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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento


EL CLIENTE

Lo que quiero dejar claro desde un primer momento, es que nunca he trabajado de cara al público y el caso que a continuación voy a relatar es solo fruto de mi imaginación, imaginación calenturienta ya que esto en la realidad es imposible que pueda pasar, ya que el cliente siempre tiene la razón, al cliente se le fideliza y no se le maltrata y si el cliente no queda satisfecho se le devuelve su dinero.
Lo que relato se veía venir desde lejos, y digo lo de lejos porque estuve dando largas a un señor durante ocho meses, si, ha oído bien, ocho meses.
Lo cierto es que bien pensado yo al tendero (en este caso yo) le hubiera montado gresca tras gresca, hasta la gresca final, pero he de reconocer que el señor tuvo paciencia infinita ante mis indicaciones y la dejadez de una central descentralizada, apática, inútil e inoperante. El señor en cuestión, tuvo la osadía de comprar en navidades un coche eléctrico de radio control de dimensiones gigantescas, pero de calidad mínima. Era gigantesco porque yo me podría haber montado en el dichoso coche y podría ya que estaba encima haberme ido a la *****. El coche valía 100€. Imagínese la situación, el señor buscando un regalo de navidad para su hijo y de repente apareció ante el, "el supercoche" sin dudarlo un momento, lo cogió, lo empaqueto y lo pago, vamos un "vini, vidi, vinci" a lo cutre. El día de Reyes, el chaval se levanto y vio que tenía el regalo más grande, más espectacular y más mejor del mundo, y por supuesto su "papi" también era el mejor. Pero lo mas maravilloso de todo era que el coche era con control remoto, así que podría manejar semejante monstruo, hacia delante, hacia atrás, hacia la derecha, hacia la izquierda, eso si a baja velocidad y no mas de diez minutos seguidos después de un modesto tiempo de carga, veinticuatro horillas de nada.
Todo bien, hasta que en algún momento en plena conducción de su todo terreno, ¡zas! Dejo de funcionar como por arte de "birli-birloque". El niño se lo diría a su padre y este fiel a su amo se presento en la tienda con el coche, y para ser justos, en el plazo que marca la ley para reparaciones o reclamaciones por objetos defectuosos.
El señor trajo el coche incluso en su caja y en un estado más o menos decente. Me indicó que el coche había dejado de funcionar sin motivo aparente. Las preguntas de rigor, ¿carga de batería? ¿pilas del mando?, examine el coche, estaba usado pero no en exceso, mi dictamen fue que había muerto.
Le tendría que haber cambiado el coche y punto, o le tendría que haber dado otro coche
parecido, me hubieran echado una bronca de central y punto, fin de la historia. Pero la empresa no devolvía el dinero, y al pasar de cierto dinero, el dictamen de la avería, lo tenía que hacer el servicio técnico, por supuesto nuestro.
-Mire- le dije al cliente-yo no se lo puedo cambiar, es el servicio técnico el que dictamina lo que le ha pasado al coche, son las normas de la empresa y en un plazo de dos a tres semanas usted tendrá su coche reparado o un producto similar.
Y le dije esto porque el coche había muerto, había dejado de funcionar por lo malo que era y ya esta. El señor quedo satisfecho y yo me quede con la sensación de que el coche monstruoso me daría algún quebradero de cabeza.
Bueno, el coche se fue al servicio técnico y con las mismas y en igual estado al que se fue vino, incluso antes de dos semanas, lo cual significaba que no se habían dignado ni a mirarlo, que es lo que solían hacer en los casos en los que no tenían ni **** idea de lo que le pasaba al coche. Llamé al señor, que se persono en la tienda y le intente explicar lo mejor que pude el dictamen del servicio técnico. Que venia a decir más o menos lo siguiente:
-El juguete en cuestión tiene barro en las ruedas lo que significa que se ha metido por
terreno húmedo, la placa base se ha mojado y por lo tanto el coche ha dejado de funcionar. La rotura se ha producido por mala manipulación y no lo cubre la garantía.
El hombre por supuesto no admitía que un coche con una semana de juego se pudiera
romper y por supuesto menos aceptaba que su hijo lo hubiera estropeado. Le intente hacer ver que lo habían examinado a conciencia y que estas conclusiones las emitía un servicio técnico totalmente imparcial.
El hombre por supuesto se negaba a creer a nada y me decía que no se iba de allí hasta no llevarse otro igual. El problema era que no había coches iguales ya y que yo no estaba muy dispuesto a ponerle cien euros en la mano.
Llame a central para ver que se podía hacer, o para ver si me autorizaban a devolverle el
dinero, y nos quitábamos un problema tonto de encima. Manda el coche otra vez me dijeron en central, muestra inequívoca de que la primera vez no había nadie mirado el coche.
Vuelta a explicarle al señor las cosas, y el coche que se vuelve a quedar en la tienda, y el hombre que ya no se fue muy contento.
No supe nada del coche hasta el mes de abril, es cierto que por dejadez mía, no me interese lo mas mínimo por lo que le podría estar sucediendo al bólido, pero desde central tampoco se tomaron ninguna molestia en contactar con el señor. Cuando llego el coche avise al señor, y este se presentó en el mes de julio. Venia cabreado, porque sabía que el coche no se lo iba a cambiar. Por lo visto unos días antes había llamado al teléfono de atención al cliente y desde allí también le habían dicho que no le cambiarían el coche, que ya estaba en tienda y que pasara a recogerlo, pero que no se lo cambiarían. Supe que venia cabreado porque tacho a mi compañero de central como: "el maricón ese del teléfono". Me dijo que si no le resolvía el problema volvería y veríamos a ver que pasaba, le dije que tenia hojas de reclamaciones a su disposición, que si esto, que si lo otro, vamos, capotazo por aquí, capotazo por allí.
Por la tarde estaba yo tan tranquilo y se presentan cuatro tíos, y no es que yo sea pocho, y no me amilano así como así, pero estos eran mal encarados. Pensará usted que me lo hice encima y sin moverme del sitio, pues no se crea que me dieron ganas de decir aquello de "tierra trágame" y rapidito, pero aguante el temporal. Uno de ellos me dijo que tenía un gimnasio de Kick-Boxing. El jefecillo de la caterva era el hermano del señor, osea el tío del niño y era él, el que le había hecho el regalo al niño, entiéndase: su sobrino. Pardiez que venia enfadado. Uno de ellos comenzó a
comprobar la consistencia de las góndolas, ya que tenia intención de derribarlas todas, el del gimnasio me decía que el se dedicaba a partir caras, y yo tenia todas las papeletas.
El tío del niño me comentaba que a las malas podía llegar a ser un delincuente peligroso y que no le tocara los huevos, cosa, que bien le digo no apetecía ni lo más mínimo. No me negará, que la escena no era un poco surrealista, y las cosas no me pintaban nada bien, pues así y todo, saque fuerzas de donde no las había, y rebatí todos los argumentos que "el grupo salvaje" me dio, y así conseguí que como en las películas de mafiosos me dieran una demora en mi ejecución. "Te doy veinticuatro horas chaval para que soluciones el problema", si no volverían. En otras circunstancias y con otros personajes, a lo mejor hubiera actuado de otra manera, pero sabia que mis amigos volverían, igual que volvió "Terminador" en la película y destruyó la comisaría entera, y lo que era peor a todos los que allí se encontraban.
"El grupo salvaje" se marcho, quede a solas con mi yo interior y después de dos minutos de profunda reflexión dictaminé que lo mejor seria darle otro juguete al señor y dejarme de historias. Si, me declaro culpable de no haber cumplido las normas de la empresa, pero también pienso que yo estaba detrás del mostrador para dar un servicio al cliente, no para que me partieran la cara, o lo que es lo mismo, el miedo es libre.
Al día siguiente, para que no pareciera que me había cagado en exceso, llame al hermanísimo y le dije que tenía su problema resuelto, que se pasara cuando quisiera.
El tío vino al momento, se llevo un par de juguetes por el valor del otro coche y a tomar por el culo, caso cerrado. Así es la vida, y a veces lo mejor es una retirada a tiempo, lo que sucede que es complicado saber cuando retirarse y también es complicado saber hasta donde puedes apretar a un cliente. Hay que reconocer que aguantar ocho meses para que te solventen un problema con una castaña de coches, suena a guasa, y si bien al final todos perdimos los papeles, también queda demostrado que este señor demostró tener una paciencia digna del mas pintado, y la paciencia también se acaba.

Ignacio Groelio
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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ANA, SANTIAGO Y DIEGO

I
Ana, Santiago y yo dormíamos juntos desde que se destruyó la casa. Yo tenía cuatro años y debería recordarlo todo de manera muy vaga, pero las sensaciones fueron tan intensas, que puedo revivir cada escena casi con lujo de detalles. Él siempre quería abrazarla... decía que porque era el mayor, no obstante que yo siempre le recordaba que Ana tenía dos años más que él... entonces decía que eso no importaba porque él era el hombre. Yo quería ir al medio, por eso me molestaba... Tenía miedo de las bombas... El sonido de las explosiones que me despertaba todas las noches... las pesadillas, el recuerdo del fuego y de los escombros... entonces yo pasaba por encima de él y me acurrucaba entre los pechos suaves y tibios de Ana... y ella me abrazaba tiernamente hasta el amanecer.
   Ana tenía catorce años, los cabellos largos y castaños, era espigada y frágil, algo pálida y de ojos claros... mi madre decía que había tenido complicaciones al nacer. Siempre tuvo problemas de salud, así que, por nuestra casa, de cuando en cuando circulaba todo un desfile de doctores. Aun así, yo creo que Ana era la más fuerte de nosotros, porque a Ana siempre parecía sucederle lo peor y nunca moría... al poco tiempo volvía a sonreír... siempre con ese rostro débil y ojeroso, pero volvía a sonreír.
   Santiago, por el contrario, parecía estar sano todo el tiempo. No lo recuerdo enfermo ni una sola vez. Era imparable, siempre andaba merodeando entre los jardines, trepado en los árboles, molestando a la servidumbre, y escapando en la noche para ir a nadar al lago sin ropa, porque decía que así era más emocionante. Creía que si lo atacaba un animal salvaje lo vencería fácilmente con la destreza de un héroe mitológico; su gran decepción, consistía en que nunca lo había atacado ninguno... era un tipo con suerte, mi hermano.
   En realidad, los tres teníamos más suerte que otros chicos de nuestra edad. Vivíamos en un pequeño paraíso alejado de la ciudad. Para tener algo, sólo había que pedirlo. Casi no veíamos a mi padre, pero sabíamos que llegaba tarde, de noche, y casi no veíamos a mi madre, pero sabíamos que se perdía entre las habitaciones de la enorme casa... Nada nos molestaba siempre y cuándo pudiésemos estar cerca los tres... o casi los tres... porque en realidad lo que yo siempre quise era estar cerca de Ana...

II
"Ya es hora de que aprendas a destetarte"- me decía Santiago todas las mañanas. Amanecía siempre de mal humor y lo primero que tenía que hacer era llamarme la atención por haberme puesto en medio de los dos mientras dormían. Hablaba con tono de menosprecio mientras mordía los restos de una manzana que había encontrado en el basurero, y no se cuidaba de escupirme en la cara mientras hablaba. –"Ya estás grande para tener tanto miedo" –decía- "Estamos solos... y pronto serás un hombre". –"Pero tú siempre duermes cerca de Ana" –le decía yo- "Eso es distinto, hermanito... yo soy el jefe ahora, y es mi deber proteger a Ana". Cada vez que decía eso, yo sentía que en mi interior, crecía con furia el deseo de ser más grande y más fuerte que Santiago...

III
En el año 14, después de la colonización, el lugar en el que crecí y sobreviví, se había transformado por completo. El lago había desaparecido, las ruinas habían sido removidas totalmente al igual que los pocos árboles que aún quedaban en las zonas cercanas después del bombardeo. Era una ciudad moderna en todo sentido y de extremo a extremo, por lo cual estaba también llena de vigilancia (aunque no pudieses percibirla), y había que moverse con cuidado. Ya quedaban pocos de los nuestros... en realidad, la mía era una de las tres últimas legiones de rebeldes a nivel mundial; las tres grandes alianzas habían triunfado, pero a nosotros no nos quedaba otra que seguir peleando... era la única razón por la cual seguíamos vivos.
   No había visto a mi hermana desde el incidente del primer año, pero la había soñado día y noche. Hasta el día hoy, no le perdonaba que lo hubiese preferido a él.

IV
Caía la tarde. El asfalto quemaba. La sangre de mis compañeros, formando charcos sobre la pista, casi se confundía con el color de las nubes. Parecíamos piezas de una obra de arte trágico,  una obra que no podría apreciar por mucho más tiempo, pues las botas se aproximaban hacia mí. Era el siguiente. Sentí el choque del arma contra mi cabeza. No quise cerrar los ojos. Decidí que iba a morir con ojos abiertos. Cuando él llegó.
-   Suéltelo, soldado... Borre esa cara de idiota y suéltelo de una vez. Yo me haré cargo.
-   Como diga, capitán.
El soldado retiró el arma y me ordenó levantarme mientras golpeaba la punta del botín contra mis costillas. Me levanté. El capitán me mostró el revólver e hizo ademán de dispararme contra el rostro. Río. Luego me obligó a subir al auto en el lugar del copiloto. Nadie más nos acompañó.

V
-   Tanto tiempo sin verte, hermanito.
Sí, a Santiago tampoco lo veía frente a frente desde aquella tarde.
-   Vaya si has crecido... quién te vería todo barbudo y con el pelo largo... Sí tienes pinta de revolucionario... y se ve que también comes tan mal como ellos.
Desde que era un niño ya se notaba el potencial de cabronazo que tenía Santiago. Se había convertido en un sujeto de metro ochenta, fornido, erguido como un roble; tenía el cabello rubio y los ojos verdes... Seguía viéndose como un hombre que nunca se ha enfermado de nada, sólo que su expresión parecía haber perdido la frescura y la vitalidad que lo caracterizaban... Algo había cambiado.
-   Cómete algo.
Me lanzó un sándwich.
-   Prueba algo decente siquiera antes de morir... y no me mires así, que no soy yo el que te va a matar, pero vas a morir, tenlo por seguro.
El auto seguía deslizándose por la autopista.
-   Ah, vamos, traga, que a fin de cuentas, si no tragas, te caerás antes de que puedas intentar escapar o apuntar contra alguien para salvar tu vida.
Tragué.

Santiago encendió un cigarrillo y empezó a fumar. Yo detestaba el humo y él me lo lanzaba en la cara igual que cuando niño lo hacía con los restos de manzana que escupía mientras hablaba.
-   Así que el "camarada Diego" –dijo-... Pensé que siempre se cambiaban el nombre... Supongo que querías que te recordemos... o,  mejor dicho, que Ana te recuerde.
Sí, quería que Ana me recuerde.
-   Es una lástima, pero Ana no podría recordarte ni aunque le grites quién eres en la cara; Ana está completamente loca.
Ana estaba encerrada en la habitación 303 del manicomio para prisioneros políticos.
-   Sé a lo que has venido, Diego... y sólo yo puedo ayudarte.

VI
El incidente ocurrió tres meses después de la destrucción de nuestra casa. El Partido quería desaparecer cualquier rastro del régimen anterior, y ello incluía eliminar a su descendencia. Nos encontraron durmiendo juntos, como siempre, sobre el colchón sucio del sótano, que era lo poco que no quedaba en ruinas de nuestra antigua mansión. Los soldados nos sacaron a empujones y aquella vez sentí el asfalto tan caliente como la tarde en que me reencontré con Santiago; también tenía un arma contra la nuca, y también fue un rango mayor el que interrumpió, pero no para llevarme a mí, sino para llevarse a Ana.
Regresaron varios minutos después... minutos que sentí eternos bajo el calor intenso de la tarde y los escupitajos de la tropa. Ana tenía los ojos hinchados y enrojecidos, el rostro sucio de quien ha tratado de huir y se estrelló contra el barro... "Se ha hecho daño" –pensé, porque el vestido traía manchas de sangre.
Después soltaron a Santiago. Lo vi correr hacia Ana, quien lo recibió en sus brazos llorando. Los soldados los cubrieron con una manta y los hicieron caminar de frente. Subieron al auto.
Yo me quedé tirado en el asfalto, en medio del charco de sangre que me dejó la bala de un soldado en la pierna, sólo por diversión...

VII
Mi hermano recibió el amparo del nuevo régimen, fue reeducado y entrenado para entrar al ejército. Su desempeño superó las expectativas y fue ascendido a capitán con sólo veintiséis años. Yo fui rescatado por los rebeldes. Ana siguió siendo violada por el general del ejército durante los primeros tres años; después se volvió loca y la encerraron.
   Santiago me dijo que sabía que yo quería matar a Ana, y que era el único que podía ayudarme. Sabía que tenía razón puesto que la "guerra" (si todavía podíamos llamarle así) estaba perdida. Yo mismo estaba solo. Todos mis compañeros de misión habían sido asesinados. La misión estaba abortada; sólo quedaba lo que yo, independientemente de los planes de la guerrilla, tenía que hacer, y la única forma de llegar a Ana sin ser asesinado, era escuchar lo que Santiago tenía que decirme.
   Abrió la puerta.

-   Bien, ya tienes lo que quieres. Ahora lárgate, y asegúrate de no morir antes de hacerlo... También asegúrate de no volver a encontrarme, porque entonces yo te mataré.

VIII
Santiago había amado a Ana con todo su corazón. Cuando éramos niños, aun antes de quedar huérfanos, él siempre estaba pendiente de ella. Yo sabía que en realidad todas sus hazañas de bravucón eran para impresionar a Ana. Ana sonreía. Santiago era un chico valiente. Siempre que escapaba al lago por las noches, regresaba con flores y caracoles de regalo para Ana. Santiago era todo lo que yo quería ser. Estaba celoso de Santiago porque atraía a Ana, y él estaba celoso de que Ana me acogiera entre sus sueños. Yo era el hermano pequeño, el "hijito" de Ana, un hijito libidinoso que busca con ansias los pechos de su madre... pero ella lo amaba a él.
   Santiago había cerrado la puerta del coche y estaba a punto de arrancar.
-   Una última pregunta –lo retuve-. ¿Por qué haces esto?
-   Por venganza.

IX
Ana... seguías tan hermosa como la última vez que te vi... Parecías una diosa caída en desgracia con el rostro lleno de tierra y el vestido ensangrentado. Los años no pasan sobre ti, Ana... pareces la misma joven de catorce, con el cabello largo y castaño, con los ojos claros, tristes... Pálida... tal vez un poco más pálida porque la luz no te alcanza en esta habitación oscura... ahí, sentada con los hombros encogidos, con esa camisa áspera maltratando tu fragilidad, atando tus movimientos. Una parte de mí quisiera liberarte... otra parte de mi ser ansía destruirte... pero qué es la muerte sino el encuentro entre la más plena libertad y la total destrucción...
   Me acerqué a ti y me postré de rodillas. Me miraste. Creo que tus ojos brillaron un poco. El tiempo ha respetado hasta tus lágrimas de la última vez... porque siguen en el mismo lugar. Déjame besar tus labios, Ana... déjame ocupar el lugar del hombre que siempre amaste por esta única vez...
   Ya está... aunque no me reconozcas, Ana... soy el niño que acogías todas las noches entre tus pechos y que luego dejaste tirado en el asfalto para abrazar al traidor.
Soy Diego... tu hermano, y he llegado hasta aquí porque debo apagar el rencor que sembraste en mi corazón... y que he anidado durante todos estos años, para seguir con vida.
Silencio.
Aire.
Disparo.
X
En ese momento entró el capitán. Yo estaba de espaldas, con el cuerpo reclinado hacia el cadáver, tragando agua con sal, pero sabía que era él... reconocía el sonido de sus botas.
   Abrió la puerta de golpe. Giré hacia él. Encendía un cigarro y sonreía.
-   Ahora me he vengado de ti –echó humo por la boca-.
Volvió a mí la escena del general llevándose a Ana.

-   El trato no fue por mí –se buró Santiago-... ellos me querían en el ejército.
Santiago era el más fuerte de los dos.
-   El trato fue por salvar tu asquerosa vida.
No.
-   Ana se dejó violar para que no te maten a balazos aquella vez.
No.
-   Gracias por liberar a Ana, hermanito... -se acercó, me pateó a un costado y levantó el cadáver con cuidado para sacarlo de ahí-. Al fin podrá descansar.
Se alejó. Caminó con la muerta en brazos, tiró la puerta y salió.

Alexiel Vidam
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA ÚLTIMA ESPERANZA

Hace tiempo que no escribo por eso de los exámenes. No tengo apenas tiempo para chatear con Lis y contarle cómo van las cosas. Además, con todo este lío de apuntes y libros, me ha entrado una pereza enorme que me impide ponerme delante del teclado y dejarme llevar como en otras ocasiones. Sin embargo, hoy es diferente.
Escribir me sirve para relajarme y para poner en orden ciertos pensamientos que me rondan últimamente.
El martes viví una experiencia que creo, me ha marcado profundamente y para toda la vida. Hasta entonces no sabía lo cruel e injusto que podía llegar a ser el mundo que me rodeaba y la impotencia que se puede llegar a sentir en décimas de segundo.
Hasta ese momento pensaba que lo más importante era salir con chicos, pillarme la borrachera padre el fin de semana, estudiar cuando no había más remedio y pasar de todo y de todos. Pero no es así. Por lo menos desde el martes.
Me dirigía al instituto como cualquier otro día, con la diferencia de que tenía que hacer un examen de matemáticas con la ingenua intención de aprobarlo y quitarme esta asignatura de una vez por todas.
Como era de esperar, mis esperanzas por hacer un examen brillante sólo se quedaron en eso, así que decidí no hacer más garabatos sobre el papel y salir de clase lo más airosamente posible.
Cuando me dirigía en dirección al parque donde nos solíamos juntar a la hora del recreo, oí un tremendo golpe seco. Fue en ese preciso instante cuando mi alma empezó a resquebrajarse.
Un motorista saltó por los aires delante de mí con tan mala suerte que su cabeza chocó de lleno contra el bordillo....no llevaba casco.
En un principio, no me percaté de la gravedad de la situación ni cómo había sucedido todo.
Fui corriendo hasta donde estaba tendido. Tenía toda la cara cubierta de sangre, los ojos cerrados y sufría convulsiones. No me había dado cuenta de quién era...hasta que reconocí su camiseta: era Daniel.
"No es posible", -dije en voz baja-,"si esta mañana le he visto antes de entrar a clase". Pero sí, era él y ahora estaba en el suelo luchando entre la vida y la muerte.
Yo estaba ahí de pie, mirándole, quieta sin saber qué decir, qué pensar...Se estaba desangrando y no podía hacer nada. Sentía como el mundo, mi mundo, se hubiese parado en seco. No había nada más, nadie más...sólo estábamos él y yo.
La ambulancia tardaba en venir y la impaciencia y los nervios afloraban entre todos los que estaban alrededor de Daniel. Entretanto, yo seguía sola ante él, repasando cada uno de los momentos que habíamos vivido juntos en los últimos meses y en cierta manera, despidiéndome de sus recuerdos poco a poco. Aún así, seguían quedándome fuerzas para la esperanza, la última.
Daniel seguía tumbado en el suelo, inmóvil, sangrando y sangrando mientras el sol lucía de manera intensa como nunca. Hacía calor, demasiado y la ambulancia no llegaba.
Tras unos minutos interminables, unas sirenas lejanas rompieron ese silencio monótono que había comenzado quince minutos antes...Y yo seguía allí de pie, sin gesticular palabra, preguntándome cómo se sentiría Daniel, si es que aún podía sentir algo.
Intentaron reanimarle en el mismo asfalto: tubos, oxigeno, gasas... pero todo era inútil. Daniel no reaccionaba por lo que sólo quedaba trasladarle al hospital.
Todos se quedaron allí alrededor de un charco de sangre, petrificados y horrorizados por lo ocurrido. Entretanto, yo desperté de mi letargo accidental. No entendía qué hacían esas personas paradas mirando al suelo y llorando.
Yo quería ir al hospital para saber cómo estaba Daniel, porque la incertidumbre me estaba ahogando. Sin vacilar ni un solo instante más, cogí un taxi hasta mi destino. Un viaje eterno que me valió para ordenar mis pensamientos confusos. Tras recapacitar unos instantes, me di cuenta de que por primera vez en mi vida había rezado un Padre Nuestro de corazón, sin pedir nada a cambio para mí, como solía ser habitual en época de exámenes. Lo había hecho desde dentro, con la suficiente fe como para creer que Daniel iba a sobrevivir y que todo lo que estaba pasando se quedaría en un mal recuerdo. Pensar en todo esto me tranquilizó bastante. Pero la pesadilla no había hecho más que empezar.
Al llegar a urgencias, tuve una sensación rara, una de esas que es mejor no experimentar nunca. Cuando iba por el pasillo, la gente me miraba con lástima, tal vez conmovida por mi cara pálida y completamente desencajada. Al final del pasillo, casi como en un túnel oscuro estaba Óscar, quien negando con la cabeza no tuvo valor para decirme, lo que yo sin palabras, ya sabía: Daniel había muerto.
De nuevo, volví al letargo del que había salido apenas unos minutos antes con la diferencia de que ahora no había marcha atrás. Él no volvería a abrir los ojos nunca más. Sentí cómo un escalofrío recorría mi espalda. Mi corazón latía a mil por hora. No podía moverme, mi cuerpo era demasiado pesado para hacerlo. No podía creerlo. Él ya no estaría junto a mí, riéndose, charlando conmigo, compartiendo sus secretos, besándome... Una lágrima recorrió mi mejilla. Sentía dolor y rabia. De pronto, recordé el pensamiento tranquilizador que había tenido en el taxi y un intenso rencor se apoderó de mi. "¿De qué me ha valido la fe? ¿Quién es Dios para llevarse a Daniel? ¿Por qué Daniel?",-gritaba en alto una y otra vez-.
Me dolía tanto el alma que salí corriendo hacia ninguna parte. No quería mirar atrás...
Había pasado la noche sin dormir y no había probado bocado. No tenía ni fuerza ni ganas. No querían que fuera sola al funeral, aunque yo me empeñaba. Así que vinieron a buscarme a casa. Seguía ausente en mis pensamientos, en mis recuerdos, en Daniel.
Llegar a la necrópolis no hizo más que intensificar todo el dolor que sentía dentro. "Me dijiste que este verano nos iríamos de acampada y que me enseñarías a pescar", -pensé fugazmente-, "que siempre estarías a mi lado y que cuando cumpliéramos 18 podríamos hacer más cosas juntos sin que nuestros padres nos pudieran decir nada. ¿Por qué no cogiste el casco? ¿Qué hago sin ti ahora?".
No aguantaba más y tuve que salir corriendo y esta vez sí, rompí a llorar.
Un ramo de claveles blancos era lo único que quedaría de ti en ese maldito bordillo delante del instituto...el rojo nos conmovía demasiado.
Seguía sin creer como alguien tan lleno de vida, ya no estaba y yo sí, al igual que miles de personas que no se lo merecían. ¿Por qué Dios le había señalado con el dedo?
Muchos de mis esquemas se rompieron en ese preciso instante, entre ellos, el valor de la fe. No podía seguir creyendo en alguien tan injusto. Y así ha sido.
Daniel ya no está, pero su recuerdo ha quedado en mí... y aún sigo sin entenderlo. Lo único que sé, aunque suene paradójico, es que su muerte valió para abrirme los ojos y cambiar mi vida. Simplemente por eso, gracias.
Creo que ya entiendo el motivo por el que necesitaba escribirte: hoy cumplirías 18 años.

Flor de Loto
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL SUEÑO OLVIDADO

Como casi todos los niños, cuando yo era pequeña soñaba con lo que iba a ser de mayor.
Por aquel entonces las niñas cantábamos una cancioncilla sobre nuestra vocación futura que decía así:
"Quisiera saber mi vocación, soltera, casada, viuda o monja..."
Algo tan inocente como eso causó en mi uno de los primeros conflictos serios de mi infancia, yo no quería ser ninguna de esas cosas
Yo quería ser artista.  No sabía muy bien cual iba a ser mi arte pero estaba convencida de que antes o después yo sería famosa, y que allá donde fuese brillaría con ese arte mío, aún por descubrir.

Mientras tanto, en el colegio mis compañeras soñaban con ser misioneras y dedicar sus vidas a convertir a los pobres negritos, para  los que todos los años postulábamos el día del Domund.
Se veían a sí mismas como protagonistas de esas historias de mártires, que con tanto realismo nos relataba la madre Genoveva, y que preferían morir despellejadas a perder su virginidad en manos de algún infiel que sin duda querría violarlas.

Yo en esos momentos me sentía avergonzada y reconcomida conmigo misma. No solo no compartía esos cristianos y abnegados propósitos, sino que en el colmo del desatino, soñaba con unos brazos brillantes como el ébano que me abrazaban frenéticamente.  Y lo que es peor aún, no solo no me resistía, sino que me entregaba a ellos con una pasión impropia de una alumna de Nuestra Señora del Rosario.

Al ir creciendo, la vida como si de una potente máquina segadora se tratase, se encargó de ir segando mis fantásticos sueños.
Todo fue tan rápido que ni siquiera fui consciente de cómo cada uno de mis proyectos, planes y deseos, se fueron desvaneciendo.

De repente casi sin darme cuenta tenía novio. Yo por aquel entonces estudiaba en la universidad y pensaba seguir haciéndolo, pero sin saber muy bien porqué accedí a sus deseos y abandoné los míos

Mi sueño más inmediato se convirtió en llegar a fin de mes. Después  en encontrar otro trabajo para que los niños pudiesen ir mejor vestidos y poderlos llevar al mejor colegio. Luego en ahorrar para comprarnos un piso más grande y seguir pagando las letras del coche, mas tarde  para que mis hijos fuesen a la universidad. . .
Entre medias sacar tiempo de donde no había para cuidar de la casa, y en temporada llegar la primera a las rebajas, para conseguir ese fantástico modelito que me haría parecer la estrella que ya nunca sería.

Y precisamente fue en un día de rebajas en los grandes almacenes a los que todos vamos en Enero, cuando un espejo me devolvió la imagen de alguien a quién había olvidado hacía mucho tiempo. Hacía años que no miraba dentro de mis ojos, creo que en algo así como en un pacto no pactado nunca conmigo misma me lo había prohibido.
Pero esa mañana, sin saber porqué no cumplí esa norma. . .  y me la encontré. Allí estaba ella, aquella niña que iba a ser famosa y a la que unos brazos negros como el ébano abrazarían con una lujuria, incapaz ya de imaginar.

Un sollozo ahogado se me perdió en el corazón

En los días siguientes, casi de reojo, sin querer mirar, mis ojos volvieron a encontrarse con mis ojos. Cada día  me era más fácil hacerlo y cada vez me resultaban más familiares.


Y de nuevo la segadora volvió, pero en dirección inversa. No segaba, pero lo arrolló todo tan rápidamente como la vez anterior


Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Desde la ventana de mi estudio, aquí en Camerún, diviso la  redacción de mi periódico. Mi firma es tan cotizada que me permite el lujo de elegir destino. 
Pero casi os voy a dejar. Omar acaba de abrazarme y no puedo evitar volverme loca de placer cada vez que distingo el color de su piel en contraste con la mía

P.D. Por cierto, nunca vi por aquí  a ninguna de aquellas compañeras, misioneras de vocación, ¡pobres¡ ¡no cumplieron sus sueños¡

Helena de Troya
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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HUNG UP

Madonna nos quiere contar su secreto, según está dicho en las sagradas notas de  su video clip, pero ella misma pide perdón en diferentes idiomas, como si ese, su misterio, fuera tan delicado y vergonzoso.
Seguro que no es nada importante, debe ser solo un bluff para la propaganda, para que todos compremos su disco; yo ya lo hice, es muy aburrido y no cuenta nada interesante. Pero que se va a hacer, ya estoy acostumbrado a que Madonna me mienta. Y es eso lo que me gusta.
Me encanta que me digan cosas que no son ciertas, que me hablen al oído, susurrando lo más bajo posible, así me imagino qué es lo que me estás diciendo.
Mentime que me gusta. Pero Mentime mucho, todo el día. Siempre.
Engañame, contáme tus verdades pero en susurros.
Imáginate que me harías, cómo, cuando, dónde, pensalo rápido y hacelo que lo espero, aquí parado apoyado en esta columna.
Estoy vestido, mi camisa tiene esos botones, que son broches, asi que de un tirón me la abrís, así ves todo mi pecho peludo, mis cicatrices, mis músculos abdominales, el ombligo grande y gordo. Mi pozo negro. Mis brazos fuertes y gruesos, mis manos sin anillos. Mi uñas. Busca los pocos pelos que sobresalen de mi nariz. Averigua lo que necesites.
Sácame el pantalón, tíralo al otro lado y déjame desnudo.
Dame vuelta y mírame por todos lados, tentá cada centímetro de mi piel, observá todo, poro por poro, cada uno de mis lunares y mis pecas.
Tomáte el tiempo que necesites, no tengo apuro, hacelo con ganas y conciencia, buscá en cada uno de  mis rincones, mi secreto.
Escudriñá por todos lados, hacéme cosquillas y raspá la planta de mis pies.
Cuando lo encuentres, sujétame por atrás y en mi oreja izquierda, entre soplidos desesperados, no contengas tus ganas y grita el enigma recién descubierto por ti.
Pero no te olvides de mentir.
Así cuando la farsa sea grande y no la soporte más, me suelte de entre tus brazos, y por fin pueda zafar de todo ese mundo que has construido para mi. Te golpeé, te de vuelta la cara, te dejé moretones bajo tu ojo, me aparté de ti, solo unos pasos, para poder ver desde la altura de mi cabeza en lo que haz acabado siendo. Quiero ver el resultado de tu mentira.
Y así volver a inventarte, a imaginar que hubieras sido sin mi, a  patearte, a darte golpes con mi vara fina y rígida por todos lados. Te llenaré de marcas, para que por fin puedas adular delante de los demás. Para que todos sepan que me perteneces. Y  puedas pedir perdón.

Perschak
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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L 29

Esa tarde Lisa esperaba con ansiedad el concierto de Rubén Blades. Me llamó al celular hacia las cinco de la tarde de aquí y me dijo que ya tenía la boleta. A mí me hubiera gustado estar allá, pero no se lo dije. Me limité a murmurar que Blades había sido un mal amigo (con Willie Colón), como si eso fuera cierto y como si eso tuviera algo que ver con su música y con el concierto al que iría Lisa sin mí. Cuando colgamos, me puse a escuchar por Internet un par de canciones de Blades y me tomé varias cervezas. Luego salí a caminar por Montparnasse y traté de olvidarme del asunto. Eran casi las once de la noche de aquí cuando el celular volvió a timbrar (yo no contesté). Cuando volví a mi casa me quedé viendo "in the mood for love" de Wong Kar Wai. Eran casi las once de la noche de allá (las 6 de la mañana de aquí) cuando yo marqué (ella no contestó).

Después de la primera llamada y antes de su concierto, Lisa se sentó a esperar a que pasarán las horas en un café de La Soledad. Trató de escribir un par de postales. No sabía si las enviaría. Quizá por eso las escribía, porque si estuviera segura de enviarlas a lo mejor no se atrevería a escribirlas. Cada postal traía un collage de fotos de algunos Parques Nacionales de Colombia. Ella conocía bien todos esos lugares: Gorgona, Farallones, Corales del Rosario, Nevados. Yo también.

Después se fue para el concierto de Rubén Blades. Un par de días después me llamó y me dijo que teníamos que separarnos. Le pregunté si su decisión tenía que ver con el concierto (no respondió). Yo tampoco dije nada más. Nos quedamos un rato mudos. Dos semanas después recibí una carta suya. Bueno, no era propiamente una carta, pues lo normal es que la gente "escriba" cartas, pero no, ella no hizo eso. Lisa me envió 5 fotos suyas sin agregar palabras.

Esas fotos no me mostraban ni sus tacones negros, ni sus candongas violetas, ni sus uñas pintadas de azul, ni su cadena de plata con un dije de delfín, ni su reloj sin marca, ni sus marcas en su piel (algunas solo mías). Sólo hablaré de sus uñas, mi fetiche preferido. La recuerdo siempre comiéndose las uñas mientras veía una serie americana un sábado en la tarde (digamos Dr. House). Y en la noche la veo  frente a un espejo, tratando de limarse "los restos" de uñas que le quedaban colgando. Y la veo, mordiéndose los labios frente al espejo. Y la veo, pintándose las uñas de rojo y de negro, o de azul. La veo como veía a mi mama hace veinte, hace diez, hace cinco, hace dos años. Siempre me gustó acompañar a mi mama dónde su estilista, al "Gran salón Leo y sus Matices". Me gustaba el olor del removedor y de los esmaltes. Me fascinaba, es decir, me fascina, ver a las mujeres en sus tocadores, llenarme de todos los olores artificiales que provienen de incontables neceseres. Me gustaba ver a Lisa, desnuda frente a mí, tomándose fotos con su cámara automática. Y ahora, de todas esas imágenes, sólo puedo palpar las cinco fotos ascé(p)ticas que me mandó. En cambio, en lo que no puedo ver están todos mis fantasmas, atrapados en un solo frasco, en una caja de Pandora de mil fragancias, más o menos secretas. Sólo palpando en mis manos vacías puedo asir esos espacios suyos a mí memoria.

En las cinco fotos elegidas, los ojos de Lisa se esconden para la cámara a propósito. Es decir, se esconden de mi. No quieren verme. ¿Por qué? Ni siquiera quiso ponerle su nombre ni un título. Aún así la primera foto me gusta mucho. Esta sentada con una falda corta, negra, de cuero, con las piernas cruzadas. Hay tantos colores en ese cuadro! Hay tantas "cartas robadas", hay tantos velos del deseo. Pero apenas me entusiasmo con esos roces del pasado, empiezo a imaginar quien tomó las cinco fotos. Y me da por pensar que fueron tomadas un par de día después del concierto de Rubén Blades. Es raro. Si me fijo bien, parecen haber sido tomadas por un niño o por un enano. O por alguien que estaba sentado digamos en una silla de ruedas. ¿De dónde sacó eso?

Ah, casi olvido decirlo, L 29 es el nombre de una fragancia desconocida que aparece en la mesa de Lisa. ¿A qué sabrá ese aroma? Debe ser nuevo. Debe haberlo elegido sin pensar en mí y acaso ya ha sido otro el que lo ha probado. L 29... ¿lo compró ese día, para estrenarlo en ese concierto? Esa noche en la que se conoció con X...esa noche en que empezó a olvidarme. Esa noche en que Blades cantó "cuentas del alma". Eso me lo contó Leoncio, un amigo común que estuvo en ese concierto, a pesar de estar en silla de ruedas, (recién operado de su rodilla). Leoncio si que la pasó muy bien. Hasta conoció una mujer con la que ahora vive. La conoceré en julio cuando vuelva a Bogotá. Si, porque como dice Rubén Blades, "todos vuelven"...

Aquiles Cuervo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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COSAS QUE PASAN

   Aquel sábado los dos estaban solos en casa. El venía encontrándose ligeramente indispuesto desde que se levantó por la mañana. Al anochecer, después de cenar y mientras veían la tele, sintió un repentino y agudo dolor en el pecho, se llevó ambas manos al costado y, al tiempo que emitía un agónico lamento, una fuerte sacudida le hizo contraerse en el sillón. Fue como su hubiera sufrido una súbita descarga eléctrica.
   En realidad se trataba de un ataque al corazón. Ella acudió apresuradamente al teléfono para pedir auxilio médico. Mientras aguardaban la llegada de la ambulancia, no pudo prestarle la menor ayuda ya que nada sabía de medicina. Lo único que hizo fue acunarle entre sus brazos. El tiempo pasaba con una lentitud insoportable y él parecía encontrarse cada vez peor.
   Por fin llegó la ambulancia, lo metieron dentro y lo trasladaron urgentemente al hospital. Una vez allí, pasó a la unidad de reanimación, pero por más que lo intentaron, nada pudo hacerse por salvarle la vida y murió.
   Cuando ella lo supo casi no podía creerlo. ¡Había sucedido todo tan inesperada y rápidamente!. Tan solo unas horas antes se encontraban juntos y eran felices, y ahora él  estaba muerto. Se había ido, así, de golpe, como se desvanece un puño en el aire.
   Pudo verle una vez más en el pasillo del hospital, bajo las frías luces de neón, antes de que lo llevaran al depósito. Se hallaba tendido sobre una camilla y cubierto por una sábana verde. Una enfermera le había permitido que pudieran estar solos por un momento.
   El tenía el rostro contraído y pálido, con los primeros síntomas de la rigidez, y su ralo pelo gris estaba en completo desorden. Entonces ella, sin decir nada, sacó un peine del bolso y comenzó a peinar sus revueltos cabellos. Aquel pequeño gesto de cariño supuso su último adiós al hombre que había amado. Después desapareció.
   Y nadie, ni la esposa ni la familia, pudo averiguar quién era aquella mujer que estaba con él cuando murió.

Jcaro
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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VIAJE A MI URBE ESPACIAL

No es simple abortar la vida cotidiana y arrojarse al mundo a explorar lo que se encuentre por su paso, sin regla pre – escrita o convencionalismos establecidos. Un buen día tomé mi cacharro, lo llené de mi bagaje cuasi intelectual con las experiencias vividas y sus fracasos, decidí enterrar el pasado y echarme a andar por la autopista hacia cualquier lugar.  Locación que me plazca, me apropio de ella, y de no ser así, pues la dejo correr.

Mapas, combustible, captadores experimentales de vivencias, cava con hielo, destapador y cualquier bebida dulce para aplacar la sed cuando apremie. Una vez equipado, selección de la ciudad que me abrirá paso por su entrepierna para adentrarme a disfrutar de sus paredes, aromas, imágenes, jardines y placeres.

No es la muchacha del Dauphine contando el tiempo ni el ingeniero del Peugeot de una crónica cortaziana, quienes tengo a los lados. Es sólo una semejanza ante la coincidencia de entrar por la autopista del Sur, no a París, sino al testigo de nuevas vivencias que con mi auto puedo recorrer, por mi ciudad especial. Dos canales son suficientes para llegar sin embotellar el tráfico, pero con el disfrute absoluto de pensar que pronto acabará su soledad ante mi próximo recibimiento.

Tomo el cuadrante norte, amplia autopista, residencias de lado y lado, símbolo de la opulencia que emana de una riqueza desigual y ella me sonríe y me llama, tómame aquí, disfruta a lo lejos la montaña azul, absorbe mi belleza, por lo menos el tiempo que dure tu visita. No, no vayas más adentro, que por esta zona quiero que me aprecies así, perfecta, hilada, quizás fría, pero adecuada como primera vista, capta mi memoria, tómala de recuerdo y haz que perdure.

No todo es alineado en la vida y así como tuve el placer de vivir la zona opulenta, me adentro por el cuadrante sur. Si, la zona de barrios humildes, de calles horadadas a la espera de una migaja de riqueza que medio alivie el paso de mi auto por encima de ella. Es particularmente interesante, pues de ellas afloran historias de penas, vergüenzas, alegrías, sinsabores y donde el atractivo mayor no proviene de la perfección urbana adecuadamente estilizada, sino de la calidad de su gente, trabajadora como ninguna, creadora de vida.

Un centro atroz de comercios, oficinas públicas, gente bien gente, y otras no tanto, pero que conforman un collage unificado de entes que pudieran parecer puestos al azar y se entrecruzan alineadas con cierta logicidad, hacen de este rebullicio un atractivo insospechado de elementos imagenológicos captables por un lente o por una retina, convertibles en papeles de un recuerdo.

No puedo evadir la visita al cuadrante artístico de la ciudad, donde recorro desde una mole seudo cultural que conforman museos, galerías, teatros, librerías, plazas abiertas hasta murales grafiteros, probablemente dibujados con catalizadores mentales, propiciadores de verdadera expresión popular. Bares, cafés y demás centros de recogimiento intelectual ofrece esta urbe al paso de un visitante como yo, dispuesto a drenar sus inquietudes detrás de una barra, un lente o tras los acordes de Vivaldi para violín y flauta y luego continuar la farra, al compás de una bella dama, en cualquier hostal.

Acabó el tiempo de abrazar, sin Onetti en el camino, pero viendo a mi salida, por la autopista 91 un pasajero a la espera de alguien que le lleve. Le embarco y tiene en sus manos, un mapa, una cámara, una cava con hielo, un destapador y una bebida dulce. Terminó de captar sus vivencias en esta ciudad especial.

Contratelón
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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REDUCCIÓN CONCEPTUAL

Nómada en su provincia, errante en la capital, ¿se atreven ustedes a desvirtuarlo algo más? Era propio, su carácter, de alguien aquejado por la enfermedad; no tenía mal de amores, tan sólo la esperanza de que al llegar a casa un estupendo tazón de leche fría le estuviera esperando. La leche había sido su consuetudinaria compañera, aquélla por la que había hipotecado su salud. Pero qué rica estaba. Solía despedazar en trocitos las magdalenas integrales que su vecina le proporcionaba con cuenta gotas, pues ella sabía de su adicción. La vida se convirtió en un reflejo sobre superficie blanca; en una esponjosa textura de color tostado; en el suplicio de una tarde veraniega sin cacao. ¡Cuánta incomprensión había experimentado antaño, cuando aún no dejaba migas allá donde se posaba! De forma gradual fue perdiendo los sentidos: el oído, la vista, el tacto y el olfato; el gusto nunca lo perdió, de eso estaba orgulloso. "Es un cambio para mejor" se decía, resignado, aunque los reproches pronto terminarían. Una vez quedó reducido a tamaño irrisorio (aquél que le caracterizaba era demasiado tosco, muy poco ergonómico), el estrés y las preocupaciones afloraron sin previo aviso: era el precio a pagar por su dulce existencia. Sumergido en un denso medio traslúcido, se había acondicionado bastante bien, y la preocupación por la pérdida de sus orificios naturales parecía ya algo del pasado. Al principio el contraste le contrarió, nunca se había puesto en tesitura; pero una vez reblandecido y asimilado a su nuevo entorno, todo fueron facilidades. Ni siquiera tembló cuando llegó su momento, pues no tenía ya esa capacidad, estando disperso de forma tan precisa. Un único pensamiento relampagueó al final, hallando el medio adecuado para dejar su impronta; era tan sólo un esbozo, una ligera idea, pero parecía decir algo de forma clara y concisa: imbuido en tan blanquecino ambiente, ¿quién no hubiera disfrutado siendo una galleta?

Mangédoc
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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INVISIBLE

Aquella mañana me levanté a la hora de costumbre, y, también como de costumbre, me dirigí a la cocina de casa para tomar algo antes de irme. Allí estaba mi madre, ya vestida para ir a trabajar, con su taza de siempre en la mano. Nada más entrar, ella acabó rápidamente su café y se fue. En aquel momento no le di mucha importancia, mi madre nunca ha sido demasiado comunicativa. Tampoco le di ninguna importancia al hecho de no tener ni pizca de sueño, pese a haber estado escribiendo sobre unos contrabandistas espaciales o sobre la corte bizantina (no estoy seguro, pero tampoco tiene importancia) hasta las tres, o quizá las cuatro de la madrugada.
Salí de casa con tiempo de sobra y caminé solo por las calles de mi barrio, esas calles que jamás dejaban de oler a combustible de coche y a orín de perro, durante algo más de diez minutos. Cuando llegaba a las inmediaciones del instituto, allí estaban llegando manadas de los alumnos más madrugadores de los cursos más inferiores, en definitiva, decenas de agresivos pre-adolescentes a los que no sentía ninguna necesidad de dirigir la palabra. Llegué el primero a clase. Aún faltaba más de un cuarto de hora para que empezara la primera clase. Me senté encima de una mesa, justo al lado del radiador, y me puse a mirar por la ventana el mismo paisaje que veía todas las mañanas. Al rato entró Y, la única mujer capaz de hacer que mis adolescentes hormonas bailaran como en un hormiguero. Ella se detuvo en su sitio y, sin ni siquiera mirarme, se puso a rebuscar en su mochila Yo me acerqué a ella para decirle hola y para preguntarle cualquier bobada que pudiera iniciar una conversación. Cuando llegué a su lado, la encontré tratando de hallar el paquete de tabaco. Yo le dije "hola Y" y ella no hizo nada. Simplemente se limitó a seguir buscando el tabaco y a marcharse al lavabo cuando hubo dado con él. Yo la seguí algo mosqueado hasta la puerta del aseo y comprobé que estaba fumándose un cigarrillo con sus amigas, así que dejé el asunto para otra ocasión. Tras esto, el resto de alumnos y alumnas de mi clase empezaron a llegar de una forma más o menos continuada.
La profesora no tardó mucho en llegar, y con ella, todos los alumnos que esperaban su llegada fuera del aula entraron en ella. J, mi gran amigo J, el que me había acompañado los dos últimos años de estudio, entró en clase in extremis y se sentó a mi lado sin decir nada. Como cada mañana, la profesora controló la asistencia a clase, pero esta vez tuve una gran sorpresa. Cuando llegó a la letra c, se saltó mi nombre, C, y pasó directamente al de mi compañera D. Casualmente esto tampoco tuvo para mí ninguna importancia. "Bueno –pensé- mejor así que al revés".
La mitad de la mañana pasó casi volando. Cuando llegó la hora de almorzar, J salió corriendo de clase. Yo le perseguí por los pasillos gritándole, con un cabreo ya considerable, porque, que la mujer de mis sueños me ignore es algo a lo que ya estoy acostumbrado, que la profesora se salte mi nombre es algo normal teniendo en cuenta que su proximidad a la jubilación la hace estar intelectualmente bastante desatinada, pero que J no me hable, eso sí que necesita una explicación.
J estaba en el escondrijo de costumbre, comiéndose un donut con la mirada perdida. Yo me acerqué a él y le di un empujón al tiempo que le gritaba, pero no se inmutó. Seguía con la mirada perdida y con la mente absorta en no sé qué. Harto de esta situación, me fui a la cafetería a pedir un refresco, pero no conseguí que la camarera me hiciese caso por más que me dejé la voz en ello.
Cuando acabó el descanso, volvimos a clase. Yo me volví a acercar a Y pensando que a lo mejor ahora podría entablar una conversación, aunque sólo fuese para que se riera de mí, pero ni por esas. J volvió y se sentó de nuevo a mi lado con la misma actitud de todo el día. Luego llegó el profesor y todos se sentaron excepto yo, que permanecí de pie junto a J. El profesor empezó su discurso como si nada y yo salí de mi rincón para colocarme a su lado, pero él no me vio. Al punto empecé a insultarlo y a
meterme con el acné de A, con la obesidad de L, con la nariz de M... pero nadie reaccionó en absoluto, ni para bien ni para mal. Casi entrando en estado de desesperación, salí corriendo del centro, subí por la primera calle que había y me metí en el primer comercio que encontré. Empecé a gritar a la dependienta que si me podía oír, sin resultado. Entonces se me ocurrió la gran idea de robar aquel establecimiento para que me detuvieran. Me puse a coger pequeños objetos que no necesitaba y salí de allí sin que nadie me viera, pese a estar al descubierto, y sin que sonara la alarma, con total impunidad. Totalmente derrotado, tiré lo que había robado a un contenedor y me senté en un banco.
Al caer la tarde volví a casa. Mis padres estaban discutiendo, también como de costumbre, sobre una puerta o algo así, así que me metí en mi cuarto para no tener que escucharlos. Mi cuarto ya no era el mismo, allí ya no estaban ni mi cama ni mi armario. Sólo quedaba mi escritorio.
Cuando salí de mi habitación era ya de noche y mis padres estaban cenando en silencio, sin mirarse. Yo volví a mi habitación y me puse a pensar en lo que me pasaba. Era invisible, nadie me veía ni me podía oír, como si mi situación familiar hubiese invadido todos los aspectos de mi vida.
Suponiendo que, al ser invisible, no tendría hora de llegada, aquella misma noche me metí en el instituto sin grandes dificultades. Entré en el cuarto de los expedientes y empecé a buscar mi nombre, C, sin resultado. No era invisible. Era inexistente. No era como si hubiese dejado de existir, era como si nunca hubiese existido.
Pasé la noche entera en mi clase, sin reparar en que ni siquiera tenía sueño. Cuando amaneció, fui a la cafetería, pero me di cuenta de que no tenía hambre. Más tarde llegó Y. La miré, pero ya no era igual, ya no producía en mí la misma sensación de placer y temor de siempre. Esto sí que me preocupó. Aquella misma tarde fui al gimnasio del barrio y me introduje en las duchas femeninas y no sólo no tuve ninguna dificultad en acceder al lugar, sino que no experimenté ningún cambio físico, hormonal o sentimental ante tal cantidad de mujeres desnudas. Posiblemente había perdido mi cuerpo. Posiblemente nunca podría tener relaciones sexuales. Posiblemente jamás llegaría a la mayoría de edad, ni iría a la universidad. Posiblemente mi escritorio era lo único que me vinculaba al mundo sensible. Posiblemente estaba condenado a vagar solo por toda la eternidad. Y aun así, no sentía nada, sólo el vacío. Quizá así era mejor.

Maese Pako
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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QUERIDO DIOS

Por el derecho de los  niños
A  vivir sin miedo.

   Aquí estaba, tal y como se había prometido a sí misma, con el alma dispuesta para la felicidad. Al contrario de lo que imaginara noches atrás, sus manos no temblaban de emoción, ni el corazón le crepitaba agitado, queriendo escapar de su pecho. Tampoco estaba exaltada por la incertidumbre de lo que pudiera ocurrirle. Simplemente esperaba, igual que en cientos de instantes de su vida pasada. Se dejaba nuevamente atrapar por la ilusión. Confiaba en que los cielos se compadecerían de ella y, de una vez por todas, se le ofrecería la oportunidad de iniciar una vida nueva, donde el miedo no fuese el único protagonista y el titilar quebradizo de su pulso, el exclusivo compañero de viaje.
   - ¿Qué cosa más terrible puede venir ya? - Se preguntaba para sus adentros, en tanto que sus pupilas, empapadas de recuerdos, se arremolinaban en el pavor de otros tiempos. 
   Ellos llegarían de un momento a otro.
   Las monjas le habían ordenado que esperase sentada en un banco de la entrada. Horas antes se había lavado y peinado escrupulosamente para causarles buena impresión y Sor Ángeles, la superiora, había examinado sus uñas y oídos, con la intención de asegurarse de que no los hubiera olvidado en su aseo. Cuando hubo terminado, se colocó el vaquero nuevo, aquél que su madre le había regalado en el último cumpleaños, al cumplir 14, justo 3 días antes de que se marchara. Le tenía un cariño especial a aquel pantalón, puesto que le traía a la memoria la estampa de su preciosa cara, aunque, a la vez, esa imagen le provocaba un gran desasosiego, ya que con ella también regresaban las marcas de muchas cicatrices. Cuando eso sucedía, el terror paralizaba todos sus músculos, incluso su cerebro.
   - ¿Por qué no podré pensar en ella sin que aparezca él inmediatamente? Hago grandes esfuerzos por revivirla en mi mente, porque ella no merece que yo la olvide jamás, pero lo no consigo sin que la presencia oscura de él ensucie mis recuerdos. - Al final, siempre que estos pensamientos la invadían, acaba llorando amargamente. 
   Desde hacía una semana, en la que le comunicaron que vendrían a buscarla, sólo pensaba en sus rostros. Cómo serían, se preguntaba cada noche al acostarse. Imaginaba en él a un hombre afable, complaciente y de mirada dulce; alto, quizás, fuerte, pero de figura esbelta. A ella la soñaba rubia, con una brillante melena rizada, cuyos bucles adornaban graciosamente un rostro tan blanco como inmaculada es la espuma que desprenden las olas al romper contra los acantilados; sus ojos, enormes, serían del color del mar.
   - Ruego que ella sea cariñosa conmigo, que me abrace y bese continuamente. Necesito mucho todas sus caricias. – Pedía a Dios cada noche con profunda emoción.
   Cuando tales ensoñaciones sobre sus imaginarios padres adoptivos hacían acto de presencia, al unísono la embargaba un potente sentimiento de culpabilidad. A medida que aumentaba su ansia por conocerlos, por tenerlos a su lado, por consentirles invadir cada uno de los recovecos de su soledad, la memoria de sus propios padres se hacía más y más pequeña, debilitándose lentamente, hasta terminar desapareciendo por completo. Era el momento en que una serena paz embargaba su alma, aniquilando de este modo ese vetusto pavor, antiguo camarada que tan bien conocía y cuyo portentoso afán había arruinado todos los rincones de su infancia. ¿Se parecía, quizás, aquella sosegada quietud a lo que otros seres humanos llamaban felicidad? Después el sentimiento de culpa retornaba, oscureciéndolo todo nuevamente.
   Las monjas habían sido muy bondadosas con ella, por esta causa les procesaba un gran afecto, no exento de agradecimiento. Sin embargo, no eran lo que ella soñaba. Tanto las hermanas como las otras niñas de la casa de acogida se habían esforzado de manera desmedida, desde que ella llegara, para que se recuperara. Al principio, se negaba a salir del dormitorio donde la habían instalado. Su convencimiento de que corría peligro la hacía sufrir profundamente y sus noches de pesadillas no tenían fin. Estaba convencida de que su padre vendría a buscarla para vengarse de ella. Él lo había prometido, le había jurado que la buscaría, que antes o después la hallaría, aún cuando se ocultara en el fin del mundo, a pesar de que transcurrieran mil años, y que cuando eso sucediera...
   - Pagarás todo el daño que me has provocado. – Le dijo encolerizado aquella tarde plomiza de octubre.
   - Pero ¿es que no entiendes que yo quiero a mamá y que no podía consentir que te salieras con la tuya una vez más?
   - No dejaré que estés tranquila ni un sólo día más en toda tu vida. – Y los ojos del padre, inyectados en sangre, se clavaban envenenados en los de su hija.
   Todavía suponía para la niña, aún a pesar de los meses transcurridos, un enorme esfuerzo salir a la calle, campar por lugares que no estuviesen protegidos por paredes, andar por ahí... El mundo se le había vuelto, de repente, gigantesco y, convencida de que él aparecería en cualquier momento y por cualquier esquina para arrebatarle la vida, se agitaba en temblores sin cesar.
   Aquella tarde en la que su madre se marchara, ella llegó del colegio y cuando abrió la puerta de la casa ni siquiera se percataron de su presencia. Solía ser así a menudo. Nada que merendar, como cada tarde, ningún beso para recibirla, ni una afable palabra o una mirada de complicidad. Nada. Entonces era cuando la inundaba ese fatídico sentir que la invitaba a pensar que su existencia no importaba a nadie. Y siempre, al final, la odiosa pregunta sin respuesta...
- ¿Por qué me ha tenido que tocar a mí? ¿Por qué, yo?
   Como cada día iba directa a su habitación. Sabía que no debía detenerse. En el camino hacia su pequeña guarida estaba el salón y en él ellos discutían a gritos. En ocasiones, se cuestionaba si no esperaban a que ella llegase para montar el circo, porque era difícil convencerse de que, a diario, hubiese motivos para tanta discusión.
   Aquella tarde, todo parecía igual que miles de atardeceres pasados.
   Cuando la madre comenzó a llorar, como a menudo solía ocurrir, a arrodillarse, suplicándole que la perdonara por las lentejas saladas, el filete crudo o el escote demasiado grande, él empezó a vociferar más fuerte aún, como siempre. Porque con la debilidad de la madre, el padre se crecía. A continuación, el escandaloso estruendo de las cosas que a ella se le caían de sus temerosas manos se hacía incesante. Platos llenos de comida y vacíos, cubiertos procedentes de la mesa y de los cajones, ollas, sillas, cuadros..., brincaban enloquecidos por toda la habitación. Al final, siempre los golpes. La hija se tapaba los oídos con toallas, cantaba canciones aprendidas en el colegio y, con frecuencia, se metía debajo de la cama. De ese modo, se imaginaba que ella no vivía allí, ni formaba parte de aquella familia que era la suya.   
   Aquella tarde, no obstante, todo fue diferente.
   Dos meses atrás la madre había ido a esperarla a la puerta del colegio. Su brazo izquierdo, todavía envuelto con una venda a consecuencia de la última paliza que el padre le había propinado, yacía ya sin escayola. Aprovechando la visita al médico para las últimas radiografías, se había hecho un análisis de sangre, cuyo resultado parecía haberla puesto contenta. Hacía tiempo que su hija no la veía sonreír de aquel modo. Y entonces se lo confesó. Estaban esperando un bebé.
   - Ahora todo cambiará. – Le prometió. - Él se apiadará de nosotras y nos dejará vivir en paz.
   Al verla así, sintió que era una hija muy afortunada, pues consideró que poseía la madre más bella del mundo. La felicidad en la que el corazón de su madre estaba anegado, le ayudaba, incluso, a disculpar a su padre. De modo que, más por ingenuidad que por convicción, se alimentó de las mismas esperanzas que la madre. Al principio, daba la impresión de que ella tendría razón, es decir, de que un período de sosiego reinaría en sus vidas. De hecho, algunos signos así lo auguraban: cuando regresaba del colegio, mamá le tenía preparada su merienda favorita: un trozo de pan con chocolate. Mientras la chiquilla engullía sonriente aquel dulce manjar que le sabía a gloria, su madre la contemplaba con inusitada complacencia. Y ambas eran dichosas de un modo que resultaba insultante.
   Aquella tarde, sin embargo, todo se transformaría.
   Tras golpearle el rostro con sus puños, se dirigió a la cocina para coger un cuchillo. Tenía previsto acabar con su vida de un certero golpe, como si nada. Como si la vida de su madre no valiera un comino. Como si su hija, al quedarse sola, pudiera volver a ser feliz como si nada. Como si él fuese el amo y señor de su existencia y del destino de su propia hija. Él, que se las daba de ser tan hombre... Así fue como recibió varias cuchilladas, sin que su hija pudiera evitarlo. Ese día la chiquilla también se había tapado las orejas para no oír, para evitar tanto sufrimiento, aunque sus lastimeros lamentos cesaron antes que de costumbre. De ese modo contundente fue como descubrió que la única rendija de escape, que ambas habían alimentado, se diluía, para siempre, en manos de la muerte. El asesinato de su madre y de su hermano, todavía en el amoroso vientre, cercenaron todas cuantas mágicas esperanzas ella había forjado sobre la faz de esta tierra... Ya sólo le quedaba él.
   Aquella tarde, cuando dejó de oírla gritar, salió de su habitación dominada por la angustia, temiendo encontrarla como la halló: inmóvil, tumbada sobre el sofá, anegada en un océano de sangre. Él estaba tratando de ahorcarse con una cuerda que había colgado desde la baranda de la escalera. No lo pensó dos veces, llamó a la policía. Cuando éstos llegaron, él todavía conservaba un hilo de vida, aunque ella, a pesar de los abrazos y lamentos de dolor de la niña, que se aferraba a su cuerpo con desconsuelo, ya había fallecido.
   Mientras lo introducían en la ambulancia que lo llevaría al hospital y con voz casi imperceptible, prometía no parar hasta acabar también con ella. Estaba enfurecido porque no lo dejó terminar con su existencia. Sin embargo, la hija de ambos pensó que si su madre no merecía haber sido condenada a morir, él sí debía sufrir la pena de continuar viviendo.
   Está en la cárcel, es verdad, pero algún día saldrá y ella se pregunta...
   - ¿Qué ocurrirá entonces conmigo? ... Querido Dios, te ruego que te apiades de mí.


***

Isabel Freyre
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

UNAS NOCHES EN UNA PLAYA

Era mi playa, había sido siempre mi playa. Siempre, desde hacía tres años en que me había trasladado a una ciudad de mar buscando tal vez, las energías que dan el agua y el sol, acaso  simplemente mi destino. En esos primeros días, en los que andaba de aquí para allá, empapándome de todo, descubriendo rincones, encontré mi playa. Y al instante fue mía. No es que tuviera nada especial, más bien carecía de algo de lo que yo solía huir con frecuencia, gente, aglomeraciones, agobio. Y me daba paz. Comencé a ir a ella alguna que otra mañana, algunos ratos por la tarde, incluso me encantaba vivir en ella las primeras luces del crepúsculo. Pero no fue hasta unos meses después de residir en la ciudad, cuando tuve una noche la necesidad de pisar su arena. Y entonces, esa playa, me dio cosas nuevas, en las que tanto la luna como las estrellas y el silencio, tenían mucho que ver. Me sentía llena de energías cada vez que, casi de madrugada, su soledad era solo mía. Entonces, extendía mi pañuelo ocre y rojo sobre la arena, me desnudaba y ofrecía mi cuerpo al mar, a la noche y a todas las fuerzas de la naturaleza. Ellas, agradecidas por mi confianza, me llenaban de vida, de sensaciones inimaginables, y estimulaban esa fantasía con la que tuve el don de nacer y que aunque a veces me ha traído muchos problemas, generalmente me servía para escapar de una realidad tan a menudo cruda y cruel.
Esa noche, estaba tumbada boca abajo, viendo como las olas lamían la orilla tan próxima a mí. Cerré los ojos y pensé en el mar. Me imaginé navegando en un velero con rumbo desconocido, llegando a islas por descubrir llenas de calas paradisíacas y vegetación exuberante. Todos mis sentidos viajaban conmigo en la fantasía.
No lo oí llegar. Pero sabía que alguien estaba muy cerca de mí, sentía que con solo acercar las manos me podría tocar. Y tuve miedo. Entonces, unos dedos comenzaron a acariciar mi espalda con mucha suavidad. Durante un instante estuve a punto de abrir los ojos, levantarme y enfrentarme al desconocido que tenía la osadía de explorar mi piel. Pero solo fue un instante y no lo hice. Continué con los ojos cerrados y permití que esas manos suaves, cálidas, acariciadoras, continuaran con la exploración de mis sentidos. Sentía recorrer los dedos por mi espalda, luego por mi nuca, más tarde por mi cabello, llegando hasta la piel de mi cabeza. Y momento a momento, la sensación de paz, de serenidad, de confianza y de protección, fue aumentando, hasta desear que esas manos jamás abandonasen mi cuerpo. Luego continuaron por mis hombros, por mis brazos, por mis nalgas, por mis piernas y por mis pies. Durante horas, esas mágicas manos recorrieron mi cuerpo, como empapándose de él, descubriendo cada poro, cada recoveco, captando, de ello estaba completamente segura, cada sensación y emoción que mi alma, y todo mi ser, experimentaban. Más tarde las manos se separaron, con desgana, de mi piel, y sentí cómo el desconocido se alejaba caminando, con pasos cortos y cansinos, como si no quisiera separarse de mí pero no tuviera más remedio que hacerlo.
Esa noche dormí como jamás había conciliado el sueño.
Transcurrió el día con una lentitud exasperante, y solo podía pensar en que llegaría la noche, regresaría a mi playa, me tendería boca abajo sobre mi pañuelo, cerraría los ojos... y las cálidas manos de la noche anterior volverían a tocar sobre mi piel una nueva sinfonía de sensaciones, emociones y sentimientos. Y así ocurrió. Y perdí la noción del tiempo. Durante horas, las yemas de sus dedos acariciaron mi piel llenándose de ella, durante horas, esas maravillosas manos dialogaron con mi alma y conocieron más y más los registros de mi piel que a cada instante se hacía más y más sensible. Sabía que el desconocido me estaba conociendo más de lo que jamás nadie me había conocido, y no me importó, todo lo contrario, me gustó como pocas cosas me han gustado en esta vida. Y a través de sus manos, y de mi piel, yo iba conociéndole a él, aunque no podría expresar con palabras todo lo que me transmitía. Cuando se alejó me apené, pero supe que no tardaría en volver a sentirlo sobre mi cuerpo.
Y  así fue, la noche siguiente y la siguiente a la siguiente... y la otra.
Una noche me tendí sobre mi pañuelo en la arena, pero mi rostro se ofrecía a la luna, que esa noche estaba llena, a las estrellas y a las manos que no tardarían en tomar contacto con mi piel. Y así fue. No sentí vergüenza de mi plena desnudez  de cuerpo y alma. Las cálidas y ya amigas manos, exploraron mi rostro. Las sentí sobre la frente, deteniéndose en cada promontorio, en cada recoveco, las sentí sobre mis cejas, sobre mis párpados, hasta en mis pestañas. Sentí como los dedos acariciaban muy suavemente mi nariz, mis orejas, mis mejillas y mis labios como queriendo dejar en sus yemas el recuerdo de cada uno de mis rasgos. Y a cada caricia aumentaba en mí la serenidad, la paz, la sensación de sentirme completamente protegida. Luego descubrió mi cuello, mis pechos, rodeando suavemente mis areolas y pezones. Me sorprendí de no sentirme excitada sexualmente, pero no eran caricias sexuales, eran caricias de ternura y paz, caricias de descubrimiento. Luego exploró mi vientre, mi monte de Venus, mis muslos, rodillas y pies. Mi cuerpo, mi piel, se cargaba de energías y se estaba haciendo mucho más sensible de lo que jamás imaginaba podía llegar a ser la sensibilidad. Incluso, durante unos eternos y maravillosos segundos, sus dedos se detuvieron, con una sensibilidad casi sobrenatural sobre la mancha en forma de tortuga que tengo en el vientre, sobre el costado izquierdo. En esos momentos me di cuenta de que desde el primer día había imaginado que el dueño de las anónimas y mágicas manos me acariciaba sin posar los ojos sobre mi cuerpo, solo con sus manos. Y a pesar de haber acariciado como lo había hecho la mancha en forma de tortuga, continué teniendo la certeza de que era así. Sus ojos no se posaban en mi cuerpo, solo sus manos.
Durante varias noches más, seguí presentando mi rostro a la luna, al reflejo del mar en el cielo, y esas manos sin las cuales no me imaginaba poder vivir. Ellas me hacían sentir viva, serena, creativa, ellas me hacían conocer segundo a segundo nuevas cosas sobre mí misma, y lo que descubría me gustaba. Y también lo que descubría en esas manos y en el dueño de ellas. Sus manos comulgaban con mi piel y mi piel con ellas, su alma penetraba en la mía y la mía en la de él.
Desperté inquieta esa mañana, con la sensación de que estaba próxima a perder algo. Y cuando llegó la noche, la inquietud se había convertido en pánico. Pánico a que mi piel, todo mi cuerpo, quedase huérfano de sensaciones, pánico a la ausencia de todo lo que había recibido y dado durante tantos días. Extendí mi pañuelo sobre la arena, me desnudé y me tendí sobre él con los ojos cerrados. Esperé en vano. Mi piel sintió la carencia de esas manos y lloró. También lloraron mis ojos, con lágrimas que surcaban mis mejillas hasta morir en los dibujos de mi pañuelo.
A esa noche de ausencia siguió otra y otra, y luego otra. Hasta que llegó el día en que supe que esas manos tan queridas y añoradas, nunca volverían a posarse sobre mi cuerpo despertando mi piel como lo había estado haciendo.
No regresé jamás a mi playa.
Había dejado mi trabajo, pues ya no lo necesitaba, mi siembra había terminado y por fin había dado fruto. A pesar del dolor que me producía la carencia de esas manos sobre mi piel, mi vida había continuado y una tarde había encontrado esa casa con la que tantos años había soñado. En un pequeño pueblo, frente al mar. Una casa vieja, pero con la magia que produce lo entrañable. Con una amplia planta baja en la que pensaba poner mi tienda de artesanía, una primera planta en la que viviría y un ático que sería mi estudio, mi taller de creatividad, el rincón donde esperaba lograr que mis pinturas plasmasen en los lienzos todo el arte que había descubierto saliendo de mi piel, donde seguro echaría más si cabe de menos, esas manos que tanta serenidad y tanta vida me habían dado.
Mientras tanto, y antes de abandonar para siempre la ciudad, recorría las calles buscando entre las manos de los transeúntes aquellas que aunque jamás había visto, tenía la certeza de reconocer en el momento en el que mis ojos se posasen sobre ellas. Pero todo fue en vano. Por más que las buscaba, no lograba encontrarlas.
Salí por última vez a la calle en una búsqueda entre desesperanzada y suplicante, unas horas antes de dejar para siempre la ciudad que durante un tiempo había sido mi compañera y mi morada. Lo último que me faltaba por llevar a la casa de mis sueños, reposaba en el maletero y en el asiento posterior de mi coche. Caminé sin rumbo, como tratando de dejarme llevar por algo desconocido que tal vez me encaminase hasta el hombre de las manos que tanta magia habían dado a mi piel. Cayeron unas gotas, miré al cielo y me di cuenta que se avecinaba una gran tormenta. Aumenté el ritmo de mis pasos. Y entonces cayó el chaparrón, fuerte, intenso. Me refugié en la entrada de un comercio y pensé en esperar unos minutos hasta que escampase. Pero la tormenta arreció. Descubrí que me encontraba a la puerta de una galería de arte y entré. Pensé que sería una buena forma de pasar el tiempo. La galería estaba vacía, al menos la primera sala en la que se encontraban expuestos docena y media de óleos que me parecieron vulgares y sin contenido artístico. Pasé a la segunda estancia. En el fondo de la misma, sentada frente a un pequeño escritorio, una mujer repasaba unos papeles. Levantó la mirada al entrar yo en la sala y la saludé con un vago gesto de cabeza al que respondió con otro más vago todavía que el mío. Regresó a sus papeles y en esos momentos, dejé de existir para ella. Centré mi vista en las esculturas que me rodeaban. Eran de varios artistas, creadas con estilos y materiales diferentes. Las primeras que vi, no me dijeron nada y caminé lentamente por la habitación con ganas de dejar la galería y salir a la calle, donde esperaba hubiera amainado la tormenta para seguir mi búsqueda de esas manos sin las cuales no me imaginaba poder seguir viviendo.
Entonces vi la escultura. En bronce, tonos verdosos, como si tuviera cientos de años, y de unos setenta centímetros de altura. La tenía apenas a medio metro de mí. Mi cuerpo se detuvo en seco, mi corazón, durante unos segundos, dejó de latir, para luego dispararse con latidos que parecían retumbar por toda la sala. Miré hacia la mujer, pero seguía inmensa en sus papeles. Me acerque a la escultura y me asombré. No se parecía a mí, era yo. Cada detalle de mi cuerpo aparecía frente a mí. La escultura tenía mis ojos, mis labios, mis manos, mis pechos, mi vientre... era exactamente igual a mí. Mi alma sonrió y supe que había terminado mi búsqueda. El hombre, las manos de las que me sentía huérfana, estaban muy cerca de mí. Me acerqué todavía más, hasta tener la escultura a apenas diez centímetros de mis ojos. Y de nuevo, todo mi ser se paralizó. No me lo podía creer, no era posible. En el vientre de la escultura, casi en el costado izquierdo, estaba la mancha con forma de tortuga.
-   ¿Le ocurre algo?.
La voz de la mujer me hizo dar un brinco. Me repuse y me acerqué a ella. Me miraba como si acabase de darse cuenta de que yo estaba loca, y un cierto brillo de miedo apareció en sus ojos.
-   No, no me ocurre nada-le respondí-me ha encantado esa escultura. El desnudo de mujer. Me gustaría comprarla y conocer al artista.
Mis palabras tranquilizaron a la mujer que comenzó a revolver entre sus papeles como buscando algo.
-   Lo siento, no está en venta.
-   Entonces, quisiera conocer al escultor.
-   Lo siento, pero tampoco puede ser.
En esos momentos sentí pánico. Había tenido tan cerca el encontrar al dueño de las manos mágicas que no podía renunciar a él.
-   ¿Por qué?.- Pregunté casi con miedo a la respuesta.
-   Nos dejó la obra solo por un par de días. Nos dijo que alguien vendría a verla, pero que bajo ningún concepto ni por ninguna cantidad, podía ser vendida.
-   Imagino que la quiere para él, para verla cada mañana, para contemplarla cada tarde, para sentirla cada noche.
-   No, no puede ver sus obras. El escultor es ciego.
Salí de la galería. Sentía que no era real lo que me estaba pasando, pero la lluvia, que seguía cayendo en tromba, me demostró la realidad del momento. Lloré, pero las lágrimas se confundieron con la lluvia que recorría mi rostro. Sabía que cuando sus manos acariciaban mi piel, mi cuerpo no era observado por sus ojos.
Sin apenas darme cuenta caminé hacia mi playa, como en un último intento de grabar en mi recuerdo todos esos momentos inolvidables vividos en aquellas noches. Me detuve sin entrar en la arena, mirando el horizonte. Sonreí con nostalgia, di media vuelta y me encaminé hacia mi futuro.
Subí en mi coche y arranqué. Tenía ganas de llegar a mi casa, al final de un camino que había trazado hacía ya mucho tiempo. Y sabía que en aquella casa a la que me dirigía, estaría la esencia de esas manos que habían dado tanto a mi alma y a mi piel. Sonreí.

   
carpe diem
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

CARNE DE CAÑÓN

Pensaba comenzar este relato con el disparo de un escritor que comienza su relato hundiendo el cañón de la pistola sobre su sien temblorosa. Hubiese estado bien, patéticamente épico. Pensaba describir la imagen del dedo que aprieta el gatillo. Serían descripciones precisas, cortantes, secas como el mismo disparo. Ahí estaría la clave del relato, en el dedo que aprieta el gatillo, en el gatillo que cede lento, en el cañón que se hunde en la sien y en la sien —sien blanda, blanca, carnosa y húmeda— que recibe el cañón, como arropándolo.
Para la imagen del dedo que aprieta el gatillo, tenía preparada una descripción exhaustiva de cada instante: primero el brazo, luego la mano, luego el dedo que apretará el gatillo, luego la pistola, de nuevo el dedo que se acerca al gatillo, la sombra del escritor suicida, de nuevo el dedo, el cañón que se acerca a la sien, el dedo otra vez, la sombra de nuevo y finalmente el disparo. Y luego nada, salvo un lacónico "Fin". Sería una buena secuencia, como a cámara lenta, con lenguaje crudo, secante, sin barroquismo de descripciones absurdas que sólo nos alejan de lo que realmente nos interesa: la maldita sangre.
Pensaba escribir el relato de un escritor frustrado que se abre los sesos por cualquier razón ¿Qué más da? No nos iba a interesar la historia de ese suicida, ni su pasado ni su presente. Daba igual que tuviese treinta o sesenta años. No importaba su vida anterior, ni su paso por la Universidad, ni si escribía poesías marítimas o ensayos científicos. Tampoco nos iban a importar  sus amores frustrados, ni sus inclinaciones políticas ni si un accidente de moto le dejó tetrapléjico. Pensaba tan sólo centrarme en ese momento del cañón acoplado en la sien, un relato con un par de elementos (Carne y cañón) donde tras unas cuantas letras quedase olor a carne quemada y poco más. Sabía como hacerlo, lo tenía todo pensado. Sabía como hacer para que tras leer una treintena de líneas al incauto lector le quedase la sensación de que estamos rodeados de gente rara, trastornados, sangre y violencia. Sabía como hacerlo y estaba en ello cuando he caído en la cuenta de que no puede ser, maldita sea, de que no me queda ni una triste bala en la recámara, que hoy es domingo y no abren las armerías hasta mañana por la mañana. Y mucho me temo que para entonces ya habré perdido la inspiración.

Dorrego
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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MI GEMELO

Dejaste muchas cosas en casa que, realmente no fue nunca tu casa, aunque mi gemelo te ve por todos los rincones. Mi gemelo, que se quiso inmolar  como cordero cuando te fuiste o mas bien cuando no regresaste porque irte, lo hacías todos los días, pero al día siguiente volvías, llenando la casa de luz, según sus palabras.
Mi gemelo es un ser pensante con cierta inteligencia y escaso sentido práctico. Mi gemelo es un buen corazón con sentimientos tan fuertes que doblegan la voluntad. Por eso, precisamente por eso le quiero y le aborrezco a un tiempo. Yo quería su inmolación, yo quise darlo en ofrenda a los dioses para salir de ti, para matar tu violencia.
Te llevas todo por delante, te llevas todo a tu paso y no digamos que embistes como toro bravo, si apenas con paso danzante te acercas lentamente, revoloteas al aire, te meces muy suavemente en el viento; pero arrasas.
Si tocas algo, tu contacto es como seda, rozas como calida caricia y el tonto respira aroma de ti como es más caro perfume. ¡Ay de mi gemelo!, que percibió todo esto sin entender que eras brasa de hoguera exaltada que nada más quería quemar todo el prado y esparcir las cenizas para que, sólo quedase la huella de tu paso suave, cadente y sensual. ¡Ay de mi gemelo! que por haber nacido conmigo quizás no creció.
Mi gemelo ríe con esa frescura que produce la lluvia en días de verdadero calor. Mi gemelo tiene dos faritos azules que iluminan al mirar, pero mi gemelo también llora con aullidos de lobo y sollozos de niño. Y he aquí donde lo detesto porque yo insisto en que tan limpia sonrisa matizada de picardía y tan resplandeciente brillo en sus ojos no pueden, no deben, hay que evitarlo a toda costa, oponerse duramente, negarse con firmeza a que, se opaquen o apaguen dentro de esa expresión que ahora tienen, donde ni siquiera tristeza hay.
A decir verdad, no se trata de que este en tu contra, es sólo la regresión al vacío y el gemido constante de tus cosas porque así me lo ha explicado mi gemelo, que cada habitación te llama, y el baño es el peor; un peine que clama, una hebilla que solloza y que decir del cepillo y tu jabón de miel. En fin, que no se puede permanecer allí por mucho tiempo.
Te digo que no es nada personal, pero es que en la vida se puede ser cualquier cosa, pero es menester el mantener cierta seriedad con lo nuestro, con lo que nos pertenece.

Lamat
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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¡UF, SALVADA!
                             
El despertador suena a las siete en punto. Abres los ojos, te colocas boca arriba mirando al techo y dices: Adiós.
   Parpadeas quince veces, múltiplo de cinco, y solo entonces puedes incorporarte y poner los pies en el suelo, el derecho primero. Bien, por ahora el día está controlado.
   Te metes en la ducha y acabas, como siempre, con un chorro de agua fría que dura el tiempo en el que dices mentalmente: El agua fría activa la circulación y despierta los sentidos. Esta semana toallas verdes, tus favoritas.
   El desayuno de hoy: un kiwi, tostadas con margarina y mermelada de ciruela, y cortado descafeinado con sacarina.
   Mientras apuras el café, enciendes el ordenador y buscas, en el documento de Excel de nombre Ropa, el día de hoy, miércoles veintisiete de febrero: vaqueros estrechos, camiseta blanca y jersey negro de cuello redondo; los zapatos planos de cordones y de accesorio una pulsera, la negra.
   Abres el armario. ¿Dónde has puesto los tejanos estrechos? ¡Ostia! Este lunes llovió y es el día de la lavadora de color, así que ahora tus tejanos estrechos están en la ropa sucia. Corres al cesto y rebuscas hasta encontrarlos. Te los pegas a la nariz e inspiras. Huelen fatal, no te los puedes poner. Vale piensa, piensa, piensa... ¡Ya! Cambiarás la ropa de hoy por la del próximo miércoles y a partir de ahora esto se podrá hacer cinco veces al año por si vuelve a pasar. Más vale prevenir.
   En la vida, bien lo sabes tú y a pesar de lo mucho que te esfuerzas por evitarlos, hay contratiempos. Es entonces cuando se necesita un plan B. No obstante, existe una clara diferencia entre estos procedimientos alternativos y lo que bajo ningún concepto te está permitido: el hecho de esquivar lo que se tiene que hacer.
   Como aquellas vacaciones en las que todos tus amigos se fueron a Canarias y se lo pasaron de miedo montándose en camello, fotografiándose en el volcán y bañándose en las piscinas del soberbio complejo turístico en el que se alojaron. Mientras, tú empleaste el mes de agosto viendo llover desde la ventana de la habitación del hotel. Habrá quien diga que desperdiciaste el verano. ¿Te podrías haber ido con ellos obviando el orden de la lista de Viajes? Sí, pero no lo hiciste. Mantuviste el equilibrio y seguiste las directrices. Tocaba letra uve y continente Asia. Las opciones eran limitadas, de hecho se reducían a una sola. El monzón no era motivo para no  ir a Vietnam de la misma manera que la aurora boreal, por mucho que te apetezca verla, no es motivo para forzar un viaje si en el plan no se dan las circunstancias para visitar Alaska en las fechas adecuadas.
   Actuaste como debías a pesar de que todos se hicieran cruces. ¿Quién te obliga? te preguntaban perplejos ante tu determinación que a ellos les parecía terquedad sin sentido. Pero es inútil explicarles, no entienden. Nadie te obliga. Tú te obligas, porque hay que tener pautas. No se puede dejar todo al azar, es mucho mejor planificar, eso da seguridad.
   La psicóloga interpretó que ese amparo que te proporcionan tus listas es, al parecer, producto de una incapacidad para tomar decisiones. Esta supuesta ineptitud  viene  de algo que hicieron tus padres para que te creyeras que todo lo que hacías estaba mal, y encima con el único propósito de llevarles la contraria. Más o menos era eso, no acabó de quedarte claro porque tampoco escuchabas mucho cuando ella hablaba. Tontunas, que diría tu abuelo. Menuda pérdida de tiempo y dinero.
   Nunca hubieras ido a un psicólogo de no haber sido para dejar de oír al loro que tienes por hermana que se puso muy cansina cuando descubrió que a veces vomitabas. Tampoco había para tanto. De hecho los vómitos continuaron durante las visitas y lo sigues haciendo ahora, dos años después de que el psicólogo diera por terminada la terapia. Claro que tuviste que mentir y decir que ya no lo hacías, pero fue porque enseguida te diste cuenta de que no iba a comprender nada de nada.
    Tú no vomitas todo lo que comes, vomitas sólo cuando te saltas tu dieta, cuando comes más de lo que quemas. Pero eso, lo que pasa, la ***** de los imprevistos. Y entonces ¿qué haces?, ¿no vas a cenar con los amigos?, ¿no vuelves a probar el chocolate en toda tu vida? Si comes más de lo que necesitas, no tienes porqué quedarte con el exceso de grasas o de hidratos. Los vómitos son como los laxantes, para limpiar, para compensar lo que entra y lo que sale.
   Así que: optas por vomitar para estar delgada, te inclinas por la comodidad de tener una programación anual para saber que ropa ponerte y fijas el día de la semana en el que vas a lavar la ropa. ¿No es eso tomar decisiones?
   Pues ya puede ver todo el mundo que tienes poder de resolución. Hoy cambias la ropa  y lo mejor, podrás hacerlo cinco veces al año. Es un buen argumento porque tiene el cinco.
   Las cosas las haces siempre de cinco en cinco porque es tu número de la suerte y es verde. Desde pequeña imaginas los números de colores: el uno y el nueve son negros, buen color para vestir pero no para la fortuna, el dos y el ocho son amarillos, el tres es azul claro y el cuatro azul oscuro, el seis es beige y el siete rojo, bonitos pero no son verdes.
   En tu vida las cosas vienen en paquetes de cinco: lees cinco libros a la vez; dedicas dos horas y media, cinco periodos de media hora, a cada una de tus aficiones; tienes cinco pares de gafas; quince pares de zapatos, tres veces cinco y ahora incluso puedes saltarte cinco días la pauta del vestir. Lo del cinco no se lo contaste a la psicóloga, sabe Dios que cosas retorcidas hubiera visto ella en esto. Total con lo fácil que es: el cinco mola porque es verde. Punto. Y vale ya de colores, Ofelia o llegarás tarde al trabajo.
   De camino a la oficina paras a comprar el periódico y dos minutos antes de llegar al quiosco tienes uno de esos presentimientos que a veces te agreden sin venir a cuento: si hoy en el quiosco está Pedro no pasa nada pero como esté su mujer, tu padre se caerá si sale de casa. No es una tontería, desde que le pusieron la prótesis en la rodilla anda con mucha dificultad y con la muleta se maneja muy malamente. La mujer de Pedro saluda, te tiende el ejemplar del periódico y tú le das los buenos días con cara de pocos amigos.
Pagas tan deprisa como puedes  y marcas en el móvil el teléfono de tus padres.
   ─¿Sí?
   ─Mamá, ¿está papá en casa?
   ─¿Y dónde va a estar? En la cama nos pillas.
   ─Dile a papá que hoy no salga de casa en todo el día.
   ─¿Eso por qué?
   La voz de tu padre se oye lejos y suena a fastidio.
   ─La nena Ramón, que dice que no salgas en todo el día.
   Oyes otra vez a tu padre.
   ─Que dice tu padre que si se puede saber porqué no va a poder él  salir de casa, que el médico ha dicho que aunque le cueste tiene que andar y hoy se iba a acercar al ambulatorio a por recetas.
   ─Dile que ya vendré yo el viernes a comer y que le acompañaré al médico.
   ─Dice tu hija que ya te acompañará ella el viernes a las medicinas y... No, nena, el viernes no puedes venir que a tu padre y a mí nos han invitado a comer fuera. ¿Te quieres venir mañana?
   ─Mamá, yo vengo los viernes. Mañana no puedo.
   ─¿Y por qué no puedes?
   ─¡Pues porque no! Si no es este viernes, ya vendré el próximo y papá que se quede en casa viendo la tele.
   ─Tu padre hará lo que le venga en gana, que no estoy yo para discutir con él y tú estás muy alterada, cariño. Hoy no tomes café.
   Son muy tozudos y no atienden a razones. Harán lo que quieran, como siempre, y que pase lo que tenga que pasar.
   El metro no coopera para aliviarte el mal humor ¿Tanto le cuesta a la gente entender que los pasillos de los transbordos tienen dos direcciones? ¡Se circula por la derecha! *****, esto de tus padres ya te ha agriado el día.
   Cuando llegas a la oficina Salud ya está en su mesa, nunca consigues llegar antes que ella.
   ─Buenos días, Ofelia.
   ─Buenos días, Salud.
   ─La jefa quiere verte con el informe de las visitas de ayer. Ha salido dos veces a preguntar por ti.
   ─Voy.
   Irás en cuanto hayas tecleado las letras del alfabeto, de la A a la Z, cinco veces. Después encenderás el ordenador e imprimirás el informe. Salud, como siempre, te observa con el rabillo del ojo sin atreverse a preguntar y tú tecleas tan rápido como puedes.
   Tu jefa asoma la cabeza por la puerta de su despacho.
   ─Buenos días, Ofelia. Acércame el informe con las visitas de ayer, por favor.
   ─Ahora mismo.
   ─Ahora mismo es ya, Ofelia. Hace rato que lo necesito.
   ─Sí, sí. Voy.
   Te pones tan nerviosa que te equivocas al teclear. Ahora ya no sirve y tienes que volver a empezar.
   —Ofelia...
   Interrumpes el tecleo, contrariada y enciendes el ordenador. Tu jefa eleva las cejas extrañada.
   ─¿El ordenador estaba apagado? ¿Qué es lo que tecleabas?
   ─Imprimo el informe y te lo llevo.
   Evitas mirarla a la cara y al no obtener respuesta a su pregunta, ella entra de nuevo en su despacho. La impresora escupe, por fin, el maldito informe y tú se lo entregas mortificada porque hoy ya es la segunda cosa que no sale como debiera.
   Y en efecto, no podía ser de otra manera, la jornada en la oficina resulta nefasta: te achicharras la lengua con el café que has sacado de la máquina, el ordenador se cuelga y tienes que rehacer un documento que ya casi habías terminado y te atizas un golpe monumental en la cadera contra el canto de una mesa. Para que luego digan que las cosas pasan por casualidad. Si hubieras podido teclear tranquila el abecedario hoy no te ibas a casa llagada y amoratada.
   Volver a tu piso te devuelve un poco de sosiego. En tu territorio todo es más fácil de dominar. Lo de los vaqueros de esta mañana era un aviso del día que te esperaba. Aún así, no ha sido culpa tuya. Fue la lluvia del lunes. ¿Lo ves? Por no planificar. La lluvia podría organizarse y caer por  ejemplo en martes que no toca lavadora.
   La cena no te sabe a nada, tienes la cabeza en este día que es, a pesar de que no lo consigues, para olvidar. La tele tampoco te entretiene y prefieres apagarla. La imagen desaparece en el momento en que el presentador del programa pide entusiasmado que se reciba con un fuerte aplauso a.... A, la última palabra que escuchas hoy antes de ir a la cama. A, la palabra que debes recordar y decir en voz alta mañana al abrir los ojos.
   Mientras te cepillas los dientes, barruntas que hace tiempo que necesitas listas nuevas. Por ejemplo, una para las cremas: las reafirmantes, las hidratantes, las anti-manchas, los peelings, no se pueden usar todas a la vez. También deberías actualizar la de la ropa con las cosas nuevas que te has ido comprando. Y una para las depilaciones que la madre naturaleza te ha hecho prima hermana del oso Yogui y rasurarte enterita de una es tarea imposible. Y...
   ¡Ojalá tuvieras tiempo para todo eso! Quizá te convendría pensar muy seriamente en la posibilidad de solicitar a tu jefa trabajar solo media jornada.
   Entonces, como casi cada día cuando te relajas, o lo intestas, te vienes abajo. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no puedes tomarte una cerveza sin sentir como se te infla la barriga y te vuelves gorda, muy gorda y ya nada te queda bien, y nadie te encuentra guapa? ¿Sabes cuál fue la última vez que no te pusiste como una fiera cuándo alguien llegó tarde a una cita? ¿O el último día que te vestiste de rojo porque te apetecía y no por obligación?
   ¿Sabe alguien lo extenuante que es pasar el día contando las calorías que engulles con cada bocado? ¿Puede nadie imaginar lo estresante que es calcular todo el ejercicio que se ha de hacer para compensar cada pedazo de lechuga? Tienes tanto miedo a no caer bien, a que te tu miedo a no caer bien, a que te encuentren fea, a que te salgan arrugas, a que te cuelgue el culo, a que descubran que eres tonta.
Cómo te gustaría pasar un solo día sin clavarte las uñas en las palmas de las manos cada vez que te sale algo mal, o diferente de lo que habías planeado.

Atalanta
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente