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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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Parlamento


Lejos de las fieras


Al salir de casa, voy al ascensor, bajo cuatro plantas, salgo del portal, giro a la izquierda, ando, miro al almendro de florecitas rosas, subo las escaleras que dan a la avenida principal y camino hasta la facultad.
En los últimos tres meses ese ha sido mi día a día, pero ¿voy a hablar de mí? No, voy a hablar de Amadú, Margarita e Ismael.

En la esquina justo dónde acaba la avenida , tuerzo a la izquierda para subir la cuesta y llegar a clase. Justo ahí, lo veo todos los días. Amadú tiene buen porte, quizás 40 años o alguno más, pero no sabría calcular exactamente. Es africano, y últimamente lleva un sombrero de "cowboy". Parece que no le va mal, cada día vende más cosas a los "cocheandantes", pañuelos de papel, funda de móviles, abanicos... de todo un poco. Es un hombre afable, siempre tiene un Buenos días Señora,  o ¿cómo ha ido el día señor?, ya esté dentro del coche o pase por la calle junto a él. Más de una vez lo he visto incluso entablar una corta conversación con alguna anciana que baja la cuesta. Ver todos los días a la misma persona y tener don de gentes es lo que tiene.

Sobre las dos de la tarde, tiene mucho ajetreo, claro, todo el mundo baja de los colegios y facultades en coche. En ese semáforo paran casi todos. Y sigue con su constante sonrisa y sus palabras simpáticas. Es tranquilo y sólo quiere ganar un poco de dinero para ayudar en casa.

Vive en un piso alquilado no muy lejos de allí con su mujer, sus tres hijos, su madre y su hermano que llegó hace poco. Su mujer sí consiguió un trabajo donde le ayudaron a tener los papeles y con lo que aporta él, más o menos van pasando los días.
En su país era pescador. Faenaba horas y horas para apenas recibir un dinero que muchas veces no alcanzaba para la comida del mes. Una vez, cayó enfermo, cogió una infección que le tuvo días y días con fiebre y a veces cuenta que fue durante esas horas febriles cuando, delirando, pensó que había otro lugar donde podría empezar una vida nueva y mejor, tanto para él como para su familia: Lejos de las fieras. susurraba después de su sueño.
De ese día hasta ahora, han pasado unos cuatro años, la edad de su hija pequeña. Al principio vino él y al tiempo de ahorrar algo de dinero y con ayuda de algún amigo consiguió traer a su mujer e hijos, dos en este mundo y una en camino. Su madre y hermano llegaron después y en mejores vías de comunicación.

Todo ha costado mucho: mucho tiempo, mucho dinero, mucho esfuerzo, mucho dolor. Mucho de todo. Pero es un hombre con fe y siempre ha tenido esperanza y ganas de que las cosas salieran bien.

Ya en este país ha trabajado en lo que ha podido. Los primero años estuvo en invernaderos y aún ahora hace de jornalero en según que épocas. Estuvo en una obra, pero al final no se pudo acabar por falta de pagos y los trabajadores, pues menos cobraron; vendiendo "compact disc" y películas piratas estuvo un par de meses, pero sus compañeros no se portaron muy bien con él y tuvo algún encuentro con la comisaría de la cuidad. Así, que por el bien de su familia lo dejó, lo vio demasiado arriesgado.
Luego ya se sabe que aparte de no haber mucho trabajo para nadie, pues no sé si la suerte, la fortuna, el destino, o simplemente las circunstancias de cada uno le hicieron pensar en la posibilidad de vender en esa esquina y allí lleva varios meses. Cuando se para a pensar en lo que hizo y lo que hace, se pone triste, parece que quieras que vaya hacia atrás Dios mío., se dice muchas veces.

   Margarita tiene ochenta y tres años. Se dice pronto, pero ha visto muchas cosas. Diferentes épocas, gobiernos, es una fuente continua de historias y recuerdos. Su marido falleció hará un par de años y aunque achacosa y sin poder prescindir de su bastón, cada día sale un rato a pasear y ver la luz del sol. Según le han dicho debe tomar rayos de sol todos los días, aunque sea invierno, para prevenir la "ostoporosi" como ella dice.

Tuvo durante un tiempo a una chica en casa que le acompañaba en sus paseos y le hacía compañía. Pero se marchó al cabo de unos cinco años y ahora Margarita se niega a tener otra persona: cuando les coges cariño se van; eso les dice a sus hijos.
Tiene dos, un hijo y una hija; también nietos, cinco. Todos altísimos y muy guapos, cómo no. El más pequeño de todos Ismael tiene dieciséis años, es para ella demasiado moderno y de vez en cuando da algún disgusto. Las malas compañías, dice su madre, ya que según ella, de su mano ha hecho todo lo posible para que su hijo haya tenido lo mejor y no sea un mal chico. Si dejó el instituto fue porque él tiene edad para decidir y además trabaja con su padre en el taller, eso, ya es su un futuro.
Gracias al taller de su padre Ismael tiene un coche tuneado magnífico. Unos relámpagos amarillos recorren todos los laterales y el interior totalmente tapizado de leopardo hace que sea la envidia de sus amigos según él. Claro que, no puede conducirlo, aunque lo hace. Su abuela, Margarita, no sabe nada de esto y solo sabe que su nieto es muy alto muy guapo y que trabaja muy bien con su padre. Aunque ella siempre le ha aconsejado que estudie y que se asegure un seguro. Siempre ha querido lo mejor para sus hijos y ahora para sus nietos, por supuesto.

Aunque no ande con demasiada soltura como digo, Margarita se defiende estupendamente y casi todos los días visita a una amiga de toda la vida donde se echa su infusión de manzanilla y recuerdan entre una y otra, las fiestas de sus tiempos. También como sus maridos "que Dios los tengan en su Gloria" alguna que otra vez, les dieron algún disgusto. Pequeños recuerdos, que les hacen ver lo mayores que son, cómo pasa el tiempo y lo muchísimo que han vivido.

Margarita se encuentra con Amadú cuando vuelve a su casa. Ella es una de las ancianas con las que más habla ya que se las cruza casi todos los días:
-    Buenos días Señora, ¿qué tal va hoy?, le pregunta amablemente cuando la ve venir hacia él. Margarita, se empieza a sonreir y va frenando hasta que lo alcanza. Le pone la mano en el brazo, recupera aliento en su pequeño cuerpo y le responde risuelta:
-     Hola guapo. Bueno ahí vamos. Unos días mejor que otros.
-    Pues yo hoy la veo muy guapa, Amadú le lanza un repentino piropo y Margarita se ríe.
-    ¡Ay que chiquillo! Esos son los ojos con los que tú me miras, pero bueno no me puedo quejar. ¿Qué tal va la mañana? ¿Has vendido mucho?
Amadú ladea la cabeza con una sonrisa de resignación: 
-   Hay días mejores Señora, pero estoy bien. Me alegro mucho de verla, ahora a casa y a descansar.
-   Si hijo mío, a eso mismo voy. Me alegro de verte.

Mientras hablaban Amadú la ha acompañado al final de la cuesta, justo en el semáforo donde ella cruza para ir a casa.

   Ismael es el nieto de Margarita. Tiene dieciséis años y una cresta rubia, picuda que le quita quince minutos al día. No por tonto, pero si por vago dejó el instituto en segundo de la ESO. Además como él díce: en el taller de mi padre hago y deshago lo que me da la gana. Va dos o tres veces a la semana, con suerte o cuando no tiene resaca. Sabe conducir pero por su edad no puede, claro. Aunque más de una, de dos y de tres veces lo "coge y se marca unas salidas guapas, guapas". Es un chico de su tiempo, no es malo, simplemente nunca le han puesto barreras. Su padre siempre trabajando y sin prestar demasiado atención y su madre, permisiva a más no poder, por miedo a perder el cariño de su hijo o por cualquier otra razón que no llego a entender.

Todos sus amigos son iguales. Son "clones" que se visten, peinan y hablan igual. Hacen lo mismo y con el mismo ritmo. Unos más que otros, no suelen tener problemas para hacer lo que quieren. La mayoría de sus amigos van al instituto, eso sí. Y aunque no lo quiera reconocer, a veces se siente desplazado y confuso.
Lo malo de su carácter es su impulsividad. Cuando algo se le tuerce, un trabajo criticado por su padre, una discusión con su madre por peinar así, una chica que lo deja, un colega que tiene que estudiar o cualquier mal rollo se fuma lo infumable,  se coge el coche  y a quemar asfalto.
La última vez que hizo esto fue por discutir con su madre.

Margarita se indispuso una tarde. Llamó a su hija y ésta estuvo toda la tarde-noche con ella. El médico fue a verla y no le recetó más que un poco de suero y descanso: debe usted cuidar lo que come su madre, seguramente habrá sido algo en mal estado  que ha comido, pero mañana estará como una rosa, le comentó el doctor. Una vez que Margarita se sintió mejor, su hija se marchó y volvió a casa recordando las palabras del médico. Al entrar en casa Ismael estaba en el sofá viendo la tele.
Sin saber cómo ni porqué los pensamientos de una sensación generan otros y con un sentimiento diferente. Lo que podía ser preocupación por su madre y sentimiento de culpa, se transformó en autoridad severa y apareció como una repentina pero estruendosa voz hacia su hijo, adornándolo con los adjetivos más despectivos que le llegaron a la cabeza. Evidentemente Ismael comenzó a responder y todo terminó en una discusión como tantas veces han tenido. El resultado es siempre el mismo. Ella llorando culpándose de todo y pidiendo que no salga por la puerta. Ismael por su parte, hace oídos sordos y comienza su ritual de purificación ya descrito: fumar lo infumable, coger el coche y quemar asfalto.

Amadú se ha levantado temprano como todos los días, ha ido a la tienda de chinos donde le dan la mercancía a buen precio y se marcha hacia la esquina.

Cada uno en su lugar, Margarita en cama, Ismael en su coche y Amadú trabajando. Nada extraño en un día como otro cualquiera.

Decían que iba a llover, pero al final hace calor, bajando la cuesta hacia casa después de un día agotador de clase, llego al semáforo donde suelo ver a Amadú vendiendo. Hoy sin embargo sólo vi metros más arriba un sombrero de cowboy en el suelo, un semáforo torcido, cristales y manchas oscuras en la calle. Me paro en mi semáforo y hay dos mujeres charlando justo al lado.

-    Un niñato de estos con lo pelos de punta. Que venía "colocao" y se le ha ido el coche. Ha atropellado al muchacho este moreno que se ponía ahí a vender.
-    ¿No me digas? No sabe uno dónde tiene su sino, pobrecillo.

   Ismael perdió el control en la cuesta. El semáforo cambió de color y frenó bruscamente girando el coche sin poder controlarlo. Al parar el golpe, el coche estaba en dirección contraria y empotrado en la pared. Le había dado al semáforo, estaba torcido, pero también le dio a Amadú que no pudo esquivarlo. Él no estaba torcido. Él estaba roto. Dicen que murió instantáneamente, eso espero. Quiero pensar que no le dio tiempo de ver el estampado del coche de Ismael. El tapizado de leopardo, de fiera, aquellas que Amadú quiso dejar bien lejos cuando vino de su país para encontrar un futuro mejor.

   Margarita, no salió ese día, se quedó en cama recuperándose, pero a los dos días ya estaba totalmente recuperada y fue a ver a su amiga. Fue, volvió y se acordó de Amadú. ¡Qué raro! ¿Dónde andará este chico tan simpático? Quizás ya haya encontrado un trabajo mejor, ojalá.

   Nunca lo supo, total, ¿para que contarle a una anciana de ochenta y tres años que su nieto de dieciséis con altos niveles de opiáceos en sangre y sin carnet de conducir había atropellado a un hombre? Ya es muy mayor, para qué disgustarla.

   Cruzando la avenida pensaba cómo un hombre valiente, trabajador, había encontrado un final tan triste cuando parecía que todo lo que merecía era bueno. Mientras bajaba las escaleras, pasaba junto al almendro y entraba en mi portal  imaginaba que, Ismael pese a todo, por su edad tendría una vida completa y quizás larga y provechosa. Al subir en el ascensor me acordaba de Margarita, tan ajena a todo, la que más ha vivido y tantas veces la que menos sabe. Al entrar en casa, cerré la puerta tras de mí.

Siete de nueve
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

#76

El símbolo del sol  


En aquel momento mire al cielo y directamente sobre mi frente había caído una moneda de color dorado.
Con cuidado la tome con mi mano y empecé a examinarla, era una moneda con un dibujo del sol en él, voltee a todas partes para saber de dónde había caído. En todas partes no había nada excepto por un puente a como doscientos metros de mi. Me encontraba realmente aburrido así que no me importo ir hasta allá, al llegar como esperaba no encontré a nadie, solo un par de bancos de concreto y un par de arboles a su alrededor  limitados por el concreto, era como una pequeña plaza en el puente donde uno podía contemplar a la gente que estaba más abajo. Entonces me encontré sentado en una de las bancas grises de concreto esperando observar a la gente pasar caminando sin ninguna preocupación por aquel terreno urbano donde ahora podía ver calles, semáforos, casas a lo lejos. Casi no había nadie lo cual me aburrió soberanamente, tal vez debería hacerlo ya pensé, recargue mis codos en las rodillas y a su vez mi cara en mi mano derecha. Simplemente parecía que la gente no estaba de humor y ni siquiera se mostraba por las calles, "¿se sentirán igual que yo?",  me pregunte. Empecé a jugar con la moneda en mis manos. Entonces escuche el sonido de un teléfono al lado mío, por alguna razón ni siquiera me había dado cuenta que estaba allí. Estaba aburrido, pero no pensaba para nada levantar la bocina de un teléfono público. Sonó incontables veces, pero repentinamente, se detuvo. Me alegre, el sonido empezaba a exasperarme después de todo ese tiempo. Me levante finalmente de la banca.
Entonces lo escuche el sonido del timbre del celular que llevaba conmigo. Me preguntaba quien seria, "tal vez alguien que me salve de este aburrimiento", pensé, el numero de la pantalla estaba oculto, pero conteste, mantuve el celular en mi oído por un tiempo pero nadie contestaba del otro lado.
– Hola – Dije por segunda vez después de haber contestado.

– Tira...la...moneda – Dijo espaciadamente una voz grave de ultratumba.

– ¿Quién es? – Pregunte.

–Tira...la...moneda – Dijo nuevamente.

No podía decir que fuera una voz sospechosa, pero como podía saber de la moneda que llevaba, mire a mí alrededor, no vi a nadie.

– ¿Cómo sabes de la moneda? – Le pregunte.

–Tírala.

En ese momento la llamada se corto. Me quede viendo la moneda. Que se suponía que era aquella moneda. Realmente era extraña, me había caído de la nada y ahora alguien sabia que la tenia, alguien que la quería seguramente, me empecé a preguntar cómo es que sabia mi numero, me encontraba inquieto, en que me había metido, tal vez era algo que alguien había robado, tal vez era algo valioso, por un momento pensé en quedármela, pero si lo hacía podía ser peligroso, me aferre al borde del puente con las manos mientras decidía. Negaba y afirmaba cuantas opciones pasaban por mi cabeza y finalmente alargue mi brazo dirigí mi vista y la lance. Rápidamente empecé a correr a la salida del puente, "ellos ya no deben tener interés en mi", me decía tratando de calmarme.
Solo fue hasta que se me acabo el aliento que lo vi, lejos del puente había un sin número de personas, todas reunidas y amontonadas, discutiendo entre ellas, me acerque cuidadoso hacia estas, empezaron a observarme con disimulo y algunos otros tantos con notable curiosidad.

–Después de todo no fui el ultimo –Se dirigió a mí un pequeño hombre algo regordete sonriéndome.

– ¿Qué es lo que pasa?, ¿Por qué están todas aquí? – Le pregunte.

–Tú sabes por qué.

–No lo sé, ¿Cómo habría de saberlo? – Le dije un tanto como si estuviera enojado por algo.

El hombre se me quedo viendo sin perder la sonrisa, al parecer de saber algo que yo ignoraba.

–Oh, viene alguien más – Dijo un hombre entonces señalando a lo lejos.

Me acerque junto con otros, se trataba de una chica que parecía, igual que yo, confundida al ver a todas esas personas reunidas.

– ¿Qué pasa? – Pregunto.

– ¿Por qué viniste? – Le pregunte por impulso.

–No lo sé – Me contesto –, solo... me callo encima esta moneda.

Mostro la moneda, mi moneda, porque la tenia ella, era una de ellos, me estaba observando.

– ¡Atrás, atrás les digo! – Dije sacando mi arma del bolsillo.

– ¿Qué haces? – Grito el pequeño hombre que antes me hablo.

–Soy un hombre muy aburrido señores, me encuentro aburrido y no temo usar mi pistola – Decía mientras histérico les apuntaba.

–Cálmate muchacho, por favor, todos aquí somas tus amigos.

–Amigos míos no, no los conozco, aléjense – Les decía –, me iré corriendo de este manicomio.

Corrí entonces, corrí tan rápido como pude, con todas mis fuerzas, hasta volver a ver el puente. Me perseguían, "tengo que perderlos", me decía. Pero de repente hubo una explosión, tierra y escombros se esparcieron por el aire mientras yo trataba de protegerme con mis brazos, la onda expansiva me mando a rodar un poco y de pronto mi traje negro se volvió gris y se había roto por todas partes.
Estuve un tiempo arrodillado mientras chillaba y gemía con el mismo ritmo cual fuera hipo.

– ¿Q...Que paso... Q...Que paso?

Vi enfrente de mí a tan solo unos metros de donde estaba, todas las calles, casas y el puente, habían sido completamente destruidos.

–Esto no fue lo que pedí, hubiera preferido seguir aburrido, no pensaba realmente en suicidarme, solo quería algo diferente...saben... - Dije volteando a ver a toda la gente que estaban a tan solo unos metros de mi y también habían sido golpeados por la bomba.

–No, no lo hiciste tu hijo – Me dijo el mismo hombre.

– ¿Quién entonces?

–No lo sé, pero la voz nos ha salvado, para que cada quien nos salváramos, te aseguro que del otro lado no hay nadie, ni un alma que sufriera la explosión – Dijo el hombre muy satisfecho y agradecido con una gran sonrisa en su rostro colorado.

–No lo creo... - Le dije balbuceando apenas.

– ¿No estás convencido? – Dijo extrañado.

–La bomba, ¿Quién la lanzo?

–Pues..., no lo sé, un país descontento quizá...

Mientras hablaba aquel hombre tras un fragmento de escombro observe un pedazo de metal sin duda de la bomba, en el había un símbolo, el dibujo de un sol, el sol que nos había controlado a todos desde el principio. Nunca tuvimos el control de nada.


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Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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TRES VINDICTAS Y UN MENSAJE


"...Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las Preguntas..."
                                                                                                         MARIO BENEDETTI




  Alguien dijo en algún momento: "...Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto..." Muchos de nosotros creemos que somos el ultimo vaso de agua fría en el desierto, y mientras alimentamos nuestro orgullo con cereales  sacados de la mas fina vanidad y plenilunio desprecio, no nos damos cuenta que creyendo estar en la cima y  viendo el techo del cielo, en realidad  ese azul que vivimos, es el mas intrincado y tenebroso abisal, del fondo marino.

    Ahora, quiero que estos fieles, convencidos de ser selenitas que llegaron en el primer vuelo a la tierra y andan  por ella en short, chancletas y cámara al cuello, como el mas arrogante turista. Lean estas tres historias y luego me digan.
                                                                     
                                                                    I
      En el siglo XIII, el rey Gustavo de suecia, tenía la fama de ser  un férreo autosuficiente que discutía y porfiaba hasta el aire que respiraba. Todo lo sabia, y si alguien tocaba algún tema, sea del que fuese, tenia la mejor y mas necia manera de ganar en la platica. Nada era excelente, sin pasar por su aprobación. Más, de tanto y tanto saber, una tarde reunió a las grandes sociedades  excelencias del país y a todo su reino, sin excepción de nadie. Para asegurarles en un  enérgico discurso, de que esa bebida, la cual llamaban Café, era un delicado y fino veneno. Así, delante de todos, escogió a un ladrón y supuesto asesino, para darle una indeleble y sabia condena. Ordeno, que puntualmente y sin excusa alguna, le dieran a este  en cada amanecer, una taza  repleta de café por el resto de su miserable vida.
   
       "En tu camino nunca habrá viento favorable, si no sabes para donde vas..."

        El rey, en 1792, murió en agónico  asesinato. El reo de la  extraña condena, y que tomo durante muchísimos años, una dosis de la sabrosa bebida. Vivió bastante tiempo, lo suficiente como para fallecer, siendo un anciano, de muerte totalmente natural.

        Y en otra  sobre reyes. Aquí les ofrezco mi segunda historia

     

                                                               II

      En  1412, comienzos del siglo XV. Donde se inventa el grabado en madera, y Juana de arco perece  en la hoguera. Siglo en donde los otomanos conquistan Constantinopla, Alfonso V  de Aragón, entra en Nápoles, y se celebra el concilio de Basilea. Además de que colon comienza a frotarse las manos para decirle ¡Hola! , a  la América.     
         Un joven, se encontraba condenado de por vida, en un oscuro y frió calabozo. Los  guardias del rey lo encontraron con dos liebres  a mano, en pleno bosque de la suprema majestad. Este  al enterarse, le condeno sin siquiera mirarle  la cara, a toda una vida  solo con  pan y agua, en la sweet de sus  infernales rejas.

       Así fue que al joven, le pusieron al carcelero más sangriento y cruel que había en el reino. Dentro del calabozo, este lo primero que hizo cuando vio al desdichado condenado.  Fue tomar un hierro al rojo vivo y pegarle  sus iniciales  en plena espalda, como al más vil animal del ganado. Luego de ver  como gritando horriblemente, caía desmayado el chico,  disfrutaba caminar lento por los pasillos del calabozo regocijándose con una espeluznante carcajada.

       Al muchacho lo encadenaron del las manos pegado a la pared, con un pequeño banquito, en donde podía sentarse a dormir, o a reposar las piernas cuando ya no  pudiese mas.
      El fiel carcelero, llegaba muy puntual en la mañana, y  luego de escupirle el pan y el agua, se los ponía en el suelo para así ver las piruetas que  el azaroso chico haría,  para comer y beber agua con los pies. Esto le causaba tanta risa, que casi se orinaba en los pantalones el basto hombre. Además de tener cierto publico entre los soldados del castillo que se acercaban para mirar.

        El  infeliz chico, apenas se alimentaba con alguna migaja de pan que lograba atrapar entre los dedos de sus pies, y que con algún éxito lograba llevar  a su boca. Con el agua pasaba lo mismo, mojaba  la punta de los pies y con mucho trabajo los chupaba. Aunque en esta dura faena siempre terminaba por derramar el jarro.

        Un día en la mañana, tuvo una inesperada visita. El propio  rey en persona fue a ver el show que tan famoso se había vuelto en su comarca. A petición de este, esta vez le pusieron al chico un trozo de carne, vino, y una roja manzana.
     
        El chico desesperado trato de atrapar la carne, la cual estaba tan jugosa y grasienta  que al llevarle a su boca, resbalaba y caía  irremediablemente al piso, causando la risa de todo especialmente la del propio rey, que con pañuelo en mano secaba  las lagrimas de tanto reír. Al final solo pudo darle una mordida a la manzana, que rodó hasta los pies  de sus opresores.

       El rey, se retiro sumamente extenuado de tanto divertirse, no sin antes darle  el consejo al carcelero, de que  se entretuviese mucho más con el condenado, ya que no le pronosticaba un mes mas de vida, debido a lo flaco y desnutrido  que se observaba. Así comenzaron los errores del presumido rey.

      Pasó el tiempo, y el chico con dificultades aun, lograba  alimentarse mas y mas cada día. Creció su barba y su cabello, y  con ello también crecían las habilidades de sus piernas, las cuales a su vez se transformaban en unas masas musculares muy sorprendentes.

    Recibiendo algún que otro latigazo, ponían unas  pelotas hechas de cuero de  ciervo en sus piernas, las cuales tenían que mover las esferas y hacer  malabares, para divertir al rey en sus visitas. Se hizo tan famoso el monarca con esto, que otros reinos enviaban a sus carceleros para  instruirse con tal experiencia de aprovechar una buena represión y escarmiento.

      En una noche bien avanzada y lluviosa, quizás la mas en tanto tiempo. Se abrieron las puertas del calabozo. Entrando el carcelero con una  botella de vino en su mano derecha, y en la otra el látigo. Junto a este, apareció una chica, que se tambaleaba de un lado a otro riendo, más ebria y  desaliñada que este. Arreglo algo su cabello que apenas le dejaba mirar, y  acercándose al chico le dijo que le mostraría todos los encantos que Dios le dio, si la divertía con sus piruetas.

        Rieron los dos con profunda ironía. El inicuo hombre agrego, que solo un par de latigazos que le arrancaran la piel, bastaran para echarlo andar. Así fue, y el joven comenzó a divertirlos. Mientras hacia las piruetas, una de las pelotas se le cayó al suelo, el carcelero dándose unos tragos le regaño con otro latigazo. Pero sin tener mas remedio, se acerco fatuo a entregarle la esférica. Fue cuando el joven  flagelado, logro atrapar con los pies, el cuello del carcelero. Al que apretó sin piedad, ni equivocación alguna.

       Como dijo  José Marti: "... Los derechos de un ser humano se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan...La libertad cuesta muy cara, es necesario o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio..."

      Allí, yacía en el piso el horrible hombre. Ahorcado con la misma cuerda que  tejió. Su acompañante casi petrificada, cayo desmayada  junto al cuerpo de este. El chico, con las mismas habilidades que le enseñaron los sangrientos latigazos. Agarro las llaves,  en la cintura del carcelero. Abrió sus grilletes, se puso el vestido de la dama, la capa del difunto y en medio del mal tiempo, logro burlar la guardia y salir del castillo.El rey, iracundo.Ordeno buscarle hasta en las raíces de los árboles, y  quintuplico el precio de su cabeza. Lo cierto es que  el agraviado chico desapareció.

     Una década después,  fue invadido todo el reino. El castillo quedo ocupado, y se ondeo una nueva bandera y escudo en el. La suerte del rey, fue decidida por el mismo. Bebiendo un letal  veneno, que le cerro los ojos ante la debacle que le ahogaba.

      Algunos afirmaron, que entre el ejército invasor, había un soldado que peleaba como un verdadero león .Poseía dos espadas en las manos, y afiladas dagas  en los pies.

     Por cierto, hablando de leones, aquí les va mi tercera historia...



                                                                III


Nadie estaba tranquilo ni en la lóbrega noche cuando dormía profundamente. Porque de tan solo emitir  el diminuto  ruido de un cabal suspiro, hasta las propias hienas se movilizaban asustadas.

     Era el león más fuerte, voraz, bagual, y sanguinario de toda el África. Rugía  y el alarido invadía como viento del norte, los corazones de todos los animales que tenían la desgracia de escucharlo y desfallecer ingente del temor.

    Entre la carnadura  escalofriante de su cuerpo, y las manchas de sangre, que como condecoración de laceradas victimas, invadían su pelaje. Hacían pensar que Aristóteles, cuando clasifico las especies animales, debió dividir  dos grupos. Primero este león, luego todos los animales del mundo.

      Mas de una vez, y quizás por hovy. Se introducía  luego de un pequeño rugido, al estanque de los cocodrilos para robarle alguna  presa que habían atrapado. Monos mutilados, cebras picadas a la mitad, chitas cojas, y hasta un rinoceronte sin su cuerno. Eran parte del programa recreativo que se trazaba para cada día, esta bestia africana.

      Pero, si existía algo que lo divertía completamente .Era el hecho de acechar  a algún grupo de cazadores vengativos por la muerte de varias reses, y heridas mortales a alguien que intento detenerle en la tribu. Así, eran destrozados todos, y dichoso aquel que tenia tiempo de gritar Agarrando sus pobres lanzas como palillo de dientes.

      Solo podía salvarse aquel que de solo imaginar la presencia, lograba  correr sin que se le vieran las piernas en la huida. La arrogancia crecía en cada  inicuo rugir. Las ínfulas, el desdén, la tenebrosa inteligencia, y abrupta  autosuficiencia. Era todo lo que ofrecía con  mirada vilipendiada, a toda la infinita sabana.

     Un día, cuando el sol se encontraba escueto en la cúspide, tocando cada rincón de la árida tierra africana. El rey felino se encontraba reposando una jugosa cría de jirafa, que sus  sometidas leonas habían cazado para el. Dormía profunda y placidamente, hasta que de pronto alguien hizo un ruido que le despertó sosegado y bruscamente.

     Airado, miro con ínfulas de un lado al otro, sin encontrar huella alguna del futuro difunto. Solo una pequeña aventurera mosca correteaba  entre sus garras. De inmediato lanzo medio garrazo y el insecto seguía allí inmóvil. Luego garrazo completo  y  el mismo resultado. La mosca correteaba juguetona.

     Encolerizado,  soltó un avenate, e infernal rugido que hizo temblar las piedras de la sabana. La mosca con toda la calma del mundo, sobrevoló su  larga cara, para al final terminar posándose  en la oreja derecha del rabioso felino, que la movía de un lado al otro en ataque de locura. Luego fueron  inmensas mordidas al  aire. Abanicaba  su mirada y roja melena, además de lanzar con la cola  torpes latigazos. Se paro en dos patas, y  con las garras totalmente afuera,  rasguñaba  ofuscado el viento.

    Todo era en vano .No existía en cada esfuerzo suyo por aniquilar al diminuto insecto, resultado alguno. Todo lo contrario, en el momento en el que el león agarraba un pequeño respiro, la mosca se poso en el centro de su nariz. Y como alguien dijo que el mal genio es lo que nos mete en líos, y el orgullo es lo que nos mantiene en ellos .Era pleamar para el inmenso felino, que sin aguantar más salio corriendo a todo dar, con pandemonio sumergido en el cuerpo y sin parar, luego  de mucho tiempo transido y flagelado. Estrello su cabeza contra el más fuerte y viejo árbol de la sabana.
     Allí, ya hacia el rey de reyes, el mas poderoso de todos y el dueño de la sabiduría absoluta. Ni siquiera los buitres tuvieron el coraje de ingerir su carne. Ni siquiera el viento en los árboles hizo movimiento alguno. Hubo silencio sepulcral en toda África. Solo se escucho el zumbido de un pequeño insecto que despegaba en busca de nuevos quehaceres.

                                                       
"....Quien todo lo puede, ha de temerlo todo..."
                                                                                                                        Pierre Corneille

                                                                                                                                       FIN
                                                                         ___

     Espero, haber ayudado en la reacción de aquellas personas que sufren cautivas de su propio orgullo, necedad y arrogancia. De lo contrario, es mejor y muy recomendable, que aprendan a vivir en la más extrema soledad .Porque tarde o temprano quedaran así, completamente  solas.

    Nadie puede, por mucho poder y dinero que crea tener, hacer que el sol salga solo para el. Ni  coleccionar la luna en su pequeño cofre. Los rayos son de todos, y hasta a quien consideras tu enemigo se regocijara de ellos.

    Se sencillo, se discreto y valeroso. Forra tu corazón  en una consecuencia sagrada del amor de Dios, y solo así tendrás el poder de decidir cuando es tu ocaso...o tu amanecer.

YURI
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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DOBLAR LA SUERTE


Al final todo acabó bien, pero me costó, eso sí, un buen disgusto y varios ataques de nervios. Nervios, parece mentira. Parecen mentira ahora que son sólo un recuerdo, uno tan lejano como esta playa exclusiva en pleno paraíso del relax.

Parece mentira también lo que pueden cambiar las cosas por un simple descuido. Si mi descuido llega a ser un poco mayor, todo esto hubiera seguido tan lejos de mí como antes, como lejos quedaron también aquellos nervios intermedios que hube de pasar días atrás. Esta playa de mármol molido, el lujo de sus hoteles de mármol pulido y la misma turquesa líquida e infinita del mar se hubieran desvanecido en un mal sueño vuelto realidad. Una realidad inmisericorde y plagada de nervios.

Y es que no lo encontraba por ninguna parte. El décimo de lotería de Navidad que compré en aquel viaje de trabajo por tierras riojanas, vaya quebraderos de cabeza que me dio. Lo había olvidado hasta cierto punto, había olvidado dónde lo había guardado, pero el número, el 1969 era inolvidable: coincidía con nuestro año de nacimiento y eso no había quien lo pudiera cambiar. Aunque nunca me han gustado los juegos de azar, me hizo gracia la coincidencia, y supongo que lo compré por eso. Bueno, por eso y porque tú me insististe en que trajera algo de lotería. Tú y tus premoniciones femeninas.

Otra premonición tuya, con las Navidades ya cerca, hizo que nuestro número pasase a ser prioritario sin dejar de ser inolvidable. Al menos para ti. Yo lo daba ya por perdido, ni por asomo pensaba que podía tocarnos. Aún así, te ayudé a buscarlo por toda la casa para dejar de aguantar tu murga. Querías recuperarlo a toda costa porque te barruntabas que podía tocar. Yo no veía en todo ello más que una fantasía no convertible en dinero, y además era incapaz de recordar dónde lo había puesto. Lo que terminé poniendo fue la casa patas arriba contigo, siguiéndote en tu frenesí buscador y rebuscador. Removimos Roma con Santiago. Sin resultado. Llegué a pensar que nunca lo había traído conmigo, que lo había olvidado en el hotel donde me alojé. Y allí me hiciste llamar para preguntar antes de que se celebrase el sorteo, por si pudiera haber aparecido cuando limpiaban la habitación. Pero tampoco estaba allí. Era como si ni siquiera lo hubiera comprado. Me convencí de que tenía que haberlo perdido en alguna parte, llegando a la conclusión de que ya no merecía la pena perder más tiempo buscándolo.

Por suerte lo compraste tú, sin decirme nada. No sé cómo te las apañaste para mantenerte fiel a tu pálpito y conseguir por Internet el mismo número. Hoy no me queda más remedio que brindar por tu fijación y por tu empeño. Y por tu piedad. Cuando resultó premiado no me dejaste ni tiempo para deprimirme. Enseguida me mostraste el décimo, como si hubiera aparecido por fin y te lo hubieras callado para darme así una monumental sorpresa en caso de premio. El premio gordo, nada menos. Doblemente gordo en nuestro caso, pues poco tiempo después, el décimo original, sellado en una administración de Logroño, había aparecido, algo arrugado y con desgana, duplicándonos el premio para sumarse a la fiesta desde la guantera del coche.

Azul
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Silencio y calor


Si pensaba en cada una de las palabras que salieron de su boca ese día parecerá que nada fue real, que todo fue un sueño, un castigo o una trampa del destino. Pero, lamentablemente, el dolor estaba ahí, todo había sido real y no había nada que hacer.
Habían pasado escasamente unas semanas y su recuerdo aparecía en su mente como un fantasma que se cierne sobre un pobre niño asustado en su cama. No había sentimiento de debilidad, ni se sentía malherido o maltratado. Todo había acabado y no había nada más que hacer. Era fácil resumir cada momento de lo ocurrido en una palabra, silencio.
Más que todo lo que ella dijo esa noche, fue el silencio que se apodero de él lo que le atormentaba. Su rudeza eclipso su valor y el fuego que sentía en su pecho no pudo brotar de su garganta para decirle que la quería, que no podía seguir sin ella un solo momento.
Todo fue debido a su torpeza. No supo apreciarla, no supo retener entre sus manos ese líquido fresco y agradable que eran sus besos. Sentía no poder volver a sentir el calor de sus abrazos, todo se había ido. Ahora solo sentía el frio de la soledad, un frio que no le hacía menguar en espíritu. Seguía siendo la misma persona normal de cada día, aquella misma persona normal que lo perdió todo en una tarde de primavera.
No había más destino para un alma en pena que el que busco esa noche. Encerrado en la penumbra de su angosta habitación, la lámpara lo miraba desde la mesa aconsejándole que se levantara y volviera a ser feliz. Pero el dolor era difícil de soportar. Siguió con su vida diaria, cayendo en la monotonía con la culpabilidad de carcelero. No había nada que se pudiera hacer.
Cada mañana era un reto salir a la calle y enfrentarse con su trabajo, hablar normalmente con sus amigos o con sus familiares. Nadie tenía porque saber nada, porque nada había pasado para ellos. Inconscientes de su vida personal hasta el momento, nadie tendría por qué preocuparse y al no tener nada de lo que preocuparse, nadie notaria el malestar en su interior.
En ese momento, bajo la lámpara de su mesa y sentado en la silla en la que tantas horas había pasado escribiendo absurdas cartas de amor que nunca llego a entregar y que ahora ya no importan, sintió que sabía exactamente lo que tenía que hacer.
Abrió las persianas de su habitación. Con agrado se dio cuenta de que era de día. Seria sábado porque el despertador no había sonado esa mañana, pero sin duda era aun temprano porque la luz, tenue y discreta, apenas conseguía iluminar su rostro cansado y ojeroso. No merecía la pena esperar y se dirigió directamente a su destino con escaso abrigo.
Al salir del portal el frio de la mañana le acaricio los pies produciéndole un escalofrió. Estaba descalzo. Era la primera sensación que había sentido en las últimas semanas además del dolor. Porque en la monotonía poco se siente, y lo que se siente acaba siendo tan parecido que poco importa. Le gusto esta sensación y siguió andando por las calles solo frecuentadas por algunos borrachos y barrenderos que se dirigían a casa, en el caso de los primeros, o que acababan de salir, en el caso de los segundos.
Solo unos metros más y ya llegaría a su destino. Miro su reloj. Las tres. No era posible que fuera aquella hora, había demasiada luz para ser de madrugada y muy poca para ser por la tarde. En una de las vallas de la calle se podía ver el reloj que marcaba las siete de la mañana. De repente el color de los números cambiaron y estos a su vez cambiaron de orden de manera demasiado lenta para ser real. ¿Acaso seria a causa del alcohol de la cena?
Lo único que tuvo claro en ese momento es la fecha que vio, seis de abril de dos mil once. Siguió andando por la desierta calle. No era de extrañar que los pocos transeúntes matinales lo miraran desconcertados. La señora que a veces veía en el mercado aprovechaba la mañana para pasear a su perro Rufo. Era  de vanagloriar como había conseguido combinar con tanta gracia el chándal de hacer deporte y las zapatillas de andar por casa. Algo en su mirada y en la expresión de su rostro le hizo pensar al muchacho que no había sido tan buena combinación ni mucho menos comentárselo desde la otra acera, pero quizá ahora él lo veía todo con más alegría.
Por fin había llegado a su destino. El camino quizá habría sido más corto haciendo otro recorrido o quizá podría haber caminado con más brío, pero todos los caminos que merecen la pena se hacen a veces largos y a veces difíciles de andar.
Abrió la puerta sin ninguna oposición por parte de la misma y allí en esa agosta sala se encontró durmiendo a un caballero. Sin hacer ruido se sentó a su lado y lo observo durante un momento, este se despertó y lo miro desconcertado.
Hola, saludo el joven descalzo, me parece que no nos han presentado me llamo Pablo y acabo de nacer de nuevo hoy día seis de abril de dos mil once a las siete de la mañana. Me alegra comunicarle que usted será mi primer amigo y espero que se sienta feliz porque yo le estaré eternamente agradecido, amigo mío, de que me deje compartir por unas horas la estancia en su hogar.
El pobre hombre no supo que contestar. Puede ser que a él esa mañana también le entrase el miedo y no fuera capaz de expresar su agrado o su enfado. Pero si una cosa esta clara es que los amigos son capaces de entenderse con solo una mirada y, sobre todo, si es el primer amigo de tu vida.
   Después de eso aquel hombre de mirada triste y desconcertada se giro y se durmió. É estaba en su casa y no quiso ser descortés. Por lo que se durmió también, allí sentado en el suelo y apoyado contra la pared.
A primera hora de la mañana, la cajera de la sucursal del banco se vio claramente intrigada por aquel muchacho que sonreía ante ella en pijama y sin zapatos. Más tarde se dio cuenta que era el mismo muchacho que compartía un poco de pan con el mendigo que dormía en el cajero y que se despedía de él con un abrazo y un "hasta pronto".
Después de que sacara todos sus ahorros, fue la última vez que vio a aquel muchacho.



Han pasado ya varios años y un grasiento y espeso dolor sigue dificultando el movimiento de sus articulaciones y haciendo más lentas sus rotaciones. Pero el sol de este nuevo lugar y lo cálido de su tierra puede que lo haya vuelto más líquido. A pesar del tiempo, no ha sido capaz de conocer a nadie más que le hiciese sentir aquel dolor que aun le atormenta y piensa cada día, sin resentimiento, en cada uno de los pequeños detalles que le hacían ser única.
La experiencia le ha hecho tomar nota de todo lo que hizo mal y ha aprendido a ser más feliz, a compartir sus sentimientos, a no intentar agarrar el agua del rio cuando fluye entre sus manos, a no arrancar las flores del valle si no a mirarlas y ver cómo crecen cada día más hermosas. Ahora sabía que sería capaz de controlar el fuego de su interior, guiarlo hacia su garganta y dejar que fluyera hacia el exterior dejando que su calor bañe todo lo que se encuentre a su alcance.
Un día sonó el timbre de la puerta. Se levanto descalzo y  paró un momento antes de abrirla. Volvió a sentir aquel frescor del día en que nació pasando entre la puerta, pero mezclado con el calor de la tierra y con el aroma de las flores.
El timbre volvió a sonar. El sol le cegó los ojos cuando abrió la puerta. Solo podía apreciarse luz y más luz. Pero aquella luz se volvió tenue. El sonido del viento rozando las hojas pareció disminuir y los pájaros acallaron su canto. Ella volvía a estar frente a Pablo, pero esta vez no era ella la que hablaba solo se miraban y sonreían.
El silencio sumió a ambos esperando a que alguien lo rompiese. Pero el destino a veces nos juega malas pasadas y todo el fuego que sentía no fue capaz de salir y dejarse ver, una vez más. No importó. La maleta que tenía en su mano derecha cayó al suelo y sus brazos le rodearon. Hizo más ruido que el que hubiese hecho cualquier maleta al caer. Pero tal vez fuese porque aquella maleta estaba cargada de todo el dolor que sentía. Después de ese día, el dolor no volvió a aparecer.

Juan de la luz
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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La gaviota permanece junto a su pareja en la farola azul elevada


Recorriendo las calles creo encontrar un azul definitivo, un corcho de metal reluciente entroncándose en mi ventana, reflectante del astro dorado anunciando la imponente bruma y brisa de tarde. El piano de mi cabeza reclama una y otra vez, recordando temas perdidos, inmerso en versos de cantautores olvidados. Creo atisbar las primeras sensaciones que sentía en la columna vertebral cuando escuchaba tales acordes, los primeros acordes de un tema perfecto como esta tarde, adueñado en el asiento trasero de un coche viendo a la gente pasar. La gaviota permanece junto a su pareja en la farola azul elevada.

Rastreamos las barreras del agua por el muro portuario, a un lado el mar al otro su reflejo, relleno de barcos, veleros y un ocaso espectacular despejado de nubes. En una acera las olas encerrando espuma blanca en tu ropa, en otro la resaca de tu sonrisa clamando por una fotografía. En tu mano derecha el teléfono, hablando con tus parientes cercanos y resplandeciendo hacia el sol. Entonces la miro a ella, la veo apartada recorriendo el paseo portuario como clamando por la tierras de los salvajes. En mi mente la recuerdo dando pasos de baile, señalando al cielo su llegada y su porte, recogiendo saludos de todos y jugando con su camino solitario. Te miro de nuevo a ti y te hago esa foto en la que solo sales tú,  mirando hacia el reflejo del sol sonriendo con el pelo suelto y largo rozando con cuidado tus mejillas, y con las ojos expectantes mirando con alegría al futuro notando mis ojos sobre los tuyos. Ella se nos une, hace tan solo dos minutos os he sacado una foto a las dos enfrente del muro que separa la tierra de las rocas y el mar. Ella con una picardía y seguridad destacable, mirando a la cámara como preguntando por el fotógrafo, y tu estas agarrada a ella, saludando con tus labios mientras la marea sube y tu pelo vuela envolviendo tu pecho. Ella no quería fotos, no quería que se la fotografiara con camiseta pero sin sujetador, le parecía estar desnuda ante la cámara, pero tú ibas igual y no dijiste nada. En ese momento buscas algo en tu mochila, una que ha aguantado varios años de sacudidas y que adquirimos en el bazar árabe de Granada, seguramente la vaselina labial y muy probablemente la chaqueta negra que te protege del frío mientras sigues mirando al puerto expectante y llena de ilusión. Ahora escucho "The Musical Box" y la voz de Peter Gabriel me transporta a los días previos en los que la escuchaba mientras contemplaba un ocaso bien distinto, dos momentos bien diferentes, un parche en la memoria, un bucle temporal que une dos mundos. Y al mismo tiempo me veo observando la forma de las nubes, tumbado bajo el suave tacto de tu pie derecho en mi hombro, arropado bajo tu presencia cercana y pululando sobre tu olor y tacto sensual, escuchando el Nacimiento tal y como lo concibieron otros autores del cielo. Te llamo por tu nombre y regresas al lugar donde empezó el día anterior; te arrodillas y empiezas a privarme de sentido humedeciendo entre tus labios al Rey Carmesí de mi orquesta. Rojo, como proclamaba la guitarra de Robert Fripp, observo la playa desde lo lejos y me asombro de compaginar dos emociones; libertad y música. Arranco granos de arena de playa con el redoble de mi pie al seguir el ritmo, y con mi temperamento inundo las nubes del cielo y desbordo los ríos de todas las montañas cargándolos de entusiasmo y admiración, admiración por su belleza en esta tarde de junio tumbado sobre la cúpula sagrada que me sostiene el universo. Ella sigue enseñando sus pechos al sol, y tú miras hacia mis labios y me sonríes dándome un beso que dura hasta cuando te contemplo atareada rebuscando en aquel bolso granadino, roto por los costados y devorado por abrazos, escuchando pacientemente el embargo del día.
Recojo bajo una sombrilla de madera artificial un precioso poema de Dylan Thomas titulado "Poema de Octubre", y luego te lo leo en la playa mientras ella se baña en la salina fuente acuática de la costa. Te hablo de la infancia y de "esos días azules y este sol de la infancia", no recuerdo decirte nunca esos versos pero recuerdo recogerlos en mi agenda mental pocos días antes de salir para cumplir en el litoral 4 maravillosos días. Te leo verso por verso, estrofa por estrofa hasta el pesimista y nostálgico final, después te leo el siguiente y te gusta menos. Corro y apuro los versos pues nuestra intimidad es pronto abrumada y termino la última nota con un beso en tu cuello. Esa noche, o quizá la anterior te poseo, te penetro en el sofá donde el día siguiente nos enfadaremos jugando a preguntas y respuestas con ella. Es curioso el contraste emocional y las constantes pasiones que alberga ese sofá en tan solo 4 días, 4 calurosos y tríadicos días. Esporádicamente tenemos tiempo para nosotros, esta tarde en que ahuyentados por la posible irrupción de la anfitriona tuvimos que cortar nuestro flujo sexual, y no volvió a fluir hasta la noche del sofá en la que acabe desbordándome satisfecho como cuando me humedecías con tus labios a la salida de la ducha aquella tercera vez. Arrejunto tus piernas hacia mis labios y me aproximo lenta y furiosamente para tocar los tuyos, humedecerlos y desbordarte haciéndote sentir lo que sentía yo cuando sujetándote la camisa, eyacule contra tus pechos después de que te arrodillaras en aquel baño. Mezclamos besos y abrazos ante nuestros encuentros en los pasillos, en la terraza, en la cocina, en la cama, en la playa, en el camino, en  el desayuno, en la comida, en la cena,...Una vuelta y poco tiempo después de que dejaras de hablar con tus parientes pasamos por un barco que tenía tu nombre en la proa, una playa con un faro enorme que en su día se me asemejó al de Alejandría, y despedimos al día con la mejor compañía, dispuestos a regalarnos un premio para todos los sentidos de que disponemos. Y mientras fotografío a esas dos gaviotas ancladas en la farola azul del puerto, satisfecho y contento recibo después vuestras preguntas sobre el objeto artístico-descriptivo de la práctica. A pesar de lo reducido del espacio azul, esa foto muestra como ambas permanecen juntas a tan elevada altura, por encima de nuestras cabezas, compartiendo su felicidad común llueva o nieva. Esa imagen ya es eterna en mi mente y en la cámara que la ha recogido. 


Gorka Martín
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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El paseo
                                           

Pepa y Manuel se conocieron un domingo de mayo de 1957. Se encontraban entre una multitud de personas que, agolpada a las puertas de la iglesia del pueblo, esperaba ansiosa por ver salir a su patrona, la Virgen de los Ángeles.
Era un día radiante, luminoso; un sol alegre lucía en lo alto y había una sensación general de contento; jornada festiva en el cielo, pero también en una tierra donde la brisa prohíbe toda infelicidad, si es primavera.
El aire olía a flores, las que lucía el palio de la Virgen, y las que llevaban las jovencitas prendidas en su pelo. El de Pepa, largo y negro de azabache, se ondulaba y caía suavemente sobre una espalda recta de danzarina sin tutú. Pepa no llevaba adornos; tampoco flores. No le hacían falta.
Pepa era una flor.
Al mediodía, un atronador repique de campanas anunciaba la salida del paso; los encajes de oro del palio refulgían bajo la luz solar.
Sin embargo, algo había cerca que brillaba más, que le hubiera ganado la partida a un millón de estrellas, a una miríada de luceros, y ese algo eran los rizos del pelo rubio de Manuel, sus ojos azules y reidores.
Y creyó Pepa que Manuel era el sol. Y pensó Manuel que Pepa era una flor.
Porque Pepa y Manuel se vieron en la distancia. Y se miraron.
A lo lejos, sus ojos se hablan.
Y los ojos no mienten.

Manuel tiene poco tiempo; debe volver pronto al campo, y se acerca con suavidad a la muchacha, entre tímido e impetuoso:
-Señorita, ¿quiere echar un paseíto conmigo?
Pepa responde sulfurada , con la voz entrecortada, roja hasta la raíz del cabello:
-Pero, ¿qué se ha creído, oiga? ¿Que tó el monte es orégano? Pues sepa que está usté hablando con una muchacha decente.

Ahí acaba, o ahí empieza. Todo.
El primer paso del rito se ha cumplido.
Seis semanas después, Manuel está trabajando en el campo, como siempre, de sol a sol.
Su padre le tiene prohibido acercarse al pueblo. Solo cada tres meses, y a regañadientes, le concede permiso para ir a cortarse el pelo:
-Ná de ir al cine ni quedarte por el paseo, si no quieres probar mi cinturón ¿tás enterao bien? Tú, con la mula, derechito an cá la Fernanda, a llevarle los huevos, que te dé los reales, cuéntalos bien, que no t´engañe; y luego, al barbero, sin pararse en ningún lao. El pelo, al cero, que pá está aquí, cuidando las bestias, no tiés tú que lucí tanto. Y luego, te vuelves pá cá otra vez, que no m´entere yo que andas de bares, ya sabes la mala fama que nos heredó mi abuelo.
Manuel asiente. Es feliz; ya sólo quedan seis semanas para volver a ver a la linda muchacha flor.
Porque Manuel no se ha olvidado de Pepa.
A sus veinticinco años ha tenido algunas novias; sin embargo, nunca antes se había sentido así.
Todas las noches sueña con ella, con su pelo negro, con su piel morena. Con la miel de sus ojos grandes.

Mientras, en el pueblo, Pepa se ha enterado ya de quien es aquel mozo rubio que la pretendió en la procesión.
Voces familiares se encargan de hacerle un retrato completo. De él. De su familia:
-Ay, Pepita, ya sabes que me considero una buena amiga tuya y no me gusta darte disgustos, pero te tengo que contar lo que me han dicho esta misma mañana en la plaza. Al rubillo ese que te hizo tilín le dicen Guerrerito; por más señas Guerrerito, el guapo. Hombre, el mote le viene que ni pintao, ¿no es verdad?, pero el problema es lo de antes, hija, el apellido, que me han dicho( y es de confianza quien me lo ha contao), que "ojito con esos Guerreros", que son todos unos borrachos y unos puteros (con perdón de la palabra, que tú y yo somos señoritas, ya lo sé).
-No me digas que se t´acercao un Guerrero. Pues ya lo estás despachando, que no quiero tratos con esa familia. Tós mú altos, mú fuertes, con mú buena planta, no te lo voy a negá, que bien se ve; pero mala gente, mala gente...
-Hermanita, que no te vea yo cerca de un Guerrero, que no tienen donde caerse muertos. A ver si ese cateto va a venir a por tus tierras.
-Hija, Pepa, ten mucho cuidao donde pones los ojos. A un Guerrero, ni acercarse.

Ella los escucha, pero no comprende cómo, debajo de esos ojos limpios y reidores, detrás de esa transparencia azul se puedan ocultar malas intenciones. Pepa está triste porque él ha desaparecido de su cielo, y una flor se mustia sin el sol.
Pepa no sabe cuándo volverá a verlo.
O si él la recuerda todavía.
______________________________

Han pasado seis semanas y Pepa baja una cuesta, una de tantas en el pueblo. Viene de la plaza, cargada con la cesta de la compra, erguida, como un junco, sobre sus tacones de aguja. Podría ser una bailarina. O una reina.
Los mozos del pueblo, recostados sobre las paredes encaladas del casino, no dejan de piropearla:
-A sus pies, majestad.
-¡Qué andares de pantera!
-¡Cuánta elegancia pá un pueblo tan chico!

Manuel está hoy allí, entre los otros. No con los otros. Por eso Manuel calla. Sabe que ahora no le toca hablar. Todavía no. Sabe que los chupatintas del pueblo, como él los apoda, se ríen de él; que lo llaman cateto porque vive en el campo, y no ha ido siquiera a la escuela; porque va mal vestido y mal calzado; porque sólo se acerca al pueblo cada tres meses, para cortarse el pelo al cero. Como hoy.

Sin embargo, algo le dice a Manuel que su suerte está cambiando; que no deberá temer nunca más ni a las voces de los chupatintas, ni al ridículo de la ropa desgastada, ni a la herencia de la mala fama.
Porque Pepa lo ha mirado al pasar a su lado, y sus ojos de miel reflejaban el sol.
Porque Pepa le ha rozado la mano con el vuelo de la falda de su vestido de flores. Levemente. Como sin querer. Y, por un instante, el corazón acelerado de Manuel ha dejado de latir.
Ya ni siquiera le importan los gritos de su padre, el cinturón de su padre, que su padre lo mate a tortas cuando llegue hoy tarde a casa.

Y es que esta noche, cuando la luna de julio ilumine, grande y redonda, el cielo añil, Manuel va a esperar a Pepa a la salida del cine.
Luego irá con ella a la alameda. Pasearán juntos, como tantas parejas,y, cogidos de la mano, sentirán el aroma de la dama de noche, el perfume de los jazmines. Más tarde, cuando la timidez imponga el silencio y las palabras se escondan, escucharán el canto de los grillos, el latido uniforme de sus corazones.
O se mirarán a los ojos.
Miel y cielo. Flor y sol.
Porque esta noche sí habrá paseo.
Esta noche tiene que haber paseo.
Y aunque la tierra entera se les ponga en contra, habrá paseo.

Ángeles Guerrero
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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El tipo aquel


La puerta se abrió y faltó muy poco para que el tipo aquel no se abriera también la cabeza contra el suelo.
Entró a la tasca a trompicones, atrayendo las miradas de los siete u ocho desventurados que a aquellas horas aún seguíamos empeñados en aligerar el peso de nuestros bolsillos y de nuestras conciencias. Recorrió el local con un par de ojillos somnolientos pero aún capaces de destilar cierto atisbo de recelo y comenzó a renquear alejándose de la puerta. Apenas se tenía en pie, aunque poco a poco logró abrirse paso hasta la barra a fuerza de manosear las mesas y las sillas igual que un ciego temeroso de tropezar y caer. Tenía todo el aspecto de alguien que lleva cuatro o cinco días sin pasarse por casa para pegarse una ducha o cambiarse de ropa. Llevaba la camisa cargada de lamparones y sus mejillas ensombrecidas clamaban a voces por un afeitado. Era del tipo de personas que dejan de asearse una mañana y ya se les pone cara de náufragos. Barba recia y cerrada como la de un trotamundos bereber.
Tomó asiento justo a mi lado —sus alerones soltaban un tufillo que no desmerecía en absoluto al del resto de su apariencia— y levantó un dedo tembloroso para llamar la atención de Fermín. A duras penas conseguía mantener la cabeza erguida.
—Uda gidebla con dibón, pol favorl —masculló como buenamente pudo antes de dejar caer la cabeza cubriéndose el rostro con las manos.
Reconozco que a mí me llevó unos cuantos segundos digerir aquellos sonidos y sacarles algún sentido. Pero Fermín asintió con vehemencia y, un segundo y medio después, ya tenía sobre la barra un vaso atiborrado de cubitos de hielo. Ya debía de tener el oído acostumbrado a toda suerte de variantes etílicas del castellano. Del mismo modo, tampoco le preguntó al tipo aquel qué marca de ginebra quería. Estaba claro que le daba igual con tal de que cumpliera con el cometido de matarle unos cuantos miles de neuronas más aquella noche. Se agachó debajo de la barra y sacó esa garrafa que normalmente les reserva a este tipo de clientes, con la etiqueta del pato soplando una pipa de burbujas.
—Veinte euros —espetó Fermín con toda la flema del mundo, con su cara de poker habitual.
Por veinte euros, a mí me deja servirme toda la cerveza que sea capaz de beberme en una noche. Ni en el Ritz te cobran veinte euros por una copa. Pero al tipo aquel no pareció importarle. Se apartó las manos de la cara para rebuscarse en los bolsillos un buen rato hasta que sacó una cartera de la que a duras penas logró extraer un billete de cincuenta. Se lo tendió a Fermín y, acto seguido, ocupó su anestesiada consciencia en la copa y comenzó a ingerirla a sorbitos, con la misma mecánica celeridad del que bebe sólo porque no puede hacer otra cosa ya que seguir bebiendo.
En cuanto al cambio de aquellos cincuenta, me temo que nunca llegó olerlo. O al menos yo no vi que en ningún momento Fermín se lo devolviera. Fuera como fuere, al tipo aquel el tema tampoco es que pareciera preocuparle demasiado. Toda su atención estaba centrada en beber un sorbo tras otro, igual que las cigüeñas esas de juguete que no pueden evitar hundir el pico una y otra vez en el agua de un vasito.
Entonces fue cuando sucedió.
Los tres hombres se levantaron al mismo tiempo de sus asientos. Tres individuos que en apariencia nada tenían que ver los unos con los otros. Habían entrado por separado y a distintas horas, y cada uno se había sentado en un rincón diferente del local, adoptando la clásica actitud del cliente que no quiere hablar con nadie y prefiere pasarse la noche a solas consigo mismo y pendiente tan sólo del contenido de su vaso. Sin embargo allí estaban ahora: tirando a un lado mesas y sillas a su paso, arrojándose los tres hacia el mismo punto de la barra, el mismo en el que nos encontrábamos sentados el tipo aquel y yo. Me puse en pie de un salto y me encaré con el que tenía más cerca levantando los puños, listo para machacar o ser machacado. Nunca me han gustado las peleas, pero tampoco soy de los que se dejan partir la cara fácilmente. Sin embargo el tipo pasó de largo por mi lado. Y para cuando logré reponerme de la sorpresa y volverme de nuevo hacia él, aquellos tres matasietes improvisados ya se habían abalanzado todos a una sobre el tipo aquel y le estaban propinando a golpe de bota y de puño la paliza más brutal y desproporcionada que he tenido ocasión de presenciar en vida.
Me quedé allí mirando sin saber qué hacer. Fermín se limitaba a apartar la mirada de vez en cuando de su sudoku con cara de fastidio para ver cómo iba la cosa, y el resto de los clientes de la tasca ni siquiera levantaron las cabezas de sus consumiciones. Pasamos un buen rato así, con los resoplidos de los unos y los gemidos y protestas del otro como único acompañamiento de fondo, hasta que los tres matones debieron de decidir que ya se habían servido a gusto con el tipo aquel y se apartaron de él para contemplar su obra durante un par de segundos. Lo habían dejado hecho unos zorros. Acto seguido, se dieron la vuelta para salir en tropel por la puerta.
El tipo aquel se retorcía en el suelo gimoteando y entre estertores. Tenía la cara partida y los ojos hinchados como ciruelas maduras. Le ayudé a levantarse y llamé a Fermín para que le repusiera la copa que aquellos animales le habían derramado. Dejé un billete de cinco sobre la mesa. Esta vez invitaba yo.
Y fue justo cuando me disponía a marcharme a casa cuando reparé en un papel tirado en el suelo: una tarjetita de esas como de visita, medio escondida bajo la suela de uno de los zapatos del tipo aquel. Lo más probable era que se le hubiera caído a alguno de los matones. O que la hubieran dejado allí aposta, a modo de advertencia. Lo sé porque acostumbro a beber con la mirada clavada en el suelo y hacía unos instantes no estaba allí.
Me agaché para recogerla y leí lo que en ella rezaba con letras grandes y negras:
"ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS"
Parpadeé con incredulidad. ¿Alcohólicos Anónimos? Me di la vuelta, hacia las mesas que habían quedado vacías. Una naranjada y dos refrescos de cola. Sí que podían serlo, sí. A continuación me volví hacia el tipo aquel, con sus trazas de borracho perdido, engullendo su ginebra con limón como si le fuera la vida en ello. Su cara una masa de carne sanguinolenta. ¿Así es como las gastan en Alcohólicos Anónimos con quienes desertan de sus filas?
Sacudí la cabeza riendo para mis adentros. ¡Pero qué idioteces se me ocurrían! Enfilé mis pasos hacia la puerta. Por esa noche ya había tenido suficiente. Aunque, antes de salir a la calle, le eché un último vistazo al tipo aquel, que en ese momento se incorporaba tembloroso sobre el mostrador para pedirle a Fermín otra copa.
¿O tal vez sí? Cosas más raras he visto por ahí.

Lucio Apuleyo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA VIDA ES GUAY
                                                                     

     María  tenía el  cabello blanco y el  rostro arrugado. Había sido muy guapa, y a pesar de tener cumplidos los setenta y cinco años de edad, todavía conservaba parte da su antigua belleza. Tenía siempre la sonrisa en los labios y un brillo especial en su mirada limpia y penetrante. Naciera en un pequeño, pero hermoso pueblo, rodeado  de frondosos bosques y verdes campiñas, salpicadas de hierbas aromáticas y flores silvestres. Allí el aire todavía es puro y de agradables olores. Los  pájaros en bandadas cantan alegres dulces melodías.
A los veinte años se casó con un vecino y formaron su hogar allí en el pueblo donde habían nacido. Criaron felizmente cuatro hijas y dos hijos y a los seis les dieron estudios.
    Poco a poco, los hijos se fueron casando e independizándose y María y su marido se quedaron solos. Al principio, recibían a menudo la visita de los hijos, pero con el paso del tiempo las visitas se fueron espaciando.
Cuando falleció su marido, María se quedó muy triste y sola. Por diferentes circunstancias, ninguno de los hijos podía cuidarla, pero tampoco deseaban que viviera  sola. Un día celebraron una reunión familiar y acordaron que lo mejor era internarla en una residencia para mayores.
Después de cincuenta y cinco  años  viviendo en su casa, tenía que mudarse a 15 kilómetros del pueblo, que era donde estaba ubicada la residencia. 
El día  que debía abandonar la casa, recorrió cada una de las instancias, recordando todos los acontecimientos ocurridos a lo largo de aquellos  años.  En cada rincón  resonaban las  voces de sus hijos, sus risas y sus llantos, en los marcos de las puertas y en las blancas paredes, adornadas con cuadros y viejas  fotografías familiares, parecía que todavía podía tocar sus huellas infantiles. ¡Que ruidosa y alegre había sido aquella casa, y cuanto amor hubo allí dentro!  También  alguna enfermedad y la inestimable pérdida  de su marido  le habían hecho pasar momentos de dolor.
––En la residencia no te faltará de nada ––le decían sus hijos––. Estarás como en un hotel.
A la residencia iba pagando una buena suma al mes, y claro que materialmente iba a tener todo lo que necesitase. Incluso la tratarían con efecto y cariño, pero ella sabía que el calor del hogar y el amor de una familia, jamás se lo podrían dar en sitio ninguno del mundo que no fuese su casa, rodeada de sus familiares  y  vecinos.
María les escuchaba y callaba. No le agradaba la idea,  pero tampoco quería  darles lástima ni ser una carga  para ninguno de ellos.
¿Cómo no se darían cuenta de que ella no quería estar en ningún hotel, ni tampoco que se le prestasen unos cuidados especiales?  Sólo deseaba seguir en su casa. Ni siquiera les pediría que le sacasen a pasear todos los días, como alguno de ellos hacía con su perro. Se conformaba con tener su cariño y que de vez en cuando fuesen a verle.
    María y su marido habían criado los seis hijos con mucho sacrificio, pero nunca les faltó de nada.
Ella sabía que los seis le querían, pero en este mundo tan competitivo ni siquiera hay tiempo para pensar en los sentimientos de los demás. Sólo el dinero es importante. Incluso muchas  mujeres  sacrifican su maternidad, que es lo más bonito de este mundo,  para no perder sus puestos de trabajo. Las parejas  tienen pocos bebés, y los pocos que tienen los  internan en las  guarderías tan pronto como se los admiten. Los hijos con sus mayores hacen lo mismo, llevándolos a las residencias en cuanto no se valen por si mismo o les estorban. Se está perdiendo humanidad, cada uno va a lo suyo y nada más. La actual generación no acierta a comprender que la mayoría de las veces, viven esclavizados  por el desmedido afán  consumista, adquiriendo muchas veces cosas innecesarias.
Aquel día, allí estaban en su casa,  sus seis hijos y ocho nietos, de los nueve que tenía. Unos iban a despedirse de ella y los otros para acompañarla hasta la ciudad, donde quedaría ingresada en la residencia de mayores. 
La otra nieta que faltaba y a la que  estaban esperando, era Dora,  considerada  como  la oveja negra de la familia. Era buena chica, pero algo rebelde y un poco hippie. Renegaba del capitalismo y del consumismo, le gustaba vestir pantalones vaqueros avejentados, camisetas con consignas reivindicativas y muchos piercings en diferentes partes de su cuerpo. La relación con sus padres no era demasiado buena y desde hacía unos años ya no vivía con ellos. María la quería mucho, el verla un tanto rechazada por los demás miembros de la familia ayudaba a que sintiese un cariño especial por ella. Tenía otro hermano más joven, que era el ojito derecho de sus padres. No era mejor ni peor que ella, simplemente era distinto, y en esta vida ya se sabe, lo que a unos les parece absurdo, para otros puede ser fantástico.
–– ¡Dora siempre tiene que dar la nota! ––exclamó su padre furioso cuando llevaban un rato esperándola.
–– ¿De que os extrañáis? Ella siempre fue así ––aseveró una de sus tías.
––La culpa es nuestra por esperarla ––dijo su hermano.
La despedida estaba siendo lenta y dolorosa. María hubiese preferido marcharse cuanto antes, para alejarse de todos aquellos recuerdos que le estaban partiendo el alma.
Al cabo de media hora llegó Dora.
––Qué abuela, ¿Preparada para ingresar en la comuna? ––le dijo a modo de saludo al entrar en el salón.
María no pudo decirle nada, se abrazó a ella llorando.
–– ¡Hay abuela, yo creo que lo de ir a la comuna no te mola nada! ––le dijo––. Los hippies en los años sesenta y setenta también tenían sus comunas y muchos se iban a vivir a ellas. Tus hijas e hijos, por aquel entonces eran jóvenes, pero según tengo entendido, estaban totalmente en contra del movimiento hippie y de sus comunas, sin embargo hoy no tienen reparo en internarte a ti en una parecida.
–– ¡No seas impertinente, las residencias de hoy en día no tienen nada que ver con los antiguos asilos, y mucho menos con las comunas a las que tú te refieres ––Dijo una de sus tías muy enfadada.
––Ya  sé que afortunadamente hoy las residencias mejoraron notablemente, pero a las comunas hippies se iba voluntariamente y a las de los mayores a veces se va forzados. Yo sé que las residencias son muy necesarias, porque hay personas que están completamente solas, impedidas  o que necesitan cuidados que no se les pueden dar en casa, pero no es el caso de la abuela. A  cada paso hay menos apoyo familiar. Nuestra capacidad de sacrificio se va disminuyendo y por los demás se sufre lo menos posible.
Dora  se sentó al lado de su abuela,  tomó sus manos  y mirándola fijamente le dijo:
–– ¿Recuerdas abuela, cuando yo te decía que no te esforzaras tanto en cuidarnos por que al final nadie te lo iba agradecer? Aquí tienes la respuesta, después de toda una vida trabajando para los demás, se te paga alejándote y escondiéndote para que no estorbes. Al final  son ciertas mis teorías: con el dinero se puede comprar una casa, pero no un hogar. Se puede comprar sexo, pero no amor. Alguien dijo, y con razón, que la verdadera felicidad es bastante barata, pero nosotros nos empeñamos en gastar demasiado en falsificarla.
–– ¡Ya está bien de sermones! ––Exclamó el padre de Dora––. Tú eres la menos indicada para darnos clases de ética. Siempre fuiste un espíritu de contradicción.
––Tienes razón ––dijo Dora––. Tal vez nunca haya  sido una buena hija, pero quizá mi carácter rebelde se fuese forjando poco a poco, en parte, porque ni tú ni mamá me hicisteis nunca  el caso suficiente. Muchas veces lloraba para ver si así conseguía atraer vuestra atención. Otras veces lo hacía porque tenía serios problemas y esperaba que una mano amiga se posase en mi hombro, que alguien me escuchase, me diese un consejo y me consolase. Hubo momentos en los que deseé  con toda mi alma que unos labios besasen mi mejilla y me dijesen palabras cariñosas. Pero vosotros nunca teníais tiempo para mí. Estabais  demasiado ocupados con vuestro trabajo,  las reuniones con los amigos, los paseos, los viajes  y las sesiones en el gimnasio. Ahora seguís sin preocuparos de mí, pero eso sí,  juzgándome a la ligera y negativamente como siempre, sin pararos a pensar que soy una persona con ideas distintas a las vuestras, no sé si mejores o peores, pero con sentimientos igual que vosotros.
Las palabras de Dora habían causado tal efecto que nadie de los presentes se atrevía a hablar. Fijó nuevamente  la mirada en su abuela y le dijo:
––Abuela, cuando yo era niña y me veías llorar, me decías que no lo hiciese, que te hacía poner muy triste, pues bien, hoy te pido que no lo hagas tú, porque me das mucha pena, además la vida es corta y hay que aprovecharla y vivirla con alegría.
––Bueno, es hora de marcharnos ––dijo el hijo mayor, que era el encargado de llevarla en su coche a la residencia.
––Un momento por favor ––dijo Dora––. A veces los políticos tienen algunas luces, y al alcalde de este pueblo  se le encendió la bombilla. Van a inaugurar un servicio de ayuda y un centro de día para mayores, por lo que te hago un trato, abuela. 
–– ¿Cual? ––Le preguntó María con mucha  dificultad por la angustia que le embargaba.
––Como sabes, yo trabajo y vivo en la ciudad. La distancia aquí al pueblo es corta, apenas son quince  kilómetros de recorrido. Mi horario laboral es matinal, por lo que tengo todas las tardes libres. A mi me da lo mismo vivir aquí que allí...
–– ¡Acaba de una vez ¡ ––le interrumpió otra de las nietas muy impaciente.
––Abuela, si tú quieres me vengo yo a vivir con tigo ––prosiguió Dora––. Tú de momento no estás impedida. Contrataremos una mujer que te atienda unas horas por la mañana. Por las tardes te haré yo compañía. Cuando quieras puedes ir a la residencia de día a charlar, a leer, jugar, hacer gimnasia y otras actividades con  las amigas y luego te vienes a dormir a tu casa. Por el papeo no te preocupes que ya nos las arreglaremos. Yo soy bastante buena cocinera.
María se abrazó a ella y así estuvieron un buen rato. Cuando  se separamos vieron que todos en la sala estaban llorando.
Desde entonces, y ya va para cuatro años,  los fines de semana sus hijos y  nietos van a comer con ellas. Incluso la relación de Dora con sus padres mejoró notablemente. María todas las tardes va a la residencia a estar con las amigas.
––Lo pasamos muy bien ––asegura maría––, incluso a veces chateamos por  Internet.
Como dice mi nieta: la vida es Guay ¡Gracias querida Dora!

LUCERO DEL ALBA
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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El precio de los sacrificios


     Clara entró con sus llaves de "por si pasa algo o para que riegues las plantas cuando no estemos".  El departamento estaba impecable. Esa manía hormonal de poner un orden excesivo externo cuando no se pueden acomodar las emociones por dentro. Manoteó la botella y se sentó en la mesa de la cocina sin hacer ruido, dejando las luces apagadas para que Clarita crea que no había nadie en la casa. Estuvo toda la tarde pensando en cómo encararla. No había una forma mejor de decir las cosas. Las cosas hay que decirlas como son, alto y claro, por más que duelan. Escuchó los pasos reticentes de Clarita y el suspiro de seguridad ilusoria cuando encendió la luz, creyendo que estaba sola. Al verla sentada ahí, tomándose un wisky y esperándola con un cigarrillo en la mano, el rostro juvenil de Clarita se le transformó en el de una perra rabiosa. Clara miró a su hija y encendió el cigarrillo.
--Sentáte que vamos a hablar. Clarita, vos sabes que yo te quiero y que no hay nada en este mundo que no haría por vos. Pero esta vez te estás equivocando. Fue muy, muy duro para mí cuando tu padre me dejó embarazada de vos y desapareció porque "no era el momento". Veinte años estuve sola, lo único que hice fue trabajar y criarte. El divorcio me dejó en bolas. Las cosas no eran nada fáciles para las madres solteras en aquella época. Trabajé hasta que empezaron las contracciones, rompí aguas en la oficina. Sí, ya sé que te conté esta historia miles de veces, pero por más que las repita no me vas a entender hasta que tengas hijos. No me hagas muecas, sos una chica preciosa, inteligente, por supuesto que vas a conocer a alguien y vas a tener hijos propios. No me cabe duda. Y las cosas van a ser mucho más fáciles para vos de lo que fueron para mí. El mundo cambió mucho en estos años. Cuando yo te tuve, hablar de divorcio ya era una vergüenza. Y no sabés cómo me miraba la gente cuando yo decía que te quedabas en una guardería todo el día para que yo pudiera trabajar.  A nadie le importaba que yo pagara el alquiler sola, las cuentas, tu ropa, la guardería... era una mala madre simplemente por dejarte, tan chiquita. Y para mí fue una cruz. Todo el día pensando si te atendían bien, si estabas bien alimentada, si te cambiaban los pañales rápido, si te dejaban llorar solita... Nunca quise ni siquiera fijarme en ningún hombre porque quería dedicarte el poquitito tiempo que tenía exclusivamente a vos. Yo sabía que me necesitabas y que meter un tipo en casa hubiera sido un error. Quién sabe lo que hubiese pasado si un desconocido quería ponerse en el papel de padre. No. Ni pensarlo. Pero ahora es diferente. Ya sos grande, Clarita, y yo tengo más de cuarenta años. Nunca me tomé ni unos días de vacaciones. Necesitábamos la guita para salir adelante, para tus estudios, ahorrar para la universidad. Más de veinte años de trabajar sin parar, llevo. Estoy cansada. Prácticamente no tengo amigas. Si salía a cenar con las compañeras de trabajo era gastar plata que no tenía y tampoco tenía con quién dejarte. Ojo, no me arrepiento. No me arrepiento de nada. Sos lo mejor que me pasó. Sos lo único bueno que hice en toda mi vida. Pero quiero que entiendas que me sacrifiqué mucho. Que no es justo como estás actuando. Hasta que conocí a David no sabía que me faltaba algo. David me demostró que a pesar de tener cuarenta y cuatro años puedo volver a disfrutar de una relación, que no estoy muerta. Que puedo charlar, salir a pasear, salir a cenar, vestirme linda, sentirme interesante. Ser importante para alguien. Y sí, tiene quince años menos que yo, pero es muy maduro y me quiere. Yo siento que estás siendo muy egoísta boicoteándome esta relación. Vos ya tenés veintitrés años, un buen laburo, estudiás, tenés tu propia casa....Yo creo que a esta altura me merezco estar con alguien que me quiera.
--Mamá, por Dios, no seas tan hipócrita. Vendéte la película como quieras y aplacá tu consciencia como puedas, pero David hace un año y medio que vive conmigo.

Berenice
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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El día que las campanas dejaron de sonar


Recuerdo muy bien ese veintinueve de abril, el veintinueve de abril más cuerdo de mi existencia, no sólo porque tuve un conflicto interno que por poco me empujó a suicidarme, sino porque el tranquilo equilibrio del pueblo se desmoronó desde primera hora de la mañana. Todo comenzó cuando un suceso inusual alteró nuestra rutina: a las diez de la mañana, un estruendoso silencio nos dejó perplejos a todos. Por alguna razón que a día de hoy nadie ha logrado entender, las campanas de la iglesia no sonaron cuando tenían que hacerlo.
Ruptura de la normalidad.
Me acuerdo de que miré el reloj de la cocina y me pregunté si se había adelantado o es que yo estaba loco. Pero el silencio ensordecedor que venía de la plaza me indicó que no era sólo problema mío.
Salí de casa con el delantal puesto y el plato de sopa aún en las manos. Estaba caliente.
Afuera todos miraban hacia arriba. Al mirar a mi alrededor me di cuenta de que un gesto común de perplejidad se había fotocopiado en todos los rostros. Y bien, pensé, al campanero se le ha pasado la hora de tocar las campanas... era extraño, sí, pero no era para tanto, ¿no?
Hasta que miré hacia arriba como todos los demás y fue entonces cuando tragué saliva y el plato tembló en mis manos. Ninguna de mis suposiciones podía haberme preparado para ese momento, salvo tal vez las más absurdas a las que nunca presto atención por tener el volumen demasiado bajo. ¿Habrían cambiado las cosas en mi vida si no lo hubiera hecho, si hubiera escuchado a una voz imaginaria que desde el fondo de mi mente me advertía que si levantaba los ojos vería que el paso del tiempo había abandonado tanto al viejo campanero como a las campanas, que las leyes de la naturaleza se habían roto durante unos instantes? No lo sé. Desde ese día siempre he creído que las preguntas que empiezan por "qué habría pasado si" tienen tanto sentido como la sopa.
Pero miré, sin esperar ver nada raro, precisamente por esa falta de imaginación que estuvo a punto de arruinar mi cordura, y no pude reprimir un grito al ver las campanas, que parecían moverse pero se habían quedado inmóviles, y al campanero, que parecía convertido en una en una estatua colgada del cielo, como si el universo lo hubiese congelado antes de llegar al suelo de la calle. Quise rehuir aquellos ojos aterrados que no podían cerrarse y refugié mi mirada en el plato de sopa. Pero la luz del sol jugaba a bañarse en el caldo para destrozar mis nervios, ya que esbozaba un tembloroso reflejo de la sombra del campanero y sus campanas.
Aquello duró varios minutos. No hay nadie aún que sepa decir cuántos fueron, aunque se han hecho investigaciones y se nos entrevistó a todos los que estuvimos allí... nadie lo recuerda. Y es que el tiempo realmente se había detenido con las campanas, como si alguien le hubiera dado permiso al tiempo para hacer semejante cosa.
La razón por la que en ese momento me di cuenta de que la sopa no tenía sentido fue que no respetaba aquella obligada quietud. La muy maldita se movía. Yo hacía lo que podía para no mover más que los ojos, temeroso, como todos mis vecinos, de que cualquier movimiento brusco pudiese alterar el inestable equilibrio del universo, y la sopa en cambio había elegido precisamente ese día para moverse. Había un tsunami dentro del plato. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que la causa de aquel maremoto sopino no era otro que la imagen del campanero dentro de ella. Retiré la mirada, temblando.
Arriba, en el cielo, el campanero y sus campanas seguían inmóviles y mudos. Pero su vida hacía ruido dentro de mi plato de sopa, que no paraba de salpicar e incluso si prestabas mucha atención te parecía oír campanadas muy leves dentro de él.
Podía sentir los ojos de mi vecina de al lado clavados en mí intentando matarme. Como si no le cayese bastante mal ya, ahora encima era culpa mía (o más bien de mi sopa) que aquel momento de perplejidad general no fuese tan solemne como debía. Pensé que si sobrevivíamos a ese día todos se pondrían de acuerdo para desterrarme o algo peor. Ni que fuera mi culpa que el campanero hubiese decidido congelar el tiempo e irse a vivir dentro de una sopa.
En ese momento la voz del señor Cornelio, el marido de mi vecina, retumbó en mis oídos. En serio, la voz de ese hombre era la representación física de una orquesta desafinada.
-Si no dejas quieta tu maldita sopa, Mckenzie, juro que después de esto iré a tu casa, te mataré y me haré un colgante con tus orejas.
Aquel fue precisamente el momento en que se me ocurrió la idea de suicidarme. No era exactamente una idea desesperada, sino lógica. Al fin y al cabo, no tenía ninguna opción de sobrevivir si el señor Cornelio quería matarme; ese tipo era pirata en sus tiempos mozos, y no precisamente de los que se suben al palo mayor a cantar "una botella de ron". Sobre todo teniendo en cuenta que yo no podía hacer absolutamente nada para detener la locura de mi sopa y considerando que el campanero era el hijo del señor Cornelio y por lo tanto éste debía estar muy confundido y enfadado. Y tampoco me seducía la idea de que mis orejas pasaran a formar parte de la bisutería particular de mi vecino.
Y aquí es donde daré mi propio punto de vista sobre las cosas. Yo no soy el mejor cocinero del mundo, ni siquiera consigo que me salgan bien las cuatro recetas que heredé de mi madre, pero si hay una cosa que tengo clara sobre gastronomía es que las comidas que hago no son para otra cosa que comer. ¿Es mucho pedirle a un plato de sopa que te sirva de alimento? Sin embargo, ahora ya no podía hacerlo. Estaba claro que nunca podría tomarme una sopa donde se habían alojado el alma de un joven y la música de sus campanas. Es más, aquella experiencia probablemente me impediría volver a probar la sopa durante el resto de mi vida.
Me dieron ganas de llorar, no sé muy bien si era porque nunca podría tomar sopa, o porque el caldo que salpicaba desde el plato me quemaba las manos, o porque todos a mi alrededor lloraban (esa manía que tenemos de llorar cuando no entendemos algo), o porque el señor Cornelio quería matarme y cortarme las orejas. En cualquier caso, me aguanté. Porque si lloraba, mis lágrimas caerían en la sopa, y sólo eso faltaba.
Fue entonces, y no antes, como dicen los muchos que se empeñan en adornar mi biografía, cuando escuché la voz en mi cabeza. Ésta no se parecía en nada a la del señor Cornelio, pero me resultaba familiar.
"Mackenzie, soy yo".
Qué esclarecedor, recuerdo que pensé. Y es que a un hombre que ha perdido la confianza en la sopa, que tiene el alma de un campanero en el plato y que oye voces en su cabeza lo último que le apetece es tener que descifrar identificaciones absurdas como esa.
"Tienes que disculparme. Sé que esto debe ser muy incómodo. Pero necesitaba hacerlo, necesitaba una última oportunidad antes de morir. Necesito tu ayuda, Mackenzie. Te prometo que saldré de tu plato de sopa, terminaré de caer y las campanas volverán a sonar cuando alguien tome el relevo. Pero tienes que hacerme un favor".
Comprendí entonces que la voz era la del joven campanero, y sentí que un hormigueo recorría todo el camino de mi columna vertebral. Será posible, pensé, hoy es uno de esos días en que debería haber hecho caso a mis instintos y quedarme en la cama. Pero no, por una vez que decidía hacer las cosas bien resultaba ser el mundo el que estaba cabeza abajo. Y no sólo porque ésa era la posición en que se encontraba el chico.
También se me ocurrió que si el señor Cornelio se enteraba de que me estaba hablando el fantasma o lo que fuera de su hijo a lo mejor no se conformaba con cortarme las orejas. Por eso permanecí inmóvil, aunque la sopa seguía quemándome las manos y me pregunté por qué el campanero no dejaba de tocar las narices y al menos paraba de salpicar. Y en ese instante, la sopa se detuvo.
"Lo siento" volvió a silbar su voz en mi cabeza. "Lo hacía para llamar tu atención. Mackenzie, dile a mi padre que lo siento, que estaba equivocado y que fui injusto con él y con mi madre. Necesito que lo sepan. Pero sobre todo, diles que fue un accidente. Estaba tocando una melodía nueva y resbalé; no quiero que piensen que me tiré yo mismo por las cosas que nos dijimos cuando me fui a vivir al campanario. Díselo, Mackenzie. Te aseguro que mi padre no va a matarte ni a cortarte las orejas".
Le habría dicho al campanero que no diría lo mismo si hubiera sentido el mismo escalofrío en las orejas que yo cuando oí las palabras de su padre, pero me negaba a establecer un diálogo con un fantasma. Además me parecía un poco maleducado hablarle de sentimientos a alguien cuyo cuerpo estaba a punto de estrellarse contra el suelo.
"Y no llores, Mackenzie".
Tardé un par de segundos en reaccionar ante sus palabras, y fueron suficientes para silenciarme. No sé si habría cambiado mi decisión de no hablar si el campanero me hubiese dado más tiempo para pensar, para cerrar mis ojos ocultando las lágrimas, incluso, quién sabe, para preguntarle cómo se veía el mundo desde el lugar donde él estaba. Pero sólo tuve dos segundos. Y al llegar el tercero, todos observamos sobrecogidos cómo el cuerpo del campanero se descolgaba del aire, caía y se golpeaba contra el suelo de piedra. Al mismo tiempo, sobre nosotros resonó el último tañido de las campanas. Ése fue el comienzo de un silencio aún más atronador que el que habíamos guardado mientras el tiempo había detenido su curso.
Y yo solté el plato de sopa, y éste se quebró en pedazos y el caldo me mojó los zapatos. Y eso fue todo. Un anciano que estaba de pie a mi lado me miró con una ceja arqueada. Le dije que la sopa no tenía mucho sentido, pero no me entendió. Aunque lo culpo; quizá lo culpe el día que yo mismo lo entienda.
En aquel momento, que no tenía forma de momento, sino de uno esos sueños de los que apenas recuerdas unos segundos, luchaba con la confusión y no sabía muchas cosas que sucederían con los años, ahora que el tiempo había retomado su curso y dejaba atrás los sucesos del pasado que a nosotros nos afectaban en el minuto presente. No sabía, por supuesto, que aquellas circunstancias serían el punto de partida de muchos cambios, y que si hubiese podido echar una mirada al futuro habría visto a mis hijos realizando el trabajo del campanario, haciendo sonar el canto de las eternas testigos del pueblo, y me habría visto anciano, a punto de abrazar a la muerte, poniendo el punto final a esta historia que pensé en transmitir al mundo por si a alguien le interesaba, y habría visto a mi vecina, la madre del campanero, arrancando las malas hierbas que crecían alrededor de las tumbas de su hijo y su marido, llena de arrugas y también esperando con una sonrisa paciente el mismo abrazo que yo: el que por fin volvería a reunirla con ellos. Quizás el campanero podría habérmelo mostrado antes de abandonar mi plato de sopa y dejarse morir, pero mis ojos no estaban preparados para ver estas cosas, así como muchas otras que no relataré aquí para que el tiempo que me queda me permita terminar. Pero lo que realmente importaba en aquel momento, lo que golpeó mi conciencia cuando me di la vuelta  sobre mis pies mojados y vi los ojos llenos de lágrimas del señor Cornelio, fue que me di cuenta de que había recaído en mí un deber más importante de lo que me había imaginado, y me arrepentí en el acto de haberme quejado interiormente de lo que había hecho el campanero y que hasta ese instante sólo yo sabía, porque aquellas lágrimas quemaban las mejillas del señor Cornelio mucho más de lo que el caldo había quemado mis manos unos minutos antes. Y comprendí que aquel mensaje que el campanero, antes de morir, me había rogado que le diera a su padre tenía un propósito especial para la transformación que con el tiempo tendría lugar en el alma del antiguo  pirata. Y eso, al fin y al cabo, tenía mucho más sentido que la sopa.

Pincelada de tinta
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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MUROS


Hemos creído, juntas, en el sosiego
[y también en el lamento.
Ahora recuestas la cabeza sobre mis manos
y apuestas cualquier cosa a que todo podría ir peor.


Sara ha muerto en Viena. Quiero creer que no estaba sola, que al menos le acompañaba el profesor de música del que me hablaba en su último correo electrónico, hace ya dos meses. Me cuesta unos minutos asimilar que no volveré a escuchar su risa alocada, la que en otro tiempo excitaba mi malhumor y preludiaba los gritos.
Aún tengo en la mano el auricular del teléfono –ha sido la policía quien me ha comunicado la noticia- y me dispongo a hablar con Emma. Subo despacio las escaleras hasta el dormitorio y desde el umbral de la puerta contemplo su figura recostada.
—¿Quién llamaba? –se oye su voz adormecida. Por un momento reconozco la voz de Sara, un rasgo que ambas hermanas compartían. Era difícil diferenciarlas por teléfono, aunque luego, de carácter, resultaran ser totalmente opuestas.
Me acerco a la cama y me siento a su lado. Emma se incorpora, leo la inquietud en sus ojos.
—Sara ha... —empiezo a decir, pero me callo. Emma adivina el resto al ver el brillo de las lágrimas.
En una hora ha tomado el control de la situación. Prepara una maleta con lo indispensable, y arrancamos el coche sin despedirnos de nadie. Apenas charlamos durante el viaje. Emma conduce las primeras horas hasta que entramos en Francia y hacemos un alto al llegar la hora de la comida. En la cafetería yo devoro un sándwich tras otro y pido una segunda coca-cola. Ella sólo le ha dado un mordisco al suyo, y permanece con la vista baja.
—¿Te arrepientes? –dice Emma de improviso. Olvido la comida un instante para enfrentar sus ojos. Nunca creí que le oiría preguntarme eso.
Por supuesto, lo he pensado muchas veces. Durante las interminables peleas con Sara, su hermana Emma siempre aparecía como por ensalmo, inundando mis sentidos con su aura pacífica, con la promesa silenciosa de una vida estable y tranquila, sin sobresaltos. Precisamente lo contrario a lo que en ese momento era mi matrimonio con Sara. Terminé por ceder al constante reclamo de Emma.
Sara me hizo una última gran escena al enterarse y se fue a Viena con la excusa de un lectorado. Cortó toda comunicación con su hermana, pero a mí me escribía con cierta frecuencia. Le gustaba zaherirme y yo releía sus correos electrónicos dos, tres, diez veces. Me has destrozado la vida, escribía Sara. Mi hermana jamás me hubiera traicionado. Éramos uña y carne. Has debido seducirla con todas tus artes.
En la cafetería, Emma continúa aguardando mi contestación. Podría responder con otra pregunta: "¿Por qué la envidiabas tanto?", pero decido callar. Cada hermana construyó su propio muro para ignorar la realidad y yo no soy nadie, nunca he sido nadie, para hacérselo entender a ambas.

Blue
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL CAMELLO Y MI ABUELA


El hombre totalmente desnudo permanece de pie en su habitación, con una expresión carente de vida en el rostro.Se  balancea imperceptiblemente, mientras balbucea una salmodía.
     En la sala, vacia de todo mobiliario y elementos decorativos, sólo las cuatro paredes, flota algo mágico,algo siniestro:  lo noto en mis tripas y siento escalofrios.
      Ajeno a todo, ni siquiera ha  notado nuestra presencia,sigue con sus cantos y horrorizada veo que está  depilado, incluso cejas y pestañas;se ha arrancado las uñas y unido a su extrema delgadez y unos ojos vacuos , de un verde amarillento  forman una figura trágica.
     Con un gesto de mi acompañante nos retiramos en silencio; hay algo más que un pobre chiflado, le digo; lo noto por la desazón y angustia que tengo y, además mi instinto de periodista me dice que algo se me escapa.
      Mi amigo, el doctor Peio Sola,me coge del brazo, volvemos sobre nuestros pasos y al acercarnos a la habitación me susurra: fijate bien. El individuo sigue en su mundo, pero de repente la verdad estalla ante mí. ****, exclamo, no tiene sombra y por fin comprendo mi sensacion  de desasosiego por lo desconocido.
        Ya en su despacho, recelosa, pregunto: ¿es verdad lo que visto? ¿ no tiene sombra? Mi
amigo asiente y me cuenta su historia.
      Lucas, asi se llama , vino hace dos meses. Su familia estaba desesperada  y era su última esperanza.Me contaron que era un triunfador y todo le sonreia: familia, negocios, amigos; lo tenía todo.
    Hace un año volvió de un viaje totalmente cambiado;contó que al llegar a la habitación del hotel, cogió la Biblia del cajón de la mesilla y la abrió al azar. San Mateo le advirtió :Es más fá
cil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos.Le
impactó sobremanera e inició un proceso de renuncia a sus bienes. Achacaba todo a su mala sombra  y ,aunque los médicos insistian en problemas mentales, la familia notaba una deriva mucho más peligrosa.Por fin, un infausto dia les sorprendio anunciandoles un pacto con el maligno, cambiando su sombra por la ausencia total de deseo. Horrorizados, acordaron que ingresara en mi institucion.
Desde que está aquí su deterioro fisico es imparable;no podemos hacer nada, salvo evitar que se siga anulando;no siente,no padece, no tiene ninguna necesidad; siempre en vigilia y consumiendose  con absoluta indiferencia.
     Nunca he conocido una obsesión semejante y un deseo de autodestrucción como el de Lucas ; Julia, te ruego, no publiques nada;acarrearias un monton de imitadores y harías daño a la familia que bastante ha sufrido.
    Dejemos morir a este pobre orate en  su trágico delirio y a salvo de curiosidades morbosas.
   Me despido de mi amigo y vuelvo a la ciudad, no sin haberle prometido no publicar nada.  ¿Cuántos seres martirizados por sus temores conviven con nosotros ,me pregunto.
     Revolviendo entre los manuscritos  que escribio mi abuela, Julia, ya fallacida, encuentro este singular relato.

CORPUS MOLINET
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


Muchachas sobre un césped de amapolas


Se lo dije bien claro:
—Marcos, tú siempre serás fotógrafo. Quítate de la cabeza todas esas ideas.
—No es por mí, Abelardo.
   Si me hubiera hecho caso...
A los doce años me di cuenta de que algo pasaba en su cerebro. Una tarde, después de salir de la escuela,  fuimos de excursión por el campo con mi tío Honorio, que acababa de llegar de Portugal.   En la cartera de Marcos Vinuesa nunca faltaban  el plumier con colores Alpino, lápiz, sacapuntas, goma de borrar, un cuaderno de hojas en blanco y el catecismo lleno de estampas. Cuando se aburría en clase copiaba las caras de los santos y luego me las pasaba.  Mi tío Honorio nos dejó junto al río para ir a..., bueno, a eso. Marcos sacó el bloc y se puso a dibujar el paisaje, le dio por ahí. Cuando me lo enseñó di un grito: parecía que las nubes, los árboles, el camino y el  Guadiana se hubieran estampado en el parabrisas de un autobús.  Mi tío llegó subiéndose la bragueta.
—¿Qué pasa, Abelardín?
Dije que me había picado una ortiga para no alarmar a nadie con lo que acababa de descubrir.  Cuando volví a casa, busqué la caja de las fotos.  No hay ni un solo palmo del trozo de río que le toca al municipio en el que no haya posado algún familiar. Tienen una fijación...
—Cópiala –le ordené a Marcos al día siguiente en clase de geografía.
Él siempre ha sido dócil y yo  mandón,   por algo me hice jesuita.  Duré poco. Me pasa como a Marcos: entre la vida en comunidad y yo existen ciertas  incompatibilidades. Ambos somos solitarios.  Nos entendíamos bien por eso..., y por otras cosas.   
   La diferencia entre  el primer dibujo de Marcos y el segundo era brutal. Mi abuelo Secun, que en paz descanse,  aparecía varado  en medio de la chopera con su sombrero de paja. Todo lo demás estaba en su sitio:   las nubes  arriba, flotando, el camino abajo, como debe ser, hundiéndose con profundidad en la lejanía, lo mismo que el río,  y en los árboles de la zona intermedia se notaba la distancia entre  ramas.  Tras años de reflexiones he llegado a la siguiente conclusión: Marcos es como los Simpson,  un genio, pero en  2D.  Su mundo  está  hecho a base de  láminas. Cuando sale de  lo plano para meterse en lo largo, lo ancho y lo alto ya la hemos fastidiado. Por eso se hizo fotógrafo. Dicen en el pueblo que sus trabajos son demasiado estáticos,  pero es que él no entiende las cualidades de lo animado. Ya lo decía Alfonso Guerra: quien se mueve no sale en la foto.
Podría haberse conformado  siendo  fotógrafo: en Villoslada del Guadiana no había otro. Pero no fue así. Le tiraba más el olor a trementina,  a aceite de lino y a aguarrás del baño de paro que utilizaba  como fijador. Su pintura al óleo seguía teniendo las mismas virtudes y defectos que cuando utilizaba los lápices de colores Alpino: era un  2D que necesita soporte 2D, formato 2D  e inspiración 2D. Y qué mejor  2D que el arte envasado en plano de los grandes pintores. En eso Marcos rondaba la  perfección. Vamos, que si te enseñaba su Infanta Margarita, no sabías si la había pintado él o Velázquez.  Quién tuvo la idea de llamarle Marcos dio en la diana.  Era un   okupa  de pintores. 
Y tenía razón al decir que su madre  le había complicado la vida. Caray con  señora Isolina, mira que era pesada.  A mí no me podía ni oler, decía que era retorcido. ¿Retorcido yo? En qué cabeza cabe.  Lo que le picaba era lo otro.
—Un Murillo como este tendría que  ir al Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Doña Isolina era sevillana y en la cuenca del  Guadalquivir  la tierra  tira mucho. Los del Guadiana somos más desapegados.
—Imposible. El bueno está en  el  Prado, y todo el mundo lo conoce.
—No importa.
—¿Cómo que no importa?  ¿Y qué harán cuando se enteren? ¿Darme una medalla?
No había manera de que lo entendiera. Su razonamiento  no podía ser más simple:  si nadie salía perjudicado, ¿por qué no?
  Marcos hizo una sugerencia  razonable dentro de la irracionalidad de aquel encargo, pero totalmente desastrosa para mí.
—¿Y Curtney?
El pensamiento de que tendría que decir adiós a las "Muchachas sobre un césped de amapolas" por culpa de doña Isolina despertó mi úlcera duodenal. Quienes la padecen saben bien a qué me refiero. El ácido clorhídrico empieza a subir, y corroe, y corroe, y los malos pensamientos se agolpan en el cuello, que es un mal sitio para los pensamientos, porque de allí bajan  al corazón con mucha facilidad, o a los brazos, y ya le hemos liado. Aquellas muchachas indolentes que sesteaban en una tarde de verano alimentaban todas mis fantasías, y eso es decir mucho.
Menos mal que doña Isolina dijo que no, que  no y que no,  que la Inmaculada Concepción de Murillo. Suspiré de puro alivio, aunque poniendo cara de hay que tener...,  paciencia, Ave María Purísima. Era obtusa doña Isolina, puntiagudamente obtusa.  Más barroca que una mantilla de encaje pero terca, un adoquín.
—La beatísima Virgen María fue preservada de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente....
No sé por qué  doña Isolina se molestaba tanto en explicarle los dogmas. Sabía de sobra que para Marcos lo único importante era que Ella flotaba entre nubes con su vestido blanco de hilo almidonado; que los pliegues de su  túnica azul hacían ondas de agua; y que la luz le salía de dentro. Marcos se lo había explicado mil veces: los pliegues de una tela, o su transparencia, o el color de la piel, todas y cada una de esas "casualidades" eran  más difíciles de pintar que los ángeles que pululaban alrededor como si fueran abejorros.
Doña Isolina murió, y cuando Marcos leyó sus últimas voluntades por poco la palma también.
—¿Qué me dices, Abelardo?
Respondí sin engaños pero con diplomacia. Hay cosas que no se  pueden  decir a un buen hijo de su santa madre.
—Que no tienes ninguna posibilidad de hacerla feliz, si es que las almas puras como la de doña Isolina  no lo son ya en el seno de Dios celestial, amén.
—¿Y si lo intento en otro sitio menos conocido con "Curtney"?
Marcos volvía a perforar mis huesos con un berbiquí; y una vez dentro hurgaba en las terminaciones nerviosas de la médula espinal. ¿Por qué le había entrado esa fijación por Curtney? Hasta que  surgió el capricho póstumo de doña Isolina ni siquiera se acordaba de su existencia. Las tres hijas de Zeus vestidas de campesinas  estuvieron años y años en un rincón de su estudio sólo para mí. Yo era el único que las sacaba de su escondite, que limpiaba el polvo caído sobre  su gama de  verdes primavera moteados con puntos rojos o en el azul nimboso de su cielo. Era un cautivo de esas  tres  gracias desdibujadas que aparecían en el lienzo,  Aglaia redonda e inocente,  Efrósine lésbica y maternal,  y la brillante Talía que se  abandonaba en la lectura. Que por   "generosa donación de la difunta doña Isolina"  un museo de tres al cuarto se  quedara con toda esa belleza  me parecía trágico, la verdad.
—Dedícate  a la fotografía y déjala descansar en el limbo de los justos,
Pero a él le remordía la conciencia.
—Es mi madre, Abelardo.
—A ella no le gustaba Curtney. Y sólo quería Sevilla.
—Eso es cierto, pero se podría hacer algún arreglo intermedio. Si me echaras una mano...
¿Qué  hacer?, un amigo es  como un lunar: no se quita ni con jabón. Y a lo mejor incluso éramos bastante más que amigos.  Corría la voz de que mi madre y don Nicomedes... Ser hijo de una madre soltera que se llama Preciosa  tiene sus peligros. Y don Nicomedes Vinuesa, a pesar de que se había casado con doña Isolina,  tonto no era. 
—Vaaaale...  Pero antes busquemos sendos sucedáneos para el qué y para el dónde. Hasta las aldeas tienen museo hoy día.
La primera vez que Marcos se  probó la sotana, sus pasos iban acompañados por un crótalo de tejidos en colisión. Un escándalo, vamos.  Me recordaba al Padre Timbre, que cada madrugada   recorría los pasillos del convento  haciendo de despertador.
—¿Cómo  aguantaste tantos años en el seminario?
Téngase en cuenta que Marcos debía asimilar los rasgos que acompañaban al talar de los consagrados,  sentirse cómodo dentro del estandarte teológico de la Santa Madre Iglesia en una sociedad materialista y secularizada. Y le costaba.
Practicamos en la parroquia de Villoslada, eso sí, de noche, sin que nadie nos viera. En la oscuridad de su nave central, ungido con el agua bendita de la pila,  Marcos tenía que vestirse   también con el luto de la obediencia y de la castidad. Hay que  cuidar todos los detalles.
—¿Y qué le digo?
—Que eres el Padre Colmena, Sacerdote Jesuita. Tiéndele la mano con majestuosidad de Papa Negro. Así...
—¿Y luego?
—Se quedará  mirando, primero los treinta y tres botones de hueso  de la sotana, luego los cinco de cada una de las bocamangas y por último, siguiendo una línea ascendente oblicua, llegará  hasta el alzacuellos y el pin de la orden.  Para entonces ya estará impresionado.
—Pero habrá  que entrar en harina... ¿Cómo habla un jesuita?
Como yo, podía haberle dicho. Pero el sonido era una de esas cualidades ondulatorias 3D que a Marcos le costaba asimilar.
—Utiliza el plural mayestático, acojona bastante. "Nos  estamos interesados en el arte de la pintura. Nos sabemos bien que la defensa de la fe y la cultura pasan por el diálogo  con las vanguardias".   Tiene que quedarse con la idea de que detrás de ti está la Compañía de San Ignacio al completo.
—Con eso  solo no se entera de qué va la cosa.
—Paciencia. Y si te dice "monseñor" o "excelencia" o  "ilustrísima" o algo que te suene a obispo, continúas. "Nos  creemos que los bienes deben ser compartidos. Mi madre acaba de fallecer. Nos pensamos que una de sus pertenencias debería acabar en este museo".
—No puedo, Abelardo. ¿Por qué no vas tú en mi lugar? Conoces el ambiente, mientes muy bien y además nos parecemos mucho.
No me  sentó bien que lo dijera tan a las claras, la verdad, sobre todo por mi madre, que aún estaba viva y que,  a pesar de sus defectillos, era cien veces mejor que doña Isolina. Y tampoco  me sentía yo correveidile de un posible hermano bastardo,  por mucho que el susodicho fuera un genio en 2D. Hice lo que Marcos me pedía, pero a mi manera,  en calidad de Comisionado de la Orden para la Difusión del Arte y la Cultura. Empecé la tarea  de forma humilde,  por lo bajo, aunque manteniendo siempre la dignidad. Primero  coloqué dos dibujos "de Disney", uno  de Goofy y otro del pato Donald, en Fraga del Pernilico, un pueblo del Bajo Aragón;  fue un éxito.
—¿Te has acordado del cartel?
—No se llama cartel, se llama leyenda. 
Era la parte del encargo que menos me gustaba. Eso de tener que echar flores a doña Isolina...
Luego pasamos a la donación de un "Jacob Miller" espectacular,  indio a caballo, pradera reseca, tonos rojizos del atardecer..., contentísimos de pusieron los alcarreños. Abandonar el paisaje mallorquín de "Ciriaco Párraga" en la provincia de Lugo por la "generosidad" de doña Isolina me costó algo más, la verdad. Pero la parte técnica de la negociación cada vez me resultaba  más fácil. Le cogí el tranquillo.
Marcos estaba muy agradecido.
—He pensado hacerte un regalo –dijo un día.
Imaginé que el elegido sería "Curtney". Cada tarde, después de comer, iba al estudio de Marcos y echaba  la siesta  con las buenas carnes de mis Cárites, Aglaia, Efrósine y Talía,   en cueros todos sobre un césped de amapolas. Y Marcos lo sabía.
—¿Si? –dije henchido de gozo.
Hay que tener mucho cuidado con los pre-agradecimientos.
—Te regalo la Inmaculada Concepción.
No tengo nada en contra de Murillo, ahora bien,  en esa etapa secularizada de mi vida  prefería  muchachas  expuestas a todo tipo de pecados. 
—¿Y "Curtney"? –balbuceé con la esperanza de que se produjera el giro.
—No hombre, no, ese es para Molinos de Ruidera. No hay ningún peligro: nadie en Castilla La Mancha conoce a Curtney. Decidido: para ti la Inmaculada. Así  te acordarás siempre de mamá.
—Pero es que  no me cabe en ningún sitio.
¡Medía casi 3x2!
—Ya verás como le encuentras acomodo.
Eso no se le hace a Abelardo, no señor. 
—Bueeeeeno.
Lo sentí por  las buenas gentes de  Molinos de  Ruidera, nada más. Pobres. La felicidad sólo   les duró dos meses, lo mismo que a Marcos. Pero qué dos meses. Y si no que se lo pregunten al párroco.  No daba abasto repartiendo  estampas de "su" Inmaculada Concepción.

mjrivera
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


Y de repente, silencio

Frente al espejo cojo el cepillo de dientes y el tubo de dentífrico, echo un poco sobre los pelos blancos del cepillo rojo y me froto enérgicamente los dientes y muelas por unos minutos. Me enjuago la boca y me incorporo para mirarme al espejo. Instintivamente abro la boca y los dientes blancos me iluminaron. Tras la última orina del día, tiro de la cadena (que ya no es cadena sino botón sobre la cisterna del inodoro), me lavo las manos con la pastilla de jabón verde que descansa sobre el lavabo y salgo del baño apagando la luz. Con mi pijama de rayas y las zapatillas de casa puestas me acerco hasta la cama donde destapo el nórdico a juego con las cortinas y me meto en ella. Antes de apagar la luz de la mesilla compruebo que todo esté en orden, la ropa del día siguiente preparada sobre la silla, la persiana con unas pequeñas rendijas por la que pueda entrar algo de luz, mi vaso con agua junto a la lamparita de noche, la puerta del cuarto de baño cerrada y los monstruos de la noche encerrados en el armario para que no molesten en los sueños de la oscuridad.
Y tras apagar la luz, el oído comienza a trabajar agudizando todo ruido oíble. El vecino de arriba arrastra la silla del ordenador para levantarse, el vecino de al lado tira de la cadena después de su último orín, el del otro lado tiene la televisión con el volumen un poco elevado y el de más allá discute con su mujer  mientras el de un poco más allá ronca como una motosierra. Cierro los ojos, respiro, me acomodo, abro los ojos, respiro, cambio de postura, cierro los ojos, respiro, la rutina de siempre.  Y de repente; silencio.

Inda
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente