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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

¿QUIÉN TE ENTIENDE?



¡¿Quién comprende cómo funciona el corazón?!
¡¿Dónde pusieron el libro de instrucciones para comprender sus giros, insensateces, aceleraciones...?!
¡¿Por qué no crearon un lugar al que se pueda llevar a arreglar cuando alguien lo ha destrozado?!

Es tan fácil ordenarle a tus pies que te lleven a un lado u otro, es tan sencillo decirle a tu mano que coja el objeto deseado, es tan simple abrir los ojos cuando quieres ver algo ¿por qué entonces una parte más de nuestro cuerpo, como es el corazón, es imposible de controlar? ¿Quién le puso la autonomía necesaria para que fuese libre de tomar decisiones?

¿Quién comprende por qué cuando alguien es el dueño de nuestro corazón, es también el dueño de nuestra vida, controlando nuestros sueños, controlando nuestra mente? Teniendo el poder de hacernos reír y vivir en las nubes del mismo modo que tiene el dominio de hacernos llorar y vivir en el infierno.

Se escribieron miles de palabras sobre el amor, se anotaron desmesuradas historias para relatarlo, se caligrafiaron excesivas poesías de quien lo había sentido dentro de sí. Unos decidieron que era la mejor manera de vivir, otros en cambio dijeron que ojala nunca se hubiese apoderado de ellos.

Tan complicado y tan fácil a la vez enamorarse, tan feliz y triste sentirlo dentro de ti, tan acelerados y calmados son los segundos que pasas sintiéndolo.

Corazón, ya que vas por libre, ahora que tienes el poder de mi vida, ya que eres tan inteligente de poder controlar a las personas, quiero que me des respuestas a todas mis dudas:
¿Quién te entendió alguna vez realmente?
¿Quién no creyó saber cómo eras?
¿Quién no lloró desconsoladamente por tu culpa?
¿Quién dominó tu soberbia?

Corazón, no fui yo la que supo domarte, no fui yo la que te entendió en miles de sinrazones, pero si fui yo la que tuvo la gran suerte de encontrar a un maravilloso ladrón al que dejar que te robara.

Venus

Relatos FM

Ecos del Apocalipsis



Pese a que ha pasado un tiempo, recuerdo aquel día con dolorosa brevedad.
Una calurosa mañana de enero de 2008, la agitación se respiraba en el ambiente, ya que hacía unas semanas
las autoridades nos habian alertado sobre un posible ataque nuclear por parte de Pakistán.Tras la advertencia, todos los del Barrio del fuerte, la zona rica de Bombay, se
agruparon para comenzar a excavar bajo sus casas refugios lo suficientemente seguros para protegerles de la hecatombe.
Recuerdo a mi padre, hombre de finanzas de Nariman Point arremangado bajo el sol, extrayendo sin
descanso la espesa tierra sobre la que descansaban nuestros pies, ayudado por diez hombres
provenientes del barrio marginal, dispuestos a trabajar
intensivamente a cambio de unas cuantas rupias. Pasó el tiempo y como de costumbre mi hermano y yo nos dirigiamos hacia el restaurante familiar, Dhanshak
ubicado en pleno centro, donde habitualmente, las multitudes de turistas invadían los bazares y saturaban
el restaurante, atraídos por aromas de curry y cardamomo. Esa mañana, la tranquilidad del
lugar me sobrecogió intensamente, pues sabia que esa calma no auguraba nada bueno.
Nos encontrabamos comiendo ,un delicioso vindaloo, cuando mi sofocado padre irrumpió en el restaurante.
Su intenso moreno propio de la India habia desaparecido y mi madre asustada se incorporó rapidamente de la
mesa temiendo que en cualquier momento el pudiese desmayarse:
- Por Ganesha querido, ¿Que sucede?-
- No tenemos tiempo Ameya, coge a los niños y marchémonos cuanto antes de esta zona, pues temo qué...Mi padre no consiguió terminar la frase, pues justo en ese momento la alarma nuclear comenzó a sonar ruidosamente. Fue entonces cuando me encontré corriendo lo que que mis piernas  permitieron   hacia los ornamentados setos de mi casa, fue entonces cuando
Paralizada por el miedo, vi como un enorme avión, dejaba caer la muerte bajo el nombre de Agni-V Noté como un brazo me agarró... introduciendome en el oscuro abismo que se convertiría en mi hogar. Un intenso seísmo zarandeó el refugio, me sobrecogí al pensar que de mi mundo, no quedaban mas que escombros. Tras la oscuridad, una luz se encendió para mostrarme mi entorno vital. Junto a la pared, descansaban dos literas y a su lado, una cocina sencilla tras la que se ocultaba una despensa con abundantes paquetes de arroz y otros alimentos. El baño, frente a esta, lo ocupaban ducha e inodoro, y en medio del lugar una mesa con una radio encima. Desde luego, mi hogar antiatómico contrastaba bastante con el lujo al que estaba acostumbrada, lloré al pensar que jamás recuperaría mi vida anterior.

Mi madre me apretó entre sus brazos, susurrando
- Aby, no merece la pena lamentarse, agradece que estemos los cuatro juntos y que tengamos
cobijo, pues no todos tuvieron esa suerte.Me estremecí al pensar en todos aquellos de los barrios pobres, pereciendo bajo el fuego nuclear.
Pasó el tiempo y nos adaptamos a la vida en el subsuelo, alimentandonos de raciones escasas pero suficientes
para no morir de hambre, una dieta sencilla a base de agua, arroz y a veces carne en lata con especias.
Para entretenernos jugabamos con guijarros al chaturanga, partidas interminables que terminaban por cansarnos.
Asi era un dia tras otro, a veces charlabamos, pero nisiquiera para eso estabamos animados.
Un día mientras el resto dormia escuché una voz al otro lado de la pared.
-¿Hay alguien ahí? Gritó.
Alarmada, contesté
-¿Quien eres?
-Me llamo Abighya.
-Perfecto chica, ¿estás ahi con alguien más?
-Mi familia, pero estan dormidos.
-Hazme un favor, despiertalos.
De súbito, me bajé de la litera y me abalanzé sobre la de mis padres, agitadamente comenzé a despertarlos.
- Aby pero ¿que bicho te ha picado? Dijo mi madre somnolienta.
-Al otro lado de la pared hay un hombre que quiere hablaros.
MI padre atónito se dirigió a la pared, seguramente pensando que la voz habría sido un sueño mío, entonces:
-Abighya, ¿estás ahi? La voz parecia alterada.
-No, soy Alagan ¿Querias conversarme? Respondió mi padre sorprendido.
- Estupendo, yo me llamo Aftan vengo desde la Comuna buscando supervivientes.
- ¿Disculpa? No he oído hablar jamás de ese lugar.
- Lo cierto es que no me sorprende, la Comuna se creó hará un año tras la caida de la bomba y
desde entonces  hemos estado excavando túneles por el subsuelo buscando refugios. Gracias al RUM
-¿ El RUM?
- Un prototipo de taladro subterráneo americano, en el que llevabamos trabajando unos años. Gracias a el
encontramos a la mayoría de los integrantes de la Comuna. Mi padre se quedó pensativo hasta que Aftan dijo:

- Si quereis venir conmigo, es elección vuestra, allí estaremos encantados de acogeros y estoy convencido
De que vosotros os aliviareis al encontraros con más gente.

-Ameya, ¿tu que opinas? Mi madre nos miró fijamente y dijo.
- Deberíamos marcharnos, aqui no hay esperanza , alli al menos no estaremos solos.
- Está bien... ¿Aftan?
- A su servicio caballero!
- Llévanos contigo.
-De acuerdo. Tan pronto como dijo esto, una cabeza de taladro asomó por el suelo girando sin cesar hasta dejar
Un agujero del tamaño de un caballo por el que avanzamos arrastrandonos, hasta encontraros con una enorme máquina del tamaño de un tranvía, que descansaba bajo lo que parecía una enorme madriguera. Del taladro, descendió una figura rechoncha y calva con una gran barba negra, Aftan sonrió al vernos y palmeó fuertemente a mi padre en su escueta espalda.
- Damas y caballeros, tenga la voluntad de subirse en mi carruaje, y preparense para el futuro! Exclamó.


La Comuna.

El viaje se hizo más breve de lo esperado, cuando me di cuenta el RUM había cesado de moverse. Con su agradable  sonrisa Aftan descendió del vehículo y cuidadosamente nos ayudó a bajar. Mis pies notaron el frío suelo, cuando me di cuenta, de que el RUM yacía sobre una plataforma metálica sostenida por cuatro pequeños pilares, bajo los cuales un riachuelo corría suavemente hacia lo que parecía una enorme cueva.

- Fin del trayecto señores, ahora nos toca caminar. Dijo Aftan y saltó hacia el riachuelo. Mi hermano Adi le siguió, chapoteando alegremente y después nosotros todavía taciturnos. Tras la caminata, vislumbramos en la cueva una enorme ciudad, entre la que circulaban canalones transportando agua del manantial. Estupefactos, fuimos conducidos hacia unas callejuelas que penetraban en la roca hasta llegar a una puerta, a la que Aftan llamó. Por ella se asomó una mujer delgada, de ojos azul intenso y pelo azabache. Parecía sorprendida de vernos.

-¿Aftan, quien es esta gente? Su voz tenía cierto tono desdeñoso.
- Querida, son los nuevos asi que te agradecería que los tratases como si fuesen de tu familia, adelante.

La casa de Aftan resultó mas peculiar de lo esperado. En el centro de la sala común un hoyo servía como lecho a una pila de carbón sobre la que crepitaban unas llamas, a su alrededor mantas y alfombras hacían de cama. Como papel de pared, un millar de pósters, recortes de periódicos... Tras acomodarnos, su esposa puso una olla en la fogata, a la que añadió verduras frescas y un gran jarrón de agua.

- ¿Esas verduras, de donde proceden? Mi madre parecía fascinada con el hecho de que hubiese comida fresca en algún lugar tras la hecatombe.

- Pues verá, las cultivamos nosotros. Dijo la mujer de Aftan.
- ¿En serio? Me parece increíble que se den tan bien en el subsuelo...
- Lo cierto es que tenemos unos invernaderos conectados a una bateria externa, junto a  un sistema de regadío de agua extraída del manantial. La procedencia de las semillas, es un misterio.

Tras la comida, Aftan nos enseñó el resto de la ciudad conduciendonos por sus frías y estrechas calles hasta llegar a la mina de carbón, de la que sacaban combustible para los RUM.
-Como ves Alagan, solo hay hombres en la mina, si te interesa puedes trabajar en ella, te pagaremos semanalmente con verduras.
-Me parece bien, al menos me mantendré ocupado.
-¡Ese es el espíritu camarada! No llevais aqui ni un día y os estais adaptando perfectamente. Después de esto nos llevaron a los invernaderos, blancos y gigantescos, en los cuales una veintena de mujeres faenaba sin descanso.
- Bueno señoritas, aqui les dejo para que empiecen a conocer a sus futuras compañeras.
-Me parece bien y ¿El pago?
- Agradezca tener marido, pues gracias a el tendrán comida fresca.
-Me parece degradante que nosotras trabajemos sin recibir nada a cambio.
- Asi son las leyes de la Comuna, si está descontenta siempre puede reclamárselo al jefe.
- Muy bien, donde está, hablare con el de inmediato.
- Lo tienes delante, querida. Dijo Aftan con tono sarcástico.
Y dicho esto, se marchó con mi padre hacia la mina. Mi hermano trabajaria con nosotras, hasta cumplir la edad requerida para entrar con los demás hombres.

Tras recibir un delantal y unos guantes, nos asignaron la recolección de los frutos maduros. De los seis invernaderos, tres eran de hortalizas y el resto de cereales. Gracias a la técnica del barbecho, se aseguraban de tener siempre cultivos a punto para el consumo.
Mientras intentaba arrancar un tomate, una chica de más o menos mi edad se acercó sonriente.
- Hola, ¿Eres nueva por aquí, verdad?
- Sí, y este tomate me está tocando las narices.
- Jajaja, no te preocupes,  tiene truco. Y dicho esto rotó varias veces el tomate, hasta que se desprendió de su rama.
- Gracias, por cierto soy Aby.
- Yo me llamo Ashanti y soy la más joven de aqui. Tengo dieciseís.
-Me temo que ya somos dos. Dije burlonamente.
-¡Anda ya! Pensé que eras más pequeña, tienes una cara tan dulce que cualquiera lo diría y ¿Dime de donde eres?
- De Bombay ¿ Y tú?
- De Delhi.
Seguimos charlando hasta que nos tocó marcharnos a casa.
- Eh Aby ¿ A donde vas?
- Pues a casa.
- Verás, tras salir del trabajo nos reunimos en el Crisol. Dijo Ashanti alegremente.
- ¿El Crisol?
- Es la zona  céntrica de la cueva, alli cenamos y presentamos a los nuevos llegados, cuando los hay claro.
Atravesamos varias calles, seguidas por mi madre que charlaba agradablemente con un par de mujeres entre las que se encontraba la madre de Ashanti.
Para mi sorpresa, llegamos a una plazoleta en la que un centenar de personas se hallaban congregadas alrededor de un enorme ordenador, conectado a unas cuantas baterias. Sobre unos asientos adheridos a el, Aftan y su esposa invitaban a los nuevos a acercarse.
Fue entonces, cuando descubrimos lo que significaba ser de La Comuna y el tremendo error que habiamos cometido.

Destello

Relatos FM

Eau de Cologne



Cuando Doña Estela falleció, nadie pensó jamás en cómo le afectaría aquello a Don Enrique. Se veía tranquilo y resignado.  Claro, a su edad  ya debía tener temple y estoicismo.

Por más de 40 años, Don enrique trabajó como encargado del faro de  Bahía Catalina, faena que asumió con  devoción casi religiosa. Nadie conocía muy bien su historia. Sólo sabían que llego un día al farol y se quedó.  Muchos le tenían por anacoreta, debido a su aspecto zarrapastroso. Repetidas veces tuvo opción de irse a la ciudad y cambiar de empleo. Incluso, Don Archivaldo le ofreció empleo en la hacienda. No obstante, Don Enrique amaba demasiado el mar, la soledad y a su mujer.

Meses después de la partida de su esposa, el viejo Enrique comenzó a andar un poco más arreglado y perfumado. Se notaba que daba buen uso de la peineta y el jabón.  Iba a la ciudad a acicalarse y comprar ropa. Sobre todo, lo que más impresionaba era la fragancia que expelía. Donde iba dejaba el aroma de la mítica agua de colonia.

Era un deleite ver a  varón tan aseado y educado. Por poco se convierte en  ejemplo de buenas costumbres, si no fuese por momentos  en que el aroma del agua de colonia se metamorfoseaba en una fetidez tan repugnante, que tenía que ir  como  maniaco a comprar  botellas de la especia. 

Durante la posterior investigación, salió a la luz que el viejo realizaba compras a granel,
¡Devoraba cajas de colonia¡  El farmacéutico llego a pensar que estaba contrabandeando. Incluso se dio el lujo de bromear delante del jefe de policía, sobre la espontanea pestilencia y el contrabando del viudo. El comisario, con cierta curiosidad, fue a inspeccionar un día al ermitaño. Una  visita de rutina nada más.

El hedor era horripilante.  El jefe  tubo que contener sus ganas de vomitar. "¿Qué diablos sucede con este individuo?"  "¿Tendrá alguna enfermedad infecciosa?" "¿Por qué sobre la compra a raudales del perfume?".  Al instante llegó el servicio social y  se lo llevaron al hospital. El resultado fue categórico: Don enrique estaba totalmente sano.

No conforme con eso, nuestro comisario prosiguió con su exhaustiva investigación. Empeño que lo llevo finalmente a descubrir el macabro caso: El viejo tenía por  costumbre  ir al cementerio, profanar la tumba y dormir cada noche con su  venerada y agusanada esposa...el desgraciado estaba loco.

Fabián Melmoth

Relatos FM

La chica de las palomitas


                                           
—Buenos días. Ponme las dos copas de ginebra London Dry de cada día.
—Perdone, ¿qué ha dicho?, habla tan seguido que no le he entendido nada. Además, a estás horas el tímpano está todavía un poco aturrullado.
— ¡No me digas que no sabes quien soy! ¿No recuerdas que vengo todos los días a esta misma hora a endiñarme las dos copas esas?
—Perdone, pero soy nuevo y no conozco todavía a los clientes.
—Pues te pareces un montón al de siempre, pero además no veo a ningún otro cliente en perspectiva, así que te repito que soy el único cliente de todas las mañanas a esta hora. Parece mentira que no te lo advirtiera tu jefe.
—Perdone que insista. Sólo necesito el nombre de lo que va a tomar.
—Gi-ne-bra Lon-don Dry, dos bien llenitas y, por favor, ponme rápido la tele, a esta hora, aunque sea sólo en las pausas entre trago y trago, me gusta ver los dibujos animados de Manny El súper Manatí que salen en el Canal 39 Play TV. Y deja de andar de un lado a otro, caramba, quédate quieto en algún lado para no estorbar.

Paco va de paso a la oficina y cada día, antes de enfrentarse a la tarea, se detiene en una cafetería cercana a estimularse la osadía para soportar las dichosas mañanas que nunca  acaba de tragárselas la tarde correspondiente. Quisiera haber llegado a jefe, pero cree que su altruismo no se lo permite, él no es como otros, no podría engañar a los clientes vendiéndoles productos cutres y diciéndoles que todo va a salirles bien y que acertarán la bono loto de sus vidas. Quizá si los accionistas del Banco fueran monjas de la caridad... Mientras tanto está contento de seguir como ordenanza asimilado a oficial tercero.

—Hola Paco, cómo van las cosas, ¿que tal Marina?
—Bien, gracias —contesta, seco y evitando hacer más juicios. Paco está mosqueado últimamente con Anselmo y también con Juanan (el comercial que entra a trabajar algo más tarde) por la misma razón: todos los días, nada más verle, le preguntan por su querida Marina. Paco no es celoso, pero la preguntita de marras consigue removerle los intestinos por lo machacona.

Había conocido a Marina sólo tres años atrás una tarde de cine. Coincidieron visionando por sexta o séptima vez (o quizás octava) la película El Señor de los Anillos y aquel día supo que era la mujer de su vida. Sin conocerse, se habían sentado solos (bueno, tal vez hubiera algún otro cinéfilo, pero muy alejado de ellos) y cada uno con varios envases de palomitas de maíz. Cuando Paco se gastó sus palomitas, Marina hizo ademán de pasarle un puñado de las suyas y, desde aquel momento, concibió una vida feliz con ella sin despegarse un solo instante. Paco sintió que aquello debía ser amor.

—Paco, tráeme rápido un café de la máquina y un Aquarius de donde sea. He tenido una mala noche. Bueno, la noche fue genial, pero peor me está viniendo la mañana y, claro, como ocurre siempre, hoy debo hablar con el gran Raimundo, a lo mejor le poto encima.
—Sí, sí, no te preocupes, Anselmo, enseguida lo tienes todo aquí mismito —Paco asiente mientras piensa, sin conocer en toda su extensión el cometido de ese pensamiento, que ¡ojalá! le potara de una santa vez encima de la mesa ovalada llenita de papeles y carpetas.
Paco sale disparado (le jode que le ordene las cosas como si fuera su lacayo, pero cree que cuanto menos esté con él menos se contaminará) y, una hora más tarde, está de vuelta con el café y el botellín de Aquarius. Entretanto, Anselmo y su resacón se han quedado dormidos produciendo a ratos un sonido gutural como el de un becerro retoño. Paco, al oírlo, cavila lo bien que estaría que en ese momento apareciese uno que él conoce a la perfección. Y en esas está, cuando entra, revisando fascinado algún mensaje en el móvil, ése mismo que está pensando y que resulta ser el temido director, bien trajeado como siempre y con un pañuelito del mismo color de la corbata asomando por el bolsillo alto de la chaqueta. Paco reconoce la horterada, pero se queda admirándolo embobado como si fuera la Madonna de Rafael mientras el jefe da una colleja al semi-dormido Anselmo que despierta y dispara en vano su mirada hacia la pantalla apagada del ordenador.
—Venga enseguida a mi despacho, Paco —suelta con agresividad Raimundo; y, Paco, entre tembloroso y aturdido, corre para llegar antes y abrirle la puerta al tiempo que despliega un cuarto de genuflexión.
—De haber sabido le habría traído también un cafelito a usted.
—No, no hace falta. Igual una repetidora es lo que necesitaría para quitarme de delante tanto inútil bien pagado. Pero siéntese y escúcheme con atención.
...
—Me ha llegado una nota de personal. Han decidido asimilarlo públicamente a oficial tercero, o sea pagarle un poco más por hacer lo que ya hace. Yo no lo hubiera hecho, pero en fin, la cuestión es que apoyaré esta decisión siempre y cuando me sea fiel como ha venido siéndolo hasta ahora. Vamos, que no se le ocurra creerse a pies juntillas lo de su nueva oficialidad y se me suba a las barbas. Si así fuera, rece. En unos días volvería a repartir documentos como loco por todos los pisos incluyendo, semisótano, sótano y bodega. Ahora lárguese y dígale a su amigo Anselmo que me disculpe, que voy a inventarme el suficiente trabajo como para no verle en toda la mañana. Y que le pote a su mujer de la cabeza a los pies cuando vuelva a casa.
Paco se queda pensativo, se pregunta cómo sabrá el jefe que a Anselmo la cogorza de ayer puede hacerle potar hoy, pero enseguida reacciona y vuelve al Paco triunfal: al fin le van a nombrar oficial administrativo y le van a aumentar el sueldo. De modo que, al salir, se permitirá una pequeña licencia, se tomará un vermú o dos antes de regresar a casa. Siente algo de pena, pues a esas horas Marina estará atenta a alguna película de serie B que pasan en las sobremesas de la tele y que aprovechan los dos para verla y comer palomitas de maíz. Pero está seguro que la recordará tiernamente mientras los vermutitos le vayan acariciando las entrañas.

Daba la media en el campanario de la catedral, cuando Paco lograba salir a la calle tras bajar, numerándolos en alto de uno en uno, los cuatro escalones de la cafetería. En efecto, Paco no puede dejar de pensar en Marina y sobre todo en cómo organizar su fantástico triunfo en la oficina para contárselo en cuanto tenga la más mínima ocasión. Le hablará igual que Frodo, el superhéroe de El señor de los Anillos: "he logrado el ascenso a oficial tercero tras dejar en el campo de batalla a varios enemigos que se movían entre sombras y martingalas fraudulentas". De momento no le revelará más detalles para no dejar con el culo al aire al director que le ha confiado la noticia sólo a él, en exclusiva. Pero sí le adelantará que el nuevo salario tendrá carácter retroactivo, y que, con lo que le corresponda por la retroactividad, saldrán a cenar una noche a algún restaurante caro. Y, por un día, comerán algo más que palomitas.
Paco sube las escaleras agarrándose fuerte a la baranda. "¿Estará todavía Marina o habrá salido a hacer algún encargo?", se pregunta nervioso. Atraviesa de puntillas el rellano como si temiera que alguien le oyera llegar, saca la llave a trompicones y logra abrir la puerta tras varios intentos infructuosos que evidencian su nula habilidad para el trabajo de caco estival. Recorre a zancadas el corredor y se introduce trastabillado en su dormitorio. Tira la chaqueta sobre la cama mientras atrapa de pasada un paquete de palomitas y se sienta, al fin, ante el cristal espía. Frente a él, separada sólo por tres metros de patio interior, su amada Marina sonríe tumbada en el sofá mientras come palomitas, como cada día, frente al televisor. Y Paco, también como cada día, se pregunta si las comería junto a él en la última fila de cualquier cine de verdad.

Noski

Relatos FM

ENTRE LAS PIEDRAS LO DEJÉ IR



Llévame rio, llévame entre tus piedras y hazme espuma para acariciar tus penas.

Deslizándose suavemente entre el pasto el viento cabalga sobre los valles, y al tiempo que hace esto acaricia los ríos, trae y lleva las nubes también. La historia que trajo el viento viene de más allá de las montañas, del inexorable lugar donde nace el rio, el oro y las aves que al amanecer cantan. Es una historia acerca de gente humilde, que, a pesar de las adversidades, persiste en su lucha por sobrevivir con las piedras preciosas que yacen en el fondo del rio, allí en medio de las estrías del manto rocoso, extenso hasta las bocas del mar y que cruje con furia inaudible.
Algo es cierto, no solo de oro y gemas viven los hombres al lado del rio, también hay quienes pescan como también hay quienes siembran la tierra y aunque se trate de laderas empinadas y caprichosas, insisten. Pocos saben sentir cuando la tierra palpita y cómo esta late bajo las piedras mismas, pues la tierra devora hombres cuando se siente hambrienta y escupe a los ídolos que se le plantan en su cima.
La época de lluvia hacía imposible la búsqueda de oro y mientras bajaba el caudal del rio algunos decían ver ballenas y delfines de agua dulce que descendían nadando desde lo alto de la montaña hasta desvanecerse cuesta abajo entre la espuma que formaba el agua. Una vez que todo recuperaba la preciada calma los pescadores y mineros bajaban a recoger la cosecha del rio, incluyendo las imágenes de cristos y vírgenes arrasadas por los aluviones.
Sucedió una vez, que inexplicablemente el caudal de las aguas no volvió a alzarse en semanas enteras, las lluvias se habían ido, y un hombre, el cual vivía de la pesca y quien procuraba mantener a su familia lejos del semblante infausto del hambre, empezó a desesperar. Atarraya que tiraba desilusión que pescaba, mientras los demás, quienes vivían de barequear las aguas,  ya empezaban a perder cualquier rastro de calma ante el abandono del rio.
El hombre del cual habla el viento empezó a pescar con las manos. Uno, dos, tres peces solo para alimentar a su familia. El hambre rampante avanzó hasta el punto de hacer que la gente comiera del musgo que crecía en los jardines, en las orquídeas y en los helechos, incluso, se podía ver a las personas más distinguidas comiendo del maíz picoteado que dejaban las palomas en la plaza.
Una mañana en el rio, aún oscuro mientras el sol se anunciaba con los tímidos rayos del alba, el pescador vio como, por entre las aguas delgadas,  se escurría lentamente un deslumbrante pez dorado, apenas similar a un salmón. ¡Primero un manotazo al agua!, luego gateo con sigilo tras la criatura mientras las piedras lastimaban sus rodillas y a pesar de todo, no alcanzaba lo anhelado, el pez parecía saber cada movimiento. El hombre agitado insistió; piedras, palos, pequeñas lanzas que portaba consigo, golpes en el agua para aturdirlo, fracasó. El pescador se detuvo en su casería apremiante por atrapar aquella dorada criatura y empezó a seguirla cuesta abajo, caminó por largo rato sin tener noción alguna del tiempo  y una vez decidido a dejarlo ir, el pez empezó a nadar entre sus pies; casi jugando. El pescador jadeando de cansancio al fin entendió y deslizó lentamente sus manos hasta tocar el agua para sentir, después de un día transcurrido, las escamas doradas de un milagro sin génesis.
Metió al pez en su cesto de pesca y a pesar de que no parecía asfixiarse con facilidad fuera del agua, el pescador camino deprisa hasta llegar a casa, se había hecho tarde y su esposa aun esperaba impaciente por su llegada- mira lo que ha traído el rio, tal vez podamos venderlo por mucho dinero- dijo ante la mirada de asombro de la mujer, quien al ver aquel hermoso pez dorado en el fondo de la cesta corrió de inmediato a despertar a los niños para que observaran lo que consideraba como un hermoso obsequio de la aguas.
El rumor rápidamente se extendió por todo el pueblo, los niños y las niñas corrían afanosamente de la mano de sus padres para hacer presencia ante el milagro que las aguas habían concebido, ¿cómo era posible que un pescador hubiese encontrado más oro que quienes se dedicaban a la búsqueda de él? Se preguntaban en las esquinas, como sino supieran que la ironía es un dictamen universal ineludible, mientras otros entre carcajadas decían que era puro cuento. El pescador pronto vio su casa inundada de personas oliendo a sudor y con alientos nauseabundos que hacían fila en la entrada de su casa para ver al pez, aunque algunos se colaran sin respetar turno, lo cual ya había provocado más de una trifulca.
El Cacique, como se le conocía al hombre que compraba el oro a los mineros, visitó al pescador una mañana y abriéndose paso entre niños y mujeres embarazadas le pregunto al pescador: ¿Cuánto quieres por el pez? A lo que el pescador respondió con un simple: -no lo sé. El Cacique quiso dar un paso adelante en la conversación y entonces le propuso que le daría el dinero correspondiente al peso del pez según el precio del oro en los países más avanzados, a lo que el pescador respondió con una sonrisa de afirmación. Entonces el Cacique dijo: Ahora don, proceda a matarlo, aun no es posible pesar con los ojos, y soltó una gran carcajada como si se tratara de un gran chiste. El pescador arrugo la cara y dijo que no podía vender un regalo de las aguas del rio, que el pez debía seguir vivo. El Cacique entonces dijo que de ornamental nadie lo iba a pagar, menos tratándose de un pez de oro del cual se desconocía su peso, además ¿cómo comprobar que es oro genuino? Vaciló un momento y con cara de picardía y falsa preocupación termino diciendo: además allá afuera hay mucha gente dispuesta a saber cuál es el peso en oro de un milagro, y se marchó entorchándose el bigote.
Los murmullos atizados por los rumores que se extendieron como las llamas sobre la hierba seca, a la velocidad que se pegan las tripas al estar vacías, hicieron arder la lengua y el corazón. La ira y la demencia desatada por el hambre se tomaron el pueblo al cabo de una semana. Una vez cegada la bondad de misericordia por lo vivo, estaban dispuestos a destruir todo a su paso y tomar por la fuerza aquel pez de oro que sin duda sacaría al pueblo de aquel momento de oscura desesperación, las antorchas pronto rodearon la casa del pescador quien cerró puertas y ventanas ante la multitud enardecida que gritaba ofensas de todo tipo. El pescador tomo una decisión, escaparía con el pez por la parte trasera de su casa mientras tuviera tiempo. No muy lejos de allí las masas fervorosas quemaban bodegas y almacenes vacíos, pues al parecer el gobierno nacional se alistaba para entregar el pez al banco de la república.
Corrió, el pescador puso a marchar sus pies tan rápido como pudo al tiempo que ocultaba su cara entre la multitud para lanzar improperios al aire como sofisma de distracción para una turba iracunda. Bajó por la ladera del rio buscando el lugar justo donde vio el pez por primera vez, camino entre las piedras y mirando hacia donde nace el rio, dejo escapar al pez entre los últimos hilos de agua, casi entre las piedras. Y entonces, desde el cielo pequeñas gotas de agua empezaron a caer.

David Potes

Relatos FM

Bienvenido niño



Nunca había festejado un llanto como ese día, su sonoridad me pareció como una sinfonía Beethoviana; respirábamos juntos, vivíamos ambos, salíamos victoriosos sobre la muerte.

La consulta de embarazadas son todos los lunes, la sala de espera se llena de abdómenes globosos, gestantes y no falta la que ya en sus últimos días del embarazo deja ver los movimientos y las pataditas. Las que aún no tienen pansita, las "recién ingresadas", observan discretas, asombradas como niñas (porque aún son unas niñas), miran como su cuerpo se transformará en algunos meses en una especie de pera gigante y su rostro se pigmentará de un maquillaje permanente y cigomático.

Doña Paty, entra al consultorio, preocupada, seria y de entre sus turgentes senos saca su carnet perinatal y lo desdobla como si se tratara de una carta muy antigua o de un billete de prerrevolucionario.

-Que descuidado tiene su carnet doña Paty, así no estaba cuando se lo entregué para anotarle aquí todo lo que encontrara en cada una de sus consultas, y luego mire donde lo trae- Le señalé.
-Es que los chiquitillos todo agarran doctor; si ven una hoja de papel luego la hacen barquito, avión o de plano la queman, y aquí donde la traigo nadie la toca- Resolvió.
-Hubiera preferido un avión o un barco, pero así como lo trae parece que limpió la estufa con el- (reímos ambos).

Ya en la exploración doña Paty me decía que estaba preocupada porque no se le había movido el bebé en 3 días. Pero cuando le subí al máximo el volumen del tococardiógrafo, se dibujó una sonrisa en su rostro. Y justo en ese momento también se movía y evidenciaba así que todo iba bien.

-Quiero que usted me atienda en parto doctor, ya me dijeron que aquí nació el bebé de Doña Angélica, de Doña Luz, de Doña Lucero y de Doña Lupe- Solicitó Doña Paty.
-Con mucho gusto, si todo marcha como ahora no habrá problema para que atendamos aquí su parto, además como es el tercero va a salir casi corriendo- Le dije. –Solo espero que no vaya a querer nacer en mi día de descanso, y bueno, si es así, me quedo-.

Exactamente al jueves siguiente, cuando esperaba que pitara la camionetita que me llevaría a descansar, a eso de las seis de la mañana, tocan a la puerta con una insistencia que casi te anuncia el tipo de urgencia: o es un picado de alacrán o es doña Paty, pensé. Era ésta última. Desperté a mi enfermera, aunque por lo regular ella se despierta antes que yo. Internamos a doña Paty y empezamos el protocolo de labor en un trabajo de parto. Le di una nueva revisión sus estudios tanto de sangre como de imagen y todo pintaba para un embarazado de "feliz término".
Doña Paty estaba casi completa, las membranas abombadas como para que se rompieran con un simple pellizco. Advertí a mi enfermera que tuviera todo listo, porque una vez rotas las membranas el bebé iba a salir muy pronto. Pero al observar el líquido amniótico que salía, noté que el color era verde y la consistencia espesa. Meconio mil cruces, pensé. Y eso lo cambió todo. Le avisé al esposo que por las características del líquido amniótico, el  bebé podría tener problemas para respirar. Entonces el manejo se tornó exhaustivo. Al pasar a doña Paty a la mesa de expulsión, ya que el producto estaba a punto de entrar en el segundo plano del canal de parto, noté que ella ya no hacía esfuerzos ni se quejaba de la misma manera.

-Cuando venga el dolor, pujas fuerte Paty- indiqué.

Pero el dolor ya no vino de nuevo. Y la oxitocina ya no parecía hacer efecto, incluso con la solución a chorro. Aun  así, logramos que el bebé coronara, y comencé las maniobras de conducción para que éste saliera. Entonces me di cuenta, que estaba ante un bebé enorme, macrosómico. Oficialmente se trataría de parto distócico.
Mis fuerzas se agotaron de tanto jalar, alterné con la enfermera y tampoco; agotó sus fuerzas también, Doña Paty comenzó a llorar, a gritar y a imposibilitarse. Llamé al esposo y le pedí que se colocara guantes y que ayudara a jalar previa explicación  relámpago de cómo deberían ser los movimientos. Nada.

En segundos me monté en la mente un escenario en el que iba con la paciente en un carro a toda velocidad, con el producto estacionado y sin vida, la mamá quizá inconsciente, y yo pidiendo al destino que no sucediera lo peor. Pero entonces, respiré hondo, sujeté de nuevo la cabeza del bebé con una de mis manos, y con la otra logré encajar mis dedos entre su axila izquierda del producto, y jalé, jalé y jalé, hasta que finalmente el producto salió. Se trataba de uno de los productos más grande que había recibido en algún parto, morado, sin fuerza y tono muscular, como un racimo de mil uvas. De sus narinas escurría un líquido verdoso, espeso y abundante. La perrilla succionó solo una vez, y es que en ese momento se rompió. Me llevé al bebe a la cama continua y la enfermera se quedó a la espera del alumbramiento. Frecuencia cardiaca: cero; frecuencia respiratoria: cero. De pronto imaginaba las palabras de mis residentes sugiriéndome qué hacer ante una situación, el curso de reanimación neonatal; pero ante mí no estaban: una trampa de meconio, una mascarilla con oxígeno, perrillas de succión, como en el hospital general. Solo éramos  yo y ese corazón parado, yo y esos pulmones inundados.

Volteé a ver el reloj de pared, y comencé el primer ciclo de resucitación. Cuando metía aire a la boca del bebé se escuchaba un sonido parecido al que se produciría su uno sopla en un popote sumergido en un vaso con agua. Fui en busca nuevamente de frecuencia cardiaca: nada. Segundo ciclo de masaje torácico y la situación tenia de fondo los llantos telúricos de doña Paty.

-No sale la placenta doctor y está sangrando bastante- me informó la enfermera.

Pero entonces noté que ella no sujetaba ni realizaba mansajes para estimular el alumbramiento. Le pregunté si antes ya había conducido una placenta. -Nunca doctor- contestó.

Me encontraba ante esa pregunta a la que ningún médico quiere llegar: ¿La mamá o el bebé?

-¿Mi bebé se murió verdad doctor?- Preguntaba el papá.

Tomé la decisión de dar un ciclo más de reanimación al bebé. Para eso corté un equipo de venoclisis e introduje un extremo de la manguera en su boca. Y así como cuando uno succiona de una ánfora con gasolina a media carretera para verterla en el tanque del coche, logré extraer una gran cantidad de meconio de los pulmones del producto. Fui en busca de respuesta respiratoria y entonces escuché los estertores más roncos y esperanzadores de mi vida. Me fui a área cardiaca y conté ochenta latidos por minuto. Lo tenemos, pensé, lo tenemos.

-¡El bebé está vivo, consígase un carro para llevárnoslo a un hospital señor, rápido!- Apresuré al papá.

Es ese momento la enfermera me informaba que la placenta había salido.

De camino a la Ciudad de Chilpancingo, con el bebé entre mis brazo, veía los cerros vestidos de verde, los anchos ríos bajo los puentes que pasábamos. El papá del bebé que iba de copiloto rezaba. Y yo rogaba: "respira niño, respira; la vida es mejor, debes de conocer todo lo que hay al otro lado de estas ventanas".

Entonces el bebé comenzó a inhalar dificultosa pero profundamente e inundó el interior del auto con un llanto sonoro: el llanto de la victoria sobre la muerte.

-Mi bebé llora doctor, mi bebé llora- Me decía el papá.
-Bienvenido – Le susurré en el oído a ese pequeño guerrero.

Lucas Cajas

Relatos FM

Anastasia



   La noche que escaparon los tigres del circo Leskov y se echaron a correr por las desiertas calles de Amberes, Raúl y yo tuvimos el mal presentimiento de que no había sido un acto fortuito, que unas manos culpables habían abierto el cerrojo de la jaula  y el portón del campamento.
   Probablemente las manos de Anastasia.
   Raúl era contorsionista y pulsador; yo era prestidigitador; a veces todavía lo soy.  Anastasia era una de las integrantes, la más hermosa de todas, del ballet aéreo Las Mariposas de Plata, un espectáculo circense de un esplendente vocabulario visual salpicado de música y focos de colores.   
Los dos habíamos amado a Anastasia, si bien en muy distintas circunstancias y temporadas del circo, y los dos creíamos conocerla. Y temerla, por diferentes razones. Fuese como fuese, en una relación erótica con Anastasia no había medias tintas ni redes protectoras.
Corría el mes de  octubre del año de gracia de 1940, se consolidaba la ocupación nazi de Bélgica, la Segunda Guerra se nos echaba encima, y sin embargo Anatoly Balabanov, el director del circo, insistía en que continuáramos hacia Bruselas para cumplir con los compromisos adquiridos. Por lo visto no conocía bien a Anastasia. Por lo visto ninguno de nosotros la conocíamos lo suficiente.
Con ella nos equivocábamos todos. Muchos creían, creíamos encontrar en Anastasia un reflejo del Paraíso Temporal. No alcanzábamos a entender que en su caso el Edén no era un jardín rectangular sino un territorio circular.  Así nos pasó a Raúl y a mí, ya está dicho,  y le pasó a Roger, el presentador de las funciones nocturnas, a László, el adiestrador de caballos húngaro, a uno de los funambulistas mexicanos y al ahora desdichado Viktor, el apaciguador de tigres, doblemente desdichado pues cuando por fin se animó a llegar al vagón de Anastasia, no pasó la prueba de su  catre  y no se le concedió una segunda oportunidad.
Según la hipótesis de Raúl, Anastasia había soltado los tigres para vengarse de su domador, no por lo que no había hecho la  velada en cuestión  sino por los rumores malsanos que después de su actuación insuficiente habían empezado a difundir  él y Hortensia la taquillera, ex esposa y ahora de nuevo amante.  En el circo todo se sabe, todo se vale y todo va volviendo a su lugar de partida,  decía Raúl, que cuando no estaba contorsionando o escribiendo cosas, estaba leyendo libros.
Yo lo dejaba hablar y conjeturar, pero mis conclusiones eran muy diferentes: Anastasia tenía la convicción de que con el ascenso imparable del nazismo, toda una época estaba llegando a su final. Ya no eran tiempos  de diversiones, risas y circos, decía. Ya no eran tiempos de andar por los caminos arrastrando vagones repletos de acróbatas, payasos y animales mientras por otros caminos rodaban hacia su acto final vagones repletos de hombres y mujeres. Ya no eran tiempos de complacencias ni cobardías. Había llegado la hora de poner a secar las carpas de los circos y sumarse a la lucha o a la resistencia.
El caso es que en aquel momento dos tigres de Bengala varones, tres hembras y un cachorro andaban sueltos por las calles de Amberes, el circo Leskov debía partir de madrugada hacia Bruselas y  el director, se paseaba como un energúmeno por el campamento, golpeando los vagones con una cruceta  y gritando que aparecieran o no los tigres, esta traición la iba a pagar hasta el último de los payasos.

*
Nadie sabía a ciencia cierta dónde había nacido Anastasia y cuál era su verdadero nombre.  A Raúl le contó que había crecido en Niza, hija de un pianista francés  y una bailarina rusa. A mí me contó que era huérfana, descendiente de una adinerada familia rumana, y que se escapó de casa de una tía la víspera de que la llevaran interna a un colegio de monjas.  A otros hombres les habría contado otras historias. No le gustaba hablar de sí misma y su pasado. Solo repetía, cuando le preguntaban por ello, que aunque trató de evitar o de postergar su ingreso a ese mundo, lo llevaba en la sangre:  su abuela había sido antipodista en el célebre circo Pinder  y dos de sus tíos  fueron volatineros en el Wringling Brothers. A los 18 años Anastasia se incorporó al Circo Leskov, que en aquella época se encontraba en la cumbre de su prestigio. Su belleza le abriría las primeras puertas; su talento y elasticidad, todas las otras.  En menos de cuatro meses ya era la trapecista estrella del espectáculo Las Mariposas de Plata. Poco  más se sabía de sus actividades o de sus amistades fuera del circo. Si Anastasia no regresaba aquella noche de los tigres sueltos, ninguno de sus ex amantes sabría dónde y cómo buscarla,  se lamentaba Raúl  mientras compartíamos una botella de coñac que yo guardaba para las mejores o las peores ocasiones.
*
   Cuando a las diez y media de la noche llegaron dos detectives de la Comisaría de Policía del distrito de Noordelaan, encontraron el camino allanado.  Al ver que Anastasia no había regresado a su vagón a las nueve, hora de queda, Hortensia la amante del domador de tigres, concluyó que la orgullosa e  indómita trapecista era la  principal sospechosa y la única culpable  de los hechos y sin consultar a nadie violentó el candado de su puerta para recopilar evidencias que podrían servir a la investigación.
   -¡Esa mujer está muy enferma! –fue lo primero que dijo a los detectives, sin siquiera  darles tiempo a sentarse.
   -Así es –dijo Viktor, el domador humillado-.  Hay que llevarla cuanto antes a un hospital o a una cárcel.
   Hortensia agitó la muñeca derecha rápida y desdeñosamente,  barriendo como hojas secas las palabras de Viktor,  apartándolo del asunto ya que él no sabía nada de nada, ya que ella había tomado las riendas.
   -Aquí tengo una lista de los objetivos que esa mujer tenía para sabotear el circo en caso de que la liberación de los tigres no fuese suficiente –dijo Hortensia, blandiendo un fajo de notas manuscritas.  Esta vez los detectives le concedieron su atención.
   
*
   
   -Octavo.  Colocar un barbitúrico en el almuerzo de Sergev (Sergev Lionov era el hombre base de la pirámide humana).
-Noveno. Llamar a la policía belga e indicar dónde se encuentra el contrabando que oculta el cabrón de Balabanov.
-Décimo. Impedir como sea preciso que...
En aquel momento sonó el teléfono.  Llamaban de la comisaría.  Que los tigres habían sido avistados en el distrito de  Borgenhout y  se dirigía a su caza un escuadrón de policías con sus armas de dotación y con el apoyo de media docena de soldados alemanes.
Se nombró un comité de emergencia para salir al encuentro de los uniformados e intentar reducir a los animales  por medios  pacíficos. El grupo quedó  conformado por Anatoly el director, Viktor el domador de tigres, László el adiestrador de caballos y Artaud el  payaso, que  tenía el poder de  comunicarse telepáticamente con los animales.
Raúl y yo, que esperábamos en la segunda tanda de testigos, nos miramos un instante. Fueran ciertas las pruebas presentadas por Hortensia o inventadas por la muy arpía, le dije, si  a aquella hora Anastasia no había regresado al circo, ya no iba a regresar,  ni esa noche ni ninguna. Raúl asintió apesadumbrado.
*
   Entre tanto, los tigres habían seguido su camino emitiendo rugidos que en el silencio de la noche ponían los pelos de punta.  Aquella noche los habitantes de Amberes cerraron con tres pasadores sus casas; adentro sólo se escuchaban los murmullos de las mujeres que elevaban plegarias pidiendo que amaneciera pronto y la pesadilla acabara. Solo se alcanzaban a ver en los balcones o las azoteas algunos jóvenes curiosos y trasnochadores que  esperaban  ansiosos el paso de los tigres.
   Gastón, un borrachito muy dicharachero y muy conocido del sector de Ekeren, no tuvo la suerte de escapar de las garras de una de las hembras.  A pesar de los gritos de un grupo de muchachos desde uno de  los balcones, el pobre hombre no se percató hasta el último instante  de que se le echaba encima la fiera  y con solo el roce de una garra cayó al suelo.
   Ya estaba todo consumado cuando confluyeron en el sitio el escuadrón de policías belgas, los soldados alemanes y el contingente de Balabanov, al cual  se había sumado a última hora Hortensia la taquillera, quien no quería perderse detalle de la persecución de los tigres y la búsqueda y captura de Anastasia. Raúl y yo seguimos el grupo  a una distancia prudente, ocultándonos en los portales o tras las columnas cada vez que uno de los hombres de Balabanov volvía la vista atrás.
   El director del circo, acompañado por los dos domadores y el payaso Artaud, salió al encuentro de los uniformados y les solicitó que se les diera un  plazo prudencial para la captura.
   Los representantes de la autoridad permitieron que aquel abigarrado grupo intentara cerrar el círculo de acción de los animales por medio de gritos y el azote de látigos.  Su propósito era reunirlos, calmarlos y luego conducirlos hacia los vagones en fila india, pero los recién liberados no mostraban el menor deseo de regresar a las jaulas. Libertad o muerte parecía ser la consigna que expresaban sus fauces y ojos.
   A pesar de los esfuerzos  de los domadores y de la concentración máxima del payaso Artaud, quien  mentalmente les vociferaba la orden de rendirse y regresar a su cómodo hogar entre jaulas, los tigres no respondían.   Querían seguir su camino y rechazaban cualquier tipo de coerción.  El  tigre mayor y más corpulento  saltó a un techo desde una de las terrazas del bar del que había salido el desdichado borrachín. Las hembras custodiaban al cachorro y no daban un paso atrás.  Amenazantes ponían una pata delante de la otra y pelaban los dientes en señal de advertencia. El domador seguía diciendo las mismas palabras repetidas en tantas funciones.  Las mismas señas.  Los mismos golpes de látigo contra el piso,  en esta ocasión de manera más angustiosa.  A pesar de ser sus obedientes  animales durante cada función, no era el mismo escenario y su férreo control había dejado de surtir todo efecto.
De repente escuchamos del otro lado de la calle los relinchos de Nadia, la yegua que lideraba el acto de los caballos amaestrados. Sobre su lomo venía montada la hermosa Anastasia en su traje de luces y sin necesidad de sogas la seguían  dóciles Jandro, Noche, Canela y Timoteo, los otros equinos que conformaban el espectáculo caballístico de László, el acto más célebre y ponderado del circo Leskov.
El director vociferó a grito herido "¡Disparen!" y en seguida en un grito no menos estentóreo se retractó: "No, por favor, no vayan a disparar un solo tiro. Cada uno de esos caballos vale miles de rublos".  Mientras Balabanov se decidía si dar instrucciones de tirar a matar, tirar a herir o abstenerse de hacerlo, los policías belgas y los soldados alemanes salieron corriendo desordenadamente en un vano intento por dar alcance a los fugitivos, momento que aprovecharon los tigres para dispersarse cada uno por una calle diferente, con excepción del cachorro, que se fue a toda la velocidad que le permitían sus jóvenes patas detrás de su madre y de su tía, la célebre leona Pasha,  décana del espectáculo
   "¡La función ha terminado!",  gritó Anastasia  desde el fondo de sus pulmones y de su ser cuando empezaba a perderse en la distancia.
Raúl y yo nos miramos un instante y sonreímos mientras nos íbamos acercando al desconcertado grupo de policías, soldados y artistas circenses. Una vez más nos habíamos equivocado todos con Anastasia. Para tristeza o alivio de sus ex amantes del circo Leskov, ya no regresaría al circo.  Para nuestro gran regocijo, jamás le  echarían el guante encima.  Una vez  más la indómita Anastasia se había salido con la suya.

Juan del Camino

Relatos FM

¡Habla Palabra!



¡Hola! Soy la palabra y hoy me toca hacer un análisis concienzudo sobre mí ser: ¿para qué estoy entre tantas  bocas y si mi existencia da frutos?  ¡Empecemos! 
Cuando estoy con mis amigas armamos párrafos de jolgorio a según la pluma que trace el autor con nuestros cuerpos con harto garbo. Recuerdo una tarde ni fría ni tibia haberme visto entre otras colegas en una novela romántica: trataba de dos amantes, era tan atractiva la trama que no quería que se acabará la obra, pero al final  los deshonestos enamorados mueren y cómo que se me quitó las ganas de ser parte de un cortejo fúnebre.

Una sobrina mía algo pícara aceptó participar en un periódico en una columna llamada ¿Cómo estas guapo? , era sobre tips y consejos  para chicas solteras  que están en busca de novio. Mi sobrinilla estaba en su "salsa", se sentía tan feliz, que yo  la envidiaba sanamente.  Ella miraba  de reojo y  con sonrisa  algo siniestra como La Gioconda a los puntos y  puntos y comas. La verdad que era  ¡demasiado!,  por momentos sentía vergüenza ajena;  sin embargo, su gozo opacaba mis iracundas opiniones.

Mi cuñada era muy seria, idealista y analítica, le encantaba la política y oración que alguna autoridad vertía  para las masas, ella salía en puntillas con sus mejores galas y aretes. Le encantaba que la mirasen con pupilas intelectuales y con algo de raciocinio. En el fondo creo que es algo histriónica, al fin y al cabo disfruta que la vean, es una vedette aunque no lo quiera admitir.

Cuando escucho que a través de nosotras debaten  temas, me siento triunfante porque estaremos siempre vigentes en los diálogos acalorados de algunos doctores especializados   en nuestras curvas y rondas que hacemos entre camaradas. Me parece increíble que haya gente que se dediquen   exclusivamente  a nuestras vidas, es maravilloso que investiguen con quienes caminamos dando pie a otro análisis, si lo hacemos en óptimas condiciones o no y si nos equivocamos: nos corrigen ¡nosotras no hacemos ningún esfuerzo!, ¡es placentero ser  yo!

Que dichosa  soy al saber que hay miles de personas que trabajan uniendo en  armonía nuestras siluetas dándole el ritmo y la métrica que ellos le otorguen.  Algunos son melancólicos, seguro porque tendrán alguna pena dentro ¿no? ,  otros  utilizan nuestros sinónimos  y acepciones a mil por hora, hasta causa gracia leernos en semejantes  ensayos ¿será un don de los ángeles que nos tengan en sintonía y en amistad a todas,  todos los días del año?  En verdad, no lo sé.

Me voy porque estoy algo cansada y debo retomar  fuerzas para poder desplegar mi trabajo sin muchos errores y ser acertada en mi actuación. Guardaré mis  vestidos por un rato y me pondré  un pijama de seda o algodón  solo quiero que ésta relaje mi cuerpo y lo guarde tibio para  cuando el sol se haya ido de compras por un bloqueador  y  la oscuridad nocturna  desee ser ama y señora de nuestras vidas por unas horas.  Soñaré seguro con algo de televisión, niños y reptiles,  total "soñar no cuesta nada" como canta Kevin  Johansen que lo escucho cuando compañía busco.

Ahora sí me marcho porque  si sigo aquí perderé muchos kilos y mi piel debe mantenerse lozana ¡mi imagen es importante!

Pasatiempo

Relatos FM

EL AGUJERITO



Desde chico admiré el viejo subte que llegaba hasta Plaza Miserere y que, en algún momento, se prolongó hasta Primera Junta. Era una línea centenaria con una formación de coches iluminados con tulipas de vidrio esmerilado que irradiaban un resplandor amarillo en su interior y tenían, lo sé, asientos de varillas de madera lustrosa y revestimientos también de madera barnizada, procedentes de Bélgica. Y sus ventanillas, tenían una oreja de cuero que dejaban ver el vertiginoso recorrido de una estación a otra, desafiando la temible oscuridad que siempre, es verdad, alimenta la imaginación del que va atento. Qué tal. En unas palabras, su presencia imponía en sus pasajeros (al menos en mí) una respetable luminosidad de época fugaz que se filtraba en más de una mirada. Habría que agregar, que tenía los desplazamientos acústicos más lindos que recuerdo, porque eran de lo que se llamaría, con el pasar del tiempo,  la Belle époque; aunque los pasajeros fueran seres de épocas ya idas que viajaran por un túnel del tiempo, en el que las vías sonaban como violines o chelos en sus curvas, y tuvieran acordes cortos y repetidos como un concierto de Stravinski en la Consagración de la Primavera.

El agujerito apareció por primea vez en un viaje de aquél subterráneo que alguien, no sé, llamó de la línea A. probablemente para distinguirlo de los que vinieron después, cuando a la calle Corrientes la convirtieron en un  callejón ancho que va a dar a un monumento llamado obelisco y concluye en el bajo, donde comienza una zona portuaria. Pero fue a partir del agujerito en el subte, cuando surge una sensación que va más allá de la realidad (y se borra) como por arte de magia, en ciertos instantes de mi vida.

La literatura es así, como una hermosa niña de cabellos rubios, desde su nacimiento; pero puede ser, en sus finales,  como una vieja mujer desdentada que confunde lo diurno con lo nocturno. Aunque la noche pueda ser esplendorosa. Pero aquella vez, debo aclarar, fue en pleno trayecto y en el último recorrido de la noche, donde había, creo, dos o tres personas adormecidas que parecían despojos del tránsito cotidiano, que estaban, por decirlo así, como dibujadas en el vagón. Tal vez, más que personas, eran fantasmas. Entonces cerré mi ojo izquierdo y apoyé el derecho en la madera que divide un vagón del siguiente, para ver qué ocurría del otro lado. O sea, el lado oculto de lo acostumbrado. Y  para mi sorpresa, logré entusiasmarme con las imágenes que se sucedían más allá del agujerito: eran similares a las de una película del cine mudo: con grandes carteles murales de famosos escritores del pasado, que aparecían vertiginosamente como salidas de un libro de Cervantes o de Shakespeare, por ejemplo. Creo haber divisado, también, a otros más recientes, como Borges y Sábato. Lo cierto es que cada transeúnte anónimo que pasaba, buscaba el cuadro de su preferencia, lo penetraba, porque esa pared permitía atravesar la imagen; y al salir, salía duplicado el mismo anónimo personaje convertido en una imitación servil del escritor elegido. ¿Es posible vislumbrar así una vocación literaria? No lo sé. Pero de este modo fue que una musa nació en mí, como el florecimiento de una forma de interpretar la literatura.

Yo soy, podría decirlo, un escritor del siglo veinte, que como muchos otros ha visto por el agujerito de su biblioteca, el sortilegio o la caducidad de ese género de la lengua escrita.  Porque siempre existe un agujerito por donde ver cosas que no se pueden ver en la realidad. Y la realidad, en este caso, es en la que se agota una forma de escritura que hasta ayer se denominaba bellas letras. Un siglo que, parece repetir, instancias del pasado, donde la lengua, como en épocas anteriores, y como diría Juan Pablo Forner, asiste a sus propias exequias. O sea, lo que para mí es la adulteración de la literatura. En definitiva, podría agregar que la palabra es, en lo personal, una celebración interior en el concierto de las edades. Así heredé de mis mayores la capacidad de escribir desde la pluma y la tinta cruda. Y con esa crudeza, inventé historias y me enfrasqué  en la tarea de componer como un músico una partitura. Tal como aquella anécdota de Mozart que me hacía tan feliz, cuando hablaba de que estaba buscando dos notas que se amaran. Porque las palabras son así: se aman o no.  Se puede encontrar  uno con la perspectiva de convocar a las palabras para realizar una idea y hacer de esa idea, una escritura. Porque solamente con amor  y con oficio, a veces, se logran páginas memorables. Decididamente, hay muchos libros que se lanzan al mundo que ya están muertos desde el comienzo. En realidad, como dice Borges, uno puede lograr el final de un cuento, estando en la sala de cuidados intensivos por un accidente en la cabeza. Entonces, la tabla de salvación de un escritor es el borrador que sirve para expurgar las partes. Eliminar infinitos borradores y volver sobre una frase mil veces, como un escriba antiguo que busca la eternidad. Por eso, tengo la certeza de que la palabra, es como una escultura personal que el escritor hace al contar su historia. Y yo aprendí a enamorarme perdidamente de las palabras, antes que de las mujeres. Menos, aquella musa que para mí es como una Venus del nacimiento de la literatura...

Y es por eso, que las mujeres creen que uno las engaña cuando estoy tejiendo mentalmente una historia. Una historia que trasplanta mi mundo privado al papel en cuestión de días o de años. Y que pasa a la imprenta recién no se sabe cuándo. Yo aprendí a depender del papel y de la tinta  con la tenacidad y la pasión que da la juventud, ahorrándome los peligros de esa época Y que misteriosamente parece resolverse en una ecuación fatídica frente a la tecnología. Es decir, el afianzamiento de una nueva forma de discurso que tiene por elementos principales, a mi ver, tres factores de poder, que, antes, convivían con el arte de la escritura y que, hoy, desgraciadamente, son el factor determinante de las denominadas corporaciones (o sea tres grandes parásitos) de la mente humana: una Sodoma y Gomorra (léase perversión), una política (léase corrupción) y una usura (léase como se quiera). Por lo que habría que anunciar el valor estratégico que tiene, para los días que corren, el envilecimiento colectivo de un residuo lingüístico, que consiste en adaptarse a formas del decir, en relación a la informática y a las nuevas tecnologías. Me parece entrever, lo sé, algo de todo esto en un cuento de Borges en El jardín de los senderos que se bifurcan. Precisamente en Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, donde el escritor retoma el tema de la escritura para señalar que cualquiera puede ser su propio Shakespeare o, en definitiva, su propio clásico. (Ojo: que no me refiero a los avances científicos.) La palabra, entonces, tiende a transformarse en un predominio del poder por encima, pienso, de lo que en el pasado se llamaba formas de un idioma en un sentido poético, si vamos al caso, de la literatura y del pensamiento crítico. Hasta ayer, era testigo viviente de que la palabra escrita, era la más sacrificada del mundo, porque se quedaba ahí, sometida a la curiosidad y a la censura de los lectores de su época y de las épocas futuras, en el que la discusión y el análisis movían a la ponderación o el desinterés del lector. Entonces pensé en esbozar un libro que llevaría por título algo así, como "Escritores muertos que están vivos y escritores vivos que están muertos", lo que me sugería –desde ya-, un planteo muy especial.

Como escritor nacido en el siglo veinte, debo admitir que nunca dejé de usar la pluma para mis historias, pero ya ven, hoy todo es automático y hasta los analfabetos escriben electrónicamente, cuando todo indica que estamos en el fin de toda forma de literatura, es decir, cuando la copia es considerada basura y la basura, una clase de literatura...

Antes, cuando la literatura era escrita por escritores, uno tenía la convicción de que su discurso podía desembocar (en el pánico o en la locura); pero hoy, no, desaparece aquella nebulosa primigenia que daba lugar a lo que podría ser un poema, o una narración imaginativa, para cristalizarse en la aparición de una masa verbal, envilecida por un interés de un sector político o de un conglomerado mediático, que sirve al mundo del poder, posiblemente del sexo y, probablemente, de la usura. Contrariando un poco aquella célebre cita de Quevedo, cuando dice de las palabras, que son como las monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una.

La modernidad, arguyo, parece haber ido reduciendo el enriquecimiento lingüístico para ir acoplándose a una monserga ideológica, que sólo busca instalarse en el poder como la política, póngase por caso...

Como ya dije, soy un escritor del siglo pasado que sigue adorando a su musa de las palabras; apenas un insomne que viaja en subte y mira y se queda dormido a través de un agujerito...

Brodie

Relatos FM

El día que Sandino se casó



El día que Sandino se casó el pueblo adquirió ese color incandescente de las grandes calamidades, algo en el viento decía que había un latido sordo, interminable, que poco a poco se pronunciaba con la caída de la noche.
Era entonces yo muy niña y no me había imaginado las profundas consecuencias que esto traería a mi vida y a la de mi familia. Yo solía jugar en esos días calurosos con mi hermano Lucas y pasábamos horas mirando el verde del jardín e inquietado a los animales de la granja de mi padre, quien había muerto años atrás, aunque soportamos bien aquel infortunio con una callada melancolía gracias al infinito amor que mi madre nos tenía y las atenciones que la tía Lola, Juliana, el tío Beto, Pauli, Sarita y Carlucha nos prodigaban.
Este último sobre todo era especialmente amable, nos llevaba al río plateado donde las mariposas llegaban a morir en un último suspiro de alegría, yo corría río abajo con una rama de eucalipto, soñaba con volar y Lucas recogía piedras de formas extrañas y colores fantásticos, de esas que se parecían un poco a Pauli o al tío Beto, pero ninguna a Carlucha, porque lo queríamos como a un hermano.
Pero ese día que Sandino se casó fue amenazador, recuerdo que cuando volvimos del río por la tarde con Carlucha, después de quedar sin respiración a fuerza de reír de nuestras propias fechorías, mi madre tenía una expresión ahogada en su rostro, joven todavía pero con una tristeza dócil en sus ojos desde la muerte de papá. Juliana miraba la ventana augurando tormentas y con una voz distinta a la suya, como un negro presagio.
Mi prima Pauli, era joven e intuía algo de lo que sucedía ese día amargo, pero nosotros inocentes, no imaginábamos todo lo que traía consigo esa tarde en que Sarita, eximia cocinera, quemó la cena y por poco incendia la casa. Carlucha intentó decirnos algo en su lengua extraña pero no fuimos lo suficientemente rápidos para entenderlo pues esta lengua misteriosa hacía perder la compostura a la tía Lola y lo amenazaba con castigos ejemplares si lo oía dirigirse una vez más a nosotros en ese dialecto infernal, castigos que nunca cumplía porque con Lucas poníamos en funcionamiento una maquinaria infalible de berrinches en defensa de nuestro guardador, el tío Beto le decía a mamá que por este tipo de comportamientos Carlucha estaba cada día más engreído, entonces en venganza a estos comentarios vaciábamos los perfumes de Pauli, su hija, destruíamos su maquillaje y escondíamos su ropa.
Pero el día que Sandino se casó, nadie hubiera soportado un berrinche nuestro y por las caras estupefactas de todos en la casa nuestro entusiasmo de aquel día se convirtió en una honda pena que no sabría muy bien cómo explicar y en mis intentos por  recuperarme de esta sorpresa miraba a Lucas buscando sus acertados comentarios y su autoridad de niño de diez años y hermano mayor.
Juliana, la niñera eterna, pues lo había sido de mi madre, la tía Lola y el tío Beto, lo fue de Pauli y nuestra hasta que pasamos al cuidado de Carlucha, el de los ojos amarillos, había permanecido impasible durante décadas hasta que oyó nombrar a Sandino aquel día y lo que estaba ocurriendo en ese momento en el pueblo, a unas horas de nuestra hacienda, y había murmurado con más convicción que nunca que las malas noticias llegaban volando.
No sabría exactamente explicar quién era Sandino y qué relación tenía con nuestra familia, pero tenía la sospecha que era la única, aunque también Lucas un poco, de no entender el por qué tanto misterio, solo llegué a mostrarme  interesada en verdad cuando noté que mi madre perdía la tristeza suave de su frente y algo pareció oscurecerse en su memoria, porque nos miraba alternativamente a Lucas y a mí, a mí y a Lucas, como reconociéndonos hace poco, con el fulgor que tenían esos días que yo no recordaba, cuando mi padre vivía, nos miraba pues con una pregunta atravesada como las noches en nuestra hacienda de ensueños.
Recuerdo el día que Sandino se casó como el primero que vi al tío Beto hacer un mohín de disgusto, en su cara llena de barba como un hombre mono se dibujó un recuerdo que lo hizo de pronto más agrio y nos miró con rencor a Lucas y a mí. Tal vez por el inexpresable parecido de Lucas con mi padre muerto y tal vez por mi timidez desbordante, comprendimos el mensaje y corrimos a refugiarnos entre las piernas de Carlucha quien muy en contra de su naturaleza miró al tío Beto como esperando la embestida.
Vi de pronto que el rostro de mamá se retorcía en un llanto sordo primero, histérico después, vi correr a Pauli a la cocina para traer el elixir de la resurrección, sentí a Lucas abrazarme y al tío Beto que le gritaba a Carlucha que nos sacara de ahí, vi a Juliana temblar y a Sarita estrujar su mandil. Sentí como en un sueño un temblor lejano que me hizo tropezar camino al patio empedrado de estrellas de esa noche en la que Lucas cogió mi mano y siempre con esa pregunta entre dos voces, miraba lloroso a Carlucha.

NEFTALI

Relatos FM

UNA HORA... MIL HORAS...



Tenía calor.  Sus pies le latían envueltos dentro del armado envase de los zapatos.
Quiso salir cómoda para caminar esa mañana de otoño, a esa hora no sospechaba las altas temperaturas que luego debería soportar. Salió temprano, antes del amanecer. Salió con premura, con poco dinero y atosigada por las obligaciones.
Viajó pensativa, ausente, atravesando la maraña de su angustia.
Tenía calor y no advirtió en qué momento extravió la escuálida cartera con los documentos y sus magros ahorros.
Se sentía ridícula con ese atuendo abrigado, con sus pantalones y sus calcetines que le hacían rezar por lo bajo pidiendo clemencia.
Pero debió soportarlo soñando con su regreso. Ansiaba arribar a su casa.
Caminó de un lado al otro, por las diferentes calles de esa ciudad.
Deploró la espera irremediable: para poder regresar, no tenía otra alternativa. Debía retomar el mismo vehículo, era lo único posible. Allí a nadie conocía, a nadie podría pedir ayuda ni dinero.
Esperar ... 
Debía resistir tres horas bajo esos árboles, escondiéndose del sol y de las miradas inquisidoras.
Esperar...
No aguantó más. Quiso perderse en el anonimato y se mezcló en medio de la muchedumbre de una marcha de protesta. Ella desentonaba. Desconocía a ese grupo, no comprendía sus pancartas, ignoraba sus reclamos. No le importaba nada. Sólo el intenso latido de sus pies y el reclamo de su estómago atrapaban su atención, la sensibilizaban.
Tenía hambre. Tenía sed. Estaba sofocada. Y comenzó a mezclarse entre las columnas humanas. Y caminó.
No supo entonar ningún cántico. Los estribillos eran notas graciosas que se le adherían al rostro. Tuvo ganas de reír por todo aquello, pero la miraban. Le cantaban distintas estrofas invitándola a protestar. Pero no pudo.




Sus premuras le impedían pensar en otras cosas. Los pies hinchados luchaban por quebrar las capelladas como si una levadura hubiese penetrado debajo de su piel y provocara el aumento vertiginoso de sus carnes.

No aguantaba más. La caminata se erigía como un mayor castigo .Hacía calor y se quitó el saco de lanilla dejándolo caer a su paso. Cierto alivio le permitió respirar más profundo. La ola humana la arrastraba como si fuese un corpúsculo indefenso.
Los gritos del reclamo le amartillaban en su cabeza y el dolor de sus pies eran una tortura medieval.
No le importaba nada. Tenía calor. Estaba sufriendo.
No supo cuál era el rumbo de la marcha. Le era indiferente. Sólo debían de pasar esas tres horas para emprender el viaje a su hogar. No había otra forma de hacerlo. No tenía otro medio.
De cuando en cuando, los manifestante la vitoreaban incitándola a cantar, pero no pudo. Era absurdo. Una mezcla de sentimientos la amordazaban. El dolor, los sofocones la sensación del ridículo y el despojo formaban una composición surrealista que se trasuntaba en su rostro.
Su cuerpo era arrastrado como una red a expensas del capricho del mar.
No lo sentía.  No se sentía.  Había perdido la conciencia de sí misma.
El grupo gritaba, insultaba. Golpeaba tambores y redoblantes carnavalescos. Todos cantaban. Ella no pudo articular sonido. Tenía ganas de reír.
Tenía calor, lo sufría, y demorando su paso, luego de algunas contorsiones se quitó los pantalones abrigados que la oprimían.  Los otros no lo advertirían. Su larga camisa aún le tapaba tres palmos por debajo de sus nalgas. Se sintió aliviada.
Frente a un edificio desconocido, la muchedumbre se paró aplaudiendo un nuevo estribillo.
La miraron. La escudriñaron. No supo qué hacer. No le importaban los reclamos, no entendía las pancartas.


Siguió caminando con ellos, aunque aliviada, sus pies desbordaban los contornos de su calzado. De pronto, una corrida dentro de esa masa provocó que alguien la pisara.
Gritó con desesperación. Apenas aflojó las presillas del calzado, intentando caminar. Creyó desfallecer un par de veces. No podría seguir con la penuria. Era imposible.
De un modo imprevisto, cuando los manifestantes retomaron su marcha apresurada, entre empellones, perdió sus zapatos. No podía disimular sus reprimidas ansias de reír. Ellos la miraron, escudriñándola...
Rengueando, caminó más de diez cuadras, veinte, sesenta .Estaba más aliviada
Había perdido el control. Su estómago reclamaba. Tenía hambre. Tenía sed. No se daban cuenta.
La marcha era compacta. Homogénea. Con su anonimato acompañó a ese gentío fervoroso.
No entendía nada. Nada le importaba. Sentía el placer del alivio.
Advertía sus miradas esquivas, los ojos del grupo bochinchero. Las pancartas latían con el retumbar de los tambores. Pasaron horas. No supo cuántas. Su conciencia estaba lejana, en la maraña de su angustia.
No era ella. No era nada.
Alguien de la masa tomó la palabra. No entendió nada. Otros del grupo abrieron un debate. No los escuchó. Estaba pendiente del reclamo de su estómago. Tenía hambre y sed. Un manifestante la tomó de los hombros, y de mano en mano, por entre los cuerpos estrechados y anónimos la fueron empujando hasta llevarla a la vanguardia.De repente cesaron los cantos. Ellos callaron sus voces y los redoblantes.
Advirtió la mirada de todos. La inquirieron mudamente.
Estaba desnuda. Los zoquetes de lanilla  aún le sostenían sus pies castigados.
Totalmente desnuda y no le importó nada. Ignoraba sus reclamos, no entendía las pancartas. Nada. Se sintió aliviada.
Sin que se diera cuenta, en forma sigilosa, la multitud se retiró al son de los tambores. Como una ameba gigante la manifestación siguió deslizándose por las calles de esa ciudad.
Ella quedó sola, descansada, ridícula y con hambre, mientras que por lo bajo rezaba pidiendo clemencia.
Vinieron los otros y se la llevaron. La internaron. La excluyeron. La dejaron.
Desde entonces deplora la espera irremediable por regresar a su casa.
Una hora, cien horas. Mil horas... 

Soyluz

Relatos FM

¡SAQUÉNME DE AQUÍ!



---He sido extranjero la mitad de mi existencia, me queda la otra mitad para ser  forastero--- comenta Miguel en voz alta, pide ayuda a sus ancestros, entra al edificio que puede cambiar su vida y...
―Buenas tardes.
―Buenas Tardes. ¿Qué desea?
― ¿Departamento de Inmigración?
―Si. ¿Qué desea?
―Quiero viajar al exterior.
―Nombre.
―Miguel Martínez Olivares.
―Dirección.
―Contreras 35 entre Peñas Altas y Gelpi.
―Edad.
―La edad de Cristo al ser crucificado.
―Edad.
― ¿A qué país desea  viajar?
―A Estados Unidos.
― ¿A qué país desea  viajar?
―Estados Unidos.
― ¿Estados Unidos?
― ¿Algún problema?
―Bueno...este...
―Espero que no haya problemas. Por la televisión dijeron que si uno tenía dinero podía viajar a donde quisiera.
― Si pero...Mire hay otros países.
―Lo sé. El mundo tiene ciento noventa y dos países. ¿Y qué? Yo no quiero comprar el mundo. Yo quiero viajar a los Estados Unidos. El país que el resto del mundo odia  y ama a la misma vez. ¿Entendido?
― ¿Motivos del viaje?
―Soy un buen hijo de la cultura y las ideas.
―Eso lo sé. Eres graduado universitario. ¿Motivos del viaje?
―Soy un buen hijo de la cultura y las ideas.
―Volvemos a lo mismo. Tu respuesta no es la respuesta que busco.
―No entiendo. Explíquese, por favor.
―Según el Larousse Ilustrado de la Lengua Española, viajar significa: Trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción, vehículo, etc.
―Sé lo que significa viajar. Me gradué con Título de Oro en la Universidad.
―Entonces sabrás que el ser humano viaja por diferentes motivos: por placer, negocios, cultura, deporte y muchos más pero...esta oficina nunca dará permiso para viajar a los ciudadanos que digan que viajan por problemas económicos muchísimo menos por motivos políticos. Esos ciudadanos no merecen vivir, esos ciudadanos difaman el nombre de nuestra patria, esos ciudadanos olvidan que: Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo". ¿Entiendes ahora?
―Más o menos.
―Entonces... ¿viajas por placer?
―No.
― ¿Por negocios, motivos religiosos, reunificación familiar?
―No.
― ¿Tienes una novia norteamericana?
―No.
― ¡Ven acá! ¿Por qué motivos viajas?
―Viajo por motivos de salud.
― ¿Por salud?
― ¡Sí, por salud! El Comunismo me produce claustrofobia.

Grafitti

Relatos FM

Conciencia moral



   El escaso pelo blanco, sin peinar, deja al descubierto la mayor parte de un cráneo envejecido, con manchas, y se permite caer en dos largas patillas junto a las sobresalientes orejas. Le miras las manos a ese pobre diablo, y ves que la piel ya cuelga de ellas de forma flácida, pálida, y que incluso la pelusa que las recubre es también canosa. Te imaginas tomando esas manos y, al punto, un escalofrío sacude tu columna. Su columna.
   Pobre, pobre y viejo diablo. Sentado en una silla, con un elegante traje negro que parece más bien un disfraz. Como los ridículos impermeables que les ponen a los perros. La piel que esconde ese traje ya no sabe ni lo que la está cubriendo. No hay hombre en esa silla al que se pueda trajear. Su carne informe apenas puede sostenerse bajo la ropa, y se va cayendo silla abajo, como derritiéndose, como se escurre el magma bajo nuestras sólidas aceras. Es todo apariencia.
   Sonríe, todavía tiene dentadura. Quiere hablar contigo, y lo hace con una voz sorprendentemente joven, aunque avinagrada. Te cuenta muchas cosas, pero no recuerdas una palabra. Solo sientes cómo el miedo emerge desde una semilla en tu estómago, y crece como se despereza una enorme serpiente, solo que dentro de ti. Y echa unas ramas desnudas y deshojadas que azotan y se meten entre tus costillas, y te arañan por debajo de la piel, hasta que envuelven tus pulmones y te asfixian. Mientras tanto, sus ojos saltones, azules, inyectados en sangre, mantienen presa a tu mirada de la suya. La angustia llega a la altura de tu corazón, pero no se digna a tocarlo, porque está sucio, viscoso, empapado, es venenoso incluso hasta para su veneno. Por un momento, deseas que esa serpiente y ese árbol que te ahogan se lo coman, lo estrujen, lo destrocen, para no sentir un latido más, una campanada más que sacuda los lagos de ponzoña de tu cuerpo.
   Pobre, pobre diablo el que te mira.
   De una patada, rompes el espejo, y en cada fragmento y esquirla, como en miniatura, ves al viejo levantarse y marcharse. Ya no está, ya se fue. Mientras recuperas el aliento, te estiras las mangas de la camisa y revisas sus gemelos. Acaricias tu traje negro para sacudirle el polvo y te levantas. Te habría gustado abrazar a ese pobre diablo, quitarle su disfraz, cortarle el pelo, meterle en la bañera, y cuidarlo, y convertirlo en un anciano dulce y filosófico. Pero, cada vez que piensas en tocarle, un escalofrío sacude tu columna. Ya es tarde, piensas. No merece la pena. No es real.
   Tu cuerpo está perfectamente. Terso y joven. Y tu alma está encerrada en él, y no se ve, no es cosa suya. ¿Por qué aún tienes ganas de echarte a llorar como un niño? ¿por qué aún ves arrugas en tus manos, por qué ves aún tu alma desgastada en cada espejo?
   Te mueres, lo sabes. Te estás matando tú solo. Alma y cuerpo, caricias y manos, cielo y alas. Inútiles los unos sin los otros.
   Pero tú sigues pensando que son dos cosas distintas. Y cuando la voz de tu conciencia termine de envejecer y de morirse, y se apague, los latidos de tu corazón seguirán sacudiéndote, no te preocupes. Estarán ahí, como el eco vacío de un túnel solitario; como el apagado murmullo de un vagabundo en una noche de invierno; como el silbido constante de una máquina que alguien ha dejado encendida inútilmente.

Julia

Relatos FM

NEZA HUAL XOLOTL



Como cónsul deben ayudar a sus connacionales que necesitan ayuda en el extranjero. Estas palabras me quedaron bien plasmadas en la mente desde el inicio de mi carrera. Mi primera misión fue en República Dominicana una isla caribeña que está llena de resorts de prestigio mundial. Los dueños y gerentes españoles de las cadenas hoteleras me ofrecían toda clase de cortesías para ir a las paradisiacas playas de Punta Cana, Bávaro, Juan Dolio, Boca Chica y cientos de cientos de los más bellos lugares que uno se pueda imaginar y, a los cuales, obvio, iba acompañado de mi madre discapacitada en silla de ruedas y ferviente católica y  mi sobrino de trece años un pillo de aquellos, toda ella mi única familia.
Para la cena de Navidad, ya teníamos apartado una suite de lujo en un resort en las playas de Juan Dolio a unos cien kilómetros de Santo Domingo donde nos quedaríamos hasta después de la cena de Año Nuevo. Aún así, e casa en Santo Domingo habíamos puesto el Nacimiento, el árbol y alrededor de éste los regalos para los amigos que vendrían a cenar la Noche de Reyes del 6 de enero cuando regresáramos de las playas.
Yo había puesto regalos para todos, entre ellos una revista de Play Boy para el hermano de mi novia que era muy aficionado a esta clase de revistas. A mi sobrino le había puesto como regalo una colección de jugos para computadora. Claro, con la condición de que se portara bien y "portarse bien" en casa significaba no tocar mi colección de mil ballenas que tenía distribuidas por todas las habitaciones, la sala comedor y los baños. Inclusive en la cocina tenía figuritas de ballenas en el refrigerador, los paños de cocina y en los vasos y platos donde comíamos muy a gusto.
Recuerdo que en la víspera del viaje, recibí una llamada de parte de la policía dominicana. Mi jefe, le tenemos un muertito. ¡Uf! Voy para allá. Cuando oí eso, salí de casa hacia la morgue en donde me encontré con la policía que ya me estaba esperando. El tipo se mató en un choque contra un poste. Salió proyectado hacia el cristal de adelante y murió en el acto. Estaba alcoholizado y acababa de estar en un bar de mala muerte en la ciudad colonial. Miré el dedo gordo del pie derecho y leí el nombre: Ascensión. Pobre Ascensión, te fuiste de un brinco derechito al Cielo, pensé. Firmé unos papeles y lo mandé directito a la funeraria. Llamé ala funeraria y pedí que me lo guardaran en el congelador hasta después de Año Nuevo. ¡Yo me iba de vacaciones!
Fui a la oficina a dejar los papeles del asunto, cuando entró una llamada. Señor cónsul, soy la madre de Ascensión. Señora cuánto lo lamento. En la conversación tuve que esconder mi ansiedad por largarme al resort. Es una pena, señora, pero en estos días de fiestas decembrinas, todo está cerrado en este país. Ya sabe usted, son tras costumbres. Mentí descaradamente. Qué iba a saber esta señora de cómo era República Dominicana, nadie siquiera sabe dónde está en el mapa. Pero si fuera posible, esta madre le ruega que me lo envíe para antes de Navidad. Queremos que esté con nosotros para la cena de Navidad. ¿Le es posible? Se lo suplico. Aparté la bocina del teléfono para no oír los llantos de ella y  supongo que también del padre, de los hermanos y hermanas del occiso. Imposible señora y terminantemente le colgué el teléfono.
¡Bueno! ¡Todo listo! ¿Ya hicieron sus listas? ¡Vámonos de compras! Grité llegando a casa y cargué a mi madre para subir al auto e ir al supermercado a comprar sus pañales, las cremas solares, los salvavidas y todas aquellos enseres necesarios para hacer unas vacaciones inolvidables. Al regresar, los tres nos quedamos atónitos viendo cómo las luces de casa se prendía y apagaban. No se asusten. Y estoy acostumbrado a esto, dijo mi madre. Seguro algo pasó con la familia que dejamos en nuestro país. Eso me tranquilizó, mi madre en sobrina nieta de un Santo, Monseñor Rafael Guízar y Valencia, y siempre sabe de lo qué está hablando en tratándose de casos raros como éste. Llamo por teléfono y todo arreglado.
Mi sobrino y yo bajamos todo del auto y comenzamos a hacer maletas para irnos a Juan Dolio. Nada, todo está bien en casa. No pasó nada, qué extraño, mi madre se quedaba pensativa. Para entretenerse mientras nosotros acomodábamos todo en el carro, se me ocurrió darle el control de la televisión a fin de que se entretuviera. Por razones de orden, siempre dejábamos el control de la televisión sobre la cama de mi madre. Esta vez que lo fui a buscar no lo encontré. ¡Sobrino! ¿Dónde dejaste el control? Mi sobrino puso carita de "yo no fui" que a nadie convenció. Luego de buscar el control por todas partes, finalmente nos dimos por rendidos y me fui a tirar a la cama de mi madre, al caer sobre ella saltó el control. ¿Y esto? Obviamente que regañé al sobrino por escondernos el control y volverlo a poner sobre la cama. Yo no fui abuelita. Mi madre lo veía severa escudriñándole el rostro para ver si hablaba con la verdad. Cundo prendí la televisión, vi que estaba abierto el paquete de regalo al cuñado con la revista Play Boy. ¡Sobrino! Y nuevamente le llamé la atención por haber hecho esa travesura. Entiéndelo, dijo mi madre pidiendo que mi sobrio se fuera a su cuarto, para hablar conmigo. Es un adolescente y tiene una curiosidad por esas cosas, ¿no le ves los granos en la cara? No hice más comentarios y recordaba las palabra de mi hermana: "Si se porta mal, me llamas y yo me lo pongo pareo". Bueno, está bien, dije con resignación y me dispuse a darme un baño, ya todo estaba listo para partir y sólo  faltaba que yo estuviera al cien por ciento y esa ducha sería suprema. ¡Sobrino! Lo que veía colmaba mis nervios. Las ballenitas rellenas de gel para el jacuzzi estaban todas aplastadas contra el techo del baño y gotas espesas caían sobre mi cabeza. ¡Estaba furioso! Yo no fui tío y diciendo esto puso el muchacho su cara de angelito. Iba a llamarle a mi hermana para avisarle que el sobrino iba mañana mismo de regreso a su casa, cuando mi madre me contuvo. ¡No seas bárbaro! Me calmé y conté hasta diez. ¡Son mis vacaciones! ¡Son mis vacaciones! Repetí mil veces y entré en sosiego.
Ya montados en el auto nos dirigimos a Juan Dolio. No llevaba la mejor de mis caras, pero pensé: En pocos días es Noche Buena y todos debeos estar felices. Calma...calma... Tenía los nervios crispados.
Cuando llegamos al resort, el gerente español nos recibió con singular alegría. ¡Cónsul! ¡Bienvenido! Le tenemos la mejor suite, con vista al mar. ¡Relajaos y disfrutad! Y dio órdenes para que nos atendieran a cuerpo de rey. Monté a mi madre en s silla de ruedas y nos dispusimos a descansar que bien merecido nos lo teníamos. Nos mostraron la suite, ¡era espectacular! Vista al mar, salida directa a la playa a ras e suelo. ¡Un lujo! El sonido del oleaje desbarató todas mis angustias y todos mis pesares. Ya era sólo recostarme en la cama y pedir por teléfono el servicio al cuarto de lo que quisiéramos. ¡Estábamos felices! De repente: ¡tap tap tap! Tocaron ruidosamente la puerta. Mi sobrino que estaba cerca de ella se asomó apenas le di la orden. No hay nadie tío. Corrí para verificarlo y, en efecto, el pasillo tenía unos cuarenta metros de largo y por más que corriera quienquiera que hubiera sido, no le daba tiempo a esconderse a menos claro! Que habitara alguno de los cuartos adjuntos. ¡Imposible! Mi madre, me dijo que posiblemente había sido algún niño juguetón como el sobrino. Acepté esa explicación a fin de que todos estuviéramos tranquilos. ¡Eran nuestras vacaciones tan esperadas durante todo el año!
Me voy a lavar los dientes. Mi madre se dirigió al baño sentada en su silla de ruedas. Había levantado los soportes del pie y solita de puntillas se volvía autónoma dando pequeñitos y prontos pasos. Prendí el televisor para que el sobrino se entretuviera y abrí de par en par las puertas corredizas de vidrio para ver la nocturnidad el oleaje. Voltee a ver a mi madre que salía del baño cuando de repente ¡zaz! Se escuchó un tremndo ruido que salió del baño. Esquivando a mi madre, de un brinco me asomé al baño, lo que vi me dejó muy asustado, todo la tubería se había desprendido y había hecho pedazos el plafón del techo. El espectáculo era atroz. Inmediatamente, llamé a la recepción el gerente todo apenado nos cambió a la suite de junto que estaba igual de bella. Yo chequé el plafón del baño y todo cuanto pudiera caernos encima. Cuando se fueron todos los empleados del hotel, mi madre, muy tranquila nos dijo: percibo una presencia extraña, es un alma en pena. Vengan todos, tomémonos las manos y recemos: "Ánimas del Purgatorio...". Al concluir, nos explicó que este rezo sirve para rescatar un alma que anda penando en el Purgatorio y que nos pide que le ayudemos. Pudiera ser que se esté manifestando. Al escucharle eso, tragué saliva, mi mente se dio cuenta de lo que estaba pasando. Mami, espérame tantito, voy a respirar aire marino fresco en la playa. Salí pisando la arena fría con mis chanclas. Cerca de unas barcas de pesca, volteé hacia todas partes para asegurarme de que nadie me viera, miré hacia el mar con decisión y levanté mi voz con fuerza:
¡Ascensión! ¡Ascensión! Yo sé que me escuchas. ¿Qué traes contra mi familia? ¡Ah! ¿Quieres pasar la Noche Buena con los tuyos? ¡Está bien! ¡Tú ganas! ¡Parto ahora mismo para arreglar tus papeles! ¡Pero, ya deja en paz a mi familia! ¿Es un trato? La noche obscura me contestó con su silencio, el oleaje una y otra vez se reía de mí.
¡Madre! Surgió una emergencia en Santo Domingo, voy, arreglo todo y regreso. ¡Sobrino! Tú te encargas de tu abuela. Calquier cosa, la piden por teléfono, este resort es "todo incluido" y el gerente nos tiene como príncipes. ¿De acuerdo? Salí del cuarto corriendo, me monté enel auto y en una hora ya estaba en la funeraria. Hablé con el gerente.
Claro que podemos hacer todo el papeleo para que Ascensión llegue a su destino tomando el primer vuelo de mañana en la madrugada. Sólo hace falta, señor Cónsul, que nos firme aquí estos papeles y le ponga los sellitos de su oficina. Corrí a mi oficina, extraje los sellos, sellé y regresé a la funeraria, el avión salí a las seis de la mañana, corría contra el tiempo. Voy a acompañar el féretro hasta el avión, ¿si no hay inconveniente? ¡Claro que no! Contestó el de la funeraria. Seguí a la carroza, llegamos al aeropuerto internacional de Santo Domingo. Mostré mis credenciales de cónsul y todas las puertas se me abrieron, todos los sellos se pusieron y todas las firmas se obtuvieron. Me monté en el compartimento reservado a la carga, el montacarga subió la caja de madera perfectamente precintada. Muy bien, Ascensión. Yo ya cumplí. Tomé el celular, marqué el teléfono de la madre de Ascensión. Señora, su hijo va para casa. Llegará justo a la Cena de Noche Buena como usted quería. ¡Dios me lo bendiga! Oí del otro lado del auricular y una serie de aplausos y gritos se dejaron escuchar, seguro eran  de su padre, sus hermanos y sus hermanas. Qué poco cuesta hacer felices a las personas en Navidad, pensé y regresé a Juan Dolio en donde pasamos unas vacaciones inolvidables, ¿o no?

ASCENSIÓN

Relatos FM

Una llamada de teléfono



La tarde se apagaba lentamente como si no quisiera irse nunca, parecía que tuviera miedo a la oscuridad que iba a nacer irremediablemente en unos instantes.
El automóvil ascendía por el estrecho y serpenteante camino que conducía hasta la casa que se levantaba en lo alto de la colina, llevaba los faros encendidos y, pese a la penumbra reinante, se podía observar que sólo iba un ocupante dentro. Se detuvo al llegar a la pequeña explanada que daba acceso a la puerta principal y una figura embutida en un abrigo largo y con un sombrero oscuro salió del vehículo y se acercó al porche sin hacer intención de penetrar en la casa. Encendió un cigarrillo y entonces se pudo vislumbrar la profunda cicatriz que cruzaba su cara desde el rabillo del ojo izquierdo hasta el mentón.
Una luz solitaria se dejaba ver a través de las cortinas de una de las ventanas del piso superior. Al cabo de unos minutos se encendió la luz de la planta baja al par que se extinguía la del piso alto, unos instantes después se abrió la puerta y la luz del interior alumbró el porche donde esperaba pacientemente el individuo de la cicatriz. Una silueta se recortó en la puerta y extendió la mano para estrechar la que le ofrecía el visitante. Claramente podía apreciarse que se trataba de una mujer. Con un gesto invitó al hombre a entrar en la casa y cerró la puerta cuando éste penetró en la vivienda.
No habría transcurrido ni un cuarto de hora cuando la puerta se abrió de nuevo y la pareja salió en dirección al auto estacionado al otro lado de la explanada. Subieron y el vehículo arrancó enfilando el camino con las luces apagadas, el conductor debía conocer muy bien las curvas del carril pues, aunque a poca velocidad, no dudaba al tomar las circunvoluciones que le llevaban al pie de la colina.
Una vez que llegó a la carretera principal y se hubo alejado una distancia prudencial, estacionó en el arcén en un lugar desde el que podía verse bien la silueta de la casa en la que permanecía encendida la luz de la planta baja. Dentro del coche, la mujer marcó un número de teléfono y ambos observaron al unísono la casa.
Al principio no ocurrió nada en absoluto pero, al cabo de unos instantes, se pudo distinguir como una columna de humo salía del interior y, en pocos minutos, el edificio se vio envuelto en llamas que lo devoraban implacablemente.

⃰  ⃰  ⃰  ⃰  ⃰
El hombre de la cicatriz desayunaba en un bar mientras hojeaba el periódico de la mañana. Al fin encontró lo que buscaba en la página de sucesos:
"La modelo y actriz Estefanía Bastante muere abrasada en el incendio de su casa de campo"
Así rezaba el titular que ocupaba un lugar destacado en la página, luego el reportero se extendía en una serie de consideraciones acerca de las posibles causas del desgraciado accidente que había acabado con la vida de la señorita Bastante. También comentaba que la modelo estaba acusada de un robo de joyas valoradas en más de un millón de euros y que al parecer habría sustraído de un desfile de joyería en el que había participado.
El hombre de la cicatriz apuró el café que quedaba en su vaso, cerró el periódico y se levantó recogiendo el sombrero con la intención de salir a la calle pero en ese momento sonó su teléfono móvil e interrumpió su movimiento hacia la salida:
─ Dígame ─ dijo con voz imperiosa.
El silencio fue todo lo que percibió a través del auricular. Nervioso miró a su alrededor buscando algo que no tardó en encontrar, pero no tuvo tiempo para más, la pequeña columna de humo que salía de la mochila que había junto a la puerta fue el anuncio de lo que se le venía encima: una bomba incendiaria que estalló envolviéndolo todo en llamas. Por más que quiso correr en la dirección opuesta, su maniobra no tuvo éxito y fue pasto del fuego en unos instantes.
Al día siguiente el periódico de la mañana daba la noticia de la muerte del Inspector de policía Ángel Peñascal a causa de un atentado con bomba en un bar de la localidad. Ningún grupo terrorista había reivindicado la autoría del atentado.

⃰  ⃰  ⃰  ⃰  ⃰
Sandra Marqués, alias Estefanía Bastante, despertó a las once de la mañana. Había colgado el cartel de "No molesten" en el picaporte de la puerta de su habitación del Hotel Fasano de Río de Janeiro. Salió a la terraza y contempló extasiada la playa de Ipanema que se extendía a sus pies. Volvió a entrar en la habitación y encargó que le subieran el desayuno.
Al cabo de unos diez minutos el camarero llamó a la puerta de la habitación de Sandra antes de entrar con el carrito del desayuno.
─ Señorita Marqués ─ dijo ─ ha llegado un paquete para Vd. se lo dejo en la bandeja del desayuno.
─ Muy bien ─ contestó desde el baño ─ muchas gracias.
El camarero colocó la bandeja del desayuno sobre una mesita y el paquete postal justo al lado y, seguidamente, salió de la habitación.
Sandra salió del baño envuelta en un albornoz, que no conseguía ocultar la belleza de sus formas, y fue a tomar asiento para dar cumplida cuenta del delicioso desayuno que acababan de servirle pero su curiosidad le hizo tomar en sus manos el paquetito que le había llegado:
─ ¿Quién puede saber que estoy aquí? ─ pensó ─ seguramente es una equivocación...
Miró el remite antes de abrirlo y leyó:
"Ángel Peñascal"
─ ¡No puede ser! ─ casi gritó ─ ¡Ángel Peñascal está muerto!
El teléfono de la habitación de Sandra Marqués comenzó a sonar en ese mismo instante...

⃰  ⃰  ⃰  ⃰  ⃰
   El camarero hablaba con el policía que le interrogaba:
─ No entiendo como ha podido lanzarse desde la terraza, hace unos minutos estuve en su habitación y me habló desde el baño pero no noté ningún tipo de nerviosismo en su voz, luego he tratado de hablar por teléfono para decirle que habían traído el coche de alquiler que pidió ayer pero no ha contestado...

Spider