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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

CARBÓN



¿Cuánto más se puede quebrar la ilusión de un niño o alimentarla? Tal vez puedan romper un sueño y con este marchitar a una dulce flor o talar un fuerte árbol.
Pitina era una niña de cinco años, vivía lejos de sus padres junto a sus abuelitos, era la niña más tímida del lugar mientras que los niños jugaban y hacían amistad con todos ella se cohibía, su rostro parecía llorar. Desde que tenía memoria recordaba a su padre lanzando gritos a su madre, rompiendo las cosas de casa, a veces no comía y su mamá se ponía a lavar la ropa de los vecinos para darle de comer. A veces ella asomaba a la puerta de la vecina cuando comían y  esta le decía ¡hambrienta niña largo! Su abuelita al saber todo esto la llevo a vivir con ella apartándola de su mamá.
Todo estaba aparentemente bien para la abuela, su nieta tenia comida ropa todo lo necesario para crecer sana; pero Pitina no estaba bien necesitaba a su mamá, la extrañaba mucho, se sentaba todos los días después del almuerzo en la entrada de la puerta divisando si su mamá llegaba, sabía que su mami venia por las tardes por el camino de enfrente, la esperaba ahí pidiendo a la noche no llegar, a veces se quedaba dormida en plena espera, nadie la recogía hasta que despertara y ella sola fuese a su cama.
Los días transcurrían  ya era una costumbre verla sentada en la puerta. Un pequeño se acercó preguntándole que hacia ahí, se enfermaría por el fuerte frio, ella alzo la mirada derramando algunas lágrimas "hoy no va a venir" respondió, el niño se puso triste al verla así, la niña empezaba a explicarle cuando salió una de sus tías llevándola a jalones a su cuarto, el pequeño al observar esto se embargó de  tristeza. Conto a su mamá que había conocido a una amiguita que si le daba permiso de visitarla por las tardes, ella accedió. Al día siguiente el pequeño Chino le pregunto qué le pasaba, ella le dijo: "espero ver llegar a mi mamá para irnos juntas muy lejos de aquí", Chino le preguntaba ¿Dónde está tu mamá? Pitina le decía: "está en la ciudad trabajando, mi papá la grita tengo miedo que la golpee, quiero estar con ella". Los dos pequeños conversaron hasta muy tarde, él se fue ya que si llegaba tarde la mamá no le daba permiso después.
Al día siguiente el niño muy emocionado por su amiga le preguntaba a su mamá como se hacer para que los sueños se vuelvan realidad, la mamá le dijo: "cuándo observes en el cielo la primera estrella le puedes pedir lo que quieras y ella con el tiempo te la cumplirá". El niño todos los días esperaba la primera estrella, pedía un deseo que la mamá de su amiga vuelve por ella y estén juntas, él tenía fe en que se cumpliría todo lo que pedía. Los meses habían pasado pero aun miraba a Pitina en la puerta en la espera  de su mamá, Chino no entendía que pasaba, porque no se cumplía lo que pedía así que pregunto a su mamá ¿Por qué no se cumple mi deseo mamita?, "¿Que pediste ?" Le respondía, "Quiero que la mamá de mi amiga regrese por ella y estén juntas", la mamá sonriendo le dijo: "Ella tiene que pedir su deseo no tu hijo mío es muy linda tu intención, los deseos se cumplen si uno también se lo pide".
Chino muy temprano fue en su amiguita a decirle que por la tarde le enseñaría algo especial, la pequeña pensaba que si se movía de ahí tal vez no vería a su mamá cuando llegue. Por la tarde Chino volvió por ella llevándola con él al lugar que le prometió y este era un tronco alto, la subió mostrándole el cielo, le preguntaba que miraba, la pequeña dijo ver una estrella, Chino decía: "Pídele un deseo se cumplirá" la niña emocionada pidió ¡Estrellita deseo ver a mi mamita la extraño mucho! Ella pidió tanto eso que al abrir los ojos ya había más de una estrella. La niña temía que su mami hubiese llegado e ido sin ella, el pequeño la ayudó a bajar la llevo corriendo; pero no había nadie, la niña se puso a llorar sin decir ni una palabra.
Al ingresar a su casa la pequeña escuchaba risas, no quería ir porque siempre sus tíos hablaban mal de su mamá. Al estar por entrar a su cuarto oyó una voz, parecía ser de su madre, fue a la cocina y al alzar la mirada vio a su mamá aproximándose a ella, la pequeña dio un gran salto en los brazos de su madre llorando incontrolablemente, le pedía que no la deje,  lloro tanto quedando dormida. La mujer la llevo a su cama acariciándola toda la noche, se fue dejándola dormida. Cuando la pequeña despertó su mamá no estaba la busco en toda la casa no la encontraba sentía un dolor profundo en el pecho, pensó que su madre no la quería.
Su amigo Chino fue a visitarle, vio asombrado la ausencia de la pequeña en la puerta ¿Qué habrá pasado? se preguntaba, Pitina salió riendo de su casa dándole las gracias a Chino y a la estrellita porque le cumplió su deseo, el volver a ver a su mamá.
Los niños fueron al mismo lugar buscando la primera estrella ella volvería a su primer deseo y él tenía uno especial ver por lo menos un ratito a su padre, él le  había hecho un hermoso carrito de madera que guardaba con gran fervor, recordaba que le hacía jugar al vaquero llevándole en sus hombros, Chino lo extrañaba, recordaba el día cuando el señor había partido dándole un beso y abrazo prometiéndole volver.
Los pequeños hicieron gran amistad, cuando ella lloraba él la consolaba, inventaban juegos, él siempre le llevaba escondido en su pequeño bolsillo plátanos fritos envuelto en una bolsita. Pitina encontró en él un gran hermano, dejo de sentarse en la puerta para esperar un silbidito que dijera ¡Este es Chino ven a jugar! .
Como todas las tardes los niños esperaban las estrellas posarse en lo alto del cielo y pedir su gran deseo la pequeña le preguntaba porque siempre estaba triste y él le hablaba de su padre, ella muy alegre le dijo: " Yo te otorgare mi deseo para que tu papá y tu puedan estar juntos", Chino muy alegre le  agradeció por tal gesto dando la buena nueva a su mamá ¡mamá, mamá pronto veré a mi papá!, la madre le observaba triste sabía que nunca lo vería ya que él estaba muerto, había fallecido en un accidente, temía decirle a su hijo por su corta edad.
Todos los días los pequeños esperaban pedir su deseo, todo estaba a su favor, la navidad se aproximaba era una fecha mágica, los días eran hermosos para tener una bella noche de estrellas. Chino decía en voz alta ¡Déjame estar con mi padre estrellita mágica tu que estas cerca a dios cuéntale que un hombre ha olvidado a su hijo!, Pitina gritaba en voz alta ¡estrellita dile a su papá que regrese pronto, dile que Chino lo extraña! Chino ya había esperado mucho por su deseo y aun su padre no volvía creía, tal vez la estrella no le oía por la distancia, pensó que el tronco era demasiado corto. El niño estando solo en casa en ausencia de su amiguita decidió subir al tejado en la parte más alta. El pequeño a tanto esfuerzo logro subir esperando en el tejado a la primera estrella, la pequeña Pitina fue en su amigo, escuchó que la llamaban; sin embargo no veía a nadie ¡estoy en el tejado! la pequeña al verlo ahí le pidió bajar, Chino decía ¡Así de más cerca la estrellita me oirá! El pequeño perdió el equilibrio cayendo al piso, Pitina asustada fue corriendo a su auxilio  no podía abrir la puerta, gritaba ¡Chino, hermanito! Al no poder ingresar a la casa fue corriendo en su abuela y esta la ignoraba, a tanta insistencia de la niña fueron a la casa del pequeño, forzaron la puerta para poder pasar lo encontraron en el piso sangrando, lo cargaron llevándolo al hospital, la pequeña muy asustada  no entendía que pasaba.
Los días transcurrieron y su gran amigo no llegaba. Un frio martes vio un carro negro estacionarse en la casa de Chino, bajaron un pequeño cajón, la niña se preguntaba porque lloraban y estaban vestidos de negro, tal vez llego el papá de chino y por eso él no la visitaba.
Su abuelita la llevo a la casa de su amigo, vio el mismo cajón que bajaron, se acercó viendo en el a su pequeño amigo, le decía "te extrañe mucho porque no has venido, ¡Chino despierta!, todas las tardes pedí que estuvieras junto a tu padre". La pequeña toco las mejillas a su amigo sintiéndolas frías, se sacó la chompa cubriéndole, temía que se enferme. La niña le hablaba rogándole despertar le contaba que había hecho en su ausencia sacando de su bolsillo un caparazón de caracol se lo obsequio, aun así él no le respondía la pequeña comenzó a llorar, todos en la sala voltearon preguntándose porque llora, su abuelita y la mamá del pequeño se acercaron, ella llorando decía: "Porque no me habla sigue durmiendo no quiere mi regalo", la madre del pequeño la miraba triste pidiéndole no llorar. Pitina no entendía lo que pasaba, tal vez su pequeño amigo cumplió su deseo de estar con su padre.
A vísperas de la navidad vio en el cielo una estrella muy brillante diferente a las que ya había visto, era  muy brillante y más grande, no lo dudo pidiendo su deseo estar con su madre. Pitina fue a la cocina muy alegre encontrando ahí a su abuela quien le preguntaba porque tanta felicidad, la pequeña le decía que su mamá pronto vendría y se quedaría con ella siendo esto su mejor regalo de navidad, la abuela riendo le decía que nunca vendría, las niñas como tú solo reciben carbón dándole de su cocina un pedazo de carbón, "¡toma tu regalo!" le dijo. Pitina sintió un dolor muy profundo en el pecho, como si su corazón se hubiera hecho muy chiquito y arrugadito. Anhelaba tanto a su pequeño amigo Chino, era el único quien creía que los buenos deseos se cumplen. Agarrando su trozo de carbón se fue a dormir,  su mamá no llegaba pensaba que tal vez su abuela tenía razón.
En navidad fue a dormir muy temprano, entre sus sueños sintió un dulce beso en la mejilla, despertó viendo a su madre, pensó que soñaba, su madre le decía : " Pitina mi pequeña así recibes a tu mamita vine a quedarme contigo", la pequeña lloro agradeciendo a su madre y a la estrellita por lo cumplido, bajando de entre los brazos de su madre fue corriendo hacia la puerta buscando a su amigo Chino, la madre de Pitina fue detrás de ella preguntándole hacia donde se dirigía la pequeña decía: " Voy a contarle a Chino que te quedaras conmigo", su mamá respondió: " Eso no podrá ser , tu amiguito esta ahora con su papá muy lejos" , la pequeña se alegró mucho por él, diciendo: ¡ahora los dos somos felices ! Pitina agarro el carbón de su abuela se lo mostro a su mamá, ¡mira mami esto me regalo mi abuelita, fue mi primer regalo de navidad pero tú eres mi mejor regalo!
La madre de Pitina vio que su hija había sufrido demasiado en su ausencia, navidad fue el mejor regalo para ella, tener nuevamente al lado a su hija, se prometió así misma nunca más dejarla y desde aquel entonces no se separan, van juntas siempre. Pitina a pesar de los años recuerda a su amigo con gran ternura deseando  que él este feliz junto a su padre.

Ales

Relatos FM

¿ENCIMA O DEBAJO?



Desbloqueó su teléfono móvil y se dispuso a hacer una llamada a su madre. Esperó un instante y comenzó a escuchar los tonos: uno, dos... Imaginó, al otro lado de la línea, la dulzona melodía de la canción preferida de su madre. Odiaba la canción que ella tenía como sintonía del móvil desde hacía ¿cuánto tiempo?, ¿un año?, ¿dos?  Al tercer tono se oyó descolgar el teléfono.
–Dime Julito, cariño –se oyó chillona la voz de su madre.
–¡Julio, mamá, llámame Julio! – replicó él desde el otro lado, casi susurrando, temiendo que lo escucharan sus compañeros de trabajo. Llegaré tarde a casa. Tengo cosas que hacer y no sé cuánto tiempo me va a ocupar.
–Bueno, mi rey, no tardes, que luego llegas muy cansado y te cuesta mucho dormir.
–Sí mamá, no te preocupes – replicó de nuevo él de forma mecánica, como hacía siempre ante las recomendaciones de su madre.
Julio colgó el teléfono y se quedó allí, sentado ante la pequeña mesa del destartalado despacho que compartía con otros dos compañeros de trabajo. Sobre la mesa, una montaña de papeles esperaba, paciente, poder dar una pista sobre algún que otro caso que le mantenía ocupado en este momento. Varios papeles adhesivos sobresalían del montón de papeles, llamando la atención, inútilmente, pues él se mantuvo pensativo por un tiempo.
Julio trabajaba como detective privado a tiempo completo en una afamada agencia. Se le daba bien su trabajo, quizá por la práctica. Ya desde muy pequeño le gustaba escuchar, acompañado de su madre,  los chismorreos entre vecinas. Era el primero, y a veces el único de la escalera, en enterarse de los asuntos internos de las familias que allí vivían. Quizá el mantenerse tanto tiempo ocupado en las vidas privadas de los demás le restó tiempo para jugar con los niños de su edad. No es que hubiese mucha variedad: o se jugaba al fútbol o a las canicas. El fútbol no le atraía absolutamente nada; no entendía el juego de la misma forma en que lo hacían el resto de sus compañeros de colegio. Aún así, él lo había intentado con la esperanza de que jugando a menudo acabaría gustándole. Pero lo único que había conseguido en alguna ocasión era que sus gruesas gafas salieran volando y un día incluso habían quedado hechas añicos, con la consiguiente burla cruel de algunos de los allí presentes.  Sí, Julio, conocido por todos como Julito, era el objeto de burlas entre los niños de su edad tanto en el colegio como en el barrio. Además, se daba la circunstancia de que en la época en que Julio era pequeño los niños de clase solían ser los mismos que uno se podía encontrar después en el barrio. Pero había un niño, El Chivi, a quien Julito temía y hacía estremecer especialmente. Aquel al que llamaban El Chivi y que  le sacaba dos cabezas era un matón que sembraba su ley a lo largo y ancho del colegio y del barrio. El Chivi enseñó a Julito, para bien o para mal, la diferencia entre encima y debajo. Y Julito, débil, flacucho y miope, se había acostumbrado a estar siempre debajo. Observaba, tirado en la arena del patio del colegio, la cara de su mayor enemigo y fuente de sus mayores desgracias, con su sonrisa mellada, y el puño amenazando sobre su cara. Julito tenía dos opciones: enfrentarse a ese ser amenazante que además recibía el apoyo de la mayoría de los compañeros, más por miedo que por simpatía; o ceder a sus pretensiones, que eran ni más ni menos que aportar cierta cantidad de dinero que, ahora podría parecer irrisoria, pero que en el mundo de los niños de entonces suponía un importante desembolso semanal.
Había pasado mucho tiempo. Julio tenía ahora cuarenta y dos años y no había vuelto a tener contacto con aquellos niños del barrio. Se casó joven con una chica del pueblo donde iba a veranear, y al cabo de doce años de matrimonio la relación terminó, sin dramas por parte de ambos. No habían tenido hijos, cosa de la que se alegraba abiertamente la madre de Julio.  En el fondo también se alegraba de la separación ya que ello supuso que Julio volviera al domicilio materno en el que hasta entonces, y desde que había enviudado, vivía ella sola. De aquello ya habían pasado cinco años.
En los primeros meses tras volver a su antigua casa Julio se había encontrado por el barrio con alguna que otra compañera de clase, que había continuado viviendo en la zona. Incluso le habían invitado a formar parte del grupo de Facebook que habían creado los de su promoción. Mostró aparente interés por recordar a sus antiguos compañeros y había aceptado la invitación de participar en las redes sociales. También El Chivi, aquel niño que resultaba ser el terror de Julio estaba en el grupo. Se había convertido en un respetable hombre de negocios, estableciéndose en un nivel socioeconómico alto; se había casado y tenía dos hijos.  Julio había entrado en numerosas ocasiones en Facebook, y hacía esfuerzos por mantener la línea de comentarios que hacían los demás. Aunque lo hacía le repugnaba la manera en que todos aparentaban ser felices, colgaban fotos en las que aparecían sonrientes, y hacían comentarios super estupendos sobre sus supervidas y sus actividades sociales. Él sólo disfrutaba  cuando, entrando en el perfil de los demás, comprobaba cómo la mayoría había ganado peso,  había perdido mucho pelo...
No se lo diría a nadie, ni siquiera a su madre, pero sentía que de alguna manera disfrutaba viendo como aquellos que en la etapa escolar se las daban de listillos estaban ahora sufriendo las consecuencias de la crisis y no tenían trabajo. Sentía como, al cabo de los años, aquellos a los que veía siempre desde la posición de "debajo" estaban cambiando de posición y los estaba empezando a ver desde la posición "encima".
La etapa escolar había renacido en la mente de Julio de una manera increíblemente agradable hacía unas semanas, cuando una mujer de mediana edad había acudido a la agencia donde él trabajaba para solicitar los servicios de un detective privado. El jefe le había encargado a él este caso. No tenía nada de especial. Se trataba, como la mayoría de las veces, de un supuesto caso de infidelidad en el que la esposa quiere confirmar con pruebas lo que viene sospechando desde hace tiempo.
Tras trabajar en ello durante unos días ya tenía toda la información necesaria para su cliente. Había sido fácil de obtener aunque el resultado era del todo sorprendente. Intuía que sería  especialmente doloroso para su cliente enterarse de los detalles de la infidelidad de su marido.
Aquel día Julio esperó a que sus dos compañeros  se hubieran marchado. En cuanto pudo cogió el teléfono y marcó un número. La voz impersonal del buzón de voz sonó al otro lado. Julio  comenzó a hablar en cuanto sonó la señal:

Este es un mensaje para Enrique Peláez. Conozco la relación sentimental que tienes con ese famoso actor y detalles que te comprometen mucho. ¿No querrás que lo sepan tu mujer y el resto del país, verdad? Si quieres mantener tu posición social y laboral yo te puedo ayudar. Llámame. Tendrás que aflojar el bolsillo.

Julio colgó el teléfono y seguidamente se conectó a Facebook. Entró en el grupo de antiguos alumnos al que pertenecía y escribió:

Hola a todos. Hoy es un día especial para mí. Pienso que las cosas y las personas van cambiando su posición a lo largo del tiempo. Ahora lo veo todo desde otra perspectiva, desde arriba. Por cierto, Chivi, te he dejado un mensaje en tu buzón de voz. Espero que me llames y así podremos recordar viejos tiempos.
Julio pulsó la tecla "publicar" y sonrió abiertamente a la vez que se ayudaba a subir con el  dedo índice sus gafas de miope.

Burn

Relatos FM

VUELVASE MAÑANA Y VEREMOS



El día que Mendoza Acosta llego a su oficina fue uno inolvidable; por primera vez en su oficinesca vida encontró: escritorios, sillas y otros adornos clásicos de la oficina de siempre en la vereda de la calle y a sus futuros compañeros de habitación (más que de trabajo; porque de eso se hacía poco) tomando el sol y con café frío entre las manos.
Se acerco, con un sentimiento similar al dolor por diarrea fulminante generada por un susto auténtico, y se animo a interrogar, de sopetón, a su nuevo jefe:
-   Señor Del Palacio y Quemado, tenga usted la gentileza de contarme; ¿qué carajo es esto?
-   Curioso que lo pregunté, debo recordarle que ha sido su zalamera insistencia la que le ha conseguido un puesto, cuyo jugoso salario sigue corriendo aquí en la calzada que nos cobija a todos y a todas (deberé decir _dijo en voz baja_ porque nos mira Peña-Rota feminista recalcitrante (a la que en mala hora le he rozado una nalga; antes de saber que tipo de rollo se me iba a armar) es el asunto Pérez Reverte que ha estallado al fin....
La cuestión Pérez Reverte comenzó una fría tarde de febrero, la oficina era especialmente acogedora con la calefacción subida y la cafetera a punto de resquebrajarse por el trabajo continuo y sin el reconocimiento de sobre-hora alguna. Pérez Reverte acudía desesperado a realizar la magia de un trámite que le permitiera salvar su mísera vivienda del remate de un banco local. Deberían declararlo, en la dichosa oficina, "inmune al remate" por su condición de viejo jubilado que lucho en alguna guerra. Que no siendo suya fue la de algún gobierno que hacía buenas mercedes con el imperio del águila que sufre la calvicie_ que a esas alturas ya olía más a podrido que la Roma atravesada por tuberías de plomo.
Fue así como la travesía de Pérez Reverte comenzó recibiendo la frase arquetípica de "vuélvase mañana y veremos" que le soltó Sánchez Ramírez_ jefe de ese entonces. El vuélvase mañana se tornó en una fatigosa jornada de ir y venir para el maduro Pérez Reverte; que en aras a su pasado militar y a una terquedad sin par; comenzó cotidianamente a visitar la oficina. El tiempo y los años fueron pasando raudos e incesantes.
Un día, sin previo aviso y sin más, el viejo Pérez Reverte apareció sentado en la sala de espera con un café en la mano y saludando a todos y todas (no nos vaya a oír Peña-Rota que susto¡) suceso que no sorprendió absolutamente a nadie; porque todos habían terminado por aceptar la presencia de Pérez Reverte como se acepta la luz de la ventana o la cortina manchada por café y olor a tabaco_ a la que, usualmente, se quiere cambiar; pero el presupuesto no deja.
En los siguientes días y meses el viejo Pérez Reverte amanecía en la oficina con la cafetera cargada y lista, para los habituales y (ahora) burlones burócratas que empezaron a tratarlo cual si fuera el sereno o el mensajero. Eso sí no falto alguno, que ante la presencia continua de Pérez Reverte se quejará. Porque, claro: era difícil enrollarse con las compañeras de la oficina si había un mirón profesional paseando por cada armario y deposito, lo que implico una creciente insatisfacción sexual de varios de aquellos ladinos y ladinas que encontraban mayor placer en la fornicación, sabiendo que cada orgasmo estaba subvencionado. A lo que el compañero de turno le respondía: "dice Pérez Reverte que ya ha hablado con Sánchez de Alcornoque, y si el jefe supremo no dice nada; pues mal podemos nosotros protestar en forma alguna...". Afirmación que era una mentira artificiosa pero bajo el supuesto de que nadie se atrevería a contravenir las ordenes del jefe así estas fueran una fantasía. Y en efecto así funcionó todo bien para Pérez Reverte.
En tanto los calenturientos oficinistas debieron gastar la subvención del té de la tarde en algún motel de mala muerte. Pérez Reverte estaba ahí y no se movería. Un día, de aquellos que son como cualquier otro, llego una visita: era nada más y nada menos que el infante de Pérez Reverte. El niño se convirtió en un asiduo visitante que disputaba los confites y grasosas donas (copiadas de una serie de dibujos animados para adultos mal-entretenidos) con el personal. Y se convirtió con los años en el mensajero y comprador oficial de: dulces, pizzas, hamburguesas y demás delicias que hacían más gallardas las panzas de varios de los oficinistas. Eso sí, sin lograr el efecto milagroso y homologo de engordar caderas femeninas achatadas, por el hábito de sentarse esperando que el reloj avance.
Un día, cuando Sánchez Alcornoque era un mal recuerdo, y Mendoza y Pelayo era el nuevo mandamás llego la nota oficial por la que Pérez-Reverte reclamaba la figura del usucapión sobre el edificio de la oficina ante el Juzgado local. La sorpresa fue explosiva. Nadie se había percatado, a pesar de la multitud de fiestas de  navidades y fines de año, donde Pérez Reverte era la figura omnipresente, que el asunto llevaba ya 20 años y que Pérez Reverte era un anciano de 80 lustros que llevaba 15 viviendo en el sótano del edificio y que su hijo menor (ahora de 20 primaveras) llevaba 10 en la oficina.
Los reclamos de nada valieron porque Pérez Reverte había tomado la precaución en las diversas inspecciones judiciales (siempre solicitadas para fin de semana, por razones médicas) de simular una vivienda habitual. Afirmando que escritorios y sillas no eran más que desechos del dueño cuya situación de vida o muerte ignoraba.
El nuevo jefe (Del Palacio y Quemado, recordemos) intento razonar por años con Pérez Reverte y en cada reunión en el sótano de la oficina (con la fecha del desalojo, fijada por el juez, cada vez más cercana) por toda respuesta solo recibía un: "vuélvase mañana y veremos".........

Beno Von Archimboldi

Relatos FM

La niña del Fuego



Sí Capitán, yo soy la que estaban buscando. La de los viajes, sí, pasaron veinte años, más o menos, si Usted dice que estamos en 1853. Usted quiere hablar conmigo, que le cuente algo, sí cómo no. Cada tanto vienen a verme marinos como Usted, extranjeros, para conocerme cuando están de paso por estas tierras del Fuego. Así es, aprendí a hablar el inglés antes que el español, cuando me subieron al barco con mi familia. No entendí mucho en ese momento, pero después contaron la historia varias veces. Cuando vimos el barco nos asustamos, era un monstruo enorme con inmensas telas flameando, el dueño estaba muy enojado, porque le habían robado un bote. Todo era confuso, nadie se entendía, mi gente tenía miedo y una noche se escaparon. No sé qué pasó que a mí me dejaron. Esos hombres blancos me daban de comer y eran buenos conmigo, los hacía reír cuando hablaba. No me daba cuenta, pero estaba aprendiendo el idioma. No, no tenía miedo, ya no pasaba frío, estaba contenta, todos me atendían. Todo estaba limpio, allí no había humo como en la canoa, nadie me gritaba, nadie me pegaba. Me bañaron y me pusieron ropa, al principio no podía ni moverme, pero después me acostumbré. Sí señor, entonces andábamos desnudos y descalzos en la nieve, sí, tenía frío en invierno cuando me mandaban a nadar para conseguir algo para comer. Después me frotaba el cuerpo con grasa y me acostaba con el perro al lado del fuego. En el gran barco los blancos eran amables, me enseñaban palabras y me escuchaban con atención. Fuegia me llamaron. Sí, Señor, me llevaron a Inglaterra junto con otros tres varones, con ellos hablaba en mi lengua, todos eran mayores que yo. Imagínese señor, nuestro asombro al ver todo eso. El puerto lleno de barcos, tanta gente junta, todos blancos. Esos coches tirados por caballos, muchos caballos, eso nunca lo habíamos visto. Todo era extraño, estaba mareada de tanto ver cosas, casas enormes todas de piedra, muchas,  muchas casas juntas. Nos iban explicando, que eran  columnas, puentes, iglesias, palacios, que eso era una ciudad donde vivía muchísima gente. Todo era mágico, más o menos como nos había contado el hechicero un tiempo atrás, que los blancos venían del país de la Luna. Si  mi gente hubiera visto lo que yo vi, casas altísimas con muchísimas ventanas de vidrio, que tenían más de un piso, con escaleras de piedra. Hasta leones de piedra vimos. Sí, ya sé que Usted las conoce, pero acá no me creen. Cuando volví empecé a contarles, hasta que me di cuenta que no entienden, no pueden imaginar lo que nunca vieron. Sí, señor volví con el Capitán Fitz Roy, él nos llevó allá y él nos trajo de regreso a Tierra del Fuego. Quiso que aprendiéramos a leer y escribir, aunque ya no me acuerdo. Tantas cosas aprendí, a rezar, a cocinar, a hacer una huerta y los varones a trabajar con herramientas y madera. Estuve con otras niñas, niñas de pelo dorado y ojos azules, ellas jugaban conmigo y me prestaban sus libros, me tocaban el pelo y las manos, ellas también se sorprendían, eran princesas, estaban vestidas como princesas, con telas coloridas y puntillas. Algunas tocaban el piano y cantaban, eso me daba ganas de llorar.  Parece increíble que hayan pasado tantos años, lo tengo todo grabado como si hubiera sido ayer. Sí, es cierto que fuimos a ver a la Reina y al Rey a su palacio, eso fue grandioso, era un lugar enorme, lleno de personas elegantes. Caminamos por una alfombra, todo brillaba, estaba lleno de espejos, de luces. Sí, la Reina me regaló una cofia suya y un anillo. Lo perdí hace tiempo. Sí, es como Usted dice, volvimos en el Beagle con el señor Darwin, pero de él le cuento otro día, Capitán, estoy cansada. Disculpe. 

Matilde

Relatos FM

Pobre María
Categoría: Internacional

Acuchillada en un rincón de la habitación del hotel, solo rompía el silencio el aura aún presente y suspirante de mujer en desgracia. El olor era rojo, como la sangre y el momento parecía interminablemente solo.
Llevaba minutos en esa posición, viéndose muerta, oliéndose muerta, esperando al ángel que supuestamente la buscaría. Y nada ocurría, nadie encontraba su cuerpo.
No sabían de ella en el pequeño pueblo cercano a Almería, no tenía hijos, ni hombres ni amores, trabajaba en forma temporaria. El dueño del hotel conocía de su largos días de alcohol y pesadillas por lo que pasaría al menos una semana antes que se preocupe por  ella.
Creyó que morir sería una liberación para dejar atrás la soledad, podría así compartir con almas  y pensamientos eternos.
Guardó pacientemente lo trabajado en los últimos dos meses para pagarle al chiquito que contrató para acuchillarla. Porque no quería ruidos, las armas suenan, ella no gritaría, el joven quería plata, la plata era para droga, y su droga era la muerte.
Pero seguía allí: sola y volátil, desesperadamente triste. Tortuosamente muerta. Igualmente vacía, sin ayuda, sin abrazos, virgen. Una virgen ensangrentada y cruel que se atrevió al más allá pensando en la compañía celestial, o al menos espectral. Nada de eso existía. Continuaba igual, sin cuerpo, pero con el dolor pesando, como si cargara al mundo. Pobre María.

Solemio

Relatos FM

Transilvania



La mansión Rumsfeld, situada en el condado de Athelwulf, estaba atestada de gente aquella noche. La banda tocaba en el salón principal. Tres hombres ataviados con trajes oscuros y viejos, cubiertos por una fina capa de polvo cantaban a Victoria. Hoy era su cumpleaños. Su último cumpleaños. Los músicos, de aspecto cansado y piel extremadamente pálida, como el resto de los visitantes y anfitriones, probaban sus instrumentos en el centro de la gran sala. En la esquina de ésta, un hombre mayor, de cabellos grises y mirada cansada, esperaba servicialmente junto al órgano. Un gato tan blanco capaz de absorber los reflejos nacarados de la luna, jugueteaba sobre el largo instrumento.   Los señores Rumsfeld mandaron decorar el lúgubre salón con rosas rojas. Cuervos negros se amontonaban en el alféizar de las ventanas. Numerosos sirvientes ofrecían bandejas con tazas de té y café humeante a los invitados. Otros, recorrían la casa plumero en mano recogiendo el polvo y las telas de araña de los candelabros, esquinas y otro apliques de complicada ornamentación.  Victoria cepillaba sus largos cabellos rojizos frente al espejo. Los relámpagos tronaban en el cielo oscuro que se cernía esa noche sobre la gran casa de la familia Rumsfeld. Un tenue destello azul traspasaba las cortinas moradas e iluminaba el rostro y las manos blanquecinas de ella. Se aplicó el color morado para los labios y alisó su vestido negro de encaje, ajustado en la cintura, de mangas largas y también de larga cola. Se acercó al balcón y escrutó la ciénaga que rodeaba la mansión a través del cristal. La luz de la luna se reflejaba en su tez blanca. Sus ojos se posaron en la charca que se divisaba aún con cierta dificultad desde su posición, tapada por las ramas de los árboles. Sobre la cama roncaba sumido en un largo sueño, Víctor, el mayordomo. La banda empezó a tocar discretamente cuando el reloj de pared dio las once. El señor y señora Rumsfeld presidían la ceremonia desde lo alto de la escalera de roble, el eje vertebral que comunicaba toda la casa. Sus figuras oscuras se erigían sobre el resto de comensales, ansiosos por comenzar la velada. Mortifica Rumsfeld apoyaba sus blancas y huesudas manos en el hombro de su marido, que carraspeaba haciendo callar a sus invitados. Dos seres oscuros, lúgubres, siniestros. Ella de largos cabellos negros y un vestido azul marino, él, vestido con un elegante esmoquin gris sujetaba un cigarrillo encendido. Los cuchicheos y susurros cesaron cuando Sir Gerald Rumsfeld comenzó su discurso de bienvenida.  -Es un honor para mi esposa Morticia y para mí, acogeros esta noche de tormenta y daros la bienvenida a nuestra casa. Como todos sabéis, hoy se cumplen 18 años desde el nacimiento de nuestra querida Victoria. Disfrutad de la velada que os hemos preparado en nombre de nuestra hija. Que comience el evento - y con un chasquido de dedos, dio por concluidas las formalidades.   Comenzó entonces el banquete, y con él la melodía. Los músicos se encargarían de hacer sonar un instrumento de percusión, y otros dos de cuerda. El más hermoso, el que atraía todas las miradas, fue el pesado violonchelo de madera pulida y brillante, que refulgía bajo las numerosas velas que iluminaban la casa. La banda se situó justo en el centro, sobre las alfombras victorianas del señor Rumsfeld. Acariciaron sus instrumentos y entonaron. Se podía decir que aquellos músicos ofrecían un aspecto tan tétrico como el resto de la mansión.   "Podemos vivir como Jack y Sally, si quieres, podemos vivir las navidades como si fuera Halloween, y así las noches nunca acabarían"  Lejos, en la ciénaga, las rosas nadaban cubriendo la pequeña charca. Los cuervos sobre volaban la zona, se posaban en las ramas de los árboles y escuchaban.  "Hola oscuridad, mi vieja amiga. He venido a charlar contigo de nuevo. Una visión vino hacia mí arrastrándose suavemente, dejó sus semillas mientras yo estaba durmiendo y la visión fue plantada en mi cerebro"  Los invitados bebieron vino y brindaron alegremente en copas de plata, tomaron pavo, pan de hogaza recién horneado, pasteles de cereza, bizcochos de chocolate, bollos de limón y magdalenas , que acompañaron con un estupendo ponche de color verduzco. Emitía un gas verde oscuro y algunas burbujas brotaban de la superficie. El líquido presentaba un aspecto putrefacto. Las copas, en cambio, se vaciaron y se volvieron a llenar. Los señores Rumsfeld recorrieron el lujoso y sombrío salón una y otra vez, charlando con sus amistades y haciendo gala de la centenaria mansión familiar mientras los truenos rugían y las nubes densas se unía a la bruma blanca que inundaba la zona. El páramo, pantanos y ciénaga. Todo.   "La gente marcha al sonido de los tambores, feo es el mundo en el que vivimos"  Las mujeres danzaban alrededor de los músicos manteniendo pesadas pelucas color hueso sobre sus cabezas, levantando voluminosos vestidos oscuros de encajes y brillos. Lucían sus joyas alrededor del cuello y entre los dedos. Los hombres fumaban cerca del órgano y algunos probaban suerte en la pista de baile. Uno de los músicos dejó su instrumento, en el que las cuerdas seguían moviendo solas y por lo tanto, también emitiendo sonido. Se escabulló entre la multitud, salió de la sala y de la casa y se dirigió a la parte trasera de la mansión. Nadie reparó en su repentina ausencia.  Victoria se remangó el vestido, se agarró decidida y fuertemente a los barrotes que protegían el balcón de su dormitorio y se encaramó a él. Se sentó justo en el borde, dejando colgar las piernas. Balanceó sus pies a decenas de metros de altitud, y cuando las ramas de la parte trasera que conducían a la ciénaga se agitaron, Victoria Rumsfeld saltó.  -¿Dónde se encuentra Victoria? - inquirieron a Morticia dos de sus primas segundas, Argante y Morwena. -Está siendo custodiada por Víctor, nuestro mayordomo. Le hemos encargado su protección y se dedica a ella fervientemente. -Lástima que no pueda disfrutar del evento. -Ella podrá bajar al final, cuando pasen por fin las doce - Morticia Rumsfeld repicaba con sus uñas en su copa de cristal con detalles plateados de forma nerviosa, mirando hacia todos lados. -¿Os lo habéis pensado bien? - preguntó Argante. -No queremos esto para ella - le cortó la señora Rumsfeld. -Vivirá eternamente. -Esto no es vivir, Morwena. -Pero tanta protección... -Pronto será innecesario - concluyó Sir Gerald.  Y vaya que si era innecesario.   Él se acercó a su cadáver, ladeó su cabeza, apartó los cabellos cobrizos de la boca y vació en ella la sustancia verde oscura de la fiesta. Veneno. Ésta se deslizó por la garganta sin necesidad de tragar, le envolvió el corazón y se extendió hasta cada rincón de su cuerpo. Y Victoria, más pálida que nunca, se levantó.  Un trueno estalló con gran estrépito sobre los dominios de la mansión y en se momento las puertas del gran salón se cerraron y volvieron a abrirse con gran estruendo. La enorme habitación quedó iluminada por el destello de los rayos y los cuervos provocaron el caos cuando aletearon nerviosos alrededor de la casa. Sin embargo los tambores seguían sonando cuando Victoria descendió por las escaleras como si de un fantasma se tratase, sus pies rozaban el suelo como un ser que se eleva, y flota. Se deslizó por la habitación suavemente, como si la remara el viento. Entró en el salón acompañada de un joven de piel grisácea, casi traslúcida, de cabellos negros y cortos, dueño de una expresión dulce pero apagada, vestido con un esmoquin negro y una camisa blanca de botones con el borde amarillento, debido al paso del tiempo. Adornaba su camisa con una pajarita negra. Era un músico.  "La gente marcha al sonido de los tambores, feo es el mundo en el que vivimos"   -¡No! Exclamó Morticia Rumsfeld apartando bruscamente a los invitados que le estorbaban la visión. - Victoria... - susurró su padre. -¿Dónde está Víctor?¿Quién ha sido? ¿Quién lo ha hecho? - gritó examinando el rostro de sus invitados - ¡Exijo un castigo para el culpable! - Es innecesario querida. - contestó el señor Rumsfeld apenas sin ganas, observando al músico. - Ya está muerto.  Y como una más, Victoria calentó su cuerpo helado con el vino. Tomó algunos dulces y danzó de manos de aquel músico. Eternamente.  Actualmente, escondidos entre páramos y bosques húmedos, los zombis siguen bailando al sonido de los tambores.

C. Macbeth

Relatos FM

Destellos de madrugada



A veces, el camino a la salvación puede resultar totalmente confuso, como una especie de túnel muy oscuro. Durante el trayecto sientes que nunca vas a alcanzar el final, que te has equivocado de ruta y ya no ha salida, pero a veces, solo a veces,  de repente quedas cegado por una cálida luz que anuncia que estás llegando a casa.
Aquella madrugada de Junio del 2011, yo vagaba sin rumbo después de que Ana prácticamente me echara a patadas de su piso.
Para ser justos, las cosas no habían sucedido realmente así, pero para un tipo como yo, introvertido como el demonio y solitario como una noche de enero, que se pongan a hablar contigo rollo sentimental tras sufrir un doble gatillazo es el equivalente a una buena paliza de despedida.
Ana y yo nos conocimos unas semanas antes a través de unos amigos que teníamos en común: Milo y Bruno. Por aquellos tiempos yo estaba recuperándome de la pérdida de un ser querido bastante importante, uno de esos con los que cuentas para toda la vida, a los que no te molestas en preguntar por su mundo interior o por su situación económica, dejas esas cosas para el mañana, que debería haberse alargado hasta el día de nuestras muertes decenas y decenas de años después.
La cuestión, es que después de la muerte de Jota quedé tremendamente deprimido, he de decir que ya antes del dramático suceso yo era un tipo bastante extraño, reservado, hipocondríaco y maniático. Todas estas maravillosas cualidades se vieron multiplicadas y arropadas por otras igual de deseables como la apatía, el cansancio, la desidia y la autocompasión. Cuando parecía que iba a ser totalmente devorado por la espiral de desgracias en que se estaba convirtiendo mi vida, me crucé con Milo, un tipo bastante asustado y atormentado que necesitaba urgentemente un amigo.
Milo había sido durante su corta existencia un sparring perfecto para la sociedad, había sido maltratado, humillado y vejado de casi todas las maneras posibles en que alguien puede ser torturado por la simple exposición a una sociedad corrupta y egoísta como la nuestra.
Milo consiguió despertar algo en mí, encendió algo en mi apagado interior, una mezcla de amor fraternal y un poco de ira, y deseos de enfrentarme a la realidad y cambiar el mundo poco a poco mediante pequeñas acciones revolucionarias.
Se podría decir que Milo me devolvió las ganas de vivir. Cuando apareció en Marzo de 2011, me salvó la vida.
Conocí a Ana a través de este, me hacía salir muchísimo a pasear y disfrutar del buen tiempo que la primavera trae consigo, y en una de estas salidas coincidimos con Ana, que paseaba con su amigo Bruno por la misma zona que solíamos frecuentar, aunque esta era la primera vez que nos encontrábamos. Bruno y Milo tenían algún asunto del pasado en común por lo que se produjo un primer acercamiento, y ya en aquel primer encuentro, Ana y yo hicimos buenas migas, y aunque no fuera de manera explícita, ya existía el deseo urgente de que aquello no terminara allí, de irnos conociendo más y más hasta llegar a la más profunda intimidad.
Los encuentros entre Ana, Bruno, Milo y yo fueron incrementándose a una velocidad de vértigo, y en poco tiempo las excusas más extravagantes redujeron el aforo de estas citas a Ana y a mí.
Aunque lo mío con Ana pareciera ir sobre ruedas, a veces aparecía un vestigio de su pasado intentando conseguir una nueva oportunidad, rogando a Ana que le perdonase, que había cambiado y que ahora era un hombre mejor, que podía ofrecerle nuevas y mejores cosas.
Ana, al considerar que habíamos alcanzado un punto bastante alto de complicidad, me contaba todas estas historias, y yo al oírlas ardía como el mismísimo infierno por dentro y me limitaba a darle buenos consejos.
Este contratiempo me llevó a tragarme todo el odio que me provocaba la situación, odio hacia mí mismo y hacia mi maldita suerte. Se encendió de nuevo y esta vez con más fuerza, el incendio que Milo sofocara un día. Mi respuesta fue evitar cualquier contacto durante las semanas siguientes a pesar de que ella insistiera en que nos viéramos y se preocupara por mi extraña desaparición.
Yo me tomaba todo esto como un abuso brutal, ella quería hablar conmigo, disfrutar de mi amistad, mi rareza, mi inteligencia, en fin, de la novedad que puedo resultar para la gente que nunca se ha cruzado con un tipo como yo, pero luego, a quien le ofrecía su sexo era a ese otro cerdo analfabeto.
La rabia y el odio me llevaron de nuevo al camino de la autodestrucción, había perdido a Jota, había visto las consecuencias del mundo en que vivimos en las cicatrices de Milo, y el abuso y la hipocresía en los actos de Ana, ¿Cómo podía haber sido tan imbécil como para creer que merecía la pena seguir?
Durante unas semanas la situación se mantuvo estable, hasta que un buen día, navegando en el mar de las benzodiacepinas acabé encontrándome con Ana y volvió a conquistarme con su extroversión y su relato de cómo había mandado a paseo definitivamente al simio baboso que la rondaba.
Este nuevo giro que daba nuestra historia me había subido un poco el ánimo, aunque después de todo lo vivido prefería bajar la intensidad, probar a mantenerme en equilibrio durante un tiempo, ni desaparecer, ni ceder totalmente al impulso pasional que me inspiraba Ana. A partir de entonces, organizamos eventos en los que nos acompañaban más amigos para intentar de alguna manera poner diques a ese rabioso mar que ambos sentíamos que nos empujaba hacía el deseo de poseernos.
Mi plan de aniquilación no había sido totalmente eliminado de mi lista de tareas, de hecho solo lo estaba aplazando hasta acabar una serie de asuntos que quería cerrar antes de liberarme de mi precioso envoltorio de carne y hueso, y huir para siempre del enorme peso que se había instalado en mi pecho desde la muerte de Jota.
Fue uno de estos eventos el que me llevó a aquella madrugada de Junio. Habíamos estado cenando fuera con dos amigos más: Flor y Esteve, y a la cena la siguió unas cuantas copas en distintos Pubs de la ciudad. Cuando la noche había avanzado y los bares cerraban sus verjas, decidimos ir a tomar la última al piso de Ana.
Allí acabó sucediendo lo inevitable, el alcohol y el deseo nos transformaron en las bestias que escondemos en nuestro interior, y esto se tradujo en Flor y Esteve follando salvajemente en la habitación de invitados, y Ana y yo, encaminados hacia la misma dirección pero a un paso más lento por el sentimiento que acompañaba al deseo.
Al principio el sexo no estuvo mal, le regalé una erección instantánea que me agradeció con su cálida boca. Hasta ahí todo bien, fue cuando decidió subir a la montaña rusa, cuando el alcohol, las drogas de farmacia y la tristeza oculta borraron de un plumazo las ganas de seguir con el rito.
Como explicaba al principio, ella intentó a su manera hacerme sentir bien, pero yo no soy de esos. Solo quería marcharme, y eso hice. Transitaba a paso lento las calles, entumecido bajo las luces de la ciudad, totalmente solitario, todo piel, huesos, tristeza y soledad.
Arrastraba mi metro ochenta y mis cincuenta y dos kilos pensando que se había terminado, era un precioso momento para acabar con todo, había perdido suficientes cosas como para no temer desaparecer. Fue entonces cuando sucedió lo inesperado, mi momento de epifanía. En el silencio de aquella madrugada estival, el motor de un coche puso mis sentidos en alerta, y seguidamente, como un destello plateado, en el solitario coche que pasó fugaz al otro lado de la calle pude ver cómo me miraba y sonreía dulcemente. Sus ojos decían: Perdónate, yo te perdono. Abre tu corazón, vive.
Aquella mirada podía hacer latir a corazones petrificados. La muerte solo había sido un desvío más a tomar en el desconcertante camino de la existencia, pero ni ella había podido apagar su luz, esa luz cegadora que siempre le acompañó y nos sirvió de guía a los que le rodeábamos.
Perdónate, yo te perdono.
Abre tu corazón, vive.
Vive.
Vive.
Vive.
Vive.

Jimmy Jimmerenno

Relatos FM

¡No me mire con esa cara!



-   ¿Usted se acuerda de los Montes? Preguntó rascándose las ronchas coloradas que le brotaban de los brazos. -Los de la casita amarilla del otro lado del río. ¿Los recuerda? El hijo ha estado ayudándome a cargar el costal de libros hasta la escuela. Es un buen muchacho, aunque terco como una mula.

Afuera avanzaba la tarde. La sombra se adueñaba de la plaza. Los mosquitos rebotaban en las bombillas del bar. La mujer que hablaba intentaba aplastarlos con las manos y con un trapo se secaba el sudor de las axilas.

-   ¡Oiga, Don Lázaro, hágame el favor y nos sirve otras dos cervezas! – Dijo la mujer y continuó: Como le decía, el hijo de los Montes, todas las mañanas sin que yo se lo pidiera, me espera por los lados del puente para llevarme el costal. Yo le digo que se vaya derechito para la escuela, que yo llevo años cargando esos libros, pero desde que me lo topé una mañana y me vio cargando ese bendito costal, se empecinó en llevarlo él. Es que los hombres de por aquí podrán ser unos sinvergüenzas, unos borrachos y hasta ladrones, pero cuando la ven a una así, les da como compasión. Yo iba abriéndome paso entre ese aire espeso e hirviente que se cuaja sobre esta tierra y el cielo, sudando como un cubo de hielo que se descongela, enterrando los pasos entre piedra y piedra. Hasta echando madres iba yo.

<<Venga profe, preste ese costal para acá que ese no es trabajo para una mujer>> me dijo esa mañana. Y bajamos la montaña. Él cargando el costal como si en vez de libros llevara algodón, es que está tan fuerte que no parece un niño de catorce años, se nota que ha vivido en el campo, en los bosques, entre las rocas de las montañas, bajo las estrellas. Y yo, yo iba pensando todo el tiempo en la hermana retrasada. ¿Se acuerda que la mujer de  Montes tuvo una hija mongólica?

De un sorbo la mujer bebió la cerveza casi entera, con la lengua se limpió la espuma que le quedó sobre el labio y siguió diciendo:
-   Pues sí, yo venía pensando en la niña. Muchos dicen que salió así porque la tuvo con otro hombre, que Dios castiga de esa manera, otros dicen que se tomó un purgante para caballos estando embarazada. ¿Usted la ha visto? Tiene un ojo por acá y el otro por allá, respira por la boca haciendo un ruido como de cerdo y no sabe hablar, solo brama y chorrea baba como un animal. Pero, en cuanto bajamos la montaña, el hijo de los Montes señaló con el dedo los potreros del lado de San Isidro y me dijo: <<Allá es donde yo trabajo>>. Entonces yo me olvidé de lo otro y empecé a preguntarle por el trabajo.

<<Yo hago cuanto mandado necesite el patrón. Arreo el ganado, lo peso, lo marco. ¿Usted alguna vez ha marcado una vaca, profe?>> Me preguntó. En ese momento me golpeó el recuerdo, sin que yo me lo esperara, de la mirada entristecida de un becerrito que, años atrás, marcaron frente a mi. Mi padrastro me llevó al establo a ver un becerrito que acababa de nacer, tenía el pelo muy corto y se le sentía la piel caliente, yo le estaba acariciando las orejas cuando un hombre se apareció por detrás y le clavó un fierro en una pata. Le juro que aún recuerdo el olor a carne chamuscada y esos ojitos abiertos y enlagañados que me miraban. Pobre animalito como se quejaba. El hijo de los Montes debió ver mi cara de horror porque rapidito se puso a decir que después de que las marca se las lleva a un potrero donde la hierba está crecida, para que coman y se les olvide el dolor, y les soba el lomo mientras les canta alguna canción.

Es que el muchacho también salió bueno para cantar, en la escuela arma unos alborotos. Imagínese que a veces se pone a cantar en medio de la clase, no es sino que yo diga una palabra o una frase que le acuerde alguna canción y empieza a soplar una armónica pequeñita que se hizo con cortezas de troncos y los demás se ponen a seguirlo con las palmadas y toques en el pupitre. El otro día les estaba diciendo, <<miren muchachos, ustedes tienen que ser los mejores en lo que hagan>>, porque es que eso pienso yo, que si son pescadores, pesquen los bagres y bocachicos más grandes, que si quieren ser futbolistas dominen el balón y no había acabado yo de hablar cuando el hijo de los Montes empezó a cantar:

"Por eso Rafael Santos
yo quiero dejarte dicho en esta canción

que si te inspira ser zapatero
sólo quiero que seas el mejor, 

por que de nada sirve el doctor
si es el ejemplo malo del pueblo".

¿Si conoce esa canción?

Espere me termino la cerveza antes de que se caliente y agarre sabor a meados de burro. Dijo la mujer y continuó: Como le venía contando, a partir de esa mañana que nos encontramos por los lados del puente comenzó a ayudarme cada día. Me espera en la quebrada, se echa el costal al hombro y bajamos juntos la montaña hacia la escuela. Con decirle que a mí ya se me olvidó el peso de esos libros. Algunas veces nos vamos hablando, usted sabe que yo soy buena para conversar, pero a él lo que le gusta es cantar, entonces se pone a cantar y yo lo escucho en medio del camino donde solo se oyen nuestros pasos y el sonido del río.

¿Sabe usted que los Montes otra vez andan mal de plata? Yo me di cuenta antes de que él mismito me lo dijera porque al pobre le suenan esas tripas como si adentro tuviera un trueno rebotándole de una lado para el otro sin poder salir, y dígame usted ¿quién estudia y trabaja con el estómago vacío? Yo no es mucho lo que puedo darle, pero a veces saco una naranja o un mango o un banano, alguna fruta le pelo por el camino y se la voy poniendo sobre la lengua para que coma. Él me agradece con una sonrisa mientras mastica.

¡Otras dos cervezas para esta mesa, Don Lázaro! -Volvió a pedir la mujer. Después añadió: Pues sí, mis sospechas eran ciertas, sin yo preguntarle, me contó que el señor Montes se había quedado sin trabajo y que él estaba pensando en dejar la escuela para trabajar con el patrón también por las mañanas y ayudar más en la casa.

<<¿Qué pasó con el trabajo de su papá?>> Le pregunté yo.

<<La plaga, profe>> Me dijo. <<Casi todos los cultivos de arroz de estas tierras se echaron a perder. Se salvaron pocos. Un día empezó a oler muy feo y al otro, eso parecía como si un tornado hubiera pasado por aquí. Lo revolcó todo. El patrón de mi papá se fue de Villa del Carmen y todos se quedaron sin trabajo.

<<¿Y su mamá?>> Le dije.
<<Mi mamá lavaba ropa y sabanas en el río>>
<<Sí, recuerdo>>
<<Pero desde que nació Chipi no puede hacer otra cosa que cuidarla>>
<<¿Qué le pasa a Chipi>> Le pregunté enseguida. ¿Se acuerda que desde antes yo quería saber? Me contó que cuando la sacaron del vientre de su madre no se movió, ni lloró, y que estaba toda morada. <<Como esas flores de allá>>, me dijo señalando una veranera.

¿Usted sabe cuáles son las veraneras? A ver si hay alguna por acá dijo la mujer levantándose de la silla. Al rato regresó a la mesa batiendo un pétalo y diciendo:  Como ésta, como ésta.

Imagínese usted parir una criatura así. Dañadita desde los pies hasta la coronilla. ¿Dice usted que la abandonaría? ¿que la dejaría por ahí tirada? y ¿vivir el resto de la vida con esa culpa pisoteándole la conciencia? ¿Podría usted vivir con esa culpa?

Permítame voy rapidito al baño antes de seguirle contando -Dijo perdiéndose por detrás de una estantería de gaseosas.   

A los pocos minutos la mujer regresó a la mesa y sentándose dijo:

Ayer, en la noche, el hijo de los Montes se apareció por mi casa. Fue a decirme que no me preocupara, que así él dejara la escuela seguiría ayudándome con los libros. Yo estaba preparando una torta de maíz y me había tomado dos o tres aguardientes. Lo invité a seguir. Él me dijo que el patrón lo estaba esperando, que debía irse. Yo insistí. <<Usted trabaja mucho>>, <<ya está bueno>>, <<también debe divertirse>>. Lo agarré del cuello de la camisa y lo jalé para adentro. Entonces me dijo que se quedaría un rato.

Nos sentamos en el corredor que está frente a la cocina, donde hay una mesa y un sofá y ahí nos quedamos. Yo iba cada ratico a la cocina a ver cómo iba la torta y regresaba con más rodajas de naranja para acompañar el aguardiente. Brindamos por Chipi, por el patrón y por la luna llena que se veía a través de la ventana. Después de comer sacó del bolsillo un puñado de cigarrillos y me extendió uno. Yo iba a rechazarlo, usted sabe que dejé de fumar hace años, pero qué carajos, estaba celebrando mi cumpleaños y terminé por aceptarlo. La engañaría si le digo que ese fue el único. Seguimos bebiendo y entrada la noche el hijo de los Montes se puso a tocar la armónica y a cantar y yo a bailar y a gritar las canciones por la ventana.

Don Lázaro, otras dos, por favor, volvió a decir la mujer. Luego se quedó callada mirando al suelo y continuó: En un momento de la noche el hijo de los Montes se tumbó en el sofá, con la cabeza entre las piernas y los brazos colgando como un año viejo. Yo me fui para la habitación y me quité la ropa. Me vi desnuda en un espejo pequeño que en verdad es un pedazo de uno más grande que se rompió. El cuello, los pechos, el abdomen, el chichi, las nalgas. Aquí donde me ve, bajo estos trapos viejos hay buena carne, buenas curvas, pero desperdiciadas, para que le voy a mentir. Cuando regresé al corredor el hijo de los Montes seguía ahí tumbado. Igualitico a como lo dejé...

La mujer bebió la cerveza hasta dejar solo espuma en la botella y siguió diciendo:

...le subí las piernas al sofá y me senté en una esquina. Le desamarré los cordones y le quité los zapatos. Luego me acosté a su lado, le desabroché el pantalón y se lo quité despacito, él apenas y se movía cuando respiraba, le bajé los calzoncillos hasta los tobillos.

¿Me permite que me tome su cerveza? veo que usted no le ha dado ni una probadita y a mí me sirve mucho, aunque sea para quitarme el mal sabor del recuerdo.

Me quedé contemplando el pene fláccido, recostado sobre unos de sus muslos como un pedazo de carne cruda, hasta la madrugada. Yo tenía los ojos cerrados cuando despertó. No sé cuanto tiempo llevaba mirando como yo me retorcía desnuda en el suelo.

No me mire con esa cara. Hasta los que vivimos en este pueblo que parecemos burros andando hacia adelante sin ver por dónde vamos cagando, nos hemos arrepentido alguna vez en la vida. No se venga a ser la santa, usted que hace un rato dijo que tiraría a un hijo si le saliera mongólico, todos bien sabemos que de acá ninguno va para el cielo.

Afuera la luna se hundía entre las nubes. Por el pequeño cielo de la puerta se asomaban las estrellas. Sobre la mesa los zancudos ya sin sus alas rondaban como gusanos desnudos entre las botellas de cerveza.

-   Esta mañana el hijo de los Montes no estaba por los lados del puente- Dijo la mujer recostándose sobre la mesa con una voz apenas murmurada y se quedó dormida.

María Font

Relatos FM

El sueño, el espejo y la muerte



La habitación era pequeña y muy alta, las paredes originalmente habían sido pintadas de verde, pero con los años el color se había apagado y ahora eran casi  blancas. No había ventanas: la única fuente de iluminación provenía de un  tubo de luz fría empotrado en el techo que tenía la tendencia a parpadear inesperadamente; el aire entraba por una estrecha rendija situada en una de las esquinas superiores.  El suelo era de linóleo.  En el centro de la habitación se encontraban dos personas, sentadas una frente a la otra: el doctor y el paciente. El doctor  se llamaba Edmundo Zepeda, tenía cincuenta años, era casi calvo, su abdomen era prominente y los rasgos regulares de su rostro se empequeñecían detrás de los abultados pliegues de la carne. Del bolsillo izquierdo de su bata blanca  colgaba un gafete envejecido.  El paciente se llamaba Ernesto Pino,  era alto y muy delgado, tenía cuarenta años pero llevaba una barba larga y descuidada que lo hacía parecer diez años mayor. Portaba un uniforme azul cielo, la  tela gastada era casi  transparente.  La camisa estaba raída en los bordes,  de las mangas cortas  salían  los  brazos flacos y  macilentos. Los dos hombres se veían  inapropiados sentados en los pupitres,  especialmente el doctor que con dificultad había podido acomodar su gruesa anatomía en aquel reducido espacio. Aquellos pupitres, con respaldo naranja y  paleta al lado, sin duda estarían mucho mejor en el aula de una escuela.
A partir del momento en que Ernesto había sido transferido de otro hospital psiquiátrico el doctor Zepeda se había reunido con él,  cada semana, en esa misma habitación, durante más de un año. Cada una de estas sesiones  duraba treinta minutos que eran medidos con precisión por el enfermero de guardia, en aquella ocasión un hombre joven y  bajo, de amplio tronco y gruesos brazos, que cada cinco minutos miraba por una rendija que se encontraba en la puerta para verificar que la entrevista transcurriera  con tranquilidad.
Ernesto no era un paciente muy cooperador. El doctor siempre venía preparado con preguntas para la entrevista, pero para recibir las respuestas que necesitaba, Ernesto le exigía  que Zepeda le  contara lo que  había hecho durante la semana.  No le bastaban las generalizaciones, quería escuchar la mayor cantidad de detalles posibles. Quería saber, por ejemplo,  qué era lo que Zepeda había  desayunado, de qué iban  los libros que leía, los problemas de los otros pacientes.  Sin duda no era fácil para el doctor quien tenía que lograr el justo balance entre  resguardar  su vida privada y hacer feliz a su paciente. Había intentado mentirle a Ernesto en más de una ocasión y siempre había sido descubierto: no había forma de engañarlo. La explicación más lógica de esta conducta era que su paciente que había sido confinado por el resto de su  vida, podía con aquellas conversaciones hacerse la ilusión de que vivía en una normalidad a la que en la realidad ya jamás tendría acceso. Y sin duda la vida de Zepeda -anodina, banal- cumplía perfectamente con lo que Ernesto buscaba. Pero ni siquiera hurgar en su intimidad, le garantizaba  al doctor recibir respuesta de su paciente. Podía suceder que la sesión terminara con el doctor hablando, sin que Ernesto hubiera dicho algo.
Aquél día, sin embargo, fue diferente: durante los primeros veinte minutos el doctor básicamente había monologado, pero  justo cuando ya estaba perdiendo la esperanza de obtener algo, Ernesto le hizo una revelación:
―Anoche tuve un sueño ―dijo de pronto, interrumpiéndolo.
―¿Podría contarlo? ¬—preguntó el doctor,  poniéndose súbitamente en estado de alerta y apresurándose a sacar su libreta.
―Lo haré, lo haré— contestó el paciente―. Si no quisiera decírselo, no se lo hubiera mencionado.
―Le pido por favor entonces que me lo diga sin omitir ningún detalle. 
—No se excite demasiado, doctor,  es decir, quizá no se trata de nada tan importante como para que lo pueda anotar en su libreta.
—Eso ya lo juzgaré yo. ¿Podría por favor empezar entonces?
.    ―Bueno, quizá se sorprenderá por lo que le voy a decir pero en mi sueño me encontraba  sólo, sentado en esta  misma habitación.
―¿Y qué veía?
―Nada especial. Lo  veía todo exactamente igual, como lo veo ahora: el suelo, la pared, la puerta, la lámpara, todo igual.
―¿No había nada inusual? ¿Diferente?
―No creo. Todo era similar a tal punto que resultaba imposible distinguir entre sueño y realidad.
―¿Hacía usted algo en el sueño?
―No mucho en verdad.  Me quedaba viendo el cuarto sin que sucediera nada.
El doctor se quedó pensativo un momento. Debía de ser cuidadoso. ¿Acaso le estaba gastando Ernesto una broma?  ¿O en verdad quería comunicarle algo  importante?
―Lamento decepcionarlo―dijo Ernesto con humildad fingida―. Quizá esperaba usted escuchar algo diferente.
El doctor procuró no mostrar su decepción, se limitó a mirar al paciente a los ojos, rápidamente y con intensidad, pero procurando que su gesto permaneciera neutral.
―Me perdonará si lo contradigo ―dijo entonces el doctor―. Pero es que las cosas no  pueden ser así. Necesariamente tiene que haber algún detalle en que la realidad y el sueño divergen.
―¿Cree que miento?
―Digo que no puede ser así.
―¿Y por qué está tan seguro?
―Es simple mecanismo neuronal.  Aquí mi criterio no interviene. Hay investigaciones recientes sobre los procesos del sueño que revelan que mientras dormimos, las diferentes partes de nuestro cerebro pierden la conexión que tienen en la vigilia. Por ejemplo, la comunicación entre el hipocampo y la corteza cerebral.  Nuestros recuerdos fragmentarios  se vuelven sueños, y para darles un sentido introducimos un elemento de absurdo. No se  ofenda,  por favor, no dudo de su palabra ni por un minuto. Quizá simplemente olvidó lo que ha soñado.
Ernesto se quedó pensativo un momento.
―Es usted muy listo doctor, no me queda más remedio que reconocérselo. Se dio cuenta de que he omitido algo.
―Bien, ¿Podría entonces ayudarme por favor? ¿Qué fue lo que vio?
    ―Había algo más. Justo detrás de donde se encuentra usted: en la pared, colgaba un espejo.
Difícilmente Zepeda perdía el control durante la sesión, pero ante la perspectiva de hallarse ante algo que valiera la pena, comenzó a manifestar cierto nerviosismo y  a hablar con apresuramiento.
―Dice usted que detrás de mí. ¿Dónde exactamente? ¿Ahí? ―preguntó el doctor volteando y señalando la pared.
―Sí, justo ahí.   
–¿Me dijo que en el sueño se encontraba  usted sólo?
—Sí.
—¿ Y cómo era el espejo? ¿Podría describirlo mejor?
―¿Pues cómo habría  de ser? Era un espejo normal, cuadrado, pequeño, como el que uno encuentra en un baño.
―Quiero decir ¿Se reflejaba usted en él?  ¿O vio algo más?
El paciente torció la cara en una mueca extraña.
―Son muchas preguntas doctor: No lo puedo recordar todo con exactitud.
—Piénselo bien. ¿No vio nada?
―Es difícil ―dijo Ernesto haciendo un gesto muy acusado, frunciendo el rostro, llevándose las manos a la cabeza, como si intentara recordar—. No sé, no me presione. Me parece que el espejo estaba ennegrecido por la suciedad.  Sí, sin duda lo estaba, ¿Por qué es que nunca limpian aquí? Esto es un chiquero.
   ―Lo hacen tres veces por semana. No se distraiga por favor, aquí no hay en realidad un espejo.
―No se enoje conmigo doctor, sólo quiero ayudarlo. .
―Que bien. ¿Y entonces?
—Bueno,  ahora lo recuerdo mejor pero no sé si deba decirle lo que vi. Quizá lo ofendería.
―No creo que ese sea el punto. No se guarde sus pensamientos, por eso estamos aquí.
―Bien ―dijo Ernesto― lo vi a usted. Era su reflejo lo que vi en el espejo.
―¿Yo?
―Está sorprendido. ¿No es así?
―Un poco. ¿Podría describir con detalle la imagen? ¿Era borrosa? ¿Tenía algún detalle  especial?
―Le seguro que igual de sorprendido estaba yo. Y sí que había detalles. Por principio de cuentas usted estaba muerto.
―¿Muerto? ―preguntó el doctor visiblemente emocionado.
―Y le aseguro que no de la mejor manera. Tenía la cara ensangrentada,  desfigurada. De hecho había perdido una gran parte del rostro. No lo hubiera  reconocido de no ser por la bata del uniforme donde aparece el nombre: Raymundo Zepeda. Así, justo como lo estoy viendo ahora.
   El doctor contuvo su reacción,  se limitó a escribir  brevemente en su libreta. Luego,  cambió  ligeramente de posición, descruzó la pierna y miró fijamente a su paciente. Lo siguiente que dijo lo había pensado muy bien.
―Dígame una cosa Ernesto. ¿Si usted quisiera matarme? ¿Cómo lo haría?
   ―Yo no lo quiero matar doctor.
   ―Hipotéticamente.  Si ese fuera su deseo ¿Cómo lo haría?
   ―Hace mucho  que no  he deseado la muerte de nadie doctor.
―Pero usted ya ha matado a muchas personas Ernesto. ¿No es verdad? Asesinó de maneras crueles, sádicas y  terribles,  con eso ocasionó gran sufrimiento a ellos y a sus familias. No se puede perder la costumbre tan fácilmente. ¿O ya no lo recuerda?
—Vagamente. A veces pienso que todo fue un sueño.    
―Pero no lo fue de ningún modo. Tengo muchas  fotos para probarlo.
―Ah sí, mi viejo álbum de fotos. Lo guarda todavía ¿no es así? ¿Todavía lo mira a solas? ¿Se las enseña a sus colegas? ¿Piensan juntos en cosas sucias?
―Para ser sinceros lo veo ya muy poco. He perdido mucho el interés. Ahora colecciono  pinturas  de esquizofrénicos.  He escuchado que han  subido mucho en el mercado.
―No sea infantil doctor, no me provoque. Soy un hombre sensible.
―Créame que conozco a mucha gente muy sensible y no por eso goza torturando y asesinando
―No sea ingenuo.  ¿Quiere que me enoje para que yo le confiese que quiero matarlo?  Recuerdo que soy ahora un hombre sensato. Que he renacido. 
―Renació de las cenizas de las personas que mutilaba como  insectos.
―Es verdad. Pero un hombre mutilado es un privilegiado ―dijo Ernesto alzando la voz―. Ver una parte muerta de uno mismo es probar un poco la  inmortalidad, es ir dejando atrás la carne. Pero, por supuesto no lo voy a convencer. No tiene sentido. Usted no quiere escucharme. Lo único que desea es arrinconarme. Capturar mi alma.
   ―Eso lo tendría que hacer usted pero no creo que pueda logarlo.   ¿Sabe?  A veces se da demasiada importancia. Ocuparme de usted no es mi único trabajo.
—Quizá,  pero le aseguro que soy lo mejor que tiene, el paciente estrella si quiere llamarlo así.
   El doctor iba a decir algo más pero en ese momento sonó la chicharra que indicaba el fin de la conversación. Inmediatamente, los dos hombres se levantaron, cruzaron su camino y se dirigieron en direcciones opuestas. Ernesto se colocó pegado a la pared, el doctor enfrente de él junto a la puerta. Ésta se  abrió y entró el enfermero.  Tomó  los dos pupitres, uno bajo cada brazo y salió con ellos de la habitación.
―Nos veremos la próxima semana―dijo el doctor saliendo tras el enfermero.
Estaba ya a punto de cerrarse la puerta tras de él cuando escuchó que Ernesto lo llamaba.
―Espere un momento―le dijo volteando.
―Dígame Ernesto.
―No quiero perder más tiempo, doctor, le diré de una buena vez por todas cómo he pensado matarlo.
―Nuestra sesión ya ha terminado. Lo hubiera dicho antes. Continuaremos la próxima semana.
―No sea hipócrita doctor. Usted desea oírlo tanto como yo contarlo.  Si viene aquí, junto a mi oído,  se lo contaré con todo detalle. Le diré como le voy a cercenar la garganta,  como  le voy a arrancar  los ojos, no completamente, claro, haré que estos cuelguen apenas un poco arriba de sus mejillas,  le aseguro que aún verá un rato más con ellos: contemplará su propio rostro de cuencas vaciadas convertido en una amalgama de músculos, nervios y carne.
El doctor le dio la espalda a su paciente. La puerta se cerró con un sonido metálico y el doctor ya no escuchó más.  El enfermero le mandó una sonrisa de complicidad que al doctor no le agradó en lo absoluto. Luego,  con la libreta bajo el brazo, caminó por el pasillo: había ganado aquella batalla pero le molestaba no saber qué haría con su triunfo.

Cartógrafo

Relatos FM

HUMO


   Un hombre como de humo atraviesa la llanura yerma y agostada, humeante, maltratada por el sol. Sus ropas son pardas y malolientes, como de humo, su mirada torva, turbia y huidiza, como de humo y su aliento caliente y asfixiante, como de humo.
   El hombre de humo vuelve a casa después de trabajar la tierra durante todo el día; una tierra agrietada y seca, igual que su piel, y mira al cielo con sus ojillos del color del humo inyectados en sangre, mientras maldice en voz baja con los puños apretados y la maldición se difumina en el aire como el humo casi antes de salir de su boca caliente y que asfixia, como el humo.
   El hombre de humo ve a lo lejos la figura de su odiado vecino y, mientras se acerca lentamente, rumia otra maldición, esta vez dirigida a ese hombre que, como él, también sufre la tiranía del cielo avaro, que reseca sus tierras y malogra sus cultivos antes siquiera de haber germinado.
   Sin embargo, este otro hombre no parece pesaroso; su figura es gallarda y erguida, no encorvada y zafia como la del hombre de humo, y su mirada es de una albura insoportable para la mirada vaporosa del hombre  de humo. Por eso la aparta, y escupe, y ruta otra maldición.
   Ya echó sal en su pozo, ya asesinó a su yegua. Quizás sea ahora  el turno de su hija y de su esposa.
   Mientras lo piensa, su pequeño cerebro parece bullir y hacer humo, y hasta le cuelga una baba del mentón atroz.
   Y mientras lo piensa, magníficas nubes se han cernido sobre ese pequeño cerebro bullente que es atravesado por un rayo fulminante, que deja al hombre inerte y humeante en medio de la llanura yerma y agostada, maltratada por el sol.

As de Picas

Relatos FM

SANGRE Y RÍO DE SEPIEMBRE



La casucha estaba cerrada. Merlixto contó cuatro hombres y cinco mujeres delante de sí. Algunos llevaban brazos y piernas rotas; otros, golpes en la cara, pero unos pocos, nada que se pudiera ver a simple vista. La peste le traía el estómago pesado. Llegó temprano. Si la vieja tenía razón, para cuando amaneciera habría al menos cincuenta personas esperando. Una cuarentona se unió a la fila. Merlixto le sonrió para darle los buenos días.

"Chicuelo, ¿Cómo le amanece hoy? Soy Herminia."

Levantó el sombrero de mala gana. "Bien."

Los primeros rayos del sol asomaban por la derecha. La vieja intentó casi todo antes de mandarlo: darle remedios, rezarle con velas a los santos y sacarle los males del oído izquierdo. Tenía buenas intenciones porque, después de todo, Merlixto era la única familia que le quedaba.

"Chicuelo, ¿ha usted de creer que hace un año ya?" La cuarentona le tocó el hombro. A esas horas de la mañana, lo más bonito era una boca calladita. Así decía la vieja.

Se rascó la barbilla sin voltearse. "¿Un año de qué, doña Herminia?"

"¡Ay chicuelo! ¿Pero en qué mundo vive usted?" Le acercó la boca al cuello. Mientras susurraba, su aliento le calentaba la nuca. "El otro septiembre, Calenia se mató en el Huachú."

Entró las manos en el bolsillo y jugueteó con las monedas que la vieja le dio. "Ah...Un año de Calenia."

El Huachú atravesaba el poblado de extremo a extremo. Pocos se atrevían a cruzar el río. Los campesinos decían que era la sangre del diablo y que si se tomaba el agua, se le vendía el alma.

"Así mismo, chicuelo." Apoyó el dedo contra la espalda de Merlixto. "Supongo que el diablo la lloró mucho. Digo, imagínese usted que la putita estaba preñada sin casarse."

Las puertas de la casucha se abrieron. Don Josué salió e invitó al primer hombre a entrar. Arrastraba las piernas con esfuerzo. Cuando estuvo fuera de la vista de todos, un grito se hizo eco desde el interior.

"¿Pero qué ***** pasa ahí?", preguntó Merlixto entre los dientes.

"No sea tonto, chicuelo. Es la bruja."

"¿Bruja? ¿Y de dónde se inventó eso?"

Herminia soltó una carcajada. La pregunta le causó tanta gracia, que cayó sentada en el camino de yerba. Tomaba grandes bocanadas de aire para hablar. "¡Chicuelo! Es un caso especial el suyo. Todos saben que la pavita de los Vélez les salió bruja."

El hombre salió caminando de la casucha. Las piernas le obedecían. Se sujetaba el vientre, pero qué importaba un retortijón si caminaba como nuevo.

Tratárase o no de una bruja, Merlixto seguía desconcertado por el grito.
"¿Por qué salió bruja la pavita de los Vélez?"

Herminia asintió. "Mire, chicuelo, lo que pasa es que la mamá se preñó del diablo en el Huachú y le bebió el agua." Bajó el volumen de la voz antes de continuar. "Por eso se murió cuando parió la pavita. Los Vélez no le perdonaron que les matara la hija."

"¿Entonces la pavita es hija del diablo?"

"¿Quién sabe, chicuelo? No se puede andar preguntándolo todo."



Su turno se acercaba. La cercanía de la casucha intensificó la peste. Las náuseas le oprimían el estómago. Sentía como si le hubieran metido una mano en el vientre y le apretaran las entrañas con las uñas. Intentó respirar hondo, pero fue inútil: las arcadas lo arrodillaron en la fila. El vómito subió por el esófago, quemándole la garganta y la boca. Recobró el aliento a orillas del Huachú.

Herminia y la casucha desaparecieron. La exactitud del lugar borró de su mente cualquier duda: el tiempo retrocedió un año. Había llegado hasta ahí siguiendo al viejo. Lo había espiado con la otra, pero sería la última vez. Le prometió a la vieja que lo "resolvería". Bastó un empujón para que cayera al agua. La corriente se lo llevó y no quedaron rastros suyos. Ella llegó después. Supuso que el viejo la esperaba. Llevaba el vestido de flores amarillas. Creyó estar sola en la intimidad de su atrevimiento, pero ignoraba que Merlixto la acechaba escondido en un matorral. Se despojó del vestido y se arrojó al agua de un chapuzón. Los ojos verdosos hacían el juego con las venas en los senos parados. Salió empapada a vestirse. Merlixto sintió el impulso animal de derribarla y arrastrarla por los cabellos por su imprudencia. ¿Quién demonios se creía? Lo último que pretendía era dejar que siguiera burlándose de la vieja. Saltó de su escondite y se dejó caer sobre ella. La proximidad de su carne le paró los pelos del cuerpo. Calenia fijó los ojos en los suyos.

Le subió el vestido, mientras desabrochaba el pantalón. Si los descubrían, ambos estaban perdidos. Terminó de improviso cuando la vieja lo sorprendió en el acto.

"Cuando abra la boca, te van a linchar. Deshazte de ella."

Los dejó solos. Calenia no suplicó ni juró silencio, como si supiera que las palabras de la vieja fueron su sentencia.  Aún encima de ella, Merlixto le apretó el cuello hasta que dejó de temblar. Murió con los ojos abiertos. La arrojó al Huachú y esperó para ver si la corriente la arrastraba igual que al viejo, pero se quedó flotando a pocos pies de la orilla. La peste sopló por primera vez y aunque del viejo no supo jamás, Calenia le revivía la muerte en los sueños y en el día. Los matorrales y el río desaparecieron lentamente. Merlixto regresó a la fila, donde Herminia lo levantaba del suelo.

"¡Chicuelo! Dígame qué le pasa", le echaba aire con el sombrero. "Se puso blanco y con cara de espanto. Ojalá que la bruja me lo sane."

"Ojalá. Ya no aguanto."

Don Josué lo llamó a entrar y  señaló una cortina de tela en el fondo. "Siga que mi mujer lo atiende."

La encontró en una mecedora con una lata y un pedazo de tronco entre las piernas. Merlixto echó en la lata las monedas que traía en el bolsillo. La señora agitó el tronco en el aire y lo dejó caer a su lado. Un quejido delató la presencia de otra persona.

La nieta de los Vélez tenía unos diez años. Sangraba de las manos y los pies, atados con una soga a las patas de un altar de muertos. Dio unos pasos para acercarse y la chiquilla comenzó a vomitar. Expulsó una melcocha rojiza de la boca.
"Tiene que pegársele si se quiere sanar", anunció la mujer de Don Josué.

Avanzó hacia el altar de muertos. La pequeña gritó y los ojos se le pusieron blancos. Merlixto se agachó. La criatura dio un brinco y así, con las manos atadas, le apretó el rostro y le besó los labios. Absorbió su aliento hasta que pareció dormirse. De repente, Merlixto recordó al viejo y a una mujer joven con un vestido de flores amarillas, pero poco a poco perdía la noción de la realidad, olvidando donde estaba y qué hacía en ese lugar. La vieja, un río, sexo, muerte...todas imágenes sin sentido de un sueño recordado a medias.

En algún lugar desconocido, vio una niña que yacía a sus pies. Sentada en una mecedora, una señora le mostró la salida. Tenía sed. Salió de la casita humilde y pasó junto a una fila de personas. Algo húmedo se deslizaba por su vientre. Presionó el ombligo sobre la camisa para detener el sangrado.

"¡Chicuelo! ¡¿Se me sanó ya?!", voceó una cuarentona a sus espaldas.


Siguió caminando. La mujer debía estar hablando a alguien más. Ignoraba donde estuviera, pero sabía que el Huachú estaba cerca. Pronto calmaría la sed. Mientras se alejaba de allí, Merlixto percibió un aroma extraño: una mezcla de sangre y algún río de septiembre.

Soliana P.

Relatos FM

EL PROBLEMA DE LA MEMORIA



En una oportunidad, cuando era adolescente y empezaba la lectura, mi profesor de literatura del secundario me dio para leer un libro que, con los años marcaría mi vida. No mi vida, sentimental, ni laboral, sino mi vida intelectual, mi gusto por la lectura, y una forma de escribir y pensar. El Libro en cuestión era FICCIONES su autor, el más grande JORGE LUIS BORGES,  un genio de la metáfora y la síntesis en el relato y un hombre de una imaginación, adulta no de niño, una ficción, no una fantasía, nada que nunca pudiera suceder, sino místico, misterioso, curioso, simplemente único.
Uno de los relatos que primero me impresionó fue Ruinas Circulares, (el soñador soñado) el cuento perfecto y sobre el cual trabajamos en clase. Pero él que hoy es tema de recuerdo es uno más sencillo, en cuanto a lo invencional, pero maravilloso en cuanto al desarrollo de la narración.
Funes el memorioso, un hombre que había nacido con una memoria prodigiosa, recordaba cada instante de su vida, todo, todo en  absoluto.
Cuando su vida perdió sentido, inventó un nuevo vocabulario donde reemplazo una letra por una palabra, siempre con la idea de llenar ese vacío que provoca la duda el no recuerdo y que lo hacía infinitamente infeliz como su memoria. Reconstruía una día entero y demorando un día entero precisamente porque recordaba todo en absoluto y recordando lo recordado no generaba nuevos recuerdos sino recuerdos de recuerdos.
Pero el motivo de la anécdota, o el tema que lo trae a colación es precisamente su espectacular, memoria, justamente lo que hoy quisiera tener brevemente. Hoy en día, recibo malas pasadas, con ella, me deja solo, no responde cuando la llamo, no aparece cuando la necesito, en fin me falla la memoria, como diría mi tía Dora, que tenía Alzheimer
Olvidar completamente un acontecimiento de importancia, una hora o dos antes de que se produzca, olvidarse de lo que uno debe anotar en su agenda del día en la cual coloca las actividades que debe realizar, ¿necesitaré un tónico para la memoria? ¿Tendré que desarrollar el sector izquierdo de mi cerebro? ¿Estaré muy distraído en otros menesteres que me impiden recordar, lo necesario? ¿Tendré la cabeza en otra parte, en fin ya no recuerdo. Ni porque estoy escribiendo esto y no otra cosa, que es lo que en realidad, quise empezar a escribir y como no lo recuerdo, arranque con esto, sin saber dónde voy a terminar.
Donde voy a terminar no sé pero lo que sí sé es que ya recordé algo y no es poco, Borges y sus ruinas circulares, Funes y su memoria y a mi tía Dora (mi segunda madre), recordar cuatro cosas así de importantes en solo unos pocos renglones es mucho y eso que la memoria me falla como venía diciendo y ya me estaba olvidando. Y si antes de olvidar recuerdo que empecé, una historia linda, linda para mi no se para el que lea. Pero la realidad es que no la empecé pues la olvidé y arranqué con eso de la memoria y Borges y sus personajes, en busca de que mi disco rígido como dicen los pibes de hoy  encuentre los datos o esa idea en mi cerebro que era linda y buena  pero no linda en el sentido más estético sino el figurado como cuando a uno le dicen que lindo lo que me contas, por que le agrada; y lo de buena no por la bondad por que haya alguien bueno que no lo sé sino por eso de uy que buena historia te mandaste!
Entonces si agarro las dos expresiones que lindo lo que me cuentas y Uy que buena historia te mandaste! Pensaría, razonaría, conjeturaría, elucubraría, urdiría, imaginaría y algún otro verbo terminado en iría y me preguntaría ¿Cómo puedo olvidarme de algo así?
Hay una canción que dice se me olvidó que te olvidé a mí que nada se me olvida, si es que no recuerdo mal más o menos como a mi que se me olvidó lo que no se debe olvidar y que como lo olvidé no sé si debía o no olvidárseme. O caer en el olvido, porque lo que cae en el olvido, era olvidable, pero normalmente si recordamos tener una remota idea de que era linda y buena no era olvidable, tal vez si se tratara de una historia de una mujer que nos duele el dolor puede ser tan grande que querríamos olvidarlo o tan fuerte la huella que dejó, que queramos olvidar  todo sin saber muy bien porque se nos olvidó que la olvidamos. Que feo caer en el olvido y mucho más en el olvido de lo olvidado que vendría a ser lo que ni remotamente recordaras nunca, salvo que seas Funes el que todo lo recuerda.
Todos alguna vez tuvimos el pensamiento o la pregunta ¿Qué es esto que tengo frente a mí y no recuerdo? que ni el agua ni el viento traen a la memoria mía como decía mi querido tío Gualter. Que ahora también recuerdo y que recitaba: "aura que agua y el viento traen a la memoria mía cosas que nadie sabía y aura he de relatar" y  desplegaba su historia fascinante con todos sus adornos y ramificaciones  y pensando en el olvido curiosamente estoy recordando lo de la buena y linda historia que estaba por escribir si lo bueno y lo lindo de mi vida con la diferencia que este bueno y lindo tienen sentimientos más fuertes.
Todavía no logro tener un mínimo recuerdo de lo que quería recordar para relatar y que he olvidado sin saber aún si ha caído en el olvido y ya no es un recuerdo que recordaré o es un olvido momentáneo que ya recordaré y podré escribirlo para no volverlo a olvidar, salvo que me olvide que lo escribí o donde lo dejé.
La verdad es difícil tener memoria cuando uno se olvida que la tiene.
Pero esas cosas pasan el cerebro humano tiene muchas partes y funciones que no se conocen aún y que nos llevarían a decir que la memoria nos juega una mala pasada o guarda el recuerdo en algún anaquel lejano a nuestra vista o percepción y entonces no sabemos si está o no.
Si uno se olvida que la tiene a la memoria me refiero, podría decir que la historia linda y buena que iba a contar no sabe si existió en verdad o sólo es un ardid del relatante para urdir la historia mientras la insinúa.
Ahora si estoy recordando que ella era linda y buena y con el pelo ensortijado, ojos turquesa. Lo de linda es porque la verdad tenía facciones muy agradables, y buena porque estaba buena, muy buena buenísima, diría mi hijo, un físico sexy, bien formado no exuberante pero atractivo bien curvado sinuoso, la mirabas fijamente y como si supiera que lo hacías como si sintiera tus ojos sobre ella se ponía receptiva y respondía con movimientos y gestos que te embobaban.  Vivía en mi barrio de la infancia, Barracas, en un loft moderno reciclado de una casa antigua. Eso y algunas otras insignificantes cosas de su rutina diaria, sabía. Pero imaginaba que era artista, pianista, plástica, cirujana, algo con sus manos tenía que hacer y si lo que todos hacen con las manos diría un amigo que siempre ve lo malo o lo negativo de las cosas y la gente, pero la verdad sus manos llamaban la atención se lucían eran exactas, los dedos justos, ni finos ni gruesos ni largos ni cortos si tocara el piano combinarían a la perfección con las teclas, haciendo que ellas gocen de un roce o toque suave o profundo, las que seguramente todo pianista quisiera tener o haber tenido. Justas para el bisturí.
Si me esfuerzo un poco casi llegando al dolor de cabeza tal vez recuerde que tenía un piano no de cola y que todos se detenían unos instantes a escuchar cuando lo tocaba con las ventanas abiertas.
Chopin, Beethoven y los románticos austríacos parecían haber compuesto para ella, el sentimiento que ellos expresaron y sintieron, ella también los sintió y sentía nunca escuché algo tan similar a lo que quisieron expresar, uno mientras le explotaban los pulmones y le quemaba el corazón la tisis y el otro que, ya casi sordo desgarraba el desamor.
También estoy creyendo recordar que alquilé el departamento contiguo para estar cerca de ella el efecto hipnótico que provocaba en mi pasando por delante de su apartamento y mi piel pedía que me quedará allí, mi cuerpo fascinado por las vibras de esas notas me obligaba a detenerme, ya no podía seguir así e imperiosamente busqué las formas de vivir cerca de ella.
Abrí  los ojos, un caño plateado, detrás figuras borrosas, mis manos sienten la cuerina de lo que esta debajo de la baranda no floto estoy acostado en una camilla, gritos, agitación ir venir, frio desconcierto donde estoy mi cabeza me duele con ardor, no se si no puedo o no quiero moverme, frio, confusión, frio, tubos de oxígeno, cama, ardor, dolor frio, nadie me ve, o sabe que estoy y tengo frio, golpeo mi anillo que siento en mi dedo contra el caño y pido abrigo; una mano me arropa, se va el frio, ¿Dónde estoy?.
¿Cómo supe que era linda y buena de cabello ensortijado y ojos turquesa?
¿No será que la imaginé en mi sueño, en mis ruinas circulares?

OSVALDO J. LAMBORGUINI

Relatos FM

Inocencia de un sueño roto



Me llamaban ilusa. Pequeña, inocente.
Lo que ellos no sabían, es que ya no respondía ante aquellos nombres.
Que ya, no quedaba inocencia. Lo pequeño había crecido, lo iluso tenía heridas a causa de los golpes que la vida decide darle a cada uno. Y lo inocente había madurado, afrontado todo con la cabeza bien alta, para después agacharla bajo la oscuridad de las sábanas.
Entonces quería desaparecer del mundo, y no sabía que había otras personas esperando a que apareciese en el suyo.
Por tanto, seguía siendo ilusa.
Quise abandonar aquel sueño por todo el tiempo que me llevaría alcanzarlo. Y sin embargo, no comprendí que el tiempo pasaría igual.
Ahí demostré mi inocencia.
La verdad es que la realidad en ocasiones es tan irreal, que los sueños parecen más verdaderos.
Pero nada, es como uno lo sueña en un principio. A veces te lo pintan todo de miles de colores, y le dan miles de formas, a cada cual más hermosa. Sin embargo, lo único que logras después es una triste imagen en blanco y negro, y un recuerdo roto clavado en algún lugar de tu infancia, y que siempre estará ahí para dañarte. Poco, solo un poco.
Pero lo suficiente, como para robarte alguna lágrima de más.
Es mejor huir, refugiarse, mientras ahí abajo miles de esperanzas se queman y se consumen en el fuego de pasiones falsas, ahí arriba hay miles de sueños que pretenden escapar, antes de que los rompan. Casi puedo alcanzarlos, saltando de nube en nube y esquivando los rayos del sol, que parecen jugar a bailar con motas de polvo, a viajar con el viento a cada ventana abierta, para despertar a todo aquel que quiera recuperar su sueño, ese que ahora vuela libre y perdido por el azul del cielo.
He estado jugando, con una venda invisible en los ojos, acabé como amiga de la gravedad. Ella me dejó volar para robar estrellas y meterlas en botellas de cristal, lanzarlas al mar y pedirle un rescate al mundo. Si alguno encontraba pedazos de mi sueño roto, que me lo devolvieran, que quizás aún tenía arreglo. Solo un poco.
He escalado por los rayos del sol y he descubierto que, si los pulsas suavemente brota una melodía que parece salir del mismísimo corazón de la tierra, como un arpa celestial que deleita a todo lo vivo con el sonido más hermoso.
También he corrido sobre la superficie del mar, sin llegar a hundirme por más que lo intentaba. Solo salpicaba y rodaba, contemplando absorta miles de peces de colores pasear bajo mi cuerpo tumbado, metía el brazo suavemente y los acariciaba. Ellos me traían algas de todas las formas imaginables, flores hermosas que permanecían escondidas bajo las aguas, temiendo ser arrancadas en vano. El sol bañaba de dorado el reflejo del agua, y miles de peces brillaban mientras yo corría y saltaba, recogía algas y formaba el ramo más hermoso de todos.
Después, subí de nuevo a lo alto del cielo, con mi preciado ramo. Pregunté a los sueños que aún quedaban por allí si alguno había visto al mío, pero ninguno sabía de él.
Coloqué diferentes flores del océano en todas las nubes que iba encontrando, el sol las secaba y quedaban adheridas a aquella pieza de algodón, llenando de frescura de mar aquel aire limpio que nadie había respirado jamás.
Corrí por montañas verdes como la esmeralda más pura, la tierra húmeda acariciaba mis pies, mientras miles de hierbas altas bailaban con el viento al compás de mi carrera. No había límite, no había meta. Solo un infinito tentador y eterno justo delante, hasta el fin, hasta el cielo. Ninguna barrera, ningún imposible. Mis manos quedaban atrás acariciando las verdes hierbas, el pelo huía de mi rostro impulsado por el aire de mi velocidad, ya daba igual lo demás. Podía tirarme, caerme sobre esas hierbas y descansar en aquella tierra húmeda y marrón. Allí el tiempo no pasaba, no sonaba el pulso de ningún reloj.
También allí busqué mi sueño, pero no hallé ningún pedazo. Subí a la montaña, a las colinas, a los picos nevados y mi cuerpo apenas sintió el frío. No había temperatura, eso lo dictaba el calor de mi corazón, que en aquel momento latía alocadamente después de correr y correr por aquellos parajes escondidos, ocultos a la verdad del mundo.
Vi el atardecer asomada desde una nube rosada, hundida en aquella almohada mullida, como el más suave algodón, podía arrancar pedacitos pequeños y modelarlos como quisiera. Después soltarlos y ver como su forma viajaba por el aire, atrapando algún sueño rezagado que no sabía como volver atrás. El cielo parecía teñido de los colores más románticos, el sol se ocultaba y sus rayos me despedían con una suave melodía, mientras las estrellas iban volviendo poco a poco, y la luna llegaba tejiendo un manto de noche tras de sí.
Entonces llegó la noche. Las estrellas en sus botellas de cristal brillaban desde la superficie del mar, como luceros perdidos que no encontraban la tierra prometida, que no encontraban donde descansar. Y yo, sentada al borde de la luna, los veía alejarse, cada vez más... "¿Encontraréis mi sueño? –pensaba- "Tiene que estar en algún lugar...".
Y allí que estaba en aquel momento, balanceando mis piernas al borde de aquella joya blanca, celestial, mientras el cielo, oscuro y silencioso, contemplaba al mundo dormir. Todos los sueños volvieron con sus dueños, despacio, temiendo no entrar rápido en sus mentes justo cuando topaban con las puertas del descanso efímero.
Recostada contra la media luna, dejé que la suave brisa nocturna me acariciase dulcemente, trayéndome retazos de aquel sabor marino que mis flores de mar habían dejado sobre las nubes. Pronto el cansancio también hizo mella en mi cuerpo, y recogiendo las piernas pegándolas al pecho, observé en una lucha ya perdida todo el mundo en descanso, mientras mis ojos se iban cerrando solos.
"¿Volverás a soñar con él?" –me preguntaron las estrellas-.
"Claro" –respondí- "Él es mi sueño roto. Y me ha abandonado, ya no está conmigo".
"¿Y no puedes... olvidarle tú a él?" –preguntó la luna-.
"Eso es lo que intento" –susurré, encogiéndome más aún en aquel cuerpo platino. Me sentía pequeña, muy pequeña entre tanta inmensidad- "pero hasta entonces, seguiré viajando y volando a otros lugares, olvidando, evadiéndome, hasta que logre recuperar algo de ese sueño. Me pertenece".
"Si tu sueño era libre... ¿Por qué se rompió?" –preguntó una estrella-.
"Porque nada, es como lo soñamos en un principio" –murmuré- "y no hay dolor más cruel, que soñar eternamente con algo que nunca, jamás, se hará realidad..."

Alhara

Relatos FM

Aventuras y desventuras del explorador Jiménez con J.

Primer aventurero gitano que intentó volar con Ryanir en su luna de miel



Su tío el patriarca nunca entendió qué necesidad tenía de hacer un viaje de novios y mucho menos de pensar en el avión como medio de trasporte. No conocía ningún gitano que hubiera estado a más de 10 metros del suelo y menos para realizar un viaje que se supone de placer.

Llegar al embarque ya fue una odisea, pero su primo se ofreció para hacer el trayecto que separa su pueblecito natal del aeropuerto más cercano. Le resultó muy chocante tener que desprenderse de su maleta y recibir un papelito de colores, casi llora al ver cómo la cinta se llevaba parte del ajuar de su tía, pero lo que si que no entendió es tener que pagar 10 euros porque su maleta pesara 15,121 kg, cuando el nunca ha pesado nada ni lo ha necesitado. "Qué jodio son estos payos" dijo él pensando que era otra escena racista más a lo largo de su vida.

El control de seguridad no duró menos de 21 minutos, porque quitarse el oro de 9 quilates que luce a diario le lleva unos 4 minutos de tiempo, el falso reloj de tamaño monumental 1 minuto, hablar con el guarda de seguridad y aceptar que se tiene que sacar las botas 5 minutos, entender que en los aviones no están bien vistas las navajas, aunque a él le guste pelarse la fruta con sus propios utensilios, 2 minutos y encontrar los botes líquidos de más de 100 ml que con tanto cariño había preparado su mujer y deshacerse de ellos 9 minutos y casi un conflicto interracial.

Tras la penosa aventura del control de seguridad simplemente tenía que encontrar dónde se accedía a su avión. Él tiene la tradición de nunca preguntar y las puertas de embarque de las diversas terminales suman 58 diferentes accesos a las aeronaves en aquel aeropuerto. Tras 25 minutos y 8,14 km recorridos vio en una pantalla Palma de Mallorca – Ryanair.

Se tranquilizó entonces pensando que ya estaba lo más difícil superado. Mientras se acordaba de los consejos de su tío cuando intentaba persuadirle de la idea de tomar un avión, anunciaron dos horas de retraso por razones ajenas a la compañía. No sabía que significaba ajenas pero imaginó que nada bueno.

A las 22 horas, tras ocho horas por el mundo desconocido escuchó Palma de Mallorca y Ryanair, y vio cómo más de un centenar de personas se levantaban a al vez con ganas de pegar a alguien. Decidió imitarles con su mujer. Tras 30 minutos de pie con una fotocopia que le había conseguido imprimir un primo que trabaja en la brigada del ayuntamiento, se puso cara a cara con un chico de unos 23 años con uniforme oscuro y pinta de chapurrear 7 idiomas.

Le dijo el joven que probara el tamaño de su equipaje de mano en un cajón, el pobre gitano lo intentó de todas las formas que las 3 dimensiones posibilitan, pero no lo consiguió.

El joven le dijo que tenía que facturar también esa maleta y que serían 50 euros de penalización. El gran explorador Jimenez con J sin pensárselo dos veces le soltó un puñetazo en toda la cara.

Él siempre había estado en contra de toda violencia en los conflictos entre familias pero aquello le superó. Le pidió disculpas en varias ocasiones, se puso a llorar y se volvió a su pueblecito pensando en los consejos de su tío...

Señor Corchea

Relatos FM

La culpabilidad escarlata



Inexpugnable realidad la que se resiste a mutar a pesar de tus esfuerzos por transformarla. Resiste a tus embates permaneciendo anquilosada en su propia verdad. Parece ser que no ha de devenir en lo que a ti, ególatra empedernido, te gustaría que en este momento fuese lo real. Se te desmorona la existencia, no tarda en hacerse añicos tu vida. Es la maldita culpa la que te carcome, la que paulatinamente se aferra en deshacerte. Esa culpabilidad escarlata que, cual sutil caricia, te recorre las palmas de las manos, las yemas de los dedos y hasta tus brazos; cálido carmesí que te ensucia y te estremece. Perplejo y febril, lleno de culpa y arrepentimiento, contemplas tu reflejo resquebrajado en ese líquido que se debate entre lo vital y lo tétrico. Poco a poco, viendo esa figura amorfa que sabes que eres tú fulgurado en tanta sangre, te convences que ni el agua más cristalina podrá limpiar tanta condena, tanto pecado. Pues no solamente ha manchado tu piel, también se ha calado por tus poros, ha invadido tu mente —la ha trastornado—, tu corazón y tu conciencia. Encarnas al perfecto culpable. Por más que te arrepientas, no arruinarás lo que para tu desgracia se ha tornado inexorable, no enjaguarás más que las lágrimas que se deslizan por tu rostro contraído. Quizá te asees las manos, pero nada más. No eres digno de purificación. Eres culpable. Fue un arrebato lo que te trajo a esta situación. Una amalgama de pasiones y sentimientos te impulsó a embestir contra la subsistencia. Ahora entiendes, mientras que el fatalismo y la inminente derrota contra la realidad te debilitan cada vez más, que pudiste haberlo evitado. Asediado por tus demonios optaste en ceder a ese brío pasional y destructivo que te llevó a actuar con desenfreno e imbecilidad. Cual vil megalómano te sentiste poseedor del derecho para decidir el día de la muerte de una persona. Asesino y criminal. Estúpido. Tu inmovilidad corporal contrasta con lo agitado de tus recuerdos, con el latir de tu corazón. Dentro tuyo prevalece el movimiento y la acción. Sin embargo, cada vez lo estático se apodera más de ti; el tiempo comienza a transcurrir con mayor lentitud. Tu respiración, antes agitada, comienza a perder fuerza. Sientes frío. Frío como aquel metal helado y asesino que hace unos momentos rasgó tejido, arterias y venas, que, con el daño y el dolor que ocasionó, imperturbable hirió y sentenció de muerte a un ser humano. Al lado tuyo yace el arma homicida, inerte, obscena, cubierta de la misma roja culpabilidad que te cubre de los codos hasta las manos. En recuerdos difusos e inciertos te ves a ti mismo pasando la yema de tu pulgar sobre el filo. Tenías que cerciorarte que iba a cortar, que iba a matar. Mas no recuerdas haber decidido jamás por cometer el crimen. En cambio te acorralan otras memorias de tu vida: tu niñez trashumante y ultrajada por la perversión de quienes se decían tus educadores; tus incontables fracasos adolecentes; tu primer encuentro con el semen y la sangre; tus eternas envidias y resentimientos durante la adultez; tus vicios y depravaciones; tu único amor; tu última decepción; tu avidez por arrancar una vida. Más frío. Se te comienza a complicar distinguir entre la realidad onírica y la verdad. Un último atisbo de esperanza. Empero no te equivoques, no estás soñando. La fatiga, la culpa y este terrible y veloz agotamiento son reales, forman parte de la temible vigilia. Todo comienza a helarse. Lo único que se mantiene cálido es lo que te cubre las manos. Esa culpabilidad escarlata persiste en darte calor, en recordarte tu cobarde fechoría. Esa culpabilidad escarlata te acompañará en lo que te quede de vida, cuando exhales el último aliento, en tu viaje hacia el infierno, en tu eterna penitencia. Nada podrá lavar esa culpa carmesí que además de haberte ensuciado para siempre te ha envilecido como ser vivo, quitándote la gracia de Dios y de los humanos, castigándote para toda la eternidad. Ahora estás consciente de que nunca debiste haber liberado a la culpa roja. La hubieras dejado cautiva. No obstante decidiste darle libertad con una burda y siniestra hoja metálica, otrora libre de pecado, ahora cubierta por la culpabilidad escarlata. Te conmueve verla a tu lado. Pretendes inútilmente repartir culpas con ella, ya que no hay sanciones para delincuentes inertes, solamente para los que delinquen en vida. Y tú, más vivo que ahora, delinquiste y por ello pagarás. Ninguna defensa te será válida. No importa que la decepción te haya inducido a cometer tan inhumano delito. A quien se encargarán de juzgarte —¡y su juicio será legitimado por la divinidad!— le serán indiferentes los frutos de esa decepción, aunque se haya tratado de una áspera aflicción, de un dolor intolerable, de una tristeza atroz. Eres una víctima más del amor. Porque gente como tú no debe amar, porque las personas como tú nacen condenadas a la tragedia, a la inferioridad, a las palizas, a las violaciones, a la dolencia, al vencimiento, a la congoja, a la violencia y al odio. Jamás fuiste merecedor a ser amado. Te trajeron al mundo sin amor, en ningún momento o instante fuiste amado; ¿por qué creíste que décadas después de que te concibieran sin deseo de concebir ibas a tener derecho a amar y ser amado? Podrás intentar argumentar, buscando las escasas fuerzas que te quedan, que después de tan lúgubre vida, de tanta injusticia cometida contra ti, te deberían perdonar por el crimen que acabas de cometer. Pero no. Yerras si crees que infundirás lástima en tus juzgadores —hombres de bien, hombres que tienen un lugar reservado en el Cielo—. Ellos representan a Dios, no lo encarnan —por lo que tú, sujeto impoluto y desagradable no verás misericordia en la sentencia—. Cada que cierras las ojos los pueden ver señalándote en nombre del creador, reprobándote en nombre de la Iglesia. Te esfuerzas en mantener los ojos abiertos, en respirar. Te desvaneces y medio te revuelcas en la culpabilidad escarlata, en tus orines y en tus heces. Y decides claudicar y sientes miedo y te invade el frío y comienzas a irte color carmesí y rojo y escarlata y te vas arrepentido y te fuiste siendo culpable. Oscuridad, silencio, paz, inocencia. Ya nada es real.

Arnulfo Nepomuceno