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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

#180
EL HIMEN


A Dashel y Anilec.
A aquella tarde en Placetas.



A Dashel le quieren joder el himen. No es una simple suposición, se lo quieren joder, y eso es un hecho irrefutable. Hace tiempo que la vienen rondando, la asechan como moscas a la miel. He visto a Arturo como la mira, con esa cara de carnero degollado, y a Felo, que le grita groserías y le saca esa lengua blanca y larga, y a Pedro, a Luisito que le regala flores, y hasta a César, que es mi amigo, y no respeta; porque un himen, dicen, es una cosa seria, o más bien importante, porque seria no lo es, dice Luisito, que se cree muy culto, todo emperifollado y dice que dice un tal Vizconde de Valmont que eso es solo un pellejito maloliente que los mojigatos han idealizado, o algo así; pero yo digo que no, que un himen es una cosa seria de verdad, que hay que respetar, que no es cosa para andar con juegos. Por eso yo me preocupo, para que ella pueda estar tranquila y sepa que en mí sí puede confiar, que conmigo la cosa es diferente, porque yo sí soy su amigo de verdad. Cuando se lo dije se quedó mirándome con esa sonrisa de muchacha inocente, y apreté los puños porque me dio valor y le dije: así de duro les voy a dar si se meten contigo, y ella a reírse más todavía, y entonces pensé que por una sonrisa así uno se faja con cualquiera. Hasta con César que es mi amigo, pero que ya no sé bien si lo es; porque lo he visto hablando con Dashel, y le he visto esa mirada inconfundible de los que buscan el himen de Dashel que, aunque digan que es un pellejito de *****, merece su respeto.
Hace unas semanas que vi a César hablando de nuevo con ella, y me dije que ahora sí, que ya era demasiado, porque César le cogía las manos y le tocaba el pelo de la frente, y Dashel que de tan buena es medio boba, no se daba cuenta y se reía como si también César fuese su amigo. Pero César no es amigo de nadie, se lo dije, y apreté los puños bien fuerte. Entonces César me miró con esa cara de burla que no soporto y me preguntó que si estaba celoso. Pero yo no estaba celoso y Dashel lo sabía. No le dije lo del himen porque esas cosas no se dicen delante de las muchachas, pero le dije que le iba a partir la cara si lo veía hablando de nuevo con Dashel. Entonces ella que si César no es tú amigo, y yo que no, que él no es amigo de nadie, pero César se reía y Dashel que mejor se iba y él se fue, pero no dejó de reírse. César es un descarado, le dije, paro ella que no, que él no estaba haciendo nada malo, que solo estaban conversando. Entonces, si le hubiera dicho lo del himen, me hubiera entendido; pero yo sé que no es correcto, que hay cosas que no se deben hablar aunque se deba, solo le dije que yo soy su amigo, que siempre la iba a defender, que se cuidara de la mirada de César. Pero ella que sí, que ella sabe que soy su amigo, su mejor amigo, dijo, que soy muy bueno, pero que ella sabe defenderse sola, y yo que no, que es muy ingenua, y bonita y, para colmo, tiene un himen, y esas son cosas muy peligrosas para una muchacha, aunque esto último solo lo pensé, porque hay cosas que no se deben decir aunque sean importantes.
César es un tipo mierdero, César no sirve, no sé cómo **** llegué a pensar que era mi amigo. Ahora cuando me ve se ríe, y yo no lo digo nada pero me pongo serio para que sepa que conmigo no se juega. Entonces él tampoco dice nada pero se ríe y eso me molesta. Ojalá que me diga algo, que se meta conmigo; pero no se atreve porque es muy pendejo y sabe que yo no tengo miedo, que yo soy un hombre. Pero igual me molesta que se ría, por eso ayer se lo dije, de qué **** tú te ríes, y él que si me gusta su jevita, con esa cara que le voy a partir de un trastazo. Pero no le di porque me quedé pensando en lo que dijo. Entonces lo repitió para que lo oyera bien, para que no pensara tanto. ¿Está buena, verdad?, pero yo seguí pensando, porque sí, debía de estar hablando de Dashel, de quién otra. Y él que por qué me pongo tan colorado. Pero no sabe que no es de vergüenza, sino de genio, porque está hablando ***** de ella, porque yo sé que no son novios, que los novios se besan en la boca y yo nunca lo he visto besándose. Por eso se lo dije a Dashel, para que viera que César no sirve, que un amigo no anda por ahí diciendo esas mentiras. Pero ella todo lo perdona, todo siempre lo justifica y me da un beso encima de los ojos, un beso con olor a flores que se demora en la frente mientras me dice que me quiere mucho, que yo soy su mejor amigo, más que César, pregunto, y ella que sí, más que nadie. Entonces no le digo lo del himen, aunque tal vez debiera, pero es muy rico quedarse así, pensando solo en aquel beso, y no le digo.
César la sigue rondando, yo lo sé, y hasta habla con ella a veces, pero ya no me importa, porque ella me quiere a mí, porque confía en mí, y conversamos casi todas las tardes. Y no es que no se ría, pero ya no me importa, porque yo me río también, porque él no sabe que Dashel me quiere más a mí, que soy su mejor amigo, que me da un beso en la frente todas las tardes, como ahora que estoy con ella y todavía lo siento fresco encima de las cejas.
Pero igual hoy se lo digo, para que no se haga más el bárbaro, para que se le acabe su risita arrogante. Si viene se lo digo, porque Dashel me dijo que hoy a las ocho pasaba a recogerla por aquí, que si no me ponía celoso, pero yo que va, porque si viene se lo digo, que ella me quiere más a mí. Eso si viene, porque a lo mejor se arrepiente cuando la vea conmigo; y es que ya son más de las ocho y no ha llegado. Aunque se parece a aquel que viene por el parque, pero si viene mejor, para que sepa, para que se faje si quiere. Le voy a coger la mano, eso, le voy a coger la mano a Dashel para que rabeé de envidia, a lo mejor va y no llega cuando nos vea, si es que no nos ha visto todavía. Aunque ya tiene que habernos visto, es imposible que no nos vea, se sigue riendo pero seguro que nos vio. Le aprieto más la mano. Pero ella la suelta y coge la de César que sigue riéndose. Al César lo que es del César, dice, y se van; más bien, se la lleva. Pero yo sé lo que dijo, lo que quiso decir, aunque Dashel no se dé cuenta.
Dashel nunca se da cuenta de nada, pero yo sé lo que quiso decir César, y por qué ha comprado tanta cerveza esta noche, porque siempre lo supe. Pero ella solo toma y no sabe lo que hace, y él se aprovecha y la besa y la abraza y le mete la mano debajo de la saya, porque él solo quiere el himen. Entonces le da otra cerveza, otra, y otra, hasta que ella dice que está muy mareada y él que la va a llevar a la casa. Pero entonces, mientras los sigo, me doy cuenta que éste no es el camino hacia su casa, sino hacia la de él, que la casa es la de él. Corro entonces para decirle, para explicarle, pero cierran la puerta, o más bien "él" la cierra y se hacen inalcanzables. Tengo que entrar de algún modo, tengo que decirle lo del himen. Rodeo la casa pero todas la puertas están cerradas, entonces veo una ventana abierta encima del balcón y subo, y ya estoy adentro, y paso por la sala mientras los escucho forcejear en el cuarto, cabrón déjala tranquila, pienso, pero no grito mientras aprieto muy fuerte el objeto que traigo entre las manos, lo siento frió, empujo la puerta, solo se ven dos sombras difusas, dos cuerpos confundidos en la oscuridad. Me parece que la oigo protestar, que la veo defenderse y no vacilo. Te voy a reventar la cabeza hijo de ****, y me acerco con la estatua de un metal indefinido que no sé cómo llegó a mis manos, pero que ya no importa, porque ahora es solo un trozo de metal que golpea la cabeza de César que ya no se ríe, que ya no es El César, que solo se protege la cabeza con ambas manos mientras el metal golpea una y otra vez absorbiendo el calor de la sangre, o de la habitación, o de los cuerpos, mientras Dashel me grita que estoy loco, loco de ***** y yo golpeo y veo también la sangre en la cabeza de Dashel y dejo de golpear. Porque ya Dashel tampoco grita, ni llora; solo se queda con la cabeza contra la almohada, y yo quiero abrazarla, decirle que la perdono, que ella no es mala, solo que es muy ingenua, y bonita, y que eso es peligroso, muy peligroso. Pero no le digo, porque ya no podremos ser amigos, no después de esta noche, aunque ella no tenga la culpa yo no puedo quererla como antes; ya no me gusta como antes. Entonces le abro las piernas lentamente y me acuesto encima de ella, y me río, para que no piense que lo hago por cariño; para que crea que solo siento odio.

Arthur

Relatos FM

Por su justo precio


—Te voy a matar, es lo que mereces.
—¿Qué ganas con eso?  No vas a recuperar tu dinero.
—Lo voy hacer,  lo juro por dios.
—No eres un hombre malo, a pesar de que...
—Sabes por qué me llaman el tigre.
—No eres un tigre.
—Nadie se burla de mí —el rubio alto y con los brazos tatuados apretó el puño, pero esta vez no le descargo en el semblante de la muchacha—. Cada vez que te trato ciento que quiere manipularme y eso ninguna mujer lo ha logrado.
—Lo siento —dijo ella, era pequeña, de piernas cortas y rostro demasiado ancho y demacrado—. No fue mi intención engañarte.
—Prefiero no saberlo.
—Eres un hombre bueno, te vas a sentir mal si  me pasara algo.
—¿Quién te crees que eres?, mi hermanita
—No, pero siento que eres un hombre bueno.
—Ser bueno no me regresara mi dinero, tengo que matarte.
—¿Por qué?
El rubio la miro con desprecio, estaban en su oficina, una de las habitaciones del puti club. Era el dueño hacía dos años y no le había ido mal, en especial cuando comenzó a contratar latinoamericanas por Internet, con previo envió de foto de cuerpo entero de las futuras candidatas y un precontrato de cómo será la distribución de las ganancias.
—No sabes cuanto lamento lo sucedido —le dijo la muchacha que ahora había tocado al hombre con sus delicadas manos.
—Prefiero no saberlo
—Tengo que mantener a una personita, solo por ella lo he hecho.
—Eso no justifica nada, tengo que matarte.
—Eres un hombre bueno, se que me comprendes.
—Te comprendo pero no puedo aceptarlo.
—Piensa en Dios, el se sentirá feliz...
—Basta —el rubio alzo su brazo iba a pegarle, pero no lo hizo, había aprendido a aplacar su ira; solo con mente fría podía llevar adelante su negocio— ¿Por qué siempre quieres manipularme?
—No lo hago, solo se que eres un hombre bueno y matarme no te hará bien.
—Dime de qué forma recupero mi dinero.
—Quizás trabajando aquí, limpiando, cocinando, no soy mala cocinera.
—Tengo una empleada. Además, tengo que dar el ejemplo, del tigre nadie se burla.
—Te pareces a mi marido, el también se comporta así, pero es un hombre bueno, al igual que tú.
—¿Por qué no fastidiases a otro?, ¿quién te da el derecho de meterte con mi negocio?
—Lo siento, pero por favor no me mates
Ella llevaba tres meses allí. Acarició las manos del rubio con las suyas; era lo único que agradecían los hombres que habían estado con ella, el tacto sutil y agradable de aquellas manos delicadas—, si me matar no vas a recuperar tu dinero.
—¿Es que hay alguna forma de que recupere mi dinero?
—Si —la muchacha bajo la mirada—, hay una forma.
—Si, ¿dime cómo?
—Véndame, algún hombre me querrá
El rubio la miró sorprendido. Ella tenía razón. Allí iban hombres de todo tipo, seres extraños y con pensamientos retorcidos, alguno podría comprar la muchacha, así recuperaría su dinero y se libraría de ella por siempre.
—¿Cuánto puedo pedir por ti?
—Dos mil.
—Nadie pagaría tanto —respondió el rubio—, quien te crees que eres, la sensación del puti club.
—Necesito esa cantidad —respondió la muchacha—. ¿Sabes por qué?
—No.
—¿Quieres decir qué no lo vas hacer?
—Nadie daría tanto dinero. Lo sabes.
—Quizás si me propusieras en las Verónicas, podríamos tener suerte y encontrar un giri...
—No seas tonta, nadie pagaría dos mil —respondió molesto el rubio—. Mírate, eres muy pequeña, y tus senos son tan deprimentes, y tu boca es demasiado vulgar.
La muchacha bajo la cabeza y se miró las manos.
—Soy hábil con las manos, lo sabes bien.
—Comprende nadie pagaría dos mil.
El rubio la miro con desprecio, lo que más le molestaba de ella era la mentira, la forma tonta en que lo había engañado, nunca antes una mujer lo había logrado de un modo tan simple.
—Sabes por qué eres una fracasada —espero a que la muchacha respondiera, pero ella continuo con la cabeza gacha—. Porque te falta tacto.
—Pide dos mil, nadie va a saber que me falta tacto. 
El rubio quiso golpearla de nuevo, pero no iba a lograr nada con eso, no iba a lograr humillarla, ni satisfacer su venganza.
—Mira, podríamos pedir mil. Quizás podamos engañar a algún borracho, o un tonto, aquí también vienen tontos con dinero.
—¡Quizás! —respondió la muchacha—, pero necesito más dinero.
—Te estoy haciendo un favor, no lo comprendes, eso es para no matarte, que es la mejor forma de pagar tu error, mujer sin tacto.
Ella se tomó las manos con fuerza, su rostro comenzó a descomponerse, pero contrajo el semblante. Miró al hombre. Sus ojos estaban húmedos.
—Necesito más dinero, lo sabes.
—¿Por qué lo hiciste? Más rápido se coge a un mentiroso que a un cojo; ese refrán también lo conocen en tu país.
—Necesito dinero, lo sabes
—Todos necesitamos dinero.
—Soy buena con las manos, te he hecho feliz solo con ellas.
—Estas en desventaja, junto con las otras eres solo un patico feo.
—Quizás en la penumbra, hay hombres medio ciegos que...
—Lo he probado todo contigo, lo sabes y siempre es un fracaso. Eres tan vulgar, tan fuera de tacto...
—Pide dos mil, eres bueno vendiendo, quizás tengamos suerte.
—No.
—Hazlo por mí, eres un hombre bueno.
—Hace mucho tiempo que deje de ser bueno. Ser bueno no me ayuda a vivir.
—Tal ves mil quinientos.
El rubio alzo el brazo ya iba a pegarle, pero se contuvo, sabía que no ganaba nada con eso.
—Si logro mil es un  milagro, quizás no logre ni quinientos.
—Me dijiste que iba a ganar mucho dinero, que las muchachas de mi país, tenían una buena reputación.
—¿Quieres hacerme sentir mal?, ¿qué soy el culpable de todo esto?
—No por favor, solo que..., tengas misericordia de mí.
—Cuando te vi la primera vez en vivo, de carne y hueso, tuve misericordia de ti, merecías que te matara y sin embargo tuve misericordia, te deje que trabajaras y espantaste algunos buenos clientes y tuve misericordia de ti y dime qué he ganado con eso...
—Una vez vino un hombre y me escogió, decía que me prefería a esas bellezas que están junto al bar. Era su nena. Comprendes alguien me deseo más que las demás, quizás tengamos suerte.
El rubio miro su reloj, el puti club ya había abierto sus puertas. Las muchachas ya estaban trabajando. Recordó que tenía una chica nueva, una colombiana que prometía ser una sensación. Quería verla actuar, tenía buen ojo para las chicas y la nueva, lo sabía, iba  hacer rentable.
—Bien pide mil doscientos.
La muchacha lo miró a los ojos, estaban secos y sus labios temblaban ligeramente.
—Si pido  mil te estoy haciendo un favor y sabes que no  lo deseo. Me debes ochocientos, es lo que voy a pedir por ti.
—He aprendido a quererte.
—No gano nada con eso.
—Eres un hombre bueno, por eso te quiero.
—Eres una mujer extraña
—¡Tú no! Eres un hombre bueno, hasta dulce cuando lo quieres.
—Tengo que venderte por ochocientos. Además... además no quiero verte más.
—¿Por qué?
El no respondió, había querido tomarle sus manos, tuvo la sensación que era la última vez que la vería y en el fondo quería sentir el calor de sus manos.
—Soy el tigre, nunca otra chica se ha  burlado de  mí, ni me ha robado, tú no eres la excepción.
—Si quieres venderme por ochocientos, estoy de acuerdo; pero por favor, envíale una postal a mi hijo, dile que mamá esta bien, que lo quiere mucho.
El afirmó con la cabeza, pensó que aún  no tenía hijos, a pesar de que había pasado de los cuarenta, tener un hijo podía ser hermoso. 
Se dirigieron al salón del puti club. Ella iba detrás del hombre. Tenía la cabeza gacha, vestía una saya corta y una bata transparente, donde se veía el escote que apretaba sus flácidos senos, expulso el aire tratando de esconder su vientre y se dijo que cuando estuviera en el salón, tenía que ponerse delante de una de las grandes luces, para que en su rostro no se vieran sus pecas e incipientes patas de gallina. Las manos las tendría delante, eran pequeñas y delicadas como los de una muchacha hermosa de esas que ahora compartían con los clientes. 

Pola

Relatos FM

Gigantes y Cabezudos


La niña se queda quieta, como hechizada, ante el gigante con aquellas albarcas que le son familiares, anómalamente pequeñas para su corpachón, mientras el resto de chiquillería rodea y grita, impunemente, inocentes insultos a los cabezudos, a sabiendas que los gigantones saldrán a salvarles de los escobazos.
En silencio vuelve sus ojillos negros a madre, que parece también sobrecogida por la visión del figurón; la pequeña alza la manita por llamada, le sobrecoge una duda. Pero madre no deja de mirar la danza discordante del cortejo a redoble de tambor y dulzaina (sueña despierta en volver a bailar, algún día, con el galán de su mocería, vestidos como estos muñecazos de cartón piedra, con sallo y mandil de fiesta ella y con faja y chaleco él). Alrededor cabezones y cabezonas brincan ridículos a los pasos elegantes y altaneros de sus mayores.


El gigante.
Bajo el corpachón de madera y telas, un rostro sudoroso escudriña a través de un ventanuco enmascarado de paño oscuro, casi mortuorio, como si se tratase de un féretro vertical oscilante, unos rostros lacerados en su memoria, y siente que se le abren las carnes. Le arden los pies por el peso y el baile forzado, bajo una música que le taladra el tímpano por los recuerdos. Todos saben, y él es consciente, que hija y madre se restañen, aquí en la plaza, de las heridas de su hombre muerto, asesinado. ¡Pobrecillas mías! Tienen que seguir viviendo.


Del gentío nadie sabe que al hilo de una bala perdida pudo refugiarse en la gloria, inútil ya, del abandonado almacén del Ayuntamiento, y que hoy, al tórrido verano de la fiesta agostera, su fiel y eterno amigo se ha mudado por él; le ha pasado el gigantón, para acercarse por última vez a sus mujeres. Antes de acabar la fiesta, mientras la sangre fluya de un toro con mil ojos hipnotizados por su muerte, se escapará como una sombra camino de la sierra, para ser uno más de los del monte. Eso, o arder quizás en las ascuas del fuego de la chimenea algún día o, quien sabe, rematado por un tiro de gracia ante aquellos ojos negros que son su dios y mitigan el hambre, el hambre del odio y la desesperación aferrados a sus entrañas.


La giganta.
Desde que le raparon el cabello una pañoleta negra cubre su cabeza. Ahora el sudor de la almohadilla empapa la tela y una humedad pegajosa se incrusta en su piel, a su rostro, como una mortaja. Apoya la estructura de madera en el suelo para quitarse el paño, echárselo hacia atrás, o mejor, quitárselo y atárselo a la cintura como un mandil, como el mandil tremendo que lleva esta reinona insulsa. Por el ventanuco ve el rostro graso e informe del comisario que le quebró la nariz hermosa hasta entonces de un puñetazo, que le quemó los pezones con esa chusta de un puerco y graso cigarro puro, y que le arañó la entraña de su sexo mientras estaba atada a una garrucha al techo como una sílfide forzada a suplicar al cielo desde ese infierno de calabozo. Ni la más remota de las ironías se le acerca a entender su martirio laico, ¿por intentar guiar hacia la razón a aquellos niños y niñas que jugaban muchas tardes a crear con papel maché tantos cuerpos imaginarios y libres con mayor gracia que estos que acarreamos al alza?; nunca creí que volvieran viejas insidias y símbolos fatuos y hueros, acallando voces, atontando mentes, riendo a la sinrazón y aplaudiendo la muerte del que no baila al son de sus sainetes.

El cabezón.
¡Qué jodienda! Llevo atravesado el palillo mondadientes hace rato entre la muela picada y no puedo parar de dar saltos ridículos. ¡Cagüendios! Mira que se lo dije al sargento que no era buena idea esta de vigilar rojos dentro de esta ***** de muñecos; me estoy asfixiando. No puede ser cierto lo del soplo: ¿Cómo se va a arriesgar el Mariano a venir y meterse en el fiestorro? Y hale, a mirar a tó dios y si viene a pelo echar mano de la cartuchera. ¡Estoy harto de tanto crío insultándome!, como si supieran quien soy, y encima esta cabezona que no se me quita de al lao cruzándose al tres por dos que nos vamos a reventar los tobillos. ¡Rediós que como la pille esta noche después del baile!

La cabezona.
Se me hiela la piel pensando que el picoleto pueda reconocer al Mariano bajo el gigante. Y lo peor, que la niña o su madre den alguna pista al presentirlo. Menos mal que no les dijimos nada. Así que a menearme delante de este imbécil; que ojalá tuviera ocasión de estrujarle sus partes por lo malnacido al denunciar a su hermano.


Al terminar los toros, los gigantes y cabezudos vuelven a las calles de piedra y arena entre la muchedumbre. Otras abarcas visten al gigantón, y la niña deja caer unas diminutas lagrimitas de cristal de plata que le agrandan, aún más, sus enormes ojos, esos ojos negros donde caben aquellos gigantones y cabezones tristes, ya sin alma.


El tamborilero.
Me queman los dedos al roce de los palillos recalentados bajo el sol, sucios del polvo de la arena del coso, y se me alza un sabor agrio por la garganta al ver morir el toro negro, altivo, bello y bravo, a pesar del indulto que clamaba todo el graderío; presagio de desgracia. Huele a muerte la calle y yo marco el redoble al patíbulo. Bajo mi rostro impávido, hago creer que no veo nada, que no siento, que sigo la consigna de esta partitura huera. ¡**** guerra!

El dulzaina.
Mira triste al horizonte, por encima de las casas blancas, con sus primeras sombras grises, tocando la misma melodía de siempre.


Va arrimándose la noche a la tapia del cementerio con ronchones de cal ennegrecida.

Martín Niño

Relatos FM

Por qué mataron a Pepe


Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor.
No se nos dice que amemos, sino que elijamos a quién amar.
San Agustín, Sermón 34


―Papá, papá, ¿por qué mataron a Pepe?
El padre detuvo de golpe la navaja sobre la mejilla a medio afeitar. Después, reanudó.
―Porque era maricón, hijo.
―¿Qué es maricón?
―Maricón es que te gustan los hombres.
―Pero a mí me gustas tú y no me van a matar, ¿verdad, papá?
―Jajaja. Pero es diferente.
―¿Por qué?
―Porque a un maricón le gustan los hombres que se quieren los unos a los otros.
―Pero en la Parroquia siempre dicen que nos hemos de querer los unos a los otros.
―Pero nos hemos de querer como nos queremos tú y yo.
―¿Y los maricones no se quieren como nos queremos tú y yo?
―No.
―Entonces no se quieren tanto.
El padre dejó un momento el afeitado para sonreírle. Le despeinó un poco.
―Sí se quieren; lo que pasa es que se quieren de otra manera.
―Y ¿cómo se quieren?
―Pues están todo el día juntos, juegan juntos, se tocan, duermen juntos.
Entonces el niño calló un momento y se quedó mirando al suelo. El padre, rasurando el mentón, preguntó:
―¿Qué pasa?
―Yo siempre estoy con Juanito, y siempre jugamos juntos y nos tocamos y a veces dormimos juntos. ¿¡Soy maricón, papá!?
―¡No, hombre!
―Entonces, ¿por qué lo era Pepe?
―Pues porque Pepe daba besos a otros hombres. ¿Tú le darías un beso a Juanito?
―¡Ecs! ¡No!
―Pues eso. No te preocupes más.
El niño pareció asimilarlo por un momento, pero al cabo continuó:
―Mamá y tú siempre os dais besos.
Y el padre, resoplando, contestó:
―Pero no es lo mismo.
―¿Por qué?
―Porque mamá es una mujer y yo un hombre.
―¿Si se besan un hombre y una mujer está bien?
―Sí.
―¿Y si se besan dos hombres no está bien?
―Exacto, no está bien.
―Y ¿por qué?
―Porque así lo dice la Iglesia.
―Y ¿por qué?
―Porque así lo dice Dios.
―Pero Dios dice que nos amemos los unos a los otros.
―Pero no dándonos besos ni durmiendo juntos.
―¡Pero tú y mamá siempre os dais besos y dormís juntos!
El padre arrojó con fuerza la espuma de la navaja sobre la pica.
―Todavía eres muy pequeño para entenderlo.
―¡No lo soy!
Después, devolvió la navaja a la piel y siguió rasurando la otra mitad.
―Que se amen dos hombres es antinatural.
―¿Por qué?
―Porque sus cuerpos no están preparados para hacerlo.
―Sí lo están: Pepe lo hacía.
―Te digo que no.
―¿Que no lo hacía o que no estaba preparado?
―Ningún hombre está preparado para amar a otro hombre.
―¿Por qué?
―Porque no puede.
―¿Por qué no?
―Lo cuerpos de los hombres no están preparados para amarse, y punto.
―En la parroquia dicen que el amor es cosa del alma.
Un chorro agresivo de agua caliente se llevó la última espuma del lavabo.
―Bueno, en la parroquia no siempre tienen razón.
El niño suspiró cabizbajo.
―Pepe era muy bueno.
―¿Ah, sí?
―Le daba limosna al Cojo, ayudaba a Josefina a cruzar la calle... ―Embobeció un momento―. Cuando rompimos la ventana del carpintero fue a hablar con él y nos devolvió la pelota, y nos salvó de una buena.
Su padre lo miró indiferente. Se había limpiado la barba y la navaja, y ahora se examinaba en el espejo. Decidió repasarse la yugular y devolvió la cuchilla.
―Dicen que eran muchos quienes lo mataron. ¿Por qué le odiaban tanto? Porque si quería a los hombres y les hacía daño, entonces está bien que lo maten; pero si no, ¿por qué? ¡...Con lo bien que se portaba conmigo! ...y siempre mandaba recuerdos para ti.
―¡Fh!
Se cortó estremeciéndose y miró la navaja. Y vio la sangre corriendo por la hoja hacia sus dedos, que le temblaron. Entonces la apretó fuerte y gritó:
―¡A la *****! ¡Pepe era un vicioso, un pervertido y un degenerado! ¡...Si no hubiese sido tan bocazas...! ¡Mira que se lo dije! ¡Se lo dije, joder! ¡...Por fin tranquilos y lo jodió todo! ―Estrelló la navaja contra la pica y apartó la mirada, entornando los ojos. Al cabo cogió a su hijo por la nuca y lo miró de hombre a hombre―. En este mundo no hay sitio para maricones, hijo. No quiero volverte a oír defenderlo. ¿¡Es que quieres acabar como él!? ¡Si lo hubieses visto...! ¡Se arrastraba como una **** y lloraba como un perro! ¡Hasta se meó encima!
Al niño se le despegaron los labios y le quedó abierta la boca, se le veía el hueco vacío de un primer diente de leche. En la pica, la hoja afiladísima se llevaba la sangre por el desagüe.
―Anda ―suspiró al cabo―, llama a tu madre, que vamos a llegar tarde a misa.

Enano

Relatos FM

EL NEGRO MADRID


Abajo. En la callejuela sucia. Por la que no caben los coches gracias a dos hileras de bolardos. Defecan todos los perros. Anidan las latas vacías de cerveza. Huele a orín. Tiran muebles, sujetadores, restos de goma espuma, botellas de plástico, alguna silla destrozada. Nada que resulte biodegradable salvo la ***** de los perros. Inventario de basura. A pesar de todo nos despierta puntual a las tres de la mañana el camión del medio ambiente con los funcionarios que vocean y hacen ruido y pegan golpes con los cubos de basura, sólo para que yo tampoco duerma.

El negro siempre está en la callejuela sucia. No es que sea negro, africano,  que no tenga techo. Es negro como si la vida le hubiera dejado sucio. Vive en el edificio de enfrente. La casa debe ser pequeña, oscura y asquerosa, si no por qué iba a estar siempre abajo, con este calor, rodeado de todos los jovenzuelos inmigrantes. Será que el negro es quien les vende marihuana. A los adolescentes. Tiene el pelo rizado, negro, el negro, y habla como un boxeador. Los adolescentes tiran balonazos insoportables contra las puertas de la callejuela sucia. El negro se deposita pacífico en el escalón del portal, como si fuera una buena persona.

Cara de malo, tiene el negro en la callejuela llena de basura y nadie sabe por qué esa piel tan oscura si no es indio, ni negro, ni le da el sol, porque casi siempre da la sombra, en la callejuela sucia. Tal vez por eso vienen a invadirla de penaltis, a pesar del calor, el hedor a orín y los deshechos.

Nadie sabe lo que sucede después del día. Ya tarde, casi a punto de pasar el camión del medio ambiente aunque la calle sigue sucia. Si abrirá la puerta el negro, veinte metros cuadrados de interior, nevera baja, vacía o con cerveza. Enciende el televisor, abre una lata, fuma otro canuto.

Todo lo digiere la callejuela sucia. Se acuesta solo y tampoco trabaja al día siguiente. 

Exhalan orina las aceras, tanto si llueve como si no. Hoy no vienen los adolescentes, por los truenos, por los rayos y el negro se esconde en su madriguera. Llegaré tarde a casa. Con tacones de esparto, falda corta y aún algo de olor a perfume. Nada que evite taparme la nariz. Ignorar los bolardos. La lluvia ha barrido la callejuela sucia de adolescentes y yo llego tarde y borracha. Meteré la llave en el portal con gesto impreciso. Con sudor en el escote.

Me esperará escondido dentro del portal. Sé cómo ha entrado, es fácil. Le iluminará la luz de un petardo y la noche de repente apestará a marihuana. Sentiré la excitación del rostro negro con cara de navaja. La sentiré en el cuello. La mirada o el cuchillo. La cremallera exactamente paralela al hilo del tanga. Con sudor en las axilas, con olor a cerveza.

Se cerró de golpe la puerta del portal. Me ofrecía una calada, refugiado de los truenos y relámpagos, el negro y la oscuridad interrumpida. Mientras se escuchaba pasar el camión del medio ambiente, a golpes por la callejuela sucia.     

Irene Adler

Relatos FM

Feliz


Es otro día más, es otro momento más,  comento que soy alguien como tú, con sueños, deseos, miedos y que solo trato de buscar la felicidad en mi  vida, por ahora no importa mi nombre solo importan mis palabras y en ellas te digo que ser feliz, consiste en vivir la vida, consiste en levantarse cada mañana por deseo propio, consiste en dormir sin tener que rogar que mañana sea un mejor día, consiste en viajar, conocer nuevos lugares,  en probar la exquisitez y las delicias que te da la vida, consiste en enamorarte, llorar, reír, sorprenderte, consiste en  hacer algo que nos guste hacer. Te comento que soy  un hombre con sueños gigantes, con temores inmensos,  y  con un tiempo limitado,  vivo de la mejor forma como puedo, hace un tiempo atrás  mi vida era distinta, mi forma de ser era distinta, cada mañana era  otro día más, el sol comenzaba  a alumbrar, el ruido de la calle comenzaba a hacerse cada vez más notorio,  volvían a mí, mis pensamientos, mis obligaciones, mis responsabilidades, y a medida que avanzaba el día solo pensaba  en algo, pensaba en escapar, pensaba en qué hacer para ser feliz, que hacer para ser otro, que hacer para poder en realidad vivir mi vida y no sobrevivirla como hasta entonces lo hacía, entonces tome una decisión, decidí ser feliz, decidí vivir mi vida y disfrutar cada momento de ella, disfrutar comer, disfrutar al reír, disfrutar al amar, disfrutar correr, asumiendo la realidad de que lo que fuese a hacer lo haría por tan solo una vez en esta vida pues mi tiempo es limitado en ella, si tuviera que volver a empezar no cambiaría nada de lo que fui o soy, porque ahora sé de dónde vengo y tengo muy claro hacia dónde voy, si tuviera que empezar de nuevo me sentaría en  mi silla preferida tomaría un café escribiría lo que siento, leería una buen relato, haciendo de este y de cada momento en mi vida, un momento feliz.

Mara

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AUSENTE

                                         
Cierra los ojos y el sol resplandeciente, amarillo, bendecido por la naturaleza que, si tuviera voz, le reclamaría al hombre se acuerde de ella, esa luz traspasando los límites de las zonas más recónditas del planeta. Todo cambió para siempre, el pueblo profiere gritos estridentes e ininteligibles. Queda dormido en un lugar ignoto. Sus padres permanecen  angustiados sin obtener respuestas sobre su paradero. Las horas, los días, transcurren rápidamente. Roberto despierta, observa con tristeza a su alrededor. Las lágrimas caen bajo cielo tempestuoso que cambia de color por el  clima. Un ligero movimiento puede alterar el futuro de una persona y es necesario saber la senda adecuada. La vida es corta y hay que aprovecharla al máximo. Roberto debe mirar hacia adelante, sólo quiere ir a casa. Su objetivo principal es recuperar a su familia. Sus padres colocan afiches del desaparecido en las paredes, preguntan a cada individuo desesperados como si les saliese el corazón por la boca, sudando la gota gorda. Ellos  saben que "todo esfuerzo requiere un sacrificio" Roberto hace hasta lo imposible para cumplir su objetivo, pues tiene una gran cualidad: "Indagar". Habla de Filosofía todo el día. Música, Narrativa, Ética. Son tonterías. Él es autodidacta en la práctica, su mejor escuela es la naturaleza. Aprender de ella es vital, quiere ser el mejor de la clase. La camisa blanca, rota, sucia al llegar del colegio. Roberto pasa las hojas del diario de sus progenitores y el contenido del texto escrito lo cautiva e impulsa a seguir luchando por recuperarlos. En ese instante la soledad se apodera de su alma, pronto el día se convertirá en noche y las luces que alumbran su trayecto están a punto de apagarse. La Avenida Perú yace invadida de desconciertos. Una llama imaginaria se enciende al frente de él diciéndole: "no te rindas, estás siguiendo el camino correcto.". Si no fuera por aquella señal quién sabe dónde estaría ahora. Los golpes de la vida lo hacen más fuerte, esas caídas colocándonos en un hueco hondo que parece no tener salida nos enseñan a luchar contra lo que los mediocres llaman "imposible". Roberto repudia esa palabra. Cruza ríos, atraviesa fronteras inimaginables. Echa de menos a su familia. Desde el fondo de su corazón pide a gritos que el destino los una de nuevo, aunque para algunos este no exista. Saca de su mochila un diario y escribe cada experiencia como si fuese el último día de su vida, eso hace desfogar la ira que siente contra la ignorancia, el conformismo y la mediocridad, utilizando un arma invencible: "La sabiduría.". Recoge su mochila. Roberto continúa la permanente batalla que ha decidido emprender desde hace tiempo, pero que, invadido por el miedo tardó mucho en decidir. Tomar decisiones se convierte, tarde o temprano, en una encrucijada que sólo la podemos resolver con ayuda del conocimiento. Y la esperanza de libertad se diluye en un vaso lleno de desilusión que nos consume si no sabemos utilizar la razón.

El Indoamericano

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Partes Separadas


Una mísera lágrima logra desglosarse de esa cara pálida, casi sin ánimos de comenzar un nuevo camino. Algo de ella se estaba desplomando, era algo. ¿Era algo? Siempre fue tan autosuficiente, tan independiente de su más mínimo entorno. Su piel era fría como la misma indiferencia que la abarcaba como un manto protector. Siempre callada y nunca sin nada que agregar. Delgada desligándose hacia la desaparición. Bailarina nata, asimétricamente en lo correcto, y sin problemas de emociones. ¿Por qué? ¿Por qué su emoción brotada, más que brotada vomitada, se derramaba como una pobre niña sin su capricho?

Ella tenía un esplendoroso porvenir que asomaba ya no a lo lejos, sino rozándole los tobillos como tibia agua de mar. Esa que tanto la había maravillado de chica, y tranquilizado de grande. Ya no era esa niña que corría con entusiasmo y carcajadas, ya no más. Transformó su cara para poder dejar las risas en su mesa de noche. Un recuerdo que tal vez nunca más abra.
De vez en cuando quería abrir ese pequeño pedazo de si, pero su terror a algo nuevo la encapsulaba en su propio mundo, gris e indiferente.

Solía correr como si no existiese lo pasajero, y que su amor por el mundo iba a durar para toda la vida. Soplaba las margaritas con fervor, y admiraba las mariposas con curiosidad plena. Reía y reía. Robaba sonrisas por todo su alrededor, hasta mas no poder. Por su pequeña afán de seguir unos ligeros pasos, su familia la inscribió a esa única escuela de danza que existía en el pueblo.

Comenzó a seguir más que ligeros pasos, sino complejas coreografías. Su ímpetu y acentuación la volvían más que talentosa. Pero no solo consiguió seguir al ritmo del compás, sino que obtuvo una de sus más grandes amistades: Eugenia.

Más de una vez recordaban ese momento en el que ella se acercó a una chica retraída, pequeña y sin ánimos de socializar. Al preguntarse los nombres y cuestionarse los gustos, en una semana ya eran casi como hermanas.

Eugenia y ella fueron creciendo de a poco y a la par. Realmente compartían un nexo que iba a través de toda prueba, y hasta más allá de su comprensión. En ese tiempo ella seguía sonriendo. No tanto como cuando era solo una pequeña, pero lo hacía muy a menudo, y, sobre todo, cuando se encontraba con Eugenia.

Su amistad era el claro ejemplo de que no necesitaban nada más para vivir, solo les bastaba el hecho de compartir un sentimiento tan profundo con su otra mitad. Una caricia del alma, ellas lo llamaban abrazo. Meses y meses peleadas para luego asumir una culpa que nunca existió, y así seguir con algo tan hermoso que fortalecía y revitalizaba el cuerpo de ambas jóvenes. Primeros novios, experiencias escolares, e interminables y estrepitosos viajes que disfrutaron a más no poder. Su vida no necesitaba nada más, y ellas lo sabían.
Ella sonreía cada vez menos, casi de manera progresiva. Sus padres recurrieron a un sin fin de psicólogos y doctores, pero sin resultados. Recetaron tratamientos, medicamentos, pero su escasez de sonrisa continuaba intacta. A ella no le importaba, tenía a Eugenia y a esa hermosa danza que la hacia volar.
Pero así como las unió, la danza tuvo que forjar el destino a tirones, y desunirlas para darles una cierta dosis de fortalecimiento y falta de esperanza.

Eugenia renunció a esa faceta suya, y a los 18 años de edad decidió empezar a estudiar traductorado de inglés. No le costó mucho convencer a sus padres para que renten un departamento en otra ciudad, donde pensaba residir por sus estudios. Solo un tirón paternal gritando un "te voy a extrañar" tuvo que sacrificar para poder lograrlo. A ella le esperaba otro destino, otra encrucijada. Realmente su ímpetu y su talento impresionaron a un número seductor de expertos en danza. Del resultado de una audición en Buenos Aires, ella logró un contrato para ejercer ese sinuoso cuerpo en la danza de Estados Unidos. No podía creer que estaba a un paso de dejar todo e irse a buscar nuevos horizontes. Unas cuarenta veces pensó esto y de más de mil maneras, teniendo sólo como testigos al mar y al tenue sol.
No pensó dos veces en querer llegar hasta allí, tocar esa estrella que siempre había anhelado. Le faltaba centésimos, un solo estirón. Pero había un problema, un problema pequeño y morocho.

El solo echo de hacerlo le producía un puñal en su ser, y nauseas para variar. No podía dejar a Eugenia. Ni en lo más remoto de los casos. Se llegó  a preguntar por que esta sensación no la tenía con su familia, para luego contestarse a sí misma con una simple sonrisa. Le pareció raro. No veía una de esas en casi dos años.
Los días pasaron y ella seguía estancada en una encrucijada letal. Casi sin firmar y con cara de masacrada, accedió al contrato por cinco años en Estados Unidos.
Al contarle este hecho a Eugenia le produjo varias sensaciones. Traición, odio, ira, impotencia. Luego el amor y la compresión fueron apareciendo como luces intermitentes. Le recordaban que una parte de sí misma se iba a Estados Unidos esa noche, y debía estar en el aeropuerto para darle las gracias, y de una vez por toda decirle adiós.

Ella estaba ahí, quieta y sumisa. Su cuerpo ya era diferente a cuando era una niña. Sus rasgos eran más serios, más grises. Su sonrisa yacía cubierta de arena y mariposas ya sepultadas. Ahí estaba. Sus padres expresaban un dolor y una emoción que ella no podía abocar en su rostro, por más esfuerzo que ensayara.
Se anuncia por última vez su vuelo, que ya arribaba con retrazo. Allí la esperaban. Su cuerpo perfectamente simétrico debía complacerlos con movimientos sedosos.
Mirando hacia su espalda levantaba su brazo saludando  a sus padres. Dándose vuelta sus oídos perciben la voz de una conocida gritando su nombre. Agudizando mas su percepción se sorprende en que no es una conocida. Es una amiga, una hermana, una parte de ella que le recordaba de donde provenía y hacia donde se dirigía.

Su rostro palideció, y una mísera lágrima logró salir de ahí, silenciosamente. Deshaciéndose de todo lo que la molestaba, ella se abraza con su otra parte, intentando que ese momento dure para siempre. Su rostro seguía pálido, pero ahora se encontraba empapado por esas muestras de cariño que había logrado sacar. Eugenia la imitaba como su parte perfecta. Ambas se separaron cuando se nombró por última vez su vuelo, y ella siguió llorando sin voltear. Tenía miedo. Ese mismo miedo de desvainar esa sonrisa la había anonadado de sorpresa, y no quería sentirlo más.

Ambas partes siguieron sus vidas, con tanta rudeza y tristeza. Asumiendo de que su parte nunca había existido, y que ellas eran enteras de naturaleza. Al transcurrir veinte años, ya ambas habían cumplido con la rutina vitalicia del que nadie se puede escapar: la rutina de vivir. Eugenia era traductora de una importante empresa en Buenos Aires, ya casada y con un hijo. Había reemplazado ese hueco en su subconsciente con películas románticas, que siempre la dejaban llorando.
Ella consiguió una gran carrera en el territorio norteamericano, y dejó atrás a su familia y a su país de origen. La danza había ocupado la mayoritaria parte de su vida, teniendo tiempo solo para un marido. Su hueco era reemplazado por cenas con personas elegantes y más danza. Su sonrisa se estaba buscando hace más de diez años.
Esa maldita disciplina la desunió y la obligó a separarse de su mitad por mucho tiempo ¿Cómo algo considerado tan precioso terminó siendo cruel y despiadado? Sin embargo, les daría una segunda oportunidad.
Ella debía viajar a su país natal por cuestiones de contrato, y debía permanecer allí por un largo tiempo. Su esposo era un artista plástico que poseía muchas flexibilidades en las decisiones que ella tomaba, por lo cual pudo aceptar este cambio sin ningún inconveniente.
Empacar todas sus pertenencias en el abastecido hogar que poseían les tomó algo de tres semanas. Guardar todos sus muebles, todas sus fotos carentes de alegría, todo su gris. Pasaron las semanas, y ellos lograron instalarse en una casa más pequeña que la anterior. Su gris quedo intacto, con un poco de ayuda del humo de la ciudad.

Salir a caminar una tarde del sábado para ella era lo único que la mantenía viva, realmente viva dentro de su gris de monotonía, aunque recientemente ya lo realizaba por inercia. Un sábado decidió seguir con esa inercia y decidió caminar un poco por el barrio. Caminó hasta encontrarse en Billinghurst y Pacheco de Melo, hasta que se detuvo. Observó bien para mitigar la idea de que sus ojos la estaban engañando. Realmente estaba sucediendo.

Comenzaba el año y Eugenia debía comprar los útiles para su pequeño hijo Benjamín. Era una tarea realmente fastidiosa, pero en un punto la relajaba mantenerse a la izquierda de sus pensamientos y realizar tareas tontas por un breve lapso.
Eligió el sábado para llevar a cabo dicha compra para evitar largas colas y a madres insoportables. Bajó de su departamento y se encaminó. Se encontraba en Pacheco de Melo y Billinghurst cuando sucedió. Sus pupilas se dilataron de tal manera que podría haber asustado a más de un paramédico.
Se miraron de pies a cabeza, examinando cada mínimo detalle que podían percibir. Era una realidad, estaba sucediendo. Por un momento Eugenia pensó que sus sentidos la engañaban, o que el calor le estaba mareando, pero dicha creencia se desvaneció de inmediato. La danza que tanto habían disfrutado y odiado, les estaba dando una segunda chance para poder disfrutar.

Corrieron a su próximo encuentro, desesperadas de ansiedad. Querían reunirse, querían incluir esa otra parte en si mismas otra vez. Querían ser niñas, conociéndose nuevamente. Querían compartir esos momentos otra vez, ser indispensable la una para la obra. Querían contarse todos sus secretos y verdades, querían sonreír.
Querían volver el tiempo atrás y reconstruir todo, querían volver a ser felices.

Corrieron y en un abrazo se unieron nuevamente. Dos partes separadas por la ruptura de la distancia y la soledad, ahora se encontraban. Recordaban. Recordaban que realmente ellas no eran enteras, su parte estaba justo delante de ellas. Llorando cataratas de sus orificios de colores, asumiendo que eso que vivieron no fue realmente vida. Una capa de arrepentimiento junto con remordimiento inundo el ambiente, estremeciendo aún más a las partes.

Al terminar un eterno abrazo, se miraron mutuamente los rostros. El tiempo tirano los había disfrazado, pero para ellas era solo una fachada. Ella seguía teniendo esa figura delgada, y esa tez pálida desde la última vez. Eugenia seguía siendo pequeña y con un larga y prominente cabellera opaca.
El llanto seguía, casi de manera interminable. En un momento cesaron, se abrazaron y retomaron ese lloroso momento pero con un grado menor de intensidad. Eugenia alcanzó a pronunciar un "¿En dónde te has metido todos estos años?" y a lo que ella respondió "En una pesadilla, amiga, en una pesadilla". Y en ese momento algo sucedió, algo realmente inesperado. Las facciones de ambos rostros volvieron a viejos recuerdos, a viejas andanzas. Eugenia posó su sonrisa tímida y encantadora. Y ella, rompiendo todos aquellos miedos que la atormentaban hacía un largo tiempo, sacó de su mesa de noche su deslumbrante sonrisa.

Juan Valentín Caballaro

Relatos FM

La Ventana



Miraba a la pared  y todos se reían de él y decían:
-Mira al viejo loco mirando una pared, pobre como gesticula y saluda al muro blanco vacío, sin ventanas.
Miraba por la ventana, veía, contemplaba... campos, prados ilimitados mecidos por el viento del sur ante una radiante luz primaveral. Y en una suave ladera, a escasos metros, unos niños corrían y se dejaban caer en la yerba esmeralda y carcajeaban y jubilosamente alborotaban. Y hasta el anciano llegaban sus risas perfumadas.  Encandilado bebía cada imagen, cada movimiento, cada pirueta, salto, cabriola, broma y risa, caída y su consiguiente destornillamiento de risa de los otros dorados niños...


-Pobre viejo estúpido. Lastima. Lo último es llegar a viejo en ese estado, mejor morirse cuando aún se tiene la cabeza en su sitio –dijo un hijo al pasar, de visita para ver a un pariente anciano, allí en el aparca-ancianos.
-Alguien tendría que hacer algo –Dijo una mujer con zapatos de tacón sangre y carmín rojísimo, inquieta y con cara de fastidio, haciendo su rutinaria visita trimestral a su madre cívicamente almacenada en la residencia.
Al director llegó el rumor del oleaje de quejas.
-Intolerable. Causamos mala impresión. Hay que solucionarlo ya.
Aquel día lo llevaron a la zona de recreo, lugar idílico para pasear y disfrutar del verdor y la luz. El sitio donde apilan a los ancianos el día de visita. Las nubes cubrían a los árboles frutales, y a la envidiosa rosa roja en eterna lucha con su hermana blanca, y a los tristes crisantemos hastiados de muerte, con un manto gris.
-Aquí está mucho mejor, mucho mejor –dijo al pasar el director con un tono de voz de autosuficiencia.
Y el anciano miraba a un vacío sin fin. Dejó de gesticular, de mover los brazos con aspavientos, no volvió a reír. 
Y dejo de ver. Y sus ojos, antes luminosos, se volvieron ceniza... y olvido.

Ken Zaburo Oé

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Extraño El Sol


¿Tarda mucho en que salga el Sol?
...
De Pronto, un día se oscureció todo, las nubes eran negras, el Sol no existía ya, las estrellas alumbraban siempre, y la Luna era como un foco que iluminaba la ciudad.
Mamá estaba todo el tiempo preocupada por lo que sucedía, y le daba miedo que permaneciera la situación así.
Papa, seguía con sus actividades normales, pues como decía, llueva, truene o relampaguee, tengo que trabajar para poder darles de comer.
Mi hermano, que tiene 18 años, apenas entro a la universidad, y me cuenta que todos están emocionados por el suceso, y que deseaban se quedase así.
Yo no entiendo que pasa, pero es muy lindo ver las estrellas, todo el tiempo, y aunque ya no hay Sol, prefiero ver la Luna, ya que no me quema.
...
Ya van más de cien días, en que se oscureció la ciudad por completo, y ni mis padres, ni mi hermano, ni los profesores, ni los científicos y mucho menos el gobierno, saben que está pasando; pero mientras tratan de resolverlo o por lo menos entender que ocurre, todo sigue normal, como si no se hubiese ocultado el Sol.
Mi madre aunque sigue preocupada, trata de olvidarlo, siguiendo con sus actividades normales: limpiar, ir al trabajo, cocinar, y cuidarnos.
Papá, que es el más centrado, no le da importancia a eso, y dice que es mejor que este así, pues el tráfico es menos pesado, y la gente en el trabajo, labora más.
Mi hermano, está feliz, porque puede llegar un poco más tarde, poniendo de pretexto la noción del tiempo y eso.
Yo, tengo que ir a la escuela, pero a veces es complicado, porque como veo oscuro, me quedo dormido y me da flojera levantarme.
...
¿Tarda mucho en que salga el Sol?
Le pregunte a mamá ayer, y me contesto que no sabía, pero que si por ella fuese preferiría que no saliera ya, y que no le daba miedo la noche.
Papá no tuvo tiempo para contestarme, ya que tiene más trabajo y casi no está en la casa, solo llega un rato y se va, casi no lo veo.
Mi hermano, prefiere irse de fiestas, con sus amigos de la universidad, y lo veo cuando llega ebrio, eso dice mamá.
En la escuela todo es normal, la mayoría está feliz por el nuevo cambio, no hay calor, ni estrés y enseñan mejor y aprendemos mejor.
...
¿Tarda mucho en que salga el Sol?
No sé, pero parece ser que soy el único que extraña el Sol, a pesar de que me quemara; la Luna es hermosa e ilumina como un foco gigante, y las estrellas le ayudan a eso, y me gusta, pero extraño el Sol. Yo creo que la gente se olvidó muy rápido del Sol, y aunque ya encontraron sustituir sus funciones, siento que hará falta, es como si alguien a quien quiero y me hace feliz, se fuese, Yo lo extrañaría, no solamente un rato, sino siempre.

JC333

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El talismán rojo


La familia vivía la morriña del pasado. Abatida sobre su propia suerte seguía la lucha en el más allá, como ultrajada en el espíritu bondadoso de una vida llena de melancolías y remembranzas. Pero no por eso, cada miembro se protegía con las soledades baldías en su forma de madurar sus propias adversidades destronando cualquier alumbre de vanagloria. Era el vivir su propia vida. El tiempo iría poniendo a cada cual en su sitio. Sus miembros, matrimonio y dos hijas, hacían un conjunto modélico y de renombre conocido en sus relaciones sociales: efemérides de altas esferas.
El tiempo fue pasando por el deambular de la vida. Cati, la madre, hacía alarde de buen sentir auspiciando mejoras en sus relaciones con aquel mundo ficticio que la rodeaba. Las hijas veían un entorno de abundancia que jamás soñaría que aquello pudiera derivar en un resoplo sin enmienda. Abel, el padre, hombre de buen talante y trabajador, se devanaba por alcanzar ser persona de cierto prestigio dentro de su entorno.
La mayor de las hijas, articuló su vida a un joven apuesto de familia de reconocida apariciones en crónicas de sociedad y de salones. Poco tiempo pasó para que la pareja tomara un apartamento y se emanciparan con la consabida aparición en los medios de comunicación sociales. El sobreprecio parecía disuadir cualquier tipo de amparo por el prestigio de las familias, tanto que éstas comprendieron el buen talante de los jóvenes para desarrollar su propia vida y su libertad no se viera mermada por el apego familiar.
La otra hija quiso seguir los pasos de su hermana mayor, pero con la diferencia de hacer de su vida un dispendio de libertad. Tomó un estudio de alquiler y poco a poco se hizo con un trabajo que le proporcionaba los recursos suficientes para solventar su vida. Las relaciones, con sus padres, iban tomando formas de alejamiento cada vez más exasperantes. Su poder de vanagloria le hacía ser persona rebelde para con la sociedad en la que había sido educada.
Cati y Abel discrepantes con el acontecer de cuantos hechos habían sido objeto en los últimos tiempos, por aquello de la soledad, pusieron sus vidas en favor del azar: casinos y club sociales, serían sus mejores aliados para hacer de sus aislamientos un derroche de fortaleza jamás soñada. Las noches serían de juegos de cartas en un círculo de amistades. Pronto la desesperanza puso al matrimonio a vagar cada uno por su lado. Las apuestas dinerarias iban creciendo por ambos lados, siempre discrepantes, por entender que cada cual hacía de sus capas un sayo, no por eso las arcas iban aumentando, al contrario.
Las hijas lejos de lo que acontecía a sus padres vivían en el más allá, sin ningún tipo de afectaciones que pudieran discernir sobre el futuro aleatorio de éstos; una con sus parodias sociales en las que parecía no tener final alguno y la otra abrazada a su libertad, pasaban de todo lo concerniente.
Abel salía una y otra noche buscando el juego y poco a poco la bebida que le haría olvidar los buenos tiempos del pasado; alarga su noche con el irritado de una sombra que le persigue hasta adentrarse en él, toma la voz de su conciencia. No más lejos de su hogar, Cati, encerrada en su soledad, vaticina males mayores: de la opulencia a la adversidad; no por esto será concluyente en sus insinuaciones por la forma de proceder en su matrimonio:
-Debo lograr un acercamiento familiar –se dijo.
Su matrimonio empezaba a debilitarse día tras día, no siente el apego de hablar con su contrario de esto o de aquello que por momentos se desmoronaba; con sus hijas sentía la pena de poner en reprobación a unas vidas cuajadas de libertades, será como un anuncio en plena tormenta. No quiere herir sensibilidades y decide enmudecer. Su silencio, pensó, tendría su respuesta con el tiempo; pero el tiempo pasaba y no sería capaz de aglutinar sus discordancias. La contrariedad se agudiza, no tiene salida.
-Pediré la separación y me desligaré del pasado –concluyó.
Los enojos de Cati le llevaron a disponer de un piso pequeño donde pasar el resto de sus días cobijada bajo su soledad; aún no había cumplido los cincuenta y tantos y merecía ser esclava de su propia compañía, se lamentaba.
-Llamaré a mis amigas del club social y jugaremos nuestras partidas de naipes en casa.
Las suposiciones iban siempre por delante. Unas y otras tenían sus compromisos enlazados dentro del club de amistades y sus justificaciones eran de lo más repelentes. Su ansiedad se veía ardua y llena de los más odiados enojos. El silencio hizo incomodar su ingenio hasta llevarle a la desesperación, su vida pasaba de baldía; los días eran largos como las noches, llenos de soledad.
Una mañana, una de sus amigas, le sorprendió con su llamada; quería invitarla a desayunar en una cafetería de la ciudad, Cati no lo dudó y dispuso la hora del encuentro. Sería una charla amena y llena de razones por la que había rehuido de sus llamadas; también la amiga había decidido separarse de su pareja e ir a vivir como ella a un apartamento. Parece que la luz surgió sobre los ojos de las dos amigas y del silencio pasarían al desenfreno; acordaron salir juntas para hacer de sus vidas un derroche de libertades: vengarse de sus exmaridos.
La culpabilidad se traducía en ventajosa ante la mirada inquieta de cuantas amigas ponían en entredicho sus maneras de vivir: la vida en el desenfreno; su libertad no se resentía por cuantas especulaciones difundían sobre ellas, eran objeto de envidia.
Aquella noche descabalgaron en el casino: tomaron las riendas del azar. Primero probaron las máquinas tragaperras que una tras otra fueron metiendo monedas sin ningún resultado positivo; siguieron la estela del póquer de tres cartas donde arreciaron sus apuestas con alguna distracción que puso en órdago sus mejores fantasías, pero nada de nada. Desmembradas de sus abruptos caudales, regresaron con el cabizbajo de perdedoras. La noche había pasado como de venganza callejera, con más pena que gloria.
Era martes y salieron Cati y su amiga para tomar un café, de esos de media tarde; no querían tomar otras riendas que las del juego, encajaron en un bingo de tarde; la suerte parecía agraciarles cuando a las pocas jugadas cantan línea, se pagaba poco, pero lo suficiente para seguir jugando y al final gastar algo más. De noche, tomaron unas copas en el sitio de costumbre y aterrizan en el casino, toman unas fichas y prueban a la ruleta; juegan una al diez y nueve rojo y la otra al quince azul, la bola rueda pero no para hasta pasados estos números, la suerte estaba en el cinco rojo; pero quieren seguir haciendo del azar un esotérico juego, apuestan nuevamente y la bolita arroya sus apuestas. Se derrumba la noche y las pérdidas son cuantiosas, no va más.
La dosis de ansiedad empieza hacer mella sobre Cati. Sale esa tarde y estrena modelito rojo con plisados y algún otro detalle de poca importancia. Le tienta, de nuevo, la congoja y se adentra en el club de amigos para jugar una partida de bridge; pronto encuentra compañeras para tentar su suerte y la suerte le sonrió, enseguida pensó por lo del rojo. Inquieta sale y busca la sala del casino para apostar fuerte en la ruleta; ha cambiado una importante cantidad de dinero por fichas. Apuesta por el cinco rojo, como el otro día, la suerte está en la bolita, ganador el cinco rojo; quiere seguir su apuesta y lo hace con el treinta y uno azul; el croupier canta el treinta y uno azul, el montón de fichas se acumula. Cati templa los nervios y piensa si seguir o quedarse con el montón de fichas, sentía que estaba en racha y decide apostar todo lo ganado, de nuevo, al cinco rojo; las gentes, expectantes, abruman sus apuestas y rehúsan de los números agraciados en la noche. Todo está en juego cuando rueda y rueda la bola sin tener destino, parece que lo de rojo no estaba seguro y podría fallar; el destino fue y se hizo la suerte, el cinco rojo. Ya no cabían más fichas en su bolso para cambiar su destino y hacer una caja importante.
Lo del rojo funcionó aquella noche y, Cati, se sintió feliz, ¡será como se dice: el talismán rojo!

Copera

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INCANSABLE BALADA DEL ERRANTE


La puerta del ascensor se abrió precedida por un sonido oxidado. Allí estaba, con mi traje de saldo en la cuarta planta de otro edificio idéntico. Desde que recorría la ciudad puerta a puerta todos me parecían iguales; aunque era mejor que no hacer nada, infinitamente mejor que trasladarme a casa de mi suegro con mi familia para subsistir con una ínfima pensión...
Con 54 años, y ya son tres en paro, aceptas cualquier cosa que te aleje de la rutina de mirar por la ventana a una ciudad a la que no importas en absoluto. Pasaba tanto tiempo inmóvil en mi salón de quince metros cuadrados que creí que llegaría el día en que mi mujer me pasara el plumero por la calva, como un mueble más acumulando polvo.
Tal vez debí escucharla cuando dijo que el negocio enciclopédico estaba tan pasado de moda como las puñetas; que el mundo entero estaba a un clic de distancia con los adelantos informáticos. Yo, que había escuchado por primera vez la palabra web la semana pasada.
Arreglé en el rellano las arrugas de mi traje barato, a la espera de causar buena impresión a mi próximo cliente. No pude evitar sentirme como uno de aquellos hambrientos que caminaba sin rumbo durante la posguerra; la única diferencia era que iba armado con una enciclopedia que podías financiar en veinticuatro cómodos plazos. Un tipo sin estudios cargando con la totalidad de las ciencias humanas... ¿Era aquello una paradoja? ¿Qué diría la enciclopedia?
Me entretuve unos segundos leyendo una definición que no alcancé a comprender completamente. Dudé si reír o llorar, así que huí hacia delante pulsando el timbre frente a mí. Una mujer gritó en el interior de la vivienda, y pocos segundos después abrió la puerta un hombre mal afeitado que superaba la barrera del medio siglo. Conocía esa mirada, la hueca mirada de un mueble, mi ingrata imagen en el espejo. Nos saludamos grave y silenciosamente, como camaradas del mismo naufragio, convertidos en un desgastado engranaje, repuestos desechables y desechados sobre el que se depositaban capas de ceniza y olvido. Sin cruzar palabra, mi olfato comercial me despachó de vuelta al ascensor, cargando con la misma enciclopedia y un poco más de tristeza.

TOM  JOAD

Relatos FM

El Diario



Como todas las tardes después de la escuela, Fabián corría con mucha emoción al parque cercano a su casa donde había una cancha de fútbol; estaba listo para las patadas, las barridas y los goles, todo en compañía con algunos de sus vecinos y compañeros de la escuela.
Era un niño de doce años que prefería pasar más tiempo jugando y practicando deporte que estudiando, pero no por ello, descuidaba la escuela. Vestía pantalones de mezclilla y playeras de colores variados, un morralito donde guardaba su balón y una gorra roja que ya estaba sucia y desgastada pues siempre, todos los días, la usaba para jugar fútbol.
Al llegar al parque, ya estaban todos esperándolo para poder iniciar el juego. Fabián sacó el balón y arrojó su morral a un costado de la cancha. El juego transcurrió sin ninguna novedad, Fabián anotó dos goles y el otro equipo también.
Pero de pronto, se terminó el juego, pues las nubes grises y amenazantes se posaban sobre los niños y rápidamente todos se despidieron y corrieron a sus casas. Fabián observó más, notó que no había necesidad de tanta urgencia, pues aún no caían gotas de lluvia.
Tomó su balón que estaba cerca de una de las porterías. Cuando levantó la vista, se fijó que había una persona sentada sobre el pasto junto a un árbol, a unos metros de distancia de donde él se encontraba. Era una niña que usaba un vestido azul hasta las rodillas, llevaba también un pequeño sombrero color beige que protegía su largo cabello rubio pero que ocultaba el rostro de la niña. En su brazo llevaba una pequeña bolsa de tela y en la otra sostenía un libro.
Fabián se preguntó por cuánto tiempo había estado esa niña ahí, pues nunca antes la había visto y especialmente ese día, no había notado el momento en que había llegado. La niña se levantó del pasto abruptamente pues la lluvia comenzó a caer rápidamente. Trató de guardar su libro en la bolsa mientras corría al otro lado de la cancha, pero éste cayó al pasto sin que ella se diera cuenta.
Fabián contempló la escena hasta que recordó que su morral comenzaba a mojarse. Corrió para levantarlo y guardar en él su balón. Volteó y miró hacia donde estaba la niña, pero ella había desaparecido. Se acercó al libró y lo recogió. Él pensó que podía hacer el intento de buscarla, pero se arriesgaría a enfermarse debido a la lluvia. Cubrió con sus brazos el libro y fue rápidamente a su casa.
Cuando llegó, la mamá de Fabián lo reprendió pues su ropa ya estaba empapada y le ordenó que se cambiara de inmediato; la obedeció y sin decir nada entró a su cuarto. El libro no había recibido más que unas cuantas gotas de lluvia, así que no estaba dañado. Tenía pastas duras de color rojo y era del tamaño de dos palmas juntas.
Fabián se dispuso a leerlo. En la portada no había ningún título, así que abrió el libro en su primera hoja y leyó en voz alta: "Mi Diario, por Mariana". Lo cerró inmediatamente, esa línea le había provocado vergüenza, pues lo que tenía entre sus manos no era un libro, era un diario.
Siempre le había causado mucha curiosidad conocer los pensamientos de las niñas, principalmente porque nos las entendía y creyó que era una gran oportunidad poder estudiar a detalle ese documento. Pero recordó a la pequeña niña y se imaginó cómo ella se encontraba en su casa, revisando su bolsa y se horrorizaba por no encontrar su diario en el interior.
Fabián pensó en todas las posibilidades, y decidió que sólo le echaría un vistazo para saciar su curiosidad, pero no invadiría de más los íntimos pensamientos de Mariana, la dueña del diario. Buscó sin poner atención a lo escrito, la última entrada del diario, y se llevó una gran sorpresa al averiguar que era de ese mismo día. Comenzó a leer:
"Llevo dos semanas viniendo diario a verlo jugar, pero al parecer no nota mi presencia. Desde el primer día que lo vi jugando en el parque me enamoré de él, de su cuerpo atlético, de su risa amable y su gran forma de jugar. Me gustaría poder conocerlo, hablar con él, poder ser amigos y no sé, tal vez en el futuro, yo le llegue a gustar como él me gusta a mí. Esperaré un poco más ya que la lluvia está por caer, pero si la lluvia hace que se distraiga del juego y me nota, no me importará que termine empapada. Podría ser que me preste su gorra roja para cubrirme."
¿Gorra roja?, ¿jugar en el parque?, ¿lluvia? Fabián no tardó en darse cuenta que Mariana había escrito sobre él. Se acongojó al darse cuenta que le gustaba a aquella niña y ahora ésta, había perdido su confidente en papel y él lo sabía todo. Pero al mismo tiempo se emocionó, no la había visto detenidamente, pero admitió que la niña se veía bonita y no tendría ningún inconveniente en acercarse a ella a platicar con el pretexto de entregarle su diario.
Ya era tarde y seguía lloviendo, por lo que decidió que al día siguiente, después de la escuela, iría como de costumbre al parque para jugar y encontrarse con la misteriosa Mariana. Le prometió a ella en la distancia, que no leería más de ese diario y lo cerró.

Ya en el siguiente día, atendió la escuela de forma normal, pero en los ratos que tenía libres, le preguntó a sus amigas y compañeras si no conocían a una tal Mariana, sin embargo, ninguna supo ubicarla ni siquiera haciendo suposiciones por el nombre. Fabián no se desanimó, sabía que la encontraría en el parque como según ella lo acostumbraba hacer.
Llegó al parque ansioso y más rápido de lo normal, arrojó su morral a un costado de la cancha y saludó a los pocos amigos que ya habían llegado a la cancha de fútbol. Volteó discretamente al árbol donde había visto a Mariana el día anterior, pero no estaba. Les preguntó a sus amigos si habían visto a una niña ese día o anteriormente, pero todos negaron rotundamente.
Se olvidó del asunto por un momento y recibió a sus demás amigos para comenzar el partido. Nuevamente, se desarrolló el juego sin muchas novedades; en esos momentos, Fabián se cuestionaba si conocer a Mariana le permitiría cosas diferentes al rutinario juego de fútbol. Se imaginó riendo y comiendo a lado de la niña del vestido azul y a causa de ello, en varias ocasiones, falló goles que eran muy fáciles de anotar.
Terminó el juego, todos comenzaron a despedirse. Fabián tomó sus cosas y se acercó al árbol donde había encontrado el diario, pero no estaba la niña. Se sentó y recargó su espalda en el tronco para esperar a que ella apareciera. Así transcurrió una hora y no hubo novedad, más que un perro que se acercó a olfatear a Fabián.
Se desesperó y se levantó para irse a su casa. Pensó que tal vez Mariana se había enfermado a causa de la lluvia y por eso no había ido a verlo o a buscar su diario. Caminó frente a algunas casas y vio más adelante una camioneta a la que iban subiendo un hombre y una mujer que estaba jalando a una niña del brazo para que subiera.
La niña estaba llorando, gritando y pataleando para evitar que subiera a la camioneta. Vestía un pantalón de mezclilla, una blusa roja y un pequeño sombrero. La camioneta parecía ir llena de cosas, sólo con el espacio suficiente para que la niña viajara en el asiento trasero. La mujer cargó a la niña y la obligó a entrar, cerró la puerta de forma abrupta y le gritó:
— ¡Ya no lo encontrarás, se perdió en el parque!
La mujer subió a la camioneta y justo en el momento en que cerró la puertezuela, arrancó a toda velocidad.
Fabián reaccionó: ¡Mariana era la niña que estaba llorando! Corrió hacia la camioneta, levantando las manos para que el conductor los viera, pero el vehículo fue más rápido y se detuvo resignado y agitado al ver que ya nada podía hacer.
Recargó sus manos sobre sus rodillas, después sus rodillas sobre el suelo, y vio alejarse más y más a la camioneta hasta que se perdió de vista. Fabián sintió un vacío en el pecho, remordimiento pues había estado tan cerca de esa niña que lo admiraba, que estaba enamorada de él y ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle "hola".
Sacó el diario de Mariana que estaba en su morralito, lo acarició y recordó que había hecho una promesa de no leer más de su contenido, pero la chica ya no estaba y sintió que tal vez podría estar más cerca de ella si se dejaba acariciar por sus palabras.
Retornó a la última entrada que había leído, pero esta vez retrocedió una página para ver qué había escrito antes. Nuevamente Fabián se llevó una sorpresa:
"Mañana haré el último intento, ya no hay más tiempo. Llevaré mi vestido azul y mi sombrero favorito, tal vez así me logre notar. Quiero entregarle algo especial: un beso. En dos días mis padres y yo nos mudaremos; eso me enoja mucho sobre todo después de haberlo descubierto. Quiero llevarme un recuerdo de él, y que él se lleve un recuerdo mío, pues tal vez nunca más nos volvamos a ver."
Fabián dejó caer varias lágrimas que mojaron las perfumadas hojas del diario. No pudo conocer a esa niña a la cual había enamorado sin querer y mucho peor, no pudo tampoco despedirse. Nunca más volvió a saber de ella.

Sebastián Laguna

Relatos FM

Mil maneras como mecanismo de defensa


No tomaremos mil, sino una como muestra de lo que tienen qué hacer las obligadas víctimas venezolanas en Gringolandia.
Llegas al muelle en Fort Láwerdale temprano para tomar el barco que sale a pesca deportiva. Allí la algarabía de un grupo de refugiados parece contagiar. Por su acento se sabe que son venezolanos. Tan pronto como se da el abordaje, cada grupo persona elige el sitio acorde a sus preferencias o estrategias.
Te llama la atención la presencia de cuatro animados participantes por su estado físico, no son flacos, ríen entre ellos, y al parecer nada les preocupa, pero al observarte, callan y parecen preocupados; y no es de extrañar su actitud, ya que se trata de un mecanismo de defensa natural entre quienes tienen que huir en salvaguardia de sus intereses y vida. Saben que por lejos que se encuentren de su tierra, puede haber alguno interesado en sus movimientos o acciones. Ya el barco ha salido, y los participantes comienzan a armar sus aparejos de pesca. Algunos fuman, sin quién se los impida; cada uno busca el sitio más conveniente a la faena, mientras tanto, el grupo situado atrás, sigue observando a todos los participantes como en busca de alguien en particular, no hablan, sólo se miran entre sí. Cualquiera pensaría que forman una pandilla, pero la obesidad niega la versión. Esos que antes se vieran animados, ahora están a la expectativa de algo o alguien que pueda cambiar sus planes de recreo; y no se puede culpar a esos que un día, sus enseres y propiedades tuvieran que abandonar para salvar la vida. Seguramente piensan entre sí, que el barco está lleno de espías, motivo que les obliga a guardar compostura, y es el silencio su respuesta.
La descomposición social en lo que un día fuera Venezuela, la que al llegar un tirano a comandar toda clase de cuatreros, entre ellos Jueces de la república, Ejército regular, Policía,  todo el andamiaje militar, hordas de milicianos importados de Cuba entre ellos médicos y comandantes de milicias, medios de comunicación arrodillados al régimen, sin pasar por alto el CNE, principal apéndice de la locomotora oficial bolivariana, cambiarían por completo el andamiaje político de su administración siempre tentada por las dictaduras, para ser transformada en una tiranía implacable.
Esos que estaban allí, ahora callados, eran la representación de un pueblo trabajador, al que le habían expropiado hasta el nombre a su nación merced a una constitución de bolsillo, made in república bolivariana, esa que haría estragos en naciones acostumbradas a una débil Democracia, ahora en ojos del Mundo.
Cada que alguien sacaba un pescado, el murmullo daba la vuelta al barco a la espera de ser el próximo en ostentar una mejor pieza. 
Y para terminar, como tonto no eres. Observas a la llegada al Muelle la salida de los venezolanos, quienes se esfuman sin dejar rastro alguno. Lo que tienen qué hacer las víctimas de la dictadura bolivariana.

MONGO LICO

Relatos FM

EL JOVEN Y EL ANCIANO
                                         

Érase un joven al cual los ancianos irritaban mucho.
Cierto día, tras pasar horas intentando cazar una buena presa y harto de tantearla sin conseguirlo, se sentó sobre una piedra, a la orilla del camino, para recobrar las fuerzas perdidas en tan baldío intento.
   De improviso, un anciano, que por allí pasaba, le saludó, preguntándole:
-   Buenos días, hijo mío, te siento cansado. ¿Cómo puedo ayudarte?
El joven le respondió en tono airado:
- No se ofenda, señor; mas no creo que pueda ayudarme a cobrar una sola pieza de caza.
Dicho esto, se levantó para, adusto, continuar su andadura.
Pasado un tiempo, el joven se encontró frente a una encrucijada. Optó por sentarse en una piedra, a la orilla del camino, y meditar.
   Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no vio acercase al anciano. Éste le repitió la pregunta que ya le hiciera anteriormente:
-   Hijo mío, te veo compungido. ¿Cómo puedo ayudarte?
El joven, sin poder contener su enojo, contestó:
- No se ofenda, señor; pero su mente no estará lúcida, ni despejada. Por consiguiente, no creo que pueda ayudarme a tomar una decisión correcta.
Dicho esto, contrariado, se levantó de su asiento para seguir su andadura.
Corriendo el tiempo, el joven que, habiéndose dejado llevar por sus irreflexivos impulsos, malgastó el dinero que su padre le había dejado en herencia, una tarde de otoño, apesadumbrado y arrepentido, se sentó en una piedra, a la orilla del camino.
El mismo anciano, conmovido ante el sufrimiento del muchacho, le dijo:
- Hijo mío, te siento muy afligido. ¿Cómo puedo ayudarte?
   - No se ofenda, señor; mas, dada su avanzada edad, no creo sea la persona idónea para darme el consejo que resuelva mis problemas.
   El anciano, sin molestarse por las zahirientes palabras, manifestó:
-   Es verdad que soy viejo, pero no incapaz de prestarte ayuda.
El joven continuó expresando su opinión:
- ¿Es que no se da cuenta que es demasiado mayor para que pueda servir de algo? Estoy cansado de que siempre crea tener solución a mis cuitas.
El anciano miró con dulzura al muchacho, y dijo:
- Hijo mío, creo que no te escuchas cuando hablas; de lo contrario, serías más atento y ecuánime. En efecto, mis reflejos han mermado y mi vista perdió agudeza visual; en consecuencia, mis movimientos son más torpes. Mas no por eso soy ser inservible. Con el paso de los años, he aprendido a obrar con reflexivo, a mirar con los ojos del corazón, habiendo llegado a adquirir esa experiencia que solo la vida intensa confiere. Estas facultades son las que poseo, las cuales pongo a tu disposición, aunque tu desmedida arrogancia las desprecie. Recuerda que, algún día, si consigues alcanzar una longeva existencia, tú también te harás viejo y, al igual que yo, desearás compartir tan rico tesoro con el prójimo.
El joven, avergonzado, comprendió que solo una persona necia despreciaría la sabiduría que el buen hombre le ofrecía desinteresadamente.

Cenicienta