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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

El ciclista



La piel, desde niño, le llora sudor, la mirada se le precipita al infinito, si busca hipotéticas metas, y una epata más.
En este trazado, la vuelta pasa por su tierra, como en tantos otros; una sola idea lucha por vencer y gira alrededor  de su  encéfalo, lo golpea  hasta manifestarse una vez y otra: "hay que ser el primero...y llegar antes que...quedar cerca de, o mejor, delante de ..."
Estos, aparentemente estresantes,  mensajes de superación se repiten en cascada a cada golpe de pedal; donde araña ventajas al inmediato, prepara un ataque, inventa nuevas formas de resistencia, o se proclama guía de una escapada sorpresa. También cuando  persigue  un éxito tras otro, coronado, en forma de meta y liderazgo.
La tentación, siempre está ahí, debe ser el mejor tiempo en la general;  sin despreciar por ésta ninguna otra forma de   clasificarse, ni otras metas volantes, tampoco los confines de otros cronos.  Los premios de montaña, o contrarreloj, son la golosina que le arrulla y desea saborear dulcemente, los objetivos continuos  han sido su fuerte desde muy joven y su gran baza.
Miguel, un líder nato, brinca ante el honor de destacar humildemente sobre dos ruedas. Con la coreografía de su pedaleo repinta de arco iris las calzadas, con su vistosa equipacion alegra la vista y el latir de  tantas miradas como van a posarse, ávidamente, sobre su musculado cuerpo de moderno centauro; atléticamente entrenado.
La vuelta a España, este año y siempre,  rige su vida, con ella sueña y por ella entrena todos los días. Hoy mismo le han mostrado el trazado de esta emisión, y como la mayoría de las veces le parece perfecto para él.
Ansia tanto recorrer sus pueblos gallegos, las costas mediterráneas, el calor de Córdoba o el de La Mancha que, todas las etapas le parecen bien calculadas. Sabe, porque conoce la organización de cerca, de la profesionalidad de sus directivos y solo piensa, después de verlo, en recorrer las carreteras y llegar victorioso a la etapa final.
Ahora nuestro país se dejará dibujar con la sombra de su silueta, y, los caminos y calles, repletos de ovaciones, a su paso  se convertirán en cascabel de vítores. Miguel se sabe recomponer cada jornada, dentro de la serpentina multicolor del pelotón cuando avanza sincronizada por calles y avenidas. El clamor de las miradas de aficionados lo trasforma. Le carga las pilas, como les dice a sus compañeros.
Cuida su dieta y forma física con devoción de cofrade, respeta  la estética del asfalto que lo trasforma en  cada pedalada. Ilusionado Miguel se entrega al público y a este deporte, y desde niño como sus compañeros, alimenta el sueño de la victoria; y aunque el cuerpo no pueda más, sobre todo si  alza los brazos en señal de victoria se siente nacer de nuevo.
Este año le  impresiona  el ritmo de preparativos que adquiere su  ciudad; ya sueña con   la energía que siempre depositan sus paisanos a su paso, sus múltiples aplausos arropándolo y el calor de sus sonrisas. Son tantas las maniobras endemoniadas que hace desde joven por estos parajes, ¡tantas! echándole un pulso a la gravedad de sus rotondas y arcenes, primero por afición, después por deleite propio, luego impulsado por los seguidores de su club y cuando fue consciente de sus capacidades por su fuerza de voluntad y resultados; que las vibraciones de las vísperas  no pueden ser mejores.
Muy a menudo durante su trabajo  comenta con su compañero, amigo  y paisano Luis.
-Si ganamos hoy uno de los dos, la emoción que nos arrancan los vítores y palmas de tanta gente nos los repartimos; aunque haya que dividir nos dura hasta la próxima temporada; da gusto correr en nuestra tierra estos días y siempre, y que nos respeten las lesiones.
Miguel es líder en su equipo, cuando aparece junto a sus  hombres y circulan  todos  pegados a la tierra; apretados  a ella busca su rebujo, su fuerza;  es  tal la concentración que esto  le exige, que si la   rutina,  pertinaz, lo  invita  a su vera; no la escucha y  no deja de mirar el paisaje concentrado, intenta  conocerlo y engullirlo cada  kilómetro para acoplarse a él  mejor que la vez anterior.
−Así no me confundes y logro vencerte, le dice a menudo  a la naturaleza en sus largas horas de pedaleo.
Su amigo hace lo propio, tienen  trucos parecidos para dejar las horas difíciles  a un lado y enfrascarse en juegos distraídos. Ambos hablan con el duro asfalto, lo tratan igual que a un amigo; a pesar de   molestarles en ocasiones saben apaciguarlo, a él  le entregan todo en sus intentos y  logran dominarlo.
Sobre la marcha, aprendió a  controlar el dolor, a depurar la técnica, e impregnarse de ritmos y cadencias necesarias para no caer con los vientos o la fuerza centrífuga, y como no; a tener buen talante y sobrevivir a las emociones negativas cuando se presentan.
En su maleta, doblados y a la vista, el pasado presente y futuro, siempre  son guía junto con el esfuerzo. Al horizonte lejano lo hace  su referente. A la familia que lo aguarda, es su apoyo, le ofrece su cercanía y los mejores resultados.
La próxima carrera será mañana, comienza su nueva vuelta a España; y ya está disparada su ambición. Debe hacer acopio de todo su entusiasmo y entreno, sabe  que luchará alineado en carrera y en solitario, y deberá estar potente.
Miguel ya sueña; ve como  se enfila, cuan árbol pequeño y boscoso, enraizado en el suelo al lado de sus compañeros en la salida. Se ve escapado  en terreno llano y también en repechos. Removerá a su paso polvo y camino. No le importa, sabe buscar el refugio franco de la  sombra; en cuanto pueda circulará al abrigo del sol veraniego, que apasionadamente acaricia el rostro.
Su corazón de atleta necesita de este y de todos los cielos, incluso de los más tormentosos y fríos; también los calurosos y agobiantes le tallan la piel. Precisa a todas las nubes, y, a suaves y tormentosas, para conducirse hacia las orillas de las carreteras despierto y ágil, y perseguir la sombra del que se coloca delante de él.
Sabe calentar sus quimeras desde niño, igual que sus  piernas en calles empinadas; la áspera  distancia del destacado es alargada, agria, y áspera como sorbo de vino acido.
Con empeño disfruta la superación de la rivalidad, o busca la complicidad reconfortante del airecillo amigo ¡no siempre aparece! Si acude  a menudo el viento que le quiebra el talle, encorvándolo poco a poco. Ahí  le sale su raza, y tras esfuerzos extraordinarios  su resistencia innata. En buena lid lo  vence y doblega como si de brisa cercana se tratara.
¡Aunque son muchos los vientos, unos amigos otros enemigos que acechan,  no se deja minar! prodigios, desencantos, y cruces circundan y envuelven  a este hombre recio, golpeándolo en la cara con el firme propósito de probarlo o derrotarlo; él   tras un tiempo  de  intrincada  pelea desigual vence. 
En pocas ocasiones ha  caído o puede   parecer derrotado, le ayuda  el tesón y de nuevo lo yergue; se abraza a él como un niño,  y a otros aires menos crueles.  Miguel y sus compañeros parecen guiarse por luces encantadas de   lirios encendidos.
Los rincones de su espíritu: se forjaron en la lucha. En su esencia, cuando brota, se percibe la disciplina. Su naturaleza se santigua y alimenta  un compañerismo real, no aprendido, y poco común. Su armónico pedaleo, contagia y sintoniza el dial del  medio que los acoge, su cuerpo goza acoplado a él.
Si pierde el equilibrio, eso le supone gran temor, de nuevo   estudia el  reto del porqué, aún a  sabiendas  que no solo una mala maniobra tumba, el repique de  las ilusiones más calculadas también empuja.
La cruz de la falsa moneda a veces  rodea este deporte como el agua a la isla. Miguel, como otros ciclistas,  la conoce a través de los medios, y de casos reales sufridos por algunos compañeros, con ellos comparte inquietud y toda la zozobra que envuelve el doping.
No de su mano, sino cogidos del brazo de la justicia   se marchan ídolos; arrodillados en  los grandes pódium donde se desvanecen  sobre sus olvidados  pies de barro.
"El honor y la dignidad de un campeón es un prodigio, si se  desinflan, no se consigue fácilmente repuesto en los talleres del mundo". Comenta él a menudo cuando le tientan, como a otros, inquietos enemigos; presentándole ganar carreras de forma más "fácil". Si intervienen  substancias extrañas, inocentes  y milagrosas; aunque sean inocentes, entonces, dice no; y es cuando se siente más grande.

Cala

Relatos FM

CINCO DÍAS EN BRUSELAS



Es extraño como, de repente, tu vida cambia en un segundo y nunca volverá a ser la misma. En mi caso, ese cambio, se produjo poco después de salir del hospital. Me había golpeado la cabeza al caerme de una escalera, intentando cambiar la bombilla de la lámpara del comedor y me había quedado insconsciente en el suelo, hasta que mi marido me encontró y me llevó al hospital. En cuanto se me pasaron los efectos de la anestesia, y supe que estaba completamente bien, me di cuenta de  que tenía que hacer un cambio en mi vida, fue como una revelación, nada me llenaba y decidí cambiar eso para siempre.
Había pasado gran parte de mi existencia esperando a que llegara alguna cosa, algo que la hiciera emocionante y olvidé que, a veces, no hay que esperar lo que quieres, sino ir a por ello, y eso fue lo que hice. Durante años había viajado por toda España, Francia y Andorra, e incluso pasé unos días en Bruselas en un seminario sobre cultura europea al que asistí el verano antes de entrar en la universidad, pero siempre había viajado para contentar a los demás, a mis padres, a mis amigos o incluso a las parejas que había tenido en los últimos años. Nunca me había dedicado a mí misma, a sentir el placer de viajar donde y como quería, sólo por mí, por mi deseo de explorar el  mundo,  por mi disfrute.
Había llegado el momento, no tenía que esperar más, nada me retenía en Valencia. Estaba sin  trabajo, la relación con mi marido había ido de mal en peor desde que supimos que no podríamos tener hijos y nos estábamos tomando un tiempo para decidir lo que queríamos hacer con nuestras vidas. Esto era justo lo que necesitaba, un plan, una aventura y un destino. Busqué lo más rápido que pude en internet y el primer vuelo que salía desde Valencia era a Bruselas, lugar que para mí tenía un especial encanto, pues hice grandes amigos y tenía muchas anécdotas que recordaba con especial cariño. Cogí mi equipaje sin pensar, algo de vestir, algo cómodo, ropa de montaña, por lo que pudiera pasar, y algo de abrigo.
El vuelo duraba poco más de  hora y media, pero en cuanto me acomodé en mi asiento a las 6:30 de la mañana, no pude evitar acordarme de aquel viaje que había hecho hacía ya más de 15 años, cuando siendo todavía una niña cogí mi maleta y emprendí el viaje sola a Bruselas, como ahora estaba haciendo. Volví a sentirme como una cria y a notar la emoción de los primeros viajes, cuando no sabes lo que pasará y te sientes inseguro, pero feliz y más vivo que nunca. Había reservado la habitación en la pensión Notre-Dame du Chant d'Oiseau, una antigua Iglesia reformada, en uno de los barrios residenciales más tranquilos de la ciudad, donde se encontraban todas las embajadas.
El viaje, aunque era corto, se me hizo eterno, el aeropuerto de Bruselas es enorme y, si no lo conoces, tardas alrededor de una hora en salir. Así pues, me pasé el resto del día tumbada en la cama de la pensión, descansando, organizando mi estancia y poniendo al día mi francés, para poder comunicarme con el resto de la ciudad.  Decidí tomarmelo con calma, esa misma tarde visitaría la Grand Place, el Manneken Pis, el cual estuve buscando durante más de una hora hasta que me dí cuenta de que era ese diminuto  hombrecillo orinando en una esquina, y finalicé la jornada en Delirium, donde hay más de 200 cervezas,  probando una de las mejores cervezas belgas que conozco, con cierto sabor amanzanado, cuyo nombre soy incapaz de pronunciar.
El resto de días siguieron calmados y sin muchos altibajos, visité el precioso Jardín Botánico, varios de sus grandes parques, el Parlamento Europeo, el Atomium y los barrios más pintorescos de la ciudad, pero todo cambió el cuarto día. Me habían hablado muy bien de una pequeña catedral que estaba cerca del barrio chino y que decían que tenía un encanto particular, la catedral del barrio de Sainte-Catherine, del mismo nombre. Salí del metro, llegué a una plaza llena de rosas rojas y allí estaba, imponente y majestuosa. Observé durante un momento el precioso estilo gótico que la caracterizaba y, al bajar la vista, reparé en un detalle. Cerca de allí, a su izquierda, había un restaurante al lado de una tienda manga, Little Asia, decía el letrero y, entonces, lo recordé todo. Había estado allí antes, exactamente hacía 17  años y había conocido a su dueña, le hice una entrevista para el seminario que trataba sobre la inmigración en Bruselas que se retransmitió en la televisión Belga.
Entré al restaurante, una ancianita me recibió y me ofreció una mesa, me observó con detenimiento y pude ver en su ojos que se trataba de Qyen, la antigua dueña, ella no reparó en mi presencia pero yo recordaba a la perfección su historia. Venía de una familia Vietnamita que emigró a Bruselas cuando ella tenía todavía 14 años, había sido muy duro, pero  se había sacrificado año tras año por salir adelante. Me contó que sus unica posesión al llegar, era la ropa que llevaba puesta y que había vivido en un piso con otras tres familias. Pero Bruselas es la ciudad multicultural por antonomasia, con más de 180 etnias distintas, es el único lugar en el que no te sentirás un extranjero y eso hizo que Qyen se adaptara rápidamente. Era muy inteligente, trabajaba en un restaurante todo el día y estudiaba por las noches, a penas dormía, pero pronto su sueño de abrir una tienda manga se hizo realidad y a base de esfuerzo, logró construir un imperio. Años después, todos los restaurantes y tiendas asiáticas de la ciudad serían suyas.
Comí como nunca, estaba feliz, era mi último día en Bruselas, mañana volería a mi vida normal y se acabaría el sueño, y la había encontrado.  Ella me había enseñado que todo era posible y me había dado fuerzas, cuando yo era todavía una niña y se me había olvidado. Al pagar la cuenta vi un papelito con unas palabras garabateadas:                                        "Violeta, recuerda que si luchas, todo puede hacerse realidad. Sé feliz, siempre"

Vida Winter

Relatos FM

El rostro de todos los espejos



Cuando comienzas una pintura
es algo que está fuera de ti.
Al terminarla, parece que te
hubieras instalado dentro de ella.
Fernando Botero

Había pintado  de todo para sobrevivir desde que se graduara de la academia de artes plásticas: amaneceres, tambores, mulatas, Guevaras, autos, gallos, palmas ...Por eso, cuando aquellos estudiantes de diseño que visitaron la galería le cuestionaron sobre si poseía algún autorretrato, la idea le pareció sumamente lógica, y hasta lo emocionó . Durero, Monet, Rembrandt, Van Gogh..., todos los cásicos que tanto admiraba se habían dibujado alguna vez, ¿por qué no él?
Esa misma noche, en cuanto llegó de la galería, puso manos a la obra. Ordenó los pinceles, preparó el acrílico y colocó el caballete en el cuarto, frente al enorme espejo herencia de su abuela, y por el que ahora daba gracias a Dios de no haberlo vendido uno de esos días en que la soga apretaba de verdad.
Los trazos iniciales le resultaron raros. Rodeados por esa aura revitalizante del arte, casi inverosímiles, y sin embargo allí estaba, plasmando sobre el lienzo las curvas reflejadas desde el azogue. Lo primero que dibujó fue el prolongado mentón, luego continuó con los pómulos, el entrecejo y la nariz. Esa madrugada dibujó durante tres horas. También la que le sucedió. Para la tercera solo le restaba dar relleno a los ojos. En la cuarta, después de pasar casi una hora observando cada detalle, hizo una pequeña hoguera con olor a acrílico en una de las esquinas del patio. El cuadro le había parecido demasiado inexpresivo y falto de color. La madrugada siguiente, después de estirar un nuevo lienzo en el caballete, volvió a intentarlo.
Y otra vez creció la hoguera en la esquina del patio. Y otra vez volvió a preparar pinceles y acrílicos. Y otro lienzo ocupó el lugar del anterior en el caballete. Y continuó pintando la madrugada de su boda, y la del nacimiento de su primer hijo, y aquella en que su equipo preferido ganaba la serie nacional, y la que volvió del hospital después de rebasar un principio de infarto, y en la del entierro de su padre. Cada vez los rasgos del mentón eran más irregulares, el color de los ojos menos brillantes y los mechones de pelo sobre la frente se volvían más escasos.
Una madrugada, después de terminar el intento de autorretrato número mil setenta y cuatro, y observar muy de cerca, con los ojos casi blancos tras los espejuelos, cada detalle del dibujo, sonrió. Esa noche bebió media botella de vino acompañado con salchichón, y no hubo hogueras ni blasfemias. 
Al amanecer se dispuso a mostrar al mundo su obra maestra. Recién afeitado y con la camisa de ocasión planchada  impecablemente.  Auxiliándose de su bastón y la gentil cofradía de los transeúntes para cruzar calles y avenidas, se dirigió a cuanta galería, escuelas de artes y salones de exposición existían en la ciudad, para consultar a los pintores más ilustres y a los críticos más especializados.
De todos obtuvo la misma reacción, un comentario poco elocuente acerca de la técnica usada, una que otra sugerencia y  palmaditas en el hombro. Algunos, incluso, llegaron a subestimar su capacidad de escucha, y murmuraban apenas se había alejado algunos pasos que quién era ese viejo, que andaba por la ciudad con un lienzo donde solo se veía una mancha enorme, de color desagradable.

Mr. Hyde

Relatos FM

Caridad



De pequeña, mi madre me obligaba a ir con ella a misa de domingo. De nada servían mis muestras de fastidio ni mis fingidos dolores de barriga. Con la fe de mi madre no se jugaba. Cogida de su mano, y con la misma rigidez del lazo de mi vestido, llegábamos a la casa del Señor media hora antes para poder sentarnos en los primeros bancos. Y allí permanecíamos las dos, arregladas, perfumadas y silentes. Yo debía aguantar estoicamente la hora y media que duraba el sermón de Don Pascual, el cura de la parroquia. Un sermón cansino y repetitivo que me parecía eterno. No era justo desperdiciar una mañana libre de colegio escuchando una y otra vez los mandamientos del buen cristiano; pero no tenía a quién pedir que me librara de tal martirio, ni siquiera a mi abuela, que nunca pisó una iglesia. Mi madre era mucha madre, y en estos asuntos, más.
Después de la Eucaristía, tocaba orar, y yo aprovechaba ese momento para repasar en mi cabeza las canciones de moda que escuchaba por la radio. Movía los labios a ritmo de balada, y mi madre, embelesada, me acariciaba la cabeza creyéndome en plena conversación con Dios. Al acabar la ceremonia toda la gente iba abandonando el templo, menos nosotras. Entonces, mi madre me decía, Isabelita, cariño, ve a encender alguna vela y pides por los más necesitados. Mamá vendrá enseguida. Y mamá se iba con Don Pascual a la sacristía mientras yo me moría de miedo al verme rodeada de rostros compungidos y canonizados. A pesar de los sonidos que salían de la vicaría, solía quedarme dormida y soñar con aquellos santos mártires hasta que era despertada por mi madre. Pero hija, qué son esos gritos. En la casa de Dios..., discúlpela, Don Pascual, son todas las tonterías que tiene en la cabeza.
Volvíamos a casa a la hora de almorzar, y, después de bendecir la mesa, comíamos en silencio. La relación con mi madre era como rezar el rosario, los conflictos se resolvían en el interior. Isabel, ve a descansar y ponte a hacer tus deberes. Y yo, liberada, marchaba a mi habitación, que era mi verdadero templo.
Los martes y jueves mi madre daba clases de catequesis y llegaba tarde a casa. Yo me quedaba con la abuela, que criticaba el fervor desmesurado de mi progenitora, Dice que le da pena Don Pascual, que nadie le echa una mano en la parroquia, que al ser un cura nuevo no tiene la confianza de los mayores. "Toda buena obra tiene su justo castigo", ya lo verás, Isabelita. Que hay que tenerle compasión..., todo esto no son más que pamplinas! Me entiendes, niña? Compasión, compasión, dice tu madre. "Por la lástima entra la peste". Y yo, aunque no entendía entonces lo que querían decir aquellos términos, asentía mientras comía mi pan con chocolate.
Don Pascual empezó a venir a visitarnos. Venía los lunes. Me preguntaba qué tal me iba en la escuela, y me regalaba algún escapulario que yo escondía entre mis libros. Él, tan solemne, seguía a mi madre por el pasillo hasta la habitación grande. Después de los lunes, fueron los lunes y miércoles, y luego los lunes, miércoles y viernes. Así que casi toda la semana tenía a la iglesia conmigo.
Con el tiempo, cobraron sentido las palabras de mi abuela, y la peste entró en mi familia. Los vecinos empezaron a pintar la puerta de mi casa con palabras que no puedo pronunciar; las madres se negaron en rotundo que sus hijos siguieran yendo a clases de cristianización; y en el colegio, mis profesores empezaron a mirarme de forma extraña. A Don Pascual lo expulsaron y enviaron a un monasterio de clausura, y mi madre sólo se dedicó a llorar y a rezar. A pesar de los esfuerzos de mi abuela, nada pudimos hacer por ella. Dejó de hablar, de caminar e incluso de comer, y se abandonó a sus oraciones. Tuvimos que buscar un lugar de reposo que le concediera la paz que ella necesitaba.
Ahora, cuando el trabajo me lo permite, voy allí a visitarla. Me siento con ella y rezo el rosario. No quiero tenerle compasión por miedo a lo que venga, pero sí que siento una pena enorme por su tristeza.

Dona Sue

Relatos FM

El hombre de Chile



Ya no es torturador ni torturado. Las mazmorras donde se guardan los enfermos mentales en Chile no son menos miserables que lugares similares de México o Perú.
Una noche espesa, llena de fantasmas y de recuerdos. Yamil camina y reza:
-Nadie puede ser tú en mi vida. Ahora que no sé quién soy –murmura-, ahora tengo miedo de imaginar un crimen, porque sería capaz de cometerlo.
Le han dicho que quien no imagina atrocidades está expuesto a cometerlas.
-Ciego y desesperado, te he recreado con las partes de cada mujer que me ha impresionado; pero no te he puesto ojos, para que no veas lo que veo, ni tampoco brazos, ni piernas, ni cuerpo, ni imaginación ni labios ni sexo ni voz ni alma, para que no sufras ni puedas saber lo que pienso.
La noche es fatal, la determinación también, la fecha del año en curso (1976), la fagomanía que le prueba la inutilidad de su autocontrol, la persistente odiosidad que siente por mujeres como ella, ese tiempo de amenazas y de atardeceres al acecho, la tersura del arma que acaricia, su destino de permanecer más allá de su acto y de su irrefutable testimonio, otro tanto.
Una investigación que no me pertenece contiene estos episodios. Aunque parezca raro, creo no haberlos falseado.
Falta un dictamen competente en el que se dice que Yamil ahora se llama Jaime Morandé, pero que él no lo sabe. Nada me dicen sus conclusiones jurídicas y psicológicas que apuntan al Bien y al Mal como las dos únicas direcciones de todo pensamiento y de toda acción.
Creo que no es necesario apresurarse en la Negación o Afirmación de algunos hechos. Su complejidad nos permite la duda. Convencido de que la Historia no es como ocurre sino como se cuenta (y peor aún), como se escribe; 20 años después, me corrijo y sostengo: Los hechos ocurren, se habla o se escribe de ellos, nada más; después inventamos. Agrego que no creo en la Reconstrucción Académica del Pasado (pero sí en la posterior comprensión de su invento), y ahí sostengo que debemos ser rigurosamente éticos, pues creo que sólo nos queda la Literatura; pero en nuestra cotidianeidad, me parece casi imposible que en cada o en todo acto nuestro seamos éticos. Sin embargo creo (el verbo es determinante) que hay hombres éticos. Yo no, en el acontecer diario; pero sí, cuando trato de inventar; y sé que sólo soy ético cuando trato de ser ético. Es decir: me consta sólo el intento; nada más, no su práctica.

Este es el orden que les doy ahora a estos apuntes, a estos papeles que me han acompañado treinta años.

I) El lugar y algunos detalles
Karin y Mara brindan por los que no están. Chávez lee, pero cada cierto tiempo levanta la cabeza del Desafío Americano y las motiva. El maloliente bar de la Embajada está en penumbras. Morandé, tras el ventanal que da al jardín, observa. Son los únicos que están en pie; son los que se quedan. El resto, duerme o sencillamente descansa. Parten mañana: son diecisiete en total.
El jefe del CIME, en Santiago, vino por la tarde a comunicar la hora y los pormenores de la partida, y pidió que fuesen puntuales. En todo el territorio impera el Estado de Sitio. Fuerzas policiales escoltarán el bus que los llevará al aeropuerto.
Karin y Mara se acuerdan de casi todos los que no están. Cantan canciones de la época, con la desinhibición y la ternura estúpida de los borrachos. En sendos e inflamados discursos vuelcan sus pareceres del momento. Elogian con tristeza el pasado y coinciden en ver un futuro venturoso.
Chávez escucha, como un perro dormido, y espera, impaciente, como una hiena.
Mara, regordeta, militante y apasionada, se levanta la falda y se le sienta a horcajadas.
Karin mueve la cabeza; el movimiento no es reprobatorio.

II) Casi un episodio
Karin sale al jardín, y tambaleándose, por el sendero de las rosas que conduce a la piscina, habla cosas con la luna llena, cosas que se le ocurren a una mujer como ella.
Cerca de la piscina se sienta en una mecedora, se descalza y tienta el pasto. Se pone de pie. Observa la luna en el agua. Pisa fuerte y camina un poco. Se detiene y comienza bajarse los blue-jeans, con esfuerzo y algunos movimientos de cadera llega hasta las rodillas. Luego fácilmente se tira hacia abajo las braguitas. Se toca y se encuclilla. Su orina reluce como una lluvia de estrellas.
Del otro lado de las rejas, uno de los centinelas de la sección que hace la guardia de la compañía del regimiento que tiene sitiada la Embajada, da el santo a la noche que no le responde la seña. Luego pregunta en el lenguaje civil:
-¿Quién anda ahí? -Pero no obtiene respuesta. Vacía uno de los siete cargadores en un zig zag corto y ametrallado.
De la tienda instalada en las afueras de la Embajada salen sus compañeros que todavía no duermen y se cuentan viejos chistes y anécdotas obscenas. Le preguntan qué pasa... El centinela cuenta una historia. Los soldados vuelven a la tienda.

III) La suerte de Morandé
Karin parece un pez fuera del agua, con piruetas grotescas trata de ponerse en pie. Se arrastra y maldice. Se arrastra hasta quedar medio de lado, medio doblada, como si durmiera, como si fuera un feto enorme.
No es miedo lo que siente Morandé, sino una sensación, rara, de parálisis. Rodea la piscina y se acerca gateando; está muy cerca: no sabe qué hacer. Karin le pregunta:
-¿Dónde estás?
Un pensamiento de indigna comprensión lo obnubila. Sin contestarle, se estira, la alcanza, la tienta, la recorre y siente que su piel está fría y erizada, y no ardiendo como él se la había imaginado.

IV) Mera pasión
Detrás de Mara sale Chávez con sus modales de latifundista carajo. Se levantan todos. El griterío de las mujeres se oye desde lejos. Mara corre de un lado a otro, histérica.
Ni el enojo de Chávez ni las sabias palabras de don Tocornal logran calmar la situación. El dolor y la impotencia cunden.
Amadeo es el único que permanece frío al comienzo; pero Mara dice ciertas cosas y lo mira de cierta manera, que lo obligan a declarar que es capaz de todo.
Obra en consecuencia: va a la cocina. Uno de los que están ahí se burla de su comportamiento estúpido y cinematográfico, y declara que se trata de una simple calentura por Karin.
Amadeo lo deja hablar y cuando Orozco se distrae: lo cruza de lado a lado, entre el vientre y el abdomen. El cuchillo es vistoso, la sangre no menos.
Los otros, un matón de barrio con aires de intelectual y un mafioso de esos baratos, no se interponen en su camino.
Amadeo corre hacia la puerta principal de la Embajada, sale bufando como una bestia, alcanza el enrejado de fierro del frontis de la mansión, y le clava el cuchillo a un soldado. Nadie sabrá nunca cómo ni dónde.

V) Un paréntesis
(En la jerga militar, una escuadra son diez hombres, una sección se compone de tres escuadras; y una compañía se forma de seis secciones como mínimo y diez como máximo. Al mando de una compañía, habitualmente, hay un mayor, grado superior al de capitán e inmediatamente inferior al de teniente coronel. Pero esta vez, la Compañía está a cargo de un capitán que da la orden de rodear la Embajada y atacar.)

VI) La toma del inmueble
La toma del inmueble dura diecisiete minutos: cinco de fuego graneado, a discreción y avanzando; siete de resistencia, pero de esa resistencia del que arranca o se esconde; y el resto: un rápido reconocimiento del inmueble. Luego se cuentan las bajas. Ninguna entre los militares y sólo un herido con arma blanca, que en esos momentos está siendo atendido por el personal de emergencia del Hospital Militar, y, con certeza, ya declarado fuera de peligro.
Muertos, entre los huéspedes o agresores: veintiuno; todos perfectamente rematados.

VI) Conferencia de Prensa
El coronel a cargo del Regimiento al que pertenece la Compañía autora de los hechos, ofrece una Conferencia de Prensa; en ella, el alto oficial hace una imperiosa petición a los profesionales extranjeros para que cuenten la verdad que él relata. Un periodista alemán le pregunta por los rumores que circulan, respecto a que uno de sus soldados se habría asilado en otra Embajada. El oficial responde que sus hombres no son cobardes.

VII) Otra versión
Hace rato que Karin siente ruidos, que según ella provienen del jardín, está totalmente borracha; no se resiste y sale a ver qué pasa. Morandé espera un poco y la sigue. No está muy seguro de lo que ve, se acerca. No puede creer lo que ve: ¡Soldados en el jardín! Morandé vuelve. Chávez no le cree. Mara se agita. Salen. Morandé sube a despertar a los demás. Afuera ha comenzado el enfrentamiento.
Morandé y Saray van a la cocina a buscar cuchillos; pero don Tocornal ve con claridad lo que se avecina; les dice que huyan por los patios de las casas colindantes, que eso es más importante que resistir. Aceptan; pero Saray tiene otra idea.
Al centinela que está apostado casi a mitad de cuadra, al comienzo de los antejardines de la Embajada, Saray le salta por detrás, mientras Morandé lo distrae. Con un par de cordones de zapato lo ahorcan.
El muchacho es de la estatura de Morandé.
-Anday con suerte -le dice Saray; visten al soldado con la ropa de Morandé y lo tiran entre unas matas.
Rápidamente modifican el plan. Saray se sube a uno de los acacios que hay en la vereda, y Morandé le pregunta:
-¿Qué se siente cuando uno mata?
-Ganas de vomitar -contesta Saray.
-Entonces, ¡no te vayay a equivocar! -le dice Morandé mirando hacia arriba.

VIII) Un antecedente irrefutable
Yamil tiene miedo que de repente lo maten. Está esperando que vengan a matarlo.
Siente que lo llaman, que le dicen algo, no entiende qué. El otro centinela tiene la bayoneta calada y al hombro, le parece raro; se acerca, pero de uno de los acacios cae algo: ahora es uno de ellos.
Matarlos no fue problema, romper la ventanilla de uno de los autos estacionados en la Avda. Los Plátanos, pelar los cables del circuito eléctrico y hacerlo partir, tampoco.

IX) A Yamil nadie le cree
Mientras él se achicharra a pleno sol, ella se broncea en bikini. Yamil, a veces, olvida su nombre, mientras camina y reza:
-Odio los perros que no te consiguen, pero que algún día te lograrán, porque se nota que eres muy hembra, y sabes lo que haces, cómo te pones y dónde te tocas.
Para distraerse, Yamil se saca el casco y se limpia la transpiración. Ella lo mira impertérrita, con esos ojos grises o azules, con esos ojos metálicos, todos los días, siempre mira un punto fijo en la misma dirección en que él se encuentra: ella tiene una mirada larga e impenetrable. Aunque está prohibido, Yamil se saca las gafas obscuras y le mantiene la mirada hasta que le duelen los ojos; se la imagina cerca y le dice cosas muy duras a través de las rejas de la Embajada (más duras aún sin que ella pueda escucharlas). A Yamil sólo se le nota el movimiento de los labios:
-Algún día te voy a romper la mirada, te voy a estrujar el corazón, y así como los lobos se comen a los venados, así lo voy a hacer contigo, para que tus ojos tengan otra mirada y tu dolor llegue a mi corazón y tú no seas lo que eres ni yo lo que soy en este maldito verano reventándome, odiándome y odiando todo lo que me rodea.

Hasta aquí lo que soy capaz de mostrar ahora. Pensar, a partir de la duda es algo muy diferente que pensar a partir de una negación.

Briones

Relatos FM

EL JUEGO DE LOS VIERNES



   Como no sé qué te gusta leer, lo más sencillo sería escribir un cuento ingenioso: algo de misterio, un poco de suspense, una chica en peligro y un guapo detective que la salva en el último momento de las garras de un malvado muy feo. Pero eso suena tanto a película americana que desisto, me planto y salto en carrera hacia la calle a dar con otra idea.
   ¿Qué te parece la idea del juego de los viernes? Te la cuento.
    Imagínate dos cabinas de teléfonos antiguas; de esas con puertas en forma de biombos, las que costaban tanto de abrir, y que una vez dentro llegabas a entender lo que sufren los claustrofóbicos, esas personas a las que nunca llegas a conocer en tu vida.    ¿Te has dado cuenta la cantidad de gente que conocemos  por la imagen irreal que desprenden las películas: putas, claustrofóbicos, yonquis, perros que hablan y gatos que no saben su idioma?; y todo viene de la imagen que nos llega de las películas, y de la manera con la que nos lo han querido vender. Pero ese es otro tema. Vuelvo al juego del viernes.
   Las dos cabinas están separadas por unos ochenta pasos entre ellas. Justo a la mitad del recorrido hay una marca roja, en forma de cruz, pintada desde hace mucho tiempo. Para empezar el juego, dos contrincantes se colocan sobre la cruz roja. Se dan la espalda, mirando cada uno hacia su cabina, y esperan la señal de un juez sin ribete ni vitola, que les da la salida. Tienen que llegar a su cabina primero que el otro. ¿Por qué? Porque en la puerta de la cabina está colgada el número de teléfono de una chica desconocida por ambos contendientes y que va a convertirse en la mujer de la vida del que consiga quedar con ella. El juez da el pistoletazo de salida, además de dar el visto bueno a la chica con la que va a hablar el primer contendiente en conseguir línea. "Preparados, listos...ya". Esa es la típica señal de salida en el juego de los viernes, es entonces cuando cada contrincante sale corriendo hacia su cabina, abre de golpe la puerta de biombo y descuelga el auricular. Aprieta las teclas del número de teléfono de la chica y esperan. Evidentemente, el primero que llegaba a la cabina era siempre el primero en marcar; conseguía línea, hablaba un par de minutos con la chica y ya tenía una cita con ella. Mientras tanto, el que se quedaba en la otra cabina telefónica, a ochenta pasos del ganador, oía la señal intermitente de que su posibilidad de encontrar la mujer de su vida, estaba comunicando. ¿Te imaginas qué sonido escuchaba yo cada viernes? ¿O crees que tengo más pinta de ser el juez de la caza?
   "¿Y el cuento ingenioso de misterio, con chica en peligro y detective guapo?", me podrías preguntar.
   "Te lo cuento más tarde", te diría, por si te da por descolgarme el teléfono de esa cabina de los viernes y me dices que sí, pero es una idiotez, porque tú ya no me escuchas, ni me oyes, ni me lees.
   Ya sólo pensaba en el día de mi muerte.
   "¿Y cómo la conociste?", me podrías preguntar.
   "Pues la conocí en aquellos breves tiempos de impasse en el que no salía con nadie; en esos días en los que todavía no sentía la desesperación por conocer a alguien, ni tenía la necesidad de cortar con alguna chica que hacía poco tiempo que me había dado cuenta que no iba a ser la mujer de mi vida. La conocí, me llamó por teléfono y un año y medio después estábamos casados".
   Lo dicho, un tipo con suerte. Pero hay un día en que todo explota y decides que quieres cambiar tu vida: un bohemio solitario como yo, necesita su espacio vital fuera del matrimonio. Conocer más mujeres, quizás alguna como tú, y ser escritor de éxito y tener tantas experiencias que no necesites usar la imaginación para contarte un cuento diferente cada noche.
   "Uno de misterio y detectives guapos", podrías soltarme.
   "O de lo que tú quieras", te diría yo.   
   Al final pasará lo de siempre. Mi mujer tendrá la regla dentro de varias semanas. Habrá vuelto a abortar, se quedará sin niño y sus lágrimas estarán  a punto de inundar el parquet de casa. Ahora que la excusa es perfecta, no hay ningún motivo más para dejarlo correr. "Si no esta embarazada, cojo las maletas y me voy", me he repetido centenares de veces.
   "¿Y yo?", me podrías preguntar.
    La pregunta ofende, porque tú ya tendrás tu vida hecha, en la zona bien de cualquier ciudad más interesante que la mía. No te conformarás con un tipo inconformista como yo, que no tiene palabras: ni buenas ni malas. Ayer te iba a volver a pedir la dirección de alguno de tus puntos de Internet: el correo electrónico, tu cuenta de Twitter, el perfil de Facebook, lo que sea que nos conecte, y poderte enviar éstos escritos sin sentido. Pero me dirías:
   "Preferiría no hacerlo", y nos reiríamos de la sinceridad del  miedo.
   "Y luego dicen que soy un tipo con suerte", te diría, con tu sonrisa a punto de inundarlo todo.
   "¿De qué?"
   "¿De qué, qué?"
   "¿De qué inundaría mi sonrisa todo?"
   Ya no importa. Me agobia pensar en el día que decida marcharme de casa. Porque ese día tendré todo el tiempo del mundo para no hacer nada. Absolutamente nada, y así se me acabará la buena suerte, el negocio del libro inacabado, las ganas perdidas de leer y las ideas se convertirán en problemas vecindarios, en pago de recibos: agua, luz, gas, teléfono, gasolina del coche, papeles a hacienda... Un sinfín de problemas que ahora no tengo. Entonces, ¿para qué narices quiero largarme de casa y separarme de mi mujer? Ni yo sé la respuesta. Tendría que escribir el libro de la rutina.
   Paso uno. Un viaje por trenes de cercanías de toda España. Viviendo del sustento que da la falta de espacio vital en donde asentarse. Y entonces, ¿dónde dejo todas mis cosas: los libros, los discos, la ropa que jamás me pongo? ¿Dónde dejo esas cosas que están ahí y nunca volveré a tocar con mis dedos? Eso será el secreto del escritor viajero. Alquilar un piso de treinta metros cuadrados y vivir en un apartamento de película.    Segundo paso. El tipo con suerte se va a vivir a la gran ciudad. Se pone una circunstancia tope que lo haga escaparse de esa ciudad y moverse a la siguiente.: "Estaré viviendo en ésta ciudad hasta que consiga llevarme una chica a la cama". Justo en el momento de conseguir la hazaña, se irá a otra ciudad grande. Pongamos de ejemplo que el protagonista se va a vivir a Barcelona; en el casco antiguo, con los moros, los pakistaníes, los indios y sudamericanos. Allí conoce una chica con la que consigue llegar al orgasmo. La conquista en la calle, sentado en una cafetería poniendo cara de escritor inspirado. Después de la conquista se dice que ya tiene finalizado el primer capítulo. Cada capítulo acabará con el polvo con la chica en esa ciudad. Tampoco importa mucho si la chica es de la ciudad, o una turista en busca de sexo extranjero. Lo consigue y se va. Siguiente parada: Madrid. En la capital de España busca un nuevo piso de treinta metros en el que vivir hasta la siguiente conquista. Y, ¿de qué va a vivir mientras no consigue fornicar? Trabajará de lo que encuentre; aquello que nadie quiera hacer. No le importa ser camarero, repartidor de pizzas o secretario general de un nuevo partido político. Se deja crecer el pelo y se ve tan guapo que no desea volver a casa, en donde su mujer —ex mujer, ya— sigue sin quedarse embarazada. Luego vienen otras ciudades de fuera de España. Recorre Europa en un más difícil todavía. La solución es buscar la fealdad en las ciudades a las que se quiera marchar enseguida. Cuánto más le guste una ciudad, más guapa ha de ser la chica con la que se vaya a la cama.
   Y, ¿realmente esto puede considerarse una buena idea para mi futuro?

KOALA

Relatos FM

BODEGÓN



Caminando. Los tomates, con su reluciente lifting, están a rebosar de vida. Ajenas a su encajonamiento, las cebolletas, con su largo y ecologista peinado, parecen querer convertirse en diamantes redondos y lisos, muy blancos. Es el olor lo que conmueve a su espíritu esta mañana de mercadillo, y el pasear admirando la forma, color y alma de las hortalizas y de las frutas, bellas imágenes que motivan sus pensamientos e impulsan sus pasos, le alegra el día.

-   ¿Usted, señor, se hace preguntas?
Se le queda mirando, conmovido quizá porque un joven le hablase. No le contesta, y me gusta que no lo haga: demuestra que es reflexivo. Un anciano reflexivo aparenta aún más ser un maestro, un filósofo.

Las formas siguen danzando, contoneantes y centelleantes. Las brisas del campo que reciben estoicas las escotadas de los dedos ávidos de ofertas, que sufren el agobio del látex de las bolsas en las que son embutidas, brisas perfumadas hechas prisioneras, luchan contra el olor de la humanidad que las respira, y que respira siempre, en todo caso, aires mezclados, que a veces huelen bien, a veces huelen mal, pero que en cuya composición brilla siempre el matiz del dulce y de las lágrimas de sonrisas pasadas, venideras y soñadas. A veces lo gratuito, como el oler, como el aspirar la sonrisa de un rostro, ayer en un recuerdo, mañana en un sueño y hoy, en un beso, lo es todo.

Las señoras en el mercadillo luchan por una parcela de espacio. Quizás para poder respirar mejor, para dar fuelle a los pulmones, génesis de la voz, para hacer acopio de fuerzas y poder intimidar a los fruteros, labrarse una reputación de clienta de respeto, con el pecho hinchado como una gallina caponata, la reina del corral. Los señores están cerca, encorvados, con la osamenta sumisa al peso de las arrugas, comentando cosas sabias sobre el tiempo, las estaciones, los tomates y las cebolletas, pero ya no engañan a nadie, sus ojillos hundidos les delatan y me gusta observar cómo, simulando permanecer distantes a la s trivialidades de un día de mercadillo, miran con cariño y con una devoción extraña, a hurtadillas y deprisa, a sus mujeres, a sus señoras que señalan la fruta sin sentir en su cuerpo, o seguramente sí, la mirada acuosa llena de amor de sus viejos.

Hay otras bolsas también asfixiantes, a veces también de látex, que de todo hay, pero que no ahogan vegetales sino miembros humanos. Es un día de calor y de luz, y las mujeres y hombres se visten como buenamente pueden o quieren, como es natural. Los traseros de las mujeres, que abundan, parecen querer escapar de su oneroso destino: hay resquicios de luz por los que casi lo consiguen, a veces abiertamente lo consiguen, desparramándose aquí y allí las lorzas trémulas, coronando de carne el cinturón, sin ir más lejos. En muchos hombres pasa lo mismo, pero no se les ve directamente. Lo que sí se adivina son sus barrigas gorilescas, se palpan aun en la distancia, es la hinchazón de sus estómagos preñados de buen comer y buen beber, a veces, y de buenas siestas, y de buenos partidos... y de los buenos años de la vida, qué narices.
Son gentes que confían en los buenos ojos del vecino, y destilan una gracia despreocupada para andar y posar. Son felices, a pesar de todo, a pesar de su gordura, su fealdad, su sudor, en ocasiones su indecencia (diezmando armarios adolescentes), pero son felices, confiados y despreocupados, y por eso son también bellos. Y pasean arrastrando sus buenos tipos y delicados cutis, sobre sus chanclas, exhibiendo su luz y su aroma, y contribuyendo al perfume de una mañana de mercadillo.

-   Joven, ¡qué pregunta!
Me alegra ser correspondido. Me alegra que la brisa no se haya llevado mi pregunta. Y me siento bien siendo parte de ella, de la pregunta y de la brisa.

Cornelius

Relatos FM

Dos direcciones para la misma calle



Sus dedos acariciaban las cuerdas de la guitarra. Sus manos zurcían una vieja canción de Rock & Roll. Ella no paraba de sonreír. Miraba a un lado y a otro. Quería gritar al mundo que aquel chico de sonrisa tímida, del don de la música, del gran corazón, era su novio.
Hace tiempo que Marta había dejado de creer en el amor. Ella se limitaba a ser una más de las chicas que transcurren calles abarrotadas de la ciudad. Entre libros y sus gafas de pasta azules contemplaba el mundo en todo su esplendor, hasta que el 1 de abril volvió a nacer. Olvidó el daño que le habían hecho para enamorarse de aquella chica con la que se acababa de chocar en la calle. Para pender de aquella sonrisa, solo de un hilo.
Él siguió tocando, él sentía por sus venas esa droga llamada música. Él sentía aquella adrenalina de la primera vez que tocas frente a un gran público exigente. Él tarareaba su canción mirándola a los ojos, imaginando que la guitarra era su cuerpo, que en cada sílaba del estribillo besaba a su niña. Su reina del sur.
Marta era una chica tímida, pero simpática. Poco lanzada y risueña, de ojos color melón. Miró fijamente a la chica que le había ayudado a recoger sus libros, tenía los ojos color atlántico, mar intenso. Era de su estatura. Los cabellos en un tono dorado arrebatador. La chica dibujaba una perfecta sonrisa levantando las comisuras hasta el punto en el que se le dibujaban dos hoyuelos en sus mofletes. Marta quería besar aquella sonrisa toda la noche. La chica se disculpó y cuando estaba a punto de marcharse en dirección contraria, Marta la agarró del brazo, se ajustó las gafas con su dedo índice y le pidió el número de teléfono y el nombre.
Carolina saltaba, reía y gritaba su nombre. Carolina bailaba y al mismo tiempo tarareaba aquella canción que tantas veces había escuchado. Carolina sonreía a aquel chico y al tiempo pensaba que aquello debía ser un sueño. Carolina miraba a Diego en su silla, sus miradas se cruzaban y saltaban chispas, sus miradas se cruzaban y la complicidad llenaba la habitación.
Sara. Se llamaba Sara. ¡Le había dicho como se llamaba! ¡A ella! Marta andaba por las calles de otra forma cuando volvía a casa. Ya no se dejaba pisar. Aquella chica le había dedicado una bonita sonrisa al mismo tiempo que con su dulce voz había acariciado su nombre. Luego se había acercado a ella y le había dado dos besos. ¡Cerca de la comisura de los labios! Estaba deseando llegar a casa para decirle que aquel número era el suyo con un Whatsapp, como le había pedido. Tenía que encontrar alguna forma de volver a verla sin parecer desesperada. Necesitaba volver a ver aquella sonrisa.
Tras tres minutos y medio de melodía, acabó la canción. Todas las chicas aplaudían. A lo mejor no tanto por su talento como por su belleza. Diego era un chico dejado, llevaba siempre el pelo revuelto y un poco de barba, aunque a él le quedaba bien. Tenía unos ojos oscuros. La noche comenzaba con ellos. Sin embargo, lo que más atraía a las chicas era su sonrisa. Una sonrisa tan imperfecta como él, pero dulce. Diego sería de las pocas personas que no sabía sonreír. Hasta que llegó Carolina con desparpajo y sinceridad, hasta que le besó por primera vez dibujando una sonrisa. En ese momento se dio cuenta de que quería repetirlo todos los días de su vida.
Ya había llegado a casa y se había lanzado hacia el teléfono. No quería parecer desesperada, pero tampoco podía esperar más. Debía ser atrayente con sus primeras palabras, quería volver a hablar con ella, conocer cómo piensa, conocer sus ojos, sus gestos, su cuerpo y sus secretos. Quería ser la persona con la que se pone y se esconde el Sol para ella. Quería tener gancho pero no parecer la típica ligona que le tira los tejos a cualquiera. Porque ella no era así. Cuando llegó el momento se conectó y Sara estaba en línea. "Hola :) Soy la patosa de los libros.", le escribió. Ella contestó "Genial. Guardo tu número." y un emoticono gracioso. Pasaron diez minutos en línea ambas. Marta se rindió y cuando iba a desconectarse, a salirse de la aplicación, Sara le escribió: "¿Te gustaría tomar algo conmigo algún día?". Marta casi se cae de la silla donde estaba sentada. ¿Sería una cita?
Diego bajó del escenario y después de sacarse fotos con algunas fans, llegó hasta su chica favorita en el mundo. Le agarró la barbilla entre su dedo índice y el pulgar y la besó con una ternura desgarradora. Todo el mundo se volvió a mirarlos. Eran el símbolo del amor. La pareja que todos querrían ser. Era la suma de confianza, risas, respeto, amor y amistad. Cada uno representado por un dedo de su mano y cuando las juntaban la magia surgía alrededor. La habitación se llenaba de esperanza por encontrar del amor del que hablaba Platón. En el que las almas se enamoraban y ascendían juntas. Se complementaban. ¿Y qué es el amor sino es eso? Apreciar a la persona, complementar los defectos que tiene, ayudarse a ser mejor el uno al otro, hacerse sonreír a cada segundo que pasa, porque el tiempo corre, vuela y, en ocasiones, pone a cada uno en su sitio.
Marta se incorporó. Tenía que contestarle, antes de que pensase que hablaba con otra."Sí. Por supuesto, sería un placer". Sara le respondió con un emoticono muy feliz. Marta tenía que concretar la hora y el lugar o se convertiría en una de esas "citas" que nunca tienen fecha ni hora.
-   Si te viene bien la semana que viene estoy de vacaciones. No trabajo.- le puso seguido de una carita feliz.
-   Claro. ¿Te viene bien el lunes a las 7 en el Starbucks de Callao?
-   Genial. Allí nos vemos pues.
-   Estoy deseando volver a verte. - le contestó Sara, arriesgándose y con el sudor inundando sus manos.
-   Yo también. - contestó modestamente.
Tras toda aquella oscuridad dentro del local, apareció una chica con paso determinante, cabellos cobrizos y el maquillaje difuminado por toda la cara. Había estado llorando. Se acercó a aquella pareja rompiendo su momento y le gritó improperios al chico que solo negaba y miraba con los ojos como platos a aquel huracán que estaba a punto de destrozar su vida. Carolina no sabía que creer y entre sollozos abandonó aquel rincón del mundo donde acaban de poner dinamita en su corazón y lo habían hecho volar por los aires. Diego sintió un vuelco en el corazón.
¿Qué querría decir con aquello? ¿Era una indirecta? Solo quedaban dos días para el lunes y Marta se moría de ganas por que llegase. Se estaba ilusionando y ella lo notaba. Eso era un problema porque tal vez a la chica no le gustase ella o simplemente no le gustasen las chicas, pero sus indirectas eran claras. Quería averiguarlo y no podía esperar más. Tampoco podía llegar y preguntárselo directamente. Así que pensó: ¿por qué no preguntarle si tiene planes hoy? Parecería desesperada, pero si no le gustaba era mejor averiguarlo cuanto antes, el disgusto sería menor. Así que abrió el Whatsapp y le habló.
El amor y la confianza son como un jarrón de cristal muy fino. Cuando se cae, cuando se rompe, no se puede volver a pegar. Diego había estampado el suyo contra el suelo, contra el pico de una mesa. Lo había tirado una y otra vez hasta que habían quedado finos hilos de cristal magullado. Ambos estaban destrozados. Diego sabía que no sería fácil arreglarlo si alguna vez Carolina se enteraba de lo que había estado haciendo cada vez que decía que iba a ensayar estos últimos meses. Diego había estado saliendo con aquella chica, viéndola, haciendo una vida de pareja normal, porque su padre era el dueño de una discográfica y le había prometido grabar un disco y contratos sustanciosos. Pero, ¿valía su amor por Carolina tan poco? Con el vacío que sentía en su pecho en aquel momento estaba claro que no. Ni la música conseguía llenarlo.
Marta estaba llegando a la puerta del Starbucks, en Callao. Había cogido un taxi para poder llegar a tiempo. Menos mal que lo había conseguido. Y allí estaba ella, con un moño recogido, unas gafas vintage y su sonrisa apuntándole directamente a los ojos. Se habían cambiado las dos de ropa. Pero Sara había pegado un cambio radical. Marta estaba totalmente de acuerdo en que estaba mucho más sexy así. Representaba la unión entre sensualidad e inteligencia. Se acercó con paso firme y decidido. Se saludaron.
-   Hola. - dijo Sara acercando sus labios a las mejillas sonrosadas de Marta.
-   Hola. ¿Qué tal?
-   Ahora mejor. - dijo acunando las palabras en su lengua de seda y guiñando su ojo derecho. No dejaba de mirar a Marta a los ojos, lo que a ella le ponía muy nerviosa.- ¿y tú?
-   Si soy sincera, nerviosa. - dijo Marta dudando por su incipiente sinceridad.
-   Pues, tranquilidad y paso a paso, ¿no? Vamos dentro. - dijo cogiendo de la mano a su nueva amiga.
Diego caminaba de un lado a otro de la habitación. Pensaba en una forma de recuperarla cuanto antes. Cuanto más tiempo pasaba más se alejaba de Carolina. Había apagado el teléfono móvil y aunque había ido a su casa, Carolina no estaba allí o se había encargado de esconderse muy bien. Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Carolina estaba sentada en un banco que había en su puente favorito. En ese puente había dado su primer beso a Diego. No sabía que pensar... y estar en un puente solo le proponía una situación inadecuada. Había considerado toda su vida egoístas a las personas que cometían ese tipo de actos, así que ella no cometería ese error. Cogió el teléfono e hizo unas llamadas. Minutos más tarde, a un kilometro de ese puente se oía: "Última llamada para los pasajeros del vuelo 2371 destino a... ¡Oiga! ¡No puede entrar aquí!... ¡Carolina! Te quiero. Perdóname. Déjame explicarte. No te vayas, por favor". Y se oían unos sollozos de fondo, seguidos de un portazo y el aeropuerto volvía a su normalidad.
Ya habían pedido sus frappés sabor vainilla y sabor chocolate. Ambos con nata. Marta estaba muy nerviosa. Apenas atinaba para poner el vaso sobre sus labios. Bebió un gran sorbo de chocolate y se quedó un poco de nata en la nariz y en las comisuras. Sara la miró divertida. Se acercó y con miedo, pero determinación, con el corazón en el puño de aquella chica, la besó quitándole los restos de nata de los labios. Arroparon sus labios con los de la otra. Luego besó su nariz y mordió ligeramente la punta.
Carolina escuchó su nombre, sus gritos, su desesperación y acompañada de ellos se subió en el avión que le llevaría a su próximo destino. Le llevaría a una nueva vida que se vería obligada a construir en Madrid. Jamás volvería a ser capaz de arriesgar tanto en una relación. Jamás supo lo que volvería a ser amar ciegamente. Jamás volvería a oír aquella canción.
En Madrid, al mismo tiempo que Carolina subía a su avión llamando por teléfono, Marta y Sara se abrazaban y se besaban. Vivían su amor puro, sin edulcorantes ni colorantes. Sara acariciaba el pelo de Marta cuando en la mesa, al lado de su frappé de vainilla y nata sonaba el móvil. En la pantalla aparecía "Carolina llamando".

Una pluma traviesa

Relatos FM

BESOFOBIA



La fobia se caracteriza por ser un miedo intenso, desproporcionado e irracional. Hay tantos tipos de fobias como objetos existen que puedan inspirarla: fobia a volar, a las arañas, a los payasos, a los ascensores, a los perros, a los gatos, al color blanco, al color negro, fobia a las verduras, e incluso fobia a los políticos (no confundir con manía o asco). Pero Xavier estaba convencido de que tenía la peor fobia que un ser humano pudiera padecer: la fobia al beso.
La "besofobia", como él la llamaba, le ocasionaba serios problemas para mantener relaciones duraderas con personas del sexo opuesto, ya que cada vez que alguna de las parejas que Xavier había tenido a lo largo de su vida intentaba besarle, la reacción más comedida que podía esperarse de él, era que huyera despavorido.
Harto de su problema, Xavier decidió recurrir a un psicoanalista de reconocido prestigio, el cual estableció el foco del origen del miedo de su paciente en el primer y único beso labial de éste, ocurrido durante su infancia temprana. Gracias a una sesión de hipnosis regresiva, Xavier logró recordar que durante un soleado día de guardería cuando sólo contaba con cuatro años de edad, una pelirroja niña pecosa y desdentada le abordó por sorpresa plantándole un inesperado a la vez que placentero morrazo en la boca. Cuando ambos se separaron, el pequeño Xavier contempló atónito cómo la niña comenzaba a llorar sin sentido, histérica, y la cuidadora, dictaminando que él había sido el culpable del llanto de la cría, le castigó de cara a la pared. Para más inri, al llegar a casa, la madre de Xavier advirtió que a éste se le había caído un diente, y esa noche, los llantos de desolación no dejaron dormir al pobre Xavier, que estaba convencido de  que acababa de pasar por el peor día de su corta existencia.
Finalizada la sesión de hipnosis, Xavier, aconsejado por su psicólogo, decidió que debía enfrentarse a su traumático pasado para superar la fobia, así que volvió a la guardería de su niñez y rebuscó entre los archivos de la misma hasta dar con la foto de la niña pecosa y la dirección de sus padres, quienes facilitaron a Xavier la localización actual de su hija después de que éste se entrevistara con ellos.
Cuando Xavier por fin se reencontró con Susana, que así se llamaba ella, comprobó fascinado cómo la niña pecosa se había convertido en una bella mujer que además de tener todos los dientes en su sitio poseía una preciosa sonrisa. Xavier le contó la historia, haciendo que Susana, del mismo modo que había hecho él, reviviera aquel suceso perteneciente a un pasado también olvidado para ella. Cuando Xavier le preguntó el motivo de su llanto su respuesta fue: «Al separar mis labios de los tuyos, observé aterrada cómo se te caía un diente, y pensé que había sido por culpa de mi beso. Desde entonces, yo tampoco he podido besar nunca a nadie».
Xavier respiró hondo al oír aquellas palabras, permaneciendo durante un instante pensativo. Y tras su reflexión, miró a Susana a los ojos y se decidió a invitarla a un café.

David

Relatos FM

EL GLOBO DE ALVAREZ



Nos cepillaba hasta la médula.  Cada historia que contaba. Era como una operación a cerebro abierto porque al dar detalles si no entendías te decía: "muchacho usted debe tener algún problema de olvido, originado por un mal funcionamiento glandular a la altura del hipotálamo. Sugiero que asista cuanto antes a ver a un profesional de la siquiatría para que le revise el tapizado de la silla turca..." Impactaba con esas definiciones categóricas. Nosotros no entendíamos ni  jota de lo que nos decía. Pero, si lo interrogábamos a fondo con suavidad y cultura. Sonriente explicaba: "algún problemita menor con la glándula hipófisis hay que controlarse".
Los chicos reos del conurbano bonaerense que asistían a esas clases, aprendían algo más que reparar limpiaparabrisas para submarinos. Mágicamente, jugando, agrandando, enseñaba. Elevaba, el vocabulario el profesor para que nosotros comprendiéramos nuestras básicas limitaciones. Te descolocaba cuando preguntaba: "Cómo tiene la pituitaria hoy?   Señor, basta de bromas." "Dónde está, cómo es la pituitaria" Interrogaba feroz...Imponía el respeto... Y con esa acción lograba un silencio total. La clase era un  páramo. Un cementerio. Y  te daba el mazazo final para levantarnos la autoestima. La terapéutica indicada para el analfabetismo crónico que padecen, debido a un abandono  pituitario primario y elemental, es simple, es el estudio. Busquen...  Agarren,  el  mata burros. Vayan  además, del baño, al diccionario, de la Real  Academia  Española, que pule y limpia los errores. Aprendan!
Lean por favor!  Agarren los libros que no muerden.  Que piba linda se enamora de un hombre tosco y mal hablado?   Sin estudio. No hay progreso. Contundente Arquímides.  Si no entienden su propio funcionamiento cómo vamos a reparar  un  dínamo. Lo primero que tenemos que saber es que tenemos, cómo somos. Qué tiene un dínamo?  Para qué sirve? ¿Cuáles son sus partes? Brillaba.
Andaba  a los saltos porque sumados a los continuos exámenes que le llevaba su carrera de ingeniería, corría de un lado a otro asesorando cuando político se cruzara en el camino.
Pionero espectacular de cuanta novedosa actividad se desarrollaba, él, se prendía como" tucumano al bombo". Le gustaban las actividades donde podía desarrollar sus faces actorales.. Bailaba, cantaba y monologaba....Había comenzado con una gente allegada al instituto Di Tella, con el café concert. Ya también, experimentaba y recorría la noche contando historias terribles... Actuando  e interactuando con el público. Se llegaba a enfrentar con cruces verbales de alto vuelo.  (El cronista, hace gala de un trabajo de escribano para dar fe que lo vio actuar en una sala, donde le arrojaron una silla, al contar la historia de amarillo, que tiene un capítulo aparte.)
Esa noche de viernes, para encontrarnos con los muchachos aterrizaba en la escuela nocturna y me prendía en las clases del profesor  que se agrandaba cuando venían visitas y tiraba historias a quemarropa para darte en el centro de atención al cliente. Era como un o8oo de vanidades...
Señores los tiempos bien cambiando en forma vertiginosa. Lo que ayer era el boca a boca. Hoy ha sido devorado por un monstruo terrible que es la propaganda publicitaria. Nadie puede triunfar por mejor que sea. Sino tiene su respectiva campaña armada. Hasta para hacer política se necesita propaganda. Un estudio previo. Un lanzamiento no es tan simple. Horas, que digo horas, semanas, meses de preparación. Nada puede estar librado al azahar...Para que entiendan mejor de lo que estoy diciendo les contaré este episodio que tuve la suerte de promover. Arrancó y agarrate Catalina!
"Mi temporada en Villa Gesell, haciendo todas las noches dos  actuaciones de café concert,  eran espectaculares!   Me divertía, ganaba mis buenos pesos, no gastaba y era el centro de atención permanente.  Eso  posibilita elegir simplemente buenas compañías. No se puede andar siempre en solitario. Hay que ser solidario. El buen compañero reparte. Hay que ser sociable, entrenarse para ser agradable... y entrador como jeringa de hospital...Todo lo demás, cae por decantación...
Termino mi monólogo y se me acerca a la barra Cacho Alvarez. El dueño de una compañía de micros de larga distancia de la zona norte de Buenos Aires. Estaba arruinado. No lograba catapultar a la empresa que era devorada por firmas más importantes. Me explicó el tema. Cuando terminó le dije que yo tenía la solución para su problema. Cuánta plata tenéis  disponible ya, tres mil mangos  dijo tímidamente  Álvarez; y el profesor más veloz que  el negrito Ben Johnson, le manoteó la" rosa mosqueta" y las llave de su cupé  gtx.  Dámelas, mañana al mediodía 105 y playa Cacho. 13 horas clavadas va a comenzar tu despegue. Con lo manoteado, huyó como despavorido para Lomas de Zamora .A la casa del tano Pino un fabricante de globos de plásticos tipo Nívea, vieron...  Lo desperté a esos de las siete de la mañana, llegué en tres horas. Venía en el aire. Con el  ventile te, abierto para que el sueño no me sorprendiera y prendido al volante como huérfano a una teta...
Lo encaré  y le dije que me hiciera al toque. Un globo gigante de toda esta plata... Color blanco. Con letras verdes. Que dijera simplemente, y bien  grande:   A  L  V  A  R  E  Z    H  E  R  M A  N  O  S                        TU MICRO JOVEN   SUBITE
Ma vo esta loco dijo el tano.  –mará que hora é!
Cachá la guita y hacedme el globo más grande que antes del mediodía ya tiene que estar enjoyando el cielo de la playa en Villa Gesell.
Obedientemente, el itálico artesano, realizó el pedido que quedó; chiche, bombón ¡Previamente,  antes de partir, el sonriente Arquímides, se comunicó con Álvarez, telefónicamente.  Solicito  que le trajera, que le arrimara, 30 metros de cadena y uno o dos tubos  de oxigeno. Lo que consiguiera antes del mediodía.  105 y playa Cacho. Cortó.
  Con los deberes hechos, emprendió el regreso rutero. Desayunó pasando por Atalaya a las 10hs.20minutos treinta y dos segundos. Paró veinte minutos y retornó a la ruta. Desayunado, duchado y fresco, como una lechuga, recién cosechada, viajaba,  al encuentro de su estreno   cumbre y maestro, al servicio de la publicidad del autotransporte privado y nacional...
Con puntualidad inglesa después de darle una paliza importante a la coupé Dodge GTX. Fue al encuentro del desesperado empresario que como un granadero lo estaba aguardando. Firme y serio. Abrió el baúl del automóvil y comenzó a retirar ese bulto gigante de plástico. Álvarez, asombrado miraba enmudecido. Retome el relato profesor si es tan amable, lo suyo suena mejor!
"No se quede callado Álvarez, empezá  a calentar la voz porque vas a cantar de felicidad cuando veas esto. Y vas a contar la guita que nunca te imaginaste contar!  Alcánzame  los tubos, la cadena el alambre.  Dale Álvarez que esto es un golazo de media cancha. Es un golazo como el zapatazo del "chango Cárdenas" al Celtic.  Te van a llover viajes hasta de la estratosfera. Con esta propaganda te vas  para arriba como "gas" de buzo. ! Toda la vas a juntar,...toda! Te harás millonario y yo estaré feliz de haber colaborado. Estaba chocho.
Una vez que inflé el globo, traté  de atarlo a un punto fijo. No había nada a mano y se lo até al  paragolpes,  del auto del empresario. Que a esta altura, estaba más caliente que una pipa.  Más, cuando vio ese maravilloso globo blanco, no tuvo mejor idea que decirme que era una porquería  industrial .Plata y tiempo mal gastado para nada! Me gritó...No pude ser tan gil...! Me vitupero mal. No sé cómo hice para no molerlo a golpes. Precisaba un "roscazo".
No sé como me controlé para no atacarlo .Estaba amargado. Me había jugado la vida para ayudarlo y encima recibo una lluvia gruesa de improperios! Brotado al máximo, desaté la cadena del  paragolpes  de la coupé Dodge,  para que el globo se fuera al  mismísimo infierno. ¡Al carajo! Pero no se voló. Se corrió para el centro de la ciudad.
Esa temporada no llovió. Fueron 60 días a pleno sol. Récord y lejos la mejor temporada. Sin mayores brisas .Afectado y beneficiado el clima por una térmica descendente, el globo quedó prácticamente anclado en la avenida tres y 105. (3 y 105) ¡Era una cosa de locos!  Parecía un chupetín gigante colgando del cielo. Aunque ustedes no lo crean .Esa temporada fue el globo, tan importante como el obelisco, de nuestra capital. Vistoso, llamador.
La gente les digo más, se orientaba  por el globo. Venía un tipo y preguntaba por la terminal de micros. Le decían mire para arriba, del globo de Álvarez, dos cuadras a la derecha. Señor la ferretería industrial, para comprar medio litro de vapor.... Del globo de Álvarez, lo ve, tres cuadras hacia la izquierda. Todos  se acostumbraron y se guiaban por el globo. Cañonazo... Era una brújula en el cielo. Un GPS, para todos. Brillante referencia.
¡En realidad fue como un faro en el cielo! El mejor cartel publicitario. Buena idea.
Lo concreto más allá de estos relatos fue el beneficio que obtuvo la compañía. Los turistas devolvían los pasajes de otras empresas de primera línea y en las ventanillas de Álvarez, cada vez se acrecentaba más la gente. Al final la empresa se salvó y nos amigamos con el dueño. Que entendió que en publicidad hay que arriesgar como en un casino. La publicidad, no es un gasto es inversión. Crecemos en el conocimiento. ¡Qué momento feliz!
Cuando terminó la temporada hizo un asado espectacular. Más de 500 comensales. Pero cuando se dio cuenta que no me habían invitado, suspendió  el almuerzo hasta mi regreso. Vino personalmente a buscarme. Al regresar la gente me ovacionó y Álvarez,  me dio un toco así de guita. Dinero que no acepté, porque lo hubiese gastado rápido y un  recuerdo dura más...Es como un tatuaje para toda la vida.
Si queréis hacerme un regalo, en el espejo retrovisor de un micro escríbale  POCHO...
Nunca vimos un micro de esa empresa en los años setenta  por nuestra geografía no pasaban .Éramos de Wilde, Avellaneda. Tampoco, vimos el globo que desapareció con una tormenta los primeros días de marzo. En los ochenta viajando para la costa cruzamos varios, micros blancos con letras verdes. El cronista en una parada en Villa Gesell, vio  escrito el espejo retrovisor de un micro. Pocho, decía y un fantasma errante le tocó la piel...
La empresa,  Álvarez Hnos. tuvo un ciclo feliz e importante dentro del  transporte hacia esos destinos de playas atlánticas. Algunos entrevistados dijeron  a ver vistos  el famoso Globo. Otros no lo recuerdan.  El profesor mostraba una foto casi velada y decía: "mucho sol de frente, la mancha negra lo tapa.  Daña la imagen y todo se ve muy borroso".
Tarde llegaron estas líneas. Había que haber hecho un folleto ilustrativo para que el cuento pasara de un asiento a otro .Con la simpleza de un juego colegial. El cuento y un alfajor, sostenía Tadeo. Son las mejores decisiones para el que viaja. Saborear un dulce y algo de literatura...para seguir viajando... Porque viajar activa la mente.
Vieron que las buenas empresas siempre de dan algo. Cajitas con caramelos. Me copiaron solo una parte...no entienden la literatura. No les interesa leer. No quieren aprender.
Hoy, ya no verán los micros blancos. Blancos como el Globo de Álvarez. La empresa  ha sido fusionada por otra sociedad  fuerte   de la provincia de Buenos Aires, que tiene un logo distintivo. Una  liebre  corriendo...
Para no detenernos, en menesteres tontos, ni menores.  Que tuque, que tique, que taque...
Lo importante es el mensaje que siempre nos dejaba el profesor: Vicente  Arquímides  Tadeo, de la Universidad popular de Wilde: "la imaginación señores, es como una liebre, que pasa corriendo. Por favor no la detengan...déjenla  viajar...

ISIDORO GUIDROBROS

Relatos FM

EL CENTRO FORWARD



   El muchacho corría con el balón de futbol cual gacela. La pelota parecía pegada con neoprén al botín. Había burlado con ágiles movimientos de cadera a dos defensores. La hinchada, que de reojo se veía como un borrón de colores, gritaba su nombre excitada, casi de forma histérica. Quedaban solo pocos minutos para el final del partido; si metía el gol, el Club Deportivo Invencible alzaría la copa de campeón amateur  juvenil del Campeonato del Auditorio Osmán Pérez Freire; si metía el gol podría ser fichado por el Wanderers, podría salir de la pobreza. Solo quedaba burlar al líbero. Hizo una bicicleta a lo Alexis Sánchez y antes de pasar a su marcador, éste le propinó un criminal planchazo, ¡Dolor, Electricidad, Crack, Rojo!, su cara rebotando en la cancha de tierra, arena en la boca, mucho dolor,  fractura de tibia y peroné, adiós sueños, adiós esperanza de fichar en Wanderito. Hola, frustración y pobreza...  entonces... el muchacho lloró.
   La ambulancia ululaba frenética por las calles del puerto. El muchacho en la camilla lloraba no tanto por el dolor como por la impotencia, por la injusticia. Una vez en el hospital Van Buren, radiografías que confirman lo peor, la recuperación sería larga. Las imágenes del encuentro se agolpan en la memoria, también retazos de comentarios, y entonces lo recuerda, al darse la mano con los jugadores del otro equipo antes del partido: uno de ellos, el de los mechones rubios, bromeó con un susurrado "Te voy a quebrar, chorizo". Era solo para intimidarlo pensó, y estaba seguro que era el mismo que con su hachazo  mala leche lo había dejado casi inválido. La desazón dio paso a la ira: más lo pensaba, más ira sentía, ¡no era justo!, no era justo que un tipo tronco para la pelota, casi sin técnica, lo hubiera bajado en forma criminal, sin asco ni remordimientos. No era momento de rendirse, sino de luchar.
   Y el muchacho luchó en recuperarse, su motivación no era simplemente volver al futbol, sino demostrarle al destino que los patadura no ponían las reglas, pero las cosas habían cambiado, aunque volvió a las canchas de tierra, ya no jugaba como antes, no trancaba como antes, tenía miedo de lesionarse de nuevo, la magia se había ido, junto con la gran oportunidad. Al final, los troncos hacheros se salieron con la suya.

Vanrik

Relatos FM

Una pesadilla rara



Al encender la televisión me di cuenta que sólo daban programas aburridos y películas repetitivas, así que decidí dormirme por un momento, abrí los ojos un momento y vi a mi pequeña hermana de 5 años tratando de despertarme pidiéndome que la llevará al parque tal y como hacía todos los sábados en la noche.
- Si claro, sólo déjame cepillarme los dientes y buscar mi chaqueta, tú también busca una porque hace frío allá fuera - le dije a mi hermanita con tono serio.
- Acá la tengo ´tara´ - dijo mi hermanita pequeña, sacándola debajo de la cama.
- Vaya, tú haciendo magia como siempre, bueno es bueno que te intereses en algo – dije con una sonrisa en mi rostro
- Vale, hermano mayor Santiago - dijo mi hermanita en tono alegre con una sonrisa en su rostro.
- Ya te dije que no tienes que llamarme con tanta formalidad, sólo llámame Santiago - dije eso en tono muy serio, pero mi hermanita había desaparecido.
Después de ponerme la chaqueta y cepillarme los dientes, mi hermanita ya me estaba esperando en la puerta, ella era muy rápida.
Cuando salimos de la casa, nos encontramos con un vecino de la cuadra, era un muchacho muy molestoso y obstinado llamado Sergio, pero bueno eso no importa, él también era hermano mayor, sólo que en vez de tener a una hermana menor, tenía a un hermano menor, de la misma edad de mi hermanita Nicole.
- ¿Qué hay de nuevo? - dijo Sergio con tono alegre, pero con prisa porque iba de salida. No dijo en dónde, sólo salió corriendo con su hermanito al lado opuesto hacia donde mi hermanita y yo íbamos.
- Lo de siempre - dije serio.
- Adiós Matías - dijo mi hermanita, despidiéndose de su amiguito, es decir el hermanito de Sergio.
Lo que me intrigaba era a dónde irían con tanta prisa, llevando en una bolsa grande algo grande en forma de niño. Sin embargo, a pesar de mi curiosidad no me atreví a preguntarle qué era lo que tenía, pues yo no conocía mucho de él y tampoco era su amigo, sólo éramos vecinos.
Me quede mirándolos hasta que ya iban algo lejos.
- De prisa, hermano mayor Santiago, o se hará de noche, eran las 4:00 pm - dijo mi hermanita menor algo inquieta.
Y la entiendo, pero luego me le acerque al oído y le susurre: ¨ ¿Qué te parece si vamos y los seguimos?¨
- O está bien, si es lo que quieres - dijo ella alegre.
- ¿Es todo?, ¿no preguntarás por qué quiero seguirlos? - dije todo atónito.
- No me importa, mientras pueda pasear contigo y no estar en mi casa aburrida, además suena interesante - dijo ella caminando y cantando hacia donde estaban ellos.
- Bien pues adelante, hay que tratar de que no descubran que no los estamos siguiendo - dije.
Al seguirlos, llegamos a un lugar raro que nunca habíamos estado, pero se suponían que estaban en el barrio, el lugar era un lugar oscuro, con mucho césped, en el césped había muchas calaveras, había muchos árboles y allí estaban ellos, afortunadamente no nos vieron, porque se escondieron en uno de los árboles.
Allá vimos a Sergio y a su hermanito Matías sacar a un niño de verdad, que parecía tener como unos 5 años, yo casi me muero del susto, ya que pensé que iba a ser un maniquí, nunca me imaginé algo así, mi hermanita no paraba de llorar tras lo asustada que estaba.
Luego de repente, voltee a ver quién más podía estar por allí, vi que no había nadie, pero al voltear a donde estaba mirándolos, vi que algo se salía del cuerpo de ellos y del niño que estaba en la bolsa y me di cuenta que sus cuerpos se volvieron fantasmas, luego voltearon hacia dónde estábamos nosotros y se dirigieron rápidamente hacia nosotros.
- ¡AUXILIOOOOOOOOOOO! Dijimos mi hermanita y yo, mientras corríamos llorando.
-AAAAAAAAAAAAAAAA - grité y me caí de la cama, tal parece que estaba viendo una película de terror y me había quedado dormido.
- ¿Hermano mayor Santiago otra vez tuviste una pesadilla tras andar viendo tv? – preguntó mi hermanita
Solía pasarme esto y vi a mi hermanita vestida como fantasma, lo cual me pareció raro, sin embargo, no volví a asustarme.
- ¿Qué haces vestida de esa forma? – le pregunté todo curioso
-¿Esto?, ¿acaso ya lo olvidaste? Es halloween, y me prometiste que me acompañarías a pedir dulces esta noche - dijo con pucheros.
- Vale, está bien, déjame buscar mi máscara - le dije para que se alegrara.
Mi hermanita desapareció apenas le dije eso, bueno no me sorprende, ella siempre es así.
-Vaya, pero que pesadilla, debo buscar un nuevo pasatiempo -  me dije a mi mismo, mientras me veía a mismo en el espejo de mi habitación, mientras me ponía la máscara.

Sebyant

Relatos FM

La epifanía de Christopher



Desde la rama más robusta del árbol más viejo del parque Fitzbury, Cristopher miraba embobado hacia el número 302 de la calle Clayman, donde una chica se quitaba la ropa al otro lado del cristal de una de las ventanas del segundo piso. Estaba hipnotizado por los movimientos de la joven y no podía —ni quería— apartar su mirada de aquel cuerpo semidesnudo. Mientras tanto, a su alrededor, la lluvia caía sin compasión sobre el frío asfalto, impregnando la calle del aroma del que se impregnaban las calles cuando se mojaban —sobre todo cuando era por el efecto de la lluvia—, pero a él parecía no importarle. De repente, la chica se volteó espoleada por una repentina sensación de vulnerabilidad, como si hubiera sentido el peso de la indecencia de Christopher, y sus miradas se encontraron. Al contrario de lo que habría hecho un niño descubierto por su madre con la mano en el tarro de galletas, Christopher siguió observando impasible, atrapado en las redes del amor. Ambos se quedaron largo rato mirándose mutuamente hasta que un conductor con un mal día gritó a un transeúnte despistado para avisarle de que el semáforo estaba en rojo, añadiendo además comentarios acerca de su dudosa capacidad mental y el hipotético oficio de su madre, a la que probablemente ni siquiera conocía. En ese justo momento, Christopher se asustó y salió volando.
Volar le gustaba más bien poco, pero le resultaba más rápido que caminar. Además, era el método de desplazamiento que se suponía que debía emplear un gorrión como él. Se miró las patitas y se maldijo. ¿Por qué demonios no tenía rodillas? A menudo se imaginaba caminando entre las personas mientras tomaba un café rumbo a la oficina. Quería tener rodillas, quería tener un pulgar oponible para sujetar el café y definitivamente quería tener un horario de oficina. Pero era un gorrión y no tenía nada de eso. De hecho, como especie —pensaba—, los gorriones eran bastante deficientes. No eran coloridos como los pavos reales ni rápidos como el halcón peregrino. Tampoco hacían reír como los pingüinos ni daban aceite de ballena. Hubiera dado las alas por poder ser una fuente de aceite de ballena. Los gorriones, en cambio, ocupaban el segundo lugar en el Salón de la Vergüenza del Aire, por detrás, claro estaba, de las engreídas palomas. Eran un canto a la sinrazón, una broma del destino, la gran estafa de la evolución.
Mientras volaba, negaba con la cabeza, indignado. Christopher conocía dos tipos de gorriones: los que no habían pasado de la primera semana de vida —a los que obviamente no había podido conocer en profundidad— y los que no lo merecían —a los que por desgracia conocía demasiado bien—. Si hubiera tenido un plato a mano, lo hubiera tirado con rabia contra la pared. Pero no tenía plato ni pared; ni, lo que le causaba más pena: manos. También le hubiera gustado maldecir en nombre de algún dios menor, pero sólo era capaz de emitir agradables y dulces gorjeos. Gorjeos. Hasta la palabra sonaba mal.
Llegó a la conclusión de que odiaba a los demás porque se odiaba a sí mismo. Pero, ¿cómo podía odiarse a sí mismo con lo inteligente y culto que era? Desechó esta conclusión y pensó en otras posibilidades mientras atravesaba la lluvia sobre la ciudad, lejos de aquella ventana en la que había encontrado el amor. ¡Claro! —pensó—, debía volver al lugar donde encontró el amor para redimirse. Viró rápidamente —no tanto como lo habría hecho un halcón peregrino— y se dirigió hacia el 302 de la calle Clayman.
La llama que de repente le creció en su diminuto pecho de gorrión adulto le dio fuerzas para aletear a tanta velocidad que algunos cronistas de la época afirman que vieron, por primera y única vez en la historia, a un gorrión atravesar la barrera del sonido. Cierto es también que estos cronistas lo vieron desde un bar irlandés, alrededor de una mesa plagada de botellas tan vacías como había sido la existencia de Christopher durante todos estos años previos a la epifanía amorosa que acababa de sufrir. Una epifanía que podría tildarse de romeoyjulietesca, en el caso de que esta palabra existiese.
Mientras volaba, Christopher se imaginaba escribiéndole mensajes románticos sobre papel biblia y arropándola con el piquito después de haber yacido. También se permitió soñar con llevar a los niños al colegio. Unos niños con rodillas, pulgar oponible y exentos del peligro de caerse del nido durante la primera semana de vida.
Violeta estaba leyendo en pijama sobre la cama cuando un fuerte golpe la asustó. No sabía muy bien qué sentir cuando se acercó y descubrió una marca en el cristal y a un asqueroso gorrión rendido en el alféizar de la ventana.

Vibencas

Relatos FM

Roya la leona y el idiota que dijo sí, cuidaré de ella durante todo el verano



—Eres un idiota incumple promesas y el diablo jugará a las canicas con tus huevos.
Qué barbaridad.
—Oye. ¿Qué se supone que he hecho ahora?
Roya era un poco leona. Sólo era una niña, pero tenía el carácter de su padre. Y se convertía en un problema cuando le decías aquello de no puedes salir a la calle porque hace mucho sol, cuando en realidad el sol era el de siempre y sólo era que tú estabas demasiado cómodo en el sofá viendo tu serie favorita como para moverte. Porque dejarla sola y sin vigilancia constante en la carretera era tan mala idea como eso de abrirle la puerta al lobo.
—Me dijiste que me llevarías al lago. Tengo calor.
—Ahora entiendes por qué no te dejo salir a la calle: hace demasiado sol.
—¡No me cambies de tema!
Aunque en realidad, el verdadero problema era que se trataba de una chica muy inteligente. Lo llevaba escrito en esas pupilas brillantes y avispadas. Y era mala conmigo porque su padre no le pasaba ninguna, seguro.
—No grites, niña.
—Voy a quitar la luz.
—¿Que vas a hacer qué?
—Estoy harta de que estés todo el día en el sofá. Mi tío se pasaba las veinticuatro horas en la cama del hospital y tenía dos enfermeras que le cambiaban la ropa y lo lavaban cada día. No pienso lavar tus huevos canica, Tristán.
—Entiendo.
—¡Vamos a jugar a la pelota, o algo!
—¿Y de verdad no te apetece seguir colgando Barbies?
—Yo no he colgado a ninguna Barbie, estúpido.
—Oh, vaya.
Roya resopló, pero no insistió más. Se fue a su habitación y luego volvió con sus dos muñecas favoritas. Se hizo un hueco en el sofá a base de empujones y empezó a acicalar a sus preciosos trozos de plástico con cara, como si mi idea hubiera sido una ofensa para ellas.
—Mira, una está bizca.
Ella abrió mucho los ojos, horrorizada, y luego me golpeó con un cojín hasta que se le cansó el brazo.
—Eres un idiota...
—... incumple promesas con los huevos del tamaño preferido del diablo, lo sé. ¿Me dejas ver mi serie?
—Creía que estabas aquí para jugar conmigo.
—No. Estoy aquí para asegurarme de que no haces tonterías.
—La niñera es más simpática.
—Seguro que la vuelves loca. —No pude evitar imaginarme a la vecina del sexto intentando controlar a este bicho y tirándose del pelo al mismo tiempo, completamente desquiciada.
—Pues la verdad es que no. Vamos juntas a la playa.
—Oh, la playa. Qué interesante. ¿Y qué más hacéis?
—Topless.
—¿Qué? —Adiós drama americano típico, fuera volumen.
—Que hacemos topless.
—La vecina del sexto...
—... sin parte de arriba tostándose al sol como un huevo frito.
Creo que se me fundió el cerebro. Durante un momentito, solo, pero fue suficiente para que ella lo viera. Empezó a reírse a grandes carcajadas, ¡a reírse de mí! La verdad es que nunca supe si la del sexto de verdad hacía topless o no (aunque mi imaginación hizo el resto) pero caí en la cuenta de que esa niña y yo podríamos llevarnos muy bien. Sobre todo si aprendía más de su madre y menos del gritón de su padre.
Roya era como Sally pero mejor, porque era una niña y le quedaba la inocencia y un total de cero responsabilidades y eso estaba bien. Aunque nada de lago, era aburrido.
—Vamos a jugar a la pelota, niña.
—¡Bien! Al final resulta que eres un idiota útil.

Wilhelmina Parker

Relatos FM

¿Qué hago? No quiero volver a sufrir



Dicen que el primer amor de juventud es de los mejores, el más puros y romántico. Mentira todo. Es el que más duele, el que no te dejará confiar en otra persona nunca más. A las pruebas me remito.
Acabo de hacer el selectivo, tengo 18 añitos recién cumplidos y mis obligaciones estudiantiles no me han permitido nunca descentrarme de mi meta: la universidad. Él tenía otros planes para mí. Me ha costado mucho mi encaprichamiento, a punto he estado de tirar mi futuro por la borda. Y todo por un amor falso, mezquino, no correspondido.
Todo comenzó el segundo trimestre del año pasado. El instituto público es un gran paso, sobre todo si vienes de una escuela concertada en la que los profesores te han atado corto y has tenido muchas atenciones por su parte. No me quejo de las ventajas en mi centro docente anterior, pero las hormonas y la libertad... son una combinación letal. Desde que entré en este instituto las chicas nos hemos fijado en todos y cada uno de los varones que aquí estudian. Les teníamos catalogados por altura, atractivo y personalidad. Tan solo he pasado dos años aquí, pero han estado llenos de recuerdos impagables y no creo que los olvide, sobre todo por su culpa.
Hasta la fecha nadie se había fijado en mí. Soy una chica que lleva la etiqueta de pava en la frente, pero tengo mucha labia y si me surge la oportunidad de ligar, no la desperdicio. Craso error.
Ahí estaba él, dos metro noventa de tío, ojos verdes, labios carnosos... para mí, el más guapo del centro, ¿quién iba a pensar que yo le interesase? Un momento. En honor a la verdad, es que le interesan todas: altas, bajas, gordas, flacas, feas, guapas... Cuando me fijé en él no lo había descubierto, pero no tardaría en averiguar este dato... muy a mi pesar.
El grupo de baile para hacer el examen de gimnasia estaba compuesto por cuatro chicos, incluido él, mi mejor amiga y yo. Comenzaba ya a hacer buen tiempo, era primavera, marzo y quedábamos para ensayar los pasos en la playa. En el grupo teníamos cuatro motos y nos movíamos a pares. El tonteo se inició casi sin querer. El destino había dispuesto que él tuviera carné para llevar la scooter pero no gozaba de vehículo. Yo rauda y veloz le ofrecí conducir la mía.
-Pedro, si te apetece te dejo que pruebes mi moto. –Sin saberlo comencé a coquetear con él.
-Vale, será divertido.
Él se colocó en la parte de delante y me invitó a subir.
-Julia, agárrate bien, no te vayas a caer. –Eso es una invitación en toda regla. Dicho y hecho, le pasé mis manos por la cintura. Pedro quedó complacido.
En ese preciso instante comenzó el culebrón. Los siguientes días fueron un cúmulo de indirectas, jueguecitos, miraditas y detalles que invitaban a que uno de los dos se lanzase a la piscina. Fue él. Pedro me propuso saltarme un par de clases para irnos a la playa. ¿Cómo iba a negarme yo a dicha petición? Imposible.
Era uno de los chicos más guapos del instituto y se había fijado en mí, esa oportunidad no se debía pasar por alto. No enrollamos. Mi primer beso me supo a gloria y sobre todo porque fue con el chico perfecto. Al menos eso creía yo en ese momento. ¡Qué equivocada estaba!
En menos de una semana yo ya estaba loca por él. Solo pensaba en salir con él, estar con él, en sus besos, abrazos. Tuve la oportunidad de llevar más lejos esa relación, pero por suerte, utilicé el método de la aspirina para no quedarme embarazada. Sí, el sistema es un invento de mi abuela que consiste en sostener una aspirina en medio de las rodillas. Es un remedio infalible para no abrir las piernas... Sabio consejo el de mi yaya, no sólo me evitó entregarme a un subnormal, si no que me previno para no odiarme por haberme acostado con él. ¡Menos mal! Una es tonta, pero no tanto.
Las salidas con este chico me costaron caras, académicamente hablando. Las notas habían bajado considerablemente. Mi cabeza no quería albergar otra cosa que no fueran vivencias y sentimientos hacia él. Lo mejor fue cuando le pillé enrollándose con otra. Pude oír la voz de mi sensatez "burra, burra", me dijo.
Engañada, humillada y muy avergonzada tuve que volver a concentrarme en mis deberes. Si cuando estaba enamorada de él, la cosa era complicada, ahora que le odiaba, la situación era insostenible. Pedro se cansó pronto de su conquista y quiso volver conmigo. Nunca, jamás. Que me hubiera engañado la primera vez fue culpa suya, pero si me engañaba una segunda, esa ya corría en mi saldo.
Mi falta de fe en los hombres comenzó ahí. El primer amor, el más dulce y bonito... caca de la vaca. En mi caso fue el más amargo, obsesivo y castigador del mundo.
El problema es la secuela que me dejó. He conocido a un chico estupendo, metro ochenta -no tan alto como el otro- moreno, nariz interesante, ojos verdes expresivos... Muy atractivo, la verdad, pero no tengo ganas de nada. Corto sus intentos de seducción al instante.
Ayer mismo coincidimos en la discoteca. Se llama Álex y me sigue a todas partes. ¿Estoy preparada para complicarme la vida? La última vez, el año pasado ya, sufrí mucho y casi me costó mi buen expediente académico. Lo peor fue superarlo, verle cada día era un tormento, un martirio, me recordaba lo poco cauta que fui al dejarme embaucar. ¡No sé qué hacer!

-Hola Julia.
-Hola Álex –ya está aquí. Mira que no quiero enredarme en una relación, pero es persistente...
-¿Podemos hablar un momento?
-¿Ahora? –Estoy bailando y quiere hacerme salir...
-Sí claro. Será un minuto no te robaré mucho tiempo. –Su voz tan cerca de mi oído me pone la piel de gallina.
-Vale. –¿Qué querrá? Ni idea, pero no me huele bien, es mi sensatez la que me habla.
Salimos de la discoteca. Son las doce de la noche y está abarrotada de gente. Buscamos un rincón tranquilo para charlar. Bueno, lo busca él yo le sigo. Me hace gracia porque de vez en cuando se gira a ver si voy detrás, creo que tiene miedo de que me pierda o me escape. Se sienta en un pequeño margen que en un lateral del edificio de la discoteca. Me invita a sentarme junto a él y accedo.
-Verás Julia, estoy harto de lanzarte indirectas que creo que comprendes pero que no quieres comprender... Así que voy a por todas. –¡Madre mía se acerca una declaración en toda regla! Socorro...
-No sé a que te refieres –prefiero hacerme la despistada.
-Me gustas, mucho además. ¿Yo te gusto?
-Sí. –¡Vaya! Debe ser verdad, le he contestado sin pensar.
-¿Quieres salir conmigo?
-No. –Ahí está, es la secuela que me dejó mi primer amor.
-No lo entiendo. ¿Te gusto pero no quieres salir conmigo?
-Sí.
-Explícate por favor.
Pues a ver cómo le explico que salí escaldada de una relación con un subnormal y que no me apetece ni colarme por un tío, ni que me hagan sufrir.
-No quiero salir con nadie. –Simple y llanamente esa es la cuestión.
-¿Por qué no me das una oportunidad?
-No puedo.
-Eres muy seca Julia. Me haces sentir mal.
-Por eso no te doy una oportunidad, no quiero que tú me hagas sentir mal a mí. –Mi reflexión suena convincente y no da demasiados detalles sobre la rotura de corazón que sufrí el año pasado.
-Julia... yo no te defraudaré, no todos somos como Pedro... –Lo sabe ¿cómo lo sabe?
-No sé que quieres decir –Negaré la mayor, será lo mejor.
-No te hagas la boba Julia. Tu amiga Merche me ha contado porqué eres inmune a mis encantos... –La mataré por chivata y veo que tiene confianza en sí mismo.
-Álex me voy a la universidad y... en fin, es un lío esto que quieres.
-Y.. ¿qué quiero? –Me ha pillado, no tengo ni idea de sus intenciones. A ver cómo salgo de esta.
-No sé, dímelo tú.
-Quiero que salgamos, no te haré daño. Probablemente, tú me lo hagas a mí antes que yo a ti.
-Eso decís todos...
-Julia, dame una oportunidad, soy diferente y lo sabes. –Su confianza me llama mucho la atención. Le veo con una seguridad envidiable. Está tan guapo esta noche... y hace tanto que no me besan...
-No puedo Álex.
-No me voy a dar por vencido y lo sabes. Además, sé que accederás...
-¿Lo sabes? –me intriga su conjetura.
-Sí, soy el mejor y tengo un arma infalible...
Antes de que pudiera preguntarle se abalanzó sobre mí y me plantó un beso de tornillo impresionante. Me desestabilizó. Fue tal el efecto que causó sobre mí, que no pude separarme. Fue él quien se despegó de mis labios, muy a mi pesar.
-¿Ves?, ya eres mía. Te advertí... soy infalible y el mejor. Llámame cuando quieras salir.
Se dio media vuelta y se largó. Me dejó hecha unos zorros. Tenía claro que no quería nada pero ahora... ¿Qué hago? No quiero volver a sufrir...

V. Mengual