dispersaran, dirigí los pasos hasta el pulpito y presioné sobre el cuello de ese maldito sacerdote la daga que me regaló mi padre, ¡Nadie hizo nada!, nadie me detuvo cuando salí lentamente de allí.
Las manos que escriben en esta hoja siguen manchadas de sangre, aun puedo olerla secándose en la camisa blanca que tanto le gustaba a mi amada, no sé qué va a suceder ahora, que futuro se me avecina luego de enfurecer a la ley que rige al mundo, pero esta noche, ¡por lo menos esta noche!, cuando la vea en sueños por fin a la cara, podré decirle con seguridad que tenía razón, ¡que siempre la tuvo!, porque hoy comprobé que Dios verdaderamente no existe.

Katerina de la Hoz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:00:23 pm
Benjamón
     



Aquella mañana llegué temprano al trabajo. Quería dar un último repaso a todos los perfiles, antes de tenerlos frente a mí en el despacho. Me acomodé en la silla, y estuve casi una hora releyendo lo más significativo de cada uno de ellos. Una vez hube terminado, pulsé el interfono:
-   Claudia, haz pasar al primero de los candidatos, por favor –le pedí a la secretaria.
-   Enseguida, señor –me respondió una voz femenina del otro lado del aparato.
Al poco de entrar, el primero de la lista, un tipo repeinado y desgarbado, se me quedó mirando unos segundos con el entrecejo fruncido, hasta que abrió la boca:
-   ¿Benjamín? ¿Eres tú, verdad?  Vaya, qué sorpresa… ¿Te acuerdas de mí? Soy Jaime, del Colegio de las Ursulinas.
Nada más decírmelo, y uniendo rápidamente las pruebas físicas ante mí presentes, a las verbales que el recién llegado me acababa de expresar, me di cuenta de quién era. Claro que recordaba a Jaime. En el colegio era un niño escuálido y con muy mala uva, que no paraba de meterse conmigo. Uno de los principales responsables de haberme hecho la vida imposible durante tres cursos completos. El niño que me había otorgado una identidad diferente durante todo mi periplo por la educación primaria. Por aquel entonces, yo era el gran Benjamón. Había pasado el tiempo, y las cosas habían cambiado. Llevaba algunos años, no demasiados, a cargo de mi verdadero yo, siendo Benjamín; sin ver cada mañana en el espejo de mi habitación el reflejo de un enorme cerdo con sus grandes jamones embutidos en un pantalón gigante acorde con las proporciones de sus cuartos traseros. En el cole, hasta a algún profesor, por descuido, se le escapaba en ocasiones llamarme Benjamón. Sus disculpas llegaban demasiado tarde, y siempre se adelantaban las risas de burla de toda una clase, que espontáneas y dañinas, como las risas de cualquier grupo de niños que se precie, explotaban en mis oídos con la fuerza de una mina antipersona, esparciendo por doquier, a pedacitos, mi autoestima.
Tardé en aceptar mi rol de obeso, si es que lo logré alguna vez.
-   No estás gordo, eres fuerte –me decía mi madre condescendiente.
-   Estás gordo, sé fuerte – me decía yo forzadamente resignado.
Uno de los mecanismos de defensa que usé para no pensar en mi desdichado estatus de humano porcino fue el de concentrarme en mis estudios. Estudié sin parar, y así me labré un futuro a priori prometedor. El problema es que por más que se abone, en tierras baldías no crece nada. Así pues, cuando llegó la Gran Depresión, yo, como otros doce millones de españoles, era un parado más, aunque eso sí, con una carrera, un par de masters e incluso conocimientos de chino de nivel alto. Las cosas estaban complicadas, y era necesario un golpe de suerte o casi un milagro para encontrar un puesto de trabajo medio decente. Había ingenieros, informáticos, filólogos,… pidiendo en las calles, licenciados en bellas artes pintando retratos junto al Manzanares y músicos de prestigio mendigando blues en el metro. Los países de Oriente dominaban Occidente, y se habían apoderado de infinidad de empresas en declive o directamente en quiebra, incluso de bancos y grandes compañías aseguradoras. China, la primera potencia mundial, se había convertido en una especie de nuevo imperio romano, al tiempo que España, una especie de delegación europea de los asiáticos, trataba de recuperarse poco a poco de la Gran Crisis al ritmo marcado por los inversores extranjeros. Precisamente el reclamo de una de sus múltiples empresas en expansión en nuestro país, llamó mi atención uno de aquellos días de vagar sin rumbo por las calles en busca del milagro:
“Se necesitan personas obesas para experimentar un novedoso tratamiento para perder peso. Interesados llamar al teléfono…. ”.
-   Sí, Jaime, te recuerdo.
-   Casi no te reconozco, has adelgazado.
A pesar de esas palabras, su simple visión me hizo sentir como mi cuerpo se expandía bajo la ropa, haciendo saltar los botones de la camisa y rasgándome los pantalones para acomodar nuevamente mis olvidados jamones.
Empecé a sudar en frío como antaño, revolviéndome incómodo en la silla del despacho, mientras Jaime, permanecía en la suya relajado y tranquilo como agua de pozo.
¿Había olvidado todo lo que me había hecho pasar durante cuatro largos años?
Abrí la carpeta de las entrevistas personales con las manos temblorosas, con la sensación de que mis dedos, otra vez gruesos, rezumaban sudor grasiento sobre los papeles. Me torturaba pensando en la retahíla de preguntas que tendría que hacerle a Jaime: ¿Qué opinas de las personas obesas? ¿Crees que pueden adaptarse a la sociedad? ¿Sufren discriminación? ¿Cómo convencerías al obeso de los beneficios de este tratamiento? ¿Qué ventajas tendría el cambio de imagen una vez concluido éste?
No deseaba oír sus respuestas, porque de sobra sabía que lo que oiría, en nada se parecería a lo que de verdad llevaba dentro, y aunque así fuera, ya no me importaba. Si ahora pensaba dedicarse a ayudar a personas con problemas de peso, su vocación había llegado demasiado tarde. Al menos para mí, que sería quien tendría que decidirlo en esta ocasión. Solo quería que saliera de allí cuanto antes  y que la ropa me volviera a quedar holgada. Detestaba cargar con todo aquel rencor que había irrumpido de repente en la sala,  pero al mismo tiempo algo oscuro dentro de mí me empujaba a desear volver a ver su verdadero yo, para de algún modo y por algún motivo difícil de explicar, ratificar que no solo las víctimas recuerdan para siempre la crueldad infantil. También sus verdugos.
-   ¿Chino? No, no hablo chino. El anuncio no decía nada de eso, Benjamín –inquirió él, contrariado.
-   Lo siento Jaime, se les habrá olvidado ponerlo. Si no manejas el idioma, no puedo hacer nada por ti –mentí.
Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta cabizbajo, la abrió, pero antes de salir del despacho, se volvió hacia mí  y me clavó sus ojos, que sentí sobre los míos como dos puñales. No pudo ocultarla por más tiempo, y al fin, reconocí la mirada de su niñez, la que había convertido la mía en una pesadilla.
-Dilo- le pedí.
-¡Qué te jodan, Benjamón!
Tras el portazo, me recliné en el sillón y sonreí. Los botones de la camisa volvían a estar en su sitio.

Fabio Costa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:01:58 pm
LA ALGARADA EN LA ESTACION



 En la estación me encontré con los despavoridos rostros de los turistas, de los forajidos y escapistas, de los comerciantes y de los viajeros
  En la lejanía se escuchó el ronco silbido del tren que se acercaba velozmente por los raíles renegridos.
  La multitud de angustiados pasajeros se agitaba ansiosa, movida por la ola del desespero del abordaje. Aumentaba visiblemente la conmoción de todos a un segundo ronquido del tren por la vía oscurecida.
    Y el tren se acercaba por los villorrios apagados de la noche, con su atronador y picante rugido en la distancia.
    Aunque nadie alcanzaba a divisar la descomunal máquina, los viajeros parecían agitarse más en la conformidad de lo que nunca llega.
   Tronaban voces entre el viento neblinoso entrando a las gradas de la estación.
   Un hombre de rostro asqueroso, llagado de viscosidades, que estaba a mi lado, me preguntó en una vieja lengua:
  - “¿Quis est?”.
  Yo no le respondí. Además por que su aspecto y olor era repugnante.
  De momento el hombre tenía unos ojos de mermelada derretida.
  Y cuando volvió a rugir el tren, el leproso hombrecillo se lanzó hacia la zaragata renegando lenguas funestas mientras los pezguatos se estrujaban por alcanzar los oscuros y funestos vagones del imposible tren que los conduciría a la fantástica Ciudad Central.
    Enturbiado, creyendo que era inútil aquel abordaje, poco a poco me fui alejando de la enloquecida trifulca de la riada en la estación.
  El tren volvía a rugir en la lontananza sin fin, se acercaba con sus vagones garrapiñados de fantasmas y de muertos, el tren imposible de arribar a la estación donde esperaban los enloquecidos viajeros arrojarse sobre él cuando llegara.
   Cobraba el gusano metálico una lejanía infinita entre más quisiera acercarse.
  La multitud en la estación reventaba en globos de sangre, a la espera de un tren invisible en la noche pegante.

Unomás
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:03:12 pm
NOCAUT



Las luces parpadean corroyéndole las corneas y el cerebro, aun así se mueve  entre las partículas de polvo añejo que caen como brisa sobre su espalda desnuda y atosigada por la escoliosis, tiene los parpados tumefactos y ardidos y en la boca seca un sabor agridulce que se hace doloroso en la lengua agrietada y débil, de los labios violeta, reventados y punzantes emerge un hilo de sangre casi negra que va trazando un mapa demencial hasta su cuello animal, donde late la submarina yugular que lo mantiene oxigenado. Respira todos los miasmas del espacio, exhala largo y lúgubre y se le iluminan las pupila enlutadas, se le abrillanta la frente con un sudor glacial que salpica al contrincante quien esquiva los puños rojos y melancólicos, que escupe flámulas crueles y amarillas, que sonríe jaspeado de mugre y sudor, lo observa con una mota sucia en los ojos; es mucho más joven y fuerte, mas obsceno como las palabras que bogan como avispas rabiosas por todos lados. La sed es un hervidero de gusanos en su boca, pide un descanso y se va a su esquina a renquear como un lobo asmático, siente que el agua fría es aceite funerario que le encharca los poros, sabe que la vida gira autista y se descubre más viejo, igual que la toalla inmunda que le ponen sobre los hombros desmayados, es un remoto fósil, él; que tiene unos ojos de ostión y un rostro verde y palúdico como el de una calavera, que no es más que un prójimo porcino en bóxers amarillos, tan similar a la yerba muerta, un buey maternal que se levanta decidido a derribar al adversario y llevarse la paga con la que arreglar a medias los días, y lanza un golpe hueco que se disuelve en el aire, que le disloca el brazo estéril mientras el otro le incrusta un puño de alfileres en la sien punzante y fría. Y cae arrodillado sobre el siempre inmundo ring de boxeo, con una mueca apocalíptica en los labios y el alma en fuga, cae sin ruido pensando en lo difícil que a veces resulta morir.

Alquimista
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:05:43 pm
La Laguna del Volcán
 
                                       


“Quien lucha con monstruos ha de tener  cuidado de no convertirse en un monstruo también él” F. Nietzsche.
                                                           

Soñé radicarnos en el pueblo de Laguna del Volcán. A esta altura de nuestra vida  recuerdo nuestras fantasías: Sobre éste pueblo, sobre la laguna, sobre el volcán, sobre seres  asociados con el fuego, las piedras, lo subterráneo, la muerte, la suerte, la magia y la tecnología, por asociación se refiere a los fantasmas de los no-vivos, relacionados con el estado trascendental de la muerte.
No puedo escaparme de mi misma, yo seguiré siendo yo y mis circunstancias dondequiera que vaya: en mi pequeño planeta lejano que esta noche brilla como una estrella, en la gran ciudad (donde presté servicios como enfermera hasta jubilarme) o en esta playa asomada a la gran laguna del Volcán.
Sufrimos la xenofobia general de los terrestres y nuestra existencia fue difícil. Trajimos algunos muebles, vajilla, la ropa que deberé adaptarla a este clima.
- Penélope, está listo el mate. – El que habla es mi marido. Debí incluir a Ulises en el detalle de mi equipaje, porque yo lo convencí de mudarnos aquí.
Se impone que a esta altura aclare como fueron nuestros primeros días. Al principio el pueblo nos miró de costado. Nos observaron e interrogaron maldisimulando su desconfianza. Desconfianza pueblerina que se traduce en una amabilidad forzada que se hace por demás evidente. Pensamos que no lo notarían, que nuestra baja estatura fuera aceptada, venimos de un planeta pequeño.  El hecho que los alertó, el que los hizo sospechar, fue que ninguna mascota se acercara ni a pedirnos un hueso.
- Un poco de tiempo y paciencia.  – nos dijimos.
Ulises colocó en la entrada de la casa un cartelito primoroso, en madera tallada, que aún hoy dice: “Enfermera diplomada. Inyecciones. Presión. Cuido enfermos”. Y me senté a esperar. A esperar que mi profesión de toda la vida me introdujera en las casas de la gente como una bruja buena que alivia dolores del cuerpo y el alma.
En cuanto a Ulises, perdió el pelo pero no las mañas.  Como había sido adiestrado, intentó infiltrarse en las organizaciones intermedias para desplegar su actividad de detective de entuertos. En la cooperativa de teléfonos, como socio usuario, tenía el derecho de participar en la comisión directiva. No lo aceptaron: luego advertimos que nuestras inocentes conversaciones telefónicas eran “pinchadas”. 
Habíamos traído nuestro sistema de comunicación interestelar y todo estaba bien resguardado.
Se sucedieron algunas reuniones en casas donde se resucitaban a aquellos antiguos héroes dispuestos a inmolarse por la cosa pública. Todo se fue aquietando: aquellos vecinos que empujados por Ulises, habían tomado la participación como un juego, alternativo al billar o la taba, empezaron a sentir que la guerra justa desatada por mi marido contra la malversación e impunidad no los motivaba y los involucraba a trabajar sin descanso y decidieron que no valía la pena perder la tranquilidad por unos cuantos pícaros.
“Son nuestros vecinos de siempre” era su filosofía y nos fueron retaceando su presencia. Ulises seguía detrás de sus ideas.
Esto nos aisló y también afectó mi actividad y no nos pasó desapercibido en los bolsillos.  Y hacer frente ahora a este fracaso...
En este tiempo de ancianos, me quise despedir de Ulises pero él no lo aceptó y juntos emprendimos el último viaje sumergiéndonos en la laguna .   

Los Diferentes
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:06:56 pm
Ya no sé ser sin ti



Cuando vives de una rutina, hasta que decide desaparecer.

Hasta mi vida vendí por ti, cada suspiro que perdí fue por pensarte. Te di todo lo que ganaba, sin quejas ni reproches, y tú, tú sólo pedías más. Aún así no desistí, si lo eras todo para mí, ¿quién era yo para negarte? Sí, todos decían que lo nuestro me acabaría matando. Pero yo les olvidé, fiel esclavo a ti, ignoré todo lo que pudieran decirme. Tanto que te creí mi adicción. Eras mi perdición; yo ya no sabía ser sin ti.
Y así, de un día a otro, sin avisos, carente incluso de recuerdos y tras una larga noche intentando olvidarte copa en mano, repitiendo una y otra vez “tanto la quería…”, quise acordarme de que te echaba de menos. Tenía grabado a pulso ese ya no sé ser sin ti.
 Pero tú ya no estabas, el tiempo te consumió, te alejó de mí. Por pura inercia te busqué en cada una de las habitaciones, los armarios, hasta debajo del sofá. ¿Dónde estabas cuando tanto te necesitaba?
Siempre fuiste muy tuya, de aparecer y desaparecer, de hacerme soñar con una realidad distinta y sumirme en la más profunda de las tristezas, sólo tú sabías calmar mis nervios. Éramos tú y yo, ¿qué pudo salir mal?
Te eché tanto de menos que llegue a odiar el momento en el que conocí, aquel día que te dije “sí” por primera vez, sin saber que vendrías a buscarme cada día y cada vez con más frecuencia. Y yo, como loco enamorado, me dejé seducir, empecé a ser yo quien te buscaba, quien lo hacía todo por conseguirte. Perderlo todo por un segundo contigo hubiera merecido la pena.
Y ahora me intento convencer de que ya sí sé ser sin ti y me doy de bruces contra el suelo, porque te di mi vida, te la regalé y haciendo honor a mi promesa, todo mi ser te sigue perteneciendo, sigues siendo mi vida. Hasta pierdo el control de mi propio cuerpo, tal vez porque ya eres tú quien me maneja o soy yo quien me dejo. Porque sin ti ya no hay sentido en mi vida, ni quiero que lo haya si no eres tú. Aunque a veces prefiera olvidarte, porque dudo hasta de mí. Y ahora, que ya no vivo sin ti, tan solo sobrevivo, apareces sin más, haciendo que olvide hasta que hice olvido de ti, haciendo que no piense en mañanas, en futuros lejanos, que me deje llevar.
Y entre cada bocanada de aire que pierdo, maldigo al destino que te puso en mi camino. Y odio cada parte de mi ser por volver a buscarte cada vez que podía, por haber empeñado hasta mi vida por tenerte y no arrepentirme de nada, porque tú hacías que me olvidara de todo, me ayudabas a encontrar el sentido que faltaba en mi vida y robabas el sentido al resto, eras tú, eso era suficiente.
Pero, amor, nunca es tarde para aprender, porque ya me cansé de perderte y perderme después, de odiarte y odiarme, de buscarte. Que nuestros caminos se separan, que esta vez es un punto y final. Porque… ¡Vuelve!, ¡vuelve!, ¡vuelve, te lo ruego, vuelve! Dejémonos de tanta palabrería, de tanta mentira que esconden mis contradicciones, vuelve, sólo vuelve, ¿qué más necesitas? Si ya todo mi ser te pertenece, vuelve o devuélveme lo que me queda de vida. Que son hálitos de esperanza lo que tengo, esos que me ayudan a respirar sin ti por creer que puedo olvidar que no puedo ser sin ti.

Amanece. La luz me ciega, intento recordar pero el dolor de cabeza no me deja. Sonrío, por un instante creo que tengo una buena vida, que recuperé el trabajo que perdí por ti, que ya no estás y no te necesito. Busco el mejor de mis trajes y me pongo frente al espejo. Ése soy yo, elegante, sonriente. Me acerco más al espejo y veo unos ojos rojos rodeados por unas pronunciadas ojeras, estoy pálido, el traje está sucio, algo roto. Me alejo, es mi reflejo el que me miente, vuelvo a ser yo, libre, sin ti.
Me engaño, digo que no te necesito, ¿qué importa una mentira más? Olvido dónde trabajo, qué más da, tal vez sea porque hoy es día de pasear. Voy al parque y me siento en un banco, hay un sol cálido, dejo que la brisa acaricie mi cara, oigo risas de niños. Me duermo.
Abro los ojos, el sol ya se ha ido, la brisa es fresca, ya no hay niños, pero luce una luna llena en el centro del cielo. Me incorporo y me siento en el banco, froto mis ojos y pienso que tal vez ya sea hora de volver.
Un par de hombres se acercan a mí entre tambaleos y risas ahogadas en tristezas, no les conozco, me llaman por mi nombre, traen algo entre las manos, no me gusta la pinta que tienen. Me quiero ir.
Uno de ellos me alcanza:
-¿No me digas que te has vuelto un hombre sano?- dice ofreciéndote a mí.
Entonces deshago lo andando, recuerdo que te necesito, que eres tú mi aliciente, mi todo. Pero dudo, dudo si dejarme seducir otra vez y te niego girando la cabeza.
-Venga, que esta vez invita la casa, para que no perdamos las buenas costumbres- insiste.
Sonrío. Me convenzo que esta es la despedida definitiva, sólo una vez más. Te acepto y te digo que esta vez es la última, lo juro.
Vuelvo a casa y me dejo llevar, con la luz apagada y solos tú y yo, no hay mañanas que valgan, tan solo presentes por vivir.
Olvidaba lo rápido que se consumía el tiempo contigo, pero ya no estás para que pueda decírtelo, me regalas noches y me robas días. Me encuentro mal, no recordaba que cuanto más respiro de ti, más lo necesito para vivir. Te busco, te llamo a gritos, me odio.
Me intento calmar, pero sólo tú sabías cómo hacerlo. Me acuerdo de que esta iba a ser la última vez, lo juré, pero ¿cuánto vale la promesa de alguien que abandona hasta sus principios por lo que quiere en el momento? Sólo alguien que no vale nada. Que por mucho que intente mirar al futuro sólo soy capaz de pensar en el presente, porque es lo que vivo, ¿quién me asegura que mañana esté aquí para hacer realidad mis planes?
Cojo lo que tengo más a mano y lo estrello contra el suelo. Grito. Las lágrimas brotan de mis ojos, no puedo evitarlo. Me desplomo en el suelo.

Una luz cegadora entra por la ventana, quién sabe cuánto tiempo habrá pasado, el gritar de los pájaros penetra en mi cabeza, mas no tengo fuerzas y sigo así, en la misma posición, regalándome esos cinco minutos más. Me levanto, recuerdo que era un “adiós” y no un “hasta luego”. Reúno la fortaleza que nunca tuve y me hago fuerte. No dejo ni que el espejo me engañe y me pongo lo mejor que tengo. Es mi vida, nadie me la va a robar.
Salgo a la calle, ya no miro ni con envidia al sol, busco el lado bueno de todo y me disfrazo con la mejor de mis sonrisas. Recupero mi vida.
Y es en ese momento en el que mi rutina cambia, en el que me hacen volver a cambiar. La veo, se me inundan los ojos, es ella, no hay lugar a dudas. Tan solo el paso de los años ha dejado un blanco polvo sobre su cabeza, unos surcos cubren su cara, encogida de soportar tanto dolor sobre ella, pero es, algo me lo dice. Y sin que pueda evitarlo mis labios dicen “mamá”. Se para, me mira de arriba abajo, intenta sonreír pero le invade la tristeza. Se vuelve valiente y dice:
-Tú no eres mi hijo, él me dejó hace veinte largos años, me dijo que no podía hacer nada para evitarlo, que yo no le quería, que con ella era feliz- inspiró con fuerza -él me dio un empujón y me apartó de su vida y yo sólo deseé cada día que le saliera bien, pero un día me cansé de tirar deseos al aire-.
El mundo se paró. La impotencia se apoderó de mí, la tenía frente a mis ojos y no era capaz de articular palabra, de decir más que un largo “pero…”. Las lágrimas me vencieron, volví a tener miedo de la vida, miedo de la vida lejos de su abrigo. Entonces entendí:
-Ahora me doy cuenta de lo mucho que perdí, de todo lo que dejé atrás. Que quise arriesgarlo todo por disfrutar de una manera que sólo me hacía daño, me creí dueño de mi vida, pero no lo era, ella me controlaba, no era yo, mamá. Pero es que no me dejaba escapar. Y cada vez que respiraba de ella olvidaba todo lo que perdí, me convencía a mí mismo de que merecía la pena. Porque vivía de presentes, de largas tristezas y enfados escondidos con una falsa y efímera alegría. No era yo.- Inspiré y espiré, busqué palabras y seguí. -Que ya no quiero más presentes traicioneros, sólo quiero volver a tener un pasado que recordar, un futuro que inventar y un presente del que no necesite arrepentirme. Que esta vez mi vida sí es mía, no la voy a regalar más. Mamá, sólo soy yo-.
Ella se acercó temblorosa, sacó un pañuelo de su bolso, me secó las lágrimas con sus pulgares y repitió:
-Sólo eres tú, mi hijo-.

Surona
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:07:44 pm
El ciclista



La piel, desde niño, le llora sudor, la mirada se le precipita al infinito, si busca hipotéticas metas, y una epata más.
En este trazado, la vuelta pasa por su tierra, como en tantos otros; una sola idea lucha por vencer y gira alrededor  de su  encéfalo, lo golpea  hasta manifestarse una vez y otra: “hay que ser el primero…y llegar antes que…quedar cerca de, o mejor, delante de …”
Estos, aparentemente estresantes,  mensajes de superación se repiten en cascada a cada golpe de pedal; donde araña ventajas al inmediato, prepara un ataque, inventa nuevas formas de resistencia, o se proclama guía de una escapada sorpresa. También cuando  persigue  un éxito tras otro, coronado, en forma de meta y liderazgo.
La tentación, siempre está ahí, debe ser el mejor tiempo en la general;  sin despreciar por ésta ninguna otra forma de   clasificarse, ni otras metas volantes, tampoco los confines de otros cronos.  Los premios de montaña, o contrarreloj, son la golosina que le arrulla y desea saborear dulcemente, los objetivos continuos  han sido su fuerte desde muy joven y su gran baza.
Miguel, un líder nato, brinca ante el honor de destacar humildemente sobre dos ruedas. Con la coreografía de su pedaleo repinta de arco iris las calzadas, con su vistosa equipacion alegra la vista y el latir de  tantas miradas como van a posarse, ávidamente, sobre su musculado cuerpo de moderno centauro; atléticamente entrenado.
La vuelta a España, este año y siempre,  rige su vida, con ella sueña y por ella entrena todos los días. Hoy mismo le han mostrado el trazado de esta emisión, y como la mayoría de las veces le parece perfecto para él.
Ansia tanto recorrer sus pueblos gallegos, las costas mediterráneas, el calor de Córdoba o el de La Mancha que, todas las etapas le parecen bien calculadas. Sabe, porque conoce la organización de cerca, de la profesionalidad de sus directivos y solo piensa, después de verlo, en recorrer las carreteras y llegar victorioso a la etapa final.
Ahora nuestro país se dejará dibujar con la sombra de su silueta, y, los caminos y calles, repletos de ovaciones, a su paso  se convertirán en cascabel de vítores. Miguel se sabe recomponer cada jornada, dentro de la serpentina multicolor del pelotón cuando avanza sincronizada por calles y avenidas. El clamor de las miradas de aficionados lo trasforma. Le carga las pilas, como les dice a sus compañeros.
Cuida su dieta y forma física con devoción de cofrade, respeta  la estética del asfalto que lo trasforma en  cada pedalada. Ilusionado Miguel se entrega al público y a este deporte, y desde niño como sus compañeros, alimenta el sueño de la victoria; y aunque el cuerpo no pueda más, sobre todo si  alza los brazos en señal de victoria se siente nacer de nuevo.
Este año le  impresiona  el ritmo de preparativos que adquiere su  ciudad; ya sueña con   la energía que siempre depositan sus paisanos a su paso, sus múltiples aplausos arropándolo y el calor de sus sonrisas. Son tantas las maniobras endemoniadas que hace desde joven por estos parajes, ¡tantas! echándole un pulso a la gravedad de sus rotondas y arcenes, primero por afición, después por deleite propio, luego impulsado por los seguidores de su club y cuando fue consciente de sus capacidades por su fuerza de voluntad y resultados; que las vibraciones de las vísperas  no pueden ser mejores.
Muy a menudo durante su trabajo  comenta con su compañero, amigo  y paisano Luis.
-Si ganamos hoy uno de los dos, la emoción que nos arrancan los vítores y palmas de tanta gente nos los repartimos; aunque haya que dividir nos dura hasta la próxima temporada; da gusto correr en nuestra tierra estos días y siempre, y que nos respeten las lesiones.
Miguel es líder en su equipo, cuando aparece junto a sus  hombres y circulan  todos  pegados a la tierra; apretados  a ella busca su rebujo, su fuerza;  es  tal la concentración que esto  le exige, que si la   rutina,  pertinaz, lo  invita  a su vera; no la escucha y  no deja de mirar el paisaje concentrado, intenta  conocerlo y engullirlo cada  kilómetro para acoplarse a él  mejor que la vez anterior.
−Así no me confundes y logro vencerte, le dice a menudo  a la naturaleza en sus largas horas de pedaleo.
Su amigo hace lo propio, tienen  trucos parecidos para dejar las horas difíciles  a un lado y enfrascarse en juegos distraídos. Ambos hablan con el duro asfalto, lo tratan igual que a un amigo; a pesar de   molestarles en ocasiones saben apaciguarlo, a él  le entregan todo en sus intentos y  logran dominarlo.
Sobre la marcha, aprendió a  controlar el dolor, a depurar la técnica, e impregnarse de ritmos y cadencias necesarias para no caer con los vientos o la fuerza centrífuga, y como no; a tener buen talante y sobrevivir a las emociones negativas cuando se presentan.
 En su maleta, doblados y a la vista, el pasado presente y futuro, siempre  son guía junto con el esfuerzo. Al horizonte lejano lo hace  su referente. A la familia que lo aguarda, es su apoyo, le ofrece su cercanía y los mejores resultados.
La próxima carrera será mañana, comienza su nueva vuelta a España; y ya está disparada su ambición. Debe hacer acopio de todo su entusiasmo y entreno, sabe  que luchará alineado en carrera y en solitario, y deberá estar potente.
 Miguel ya sueña; ve como  se enfila, cuan árbol pequeño y boscoso, enraizado en el suelo al lado de sus compañeros en la salida. Se ve escapado  en terreno llano y también en repechos. Removerá a su paso polvo y camino. No le importa, sabe buscar el refugio franco de la  sombra; en cuanto pueda circulará al abrigo del sol veraniego, que apasionadamente acaricia el rostro.
Su corazón de atleta necesita de este y de todos los cielos, incluso de los más tormentosos y fríos; también los calurosos y agobiantes le tallan la piel. Precisa a todas las nubes, y, a suaves y tormentosas, para conducirse hacia las orillas de las carreteras despierto y ágil, y perseguir la sombra del que se coloca delante de él.
Sabe calentar sus quimeras desde niño, igual que sus  piernas en calles empinadas; la áspera  distancia del destacado es alargada, agria, y áspera como sorbo de vino acido.
Con empeño disfruta la superación de la rivalidad, o busca la complicidad reconfortante del airecillo amigo ¡no siempre aparece! Si acude  a menudo el viento que le quiebra el talle, encorvándolo poco a poco. Ahí  le sale su raza, y tras esfuerzos extraordinarios  su resistencia innata. En buena lid lo  vence y doblega como si de brisa cercana se tratara.
¡Aunque son muchos los vientos, unos amigos otros enemigos que acechan,  no se deja minar! prodigios, desencantos, y cruces circundan y envuelven  a este hombre recio, golpeándolo en la cara con el firme propósito de probarlo o derrotarlo; él   tras un tiempo  de  intrincada  pelea desigual vence. 
En pocas ocasiones ha  caído o puede   parecer derrotado, le ayuda  el tesón y de nuevo lo yergue; se abraza a él como un niño,  y a otros aires menos crueles.  Miguel y sus compañeros parecen guiarse por luces encantadas de   lirios encendidos.
Los rincones de su espíritu: se forjaron en la lucha. En su esencia, cuando brota, se percibe la disciplina. Su naturaleza se santigua y alimenta  un compañerismo real, no aprendido, y poco común. Su armónico pedaleo, contagia y sintoniza el dial del  medio que los acoge, su cuerpo goza acoplado a él.
Si pierde el equilibrio, eso le supone gran temor, de nuevo   estudia el  reto del porqué, aún a  sabiendas  que no solo una mala maniobra tumba, el repique de  las ilusiones más calculadas también empuja.
La cruz de la falsa moneda a veces  rodea este deporte como el agua a la isla. Miguel, como otros ciclistas,  la conoce a través de los medios, y de casos reales sufridos por algunos compañeros, con ellos comparte inquietud y toda la zozobra que envuelve el doping.
 No de su mano, sino cogidos del brazo de la justicia   se marchan ídolos; arrodillados en  los grandes pódium donde se desvanecen  sobre sus olvidados  pies de barro.
 “El honor y la dignidad de un campeón es un prodigio, si se  desinflan, no se consigue fácilmente repuesto en los talleres del mundo”. Comenta él a menudo cuando le tientan, como a otros, inquietos enemigos; presentándole ganar carreras de forma más “fácil”. Si intervienen  substancias extrañas, inocentes  y milagrosas; aunque sean inocentes, entonces, dice no; y es cuando se siente más grande.

Cala
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:09:05 pm
CINCO DÍAS EN BRUSELAS



Es extraño como, de repente, tu vida cambia en un segundo y nunca volverá a ser la misma. En mi caso, ese cambio, se produjo poco después de salir del hospital. Me había golpeado la cabeza al caerme de una escalera, intentando cambiar la bombilla de la lámpara del comedor y me había quedado insconsciente en el suelo, hasta que mi marido me encontró y me llevó al hospital. En cuanto se me pasaron los efectos de la anestesia, y supe que estaba completamente bien, me di cuenta de  que tenía que hacer un cambio en mi vida, fue como una revelación, nada me llenaba y decidí cambiar eso para siempre.
Había pasado gran parte de mi existencia esperando a que llegara alguna cosa, algo que la hiciera emocionante y olvidé que, a veces, no hay que esperar lo que quieres, sino ir a por ello, y eso fue lo que hice. Durante años había viajado por toda España, Francia y Andorra, e incluso pasé unos días en Bruselas en un seminario sobre cultura europea al que asistí el verano antes de entrar en la universidad, pero siempre había viajado para contentar a los demás, a mis padres, a mis amigos o incluso a las parejas que había tenido en los últimos años. Nunca me había dedicado a mí misma, a sentir el placer de viajar donde y como quería, sólo por mí, por mi deseo de explorar el  mundo,  por mi disfrute.
Había llegado el momento, no tenía que esperar más, nada me retenía en Valencia. Estaba sin  trabajo, la relación con mi marido había ido de mal en peor desde que supimos que no podríamos tener hijos y nos estábamos tomando un tiempo para decidir lo que queríamos hacer con nuestras vidas. Esto era justo lo que necesitaba, un plan, una aventura y un destino. Busqué lo más rápido que pude en internet y el primer vuelo que salía desde Valencia era a Bruselas, lugar que para mí tenía un especial encanto, pues hice grandes amigos y tenía muchas anécdotas que recordaba con especial cariño. Cogí mi equipaje sin pensar, algo de vestir, algo cómodo, ropa de montaña, por lo que pudiera pasar, y algo de abrigo.
El vuelo duraba poco más de  hora y media, pero en cuanto me acomodé en mi asiento a las 6:30 de la mañana, no pude evitar acordarme de aquel viaje que había hecho hacía ya más de 15 años, cuando siendo todavía una niña cogí mi maleta y emprendí el viaje sola a Bruselas, como ahora estaba haciendo. Volví a sentirme como una cria y a notar la emoción de los primeros viajes, cuando no sabes lo que pasará y te sientes inseguro, pero feliz y más vivo que nunca. Había reservado la habitación en la pensión Notre-Dame du Chant d’Oiseau, una antigua Iglesia reformada, en uno de los barrios residenciales más tranquilos de la ciudad, donde se encontraban todas las embajadas.
El viaje, aunque era corto, se me hizo eterno, el aeropuerto de Bruselas es enorme y, si no lo conoces, tardas alrededor de una hora en salir. Así pues, me pasé el resto del día tumbada en la cama de la pensión, descansando, organizando mi estancia y poniendo al día mi francés, para poder comunicarme con el resto de la ciudad.  Decidí tomarmelo con calma, esa misma tarde visitaría la Grand Place, el Manneken Pis, el cual estuve buscando durante más de una hora hasta que me dí cuenta de que era ese diminuto  hombrecillo orinando en una esquina, y finalicé la jornada en Delirium, donde hay más de 200 cervezas,  probando una de las mejores cervezas belgas que conozco, con cierto sabor amanzanado, cuyo nombre soy incapaz de pronunciar.
El resto de días siguieron calmados y sin muchos altibajos, visité el precioso Jardín Botánico, varios de sus grandes parques, el Parlamento Europeo, el Atomium y los barrios más pintorescos de la ciudad, pero todo cambió el cuarto día. Me habían hablado muy bien de una pequeña catedral que estaba cerca del barrio chino y que decían que tenía un encanto particular, la catedral del barrio de Sainte-Catherine, del mismo nombre. Salí del metro, llegué a una plaza llena de rosas rojas y allí estaba, imponente y majestuosa. Observé durante un momento el precioso estilo gótico que la caracterizaba y, al bajar la vista, reparé en un detalle. Cerca de allí, a su izquierda, había un restaurante al lado de una tienda manga, Little Asia, decía el letrero y, entonces, lo recordé todo. Había estado allí antes, exactamente hacía 17  años y había conocido a su dueña, le hice una entrevista para el seminario que trataba sobre la inmigración en Bruselas que se retransmitió en la televisión Belga.
 Entré al restaurante, una ancianita me recibió y me ofreció una mesa, me observó con detenimiento y pude ver en su ojos que se trataba de Qyen, la antigua dueña, ella no reparó en mi presencia pero yo recordaba a la perfección su historia. Venía de una familia Vietnamita que emigró a Bruselas cuando ella tenía todavía 14 años, había sido muy duro, pero  se había sacrificado año tras año por salir adelante. Me contó que sus unica posesión al llegar, era la ropa que llevaba puesta y que había vivido en un piso con otras tres familias. Pero Bruselas es la ciudad multicultural por antonomasia, con más de 180 etnias distintas, es el único lugar en el que no te sentirás un extranjero y eso hizo que Qyen se adaptara rápidamente. Era muy inteligente, trabajaba en un restaurante todo el día y estudiaba por las noches, a penas dormía, pero pronto su sueño de abrir una tienda manga se hizo realidad y a base de esfuerzo, logró construir un imperio. Años después, todos los restaurantes y tiendas asiáticas de la ciudad serían suyas.
Comí como nunca, estaba feliz, era mi último día en Bruselas, mañana volería a mi vida normal y se acabaría el sueño, y la había encontrado.  Ella me había enseñado que todo era posible y me había dado fuerzas, cuando yo era todavía una niña y se me había olvidado. Al pagar la cuenta vi un papelito con unas palabras garabateadas:                                        “Violeta, recuerda que si luchas, todo puede hacerse realidad. Sé feliz, siempre”

Vida Winter
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:10:31 pm
El rostro de todos los espejos



Cuando comienzas una pintura
es algo que está fuera de ti.
Al terminarla, parece que te
hubieras instalado dentro de ella.
Fernando Botero

Había pintado  de todo para sobrevivir desde que se graduara de la academia de artes plásticas: amaneceres, tambores, mulatas, Guevaras, autos, gallos, palmas …Por eso, cuando aquellos estudiantes de diseño que visitaron la galería le cuestionaron sobre si poseía algún autorretrato, la idea le pareció sumamente lógica, y hasta lo emocionó . Durero, Monet, Rembrandt, Van Gogh…, todos los cásicos que tanto admiraba se habían dibujado alguna vez, ¿por qué no él?
Esa misma noche, en cuanto llegó de la galería, puso manos a la obra. Ordenó los pinceles, preparó el acrílico y colocó el caballete en el cuarto, frente al enorme espejo herencia de su abuela, y por el que ahora daba gracias a Dios de no haberlo vendido uno de esos días en que la soga apretaba de verdad.
Los trazos iniciales le resultaron raros. Rodeados por esa aura revitalizante del arte, casi inverosímiles, y sin embargo allí estaba, plasmando sobre el lienzo las curvas reflejadas desde el azogue. Lo primero que dibujó fue el prolongado mentón, luego continuó con los pómulos, el entrecejo y la nariz. Esa madrugada dibujó durante tres horas. También la que le sucedió. Para la tercera solo le restaba dar relleno a los ojos. En la cuarta, después de pasar casi una hora observando cada detalle, hizo una pequeña hoguera con olor a acrílico en una de las esquinas del patio. El cuadro le había parecido demasiado inexpresivo y falto de color. La madrugada siguiente, después de estirar un nuevo lienzo en el caballete, volvió a intentarlo.
Y otra vez creció la hoguera en la esquina del patio. Y otra vez volvió a preparar pinceles y acrílicos. Y otro lienzo ocupó el lugar del anterior en el caballete. Y continuó pintando la madrugada de su boda, y la del nacimiento de su primer hijo, y aquella en que su equipo preferido ganaba la serie nacional, y la que volvió del hospital después de rebasar un principio de infarto, y en la del entierro de su padre. Cada vez los rasgos del mentón eran más irregulares, el color de los ojos menos brillantes y los mechones de pelo sobre la frente se volvían más escasos.
Una madrugada, después de terminar el intento de autorretrato número mil setenta y cuatro, y observar muy de cerca, con los ojos casi blancos tras los espejuelos, cada detalle del dibujo, sonrió. Esa noche bebió media botella de vino acompañado con salchichón, y no hubo hogueras ni blasfemias. 
Al amanecer se dispuso a mostrar al mundo su obra maestra. Recién afeitado y con la camisa de ocasión planchada  impecablemente.  Auxiliándose de su bastón y la gentil cofradía de los transeúntes para cruzar calles y avenidas, se dirigió a cuanta galería, escuelas de artes y salones de exposición existían en la ciudad, para consultar a los pintores más ilustres y a los críticos más especializados.
De todos obtuvo la misma reacción, un comentario poco elocuente acerca de la técnica usada, una que otra sugerencia y  palmaditas en el hombro. Algunos, incluso, llegaron a subestimar su capacidad de escucha, y murmuraban apenas se había alejado algunos pasos que quién era ese viejo, que andaba por la ciudad con un lienzo donde solo se veía una mancha enorme, de color desagradable.

Mr. Hyde
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:11:35 pm
Caridad



De pequeña, mi madre me obligaba a ir con ella a misa de domingo. De nada servían mis muestras de fastidio ni mis fingidos dolores de barriga. Con la fe de mi madre no se jugaba. Cogida de su mano, y con la misma rigidez del lazo de mi vestido, llegábamos a la casa del Señor media hora antes para poder sentarnos en los primeros bancos. Y allí permanecíamos las dos, arregladas, perfumadas y silentes. Yo debía aguantar estoicamente la hora y media que duraba el sermón de Don Pascual, el cura de la parroquia. Un sermón cansino y repetitivo que me parecía eterno. No era justo desperdiciar una mañana libre de colegio escuchando una y otra vez los mandamientos del buen cristiano; pero no tenía a quién pedir que me librara de tal martirio, ni siquiera a mi abuela, que nunca pisó una iglesia. Mi madre era mucha madre, y en estos asuntos, más.
Después de la Eucaristía, tocaba orar, y yo aprovechaba ese momento para repasar en mi cabeza las canciones de moda que escuchaba por la radio. Movía los labios a ritmo de balada, y mi madre, embelesada, me acariciaba la cabeza creyéndome en plena conversación con Dios. Al acabar la ceremonia toda la gente iba abandonando el templo, menos nosotras. Entonces, mi madre me decía, Isabelita, cariño, ve a encender alguna vela y pides por los más necesitados. Mamá vendrá enseguida. Y mamá se iba con Don Pascual a la sacristía mientras yo me moría de miedo al verme rodeada de rostros compungidos y canonizados. A pesar de los sonidos que salían de la vicaría, solía quedarme dormida y soñar con aquellos santos mártires hasta que era despertada por mi madre. Pero hija, qué son esos gritos. En la casa de Dios…, discúlpela, Don Pascual, son todas las tonterías que tiene en la cabeza.
Volvíamos a casa a la hora de almorzar, y, después de bendecir la mesa, comíamos en silencio. La relación con mi madre era como rezar el rosario, los conflictos se resolvían en el interior. Isabel, ve a descansar y ponte a hacer tus deberes. Y yo, liberada, marchaba a mi habitación, que era mi verdadero templo.
 Los martes y jueves mi madre daba clases de catequesis y llegaba tarde a casa. Yo me quedaba con la abuela, que criticaba el fervor desmesurado de mi progenitora, Dice que le da pena Don Pascual, que nadie le echa una mano en la parroquia, que al ser un cura nuevo no tiene la confianza de los mayores. “Toda buena obra tiene su justo castigo”, ya lo verás, Isabelita. Que hay que tenerle compasión…, todo esto no son más que pamplinas! Me entiendes, niña? Compasión, compasión, dice tu madre. “Por la lástima entra la peste”. Y yo, aunque no entendía entonces lo que querían decir aquellos términos, asentía mientras comía mi pan con chocolate.
Don Pascual empezó a venir a visitarnos. Venía los lunes. Me preguntaba qué tal me iba en la escuela, y me regalaba algún escapulario que yo escondía entre mis libros. Él, tan solemne, seguía a mi madre por el pasillo hasta la habitación grande. Después de los lunes, fueron los lunes y miércoles, y luego los lunes, miércoles y viernes. Así que casi toda la semana tenía a la iglesia conmigo.
Con el tiempo, cobraron sentido las palabras de mi abuela, y la peste entró en mi familia. Los vecinos empezaron a pintar la puerta de mi casa con palabras que no puedo pronunciar; las madres se negaron en rotundo que sus hijos siguieran yendo a clases de cristianización; y en el colegio, mis profesores empezaron a mirarme de forma extraña. A Don Pascual lo expulsaron y enviaron a un monasterio de clausura, y mi madre sólo se dedicó a llorar y a rezar. A pesar de los esfuerzos de mi abuela, nada pudimos hacer por ella. Dejó de hablar, de caminar e incluso de comer, y se abandonó a sus oraciones. Tuvimos que buscar un lugar de reposo que le concediera la paz que ella necesitaba.
Ahora, cuando el trabajo me lo permite, voy allí a visitarla. Me siento con ella y rezo el rosario. No quiero tenerle compasión por miedo a lo que venga, pero sí que siento una pena enorme por su tristeza.

Dona Sue
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:13:03 pm
El hombre de Chile



Ya no es torturador ni torturado. Las mazmorras donde se guardan los enfermos mentales en Chile no son menos miserables que lugares similares de México o Perú.
Una noche espesa, llena de fantasmas y de recuerdos. Yamil camina y reza:
-Nadie puede ser tú en mi vida. Ahora que no sé quién soy –murmura-, ahora tengo miedo de imaginar un crimen, porque sería capaz de cometerlo.
Le han dicho que quien no imagina atrocidades está expuesto a cometerlas.
-Ciego y desesperado, te he recreado con las partes de cada mujer que me ha impresionado; pero no te he puesto ojos, para que no veas lo que veo, ni tampoco brazos, ni piernas, ni cuerpo, ni imaginación ni labios ni sexo ni voz ni alma, para que no sufras ni puedas saber lo que pienso.
La noche es fatal, la determinación también, la fecha del año en curso (1976), la fagomanía que le prueba la inutilidad de su autocontrol, la persistente odiosidad que siente por mujeres como ella, ese tiempo de amenazas y de atardeceres al acecho, la tersura del arma que acaricia, su destino de permanecer más allá de su acto y de su irrefutable testimonio, otro tanto.
Una investigación que no me pertenece contiene estos episodios. Aunque parezca raro, creo no haberlos falseado.
Falta un dictamen competente en el que se dice que Yamil ahora se llama Jaime Morandé, pero que él no lo sabe. Nada me dicen sus conclusiones jurídicas y psicológicas que apuntan al Bien y al Mal como las dos únicas direcciones de todo pensamiento y de toda acción.
Creo que no es necesario apresurarse en la Negación o Afirmación de algunos hechos. Su complejidad nos permite la duda. Convencido de que la Historia no es como ocurre sino como se cuenta (y peor aún), como se escribe; 20 años después, me corrijo y sostengo: Los hechos ocurren, se habla o se escribe de ellos, nada más; después inventamos. Agrego que no creo en la Reconstrucción Académica del Pasado (pero sí en la posterior comprensión de su invento), y ahí sostengo que debemos ser rigurosamente éticos, pues creo que sólo nos queda la Literatura; pero en nuestra cotidianeidad, me parece casi imposible que en cada o en todo acto nuestro seamos éticos. Sin embargo creo (el verbo es determinante) que hay hombres éticos. Yo no, en el acontecer diario; pero sí, cuando trato de inventar; y sé que sólo soy ético cuando trato de ser ético. Es decir: me consta sólo el intento; nada más, no su práctica.

Este es el orden que les doy ahora a estos apuntes, a estos papeles que me han acompañado treinta años.

I) El lugar y algunos detalles
Karin y Mara brindan por los que no están. Chávez lee, pero cada cierto tiempo levanta la cabeza del Desafío Americano y las motiva. El maloliente bar de la Embajada está en penumbras. Morandé, tras el ventanal que da al jardín, observa. Son los únicos que están en pie; son los que se quedan. El resto, duerme o sencillamente descansa. Parten mañana: son diecisiete en total.
El jefe del CIME, en Santiago, vino por la tarde a comunicar la hora y los pormenores de la partida, y pidió que fuesen puntuales. En todo el territorio impera el Estado de Sitio. Fuerzas policiales escoltarán el bus que los llevará al aeropuerto.
Karin y Mara se acuerdan de casi todos los que no están. Cantan canciones de la época, con la desinhibición y la ternura estúpida de los borrachos. En sendos e inflamados discursos vuelcan sus pareceres del momento. Elogian con tristeza el pasado y coinciden en ver un futuro venturoso.
Chávez escucha, como un perro dormido, y espera, impaciente, como una hiena.
Mara, regordeta, militante y apasionada, se levanta la falda y se le sienta a horcajadas.
Karin mueve la cabeza; el movimiento no es reprobatorio.

II) Casi un episodio
Karin sale al jardín, y tambaleándose, por el sendero de las rosas que conduce a la piscina, habla cosas con la luna llena, cosas que se le ocurren a una mujer como ella.
Cerca de la piscina se sienta en una mecedora, se descalza y tienta el pasto. Se pone de pie. Observa la luna en el agua. Pisa fuerte y camina un poco. Se detiene y comienza bajarse los blue-jeans, con esfuerzo y algunos movimientos de cadera llega hasta las rodillas. Luego fácilmente se tira hacia abajo las braguitas. Se toca y se encuclilla. Su orina reluce como una lluvia de estrellas.
Del otro lado de las rejas, uno de los centinelas de la sección que hace la guardia de la compañía del regimiento que tiene sitiada la Embajada, da el santo a la noche que no le responde la seña. Luego pregunta en el lenguaje civil:
-¿Quién anda ahí? -Pero no obtiene respuesta. Vacía uno de los siete cargadores en un zig zag corto y ametrallado.
De la tienda instalada en las afueras de la Embajada salen sus compañeros que todavía no duermen y se cuentan viejos chistes y anécdotas obscenas. Le preguntan qué pasa... El centinela cuenta una historia. Los soldados vuelven a la tienda.

III) La suerte de Morandé
Karin parece un pez fuera del agua, con piruetas grotescas trata de ponerse en pie. Se arrastra y maldice. Se arrastra hasta quedar medio de lado, medio doblada, como si durmiera, como si fuera un feto enorme.
No es miedo lo que siente Morandé, sino una sensación, rara, de parálisis. Rodea la piscina y se acerca gateando; está muy cerca: no sabe qué hacer. Karin le pregunta:
-¿Dónde estás?
Un pensamiento de indigna comprensión lo obnubila. Sin contestarle, se estira, la alcanza, la tienta, la recorre y siente que su piel está fría y erizada, y no ardiendo como él se la había imaginado.

IV) Mera pasión
Detrás de Mara sale Chávez con sus modales de latifundista carajo. Se levantan todos. El griterío de las mujeres se oye desde lejos. Mara corre de un lado a otro, histérica.
Ni el enojo de Chávez ni las sabias palabras de don Tocornal logran calmar la situación. El dolor y la impotencia cunden.
Amadeo es el único que permanece frío al comienzo; pero Mara dice ciertas cosas y lo mira de cierta manera, que lo obligan a declarar que es capaz de todo.
Obra en consecuencia: va a la cocina. Uno de los que están ahí se burla de su comportamiento estúpido y cinematográfico, y declara que se trata de una simple calentura por Karin.
Amadeo lo deja hablar y cuando Orozco se distrae: lo cruza de lado a lado, entre el vientre y el abdomen. El cuchillo es vistoso, la sangre no menos.
Los otros, un matón de barrio con aires de intelectual y un mafioso de esos baratos, no se interponen en su camino.
Amadeo corre hacia la puerta principal de la Embajada, sale bufando como una bestia, alcanza el enrejado de fierro del frontis de la mansión, y le clava el cuchillo a un soldado. Nadie sabrá nunca cómo ni dónde.

V) Un paréntesis
(En la jerga militar, una escuadra son diez hombres, una sección se compone de tres escuadras; y una compañía se forma de seis secciones como mínimo y diez como máximo. Al mando de una compañía, habitualmente, hay un mayor, grado superior al de capitán e inmediatamente inferior al de teniente coronel. Pero esta vez, la Compañía está a cargo de un capitán que da la orden de rodear la Embajada y atacar.)

VI) La toma del inmueble
La toma del inmueble dura diecisiete minutos: cinco de fuego graneado, a discreción y avanzando; siete de resistencia, pero de esa resistencia del que arranca o se esconde; y el resto: un rápido reconocimiento del inmueble. Luego se cuentan las bajas. Ninguna entre los militares y sólo un herido con arma blanca, que en esos momentos está siendo atendido por el personal de emergencia del Hospital Militar, y, con certeza, ya declarado fuera de peligro.
Muertos, entre los huéspedes o agresores: veintiuno; todos perfectamente rematados.

VI) Conferencia de Prensa
El coronel a cargo del Regimiento al que pertenece la Compañía autora de los hechos, ofrece una Conferencia de Prensa; en ella, el alto oficial hace una imperiosa petición a los profesionales extranjeros para que cuenten la verdad que él relata. Un periodista alemán le pregunta por los rumores que circulan, respecto a que uno de sus soldados se habría asilado en otra Embajada. El oficial responde que sus hombres no son cobardes.

VII) Otra versión
Hace rato que Karin siente ruidos, que según ella provienen del jardín, está totalmente borracha; no se resiste y sale a ver qué pasa. Morandé espera un poco y la sigue. No está muy seguro de lo que ve, se acerca. No puede creer lo que ve: ¡Soldados en el jardín! Morandé vuelve. Chávez no le cree. Mara se agita. Salen. Morandé sube a despertar a los demás. Afuera ha comenzado el enfrentamiento.
Morandé y Saray van a la cocina a buscar cuchillos; pero don Tocornal ve con claridad lo que se avecina; les dice que huyan por los patios de las casas colindantes, que eso es más importante que resistir. Aceptan; pero Saray tiene otra idea.
Al centinela que está apostado casi a mitad de cuadra, al comienzo de los antejardines de la Embajada, Saray le salta por detrás, mientras Morandé lo distrae. Con un par de cordones de zapato lo ahorcan.
El muchacho es de la estatura de Morandé.
-Anday con suerte -le dice Saray; visten al soldado con la ropa de Morandé y lo tiran entre unas matas.
Rápidamente modifican el plan. Saray se sube a uno de los acacios que hay en la vereda, y Morandé le pregunta:
-¿Qué se siente cuando uno mata?
-Ganas de vomitar -contesta Saray.
-Entonces, ¡no te vayay a equivocar! -le dice Morandé mirando hacia arriba.

VIII) Un antecedente irrefutable
Yamil tiene miedo que de repente lo maten. Está esperando que vengan a matarlo.
Siente que lo llaman, que le dicen algo, no entiende qué. El otro centinela tiene la bayoneta calada y al hombro, le parece raro; se acerca, pero de uno de los acacios cae algo: ahora es uno de ellos.
Matarlos no fue problema, romper la ventanilla de uno de los autos estacionados en la Avda. Los Plátanos, pelar los cables del circuito eléctrico y hacerlo partir, tampoco.

IX) A Yamil nadie le cree
Mientras él se achicharra a pleno sol, ella se broncea en bikini. Yamil, a veces, olvida su nombre, mientras camina y reza:
-Odio los perros que no te consiguen, pero que algún día te lograrán, porque se nota que eres muy hembra, y sabes lo que haces, cómo te pones y dónde te tocas.
Para distraerse, Yamil se saca el casco y se limpia la transpiración. Ella lo mira impertérrita, con esos ojos grises o azules, con esos ojos metálicos, todos los días, siempre mira un punto fijo en la misma dirección en que él se encuentra: ella tiene una mirada larga e impenetrable. Aunque está prohibido, Yamil se saca las gafas obscuras y le mantiene la mirada hasta que le duelen los ojos; se la imagina cerca y le dice cosas muy duras a través de las rejas de la Embajada (más duras aún sin que ella pueda escucharlas). A Yamil sólo se le nota el movimiento de los labios:
 -Algún día te voy a romper la mirada, te voy a estrujar el corazón, y así como los lobos se comen a los venados, así lo voy a hacer contigo, para que tus ojos tengan otra mirada y tu dolor llegue a mi corazón y tú no seas lo que eres ni yo lo que soy en este maldito verano reventándome, odiándome y odiando todo lo que me rodea.

Hasta aquí lo que soy capaz de mostrar ahora. Pensar, a partir de la duda es algo muy diferente que pensar a partir de una negación.

Briones
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:14:31 pm
EL JUEGO DE LOS VIERNES
   



   Como no sé qué te gusta leer, lo más sencillo sería escribir un cuento ingenioso: algo de misterio, un poco de suspense, una chica en peligro y un guapo detective que la salva en el último momento de las garras de un malvado muy feo. Pero eso suena tanto a película americana que desisto, me planto y salto en carrera hacia la calle a dar con otra idea.
   ¿Qué te parece la idea del juego de los viernes? Te la cuento.
    Imagínate dos cabinas de teléfonos antiguas; de esas con puertas en forma de biombos, las que costaban tanto de abrir, y que una vez dentro llegabas a entender lo que sufren los claustrofóbicos, esas personas a las que nunca llegas a conocer en tu vida.    ¿Te has dado cuenta la cantidad de gente que conocemos  por la imagen irreal que desprenden las películas: putas, claustrofóbicos, yonquis, perros que hablan y gatos que no saben su idioma?; y todo viene de la imagen que nos llega de las películas, y de la manera con la que nos lo han querido vender. Pero ese es otro tema. Vuelvo al juego del viernes.
   Las dos cabinas están separadas por unos ochenta pasos entre ellas. Justo a la mitad del recorrido hay una marca roja, en forma de cruz, pintada desde hace mucho tiempo. Para empezar el juego, dos contrincantes se colocan sobre la cruz roja. Se dan la espalda, mirando cada uno hacia su cabina, y esperan la señal de un juez sin ribete ni vitola, que les da la salida. Tienen que llegar a su cabina primero que el otro. ¿Por qué? Porque en la puerta de la cabina está colgada el número de teléfono de una chica desconocida por ambos contendientes y que va a convertirse en la mujer de la vida del que consiga quedar con ella. El juez da el pistoletazo de salida, además de dar el visto bueno a la chica con la que va a hablar el primer contendiente en conseguir línea. “Preparados, listos…ya”. Esa es la típica señal de salida en el juego de los viernes, es entonces cuando cada contrincante sale corriendo hacia su cabina, abre de golpe la puerta de biombo y descuelga el auricular. Aprieta las teclas del número de teléfono de la chica y esperan. Evidentemente, el primero que llegaba a la cabina era siempre el primero en marcar; conseguía línea, hablaba un par de minutos con la chica y ya tenía una cita con ella. Mientras tanto, el que se quedaba en la otra cabina telefónica, a ochenta pasos del ganador, oía la señal intermitente de que su posibilidad de encontrar la mujer de su vida, estaba comunicando. ¿Te imaginas qué sonido escuchaba yo cada viernes? ¿O crees que tengo más pinta de ser el juez de la caza?
   “¿Y el cuento ingenioso de misterio, con chica en peligro y detective guapo?”, me podrías preguntar.
   “Te lo cuento más tarde”, te diría, por si te da por descolgarme el teléfono de esa cabina de los viernes y me dices que sí, pero es una idiotez, porque tú ya no me escuchas, ni me oyes, ni me lees.
   Ya sólo pensaba en el día de mi muerte.
   “¿Y cómo la conociste?”, me podrías preguntar.
   “Pues la conocí en aquellos breves tiempos de impasse en el que no salía con nadie; en esos días en los que todavía no sentía la desesperación por conocer a alguien, ni tenía la necesidad de cortar con alguna chica que hacía poco tiempo que me había dado cuenta que no iba a ser la mujer de mi vida. La conocí, me llamó por teléfono y un año y medio después estábamos casados”.
   Lo dicho, un tipo con suerte. Pero hay un día en que todo explota y decides que quieres cambiar tu vida: un bohemio solitario como yo, necesita su espacio vital fuera del matrimonio. Conocer más mujeres, quizás alguna como tú, y ser escritor de éxito y tener tantas experiencias que no necesites usar la imaginación para contarte un cuento diferente cada noche.
   “Uno de misterio y detectives guapos”, podrías soltarme.
   “O de lo que tú quieras”, te diría yo.   
   Al final pasará lo de siempre. Mi mujer tendrá la regla dentro de varias semanas. Habrá vuelto a abortar, se quedará sin niño y sus lágrimas estarán  a punto de inundar el parquet de casa. Ahora que la excusa es perfecta, no hay ningún motivo más para dejarlo correr. “Si no esta embarazada, cojo las maletas y me voy”, me he repetido centenares de veces.
   “¿Y yo?”, me podrías preguntar.
    La pregunta ofende, porque tú ya tendrás tu vida hecha, en la zona bien de cualquier ciudad más interesante que la mía. No te conformarás con un tipo inconformista como yo, que no tiene palabras: ni buenas ni malas. Ayer te iba a volver a pedir la dirección de alguno de tus puntos de Internet: el correo electrónico, tu cuenta de Twitter, el perfil de Facebook, lo que sea que nos conecte, y poderte enviar éstos escritos sin sentido. Pero me dirías:
   “Preferiría no hacerlo”, y nos reiríamos de la sinceridad del  miedo.
   “Y luego dicen que soy un tipo con suerte”, te diría, con tu sonrisa a punto de inundarlo todo.
   “¿De qué?”
   “¿De qué, qué?”
   “¿De qué inundaría mi sonrisa todo?”
   Ya no importa. Me agobia pensar en el día que decida marcharme de casa. Porque ese día tendré todo el tiempo del mundo para no hacer nada. Absolutamente nada, y así se me acabará la buena suerte, el negocio del libro inacabado, las ganas perdidas de leer y las ideas se convertirán en problemas vecindarios, en pago de recibos: agua, luz, gas, teléfono, gasolina del coche, papeles a hacienda… Un sinfín de problemas que ahora no tengo. Entonces, ¿para qué narices quiero largarme de casa y separarme de mi mujer? Ni yo sé la respuesta. Tendría que escribir el libro de la rutina.
   Paso uno. Un viaje por trenes de cercanías de toda España. Viviendo del sustento que da la falta de espacio vital en donde asentarse. Y entonces, ¿dónde dejo todas mis cosas: los libros, los discos, la ropa que jamás me pongo? ¿Dónde dejo esas cosas que están ahí y nunca volveré a tocar con mis dedos? Eso será el secreto del escritor viajero. Alquilar un piso de treinta metros cuadrados y vivir en un apartamento de película.    Segundo paso. El tipo con suerte se va a vivir a la gran ciudad. Se pone una circunstancia tope que lo haga escaparse de esa ciudad y moverse a la siguiente.: “Estaré viviendo en ésta ciudad hasta que consiga llevarme una chica a la cama”. Justo en el momento de conseguir la hazaña, se irá a otra ciudad grande. Pongamos de ejemplo que el protagonista se va a vivir a Barcelona; en el casco antiguo, con los moros, los pakistaníes, los indios y sudamericanos. Allí conoce una chica con la que consigue llegar al orgasmo. La conquista en la calle, sentado en una cafetería poniendo cara de escritor inspirado. Después de la conquista se dice que ya tiene finalizado el primer capítulo. Cada capítulo acabará con el polvo con la chica en esa ciudad. Tampoco importa mucho si la chica es de la ciudad, o una turista en busca de sexo extranjero. Lo consigue y se va. Siguiente parada: Madrid. En la capital de España busca un nuevo piso de treinta metros en el que vivir hasta la siguiente conquista. Y, ¿de qué va a vivir mientras no consigue fornicar? Trabajará de lo que encuentre; aquello que nadie quiera hacer. No le importa ser camarero, repartidor de pizzas o secretario general de un nuevo partido político. Se deja crecer el pelo y se ve tan guapo que no desea volver a casa, en donde su mujer —ex mujer, ya— sigue sin quedarse embarazada. Luego vienen otras ciudades de fuera de España. Recorre Europa en un más difícil todavía. La solución es buscar la fealdad en las ciudades a las que se quiera marchar enseguida. Cuánto más le guste una ciudad, más guapa ha de ser la chica con la que se vaya a la cama.
   Y, ¿realmente esto puede considerarse una buena idea para mi futuro?

KOALA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:15:19 pm
BODEGÓN



Caminando. Los tomates, con su reluciente lifting, están a rebosar de vida. Ajenas a su encajonamiento, las cebolletas, con su largo y ecologista peinado, parecen querer convertirse en diamantes redondos y lisos, muy blancos. Es el olor lo que conmueve a su espíritu esta mañana de mercadillo, y el pasear admirando la forma, color y alma de las hortalizas y de las frutas, bellas imágenes que motivan sus pensamientos e impulsan sus pasos, le alegra el día.

-   ¿Usted, señor, se hace preguntas?
Se le queda mirando, conmovido quizá porque un joven le hablase. No le contesta, y me gusta que no lo haga: demuestra que es reflexivo. Un anciano reflexivo aparenta aún más ser un maestro, un filósofo.

Las formas siguen danzando, contoneantes y centelleantes. Las brisas del campo que reciben estoicas las escotadas de los dedos ávidos de ofertas, que sufren el agobio del látex de las bolsas en las que son embutidas, brisas perfumadas hechas prisioneras, luchan contra el olor de la humanidad que las respira, y que respira siempre, en todo caso, aires mezclados, que a veces huelen bien, a veces huelen mal, pero que en cuya composición brilla siempre el matiz del dulce y de las lágrimas de sonrisas pasadas, venideras y soñadas. A veces lo gratuito, como el oler, como el aspirar la sonrisa de un rostro, ayer en un recuerdo, mañana en un sueño y hoy, en un beso, lo es todo.

Las señoras en el mercadillo luchan por una parcela de espacio. Quizás para poder respirar mejor, para dar fuelle a los pulmones, génesis de la voz, para hacer acopio de fuerzas y poder intimidar a los fruteros, labrarse una reputación de clienta de respeto, con el pecho hinchado como una gallina caponata, la reina del corral. Los señores están cerca, encorvados, con la osamenta sumisa al peso de las arrugas, comentando cosas sabias sobre el tiempo, las estaciones, los tomates y las cebolletas, pero ya no engañan a nadie, sus ojillos hundidos les delatan y me gusta observar cómo, simulando permanecer distantes a la s trivialidades de un día de mercadillo, miran con cariño y con una devoción extraña, a hurtadillas y deprisa, a sus mujeres, a sus señoras que señalan la fruta sin sentir en su cuerpo, o seguramente sí, la mirada acuosa llena de amor de sus viejos.

Hay otras bolsas también asfixiantes, a veces también de látex, que de todo hay, pero que no ahogan vegetales sino miembros humanos. Es un día de calor y de luz, y las mujeres y hombres se visten como buenamente pueden o quieren, como es natural. Los traseros de las mujeres, que abundan, parecen querer escapar de su oneroso destino: hay resquicios de luz por los que casi lo consiguen, a veces abiertamente lo consiguen, desparramándose aquí y allí las lorzas trémulas, coronando de carne el cinturón, sin ir más lejos. En muchos hombres pasa lo mismo, pero no se les ve directamente. Lo que sí se adivina son sus barrigas gorilescas, se palpan aun en la distancia, es la hinchazón de sus estómagos preñados de buen comer y buen beber, a veces, y de buenas siestas, y de buenos partidos… y de los buenos años de la vida, qué narices.
Son gentes que confían en los buenos ojos del vecino, y destilan una gracia despreocupada para andar y posar. Son felices, a pesar de todo, a pesar de su gordura, su fealdad, su sudor, en ocasiones su indecencia (diezmando armarios adolescentes), pero son felices, confiados y despreocupados, y por eso son también bellos. Y pasean arrastrando sus buenos tipos y delicados cutis, sobre sus chanclas, exhibiendo su luz y su aroma, y contribuyendo al perfume de una mañana de mercadillo.

-   Joven, ¡qué pregunta!
Me alegra ser correspondido. Me alegra que la brisa no se haya llevado mi pregunta. Y me siento bien siendo parte de ella, de la pregunta y de la brisa.

Cornelius
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:16:18 pm
Dos direcciones para la misma calle



Sus dedos acariciaban las cuerdas de la guitarra. Sus manos zurcían una vieja canción de Rock & Roll. Ella no paraba de sonreír. Miraba a un lado y a otro. Quería gritar al mundo que aquel chico de sonrisa tímida, del don de la música, del gran corazón, era su novio.
Hace tiempo que Marta había dejado de creer en el amor. Ella se limitaba a ser una más de las chicas que transcurren calles abarrotadas de la ciudad. Entre libros y sus gafas de pasta azules contemplaba el mundo en todo su esplendor, hasta que el 1 de abril volvió a nacer. Olvidó el daño que le habían hecho para enamorarse de aquella chica con la que se acababa de chocar en la calle. Para pender de aquella sonrisa, solo de un hilo.
Él siguió tocando, él sentía por sus venas esa droga llamada música. Él sentía aquella adrenalina de la primera vez que tocas frente a un gran público exigente. Él tarareaba su canción mirándola a los ojos, imaginando que la guitarra era su cuerpo, que en cada sílaba del estribillo besaba a su niña. Su reina del sur.
Marta era una chica tímida, pero simpática. Poco lanzada y risueña, de ojos color melón. Miró fijamente a la chica que le había ayudado a recoger sus libros, tenía los ojos color atlántico, mar intenso. Era de su estatura. Los cabellos en un tono dorado arrebatador. La chica dibujaba una perfecta sonrisa levantando las comisuras hasta el punto en el que se le dibujaban dos hoyuelos en sus mofletes. Marta quería besar aquella sonrisa toda la noche. La chica se disculpó y cuando estaba a punto de marcharse en dirección contraria, Marta la agarró del brazo, se ajustó las gafas con su dedo índice y le pidió el número de teléfono y el nombre.
Carolina saltaba, reía y gritaba su nombre. Carolina bailaba y al mismo tiempo tarareaba aquella canción que tantas veces había escuchado. Carolina sonreía a aquel chico y al tiempo pensaba que aquello debía ser un sueño. Carolina miraba a Diego en su silla, sus miradas se cruzaban y saltaban chispas, sus miradas se cruzaban y la complicidad llenaba la habitación.
Sara. Se llamaba Sara. ¡Le había dicho como se llamaba! ¡A ella! Marta andaba por las calles de otra forma cuando volvía a casa. Ya no se dejaba pisar. Aquella chica le había dedicado una bonita sonrisa al mismo tiempo que con su dulce voz había acariciado su nombre. Luego se había acercado a ella y le había dado dos besos. ¡Cerca de la comisura de los labios! Estaba deseando llegar a casa para decirle que aquel número era el suyo con un Whatsapp, como le había pedido. Tenía que encontrar alguna forma de volver a verla sin parecer desesperada. Necesitaba volver a ver aquella sonrisa.
Tras tres minutos y medio de melodía, acabó la canción. Todas las chicas aplaudían. A lo mejor no tanto por su talento como por su belleza. Diego era un chico dejado, llevaba siempre el pelo revuelto y un poco de barba, aunque a él le quedaba bien. Tenía unos ojos oscuros. La noche comenzaba con ellos. Sin embargo, lo que más atraía a las chicas era su sonrisa. Una sonrisa tan imperfecta como él, pero dulce. Diego sería de las pocas personas que no sabía sonreír. Hasta que llegó Carolina con desparpajo y sinceridad, hasta que le besó por primera vez dibujando una sonrisa. En ese momento se dio cuenta de que quería repetirlo todos los días de su vida.
Ya había llegado a casa y se había lanzado hacia el teléfono. No quería parecer desesperada, pero tampoco podía esperar más. Debía ser atrayente con sus primeras palabras, quería volver a hablar con ella, conocer cómo piensa, conocer sus ojos, sus gestos, su cuerpo y sus secretos. Quería ser la persona con la que se pone y se esconde el Sol para ella. Quería tener gancho pero no parecer la típica ligona que le tira los tejos a cualquiera. Porque ella no era así. Cuando llegó el momento se conectó y Sara estaba en línea. "Hola :) Soy la patosa de los libros.", le escribió. Ella contestó "Genial. Guardo tu número." y un emoticono gracioso. Pasaron diez minutos en línea ambas. Marta se rindió y cuando iba a desconectarse, a salirse de la aplicación, Sara le escribió: "¿Te gustaría tomar algo conmigo algún día?". Marta casi se cae de la silla donde estaba sentada. ¿Sería una cita?
Diego bajó del escenario y después de sacarse fotos con algunas fans, llegó hasta su chica favorita en el mundo. Le agarró la barbilla entre su dedo índice y el pulgar y la besó con una ternura desgarradora. Todo el mundo se volvió a mirarlos. Eran el símbolo del amor. La pareja que todos querrían ser. Era la suma de confianza, risas, respeto, amor y amistad. Cada uno representado por un dedo de su mano y cuando las juntaban la magia surgía alrededor. La habitación se llenaba de esperanza por encontrar del amor del que hablaba Platón. En el que las almas se enamoraban y ascendían juntas. Se complementaban. ¿Y qué es el amor sino es eso? Apreciar a la persona, complementar los defectos que tiene, ayudarse a ser mejor el uno al otro, hacerse sonreír a cada segundo que pasa, porque el tiempo corre, vuela y, en ocasiones, pone a cada uno en su sitio.
Marta se incorporó. Tenía que contestarle, antes de que pensase que hablaba con otra."Sí. Por supuesto, sería un placer". Sara le respondió con un emoticono muy feliz. Marta tenía que concretar la hora y el lugar o se convertiría en una de esas "citas" que nunca tienen fecha ni hora.
-   Si te viene bien la semana que viene estoy de vacaciones. No trabajo.- le puso seguido de una carita feliz.
-   Claro. ¿Te viene bien el lunes a las 7 en el Starbucks de Callao?
-   Genial. Allí nos vemos pues.
-   Estoy deseando volver a verte. - le contestó Sara, arriesgándose y con el sudor inundando sus manos.
-   Yo también. - contestó modestamente.
Tras toda aquella oscuridad dentro del local, apareció una chica con paso determinante, cabellos cobrizos y el maquillaje difuminado por toda la cara. Había estado llorando. Se acercó a aquella pareja rompiendo su momento y le gritó improperios al chico que solo negaba y miraba con los ojos como platos a aquel huracán que estaba a punto de destrozar su vida. Carolina no sabía que creer y entre sollozos abandonó aquel rincón del mundo donde acaban de poner dinamita en su corazón y lo habían hecho volar por los aires. Diego sintió un vuelco en el corazón.
¿Qué querría decir con aquello? ¿Era una indirecta? Solo quedaban dos días para el lunes y Marta se moría de ganas por que llegase. Se estaba ilusionando y ella lo notaba. Eso era un problema porque tal vez a la chica no le gustase ella o simplemente no le gustasen las chicas, pero sus indirectas eran claras. Quería averiguarlo y no podía esperar más. Tampoco podía llegar y preguntárselo directamente. Así que pensó: ¿por qué no preguntarle si tiene planes hoy? Parecería desesperada, pero si no le gustaba era mejor averiguarlo cuanto antes, el disgusto sería menor. Así que abrió el Whatsapp y le habló.
El amor y la confianza son como un jarrón de cristal muy fino. Cuando se cae, cuando se rompe, no se puede volver a pegar. Diego había estampado el suyo contra el suelo, contra el pico de una mesa. Lo había tirado una y otra vez hasta que habían quedado finos hilos de cristal magullado. Ambos estaban destrozados. Diego sabía que no sería fácil arreglarlo si alguna vez Carolina se enteraba de lo que había estado haciendo cada vez que decía que iba a ensayar estos últimos meses. Diego había estado saliendo con aquella chica, viéndola, haciendo una vida de pareja normal, porque su padre era el dueño de una discográfica y le había prometido grabar un disco y contratos sustanciosos. Pero, ¿valía su amor por Carolina tan poco? Con el vacío que sentía en su pecho en aquel momento estaba claro que no. Ni la música conseguía llenarlo.
Marta estaba llegando a la puerta del Starbucks, en Callao. Había cogido un taxi para poder llegar a tiempo. Menos mal que lo había conseguido. Y allí estaba ella, con un moño recogido, unas gafas vintage y su sonrisa apuntándole directamente a los ojos. Se habían cambiado las dos de ropa. Pero Sara había pegado un cambio radical. Marta estaba totalmente de acuerdo en que estaba mucho más sexy así. Representaba la unión entre sensualidad e inteligencia. Se acercó con paso firme y decidido. Se saludaron.
-   Hola. - dijo Sara acercando sus labios a las mejillas sonrosadas de Marta.
-   Hola. ¿Qué tal?
-   Ahora mejor. - dijo acunando las palabras en su lengua de seda y guiñando su ojo derecho. No dejaba de mirar a Marta a los ojos, lo que a ella le ponía muy nerviosa.- ¿y tú?
-   Si soy sincera, nerviosa. - dijo Marta dudando por su incipiente sinceridad.
-   Pues, tranquilidad y paso a paso, ¿no? Vamos dentro. - dijo cogiendo de la mano a su nueva amiga.
Diego caminaba de un lado a otro de la habitación. Pensaba en una forma de recuperarla cuanto antes. Cuanto más tiempo pasaba más se alejaba de Carolina. Había apagado el teléfono móvil y aunque había ido a su casa, Carolina no estaba allí o se había encargado de esconderse muy bien. Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Carolina estaba sentada en un banco que había en su puente favorito. En ese puente había dado su primer beso a Diego. No sabía que pensar... y estar en un puente solo le proponía una situación inadecuada. Había considerado toda su vida egoístas a las personas que cometían ese tipo de actos, así que ella no cometería ese error. Cogió el teléfono e hizo unas llamadas. Minutos más tarde, a un kilometro de ese puente se oía: "Última llamada para los pasajeros del vuelo 2371 destino a... ¡Oiga! ¡No puede entrar aquí!... ¡Carolina! Te quiero. Perdóname. Déjame explicarte. No te vayas, por favor". Y se oían unos sollozos de fondo, seguidos de un portazo y el aeropuerto volvía a su normalidad.
Ya habían pedido sus frappés sabor vainilla y sabor chocolate. Ambos con nata. Marta estaba muy nerviosa. Apenas atinaba para poner el vaso sobre sus labios. Bebió un gran sorbo de chocolate y se quedó un poco de nata en la nariz y en las comisuras. Sara la miró divertida. Se acercó y con miedo, pero determinación, con el corazón en el puño de aquella chica, la besó quitándole los restos de nata de los labios. Arroparon sus labios con los de la otra. Luego besó su nariz y mordió ligeramente la punta.
Carolina escuchó su nombre, sus gritos, su desesperación y acompañada de ellos se subió en el avión que le llevaría a su próximo destino. Le llevaría a una nueva vida que se vería obligada a construir en Madrid. Jamás volvería a ser capaz de arriesgar tanto en una relación. Jamás supo lo que volvería a ser amar ciegamente. Jamás volvería a oír aquella canción.
En Madrid, al mismo tiempo que Carolina subía a su avión llamando por teléfono, Marta y Sara se abrazaban y se besaban. Vivían su amor puro, sin edulcorantes ni colorantes. Sara acariciaba el pelo de Marta cuando en la mesa, al lado de su frappé de vainilla y nata sonaba el móvil. En la pantalla aparecía "Carolina llamando".

Una pluma traviesa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:17:07 pm
BESOFOBIA



La fobia se caracteriza por ser un miedo intenso, desproporcionado e irracional. Hay tantos tipos de fobias como objetos existen que puedan inspirarla: fobia a volar, a las arañas, a los payasos, a los ascensores, a los perros, a los gatos, al color blanco, al color negro, fobia a las verduras, e incluso fobia a los políticos (no confundir con manía o asco). Pero Xavier estaba convencido de que tenía la peor fobia que un ser humano pudiera padecer: la fobia al beso.
La “besofobia”, como él la llamaba, le ocasionaba serios problemas para mantener relaciones duraderas con personas del sexo opuesto, ya que cada vez que alguna de las parejas que Xavier había tenido a lo largo de su vida intentaba besarle, la reacción más comedida que podía esperarse de él, era que huyera despavorido.
Harto de su problema, Xavier decidió recurrir a un psicoanalista de reconocido prestigio, el cual estableció el foco del origen del miedo de su paciente en el primer y único beso labial de éste, ocurrido durante su infancia temprana. Gracias a una sesión de hipnosis regresiva, Xavier logró recordar que durante un soleado día de guardería cuando sólo contaba con cuatro años de edad, una pelirroja niña pecosa y desdentada le abordó por sorpresa plantándole un inesperado a la vez que placentero morrazo en la boca. Cuando ambos se separaron, el pequeño Xavier contempló atónito cómo la niña comenzaba a llorar sin sentido, histérica, y la cuidadora, dictaminando que él había sido el culpable del llanto de la cría, le castigó de cara a la pared. Para más inri, al llegar a casa, la madre de Xavier advirtió que a éste se le había caído un diente, y esa noche, los llantos de desolación no dejaron dormir al pobre Xavier, que estaba convencido de  que acababa de pasar por el peor día de su corta existencia.
Finalizada la sesión de hipnosis, Xavier, aconsejado por su psicólogo, decidió que debía enfrentarse a su traumático pasado para superar la fobia, así que volvió a la guardería de su niñez y rebuscó entre los archivos de la misma hasta dar con la foto de la niña pecosa y la dirección de sus padres, quienes facilitaron a Xavier la localización actual de su hija después de que éste se entrevistara con ellos.
Cuando Xavier por fin se reencontró con Susana, que así se llamaba ella, comprobó fascinado cómo la niña pecosa se había convertido en una bella mujer que además de tener todos los dientes en su sitio poseía una preciosa sonrisa. Xavier le contó la historia, haciendo que Susana, del mismo modo que había hecho él, reviviera aquel suceso perteneciente a un pasado también olvidado para ella. Cuando Xavier le preguntó el motivo de su llanto su respuesta fue: «Al separar mis labios de los tuyos, observé aterrada cómo se te caía un diente, y pensé que había sido por culpa de mi beso. Desde entonces, yo tampoco he podido besar nunca a nadie».
Xavier respiró hondo al oír aquellas palabras, permaneciendo durante un instante pensativo. Y tras su reflexión, miró a Susana a los ojos y se decidió a invitarla a un café.

David
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:18:08 pm
EL GLOBO DE ALVAREZ



Nos cepillaba hasta la médula.  Cada historia que contaba. Era como una operación a cerebro abierto porque al dar detalles si no entendías te decía: “muchacho usted debe tener algún problema de olvido, originado por un mal funcionamiento glandular a la altura del hipotálamo. Sugiero que asista cuanto antes a ver a un profesional de la siquiatría para que le revise el tapizado de la silla turca…” Impactaba con esas definiciones categóricas. Nosotros no entendíamos ni  jota de lo que nos decía. Pero, si lo interrogábamos a fondo con suavidad y cultura. Sonriente explicaba: “algún problemita menor con la glándula hipófisis hay que controlarse”.
Los chicos reos del conurbano bonaerense que asistían a esas clases, aprendían algo más que reparar limpiaparabrisas para submarinos. Mágicamente, jugando, agrandando, enseñaba. Elevaba, el vocabulario el profesor para que nosotros comprendiéramos nuestras básicas limitaciones. Te descolocaba cuando preguntaba: “Cómo tiene la pituitaria hoy?   Señor, basta de bromas.” “Dónde está, cómo es la pituitaria” Interrogaba feroz…Imponía el respeto… Y con esa acción lograba un silencio total. La clase era un  páramo. Un cementerio. Y  te daba el mazazo final para levantarnos la autoestima. La terapéutica indicada para el analfabetismo crónico que padecen, debido a un abandono  pituitario primario y elemental, es simple, es el estudio. Busquen…  Agarren,  el  mata burros. Vayan  además, del baño, al diccionario, de la Real  Academia  Española, que pule y limpia los errores. Aprendan!
 Lean por favor!  Agarren los libros que no muerden.  Que piba linda se enamora de un hombre tosco y mal hablado?   Sin estudio. No hay progreso. Contundente Arquímides.  Si no entienden su propio funcionamiento cómo vamos a reparar  un  dínamo. Lo primero que tenemos que saber es que tenemos, cómo somos. Qué tiene un dínamo?  Para qué sirve? ¿Cuáles son sus partes? Brillaba.
Andaba  a los saltos porque sumados a los continuos exámenes que le llevaba su carrera de ingeniería, corría de un lado a otro asesorando cuando político se cruzara en el camino.
Pionero espectacular de cuanta novedosa actividad se desarrollaba, él, se prendía como” tucumano al bombo”. Le gustaban las actividades donde podía desarrollar sus faces actorales.. Bailaba, cantaba y monologaba….Había comenzado con una gente allegada al instituto Di Tella, con el café concert. Ya también, experimentaba y recorría la noche contando historias terribles... Actuando  e interactuando con el público. Se llegaba a enfrentar con cruces verbales de alto vuelo.  (El cronista, hace gala de un trabajo de escribano para dar fe que lo vio actuar en una sala, donde le arrojaron una silla, al contar la historia de amarillo, que tiene un capítulo aparte.)
Esa noche de viernes, para encontrarnos con los muchachos aterrizaba en la escuela nocturna y me prendía en las clases del profesor  que se agrandaba cuando venían visitas y tiraba historias a quemarropa para darte en el centro de atención al cliente. Era como un o8oo de vanidades…
Señores los tiempos bien cambiando en forma vertiginosa. Lo que ayer era el boca a boca. Hoy ha sido devorado por un monstruo terrible que es la propaganda publicitaria. Nadie puede triunfar por mejor que sea. Sino tiene su respectiva campaña armada. Hasta para hacer política se necesita propaganda. Un estudio previo. Un lanzamiento no es tan simple. Horas, que digo horas, semanas, meses de preparación. Nada puede estar librado al azahar…Para que entiendan mejor de lo que estoy diciendo les contaré este episodio que tuve la suerte de promover. Arrancó y agarrate Catalina!
“Mi temporada en Villa Gesell, haciendo todas las noches dos  actuaciones de café concert,  eran espectaculares!   Me divertía, ganaba mis buenos pesos, no gastaba y era el centro de atención permanente.  Eso  posibilita elegir simplemente buenas compañías. No se puede andar siempre en solitario. Hay que ser solidario. El buen compañero reparte. Hay que ser sociable, entrenarse para ser agradable… y entrador como jeringa de hospital…Todo lo demás, cae por decantación…
Termino mi monólogo y se me acerca a la barra Cacho Alvarez. El dueño de una compañía de micros de larga distancia de la zona norte de Buenos Aires. Estaba arruinado. No lograba catapultar a la empresa que era devorada por firmas más importantes. Me explicó el tema. Cuando terminó le dije que yo tenía la solución para su problema. Cuánta plata tenéis  disponible ya, tres mil mangos  dijo tímidamente  Álvarez; y el profesor más veloz que  el negrito Ben Johnson, le manoteó la” rosa mosqueta” y las llave de su cupé  gtx.  Dámelas, mañana al mediodía 105 y playa Cacho. 13 horas clavadas va a comenzar tu despegue. Con lo manoteado, huyó como despavorido para Lomas de Zamora .A la casa del tano Pino un fabricante de globos de plásticos tipo Nívea, vieron…  Lo desperté a esos de las siete de la mañana, llegué en tres horas. Venía en el aire. Con el  ventile te, abierto para que el sueño no me sorprendiera y prendido al volante como huérfano a una teta…
Lo encaré  y le dije que me hiciera al toque. Un globo gigante de toda esta plata… Color blanco. Con letras verdes. Que dijera simplemente, y bien  grande:   A  L  V  A  R  E  Z    H  E  R  M A  N  O  S                        TU MICRO JOVEN   SUBITE
Ma vo esta loco dijo el tano.  –mará que hora é!
Cachá la guita y hacedme el globo más grande que antes del mediodía ya tiene que estar enjoyando el cielo de la playa en Villa Gesell.
Obedientemente, el itálico artesano, realizó el pedido que quedó; chiche, bombón ¡Previamente,  antes de partir, el sonriente Arquímides, se comunicó con Álvarez, telefónicamente.  Solicito  que le trajera, que le arrimara, 30 metros de cadena y uno o dos tubos  de oxigeno. Lo que consiguiera antes del mediodía.  105 y playa Cacho. Cortó.
  Con los deberes hechos, emprendió el regreso rutero. Desayunó pasando por Atalaya a las 10hs.20minutos treinta y dos segundos. Paró veinte minutos y retornó a la ruta. Desayunado, duchado y fresco, como una lechuga, recién cosechada, viajaba,  al encuentro de su estreno   cumbre y maestro, al servicio de la publicidad del autotransporte privado y nacional…
Con puntualidad inglesa después de darle una paliza importante a la coupé Dodge GTX. Fue al encuentro del desesperado empresario que como un granadero lo estaba aguardando. Firme y serio. Abrió el baúl del automóvil y comenzó a retirar ese bulto gigante de plástico. Álvarez, asombrado miraba enmudecido. Retome el relato profesor si es tan amable, lo suyo suena mejor!
“No se quede callado Álvarez, empezá  a calentar la voz porque vas a cantar de felicidad cuando veas esto. Y vas a contar la guita que nunca te imaginaste contar!  Alcánzame  los tubos, la cadena el alambre.  Dale Álvarez que esto es un golazo de media cancha. Es un golazo como el zapatazo del “chango Cárdenas” al Celtic.  Te van a llover viajes hasta de la estratosfera. Con esta propaganda te vas  para arriba como “gas” de buzo. ! Toda la vas a juntar,…toda! Te harás millonario y yo estaré feliz de haber colaborado. Estaba chocho.
Una vez que inflé el globo, traté  de atarlo a un punto fijo. No había nada a mano y se lo até al  paragolpes,  del auto del empresario. Que a esta altura, estaba más caliente que una pipa.  Más, cuando vio ese maravilloso globo blanco, no tuvo mejor idea que decirme que era una porquería  industrial .Plata y tiempo mal gastado para nada! Me gritó…No pude ser tan gil…! Me vitupero mal. No sé cómo hice para no molerlo a golpes. Precisaba un “roscazo”.
 No sé como me controlé para no atacarlo .Estaba amargado. Me había jugado la vida para ayudarlo y encima recibo una lluvia gruesa de improperios! Brotado al máximo, desaté la cadena del  paragolpes  de la coupé Dodge,  para que el globo se fuera al  mismísimo infierno. ¡Al carajo! Pero no se voló. Se corrió para el centro de la ciudad.
Esa temporada no llovió. Fueron 60 días a pleno sol. Récord y lejos la mejor temporada. Sin mayores brisas .Afectado y beneficiado el clima por una térmica descendente, el globo quedó prácticamente anclado en la avenida tres y 105. (3 y 105) ¡Era una cosa de locos!  Parecía un chupetín gigante colgando del cielo. Aunque ustedes no lo crean .Esa temporada fue el globo, tan importante como el obelisco, de nuestra capital. Vistoso, llamador.
 La gente les digo más, se orientaba  por el globo. Venía un tipo y preguntaba por la terminal de micros. Le decían mire para arriba, del globo de Álvarez, dos cuadras a la derecha. Señor la ferretería industrial, para comprar medio litro de vapor…. Del globo de Álvarez, lo ve, tres cuadras hacia la izquierda. Todos  se acostumbraron y se guiaban por el globo. Cañonazo… Era una brújula en el cielo. Un GPS, para todos. Brillante referencia.
¡En realidad fue como un faro en el cielo! El mejor cartel publicitario. Buena idea.
 Lo concreto más allá de estos relatos fue el beneficio que obtuvo la compañía. Los turistas devolvían los pasajes de otras empresas de primera línea y en las ventanillas de Álvarez, cada vez se acrecentaba más la gente. Al final la empresa se salvó y nos amigamos con el dueño. Que entendió que en publicidad hay que arriesgar como en un casino. La publicidad, no es un gasto es inversión. Crecemos en el conocimiento. ¡Qué momento feliz!
 Cuando terminó la temporada hizo un asado espectacular. Más de 500 comensales. Pero cuando se dio cuenta que no me habían invitado, suspendió  el almuerzo hasta mi regreso. Vino personalmente a buscarme. Al regresar la gente me ovacionó y Álvarez,  me dio un toco así de guita. Dinero que no acepté, porque lo hubiese gastado rápido y un  recuerdo dura más…Es como un tatuaje para toda la vida.
Si queréis hacerme un regalo, en el espejo retrovisor de un micro escríbale  POCHO…
Nunca vimos un micro de esa empresa en los años setenta  por nuestra geografía no pasaban .Éramos de Wilde, Avellaneda. Tampoco, vimos el globo que desapareció con una tormenta los primeros días de marzo. En los ochenta viajando para la costa cruzamos varios, micros blancos con letras verdes. El cronista en una parada en Villa Gesell, vio  escrito el espejo retrovisor de un micro. Pocho, decía y un fantasma errante le tocó la piel...
La empresa,  Álvarez Hnos. tuvo un ciclo feliz e importante dentro del  transporte hacia esos destinos de playas atlánticas. Algunos entrevistados dijeron  a ver vistos  el famoso Globo. Otros no lo recuerdan.  El profesor mostraba una foto casi velada y decía: ”mucho sol de frente, la mancha negra lo tapa.  Daña la imagen y todo se ve muy borroso”.
Tarde llegaron estas líneas. Había que haber hecho un folleto ilustrativo para que el cuento pasara de un asiento a otro .Con la simpleza de un juego colegial. El cuento y un alfajor, sostenía Tadeo. Son las mejores decisiones para el que viaja. Saborear un dulce y algo de literatura…para seguir viajando… Porque viajar activa la mente.
 Vieron que las buenas empresas siempre de dan algo. Cajitas con caramelos. Me copiaron solo una parte…no entienden la literatura. No les interesa leer. No quieren aprender.
 Hoy, ya no verán los micros blancos. Blancos como el Globo de Álvarez. La empresa  ha sido fusionada por otra sociedad  fuerte   de la provincia de Buenos Aires, que tiene un logo distintivo. Una  liebre  corriendo…
Para no detenernos, en menesteres tontos, ni menores.  Que tuque, que tique, que taque…
 Lo importante es el mensaje que siempre nos dejaba el profesor: Vicente  Arquímides  Tadeo, de la Universidad popular de Wilde: “la imaginación señores, es como una liebre, que pasa corriendo. Por favor no la detengan…déjenla  viajar…

ISIDORO GUIDROBROS
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:19:13 pm
EL CENTRO FORWARD



    El muchacho corría con el balón de futbol cual gacela. La pelota parecía pegada con neoprén al botín. Había burlado con ágiles movimientos de cadera a dos defensores. La hinchada, que de reojo se veía como un borrón de colores, gritaba su nombre excitada, casi de forma histérica. Quedaban solo pocos minutos para el final del partido; si metía el gol, el Club Deportivo Invencible alzaría la copa de campeón amateur  juvenil del Campeonato del Auditorio Osmán Pérez Freire; si metía el gol podría ser fichado por el Wanderers, podría salir de la pobreza. Solo quedaba burlar al líbero. Hizo una bicicleta a lo Alexis Sánchez y antes de pasar a su marcador, éste le propinó un criminal planchazo, ¡Dolor, Electricidad, Crack, Rojo!, su cara rebotando en la cancha de tierra, arena en la boca, mucho dolor,  fractura de tibia y peroné, adiós sueños, adiós esperanza de fichar en Wanderito. Hola, frustración y pobreza…  entonces… el muchacho lloró.
    La ambulancia ululaba frenética por las calles del puerto. El muchacho en la camilla lloraba no tanto por el dolor como por la impotencia, por la injusticia. Una vez en el hospital Van Buren, radiografías que confirman lo peor, la recuperación sería larga. Las imágenes del encuentro se agolpan en la memoria, también retazos de comentarios, y entonces lo recuerda, al darse la mano con los jugadores del otro equipo antes del partido: uno de ellos, el de los mechones rubios, bromeó con un susurrado “Te voy a quebrar, chorizo”. Era solo para intimidarlo pensó, y estaba seguro que era el mismo que con su hachazo  mala leche lo había dejado casi inválido. La desazón dio paso a la ira: más lo pensaba, más ira sentía, ¡no era justo!, no era justo que un tipo tronco para la pelota, casi sin técnica, lo hubiera bajado en forma criminal, sin asco ni remordimientos. No era momento de rendirse, sino de luchar.
    Y el muchacho luchó en recuperarse, su motivación no era simplemente volver al futbol, sino demostrarle al destino que los patadura no ponían las reglas, pero las cosas habían cambiado, aunque volvió a las canchas de tierra, ya no jugaba como antes, no trancaba como antes, tenía miedo de lesionarse de nuevo, la magia se había ido, junto con la gran oportunidad. Al final, los troncos hacheros se salieron con la suya.

Vanrik
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:22:02 pm
Una pesadilla rara



Al encender la televisión me di cuenta que sólo daban programas aburridos y películas repetitivas, así que decidí dormirme por un momento, abrí los ojos un momento y vi a mi pequeña hermana de 5 años tratando de despertarme pidiéndome que la llevará al parque tal y como hacía todos los sábados en la noche.
- Si claro, sólo déjame cepillarme los dientes y buscar mi chaqueta, tú también busca una porque hace frío allá fuera - le dije a mi hermanita con tono serio.
- Acá la tengo ´tara´ - dijo mi hermanita pequeña, sacándola debajo de la cama.
- Vaya, tú haciendo magia como siempre, bueno es bueno que te intereses en algo – dije con una sonrisa en mi rostro
- Vale, hermano mayor Santiago - dijo mi hermanita en tono alegre con una sonrisa en su rostro.
- Ya te dije que no tienes que llamarme con tanta formalidad, sólo llámame Santiago - dije eso en tono muy serio, pero mi hermanita había desaparecido.
Después de ponerme la chaqueta y cepillarme los dientes, mi hermanita ya me estaba esperando en la puerta, ella era muy rápida.
Cuando salimos de la casa, nos encontramos con un vecino de la cuadra, era un muchacho muy molestoso y obstinado llamado Sergio, pero bueno eso no importa, él también era hermano mayor, sólo que en vez de tener a una hermana menor, tenía a un hermano menor, de la misma edad de mi hermanita Nicole.
- ¿Qué hay de nuevo? - dijo Sergio con tono alegre, pero con prisa porque iba de salida. No dijo en dónde, sólo salió corriendo con su hermanito al lado opuesto hacia donde mi hermanita y yo íbamos.
- Lo de siempre - dije serio.
- Adiós Matías - dijo mi hermanita, despidiéndose de su amiguito, es decir el hermanito de Sergio.
Lo que me intrigaba era a dónde irían con tanta prisa, llevando en una bolsa grande algo grande en forma de niño. Sin embargo, a pesar de mi curiosidad no me atreví a preguntarle qué era lo que tenía, pues yo no conocía mucho de él y tampoco era su amigo, sólo éramos vecinos.
Me quede mirándolos hasta que ya iban algo lejos.
- De prisa, hermano mayor Santiago, o se hará de noche, eran las 4:00 pm - dijo mi hermanita menor algo inquieta.
Y la entiendo, pero luego me le acerque al oído y le susurre: ¨ ¿Qué te parece si vamos y los seguimos?¨
- O está bien, si es lo que quieres - dijo ella alegre.
- ¿Es todo?, ¿no preguntarás por qué quiero seguirlos? - dije todo atónito.
- No me importa, mientras pueda pasear contigo y no estar en mi casa aburrida, además suena interesante - dijo ella caminando y cantando hacia donde estaban ellos.
- Bien pues adelante, hay que tratar de que no descubran que no los estamos siguiendo - dije.
Al seguirlos, llegamos a un lugar raro que nunca habíamos estado, pero se suponían que estaban en el barrio, el lugar era un lugar oscuro, con mucho césped, en el césped había muchas calaveras, había muchos árboles y allí estaban ellos, afortunadamente no nos vieron, porque se escondieron en uno de los árboles.
Allá vimos a Sergio y a su hermanito Matías sacar a un niño de verdad, que parecía tener como unos 5 años, yo casi me muero del susto, ya que pensé que iba a ser un maniquí, nunca me imaginé algo así, mi hermanita no paraba de llorar tras lo asustada que estaba.
Luego de repente, voltee a ver quién más podía estar por allí, vi que no había nadie, pero al voltear a donde estaba mirándolos, vi que algo se salía del cuerpo de ellos y del niño que estaba en la bolsa y me di cuenta que sus cuerpos se volvieron fantasmas, luego voltearon hacia dónde estábamos nosotros y se dirigieron rápidamente hacia nosotros.
- ¡AUXILIOOOOOOOOOOO! Dijimos mi hermanita y yo, mientras corríamos llorando.
-AAAAAAAAAAAAAAAA - grité y me caí de la cama, tal parece que estaba viendo una película de terror y me había quedado dormido.
- ¿Hermano mayor Santiago otra vez tuviste una pesadilla tras andar viendo tv? – preguntó mi hermanita
Solía pasarme esto y vi a mi hermanita vestida como fantasma, lo cual me pareció raro, sin embargo, no volví a asustarme.
- ¿Qué haces vestida de esa forma? – le pregunté todo curioso
-¿Esto?, ¿acaso ya lo olvidaste? Es halloween, y me prometiste que me acompañarías a pedir dulces esta noche - dijo con pucheros.
- Vale, está bien, déjame buscar mi máscara - le dije para que se alegrara.
Mi hermanita desapareció apenas le dije eso, bueno no me sorprende, ella siempre es así.
-Vaya, pero que pesadilla, debo buscar un nuevo pasatiempo -  me dije a mi mismo, mientras me veía a mismo en el espejo de mi habitación, mientras me ponía la máscara.

Sebyant
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:24:00 pm
La epifanía de Christopher



Desde la rama más robusta del árbol más viejo del parque Fitzbury, Cristopher miraba embobado hacia el número 302 de la calle Clayman, donde una chica se quitaba la ropa al otro lado del cristal de una de las ventanas del segundo piso. Estaba hipnotizado por los movimientos de la joven y no podía —ni quería— apartar su mirada de aquel cuerpo semidesnudo. Mientras tanto, a su alrededor, la lluvia caía sin compasión sobre el frío asfalto, impregnando la calle del aroma del que se impregnaban las calles cuando se mojaban —sobre todo cuando era por el efecto de la lluvia—, pero a él parecía no importarle. De repente, la chica se volteó espoleada por una repentina sensación de vulnerabilidad, como si hubiera sentido el peso de la indecencia de Christopher, y sus miradas se encontraron. Al contrario de lo que habría hecho un niño descubierto por su madre con la mano en el tarro de galletas, Christopher siguió observando impasible, atrapado en las redes del amor. Ambos se quedaron largo rato mirándose mutuamente hasta que un conductor con un mal día gritó a un transeúnte despistado para avisarle de que el semáforo estaba en rojo, añadiendo además comentarios acerca de su dudosa capacidad mental y el hipotético oficio de su madre, a la que probablemente ni siquiera conocía. En ese justo momento, Christopher se asustó y salió volando.
Volar le gustaba más bien poco, pero le resultaba más rápido que caminar. Además, era el método de desplazamiento que se suponía que debía emplear un gorrión como él. Se miró las patitas y se maldijo. ¿Por qué demonios no tenía rodillas? A menudo se imaginaba caminando entre las personas mientras tomaba un café rumbo a la oficina. Quería tener rodillas, quería tener un pulgar oponible para sujetar el café y definitivamente quería tener un horario de oficina. Pero era un gorrión y no tenía nada de eso. De hecho, como especie —pensaba—, los gorriones eran bastante deficientes. No eran coloridos como los pavos reales ni rápidos como el halcón peregrino. Tampoco hacían reír como los pingüinos ni daban aceite de ballena. Hubiera dado las alas por poder ser una fuente de aceite de ballena. Los gorriones, en cambio, ocupaban el segundo lugar en el Salón de la Vergüenza del Aire, por detrás, claro estaba, de las engreídas palomas. Eran un canto a la sinrazón, una broma del destino, la gran estafa de la evolución.
Mientras volaba, negaba con la cabeza, indignado. Christopher conocía dos tipos de gorriones: los que no habían pasado de la primera semana de vida —a los que obviamente no había podido conocer en profundidad— y los que no lo merecían —a los que por desgracia conocía demasiado bien—. Si hubiera tenido un plato a mano, lo hubiera tirado con rabia contra la pared. Pero no tenía plato ni pared; ni, lo que le causaba más pena: manos. También le hubiera gustado maldecir en nombre de algún dios menor, pero sólo era capaz de emitir agradables y dulces gorjeos. Gorjeos. Hasta la palabra sonaba mal.
Llegó a la conclusión de que odiaba a los demás porque se odiaba a sí mismo. Pero, ¿cómo podía odiarse a sí mismo con lo inteligente y culto que era? Desechó esta conclusión y pensó en otras posibilidades mientras atravesaba la lluvia sobre la ciudad, lejos de aquella ventana en la que había encontrado el amor. ¡Claro! —pensó—, debía volver al lugar donde encontró el amor para redimirse. Viró rápidamente —no tanto como lo habría hecho un halcón peregrino— y se dirigió hacia el 302 de la calle Clayman.
La llama que de repente le creció en su diminuto pecho de gorrión adulto le dio fuerzas para aletear a tanta velocidad que algunos cronistas de la época afirman que vieron, por primera y única vez en la historia, a un gorrión atravesar la barrera del sonido. Cierto es también que estos cronistas lo vieron desde un bar irlandés, alrededor de una mesa plagada de botellas tan vacías como había sido la existencia de Christopher durante todos estos años previos a la epifanía amorosa que acababa de sufrir. Una epifanía que podría tildarse de romeoyjulietesca, en el caso de que esta palabra existiese.
Mientras volaba, Christopher se imaginaba escribiéndole mensajes románticos sobre papel biblia y arropándola con el piquito después de haber yacido. También se permitió soñar con llevar a los niños al colegio. Unos niños con rodillas, pulgar oponible y exentos del peligro de caerse del nido durante la primera semana de vida.
Violeta estaba leyendo en pijama sobre la cama cuando un fuerte golpe la asustó. No sabía muy bien qué sentir cuando se acercó y descubrió una marca en el cristal y a un asqueroso gorrión rendido en el alféizar de la ventana.

Vibencas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:25:27 pm
Roya la leona y el idiota que dijo sí, cuidaré de ella durante todo el verano



—Eres un idiota incumple promesas y el diablo jugará a las canicas con tus huevos.
Qué barbaridad.
—Oye. ¿Qué se supone que he hecho ahora?
Roya era un poco leona. Sólo era una niña, pero tenía el carácter de su padre. Y se convertía en un problema cuando le decías aquello de no puedes salir a la calle porque hace mucho sol, cuando en realidad el sol era el de siempre y sólo era que tú estabas demasiado cómodo en el sofá viendo tu serie favorita como para moverte. Porque dejarla sola y sin vigilancia constante en la carretera era tan mala idea como eso de abrirle la puerta al lobo.
—Me dijiste que me llevarías al lago. Tengo calor.
—Ahora entiendes por qué no te dejo salir a la calle: hace demasiado sol.
—¡No me cambies de tema!
Aunque en realidad, el verdadero problema era que se trataba de una chica muy inteligente. Lo llevaba escrito en esas pupilas brillantes y avispadas. Y era mala conmigo porque su padre no le pasaba ninguna, seguro.
—No grites, niña.
—Voy a quitar la luz.
—¿Que vas a hacer qué?
—Estoy harta de que estés todo el día en el sofá. Mi tío se pasaba las veinticuatro horas en la cama del hospital y tenía dos enfermeras que le cambiaban la ropa y lo lavaban cada día. No pienso lavar tus huevos canica, Tristán.
—Entiendo.
—¡Vamos a jugar a la pelota, o algo!
 —¿Y de verdad no te apetece seguir colgando Barbies?
—Yo no he colgado a ninguna Barbie, estúpido.
—Oh, vaya.
Roya resopló, pero no insistió más. Se fue a su habitación y luego volvió con sus dos muñecas favoritas. Se hizo un hueco en el sofá a base de empujones y empezó a acicalar a sus preciosos trozos de plástico con cara, como si mi idea hubiera sido una ofensa para ellas.
—Mira, una está bizca.
Ella abrió mucho los ojos, horrorizada, y luego me golpeó con un cojín hasta que se le cansó el brazo.
—Eres un idiota…
—… incumple promesas con los huevos del tamaño preferido del diablo, lo sé. ¿Me dejas ver mi serie?
—Creía que estabas aquí para jugar conmigo.
—No. Estoy aquí para asegurarme de que no haces tonterías.
—La niñera es más simpática.
—Seguro que la vuelves loca. —No pude evitar imaginarme a la vecina del sexto intentando controlar a este bicho y tirándose del pelo al mismo tiempo, completamente desquiciada.
—Pues la verdad es que no. Vamos juntas a la playa.
—Oh, la playa. Qué interesante. ¿Y qué más hacéis?
—Topless.
—¿Qué? —Adiós drama americano típico, fuera volumen.
—Que hacemos topless.
—La vecina del sexto…
—… sin parte de arriba tostándose al sol como un huevo frito.
Creo que se me fundió el cerebro. Durante un momentito, solo, pero fue suficiente para que ella lo viera. Empezó a reírse a grandes carcajadas, ¡a reírse de mí! La verdad es que nunca supe si la del sexto de verdad hacía topless o no (aunque mi imaginación hizo el resto) pero caí en la cuenta de que esa niña y yo podríamos llevarnos muy bien. Sobre todo si aprendía más de su madre y menos del gritón de su padre.
Roya era como Sally pero mejor, porque era una niña y le quedaba la inocencia y un total de cero responsabilidades y eso estaba bien. Aunque nada de lago, era aburrido.
—Vamos a jugar a la pelota, niña.
—¡Bien! Al final resulta que eres un idiota útil.

Wilhelmina Parker
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:26:25 pm
¿Qué hago? No quiero volver a sufrir



Dicen que el primer amor de juventud es de los mejores, el más puros y romántico. Mentira todo. Es el que más duele, el que no te dejará confiar en otra persona nunca más. A las pruebas me remito.
Acabo de hacer el selectivo, tengo 18 añitos recién cumplidos y mis obligaciones estudiantiles no me han permitido nunca descentrarme de mi meta: la universidad. Él tenía otros planes para mí. Me ha costado mucho mi encaprichamiento, a punto he estado de tirar mi futuro por la borda. Y todo por un amor falso, mezquino, no correspondido.
Todo comenzó el segundo trimestre del año pasado. El instituto público es un gran paso, sobre todo si vienes de una escuela concertada en la que los profesores te han atado corto y has tenido muchas atenciones por su parte. No me quejo de las ventajas en mi centro docente anterior, pero las hormonas y la libertad... son una combinación letal. Desde que entré en este instituto las chicas nos hemos fijado en todos y cada uno de los varones que aquí estudian. Les teníamos catalogados por altura, atractivo y personalidad. Tan solo he pasado dos años aquí, pero han estado llenos de recuerdos impagables y no creo que los olvide, sobre todo por su culpa.
Hasta la fecha nadie se había fijado en mí. Soy una chica que lleva la etiqueta de pava en la frente, pero tengo mucha labia y si me surge la oportunidad de ligar, no la desperdicio. Craso error.
Ahí estaba él, dos metro noventa de tío, ojos verdes, labios carnosos... para mí, el más guapo del centro, ¿quién iba a pensar que yo le interesase? Un momento. En honor a la verdad, es que le interesan todas: altas, bajas, gordas, flacas, feas, guapas... Cuando me fijé en él no lo había descubierto, pero no tardaría en averiguar este dato... muy a mi pesar.
El grupo de baile para hacer el examen de gimnasia estaba compuesto por cuatro chicos, incluido él, mi mejor amiga y yo. Comenzaba ya a hacer buen tiempo, era primavera, marzo y quedábamos para ensayar los pasos en la playa. En el grupo teníamos cuatro motos y nos movíamos a pares. El tonteo se inició casi sin querer. El destino había dispuesto que él tuviera carné para llevar la scooter pero no gozaba de vehículo. Yo rauda y veloz le ofrecí conducir la mía.
-Pedro, si te apetece te dejo que pruebes mi moto. –Sin saberlo comencé a coquetear con él.
-Vale, será divertido.
Él se colocó en la parte de delante y me invitó a subir.
-Julia, agárrate bien, no te vayas a caer. –Eso es una invitación en toda regla. Dicho y hecho, le pasé mis manos por la cintura. Pedro quedó complacido.
En ese preciso instante comenzó el culebrón. Los siguientes días fueron un cúmulo de indirectas, jueguecitos, miraditas y detalles que invitaban a que uno de los dos se lanzase a la piscina. Fue él. Pedro me propuso saltarme un par de clases para irnos a la playa. ¿Cómo iba a negarme yo a dicha petición? Imposible.
Era uno de los chicos más guapos del instituto y se había fijado en mí, esa oportunidad no se debía pasar por alto. No enrollamos. Mi primer beso me supo a gloria y sobre todo porque fue con el chico perfecto. Al menos eso creía yo en ese momento. ¡Qué equivocada estaba!
En menos de una semana yo ya estaba loca por él. Solo pensaba en salir con él, estar con él, en sus besos, abrazos. Tuve la oportunidad de llevar más lejos esa relación, pero por suerte, utilicé el método de la aspirina para no quedarme embarazada. Sí, el sistema es un invento de mi abuela que consiste en sostener una aspirina en medio de las rodillas. Es un remedio infalible para no abrir las piernas... Sabio consejo el de mi yaya, no sólo me evitó entregarme a un subnormal, si no que me previno para no odiarme por haberme acostado con él. ¡Menos mal! Una es tonta, pero no tanto.
Las salidas con este chico me costaron caras, académicamente hablando. Las notas habían bajado considerablemente. Mi cabeza no quería albergar otra cosa que no fueran vivencias y sentimientos hacia él. Lo mejor fue cuando le pillé enrollándose con otra. Pude oír la voz de mi sensatez “burra, burra”, me dijo.
Engañada, humillada y muy avergonzada tuve que volver a concentrarme en mis deberes. Si cuando estaba enamorada de él, la cosa era complicada, ahora que le odiaba, la situación era insostenible. Pedro se cansó pronto de su conquista y quiso volver conmigo. Nunca, jamás. Que me hubiera engañado la primera vez fue culpa suya, pero si me engañaba una segunda, esa ya corría en mi saldo.
Mi falta de fe en los hombres comenzó ahí. El primer amor, el más dulce y bonito... caca de la vaca. En mi caso fue el más amargo, obsesivo y castigador del mundo.
El problema es la secuela que me dejó. He conocido a un chico estupendo, metro ochenta -no tan alto como el otro- moreno, nariz interesante, ojos verdes expresivos... Muy atractivo, la verdad, pero no tengo ganas de nada. Corto sus intentos de seducción al instante.
Ayer mismo coincidimos en la discoteca. Se llama Álex y me sigue a todas partes. ¿Estoy preparada para complicarme la vida? La última vez, el año pasado ya, sufrí mucho y casi me costó mi buen expediente académico. Lo peor fue superarlo, verle cada día era un tormento, un martirio, me recordaba lo poco cauta que fui al dejarme embaucar. ¡No sé qué hacer!

-Hola Julia.
-Hola Álex –ya está aquí. Mira que no quiero enredarme en una relación, pero es persistente...
-¿Podemos hablar un momento?
-¿Ahora? –Estoy bailando y quiere hacerme salir...
-Sí claro. Será un minuto no te robaré mucho tiempo. –Su voz tan cerca de mi oído me pone la piel de gallina.
-Vale. –¿Qué querrá? Ni idea, pero no me huele bien, es mi sensatez la que me habla.
Salimos de la discoteca. Son las doce de la noche y está abarrotada de gente. Buscamos un rincón tranquilo para charlar. Bueno, lo busca él yo le sigo. Me hace gracia porque de vez en cuando se gira a ver si voy detrás, creo que tiene miedo de que me pierda o me escape. Se sienta en un pequeño margen que en un lateral del edificio de la discoteca. Me invita a sentarme junto a él y accedo.
-Verás Julia, estoy harto de lanzarte indirectas que creo que comprendes pero que no quieres comprender... Así que voy a por todas. –¡Madre mía se acerca una declaración en toda regla! Socorro...
-No sé a que te refieres –prefiero hacerme la despistada.
-Me gustas, mucho además. ¿Yo te gusto?
-Sí. –¡Vaya! Debe ser verdad, le he contestado sin pensar.
-¿Quieres salir conmigo?
-No. –Ahí está, es la secuela que me dejó mi primer amor.
-No lo entiendo. ¿Te gusto pero no quieres salir conmigo?
-Sí.
-Explícate por favor.
Pues a ver cómo le explico que salí escaldada de una relación con un subnormal y que no me apetece ni colarme por un tío, ni que me hagan sufrir.
-No quiero salir con nadie. –Simple y llanamente esa es la cuestión.
-¿Por qué no me das una oportunidad?
-No puedo.
-Eres muy seca Julia. Me haces sentir mal.
-Por eso no te doy una oportunidad, no quiero que tú me hagas sentir mal a mí. –Mi reflexión suena convincente y no da demasiados detalles sobre la rotura de corazón que sufrí el año pasado.
-Julia... yo no te defraudaré, no todos somos como Pedro... –Lo sabe ¿cómo lo sabe?
-No sé que quieres decir –Negaré la mayor, será lo mejor.
-No te hagas la boba Julia. Tu amiga Merche me ha contado porqué eres inmune a mis encantos... –La mataré por chivata y veo que tiene confianza en sí mismo.
-Álex me voy a la universidad y... en fin, es un lío esto que quieres.
-Y.. ¿qué quiero? –Me ha pillado, no tengo ni idea de sus intenciones. A ver cómo salgo de esta.
-No sé, dímelo tú.
-Quiero que salgamos, no te haré daño. Probablemente, tú me lo hagas a mí antes que yo a ti.
-Eso decís todos...
-Julia, dame una oportunidad, soy diferente y lo sabes. –Su confianza me llama mucho la atención. Le veo con una seguridad envidiable. Está tan guapo esta noche... y hace tanto que no me besan...
-No puedo Álex.
-No me voy a dar por vencido y lo sabes. Además, sé que accederás...
-¿Lo sabes? –me intriga su conjetura.
-Sí, soy el mejor y tengo un arma infalible...
Antes de que pudiera preguntarle se abalanzó sobre mí y me plantó un beso de tornillo impresionante. Me desestabilizó. Fue tal el efecto que causó sobre mí, que no pude separarme. Fue él quien se despegó de mis labios, muy a mi pesar.
-¿Ves?, ya eres mía. Te advertí... soy infalible y el mejor. Llámame cuando quieras salir.
Se dio media vuelta y se largó. Me dejó hecha unos zorros. Tenía claro que no quería nada pero ahora... ¿Qué hago? No quiero volver a sufrir...

V. Mengual
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:34:33 pm
Sofía
 



Vivías dos cuadras al sur de la Iglesia de El Lourdes y a cuatro al oriente de la Calle Sesenta y Tres. De todas las latitudes venían hombres preguntando por tu domicilio con el sigilo con el que el invierno indaga por el paradero de las nubes. Daban vueltas por las calles y callejones de Chapinero hasta que hallaban la casa frente al árbol en el que moría la primavera. Timbraban dos veces seguidas, una pausa y luego dos veces más. Los habitantes del inquilinato entendían que había llegado un hombre que buscaba tus favores. En quincenas y primas era tanta la afluencia que se hacían filas que se apretaban contra la pared para no mojarse con la eterna llovizna bogotana.
Una vez abrías la puerta, debían caminar por largos y oscuros pasillos que desembocaban en un patio en el que había un árbol denso, malhumorado, que daba cosecha de chirimoyas cuando se le antojaba. Al lado derecho estaba tu cuarto con las ventanas abiertas al sol y al agua. La habitación estaba ocupada por un armario atestado de ropa de tus mejores tiempos, una cama construida con las tablas que rescataste de todos los naufragios de una vida que hacía buen rato que venía en caída y una mesa sobre la que descansaba una estufa de gasolina.
Algunos hombres pagaban la noche completa para que les cocinaras, bailaras con ellos al ritmo de Los Hispanos y luego entregarse a una noche de desenfreno. Los otros, los que tenían poco dinero, entraban, se desvestían rápidamente, bajaban a tu cuerpo como se desciende a una caverna y luego empezaban a rugir como una cascada a lo largo de un rosario de minutos que parecía una eternidad precipitándose de su aliento de hombres miserables. Al final caían sobre ti, ponían la cabeza en tu pecho para oír tu sangre embistiendo las bisagras del alma. Después arribaba el sueño a sus cuerpos agobiados de sobrevivir rasguñando las paredes de la suerte. Entonces los arrullaba como los hijos que nunca tuviste.
¡Sofía de los abismos! Tuviste un parto de miles de hombres, de millones de noches, de cientos de esperanzas que fueron y vinieron por tu vida, por tus elegantes maneras de caminar, por tu silencio de mujer pública. Ninguno de los miles de hombres que arrullaste en tu pecho supo cómo fueron tus últimos años.
Uno a uno se consumieron los billetes que tasaste hasta que daba todo de sí. Los hombres ya no timbraban ni mucho menos hacían fila al amparo del alero. Al final sobrevino una soledad espesa que presagiaba la nostalgia de la última frontera.
Una noche, acorralada por las amenazas de los dueños del inquilinato, saliste a buscar hombres por las calles. Pensabas atrapar a un borracho que no pudiera ver en su delirio etílico tus canas ni tu piel martillada por los desvelos. Saliste a tus sesenta y dos años a buscar futuro, cuando futuro era lo único que no quedaba en tu vida. Nadie supo qué paso contigo, sólo describían el sonido de tus pasos internándose en el callejón vecino al inquilinato.
Cuentan que al siguiente día amaneció el cuarto con una humedad que no era de mujer ni de amor. El día se fue filtrando por la puerta que olvidaste cerrar, por las ventanas que siempre estaban de par en par, por la gotera que se desangraba en el invierno. Conjeturaba el profesor que ocupa la habitación de la entrada, que te escapaste con la muerte gracias a que ella fue capaz de hacerte el amor con la misma ternura con la que te lo hizo aquel hampón que te raptó en la niñez…

Bachiller Sansón Carrasco
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:48:48 pm
LA ÚLTIMA BATALLA



-¿Dónde estoy?- Helena se despertó sobresaltada, aún aturdida tras varios días inconsciente. Se incorporó sobre la dura cama en la que se encontraba y miro a un lado y a otro buscando una señal que le indicará algo familiar en aquel lúgubre lugar sin éxito alguno. Se frotó varias veces los ojos como intentado hacer desaparecer una fina tela de seda que le impedía ver con clarida lo que le rodeaba en el extraño lugar en que se encontraba, soltó un perezoso bostezo y se estiró para desentumecer los brazos.

Cuando se disponía a levantarse de la cama, una señora mayor de una estatura más pequeña de lo habitual entró por la puerta con algo entre las manos que Helena no supo identificar. -¿Ya te has levantado?- Peguntó la mujer con voz ronca.
-¿Dónde estoy?- Preguntó Helena.

-Has dormido mucho, pensé que no despertarías- Siguió hablando la pequeña mujer sin darle mucha importancia a la pregunta que la joven muchacha acaba de hacerle. -Ha sido una dura batalla, me sorprende que ambos estéis vivos aún.

De repente una sucesión de imagenes surgió delante de Helena, escenas de sangre, pánico, brutales asesinatos, cádaveres por el suelo, miembros de alguien que dio la vida por seguir luchando en una batalla sin fin.

Casi sin darse cuenta sus labios exclamaron un nombre: -¡IVÁN!

La anciana se sobresaltó. -¿Iván? ¿De qué estás hablando hija?

-Necesito encontrar a Iván.- Dijo Helena con un nudo en la garganta.

-Oh, se me olvidaba, trajeron hasta aquí a un chico contigo, está en la habitación del fondo, quizá es a quien estás buscando.

La anciana condujo a Helena hasta la puerta y le dijo: -Aquí es, pero te advierto que no te gustará lo que vas a ver ahí dentro.

Helena hizo oídos sordos a lo que aquella mujer acababa de decirle y abrió la puerta de golpe. A medida que se iba acercando a la cama que había en el centro de la pequeña habitación, fue descubriendo un cuerpo inerte, no se movía excepto para coger aire con mucha dificultad y soltarlo pocos segundos después. Estaba lleno de moratones, tenía cortes en los brazos y en la cara y una venda manchada de sangre le cubría parte de la cabeza. Cuando estuvo lo bastante cerca como para reconocer la cara de aquel chico, cayó de rodillas a un lado de la cama, se le escapó un pequeño grito ahogado y comenzó a llorar.

-Por favor, no te vayas.- Repetía entre lágrimas una y otra vez.

-Helena...- En un suspiro casi imperceptible y con apenas un hilo de voz llamó a la chica, la cuál no parecía reaccionar ante las llamadas del joven moribundo.

-Helena... Acércate a mi, por favor, necesito verte una última vez...

La chica se puso en pie, se secó las lágrimas con la manga de su camisa y se acercó a Iván lo suficiente como para sentir su débil respiración en la cara.

-No te vayas... Tú no, por favor.- Súplico ella una vez más.

-No hables, déjame decirte algo.- Le susurró Iván mientras le ponía el dedo índice sobre los labios. -Hemos luchado hasta el final, hemos dado todo por lo que queríamos. Lo único de lo que me arrepiento es de no haberte dicho lo que siento por ti mucho antes.

Helena rompió a llorar de nuevo.

-Solo te pido que no te olvides de mi, pero no dejes que eso te impida seguir adelante.-Respiro hondo y con apenas un soplo de aire pronunció sus últimas palabras. -Te quiero.
Iván cerró sus ojos y se dejó morir en los brazos de Helena, que lloraba desconsolada.

Acarició su cara una última vez y se dispuso a salir de la habitación. Sabía que aquel no era el fin y que daría su vida si era necesario para vengar la muerte de aquel chico y la de todos los que habían caido junto a él.

Sweet Lady
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:49:53 pm
Historias recurrentes



     Recorro el camino de tierra, todo aquí parece haberse quedado en el tiempo, tiempo en el que ambas éramos una, yo niña, vos joven, con la primavera aún en la piel. Tu silueta me envolvía en sueños de palomas y melodías. ¿Cómo estarás? Al llegar a la tranquera, mi corazón alcanza alza vuelo. Más me entierro en el barro, más hundo mis pies en ese lodo del que alguna vez quise huir. Tantas fueron las veces que me pregunté qué sería vos, tantas veces quise entenderte, comprender tu dureza, si tus manos siempre habían sido tibio pañuelo para mí, por qué cuando te necesite tanto no te tuve. Por qué no fui capaz de marcharme en busca de mi camino con tu bendición. Muchos años, demasiados golpes y heridas me dieron las respuestas a todas esas preguntas.
     Hay infinidad de cosas que quisiera saber… ¿Habré sido fruto de tu partida, o realmente era hija del terrateniente Arias? Nunca respondiste cuando te lo pregunté. La Tola, mi abuela, tu madre, las pocas veces que te quejabas del trabajo duro del campo, te decía entre dientes: “Así te fue con el trabajo liviano de la ciudad”. Recuerdo que te callabas y tu semblante moreno empalidecía, luego me mirabas y con alguna escusa me alejabas de mi abuela, tu madre, esa mujer de la que jamás recibí una caricia ni  a la vi que te hiciera alguna. Vos siempre fuiste tan distinta a ella, me abrazabas a cada en todo momento, me besabas, llenabas mi cabello de panaderos cuando de camino al pueblo jugábamos a ser  flores y nos revolcábamos en el pasto húmedo.
     Cada paso empuja al otro. Diviso el rancho. Mis pies parecen no hundirse más al ver que de las chimeneas de los hornos sale humo. ¿Estarás haciendo pan? El aire se pega en mi rostro como los abrojos a mis ropas. Siento el aroma fresco de tus cabellos, no puedo imaginarlo con canas, porque era tan negro como la noche que llegué a la ciudad. ¿Tendrás vos mi imagen tan grabada como yo la tuya?  ¿Aún tenderás tu ropa junto a la lavanda? ¿En tu cama permanecerá esa fragancia que jamás encontré en ninguna? ¿Tus ojos estarán tan tristes como cuando me marché?
     Estoy tan cerca que me llega el aroma de tu sopa. Más inmediata estoy, más me invade el temor. ¿Rechazarás mi silueta gruesa? Qué dirás al ver mis pies hinchados, mis senos acusadores,  mi rostro de mujer a punto de dar vida. Dejó mi bolso en el suelo y golpeo la puerta, se abre, y apareces frente a mí. Tu mirada cansada, tu rostro curtido no opacan a la que eras en mi partida. Me observas, tus ojos descienden hasta mi vientre, y una lágrima comienza a rodar por tu mejilla, levantas tu vista al cielo y ésta se desliza por tu cuello. Clavas tu mirada atierrada en el celeste de la mía. Las manos te tiemblan y las estrujas en tu delantal. Mi vientre se endurece como tus rasgos, nada me dices. Amurallo en mis ojos un mar que quiere brotar. Me lo merezco, te dejé sola y ahora qué pretendo.
     Recojo mi bolso y sin poder decirte nada, comienzo a andar el camino que me trajo a vos. La barbilla me tiembla, mi cuerpo entero se sacude desamparado, como pensamiento de perturbado. Al pasar junto al ombú donde permanece la hamaca que fue mía, escucho tu voz, ésa que tanto he añorado: “Esperá, Raquel”. Me detengo, siento su mano en mi espalda, puedo percibir tu aroma, la tibieza de tu piel. Giro, y tus brazos me envuelven, como cuando era niña, y me concibo  protegida, amada. Dejo caer mi cabeza en tu pecho, escucho ese corazón que me canta. Alcanzo a susurrarte: “Perdón”, y de tu boca, envueltas en aromas a canela, salen las palabras que demuestran quien sos: “Entremos, hija, que cae la tarde y en tu estado, no es bueno que el rocío humedezca tu espalda”.

Ada
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:50:56 pm
PAPARAZZI



   Antes de ser un escritor famoso trabajé como paparazzi. Sé que esa profesión recuerda a un  buitre o a una hiena de un mundo diseñado por Walt Disney y que muchos  de los que lean esto me odiarán por haber ejercido ese empleo. Pero... hay que ser sincero en esta vida: lo pagaban bien y yo era joven. Además, de aquella época saqué la inspiración para muchas de las novelas que han copado los primeros puestos de ventas en las listas que los domingos salen en los suplementos culturales de muchos periódicos.
   El relato que les voy a contar a continuación ha estado escondido en los páramos más oscuros de mi mente durante años. No sé por qué no lo saqué a la luz antes ni sé por qué lo voy a contar ahora. Quizás por eso he cambiado los nombres de los protagonistas, para dotar de más libertad literaria a mis palabras.
   Paula era una hermosa joven de piernas infinitas, violenta belleza sin resquicios, melena ultrarrubia y pechos siliconados. Había saltado a las portadas del papel cuché por su rollo de una noche con uno de los cantantes de moda. Paseó su escultural palmito por todos los platós del mundo rosa y se embolsó con ello un cuantioso capital. Cuando su fama empezaba a decaer, anunció su boda con un rico magnate del mundo de la hostelería. Se trataba de un hombre poco conocido en la crónica social y a mí me “sugirieron” que sacase fotos de ambos en una playa cercana al Cabo de Gata (una de esas que están semiescondidas y que son famosas por sus aguas cristalinas). Supuse entonces que la propia Paula era quien había dado el chivatazo del lugar en el que podría tomarse el catálogo de fotos robadas. Era algo a lo que ya se había acostumbrado mi conciencia, aunque he de reconocer que a día de hoy me siento muy mal por haber contribuido en esa cadena de montaje macabra que es el mundo del Corazón (sí, la escribo con mayúsculas, para remarcar más su horripilante majestuosidad).
   Recuerdo que era un día hermoso, uno de esos en los que el sol dibuja una cortina sobre el horizonte y unas pocas nubes de estética impresionista se recortan contra el infinito. Alquilé una barca con el dinero que me había dado la revista y me fui a la distancia perfecta para tomar las instantáneas. Ellos no me verían y mi cámara captaría las caras con nitidez y sin excesivo pixelado.
   Se encontraban en una pequeña cala, los dos solos. Besos y arrumacos por todas partes, top-less, toallas de colores estridentes… formaban el perfecto cóctel que adornaría mis fotos. Ella era aún más hermosa que en las imágenes de televisión, ya que su mirada (de un color aguamarina infrecuente) evocaba el amanecer en las noches eternas del Ártico. La imagen de él me sorprendió. Era viejo. Su piel estaba cuarteada y las carnes se le empezaban a volver fofas. Era flaco de vientres; eso sí, había que reconocer que tenía un sonrisa de cinco mil vatios que desviaba la atención de muchos de sus defectos.
   Las fotos no llegaron a la portada –Paula no era tan famosa como para estar allí-, pero sirvieron para ilustrar un reportaje a doble página. Una redactora recién licenciada les puso el pie y los comentarios, lo que las barnizó con un lustre aún más cutre de lo que yo me esperaba.
   La boda fue por lo civil (el viejo estaba divorciado) y tuvo lugar en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba. Él, con todo su dinero, había engalanado el lugar para la ocasión. A ella se la veía aún más radiante; ese día tenía una acumulación casi empalagosa de sex-appeal –no hay que olvidar que una hermosa sonrisa puede ser el más fuerte de los afrodisiacos-. Un rebaño de periodistas del mundo rosa y unos cuantos fotógrafos fuimos invitados al evento. No me extrañó que no vendiera la exclusiva, ya que él estaba tan forrado que la subsistencia de sus tataranietos estaba asegurada.
   - ¿Lo estáis pasando bien? –nos dijo la novia, durante el banquete.
   - Sí, todo muy bueno.
   - Yo soy la mujer más feliz del mundo, he encontrado al hombre más guapo y más bueno que hay sobre la tierra.
Nos mirábamos los unos a los otros con ojos de complicidad. Nadie se atrevió a contradecirla.
   - Siempre me han gustado los hombres mayores -prosiguió Paula, luciendo su vestido blanco-, quizás porque perdí a mi papá siendo muy joven. Pero es que he cazado al mejor. Me vuelven loca su pelo canoso y sus gafas de leer a punto de caérsele por la nariz.
   En cuanto se fue todos comenzamos a cotillear:
   - ¡Hay que ser jeta!
   - Este tío tiene un maravilloso atractivo sexual en su cuenta bancaria.
   - Seguro que está liada con su profesor de gimnasia personal.
   - Si a ese maromo le falta poco para convertirse en una momia.
   Yo no dije nada. Reconozco que pensaba lo mismo, pero me parecía mal hablar así de alguien que nos había invitado a arroz con bogavante y al solomillo de buey más sabroso que nunca haya comido (por no hablar del vino, la mezcla de vinos de Toro y Montillas fue, simplemente, sublime).
   Las fotos salieron en varias revistas y las imágenes de la pareja eran habituales en los programas del corazón, siempre adornadas con unos posos de sorna. Aprovechaban días escasos de noticias para verter comentarios acerca de la pérdida de pelo del viejo, o sobre el contraste entre los muslos pluscuamperfectos de ella y las piernas preñadas de varices de él, para decir que, cuando Paula iba al colegio, su marido estaba a punto de jubilarse... perlas del mal gusto que no quiero pormenorizar aquí.
   Dos meses después de la gran boda, cuando sus caras ya habían desaparecido totalmente de las noticias, él murió de un ataque al corazón. Como la había nombrado a ella heredera de una inmensa fortuna, las hienas volvieron a actuar. Yo ya había dejado ese mundo, pero reconozco que la historia me interesó. Aunque me había prometido no volver a comprar ninguna de las revistas que vivían de crear y destruir famosos, no dudé en informarme de los pormenores del caso. Todo indicaba –según los sabuesos del papel cuché- un sobreesfuerzo amoroso aliñado con viagra. Las lenguas más viperinas de la profesión sugirieron, sin explicitarlo, que ella había puesto una marcha de más en el carburador de las vísceras del viejo a sabiendas de que podría ser rica y viuda en lugar de rica y casada.
   El traje negro y las lágrimas fueron motivo de mil comentarios; creo que muchos fueron odiosamente crueles por el simple hecho de que la prensa no hubiera sido invitada al funeral.
   - Queremos una ceremonia íntima y no un carnaval –soltó Paula con los ojos húmedos. Fue su única declaración tras el fallecimiento de su marido.
   Hubo mil especulaciones acerca de la cuantía del dinero heredado, pero no hubo ninguna confirmación.
   Después de aquel funeral los periodistas le perdieron la pista. Quizás ella estaba enfadada por el mal trato recibido desde las almenas más sucias del cuarto poder o quizás, simplemente, quiso alejarse de la vida pública para lavar su dolor.
   Tres años después escuché su nombre en una conversación que dos desconocidos estaban teniendo en el acto de presentación de un libro. No pude evitar caer en la tentación y meterme en medio de sus palabras, como si fuera un cuchillo caliente cortando un bloque de mantequilla.
   - Perdonen que me inmiscuya, pero... ¿estaban ustedes hablando de Paula Cortés?
   Se miraron entre sí antes de responderme.
   - Sí, parece ser que se va a volver a casar.
   - ¿Sí?
   - Conoció a un salvadoreño del que se ha enamorado. Parece que es más pobre que las cucarachas, pero dicen que a ella le vuelve loca.
   - Y...¿cómo es él? –pregunté, cada vez más intrigado.
   - No lo sé. Me he enterado de esto porque el abogado de su difunto marido es amigo mío.
   No me sorprendió el hecho de que me diera tanta información. A todos nos gusta podernos lucir ante los demás cuando el tema a tratar son los trapos sucios de alguien.
   - ¿Dónde se casan?
   - Ni idea.
   Aquella noticia empezó a zumbarme en la cabeza desde el mismo momento en que entró en ella. Necesitaba ver al dichoso salvadoreño, al que imaginaba un hombre de belleza tribal, con cara de ***** de brillante armadura, ojos negros como gotas de petróleo, sonrisa golfa y torso tallado en músculo. Quizás el alma de paparazzi aún no había sido totalmente desplazada por el escritor en que me había convertido. Solo tuve claro que, volvería a dormir ocho horas seguidas hasta que no le viera.
   Puse a mis investigadores literarios a trabajar en el caso, haciéndoles que hurgasen donde fuera necesario. No consiguieron descubrir dónde era la boda (nadie tuvo fotos del evento ni hubo ningún eco en los noticiarios rosas), pero lograron la dirección del matrimonio en Miami (que es donde había vivido la dichosa Paula tras la muerte de su primer marido).
   Pagué mi billete en clase business para cruzar el charco. Como supondrán, aproveché para ver algunos puntos importantes de los Estados Unidos, como Nueva York o el Gran Cañón, pero mi objetivo era otro.
   Me aposté cerca de la casa de Paula Cortés y un guardia de seguridad con brazos como columnas griegas me echó de allí con la amenaza de avisar a la policía (y de ayudarles a que me dieran una soberana paliza).
   Temí irme de Miami sin lograr mi gran objetivo, pero me la encontré de frente en un centro comercial (un mall, que llaman allí). En cuanto les vi juntos supe por qué se había enamorado de aquel salvadoreño. Le miraba con ojitos de gata y le mimaba y besaba cada pocos segundos. Él parecía aún más feliz que la propia Paula. Aquello era amor. Nadie se fijaba en ellos salvo yo (tuve que dar gracias de que no se dieran cuenta de la cara de bobo que debía estar poniendo).
   Me pareció increíble, y aún hoy me lo parece. Pero nunca antes había visto a dos personas tan parecidas como el primer y el segundo marido de Paula Cortés.

Gabriel Toro Zamora
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:52:13 pm
Miedos




Diego abrió la puerta de casa despacio y arrastró los pies hasta el interior. Eran las siete de la tarde y el sol entraba mortecino por las ventanas. Dejó caer la chaqueta en el sofá, se aflojó la corbata. Entró en el servicio y, tras encajar el tapón de la bañera, abrió el grifo. Se observó en el espejo unos segundos. Desvió la mirada.
Vació medio bote de jabón espumoso en el agua templada. Poco a poco iba subiendo de nivel. Se sentó en el borde. Desabrochó los cordones y se quitó los zapatos. Uno de los calcetines tenía un agujero que dejaba desnudo el dedo meñique. Se quitó la camisa, blanca con ligeros manchurrones grises a la altura de las axilas.
El agua ya casi rebosaba así que cerró el grifo y metió la mano para comprobar que la temperatura fuese perfecta. Pero, al sumergirla, rozó algo áspero y la sacó bruscamente. ¿Qué ***** ha sido eso? La espuma ocultaba el interior pero podían intuirse ligeras corrientes que cambiaban de sentido. Como si algo o alguien se moviese plácidamente bajo el agua. Cogió el palo de la fregona y lo metió hasta el fondo. Algo lo aprisionó. Él tiró hacia arriba intentando sacarlo a la superficie, pero fuese lo que fuese, se resistía con fuerza. Tras varios zarandeos, Diego desistió y dejo caer el palo que enseguida se hundió entre la espuma.
Dudó por un momento entre vaciar la bañera o salir corriendo. Sin embargo, se quedó inmóvil, simplemente mirando el agua aterrado. Hasta que, de repente, el origen de su desconcierto decidió asomarse a la superficie. Un cocodrilo. Pequeño, quizá una cría. Un cocodrilo. Diego salió a toda prisa del baño dando un portazo. Se dejó caer en la cama temblando. ¿Qué está pasando?, ¿estoy volviéndome loco?
Se levantó y caminó a la cocina. Bebió un vaso de agua de un trago. Se sentó en un taburete. Se levantó. Se mojó la cara. Volvió a sentarse. Bebió otro vaso y regresó al dormitorio. La puerta del baño seguía cerrada. No había peligro. Juntó el oído a la puerta y escuchó los pasos del animal. Debía haber salido de la bañera y estaría caminando tranquilamente por las baldosas.
No sabía qué hacer, pensó en llamar a alguien, pedir ayuda, pero la situación era absurda. No podría explicar qué hacía un cocodrilo en su bañera. Quizá me acusen de tráfico ilegal de animales. No, lo mejor será no llamar a nadie.
Decidió ignorarlo. ¿No había aparecido así, sin más, sin que nadie lo llamase? Quizá también desapareciera del mismo modo. Pero llegó la noche y las pisadas seguían oyéndose.
A la mañana siguiente, su despertador con forma de gallina cacareó como todos los días a las seis y media. No le despertó porque Diego ya estaba despierto. Había dormido poco más de una hora en toda la noche. Todavía en la cama, fantaseó con la esperanza de que todo hubiese sido una pesadilla. Aunque en el fondo sabía que era real, por unos segundos se dejó llevar por la ilusión de que solo había sido un mal sueño.
Finalmente se levantó. Dejó el baño grande cerrado con el cocodrilo dentro y se metió en el pequeño a darse una ducha rápida. Antes de marcharse a trabajar, pensó que el cocodrilo debía tener un hambre voraz. Allí encerrado no tenía nada que llevarse a la boca. Cogió unos filetes de pollo que tenía en la nevera y abrió una rendija en la puerta del baño para lanzárselos al reptil. Volvió a cerrar con rapidez y se marchó a la oficina.
Sentado en su mesa, frente al ordenador, consiguió olvidarse a ratos del cocodrilo mientras se concentraba en llevar las cuentas financieras de la empresa.
Cuando llegaron las seis de la tarde, sus compañeros apagaron los ordenadores y se marcharon. No me esperéis, yo hoy me quedo un rato más que tengo trabajo pendiente. Gastó dos horas jugando al solitario en el ordenador. No se fue hasta que llegó la de la limpieza y le preguntó extrañada que hacía allí todavía. Nada, cosas mías, ya me marcho.
Cuando abrió la puerta de casa, ya era de noche. Al entrar, afinó el oído. Todo parecía tranquilo. Quizá haya desaparecido, tal vez ya no esté. Se acercó hasta el baño y pegó la oreja a la puerta. La madera estaba fría. Sí, allí seguía. Maldita sea. No había ninguna duda. Y a juzgar por el sonido grave de sus pisadas, parecía que su tamaño fuese mayor. Estuvo varios minutos con la oreja pegada intentando adivinar que estaría haciendo el animal. Hasta que escuchó algo que le dejó petrificado. El cocodrilo no podía nadar y caminar a la vez, o estaba dentro de la bañera o estaba fuera. Pero él escuchaba chapoteo en el agua y pasos pesados en las baldosas. Había dos. No puede ser, estoy soñando.
Aquella noche acurrucado en la cama, tapado hasta las orejas con un edredón verde de animalitos que tenía desde niño, durmió menos incluso que la noche anterior. Apenas quince minutos.
Cuando el despertador en forma de gallina cacareó insistente anunciado que ya eran las seis y media, lo primero que hizo Diego, tras levantarse, fue abrir el congelador y sacar toda la carne – tres filetes de cerdo y un redondo de ternera - que guardaba dentro. Abrió la puerta del baño y lo más rápido que pudo lanzó todo al interior. Por un instante, vislumbró uno de los cocodrilos. Era inmenso, quizá midiera dos metros. Mucho mayor sin duda que el que había visto nadar plácidamente en su bañera dos días atrás.
Ya en la oficina, delante de una pantalla que le hablaba de números y finanzas, él solo podía pensar en los cocodrilos. Llegaron las seis y los compañeros se fueron a casa. Ando liado hoy también, no me esperéis. El solitario le acompañó hasta que la de la limpieza volvió a encontrarlo en idéntica posición a la del día anterior.
Salió de la oficina y deambuló durante un rato. Al volver a casa, desde el umbral de su cuarto, descubrió aterrado dos cocodrilos que dormían plácidamente entre las sábanas. La puerta del baño estaba abierta. Un tercero chapoteaba en el interior de la bañera y bajo la cama asomaba la cola de un cuarto. Quién sabe si habría algún otro. Cerró la puerta del dormitorio desesperado.
Quizá alguno podría haber escapado a otra habitación. Armado con un cuchillo jamonero algo oxidado, Diego recorrió uno a uno todos los cuartos de la casa y no encontró ningún reptil. Parecía que, al menos, todos estaban encerrados en el dormitorio. Mientras no salgan de ahí, no hay problema. En una de las habitaciones, había una cama pequeña. Aunque se le salían los pies, podría servirle para pasar la noche.
Cuando escuchó el sonido lejano del cacareo del despertador, ya estaba vestido y desayunado. No había pegado ojo en toda la noche. No le quedaba nada de carne en la nevera, así que cogió las magdalenas, bizcochos y galletas que guardaba en la despensa y abrió la puerta del cuarto apenas dos o tres segundos. Los suficientes para lanzar todo dentro. Ni siquiera miró pero el ruido de dentro parecía cada vez mayor.
A mitad de camino hacia la oficina, llamó y dijo que estaba enfermo. No iría a trabajar. En su lugar, se fue a pasear por El Retiro.
Se sentó en un banco en una zona por la que apenas pasaba gente. El cielo estaba lleno de nubes grises. Cuanto más pensaba en los cocodrilos, más bloqueado se encontraba. Jamás podré con ellos
Las primeras gotas de lluvia le encontraron acurrucado en el banco. No se inmutó. Solo se encogió como un bebé. La tormenta se desató con fuerza y él permaneció quieto, completamente inmóvil, soportando la violenta descarga de agua. Su mente se hallaba presa en el dormitorio gobernado por los cocodrilos. ¿Quién sabe cuántos habrá ya a estas horas?
Cuando el sol comenzó a apagarse, no tuvo más remedio que marcharse del parque. Estaba empapado hasta los huesos. Deambuló por las calles mirando escaparates sin prestarles atención. Todas las tiendas iban cerrando y él seguía recorriendo la acera perdido. Observó en una agencia de viajes un cartel que anunciaba un exótico viaje a Tanzania. Como reclamo para turistas, aparecía la foto de un gran león rugiendo. Y junto a él, un cocodrilo. Un cocodrilo. Un cocodrilo. Diego comenzó a correr súbitamente hacia su casa. Un cocodrilo. Corría con toda la velocidad que sus piernas le permitían. Tengo que acabar con ellos. No puedo dejarles que me quiten mi casa.
Envalentonado giró la llave en la cerradura pero al empujar la puerta para entrar, algo se lo impidió. Apenas pudo moverla tres o cuatro centímetros. Los suficientes para descubrir las escamas de un cocodrilo que reposaba tranquilamente junto a la puerta. Las manos le temblaban – no habían dejado de hacerlo en todo el día -, se dejó caer en el suelo del descansillo, junto al felpudo donde podía leerse <<Bienvenido a mi hogar>>. Se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar desesperado. Jamás me libraré de ellos. Llamó al timbre de los vecinos, él solo ya no podía hacer frente a aquello, necesitaba ayuda, pero nadie le abrió. Pulsó el botón del ascensor y cuando se abrió, encontró otro cocodrilo en el interior. ¡Maldita sea!, ¡están en todas partes!
Bajó las escaleras saltando los escalones de cuatro en cuatro. Entre el segundo y el primer piso, resbaló y fue a chocar contra el suelo. Se levantó y siguió bajando a la carrera. Llegó al portal y salió a la calle. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Lo que si vio fue otro cocodrilo que paseaba tranquilamente por la acera. Corrió hasta el coche. La llave no parecía querer entrar en la cerradura. Tras varios intentos, abrió y se metió dentro. Echó el seguro de las puertas y arrancó.
Varios cocodrilos le miraban desde la calle, sin apenas moverse, como preguntándose el porqué de su prisa. Hasta siempre, bichos asquerosos. Diego aceleró sin mirar atrás. Tomó una de las autopistas radiales que huían de la capital, la primera que encontró. Tenía el depósito lleno.
Condujo durante horas sin apartar la vista del asfalto. No leyó ni un solo cartel que indicara el destino de la carretera. Cuando la luz de la reserva se encendió, Diego tomó una salida en la que se anunciaba un hostal. Desconocía su paradero. Ya casi estaba amaneciendo y el día había despertado soleado. Se miró en el espejo retrovisor y sonrió levemente. He vencido.
Pero antes de bajarse del vehículo, escuchó un ruido extraño procedente del maletero. No puede ser. Cualquiera habría pensado que era una locura, pero él supo enseguida que se trataba del coleteo de un pequeño cocodrilo intentando abrirse camino hacia él.
Se bajó y comenzó a golpear el maletero con violencia. Descamisado, gritó con desesperación mientras la emprendía a patadas y puñetazos contra el coche. A los pocos minutos, quedó exhausto y se dejó caer derrotado junto al vehículo. El ruido no había desaparecido. No puedo más. Se levantó y observó el maletero intentando imaginar cómo sería el cocodrilo que se movía en el interior. Por fin, se decidió a abrirlo. Era pequeño, quizá una cría, pero Diego sabía que no tardaría en hacerse grande.
Lo miró a los ojos y acarició despacio su piel. Áspera y fría. Sus dientes eran afilados pero parecía relajado. Continuó examinándolo durante algunos minutos. Poco a poco, fue tranquilizándose. Cerró el maletero y se metió en el coche. Buscó una gasolinera para llenar el depósito, el viaje era largo.
Antes de tomar la autopista, paró junto a una carnicería y compró varios kilos de carne fresca. Arrancó. Se miró en el espejo retrovisor, se colocó la camisa y emprendió rumbo de vuelta a casa. Ya es hora de dejar de huir.

Señor Kilroy
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:53:12 pm
Resaca



Se despertó al medio día con sed, hambre y ganas de mear. Cual zombie, se dirigió primero a la cocina y luego al baño. Intentando demostrar que era capaz de hacer dos cosas a la vez logró cumplir con todas sus necesidades. Pasados unos 20 minutos, al fin pudo ser medio persona y abrir los ojos. Se lavó las manos, se miró en el espejo. Aturdida y asustada vio que le faltaban dos dientes y tenía un ojo morado. Se volvió a sentar en la cama. Miró centímetro a centímetro su piel buscando alguna señal más…. Las encontró. Tenía en un sitio ridículo un piercing con forma de corazón sobre un tatuaje nuevo. Aquello dolía más aún que los dientes o el ojo. Era extraño, solamente empezaba a sentir las cosas según las iba descubriendo. Parecía como si su cuerpo las descubriera con ella, como si aún durmiera plácidamente en un letargo parecido al estar drogado. Respiraba en una nube que lo emborronaba todo y le acolchonaba sus sentidos. Entonces se acordó. Empezó a buscar en su móvil. Llamó a su mejor amigo que le dio claves para saber qué había pasado. Las peleas callejeras, encontrar el amor de su vida…. Todo cuadraba en su cara, en su espalda (y en ciertos videos colgados en internet que vería días más tarde….) Se volvió a tumbar,  decidió volver a dormir un rato. Un ruido chirriante a música de reggaetón la despertó como si fuera el sonido de las trompetas que avisaban el fin del mundo. Tal si despertara de entre los muertos se puso en pie. Vio en su cocina a un altísimo joven que le sacaba al menos dos cuerpos. Nunca pensó que un organismo humano de ese tamaño tuviera la capacidad de entrar en su escueta cocina como la suya. Aun con los ojos pegados preguntó quién era. El individuo con gran solemnidad dijo:
-    El único y verdadero amor de tú vida. Y aunque no me importen ver tus relucientes pechos, cogerás frío.
La estupefacción por momentos la llevó a asir con fuerza una botella de cola y beberse todo lo que quedaba de un tirón.
Minutos más tarde al fin estaba centrada. Se vistió, se fue de casa, llamó a su mejor amigo y le dijo:
-    ¿Puedo quedarme contigo esta noche o varias?
El amigo le dijo:
-    Claro ¿qué pasa?
-   Nada – dijo- complicaciones que no me apetece resolver.
Cogió una maleta. Se fue a casa de su amigo y le dijo al atlético amor de su vida:
-   Cuando te aburras, déjame las llaves en el buzón

Semiramis Bárces
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:54:55 pm
No más puentes en Madison
(El avión que nunca saldrá)



Lo más difícil que hay que aprender en la vida es qué puentes hay que cruzar  y qué puentes hay que quemar

            DAVID RUSSELL

Se apodaba Diana, la conocí en un chat como podía haberla conocido, por divino capricho, como polizón en el cielo, su cielo; el que ella fue, es, no puede dejar de ser. Diana. Había una hermosa historia tras de su nombre, nunca imaginé que tanto. No es momento ahora de recordarla, aunque en mil vidas que viviese difícilmente podría olvidar aquel rompiente de emociones, aquella fiebre de amor, aquella historia, la que hemos vivido juntos, la que pudo haber sido y no fue... Y sin embargo, tenía todos los visos de ser un amor de leyenda. Pero al final la única leyenda posible de esa historia fallida redundó en imposibilidad.
Y eso que desde el primer momento un flechazo certero hizo juego de palabras y de sensibilidades haciendo diana en pleno pecho, ensartando para siempre dos corazones, el suyo y el mío, uno sólo desde entonces; tan solo uno al final... “Me gustas y mucho”, le dijo el mío al suyo. Y fue ahí cuando emprendimos un sueño conjunto por tierra, mar y aire. Lo más milagroso de los milagros es que sucedan, pensé no sin un punto de ironía desencantada. He venido a perder una guerra de amor sin importarme, escribí, por contra, en el tren que me acercaba a ella antes de perderlo definitivamente.
Creo que ambos recorrimos centenares de kilómetros con la remota esperanza de perder para no tener que ganar. Para no tener qué ganar. Pero ese milagro llamado amor se confirmó bajo el otoñal sol mediterráneo. Después hubo, tenía que haberlo, exigencias del guión, un antes y un después del irrenunciable encuentro, en el escenario neutral, equidistante casi, con el mar por testigo. Un antes y un después, y un pequeño durante de felicidad sin igual. Amanecía la noche en aquella sonrisa celestial entre mis brazos amartelados colmados con ella, mi dama adamada, personificación de un sueño. Pero el tiempo se escurría deprisa entre los besos para llenarlos de lágrimas, las que a duras penas contuvimos en el abrazo final para no hacerle al otro aún más atroz la despedida. Ahora que el tiempo, no tanto, pero inexorable y tardo en pasar, ha dictado su cruel sentencia, entiendo mejor aquellas lágrimas, entremezcladas al girarnos con la llovizna premonitoria que parecía multiplicarlas hasta el infinito: eran las lágrimas inconsolables de quienes, rotos de corazón, lloraban sabiendo que no volverían a ver a quien entonces más querían.
La larga marcha en direcciones contrarias fue dura por definitiva, aunque aún hubo de prolongar algunas semanas más su agonía el Sueño, iluminado por los amaneceres de su sonrisa amenazada de eclipse inminente. Fue en ese lapso relapso que abandonamos en voz alta y ajena tantas veces como dimos marcha atrás a la penumbra. Hasta un avión invisible al radar matrimonial me prometió coger, en un arrebato de pasión insumisa. En realidad una promesa a sí misma, no exigible por ser producto de la desesperación y el dolor de la condena condenada, luctuosa, ineluctable. Demasiado condenable por condenatoria su decisión de sacrificarse por quien no podía valorar el sacrificio por no saber ni de su posibilidad de existencia. Demasiados fuertes los lazos de la tradición, el lastre de un vuelo que nunca podría despegar en medio de aquel temporal de pasión y renuncia que la mantenía incomunicada en su cada vez más lejana isla.
Aún hoy, que ya hace tiempo que hemos puesto los pies en la tierra, la misma tierra en la que yace enterrado aquel nuestro sueño, se me hace imposible la no interpretación doméstica de sus lágrimas furtivas, de las turbulencias sombrías en su cara de ángel alicortado, del reflejo cotidiano del proceloso dilema interior que Diana, mi dulce Diana, vivía, muriendo, en el más doloroso silencio.
Aún hoy, que sé de un Mediterráneo recrecido por aquellas lágrimas de salinidad amarga, no acierto a convencerme de que merece la pena levantarse de espaldas al Levante del sol eclipsado siempre por las mismas lágrimas; las más amargas, las más copiosas: las del recuerdo.
Aún hoy, que la vida prosigo sin entusiasmo, de vez en cuando miro al cielo y recuerdo aquel avión que nunca saldrá para El Sueño. En cambio, puedo imaginarlo saliendo sin gran aliciente para turismo, negocios consortes o un sinfín de destinos menores. Pero como algunos trenes de esos que pasan para no volver, aquel avión cargado de sueños, ése, ése nunca saldrá por haberle cortado las alas un Cupido sin corazón, un mundo sin pies ni cabeza: la condenada tierra que siempre acaba por cubrir la Tierra de los Sueños.

Aquaris
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:56:39 pm
La convergencia de los relámpagos



(A Giovanni Papini)


Se ha consumido el tiempo de los engaños y desengaños. Han terminado los siglos de las fantasías sin rango para serlo, de los refugios inconsistentes, de la belleza como placer de las evasiones surrealistas. Cayeron por su propio peso. Desde entonces, tamañas quimeras no fueron menester.
   ¡No lo ignoro! Pretendisteis superar la realidad, y la realidad terminó por superaros. A todos vosotros. A los artistas. A los poetas. A los genios. A los intrépidos. A los fantasmagóricos buscadores de tabernas abiertas cual si de tesoros se tratara. A los bohemios. A los preocupados. A los soñadores. A los insomnes. A los arrepentidos. A los enamorados de lo prohibido, a los desesperados por encontrar ese algo que trascienda lo palpable, lo que os vino dado. Hastiados de la podredumbre que os circundaba.
   ¿No se ocurrió, ni por un instante, echar la vista atrás? ¿No se os ocurrió mirar a Aquel que prometió la felicidad que nunca habéis dejado de anhelar en lo más profundo y sincero de vuestro corazón? Tal vez resplandeció demasiado su pureza. Tal vez os arredró advertir que era posible -¡posible de verdad!- dar un sentido a todo esto.
   Vosotros, incorruptibles centinelas de las causas perdidas. Vosotros, prisioneros de una existencia que no es la vuestra. Vosotros, desgraciados, secretos amantes de vuestra particular desgracia.
   Vosotros, que habéis explotado la imaginación mientras ésta soportó vuestras fabulaciones; vosotros, que habéis perseguido la luz en la más insondable oscuridad; vosotros, que por no ser ellos, fuisteis vosotros hasta sus últimas consecuencias, vosotros, revolucionarios natos, ¿por qué hicisteis oídos sordos a la revolución que se os propuso? La más estupenda de las revoluciones.
   Amad a vuestros enemigos. Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, orad por los que os ultrajan y os persiguen.
   Amar a los enemigos… ¿Dónde habéis oído locura semejante? Todas las vuestras, todas las que interiorizasteis y por las que quisisteis regir vuestro desventurado errar, no son sino elegantes manifestaciones de sensatez a su lado. ¿No deseabais enloquecer? ¿No os aterraba tanto la implacable cordura de los legisladores de la coherencia? Aquí tenéis vuestro delirio, vuestra revolución.
   Pero, ¿qué veo? ¿Os queda grande? ¡Os queda grande!
   Ninguna de vuestras aniquilaciones desalmadas, ninguno de vuestros retiros, ninguna de vuestras rupturas con todo, ninguno de vuestros voluptuosos experimentos condenados al fracaso exigía tanto, ¿me equivoco?
   Pero escuchad. Por una sola vez, reabrid vuestros oídos, y escuchad: ninguna otra cosa os dará tanto.
   Lo habéis probado todo. Y todo os ha fallado. ¿No ha llegado pues el momento de obedecer, y de este modo amar, a quien murió por obediencia y por amor? Amad a los enemigos. En ningún otro lugar -en ninguno de vuestros idílicos mundos paralelos, en ninguna de vuestras frustradas escaramuzas- hallaréis la felicidad, el sentido, la verdad, la salvación.
   Amad a los enemigos. De una vez por todas, haced de tripas corazón, armaos del santo poderío que aún os queda, que albergáis aún, y aventuraos -¿por qué no?- a la delirante empresa. A la verdadera y final revolución.
   Sentiréis en vuestras carnes la recompensa. Experimentaréis el orgasmo sublime de la victoria. Si aún creéis en la palabra de los hombres, o al menos en la de uno de ellos, os lo garantizo. Os enamoraréis, pero esta vez, en verdad, y en esta ocasión para siempre. Devendrá vuestra unión con la excelencia, sobre la contingencia de la tierra, indisoluble. Irrevocable.
   Amad a los enemigos. Tal será la culminación de vuestro ya enderezado rumbo. Amad a los enemigos. Venid y veréis. Probad. ¿Qué perdéis por intentarlo? Probad. El aroma de tan exótico manjar os sabrá distinto, radicalmente distinto del de las golosinas a las que venís acostumbrados. Pero tal vez no queráis alimentaros de otra cosa desde entonces.
   Amad a los enemigos. Veréis cumplidos todos vuestros sueños tantas veces inconscientes. Daréis, de un solo movimiento de vuestro espíritu, con lo que buscarais. Rozaréis todos los horizontes que pudierais divisar, y aun los invisibles. Amad a los enemigos. Demostraréis entonces de qué sois capaces, que es más, infinitamente más, de lo que hayáis jamás imaginado.
   Amar a los enemigos. ¿No suena acaso provocador? ¿No evocan tan ascéticas, tan simples, pero tan incomprensibles palabras, lo más noble de nuestra potencialidad? Amad a los enemigos. Daréis la vuelta a todo, ¡como os propusisteis siempre! Haréis de lo imposible un hecho. Os colmaréis de dignidad y de grandeza. Materializaréis la idea.
   El día que lo hagáis, el día que con todas vuestras fuerzas, con la incondicional entereza de vuestro ser, améis a quienes se digan enemigos vuestros, ese día, ese día habréis vencido. Todo lo veréis entonces, nada se os presentará inasequible, todo lo entenderéis. Todo lo tendréis y nada os faltará. No precisaréis más de falsas esperanzas, de desencantos en fin. Por vuestra humillación, seréis ensalzados. Extraordinarios espectáculos se sucederán a vuestro alrededor. A la hora en que améis a quienes os odian, convergerán los relámpagos: en un único destello atroz, definitivo y terrible.
   Amar a los enemigos. Tan opuestos conceptos, tan ferozmente irreconciliables fuerzas… ¿No debiera ser inevitable, letal la colisión?
   Pero una incorpórea paloma de la paz parece fundir el amor en el abrazo del odio.
   Amar a quien te odia. Dar, dar cuando más difícil es hacerlo, y recibir desmesuradamente. Morir, morir por amor al que se resiste a amar, y vivir eternamente. Qué perdemos por probar. Amad a los enemigos. Quién puede ser, sino Dios, autor de tan perfecta contradicción.

BUENAVENTURA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:57:56 pm
Dos Historias



Cierto día mientras Capitán descansaba debajo de un gran árbol, vio que sus dueños se aproximaban a él con un rostro que expresaba cierto desprecio, lo subieron a su coche y se pusieron en marcha. Mientras viajaban, Capitán logró creer por un momento que sería muy divertido viajar durante un día con sus dueños, que aunque a veces no lo trataban bien, él nunca dejó de pensar que muy en el fondo sí lo querían, pues pensaba:
-Nadie te alimenta y te ofrece un hogar sin tenerte un poco de aprecio-.
 Todo lo que pensaba Capitán se derrumbó en cuestión de segundos,  pues en cuanto sus dueños vieron un paisaje desierto se apresuraron a sacarlo por la ventana con poca delicadeza. Al tocar el asfalto Capitán solo atinó a correr tras el carro de sus dueños; -¡Tal vez no querían! Seguro que no lo pensaron bien- se decía una y otra vez mientras corría lo más rápido que podía detrás de aquellas personas sin corazón, así continuó hasta que sus patas no pudieron más y se detuvieron al mismo tiempo que perdía de vista el auto donde viajaban las personas que lo habían hecho sentir muy triste.
Después de verse solo, Capitán empezó a caminar sin rumbo por unos minutos hasta llegar a la orilla de la carretera donde se sentó a descansar, de pronto un extraño olor atrajo su atención y fue tras él, pero no se percató de que un automóvil venia justo a impactar su delgado cuerpo, Capitán se quedó paralizado y el conductor decidió esquivarlo, lo que provocó que perdiera el control del volante y terminó estrellándose contra un auto que viajaba en sentido contrario, este acontecimiento provocó una carambola, Capitán se asustó mucho y mientras aullaba observó lo que sucedía con los coches: se estaban incendiando.
Capitán se sentía muy culpable por lo que había pasado y pensó que sus dueños lo habían abandonado por ser un perro muy malo y provocar tragedias.
En poco tiempo aquel escenario ya estaba invadido por policías, tránsitos, camiones de bomberos y ambulancias quienes intentaban calmar el incendio, afortunadamente los  pasajeros involucrados en el choque sólo sufrieron pequeñas heridas y quemaduras.
Capitán se marchó después de saber que ninguna persona había muerto y decidió dirigirse a la playa, ahí contempló por un momento el imponente mar; apartó la mirada mientras pensaba sobre el accidente que había sido ocasionado por su distracción, veía como las olas iban y venían, fue entonces cuando se dijo:
-Capitán, claro que eres importante y eso quedó demostrado cuando aquel conductor decidió esquivarte y dejar que conservaras tu vida-  diciendo esto lanzó un fuerte ladrido al cielo y se puso en marcha… pero para ir en busca de comida, pues su estómago le recordaba que ya habían pasado muchas horas desde la última vez que había comido.
Caminó hasta llegar a la ciudad, donde se dirigió a los botes de basura para buscar algo que saciara su hambre, pero no tuvo mucha suerte ya que no encontró mucho de comer, sólo papeles y más papeles.
Mientras tanto en alguna otra parte de la ciudad, Miguel se encontraba muy triste viendo por la ventana del aula 8, esto porque la tarde anterior cuando llegó a casa se enteró que su mejor amigo y compañero Manchas había muerto, no entendía cual había sido la causa de este hecho, pues él estaba completamente seguro de que siempre había cuidado y querido a su inseparable amigo; la mamá de Miguel le explicó que Manchas no había muerto por falta de cuidado y atención, sino porque ya era muy viejo y su corazón ya no tenía fuerza para seguir latiendo.
Al fin terminaron las clases, pero a diferencia de otros días Miguel prefirió no irse en compañía de sus amigos y tomó un atajo para llegar a casa. De pronto Miguel observó a lo lejos a un perro muy simpático que se encontraba sentado en medio de la calle, se fue acercando poco a poco hasta llegar frente a él, ambos se vieron fijamente a los ojos, los cuales reflejaban una inmensa tristeza… pero después de unos segundos se tornaron llenos de felicidad.
Resultó que aquel perro que se encontró con Miguel ¡era Capitán!, (había llegado hasta ahí después de que lo echará un hombre mientras estaba en los basureros). Capitán se puso muy feliz al ver que Miguel no lo despreciaba, sino que por el contrario lo veía con agrado y le dijo:
-¡Hola amiguito, creo que no tienes un hogar… pero te tengo una buena noticia: yo si tengo uno pero no un compañero con quien compartirlo!-.
Al terminar de decir esto ambos se fueron caminando rumbo a la casa de Miguel.

Aurora
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 15:58:58 pm
De la tarara



Sé que no merezco vuestra atención, pues la persona que ahora a vuestras mercedes se dirige es vanidosa e hipócrita, mentirosa e indolente, henchida de farsas, así también de recelos. Tantas faltas que es carente de consigna en el reino de los cielos. Mejor así, pero este pérfido villano, cual rayo que le impactara, quedó conmocionado al escuchar el cuento de la tarara.
Vivía entre tejos al margen del río, rústicamente, pero acomodada al laborío. Era una mujer fuerte, de firmes convicciones, a la que la vida parecía haber abandonado a la suerte. Ella recelaba de pompas, comodidades, obligaciones, pues nada más conocía que el trabajo, el ordeño, el curtido del cuero, la placidez del campo. La sencillez a través de la que actuaba era la corona de las flores que pisaba.
A las jornadas templadas del labriego febril, se unen clavas de seno terruño, cuyas salvas se alzan contra el futuro en cielos del malva al añil.
Diríase que la única ley en aquellos lares, era la que imponía la naturaleza. Lacónico precepto que adoptó la mujer deleitándose en esta belleza.
El mundo era hermoso: campos fértiles, agua cristalina, lechos terrosos de pacífica vida. Los pájaros piaban entre hayas, amapolas. Dichos cortejos eran bálsamos engalanados entre odas. Incluso el sol, vestido de grana, acudía a la llamada que cíclicamente renueva la fuente envuelta en llamas. Así gozaba incluso el rocío, que en la madrugada de las pozas mancha de motas el brío de la tierra que nunca descansa.
Cobriza costra de pelaje herbal, sobre el verdoyo va luciendo, palma en palma enhiesta, el resplandor que lejos de cortar, encresta tus picos desde el oro hasta el azafrán. Tus ronroneos de agua, cuales clarines cuando rompen la madrugada, amenizan el concierto que le aguarda al viajero que en tus sendas se extravíe.
La contemplación por la noche de esos luceros en el cielo, era para ella el mejor broche antes de alcanzar el sueño.
La mujer ignoraba del mundo que crecía, cada vez más cerca del reino que ella protegía.
El mundo, compendio de maldades, de entre quienes este servidor nunca quedará excluido, devoraba incluso los rincones más olvidados. A todas partes alcanzaba las promesas de una vida mejor, más productiva. ¡Miradlos bien, mil veces mil puedes imaginar aunque nunca a todos llegarás a contar!
Pues así son estos moradores: El que nunca ríe, se esconde; el que nunca llora, bromea con el sol como franela, como botas los propios jalones. Desde tiempos olvidados hemos heredado la certeza, pues tenemos sombra, oriundos del mismo mal educado. Así, la codicia es belleza, pero la belleza una ligereza que se pierde en este escenario mundano.
El dinero se convierte en una carrera combativa, donde nadie quiere ser zaguero. Pero la vida sólo dura lo que abarca el instante previo en ver al barquero. La felicidad, hecho irrelevante. La opinión, depende de quien la pague. La política es para quien más ladre. El amor para quien encumbre esta extraña vorágine. La suerte estribará del lugar donde se nace.
Así alojamos las nanas del amarrido desvelo. Extravagancias de fantasmas que sobreviven a los seres del silencio.
La civilización a todos alcanza, en todo lugar, da igual credos que razas. A todos somete bajo el implacable yugo que promete vidas repletas de lujo.
Cuando el progreso la alcanzó, las leyes del mundo le exigieron amoldarse a las nuevas costumbres, pero ella se negó.
Las noticias se hicieron eco de esta mujer que desafiaba a la civilización entera. La sociedad la llamó la tarara porque, decían, estaba majareta. Pero algunos intelectuales, que creyeron en ella, fueron pagando, fianza tras fianza, para que regresara a la granja.
Mas la ley era implacable, vez tras otra siempre la capturaba. Ella nunca cedía, nunca se resignaba, a pesar de que en la cárcel siempre terminaba.
Así pasaron los años, la llave de la prisión se perdió. Pocos creían en ella, lentamente fue olvidada. Los cabellos canearon, las arrugas se afianzaron. De esta vía murió la mujer que desafió al mundo: Sola, encerrada.
La ley así una valiosa lección a los demás mostró: Quien por las propias convicciones muestre, alejado del sentido honor, egoísta recelo de las leyes que la civilización amasó, cambiará el cielo por hormigón, flores por barrotes, sueños por resignación. Pues sólo unos pocos pueden aprovecharse del trabajo del resto, pero nadie ajeno a este reducido grupo tendrá esos arrestos.
Es el miedo a quedar excluidos, lo que impide actuar de buen tino. Pues preferir el mal popular al bien a modo de adenda, es lo que mantiene al mundo en la actual agenda. Así el cómplice es la víctima perfecta, convirtiéndonos en presos de nuestra propia existencia.
La historia se olvidó, quizás aquellos que les interesara que se perdiera en las marismas del tiempo, aceleraron el proceso. Desde ese momento, se sanciona a cuantas personas revivan lo pasado. Pero entonces, ¿por qué lo cuento? ¿Pero qué puede perder aquel que vive desmotivado?
Este fue el relato que nunca escuché, pero del que se repiten ecos torvos.
Pues la tarara podría ser usted, la tarara podríamos ser todos.

Samuel Ornáriz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:00:15 pm
ENTRE VIDAS Y SUEÑOS



Llevaba a Amy en el bolsillo. Le había prometido que aquel verano dedicaría las vacaciones a cumplir mi promesa, y así lo hice. Nos fuimos juntos a visitar a su amiga y admirada “Lady Day”, Eleanora Fagan Gough, la inigualable Billie Holiday.
Los atardeceres en Baltimore City son calurosos, pero teníamos una cita y salimos decididos desafiando la sensación de agobio que nos producían los elevados edificios colindantes. Dejamos atrás los ecos del suave jazz, que en el bar del hotel interpretaba una banda para acompañar la impresionante vista nocturna de la urbe, dirigiendo nuestros pasos hasta el refrescante Druid Hill Park.
Allí estaba, esperándonos. Billie dibujaba su silueta en el cielo, subida en el pedestal blanquecino, y no tardamos en deslizarnos por la gardenia de su cabello y resbalar por el largo vestido hasta situarnos a sus pies. Nos sedujo el imaginado resplandor de sus ojos de mármol y creímos oír la voz aguda y cantarina, impregnada de emotividad, dedicándonos su “Strange Fruit” a modo de un cordial recibimiento.
Transcurridos unos instantes, nos sentamos en el banco cobijado por la sombra del enorme abedul que se elevaba sin temblores exhibiendo sus hojas. Desde allí, respirando la verde y húmeda hierba, cerrando los ojos, escuchamos lo que la música decía y callaban las palabras. Así permanecimos durante largo tiempo, nos pareció que alguien había abierto una puerta y dejado entrar a todas las fragancias de los bosques.
De repente sonó el móvil. Lamenté no haberlo apagado a tiempo y ahora, rescatado de mi abstracción, la curiosidad me hizo atender la llamada.
— ¿Amy?
Permanecí unos segundos en silencio tratando de centrar mi atención, la voz me resultaba familiar pero… quién podía preguntar por ella… ¿Me estaba volviendo loco? ¿Preguntar por ella? Quién podía relacionarme con Amy sino yo mismo, y estaba seguro de no haberme llamado. La conclusión era que mi delirio alcanzaba límites preocupantes. La voz elevó el tono.
— ¿Amy? Sé que estás ahí, te estoy observando…
No supe qué hacer y colgué. Instintivamente mi mano palpó el bolsillo y sentí crujir la fotografía. El móvil volvió a sonar, esperé pero ante la insistencia decidí contestar.
— ¿Quien llama?... ¿Quién es usted?... ¿De qué me conoce?... Cómo ha conseguido mi número de teléfono…
—Nunca creí que llegara este momento… No deseo discutir, sólo quiero hablar con Amy…
Era la misma voz, y estaba seguro de conocerla, pero no entendía su interés por hablar con Amy ni cómo podía saber, aquella mujer de voz cantarina, que viajaba conmigo. Dudé unos segundos, tiempo suficiente para que la impaciencia de mi interlocutora le hiciera insistir.
— ¿Amy? Quieres decirle que se ponga, por favor…
Era una situación freudiana y tragicómica, pero estaba acostumbrado a ver cómo paseaban por mi mente seres de rara apariencia, por eso saqué del bolsillo la fotografía de Amy y la puse sobre el asiento de piedra, apreté dos veces el botón de recepción del móvil para poder escuchar y, a continuación, lo deposité con suavidad sobre la foto.
—¿Eres tú? ¿Amy? ¿Amy Winehouse?...
—Billie, te dije que iba a venir a verte. Aquí estoy.
Pensé que la locura me había vencido, aspiré profundamente y a continuación me pellizqué la pierna, estaba vivo y consciente. Noté que mis sinapsis cerebrales y los tejidos se mantenían en la frontera de la sedición amenazando con rebelarse, y en principio quise cortar de raíz aquellas breves ensoñaciones, pero luego pensé en desentrañar el jeroglífico escrito en la pared de mi desbocada imaginación  y decidí no interferir, quizá en mi desvarío podría conocer de boca de las protagonistas su versión sobre tantas historias que les rondaban…
…Billie Holiday, de dura adolescencia, arrancada del regazo de una bisabuela idolatrada, flagelada por la lacra del racismo, incitada a la mentira, abandonada a la indignidad de la depravación, el polvo blanco, el alcohol, vivencias de mil cárceles visitadas sin recurrir a la piedad, a la indulgencia… El Jazz en estado puro, la improvisación, el sonido desgarrado de una balada, la voz del sentimiento erizando la piel… el blues y el jazz, las dos únicas lágrimas derramadas, las únicas permitidas de  mares llorados hacia adentro, su canción: “El aroma de las magnolias, dulce y fresco/ y de pronto el olor de la carne quemada…”
…Amy Winehouse, mi Amy, resuelta defensora de sus amigos, reconciliada con la mentira de lo irreal y el absurdo, celosa de su timidez ante el mundo, cabalgando entre la nieve, ebria de sórdidas conquistas, muñeca rota de cuyos ojos se exilia el brillo… El soul que su negra voz enaltece, su talento para el rap, el rock and roll, su pasión por el jazz, la magia de gran mito, lo que expresan sus canciones: “Yo no puedo ayudarte si TÚ no quieres ayudarte a ti mismo…”
—Sabía que cumplirías tu palabra, Amy. Veo que aún mantienes la risa y los sueños, eres la niña, la amiga de la que adoleció mi quieta adolescencia, la imagen de un futuro cuando aún no creía en la muerte...
—Dicen que de la infancia surge la vida, Billie, y la nuestra fue seducida por las personas que nos tutelaban y sus creencias, pero yo aún estoy a tiempo para que proyectes tu sueño en mí y realizarlo.
—Amy… una persona que sepa cómo se ama, un hijo, un hogar… Mi fe se quedó prendida en las agujas de un reloj atemporal cuando perdí a “Prez”. Seguí los dictados de la imaginación, pero no pude mantenerme erguida soportando los zarpazos de la existencia en silencio, y ahora todo me huele a recuerdo… A todo renuncié, todo me fue negado, sólo el jazz…
—Sabes, Billie, que a los jóvenes no nos seduce reflexionar sobre los cambios que han experimentado las cosas, nos encerramos en nuestro mundo y casi todo lo que ocurre pasa desapercibido a nuestros ojos, pero cuando contemplo en el espejo la vida no vivida noto que una luz tenue se filtra entre su azogue y mi inquietud. Ahí afuera, si se obstinan, hasta unos dedos temblorosos pueden acariciar la esperanza, y los míos no desmerecen.
—Te regalo, Amy, una reflexión sobre mundo y lealtad: sobre el primero te diré que desconocemos nuestra condición de simples figurantes pensando en protagonismos, y evitamos reconocerlo cuando el telón de la vida se levanta y nos adjudica ese papel; respecto a la segunda, la lealtad, pregúntale a mi perro “Timbuktú”, él rescató para mí todos los besos que se perdieron…
—Te lo agradezco Billie, te admiro y te quiero. Dile a tu perro que, cuando vayan a visitarte mis cenizas, le hablaré de un bichón maltés, “Lía”, mi perra, en cuya piel se gasta el temblor de mis manos y el tacto que la adora.
Me mantuve en silencio, inmóvil, no podía permitir que el más leve ruido alertara a la razón y nos asediara hasta conseguir vencernos. Creí que entre diosas debía  prevalecer la lucha ególatra, la defensa animosa de un modo de vida, el discurso sembrado de palabras envejecidas y derrotadas. Nunca pensé que de aquellas internas catástrofes sólo quedaran unas tiernas miradas, las que mi mente entregada creía ver en la foto y la estatua. Seguí escuchando.
—Llévame en tu futuro, Amy, quiero tener una amiga joven que pueda prestarme sus ojos y oídos, su corazón, su alma. Mi cuerpo se cansó de andar hacia ninguna parte, el colibrí que revoloteaba en la ventana huyó y sólo me quedó la gardenia blanca que demanda una ilusión y...  mi perro “Tim”.
—He venido a robarte tu jazz y… llevarte conmigo, Billie...
Se cortó. Un fuerte viento desatado acabó con el móvil en el suelo y la fotografía aplastada contra el pelo de Billie, como queriendo invadir la gardenia que lo cubría. Recogí el teléfono y evité que la foto desapareciera, regresándola a mi bolsillo. Aún permanecí durante unos segundos mirando los ojos marmóreos de la efigie que se erigía desafiante y luego, de manera pausada, me fui alejando. Cuando aún no había perdido la visión de Billie Holiday en su blanco pedestal, recuerdo que introduje la mano en el bolsillo, cogí la fotografía de mi amiga y admirada Amy Winehouse y, situándola a mis ojos dije, con afectación:
— ¿Tú lo sabías?, Amy… ¡No me mientas!...

pseudoagibílibus
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:01:25 pm
El oscuro vendedor de hilaturas



Hacía ya unos días, quizás unas semanas, que el oscuro vendedor de hilaturas venía sintiendo una opresión sorda a la izquierda del pecho izquierdo. No le hizo mucho caso. El día a día le exigía una concentración formidable en la consecución de sus objetivos. Pero las comidas y, sobre todo, las cenas le proporcionaban una compensación psicológica que le permitía sobrellevar una profesión que detestaba cada día más y especialmente la lejanía durante cinco días a la semana de la familia.
Otra compensación le venía por los incentivos. El oscuro vendedor de hilaturas iba para médico pero las estrecheces económicas de la familia y el cruce en su juventud incompleta de una mujer muy terrenal y posesiva le lanzaron a una existencia centrada obsesivamente en amasar dinero. Y a ello se aplicó en el mundo siempre ambicioso de las ventas sino también en la forma en que ordenó sus prioridades. En ellas no tuvieron nunca cabida las concesiones a los pequeños placeres: salir de cañas a cenar, viajar, cambiar de coche cada tres años o comprar bienes mobiliarios.
Antes bien, ahorraron hasta límites que reducían su círculo de amistades a dos o tres parejas que estaban dispuestas a dejarse sablear a cambio de su compañía, que por otro lado tampoco aportaban un dechado de alegría.
El oscuro vendedor de hilaturas y su esposa supieron mover el dinero de los ahorros para conseguir las mejores plusvalías. Jamás pidieron un préstamo ni invirtieron en riesgo. Lo suyo era ir adquiriendo patrimonio a tocateja: pisos que ponían en alquiler y terrenos que luego revendían a precios muy mejorados. La burbuja no les afectó porque lo suyo no era la promoción, sino la compra de buenas oportunidades y de gangas.
El oscuro vendedor había alcanzado ya la edad de jubilarse, pero a pesar de todo lo que le pesaba ya la profesión, era incapaz de dar el paso. Tenía un miedo atroz al escenario previsible de los días que debía llenar con inquietudes que no tenía, con la amenaza de las grandes preguntas existenciales flotando en su cabeza. Pero la tendencia del consumo de ropa para usar y tirar y el abandono progresivo de la costura al por menor provocaron el cierre del noventa por ciento de las mercerías y la empresa, que negociaba directamente con las grandes superficies, acabó por darle el pasaporte a una vida ociosa.
El oscuro vendedor entró en un estado de shock por la falta de estímulos. Por la mañana le costaba un mundo encontrar la mínima motivación para levantarse de la cama. Prolongaba el tiempo dedicado a las rutinas para alcanzar la hora de la comida, cada día más copiosa. Luego se rendía en una siesta interminable apoltronado en el sofá, mientras su mujer acudía al centro de ocio municipal para participar en el taller de macramé y en el curso de bailes de salón. Al filo de las nueve y media la mujer, de vuelta en casa, preparaba una cena lo suficientemente estimulante al oscuro vendedor de hilaturas, ya instalado en su pijama.
En el espacio de siete meses el hombre acumuló la suficiente grasa abdominal como para precisar una intervención de las urgencias médicas y la instalación, a corazón abierto, de cuatro by pass. En tres semanas, pasado el susto y medio repuesto de la depresión, comenzó a caminar por el paseo marítimo de A Coruña. Al principio se contentaba con cubrir cuatro kilómetros con andar cansino. Pero en cuestión de dos meses ya se le hacía familiar caminar durante dos horas con paso ligero hasta completar un trazado de diez kilómetros. Y al cabo de seis meses ya estaba participando en carreras populares, al principio con trotes borriqueros, para, gracias a un entrenamiento cada vez más intenso, llegar a ocupar puestos de cabeza en categorías de veteranos. Su peso en dos años bajó de los cien a los setenta quilos, y ya no precisaba medicación antihipertensiva. Sus índices de colesterol, ácido úrico y triglicéridos eran óptimos y se había olvidado de sus problemas de salud pasados. El oscuro vendedor corría y corría. Y cuanto más lo hacía, más lo necesitaba. Su vida era un monotema y su colección de zapatillas, su objeto de culto. Era la suya una afición no compartida por su mujer. Antes bien, sus horas de prácticas y los desplazamientos para competir en toda la geografía española acabaron por reducir el contacto de la pareja hasta extremos incompatibles con la conciencia de compartir algo más que el techo, y no siempre. Por si fuera poco, la intensidad del entrenamiento afectaba ostensiblemente a la líbido del veterano, concentrado hasta el paroxismo en la necesidad de reservar todas sus energías para el desempeño deportivo y la mejora de sus registros.
Al cabo de tres meses más, de regreso de su participación en la media marathon Behobia-San Sebastián, se encontró la demanda de divorcio sobre el taquillón y la casa vacía. En estado de shock reinició la senda de la comida y la bebida compensatorias que le llevaron a recuperar la grasa abdominal, el síndrome X y el pasaporte a una fría instalación forrada de baldosas blancas donde no abundaban los milagros.

Alberto Salazar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:02:24 pm
Otros tiempos



En otros tiempos la soledad era una cuestión geográfica, de dificultades a la hora de movilizarse. La pertenencia a un lugar, en ocasiones, sucedía a la fuerza. Pero el mundo ha evolucionado. Hoy nadie pertenece a ninguna parte y la soledad es un capricho de quiénes desean estar solos.
Alumbrado por la frágil lámpara del escritorio, Sergio se entregaba a la compañía de sus amistades. Quién diría que aquel pequeño departamento cobijaba más de cien personas. Claro que ninguna ocupaba un lugar físico. No era necesario visitar a alguien para estar cerca, aquello era cosa del pasado. Una computadora, una conexión a internet y el planeta se inclinaba en señal de respeto. El mundo venía a uno, con un solo click.
La noche transgredía la armonía rutinaria de la realidad que asomaba por la ventana, casi como un objeto más, indiferente. A un lado del ordenador, un televisor de alta resolución transmitía noticias como un loro parlanchín, al ritmo de la frenética exposición de imágenes que se sucedían una tras otra, en un collage de sangre, hambre y muerte.
Sergio miraba de reojo, muy de vez en cuando. Pero aquella pantalla le traía lo que se perdía, por quedarse allí, delante de la pc. El teléfono celular ahora descansaba al lado del teclado, pero solía vibrar con urgencia bastante a menudo. Las voces familiares viajaban por redes invisibles de boca a oído y viceversa, no importara dónde ni cuando.
Aquello era una central de operaciones moderna. No se gestaba ninguna guerra, sino lazos de amistad por todas partes. En un segundo, a cada instante, casi por arte de magia. Ni fronteras ni distancias. El chat, la cámara, los correos electrónicos y los mensajes, yendo y viniendo, como un proceso natural en la evolución del hombre, de la tecnología fruto de su creación.
De pronto, Guadalupe dejó de responder. El le escribía, pero no había contestación. Le resultó extraño. Le preguntó a otro amigo si tenía problemas con el chat, pero tampoco contestó. Algo había pasado. Quiso abrir una página y la fatídica leyenda se hizo presente: no se podía encontrar la página. El temor de los temores, la pesadilla. Se había cortado el servicio de internet.
Buscó el router, ese aparatito ignorado, escondido lejos de la vista, del que dependía su mundo. Lo apagó y encendió. Nada. La absoluta nada. Sintió un vuelco en la zona del abdomen, una señal de malestar.
No podía estar ocurriendo. Desconectó todo. Muchas veces le habían dicho que apagando y prendiendo se solucionaban la mayoría de los problemas. Encendió, esperando el milagro.
Escuchó el ruido del disco rígido mientras el nerviosismo palpitaba en sus sienes. Pero el sonido cesó. La pantalla permaneció en negro y el fantasma del olor a quemado envolvió la sala. Corrió a desenchufar los cables pero ya era tarde. La fuente de energía había dicho basta.
Se tomó la cabeza con ambas manos, impotente. Aquello era un puñal en el corazón. Necesitaba ya mismo un delivery, alguien que conociera la ciudad y fuera en busca de un reemplazo. Se apresuró a tomar el celular, las manos le temblaban. Fue muy torpe. El pequeño aparato resbaló de su mano y cayó con fuerza al suelo. Provocó un sonido desgarrador. Una parte salió disparada debajo de la mesa y otra quedó girando sobre si misma, delante de sus ojos.
Aguardó a que ese incesante movimiento terminara, y fue como una última exhalación. Se agachó con angustia para comprobar que su celular ya no servía. Estaba hecho añicos. Pensó en Guadalupe, en sus amigos, en la preocupación que tendrían ante la inesperada desaparición. Se apoyó en la mesa, apesadumbrado. No vio el televisor y su codo lo golpeó. Cayó pesadamente, con un estruendo como corolario.
El pánico lo asaltó. Estaba solo en la habitación, rodeado de los restos de su tecnología. Era una zona de desastre. Contenía las lágrimas, por la incomprensión misma. No tenía a nadie a quién acudir, no tenía forma alguna de contacto. Por primera vez, se sentía en soledad.
Atisbó a mirar la puerta. Pero no se animaba a salir. ¿Quiénes vivirían en ese mismo piso? ¿Quiénes serían sus vecinos? ¿Abrirían la puerta para dejarlo hacer una llamada? Las dudas lo asaltaban, pero también el terror. Salir fuera de aquel lugar era una idea en la que no pensaba desde hacía tiempo. Pero debía hacerlo, respirar hondo y tener el coraje...
Tomó la decisión en un cerrar y abrir de ojos, mientras la luna engalanaba a sus espaldas el marco oscuro de la noche. Corrió a la puerta y se topó con ella. Rebotó como un saco de huesos y quedó tendido en el suelo. El picaporte no se había abierto cuando tiró de el. Lo recordó. Se activaba con una clave. La había colocado por seguridad, para que nadie lo perturbara.
Pero no la sabía. No la tenía en su mente. Para qué, había pensado en su momento. La guardaba en su correo electrónico y una copia en su celular. Se puso de pie, dolorido.
Golpeó con sus manos la puerta, esperando que alguien lo oyera. Golpeó y golpeó. Pero nadie lo escuchó. Estaban todos en sus departamentos, junto a cientos de amigos, viviendo sus vidas, sin importar el mundo, las distancias, las barreras.

Salvador Helcán
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:03:27 pm
La hilandera de sueños



Acuna era un pueblo pequeño rodeado de inmensos bosques,  tan reducido que solo cabía una calle, diez casas coloradas y unas escaleras con cinco peldaños que llegaban a la Casa del Ovillo. Allí vivía Marcia, la hilandera, costurera, sastra, modista e incluso telefonista, pues en su hogar sonaba el único “ring” de todo el pueblo. No era una hilandera cualquiera, tejía fastuosas telas con hilos dorados, brillantes como los ojos de un niño, tan flexibles y fuertes que aguantaban el peso de un gigante.
Aquellos hilos eran conocidos en toda la comarca. Reyes y vasallos gastaban hasta sus últimas monedas o el pan de su jornal, pues contaban que quien vestía con las telas conseguía el don de la felicidad.
La hilandera guardaba muy bien el secreto de sus hilos, pues los tejía con el material  de que están hechos los sueños. Por la noche mientras todos dormían, Marcia se vestía con un tul morado, tapaba su melena pelirroja con un sombrero gris y a lomos de Quimera, su fiel burra, recorría en silencio las calles de todos los pueblos y ciudades.
Guiada por la estrella roja que vive en la barbilla de la luna, recorría casa por casa buscando. Paraba cuando encontraba algún cristal empañado, pues cuando dormimos nuestros sueños son tan cálidos que flotan en el aire como si fuesen niebla. Una vez allí, esperaba tras la puerta de la casa y atrapaba con el tul todos los sueños que escapaban por el ojo de la cerradura. Al clarear la mañana, regresaba a la Casa del Ovillo y  en cofres brillantes guardaba los sueños.
Todos los martes a la hora de la merienda, abría las cajas y en su rueca tejía los sueños, elaboraba  hermosos hilos de colores. Verdes con los sueños de esperanza, blancos de pureza, rojos con los sueños de pasión, negros con los que dan miedo y azules como el mar (estos son los sueños de los niños ,frescos y libres).
Un día los habitantes de Acuna se despertaron con el ruido de motores. Dos camiones y una grúa rugían en la única calle del pueblo. Primero derruyeron la casa de Tomás el pastor y más tarde la casa de Rebeca la panadera, cortaron los boques y después construyeron  dos calles y edificios que escupían humo negro por sus chimeneas.
El humo era espeso y sombrío, entraba por debajo de las puertas y ventanas, tiñendo de negro todo lo que tocaba. Las ovejas, las flores, las casas coloradas, hasta los hilos de Marcia se colorearon como el hollín. Pero el humo continuó su camino empujado por el viento sin que nadie le detuviese, impregnando todo lo que encontraba a su paso. El mundo dejó de tener color y las personas dejaron de sonreír y de soñar.
Por las noches, Marcia continuaba con Quimera buscando la estrella roja en la barbilla de la luna, cristales empañados y sueños, sin encontrar nada. Y tanto caminó que llegó al Final del Mundo.
El Final del Mundo era un lugar extraño,  hacia frio y calor, lluvia y viento, allí terminaban todos los caminos, el cielo se apagaba y  allí desembocaban  los ríos. Marcia recorrió un sendero oscuro y al final, sobre una roca encontró brillando una tímida luz. Temblorosa, relucía una vela cuya cera era del color del arcoíris y en la roca escrito se podía leer:
Esta es la luz de la vida. La luz que ilumina los sueños. Si los quieres hacer volar. Sopla y se harán realidad.
Marcia sopló con gran fuerza, y la llama al apagarse derritió la cera inundando el Final del Mundo con colores que comenzaron a flotar como pompas de jabón. Al avanzar iban tiñendo el mundo de verde, rojo, azul, blanco y malva. Las personas volvieron a sonreír  y al llegar la noche, sus sueños volvieron a ser de tonos vivos, chillones, agiles y suaves como plumas.
La hilandera regresó a la Casa del Ovillo y aun hoy se le oye tejer. Así que  si alguna vez viajas a Acuna y escuchas el sonido de una rueca, para y presta atención .Con suerte, en mitad de la noche podrás ver a Marcia a lomos de Quimera, atrapando  los sueños de los que duermen, para hilar telas mágicas que regalan el don de felicidad.

Hilando cuentos
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:04:33 pm
La Encina



21 de septiembre, un joven senderista, incauto, confiado y perdido cerca de la Sierra de Parapanda, en medio de la noche, fría y solitaria, a temperaturas extremas, con sus pensamientos más íntimos, murmura a ratos, habla consigo mismo e incluso chilla a la reluciente luna en busca de esperanza, de un rayo de luz de futuro.

-Tengo frío, el helor de la noche está empezando ha hacer mella en mi físico, no puedo dejar de caminar, debo seguir adelante, debo seguir adelante, no puedo desfallecer, ¡debo seguir! – La respiración se entrecortaba a cada paso, en el subir y bajar de laderas, de pequeños montes sin fin. – No puedo parar, si paro, me congelo, si paro, me entra el sueño, son sólo las 3 de la madrugada, en 4 horas habrá salido el sol, y con él toda mi esperanza, sólo debo aguantar, sólo debo caminar aunque ya no sé donde estoy, ya no sé cual es la ruta correcta, la majestuoso y blanca luna ilumina mi camino, ¡pero ni siquiera ella es capaz de señalarme la dirección correcta! – Grita esto último al estrellado cielo, lleno de impotencia ante su situación, esperando ser oído por alguien, sabiéndose que sus probabilidades son escasas pero sin perder la esperanza.


Pasa una hora, y el ánimo del joven decae, el pesimismo se va apoderando de su ser, aunque sus pensamientos y lengua siguen vivos para su bien.

   -Son las 4 de la madrugada, sólo 3 horas más. ¡*****! Estoy jodido, son muchas horas ya caminando, aunque estas últimas han sido muy pesadas, un infierno, y encima creo que me he torcido un tobillo, aunque si no es torcedura es un esguince, pero no puedo pararme, no debo pararme, si me paro, muero. – Renqueando, dolorido, con paso débil y lento, con la cara, sucia, llena de sufrimiento, cansancio, donde aún podían verse rastros de surcos blancos congelados, de lo qué fue lágrimas de derrota, pero no de abandono. – Madre, como me gustaría estar ahora en casa, a estas horas llegaba de fiesta y tú siempre estabas allí despierta esperándome, advirtiéndome, pero fíjate madre, la fiesta no me va a matar, va a ser un error, un despiste, una insensatez, una estupidez, tenía ganas de hacer una ruta, de caminar por la sierra, pero por mi inexperiencia, por venir sólo, por querer hacer tanto, por mi prepotencia, por mi chulería, ¡Así me veo! – Las lágrimas de verse impotente, brotaron, creando nuevos surcos a su paso en la cara entre dulces y calientes recuerdos.


Discurre el tiempo, la luna se mueve, las estrellas desparecen y aparecen, la oscuridad en la lejanía sigue siendo igual, no hay rastro de vida, sólo silencio acompañado del inquietante soplo que de vez en cuando de una brisa heladora, que sólo trae desilusión y desesperanza al joven, que en su caminar, parece infinito y sin sentido, abatido y sin fuerzas llega al fin de su viaje, de su personal calvario nocturno.

-No puedo más. –Susurra para sí.- No puedo más. Ya me da igual todo, me duele el tobillo, tengo frío y no sé donde estoy, sólo sé que estoy cansado, harto de todo, de esta sierra, de estos árboles, de estas piedras, de esta luna, de estas estrellas, de este camino sin fin, de este frío, de este viendo desolador, de la mochila, del dolor, del sufrimiento, de las lágrimas, sólo quiero morirme. ¡Alguien que me ayude! ¡Socorro! Por favor que alguien se apiade de mí. ¡Señor sé que te he menospreciado e insultado, pero SALVAME! ¡Virgencita, por favor, perdona mis insultos y mis sátiras sobre ti y tu hijo y rescátame de este suplicio! ¡Madre! ¡Padre! –Las lágrimas brotaban de sus ojos, corrían por sus mejillas como manantial que fluye sin rumbo pero con fuerza, junto a recuerdos bochornosos, pecaminosos e ignominiosos. Cuando las lágrimas disminuyeron, en su deambular y justo enfrente suyo, como aparecida de la nada, una enorme y anciana Encina lo llama, o eso él cree. El joven se dirige hacía ella sin pensárselo, y acaba por recostarse.- Gracias anciana Encina, ya no podía más, el dolor era insoportable, y morir a tú lado ya me parece un milagro, en medio de esta soledad, yacer junto a tu tronco me parece el paraíso. Tú que has visto, vivido y oído de todo, seguro que…. –Sin llegar a terminar se quedó abatido, dormido, en el sueño eterno, con cara de felicidad junto a la Encina.



Los relatos, diferentes a las historias, el autor, puede ser Dios en el papel, y obrar milagros, y por lo tanto, haciendo uso de ese poder, me tomo la licencia de crear un final diferente, un final acorde al V Concurso de Relatos Fórum Montefrío, ya que tanto el Concurso como el relato no se merecen algo tan sencillo y banal, aunque el sufrimiento se ve reflejado, un giro de los hechos, siempre es bienvenido por el lector, así que aquí la continuación de La Encina.



Ya de día, alrededor de las 7:15 de la mañana del 22 de septiembre, un joven llamado Pedro, procedente del municipio de Montefrío,  montado en su Jeep al ir inspeccionando la ruta, que hoy recorrerán los senderistas, en la Ruta de la Encina Milenaria, ve a lo lejos, bajo la Encina Milenaria, apoyado en su enorme tronco, como si lo abrazara, lo que parece el cuerpo de otro joven, apoyado, como dormido. Se acerca temeroso al cuerpo y después de saludar varias veces enérgicamente y no recibir contestación, acaba acercándose más aún y es cuando se da cuenta que el senderista parece estar muerto. De improviso, espontáneamente, en su afán de ayudar, salta sobre el senderista, empieza a buscar señales de vida, y después de tocar varias veces cuello y muñecas, no consigue encontrar el vital pulso, de pronto, como inspiración divina, pone su oído bajo la nariz del senderista y siente como una pequeña brisa de esperanza y vida surge del mismo, y sin pensárselo dos veces el joven aldeano, monta al moribundo y anónimo senderista en el Jeep y lo lleva al puesto de socorro más cercano, salvándole la vida y dándole otra nueva oportunidad de vivir, algo que por desgracia en la vida real, algunos no poseen, pero qué aquellos que si la obtienen, la gran mayoría saben como vivir esa nueva vida, esa nueva oportunidad.

Ranx
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:05:44 pm
FUERA
   
     
         
Amanece.

Aunque no lo parezca, en la insidiosa negritud, ya se vislumbran matices púrpura. Podría ser un espejismo pero, ¿y el aire?
No es el mismo ya. Posee una movilidad casi imperceptible, una fluctuación levemente cálida impelido por el gran astro rey que, aunque invisible, continúa inexorablemente su proyección sobre la pequeña y giratoria esfera azul.
No hay vuelta a atrás. La oscuridad impenetrable se va diluyendo. La gran bóveda celeste es ensuciada por un tenue velo que socava lenta pero irremisiblemente la fuerza de las estrellas.
Ya no se puede hacer nada. La noche se muere.
El niño se ha despertado. Se ha levantado de la cama, ha corrido hacia el balcón y una mano gordezuela abre una brecha de agua en el cristal empañado. Su nariz de goma está adherida al frío vidrio y ahí se queda, extasiado ante lo que ve.
Abajo, el sol, ese sol nuevo que aún no puede limpiar los cristales, arranca destellos en la escarcha, y la escarcha es una cáscara blanca que viste a la hierba, y la hierba compone un trenzado mosaico de angostos senderos forjados por las pisadas del hombre, y los senderos llevan a un destino incierto a los ojos del niño, y cáscara, hierba, senderos y niño son peinados por un viento que, joven, intenta pero no puede romper la corteza blanca, no así la mano gordezuela que, rubicunda, agarrotada, se empeña en quebrar la humedad helada.
Y el niño corre hacia la puerta, baja la escalera, gira el edificio y se agacha para poseer su descubrimiento con los bracitos desnudos, el viento bailando en su cabello, soñando caminos.

            *        *        *

                                         
La figura de los dos adolescentes se recorta contra la fábrica en ruinas. El paisaje ha cambiado y esto les reconforta porque la soledad de náufragos ha sustituido a las mujeres tirando del carrito de la compra, a los automóviles, a un escenario donde resaltaban por su edad el mediodía de un lunes, en el que podrían ser descubiertos por alguien como prófugos del instituto.
El sonido del golpe de agua seguido de espuma deshaciéndose los saluda. El suelo arenoso ha ralentizado su caminar, pero no baja el ritmo de las palabras de él que va cubriendo una a una todas las dudas de ella utilizando su mejor ingenio.
En el hemisferio norte, en enero, en bañador, a sus pies, el mar sigue besando a la arena. Es un mar metálico el que tienen ante ellos, coronado de pequeños rizos, pero el cielo del que debería ser reflejo no está, se ha ido; o quizás sí, se diría que lo ocupa todo desde el suelo a un infinito en el que se pierde la vista sin que ni un breve matiz de color varíe en ese espacio blancuzco donde se plasman los dos bañistas como dos acuñaciones. Sus gritos, chapoteos y sumergidas se superponen a las brazadas del mar.
Las últimas dudas, esta vez sobre posibles animales acuáticos invernales se disipan y, finalmente, dan el paso. Con el agua a la altura de sus contraídos genitales, los brazos cruzados, los labios cárdenos, observa a su delfín que, una y otra vez, alza un morro sonriente para después mostrar su cola bífida en continuas y serpenteantes zambullidas; más tarde, también él descubrirá en el agua el calor que le niega ese cielo lechoso que empieza dónde termina el mar.
Dos delfines ondulantes juegan en un lago inhóspito, infinito, suyo.
El latido del mar continúa.

            *            *             *


                                     
La noche llueve.
De la oscuridad han surgido líneas de agua que barren el suelo con ráfagas de inusitada violencia. Pero en el cono de luz proyectado por la farola no llueve, no; ahí jarrea.
Desde mi ventana, acompañado del tintinear en el vidrio, observo el milagro. Se filtra el aire, los edificios permiten que su mácula sea arrastrada hasta el poso e incluso el automóvil apenas se atreve a despedir su humo grasiento que rápidamente es agachado y esparcido por el pavimento. Si miro hacia arriba veo palos de agua brotar de la nada para estrellarse en mi rostro agradecido, deshacerse y formar pequeños torrentes en mi faz escarpada.
Apago la luz, cierro la puerta, bajo la escalera, salgo a la calle. Yo también me alegro de verte. Busco el haz de luz dónde el líquido señorea a sus anchas, hay un banco, me acerco al ritmo del chirriar de mis zapatos empapados, tomo asiento.
La noche llora sobre mí.
Fuera sigue diluviando. Yo estoy fuera.

Alonso Fernández de Avellaneda
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:07:17 pm
La Realidad soñada por los Filósofos y aquellos que la siguen




Desde que tengo uso de razón, recuerdo que peculiarmente mi madre siempre me recalcaba en cada momento, que me cuidase; sin tomarle importancia, en algunas ocasiones cometía errores, que por lo general era ella quien lo tenía que solucionar, mas ahora estoy sentado sobre una piedra fría, que por lo visto aunque lleve sentado mas de largas horas no logra calentarse. Tal vez asi me comporté yo alguna vez; estoy hablando de tener el corazón frío; sin ninguna responsabilidad que limite mis acciones, y luego piense que todo esto es un sueño, empero la realidad innata nos de de puñales en la espalda y lleguemos a la conclusión de que aquellos son una especie de reflejo que muestra nuestros más profundos deseos y pasiones, así es, estos que posteriormente nos lleven a realizar acciones guiadas mas por la voluntad que por nuestro propio raciocinio , y terminemos por convertirnos en esa realidad que tanto nos hace daño.
En este momento de mi existencia, donde todo me parece confuso, no encuentro un motivo  para canalizar mis sentimientos. Es como un continuo absurdo de pasiones encontradas, donde el vacío absoluto ocupa un lugar importante dentro del silencio generacional de una etapa tan difícil de mi vida.
Porque es difícil vivir en esta edad de los límites impuestos por la sociedad de la adultez, donde el peor de nuestros enemigos es la conciencia.
Si la adolescencia es la etapa de los miedos y las dudas, acompañada por el casi total desconocimiento de la vida, la madurez es un estado de total conciencia de nuestros miedos y de todas nuestras dudas.
Sabemos todo acerca de nosotros, es decir, creemos saberlo; conocemos un poco de nuestro pasado, algo del presente y casi adivinamos un inexistente futuro.
La palabra MUERTE comienza a ser algo no tan lejano.
Los hijos comienzan a transitar su propia vida y nuestros padres nos van dejando solos, desprotegidos, enfrentados a una realidad que nos muestra nuestra condición de seres transitorios y frágiles, pequeños ante la inmensidad de un mundo que crece porque nosotros nacemos, pero también morimos para poder nacer y continuar.
El saber y comprender, genera dudas; más vivimos y más dolor acumulamos.
Pero así también toleramos y soportamos TODO.
Sabiduría, que le dicen…
Capacidad de asimilación y ejercitación frente al dolor.
La vida es una maravillosa cadena de sucesos imprevistos donde muchas veces reímos y otras lloramos y otras simplemente, pasan sin siquiera notarlos.
El saber esto, el comprenderlo, es motivo suficiente para estar confundido.
¿A dónde vamos?
Es una etapa difícil ser ADULTO.
Aún tengo adentro mío aquel niño que pensaba en  escribir metáforas de superhéroes y cuyos interrogantes frente a la vida ahora estoy contestando.
No recuerdo su cara, pero a veces, como en sueños me llama y la nostalgia acumula recuerdos y no parece lejana.
Cuesta mucho aceptar que ese niño era yo;  a veces quisiera tenerlo a mi lado para poder advertirle sobre cosas que luego van a pasarle…
Pero el pasado es tan sólo algo confuso y ajeno; sólo el presente cuenta  saberlo es una forma de tomar conciencia.
El futuro no existe, comprenderlo es parte de una edad donde los límites se conocen pero NO se aceptan.
-Recuerdo que estaba yo echado en mi cama leyendo un poco sobre la  filosofía de Anaxágoras  (aquel que consideraba al “nous” como parte del origen del universo); en eso siento el cansancio de mis ojos, en como pestaña por pestaña se iban juntando para ir dando origen a un largo descanso, en eso me veo yo dentro de la conciencia del filósofo, y es increíble, puedo leer y ver todo lo que piensa y hace, escucho entonces un grito que dice  «Hace mucho tiempo que la Naturaleza ha pronunciado la misma sentencia contra mis jueces. »Se me ocurre la idea de ir más allá y descubrir sus más íntimas intenciones, pero no puedo;  me siento totalmente bloqueado, tal vez era porque mi madre gritaba tan fuerte que ni siquiera el propio pensamiento podía volver a conectarse con las ideas.
Me levanto entonces sin dirección alguna, buscando aquella voz; caminando de un lado a otro, en eso la veo sollozando, corro hacia el lugar en donde está; era una de esas invitaciones que tenía aspecto dispendioso, aquellas a que tanto anhela  asistir cuando la presencia de mi padre aun llenaba los espacios de ahora esta funesta casa. Trate de tranquilizarla , mas mis esfuerzos fueron en vano, no me quedaba otro opción que ir con aquella a aquel convite, prometiendo no hacer críticas de los chistes absurdos y sin sentido que hacían los pobres viejos.
Llego el día en que mis palabras e ideas no tenían que ir mas allá de lo que quería decir, fue allí que durante todo el transcurso de lo debía ser “una gran reencuentro” ( como decía la tarjeta), se convirtió en un cuarto lleno de humo, que ni siquiera dejaba espacio a que el co2 pueda salir de mis narinas. Después que todo acabo, vi como se acercaba, tenía un aspecto tenebroso, me quede mirándolo varios minutos, paso a paso se acercaba a las pocas personas que estaban a mi alrededor, la ignorancia invadía el fúnebre salón, en tantas idas y venidas, quedo por desaparecer las sonrisas de sus rostros, el ceño se iba marcando incesante en sus frentes, palabras lograba oír, esas que arroja la gente cuando siente la necesidad de defenderse y provocaba la  aparición de partidarios y dragones.
Uno tras otro, cada uno expresaba la opinión, la razón circulaba lentamente por los rededores de la desconocida locura, y la iba cubriendo, de modo que todos terminaron por agradecer al hombre. Sin embargo la expectativa y los rumores llegaban a mi, y pude entender entonces que, no es la fuerza la que nos da coraje para seguir en la ardua lucha, si no era el pensamiento quien nos mantenía activos.
Fui entonces con mi madre a casa, tome su mano, la sentí fría, a paso rápido cruzábamos las calles oscuras, sin importarnos los problemas que tendríamos cuando lleguemos a casa.
El frio me atacaba, y gobernaba todo mi cuerpo…; abrió despacio su hermético bolso, saco las llaves y abrió la puerta, dentro de ella, las palabras se volvían inexpresivas, sin amor y sin cariño.
 Recuerdo que una de esas  mañanas en la que el sol sale desesperado, como si ni el mismo soportara su mismo calor, salió sin dejar dirección alguna hacia donde iba, las horas pasaban y poco a poco, sentía la necesidad de que una sonrisa aparezca en mi rostro.
Entonces quede yo solo nuevamente, con la misma intención de volver a estar “dentro” de anaxagoras, mas el deseo intenso de saber lo que sucedió aquel día, volvían a mí, pero era totalmente imposible, lo que quería, era cosa de las paredes y del humo que se había esparcido y no dejo libertad para poder robarme aunque sea una palabra de lo antes mencionado.
Fue asi que dedique la mayor parte de mi tiempo a poder descubrir lo que verdaderamente quería, enrolándome en asuntos, que ni siquiera pensaba tratar, desocupándome por completo de “lo demás” ( en lo cotidiano). Mi estantería que alguna vez fue lugar de revistas completamente sin interés, era hoy uno de mis más preciados lugares de la casa, poco a poco mi conciencia me llevaba a sentir impulsos de querer poner en practica mi idealismo alcanzado en las noches de soledad. Ahora no era yo quien expresaba mis ideas, si no eran las ideas profanadas de aquellos filósofos.
La soledad, me cubría como una manta; poco a poco me iba alejando de los asuntos familiares, sentía como me absorbía, me dominaba, estaba hasta en los laterales de mi cuarto; pero lo que me quedaba de sentimiento hacia mi madre, era el punto de equilibrio para mi estado de ánimo; no creo en las palabras de aquellos que dicen que el estado de ánimo lo hacemos nosotros mismos, sino que este se adapta a los momentos afectivos que pasamos.
Asi pues, tome la iniciativa de cuestionarme a mí mismo, y resolver las incógnitas que con tanta desesperación gritaban en mis largos sueños, entonces llegue a la conclusión que para poder ser grande (en todo sentido) , debería emprender un arduo camino, sin enervar las fuerzas; un camino que se llenaría durante el camino con horribles bestias, que lo que quieren es arrebatarme el tesoro mas valioso que tengo, mi pensamiento. Cogí rápido mi zurrón, y metí todos los libros, camine hacia la puerta y retomando el aire, Salí, la adrenalina que sentía interiormente, por haber salido de ese cuarto, controlaban mi sistema nervioso, asi  pues, llegue a un parque,  que mas que un parque parecía una morgue,( lo digo por tantas personas tiradas una encima de otras), se suponía que un parque era un lugar para recrear a los mofletudos niños; sentí entonces un aliento alcoholizado que me hablaba, y me decía si tenía ganas de introducirme como una jeringa a mi brazo, intempestivamente, corrí sin dirección alguna, abandonando la oscuridad y buscando al menos un poco de refulgencia.
 Asi es como llegue aquí, sentado en una piedra, tratando de encontrar una respuesta a todo, pues de todos modos, mis libros se habrían quedado en la banca de aquel inhóspito parque; y no tenía ni la más sana intención de regresar, entonces que recordé lo que anaxagoras dijo alguna vez :«Todas las cosas estaban juntas: luego sobrevino la mente y las ordenó»; era increíble mis ideas se empezaron a armar como un puzle en mi cabeza, fue allí que la piedra se empezó a calentar, y sentía y veía el alba, me levante sacudiéndome el trasero, y regrese a casa, con la intención de ver a mi madre. Ella aun dormía, decidí interrumpir (tal vez este soñando con Aristóteles o Empédocles), la abrasé fuertemente, y llorando le dije: te quiero mucho , asi pues, fui correspondido con un beso en la frente, me cogió el cabello, y sin decir más, me eche al lado de ella, y el calor que emanaba era más grande de que alguna vez me podrían dar los antiguos griegos.
Por eso es primordial querer y amar a sus seres queridos, tal vez hoy o mañana, no tendremos el pensamiento que teníamos cuando éramos niños, pero el sentimiento que guardamos interiormente, jamás desaparecerá.

Nicholas Sparks
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:08:21 pm
El jardín perfecto



Se abrió el acceso lateral de la suntuosa mansión y emergió como catapultada la ambulancia con la sirena destrozando de forma impiadosa los acostumbrados silencios de las tardes apacibles en aquel barrio residencial.
Tras su huida por las callecitas despobladas, partieron en su búsqueda agentes de seguridad y familiares compungidos en sendos vehículos guiados por el sonido ulular.
En un breve espacio de tiempo, por la rendija que dejo la puerta entrecerrada se pudo observar, aunque nadie lo hizo, la presencia del jardín perfecto. Este se extendía desde el fondo hasta el pesado portón de maderas el que poseía una reja superior de hierros forjados, que comunicaba con la acera.
Pero aun cerrado se pudo haber apreciado el aroma que emanaba de los heliotropos, con sus ramilletes tupidos perfumaban el aire con aromas dulces desde el lavanda hasta el violeta.  Pero este cuadro de belleza nadie lo aprecio, pues los habitantes de la casa acostumbrados al paisaje no lo veían en sus afligidos deambulares y a los curiosos no se les permitía permanecer en las inmediaciones del lugar, todo estaba estrictamente protegido por un selecto grupo de seguridad.
Luego de un minúsculo espacio de tiempo reanudo el silencio y solo se pudo apreciar en la lejanía el sonido lastimero que con la distancia se volvía más grave.
Fueron las 17,45 hrs cuando el hecho tomo relevancia aunque la situación tuvo lugar más temprano. Todo ocurrió cuando los niños fueron a jugar como lo hacían habitualmente en su bello jardín, en esa fresca tarde de otoño. Allí pasaban las horas felices entre los canteros de flores jugando a cocinar, haciendo sopa de brujas, o en las hamacas y otros juegos de jardín bajo las sombras de los robles que pitaban la tarde de rojo coral y los fresnos de dorado intenso; en otro rincón del patio los castaños y los cerezos que florecían en abril.
El jardín había sido decorado por expertos en parques que lograron belleza y equilibrio en las formas y en los colores. Las plantas color pastel y verde pálido fueron colocadas en el fondo de la escena para dar la sensación de profundidad y las de colores cálidos al frente para resaltar la luz.
En el medio una pequeña cascada de escalones de piedras negras, sobre los montículos de granito los Amarantos con sus flores plumosas y hojas rojas, carmesí o violetas; a la derecha de esta un Muguet rodeado de grava, Salvias violetas y pequeños cuadros de Geranios rosados. Desde allí hasta el pasillo en cada escalón tenía una especie distinta donde se podían apreciar Narciso, Azaleas, Impatiens multicolores, Lobelias, y más, muchas más.
Los muros hace tiempo que eran invisibles por el avance de la hiedra que lograba mimetizar el habitáculo donde se guardaban las herramientas y los abonos.
Estos niños aman este espacio y a diario jugaban entre las flores y hojas vistosas hasta el punto de de haberles puesto nombres familiares a muchas de ellas. Estos pasaban largos momentos diarios al cuidado de su niñera la que también amaba el jardín. Para ella era el lugar más bello y más adornados sobre la tierra. Este como un cuadro de fantasías coloreaba sus sueños de joven desde la ventana en el primer piso donde tenía su cuarto, junto a las habitaciones de los pequeños. Primero poco y luego toda la responsabilidad por la crianza y educación de los menores recayó en la joven Martha, la que cada dos semanas visitaba a sus padres, los domingos por la tarde, llevada por el chofer de la familia junto a sus bolsos y regalos y recogida al anochecer por la misma persona.  Las visitas eran nulas y la seguridad férrea, salvo el jardinero que cada diez días hacia su labor en absoluto silencio. Un mal día por las razones que nunca sabrán una de las plantas amaneció musita y aunque a simple vista la mayoría no lo notara, para ella fue como si faltara el equilibrio, como si la armonía que habitaba ese predio se hubiese marchado, la invadió la tristeza por lo que ella llamo la ruptura mágica del ensueño y cuando al cuarto día llego el jardinero solicito a este que remplazara la planta seca de la maceta bordó. Con la prisa que se requería, el hombre compro en las cercanías una Estrella Federal, y le informo que pronto tendría hermosas flores rojas. Los días posteriores transcurrieron con normalidad, salvo por la dificultad que trajo el temporal de lluvias, impidiendo que los niños jugaran en el jardín.
Martha mientras los niños jugaban en el interior, siempre se hacia tiempo para pasarles un trapo húmedo a las plantas de las galerías, allí estaban las begonias, Difenbaquias y Dracenas. Pero todo el predio no era esplendoroso, cerca del muro lejano en dirección al bosquecillo mas allá de la zona de la residencia principal, por el sendero que se conducen hacia las dependencias del personal de seguridad y domestico, casi como abandonados los Ricinos, las cicas y las siemprevivas completaban el cuadro vegetal.
Los padres de los niños habían nacido en algún suburbio, lejos de los bellos jardines, a menudo acosados por las constantes penurias que provee la marginalidad.
El patrón es un sindicalista despiadado y con gran esfuerzo logro poseer la oportunidad de tomar el poder en las próximas elecciones y de manejar todo a nivel nacional. Así crecía en su ámbito y de igual forma lo hacia la lista de enemigos, algunos solo rivales políticos pero también había de aquellos que lo querían ver totalmente destruido. Había llegado a unos pasos de la cúspide de la organización desde la estrechez de su instrucción pero con la habilidad, la sagacidad y el coraje requerido para tal logro, que lo obligo más de una vez a esconder alguno cadáver bajo la alfombra.
Hombre temido por sus amigos y enemigos había comenzado como peón, allí comprendió que para salir de pobre debía luchar en otros ámbitos.  Siendo delegado sindical realizó paros y movilizaciones, mientras de forma oculta arreglaba con la empresa por buen dinero y terminaba la protesta enarbolándose en los mínimos logros accediendo de las frondosas exigencias protestadas; en otras oportunidades arreglaba de antemano con la competencia empresarial para boicotear la libre competencia e inclinar la balanza en su favor. Su actual aspecto de gordo bonachón dista mucho de su verdadera actitud, a los empleados del sindicato los apabulla de trabajos, formalidades y obligaciones que se refleja en su accionar como candidato recto.
Así en una de sus campañas de paros y cortes de rutas conoció a su actual esposa, ella militaba en un grupo que se manifestaba en contra del gobierno y que recibía como pago un plan social, con la sola obligación de ir donde se lo indicaran, cuatro o cinco veces al mes. Aunque vivía con su madre que además poseía una pensión graciable, muchas veces se tuvo que ir a dormir con solo unos mates dulces en el estomago.
Así fue como conoció a Jorge, en la cautivo con la cadencia de su voz y el respeto que promulgaba por los trabajadores.
Salieron un par de veces, pernotaron otras más y se fueron a vivir juntos en una casita que el poseía en un barrio de clase media. En los próximos diez años el completo su fortuna, hizo construir la mansión, la adorno con lo que nunca tubo y luego de casarse la habitaron y tuvieron tres hijos.
Por estos tiempos ella juega tenis en un club y va a cocteles pro ayuda a los desempleados, en cada fiesta para juntar dadivas se gasta mas de lo que se recolecta, pero todos están felices.
Ella ameniza sus días con el joven instructor y sus encuentros fugaces en algún motel periférico, mientras que el esposo se prepara para la elección del cargo a nivel nacional que se realizara la siguiente semana.
El martes pasado, Punchy el caniche juguetón, al que le gustaba esconderse entre las plantas para sorprender a los niños, estaba triste y con evidentes dolores abdominales; con prontitud llamaron al veterinario pero a pesar de los cuidados y medicinas no pudo salvarle la vida y diagnostico claros signos de envenenamiento.
La alarma recorrió las galerías y entro en todas las habitaciones, se oyeron órdenes y los pasos apresurados de más guardias en los alrededores. Esta situación se interpreto como la forma más clara de amenaza dada al candidato por su rival, para que reflexione, que no importa la seguridad que tenga siempre podrán llegar hasta sus hijos. Luego de ese acontecimiento cada vehículo era acompañado por otro que lo custodiaba.
La señora de la casa protestaba por haber perdido la privacidad y acusaba a su esposo de ser un paranoico.
Solo faltando dos días para los comicios y súbitamente el pequeño Néstor sintió fuertes dolores abdominales y palideció mientras jugaba con sus hermanitos como siempre. Al ver que el niño desmejoraba llamaron a emergencia médica que llego raudamente. Después de reconocer la gravedad lo traslado a la clínica, mientras el personal avisaba a sus padres por teléfono los acontecimientos. Llegaron casi todos juntos a la clínica, el pequeño ya estaba en cuidados intensivos y el doctor tenía un diagnostico, principios de envenenamiento.
Como era posible con tanta seguridad? los niños no visitaban a nadie y tampoco recibían visitas, los alimentos eran los mismos para todos, los guardias no se acercaban al patio ni ellos a las cercas. Rápidamente los análisis determinaron la toxina y el tratamiento dio buen resultado y algunas horas después el niño recibió las visitas de sus padres y su amada niñera. Como pasaría un buen tiempo en la clínica, Martha tomo varias fotos del jardín, las hizo ampliar y las colgó en el cuanto para que no extrañara su hogar.
Una semana después, su padre que se había retirado de la candidatura y no participo de los comicios, con la angustia visiblemente grabada en el rostro y permanecía largas horas en la casa donde las personas luchaban por retornar a la normalidad.
Néstor pasó algunos días más recuperándose en la clínica; allí rodeado por infinidades de fotografías que convertían ese lugar aséptico en un espacio acogedor poblado de colores e imágenes familiares, aunque para el niño observar todo ese colorido monótono despertaba un evidente aburrimiento y nostalgia.
La mañana que le dieron el alta, estaban en el pasillo contiguo a la puerta donde reposaba el niño, el pediatra junto al especialista en toxicología del laboratorio central, ambos hablando sobre el extraño origen que pudo haber tenido el elemento que puso en peligro la vida. Estando tan cerca del recinto ambos entraron a la sala donde el menor reposaba y en el momento que estaba acompañado de sus padres, los que esperaban la certificación del médico para llevárselo de regreso a su hogar; luego de los saludos y las presentaciones,  el visitante observo con detenimientos las fotos que adornaban el recinto y expreso:
-   Esto es lo que llamo un verdadero muestrario de plantas letales para niños y mascotas por su toxicidad, ¿En qué lugar sacaron esas fotos?
-   ¡Es nuestro jardín! – Respondió el niño, con altivez, demostrando encono por el comentario que trataba de desprestigiar su espacio acogedor.
No quise ofender tu bello parque, pero allí están las probables respuestas a los últimos interrogantes sobre tu salud y el te tu pequeño can.
Todos se miraron con asombro y antes que una tormenta de interrogantes acudiera a sus oídos, dijo
   solo daré un ejemplo de los muchos que se pueden extraer.
Señalando una de las formidables imágenes expreso:
   Observa esa foto, allí posa tu hermanita luciendo un bello collar de semillas de Ricino, una sola de estas semillas ingerida podría matarla.

Monteverde
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:09:33 pm
EL OTRO



El pobre hombre caminaba casi sin sentido. Preguntaba a uno y a otro a su paso. Buscaba a uno llamado “Maestro”. Estaba al borde del agotamiento total. Sus ojos negros y su mirada profunda estaban opacadas por la tristeza. Parecía haber sido superado por el mismo demonio. Arrastraba los pies hacia el lugar donde le dijeron que estaba el Maestro. En cada paso que daba hablaba con él mismo y se decía: “Un paso más, un paso más, un paso más, ya estoy cada vez más cerca del Maestro”. 
Pero no era el único que buscaba al Maestro. Una multitud también lo buscaba. Todos tenían el mismo objetivo que él. Muchos con problemas físicos, enfermos, abrumados por la ansiedad. Aquel  pobre hombre era otro más. Estaba a punto de irse. La depresión inundó su alma al ver la cantidad de gente que había llegado antes que él. Pero recordó el motivo principal por el cual estaba allí. Y se quedó.
 Intentó acercarse al hombre misterioso. La multitud no se lo permitió Apenas podía verlo desde el lugar donde estaba. La muchedumbre parecía decirle: “Eh… estamos nosotros primero, estamos desde anoche, tienes que esperar”.  Las piernas del pobre hombre estaban a punto de colapsar. Un mareo sorpresivo casi le hace perder el equilibrio. Un zumbido cruzó su cabeza de lado a lado. Los sonidos parecían alejarse de él. Pero allí se quedó. Aquel hombre al que llamaban Maestro, era su única esperanza.
Ni médicos, ni amigos, ni el cuidado intenso habían hecho algo curativo en aquello llamado “enfermedad”. De pronto las miradas se cruzaron. El pobre hombre vio en los ojos del Maestro un destello de compasión hacia él. El Maestro lo miraba fijamente. El hombre entendió lo que significaba ese momento. Era ahí o nunca. Como un ciervo que brama por las aguas, el pobre hombre respiró hondo, sacó fuerzas y gritó:
MAESTRO, Maestro, escúchame por favor. Hace 16 años nació mi hijo. Mi único.  Mi por siempre “bebé”. Y mientras mi hijo nacía mi amada esposa agonizaba. Allí entre los gritos del bebé y mis gritos de desesperación me despedí de la mujer de mi vida. Ella miró por primera y última vez al bebé. Le sonrió. Me sonrió y me hizo prometer que lo cuidaría. Llorando le prometí que lo amaría hasta el fin de mis días. Y así fue. Todos estos años mi vida giró alrededor de mi único hijo. Juntos elevamos nuestras plegarias a Dios. Pero un día, hace ya varios años, yo no sé exactamente qué sucedió. Pero algo extraño ocurrió aquel día. Algo o alguien empezó a hablar desde dentro de mi hijo. De repente empezó a gritar con una voz que no era la de él. Se burlaba de mí. Se burlaba de todos. Con el tiempo también comenzó a temblar. Luego el temblor se transformó en un sacudón tan fuerte que casi no podíamos sujetarlo. Al principio mis amigos venían a ayudarme y apenas podíamos contenerlo. A veces su boca se llenaba de saliva y espuma y se reía con una voz aguda que asustaba a todos los que lo escuchan. Ahora mis amigos y vecinos ya no me ayudan más. Los médicos no pudieron curarlo. Gasté todo mi dinero en tratamientos. Ninguna de las diferentes propuestas de mis amigos hicieron nada. De la familia de su madre vinieron algunos representantes todos los días a rogar a Dios por él, pero nada. Fue inútil. Todo siguió igual. Y ahora estoy aquí, Maestro, viejo y agotado. Casi sin fuerzas. Todo el día y gran parte de la noche paso cuidando a mi niño para que no se haga daño  él mismo. Porque a veces empieza a correr sin rumbo y se golpea. A veces pone su mano sobre el fuego y se quema. Te ruego Maestro que veas a mi hijo, el único que tengo. Mi vida, mi luz, mi niño. Y si tú no puedes ayudarme, entonces hoy volveré de nuevo a cuidarlo y atenderlo hasta que pueda mantenerme en pie. Y cuando yo muera, que Dios se apiade de mi pobre hijito. Maestro, dime si tú puedes hacer algo por él. Yo creo que sí puedes. Yo creo que tú eres mi esperanza. ¿Puedes?
El silencio dominó el ambiente por unos segundos. La multitud observaba qué haría el Maestro. El pobre hombre casi no podía ver de la cantidad de lágrimas que caían de sus ojos. El Maestro le dijo: “Trae acá a tu hijo”. El angustiado padre casi sin contestar, se dio vuelta y empezó a correr hasta su casa. Había demorado mucho tiempo en llegar hasta el Maestro, pero ahora en minutos había corrido hasta su casa. Había recobrado la voluntad y la fuerza para correr. Agarró al muchacho de la mano y comenzó nuevamente a correr hacia donde el Maestro lo esperaba.
Cuando estaban a pocos metros del Maestro, ese “otro” que visitaba y habitaba en el joven, lo tiró al piso. Ese “otro” no quería que el joven llegara hasta el Maestro. Allí en el piso, el “otro”, el que vivía dentro de él, lo golpeaba, lo sacudía, lo lastimaba. Lo hacía gritar como si fuera un animal. Era una mezcla de aullidos y palabras sin sentido. No se entendía lo que decía. El padre desesperado trataba de sujetarlo y levantarlo para llegar al Maestro. El hombre estaba bien decidido a llevar al muchacho ante el Maestro. El pobre padre con las últimas fuerzas que tenía, tomó al muchacho por detrás para obligarlo a levantarse. El muchacho le pegaba al padre, lo escupía, le gritaba palabras obscenas. Aun así el hombre lo seguía empujando hacia donde estaba el Maestro.
Pero no fue necesario. El Maestro se acercó a él. Y allí estaban todos: el muchacho revolcándose en el piso, el padre si saber qué hacer y la multitud observando lo que pasaba.  El hombre trató de explicarle al Maestro algo más de la historia de vida del muchacho. Pero el Maestro le hizo señas con la mano. No necesitaba escuchar nada. Ya lo sabía todo.
El Maestro le habló al “otro”, al que estaba en el muchacho. Casi nadie entendió lo que le dijo. El cuerpo del muchacho quedó inmóvil en el piso. No hubo ningún show especial, no hubo gritos, no hubo gestos santos. Solo unas pocas palabras en voz baja y fue suficiente. El Maestro se agachó, tomó al joven de la mano, lo ayudó a levantarse del piso y se lo dio al padre.
Algo había ocurrido. Algo que era del mismo mundo que del “otro”. El “otro” se fue. El joven abrió los ojos. Miró a su padre. Habló con cordura. Miró al Maestro. El “otro” dejo de existir. Dejo de hablar. Dejó de molestar al muchacho.
El hombre lloraba más que antes. Cayó de rodillas ante el Maestro pero este no se lo permitió. También lo tomó de la mano y lo levantó. Con voz suave pero firme el Maestro le dijo: Vete a tu casa, tu hijo está curado. El hombre comenzó a caminar. Se alejó del Maestro. Caminó hacia su casa con su hijo de la mano. Se daba vuelta continuamente para mirar al Maestro. Desde lejos y por última vez levantó la mano y se despidió de él.

ANICETO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:10:58 pm
TE PRESTO MIS BESOS



Acostumbro a jugar con las vidas. Las convierto en sueños o pesadillas según mi antojo.  Derramo la tinta por aquéllos que no alcanzaron sus quimeras, o despedazo el papel  por  los que no se atrevieron. Otras, enmascaro las frustraciones que andan enredadas a mi estómago, ahíto de escuchar mis propias lamentaciones.
Reconozco que la estación de tren es mi lugar predilecto para llevar a cabo mis hazañas. El recinto se cubre de sentimientos de ida y vuelta.  Fluyen por cada rincón. Viajeros vulnerables, hombres de negocios, acompañantes que demuestran al mundo sus dependencias, parejas de enamorados, familias unidas. Y alguno que otro que busca desesperadamente la soledad. No hay día que no se escape alguna lágrima. Las recojo y les doy cobijo  en un recoveco de mi memoria para poder contar en un futuro incierto el cuento más triste.
Mi semblante se ha contagiado de la luminosidad del amanecer azafranado. Cuando la he visto aparecer por primera vez, todo mi ser ha palpitado. A lo lejos, se podía apreciar su torpeza a la hora de arrastrar su maleta,  un peso titánico para un cuerpo frágil que apenas se dejaba entrever tras su abrigo, estilizado por unos tacones de vértigo que han mantenido en todo momento presente su sensualidad. Me tiene embelesado su  leve balanceo esperando en el andén, la dulzura con la que abraza su cuerpo para protegerse del frío. El viento retoza con su falda, suscitándome más de un suspiro.
Pienso que podía haber corrido hacia ella, arrodillarme y decirle que la quería  aunque no fuese cierto. Robarle la maleta en un descuido y cumplir la fantasía de que alguna mujer corriese detrás de mí. Agarrarme a sus piernas y suplicarle que me llevase con ella; ser una tragedia pegado a sus medias. Declararle amor eterno. ¡Convertirme en un patético enamorado! Mas la euforia del momento se desvanece mientras la observo disimuladamente desde un lugar recóndito, donde ocupo la mayor parte del tiempo creando mis historias. Esta vez podría ser la mía. Así que no me ha quedado más remedio, debido a mi cobardía,  que despedirme a la francesa. No obstante, he tenido la osadía de lanzarle un beso.
El beso ha entrado por la puerta, sigiloso y observador, tropezando con la muchedumbre que parecía aún no tener ubicado su destino. Escurridizo, se cuela entre aquellos gigantes más preocupados por localizar su asiento que por encontrar el amor. Rezagado  por el vaivén del tren, cada vez se hace más ardua su tarea. Travesea inquieto de un vagón a otro en busca de la chica hasta que la encuentra. Inconfundible por sus andares singulares, debidos a los leves escalofríos, que nos delatan que aún no se ha desprendido del gélido invierno. Él la persigue y le sopla con todas sus fuerzas aire caliente en la nuca esquivando la cola de caballo que se mueve de un lado a otro, en un intento de no ser zarandeado.
Ella toma asiento y ojea una revista. El beso se sienta a su lado y contempla los árboles huir tras el cristal. El resplandor que irradia la albura de la nieve le recuerda lo gratificante que puede llegar a ser su trabajo cuando sacude a más de un corazón.  La mira de reojo y trata de llamar su atención rozándole la mano. Sube por su cuello hasta llegar a la comisura de sus labios, se detiene y decide que aún es demasiado pronto para concluir el juego. Revolotea ante su presencia, pero sus esfuerzos son en vano. Ella no puede verlo. Sólo siente un cosquilleo que le hace feliz.
Frente a la joven ocupa su plaza una mujer mayor muy educada. Poco a poco,  empieza a absorber las fuerzas del beso con su charla tediosa, repleta de fechas, parentescos y generaciones que nadie conoce. Se desinfla progresivamente  como un globo pinchado, hasta caer consumido al suelo. Mira a la chica desde una perspectiva lujuriosa y vibra de emoción. Ella dibuja una sonrisa somnolienta en su rostro para complacer a la anciana. El beso recuerda su cometido y escala por sus esbeltas piernas  hasta volver a ocupar su sitio. Por fortuna, el traqueteo del tren ha adormecido a la abuelita.
Hablar de tiempos pasados le ha hecho evocar uno de sus poemas favoritos. Saca de su enorme bolso un libro desgastado por las lágrimas que más de una vez han empapado sus páginas. Entre susurros recita “La muerte del niño herido”. El beso se coloca delante del libro para poder compartirlo con ella. En apenas segundos, escapa de las traviesas manos de la muerte que aspiran a atrapar a su presa ahogada en una inmensa gota de agua, derramada por la sentimental de su dueña al interiorizar los versos. Con cierta ansiedad se aferra al cristal, con la esperanza de que un rayo de sol seque tanta emoción contenida.
Visualiza su entorno y queda prendado ante los colores llamativos que emanan de la vestimenta ostentosa del petimetre que carcajea al fondo del vagón. Parece haber sido sacado de una serie de época. Chismorrea sin parar como una alcahueta, especulando sobre la vida de los pasajeros sin ningún tipo de reparo.  Intrigado se aproxima para analizarlo. El lechuguino, en un ademán con su mano para señalar a su próxima víctima,  ha estampado al beso contra la cabina de control, introduciéndose en la prohibida sala. Aturdido por el golpe se enreda entre la multitud de cables. Con destreza se despoja de sus ataduras y se desenvuelve como pez en el agua manteniendo el equilibrio y haciendo acrobacias sobre los cables, saltando de palanca en palanca como el más entrenado funámbulo. Se desternilla al recrear la escena y disfruta de la libertad que  puede llegar a dar el  ser invisible para los demás.
Sus sentidos se agudizan al escuchar un cántico que parece ser entonado por una sirena.  Sin apenas tener el control sobre su cuerpo se desliza por el aire como un espíritu encantado en busca de la atrayente voz. Cuál es su sorpresa al descubrir que la culpable de que este recorrido de sentimientos discurra por los raíles del tren, es la maquinista con los labios color carmín más apetecibles nunca antes vistos. Quiere besarla. Desea besarla. ¡Debe besarla!
Pero cuidado amigo, se trata de mi narración y te advierto que soy hombre de una sola mujer. No estropees este relato y retorna en busca de mi damisela, antes de que mi pluma agote el tintero. Una pista: la friolera de mis ensueños puedes hallarla en el restaurante. Un pesado amenaza con arrebatárnosla.
Obediente regresa con el alma partida, empapado, golpeado y derrotado como un soldado tras la batalla perdida. Todo se torna oscuro. Escucha exclamaciones de  niños. ¡Un túnel! gritan al unísono. A él no le hace tanta gracia, que anda a tientas mientras masculla que se trata de un nuevo jodido impedimento que hace más engorrosa su misión.
La descubre en el comedor departiendo entusiasta con un hombre apuesto, un conquistador nato que sabe captar su interés.
¿Conoces el origen más remoto de los trenes? Se cree que se encuentra en los surcos que hacían antiguamente los carros en la arena afirma el joven.
No tenía ni idea, lo atribuía a la Revolución industrial contesta ella recordando antiguas lecciones.
¿O que el túnel ferroviario más largo del mundo se sitúa en Japón con 53 Kilómetros? Imagínate qué alegría para algunas parejas para aprovechar y darse arrumacos se mofa.
Ella ríe sin parar. El beso entra en cólera y adopta un tono morado.
¿Te he dicho que tienes unos ojos preciosos? coquetea.
Me vas a hacer sonrojar responde halagada.
Quién sabe, quizás éste podría ser nuestro particular “Antes del Amanecer”.
Es una película triste pero muy conmovedora, no me importaría ser su protagonista. Pero cuéntame más curiosidades ruega apasionada por la temática.
¿Has oído hablar de la estación subterránea abandonada llamada City Hall de Nueva York? De ella se cuentan las más terroríficas historias, dicen que…
El beso azotado por los celos interrumpe la conversación, brincando sin parar como un niño enrabietado sobre la sopa del adversario provocando pequeñas erupciones. Se introduce en su oreja y comienza a emitir ensordecedores chillidos y silbidos, arrastrado por la exasperación. Vuela de un lado a otro propulsado por la ira, moviendo de manera fantasmagórica la cortina e introduciendo la noche salpicada de destellos al vagón.
¿Lo, lo has visto? ¿Lo has oído? titubea. No creo en fenómenos paranormales pero ha sido empezar a hablar de la estación y….
En su último coletazo se introduce en la copa  y gira sobre sí mismo a toda velocidad formando un remolino que rocía a su dueño de vino. El galán salió despavorido y no se supo más de él. Lo recordaremos por su fugacidad.
El beso se descuajaringa de risa por su hazaña. Se siente orgulloso. Altivo, la mira  esperando una recompensa pero sus humos descienden en picado cuando descubre ser el causante de que la tristeza haya penetrado en el fondo de su alma.
Ella regresa a su asiento y contempla la luna con melancolía. Le gustaría provocar en los demás la misma atracción, resplandecer aunque sólo fuese por un minuto; ser merecedora de su propio respeto; dejar de ser una eterna insatisfecha; descifrar sus lágrimas. Pero desconoce que todo lo que anhela ha brotado en mi interior.
 Ensimismada en su torbellino de recuerdos queda profundamente dormida con su compañero de aventuras en su regazo, que sucumbido a sus encantos se ha abandonado al vaivén de sus emociones. El beso se despierta y entiende que debe dar el primer paso para continuar este idilio que ha su surgido entre ambos. Es consciente de  que quedan pocos metros para terminar el trayecto  y que el tiempo parpadea en el interior del ferrocarril. Respira hondo y tiembla al ponerse frente a sus labios. Sospecha que se ha enamorado. Cierra los ojos, pone en posición sus labios para fundirse en los suyos y… El tren frena en seco anunciando el final del viaje. El beso cae bruscamente en su escote ocultándose  en el canal donde surcan las fantasías para acompañarla siempre en su camino.
Postdata: Yo sólo espero que algún día me lo devuelvas.

El beso
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:12:14 pm
MI PRIMER BOLSO

A mi abuela Irene que nunca tuvo ni necesitó



Nadie se cree que nunca haya tenido un bolso pero es que no tenía que guardar. Ahora tengo uno. La gente pasa y nos ve en la plaza, tomando un vinito de jerez. Nosotros no necesitamos mucho, el calorcito rico del vinito y poco más. Además, los bolsos, me acuerdo de la escuela, son del sector terciario. Nunca entendí aquello de los sectores. El vino es del sector primario, porque es  importante para encontrarse mejor.

El otro día dando una vuelta, encontré en la basura un cuadro. Son dos ancianos que se miran. Es invierno y se quieren. Me recordó  un nosotros ya lejano, y me lo llevé. Como no tenía dónde colgarlo, pensé que al final necesitaría un bolso.

Se suelen reír de mí, dicen que lo que tengo no es un bolso. No es como el resto, pero yo no soy los demás y no sé a qué sector pertenezco. Mi bolso es diferente, quizá algo más feucho y menos bueno, de un material flexible, con dos asas, sin cremallera y las letras impresas de la marca que no suenan nada mal. “Lidl”.

TRILCE
   
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:13:34 pm
El brujo

                                               

   Hacía un calor de mil demonios y yo bajaba calle abajo, por la tarde, en dirección al cajero para sacar dinero para comprar comida para mi gato en la tienda  de mascotas del bulevar, para para para, sí. Las calles ardían vacías, se veían esas ondas que hace el calor, a lo lejos, estamos en julio, también se veían algunos hombres de mediana edad y a otros ya mayores en los balcones, donde el sol no atizaba, se abanicaban con cartones, sin camisa, muchos de ellos en calzoncillos, muchos calzoncillos con agujeros, algunos tenían un chucho al lado con la lengua fuera, o gatos lánguidos y pachones. Los cubetos de basura hedían verdes por dentro y por fuera, se oía el rumor ronco de una emisora mal cogida en alguna radio, no había huevos a levantarse para sintonizarla bien, algún ladrido se perdía lejano, hacía tanto calor que lo que no se oía eran discusiones a través de las ventanas, para eso sí que no había ganas, ya lo harían cuando hiciera más fresco. Me crucé con un grupillo de niñatos de 20 años que trapicheaban en la semisombra, cerca de la carretera, a esos no les importa el calor que haga, y tampoco la poli, eso sí, luego lloran cuando les cogen por hacer el payaso. Se chocaban las manos como los negros americanos, con el peta en la boca, y la gorra para un lado, los notas, se pasaban cosas a escondidas con un canteo que te daba la risa, lastima de coche patrulla, nunca pasan cuando uno lo desea, y si lo necesita, mucho menos todavía.
   Saqué el dinero y me dirigí hacia la tienda, y justo a unos 20 metros antes de llegar, lo vi cruzando la calle que tenía que cruzar yo longitudinalmente; él la cruzaba en sentido transversal:
   Pelo pajizo color marrón cagalera, corto y lleno de remolinos y trasquilones, sin peinar y todo echado hacia adelante hasta la mitad de la frente, igual que el tejado de una choza; la frente salida hacia fuera, abultada, haciendo un barranco con las cejas y las cuencas de los ojos, unos ojos de roedor pequeños e inertes, horribles. Nariz irregular, escarpada, como la de los personajes brutos de Mortadelo y Filemón. Toda la boca le sobresalía como a esos peces que barren el fondo marino, guardando dentro unas ristras de dientes sucios, sin lavar, tirando a grises, asquerosos y salidos también, como si hubiese necesitado llevar corrector. Toda la cara la tenía llena de barrillos y puntos negros, las orejas pequeñas y hacia fuera también. Flaco y alto, 1’80, con esa tripita que sale a partir de los 35 que poco a poco se va tragando el botón del pantalón, y un poco de joroba, esa le acompañó siempre, cuellilargo… Un cuadro de tío.
   Iba fumándose un cigarro, siempre que le veía iba fumándose un cigarro. Cuando éramos pequeños, en el barrio, solía irme con él, era un tío solitario y raro, pero a veces se venía con nosotros. Solíamos coger pájaros con liga en un arroyuelo del parque del barrio. Le deje 2 libros de aves cojonudos una vez y no los he vuelto a ver. Nos sacaba 4 o 5 años, y eso le gustaba, le hacía sentirse como “el mayor”, al pintamonas. Todos pensábamos que estaba trastornado, le llamábamos “trastorner” o “brujo”, ja ja, salía corriendo detrás de nosotros para zumbarnos la patilla, ja, ja, ja. Luego, de pronto actuaba tan normal y corriente pareciendo un buen tío como de repente te mandaba a tomar por culo a voces, o se largaba él por ahí, o intentaba ponerte en ridículo dándote un collejón delante de todos, el menda. Conozco a otro que tal baila, que hace esas cosas, lo de las collejas, un grandullón que también está un poco para allá, para el más allá diría yo. El otro día en el estanco me arreó una colleja que casi me arranca la cabeza, con el estanco lleno de gente y justo cuando estaba pidiendo, me di la vuelta asustado y me dice el tío:
   -¡Que pasa macho!
   Le eche encima la de Cristo bendito, le abochorné con la ira de todos los dioses y me largue de allí casi descojonado de la risa aunque aún de mala hostia, casi hago llorar al pobre payaso, le dejé en ridículo. Hace poco  me pidió perdón, el imbécil.
   Bueno, pues así era él, el trastorner, se llamaba Alberto, bueno de buenas y perverso de malas, tonto del culo, pero yo diría que es una mala persona, en términos generales. A mí no llegó a dejarme nunca en ridículo, era muy difícil, como habréis comprobado, en cambio yo a él sí.
   En fin, al verle, di un paso atrás despacio y me pegué un poco más a la pared, deceleré, no sirvió de nada, me vio, ¡ay Dios!
   Yo iba con gafas de sol y seguí caminando hacia la tienda pero con el ojo puesto en él, protegido detrás de mis gafas. Dio igual, me había visto. Y esta fue la conversación:
   -¿Tu eres tonto? –Me espetó.
   -Eh…sí, tío…, sí –le dije. (Valla, ahí sí que me dejó él a mí en ridículo).
   -Qué pasa, que tal, qué haces, hombre.
   -Nada trastor…eeh…Alberto, nada, ¿y tú? –le dije.
   -¿Sigues en el mismo sitio o qué? –siguió.
   -Qué va, tío, me echaron, -contesté-.
   -Ja ja, no me extraña, -rió.
   - ¿Ah sí? pues a mí sí que me extraña, macho, llevaba 9 años ya ¿sabes?
   -No, ya, -dijo- si lo digo por tus pintas, ¡ja ja ja!
   -ah bueno hombre, ja ja ja, ya…, ya, por mis pintas…9 años viéndolas y se dan cuenta ahora los payasos ¿eh?, ¿verdad?, -dije- ¿Crees que me han largado por eso? ¿Crees que iba a currar así, mientras el resto iba con ropa de fábrica?, ¿Eh?, ¡O qué! –empecé a cabrearme.
   -Te veo espeso, tío –me dice.
   -Sí…, sí, macho…, me acabo de levantar de la siesta (no había dormido).
   -bueno, venga andaaa, hasta luegoooo.
Y se fue en su **** dirección y yo seguí parado allí un rato antes de entrar en la **** tienda, pensando en la posibilidad de que uno de los 2 debía de ser el más *****, si no los 2. Luego entré en la **** tienda y compré la **** comida de gatos Se me había roto el resto del día, ese hijoputa me había jodido la tarde. Hay gente que nunca te dará nada, ni falta que hace, en cambio ellos intentarán siempre sacar una tajada de ti, intentarán siempre chuparte la sangre, como putos vampiros. Son sanguijuelas sociales que alimentan su orgullo con nuestras desgracias, con nuestras vidas, no les dejéis hacerlo, nunca, son la peor lacra de esta maldita tierra.

Oscar Malvicio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:14:57 pm
cuerda nº
-   denominación alternativa – La dama del perrito de Antón C. -
   



Me sentía deprimido, atado; mi personaje me impedía razonar si no era emocionalmente. Solía acostarme con la puesta del primer sol.
 Desde que dejé de prepararme las capitulaciones, los días se me hacían eternos, mi discurrir fútil, y me levantaba a las once o incluso más tarde;  durante dos meses  la visité ya bien azul  ... Solía por la tarde darme una vuelta por el túnel entre fatuos; compraba algunas  y observaba el devenir pacífico de los  barones  y del duque que justo arrancaba a bailar  cuando le daba la espalda

 jamás  verlo siempre oírlo

   Una tarde en que chorreaban blancas flores vi a una encarnada que caminaba como yo; trench negro talar, medias oscuras con reja; de correa estirable el cachorrito canela. Me fijé: no diosa; cara larga, nariz prominente, ojos  mates, muy perfilados. Estiraba o acortaba correa según la raposa  avistase gazapo o mangosta. Laxitud en su continente  me atraía... 

morbosa


Nos cruzamos. Y me pareció recibir complicidad en su mirada, queriéndome significar:  también muero porque no muero. Cuando me di la vuelta ella  tranquila estirando y acortando  correa , nieve arriba; la zorrita se debatía...
   Un infierno no demasiado vasto, todos nos conocemos; sin duda es una forastera, pensamos yo, y el resto, seguramente también. A un enfermero se le derramaron los gusanos y una horda de gorriones cayó en picado para arramblar con todo; y escrupulosamente decantaron granívormente los que ya habían muerto. De alguna forma tengo que presentarme, de otra manera la perdería para siempre. 
   Repetí a diario  mis paseos vespertinos y en nuestros cruces   la complicidad y la  y la y la y la y la y la y la y la y  la y la y la y la y la piorrea, aumentando. Ya sonreía cuando la miraba fijamente. Un descoyuntador . Sólo  una palabra, pero, ¿cuál?



-   No te lo fejo. Lo fiento. – me negó con la cabeza  Jenni.
-   Po favo, ef cueftión de fida o fuerte. Nefefito un ferbero. - Le acaricié la mejilla.
-   Ef un fogo muy fuerte, fuede máf que tú.- y le besé en los labios, cortando sus palabras.
-    ¡Íncuborracho!....  – exclamó después.
-   ¡Muchas grafias, felifiosa! – y le fi otro feso en la boca.
-   ¡Ya feberíamof fstar conectados! – me recriminó cuando yo acariciaba el vientre fuliginoso al enorme dogo.
-   ¡Lord ! Hoy vaf a conofer a una forrita  muy coqueta.
Le puse el collar y partí con Lord para la fase nueva. Las hojas blanquinosas    revoloteaban con ruido más seco, arremolinándose con bolsas vacías, cintas, dedicatorias de fondo morado, letras bordadas blancas. Mefistofélicamente entrenublado, de cuando en cuando una débil claridad se filtraba por entre cúmulos y proyectaba en  cuarenta y cinco la sombra roja y la sombra naranja.

Un ciprés.

Lord  tiraba de mí para marcar sus mejores lápidas. De pronto tensó  aún más  la correa, empezó a gimotear: su  vagabunda ... ¡viva!. Yo hice ademán de coger piedra y la perdida salió corriendo. Coja: la pata. sangrante pingajo, temblequeaba a cada zancada. Seguimos paseando.
-   ¡ Qué perro tan bonito! – oí algo empalagosa  detrás de mí.
Me volví, era ella por fin;  iba sola, sin  zorrita.
-   ¿Le fufta? Bueno, enfealifaf no ef fío. ¿Y fu forrita?
-   Ayer la seleccionaron.
-   ¡Oh, faya, lo fiento!
-   No se preocupe, ¡era una díscola! – y se rio con una risa pastosa que no me gustó. No me gustó nada nadar pero su risa sí me gustó.- Aunque tan joven....
-   ¿Le apetefe un forbo?
-   ¿Por qué no nos tuteamos?
-   Fo amo fer amado.
-   Fo también. (Yo también amo ser amado).
Y nos fundimos en  largo beso en medio de  cripta. Y me sorbía de entre sus mandíbulas tenazas - hasta el último hálito de su espíritu redondo, afrutado

 ... poso  amargo en paladar.   
 

-   La farne es fuya – y me dio un be         pasta.... rayos....     Me atravesó:
-   No nos conocemos apenas, ¡pero tú me gustas, va!
-   Fo soy todo y mucho máf. Mucho feor... – me reí me resonó me quebró la risa macabra.
-   Yo estoy cansada, ¡pero va!, siempre me estoy quejando. – luego sonrió y  pérfida humilde: -  sólo éso y poco más –  y sembró de cadáveres de mariposas el aire.
Hablando de nuestras no-vidas, cada uno escuchaba al otro como si el otro supiera lo que la otra le iba a decir, sin mostrar el menor asombro de que el otro era ella y ella era él.   Cuando abrí, ella ya no estaba. Yo me morí.
Alguna  nota, algo, no encontré.
La no-vida : agostarse temprano;  encuentro con la de la de la de la de la de ultramar. Todavía  hacía frío, aves  esplendían,  plantas ya se habían apagado, aficionadas se expandían,  ocultos  maduraban sus frutos, luneros regalaban redondos, con ápices verdes, femeninos.  El cielo de un gris alto oxidado, como  del primer día, borrones de carbón,  en absoluto se rasgaba  - no se debería  el fielo ... por las montañas femelas - Durante la Santa y El Pedrisco las bandadas negras horizontales hacia el Atlántico.

    sol esplendente no calentaba 
 el segundo sol apagado casi:


 ¿por qué me has abandonado así?     



EL REGIDOR: ¡Aquí no se puede estar!

Shostakovich II
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2013, 16:16:16 pm
En la profundidad del bosque



En el inmenso bosque de Brucmuc, cientos de criaturas mágicas habitan en armonía y gozo, los pequeños gnomos y las hadas revolotean junto a los estanques y ríos, aves de múltiples colores hacen sus nidos en las copas de los arboles que tiene forma de mujeres, sus cuerpos se balancean felices al ritmo del viento. Las diminutas casitas parecen hongos que adornan las bases de la montaña azul, inmenso peñasco que deslumbra y guía a todos, no importa en que parte del bosque estés, siempre puedes contar con ver la montaña de color primario.

Y sobre esa monumental roca azul brillante se encuentra el guardián del bosque, un enorme hombre con cabellera larga y rostro de seriedad llamado Nortt, hecho por magos antes de que desaparecieran al infinito, con la única misión de cuidar ese pequeño paraíso de sus ataques externos y de las sanguijuelas que viven escondidos en donde la luz del día no llega. En la cima, muy alto, con ojos y oídos pendientes de cada movimiento, solo baja unos momentos al día de su puesto a descansar, es fuente de equilibrio y honor, nadie duda de sus decisiones y alegatos.

Nortt toma su espada y sale a patrullar, le pareció escuchar a alguien en peligro así que se dirige a la zona sur de Brucmuc, donde habitan las pequeñas hadas de Midth, son el doble de grande que un hada pero igual de puras he inocentes. Nortt se esconde detrás de unos matorrales y evalúa la situación, es una criatura regordeta, como si estuviera hecha de hule, brazos babosos y cara cubierta con una mascara en forma de esqueleto.

El guardián del bosque mira con extraña curiosidad aquella escena, el ser asqueroso tiene a un hada en sus manos, ve como la aprieta y la suelta, le sacude y por la rendijas de su mascara saca su lengua, le abre las piernas al hada y lame sus partes, una risa cruel sale encajonada de esa mascara, a Nortt le parece un acto grotesco, jamás había visto eso, solo masacres e incendios, pero nunca que un adversario gozara torturando a una criatura tan pura como un hada.

Súbitamente brinca Nortt de su escondite y con un movimiento certero de su espada corta el brazo del gordo inflado, este cae al suelo como un enorme árbol, grita y sus quejidos parecen de infante, el hada sale volando y se refugia en una pequeña casa sobre un sauce, nuestro héroe levanta al gordo por el cuello, lo sacude y con ojos coléricos aprieta cortándole el oxigeno.

-¿Por qué tu crueldad con las criaturas del bosque?- replica Nortt- son seres mágicos que no te han hecho nada-.
-poder, joven guerrero- dice el gelatinoso gordo- ese que sientes mientras me arrebatas la vida, ese placer de tomar lo que desees y estimular tu propio placer, eso guardián, es poder, pero tu fuiste creado para hacer el bien y nunca podrás gozar de tan hermosa sensación-.

El cuello cruje y la tráquea se parte con un golpe seco, cae el cuerpo al piso, el guardián solo lo mira, no dice nada, no se mueve, esas palabras mortifican, ¿su sentido del bien esta allí porque lo tiene o porque lo crearon así? Esa noche se desase del cuerpo, menos de la mascara, que mientras se sienta sobre la montaña azul la mira como buscando coherencia a lo que siente.

Al caer la madrugada, Nortt sale a caminar, deja su vigilancia un momento para ir a ver como sigue la pequeña criatura que salvo hace pocas horas, mientras caminaba veía sus botas negras llenarse de fogaje, meditaba sobre el gordo de la mascara y su ridícula acusación. Pensaba “!ja!, eso me haría un muñeco, un títere de este bosque, yo decidí ser quien soy. ¿O no?”

El hada sale a su encuentro, lo saluda y se sienta en su mano, hablaba sin cesar y le daba las gracias en cada instante, pero el rostro del guardián era trágico, como si estuviera a punto de llorar.

-¿Qué te ocurre Nortt?- dice el hada.
-¿puedes hacer algo por mi hada?- dice Nortt.
-seguro mi héroe, lo que quieras-.

El protector del bosque voltea al hada, ata rápidamente sus manos a su espalda con una raíz, ella queda sorprendida por lo que esta ocurriendo, no le da chance de escapar, Nortt toma un poco de tierra negra y se la mete por la boca partiéndole algunos dientes y con la misma fuerza la restriega en sus ojos dejándola ciega, la desviste y usando su meñique la viola, el hada emite un sonido agudo de sufrimiento, Nortt de vez en cuando saca su dedo ensangrentado y lo prueba, siente una presión en sus pantalones y saca su miembro que hasta ese momento solo servía para orinar. Una erección enorme y venosa lo satisfacía, siguió torturando al hada hasta que un chorro de semen sale disparado, sus rodillas le fallan y cae sentado en el piso, se ríe, siente un alivio enorme, como si todos esos años cuidando y protegiendo desaparecieran de su mente. Respira profundo agarra el hada la coloca en el suelo y la aplasta hasta volverla un manojo de órganos sangrantes. Pero su placer esta lejos de acabar, corre hacia donde están las hermosas mujeres-árbol, cuyo encantamiento no les permite moverse de noche, Nortt llega con su miembro fue de sus ropas y un rostro de gozo, las hechizadas se asustan e intenta huir, pero es en vano, sus raíces son profundas y solo se balancean haciendo un ruido gracioso de brisa entre lo matorrales.
Una a una las va penetrando y manoseando, las muerde y arranca trozos de rama, cuando logro tener relaciones con todas decide incendiarlas, ve como arden mientras se sienta a engullir los frutos que cayeron de ellas.

Descanso un rato y camino a la parte baja del valle, donde los duendes cosechaban sus verduras de verano, los saluda, se recuesta en una piedra mientras ellos inocentemente seguían sus labores, silbando de forma distraída le saco filo a una vara, agarro a varios y los empalo, hizo una fogata y aun estando vivos los cocina, los devora junto a las ricas legumbres, los demás que veían horrorizados no creían lo que pasaba, escapando a sus casa, Nortt se levanto y se fue sin decir palabra. Tomo agua del estanque sagrado y cuando una sirena vino a regañarlo por su osadía, la toma por la cola y con un giro sobre su cabeza con movimiento de látigo la sacude contra unas rocas filosas, una y otra vez hasta que se abrió, salían intestinos por todos lados, bañando los alrededores de un color gris y rojo.

El guardián se sienta de nuevo sobre su pedestal azul, mira hacia abajo, el bosque de Brucmuc, sus años de vigilante no se comparan en placer con esa noche de liberación y éxtasis. Piensa que debe hacer, se coloca la mascara de calavera en el hombro y se levanta, ve todo a su alrededor, se sonríe y mueve la cabeza, su hogar seguirá siendo custodiado por el, pero también saldrá hacer de las suyas, este bosque es suyo y nadie mas tiene derecho a disfrutarlo. Solo Nortt, que con espada en mano acepta su destino y sus bajos instintos.

Guz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 08:39:59 am
RETRATANDO FANTASMAS



Casi no apartaba la vista de ella mientras copiaba sus curvas. A pesar de ello, no había necesitado rectificar su dibujo ni una sola vez. En realidad solo la miraba porque siempre la había considerado su paisaje favorito y ya que tenía una excusa para no despegar sus ojos de ella no iba a desaprovecharla, pero sabría colocar perfectamente todos los lunares sobre su piel si le dieran un mapa mudo de su cuerpo; sabría decir cuántos centímetros sobrepasaba su pelo la altura de sus hombros y el número de ondas que hacía cada uno de sus mechones.
Se sabía la tonalidad que adquiría cada recoveco de su tez al darle la luz del sol, de los focos o de la alegría de su amor.
Conocía el grosor de sus labios cuando la besaba, cuando ella la besaba a él y cuando no quería besar. También cuando bebía chocolate caliente y se volvían de color negro durante unos instantes. Solo unos instantes porque a él también le gustaba el chocolate. Y sus labios.
Podía decir cuántas objeciones soportaría ese día por el color con el que hubiera decorado sus uñas, pero cuando no se las pintaba, era imposible. Aunque él también lo sabía.
Era capaz incluso de atrapar fugaces pensamientos según volaban por su mente por la expresión que adquirían sus ojos, las arrugas que aparecían en su ángulo exterior o la forma que tomaban sus cejas.
Aunque eso siempre había sido lo más complicado, nunca dejaba de aprender, nunca dejaba de descubrir cosas nuevas. Y aún siempre se le escapaba esa mirada de difícil interpretación que de vez en cuando sorprendía cruzando veloz sus ojos.
Ahora la tenía alojada en ellos mientras seguía mirando de perfil a cualquier infinito desconocido para él. Cuando miraba así él se perdía, perdía y se rendía. Quizás algún día la descubriría.
-Terminado - anunció, dejando caer el carboncillo sobre la caja de pinturas.
Ella relajó la mirada, la fijó en él y sonrió. Pero no se movió. Sabía que no le hacía falta. Él iría a su encuentro en unos segundos. Es más, ya estaba allí.
-¿Puedo verlo? - Canturreó levantándose del taburete y avanzando hacia el lienzo sin esperar su consentimiento.
Cuando llegó hasta él se encontró con un dibujo que databa diez años atrás, con trazos medio borrados que él se encargaba de repasar cada día. Le propinó una bofetada.
-¿Cuántas veces te he dicho que quiero que hagas uno nuevo?
Él no contestó, como cada día, y, tras agarrarla de la cintura, besó su recuerdo, también como cada día desde la última vez que besó su boca de carne y hueso.

Hummingbird
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 08:44:45 am
BAILANDO CON ELLA



Siempre me sucede igual con cualquier canción, Doctor. No espero que comprenda lo que le voy a contar, pues yo tampoco lo logro hacer. No importa el género sorpresivo con el que el disc-jockey embargue el aire de la fiesta o levante el polvo de la pista con los bajos potentes de sus bafles, no depende ni siquiera del compás bamboleante de su rítmica o la métrica milimétrica de sus tres cuartos, ella siempre está ahí. Cada acorde percutido desde la consola escurre su recuerdo diáfano hasta mis oídos y ya dentro de mi cabeza se esconde como sólo ella podría hacerlo, tras los soles y bemoles de la partitura de turno. Al principio me asusté, pero luego me resigné a evitarlo de la misma forma que usted se resignará a curarlo. Por eso le imploro que hagamos un cambio en la estrategia anquilosada con la que suele tratar a sus pacientes, depongamos nuestras banderas de la cordura y lo invito a que compartamos mi locura. Pasemos las horas de consulta sumergidos entre mis relatos de náufrago mientras usted finge interesarse expectantemente por cada nueva aventura que le contaré donde bailo con mujeres que no son ella, pero que en mi mente sí lo son. Yo le pagaré por decirle que estoy loco y usted me cobrará por darme la razón. Pero hágame el contrajuramento hipocrático de que nunca intentará contrarrestar mis alucinaciones lacónicas con medicación alguna, por favor. Entienda que esta es la única forma que tengo para estar con ella y llenar con los rezagos de su memoria el vacío abismal que el silencio  de su ausencia abrió en mi pecho a golpes de dolor.
Esto es lo que me pasa, aunque sea una enfermedad difícil de explicar y peor aún de entender, desde la última vez que la vi perdiéndose de mi vida para nunca jamás tras la puerta infranqueable de su casa en la loma. Todavía guardo en mi retina grabada a fuego la imagen vívida de esa última mirada que cruzamos. Paradójicamente la misma mirada que alguna vez me enamoró, ese día me decía adiós. Ella es una bailarina con nombre de santa, música pura, toda una sinfonía en movimiento. Tenía la delicada fragilidad de un dibujo sin líneas y a la vez la impredecible sorpresa de la última muñeca que descubrimos oculta en una matrioska. Llegó a mi vida con la complicidad de la casualidad, como llegan los buenos augurios. Desde entonces mi mundo binario quedó fascinado por la forma como su torrente de colores hacía saltar en astillas todas aquellas reglas absurdas con las que solía vivir, caí rendido ante el misterio de su existencia, saboteaba e inutilizaba toda mi lógica cuando la tenía cerca… Me supo atrapar. Le encantaba dormir acompañada por el ruido sincrónico de la lluvia sobre el tejado, toda una costumbre de ninfa ateniense, y yo encontraba la paz que mis días caóticos necesitaban sólo con verla dormir. Pasé varias noches de constante vigilia al lado de su cama cuidando que nada fuera a perturbar sus sueños, fueron largas jornadas de batallar contra las perturbaciones del amanecer, pero su sonrisa milagrosa a la mañana siguiente era la recompensa suficiente para mis ojeras taciturnas.
La primera canción que bailamos fue una que nunca existió, sonó sin volumen en una noche despejada mientras caminábamos por una calle de ningún lugar, el cómo llegamos a coincidir en aquel remoto e inhóspito espacio todavía no lo tengo claro, llámelo destino si quiere. Una luna gigante guiaba los pasos que dábamos por la carretera abandonada mientras ocultaba los que íbamos dejando atrás. Esa luna nos persigue desde siempre y fue la única testigo presencial del primer beso que nos dimos en el lago tiempo después. Fue cuando en un repentino acto de coraje suicida que sólo los amantes desesperados entienden la tomé de la mano y le propuse que bailáramos, una sencilla idea que más era un disparate intempestivo de locura, pues todos saben que los escritores padecemos dos pies izquierdos. “Pero no tenemos música” fue lo único que me dijo cuando sorprendentemente, contra todo pronóstico y sin mucha dificultad accedió a seguirme la corriente en mis delirios callejeros de esa noche trémula de marzo, “No te preocupes, no la necesitamos”. Entonces se deslizó entre mis brazos con la misma gracia del agua que se esfuma entre los dedos, mientras yo intentaba contener tal derroche de esplendor ante el cual mis rodillas aún hoy no pueden reaccionar. Pero no importaba la torpeza de mis zapatos en ese instante, sólo con verla girando yo era feliz, una felicidad distinta a la que la demás gente cree sentir, ésta era de verdad. Ambos allí, en la mitad de la noche danzando como perfectos idiotas al son de una melodía que sólo los dos conocíamos, y fue con esos segundos de ruidoso silencio cuando entendí que la necesitaba, a ella, a su risa que me desarma, a sus besos que saben a vino tinto y a sus lunares que alguna vez tuve la precaución de cartografiar por si acaso eventualmente me perdía entre ellos.
Esa es mi maldición, Doctor. No importa la hora que sea, el lugar donde me encuentre o a quién tenga enfrente, cuando bailo los ojos se me cierran en un bizarro instinto que no logro atajar y la veo a ella de nuevo, sonriéndome desde lo más profundo de mi nostalgia, al tiempo que me hipnotiza con los hoyuelos de sus mejillas que sabe que me fascinan. Una y otra vez, caen mis párpados, olvido el estruendo sórdido de la fiesta, ignoro las contorsiones provocativas de mi compañera de pista y vuelvo a aquella noche, a aquella calle, con aquella luna sólo para bailar con ella nuestra canción, la que no tiene letra, la que no tiene notas, la que simplemente nos tiene a los dos. Entonces terminan los acordes que me transportan a su encuentro y vuelvo a la realidad, abro los ojos lentamente mientras me despido de ella hasta la próxima canción donde nos veremos de nuevo en el lugar que sólo  ella conoce. Mis amigos se burlan de mí porque dicen que a veces parezco estar bailando sólo, yo me burlo de ellos porque no comprenden que nunca estoy sólo, ella siempre es mi pareja. Ella es la única con la que quiero bailar.

MACONDISTA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 08:46:46 am
Cuestión de honor



Míralos, por ahí vienen con una sonrisita en el rostro y llamándome con esa voz chillona, esa que quiere decir “Ahora sí tenemos tiempo para ti”. Sus culos apestan a falsedad y cobardía. No pienso gastar ni un solo gramo de energía en darles una bienvenida espectacular, no se lo merecen.
Se acercan a mí extrañados por mi indiferencia, pero yo rehúso de sus mimos y caricias. Ahora sí, ¿verdad? Ahora queréis que os haga caso. Pues os haré el mismo caso que me hicisteis a mí en estas dos semanas.
Me pongo en marcha con elegancia y sin verlos. Escucho sus voces confusas detrás de mí. Sus crías intentan jugar conmigo, la más pequeña incluso hace el esfuerzo de cogerme en su regazo. Es inútil, anclo mis patas al suelo y tenso todo mi cuerpo para dejar bien claro que no quiero nada de ella. Me abren uno de los orificios del gran animal metálico que los transporta y me dirijo a mi sitio, al que tiene la piel especial y calentita. Dejo que me aten con esa cosa negra y ancha para que no me caiga en el viaje.
Durante todo el trayecto veo hacia fuera, hacia el gran azul del cielo esperando que aparezca algún insecto que pueda entretenerme. A mi lado las crías me hacen todo tipo de cabriolas, me tocan, me zarandean, me acarician pero yo me mantengo firme. No puedo ceder para que no se vuelva a repetir la misma situación.
Nada más llegar a nuestro hogar me desatan y salto, siento el dulce tacto de la hierba en mi piel, y mis ganas por descansar en mi guarida van en aumento. Nada más acercarme a la puerta el rabo del asqueroso felino se estampa contra mi hocico y se me meten todos sus pelos en los ojos. Se regodea de mi desgracia.
-Te lo dije… te iban a dejar en una perrera. – Sonríe el desgraciado.
-Hotel para perros. – Le corrijo.
-Llámalo como quieras. Pero ellos se lo pasaron en grande sin ti.
¡Maldito bicho! Me muero por partirle el rabo en dos, pero debo controlarme, que los humanos vean que yo sí soy un señor.
-¡Lolo!
Otra vez vuelven a llamarme, pero seguiré ignorándolos, No voy a ceder, no pienso ceder. Pero… ese delicioso aroma…
-Lolo ¡A comer!
Bueno, yo creo que por hoy han aprendido la lección. ¿No?

Susi Ons
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 08:55:53 am
Bienvenido



Al escuchar el disparo casi dentro de su cabeza, se puso de pie para empezar su intimista maratón, la cual tuvo como característica fundamental su brevísima duración, pues terminó oficialmente a sólo unos pocos metros, en el instante en el cual llegó al excesivamente ornamentado parque, espacio de distracción y escapismo, donde había transcurrido toda su niñez y parte de su adolescencia.
Era mediados de febrero por lo que el sol, más implacable y asfixiante que nunca en ese particular verano, brillaba fortísimo, haciendo que el más mínimo y rutinario accionar mutara en la más dura tarea jamás encomendada; a pesar de ello decidió mirar aquella espectral estrella fin de quedar en penumbra, al menos fácticamente, ante la oleada existencial que lo abordaba sin contemplación alguna. Enceguecido, empezó a desesperarse, a lo cual contribuía su patológica timidez, imaginando que no volvería a tener la capacidad de percibir los estímulos luminosos, mientras avanzaba erráticamente para finalmente palpar con la pierna una astillosa banca desde la cual, sentado en el filo, su mente despegó furiosamente cual MIG 25, avión de guerra que más que atacar, se disponía a realizar el recuento de los daños.
Su mente viajaba torpemente, como si estuviera próxima a estrellarse con una montaña, un edificio o más bien con la pura realidad. Acto seguido, la necesaria reflexión dio inicio con una dramática mirada perdida de prologo que le hacía sentirse en la piel de algún disforzado actor preadolescente
Tomó conciencia de que a partir de aquel día, nunca más podría caminar airoso como aquel que sabe que exterminó a un enemigo mucho más fuerte, más pesado, más poderoso; que los viajes, en caso los haya, tendrían que ser más cortos, menos intimistas, más austeros, menos lúdicos; que los sueños de revolución antiespecista que estaban dejando de serlo para convertirse en acción directa, tendrían que esperar años, siglos, milenios o, hablando con mayor propiedad, una próxima vida, un próximo intento; que la idílica intención de afincarse en el mal llamado viejo continente a fin de estudiar detalladamente a Heideger y a Hegel se vería frustrado; que aquella hermosa muchacha de ojos rasgados al norte de la capital a la cual deseaba convertir en algo parecido a su esposa, tendría que esperarlo, en el mejor de los casos, más de tres quinquenios, cuando el juez de la existencia cambie su carcelería efectiva, por un aborrecible arresto domiciliario.
La tarde no anunció su llegada, pero igual estaba ahí. Quien nunca más querría que lo llamaran en diminutivo, sintió que al igual que el sol, sus sueños se perdían, sin embargo a diferencia del satélite, aquellos no renacerían al siguiente día. Quizá nunca.
Con la vista parcialmente recobrada, ya que continuaba viendo una serie de manchas negras moviéndose en desordenada forma, se echó a andar como si se tratara de un cuerpo decadente, pero no de ese tipo de decadencia producto de haber vivido aventuras de la más diversa índole, sino aquella que te invade primaria y sigilosamente, como si se tratara de la enfermedad terminal más terrible y dolorosa. Sus ojos dejaron de pesarle y frotándoselos compulsivamente la dificultosa observación se tornó en plena contemplación al ver de espaldas a una preciosa mujer, ceñida en un vestido verde claro, el mismo que hacia relucir su ensortijado cabello negro en la penumbra, la misma que asaltaba cual guerrilla su entorno inmediato.
Dispuesto a dar su mejor performance, en pro de una conquista de verano, ensayó la sonrisa fingida que tan buenos resultados inmediatos le había traído. La joven mujer de torneado trasero, inició un movimiento que asemejaba seguir el ritmo de un cadencioso y tranquilo reggae, movimiento que para Luis significó una clara señal de invitación machista al cortejo, por lo que se aproximó ansiosamente a fin de iniciar un superficial diálogo que le permita hacer el flirteo más directo y eficaz. 
Las emisiones sonoras viajaban decididamente pero se vieron totalmente deformadas cuando aquella dio media vuelta dejando ver algo casi tan perfectamente formado como su parte posterior, justo debajo de sus lindos senos, una prominencia más o menos redonda, lo que muchos llamarían una protuberancia, sobresalía desvergonzada y groseramente, lo cual le produjo una serie de arcadas que lo obligaron a emprender una pronta retirada.
Buscó nuevamente una banca a fin de calmar el desmedido asco, sin embargo la vista recobrada no le daría tregua pues observó muy próximo a él, a un hombre bastante delgado que caminaba muy lentamente, un ser notoriamente cansado, cariacontecido, con un semblante abiertamente patético, quien parecía pedir tiempo al tiempo o más bien retornar en el mismo, cuyo cansino paso contrastaba sobremanera con dos niños que parecían gemelos los mismos que revoloteaban lúdicamente a su alrededor.
La tarde se alejaba y la luna esplendorosa era el tenor de fondo para la introspección final o quizá para el autoflagelo necesario: ¿Por qué lo hice? y ¿Por qué justo con ella? Mirando el oscuro cielo maldijo aquella noche, maldijo aquel mediocre episodio disfrazado convenientemente de un sentimiento mayor.
¿Seguirá ahí?, se preguntó mientras enrumbaba a su casa, frenándose en seco cuando uno de los gemelos apareció fantasmalmente para mostrarle sus escasos dientes manchados de chocolate y tierra, gesto que era una pésima copia de una sonrisa, la misma que para muchos seria tierna, pero que para él era inmunda y macabra, indigno prefacio visual para un sustantivo que no pensaba jamás escuchar, palabra filial de la que se habían escrito tantas odas, tantos poemas, tantas canciones idealizándola estúpidamente tanto como la de “madre”. Pronunciada tan cándidamente por aquel desconocido infante, las arcadas de hace unos instantes retornaron velozmente desembocando en un prolongado vomito que lo hizo doblarse y caer de rodillas. Se cuestionó entonces quien pudo ser aquel maldito mentiroso que dijo que tener uno era una bendición, pero más que ello, mirando siempre al suelo, empezó a internalizar que esa palabra seria pronunciada más seguido en el futuro inmediato, una palabra que describía una condición, un estado que él no quería asumir.
Una canción sonaba en su mente, la canción símbolo de su vida hasta hace unas horas, melodía desenfrenada de Joey Ramone, que fue reemplazada por una aburridísima y sin gracia, perteneciente un argentino que visitaba el Perú cada año, siempre cerca al tercer domingo de junio.
“I dont wanna grow up” no volvería a escucharse, sino esa otra sosa interpretación que Luis personificaba perfectamente, pues sus sueños e ideales estaban ahora parcialmente destruidos por un pronto y no planeado natalicio y es que a pesar de sus 21 años recién cumplidos, no sólo para dirigirse a su casa, sino hacia el sino que lo esperaba impaciente para engullirlo, ya caminaba lerdo, como perdonando el viento.

Supay
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 08:57:27 am
ELLA



En la mesa la vela derretida, el olor a cerilla, anotaciones en un papel. El olor a humedad, a tierra mojada, olor a tierra mojada por las lágrimas de Dios. El sudor en su frente, el calor, la luz por la ventana. En su mano derecha una novela, de esas que cuesta dejar. Esas novelas que tratan de amoríos, despechos, amantes y asesinatos. Su mano izquierda sobre su pecho, las sábanas floreadas, nuevamente el sudor en su piel, el calor de una mañana de verano y la luz entrando por la ventana, rayo de luz glorioso que sedujo sus ojos. Ojos tristes. Ojos infelices, quizás. Ojos que ansiosos despiertan en un nuevo día, una nueva rutina. Se levanta, pies desnudos sobre el parqué frío. Y en la mesa las anotaciones en un papel. Allá afuera el canto de un zorzal, la hierba mojada, despertar del día, naranjo en flor. Ella lee, inquieta. Se levanta, sonríe pero no, no lo siente, lo actúa, lo busca, lo intenta pero no, su rostro es viejo, es difícil sonreír. A veces lo es. Ella ha decidido cambiar, no sé por qué esa mañana. Quizás el sabor amargo del pasado, el olor del ayer, un recuerdo vago en sus pupilas, en sus labios, en su pecho. Pobre de su pecho. Si supieran, si supieran su dolor detrás de su piel blanca, si lo supieran tan solo los zorzales dejarían su canto. Su café a medias, el papel hecho añicos y ella. Ella afuera, sus pies desnudos sobre la tierra húmeda y su corazón latiendo al ritmo que marcaba el viento cálido del norte. En una mano amarrando sus zapatos desgastados y en la otra la novela, su compañera (esas novelas que tratan de amoríos, despechos, amantes y asesinatos), pasos acelerados, la arboleda, el canto de los pájaros, el rayo del sol en su frente en alto dejando correr el sudor por sus arrugas, arrugas precoces del dolor temprano. Los pasos agigantados que corren una carrera contra el tiempo.
Y el reloj marcó las diez y ella ahí. En "El Potrero". Había gente pero no la había. Para ella. Ella era solo ella y su decisión, el mundo era sólo una pequeña partícula absurda en su deplorable existencia. Tomo el tren, de infinitos vagones. En seguida se sumergió en su lectura y la calma volvió. A veces recordaba esas voces bonitas, esos paisajes dulces que había visto alguna vez. A veces una pequeña mueca que simulaba ser sonrisa se dibujaba en su rostro y desaparecía de inmediato, como si algo, alguien intentara arrancarlo de su más profundo ser, alguien se ensañara en arrancarle con una adorable delicadez todo aquello que creía cultivado e inamovible. Largo viaje y con estomago vacío. Se bajó, apresurada, caminó las cuadras de aquella ciudad. Monstruosa ciudad. El calor del asfalto, las calles interminables, el calor agobiante de una tarde de verano. La gente rozando sus brazos. Las caras, los nervios que había decidido no tener, incontenible su miedo. Pero era ella, (ella y su decisión). Los carteles de grandes tiendas y algunos que otros recuerdos la guiaban en su caminar, la ayudaban a llegar. Paró en un pequeño bar, de esos bares patéticos, añejos, oscuros y un poco húmedos. Se sentó, notó la presencia masculina que no dejó pasar sus encantos. Es que ella era auténtica. Por un instante se conmovió, pero de inmediato endureció completamente su corazón otra vez a lo que canta un gallo, y recordó. (Ella y su decisión). Tomó el whisky con hielo que había pedido y salió, otra vez, al infierno. Y llegó. Y ella estaba ahí. Frente a la puerta alta, marrón, con detalles en bronce. Casona vieja. La miró, la contempló como si fuera la última vez. Llamó a la puerta, se abrió y entró. Estaba fresco ahí, como lo esperaba. Pero ella transpiraba. Y lo sintió. Sintió ese aroma encantador, familiar, que llenó su alma por un instante y así como sucedió ese instante en un suspiro recordó todo aquello que alguna vez la llenó, que alguna vez la hizo llorar, pero llanto bueno, llanto dulce. Y derramó una lágrima, dos, tres... quién sabe. Quién sabe qué pasó realmente. Pero él ya no era. Ella no era. Ella había cambiado. El en el piso, río morado a su alrededor. Ella recostada a su lado, manchada también pero viva… y más viva que nunca. Ella lloraba pero satisfecha, lo que una vez había amado más que a su vida misma había terminado, ella había terminado con el motivo de su locura, de sus noches en vela, con su interminable calvario. Sus labios tocaron su frente y se marchó, corriendo. La puerta de madera entreabierta, un rayo de luz en el zaguán, y su novela sobre el piso junto a él (esas novelas que tratan de amoríos, despechos, amantes y asesinatos). Ella se alejó. Ella había cumplido.

C. LATOUR
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 08:58:36 am
Donde empieza el viaje



Antonia se despertaba cada día religiosamente a las 8 de la mañana, salía a comprar el pan y desayunaba escuchando la radio mientras preparaba la lista de la compra del mercado.
Hace años esa primera salida matutina iba destinada a la búsqueda de croissants para sus dos hijos y su marido y la segunda para llevar al colegio a los pequeños alrededor de los cuales giraba su vida desde el nacimiento del primero.
Vivía sobreviviendo a lo inmediato, sin plantearse mucho acerca del futuro. En ocasiones sentía que no vivía una vida propia, era entonces cuando miraba documentales y se trasladaba al sentir del viajero de turno.
Tras la pantalla, contemplaba montañas y lagos, ciudades en aparente desorden y gente atípica.  Esta práctica se convirtió poco a poco en su pasión, en la solución a su necesidad de huir para vivir. 
Empezó a sentir especial fascinación por los escenarios de cazadores y cazados, en los que el menor descuido cambia el orden de las cosas. El macizo de Guayanes, al sur de Venezuela, fue una de sus primeras fuentes de embrujo. Observaba con la vista y viajaba con la mente y el corazón por las majestuosas montañas temidas y veneradas.
Dejaba que los colosos geológicos y la indómita naturaleza le introdujeran las tribus habitantes del Orinoco. Se sintió cautivada por su espiritualidad y respeto por la naturaleza antes de padecer la pena de abandonarlas con los créditos que anunciaban el final del documental.
Su nuevo interés por lo ajeno la llevó a visitar la biblioteca una vez a la semana, pasando y repasando páginas de guías de viaje se consumían las horas. Un día ese tiempo no fue suficiente y decidió coger prestada una de ellas, sufriendo por las otras tantas que descartaba con esa elección.
Al llegar a casa tomó apuntes sobre los lugares, sus gentes y su naturaleza  y la devolvió decidida a hacerse con dos la próxima vez. Y de dos en dos, al poco acabó con la primera libreta de apuntes.
Querido lector, ella sabía de su condición de madre viuda entrada en los cincuenta y ahora, poco a poco, también de lo que has podido concluir con estas pocas líneas: era una mujer con ganas de vivir de nuevo, de crecer, de dar y recibir.
Una mañana se despertó a las 8, desayunó repasando sus libretas de anotaciones sobre países y ciudades y llamó a sus dos retoños, que ya no lo eran tanto. Les dijo que les quería, que les iría llamando de forma periódica y que no se preocuparan por ella, que había decidido seguir creciendo.

Gala
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:00:50 am
MIRANDO LAS ESTRELLAS



Cuentan que una noche de verano había un chico sentado sobre el suelo observando el cielo junto a su padre, absorto con la mirada fija en la infinita noche.

- Papá, ¡qué grande y qué oscuro está el cielo! ¡Da hasta miedo!
- ¿Miedo? ¿Por qué dices eso hijo?
- Pues porque parece que no hay nada papá, ni siquiera luz.
- ¿Estás seguro de eso? Mira hacia allí.

El padre dirigió la mirada de su hijo hacia el cielo, señalando con su dedo una estrella que brillaba desafiando a la negrura de la noche.

- ¿Sabes qué es eso? -preguntó el hombre-.
- Pues claro, no soy tonto, es una estrella.
- En realidad, las estrellas son los sueños que las personas aún tienen por cumplir. Mira bien, hay cientos, miles, millones... y mientras haya estrellas, siempre habrá algo por lo que soñar para lograrlo y ser más felices.
- Papá, pero hay un problema que no has tenido en cuenta, las estrellas son inalcanzables.
- ¿Seguro? - respondió pacientemente - Mira, haz lo que te digo. Primero cierra un ojo, como si estuvieras guiñando. Ahora, cierra tus dedos como si fueras a coger un pellizquito de sal y ponlo delante del ojo abierto mientras miras una estrella, ¿qué es lo que ves?
- Que parece que la tengo cogida entre mis dedos -respondió el chico-.
- Pues eso mismo es lo que quiero enseñarte, que los sueños no son inalcanzables, solo tenemos que
poner de nuestra parte para cumplirlos y ver la vida de otra manera.

El chico miró a su padre confundido, era la primera vez que le hablaba de ese modo. Sabía que lo que le había contado parecía un cuento de niños, pero en su boca sonaba a verdad. El chico se acercó al lugar donde estaba sentado su padre y apoyó la cabeza en su hombro mientras observaban las estrellas.

Leo de la Vega
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:03:58 am
Todo va a estar bien



Él es el único acreedor de sus miradas más tiernas. Ella es la única sonrisa que él quiere ver cada día al despertar.

Ahora ella lo ve entrar por su patio con el cejo entre confundido y preocupado. Cuando él la ve en la ventana levanta un brazo torpemente como para saludarla y dejarla tranquila. Ella por instinto –aunque no parezca precisar ayuda– sale a su encuentro y lo abraza mientras con sus habilidades mayéuticas averigua qué es lo que pasa, porqué él llega más temprano hoy a casa.

Mientras María llama al remís para ir a la clínica, su mano tiembla e intenta que su voz no se entrecorte, no quiere evidenciar ante Eduardo que el miedo le anuda la garganta, sabe que para él es muy importante verla tranquila en estas situaciones. Un dolor de cabeza no es mucho  –ni siquiera es un cuadro para ir al médico  pero con Eduardo la cosa es diferente, su historial no le permite pasar por alto cualquier síntoma, por pequeño que sea y,  trascartón, según él le cuenta, el dolor aumenta.

Mucho más rápido que el dolor, aumenta la preocupación de María que de a poco evidencia  su falta de dote actoral poniendo en su rostro esa sonrisa de cotillón que Eduardo reconoce en estas ocasiones pero no dice nada, hace como si se estuviera creyendo la pésima actuación para no preocuparla más.

María corta el teléfono y empieza a caminar por la casa juntando cosas. No tiene mucho para llevar, pero la acción de caminar rápido le ayuda a disimular el temblequeo involuntario de sus piernas. Mientras ella llena el bolso, Eduardo le recuerda que sólo van a una guardia e intenta romper la tensión diciéndole que el ropero tal vez no le entre en el remís, a María le dan ganas de azotarle por la cabeza la almohada que ahora intenta meter al bolso, pero sigue en su papel de maestra de jardín sonriente y tranquila. Después de todo, que Eduardo le haga ese tipo de chistes significa que está –a pesar del susto– bien.

De camino a la clínica lo toma de la mano, él la mira y le sonríe para tranquilizarla. Él es mucho mejor que ella a la hora de disimular los miedos y además, después de haber salido airoso hace un año atrás, siente que vive un poco de prestado y encuentra a estas situaciones menos angustiantes que antes.

Ambos sienten como si estuvieran conteniendo un grito imposible en sus pulmones, un nudo en sus gargantas los obliga a hablar poco y pausado. Ambos se empeñan en que el otro no imagine la angustia que están pasando, pero ambos fracasan en el intento.

En la sala de espera, todavía de la mano, María siente el calor de Eduardo que se transmite a su palma y eso la calma un poco, la humedad de las dos manos latiendo y sudando es signo de que él todavía está ahí. Sienten como una fuerza especial en sus manos tomadas, distinta de otras tantas veces en que se tomaron la mano. Entonces como por acto reflejo María le aprieta aún más la palma como aferrándose y Eduardo la mira con un gesto irónico que a ella por lo general la exaspera, pero hoy le saca una sonrisa.

                –Me vas a quebrar los dedos– dice mientras mira al hombre que espera frente suyo como buscando un cómplice para su gracia –vine con dolor de cabeza y me voy a ir con la mano enyesada.

Es una de las cosas de Eduardo que enamoran a María, su capacidad de sacar un As de la manga justo  cuando nadie lo espera, justo cuando la situación no lo amerita y justo cuando ella más lo necesita.

María pierde un poco la calma –sin perder la compostura– cada vez que le habla a Eduardo y él no la registra, queda inmóvil mirando la pared. Entonces sacude un poco su mano para que la mire y cuando lo hace parece que volviera de un sueño raro. La mira extrañado, como si le costara la realidad, como si por momentos se olvidara de que María lo sacude porque le preocupa, porque lo quiere despierto. Hace un esfuerzo para prestar atención a su entorno, para no volver a su sueño. Mueve los pies, siempre mueve los pies cuando espera y si bien a María generalmente le molesta que lo haga, en este momento ama ese movimiento nervioso y compulsivo, pues le da la seguridad de que sigue despierto.

El apellido de Eduardo se escucha desde el consultorio y a María le vuelve el alma al cuerpo, por fin lo van a atender y eso la calma. Como todo familiar de paciente, quiere pensar que al entrar al consultorio se terminarán sus problemas. Ignora que a veces las soluciones tardan en llegar y que los médicos no siempre tienen la cura a todos los problemas, pero lo ignora casi conscientemente, porque ignorarlo le da esperanza y le devuelve la tranquilidad.

_ _ _ _


Para cuando salen del consultorio ya dejaron de ocultar sus preocupaciones, ahora las evidencian a flor de piel. Ella mira tensa a su alrededor como buscando a alguien y él la atosiga con preguntas poniéndola aún más nerviosa por no saber qué contestarle. La incertidumbre es la misma que hace media hora, pero ahora saben que el primer intento en la guardia fue en vano. A pesar de la explicación detallada punto a punto de la historia clínica de Eduardo que María le hizo a la doctora, la diplomada insistió en que sólo era presión y le indicó un medicamento y reposo domiciliario, cómo si 10 mg de maleato de enalprina y una siesta a contra hora fueran a evitar los viajes a la nada que Eduardo hace, ahora cada vez más seguido.

Él se sienta en el primer banco que encuentra. Apoya los codos en sus piernas y con las manos sostiene su cabeza. Mira las baldosas como buscando una respuesta, su vista se pierde en el piso encerado, sus latidos retumban cada vez más fuerte en su cabeza, parece que su corazón se hubiera mudado a su cerebro y latiera rápido, turbando sus pensamientos.

Por el pasillo que da al hall de entrada, un guardapolvo blanco –demasiado grande para la silueta esbelta que cubre– se abre paso entre pacientes y camillas. María mira con ojos aún incrédulos, por fin el destino le tira un centro directo a la cabeza. El doctor que acertó el diagnóstico la primera vez y siguió de cerca el caso, está llegando a su consultorio.

Dejando de lado su educación, María levanta una mano y grita llamándolo por su nombre –sabe que si le grita <doctor > tal vez no reciba demasiada atención–. Cuando el médico ve la cara de María y la figura de Eduardo sentado detrás de ella mirando el suelo, imagina lo peor.
_ _ _ _


La tomografía confirma lo que las pupilas dilatadas insinuaban. Tras un año de buenos resultados, lo más temido vuelve a aparecer, ahora en su cabeza.

María está desorientada, su vida está ahora en terapia y depende de los medicamentos que controlan la presión en su cabeza. Ellos deciden, o se arriesgan ya y aceptan la operación de urgencia, o esperan a segundas y terceras opiniones mientras sus vidas siguen dependiendo de fármacos que sólo retardan lo inevitable. Ellos eligen, es lo urgente contra lo incierto, tirar los dados hoy o dentro de unos días.

Ella toma nuevamente sus manos, el está recostado y ella parada a su lado. Se inclina para contarle en voz baja las opciones. Eduardo la queda mirando un rato largo y sus ojos se inundan cuando ve las lágrimas bajar por el rostro de María, nunca quiso verla sufrir por él, no se aguanta verla sufrir por él, no le parece justo, pero es así. Él aprieta sus manos sobre las de ella y con ojos empapados toman su decisión, casi no hacen falta palabras para hacerlo.

_ _ _ _


Ahora Eduardo está acostado en la camilla con una bata verde claro que le cubre el cuerpo hasta las rodillas, le da un poco de pudor que la gente que pasa por el pasillo lo vea así. Las enfermeras ajustan los últimos detalles. María le sostiene la mano hasta que la camilla empieza a moverse, Eduardo la toma fuerte como intentando llevársela con él; ella ¬–contra su voluntad– hace fuerza para soltarse y entonces sus palmas comienzan a separarse en una caricia que les parece eterna, hasta que las yemas de sus dedos dejan de rozarse. Se miran a la distancia mientras la camilla se aleja por el pasillo.

Ella no sabe si lo volverá a ver, él no sabe si saldrá con los ojos abiertos.

Ninguno de los dos sabe qué va a pasar pero confían, y mucho. Confían sus vidas. No al doctor, no al anestesista ni al instrumentista y ni siquiera al director de la clínica, saben que de ellos no depende tanto la cosa. Confían mucho más allá, mucho más alto. Confían en quien siempre confiaron, El que los encontró, El que los acompañó hace un año, El que hasta hace un rato tomaba también sus manos en la sala de espera entibiándolas, El mismo que ahora pone su mano en la frente de Eduardo mientras viaja en su camilla, el mismo que ahora abraza por el hombro a María en actitud paterna. <<Todo va a estar bien>>,  les dice al oído y entonces los dos a la distancia se sonríen justo antes de que la camilla de Eduardo doble en el pasillo para entrar a cirugía y un enfermero se lleve a María a la administración para llenar los formularios.


<<Todo va a estar bien>>.

Tom Finn
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:06:59 am
Relato inverso


 
Mi historia termina aquí. Voy a suicidarme. Pero no penséis que es un episodio triste, solo es un mal comienzo de relato. En realidad mi historia es alentadora y pone de manifiesto dos nítidos axiomas. Por una parte, la tenacidad del instinto de supervivencia y la capacidad de adaptación de la especie humana. Por otra, la importancia que tiene en el devenir de los hechos cotidianos la diosa Fortuna. Con mi historia voy a intentar explicarlo y mostraros también la necesidad del advenimiento de la muerte para equilibrar el influjo de las dos fuerzas regidoras del mundo: azar e instinto de supervivencia. Espero no extenderme demasiado, ya he dicho que me he citado con la muerte y no me gusta llegar tarde a ningún sitio, menos aún tratándose, como se trata, de una dama. Me suicido sin tristeza porque el tiempo que he vivido ha sido más que suficiente. Demasiado quizás, y no exagero un ápice, podéis creerme. En concreto voy a vivir quinientos treinta y dos años, seis meses y nueve días. Sí, nací en un lejanísimo año 1973, creo que se empieza a entender por qué digo que mi historia habla de la supervivencia. Supongo que el interés de cualquiera de los que estáis leyendo estas líneas será que desvele cómo he conseguido vencer al paso del tiempo. Lo haré, pero ése es el inicio de mi historia y quiero contaros antes mis andanzas intermedias. Os aseguro que son de lo más variopinto, ya que me he visto obligado a cambiar constantemente de paradero para que mi longevidad y mi apariencia física invariable no levantaran sospechas.
Empiezo por mi última fase vital, que está a punto de concluir en este 27 de abril del año 2505. En ella he sido ciberlicenciado en Quiromancia. La cibertitulación de Quiromancia ha sido una de las últimas en incorporarse a la Universidad Virtual, ante la creciente demanda social de gente formada en Futurología Hiperreal y Ciencias Ocultas Multidimensionales. El caso es que, como ya tenía seis cibercarreras de mis vidas anteriores, me apetecía experimentar con estos nuevos estudios. Estuve dudando entre esta ciberlicenciatura y la de Ingeniería Neuromántica Zodiacal, pero la Ciberfacultad de Quiromancia la tenía más a mano. Cuando terminé la cibercarrera monté mi propio negocio en Meganet y, aunque no he tenido tantos clientes como Octavo AC-B.es, el ilustre Cibercatedrático en Videncia, el trabajo no me ha faltado. La verdad es que con lo inapelable que resulta la Quiromancia es una pena que se hayan perdido tantos años de evolución humana dando credibilidad durante siglos a farsantes como Einstein o Darwin. ¡Varios milenios intentando comprender las leyes de la naturaleza para acabar concluyendo que no hay nada más natural que la anarquía! Entre mis méritos recuerdo que una vez le pronostiqué al dueño de un servidor virtual de Ethernet las coordenadas espacio-temporales exactas de su muerte a partir de un escáner de sus manos. Otra vez le comuniqué a un código Alfa de dos años el nombre y dos apellidos de la código Beta con la que iba a casarse treinta unidades atemporales después. En definitiva, siempre he sido muy serio y profesional en mis informes quirománticos. Nada que ver con mi bohémica etapa anterior, en la que estuve malviviendo en Michigan, Arizona, como compositor de ruidos modulados.
Desde que la Sociedad Internacional de Post-Musicología admitió que ya se habían compuesto todas las canciones que se podían componer combinando solo las notas y escalas tradicionales, el mundo de los ruidos modulados empezó a hacer furor entre los adolescentes de finales del siglo XXIV y sustituyó de golpe y porrazo a las canciones de siempre en las listas de ventas. Yo fui uno de los primeros post-compositores. En mi refugio de montaña de Michigan componía arreglos sonoros combinando ruidos de todo tipo como el choque de cristales de Litio, un huevo microfrito en una sartén de inducción o yo mismo haciendo gárgaras. Aunque experimenté con un montón de ruidos, no llegué a ser un gran post-compositor porque nunca tuve un gran audífono. Mi obra más reconocida es la Sinfonía de aguas mayores y menores para escobilla y retrete, que llegó a ser usada como fondo sonoro en la campaña publicitaria de un ambientador. Esta obra me proporcionó algunos dividendos, pero luego pasé una racha de declive creativo en la que no conseguí componer más que esbozos sinfónicos inconexos de frenazos de coche con canto de canario y preludios de conciertos de claxon y sirena de ambulancia que fueron un auténtico fracaso de crítica y público. Fue una época difícil por la escasez de recursos económicos y la inestabilidad interior que desencadenaba mi turbulenta vida de creador artístico, algo a lo que no estaba acostumbrado porque venía de una temporada larga de equilibrio y raigambre en mis años como tecnoagricultor en la serranía de Cuenca.
La tecnoagricultura y la tecnoganadería, desde su popularización a mediados del siglo XXIII, habían revolucionado tanto la estructuración de las granjas y explotaciones agrícolas como los hábitos alimenticios del consumidor final. Por ejemplo, una de mis mejores creaciones, el tecnochorizo con sabor a crema de chocolate hizo furor entre las madres al dar respuesta al eterno conflicto con el que se habían enfrentado durante siglos todas las madres hasta entonces: «Le doy a mi hijo una merienda que le guste o que le alimente». Otro de mis mayores logros fue la vez que gané el campeonato intercomarcal de tecnofrutas y hortalizas industriales con un tomate transgénico de dos metros de diámetro y de color rosa chicle. La vida en la sierra la recuerdo aburrida y tranquila; con mi mando a distancia regulaba la producción de nubes para originar la lluvia y desde mi ordenador controlaba los microchips del ganado y los robots cultivadores de la tierra. Era muy cómodo, pero me perdía los supuestos beneficios sanadores que me hubiera aportado una tarde de siembra a pie de campo con el cierzo del Moncayo azotándome la cara. No obstante, el pueblo me aportó salud, porque me alimentaba mejor y vivía menos estresado que en la Habana, de donde había llegado huyendo de la policía cubana tras ejercer durante años como consejero genético.
¡El Caribe! Ese clima sí que era bueno para el cutis y no las ventiscas del Moncayo. En el siglo XXIII pasé más de cincuenta años en Cuba regentando una asesoría genética. El problemilla judicial que me obligó a huir en realidad solo fue un error humano, no creo que fuera para tanto. Sucedió que para combatir la alopecia de un actor pornoholográfico de Varadero inserté en su cadena genética un fragmento del ADN de una rata peluda, pero me equivoqué de fragmento. En vez del fragmento de ADN con la información genética del pelo le inserté el fragmento que correspondía al rabo y al actor le salió en la parte baja de la espalda una nauseabunda prolongación velluda y repulsiva. Sin embargo, antes de este lamentable error obtuve algunos importantes logros como consejero genético. En mi laboratorio conseguí que una vaca diera directamente café con leche al ordeñarla, con tan solo insertar una molécula del ADN del café en la cadena genética de mi vaca. También logré que un matrimonio que se odiaba, tras retocar sus estructuras cromosómicas, pasara a amarse locamente. Bueno, también tuve que sobornar al amante virtual de ella para que la dejara en paz, pero eso tan solo fue una pequeña ayuda extra. Estuvieron a un paso de nominarme para el Nobel; al final se lo llevó un telecirujano chino que no conocía nadie pero que había inventado un robot para realizar microcirugías a distancia. Estoy seguro de que influyó el hecho de que en la isla gobernara en aquella época el biznieto que le salió fascista a Fidel Castro. Solo hay una cosa peor que vivir en un país con un gobierno fascista: vivir en un país en el que se pasa hambre. La misma que se pasaba en Uganda, donde viví antes de poder emigrar a Cuba.
En Uganda, entre 2140 y 2210 aproximadamente, fui catador de estabilizantes, colorantes y acidulantes. Era una de las pocas cosas que se podían hacer en el país para no morirse de hambre. Los países ricos del primer mundo nos mandaban alimentos plagados de estabilizantes y otras sustancias sintéticas para estudiar los efectos de su consumo en el metabolismo humano. Alguno de aquellos alimentos era una *****, pero otros sabían mejor que muchos chuletones. A mí me encantaba el estabilizante E-331 y el helado azul de Riboflavina con pepitas de Glutamato. Muchos de los que eran catadores como yo morían de cáncer o les entraban enfermedades raras que no conocía nadie. A mí nunca me pasó nada, por supuesto, yo tenía un secreto que me volvía inmune. Pero sigamos repasando períodos de mi vida.
A Uganda llegué porque me había arruinado en Indonesia, cuando era especialista en reversión del cambio climático y luego, en los primeros años del siglo XXII, el clima cambió, pero al revés de lo esperado. Me explico. Yo me había especializado en la realización de diques para contener la subida del nivel del mar, en la construcción de parasoles gigantescos para reflejar los rayos solares o en la generación de reacciones químicas que descomponían el CO2 atmosférico para reducir el efecto invernadero. Me había convertido en una eminencia contra el calentamiento global, e Indonesia era el país emergente con más dinero fresco después del hundimiento europeo. El caso es que, sin saber por qué, el clima empezó a cambiar en dirección opuesta y la temperatura media del planeta bajó drásticamente. Con el congelamiento global, la Antártida dobló su tamaño, los glaciares volvieron a estar llenos de hielo y aparecían en valles en los que nunca habían existido... Esto hizo que el nivel del mar bajara inutilizando mis diques, y las heladas echaron a perder las cosechas de arroz y remolacha del país. El gobierno de Indonesia era rico pero tenía muy mala leche y las leyes eran totalmente vejatorias para el ciudadano, al menos para el ciudadano occidental, así que me quitaron todas mis pertenencias y me desterraron del país. Me ofrecieron eso o una cárcel en Yakarta y evidentemente elegí la pobreza y el destierro. Eché mucho de menos en esa época los primeros años de mi vida.
Ya llegamos al final de la historia, es decir, al inicio de mis peripecias. En la primera etapa de mi larga vida, entre los siglos XX y XXI, fui presentador del programa concurso más longevo de la televisión. El concurso se llamaba “Saber y Ganar” y yo, Jordi Hurtado. Llega también el momento de revelar el secreto que me ha mantenido joven tantos años. En el fondo no es más que un golpe de fortuna, pero convulsionó mi destino. A veces los inexplicables avatares del azar pueden más que todo el empeño que dedicamos a controlar nuestra ventura o la de la madre naturaleza que nos rodea. Instantes mágicos que nos condicionan la vida mucho más que cualquier plan preconcebido minuciosamente. Son hechos insólitos que no podemos comprender ni argumentar, por eso me limito a relatarlos. Descubrí el elixir de la eterna juventud una noche de luna llena. Acababa de beberme un Pipermint, bebida a la que soy adicto, y estaba probando una crema antiarrugas que había comprado en Mercadona cuando noté que una especie de impulso interior, algo parecido a una espiral de energía, me recorría todo el cuerpo. La experiencia me dejó una indefinible sensación de bienestar que me duró unas horas. En los días siguientes, todos mis conocidos me repitieron que tenía muy buen aspecto. No le di demasiada importancia, pero estuve muchos días intentando revivir la sensación de bienestar que sentí la noche de luna llena. Estuve probando con la crema, con el Pipermint, con la cena que había tomado aquel día… No logré nada hasta la siguiente noche de luna llena, en la que después del Pipermint me apliqué el potingue y, de inmediato, la energía interior se propagó por mi cuerpo. Como la experiencia era agradable, la repetí cada noche de luna llena como si de una droga se tratara. No caí en la cuenta hasta unos años más tarde de que no estaba envejeciendo, cuando empecé a leer en internet ideas conspiratorias sobre mí de todo tipo. Desde que estaba muerto, hasta que era un robot o un holograma. Supe que no podía ser por otra causa que por mi ritual secreto. Desde entonces lo he venido repitiendo hasta hoy, manteniéndome sin una sola cana ni una arruga.
Todos estos siglos de vida me han servido para constatar las máximas recogidas en este resumen apresurado de mi biografía: nada hace más fuerte al hombre que su deseo de sobrevivir; en los momentos clave de la vida la suerte desempeña un papel preponderante; es peligroso jugar a corregir las leyes de la naturaleza; el trance necesario que equilibra y compensa todo lo demás es la encrucijada de la muerte, a la que me dirijo. Dejo sitio a otro, que ya va siendo hora.

Jordan
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:10:13 am
DE SANTA FE A VALENCIA



Trazo una línea recta y camino firme sobre ella.
Busco la nota perfecta para componer esta canción.
 
Primero Barcelona, luego Madrid, finalmente Valencia.
Al llegar a España, pasé dos años bailando en silencio, porque no podía hablar.
Porque se murió mi madre y me vine con sus ropas puestas.
Ya no me quito la falda, desde entonces. Como un luto de por vida. Como el hábito de un monje.

Antes, durmiendo juntos, hacíamos el amor, buscando consuelo por mi padre muerto.
Que murió al saber que me acostaba con ella.

Mi hermano mayor no me habla, porque conoce la historia. Y el pequeño es mi hijo.

Pero yo me curo los estigmas, chupándolos con afecto y perseverancia, tres veces al día, siete días por semana, cada mes, sin descanso.

Nací y en pocos años me fueron desvelados los misterios de la ciencia, del arte, la política y la psicología.
Primero fui un niño con vejez prematura, luego un científico adolescente. Ahora un hombre tierno, una mujer buena.

Gracias a mi formación esmerada y completa, a pesar de carecer de títulos oficiales,
me puedo dedicar a múltiples oficios. Aunque todas son profesiones de riesgo:
Pinto medianeras en las ruinas, revoco muros de solares, lijo marcos de puertas descolgadas, soy músico de salas vacías, entreno paralíticos.

Y todo desde mi piso. Trabajo aquí, en el Barrio del Carmen. Si vienes, te hago el tratamiento completo.

Y tranquilo, desnúdate confiado.
No hay olores fuertes, ni juicios ni pensamientos punibles.
Sólo anatomías diferentes, otros patrones, otras cadencias, estándares minoritarios.

La piel que no contagia, no está enferma. Sin escándalo no hay locos.

Porque soy la divinidad musculada y moderna, que escucha los infrasonidos de tu pena. Tengo el corazón en los oídos.

Somos una mujer grande, peluda y calva, con los ojos pintados,
que sale sin bragas  y pasea por el centro con la **** colgando.
Un hombre con falda escocesa, con pareo y collar.
La madre, el hijo y el padre, la familia completa, la trinidad incontestable, la terna mística, la mesa estable de tres patas que no necesita la cuarta.
Un caracol hermafrodita y blando.

Para ser un organismo viable, hemos construido una cascarilla, con días iguales, perfectos, herméticos, sin huecos, como el Challenger en el espacio.

Hoy se reunieron, a puerta cerrada, los doce sabios del consejo. Concluyendo que:
“La soledad es la vacuna contra el abandono, el antídoto axiomático.”

Y que:
“Aunque más vale prevenir que curar, y que mujer prevenida vale por dos,
  la generosidad no previene el abuso. “

Que además:
“El amor, en contra de lo que pudiera parecer, no es cosa de dos.
 El binomio fracasa, de manera irrefutable, más tarde o más temprano, en cualquier situación geográfica”.
Por otro lado:
“La felicidad es una elección personal y autoimpuesta. Y como consecuencia lógica, el desánimo  también lo es. Cargando así con plena responsabilidad, a quien decide escoger la segunda opción.”

Y por último que:
“El otro, por definición, es falible, sin entrar en cuestiones de bondad, ética, o moral, sin drama ni aspavientos.”     

Con estos 5 corolarios, diseñaron un proyecto integral, para no asfixiarse respirando en una atmósfera compleja.
Trazaron inconscientes y a su alrededor, una distancia de seguridad, un área circular concéntrica, de radio igual o mayor a 4 metros con 14 centímetros.
Lo que equivaldría exactamente, a la suma de lo que miden dos cuerpos de adulto corriente, con las brazos estirados y las manos abiertas, con  los dedos extendidos,
como queriendo tocarse.

Micro despistes.
Segundos laxos.
Goteras imperceptibles.
Lapsos perezosos.
Grietas milimétricas, capilares.

Y de nuevo…sorpresa…

¡Cómo es la pasión!
¡Hay que ver!
Aún se sigue colando, como la luz en un cuarto oscuro, como el polen, el frio, la lluvia, la humedad, el poniente, el viento, las polillas.
Y acaba empapándome los muebles de papel, tiñéndolos de amarillo.

Vuelto a parir, después de muerto.
Después de una y otra vez difunto.
Reencarnado en mí mismo cien veces.
Concebido de carne intangible, de amor denso y vaporoso.
Amamantado con ideas blancas y leche de soja de nuestras propias tetas.
Madre soltera después de cadáver.
Y huérfano renacido de la autoestima higiénica masturbada con amor y perseverancia.

De nuevo mastico incisivo y pausado, pre digiero.
Reviso fallos de diseño.
Perfecciono mis escritos.
Recalculo su poética.
Reorganizo la composición de pinturas y dibujos.
Y añado un poco más de peso a las mancuernas.

Primer Migrante
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:12:34 am
TERAPIA ESENCIAL



Hoy tengo un hombre y dos mujeres. Las prefiero a ellas: huelen a sábanas de encaje, cantos rodados y nubes de plenilunio. Los hombres son añejos como madera de buhardilla, cuero mojado y fruta macerada en alcohol. Sin embargo, algunos me recuerdan a bebés intentando gatear y hay mujeres que me asfixian como toallas usadas...

Entra la primera. Veintipocos, castaña clara, ojos miel, complexión media. Trae fragancias de trigo verde, arena de desierto y pagoda china. Desprende sensualidad y naturalidad pero no se agarra al suelo, le faltan raíces. Mezclo romero, manzanilla y una pizca de flor de mandarina y le hago un masaje profundo en los pies. Un olor cítrico rebota en el techo y nos envuelve. Al acabar, me abraza agradecida y se aleja a buen paso.

Mientras la miro entra el siguiente. Es un chico alto de treinta y tantos, bien hidratado, con sonrisa perfecta. Huele a madera de teka, babas de golden retriever y a moto de gran cilindrada. Tiene la espalda machacada a malas posturas. Recorro despacio su espina dorsal y me quedo en las suprarrenales untándoselas con una mezcla de cabernet sauvignon, esencia de salvia y destilado de moras. El tufillo a vino tinto se nos sube a la cabeza y acabamos a risa pelada.

Entre lágrimas no despedimos. Me siento cansada cuando asoma la cabeza la última de la tarde. Pasa los cuarenta pero es atractiva y estilizada, con una enigmática mirada oscura. Enseguida me llega su fuerte aroma: hierba recién cortada, dunas de playa y estalactitas submarinas. Se agarra a la camilla como un loro a la percha. Las manos son su punto débil. Mezclo artemisa, jazmín y agua de coco. Aprieto el monte de Venus de sus palmas y presiono entre el dedo gordo y el índice. Se queja, pero inmediatamente se suelta toda ella. La dejo sola al final de la sesión y salgo a respirar.

Por hoy he acabado. Me lavo las manos para eliminar la inseguridad de la veintiañera, la borrachera del motero y la crispación de la cuarentona. Necesito  recuperar mi esencia. Acerco mis manos a la nariz e inspiro. No huelo a nada.

Delagranja
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:15:44 am
Los días de Marzo

 
 
Era una deliciosa mañana de Marzo. El sol reinaba majestuoso entronizado en un cielo azul diáfano. Ni una sola nube osaba contaminar la pureza del firmamento. Julio aspiró profundamente el aire matutino al salir de su casa. Cerró los ojos por un segundo para intensificar el sentimiento de plenitud que lo embargaba. La vida no podía ser mejor para él. A sus cincuenta y tantos había superado con creces los logros con los que había soñado desde muy joven. Era un hombre poderoso, amado por muchos y también odiado por otros, pero ciertamente imposible de ignorar. Los destinos de innumerables almas dependían de sus decisiones. Esa certeza podía intimidar al más pintado, pero a él no lo afectaba en lo más mínimo. Salió del ensueño y comenzó la caminata hacia el senado ya que había sido invitado a presidir la sesión de ese día. Se ufanaba de poder andar por la calle sin custodia, con ese rasgo de arrogancia imprudente que caracteriza a aquellos que creen que nunca les ocurrirá ninguna desgracia. Recordó que Marco le había enviado un mensaje para que se encontraran antes de la sesión en la cámara. No se imaginaba qué cosa querría decirle. Su rostro esbozó una sonrisa al acordarse de Marco. No podía dejar de apreciar la leal vocación de servicio que mostraba día a día. Se había convertido en un aliado insustituible. Debía retribuírselo algún día.
Su mente analítica comenzó a trabajar a medida que progresaba en el trayecto, repasando el estado de la situación del gobierno. Había logrado aumentar el número de senadores de la cámara, introduciendo algunos afines a su causa, consiguiendo así una mayoría casi automática. Sólo en ciertas ocasiones esporádicas le bastaba con adquirir un par de voluntades de las que siempre estaban en subasta para poder completar el número requerido. Ya había promulgado varias leyes de esa manera, sobre todo aquellas que le otorgaban poder extraordinario en situaciones de necesidad y urgencia. No era difícil echar mano a esos poderes cuando fuera que le resultara conveniente. Era muy hábil para encontrar el recurso dialéctico que justificara su utilización. “Después de todo ya se han hecho a la idea de que es para agilizar la toma de decisiones en nombre del bien común. ¿Quién osaría oponerse a ello?”, se dijo con sorna. Casi sin darse cuenta habían depositado un enorme poder en sus manos. También había logrado aprobar un paquete de leyes que lo habilitaba a utilizar los dineros públicos casi a su antojo. Se regodeó al recordar las caras de algunos de sus enemigos políticos el día de la aprobación. Esas caras rezumaban odio, furia, impotencia. “De seguro me eliminarían si pudieran”, pensó considerando la idea. “No. Son un hato de cobardes. Nunca tendrían el coraje de llevarlo a cabo”, concluyó satisfecho. Pero era consciente de que jamás le perdonarían haber impulsado la ley de reforma agraria que regulaba el reparto de tierras entre los pobres y los soldados veteranos. Eso había sido una afrenta mortal para ellos.
Su propia esposa se lo había advertido esa mañana durante el desayuno. Él rió de buena gana, festejando la ocurrencia, tranquilizándola con palabras edulcoradas pero firmes. “Hay quienes resienten que una persona tenga tanto poder en sus manos, no importa si lo usa para el bien del pueblo o no, cuídate mucho Julio”, le había dicho ella preocupada. Él había jurado y perjurado que tomaría todos los recaudos del caso, para dejarla tranquila, pero no tenía la más mínima intención de hacerlo. A sus propios ojos, se creía invulnerable, invencible. Había derrotado a sus enemigos políticos en todas las arenas en donde le había tocado enfrentarlos, ocasionándoles daños irreparables y sin embargo aún estaba al frente del gobierno. No sólo eso, él manejaba los hilos de esas marionetas a su antojo. No eran más que tristes muñecos en sus manos.
La caminata le activaba los circuitos haciendo fluir la sangre por sus venas. La advertencia de su esposa le volvió a la mente. Sí, era cierto. Había acumulado tal poder que casi gobernaba a su antojo. Sabía que algunos lo llamaban “tirano” a sus espaldas. También sabía que no podía evitarlo. Al contrario de cualquier otra de sus muchas adicciones, el ansia de poder no parecía tener límites. Nunca resultaba suficiente. Además ¿Qué podía hacer si la estructura republicana sólo servía para generar burocracia o era burdamente usada para satisfacer las ambiciones de funcionarios corruptos? ¿No había conseguido por sí solo lo que la república no había podido lograr en años? Por otra parte la oligarquía del senado le tenía muy sin cuidado. Ya se ocuparía de ellos cuando fuera necesario. No eran más que un reducido grupo de viejos conservadores, adoradores de un pasado que se había esfumado. Sí, él era el dios que regía los tiempos, era su momento. ¿Por qué abandonarlo todo estando en plenitud? Sería una verdadera locura. No. Iría a que le rindieran pleitesía, a que le lamieran los pies servilmente con el objeto de ganarse su favor tratando de acomodarse a la sombra de su ala.
Dobló la esquina y visualizó la explanada que precedía al edificio de la Curia donde funcionaba temporalmente el senado. Varias personas que circulaban por allí lo saludaban con temor reverente. Miró en derredor pero no había señales de Marco. “Se habrá entretenido con algún asunto”, se dijo para justificarlo. Notó que siempre lo hacía; siempre cubría indulgentemente las faltas de su amigo. Después de algunos minutos subía la escalinata que lo llevaba al recinto. Al llegar a la puerta se topó de bruces con varios senadores de la oposición solicitando que revisara un tema de carácter urgente antes de la sesión. Le resultó extraño que no lo hubieran hecho con antelación o que no hubieran solicitado audiencia previa. La situación le generó cierta inquietud, pero se tranquilizó al ver algunos rostros amigos en el grupo. El hijo de su ex-amante estaba allí. Julio le sonrió con afecto. Aunque no era hijo de su propia sangre lo quería como tal. Se había ocupado personalmente de seguir el progreso de su carrera. Se había alegrado genuinamente cuando consiguió una banca en el senado. Estaba convencido de que el sentimiento era recíproco. Se aflojó un tanto y se dejó conducir hacia una habitación anexa al pórtico del este. Cualquier asunto que tuvieran que tratar no debería tomarles más que unos pocos minutos.
Una vez allí Julio enfrentó a los senadores, que lo rodearon haciendo un círculo. “Qué colección de imbéciles pusilánimes”, se dijo al ver que estaban nerviosos y que nadie osaba articular palabra. Una sonrisa condescendiente se dibujó en su rostro, mientras esperaba que alguien asumiera la iniciativa. Dirigió la mirada de lleno hacia uno de ellos, que bajó los ojos de inmediato con actitud culpable. Julio se sintió repentinamente incómodo. Algo no andaba bien. Un sonido de alarma repiqueteaba en su mente. Los recorrió con la mirada notando que tenían los rostros desencajados, que se apretaban entre ellos como tratando de darse coraje, como si la valentía colectiva fuera imprescindible para llevar a cabo lo que se habían propuesto hacer. Julio hizo un gesto de fastidio murmurando algunas palabras de compromiso e intentó romper el cerco que lo retenía pero no pudo hacerlo. El perímetro se había estrechado a su alrededor. Su mirada asombrada vislumbró un brillo metálico fulgurando  a un costado. Sintió un dolor agudo en la espalda. Giró empujando a su agresor, pero ya todos se abalanzaban sobre él hundiendo las dagas en su cuerpo. Julio se revolvía tratando de evitar los mandobles que le asestaban sin piedad. De repente distinguió un rostro entre la turba, cuyo portador se acercaba hacia él cuchillo en mano. La sorpresa lo paralizó. La daga traicionera le penetró justo en el pecho.
“Tú también hijo mío”, atinó a decir en un susurro. Julio dejó de resistir. Los conspiradores se ensañaban con el indefenso cuerpo del poderoso cónsul. Tras unos instantes el grupo se apartó para contemplar la obra culminada. Julio se tambaleaba. La blanca toga estaba tinta en su propia sangre. Aun así logró mantenerse dignamente erguido. Arregló la túnica de modo tal que sus piernas quedaran a cubierto una vez que cayera al suelo. Finalmente, cubrió su cabeza con la toga para ocultar su rostro a la vista de los asesinos. Luego se desplomó cuan largo era a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía el lugar. ¡Qué increíble ironía del destino! La muerte unía a los antiguos socios y más tarde acérrimos enemigos en una inquebrantable alianza de sangre. La suerte estaba echada. Los Idus de Marzo dejarían una huella indeleble en la historia. Un “viva la república” resonó despertando siniestros ecos que alteraban la tensa calma reinante. El grupo de atacantes se dispersó en un instante mientras la vida de Julio se derramaba por cada una de las veintitrés puñaladas recibidas. El dictador vitalicio y pontífice máximo estaba pronto a exhalar su postrer aliento. Una escena atesorada en su  memoria volvió del pasado y se cristalizó ante sus ojos.     
El sol de la Galia se delineó en el firmamento. Observó las llanuras donde se desplegaban sus legiones. Miles de soldados ocupaban el terreno esperando la orden que los llevaría a la batalla. El brioso caballo que lo sostenía se agitaba de excitación al presentir la proximidad de la contienda. Cayo Julio Cesar paladeaba el momento. ¿Podría alguna vez en el futuro sentirse de esa manera nuevamente? Pensó que si tan sólo pudiera atrapar ese instante por toda la eternidad, esa fracción de segundo en el que la gloria plena de un dios emanaba de su persona, lograría lo que siempre había querido, lo que había anhelado durante toda su existencia, ya que estaba a punto de cruzar la línea que lo separaba de la inmortalidad. 

Aldebarán
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:16:58 am
Desafiliación política



Venía de una de nuestras reuniones que, como era usual, terminó con unas cervezas en el bar del centro. Eran las dos cuando habíamos dejado de beber y se notaba por la forma en la que caminábamos y hablábamos que habíamos tomado más de la cuenta. Entre risas y verborreas ininteligibles en su mayoría, mis compañeros dijeron que querían seguir con la fiesta en uno de los locales nocturnos de bellavista; me preguntaron si los quería acompañar y yo me negué cortésmente: mi casa estaba cerca y además todo mi cuerpo me pedía ir a la cama; me ofrecieron un taxi, pero quería caminar.
Tras despedirnos afectuosamente, bajé zigzagueando por Santa rosa y tomé Tarapacá con dirección al poniente. Eran los primeros días del otoño, pero ya parecía invierno, pues tenía los dedos entumecidos y mi aliento cobraba forma al fundirse con el frío aire que azoraba mi cuerpo. Tres cuadras antes de llegar a mi edificio me encontré con una **** que me ofreció sus servicios. Lo pensé por un momento sabiendo que me negaría al final, pero el no llegó antes de lo esperado cuando di cuenta de sus anchas espaldas y de su tono de voz simulado que se notaba que normalmente era incluso más grave que el mío.  El rechazo pareció molestarle. Producto de mi poco discernimiento le pregunté qué es lo que pasaba y de forma inesperada me respondió lo siguiente:
No he hecho negocio en toda la noche y con esta ya van tres noches, ya que unos pelados conchae’tu madres han ocupado  mi lugar, parece que me querían pegar: lo más triste es que si hoy llego sin plata me van a sacar la chucha igual, lo que solo me da para pensar cuan cagada esta mi vida y en el agujero de ***** en el que estoy metido; para más remate, para chacrear  más la cosa, antenoche me di cuenta de que tenía unas cosas horribles en los labios y duelen más que la cresta, seguro me las agarre gracias a ese hueón que olía a pescado pasado, me acuerdo y me dan ganas de vomitar, es casi como el mismo asco que siente mi viejo cada vez que me ve, lo peor es que hace unas semanas lo volví a ver después de años sin verle, la razón: mi viejita se estaba muriendo; aun así no me dejaron verla: todos mis familiares, con rabia en la cara y que se les notaba que tenían unas ganas incontrolables de pegarme, me dijeron que si mi pobre vieja me veía le daría un paro al corazón, lo cual es tragicómico, ya que, tres días después murió por la misma razón y con pena ya que le contó al viejo de ***** ese, que lo que más le dolía es que yo no la había ido a ver; lloré por muchos días cuando lo supe, uno de mis hermanos se juntó conmigo y me lo contó, cuando nos despedimos lo único que sentí fue rabia, ya que todo esto se hubiese evitado si mis viejos, cuando yo era chico, me hubiesen escuchado cuando les decía que me sentía más mujer que hombre: no me hubiesen echado del colegio y no me hubiesen corrido a palos de la casa, me aceptarían en una pega decente cuando llegué a Santiago busqué pega, pero en todas las entrevistas me decían que no antes de si quiera preguntarme mi nombre, mi cara de caballo al parecer hablaba por mí: ello causó que terminara como ****: tengo cosas que pagar y algo tengo que comer; lo más malo de todo es que, cuando un enfermo estaciona su auto a mi lado y baja su ventana, me mira con cara de que va a hacer conmigo algo que disfruto: ¡como si fuera lindo andar chupando vergas de enfermos de *****!, para más remate pocos se las lavan, cuando se bajan los cierres y me dicen que quieren una mamada por cinco lucas , sale un olor a ***** y a cocos mojados que tengo que hacer un gran esfuerzo para no vomitar lo cual por cierto me gustaría, pero insisto…, de algo tengo que vivir; lo único chistoso en toda esta huevá es que cuando a veces voy al centro de día a pagar las cuentas, me topo con una marcha y me reconocen hijos por todos lados: me cago de la risa, pero luego me doy cuenta que muchos de esos hijos, son los culpables de que ahora yo esté en la calle, dejando que me enculen por unas cuantas lucas que ni si quiera son completamente mías. Hijos míos de verdad y les saco la chucha.
Tanta honestidad en una simple y casual conversación me perturbó en más de una forma. No quería hacerlo, pero las imágenes de mi extraño amigo meneándosela a desconocidos me daban escalofríos. Saqué de mi chaqueta una cajetilla de pall mal aplastada por el peso de la noche, le ofrecí un cigarrillo a mi amigo y luego, no sé si por lástima, borracho o solidario, le acerqué los últimos billetes que me quedaban en los bolsillos: me dio las gracias y luego me fui a casa. En el ascensor olvidé por unos momentos aquella extraña conversación cuando mi cuerpo me dio cuenta del exceso de alcohol en mis entrañas, lo que me dejo de rodillas frente al inodoro por unos cuantos minutos. Mareado aún y con un agrio sabor en la boca -me había cepillado pero de nada había servido-, prendí el último cigarrillo que yacía todo doblado en mi bolsillo. Apagué la luz y sin sacarme la ropa me metí en la cama. Tardé un rato en quedarme dormido ya que no podía dejar de pensar en lo que había sucedido hace tan solo unos intentes: por más vueltas que le daba al asunto, la **** no dejaba de tener razón.

Anselmo Valencia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:18:18 am
EL DIARIO DE LAURA



No hace mucho, visité una pequeña y antigua biblioteca que  iban a derribar en breve para construir un nuevo edificio público, la verdad es que hasta aquel día no había reparado en ella. Entonces, la puerta gruesa y vieja me incitó a pasar, al abrirla sonó un fuerte crujido que me asustó, pero a pesar de ello me introduje en el interior. A simple vista daba la impresión de ser un lugar siniestro, ya que estaba cubierto de escombros, donde habitaban numerosos insectos y roedores. Por el suelo se encontraban restos de periódicos, manuscritos y algunos libros soterrados  por el polvo, y todo este material, al igual que el edificio se hallaban deteriorados por el tiempo y el abandono al que estaban sometidos desde hace años.
Después de contemplar este lúgubre y a la vez encantador lugar, empecé a recoger algunos de los restos de libros, digo “restos” porque al que no le faltaban hojas le faltaba la encuadernación, pero entre ellos se encontraba una excepción, un pequeño cuento, que a causa de su buen estado me invitó a hojearle, y a medida que lo hacía mi curiosidad iba en aumento, ya que estaba editado en el año 2044, fecha de impresión que me causó enorme extrañeza, pues actualmente estamos en el año 2013. Llevada por una inquietante curiosidad me decidí a leer este viejo y a la vez libro del futuro, cuyo título me conmovió “Holocausto Bacteriológico” y que quiero transcribir algunos de los extractos más significativos:


HOLOCAUSTO BACTERIOLOGICO

(…) Ya desde pequeña llegué a pensar que no pertenecía a este mundo y tenía razones para ello, entre otras cosas, porque había algo en mí carácter que alejaba de mi presencia a los niños de mi edad.
A tal punto llegó mi angustia y soledad que tuve que crearme mi propio universo, y no tenía más amigos que los que mi imaginación me proporcionaba y con ellos jugaba y suponía otra órbita, otros seres, que con el tiempo no sólo formaban parte de mis juegos sino también de mis sueños, y ocupaban mi espacio. Ya no sólo era yo quien los buscaba, sino también  ellos intentaban comunicarse y en más de una ocasión me dieron pruebas de que realmente existían, y si se habían acercado a mí era porque yo los estaba llamando. (…)
Evoco, como antes de pasar todo esto, una tarde de primavera que salía a tomar el sol, esto ocurrió a las seis de la tarde, lo recuerdo con exactitud debido a que ese mismo día me habían regalado un reloj que no me seducía ni la más mínimo, y más de una vez estuve a punto de destruirlo, porque era incapaz de asimilar como un pequeño aparato podía controlarme de tal modo. Pues bien, aquella tarde, como otras muchas, era maravillosa, todo el campo estaba prácticamente verde, con una vegetación exuberante, colorida, con una gran diversidad de tonalidades, donde se respiraba vida por todo el entorno que me rodeaba. Ahora lo recuerdo con añoranza, y anhelo sentir de nuevo esa vida, ese bienestar, el tacto de aquella maravillosa amapola que tenía entre mis manos, ver florecer al menos, ese trozo de terreno donde paseaba y dejaba volar mi imaginación.
Pues bien, en aquella tarde sentí la necesidad de alejarme, quizás fue esto lo que me impulsó a desviarme de mi trayectoria habitual y dirigirme hacia la colina. Una vez allí, desde el primer momento tenía la sensación de ser observada, pero no sentí miedo, todo lo contrario, una gran curiosidad, de modo que me puse a gritar e intentar llamar la atención de aquellos que estuvieran allí. Al cabo de unos minutos aparecieron, ¡eran ellos!, fue un reencuentro maravilloso y el momento más feliz de mi vida, al comprobar que no eran el fruto del delirio de una chiquilla abatida por la soledad. Pude comunicarme sin ningún tipo de dificultad ya que desde niña lo había hecho telepáticamente.
A partir de aquel día da comienzo una nueva etapa para mí, y con ellos viajaba a través del espacio y el tiempo en breves horas. La primera vez que visité su mundo, me llevé muy mala impresión al evidenciar sus grandes adelantos técnicos, puesto que eran mucho más avanzados que los nuestros, y no podía entender como  esta sociedad “tan divina” y me permito la utilización de esta expresión, pudieran depender en toda su magnitud de las computadoras y de una alta y cualificada tecnología, pero no por ello perdieron los valores, como la comunicación, la amistad, el amor a su entorno natural, etc, y sobre todo, esta tecnología punta tenía como única pretensión, proporcionar bienestar y seguridad a esta sociedad (tan compleja y sencilla a la vez), y en ningún caso existían armas ni instrumentos que pudiera hacer el menor daño a ninguno de los habitantes de este planeta, de hecho, los términos Guerras, Hostilidades, Ofensivas…,  no se encontraban en su amplio y rico vocabulario, como tampoco los conceptos de penuria, carencia… en fin, todos aquellos términos que aluden a la pobreza. De igual modo, desconocían los significados de vergüenza, desprecio, vejación, etc., y como consecuencia de todo ello, son seres alegres, equilibrados y satisfechos.
Me explicaron también que mi universo, un día no muy lejano iba a ser destruido por nosotros mismos, de hecho ya lo estábamos haciendo, puesto que no respetábamos a la Tierra, este maravilloso lugar donde tuvo origen la vida, y a partir de ahí una gran evolución y diversidad de especies que fueron invadiendo tanto las aguas como la superficie terrestre, y que hasta la aparición del hombre vivían en armonía con su madre, La Naturaleza, que les dio la vida. (…)
De cualquier forma, aunque la guerra bacteriológica no hubiera ocurrido, nuestro planeta ya estaba enfermo y no había intenciones de curarle, porque la mayor parte de la humanidad (las sociedades desarrolladas) no estaba dispuesta a renunciar al “bienestar” al que nos habíamos acostumbrado, y aquel término tan en boga, “Desarrollo Sostenible”, se encontraba vacío de contenido, por lo que nuestra existencia no se hubiera prolongado muchas generaciones más.
Ahora sólo queda un mundo inerte, acabado, muerto, sin apenas rastro de aquel satélite mágico y sumamente hermoso que era y pudo haber sido, si los que existíamos no hubiéramos hecho de él un lugar inhóspito, un infierno. Lo único que permanece de este planeta con vida soy yo, y hubiera preferido estar aquí cuando el holocausto ocurrió, que comprobar el resultado de esta terrible catástrofe que ha destruido cualquier resquicio de vida.
Las causas de la hecatombe de este planeta se deben a los intereses de diferentes estados que querían imponerse y someter al resto de las naciones, tanto desde la perspectiva política, económica y religiosa. Así pues, tras esta guerra, la vida en el planeta se extinguió y yo permanezco viva gracias a la inmortalidad adquirida en el mundo de mis amigos extraterrestres. Ahora sólo me queda viajar por el espacio interestelar esperando que algún día, quizás dentro de millones de años pueda regresar y encontrar una vida semejante a la edad de piedra, para así poder explicar a los hombres de este tiempo lo que ocurrió con la primera vida del planeta y hacerles evolucionar hacia una sociedad más justa, equitativa, donde no existan intereses, rencores, miserias... Donde la religión no se utilice como bandera para someter a la población y llevar a cabo guerras, genocidios contra los infieles, los no creyentes o los de otras religiones, como ha venido sucediendo a lo largo de la historia de la humanidad y represente una forma de poder indestructible. Como tampoco permitir, que una minoría ostente tanto poder económico y derroche de recursos, mientras exista parte de la población que no tenga cubierta sus necesidades básicas, y sobre todo, no consentir el engaño ni la manipulación, a través de los discursos de uno o varios locos, para que no surja nunca el vocablo de genocidio o exterminio en pro a una raza superior, donde el color de la piel, no tenga importancia. Asimismo, las diferentes características del individuo, como las diversas culturas deben tener cabida, pues es la gran diversidad de culturas y con ello, sus gentes, sus poblaciones, las que deben considerarse como el mayor patrimonio de la humanidad.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:20:44 am
Raquel



No le conviene a una piel joven y suave como la tuya
un viejo como yo

Germán I. S. Medina


Ocurrió hace muchos años en Santiago de Compostela. Él decía que la amaba; la gente aseguraba que su esquizofrenia no le permitía amar y que lo que sentía era una suerte de obsesión benigna.
Yo lo veía mirarla sonriendo desde su esquina, sentado en un escalón de la entrada de un banco en el que jamás lo llamarían “señor Sánchez”. Algunas veces venía a nuestro bar y pedía un café con leche, pasando la mañana de periódico en periódico, supervisando las noticias y acompañando su lectura con una expresión preocupada.
Él le dedicaba canciones que inundaban la rúa do Franco y que conseguían hacernos a todos un poco más llevaderos los días de universidad.
Decían que no era amor, pero él se hacía a un lado cada vez que ella se ilusionaba con un hombre nuevo. Él se sentía bien cuando ella paseaba orgullosa del brazo de otro millonario al que sacaba cuanto podía con la promesa de una noche mágica.
Yo la veía engatusarlos entre gin tonics hasta que la invitaban a sus vidas: Entraba en sus casas como una princesa, recibiendo alegre cada día el desayuno en la cama. Duraban poco. Invariablemente, el hombre descubría la pasión que ella sentía por la cocaína, la única motivación que le hacía levantarse cada mañana y ver la luz del día.
Algunos le soportaban el vicio una temporada, financiándoselo; otros pretendían alejarla de todo aquello que rodeaba el consumo, incluso alguno le ofreció pagarle un centro; la mayoría simplemente la abandonaban y entonces ella volvía a nuestro bar a sentarse junto a él y su guitarra.
Que jamás estarían juntos es algo que sabíamos todos excepto él. Incluso cuando ella abandonó sus vicios y dejó de venir por la zona, él seguía convencido de que algún día le daría esa oportunidad que llevaba años pidiendo.
Una mañana, él llegó feliz, incluso pidió un croissant con el café. Le había compuesto otra canción, esta vez para celebrar su nueva vida, y ella había accedido a visitarlo esa misma tarde en su casa.
La vivienda era una pequeña y vieja construcción de planta baja y ático que habían alquilado dos estudiantes, que compartían gastos de luz y agua, y una pareja, que ocupaba la parte superior y que por no disponer de cocina ni baño arriba, no pagaba más que su tercera parte de alquiler.
Él, de prestado en aquella casa, habitaba el cuarto más pequeño, el último que había en el pasillo, a la derecha. Lo tenía limpio y ordenado, y la única decoración que se permitió en aquella habitación espartana eran dos fotos –las de sus hijas, a quienes añoraba– y la letra de una canción para ella.
A las cuatro tenía la cocina perfectamente arreglada, había limpiado el baño con amoniaco y barrió otra vez el pasillo, después de encerrar al gato en el cuarto de uno de los estudiantes, que era alérgico a mil cosas.
A las cinco y media afinó la guitarra y se sentó junto a la puerta de la casa. Tocaría su canción y, si le gustaba, continuaría con las otras coplas que anteriormente le compusiera, incluida la versión en español de Like a Rolling Stone, de Bob Dylan, el maestro.
Ella llegó al anochecer, con cocaína en el bolso y un amigo joven y rico del brazo.
Él, decidido a triunfar, tocó igualmente la melodía como si fuesen los únicos seres vivos en aquella casa. Las notas resonaban en su cuarto. Repartidos entre la cama y dos sillas, todos los habitantes de la casa y los dos invitados conformaban el auditorio.
“Para ya de tocar, lo odio” le dijo ella.
“Te quiero”, le contestó. El amigo rico sonrió condescendiente y burlón a un tiempo. Los estudiantes y la pareja intuyeron la catástrofe.
“No dejo de pensar en ti” dijo, y comenzó a rasgar las cuerdas de nuevo, esta vez cantando los versos tristes de quien se ve abandonado.
Ella, orgullosa y despiadada, le quitó la guitarra de un salto y, agarrándola por el mástil como un rockero en pleno éxtasis de un gran concierto, la destrozó contra el suelo. Salió de la habitación y arrastrando a su amigo, abandonó la casa.
Nunca más la vimos.
Quizá por eso él jamás compuso de nuevo y, ahogado en su tristeza, durmió el dolor con heroína y alcohol.
Se marchó una tarde caminando hacia el horizonte, más allá de Fisterra.
A veces, cuando el sol termina de esconderse, suenan las notas de aquella última canción llenando nuestro bar de melancólico recuerdo.
Y algunas de esas veces, sin querer, lloramos, como si fuésemos nosotros quienes perdieron un amor.

Galega de Vigo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:22:36 am
Trío musical de presentación privada



   Entraron con cierto temblor en las piernas. A Charles también le rechinaron las manos. Pin y Pan, los mellizos, miraron el marco azul de la puerta de dos hojas. Lo último que escucharon antes de que se cerraran las puertas tras ellos fue el trepidar del carruaje alejándose, junto a la normal llamada de los pájaros nocturnos. El aire del interior de la mansión deseaba ser respirado. Los perros convertidos en ángeles ladraban desde el cielo. Detrás de la puerta colgaba la fotografía de un vampiro desnudo. Charles sintió lástima de aquella criatura. La piel estaba pegada a los huesos, los ojos hundidos en amarillas cuencas. Delante del retrato y sobre un taburete, un brillante jarrón ocultaba el verdadero sentido de las flores que abrigaba con su escaso amor. Charles fue colmando su curiosidad deteniendo la mirada en la alfombra redonda, en la ausencia de espejos, en la escasa luz ambiente: apenas soltada por el último foco de la araña amarillenta.
   -¡Hola! –llamó Pin, o Pan.
   El silencio pareció mayor luego de desvanecerse la palabra entre los libros de la biblioteca que completaba la pared de la derecha, junto a una escalera.
   -¿Hay alguien en casa? –preguntó Charles con sobrecogimiento.
   El pasado se palpaba allí, se respiraba. Indefinible aroma cubría las caras del trío. Las palabras no produjeron eco alguno.
   -Muchos más de los que imagináis –dijo una voz.
   Las ruedas de un carruaje ligero lanzaron quejidos en el camino de afuera.
   -¿Eh? –dijeron los mellizos- ¿Qué pasa?
   -¿Es una broma acaso? –preguntó Charles.
   El aire estaba opacado.
   -No es una broma –dijo la voz- No me ven porque estoy en todas partes.
   Las palabras envolvieron a los instrumentos que descansaban junto a la puerta, cómodos dentro de sus estuches.
   -¿D…? ¿Di…? ¿Dios?! –se despachó Charles.
   El dúo mellizo puso la actitud de decir ¡Aleluya!.
   La voz rió. Ellos esperaron alguna confirmación de tan osada pregunta.
   -Ustedes fueron llamados para tocar-dijo entonces-: ¡Toquen!
   El violín salió del descanso del estuche en manos de Charles. Pin tomó el violonchelo y Pan el contrabajo. O viceversa. Sin más comenzaron a tocar. Bach. Charles lo hacía de memoria, matemáticamente; no como antes: por placer y con júbilo. No así los mellizos. Ellos hacían entonar maravillosamente sus instrumentos, como si fueran criaturas felices.
   -Alto, ¡Alto! –pidió la voz.
   El instante se convirtió en silencio.
   -Necesito algo más lento, más tardo…
   El color de la alfombra había elevado sus tonalidades. La única luz de la araña avivó su brillo. Fue el turno de Vivaldi. Invierno.
   El clima envolvía; como los colores en un camaleón, las cosas se mimetizaban con las cosas. Charles sintió en sus venas algo nuevo, demasiado, y su violín hizo que las figuras que apenas se dejaban ver comenzaran una danza oscura.
   -Ahhh… ¡Qué delicia! –dijo la voz.
   El trío tembló de pies a cabeza cuando la cara del vampiro del cuadro hizo un gesto con los ojos, abriendo además la boca para mostrar una dentadura podrida; se sacó una costilla del costado con la mano huesuda dejando un agujero, y saltó fuera del cuadro. Cayó al suelo y comenzó a llorar con tal ramalazo que el aire se hizo más espeso.
   -Deja eso hoy –pidió la voz- ¡Déjalo!
   El trío detuvo los movimientos. Se habían desencajado ante el cuadro del vampiro de pronto derramado sobre la alfombra.
   -Déjame ir –dijo.
   Charles, llevadas sus manos por ajena voluntad, comenzó otra melodía. Los mellizos se sumaron.
   -Oh, oh –dijo la voz- ¿Qué es lo que escucho? ¿Qué es?
   Los músicos siguieron. Charles jamás había tocado aquello, simplemente sus manos hacían el trabajo, ingobernables. El vampiro dejó de llorar y se incorporó despacio.
   -Es él el que toca –dijo el vampiro derramando aliento nauseabundo-; no ustedes…Je je
je… ¿Qué creías insensato? ¿Qué de pronto te habías convertido en genio?... Y ustedes también… ¡Ja!... No son más que una sarta de ladronzuelos y aprovechadores de mujeres indefensas…
   -¡Cállate tú! –dijo la voz- ¿Te crees capaz de juzgar?
   Sin poderlo controlar Charles se lanzó a llorar como una llovizna. El campo de cultivo eran los paisajes del cuadro del que había saltado el vampiro, rejuveneciendo.
   -No músico, no llores –dijo la voz de manera paternal-. No hay tiempo para que expliquen de ustedes… De ti… No llores. Ahora solamente debes tocar… Tocar…
   -¿Hasta cuándo? –preguntaron los mellizos.
   -No lo sé… Ya veremos.
   -No. No –dijo Charles-. Debemos irnos… Ya tocamos cinco piezas.
   -¿Irse? –pronunció la voz- ¿Irse?... ¡Debes estar borracho si piensas eso?... Ustedes fueron contratados para tocar para la familia… ¿O no?... Pues ¡háganlo!... ¡Vamos!... Basta de cháchara… A ver, un poco de Bramhs… Ahhh
   Pin y Pan tocaron hasta que no pudieron más con el peso de los brazos. Charles, desalentado y aturdido, cayó sobre la alfombra redonda.
   -¿Qué es esto? –dijo la voz- ¡No hay descanso!
   Les envió choques eléctricos con la mente.
   -¡¡¡Aaaggg!!!
   El vampiro, con más carne en la cara, más fuerza en las piernas, y la herida del costado cerrada, presenció a dos palmos las convulsiones de Charles.
-¡No haga más eso, Padre! –rogó.
Su voz fue tan exquisita que Charles le agradeció íntimamente el simple hecho de que hablara.
-¿Qué dices insensato? –tronó la voz.
-Que los dejes en paz –fue firme la frase-. Un rato, Padre, un rato al menos…
Charles cerró los ojos. No había esperanzas allí. La energía se le había ido del cuerpo, igual que la de los mellizos.
-Un rato… -pudo decir Charles antes de caer en profundo sueño.
En el profundo mundo onírico vio a los mellizos viajar en alfombras voladoras, y al vampiro andar en su mar. Mientras la voz cantaba hermosísimas baladas. Sintió sueño, en el sueño, y volvió a dormirse allí también, entrando así de manera directa al principal sueño Universal.
-¡Somos libres! –gritó Charles- ¡Libertad!
-Sácalos para la calle –dijo la voz al vampiro.
Charles escuchó desde el segundo sueño, viendo también como el vampiro lo arrastraba agarrándolo de los tobillos, llevándolo una cuadra más allá: donde el Tribunal de la Revolución ordenaba quemar vivos a sus enemigos.
-¡Sal de mi puerta! –fue el grito,  acompañado del baldazo de agua, lo que conectó a Charles con la realidad.
Estaba solo, a pleno sol, con el agua chorreando desde la cabeza, y la mujer amenazante, escoba en mano. Se restregó los ojos. Había logrado escaparse de aquella casa. ¡De aquella locura!... ¿Y los mellizos?... Su memoria no llegó a ellos. Seguramente los habían drogado con el té… ¿Habían bebido té?...
-¡Fuera! –dijo la mujer levantando la escoba, escoltada por un perro pequeñito.
Sus ladridos parecían aguijones. Charles buscó por reflejo su violín, pero no estaba allí. Caminó un rato. Sus pensamientos no querían ser indulgentes con él, y no hurgaban en el núcleo de los hechos. Llegó a una plaza. Se mojó la cabeza y se aseó un poco en el bebedero. Era temprano. La plaza estaba vacía, sin contar los zapatos brillantes que asomaban por entre los arbustos y los leves ronquidos que se elevaban de allí.  Charles se sentó un rato. Botellas de todo tipo flotaban sobre los distintos territorios de la plaza, incluso en la explanada que rodeaba la estatua del tipo con la flecha clavada en el talón. Tuvo algunas imágenes en las que la cara del vampiro preponderaba. Nada de los mellizos.
-Sabemos lo que hacen –escuchó a la voz salir de una puerta repentinamente abierta en su cabeza- ¡Muy bien sabemos lo que hacen ustedes!
Charles ni pudo reflexionar. De un salto ya caminaba por el bulevar, rumbo a la playa. Vivía por allá. Las escenas comenzaron a desfilar ante él. ¡Oh sí!: Pin había caído de rodillas cuando la voz lo acusó de crímenes secretos con el trío… Aunque de nada debían sorprenderse ya que el verdadero acto del trío musical de presentación privada era someter y saquear a sus clientes, antes que víctimas. Pan lo secundó en las confesiones. La voz era tan inspiradora que no pudieron guardarse nada, nada, nada. Robos, violaciones, estupros. Cualquier juez los condenaría a las eternas sombras. Charles había sido el autor intelectual de aquellos asuntos.
-No creas que vas a descansar tú –le dijo la voz antes de que cayera en el sueño y después en el otro.
Llegó frente a su casa, junto al faro. Todo era blanco en su interior: las cortinas, las paredes, las puertas, el piano de cola. El sol y el aire entraban a raudales. Salió al fondo, que era la playa, y caminó hasta que el agua del río como mar le tocó los pies, le tapó los tobillos, heridos por las garras del vampiro.
Estuvo allí hasta que fue devorado por una boca inimaginable y voraz.

W. Del Vosque
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:27:10 am
LA HERENCIA



De mi abuelo heredé sólo dos cosas, y ninguna fue dinero. Una de ellas es el gen de los ojos grises. Casi no le recuerdo, pero varias fotos atestiguan que me legó ese color que hace que la gente se fije en ellos, difícil de descifrar. Así conocí a Emma. Fui a comprar unas gafas de sol y ella me habló desde detrás del mostrador.
–Tienes unos ojos diferentes.
–Gracias, supongo.
–Sí, perdona, quiero decir que son preciosos, pero poco comunes. Te lo digo yo, que veo muchos.
Emma era inglesa, y llevaba cinco años en Madrid. Hablaba castellano a la perfección y tenía un rostro afable y atractivo. No nos resultó difícil quedar a tomar algo ese mismo día, ni tampoco acabar en su cama el siguiente. Como ambos quedamos satisfechos, repetimos varias veces, y nos hicimos inseparables en poco tiempo. Supe que era licenciada en química, que había venido a España a hacer un doctorado, y que se quedó cuando en su camino se cruzó un profesor con aire de despiste y facilidad de seducción, al que no supo resistirse.
–Y me casé con él –me contó–. Nuestro matrimonio sólo duró tres años. Después me dejó por una colega suya de Chicago, que se vino a España de año sabático. Es un tío muy especial, en lo bueno y en lo malo. Pero a veces tenía un carácter difícil de soportar.
–¿Y no pensaste en volver a Londres?
–Pues sí, pero acababa de empezar en la óptica, y además estaba como agarrotada después de la separación. Supongo que tuve miedo de irme. Pero lo superé y me quedé.
Emma y yo iniciamos lo que suele llamarse una relación formal, y a las pocas semanas empezamos a convivir. Se mudó a mi apartamento, las cosas nos iban bien. Me contó que después de casarse terminó su doctorado, y ante lo complicado de encontrar un empleo en la universidad, aceptó el trabajo en la óptica, que al menos le concedía la independencia económica. A pesar de la velocidad con la que todo sucedía teníamos la sensación de ser dos piezas de un puzzle que encajaban, y a las que la fortuna había hecho coincidir. La vida iba transcurriendo con facilidad.
Unos meses después, me propuso ir a visitar a sus padres. Ellos residían en Argentina, pero iban a pasar en Londres una temporada.
–De hecho –me dijo–, soy inglesa pero nací en Buenos Aires, aunque estuve allí sólo hasta los dos años. ¿Conoces Argentina?
–No, nada. Lo más cercano para mí es que mi abuelo estuvo allí mucho tiempo, y he oído historias sobre él.
–¿Tu abuelo el de los ojos como tú?
–Ese mismo. Se murió cuando yo era muy pequeño, pero me han contado, y he leído bastantes cosas sobre sus correrías por allí. Era una especie de aventurero.
Al decirle eso me arrepentí casi al instante. No me gustaba mucho hablar de mi abuelo; en realidad, más que un aventurero había sido un delincuente. Cuando llegó a Argentina a buscar fortuna se fue a zonas rurales, tal vez con la intención de explotar una granja, o estancia, como las llaman allí, pero debió entender que el camino más rápido no era ése, y pronto se dedicó al contrabando y a otras actividades peores. Según parece lideró una partida de bandidos a los que aún se recuerda por algunos lugares. Como ella tampoco pareció mostrar más interés, ahí quedó todo.
Diez días antes de nuestro viaje a Londres me dijo que tenía que desplazarse a Barcelona para hablar con Daniel, su marido, pues a pesar de la separación efectiva, no se habían divorciado.  Él se había opuesto entonces y ella no había insistido demasiado, pero ahora, con otra pareja y ante la perspectiva de presentarme a sus padres quería liquidar aquello.
–No se puede negar, hace casi dos años que no tenemos ninguna relación, es absurdo que sigamos en esta situación, así que le voy a llevar ya los papeles para que sólo tenga que firmarlos.
–¿Y por qué no quería divorciarse? –le pregunté.
–No sé, Daniel es algo extraño. Siempre tenía rachas de mal humor, depresiones, a veces era difícil entenderle. Vete a saber qué pensó. Una vez que tuvo problemas en la universidad se pasó dos días fuera de casa, luego volvió borracho, y hasta violento.
–¿Te pegó?
–Bueno, me empujó, y me dio una bofetada. No me hizo nada. Le dije que si lo volvía a hacer me iba. Y al final me dejó él.
–Qué cabrón.
–Sí. Siempre bebía demasiado, y fumaba sin parar. Al principio era divertido, pero luego acababa mal.
–Oye, ¿no sería mejor que te acompañara a verle?
–No, no, igual si te conoce le da un berrinche y se cierra en banda. No te preocupes, no pasará nada.
Emma se fue a Barcelona el 21 de octubre. El otoño estaba tan hermoso que no cabía en los sentidos. La despedí en la estación del tren, llevaba unos vaqueros, una camiseta azul y una cazadora de cuero. Me dio un beso largo y húmedo y me dijo adiós desde la puerta del vagón con su sonrisa que iluminaba.
–Hasta dentro de dos días –me susurró.
No la volví a ver con vida. Sus padres me llamaron desde Argentina porque tenían mi dirección y mi teléfono. A ellos les localizó la policía.
Al parecer Emma había sido asaltada nada más salir de casa de Daniel, golpeada una y otra vez, y había muerto por los impactos recibidos en la cabeza. Según el atestado judicial, olía con fuerza a tabaco y habían encontrado manchas de alcohol en su ropa. Daniel había sido interrogado como la última persona que la había visto, pero declaró que tras mantener una reunión muy cordial, salió con ella y se fue en otra dirección hacia el domicilio de su novia, donde durmió esa noche. La conclusión de la policía fue que algún drogadicto la había atracado, y al no encontrar lo que buscaba se había ensañado con ella. Entre sus cosas no habían hallado ningún tipo de papeles de divorcio.
Sus padres adelantaron el viaje, y así les conocí. Percibí en su dolor y en los abrazos que me dieron que Emma les había hablado bien de mí. Conversamos sobre ella, lloramos, y mi silencio madrileño se mezclaba con su acento batido de Inglaterra y Argentina.
Mi abuelo era un canalla, un desalmado que hizo mucho daño por donde pasó. Incendió casas, violó a mujeres y asesinó a sangre fría a muchas personas, al mando de su banda de forajidos. Hasta ahora no lo había sabido, pero la otra cosa que heredé de él es algo que nunca pensé que necesitaría, el valor para matar, el que hará que no me tiemble el pulso al disparar sobre Daniel, al que tengo frente a mí, tirado contra la pared gimoteando e implorando perdón por la muerte de Emma.

Bezujov
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:29:05 am
La vecindad



   «Ay, Señor, qué manera de molestar, cuándo dejarán de hacer ruido en la calle... Sí, mi niño, sí; duérmete, duérmete... Ya, ya... Ea, ea, ea... Ea, ea, ea... No escuches los ruidos de la calle, duerme, duerme... Fuera solo hay cosas malas, cosas feas, no lo pienses, no lo sientas... No hay consideración, todo ese jaleo de gente gritando, esos gritos, esos lloros... Alguien debería hacer algo para que la gente decente pueda descansar, ¿verdad, mi vida? Ea, ea, duerme... Mamá está aquí para cuidarte y que no te agarren esos monstruos que se llevan a los niños cuando no se quieren dormir.

Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el coco
y te comerá.

   »Ahora las sirenas de la policía... ¿qué pasará? A lo mejor se ha metido un ladrón en casa de algún vecino. O puede que haya una pelea, porque los mismos vecinos son de aúpa. La verdad es que esta zona se está poniendo peligrosa... Cuánto ha cambiado desde los tiempos en que compramos esta casa, ¿te acuerdas, Antonio, de lo que nos gustó? Bueno, ya entonces era algo pequeña y los dormitorios no tenían mucha luz, pero estaba tan blanquita, tan nuevecita, con su terrado tan bien dispuesto... Me gustó mucho la bonita vista, que se podían vislumbrar los tejados más lejanos de todos estos contornos... Y su precio, para que nos vamos a engañar, ¿eh, Antonio? Justito lo que habíamos pensado pagar por un lugar propio donde tener a nuestra familia. Menudo proyecto, cuántas cuentas a final de mes para pagar los plazos... Pero bueno, míranos aquí, en nuestra casita, a pesar de los vecinos peligrosos y de las humedades en las paredes, de cómo se ha ido carcomiendo la madera de las puertas, de las redadas policiales a altas horas de la noche día sí y día también... Ya, ya, no llores, niño mío... Ea, ea, ea... Mamá está aquí...
   »¡Jesús! ¡Qué golpes, qué llantos! Por los pasos y por las voces afuera me parece que están hablando con la vecina de dos casas más allá. Nunca me ha gustado esa mujer, con su pelo estropajoso, sus dientes negruzcos, que intenta ocultar todo lo que puede poniéndose la mano en la boca cuando ríe, que parece que está tosiendo todo el tiempo, siempre con esa vieja bata rosa de andar por casa... Ea, ea, ea... Ea, ea, ea... Hay que ver, este niño no se calla. Pues sí, Antonio, como te digo, esa mujer me da mala espina, y su marido, qué te voy a contar... Cuando veo su enorme barriga sobresaliendo en pliegues peludos por debajo de sus camisetas blancas de tirantes, normalmente sucias, siempre con agujeros aquí y allá por el cigarrillo, me entran unas ganas de vomitar, unas náuseas, como decía mi hermana, así en plan cursi, que tengo que apartar la mirada mientras los saludo. Que lo hago por educación, porque al final somos vecinos, qué se le va a hacer. Cómo dejarán a esa gente tener hijos, que tienen ya no sé cuántos y no se cansan... Niño, ya, deja de berrear, no pasa nada, no pasa nada, duérmete ya...

Duérmete niño,
que viene el coco
y se lleva a los niños
que duermen poco.

   »¡Ay, que ya van a dar las tres y el niño, que no se duerme! ¡Te juro, Antonio, que me dan ganas de ahogarlo! Ea, ea, ea... Ea, ea, ea... ¡Y todo por culpa de ese matrimonio raro y la que tienen montada, que si no fuera por las horas que son, saldría y les diría cuatro cosas! Además, ahora como que siento que llaman a varias puertas de esta calle... Aunque claro, no creo que nadie se moleste demasiado, porque no quedará ningún cristiano de bien que esté dormido, con lo que se oye ahí fuera... Me voy a asomar un poquito por la ventana, a ver de qué me entero.
   »Mira, si están casi todas las vecinas ahí, comentando, a las horas que son... Panda de cotorras, de urracas, eso es lo que pienso de esas mujeres: siempre cuchicheando, siempre con el cotilleo... ¿Creerán que no veo cómo me miran cuando salgo a algún recado, cuando vuelvo de comprar cuatro cosas, cuando me asomo por una rendija de la ventana? Yo sé que nos envidian, Antonio, no sé por qué, pero siento que nos envidian. A lo mejor es que les gustas tú, y no sus horribles maridos... Aunque, la verdad, con el caso que me haces… Hijo, yo siempre cuidándote y tú siempre tan soso… Ea, ea, duerme, duerme… ¡Señor, dame paciencia con este niño! Ea, ea, ea...
   »Cada vez se oyen los ruidos más cerca. ¿Qué será lo que pasará con esa gentuza? Yo procuro alejarme siempre de esas mujeres, casi no les dirijo la palabra, más que el hola y el adiós. Es que el barrio está lleno de gente rara. La vecina de enfrente, sin ir más lejos. El otro día salí un momento a sacar la basura, ya de madrugada, y volvía yo a casa entre las sombras, porque qué mal iluminado está el barrio, esa es otra... Bueno, pues volvía yo casi a oscuras y me cruzo con ella, que a saber de dónde venía a esas horas, y le dije buenas noches... ¿Te puedes creer que ni me contestó? Hizo como que me ignoraba hasta encerrarse en su casa. Ay, Antonio, a veces pienso que es tan extraña esta vecindad... Yo creo que hablan mal de mí, que no me soportan, y la verdad, yo tampoco a ellas. Ya, ya, mi niño, duérmete ya, duerme.

Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el coco
y te llevará.

   »¿Eh? ¿Por qué llaman a la puerta? No pienso abrir, Antonio, nosotros no tenemos nada que ver con esa gente... Me están poniendo nervioso al niño con tanto golpe, a ver si creen que no hay nadie y se van a otra puerta. Nosotros no tenemos nada que ver, ¿verdad? Siempre hemos sido gente de bien... Ya, ya... Llora más bajito, que te van a oír... ¡Dios mío, no dejan de aporrear la puerta! Espera, a ver si escucho lo que dicen... ¿Que abra a la policía? ¿Por qué? Si yo siempre estoy aquí, tranquila, con mi Antonio, si yo no salgo apenas ni molesto a nadie... ¡No pienso abrir, no pienso abrir! ¿Y si derriban la puerta? No se atreverán, no se atreverán...
   »Voy a taparte bien, Antonio, no sea que si abren la puerta te dé frío, que estás muy delicado... Ea, ea, ea, no llores, mi bien... No sé qué tienen contra nosotros, si yo no me dejo ver casi nunca, y a ti nadie te ha visto en diez años, desde que te pusiste malito; nadie, siempre aquí conmigo, en esta cama nuestra que tanto trabajo nos costó conseguir, ¿eh, Antonio? ¿Por qué gritan? ¿Ahora amenazan con tirar la puerta abajo? No, no, ¡no quiero! Ahora que por fin hemos cumplido nuestro sueño, que ya temíamos nuestro niño, que íbamos a vivir felices para siempre, aquí, solos los tres, sin nadie que nos moleste, sin esas ratas odiosas, sin que nadie supiera de nosotros... Ya, ya, ¡deja de llorar! Ea, ea, ea...
   »¿Qué hacen? ¿Con qué derecho entran en nuestra casa? ¡Pare, pare! ¿Qué hacen? ¿Por qué me quitan a mi bebé? ¿Por qué se lo dan a esa mujer mala, que tiene el pelo estropajoso y los dientes negros? ¡Déjenme! ¡Suéltenme! Tengo que cuidar de mi Antonio, lleva muchos años en cama, no puede moverse, pero ahí está, haciéndome compañía, ¿verdad, Antonio? ¡Díselo! ¡Yo no soy mala! No sé qué les han dicho esas víboras que tengo por vecinas, pero ¡yo no he hecho nada malo! ¡Antonio, diles cómo he cuidado de ti todos estos años! Cómo incluso después de que dejaras de gritar y de llorar, como llora ahora nuestro bebé en brazos de esa mujer, te he estado cuidando y mimando mucho, sin olvidarme de arroparte, durmiendo junto a ti cada noche, a pesar de que cada vez te deformabas más, y tenías peor olor, y te llenaste de esos bichos que yo te he quitado con amor día tras día... Y ahora que ya había tenido a nuestro bebé, me lo arrebatan, se lo dan a esa vecina cuyo marido está gordo y deforme, que llora mientras abraza a mi bebé como si fuera suyo...
   »¿Adónde me llevan? ¡Déjenme en mi casa, con mi Antonio! ¡No toquen nuestras cosas, todas esas cosas que he guardado para los tres! Duérmete niño, duérmete ya... No llores, mi ángel, esta gente mala se lleva a tu mamá, pero todo se va a arreglar... Vamos a estar siempre juntos... Mi hijo, mi niño... Mi Antonio...

Palinodia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:30:48 am
LA NIÑA PERDIDA



Cuentan mis abuelos que hace muchos años en mi comunidad San Antonio de los Ibarra se aparecía un Bulto por las noches, se dice que era como una calavera huesuda, cubierta de pelo negro en todo el cuerpo, sus dientes eran filosos como los de un león, caminaba encorvado y hacía ruidos de diferentes animales salvajes, tenía patas de gallo y en las manos tenía muchos dedos con uñas muy largas, similares a las garras de las águilas.
Decían que recorría todas las calles buscando niños recién nacidos, pequeños o simplemente a todas las personas que no estuvieran bautizadas.
Se suponía que éste se llevaba a todas esas personas con el Diablo, ya que sin el bautismo como lo marca la religión católica estás lleno de pecados y no puedes entrar al reino de Dios. La gente de mi pueblo es muy católica, pero existen algunas familias de distinta religión y obviamente no creen en el bautismo, por lo que no bautizan a sus hijos.
Un día una pequeña niña nació, a la cual le pusieron por nombre Natalia y como no la bautizaron a temprana edad, el Bulto empezó a vigilarla para llevársela al Diablo, dicen que todas las noches escuchaban ruidos raros alrededor de su casa, quejidos de un animal feroz, muchos chillidos de huesos, sombras negras y risas escandalosas.
Se cuenta que era verano cuando sucedió todo esto, como era costumbre en este tiempo todas las personas dormían en el llano de sus casas, aún no había luz eléctrica y sólo se veía en la oscuridad con la luz de las cachimbas, con la luz de la luna y de las estrellas.
Y ahí en el llano estaba la familia de Natalia durmiendo, pero cada noche que dormían afuera la bebé lloraba fuertemente sin parar, su mamá le daba de comer, la cambiaba, la revisaba por si sentía algún dolor pero nada, aun así lloraba. Ella se preguntaba porque lloraba tanto la niña en las noches, sí en el día ella se estaba tranquila y sin llorar.
Como su mamá se levantaba todas las noches por su hijita, vio algunas veces a una sombra negra rondando por su casa, al principio ella no lo tomó en cuenta, pensó que por la oscuridad veía cosas que no eran.
Al tercer día de ver la sombra negra, ella quiso levantarse para ver de qué se trataba, pues pensó que algo extraño estaba pasando en su casa.
Esa noche la bebé no lloró como de costumbre, por lo que su mamá se quedó profundamente dormida. De eso se aprovechó el Bulto.
Y sí, efectivamente tomó a la bebecita en sus brazos y se la llevó; caminó por la calle principal del pueblo, casi corriendo como si alguien lo siguiera, después tomó la siguiente calle tratándose de alejar del pueblo. Casi lograba su propósito, pero de pronto la niña empezó a llorar muy fuerte, un llanto estremecedor como si la hubiesen lastimado o asustado mucho.
Pero en ese tiempo en el pueblo existían personas mayores que tenían mucho conocimiento sobre bultos, nahuales y  hechizos, exactamente eran las 12 de la noche, cuando Doña Damiana escuchó el llanto de Natalia, se levantó del catre donde estaba acostada, salió de su pequeña casa y se percató de que era el Bulto con la niña en brazos.
Doña Damiana dijo: _ no hay tiempo que perder_, tomó unas hierbas de su vieja canasta, entre ellas albahaca, ruda, hojas de guayaba y formó una cruz grande, también tomó agua bendita y empezó a realizar un ritual en el patio de su casa.
Con eso las demás señoras mayores, llegaron de inmediato a su casa, porque ya sabían que ese ritual era para alejar a los bultos y nahuales, así pues siguieron con el rito y dentro de una hora, todas se retiraron a sus casas.
Por la madrugada, se escuchó el llanto de la bebé en la calle, frente a la casa de Doña Damiana, ahí debajo de unas plantas llamadas citaváros, estaba la bebé dentro de una canasta, la misma canasta donde Doña Damiana guardaba sus hierbas.
Ella tomó la canasta y se la llevó a su casa, ahí se dio cuenta de que Natalia traía consigo una pequeña cruz en su frente similar a la que ella formó con sus hierbas, también en su manita derecha tenía marcada una fuente, la cual significa el bautismo.
Como era de esperarse, al amanecer y al darse cuenta la mamá de que Natalia no estaba en su catre, solamente la cobijita que le tendía, empezó a llorar, desesperada por encontrar a su hija recorrió casa a casa, calle a calle, hasta llegar a casa de doña Damiana que era la más alejada del pueblo.
Ahí se encontró con la tremenda sorpresa de que Doña Damiana estaba agonizando, acostada en su pequeño catre y la bebé sonriendo a su lado, la madre no se explicaba por qué ella tenía a su hija, pero se alegró que de Natalia estuviera sana y salva.
Doña Damiana le dijo que el Bulto había robado a su hija para ofrecerla al Diablo y así él iba a tener vida eterna Ya en sus últimos momentos Doña Damiana le reveló una gran confesión a la mamá de Natalia…
_Cuando yo estaba pequeña vivía muy tranquila con mis papás, pero conforme crecí me di cuenta de que mi mamá tenía una gran preocupación, sentía que algo la acorralaba y no quería decirme nada de su sufrimiento.
Hasta que un día sin querer escuché que le decía a mi papá que tenía mucho miedo por mí, pues antes de bautizarme a mi también me llevó el Bulto, pero mis padres me recuperaron antes de que me hiciera daño, lucharon con uñas y dientes, y juraron vencerlo para que jamás volviera hacer ningún daño.
Pero desgraciadamente no lo lograron, fallecieron muy jóvenes, y me dijeron que la única que podía acabar con el Bulto era yo, ya que había estado en contacto con él.
Todo este tiempo me estuve preparando para acabar con él, antes la única forma de ganarle era bautizando a todos los niños recién nacidos para que no los pudiera atacar, pero ahora ya no será necesario, porque ofrecí mi vida para que el Bulto desapareciera para siempre, para siempre, para siempre…_
Éstas fueron sus últimas palabras, fue entonces que la mamá de Natalia comprendió que todo lo que se decía del Bulto era cierto y pronto bautizó a su hija.
Desde entonces se dice que se deben bautizar todos los niños recién nacidos porque de lo contrario el Bulto se los lleva, aunque todo parece algo fantasioso y difícil de creer, muchas personas aseguran verlo rondar por las calles de mi pueblo buscando un alma para ofrecerla al Diablo.

ESTRELLA DE LA SABIDURÍA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:31:41 am
LA VISITA DE LAS NUEVE



Dijo que vendría a las nueve y a las nueve aquí estará.
Eugenia se ha atrincherado en la cocina, con el bizcocho de chocolate para el postre, la sopa de marisco y las chuletas, y yo estoy poniendo la mesa para tres. Es raro, después de tantos años... Últimamente, ni siquiera nos molestábamos en cocinar: abríamos una lata de sardinas o nos hacíamos un bocata de jamón y queso (a veces, yo fundo el queso en el microondas y me lo tomo sobre una tostada de pan integral). Pero hoy es un día diferente, de cubertería de plata, mantel y servilletas de tela. Eugenia, Eu, va a conocer a Romualdo, y no sé quién está más nerviosa de las dos, si ella o yo. Romualdo también estará algo tenso, claro, aunque, cuando le dije que viniera a casa a cenar, se lo tomó bastante bien, o disimuló sus reparos con solvencia. Tarde o temprano, iba a tener que hacerlo: nos hemos convencido de que nuestra relación va en serio y esta es una de las pruebas que hay que superar.
Viví un infierno hace nueve años: la muerte de Dani primero, luego el aborto, y mi intento de suicidio. Todo en tres meses. Se me olvidó hasta respirar. El médico me dio la baja por depresión, con carácter indefinido, y me aislé todavía más en mi pequeño mundo de recuerdos. Me pasaba las mañanas mirando las fotos de los viajes que hicimos juntos y por las tardes preparaba sendas copas de ginebra: una la tiraba siempre por el desagüe, pero, mientras picaba con ansia bolsas enteras de patatas fritas y frutos secos, le hacía compañía a la otra. Lo bueno es que no engordaba, aunque entonces me hubiera dado igual reventar.
Un día, su madre se invitó a casa para tomar la merienda y hablar y lo que vio, u oyó, debió de espantarla, porque se acabó quedando a dormir, y a desayunar a la mañana siguiente, y a vivir conmigo desde entonces. Me lo había sugerido ya tras el aborto y el intento de suicidio, pero no se lo permití. Le dije que necesitaba estar sola y la persuadí de que aquella noche me había tomado las pastillas por accidente. No supe rechazar, sin embargo, su segunda oferta. La casa se me caía encima y me estaba volviendo loca sin hablar con nadie.
Desde entonces, he vivido con mi suegra, y el balance, creo, ha sido positivo para ambas. Nos hemos peleado a veces, pero sin llegar a tirarnos los trastos a la cabeza; y me parece que hemos sido capaces de conseguir lo más difícil: engañar a la soledad, que era lo que pretendíamos. Eu se quedó viuda a los cuarenta y cinco y sabe lo que escuece el silencio de una casa sin hombre, que duele hasta las lágrimas. Yo lo descubrí antes todavía: acababa de cumplir los treinta cuando a Dani lo arrolló un coche en un paso de peatones.
A medida que pasaban los años, Eu dejó de esperar que un día apareciera en casa del brazo de otro hombre. Me animaba al principio, bromeaba a propósito del cajero del supermercado, del panadero o de algún vecino del bloque (“mira, ese del segundo izquierda debe de ser un buen partido, menudo coche tiene”), pero, en el fondo, creo que se sentía orgullosa del ensimismamiento en que me había postrado la viudez. Dani era insustituible, las dos lo sabíamos. Para cada mujer hay un hombre, y viceversa, y yo ya no podría amar a ningún otro.
Volví a trabajar. Eu me preparaba el almuerzo para llevar a la oficina y, cuando me tocaba turno de tarde y salía a las nueve, me esperaba para cenar en casa. Hablábamos de nuestra jornada, de lo que habíamos hecho cada una, y nos acostábamos después de ver un rato la televisión y desearnos buenas noches. Era una vida tranquila, sin sobresaltos ni complicaciones, que nos gustaba compartir por lo que teníamos en común: el recuerdo de alguien a quien las dos quisimos mucho.
Nunca me olvidé de él. No hubo un solo día en que no pensara en el hoyuelo que le dibujaba la sonrisa, ni una mañana en que no buscara sus greñas sobre la almohada, ni una conversación de grupo en la que no imaginara su réplica, que era siempre la más ingeniosa y divertida. Romualdo no anuló a Dani, no suprimió los recuerdos de las cosas que hacíamos juntos, no lo sustituyó. Mi marido ocupaba un espacio sagrado en mi corazón, y nadie tenía acceso a él. Pero aprendí que se puede querer a una persona sin degradar los recuerdos que adoramos en el altar. Y yo quería a Romualdo.
Era el camarero del bar al que íbamos a tomar café para despejarnos después de comer en el trabajo. A Marga, Ana y Cristina les parecía, como a mí, un hombre atractivo, pero ellas no se sonrojaban como yo cuando nos atendía: “Dos solos, un descafeinado de máquina y otro con leche, ¿sí?”.
Volví a sentir emociones que creía enterradas bajo estratos de olvido. Cuando empezamos a salir, en secreto, fue como volver a los quince años, como si hubiéramos abolido la experiencia, la costumbre y la máscara del cinismo, y viéramos el mundo con ojos vírgenes.
Tuvimos que ser pacientes, él para blanquear el luto que llevaba por Dani y yo para demostrarle que no todas las mujeres éramos como esa Sabi que le había herido de muerte. Al principio, había días en que vestirme o maquillarme para salir a tomar una copa me daba pereza. ¿Merecía la pena el esfuerzo? Aunque no tenía una respuesta clara para esa pregunta, lograba vencer a la indolencia, dejaba a mi suegra viendo la tele, y ponía un pie y luego el otro en la calle hostil y fría. Pero me bastaba verlo a la puerta del local en que habíamos quedado, esperándome en el cine o el teatro, para que se me olvidaran las objeciones. Ahí estaba él, puntual y sonriente, peripuesto como un novio que quiere complacer a su pareja y presumir gozoso de ella, cuando, más tarde, hicimos pública nuestra relación.
Mi suegra me ahorró las preguntas y los comentarios maliciosos que, estoy segura, le revoloteaban por la cabeza. La conocía lo bastante bien como para saber que mi pretendiente –¡un divorciado!– no le caería en gracia, al menos en un primer tanteo. Sí, puede que fuera un hombre estupendo y, si a mí me gustaba, lo sería sin duda ninguna; pero, en su fuero interno, le aterraba cualquier posibilidad de cambio en el futuro. Si nuestra relación se consolidaba, ¿qué sería de ella tras nueve años viviendo conmigo bajo un mismo techo? ¿Tendría yo la desvergüenza de obligarla a volver a su casa, que llevaba varios años alquilada a un matrimonio sin hijos? Al fin y al cabo, Romualdo vivía también de alquiler, y lo lógico sería que compartiéramos gastos y se mudara conmigo.
Romualdo y yo lo habíamos hablado, pero, naturalmente, yo no tenía intención de desterrar a mi suegra. Mi casa era la suya, éramos como madre e hija, y lo que sacaba por el alquiler de su piso nos venía bien a ambas.
A las nueve menos diez, me atreví a asaltar su feudo. Sobre la encimera, reposaba el bizcocho de chocolate y, en el fuego, una sopa de marisco que prometía delicias sin fin. De segundo, mi suegra había preparado unas chuletas que aguardaban su momento de gloria sobre una bandeja tapada.
–Tiene todo una pinta estupenda, Eu.
–Ah, te entra por los ojos, cariño, ahora solo falta que le guste también a tu boca.
–¡Claro que sí! Te quería dar las gracias por todo.
–No hay nada que agradecer, boba.
–Verás como Romualdo te gusta.
–¿Me va a entrar por los ojos?
–Es un hombre maravilloso, ya lo verás.
–Estoy segura de ello. Y puntual también, ¿no?; anda, sal y no me entretengas más.
–¡Ya está aquí!
En efecto, el telefonillo suena a las nueve en punto. Abro la puerta y lo espero en el vestíbulo para darle un beso. Le pregunto si hace frío y responde que la temperatura en la calle es estupenda, aunque “en casa se está mejor, esto es el paraíso”. Mi suegra sale de la cocina y mi novio y ella se dan sendos besos en las mejillas. Eu le dice que deje el abrigo en cualquier parte, si le parece en la habitación, sobre la cama, y Romualdo le pregunta por el olor que sale de la cocina y embruja su nariz.
–¿Te gusta el chocolate?
–¡Me encanta el chocolate!
–¡Me parece que tú eres de los míos!

Clavijo
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:32:51 am
Las Praderas del Cielo



Desde el horizonte se intuía el hedor que siempre deja el fracaso cuando los hombres se matan en el campo de batalla.
El ejército vencedor recorría el lugar repleto de dolores y de gemidos de los heridos más graves.
En un extremo del enorme predio bañado por el sol y la muerte, un caballo blanco, de largo pelaje, caracoleaba junto a un viejo soldado que lo azuzaba con musicales silbidos. El animal mostraba una nerviosa actitud y estaba manchado de sangre en sus patas traseras. Tenía, además, una herida profunda y extensa en sus ijares.
La belleza de ese caballo era tan notable como su nobleza.
Heredero de una raza milenaria, ese corcel tenía un porte elegante tal como aparecen sus congéneres de otrora en las pinturas rupestres de España porque sobresalía como todo un caballo Andaluz. Su continente mostraba un excelente estado diríamos que atlético con patas fuertes que resistían las heridas recibidas en el combate.
El viejo soldado tenía las manchas de la edad en sus apergaminadas manos. La barba encanecida mostraba toques amarillo verdosas del tabaco que estaba masticando con la lentitud de los que saben qué sucederá en su futuro inmediato.
El caballo aumentó el nerviosismo que lo invadía y comenzó a rasgar el suelo con una de sus patas delanteras demostrando esa mezcla de enojo y angustia que los caballos sufren cuando el dolor los agobia. El viejo soldado buscó con su mirada el auxilio que sabía de antemano que nunca llegaría porque su ejército estaba derrotado y en vergonzosa desbandada. Su mente le dijo que no quedaba mucho tiempo. En la carga de caballería contra una poderosa formación artillera de cañones fue la última de esta guerra. Esa desesperada acción se vió condenada desde el mismo momento que las cabalgaduras se lanzaron sin vacilar a la muerte propia y ajena.
El corcel blanco con el viejo “trompa” corría a gran velocidad en la segunda fila, mientras el soldado, tomado firmemente de las riendas con su mano izquierda, soplaba con energía el clarín con notas agudas que llamaban a la carga. Los compases electrizantes, de tanto en tanto, se escapaban del instrumento dorado cada vez que el caballo saltaba sobre árboles caídos u otros caballos destrozados por la metralla enemiga. El corcel, blanco como la nieve alcanzó, a gran velocidad el campo de tiro de los cañones uno de los cuales ya estaba a punto de ser disparado.
El “trompa” como se le nombraba en la jerga militar, espoleó al animal con las riendas porque jamás lo había golpeado  y mucho menos clavarle espuelas que nunca usaba. Amaba demasiado a ese caballo de larga cola y de una testuz erguida como con orgullo ser un caballo de raza Andaluza.
La carga era ahora un verdadero suicidio. Aquí y allá, los árboles desguazados por el fuego de las batería enemigas servían de refugio para los soldados de infantería dominados por el miedo y algunos por la cobardía.
El corcel dió un salto enorme por sobre uno de los cañones. Las patas traseras del animal, sin quererlo, arrastró a dos de los servidores matándolos en el acto.
Al tocar el suelo, el caballo trastabilló y su jinete quedó atrapado debajo de su pesada cabalgadura.
El viejo “trompa” soltó su instrumento porque el dolor de la pierna ahora fracturada en varias partes era intenso y cada vez más insoportable.
El caballo hizo varios intentos pero no pudo levantarse. Entonces, el viejo, en su fuero interno, había abandonado su condición de militar. Estiró entonces, su brazo derecho y acarició con infinita ternura el cuello del animal que le respondió con un suave relincho casi lastimero. Enseguida, sin poder moverse demasiado, tomó las riendas desplegadas sobre la cabeza del caballo como cuerdas rotas de una guitarra. Una a una las unió en un solo haz y después dio un tímido tirón.
El corcel entendió el mensaje y probó dos veces levantarse con gestos de dolor y se fue poniendo de pie sobre sus cuatro patas. Fue así que el viejo zafó de aquel peso enorme y al darse vuelta hacia el Andaluz vió las heridas.
Cuatro impactos de metralla en el vientre y varias heridas a sedal en las patas era el duro precio de aquella carga de caballería.
El soldado se acercó arrastrándose hasta su caballo. Ambos estaban heridos de muerte porque los dos habían perdido cantidades de sangre.
Él y el corcel blanco habían participado de otras batallas. En una de ellas, el “trompa” había quedado desmayado en un pequeño charco de agua abierto por las explosiones, pero con el rostro hundido en el agua. El caballo relinchó más de una vez como llamando a su jinete. No hubo respuesta. El animal bajó un desnivel hacia el charco y con su hocico removió al soldado pero enseguida  abrió su boca y mordió con sus grandes dientes el grueso uniforme de invierno. Poco a poco, resoplando una y otra vez, logró retirar el rostro del agua y con su hocico recorrió la cabeza del viejo salvándole la vida y al mismo tiempo acariciando a su jinete.
De esa manera, empujando una y otra vez al desvanecido soldado logró sacarlo fuera del agua. Así también creció, en la adversidad, una relación de amistad, lealtad y sacrificio entre el caballo y el hombre, tal como había sucedido desde el principio de los tiempos.
Otros caballos andaluces como éste habían acompañado a los conquistadores españoles en la guerra y en la paz. Ambos habían abierto los surcos de las tierras fértiles en todo el mundo conocido de entonces.
Juntos crecieron en epopeyas legendarias. Otros caballos vivieron, lucharon y murieron en las antiguas conquistas de Gengis Khan; en la invasión y caída del Imperio Romano y aún antes en las conquistas de Alejandro Magno.
Todo se hizo sobre el lomo de los caballos como el Andaluz Durante unos 20 mil años, aquellos caballos de la antigüedad resignaron la libertad de la que gozaban en los campos aún vírgenes para ayudar a la diseminación de la civilización en los territorios del mundo inexplorado. Entre ellos estaba el caballo español junto a los conquistadores de América.
Ahora, una de las libertades más reclamadas del hombre en América estaba en juego en esa batalla donde el corcel blanco y el viejo “trompa” parecían estar a punto de entrar en la historia.
El soldado no pudo sobrevivir por las heridas recibidas en la última carga de caballería. El caballo tampoco. Ambos murieron  como lo hicieron en vida, juntos, uno encima del otro en aquel campo ensangrentado por la intolerancia y la ambición. Ambos, jinete y caballo, contribuyeron creando las condiciones para la paz, la más antigua de las aspiraciones de los seres humanos.
Con ellos estaban los caballos y especialmente el caballo Andaluz, miles de los cuales pastan hoy junto a sus jinetes en la libertad de las praderas del cielo.

Bruno
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:35:09 am
Olor a tormenta



Habíamos visto ya tres rayos en el cielo oscuro de verano cuando Leonor, tirada en la cama, me dijo que no podía oler la tormenta. No creo que se pueda oler una tormenta, le contesté yo con escepticismo, pero ella, nada contenta con mi respuesta, dijo que sí, que ella lo podía oler, que quizás sería por el olor del tabaco que inundaba la habitación con baño y cocina de 18 metros cuadrados que ocupábamos en una residencia universitaria que ahora no conseguía olerlo. Será que no hay tormenta, le contesté yo. Acabo de ver otro rayo, respondió ella, algo que yo seguía sin ver vinculante. Un documental sobre la austera vida de Valle-Inclán y los colonizados parajes con edificios de sobrias piedras que recorrió al otro lado del charco en su juventud se reproducía en mi ordenador, al frente del cual yo estaba sentado. Leonor daba cabezadas. Mientras yo me acercaba a la pequeña nevera que había a un par de metros a sacar una cerveza de los Alpes, mi pequeña amada rubia parecía sumirse en un sueño lo suficientemente profundo como para no hacer caso de los ingeniosos y eruditos comentarios que yo iría a intercalar entre las frases que soltaba la voz en off que narraba los avatares valleinclanescos. Saqué la cerveza, la abrí y serví la mitad en el vaso en el que me había bebido un whisky hacía unos minutos. Estaba comprando un vuelo a Málaga, mirando una página a través de la que esperaba conseguir un curro a tiempo parcial para obtener algo de dinero durante el invierno y sobrevivir el siguiente año académico, buscando por Internet cualquier dato que me viniera en gana por cualquier motivo y cosas por el estilo, cuando al ver a mi izquierda el libro de Tosltói “Guerra y Paz” mi mente me envío a las líneas contenidas en la nota del autor de la mencionada novela. Todas ellas, cada línea, cada párrafo iba destinado a despreciar a la clase obrera y decir que por tanto su obra estaba consagrada a plasmar a gente de la realeza y de la nobleza, como el mismo era, que las vivencias de la gente baja y trabajadora no merecían la pena ser relatadas. Entonces me entristeció que tan insigne escritor hubiera muerto en 1910 y no hubiera podido gozar de los privilegios de los que los de su clase disfrutaron durante la revolución de Octubre unos años después. No me podía quitar de la cabeza lo que dijo Ismael en la plazoleta unos días antes de que esto sólo se arreglaba a tiros: era triste pero tenía razón. Si incluso la legitimidad del actual régimen, ese que nos tenía metidos por incompetencia y corrupción en una grave crisis económica que nos afectaba a casi todos, era el nombramiento que Franco hizo de Juan Carlos como su sucesor. Aún no nos habíamos librado de las secuelas del régimen que después de un millón de muertos se instauró tras la guerra civil. Mandaba cojones, es que cogía el libro de Valle “Martes de Carnaval” y en dos minutos ya estaba indignado, indignado viendo cómo en casi cien años las cosas no habían cambiado, regímenes militaristas como el que Valle denunciaba aún tenían su repercusión en nuestro país, ¿que tenemos una democracia? ¡Y una *****, tenemos una DEMAGOGÍA! ¡Esto no es ni mucho menos el gobierno del pueblo! Estaba claro que se había avanzado mucho en cuanto a nuestros derechos desde la dictadura, pero aún había mucho por recorrer.
   El documental de Valle había acabado y me metí en la web de La Sexta y puse el vídeo del programa “La Sexta Noche” que había sido emitido el sábado anterior. Iban a hablar sobre la comparecencia del presidente Rajoy un par de días antes para dar explicaciones sobre el caso Bárcenas, algo a lo que no había accedido por la petición de los diputados y el pueblo español, sino por la presión de los medios internacionales que podían influir en el rumbo económico del país y por tanto de los ricos empresarios a los que el gobierno tanto defendía. Empezaba el debate y decían que sólo habían asistido al mismo representantes del PSOE, IU y Ciudadanos, que UCD y PP habían sido invitados pero no habían acudido debido a circunstancias que sólo incumbían a los partidos. Esto no me pareció del todo cierto, ya que minutos después Francisco Marhuenda, el director del diario La Razón, defendía a muerte al Partido Popular y llegaba a negar que se hubiera producido financiación ilegal a la vez que aseguraba que el gobierno de Don Mariano estaba sacando a nuestro país de la crisis. No me quedaba del todo claro que se pudiera considerar que no hubiera acudido nadie del PP, partido al que el Señor Marhuenda estuvo afiliado y por el que fue diputado del Parlamento de Cataluña. También bajo el mando del gobierno del mismo partido fue director del gabinete del ministro de Administraciones Públicas y tuvo el mismo cargo en el ministerio de Educación y Cultura, en ambas ocasiones dirigido por Rajoy. Incluso había llegado a escuchar rumores de que ahora trabajaba para el partido desde fuera. Bueno, si tú dices que el Partido Popular debe disolverse... Yo no he dicho que el Partido Popular tenga que disolverse, interrumpió a Marhuenda uno de los participantes. ...si el Partido Popular tiene que disolverse..., continuó el objetivo* periodista que iba a lo suyo y sólo quería soltar su diatriba, entonces el partido socialista con lo de los EREs qué tenía qué hacer. Y ahora salta con lo de los Eres, se oyó la voz de otro de los tertulianos allí presentes. En ese momento, rabioso y con la idea de que lo que decía Ismael de que esto sólo se solucionaba a tiros era cierto, me puse a mirar por la ventana. Tenía toda la razón el periodista con anteojos que el días antes había arremetido en otro programa contra un diputado popular que no quiso contestar a la pregunta de si creía que era bueno que Cospedal, la presidenta de la Junta de Castilla la Mancha, declarase en el juicio del caso Bárcenas y en vez ello atacó al PSOE por el caso de los EREs. El periodista dijo que eso era lo típico del mal político de manual, el y tú más, pero también era normal que en un país parlamentario y electoral, que no democrático, porque el pueblo no manda, sino bipartidista, el diputado del PP considerara que eso era la mejor estrategia, porque lo único importante era derrotar a su enemigo político, y no rendir cuentas al pueblo, al que no le importaba dar explicaciones de un caso flagrante de corrupción en su formación. Con la monomanía de la violencia para solucionar las injusticias del sistema, un sistema en el que los políticos en el cargo no pagan las consecuencias de sus abusos de poder y sólo se remiten a decir que la justicia lo aclare, cosa que rara vez hace, ya que siempre es difícil que un juez medie en asuntos humanos y más todavía cuando el poder actúa con mala intención y encima torpedea su labor, me asomé a la ventana y aunque el coche que recorría la carretera ponía POLIZEI y no POLICÍA, le arrojé con toda la ira que me embargaba la botella de whisky casi vacía que tenía junto a mí. Como sólo era un tercero tuve tino y esta impactó con fuerza contra el cristal delantero. IIIIIIIiiihhh, se escuchó un frenazo y después el conductor perdió el control del coche. Durante unos segundos el vehículo avanzó desviándose hacia la derecha más de lo aconsejable, hasta que, finalmente, unos metros más adelante, salió de la carretera, continuó por una pequeña zona de tierra que había junto a la carretera esquivando así la valla metálica que había justo al lado del río que pasa junto a la residencia, el río Lech, y cayó en él. Entonces, Leonor dijo: ¿Por qué?, y aunque no se refería a mi acción, lo que pasaba es que se había sobresaltado porque el sonido del programa había cesado debido a que yo había tocado sin querer el cable con el que nos teníamos que conectar a Internet en las residencias y había fallado la conexión, a pesar de eso, tenía toda la razón: ¿Por qué?

Jakobertor
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:37:19 am
HORIZONTAL
                                           



Le tranquilizaba subir la colina y ver el pueblo debajo de sus pies. Con un cigarrillo en la boca, dominaba el tiempo y el espacio con esa mansedumbre del irresponsable. Lo acuciante no trepa por la médula si lo borras prematuramente. No existe lo que no se nombra, no molesta mucho lo no pensado.
Pero el simple movimiento de incorporarse para emprender la bajada le hizo zambullirse como un todo en el lodazal de la memoria.
Traspasado por la fantasmagoría de lo inminente, retrasó la bajada todo lo que pudo. Se detenía a observar la flora agreste, las hormigas en su caos ordenado, el terruño secular que sabe a peste negra, pero su estado era tal que rompió a llorar cuando se ensució los dedos con el aceite de la jara pringosa.
Como de niño, el interés de todas las cosas aumentaba según se acercaba una decisión desagradable.
Pasos lentos, como de patíbulo, y esa obligación de decir algo, que decía Joyce.
No hubo más remedio que llegar a casa. En la puerta estaba esperando un empleadillo más bien flacucho, y aunque joven se le notaba su experiencia en adecentamiento.
-   “¿Es usted el hijo del difunto?”.
-   “Así es. Le abro y pasamos adentro”.
Se sentó en el camastro mientras observaba al empleado de la funeraria cómo maniobraba de rodillas sobre la cara de su padre, al que habían tendido en el suelo sobre un edredón de colores imposibles.
Se levantó prudentemente para ver qué estaba haciendo ese hombre oscuro hasta hace un minuto desconocido y que ahora manipulaba las facciones de su padre, al que él jamás llegó a tocar, ni a besar, ni a querer. Fue un tanto inquietante ver que el empleado usaba pegamento para sellar los labios de su padre para siempre.
Al ver la cara del muchacho, el empleado le espetó que era mejor así, pues la boca se abriría con el vaivén de la caja camino del cementerio, y no iba a ser agradable cuando le gente lo mirara a través del cristal del triste ventanuco del féretro.
-“El féretro no tendrá cristal. Es muy caro. He podido comprar uno barato con la ayuda de la gente. Deje su boca como estaba”.
- “Lo siento, ya es tarde, no sabía que no quería usted el pegamento, pero hágame caso, así quedará mejor. Esta tarde vendremos con el coche para llevarlo a la Iglesia y luego al cementerio”.
-“En este pueblo no hay Iglesia, desapareció hace tiempo. Aquí somos poca gente y no viene ningún cura”.
- Bien, entonces vendremos sobre las siete para ir al cementerio. Buenas tardes y le acompaño en el sentimiento”.
De vuelta en el camastro, miró a su padre como quien mira un cuadro abstracto, tratando se cribar el todo para sacar algo. Miraba su cara y recordó una frase de Cioran. La muerte es lo sublime al alcance de cualquiera.
Esa seriedad, ese rigor mortis dignificaba su cara de borracho, ahora tranquilo.
“Se acabó el terror del sonido de la llave en la puerta, se acabó el silencio previo que hacía que nos cagáramos en los pantalones, se acabó tirarme del pendiente y arrancármelo de cuajo llevándose consigo un trocito de oreja, se acabaron las toses de madrugada, se acabaron los gargajos en el suelo del salón. Se acabaron los ojos morados de madre, se acabaron las fracturas. Se acabó madre.
En la alacena aún quedaba una lata de judías blancas. No podía calentarlas por lo que las vació en el plato y comenzó a deglutirlas con desgana. Una cucharada, dos. Tres. Para la cena.
La soledad definitiva le supuso la tristeza.
 “Y se acabaron también los ruidos. El del palo, el de la llave, el de los pedos, el de las toses, el de los gritos en las primeras horas de la mañana para ir donde siempre pierdes. Puedo perdonarte las palizas, los robos legales, las miradas asqueadas, la culpa aprendida, los olores al mentón… pero nunca te perdonaré los ruidos, los ruidos que desequilibran al alma más curtida, esos ruidos que hacen asesino al santo”.
Y mientras enjuagaba el plato supo que había crecido. Se hizo maduro de pronto. Y supo que sus sueños de niño ya no dormirían más con él.
Casi anocheciendo, el coche fúnebre hizo un sonido elegante al aparcar en la puerta, un sonido metropolitano al lado del barbecho carpetovetónico.
Del coche se bajó el empleado, acompañado de otro muchacho más joven, de unos veinte años, descargando una caja marrón claro, lisa y suficiente.
Algunas mujeres, a lo largo del pasillo sin macetas, miraban el suelo empedrado sentadas en las sillas de mimbre.
¿Qué hacen aquí estas mujeres? Odiaban a mi padre y él las odiaba también.
Hombres con cigarrillos colgando de sus labios ateridos templaban conversaciones proscritas.
La solemnidad del momento hacía que el motor de un coche, el pecho de una vecina o la pereza de un albañil fuesen conversaciones de susurro en una presencia de cumplimiento secular.
Mientras miraba sus conversaciones inquisitoriales, el empleado le tocó el hombro.
-   “Me comentó que su padre quería que lo enterraran con la abuela de usted, la madre del fallecido”.
-   “Sí, hay que sacar los restos de mi abuela y meterlos en la caja con mi padre”.
-   “Pero ya sabe que de eso debe encargarse el personal del ayuntamiento. Nosotros no nos ocupamos de esas cosas.
-   “Sí, están esperando en el cementerio”.
Todo el vecindario sabía que no era conveniente acompañar al deudo.
Raro como su padre, silencioso poco amigo de visitar tabernas, no se había ganado la amistad de nadie. Además, los gritos nocturnos en la casa de adobe hizo que la familia fuese objeto de permanecer en el centro del cuadro de este pueblo pintor y sentencioso.
Se marchó sin despedirse de la muchedumbre, y los empleados permitieron que se subiera con ellos en el coche, al lado de la caja, pero el traqueteo del camino hacía que se golpeara con no demasiada violencia sobre el techo del automóvil.
Mirando la caja y recibiendo los golpecitos, le dio la sensación de que su padre continuaba atizándole después de muerto, como un cid cabrón y sinsentido.
Al llegar, los tres sacaron la caja con un chirrido molesto. Él sabía que su padre no dejaría de hacer ruidos nunca, y que seguiría oyéndolos de madrugada, esos gritos de demolición, esa presencia segura del muerto, como cuando a un manco le duele un brazo inexistente.
“No te callarás”.
Dos empleados del ayuntamiento ya habían sacado los restos de la abuela. Minúsculos, apenas se mantenían los huesos en una estructura entera y frágil. Parecía que sólo tenía huesos y ropajes, como si hubiera pasado por encima del cuerpecito luctuoso toda una guerra civil.
Uno de los hombres le dijo que no mirara, pues para meter el cuerpo dentro de la caja de su padre tendría que quebrarlo y tal vez no fuese una visión fácil de abandonar.
A él no le importó, y el hombrecillo, puro profesional, partió el esqueleto de la pobre arcaica, primero en dos trozos, para posteriormente subdividir los diferentes huesos hasta que todos cupieron en la caja.
Su padre recibió los huesos partidos de la abuela con la misma indolencia con que partía los de su mujer. Con una inercia mortecina, la apaleaba por la cena tibia, por el rechazo a su sexo de aguardiente o por opinar sobre la otoñada.
Una vez introducida la caja con el ángel y el demonio dentro, los operarios tapiaron el agujero con ladrillo visto, para, cuando se pudiera, disponer una lápida como dios y el crédito manda.
Cuando todo el mundo se marchó, pensó quedarse un tiempo en soledad, mirando la tumba, pero se sentía como un espantapájaros en una avenida tumultuosa, así es que se despidió de su abuela sabiendo que ni en los Santos Benditos volvería ni siquiera para cambiar las flores que nadie ha puesto.
Cansado, aturdido, recobrado infantil, se tumbó en el camastro para valorar esta nueva libertad, incómoda, inesperada y salvaje, propia de Estocolmo.

EISENBERGER
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:38:36 am
Aire



Aire... Que bien se siente. Quien lo diría, ya no hay miedo, ya no hay dolor, ya no hay angustia o tristeza. Me siento libre de todas esas pequeñas pero enormes emociones que dominan la mente humana.
Recuerdos con violencia invaden mis ojos; mis primeros pasos ¿Sera posible qué sea yo? Que ilusión... Que alegría. Continua. Mis primeras palabras ¡Madre! ¿Si me vieras en este momento tan lamentable dirías algo bueno, algo que calme la desesperación de mí ser? Lo dudo. Padre ¿Te he defraudado también? Mi viejo, cuanto hace que moriste, aun hoy ninguna cosa ha causado un dolor tan grande y profundo como tu partida. Un niño no está preparado para ver morir a su héroe.
Aire... Sigue llenando mis pulmones, tranquilízame, haz que no duela ¿Cuánto daño he causado? ¿Lágrimas? ¿Estoy llorando? Hace cuanto no lo hacía.
Aire... Déjame levitar un momento más en tu corriente, arrúllame unos segundos más. Mi primer amor, cuanto te ame, tanto que ni el número total de latidos que da un corazón en toda una vida podría acercarse.
Desamor, lo recuerdo bien, dolió, pero aprendí que nunca debía aferrarme a las personas, solo a mi familia, solo a mi madre, mi única amiga, mi confidente ¡Vieja cuanto te amo! Pido que me perdones por todo lo que he hecho, no seré el mejor hijo del mundo pero al menos siempre te dije lo mucho que te quería y lo que hacía era por ti, para que estuvieras siempre bien.
Aire... Se acaba el tiempo ¿Verdad? Gracias, muchas gracias por darme la oportunidad de arrepentirme, de llorar, de sentir. Gracias por aceptarme en tu seno, aunque sea solo por un momento.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me lance del puente?  No importa, No importara más. Padre, Madre, mundo, aire, gracias por todo pero no estaba preparado para llevar sobre mí la carga de hacerlos sentir orgullosos, ni seguir con la carga de mis demonios, que hoy han ganado, me han devorado.
Suelo... Abrázame, abrázame tan fuerte como puedas, no dejes que me duela, mátame tan rápido como te sea posible. Por fin este ciclo se cierra. He matado tanta gente con mis manos y con ellas decidí acabar con mi vida.
¡Oh santo juez!, no permitas que mi muerte sea violenta, no permitas que mi sangre se derrame, Tú que todo lo conoces, sabes de mis pecados, pero también sabes de mi fe, no me desampares… Ya eso es un chiste, una mala broma que  al fin se termina.

Busujima Jorge
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:51:12 am
LA PREGUNTA



Los pies del hombre se columpian con un movimiento regular e hipnótico. A unos dos metros de los pies y otros tantos de una pared apenas intuida en la oscuridad que la oculta, el chico, estupefacto, continúa inmóvil; tan sólo sus ojos se mueven, al compás que marcan los pies pendulares…
Hasta que la gravedad cumpla con su ineludible tarea, el cuerpo del chico permanecerá rígido, en la misma postura. Su mirada, en cambio, seguirá oscilando hasta que los pies del hombre dejen de balancearse. Entonces, el chico alzará la cabeza hacia el resto del cuerpo desnudo del hombre, y observará las concentraciones de pecas que en algunas zonas oscurecen la pálida piel del hombre, brillante por el sudor que la cubre.

El chico continúa sin poder mover los pies. Ni las manos. Desde su boca y a través de su barbilla se desliza un hilillo de baba que a intervalos de unos veinte segundos se precipita sobre su muslo izquierdo…
Al cabo de varios minutos, el chico conseguirá erguirse levemente. A continuación, arrastrando los pies, sin dejar de mirar el cuerpo del hombre, se desplazará hacia atrás, hacia la pared invisible situada a su espalda. Despacio, se alejará del centro de la habitación, del cuerpo, hasta que choque con una silla que no podía ver y que le hará perder el equilibrio y caer al suelo. En ese momento, el miedo se adueñará de su mente.

Por eso ahora, quieto su cuerpo sobre el suelo, en el mismo lugar en el que ha caído después de tropezarse con la silla, las manos del chico, trémulas, gritan el miedo acumulado durante horas, el mismo miedo que su boca no ha podido exteriorizar desde que descubriera el cuerpo desnudo del hombre…
No obstante, el chico se tranquilizará, gracias al paso del tiempo, después de varios minutos. Intentará entonces levantarse. Mas no podrá conseguirlo, pues un temblor remanente le impedirá alzar su cuerpo. Por ese motivo, se deslizará sobre el suelo de madera. Pero ya no lo hará hacia atrás, sino que se dirigirá hacia su izquierda, para así poder llegar hasta la puerta de la habitación. Allí, tras apoyar la espalda sobre ella, se detendrá.

 El chico está ahora sentado; permanece quieto y casi en silencio: lo único audible es su respiración, todavía vertiginosa…
Pero su agitado respirar se irá normalizando. Y a la vez que esto suceda, levantará su mirada hacia el cuerpo inerte que cuelga frente a él. A pesar de que conocerá su identidad, observará el cuerpo tal y como se mira algo por completo desconocido. Más tarde, tras dejar de mirarlo, desviará sus ojos hacia una brillante mancha sobre el suelo. Intrigado por el aspecto de ésta, se preguntará por su naturaleza, por su origen. Y un extraño escalofrío recorrerá su cuerpo. Además, inquietantes imágenes bombardearán su mente. Sólo cuando transcurran cerca de treinta minutos, asomarán en su rostro las facciones tranquilizadoras de la soñolencia, se cerrarán sus párpados.

De repente, al otro lado de la puerta, comienzan a oírse golpes, gritos, lamentos. El chico abre, con sopor y pereza, los ojos. Antes de ver el cuerpo del hombre, comienza a recordar. En un primer momento cree que todo ha sido un sueño, pero alza la vista y allí está el cuerpo desnudo. No es un sueño. Mientras tanto, los porrazos, los chillidos y los lamentos van incrementado su contundencia, su furor y su patetismo…
Los ruidos sólo cesarán cuando la puerta se abra de pronto, cuando, tras golpearlo, arroje al chico hacia el centro de la habitación, hacia el cuerpo desnudo del hombre. Entonces, sin darle tiempo a reaccionar, unos enormes brazos lo arrancarán del suelo. Fugazmente, el chico verá a su madre bajo el umbral de la puerta recién abierta, y le sorprenderá su rostro lleno de lágrimas, casi desconocido. Después, fuera de la habitación, en el pasillo abarrotado, también verá fugaces semblantes que no será capaz de reconocer. Tampoco, con sus oídos, descifrará el rumor que emanará de las bocas de esas caras informes.

Todos esos recuerdos empezaron a presentarse en cuanto cerró tras de sí la misma puerta que unos treinta años antes lo había empujado hacia el cuerpo que entonces colgaba desnudo en el centro de la habitación.
Dentro de la habitación, una débil claridad cenital asomaba entre las junturas del maltrecho entarimado del piso superior. Una penumbra similar a la de aquel día ocultaba la geometría de la estancia, por eso sólo cuando sus ojos se acostumbraron a esa iluminación se adentró, con pasos firmes, en ella. Cerca del centro de la habitación, examinó el suelo. Aún relampagueaba en su cabeza, aunque sin misterio ya, la imagen de aquella mancha, la misma que durante muchos años envolvió su pensamiento con un halo interrogante y enigmático.
Mirando tanto a su alrededor como al techo, situó el centro exacto de la habitación. Dos pasos hacia delante le bastaron para colocarse en él. A continuación, se quitó del hombro la bolsa que portaba consigo y, tras apartarse a un lado, la puso donde acababan de estar sus pies. Se dirigió entonces hacia una mesa situada junto a una pared. Con ambas manos la arrastró hasta ponerla delante de la bolsa, que levantó del suelo y apoyó sobre la mesa. Después, abrió la bolsa y sacó una cuerda que llevaba ya varias semanas preparada para cumplir con su dramático cometido.
Seguro de sí mismo, con la cuerda entre las manos, se encaramó a la mesa. Ató la cuerda a la viga que dividía simétricamente una de las dimensiones de la habitación. Se cercioró de la firmeza del nudo y, después, saltó al suelo, desde donde la contempló. Consumada ya su metamorfosis, la cuerda parecía resignarse a cumplir con su nuevo papel, como si conociera el inevitable desenlace.
Sin más dilación, comenzó a desnudarse, abandonando la ropa sobre una esquina de la mesa. Una vez desnudo, volvió a mirar el suelo. Buscaba de nuevo algún exiguo rastro de aquella mancha. Pero fue en vano, pues el tiempo había borrado todo vestigio físico de aquella imagen que en su memoria aún permanecía perfectamente definida tanto en sus contornos como en sus matices. Con el recuerdo de la mancha velando todo lo demás, volvió a subirse a la mesa. Con rapidez, colocó el lazo alrededor de la blanca piel de su cuello sudoroso y lo apretó con fuerza. Acto seguido, sin pensarlo, sin dar tiempo a que un leve atisbo de duda ensombreciera su decisión, saltó de nuevo, al vacío.
En esta ocasión, sus pies no llegaron a tocar el suelo.

Mientras su cuerpo cae, imágenes de lo acontecido aquel día estallan, como una traca, dentro de su cabeza: las caras y las voces inefables, el rostro desfigurado de su madre, los brazos protectores que lo arrancaron del suelo, el cuerpo desnudo, la enigmática mancha… Sin embargo, está tranquilo, pues sabe que en menos de un segundo encontrará la respuesta, que la sentirá en su cuerpo brotando desde el centro de su cuerpo, aunque sin saber que eso ocurrirá justo después de ver balanceándose otra vez ante sus ojos el blanquecino y pecoso cuerpo desnudo de su padre.

Antuán Di Beisa
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:52:43 am
Armano



Salí a trabajar a los 21:00 horas de un día lunes, solo con mi herramienta lista, caminaba por la renga, antes de llegar a la estación del metro, me compré un sándwich de lomo con queso, una coca cola y unos sobres de café, para el sueño. Me subí al último vagón del convoy, caminé tras un hombre de traje elegante y porte distinguido que me ayudó para hacerme invisible, le revisé los dos bolsillos del abrigo y no había nada, que desperdicio de tiempo y riesgo innecesario, al mirar hacia abajo me percaté de un maletín que estaba abierto e introduje mi mano y tomé con firmeza un estuche plástico, tomé el bulto y lo metí en mi mochila por un cierre que está por abajo de ésta, así puedo meter los objeto robados por debajo y sin necesidad de sácamela.
Me  bajé en Portales, caminé unas cuadras y entré a un bar en Barros 13, fui al baño me encerré en un cubículo y me senté en el trono, abrí el estuche y encontré ocho fardos de billetes de 20.000 pesos, calculé al ojo tres millones por paquete, es decir 24 millones de pesos, era mucho dinero, debía ser cuidadoso en no llamar la atención de nadie.
De regreso en la pieza donde vivía, me cercioré que nadie me siguiera, y escondí los paquetes de dinero bajo el piso en una caja de seguridad metálica que tenía enterrada. Era segura, guardé el dinero y solo tomé un poco, pagué el arriendo como de costumbre y compré alimentos en el almacén vecino, pagando también lo que adeudaba.
Me dirigí al taller de un maestro, que antes ya me había hecho algunos trabajos, para pedirle unas estructuras metálicas para un plan que tenía planificado con tres meses de vigilancia.
En el centro de Metro, estaba el Banco Meridiano, que poseía una de las mayores colecciones de diamantes del país, y otras extranjeras, eran dos mil 500 piezas, cada una del tamaño de una lenteja, hacían cinco kilos de peso en total, cantidad suficiente para caminar con ella en el cuerpo unas seis cuadras lineales, hasta llegar a la estación del metro tren y seguir a Mitodea en donde podría esperar ofertas de los posibles compradores, que te castigan un porcentaje del precio estimado, y el resto te lo entregan en una cuenta en las islas Talos.
El plan estaba calculado de tal forma que las variantes eran controlables, es una de las ventajas de trabajar solo, si bien decían que no se puede abarcar todos los ángulos del robo, con uno basta para poder realizar el golpe limpio, sin rastros ni huellas que te delatan al poco tiempo.
El primer sábado de cada semana, era de aseo y mantención general en el banco, ya que debía ser ventilado y pulido todo el piso de palmetas de ónix azul. Las cámaras de vigilancia eran intervenidas por 10 minutos, y los sensores de movimiento también, solo que en diferentes tiempos, lo que hacía más difícil poder evadirlos. Siempre dentro del Banco algún dispositivo de rastreo estaba esperando la retribución de sorprender algún atrevido u  osado que  quisiera violar la seguridad y hurtar en silencio el preciado botín de diamantes sin marcar, es decir puros e irrastreables.
El golpe de Armano no estaba anunciado en los bajos fondos, nadie en el hampa de metro sabía del atraco al banco y eso le daba una ínfima ventaja ya que los soplones de siempre no darían la información por favores de la policía, delatando y quemando el botín, como le llamaban al fracaso de un plan.
Armano controlaba una vez más la sincronía entre su reloj y el del guardia de la entrada principal. Se desplazó por el interior de las instalaciones traseras del banco, abrió una alcantarilla que estaba sellada con soldadura, Armano fingió un trabajo de contratistas tres días antes en la zona de la alcantarilla con papeles falsos de orden de trabajo, y la liberó del sello cortando con acetileno, luego ordenó el lugar sacó los letreros de trabajos en la vía y se retiró, dejando un letrero de prohibición sobre la tapa de la fosa para que no se estacionaran.
Abrió la tapa con cuidado y la cerró desde adentro sin emitir ruido, bajó por las escalera y llegando al túnel principal caminó 25 pasos en dirección sur este con brújula en mano, y marcó una cruz justo sobre su cabeza, ese era el lugar donde estaba -según sus cálculos- la caja fuerte con los diamantes. Armó una mesa mecano con barras de magnesio livianas y fuertes, luego montó sobre ellas una mesa de cuatro metros con inclinación hacia una fosa inferior por la cual circulaba todo lo proveniente de los baños de este lado de la avenida.
Armano deslizó una pequeña y portátil plataforma que colgaba desde un perno incrustado en la tapa de la alcantarilla, ésta recibiría la caja fuerte con los diamantes, las alarmas se activarían al momento de detonar los explosivos, pero el sistema de vigilancia estaría en modo manual, entonces el desafío era hacer que la explosión no fuera percibida, para lo cual Armano dependía de los amigos de la construcción aledaña.
Hace dos semanas en un café cercano al banco donde Armano navegaba en internet y vigilaba los itinerarios de los cambio de bóvedas, escuchó a un capataz de la empresa constructora que el día sábado a las 20:00 horas se detonaría una carga de explosivos controlados para derribar un viejo molo de roca que estaba ocupando el centro del bandejón que separaba al banco de la constructora en acción. Armano al oír esta noticia se infiltró en los casilleros de los capataces en horas de trabajo disfrazado de auxiliar de limpieza y tomó un cronometro en el que insertó un sincronizador automático que enviaría una señal de microondas al detonador del explosivo del banco detonando así las dos cargas simultáneamente, la del molo y la que él tenía bajo la bóveda del banco. Luego tendría 10 minutos para acomodar la caja en una balsa que navegaría entre hediondeces humanas hasta un canal que descargaba en la costa este de la ciudad, en las agua del mar.
Armano estaba esperando con todo en posición listo para recibir la explosión cuando escuchó que un policía de la ciudad despejaba la calle para comenzar el conteo para la explosión. Al llegar a tres se escuchó un ruido que estremeció toda la calle, ahora el tiempo era oro, antes que las cuadrillas de inspección lo descubrieran, recibió la caja que estaba justo en el lugar calculado por Armano, se detuvo en la mesa de polines y se deslizó hasta la plataforma que la descargó en la balsa, ésta se hundió más de la planeado, pero aun podía flotar, la corriente la impulsó y se perdió en la ***** que flotaba, era un viaje de tres kilómetros que duraba unos 15 minutos a 30 kilómetros por hora, por precaución ató una cuerda con dos globos que le servían como flotadores.
Armano desalojó la alcantarilla cien metros más al este en donde nadie ponía atención, se sacó el overol y los guantes, se subió a su jeep y se dirigió hasta al mar, al llegar al solitario y pestilente lugar vio que la cuerda ya había llegado, se tiró al agua inmunda y tiró de la cuerda con todas sus fuerzas recibiendo un vendaval de porquería, junto con la caja que aun flotaba en la balsa inflada color amarilla con un delfín dibujado en un costado. Retrocedió con el jeep hasta ponerlo en posición en el cemento del borde del canal, abrió las puertas traseras y descolgó un brazo de tubo metálico del que colgaba  una cadena que en su extremo tenían un gancho de acero, la engancho en la manija de la caja  fuerte y comenzó a tirar hacia arriba, un tecle la levantaba como si pesara solo unos kilos, la lavó con una pequeña hidrolavadora a presión, la introdujo dentro del jeep  cubriéndola con una lona negra, desechó en la profundidad del estiércol todos los elementos de apoyo que le habían fabricado y se retiró.
Tomó la carretera principal hasta Costa Brava, entró al boulevard y se estacionó en un edificio de apartamentos frente el mar. En avenida La Marina arrendó un departamento en el piso 24, tomó una ducha, se cambió ropa y contactó a un ex trabajador  retirado de la empresa que fabricaba las cajas.
Elías se había tenido que jubilar obligado por la empresa a los 50 años, aún tenía hijos estudiando. Armano lo siguió hasta un café cercano donde se juntaba con otros retirados a buscar posibles clientes, trabajaban sus autos particulares como taxis ilegales, y cuando no estaban frente al volante jugaban dominós hasta la hora de la cena. Armano esperó que Elías terminara su día, y lo interceptó en una banca donde esperaba el bus para ir a casa, se acercó con una gran sonrisa y le dijo a Elías, “señor si tienes necesidad de trabajar yo puedo darte un trabajo que harás solo una vez y luego jamás nos volveremos a ver, ahora solo necesitas desactivar los sistemas de seguridad de una caja marca Torrington Unites, si lo logras podrás cambiar de vida”. Elías respondió a la pregunta de Armano, “mira debo saber qué hay dentro de la caja, antes de abrirla, de lo contrario no hay trato”. Armano quien había invertido casi tres días en buscar al pobre diablo que ahora de pronto se ponía difícil, exigiendo saber que había dentro de la caja, no toleró la condición de Elías, lo miró con ira y le dijo que no podía revelar el contenido y que mejor se marcharía a casa con la caja en su jeep.
Elías miraba como el jeep de Armano se retiraba doblando en la esquina y entrando a toda velocidad por la salida a la autopista, Elías tomó su celular y llamó a la policía de Marina, contestó una operadores del 911, Elías les explicó de una jeep el cual cargaba una caja de seguridad negra y muy pesada, que estaba en dirección sur por la interestatal hacia Northshore, color negro y con placa de Marina, 90 T – 00 H. La policía notifico a Elías que había una recompensa de un millón de dólares, por quien diera su ubicación, el sargento Rooster, le indicó a Elías que estuviera atento por si el control carretero confirmaba su información.
Armano conducía en dirección a un taller donde le había hecho trabajos antes, sin preguntar y rápidos, de pronto una patrulla se apegó a su vehículo y un helicóptero lo seguía a baja altura, al verse encerrado por una barricada con cinco autos policiales y una camioneta del sheriff y el alguacil estatal, pensó en huir y tirar la caja algún río pero ya era tarde, al detenerse su rostro lo acusaba, un policía le abrió la puerta del auto sacándolo y esposándolo.
El alguacil ingresó el código de seguridad abriéndola para revisar que los diamantes se encontraban en su lugar, en eso los propietarios de los diamantes y los del Banco víctimas del robo le indicaron al alguacil que llamara a la central para que hicieran efectivo al pago a Elías por el dinero en forma inmediata, un millón de dólares americanos, mas doscientos cincuenta mil dólares por parte de la compañía aseguradora quien recompensaba de esta forma  si se recuperaban todas las piezas
Elías, miraba como su pequeño hijo Simón de 6 años jugaba con la arena del cálido mar de San Diego, su mujer lo miraba y sabía que su marido había hecho lo correcto.

Pablo Paz
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:54:01 am
LA VISITA



Sólo, contemplando una piedra fría que encierra tanto. El gélido viento quiere acompañarme en mi sufrimiento. Por fuera puede que no se note, pero por dentro una brutal tormenta zarandea mi barco.
No encuentro un rumbo, perdido sin tu luz que ahuyentaba esas fieras que  acechan personas ocultándose en el fango.   
A veces la rabia me cede sus trajes, y los visto como el alma tus recuerdos tornados en tatuajes.
Desde la foto me miras sonriente y me duele hasta sostenerte la mirada...¿por qué a los buenos se los lleva la muerte y los mezquinos mantienen una vida despreocupada? ¿Por qué si estás muerto te siento presente siguiendo mis sueños en ésta vida falsificada?
Cuando todo está oscuro siempre quedan tus consejos, para no olvidar quien soy en éste mundo de disfraces y complejos. Máscaras y sueños superfluos, dónde se prefiere el tacto del cobre al de los besos.
Maldigo a la muerte porque ni siquiera te dejó despedirte; por jugar conmigo trayéndote en sueños para que así al despertarme vuelva a perderte.
Hoy mi cuaderno solo recibe lamentos en forma de textos cual niño con sus enojos. La luna conoce tanto mis secretos que emite suspiros cuando ve que escribo con la tinta de mis ojos.
Decido abrazarme a la lluvia cerrando el paraguas. Dejo que su tacto me acaricie confundiéndose con las lágrimas. Quisiera decirte tantas cosas...quisiera darte tanto las gracias que apenas atino a encontrar las palabras.
Coloco las flores y seco tu foto. Aparece tímida una sonrisa caída en batalla en un tiempo remoto.
Me quedo quieto con el absurdo deseo de que el pasado vuelva y te traiga de nuevo a mi vera; quieto, cómo un árbol desnudo y nevado soñando con la primavera. 
Me despido. Arrastro los pasos hasta la salida. El olvido no es una opción cuando te sangra tanto una herida.
Otro día más en un mundo descolorido. Te quiero tanto aita...tanto o más de lo que siempre te he querido.

Hasta siempre

J.STARK
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:55:43 am
TRAS EL RASTRO



Tenía muchas maneras de salir del atolladero en el que se había metido; lo había hecho inconscientemente, casi sin darse cuenta, como drogado por el correr del tiempo, en una dosis perfecta que anula cualquier conato revelador tentando la realidad.

Como cualquier mundano podría recurrir a la más drástica para borrar del mapa el insignificante lugar que llena con su pesada carga. Pero también despertar y quebrar en mil pedazos el tubo de ensayo de la pócima que contiene el veneno adulador. Saldría corriendo del laboratorio buscando por los pasillos oscuros en forma de laberinto la puerta que abriría al coliseo.

Allí, en plena luz del día con un sol abrasador saludando con los dos brazos alzados, mirará a la princesa, exponiéndose con ello a ser enviado a ser devorado por buitres gigantes amarrado de las cuatro extremidades, consiguiendo por el contrario su amor instantáneo llamándolo a ocupar junto a ella su trono.

Y sería el rey consorte de un reino endiablado y embrujado, en el que el pueblo servil y esclavizado habría puesto en él sus ojos, para librarse y romper las cadenas que lo devolverían a la libertad.

Pero él fue el primero en tener que romper las suyas para escapar del encanto  hechizador de la soberana. Tras una noche de desenfrenado amor y cuando ella sucumbía al sueño, él salió de los aposentos para asomarse al gran balcón desde donde se divisaba la gran capital del reino. Desde ahí saltaría al paso de un gran águila en el que sobre su lomo se agarraría para ir en busca de la bahía azul, de donde zarparía en una gran canoa empujada por delfines hacía la isla de la ilusión. Pero en la bahía antes de zarpar debía romper las normas de vigilancia en torno al palacio del Gobernador, desde donde la injusticia premiaba a sus séquitos de secuaces piratas con el saqueo y pillaje de las humildes aldeas de las costas.

Con la llave de oro que abría la gran puerta del mundo de los sueños llegó a la isla de la ilusión, donde el dragón rojo que escupía bocanadas de fuego defendía la gran puerta. Pero no llegó sólo a la isla, en su travesía se le habían unido tres hermosas sirenas que con sus espigadas colas apagarían el fuego del dragón botándole agua. Ya solo frente a la puerta tuvo dudas, momento que aprovechó un enjambre de grandes avispas para robarle la llave.

De qué había servido tanto esfuerzo cuando teniendo tan cerca el sueño todo se había esfumado, el amor, la ilusión. El futuro ya solo prometía volver al pasado, para recuperar la lanza de madera con la punta bien afilada en busca del fiero león y quitarle el antílope que con su pequeño grupo de cazadores habían conseguido como regalo de la Madre.

En la oscuridad de la noche y de la caverna, alumbrados solo por el fuego prendido a golpe de unir sus manos y dos palos de madera, el grupo concentra con sus plegarias a las estrellas del firmamento toda la fuerza salvadora para él. En la mañana deberá enfrentar al león que les roba la comida y los atemoriza en la recogida de frutas y madera.

Cuando estaba siguiendo la senda del león tras las huellas frescas volvió a tener otro momento de duda, pero ya era tarde, el león con su majestuosa melena estaba detrás preparado para atacarle; había descuidado la retaguardia, cuando más concentrado debía de estar, y ya no había tiempo de volverse y lanzar su lanza afilada sobre el corazón del animal.

El sonido del monitor quedó estable, la intermitencia y las ondas desaparecieron, como la vida. 

Antusas
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:56:49 am
Finca Los Galanes

 

Hace tiempo que veo los tejados de lo que debe ser una vieja casona emboscada tras un bosque de encinas. Los veo cuando voy en coche por la N-420 camino de Daimiel. Siempre digo que tengo que acercarme hasta allí para ver de qué se trata. Pues bien, ayer decidí que había llegado el momento. A la altura de los Ojos del Guadiana, abandoné la N-420. Metí el coche por un sendero de tierra que continuaba por un trazado irregular, sombreado por un puñado de robles, y que se desvanecía tras una curva para adentrarse en el encinar. Detuve el coche en el sendero durante un instante y tomé algunas fotografías del entorno. Hacía calor, el cielo era nítido y muy azul. A la izquierda se extendía una llanura triguera, a la derecha un pequeño campo de maíz. Continué hasta llegar a una curva que dejaba a la derecha una casa de hechura simple y grandes proporciones. La casa estaba abandonada desde hacía tiempo. En su momento debió de ser una especie de silo, ya que tenía ventanas abuhardilladas en la parte baja del tejado. Las puertas de madera se mantenían cerradas, a pesar de haber sufrido durante años el rigor de un clima tan cambiante. Allí disparé algunas fotos. En ese punto del camino se bifurcaba el sendero. Tomé el ramal de la izquierda que continuaba por el bosque de encinas. Pasado un minuto apareció a mi izquierda un muro amplio, de altura considerable, rematado con teja castellana. Y en su vértice, por un torreón de planta cuadrada que le daba al conjunto cierto aire señorial. Junto a un portón clásico flanqueado por dos faroles (era sin duda la entrada principal al recinto), había una placa de cerámica en la que podía leerse: Finca Los Galanes. El sendero acordonaba el muro, así que continué por él. En seguida supe que me estaba alejando de la zona noble de la residencia, ya que del otro lado el muro estaba desportillado y carecía de tejas en la parte superior; incluso estaba deshecha la base de uno de sus vértices. A ambos lados del sendero había aperos de labranza suficientes para tres o cuatro tractores. Llegué a la parte posterior del recinto. Allí había dos vertederas y una grada desperdigadas por el terreno. También, una cosechadora y dos segadoras de gran tamaño estacionadas una junto a la otra. El muro estaba dividido en su mitad por un portón sencillo. Frente al muro había una explanada con varios árboles separados entre sí por unos metros, rematados en la base por algunos brochazos de pintura blanca. Había también una caseta para perros que era la miniatura de una casa manchega. Detuve el coche para observar el conjunto. No cabía la menor duda de que se trataba de una finca de un tamaño considerable. Me preguntaba quiénes serían sus propietarios, cuando un hombre delgado, vestido con ropas de campo y una cazadora vaquera, abrió el portón lo justo para asomarse junto con un perro que andaba a su lado. Al perro le caían por el hocico babas transparentes. El tipo me miró en silencio. Tenía pinta de no gustarle los desconocidos, así que arranqué el motor y rodeé los árboles pintados de blanco para tomar el sendero por el que había venido. El tipo avanzó unos pasos y mostró sin disimulo una escopeta de dos cañones, que yo supuse estaría cargada. Aquel tipo debía ser el guardés que se ocupaba de custodiar la parte trasera de la finca. De pronto me pareció que me encontraba en el lejano oeste americano. Lo saludé con la mano y tomé el camino de regreso. El perro siguió al coche con la mirada, enseñando los dientes. Al llegar de nuevo al muro principal, pensé tomar alguna fotografía del portón antiguo, también del torreón, pero dudé, ya que sabía que me encontraba dentro de una finca privada. Imaginé que las personas que habitaban el lugar estarían acechándome a través de alguna ventana (que yo no veía), y puede que esas personas no fuesen especialmente hospitalarias con los forasteros. Tal vez, salir del coche a tomar unas cuantas instantáneas no fuese, en realidad, una buena idea.

Josefa Mendoza
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:58:01 am
Verde


                           
Para Aurelio.

Estaba calmada y tranquila, calientita también, sentía que tenía contacto con todo y a menudo veía a otros en esa misma condición y sonreía con la idea y fingía que se estiraba cómodamente aunque nunca se movía de su sitio.
Los cambios empezaron un día sin previo aviso, le hacían cosquillas; en las otras semillas llegaron primero, grietas, brotes, raíces... y antes de que se dieran cuenta estaban convirtiéndose en una cosa descolorida que quería salir de casa. Rarísima idea hasta ese momento para todos.
Algunas no lo lograban, algunas ya no volvían, algunas se desesperaban en el intento y desaparecían al final fundidas en la tierra; otras se estiraban más y más hasta lograr salir bien alto y una vez allá, sus raíces ya no hablaban más con Ella.
No supo por qué empezó más tarde que las otras; las otras que se reían divertidas e ignoraban las raíces más cortitas y seguían en lo suyo. Ella gritó y pataleó con sus raíces nuevas y cortitas, ya no era divertido como antes
Y de tanto gritar y patalear se quedo sin palabras y sin crecer como las otras. Escuchó de lejos como las otras se reían por fuera, pero las raíces no le hablaban más y eso la dejo muy triste, como si estuviera varada.
Hasta que apareció Verde.
Al principio ella no tenía idea de quien era Verde o de donde venía exactamente, sólo sabía que se había aparecido y le gustaba; le gustaban su voz y sus risas, y le gustaba que le hablará, entonces sus raíces hacían cosquillas de la emoción y todo parecía más bonito, hasta lo que no lo hubiera sido.
Verde llegaba sobre todo los días de lluvia, le contaba por donde viajaban las gotas, le describía la ruta que recorrían afuera, deslizándose por los troncos, le hablaba de su sonido al caer, de lo resplandeciente y perfecto que era ese sonido.... entonces Ella se emocionaba, reía y estiraba raíces y lengua para poder pescar gotas juntos. Con Verde todo era más divertido.
Había días en que Verde no aparecía... si pasaban muchos días Ella se sentía sola, sin gotas y raíces con cosquillas y sonrisas y escuchaba de nuevo las raras risas de las otras riéndose de su capullo blandito y sus raíces cortas, y de pronto, de nuevo se quedaba sin palabras.
Cuando Verde volvía la regañaba por quedarse sin palabras y volvía a explicarle todo de nuevo, y volvía a llover, siempre volvía a llover y volvían a pescar deliciosas gotas de sonidos perfectos.... Verde le contaba historias, muchas historias, y sus palabras siempre terminaban por regresarle las palabras.
Un día Verde le dijo que debería ir afuera, crecer como las otras, lo dijo así tal cual “Debes crecer y salir” y fue como si con esa frase diera el asunto por zanjado y Ella se quedó pensando mucho en eso, todo el día, acarició la tierra alrededor y miro las raíces lejanas de las otras, pero no se emberrinchó esa vez, ya no quería quedarse sin palabras. Y tampoco quería quedarse sola, sin Verde, sin ver la luz.
Esperó a la lluvia, que era cuando por inercia estiraba las raíces... y empezó a intentarlo, se estiró y atrapó gotas de lluvia, se estiró y sintió cosquillas y mariposas y brisa y calor y ganas de ser verde.... y se estiró y las risas de las otras, que al principio habían sonado muy nítidas, se acallaron... se estiró y le pareció que sabía y entendía cosas que le había contado Verde de la lluvia y la luz... se estiró y se acordó de todas las historias de Verde, le pareció oír su voz y se dio cuenta de que nunca había estado lejos de arriba.
Y se llenó del impacto de la lluvia, del aire, de la luz, de una sensación curiosa que era de todos los colores y todas las texturas y sabia a sabores que nunca había probado, y con los primeros rayos de luz que recibió se echó a reír.
Y entonces, apenas unos milímetros por encima de la tierra, miró a su alrededor... olvidó a las otros y miró hacia arriba, muy alto siguiendo la línea del tronco de un árbol y se encontró a Verde transformado en gigante que casi tocaba el cielo.
Y se rieron felizmente ambos, del aire, de las gotas, de la luz... y así Ella se fue llenando también de palabras, de sensaciones y de colores... de blanco, de amarillo, de rosa, de rojo... y de verde.

Sofía Castro
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 09:59:36 am
Invierno



No sería justo decir que era el invierno más frío de los últimos años. Era un invierno más. Todos son fríos. Supongo que no importa tanto. No viene al caso, o tal vez sí. Hacía frío y no recuerdo que me importase mucho. Tampoco recuerdo cuando fue la última vez que algo me importase realmente. Sé que suena egoísta, pero la verdad es que poco influye en el mundo lo que a mi me importe o deje de importarme. Desde hace ya un tiempo yo no me meto con él y él no se mete conmigo. Hemos pasado los últimos treinta años manteniendo distancia. Me refiero ciertamente al mundo y yo. Creo que la única cosa que he mantenido conmigo del mundo exterior es el recuerdo de ella.

Como decía, aquel invierno fue frío. Tal vez sólo haya un par de cosas más que pueda decir de ese invierno, una es que fue el momento de mi vida en que todo se alineó, esa especie de momento en que cada partícula del universo parece encajar y todo se nos revela de una forma absolutamente clara. El bien y el mal se entrelazan en una parafernalia única a la vez que cada hito entre la concepción de una interrogante y su respuesta desaparece por completo. La luz se enciende dejando ver la oscuridad que había en su ausencia y todo, absolutamente todo tiene un sentido. La otra cosa que pasó ese invierno fue que me quité la vida.

Aquel invierno llevaba ya un año lejos de la mujer más hermosa que haya conocido. Tan hermosa que sería un pecado intentar describirla. No me refiero sólo a su increíblemente dotada imagen. Mujeres bellas hay muchas, hermosas algunas… como ella… no lo sé. Pero lo que me cautivó fue su luz. Sólo con estar allí iluminaba cualquier lugar en el que se encontrase. Era difícil estar cerca de ella y no perderse en su delicada belleza, pero más difícil era dejar al menos por un momento de admirar su corazón, su inteligencia, su elocuencia… y… ese algo… ese algo que parecía transformar cada cosa y cada ser a su alrededor en algo mejor.

Aquel invierno llevaba un año lejos de ella. Durante el día intentaba ilusamente distraerme en la inevitable sucesión de la cotidianeidad, jamás lo lograba. Por la noche recordaba cada uno de los momentos que pasé con ella. A veces, cuando el corazón me lo permitía y la fortaleza estaba de mi lado, miraba su foto y allí me quedaba sin tener noción del tiempo.

Aquel invierno dije, todo se alineó frente a mí. Parece poco coherente. Podría haber dicho que esto ocurrió dos años atrás de aquel invierno, lo cual no deja de ser cierto. La primera vez que la besé todo pareció cobrar sentido y el mundo entero se me presentó como algo hermoso y tuve la certeza de que había encontrado el camino. Pero, es verdad también, aquel invierno, luego de estar tanto tiempo lejos de ella volví a tener ese momento de claridad y constó en darme cuenta que ese mismo instante no era un momento sino mi vida entera.

Aquel invierno me quite la vida.

Han pasado treinta años. A decir verdad no llevo la cuenta, bien podrían ser más. Lo que recuerdo es un beso que fue diferente a todos los besos. Unos ojos que fueron diferentes a todos los ojos. Una mujer a la cual le prometí que siempre iba a estar a su lado sin importar nada.

No sería justo decir que fue el invierno más frío de los últimos años. Fue un invierno más.

Un invierno sin ella.

Como dije, aquel invierno me quite la vida… y se la entregué a ella.

Es todo cuanto recuerdo. Es lo único que importa. Luego, sólo queda este trozo de papel… el frío y la muerte. 

Pittamiglio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:01:01 am
LA LLAMADA DEL PROFETA


 
   El combate del siglo se celebró el 30 de noviembre de 1974 en Kinshasa entre el campeón de los pesos pesados George Foreman y el aspirante Muhammad Ali. La diferencia de edad entre ambos, el primero era siete años más joven, y la controvertida carrera personal y profesional del segundo, vaticinaban una victoria aplastante del Gran George. Todo parecía transcurrir según lo previsto hasta que el octavo round Muhammad Ali noqueó a su rival tras una izquierda en uppercut y una derecha recta. Había nacido el boxeador más grande de la historia.
   Aquella noche vi el combate por televisión. El boxeo no era el deporte que más me entusiasmara, pero la publicidad hecha por la BBC hizo que nadie en Londres se lo perdiera. Ciertamente la idea de celebrar una pelea por el título mundial en África y, en medio de la selva, se me antojó cuanto menos exótica. Sin embargo, un amigo mío decía que aquel combate simbolizaba algo más profundo, algo así como la lucha del ciudadano negro occidental contra sus propios orígenes africanos. No aposté todo mi dinero por Ali, pero llegué a darme cuenta de la ventaja que supone jugar en casa.
   Cuando se retiró Muhammad cuatro años más tarde supe que era el momento. Dejé mi nombre atrás, mi carrera musical y mi vida, y comencé a vivir una segunda juventud libre de ataduras materiales y sociales. La religión me salvó de una existencia vacía, hipócrita y superficial y me dio la oportunidad de volver a sentirme nuevo y limpio. Ninguno de mis amigos entendió la decisión, me veían viejo para intentarlo, de vueltas de todo, pero no sabían que no tenía nada que perder y en cambio mucho que ganar. Aquel no fue el final de mi carrera, sino el comienzo de mi verdadera vida.

Relato homenaje a Cat Stevens, también llamado Yusuf Islam

Black Dog
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:02:00 am
Pasiones Colectivas



Cada noche, con la primera fresca, mis labios devoraban su piel rugosa. Acostado sobre la hierba húmeda, ella me correspondía con dulces caricias que se derretían lentamente sobre mi lomo. Cada uno de sus gestos borraba todo signo de temor, calmaba el picor de las heridas que marcaban mi cuerpo maltrecho. Sus manos agrietadas llevaban a mi paladar aquel sustento que derretía con la saliva. Después, guiaba mi boca al encuentro del manantial donde me amamantaba hasta calmar toda mi sed. La contemplaba callado mientras tanto y atisbaba en sus ojos el placer. Una vez saciado, lamía su cara y susurraba alguna cosa en muestra de mi eterna gratitud. Disfrutaba tanto de su compañía que en el transcurso del último roce ya ansiaba nuestro próximo encuentro.

En acabar conmigo, repetía el mismo ritual con todos y cada uno de mis compañeros. No hacía distinción de aspecto, de color, de olor, de tamaño, ni tan siquiera de sexo. No le importaba el tiempo que pasara, sus tiernos movimientos no denotaban prisa alguna, ni tampoco que alguno pudiera sobrexcitarse en la espera, ella tenía atenciones para todos. Se empleaba con una energía inagotable. La felicidad brillaba en su cara al ver en la nuestra una tranquilidad y una satisfacción que aportaba algo de sentido a nuestro vagar, una débil luz a nuestra oscuridad. Finalmente, aunque colmados, el desánimo se cernía sobre el jardín cuando ella se despedía hasta el siguiente día.

La espera hasta el reencuentro se hacía tan larga que en algún momento de mi existencia decidí seguir sus pasos por el día. Solía agazaparme frente a la clínica a la que acudía todas las mañanas, a sabiendas del riesgo que suponía para alguien de mi especie. Estaba acostumbrado a esquivar los continuos zarandeos y las amenazas de la muchedumbre que por allí pasaba. Sin embargo, mi resistencia se veía recompensada cuando la volvía a ver. Siempre vestía el mismo harapo negro y sus cabellos alborotados custodiaban un rostro al que se le advertía el largo pasar del tiempo. Después de permanecer unos minutos dentro de aquel centro, salía sujetando dos bolsas de importante tamaño. En alguna ocasión, mi torpeza hizo que me divisara, pero antes de que pudiera acercarse ya había huido por alguna callejuela, confiando en que me hubiese confundido con otro.

Con algo más de discreción la seguía por un itinerario que difícilmente cambiaba. Por la mañana recorría descampados, casas abandonadas, alguna obra y jardines, donde su fiel clientela la esperaba con ansia. Tal y como lo hacía con nosotros, aplacaba la sed, el apetito y el abandono de aquellos necesitados con sus deliciosas atenciones. Mi paladar se deshacía al ver en aquellas caras ese cúmulo de sensaciones, lo que me tentaba a hacerme pasar por uno de ellos. Nunca lo hice, sabía que aunque fuésemos muchos, ella podría diferenciarnos perfectamente.

De vez en cuando, con rubor e impotencia tenía que ver cómo su labor era increpada por algún vecino molesto que no dudaba en imponerse con violencia o con llamar a la policía. Ella, indefensa y asustada, huía arrastrado su petate, con el amargor de haber dejado a medias su labor. De los que no la recriminaban recogía el azote del silencio, la marginación y la burla. No puedo comprender como el ser humano era capaz de repudiar a un corazón capaz de reconfortar a tantos.

A la hora en que el sol brillaba en lo más alto del cielo, se guarecía en un bloque de pisos situado cerca de nuestro hogar. El portal del edificio estaba completamente destrozado, atestado de vidrios rotos, escombros y un hedor a putrefacción que envolvía toda aquella zona y que casi me hacía perder el sentido. Deambulando por allí debía extremar mi cuidado. No sólo tenía que preocuparme de sortear jeringuillas o cristales de botellas, sino que además debía ser prudente con la gente que por allí acechaba. A uno de mis compañeros le cortaron el rabo unos jóvenes del barrio. El único motivo, el puro divertimiento, la fascinante sensación de someter al débil a las garras del poder, el aplastamiento como emblema del miedo. Tras divisar aquella triste realidad donde habitaba mi sustento, regresaba al jardín.

Una de aquellas tardes, con la primera fresca, nuestra impaciencia parecía desbordarse ante la idea de no reencontrarla. Agitábamos con violencia nuestra cola, como si se nos escapara la vida. Cuando llegó al jardín, me percaté de sus torpes movimientos al andar. Observé sus pómulos salpicados por el color morado y sus labios donde lamía los rastros de sangre de un profundo corte. Sin embargo aquellos golpes no mermaron la alegría de su semblante al repartir el pienso que devorábamos y el agua cristalina con la que refrescábamos nuestros gaznates. Tras una sesión de mimos más larga de lo habitual, se perdió entre las sombras mientras las lágrimas surcaban su rostro marchito. La pesadumbre de haber consumido nuestro último encuentro se adueñó de mí y comencé a llorar desconsolado.

Así fue. Al día siguiente no apareció ante la puerta de la clínica veterinaria, ni tampoco pasó a dar de comer a otros callejeros como yo. Aquel día no recibió ninguna mirada de rechazo, ni nadie la echó a empujones de su jardín. No entró al portal donde apenas subsistía, ni se mezcló con el hedor que la embriagaba. No fue nadie a preguntar cómo murió o quien la mató, ni mucho menos a despedirla. Nadie pensó en si tendría algún enser por reclamar. Sólo los gatos acudimos a decirle el último adiós. Sólo en nuestras mentes vive aún su recuerdo. Sólo en nuestra piel caldea aún su ternura.

Rafalé y Olé Guadalmedina
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:03:01 am
ELLA Y ÉL



¿Cuántas veces al día se puede pensar en alguien?

Él lava las tazas que ensucian los dos. Algunas veces, usan la pava eléctrica de ella para calentar el agua. Otras, la cafetera blanca de él, recién comprada. Los dos toman el café con edulcorante.
Casi siempre, la rutina los obliga a compartir solamente un momento. A eso de las ocho de la mañana, cuando todos han arrancado su actividad habitual y en la oficina reina un silencio único, propio de otro lugar. Nada de teléfonos, ni alarmas o llamadas del jefe por el intercomunicador.
Ese instante es sólo de ellos. Nadie los interrumpe, nadie los molesta.
Él no sabe si ella siente lo mismo.
Cree que no. Porque en cuanto termina su café, ella vuelve a su pequeño cubículo, con una sonrisa. Enciende la radio, hojea papeles, usa el teclado de la computadora.
Desde su silla, él puede verla casi todo el tiempo. Y retiene en sus pupilas cada gesto, cada guiño, cada mirada cómplice.


¿Cuántas horas al día? ¿Seis? ¿Ocho?
¿Las horas que sueño con ella también cuentan?

A veces, él lava las tazas solamente con agua. Sólo las enjuaga, pero un día a la semana baja hasta la cocina de la empresa para usar esponja y detergente. Las limpia y las seca con mucho cuidado. Son muy frágiles. Siente que están a punto de romperse.
Como el rostro de ella. Como sus manos, siempre tan frías.
Algunos días, él la descubre cuando ella se escapa a fumar, detrás del edificio. Puede contemplarla desde su ventana. Se asoma, como distraído, desde el tercer piso y la observa. En ocasiones, empapada por la llovizna gris.
Tal vez ella no se da cuenta de que la está mirando. De que esos segundos son los únicos que valen la pena para él.
Tampoco sabe que él se jura, cada madrugada, empezar a evitarla. No buscarla tanto, concentrarse en su trabajo, dejar de distraerse… Pero cada mañana a las ocho, él vuelve a encender su cafetera. Y cada día, como en los últimos seis meses, de lunes a viernes, elige esperar. Esperar por ella.


¿Cuánto tiempo puede pasar hasta que la persona más especial entiende lo que significa para uno?

Ella no usa maquillaje. Ni aros, ni pulseras. Solamente una pequeña cadena de plata, alrededor de su cuello.
Su ropa es simple, oscura. Nada que llame la atención. Viste botas de color negro, tal vez gris.
Todos los lunes, él le regala un chocolate. Sólo ese día. Lo deja en su escritorio, escondido en el primer cajón de la derecha. Ella nunca le agradece. Pero sabe que es él y le sonríe de una manera distinta el día que comienzan la semana de trabajo.
Él espera esa sonrisa desde el viernes a las siete de la tarde, cuando terminan su horario. Sus fines de semana se han convertido en el prólogo de los lunes. Sábados y domingos, él habla solo frente al espejo del baño. En su cabeza, crea pequeñas listas con temas nuevos de conversación. Recuerda las frases que ella dijo en los días anteriores y las repasa. Las medita. Trata de encontrar en ellas algún indicio, alguna pista. Una pequeña esperanza.
Aún no la encuentra. No sabe si tiene tiempo pero va a intentarlo. Aunque ella no sospeche nada.


¿Se puede ser amigo del amor de tu vida?

A veces, muy temprano, se encuentran por casualidad a unas cuadras de la oficina. Se saludan con un beso. Ella sonríe, él se acomoda -nervioso- el nudo de su corbata.
Caminan en silencio. Él no sabe de qué hablar, pese a haber preparado durante la cena un mar de preguntas para ella.
Porque ama preguntarle. Sobre su vida, sus cosas, su familia. Sus amigos, sus salidas. Sus clases de piano. Lo que come, lo que bebe, la ropa que le gusta, la música que escucha. Si prefiere leer, bailar o hacer deporte…
Recuerda que una sola vez la escuchó cantar, al seguirla a escondidas por uno de los pasillos de la empresa. Con su voz mágica. Como salida de un cuento de hadas.
No se cansa de escucharla. Para él, el tiempo es infinito al lado de esos ojos del color del horizonte. Las horas se congelan cuando mira su boca. Sus labios pálidos, el pequeño espacio entre sus dientes, la forma de su lengua, sus pecas.
Muchas veces sueña. Sueña con ella. Con su tibio perfume y su aliento a cigarrillo. Con el ruido de sus pasos al bajar las escaleras. Con su cintura y sus piernas en el mar, en una playa, en una isla desierta. Con su pelo, negro y lacio, mecido por el viento.
Otras, calla. Aprende a amarla en silencio. Sabe que, a veces, es mejor de esa manera. Y abraza el dolor de saberse imposible. Imposible él para ella. Imposible ella para él. Son tan distintos, tienen tan poco en común pero igualmente… él ama cada segundo compartido.


¿Se puede extrañar tanto a alguien hasta que el cuerpo empieza a doler?

Ella no se imagina lo que él llega a sentir. No podría creerlo. Jamás lo sabrá.
Sin embargo, a veces, él se siente tan cerca… Sí, ella debe saberlo. Ella lo sabe. Sabe que él no se anima, que es un cobarde, que ya tiene una familia y nunca va a dejar todo por ella.
O no, tal vez no lo sepa. Tal vez crea en la amistad entre los dos. Tal vez piense que en la vida hay muchos como él, que saben escucharla, que pueden caminar a su lado hablando de sus novios, de sus amigos, de todos sus problemas.
Él nunca va a animarse a preguntarle si se siente sola. Si alguien más la quiere como él. Y piensa. Piensa mucho. Piensa qué va a ser de él cuando ella termine su pasantía y se reciba.
¿Lo dejará solo? ¿Buscará otro trabajo? ¿Algún lugar donde le paguen más y no tenga un compañero enamorado desde el primer momento en que la vio? Si ya es capaz de odiar los viernes, no quiere imaginarse si llega ese día.
No quiere imaginarse su trabajo sin ella. Su vida sin ella. Sin la esperanza, sin la promesa de ese amor imposible.


***


El primer lunes sin ella fue horrible. No pudieron despedirse. Incluso ella faltó a la cena que organizaron en su honor para su último día de trabajo.
Él tampoco fue. No quiso ir y verla rodeada de otros besos y abrazos.
Ahora sólo piensa en cómo organizar los pedazos de su vida que se fueron derrumbando estos últimos meses.
Él sabe que va a seguir amándola. Soñándola. Esperándola. Lo sabe y se muerde la lengua por cada palabra que no se atrevió a pronunciar. Sabe que va a seguir pensando en ella desde el primer suspiro de la mañana hasta la noche, cuando saluda a su esposa con miedo de confundir sus nombres.
Solo como nunca, se sienta en su escritorio. Enciende la computadora. Comienza a ordenar sus papeles y en el primer cajón de la derecha encuentra un chocolate, envuelto en papel de regalo.
En algo se parecen. Los dos odian las despedidas.

Aurelio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:11:03 am
Historias de Lisboa



Caminar sobre los adoquines de Lisboa hacia el barrio alto sobre tacones de aguja con 3 mojitos en el cuerpo no es tarea fácil, especialmente cuando se quiere impresionar con antiguas batallitas al chico de turno, intentando mantener el equilibrio, o cuanto menos la verticalidad.
Él me pidió que le hablase de mayor lío en el que me había metido con mis padres siendo adolescente. Contextualicemos: yo siempre fui una niña buena. Era la chica de azul en el colegio de monjas (calcetines y coletas…). En realidad en realidad, fui la niña de gris y granate en el colegio del opus, pero esto son detalles sin importancia. Lo que nos interesa para esta historia es que nunca me metía en líos. Pero cuando un chico mono te mira y no ve nada más en un radio de doscientos kilómetros, y lo notas, hace calor, y  es verano, y te gusta que te mire, y que te siga mirando… entonces hablas, y sigues hablando, y echas mano de esa historia que sabes que le gustará oír y a ti sentir que él escucha.

I

Yo tenía dieciocho años y mi padre decidió que debía estudiar ingeniería, pues a él le había ido muy bien con eso y todos sabemos que los padres quieren lo mejor para sus hijos. Y lo mejor para los hijos es exactamente lo mismo que lo mejor para los padres. Así que hice la maleta y me fui a Madrid. Pocas faldas cortas y mucha ropa de esa que invita a sentarse ante el flexo y conseguir ese hermoso color azulado tan de moda entre la dinastía de los Austrias. Me fui con un presupuesto detallado, más del cincuenta por ciento estaba dedicado a libros, pero con lo bien que funcionaba la biblioteca de la Politécnica terminé gastándomelo en Zara, desayunos en el Vips y copas en Cats.
Todo esto se lo ahorré en mi relato a Mr Love. La historia para él comenzó directamente en aquellas copas en casa de mi amigo Mateo. Antes de llegar a la capital, quedar en casa (o jardín, o portal) de alguien, llevar botellas y beber como si no hubiera mañana se llamaba “botellón”. Pero no en Madrid. En Madrid eso eran “copas”. O “copasss” en idioma local. Pues bien, allí estábamos en las copasss de Mateo, los de siempre. Y nos encantaba conocernos todos, coincidir invariablemente las mismas caras, y por qué no, las mismas conversaciones pseudo-intelectuales (el eufemismo es intencional). En el ambiente de la habitación convivían la incondicional nube de humo -en aquella época fumaba todo el mundo- con otra aún más etérea, de palabras como Cortázar, Mali, exámenes, gin tonic, Serra, Koolhaas, comunismo y elOchoahavueltoapencarme –porque en la universidad uno nunca suspende, le suspenden a uno.
Mi amiga Candela me había pintado la raya en el ojo, y yo me sentía Elizabeth Taylor en Cleopatra.  Haciendo un esfuerzo por ver más allá de las 3 capas de rímel que llevaba en las pestañas, me pareció que al fondo del salón, en el balcón que daba a Alcalá, había un tío despeinado, en camiseta, fumándose un porro. No, imposible. Nadie salía con camiseta el viernes por la noche.
Me faltó tiempo para cruzar el salón con 2 zancadas y acercarme a hablar con él. La ventaja de ser chica es que no tienes que decir nada ocurrente, simpático o interesante; basta con respirar y sonreír. O eso creía yo hasta conocer al chico alternativo. “Hola, soy Chloé”. No sé cómo describir su reacción. Fue una especie de expiración sonora que hizo las veces de acuse de recibo. Rollo, “te he escuchado y no me interesa saber más”.
“Eres amigo de Mateo?”
“Somos primos”.
Vale, el chico alternativo no es muy hablador. Ahora estoy frente a él y se gira noventa grados para exhalar el humo por la ventana. ¿Es que no se ha fijado en mis ojos de gata este mamarracho?
Presa de la desesperación le suelto un “con esa pinta no te van a dejar entrar en ninguna discoteca”, clásico recurso para chinchar al niño que te gusta en el parque cuando tienes siete años, muy maduro.
Como diría mi amiga Daniela en el más puro español guayaquileño “no me paró bola”, y como no hay nada que nos motive más que ser desoído, solo hizo que yo ganase interés. Y finalmente, como por arte de magia, decidió dedicarme más de dos palabras. Cinco para ser exactos: “Me voy temprano a Roma”.
El corazón me dio un salto. Roma, la ciudad eterna –podría haber algo más romántico que “ir a Roma”?
Como mi provocación había funcionado la primera vez, no se me ocurrió otra cosa que decirle: “¿Y ya te vas a dormir? Qué aburrido!”.
Podría haber preguntado diecisiete cosas interesantes. Podría haberle contado que siempre soñé con ir a Roma. Que me apasiona el arte y que yo una vez también vi cine independiente. O que mi madre quería llamarme Sylvia tras ver a Anita Ekberg bailando en a Fontana di Trevi mientras Marcello buscaba leche en la ciudad desierta. Pero no. Resolví en decir esa bobada y supe que jamás me volvería a dirigir la palabra el chico alternativo. Tan-ta-na-nan. Dramón. Final sin esperanza de la mayor historia de amor jamás escrita. The End.
Me sentí tan estúpida que me di la vuelta como intentando no hacer ruido para esconderme en alguna esquina tras rellenar de Beafeater la copa medio aguada. Y de repente le oí decir “porqué no te vienes conmigo”.
Un momento, rewind, ¿qué ha pasado?. Confundida le pregunté “¿cómo?” y me explicó que su amigo Ramiro se había comprado el billete hace tiempo, pero su padre le había regalado entradas para el clásico y era tan merengue que no se lo perdería ni loco. “Seguro que jamás has hecho nada que no estuviese planeado. Yo te invito” me dijo sonriendo.
Cuando sonreía sus ojos casi desaparecían de la cara y yo pensaba “es guapo de llorar”. No sabía si me tomaba el pelo, pero estaba tan fascinada que no importaba.
Yo tampoco salí esa noche. Hablamos unos veintiún minutos (que pueden haber sido diecisiete o treinta y tres) en los que no aprendí nada de él. Más que una conversación fue un monólogo que podría titularse “frases inconexas de una Chloé alterada y aturdida”. Y antes de las dos de la mañana me fui a hacer la maleta.
Contextualicemos: se trataba de una época en la que viajar era algo mucho más romántico, en la que el contrato de viaje envolvía menos tecnicismos y menos abogados escribiendo en letra pequeña. Si Ramiro había comprado un Madrid-Roma que no iba a usar, no había ningún problema con que yo me presentase en su lugar.

II

“Así que te fuiste a Roma con un chico, tus padres se enteraron y estuviste castigada todo el verano?”
“No Señor Amor, la historia no termina aquí”.
Mi amigo americano estaba impresionado.  Mr Love me conocía bien y me di cuenta de que le había sorprendido esa espontaneidad, así que continué por esa línea.
Roma fue un sueño. Su organización caótica me fascinaba: ropa tendida en los balcones, vespas a punto de atropellarnos a cada paso, gritos, gestos, cornisas, materiales nobles, chianti y helado.
Mi chico alternativo (sí, llevábamos un día y medio juntos y ya era MI chico) era  artista.
Tenía la suerte de tener talento. Tatareaba interminablemente letra de tantas tanciones (perdón, canciones) como venían a su cabeza. Me contó que en Madrid iba a la escuela de bellas artes y ahora lo que más le interesaba era la iconografía asiática.
Me pregunto si se daría cuenta de que yo le miraría con la misma cara de boba si me hablase de fútbol, que no me podría interesar menos.
“Siempre quise ir a la India” me dijo con la boca medio llena de pizza de prosciutto.
“Puaj y punto” es lo que yo habría pensado frente a cualquier otra persona. Más por el hablar con la boca llena que por el mal olor que me imaginaba que tendría India, a donde no tenía ningún interés particular en ir.
“Pues vayamos mañana” es lo que dije, en tono desafiante y seductor.

III

“¡No me digas que te fuiste a la India!”
Mr Love había dejado de admirar Lisboa. Estaba tan profundamente imbuido en mi historia que poco faltó para que se lo llevase por delante el tranvía.
Por el camino cambiamos el rumbo y entramos a tomar una copa en la “Pensao Amor” en un barrio no tan alto. Yo necesitaba hidratación por el calor y el esfuerzo físico y mental, y la música de mano de una mujer sexagenaria que me hacía pensar en una abuela hippie no estaba nada mal. Así que resolví en terminar más pronto que tarde el relato y dedicarme al copeo y el baile con mis siete sentidos.
“Hoy me parece una locura, pero sí, nos cogimos un avión y nos plantamos en Delhi”.
Le conté que el país me produjo tanto placer como aturdimiento, le conté que me sentí sobreestimulada, le conté que comí curri hasta reventar, le conté que me pinté las manos de henna como los turistas alemanes que se compran en España camisetas de “I love Torremolinos”, le conté que me picaron todos los mosquitos del país, le conté que comencé a tener escalofríos y dolor de cabeza, le conté que entré en coma. Le conté que contraje malaria.
Me desperté totalmente desorientada y con un dolor muscular terrible. Soportar el calor era difícil, y aguantar las náuseas aún más. Y aquí comenzó el lío con mis padres: no podían imaginarse que estaba en otro continente.
Me aterraba la posibilidad de no despedirme de ellos, de decepcionarles como último recuerdo. Me empeñe en volver a España de inmediato, pero ninguna compañía aérea me dejaba volar hasta que no me hubiera recuperado. 
Resulta que el chico alternativo podía saltarse cualquier control aduanero, y que en control de pasaportes eran más bien laxos con su familia, pues su padre era diplomático. Entonces me lo propuso: Chloé, casémonos y así podrás salir del país con mi documentación”.

IV

Mr Love podría ser un extranjero en Lisboa, sufrir una leve deshidratación (que es una manera elegante de decir ebriedad), tener voluntad de creerse todo lo que un chica medio española medio francesa le cuenta una noche de verano en Europa. Pero no tenía un pelo de tonto. No tardó en poner esa cara de escepticismo con la que cerró el telón del teatro que yo acababa de improvisar.
Creo que mi historia se metamorfoseó en telenovela justo en el momento que decidí embarcar en Fiumicino rumbo al aeropuerto con nombre de aquella famosa primera ministra.
Me encanta inventar, pero siempre he detestado a los farsantes. Desde el momento en que alguien se cree un cuento, se convierte en una mentira, así que siempre me acabo confesándome demasiado rápido o contando algo tan ridículamente absurdo que mi interlocutor se ve obligado a abrir los ojos y desenmascarar  mis patrañas.
“Mi vida no tiene grandes historias interesantes de las que hablar Mr Love, pero yo siempre tendré historias que contarte”.

Silvia
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:12:26 am
LA MISMA ISLA



“La condición de nómada está asociada a escapar de la historia, la opresión, la ley y las obligaciones agobiantes, a un sentimiento de libertad absoluta”
Wallace Stegner, The American West as Living Space.
Del cielo caían infinitas gotas de lluvia. Ya tenía todo listo para partir. El bolso, con algunas mudas de ropa, algo de comida, su libro favorito y la foto de su difunta amada, a quien recordaba cada día, la causa de su vacío existencial, un agujero emocional era todo lo que había dejado una muerte tan prematura e inesperada que además lo había alejado de toda su familia. Finalmente el capitán del barco indica la entrada de los pasajeros a bordo y él entró precediendo la fila y eligió el mejor asiento al lado de la ventana para poder ver el movimiento de las olas. Era la primera vez que viajaba. Todo el mundo le había hablado de la isla como un paraíso sobre la tierra, las playas cristalinas, el sol radiante cada día y ninguna razón para la melancolía. Estuvo horas, días, semanas, meses hasta que decidió que lo mejor era partir, alejarse de la gente tóxica que lo rodeaba, la rutina del mundo, el malestar de la gran ciudad. El viaje fue bastante ameno, aunque nervioso pudo disfrutarlo, sentía la ansiedad controlándole cada músculo de su cuerpo, la expectativa, la incertidumbre, estaría solo, a la deriva, como nunca se había enfrentado a sí mismo.
Después de dos horas de viaje llegaron a puerto, no hubo demasiadas personas que descendieron con él: una joven vestida con ropas sueltas y una guitarra, otro hombre con la barba crecida desde hace meses y la apariencia de odiar el agua, un africano lleno de anillos y pulseras plateadas que brillaban en su piel y una mujer seria que daba la impresión de que ya conocía ese lugar y que era habitué. Los largaron como perros callejeros y el barco zarpó de nuevo, los otros viajantes en seguida emprendieron su rumbo sin vacilar. El crujido del mar retumbaba en la selva que se imponía en frente de sus ojos, se encontraba parado sobre una pequeña extensión de arena y el resto era una incógnita a resolver.
Los primeros días se sucedieron rápidamente, sólo se dedicaba a construir su choza para poder dormir por las noches y a buscar alimentos en los altos árboles que lo rodeaban. De noche se escuchaban animales por doquier y se sentía menos solo, pasaba horas nadando en el mar, nunca volvió a ver a los otros cuatro que descendieron junto a él, parecía que la tierra se los hubiese tragado. Para su sorpresa, se sentía demasiado cómodo y vivía tan naturalmente como si esa fuera la única vida que conociera y de repente todos sus problemas se hicieron humo. Al pasar las semanas la ilusión fue perdiendo su brillo, comenzaba a tener frío y a sentirse amenazado por el océano inmenso, su estómago rugía por comida y una tormenta comenzó a azotar su pequeña casa. Sin dudar se puso de pie, incapaz de reconocerse a sí mismo, agarró la lanza que había fabricado días atrás y comenzó a buscar entre la oscuridad de la selva esa ausencia de calor humano por la cual lloraba. La lluvia no se detenía pero aún así siguió sumergiéndose en el corazón de la isla. Se detuvo cuando los escuchó. Esas voces que se mezclaban y alzaban como si fuese la danza del fuego, las siguió con sus oídos, era aún más al norte, apuro sus pasos para alcanzarlos. Y de pronto, el silencio. Elevó su vista al cielo, el cielo se había vuelto estrellado nuevamente y ni siquiera se había percatado, al volver su vista al horizonte divisó la luz, voló como una flecha hasta que en un abrir y cerrar los ojos los encontró. Ahí estaban, sentados en ronda alrededor de una fogata, todos vestidos con taparrabos, eran unos veinte y entre ellos estaban el negro, el hippie y la jovencita, inclusive la señora ejecutiva, la única que aún conservaba su traje de trabajo. Todos lo miraban con una sonrisa en sus rostros, él detuvo su vista en cada uno de ellos y a mitad de camino se encontró con su madre:

- Finalmente llegaste, te estábamos esperando, ¿O creíste que te dejaría partir de mi lado? – Ella sonrió también pero esta vez victoriosamente, como regodeándose del hecho. Se paró y se acercó a su hijo. – Aquí está la señora Simmons, - dijo como hablándole a un niño y señalando a la dama de traje - no te preocupes, estarás en buenas manos, tomá tus cosas que nos vamos.

Quedó atónito, la mirada perdida y sin más fuerza en su cuerpo, la lanza cayó de sus manos, su cuerpo también permaneció inmóvil como su alma. Y se dejó llevar, porque no podía enfrentar tanto peso, tanto poder. Siguiendo las miradas del resto de los presentes creyó ver a su amada ¿Creyó? No, la vio de verdad. Pero ya era tarde, se encontraba acostado en su cama acolchonada, sentía el olor a comida recién hecha de su madre, el bolso que había armado para partir estaba ahora a un lado de la puerta de su habitación, la gente tóxica que lo rodeaba, la rutina del mundo, el malestar de la gran ciudad, la doctora Simmons hablándole como a un loco y recetándole pastillas para olvidar, para tranquilizar, para aliviar, para dormir.

Gaviota
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:13:33 am
El hotel



   El viejo se quedó sentado sobre la cama sin hacer nada. Mano sobre mano, no sabía que hacer. Pasó un rato infinito mirando, desde un lugar muy lejano, una de las paredes, la que tenía en frente. Por fuera, él era noventa y dos años que tiraban como buenamente podían a ningún lado, simplemente intentando seguir igual algo más de tiempo. Por dentro, tenía miedo en aquel momento. Estaba acojonado, y también triste, y nervioso. Se hubiese puesto a llorar, pero no acababa de cruzar ese umbral y lo habían educado en que eso era de ser un blando, cosa impensable. Se sentía vacío. Lo nuevo lo pasaba por encima y un instinto de niño pequeño lo mandaba estarse quieto, callado. Hubiese dado un Potosí por volverse invisible o transportarse a un sitio conocido y seguro, a casa, por ejemplo, y allí ponerse a ver la tele en paz.
   La **** verdad (que la verdad suele serlo) es que el sitio no era malo, pero eso no importaba mucho. Él había estado en agujeros mucho peores, dormido en el suelo y gastado días y noches en lugares infinitamente más apestosos. “Parece un hotel”. Ese rosario se lo habían repetido un millón de veces para convencerlo y hacer que pusiera buena cara. Describiendo la habitación, todo estaba en morados muy relajantes y lleno de la fría impersonalidad que a un cuarto le suele impregnar la decoración profesional estándar: la cama, el váter limpio con olor a desinfectante y adaptado, el diseño cuadriculado, los cuadros con fotografías de paisajes… Como fuera, no dejaba de ser un establecimiento en el que se aparcaba a la gente, algunos definitivamente, a esperar al tío de la guadaña. Sólo unos pocos estaban por temporadas, temporadas en que las familias tenían compromisos, imprevistos y despropósitos debiendo usar la “perrera para viejos”.
La senectud, el personal en blanco sanitario, las conversaciones en el pasillo o la sala de estar entre ancianos dementes en sillas de ruedas con superpuestos monólogos inconexos y delirantes, las pastillas, los pañales y demás materiales, las comidas con especificaciones (ligeras, con y sin azúcar, papillas); todo eso se fundía en un crisol triste. Un buen sitio para un final, o mejor dicho, para el final y simplemente un sitio, ni bueno ni malo, sin la épica de las películas, con demencia, orina, enfermedad y deterioro. En unos años nadie se acordaría del viejo, de que estuvo allí, de que ninguno de ellos pasó por allí. La humanidad solo recuerda a Julio Cesar y compañía. Quizá sea porque siempre fue mejor un mártir que una vieja gloria.
   Alguien, uno de los trabajadores de la residencia, llamó a la puerta, pasó adentro y le dijo que iban a servir la cena. El bajó despacio y se sorprendió cuando le asignaron un sitio determinado. Era cerca de la puerta y quiso creer que era un asiento especial, no que se los asignaban así en función a la comodidad para tenerlos bajo un cierto control. La cena no fue memorable, pero el postre eran unas natillas. ¡Algo es algo! Después, y hasta que le avisaron que debía irse a la cama, estuvo en la sala de la televisión esperando que pasase el tiempo otra vez. No podía hablar con nadie porque no tenía confianza y sufría de la maldición de estar bastante lúcido (para su edad, como solían comentar) en un ambiente dónde eso no era regla; el estigma del tuerto, rey o no, en el país de los ciegos. Subió a su habitación, se puso el pijama y se metió en la cama.
No podía dormir. En lo oscuro todo le parecía más amenazador, más inquietante. Se intentaba consolar en que solo iban a ser unos días, hasta que se pasase la boda y su familia volviese a por él. Fue una noche muy larga.

Alejandro Montemar
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:14:45 am
Si se puede



-¡Si pude!, y eso que decían que no lo iba a lograr, que el vino era más fuerte que mí voluntad… ahora les puedo decir; ¡veánme!, todos son unos pesimistas, nadie me creía capaz; hoy estoy sobrio y ya van dos meses que así estoy, que bien me siento, no lo niego, si extraño esos efectos que me hacían sentir diferente, que mis problemas se veían pequeños, que al otro día claro que iba a hacer cosas que había dejado inconclusas. ¡Si pude dejar al alcohol!; dudaban de mi, todos pensaban que me iba a ir a la ruina, que destruiría mi matrimonio, el respeto de mis hijos, pero no, ¡sí pude!; con la voluntad se pueden hacer cosas y hoy la mía es que no lo volveré a probar; 20, 20 años estuve atado a él, hoy, de golpe… lo abandono.
Que meses aquellos en que para ti, esposa mía, los días eran normales: podías ir de compras, al súper, divertirte en el parque con nosotros, tu familia; y yo mientras tanto no dejaba de pensar, de esperar un momento, de apartarme de tu vista para ir a corriendo a la vinatería; lo que sentía correr libre por mis venas era vida para mí, que importaba tu rechazo, o el de mis hijos, el mal olor que salía de mi boca si yo solamente pensaba en el tranquilizante efecto etílico.


Lunes temprano, empieza la semana;
no con agrado pero reconozco que el día se ve distinto
sí sobrio despierto.

No eres tan difícil de librar,
y a veces me haces falta;
Vino, ¿qué voy a hacer contigo?,
te extraño, siento que te necesito para escapar de la realidad y poder soñar,
no queriéndome enterar de ¿por qué hay gente que sufre demás?;

Cuando no estás, al otro día me levanto muy bien sin ti,
me siento liberado de no haber en tus redes la noche anterior caído;
cada vez que me sobrepaso me haces odiarte a la mañana siguiente.

Vino...
¿qué voy a hacer contigo?. 



Yo que estaba enfermo, que creía que sin él no había diversión en alguna reunión familiar, en alguna fiesta, que equivocado estaba; hoy es un nuevo día de ganarle a la vida, de hacer grande este momento porque otra vez estoy sobrio, ya no tiemblo, ya no tengo que esperar un descuido de mi mujer para un trago dar, ya no tengo que esconder mis botellas, ah, soy otro, ya no estoy nervioso.
Tengo –ya lo demostré- voluntad, no soy su esclavo, ya me liberé; me prometí que lo iba a dejar y sé que no es mucho tiempo, dos meses no son nada, pero por algo se empieza, que bien me siento. Sí, lo reconozco, necesité una motivación, algo que fuera más fuerte, algo que me hiciera recapacitar, lo reconozco; ese niño –gracias a él- lo que los grandes no pudieron, ese chiquillo sí, él y ese semáforo que no vi –estaba tan ebrio- ese rechinido de llantas que de nada sirvió, él al hospital fue a dar y a mi me encerraron en este lugar; junto con mi vergüenza y soledad; decían que no podía que el alcohol, que siempre iba a estar en mi, se equivocaron; por eso una silla de ruedas al pequeño regalé, ¿qué más podía por él hacer?, es de la mejor,¡ mucho tiempo le va a durar, el tiempo que sea necesario que ahí tendido –mientras viva- él esté..
Ahora por fin el vicio abandoné, ¿verdad que sí pude al alcohol dejar?, decían que no lo iba a lograr, pero todos se equivocaron; dos, dos meses llevo encerrado en este lugar, los mismos que no he probado ni siquiera una gota de vino, veánme, ilusos, hoy sobrio estoy.

Damautefi
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:15:50 am
Prisión de silencio



     Cada día al levantarme eres el primer pensamiento presente en mi memoria, indeleble como un tatuaje, por un segundo imagino que estás a mi lado y el día de pronto se torna más brillante, aunque las gotas de lluvia golpeen en mi ventana y los rayos retumben violentos, rasgando el azul del cielo.  Silenciosa atesoro ese pequeño momento, lo reservo para que perdure el resto del día.  El mundo es un lugar más bello, porque te encuentras en el, cada experiencia vivida es mejor si la acompaña tu recuerdo. 
     Único ha sido el día, en el que mis ojos te conocieron, esa imagen atrapó irremediablemente mi corazón y mi alma.  Desde entonces el amor que siento, crece con cada día que pasa.  Fui descubriendo detalles fascinantes de tu personalidad, incluso tus defectos forman parte de tu perfección, porque ante mis ojos eres el hombre ideal, fui descubriendo la compatibilidad de nuestras almas.  Somos tan similares, incluso viniendo de mundos tan diferentes, opuestos como el día y la noche ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo pueden existir en el mundo dos personas tan compatibles? Como dos gotas de agua.
     Te escucho hablar y puedo jurar, que son mis palabras las que recitas, he estudiado cada pequeño detalle de tu rostro y memorizado hasta la expresión más insignificante.  Tu cara refleja el gozo y el enojo, el desconcierto y el desacierto, incluso ruborizadas tus mejillas, resulta obvio que tus contrastes, brindan el mejor entretenimiento que mi vista puede acoger.  Me deleito contando los lunares de tu espalda, estrellas negras sobre un lienzo blanco y terso.
     Me alegran tus victorias y conquistas, reafirman la calidad de persona que eres.  Me duele tu tristeza y melancolía, ¿Qué no daría por poderte consolar? Prestarte mi hombro si necesitas llorar, darte mi corazón palpitante y arrancarte esa pena que te lastima, borrar el amargo de tu boca con un dulce beso.  ¿No lo sabes mi amor? Lo que estoy dispuesta a darte.  Lo que estoy dispuesta a hacer, para poder aliviar tu pena, para limar las asperezas que corroen la plenitud de tu vida.  Si pudiera cargarlas por ti lo haría, sin dudarlo.  Penitencia haría con tal de verte sonreír.
     Cada cosa que hago quisiera compartirla contigo, sentarnos sobre el pasto verde, mientras el viento nos acaricia el rostro, podría soportar que sus dedos invisibles se metan entre tu cabello, que el calor abrazador del sol roce tus mejillas, mientras yo pueda observarte, con eso me conformaría.  Porque eres la imagen viva de la belleza, que se despliega desde el interior de tu alma, hacia afuera.
     Te he esperado tanto mi ángel bendito, ha sido toda una vida esperando tu llegada, te busqué en cada calle, te esperé cada domingo en la puerta de la iglesia, solo las bancas del parque saben cuantas horas aguarde a que pasaras, que desapercibido te voltearas y notaras mi presencia, con ansias aguardé en la cola del cine, sentada en la barra del bar, buscaba entre el humo y las luces que aparecieras y me rescataras de mi miseria, la miseria de no tenerte.  Horas completas aguardando, pronto se convirtieron en días y después en años, décadas permanecí pasiva, guardando mi vida en un cajón, reservándola para compartirla contigo.  Siempre con la esperanza, un deseo latente de encontrarte a la vuelta de la esquina.  Por eso ahora que te he encontrado, no puedo dejarte ir.
     Que fuerte me has herido amor implacable, que duro has golpeado este frágil corazón, que no sabe amar sino esperar.  Pero tanto es lo que te amo, que podría seguir aguardando por una mirada, en esta vida y en la siguiente.  Tu felicidad es lo que más anhelo, aunque no la encuentres a mi lado, porque tan grande es lo que siento, que estoy dispuesta a dejarte ir, aunque en el acto me destruyas por completo.
     Aún así quedaría una esperanza, porque en mis sueños la sombra de tu recuerdo viviría.  Porque en mis sueños somos tan felices y me amas como yo a ti.  ¿Acaso no es lo mismo soñar que vivir? Mientras sueño, no me doy cuenta que aún duermo, en mis sueños tu vives latente, nuestro amor florece, incluso puedo sentir tu mano tibia tomando la mía, tu boca devorando hambrienta mis besos, tu abrazo asfixiándome en la más hermosa de las muertes, lenta y placentera.  Ahí tenemos una vida, un lugar solo para nosotros, donde el mal no puede tocarnos, donde los cielos se tiñen de violeta y naranja.  Ahí tu me conoces, me llamas por mi nombre, que suena melodioso cuando se desliza entre tus labios.
     ¿Quién puede asegurar que está dormido o despierto? Si fuera así no quisiera despertar, podría permanecer dormida si eso me permitiera estar a tu lado.  Porque un segundo después de despertar, me doy cuenta de la realidad, que se clava en mi pecho como un puñal, que severa es conmigo la realidad, por eso durante el día he logrado imitar, lo que en la noche la inconsciencia me permite presenciar, todo tu ser, el sonido de tu voz, incluso tu aroma, que aspiro, llenando mis pulmones cual si fuera oxígeno, me encuentro soñando despierta, en plena reunión laboral.  Pues no puedo elegir la hora ni el lugar, tú estás donde mi mente está.
     Te respiro al despertar, tu imagen es lo último que veo al acostarme.  Hermosa obsesión que raya en idolatría, porque no solo le he sido infiel a DIOS, también he sido infiel conmigo misma, porque ya no vivo por mí, vivo por ti.  Ingrato amor, que me llevará directo al infierno, haciendo una parada por el purgatorio.  De nada me sirve pasar por el confesionario, porque no es arrepentimiento lo que hay en mi corazón, sino una continua necesidad de adorarte, con cada centímetro de mi ser.  Puedo entender porque la idolatría es un pecado, dejas todo y a todos por el ser amado, dejar tu vida en pausa por el objeto de tu amor.  Porque ese amor insano domina, esclaviza, destruye.
     De hecho el infierno existe aquí en la tierra, porque estoy condenada a una prisión de silencio, estoy condenada a callar, estoy condenada a seguirte esperando, por toda la eternidad.  Daría mi último aliento de vida a cambio de una mirada tuya, a cambio de conocerte, ¿Por qué yo te conozco? Y tú ni siquiera sabes que existo, porque te amo en el sigilo, en la penumbra, a las sombras me oculto, porque no puedo gritarlo.  Porque no abandono la esperanza de que nuestros caminos algún día lleguen a cruzarse, porque camino con la ilusión de encontrarte a la vuelta de la próxima esquina. 

Joanna
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:17:29 am
AMIGO ENEMIGO

 
 
Cuando Miguel despertó le ardían las manos. Había caído boca abajo y sentía un fuerte dolor en piernas y brazos.
A primera hora habían intentando otra vez, no sé cuantas veces lo hicieron durante esos días, asaltar la cota 565. Un punto alto de la sierra de Lavall que habían conquistado los nacionales de la 1ª de Navarra el 1 de septiembre.
Despejado de vegetación y formado casi todo por roca, sin tierra con que cavar trincheras o formar parapetos, todo lo más que podían hacer era ascender por la ladera e intentar asaltar la cota a la carrera después de una o dos horas de martilleo continuo de la artillería propia.
Entre ellos y la cota del demonio había una posición intermedia que llamaban “el castillete”. Un grupo de piedras que permitían, cuerpo a tierra, salvarse de los tiros de los nacionales. Sólo desde allí era posible realizar el asalto final a la 565.
“El castillete” cambió de manos no menos de diez veces en aquellos días de 1938. Al ataque de unos seguía el contraataque de los otros, en un vaivén que nunca definía nada porque costaba muchas bajas.
La noche anterior la compañía de Miguel había tomado por sorpresa el jodido “castillete”. Los cuatro fascistas que quedaron con vida fueron eliminados a tiro de pistola. Echaron sus cuerpos fuera, haciéndolos rodar por la pendiente que había al este, hasta unirse con los del resto de infelices de uno y otro bando que cayeron aquellos días. No se podía tener prisioneros  en un lugar así.
Otros cuerpos yacían entre el castillete y la 565. Era difícil que se pusiesen de acuerdo para recoger a los heridos. Los muertos se hinchaban al sol y desprendían un hedor insoportable.
Después de haber descansado un poco, tras la toma del “castillete”, viendo que los franquistas no lanzaban el esperado contraataque, la veintena de republicanos se decidió a intentar la conquista de la cota. La inacción de los nacionalistas invitaba a pensar que carecían de fuerzas suficientes.
Asomando la primera luz entre las crestas de la sierra, tras un gesto del teniente, se encomendaron al diablo, divididos en dos grupos de diez abiertos a los laterales.
Miguel corrió pendiente arriba como nunca creía que podría hacerlo. El miedo, la necesidad de escapar de aquel infierno y el odio que acumulaba desde lo de Badajoz, le hacían volar entre tanta piedra.
Pero una granada lanzada desde la posición de los franquistas acabó con su carrera dejándole inconsciente e hiriéndole en las manos, haciendo que al caer hacía atrás rodase rompiéndose la pierna derecha y ambos brazos, además de una brecha en la cabeza.
Los demás tampoco llegaron más lejos que él, cayendo uno a uno sin remedio, machacados por los nacionales que habían tenido la suficiente paciencia como para esperar pudiendo acabar así con aquellos infelices sin apenas esfuerzo.
Hacía mediodía un grupo de internacionales que, pese a la retirada decretada por el Gobierno de la República se habían unido a nuestra compañía, retomó el “castillete”.
Miguel, que se encontraba caído hacia mitad de camino entre las posiciones franquistas y el espolón rocoso recién conquistado, despertó y sin ser consciente aún de la situación en la que estaba profirió un fuerte grito buscando ayuda:
-   ¡Aaaaaaaaaaaah! Ayuda… Estoy herido… Ayuda…
-   Cállate **** rojo – le espetó una voz cercana, a no más de un metro, ladera arriba, en tono bajo como no queriendo ser oído.
-   ¿Quién habla? – contestó Miguel en su timbre de voz normal.
-   Que te calles de una puñetera vez, que nos van a matar… Es que no te das cuenta que o los tuyos o los míos como nos oigan nos van a pegar un tiro.
-   Fascista cabrón, te mato…
-   No sé cómo. Llevo un rato viéndote y si no tienes los brazos rotos será milagro. Habla más bajo, ****…- le dijo de nuevo en voz baja.
Al oír eso Miguel comprendió que poco o nada podía hacer salvo bajar la voz.
-   ¿Tú estás también herido? – preguntó Miguel.
-   No te jode. Estoy tomando el sol. Claro que estoy herido. No me puedo mover…
-   Te jodes.
-   Lo mismo digo cabrón.
La conversación se interrumpió por un nuevo bombardeo de mortero y cañones republicanos que no duró más de media hora. Unos tres proyectiles impactaron cerca de ambos.
-   Rojales, ¿sigues ahí? – Volvió a oírse en voz baja.
-   Sí.
-   Mira que sois malos tirando. Lleváis un mes intentando machacarnos y no hacéis más que tirar árboles.
-   Sois unos cobardes. Estáis escondidos como conejos en vuestras madrigueras. Los hombres luchan de frente.
-   De frente lleváis vosotros toda la guerra. Huyendo de frente quiero decir.
-   Si salgo de esta te juro que te busco y te mato, hijoputa…
-   Tranquilízate y guarda fuerzas hasta que vengan a recogernos los míos o los tuyos… Se te va a ir la fuerza por la boca. Ya te buscaré yo a ti…
Miguel perdió de nuevo el conocimiento agotado por el dolor. Cuando la tarde caía y comenzaba a sentirse la bajada de temperatura despertó de nuevo.
-   ¡Fascista!... ¿estás vivo?
-   ¡Hombre! Creía que ya habías estirado la pata, rojales.
-   No, todavía tengo que curarme para poder matarte bien – dijo Miguel.
-   ¿De dónde eres, rojales?
-   Soy de un pueblo de Badajoz y me llamo Miguel, fascista.
-   Yo soy de Pamplona. Fernando. Requeté. Los fascistas son los de la Falange.
-   Sois todos iguales.
-   Los rojos no tenéis ni idea… ¿Qué **** vamos a ser iguales? ¿Sois iguales los anarquistas y los comunistas acaso?
-   Pues no.
-   Pues lo mismo.
-   Pero nosotros defendemos la libertad. Vosotros sois todos unos servidores del señorito, del capital y de la Iglesia.
-   Oye a mi no me sermonees que bastante tengo con mis dolores como para encima tener que escuchar tonterías.
-   Tonterías son las que decís vosotros.
De nuevo la artillería republicana intervino en la disputa haciendo que varios tiros de mortero alcanzasen la zona franquista.
-   Ahora…, rojales…, Miguel…, cuando caiga la noche reza porque se pongan de acuerdo los que mandan y salgan a recoger heridos o muertos, por si nos morimos antes.
-   Yo no rezo a ningún Dios.
-   Pues haz lo que quieras, pero no empieces a gritar otra vez o no lo contamos ninguno de los dos.
En esta ocasión la voz del soldado franquista había sido más débil que la anterior vez en que habían hablado.
Miguel  aguantaba el dolor a duras penas. El instinto de supervivencia le hacía no gritar pese a estar deseándolo.
Sentía su garganta cada vez más seca. No había bebido en todo el día. La sed le parecía incluso más cruel que el dolor producido por la caída.
Ya era de noche cuando escuchó de nuevo al soldado franquista:
-   Miguel, rojales, ¿van a venir los tuyos?
-   Y yo que sé. Pregúntaselo tú.
-   Me echaba ahora mismo un cigarro, aunque fuese un “mataquintos” de esos tan malos.
-   Joder pues yo me echaba ahora mismo un trago de agua tan grande como el Ebro.
-   ¿Es que no sabes que estando herido no hay que beber agua? Se pone la sangre más líquida y sale más deprisa por las heridas.
-   Yo no tengo heridas con sangre.
-   Debes tener hemorragias internas por las roturas y quién sabe si por los golpes no tienes más en otros sitios.
-   ¿Eres médico?
-   Estaba estudiando medicina cuando empezó todo esto.
-   ¿Y por qué no estás sirviendo de sanitario?
-   Me alisté voluntario lleno de fiebre por acabar con la República y matar a todos los rojos del mundo, creyéndome que esto era otra cosa… Cuando me di cuenta de donde estaba ya no podía hacer otra cosa que seguir luchando hasta el final.
-   Parece que ahora se te nota más fuerza. Antes creía que te estabas yendo.
-   Me duele todo el cuerpo. A veces me vence el cansancio. Pero por ahora sigo aquí.
-   Dicen que es malo dormirse cuando estás así. Te mueres más deprisa.
-   Tonterías. Si te duermes es por agotamiento…
-   Fascista, ¿tienes novia?
-   Estoy casado por poderes con mi novia de toda la vida.
-   ¿Por poderes? ¿Qué es eso?
-   Que la boda se celebró sin mí. Mi hermano me representó en el Altar.
-   Ostias ¡no te estará también representando en la cama!
Ambos rieron brevemente.
-   Me caes bien Miguel Rojales.
-   Miguel Moreno.
-   Yo tenía un amigo que se apellidaba Moreno. Lo matasteis en Gandesa.
-   Familia mía no era.
-   Seguro.
-   Yo no estoy casado, tengo compañera. Se llama Manuela. La tengo en Barcelona con nuestra niña, Libertad. Tiene sólo un año…
-   Pues como no vengan esta noche a ayudarnos, tu Manuela y mi Pepa nos van a llorar desde bien pronto…
-   Vaya ánimos.
-   Las heridas que ambos tenemos si no se curan se infectan y se gangrenan. Esa es la realidad. Sin contar con que no tenemos agua. Un hombre no aguanta más de tres días sin beber.
-   Yo conozco a uno que se tiró cuatro días sin beber agua y resistió. Casiano Sánchez de la cuarenta y seis, del Quinto Regimiento.
-   Eso es imposible.
-   Pues es tan posible como que os tira con su ametralladora en cuanto puede. Y es de los que abre bien los ojos al disparar.
De nuevo un bombardeo vino a cesar momentáneamente la conversación. Ahora aviones italianos bombardeaban posiciones republicanas…
-   Esos son los tuyos, doctor.
-   Ya era hora. Llevan dos días sin aparecer. Casi nos cogéis.
-   Si esos vienen es que Franco está cerca ¿a que sí?
-   Franco está dirigiendo la batalla del Ebro, tiene que estar por aquí.
A estas últimas palabras siguió un largo silencio reflexivo que continuó en un sueño breve roto por una serie de disparos.
Los internacionales que estaban en el “castillete” comenzaron una loca carrera camino de la cima 565, tal y como habían hecho por la mañana los compañeros de Miguel.
Tampoco tuvieron éxito. No llegaron siquiera a la altura del lugar donde los dos soldados permanecían heridos, volviendo al “castillete” los pocos que quedaron con vida.
-   Joder rojales. Que miedo he pasado. Eran los tuyos.
-   Se han cagado y se han vuelto a bajar a las piedras.
-   Más que cagarse, los han machacado. ¿No has oído silbar las balas?
De nuevo comenzó la artillería a hacer de las suyas. Dejando a los soldados aislados el uno del otro. No pudieron más que cerrar los ojos y encomendarse a la suerte que el destino les tuviese reservada.
Al hacerse de nuevo el silencio comenzaba a clarear el día. Las nubes cubrían todo y parecía que pedían lluvia.
-   Si llueve será nuestra salvación – comentó Fernando.
-   Estoy mal, muy mal – contestó Miguel, con la voz casi apagada.
-   Aguanta rojales que si llueve, como no podrá hacerse ningún asalto, es posible que se pongan de acuerdo para recoger heridos. Aguanta.
-   No puedo... La cabeza me quema... Tengo sed…
-   Aguanta, ****. Llevas un día ahí mal herido y ahora que van a venir a sacarnos te rindes…Aguanta, piensa en tu niña, en todo lo que tienes que disfrutar en la vida todavía… ¿Miguel?... ¿Miguel?
Miguel ya no contestó. Sus últimas fuerzas lo abandonaron. Apenas unos minutos después comenzó a llover.
Antes de mediodía voluntarios de uno y otro bando salieron de sus escondrijos a recoger heridos y muertos.
Aprovecharon para cambiarse tabaco por papel de liar.
Fernando nunca volvió a andar. Postrado en una silla de ruedas acabó Medicina y obtuvo plaza de médico en el Penal del Dueso.
Allí lo conocí. Hasta que obtuve la libertad pasamos largas tardes hablando de mi hermano Miguel.

EL OCHO ROJO
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:26:44 am
UN ESPEJO DEL RASTRO



Querida Helena con “H”, como firmas los autógrafos. Te escribo esta carta para que no la leas, para que se autodestruya como en las películas de acción, para poder llorar sobre ella y tirarla después, y sin embargo, con la secreta esperanza de que te fijes en el papel y tal vez tu curiosidad pueda contigo.
Muchas son las cosas que nos han ido separando y uniendo estos años. Buscaré un punto de partida para no divagar, cosa que sé que odias de mí. Empezaré por un día de verano en el que fuimos al Rastro. Sospecho que, aunque eran otras tus excusas, buscabas unas prendas del ficticio pero marcado estilo bohemio del momento, lo que debía vestir una actriz de teatro alternativo pero con potencial, como eras tú. No lo decías, pero lo pensabas. Necesitabas algo con lo que pudiera pillarte alguno de tus, por entonces, escasos fans y pensar lo hippy y cercana que eras. Yo me hice a la idea y me propuse encontrar algún libro viejo que me gustase - no para leer, sino para poseerlo - entre todos aquellos ensayos políticos anteriores a la época de Aznar y esas revistas pornográficas que ya eran más para coleccionistas que para onanistas – aunque sospecho que aquello es una sublimación de esto -. Vagábamos entre los puestos de la Ribera de Curtidores, cuando un brillo me llamó la atención en el escaparate de un anticuario. Un objeto luminoso que no casaba con la profunda oscuridad del resto del establecimiento - cómo si tener la tienda iluminada como un mausoleo fuese a ayudar a vender más - me atrajo como un canto de sirena.
No suelo frecuentar anticuarios. No es que no me gusten las antigüedades, sino que normalmente me resultan prohibitivas. Hice una excepción y penetré en la tienda como un Teseo sin hilo.
Era un precioso espejo de mano con marco y mango de plata labrada, no muy sencillo, pero elegante, clásico, supongo. El anticuario me lo ofreció a muy buen precio. No acostumbro a regatear, pero callé un minuto y él bajó el precio. Aprovechando que estabas perdida entre prendas de algodón, me decidí a comprarlo. Cogí la tarjeta de crédito para pagarlo. El comerciante sacó la terminal del banco, haciéndose mi cómplice en eso de romper la magia que creaban los objetos expuestos. Envolvió el espejo en un delicado papel de seda y lo metió en una bolsa blanca que publicitaba el nombre de la tienda fundada en 1898, según decían la propia bolsa y el letrero de la entrada.
Tú ni te fijaste en la bolsita. Fue fácil camuflarla entre las de libros y la ropa que habías comprado. Más tarde lo llevé a que sustituyesen la hoja picada y amarillenta por una nueva.
El catorce de febrero siguiente, te lo regalé. Te gustó. Sabía que te gustaría, porque a mi eras tú lo que más me gustaba y te conocía, y sabía – y sé - que tú siempre has sido lo que más te ha gustado a ti misma. Yo también te gustaba, muy por detrás de ti claro, y sólo porque se daba la condición anterior. Yo disfruté durante casi una década cada vez que te ponías guapa delante del espejo, con ayuda del espejo y para el espejo. Cuando te pasabas la mano por el pelo y te lo apartabas para verte bien la cara era para mí una autentica caricia. Cuando el pintalabios te rozaba, sentía tu boca haciéndome vivir la vida y la muerte dentro de la cama.
Un buen día te pusiste a hablarle o a hablarte, según se mire. Por supuesto, siempre has sido tu mejor amiga, ¿por qué no ibas a hacerlo? Lo que me molestaba, era que le hablases de mí. Empezaba a tener celos de aquel espejo. Sospeché que el anticuario me lo vendió tan barato para quitárselo de encima. Por eso lo rompí. Te dije que debió caerse por culpa de un golpe de viento, que lo habrían empujado los visillos, pero fui yo. ¿Lo entiendes? Fui yo. Al verte llorar diciendo no sé que de la mala suerte casi se me rompe el corazón. Arrepentido, busqué un cristalero de guardia. 
Creo que lloraste menos cuando, ni dos años después, tu primer y único embarazo se frustró. Yo me deprimí. Comencé a beber y a tragar inhibidores de no-sé-qué como si fuesen caramelos. Tú dijiste encontrar refugio en tu trabajo. Confieso que no tuve fe en ti en un principio, pero me sorprendiste. Abandonaste el circuito alternativo y comenzaste a llenar salas. Comprenderás que me pregunte si realmente buscaste refugio, o si todo sucedió por una razón.
Triunfaste. Frente al público te crecías. Sonreías cada noche para los que se rompían las palmas aplaudiendo. Los focos no te hacían sudar. Eras la viva imagen de la seguridad.
Una mañana, a tu reflejo le llamaste mamá, y no supe si era porque te negabas a madurar, o porque siempre has necesitado una madre y sólo has tenido un esclavo. No lo supe y no lo sé. Sigues haciéndolo cada día. Rompe el alba, y ya no te gusta lo que ves en el espejo. Yo creo que tampoco te gusto, pero es difícil decirlo, porque no me miras.
Por eso me he despedido del espejo esta mañana y he hecho el intento de largarme. No he podido. Me he quedado llorando como una Magdalena. Me he quedado por amor, creo, pero te advierto que hace tiempo que ya no eres lo que más me gusta. No porque yo no sea superficial, que lo soy, pero tu cuerpo sigue siendo apetecible. Tampoco es que no seas interesante. Cualquier semanario desmentiría esa opción, ¿verdad? No me gustas porque se ha roto tu completa devoción por ti misma, porque he perdido esos momentos en los que te ponías a cien frente al espejito y tras los cuales yo obtenía tus favores como obtiene un pordiosero las sobras de la comida de los reyes. Por eso le cuento esto a tu foto mientras espero que vuelvas del teatro, donde el público, tu público, sigue idolatrándote de martes a sábado consiguiendo que aún te sientas bella, aunque el hechizo cada vez se pasa antes y ya no dura ni hasta el taxi. Que no te baste mi opinión me repatea.

Ariadna
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:29:29 am
LA INCREÍBLE AVENTURA DE LILY


 
¡Hola! Me llamo Lily y tengo 10 años. Vivo en Villasoy, una ciudad en una islita muy pequeña que ni siquiera aparece en los mapas. ¡Me dicen que aparece, pero no! Villasoy está al lado de las islas de Hawai. No voy al colegio. Me dicen que es más importante aprender por uno mismo que en el colegio; que es mejor descubrir las cosas en vez de conocerlas. Y así es mi vida. La verdad, en esta ciudad ni siquiera hay colegios, parques ni tiendas de golosinas.
Os voy a contar una historia que me pasó hace poco. Sería hace una semana...
Era un día precioso. Hacía sol y no se veía ni la primera nube en el cielo. Estaba paseando por un caminito que había a las afueras de mi ciudad. Ese camino pasaba  por el medio de un pequeño pradito con vacas al que llamábamos Praca. No nos inspiramos mucho para crear en ese nombre, ya que es una palabra compuesta por “Pra” de prado y “ca” de vaca. Yo no me quejaba.
Bien, estaba diciendo... ¡Ah! Estaba caminando cuando escuché una voz:
-Sí, querida amiga. La vida es así. Estamos condenadas a comer, engordar, tener hijos y luego alimentar a nuestros dueños con nuestra carne.
Con una agilidad felina, giré la cabeza tan rápido que aquella vaca se sorprendió. Sí, queridos amigos, la voz que escuché pertenecía a aquella vaca. Me pellizqué para comprobar que no estaba alucinando y no, aquello era muy real. Asombrada, le pregunté a la vaca que creía que había hablado:
-¿Acabas de hablar?
La vaca, por toda respuesta, dijo rotundamente:
-Sí.
-Pero, las vacas no hablan. Bueno, que yo sepa -le dije.
Tardó un poco en responder. Cuando ya pensaba que no iba a contestar, dijo:
-Pues yo sí que hablo, como tú. ¿Acaso no tiene una vaca derecho a hablar como sus amos?
-No, porque vosotras no nos entendéis –respondí vivazmente.
-La verdad, es que tú piensas que no os entendemos, pero en realidad sí. Yo sé hablar por escucharos a vosotros.
Tan pronto acabó de hablar, corrí hacia casa a contarle a mi madre lo que me había pasado. Cuando se lo dije, contestó:
-Marco, creo que nuestra hija está un poco loca. Deberíamos llamar al médico.
-No, tranquila. Se le pasará –contestó mi padre.
¡Por contarle eso a mi madre me encerraron en la habitación una semana! No me lo podía creer, pero si yo fuera mi madre, la verdad es que también haría lo mismo.
Cuando me dejaron salir, volví a ir a Praca y, efectivamente, aquella vaca seguía hablando.
Cada día visitaba a aquella vaca y como le daba comida, le agradaba que yo fuese. Pero, un día, pasó algo muy distinto. El cielo estaba rojo. Fui a avisar a mi madre, pero ella no estaba. La busqué por la isla y tampoco la vi. No había nadie y las vacas estaban por las calles. Una entró en mi casa. Yo estaba en la cocina bajo la mesa. Las patas de la vaca caminaban por la cocina, cuando de repente, observé sus ojos clavados en mí. Rápida como un rayo, cogí una silla, salí de debajo de la mesa y  la partí en dos sobre el lomo de la vaca. Corrí a mi habitación y me tapé con las mantas. La vaca, tan pronto vio la figura de mi cuerpo, tiró de las mantas y vi que tenía un cuchillo en su pata. Con cara de malvada dijo:
-No te librarás de mí. ¡Es hora de comer!
-¡Noooo! –grité.
Y, de repente, me desperté de un sueño gritando. Luego comprendí que todo había sido una pesadilla y que no pasaba nada.
Ahora sé que las vacas nunca hablarán. No nos entienden. Y yo estaba a salvo de esas condenadas asesinas.
Así es mi historia. Espero que os haya gustado y, ¡esperemos que no os coma una vaca!

Luna azul
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:30:47 am
El cautivo



    Los nubarrones cargados de agua y el aire trasegado por un olor inaudito  fueron un presagio del saqueo. El centinela estaba lívido y poseído por un rictus de horror inmenso, pero su farfulla la entendieron hasta los niños: “Vienen los saqueadores”. Hacía varios meses que realizábamos ejercicios y prácticas de combate, mientras las mujeres solícitas traían en cántaros la preciada chicha. Por ese tiempo, los ancianos me enseñaron a leer las señales en el cielo, las claves del mar de arriba. Las constelaciones expectantes. Sin embargo, ninguna seña pudo anticiparnos el grado del ataque final que fue como una calamidad devastadora. Casi toda la aldea quedó destruida y los cuatro ancianos ahora son alimento para los gallinazos. A nosotros nos eligieron por la edad y la contextura.

    La marcha fue larga y penosa como un canto funerario. Nos lacearon del cuello con una soga gruesa y ferrugienta. El llanto lastimero de las mujeres todavía resuena en mis oídos polvorientos. Dentro del coro quejumbroso y enhiesto, como las copas de los algarrobos, pude distinguir su voz almibarada que enristraba una imprecación. Ella solía acariciar mi mejilla con su voz. Imaginé su níveo rostro surcado por un torrente de lágrimas y añoré la diadema de color fucsia, la cual nunca volvería a ver. Jamás vería tampoco a mi madre, quien la mañana anterior al ataque había viajado a la comunidad colindante –a medio día de camino—para vender unos productos.

    La gran pirámide trunca se divisa desde varias leguas a la distancia. Los prisioneros permanecen recluidos en una estrecha cámara secreta, separada del altar de sacrificios por un patio hexagonal. Los cuatro yacen recostados a la pared, absortos en sus propios pensamientos. Se añaden más sombras a la tensa tarde. El ritual de los adoradores se prepara con sorprendente sincronía. Sus orígenes se pierden en la noche distante de la memoria polvorienta, se remontan hasta la época de los visitantes estelares.

    Permanecemos en silencio mientras una gran agitación conturba el ambiente, un murmullo creciente se filtra por las ventanas altas de la habitación. Imploro a los dioses protectores, si es que todavía siguen allí, que todo transcurra con celeridad. Nunca aprendí a tolerar por mucho tiempo el sufrimiento. Busco con la mirada los ojos de su hermano, pero es inútil. Él permanece muy lejos de aquí, con la mirada ida y una obsequiosa expresión que desconcierta. Cierro los ojos y pienso con ternura en mi niñez. El padre de mi padre aleja el mal de mi cuerpo. Me aíslo y converso con las aves que ahora me observan desde murales coloridos habitados por demás animales mitológicos. Trato de dormir.

   Al pie del Cerro Blanco, la noche extiende su influjo como planta sagrada. Sonidos sibilantes, metálicos se dejan escuchar por todo el emplazamiento. Sin embargo, no tienen su origen en la pirámide trunca. Parecen provenir directamente de las faldas de la colina reluciente que resguarda el lugar. ¿Y si el mismo dios de la montaña los hiciera?

    La sacerdotisa de fiero rostro recita letanías, con voz estentórea, a las tres deidades. Las cuentas en su esbelto cuello resplandecen a la luz de la Luna Llena. Tiene las manos pequeñas y muy finas. Es la hora señalada. Salen a la superficie abruptamente pulpos con cabeza de serpiente, deidades de grandes colmillos y ojos desorbitados, seres marinos, serpientes con cabeza de zorro e iguanas de vistoso color.

    La sacerdotisa levanta la copa con las dos manos, ofreciéndola a la deidad luminiscente. Bebe con presteza la sangre del vaso ceremonial.  Los dioses danzan sobre la arena bermeja.  Todo ha terminado para los cautivos del reino. A lo lejos, alguien llora en el desierto.

Márlet Ríos
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:33:15 am
EL SASTRECILLO VALIENTE



A mis padres.
Poco antes de morir, a mi padre le rondaba la idea de escribir  un cuento titulado
 “El sastrecillo cobarde”. 
Pero no pudo ni tan siquiera empezarlo.
Y me he tomado la libertad de cambiar el título aun corriendo el riesgo de convertir el texto en un Cuento Robado.
 


Nunca quiso ser sastre, tenía cualidades suficientes para ser escritor, actor o locutor. Se codeaba entonces con ciertas personalidades del cine. Su voz, sin duda uno de sus tesoros, debutó en varias películas doblando galanes en blanco y negro, colaboró en un par de guiones y se inició como actor secundario en un corto de Garci. Pero el destino ya había escrito un camino para él. Aún adolescente hubo de heredar las riendas del negocio paterno. Le obligaron a estudiar comercio por la tarde, cursos de costura y diseño por la mañana. Entre horas ayudaba en la sastrería para ir tomando el pulso al negocio, decía mi abuelo. Sin cobrar, por supuesto. El abuelo era un tacaño aunque mi abuela insista en que padecía el ansia de acumular de quien ha pasado hambre. Pero esa es otra historia.

Mi padre tenía carisma. Un toque único, más allá de la clase o la galantería, quizá eso que los gitanos llaman duende.  Pertenecía a cierta inusual especie de humanos que conocen la naturaleza de las personas. Confeccionaba relaciones a medida. Como hacía los trajes. Sabía tratar a hombres, mujeres, jóvenes, viejos, príncipes o mendigos, cultos y analfabetos. Ante cualquier interlocutor, él sabía qué teclas pulsar, qué preguntar, qué callar, cuándo sonreír, cuándo hacer una pausa, cuándo abordar el tema con humor o con un exceso de autoridad que quienes le conocíamos sabíamos impostado, robado a los duros de Hollywood que protagonizaron las tardes de sesión continua en los cines del centro, esas dulces tardes de pellas soñando historias y moldeando personajes.

Decía que encajó como guante blanco en el negocio de la alta costura. La sutileza con la que trataba a las damas: novias, madres o suegras, amables y divertidas algunas, discretas pocas, zafias, fofas y maleducadas las más; la paciencia con la que gestionaba impertinentes comentarios sobre el resultado de su trabajo en asuntos complejos como chepas, clientes brazipaticortos, gorduras indeseables o flaquezas extremas; la entereza con la que escuchaba confesiones de probador de futuros novios a dos días de una boda condenada. Tan distinto a la torpeza del abuelo, unas veces por brusca, otras por ridícula.

Poco a poco se fue convirtiendo en un gran sastre, mejor que su maestro. Un día dominó el diseño de patrones, otro día conquistó el secreto de medir hasta la más pulcra exactitud, después aprendió a combinar telas y así se caracterizó de su papel principal, de sastre. Sólo le quedaron pequeños huecos para ensayar el papel de escritor cuando volvía del trabajo, ya tarde, y nos narraba relatos increíbles, con sus múltiples voces que nosotras escuchábamos sin parpadear ni intención alguna de dormir. Hasta que llegaba mi madre. Apagaba la luz y el momento mágico del día, con papá. Nunca nos contó Blancanieves ni La Bella Durmiente. Recuerdo la historia de los extraterrestres de Pozuelo y la historia de la marquesa de la mano cortada y Emilio culo gordo. 

En algunos momentos (ahora me doy cuenta de que solían suceder en el entorno familiar de mi madre) me avergonzaba de la profesión de mi padre hasta que comprendí que había aprendido a amar su quehacer y a ser un sastre orgulloso de su trabajo.  Aquello bastó para convertirle ante mis ojos en el sastrecillo valiente. Cierto es que se desmayaba ante la sangre, tampoco se  atrevía a montar muebles o arreglar enchufes, ni siquiera a colgar cuadros. También es cierto que prefería no enfrentarse a ciertas situaciones incómodas, huyendo o tapando el asunto con indolencia impropia de hombre serio.  A ratos se atoraba con los problemas y confieso las innumerables veces en que me pareció  un ser un tanto inútil.  Pero también es cierto que es la única persona que conozco que logró disfrutar la rutina de una profesión no elegida y regodearse en el presente con un valiente sentido del humor que conseguía minimizar hasta la casi total extinción lo negro de ser la anodina extensión de una vida heredada.

Ahora que puedo ver con distancia la vida de mis padres, empiezo a vislumbrar su otra gran valentía.

Mi padre, narrador romántico que era, nos contaba la historia de su gran amor, cómo se conocieron, cómo consiguió conquistar a mi madre y lo hacía con tanto orgullo. Unas veces añadía unos detalles, otras inventaba pequeños aderezos, y mi madre miraba de reojo levantado una ceja y soltando un rotundo -Rodolfo, no inventes-, a lo que él respondía -pero Marisol, no interrumpas ahora, yo sólo tomo prestadas ciertas licencias de narrador para aliñar un poco el relato -.

Así era mi madre. Dura, práctica, realista, una mujer con soluciones para casi todo. Excepto para el cáncer que la consumió. Cuando mi padre empezaba a dimensionar un problema mi madre ya lo había solucionado. Imposible reaccionar con la agilidad y la lógica de su mente inteligente, aguda. Nos criaba, estudiaba cursos de dibujo, cerámica, criminología, grafología. Aprobaba oposiciones, arreglaba enchufes, colgaba cuadros y cortinas, cocinaba, apadrinaba niños. Cosía manteles, heridas o disfraces. Trabajaba en los juzgados, abordaba barcos y levantaba cadáveres. Nos llevaba a urgencias. Nos curaba. Nos salvaba la vida una y otra vez. A todos. Excepto a sí misma. Era el eterno e incansable motor que nunca se estropea y nunca imaginamos que pudiera ocurrir. Menos aún mi padre. Él ni tan siquiera lo contemplaba.

Poco tenía mi madre que ver con el estereotipo de mujer de su época. No necesitaba la seguridad de un hombre, ni su protección. Tampoco requería palabras de amor. De hecho, le repelía el romanticismo blando. Nunca dijo te quiero. Era atrevida, distinta, misteriosa y contradictoria, caprichosa, hija de ricos burgueses de Don Ramón de la Cruz y él sólo era un condenado a sastre. Una imponente morena con mirada de gata, sonrisa de Audrey Hepburn y mejores piernas que Silvana Mangano. Con glamour de diva y seguridad de estrella, bella entre las bellas, decía. Y se casó conmigo, afirmaba, señalándose el pecho henchido de honra.

Fue una valentía decidir enamorar a una mujer así y convertir a la joya de una familia de cuna aristócrata en vulgar mujer de un sastre. Fue una valentía conseguir casarse con ella después de años entregado al juego de una  conquista que parecía imposible. Pero sólo él supo encontrar el talón de Aquiles. Sólo él acertó a descifrar el misterio de Marisol y desentrañar el laberinto que rodeaba su corazón. Hacerla reír, ese era el secreto de mi madre. Tan sencillo. Tan difícil.
Sólo quien consiguiera hacerla reír podía optar a enamorarla. Y ese fue mi padre. El sastrecillo valiente. El enamorado valiente.

N.A. Aún le doy vueltas al curioso dato de las fechas, un lejano 6/1/1966 mis padres se prometieron y como símbolo de amor se regalaron unas medallas de oro con nombre y fecha grabados. Mi padre siempre la llevaba colgada al cuello, Marisol, 6/1/1966. Mi madre sólo a ratos, cuando le combinaba con la ropa, Rodolfo, 6/1/1966. Cuarenta años después, el 6/1/2009, como si escribiese el final de su propio relato, con humor negro de autor irónico o con cierto toque de misterio quizá homenaje a Agatha Christie (su favorita para las tardes de playa), mi padre falleció con su medalla colgada al cuello, a la edad de 66 años. O tal vez sólo fuera su venganza contra adivinos, numerólogos y otras sectas, a quienes consideraba sanguijuelas de la desgracia.

RITA RELATA
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:34:51 am
ESPERA, MARILYN, PONTE ASÍ




A Luz

Espera, Marilyn, ponte así. Ajá, apoya el rostro en tu mano izquierda. Ladea la cabeza un poquito más. Mírame. Perfecto, así está bien. El amarillo es un color básico, llamado también primario; eso lo sabes, ¿no? Claro, también es un color cálido porque da la sensación de calor, de fuego como tus labios cuando los beso. Una pizca más de blanco para conseguir el tono de tu pelo. Voy a abrir la ventana para que el olor a pintura se disipe y no estornudes. Yo ya estoy acostumbrado a estos olores, humores, sabores, sinsabores. Sobre todo sinsabores. Desde que empecé a pintar respiro pintura, thinner, aguarrás, óleo, aceites pero tú, con esa naricilla de princesa, te asfixiarías, ¿verdad? Debería tener un taller amplio, con aire acondicionado, con ventanales que den al mar como lo tienen muchos de mis colegas, pero, ¿sabes?: mi única aspiración siempre fue la de pintar, así sea en este cuchitril que es nuestro castillo y refugio. Nada como sentarse en el gran sillón Sócrates para disfrutar de Capricho italiano, por ejemplo. Este LP está medio rayado de tanto que lo escucho, pero un par de notas de menos no disminuyen su calidad. Estamos en la habitación 283 del hotel Lima, no lo olvides, grábatelo en tu cabecita por si acaso te pierdes un día. Queda a un paso de La Parada. ¿Escuchas esas voces? Son las de los vendedores ofreciendo sus productos: papa, camote, choclo, zanahoria, cebolla, etc. Quizá un día me anime y pinte bodegones; ¿por qué no? Si Van Gogh pintó una Naturaleza muerta con col y zuecos, ¿por qué Humareda no podría pintar El gran sillón Sócrates con tocadiscos, por ejemplo? O Los comedores de papas amarillas remedando a Los comedores de patatas de mi maestro y amigo. Ríe. Me gusta. Yo también reiría pero no puedo hacerlo por culpa de esta vaina que tengo en la laringe, así que escribiré jajajajá. Debería pintar mejor La risa de Humareda, ¿no? Voy a subir el volumen para que el ruido de la calle no nos perturbe. ¿Que no te gusta Tchaikovski? A mí me encanta. Nada como trabajar escuchando al gran maestro ruso. ¿Prefieres a Frank Sinatra? Gustos son gustos. ¿Vas a cantar? A ver, te escucho. La verdad, me encanta tu voz, pero no New York, New York. Demasiado romanticón para mis gustos. Tampoco me agrada Over the rainbow aunque en castellano signifique algo así como Sobre el arco iris, según dices. Quizá a Toulouse-Lautrec le guste. Al chato le encanta todo lo popular. Ironías de la vida: el hombre tiene un nombre más largo que su tamaño: Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Montfa, conde de Toulouse-Lautrec-Montfa. Es conde, como Drácula, aunque parezca un duende. ¿Que qué tal se te vería como Marilyn Monroe condesa de Toulouse-Lautrec-Montfa? Suena bien, aunque te prefiero como actriz. Además, monsieur pulga no es de sentar cabeza, le gusta la vida bohemia. ¡Cómo añoro esos días en que nos íbamos de parranda junto a Van Gogh! Chatín siempre se excedía: se quedaba días, semanas enteras pintando en el Cinco y Medio, en Huatica, en El Botecito. Pintando y chupando hasta perder la conciencia. Un par de veces lo encontré en La Parada botado como un perro sin dueño sin acordarse siquiera de quién era. Ya ha estado en un sanatorio mental pero el hombre no aprende. Para mí que anda acomplejado por su tamaño: apenas mide metro y medio. Ni al ombligo te llega. ¿Irías en su compañía a recibir el Oscar? Ah, claro, Toulouse-Lautrec es Toulouse-Lautrec así sea pigmeo. Como tu amigo Truman Capote. Pero es un tipo bacán. Uno de estos días te lo presento. Siempre se acuerda de visitarme con orejita Van Gogh. Antes nos íbamos de juerga hasta que el cuerpo pidiera chepa, ahora ni agua puedo tomar por esta vaina que me está matando. Aunque sea iremos a dar unas vueltas a la plaza Manco Cápac. Al duende le encanta ese lugar pues allí se siente en ambiente. Yo ahora no soy mucho de salir, prefiero quedarme trabajando siempre en la búsqueda de la esquiva belleza. O conversando con el pequeño si prefiere quedarse a contarme sus cuitas, con el orejudo, con Delacroix, con Gauguin, con Goya, o contigo mientras te pinto. Al blanco le agrego una gotita de rojo para obtener el rosado clarito de tu piel. Para la sombra, un puntito de marrón. Claro que tuve otros amores, Elizabeth, por ejemplo, pero eso fue mucho antes de conocerte porque desde que te vi en The seven year itch quedé prendado de ti. Eso fue en 1955, un año después de tomar por asalto nuestro castillo. El embrujo fue instantáneo. Cómo olvidar tu vestido blanco plisado agitado por el viento, tus piernas perfectas como modeladas por las manos de Miguel Ángel. Caramba, no te pongas colorada si es cierto. Honor a quien se lo merece. Un poquito más de blanco para el pubis y el busto. Tenías veintinueve años, yo treinta y cinco. Apenas te llevaba seis años, no era mucha la diferencia, será por eso que nos comprendemos bien, ¿no? Una sombrita por aquí, otra por acá. No te muevas que ahorita hacemos una pausa para que no te dé calambre. Hace treinta y un años que te amo. ¡Qué rápido pasa el tiempo! Ahora estoy viejo, lleno de achaques, con un pie en el más allá mientras tú estás más bella que nunca. El tiempo no degrada tu belleza. No entiendo cómo Joe DiMaggio y Arthur Miller pudieron dejarte. Quizá nunca te amaron, como tampoco lo hizo el chiquillo James Dougherty, con quien te casaste a los dieciséis añitos. Me hubiera gustado conocerte entonces para cuidarte, mimarte, adorarte como ahora. Siempre fuiste un ángel herido, sufrido. Norma Jeane Baker te llamabas. Tu niñez la pasaste saltando de un hogar a otro, en cambio, la mía fue feliz respirando el aire límpido de mi Lampa querido, bebiendo esa agüita pura y cristalina de los arroyos, contemplando en las noches el cielo cubierto por un manto de estrellas. Mis desgracias comenzaron cuando dejé mi pueblo y me vine a Lima con las intenciones de hacerme pintor. Hasta hambre pasé, por eso dejé mis estudios, pero después los retomé y no paré hasta graduarme con honores. Gané una beca para perfeccionarme en la Argentina, después otra que me llevó a París donde volví a padecer por culpa del enano. Prometió que me daría posada y serviría de guía pero justo por esas fechas se metió una borrachera de padre y señor mío y su familia lo internó en un sanatorio mental porque tuvo un delirium tremens y estuvo tirando bala como John Wayne. Me quedé con las ganas de conocer el Salon de la Rue des Moulins, el Moulin de la Galette, el Moulin Rouge, el Le Chat Noir. ¿Te dije que la pulga es caserito de esos lugares? El vicio ha sido su perdición, o su inspiración más bien, que es casi lo mismo. Pero al menos me di el gusto de visitar el Louvre. Allí caí de rodillas y lloré ante las obras de Caravaggio, Rubens, Goya, el Greco, Gauguin, Van Gogh, mis maestros y amigos. Y por supuesto que visité el Palacio de la Berbie, que la familia de chaturri ha convertido en el museo Toulouse-Lautrec. A quien Dios se la dio… Tus uñas de nácar, tus labios rojos como la sangre que corre alegre por mis venas desde que estamos juntos. Un puntito de negro para oscurecer el rojo. El rojo también es un color básico como el amarillo, y cálido. ¿Tienes ganas de hacer pis? Bueno, hagamos una pausa. Pero cúbrete con algo, no vaya a ser que algún sapo te tome una foto y mañana salgas en Última hora como lo hiciste en el primer número de Playboy en diciembre de 1953. Mientras vuelves, le voy dando unos retoques a tu rostro. Si Leonardo da Vinci la viera, pintaría La Marilysa en lugar de La Monalisa. Marilyn en honor a la actriz Marilyn Miller y Monroe por ser el apellido de soltera de su madre. Nombre puesto por Ben Lyon de la Twentieth Century Fox. Marilyn Monroe de Humareda suena bonito. ¿Qué dirían en mi Lampa querido si me vieran llegar con ella? Cuando estamos paseando en la plaza Manco Cápac la cirean hasta por gusto. Algunos frescos le lanzan unos piropos medio subidos de tono. La adoran. Hace un tiempo la llevé a presenciar un clásico y todo Matute se puso de pie para aplaudirla. Donde también la quieren es en La Parada, tanto así que la Asociación de Carretilleros la ha nombrado su Reina Eterna de la Primavera y están buscando un director de prestigio para filmar La reina de la papa… Por fin volviste. Espera, Marilyn, ponte así, como denantes. Ajá, así está bien. Esa música es El lago de los cisnes, también de Tchaikovski. Ya, ya, ya te compraré un disco de La Voz para que lo escuches todas las veces que quieras mientras yo salgo con el chato y con el orejón a dar unas vueltas por ahí. Caramba, no te pongas así que no vamos a hacer nada malo. Tú sabes que tengo prohibido tomar alcohol desde mi operación. Además, ya no estoy para esos trotes. Eso es para ustedes, los jóvenes. Si quieres, puedes venir con nosotros. A lo mucho iremos al Palermo a bebernos unas manzanillas. ¿Que no quieres salir? Bueno, bueno, se hará lo que usted ordene, princesa mía, qué importa que mis amigos digan que Humareda es un pisado. Si vienen a buscarme diles que ando en busca de la belleza y por eso no puedo acompañarlos. Levanta un poquito la pierna derecha. Ajá, así está bien. No hay nada como un erotismo sutil. ¿Sabes qué?: estaba pensando pintar mi serie Marilyn Monroe, algo así como hizo Toulouse-Lautrec. Hasta ya tengo algunos títulos para empezar: Marilyn y arlequín, Marilyn en la Quinta Heeren, Marilyn en La Parada, Marilyn en el hotel Lima, Marilyn en el gran sillón Sócrates. ¿Qué te parece mi idea, te gusta o no? Ya sabía que te iba a gustar. Tu sonrisa de querubín, una sonrisa que promete el Paraíso, tus dientes como perlas, tu lengüita rosada. La paloma y el sapo, dicen algunos a mis espaldas, comparándonos con Diego Rivera y Frida Kahlo. La comparación me gusta, la que no me gusta es Frida por esas cejas pobladas y ese rostro de charro que tiene. Yo amo la belleza, tu belleza de ángel, tu belleza casi divina, celestial. Amo tu piel, el color de tu piel, tu cabello rubio plateado aunque no sea natural. Carajo, cómo me gustaría ser Vallejo o Neruda para escribirte unos versos como esos que te dedicó Ernesto Cardenal, el curita medio revoltoso. Tus pestañas largas, rizadas, tus cejas un hilo fino de oro. Tu pubis color caoba. ¿Es cierto que también te lo tiñes? Perdona la indiscreción. Lo sé, lo sé, soy muy curioso. Terminando podríamos ir donde doña Vicky a tomarnos un cafecito con sus ricas cachangas. ¿O prefieres unos picarones con miel de higo? No engordarás, Marilyn, yo sé lo que te digo, siempre tendrás las medidas 94-58-92 que mostraste en el número inaugural de Playboy. Siempre tendrás treinta y seis años. ¿Será coincidencia?: mi querido Toulouse-Lautrec también tiene eternos treinta y seis años y Van Gogh apenas un año más. Yo soy el que ha envejecido. ¿Otra coincidencia?: ninguno tenemos hijos, nuestras obras son nuestros hijos. Listo, Marilyn, cuadro terminado. Cuando seque le pongo mi firma y ya. Ahora vístete para salir a dar unas vueltas por Manco Cápac. Ponte ese vestido de La tentación vive arriba. Con eso se te ve más hermosa, y sexy, por supuesto. Lo sé, lo sé, con este sombrero bombín me veo ridículo, ¿pero qué quieres que haga si me gusta? Apaga la luz antes de salir. No, no cierres la ventana, déjala abierta para que la habitación se airee.

Toulouse-Lautrec
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:36:13 am
¡Llegó la primavera!



Ya llegaba. Podía sentirse en el aire, en el ambiente. La atmósfera  amenazaba con romperse en millones de fragmentos cristalinos, a una velocidad sin límites, cubriendo el vasto espacio que empezaba a temblar. Las vibraciones se sucedían e invadían la negra dimensión que se henchía por momentos. Ya llegaba.
Con arrastrada lentitud, la atmósfera se veía privada de oxígeno. Una exorbitante fuerza succionaba el aire, confinándolo a un agujero negro que se abría sin un atisbo de retraimiento, con una fiereza animal, como unos labios oscuros, húmedos y ávidos de compañía.
El poderoso abismo empezó a absorber cualquier elemento que osaba acercarse a él cuando un impulso, más allá de cualquier autoridad humana, provocó la detención del tiempo. Y poco a poco, con una fuerza titánica, empezó el retroceso, sujeto a los caprichos de la naturaleza, inalterable a cualquier acción. Imposible de detener, una atracción aspiraba cualquier voluntad, imposibilitando todo lo demás.
Ya llegaba.
Poco a poco, tal como había empezado, el retroceso se detenía. El espacio se nublaba, ofuscando la inmensidad que todo lo abarca, de principio a fin.
Los seísmos ascendían por toda la superficie, causando estragos allá por donde pasaban. El aire escaseaba, atrapado en la negrura. El tenebroso agujero succionaba sin compasión, dejando sin alternativa a todo aquello que, desesperadamente, luchaba contra esa poderosa fuerza que engullía en la más profunda noche.
La oscuridad se hizo absoluta. El movimiento se detuvo mientras las vibraciones se intensificaban, inquietas, asaltando todos y cada uno de los lóbregos rincones. Rápidas y afiladas, atravesando cuanto podían. Se aceleraban, cada vez más, más rápido.
Y entonces silencio. El colosal agujero negro dejó de absorber con su incontrolable furia. El tiempo se detuvo unos instantes, unos gloriosos instantes, libre. Por fin, sujeto a su propio destino, la poderosa fuerza que controlaba la totalidad del espacio cesó. Sólo unos instantes… Y se desató la catástrofe.
Un impulso mucho más potente que el anterior, desmedido y formidable, invadió el espacio. Un sonido aterrador retumbó en la áspera oscuridad.  El retroceso se convirtió en una progresión, mucho más rápida. Todo aquello que el agujero, con sus tenebrosas fauces, había tragado, empezó a revolverse. Y finalmente, disparadas a una velocidad insospechada, millones de partículas volaron a través del cosmos, cubriendo el espacio que envolvía la negra obertura.
-Jesús.
-Gracias.

Pachita
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:47:04 am
Tésera



Paloma estaba radiante, había sido contratada por la junta de Castilla y León para colaborar en unas nuevas excavaciones en la Necrópolis  celtíbera de Carratiermes. Permanecería allí al menos un año y si los resultados eran buenos, la renovación del contrato estaba casi asegurada, cosa ardua difícil en los tiempos que corrían, debido a la crisis.
A pesar de su juventud (solo tenía 22 años), se podría decir que era casi una experta en la materia y desde que tenía uso de razón, se había sentido atraída por todo lo relacionado con la arqueología. Se había graduado cum laude  en la Universidad  Complutense de Madrid.
Estaba familiarizada con la zona pues no era la primera vez que tenía contacto con ella. Seis años atrás su padre había dirigido unos trabajos muy cerca de allí.
Recordaba haber pasado horas y horas observando  a su padre, que la llevaba consigo a las excavaciones siempre que podía, viendo como clasificaba y trataba los restos encontrados.
- Mira Paloma, le dijo su padre en una ocasión: ¡Qué obra de arte! mostrándole lo que a ella le parecía un animal con unos símbolos muy extraños.
- Es una tésera de hospitium, es decir, de hospitalidad.
¬- Sabes, antes los acuerdos se hacían de forma verbal, pero de esta forma el pacto quedaba sellado con una prueba, con algo demostrable. Es el equivalente a un contrato actual.
- Se trata de un hallazgo único, no hay dos iguales, hija, - le decía.
- Eres muy afortunada de poder contemplarla tan de cerca en estos momentos.
- Sí, papá, le respondía con una sonrisa de felicidad plena y lo miraba atentamente.
Recordaba con frecuencia a su padre, pues solo hacía ocho  meses de su fallecimiento, tras una dolorosa enfermedad, que lo había consumido poco a poco. Pese a ello, siguió acudiendo a su trabajo hasta que la morfina no lo dejó  mantenerse en pié. Aún se le aguaban los ojos al pensar en él. Lo echaba muchísimo de menos. Seguro que se sentiría orgulloso de ella si pudiera verla ahora.
Estaba trabajando en una zona de ajuares cerámicos, brocha en mano y en cuclillas tratando de extraer con sumo cuidado una vasija de barro rojo decorada con pinturas negras, realizadas con oxido de hierro. Llevaba su larga melena recogida en una coleta, para no entorpecer su trabajo. Era alta y esbelta y se movía con agilidad .Sus compañeros la definían como agradable en el trato y siempre tenía palabras amables para ellos.
Se sentó unos minutos para descansar y refrescarse. Tenía las rodillas entumecidas de la posición de trabajo. Ese día el calor era sofocante aunque no era lo habitual.
Por un momento, inmersa en sus propios pensamientos, cerró los ojos y se sintió transportada a esa época. Se encontraba en una casa, vestida con raros atuendos. Debía de proceder de una familia influyente pues las 3 habitaciones que conformaban el hogar eran enormes y ostentosas. Solo los más pudientes vivían así. Todo le resultaba muy familiar, como un déjà vu.
Por indicación del que debía ser su padre, se dirigió  a la estancia delantera donde había una trampilla en el suelo para acceder a la bodega  donde fue a buscar “caelia”, una especie de cerveza que extraían del trigo fermentado y unas bellotas y nueces para acompañarla, pues se encontraban en medio de una reunión familiar.
Conforme se iba acercando con el encargo a la estancia principal, los murmullos se fueron transformando en una extraña jerga nunca oída hasta entonces,  pero que curiosamente, entendía a la perfección. Incluso se sorprendió a ella misma respondiendo y pronunciando algunas palabras con una voz gutural. Parecía todo tan auténtico que no sabía si lo que percibía era real o se trataba de un sueño, su sueño…

Simón L. Ferrán
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:48:39 am
EL TABIQUE DE PAPEL


   
Cuando estaba a punto de jubilarme, el Colegio de Abogados me invitó a participar en unas conferencias. Eran unas jornadas en las que expertos con muchos años de ejercicio teníamos que exponer nuestras experiencias laborales a los profesionales del ramo. Me pidieron que colaborara relatando mi primera defensa y acepté. La recordaba perfectamente y no solo porque había sido mi debut, sino porque fue decisiva para mi carrera. Aprendí que un abogado, para salirse con la suya, siempre debe ponerse en el lugar de su cliente.
   El auditorio estaba lleno. Me pareció que causaba buena impresión y me alegré de haber sacrificado mi comodidad escogiendo un ajustado traje de chaqueta y unos zapatos de tacón. El organizador me presentó y comencé mi exposición.

«Empecé como abogada de oficio y aquel era mi primer caso. A pesar de ser el primero, no estaba nerviosa ni emocionada. Era un caso absurdo y sabía que lo tenía perdido de antemano. Además, mi clienta se resistía a que la defendiera porque decía que yo allí no pintaba nada. Así pues, acudí al juicio contrariada y de muy mala gana. Ella, que era alta y flaca, se presentó vestida de oscuro y con el pelo recogido. Taconeando y con la cabeza erguida, cruzó la sala hasta la mesa de la primera fila. Se sentó y, con despreocupación, cogió unos papeles que yo había dejado allí y empezó a abanicarse con aire de aburrimiento. Le llamé la atención y me miró con rabia. Fijándose en mi melena larga y rizada, me dijo con desprecio: “vaya pelos”. En aquel momento, el juez entró en la sala y anunció que se abría la sesión.
   »Ella escuchó la acusación sin inmutarse. La llamaron a declarar y subió al estrado. El juez le pidió que contara su versión. Ella se removió en el asiento, lo miró y, con pose de abatimiento, empezó:
   »―Pues verá, Señoría, me casé muy enamorada pero no atiné demasiado con mi elección. Yo tengo un dormir muy malo y me casé, sin saberlo, con un grandísimo roncador. Dicen que el amor es ciego. Sordo lo necesitaba yo.
   »El fiscal protestó alegando que aquello no venía al caso pero el juez no lo consideró y le pidió a mi clienta que siguiera.
»―Pues como le decía, Señoría, me equivoqué al escoger marido. Y no porque fuera un mal hombre.  Era un trozo de pan y nos queríamos con locura. Por eso, mientras duró la primera pasión, fui trampeando el asunto de los ronquidos pero luego la cosa se torció. Me costaba conciliar el sueño y me despertaba a la menor ocasión. Pero él… cómo roncaba, por Dios. Yo en vela y él dale que te pego. Yo le chistaba, lo movía, lo empujaba, pero él ronca que te roncarás. Lo zarandeaba y le gritaba: Calla, que te calles, cállate, por favor. Pero nada, él a lo suyo. Me cambié de habitación, me tapé los oídos, tomé somníferos. Nada. Él también se esmeró: fue al especialista, se puso parches y hasta se operó del tabique nasal. Nada. Yo, ya fuera de mí, empecé a tener malos pensamientos. Pensaba en amordazarlo, en ahogarlo con la almohada, imaginaba mil maneras de cortarle la respiración. Me sentía acorralada. Desesperada. Yo lo amaba y no quería hacerlo pero, en fin, lo que tenía que pasar, pasó.
   »―¿Y qué fue lo que pasó? ―le preguntó el juez prestándole mucha atención.
»―Nuestra relación se acabó. Nos divorciamos ―dijo con un gesto de dolor.
»En la sala se oyó un murmullo general de satisfacción pues los asistentes se estaban temiendo lo peor. Ella, aprovechando el momento de distensión, sacó un pañuelo del bolso y se secó los ojos. Movió la cabeza y suspiró. El juez le pidió que continuara.
   »―Liberada de aquel tormento, compré un piso y me instale allí. Pensé que, por fin, podría vivir en paz. La idea de que podría conciliar el sueño me tranquilizaba. En cuanto me metí en la cama, me invadió una increíble felicidad y me quedé dormida al instante. Pero, de repente, un ruido ensordecedor me despertó. Ya sabe usted, Señoría, cómo funciona hoy en día la construcción: un desastre, una chapuza, hacen los tabiques tan finos como el papel. Como le decía, me desperté y cuando entendí lo que pasaba, grite horrorizada: ¡Nooo! El causante era mi vecino y, para mi desgracia, era otro potentísimo roncador. ¡Y de él no podía divorciarme! Me levanté de un salto y aporreé con fuerza la pared. El ronquido continuó. Volví a arremeter con ímpetu: con las manos, con los pies, con la cabeza, con el cuerpo entero. Golpeé y golpeé ―dijo lanzando puñetazos al aire―. Pero él siguió resoplando como un puerco. Yo embestía y gritaba: Cállate, cabrón. Cierra el pico, *****. Que te calles, tío *****. ¿Qué te has creído, mamón? ¿Que me cargué mi matrimonio y me quedé a dos velas para que ahora vengas tú a joderme la vida sin contemplación?
   »El juez la llamó al orden pero ella, imparable, continuó.
―Y entonces ―dijo poniéndose de pie― tuve una iluminación: el arma que heredé de mi padre, su escopeta de cazador. La cogí, la cargué hasta los topes, me encaré hacia el ronquido, puse el dedo en el gatillo y banggg, disparé y disparé ―exclamó como si sostuviera la escopeta mientras apuntaba al juez, que dio un respingo en el asiento―. Pero el ronquido continuó. Aprovechando el desaguisado que habían hecho los tiros en la pared, la emprendí a culatazos y abrí un boquete en el tabique. Saqué el cañón por el agujero y grité: Escúchame, capullo, te lo digo por última vez. O te callas o te vuelo la tapa de los sesos. Nada. Enfurecida, aticé más culatazos y el boquete se agrandó. Introduje medio cuerpo, apunté hacia la cama y banggg ―volvió a apuntar al juez―. Nada: el ronquido no cesó. Joder ―mascullé―, he fallado. Bueno, pues… qué cojones, allá voy. Entré a saco por el hueco, me planté en medio del cuarto y ratatatata ―gritó mientras simulaba que nos acribillaba a balazos―: barrí la habitación a tiros hasta que ¡por fin! el roncador se calló.
   »Se dejó caer exhausta en la silla. En la sala se escucharon cuchicheos. Yo miré al demandante que enfundado en un traje gris, seguía el juicio encogido en el asiento.
   »―Así pues ―intervino el fiscal, con chulería―, ¿se declara usted culpable?
   »Mi defendida no respondió. El juez la apremió para que contestara. Ella, indolente, le preguntó que a qué debía contestar. El fiscal formuló de nuevo la cuestión y ella exclamó en tono de sorpresa:
   »―¿Culpable? ¿Yo culpable? ¿Culpable de qué?
   »―De intento de asesinato y allanamiento de morada. Usted misma acaba de admitir que allanó y destrozó el piso de su vecino.
   »―¿Y qué?
   »―Pues si admite que lo destrozó, es culpable de…
»―Un momento ―dijo poniéndose otra vez de pie y recuperando toda su energía―. Yo no soy culpable de nada porque, vamos a ver: ¿tengo yo la culpa de que ese tonto del haba ―dijo señalando al demandante― naciera sordo como una tapia? ¿Tengo yo la culpa? A ver, que alguien me lo diga ―dijo poniéndose en jarras y jaleando con chulería a los presentes―, a ver quién es el guapo que se atreve, a ver quién tiene los huevos de decirme a mí, a la cara, que la culpa la tengo yo.
   »―Pero usted pudo haber matado a mi cliente ―le replicó el fiscal.
   »―Actué en defensa propia. Pero, aun así, no lo maté.
   »―No. Afortunadamente, con el estropicio que usted estaba armando, la lámpara del techo le cayó en la cabeza, se despertó y pudo esconderse debajo de la cama.
   »―O sea que ¿todo este jaleo viene por un maldito chichón? ¿Es que la justicia de este país no tiene nada mejor que hacer que entretenerse con un quejica cagón?
   »―Usted le destrozó la casa y la víctima pide una indemnización.
   »―¿Qué víctima? Si la víctima soy yo.
   »Yo estaba abochornada. Me sudaban las manos y la cara. Comprendí que tenía que parar a mi clienta. Me puse de pie y dije:
   »―Señoría, mi clienta está muy nerviosa. Le pido que me permita…
   »―A ver si te callas, mona, que ya te tengo dicho que tú aquí no pintas nada ―me interrumpió ella dando un taconazo en la tarima.
   »―Y tú ―le gritó al demandante amenazándole con el dedo―, tócame el bolsillo y te parto la cara a hostias y te rajo en dos.
   »El demandante puso cara de terror porque, aunque no podía oírla, la actitud y las intenciones de mi clienta eran transparentes como la luz del día. El juez, ya harto, ordenó su desalojo. Ella pegó un brinco del estrado, corrió hacia su vecino y lo agarró por el cuello.
   »―Ahora mismo te mato, cabrón.
   »Hubo un gran revuelo en la sala. La policía la apresó. El juez, fuera de sí, dio un mazazo contra la mesa y gritó: ¡Se levanta la sesión!»

Mis oyentes movieron la cabeza con estupor y, aunque la  tenían la cosa clara, se interesaron por el desenlace.
   ―Perdí el juicio. El juez la condenó a pagar una indemnización. Se negó. Le embargaron las cuentas y el vecino cobró.
   Aunque era un final esperado, se oyó un murmullo de desilusión.
   ―Pero después ―añadí―, la cosa se arregló.
   Les expliqué que, si bien no recurrí la primera sentencia porque pensé que estaba fuera de lugar, después cambié de opinión y presenté una demanda contra el marido, el vecino y el constructor de la vivienda.
   ―¿Una demanda? ¿Por qué? ―me preguntaron, extrañados.
   ―Por ser los causantes de la enajenación de mi clienta. Alegué maltrato psicológico e indefensión.
―¿Y cómo lo articuló?
―En cuanto al marido, expuse con detalle el permanente, prolongado y abusivo maltrato mental que, debido a sus ronquidos, mi defendida había sufrido a lo largo de su matrimonio.
―¿Y al vecino? ¿De qué lo acusó?
―Contaminación acústica y acoso vecinal.
   ―¿Y al constructor?
   ―Invasión de intimidad y falta de medidas de seguridad. Me basé en lo declarado por mi clienta en su día ante el juez: “La construcción es un desastre. Hacen los tabiques finos como el papel”. Defendí que eso suponía una agresión a la libertad y a la vida privada y argumenté que, si la pared hubiese sido una pared como Dios manda, ella no hubiese podido consumar el allanamiento de morada.
   El auditorio aguardaba el final de la historia con expectación.
―Y esta vez gané ―añadí con satisfacción―. Conseguí que los tres hombres fuesen declarados responsables de la enajenación de mi clienta. Los condenaron, a cada uno por su parte, a indemnizarla con una gran cantidad de dinero y una sustanciosa pensión de por vida.
   ―Pero ―me preguntaron― ¿qué le hizo cambiar de actitud entre el fallo de la primera sentencia y su demanda posterior?
―Quería sentar Jurisprudencia.
   ―¿Jurisprudencia? ¿Por qué?
Me quedé mirando a los asistentes, paseé la vista por todos ellos y, con un fingido aire de resignación, les dije:
   ―Porque, entre una cosa y otra, a mí me ocurrió lo mismo que a mi clienta. Me casé, sin saberlo, con un grandísimo roncador. Tal vez ustedes no puedan entenderlo pero…
Estalló un revuelo en el auditorio. Todas las mujeres, como impulsadas por un resorte, se pusieron en pie y gritaron a la vez:
   ―Claro que podemos entenderlo. ¡Lo entendemos perfectamente!
   Y mientras las unas a las otras se relataban los tipos y detalles de los ronquidos de sus compañeros de cama, una voz se hizo oír entre el barullo. Era la de una mujer rubia que se aventuró a apostar a que la primera sentencia la había dictado un juez y la segunda una jueza. Yo, al oír el comentario, sonreí pero continué callada. En la sala aumentó el bullicio y se dispararon las apuestas. Me puse de pie y, levantando la voz entre el jolgorio, a modo de despedida, dije:
―Han sido ustedes muy amables. Gracias por su atención.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:50:23 am
Las tres mandarinas



Entonces vimos cómo tranquilamente sobrevolaba el puerto al ras del agua un pelícano de plumaje pardo que llevaba colgando del cuello una ristra de tres mandarinas de tres colores diferentes, con inscripciones talladas en la piel atadas con un fino cordel de seda roja.
Era un día nublado que anunciaba inminentes lluvias. Nosotros estábamos pescando en la orilla del puerto cuando vimos aquella inusual ave pasar a pocos centímetros de nuestras cabezas a toda velocidad.
Unos decían que se trataba de un albatros, dada su gran envergadura. Otros propusieron que debía ser un alcatraz por el aspecto de su pico. Incluso algunos se atrevieron a sugerir que se trataba de un cormorán, basándose solamente en el aspecto de su cuello. Si no es cierto que se trataba de un ejemplar de gran tamaño y que los alcatraces tienen un pico muy similar al de los pelícanos no cabía en mí la menor duda de que se trataba de un congénere mío, los sabría identificar a cualquier distancia. Estas estúpidas gaviotas no saben lo que dicen, pero se negaban en redondo a rectificar sus palabras, así que alcé el vuelo fui tras mi igual para demostrarles que se equivocaban por completo.
Había aparecido de la nada. Es muy extraño, pues hace días que la mayoría de los nuestro ya habían migrado, y es muy pero que muy inusual que alguien se confunda de ruta y mucho menos que de media vuelta. ¿Quién querría permanecer más tiempo en este recóndito y gélido páramo?
Pero sobre todo tenía una gran curiosidad por aquel extraño colgante que lucía. Nunca había visto nada parecido ni oído hablar de nada semejante. Además, su aspecto es un tanto peculiar. ¿De dónde habrá venido?
Esperé a que se posara en algún lugar para detenerme a su lado y poder hacerle todas las preguntas que me rondaban en aquel instante por la mollera. Pero no cesaba, no bajaba ningún ápice la intensidad de su vuelo. Estábamos dejando demasiado atrás el puerto, así que intenté llamar su atención, pero no se inmutó lo más mínimo al oírme graznar. Pensé en adelantarle, pero de improvisto una de las mandarinas de su colgante cayó a la superficie helada. Ambos nos dimos cuenta, por lo que aproveché para descender junto a él y así intentar preguntarle algo.
Todavía en el cielo vi como manipulaba a mandarina, pero para volver a ponerla en su colgante. Volvió a alzar el vuelo, abandonando allí la fruta. Yo seguí llamándole la atención, pero pasaba de mí por completo, por lo que le dejé marchar y me quedé observando la mandarina. Era de color morado y las inscripciones eran doradas.
Pensé en llevármela, pero de repente comenzó a zarandearse sola. Me quedé petrificado por la impresión y el desconcierto. El pequeño cítrico seguía revolviéndose en el hielo mientras yo me alejaba con cautela. Y no tardó en salir de su interior un frágil brote de color morado, que poco a poco iba ganando altura. El hielo se estaba fragmentando y el brote se estaba convirtiendo en un gran árbol de madera morada y hojas blancas. No dejaba de crecer.
Hacía tiempo que había alzado el vuelo y había salido huyendo a toda prisa para volver al puerto. Miré hacia atrás un instante y vi como el árbol era mayor que cualquier montaña que jamás hubiera visto en todas mis migraciones. Pronto oscureció el cielo y lleno toda la atmósfera con su dulce polen.
Al cabo de unas horas el árbol dejó de crecer, y rápido crecieron infinitud de mandarinas, y de la nada apareció una bandada pelícanos similares al primer forastero que oscureció el cielo,  para llevarse consigo cada uno otras tres mandarinas.

Emmanuel Pablo Buendía vilches
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:51:37 am
Autostop



A Mario Vargas Llosa y la conversación
en la Catedral que nunca sostuvimos


Tú lo sabias, Estebita, que si Vargas Llosa esto, que si Vargas Llosa lo otro. ¡Forra ese libro, niño!, te dijo la Ceci pero no la tuviste en cuenta. Nunca la tuviste en cuenta. Ahora manejas un camión repleto de naranjas y te arrepientes de la mitad de las cosas que has hecho en tu vida. Un camión de naranjas de oriente a occidente, a lo largo y ancho del país. Cada tres días un camión de naranjas. Te arrepientes de muchas cosas, Estebita, pero seguro estoy que tomaste a bien haber recogido a aquella chica que pedía botella en la autopista. Aquella chica que a diferencia del resto, no sostenía en la mano un billete de cincuenta, sino algo que desde la altura y distancia del camión parecía una postal, o una lámina recortada de una revista, una de esas revistas exclusivas que vende el viejo de la calle central, una de esas revistas soviéticas que ya no existen.
¿A dónde te llevo?, y ella no respondió, o al menos eso fue lo que pensaste. Te dio la postal, lo que tú creías que era una postal y resulta que no era postal ni lámina, sino una fotografía, una fotografía de una pareja y dos niños, esa fotografía que ella te pidió que colgaras del parabrisas como si fuera una virgencita de Guadalupe, o una virgen de la Caridad del Cobre, un resguardo para la seguridad de un conductor, un resguardo para la seguridad de un cargamento de naranjas. Son mis padres, dijo sin darte tiempo a que preguntaras, el pequeño es mi hermano, y clavó la vista en la carretera, en el tramo de carretera que se alcanza a ver desde el asiento delantero en la cabina de un camión cargado de naranjas. Tú querías saber más, pero con el tiempo te has convertido en un tipo prudente. Ya han quedado atrás esos años de la Universidad, esos cortos años de la Universidad donde te enorgullecías de poseer un pensamiento propio, como si tal cosa fuera realmente importante, como si las opiniones ocuparan tanto espacio, fueran tan pesadas, que te resultaba imposible sostenerlas allá en el fondo. Esperaste un rato, trataste de encontrar un tema en común, algo ordinario, algo así como el estado del tiempo, el precio de la vida o las líneas teóricas fundamentales de la filosofía de Kierkegaard; pero sabías, Estebita, que tus cortos años en la Facultad de Filosofía no serían suficientes para captar la atención de una chica que pide botella a cambio de una foto de familia.
Ceci tuvo razón aquella tarde, sobre la fría arena de Guanabo, después del aguacero, cuando el cielo se cubrió de un azul intenso y se marcharon los ómnibus amarillos, que en la mañana habían dejado caer en el agua medio centenar de chiquillos gritones y malcriados, que no pararon de correr de un lado al otro, de un lado al otro, de un lado al otro. Ceci tuvo razón, pero no la tomaste en cuenta, nunca la tomaste en cuenta.
La chica te pidió que cambiaras de emisora, que ya estaba harta de las mismas noticias, que todo no era más que una sarta de mentiras. Giraste el dial hasta que diste con un tema de Dona Summer; por supuesto, tú no sabías quien era Dona Summer, nunca habías oído hablar de una tal Dona Summer. La chica te hizo un cuento largo sobre la infancia de la cantante, sus frustraciones de adolescente y el modo en que llegó a la cima, a esa cima en la que descansan los grandes artistas. La chica hablaba mucho, Estebita, tú permaneciste la mayor parte del tiempo en silencio, hasta que de repente, así, sin acordarte mucho de cómo, ella habló de sus padres, de su hermano y de Calligan. Conocías a Kierkegaard, a Nietzsche, incluso alardeabas de dominar las líneas teóricas de Kant, pero nunca habías oído hablar de un tal Calligan, no sabías, ni por asomo, quien podía ser ese tipo.
Los ómnibus se marcharon y Ceci dibujó al detalle cada una de las posibles consecuencias. Tenías hambre, no hacías más que asentir y pensar en unas pizzas de jamón y queso, en un vaso bien grande de refresco de Cola o en un jugo de tamarindo, eso Estebita, siempre te ha encantado el jugo de tamarindo. Le dijiste a la chica que debías parar un momento en el Conejito, que te reventabas de los deseos de ir al baño y que quizás encontraran algo de comer. Para ella un pastel de guayaba, para ti un sándwiches y de nuevo al ruedo. Tú al timón, ella a los basamentos del tal Calligan, a su teoría del bien común, a la función de cada cual dentro de ese gran sistema que es el funcionamiento del universo.
Creíste que Calligan era quizás un filósofo moderno, uno de esos que poseen una secta, o un blog y cientos de seguidores, uno de esos que organizan campañas, conferencias, estandartes para sus pupilos, fiestas benéficas, recitales de poesía y estrategias para contrarrestar la contaminación, la tala de los bosques, o el crecimiento acelerado de las falsas necesidades como producto de la difusión de la sociedad de consumo. Nada de eso, dijo la chica. Nada de eso, dijo Ceci, tienes que pensar muy bien las cosas, acá nada es por gusto, acá todo está pensado, si sigues por ese camino puedes echar a perder tu futuro.
Tú lo sabías, Estebita, que si los Rolling Stones esto, que si los Rolling Stones aquello. ¡Esconde ese disco niño, guárdalo en una portada de la Original de Manzanillo o las Maravillas de Florida!, te dijo la Ceci, pero no la tomaste en cuenta. Nunca la tomaste en cuenta.
Calligan me abrió los ojos, dijo la chica, me hizo ver la vida de un modo diferente, antes nada tenía sentido. Creíste que podría ser cierto, que la mayoría de los adolescentes se la pasan buscándole un sentido a todo, tomando decisiones equivocadas; como tú, cuando te paseaste por la Facultad con aquel pullover que te había traído tu tío desde Miami, aquel pullover de la Universidad de la Florida.
Según Calligan, dijo la chica, el poder no radica en el dinero, no tiene nada que ver con las posesiones, sino con el movimiento y la autodeterminación. Mientras más te mueves, mayor poder adquieres, todas las riquezas radican en autodeterminarte, saber qué hacer, cuándo y cómo, sin presiones, solo por voluntad propia. Creíste por un momento, pero solo por un momento, que eras el hombre más poderoso del mundo. Nadie se movía más que tú, de oriente a occidente, a lo largo y ancho del país, llevando a cuestas un cargamento de naranjas. Determinabas por voluntad propia a quién llevar, de las decenas de personas que en la autopista agitaban un billete de cincuenta, a qué velocidad manejar el camión y el lugar exacto donde detenerte. Tenías autodeterminación, movimiento, a una chica cambiando el dial, lo tenías todo.
Sin embargo sentías una especie de vacío, no ese vacío existencial del que hablaban Nietzsche y Kierkegaard, no te interesaban las eternas preguntas de ¿quién soy?, o ¿cuál es mi función en el mundo?, sino que ibas un poco más allá, a la disyuntiva del superhéroe, a la idea de que bajo ningún concepto debías ser simple y llanamente el chofer de un camión repleto de naranjas. Que alguien, esa chica, por ejemplo, podría descubrir que sirves para algo más que para manejar un camión de oriente a occidente, a lo largo y ancho del país.
Imagino que esa sea la razón, Estebita, por la cual aceptaste el reto. “Todo Poder trae consigo una Responsabilidad”. Solo bastó una hora para que te convencieras de que el tal Calligan tenía razón, solo bastó una hora para que te lanzaras a toda velocidad contra el muro de piedras que circunda la llanura de Matanzas.
Tú lo sabías, Estebita, que si el Partido esto, que si el Partido aquello. ¡Cierra esa boca, niño!, te dijo la Ceci, pero no la tomaste en cuenta. Nunca la tomaste en cuenta. Ahora estás en una cama de hospital, te arrepientes de la mitad de las cosas que has hecho en tu vida y apenas me dejas hablarte en la hora de la visita, no haces más que mirar esa fotografía enmarcada que alguien ha colocado en la cabecera, esa fotografía de una pareja y dos niños que como si fuera una medallita de la virgen de Guadalupe o de la virgen de la Caridad del Cobre, una medallita que te protege contra el sabor amargo de la sopa de fideos que reparte la enfermera, te protege contra el insomnio o contra el tipo de la tercera cama, el tipo que cambia el canal y no te deja ver los documentales del Animal Planet.
Por eso espero a que despiertes, Estebita, para aconsejarte, para decirte que es probable que el tal Calligan no exista, que no aparecieron rastros de la chica después del accidente y que lo que tienes enmarcado en la cabecera de la cama no es una foto de familia, sino una lámina publicitaria de una de esas revistas exclusivas que vende el viejo de la calle central, una de esas revistas soviéticas que ya no existen.

Jacques de Sores
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 15, 2013, 10:52:57 am
Y MARCO



   Se abrió la puerta del ascensor y Amanda salió al enésimo pasillo que había recorrido en aquel hospital durante las dos últimas horas; pero esta vez era distinto. Según su pie derecho salió por la puerta del ascensor y se posaba en el suelo, tuvo la sensación de que por fin iba a encontrar lo que buscaba.

   Recorrió el pasillo siendo ignorada por toda la gente que había en él, como había ocurrido desde que había entrado en el hospital, pero ella no se extrañó, ya que todo el mundo parecía muy ajetreado y ocupado. Fue asomándose por cada una de las habitaciones que encontraba a su paso. Una a la derecha y otra a la izquierda. Su movimiento en zig-zag no consiguió llamar la atención de nadie. Antes de llegar a la última de las salas se paró: tenía miedo de no encontrar respuesta a ese sentimiento tan raro que le había hecho dirigirse hasta allí. Cogió aire. Lo soltó lentamente por la boca. Repitió este proceso un par de veces más, hasta que consiguió las fuerzas suficientes para mirar dentro del cuarto que, como todos los demás, seguramente estaría vacío.

   Cuando su mirada hubo cruzado el umbral de la puerta, no pudo creer lo que sus retinas captaron en ese momento. Su madre, su padre, su hermana pequeña y Marco, aquél chico de su clase que aún no se había atrevido a presentar formalmente a sus padres. Todos ellos estaban llorando alrededor de la cama, destrozados. La familia se abrazaba mientras Marco estaba sentado en una silla, mirando a suelo, desconsolado.

   En la cama se encontraba ella, Amanda, con su preciosa melena de color castaño claro descansando sobre la áspera funda de la almohada. La misma aspereza que había dejado la sal de las lágrimas bajo los ojos de la gente que la quería. Los mismos ojos que ella tenía cerrados, ya sin capacidad para llorar. Quiso correr, huir del lugar, aquello no podía ser cierto, pero el miedo había anclado sus pies a las frías baldosas del suelo. Y entonces ella quiso recordar.

   Ráfagas de ideas pasaban por la cabeza de Amanda, pero nada en claro. Recordaba haber apagado el despertador y haber bajado a desayunar; darle un beso a su hermana en la frente para despedirse y acto seguido coger mochila, móvil y, justo antes de salir, las llaves de casa y de la moto. La moto. Entonces el sonido del golpe, el ruido del casco chocando contra el asfalto. Entonces, ¿qué había pasado si llevaba el casco? Poco a poco sus recuerdos eran más débiles, la imágenes más grises y ya sólo percibía claros los sonidos, las voces, pero cada vez más tenues y distantes.

   En su mente oyó una sirena, ahora sabía que fue la ambulancia en la que más tarde iba montada; también escucho una voz desconocida que decía que vio chocar el vientre de la pobre chica contra el guardarraíl. Lo siguiente lúcido que recordó fue “No tiene graves lesiones externas, pero sí una herida interna de gran tamaño”.

   Antes de verse aturdida en la puerta del hospital se vio a sí misma, desde fuera, tumbada en la camilla y a varios médicos a su alrededor intentando reanimarla. Dedujo así que la camilla que vio pasar rápidamente antes de entrar en el hospital y comenzar su búsqueda, era la camilla en la que yacía su cuerpo ya sin vida.

   Ahora ya lo sabía. La moto. La moto por la que tanto le insistió a sus padres, la moto en la que tantos paseos había dado con Marco, la moto que había pensado ceder a la pequeña de la casa. Se acercó a ellos, acarició a su hermana en la mejilla; abrazó a sus padres y besó a Marco; y en ese instante, en ese preciso instante llegó la luz y con ella la calidez del hogar y un escalofrío que estremeció a los presentes en la sala.

Unmandrilymedio
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 15, 2013, 11:36:49 am
(http://img34.imageshack.us/img34/951/pyqd.png)


Según los datos que tengo en mi poder, con un total de 431 relatos, damos por finalizada esta segunda tanda de publicación de relatos. En la que, con miles y miles de kilómetros a sus espaldas, volvemos a encontrarnos con obras procedentes de:

Alemania (Stuttgart, Colonia, Augsburgo, Deutschland), Australia, Portugal, Colombia, Honduras, República Dominicana, Holanda (Amsterdam), Guatemala, Estados Unidos (Tennessee, New York), etc...

Murcia (Lorca), Burgos, Cáceres, País Vasco (Guipúzcoa, Vizcaya, San Sebastian, Bilbao), Galicia (Ourense, Lugo, Bueu, Vigo (Pontevedra)). Las Palmas de Gran Canaria, Aragón (Huesca), Castilla y León (Segovia), Islas Baleares (Sant Llorenç), La Coruña (Oleiros), La Rioja (Calahorra), etc…

Finalizamos, un año más, esta ilusionante andadura en la que Montefrío vuelve a erigirse como baluarte internacional de las letras. Desde la organización, desde Fórum Montefrío, queremos felicitar a los verdaderos protagonistas de este concurso, los participantes, las personas que día a día se dejan la piel en la pluma. Mucha suerte a todos y… nos vemos en los libros!!

PD: Durante los próximos días dará comienzo el periodo de deliberación.
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Diciembre 23, 2013, 16:02:56 pm
Tras un arduo periodo de deliberación, en el que los distintos miembros del jurado han puesto su empeño de forma total y absolutamente desinteresada, publicamos FALLO DEL V CONCURSO DE RELATOS FÓRUM MONTEFRÍO.

Nuestra más sincera enhorabuena no solo a los ganadores sino a tod@s los participantes. Un año más, el nivel ha sido sorprendente. Si a todo ello sumamos que Montefrío ha recibido obras de escritores procedentes de todo el mundo, el orgullo y satisfacción es doble.

(http://img202.imageshack.us/img202/4605/pobk.jpg)


Fallo V Concurso de Relatos Fórum Montefrío


En Montefrío a 21 horas del día viernes 20 de diciembre de 2013, el jurado del certamen compuesto por Dº Francisco Ortuño Morales, Dº Jose Antonio Oballe y Dº Serafín Jiménez López, tras un arduo proceso de deliberación, emiten el siguiente fallo:



CATEGORÍA GENERAL:

1º Aventuras y desventuras del explorador Jiménez con J. (Señor Corchea).



CATEGORÍA INTERNACIONAL:

1º Sofía (Bachiller Sansón Carrasco)
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Febrero 02, 2014, 23:20:38 pm
En unas horas publicaremos el primer videorelato, presentando el primer galardonado del V Concurso de Relatos Fórum Montefrío. Una vez más, el destino relaciona a uno de los participantes con nuestra localidad. En esta ocasión, el nexo de unión ha sido el curso de saxofón "Villa de Montefrío".
Título: Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Publicado por: Relatos FM en Febrero 03, 2014, 17:38:47 pm
Lo prometido es deuda, desde Monzon (Huesca), Lorenzo Otin Pintado (Sr Corchea) con su obra "Aventuras y desventuras del explorador Jiménez con J. (Primer premio // Categoría nacional)