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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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Parlamento


OYENDO POR ALLÁ Y ESCUCHANDO POR AQUÍ...


Un día me preguntaron si era un "Cuentista"..., ¿Qué les iba a responder?...
No sabía si me lo decían por contar cuentos y chismes y, murmurar metiendo ci-zaña..., -cosa que no había hecho en mi vida- o, porque escribía cuentos, relatos y breves narraciones...
Y pensé:
"El "Comediante", es un actor o una actriz y, no por eso es persona que aparenta lo que no siente"...
"El "Payaso", es un titiritero que hace de gracioso y, no por eso es persona alegre de cascos, ridícula o, necia"...
"El  "Cómico", el que pertenece a la comedia y, no por eso es persona jocosa que provoca que se rían de él"...
Y por fin les respondí:
- Sí..., Soy un "Cuentista" que escribe "Cuentos cortos"..., y narra rondallas, pequeñas historias, proverbios o adagios de dichos agudos, anécdotas  breves con algu-nos refranes,...de un suceso real o de  pura ficción, para entretener o, quizá divertir..., pero no soy un "Cuentón".
Y me preguntaron:
- Que es un "Cuentón". ¿Uno que escribe "Cuentos largos?" .                                                           
- No..., los cuentos largos, son asuntos que hay mucho que decir..., esto no viene "a cuento":
Un "Cuentón" es un "cuentista chismoso", que  cuenta "cuentos de viejas", que sólo se pueden tener por falsos, pues son rumores, patrañas y enredos, o son quimeras, engaños y fábulas inventadas, cuya ficción artificiosa, encubren la verdad.-
Para escribir un relato, sólo hace falta unos momentos de imaginación, -una no-vela ya es otra cosa-, hace falta muchos momentos de trabajo.
Sin muchas correcciones, intento –"para que no se pierda esa ráfaga de aire fresco que el lector necesita para echar a volar"-, que en mis cuentos todo se vea y, que con el tiempo y el espacio justo, no sobre ni falte nada...
Antes de empezar, no se como va a terminar...
Desde hace tiempo he creído que cualquiera puede acertar con un primer cuento, pero pienso que hasta que no haya escrito muchos, no podré probar que soy de verdad,  "un cuentista"...
           Ahora os quisiera contar estos tres:
1.- "DON RIJOTE DE MENORCA".-
"Oyendo por allá y escuchando por aquí... Me dijeron que una vez, -hace mucho tiempo-, había en un lugar de Menorca, de cuyo nombre no puedo acordarme, un "hi-dalgo de los de lanza y escudo antiguos, rocín flaco y galgo corredor"...
   También era "nuestro" hidalgo menorquín, de "constitución recia, seco de carne, delgado, gran madrugador... Los ratos que estaba ocioso, -que era la mayoría del año-, se dedicaba a leer libros de caballería, con tanta afición y tanto gusto que se olvidó... casi de todo"...
   "Se enfrascó tanto en la lectura de estos libros, que se le pasaban las noches le-yendo, de claro en claro, y los días, de turbio en turbio. Así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de modo que vino a perder el juicio. Se le llenó la fantasía de todo lo que leía...y, le pareció conveniente y necesario, para el aumento de su honra y el servicio de su patria, hacerse caballero andante".
   "Puesto nombre a su caballo, -al que llamó "Pocinante"-, quiso ponérselo tam-bién a sí mismo..., decidió llamarse "Don Rijote" y, como buen caballero... llamarse "Don Rijote de Menorca", con lo que, a su parecer, indicaba muy claramente su linaje y su patria"...
"Una vez limpias sus armas, arreglada su armadura, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo como caballero andante, decidió que no le faltaba mas que buscar a una dama de la que enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto o, cuerpo sin alma.... Vino a llamarla "Pulcinea del Foboso", un nombre a su parecer, melodioso, exquisito y significativo"...   
   "En este tiempo, solicitó Don Rijote a un labrador, vecino suyo, hombre de bien   –si es que este título se puede dar al que es pobre- pero de muy poco juicio... que se dispusiese a ir con él de buena gana...y, ganase alguna ínsula y le dejase a él como gobernador de ella... El pobre labrador, "Pancho Sanza", -que así se llamaba-,  decidió irse con él y servirle de escudero... y, llevar un asno muy bueno que tenía, porque él no estaba acostumbrado a andar mucho de pie"... 
          Pasó el tiempo y, un día en el campo, divisando unos monumentos megalíticos, le dijo:
-"Amigo Pancho Sanza". Con estos "desaforados gigantes, pienso pelear y quitar-le a todos las vidas".
   - ¿Que gigantes? -dijo "Pancho Sanza".
   Aquellos que allí ves -respondió su amo-, de los brazos largos....
   - Mire vuestra merced –respondió "Pancho"- que aquellos que allí se ven no son gigantes, sino "Talaiots y Taules"... y los barcos de los que me habla..., eran unas "Navetes"...
   Espoleó a su caballo "Pocinante"... sin escuchar... y, iba diciendo con grandes voces:
   - No huyáis, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
   Diciendo esto y encomendándose de todo corazón a su señora "Pulcinea"... bien cubierto con su escudo, empuñando su lanza, arremetió a todo galope de "Pocinante" contra el primer "Talaiot" que tenía delante: y, dándole una lanzada... -con tanta fuerza, que hizo pedazos la lanza-, chocó  y rebotó...  el caballo y el caballero, que fue rodando por el campo, muy maltrecho..."
   Como este es un "cuento corto" y, -no una segunda historia-, dejo pendiente de terminar de contar, ésta y otras muchas hazañas de "Don Rijote de Menorca"..., ese otro famoso caballero, que al final de sus días,  tampoco estaba tan loco...

2.- "LOS FOFOLIOS".-
Oyendo por allá y escuchando por aquí... Me dijeron que una vez había un hom-bre llamado Nisé, que no sabía que "fofolios" le decían...
   Le dijeron que su amigo Abundio era un fracasado, que estaba más seco que el moco de una momia, que hacía días que no comía, no bebía, no dormía y... pensó: ¡se le abran estropeado los fofolios!.
   Nisé pensó, que un fracasado es alguien que ha cometido un error, sin ser capaz de convertirlo en experiencia.... Si no come, no bebe y no duerme..., ¡lo que tiene es mucha hambre, mucha sed y mucho sueño!....¡Vaya fofolio¡.   Y al atardecer, se fue a pasear por la playa, con una calma budista, sin saber que fofolios pensar. 
   - Mañana, -se dijo-,  iré a ver a Abundio y que me explique  que fofolios le pasa.
   Al día siguiente se presentó donde Abundio y le dijo, mirándole a los ojos:      - ¿Tienes algún fofolio?
Abundio le contestó:
- Lo que tengo es liofofo.
Nisé le volvió a preguntar:
- Te he dicho, si tienes algún fofolio.
Abundio le volvió a contestar:
- Te he dicho, que lo que tengo es liofofo.
Total, que entre fofolio y liofofo, los dos echaron a reír, de tanto lío y tanto fofo..., de tanto fofo y  tanto lio...
   Nisé le dijo: "Eres... un sin sustancia". Y Abundio le contestó: "Y a ti... se te ha ido la olla".
Está claro, que los dos hablaban un mismo idioma, pero con conceptos diferentes. El fofolio de uno no tenía nada que ver con el liofofo del otro.
Pasó más de un año, y un día Nisé oyó que le decían por la espalda:
- ¡Arriba las manos, esto es un fofolio¡
Y él, girándose dijo:
- ¡Abundio, pero si sólo puedo darte unos cuantos  liofofos¡
   Y es que, tanto Nisé como Abundio, habían comprendido, con el tiempo, que un
fofolio es algo que pocos entienden, si no se sabe lo que es un liofofo. 
         
3.- "LA PEQUEÑA PRINCESA".-
         Oyendo por allá y escuchando por aquí... me dijeron que una vez,  en un pueblo de la Costa Brava, llamado L'Escala, había una niña, que a sus seis años, se pasaba el día haciendo dibujos. Todo lo que veía, lo dibujaba a su manera...
   La gente mayor, al verlos,  le preguntaban:
- ¿Que es esto de aquí..., aquello de allá...?
Intentaba responder..., pero  pensaba:
- "Siempre tienen necesidad de explicaciones la gente mayor..., nunca compren-den nada y, es tan fatigoso para una niña darles explicaciones continuamente...Estoy todo el día rodeada de gente mayor, los veo de cerca a todas horas y, esto no ha hecho mejorar mucho la opinión que tengo de ellos... La gente mayor es así..., muy especial, bien extraña..., hay que tener una paciencia con ellos...".
Un día la niña, paseando de la mano de su padre, en una de las playas, encima de un muro, vio sentada la estatua de un niño de su edad y, enfrente a unos pasos, la de un zorro, y daba la sensación de que hablaban entre ellos...
La niña, que tampoco en su corta vida había renunciado a una pregunta, una vez la había hecho, le pregunto a su padre:
- ¿Quién es este niño sentado, hablando con el zorro?
Es el "Pequeño Príncipe"..., mi "Pequeña Princesa", le respondió.                         
Todos las mañanas le pedía con insistencia a su padre, que le contara cosas de aquel "Pequeño Príncipe", que lo tenía como su mejor amigo y, ya pensaba como él: "¡Nadie de la gente mayor comprenderá jamás..., que esto pueda tener tanta importan-cia".
La niña, dibujaba unas estrellas que reían y..., le hacían reír. Dibujaba  el sol al amanecer sonriendo cuando salía y..., ella sonreía. Lo dibujaba a la puesta de sol entris-tecido y..., ella sollozaba...
   Y es que la niña, dibujando, dibujando... se había convertido en una "Pequeña Princesa"..., con sus flores, su cordero, su rey y..., su "zorro domesticado", que también le decía:
- "Solo vemos bien con el corazón. Todo lo que es esencial, es invisible a los ojos"
Muchas noches la "Pequeña Princesa" le decía:
- Papá, cuéntame un cuento.
Él, se sentaba a un lado de su cama y empezaba:
- "Había una vez un rey, que tenía la nariz roja como un...               
La hija lo interrumpía, toda enfadada. - ¡No, este no..., otro!.
- Pero hija, si no he hecho mas que empezar... déjame terminar...
- ¡Ya no quiero, que me cuentes un cuento!. ¡Buenas noches, hasta mañana!.
Al día siguiente: - Papá, cuéntame un cuento.
Él, se sentaba a un lado de su cama y volvía a empezar:
- "Había una vez un rey, que tenía la nariz roja como un...               
Y de nuevo, como siempre: - ¡No, este no..., otro!.
- Pero hija, si no he hecho mas que empezar... déjame terminar...
Empezar, empezaba... pero nunca pudo terminar de contárselo...
Sin embargo si le pudo contar el de la Bruja Lardusca:
"Oyendo por allá y escuchando por aquí... Me dijeron que una vez había, en el Vall d'Aran, una bruja vieja, encorvada y "pobre", llamada Lardúsa. Con un bastón marrón y, agarrando un bolso, en el que guardaba seis llaves.
Llevaba un sombrero verde calado hasta sus grandes orejas, de las que colgaban seis aros. Su nariz era grande, ganchuda y, miraba con los ojos entrecerrados, detrás de unas pequeñas gafas redondas.
La vieja y "pobre" bruja Lardúsa, se pasaba el día gruñendo y refunfuñando, con su vieja escoba.  Había algo en ella que daba miedo, ¿tenía que ver con la nariz, el men-tón y su forma de renquear?. Su risa, entre resoplos, se parecía al graznido de seis cuer-vos...
   De noche se acostaba en su jergón, con el pelo blanquecino esparcido por todas partes, con las gafas en la punta de la nariz, la puntiaguda barbilla hacia arriba, con una verruga con  pelos y, la boca abierta, dejando al des-cubierto una fila de seis dientes afilados y amarillentos, que campaban cada uno por su lado.
Con los ojos cerrados, que parecían que no habían llorado nunca, -si hubieran llorado no sería bruja-, dormía  y roncaba de una manera anormal, con ruidos entre-cortados y arrastrados, -clásicos de bruja-, como la mezcla del rugido de un león y el silbido de una serpiente:   
-¡Grrrrr...,psss,,,!
   De súbito, se despertó. Empezó a desperezarse y a bostezar. Miró dentro de su bolso..., buscaba las gafas, que se le  debían haber caído de la nariz, impulsadas por la fuerza de los ronquidos. Estaban ocultas en un pliegue de su falda. Se las puso encima de la nariz, dio un escobazo a su feo gato negro, que se cruzo en su camino y, empezó  a hablar sola, -como un fuerte silbido-, por el aire que entraba y salía entre aquellos seis dientes, cada uno por su lado.
Con el gran silbido..., ¡Jordi, se despertó!...
Había soñado, con aquella bruja del escaparate, que el día anterior, había visto en una tienda de regalos de Salardú. Después de desayunar, Jordi se fue de nuevo al es-caparate a ver a la bruja. Y no estaba...:
¿Se habría ido, de verdad, a robar, con aquellos seis dientes, que campaban cada uno por su lado y, con las seis llaves que llevaba en el bolso, los documentos del armario de las seis llaves del "Consellers"?...
   Entró en la tienda, a preguntar por la bruja vieja, encorvada y pobre, del esca-parate del día anterior. No sabían nada de ella y..., le dijeron:
   - ¡ No es lo mismo "embrujar", que "embrujecer"... Cuando seas mayor, ¡No te fíes de un Abogado Endeudado, de un Médico Enfermo o, de una Bruja Pobre!"..."
                                                                       
Un Cuentista
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA METRALLA

   Se miró en el espejo del recibidor. Tenía el pelo muy corto, como en sus viejos tiempos de comandante, aunque ahora fuese uno más de tantos jubilados. A pesar de algunas canas, su cabello era tan negro como siempre y solo las arrugas de su afeitado rostro, alrededor de sus ojos y en su frente, sobre todo, delataban su edad. Por lo demás, mantenía un aspecto físico envidiable, en el que ni faltaba ni sobraba un kilo de grasa.
   Sonrió. Sus dientes, blancos y perfectos, encajaban perfectamente entre unos labios delgados, casi femeninos. Había sabido cuidarse en todos los detalles, hasta llegar a convertirse en un dandi que era la envidia del resto de compañeros y amigos, con los que se encontraba de vez en cuando. Solo mermaba en parte su alegría por su estado de salud ese trozo de metralla alojado en su pecho, recuerdo de una endiablada y sangrienta lucha en la última guerra. Mientras se atusaba el pelo y enderezaba la corbata azul que se deslizaba perfectamente planchada sobre su impoluta camisa blanca, recordó ese funesto episodio de su vida militar pasada.
   Como una película en blanco y negro -porque su memoria ya no alcanzaba tantos detalles y el color se convertía en algo superfluo- se repite la antigua y conocida historia.

Era un día de noviembre, cuando las nieves aún no habían llegado y la tierra, humedecida por las últimas lluvias, era de un color marrón oscuro, casi negro. El frente se había roto en la zona en la que se encontraba el regimiento que él dirigía, entonces como un capitán recién ascendido por méritos de guerra. El enemigo había abierto fuego de madrugada, concentrándolo en el páramo en el que se parapetaban los suyos. Los primeros obuses impactaron a unas decenas de metros delante de ellos pero, en la segunda andanada, destruyeron algunas trincheras y mataron a los hombres que las ocupaban. El bombardeo duró unos minutos, con una intensidad desconocida hasta ese momento. Sospecharon que era un último y desesperado intento del enemigo por romper sus líneas y dar la vuelta a una batalla, a una guerra, que tenía casi perdidas. Cuando cesaron los cañonazos y el humo de las explosiones comenzaba a disolverse lenta pero irremediablemente, escucharon el ruido de hombres que avanzaban hacia su línea defensiva. Era el ataque final. Atontados por el cañoneo anterior, los hombres se desprendieron de la tierra adherida a sus uniformes, y desentumecieron sus brazos y piernas. Algunos de ellos permanecían inmóviles, en la quietud de la muerte. Otros se quejaban a gritos por superficiales heridas, porque los que las tenían graves se limitaban a mirar al infinito con la paciencia del que sabe que nada puede hacer salvo esperar a la parca.
   Se incorporaron y asomaron al borde de la trinchera. El humo se había dispersado y, en su lugar, las esquirlas que levantaban los disparos de fusiles avisaban de que el peligro, lejos de alejarse, había aumentado exponencialmente. Finalmente se vislumbraron las figuras de centenares de hombres que avanzaban hacia ellos. Recordaba con claridad sus gritos, provocados más para alejar el miedo que por atemorizar a sus contrincantes, y también cómo dio orden de comenzar a disparar contra los que se acercaban hasta las trincheras. El resto fue una vorágine de disparos, bombas de mano lanzadas por unos y otros, y lucha a bayoneta calada, entre aullidos que no parecían emitidos por gargantas humanas. Y allí en medio estaba él, disparando casi sin apuntar, preocupado porque sus hombres no retrocedieran ante esa postrera intentona del enemigo. Entonces llegó su momento. Cuando giraba su cabeza para instar a varios hombres a que se lanzaran al ataque, un soldado enemigo le arrojó una granada de mano. Aún se extrañaba que, entre el momento en que se arrojó al suelo y el estallido de la bomba, se hubiese fijado en que aquel soldado había perdido la mano derecha, cuyo muñón sangraba profusamente, y aún así le arrojara la bomba con la izquierda. Estupidez humana que se fija en lo accesorio cuando la vida está en el fiel de la balanza... La bomba estalló, y ya no recordaba más de aquel momento.
   Despertó en el hospital de campaña, varias horas después. El diagnóstico fue entonces el que le marcó de por vida: un trozo de metralla había impactado en su pecho, alojándose muy cerca del corazón. Se podía operar, pero el riesgo de morir era mayor que el de dejarlo estar. Y él optó por olvidarse de aquella esquirla de hierro, de aquel trozo de metal de la guerra. Pero su odio hacia el hombre que había provocado su salida del ejército por inválido había perdurado, aunque la guerra entre hermanos terminara hacía muchos años. Ni siquiera aquel muñón sangrante de su verdugo compensaba su herida, o mitigaba su rencor.

   Dejó los recuerdos apartados momentáneamente en un rincón de su mente, y salió al pasillo de las escaleras. Sus amigos le esperaban en el café, para la tertulia de las seis de la tarde de los miércoles. Casi todos eran ex militares como él, con lo que era frecuente que las charlas giraran en torno a su pasado castrense común. Pero después de tantos meses de reuniones y horas y horas hablando de los mismos temas, las charlas habían devenido en una interminable partida de dominó, con el run run de fondo de una televisión encendida.
   Mientras bajaba las escaleras se tropezó con una joven de pelo moreno y muy corto. Ella le saludó con un "hola" y una mirada brillante, como suelen tenerlo las adolescentes llenas de vida. La miró alejarse escaleras arriba, en dirección al piso que tenía alquilado, junto a varias amigas más, justo encima del suyo. La conocía desde hacía tiempo, y no le caía simpática a pesar de los intentos de ella por entablar una relación, como mínimo, de buena vecindad. Había algo en la chica que no le gustaba; quizá era su esplendorosa juventud, que le recordaba la suya perdida, o su aire moderno e izquierdoso; o quizá había algo de resquemor porque se sabía incapaz de conquistar aquel corazón –y aquel cuerpo- porque su edad y su posición social se lo impedían. Se atusó de nuevo el bigote y salió a la calle. El café y sus amigos le esperaban para pasar otra tarde de monótona cantinela con los conocidos "cierre" o "tráeme otro carajillo, Paco".

   Vuelve a su domicilio sobre las ocho de la tarde. Ya oscurece, pero para él el tiempo no tiene importancia, y nadie le espera en casa desde que su mujer, Alicia, falleció tres años antes. Tampoco ha tenido hijos, cosas del cuerpo y de Dios, que dan a cada uno premios y sufrimientos que arrostrar hasta la muerte y la otra vida. Está malhumorado, circunstancia que no es habitual en él después de pasar una tarde con sus amigos, pero es que parte de la jornada se ha ido en una amarga y desabrida discusión sobre la situación política del país.
   ¡Y es que se les muere el jefe del estado! Eso, al menos, es lo que insinúan o se lee entre las líneas de los periódicos, o se vislumbra tras los ojos encendidos de los reporteros de la televisión. Además, como puede constatar día a día, los enemigos del país comienzan a levantar las cabezas y conspiran para cambiar las cosas. ¡Con el trabajo que ha costado hacer que todo funcione correctamente, como Dios manda!
   Sí, está enfurecido y, también –todo hay que decirlo- un poco achispado después de haberse tomado dos copas de coñac, de ese del bueno que tiene Paco escondido tras la barra del club, y que solo sirve a clientes especiales, como él. Así, con el periódico del día bajo el brazo, y nada alegre, llega hasta el portal del edifico donde vive. Entra en el rellano y comienza a subir las escaleras.
   Al llegar al primero de los rellanos escucha el ruido de pasos que bajan desde el piso superior. Sigue subiendo las escaleras, tambaleándose un poco debido al alcohol que fluye en sus venas y, entonces, la chica morena del piso de arriba aparece descendiendo las escaleras. Ella va cargada con una pequeña caja de cartón, lo que no le impide bajar relativamente rápido, pero él es incapaz de apartarse a tiempo. Más aún: en su vano intento, cae hacia la chica y la empuja sin querer. A la joven se le cae la caja al suelo, y parte de su contenido se desparrama ante los ojos de los dos vecinos.
   "Lo siento", exclama ella mientras recoge con rapidez las hojas de papel que han caído por las escaleras. Las toma y guarda en la caja de cartón. Él la observa, incapaz de actuar, sin saber si pedir perdón a aquella estúpida que le ha empujado, ayudarla o recriminarle las prisas. A fin de cuentas es en parte responsable del pequeño incidente. Pero no hace nada. La chica, una vez recogidas las hojas, se despide con la misma prisa con la que bajaba las escaleras, y sale a la calle.
   Después de verla marchar se atusa el bigote, satisfecho de no haber dicho ni hecho nada. ¡Un hombre como él no debe rebajarse a pedir disculpas a adolescentes aceleradas! Entonces se da cuenta de que una de las hojas caídas está cerca de él, pegada en una esquina del pasillo, casi oculta por las sombras. La chica no ha debido verla y se ha quedado allí, abandonada de sus paisanas de papel. Mira a uno y otro lado para asegurarse de que nadie lo observa y, después, se agacha y la recoge. Como si temiese que la chica volviera sobre sus pasos en busca de ese papel, se la guarda en el bolsillo de la chaqueta y sube todo lo deprisa que puede los últimos escalones hasta llegar a su casa.
   Cierra la puerta y se dirige al comedor. Se siente cansado, casi exhausto. Entre el coñac de Paco y la acelerada subida de las escaleras ha tenido suficiente por hoy. Mientras toma un gran vaso de agua saca el arrugado papel del bolsillo. No es curioso, pero le apetece saber qué demonios lleva la chica con tanta prisa en esa caja de cartón. Además, no es la primera vez que se la cruza portando cajas o grandes bolsas de plástico que, seguramente, llevan los mismos apuntes de las clases de la Universidad. Eso es lo que cree... hasta que comienza a leer el papel que ha recogido en las escaleras.
   "¡Es un panfleto subversivo!", murmura rechinando los dientes con rabia. Un panfleto llamando a la huelga de los estudiantes, y denunciando la falta de libertad del país. Incluso hay un llamamiento a salir a la calle y pedir libertad para presos políticos. "Presos políticos... ", musita, "como si esos delincuentes comunes tuviesen derecho a otra cosa que al garrote vil". Se levanta del sillón, enfadado y dispuesto a poner fin a aquella locura de la joven. Se lo debe a él mismo, y a su país, y a sus amigos, por supuesto. No puede consentir que esa chica y el grupo de amigos que conspiran con ella se salgan con la suya. Sí, ahora se da cuenta de que todos tienen una pinta un poco rara: ese de los pelos largos y con gafas de músico de pop, o la chica que tiene el pelo muy corto y pintado de rojo... "Tengo que llamar a la policía". El teléfono está allí, muy cerca, apenas a dos metros de donde se encuentra.

   La granada de mano vuela otra vez. El manco que la lanza lo mira desde la distancia de decenas de años y parece sonreír. Tiene un increíble parecido con la chica de la propaganda, y su tez se oscurece por momentos hasta confundirse con las sombras de la habitación. La bomba estalla, casi cuarenta años atrás, y la esquirla busca un cuerpo, o una arteria, y la encuentra.

   Se lleva la mano al corazón. Agarra el papel, lo estruja con la mano, tan fuerte que la sangre deja de fluir por ella. "La metralla... ", murmura asustado. Cae al suelo. Su mirada vidriosa queda fijada en el techo del comedor. No podrá llamar a la Policía, ni a nadie más en este mundo, porque está muerto.
   Lo mataron las dos copas de coñac, la subida precipitada de las escaleras y la lectura de la nota que atacaba sus creencias. Lo mató finalmente la metralla que estaba cerca de su corazón que, tras tanto tiempo, encontró su objetivo. Una bomba que, enigmáticas casualidades de la vida, le arrojó mucho tiempo antes el abuelo de la joven estudiante morena del piso de arriba.   

Santuario
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Supermercado


Como es quince, la cola se extiende hasta llegar casi a las legumbres. Recorres un poco buscando alguna fila más desahogada, pero muchas otras hacen lo mismo y no hay nada qué hacer. Te toca esperar.
Hay tanta gente que se han acabado hasta las revistas para hojear y sólo te queda mirar el techo, mirarte las uñas, mirar lo que compran las otras, decirte: "para ser un país que está en la ruina, bien que hay gente que se puede comprar tres variedades de cereales americanos". Y al fin, muerta del aburrimiento y de ganas de matar a la loca de los papeles higiénicos, mirar tu propio carrito, por si te olvidaste de coger alguna cosa. Es un ejercicio ridículo porque si falta algo, qué pena, te vas y pierdes el puesto. 
Lo primero que ves son las sardinas. Latitas rojas con unos pescados gris azules que parecen muy alegres, pero que seguro no lo están. "¿Llevo suficientes?", te preguntas. A él le gusta comer sardinas con yuca y salsa de cebolla al menos una vez a la semana. ¿Qué le ve a las sardinas? te dices al mismo tiempo que claudicas, miras para todos lados y abres una funda de chifles. Esa subversión, comer cosas en el supermercado antes de pagarlas, es la única que te permites.
"¿Qué le ve a las sardinas? Son plateadas y tienen espinitas pequeñas que te raspan un poco el paladar. Saben a barro salado". 
Los niños no las pueden ni ver tampoco, pero a él le encantan y llevas las cuatro latas del mes, aunque él sea el único que las vaya a comer, aunque ese día tengas que cocinar otra cosa distinta para los otros cuatro de la familia. 
Al lado de las sardinas asoman las alcachofas como granadas de mano. "¿Por qué le gustan estas infamias?" Son caras, complicadas de comer y con sabor a poco. A él hay que hacérselas al vapor y servírselas acompañadas de una salsa de queso, tabasco y mostaza y una vez que termina de mordisquear las puntitas de las hojas ("como un mariposón", piensas), hay que retirarle el plato, eliminar la parte peluda ("como chepa de gringa", te asqueas) y llevarle otra vez a la mesa el corazón picadito en más salsa.       
Te quedas mirando los six pack de cerveza. Es capaz de pegarle a uno de los niños si al llegar del trabajo no encuentra la botella y el vaso congelado como a él le gusta. Por más que lo intentas, no logras que los niños no se obsesionen con ese vaso, les fascina que tenga agua por dentro y pescaditos de colores flotando en él. Un día pescó a Junior moviéndolo para que se movieran los pescaditos mientras bebía. Le viró la cara de un golpe y el jugo de naranjilla voló por toda la casa. Que eso no era un juguete. Que era su vaso de la cerveza y que la próxima vez que lo viera con él le iba a quemar los dedos con candela.
El vaso hay que lavarlo y volverlo a poner en el congelador hasta que él abre la puerta a las cinco y cuarenta y cinco. Entonces y no antes. Entonces y no después, hay que sacarlo, abrir la cerveza y servir inclinando vaso y botella, de manera que no se le forme nada de espuma. Es capaz de decirte cretina por no hacerlo correctamente.
"Cretina, me jodiste la cerveza. Ya sé que lo haces de adrede porque lo único que te gusta en la vida es joderme".
También están sus yogures. Son unos yogures de vainilla con mermelada de frutilla asentada en el fondo. Él los coge y los mete en el congelador de su refrigeradora. Todas las noches se come uno mientras ve televisión echado en su mueble reclinable.   
Los cuenta, así que cuando los niños, que son golosos, se comen alguno, tienes que decirle que fuiste tú y aguantar la retahíla hasta que se cansa. A veces te hace ir a la tienda, sea la hora que sea. Aunque esté lloviendo. Es tu castigo: has cogido lo que no es tuyo.
Ves el espacio en el que no están los cereales que te han pedido los niños y te da pena. Si los llevabas, no te iba a alcanzar la plata para la carne y él no suelta un centavo más en todo el mes. Has cogido tres fundas individuales de los cereales de muñequitos y una marca de toallas sanitarias peor, pero más barata.
Tus malabares de siempre.
Pero sí has cogido la panza y el maní para hacerle la guata, el coffeemate que se lleva a la oficina, los klennex de su carro, su revista Estadio, las habas fritas para ver el partido, la badea para hacerle su fresco (textura mocos que a ninguno le gusta).
Has vuelto a comprar el champú que está de oferta, aunque a ti el que te gusta es el otro.
Mientras estabas en la pensadera la fila avanzó, estás detrás de una señora que saca sus últimas cosas del carro. Una señora que lleva el champú para pelo tinturado que tú todos los meses te juras que vas a comprarte.
La señora acaba de sacar sus compras y tú la ayudas a sacar el carro de la fila. Lo pones al lado del tuyo y empiezas a pasar las sardinas, las cervezas, la guata, las habas, las putas alcachofas, los yogures de *****, el maldito coffemate, la repugnante badea y la revista Estadio con todos sus hijueputas jugadores de Barcelona y Emelec, cada uno más malo que el otro.
"¿Eso no lo lleva?", te pregunta la chica mientras vas poniendo en la cinta móvil tus cosas.
"¿Me espera un segundito?", le dices y corres a la sección de lácteos y galletas donde encuentras las cajas de cereales americanos. Coges dos, las más grandotas: una de muesli con almendras y otra de muñequitos.
Abrazada a ellas corres a la sección de cosmética y perfumería donde coges el champú tratamiento para cabellos delicados o tinturados con su precioso envase de líneas rojas y doradas.
Vuelves a la caja.
"Esto también".
"Señora ¿y eso no lo lleva?", insiste la chica, señalando con el mentón el carro B.
Niegas con la cabeza.
La chica llama a un muchacho para que devuelva todo a las perchas.
Lo miras con el rabillo del ojo.
Y dices una frase para ti misma que nadie más alcanza a escuchar.

María
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL HECHIZO


El temporal causó tremendos estragos. En un tramo de más de 70 kilómetros, las aguas bajaban con una fuerza semejante a una legión de caballería que ataca embravecida al enemigo.  Numerosas personas tuvieron que abandonar sus casas ante el caudal del Guadalquivir. El agua arrastró algunos vehículos en los que los ocupantes fallecieron y fueron  más de cinco los muertos y numerosos heridos por los derrumbamientos de muros y casas. Los gritos de pavor de los vecinos aterrorizados se oían cuando veían entrar un reguerito de agua bajo la puerta de su casa que crecía y crecía, y en segundos, convertía en un lago aquel que había sido su hogar. Carreteras y los caminos estaban intransitables. El ejército cavó enormes fosas y canales para conducir las aguas. Cuando las aguas volvieron a sus cauces quedaba un  lodo hediondo en el que intentaban sobrevivir ratas, serpientillas y otros reptiles, unidos a una etérea gama de insectos que presagiaba cualquier peste tifoidea a no mucho tardar. Se formaron cuadrillas de hombres para limpiar el desastre lo más rápidamente posible.

Fue a primeras horas de la primera mañana de diciembre que amaneció sin lluvia,  cuando una de estas cuadrillas encontró en terreno enlodado, cercano ya a la ribera del Guadalquivir el cadáver rebozado en fango de Rodrigo Mencía, el único hijo de Dª Constanza de la Casa de los Mencía y Torrijo, Marqueses de Albendin.

A ninguno de los hombres que formaban parte del grupo le sorprendió el hallazgo. Formaba parte de su labor la exploración de los terrenos por si aún había víctimas perdidas sin identificar, aunque tras avisar a las fuerzas de seguridad para transportar el cuerpo al hospital dónde se le practicaría la autopsia, tardaron horas en conocer la identidad de la víctima.

Al anochecer, cuando los hombres regresaron a sus casas tras el demoledor trabajo entre los barros, su ciudad ya no era su ciudad. Aquello era si cabe una orbe más siniestra de lo que dejó el temporal dónde velos negros, guantes negros, sayas negras, botines negros, doblaban las esquinas como almas a las que sigue el diablo en dirección a la Casa de los Mencía y Torrijo, mientras las campanas de la iglesia no dejaban de tañer por el difunto.

Había sido el mismo doctor que trajo al mundo a D. Rodrigo Mencía quién le dio a Dª Constanza la noticia de su fallecimiento. La Marquesa, al conocer la noticia, fue incapaz de gritar, ni siquiera de pronunciar un solo gemido. Se aceleró su respiración, aparecíó un sudor frío sobre su frente y temblores en todo su cuerpo. Cruzó sus manos sobre el pecho antes de desvanecerse en los brazos del mismo doctor que se dispuso a atenderla de inmediato ante un posible ataque al corazón.
Afortunadamente, Dª Constanza sólo había sufrido un ataque de angustia, ante la desgracia y con ansiolíticos y tranquilizantes, ostensiblemente ida, consiguió pasar la noche velando al hijo. Fue aquella misma noche cuando la Marquesa, con una verborrea locuaz poco común en ella, manifestó su falta de convencimiento ante los motivos que ocasionaron la muerte del hijo,  al haber salido de la Casa tres días antes de los sucesos que desencadenó el Guadalquivir, "excesivamente acicalado", y haber sido siempre previsor, nunca salía de un lugar sin oír las noticias, siendo sabido por todos, que el desbordamiento y las riadas fueron anunciadas con tiempo de poner vidas a salvo. Según hablaba le volvían a aparecer los sudores fríos y los temblores recorrían su cuerpo, guardándose para si la mala conciencia de que ella podía haber sido la culpable de tan trágico desenlace.
•   A la dama le acompañarían los Montillas y así se pierde el juicio – se escuchó un rumor- .
•   Creo que hay algo cierto en lo que dice la Marquesa – dijo el doctor -. La muerte del joven D. Rodrigo no parece coincidir exactamente con el día en que las aguas se soliviantaron. Habrá que esperar los resultados exactos de la autopsia.
Y a la Marquesa le volvieron los mareos, los vómitos y otros espasmos.
******
Rodrigo no se dejaba de pasar el peine por su cabello frente al espejo.
Dª Constanza recuerda la alegría que sintió al ver salir a su hijo tan requetepeinado. La gomina hacía rutilante su pelo y la loción iba dejando olor a Rodrigo en todas las estancias de la casa.

"Por fin se ha decidido mi hijo", pensó.

Una de las mayores tristezas de la dueña de la Casa de los Mencía y Torrijo era ver como al joven Rodrigo iba cumpliendo años picando de flor en flor, que flores no le faltaban, sin decidirse por una, que por fin, diese un heredero.

Ese fue el motivo por el que Dª Constanza acudió a la casa de Juana, una joven a la que unos jornaleros adoptaron antes de morir en una de las riadas del Guadalquivir, que vivía en una casita de la ribera del río y que por su desconocida procedencia, su aislamiento tras la muerte de los padres adoptivos, y las extrañas hierbas que se encontraban en su pequeño huerto, se la conocía como "la bruja".

Dª Constanza pensaba que era tan sólo una muchacha de cascos ligeros a la que últimamente había visitado Rodrigo, lo cual no le gustaba nada. A Rodrigo le convenía alguien como Lucía, la hija pequeña de la Casa Morales de Torres, quince años por lo menos más joven que él, inocente y llena de vida para dar a luz una buen tropel . La Marquesa no temía a "la bruja". Acudiendo a ella disolvería las ilusiones que se hubiera podido hacer con su hijo y si podía conseguir un hechizo de amor para él y Lucia, mejor que mejor.

"La bruja" comenzó a reír descontroladamente al escuchar la petición de Dª Constanza, después se quedó profundamente silenciosa. Entonces le pidió  dos fotos una de D. Rodrigo y "otra de la elegida, por ella, ya que no por el hijo", recalcó. También le debía de llevar, un mechón de pelo de ambos, tela negra, seis alfileres, hilo rojo.

La Marquesa se marchó pensativa. Seguro que Juana pensaba que nunca le llegarían los objeto requeridos. Fotos tenía pues Rodrigo había fotografiado a Lucia al igual que a otras jóvenes en excursiones que hacían. También había visto fotos de Juana en los cajones de Rodrigo, las rompería, al momento, en cuanto las volviese a ver. Lo que no sabía era como conseguir el requerido cabello. En esos momentos, al cruzar el puente del Guadalquivir avistó a Lucía. "Juana se ha vuelto a equivocar" pensó la Marquesa.

•   Buenas tardes Dª Constancia.
•   Buenas tardes, Lucía. Hermoso cabello, rubio, casi imposible en una cordobesa, y así, suelto como lo llevas reluce como el oro.
•   Gracias, Dª Constancia, usted siempre tan amable.
•   No me darías un mechón, tan pequeño como una miajita de nada, para guardar en el medallón un recuerdo de la juventud de una bella dama, ya que yo no tengo hijas....
•   Mire usted, que hasta unas tijeras traigo, que vengo de en casa de mi tía Eugenia de terminar unas labores para el ajuar.
•   ¿Ah? ¿Qué ya te vas a casar? No sabía yo esa nueva.
•   No, Dª Constancia, no. Pretendientes tengo muchos, pero aún no elegí uno. El ajuar ya sabe que se va haciendo pedacito a pedacito, para que todo esté bien preparado el día que llegue el momento.
•   ¡Ah, hija! Gracias por la prenda. Que tengas un buen día, hermosa.

******

Poco después, Dª Constancia vió como Juana "La bruja" puso los mechones en medio de las fotos y las entrelazó a las dos con los 6 alfileres.
Con el trozo de tela negra envolvió las fotos y cosió alrededor con hilo rojo.

•   Todas las noches hay que ponerlo bajo la almohada y de día guardarlo en un lugar oscuro. – le dijo-.
•   Lo podrías hacer tú por mí. Surtirá más efecto. Mi niña yo es que no tengo costumbre de tales encantamientos.
•   Yo lo puedo hacer por usted, pero los encantamientos de amor se pueden pagar muy caros.
•   Hazlo, hazlo. No me podrás engañar porque sino los hados arremeteran contra ti. Hazlo tal y como te lo pido y así si alguien tiene que pagar caro, ese alguien seré yo. Ya está todo decidido, hermosa.

*****

D. Rodrigo salió aquel día más peripuesto que de costumbre. Había visto a la niña Lucía, más bella que nunca en las últimas semanas y como le decía su madre iba siendo hora de sentar la cabeza y dar un heredero a la Casa de Mencía y Torrijo. Sin embargo al cruzar el puente la vio a ella, mujer con tanta frescura, tan bella, tan morena, tan salvaje. Quedó fascinado. Más fascinado que nunca. En su cuerpo penetraron aquellos ojos de profunda, gélida y dulce mirada. Sintió el dulce amargor de sus labios.

******

•   En la niña de sus ojos estaba la imagen de una mujer – decía el doctor a Dª Constanza -.
•   De la niña Lucía, seguro.
•   No. Parecía la niña Lucía, pero según fuimos ampliando en el laboratorio, era Juana, La bruja.

*******

Juana, la Bruja, desapareció. Dicen que levantó a los demonios del río para que su corriente les hiciese desaparecer a los dos, más el quedó en el lodo, presa del hechizo, entre la bruja y la niña Lucia.  Y, algunos afirman que el río se enfureció por el crimen y la alejó para siempre de él. Sin embargo hay quién ha visto su fantasma de la mano de D. Rodrigo, pasear por la Ribera del Guadalquivir, en los sombras de la noche mientras se oye el llanto de una madre que sin cesar pide perdón. Y aseguran que el espectro de Juana, la bruja, y D. Rodrigo protege a los enamorados de todo hechizo contra su amor.

CAROLINA CORONADO
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL CORAZÓN TE MUEVE. LA RAZÓN TE ENGAÑA


El tren estacionado en la vía uno con destino Atocha efectuará su salida dentro de tres minutos. El tren estacionado en la vía uno con destino a ...y casi lo pierdo, parada en el andén, sola, rodeada de multitud de gente que empuja, que me lleva, que se mete dentro del vagón, que me sube sin darme cuenta. Tu amiga mía subes conmigo.
Hoy es un mal día, de esos que dicen sin luna porque no hay en el mundo una luz. Ha llegado hasta mí la noticia de que habías muerto. Tú nunca morirás.
El que se va es el que pierde pero el mundo también ha perdido contigo un ser excepcional. ¿ Cómo hacer en tampoco tiempo un corazón tan grande como el tuyo?. Eras como un amuleto, cuando algo fallaba y hablaba contigo todo volvía a funcionar, como si te tomases un café cargado al despertar.
Suben viajeros pero yo no los veo, te reconozco a ti en esos pantalones vaqueros, en ese rostro parecido al tuyo, en ese pelo enredado cayendo como cascada, bucles y más bucles dorados anidando las mejores ideas. Se vuelve a mover el vagón, los postes de la luz se suceden, casi rozando aterriza un avión, la autovía, las tierras sin nada, los muros llenos de pintadas de grafitis. Todo funciona igual pero nada será igual sin ti, hasta que no estés para siempre en mi recuerdo.
Señora por favor me permite su billete. Gracias. Y entonces me doy cuenta de que no hay nada más fácil que ausentarse del mundo sin saberlo. La cabeza en no se donde , los pies parece ser que en el suelo y el cuerpo, según el revisor del tren, en el asiento.
Madrid, demasiado grande para no perderse, demasiado ruido para poder escuchar, demasiado lejos para volver a casa. Tu ya no has vuelto. Siento rabia, los dientes apretados, chirriando, saltando en mil pedazos. No se cómo expresarlo pero lo siento. Un crujir como el que producen las raíces de los árboles cuando por debajo de la tierra buscan la vida. Estoy muy triste porque, amiga, has muerto.
Te imagino cómo serías ahora sin serlo. Te me antojas por las aceras a lo lejos, me cruzo contigo pero no te encuentro. Fatal. Y vuelvo otra vez a verte en otro sitio, entre la gente que corre deprisa, en las colas de los cines, en los coches como el tuyo que pasan volando, en el parque, siempre de lejos.
Te recuerdo abriendo tu recién estrenada casa. La cocina improvisada, el baño revuelto y un cepillo de dientes, el papel nunca en su sitio, el lavabo sin pinturas, nunca las necesitaste, como los buenos actores sobre el escenario que transmiten, te encontrabas frente a la vida actuando realmente sin máscara para comunicar toda la energía positiva que mueve el mundo, la que rescata en cada momento la sal de las pequeñas cosas del corazón que tu hacías grandes. Maravilloso desorden de las cosas que no te ataban nunca. Objetos materiales que no te anclaban porque seguías buscando cada día a los demás , te gustaba profundizar en los resquicios del ser humano, era eso para ti lo enriquecedor, lo importante para aprender en nuestra existencia.
La verdadera sabiduría reside en el conocimiento de "saberse" finito. Yo creo que ella supo siempre que era mortal por eso vivió sintiendo que es lo único que importa y con la humildad de los que son felices. Para mí la mayor virtud del ser humano es la humildad que sólo consigue la madurez de alguien sabio. Uno es humilde y será libre eternamente superando incluso las barreras de la muerte por eso siempre llegaste a mí , tus ideas, tus actos, tu actitud ante el mudo perduran, tu ser se toca.
Te vuelvo a materializar en tu hogar, las ventanas sin cortinas dejando pasar toda la luz transparente, como tu eras. El dormitorio, la cama deshecha en el suelo, en el suelo libros. El salón sin muebles, vacío pero tan lleno de ti . La alfombra y los cojines, la inapreciable televisión, la torre con su música, , tan comprometida con lo social, como tu eras . Los cuadros, regalos de amigos sin colgar, las paredes lisas, blancas, cálidas , montones de cajas precintadas y arrinconadas del reciente traslado, pilas de libros releídos y plantas que ahora estarán marchitas. Tu caja de bombones y el periódico de los domingos. El balcón, tu bicicleta colgada que ya no rueda. Y en tu habitación, sobre cuatro caballetes y un tablero, el ordenador apagado anhelando navegar por internet, folios amarillentos, lápices, el diccionario de la Real Academia para aprender, para no dudar sobre las palabras, tu curiosidad no tenía límites. Saber hablar es tener poder, poder dialogar es saber resolver, comunicar mejor. Pero tu pronto te quedaste callada para siempre. Fichas y guiones de tu trabajo, de tu lucha en el aula, de las noches en vela y de la mente en blanco. Notas pegadas como agenda dispersa, todo un revuelto que sólo tu descifrabas. ¿ Y tu alma ?, ¿ Y tus gafas? ...rotas. Te veo siempre en continuo movimiento, con prisas, con prisas, no te imagino ni tranquila, ni parada, ni durmiendo, quieta ni siquiera muerta.
Si Dios existiera te concedería un lugar especial en el cielo en el que no creo, como las gárgolas de Nótre Dame estarías, vigilante, fuerte, serena y justa, velando por los tuyos para siempre. Pero como tu y yo sabíamos que no es así, no quiero por un momento pensar que la muerte te está despojando hasta los huesos en la tumba y en el féretro hasta que los saprofitos te conviertan en nada. Quiero soñar y sueño con otros mundos fuera del nuestro.
No comprendo mi enfado, después de todo desde que nacemos sabemos ¿ lo sabemos, lo creemos?, que los caminos llevan a la muerte, es lo establecido, un ciclo biológico como otro cualquiera de la naturaleza, no hay que ser orgullosos, ¿ por qué pensar que somos privilegiados frente a los demás seres vivos si a veces somos los peores?.
Con el paso de los días mi ira va madurando y transformándose en una resignación sabia y adulta y engendra un dulce recuerdo de ti ( colocada por la vida que no por la droga, alucinabas en colores, colores que tu ponías a todo todos los días, incluso esos grises por la lluvia, un ser humano como un diamante en bruto, auténtico, que tocado por los tentáculos del mundo explotaba a través de su sensibilidad).
Tal vez tu manera de irte, tan pronto, tan rápido, ha sido un regalo de un instante que te ha evitado ir envejeciendo en un mundo nada amable que te retuerce la piel, te quiebra los huesos, te arruga el espíritu, te anega la mente, te transforma a veces en vegetal dolorido, así tu sólo has visto en el espejo la imagen perfecta que te invita otra vez a mirarte sin empujarte a romper el cristal de tristeza. Yo he visto niños enfermos que deambulaban por los pasillos de un hospital como fantasmas huecos, con la mirada vacía, con los ojos morados, he visto ancianos en estado terminal que casi parecían esqueletos, todo eso es peor, confórmate amiga mía, peor que estar muerto. Dichosa tu que has pasado de un lado a otro, si son dos los lados, sin que hubiese nada doloroso en medio, es mejor vivir para morir que sufrir para morir y morir sufriendo. Después de todo la muerte es cómoda.
Miro por la ventana, una nube rompe a llorar de improviso, la gente entonces echa a correr , corre, salta, tropieza y como burbujas que comienzan en una olla de agua hirviendo así surgen los paraguas, lo bonito de ellos es su colorido, su variedad, lo mejor de no usarlos es caminar bajo la lluvia, caiga lo que caiga, empapándote de agua fría que espabila los sentidos y te hace estremecer.
Te echo de menos y me sale de dentro y no se cómo explicarlo, esas son las limitaciones del lenguaje de los vivos, de los vivos que estamos ciegos, el lenguaje de los que no existen y están vivos habiendo muerto. Te recuerdo, ese es el lenguaje de los muertos. Te llevo en mí en el día a día y cuando me duermo estás hasta en mis sueños.
Salgo de dentro, pienso en llegar, preparar la comida de mañana, en comprar el periódico, en unos zapatos nuevos porque estos aprietan, en el botón del ascensor que sube que lleva, que baja a un sitio u otro diferente. La superficialidad, la rutina que tapa, que cansa, que ciega, es buena que tira de ti cuando en lo profundo agonizas. Pienso en mi hijo, sonríe, me olvido de todo. El tintineo de las llaves abrirán otra vez más otra puerta, la puerta de mi casa, la chaqueta al perchero, los libros al sofá, el pañuelo del cuello por el suelo, el paraguas al baño que escurre, el bolso pesado y lleno a la vista sobre el mueble, aparcado. Todo y cada cosa en su sitio.
Te recuerdo.
¿ Llegaré hoy a casa?, ¿ me estarán esperando?. Entraré, me cambiaré de ropa, porque esta ya está de haber sudado, me pondré las zapatillas porque los zapatos que siempre llevo hoy resulta que me han rozado . Encenderé la radio y dejaré pasar las noticias como hace el resto del mundo ,sin hacer nada por cambiar lo que no nos gusta. Comeré, aunque no tengo ganas. Rellenaré el tiempo de paja, me acostaré, tendré pesadillas y otra vez será de nuevo mañana. ¿Llegará ?.
El tren de cercanías llega.
" Próxima parada Atocha fin de trayecto, próxima parada Atocha fin de trayecto". Poco a poco la quietud . Nos bajamos todos los que no se han bajado antes , me bajo, ya no se puede seguir, está parado. Me quedo mirando antes de echar de nuevo a andar. En otra vía contigua un tren de largo recorrido inicia su viaje, lo veo empezar a moverse poco a poco hasta rápido, se pierden sus vagones a lo lejos, lo he perdido de vista, ya no está, no conozco su destino.

María Dolores
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Triste

Conocí a una mujer triste. Me viene a la cabeza un sinnúmero de adjetivos más poéticos, pero sigo pensando que "triste" es el que mejor la describe. La vi en el museo, atendiendo a niños y jóvenes desinteresados. Llevaba una falda negra, ajustada y larga hasta los tobillos.
Me acerqué con aires de importancia, y de inmediato comprendí que no es del tipo de muchacha a la que se invita al cine o a bailar. Es linda, sí, pero lo suyo no es físico.
Soy bastante mayor que ella, sin embargo sus palabras bosquejan una madurez milenaria que yo nunca tendré. No soy capaz de avistar mucho rato el fondo de sus ojos, pues siento que perfora todas las barreras y que al final ve mis inseguridades; aunque son esos mismos ojos los que todo el tiempo pronuncian su dolor. Sus alegrías son diminutos puntos de luz que se desvanecen en la sombra de su temperamento.
Logré no sé hasta qué punto, porque tratándose de ella todo es indeterminado, examinar su tristeza con frialdad, pero en mi deseo de orientarla siempre termino cayendo en la metáfora cursi, y no es que ella no lo tome en cuenta, pero mientras más me esfuerzo, más me queda la sensación de querer mover el mar con una cucharita de té, de talar un bosque con una cortaplumas de bolsillo.
De todas maneras creo que algo siente por mí, pues no se cansa de buscarme, de esforzarse por entender y hasta alabar mis incoherencias. Acarrea un gran desequilibrio anímico, una ansiedad monstruosa, miedo a sí misma, a no tener un día la fuerza para seguir sustentándose. Su vida cuelga de un diminuto e imperceptible hilo cuyos extremos nadie sabe donde están, ni siquiera ella, ni siquiera Dios.
Hace poco me invitó a su casa. Pasé a buscarla a la universidad y tuve que esperarla en una fría sala de lectura. Apareció dos horas después de lo acordado, impasible, solitaria. "Vamos", dijo.
Fuimos por una calle sucia y mal iluminada, rebuscando términos, implorando la conexión que nos permitiera establecer lo de otros momentos. Fumaba con desesperación, un cigarrillo tras otro, como si de un momento a otro alguien se los fuese a quitar, y para para siempre.
Tuve la sensación de que la noche era infinita, que se había extendido en todo el planeta y que seguiría ahí hasta que a ella lo decidiera.
Al llegar a su casa hablamos de muchas cosas que no recuerdo; no podía concentrarme en otra cosa que no fuera su mirada. Me enseñó unas fotografías que tomó hace años; muy buenas, aunque sombrías, casi tenebrosas.
Mientras me explicaba algo la observé, sus ojos enervados de lágrimas, aquel inexplicable deseo de desparecer. Quise abrazarla, arrullarle el pelo, pero no lo hice, sólo le dije que todo estaría bien, palabras que, pese a dejarle un aire a incertidumbre, se disiparon como el humo de su cigarrillo encendido.
Antes de irme puse un beso en su frente, y juré que nunca dejaría de llamarla.

Pablo Vásquez Donaire
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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#96

Los sentimientos a los que no se les nota demasiado que lo son


Vaya... No le hacía ninguna gracia eso de que no quedasen sitios libres. Llevaba todo el día trabajando y estaba muy cansada. Se paseó con dificultad entre las corbatas y los sombreros y comprobó que todos los asientos estaban ocupados. Todos menos los reservados, claro, donde sólo había un hombre cojo con un bastón y la mirada perdida.
  Se mentalizaba ella de que tendría que ir de pie cuando un caballero le cedió el sitio.
  Él pensó, con la pierna que le quedaba estirada, que en sus puntas relampagueantes pudieran anidar tantos destellos como días; que de relampaguear un poco más cegaría a todo aquel que lo mirase. Por el momento, el seguía mirando. Tratando de que no se le notase demasiado.  El vagón seguía hasta arriba de ocupantes.
  Ella se llenó de hermosos recuerdos, y luego de recuerdos tristes. Pero cuando le volvió a mirar, sin que se le notase demasiado, pensó que tal vez, y sólo tal vez, podía ser él.
  Él se encendió un cigarrillo y al instante lo apagó, que el humo nublaba aquella imagen que le estaba hipnotizando, de la que no quería perderse el más mínimo detalle; eso sí, sin que se le notase demasiado.
  Ella no dejaba de darle vueltas. Hizo memoria. No podía ser él, pero... ¿Y si era? De la misma forma se mordía el labio cuando reflexionaba y esperaba sentado en la caleta, cuando miraba al mar como si fuese la primera vez que lo veía. Y de la misma forma le brillaban los ojos, ya tantos años atrás, cuando ella llegaba entre las rocas mojadas por las olas y le sacaba de su abstracción.
  Del vagón iba saliendo la gente poco a poco, parada tras parada.
  Él respiraba más aceleradamente cada vez, olvidándose por momentos del estruendo que en un eco interminable le roía las entrañas, moviendo nerviosamente el dedo y acariciando el asiento contiguo.
  Es que podía ser, podía ser, pensaba ella, a la que no se le notaba demasiado. Podían ser esas manos desgastadas las mismas que la cogían de los hombros antes de besarla. Nunca dejaría de añorarlas: supieron convertir sus veranos en reductos de ilusión. Echaba muchísimo de menos aquel tiempo en el que él estaba a su lado, cuando las cosas por defecto iban bien. Sabía que, al igual que podía ser, podía no ser... pero, sin que se le notase, deseaba ardientemente que fuera.
  Sin que se le notase demasiado, él se enamoraba. Como si todos sus sentidos, a pesar de los dos metros de distancia, la estuviesen ya palpando. Palpaba, en su corazón palpaba, y, sin comprenderlo, que a estas alturas ya no estaba por la labor de comprender, sentía que, era sorprendente, no tenía sentido, que ya había palpado aquella piel alguna vez.
  Ella trataba de verle y progresivamente lo conseguía. Era él cada vez más, y no hacía su mente más que especular, proyectando una representación confusa de lo que podía pasar si se acercaba y hablaba con él.
  Ya quedaban muchas menos vestimentas, y menos paradas para llegar. Y ya corría más el aire.
  Había que decidirse. Tenía que sentarse a su lado y hablar con él, preguntarle si era él del todo, que al menos ya lo era en parte. Pero no se atrevía: habían pasado muchos años y muchas cosas. Desde que marchó a la guerra no le volvió a ver. Sólo supo, que eso le contaron, que había sobrevivido, pero que los horrores del frente le habían hecho tanto daño que había olvidado casi todo...
  Él no se movía, temiendo que aquello fuese un sueño, o más bien un delirio, y terminase despertando de todo aquel esplendoroso surrealismo. Le asustaba que aquello se tuviese que acabar. Dudaba que otro cabello pudiese contener alguna vez tantos colores, algunos de ellos, pensaba él, algunos de ellos aún desconocidos por el hombre.
  ¿Y si no le reconocía?, ¿y si la tomaba por loca?, se atormentaba ella. Los minutos, y con ellos las paradas, pasaban, y no sabía de dónde sacar el coraje de levantarse y contarle todo aquello. Pensaba que mejor que no se le notase demasiado.
  Él se decía que podía dejar de soñar. Que no era más que un mutilado sin pasado, una condecorada aglomeración de desventuras. Sin que se le notase demasiado, trataba de convencerse de que, si verdaderamente era un sueño, o un delirio, mejor despertar. Pero el caso es que no quería hacerlo.
  Apenas quedaba gente. Rodeados de asientos vacíos, sólo quienes como ellos vivían por las afueras les acompañaban.
  Ojalá no se sucediesen las paradas. Ojalá se pudiese parar el tiempo sólo para nosotros, o al menos para mí, para que me diese tiempo a decidirme.
  A mí me vale con que tu contorno mirándome a escondidas se quede grabado en mi mente para siempre.
  En la antepenúltima parada, sólo la tos de un obrero exhausto les recordaba que seguían atrapados en el mundo.
  En la penúltima parada se quedaron solos, recitando poemas, dibujando sonrisas e imaginando momentos.
  En la última, sólo por unos instantes resistieron. La inercia pudo con los dos. Con las puertas abiertas, él cogió su bastón, y ella sus cosas, tanto las que se veían como las que no; y, tratando de que no se les notase la pena demasiado, salieron cada uno por su lado.  
  Pensando, al unísono, que se inventaría algún día un vagón cuyo recorrido no acabase nunca. Y en el que los corazones, indiscretos, no tuviesen que serlo clandestinamente.

EL SOÑADOR
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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¡LLEGAS TARDE!


   
Para S, por guapa.

¡Llegas tarde!, ese es el pensamiento que no deja de circular por la mente de A desde que B se lo dijo anoche, justo antes de salir de casa, hace ya más de veinticuatro horas. Está desvistiéndose en el cuarto de luces del angosto almacén que él y sus compañeros en la pequeña fábrica de don R. usan como vestuario, comedor para los bocadillos y sándwiches que se llevan cada noche para acortar y partir sus turnos de trabajo e incluso, aunque esto no debería saberlo ninguno de sus supervisores, como sala de fumadores.         
   Se encuentra repentinamente invadido por una extraña sensación de paz, rodeado de una placentera calma que nota como va relajándole y, casi sin percatarse, llega un momento en el que no se da cuenta que se ha quedado inmóvil, casi paralizado en ropa interior, escena que podría no haberse deshecho durante mucho más tiempo de no ser porque C, un compañero al que se le han olvidado en su abrigo las llaves del cuarto de herramientas, entra en el cuarto y le comenta con sonrisa sarcástica que si está desnudo esperándole.
   ¡Llegas tarde!, como si acaso le importara, se comenta a sí mismo A mientras, ya puesto el grasiento y desteñido mono de trabajo, se lava las manos desganado con el jabón que en garrafas J, el hijo de don R., se encarga de colocar en el lavamanos del pequeño aseo que separa el cuarto de luces de la puerta gris por donde entran y salen de sus respectivos puestos todos los operarios de la fábrica.
   A vuelve a ausentarse durante unos segundos del mundo-del mundo que en ese momento le rodea-y deja volar su imaginación, aunque esta vez hacia atrás, hacia el pasado no tan lejano donde era un chaval risueño, despreocupado, sin ninguna carga que no fuera el llevar a su ya fallecido padre al médico una tarde a la semana a sus sesiones de rehabilitación. Que tú no pagues el agua no quiere decir que dejes correr el grifo sin mirar, ¡jefe!-le grita D, al cual le toca compartir máquina con A durante todo este mes y que, al ver que éste no acude al descansillo donde todas las noches apuran imbebibles cafés de la máquina expendedora justo antes de comenzar su turno, ha ido a buscarle al cuarto a indicación de C, el cual ya se ha encargado de comentar la estampa erótico-cómica vivida con A hace escasos instantes.
   ¡Llegas tarde!, se repite una y otra vez sin cesar A, cuando ya le ha dicho a D que hoy no quiere café y que no cuenten con él para la salida nocturna que buena parte del grupo que trabaja en ese turno, y que libra el próximo sábado, ha preparado con vistas a dar una vuelta por las calles de bares y discotecas cercanas a la fábrica, alentados por la visión de las chicas que salen por dicha zona, y que son escrutadas por los compañeros de A tanto al comienzo-cuando se encaminan a vivir una noche de copas-como al final del turno-cuando desandan el camino de regreso a sus casas, vencidas por el alcohol, los moscones, los tacones o  por todas estas circunstancias- en los fines de semana que les toca trabajar por la noche.
   Ya ha soportado una nada desdeñable sarta de improperios e insultos dirigidos contra su hombría y su virilidad, encaminados a intentar hacerle cambiar de opinión acerca de este último asunto, y lleva un buen rato en la máquina asignada para esa noche sin dirigirle la palabra a D, el cual mentalmente ha dictaminado sin discusión que lo que le pasa es que se ha peleado con B antes de salir de casa y por eso está tan callado, tan raro, con ese gesto ausente y distraído. Se lo pregunta varias veces y de varias formas, pero lo único que consigue sonsacarle es que para nada, que hoy no nos hemos visto, que vaya cosas se te ocurren, tú siempre cotilleando y metiéndote en la vida de los demás.
   ¡Llegas tarde!, sigue siendo el rey dentro de la monarquía derrocada en la que se ha convertido la cabeza de A desde que ayer le escuchó estas palabras a B. Ni siquiera es consciente de lo que le ha dicho E, que alarmado por D de su conducta tan extraña, se ha acercado al puesto de trabajo de ambos a ver si podía, al menos, enterarse que demonios le ocurre esa noche. E mantiene con orgullo ser el mejor amigo, el más íntimo confidente de A, complicidad forjada desde muchos años atrás, y reforzada por el hecho de haberle conseguido la entrevista de acceso a su puesto de trabajo actual cuando, informado por B, supo que A había perdido su empleo en el taller donde había permanecido más de diez años.
   El turno se desarrolla sin sobresaltos y languidece sin que ninguno de sus compañeros, incluido F, que también se ha interesado por la apática y silenciosa actitud de A durante toda la noche, inusual a todas luces, haya conseguido saber lo que le ronda por su cabeza. Cuando el turno entrante les da el relevo, A se cambia sin ninguna premura junto al resto de la cuadrilla saliente y, con una resignación propia del animal que intuye dirigirse sin posibilidad de escape al matadero, termina de generar aún más dudas en los demás al declinar, por primera vez desde que comparten horario de trabajo, acercarse al bar de G, establecimiento donde acuden siempre, sin excepción bajo ningún pretexto, al terminar su jornada laboral. El propio G sabe que algo sucede y se huele algo raro cuando es informado por los compañeros, puesto que A es el principal instigador y animador de esas postreras reuniones.
   ¡Llegas tarde!, a ver si me puedes decir lo mismo ahora, dedica para sus adentros a B cuando llega a la esquina de su domicilio. Ya ha bajado del autobús que le lleva de casa a la fábrica por las noches, y de vuelta a su casa por las mañanas. El sol, tímido todavía, regala una luz anaranjada con la que envuelve todo lo que A encuentra a su paso, y ya le ha ganado una vez más la partida a las farolas que aún permanecen encendidas en su calle, aunque lleven un buen rato sin alumbrar nada.
   Al doblar esa última esquina, el escenario cromático varía completamente y los rayos solares recién nacidos son anulados por unas luces azules que giran de manera llamativa y monótona a la altura del portal donde viven A y B. Los vecinos que no tienen que ir ni a trabajar ni a llevar a sus hijos al colegio se asoman a ventanas y balcones o se agolpan en los portales colindantes, expectantes ante el espectáculo bañado de morbo y curiosidad que la situación ofrece. Incluso alguno sueña con que aparezca alguna cámara de televisión, lo cual le daría a esa estampa mucha mayor notoriedad.
   A sabe que las dos patrullas de policía le esperan a él y cruza con parsimonia de acera camino de los agentes, no sin antes dejar pasar a la ambulancia que sale de su calle sin llevar activada ninguna sirena. Al ser superado por el vehículo sanitario, y centrando en él su vista, con gesto cansado y prácticamente inexpresivo no puede evitar que un pensamiento le cruce como un rayo por su cabeza: ¡Llegas tarde!

La mala suerte
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Antesala de un regreso


Estuvo lloviendo tres días seguido, lapso en el que solo me levanté de la cama por cuestiones inevitables. Cuando paró de llover, salí al patio y me quedé observando el aspecto de la calle, vi pasar a una mujer que caminaba con el paraguas abierto, como si no se hubiera dado cuenta que ya no llovía. Me quedé pensando en qué envolventes pensamientos estarían atravesando su mente, para abstraerla de semejante forma. Y sentí envidia, deseos de que en mi cabeza aflorase algún pensamiento así, que me hiciera huir del ahora.
Busqué al perro con la mirada, pero no estaba por ninguna parte. Lo imaginé deambulando por el barrio, bebiendo el agua que la lluvia había dejado en las canaletas, seguramente  hambriento.
Caminé hacia la hamaca de madera que colgaba del árbol de paraíso. La había construido yo mismo, cuando mi hija cumplió dos años; ése fue mi regalo, que ella disfrutó bastante hasta antes de separarme de su madre. Ahora esa hamaca quieta y enmohecida, me parecía el objeto más triste del paisaje casero, pero no me atrevía a desarmarla, porque muchas veces mirando esa hamaca, podía volver a ver a mi hija aventándose, sonriente, hundiéndome en tiernos ensueños.
Me senté en la hamaca. La madera mojada me humedeció el culo. Me mecí despacio, y el ruido del tronco crujiendo me recordó aún más a mi hija. Allí me quedé como un niño, suavemente adormecido por el vaivén, evocando tiempos mejores y pensando que hacer con aquel día que recién empezaba. Era marzo, el último de mis tres largos meses de vacaciones. No tenía nada que hacer. Y el proyecto de cada día siempre era buscar la forma de que el día transcurra lo más rápido posible.
Desde la hamaca, junto a otro árbol, en el suelo, noté que había crecido un hongo del tamaño de un sapo. Tenía un color amarillento, como las hojas de un libro viejo. La imagen del hongo me hizo acordar a mi adolescencia, cuando con los amigos, después de cada lluvia, nos íbamos al aeropuerto viejo a buscar los hongos que crecían entre la ***** de los cebúes. Les decíamos a nuestros padres que íbamos de pic nic. Llevábamos una carpa y nos quedábamos un par de días, comiendo hongos y alucinando.
Dejamos de hacerlo cuando pasó lo de César. Cuando aquella vez le pegó tan mal, que estuvo varios meses despertándose a mitad de la noche entre pesadillas terribles.
Bajé de la hamaca de un salto y arranqué el hongo, para que mi perro no cometiera el error de comérselo. Lo arranqué de raíz y fijé la vista en su textura. No pude evitarlo: le di un mordisco. El ácido me quemó la lengua. Mastiqué lo suficiente y tragué los trocitos.
Comprendí enseguida que lo mejor era volver adentro de la casa y cerrar las puertas con llave. No tenía la menor idea del efecto que tendría; de hecho, durante los primeros minutos no sentí variación alguna en mis sentidos. Me acomodé en el sofá y encendí un cigarrillo para sacarme el mal gusto de la boca. Entonces, de repente, empezó a llover, pero dentro de la casa. Me dirigí a la cocina para resguardarme, pero allí caía granizo.
Fui al baño, y al mirar el espejo, espantado, vi mi cara completamente amarilla y lisa, como aquel hongo, desprovista de ojos, narices, boca, vacía, un óvalo de carne incompleto, como un autorretrato que por desgano alguien no quiso terminar de pintar.
Salí del baño. Seguía lloviendo en el living, me pareció tener el cuerpo empapado. Corrí hacia mi habitación, donde todo estaba normal. Me dejé caer en la cama, tratando de serenarme e hilvanar alguna idea que me alejase del pánico. Pasé los dedos por mi cara, y estupefacto, no sentí mi nariz. Intenté meterme un dedo en la boca pero tampoco pude encontrar la cavidad. Tapé mi cuerpo con la sábana hasta la frente. Y no sé que pasó después: cuando desperté era de noche y afuera estaba lloviendo otra vez.
Ahora todo estaba en orden: cada parte de mi cara estaba en su correcto lugar y en los cuartos de la casa no había nada raro. Sentí alivio.
Quería hablar con alguien. Que me hablaran. Llovía con furia. Recordé que me separé de mi mujer para estar solo. Y en ese momento, como si algún resabio alucinógeno todavía me atravesara, la vi entrar a la casa, invitarme a salir a caminar bajo la lluvia. La seguí hacia la calle, ¡tan real me pareció su mano entrelazada a la mía!, anduvimos y anduvimos en la noche, hasta que me senté en el banco de la plaza y desperté: ya no estaba.
Ya entonces todo mi cuerpo era la lluvia, los torrentes de agua ya no bajaban del cielo sino de mis cabellos, de mis brazos y hasta de mis pestañas. La carne se me había vuelto agua.
Regresé a casa. El perro, empapado, me vio llegar en el umbral. No era comida lo que suplicaban sus ojos, no. Y sólo en ese instante, supimos lo que teníamos que hacer.   

Ken Zaburo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL ÚLTIMO ARTISTA EN PIE


Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones."
Séneca

RADIO REBELDE. MIÉRCOLES SEIS DE ENERO.... Miguel Luis Martínez. Licenciado en Comunicación Social, escritor, narrador oral escénico, dramaturgo, guionista de Cine, Radio y Televisión, Animador Turístico, comediante y miembro de la Asociación Hermanos Saiz (AHS) uno de los creadores más versátiles y carismáticos de Cuba en  los últimos  diez años, según las opiniones de la verdadera razón de existencia de todos los artistas: EL PÚBLICO, presentará su  última creación en el Café Literario Rubén Martínez Villena en la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). ¡No falte! ¡Los esperamos!
RADIO REBELDE. MIÉRCOLES 13 FEBRERO.... A continuación fragmentos del libro Un circo sin monos del escritor matancero... ¡Qué casualidad!  Miguel Luis Martínez.
--- ¡Me voy del país! ¡Esta crisis comunista no acabará con mi vida!
--- ¡Estás loco! ¿Dónde hallarás una tierra como esta? No hay diferencias de clases ni discriminación racial, la educación y salud son gratuitas, aquí todo es para todos.
---Por eso mismo. Si todo es para todos, nada es de nadie. Me marcho de aquí...voy a buscar lo mío.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA. MIÉRCOLES 13 MARZO... Miguel es condenado a cinco años de privación de libertad en Cien Aldabós, la prisión más terrible del país.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA.  MIÉRCOLES 13 ABRIL...  La ONU se entera del encarcelamiento de Miguel.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA.  MIÉRCOLES 13 MAYO... La ONU anuncia oficialmente su visita a la Mayor de las Antillas.
RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA. MIÉRCOLES 13 JUNIO...  La dirección de la mal conocida institución carcelaria entra en caos. Tiene que demostrar al mundo de una vez por todas que...la discriminación por color o preferencia sexual, la visión dogmática de la realidad, el chantaje, la corrupción penal, el tráfico de drogas, la violación, el asesinato, el maltrato psicológico y la mutilación del libre pensamiento, no pertenecen al contenido de trabajo del Sistema Penitenciario Cubano.
RADIO REBELDE. MIÉRCOLES 13 JULIO... Proponen a Miguel para que le muestre su arte a los representantes de la ONU constituyendo esto un hecho innegable que: En La Mayor de las Antillas los presos son considerados seres humanos.
RADIO REBELDE. MIÉRCOLES 13 AGOSTO
A continuación les presentamos fragmentos de la obra que presentó Miguel.
ESCENA I
Oscuridad Total.
Voces en Off (Al Unísono): ¡Turismo, turismo! ¡Viva el turismo! ¡Turismo, turismo! ¡Qué bueno es el turismo! (Se repite varias veces. En cada repetición se habla más rápido hasta resultar nada entendible)
Hombre 1 (Grita): ¡Yaaa!
Encendemos las luces.
ESCENA II
Aparece en escena un hombre de unos 32 años, tez negra, vestido con ropa de sport, un uniforme de animador turístico. A su izquierda se halla una mujer mayor que puede ser su madre, la cual permanece sin moverse.
Hombre 1: Aquí todos sabemos... todo cubano sabe que el turismo es el mejor trabajo en este país. No importa si trabajas como barman, custodio, cocinero o como basurero. No importa si delatas a un compañero, un amigo, que hacía lo mismo que tú. No importa que te maltraten, humillen, pisoteen tus derechos, te expulsen por responder la ofensa de un extranjero, te marginen por conjugar el verbo pensar, tengas que acostarte con los jefes para mantener el trabajo, o...en el peor de los casos te suceda lo mismo que a Miguel, quién... ¡Otro día les cuento la historia!
Voces en Off (Al Unísono): ¡Turismo, turismo! ¡Viva el turismo! ¡Turismo, turismo! ¡Qué bueno es el turismo! (Se repite varias veces. En cada repetición se habla más rápido hasta resultar nada entendible).
Hombre 1 (Grita): ¡Yaaa! Cuando le dije a mi madre que deseaba trabajar en el turismo...
Explosión. La mujer situada a la izquierda rompe el estado de congelación.
Madre (Enojada): ¡Estás loco! ¿No terminarás la universidad?
Hombre 1: ¿Para qué madre, para qué?
Madre: ¿Cómo qué para qué? Para ser alguien en la vida, ser respetado, para que no te señalen con el dedo. El título tapa los mayores defectos.
Hombre 1: ¡Abre los ojos mamá! ¡Aquí ser un profesional es una *****! ¡Aquí los que nunca estudiaron ni lo harán, los que no trabajan ni jamás lo harán son los que viven! ¡Son los que tienen los mejores carros, las mejores casas, las más exuberantes mujeres!
Madre: ¿Quieres ser como ellos?
Hombre 1: ¡Claro!
Madre: ¡Ya, veo, veo!
Hombre 1: ¿Qué ves?
Madre: Una cosa.
Hombre 1: ¿Qué cosa es?
Madre: ¿Quieres dinero, poder?
Hombre: ¡Por supuesto! Dinero, carro, celular, mujeres, poder.
Madre: ¿Sin importar las consecuencias del dinero fácil?
Hombre 1: ¡Tapa esa letra mamá!
Madre: Entonces...estudia. No hagas como yo que me volví dependiente a tu padre. Lo de uno es lo de uno. No importa si te casas con la reina de Inglaterra. Si tienes dos pesos, llévalos con orgullo son tus dos pesos. Estudia, lo que uno aprende algún día lo utiliza, le sirve para algo.
Hombre 1: ¡Otra vez con lo mismo! Ya te dije que no mamá.
Madre: ¡Hijo mío! ¡Hazme caso! ¡Estudia!
Hombre 1: ¡No mamá, no!
Madre: ¿Por qué, por qué? Aquí el que no estudia es porque no quiere. Dale hijo, estudia, termina la universidad y después haz lo que quieras, camina desnudo por las calles aunque te tilden de loco, solo que esta vez te dirán que eres un loco diferente, eres un loco con  un título universitario.
Hombre 1: ¡No mamá, no!
Madre: ¿Por qué? Dime una razón.
Hombre 1: Después que me gradué de la universidad... ¿qué hago mamá? ¿Cuelgo el título de oro en la pared porque no me sirve para nada?
Madre: Con un título universitario siempre hallarás trabajo.
Hombre 1 (Estalla): ¡Abre los ojos mamá! Si trabajas y con lo que ganas no puedes satisfacer tus necesidades básicas, es como si estuvieras desempleado.
Madre: Pero...
Hombre 1: ¡Basta! Ni un pero más. Quieras o no, voy a trabajar en el turismo.
La Madre abandona escena. Apagamos las luces. Oscuridad total.
Voces en Off (Al Unísono): ¡Turismo, turismo! ¡Viva el turismo! ¡Turismo, turismo! ¡Qué bueno es el turismo! (Se repite varias veces. En cada repetición se habla más rápido hasta resultar nada entendible)
Hombre 1 (Grita): ¡Yaaa!
Escuchamos una voz femenina que dice a fondo del péndulo de un reloj.
Mujer en Off: Radio Reloj...una hora después.
Encendemos las luces.
ESCENA III
La escena representa la entrada de un hotel Observamos un cartel que dice Hotel Oasis Varadero 1920. A un lado del escenario se halla un hombre, el otro lado representa una oficina en la cual se halla una mujer revisando unos papeles. Entra Hombre 1.
Hombre 1: ¡El último!
Hombre 2: ¿Para qué?
Hombre 1: Para ver a la jefa de recursos humanos.
Hombre 2: Soy yo.
Hombre 1: ¿Detrás de quién va?
Hombre 2: De un muchacho.
Hombre 1: ¿Y el muchacho?
Hombre 2: Detrás de una señora.
Hombre 1: ¿Y la señora?
Hombre 2: Detrás de un señor.
Hombre 1: ¿Y el señor?
Hombre 2: Detrás de mí.
Hombre 1: ¿Detrás de ti? Pero sí detrás de ti...
Hombre 2: Detrás de mí vas tú (Ríe) No preguntes tanto compadre.
Hombre 1: ¿Qué no pregunte? ¿Y se marchan las personas?
Hombre 2: No te preocupes. Nadie se marcha de una cola para trabajar en el turismo. ¡Y mira que aquí se hacen colas! Cola para comprar el pan, la leche, el agro mercado... ¡Hasta para que lo entierren a uno hay que hacer cola!
Hombre 1: ¿De verdad?
Hombre 2: Y eso si firmaste un acuerdo inviolable con el director del cementerio. Las tumbas; también son para los extranjeros.
Hombre 1: En las tiendas por divisas no hay que hacer colas.
Hombre 2: ¡Qué va chico! Es donde más se hacen colas. Una cola para entrar, para guardar el bolso, para pagar, para salir y para recoger el bolso.
Hombre 1: En mi ciudad no se hacen colas.
Hombre 2: ¿En tu ciudad? ¿De qué país  eres?
Hombre 1: Soy de Milanés 88 entre Zaragoza y Manzaneda. Matanzas. Cuba.
Ambos ríen.
Hombre 1: ¿Y tú?
Hombre 2: ¿Y yo qué?
Hombre 1: ¿De dónde eres?
Hombre 2: De Cárdenas.
Hombre 1: ¿Cárdenas? ¿La Ciudad del Oro?
Hombre 2: Sí tú lo dices.
Hombre 1: ¿Sí yo lo digo? ¡No seas modesto! ¡Cárdenas es la Ciudad del Oro! Todo el mundo trabaja en el turismo y...
Hombre 2: Eso era antes, socio. En la época de la barbarie, cuando todos los hoteles se pagaban al cash, en efectivo.
Hombre 1: ¿Se hacía mucho dinero?
Hombre 2: Fíjate que si se hacía dinero que el Estado al ver que los trabajadores del turismo comenzaron a comprarse carros, casas, computadoras con acceso a internet, se le ocurrió la idea de los Hoteles Todo Incluido y...
S-I-L-E-N-C-I-O
Hombre 1: ¿Y?
Hombre 2: Nada. Que en este país la prosperidad es considerada un pecado capital. Es como me dijo Arturo, un amigo...
Escuchamos una voz femenina que dice a fondo del péndulo de un reloj.
Mujer en Off: Radio Reloj...1994.
Congelación de Hombre 1 y Hombre 2 en escena.
Arturo en Off: ¡Me voy del país!
Hombre 2: ¡Estás loco! ¿Dónde hallarás una tierra como esta? No hay diferencias de clases ni discriminación racial, la educación y salud son gratuitas, aquí todo es para todos.
Arturo en Off: Si todo es para todos, nada es de nadie. Me marcho de aquí...voy a buscar lo mío. 

RADIO EXTERIOR DE ESPAÑA. MIÉRCOLES 13 DE SEPTIEMBRE...
Ayer a las dos de la madrugada, en la enfermería del Centro Penitenciario Cien Aldabos, fue hallado el cadáver de Miguel Luis Martínez. Algunos dicen que la dirección de la prisión ordenó su asesinato por decir lo que no se puede decir. Otros que la orden fue dictada por el mismísimo presidente del país. Siendo este hecho una prueba más que en Cuba, el Arte es de la Revolución y con la Revolución todo, sin la Revolución nada.

Grafitti
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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SETAS DE COLORES


Mi profesor de ciencias nos había mandado hacer a todos los de 3º de ESO un trabajo individual sobre las setas. Odiaba a las setas, aborrecía las setas. No podía con ellas. Llegué a casa cansado después de todo el día en el instituto y, tras besar a mi madre que estaba en la cocina preparando la merienda de mi hermana Sarita, engullí un bol de cereales con leche en pocos minutos y me dirigí a mi habitación. Tenía que hacer los ejercicios de física, imprimir el trabajo de música sobre la vida y obra de Bach y estudiar algo de sociales. No sabía bien por donde empezar, así que decidí comenzar por lo más sencillo, es decir, imprimir el trabajo. Encendí  mi portátil, la impresora, y en dos minutos ya lo tenía listo. Siguiente paso: bueno, ya que tenía encendido el portátil, tecleé en el buscador de Internet para conseguir información sobre setas. "Setas" y pulsé enter.
Algo sucedió en el momento en que pulsé aquella tecla; la pantalla se quedó en blanco durante un instante y, acto seguido, sentí como mi cuerpo era trasladado  a través de la pantalla del ordenador, sin yo tener ningún control sobre lo que estaba ocurriendo. En pocos segundos me encontré frente a frente con un extraño ser que, con voz más aguda de lo normal, comenzó a hablarme:
-Ven conmigo, necesito ayuda. Acompáñame.
El extraño ser resultó ser un joven de baja estatura (me llegaría a la altura del pecho). No sabría decir su edad, quizás 17 ó 18 años, pero sí que era un chico con aspecto bonachón. Vestía camisa verde y pantalón marrón. Su cara estaba llena de pecas, y a juego con ellas estaba su pelo, naranja y enmarañado como el de un muchacho cualquiera.
Mi cara de asombro debía ser tal que repitió, insistente:
-Acompáñame, tengo que contarte un suceso que ha ocurrido en este reino, pero necesito que vengas conmigo y por el camino te cuento.
Como abducido por aquel joven, comencé a caminar. Aquel sitio era tan...¿distinto? Sí, no era como mi ciudad, puesto que no era una ciudad, pero aún siendo un pueblo no era como cualquier pueblo. El chico se había referido al pueblo como un reino. Mientras caminábamos por aquel camino de arena fina pude comprobar que las flores cambiaban de color de una forma progresiva, agradable; los árboles ocupaban los lados del camino, moviéndose suavemente al compás de nuestro paso, dando un agradable sensación de tranquilidad.
-Todavía no te he dicho mi nombre,-dijo el chico. Me  llamo Singo, ¿ y tú?.
-Yo soy Tomás-contesté.
-Estamos en el reino de Singalia, y si estás aquí  es por que necesitamos ayuda del exterior, ya que no vemos solución a nuestro problema.
-Yo no sé si podré ayudaros, tan sólo soy un adolescente y apenas puedo solucionar mis propios problemas, como para afrontar los problemas de todo un reino- dije.
- Seguro que podrás dar solución de alguna manera, confío en ti; por eso te he traído hasta aquí.,- dijo Singo. Empezaré por el principio...
   
Hay dos tipos determinados de setas que sólo crecen aquí, en Singalia. Son la seta verde y la seta azul. Todos los habitantes de Singalia, desde tiempos remotos, tenemos prohibido su consumo. Esta prohibición se ha ido transmitiendo de padres a hijos desde hace siglos, y nunca ha habido ningún problema.
Todo en Singalia transcurría con normalidad, los síngalos y las síngalas éramos felices y no había ningún problema de convivencia, hasta que un día llegó un grupo de habitantes de un reino cercano. Ellos obligaron a una síngala  a comer de la seta verde, y el resultado, al cabo de unas horas, fue fatal: comprobaron como la síngala, cambiaba su forma de comportarse, con un sometimiento excesivo hacia todo el que estaba a su alrededor. Lo peor de todo es que el suceso fue rápidamente conocido por los habitantes de Singalia y, en lugar de alarmarse por lo ocurrido, todos los síngalos fueron obligando a sus esposas a comer de la seta verde. Así, en cada hogar había una síngala sometida a las órdenes de un síngalo, al que obedecía sin oponerse. Parecía que los síngalos eran así felices sometiendo a las síngalas. Aquello era injusto, muy injusto para ellas.
Hace dos semanas algunos síngalos empezaron a sentirse mal, con fiebre y diarrea; todos con los mismos síntomas. Cada día que pasaba eran más los síngalos que caían enfermos; pero...ninguna de las síngalas había contraído aquella misteriosa enfermedad para la que aparentemente no había cura.
Fui a pedir ayuda al rey, Singalón, pero, cuando llegué a lo alto del castillo, los guardias me dijeron que el rey no podía recibirme pues se encontraba también afectado por la enfermedad.
Regresé a casa y pasé toda la noche sin dormir dando vueltas a lo que estaba ocurriendo. Era tan extraño...ninguna de las síngalas estaba enfermas. ¿Qué sería aquello que las protegía? ¿sería por el hecho de ser del sexo femenino?¿ sería por...? ¡YA SÉ! ¡en ese momento caí.! Las síngalas no padecían  la enfermedad pues haber comido las setas verdes las había proporcionado inmunidad! Tenía que contarlo a todo el reino antes de que fuera demasiado tarde.
Así que poco antes del amanecer reuní a todos, síngalos y sígalas en la plaza y les expliqué cual creía yo que era el motivo de que las síngalas no cayeran enfermas. Todos quedaron asombrados. Entre todos acordamos en que los síngalos tanto los que ya estaban enfermos como los que aún no habíamos contraído la enfermedad tomaríamos setas verdes.
Y así fue. Fueron uno a uno comiendo, y , en cuestión de un par de horas los síntomas empezaron a ceder. Pero.....horror, todos los síngalos quedaron con la voluntad anulada, tal y como les había pasado a las síngalas cuando comieron de la seta verde. De esta manera el reino se iba a convertir en un reino de seres sin voluntad propia, sino sometido a las órdenes y voluntad de cualquiera que se acercara por aquí. Así que, antes de comer yo de la seta verde decidí pedirte ayuda para ver qué podemos hacer. Tenemos un pueblo curado de la enfermedad pero con la voluntad anulada. Y hemos de dar solución rápida, pues tú y yo corremos el riesgo de caer enfermos.

Con todo aquello que me estaba contando Singo pasé de la tranquilidad a la preocupación en décimas de segundo. Horror, yo no había pensado que esa enfermedad me podía afectar a mí, y menos en aquel lugar...Ya llevaba varias horas y mi madre estaría  muy  preocupada por mí. Había que buscar una solución, y rápida.
Estuve toda la noche despierto junto a Singo, pensando. No me fue muy difícil dar con la posible solución. Le desperté de un tirón de pelo.
-Despierta, Singo, ya lo tengo. Me dijiste que estaba prohibido comer las setas verdes  desde hace siglos.
-Sí,- contestó Singo.
-Y también las setas azules-le dije.
-Así es.
-Pues bien, probemos con las setas azules. Pueden ser la solución a nuestro problema. Devolverá a todos los síngalos y síngalas a su estado normal, o.....quizás no, y el efecto podría ser catastrófico. Pero tenemos que arriesgarnos.
Fuimos a consultarlo con el rey, Singalón, pero como su voluntad estaba anulada, sólo se  limitó a decirnos:
-Hijos, lo que vosotros hagáis, bien hecho estará.
Así que reunimos a todos los habitantes que habían comido de la seta verde y les hicimos comer de la seta azul. Obviamente nadie se opuso a ello. En cuestión de media hora, los efectos se empezaron a notar. Todos los habitantes de Singalia volvieron a su estado habitual. Síngalos y síngalas se abrazaban como nunca antes lo habían hecho, dándose cuenta de que ninguno de ellos fue feliz mientras que las síngalas estaban sometidas a los síngalos, y que lucharían para que algo así nunca volviera a ocurrir, ya que todos, todos, sea cual sea nuestra condición somos iguales ante la ley y ante los ojos de los demás.
Singo me agradeció con un apretón de manos y un abrazo la ayuda recibida ya que la emoción que sentía en ese momento no le dejaba articular palabra. Le devolví el abrazo y le dije GRACIAS, pues era consciente de que aquel día había sido especial para mí, había aprendido algo muy bueno.
         ..................................
-Pero Tomás, ¡Tomás!-me decía una voz familiar.- !Hijo!
Comencé a reaccionar y me encontré tumbado en mi cama y  rodeado de mi madre y una vecina.
-Tomás, hijo, has estado delirando toda la noche, tienes mucha fiebre, tómate el antitérmico.
No podía ser; entonces ¿todo había sido un sueño y nada más? ¿o no había sido un sueño y resultaba que algún síngalo me había contagiado aquella enfermedad? ¿Tendría que volver a Singalia para poder curarme comiendo setas a las que tanto aborrecía?

Burn
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Despertar


Antes de abrir los ojos, el olor a orina y encierro me castigó. Fruncí la nariz y respiré por la boca para evitar las arcadas. Un agrio reflujo me trepó hasta la garganta, dejando vestigios de vino barato y cebolla.
El ruido de una multitud y la lejana melodía de un saxofón me alertaron. Abrí los ojos, sintiéndolos pesados y pegajosos. En cuanto enfoqué la vista vi el techo tan bajo que podía tocarlo; abovedado y lleno de pequeños cuadritos de porcelana. A la derecha, la extraña pared cubría el espacio por completo. Acorralado, giré la cabeza y vi algo aún más extraño: el respaldo de unas butacas plásticas color naranja. Me sentí aprisionado. Cada vez más confundido, descubrí más allá de los asientos a cientos de personas circulando en aparente desorden.
Tomándome del respaldo pude ver mejor lo que ocurría del otro lado. Una estación de subterráneo. "¿Qué carajo hago acá?" fue lo primero que se me ocurrió. Motivos para preocuparme sobraban. Para comenzar porque no sabía cómo había llegado a un hueco detrás de los asientos del subte; y para completar la incomprensible situación, la ciudad donde vivo no tiene subterráneo.
Noté algo más extraño aún. Mis zapatos eran diferentes uno del otro, y ninguno era mío. Aliviado, reconocí los jeans como propios, aunque una asquerosa capa de mugre los cubría. Barro, grasa y restos de comida. Estirando el cuello con dificultad eché un vistazo a la entrepierna de mis vaqueros y encontré la fuente del asqueroso olor a meada. Controladas las arcadas y asiéndome de los respaldos crucé la línea de sillas hacia la explanada.
Parado en medio de la turba noté me esquivaban sin disimulo. Aturdido, miré en todas direcciones buscando alguna referencia. Las personas hablaban junto a mí, pero yo no comprendía lo que decían. Fijé la vista mas allá de las vías y la respuesta me alcanzó como una descarga eléctrica. "Châtelet". Sabía muy bien que se trataba de una de las principales estaciones del Metro de París. Una vez al año debía viajar allí por trabajo, pero eso era en marzo y estábamos en... ¿mayo? ¿junio?
"Châtelet" reflexioné. Por instinto busqué el celular. No estaba. Me faltaba la billetera, los documentos, las tarjetas, el dinero y cualquier otra cosa que me ayudara a comprender.
El zumbido corrosivo del tren al llegar me distrajo, ayudándome a reaccionar. ¡El hotel! Si estaba en París, siempre me hospedaba en el mismo. Leí los carteles de la estación. Línea "4", dirección "Porte d' Orléans". Busqué la pizarra con el mapa de las líneas y sus recorridos. Localizado el destino, seguí con el dedo la línea amarilla hasta donde me encontraba. Mis manos parecían las de un viejo, con las uñas llenas de negra inmundicia. Tenía que cambiar de andén.
Con pasos poco firmes caminé atento a las referencias sobre las conexiones. Línea 1, "La Défense – Grande Arche", me zambullí en el laberinto de túneles. Alcancé la plataforma en pocos minutos. El tren llegó un instante después. Las puertas de los vagones se abrieron y acompañé a los que caminaban hacia el interior, evitando inútilmente hacer contacto con ellos.
Abrazado a uno de los pasamanos del vagón, aproveché para meditar. Sabía quién era. Conocía la ciudad. Sabía lo que hacía para vivir. Lo último que recordaba, eran temas de trabajo; reportes, reuniones y temas pendientes; todos a más de doce mil kilómetros de distancia. No tenía sentido. Llegamos a la siguiente estación. Vívidos recuerdos se disparaban; esposa, hija, familiares y amigos. Una vida.
El tren se detuvo, obligando a más gente a sufrir el asqueroso castigo. El olor que me rodeaba era repulsivo, casi palpable. Las náuseas volvieron, obligándome a respirar hondo. Los latidos me retumbaron en la cabeza.
Otra estación, idénticas preguntas y ninguna respuesta. Volví a revisar los bolsillos. Sólo encontré papeles arrugados y migajas. Cada elemento estaba en su lugar, cada recuerdo y cada historia, excepto la respuesta que buscaba.
—Charles de Gaulle, Etoile...
La estación que buscaba. Con la vista fija en el piso, me acerqué a las puertas del vagón. Ni bien se abrieron me abalancé hacia la salida. Consulté los carteles. Número cinco: "Av Carnot". Alargué los pasos y empujé la última puerta vaivén. La escalera al fin. Las finas gotas de lluvia me cortaron el rostro, dándome una momentánea sensación de frescura. Por un instante olvidé el hedor y la picazón en el cuerpo.
Avancé por la vereda desierta. Cien metros me separaban de las respuestas. Tuve deseos de correr, pero las piernas me lo negaron. El dolor de cabeza redoblaba sus esfuerzos. Levanté la vista y allí estaba. La puerta del hotel.
Atravesé el arco de hierro y giré a la izquierda buscando el mostrador. La muchacha morena se sobresaltó al verme. Durante unos segundos se mantuvo inmóvil, dudando. Tomó aire para decir algo, pero calló. Entonces su rostro cambió frunciendo el ceño en un gesto de duda. Bajó la vista y la vi revisar unos papeles. Volvió a mirarme con la boca abierta.
—¿Monsieur... Fernández?
—Oui —respondí.
Las respuestas se acercaban.
—Monsieur, hemos estado muy preocupados —dijo en aceptable castellano—Hace cuatro días que no sabemos de usted. La gente de su empresa lo busca. La policía lo busca. Su esposa llama cada dos horas. Está muy nerviosa... ¿Qué le ha pasado?
—Ehhh...
—¡Fernández! —Una voz conocida a mis espaldas. Las respuestas se acercaban—. ¿Que pasó?
El director corporativo estaba parado detrás de mí. Su cara no podía ocultar la mezcla de asco, sorpresa y curiosidad. Sabía quién era él, no tuve que pensarlo. Las respuestas.
—Eh, no lo sé.
—Pero... faltó a las conferencias y reuniones. No lo vemos desde la noche del martes. Después de...
¡Las respuestas! Estaba en París para asistir a una serie de conferencias organizadas por la casa matriz de mi empresa. ¡El martes! El martes, luego de la segunda reunión... fuimos a cenar. Luego... luego de la cena, unos pocos nos fuimos a un club de jazz subterráneo. El Barrio Latino.
—Se acuerda de lo que ocurrió el martes, ¿no? —La mirada del director corporativo se había tornado algo más fría. La curiosidad había desaparecido. Lo recordé. Una oleada de calor me subió por el pecho— Supongo —agregó sin dejarme responder— que recuerda que mañana viaja de regreso. Que tenga un buen viaje. Y no se preocupe por volver el lunes a la empresa. Nosotros le enviaremos sus cosas.

Diego
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

El Hilo


René
Era mayo, me encantaba la luz que entraba por las ventanas a esa hora de la tarde: ténue, anaranjada, cálida...Escuchaba el ajetreo de la gente; amigos tomándose un café, madres que esperaban a que sus hijos salieran de sus respectivas clases de karate, ballet, judo...y algún solitario leyendo el periódico.
-   Mamá, mamá...- mi pequeña hija Lolita tiraba de mi delantal – ya ha llegado la tía Florence.
Hoy era su cumpleaños, ocho años y era un terremoto. Habíamos decidido celebrarlo aquí, en el "Bon Appétit" y por ello cerraríamos una hora antes de lo normal.La despaché en cuánto pude, aun estaba amasándo lo que se transformaría en un tarta; con las manos, sin máquinas y con mucho amor.
En el café trabajaban dos jóvenes y una señora mayor, Clementine, que era el espíritu de la casita, como la llamábamos. Cuando entraba parecía que todos los problemas se esfumaran y su voz paciente recomendándote los mejores macarons te engatusaba.
Me encerré en el baño para trasformar aquella mujer cubierta de harina hasta las cejas en una que , a veces, incluso podía resultar atractiva. El pelo acabó recogido en un pequeño moño que sujeté gracias a un bote entero de laca, y el rímel y un poco de barra carmín en los labios hicieron el resto.
Cuando salí el local se había llenado de primos, tíos y demás familiares además de multitud de pequeños seres y de globos de colores. Se lo agradecí a mi madre al oído y no pude reprimir una sonrisa cuando escuché a toda la multitud coreando "Lolita" con ese acento parisino que trasformaba la l en una r.
Me encantaba ese nombre eso era cierto, pero si no hubiera sido por su padre español, del que llevaba tres años separada, jamás se lo hubiera puesto.Nos casamos de rebote, al enterarme de que estaba embarazada y durante los años que estuvímos juntos no fuimos más que infelices... Él ahora vivía en Barcelona y Lolita pasaba con él casi todas las vacaciones mientras yo me escapaba con Jacques a alguna casa rural por la campiña...pero lejos,  donde no nos tuviéramos que preocupar por mantenernos en secreto.
Ya comenzaba a anochecer y los padres comenzaban a llegar, Madeleine, una amiga de mi hija se había dejado su pequeña mochila rosa y Lolita salió corriendo tras ella.
Sonó mi móvil y cuando aún tenía la sonrisa en la boca, escuché el metal del coche comprimiéndose cuál acordeón , acompañado de su derrape correspondiente, salí corriendo.
La plaza
El Bon Appétit se situaba en una pequeña plaza al noroeste de París, la place de Saint Michel. Era un barrio obrero, pero limpio , lleno de vida y de pequeños jardínes : como un pueblo dentro de una gran ciudad. El terrible accidente fue comentado por todos. La señora Charlotte, que tenía un puesto de helados, recordaba a todo el mundo la tragedia, "La pobre Loli, una  niña preciosa que tenía toda la vida por delante"...El viejo Charlie, como le llamaban en el barrio , un viejo sir inglés que fue destinado a París en la 2º Guerra Mundial y ahí se quedó , con una encantadora francesa que murió hace pocos meses de cáncer de páncreas; se había acercado a René a darle el pésame.
Era mayo y los capullos de narcisos y tulipanes comenzaban a abrirse al verano, que estaba próximo. En la esquina oriental de la plaza Saint Michel el subsuelo se abría paso, y una boca de metro emergía al lado de un gran abedul. La parada se llamaba "La Porte de la Chapelle" y secretarias, trabajadores de la última multinacional que se había instalado en las afueras, alguna vital señora mayor que aún daba puntadas en la costurería de alguna casa de diseño; se adentraban en aquel hueco negro ya que de tan antiguo , era más profundo y antiguo de lo normal.
El señor X
La gente le conocía por lo extravagante de su apariencia, aquel traje de la 2º legión de la Acción Terrestre del ejército francés, aunque sus ojos sabios y su barba encrespada delataban su origen extranjero . Los jóvenes se reían de él, los mayores le tenían cierto respeto- llevaba años mendigando en aquel barrio- y siempre con el mismo disfraz aunque siempre limpio. Los niños inventaban historias y mezclaban la curiosidad y el miedo en cada una de las aventuras por las que aquel soldado desterrado debía haber pasado.
Nunca dió problemas a nadie, pero excepto para aquellos que le veían todos los días no presentaba ningún interrogante en la mente de los transeúntes. Nadie sabía ni su edad, ni su nombre, y suponían que era argelino. El señor Karim le llamó compatriota y trató de establecer una relación con él y fue correspondido con un amable :
-   Yo sólo hablo francés disculpe – en perfecto argelino, qué paradoja.
Todos recuerdan aquel invierno del 89, cuando la policía al ver su uniforme militar le pidió que si podía enseñarle aquella mochila mugrosa que llevaba por maleta, no fuera a ser que llevase una metralleta ahí dentro.
Desde entonces y tras la comprobación de que no presentaba peligro alguno, de vez en cuando algún vecino atrevido jugaba con él al ajedrez- dispuesto a perder-, la señora Charlotte le regalaba un helado o un chocolate caliente según la estación o la señora René le sacaba una baguette con jamón serrano que su ex marido le enviaba desde España.
Jacques
Mi trabajo es monótono: vigilar que ningún indicador se ponga en rojo, informar a la cabina de los cambios de conductores y aunque ahora todo es automático y está informatizado, me ocupo de cuando la "perfección " de las máquinas falla, estar ahí. Por lo que mientras recorría las tripas de París, y debido a la perfección de la que hablaba antes, tenía mucho tiempo para pensar.
Parece mentira que de pequeño tuviera que dormir con la luz encendida y que ahora me pasara varias horas en ese  lugar.Durante la jornada de trabajo me gustaba fantasear y desde hacía meses, que había empezado a trabajar en una nueva línea, había encontrado el objeto de mi fantasía.
Observaba a la gente mientras me mandaban de un lado de la línea a otro, para arreglar una escalera mecánica estropeada o alguna máquina expendedora de billetes. Me había cruzado un par de veces con él y como vestía mono verde, igual que yo, pensé que era un compañero.Siempre estaba en la parada de la place Saint michel, hasta que un día de cerca, vi la insignia de la armada.
Vaya , ese hombre seguro tenía historias que contar, quizás en la 2º guerra mundial alguna tragedia le había vuelto loco y desde entonces no se quitaba su uniforme, o lo había cogido de una basura, de algún jubilado que quisiera desaparecer sus vestigios bélicos...quién sabe.
Durante esas horas allí abajo mi única luz,aquel contacto con el exterior era el móvil, gracias a Dios esa línea tenía cobertura y podía enviar mensajes:" ¿Podemos quedar esta noche? Te echo de menos princesa"

Marie
Entró en urgencias sobre las nueve de la noche, un trauma: niña de ocho años con multitud de contusiones proveniente de un accidente de tráfico. El hospital "Notre Dame" era el más cercano a la zona. No hubo mucho que hacer, la sangre había empapado ya la camilla y una grave fractura en el cuello podría haberla dejado discapacitada de por vida.
Llevaba veinte años ejerciendo y era la cuarta niña que se le moría, nunca te acostumbras a esas cosas. A veces se arrepentía de haber estudiado medicina y tener mil voces de administrativas, pacientes, auxiliares y algún familiar haciendo un eco terrorífico que hacía de su cabeza una bomba contrareloj.
Quizás podría haber estudiado un módulo como Jacques y trabajar en algo monótono pero sin gente, que te dejara tu tiempo para pensar y alejarse del mundo de arriba durante unas horas. Lo único bueno de su trabajo esque cobraba muy bien pero eso también había sido fuente de un complejo de dependencia económica de su marido.
Esperaba que todas las tensiones de los últimos dos años, que habían hecho que él se refugiara en casas de amigos e incluso de sus padres y, no quería pensar en unos brazos ajenos, se acabarían con la notícia que tenía entre manos, estaba embarazada y en aquel momento se dirigía a ginecología. Planta 4º, doctor Gilabert, eco programada.
El gel estaba frío , espeso, ojalá estuviera Jacques aquí, pensó. Pero quería darle la sorpresa del sexo del bebé," porfavor que sea niña" repetía una y otra vez en su cabeza. Sabía que Jacques quería una nena,cuando paseában por la calle solo se fijaba en los bebés con pendientes, le hablaba de la hija de un amigo suyo que era una princesita, todo un terremoto . Él quería que heredara su pelo azabache y sus ojos verdes y de Marie ;  la nariz y la piel, le decía siempre que tenía una piel sobrenatural.
Bernard
Llevaba tres días en la UCI, entubado, en coma y no habían conseguido contactar con ningún familiar suyo. En el coche se había encontrado su documentación, pero en su casa no había nadie. Había cierta tensión a su alrededor, era joven y su estado lamentable, pero en la mente de todas las enfermeras reinaba la imagen de aquella niña encerrada en una bolsa de plástico por culpa de aquel descuido o vete a saber tú- no se había encontrado nada de alcohol o derivados en su sangre- y el eco de los gritos de la madre, pura rabia y desesperación.
Al cuarto día consiguieron contactar con su madre, una señora de unos 76 años que se disculpaba por haber tardado tanto en preguntar por su hijo, ya que desde que se había independizado podían pasar sin hablar una semana.
No pudo evitar un grito de espanto cuando se enteró de la víctima de su hijo, pero le extrañó, él era todo un cuidadoso al volante. Aquel día le preguntó a la policía que había venido a ver si el paciente despertaba y podían tomarle declaración:
-   Disculpe agente, ¿ es necesario que le busque un abogado a mi hijo?, por lo que sé, aquella niña salió a la calle corriendo y el semáforo estaba en ámbar.- preguntó prudentemente.
-   Si señora,sucedió en la place Saint Michel sobre las 8 de la noche pero ese es el problema hay mucho testigos y no todos coinciden, por ello debemos de hablar con el Señor Bernard, ha habido una víctima inocente de 8 años señora...
-   Anette, señor agente.
Puesto que el paciente aún estaba demasiado aturdido, la policía volvió por donde había venido y acordó en volver a la mañana siguiente. En cuánto la puerta se cerró, Bernard abrió los ojos y susurró un breve "lo ví" a su madre.
-   Lo sé hijo, lo he sabido desde que han nombrado esa maldita plaza.
Lloraron en silencio, por la desgracia de ser madre de un asesino, por saber que había sido un capricho del azar el que aquella madre recibiera un mensaje de su amante justo en el momento que su hija escapaba corriendo hacia esa jungla de coches, y que Bernard no se diera cuénta por que acababa de ver a su padre, el señor X como le llamába su madre, apostado en un banco. Con su uniforme militar, tal y cómo dijo su madre que le echó de casa, con unos cuántos vasos de alcohol en la sangre y una uniforme en el que había resistido su dignidad cuando, en realidad, se iba en cada bar que pisaba. Alomejor era un hombre igual que Jacques, infeliz simplemente, sin razón de ser aparente.
La doctora Marie entró en la habitación y revisó las heridas de Bernard, en el fondo le daba pena aquella culpa que seguramente le pesaría de por vida. Pero las cosas habían cambiado, Jacques sabía que estaba embarazada y que esperaba una niña. De repente desaparecieron los viajes, y compartían el tiempo que habían perdido durante esos dos años.
Él siempre había dicho que le gustaba el nombre de Lolita, pero se negó en rotundo a ponérselo, decía que aunque le gustaba  no quería que su hija llevara por nombre un personaje tan descarado de la ficción, la llamaron Anaïs.
René vendió el Bon Appétit a Clementine y a su hija y desapareció una temporada.
Un día de aquel verano, descansando entre las playas de Bordeaux, un hombre guapísimo se le acercó, se llamaba Bernard : moreno, nariz aguileña y expresión serena. Nunca supieron en realidad sus verdaderas identidades, pero él le devolvió la chispa de la vida hasta que se le ocurrió llamarle princesa cuando el sol les despertó juntos en aquel hotel perdido. No supo como reaccionó tan violentamente, pero aquel nombre solo le hacía sentirse vulnerable, y utilizada, un trapo sucio que había sido sustituido por un feto de 5 cm. Se fue dispuesta a rehacer los pedazos de su existencia, y esque, a veces, todo sucede por algo                                                                                     


LE FIL
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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La toga mágica


Siempre me atrajeron los espectáculos de magia, especialmente aquellos en los que el mago hacía desaparecer a su bella ayudante. Yo sabía que tenía truco. Lo supe desde muy pequeño pero siempre me quedó la duda, siempre albergué la esperanza de que alguno de aquellos ilusionistas tuviera el poder real de hacer desaparecer a la gente. Porque yo necesitaba ese poder.
Cuando tienes ocho años el mundo es muy grande y siempre lo ves desde abajo, máxime en mi caso que nunca fui alto, ni siquiera ahora que ya paso de los cuarenta y mis esperanzas por crecer un centímetro más se desvanecieron hace tiempo. El ser pequeño tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Te conviertes en objeto de burla, el resto de los niños se ven superiores y te miran por encima del hombro. Las chicas no quieren salir con chicos más bajitos. Es mono, les oyes decir, pero es que no me llega ni al hombro.
Las ventajas estriban en una capacidad asombrosa para pasar desapercibido, sin necesidad de ninguna varita mágica conseguía hacerme invisible y lograba colarme en los sitios más insospechados. Podía escuchar conversaciones prohibidas o enterarme de las miserias ajenas sin que nadie reparara en mí.
Así fue como supe lo que le pasaba a Lilí, nombre con el que yo rebauticé a mi vecina Luisa. Nacimos el mismo día, cuando ella cumplía treinta años yo apagaba ocho velas pero a pesar de esta abismal diferencia de edad, estaba profundamente enamorado de ella. Era la mujer más guapa del mundo. Me quedaba enredado en sus pestañas cuando la miraba, tan largas y oscuras, como sus ojos siempre remarcados por una línea también negra. Su mirada era tan intensa que me entraban ganas de orinar cada vez que la fijaba sobre mí, entonces tenía que poner una excusa estúpida y salir corriendo en busca del baño. Por eso, en vez de hablar directamente con ella, prefería espiarla desde lejos, desde mi ventana, cuando ella tendía la ropa en el patio. Nosotros vivíamos en el segundo piso, justo por encima. A veces mamá me enviaba a recoger algún trapo que se le había caído, incluso cuando se trataba de uno de mis ridículos calzoncillos de muñequitos, bajaba avergonzado y siempre subía corriendo las escaleras, tratando de escapar de la sonrisa burlona de mi diosa.
Lilí, vista desde arriba, tenía una cabeza preciosa, su pelo suelto brillaba como el azabache y yo imaginaba que mis dedos lo acariciaban. En verano se ponía unos vestidos ligeros, sin sujetador, prendas impúdicas que me mostraban el nacimiento de sus pechos y a veces, cuando se agachaba para coger la ropa del barreño y, la visión fugaz de un pezón esquivo me dejaba sin respiración.

Solía verla por el parque. Tenía una niña de cuatro años, Liz. Un día me confesó que ese nombre era por la actriz Liz Taylor, porque su hija tenía la mirada tan bonita como la diva del cine. Yo solía jugar con la pequeña para estar cerca de su madre.  Allí, en el parque, la miraba con otra perspectiva, acostumbrado como estaba a observarla desde arriba, me parecía casi un milagro poder verla de frente. Mirar el sensual movimiento de sus labios mientras hablaba de temas intrascendentes con una amiga, observar su expresión de niña contrariada cuando Liz hacía algo malo o ver como encendía un cigarrillo con la estudiada languidez de una actriz de teatro.
Por las noches soñaba que era un famoso mago y que Lilí era mi ayudante, yo la hacía desaparecer y me despedía de los espectadores como si el número hubiera terminado, entonces ella se levantaba de una butaca y paseaba entre el asombrado público hasta llegar de nuevo al escenario. Una vez arriba, los dos saludábamos a un auditorio entregado, deshecho en aplausos.
Dejé de soñar cuando supe lo que ocultaba su mirada triste. Ese día, cuando se desvelaron los secretos,  bajé con mi madre a casa de Lilí. La había llamado por teléfono para que se hiciera cargo de Liz. Me extrañó que no la subiera a nuestro piso ella misma, como solía hacer cuando tenía que salir. Mamá me pidió que me quedara en el salón con la pequeña, mientras que ella entraba al dormitorio donde estaba acostada Lilí, supuestamente enferma.
Atraído por el tono de indignación que detecté en la voz de mi madre, dejé a la niña jugando con mis canicas, resignado a no volver a verlas nunca más, y me adentré en silencio en el cuarto donde charlaban las dos mujeres, sentadas sobre la cama, de espaldas a la puerta; me deslicé debajo de la cama  y puede escuchar lo que decían.
-   Te ha vuelto a pegar, tienes que denunciarlo–La voz de mamá sonó autoritaria.
-   No puedo, me amenazó con hacerle algo horrible a Liz.
-   Un día de estos se la va a ir la mano y te va a matar, coge a tu niña y márchate.
-   ¿A dónde? No tengo donde ir, sin un trabajo, sin familia ¿qué será de nosotras? Me buscará y entonces será peor.
Mi madre enmudeció, se quedó sin argumentos. Hace treinta años las cosas no eran como ahora, no había centros de acogida para mujeres, ni las instituciones prestaban demasiada atención a estos temas. Adiviné que mi madre la abrazaba, luego las dos lloraron un rato, juntas. En aquel momento entendí muchas cosas de la vida de Lilí. Entendí porqué se marchaba corriendo del parque justo unos minutos antes de regresara su marido del trabajo, comprendí el significado de las voces que se escuchaban en el piso de abajo, siempre ahogadas por el alto volumen de la radio. Supe el porqué de las gafas negras y los numerosos cardenales que mi vecina trataba de ocultar y que siempre achacaba a caídas tontas. Y fue entonces cuando decidí ser mago. En mi mente infantil aún danzaba la estúpida idea de que había predigistadores que podían hacer desaparecer a la gente de verdad. Me imaginaba apuntando a aquel energúmeno con mi varita  y por arte de magia lo enviaba a otro mundo, al planeta de los desaparecidos, del que nunca se puede regresar porque no hay camino de vuelta.

Un día, y es lo último que recuerdo de Lilí, él fue a buscarla al parque. Pude ver el odio en sus ojos. La cogió del brazo y la arrastró hacia el bloque de pisos donde vivíamos. Se olvidó de Liz, que seguía jugando con la arena. A mí ni me vio, pero fui tras ellos gritándole que la soltara. Cuando por fin reparó en mis chillidos, se paró y me dio una bofetada que me dejó tirado en el suelo, hecho un guiñapo. Ahogado en lágrimas de dolor, pero, sobre todo, de impotencia.
Mi madre no quiso decirme nunca lo que había pasado ese día. No volví a ver a Lilí en el bloque. Se mudaron cuando mis padres pusieron una denuncia por pegarme, tuve la cara hinchada unos cuantos días. No quiero ni imaginar lo que haría con ella.

Hoy treinta y dos años después he vuelto a ver el nombre de Lilí: Luisa Camacho Ortiz. Cuántas veces acaricié estas letras en su buzón. Es la demandante en un caso de malos tratos, por fin se ha atrevido a denunciarlo. Hago cuentas mentalmente, debe rondar los sesenta. Cuánto habrá envejecido.  Doy gracias a que estoy solo en mi despacho, no me gusta que me vean llorar. Cojo la capa y la varita mágica y me dirijo hacia la sala, donde ya todos me esperan, a mí, el juez. Nadie va a impedirme ahora que imparta justicia y haga desaparecer a ese miserable.

Hebe
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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REBELIÓN EN LAS PÁGINAS


Empujé con decisión la puerta de aquél sórdido club de las afueras, me quedé de pie en el umbral, esperando que mis ojos se acostumbraran al humo y la oscuridad, después escudriñé ansiosa a la clientela mientras sonaba de fondo, una canción antigua.
Por fin le vi. Allí estaba, sentado en un taburete cerca de la barra, con su elegante chaqueta oscura, su finísimo bigote y sus burlones ojos clavados en mi, esbozando una sonrisa que era mas bien una mueca. Detrás de él, de pie, con una cortina de pelo rubio cayendo sobre su rostro y una mano de finos dedos apoyada en su hombro, estaba ella. Con la otra, sostenía un vaso largo y un cigarrillo sin filtro. Al percatarse de mi presencia, alzó la barbilla desafiante y clavó en mi sus ojos azules, fríos como puñales.
Así que era verdad, me dije, mis pensamientos volaron muy lejos de allí, recordando la página a medio escribir que había dejado en el ordenador, al salir precipitadamente en su busca. Mi corazón se encogió al recordar las palabras que había descubierto esa noche en el espejo de mi cuarto de baño, garrapateadas con un lápiz de labios idéntico al que ella llevaba ahora:
"nos vamos, los personajes de tu novela queremos vivir nuestra vida, no trates de encontrarnos".
Pero eran mis criaturas, yo los había creado, les había dado vida, a él sus delicadas facciones, su aire de gentleman, su encanto. A ella su esbelta silueta y su aspecto de mujer fatal. Gracias a mi estaban juntos, si yo quería los separaría para siempre, sólo necesitaba teclear algunas frases y podría hacerles felices o desgraciados a mi conveniencia.  Ensimismada como estaba en mis ínfulas de Dios creador que da y quita la vida, me había distraído por un momento, desviando mi atención de sus rostros. Mi mirada volvió a deslizarse por el local para posarse de nuevo en ellos, pero ya no estaban. Sólo un cigarrillo sin filtro, humeante junto a un taburete vacío, me decía que no lo había soñado.

SILVITA ONE
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente