Noticias:

Si continuas navegando aceptas nuestra Política de Cookies

Menú Principal

II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Eventos Vinculados

Parlamento

EL MONO DOCTOR

En el pueblo de Paso real vivía un anciano médico al que todos querían y respetaban, se había ganado el aprecio de las personas porque además de curar sus enfermedades no les cobraba nada por sus servicios. Un día le llegó un cliente trayéndole de regalo un pequeño mono, el médico se encariño con el animal al punto que lo dejó como mascota en el consultorio, mientras el galeno trabajaba atendiendo a las personas, el mono lo observaba con detenimiento, cierta mañana el doctor se ausentó de su casa para realizar algunas compras en el mercado, cuando regresó al hogar se llevó una gran sorpresa porque encontró al mono utilizando sus instrumentos de trabajo, entre otras cosas, había colocado el tensiómetro sobre el cuello del perro y al gato le había colocado algunas vendas de sutura sobre la cabeza. Intrigado el anciano medico agarró una cadena y amarró al inquieto mono a la rama de un árbol, las personas que acudían a la casa les extrañaba no ver al mono dentro del consultorio pero el médico les respondía que por ser muy travieso lo tenía encadenado sobre la rama de un árbol. Unos vecinos le aconsejaron al doctor que comprara una compañera al mono y los metiera dentro de una jaula. La siguiente semana el doctor decidió comprar una enorme jaula de metal y una compañera femenina para su mono, los días transcurrieron con normalidad, el travieso mono estaba muy contento con su nueva compañía femenina y saltaba de un lugar a otro bailando y jugando, el buen comportamiento del mono obligó al doctor a quitarle las cadenas y muy pronto los alegres animales se movían sueltos de un lugar a otro por toda la casa. Cierta mañana al doctor le extraño no encontrar las inyectadoras en su lugar y presintiendo otra travesura del mono busco por toda la casa pero no encontró las jeringas, al siguiente día el anciano medico salió rumbo a la farmacia a comprar unos medicamentos pero regreso a mitad de camino, una algarabía de animales lo obligó a asomarse con cuidado por la ventana de su consultorio y vaya sorpresa, no podía creer lo que veían sus ojos, el inquieto mono tenía una inyectadora en su mano y trataba de clavarla sobre una de las patas de la asustada mona, sin perder tiempo el anciano medico entró a la casa y se abalanzó sobre el mono pero el ágil animal salto sobre la mesa y alcanzando la ventana se perdió entre los arboles llevando entre sus manos varias jeringas. De nada valieron los intentos del médico por atrapar al travieso mono, el cual muy alegre saltaba de rama en rama seguido muy de cerca por su compañera. Cuentan las personas del pueblo que el mono no regresó más al consultorio y de vez en cuando se escuchan los angustiados chillidos de los monos en el bosque, algunos cazadores sostienen a ver visto a un enorme mono tratando de clavarle una inyectadora a sus compañeros, de allí surgió la leyenda por toda aquella zona y pueblos vecinos del mono doctor.

M.Ibarra
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA TRAICIÓN DE LA DISTANCIA

Durante estos años, de una forma u otra, mis amigos supieron soportarme con paciencia y buena voluntad. Ellos conocen mi sinceridad cuando relato las vivencias en España, ya sea de forma tácita o velada. También saben el precio que se paga cuando alguien decide emigrar aún de propia voluntad y en busca de un futuro mejor. Llevo tres años fuera de ese país de fantasía que es Argentina. En todo este tiempo enfrenté innumerables inconvenientes: la burocracia estatal, el papelerío inútil, la ignorancia y desidia de los empleados públicos, la discriminación, el pago de facturas propias y ajenas y, lo peor de todo, soportar las relaciones laborales que son la misma ***** en cualquier parte del mundo. A pesar de ello, tozudo y persistente como soy, siempre me mantuve con la misma entereza. Sin embargo, la distancia me pegó un golpe a traición del cual no me pude reponer y no sé el tiempo que me llevará hacerlo. Una fría mañana de enero abrí mi correo y lo que parecía ser un e-mail más de un amigo, se convirtió en una nefasta noticia que comenzaba con..."Luis se suicidó". Escueto y directo  ¿para qué más? Luego seguían los detalles del suceso, los leí como una crónica policial de cualquier periódico pero sin asociar que el protagonista  era mi amigo. Luis había decidido adelantárseme. Jamás seré capaz de adjetivar ni juzgar su decisión, lo que me jodió fue la distancia, la ausencia y la falta de despedida. Perplejo y sin poder creerlo, seguí con mi día habitual hasta qué por la tarde noche y  acodado en la barra de uno de los tantos bares de Madrid; Luis volvió a mí con su larga cara con grandes ojos celestes, sus torpes movimientos, su pingüino andar y la voz entre púber y galán. Parecía que el recuerdo intentaban tomarlo de la mano para retenerlo y traerlo de regreso; pero no, ese deseo era tan solo mío y nada tenía que ver con su decisión. El intenso recuerdo fue interrumpido cuando sentí una mano en mi hombro.
─ ¿Qué haces gordo? ¿Qué estás tomando? ─de inmediato miré como un boludo el vaso que aún contenía la mitad de cerveza—. Dale che, pedime una que ando sin un mango.
─ Pero ¡qué haces acá pedazo de pelotudo! ¿No te boleteaste? ─Luis estaba parado junto a mí, bien empilchado, aunque estaba algo pálido.
─ Sí, me boletié anoche, y estoy pegando unas vueltas despidiéndome de los gomias.
─ Claro, te apareces así como si nada ¡flor de cagazo me pegaste! ─dije mientras trataba de tranquilizarme─. Decime ¿se puede saber por qué ***** hiciste eso?
─ Vos sabes la historieta, no daba para más ¿pero me vas a pedir algo o no? ─aún no podía salir de mi asombro, le pedí otra caña al gallego—. Gracias che, pensé que me dejabas con la garganta seca. Te decía, vos la sabés, la empresa familiar para la *****, los acreedores y el banco persiguiéndome todos los días, la hija de **** de mi ex que no me daba el divorcio y sólo llamaba para pedir más y más guita, los pibes cada uno en la suya sin darme ni cinco de pelota y la tía en el asilo que ni sabía dónde carajo estaba ni me reconocía cuando iba a visitarla: ¡todos me tenías las pelotas por el piso!
─ ¡Pero sos un boludo! Te dije mil veces que te vinieras para acá, qué comenzaras todo de cero, de alguna u otra forma nos hubiéramos arreglado. Pero no...
─ Ya lo sé gordo, pero venía ladeado, mal perfilado y las depresiones...De esas sí que no sabés nada, esas me las morfaba yo solito ─hizo un silencio que respeté—. Che, ¿nos tomamos otra? Está buena, ¿verdad?
─ ¡Hombre! Vente pa'qui, sírvete otra ─el gallego vino con el pedido─, vale, venga, gracias. 
─ ¡Qué boludo! ¡Mirá cómo dominás el idioma! ─ambos reímos como cuando éramos jóvenes.
─ Mirá que sos jodido Luis, boletearte en una iglesia, empastillado y mamado...
─ ¡Ja...ja...ja! Pero no me mamé con cualquier cosa, fue con Johnny Walter etiqueta negra ¡alguien lo pagará! Lo saqué con el último saldo disponible que me quedaba en la tarjeta de crédito ─siguió a las carcajadas como disfrutándolo─.  Tendrías que haberle visto la cara al cura cuando me encontró, hasta me puteó y todo.
─ ¿Y ahora? ─le pude preguntar recién cuando dejé de reírme con su ocurrencia.
─ Nada, ahora nada, me extraña gordo. Lo que siempre dijimos ¡se joden los que quedan! ─se terminó la cerveza.
─ ¿Te hago poner otra o estás apurado?
─ ¿Apurado? Pero... ¡dejate de joder! Tengo una eternidad por delante ─pedí otra cerveza—. Ésta será por los viejos tiempos. ¡Mirá que las hicimos en el secundario! ¿Te acordás del de Matemática Financiera? Y... ¡El de Estenografía! A esos vos lo tenías loco.
─ Claro, vos no, si vos eras un santo ¡no me jodás Luis!
─ ¡Qué tiempos gordo! El de Matemática Financiera fue el que llamó a tu viejo al laburo, ¿no?  ─asentí con la cabeza mientras tomaba—. Dale contala otra vez.
─ ¡Pero si te la sabés de memoria!
─ ¿Y qué hay? Dale, contámela.
─ El pelotudo llamó a mi viejo al laburo por teléfono ─ahí ya no aguantamos y empezamos a reír─.  Le dijo que estaba progresando porque de 0,25 en el primer bimestre había sacado 0,75 en el segundo.
─ ¡Tu viejo casi te mata!
─ ¿Y vos?, la que le hiciste al de Economía, ¿te acordás?
─ ¡Cómo no!, le apoyé las patas del escritorio sobre cuatros tizas y cuando se apoyó, ¡se fue al carajo! ─seguímos riendo como dos adolescentes y eso que las anécdotas estaban desgastadas de tanto repetirlas─,  y cuando puse en el baño, donde sabíamos que iba el de Contabilidad, el petardo atado al pedazo de espiral ¡qué boludo! Salió corriendo al medio del patio con los pantalones por las rodillas, ¿te acodas? ─no  podía contestarle porque estaba ahogado de la risa—. ¿Tomamos la última mientras te contás lo que le hiciste al de Estenografía? ¡Dale!
─ ¡Otro! ¡Flor de hijo de ****! ─pedí otra caña y comencé a relatar mientras el gallego traía la cerveza—. Fue cuando quiso tomar una prueba sorpresa, le firmé la hoja en blanco y me senté sobre el pupitre e hice yoga durante los 45 minutos que duró la clase.
─ ¡Ja...ja...ja! ¡Qué turro! Era la época que en la tele daban Kung Fu. El enano se volvió loco y te tocaba el hombro y vos nada y yo le decía "¡Déjelo que está en trance!" ─ahora sí reímos largo rato, hasta pensé que me estaban mirando los otros parroquianos, Luis siguió—. Pero a ese se la teníamos jurada, ¿te acordás? Cuando organizamos la huelga y no le entró nadie a clase ─hizo silencio─. Bueno gordo, esto está bueno pero te dejo, tengo que seguir despidiéndome de algunos. Gordo, de verdad, ¡gracias por todo! sé que lo intentaste, de onda te lo digo. Chau che...Después nos vemos ─y se fue, así como había venido, de repente.
─ ¡Hombre! Ponme otra...
─ Oiga amigo, ¿usted no tendrá que manejar verdad? No es cosa mía pero ya ha tomado bastante...
─ ¡No hombre! Tranquilo, si vivo aquí, a tres calles pa'arriba ¡gracias de todas formas!  ─el gallego puso otra y me fui.
Esa fue la última vez que vi a Luis. Sé que nunca más estará activado en el MSN la cara de "CHUCKY" con el mensaje "el limado de fábrica" o "el abrojo" como solía recibirme cuando estaba "on line". Cuando le preguntaba "¿por qué esos mensajes?", él decía "´limado de fábrica´ porque no salí bien del molde" y nunca me explicó por qué escribía "el abrojo". Quizás fue la manera de advertirnos a todos de su necesidad de aferrarse a algo. Me quedó un sabor amorgo ¡**** madre! Muchas veces traté de entusiasmarlo con la idea de un viaje a España pero siempre me respondía con una innumerable lista de necesidades de las personas que los rodeaban pero jamás me dio una sola razón ligada a lo que él quería hacer. Salí del bar y, de camino a casa, no pude quitarme de la mente su recuerdo. Aquellos años compartidos en el secundario, el estreno de tantas vivencias, las travesuras y los intentos de convertirnos en invencibles conquistadores de mujeres imposible. Su verso de "amigo amor" que terminaba siempre en lo mismo: junto a otros compañeros compartiendo cervezas en algún bar de cuarta en Constitución. Llegué a casa. Como un autómata fui al ropero por la valija, la abrí y comencé a revolear  lo poco que quedaba en ella. Sabía que la había traído. Ahí estaba, dentro de un sobre de papel madera, la típica foto enmarcada del viaje de egresados, todos apiñados frente a la cabaña del bosque Los Arrayanes en Bariloche. Fui tocando la cara de cada uno de los compañeros como si los estuviera acariciando hasta llegar a la de Luis, sonriente, alegre, dando su mejor cara. Di vuelta el cuadro y empecé a leer las dedicatorias buscando la de él: "Gordo querido, el mañana nos pertenece. Luis". Lloré y maldije a la **** vida por no darnos la oportunidad para cambiar las cosas. Quizás nos faltaron más picados, más recreos, más travesuras, más asados, más vinos, más manos, más abrazos, más... Recogí el sobre, metí la mano dentro y encontré otra foto, ahí estábamos todos frente a la puerta de quinto segunda, unos días antes de terminar el curso. Luis, por ser alto, estaba detrás de todos, esta vez había quedado congelada en su carota una mueca diferente, como sabiendo que un ciclo se terminaba. Me senté en el piso, recogí las rodillas y tomando la foto con mis dos manos, lo miré y le dije:
─Luis vos sabrás los porqué de tan terrible decisión. Sé que donde vayas la vas a pasar bien, te sobra clase ─besé la foto continué─, descansá en paz amigo y que DIOS te perdone, lo que es yo...no creo que pueda hacerlo.

Ya pasaron dos años desde que Luis decidió adelantárseme, quizás esté preparando la fiesta de bienvenida para cuando nos encontremos. Hasta hoy no he podido borrar su dirección en mi MSN, quién te dice "el abrojo" se vuelva a encender. Siempre guardaré en mi corazón su recuerdo y el de todos los compañeros de quinto segunda durante esos años felices cuando empezábamos a desgastar la vida.

Atribulado
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

                                                       
EL REGRESO
                                                 
Padezco de una atracción enfermiza por Europa, por España, será que a mí, ha regresado un antepasado, quizás le toco morir por estos lares y su fantasma urge de regresar del sitio, donde salió y me busca a mí para semejante misión.
Existen días que la necesidad es muy fuerte, como si ya la conociera recorro Córdoba, Málaga, Andalucía, por las calles de esta ultima marcho altanero, sobre bayo potro, la siniestra descansa sobre la empuñadura de mi acero toledano, una espada de confesión especial, hecha por los maestros de la ciudad de las tres culturas, la ciudad donde han vivido por años en armonía, árabes, judíos y cristianos. La ciudad de Toledo, especialistas en el arte de fundir el acero y hacer excelentes armas.
Saludo a las damas a mi paso con un leve movimiento de cabeza, mientras, toco el ala de mi ancho sombrero con la diestra, bellas, las mujeres españolas, pero las trigueñas andaluzas, son únicas, tienen un salero especial, no creo, que exista mujer en la tierra cuyos ojos, sean tan bellos, chispeantes, habladores, despiertan tanta lujuria, con tan solo, una mirada, por ello, cuando miro a una dama, solo le miro a los ojos, hablan más que los labios, por una rápida mirada, puedes ver, desde el corazón, hasta el alma, descubres el fuego que arde en su sangre, solo los ojos, dicen antes que los labios, si vas por buen camino, si es tierra segura, la que pisas o andas sobre un pantano, los ojos desnudan los sentimientos, los deseos, las pasiones, el brillo de los ojos, es el perfecto indicador para el camino a seguir.
Vivo, para una linda chica, que baila en una taberna de la ciudad, dónde es aplaudida y deseada por todos los que allí se reúnen, morena, delgada, que cuando la aprieto en mi pecho, pienso que la puedo fracturar, por su ternura, con ojos más negros, que la noche en alta mar, pero cuando me besan, brillan como dos luceros, de un carácter bien fuerte, que mantiene a límite, a todos los beodos parroquianos del tugurio, a más de uno, le ha partido el entendimiento, con una jarra de vino, por tocar, donde no debe.
Es mi alegría, mi vida, mi sufrir, el aire que respiro, solo vivo para ella, sin ella no hay razón de vivir, por eso me voy a las Indias, a pesar de sus negativas, de sus pedidos, que no valla, está decidido, voy a Santiago de Cuba, a buscar reales, para darle una vida de reina, a mi bella Loly, marcho pronto para Cádiz y en el puerto de Santa María, tomare la nao, que me llevara a la fortuna y el oro, que necesito para nuestra vida feliz, está decidido, así será, es la única manera de conseguir fortuna rápida.

Dios, es Santiago de Cuba, hemos llegado a puerto seguro, al fin, tierra firme, termino el movimiento constante, los vaivenes del barco, bajo mis pies.
Me adentro en las callejuelas de la ciudad, una ciudad no parecida a cualquiera de las ciudades españolas, que conozco, esta es nueva, se nota el impulso de las construcciones, está surgiendo, no existen calles pavimentadas, además el sofocante calor, la ropa se pega al cuerpo, mientras traspiras abundantemente, lo colorido, de las personas con que te cruzas, desde los más blanco, hasta los más cobrizos, hombres y mujeres todas las tonalidades de piel, que puedes imaginar, las encuentras aquí.
Busco de taberna en taberna, información sobre la partida de una flota, una nueva expedición, hacía una nueva aventura, una nueva conquista de tierras desconocidas, la única forma de riquezas. Se habla de una flota que partirá próximamente para México, a enfrentar al rebelde Cortez, que se revirado en contra del gobernador general, Don Diego Velázquez, hablan de las riquezas de México, me alegra llegar en tan justo momento, cuando una expedición esta por partir.
Vivo como puedo, con los reales que he traído me alimento de mendrugos de pan, carne salada, queso y vino, hemos salido en grupos a los campo cercanos y buscado frutas, hemos casado algunas de las especies que existen, algo como grandes ratas, que los indios llaman jutias, de exquisita carne, duermo donde me coge la noche, me he bañado, par de veces en el rio, para sofocar el bochorno del color, con estas ropas de paño y lana que he traído desde Andalucía es asfixiante, pero nada me detiene, solo la idea de riqueza y el amor de mi Loly, me hacen sacar fuerzas, para seguir adelante.
Es tarde, bebo mi séptima jarra de vino, un vino acido, avinagrado, que quema el esófago mientras desciende hasta el estomago, pero no hay mas, entrar al sitio cuatro forasteros desconocidos, quizás llegados como yo a última hora, están tomados y buscan camorra, fatal de mi, siempre es igual, donde entra un borracho, es mío, se acerca a nuestra rustica mesa en busca de pelea, veo venir el desenlace, una combate, una trifulca, veremos qué pasa, estoy listo para esgrimir mi espada y terminar con el infeliz momento. Comienzan con palabras fueras de tono, mordaces hirientes, provocadoras, espero ver si cansados, se retiran, pero somos el blanco de todas las miradas, siento el calor en el rostro, no es miedo, a mi mente viene la imagen de mi Loly y sus ruegos "no pelees en las tabernas, puedes ser el perdedor, sin ser el causante", las bromas, pasan a burlas inaceptables, sin pensar un minuto más, me levanto, empujo la mesa y a su vez desenvaino mi acero, comienza la lucha, combato contra alguien, que no es un buen espadachín, será fácil de derrotar, alguien, de los que compartía mi mesa, cae a mi lado,... algo pasa en mi espalda, me arde, siento el calor de la sangre que recorre mi reverso, estoy herido, me sablearon a traición, por la espalda, mientras combatía, en que tierra estamos, que los hombres se matan a traición, el acero de mi contrincante me toca en la parte derecha de la panza, el dolor es punzante, las fuerzas me abandonan, me debilito, otra herida, creo que es el final, caigo, todo da vueltas a mi alrededor, veo a mi Loly, que corre a mi lado, anegada en llantos, grita mi nombre, se tira sobre mi cuerpo herido, llora y me reclama "te lo dije, no vengas a buscar riquezas, si ya tienes una, mi amor, que hare ahora mientras espero y desconozco de tu muerte", sus lagrimas bañan mi rostro, pero, hay de mi busco y no veo sus ojos, sus lindos ojos negros, no están. Comienzo a alejarme de ella, veo que llora sobre mi cuerpo, pero estoy viendo la escena desde lo alto, continuo separando, hasta que son difusas la imágenes, se borran, las pierdo, desaparecen, no estoy.

G. Muñoz
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EL HOMBRE QUE SE CREÍA HORMIGA

Tuve un amigo que estaba convencido de que era una hormiga. Medía casi uno ochenta y difícilmente se lo podía confundir con un bicho pequeñuelo como la hormiga, aun la brasileña que mide unos cuatro centímetros. Pero él insistía. La última vez que lo vi tuvimos una discusión fuerte.

- Pablo -le dije- es imposible que seas una hormiga: eres grande, tienes dos patas, hablas y tu DNI dice Pablo Germán Alcántara, Nro. 25.678.987.
- Apariencias de una realidad más profunda, inasequible para mentes simples como la tuya. Yo SOY hormiga, aunque APAREZCO hombre. Confundes permanentemente esencia con existencia, ser con aparecer, estructura con coyuntura, proceso con evento, inconciente con conciente.
- A ver, necesito pruebas: qué comen las hormigas.
- Jé! Obviamente que me viste despachar recién un buen cocido de carne con batatas, patatas, calabaza y coliflor. Eso forma parte, obviamente, del plano apariencial de la existencia , puramente formal, dependiente de esa dimensión oculta, central y estratégica que comanda los artilugios de la realidad aparente a fin de ocultar la Verdad a los ojos de los ignorantes, como tú.

Entonces, algo molesto, me fui al lavadero, abrí un polvoriento estante y saqué un viejo pero efectivo veneno para hormigas, en aerosol. Regresé y mientras Pablo se entretenía cortando unas hojas de mi ficus, de un modo peculiar (con las uñas, infligiéndole dolorosos y pequeños cortes, por donde fluía la savia), mientras se deleitaba en esa tortura, lo rocié íntegramente.
Saltó como demente, presa de un atroz sufrimiento: me miró como reprochándome mi conducta y comenzó a caer hacia el piso, y a mover al azar y sin sentido sus brazos, ennegreciéndose ahora, mientras sus horribles antenas giraban descontroladas. Mordía el aire con sus pinzas, intentando colocar en su lomo los trozos de ficus que había cortado. Se empequeñecía rápido, pasaba como él diría de apariencia a esencia, de coyuntura a estructura, moría hormiga ante mis ojos. Sus seis patas, por último cesaron de agitarse.
Creo que a partir de ese momento me convertí en devoto de filosofía kantiana, aquella que no deja engañarse con las apariencias de lo visible, aquella que nos relata la imposibilidad de saber la profunda realidad de lo existente. En general adherí al empirismo extremo de Berkeley, que

insiste en descartar la realidad por fuera de los sentidos: la realidad es mera configuración de nuestras percepciones, sin existencia comprobable más allá de esas impresiones puramente circunstanciales. Quizás todos fuéramos cucarachas o quizás hipocampos, quizás todas las noches me abrazo a una foca olorosa creyendo que es mi adorable mujer y posiblemente matamos hormigas a pisotones no sabiendo que estamos así asesinando seres humanos que aparecen bajo la percepción como simples bichitos negros. Pobre Pablo.

Lexis
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

PROMESAS ROTAS

El local estaba como maldito, era amplio, tenía una buena entrada de luz y unas vidrieras excelentes. Estaba revestido de un cerámico de muy buena calidad y de paredes muy bien conservadas. Una gran cantidad de negocios habían intentado triunfar pero sin éxito alguno. Lo curioso era que el local estaba situado en una zona sumamente comercial y plagada de emergentes y fructíferos negocios, tan solo en esa manzana había 25 de los mas variados rubros. En medio de semejante infierno comercial yacía solo y despoblado el local de la señora freire. Yo, parado en la vereda miraba el frente, tratando de encontrar una razón por la cual ningún negocio prosperaba, recordando que el último comerciante que intento triunfar hasta contrato un profesional del marketing, pero no saco ni para pagar ese servicio.

Mientras pensaba, una voz que venía de una terraza de enfrente llamó mi atención, era un niño de no más de 12 años. El abuelo tiene la respuesta —dijo el niño.
Al acercarme me  aclaro que su abuelo era el único que podía decirme por que ningún negocio prosperaba. Por alguna razón le creí y acudí al lugar que el muchacho me había marcado.
Al llegar un abuelo que dijo llamarse OMAR me atendió, al pasar logré ver fotos de el con una mujer que no habitaba la casa. El anciano me advirtió que si tenia una mente amplia me contaría todo. Tomando un café pregunte disimuladamente. Comenzó diciendo que el local lo habían usado para festejar su boda con una hermosa mujer, su ex mujer, ANA. Ella era una persona muy espiritual, continuó, creía en el amor eterno e incondicional, en las doncellas mágicas, en los ángeles que cuidan personas. Una tarde me mostró un libro que cuidaba como a su propia vida, en el estaba escrito un antiguo y exótico ritual de amor, fuimos hasta el lugar donde seria nuestra boda y allí, ritual de por medio, hicimos un pacto de compañerismo sin fin. Quedé impresionado cuando de golpe y a mis espaldas apareció un ser extraño pero no temible, una mezcla de todo lo que uno no imagina, pasó a mi lado mientras una electricidad carcomía mis dientes y me obligaba a tragar saliva, con unos ademanes indescriptibles ANA me indico que el ser aprobaba nuestro pacto.

El día de la boda llegó, pero nunca olvidaré lo terrible que fue para mi tener que cortar la torta con ese ser mirándome  a dos metros. Nunca me considere un loco ya que ANA me advirtió que solo los dos podríamos verlo. Pensé que en la luna de miel desaparecería, pero no, se mantuvo todo el tiempo en la puerta del hotel, a tres mesas del comedor donde almorzábamos y flotando cerca de las bollas en lo lejano del mar.

Ya en nuestra casa nunca se animo a entrar, era verlo en las mañanas junto al diario, parado allí, inmóvil pero intensamente vivo. Con el tiempo sus molestas apariciones fueron más esporádicas hasta que desaparecieron por completo.

La monotonía castigo mis promesas de amor eterno, y aunque el amor de ANA estaba intacto, el mío se había desgranado. Por culpa de un cuerpo ajeno la abandone, ella enloqueció de tal manera que un día salió de casa y nunca más regresó. La e buscado por años pero es como si se la hubiera tragado la tierra. Al romper el pacto que hicimos en el lugar el ser esta furioso y de algún modo espanta a la gente, el local nunca volverá a funcionar.

Me despedí del abuelo y regrese al lugar, angustiado, escéptico, seguro de que la historia no era más que una fabula de un hombre entrado en años y delirios. Pero esa parte estúpida que hay en mi no dejo de pensar en lo que había escuchado, mirando el frente del local me pregunte que sería de mí si esa historia fuese verdad.

Al siguiente día, mientras limpiaba levanté la vista y pude ver una pequeña ventana en el último piso, le pregunte a la dueña y respondió que era un reducido altillo donde se guardaban cachivaches, pero era imposible entrar, en lugar de una puerta se había levantado una pared, pero eso no acobardo mi curiosidad, arremangue mi osadía y comencé a subir. El lugar olía a muchos años, los roedores tropezaban entre si mientras la silueta de la antigua puerta aun se veía en la improvisada pared. Por alguna razón pegue mi oído a la puerta y en ese mismo instante una locura parecida al terror subió por mi espalda. Había escuchado una especie de exhalación y eso fue lo que me empujo a tomar una masa y ensañarme con la pared. Los impactos fueron aturdiendo mi cansancio, tanto que ignore los gritos de la dueña. La pared se rindió y me brindo un agujero por el cual pude entrar.
Me calciné en el momento que logré ver una vela encendida en el último rincón del lúgubre lugar, la pequeña ventanilla escupió luz y me brindó una silueta espeluznante: una consumida anciana me miraba desde un inmundo rincón de oscuridad. Quedé bloqueado, pensando cuanto tiempo llevaría allí y como había hecho para sobrevivir en tan cruel lugar.
Estiro su mano y al grito de "OMAR" intento ponerse de pie y, en ese instante en que mi mano temblaba tanto como la mano de la anciana, logré comprender quien era realmente. Traté de sacarla lo más rápido posible pero un respiro en mi espalda me diría que no, un ser sumamente extraño me tapaba el agujero en la pared. En su mano tenía un jarrón con agua y una especie de cacerola que en un segundo se estrellaron en el piso. Como una ráfaga empecé a sentirlo en mi cuello, pero gracias a la intervención de la anciana logré que me dejara vivir. Después de un largo momento de preguntas sin respuestas  nos que damos los tres allí, entre los ojos escurridos de la anciana y la mirada protectora del extraño ser que respiraba amenazante. Me rogó que la dejara tranquila y me marchara, mirando la silueta del extraño ser que se ocultaba en la oscuridad, no hubo razón para negarme.
Sus sueños de amor eterno la obligaban a quedarse allí, amando al extraño ser que fue testigo de su felicidad. Ver a ese ser mimando las arrugas de la anciana me hizo comprender el poder que tiene en algunas personas las promesas, y que romperlas a veces, significa más que un acto de traición.
Sus recuerdos la había secado y, logrando sobrevivir gracias al misterioso ser, había optado por morir allí, donde una vez nació.
Me retiré muy lentamente, sin decir una sola palabra, mirándola, pensando en su pasado, su presente, descubriendo que toda su vida había terminado el día en que alguien rompió su promesa.

DI MELLA
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

AMOR FRITO

Ya no te quiero vida mía. Hace tiempo empecé a dejar de quererte. Día tras día, el sentimiento se ha ido erosionando hasta convertirse en polvo y arena. Estoy frente a ti y me avergüenzo. Soy incapaz de decírtelo. Es más sinceridad de la que puedo soportar.
   Fer, ¡por favor!, ¡despierta!, pareces ausente. Comes con la cabeza gacha, sin dirigirme la palabra. ¿Qué sucede?
Después de quince años de convivencia lo sabes casi todo sobre mí. Me asusta que descubras la verdad, no quiero herirte.
   Nada. No pasa nada, cariño. Estoy algo cansado. Sólo eso, -mentí sin convicción, evitando mirarte a los ojos-.
   ¿Quieres que te crea? Llevamos demasiado tiempo juntos, no soy tan estúpida. Presiento que estás a muchos kilómetros de mí. No puedo continuar viviendo con esta incertidumbre, acongojada, a la espera de un indicio de cariño, de una caricia furtiva que nunca llega.
   Qué puedo decir si me condenas como a un hereje. Mi pecado es llevar una existencia anodina, es soñar ser deseado, es querer encontrar mi lugar antes de que se me escape la vida.
   ¡Miserable, hipócrita!. Cualquiera pensaría que tu vida es un cúmulo de calamidades y despropósitos. Eres un privilegiado, con un envidiable trabajo, tiempo que saborear, amigos y familia de los que disfrutar y lo más valioso, mi amor. Sólo me queda sacrificarme. Lo haré ante ti si lo necesitas. 
   No seas melodramática. Me intentas chantajear. Es absurdo.
   ¿Eso es lo que piensas? Crees conocerme pero no, no es así. Jamás te has molestado en buscar lo que hay dentro de mí.
Sin que pudiera reaccionar te lanzaste a por el cuchillo que brillaba sobre la mesa. Lo cogiste con manos temblorosas. Me mirabas con rabia, esgrimiéndolo en alto sin saber qué hacer. Aproveché tus dudas para saltar sobre ti y agarrar el cuchillo con ambas manos. Cayó al suelo. Empecé a sangrar.
   ¡Qué cojones haces! Estás desquiciada Eva, -te grité descompuesto-.
   Es por tu culpa, por tu maldita culpa. Me estás volviendo loca. No puedes seguir tratándome con ese desprecio.
Ella tenía razón. La sangre se iba acumulando en el parqué, yo me encontraba ligeramente mareado. Me envolví la mano en una servilleta..
   Las cosas cambian indefectiblemente Eva, necesito respirar, necesito sentirme útil. Tú y yo, nos empeñamos en discutir para mostrar al otro lo peor de sí mismo. Nos hemos perdido el respeto.
Era esclavo de mis lacerantes palabras. Tus ojos enrojecidos me miraban con expresión desafiante y me hicieron estremecer. Sentí miedo.
   ¡Cómo puedes ser tan cínico, cómo te atreves!, -empezaste a decir con indignación-. Si me acerco a ti, me rechazas con cualquier pretexto, no te atreves a enfrentarte a la realidad.
   No es cierto, nunca me ha importado hablar. Pero no soporto los gritos, los insultos, los continuos reproches, resulta un espectáculo patético. He perdido la confianza en nosotros.
¿Puedes creer que jamás te oí decir un "lo siento"?.
   ¡Sólo me faltaba eso! Pretendes que me pliegue a tus deseos porque sí. Vivir juntos significa mucho más de lo que tú propones. Es sinónimo de compartir, de dos, del par, no sólo eres tú. Yo no soy la responsable y tú lo sabes.
   No quiero, ni lo primero, ni lo último. Sólo te ruego que me dejes ser yo, luchar por mi identidad como individuo. La desidia me invade. Camino por una vereda solitaria, cada vez más angosta y que amenaza con asfixiarme.
   Fer, conozco perfectamente tus inquietudes, hemos pasado por situaciones similares. Tus miedos los he hecho míos. Padezco en secreto cuando no puedo ayudarte.
   "El amor es dolor", siempre te lo dije Eva. Cada persona es un micro universo complejo, difícil de alimentar. Nos podremos encontrar en muchos puntos del camino pero al final nuestro yo debe prevalecer, necesita sobrevivir, si no, la felicidad no existe.
   Yo te quiero, siempre te he querido con generosidad. No soy ninguna egoísta. A tu lado me he sentido especial, segura de mí misma, he conocido momentos deliciosos, aunque tal vez esté hablando de tiempos remotos, ya extinguidos.
   Las cosas del querer no duran eternamente. La más extraordinaria historia de amor tiene fecha de caducidad. Cuando llega el amor, llega el destrozo, todo lo que se encuentra alrededor deja de ser racional, es incontrolable.
   Ya no me quieres, te has cansado de mí.
Apreté con violencia el puño para que el dolor me ayudase. Exigía ser sincero por el bien de los dos pero las palabras se agolpaban en mi boca. No pude hacerlo.
   Aunque de la llama no quede más que una aislada chispa, no puedo decirte eso Eva, no quiero decírtelo... soy una persona insegura, un pusilánime al fin y al cabo.
   Tienes miedo a equivocarte, a lanzar todo por la borda y que no haya vuelta atrás. Eso es humano.
¿Qué pasa conmigo y nuestra vida?   
   Entre nosotros sólo quedan escombros, la inercia se ha apoderado de nuestra existencia. Yo quiero más, mucho más: improvisación, calentura, carcajadas, complicidad, algo que tuvimos y que ahora es una quimera.
   Yo también lo quiero Fer. Confío en nuestro futuro. 
Me abrazaste con fuerza, mientras tus lágrimas mojaban mi camisa. Se me hizo un nudo en la garganta. Yo también necesitaba abrazarte, y lo hice. Nos mantuvimos unos minutos mudos con nuestros cuerpos entrelazados. 
Era mi despedida, ya lo había decidido. Por la mañana, cuando saliese a trabajar, te abandonaría para siempre.
(Basado en mi propia experiencia. Lo cierto es que me equivoqué y ahora vivo solo y alcoholizado).

Pericles
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

CADA OVEJA CON SU GRIAL

- Buenas tardes, caballeros-
Ni a Santi, ni a José, ni a Xavi les extrañaron aquellas palabras, ni su estudiada ceremonia. Eran sus amigos desde... No menos de veinte años, seguro, tiempo más que sobrado para conocer a Alfonso, unas veces brillante, otras con ideas de lunático. Tampoco se sorprendieron cuando, en el tono más solemne e imperativo posible, como si fuera el capitán que comunica a sus soldados una delicada misión, les dijo:
-   Hay que rescatar al Emperador.
Ninguno de los tres preguntó a que emperador se refería. Historiadores todos, se divertían conversando sobre antiguas batallas de Napoleón Bonaparte, el Gran Corso, Le Petit Caporal. Naturalmente, el plan para sacar de Santa Elena, aquella isla perdida dios sabe donde, a un monarca que llevaba casi dos siglos muerto, tampoco les pareció motivo de sorpresa. Cosas de Alfonso, adicto a los chistes malos, con su humor peculiar, tan desesperante que Santi, aunque agnóstico, pedía más de una vez a Dios que fulminara con su rayo a aquel patético aspirante a rey de la comedia.
Nada hubiera podido asombrarles si no fuera por un pequeño y casi insignificante detalle, que venía a alterar la rutina de los sábados por la tarde. Su amigo lucía una apariencia un tanto fuera de lugar, aunque sólo un tanto. Porque, a ver, seamos honestos: Si la gente sale a la calle con los pelos de punta o vistiendo horribles cazadoras claveteadas, por no hablar de esos peshings o pirshings que provocan angustia, ¿por qué no va a poder salir un tipo de metro noventa a la calle con el uniforme de grognad? Y no, grognard no es el apellido del último novio de Belén Esteban. La palabreja tiene que ver con aquellos tipos como armarios de la Guardia Imperial, con sus prominentes mostachos, que en el campo de batalla parecían armas de destrucción masiva. Aunque ellos si existían, lo comprobaron en sus carnes prusianos, austriacos o rusos. Y también sus costillas.   
Imperturbable a las miradas escépticas de sus compañeros, Alfonso hasta llevaba un brazo dentro de la guerrera, imitando a su ídolo. Santiago, un poco harto de su obsesión con la historia, le espetó.
-   Tanto leer, tanto leer... Te va a pasar como a don Quijote.
José terció con su acostumbrado sentido común.
- Lo mismo que a Mecano: ay que pesado, que pesado, siempre pensando en el pasado, etc.
El otro hizo como que no les oía y se lanzó a una arenga vibrante. 
- El Emperador nos necesita. Sus carceleros ingleses conspiran para matarle porque, indefenso y todo, aún le temen. Debemos sacarle de esa isla maldita y devolverle a Francia. Allons, enfants de la patrie.
Santi se le quedó mirando otra vez.
-   Ya. ¿Versión Edith Piaff o Mireille Mathieu?
Alfonso puso cara de esas cosas no se preguntan.
- Piaff, siempre Piaff. 
Todos coincidieron. Tantos libros de historia, leídos y vueltos a leer, cuando lo que necesitaba su amigo era una rubia maciza, a ver si lo espabilaba de una vez, al pobre, porque no había más que verlo: se le estaba quedando cara de archivo, con esa expresión cenicienta de los viejos pergaminos del siglo XII. Intentaron disuadirle, pero en vano. Más terco que una mula, el muchacho. Al día siguiente, sin avisar siquiera en el trabajo, se marchó hacia la aventura. Sólo dejó, en el facebook, unas palabras y un enlace a un video de youtube con la Heroica de Beethoven, versión Karajan. Porque lo suyo, por muy loco que le creyeran, era justamente eso, un acto de heroísmo. No podía fallarle a Napoleón: la Historia estaba en sus manos.
Cuando se juega el destino del mundo, palidece cualquier otra consideración. ¿Lógico, verdad? Ustedes, puestos en el mismo lugar, tampoco habrían dudado en vaciar la cuenta corriente. Dejando, eso sí, lo suficiente para la próxima mensualidad de la hipoteca, porque Alfonso hasta en el descontrol se marcaba unas líneas rojas que nunca cruzaría. Aquellos tres mil euros le serían, sin duda, de mucha utilidad, tal vez para comprar armas o voluntades que le permitieran salir de situaciones extremas. Que los pérfidos ingleses son muy taimados.
Mientras viajaba en el avión se preguntaba porque iba a salvar a Napoleón y no a la Armada Invencible, o a los trescientos de Leonidas. Un pensador mediático, al que entrevistaban en "Psicología a punto", le dio la respuesta. La intuición. Según el viejecito calvo de la fotografía, una forma de conocimiento tan buena como otra cualquiera. Y él intuía que de aquella odisea aparentemente descabellada iba a salir algo bueno. Quién sabe, quizá necesitaba riesgo y pasión después de tanto tiempo de no vivir para otro proyecto que el pago de los recibos.
No, no estaba haciendo ninguna locura. ¿Acaso los caballeros artúricos no buscaban el Grial? Pues él se había formado también el suyo, que para eso España es un país libre, rediez. ¿Locura? Locura es entramparse a cuarenta años, como ha hecho medio país al que sólo le falta salir a la calle en romería, gritando hasta perder el resuello aquello de ¡Vivan las caenas!
Había comenzado, como manda el sentido común, por el principio. La Wikipedia le informó de que Santa Elena estaba en África, a muchos kilómetros. Más de los que había imaginado.
- Vaya-, comentó con cierta decepción.
No le importaba comentar la jugada con la pared desde que un psiquiatra, Rojas Marcos, recomendaba hablar sólo. Algo sanísimo. Servía, como el sudor, para eliminar toxinas. En este caso las del alma.
Después buscó un software de envejecimiento. Desde 1815 había pasado mucho tiempo, así que necesitaba tener una idea, ni que fuera aproximada, de cuál podía ser el aspecto del Emperador. Aunque seguro que utilizaba crema antiarrugas, el muy coqueto. Lo imaginaba en París, posando para David, Gérard o Ingres, para después revisar sus lienzos quisquilloso. Con cara de lanzarse a una desaforada venganza corsa si no le representaban como el macho alfa de Europa. 
-   Sáqueme un poco más alto, Monsieur.
Hasta puede que uno de esos pintores reuniera valor para hablarle claro.
-   Nadie es mejor por su estatura, Sire.
A Su Majestad, que le vamos a hacer, le obsesionaba ser corto de talla. Pero, y tú, Alfonso, ¿Te aceptabas a ti mismo o querías, como el emperador, huir hacía adelante para compensar una frustración secreta?
- Secreta la mía, porque la de Napoleón era vox populi-, respondiste con tu manía por la precisión.
- No me fastidies, Alfonsito. ¿Es que no te das cuenta de que vas a quedar ante todo el mundo como un maldito freaki?
- ¿Freaki? ¿Yo? Freaki es el que le ríe las gracias al primer rapero maleducado. Yo voy en pos de alguien con verdadera grandeza, del hombre que promulgó el Código Civil, que puso los cimientos del Estado francés.
Tomó un poco de aire, sólo para volver a la carga. 
-   Hay una gran diferencia. ¿Por qué no puedes verla? No lo entiendo.
Llegaste al aeropuerto exaltado por la discusión. Tenías billete con Air Torrelodones, una compañía low-cost con graves problemas económicos, lo sabías. Hacía tres meses que no pagaban a sus trabajadores, pero un compañero del trabajo había viajado con ellos sin problemas. Confiabas, por eso, en que ahora sucediera lo mismo. Pero en un puesto de información algo te dio mal fario, tal vez la forma en que te miró aquella rubia florero de ojos azules cuando le dijiste con quién viajabas.
-   Air Torrelodones.
La chica te miró como si fueras un apestado. Ah, con esos, exclamaban  sus ojos. Sólo le faltó decir un "que dios le ampare".
Fue entonces cuando tuviste el ataque de realidad. Aún no habías tramitado el equipaje, aún podías desdecirte. Suerte de esos ordenadores en los que consultas Internet por un euro, porque así entraste en facebook para borrar tu despedida. Con un poco de suerte, nadie la habría lo leído. En el trabajo, cuando llegara el lunes, nadie sabría nada. Y, como un vencido don Quijote, regresaste a casa mientras no dejabas de pensar que el sol de Austerlitz te alumbraría en mejor ocasión.

Bernardino de Mendoza
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EL EMBRUJO DE LOS CRISTALES


   Cuando Evaristo Cienfuegos recibió la noticia de que tenía cáncer sufrió tal conmoción que se quedó paralizado con la carta entre las manos, de pie, lívido y yerto como efigie de alabastro, de tal suerte que su esposa, que lo zarandeó y le habló hasta que no tuvo fuerzas, tuvo que recurrir a las artes antiguas de Anselmo el curandero y del ingenio mecánico de una gato hidráulico para conseguir desprenderle de los agarrotados dedos la epístola fatal que había prendido con la fuerza contumaz con que los cangrejos atenazan a sus presas.
   La alocada carrera de la Evarista al salir de su casa y el posterior retorno con el curandero tras sus pasos presurosos no pasaron desapercibidos a las inevitables vecinas que, descuidando sus quehaceres, hilvanaban parrafada tras parrafada en medio de la calle, de modo que, en pocos minutos, a la puerta del hierático Evaristo Cienfuegos se había congregado más de dos tercios de la población local entre desocupados, comadres, niños y perros vagabundos.
   Hizo falta un galón y medio de aceite de coco de la Martinica y tres horas de pacientes friegas sobre las entumecidas articulaciones, y las voces tiples de los niños de la escolanía de la parroquia -que para entonces se habían personado en la casa y desde el fondo de la habitación entonaban pianísimas mazurcas y pavanas en fa sostenido-, para que el cuerpo de estatua silente que presidía el salón de la estancia con sus ojos de vidrio comenzara a relajarse y recobrar el rosado color de la carne, que en el caso de Evaristo era de un pardo tostado, consecuencia de los soles inclementes que lo acompañaban en su diario errar por el monte, pastoreando el reducido rebaño de cabras que había heredado de sus ancestros desde tiempo inmemorial y cuyos orígenes se remontaban a los descendientes de uno de los soldados que acompañaron a Lope de Aguirre en su búsqueda de El Dorado a través del Amazonas y que logró sobrevivir en la jungla a pesar de la locura de su jefe, del dengue y las picaduras de mosquitos de los pantanos, y que más tarde dio en yacer con una indígena, de resultas de lo cual inauguró la estirpe en que habría de nacer, cuando ya el mundo había dejado de ser viejo, el ahora presunto enfermo.
   He visto la muerte, fueron sus primeras palabras balbucientes. En realidad, cuando leía la carta, por su mente atravesó la imagen poderosa, como río de lava, de aquella noche en que llovió con tanta intensidad que la falda del monte se precipitó ladera abajo, arrastrando  todo lo que encontraba a su paso y anegando, en un suspiro atronador, el fondo del dormitorio, e inundando, a su vez, todas las estancias de lodo, ramas y cabras ahogadas.
   Durante varios días estuvo presa de fiebres delirantes que la diligente esposa, siempre asesorada por el sabio Anselmo, se encargó de mitigar con compresas frías de agua de caléndulas y sopas tibias de calabacín. Pero había caído en el mismo estado de mutismo que cuando era una estatua de carne. La Evarista, mientras lo atendía, no cesaba de preguntarle cómo se encontraba, pero que si quieres, sólo esporádicos  suspiros entrecortados y débiles quejidos de plañidera exhausta lograban trasponer el umbral de sus labios trémulos, agrietados como páramos yermos.
   Asustada por el persistente hermetismo de su esposo, Evarista recurrió de nuevo a los oficios del chamán, que exigió para adentrarse en los vericuetos tortuosos del cerebro de Evaristo Cienfuegos una buena jarra de ron de caña y miel de isla Margarita y palitos de mirra y sahumerio.
   Cuando la ingesta deleitosa del dulce licor y la aspiración del humo de incienso lo fueron adormilando, se dispuso al exorcismo y concentró su sapiencia antigua en descifrar las alucinaciones neblinosas que tenían aferrado al enfermo.
   Evarista observaba al curandero con un punto de impaciencia, pues éste más parecía dormitar una cogorza que estar por la labor de expulsar los demonios del cuerpo de su marido. Pero la impaciencia se fue tornando bostezo en aquella atmósfera de humo aromático y dulzón y la parsimonia exasperante del brujo. Sólo cuando la voz estentórea del viejo Anselmo tronó en la estancia, el sopor se convirtió en lúcida vigilia.
   - Que el ave quetzal te proteja, Evarista, porque vas a perder marido y hacienda- fueron las únicas y pastosas palabras del curandero, antes de que comenzara a roncar como trueno de galerna.

   En la mañana del cuarto día de estar postrado en su delirio, Evaristo Cienfuegos dio un respingo y se levantó sobresaltado. Con paso resuelto, como quien se encuentra en posesión de una verdad sublime, se dirigió hasta el arcón, cogió las monedas que guardaba en el fondo del mismo y se encaminó hasta la cuadra. Al cabo, salió montando a Federica, la famélica mula que nadie sabe cómo logró sobrevivir al último diluvio en que ellos perdieron la mitad de su ganado y en el que no hubo pastor que se librara de ver bajar a alguna de sus reses flotando en el río camino del mar. De esta guisa, talonando decidido a la desgarbada acémila, con un pitillo de hebra colgando del belfo y sin volver la mirada, se fue alejando camino de la ciudad hasta que fue engullido por el laberinto inextricable de la jungla.

   Después de varios días en los que nada se supo de sus movimientos, apareció de repente por entre la enramada, con una luz desconocida en la mirada y  las alforjas atestadas de botellitas de licor de las más variadas formas y colores, de esas que se ofertan en las barracas de feria y son el trofeo de los tiradores más certeros.
   La paciente Evarista, que vivía con el alma en vilo desde la premonición del sabio Anselmo, se limitó a mirar a su marido con la resignación de quien confía en los designios sobrenaturales, y lloró por dentro.

   Durante un período de tiempo que parecieron siglos, dos veces por semana, Evaristo Cienfuegos hacía el mismo recorrido hasta la cuidad y volvía con su cargamento de botellitas de licor. Y así se mantuvo hasta que se le acabó la plata y las ferias de los pueblos vecinos fueron incapaces de abastecer su demanda.
   Como quiera que esta inesperada vocación de coleccionista se había convertido en una monomanía que parecía no tener fin, Evarista decidió que lo más prudente era dejarlo hacer, de modo que, a partir de entonces, dedicó todo su empeño a cuidar de las gallinas que, desde que Evaristo enfermó, estaban dejadas a su libre albedrío y picaban acá y allá, sin orden ni concierto, en busca de lombrices y toda suerte de inmundicias.

   Con el devenir de los días, y dado que la pasión por el vidrio minúsculo se había instalado en su voluntad y, como garañón desbocado, lo arrastraba sin freno, Evaristo Cienfuegos vendió las pocas cabras que aún le quedaban para seguir ampliando su colección de botellitas de licor, mientras su mujer veía cada vez más cercana la hora en que su marido le comunicaría la venta de la casa, y extrañada estaba de que a estas alturas todavía no hubiese mencionado el tema, aunque, a decir verdad, desde que éste volviera en sí del exorcismo, no había vuelto a pronunciar palabra alguna ni sobre lo divino ni sobre lo humano. Sólo cuando una pareja de desconocidos con saco y corbata bajaron de un coche que habían estacionado a la puerta de su casa, tuvo la clarividencia de que había llegado la hora, aún antes de que uno de ellos le mostrara el papel de desahucio que acreditaba que habían perdido el escaso patrimonio que aún les quedaba, "por impago de la hipoteca", según le leyó el más estirado de los dos, con un extraño acento de ciudad que le hizo evocar la única vez en que fue a la gran urbe a comprar un mantel de vainica para el ajuar.  Pero a estas alturas,  poco o nada de la vida le importaba a Evarista. Ya hacía tiempo que había desistido, incluso, de cuidar las gallinas, de tal suerte que éstas habían colonizado hasta el último rincón del dormitorio, emporcando las sábanas que un día fueron blancas y percudiendo cuanto encontraban a su paso, que no era otra cosa que botellitas de licor cada vez más opacas y cochambrosas rodando por los rincones. Así que atravesó la estancia y se acercó frenética hasta el arcón, de donde sacó el mantel de vainica que le comprara su mamá y que sólo usaba para las grandes ocasiones, único vestigio inmaculado que perduraba en aquel promontorio de ***** en que se había convertido su hogar, otrora reluciente en su miseria, y, cerrando la puerta tras de sí, con la misma prestancia con que los cisnes pasean sus estirados cuellos por los estanques, cruzó entre los absortos forasteros con paso presuroso, mientras rezongaba con un punto de crispación en la voz: "¡quédense también las botellitas, pendejos!".

   Del miserable y mal parado matrimonio nunca más se supo. De Evarista cuentan que, a falta de hijos que criar, se había marchado a cuidar de su anciana madre, y andaba todo el día con el pelo enmarañado, abandonada de sí misma y la mirada perdida como una loca, a la espera de que su mamá dejara este mundo para acompañarla en el último viaje.
   De Evaristo Cienfuegos tampoco se tienen noticias fidedignas. A veces, los viajeros contaban que lo habían visto en la feria de un remoto poblacho, tirando balines en las barracas para ganarse una botellita de licor, como si fuera un imberbe de pantalones cortos. Hay quien asegura que había muerto de mala manera a manos de un trapecista itinerante que lo había sorprendido amancebado con su novia, pero esas eran historias de gente errabunda a la que no se podía dar crédito. Lo único cierto fue que al año justo de recibir la infausta misiva, el cartero de la demarcación devolvió al hospital una segunda carta por "paradero desconocido" en la que el director felicitaba al destinatario porque había habido un error burocrático y le habían remitido unos análisis clínicos que no le correspondían, lo cual quería decir que no padecía el carcinoma que le imputaban, y que perdonara los trastornos que aquel traspapeleo pudiera haberle ocasionado, por lo demás, apostillaba el firmante, "si usted estima conveniente emprender acciones legales contra esta institución, sepa de antemano que está en su derecho. Atentamente".


Miguel Ángel Amado
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

CARMELA Y SUS BOTINES COLORADOS
                                 
                                                                               
Carmela es todo un personaje. No tiene tiempo ni tampoco espacio. Viene de lejos calzando unos botines colorados que son su magia. Posee el encanto de aquellas personas que parecen haber cruzado mundos enteros antes de llegar a tu lado como si jamás se hubiese movido, de haber estado siempre ahí y de haberlo conocido todo como si ya lo atesorara en algún recóndito lugar de su alma.
El mundo de Carmela está poblado de miles de diminutos seres alados que van poniendo perlas en su camino, que luego irá colocando en el tapete que tiene fuera del tiempo: los días de sol que le encienden el cabello y los  de viento que se lo revuelven, pues piensa que acaso le despeinen el alma también y le gusta sentarse a recomponer el juego que el viento desbarató.
Carmela ama la vida, ama los árboles, los pájaros y las estrellas. Todo observa con un toque de dedicada atención. El amor es su religión que derrama, despreocupadamente, como si sembrara la tierra.
De nada sirve que ponga el despertador media hora antes. Siempre llegará tarde. Siempre. Es su sino como lo es el no encontrar novio. Y eso que Carmela es arrolladora. Resplandece tanto que la belleza se avergüenza de existir. Los espejos también. Los hombres se la comen con los ojos pero Carmela no funciona con clave como los ordenadores. Tiene llave, que es distinto.
Por eso vive sola. Su tiempo y su vida  los llena con otras cosas. Sus botines colorados, su paraguas y su espejo la tienen ocupada. Sus botines que embetuna como si en ello se le fuera la vida y que luego cepilla hasta arrancarles el color. Por  no hablar de su paraguas. En el fondo, ¿quién mejor que él sabe protegerla en los días húmedos de otoño?, ¿ y quién mejor que su espejo devolverle la imagen de todas las mujeres que fueron y serán?
Jamás se sintió sola. Nunca. Ni en la soledad de la ausencia ni en su almohada cuando el sueño no acude. Siempre la mece alguna emoción que la acuna hasta que cae rendida en los brazos de alguna deidad oscura como la noche. Carmela no vive sola, tiene ángel. Los miles de seres alados que la rodean van perlando su camino. Por eso busca el silencio pues sólo cuando acalla el mundanal ruido, descubre ese hilo dorado que la conecta al universo que la rodea. Sólo entonces se siente parte de ese gigantesco puzle que es la vida y en el que la pieza que es ella encaja perfectamente. Y halla su significado como una palabra desconocida de un idioma cualquiera.
Carmela jamás va a misa. Pero le encanta entrar en las iglesias cuando están vacías. Sólo ahí encuentra ese silencio tan necesario. Sólo entonces lo encuentra, a El, en el fondo de su corazón y le charla como a un amigo. Ya ha dejado de pedirle novio. Ha entendido que no es necesario darle nombre, número de teléfono y hasta dirección si hiciera falta. Ha descubierto que él sabe mejor que nadie quien será su compañero.
Carmela no pierde la esperanza. Se deja llevar por las olas de la vida en plena confianza. Sabe que su barca puede zozobrar pero jamás volcar. Tiene fe. Aunque a veces cuando un llanto incontrolado la inunda, ella le pida a El que cierre los ojos para que no la vea llorar. Sabe que no es justo. Tiene otras muchas cosas por las que darle las gracias a la vida. Sólo cuando se ha secado la última lágrima y se ha restregado la cara, le pide a Dios que los vuelva a abrir y haga como si nada. Carmela no llora, le lagrimean los ojos.
Carmela no le teme a la muerte. Sabe que algún día llegará su hora. Sólo se arrepiente que pase tan rápido y todavía le queden cosas por descubrir. Por lo demás, piensa que es un descanso merecido. Sabe que volverá, por eso no le tiene miedo a la muerte. No quiere que la lloren, sabe que volverá a encontrar los que cruzaron su camino. Carmela quiere que la entierren bajo un árbol en medio del campo. No quiere ser una caja más en esas urbes sumergidas que son los cementerios.
...Y a la imagen de todas esas mujeres que fueron y serán, Carmela sabe que, como los árboles que tanto amó en vida, morirá de pie, sin rendirse jamás.

Sylvananavona
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

DOBLE VIDA


Hacía varios días en una charla cotidiana me lo habían contado. De esas tantas historias que son relatadas en los diálogos de novios o de familia para ejemplificar algo y dejar a un lado los desgastados temas políticos o de violencia que se hacen el pan de cada día. Y no necesite más de 15 días para conocer muy de cerca la protagonista de aquel relato que le dolía hasta al más insensible.

Su rostro lo decía todo, el fuerte color de la sangre no parecía dibujar un poco de alegría en sus mejillas, que se hacían tan pálidas como la pared del desgastado baño. Algunas letras de los sonados vallenatos, baladas y música de despecho, se combinaban en metáforas perfectas para darle ritmo al dolor, que sonaba en el alma con la intensidad de los recuerdos que se hacían presentes.

Lloró, una y mil veces lloró, con lágrimas sinceras e indefinidas, tan reales como las de años atrás, como cuando el amado esposo en el estallido de su irracionalidad decidió acortar su vida huyéndole a las sumas y restas de los pesos, con un acto salvaje y aterrador que le apagó los sueños, pero le encendió el sufrimiento a quien le había jurado amor eterno.

Su llanto entró en una mezcla de reclamos a quien creía la miraba desde lo alto, era como si dos canciones se hicieran la misma para hacerle saber que el dolor no era uno, como si la fiesta sombría bailara con otra razón del destino. Las sillas oscuras, el telón donde se proyectabas las figuras de los sueños de quienes se creían artistas, estaban iguales, a lo mejor guardaban más polvo, pero las diminutas manchas eran cómplices de la oscuridad. Tal vez todo se hacía igual, pero el héroe furtivo, que intentó apagar con gotas de lluvia el fuego del sufrimiento elevado, ya no estaba, desde su resignada silla ya no cantaba con su desafinada voz los versos sin rima que le dictaba su alma.

Pensaba que era increíble, pero la soledad que vivía, en medio de la alegría de quienes se abrazaban en pasos coordinados por la bulla y el licor, le mostraban que era más cierto que la misma realidad, un vacío más que universal le marcaba el presente. Meses atrás, cuando su segundo amor luchaba bajo humillaciones por el sueño americano,  en una fría noche estrelló sus ilusiones hacia el norte, cuando el motor de sus sentimientos se dirigía al sur en busca de unos centavos que permitieran ahorrar más esperanza.

La doble vida del amor se multiplicó sin piedad en el más infinito dolor, por eso ni el más efusivo de los abrazos de los amigos del alma calmaba un porcentaje mínimo de las penas que se incrustaron en los sentimientos de niña y de mujer. El implacable destino había dado fin sin preguntas a la vida de quienes se adueñaron de su corazón, por eso la anhelada noche de viernes atormentaba como la madrugada del lunes, que traía los mismos compromisos, sin que el fin de la jornada significara una luz de alegría.

El llanto no se detenía, las lágrimas se duplicaban en sus mejillas marchitas, sus manos temblaban más que de costumbre; una cerveza me llevó a la barra, deseé abrazarla, tal vez amarla y dibujar en su futuro la ausencia de la esperanza,  pero los días que llegaban a su lado estaban impregnados de lo incierto, la bondad de mi corazón no estaba triplicada para iluminar su rostro condenado, mis latidos amaban a la jovencita ilusionada que me acompañaba, y no se atrevieron a enfrentar la oscuridad de la tragedia, al final yo sólo tenía una vida y la fiesta apenas comenzaba.

Kardo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

PAISAJE MARINO


La misma hora, el mismo lugar.
Como cada día, desplegaba sus bártulos delante de él: colocaba el caballete, sacaba las pinturas y las distribuía por la paleta, en una amalgama de colores que poco a poco iba volcando sobre el lienzo, dando forma al paisaje, recreando la belleza que tenía ante sí, y mostrándome la belleza que él no podía ver, porque era él mismo, un cuadro pos sí solo, allí, de pie, en un ligero claroscuro, su silueta marcada sobre el fondo de edificios, feos, no, ni siquiera feos, simplemente vulgares, o tal vez parecían vulgares al compararlos con él, con su altura desgarbada, con su ropa manchada de pintura, con sus increíbles ojos que, sin ser azules, parecían reflejar el intenso color del mar que tenía delante de él, con sus labios siempre dibujando una semisonrisa que parecía estar destinada a mi, que me encontraba justo enfrente de él, pero que sin embargo yo sabía que no iba destinada a nadie en particular, a nada en particular, o a sí mismo, como única ofrenda que se permitía ofrecerse.
Era el tercer día que se repetía la escena, era el tercer día que mi corazón latía bruscamente al salirle al encuentro, mientras el resto de mi persona permanecía allí tirada, sobre la caliente arena, con el bello fondo marino detrás de mi, deseando que mi anónimo pintor se fijara en mi, pero sabiendo que me anulaba por completo, que pasaba su mirada a través de mi cuerpo como si fuera de cristal, cuando en realidad era de gelatina que se derretía cada vez que él miraba en mi dirección.
¿Qué podía hacer?
Nunca le había visto antes, y probablemente no volvería a verle cuando terminase su cuadro, desaparecería de allí como si nunca hubiera existido, y tampoco yo habría existido para él si no hacía algo por evitarlo, pero algo, ¿como qué? Acercarme, hablar con él, eso era lo lógico.
Haciendo de tripas corazón, y de corazón pulmones, respiré profundamente y recogí mis trastos, buscando una naturalidad que estaba lejos de sentir, porque no dejaba de saber que estaba en su línea visual, se tenía que dar cuenta de mi presencia, aunque sólo fuera porque le molestase, porque le cubriese una parte insignificante del paisaje que pintaba.
Conseguí salir de la arena sin tropezar más de cuatro veces, con una torpeza no menos patética por ser habitual, y cerca de él me senté en el pequeño muro que separaba la arena del paseo marítimo, sacudiéndome los pies antes de calzarme, y siempre lanzándole miradas de reojo, esperando que se fijara en mi, deseando que se fijara en mi, temiendo que se fijara en mi.
¿Me estaba mirando?
!Sí! por un momento su mirada se posó sobre mí, sentí sus ojos recorriendo todo mi cuerpo en una fracción de segundo, y a mi sonrisa histérica respondió con su sonrisa suave, dulce, agradable como una caricia, y que como una caricia me hizo sonrojar y desviar tontamente la mirada, para volver a mirarle... ¡demasiado tarde!, también él había vuelto a concentrar su atención en el mar, en la arena, en la playa, en la pintura, por supuesto, ¿para qué iba a seguir mirando a una
idiota que no sabía mantener la vista en lo más hermoso que había en el paseo? No, no podía dejarlo así, había visto a dios, había sentido su mirada en mi cuerpo, había recibido su sonrisa, y ahora tenía que dar un paso más, tenía que acercarme a él, tenía que hablar con él.
Conseguí cruzar esos escasos cien metros con no más de dos tropiezos, y me detuve a su, ligeramente detrás de él, fingiendo observar el cuadro, cuando lo único que veía era su deliciosa espalda inclinada sobre el lienzo, cubierta con una camiseta de tirantes de la que salían sus morenos brazos, tan morenos como las piernas que el corto bañador enseñaba, ocultando sólo el precioso culito que se adivinaba bajo la tenue tela, y una vez más el dueño de tan espectacular cuerpo me miró, sólo un momento, y otra vez me dirigió aquella sonrisa que cualquier dentista odiaría a muerte, antes de volver de nuevo su atención al cuadro, ignorándome brutalmente.
- Es muy bonito -me atreví a susurrar, siempre a su espalda.
No lo había pensado, lo había dicho en voz alta, pero el amo y señor de mi corazón no se dignó hacerme el menor caso, siguió pintando como si no me refiriera a él, y pensé que tal vez pudiera ser eso, que no supiera que me refería a él.
- El cuadro -insistí, en voz un poco más alta- es muy bonito.
Que si quieres arroz, Catalina.
Siguió pintando como si tal cosa, sin siquiera volverse hacia mi, sin darme las gracias por el comentario.
- ¿Seguirás viniendo por aquí cuando lo termines?
Aquellas pocas palabras volvieron a teñir de rojo mi rostro, sin tener la virtud de que el muchacho se dignara mirarme en ningún momento, demasiado orgulloso de sí mismo como para tener en cuenta lo que alguien tan vulgar como yo pudiera decirle.
- Me gustaría volver a verte -insistí, una vez más, sin querer admitir mi derrota.
Nada, ni una mirada, ni una sonrisa.
- Bien, gracias por hacerme tanto caso.
Molesta, comencé a alejarme, justo en el momento en que se acercaba una mujer, con la que me crucé y a la que observé, sorprendida por su evidente parecido con el joven pintor, al que tocó en el hombro para llamar su atención, y al conseguirla hablarle en el fácilmente reconocible lenguaje de signos, cosa que, evidentemente, me dejó muda.
¡Haz algo, háblale, habla con ella...!
La pareja se alejó, paseando cogidos de la mano, madre e hijo compartiendo el lenguaje para mi secreto, y con ellos se llevaron un trozo de cielo, un trozo de mar, y un trozo de mi corazón.

Eme jota
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

#116
Anunciar que, frente a los 21 relatos de la primera edición, esta segunda edición ha superado los 100 relatos, cifra que continua ascendiendo por momentos :yahoo:
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA REDENCIÓN

Carmen comienza el diálogo, ya roto, sobrio y débil. La amapola que parecía crecer en la maleza del desconsuelo, en la tierra gris e inerte de la que brota, cae vencida ante la gota del ojo ajeno. Una Carmen se arroja al fuego y comienza por exigirle el tiempo robado. Le cuenta que se siente sola y enferma, que intenta caminar por la ola con pies de cristal y sin horizonte, desesperada y con miedo.
Es el final de una larga travesía. La leve arenilla que cayó durante años forma un montículo, en esencia pequeño, en presencia, difícil de solventar. Es el final de una historia de amor al uso, de miradas que buscan a quienes no quieren ser encontrados, de caricias estériles, de besos grises y de suspiros mudos, callados. A Antonio le sangra el corazón. La bronca es su antídoto. La blasfemia su expresión. Sin embargo, ahora, todo está dicho. Coge su abrigo y se marcha. La libera, a ella, tentadora, como la guitarra al flamenco, amarrada su cabeza a una larga coleta. Sus ojos, otrora azul cobalto, se esconden tras el párpado, que cae igual que el monte sobre el sol en primavera. En una habitación avellana, salpicada con pequeños animales de plástico, osos de terciopelo y una muñeca de cabeza rota, se vuelve ovillo y rueda al sofá, hacia la miseria que invita a reír y llorar a la vez y a descompás. Con el tiempo acepta el descarrile, la niebla en la traviesa que la detiene y con ello la salva. Lo agradece. Es vital.
La puerta cruje cual gruta de la que emergen lenguas de piedra a punto de quebrar, después de hablar o atacar. En su éxtasis, deja caer pequeños granos de arena y acaso minúsculos trozos de pintura roja que muestra la humedad y el color verdoso de un hogar en peligro de putrefacción. Se marcha sin recoger el hosco agujero en el que vació sus desdichas, en el que derramó sus quejidos. La libera, sin saber Carmen qué hacer con todo ello y cómo luchar contra los cuatro elementos: la tierra, contra la imponencia del muro cuyas rocas no
atraviesan ya vocal ni suspiro alguno, y el agua, que se filtra por aquellas paredes que un día cubrieron con vapor y que ahora se enmohecen por el vaho y el frío que expiden ambos cuerpos. El fuego, al caer, sin elección. Carmen se pregunta qué hacer también con el aire, liberador para el preso, asfixiante en demasía. Desplegar las alas para lanzarse sobre el vacio no tiene sentido.
Si él tuviera el tono de Carmen o siquiera hubiera aprendido algo de ella, seguro que le hubiera dicho en más de una ocasión, antes de terminar con aquella farsa, que entiende que cuando nació sus ojos eran opacos como los de un búho y sus piernas cortitas de paloma. Que siempre se sintiera atrapada cual canario en el espeso árbol. Que no pudiera avanzar porque de sus brazos brotaba vello y no plumas vigorosas que la auparan hacia el cielo. "Si no pude desenredarte de cada hilo, de cada rama, ni te ayudé a avanzar en cada paso, lo siento. Pero pedirme, además, que te deje atravesar libre el cristal para que puedas volar igual que un pájaro, eso Carmen, eso es pedirme demasiado", le diría.
Pero ya era tarde. Antonio calla y la deja del que la liberará de su enfermedad. A Carmen ya no le queda alternativa. Tuvo que huir de un ser masculino a la antigua usanza, coartador, viril y vil al mismo tiempo. Cubrir con lágrimas la imagen que en su día se posó sobre su iris. La fuerza de su presencia siempre logró sus manos, falsamente consoladas. Pero nada más. Quiso alcanzarlo y cambiarlo, más, ¡qué pena!, pues de dos cuerpos contrapuestos sólo puede emerger desconsuelo, y luego piedra, y luego arena.
Paran los días y cicatriza el pesar. Es lunes y su cita, que había esperado ya demasiado tiempo, se presenta ante ella como algo real, posible, al fin posible. Devuelto Antonio al país del que nunca debió salir, y sopesado el peligro entre acabar de enfermar por consentir lo retrógrado y lo absurdo, o vivir; decidida a acabar con la sangre que en forma de manantial
emerge de vez en cuando de sus entrañas, es el momento de dar el paso y terminar con esta sinrazón que hace años domina su vida.
Ataviada con sus mejores trajes, como manda la tradición cuando uno visita a un extraño en un pueblo obsoleto, Carmen sale a la calle. Al fondo, bocas negras tejen el hilo que cubre el cielo con una manta grisácea. En el interior de alguna ventana se adivinan las brasas que atizan las pocas viejas que en la mañana quedan olvidadas por la voz del olivo que aguarda la descarga de su peso. Carmen esquiva las miradas de los vecinos, la curiosidad de los ojos que se escapan por los entreabiertos postigos de un pueblo cruel y antiguo como él sólo. Se detiene frente al caserón de fachada marchita que deja caer el peso de su esqueleto sobre el muro de la vieja iglesia. Otro paso hacia delante y otra despedida. La de la panadería, la misma que llenaba de colores la vieja piedra gracias al reflejo de su dulce cristalera en el exterior. Recuerda sus vitrinas, que firmes como niñas de comunión, mostraban sus encantos al goloso. Era otro tiempo, de sabor a chocolate, de ángeles con cabellos rubios, de sabor.
Avanza hacia su propósito desprovisto de las sinuosas formas que en su día le dieron esplendor. En el horizonte, observa cómo pequeños hombres se balancean al ritmo que marca el gigante que toma el campo cada mañana de invierno. Invade la nada el susurro de la maquinaria leve. Criba la criba la aceituna y la fuerza, mitad disuelta, mitad apropiada por vigorosas ramas. Divisa a lo lejos hombres que desfogan y pegan con la vara a la madre tierra. Las mujeres se arrastran entre sus piernas. Una jornada, otra tarde, siempre. Ahora recuerda cuando era una de ellas, cuando bebió el néctar que engendró costumbre, a veces buena, casi siempre mala. Espera el autobús y reniega del día en que llegó a este pueblo para quedarse.
Hoy ya era otro lunes, atrás quedaron la locura, los celos, la falda larga, las caderas apretadas, las piernas juntas, la brujería, el olor a chimenea. Era su cita con el que la puede liberar, tan anhelada, tan necesaria para su vida.
Vacía como momia, se estremece ante lo que puede acontecer. El autobús la lleva hasta el lugar elegido para la exploración. Desciende por las escaleras del habitáculo y una bocanada de azahar le revuelve el cabello, hoy suelto, mientras avanza sobre la recoleta plaza a la que nadie olvidó colocar su banco, su árbol, su fuente. Una calle la separa del lugar que busca. Hierática, la hilera de flores que divide la calle acaricia la falta a su paso y la decora con pinceladas azules, lilas y rosas. Llega luz de domingo de ramos.
Con más pudor que miedo, no hay opción. Es el momento de cortar el derrame que durante años la atormenta. Ahora no puede volverse atrás. Le invade la ansiedad. Sus ojos ya no se baten con el que va, con el que viene. Sus ojos no dan vida a la miseria. Atrás quedó su ilusión de cenicienta, de blancanieves, de bella en busca de su zapato, su manzana o su bestia. Por fin dejó de ser la enagua en la mesa, el porrón en el patio, la merienda en el zurrón y la faja en la joven universitaria. La punta de la torre que avista a lo lejos le dibuja, cual dedo índice, un nuevo horizonte.
En su cabeza danzan malditas las horas perdidas. Sus manos tiemblan asustadas por la incertidumbre. Se cura o no se cura. Esa es la doble opción. Contiene a la fiera que emerge de dentro, asustada, acorralada, desesperada. Lo mira. Le habla. No hay marcha atrás. Llega su redención: fuera el dolor, adquirida la pérdida, liberado el cautivo. Llega su redención.

Nazareth
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

POR FAVOR, NO RESPONDAN..


Memé

Por favor, no respondan
Subo los escalones hacia el piso apresuradamente, pues es seguro, que mi madre ya estará esperándome con impaciencia. No crean Vds. que vamos a una fiesta, no, vamos al ambulatorio. Los médicos, toda su vida, han ejercido sobre ella una increíble fascinación. Ha seguido con devoción todas las recomendaciones que le han hecho. Ha cumplido al pie de la letra cualquier diagnóstico. Las recetas son un tesoro inapreciable, que guarda celosamente en el cajón de su mesilla de noche. Seguramente, me dirán ustedes..., esto les ocurre a todos los ancianos. Pero, les quiero preguntar: ¿nos ocurrirá a nosotros también?
–¡Mamá, ya estoy aquí!
–Hola hija, estoy preparada. Cojo la tarjeta y nos vamos ahora mismo.
La encuentro arreglada, peripuesta: con zapatos de tacón bajo, pendientes, pulseras, collares, pintada y con la peluca, que se ha comprado para superar su calvicie; sin ella no quiere salir a la calle. Se agarra a una muleta que ya forma parte de su anatomía y arrastra su pie. Intento ayudarle. Me mira a los ojos, como resignada.
– ¡Madre, te pongas como te pongas te voy a coger del brazo, es la única forma de que no te caigas!
–Pero si yo no me he caído nunca, contesta.
–Sí, menos la última vez que, por enseñarme lo bien que subías con la pierna izquierda, te diste un tremendo porrazo y todos los que estaban a nuestro alrededor me echaron la culpa. ¡Por cierto!, todavía no comprendo el porqué.
–Eso fue sólo un resbalón y claro... me caí.
No hemos avanzado ni diez pasos cuando se para y me dice:
–No puedo soportar que me lleves sujeta, prefiero apoyarme en tu brazo.
Tengo que ceder porque no me queda otra alternativa.
Seguimos andando lentamente y la siento incómoda.
–Cuando lleguemos al ambulatorio me suelto, me advierte. Allí me encuentro como en casa, y no necesito ayuda de nadie, me conmina muy seriamente.
Al cruzar el umbral del ambulatorio, va con paso ligero hacia el ascensor olvidándose de usar la muleta.
Llegamos con media hora de antelación. Una sala espaciosa con sepulcral silencio se abre ante nosotras. Sobre las baldosas blancas y negras nuestros pasos retumban. Las paredes verdes de un tono indefinido y las ventanas blancas dan al entorno un aspecto frio, muy poco acogedor.
En un rincón, tres sillas se encuentran separadas del resto. Un orondo señor permanece sentado en una de ellas. La mirada perdida en el vacío, como ausente. Supongo, que espera la llegada del doctor. Todas sus pertenencias están repartidas, con aparente descuido, sobre los asientos.
–Hija vamos a sentarnos aquí, al lado de la puerta, porque somos las primeras, dice mi madre de modo imperativo.
– Mamá, las tres sillas están ocupadas y las demás vacías, nos podemos sentar en cualquier otro lado.
No me escucha, o no quiere escucharme, y decide sentarse al lado del orondo señor. Él, molesto e incómodo recoge sus cosas precipitadamente e intenta replegarse, pues ya mi madre ha tomado posición y ocupa sin más una de ellas. Sin ningún respeto, me llama en voz alta:
–¡Hija ven, aquí tienes una silla vacía!
No me atrevo a levantar la cabeza, contengo la respiración. Por el rabillo del ojo, atisbo la cara del hombre con gesto perplejo. Coge, sin más, sus cosas irritado, enojado y se traslada hacia otro sitio más lejano.
Mi madre refunfuña – ¡Qué tarde es..., y la enfermera sin venir!
–No tienes nada que hacer, no tenemos ninguna prisa, la contesto para tranquilizarla.
Una mujer joven, con paso ligero se acerca hacia nosotras. Mi madre, que generalmente necesita tomarse su tiempo para levantarse, se precipita sobre ella. La doctora retrocede alarmada, al verse acosada por una anciana esgrimiendo en su mano derecha un papel.
–Es sólo para que lo lea, dice mi madre tranquilizándola. No sabe el tiempo que hubiera perdido si no hubiera sido Vd. tan amable.
La doctora lo lee y sonríe.
–Menos mal, comenta mi madre, satisfecha de su gestión. Así no tenemos que esperar.
Algo más tarde, aparece por el pasillo la enfermera hacia la consulta. Pasamos, Tomamos asiento. Saca un cuestionario y empieza con una batería de preguntas que mi madre contesta con desgana.
–Mamá te pregunta la señorita que si caminas..., que necesitas andar.
–Sí, me doy paseos por el pasillo, dice mientras carraspea.
Está cansada de tanto protocolo y de tanta fórmula, ella sólo quiere contarle a la enfermera, alguno de sus múltiples sufrimientos, conseguir la lista de medicamentos y marcharse con sus cuarenta o cincuenta medicinas. No, no es exagerado, es el número de recetas que nos vamos a llevar del ambulatorio.
–Señorita -gimotea- estaba tan contenta con no incomodar a mis hijos..., pero ahora tengo que molestarles porque me encuentro fatal. Fíjese una de mis hijas viene tres veces al día a cuidarme y por la noche a meterme el pie dentro de la cama..., porque yo no puedo. Mi hijo también está pendiente. Mi nuera, ¡bendita nuera!, que me hace comiditas, y mi hija mayor que viene de tan lejos... a ayudarme.
–Mujer, no se preocupe, –responde la sufrida enfermera– son cosas de la vida, mientras la atiendan todo está bien.
Continúa con su eterno monólogo exterior y la enfermera, entre receta y receta, la escucha con la paciencia que parece derrocha, con todos los enfermos.
Llega el momento de marcharnos. Me apresuro a coger las recetas e intento meterlas en mi bolso. Su mano, más rápida que la mía, me las arranca y las coloca por orden en el suyo.
Entre lamentos la arrastro, lentamente, hasta encontrar la puerta.
–Mamá, la enfermera tiene otros pacientes ¡Vámonos! la digo con urgencia.
Abandonamos el ambulatorio. Nos cruzamos de acera. La miro, su cara da muestras de excesivo cansancio.
–Estoy deseando llegar a casa, no puedo más. Cada vez que vengo al ambulatorio acabo destrozada.
Subimos lentamente las escaleras que dan al vestíbulo y, por fortuna, el ascensor funciona. Al llegar, se acomoda en su insustituible silla de brazos. Coge las recetas y las enumera, las coloca por orden: recetas de mañana, de tarde y de noche. Ya están convenientemente archivadas. Respira mucho más aliviada.
–¡Tengo medicinas para dos meses!, ya no tengo por qué preocuparme.
Se remueve incómoda en su silla, sin decir palabra. Presiento que quiere algo más.
–¿Quieres que te encargue en la farmacia las recetas? Sí, si no te importa, me contesta.
–¿Necesitas algunas pastillas? le pregunto para confirmar.
–No, no me hacen falta, todavía me quedan para unos cuantos días.
Entro en la farmacia blanca, reluciente, llena de productos de cosmética. Mujeres hermosas, delgadas, perfectas, cuelgan en cartones, dando a entender lo bien que se encuentran.
Si quieren que les diga la verdad, pienso que es para disimular que, tras esas paredes se esconde el dolor. Esparzo sobre el mostrador todas las recetas. El farmacéutico, un hombre atildado y muy ordenado, me mira sonriente y me dice escéptico.
–¿No las necesitará Vd. ahora?, muchas de ellas tendré que pedirlas.
Quedamos en que las subirá a la mañana siguiente.
De vuelta otra vez, la encuentro ordenando todas las pastillas que tiene que ingerir a la hora de cenar. Las deposita en una bandeja de cristal y las cuenta, una y otra vez.
– ¡Fíjate, cuanta pastilla! total para nada, me puedes decir... ¿qué hago yo, con mi edad, en este mundo?
Me callo, no la contesto. Voy a la cocina, preparo la cena.
Me despido. La dejo mascando bocado, pastilla, pastilla bocado.
A las diez de la noche, ya en mi casa, cansada del largo trayecto de vuelta, el teléfono suena. Lo descuelgo al primer timbrazo. Al otro lado del hilo escucho, una voz quejumbrosa me dice:
–Hija todavía estoy esperando a que el farmacéutico suba las recetas. Aquí acurrucada..., en la habitación de la entrada..., por si no oigo el timbre. Con los nervios de punta ¿No te dijo que las traía hoy...?
–No mamá, te pregunté que si necesitabas alguna medicina y tu contestación rotunda, fue que no. Te las subirá en cuanto las tenga, que será mañana. Como comprenderás, a estas horas de la noche, la farmacia está ya cerrada.
–Bien... te dejo, me dice entre sollozos: no sé si podré dormirme con esta incertidumbre.
Sí..., ya sé que es muy mayor, me dirán ustedes. Que tengo que comprender su postura y que la vida no para ella otra cosa, que: sus médicos, sus medicinas, su ambulatorio.
– ¿Nos pasará, en el futuro, a todos lo mismo?, les pregunto. Pero... por favor, no respondan, no quiero oír su respuesta.

Mercedes Mo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

                                         
HIJOS DEL ODIO
             
                                                                               
I

El pueblo dormita tendido sobre la colina. Allá abajo, corre el río lamiendo la parte baja. Se enrosca como una culebra sobre cuadras y pajares, deslizándose por el valle como una mariposa que revoloteara sobre una flor dormida. Sigue su curso lento y silencioso, se aleja del pueblo hasta que se pierde en la lejanía convertido en una línea verde y gris formada por los chopos y los cañaverales de la ribera. Se deja de ver al tomar una revuelta, pero sus aguas cristalinas avanzan renqueantes hasta morir lejos de las lindes del pueblo.
Antiguamente, el pueblo no era más que cuatro casas mal distribuidas a lo largo del río, pero no donde ahora están, sino mucho más abajo, en pleno valle, hasta que llegó la riada y arrastró con ella casas y animales. Por eso vinieron a hacerlo aquí arriba, en plena colina, donde ahora está, que como dice José el Tonto, a ver si el agua sube hasta la plaza.
El pueblo antiguo lo fundaron los romanos. Y como estaba asentado en un lugar de paso, junto a una encrucijada de caminos, llegaron después los visigodos y más tarde los árabes. Todavía quedan vestigios de lo que fuera el antiguo pueblo romano y restos del viejo castillo moro en lo alto de una montaña. Como lugar de paso que era, por aquí pasaron también vagabundos y mendigos, músicos y trovadores, comediantes y titiriteros, poetas y coplistas, húngaros y gitanos, capadores y albarderos, afiladores y lañadores, y no sé cuánta gente más que llegaba al pueblo tratando de ganar algunos céntimos y un poco de comida.
Después de la riada, reconstruyeron el pueblo encima de la colina, por eso están las casas tan pegadas. En realidad, el pueblo no es ahora más que unas pocas calles estrechas con sus casas apiñadas alrededor de la iglesia. Sólo la plaza es grande y ancha con un olmo centenario en el centro, marcado en su mitad por la hendidura que le produjera un rayo un lejano día de tormenta. La iglesia está al saliente. Tiene una veleta en forma de medio gallo, y tordos y palomas, y vencejos que la rondan los atardeceres de verano. Frente a la iglesia, al otro lado de la plaza, está la escuela. Junto a la escuela está el ayuntamiento. El ayuntamiento tiene un escudo en la pared y un balcón salido hacia la plaza con la bandera de España. Cada año, el primer día de fiesta, el alcalde se asoma al balcón y se dirige al pueblo:
-Queridos paisanos –dice-. Aquí estamos reunidos un año más para celebrar las fiestas. Sólo os pido que reine la paz y la amistad en estos días. Y no lo digo por decirlo, sino porque os conozco bien, y sé que sois brutos como arados.
Tras el discurso, la gente aplaude y grita vivas a su alcalde mientras José el Tonto patalea y ríe con su risa de idiota y mea en el tronco del olmo centenario.
Pero ya el segundo día de fiesta, los mozos habían apedreado a los del pueblo vecino y habían tirado a los músicos al pilón de la fuente, mientras José el Tonto aplaudía y berreaba, escupía y meaba a los que estaban dentro del pilón.
José el Tonto es el único hijo de la Eulalia. A ciencia cierta, no se sabe si nació tonto o se hizo después, pero desde muy pequeño se veía ya que iba para tonto y, de una forma u otra, todos sabían que acabaría en tonto. Era hijo de su abuelo, que si no tenían bastante pobreza y hambre en la casa, llegó otra boca más que alimentar.
José se hizo un mozalbete pidiendo limosna de puerta en puerta. Hasta que un día, alguien le dijo:
-Anda, José, deja de pedir y ponte a trabajar, que edad ya tienes.
Pero como según dice el refrán a ningún tonto le da por trabajar, y como aunque no fuera muy listo que digamos tampoco era tonto del todo, se debió dar cuenta de que aquello de pedir limosna era mejor que hincar el lomo y que con un poco más que se lo hiciera podría pasar de medio tonto a tonto del todo, comenzó a enseñar el pito a las mujeres que cosían al carasol de la tarde, a ir hasta la puerta de la escuela a insultar al maestro, a llamar fascista al alcalde y a masturbarse a la orilla del río, escondido entre los olmos, cuando las mujeres lavaban la ropa, arrodilladas frente al río.
Más tarde, empezó a ir a misa y a arrimarse al cura. Pasó de monaguillo a sacristán, y siguió viviendo del cuento sin necesidad de trabajar.
Pasaron los años. Cambiaron los tiempos y llegaron otros nuevos. En esto, llegó al ayuntamiento un joven de barba larga que dijo ser asistente social, o algo así, y que lo enviaba el gobierno de la Comunidad para ayudar a la gente necesitada. El joven de barba larga dijo que había que dar una paga al tonto. Después de esto, no le quedó otro remedio que seguir siendo tonto para que no le quitasen la paga.
Al abuelo-padre de José el Tonto lo encontraron muerto una tarde de primavera a la sombra de un nogal. Allí estaba, balanceándose sobre una cuerda como una ristra de chorizos colgada en la despensa.
Al Tonto, por hacer una gracia, le preguntaron un día:
-Dinos José, ¿qué quieres?
Y el Tonto dijo:
-Quiero la luna.
-¿Para qué, José?
-Para jugar con ella a veo veo las noches de luna llena.
-Mira, José, ¿no la ves allá arriba, enredada en las ramas del cerro? Anda, corre y cógela.
Y José corrió hasta la cima del cerro. Pero cuando llegó, la luna se había ido a otro cerro. Corrió hasta el otro cerro, pero la luna ya no estaba allí, se había ido a otro. Así pasó José la noche, corriendo de cerro en cerro, hasta que la luna se desvaneció con las primeras luces del alba y José no encontró el camino de regreso.
                                               

                                                               
II


Toribia recorre las calles del pueblo seguida del viejo lebrel. Camina despacio, en silencio, como si fuera un fantasma. Lleva unas alpargatas rotas, un vestido raído y una toca de color negro con encajes colgada sobre los hombros. Dicen, que después de tantos años encerrada en la choza, se presentó un día en el pueblo, desafiante, ufana, buscando venganza, como si quisiera desasirse de tanto tiempo de humillación y vergüenza.
Toribia es una mujer anciana. Toribia ya no atrae a los hombres. Pero en sus tiempos, fue una moza guapa y lozana por la que suspiraron los mozos más ricos del pueblo. Pero ella fue a fijarse en un joven honrado y sin fortuna, y rojo para mayor INRI.
Al marido de Toribia lo fusilaron por rojo al acabar la guerra. Y Toribia, cansada de aguantar rapados, palizas y otras humillaciones, se fue a vivir al chozo de pastores abandonado que hay a la subida de las eras y a esperar tiempos mejores. Allí vivió, sola, olvidada, sin que nadie la molestara durante algún tiempo. Vivía de un pequeño huerto y unos pocos animales que cuidaba. Hasta que una noche de juerga, en medio de una borrachera, alguien dijo que podían subir a joder con Toribia.
Aquello fue sólo el principio de lo que vendría después. Porque los hombres tomaron la costumbre de subir hasta la cueva a abusar de Toribia. Y a la mujer, sola y desamparada, no le quedó otro remedio que entregarse a los hombres sin que de su boca saliera una sola queja, ni un insulto, ni siquiera una frase de clemencia.
-Joder lo que queráis –decía resignada-. Pero por lo que más queráis, no me dejéis preñada.
La cueva de Toribia se llenó entonces de hijos. Del fondo de la cueva, surgían siempre unos ojos que brillaban en la oscuridad mientras observaban como los hombres fornicaban con su madre. Hijos que echaban a andar por el camino de las eras y se marchaban de allí apenas cumplían los doce o trece años.
Pasaron los años, Toribia se llenó de arrugas y los hombres dejaron de subir a la cueva. Una tarde de verano, Toribia vio desaparecer al último de sus hijos por el camino de las eras. Entonces, la soledad se apoderó de ella.
Hasta que una mañana de domingo, cuando ya nadie se acordaba de Toribia, apareció en el pueblo. La vieron caminar calle adelante, altiva, orgullosa. Cruzó el pueblo, subió a la plaza y entró en la iglesia a la hora de misa. Todos los presentes volvieron sus ojos hacia la entrada y la miraron con asombro:
-Es una roja –dijeron unos.
-Y una **** –gritaron otros.
Pero el cura dijo:
-Es una hija de Dios.
-Que la echen a la calle –pidieron unos.
-Que vuelva a su cueva –sentenciaron otros.
Pero el cura dijo:
-Dejadla en paz.
Desde ese día, Toribia baja los domingos a misa y mendiga a la puerta de la iglesia. Hasta que una mañana, se decidió a caminar por las calles del pueblo a pedir limosna de puerta en puerta.
Entonces, las gentes protestaron:
-Es el diablo en persona. Echémosla de aquí.
Pero el cura dijo:
-Es una hija de Dios. Denle limosna.
Y como el cura era una autoridad del pueblo, la dejaron en paz y le dieron limosna.
Toribia baja ahora todas las tardes al pueblo en compañía del viejo lebrel. Cruza las calles seguida por la traviesa chiquillería que corre tras ella, la llama **** y le tira piedras.
-Soy lo que vuestros abuelos me hicieron –dice-.
Pero los chavales continúan tras ella insultándola y tirándole piedras.
Toribia se vuelve otra vez hacia los niños:
-Un poco más de respeto, chavales, que soy la madre de vuestros padres.
Toribia vuelve a la cueva y llora en silencio. A Toribia ya no le duelen las pasadas humillaciones. Toribia llora porque se siente vieja, sola y cansada. Toribia mira sus manos huesudas y demacradas y no encuentra en ellas ninguna huella de su pasada belleza. Toribia llora por el marido muerto y por los hijos perdidos por esos mundos de Dios.
   Los hijos de Toribia regresan todos los años por Pascua. Llegan cargados de regalos para celebrar con ella el día de su cumpleaños. Llegan con sus estrafalarias pintas, sus gorros llamativos, sus camisas de colores y sus raras vestimentas. No entran al pueblo. Toman la senda de las eras y suben hasta el chozo donde nacieron. Toribia llora  entonces, los abraza y les dice lo mucho que los quiere.
   Los hijos de Toribia andan desperdigados por todas las partes del mundo. El mayor, el que es hijo del viejo alcalde fascista, vive en una chavola del suburbio de Villaverde y recoge cartones y trapos viejos por las calles de Madrid. El segundo, el hijo de Miguel el Cacique, trabaja como limpiador de cloacas para el ayuntamiento de una ciudad. Tiene un hijo camionero y otro que trabaja en un alto horno. Un hijo que está de guardia civil en el Norte y otro que es terrorista. También tiene un hijo en la Legión Extranjera, excombatiente de la guerra Vietnam, que ahora está de casco azul en Afganistán, y otro que es mercenario y nunca sabe dónde está. Y la más joven, la única chica, trabaja de **** en el barrio chino de Barcelona.
   Toribia extiende un gran tablero a la puerta del chozo y come con sus hijos. Los hijos de Toribia le cantan el cumpleaños feliz. Toribia sopla y apaga las 104 velas con su boca desdentada. Sus hijos aplauden y la besan. Ella llora otra vez, los abraza y les dice lo mucho que los quiere. Ellos le piden que se venga a la ciudad. Pero ella contesta que no, que nadie la sacará ya del viejo chozo, que aquí se quedará, sola, por los siglos de los siglos, escupiendo a la gente sus miserias. Luego, les desea suerte, que sean felices. Besa a sus hijos, les añade un amuleto más al collar que cada uno lleva colgado al cuello, desfilan en orden por la senda de la eras, y hasta el año que viene por Pascua.
Toribia empina la botella y bebe hasta ahogar las pasadas humillaciones en alcohol. Toribia está borracha, sale a la noche y grita sus penas a la luna. Las montañas devuelven el eco de sus voces como si la escarnecieran. Las voces se hacen cada vez más débiles, se apagan, desaparecen, el infierno las reclama. Toribia desciende por la cuesta de las eras y entra en el pueblo. Camina por las primeras callejuelas, escupe al pueblo, insulta a sus habitantes dormidos. De su boca aflora todo el desprecio y el odio que ha ido acumulando a lo largo de su perra vida, desde que era una niña cuando corría feliz por estas mismas calles hasta ahora que anda como sonámbula por ellas, pobre, vieja y humillada. Toribia atraviesa la plaza, baja por el callejón de las Ánimas y llega a las afueras. Cruza por el puente romano de piedra, pero se detiene cuando llega a la mitad. El pueblo sigue dormido allá arriba. Mira el agua, duda, alza los ojos, implora al cielo, piensa en el marido muerto, en los hijos perdidos por esos mundos. Mira otra vez al agua, ve su figura reflejada en el fondo, parece que la esté llamando. A lo lejos, escucha el aullido del viejo lebrel que quedó atado a la puerta de la choza. Se detiene a escucharlo, pero sólo escucha en el silencio los sonidos de la noche: el canto de los grillos, el rumor del agua, las campanadas del reloj dando su última hora. Toribia mira de nuevo al agua y cree que su figura la está llamando desde allá abajo. Avanza, sube hasta el pretil del puente, da un paso más, cae. El agua la arrastra enfurecida, su imagen se confunde ya con la figura que momentos antes quedaba reflejada en el cauce. Su silueta sube y baja, aparece y desaparece. El río la arrastra, la mece, la abraza con sus innumerables brazos, va borrando de su mente todos los años de dolor, humillación y vergüenza. Pero Toribia se afierra con uñas y dientes a la vida. Se agarra con fuerza a las cañas de la orilla, grita desgarradamente, pide socorro. Pero su grito se pierde en la noche y sólo el viejo lebrel responde a su llamada. El agua bambolea su cuerpo sin vida de lado a lado del cauce. Toribia se aleja del pueblo, el agua se la lleva, la arrastra el río en sus infinitos brazos, se hace cada vez más pequeña, desaparece para siempre, hasta que no queda de ella más que su fantasma vagando por las calles y su espíritu ascendiendo en la noche, desvaneciéndose como el humo por encima de los tejados.   
                                                 

                                                             
III

El espíritu de Toribia se levanta del río y vaga por las calles del pueblo. El viejo lebrel que la olisquea en el aire se enfurece y lanza al viento su aullido lastimero. Su lamento rasga la noche, las nubes se abren y empieza a llover a mares. El río ruge allá abajo como un lobo enfurecido, se sale del cauce, arrastra a su paso los corrales y pajares de la parte baja como un día arrastrara el antiguo pueblo romano.
José el Tonto grita desde la Luna. José grita y llora sin saber por qué, luego aplaude y patalea de alegría sin que tampoco sepa por qué, y mea desde allá arriba como meaba en el olmo de la plaza el día de la fiesta mayor. La luna proyecta tristemente la figura de José sobre el pueblo en sombras, traza sus formas invisibles sobre el perfil de las calles, corren calles abajo arrastradas por el agua hasta que desaparecen engullidas por el río.
Llueve a mares. El pueblo dormita oculto bajo la lluvia. Con la tormenta, se apagan las luces de las calles y el pueblo queda a oscuras. El viento sopla con un ruido ensordecedor doblando árboles, arrastrando hojas caídas. Por encima del furor del viento se escuchan todavía palabras, voces, gritos, ayes, quejas y lamentos que se pierden en la noche.
Los hijos de Toribia vagan por el pueblo con el féretro de la madre a hombros. Preguntan quiénes son sus padres, exigen explicaciones del por qué de su perra vida, del por qué la condenaron a aquella mísera existencia. Los hijos de Toribia caminan con dificultad, se abren paso entre el viento y la lluvia, salen del pueblo, cruzan el puente de piedra sobre el río y llegan junto a las tapias del cementerio. Allí se detienen, dejan el féretro en el suelo, en el mismo lugar donde fusilaron al marido de su madre para enterrarla junto a él. Allí la entierran, en el muladar donde lo enterraron a él, el muladar donde entierran a los rojos y a los suicidas.
Llueve a mares. El cielo descarga toda su ira sobre el pueblo como si de un castigo divino se tratara. Truenos, rayos, gritos, voces. Gritos y voces que ya no se sabe de dónde vienen ni quiénes las pronuncian. Gritos y voces que se confunden con el ruido de la lluvia en los tejados, sobre las calles, sobre la torre de la iglesia, sobre el olmo centenario... Cuando el reloj del campanario da su última hora.

Comala
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente