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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

EL DOLOR SE LLAMA PABLO

Pablo es mi suegro, ¿o ya no lo es?, bueno como si no lo fuera porque hace cinco años dejó de ser quien era: aquel hombre valiente, fuerte y emprendedor que supo sacar adelante a una familia de diez miembros sólo con la lucha diaria de su trabajo y traerla a Barcelona desde su manchega tierra natal a principios de los sesenta. Quien lo viera ahora no podría imaginarse siquiera que un día levantó él solo una casa de cordel en horas nocturnas para proporcionar un techo a los suyos.
Pablo hizo de todo allá en su tierra: de albañil, de cosechero, de jefe de equipo en la refinería de Calvo Sotelo, en Puertollano... Aquí, en este último lugar sufrió su primera cornada de dolor. Una noche lluviosa y oscura que salía del trabajo apresurado para guarecerse del temporal, cayó en una zanja cuya presencia no advirtió a causa de la oscuridad, y cayó en tan mala postura que se le rompió la bolsa biliar. En el Hospital de la Fuente Agria estuvo internado más de un mes. Cuando al fin le dieron el alta y se disponía a dejar el Hospital, la persiana de la ventana de su habitación le golpeó la cabeza de modo tan desgraciado que le obligó a coger de nuevo la baja hospitalaria.
La familia pasó todas en la primera negra época de Pablo. Sin embargo, estaba escrito que de aquello tenía que salir, y así se cumplió, para bien y esperanza de todos, el dicho que dice que "Dios aprieta, pero no ahoga". Y la familia salió adelante, y Pablo, con una cicatriz en el estómago con la forma de una hoz y doce puntos de sutura en la cabeza, volvió a doblar la esperanza sobre la tierra y el tajo, y con las manos y la mente puestas en alimentar y vestir a su mujer y sus hijas siguió sin pensar en otra cosa que no fueran las mujeres de su vida.
Sólo algún día de fiesta se podía permitir el lujo de pasear, su mujer Mercedes cogida de su brazo, por la calle Torrecilla abajo hasta desembocar en el paseo de la Fuente Agria, y allí, si el tiempo acompañaba, se tomaban unas berenjenas de Almagro que en un puesto callejero compuesto de un simple tonel de madera servía su dueña. Luego Pablo consultaba en el tablón del escaparate de algún bar los resultados de la quiniela por si la suerte hubiera tenido a bien premiarle, que no era nunca; entonces con cara de resignación rompía el boleto poniendo la esperanza en el siguiente y, chino chano, sintiendo en su brazo la mano constante de su mujer, desandaba el camino hasta la casa para descansar y reponer fuerzas con vistas a la jornada laboral del día siguiente.
Y así una semana y otra, un mes y otro mes, un año y otro año. Hasta que llegó el momento de mirar hacia el futuro de sus hijas y comprender que allí, en una ciudad de provincias, no lo iban a encontrar, y servir no quería que sus hijas lo hicieran. De modo que, siguiendo el ejemplo de un hermano suyo que llevaba viviendo en Barcelona un año ya, Pablo se puso el mundo por montera y hacia la próspera capital de Cataluña partió en tren con una de sus hijas, la que hoy es mi mujer y que entonces era una mocita de catorce años.
Contar lo que vivió y peleó Pablo desde entonces es hablar de andamios y destajos, de pasarse noches enteras con la paleta en la mano y salpicaduras de cemento en la cara para terminar a tiempo un mercado de abastos, una gasolinera o un edificio de despachos en el Ensanche de Barcelona que exigían la máxima urgencia.
Cuando recuerdo de Pablo toda esa lucha sin cuartel y lo veo ahora reducido a un cuerpo indefenso con mente infantil, el alma se me cae al suelo y me niego a recogerla porque comprendo que el dolor es un animal cruel y pegajoso que una vez que ha escogido el cuerpo de su víctima no se despega de él si no es para verlo morir lentamente con la tristeza alojada en la mirada y el desánimo más atroz engarrotando sus manos.
Y lo bueno es que hasta hace cinco años este hombre, convertido hoy en un niño, era todavía el luchador de siempre, el hombre que sabía posponer su propio bienestar al de su familia, de su gente, el hombre que trabajaba sin cesar para que nos les faltara de nada, incluido el piso nuevo y moderno que compró en la parte más alta de Maragall, cerca de la encantadora Plaza de Ibiza, corazón de la vida comercial de nuestro querido barrio de Horta.
Este hombre que ahora veo derrotado y con mente de niño, postrado en la mudez y en la imposibilidad de comunicarse con el mundo que le rodea me ayudó un día a terminar mi casa de montaña y se levantó una entera él solo en El Vendrell, donde instaló su refugio al llegarle el bien merecido descanso de la jubilación. Aró la tierra de la huerta, la abonó, sembró y plantó hortalizas y árboles frutales y, viéndolos crecer y ayudándolos a madurar, empezó a soñar un futuro sosegado y tranquilo.
Pero no, no, señor. Cuando todo parecía estar de su parte, Dios y la vida saludable le abandonaron. Y hace ahora cinco años, en la mesa familiar de la Nochebuena, rodeado de su numerosa familia, detuvo de repente su habla y su sonrisa, se llevó la mano a la sien izquierda, y ahí se paró todo para él.
Quien lo conoció un día no se cree que este niño con cuerpo de hombre, de mirada apagada, de leves sonidos guturales y lento arrastrar de pies, sea Pablo, el valiente emprendedor y padre de ocho hijas a las que trajo un día de La Mancha a vivir más y mejor en Barcelona, el mismo Pablo al que hoy un rosario de dolor lo condena a una silla pegada a la ventana para mirar, sin ver, a la gente que pasa por la calle, arrastrar una vejez de infancia irreversible y avanzar sin quejas hacia la muerte como si fuera un árbol talado.

Becqueriano
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

MEZKLUM


Esta semana que yo recuerde no ha pasado nada especial. Tuvimos un susto la anterior, que se quedó sólo en eso, una falta. Lo teníamos hablado desde que nos casamos. Los hijos no eran negociables en nuestra relación. Sí que estuvo algo enfadada porque el día que fue al ginecólogo no pude acompañarla, pero se le pasó. Quizá un poco más irascible por la tensión y eso, pero nada que con un ramo de flores y una tarjeta cariñosa no se arreglara. Lo de que no nos comprendéis es típico, a todas les pasa lo mismo en esos días. Mejor dejarlas y, como decía mi abuelo, los toros bravos desde la talanquera. 
Ella siguió de compras con sus compañeras de trabajo. ¡La de chuminadas que pueden existir para una casa! Eso sí, si algo le sugiero que no queda bien o no me gusta, lo descambia. No le importa.
La tanteé, por si colaba, y le hablé de una nueva pala de pádel Varlion. Es increíble, el no va más, ¡menuda ilusión tenerla! Los domingos juego con mi vecino, mientras ella se va al cine con su mujer. Pues me la compró y mi vecino ¡joder qué suerte, consigues todo lo que quieres!
El sábado la acompañé a comer a casa de su madre. Vamos todos los sábados. Nos viene bien por no guisar y recoger, ¡menudo rollo! En cuanto acaba la sobremesa nos marchamos. ¡Ya se enzarza en interminables charlas telefónicas con su madre cada noche! Además yo siempre tengo algún trabajo pendiente y ella organiza la casa. Se le da muy bien.
Por eso, que  se pasara esta semana entera sin pisar la calle más que para ir al trabajo, me dejó perplejo. Y que no quisiera salir fuera a celebrar su cumpleaños, más. Que no le apetecía nada, dijo. Pero yo no le hice caso y preparé una sorpresa en un restaurante nuevo del que me habían hablado. Reservé antes de decírselo y no le di otra opción. La conozco bien, si se encabezona es la única manera. Cuando ella protestó, bromeé "Mujer que cuarenta tacos no se cumplen todos los años" Creo que lo empeoré. Pese a mi insistencia fue con desgana, relatando que estaba apática y no podía con su cuerpo.
Vamos a Mezklum, un restaurante un tanto chill Out lleno de luminosidad, para animar a Laura que está baja de moral. Eso le dije a mi hermano y a mi cuñada que nos iban a acompañar. Con ella se lleva bien.
Aún no estaba lleno cuando entramos. Era más grande de lo que me había figurado. Al llegar al segundo salón mi hermano, que cotilleaba la decoración del local, se quedó mirando con descaro a la pareja de la mesa junto al reservado que nos habían dispuesto. Yo la miré de soslayo por  curiosidad. Y no pude disimular tener la misma impresión. ¡Se parecía tanto a ella!
El reservado repleto de cojines y envuelto en una especie de mosquitera blanca. El suelo de cristal dejaba ver bajo nuestros pies, unas ruinas que algún día excavaron. Tuve que controlar la sorpresa pero no pude ocultar mi enfado cuando, nada más traernos la carta, mi hermano me soltó a bocajarro "oye, ¿qué fue de Margarita? Carraspeé,  tardé en contestar ¡Qué tontería! Poniendo la mano en el cuello, respondí con voz azorada "No sé, no he vuelto a verla desde el instituto".
Me volví a Laura y, sin dar tiempo a una posible réplica de mi hermano, sugerí "Cariño, me han recomendado que no dejemos de pedir el mousse de dulce de leche. Lo hacen riquísimo".
Laura con voz y mueca seca replicó "antes tendremos que pedir los entrantes y algo de segundo plato ¿no?" Se había dado cuenta de algo.
Mientras nos poníamos de acuerdo sobre qué cenaríamos, me fui relajando aunque me duró poco. Laura se empeñó en pedir champán antes de la cena.  Le advertí "Te recuerdo, cariño, que te levanta dolor de cabeza".
Laura reteniendo la respiración contestó "Y yo te recuerdo que si ya lo tengo, me alivia, tesoro". Al ver su cara enrojecida como si fuera a estallar, me fijé que había cambiado la raya de su pelo y el mechón del flequillo se le volvía a la cara. Con irritados manotazos intentaba quitárselo de en medio. La cosa se ponía mal. Mi hermano propuso dejarlo para el brindis del final. Sí, eso, ¿podríamos brindar por las ataduras?,  me espetó con las manos y los ojos alterados. Di un respingo. La llegada del camarero me ayudó a mantener el tipo. Pese a todo había algo especial en su cara, estaba más guapa.
Después todo parecía marchar bien, ellas dos hablaban sin hacernos mucho caso. Un alivio. Escuché cómo le decía que la salsa caramelizada del lenguado estaba muy rica y me relajé.
Hacía bochorno. Me quité la chaqueta y al ir a colocarla en el respaldo de la silla pude mirarla con detenimiento. No era ella, era más joven y sus ojos no eran azules, sino marrones. La chica me sonrió. Le devolví la sonrisa. Al sentarme otra vez frente a Laura aún debía esbozar algo de esa leve sonrisa devuelta porque ella la interceptó. Y mantuvo unos ojos de reproche que nunca le había visto hasta que desvié los míos y los llevé a la mesa. Tardó un rato en quitárseme un molesto tic en el párpado que no podía dominar.
Cenamos sin mediar palabra, menos mal que mi hermano no dejó de alabar toda la comida que nos servían y los recovecos del restaurante. En cuanto tomamos el postre, Laura pidió una aspirina y quiso marcharse. Nadie le llevó la contraria. No me apetecía irme a casa pero ni protesté. En el intervalo en que Laura fue al baño, mi hermano comentó que cada vez estaba más rara. Pero mi cuñada atajó con que lo único que pasaba es que se le notaba que estaba a disgusto.
Nos despedimos. Ellos se fueron a tomar una copa por allí cerca. Nosotros  nos fuimos hacia el parking de la plaza de Benavente a recoger el coche.
Me esforcé por mantener la mente en blanco, no quería bronca. Estoy seguro de que iba por el camino pensando que mi hermano y yo éramos cómplices, que me encubría. Mira que se lo tengo dicho, que no me hable entre dientes en su presencia. ¡Qué manía tiene! No se da cuenta de que los hombres no podemos ocultarles nada.
De repente la escuché decir en alto "quién"
¿Quién qué, cariño? Le pregunté
Tú sabrás, yo no he dicho nada, lo has imaginado, me respondió cortante.
En voz baja argumenté "Perdona creí haberte oído decir..."
Ella añadió con  voz de fastidio "Es mejor dejarlo estar"
Lamenté haber preguntado e hice como si no la hubiera oído.
Se detuvo un instante. Una parte de ella quiso seguir hablando pero puso el dedo índice entre los labios apretados y se contuvo. Su mirada clavada en mí insistía en reprocharme. Yo, por segunda vez en la noche, tuve que apartar la mirada. No volvimos a hablar. ¡Vaya nochecita!
Aceleré el paso. Fue llegar al parking, buscar las llaves del coche y comprender que se me habían caído al sacar la cartera con las prisas y los nervios. Yo había invitado, yo tenía que pagar. No quiso acompañarme y se quedó allí rígida como un pasmarote. Sacó su polvera y por el espejito simuló pintarse los labios argumentando que se le habían resecado. Pero lo orientó para poder ver cómo me alejaba. No tardaré, le grité intranquilo. Y no me detuve ni un segundo. La llave la habían guardado en el mostrador del restaurante. De modo que no pasé de la entrada. Casi ni les di las gracias.
Cuando volví no estaban ni ella ni el coche. Recordé que siempre lleva el juego manual de llaves pero nunca lo utiliza. Se me ocurrió pensar en por qué no me las daría. ¿Por qué se habría llevado el coche? La llamé al móvil, como no contestaba, cogí un taxi. El taxista quería charleta pero yo no podía prestarle atención.
Entré en casa. Todas las luces encendidas. Laura, normal, encerrada en el cuarto de baño y yo dándole vueltas a ¿dónde se habría metido?
Golpeé con los nudillos la puerta ¿Estás bien?
Claro, contestó como si nada. Eso sí, no vino al salón, estuvo pululando por las habitaciones y yo sentado en el sofá reconcomiéndome sobre si el coche estaría intacto. No le pregunté ni protesté por no empeorarlo. Parecía tan tranquila, tan calmada que me puse nervioso. Así que pensé que ya se habría quedado a gusto vengándose de mí por lo de la chica.
Al día siguiente como todos los domingos me levanté y fui a la panadería. Me encanta el currusco de pan crujiente con mantequilla. Antes pasé por el garaje y respiré. El coche no tenía ni un rasguño. Cuando volví me pidió que hiciera el chocolate. Me cogió por sorpresa, yo nunca lo hago. Tardé porque las dos primeras tazas se rebosaron en el microondas.
Entré el comedor con ellas en la mano. No daba crédito a lo que veía. Estaba terminando de comerse un currusco y el pan decapitado en sus dos extremos. Su caja de cereales de salvado sin tocar. Pero si a ella le engorda el pan ¿por qué se había engullido mis curruscos? Y sin apartar la vista de mi mano comenzó a dar vueltas a la alianza, se la quitaba y se la ponía en el dedo jugueteando con ella hasta que se le cayó a la taza de chocolate. ¿Qué se le estaría pasando por la cabeza? ¿A que no me ha perdonado que no la acompañara al ginecólogo? Comencé a hacer bolas con las migas de pan para que no creyera que la observaba.
Por fin habló "cuidado, cariño, si no bajas los hombros, vas a contracturarte los trapecios, ya sabes que son tu punto flaco". Recogió sus cacharros del desayuno y los llevó al lavavajillas.
Entonces comprendí que después de todo quizá hubiera pasado algo. Si no por qué iba a estar tan rara...

Aniram
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LOS AMORES POSIBLES

"Cuando se es virgen se piensa que
todos los amores son posibles"

ERRI DE LUCA


TERMINÓ LA GUERRA y continué enviándoles cartas de amor a los pilotos. Me despertaba temprano, antes del canto del gallo, encendía el brasero y me sentaba a escribir: los chicos esperaban mis cartas y afuera todo era gris. La melancolía de Holden me provocaba arabescos en las pupilas y remolinos en el corazón. Los griegos consideraban el bazo como el centro causante de la melancolía, pero en Holden parecía ser hereditaria e indestructible. En cuanto Gustav se cortaba el pelo, se constipaba. A Marcelo nunca podrían derribarlo: tenía algo de fauno y había nacido para que yo le contemplase desnudo en una cama del Hotel Tannhäuser. Dorian dejaba demasiada carne en la corteza del melón, me besaba como un adolescente sin verano y dormía, con esa respiración de perro trufero sin suerte, hasta que la luz se colaba por todas partes.

Escribía a diario a mis pilotos porque afuera todo era gris. Dejaba un rastro de carmín en los sobres, sintiendo algo reconfortante y triste, me ponía el abrigo que perteneció a mamá y salía al encuentro del buzón de correos agujereado por la metralla.

En el vecindario decían que estaba loca, que no era más que una solterona amargada, pero ahora que ha estallado de nuevo la guerra, la única casa que no han bombardeado, la única que sigue en pie, es la mía.

Eudora Bail
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

DIARIO DE UN SUEÑO

10 de junio de 2009.
He decidido comenzar este diario porque hace dos días me ha empezado a ocurrir algo que no puedo explicar.  Últimamente he tenido un sueño que no me deja descansar por las noches. En él yo estoy caminando hacia mi escuela,  para lo cual paso cerca del mar. En ese momento escucho un grito desgarrador, y al girarme veo en el agua una silueta de una chica ahogándose. Me quedo petrificada ante la imagen y automáticamente me despierto. Llevo dos días soñando lo mismo. Me siento muy cansada porque tras despertarme no puedo volver a conciliar el sueño.
Bueno espero no volver a tener esa pesadilla...

11 de Julio de 2009
He vuelto a tener el mismo sueño, no sé qué hacer, estoy por contárselo todo a mi madre,
¿Me estaré quedando como una **** cabra? No sé, pero no puedo soportarlo más, vuelvo a ver a esa chica ahogándose en el mar y no hago nada, me quedo allí, plantada, observando la escena. Definitivamente se lo contaré a mi madre, quizás necesite ayuda de un psicólogo o algo, no sé.

12 de Julio de 2009

13 de Julio de 2009   
Se lo conté todo a mi madre, al principio no me dio importancia, me dijo ``anda niña con las tonterías, ya se te irá de la cabeza'', pero no, no se ha ido, ya hace dos días que no escribo, y he vuelto a tener esa pesadilla, aunque ha cambiado algo, ahora tras ver la silueta de la chica, me acerco a ella, doy unos cuantos pasos en su dirección, pero no logro llegar, por mucho que corro, no lo logro.
Creo verdaderamente que me estoy volviendo loca. Se lo he comentado a mis amigas, ellas sí que me han tomado más en serio. Me han dicho que a veces hay sueños que quieren decirnos algo, que significan algo más de lo que pueda parecer, una especia de aviso.
Para esta noche mi madre me va a dar un tranquilizante para que pueda descansar mejor, pero no creo que sirva de mucho la verdad.

14 de Julio de 2009

15 de Julio de 2009
¡No puede ser! He vuelto a tener la pesadilla, cada vez me acerco más a la figura de la mujer. El tranquilizante que me dio mi  madre solo me  funcionó la primera noche que me la dio. A la siguiente noche volví a despertarme sobresaltada.
Estoy más que preocupada, mi cuerpo cada vez está más cansado. Mi madre ha decidido llevarme al médico ya que mi aspecto es más que deplorable.
Acabo de llegar del médico. Ha sido bastante gracioso,  me ha dicho que puede ser a causa del estrés. Yo no estoy de acuerdo con él, yo no estoy estresada por dios. Debe de ser por otra cosa. Voy a dirigirme al lugar donde sucede mi sueño.
Es todo tan real, cuando estuve en la playa sentí el mismo sentimiento que recorre mi piel en el sueño, puede visualizar la figura de la chica ahogándose... No sé qué hacer, todo es demasiado raro.

16  de Julio de 2009
Que más escribo, sólo hago repetirme. He vuelto a tener la misma pesadilla de todos los días. Aunque vuelvo avanzar un poco más. Me lo estoy comenzando a tomar  como un juego, un juego bastante extraño. Cada noche me acuesto pensando hasta donde podré llegar.
La pasada vez continué hasta que mis pies pudieron tocar las pequeñas olas que se crean en la orilla. Esa vez, pude sentir el terror de la chica, su angustia, sus gritos se me han quedado grabados en la memoria. No, pensándolo mejor, esto no es un juego, estoy harta de todo. He llegado a la conclusión de que nadie puede ayudarme, sólo yo puedo acabar con esto.

17 de Julio de 2009
Anoche antes de acostarme estuve buscando por internet método para llegar a los sueños con plena conciencia, con el fin controlar mi mente en él. En una página bastante interesante, leí un ejercicio donde te enseñaba algunos truquillos según los cuales podrías, una vez dormido, controlar todo lo que soñases al igual que si estuviese despierto. Decidí probarlo, en fin, no tenía nada que perder.
El resultado ha sido fascinante. Como siempre, tras cerrar los ojos, comencé el camino hacia mi instituto. Pero esta vez fue diferente, tenía conciencia de lo que hacía, no era como antes, que vivía el sueño como espectador, en esta ocasión  controlaba mi cuerpo. Continué el camino, hasta llegar a la playa. En ese momento corrí para llegar a tiempo a la orilla y poder  ver la imagen  de la chica con más claridad. Cuando llegué no había nadie, quizás aun no había llegado. Pero por desgracia, o por fortuna, nunca llegó. No sé qué ocurrió esta vez pero el sueño se alteró, quizás por la técnica que empleé antes de dormir, no estoy segura, pero lo único que sé es que esta vez la joven no se ahogó. Quizás ya se ha acabado todo, al fin podré descansar tranquila...
Siento un gran alivio en mi pecho cuando leo esto en voz alta. Se ha acabado, no me lo creo. Aunque por otro lado, era emocionante, vivir, bueno mejor dicho, soñar todo eso e intentar descubrir la identidad de la chica.

18 de Julio de 2009
¡Ha vuelto a pasar! He vuelto a tener la pesadilla como al principio las tenías, es decir, observándolo todo como espectadora, y allí estaba la chica, gritando desesperada, y yo allí petrificada frente al inmenso mar.
Todo es muy raro, estoy empezando a asustarme. Esta vez he sentido aún más el dolor de la chica, como si la que me estuviese ahogando fuera yo misma. Ha sido muy angustioso, no quiero volver a pasar por ello.
No quiero volver al médico, me mandarán al psiquiatra, aunque puede que sea lo mejor, quizás necesite ayuda médica. Creo que me he obsesionado demasiado con todo esto.  Mis amigas ya no me creen, piensan que me estoy quedando algo tocada de la cabeza, es divertido, más que nada porque  no lo niego, pero no puedo hacer como si nada hubiese pasado. Llevo muchos días tratando de explicar todo esto, no lo he conseguido, pero tampoco quiero que todo desaparezca y quedarme con esta intriga. No, no quiero eso, quiero llegar al fin de la cuestión.
19 de Julio de 2009

20 de Julio de 2009

21 de Julio de 2009

22 de Julio de 2009
He encontrado este diario escondido en su armario, soy la madre de María, y he decidido acabarlo en honor de mi hija.
Hace tres días desapareció, no sabíamos dónde estaba. Llamamos a la policía y comenzó una amplia búsqueda. Esa misma tarde una mujer avisó de que había visto a mi hija en la playa esa mañana.
Fuimos hacia allí, mi corazón se rompió en mis pedazos cuando vi a los buzos sacar a mi chiquitina del fondo del mar. Los ojos se me llenan de lágrimas mientras recuerdo el momento.
Aun no me lo creo, sigo esperándola todos los días para almorzar, no soporto la pérdida. Ahora me siento más culpable que nunca, debería haberle hecho más caso. No le di mucha importancia a sus pesadillas y ahora mira, ha muerto. Un psicólogo me está ayudando a superar un poco este golpe tan duro. Le he contado todo lo que escribió en este diario, él me ha dicho que lo que ella sufría no eran sueños, sino otra cosa, no recuerdo bien el nombre... premoniciones creo que lo llamó. Según él, ella estaba viendo su propia muerte. Lo que no comprendo es cómo pasó todo, como llegó ella al mar, por qué se introdujo en el agua, por qué no nadó. 
El psicólogo me recomendó que terminase el diario, para ayudarme a pasar página, aunque eso para una madre es imposible, nunca la podré olvidar, nunca podré perdonarme no haberle prestado toda la atención que se merecía, nunca  podré dejar de preguntarme qué pasó aquella mañana, aunque creo que nunca lo sabré, eso solo lo sabe ella, allí donde esté.  Adiós María, te quiero, cariño.
Nunca te olvidaré...

Wyatt
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

       
Amapola


   ¿Qué le indujo a Juanjo aquel amanecer de octubre a  transitar el bosque? Nadie le vio salir. Supieron que no se encontraba en la casa cuando no acudió al desayuno familiar.
Se había levantado temprano, cogido un chubasquero e introducido en el bolsillo  "El gato negro" de Allan Poe, su escritor fetiche. Tiene la intención de caminar, explorar nuevos senderos de la ladera norte del bosque y sentarse a leer hasta la hora del almuerzo. No sabía entonces que una terrible tormenta y la falsa seguridad en sí mismo, iban a llevarle a un punto de no retorno, a extraviarse  por completo. Perdido en el bosque. Esa sería su realidad.
   Al atardecer, la madre de Juanjo decide llamar a su amigo íntimo. Le extraña el comportamiento de su hijo. Siempre le comunica adónde y con quien va. Pero esta vez no lo ha hecho.
–Pedro, tú eres su mejor amigo, dime, por favor, todo lo que sepas de la desaparición de Juanjo–  suplicó la madre.
Pedro, que parece conocerle bien, sofoca el incendio de atrocidades y desgracias que se vaticinan en el entorno familiar:
– Juanjo conoce perfectamente todos los rincones y vericuetos, es un explorador nato, con suficientes recursos para salir de cualquier apuro. Pero advierto que su personalidad no admite intromisiones. Tiene su lado oscuro, como todos tenemos, y hay que respetarlo. Si no aparece en las próximas horas podemos pensar en algún percance serio y habrá que poner su desaparición  en conocimiento de las autoridades. Pero, de momento, debemos darle un margen de intimidad. Puede tratarse de un aislamiento voluntario.
–Mi hijo es amante de la naturaleza, del senderismo, los animales... pero también está obsesionado con el misterio– insistió la madre.  Me preocupa su fascinación por los ritos secretos de las sectas, las historias sobrenaturales, sobre todo las de terror. Ya sabes lo que se dice del bosque...  Además, para más intranquilidad, no se ha llevado el teléfono móvil.
Avanzada la noche sin noticias, Pedro reúne a un grupo de amigos montañeros.  Deciden salir en busca de Juanjo.  Van provistos de todo tipo de herramientas, mantas, focos, provisiones, cuerdas...cualquier cosa que pueda resultar necesaria en aquellos umbrosos parajes.

   Juanjo está desorientado. Se le ha echado la noche encima. Está en el límite menos transitado del bosque, allí donde se pierde el valle y surge la negrura del lago. Hace rato que percibe  sombras siniestras. Le envuelve la bruma de la fronda. Sabe que se están dando las condiciones para el rito de la bestia: la luna llena velada por la intensa neblina, sombras y formas desconocidas entre la tempestad de lluvia y viento,  aves nocturnas retornando a sus nidos..." Y esos malditos gritos...  ¿Son chillidos? ¿Maullidos de gatos salvajes?". Instintivamente se palpa el chubasquero. Allí está el libro, con el terrible Gato negro, que él se imagina intentando pasar las páginas.... ¿Son sus garras las que atenazan su pierna? Cree oír una risa sarcástica saliendo del fondo del bolsillo. Su corazón ha emprendido un salvaje galope. Arroja el libro a la maleza que circunda el lago y cierra los ojos. Está desconectado del mundo real.
Son las mentes sensibles las que descubren y gozan a fondo con mundos diferentes. Juanjo está convencido de que ante fenómenos inesperados, sorprendentes, sobrenaturales, se producen sensaciones que llevan  al individuo a sentir vértigo, mareos y hasta náuseas. No puede perder la serenidad. "Necesito alguna señal que me incite a la acción, a la espera, a algo que, para los humanos, tenga sentido".  Le extraña la placidez de las aguas en medio de la terrible tormenta. Llega al convencimiento de que se aproxima la hora del espectro de la bestia.
   Baraja la idea de conjurar a los fantasmas para salir del tiempo muerto pero, en el último momento, el miedo le atenaza. Permanecer en silencio es también invocar. Decide alejarse del lago: le ejerce una extraña atracción.
    Allá, a lo lejos, vislumbra una línea sinuosa que pudiera ser un sendero. Camina entre matojos, enfangado, campo a través. Al acercarse, comprueba estupefacto que se trata de una carretera. "¿Cómo es posible que haya estado cerca de una carretera y no haya percibido ninguna señal de vida? ". Sin alimento, sin ropa de abrigo, sin teléfono móvil, sin nada que le pueda poner en contacto con el mundo civilizado, piensa, desfallecido, que en algún momento acabará pasando un coche. Se sienta, ovillado, en el borde de la cuneta, debajo de un frondoso castaño. Su único horizonte es esperar acontecimientos. Está exhausto. Lleva todo el día perdido en el bosque, en medio de la persistente lluvia, sin más refugio que su chubasquero.
   Un ruido apagado, pero continuo, le lleva a dirigir la mirada en la dirección de la que procede. Los faros de un vehículo alumbran a duras penas la carretera. Se aproxima con una lentitud inquietante.
    Aterido de frío, cuando el coche está a corta distancia, Juanjo se incorpora y comprueba, con terror, que el coche no lleva conductor.  Después de tantas señales oscuras, su mente ha dejado de funcionar con racionalidad. Decide aceptar lo que está viendo como una sesión de espiritismo, pero también como su única oportunidad para salir de aquel lugar. Cuando el coche pasa por delante de él, abre la portezuela y se sube en marcha.
El coche avanza penosamente. Juanjo mira de soslayo el asiento vacío del conductor. Presiente que está a merced de una fuerza diabólica. Son las doce, la hora del conjuro. "Lo que venga de ahora en adelante pertenecerá al mundo de lo desconocido. "
   Los amigos han comenzado la búsqueda. Divididos en grupos, rastrean desde las estribaciones del pueblo hasta la zona del lago. En la ribera, entre la maleza, uno de los montañeros descubre el libro de Poe:
–   ¡Aquí, un libro!  Es de Juanjo, seguro.
   Otro dice haber visto un gran Gato negro corriendo hacia la espesura...  Un coro de pájaros nocturnos se encarga de neutralizar las voces que llaman a Juanjo. Tan arraigada está en el pueblo la idea de que el bosque está habitado por seres del más allá, que se pierden en observar movimientos extraños, más que en localizar a la supuesta víctima. Hay unanimidad: "Juanjo está en el lago, por voluntad propia o ajena. De aquí no nos movemos".
   ¡Rápido! ¡Hay que peinar la zona, colocar focos en las copas de los árboles, zambullirse en las negras, profundas, heladas aguas... y pedir ayuda!
   Juanjo se encuentra a pocos kilómetros de sus amigos ¡Si él lo hubiera sabido!  De manera brusca, siente lo que el cree una garra que le golpea en el hombro. Un haz de luz proyectado sobre su rostro le deja deslumbrado.
   La carretera hace una leve curva y las tibias luces del coche dejan adivinar la través de la lluvia racheada lo que parece una gasolinera.
   
Juanjo todavía está inmerso en el paroxismo del terror cuando oye una voz que le grita al oído: Oiga, amigo ¿no cree que debería bajarse, echar una mano y empujar?
     
Perdido en el bosque
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

                                            
LA MUERTE DE UN AMIGO


    Ayer fue una mañana fresca de un día de primavera, pero para mi no fue primavera,  porque lloró mi corazón. Murió un amigo. El sufrimiento fue tan fuerte como el quejido de tus heridas cuando caías. Agonizabas sobre el piso,. Te habían matado. Tus venas abiertas mostraban tu dolor, te desangrabas de sufrimiento.
    Eras tan alto, enhiesto, imponente, tan bello y fuerte. Con tus movimientos mecías el amor. Estabas lleno de vida y cobijabas a tantos seres.
    Hoy estas derrumbado. Los asesinos te arrastraron y no se a donde te llevaron.
    Querido árbol de alcanfor, cada hachazo que ayer te dieron, lastimó mi corazón . La sierra con la que te destruyeron hirió mi alma.
     No llores bello árbol mutilado y valiente. Alguien te mató sin sentimientos. En el aire amargo de esta tarde aún se respira tanta tristeza. Hoy miles de pájaros revolotean enloquecidos porque no encuentran  refugio. Muchos han perdido sus nidos. Ellos están alborotados y desesperados, como yo,  que desde mi jardín no puedo verte.
     Querido árbol eras uno de los pulmones de mi barrio. Hoy sos hojarasca fría y también  una caja de  lindos recuerdos.

Sol
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL ARCOÍRIS


Había una vez un pequeño pueblo, no muy lejano de la gran ciudad donde vivía Daniel, niño de lentes, pecas semirubias, ojos verdes, cabello castaño y una ingenuidad nada envidiable para los tiempos que corren. Aquel poblado del que Daniel ya les había hablado a sus padres incontables veces presumía de tener el más bello arcoíris que se posara sobre la tierra.
   Tras algún tiempo de ruegos, los papás de Daniel accedieron a emprender un viaje para conocer aquel lugar y, si el clima lo permitía, también el arcoíris. Muy de mañana, se levantaron el sábado siguiente a lo acordado y tomaron camino hacia aquella región.
   Cuál no sería su sorpresa que apenas llegar se encontraron con la cara maliciosa de un gitano. Como si estuvieran en un paseo safari, mientras el coche ingresaba al pueblo, los gitanos salían de sus casas y de los comercios para, con curiosidad amén de pensamientos más lucrativos, saber de los recién llegados.
   La intuición de Rodrigo Torreblanca, papá de Daniel, presentía que aquello les iba a generar problemas, así que disminuyó su velocidad e intentó dar una vuelta forzada para regresar por el camino por el que habían venido. Por desgracia, no pudo hacerlo. Los gitanos ya habían rodeado el automóvil y comenzaban a balbucear cosas en su lengua y a mover las manos de manera alocada.
   
   -¡Salgan! –gritó abruptamente don Rodrigo al tiempo que abría la puerta y salía aprisa del coche mientras su familia lo imitaba.

Detrás de ellos quedaba el coche que ya empezaba a ser desvalijado. Corrían frenéticamente, entre gritos, maldiciones y polvareda. Pero no iban a regresar y tampoco se detendrían. Fortuitamente empezó a llover. Entonces los gitanos, los que no se afanaban en obtener algo del botín que les habían dejado, se metieron a sus casas y aplacaron su deseo de perseguirlos y obtener algo más de aquellos que la Providencia había mandado. Pronto el sol despejó las nubes y un hermoso arcoíris enmarcó el cielo debajo del cual huían.

-Ves, papá, te lo dije: ¡es el arcoíris más bello que he visto en mi vida! –alcanzó a decir Daniel antes de que con una sola mirada su padre le hiciera callar por lo que quedaba de la tarde.

Catalina Boix
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA CASA DE LOS ABUELOS


Un día de verano de 1997 mi padre consiguió, por fin, que lo acompañáramos a Pedràneu. Llevaba años pidiendo volver a su pueblo, más años de los que tenía yo, porque recuerdo que cuando era pequeño mis hermanos mayores ya estaban hartos de oírle hablando de la casa de sus abuelos y de que quería ir al pueblo a ver qué se había hecho de ella. No tenía ninguna voluntad de recuperar la casa, sabía que el paso de seis décadas, una guerra y siete papas habrían borrado cualquier testimonio de los Coca en el pueblo. Le movía sólo la curiosidad, las interminables horas sentado en la oscuridad sin nada más que hacer que pensar en la casa, en el pueblo, en los siete años que vivió allí con sus hermanos, la única felicidad pura que hallaba al escarbar en su memoria.
   Pero ninguno de nosotros confiaba en que fuera capaz de localizarla. Era apenas un mocoso cuando salió del pueblo para no volver, hacía sesenta años; y además era ciego. Había ido perdiendo la vista progresivamente; cuando yo era pequeño ya veía poco, y nos teníamos que acercar mucho a su cara arrugada y a sus gafas de culo de vaso para que nos reconociera y en seguida empezó a no ver nada más que nada. Sobre todo en primavera le daba por decir que veía como sombras, como ropa tendida, y nosotros le decíamos que quizás, que quizás. Le queríamos mucho, con ternura, igual que él a nosotros, aunque nos pasáramos el día luchando todos a gritos contra su senilidad.


   Aparcamos en la plaza del pueblo, porque en todos sus recuerdos aparecía siempre la iglesia -pero a veces delante de su casa, a veces a la vuelta de la esquina, a veces recordaba el tañido de las campanas como si proviniera de debajo mismo de su cama de niño- y mis hermanos creían que con ese punto como referencia quizás pudiéramos encontrar la casa. Pero fue inútil. Andamos y desandamos todas las calles, nos detuvimos en todas las esquinas, le describimos todo lo que veíamos  mientras él sopesaba las opciones y decidía que fuéramos hacia la izquierda, o hacia la derecha, aunque hacia la derecha no se pudiera ir, y mi padre creía que habían construido edificios donde antes había eras, y que habían plantado viñas en los lugares más inverosímiles. Como si estuviéramos en otro pueblo, nada de lo que veíamos concordaba con sus recuerdos, delante de la farmacia no había ninguna fuente, y no hallamos plaza alguna con un olmo en el centro. Al principio nos dio vergüenza preguntar, pero donde tenía que haber habido una casa con las puertas verdes habían abierto un colmado, y yo decidí entrar, y los clientes me dijeron que no conocían a ningún Coca, y les respondí que creía que al abuelo le llamaban "el Camacoixa", y entonces una señora que estaba sentada en una silla junto a la puerta dijo que sí, que algo había oído de pequeña, pero que creía que el hombre había muerto y la mujer se había ido a Barcelona, y un señor que no estaba cuando yo entré me peguntó (¡a mí!) si era la casa que estaba bajando al río, y antes de que yo reaccionara otra señora le dijo que no, que en aquella había vivido el tío Esteve, que se llamaba Giralt, y él respondió malcarado que ya lo sabía, que se refería a la de más abajo, y me indicó la dirección, y yo entonces ya no entendía nada, y les dije que gracias, y me fui yendo de espaldas, dejando frases a medias.
   Regresamos a casa con aires de funeral. Mi padre no habló en todo el viaje, por más que nosotros charlábamos de otras cosas, para distraerlo y que no se pusiera triste.
   Al día siguiente murió, sin dolor, de un mal que nadie le supo diagnosticar.

Inuyasha
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LITERATURA MUTANTE


-Pepa, tú siempre has sido demasiado moderna para este pueblo.¡ Pero con la bromita ésta te has pasado! Yo no tengo por qué aguantar las risas del maestro de mi hija diciéndome que dónde le he comprado a la niña este Quijote así que ya me estás devolviendo mis euros que me voy a Sevilla a comprar uno de verdad
La persona que en un tono muy enojado me decía eso era Jacinto, un vecino de cortas entendederas al que había soportado durante ocho cursos en el colegio del pueblo. Ya sabía cómo se las gastaba así que le devolví el dinero con un sarcástico:
-   Me parece muy bien, Jacinto. Y si puedes comprar un Sancho de verdad, tráetelo también para el pueblo y seguro que se hacen amigos...
No me respondió; se limitó a coger el dinero y salir de mi librería.
Disculpen que no me haya presentado. Soy Mae, una mujer de cincuenta y dos años que heredó de su padre una papelería en Villablanca y la convirtió en la única librería de la comarca. Desde entonces, he disfrutado mucho de ella y también he luchado contra demasiados elementos para mantenerla viva.
Cuando mi vecino Jacinto dejó en el mostrador el ejemplar de "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", sentí  lástima de él y de sus camisas celestes. Era el típico niño de buena familia que lo más largo que había leído en su vida era el título de la hermandad cuya virgen sacaba religiosamente todos los 16 de julio. Como no quería perder mi tiempo ni mis sensaciones pensando en ese tipo de personas, me acerqué a la estantería de los libros clásicos y puse el libro en el lugar que le correspondía. Ahora me arrepiento de haber dejado pasar por mis manos un libro único que nadie más podría volver a leer.
Intentando borrar de mi mente el desagradable incidente, volví a mi tarea de encuadernar artesanalmente una tesis que me habían encargado. Pero sin que hubiese pasado más de media hora, llegó a la tienda mi amigo Luis con la guía de Cuba que le había vendido el día anterior:
-   Mae, tenías toda la razón: esta guía es mucho mejor Lonely Planet.- Y soltó una carcajada infantil-. El único problema es que no te ofrece información de museos ni de restaurantes sólo te cuenta historias de cubanos y, sobre todo de cubanas ... -y se volvió a partir de risa.
-   ¿Ya te has fumado algo o qué? El año pasado me fui a Cracovia con una guía de esas y todo estaba donde lo decía y como allí estaba escrito. – Mientras yo hablaba Luis seguía riendo
-   Pues sería la de Cracovia porque ésta es un poco más .... –Otra carcajada explotó en su boca-  Lee el capítulo de Trinidad, por ejemplo
Cogí el libro por la página que me mostraba Luis en la que aparecían algunas imágenes de edificios coloniales y un mapa del centro histórico. El problema fue que yo esperaba leer:
"Esta noble ciudad colonial representó durante muchos años la imagen de la tradición española en la isla ...."
Pero lo que estaba escrito debajo de TRINIDAD era
"Nunca olvidaré el calor de su piel de ébano en mis labios, ni sus largos dedos encendiendo mis deseos en cada caricia. Desde entonces solo busco su recuerdo en el cuerpo de cualquier mujer  ... "
Luis soltó otra sonora carcajada al ver mi cara de sorpresa. Extrañada e intentando pensar en alguna explicación para que en una guía se hubiese colado un relato erótico, descubrí a mi amigo quitándome de las manos la guía y diciendo:
-   ¡Que sepas que me voy a la FNAC a comprar una guía de Cuba de verdad pero que ésta no te la devuelvo que no veas los buenos ratitos que Esmeralda y yo estamos echando antes de cruzar el charco¡
-   ¡Que te den, Luis¡- respondí yo, entre sus risas, tranquilizándome pensando en que algún trabajador de la imprenta se había lucido personalizando un libro que al final lo distribuyó por error y acabó en su librería. Ese pensamiento me hizo descartar la idea inicial de comunicar a la editorial la errata en la guía: no me gustaría que por mi culpa sancionasen a un escritor de relatos eróticos.
Como era una época de mucho trabajo, no volví a acordarme ni de los incidentes hasta que al día siguiente se acercó a mi librería el director de uno de los colegios del pueblo que conocía desde hace años y, tras saludarme con amabilidad, me hizo una extraña pregunta:
-   Espero que no le moleste la pregunta, Mae. ¿Usted dónde compra los libros que vende en su librería?
-   Pues en los almacenes y, a veces, en las mismas distribuidoras.- Mi respuesta fue tan sincera como mecánica porque estaba tan sorprendida por la pregunta que no tuve capacidad para reaccionar.
-    Se lo comento porque ayer tuve que hacer guardia en la biblioteca y, tras anotar en el registro el ejemplar de "Momo" de Michael Ende que usted nos vendió, empecé a leerlo. Y le prometo que, aunque esté muy bien encuadernado y las ilustraciones sean muy similares al libro que yo me leí hace veinte años, las palabras de este libro no tienen nada que ver con la historia original. ¿Usted se lo ha leído?
-   Sí, hace años –Mentí. En realidad suelo leer los libros que me gustan antes de entregárselos a mis clientes; y Momo siempre me gustó- ¿Qué ocurre en este "Momo"?
-   Por ejemplo, el barrendero no aparece en todo el libro ni la tortuga tampoco. Y los hombres grises son tiranosaurios. Mire, compruébelo usted misma.
Cogí el mismo libro que había leído dos días antes y que después embalé para enviarlo al colegio. Entonces, Gigi y Beppo eran los mejores amigos de Momo; en el caparazón de Casiopea se formaban letras y los hombres grises fumaban puros. La misma historia que había contado varias veces en las tardes de cuentacuentos de la librería
Pero en el libro que me traía el director del colegio, nada estaba en su sitio. Momo ni siquiera vivía en el anfiteatro. Sin salir de mi asombro, me disculpé:
-   Lo siento mucho y no entiendo cómo ha podido ocurrir. Ahora mismo llamo a la editorial para comentar la extraña publicación y que me envíen un ejemplar con la historia real de "Momo". En cuanto llegue, personalmente lo compruebo y se lo acerco al colegio.
Cuando el maestro se despidió cortésmente, yo volví a comprobar que ese libro ya no era el que había escrito Ende; parecía como si un duendecillo maligno hubiese estado jugando a moldear nuevos escenarios y nuevos personajes con el barro de las antiguas historias.
De repente, conecté el quijote de Jacinto, la guía de Luis y el Momo del colegio y un relámpago me recorrió la espalda.
-   ¿Qué está pasando en mi librería?
Me fui como una posesa a la estantería de libros infantiles y abrí una encuadernación muy lujosa en la que Caperucita no era una niña ni vestía de rojo. Me derramé en el sillón de lectura junto al escaparate por puro asombro; ni siquiera intenté encontrar alguna explicación a todo lo que estaba ocurriendo.
El resto de la historia ya la conocen todos ustedes. Lo que acabo de relatarles es sólo cómo viví en primera persona los primeros contagios del virus y que fue en mi librería donde nació eso que llaman ahora la Literatura Mutante, en la que los personajes saltan libremente de unos libros a otros creando nuevas historias, viviendo sensaciones distintas, inventando tantas vidas nuevas como libros se agolpan en las librerías infectadas. Estas letras son sólo un relato de mi modesta e ignorante aportación a la difusión de este virus que está consiguiendo que muchos ojos vuelvan a disfrutar leyendo libros ...

Rfve
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA PARADOJA DLE VIAJANTE DE SEGUROS


Es tarde. La noche juega con la luna sobre el reflejo de las llantas del automóvil que la empresa tan gentilmente le cedió para sus viajes. Está cansado de la ruta. Alguna vez disfrutó de esa libertad, de los ojos agotados y las mañanas con dolor de espalda. Pero hoy no. Hoy esta cansado y piensa en Maggie y en su mujer. La nena es su vida. Se lo dice a sus amigos; al que quiera escuchar. Maggie sonríe y el mundo sonríe con ella.
   Ahora acelera como impulsado por algo que apenas percibe, pero que sin embargo está ahí, y es una masa de ansiedad, una piedra, que le abre la herida del recuerdo. Esa sensación de vacío que se convirtió demasiado rápido en parte del juego de su vida.
   El automóvil responde. Es un modelo nuevo, de ese mismo año, y Ricardo está agradecido de haber dejado atrás esa porquería con la que comenzó a hacer sus primeros viajes de trabajo. Lo único seguro en la venta de seguros, dijo quien luego sería su jefe y su amigo, es que no hay nada seguro. Ricardo piensa en el peligro, en esa ruta desierta, en los pueblos y ciudades que visita, en la desolación. La noche cayó como un adoquín pesado, sin suavidad ni espera. Así cae la noche por esto lados del mundo. Hace frio. Con la noche, la helada. Ricardo lleva y trae su atención del asfalto oscuro a la comodidad semi iluminada de su cabina de conductor. El traje que lleva se adapta de un modo tan perfecto a su cuerpo que parece hecho a medida. Siempre elegante, bien vestido, perfumado, dijo aquella su vez jefe, y Ricardo es obediente. Esa obediencia la aprendió de chico; es la certeza de su vida.
   A la distancia, iluminado apenas por el reflejo de la luna, la figura disímil de un hombre corta la monotonía del paisaje. Tiene un trozo de cartón entre sus manos con el que intenta transmitir un mensaje. Llama la atención en la nada que hay detrás y por delante de él, pero pasa. Se convierte en un instante en un objeto más, uno que se hace pequeño, diminuto e innecesario en el espejo retrovisor del auto de la Agencia. Lleva varias horas de silencio, de pensamientos que se agolpan, de un paisaje helado y muerto. Tantas horas que esa presencia lo perturba. Hay vida, después de todo, en esa ruta. No obstante, Ricardo obedece. Nunca subas a un desconocido, dijo su jefe, aunque agradezcas la compañía. Y Ricardo obedece. Es cierto que una charla amable le devolvería la energía, le quitaría el sueño y el mal humor de un viaje que promete convertirse en eterno.
   En poco tiempo habrá una ciudad, habrá luces y vida. Es cuestión de esperar un poco, de ser paciente, que es el rasgo madre del que viaja y del que espera. Su pie, de cualquier modo, responde a una motivación alejada de este pensamiento, y se hunde en el acelerador. Ese hombre en el camino le recuerda que mientras el viaja, mientras los faroles de su auto iluminan los letreros de la ruta, la máquina de la humanidad sigue su curso. Hay una falsa seguridad en la cabina del conductor, pues se sigue tratando de un cuerpo humano, rodeado de chapas y de engranajes, a una velocidad que despedazaría a cualquiera. Y ahí es cuando el miedo, esa otra presencia de su vida, entra como un llamado o como una cachetada imprevista. Uno minutos más tarde, hay un hombre, otro hombre, o quizás el mismo hombre, con un cartel enfrente de sí, al costado de la ruta. Ricardo lo mira y lejos de bajar la velocidad para confirmar esa primera impresión de la locura y del cansancio, acelera aún más. A cierta velocidad, a cierta hora, en ciertas condiciones climáticas, en ciertos momentos del año. Santa Rita. Ahora puede ver el mensaje que intenta darle. La ansiedad es eso que se percibe en el cuerpo, una agitación en el estómago, un nudo ciego. Es posible que se engañe, pues carece de misterio la presencia de un hombre, y luego otro hombre, al costado de ruta, pidiéndole a los automóviles que pasen que le alcancen a un pueblo cercano. Al margen de la hora. Sucede a cualquier hora, también en la noche, y la mente engaña.
   Respira. Una bocanada y luego otra. Quisiera ser un fumador, encender un cigarrillo, reírse de él mismo. No obstante, es Ricardo. El padre, el esposo, el vendedor de seguros. El que paga impuestos, el que vive una vida tranquila, en un barrio tranquilo, con una familia tranquilina. Pero aquel hombre se repite. A unos cien metros la figura vuelve a aparecer. Ricardo tiembla, quiere evitarlo, hace un esfuerzo por evitarlo, pero su cuerpo ahora piensa y actúa guiado solo por sí mismo. Logra ver un rostro mientras se acerca, la letra temblorosa que alguna vez, quien sabe cuándo, indicó el nombre de esa ciudad, Santa Rita, que él conoce y que preferiría no conocer. Observa, esta vez, la cara desesperada del hombre, la barba rala, el aspecto sospechoso del que espera algo de alguien. Hay necesidad, pero también hay afecto y respecto en ese rostro. Y el hombre se arroja. Cuando el automóvil último modelo de Ricardo se acerca a toda velocidad, cuando la distancia se desanda al punto de que no existe la mínima posibilidad de detenerse, el hombre se arroja de un salto imprevisto sobre la carrocería. El instinto se activa, el temor, la supervivencia. Todo transcurre tan deprisa que el pensamiento llama a la acción y Ricardo hace un esfuerzo por detener el auto. La fricción de los neumáticos sobre el asfalto y luego la gravilla de esa ruta perdida, suena en la distancia de la noche. Sin embargo, no hay nadie quien la oiga. Ricardo tiene sus manos sobre el volante, el cuerpo tieso dibujando una figura recta que se conjuga con el asiento mullido. El miedo apenas le permite mirar el cuerpo aparentemente sin vida, arrojado como un animal a un costado de la ruta. Lo único vivo es él y el motor de su auto que grita por escapar, que pide en alaridos silenciosos que se vaya de ese lugar infectado de muerte. Ricardo acelera. Se aleja con la velocidad de un criminal. Es un criminal. Quizás no sea un asesino, pero sí un criminal. Trata de justificar el pie en el acelerador, los calores de saberse en una falta que está tan fuera de él como puede estar. Aquel acto fue cometido por otro hombre. Fue provocado. Ricardo es inocente. Lejos están Maggie, y Mariana. La ruta vuelve a ser un desierto de normalidades, un campo detrás de otro, cosas anticipables, que la mente trae aún antes de que sucedan. No obstante, a la ansiedad de la desobediencia, al hacer lo indebido, se le suma el alivio del final de una pesadilla que promete despertar en otra aún más profunda. Pero nueva. Un minuto, una hora, un periodo indefinido de tiempo. La sangre se acomoda más rápido de lo que Ricardo espera. Y ahí está ese hombre otra vez. Es pánico lo que lo invade, la certeza de que algo anda mal en esa ruta, en esa desolación en la que se convirtió la noche. Como una alucinación, como una estafa al sentido común que gobernó su vida, y que ahora, de repente, viola toda norma lógica y arruina los planes de una existencia planeada y anónima. La figura aparece casi al mismo tiempo en que ya pasa, ya sucedió, ya existe en el espejo retrovisor. Porque la dimensión es real, ocurre en este mundo. La mente juega estos juegos, aunque se permita dudar de lo que siente, también hay alivio en su cuerpo. Es algo que se niega a confesar, pero la visión, esta vez, lo devuelve a la irrealidad de un sueño, de un pesadilla, de algo que ya se está acostumbrando a vivir. Debe jugar ese juego. Un juego cuyas reglas son previas a las situaciones que propone. Porque unos minutos después, el hombre impone su paciente espera. Ricardo lo observa como una parte más de ese todo en que se convirtió este viaje. Un personaje que por perturbador no deja de ser conocido. Va a detenerse. Lo decide aún antes de llevarlo a cabo. Es como si su mente se hubiese detenido, y el agente de seguros, el padre, el esposo, el chico obediente, por fin obedeciera a lo que está escrito, a lo que debe suceder porque está destinado a suceder.
   Por fin se detiene. La sensación física de ese hombre, ese viejo, acercándose hacia el auto, le genera una incomodidad que se niega a analizar. Oye la puerta abrirse, a la noche y al frío entrar a la cabina del auto, de ese refugio que hasta entonces se reservaba para sí mismo.
Hay una gota de melancolía que inunda el alma de las personas. Se percibe en las ocasiones en que menos se la espera. Sin embargo, está ahí, siempre, como al asecho de quien se atreva a mirar. Una apoteosis, algo que es seguridad y es duda. Explota en sus ojos un temor ahogado, la maldad del que conoce el desarrollo natural de lo antinatural.
   -Cuando yo tenía tu edad –dice el hombre, y su voz es mucho más suave de lo que Ricardo esperaba-, cuando yo tenía tu edad, esto sucedió.    
   Unos cientos de metros, un kilómetro y otro. La ruta que desgasta a la noche en su interminable paisaje nocturno. Ricardo se atreve a mirar el traje ralo de ese hombre, la barba cana, el portafolio de cuero marrón entre sus zapatos gastados.   
   -Voy a Santa Rita –dice.- Es la próxima ciudad. A usted le queda de paso-
   Hay un rastro de humanidad, algo habitual, y hasta cotidiano, que ameniza el momento. Es el sonido del asfalto contra los neumáticos, sumado al silbido opaco del motor del auto, y ese hombre, que debería estar muerto, que debería nunca existir, que sin embargo carga una verdad definitiva.
   -Hace ya mucho que me esperan –dice.- Tanto que no me acuerdo. Muchos años, no se cuántos, pero le puedo asegurar que demasiados. Me costó entender cómo llegar, pero por fin lo entendí, un día lo entendí. Aunque entenderlo fue solo el comienzo. Tenía que llegar usted.
   Aquello lo estremeció. Ricardo dejó que la sensación le recorriera el cuerpo. Después de todo, no había motivo para pelear contra lo inevitable. Sin embargo, quiso saber.
   -¿Qué está pasando? -dijo. Tuvo que decirlo.- Usted debería estar muerto. Yo mismo lo atropellé, unos kilómetros atrás, hace menos de quince minutos.
   -¿Menos de quince minutos? ¿Unos kilómetros atrás? Y usted que sabe del tiempo. Vamos a Santa Rita –contestó el hombre. Usted me va a llevar hasta la entrada de la ciudad y va a continuar su camino. Al menos hasta donde pueda. Eso está pasando.
   Ricardo sintió como la impotencia se trasladaba al odio y el odio a la violencia. Pensó en lastimar a ese hombre, en herirlo de un modo profundo, sin consecuencias. No obstante, luchar contra esa frustración era un trabajo sin garantías, así que se dejó caer contra el asiento y suspiró.
   -¿Hasta donde pueda? -dijo.- ¿Qué quiere decir con eso?
   El hombre clavó su vista en la ruta. Su rostro cambió de repente cuando los faros del auto iluminaron la entrada a la ciudad de Santa Rita. La noche seguía siendo noche, el frío era idéntico a sí mismo, y se reproducía en el corazón de Ricardo que comenzaba a impacientarse.
   -¡Qué quiso decir con eso! –gritó.
   Hubo un instante de silencio, una quietud provocada que le ahueco los ojos.
   -Este es mi parada –dijo el hombre.- Yo me bajó acá.
   Ricardo detuvo el auto a un costado de la ruta. Le sorprendió descubrir que no había visto pasar otro vehículo en toda la noche. Aquello que al principio lo tranquilizaba ahora le produjo un intenso temor. El hombre se bajó del auto y lentamente miró hacia las luces de la ciudad que dormía.
   -Todo pasa –dijo el hombre antes de perderse en la oscuridad de un camino secundario.- Hasta usted mismo.
   Hubo tiempo para mirarlo desaparecer, para sentir el fluir de la sangre agolparse sobre sus sienes. Y el auto continuó con su camino. Quiso despertar, salir de una vez de esa lugar en que se había metido. Se culpó de no ser más seguro de si mismo, de no haber increpado a ese hombre con más autoridad y hacerlo hablar. A la fuerza si era necesario.
Ahora las luces de la ciudad quedaban atrás, y otra vez la nada de la ruta y de los campos. Ricardo pensó en que aquel sería su último viaje, que era una locura pasar tanto tiempo alejado de Maggie. La extrañó. La extraño demasiado. Sintió como el recuerdo se hacía parte de él, como lo alejaba con cada metro que hacía. Extraño su cama y su vida. Extraño a su mujer. Lo que quedaba atrás.
De repente, el auto se detuvo. Ricardo trató de ponerlo nuevamente en marcha pero el motor estaba muerto. No hubo temor en su corazón, sólo una franca resignación. En el asiento de atrás estaba su portafolio de cuero marrón. Lo agarró y bajó del auto. Los primeros pasos fueron los más cansadores, luego el impulso que había ganado le sirvió para seguir con su camino.
Un tiempo después, mientras caminaba, notó que el día se negaba a salir. Pensó, como una idea luminosa, en encontrar un cartón en donde escribir con letras grandes y claras el nombre de la próxima ciudad, que era a la cual él se dirigía.   

Javier Silva
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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ROMA EN EL CORAZÓN

Como tantos otros días, Esteban llevaba despierto un buen rato cuando sonó el despertador. El frío de la habitación se hacía notar en aquella penumbra atenuada por el cerquillo de luz del único quemador que funcionaba en la estufa. Eran casi las cinco y media de la mañana, y Esteban se disponía a comenzar otra jornada. Bostezó largamente hasta que encontró fuerzas para comenzar el nuevo día.

La bruma desdibujaba la dársena y los tinglados cercanos, ahora con la presencia de un barco vulgar con pabellón de conveniencia. Algunos cormoranes sobrevolaban las plumas de carga anunciando mal tiempo.

Esteban giró la esquina y comenzó a subir lentamente entre los edificios grises como el suyo, construidos aprovechando los tabiques y cimientos de las conserveras que ya pasaron su momento de esplendor. Era una barriada sin terminar en un extremo del puerto donde sobrevivían unas decenas de familias. La calle era una cuesta estrecha, casi perpendicular al puerto que acabada en un tramo de escaleras con acceso a la parada de autobús.   

Caminaba despacio, camino del hospital, con la mente puesta en imágenes vividas en el pasado. Así anduvo un rato hasta que las primeras gotas de lluvia le devolvieron a la realidad. Se imaginó a Mireia desvelada y haciendo esfuerzos por respetar el sueño de su compañera de habitación. Todas las madrugadas eran parecidas; ella procuraba no quejarse cambiando de postura mientras el dolor era soportable. Luego, se agitaba más y más  hasta desembocar en jadeos descontrolados que buscaban mitigar el sufrimiento. Una vez pasada la crisis, se abandonaba a la espera de la primera inyección calmante del día.

Duras y lentas horas aquellas, suavizadas cuando era capaz de concentrarse en la visita de Esteban y en los ratitos que pasaban juntos, cada día, guardados en la cajita del corazón para revivir en las madrugadas insomnes. Pero era inevitable agobiarse ante el reto ineludible de conocer el diagnóstico. Como mucho, iba a ser cosa de uno o dos días le dijeron; lo cierto es que el médico les había comunicado que los resultados estarían listos para la semana pasada.

Llevaban casados casi veinticuatro años que habían pasado en un suspiro hasta que la enfermedad hizo que el tiempo se detuviese para ellos. Su marido Esteban era un buen hombre con el que había sido feliz a su manera. Es verdad que no llegaron a disfrutar de una casa propia pero los trabajos que iban saliendo les permitían vivir dignamente con algunas estrecheces. Tampoco habían pedido mucho a la vida: ese hijo que no llegó, o la ilusión compartida y nunca satisfecha de haber conocido Roma.

Mientras ella sufría un nuevo amanecer, Esteban esperaba el primer autobús de la mañana. Allí solía coincidir con una mujer cargada de baldes que regentaba un puesto de flores en el mercado. Gracias a ella, Mireia solía recibir un hermoso clavel blanco a tan temprana hora. Una flor siempre fresca en medio de la desnudez del mobiliario de la habitación 104 como signo del cariño que ambos se profesaban y esperanza de que no se sentiría sola.

En el hospital, salió del ascensor y se encaminó lentamente hacia la 104. Un celador ocupaba buena parte del pasillo empujando una camilla. Al entrar, casi tropieza con la enfermera que acababa de llegar con el sedante; al verlo, se disculpó por el retraso farfullando unas palabras. Mireia se encontraba en medio de una convulsión y no acertaba articular palabra. Ni siquiera se pudo percatar de la llegada de Esteban. Antes de salir, la enfermera con ese tono mecánico que delata haber dicho cosas similares muchas veces, le explicó la mala noche que había pasado su mujer, al tiempo que le recordaba los pocos minutos de que disponía. La otra cama estaba vacía.

Solos los dos, Esteban cogió la mano de la enferma con infinita ternura y comenzó a susurrarle los sentimientos más cariñosos que le salían del corazón. Tuvo fuerzas para inclinarse al oído de Mireia y revivir a media voz algunos de los momentos felices que habían pasado juntos. Poco a poco, el dolor daba señales de ir aflojando en el frágil cuerpo de la enferma.

El agotamiento, el sedante, los suaves arrullos de su marido o todo junto a la vez, lo cierto es que Esteban tuvo tiempo de contemplar a su mujer dormida, respirando suavemente, aunque el rictus de su cara denotase más tensión que descanso. "Dolor, última forma de amar" se dijo, sin saber que la frase que acababa de balbucir ya la había inmortalizado un poeta.

Viéndola así, tan vulnerable e indefensa, temió que en cualquier momento se presentase la agonía. Todavía estuvo unos minutos contemplándola en silencio, secando con dulzura el sudor perlado que resaltaba en su frente. Había sobrepasado con creces el tiempo de visita, pero continuó sentado junto a ella un buen rato, mimándola, sin acordarse de su trabajo ni de la enfermera. Mireia se despertó sobresaltada cuando todavía estaba allí su marido; el dolor aun no era intenso, y pudo esbozar una sonrisa que irradiaba todo el agradecimiento que sentía. A él le bastaba con eso.

Cuando salió del centro hospitalario, el tiempo había templado aunque seguían los nubarrones llenos de agua. Caminaba consciente de que la enfermedad de su mujer había corrido mucho en los últimos meses; a medida que se alejaba del hospital, quería volver a su lado mientras no dejaba de preguntarse, cada vez más alto, qué daño hacía él si se quedase más tiempo en la habitación con ella.

Deambulaba hacia la parada del autobús, de camino al trabajo. Mientras tanto, la ciudad ajena al dolor de ambos, iba adquiriendo el ritmo acostumbrado. Ahora tenía por delante una dura jornada de trabajo, a la que seguiría un nuevo paso por la habitación 104.

De nuevo en el autobús, estaba asustado ante la perspectiva de nuevos torbellinos de dolor y fuertes emociones. No estaba seguro si iba a ser capaz de soportarlo solo.

La siguiente visita a la 104 no fue más fácil. Los pasillos olían a fármaco más de lo habitual y los metros finales le resultaron interminables. Al entrar en la habitación,  nada más  verla, lo único que pensó es que había muerto. Esteban se sintió flaquear en medio de un intenso dolor en las sienes que le ayudó a mantener el equilibrio. No sabía muy bien qué hacer allí, de pie, con una rosa blanca en la mano frente a una enfermera que no conocía y a su mujer, exánime en la cama sin atisbos de vida.

Luego le informaron que se encontraba en estado de coma pero que, en principio, estaba fuera de peligro. Los resultados de las pruebas realizadas no eran lo que todos sospechaban y había razones para la esperanza. Al menos seguía con el suero puesto. La enfermedad no había ganado la batalla aunque las últimas resistencias estaban a punto de ceder. Estaba sobrepasado.

Medio aturdido, bebió el vaso de agua con la píldora que le colocaron en la palma de su mano. Otra vez volvió los ojos hacia ella, a su bella durmiente que posiblemente iba a despertarse para compartir juntos las horas y los días, mientras le depositaba cuidadosamente la flor junto a una de las mejillas de la enferma.

Ya era noche cerrada cuando se sorprendió a sí mismo paseando entumecido por el muelle más cercano a su casa. Seguía aturdido y no recordaba los pasos que había dado hasta llegar allí. Con su reloj olvidado en la mesilla de noche, no tenía idea de la hora que era. Seguía destemplado aunque el viento había amainado. Enfrente, un marino fumaba con aparente placidez apoyado en una de las regalas del desvencijado mercante maltés, ajeno a lo que se cocía en el interior de Esteban.

Al cabo de un rato, se sentó en el noray más cercano, y comenzó a sollozar envuelto por el cansancio y las emociones acumuladas a lo largo del día, de todos los días. Hacía tiempo que no lloraba de esta manera. Pasó largo tiempo derramando lágrimas de niño grande. Poco a poco, se fue serenando y la tensión fue cediendo para dar paso a una gran paz, tan real como el noray y el viejo buque con el pabellón de conveniencia.

Miró al suelo; allí estaba el informe que le habían entregado en el hospital. Sin apenas moverse lo empujó con el pie hasta dejarlo caer al agua. Aquello no era el recuerdo que guardaría de Mireia. El sobre fue deslizándose serenamente por la popa del mercante hasta perderse entre las sombras. Cuando ya no pudo distinguirlo, se levantó con otro ánimo para enfilar hacia el oscuro edificio que llevaban compartiendo juntos tantos años.

Tardó en entrar en casa. La recorrió sin rumbo fijo, ensimismado en la paz interior que tanto le había esquivado los últimos meses. Al pasar por la salita cogió mecánicamente una fotografía en la que estaban los dos juntos, sonriendo. Ya sin la incómoda ropa mojada, se dejó caer en la cama depositando la foto junto a la almohada. La miró fijamente tratando de inmortalizar toda una vida. Entonces pensó en la idea de viajar a Roma cumpliendo aquella ilusión de ambos, nunca realizada.

Sin tiempo ni fuerzas para más emociones, se quedó profundamente dormido.

Lur
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

CARTA DE AMOR


Hola, mi amor:
          Como todos los días, y la mayoría de las madrugadas, hoy me he despertado pensando en ti. Con lágrimas en los ojos y el recuerdo de tu mirada.
          A veces, las lágrimas son de alegría. Poseo tantos recuerdos bonitos relacionados contigo. Tantos momentos que hemos pasado juntos, tantas noches en vela hablando por teléfono, el recuerdo de tus caricias y tus besos... Es muy difícil haber pasado tanto tiempo conociéndote y queriéndote, para luego recordarte un instante y poder evitar sonreír. Cuando estoy despierto, esa alegría solo dura unos instantes, hasta que regreso a esta realidad, donde tú ya no te encuentras conmigo. Pero cuando me duermo, y me traslado al mundo de los sueños, vivo en un lugar donde seguimos juntos. Donde esa alegría, si tengo suerte, puede durar toda la noche, pero nunca un poco más. No tengo derecho a ser feliz en la vida real.
          Otras veces, las lágrimas son de pena. Sería demasiado afortunado si siempre que soñara contigo fueran sucesos felices. Estoy tan triste durante el día debido a tu ausencia. Es tan fácil acostarse y seguir echándote de menos, que es inevitable tener pesadillas con ese mismo sentimiento. Recordar una y otra vez que te has ido, que nunca volverás, que mi vida sin ti no tiene sentido. Que, quizás, si un día dejara de poder recordar tu mirada, me volvería loco.
          Esos ojos azules que son un trocito de cielo. Ellos me han mirado infinitas veces y me han dejado ver tantos sentimientos: amor, tristeza, rabia, alegría, celos... Esos ojos a los que miraba y me transportaban a otro mundo, en los que me perdería para siempre incapaz de retirar mi mirada de ellos. Esa mirada que me despertaba la mitad de los días, y que la otra mitad se descubría bajo mis besos. En sueños, cuando te veo, todavía te brillan los ojos. Incluso estando seria, tenían ese brillo. Desde el primer momento en el que los vi, supe que eran especiales. Como tú.
          Hace casi seis años cambiaste mi vida, mi concepción del amor. E, inevitablemente, mi futuro. Desde el primer momento, supe que serías mía, que intentaría lo imposible por conseguirte. Pues, cuando se trata de amor, lo único imposible sería dejar de amarte. No sé si tuve suerte, o si también tendré escondido algo especial en mi interior que tú descubriste, pero conseguí que fueras mía.
          Cuando vi que empezabas a mostrar interés por mí, me asusté mucho. La intensidad de mis sentimientos era cada vez más fuerte, pero todo había sucedido en mi imaginación. Quizás no me encontraría preparado para vivir una historia real contigo a mi lado, juntos.
          Antes pensaba que la poesía era una exageración de los sentimientos. Pero, cuando pensaba en ti, palabras preciosas acudían a mi mente para intentar describirte. A veces, sin mucho éxito. Mis sentimientos eran mil veces más bellos que las infructuosas palabras que incluyen los diccionarios. El amor es indescriptible. Para mí, tú eres amor. Así que eres indescriptible. De esa manera lo descubrí.
Porque amar a alguien es dejar de quererse un poco a sí mismo. Porque pones a una persona delante de ti siempre. Para tonterías como que elija la comida, el lugar de una cita... Pero también para elecciones más serias tales como mudarte a donde ella viva, dejarle decidir los nombres de vuestros hijos, e incluso dar tu vida por ella. Porque no se ama para siempre, si no más aun.
Una cosa es enamorarse y otra muy distinta amar. El enamoramiento se da al principio de la relación, cuando vas conociendo a la otra persona y te das cuenta de que cada vez te gusta más, de que necesitas pasar más tiempo con ella, de que está empezando a formar una parte indispensable de tu vida. Luego, cuando la relación y los sentimientos se afianzan, y ya conoces a esa persona, entonces puedes decir que la amas.
Cuando amas a alguien, es que tus sentimientos han cruzado una línea. Si se intentara medir los sentimientos en una escala, puedes decir que una persona te gusta mucho y le das un ocho, o que te gusta un poco y le das un cinco. Si ella te defrauda, perderá puntos. Si te agrada, los ganará. Pero llega un momento en que los sentimientos se salen de cualquier escala, pues ya amas a esa persona, y no hay vuelta atrás. Puede que ella no sea perfecta, que esté con otra persona, incluso que te haga daño. Pero nada de su comportamiento hará que la ames menos. Lo único que puede hacer algo en esos casos es el tiempo.
Nosotros no podemos decidir si enamorarnos o no, por mucho que haya gente que crea que sí. Igual que no elegimos si es el momento adecuado o la persona correcta. Lo peor es cuando empiezas a enamorarte de alguien que de entrada ya sabes que es platónico, porque está con otra persona o porque en tu familia no va a ser bien visto o por cualquier otra razón. Y tú, poco a poco, te vas enamorando y vas sabiendo que acabarás sufriendo. Pero no te importa, pues en esos momentos eres demasiado feliz. O quizás sí, debido a que no es la primera vez que amas a una persona que no es la más adecuada para ti, y tienes alguna idea de cómo serán las cosas.
Creo que nunca debemos arrepentirnos de amar a alguien, pues es lo más bonito que nos puede suceder. Y nadie debería hacernos sentir mal por ello. No existe la persona perfecta, sino simplemente alguien que será perfecta para ti. Aunque tu familia no esté de acuerdo porque no sea de tu condición social o no tenga tu mismo nivel de estudios. O a tus amigos no les parezca correcto porque no sea de tu misma raza o religión.
          Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Un sentimiento, muchas más. Si tuviera que describir el amor, diría que es una contradicción. La alegría infinita cuando tú te encontrabas conmigo. La inmensa pena ocasionada por la separación, aunque fuera momentánea. Que hagas latir mi corazón a cien por hora cuando me rozas. Que consigas que éste se pare al colocar tus labios a escasos centímetros de los míos. La más dulce tortura que jamás ha existido.
          Cuando me enamoré de ti, llegué a pensar que no había nada más fuerte que el amor. Pero ahora nos encontramos separados. ¿Quiere decir que yo me equivoqué? ¿Quizás es la muerte más fuerte que el amor? ¿Puede ser verdad esa leyenda de que cuando muere una persona joven es que la muerte se enamoró de ella y por eso se la lleva consigo? Si es verdad, lo comprendo. Yo tampoco pude resistirme a tu mirada.
          La muerte puede haber destruido nuestra unión. La podría haber destrozado el tiempo, la distancia, la rutina... Pero no ha ganado. Ninguno habría conseguido ganar, pues yo sigo enamorado de ti y mis sentimientos nunca cambiarán.
                                                                                                       
Siempre tuyo.

Rayo de luna
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

JOHN SMITH EL AVENTURERO


John Smith es un aguerrido aventurero, que, en 2008, y tras descubrir un anuncio, vio que, si cruzaba una cordillera, llamada Amoris, que según los expertos, era más difícil de cruzar que el propio Himalaya, obtendría como recompensa el mayor placer que un mortal puede buscar: La felicidad.
   John ya se había aventurado en ese tipo de menesteres, pero según el anuncio, la recompensa que era ofrecida colmaba todos sus deseos. Así pues, cogió su sombrero de aventurero y sus utensilios de escalador, los cuales eran imprescindibles y emprendió la aventura.
   Le sorprendió ver que era el único que se había apuntado a tal hazaña. Al parecer y según dijeron los lugareños que vivían al lado del comienzo de la cadena de montañas, todo el que lo había intentado nunca había vuelto. Pero eso a John bien poco le importaba.
   Tardó casi dos años en cruzar aquellos riscos y en varias ocasiones rozó la muerte. De vez en cuando, a lo largo del camino, obtenía alguna recompensa, pero no era ni la mínima parte de lo que, se suponía, esperaba al final de la Codillera Amoris.
Y llegó el día en que el descenso culminó.
Pero todo estaba desierto, no había nadie esperándole, nada de vítores, y mucho menos esos placeres que eran la recompensa. Aquello le frustró mucho, pero, tras varias semanas en las que creyó volverse loco, levanto cabeza y vio que otra montaña se extendía a unos kilómetros de distancia... ¿Y si se había equivocado y había invertido todo ese tiempo en una empresa ficticia, falsa? Volver a empezar le resultaba duro y aunque la anterior experiencia no le había dado ni la más mínima oportunidad de éxito, aunque su trabajo bien lo había valido; para el guardaba buenas experiencias y, aunque había sido un mal trago, sabía que había miles de aventuras que recorrer y que, esperaba, le depararan mejor fortuna. Así que, por única respuesta os diré que John Smith volteó su pico de alpinista como si de Billy el niño se tratara, se lo enfundó en su cinto, miró hacia adelante y comenzó a caminar hacia una nueva aventura.
Y aún así... aunque cruce mil montañas, se seguirá acordando de la cordillera Amoris... y que aunque se pierda en el olvido la seguirá amando, en el fondo, como el primer día. Pues aunque no le reparó grandes beneficios, su experiencia como aventurero se vio incrementada enormemente...

"Si se puede colocar un pie un metro más arriba o un metro más adelante...no lo dudes y sigue caminando"

Manuel Garrote
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL LOBO


-"El lobo abatió la cabeza".
-"A veces los días adquieren la dureza del hierro o de la piedra, su misma frialdad. Respirar requiere esfuerzo; no se encuentra donde huir o un lugar en el que reposar y pensar; el mundo gira en vertiginoso espasmo. Las personas apenas paran quietas, los animales cambian constantemente de situación o de cuento. En esos días, a la incertidumbre de un destino ominoso, se añade la sensación de ingravidez, la pesadumbre de acaso estar equivocado.
A mi modo de ver, uno tiene que desempeñar su papel en esta vida. No siempre elegimos nuestro destino ni nuestra historia, ni siquiera con quién nacemos o hasta dónde llegamos, menos nuestra manera de ser: me refiero a ser lobo, cordero, araña, hombre. Y si, por otro lado, abandonas tu función, comienzan los problemas. Sé que puedo parecer meditabundo, incluso misántropo, pero no todos los días me hago estas reflexiones, no todos ellos amanecen sombríos ni acaecen las mismas situaciones. En otras ocasiones salgo de casa contento, quizá por lo ocurrido la noche anterior, por la nimiedad de una sensación temprana o porque pienso de manera positiva. Por ejemplo, cuando sucedió aquello con Pedro.

Ja, ja, ja, ¡qué muchacho!, constantemente decía que yo llegaba y salían todos los de la aldea a defenderse. Mientras yo los miraba divertido desde las piedras buitreras, y así varias veces. Los aldeanos se enfadaban con él, pero no era mala persona, así que le regañaban y volvían a sus asuntos, hasta que un día ya no acudieron...; otro... ni respondieron; después... ni miraron. Hasta Pedro se aburrió del juego.

Cuando esto sucedió, supuse, que aquello se podría trasformar en una buena oportunidad para mí. Escogí un día, normal, como cualquier otro, para evitar alertas o imprevistos al salirse la gente de su rutina. Bajé sigiloso hasta la pared del aprisco y aguarde detrás bastante rato, oliendo en todo momento por si Pedro llegaba con los perros o más muchachos, pero todo estaba tranquilo. No esperé más..., el olor de las ovejas me enloquecía, mi boca se hacía agua, deseaba comerme la carne suave de alguna de aquellas deliciosas criaturas tan sabrosas. El instinto se desataba por completo al tener delante el estímulo necesario. Cuando eso sucede, lo reconozco, soy incapaz de controlarme, una fuerza más poderosa que la razón me arrebata y trastorna por completo, me arrastra, me anonada. Tal  comportamiento también lo he observado en los humanos en variasdas ocasiones, sobre todo en lo referido al miedo como el que yo produzco, o al sexo. Pero todo había sido planeado antes de que el instinto se superpusiera a toda otra consideración, así que no había problema.
Sigiloso..., caminé a lo largo de la pared, salté las tapias detrás de las que todavía dormitaban las ovejas recogidas, comencé a ensañarme con ellas. Entra en mi naturaleza matar a cuantas pueda, llevarme el mayor número, porque no siempre la caza es posible, o no abunda o no se puede conseguir. Entonces, la vida o la muerte dependen de lo que hayas guardado, la tuya y la de los que dependen de ti, porque, de hecho, no suelo ni cazar solo ni vivir solo, sino que dependo de otros y otros de mí.
Los animales balaban alocadamente, se empujaban entre sí, y, siendo como son tontos de remate, ni preparaban defensa ni se escondían. Sus cuellos ofrecían blancos perfectos para mis dientes de cazador, para mi ansia y deseo; se entregaban como si estuvieran dispuestos a servir a su amo, a aquel que en verdad requería su sangre y su carne para vivir por encima de ellas y una vida más plena que ellas.

En esto, llegó Pedro. Me alertó el ladrido de su perro ovejero, pequeño, menudo, muy vivo y listo, pero en absoluto rival para mí. Me asomé con las fauces llenas de sangre. El perrillo se asustó y reculó con ladridos asustados. Detrás venía el mastín. Pedro me vio y también se asustó, comenzó a gritar: «¡El lobo, el lobo!», como otras veces, pero nada ni nadie se movió. «¡El lobo, el lobo!», gritaba a voz en cuello, pero nada. Corrió hacia unas piedras desde donde se veía la aldea, el mastín quedó confuso y quieto, sin saber si seguir a su amo o venir a por mí. «¡El lobo, el loooooboooooo!», pero nadie respondió. Al cabo se oyó: «¡Cállate niño!»
Seguí con las pocas ovejas que quedaban, agarré con las fauces a una de ellas y me escabullí presuroso, temiendo que el mastín se decidiera a venir y tuviéramos que entablar lucha. Pedro corrió hacia la aldea, donde le vieron tan alterado y transpuesto, que empezaron a sospechar si no habría algo de cierto. Subieron armados con sus miserables, crueles, mortíferas armas tan solo para encontrar los restos de los animales. Pertechados del miedo ancestral al lobo, de la inquina y el odio hacia el rostro voraz e inhumado de la naturaleza., distraídos por un momento de la monotonía tras la que se esconde la inconsistencia y levedad de sus vidas. Pero yo no estaba.
Luego inventaron ese final de la historia: que si me  persiguieron y mataron. Mentira. No fue más que una justificación para no avergonzarse de lo que pasó y mantener una cierta dignidad. Normalmente se cree lo malo de quien se piensa malo.

Con Caperucita fue diferente, la historia, el sentido, la eticidad fue diferente. Los lobos huimos a los humanos. Son seres peligrosos, extraños, descarnados, sin entrañas, crueles. Alimañas que hacen cualquier cosa aunque no les fuerce el instinto o la necesidad. Algo único en la naturaleza, auténticos abortos producto de una aberración desconocida. Ese día..., yo había salido a dar un paseo, en fin, un paseo para un lobo es explorar en busca de algo, y raramente solos, como he dicho, pero me fui un poco mas lejos de lo habitual.
A Caperucita la conocía de otra vez. Conocemos a todos los habitantes del bosque y a todos los humanos, ¡pobres imbéciles!, que entran y salen de él como por su casa sin saber quién los ve o los huele o los siente. Supe que se dirigía a casa de su abuela, como solía hacer. Acostumbraba a llevar viandas de olor delicioso en la cesta; pensé en asustarla y comérmelo, o algo así. Me adelanté corriendo para esconderme y asustarla,  pero llegué hasta la casa de la abuela en el momento en que ella abría la puerta. Al verme, se asustó, gritó; yo también, más que ella. Salí huyendo cuanto podían mis patas. Ella se encerró en casa. Entonces apareció aquel leñador que dice el cuento, realmente un tipo vagabundo que merodeaba por las casas buscando qué comer o qué robar. Ni llegó a tocarme, cobarde como era, pero entró en casa de la vieja paralizada por el susto. Él la mató.
Cuando volvía por el bosque camino de mi manada, me topé con Caperucita, más bien con el olor de su cesta; antes de verla, de intuirla siquiera, mi olfato me lanzaba oleadas de placer. Carne cocinada como saben hacer los humanos..., bestias crueles, pero que cocinan como nosotros jamás haremos. ¡Ah, esa carne suave, blanda, sabrosa, sazonada, bañada en salsa...! Quizá sólo comparable al dulzor exquisito e inolvidable de la sangre fresca.
Aún recuerdo la primera vez que probé la sangre, a aquel solitario y distraído conejo con el que me estrené como cazador. Su sangre agitada palpitaba tibia, fluía rápidamente por la herida. Yo pensaba que habría que desgarrar enseguida la piel para saciarse de carne, pero me quedé extasiado por aquel sabor delicioso que se me escurría entre los labios mientras atenazaba a la presa para que muriera rápido. El conejo apenas se debatió, paralizado por el miedo. Muchos creen que los matan las dentelladas, cuando, en realidad, el miedo los ejecuta. El miedo..., enemigo peligroso para todos, compañero de algunos, de nosotros, de mí mismo. Nos acompaña constantemente, tanto por dentro, porque siempre vivimos asustados, como por fuera, porque nuestra figura, nuestra sola silueta, engendra el miedo en las mentes de los hombres, de los niños, de las mujeres... Pero ese temor procede de su propia conciencia, de algún lugar remoto que recuerda la muerte de sus antepasados a manos de fieras, de leones de largos colmillos, de animales grandísimos que ya no existen, de seres nocturnos que cruzaban por sus sueños aterrorizando..., pero no nosotros, que huimos su presencia y su olor en cuanto podemos.
El olor..., los hombres se creen poderosos por su vista, pobres ingenuos, sin olfato, sin oído...deambulan ciegos por un mundo lleno de olores, sabores, sonidos. Por el día, además, la luz; por la noche los murmullos,  las sombras fugitivas, ciertos sonidos, múltiples y diferentes sabores. Cruzar la noche en el bosque resulta incomparable con cualquier otra sensación. Resulta una experiencia embriagadora; te llena de tantas sensaciones que quedas como repleto de vino (si yo fuera un humano bebedor), la mente ligera,  vivas las emociones, los sentidos tan despiertos como puedan estarlo, atentos a todo, en parte por precaución, en parte por deseo, un deseo más profundo que la propia urgencia del momento, el deseo y agobio de la vida.
El olor de la cesta me atrajo como un imán, el olor de la carne cocinada, más perturbador que el de la sangre tibia. Ella se asustó, comenzó a correr pero sin soltar la cesta, y yo... tuve que seguirla. Jamás un humano podrá comprender, ni siquiera imaginar la fuerza del instinto. Cuando se besboca no se pude controlar, ni retardar. En esos momentos tengo la impresión de que mi cuerpo y también mi voluntad funcionan de manera autónoma, me veo como un muñeco que no puede dejar de moverse, de accionar, una marioneta impulsada por hilos interiores, invisibles poderosos, irresistibles, de acero incoloro, que no se ven pero que no se pueden dejar de obedecer.
Corrí tras ella. Caperucita, cada vez más asustada, tropezaba, se levantaba, buscaba desesperadamente refugio, y yo sin poder parar, aunque quisiera, dándome cuenta de que iba hacia el desastre. Caperucita se acercó a la casa de la abuela, la puerta casualmente entreabierta y se abalanzó dentro, yo también. Por fin, ya dentro de la casa, dejó la cesta en el suelo. Me acerqué y trate de coger lo que había dentro y salir con ello en las fauces para comerlo en el bosque. Según salía aparecieron los cazadores. Tardaron en reaccionar. Cuando lo hicieron, yo conseguía los primeros árboles, ellos se acercaban al umbral de la puerta. Entonces caí en la cuenta de que dentro de la casa flotaba un olor dulzón, cálido y sabroso, el olor inconfundible de la sangre.
Los cazadores salieron al momento, de repente, furiosos, alterados, mirando y corriendo hacia donde yo había huido; gritaban voces tremendas; me insultaban: asesino, alimaña, la ha matado, a por él, matémosle, acabemos con todos ellos. En fin, conocen la versión que dieron, que si el lobo había matado a la abuela para meterse en la cama y esperar a Caperucita, incluso algunos sugirieron alguna intención sexual..., todo invención, patrañas. También fue fantasía el final de la historia. Yo huí, ellos hicieron una batida, mataron a algunos de los míos, a otros animales también. El vagabundo durmió en la plaza, en el banco  de siempre, arropado en una vieja manta, bajo la que ocultaba una navaja con el filo manchado de sangre seca. La sangre seca pronto.
Así son las cosas, no me quejo. Mejor dicho, me quejo pero me resigno. Sé que soy un lobo y serlo me procura obligaciones y rémoras. También puede ser maravilloso. ¿Recuerdan ustedes la hermosa poesía "Los motivos del lobo" de Rubén Darío? Siempre he pensado que ese hombre debía de tener alma animal para poder acercarse a entender así los sentimientos íntimos que azuzan a los lobos, conseguir entrar en el engranaje interno que hace que nuestras acciones tengan sentido. No, no teman, no me pondré romántico. Eso sería lo último que podría tolerarse a un lobo. Se imaginan a un lobo enamorado de la linda doncella a la que ha de comerse en el siguiente recoveco del cuento..., ¡ja, ja, ja!  Muchas historias de humanos se componen más o menos así, y hablan de amores para acabar en muerte, pero no está mal que se mantengan las tradiciones literarias que hacen a los malos, malos,  y a los buenos, buenos.
Y así se nos va pasando la vida a los lobos de mi manada. Días mejores, peores..., ya nos contentamos si conseguimos vivir ese día sin sobresaltos, cazar una presa sabrosa y pasar el resto del tiempo jugueteando por el bosque o tumbados o con los cachorrillos. Nos gustan mucho los cachorrillos. Cazamos juntos, es más efectivo, la manada multiplica la fuerza de cada uno de nosotros y las piezas se cobran más fácilmente. No puedo sino sentir resquemor si me comparo con los perros. ¡Seres despreciable! Han perdido su propia naturaleza dejándola al arbitrio de los humanos; sin ellos no son nada. Pero lean historias sobre ellos... curiosamente, cuanto menos perros son, cuanto más diluida y acabada aparece su naturaleza, en más se los considera. Por ejemplo, aquella historia despreciable de un perro que con otros animales miserables tocaba instrumentos musicales por un mezquino sustento y el aplauso de los humanos al ver a  seres ajenos más allá de su naturaleza. ¡Oh..., esos lugares infames a los que llaman circos! Allí va la gente a ver a los depravados perros venderse por comida, ahítos de palos, de insultos, de horas de saltar por un círculo o de jugar con una pelota...
Ahora, atrapado por una pata, aguardo mi suerte. No espere nadie oír un quejido cuando se aproximen a darme el golpe de gracia. Si puedo le lanzaré una dentellada a quien lo haga. La trampa del bosque resultó efectiva. Así solo cazan los cobardes, los humanos, los perros, las arañas, los sapos. He aprendido a soportar el miedo, a vivir con miedo, no me importa morir con él. Al final, resulta un compañero algo molesto pero muy útil. Dirán del cazador que ha sido poco menos que un héroe: capturar un lobo y acabar con él de manera sangrienta y despiadada, a palos, pero, realmente, no es más que un humano, que hace lo que hacen los humanos, nada de heroico anima esa actuación".

-"Entonces el lobo abatió la cabeza. El caso es que cuando le fui a pegar y la bestia me enseñó los dientes..., juraría que aquel engendro del diablo me conocía..."

Pindarico
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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CUERPO Y ALMA


Respiró dificultosamente y su cabeza volvió a sumergirse. Podía sentir como el poco oxigeno obtenido había sido insuficiente. Sintió como las olas se peleaban con su cuerpo, sabia que no iba a aguantar mucho más. Necesitaba volver a la superficie por un poco más de aire. Pataleo con fuerza intentando ganarle a la fuerza del mar pero era imposible. Sus pulmones exigían el aire que ya no tenían.
En la superficie pequeñas burbujas se dibujaban. Nadie que las pudiera ver.
Una pequeña pausa en la naturaleza la permitió volver a la superficie. Alcanzó a respirar y vislumbrar, a la lejanía, la costa donde todo había comenzado.
Intentó nadar, pero las olas no se lo permitían. Era solo un insecto atrapado en una red de hilos azules. Imposible de desatarse, de pelear por lo que tanto anhelaba.
La sal le cubría la boca, le ardía la garganta con cada trago que le forzaba a tomar cada movimiento del mar.
Comenzó a sentirse débil, comprendió que no tenía sentido pelear una batalla que ya estaba concluyendo. Se tranquilizó ante la realidad que pronto se aclaraba en su mente. No saldría de allí. Agradeció morir en el lugar que tanto amaba, en el mar, cerca de la tierra que lo había visto nacer.
Ya no luchaba contra las olas, solo se dejo arrastrar por los movimientos del agua. Su mente comenzaba a desprenderse de aquel cuerpo que se resistía a hundirse aun cuando ya no le quedaban fuerzas.
Pudo verse a si mismo flotando entre las olas. Vio como aquel hombre que al comienzo luchaba por el aire ahora se vencía ante la inmensidad del agua azul.
Desde la orilla del mar, él apenas era ya visible. Pudo ver como respiraba por última vez y se sumergía definitivamente.
Caminó por la orilla, tratando de ver si podía observar aquel cuerpo que el mismo mar rechazaría con el tiempo. Caminó tranquilo esperando verse a si mismo arremetido hacia la orilla, como toda madera sin vida que flota hacia la superficie.
No alcanzó a ver más. Tomo una piedra y la lanzo tan lejos como su fuerza se lo permitía. Calculó que para aquel instante él ya había muerto.  Se despidió de aquel muñeco que en algún momento había sido parte de él. Le agradeció sus últimos intentos, pero ¿qué cuerpo resiste cuando su alma ya se ha despedido?

Lilén
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente