Autor Tema: V Concurso de Relatos Fórum Montefrío  (Leído 132545 veces)

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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« en: Abril 23, 2013, 15:22:11 pm »

Que mejor forma de celebrar el día del libro que anunciando una nueva edición de uno de los certámenes literarios con mayor proyección de la provincia, El concurso de relatos Fórum Montefrío

Con 5 años de trayectoria, más de 73.000 visitas a sus espaldas (21.000 en su edición anterior) y cientos de obras procedentes de los 5 continentes, presentamos la V Edición del Concurso de Relatos Fórum Montefrío.

Sin más, preparen sus plumas.



« Última modificación: Abril 23, 2013, 15:24:03 pm por Parlamento »
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #1 en: Mayo 08, 2013, 16:21:27 pm »

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #3 en: Mayo 09, 2013, 11:55:25 am »
UN TRABAJO DIGNO

Las seis, José se levantaba intentando hacer el menor ruido posible, de hecho conocía cada centímetro de su colchón a la perfección y recorría, como cada mañana, el sendero marcado para tal fin, pero como era habitual, su mujer giraba la cabeza, lo miraba emocionada y le enviaba un sordo beso para que el bebé no se despertará.
Ya en la cocina, apenas daba tiempo para tomar al trago, un aguado café y mordisquear las dos galletas reblandecidas que anoche sus hijos no terminaron de comerse, todavía no había salido el sol, por lo que se ayudó de la luz del móvil, para bajar las escaleras sin tropezarse con algún juguete o monopatín furtivo y trastabillarse como ocurrió la semana anterior, suerte que fué en el penúltimo escalón.
Antes de agarrar el picaporte de la puerta, comprobaba que llevaba todo lo necesario en los bolsillos, las llaves del coche, el teléfono y la cartera; apenas si tenía veinte euros, pero ese era el presupuesto para el resto de la semana y estaba amaneciendo el miércoles. El frescor de la mañana terminó por despejarle totalmente.
En la calle comenzó a respirar más aliviado, había conseguido salir de casa sin que sus hijos se despertaran, lo que no sabía es que su primogénita, estaba asomada por el roto de la persiana de su cuarto y observaba como se alejaba con un sonrisa en la boca, pero le preocupaba que su padre saliese tan pronto cada mañana, que casi nunca coincidiesen al medio día para comer y que llegase tan tarde cada noche, que apenas si tenían un rato para jugar, pero ella se quedaba tranquila si lo veía sonreír y así lo hacía por tercer día consecutivo.
Llegó a la altura del coche, se paró en el parte trasera, miró hacía un lado y hacía el otro y le pegó un golpe a la cerradura con ambas manos, una por encima y la otra por debajo; acto seguido se abrió el maletero. No era un método muy ortodoxo pero a falta de pan… cogió una libreta pequeña, la abrió por la mitad y se puso a comprobar un cuadrante que había hecho a mano, miércoles 23, hoy toca reunión en la cede central con el inspector de seguridad. ¡*****! - Gritó enfadado.
Hoy será un día muy largo – se quejaba mientras ponía rumbo a su destino – pero no importa, ya estoy muy cerca, muy cerca – repetía mentalmente una y otra vez para animarse. Apenas si encontró algo de tráfico en su ruta, por lo que llegó hasta su aparcamiento a la hora prevista, desde allí podía ver con total tranquilidad como uno a uno iban llegando los distintos empleados a la empresa.
Como no, el primero el Seat blanco de Marta la secretaría, casi siempre era la primera en llegar, a continuación los BMW de los tres directivos, primero Alejandro, segundo Antonio y por último Raúl. Ahora el turno de los administrativos. Luís con el Ford negro y Luisa con el… un momento, este coche es nuevo… haber donde aparca… sí es Luisa no hay duda, habrá cambiado el coche. Ya no debe faltar mucho para que llegue.
Ay está el Audi negro, se introduce lentamente en su cochera techada, abre la puerta, saca la pierna izquierda, deja las gafas de sol en un pequeño compartimiento del apoyabrazos delantero, coge el maletín, lo coloca en su asiento, sale del vehículo, estira las arrugas del pantalón, abre la puerta de atrás, coge la chaqueta del traje, se lo pone, primero la manga derecha, luego la izquierda, se abrocha los botones, se mesa el pelo, coge el maletín, cierra la puerta y se aleja pausadamente mientras práctica su sátira sonrisa…el mismo ritual de cada día.
Bueno ahora toca correr para ocupar mí lugar – pensaba mientras sacaba la bolsa de deporte del coche; por la parte trasera de las cocheras de la central, había una obra abandonada, era un edificio de oficinas que el promotor no tuvo tiempo de terminar antes de declarar la suspensión de pagos, pero que ha José le venía muy bien, pues desde allí podía ver muy de cerca el despacho del Director General.
Toda la obra estaba recubierta de polvo blancuzco, excepto el camino habitual que lentamente había despejado con sus botas con el paso habitual de los días; llegó hasta su “despacho”, depositó la bolsa en una mesita y sacó los prismáticos. Sabía perfectamente hacía donde debía mirar, la tercera ventana de la izquierda del último piso; cinco, cuatro, tres, dos, uno – contaba mentalmente – “y eh voila” – gritó mientras el director aparecía en el visor.
Bueno, ahora a esperar – se dijo mientras tomaba asiento, normalmente tenía un par de horas, hasta que comenzaba la ronda de visitas y aquella mañana no iba a ser diferente, la secretaría con los contables, la secretaría con los directivos, la secretaría llevándole el café, la secre.. y ahí su mente desconectó, se quedó de pie quieto sin mover un solo músculo, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida hacía el suelo. 
Estaba pensando en su hija, que era muy buena y ayudaba mucho en casa y más ahora que desde la llegada del pequeño se habían convertido en familia numerosa, familia numerosa, su abuela si que tuvo una familia numerosa, con ocho hijos no ellos que solo habían tenido tres, pero que gracias a la reducción tenía la ayuda del gobierno, hasta que decidan no renovarla y entonces no se de que vamos a comer, y como podré llevar mis niños al colegio y – de pronto comenzó a enfadarse.
Pero ahora no puedo pensar en eso – se dijo mientras sacudía la cabeza – tengo que centrarme en mí trabajo. El jefazo estaba sentado en su sillón con los pies apoyados sobre el escritorio, mientras hablaba enérgicamente por el teléfono, entonces pasó algo muy extraño, colgó con mucha violencia, se levantó y se pudo a mirar por la ventana.
Entonces, por un acto reflejo, José se agachó, estaba mirando en su dirección y lo hacía muy atentamente, ¿Se habrían percatado de su presencia o quizás alguien le había visto merodear por el edificio colindante?, comenzó a ponerse muy nervioso, le sudaban las manos y la frente, el director había fijado la mirada hacía su posición. Pero al cabo de unos minutos se dio cuenta que en realidad no le estaba mirando a él, tenía una cara que no había visto antes en los últimos meses, parecía cariacontecido, entonces se fijó en que se rascaba el antebrazo derecho con mucha asiduidad. Estaba nervioso, algo le había alterado.
Salió corriendo en dirección a su cochera, tuvo una corazonada y quiso estar preparado, en poco más de cinco minutos vió como el coche negro salía del aparcamiento, tenía más prisa de lo habitual, pero José estaba dispuesto y no lo iba a perder, por el momento seguía por la ruta hacía casa, pero en una rotonda giró a su derecha y cambió el itinerario. 
Era la primera vez que se adentraba por aquel barrio de la periferia, pero lo hacía sin dilación y con mucha decisión, sabía por donde andaba, pues eran calles angostas, con constantes cambios de sentido y muchas calles peatonales y sin salida, pero que sorteaba sin dificultad.
Hasta que llegó a una casita blanca que parecía estar sola en mitad de aquel caos de pisos que la rodeaban, se bajó del coche, pulso el cierre y las luces parpadearon varias veces, había puesto la alarma, al trote, José descendió a toda velocidad de su auto, portando una cámara de fotos con un gran angular, no sabía por donde situarse hasta que por la parte de atrás de la casa localizó una ventana.
Con el corazón en un puño se acercó, le temblaban las piernas, pero ahora no podía perder la oportunidad, y con todo el pudor del mundo se asomó y efectivamente pudo ver al director general dentro de aquella casa, sin pensarlo comenzó a tomar fotos.
¿Ya estás aquí, no te esperaba tan pronto hoy? – le preguntó su mujer, el no dijo nada pero su cara de felicidad lo delataba - ¿Lo has…? – y le mostró la cámara igual que un cazador alardea de la pieza cazada. Los dos comenzaron a llorar, habían sido muchos meses de esfuerzo y penurias, pero al final, el trabajo bien hecho tendría su recompensa.
Se pasó toda la tarde con sus hijos, jugando, cantando, saltando pero sobre todo acariciándolos, abrazándolos y besándolos, los pequeños se hartaban de tantas carantoñas y salían llorisqueando en busca de su madre, pero la mayor no se separaba de él ni un instante, intuyendo que todo había cambiado.
Por la mañana no tenía que madrugar, pero los nervios le hicieron levantarse a la hora habitual, se duchó tranquilamente, no recordaba la última vez que lo podía hacer sin prisas, se afeitó y se puso su mejor ropa, unos pantalones de vestir muy usados, una camisa blanca que amarilleaba por las mangas y unos zapatos sin apenas suela. Se despidió de su familia y cogió un sobre donde metió las fotos que la noche anterior seleccionó.
Esta vez no tenía que aparcar a doscientos metros de la cede, sino que se introdujo en el Parking de visitantes, y se dirigió con parsimonia hacia el despacho del director general, en cuanto lo vió la secretaría le increpó que se presentase así, pero insistió en verlo, ante las constantes negativas, José le dijo que le entregara el sobre que era de vial importancia. Ella accedió y le pidió que esperase un momento.
Delante del jefe se burló de su atuendo y este, totalmente relajado compartió con ella las burlas, hasta que abrió el sobre, se le congeló la cara y le pidió a su secretaría que le hiciese entrar inmediatamente.
¿Cómo ha conseguido usted, estas fotos? – le preguntó profundamente molesto, no puedo desvelar mis fuentes - ¿No será usted periodista? Porque le puedo asegurar que – no se preocupe, esto no saldrá de aquí, mientras lleguemos a un pacto satisfactorio para ambas partes. - ¿No nos conocemos? – entonces le vino a la mente todas las veces que tuvo que disfrazarse para hacerse pasar por electricista, por fontanero, por informático para sacar fotos de la agenda y los papeles del maletín y así poder hacerle el seguimiento – No, no me consta.
Le puedo decir que no soy un hombre rico, tengo muchos gastos y… - no quiero dinero, lo que quiero es ésto –sacó un pequeño recorte de periódico de su bolsillo, lo desdobló y se lo entregó.
El Jefe se acercó temeroso, alzó mucho el cuello, se reclinó hacía delante y leyó: “Importante Empresa de ámbito nacional, precisa un vigilante de seguridad para sus instalaciones, Interesados enviar currículo a…”
Se quedó atónito, después de reflexionar brevemente le respondió – bueno si solo es eso délo por hecho.

KIKIOCHO

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #4 en: Mayo 09, 2013, 12:03:59 pm »
EL CAYUCO

Joy tiritaba de frío con el terror inscrito en los ojos cada vez que veía acercarse una ola amenazando con un sordo sonido con hundir la nave al estrellarse contra su casco. Con la mirada perdida en la inmensidad azul del Atlántico, se aferraba con todas sus fuerzas al cadáver de su madre mientras se debatía por liberarse de aquel simple par de endebles pañuelos que lo ataban a su cuerpo convirtiéndose en una prisión  en aquella trampa mortal  a la deriva.

A su lado Abdi, un antiguo niño soldado que había desertado a los diecisiete años  poniendo pies por tierra a través de media Africa, se deshacía en arcadas por el vaivén de la embarcación.

Joy pugnaba por sobrevivir en medio de un océano de orines, vómitos, botellas vacías de agua y un sembrado de cadáveres.  Algunos se habían precipitado desde el bote al agua para desaparecer.

En mitad de ningún lado era incapaz de comprender  por qué su madre había llegado incluso a prostituirse para juntar el dinero del pasaje de punta Cires a punta de Oliveros, donde aguardaba si no el Paraíso al menos la promesa de una mejor vida.

Abdi miraba al pequeño con inusitada ternura. Desde que había subido al cayuco no había podido dejar de sentir un inexplicable lazo que lo unía a él. El desertor valoraba que seguramente se debía a las adversas circunstancias en que lo había conocido, o que en algún resquicio de su alma comenzaba a aflorar algún sentimiento humano por tanto tiempo arrebatado por sus antiguos captores.

Tal vez era simplemente respeto humano o por lo humano, que durante tanto tiempo había permanecido enterrado en el fondo de sus entrañas para no ser pasto de sus superiores por mostrar la más mínima debilidad.

O quizá que en aquella terrible travesía por primera vez en mucho tiempo veía en Joy a un simple niño y no a un soldado del que tener que defenderse.

Por un momento estuvo a punto de acariciar su cabeza cuando se detuvo a recordar cuando él tenía aproximadamente la misma edad.

Abdi aún permanecía absorto en sus recuerdos cuando una ola de metro y medio golpeó la patera obligándole a sujetarse con firmeza para que el mar no lo tragara. Oteo hacia el horizonte intentando advertir la costa de Tarifa sin que por más que se esforzara fuera en ese instante capaz de ver en la lontananza tierra firme.

El océano era sin duda un enemigo desigual. Nada parecido a ningún soldado contra el que en un pasado hubo de guerrear.

Joy se entregaba al esfuerzo imposible de mantenerse con vida al punto de la extenuación, inmovilizado por la baja temperatura, con el pensamiento insomne en dirección a España, donde según su madre ya no pasaría privaciones ni hambre. Volviendo la vista atrás el pequeño revivió por un momento un interminable éxodo desde el África negra montado a lomos de su madre en todoterrenos, camiones y trechos a pie en mitad de la sed, del hambre y de la nada.  Luego vendría la frontera entre Argel y Marruecos, aquella tierra de nadie que sus padres habían calificado de infierno.

A su padre lo había acuchillado un marroquí que extorsionaba a sus padres por su estancia ilegal en el Sagel, mientras su madre reunía dinero suficiente para cruzar el estrecho saltando de cama en cama.

Joy veía cómo se le escapaba la vida en medio de aquella solitaria nausea, resistiéndose como podía a morir, aferrándose al deseo de su madre  de alcanzar la orilla opuesta.

El fino oído de Abdi detectó el sonido d un motor en mitad de la marea. A punto estaba de pedir socorro cuando se percató de que eran hombres verdes uniformados. Miró a su alrededor buscando un arma con la que defenderse. Cualquier cosa valdría par el combate cuerpo a cuerpo.

Un golpe de mar lanzó a Joy fuera de la patera. Abdi se tiró instintivamente  para salvarlo. Luchando contra el oleaje tiró del niño sobre la superficie del agua a punto ya de ahogarse, y en una desigual contienda contra las olas por mantenerse a flote lo lanzó hacia el bordillo del cayuco dejándolo  salvo, mientras él se hundía desapareciendo: había sido el único acto heroico de antiguo niño soldado que había realizado en toda su vida.  El Atlántico se encargo de acoger sus restos para siempre en sus profundidades.

Una sirena sonora y monótona aumentaba cada vez más el sonido por su proximidad en medio de un destello de luces azules y rojas.

—¡Atención, no se muevan! —gritaba un agente por megafonía— Vamos a proceder a abordarlos.

Joy aguardaba expectante a aquellos hombres vestidos de verde que navegaban bajo una bandera de tres tiras horizontales amarilla y gualda, temiendo sus últimos momentos , ya fuera porque se sentía  incapaz de continuar agarrándose al cayuco o porque aquellos piratas lo ahogarían, cuando ya medio inconsciente notó cómo lo arriaban a la patrullera y lo abrigaban con una manta.

—Mi Capitán, es un niño de unos siete años. El único superviviente —se lamentó el Guardia Civil dirigiéndose a su superior, y observando la costa africana sentenció—  El mar como siempre se ha cobrado su tributo, sin diferenciar a españoles de magrebíes, a cristianos de musulmanes.

—Todos tenemos derecho a perseguir nuestros sueños —contestó el oficial— aunque sea al precio de la vida.

Mientras se dirigían a puerto para desembarcar a Joy y darle atención sanitaria, por momentos dio la sensación de que el mar entonaba una triste canción por todos los que perecieron en el intento...

Maria Cazalla

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #5 en: Mayo 09, 2013, 16:15:37 pm »
                                             
SMS-SOS

     Qué difícil resulta, en ocasiones,  identificar un vacío.  Esos huecos que se van rellenando de fatuas ilusiones, acciones cotidianas, desperdicios varios…
      Pero ella sabía que  ese agujero negro existía. Ese abismo la succionaba hacía un cráter candente. No importaba que no quisiera darse cuenta, que intentase avanzar rodeando ese sargazo que trataba de envolverla y  ahogarla de una vez por todas y para siempre.
      Aquella mañana, él había salido con mucha prisa. Su móvil reposaba en la mesa, junto al jarrón de tulipanes recién cortados.
      Durante todo el día, esa presencia la perturbó enormemente. De todos modos, rodeó la posibilidad, actuó de forma ecuménica, se resistió a las imperantes ganas de…  que la acuciaban.
     Sólo cuando tuvo que retirar el jarrón para poner el mantel en la mesa, se detuvo un instante infinito. Contempló  el teléfono que, en ese momento, pareció responder a sus dudas. Lo cogió entre sus manos en una suerte de caricia lasciva.
     Actuó rápidamente, como si temiese su llegada y ella no supiera cómo… Los dedos le temblaban al buscar menú, opción mensajes (pasó por los recibidos de puntillas, sin ocurrírsele siquiera asomarse a ese campo vedado), escribir nuevo.
      La pantalla blanca se mostró ante ella desafiante, como una sábana tendida bajo un sol implacable de verano. Estática, inmóvil.
      Un olor acre despertó su mente desde la cocina. ¡La crema de calabacín se había quemado!
      Tecleó “Te amo”, opción enviar, teclado numérico…
      Inmediatamente, su móvil anunció la recepción de un mensaje.
      Corrió a la cocina y, en medio del desconsolador aroma a calabacín chamuscado, leyó el mensaje que acababa de recibir.
     Decía: “Te amo”.
     Y se sintió feliz.

PoetadelNorte

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #6 en: Mayo 09, 2013, 16:21:51 pm »
El infortunado final de aquel… (fuera de concurso)

Todas las noches mantenía esta práctica rutinaria; ineludible e indefectiblemente necesaria. Llenar un vaso de agua y llevarlo al lado de la cama, antes de sucumbirme en el sueño, era un procedimiento que realizaba casi por instinto.
Siempre tuve la inapelable necesidad de las hidrataciones nocturnas. Me despertaba sintiendo mi lengua reseca rozar el paladar con aspereza. Algunas noches solo ocasionalmente despertaba una vez, mientras que en la mayor parte de ellas eran dos las veces que solía hacerlo. Bastaba un solo trago de agua para volver a retomar el sueño.
Recuerdo aquella madrugada cuando desperté. Sentí mi boca seca,  percibí la sequedad de mi lengua árida. Estiré el brazo en la oscuridad pero no di con el vaso. Al encender la lámpara comprobé que no se encontraba. Rara vez olvidaba el vaso sobre la mesa de la cocina. Volví a buscarlo y lo encontré vacío. Lo observé y al deslizar el dedo por su interior comprendí que aún permanecía húmedo. Me pareció extraño porque recordaba haber agarrado la jarra y colmatar el vaso de agua.
Volví a la cama llevando el mismo vaso, luego de haberle cargado de agua. Llegué a pensar que no me encontraba del todo solo en la casa. Recordé las historias que la abuela Sara me contaba sobre los espíritus que nos acompañaban. Siendo demasiado adulto, me encontré un tanto asustado como aquel niño tras haber escuchado historias de espíritus.
A la noche siguiente, cierta curiosidad me llevó a modificar el procedimiento habitual. Como era de esperar, desperté a la madrugada. Mientras bebía el preciso sorbo de agua determiné, sin buenos argumentos, que la maniobra debía efectuarse en la oscuridad. Sigilosamente y posando las manos sobre los muros iba reconociendo el camino hasta llegar a la cocina. Ese era el momento. Al accionar la perilla de la linterna el haz de luz cayó justo sobre el cristal. Aún el agua continuaba dentro del vaso.
Al despertar por segunda vez volví a practicar la misma actuación, aunque con una variante. En el momento de encender la linterna observo que el vaso se encontraba vacío. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y percibí que no me encontraba solo. Nuevamente el tacto de mis manos contra los muros, aunque esta vez se mostraban temblorosas. Comencé a regresar a mi cuarto, con cada paso se acrecentaba la sensación de sentirme acompañado.
Continué olvidando intencionalmente el vaso con agua sobre la mesa. Meditabundo y abstraído, comencé a dormir menos durante las noches. Mi propósito era encontrar el momento justo de consumirse el hecho. La rareza me resultaba tan escalofriante como inquietante. Mi obstinación por el extravagante hecho llegó a desvelar mis sueños.
Noche tras noche, el mismo vaso con agua y el mismo vaso vacío. Aquel suceso que en un primer momento me despertaba curiosidad, se convirtió en una agobiante pesadilla.
La abuela siempre sostenía que aquellos otros moradores no ocasionaban molestias y que pocas veces se los podía evidenciar.  Por un momento los percibí, en medio de la oscuridad me sentí observado por ellos. Aunque no los podía ver sentí su presencia. Rogué a Dios que me ayudara a librarme de aquellos espíritus. La ingesta de algunos somníferos me ayudó a recuperar el sueño y pronto ya me encontraba dormido.
Mi intención era la de poner fin a toda esa enajenación. Envenenar el agua de aquel vaso me pareció ser una salida. Aunque no imaginaba que efectos pudiera tener sobre aquel espectro nocturno, aparentaba ser una posible solución a mi problema.
Sería la última de esas inquietantes noches. Tras llenar de agua el primer vaso, me dirigí con él a la habitación.  Al volver vertí cuidadosamente el ácido muriático dentro del segundo vaso y, como estaba estipulado, lo dejé sobre la mesa de la cocina.
Desperté por primera vez, tras beber el sorbo de agua decidí ir a la cocina. Con la misma actitud logré llegar al vano, al encender la linterna aún el vaso continuaba intacto. Volví a la cama a esperar que la sed interrumpiera por segunda vez mi sueño.
Desperté con una extraña sensación, no ingerí el sorbo de agua. Un intenso dolor arremetió contra mi vientre, pero no me imposibilitó llegar hasta la cocina. Allí me encontré con el vaso vacío. De pronto todo pareció girar ante mis ojos y un temblor sacudir mi cuerpo. Fruncí las cejas y cerré fuertemente los ojos. Todo fue oscuridad y sed…
Confirmo que fue grande mi sorpresa al caer en la cuenta de algo. La abuela tenía razón acerca de aquellos otros extraños moradores de la casa. A partir de entonces pasé a formar parte de esos habitantes etéreos que poseía la morada.
Ya no padecía de apetencia líquida por las noches, aquella que había sido mi único impedimento para tener un sueño corrido. Ya no más vasos con agua a la cama, ni vasos con agua sobre la mesa de la cocina, ni mucho menos vacíos.
Extrañamente seguí habitando mi propia casa con mi presencia insustancial. Dentro de un estado intangible, llevaba una vida incorpórea. Para mi sorpresa, insólitamente me encontré muy a gusto con mi nueva existencia.
Cada vez que escuchábamos a los actuales ocupantes hablar del suicidio del antiguo propietario, con cierta aprensión y turbación, estallábamos a risotadas.
Solo se había tratado de un absurdo accidente…Nosotros siempre recordamos mi desafortunada desdicha; un final singular y un tanto ridículo. Pasó a ser la anécdota más recordada entre los incorpóreos de la residencia; la llamábamos “El infortunado final de aquel sonámbulo”.

Marcus Jowen
« Última modificación: ſeptiembre 03, 2013, 16:18:11 pm por Relatos FM »

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #7 en: Mayo 10, 2013, 15:23:25 pm »
Una Historia Más

Me llamo Víctor. Hoy cumplo veinticinco años. Mi compañía son dos policías del tamaño de gorilas que me llevan esposado y casi en volandas. Yo estoy callado. La única manifestación de todos los pensamientos y sentimientos que hay en mi interior es una pequeña lágrima que resbala tímida por mi mejilla. Pasan por mi mente un millón de recuerdos: mi madre llorando, el juicio, el cuerpo muerto de mi novia Rut…
Yo siempre he creído que los jueces eran justos. En las películas te muestran un juez buenazo y un abogado defensor que siempre demuestra la verdad. Pero ese sueño, esa venda, ha quedado destapada ahora para mí.
Sí, admito que Rut y yo ese día discutimos, por tonterías como siempre; yo me fui a un bar y bebí demasiado, pero no lo bastante como para no recordar nada. Al llegar a la casa que compartimos, la encontré en el suelo rodeada por un charco de sangre y con la mirada perdida a lo lejos. Me quedé perplejo. Lo primero que hice fue ir a cogerla entre mis brazos, sacar el cuchillo que tenía clavado en el pecho y llorar amargamente. Así, todo el mundo entendió que fui yo. Ya tenían las pruebas, el motivo y la oportunidad: la discusión, mi embriaguez y mis huellas en el cuerpo, el arma y en los alrededores. No lo entiendo. Yo la quería más que a mí mismo y que a cualquier otra cosa o persona en el mundo.
En fin, nadie me creyó. Tan siquiera mis padres y mi hermana. El único que me defendió como pudo fue mi buen amigo Iván. Pero no pudo hacer gran cosa para evitar mi sentencia: más de veinte años de prisión por asesinato con agravantes de ensañamiento y alevosía, sin contar con el maltrato de género.
Las esposas están frías y aprietan demasiado. Los dos gorilas me agarran con fuerza entre una multitud que grita: “asesino, asesino”.

Después de un largo viaje, llegamos a la cárcel. Me quitan mis cosas, me golpean, me dan ropa de cama y me llevan a mi celda. Una celda entre tantas otras. Por ahora no tengo compañero, y eso me extraña porque todos los demás presos están alojados en parejas. Es peor de lo que yo me imaginaba: será de unos 6 metros cuadrados, cerrada por completo con muros de hormigón; a la izquierda de la entrada hay una litera, vieja y con pinta de ser muy incómoda; en frente, una taza de baño sucia y; al fondo, una pequeña ventana de 20x20 que da a un patio amurallado. Por suerte se ve la luna de vez en cuando, y algunas estrellas. Entra algo de sol matutino. Parece que estamos en el campo porque se escucha algún pájaro y huele a flores silvestres; pero para mi desgracia, huele más a suciedad y sopa aguada que a otra cosa.

No se cuánto tiempo llevo aquí. Creo que van unos tres años. Tres años aguantando a mis compañeros, tres años aguantando sus abusos, sus groserías, tres años con la única esperanza de poder morir e irme con Rut, tres años viendo la luna detrás de mis lágrimas.
Durante este tiempo Iván ha venido a verme todas las veces que ha podido, que para mí siempre son pocas. Me contaba qué tal estaba mi familia, mis conocidos y el mundo en general. Siempre agradeceré su apoyo, sus palabras de ánimo y la esperanza que sembraba en mí. Hace ya mucho que no viene, no se que le ha podido pasar.

Otra vez es verano. El sol calienta los cuerpos, que desprenden peor olor que antes. Hoy el carcelero me ha prometido una sorpresa. Supongo que serán dos bichos, en vez de uno, en la comida. Para mi asombro, es un compañero de celda.
Es un hombre de unos cuarenta años, delgado, bajito y con grandes bolsas debajo de los ojos. No se qué decirle. Me saluda, le saludo. Le digo que su cama es la de abajo. Se hace el silencio durante unos minutos, que son eternos. La pregunta que tanto temo sale de sus labios: “¿Tú porqué estas aquí?” Pienso cómo contestarle.
- Por un asesinato que nunca cometí- contesté.
- Ah. ¿El asesinato de quién? ¿Cómo te llamas?- siguió.
- El de mi novia. Y me llamo Víctor.
- Yo me llamo Álvaro. ¿Quieres saber  por qué estoy yo aquí? 
No le contesto; sigo observando el cielo por el ventanuco.
- Pues por fabricar billetes falsos y hacerlos circular. ¿Sabías que te encierran por eso doce años?
Prosiguió con sus preguntas todo el resto del día. Y aunque yo no le pregunté nada, él me respondía solo. 

Pasaron las horas, los días, e incluso los años, pero Iván no venía a contarme la situación mundial.

Creo que hoy cumplo cuarenta años. Ni lo sé ni me importa. La vida en la cárcel es cada vez menos angustiosa. Dicen que a todo te acostumbras.
Me dicen que tengo visita - “¡por fin Iván!”
Llego a la sala. Me siento. Se abre la puerta. Veo deslizarse un bulto corpulento - “¿Iván?”- No, es mi madre.
- ¡Víctor, hijo mío!- grita.
- ¿Mamá? - pregunto extrañado - ¿Qué pasa con Iván?
- Sabía que me lo preguntarías. Hace unos catorce años tuvo un accidente de tráfico. Cuando venía con papá y tu hermana a verte a ti - De sus ojos empiezan a brotar lágrimas, todo su cuerpo se vuelve de piedra - No sobrevivió ninguno de los tres.
Ahora su cuerpo comienza a temblar como un flan; pero el mío, entre dudas, pensamientos y recuerdos, se queda petrificado. Lloro. Lloro en silencio, lloro con ella, solo, con Álvaro... ya sólo tengo a mi madre, y ella lleva setenta y dos años vividos y anda mal de salud; si yo pudiera cuidarla...

La cárcel empieza a ser mi hogar; Álvaro, mi hermano; sus muros, mi habitación de reflexión; los compañeros, mis amigos; los carceleros mis padres. 
Desde la visita de mi madre, todo parece menos difícil. Ya han pasado un montón de años; según Álvaro, siete u ocho.

Aún después de tanto tiempo, siento en mi interior la misma impotencia que el primer día, aunque ahora ya la ignoro. ¿Mi amor por Rut? No es igual que antes, evidentemente, pero hay noches que sueño que los dos somos jóvenes, que todo era como al principio, y que no había pasado nada; pero luego, luego el sueño se oscurece, surge una sombra conocida, pero desconocida a su vez, y esa sombra nos separa, la coge por el cuello cuchillo en mano y luego, después de estar un momento a oscuras en una habitación sin puertas ni ventanas, aparece muerta en el suelo. Esas noches me despierto de un sobresalto empapado en sudor y lágrimas.

- Me he enterado por ahí de una muy buena noticia. Te va a gustar – me dice Álvaro ahogado entre alegría y cansancio en el comedor – Han descubierto que tú no mataste a tu novia porque el que la mató ha confesado su culpabilidad ¡Vas a salir de aquí!
“Salir de aquí”. Palabras que resuenan una y otra vez en mi cabeza que, juntas, son un sueño vano en mí. No sé cómo reaccionar. Casi no puedo ni respirar para decir algo a mi amigo y compañero.
- Te habrás enterado mal. Además, ¿Quién confesaría un asesinato después de tanto tiempo?- Contesto.
- Pues alguien a quien le ha estado comiendo la conciencia todo este tiempo.
- Quita, quita. Prefiero no hacerme falsas ilusiones.
- ¡Qué suerte tienes! Vas a ser libre, y demostrado por la ley.
Tenía razón. A las pocas horas, cuando nos fuimos de vuelta a la celda, vino un vigilante que era amigo mío y con los ojos llorosos y una sonrisa en la cara me dijo:
- Libre. Libre y sin culpas.

Silencio en toda la cárcel. Todos se han quedado atónitos, incluido yo. No sé qué hacer, dónde mirar, qué decir, si saltar de alegría o llorar por todo y por nada.
Mi amigo carcelero me dice que me acerque a la puerta mientras él las abre. Una vez abierta la puerta Álvaro me abraza y me dice que nunca me olvidará. El carcelero también me abraza. No puedo hacerme a la idea de irme de mi “hogar” dejando todo lo que conozco atrás. Me dan mis cosas. Al verlas me emociono. Qué tiempos aquellos. Lástima que nunca vuelvan.

El sol quema mis ojos aunque es una tarde gris de otoño. Ya no recordaba como era la libertad de movimiento sin que nadie te diga donde tienes qué ir y que hacer casi en todo momento. Ahora en la calle me siento solo. No sé dónde ir, qué hacer, con quién hablar. Todo es muy extraño. La gente es muy extraña, visten estrambóticamente y tienen el pelo de colores.
Los pensamientos que se suceden en mi cabeza son muy variados. Por un lado, son alegres por haber salido de la cárcel. Por otro, de añoranza por todas las buenas personas que dejo atrás. Otros, de duda por no saber qué hacer. Y... ¿dónde va un hombre de casi cincuenta años como yo?
Vale, sé que tengo que buscar trabajo, pero ¿de qué? Me metieron en la cárcel cuando aún estaba comenzando a trabajar de mecánico y ya se me ha olvidado todo lo que aprendí. ¿Un piso? Pero si no tengo trabajo, de dónde voy a sacar el dinero para pagar un techo.
Tengo una idea de dónde hay un sitio en el que me acogerán con los brazos abiertos: mi “hogar” la cárcel, el lugar donde he pasado la mayor parte de mi vida, el lugar donde he aprendido todo lo que recuerdo y el lugar donde me daban un techo y “comida” gratis.
Incluso ya sé cómo volver...

Nekane FV

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #8 en: Mayo 10, 2013, 15:34:55 pm »
El dulce adiós

Recibí el golpe de frío de la calle en plena cara, como si de un latigazo se tratara. Aún no había cuajado el invierno y ya notábamos el rigor de su temperatura e inclemencias. Subí el cuello de mi abrigo. Hoy había salido pronto del trabajo,  sorprendería a Diana comprándole lo que se que le gusta, por encima de todo. Adivinaba el tintineo de sus ojos al verme con la caja, se la iluminan con lucecitas tibias, amarillas, como de mica, al darla el regalo; luego intentaría conseguir una velada como las de antes, cuando el tiempo se nos deshacía entre las manos y la pasión lo llenaba todo de deseo y palabras en un dialogo sin prisa, de miradas, de sueños compartidos.
 Hacía mucho que no nos dedicábamos momentos el uno al otro, que nuestras palabras se helaban antes de pronunciarse, que dejábamos pasar los días con diálogos iguales unos a otros, en donde cada uno sabía su guión y lo recitaba cambiando algún matiz. Ya no reía con el canto feliz de hembra confiada, ni miraba mis ojos para ver en ellos reflejado el deseo mordaz que me asaltaba nada más sentir su presencia.
Esta noche era buen momento para  hablar de nosotros. Tomar su mano entre las mías, mirarme en la profundidad de su mirada azul, perderme entre sus  brazo, esculpir con besos los labios y revivir los momento de intensidad de nuestro amor. Haría resucitar el rescoldo levemente apagado, y para eso, necesitaba llevarla su golosina, los marrons glacé que ella adoraba.
Parece que han pasado muchos años desde que la emoción embargaba nuestras vidas….y no ha pasado tanto. Unos meses, casi un año. Pero los sentimientos se diluyen en la cotidianeidad. La pasión en la rutina. Noto como las miradas antes irradiaban calor, ahora son destellos apagados de ojos moribundos. Nuestra piel que se erizaba al mínimo contacto mutuo, se muestra indiferente a las caricias que a veces nos prodigamos, más por costumbre, de día en día apagada la llama, que por verdadera pasión y sentimiento.

Subí al metro, adentrándome en las entrañas de esta ciudad que nos devora, a la vez, que hace que vivamos en alerta total, en  despropósito de carreras contra la naturaleza.
Iba apretado, entre gente desconocida, con la proximidad lejana de los extraños mezclados. Miraba sus rostros, que como el mío denotaban cansancio, sueño, en los momentos de recogida hacía el nido de cada uno. La expresiones eran quietas, indiferentes, cansadas, como la mía, imagino. Seres iguales unos a otros, cada uno con su vida a cuestas, con historias mezquinas  o heroicas, con felicidad o desgracia, pero sobre todo con sueño, con un halo de cansancio y tedio en la mirada que nos adormece y nos hace similares.
Ansiaba llegar a casa, entrar en la calidez del seno de mi hogar, retomar las costumbres que día a día habían  pergeñado el tiempo y los usos cotidianos.
Todas las noches tomo  ese caldo que ella prepara para dar tono a nuestro cuerpo cansado de la jornada. Encendemos la televisión, que con su cháchara consigue obnubilar nuestra mente y evitar la conversación que se pierde en las palabras no dichas y por ello olvidadas. Y si hablamos se dicen  cosas banales, esperando respuestas iguales a las de todos los días.
Hoy intentaré que sea algo distinto. Debía averiguar porque la mirada de Diana estaba  ausente .Sus ojos me huían desde hacía mucho, y su piel  me huye cuando la toco.
Quizá la rutina, que sin sentirla, asesina las pasiones y los sentimientos más profundos, había hecho mella en nosotros. La rutina,  que escarnece a la pasión más fuerte, que alivia el corazón más exaltado, había hecho presa en nosotros, nos estaba ganando la batalla.
Tiempos aquellos en los que nos prometíamos un romance perpetuo. Que con solo mirarnos nos estallaba el amor y sobraban las palabras para decirnos todo, con el cuerpo, con la mirada, con el roce ligero de una mano en la piel.
Corríamos a casa, desde donde estuviéramos, para consumar nuestro fuego en bloque, abrasados de pasión y de impaciencia.
El metro se iba llenado en una rotación constante, gente que subía, otros bajaban con pasos cansinos hacía un destino incierto.  Llegaba a mi estación, noté de pronto, que un leve soplo de miedo me contrajo el estomago, me sonreí por dentro, nada malo podía pasarme hoy, Diana me esperaba, cerca de mi pecho reposaba la cajita con sus marrons, y yo daría un giro a nuestra vida, para despertar el letárgico amor que posaba en ella.
Los  marrons glacé   eran su dulce favorito, se premiaba con ellos en circunstancias especiales,  o se compensaba de algún dolor o rabia, con uno, apenas dos, me encantaba contemplar cómo se llenaba la boca, cerrando los ojos irisados y dejaban que el dulce la embriagar de placer.

Yo asistía divertido a esa glotonería momentánea, deleitándome, a mi vez, con la belleza de esa cara atravesada de placer, recordando y recreando los momentos en que su gesto se deleitaba en mi cuerpo, que sutilmente se diluía bajo mi peso.
Amamos la belleza al conocerla, luego, pasa desapercibida en aras de la costumbre. Diana, había surgido como una luz, en mi vida mediocre, de persona normal, anodina. La dio luz, la encendió, hizo que los días que sucedían iguales unos a otros, se iluminaran como día de fiesta.
Así fue desde que la conocí,  sentía el milagro al verla despertar cada día en mi cama, al contemplar su belleza en mi vida. Hasta que la costumbre había tejido unas redes sutiles en mi cerebro. Su belleza era igual, el azul de sus ojos se tornaba, a veces oscuro pozo de añil, pero ella seguía bella como pocas, aunque ya no me diera ni cuenta, aunque ya no me sorprendiera ver los ojos irisados de mica, cada mañana al lado de mi cara.
El amor se había tornado costumbre y estaba ahogándonos, lo notaba, sabía que era  preciso reavivar el rescoldo, convertirlo en llama otra vez, incendiar nuestros días con un amor espeso, solapado, dejar que trascurrieran como al principio, cuando cada hora era una sorpresa contundente.
Llevaba los marrons y otras viandas igual de deseadas por ambos,  encaminé mis pasos hacía casa llevándolos muy cerca del pecho, como si quisiera imbuirlos de una pasión que alimentara el deseo de Diana, de no perder su admiración ni ese amor incondicional y ambiguo que como milagro había surgido, no sabía como.
Era muy pronto aún, le daría una sorpresa al verme llegar, sin esperarme, cenaríamos bajo la luz de la velas y haríamos el amor como en los tiempos de la premura pasional. Surgiría el milagro otra vez, y sus ojos volverían a ser brasas mirándose en los míos.
Al entrar, noté que la casa estaba más fría que de costumbre, había una ventana abierta en el salón, cosa extraña dado lo friolera que era ella, siempre amparada en sus largos jerséis, envuelta en la vieja manta que acolchaba su cuerpo frente al frio. Y de noche acurrucada entre mis piernas sorteaba las bajas temperaturas hasta la llegada del verano.
-Diana, cariño, he salido antes, tengo una sorpresa para ti-
El silencio me devolvió la realidad de estar solo en casa. Miré en las habitaciones, en la cocina, en el baño, nada, no había nadie. Solo la presencia gélida de una ausencia no esperada.
Al volver sobre mis pasos, casi me caigo, tropezando contra algo que me pareció un bulto en el pasillo, que antes, no había visto, por la falta de luz, o el exceso de entusiasmo al entrar en casa esperando verla aparecer .
Presioné el interruptor a fin de iluminar la estancia, en ese momento comprobé que el bulto con el que había topado eran las maletas de Diana. Estaban alineadas a un lado de la puerta de casa, dispuestas para ser tomadas en breve.
No entendía lo que pasaba ni que significaba lo que estaba viendo, confuso miré a mi alrededor, llevaba aún las viandas en mi mano.
En el aparador de la entrada había un sobre con mi nombre. Con mano temblorosa lo cogí, temiendo el destino  que su texto podía dar a mi vida, entendía que lo visto hasta ahora tenía trascendencia.
“Fernando, habrás visto las maletas y te estarás preguntado el significado de tenerlas ahí.
Están preparadas para que mañana vayan a recogerlas. Yo no tengo ni fuerzas ni valor para ir personalmente .
Estoy lejos, muy lejos,  me voy de ti porque no puedo soportar la lenta agonía de un amor que compartimos y vivimos plenamente.
Ha acabado Fernando, de eso tengo certeza, nuestro amor se ha ido, solo queda enterrarlo y eso lo tendrás que hacer tú solo, yo con cobardía que  no niego, huyo del dolor y me refugio en otros brazos.
No me busques ni intentes hacer nada por retomar lo nuestro, se ha ido, se ha acabado, es mejor asumirlo. El tiempo se consumió y el dolor de vernos languidecer sin la pasión de antaño, se me antoja insufrible.
Simplemente no podría soportar un día más sin ver  el deseo en tus ojos.
Diana”
Dejé los marrons en el viejo aparador de la entrada, mientras contemplaba las maletas y mi vida pasar entre ellas. Mi vida sin ella, y los días que quedaban por vivir, anodinos, espesos, entre la niebla de la desesperación y el sueño de volver a estar solo.
Al menos nadie enfriaría mis pies en mis noches de soledad, pensé de momento. Lentamente me desprendí del abrigo, dejé los marrons sobre la mesa, los saqué de dorado tarro que los contenía y fui aplastando uno tras otro, con la fuerza de mi mano, con toda la fuerza de la que fui capaz, hasta hacer con ellos una pasta espesa, blancuzca, azucarada, quizá como mi vida.

Mrjt

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #9 en: Mayo 10, 2013, 15:39:57 pm »
(Necesito Amor) Quiero Desangrarme en Besos

I

Estoy en la oficina. Son como las ocho de la noche. En  aquel entonces trabajaba en la ciudad de Lima para la compañía “T”. Mi cargo era de Asesor Legal. Al menos eso me dijeron. Y yo les creí. Pero eso es otra historia. Ya no importa más. Aparece Multitud. “Vamos a dar una vuelta por ahí, doctor”, me dice mi jefe que lleva puesta una corbata de estreno. Yo sé que eso significa una sola cosa: ir de putas.

Diré de paso que Multitud acababa de regresar de Jujuy, Argentina, donde había participado en un cónclave de la Iglesia Maradoniana.

Piernas interminables y divertidas. Talle largo. Carita de “yo no fui” y expresión de no-me-olvides. Diecinueve añitos. Diecinueve. Entalladísimo y brevísimo vestido negro que deja ver en todo su esplendor eso: larguísimas y divertidas piernas. Linda personita, realmente.

Yo como siempre, pues, mirando de lejitos. No olvidar, el astronauta de farmacia  ha venido al “Glass 39”. Y como buen desorientado astronauta está dando vueltas sobre su propia órbita cual errante asteroide de trayectoria indefinida. Son territorios desconocidos. Ajenos pero, permítanme el oximoron, inmensamente entrañables. En ningún otro lugar de esta república hay tanta vida. Tanta arrechura.  Disneylandia para adultos. Qué puedo hacer. Tengo un marcado lado dionisiaco. Creo que fue Wilde quien dijo, “Soy un subversivo dionisiaco pero también a veces, contadísimo con los dedos de la mano, soy un caballero apolíneo”. Me siento bien dentro de mi propia piel.

“I feel the pills kicking into my bloodstream”.

Retomemos. Me dice que se llama Francis. Hablamos cuatro trivialidades. Me cuenta que al día siguiente tiene examen de Filosofía II en la universidad. Se pone seriecita. De Descartes a Kant, me dice. Pienso: “cartesiana la niña como buena latina que es”. ¿Pero qué tienen que ver las chicas brutalmente lindas con la Filosofía?

Le acaricio los muslos. Muslos blancos y hermosos. Duros.  “Do you work-out, really beautiful long-legged hooker? Muslos con textura de piel de gallina. No hay calefacción. Nos besamos. Lengua. “Señor, no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

“Cien dólares”.

Eso fue lo que me dijo la princesa con desdén de “tómalo o déjalo”. “Lo que ves es lo que llevas”, me dijo mientras me mostraba la parafernalia.

Pero yo tengo un problemita. Pequeño detalle. No tengo ni un cobre partido por la mitad. Odio las tarjetas de crédito.

Me acuerdo que no he venido solo a este santuario. Más allá está Multitud. Y Multitud está en su papayal. 

No puedo prestarte plata, me dice el muy condenado de Multitud. Pienso: No es que no puedes, es que no quieres,

Una vez fuera, ya en mi 64’ Blue Chevy, solo, sigo pensando: “Qué ***** tiene que ver la profesión más antigua del mundo con la terrible modernidad del dinero”. No es sólo una obsesión inocua. Es una soberbia estupidez. Me río nerviosamente. Bueno es esto de nacer con manos.

Sintonizo una estación de radio de baladas románticas.

Pensé en ti.

II

Esta vez el  lugar señalado es el “Moonlight”.  Me da risa el nombre. Allá por 1987 pasaban en la TV una serie policial con ese mismo nombre. La veía con Ella todos los sábados a las ocho de la noche (¿Te acuerdas?). Mientras Ella (inolvidable “Double Cherry Pie” aun cuando ahora me odies con toda el alma) suspiraba viendo actuar a un jovencísimo Bruce Willis.

Volvamos al Moonlight. Esto es, a la casa de tolerancia. Entré al local con Multitud. Este literalmente se confundió con el resto de gente y le perdí el rastro. Yo me senté en la barra del bar. Vodka Tonic. Pole Dance. Putas van, putas vienen. Fumo, fumo, fumo. Me siento perdido. Astronauta de farmacia. Prófugo de la vida.

Se me acerca una mujer. Es del asunto. Me pregunta si quiero que me presente a una chica. Yo por dentro: “Debe haber notado mi cara de extraterrestre”. Y entonces aparece ella. Si en ese momento toda la felicidad que podía existir en la ciudad de Lima se corporizara hubiera tomado la forma de ella: Katty. Así se llamaba. Katty. Obviamente su inconmensurable felicidad no se debía a mí. No. Yo sólo soy un low-rider.  Ella era así. Feliz. Al menos hasta ese momento eso era lo que yo creía. Y uno cree tantas cosas. De ahí todos  los contrasuelazos. Tantas veces, patita.

Me distraje. Volvamos a Katty.  Yo seguía sentado en la barra del bar. Conversamos algunas trivialidades. “Además de tener un culo de princesa tienes ojos muy bonitos, de gata”, le dije. Se cagó de risa: “Sí, Vincent, a mí me dicen la gata porque me encanta la rata”. “Chica de su casa”.

Antes de continuar con la historia, quisiera decir algunas cosas sobre el puterío. Sí se quiere, es una apología a la sinceridad, a la cara al sol. O en todo caso, una diatriba o acerba crítica a la mendacidad.

Aquí viene: El Sartrecillo Valiente que ahora es Nobel, en Pantaleón y las Visitadoras ya nos insinúa la función social que cumple la prostitución. Pero por ahí no va la cosa. Ese no es el punto. No me interesa. Planteo algo infinitamente más pedestre. Como no podía se de otra manera. Mi hipótesis es que cuando uno lidia con una **** sabe de antemano las reglas del juego. Sabe bien quién esta enfrente, abajo, delante, arriba o al costado de uno.  Ella tiene un precio. ¿Tienes el dinero? Entonces puedes entrar. Ella sabe lo que vale. Tú sabes lo que ella vale. Salvo que seas muy open-minded o un loco de atar nunca tomarías en serio a una ****.

Some girls, however, are practiced at the art of deception. Las amateurs. Las diletantes. Amateur es el que ama. Diletante es el que se deleita. Amor al arte. Siempre dispuestas a dar gato por liebre. A envolverte en un velo epifánico. Parafraseando el comentario de un periodista del NYT sobre un colega suyo, puedo afirmar que, “Conoces a una chica y te enamoras de ella, te comprometes con ella, y ella resulta ser una perra y una intratable y brutal promiscua”. Mendacidad. “Señoritas hijas de algún felón convicto cualquiera”.

Así que mujeres del mundo, a portarse bien, pues como dice Ribeyro, ustedes serían más bellas si se dieran cuenta hasta qué punto la maldad las afea.

Ante ello, ¿Qué hacer?-como diría Vladimir Illich Ulianov, Lenin para los amigos. “Concéntrate y observa”, me dijo alguna vez la hermana de un amigo. Resulta que la aludida hermana era más fácil que la tabla del uno. “Lee atentamente la contratapa”, agregó.

Que quede meridianamente claro que no tengo absolutamente nada en contra de la sexualidad de las mujeres -no soy Santo Tomás de Aquino. En hora buena. Es la naturaleza, y la naturaleza es sabia. Por ahí no va el tema. Miss Witherspoon, el personaje de Paul Auster en la novela Vértigo, dice al respecto que, “Bien, un hombre tiene que cumplir sus deberes. El no puede dejar a la chica excitada y seca por dos meses y asumir que se va a salir con la suya. Así no funciona. Una zorra necesita amor. Necesita ser alimentada, tal como cualquier otro animal”. (La traducción es mía).

Rigurosamente cierto.

No es pues, como decía Marilyn Monroe en un improbable despliegue de cucufatería y actitud moralista: “I don’t believe in casual sex. Right or wrong, if I go for a guy, I feel I ought to marry him. I don’t know why. Stupid, maybe. But that’s the way I feel. Or if not that, then it should have meaning. Other than only physical. Funny, when you think of the reputation I have. And maybe deserve. Only I don’t think so. Deserve it, I mean”.

Rubia tonta.

Rubia mentirosa

Rubia maravillosa

Mi acometida es contra el engaño, la mentira, la farsa, la mendacidad, la mascarada.  Sí, contra las “mujeres-bomba” que te “jihadean”  lo poco o mucho que te queda de vida. Esas que te clavan el  proverbial picahielos en la espalda mientras la estás dando como si  ellas mismas fueran unas prolijas cortadoras de diamantes.

No me consta que esto sea cierto pues la fuente no es nada confiable. Pero como quien redondea la idea, si ello es posible, cito a la madre de un escritor uruguayo cuyo nombre no recuerdo, cuando le aconsejaba a su hijo lo siguiente: “Las mujeres o dan mucho trabajo o no valen la pena. Puebla tus sueños con las que más te gusten y serán tuyas mientras descansas.”

“Sometimes women scare the hell out of me”.

Say what again?

“Nada”. Vincent  se sorprendió hablando consigo mismo. Inmerso en la “lucha agonal” contra sus fantasmas, que muchas veces, y él lo sabe bien,  son de carne y hueso y gozan de buena salud. Esto no es biliosa esquizofrenia. Mi problema con algunas mujeres es que valiéndose de su ojo predatorio van directo al “punto”: dinero, status. Yo válidamente me pregunto: What about love? Como decía la canción de la banda Heart allá por los ochentas.

Según Murakami las preguntas raras son buenas porque a uno le permiten a su vez dar respuestas raras. Una vez un alienista me preguntó si yo pensaba mucho en sexo. Le respondí que sí, que bastante,  pero no tanto como los reprimidos. Acto seguido el mismo alienista me pregunto si yo creía que  el sexo era sucio. Mi respuesta fue,  “Sí, si lo haces correctamente”. What ever the fuck that means.

Y el alienista prosiguió con su pliego interrogatorio:

“¿Cuánto mides?
“¿De qué?”
“¿Cuánto mide el pedazo de pedante que llevas ahí dentro?
“Es inmenso”, le contesté con invencible convicción.

Siguieron las preguntas del alienista.
“¿Dime, tú crees que todas las vaginas son iguales?”
“No, pues también las hay dentadas”.

Está de más decir que el alienista me miró como preguntándose,  “qué otra chifladura se le ha ocurrido a este boludo con vista al mar”.

Otro alienista, no recuerdo cuál de todos, me preguntó a qué mujer había amado más en mi vida.

“Ella lo sabe”, le respondí

“Después de ella todo fue caída”, agregué.

Tu ausencia está en todas partes.

Hasta aquí la digresión.


Ahí está Katty. Pidiendo pelea a gritos. Quiere pasarla bien, jugar, divertirse con el astronauta. Y,  sobre todo, ganarse los cien dólares pactados.

Seguimos en la barra del bar. Katty lleva puesta una micro-falda de tela delgada. Se ha levantado la falda. Me hace un lap-dance. Hilo dental color azul pastel. Culito prácticamente expuesto. Frotamiento. Roces. Erección bastante aceptable y confiable.

Salí con la Katty del local. Un encargado de seguridad me pide una propina. “No tengo plata”, le digo. El impresentable me grita: “Seguro, huevón, con el hembrón que te estás llevando”. No atino a nada. No tengo reflejos.  Se me quiere escapar una risa nerviosa. Recuerdo a Roger Daltrey cuando canta “Behind Blue Eyes”: “When I smile tell me some bad news before I laugh and act like a fool”.

Así estamos.

BANANAFISH7581

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #10 en: Mayo 10, 2013, 15:44:47 pm »
Los rígidos dictados de un falso dios y la primera venida


“Hasta la reina Isabel baila el danzón, porque es un ritmo muy dulce y sabrosón…” desde el fondo del patio invade el aire la sutil cadencia de la gran orquesta Aragón en un programa radial dominguero. ¿Qué cojones me importa a mí lo que baile o deje de bailar la reina Isabel? Dices, mientras das media vuelta apretando la almohada contra tu cabeza. “…hoy por ser día de tu santo…” En tenaz regateo con el de Petra el radiorreceptor de Nuria llega por una ventana lateral con estridencias de cornetín, allí, un mariachi sin nombre interpreta las mañanitas del rey David. ¡Manda puñeta! Con tanta bullaranga rompe tímpanos quién **** no va a espabilarse. De manera tajante despiertas mandando al infierno a todas las monarquías del mundo nacidas y por nacer, para no pensar abiertamente que tus vecinas son del carajo. Boca arriba, entre sábanas tibias debajo del mosquitero aún abres los ojos. Te estiras, bostezas y las manos en rústica caricia frotan tus ojos. Imaginas que sentirse así, con la verga tirante como ahora es lo más próximo que va a estar tu vida al edén… a la gloria. Estamos en Cuba socialista palante y palante, es un poco más de la mitad del siglo XX y mencionar esas palabritas religiosas son cuestiones tabú, ya José Martí gracias al plumazo de algún dirigente del partido comunista no es apóstol si no Compañero Héroe Nacional. Por tu atea educación marxista/leninista se supone ignoras todo lo que sea bueno sobre temas místicos. A Evaristo el zapatero y los de su familia por ser los únicos adventistasnotocodineroensábado de esta barriada la gente los mira como a bichos raros, ya que desde los viernes por la tarde se fastidia con él la reparación de zapatos hasta el lunes. Si al menos la música que sintonizan en sus radios desgalillados fuera de mi gusto. Te agrada oír a “los extranjeros pelúes esos”, como dicen en tu casa de todos los ritmos que no sean cubanos o en español, sus melodías solo puedes escucharlas desde lejos, sentado en cualquier contén del barrio provenientes de tocadiscos en alguna que otra fiestecita sabatina a puertas cerradas. Los Beatles te emocionan, pero el día de los quince años de María tu prima, en el papel de autorización para la fiesta de cumpleaños que Nicolás tu papá trajo de la policía ellos eran los primeros en la lista de músicos prohibidos, pasando por Raphael, Feliciano, Julio Iglesias, Roberto Carlos y otros muchos. Cuando hice el intento de dejarme el pelo un poco largo igual a la foto de John Lenon que tengo escondida, ¡la que se armó!, me busqué tremendo lío con mis viejos por la queja del maestro. ¡Rolobaldo Chamizco! ¡El muy “distinguido” maestro de primaria!  ¡Claro! Ellos se conocen bien, son miembros activos de la brigada contra el diversionismo ideológico, esa que algunas noches persigue y atrapa melenudos (y también beatos pelones) por todo el pueblo, a los que más tarde conducen hasta el parque municipal para raparlos sobre una tribuna, de ahí, los embarcan en autobuses junto a otros infelices caídos en el jamo, y siguen viaje directo, ya pelados al rape, para Camagüey a cortar caña en unos campamentos llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción.  A José Alberto Soca, el único niño testigo de Jehová de toda mi escuela, Rolobaldo el maestro mulato le da unas tundas por cualquier motivo, me da tanta lástima, ¡está tan desmirriado el chico! Hasta sientes vergüenza de no poder sonarle una trompada al abusador aunque sea tu maestro. Me cae muy mal ese mulato con toda su guapería barata de pañuelo de colorines en la mano, sus largas patillas de pelo rizado, pantalones tubitos y zapatos punta de estilete. Piensas que Soca es muy audaz, los viernes Rolobaldo lo para delante de toda la escuela como si fuera una gracia y trata de obligarlo a que cante el himno nacional, salude la bandera o se ponga una pañoleta de Pioneros y grite a todo pulmón como los demás “¡Pioneros por el Comunismo! ¡Seremos como el Ché!” El niño tercamente no hace nada de eso, entonces se las guarda todas para más tarde. Ya dentro del aula vienen las bofetadas en ambas mejillas para el muchacho. No me gusta el atropello, pero es chocante porque bandera, himno nacional y pañoleta son cosas serias para mí y no puedo entender como alguien si es cubano igual no ame al comandante en Jefe Fidel Castro, o al “Ché” Guevara, a su patria y ni quiera defenderla. Soca nunca habla nada de religión con nadie, es un niño normal, hasta se porta mejor que muchos. Y no es burro como Tomás, Domingo, o Armando los que al decir de los maestros tal vez les lleguen muy pronto sus chequeras de jubilados antes de terminar la primaria, y siempre entre ellos tres en el meadero nos las muestran y se vanaglorian del tamaño de sus vergas. Recuerdo a Matías Silva Pérez el que salió directo del tercer grado para el servicio militar obligatorio. Un día, en el recreo, conversando con José Alberto le hiciste saber que conocías algo del Apocalipsis, quedó sorprendido. Se ve que ama mucho su cosa esa del “atalayismo”. Él te explicó que “Atalaya” es una revista de ellos no una ofensa, es como si a ti te dijeran bohemista por esa revista que lees nombrada “Bohemia”. ¡Mira que estoy flaco! Mis dedos sienten las costillas. ¿Cuál será la diferencia entre lealtad a Fidel, a la Patria, la bandera, o fe y Sagradas Escrituras? Ya no te llama mucho la atención jugar a las bolas y los trompos. Los juguetes ya no se compran en enero. Siempre supiste que los reyes magos no existían. Ayer por casualidad pudiste ver a Laydi, la hija de Petra, desnuda frente al espejo de su cómoda, la ventana de ellos que da al patio vuestro estaba abierta, tienes deseos que hoy suceda otra vez. ¡Le vi los pechitos! Abajo tiene una pelusilla igual que yo. Si mi madre no se hubiera sacado una barriga, como le dijo abuela, yo tuviera un hermano, o quizás una hermana. Me enteré de eso el día que discutieron y mamá contestó que como estaban las cosas en este país conmigo ya era bastante. Conoces historias bíblicas porque te gusta leer mucho y has leído a escondidas la que tu padre tiene oculta en una gaveta del armario. Escuchaste al comandante en jefe el otro día en un discurso decir algo de unas “farisaicas palabras” dichas por algún líder yanqui o chino y te fue comprensible la idea. Mi papá anda ahora por la provincia de Camagüey en la gran zafra esa de los diez millones que se está haciendo.  Todo lo que se escucha en la radio, hasta la música, siempre es ese alboroto de “¡Los diez millones van, van!”.  Cuando voy a ver los muñe o las aventuras en el televisor de cualquier vecino, ahí,  en los dos canales andan con esa misma cantaleta de que “¡Los diez millones van, van!”. En su sala Teté mi vecina en un gran altar montó una santa Bárbara grandísima, ella los cuatro de diciembre hace una fiesta, se pone un vestido rojo y le pone frutas, muchas velas y flores. Los mulatos orientales de la cuartería en una esquina de su cuartucho tienen una mesa llena de vasos transparentes con agua y ellos la llaman “bóveda espiritual”. A la familia de Pino el albañil les dicen los “pentecostillas” o pentecosteses; las mujeres de esa casa no se afeitan las piernas ni el sobaco ni se pintan los labios. Carmita, la rubia delicada de la acera de enfrente le gusta ponerse collares de cuentas multicolores y vestirse de blanco, también usa un turbante, ella fuma tabacos los viernes, detrás de su puerta está la imagen de un hombre negro de dos caras y un san Lázaro en un altar, al igual que a su negro le pone dulces y frutas. La Biblia papá la estaba empleando últimamente para hacer sus cigarrillos “tupamaros”*. Primero utilizaba unas revistas muy hermosas, se llamaban “Carta de España” y le fueron obsequiadas por Manolo, tu tío que es asturiano. Pero se le terminaron aquellas hojas de estupendo y fino papel y como ese padre tuyo no puede estar sin fumar se fastidió el venerable libro, ya que tenía por coincidencia las mismas características materiales en sus páginas y éstas fueron a parar a la maquinita de los cigarritos. Eso se lo enseñó Manolo, según él ya lo había hecho cuando la guerra por la república española.  De ella, pienso que se puede decir complicada. ¡Porque mira que la Biblia es puro enredijo ante mis ojos! ¡Siempre me admiran las epopeyas metidas ahí! Como esas partes narrando de tipos que vivían una tonga de años y ya caducos engendraban un celemín de hijos, o enanos descalabrando gigantes. ¡Y los judíos jodiendo tanto al Cristo!, y él sin embargo se dice nos ama a todos.  Sabes bien que a Juan Francisco, Osvaldito y Graciela, sus familias de pequeños los hicieron bautizar y no hace mucho les celebraron la Primera Comunión, ¡hasta con fotos! Son católicos y van los domingos a su iglesia, la grande con campanarios repicadores que es el centro del parque. En la escuela, Rolobaldo los mira pero no los toca. La verdad que en ese libro gordo hay de todo, guerras, decapitaciones.  Extraño un poco a papá, es muy cómico verlo fumarse sus cigarrillos ilustrados parece como si inhalara conocimientos. Hace tiempo no le dan pase. Mamá comentó el otro día delante de mí con su hermana Fefa, la mujer de Manolo: “Colás tiene que aguantar toda la zafra si quiere ganarse un televisor ruso, ojalá pueda terminarla para que Ernestico no tenga que ir a molestar a casa de nadie”. Ella sabe que del hogar de muchos vecinos con televisión te botan a cada rato. ¡Si yo casi ni hablo! Raulito, el hijo de Nuria la que cobra  por tirar las barajas, es mi amigo; y una tarde me dijo que eso de echarme de algunas casas era porque le tenían mucho rencor a los míos en el vecindario. Tu Mamá es dirigente municipal de los CDR* y Nicolás, aparte de su trabajo, es el presidente del comité a nivel de cuadra, además por las noches son auxiliares voluntarios de la policía y siempre están alertas y vigilantes ante lo que hacen los demás vecinos. Se te ocurre entonces que esas personas del barrio los miran a ustedes como a bichos peligrosos, pero tú no tienes culpas en ese potaje. Me gusta mucho la parte esa del Génesis cuando los vecinos bugarrones de Lot, habitantes todos de un ciudad maldita conclusa para sentencia, le querían pasar la cuenta a unos ángeles encubiertos de visita en su morada y como el anfitrión trató de defenderlos entreteniendo a la turba con las cositas  peludas de sus hijitas, pero que va, los testarudos pobladores le dijeron que ellos deseaban los hermosos, sonrosados y jóvenes culitos de la visita. ¡Uf! Verdaderamente es muy complicada,  pero nadie puede explicarme nada…  me gustaría entender…. Anhelo tanto tener eso que llaman fe. ¿¡Qué es esta costra blancuzca que tengo en el calzoncillo!?

*CDR: Comité de Defensa de la Revolución, organización de masas creadas por Fidel Castro.

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #12 en: Mayo 13, 2013, 16:20:22 pm »
ESTACION  DE TRANSPORTE

Marcelo Laverson miró una vez mas el agreste lugar que se hallaba ante el. Un enorme paisaje rocoso, con  montañas hasta donde se perdía la vista. A sus espaldas unos 3 kilómetros, se encontraba un enorme océano color marrón. Realmente,  ya no encontraba tan fantástico el paisaje del cuarto planeta llamado Cignus 3 que giraba en torno a una estrella roja.
Miró el cielo violáceo-azulado tratando de entender como las cosas podían salir tan mal a veces a pesar de los años de planeamiento, pruebas y análisis.
Su mente lo llevó de vuelta hacia atrás, hacia el comienzo de todo.
La humanidad seguía avanzando a pasos agigantados en el año 2154, la exploración espacial estaba en pleno. Las colonias de la luna, y marte  eran aparte de centros turísticos, enormes factorías donde se producía de todo. Desde granjas hidropónicas, hasta laboratorios de ensayo de nuevos materiales y fábricas robotizadas que trabajaban las 24 horas.
Pero había un impedimento para seguir explorando. Los sistemas de propulsión si bien mejoraban enormemente, no eran lo suficientemente efectivos para llevar a los humanos fuera del sistema solar. Aunque los científicos trabajaban arduamente en la idea de un motor taquiónico, que podría llevar a una nave hasta los límites de la velocidad de la luz estaba a muchos años de distancia llevar a cabo su construcción.
Hubo dos descubrimientos fortuitos que en el año 2156 que cambiaron el rumbo de la humanidad.
Uno lo hizo el premio Nóbel de física Albert McKansey con su teoría de la compresión espacio-tiempo artificialmente inducida. La otra fue idea Enrico Merfi quien logró enviar una partícula positrón en forma dirigida hasta la luna, sin que colisionase con un electrón. Esta fue la base del proyecto “Paseo”.
La idea era simple: En teoría, se podía convertir en energía un objeto y enviarlo a  través de una curvatura en el espacio tiempo hacia un planeta distante y volver a reensamblar cada átomo en su lugar en el destino. Esto podría lanzar al hombre a lugares donde “jamás había llegado nadie” en cuestión de minutos sin necesidad de enormes naves espaciales, ni viajes largos y agotadores para la tripulación.
Pasaron cinco años hasta que el prototipo del transportador estuvo listo y operativo. Esa era
solo la primera parte del plan, ya que para lograr traer de vuelta el objeto enviado, en el lugar de destino debía haber otro equipo similar.
Las proyecciones de las pruebas resultaron sumamente prometedoras. Muy pronto se Comenzó a experimentar con animales de laboratorio, con rotundo éxito. Por supuesto, que los pocos errores (accidentes fatales), quedaban ocultos a la información publica, ya que entraban dentro del margen aceptable.



Sin contar que si la operación "Paseo" resultaba exitosa, las posibilidades económicas eran millonarias.
 Luego de perfeccionar la técnica de transportación molecular se decidió enviar un grupo de astronautas a un planeta lejano. Se eligió Cignus 3 por poseer una atmósfera similar a la terrestre en composición y densidad.
Los astronautas elegidos fueron el especialista en física molecular Vladimir Pietrov, la doctora en medicina Gabrielle Dironais y el ingeniero Marcelo Laverson.
Se enviaron al planeta las piezas y componentes junto una cuadrilla de robots encargados de ensamblar la estación de reenvío para que los astronautas pudieran volver a la tierra. Sin ella quedarían varados sin  posibilidad de rescate. También se enviaron holocamaras automáticas, alimentos, suministros médicos y gran cantidad de elementos de supervivencia, ya el grupo tenia pensado pasar varios días explorando.   
Los preparativos estuvieron listos para octubre del 2159, se realizaron las pruebas de rutina y los saltos de prueba fueron perfectos. El gran momento había llegado.
Los astronautas permanecían sentados en la cámara de transporte esperando la secuencia de lanzamiento.
La voz del controlador de vuelo sonó en los auriculares de los astronautas.
- Todos los sistemas en verde equipo Cignus...sus signos vitales son estables. Lanzamiento en 10 segundos
- Enterado control .Transpórtame scotty - bromeó Pietrov por enésima vez - mientras revisaba los cierres del casco.
- Dironais rió entre dientes- la especialista en medicina parecía nerviosa -caballeros aquí vamos.
- En realidad me estoy arrepintiendo un poco, estoy a tiempo de cambiar de opinion? - pregunto Laverson.
Cuando el zumbido de las bobinas cuánticas inundó la habitación se produjo un silencio nervioso. Era algo
 normal pero a los astronautas le causaba nerviosismo y no era para menos. Sus átomos estaban a punto de ser desintegrados, enviados a través del espacio y reensambladas en un planeta a millones de años luz.
Cuando sus moléculas fueron separadas en elementos simples solo notaron un leve cosquilleo en la piel.
En ese instante, a cientos de años luz de la tierra, un meteorito del tamaño de un edificio de dos pisos colisionó a varios kilómetros del punto de transporte con consecuencias devastadoras.
La magnitud del impacto provoco daños severos en los delicados circuitos de la estación. La lluvia de polvo y piedras destruyeron los receptores de retícula de blanco cuando los astronautas se rematerializaban.
Laverson abrió los ojos y miro a su alrededor. Estaba en la estación Mckansey en Cignus 3, eso era seguro, pero la cámara de transporte estaba arruinada. Todas las consolas estaban apagadas y cubiertas de polvo.
 Lo peor de todo es que estaba solo, los sillones de sus compañeros estaban vacíos.
- Control de misión me copian? -dijo a través de los auriculares del traje mientras realizaba una revision
.de su estado físico mediante el autodoc instalado en su muñeca derecha. Según el aparato, todas sus funciones orgánicas eran normales.


- Dironais, Pietrov, me escuchan?, cambio...- no captó nada, su equipo de comunicación estaba mudo.
Se puso de pie tambaleante buscando la salida del cuarto de transporte. Abrió la compuerta en forma manual y entro a la pequeña sala de control del hábitat, el lugar era un desastre. Cajas con raciones, piezas de equipo, herramientas, todo estaba esparcido por el piso. Volvió a intentar comunicarse sin resultados.
Recorrió la pequeña instalación buscando a sus compañeros, el lugar estaba desierto y tenia el aspecto de
estar abandonado hacia tiempo.
Todavía confuso buscó la exclusa que comunicaba con el exterior. El panel de control y la pantalla indicadora estaban apagados por falta de energía pero había un control manual debajo de este.  A pesar de su estado, el entrenamiento del astronauta pudo mas logrando salir al exterior.
El resplandor violáceo del cielo lo cegó momentáneamente, cuando sus ojos se adaptaron  pudo ver las torres de comunicación derribadas, un par convertidores de energía oxidados y gran cantidad de cajas de componentes esparcidas en derredor y cubiertos de tierra.
Un destello metálico a su derecha le llamo la atención, a través de las nubes de polvo levantadas por el viento.
Caminó hacia la fuente del reflejo... era una gran placa de metal sobre una columna de mármol. Estaba gastada por la erosión pero aun era legible debido a que el metal con que estaba hecha era inmune a la corrosión.
AQUÍ SE REALIZO LA ULTIMA PRUEBA DE TRANSPORTE MOLECULAR. HACE 200 AÑOS.
         LOS ASTRONAUTAS  DIRONAIS, LAVERSON Y  PIETROV  DIERON SUS VIDAS.
SERAN RECORDADOS. DESCANSEN EN PAZ
(Placa colocada por los astronautas de la primera nave con propulsión Takionica, octubre 2359) 

Arcángel
                     

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #13 en: Mayo 16, 2013, 22:54:09 pm »
Cuando conduzco pienso en tres cosas a la vez

Al día siguiente en que Molina murió, florecieron las amapolas. Pétalos leves y tallos leves vapuleados por el viento. En grupos numerosos manchaban el campo de color, tiñendo las veras del camino y robando protagonismo al blanco y rosa de los almendros florecidos. Dicen que es primavera pero no se sabe si alguien lo nota. ¿Ya es primavera?
Sí, empezó ayer a las doce y treinta y dos, justo en el momento en que un coche aceleraba para llegar antes al semáforo en rojo.
El año pasado sí que era primavera, todo explotó en un momento y se convirtió en intensidad, no necesariamente en movimiento sino en ímpetu, en potencialidad. No había dudas, nadie preguntaba a nadie, era fácil sonreír.
Tengo dudas. Es que creo que somos muy diferentes.
Yo solo te pido que seas sincera conmigo para poder ayudarte, para acompañarte en todo. Dámelo y del resto me encargo yo. Que seamos diferentes puede servirnos a ambos para ampliar nuestras inquietudes y nuestras sensibilidades. Yo no soy tan sensible como tú, pero puedes estar segura de que desde el otro día en que así lo reconocí me fijo más en cómo te trato y te atiendo, y lo hago con unas ganas sinceras.
Cuando coges el teléfono parece que estás muy contento, ¿Estás así todo el día? ¿Cómo lo haces?
Te voy a contar lo que sucede: uno se despierta temprano, justo con el primer rayo del sol, o antes. Uno se despierta sonriendo, aprieta el puño y se siente con ganas de vivir todos los minutos del día y multiplicarlos. Se multiplican cuando se nota que el de al lado se ve afectado por lo mismo, ya que el calor se ha transmitido por conducción y los ojos de ambos se conectan con alegría. Ocurre que un día te preparas un zumo de naranja, bebes un poco y lo saboreas y te dejas llevar por las sensaciones que encuentras al hacer tuyo ese líquido, te concentras con sutileza en ello y te emocionas al pensar en lo bueno que está. Puede suceder que, cuando vas a comer, tengas el impulso de leer algo, o de poner una película o música. Puedes no hacerlo. La plenitud en la que te encuentras te permite no hacerlo, puedes quedarte a solas disfrutando de la comida y reírte cuando la salsa te salpique y te manche la camisa. También llega un día en que no te pones zapatillas y te encanta el frío que sientes en los pies, notas tu piel tensa y tu cuerpo duro y feliz por las sensaciones que llegan en oleadas desde el suelo. Todo sirve y, si no sirve, se le da la vuelta. El hecho es que llevo una buena temporada sintiéndome así pero desde que nos besamos tengo ganas de abrazar a la gente en el trabajo o en la tienda, empatizo con los demás y consigo atraerlos a mi estado de vitalidad. Puedo estar sentado haciendo algo aburrido pero me pongo a sonreír como si estuvieses duchándote en la habitación de al lado. Y cuando me dices que a ti te pasa lo mismo, bueno, pues creo que no se puede estar mejor.
¡Estamos en primavera! Hay que gritarlo aunque sea para levantarse un poco el ánimo. Hay un viento incómodo que no invita a pasear pero luce un sol… que dan ganas de quedarse en casa para siempre, viendo películas vistas hace quince días.
Se murió Molina. Era por la tarde y el viento se había congelado. No se sabe mucho sobre ello pero quién no puede imaginárselo: sus ojos mezclados de azul y de rosa, y su boca hecha un hilo que ya no se abre. Su hermana estaba con él, convirtiendo lágrimas en suspiritos, sin fuerzas para nada. Dos amigos estaban en el pasillo hablando de unas goteras recalcitrantes.
No parece que haya llegado la primavera, si no fuera por las amapolas.

S. Hoffman
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re:V Concurso de Relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #14 en: Mayo 18, 2013, 17:16:13 pm »
Posibilidades

Tú puedes, tú puedes. Aquella frase la había escuchado hasta el hartazgo, mezcla de invocación new age con necesidad de estímulo familiar. Y siempre le había sonado hueca.  No todos podían. Solo era para elegidos. Para aquellos que supieran recorrer determinados caminos prefijados por la sociedad toda.
 Y de nada servían las conversaciones con pares, familiares o amigos ocasionales. La respuesta de Elliug era siempre la misma; No todos pueden.
Él era consciente de que vivía en una barriada normal, llena de gente normal, que realizaban tareas normales. Por lo tanto y por transitividad, él debía seguir esos pasos. Y nada existía que pudiera torcer ese destino autoimpuesto. Además, la barriada estaba rodeada de montañas por lo cual la luz solar y su consecuente calor se filtraban tímidamente, aún en los meses de verano. La sombra, y la oscuridad en muchos casos, se adueñaban del poblado. Por ende, no existía ningún signo que permitiera suponer que las cosas debían, o podían, ser de otra manera.
Lo único que abundaba en esa barriada era la chatura, nada cambiaba ni con el tiempo ni con las situaciones. Hasta que uno dio el primer paso. Se decidió a visitar las comarcas vecinas, en busca vaya a saber de qué. Y se fue, y estuvo varios meses sin regresar, tanto que casi se había perdido registro de él hasta que apareció en el extremo de la calle principal, cansado pero con una mueca de satisfacción,  que casi era una bofetada a los macilentos rostros de los normales que habitaban la barriada.
Y después fueron otros los que encararon ese camino que muchas veces era de ida y vuelta y otras, simplemente de ida.  Y los que volvían lo hacían con el mismo semblante del pionero.
Elliug veía todo eso a su alrededor pero seguía sin confiar demasiado. Inclusive se mostró reticente  a creer una historia de un cuento de un tal Platón y una caverna. ¿Para qué querría aquél personaje salir de la cueva? ¿Para que querría el mismo salir de la barriada?- reflexionó casi filosóficamente.
Y cuando parecía que nada, ni nadie, podría torcer su destino Elliug necesitó salir de su barriada. No fue una necesidad vocacional o impulsora. Simplemente fue un acto bastante poco meditado, que partió más del corazón,  que,  de la razón. Pero, claro, lo más difícil no era irse sino explicar que quería irse.
Luego de escuchar – Y, es honesto decirlo, desoír-   las contraindicaciones que todos intentaron oponer a su decisión tomó sus petates y partió, sin saber muy bien adonde y esperando encontrar allende los límites del poblado una situación similar que le permitiera corroborar que su decisión de quedarse era la correcta.
Pero grande fue la sorpresa cuando al llegar al poblado vecino se encontró con un panorama bien diferente al que había supuesto. Las angostas callejuelas de su pueblo mudaban en anchas avenidas abrazadas desde cada extremo por una cadena interminable de árboles que otorgaban un frescor y un verdor diferente al paisaje. Los oscuros negocios que cubrían buena parte de la calle principal de su lugar, trocaban en coloridos e iluminados escaparates donde todo lo que era posible comprar se ofrecía.  Y, lo que más le llamó la atención, fue que aquellos rostros casi despojados de humanidad, o indiferentes, que día tras día  veía, eran reemplazados por rostros vivaces, llenos de entusiasmo y con una chispa brillante en los ojos.
Elliug se detuvo, tomo aliento y trato de enfocar su vista en esa situación absolutamente inédita. Aunque rápidamente trató que su razón tomar control de las emociones que estaba experimentando y se planteara seriamente que aquello no podía ser verdad. Para lograr un correcto foco cerró los ojos, tratando de buscar concentración, los abrió y los restregó con sus dos manos mientras dejaba la mochila sobre la acera. Volvió a abrirlos y para su sorpresa, todo seguía igual. No era una fantasía, no era su imaginación o el producto de un proceso alucinatorio. Era la más pura verdad.
Elliug quedó paralizado en la acera. Resultaba patético, y hasta cómico, para cualquier observador, ver a esa persona con los brazos en jarra, mirando indistintamente el horizonte y su mochila que yacía como muda  testigo de su fabuloso descubrimiento apoyada sobre las baldosas, a sus pies.   
Y ahora qué, se planteó. Quedarse. Volver y contar lo que había visto. ¿Le creerían?  Seguro que no, pensó. Pero algo tenía que hacer con eso que acababa de descubrir. Eso que algunos llamaban felicidad, otros embeleso y los más arriesgados, posibilidades.
Y ante posibilidades estaba. La de colorear su vida, la de desarrollar una tarea fecunda en un marco diferente. Estaba parado de frente a una gran mano que el Creador le tendía y una suave voz que repetía dulcemente tu puedes, tu puedes, pero acompañándola del estímulo vital, Anímate.
Elliug volvió a su pueblo, se enfrentó a la calle oscura que recordaba claramente y que lo había despedido cuando decidió macharse. Y su rostro reflejaba esa misma serena alegría que decoraba el rostro de todos los que habían atravesado el trance de la partida.
Se dirigió a su hogar y recibió con mansedumbre casi monacal la andanada de preguntas y afirmaciones, algunas curiosas y otras casi hirientes, que su familia y sus amigos le regalaba. Lo instaban a seguir con su actividad una vez que se había dado el gusto de salir del poblado. Casi lo conminaban a que se olvidara lo que experimentó y que siguiera su vida y su rutina como lo era hasta entonces.
Pero Elliug ya había tomado una decisión. Su círculo íntimo seguía atosigándolo pero él era otro. Ya no volvería aquél que una vez había partido.
Respetuosamente, se fue retirando de a poco. Primero lo hicieron sus oídos que recibían como un lejano eco aquellas palabras que al principio aparecían como un estruendo dialéctico tendiente a hacerlo cambiar de parecer. Luego fue él mismo quien se alejó, sin despreciar a quiénes lo rodeaban pero marcando claramente las pautas de la nueva situación. E inclusive llegó a replantearse si realmente el cariño que le profesaban era real y legítimo o una marca posesiva que no respetaba las nuevas posibilidades a las que se había asomado Elliug.
Pero él ya estaba decidido. No solamente a cambiar su forma de encarar la vida sino, fundamentalmente, a romper con aquello que intentara detener su crecimiento. Eso lo tenía absolutamente claro. No importa el camino, ni siquiera que debiera recorrer más de uno hasta encontrar el que lo satisficiera.
Y se puso en marcha. Alquilo un cuarto en la pensión del pueblo y por un tiempo compartió su rutina habitual con ese nuevo sueño que empezaba a tomar forma.
Comenzó a viajar al poblado vecino con más asiduidad. Una o dos veces por quincena renovaba sus esperanzas dándose un baño de optimismo y de posibilidades. Recorrió las calles flanqueadas por los árboles que le habían llamado la atención en su primer viaje y visitó cada uno de los negocios que alegraban la calle principal. Inclusive, en uno de los viajes, decidió detenerse para almorzar en un coqueto restó. Mientras esperaba que el mozo le trajera su pedido notó que en una mesa cercana un grupo de chicas y chicos hablaba en voz alta y de manera divertida. Por el volumen de las voces no pudo dejar de escuchar lo que hablaban. Se referían a un nuevo emprendimiento que deseaban encarar. Sin querer aparecer como chismoso trató de concentrarse en la conversación porque algo le dijo que debía hacerlo.
Los chicos seguían hablando den voz alta pero ahora  de manera más ordenada, como si empezaran a diseñar una estrategia y no simplemente elaborando un sueño. Y casi como si fuera música para sus oídos escuchó algunas palabras sueltas como “alumnos”, “clases de apoyo”, “otros poblados”. Y porque música. Porque la educación y la formación fue lo que siempre él deseó. Participar de un proyecto educativo era un sueño al que nunca Elliug se había animado. Y, además, poder llevarlo a cabo en un ambiente más distendido, con posibilidades ciertas de crecimiento y consolidación.
Tímidamente se acercó a la mesa de debate y se quedó parado. Para su sorpresa alguien del grupo le dijo, vení, sentate. ¿De dónde sos? Y así, rápidamente, sin que mediara ninguna presentación formal, se integró al grupo y comenzó a opinar sobre el tema que estaban desarrollando. Esos nuevos amigos lo escuchaban, prestaban atención a  lo que decía y cualquier opinión, por más fantasiosa que pareciera, era tomada en consideración, para pulirla o refinarla.
Más de tres horas estuvo sentado a esa mesa. Anochecía y decidió emprender el regreso a casa llevándose en su agenda los datos, teléfonos y direcciones de todos los participantes.
Antes de ir a la pensión pasó por su casa, sin saberlo efectivamente pero casi convencido que sería la última vez por un largo tiempo. Fue recibido con las caras largas de costumbre y los reproches habituales. Por lo cual su estadía fue bastante breve. Tan breve que ni un mate llegó a tomar. Recogió un par de cosas que aún no había llevado y se fue a la pensión con la íntima convicción de pasar su última noche allí.
Antes de acostarse preparó su maleta, guardó su computadora y dispuso del equipo de mate en un morral. Y vestido como estaba se tiró en la cama donde el sueño lo abrazó y en la que sucesivos sueños de progreso llegaron, uno a uno.
Al día siguiente pagó su alojamiento, pasó por su casa para despedirse y se encaminó hacia el poblado vecino que ya bien temprano se preparaba para una nueva jornada. Una jornada que para Elliug era bien diferente. Una jornada en la que su vida atravesaría su propio Rubicón. Y parafraseando al general romano, la suerte estaba echada.
Al día siguiente se reunió con parte del grupo y le dieron forma al instituto de enseñanza que deseaban fundar. Se dividieron las tareas, lo administrativo, lo legal, y a Elliug junto con dos personas más le tocó lo pedagógico donde se movía como pez en el agua.
Y mientras consultaba bibliografía, en la biblioteca –Otra rareza para su ciudad natal- reflexionaba lo diferente que iba a ser su vida, lejos de la monotonía de su empleo, y de la rutina casi asfixiante de cada día. Sumado a la posibilidad de lograr la trascendencia a través de la formación de nuevos ciudadanos. Porque si algo tenía claro Elliug de su nueva ocupación era que debían formar ciudadanos más que enciclopedias ambulantes.
Y empezó a recorrer el camino de la educación y luego la idea se extendió a otros parajes. Inclusive intentó llevar la enseñanza a su poblado. Pero, una y otra vez, fracasó. Y le quedó claro que nadie es profeta en su tierra. Pero no le importó.  Lo que podía detener su crecimiento había sido roto. De allí en adelante con momentos mejores y otros peores, la vida sería diferente. Él se lo había propuesto y, asimismo, había firmado un contrato imposible de romper que lo comprometía muy seriamente con alguien que no aceptaría nuevas barreras. Alguien que lo conocía mucho y sabía de sus debilidades pero también de sus fortalezas. Un contrato con él mismo.

OMREL OTSEU
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente