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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

MIRANDO LAS ESTRELLAS



Cuentan que una noche de verano había un chico sentado sobre el suelo observando el cielo junto a su padre, absorto con la mirada fija en la infinita noche.

- Papá, ¡qué grande y qué oscuro está el cielo! ¡Da hasta miedo!
- ¿Miedo? ¿Por qué dices eso hijo?
- Pues porque parece que no hay nada papá, ni siquiera luz.
- ¿Estás seguro de eso? Mira hacia allí.

El padre dirigió la mirada de su hijo hacia el cielo, señalando con su dedo una estrella que brillaba desafiando a la negrura de la noche.

- ¿Sabes qué es eso? -preguntó el hombre-.
- Pues claro, no soy tonto, es una estrella.
- En realidad, las estrellas son los sueños que las personas aún tienen por cumplir. Mira bien, hay cientos, miles, millones... y mientras haya estrellas, siempre habrá algo por lo que soñar para lograrlo y ser más felices.
- Papá, pero hay un problema que no has tenido en cuenta, las estrellas son inalcanzables.
- ¿Seguro? - respondió pacientemente - Mira, haz lo que te digo. Primero cierra un ojo, como si estuvieras guiñando. Ahora, cierra tus dedos como si fueras a coger un pellizquito de sal y ponlo delante del ojo abierto mientras miras una estrella, ¿qué es lo que ves?
- Que parece que la tengo cogida entre mis dedos -respondió el chico-.
- Pues eso mismo es lo que quiero enseñarte, que los sueños no son inalcanzables, solo tenemos que
poner de nuestra parte para cumplirlos y ver la vida de otra manera.

El chico miró a su padre confundido, era la primera vez que le hablaba de ese modo. Sabía que lo que le había contado parecía un cuento de niños, pero en su boca sonaba a verdad. El chico se acercó al lugar donde estaba sentado su padre y apoyó la cabeza en su hombro mientras observaban las estrellas.

Leo de la Vega

Relatos FM

Todo va a estar bien



Él es el único acreedor de sus miradas más tiernas. Ella es la única sonrisa que él quiere ver cada día al despertar.

Ahora ella lo ve entrar por su patio con el cejo entre confundido y preocupado. Cuando él la ve en la ventana levanta un brazo torpemente como para saludarla y dejarla tranquila. Ella por instinto –aunque no parezca precisar ayuda– sale a su encuentro y lo abraza mientras con sus habilidades mayéuticas averigua qué es lo que pasa, porqué él llega más temprano hoy a casa.

Mientras María llama al remís para ir a la clínica, su mano tiembla e intenta que su voz no se entrecorte, no quiere evidenciar ante Eduardo que el miedo le anuda la garganta, sabe que para él es muy importante verla tranquila en estas situaciones. Un dolor de cabeza no es mucho  –ni siquiera es un cuadro para ir al médico  pero con Eduardo la cosa es diferente, su historial no le permite pasar por alto cualquier síntoma, por pequeño que sea y,  trascartón, según él le cuenta, el dolor aumenta.

Mucho más rápido que el dolor, aumenta la preocupación de María que de a poco evidencia  su falta de dote actoral poniendo en su rostro esa sonrisa de cotillón que Eduardo reconoce en estas ocasiones pero no dice nada, hace como si se estuviera creyendo la pésima actuación para no preocuparla más.

María corta el teléfono y empieza a caminar por la casa juntando cosas. No tiene mucho para llevar, pero la acción de caminar rápido le ayuda a disimular el temblequeo involuntario de sus piernas. Mientras ella llena el bolso, Eduardo le recuerda que sólo van a una guardia e intenta romper la tensión diciéndole que el ropero tal vez no le entre en el remís, a María le dan ganas de azotarle por la cabeza la almohada que ahora intenta meter al bolso, pero sigue en su papel de maestra de jardín sonriente y tranquila. Después de todo, que Eduardo le haga ese tipo de chistes significa que está –a pesar del susto– bien.

De camino a la clínica lo toma de la mano, él la mira y le sonríe para tranquilizarla. Él es mucho mejor que ella a la hora de disimular los miedos y además, después de haber salido airoso hace un año atrás, siente que vive un poco de prestado y encuentra a estas situaciones menos angustiantes que antes.

Ambos sienten como si estuvieran conteniendo un grito imposible en sus pulmones, un nudo en sus gargantas los obliga a hablar poco y pausado. Ambos se empeñan en que el otro no imagine la angustia que están pasando, pero ambos fracasan en el intento.

En la sala de espera, todavía de la mano, María siente el calor de Eduardo que se transmite a su palma y eso la calma un poco, la humedad de las dos manos latiendo y sudando es signo de que él todavía está ahí. Sienten como una fuerza especial en sus manos tomadas, distinta de otras tantas veces en que se tomaron la mano. Entonces como por acto reflejo María le aprieta aún más la palma como aferrándose y Eduardo la mira con un gesto irónico que a ella por lo general la exaspera, pero hoy le saca una sonrisa.

                –Me vas a quebrar los dedos– dice mientras mira al hombre que espera frente suyo como buscando un cómplice para su gracia –vine con dolor de cabeza y me voy a ir con la mano enyesada.

Es una de las cosas de Eduardo que enamoran a María, su capacidad de sacar un As de la manga justo  cuando nadie lo espera, justo cuando la situación no lo amerita y justo cuando ella más lo necesita.

María pierde un poco la calma –sin perder la compostura– cada vez que le habla a Eduardo y él no la registra, queda inmóvil mirando la pared. Entonces sacude un poco su mano para que la mire y cuando lo hace parece que volviera de un sueño raro. La mira extrañado, como si le costara la realidad, como si por momentos se olvidara de que María lo sacude porque le preocupa, porque lo quiere despierto. Hace un esfuerzo para prestar atención a su entorno, para no volver a su sueño. Mueve los pies, siempre mueve los pies cuando espera y si bien a María generalmente le molesta que lo haga, en este momento ama ese movimiento nervioso y compulsivo, pues le da la seguridad de que sigue despierto.

El apellido de Eduardo se escucha desde el consultorio y a María le vuelve el alma al cuerpo, por fin lo van a atender y eso la calma. Como todo familiar de paciente, quiere pensar que al entrar al consultorio se terminarán sus problemas. Ignora que a veces las soluciones tardan en llegar y que los médicos no siempre tienen la cura a todos los problemas, pero lo ignora casi conscientemente, porque ignorarlo le da esperanza y le devuelve la tranquilidad.

_ _ _ _


Para cuando salen del consultorio ya dejaron de ocultar sus preocupaciones, ahora las evidencian a flor de piel. Ella mira tensa a su alrededor como buscando a alguien y él la atosiga con preguntas poniéndola aún más nerviosa por no saber qué contestarle. La incertidumbre es la misma que hace media hora, pero ahora saben que el primer intento en la guardia fue en vano. A pesar de la explicación detallada punto a punto de la historia clínica de Eduardo que María le hizo a la doctora, la diplomada insistió en que sólo era presión y le indicó un medicamento y reposo domiciliario, cómo si 10 mg de maleato de enalprina y una siesta a contra hora fueran a evitar los viajes a la nada que Eduardo hace, ahora cada vez más seguido.

Él se sienta en el primer banco que encuentra. Apoya los codos en sus piernas y con las manos sostiene su cabeza. Mira las baldosas como buscando una respuesta, su vista se pierde en el piso encerado, sus latidos retumban cada vez más fuerte en su cabeza, parece que su corazón se hubiera mudado a su cerebro y latiera rápido, turbando sus pensamientos.

Por el pasillo que da al hall de entrada, un guardapolvo blanco –demasiado grande para la silueta esbelta que cubre– se abre paso entre pacientes y camillas. María mira con ojos aún incrédulos, por fin el destino le tira un centro directo a la cabeza. El doctor que acertó el diagnóstico la primera vez y siguió de cerca el caso, está llegando a su consultorio.

Dejando de lado su educación, María levanta una mano y grita llamándolo por su nombre –sabe que si le grita <doctor > tal vez no reciba demasiada atención–. Cuando el médico ve la cara de María y la figura de Eduardo sentado detrás de ella mirando el suelo, imagina lo peor.
_ _ _ _


La tomografía confirma lo que las pupilas dilatadas insinuaban. Tras un año de buenos resultados, lo más temido vuelve a aparecer, ahora en su cabeza.

María está desorientada, su vida está ahora en terapia y depende de los medicamentos que controlan la presión en su cabeza. Ellos deciden, o se arriesgan ya y aceptan la operación de urgencia, o esperan a segundas y terceras opiniones mientras sus vidas siguen dependiendo de fármacos que sólo retardan lo inevitable. Ellos eligen, es lo urgente contra lo incierto, tirar los dados hoy o dentro de unos días.

Ella toma nuevamente sus manos, el está recostado y ella parada a su lado. Se inclina para contarle en voz baja las opciones. Eduardo la queda mirando un rato largo y sus ojos se inundan cuando ve las lágrimas bajar por el rostro de María, nunca quiso verla sufrir por él, no se aguanta verla sufrir por él, no le parece justo, pero es así. Él aprieta sus manos sobre las de ella y con ojos empapados toman su decisión, casi no hacen falta palabras para hacerlo.

_ _ _ _


Ahora Eduardo está acostado en la camilla con una bata verde claro que le cubre el cuerpo hasta las rodillas, le da un poco de pudor que la gente que pasa por el pasillo lo vea así. Las enfermeras ajustan los últimos detalles. María le sostiene la mano hasta que la camilla empieza a moverse, Eduardo la toma fuerte como intentando llevársela con él; ella ¬–contra su voluntad– hace fuerza para soltarse y entonces sus palmas comienzan a separarse en una caricia que les parece eterna, hasta que las yemas de sus dedos dejan de rozarse. Se miran a la distancia mientras la camilla se aleja por el pasillo.

Ella no sabe si lo volverá a ver, él no sabe si saldrá con los ojos abiertos.

Ninguno de los dos sabe qué va a pasar pero confían, y mucho. Confían sus vidas. No al doctor, no al anestesista ni al instrumentista y ni siquiera al director de la clínica, saben que de ellos no depende tanto la cosa. Confían mucho más allá, mucho más alto. Confían en quien siempre confiaron, El que los encontró, El que los acompañó hace un año, El que hasta hace un rato tomaba también sus manos en la sala de espera entibiándolas, El mismo que ahora pone su mano en la frente de Eduardo mientras viaja en su camilla, el mismo que ahora abraza por el hombro a María en actitud paterna. <<Todo va a estar bien>>,  les dice al oído y entonces los dos a la distancia se sonríen justo antes de que la camilla de Eduardo doble en el pasillo para entrar a cirugía y un enfermero se lleve a María a la administración para llenar los formularios.


<<Todo va a estar bien>>.

Tom Finn

Relatos FM

Relato inverso



Mi historia termina aquí. Voy a suicidarme. Pero no penséis que es un episodio triste, solo es un mal comienzo de relato. En realidad mi historia es alentadora y pone de manifiesto dos nítidos axiomas. Por una parte, la tenacidad del instinto de supervivencia y la capacidad de adaptación de la especie humana. Por otra, la importancia que tiene en el devenir de los hechos cotidianos la diosa Fortuna. Con mi historia voy a intentar explicarlo y mostraros también la necesidad del advenimiento de la muerte para equilibrar el influjo de las dos fuerzas regidoras del mundo: azar e instinto de supervivencia. Espero no extenderme demasiado, ya he dicho que me he citado con la muerte y no me gusta llegar tarde a ningún sitio, menos aún tratándose, como se trata, de una dama. Me suicido sin tristeza porque el tiempo que he vivido ha sido más que suficiente. Demasiado quizás, y no exagero un ápice, podéis creerme. En concreto voy a vivir quinientos treinta y dos años, seis meses y nueve días. Sí, nací en un lejanísimo año 1973, creo que se empieza a entender por qué digo que mi historia habla de la supervivencia. Supongo que el interés de cualquiera de los que estáis leyendo estas líneas será que desvele cómo he conseguido vencer al paso del tiempo. Lo haré, pero ése es el inicio de mi historia y quiero contaros antes mis andanzas intermedias. Os aseguro que son de lo más variopinto, ya que me he visto obligado a cambiar constantemente de paradero para que mi longevidad y mi apariencia física invariable no levantaran sospechas.
Empiezo por mi última fase vital, que está a punto de concluir en este 27 de abril del año 2505. En ella he sido ciberlicenciado en Quiromancia. La cibertitulación de Quiromancia ha sido una de las últimas en incorporarse a la Universidad Virtual, ante la creciente demanda social de gente formada en Futurología Hiperreal y Ciencias Ocultas Multidimensionales. El caso es que, como ya tenía seis cibercarreras de mis vidas anteriores, me apetecía experimentar con estos nuevos estudios. Estuve dudando entre esta ciberlicenciatura y la de Ingeniería Neuromántica Zodiacal, pero la Ciberfacultad de Quiromancia la tenía más a mano. Cuando terminé la cibercarrera monté mi propio negocio en Meganet y, aunque no he tenido tantos clientes como Octavo AC-B.es, el ilustre Cibercatedrático en Videncia, el trabajo no me ha faltado. La verdad es que con lo inapelable que resulta la Quiromancia es una pena que se hayan perdido tantos años de evolución humana dando credibilidad durante siglos a farsantes como Einstein o Darwin. ¡Varios milenios intentando comprender las leyes de la naturaleza para acabar concluyendo que no hay nada más natural que la anarquía! Entre mis méritos recuerdo que una vez le pronostiqué al dueño de un servidor virtual de Ethernet las coordenadas espacio-temporales exactas de su muerte a partir de un escáner de sus manos. Otra vez le comuniqué a un código Alfa de dos años el nombre y dos apellidos de la código Beta con la que iba a casarse treinta unidades atemporales después. En definitiva, siempre he sido muy serio y profesional en mis informes quirománticos. Nada que ver con mi bohémica etapa anterior, en la que estuve malviviendo en Michigan, Arizona, como compositor de ruidos modulados.
Desde que la Sociedad Internacional de Post-Musicología admitió que ya se habían compuesto todas las canciones que se podían componer combinando solo las notas y escalas tradicionales, el mundo de los ruidos modulados empezó a hacer furor entre los adolescentes de finales del siglo XXIV y sustituyó de golpe y porrazo a las canciones de siempre en las listas de ventas. Yo fui uno de los primeros post-compositores. En mi refugio de montaña de Michigan componía arreglos sonoros combinando ruidos de todo tipo como el choque de cristales de Litio, un huevo microfrito en una sartén de inducción o yo mismo haciendo gárgaras. Aunque experimenté con un montón de ruidos, no llegué a ser un gran post-compositor porque nunca tuve un gran audífono. Mi obra más reconocida es la Sinfonía de aguas mayores y menores para escobilla y retrete, que llegó a ser usada como fondo sonoro en la campaña publicitaria de un ambientador. Esta obra me proporcionó algunos dividendos, pero luego pasé una racha de declive creativo en la que no conseguí componer más que esbozos sinfónicos inconexos de frenazos de coche con canto de canario y preludios de conciertos de claxon y sirena de ambulancia que fueron un auténtico fracaso de crítica y público. Fue una época difícil por la escasez de recursos económicos y la inestabilidad interior que desencadenaba mi turbulenta vida de creador artístico, algo a lo que no estaba acostumbrado porque venía de una temporada larga de equilibrio y raigambre en mis años como tecnoagricultor en la serranía de Cuenca.
La tecnoagricultura y la tecnoganadería, desde su popularización a mediados del siglo XXIII, habían revolucionado tanto la estructuración de las granjas y explotaciones agrícolas como los hábitos alimenticios del consumidor final. Por ejemplo, una de mis mejores creaciones, el tecnochorizo con sabor a crema de chocolate hizo furor entre las madres al dar respuesta al eterno conflicto con el que se habían enfrentado durante siglos todas las madres hasta entonces: «Le doy a mi hijo una merienda que le guste o que le alimente». Otro de mis mayores logros fue la vez que gané el campeonato intercomarcal de tecnofrutas y hortalizas industriales con un tomate transgénico de dos metros de diámetro y de color rosa chicle. La vida en la sierra la recuerdo aburrida y tranquila; con mi mando a distancia regulaba la producción de nubes para originar la lluvia y desde mi ordenador controlaba los microchips del ganado y los robots cultivadores de la tierra. Era muy cómodo, pero me perdía los supuestos beneficios sanadores que me hubiera aportado una tarde de siembra a pie de campo con el cierzo del Moncayo azotándome la cara. No obstante, el pueblo me aportó salud, porque me alimentaba mejor y vivía menos estresado que en la Habana, de donde había llegado huyendo de la policía cubana tras ejercer durante años como consejero genético.
¡El Caribe! Ese clima sí que era bueno para el cutis y no las ventiscas del Moncayo. En el siglo XXIII pasé más de cincuenta años en Cuba regentando una asesoría genética. El problemilla judicial que me obligó a huir en realidad solo fue un error humano, no creo que fuera para tanto. Sucedió que para combatir la alopecia de un actor pornoholográfico de Varadero inserté en su cadena genética un fragmento del ADN de una rata peluda, pero me equivoqué de fragmento. En vez del fragmento de ADN con la información genética del pelo le inserté el fragmento que correspondía al rabo y al actor le salió en la parte baja de la espalda una nauseabunda prolongación velluda y repulsiva. Sin embargo, antes de este lamentable error obtuve algunos importantes logros como consejero genético. En mi laboratorio conseguí que una vaca diera directamente café con leche al ordeñarla, con tan solo insertar una molécula del ADN del café en la cadena genética de mi vaca. También logré que un matrimonio que se odiaba, tras retocar sus estructuras cromosómicas, pasara a amarse locamente. Bueno, también tuve que sobornar al amante virtual de ella para que la dejara en paz, pero eso tan solo fue una pequeña ayuda extra. Estuvieron a un paso de nominarme para el Nobel; al final se lo llevó un telecirujano chino que no conocía nadie pero que había inventado un robot para realizar microcirugías a distancia. Estoy seguro de que influyó el hecho de que en la isla gobernara en aquella época el biznieto que le salió fascista a Fidel Castro. Solo hay una cosa peor que vivir en un país con un gobierno fascista: vivir en un país en el que se pasa hambre. La misma que se pasaba en Uganda, donde viví antes de poder emigrar a Cuba.
En Uganda, entre 2140 y 2210 aproximadamente, fui catador de estabilizantes, colorantes y acidulantes. Era una de las pocas cosas que se podían hacer en el país para no morirse de hambre. Los países ricos del primer mundo nos mandaban alimentos plagados de estabilizantes y otras sustancias sintéticas para estudiar los efectos de su consumo en el metabolismo humano. Alguno de aquellos alimentos era una *****, pero otros sabían mejor que muchos chuletones. A mí me encantaba el estabilizante E-331 y el helado azul de Riboflavina con pepitas de Glutamato. Muchos de los que eran catadores como yo morían de cáncer o les entraban enfermedades raras que no conocía nadie. A mí nunca me pasó nada, por supuesto, yo tenía un secreto que me volvía inmune. Pero sigamos repasando períodos de mi vida.
A Uganda llegué porque me había arruinado en Indonesia, cuando era especialista en reversión del cambio climático y luego, en los primeros años del siglo XXII, el clima cambió, pero al revés de lo esperado. Me explico. Yo me había especializado en la realización de diques para contener la subida del nivel del mar, en la construcción de parasoles gigantescos para reflejar los rayos solares o en la generación de reacciones químicas que descomponían el CO2 atmosférico para reducir el efecto invernadero. Me había convertido en una eminencia contra el calentamiento global, e Indonesia era el país emergente con más dinero fresco después del hundimiento europeo. El caso es que, sin saber por qué, el clima empezó a cambiar en dirección opuesta y la temperatura media del planeta bajó drásticamente. Con el congelamiento global, la Antártida dobló su tamaño, los glaciares volvieron a estar llenos de hielo y aparecían en valles en los que nunca habían existido... Esto hizo que el nivel del mar bajara inutilizando mis diques, y las heladas echaron a perder las cosechas de arroz y remolacha del país. El gobierno de Indonesia era rico pero tenía muy mala leche y las leyes eran totalmente vejatorias para el ciudadano, al menos para el ciudadano occidental, así que me quitaron todas mis pertenencias y me desterraron del país. Me ofrecieron eso o una cárcel en Yakarta y evidentemente elegí la pobreza y el destierro. Eché mucho de menos en esa época los primeros años de mi vida.
Ya llegamos al final de la historia, es decir, al inicio de mis peripecias. En la primera etapa de mi larga vida, entre los siglos XX y XXI, fui presentador del programa concurso más longevo de la televisión. El concurso se llamaba "Saber y Ganar" y yo, Jordi Hurtado. Llega también el momento de revelar el secreto que me ha mantenido joven tantos años. En el fondo no es más que un golpe de fortuna, pero convulsionó mi destino. A veces los inexplicables avatares del azar pueden más que todo el empeño que dedicamos a controlar nuestra ventura o la de la madre naturaleza que nos rodea. Instantes mágicos que nos condicionan la vida mucho más que cualquier plan preconcebido minuciosamente. Son hechos insólitos que no podemos comprender ni argumentar, por eso me limito a relatarlos. Descubrí el elixir de la eterna juventud una noche de luna llena. Acababa de beberme un Pipermint, bebida a la que soy adicto, y estaba probando una crema antiarrugas que había comprado en Mercadona cuando noté que una especie de impulso interior, algo parecido a una espiral de energía, me recorría todo el cuerpo. La experiencia me dejó una indefinible sensación de bienestar que me duró unas horas. En los días siguientes, todos mis conocidos me repitieron que tenía muy buen aspecto. No le di demasiada importancia, pero estuve muchos días intentando revivir la sensación de bienestar que sentí la noche de luna llena. Estuve probando con la crema, con el Pipermint, con la cena que había tomado aquel día... No logré nada hasta la siguiente noche de luna llena, en la que después del Pipermint me apliqué el potingue y, de inmediato, la energía interior se propagó por mi cuerpo. Como la experiencia era agradable, la repetí cada noche de luna llena como si de una droga se tratara. No caí en la cuenta hasta unos años más tarde de que no estaba envejeciendo, cuando empecé a leer en internet ideas conspiratorias sobre mí de todo tipo. Desde que estaba muerto, hasta que era un robot o un holograma. Supe que no podía ser por otra causa que por mi ritual secreto. Desde entonces lo he venido repitiendo hasta hoy, manteniéndome sin una sola cana ni una arruga.
Todos estos siglos de vida me han servido para constatar las máximas recogidas en este resumen apresurado de mi biografía: nada hace más fuerte al hombre que su deseo de sobrevivir; en los momentos clave de la vida la suerte desempeña un papel preponderante; es peligroso jugar a corregir las leyes de la naturaleza; el trance necesario que equilibra y compensa todo lo demás es la encrucijada de la muerte, a la que me dirijo. Dejo sitio a otro, que ya va siendo hora.

Jordan

Relatos FM

DE SANTA FE A VALENCIA



Trazo una línea recta y camino firme sobre ella.
Busco la nota perfecta para componer esta canción.

Primero Barcelona, luego Madrid, finalmente Valencia.
Al llegar a España, pasé dos años bailando en silencio, porque no podía hablar.
Porque se murió mi madre y me vine con sus ropas puestas.
Ya no me quito la falda, desde entonces. Como un luto de por vida. Como el hábito de un monje.

Antes, durmiendo juntos, hacíamos el amor, buscando consuelo por mi padre muerto.
Que murió al saber que me acostaba con ella.

Mi hermano mayor no me habla, porque conoce la historia. Y el pequeño es mi hijo.

Pero yo me curo los estigmas, chupándolos con afecto y perseverancia, tres veces al día, siete días por semana, cada mes, sin descanso.

Nací y en pocos años me fueron desvelados los misterios de la ciencia, del arte, la política y la psicología.
Primero fui un niño con vejez prematura, luego un científico adolescente. Ahora un hombre tierno, una mujer buena.

Gracias a mi formación esmerada y completa, a pesar de carecer de títulos oficiales,
me puedo dedicar a múltiples oficios. Aunque todas son profesiones de riesgo:
Pinto medianeras en las ruinas, revoco muros de solares, lijo marcos de puertas descolgadas, soy músico de salas vacías, entreno paralíticos.

Y todo desde mi piso. Trabajo aquí, en el Barrio del Carmen. Si vienes, te hago el tratamiento completo.

Y tranquilo, desnúdate confiado.
No hay olores fuertes, ni juicios ni pensamientos punibles.
Sólo anatomías diferentes, otros patrones, otras cadencias, estándares minoritarios.

La piel que no contagia, no está enferma. Sin escándalo no hay locos.

Porque soy la divinidad musculada y moderna, que escucha los infrasonidos de tu pena. Tengo el corazón en los oídos.

Somos una mujer grande, peluda y calva, con los ojos pintados,
que sale sin bragas  y pasea por el centro con la **** colgando.
Un hombre con falda escocesa, con pareo y collar.
La madre, el hijo y el padre, la familia completa, la trinidad incontestable, la terna mística, la mesa estable de tres patas que no necesita la cuarta.
Un caracol hermafrodita y blando.

Para ser un organismo viable, hemos construido una cascarilla, con días iguales, perfectos, herméticos, sin huecos, como el Challenger en el espacio.

Hoy se reunieron, a puerta cerrada, los doce sabios del consejo. Concluyendo que:
"La soledad es la vacuna contra el abandono, el antídoto axiomático."

Y que:
"Aunque más vale prevenir que curar, y que mujer prevenida vale por dos,
  la generosidad no previene el abuso. "

Que además:
"El amor, en contra de lo que pudiera parecer, no es cosa de dos.
El binomio fracasa, de manera irrefutable, más tarde o más temprano, en cualquier situación geográfica".
Por otro lado:
"La felicidad es una elección personal y autoimpuesta. Y como consecuencia lógica, el desánimo  también lo es. Cargando así con plena responsabilidad, a quien decide escoger la segunda opción."

Y por último que:
"El otro, por definición, es falible, sin entrar en cuestiones de bondad, ética, o moral, sin drama ni aspavientos."     

Con estos 5 corolarios, diseñaron un proyecto integral, para no asfixiarse respirando en una atmósfera compleja.
Trazaron inconscientes y a su alrededor, una distancia de seguridad, un área circular concéntrica, de radio igual o mayor a 4 metros con 14 centímetros.
Lo que equivaldría exactamente, a la suma de lo que miden dos cuerpos de adulto corriente, con las brazos estirados y las manos abiertas, con  los dedos extendidos,
como queriendo tocarse.

Micro despistes.
Segundos laxos.
Goteras imperceptibles.
Lapsos perezosos.
Grietas milimétricas, capilares.

Y de nuevo...sorpresa...

¡Cómo es la pasión!
¡Hay que ver!
Aún se sigue colando, como la luz en un cuarto oscuro, como el polen, el frio, la lluvia, la humedad, el poniente, el viento, las polillas.
Y acaba empapándome los muebles de papel, tiñéndolos de amarillo.

Vuelto a parir, después de muerto.
Después de una y otra vez difunto.
Reencarnado en mí mismo cien veces.
Concebido de carne intangible, de amor denso y vaporoso.
Amamantado con ideas blancas y leche de soja de nuestras propias tetas.
Madre soltera después de cadáver.
Y huérfano renacido de la autoestima higiénica masturbada con amor y perseverancia.

De nuevo mastico incisivo y pausado, pre digiero.
Reviso fallos de diseño.
Perfecciono mis escritos.
Recalculo su poética.
Reorganizo la composición de pinturas y dibujos.
Y añado un poco más de peso a las mancuernas.

Primer Migrante

Relatos FM

TERAPIA ESENCIAL



Hoy tengo un hombre y dos mujeres. Las prefiero a ellas: huelen a sábanas de encaje, cantos rodados y nubes de plenilunio. Los hombres son añejos como madera de buhardilla, cuero mojado y fruta macerada en alcohol. Sin embargo, algunos me recuerdan a bebés intentando gatear y hay mujeres que me asfixian como toallas usadas...

Entra la primera. Veintipocos, castaña clara, ojos miel, complexión media. Trae fragancias de trigo verde, arena de desierto y pagoda china. Desprende sensualidad y naturalidad pero no se agarra al suelo, le faltan raíces. Mezclo romero, manzanilla y una pizca de flor de mandarina y le hago un masaje profundo en los pies. Un olor cítrico rebota en el techo y nos envuelve. Al acabar, me abraza agradecida y se aleja a buen paso.

Mientras la miro entra el siguiente. Es un chico alto de treinta y tantos, bien hidratado, con sonrisa perfecta. Huele a madera de teka, babas de golden retriever y a moto de gran cilindrada. Tiene la espalda machacada a malas posturas. Recorro despacio su espina dorsal y me quedo en las suprarrenales untándoselas con una mezcla de cabernet sauvignon, esencia de salvia y destilado de moras. El tufillo a vino tinto se nos sube a la cabeza y acabamos a risa pelada.

Entre lágrimas no despedimos. Me siento cansada cuando asoma la cabeza la última de la tarde. Pasa los cuarenta pero es atractiva y estilizada, con una enigmática mirada oscura. Enseguida me llega su fuerte aroma: hierba recién cortada, dunas de playa y estalactitas submarinas. Se agarra a la camilla como un loro a la percha. Las manos son su punto débil. Mezclo artemisa, jazmín y agua de coco. Aprieto el monte de Venus de sus palmas y presiono entre el dedo gordo y el índice. Se queja, pero inmediatamente se suelta toda ella. La dejo sola al final de la sesión y salgo a respirar.

Por hoy he acabado. Me lavo las manos para eliminar la inseguridad de la veintiañera, la borrachera del motero y la crispación de la cuarentona. Necesito  recuperar mi esencia. Acerco mis manos a la nariz e inspiro. No huelo a nada.

Delagranja

Relatos FM

Los días de Marzo



Era una deliciosa mañana de Marzo. El sol reinaba majestuoso entronizado en un cielo azul diáfano. Ni una sola nube osaba contaminar la pureza del firmamento. Julio aspiró profundamente el aire matutino al salir de su casa. Cerró los ojos por un segundo para intensificar el sentimiento de plenitud que lo embargaba. La vida no podía ser mejor para él. A sus cincuenta y tantos había superado con creces los logros con los que había soñado desde muy joven. Era un hombre poderoso, amado por muchos y también odiado por otros, pero ciertamente imposible de ignorar. Los destinos de innumerables almas dependían de sus decisiones. Esa certeza podía intimidar al más pintado, pero a él no lo afectaba en lo más mínimo. Salió del ensueño y comenzó la caminata hacia el senado ya que había sido invitado a presidir la sesión de ese día. Se ufanaba de poder andar por la calle sin custodia, con ese rasgo de arrogancia imprudente que caracteriza a aquellos que creen que nunca les ocurrirá ninguna desgracia. Recordó que Marco le había enviado un mensaje para que se encontraran antes de la sesión en la cámara. No se imaginaba qué cosa querría decirle. Su rostro esbozó una sonrisa al acordarse de Marco. No podía dejar de apreciar la leal vocación de servicio que mostraba día a día. Se había convertido en un aliado insustituible. Debía retribuírselo algún día.
Su mente analítica comenzó a trabajar a medida que progresaba en el trayecto, repasando el estado de la situación del gobierno. Había logrado aumentar el número de senadores de la cámara, introduciendo algunos afines a su causa, consiguiendo así una mayoría casi automática. Sólo en ciertas ocasiones esporádicas le bastaba con adquirir un par de voluntades de las que siempre estaban en subasta para poder completar el número requerido. Ya había promulgado varias leyes de esa manera, sobre todo aquellas que le otorgaban poder extraordinario en situaciones de necesidad y urgencia. No era difícil echar mano a esos poderes cuando fuera que le resultara conveniente. Era muy hábil para encontrar el recurso dialéctico que justificara su utilización. "Después de todo ya se han hecho a la idea de que es para agilizar la toma de decisiones en nombre del bien común. ¿Quién osaría oponerse a ello?", se dijo con sorna. Casi sin darse cuenta habían depositado un enorme poder en sus manos. También había logrado aprobar un paquete de leyes que lo habilitaba a utilizar los dineros públicos casi a su antojo. Se regodeó al recordar las caras de algunos de sus enemigos políticos el día de la aprobación. Esas caras rezumaban odio, furia, impotencia. "De seguro me eliminarían si pudieran", pensó considerando la idea. "No. Son un hato de cobardes. Nunca tendrían el coraje de llevarlo a cabo", concluyó satisfecho. Pero era consciente de que jamás le perdonarían haber impulsado la ley de reforma agraria que regulaba el reparto de tierras entre los pobres y los soldados veteranos. Eso había sido una afrenta mortal para ellos.
Su propia esposa se lo había advertido esa mañana durante el desayuno. Él rió de buena gana, festejando la ocurrencia, tranquilizándola con palabras edulcoradas pero firmes. "Hay quienes resienten que una persona tenga tanto poder en sus manos, no importa si lo usa para el bien del pueblo o no, cuídate mucho Julio", le había dicho ella preocupada. Él había jurado y perjurado que tomaría todos los recaudos del caso, para dejarla tranquila, pero no tenía la más mínima intención de hacerlo. A sus propios ojos, se creía invulnerable, invencible. Había derrotado a sus enemigos políticos en todas las arenas en donde le había tocado enfrentarlos, ocasionándoles daños irreparables y sin embargo aún estaba al frente del gobierno. No sólo eso, él manejaba los hilos de esas marionetas a su antojo. No eran más que tristes muñecos en sus manos.
La caminata le activaba los circuitos haciendo fluir la sangre por sus venas. La advertencia de su esposa le volvió a la mente. Sí, era cierto. Había acumulado tal poder que casi gobernaba a su antojo. Sabía que algunos lo llamaban "tirano" a sus espaldas. También sabía que no podía evitarlo. Al contrario de cualquier otra de sus muchas adicciones, el ansia de poder no parecía tener límites. Nunca resultaba suficiente. Además ¿Qué podía hacer si la estructura republicana sólo servía para generar burocracia o era burdamente usada para satisfacer las ambiciones de funcionarios corruptos? ¿No había conseguido por sí solo lo que la república no había podido lograr en años? Por otra parte la oligarquía del senado le tenía muy sin cuidado. Ya se ocuparía de ellos cuando fuera necesario. No eran más que un reducido grupo de viejos conservadores, adoradores de un pasado que se había esfumado. Sí, él era el dios que regía los tiempos, era su momento. ¿Por qué abandonarlo todo estando en plenitud? Sería una verdadera locura. No. Iría a que le rindieran pleitesía, a que le lamieran los pies servilmente con el objeto de ganarse su favor tratando de acomodarse a la sombra de su ala.
Dobló la esquina y visualizó la explanada que precedía al edificio de la Curia donde funcionaba temporalmente el senado. Varias personas que circulaban por allí lo saludaban con temor reverente. Miró en derredor pero no había señales de Marco. "Se habrá entretenido con algún asunto", se dijo para justificarlo. Notó que siempre lo hacía; siempre cubría indulgentemente las faltas de su amigo. Después de algunos minutos subía la escalinata que lo llevaba al recinto. Al llegar a la puerta se topó de bruces con varios senadores de la oposición solicitando que revisara un tema de carácter urgente antes de la sesión. Le resultó extraño que no lo hubieran hecho con antelación o que no hubieran solicitado audiencia previa. La situación le generó cierta inquietud, pero se tranquilizó al ver algunos rostros amigos en el grupo. El hijo de su ex-amante estaba allí. Julio le sonrió con afecto. Aunque no era hijo de su propia sangre lo quería como tal. Se había ocupado personalmente de seguir el progreso de su carrera. Se había alegrado genuinamente cuando consiguió una banca en el senado. Estaba convencido de que el sentimiento era recíproco. Se aflojó un tanto y se dejó conducir hacia una habitación anexa al pórtico del este. Cualquier asunto que tuvieran que tratar no debería tomarles más que unos pocos minutos.
Una vez allí Julio enfrentó a los senadores, que lo rodearon haciendo un círculo. "Qué colección de imbéciles pusilánimes", se dijo al ver que estaban nerviosos y que nadie osaba articular palabra. Una sonrisa condescendiente se dibujó en su rostro, mientras esperaba que alguien asumiera la iniciativa. Dirigió la mirada de lleno hacia uno de ellos, que bajó los ojos de inmediato con actitud culpable. Julio se sintió repentinamente incómodo. Algo no andaba bien. Un sonido de alarma repiqueteaba en su mente. Los recorrió con la mirada notando que tenían los rostros desencajados, que se apretaban entre ellos como tratando de darse coraje, como si la valentía colectiva fuera imprescindible para llevar a cabo lo que se habían propuesto hacer. Julio hizo un gesto de fastidio murmurando algunas palabras de compromiso e intentó romper el cerco que lo retenía pero no pudo hacerlo. El perímetro se había estrechado a su alrededor. Su mirada asombrada vislumbró un brillo metálico fulgurando  a un costado. Sintió un dolor agudo en la espalda. Giró empujando a su agresor, pero ya todos se abalanzaban sobre él hundiendo las dagas en su cuerpo. Julio se revolvía tratando de evitar los mandobles que le asestaban sin piedad. De repente distinguió un rostro entre la turba, cuyo portador se acercaba hacia él cuchillo en mano. La sorpresa lo paralizó. La daga traicionera le penetró justo en el pecho.
"Tú también hijo mío", atinó a decir en un susurro. Julio dejó de resistir. Los conspiradores se ensañaban con el indefenso cuerpo del poderoso cónsul. Tras unos instantes el grupo se apartó para contemplar la obra culminada. Julio se tambaleaba. La blanca toga estaba tinta en su propia sangre. Aun así logró mantenerse dignamente erguido. Arregló la túnica de modo tal que sus piernas quedaran a cubierto una vez que cayera al suelo. Finalmente, cubrió su cabeza con la toga para ocultar su rostro a la vista de los asesinos. Luego se desplomó cuan largo era a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía el lugar. ¡Qué increíble ironía del destino! La muerte unía a los antiguos socios y más tarde acérrimos enemigos en una inquebrantable alianza de sangre. La suerte estaba echada. Los Idus de Marzo dejarían una huella indeleble en la historia. Un "viva la república" resonó despertando siniestros ecos que alteraban la tensa calma reinante. El grupo de atacantes se dispersó en un instante mientras la vida de Julio se derramaba por cada una de las veintitrés puñaladas recibidas. El dictador vitalicio y pontífice máximo estaba pronto a exhalar su postrer aliento. Una escena atesorada en su  memoria volvió del pasado y se cristalizó ante sus ojos.     
El sol de la Galia se delineó en el firmamento. Observó las llanuras donde se desplegaban sus legiones. Miles de soldados ocupaban el terreno esperando la orden que los llevaría a la batalla. El brioso caballo que lo sostenía se agitaba de excitación al presentir la proximidad de la contienda. Cayo Julio Cesar paladeaba el momento. ¿Podría alguna vez en el futuro sentirse de esa manera nuevamente? Pensó que si tan sólo pudiera atrapar ese instante por toda la eternidad, esa fracción de segundo en el que la gloria plena de un dios emanaba de su persona, lograría lo que siempre había querido, lo que había anhelado durante toda su existencia, ya que estaba a punto de cruzar la línea que lo separaba de la inmortalidad. 

Aldebarán

Relatos FM

Desafiliación política



Venía de una de nuestras reuniones que, como era usual, terminó con unas cervezas en el bar del centro. Eran las dos cuando habíamos dejado de beber y se notaba por la forma en la que caminábamos y hablábamos que habíamos tomado más de la cuenta. Entre risas y verborreas ininteligibles en su mayoría, mis compañeros dijeron que querían seguir con la fiesta en uno de los locales nocturnos de bellavista; me preguntaron si los quería acompañar y yo me negué cortésmente: mi casa estaba cerca y además todo mi cuerpo me pedía ir a la cama; me ofrecieron un taxi, pero quería caminar.
Tras despedirnos afectuosamente, bajé zigzagueando por Santa rosa y tomé Tarapacá con dirección al poniente. Eran los primeros días del otoño, pero ya parecía invierno, pues tenía los dedos entumecidos y mi aliento cobraba forma al fundirse con el frío aire que azoraba mi cuerpo. Tres cuadras antes de llegar a mi edificio me encontré con una **** que me ofreció sus servicios. Lo pensé por un momento sabiendo que me negaría al final, pero el no llegó antes de lo esperado cuando di cuenta de sus anchas espaldas y de su tono de voz simulado que se notaba que normalmente era incluso más grave que el mío.  El rechazo pareció molestarle. Producto de mi poco discernimiento le pregunté qué es lo que pasaba y de forma inesperada me respondió lo siguiente:
No he hecho negocio en toda la noche y con esta ya van tres noches, ya que unos pelados conchae'tu madres han ocupado  mi lugar, parece que me querían pegar: lo más triste es que si hoy llego sin plata me van a sacar la chucha igual, lo que solo me da para pensar cuan cagada esta mi vida y en el agujero de ***** en el que estoy metido; para más remate, para chacrear  más la cosa, antenoche me di cuenta de que tenía unas cosas horribles en los labios y duelen más que la cresta, seguro me las agarre gracias a ese hueón que olía a pescado pasado, me acuerdo y me dan ganas de vomitar, es casi como el mismo asco que siente mi viejo cada vez que me ve, lo peor es que hace unas semanas lo volví a ver después de años sin verle, la razón: mi viejita se estaba muriendo; aun así no me dejaron verla: todos mis familiares, con rabia en la cara y que se les notaba que tenían unas ganas incontrolables de pegarme, me dijeron que si mi pobre vieja me veía le daría un paro al corazón, lo cual es tragicómico, ya que, tres días después murió por la misma razón y con pena ya que le contó al viejo de ***** ese, que lo que más le dolía es que yo no la había ido a ver; lloré por muchos días cuando lo supe, uno de mis hermanos se juntó conmigo y me lo contó, cuando nos despedimos lo único que sentí fue rabia, ya que todo esto se hubiese evitado si mis viejos, cuando yo era chico, me hubiesen escuchado cuando les decía que me sentía más mujer que hombre: no me hubiesen echado del colegio y no me hubiesen corrido a palos de la casa, me aceptarían en una pega decente cuando llegué a Santiago busqué pega, pero en todas las entrevistas me decían que no antes de si quiera preguntarme mi nombre, mi cara de caballo al parecer hablaba por mí: ello causó que terminara como ****: tengo cosas que pagar y algo tengo que comer; lo más malo de todo es que, cuando un enfermo estaciona su auto a mi lado y baja su ventana, me mira con cara de que va a hacer conmigo algo que disfruto: ¡como si fuera lindo andar chupando vergas de enfermos de *****!, para más remate pocos se las lavan, cuando se bajan los cierres y me dicen que quieren una mamada por cinco lucas , sale un olor a ***** y a cocos mojados que tengo que hacer un gran esfuerzo para no vomitar lo cual por cierto me gustaría, pero insisto..., de algo tengo que vivir; lo único chistoso en toda esta huevá es que cuando a veces voy al centro de día a pagar las cuentas, me topo con una marcha y me reconocen hijos por todos lados: me cago de la risa, pero luego me doy cuenta que muchos de esos hijos, son los culpables de que ahora yo esté en la calle, dejando que me enculen por unas cuantas lucas que ni si quiera son completamente mías. Hijos míos de verdad y les saco la chucha.
Tanta honestidad en una simple y casual conversación me perturbó en más de una forma. No quería hacerlo, pero las imágenes de mi extraño amigo meneándosela a desconocidos me daban escalofríos. Saqué de mi chaqueta una cajetilla de pall mal aplastada por el peso de la noche, le ofrecí un cigarrillo a mi amigo y luego, no sé si por lástima, borracho o solidario, le acerqué los últimos billetes que me quedaban en los bolsillos: me dio las gracias y luego me fui a casa. En el ascensor olvidé por unos momentos aquella extraña conversación cuando mi cuerpo me dio cuenta del exceso de alcohol en mis entrañas, lo que me dejo de rodillas frente al inodoro por unos cuantos minutos. Mareado aún y con un agrio sabor en la boca -me había cepillado pero de nada había servido-, prendí el último cigarrillo que yacía todo doblado en mi bolsillo. Apagué la luz y sin sacarme la ropa me metí en la cama. Tardé un rato en quedarme dormido ya que no podía dejar de pensar en lo que había sucedido hace tan solo unos intentes: por más vueltas que le daba al asunto, la **** no dejaba de tener razón.

Anselmo Valencia

Relatos FM

EL DIARIO DE LAURA



No hace mucho, visité una pequeña y antigua biblioteca que  iban a derribar en breve para construir un nuevo edificio público, la verdad es que hasta aquel día no había reparado en ella. Entonces, la puerta gruesa y vieja me incitó a pasar, al abrirla sonó un fuerte crujido que me asustó, pero a pesar de ello me introduje en el interior. A simple vista daba la impresión de ser un lugar siniestro, ya que estaba cubierto de escombros, donde habitaban numerosos insectos y roedores. Por el suelo se encontraban restos de periódicos, manuscritos y algunos libros soterrados  por el polvo, y todo este material, al igual que el edificio se hallaban deteriorados por el tiempo y el abandono al que estaban sometidos desde hace años.
Después de contemplar este lúgubre y a la vez encantador lugar, empecé a recoger algunos de los restos de libros, digo "restos" porque al que no le faltaban hojas le faltaba la encuadernación, pero entre ellos se encontraba una excepción, un pequeño cuento, que a causa de su buen estado me invitó a hojearle, y a medida que lo hacía mi curiosidad iba en aumento, ya que estaba editado en el año 2044, fecha de impresión que me causó enorme extrañeza, pues actualmente estamos en el año 2013. Llevada por una inquietante curiosidad me decidí a leer este viejo y a la vez libro del futuro, cuyo título me conmovió "Holocausto Bacteriológico" y que quiero transcribir algunos de los extractos más significativos:


HOLOCAUSTO BACTERIOLOGICO

(...) Ya desde pequeña llegué a pensar que no pertenecía a este mundo y tenía razones para ello, entre otras cosas, porque había algo en mí carácter que alejaba de mi presencia a los niños de mi edad.
A tal punto llegó mi angustia y soledad que tuve que crearme mi propio universo, y no tenía más amigos que los que mi imaginación me proporcionaba y con ellos jugaba y suponía otra órbita, otros seres, que con el tiempo no sólo formaban parte de mis juegos sino también de mis sueños, y ocupaban mi espacio. Ya no sólo era yo quien los buscaba, sino también  ellos intentaban comunicarse y en más de una ocasión me dieron pruebas de que realmente existían, y si se habían acercado a mí era porque yo los estaba llamando. (...)
Evoco, como antes de pasar todo esto, una tarde de primavera que salía a tomar el sol, esto ocurrió a las seis de la tarde, lo recuerdo con exactitud debido a que ese mismo día me habían regalado un reloj que no me seducía ni la más mínimo, y más de una vez estuve a punto de destruirlo, porque era incapaz de asimilar como un pequeño aparato podía controlarme de tal modo. Pues bien, aquella tarde, como otras muchas, era maravillosa, todo el campo estaba prácticamente verde, con una vegetación exuberante, colorida, con una gran diversidad de tonalidades, donde se respiraba vida por todo el entorno que me rodeaba. Ahora lo recuerdo con añoranza, y anhelo sentir de nuevo esa vida, ese bienestar, el tacto de aquella maravillosa amapola que tenía entre mis manos, ver florecer al menos, ese trozo de terreno donde paseaba y dejaba volar mi imaginación.
Pues bien, en aquella tarde sentí la necesidad de alejarme, quizás fue esto lo que me impulsó a desviarme de mi trayectoria habitual y dirigirme hacia la colina. Una vez allí, desde el primer momento tenía la sensación de ser observada, pero no sentí miedo, todo lo contrario, una gran curiosidad, de modo que me puse a gritar e intentar llamar la atención de aquellos que estuvieran allí. Al cabo de unos minutos aparecieron, ¡eran ellos!, fue un reencuentro maravilloso y el momento más feliz de mi vida, al comprobar que no eran el fruto del delirio de una chiquilla abatida por la soledad. Pude comunicarme sin ningún tipo de dificultad ya que desde niña lo había hecho telepáticamente.
A partir de aquel día da comienzo una nueva etapa para mí, y con ellos viajaba a través del espacio y el tiempo en breves horas. La primera vez que visité su mundo, me llevé muy mala impresión al evidenciar sus grandes adelantos técnicos, puesto que eran mucho más avanzados que los nuestros, y no podía entender como  esta sociedad "tan divina" y me permito la utilización de esta expresión, pudieran depender en toda su magnitud de las computadoras y de una alta y cualificada tecnología, pero no por ello perdieron los valores, como la comunicación, la amistad, el amor a su entorno natural, etc, y sobre todo, esta tecnología punta tenía como única pretensión, proporcionar bienestar y seguridad a esta sociedad (tan compleja y sencilla a la vez), y en ningún caso existían armas ni instrumentos que pudiera hacer el menor daño a ninguno de los habitantes de este planeta, de hecho, los términos Guerras, Hostilidades, Ofensivas...,  no se encontraban en su amplio y rico vocabulario, como tampoco los conceptos de penuria, carencia... en fin, todos aquellos términos que aluden a la pobreza. De igual modo, desconocían los significados de vergüenza, desprecio, vejación, etc., y como consecuencia de todo ello, son seres alegres, equilibrados y satisfechos.
Me explicaron también que mi universo, un día no muy lejano iba a ser destruido por nosotros mismos, de hecho ya lo estábamos haciendo, puesto que no respetábamos a la Tierra, este maravilloso lugar donde tuvo origen la vida, y a partir de ahí una gran evolución y diversidad de especies que fueron invadiendo tanto las aguas como la superficie terrestre, y que hasta la aparición del hombre vivían en armonía con su madre, La Naturaleza, que les dio la vida. (...)
De cualquier forma, aunque la guerra bacteriológica no hubiera ocurrido, nuestro planeta ya estaba enfermo y no había intenciones de curarle, porque la mayor parte de la humanidad (las sociedades desarrolladas) no estaba dispuesta a renunciar al "bienestar" al que nos habíamos acostumbrado, y aquel término tan en boga, "Desarrollo Sostenible", se encontraba vacío de contenido, por lo que nuestra existencia no se hubiera prolongado muchas generaciones más.
Ahora sólo queda un mundo inerte, acabado, muerto, sin apenas rastro de aquel satélite mágico y sumamente hermoso que era y pudo haber sido, si los que existíamos no hubiéramos hecho de él un lugar inhóspito, un infierno. Lo único que permanece de este planeta con vida soy yo, y hubiera preferido estar aquí cuando el holocausto ocurrió, que comprobar el resultado de esta terrible catástrofe que ha destruido cualquier resquicio de vida.
Las causas de la hecatombe de este planeta se deben a los intereses de diferentes estados que querían imponerse y someter al resto de las naciones, tanto desde la perspectiva política, económica y religiosa. Así pues, tras esta guerra, la vida en el planeta se extinguió y yo permanezco viva gracias a la inmortalidad adquirida en el mundo de mis amigos extraterrestres. Ahora sólo me queda viajar por el espacio interestelar esperando que algún día, quizás dentro de millones de años pueda regresar y encontrar una vida semejante a la edad de piedra, para así poder explicar a los hombres de este tiempo lo que ocurrió con la primera vida del planeta y hacerles evolucionar hacia una sociedad más justa, equitativa, donde no existan intereses, rencores, miserias... Donde la religión no se utilice como bandera para someter a la población y llevar a cabo guerras, genocidios contra los infieles, los no creyentes o los de otras religiones, como ha venido sucediendo a lo largo de la historia de la humanidad y represente una forma de poder indestructible. Como tampoco permitir, que una minoría ostente tanto poder económico y derroche de recursos, mientras exista parte de la población que no tenga cubierta sus necesidades básicas, y sobre todo, no consentir el engaño ni la manipulación, a través de los discursos de uno o varios locos, para que no surja nunca el vocablo de genocidio o exterminio en pro a una raza superior, donde el color de la piel, no tenga importancia. Asimismo, las diferentes características del individuo, como las diversas culturas deben tener cabida, pues es la gran diversidad de culturas y con ello, sus gentes, sus poblaciones, las que deben considerarse como el mayor patrimonio de la humanidad.

Relatos FM

Raquel



No le conviene a una piel joven y suave como la tuya
un viejo como yo

Germán I. S. Medina


Ocurrió hace muchos años en Santiago de Compostela. Él decía que la amaba; la gente aseguraba que su esquizofrenia no le permitía amar y que lo que sentía era una suerte de obsesión benigna.
Yo lo veía mirarla sonriendo desde su esquina, sentado en un escalón de la entrada de un banco en el que jamás lo llamarían "señor Sánchez". Algunas veces venía a nuestro bar y pedía un café con leche, pasando la mañana de periódico en periódico, supervisando las noticias y acompañando su lectura con una expresión preocupada.
Él le dedicaba canciones que inundaban la rúa do Franco y que conseguían hacernos a todos un poco más llevaderos los días de universidad.
Decían que no era amor, pero él se hacía a un lado cada vez que ella se ilusionaba con un hombre nuevo. Él se sentía bien cuando ella paseaba orgullosa del brazo de otro millonario al que sacaba cuanto podía con la promesa de una noche mágica.
Yo la veía engatusarlos entre gin tonics hasta que la invitaban a sus vidas: Entraba en sus casas como una princesa, recibiendo alegre cada día el desayuno en la cama. Duraban poco. Invariablemente, el hombre descubría la pasión que ella sentía por la cocaína, la única motivación que le hacía levantarse cada mañana y ver la luz del día.
Algunos le soportaban el vicio una temporada, financiándoselo; otros pretendían alejarla de todo aquello que rodeaba el consumo, incluso alguno le ofreció pagarle un centro; la mayoría simplemente la abandonaban y entonces ella volvía a nuestro bar a sentarse junto a él y su guitarra.
Que jamás estarían juntos es algo que sabíamos todos excepto él. Incluso cuando ella abandonó sus vicios y dejó de venir por la zona, él seguía convencido de que algún día le daría esa oportunidad que llevaba años pidiendo.
Una mañana, él llegó feliz, incluso pidió un croissant con el café. Le había compuesto otra canción, esta vez para celebrar su nueva vida, y ella había accedido a visitarlo esa misma tarde en su casa.
La vivienda era una pequeña y vieja construcción de planta baja y ático que habían alquilado dos estudiantes, que compartían gastos de luz y agua, y una pareja, que ocupaba la parte superior y que por no disponer de cocina ni baño arriba, no pagaba más que su tercera parte de alquiler.
Él, de prestado en aquella casa, habitaba el cuarto más pequeño, el último que había en el pasillo, a la derecha. Lo tenía limpio y ordenado, y la única decoración que se permitió en aquella habitación espartana eran dos fotos –las de sus hijas, a quienes añoraba– y la letra de una canción para ella.
A las cuatro tenía la cocina perfectamente arreglada, había limpiado el baño con amoniaco y barrió otra vez el pasillo, después de encerrar al gato en el cuarto de uno de los estudiantes, que era alérgico a mil cosas.
A las cinco y media afinó la guitarra y se sentó junto a la puerta de la casa. Tocaría su canción y, si le gustaba, continuaría con las otras coplas que anteriormente le compusiera, incluida la versión en español de Like a Rolling Stone, de Bob Dylan, el maestro.
Ella llegó al anochecer, con cocaína en el bolso y un amigo joven y rico del brazo.
Él, decidido a triunfar, tocó igualmente la melodía como si fuesen los únicos seres vivos en aquella casa. Las notas resonaban en su cuarto. Repartidos entre la cama y dos sillas, todos los habitantes de la casa y los dos invitados conformaban el auditorio.
"Para ya de tocar, lo odio" le dijo ella.
"Te quiero", le contestó. El amigo rico sonrió condescendiente y burlón a un tiempo. Los estudiantes y la pareja intuyeron la catástrofe.
"No dejo de pensar en ti" dijo, y comenzó a rasgar las cuerdas de nuevo, esta vez cantando los versos tristes de quien se ve abandonado.
Ella, orgullosa y despiadada, le quitó la guitarra de un salto y, agarrándola por el mástil como un rockero en pleno éxtasis de un gran concierto, la destrozó contra el suelo. Salió de la habitación y arrastrando a su amigo, abandonó la casa.
Nunca más la vimos.
Quizá por eso él jamás compuso de nuevo y, ahogado en su tristeza, durmió el dolor con heroína y alcohol.
Se marchó una tarde caminando hacia el horizonte, más allá de Fisterra.
A veces, cuando el sol termina de esconderse, suenan las notas de aquella última canción llenando nuestro bar de melancólico recuerdo.
Y algunas de esas veces, sin querer, lloramos, como si fuésemos nosotros quienes perdieron un amor.

Galega de Vigo

Relatos FM

Trío musical de presentación privada



   Entraron con cierto temblor en las piernas. A Charles también le rechinaron las manos. Pin y Pan, los mellizos, miraron el marco azul de la puerta de dos hojas. Lo último que escucharon antes de que se cerraran las puertas tras ellos fue el trepidar del carruaje alejándose, junto a la normal llamada de los pájaros nocturnos. El aire del interior de la mansión deseaba ser respirado. Los perros convertidos en ángeles ladraban desde el cielo. Detrás de la puerta colgaba la fotografía de un vampiro desnudo. Charles sintió lástima de aquella criatura. La piel estaba pegada a los huesos, los ojos hundidos en amarillas cuencas. Delante del retrato y sobre un taburete, un brillante jarrón ocultaba el verdadero sentido de las flores que abrigaba con su escaso amor. Charles fue colmando su curiosidad deteniendo la mirada en la alfombra redonda, en la ausencia de espejos, en la escasa luz ambiente: apenas soltada por el último foco de la araña amarillenta.
   -¡Hola! –llamó Pin, o Pan.
   El silencio pareció mayor luego de desvanecerse la palabra entre los libros de la biblioteca que completaba la pared de la derecha, junto a una escalera.
   -¿Hay alguien en casa? –preguntó Charles con sobrecogimiento.
   El pasado se palpaba allí, se respiraba. Indefinible aroma cubría las caras del trío. Las palabras no produjeron eco alguno.
   -Muchos más de los que imagináis –dijo una voz.
   Las ruedas de un carruaje ligero lanzaron quejidos en el camino de afuera.
   -¿Eh? –dijeron los mellizos- ¿Qué pasa?
   -¿Es una broma acaso? –preguntó Charles.
   El aire estaba opacado.
   -No es una broma –dijo la voz- No me ven porque estoy en todas partes.
   Las palabras envolvieron a los instrumentos que descansaban junto a la puerta, cómodos dentro de sus estuches.
   -¿D...? ¿Di...? ¿Dios?! –se despachó Charles.
   El dúo mellizo puso la actitud de decir ¡Aleluya!.
   La voz rió. Ellos esperaron alguna confirmación de tan osada pregunta.
   -Ustedes fueron llamados para tocar-dijo entonces-: ¡Toquen!
   El violín salió del descanso del estuche en manos de Charles. Pin tomó el violonchelo y Pan el contrabajo. O viceversa. Sin más comenzaron a tocar. Bach. Charles lo hacía de memoria, matemáticamente; no como antes: por placer y con júbilo. No así los mellizos. Ellos hacían entonar maravillosamente sus instrumentos, como si fueran criaturas felices.
   -Alto, ¡Alto! –pidió la voz.
   El instante se convirtió en silencio.
   -Necesito algo más lento, más tardo...
   El color de la alfombra había elevado sus tonalidades. La única luz de la araña avivó su brillo. Fue el turno de Vivaldi. Invierno.
   El clima envolvía; como los colores en un camaleón, las cosas se mimetizaban con las cosas. Charles sintió en sus venas algo nuevo, demasiado, y su violín hizo que las figuras que apenas se dejaban ver comenzaran una danza oscura.
   -Ahhh... ¡Qué delicia! –dijo la voz.
   El trío tembló de pies a cabeza cuando la cara del vampiro del cuadro hizo un gesto con los ojos, abriendo además la boca para mostrar una dentadura podrida; se sacó una costilla del costado con la mano huesuda dejando un agujero, y saltó fuera del cuadro. Cayó al suelo y comenzó a llorar con tal ramalazo que el aire se hizo más espeso.
   -Deja eso hoy –pidió la voz- ¡Déjalo!
   El trío detuvo los movimientos. Se habían desencajado ante el cuadro del vampiro de pronto derramado sobre la alfombra.
   -Déjame ir –dijo.
   Charles, llevadas sus manos por ajena voluntad, comenzó otra melodía. Los mellizos se sumaron.
   -Oh, oh –dijo la voz- ¿Qué es lo que escucho? ¿Qué es?
   Los músicos siguieron. Charles jamás había tocado aquello, simplemente sus manos hacían el trabajo, ingobernables. El vampiro dejó de llorar y se incorporó despacio.
   -Es él el que toca –dijo el vampiro derramando aliento nauseabundo-; no ustedes...Je je
je... ¿Qué creías insensato? ¿Qué de pronto te habías convertido en genio?... Y ustedes también... ¡Ja!... No son más que una sarta de ladronzuelos y aprovechadores de mujeres indefensas...
   -¡Cállate tú! –dijo la voz- ¿Te crees capaz de juzgar?
   Sin poderlo controlar Charles se lanzó a llorar como una llovizna. El campo de cultivo eran los paisajes del cuadro del que había saltado el vampiro, rejuveneciendo.
   -No músico, no llores –dijo la voz de manera paternal-. No hay tiempo para que expliquen de ustedes... De ti... No llores. Ahora solamente debes tocar... Tocar...
   -¿Hasta cuándo? –preguntaron los mellizos.
   -No lo sé... Ya veremos.
   -No. No –dijo Charles-. Debemos irnos... Ya tocamos cinco piezas.
   -¿Irse? –pronunció la voz- ¿Irse?... ¡Debes estar borracho si piensas eso?... Ustedes fueron contratados para tocar para la familia... ¿O no?... Pues ¡háganlo!... ¡Vamos!... Basta de cháchara... A ver, un poco de Bramhs... Ahhh
   Pin y Pan tocaron hasta que no pudieron más con el peso de los brazos. Charles, desalentado y aturdido, cayó sobre la alfombra redonda.
   -¿Qué es esto? –dijo la voz- ¡No hay descanso!
   Les envió choques eléctricos con la mente.
   -¡¡¡Aaaggg!!!
   El vampiro, con más carne en la cara, más fuerza en las piernas, y la herida del costado cerrada, presenció a dos palmos las convulsiones de Charles.
-¡No haga más eso, Padre! –rogó.
Su voz fue tan exquisita que Charles le agradeció íntimamente el simple hecho de que hablara.
-¿Qué dices insensato? –tronó la voz.
-Que los dejes en paz –fue firme la frase-. Un rato, Padre, un rato al menos...
Charles cerró los ojos. No había esperanzas allí. La energía se le había ido del cuerpo, igual que la de los mellizos.
-Un rato... -pudo decir Charles antes de caer en profundo sueño.
En el profundo mundo onírico vio a los mellizos viajar en alfombras voladoras, y al vampiro andar en su mar. Mientras la voz cantaba hermosísimas baladas. Sintió sueño, en el sueño, y volvió a dormirse allí también, entrando así de manera directa al principal sueño Universal.
-¡Somos libres! –gritó Charles- ¡Libertad!
-Sácalos para la calle –dijo la voz al vampiro.
Charles escuchó desde el segundo sueño, viendo también como el vampiro lo arrastraba agarrándolo de los tobillos, llevándolo una cuadra más allá: donde el Tribunal de la Revolución ordenaba quemar vivos a sus enemigos.
-¡Sal de mi puerta! –fue el grito,  acompañado del baldazo de agua, lo que conectó a Charles con la realidad.
Estaba solo, a pleno sol, con el agua chorreando desde la cabeza, y la mujer amenazante, escoba en mano. Se restregó los ojos. Había logrado escaparse de aquella casa. ¡De aquella locura!... ¿Y los mellizos?... Su memoria no llegó a ellos. Seguramente los habían drogado con el té... ¿Habían bebido té?...
-¡Fuera! –dijo la mujer levantando la escoba, escoltada por un perro pequeñito.
Sus ladridos parecían aguijones. Charles buscó por reflejo su violín, pero no estaba allí. Caminó un rato. Sus pensamientos no querían ser indulgentes con él, y no hurgaban en el núcleo de los hechos. Llegó a una plaza. Se mojó la cabeza y se aseó un poco en el bebedero. Era temprano. La plaza estaba vacía, sin contar los zapatos brillantes que asomaban por entre los arbustos y los leves ronquidos que se elevaban de allí.  Charles se sentó un rato. Botellas de todo tipo flotaban sobre los distintos territorios de la plaza, incluso en la explanada que rodeaba la estatua del tipo con la flecha clavada en el talón. Tuvo algunas imágenes en las que la cara del vampiro preponderaba. Nada de los mellizos.
-Sabemos lo que hacen –escuchó a la voz salir de una puerta repentinamente abierta en su cabeza- ¡Muy bien sabemos lo que hacen ustedes!
Charles ni pudo reflexionar. De un salto ya caminaba por el bulevar, rumbo a la playa. Vivía por allá. Las escenas comenzaron a desfilar ante él. ¡Oh sí!: Pin había caído de rodillas cuando la voz lo acusó de crímenes secretos con el trío... Aunque de nada debían sorprenderse ya que el verdadero acto del trío musical de presentación privada era someter y saquear a sus clientes, antes que víctimas. Pan lo secundó en las confesiones. La voz era tan inspiradora que no pudieron guardarse nada, nada, nada. Robos, violaciones, estupros. Cualquier juez los condenaría a las eternas sombras. Charles había sido el autor intelectual de aquellos asuntos.
-No creas que vas a descansar tú –le dijo la voz antes de que cayera en el sueño y después en el otro.
Llegó frente a su casa, junto al faro. Todo era blanco en su interior: las cortinas, las paredes, las puertas, el piano de cola. El sol y el aire entraban a raudales. Salió al fondo, que era la playa, y caminó hasta que el agua del río como mar le tocó los pies, le tapó los tobillos, heridos por las garras del vampiro.
Estuvo allí hasta que fue devorado por una boca inimaginable y voraz.

W. Del Vosque

Relatos FM

LA HERENCIA



De mi abuelo heredé sólo dos cosas, y ninguna fue dinero. Una de ellas es el gen de los ojos grises. Casi no le recuerdo, pero varias fotos atestiguan que me legó ese color que hace que la gente se fije en ellos, difícil de descifrar. Así conocí a Emma. Fui a comprar unas gafas de sol y ella me habló desde detrás del mostrador.
–Tienes unos ojos diferentes.
–Gracias, supongo.
–Sí, perdona, quiero decir que son preciosos, pero poco comunes. Te lo digo yo, que veo muchos.
Emma era inglesa, y llevaba cinco años en Madrid. Hablaba castellano a la perfección y tenía un rostro afable y atractivo. No nos resultó difícil quedar a tomar algo ese mismo día, ni tampoco acabar en su cama el siguiente. Como ambos quedamos satisfechos, repetimos varias veces, y nos hicimos inseparables en poco tiempo. Supe que era licenciada en química, que había venido a España a hacer un doctorado, y que se quedó cuando en su camino se cruzó un profesor con aire de despiste y facilidad de seducción, al que no supo resistirse.
–Y me casé con él –me contó–. Nuestro matrimonio sólo duró tres años. Después me dejó por una colega suya de Chicago, que se vino a España de año sabático. Es un tío muy especial, en lo bueno y en lo malo. Pero a veces tenía un carácter difícil de soportar.
–¿Y no pensaste en volver a Londres?
–Pues sí, pero acababa de empezar en la óptica, y además estaba como agarrotada después de la separación. Supongo que tuve miedo de irme. Pero lo superé y me quedé.
Emma y yo iniciamos lo que suele llamarse una relación formal, y a las pocas semanas empezamos a convivir. Se mudó a mi apartamento, las cosas nos iban bien. Me contó que después de casarse terminó su doctorado, y ante lo complicado de encontrar un empleo en la universidad, aceptó el trabajo en la óptica, que al menos le concedía la independencia económica. A pesar de la velocidad con la que todo sucedía teníamos la sensación de ser dos piezas de un puzzle que encajaban, y a las que la fortuna había hecho coincidir. La vida iba transcurriendo con facilidad.
Unos meses después, me propuso ir a visitar a sus padres. Ellos residían en Argentina, pero iban a pasar en Londres una temporada.
–De hecho –me dijo–, soy inglesa pero nací en Buenos Aires, aunque estuve allí sólo hasta los dos años. ¿Conoces Argentina?
–No, nada. Lo más cercano para mí es que mi abuelo estuvo allí mucho tiempo, y he oído historias sobre él.
–¿Tu abuelo el de los ojos como tú?
–Ese mismo. Se murió cuando yo era muy pequeño, pero me han contado, y he leído bastantes cosas sobre sus correrías por allí. Era una especie de aventurero.
Al decirle eso me arrepentí casi al instante. No me gustaba mucho hablar de mi abuelo; en realidad, más que un aventurero había sido un delincuente. Cuando llegó a Argentina a buscar fortuna se fue a zonas rurales, tal vez con la intención de explotar una granja, o estancia, como las llaman allí, pero debió entender que el camino más rápido no era ése, y pronto se dedicó al contrabando y a otras actividades peores. Según parece lideró una partida de bandidos a los que aún se recuerda por algunos lugares. Como ella tampoco pareció mostrar más interés, ahí quedó todo.
Diez días antes de nuestro viaje a Londres me dijo que tenía que desplazarse a Barcelona para hablar con Daniel, su marido, pues a pesar de la separación efectiva, no se habían divorciado.  Él se había opuesto entonces y ella no había insistido demasiado, pero ahora, con otra pareja y ante la perspectiva de presentarme a sus padres quería liquidar aquello.
–No se puede negar, hace casi dos años que no tenemos ninguna relación, es absurdo que sigamos en esta situación, así que le voy a llevar ya los papeles para que sólo tenga que firmarlos.
–¿Y por qué no quería divorciarse? –le pregunté.
–No sé, Daniel es algo extraño. Siempre tenía rachas de mal humor, depresiones, a veces era difícil entenderle. Vete a saber qué pensó. Una vez que tuvo problemas en la universidad se pasó dos días fuera de casa, luego volvió borracho, y hasta violento.
–¿Te pegó?
–Bueno, me empujó, y me dio una bofetada. No me hizo nada. Le dije que si lo volvía a hacer me iba. Y al final me dejó él.
–Qué cabrón.
–Sí. Siempre bebía demasiado, y fumaba sin parar. Al principio era divertido, pero luego acababa mal.
–Oye, ¿no sería mejor que te acompañara a verle?
–No, no, igual si te conoce le da un berrinche y se cierra en banda. No te preocupes, no pasará nada.
Emma se fue a Barcelona el 21 de octubre. El otoño estaba tan hermoso que no cabía en los sentidos. La despedí en la estación del tren, llevaba unos vaqueros, una camiseta azul y una cazadora de cuero. Me dio un beso largo y húmedo y me dijo adiós desde la puerta del vagón con su sonrisa que iluminaba.
–Hasta dentro de dos días –me susurró.
No la volví a ver con vida. Sus padres me llamaron desde Argentina porque tenían mi dirección y mi teléfono. A ellos les localizó la policía.
Al parecer Emma había sido asaltada nada más salir de casa de Daniel, golpeada una y otra vez, y había muerto por los impactos recibidos en la cabeza. Según el atestado judicial, olía con fuerza a tabaco y habían encontrado manchas de alcohol en su ropa. Daniel había sido interrogado como la última persona que la había visto, pero declaró que tras mantener una reunión muy cordial, salió con ella y se fue en otra dirección hacia el domicilio de su novia, donde durmió esa noche. La conclusión de la policía fue que algún drogadicto la había atracado, y al no encontrar lo que buscaba se había ensañado con ella. Entre sus cosas no habían hallado ningún tipo de papeles de divorcio.
Sus padres adelantaron el viaje, y así les conocí. Percibí en su dolor y en los abrazos que me dieron que Emma les había hablado bien de mí. Conversamos sobre ella, lloramos, y mi silencio madrileño se mezclaba con su acento batido de Inglaterra y Argentina.
Mi abuelo era un canalla, un desalmado que hizo mucho daño por donde pasó. Incendió casas, violó a mujeres y asesinó a sangre fría a muchas personas, al mando de su banda de forajidos. Hasta ahora no lo había sabido, pero la otra cosa que heredé de él es algo que nunca pensé que necesitaría, el valor para matar, el que hará que no me tiemble el pulso al disparar sobre Daniel, al que tengo frente a mí, tirado contra la pared gimoteando e implorando perdón por la muerte de Emma.

Bezujov

Relatos FM

La vecindad



   «Ay, Señor, qué manera de molestar, cuándo dejarán de hacer ruido en la calle... Sí, mi niño, sí; duérmete, duérmete... Ya, ya... Ea, ea, ea... Ea, ea, ea... No escuches los ruidos de la calle, duerme, duerme... Fuera solo hay cosas malas, cosas feas, no lo pienses, no lo sientas... No hay consideración, todo ese jaleo de gente gritando, esos gritos, esos lloros... Alguien debería hacer algo para que la gente decente pueda descansar, ¿verdad, mi vida? Ea, ea, duerme... Mamá está aquí para cuidarte y que no te agarren esos monstruos que se llevan a los niños cuando no se quieren dormir.

Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el coco
y te comerá.

   »Ahora las sirenas de la policía... ¿qué pasará? A lo mejor se ha metido un ladrón en casa de algún vecino. O puede que haya una pelea, porque los mismos vecinos son de aúpa. La verdad es que esta zona se está poniendo peligrosa... Cuánto ha cambiado desde los tiempos en que compramos esta casa, ¿te acuerdas, Antonio, de lo que nos gustó? Bueno, ya entonces era algo pequeña y los dormitorios no tenían mucha luz, pero estaba tan blanquita, tan nuevecita, con su terrado tan bien dispuesto... Me gustó mucho la bonita vista, que se podían vislumbrar los tejados más lejanos de todos estos contornos... Y su precio, para que nos vamos a engañar, ¿eh, Antonio? Justito lo que habíamos pensado pagar por un lugar propio donde tener a nuestra familia. Menudo proyecto, cuántas cuentas a final de mes para pagar los plazos... Pero bueno, míranos aquí, en nuestra casita, a pesar de los vecinos peligrosos y de las humedades en las paredes, de cómo se ha ido carcomiendo la madera de las puertas, de las redadas policiales a altas horas de la noche día sí y día también... Ya, ya, no llores, niño mío... Ea, ea, ea... Mamá está aquí...
   »¡Jesús! ¡Qué golpes, qué llantos! Por los pasos y por las voces afuera me parece que están hablando con la vecina de dos casas más allá. Nunca me ha gustado esa mujer, con su pelo estropajoso, sus dientes negruzcos, que intenta ocultar todo lo que puede poniéndose la mano en la boca cuando ríe, que parece que está tosiendo todo el tiempo, siempre con esa vieja bata rosa de andar por casa... Ea, ea, ea... Ea, ea, ea... Hay que ver, este niño no se calla. Pues sí, Antonio, como te digo, esa mujer me da mala espina, y su marido, qué te voy a contar... Cuando veo su enorme barriga sobresaliendo en pliegues peludos por debajo de sus camisetas blancas de tirantes, normalmente sucias, siempre con agujeros aquí y allá por el cigarrillo, me entran unas ganas de vomitar, unas náuseas, como decía mi hermana, así en plan cursi, que tengo que apartar la mirada mientras los saludo. Que lo hago por educación, porque al final somos vecinos, qué se le va a hacer. Cómo dejarán a esa gente tener hijos, que tienen ya no sé cuántos y no se cansan... Niño, ya, deja de berrear, no pasa nada, no pasa nada, duérmete ya...

Duérmete niño,
que viene el coco
y se lleva a los niños
que duermen poco.

   »¡Ay, que ya van a dar las tres y el niño, que no se duerme! ¡Te juro, Antonio, que me dan ganas de ahogarlo! Ea, ea, ea... Ea, ea, ea... ¡Y todo por culpa de ese matrimonio raro y la que tienen montada, que si no fuera por las horas que son, saldría y les diría cuatro cosas! Además, ahora como que siento que llaman a varias puertas de esta calle... Aunque claro, no creo que nadie se moleste demasiado, porque no quedará ningún cristiano de bien que esté dormido, con lo que se oye ahí fuera... Me voy a asomar un poquito por la ventana, a ver de qué me entero.
   »Mira, si están casi todas las vecinas ahí, comentando, a las horas que son... Panda de cotorras, de urracas, eso es lo que pienso de esas mujeres: siempre cuchicheando, siempre con el cotilleo... ¿Creerán que no veo cómo me miran cuando salgo a algún recado, cuando vuelvo de comprar cuatro cosas, cuando me asomo por una rendija de la ventana? Yo sé que nos envidian, Antonio, no sé por qué, pero siento que nos envidian. A lo mejor es que les gustas tú, y no sus horribles maridos... Aunque, la verdad, con el caso que me haces... Hijo, yo siempre cuidándote y tú siempre tan soso... Ea, ea, duerme, duerme... ¡Señor, dame paciencia con este niño! Ea, ea, ea...
   »Cada vez se oyen los ruidos más cerca. ¿Qué será lo que pasará con esa gentuza? Yo procuro alejarme siempre de esas mujeres, casi no les dirijo la palabra, más que el hola y el adiós. Es que el barrio está lleno de gente rara. La vecina de enfrente, sin ir más lejos. El otro día salí un momento a sacar la basura, ya de madrugada, y volvía yo a casa entre las sombras, porque qué mal iluminado está el barrio, esa es otra... Bueno, pues volvía yo casi a oscuras y me cruzo con ella, que a saber de dónde venía a esas horas, y le dije buenas noches... ¿Te puedes creer que ni me contestó? Hizo como que me ignoraba hasta encerrarse en su casa. Ay, Antonio, a veces pienso que es tan extraña esta vecindad... Yo creo que hablan mal de mí, que no me soportan, y la verdad, yo tampoco a ellas. Ya, ya, mi niño, duérmete ya, duerme.

Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el coco
y te llevará.

   »¿Eh? ¿Por qué llaman a la puerta? No pienso abrir, Antonio, nosotros no tenemos nada que ver con esa gente... Me están poniendo nervioso al niño con tanto golpe, a ver si creen que no hay nadie y se van a otra puerta. Nosotros no tenemos nada que ver, ¿verdad? Siempre hemos sido gente de bien... Ya, ya... Llora más bajito, que te van a oír... ¡Dios mío, no dejan de aporrear la puerta! Espera, a ver si escucho lo que dicen... ¿Que abra a la policía? ¿Por qué? Si yo siempre estoy aquí, tranquila, con mi Antonio, si yo no salgo apenas ni molesto a nadie... ¡No pienso abrir, no pienso abrir! ¿Y si derriban la puerta? No se atreverán, no se atreverán...
   »Voy a taparte bien, Antonio, no sea que si abren la puerta te dé frío, que estás muy delicado... Ea, ea, ea, no llores, mi bien... No sé qué tienen contra nosotros, si yo no me dejo ver casi nunca, y a ti nadie te ha visto en diez años, desde que te pusiste malito; nadie, siempre aquí conmigo, en esta cama nuestra que tanto trabajo nos costó conseguir, ¿eh, Antonio? ¿Por qué gritan? ¿Ahora amenazan con tirar la puerta abajo? No, no, ¡no quiero! Ahora que por fin hemos cumplido nuestro sueño, que ya temíamos nuestro niño, que íbamos a vivir felices para siempre, aquí, solos los tres, sin nadie que nos moleste, sin esas ratas odiosas, sin que nadie supiera de nosotros... Ya, ya, ¡deja de llorar! Ea, ea, ea...
   »¿Qué hacen? ¿Con qué derecho entran en nuestra casa? ¡Pare, pare! ¿Qué hacen? ¿Por qué me quitan a mi bebé? ¿Por qué se lo dan a esa mujer mala, que tiene el pelo estropajoso y los dientes negros? ¡Déjenme! ¡Suéltenme! Tengo que cuidar de mi Antonio, lleva muchos años en cama, no puede moverse, pero ahí está, haciéndome compañía, ¿verdad, Antonio? ¡Díselo! ¡Yo no soy mala! No sé qué les han dicho esas víboras que tengo por vecinas, pero ¡yo no he hecho nada malo! ¡Antonio, diles cómo he cuidado de ti todos estos años! Cómo incluso después de que dejaras de gritar y de llorar, como llora ahora nuestro bebé en brazos de esa mujer, te he estado cuidando y mimando mucho, sin olvidarme de arroparte, durmiendo junto a ti cada noche, a pesar de que cada vez te deformabas más, y tenías peor olor, y te llenaste de esos bichos que yo te he quitado con amor día tras día... Y ahora que ya había tenido a nuestro bebé, me lo arrebatan, se lo dan a esa vecina cuyo marido está gordo y deforme, que llora mientras abraza a mi bebé como si fuera suyo...
   »¿Adónde me llevan? ¡Déjenme en mi casa, con mi Antonio! ¡No toquen nuestras cosas, todas esas cosas que he guardado para los tres! Duérmete niño, duérmete ya... No llores, mi ángel, esta gente mala se lleva a tu mamá, pero todo se va a arreglar... Vamos a estar siempre juntos... Mi hijo, mi niño... Mi Antonio...

Palinodia

Relatos FM

LA NIÑA PERDIDA



Cuentan mis abuelos que hace muchos años en mi comunidad San Antonio de los Ibarra se aparecía un Bulto por las noches, se dice que era como una calavera huesuda, cubierta de pelo negro en todo el cuerpo, sus dientes eran filosos como los de un león, caminaba encorvado y hacía ruidos de diferentes animales salvajes, tenía patas de gallo y en las manos tenía muchos dedos con uñas muy largas, similares a las garras de las águilas.
Decían que recorría todas las calles buscando niños recién nacidos, pequeños o simplemente a todas las personas que no estuvieran bautizadas.
Se suponía que éste se llevaba a todas esas personas con el Diablo, ya que sin el bautismo como lo marca la religión católica estás lleno de pecados y no puedes entrar al reino de Dios. La gente de mi pueblo es muy católica, pero existen algunas familias de distinta religión y obviamente no creen en el bautismo, por lo que no bautizan a sus hijos.
Un día una pequeña niña nació, a la cual le pusieron por nombre Natalia y como no la bautizaron a temprana edad, el Bulto empezó a vigilarla para llevársela al Diablo, dicen que todas las noches escuchaban ruidos raros alrededor de su casa, quejidos de un animal feroz, muchos chillidos de huesos, sombras negras y risas escandalosas.
Se cuenta que era verano cuando sucedió todo esto, como era costumbre en este tiempo todas las personas dormían en el llano de sus casas, aún no había luz eléctrica y sólo se veía en la oscuridad con la luz de las cachimbas, con la luz de la luna y de las estrellas.
Y ahí en el llano estaba la familia de Natalia durmiendo, pero cada noche que dormían afuera la bebé lloraba fuertemente sin parar, su mamá le daba de comer, la cambiaba, la revisaba por si sentía algún dolor pero nada, aun así lloraba. Ella se preguntaba porque lloraba tanto la niña en las noches, sí en el día ella se estaba tranquila y sin llorar.
Como su mamá se levantaba todas las noches por su hijita, vio algunas veces a una sombra negra rondando por su casa, al principio ella no lo tomó en cuenta, pensó que por la oscuridad veía cosas que no eran.
Al tercer día de ver la sombra negra, ella quiso levantarse para ver de qué se trataba, pues pensó que algo extraño estaba pasando en su casa.
Esa noche la bebé no lloró como de costumbre, por lo que su mamá se quedó profundamente dormida. De eso se aprovechó el Bulto.
Y sí, efectivamente tomó a la bebecita en sus brazos y se la llevó; caminó por la calle principal del pueblo, casi corriendo como si alguien lo siguiera, después tomó la siguiente calle tratándose de alejar del pueblo. Casi lograba su propósito, pero de pronto la niña empezó a llorar muy fuerte, un llanto estremecedor como si la hubiesen lastimado o asustado mucho.
Pero en ese tiempo en el pueblo existían personas mayores que tenían mucho conocimiento sobre bultos, nahuales y  hechizos, exactamente eran las 12 de la noche, cuando Doña Damiana escuchó el llanto de Natalia, se levantó del catre donde estaba acostada, salió de su pequeña casa y se percató de que era el Bulto con la niña en brazos.
Doña Damiana dijo: _ no hay tiempo que perder_, tomó unas hierbas de su vieja canasta, entre ellas albahaca, ruda, hojas de guayaba y formó una cruz grande, también tomó agua bendita y empezó a realizar un ritual en el patio de su casa.
Con eso las demás señoras mayores, llegaron de inmediato a su casa, porque ya sabían que ese ritual era para alejar a los bultos y nahuales, así pues siguieron con el rito y dentro de una hora, todas se retiraron a sus casas.
Por la madrugada, se escuchó el llanto de la bebé en la calle, frente a la casa de Doña Damiana, ahí debajo de unas plantas llamadas citaváros, estaba la bebé dentro de una canasta, la misma canasta donde Doña Damiana guardaba sus hierbas.
Ella tomó la canasta y se la llevó a su casa, ahí se dio cuenta de que Natalia traía consigo una pequeña cruz en su frente similar a la que ella formó con sus hierbas, también en su manita derecha tenía marcada una fuente, la cual significa el bautismo.
Como era de esperarse, al amanecer y al darse cuenta la mamá de que Natalia no estaba en su catre, solamente la cobijita que le tendía, empezó a llorar, desesperada por encontrar a su hija recorrió casa a casa, calle a calle, hasta llegar a casa de doña Damiana que era la más alejada del pueblo.
Ahí se encontró con la tremenda sorpresa de que Doña Damiana estaba agonizando, acostada en su pequeño catre y la bebé sonriendo a su lado, la madre no se explicaba por qué ella tenía a su hija, pero se alegró que de Natalia estuviera sana y salva.
Doña Damiana le dijo que el Bulto había robado a su hija para ofrecerla al Diablo y así él iba a tener vida eterna Ya en sus últimos momentos Doña Damiana le reveló una gran confesión a la mamá de Natalia...
_Cuando yo estaba pequeña vivía muy tranquila con mis papás, pero conforme crecí me di cuenta de que mi mamá tenía una gran preocupación, sentía que algo la acorralaba y no quería decirme nada de su sufrimiento.
Hasta que un día sin querer escuché que le decía a mi papá que tenía mucho miedo por mí, pues antes de bautizarme a mi también me llevó el Bulto, pero mis padres me recuperaron antes de que me hiciera daño, lucharon con uñas y dientes, y juraron vencerlo para que jamás volviera hacer ningún daño.
Pero desgraciadamente no lo lograron, fallecieron muy jóvenes, y me dijeron que la única que podía acabar con el Bulto era yo, ya que había estado en contacto con él.
Todo este tiempo me estuve preparando para acabar con él, antes la única forma de ganarle era bautizando a todos los niños recién nacidos para que no los pudiera atacar, pero ahora ya no será necesario, porque ofrecí mi vida para que el Bulto desapareciera para siempre, para siempre, para siempre..._
Éstas fueron sus últimas palabras, fue entonces que la mamá de Natalia comprendió que todo lo que se decía del Bulto era cierto y pronto bautizó a su hija.
Desde entonces se dice que se deben bautizar todos los niños recién nacidos porque de lo contrario el Bulto se los lleva, aunque todo parece algo fantasioso y difícil de creer, muchas personas aseguran verlo rondar por las calles de mi pueblo buscando un alma para ofrecerla al Diablo.

ESTRELLA DE LA SABIDURÍA

Relatos FM

LA VISITA DE LAS NUEVE



Dijo que vendría a las nueve y a las nueve aquí estará.
Eugenia se ha atrincherado en la cocina, con el bizcocho de chocolate para el postre, la sopa de marisco y las chuletas, y yo estoy poniendo la mesa para tres. Es raro, después de tantos años... Últimamente, ni siquiera nos molestábamos en cocinar: abríamos una lata de sardinas o nos hacíamos un bocata de jamón y queso (a veces, yo fundo el queso en el microondas y me lo tomo sobre una tostada de pan integral). Pero hoy es un día diferente, de cubertería de plata, mantel y servilletas de tela. Eugenia, Eu, va a conocer a Romualdo, y no sé quién está más nerviosa de las dos, si ella o yo. Romualdo también estará algo tenso, claro, aunque, cuando le dije que viniera a casa a cenar, se lo tomó bastante bien, o disimuló sus reparos con solvencia. Tarde o temprano, iba a tener que hacerlo: nos hemos convencido de que nuestra relación va en serio y esta es una de las pruebas que hay que superar.
Viví un infierno hace nueve años: la muerte de Dani primero, luego el aborto, y mi intento de suicidio. Todo en tres meses. Se me olvidó hasta respirar. El médico me dio la baja por depresión, con carácter indefinido, y me aislé todavía más en mi pequeño mundo de recuerdos. Me pasaba las mañanas mirando las fotos de los viajes que hicimos juntos y por las tardes preparaba sendas copas de ginebra: una la tiraba siempre por el desagüe, pero, mientras picaba con ansia bolsas enteras de patatas fritas y frutos secos, le hacía compañía a la otra. Lo bueno es que no engordaba, aunque entonces me hubiera dado igual reventar.
Un día, su madre se invitó a casa para tomar la merienda y hablar y lo que vio, u oyó, debió de espantarla, porque se acabó quedando a dormir, y a desayunar a la mañana siguiente, y a vivir conmigo desde entonces. Me lo había sugerido ya tras el aborto y el intento de suicidio, pero no se lo permití. Le dije que necesitaba estar sola y la persuadí de que aquella noche me había tomado las pastillas por accidente. No supe rechazar, sin embargo, su segunda oferta. La casa se me caía encima y me estaba volviendo loca sin hablar con nadie.
Desde entonces, he vivido con mi suegra, y el balance, creo, ha sido positivo para ambas. Nos hemos peleado a veces, pero sin llegar a tirarnos los trastos a la cabeza; y me parece que hemos sido capaces de conseguir lo más difícil: engañar a la soledad, que era lo que pretendíamos. Eu se quedó viuda a los cuarenta y cinco y sabe lo que escuece el silencio de una casa sin hombre, que duele hasta las lágrimas. Yo lo descubrí antes todavía: acababa de cumplir los treinta cuando a Dani lo arrolló un coche en un paso de peatones.
A medida que pasaban los años, Eu dejó de esperar que un día apareciera en casa del brazo de otro hombre. Me animaba al principio, bromeaba a propósito del cajero del supermercado, del panadero o de algún vecino del bloque ("mira, ese del segundo izquierda debe de ser un buen partido, menudo coche tiene"), pero, en el fondo, creo que se sentía orgullosa del ensimismamiento en que me había postrado la viudez. Dani era insustituible, las dos lo sabíamos. Para cada mujer hay un hombre, y viceversa, y yo ya no podría amar a ningún otro.
Volví a trabajar. Eu me preparaba el almuerzo para llevar a la oficina y, cuando me tocaba turno de tarde y salía a las nueve, me esperaba para cenar en casa. Hablábamos de nuestra jornada, de lo que habíamos hecho cada una, y nos acostábamos después de ver un rato la televisión y desearnos buenas noches. Era una vida tranquila, sin sobresaltos ni complicaciones, que nos gustaba compartir por lo que teníamos en común: el recuerdo de alguien a quien las dos quisimos mucho.
Nunca me olvidé de él. No hubo un solo día en que no pensara en el hoyuelo que le dibujaba la sonrisa, ni una mañana en que no buscara sus greñas sobre la almohada, ni una conversación de grupo en la que no imaginara su réplica, que era siempre la más ingeniosa y divertida. Romualdo no anuló a Dani, no suprimió los recuerdos de las cosas que hacíamos juntos, no lo sustituyó. Mi marido ocupaba un espacio sagrado en mi corazón, y nadie tenía acceso a él. Pero aprendí que se puede querer a una persona sin degradar los recuerdos que adoramos en el altar. Y yo quería a Romualdo.
Era el camarero del bar al que íbamos a tomar café para despejarnos después de comer en el trabajo. A Marga, Ana y Cristina les parecía, como a mí, un hombre atractivo, pero ellas no se sonrojaban como yo cuando nos atendía: "Dos solos, un descafeinado de máquina y otro con leche, ¿sí?".
Volví a sentir emociones que creía enterradas bajo estratos de olvido. Cuando empezamos a salir, en secreto, fue como volver a los quince años, como si hubiéramos abolido la experiencia, la costumbre y la máscara del cinismo, y viéramos el mundo con ojos vírgenes.
Tuvimos que ser pacientes, él para blanquear el luto que llevaba por Dani y yo para demostrarle que no todas las mujeres éramos como esa Sabi que le había herido de muerte. Al principio, había días en que vestirme o maquillarme para salir a tomar una copa me daba pereza. ¿Merecía la pena el esfuerzo? Aunque no tenía una respuesta clara para esa pregunta, lograba vencer a la indolencia, dejaba a mi suegra viendo la tele, y ponía un pie y luego el otro en la calle hostil y fría. Pero me bastaba verlo a la puerta del local en que habíamos quedado, esperándome en el cine o el teatro, para que se me olvidaran las objeciones. Ahí estaba él, puntual y sonriente, peripuesto como un novio que quiere complacer a su pareja y presumir gozoso de ella, cuando, más tarde, hicimos pública nuestra relación.
Mi suegra me ahorró las preguntas y los comentarios maliciosos que, estoy segura, le revoloteaban por la cabeza. La conocía lo bastante bien como para saber que mi pretendiente –¡un divorciado!– no le caería en gracia, al menos en un primer tanteo. Sí, puede que fuera un hombre estupendo y, si a mí me gustaba, lo sería sin duda ninguna; pero, en su fuero interno, le aterraba cualquier posibilidad de cambio en el futuro. Si nuestra relación se consolidaba, ¿qué sería de ella tras nueve años viviendo conmigo bajo un mismo techo? ¿Tendría yo la desvergüenza de obligarla a volver a su casa, que llevaba varios años alquilada a un matrimonio sin hijos? Al fin y al cabo, Romualdo vivía también de alquiler, y lo lógico sería que compartiéramos gastos y se mudara conmigo.
Romualdo y yo lo habíamos hablado, pero, naturalmente, yo no tenía intención de desterrar a mi suegra. Mi casa era la suya, éramos como madre e hija, y lo que sacaba por el alquiler de su piso nos venía bien a ambas.
A las nueve menos diez, me atreví a asaltar su feudo. Sobre la encimera, reposaba el bizcocho de chocolate y, en el fuego, una sopa de marisco que prometía delicias sin fin. De segundo, mi suegra había preparado unas chuletas que aguardaban su momento de gloria sobre una bandeja tapada.
–Tiene todo una pinta estupenda, Eu.
–Ah, te entra por los ojos, cariño, ahora solo falta que le guste también a tu boca.
–¡Claro que sí! Te quería dar las gracias por todo.
–No hay nada que agradecer, boba.
–Verás como Romualdo te gusta.
–¿Me va a entrar por los ojos?
–Es un hombre maravilloso, ya lo verás.
–Estoy segura de ello. Y puntual también, ¿no?; anda, sal y no me entretengas más.
–¡Ya está aquí!
En efecto, el telefonillo suena a las nueve en punto. Abro la puerta y lo espero en el vestíbulo para darle un beso. Le pregunto si hace frío y responde que la temperatura en la calle es estupenda, aunque "en casa se está mejor, esto es el paraíso". Mi suegra sale de la cocina y mi novio y ella se dan sendos besos en las mejillas. Eu le dice que deje el abrigo en cualquier parte, si le parece en la habitación, sobre la cama, y Romualdo le pregunta por el olor que sale de la cocina y embruja su nariz.
–¿Te gusta el chocolate?
–¡Me encanta el chocolate!
–¡Me parece que tú eres de los míos!

Clavijo

Relatos FM

Las Praderas del Cielo



Desde el horizonte se intuía el hedor que siempre deja el fracaso cuando los hombres se matan en el campo de batalla.
El ejército vencedor recorría el lugar repleto de dolores y de gemidos de los heridos más graves.
En un extremo del enorme predio bañado por el sol y la muerte, un caballo blanco, de largo pelaje, caracoleaba junto a un viejo soldado que lo azuzaba con musicales silbidos. El animal mostraba una nerviosa actitud y estaba manchado de sangre en sus patas traseras. Tenía, además, una herida profunda y extensa en sus ijares.
La belleza de ese caballo era tan notable como su nobleza.
Heredero de una raza milenaria, ese corcel tenía un porte elegante tal como aparecen sus congéneres de otrora en las pinturas rupestres de España porque sobresalía como todo un caballo Andaluz. Su continente mostraba un excelente estado diríamos que atlético con patas fuertes que resistían las heridas recibidas en el combate.
El viejo soldado tenía las manchas de la edad en sus apergaminadas manos. La barba encanecida mostraba toques amarillo verdosas del tabaco que estaba masticando con la lentitud de los que saben qué sucederá en su futuro inmediato.
El caballo aumentó el nerviosismo que lo invadía y comenzó a rasgar el suelo con una de sus patas delanteras demostrando esa mezcla de enojo y angustia que los caballos sufren cuando el dolor los agobia. El viejo soldado buscó con su mirada el auxilio que sabía de antemano que nunca llegaría porque su ejército estaba derrotado y en vergonzosa desbandada. Su mente le dijo que no quedaba mucho tiempo. En la carga de caballería contra una poderosa formación artillera de cañones fue la última de esta guerra. Esa desesperada acción se vió condenada desde el mismo momento que las cabalgaduras se lanzaron sin vacilar a la muerte propia y ajena.
El corcel blanco con el viejo "trompa" corría a gran velocidad en la segunda fila, mientras el soldado, tomado firmemente de las riendas con su mano izquierda, soplaba con energía el clarín con notas agudas que llamaban a la carga. Los compases electrizantes, de tanto en tanto, se escapaban del instrumento dorado cada vez que el caballo saltaba sobre árboles caídos u otros caballos destrozados por la metralla enemiga. El corcel, blanco como la nieve alcanzó, a gran velocidad el campo de tiro de los cañones uno de los cuales ya estaba a punto de ser disparado.
El "trompa" como se le nombraba en la jerga militar, espoleó al animal con las riendas porque jamás lo había golpeado  y mucho menos clavarle espuelas que nunca usaba. Amaba demasiado a ese caballo de larga cola y de una testuz erguida como con orgullo ser un caballo de raza Andaluza.
La carga era ahora un verdadero suicidio. Aquí y allá, los árboles desguazados por el fuego de las batería enemigas servían de refugio para los soldados de infantería dominados por el miedo y algunos por la cobardía.
El corcel dió un salto enorme por sobre uno de los cañones. Las patas traseras del animal, sin quererlo, arrastró a dos de los servidores matándolos en el acto.
Al tocar el suelo, el caballo trastabilló y su jinete quedó atrapado debajo de su pesada cabalgadura.
El viejo "trompa" soltó su instrumento porque el dolor de la pierna ahora fracturada en varias partes era intenso y cada vez más insoportable.
El caballo hizo varios intentos pero no pudo levantarse. Entonces, el viejo, en su fuero interno, había abandonado su condición de militar. Estiró entonces, su brazo derecho y acarició con infinita ternura el cuello del animal que le respondió con un suave relincho casi lastimero. Enseguida, sin poder moverse demasiado, tomó las riendas desplegadas sobre la cabeza del caballo como cuerdas rotas de una guitarra. Una a una las unió en un solo haz y después dio un tímido tirón.
El corcel entendió el mensaje y probó dos veces levantarse con gestos de dolor y se fue poniendo de pie sobre sus cuatro patas. Fue así que el viejo zafó de aquel peso enorme y al darse vuelta hacia el Andaluz vió las heridas.
Cuatro impactos de metralla en el vientre y varias heridas a sedal en las patas era el duro precio de aquella carga de caballería.
El soldado se acercó arrastrándose hasta su caballo. Ambos estaban heridos de muerte porque los dos habían perdido cantidades de sangre.
Él y el corcel blanco habían participado de otras batallas. En una de ellas, el "trompa" había quedado desmayado en un pequeño charco de agua abierto por las explosiones, pero con el rostro hundido en el agua. El caballo relinchó más de una vez como llamando a su jinete. No hubo respuesta. El animal bajó un desnivel hacia el charco y con su hocico removió al soldado pero enseguida  abrió su boca y mordió con sus grandes dientes el grueso uniforme de invierno. Poco a poco, resoplando una y otra vez, logró retirar el rostro del agua y con su hocico recorrió la cabeza del viejo salvándole la vida y al mismo tiempo acariciando a su jinete.
De esa manera, empujando una y otra vez al desvanecido soldado logró sacarlo fuera del agua. Así también creció, en la adversidad, una relación de amistad, lealtad y sacrificio entre el caballo y el hombre, tal como había sucedido desde el principio de los tiempos.
Otros caballos andaluces como éste habían acompañado a los conquistadores españoles en la guerra y en la paz. Ambos habían abierto los surcos de las tierras fértiles en todo el mundo conocido de entonces.
Juntos crecieron en epopeyas legendarias. Otros caballos vivieron, lucharon y murieron en las antiguas conquistas de Gengis Khan; en la invasión y caída del Imperio Romano y aún antes en las conquistas de Alejandro Magno.
Todo se hizo sobre el lomo de los caballos como el Andaluz Durante unos 20 mil años, aquellos caballos de la antigüedad resignaron la libertad de la que gozaban en los campos aún vírgenes para ayudar a la diseminación de la civilización en los territorios del mundo inexplorado. Entre ellos estaba el caballo español junto a los conquistadores de América.
Ahora, una de las libertades más reclamadas del hombre en América estaba en juego en esa batalla donde el corcel blanco y el viejo "trompa" parecían estar a punto de entrar en la historia.
El soldado no pudo sobrevivir por las heridas recibidas en la última carga de caballería. El caballo tampoco. Ambos murieron  como lo hicieron en vida, juntos, uno encima del otro en aquel campo ensangrentado por la intolerancia y la ambición. Ambos, jinete y caballo, contribuyeron creando las condiciones para la paz, la más antigua de las aspiraciones de los seres humanos.
Con ellos estaban los caballos y especialmente el caballo Andaluz, miles de los cuales pastan hoy junto a sus jinetes en la libertad de las praderas del cielo.

Bruno