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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

#255
SIGO INTENTANDO


Me desperté esta mañana pensando que nada podría ir más mal, realmente los días transcurren sin que yo encuentre razón para sonreír o sentirme motivada a planear algo tan simple como ir a la calle, comprar el diario e intentarlo de nuevo, pero cuando me pensaba que ni valía la pena salir a una mañana fría a por el diario y quizá un bollo caliente que me haga sentir que debo perder un poco de peso, me percaté en esa revista vieja que ha caído del estante, ese estante del que no veo nada hace mucho,  aunque debo decirlo, tiempo es lo que más me sobra ahora, lo he ocupado en lamentarme más que en ocuparme en algo.

Deje para luego el diario y me dije que debía poner un poco de orden, después de todo me parece que no dejaré de estar en casa durante algún largo rato, me he enfadado por momentos conmigo misma, nunca me sentí tan deprimida y no soy yo mujer que se deje vencer por obstáculos que los he tenido muchos en la vida, pero sin duda a mi actitud desanimada ha contribuido mi vecino, sí ese Don Juan empedernido, ha trabado charla conmigo mientras volvía ayer de una entrevista de trabajo, me ha pintado tan negro el horizonte que me he dejado embaucar, estoy tan deprimida como él.

Pues bien, mis viejas revistas han caído al suelo y me pensé sino era momento de alejarme de las preocupaciones leyéndome alguna cursi historia de amor que abundan tanto en ellas, quizá deba leer que es fácil al menos en la imaginación,  ligar un chico guapo y rico, que ya sé yo que en la vida real no se liga ya ni por equivocación, pero entre pasar las hojas ya arrugadas de flacas modelos con mini prendas de la temporada pasada, me he topado con algo interesante.

Y cuando ya pensaba que la vida no podía ser más gris, me encontré con una de esas historias que de verdad llaman a la tristeza, la muerte de una chica que no pudo en años disfrutar de una vida normal por estar confinada a un aparato para sobrevivir y que aún así se las vio para intentar mucho y lograr bastante, una carrera universitaria y una vida que en sus palabras antes de morir, pensó había sido feliz.  Me sentí avergonzada, y una lágrima rodó en mi mejilla no tanto por mi propia historia que ahora veo no es nada, sino por alguien que superó la adversidad y se sintió que podía y logró la felicidad.

He constatado mi propia realidad, nunca fui tan quejumbrosa como ahora, debe ser que ahora tengo compañía a la hora de quejarme de la vida, no soy la única que estoy desempleada  y tampoco la única que se lamenta de ello, pero luego de terminar la revista he pensado que hay cosas peores sin duda alguna, ya la paso bastante mal para cubrir la renta este mes, y quizá deba volver a casa, los estudios deberán esperar, y estoy pensando seriamente reorientarme a otra cosa que no sea mi sueño de convertirme en una chef internacional, es lo que hay.

Pero sea que me convierta en una chef o vuelva a casa y quizá me emplee en aquella que ahora me avergüenza decirlo, he tachado de "estúpida tienda de regalos" de la que mis hermanos y yo hemos sobrevivido gracias al empeño de nuestros padres, la realidad que hoy he constatado es una, me sentiré deprimida mientras quiera sentirme así, y puedo tomar mucho café y comer muchos bollos, así que compraré también muchos diarios y veré muchas ofertas, pero realmente cuando logre hacer algo será cuando me deje de pensarme como la víctima de la crisis y me asuma que la vida tiene cambios y que debo vivirlos cual van y vienen, total las cosas tienden a cambiar y sino cambian nada ganaré con sentirme derrotada.

Aquella chica del diario luchando por la vida con una discapacidad, me recordó cuán discapacitados podemos volvernos por nosotros mismos, en otro nivel de nuestras vidas, cuando pensamos que si alguien nos abandona no encontraremos nunca más alguien más o que no podremos sobrevivir sin alguien a nuestro lado, que si intentamos y fracasamos solamente estamos destinados al fracaso, "Somos los que comemos"  dice el libro que he comprado para hacer la dieta, creo que "Somos lo que pensamos" y esto es realmente estupendo porque podemos mudar de pensamiento si así lo queremos.

No me convertiré tampoco en un gurú de la motivación pero debo decir, que al terminar de leer aquella revista, decidí que no es tan mala la vida de ser desempleada, aparte de que no veré las rebajas de Zara para no pensar que debo ahorrar esos euros, quizá deba ver más allá que es una oportunidad para reorientarme en otras, ¿quién sabe lo que me espera a la vuelta de la esquina? No lo sabré mientras permanezco en casa en mi pijama, así que he arrancado esa hoja de la revista y la he doblado para ponerla en mi bolso.

Me he duchado y me he atado el pelo, hasta me he visto atractiva en el espejo, tomando la carpeta con mis referencias laborales me he lanzado a la calle, ¿saben qué?  ¡hace frío! Pero he sonreído al salir y he respirado hondo pensando que aún puedo intentarlo otra vez, igual si hoy no consigo empleo el mundo no ha terminado para mi, estoy segura que hace falta mucho para eso, intentaré otra vez, de eso se trata ¿o no?

Carmin
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET


Este relato cuenta la convivencia esporádica y placentera con dos seres entrañables que me cautivaron desde que se cruzaron en mi camino, aportando una interesante experiencia y algo de "frescura" a mi vida.
Los días navideños de 2008 fueron especiales para mí.  ¿El motivo?  Que por primera vez entraba en nuestro hogar el amigo más leal que se puede tener: un perro.  Se llamaba Baileys.  Cuando lo conocí, le pregunté a su dueña por qué le había puesto el nombre de ese dulce licor irlandés fabricado a base de crema de leche y whisky.  "Por tener el mismo color que esa bebida cuando era cachorro".
No tenía un pedigrí concreto, es decir no era de pura raza, pero como la mayoría de los perros de compañía era obediente, cariñoso y noble.  A diario daba muestras de su inteligencia.  Tenía unos ojos chispeantes al tiempo que mostraba la serenidad propia de su edad adulta.  Me alucinaba su capacidad de observación, la forma en que parecía analizar nuestros movimientos y lo que significaban.
Estaba muy bien adiestrado.  Al llegar lo pasearon por toda la casa, señalándole las habitaciones que podía utilizar y los sitios que le quedaban prohibidos se los mostraron con un sonoro y brusco ¡aquí NO!, frase que era repetida con igual vehemencia junto con un gesto de autoridad, cada vez que él intentaba traspasar, como distraídamente, alguna de las puertas no permitidas.  Pronto se habituó al nuevo hogar y a mi compañía.  Me seguía a todas partes vigilando con atención lo que hacía, especialmente si estaba relacionado con la preparación de la comida, entonces se le iluminaban los ojos, se le ponían las orejas tiesas y se le hacía la boca agua.
Una anécdota graciosa: una noche que sus amos salieron con unos amigos, cuando llegó la hora de acostarnos mi marido y yo, lo dejamos en su habitación sobre su mantita y tras acariciarlo para que se quedara tranquilo, nos metimos en nuestro dormitorio; al poco oímos gemidos y unos tímidos golpecitos sobre la puerta.
MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET

-¡Anda, ahí lo tienes!  ¿Y ahora qué hacemos?
Abrimos sigilosamente la puerta y lo encontramos, al muy sinvergüenza, erguido apoyándose en sus patas traseras y llamando la atención con las delanteras.  Le regañamos y lo devolvimos a su sitio, pero se repitió la función y esta vez en cuanto la apertura tuvo la amplitud suficiente se coló y tras una carrerilla se tumbó en el suelo junto al lateral izquierdo de la cama.  No le importó lo helado que estaba el mármol.
-¡Fíjate cómo sabe cuál es tu lado!
-¡Eres un caradura!, ¡venga a tu cuarto!
Ni se inmutó, como si no fuera con él, se hizo el loco con una enorme eficacia, así que nos dimos por vencidos.  Instantes después salió como una exhalación al oír que llegaban ellos, dando muestra de su alegría al verlos, saltando a su alrededor.  Mirándolo, me acordé de una frase de Víctor Hugo: "los perros tienen la sonrisa en la cola".
Ambos se divirtieron mucho al contárselo, imaginándose la cómica escena, mientras que Baileys les devolvía sus caricias con una dulce mirada y subiéndose sobre ellos.  Iba de un lado para otro nervioso y se paró justo donde estaba la correa de paseo, lanzando el mensaje de que necesitaba salir a la calle.  Aunque era algo tarde, accedieron llevándolo un ratito a desahogarse.  Volvió agradecido y contento con ademanes un tanto orgullosos como diciendo: "lo conseguí todo".
Al día siguiente los dos nos quedamos solos bastante tiempo.  Tuve la impresión de que me entendía y captaba el cariño que le había tomado. Se lo leía en sus ojos, con los que parecía comunicarse conmigo, así como con sus expresivos rictus e incluso sus silencios acompañados de movimientos. Venía detrás mía adonde quiera que fuese y yo no paraba de hablarle, emulando a los personajes Cipión y Berganza de la novela de mi admirado D. Miguel de Cervantes Saavedra, "El coloquio de los perros", con la salvedad de que en vez de un diálogo entre dos perros, lo ensoñé entre una mujer y un perro...
MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET

Me encontraba limpiando el polvo de los muebles, para lo cual tuve que mover las figuras del Nacimiento y el resto de adornos de Navidad.  Él los miraba como curioseando.
-¿Te gustan?, verás, es que en estas fechas el hogar toma una forma muy especial para recordar un gran acontecimiento para los cristianos.  Además aprovechamos para reunirnos todos los miembros de la familia.  Ya has visto cuántos nos sentamos a la mesa...
-¡Uf y tanto!  Todavía me acuerdo de la marabunta que entró mientras yo me escondía detrás de mi protectora al ver a tanta gente junta.  Luego me relajé y hasta me parecieron simpáticos, los tres más jóvenes sobre todo, desde que echaron a mi plato aquellos trocillos de jamón para ganarse mi confianza.  Oye, es que estoy de las "pelotas" que tengo que comer habitualmente hasta...
-Me lo imagino, pero piensa que lo hacen pensando en ti.  Según todos los entendidos, el pienso canino es la mejor alimentación para vuestra salud y bienestar.
-¡Mira qué graciosa!  ¿Y por qué no coméis vosotros algo parecido, en vez de esos apetitosos platos que huelen a gloria, o esas tapitas que os he visto preparar con tanto esmero y luego paladear, jactándoos de lo deliciosas que están?
-¡Ja, ja, ja!  No te falta un poco de razón, sin embargo te repito que el pienso es lo adecuado para ti, pensando en tus necesidades nutricionales, en tu dentadura, etc.
-¡Ah, también listilla!  ¿Acaso no tenéis vosotros dientes y esas necesidades tan raras que has dicho?
¡Ay, Dios mío!  Me pregunto cómo podría conseguir que lo comprendieras y no te sintieras... "discriminado".
-¡Ji, ji!, me parece que te he pillado y te has quedado sin argumentos, ¿eh?
-No es cierto, puedo contestarte hablando sobre las semejanzas y desigualdades que tenemos: ambos somos seres vivos, mamíferos e incluso los científicos han demostrado que compartimos en un porcentaje muy alto el ADN ancestral por lo que también tenemos en común muchas enfermedades, pero los humanos estamos dotados de una personalidad más completa aún (conciencia, creatividad, inteligencia emocional, intencionalidad, razón, voluntad y algunas cosas más).  Resumiendo, de entre los animales el hombre es el único que tiene palabra, es racional y...
Baileys se mueve de un lado a otro incómodo y contrariado.
-¡Corta el rollo!  Para mí todo esto es demasiado, juegas con ventaja, ¡mona!
-No te enfades,  es verdad que me he "pasao" con el discurso, pero te lo habías ganado y has de saber que es bueno ser capaz de reírse de sí mismo.  Un escritor estadounidense dijo: "si no tienes sentido del humor estás a merced de los demás".
-Supongo que eso también os lo podéis aplicar vosotros, ¿no?
-Por supuesto, quienes hacen uso habitual de la risa y se toman las cosas con buen humor mejoran su calidad de vida significativamente y eso se ha demostrado tanto en personas sanas como enfermas.  Fíjate cómo los niños suelen ser más felices que los adultos, estoy segura de que se debe a que ellos se ríen muchísimo más que nosotros, incluso les brotan con bastante facilidad las carcajadas que benefician tanto a la salud.
-Eso sí que suena bien, ¿ves?  Y digo yo..., si sabéis que es así, ¿por qué no se ven más caras sonrientes por todas partes?
-Seguramente porque somos muy torpes para vivir.  Nos metemos tan de lleno en la vorágine del trabajo, los problemas diarios y demás obligaciones, que la mayoría no desconectamos ni pensamos más a menudo en las bondades que tiene reír.
-¡Qué estupidez!
-Y que lo digas, el humor da libertad, optimismo... y la fantasía te ayuda a evadirte de la dura realidad con la que tienes que convivir.
-Otra vez estoy confundido, ¡me rindo!
Da unas vueltas por delante mía con cara de disgustado y como refunfuñando.
-¡Anda!, pero ¿qué te pasa ahora?
-¡Yo que sé!, que no comprendo y me da rabia. 

MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET

-Perdóname, realmente éstas son meditaciones para mí misma y confieso que lo he averiguado a raíz de haberte conocido.  Me ha picado la curiosidad desde entonces y he procurado informarme lo máximo posible, con la única intención de relacionarme contigo de la mejor manera posible.
Le paso la mano por el morro como disculpándome y con voz apacible prosigo.
-Mira, existen muchas diferencias entre nosotros, por ejemplo los años de vida media (entre doce y dieciséis en vuestro caso versus alrededor de los ochenta en el nuestro); a vosotros se os considera adultos a partir de los doce meses y las personas no lo somos hasta los dieciocho años; en cuanto a las horas de sueño, nos ganáis porque tenéis doce no consecutivas, mientras que nosotros solemos dormir de seis a ocho.  No somos ni mejores ni peores, sólo diferentes en algunos aspectos, por lo que cada uno tenemos nuestro papel en esta vida que nos ha tocado en suerte.  De todos modos nos acoplamos perfectamente como viene demostrándose a lo largo de la historia.
  -Bueno, vale... 
-La que he liado para que te convenzas de que has de comer principalmente pienso, si quieres vivir más y mejor.
-¿Qué remedio me queda?
Me mira con cara de asco y resignación.  Me percato de que no va a ser posible que cambie de idea, así que hago un cambio de tercio.
-¿Sabes?, tengo muchísimo interés en intimar contigo.  Podrías contarme cosas tuyas, algunas experiencias.
-¡Guauuh!, pues...  No me gusta la soledad, porque se me hace el tiempo eterno y me asustan los ruidos  extraños en el exterior, como los "cohetitos" de los gamberros, que los odio.
MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET

-La verdad es que sólo soy feliz cuando gozo de vuestra compañía.
-Me enterneces, ¡ay qué nobleza!
-No te creas, a veces soy travieso, haciendo cosas que tengo prohibidas a sabiendas de que va a enfadarles, es mi forma de vengarme cuando no están conmigo.
-¿Por ejemplo?
-Acomodarme encima de la cama y que me vean al llegar, hecho un rey, sobre la colcha.  ¡Se ponen de los nervios y a mí me falta estirarme y sacarles la lengua! 
-¿Cómo te atreves pillín?, ¿qué te tenemos dicho?  ¡Vamos, a tu sitio!  ¡Hoy no vas a tener ningún premio, a ver si aprendes!
-Me hago el arrepentido, obedezco, pongo cara de mártir y me tumbo panza arriba.  Al final no llega la sangre al río, alguna que otra pequeña penitencia, pero de ahí no pasa porque tengo los mejores dueños del mundo y me quieren un montón.
-¡Ji, ji, ji!, tiene su gracia pero no está bien, pues tienen que trabajar, hacer compras, etc., a todas partes no pueden llevarte y así has de asumirlo.
-Sí, sí, pero no deja de ser un fastidio y el reloj parece detenerse.  Lo que me gusta es convivir con ellos y compartirlo todo, como también lo estoy haciendo ahora contigo.
-¡Eres un cielo!   Te voy a echar de menos cuando te vayas.   
-¡Guau!, haces que me sienta protagonista  ¡Yo, un simple perro!
-¿Acaso no formas parte de la naturaleza y ahora de la familia?
Parece reír con hocico y ojos mientras camina enaltecido unos pasos. Justo en ese momento, la conversación se interrumpió al llegar el resto de la familia, pero Baileys se puso muy contento porque se lo llevaron a la calle y pudo respirar aire puro.
Las vacaciones de Navidad pasaron muy rápidas y al despedirme de ellos lo hice con pena, me dejaron un enorme vacío.  Los días siguientes se me iban los ojos para los perros con los que me cruzaba y esperaba con más ilusión los fines de semana que venían a casa.
MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET

A lo largo del primer semestre de 2009 las visitas que nos hicieron permitieron que mi relación con Baileys se hiciera cada vez más profunda.
Pero...
Ocurrió aquel siete de julio, nunca lo olvidaré.  El cuerpo de nuestro querido amigo se marchó de este perturbado mundo, quedando su entrañable recuerdo en nuestro corazón.  Sólo nos consolaba pensar que vivió feliz, sabiéndose querido de verdad y amparado hasta el final.  Unos días antes lo despedí con un "achuchoncillo" que significaba ¡hasta pronto!   ¿Quién me iba a decir que se convertiría en un adiós definitivo e imprevisible?
Cerré los ojos y creí comunicarme con él:
-No te olvidaremos.  Descansa en paz.  Te mando un beso grande y un guiño (lo has entendido...).   Mientras, soñaré con tu imagen recibiéndome alegremente, también a las puertas del cielo.  Tú ya lo has alcanzado, yo trabajaré para tratar de merecerlo.
Sus dueños no pudieron soportar su ausencia.  Pensaron que únicamente podría ser mitigada de una forma...  Adoptaron a un cachorro, precioso a nuestros ojos,  de pelo blanco con manchas negras y barriga llena de pecas, que desde el principio nos conquistó.  Le pusieron por nombre Puppet.  Me enviaron unas fotos que me produjeron una enorme ternura.  Su mirada era triste, entre confundida y miedosa.  ¡A saber cómo lo habían tratado en su corta vida!  Cuando lo escogieron en la protectora de animales, estaba acurrucado en un rincón con cara de desvalido.  Pero le bastaron unos días de convivencia, juego, mimos y cuidados, para mostrarse satisfecho.
En la primera visita que nos hizo, nos ganó a todos y nos dejaba embobados por la rapidez con que aprendía.
Nos recuerda enormemente a Baileys en cantidad de detalles, con las diferencias propias de su edad.  Éste siempre tiene ganas de jugar, es incansable, mientras que  aquél se mostraba mucho más sereno, aportando una compañía tranquila y sosegada.
MIS AMIGOS BAILEYS Y PUPPET

También a él le encanta nuestra comida y está a la que cae cuando ve movimientos de cocinar, poner o quitar la mesa.  Y qué decir de los saltos y brincos que da cuando intuye que toca salir a la calle.  Los mismos que cuando llega a su segundo hogar y se reencuentra con quienes es posible que considere una especie de "abuelos humanos".
Creo sinceramente que Puppet es hoy un perro sano y feliz, así como que Baileys aprueba desde allí el cariño y cobijo que le hemos proporcionado.  Cada uno de ellos ocupa un rinconcito de nuestro corazón.
Y colorín, colorado...
Sólo añadir nuestro más sentido agradecimiento a nuestros hijos por los maravillosos momentos de felicidad y entrañables recuerdos que nos están regalando.  No es necesario enumerarlos, ellos saben perfectamente a cuáles me estoy refiriendo.

Escritora malacitana
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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RÚBRICA


Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, en el preciso instante en que me dio la espalda, dejando por zanjado el tema, punto y final a una conversación incomoda para ambos. Apreté con fuerza el pisapapeles, la esfera terrestre seccionada por sus polos, una pieza de coleccionista, y como se suelen hacer las cosas más importantes de esta vida, sin pensarlo dos veces, fui a su encuentro. No quería explicaciones. De nada me servían ya sus argumentos... Y todos los motivos esgrimidos hasta entonces... carecían de sentido... El mundo se le vino encima. Aunque no me faltarían motivos, no lo hice movido por ningún deseo de venganza; se equivoca si es eso lo que piensa. Para usted y los que son como usted sería mucho más fácil así, ¿verdad? Allí quedó, desplomado sobre la moqueta, diría que con delicadeza, de un modo estudiado, como si, previéndolo, lo hubiera estado ensayando largamente en los últimos meses, apenas sin ruido. Nunca dejaba nada al azar. Me arrodillé junto a él. Apestaba a colonia cara. Hasta en los pequeños detalles era desmedido. Sus gafas, de montura de pasta negra, que en la caída habían rodado bajo la silla del escritorio, estaban intactas. Las recogí y se las puse. Si hubiera podido me hubiese dado las gracias. En las fotos que los diarios publicaron al día siguiente su cadáver aparecía de lo más decoroso, de ese modo, su imagen, al menos, no sufriría ningún daño.¿Cuántas veces no se lo habré oído decir? Sus palabras aún siguen resonando en mi cabeza: "iniciativa, Damián, iniciativa. Le falta a usted iniciativa". Por primera vez en mi vida tomé una decisión y fui capaz de llevarla hasta sus últimas consecuencias. ¿Lo entiende ahora? Quise demostrarle que estaba equivocado. ¿Los demás? Vinieron dados. Por fin había encontrado algo que me distinguía. ¿Cómo dejarlo? ¿Vanidad? Sigue sin entender nada. No podía quedar en el anonimato. Estaba obligado... Mojé mi dedo índice en el charquito de sangre, tibia, pese a pertenecer a un hombre tan frío, en el amplio sentido de la palabra, y me esmeré en la rúbrica. 
   
Korolenko
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL VERDADERO SILENCIO


   Mientras escucho "El antihéroe", de Deluxe, en mi reproductor de música, noto cómo el portaaviones comienza a moverse cada vez más lentamente. Mis compañeros también lo sienten y cada uno demuestra, a su manera, que se ha dado cuenta de que puede que ya no tenga que volver a madrugar por la mañana para ir al trabajo, que no vuelva a besar a su mujer mientras la abraza, que no vaya a tener la oportunidad de ganarle a su hermano en la "Play", o que no vuelva a ver salir el sol.

   Esos pensamientos provocan una reacción distinta en cada uno de ellos: uno cierra los ojos con fuerza y se encoge en la cama, como si así nadie fuese a verlo y obligarlo a hacer lo que se supone que va a tener que hacer en unos minutos. Otro entrelaza los dedos de las manos y empieza a rezar. Otro alarga la mano hacia su mesilla y, sin mirarlo, coge un paquete de chicles que dejó en ella al acostarse, se mete uno en la boca, y empieza a masticarlo brusca y compulsivamente. Otro se levanta de la cama, esboza una leve sonrisa mientras mira hacia las gafas de sol que tiene en su mesilla,  y se agacha para empezar a ponerse las botas tranquilamente. En cuanto a mí, simplemente escucho el final de la canción con los ojos cerrados, apago el reproductor, lo meto en el bolsillo de la cazadora, y me quedo tumbado en silencio.

   Qué silencio.
   No es que mis compañeros no hagan ruido: no paran de oírse toses, muelles de somieres, cordones atándose y pistolas cargándose. El silencio al que me refiero en realidad sólo lo oigo yo. Es un silencio expectante, tenso, triste, muy parecido al que deja el final de una canción del rey del blues, B. B. King.

   Pero no puedo disfrutar de él por mucho tiempo, porque a los pocos minutos de apagar mi reproductor la sirena del barco empieza a gritar con ese sonido que no entra por los oídos, sino que atraviesa el cráneo y va directamente al centro de dolor del cerebro, donde se queda incluso después de dejar de sonar. Por lo que sé, esa clase de sonido sólo sabe emitirlo la sirena de este barco, todos los relojes despertador que he tenido, y todos los llantos de bebés que he oído.

   Pero el efecto que consigue ese sonido es instantáneo: mi compañero de litera, el resto de compañeros de camarote y yo aceleramos lo que estuviésemos haciendo y empezamos a salir por la puerta con paso rápido y sincronizado mientras nos colocamos el casco.

   Las lanchas ya están preparadas a lo largo de toda la eslora del barco, y todos sabemos cuál nos corresponde, así que, aunque cualquiera que nos viese pudiera pensar que vamos a acabar chocando unos con otros en cualquier momento, no hay ningún tipo de caos en nuestras carreras y sabemos perfectamente hacia dónde tenemos que ir, sin tener que preocuparnos por tropezar con otro soldado a la carrera.

   No soy el primero que llega a la puerta de entrada de mi lancha, pero tampoco soy el último. En mi vida he hecho colas de espera más largas que esta en parques de atracciones, cines, bancos... pero ninguna así de tétrica. Sólo podría ser más lúgubre si estuviesen tocando la marcha fúnebre y quien estuviese soltando las arengas para que entremos rápidamente en la lancha fuese la mismísima Muerte con su capucha negra, sus dedos huesudos y su guadaña al hombro.

   Cuando ya estamos todos en la lancha-ataúd, la de la guadaña cierra la puerta metálica desde fuera y da la orden de bajarnos al agua. Descendemos despacio, escuchando sólo el ronroneo de la polea y el mar chocando contra el barco. No quiero mirar hacia arriba, porque estoy seguro de que vería una sonrisa sarcástica dentro de la capucha de nuestro carcelero. Tardamos sólo unos segundos en bajar, y en cuanto nos posamos en el agua, el motor de la lancha se pone a rugir, empezando a avanzar casi sin dar tiempo a que se suelten los cables de la polea.

   Qué silencio.
   El estruendo del motor de la lancha. El violento choque de la quilla rompiendo las olas. El soldado detrás de mí rezando oraciones que, si en algún tiempo he podido entender, ahora no tienen más sentido que las gafas de sol del soldado a mi izquierda.

   Sí. Puedo escuchar el silencio. La noche es despejada, pero no hay luna.
   Siempre he asociado el silencio con la luna. Se me hace extraña una noche silenciosa sin ella. Supongo que sabrá que esta tranquilidad no va a durar mucho o, no sé, quizás esté esperando otra cosa.

   La lancha empieza a aminorar. Los motores ya no hacen tanto ruido. Las plegarias cesan detrás de mí.
   El silencio se apaga.
   El soldado se quita las gafas de sol y dice: "Al fin".

   Esas dos palabras desencadenan lo que puede ser una noche completamente inhumana, o quizás demasiado propia del hombre. La compuerta de la embarcación baja de golpe sobre la arena de la playa al tiempo que todos mis compañeros empiezan a gritar. Cada vez más y más alto. Son gemidos incomprensibles, frases cortas y sin sentido, o simples aullidos. Yo no grito.

   Todos corremos. Incluso las nubes que han aparecido de repente. En plena carrera miro hacia el cielo y las veo, tapando apresuradamente la noche para que esta no pueda ver las caras desencajadas de mis compañeros, guiados por sus fusiles y sus ansias de matar... o de morir.

   ¿Hacia donde corremos? Creo que todos lo saben, pero no son capaces de decirlo.
   Y si alguien lo dijese, ¿de qué serviría? ¿Quién lo iba a oír?
   Y aunque alguien lo oyese, ¿qué haría? ¿Acaso hay algo que se pueda hacer a estas alturas?
   No lo entiendo. Desembarcamos, corremos, gritamos. ¿Todo esto para qué? Invadir un país, defenderlo de otro... en cualquier caso nosotros tenemos que hacer lo mismo. Por qué lo hagamos puede importarnos o no, pero nada cambiaría aunque lo supiésemos.

   Sin embargo esta carrera histérica y en masa no ha tenido la respuesta esperada por todos mis compañeros: nadie nos ha atacado.
   La playa queda ya atrás, la carrera se ha convertido en un caminar angustioso, y los gritos se han vuelto miradas penetrantes y desconfiadas en la noche. Nadie habla.

   Silencio otra vez.
   Me fijo en el cielo de nuevo. Las nubes no han cambiado de forma ni de posición. Han estado aguantando tensas, esperando oír explosiones, silbidos de balas seguidos por gritos de dolor, maldiciones e insultos y llamadas desesperadas de auxilio. Al ver que, al menos aún, no es así, una tímida brisa empieza ahora a deformarlas; pero siguen cubriendo todo el cielo. No se fían.

   Seguimos avanzando.
   Hemos entrado en un bosque. Las hojas secas caídas crujen bajo nuestras botas. Es un sonido quejumbroso y triste, muy acorde con la situación.
   Delante de mí un soldado rumia incansablemente un chicle, ya sin sabor, abriendo completamente la boca para luego cerrarla de forma brusca, haciendo un sonido que se confunde con el de la hojarasca. Ese gesto, sumado a sus ojos abiertos como platos y a su postura, encorvada hacia delante empuñando el fusil allá donde clava la mirada, demuestra que mis compañeros no están ni mucho menos tranquilos. No les parece normal haber llegado hasta aquí sin que haya muerto nadie o, como se diría en argot bélico: "sin bajas".

   "Sin bajas". Que expresión tan fría para decir algo tan triste. Miro a cada uno de mis compañeros y me imagino a sus padres o mujeres recibiendo la noticia de que su hijo o marido "ha sido baja en combate".
   Que forma más grotesca de enterarse de algo así.

   El ruido de la hojarasca ha cesado. Estamos en una zona del bosque con una maleza bastante alta que llega a la altura de las rodillas.
   El ruido del caminar es ahora más sereno, pero esto no se refleja en las caras de mis compañeros. El soldado de delante se ha dado cuenta de lo insípido de su chicle y lo ha escupido sin dejar de mirar incansable en todas direcciones. Pero ello no le impide seguir rumiando de forma compulsiva.

   A un gesto del soldado primero todos nos agachamos. Han visto moverse la maleza frente a nosotros. Sí, ahora lo veo yo también. Todos apuntan con sus fusiles al centro del movimiento. Parece que desean que sea un soldado enemigo. No. Sería estúpido. Donde hay uno hay miles. Y donde hay miles... hay lucha, muerte.
   No sé si llegarán a relacionar un único soldado con su muerte, pero deberían. El hecho de estar aquí no significa que le hayan perdido el miedo morir o que deban querer matar. Al menos espero que no sea así.
   Yo sólo miro.

   De repente, el movimiento cesa y se ve aparecer una cabeza. Demasiado pequeña para ser de una persona. No. Al instante, dos largas orejas se alzan por encima de la pequeña bola. Un conejo. El enemigo es un inocente conejo.

   No hay más movimiento.
   El soldado primero indica que podemos continuar. Al levantarnos el conejo huye despavorido. Me pregunto si mis compañeros pensarán que va a reunirse con su pelotón y planear un ataque para acabar con nosotros. Yo por mi parte pienso que va a esconderse en su madriguera y a quedarse en ella tiritando de miedo hasta que llegue el día.

   Avanzamos, siempre avanzamos.
   El guía nos indica con un gesto que nos estamos acercando a las puertas de la ciudad. Cada vez hay menos árboles, sí, pero no se ve ninguna luz a lo lejos.
   
   Miro al cielo. Las mismas nubes. Es extraño que nos sigan, pero en el fondo me gusta. Además, creo que al que siguen es a mí. Soy el único que las mira. Nunca me he fijado mucho en el cielo, pero desde que empezó todo esto me gusta ver algo que no sea de color camuflaje o esté hecho de metal.

   Bajo la mirada y veo lo primero que me indica que hemos llegado a una zona habitada por el hombre: una carretera. Ahora, sin embargo, veo algo que me lo demuestra: un hombre tendido en un charco de sangre.
   No se ve ni un alma alrededor y delante de nosotros hay un muro de piedra bastante alto. Lo rodeamos por donde nos indica el guía hasta llegar casi al final.
   Nos detenemos.
   El soldado primero envía una avanzadilla al borde del muro, desde donde se supone que se ve toda la ciudad. De la avanzadilla sólo se asoman dos.

   Allí están, ante la ciudad. Nadie les ha disparado. Nadie da la alarma. Nadie les ve. Uno de los dos esboza una leve sonrisa. Lleva unas gafas de sol colgadas en la camiseta. El otro se queda agachado, muy quieto y con los ojos cerrados; entrelaza los dedos de las manos y empieza a susurrar lo que parecen plegarias.

   El de la sonrisa vuelve para informar al resto de la avanzadilla, y de esta uno se acerca a informar al soldado primero. Este nos indica que avancemos y camina hacia delante con paso decidido y casi sin cubrirse.

   Todos avanzamos... y todos lo vemos.
   En efecto, desde nuestra posición podemos verlo todo, es decir... nada.
   La ciudad está totalmente destruida.
   Los bombarderos han hecho demasiado bien su trabajo.

   Desde luego ninguna instalación militar ha quedado en pie. Tampoco ninguna casa.
   No hay ningún soldado enemigo respirando. Por allí, sí, allí veo un niño tendido. Tampoco respira.
   Yo sí respiro, pero cada vez me cuesta más.

   Me pongo los auriculares de mi reproductor y le doy al play. Suena "Nos gusta hacernos daño", de Deluxe.
   Miro al cielo. Las nubes ya no están. No creo que las haya arrastrado el viento. Simplemente... han desaparecido. Tampoco hay estrellas. Sin embargo ahí está: La Luna.
Es entonces cuando lo entiendo. Éste es el verdadero silencio al que esperaba asomarse esta noche. No es el silencio de los que estamos aquí, de pie; sino el de todos aquellos que ya no están.
   Cualquier palabra que se pronunciase ahora no rompería este silencio... a no ser que hiciese desaparecer la luna... o me hiciese dejar de mirarla.

Hobbes
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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DÍA DE SUERTE


Al salir a la calle sentí que hoy iba a ser mi día de suerte, así que fui a la tienda de discos a ver si encontraba algo para mejorar mi colección.
Comencé a caminar y la tormenta se desplomó sobre mí. Decidí correr para no mojarme mucho, pero los semáforos se interpusieron en mi camino. Un coche que volaba a gran velocidad sobre el asfalto decidió aterrizar sobre un charco de agua grisácea. En este momento el tiempo se ralentizó y observé las millones de gotas acercándose a mí. Las menos me golpearon en la cara con furia, el resto decidieron dormir en mi chaqueta. Por fin el semáforo cambió el color a verde y crucé.
Había olvidado que la suela de mis zapatillas estaba pegada con cola desde el último partido que jugué, así que no llegué a los diez pasos cuando me elevé cincuenta centímetros sobre el suelo y caí de espaldas a la acera.
Me retorcía en el suelo y miré a los lados para asegurarme de que nadie había visto semejante acrobacia. Me incorporé como pude y me levanté doblado en cuarenta y cinco grados. Cojeando y totalmente mojado seguí caminando hacia la tienda de discos.
En ese momento, me crucé con una mujer a la que le estaban robando el bolso, y me acerqué, lentamente, a ayudarla. Cuando estuve lo suficientemente cerca, el atracador me golpeó y volví  a descansar en el suelo. La mujer comenzó gritar que le estaban robando el bolso, y el ladrón huyó a una velocidad impensable para mí en ese estado. Ante los gritos de la mujer, un policía que pasaba por allí creyó que yo era el atracador, por lo que me invitó a acompañarle a la comisaría. Ya en comisaría, me registró en busca de algún arma, a lo que yo contestaba con quejas del dolor que sentía cuando me tocaba la espalda.
El policía, preocupado, mandó llamar a un médico para que me registrase ante la insistencia de mis quejas. El doctor no tardó en llegar, y de una manera brusca me quitó la camiseta, se echó para atrás, cogió el teléfono y llamó a la ambulancia. Al parecer, en una de las dos caídas me había clavado unos cristales rotos en la espalda y en la pierna.
Me sacaron rápidamente de la comisaría y me sentaron boca abajo en la camilla. El tráfico en esta ciudad los días de fútbol es muy intenso, por lo que tardamos cuarenta y cinco minutos en llegar al hospital, cuando andando nos hubiese costado unos diez. Ante la tardanza, me llenaron la espalda de vendas para  no perder mucha sangre. Hacía pocos días había estado una semana en un apartamento de un amigo cerca de la playa y mi piel se había bronceado, por lo que los médicos que me acompañaban y el conductor me bautizaron como  "El hombre vaca" por el contraste entre los vendajes y mi piel.
Ya en el hospital me llevaron a la sala de urgencias, y una enfermera me dijo que por favor me quitase los pantalones. Nunca pensé que me negaría ante tal proposición, pero había recordado que el jueves pasado perdí la apuesta con Luis y acordamos que tendría que llevar durante una semana un tipo de ropa interior poco acorde a una persona seria.
Pregunté que si por favor podían tratarme las heridas sin tener que desnudarme, ya que era muy tímido y me daba vergüenza que una mujer me viese así. La enfermera me contestó que no pasaba nada, que si me sentía incomodo al tratarme una mujer llamaba a un enfermero para que no me supusiese tanto problema. Y así lo hizo, se presentó ante mí un hombre de dos metros, con una percha por espalda y con cara de no comer en una semana. El hombre procedió a quitarme los pantalones con mucha más suavidad que la mujer, y al ver el tipo de ropa interior que gastaba, sonrió.
Sin decir palabra, me fue tratando las heridas y al acabar, me acompañó a la salida, no sin antes darme el número de su teléfono en una servilleta y guiñar un ojo.
Cogí el primer taxi que pasó y me senté lentamente. Le indiqué la dirección de mi casa, y me contestó que en seguida estaba. Pero esa voz me resultaba familiar...
-¿No te acuerdas de mí?- dijo la mujer que conducía el taxi.
-¡Me resultas familiar, pero no te pongo un nombre!
-Soy Laura- dijo entre risas.
Hace tres años conocí a Laura en un pub. Poco a poco comenzamos una relación que la gente consideraba seria, a mi no me lo parecía. No voy a entrar en más detalles, solo decir que la última vez que la vi fue desde la calle y ella estaba lanzando mi ropa por la ventana.
-¡Ah, Laura! ¿Qué es de ti?
-Nada del otro mundo, aquí estoy, ganándome la vida.
Otro detalle que considero  importante:  Laura tenía dos años menos que yo, así que cuando la conocí aún estaba estudiando, pero tuvo que dejar los estudios por mí, ya que yo tenía que vivir en otra ciudad por mi trabajo y allí no cursaban la carrera que estudiaba, de ahí lo sarcástico que resulta su contestación.
-Me alegro de que todo te vaya bien
-¿Qué te parece si damos una vuelta?
Aquí comenzó un monólogo de insultos dirigido a mí que prefiero eludir. Cuando se calló me paré a mirar por la ventanilla del coche para ver donde estábamos, y me pareció que habíamos llegado a un país devastado por la guerra.
-¡Baja!
Lo hice lo más rápido que pude y el coche desapareció dejando una estela de humo negro y polvo.
Comencé a caminar sin rumbo intentando buscar algo que me indicase donde estaba. Al cruzar la esquina, entro en la primera puerta que había para preguntar al dueño del establecimiento como volver a mi casa. Cuando me paro a pensar donde había entrado, se me escapa una sonrisa al ver en la caja un disco en oferta que siempre había estado buscando.
Y es que sabía que hoy iba a ser mi día de suerte.

Microdrive
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL GENOCIDA


Bartolomeo Pi Salvador vivía entre esquimales en la tundra canadiense. Había llegado sin otra cosa que un anorak alpino y una maleta de efectos personales, caminando distraídamente por el hielo. Así, a primera vista, parecía un corredor de seguros pero, como nadie esperaba encontrárselo allí, fue bien acogido por la tribu.
Tras unos meses de aclimatación, obtuvo permiso para cazar y pescar, y para construirse un hogar. Llevaba una vida estable pero, en lo más oscuro de la noche, fue capturado por tres escuadrones de rangers, una fragata y un satélite espía. No le dejaron ni vestirse.
De vuelta al cuartel, unos recibieron medallas y palmaditas, a él le metieron en una celda, a la espera de que llegase la orden de trasladarlo a su país natal, en donde estaba acusado de crímenes contra la humanidad.

Bartolomeo Pi Salvador guardaba la calma, esta vez con cara de desempleado de la función pública, en su celda gris; pasaba el rato reuniendo guijarros de hormigón para organizar desfiles militares.
Llegó el amanecer en que lo trasladaron al aeropuerto, directo de vuelta a España bajo severas normas de seguridad, perseguido por cientos de periodistas acusadores.
Barajas recibió al criminal con pancartas, voces y gritos. Algunos exaltados expresaban su dolor increpando a la policía, otros narraban a las cámaras de televisión las atrocidades de que habían sido testigos en vidas pasadas. Los periodistas captaban todo con el ojo objetivo y añadían comentarios sin cesar, en referencia al atuendo y al corte de pelo de Bartolomeo Pi. Los índices de audiencia sobrepasaban los límites de lo esperado, alcanzando una estadística sobrenatural.
El genocida, como fue bautizado, dio una conferencia de prensa en los lavabos para señoras – por razones de seguridad - ante diez mil profesionales del espectáculo. Las preguntas volaban sin orden ni concierto por la sala higienizada, mientras Bartolomeo soltaba una retahíla de mea culpas, con cara de ministro compungido en entierro de mineros. Ni unos ni otros entendían lo que se decía pero el ojo objetivo captaba todo y transmitía.
Comisaría no estaba preparada para alojar un boom mediático semejante, así que el detenido fue trasladado a las mazmorras de Palacio Real, entre soberanas disculpas a las organizaciones pro defensa de los derechos humanos, las cuales supieron hacer la vista gorda en un caso tan gordo como ese. La acampada general que siguió a tal decisión, en los jardines italianos de Palacio, indignó a los promotores de cámping, quienes exigieron al ayuntamiento una compensación en forma de cobro de la entrada a todos los mochileros que desplegaran su petate en el jardín. Pronto se instalaron cámaras de seguridad en el interior de la mazmorra, conectadas a pantallas gigantes, concertadas con cadenas de televisión que abonarían pingües derechos de retransmisión.

El juicio no se hizo esperar. Jueces, abogados y fiscales supieron limar asperezas mediante tómbola a tres números que había de señalar quiénes compartirían cámara con el genocida.
Al abrirse la vista, la indignación contra Bartolomeo era tan grande que el alguacil anunció la entrada del magistrado con un "¡Que se levanten, ****!", tras el cual los espíritus volvieron a la calma.
La enumeración de los crímenes llevó cuatro meses y diez días, unas trescientas sesiones de juicio. Remontaban a su más tierna infancia y, entre los más espeluznantes, se encontraban:

-   Exterminio de los residentes de su pueblo natal, al declararlo el Ministerio de Defensa polígono de tiro para caza-bombarderos, merced a los informes de Bartolomeo, por entonces empleado en él.
-   Tortura selectiva y pública de todos los turistas alojados en Benicasim, merced a un bando municipal falso sobre terrorismo en bañador.
-   Internamiento en campos de concentración de los albaceteños residentes en Murcia y de los murcianos residentes en Albacete, con la vana esperanza de inscribirles en un programa de televisión.
-   Por último, asesinato en masa de quinientos mil opositores a un puesto de profesor de lengua española en Melilla, por rellenar equivocadamente los formularios de inscripción.

Lo que le había valido la impunidad al criminal, durante muchos años, fue la dificultad para adivinar los móviles de sus crímenes, puesto que Bartolomeo Pi nunca se benefició de sus actividades como genocida. Instado, en repetidas ocasiones, por el ministerio fiscal y por el magistrado, Pi Salvador confesaba ante las cámaras que su única intención había sido llamar la atención de Matilda Suárez del Pontón, vecina del pueblo de al lado, mujer algo mediocre pero noble (la tal Matilda fue quien, con el paso de los años, ató cabos sueltos respecto de las masacres y aviso a la Guardia Civil).
Nadie podía ni quería creer en las palabras del acusado, por lo menos en un principio. Se barajaron múltiples teorías, defendidas por expertos reputados, sobre deformación cerebral, maternidad no deseada, exceso de masturbación o escolarización prematura. Cientos de testimonios pasaron por el banquillo para corroborar una u otra tesis. Si coincidían dos o más eruditos en la sala, la atención del público se desviaba inmediatamente hacia el debate que entablaban sin remedio los maestros, de un banco a otro, con grandes elogios a sus antecesores en la disciplina, así como a sus propios descubrimientos. La belleza de las proposiciones, la férrea construcción de los argumentos y la certeza con que se expresaban admiraban hasta al juez instructor. Sin embargo, Bartolomeo Pi les observaba molesto y procuraba cortar la perorata pedante con alusiones a alguno de sus crímenes más salvajes, obligando al juez a recobrar la compostura con algún que otro "¡Silencio!".

El veredicto finalmente decretó la cadena perpetua o mil años de cárcel. El público, dividido, no pudo evitar un ligero sentimiento de tristeza y culpabilidad, tras tantos meses de entrañable familiaridad con el acusado desde los sofás de sus casas. Algunos sondeos anunciaban el declive de las estadísticas a favor de canales deportivos. Nació el "síndrome de Bartolomeo", consistente en un vacío existencial, náuseas y pocas ganas de trabajar. De ahí que la cadena de televisión propietaria del programa estrujara las mentes de sus guionistas para seguir con "el Bartolo" – como acabó llamándole todo el mundo – o para encontrarle un reemplazante.

En esto que Bartolomeo sufrió un segundo secuestro. El público norteamericano, que había seguido el juicio por gentileza de una bebida refrescante, no estaba de acuerdo con el fin que le esperaba al genocida en España; había dispuesto una arena con leones, pumas y cantantes obscenos en un estado desértico, cuando los marines, por segunda vez, recibieron un mandato del presidente y se llevaron al cautivo a su país (hubo quien acusó a los gobernantes españoles de montaje, pues la operación se retransmitió en directo).

Qué sorpresa nos llevamos cuando, en medio del tropel de banderas estrelladas, generales amaestrados, bestias feroces, cáctuses enhiestos y cantos patrióticos desafinados, el famoso comediante Alfonso Mangueras descendió del cielo en tanga rojo y gualdo a raptar al Bartolo por tercera vez; se lo llevó volando hasta Barajas de vuelta y lo depositó como a un bebé en pañales, bajo la hilera de banderas internacionales que dan la bienvenida al viajero. Allí acudió la gente a sentarle sobre sus hombros, a preguntarle por su salud y a perdonarle los desmanes, a cambio de un poco más de diversión.

Avellano
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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CANSANCIO


El cansancio, el sombrío y agotador cansancio. No me refiero a ese cansancio que uno supera después de unas horas de buen sueño. No, el verdadero cansancio, el que hace que el alma parezca sufrir una debilidad que es imposible de reestablecer.
El cansancio de aquel que ha peleado por algo y siente que no avanza. El de aquel que se encuentra destruido por sus propios pensamientos y que no sabe a quien recurrir, dado que es uno quien lo lleva y lo carga.
Es el cansancio del alma, el cansancio del propio espíritu. Un cansancio que no tiene solución ni fin. Es determinante, paraliza la mente pero no el cuerpo. Es un cansancio visible solo para aquellos que lo han vivido, no cualquiera puede comprenderlo.
Se observa en los ojos de quienes han perdido, de quien lucha sin avanzar, contra un mar de personas que no lo ven, no lo escuchan, no lo sienten.
Es el cansancio del que camina hacia el otro lado de la dirección dispuesta por la mayoría, de quien espera alguien que no va a llegar, del que ha perdido el rumbo porque no comprende el camino recorrido o porque el mismo camino realizado tiempo atrás pesa demasiado porque le ha abierto los ojos a realidades invisibles para el resto.
No hay forma de detenerlo. No hay sueño reparador, no hay persona que lo facilite o ejercicio que lo ayude. No hay palabras consoladoras, ni oídos que liberen las voces que retumban dentro de esas mentes cansadas.
Detenerlo es imposible. La realidad se vuelve absurda, uno sólo puede pensar en ese cuerpo sin mente, que se maneja automáticamente. Porque hoy los cuerpos pueden vivir, sin mentes y sin espíritus.
Afortunados aquellos que miran sin ver, que escuchan sin oír, que leen sin comprender, que lastiman sin conocer el dolor del otro. Si, ellos van a sobrevivir. El resto... el resto sólo se mantiene pensando en que el cansancio les ha ganado y que la pérdida de toda ignorancia fue su despedida de este mundo tan irreal.
Veo ese cansancio en tus ojos, no los cierres. Deja que los vea y muéstraselos a todo aquel que pueda comprenderlo dado que ellos me guían y, quizás algún día, te pueda acompañar.

Elina
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL TÚNEL
                                                                                                               

No cabe duda que el mayor de los pecados de la humanidad es la soberbia. No en balde está catalogado dentro de los siete pecados "Capitales" por la Iglesia. La soberbia siempre llevará implícito el pretender un dominio sobre los demás, entendiendo que quien es soberbio, siente estar mejor ubicado en la escala de lo social. Casi nadie está exento de pecar así. Si no, observemos el destructivo término "naco" tan  arraigado en el habla peyorativa de casi todos los que habitamos el Distrito Federal. Naco es para algunos aquel que tiene menos recursos materiales, independientemente de su cultura o situación profesional. Para otros, el término naco se confiere a los que habitan en un barrio con menor prestigio de aquél en donde vive quien está profiriendo el insulto. Muchos otros denominan naco al que viste diferente, se peina con distintos tipos de ungüentos o tal vez por no utilizarlos. Y les llaman nacos porque utilizan marcas de ropa, lociones, desodorantes o pantalones que no corresponden al supuesto nivel social del insultante y que él mismo considera como el mejor, y además le exime de ser llamado como tal.

Cuando se analiza más a fondo este término se puede observar que éste es utilizado en todos los medios socioeconómicos, culturales y sociales de nuestra sociedad. Es decir, siempre seremos nacos para otros que así nos han catalogado por razones muy parecidas a las expuestas atrás y tal vez en otro nivel o hasta "casta" social.

Tú, querido amigo Alonso no podías sustraerte de esta cadena de nacos que sólo por el hecho ser soberbios debieran también ser clasificados de esa manera. Y mira, cómo también caigo yo mismo en la misma condición de soberbio-naco,  sólo por haberte clasificado así.

Durante años te has dado cuenta que tu peor falta o tu mayor defecto ha sido la falta de amor hacia los demás. Ya desde niño habías aprendido que pertenecías a una clase diferente sólo por el hecho de que tu papá tenía más dinero que muchos de los papás de tus compañeros en el colegio. Y recuerda a tu mamá:

-   Comerás puras porquerías – decía- cuando le pedías ir a casa de uno de tus amigos a comer. Esas familias no saben comer – se burlaba.  – Siempre sopa aguada, sopa seca y un guisadito-,  haciendo énfasis a las diferencias sociales que podían existir entre tú y los demás hasta en la mesa que podrías compartir.

Entonces comenzaste a vivir de forma diferente. Cuando visitabas a tus amigos, lo hacías desde tu pedestal. Cuando ellos eran quienes te acompañaban, en esas rarísimas ocasiones que tu mamá lo había autorizado, eras tú quien se regodeaba por dentro al creer que sí, que eras diferente y por lo mismo superior.

Fue en la prepa cuando comenzaste a conocer otra realidad. Conociste a Allende, al Che, a Castro, también a tu novia, tus amigos y tu propio asomo al mundo... Entendiste que existían millones de jóvenes que luchaban por un mejor equilibrio social y que tú, hasta ese momento, habías sido siempre parte del "enemigo" aquél, por quienes muchos jóvenes de tu edad morían al enfrentar estados autoritarios y conservadores. Eras tú, quien desde ese pequeño mundo de mentiras habías colaborado para que los distingos en oportunidades y vivencias estuvieran siempre ahí. Y también fuiste enemigo cuando aquellos jóvenes lucharon en esos años sesentas y setentas del siglo décimo nono. Y luego añorarías sus propias causas y entenderías, aunque muy tarde, que tú no querías ser victimario de tal desolación.

Y más adelante adquiriste la costumbre de dar limosna a los que suponías los más jodidos, a los viejos de la calle, a los vagabundos a los más despreciados y ahora hasta asesinados por el simple gusto de verlos sufrir. Seres que son en apariencia desperdicios sociales; hombres y mujeres que han vivido en el alcohol, en las drogas o simplemente han padecido de alguna enfermedad mental. Así, dando esas monedas, a manos sobre todo, agradecidas,  quieres reivindicar las culpas de tu pasado que te hizo pensar que eras superior.

Ya no esquivas ahora lleno de asco las manos de un niño moquiento que te detiene, cumpliendo la tarea que sus padres le imponen: pedir un poco de caridad. Ni crees ya que eres mejor a quienes han vivido pobres en lo económico pero muchas veces enriquecidos por su compromiso con los demás. No, ahora supones que porque votas por los partidos de izquierda, o porque acudes a los conciertos populares estás logrando una mejor condición en el amor a los demás. Y te esfuerzas vanamente porque la soberbia se ha vuelto karma en tu existir.

Y no tengo más que observarte Alonso, reviso el trayecto que va de CU hasta la estación Hidalgo en tu supuesto viaje hacia el mundo de lo trascendental.

Vas en carrera desbocada a unos quince o veinte metros de profundidad. En tu "i-pod" escuchas una selección musical que no tiene mucho que ver con lo que gusta a quienes te acompañan en esta ocasión, aunque eso no te hace mejor o peor aún. En el viaje que inicias, suena la voz de Cesárea Evora, con sones de carnaval,  y la adoras sólo por ser extraña al gusto popular. Hace mucho calor y no te desesperas Alonso,  aunque eso te lleve a  recordar, por momentos, los infiernos de Dante. ¿Te habrás condenado ya y estás en los infiernos? –sonríes sólo de pensarlo-.  Sigues adelante hundiéndote, más y más, en ese oscuro túnel bajo la tierra y no te importa sentirte, en ocasiones, interrumpido por sonidos extraños que surgen como cuchillos a tus oídos: sones de salsa, cumbia o merengue y siempre acompañados con pregones melódicos de un pasajero que como ordenando dice: -Señora, señor,  señorita... ¡En esta ocasión, se va a llevar lo que hoy traigo a la venta! Representaciones internacionales ha sacado a la venta el nuevo éxito..." -,  y lo sientes como si fuese tu obligación comprar.

Pero no sucumbes a las tentaciones que ese tipo de ofertas pueden provocar. Ni siquiera a aquellas que garantizan que tendrás un mayor conocimiento o pericia en la computación. Tampoco con la oferta de versos dulcísimos y hasta chabacanos de un autor popular. Agradeces siempre ese dispositivo que te permite escuchar tu propia música. Selecciones de ópera, música sinfónica, piano, tango, flamenco y hasta música más bien comercial. Subes aún más, el volumen de tu aparejo para evadirte de esa realidad que empieza a no gustarte. Y de pronto descubres a un viejo cerca de ti. Te parecía agonizante. Te fijas bien en él y no, no está muerto, para tu sorpresa, te das cuenta que hasta habla. De él surge, en medio de tu propia música, una vocecilla que invita a comprar una suerte de congelada con sabor a chamoy.

Miras con vaguedad hacia un lado y otro, encuentras seres siempre extraños para ti. Captas rostros que en tu personal desinterés, no tienen nombre, edad, historia propia o afanes y turbaciones con lo que te conviertes en su igual. Te percatas de que los sueños de los que han quedado dormidos flotan y adivinas sus tardes en el billar o hasta sus noches en un lupanar sin comprender tal vez que durante la noche no pudieron dormir por alguna desazón como te sucede tantas veces a ti.

Y surgen como fantasmas en medio del trajín cuerpos gordos, flacos, sudorosos, menudos y hasta cuerpos enormes que avientan y te la mientan, mientras luchas por conseguir una mejor posición dentro de ese corral de metal. Y hay mareas de hedores, humores y pedorreras silenciosas que te ofenden pero que también forman parte de tu excursión. Entonces, tienes que agarrarte de lo que puedas ya que el vaivén de aquel que ahora supones un catafalco de cuerpos muertos en la indiferencia general, se vuelve látigo y te avienta contra los aceros que hieren tu cuerpo o hacia esos tipos extraños que golpean tu rostro, tus piernas o tus brazos para advertirte que tú no eres más, ni mejor. Y coges tubos, brazos, manos y hasta los hombros cuando te lo permiten tus compañeros de suplicio.  Se escuchan disculpas, se escuchan mentadas y hasta te enfadas, pero, contra ese vértigo que el insensible conductor provoca, no hay mucho qué hacer. El movimiento, entonces cumple con su función de entropía al acomodar  a todos en compacta formación.

Ya con una posición más benigna tratas de mirar afuera de la lata vertiginosa y sólo adviertes un rápido reflejo que corre en contra dirección y te asustas al escuchar el chirrido metálico del cajón que viaja en contrasentido y te angustia el siseo de su velocidad. Y piensas entonces que ambas láminas y acompañantes pudieran colapsar en un terrible accidente. E imaginas la escena en medio del túnel que se cubre de sangre, de llantos, de gritos. De gente con quien jamás pensaste compartir ni el morir.

Comienzas a ver ese vaho de los alientos infectos que te ofenden y mancillan con una supuesta invisibilidad. Escuchas el goteo de torrentes de sudor, percibes la fétida orina que se ha secado en ropas sucias con dos o más días de suciedad. Y adviertes tinturas de agujas que exhiben demonios, calaveras, cuchillos, santos, nombres  o hasta monstruos en una creación prolija en brazos, torsos, piernas y pechos de tus compañeros en ese colectivo padecer. Y aguantas, pues, y te sitúas como un simple observador extraño a lo que te rodea pero finges hermandad.

Viajas a más profundidad, Alonso. Y te seguirán momentos de mayor intranquilidad, tu bonhomía se pone a prueba. El vaivén y todo se ha detenido en un nuevo latigazo que impulsará a todos hacia el frente, por la inercia que obliga. Se hace el silencio y el calor empieza a hacerse insoportable. Con toda seguridad has llegado a tu purgatorio imaginario. No hay ya ni una brisa ahí. Hasta los pregoneros callaron. La música que antes deleitaba en tu pertrecho, ahora lastima tus oídos por la presión del auricular. Poco a poco se han apagado todas las voces, quienes dormían despiertan; la luz artificial titubea y surgen rápidos destellos, acompasados de una oscuridad que sólo a cincuenta metros debajo de la tierra se puede percibir. Surge un ambiente de tensión generalizada, el silencio reina y te comienzas a angustiar.

Te pones a recordar la caída de la mañana. Y te sientes de nuevo frágil, inerme, solitario y confundido entre los mares humanos que siempre te hacen sentir una pieza más dentro de esas masas en un permanente tránsito dentro de la ciudad. Tu soberbia traicionó una vez más tus ímpetus de amor. Fue al salir del Metrobús, en la estación de "Perisur". Querías bajar ahí como muchos. Una parejita de novios, ella uniformada de médico y él vestido, pensaste que de patán, se ubicaron como postes en medio de la puerta y se esforzaban para no salir ni perder su ubicación en el centro del acceso al autobús. Ese tipo reflexionaste, creyó que eran momentos de mostrar a su hembra que él era un macho brindándole protección. Así, empujaban ambos oponiéndose a quienes intentaban salir. Toda una batalla de fuerzas y tal vez para algunos de poder, pensaste en esos momentos. Y tú, tu eras uno de los que mayores derechos creías tener para salir con libertad. Derechos que consideraste adquiridos dada tu condición de burgués con cierta preparación y presencia que te volvían a diferenciar de los demás. Unos jalaban, otros empujaban y tú ahí sin poderte asir de algo fijo que te permitiera salir, entrar o por lo menos no resbalar. Saliste pues, pero tropezaste y caíste entre el autobús y el andén. Entonces gritaste pendejos a los viajantes emparejados: la estudiante de medicina y su imbécil galán.

Poco amor mostraste, como tantas veces, pero ahora te tranquilizas, el viaje continúa y quieres seguir con tu selección musical. Y te siento lejano de todo lo que te rodea, acompañándote con la majestad de Donizetti y tratando de recuperar tu capacidad de mostrar algo de amor en lo que resta del trayecto. Pero aquellos gritones que sienten ser dueños de los vagones insisten en pregonar más. Y su música de barrio te invade y distorsiona las suaves notas de la "Furtiva Lacrima" que con tanto sentimiento cantaba Di Stefano, y te enfadas y llegan otros pregones, y  otros les siguen como en un desfile desquiciante que te desespera. Pero recuerdas que sólo trabajan, eso te hace sentir que has mejorado y no como cuando un ente lacrimoso te pidió un poco de compasión y sólo se te ocurrió ignorarlo. O también cuando te ofendió el rancio humor de la viejita vestida de negro que pedía algún dinero para pasar su viudez y te burlaste cubriendo tu cara ante la risa de todos tus compinches del club. Ahí siempre habías estado pecando, reconoces; ¡De un modo capital!

Crees ser mejor ahora. Ya no desprecias a los viejos de la calle. Concurres con las masas al concierto popular. Dices ya no pecar. Dices que eres mejor y que desde tu juventud entendiste el valor de los demás. Te empeñas en esos pensamientos. Te agarras del sentimiento de bonhomía  que crees estar adquiriendo y entonces te llega un tufo; uno que no habías percibido con anterioridad y que  ha invadido el espacio. Observas a derecha, e izquierda y descubres que proviene de un crío, y que la fetidez surge entonces,  avasalladora, incontenible, insoportable. ¡Es el terrible exudado del chemo, del resistol, el cemento, el thiner! Doblemente pecas ahora por lo que sientes de aquel crío: su olor y el saber que es casi un niño el que te ofende; sin pensar si quiera que también tú le pudieras ofender a él y sólo por lo que estás tratando de juzgar. Pero, si te fijaras más, tal vez retirarías las culpas con las que le señalas. No más de trece años y una desolada mirada se advierten en ese pálido y esquelético cuerpo, tal vez un triste pasado le llevó hasta aquella verdad.  Hiede su ropa si, también su sudor y su aliento; ¡Claro! Pero espera, nuevamente quieres escapar, huir a tus desahogos, tus holguras, a tus perfumes y a tu siempre presente soberbia. Y de pronto y con arrepentimiento, te das cuenta que has vuelto a pecar.  No podías hacer nada por el chico te justificas; ¿O tal vez no querías? Y respondes que tampoco él te lo había pedido y que en todo caso no era tu vida, tampoco tu problema. –Ni mi culpa- gritas a tus pesares. Simplemente lo ignoras tratando de evitar que en tu cara se refleje cualquier señal de asco. Y mira Alonso, lo menos que le pudiste ofrecer era un poco de respeto, ni siquiera eres capaz de sentir ya no amor, sino tan sólo algo de compasión.

Ahora con suavidad hace su arribo el convoy. Por fin llegas a tu destino. El vagón ha abierto sus puertas. Llega algo de aire; ¡Estás vivo! Luchas contra quienes se afanan por entrar antes de que puedas salir. Vas rumbo a Bellas Artes. Tu destino es la exposición de René Magritte y cruzas por la Alameda Central. Te has perdonado y hasta olvidas.   A tu paso observas nuevamente gente sin personalidad, gente que hace tumultos cuando está reunida y te percatas de pronto que estás libre de ese niño en el tren. Y sí, lo estás de tu encierro pasajero, tal vez del sofoco, pero te lastimarán el resto del día los recuerdos del túnel, las angustias de tus propias miserias y cómo en el anonimato de unos cuantos minutos volviste a fracasar en el amor.

Luis Brotons
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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ÍNTIMO


El hombre de la gabardina gris fumaba nerviosamente en la oscuridad del callejón. Un sombrero también gris cubría parcialmente su bello rostro. A pesar de la noche y de la lluvia que se posaba educadamente sobre el asfalto, hacía calor. Cuando el hombre vio a la chica de rojo salir del portal se dio cuenta de que lo que verdad deseaba era coger el primer avión que le llevara de vuelta a casa y hacer el amor con su mujer, quizás también desayunar con sus hijos al día siguiente. En vez de eso abandonó su escondite y empezó a seguir a la chica de rojo. Ella giró la cabeza y le reconoció justo antes de acelerar el paso. Sus tacones y la lluvia repiqueteaban al compás sobre el asfalto mojado; esta suave danza espoleaba al hombre de la gabardina gris en pos de su presa. La persecución duró muy poco, ni siquiera fue necesario correr. Con su mano derecha tapó la boca de la chica, con la izquierda le torció el brazo y la arrastró consigo. Caminaron juntos unos cincuenta metros, alejándose de las viejas casas residenciales y adentrándose en los campos que se hallaban justo enfrente de aquellas. Ella trató de gritar, forcejeó de manera mas bien desangelada y fue abofeteada con la misma desgana. Cayó al suelo y entonces si, profirió un leve grito seguido de otro mas fuerte y armónico.  El hombre se quitó la gabardina y el sombrero y los dejó caer sobre la hierba húmeda, saboreando como su talento natural fluía con desmesura premeditada. Ella esta vez contuvo el aliento al observar el hermoso rostro del hombre y la profunda cicatriz que surcaba su mejilla izquierda, acentuando su atractivo.
La chica apenas luchó cuando el hombre se abalanzó sobre ella y aferró su cuello con ambas manos, fuertes, seguras. Por el contrario, olfateó con deleite su caro perfume y puso sus cinco sentidos en sentir su cuerpo apretado contra el suyo. Mientras era estrangulada pudo apreciar como el pene del hombre crecía bajo sus pantalones, ejerciendo una agradable presión sobre su bajo vientre. La chica reprimió una sonrisa de triunfo al mismo tiempo que abría los ojos desmesuradamente. Todavía tuvo que mantener la mueca unos segundos hasta que el "corten" del director acudió a su rescate. Tras cruzar una mirada cómplice la chica y el hombre se apartaron el uno del otro. Él encendió un cigarrillo tratando de disimular su notoria erección, ella cruzó los dedos y pestañeó felicitándose por su mala interpretación. En unos segundos fueron informados: tendrían que repetir la escena desde el principio.

Bardamu
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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ESOS OJOS AZULES


Cuando Ema cumplió veintidós años estaba segura de estar en el lugar correcto, en el tiempo justo. Orgullosa de su vida, tenía todo lo que siempre había querido, aunque había perdido a su madre cuando tenía tan solo un año de edad, pero no la recordaba.

En cambio, cuando volvía a sus recuerdos, veía a su padre, quien la dejo cumplir su sueño de ser enfermera, a pesar de que añoraba que su única hija siguiera sus pasos para convertirse en abogada.

Muchos de los deseos de su padre no encajaban en la vida de Ema. Era sencilla, su cabello lacio y castaño, al igual que sus ojos, sus gestos eran delicados y llenos de ternura como su voz. Su gran talento la distinguía en su trabajo, es que la enfermería había sido su sueño desde muy pequeña. Esos anhelos se fortalecieron cuando ayudaba a su tío en el consultorio, quien además llego a ser su mejor maestro.

Resulta ser que fue también el único tío que conoció y que falleció de leucemia cuando Ema tenía quince años. No sabía nada de la familia de su madre, habían perdido contacto cuando ella murió, nunca le mandaron una tarjeta ni se molestaron en presentarse, todo esto la mantenía aun mas desinteresada.

Para Ema su padre era su única familia y el sentía lo mismo. Se llamaba Tomas Gutiérrez, era muy amable y sociable casi con todos los que lo conocían, la mayor parte del tiempo lucia despreocupado y feliz, siempre vestía arreglado con un cigarro en la boca, a pesar de los reclamos de Ema. En casa solía fumar su pipa frente al retrato de su fallecida esposa, sin mostrar tristeza, solo desazón. En ciertos asuntos era reservado, como en el amor, él no volvió a casarse. Pero algo que adoraba era llenar su casa de amigos, vecinos y personas que decían ser parientes.

Podría decirse que Ema era completamente lo opuesto, no tenía amigos y tampoco creía necesitarlos, a pesar de los reclamos de su padre. Era feliz a su manera, nunca le faltaba nada, Tomas le cumplía todos sus caprichos; después de todo se tenían el uno al otro, no podían existir ni siquiera secretos.

De todos los días de la vida de esta particular familia nos interesa sobremanera el siguiente: el día que Ema cumplió veintitrés años, fue un día de lluvia en verano. Su padre como de costumbre invito a sus amigos y vecinos a una gran fiesta en su casa.

Sin embargo, Ema no entendía si la razón de su angustia era el hecho de que no conocía a ninguno de los invitados o se trataba de algo más.

La noche estaba lluviosa y oscura, el ruido de los truenos aturdían y el viento agitaba fuertemente la copa de los arboles. En esos momentos se inquieto aun más. El reloj marcaba las diez, su padre aun no llegaba del trabajo, estaba demorando demasiado. Ella lo esperaba en la puerta mientras los invitados entraban empapados con regalos ruidosos por el papel celofán. De pronto, el teléfono suena, esto la sobresalto aun mas.

Es para usted – dijo la criada – es del hospital.

Ema salió a toda velocidad con el auto, casi no podía respirar, estaba asustada, esperaba lo peor pero rezaba por estar equivocada. Cuando llego al hospital, el mismo donde ella trabajaba, el médico que había asistido a su padre, un conocido se acercaba a ella en la sala de espera. Pero ya conocía esa expresión en el rostro, esa manera silenciosa de hablar.

No hace falta –dijo Ema, con una voz que se apagaba al igual que sus ojos.

Cuando finalmente despertó, habían pasado tres meses, porque durante todo ese tiempo sintió como si hubiera estado dormida. Aun cuando se mudo a un pequeño departamento, en otra ciudad, incluso ahora en su nuevo trabajo en otro hospital, pero siempre con el mismo recuerdo solo con diferente matiz.

Todo le pareció un sueño, hasta que una carta la despertó.

Creo que un día me canse de dormir – decía la joven de semblante brillante, mejillas rosadas y cuyos ojos se perdían en medio de tanta luz – por eso vine a buscarte.

Una sonrisa amable, casi avergonzada, de un muchacho se correspondía a la de Ema.

Pero si no me conocías. ¿Cómo me encontraste? – pregunto, acercándose hasta acariciar los labios húmedos de Ema.

Quizás era el destino – respondió Ema, mientras dejaba caer su rostro en el del joven, y a pesar de los recuerdos de aquella carta hablándole de su madre, de secretos oscuros, ella era feliz.

Todo tenía una razón, el haber conocido a Julio era lo más maravilloso que jamás había imaginado sentir, el ahora era su vida, su destino.

Julio tenía casi su edad, solo dos años más, sus ojos marrones oscuros y cabellos dorados. Casi no podía separarse de Ema, se habían enamorado desde el primer momento en que se conocieron. Fue cuando Ema llego un día cualquiera, de hojas amarillas, presentándose como su vecina, que vivía en un pequeño departamento frente a su casa. Nunca supo porque apareció sola, preguntando direcciones, tonterías, pero clavando su mirada en él, en su vida.

¿Sabes porque te traje aquí? – pregunto Julio levantándose, mientras el sol encendía el lago que miraban – es mi lugar favorito, cuando me enojaba me escondía ahí, en esas piedras – dijo señalando una especie de covacha cerca del borde del lago – yo la construí – continuo, mirando un pequeño hueco que se formaba en medio de un cumulo de piedras apiladas que hacían de paredes, y una muy finita y larga, dispuesta a modo de techo.

Aquí solo entraría un niño – rio Ema – y uno muy travieso – agrego, acercándose a abrazarlo – El lago será nuestro lugar.

Pensé que te entristecía, cuando lo viste por primera vez te cubriste la cara con tu pañuelo rojo – dijo Julio, tapándole su boca con el pañuelo que Ema usaba en el cuello – sé que cuando te sonrojas, cuando lloras y cuando piensas en tu padre te cubres con su pañuelo.

Entonces, voy a tener que guardarlo, para que no sepas tanto de mí – dijo Ema sonriente.

Ema abrió los ojos cuando leyó la carta, la misma decía que era injusto no saber la verdad, que ahora por fin sabría como murió su madre. Su primer impulso fue arrojarla y paso horas mirando el papel arrugado en el piso, quería que se marchitara al igual que todo lo que la rodeaba, incluso el tiempo. En el sobre estaba remarcada en trazos gruesos la palabra "Rosas", pero hallo algo mas, otra hoja amarillenta y gastada, como si se hubiera  leído muchas veces, se deslizo del sobre.

Empezó por el final, la firmaba su madre: Linda Rosas, los ojos de Ema se detuvieron en algunas líneas: "Estoy confundida, tengo vida dentro de mí pero parezco estar muerta..."; la fecha era del año en que Ema nació, unos meses antes. "Cuando vi esos ojos azules no pude sacármelos de la cabeza, ellos son su vida...","...desde el día en que me case estuve esperando como una estúpida, para que se enamorara de mi..."

Cuando termino de leerla, estuvo lista para continuar con la otra carta; así entendió y supo que su madre se había suicidado, pero el porqué, era lo más frio y tajante que unas palabras le habían hecho jamás.

"Fui tan estúpida..."

Era un día lluvioso, el invierno se  hacía sentir hasta en los huesos, la oscuridad del firmamento había borrado la orientación del tiempo, la proyección del amanecer se confundía con el ocaso de la noche.

Ema salió a mirar la casa de Julio, el estaba de viaje, se verían dentro de una semana.  Los días parecían tener más horas y la melancolía llenaba los espaciosos minutos del día.

Era de tarde, el hermano de Julio llegaba a casa, con su habitual sonrisa, como si sus perfectos dientes insistieran en mostrarse, su nombre era César, tenia cabello castaño y unos ojos tan azules como aquel místico lago. Era tan solo unos meses mayor que Ema.

¡Ema! – Le grito desde su puerta – ya no me visitás, ¿solo venias por Julio?

Es que... - respondió cruzando la angosta calle que los separaba – no quiero que nos descubra tu novia – concluyo riendo cuando estaba a su lado.

En mi corazón solo hay  lugar para vos – continuo César, mordiéndose sus labios rojos y fríos, por haber dejado escapar esas palabras, por expresar esos sentimientos reservados para él.

Cuando estuvieron adentro, en la sala, César sirvió las tazas de café y Ema comenzó  a reír, a hablar, a decir cuánto extrañaba a Julio y cuando su voz empezó a quebrarse, César le tomo de las manos.  A pesar de la amistad que había formado la  inmensa confidencia que los unía, un color rosa se asomo en el rostro pálido de Ema. Le pareció como si en ese instante estaría hablando con otra persona, una diferente.

Entonces, Julio sintió que ese era el momento, precipitadamente la estremeció entre sus brazos y derramo un mar de ternura enfrascado en un beso. Quiso decir "lo siento" cuando vio los ojos agigantados de Ema, pero en cambio la beso de nuevo, hasta que ella lo empujo casi sin fuerzas por la sorpresa.

Es que no podía aguantar más...Ema yo te amo y cada vez que te veo con mi hermano, yo...- trataba de explicar mirando hacia todos lados, sosteniendo su cabeza como si fuera a caerse.

No sigas – lo detuvo Ema – el es tu hermano y yo...

Ema sintió que ese no era el momento, sin embargo las palabras brotaban de su boca, no las podía detener más.- Y yo también- dijo con firmeza.

Cesar había callado y esperaba cualquier respuesta, incluso la pérdida de la estima de Ema por esa ofensa. Las palabras que oía lo dejaron atónito.

¿Qué? – Reacciono - ¿Por qué me decís eso?

Porque es la verdad, mi padre y tu madre eran amantes, naciste cuando mi madre estaba embarazada de mí. Ella sabía que vos eras su hijo – sentencio.

Mi mama jamás haría algo así – la interrumpió enfurecido – ¡estás loca!

¿Qué pasa? – pregunto una mujer mayor de cabello enrulado y voz ronca, era Clara, su madre, entrando por la sala.

Ema dice que soy su hermano y que vos tenias una relación con su padre – le contesto indignado – decíle que es mentira.

Es verdad mi padre se llamaba Tomas Gutiérrez, usted trabajo con él, yo vi su foto en su oficina la tenia al lado de la de mi madre. Ella sabía su nombre: Clara Montés y su dirección estaba en su agenda, pensó que nunca me enteraría – gritaba Ema, casi temblando.- Todos sabían que él la engañaba. Pero cuando supo que tuvieron un hijo, cuando vio los ojos azules de Cesar, ella...

¡Él no es tu hermano! – pronuncio Clara, llorando desesperada, abriendo más que nunca sus hermosos ojos azules – Yo ni siquiera sabía que tu madre existía, no tenia idea que el día que nuestro hijo nacía, el se tenía que casar con ella.

Como si fuera por primera vez, Ema vio esos penetrantes ojos azules y no pudo sacárselos de la cabeza. Encontró un nuevo sentido a las palabras de su madre. Los ojos de Clara, ese hermano suyo era mayor que ella, pues sus padres se casaron dos años antes de tenerla. Era la edad de Julio, el joven que le juro amor eterno en aquel lago, el que la volvió a la vida.

Ema sintió que otra vez sus ojos se apagarían, abrazo con fuerza su vientre y lanzo un grito encubierto en un llanto.

Pasó una semana, ya no respondía los llamados y el departamento se mantenía cerrado. Julio había regresado y estaba sentado en la misma sala de la revelación, su madre lo acompañaba.

¿Por qué le dijiste? – preguntaba sin cesar, con furia en la voz, apretando los dientes pero con lágrimas en su mirada.

Porque era lo mejor, vino aquí para arruinar nuestras vidas, no por vos, vino para destruirme. – respondió Clara.

Ella cree que soy su hermano – dijo Julio levantándose como insultándola con sus gestos – Porque no le dijiste también que su verdadero hermano se ahogo cuando tenía dos años, ahí en el lago. Y que me adoptaste porque yo nací el mismo maldito día, y a César porque tenía los ojos azules como tu hijo – concluyo y se quedo mirando hacia la casa de Ema, recordándola -  porque no le decís que es adoptado ¿Por qué guardaste ese secreto?

Porque no quiero perder de nuevo a mi hijo, ¡a mis hijos! – gritó Clara tratando de abrazarlo, pero Julio la aparto empujándola bruscamente.

Ya lo perdiste.-

Julio volvió al lago, el que tanto entristecía a Ema, quizás con la esperanza de hallarla riendo frente a la pequeña cueva, pero esta vez ni siquiera estaba el sol, solo el frio y el agua llena de escarcha por la helada de la noche. Recordó el pañuelo de Ema envolviendo su blanco rostro, así como la nieve cubría el suelo; pero en medio del todo lo gris que lo rodeaba algo sobresalía de las piedras, algo rojo.

Dentro del pañuelo, había una carta. La letra de Ema hablaba casi como su voz, temblorosa y triste. Los ojos de Julio se detuvieron especialmente en estas líneas: "Cuando vi esos ojos azules de tu madre, pude entender todo...","...y aunque me duele aceptarlo no puedo verte más...".La fecha era de hace una semana atrás."Tengo vida dentro de mí, pero parezco estar muerta..."

Julio se tapo la boca con las manos para ahogar un grito, y las lagrimas borronearon las últimas palabras de Ema, que decían: "Cuando mires al lago nos hallaras."

Por unas palabras, por una carta Ema descubrió la verdad; de la misma manera Julio supo que su amada estaba en el fondo del lago, y atando el pañuelo en su cara supo que el también lo estaría.

Libre
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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SUBTERFUGIOS MANCHEGOS


Le dije al compadre que concluí que estábamos vivos por casualidad y no supo interpretarme. Él prefiere achacar las cosas a la divina providencia. Mi madre nos decía que era obligatorio el rezo diario para lograr lo que uno se propone, pero había que agregarle un jaloncito sin ponernos a esperar porque Dios es uno solo para todos y cada quien con sus problemas.
Resulta que mi compadre se metió en envites con su jefe que está pagando bien porque gana mejor. El jefe tiene dos perros nuevos, no hay quien toque un fruto de sus plantaciones.
La apuesta la habían hecho hace tres días. Apostaron que desde el oscurecer a la media noche con luna llena, el compadre debía llenar una caja de frutas con los perros sueltos. A cuentas del compadre irían las mordidas. Con el oscurecer encima de la última noche junto al desespero golpeándole la cabeza, concurrió a solicitar mi auxilio y partiría la ganancia en dos, de ser triunfador. Si perdía, además de no cobrar salario, debía trabajar un jornal extra durante un mes. Recordé los perros de su jefe, cuál de los dos más fieros. Cachimba, mi perra, cayó en celos. Nos salvaría. Los perros detrás de Cachimba permitirían  al compadre concluir en término justo antes de que los animales detectaran nuestra presencia al cruzar la cerca. Me animé para contestar al compadre: llena tú la caja con frutas mientras entretengo a los perros.
Al día siguiente asomó el compadre con los dineros. Su jefe contrató un guardián. Lo sabía todo, menos mi presencia. Me contó que su jefe no quedó satisfecho y le propuso repetir la apuesta. ¿Qué tú le respondiste? Pues sí. Debes ayudarme.
Te diré dos cosas. La primera, si vuelves a apostar no cuentes conmigo. La segunda, debes darme más de la mitad del dinero si quieres que uno piense con el estómago lleno porque con pocos recursos, poco se puede.
Prefiero el propietario con el cual trabajo por las mañanas, es menos divertido por tener menos dinero. Además me queda la tarde para sembrar mi hiato y atender mis animales.
Apenas conciliaba el sueño con la preocupación. Ese jefe no acostumbrado a perder, podía ese día azuzar los perros, duplicar la guardia o robustecer la cerca del lugar escogido para la apuesta.
Entonces, en el vírate para un lado de la columbina y vuélcate para el otro, llegó a mi mente la imagen muy clarita del adulón del jefe de mi compadre. Recordé anda de cumpleaños. Mañana temprano compraré cuatro botellas del mejor vino. Dos, se las dejaré donde acostumbra desayunar y dos donde cena.
Después anunciaré al compadre fije con su jefe la apuesta para el oscurecer. A esa hora el guardián adulón estará chispo y como prevenir es mejor que lamentar, le pagaré mi deuda a la tejedora antes de comprarle a su hermana dos sacos de frutas de la misma especie y calidad del jefe del compadre para que no haya que arriesgarse a caminar demasiado, sino llenar la caja con cuidado por la parte de afuera de la cerca y trato hecho.
Cuando el compadre me trajo los dineros, con gusto le hubiese preguntado: ¿Cuándo es la próxima apuesta? No lo hice porque podría ser una altanería y eso es castigado, Además quien mal anda, mal acaba.
Recé tres Padre Nuestro y le puse una vela al Señor. Mi mujer seguía empecinada en ponerle Crisolito a la criatura por nacer porque la partera le hizo la prueba del cuchillo y aseguró que era varón. Me dije, que le ponga como mejor le valga, lo primordial es nacer con apetito y dentadura para romper las piedras.
Esa tarde decidí visitar al dueño de la venta para ver si quería comprar la mitad de mis animales. Camino a la venta escuché un ruido lejano. Me bajé del burro para colocar el oído en el suelo. En la distancia veía el polvo levantarse. Por la forma de moverse deduje que eran truhanes. Me percaté con antelación que los dineros entregados por el compadre los tenía encima. Me senté en el camino como el que va a quitarse una molestia del calzado y traté de esconder los dineros debajo de una piedra, ninguna se levantaba. No quedó más remedio que guardarlo bajo mis glúteos. Así los esperé, fingiendo dolor en una pierna y simulando valentía.
El jefe de la banda tenía los dientes manchados, patilludo de presencia y una mano embarrada con sangre fresca. Buscaban a Alborne, un hombre que decían tener mucha plata y propiedades. Me preguntaron si lo conocía. De oída si, le contesté. Bien lo salva que por malestar llevo una pierna a rastra y por la otra uno de mis hombres fue a un duelo con un marqués y otros tres fueron a cobrar apuestas ganadas. Les di orden de ejecutar si los deudores no pagan. Por eso no llegué primero que ustedes a ese lugar. Pero, déjenme algo allí que tan pronto mis hombres regresen les seguiré el rastro.
¿Quiere unirse a nosotros al regreso de sus hombres?, inquirió el jefe de los bandidos.
En estos instantes no. Es allá, le indiqué, verán la casa de Alborne al final de la arboleda. Le sugiero descansen allí por si alguien se les adelanta. Ah, a él le gusta cambiarse de nombre, les afirmé.
De haberse bajado de los jamelgos, hubiesen escuchado mis latidos transformados en susto.
Al alejarse, recogí los dineros y me apresuré en el regreso a la casa para evitar encontrarme con ellos. De paso por allí le pagué mis deudas al molinero.
Opino que procedí con gentileza. Alborne llegó aquí después de Fetouche. Ambos hacen lo mismo: curar personas, animales y atender partos. La diferencia es que Alborne no cobra, el que quiere o puede le regala algo. Fetouche exige su paga, ha obligado a mujeres a acostarse con él. Es un avaro. Sería criminal que los bandidos maltratasen a Alborne, hombre de bien; que Fetouche se las arregle con ellos.
Visitaré al cura para darle los dineros que le prometí al Señor si me ayudaba en las apuestas y contarle el altercado con los bandidos que me viene a bien decirlo...

Cóndor
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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BASTET


Yo estaba ahí, sentado en el living, como un novio de antes, con el tic que me agarra en la aleta derecha de la nariz, que me sube el labio de arriba cuando estoy nervioso, ya saben, como cuando vamos a ver fútbol.
¿Por qué entré? A Luli siempre la encontraba a la salida del trabajo.  El viernes me había dicho que quería salir el fin de semana, y me dio la dirección de la casa para pasarla a buscar. Todo bien, a mi me gusta mucho Luli, pero.
- Pasa un minuto, Migue, que ya estoy casi lista – me dijo cuando abrió la puerta.
¿Casi lista? Estaba buenísima, como siempre. No sé qué es lo que me gusta tanto de ella. Cuando la miro en detalle, no tiene lindos ojos, muy rasgados para mi gusto, el pelo rubio que no es rubio, pero el conjunto, la forma lenta y envolvente de caminar,  un minón.
Yo entré y ahí nomás me atacó el olor a gato. 
Ven que te presento a mi mamá. Encantada, siéntate Migue, estábamos a punto de tomar un cafecito, No, no, gracias, ya nos vamos, Pero ven, es un minuto, siéntate, ¡Armando, baja, que vino el amigo de Luli!
Por si esto fuera poco, un gato amarillo que me vio entrar y se dio cuenta de que odio a los gatos , se me vino a refregar en las piernas en círculos de alevosía, que no me dejaron concentrar. Mi aleta y mi labio subían y bajaban.  Me los tapé con la mano.
- Ven, Bastet, no molestes a Migue – le dijo la madre, como para que yo le dijera no es molestia, señora, a mí me encantan los gatos, pero no dije nada.
Ya la madre traía una bandeja con queso y salamín, y vasos, que para mí tenían preparados, porque Luli ya estaba lista. En vez de ponerse la campera,  agarró al gato en la falda y se me sentó al lado. El maldito bicho pasó a mis piernas, dio una vuelta para acomodarse bien y se quedó enroscado arriba de mi bragueta, midiéndome con desconfianza.   Me traspasaba la vibración caliente de un ronquido continuado, como de  satisfacción malévola. Se me erizaban los pelos de la nuca y le miraba el cuello con ganas de estrangularlo, pero ni le toqué la cabeza, me causa impresión tocar a los gatos vivos.
- Se ve que le gustas, no va con cualquiera – dijo el padre, como si hablara de la hija. – Escucha cómo ronronea, y tiene la cola quieta. Los animales son muy perceptivos, se dan cuenta de cómo es una persona. Te digo más...
Ahora venía lo de "le falta hablar" y "que son más inteligentes que los humanos", si conoceré gente así. Perceptivo las pelotas el animal. Perceptivo tendría que haber sido yo.
De ahí el viejo empezó a indagar de mi trabajo, de la facultad, ¿vieron cómo hacen? hasta que Perdón, ¿dónde está el baño?, pregunté, y Luli me sacó al gato y me indicó la puerta.
Olor a gato en el baño, como en el living, mezclado con  perfume, peor. Claro, ahí en el rincón, las piedritas. Me lavé las manos, miré el temblor de la aleta de la nariz, la refregué un poco para tranquilizarla y salí. Desde la puerta del baño se veía, abierta, la habitación, una cama matrimonial llena de almohadones, donde dormían dos o tres gatos más, no quise mirar mucho, porque ya estaba en el pasillo.  En la repisa, una estatuita de bronce con vestido egipcio, de una mujer con cabeza de gato. Abajo, unos papelitos doblados.  Desde el sillón me vio Luli, que le estaba dando queso al animal directamente de su boca. Mi labio empezó a temblequear de nuevo.
- Esas estatuas son de la diosa Bastet, egipcia – me explicó. Nosotros le hacemos peticiones escritas. Es muy milagrosa. Por eso le pusimos el nombre a mi gata. Yo no podría vivir sin ella, ¿no es cierto, divina? – y le daba besos en las orejas.

Yo pensé en mis amigos, en la pastita azul de las ratas que usamos para exterminar a esos demonios del barrio, que cada quince días nos devastan las jaulas y los jaulones, se comen a los mejores pájaros, dejando un desparramo de plumas en el piso, y un instinto asesino en nosotros.
Me abroché la campera, y la miré a Luli, ¿Vamos?
- ¿No quieren quedarse a comer? – dijo la madre. – En un ratito viene mi hermano con la señora...
- No, gracias, otro día –dije, mientras Luli me miraba con esos ojos verdes, con ganas de que yo dijera que sí, y yo pensaba cómo iba a hacer para que esa fuera la última vez que la veía.

Ethel lili
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Cuando la noche alcanza su quiebre, ¿ termino mi cuento?


     Firma, fecha, guardar. Hace tiempo, he aprendido a imponer una distancia entre el recién parido y yo, antes de releerlo. Hay que dejar que la tinta se seque, que se funda con el papel, que sea más parte de él, que de quien la ha escupido sobre su blancura. Dejamos muchos sentimientos en los escritos, como para ser tan objetivos y anular parte  si está de más. Apago la portátil satisfecho por la tarea cumplida; por fin algo que vale la pena, en este viernes maldito.
     El reloj y la heladera dicen que una vez más, me tendré que conformar con poco. Fue un día duro, y el obsesivo acoso de Inés, ese que no sé por cuánto soportaré, desbordó mi tolerancia. Con qué derecho me reclama esa mujer. Qué autoridad cree tener para cuestionarme todo. Mi vida a su lado fue un infierno, un agónico despertar diario, que proponía ser cadáver, antes de mi muerte. Jamás volveré con ella, lo sabe, por esa razón me perturba. Es astuta, todo lo calcula. Su actuar provoca  inseguridades en mi actual pareja,  entendibles desde ya. Cómo puede Alicia intentar una vida a mi lado si, aunque Inés ya no es mi esposa, se perpetúa en mi existir.
     Basta de pensar en ella, realmente fue un viernes para olvidar, y como mi estómago no reclama tanto, me acostaré sin llenarlo. Mil vueltas en la cama, cientos de imágenes. No sé si es por el frío o la bronca, pero no logro dormir. Enciendo la portátil. Abro mi correo, tan absurdo como siempre. Archivos copiados para muchos, inútiles pedazos de nada que me niego a ver. Ante este nuevo medio de comunicación, no puedo menos que añorar las cartas, blancos mensajes que ya nadie envía.
     Desde el escritorio, el cuento parece llamarme, seductor; como una mujer febril en una noche de sombras. Un clic, y aparece ante mis ojos. Comienzo a leerlo "Entro en su cuarto...", mi  razonamiento me impide seguir, para no romper las reglas de corrección que yo mismo he dictado por años. Sensaciones encontradas me invaden, murmullos internos sugieren diferentes mensajes. Algo dice que siga leyendo, mientras que otro susurro me alienta a salir del departamento y poner un verdadero fin a esta historia. Mi mente desordenada no da tregua. Todo comienza a girar...
     Entro en su cuarto como un ladrón;  me pregunto qué hago aquí, qué pretendo al irrumpir en este lugar que ya no me pertenece. Al oír su congoja fastidiosa, un sudor helado me recorre. Intento calmar mis latidos y me apoyo en la cómoda, donde unos cajones se cierran ante la presión de mi cuerpo y crujen como toda esa casa vieja.
     Escucho pasos, y su rostro aparece tras esa puerta, que en su chillido la denuncia. Procuro decir algo, pero su boca se abr al beso y calla mis palabras. Toda ella se brinda a una escena de la que no quiero formar parte. La empujo, parece no darse cuenta de que no vine en busca de su entrega e intenta abrazarme hasta su voz "Volviste, Rubén, volviste". Comienzo un sincero discurso que la llena de ira, que la descubre. Sus ojos de pantera, esos que tantas veces clavó en mi alma, me buscan. Frenética, se abalanza sobre mí como la fiera que es. Ya no postergo lo que me trajo a este lugar...
     Mis manos rodean su cuello, que oprimo lentamente, pero con fuerza. Un placer desconocido se apodera de mí, al sentir como la frágil estructura de su garganta se desmorona entre mis dedos. En instantes, toda ella se derrumba. Y desde el suelo, aún apretando mi nombre entre sus labios, Inés proclama su triunfo.
     La oscuridad se apodera de la escena, y todo parece quedarse dormido en los pies del tiempo. Cuando la noche alcanza su quiebre, termino mi cuento.

Ada
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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VIENTO


El niño tenía prisa por saber , el juego le esperaba, pero una duda crecía en su cabeza impidiéndole pensar en otra cosa.

-¿Por qué existe el viento?, ¿Por qué?

El hombre adulto urdío varias respuestas pero se dio cuenta de que estaba obligado a decir la verdad, solo la verdad contentaría al niño.

- Lo cierto es que el viento existe porque la  Tierra se acelera, empieza a correr más de lo debido y  por eso el viento roza nuestra cara, nosotros nos movemos, no él , es igual que cuando tu corres  como un loco y creas viento. Rompemos el aire que estaba allí quieto, sin molestar a nadie y lo llamamos viento.

-¿Por qué?, ¿Por qué vamos tan rápido?.

- Siéntate porque he de empezar por el principio y ahí moviéndote como una lagartija me pones nervioso.

Hace mucho tiempo, o mejor hace muchos tiempos, La Tierra se dividía en el país de la luz y el país de la sombra. Esto era así porque como El Sol estaba fijado con unas enormes vigas de acero al techo del firmamento siempre sus rayos  chocaban con la misma parte del planeta. Éste a su vez flotaba atado con una gruesa liana de docemil nudos que a modo de cordel la unía  con el suelo del firmamento ( evitando que se escapase  flotando como un globo gaseoso hacía otros universos más elevados)  y por tanto  ofrecía constantemente la misma  cara al poderoso astro.

Los hombres del país de la luz eran  tiznados o negrazos y disfrutaban de  abundante comida que crecía sin dificultad en las selvas y vergeles. Sólo las periódicas sequías interrumpían su vida regalada. Eso y el insomnio, pues era difícil protegerse de la luz,  lo que les obligaba a alargar las fiestas hasta un amanecer que nunca llegaba y  la diversión  a base de bailes y frutos fermentados acababa a menudo en el desfallecimiento e incluso en el mismo fallecimiento.

Los hombres del país oscuro eran albinos o lechosos , tenían la vista aguda y la mano rápida para cazar a las pocas alimañas que se adentraban en las zonas umbrías. A veces intentaban  llegar al país del sol donde sabían que el fruto maduro caía sobre la mano despreocupada, pero al cruzar la luminosa frontera quedaban irremediablemente ciegos y era apaleados por los hombres marrones que sin dificultad los mataban o esclavizaban aunque los hombres lechosos fueran mejores luchadores y cazadores debido a que   siempre habían tenido que esforzarse mucho más para sobrevivir.

Cuando los hombres soleados sintiéndose muy superiores a los albinos, a quienes exterminaban con tanta facilidad en su territorio, decidían hacer expediciones de castigo al misterioso país de la noche , los lechosos  les sacaban las entrañas antes de llegasen a verlos . Pues en las tinieblas sus pupilas se opacaban,  quedaban extasiados con el color negro que precede a la muerte, con la oscuridad que  marca el inicio del viaje hacía la otra vida, con el color del cuarto de espera hacía la nada . Y  tanto les atraía esa oscuridad perfecta y misteriosa, inexpugnable a la luz, que no podían hacer nada por defenderse.

Así era la vida para desgracia de los hombres blancos que añoraban llegar a la zona de sol pudiendo  proteger sus ojos antes de ser lanceados por los celosos moradores de la luz.

Uno de entre ellos , Atón, decidió que la  única esperanza era traer el sol a sus dominios en vez de  mudarse ellos. "Si Atón no va a el Sol, que el Sol venga a Atón", sentenció  ceremoniosamente, y ese dicho quedó como lema en  la cultura de los lechosos.

Atón conocía el gruta que llevaba al corazón del mundo, no era el único pero si fue el primero en afrontar el riesgo  que conllevaba la  empresa de recorrer toda la gruta,  y también el primero en  intuir que desde el corazón del mundo podría mover este a su antojo.

Llegaron a la plataforma central tras una penosa expedición en la que descubrieron que había oscuridades mucho más profundas  que la  que ya conocían, y allí, tras talar y transportar todos los árboles del país oscuro, construyeron una inmensa noria con treinta mil palas . Tardaron  más de siete años en esta tarea,  pero no lo sabían porque al no tener estaciones medían el tiempo en términos de aburrimiento, así cuando llegaron a una maxiunidad de aburrimiento absoluto la noria estaba construida. Después el notable Atón y sus seguidores se dedicaron a reclutar tanta gente como pudieron con ruegos, promesas y amenazas; todo valía. Lo que empezó en una asociación voluntaria acabó en una leva y al final consiguieron reunir doscientosmil remeros y estos empezaron a empujar hasta que un crujido les indicó que avanzaban. El primer movimiento fue el inició de la rotación eterna , la velocidad dependía del empeño de los remeros, pero una vez iniciado el tambaleo en la cuerda que llevaba diez mil años inerte, siempre quedaba una ligera oscilación. Tres días estuvieron empujando sin descanso para conseguir este primer movimiento, cientos de remeros murieron extenuados, la guardia de Atón, creada para estos menesteres, evitaba la huida de los inicialmente voluntarios  en pro del advenimiento del Sol. Una  vez logrado este desplazamiento, el esfuerzo siguió siendo brutal pero no inhumano,  se pudo lograr un ritmo acompasado y la Tierra arrancó.

La frontera de la luz se movió, primero unos centímetros  y luego un palmo en cada esfuerzo. La guardia de fronteras vio, incrédula , echarse la  noche sobre ellos y abandonaron sus puestos olvidando armas y pertrechos. El pánico se extendió por el país de la luz que tardó en reaccionar , los jefes abandonaban  sus poblados con los mejores caballos y los más diestros  guerreros, pues seguían a la claridad para huir del evidente fin de mundo. Los hombres lechosos avanzaban lentamente guiados por su caudillo Atón, que había abandonado la gruta dejando al mando de sus guerreros a su hijo, Atón El Joven , sobrenombre este  que perdería con el paso del tiempo.

Los más valerosos entre los hombres oscuros se  organizaron entorno al joven Simao, que se había hecho cargo de su poblado al abandonarlo su jefe, y empezaron a tener en la frontera constantes escaramuzas en las que salían triunfantes los hombres lechosos, pues aunque las huestes de Simao aniquilaran a sus enemigos a la luz del día la frontera avanzaba contra ellos  y en la oscuridad eran  presa fácil de sus enemigos. Así pasaron años .

Idénticas montañas azules y nevadas surgían en la lejanía generación tras generación y las hordas blancas  aceleraban, tañían los tambores y se elevaba el espíritu guerrero, pues la leyenda decía que en el circo interior de aquellas montañas existían los parajes más fértiles que había conocido el hombre. Allí era donde la naturaleza había hecho el ensayo general del paraíso, allí se escondían los últimos reyes soleados. Redoblaban el paso pensando en riquezas a saquear, en un pillaje pleno de lujuria y placer. Creían que llegaban al corazón del país de El Sol, pero sólo era una etapa más. Eran en verdad montañas conocidas, eran las negras montañas heladas de Pirón, donde se abría la angosta gruta  que llevaba al centro del mundo. Les costo entender que aquello era el corazón de su propia nación. Entonces cayeron en  la cuenta de que siempre conquistaban los mismos lugares y que sus hijos estaban condenados a culminar la misma estéril invasión.

Los hombres oscuros no intentaban dominar las tierras extrañas, pero su vanguardia se fue enardeciendo cuando se dieron cuenta de lo fácil que era acabar con las huestes rezagadas de los blancos. Huían tan rápido que alcanzaban la retaguardia del enemigo y eliminar a los soldados viejos y  a las mujeres encinta era tan sencillo que apenas si tenían que aflojar el paso, de tal suerte que los más  cobardes entre los negruzcos se fueron envalentonando y de la idea del fin del mundo se paso a la del mundo eternamente repetitivo y más bien agotador. Las vidas antes sedentarias se había trocado en un nomadismo sin descanso. Sólo de noche  interrumpían su marcha  y si se rezagaban por la celebración de alguna festividad , por pereza  o por simple descuido, su mundo se les empezaba a escapar, pues en aquellos días los hombres del centro de la Tierra  movían ésta tan rápido como era posible. Cual retraso en el despertar, cualquier parranda  que se alargara, hacía que la tinieblas se les echaran encima, y nadie sobrevivía a la oscuridad.

Los largos lustros de reyertas y conquistas estériles fueron dando paso al mestizaje. Los lechosos cada vez soportaban mejor  el sol , al principio usaban vidrios ahumados con los que proteger sus ojos para saltar la frontera , más tarde les bastaba con parasoles de cañamo que acabaron siendo el yelmo reglamentario de su uniforme de campaña.  Los morenos empezaron a distinguir los contornos de la noche y las teas  que en principio necesitaban  para adentrarse en el país oscuro y que tan bien les delataban para regocijo de sus enemigos,  se reservaron para indagar en las abundantes grutas  del país de la sombra  que tanto se asemejaban a sus propias cuevas. Sin embargo esta adaptación de los hombres a medios hostiles no se tradujo en nuevas y masivas invasiones, pues ya estaban hartos de vagar y luchar. Su  ansia guerrera disminuyó y buscaron una vida más regalada. Llegaron a la conclusión que alternar la luz y la sombra, el descanso y la actividad, el misterio y la vida cotidiana, era lo más razonable. Además el continuo movimiento había llegado a desencajar el eje que ligaba la tierra a la gran cuerda dando lugar a caprichosas rotaciones oblicuas y ahora se gozaba  de tiempos más cálidos y más fríos en las mismas tierras, con lo que permanecer en un lugar se hacía cada vez más apetecible y variado.

Las escaramuzas acababan  en cansinas expediciones comerciales y el conocimiento de los otros fue mitigando el odio ancestral. Un día Atón El Nuevo, hijo de Atón El Que Fue Joven, decidió desposarse con la princesa Lena, hija de Simao  y liberó a la mayor parte de los remeros del centro del mundo, que entonces ya eran en principalmente esclavos negros capturados en las guerras o proscritos de ambos mundos. La Tierra empezó  a moverse a un ritmo pausado y los hombres dejaron de seguir al sol  o a  la noche y se sintieron seguros dejando que estos pasaran sobre sus cabezas. Así empezó una época de prosperidad y de mestizaje y surgieron hombres parduscos, amarillentos, rojos, albicelestes , cobrizos y mulatones.

Desde entonces cuando la música o el látigo anima a los proscritos - pues son los únicos remeros que quedan en el centro del mundo- estos aceleran demasiado el paso y el aire azota nuestra cara, y la brisa  de crucero se convierte  en viento de viaje. Creemos que es viento, cuándo sólo es aire contra el  que chocamos desde la noria de la Tierra, pero  nunca dura mucho, porque si no bajaran el ritmo, si el viento no amainase , sería  síntoma de que La Tierra se acelera y llegaría  el ocaso cuando tomamos el café tras el almuerzo.

El niño se levantó y se fue corriendo  a la playa,  podía haber abandonado antes  al viejo con su historia, pero no lo hizo porque sabía que la contaría de todas maneras. Como el  anciano era ciego de nacimiento podía incluso hacerse la ilusión de que alguien le escuchaba, aunque su fino oído o su despierto olfato le dijeran lo contrario.El niño prefirió quedarse con el viejo y lechoso Atón hasta el final y cuando volvió a  jugar, el partido estaba acabando, pero de pronto La Tierra empezó a correr y el viento le trajo un balón al que nunca podría haber llegado, así que chutó con decisión tirándose a la arena. El balón voló con rapidez insospechada y el griterío le hizo saber que había entrado en la portería, que la victoria no era esquiva esta vez. El aire le saludó  en  el rostro antes de alejarse. Las banderas  que indicaban una mar calma ondeaban al viento con tal fuerza que parecía que la Tierra  quisiera irse a otra parte.

Lumbier
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA DECISIÓN


Angus era un pastor alemán y vivía en una chabola. Sus dueños, un camionero bebedor y una ex cabaretera, malvivían con él. Pepe, de aspecto desaliñado y nariz permanentemente amoratada, era feliz empinando el codo cuando la ocasión lo requería y, cuando no, también. Trabajaba más bien poco y, cuando lo hacía, era por encargo de algún amiguete con fines logísticos no muy claros. Angus prefería no saber qué contenían las cajas que amontonaba en el camión, pues su instinto perruno sospechaba que no era nada bueno. Y con bueno quería decir legal. La mujer, Estrella, una rubia platino de carnes sueltas que en tiempos mejores habían estado en su sitio con mucho brío, gritaba a su marido desde que se levantaba hasta que se acostaba. Incluso en sueños le había llegado a propinar algún guantazo. Cuando estaba de buen humor, entonaba aquellas canciones picantes que de joven tantas alegrías le dieron. "¡Todos me admiraban, Pepe, no como tú, que no sabes la joya que tienes en casa!", comentaba de vez en cuando, siempre gritando. El matrimonio no se soportaba, pero se basaba, sin embargo, en una especie de rutina infernal que les mantenía vivos.
Ninguno de los dos hacía mucho caso a Angus, su perro. Cuando se acordaban, le dejaban algo de la comida que les sobraba, que era más bien poca. Angus podía contar con las extremidades de sus pezuñas las veces que Estrella o Pepe le habían acariciado. Y no hablemos de jugar... Cuando era cachorro, los primeros días de convivencia no paraban de lanzarle piedras o palos de madera para que fuera a recogerlos. "¡Mira!", decía Estrella, "Nunca tendremos mayordomo, pero este chucho da el pego". Pero estos tiempos de divertimento pasaron y nunca volvieron.
Pese a todo, Angus estaba contentísimo porque una nueva misión de alta importancia le había sido encomendada: su profesión actual iba a ser la de perro guardián. Pepe se las había ingeniado para pintar las letras "PROHIBIDO EL PASO" en un pequeño cubículo de madera situado cerca de su chabola. Pensó que las letras en rojo bien grandes y Angus al lado eran una amenaza bastante evidente para los que intentaran robar sus pocas pertenencias. "Te voy a pintar un letrero parecido en la puerta de casa, Pepe. Prohibido el vaso es lo que tendría que estar para ti. ¡Borrachuzo!", se descargaba Estrella arremetiendo contra su marido para descargar la amargura que llevaba consigo.
Angus nunca había tenido una profesión y estaba harto de vagar por los alrededores buscando comida o perras en celo. A veces, se aburría tanto que se quedaba tumbado en el suelo viendo los pies de la gente caminar de un lado para otro. Un albañil que venía de trabajar con las botas llenas de restos de cemento seco, las chanclas de una chica joven deshilachadas y bastante sucias, los pies descalzos de un niño de pocos años acompañado de las zapatillas de estar por casa de su madre... Tal era el panorama de su barrio, pero ahora tenía un nuevo estatus. Angus se imaginaba cómo sería su trabajo. Vigilaría constantemente los alrededores de la casa de quienes habían depositado su confianza en él. No pasaría una. Sabía que tenía un ladrido bastante ronco, lo que espantaría a las alimañas que se atrevieran a llegar hasta su territorio.
Cuando llegó su primer día de trabajo, se quedó helado. Agachó la cabeza y gimió como un cachorro cuando vio la cadena que su propietario había preparado para él. No iba a ser un agente de la ley con autoridad y decoro como él imaginaba en sus sueños, sino un esclavo. La cadena de tres metros de longitud partía de la misma casucha donde Pepe había escrito "PROHIBIDO EL PASO" y finalizaba en su collar. Con el llanto del pobre Angus como fondo, Pepe lo encadenó y masculló "¡Ea! Ya te hemos colocado". Angus, cabizbajo, sacudió sus pulgas con la pata derecha y se posó en una caja de madera como una estatua viviente. Su corta vida había estado siempre marcada por la pobreza y unas condiciones durísimas, pero este último desengaño había podido con él. Tenía los ánimos bajísimos y durante los primeros días de "actividad laboral" no hizo más que gimotear y aullar por la noche para espantar sus miedos.
Pasaban las semanas y su tristeza iba en aumento. Cada día era un suplicio no poder andar más que unos pocos metros para estirar las patas, hacer sus necesidades, olisquear nuevos animales en el barrio... No podía soportarlo más. Pensó qué podía hacer y, él solito, llegó a una conclusión: necesitaba escapar. Era una opción que le daba mucho miedo, puesto que, aunque no le trataban bien ni comía apenas, tenía un lugar fijo donde estar, donde vivir. Jamás se había planteado marchar a otro lugar. Siempre había preferido la seguridad de recibir palos de sus dueños que la incertidumbre de un nuevo barrio, con gente desconocida y dueños nuevos. Pero esto era antes de ser un perro esclavo. Su dignidad había llegado a un límite y se dispuso a maquinar su fuga para conseguir una vida mejor.
Esperó a que Pepe saliera de la chabola, oliendo como siempre a vino barato, con uno de sus amigotes camino del bar donde ver el fútbol. Paciente, espantó miles de moscas hasta que Estrella también salió de la casucha con sus piernas llenas de varices sobre unos tacones plateados. Se iba a casa de su hermana, donde jugaban timbas de tute hasta que empezaba la teleserie. Fue entonces cuando Angus comprobó la sensación que se tiene al incumplir las normas, al desobedecer, al vivir la propia vida sin inhibiciones ni ataduras. Todas estas sensaciones nuevas le dieron fuerzas y tiró de la cadena que le ataba. No estaba simplemente escapando de esa atadura, sino que escapaba de Pepe y sus golpes, de Estrella y sus gritos, de la tarea que le habían encomendado y le denigraba hasta el punto de ser el hazmerreír de los vecinos. Al recordar la carcajada que soltó uno de los sobrinos de sus dueños al verle, comprendió que era un perro payaso, un pasmarote atado a la desgracia. Tras varios intentos tiró por última vez con tanta rabia que logró soltar los eslabones y salir corriendo, cadena a rastras, por la callejuela como una centella. No sabía adónde iba a ir, pero no le importaba nada más que correr libre lejos de aquel lugar triste y cruel.
Estrella fue la primera que regresó a casa aquella noche. No se percató de la ausencia de Angus y entró directamente en la casa para preparar algo de cena. Venía contenta, pues había ganado a la vecina quince euros a las cartas. Estrella esa noche se consideraba una afortunada, pero no era la única.
Pepe tardó más de hora y media en reunirse con su mujer. Giró la cabeza mientras abría la puerta de la casa y notó algo extraño. Entrecerró los ojos para ver mejor en la oscuridad y no consiguió divisar a Angus. La expresión de su rostro fue cambiando de sorpresa a fastidio en cuanto se dio cuenta de lo ocurrido: alguien había soltado a su perro. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que el animal hubiera decidido irse. No consideraba que el animal tuviera la picardía ni las ansias de libertad necesarias. Furioso, dio una patada al aire hasta estrellar el pie contra la gravilla del suelo, cuando un sonido metálico llamó su atención. Era diminuta sortija de oro. La guardó rápidamente en el bolsillo y entró en casa olvidando a Angus y sintiéndose afortunado. Lo que no sabía es que alguien más lo era esa noche.
Angus descansaba por fin en las inmediaciones de un parque. Miraba a la gente con ojos cansados, pero estaba feliz. Había recorrido calles y calles huyendo de la mala reacción de sus dueños. En varias ocasiones, cuando ya se había alejado bastante de su barrio, le asaltaban la duda y el miedo a ser encontrado por ellos y llevarse paliza atroz. Pero ahora ya estaba muy lejos del infierno de su pasado. No tenía casa, no tenía amigos ni comida. Pero eso era lo que menos le preocupaba en ese momento. Tendría tiempo para conseguir todo eso, porque ya tenía lo más preciado: su libertad.
Se tumbó boca arriba y, moviendo sus largas patas como queriendo alcanzarlas, miró las estrellas y sonrió. Si es que un perro es capaz de sonreír.

Ororo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente