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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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Parlamento


LOS ZAPATOS ROJOS DE CHAROL


No se los podía sacar de su cabeza. ¡Valiente tontería! Si jamás podría llegar a comprárselos..., pero de ilusiones también se vive o al menos eso era lo que se decía a sí misma cada vez que  se dejaba arrastrar por algún deseo imposible. Mas en el fondo de su alma sabía que era mentira, que las ilusiones, cuando no pueden cumplirse, sólo sirven para morir un poco cada día. Y no se refería únicamente a cosas materiales que le gustaría poseer, como aquellos preciosos zapatos, sino a algo mucho más importante, a momentos, a vivencias, a personas. Porque María, muchacha frágil y con un alma llena de esperanzas sin fundamento, no había conseguido realizar ni uno sólo de sus sueños, nunca.
     Su padre, un día de hace ya muchos años, había salido de casa  y no había regresado jamás, dejando mujer y tres hijas en un estado de total abandono. Salieron adelante como pudieron, trabajando la madre de sol a sol en empleos precarios. María y sus dos hermanas, sabían que cuando tuvieran edad para ello, no les quedaría otra salida que ponerse también a trabajar en lo que fuera. El dinero hacía falta y lo que ganaba la madre apenas alcanzaba. Sus hermanas lo asumían, no esperaban nada mejor, pero María.....María soñaba con poder estudiar, con que la casualidad colocara en su camino esa posibilidad, por nimia que fuera, de poder continuar en la escuela, de poder prepararse, de llenarse de saber, de aprender, para poder sacar a su familia de la miseria. Mientras, en los momentos malos, en aquellos en los que la realidad se mostraba en toda su crudeza, María la ahuyentaba adentrándose en las historias de fantasía que encontraba en los libros, en esos libros que leía por las noches mientras las demás dormían, a escondidas, para no tener que oír los reproches de su madre, que argumentaba que aquellas lecturas sólo servían para llenarle la cabeza de pájaros. Puede que tuviera razón, puede que aquellas aventuras que leía en los libros no hicieran más que alimentar una quimera, pero por aquel entonces María era joven y todavía creía en un futuro mejor. Algún día toda aquella vida de miseria quedaría atrás, algún día un príncipe azul de esos que poblaban las historias que leía, llegaría dispuesto a rescatarla de su mundo de pobreza. Eso fue lo que ella creyó cuando con sólo quince años conoció a Juan, un muchacho algo mayor que ella, estudiante de primer curso de Derecho, culto y educado, que decía amarla con locura. Hasta que un embarazo no planeado se interpuso entre ambos y terminó con ese amor loco. Juan desapareció y María se quedó con sus ilusiones rotas y  un hijo gestándose en su vientre, al que, presumiblemente, no le esperaba un futuro mucho mejor que su propio presente. Su madre quiso arreglar semejante desaguisado y le amañó un matrimonio con Manuel, un viudo residente en el pueblo vecino, que aceptó cargar con el hijo de otro con tal de tener una mujer en su hogar que le atendiera como se merecía, que le tuviera la comida preparada a su hora, la casa limpia, la ropa planchada  y las piernas abiertas siempre que a él le entraran  ganas de saciar sus más bajos instintos. Ahí se terminaron las esperanzas  de María. Ese fue el momento en que los sueños dejaron de ser ilusiones bellas para convertirse en vanas ilusiones. Ese fue el instante preciso en que comenzó su andadura por un camino que llevaba a ninguna parte. Su marido resultó ser un borracho pendenciero que se gastaba el poco dinero que ganaba en el alcohol y el juego, y que la ignoraba por completo para todo, menos para mancillar su frágil cuerpo noche tras noche. A María no le quedó más remedio que ponerse a trabajar limpiando casas ajenas si quería sobrevivir. Ese no era si no el destino que la había estado esperando desde siempre, agazapado acechante detrás de cualquier esquina, de cualquier momento. Y ella, que hasta entonces había conservado intacta su inocencia, fragua de sus ilusiones y esperanzas, se rindió a lo evidente y dejó escapar sus sueños por el agujero de la desidia, de la monotonía, de los deseos imposibles de cumplir. La apatía y el desencanto se asentaron dentro de su mente, de tal manera que cuando perdió a su bebé a los cinco meses de llevarlo en su vientre, en lugar de apenarse se dijo que era lo mejor, que venir al mundo para sufrir era lo último que le desearía a nadie, mucho menos a su hijo, carne de su carne, fruto inesperado de noches escondidas.
     Así fueron pasando los años, entre las humillaciones de trabajos mal pagados y los desprecios de un marido que jamás la había amado, entre platos que había que fregar y ropa que tenía que planchar, siempre sumisa y triste, callada y queda, siempre echando cuentas que le permitieran llegar a fin de mes con un duro en el bolsillo, revolviendo a veces entre los contenedores de basura de los supermercados en busca de algo que llevarse a la boca,  aprovechando la ropa que le daban las vecinas para cubrir su cada vez más ajado cuerpo.
      Un día, de regreso del trabajo, se paró frente al escaparate de aquella  zapatería tan distinguida, cerca del chalecito donde servía, en uno de los barrios más pudientes de Barcelona. Lo hizo de casualidad, sin saber muy bien el motivo, tal vez para fantasear de nuevo, como hacía cuando era niña, imaginando cómo sería su vida si pudiera ....si pudiera tener aquellos hermosos zapatos de charol rojo. En un instante de fascinación insulsa María se imaginó de nuevo siendo la protagonista de las historias que poblaban los libros de su juventud, calzando aquellos zapatos, bailando en los brazos de un galante caballero al son del tiempo de un vals infinito, dejando que un precioso vestido de cuerpo ajustado y falda vaporosa acariciara el aire a cada paso ....Sueños otra vez, sueños que no cesaron a pesar de encontrar en su casa la misma realidad de siempre, el mismo marido borracho rodeado de latas de cerveza, las mismas tareas esperándola impacientes. Y los malditos zapatos rondando en su cabeza, sin ningún sentido, sin ningún porqué, aunque los días pasaran, aunque el desorbitado precio que señalaban le dijera a gritos que  se olvidara, que aquellos zapatos rojos esperaban otra dueña a la que no le hiciera falta vivir de sueños.
      Tal fue el deseo que despertaron en la pobre muchacha, que no dudó un instante en robar el dinero necesario para hacerse con ellos. Sabía dónde la señora de la casa guardaba el dinero. La había visto en varias ocasiones meter fajos de billetes en el cajón de la cómoda de la habitación del fondo, la que nadie usaba, a la que nadie entraba. Una mañana María abrió el cajón y allí estaba el dinero. Sus ojos centellearon y en su boca se dibujó una sonrisa. No pensaba en las consecuencias de lo que iba a hacer, no quería pensarlo. Solo se decía a sí misma que por fin podría hacer realidad uno de sus deseos, que ella también tenía derecho. Por eso tomó el fajo de billetes y lo metió en el bolsillo de su delantal, con el corazón latiéndole a cien por hora de la emoción contenida, sin interesarle conocer la cantidad que había robado, total, qué más daba, lo único que le importaba era poder comprar los hermosos zapatos rojos de charol.

     Pasó por alto que la dependienta la mirara con mala cara y que el guardia de seguridad que estaba en la puerta no le quitara ojo. Ella pidió los zapatos de charol rojo del escaparate ante el asombro de la chica que dudaba que aquella pordiosera dispusiera del dinero suficiente para gastárselo en semejante joya de la zapatería. María los calzó y se miró al espejo. Y éste, generoso, le devolvió la imagen bella que ella siempre había esperado ver. Su pelo estropajoso fue melena sedosa; su cara, ajada por el paso del tiempo y las penalidades sufridas, fue rostro terso y suave; sus ropas sencillas y remendadas se convirtieron en el más sofisticado traje... María pagó los 800 euros que costaban los fantásticos zapatos que habían logrado llevar la magia a su pobre vida y salió de la tienda con ellos puestos en sus pies, dispuesta a caminar hacía un mundo diferente del que la esperaba entre las cuatro paredes de su casa.
        Caminó sin rumbo y sin tiempo, cruzó calles y avenidas, enfiló la salida de la ciudad y continuó su andadura sin sentido, con la sonrisa en su cara y la mirada perdida. Caminó feliz, sin importarle el dolor lacerante de sus pies, sin darse cuenta del agotamiento que debilitaba su cuerpo por momentos, inmensamente feliz por haber conseguido por fin su deseo, por haber podido comprarse aquellos maravillosos zapatos que tan bien le sentaban y que la habían transformado en princesa, cual si fuera un personaje de cuento.

       Encontraron su cuerpo sin vida dos días después tirado en el fondo de un barranco, en una carretera de la costa, a muchos kilómetros de la ciudad. Tenía los pies en carne viva. A su lado unos zapatos rojos de charol absolutamente destrozados. Su rostro, macilento y cansado, desprendía una serenidad sorprendente. María, por fin, había conseguido entrar en un mundo diferente.

Maria Amenedo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


Un par de postales y un montón de polaroids


...desde que se fue guardo un par de postales que envió... un par de postales y un millón de polaroids. Así les dice él a las fotos que me envía, fotos en su nueva ciudad, con su nuevo gato, en sus nuevas vacaciones, con su nueva familia, en su nueva york, su nuevo, su nuevo, todo es nuevo para él... ¿yo? Yo me hice vieja aquí ¿sabe?, viendo las postales y polaroids que envía, oliendo a cigarro se me arrugaron las manos y el corazón. Recuerdo cuando llegaban esas fotos donde él jugaba en la nieve, yo nunca he tocado la nieve, siempre me pregunte como seria, pero no la he tocado... un día me llamó y me dijo, mamá ya veras que pronto te traigo para que veas el invierno. Me emocione tanto, solo lo menciono y tomé algo de dinero de la pensión y me compré ropa nueva, abrigada... tanto tiempo sin comprarme ropa nueva y tenía que esperar tanto para usarla, hasta el proximo invierno... bueno todavía estoy esperando, creo que ya paso otro invierno y la ropa todavía aquí. De vez en cuando llama para saber como estoy, y me pone a sus hijos al telefono, y con ellos pues... con los nietos no puedo ni hablar, que es eso de << jelou granma jou ar yu? >> Yo no se que dicen, ni que decirles, yo siempre les doy la bendición, y en seguida le pasan el teléfono a su padre... antes él se quedaba horas a contarme como era todo, riendo juntos cuando tenía trabajo, llorando juntos cuando no, pero sabía de él. Luego vino el cuento con la gringa, y después de eso pues se que le va bien, creo que trabaja con el suegro, pero hasta ahí, eso es todo lo que se. Ya no llama tanto, ya no hay ni rizas, ni llantos, y cuando llama de pronto me dice << yu nou man >> pero no entiendo de que me habla, espero que sea bueno. Aquí lo espero, si quiere venir o si quiere yo voy, para cualquiera de las dos, aun tengo del perfumito que me envió la otra vez para que me encuentre olorosa, y una ropa que ya no estará de moda, pero que se ve nueva... del resto seguiré aquí, viendo un par de postales y un monton de polaroids.

mAgrom
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL ENAMORADO DEL METRO


El hombrecillo se sienta con una sonrisa tímida. El asiento está en la mitad del vagón de Metro, en una posición que le permite abarcar todos los otros asientos con la mirada. Abre su libro y se parapeta tras él. Comienza a pasar páginas mecánicamente, pero un espectador atento notaría que apenas las mira.

El hombrecillo espera con paciencia hasta que su presa se sienta en un sitio cercano. Es una chica sensual, quizá algo regordeta, que se ha pasado con el tinte rubio y parece cansada. El enamorado la mira brevemente, sin que ella se dé cuenta, y sonríe para sus adentros. Rápidamente crea la fantasía:

"Ella y el hombrecillo fueron novios de adolescentes, una relación pasional que los padres de la chica abortaron por la pobreza de la familia de él. La chica entonces se casó con un administrativo del BBVA y la convirtió en una ama de casa aburrida, mientras la intenta convencer diariamente de lo divertido que es jugar a la canasta. Ahora, años después, ella y el hombrecillo se reencuentran. La chica nunca le olvidó. Él engañó su recuerdo con otras mujeres. Ahora todos los jueves, cuando el marido se va a jugar a la canasta con unos amigos, los dos se reúnen en el adosado de la chica y encienden de nuevo el fuego de aquella pasión juvenil. Incluso tienen un código secreto, para no alertar a los vecinos. Él aparca en la calle trasera, y cuando lanza una piedrecilla a la ventana ella le abre la puerta. En cuanto están juntos se besan con urgencia..."

Pero entonces la chica llega a su parada y se baja del vagón. El hombrecillo hace un mohín de insatisfacción y busca una nueva presa. Pasan varias estaciones hasta que una chica joven se sienta en el suelo del vagón, contra la pared del fondo. Lleva un piercing en la nariz, su camiseta deja ver el ombligo y aprieta unos apuntes contra un pecho aún no formado del todo. El hombrecillo pasa un par de páginas y vuelve a dejar volar su imaginación:

"La chica es una universitaria demasiado adulta para los chicos de su edad. Se aburre de verles probar su virilidad bebiendo cerveza en las fiestas. Ella le ama en secreto. A él, a su profesor de sociología. Él es una eminencia en su campo, pero está dolido del fracaso de su última relación con una profesora que le ha usado para medrar en la universidad. Los viernes por la tarde, en la tutoría, ella le provoca cada vez con mayor insistencia... y él se va dejando querer. Poco a poco ella va logrando quebrar su resistencia, hasta que una tarde de lluvia con las aulas vacías, ella consigue hacerle vencer sus últimas reticencias sobre la diferencia de edad y las relaciones profesor-alumno con pequeños e insistentes besos en la cara, en el cuello... Le abre la camisa, le besa el pecho..."

La chica sale del vagón de un salto justo antes de que se cierren las puertas. Él apenas tiene tiempo de esbozar un adiós con la mirada mientras ella desaparece por la salida hacia la plaza del Conde de Casal.

El hombrecillo está decepcionado, pero no vencido. Espera de nuevo pacientemente la llegada de su siguiente amada. Ésta tarda en aparecer, pero sabe que más tarde o más temprano acudirá a su cita. En esta ocasión tiene que esperar casi media hora. Esa hora es mala para el enamorado del metro, apenas hay movimiento. Tampoco gusta de las horas punta, apenas hay intimidad.

Finalmente ella aparece. Es una mujer de largo pelo negro y estilizada figura. El vestido delata su poder adquisitivo. Le resultaría más propio salir de un coche último modelo. Pero no quería faltar a su cita con el enamorado. Él la conoce bien. Muy bien...

"De familia adinerada, ella se casó con un prometedor director de cine cuyas películas han conseguido cifras récord de pérdidas en subvenciones del estado en los últimos años. Sin embargo casi desde el principio se distanciaron, y su marido se consuela con los favores de jóvenes actrices a las que promete papeles protagonistas. Ella ha tratado de fastidiarle acostándose con sus amigos y conocidos, y asegurándose de que él se enterara, pero resulta que le da igual. Hastiada, terminó organizando su vida de modo que ella y su marido pudieran ignorarse mutuamente de manera civilizada. Ella está de vuelta de todo, no quiere más relaciones, hasta que le conoce a él. El hombrecillo es el vecino misterioso de oscuro pasado que no puede evitar verse atraído por ella. Al principio solían tontear a través del muro que separaba sus chalets. Un día él cruzó la valla para echarle un vistazo al nuevo jacuzzi que ella se había hecho instalar. La siguiente vez que lo cruzó acabaron en el cobertizo de las herramientas semidesnudos, hasta que ella, presa de vértigo por la intensidad de sus sentimientos, le pidió que la dejara marchar. La noche siguiente, mientras el marido estaba en un estreno, el hombrecillo saltó el muro y subió al dormitorio de ella. No llegaron a dirigirse la palabra. Ella lo esperó tendida en la cama, expectante, y él se acercó con decisión mientras se quitaba la camiseta..."

La mujer salió del vagón pisando firme. Apenas había aguantado una parada en el vagón. El hombrecillo está decepcionado, y la observa marcharse mientras el metro se hunde en la oscuridad...

TRUMAN
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Clemente y Violeta


      Violeta se mira otra vez en el espejo. No sabe cuantas veces lo ha hecho desde que esta mañana convenciese a Clemente para que hoy la acompañara al cine. Él le gusta  desde que lo vio por primera vez en el colegio; desde que la señorita Maribel los sentara juntos el primer día en preescolar, no habían vuelto a separarse hasta que entraron en Secundaria. Desde entonces estuvieron bastante distanciados, pero al comenzar Bachiller, coincidencias en los grupos de trabajo de Matemáticas y amistades comunes los han puesto de nuevo en contacto.
      Violeta pasa una toallita desmaquilladora por sus labios con un gesto de desagrado. "No creo que a Clemente le guste mucho el brillo de labios – sonríe mientras saborea el resto de sabor a cereza que el cosmético ha dejado en ella. Está acostumbrada a que todo le salga bien, a que todo aquel que está cerca suya, haga exactamente lo que ella quiera. No entiende porqué Clemente tarda tanto en caer en sus brazos. Ha desarrollado un poder sobre los adultos ganado a costa de muchos años como hija única. Eso le concede una gran ventaja sobre las chicas de su edad: ha aprendido a ser manipuladora antes que el resto de sus amigas, que han tenido que compartir todo con sus hermanos. Violeta no. Violeta es la reina de su casa.
     Clemente está recogiendo los platos del almuerzo. Intenta pasar el tiempo de esa forma para distraerse y no pensar demasiado. Su madre le dice que lo deje, que ella se encargará de terminar. Él le dice que sí, que mejor, porque él se quiere ir al cine.
-   ¿Al cine, Clemente? ¿Con quién, hijo mío?  Su madre se extraña porque desde que era pequeño, Clemente tiene miedo de la oscuridad y siempre inventaba una excusa para no ir al cine.
-   ¡Con Violeta, mamá! Que te tienes que enterar siempre de todo. La madre curva sus labios hacia abajo, en un gesto de desconcierto y Clemente sube despacio las escaleras, intentando encontrar una buena excusa para no ir al cine.
      Sólo de pensar en estar a solas con Violeta en esa sala a oscuras, llena de sillas y de gente, le produce escalofríos. Con la de tiempo que hacía que Violeta no le llamaba para nada... Pero, con la excusa de ser compañeros de grupo de Matemáticas, se ha debido creer que algo ha cambiado. Para él, ella no significa nada. Esta mañana se lo insinuó de manera diplomática cuando le invitó a ir al cine con ella. Sabe que no estuvo todo lo prudente que debía, pero  no quería alimentar falsas esperanzas. Además no quiere que ella conozca sus intimidades y se entere todo el mundo, con lo que le ha costado ocultarlo siempre...
      Y es que Clemente teme a muchas cosas. Si sus labios se atreven a pronunciar entre susurros la palabra miedo, su cuerpo sufre unos cambios apenas perceptibles para los demás: una corriente fría por su espina dorsal y una capa de gotitas de sudor sobre el labio superior aparecen como por arte de magia; también siente náuseas y los pies se le quedan clavados en el suelo como un banco de piedra en un paseo con árboles.
      La primera vez que le habló a alguien de sus miedos fue a Isabel, una vieja criada que llevaba en su casa desde que nació. El tenía sólo nueve años y la respuesta que ella le dio fue que lo mismo que unos nacen rubios y con ojos azules, otros nacen morenos y con miedo. La respuesta le dejó sin saber qué pensar, no sabía si lo que Isabel le había dicho era verdad o lo decía simplemente para tranquilizarle.
      Él sabe que a veces algunos detalles de su actitud producen extrañeza en los demás, que desconocen sus temores, como la que produce la esbeltez de una palmera solitaria entre un bosque de alcornoques y monte bajo. Mientras se coloca los vaqueros, recuerda cómo sus hermanos le asustaban con los abrigos y gabardinas que colgaban del perchero del dormitorio a oscuras. Inventaban mil historias hasta que Clemente, llorando, se refugiaba en la cama de sus padres.
      Mientras se da un último vistazo en el espejo, reconoce el  desasosiego que le provoca la posibilidad de que algo pueda cambiar. Cuando iba en tren al pueblo de los abuelos, siempre buscaba con la mirada, y una esperanza infundada, la casa de sus primos. Buscaba con desesperación el edificio de piedra gris de tejas y contraventanas verdes que sobresalía entre un bosquecillo de pinos, a sabiendas de que la casa había sido destruida hacía muchos años. Pero a Clemente no le importaba buscarla siempre que subía a un tren, porque lo hacía con los ojos que están detrás de los que todo el mundo tiene. Los buscaba con los ojos de la memoria. Había decidido ver sólo aquello que él quería ver, simulando que nada había cambiado.
     Se ata los cordones de las deportivas y piensa que no entiende muy bien lo que Violeta quiere realmente de él. La duda lo llena de ansiedad. Se lo había preguntado al menos tres veces esa misma mañana, pero ella sonriendo se limitaba a decir que todo el mundo tiene secretos y que ella había descubierto el suyo, el de Clemente.
      ¿A que secreto se referiría Violeta? Porque a veces, las personas tienen más de un secreto que guardar. Él tenía varios, y sólo de pensar que ella hubiera podido descubrir alguno de ellos, sentía congelársele la sangre dentro de él.
      Se limpia con el dorso de la mano las gotitas de sudor que bañan su labio superior y maldice el momento en que aceptó formar parte del grupo de Matemáticas de Violeta. Se reúnen todos los jueves, pero hoy el profesor no está, por eso ella ha aprovechado la ocasión para hacer planes con él. No le gusta Violeta, es una niña mimada y vanidosa; pero tampoco le gusta ninguna otra.
      Violeta mira el armario, abierto de par en par, con cara de aburrimiento. No sabe exactamente si a Clemente le gustan más las chicas con falda o con pantalón. Rebusca con desesperación en el cajón de las camisetas, revolviendo todo y eligiendo de mala gana una de color rosa fuerte y arrepintiéndose en el acto de no haber dedicado el fin de semana anterior a ir de compras a Madrid en vez de quedarse a estudiar Filosofía.
      Resignada, se calza unos vaqueros y se pone la camiseta. Sonríe con satisfacción al mirarse al espejo. Seguro que dejará a Clemente con la boca abierta. Está tan acostumbrado a verla de uniforme... Lanzando un suspiro coge el bolso y sale del dormitorio.
      Clemente estira la colcha y mete las zapatillas debajo de la cama. Deja encendida la lámpara de la mesilla de noche y corre completamente las cortinas; tiene que protegerse de las sombras que los árboles del jardín proyectan sobre la pared de su dormitorio al anochecer. Se despide de su madre con un beso y sale de la casa. Enfila el camino de castaños y su mirada se detiene en la chimenea de la fábrica de harina abandonada. Las cigüeñas han hecho un nido en ella y desde allí anuncian con sus picos, cual heraldos reales, la entrada al pueblo.
      Violeta llega a la puerta del cine diez minutos antes de lo previsto y saborea el tiempo de espera. Clemente le había gustado desde siempre y no entiende por qué no ha caído rendido a sus pies como los demás. Quizás ese fuese uno de los motivos por el que le gusta tanto. Es mala suerte que las cosas se hayan torcido, ¡Quién lo iba a imaginar de Clemente!
      Él llega al cine con las manos en los bolsillos musitando una disculpa. Pagan en la taquilla y entran en la sala con las luces encendidas. No hay ni un alma. Cuando el león de la Metro ruge en la sala, ya sumida en la oscuridad, Clemente se agacha a recoger el paquete de avellanas que previamente había tirado al suelo para no ponerle imagen al horrible rugido. Los créditos de la película surgen al compás de una música inquietante desde la profundidad de la pantalla. A continuación, las escenas de un Robert de Niro musculoso y plagado de tatuajes en la cárcel no auguran nada bueno. Para colmo, aprovechando la soledad de la sala de proyección, Violeta se acerca a Clemente en cuanto la música lo propicia.
-   ¿Para qué querías verme, Violeta? Pienso que lo del cine ha sido sólo una excusa. - Clemente no ve el momento de salir de dudas.
-   Es acerca de un rumor que recorre las aulas del colegio y que necesito que me confirmes. Nada mejor que saber las cosas de primera mano.
Clemente siente que se le acelera el corazón y los ojos se cubren como por una nube cargada de lluvia que le anuncia la posterior jaqueca. Seguro que le duraría toda la tarde.
-   Esta mañana te referías a un secreto, Violeta. ¿Qué relación guarda ese secreto y los rumores de que hablas, conmigo? – De pronto Clemente se da cuenta de que hay alguien más en la sala de butacas, detrás de ellos. En la última fila. El olor a hamburguesa y a ketchup le llega entre el aroma intuido del mar de "El cabo del miedo".
-   Lo sé todo, Clemente. No tienes que disimular. Todos saben lo que te ocurre. Pero dime solamente cuando empezó todo. Dímelo, somos amigos, ¿no?
-   ¿Qué es lo que más te molesta de todo esto, Violeta? ¿Saber la verdad o reconocer que tu no formas parte de ella? – una necesidad animal de esconder su intimidad,  obliga  a Clemente a ser hiriente con la chica sin proponérselo.
-   ¿De cuánto tiempo está Marta? Todos dicen que tú eres el padre del bebé, pero contéstame Clemente, ¿cuando empezó todo entre vosotros? La piel de Violeta va tomando el olor ocre de los campos en verano.
      Sentimientos paralelos de temor y ansiedad habían nacido en los dos jóvenes minutos antes, pero cuando Violeta pronuncia estas palabras, dos líneas divergentes, como las del signo matemático "menor que", arrancan de cada uno separando sus pensamientos para siempre. Clemente sonríe sin decir ni una sola palabra. ¡Si es que es raro de narices! – piensa Violeta indignada ante la reacción del muchacho, levantándose y dejando a Clemente solo frente a la cara de pánico de la protagonista de la película cuando descubre que su perseguidor está acechándole a escasos metros de ella.
      Clemente recoge la bolsa de cacahuetes que Violeta había dejado caer con las prisas y se levanta del asiento dirigiéndose a la última fila del cine. Allí está Juan, esperándolo. Se dan un beso y el chico le pregunta con temor si lo de Violeta ha quedado arreglado.
-   ¿Qué quería? Sus dedos echan los rizos de Clemente hacia atrás con un cariño acostumbrado.
-   Nada, tonterías de niña mimada.  No sabe nada de lo nuestro. Aprovechó que no teníamos clase para traerme al cine y tirarme los tejos, nada más.
      Clemente siente que, de momento, están salvados. Su secreto está a buen recaudo y un sentimiento de generosidad infinita hacia Marta le recuerda el trato que habían hecho. A ella no le convenía que se supiese quién era el padre del niño que esperaba. El miedo le ha concedido de nuevo una tregua.

Lokita
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Verdad


Te quiero seguir, te quiero enamorar y condenar, no puedo alejarme de un fantasma, uno que me culpa por mis carencias y me delata en un cenicero cubierto de dudas.

Desde mis pasos al olvido no puedo recordarme, no puedo saber de quien se trata este extraño. Mi verdad y la verdad se conjugan odio eterno, y haciendo una tregua me dejan sin nada.

Camino por las cornisas de mi nuevo mundo, uno que no te tiene y rara vez deja verme. Siento mis secas virtudes deshojarse por lo bajo. Siento que no siento absolutamente nada.

Ni mis ojos me respaldan y yo respiro hondo, el encierro que genero se vacia por ellos, reposo mis ideas en otro cajon y sonrio sin entenderlo.

La esperanza delira de fiebre  y me confunde a los golpes, busco cualquier sincera humildad y la declaro a una nueva cadena perpetua. Ya no me quedan armas, hace tiempo creo tenerlas y mis sentidos se lo creen.

Cada dia que me conformo en una completa y concurrida soledad, entiendo que soy mi absoluta verdad, me lamento por ello, lo pinto de una deliciosa ironia y sigo andando sin ti.

Vacio cada dia mi valija y permanece llena, la cierro de todas maneras buscando respuestas.

Presento mis quejas ante la propia ausencia y se conjuga un nuevo juego, salgo ganador cada dia y mis sentidos se lo creen. Siento que anhelarte me droga unos minutos y mis sentidos se lo creen. La tregua no me da tregua.

Sobrellevo lo que llega, y con una fuerza perfecta voy enhebrando mi dedicacion. La brisa me choca tibia para avisarme que no voy en direccion correcta, mi sonrisa le contesta confundida y hago caso omiso. Casi omnipotente, mis preguntas tambien se lo creen y la brisa se detiene, extraño tanto tu maldad. Un bocinazo casi en cuclillas me regala una distraccion. Todo sigue normal, todo sigue con las manos vacias.

Melodias moribundas me acarician los oidos, por suerte la verdad se desconcierta y las retengo profugas, como aliadas o prisioneras. Ciego lo prefiero, lo prefiero como sea.

Mi verdad me consuela y como cada dia vuelvo a tomar el valor que me condena a mi, a una cadena perpetua. Mi verdad o la verdad, tu verdad sin mi verdad, mi verdad sin la verdad.

Flacostro
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


OTRA HISTORIA SENCILLA


Para volar solo se necesita rebuscar con cuidado entre las cosas que hay botadas en el cuarto de San Alejo. Cuando los miembros de la familia caen en un desprecio inconsciente por la pausa no es difícil aprovecharse de su descuido y recoger las sobras que su afán va dejando regadas por toda la casa. Hay un tesoro ahí donde el tiempo todavía es tiempo, es sólo cuestión de aferrarse fuerte y no dejar que los días dejen de tener veinticuatro horas, pues ante el desenfreno de la prisa el ejercicio  de sorprenderse termina por ser una forma de resistencia pacifica.
El otro día, por ejemplo, alguien botó a la basura un par de pilas doble AA casi nuevas, afortunadamente Larry siempre está pendiente de recoger todas las que puede; él, que entiende cuál es el verdadero milagro de la electricidad, sabe que solo tiene que dejarlas una noche dentro del congelador para tener energía gratis en cualquiera de sus inventos.
La de Larry es una vida estacionada en el tiempo. Todos los días se levanta y sale a la calle a seguir buscando cosas que oler y que tocar, a caminar su eterno domingo, a seguir huyendo de los trabajos ocasionales que le ofrecen sus tías. Se recorre la noche mirando de extremo a extremo; oyendo de pasada conversaciones secretas que le desfilan de soslayo en ambos sentidos de la vía, opinando en silencio y sin replica en cada una de ellas. 
Hoy, Larry tiene la cabeza metida debajo de la almohada para evitar la luz que se mete por la ventana; está acostado boca abajo, cubierto hasta donde puede con una sábana de figuritas que no le alcanza a tapar sus pies helados. La luz se mete más y más dentro del cuarto, dejando ver las motas de polvo que vuelan parsimoniosas ajenas al tiempo, indecisas aun sobre en dónde aterrizar. La mañana amarilla se imprime con fuerza, queriendo doblegar al frio que todavía queda de la noche anterior.
Cansado de tanto luchar en defensa de sus pies congelados hace un ruido con la nariz; sin darle tiempo a su pereza para que reaccione, se levanta  y se sienta en su cama. Ahí se queda medio dormido, hasta que puede coger otro impulso y se levanta por completo. Se para sin afanes pero atento, con ganas de seguir trabajando en el más importante de sus proyectos: su maquina voladora. Inmediatamente se le despiertan unas ansias mañaneras, así que se pone a caminar cabizbajo mirando las baldosas verdes con pinticas amarillas. Va directo al inodoro, a deshacerse de las ganas de orinar.
Anda con cuidado por su cuarto, que esta repleto de objetos y cosas de toda clase. Tiene libros en todas las formas y de todos temas; cosas  de las que Larry no puede tener idea, y la verdad es que no la tiene. Él los recoge y los guarda por que le gusta tocar, por que le gustan sus colores y sus hojas, le llaman la atención las cubiertas de pasta dura con su capa delgadísima de plástico protector. Le gusta abrirlos y tocar sus hojas transparentosas de letra fina y como en alto relieve, que le trasmiten directamente al cerebro la impresión de que lo escrito ahí es importante, es algo que no tiene que ver con la información, en esta época virtual, es ante todo una reivindicación del tacto y la sensación. También hay cajas de todos los tamaños llenas con dinosaurios de plástico, muñequitos de pesebre y animalitos de la jungla. El suelo es una especie de zona de combate en donde todo aquello que no se decide por ser basura se disputa un lugar en dónde habitar. Es una autopista laberíntica en la que hay que compartir espacio con los carritos de carreras, que desparramados por ahí, andan sin ninguna precaución; en estas calles peligrosas no hay semáforos ni policías de tránsito, la única autoridad son unos soldaditos de pasta dura que caminan estáticos en formación de combate. Este es un cuarto repleto de amigos, de cosas que solo Larry, y tal vez Bob Rob, atesorarían; aquí solo hay cabida para los errores felices.
Abiertos sobre una mesa, tiene los planos de su artefacto volador. De las hojas de papel salen en todas direcciones flechas indicando los detalles de su construcción, notas escritas sobre las esquinas indican la extensión y los materiales para cada parte, así como  los posibles problemas que se pueden presentar.
Después de salir del baño con su vejiga descansada, Larry camina hacia la cocina en silencio, para no levantar a nadie y no hacer rajaduras al terciopelo de la calma. Prefiere disfrutar las mañanas de los festivos en solitario, sin la presencia de los demás bultos de la familia; no porque le sea imposible tolerarlos, es solo que la mañana se disfruta mejor sin acompañantes, sin ruido, sin ese -¡buenos días!, ¿como amaneciste hoy? Mejor disfrutar el día con la agradable compañía de uno mismo; hablar entre amigos sin tener que abrir en ningún momento la boca; por qué arreglar el mundo, justificar lo que se ha hecho el día anterior o alimentar el ego grandilocuente, a veces es mejor, cuando se hace en la compañía de los amigos imaginarios. 
En el pasillo se detiene y mira por una de las ventanas hacia el fondo del patio; dirige la mirada hacia el garaje de ladrillos anaranjados en donde antes guardaban el carro familiar, ese es su taller, es  ahí en donde tiene escondido su artefacto volador.  Por un momento se detiene con la mirada fija hacia ese lugar, como calculando los pasos a seguir luego de desayunar. Un par de piezas no funcionan bien, aunque para ser honestos, Larry no sabe muy bien cuál es la función que deben cumplir, no sabe si son para estabilizar la nave en vuelo o para aparentar que la nave puede volar. La  máquina es un revoltijo de cosas que no se sabe bien si están pegadas o colgando; un armado de impresiones y deseos que se construye todos los días a raticos, luego de ir a desayunar.
Todo el que pasa por su taller tuerce el ceño al verlo trabajar. La tía, que es la dueña de la casa y la que oficialmente le da posada, siempre le hace comentarios de camino al tendedero, a lo que él responde como mejor puede con una risita de buenos días.
En la cocina toda está en calma, la mañana seguirá en ella hasta que se despierten los  otros. La soledad matutina que hay ahí tiene para Larry cierto encanto; le gusta sentir ese silencio sin usar que traen los días sin estrenar, lo llevan, de manera sutil, a hacerlo todo con  cuidado; es una sensación de tiempo real que le gusta mucho, y que le hace pensar que tal vez hoy el tiempo no corra demasiado rápido.
Mientras el silencio se mantiene Larry se instala en la cocina, se sirve leche en un baso y le echa unas cucharadas de milo. Mientras revuelve, recuesta su barbilla sobre la mesa y  se entretiene con el chocolate que se filtra entre la leche; mira cómo los grumos no se terminan de disolver, y juega con la cuchara a romperlos contra el fondo. Todavía somnoliento hace un ruido con la boca,  se levanta y  mete el milo en la nevera, entonces aprovecha y  saca unos huevos y un poquito de mantequilla; prende un fogón.
La luz se mete cada vez más rápido por los calados de la cocina, camina por el mesón y se contonea por entre el salero y los tenedores que cuelgan del portacubiertos. En su paso altera la rutina de las cucarachas, que salen despavoridas a esconderse debajo de la despensa, las hormigas por su parte se roban como pueden las últimas migas de queso y corren en bandada con los brazos al aire ante la llegada del intruso...   
Al rato la mesa está  servida, solo falta traer los huevos que ya están a punto de estar; le gustan revueltos, no tan húmedos no tan secos. Saca un plato de peltre de los cajones y los sirve, luego les espolvorea un poquito de sal y los prueba por primera vez.  Mientras le unta mantequilla al pan, Larry escucha un ruido que viene del segundo piso; se detiene y para oreja a ver si escucha algo más.
Sin pensarlo dos veces corre la silla y camina en puntas de pies a esconderse en el armario que queda detrás de la entrada a la cocina, en donde está la ropa sucia y la mesa de planchar. Al parecer alguien más se ha despertado. Larry abre la puerta del armario con rapidez y se acurruca detrás del caneco de plástico lleno de ropa sucia. En la oscuridad del cuartico se dedica a esperar a que todo pase, ojalá sin consecuencias ni conversaciones.
Las voces se acercan más y más, el encanto esta a punto de romperse, el tiempo hace unos cuantos bostezos y comienza a correr. Larry siente que el aburrimiento lo invade, culpa del buen momento que se arruina y la calma que se esfuma. Los ruidos se despiertan, el frenesí empieza a devastar todo a su paso. Mientras tanto él sigue esperando, apretando los dientes de puro cansancio.
La puerta se abre y una cara familiar se asoma por entre las cosas del armario. Pregunta:  y ahora, ¿tú que haces ahí?
...Cuanto quiso Larry demostrar que si era cierto, que si funcionaba en realidad, como deseaba que estuviera completa; quería marcharse a cualquier otra parte, en el ensueño de su maquina voladora.

SHOEMAKER-LEVY 9
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA TAPIA DEL CEMENTERIO


Tuve un abuelo al que no llegué a conocer y al que no puedo llorar. Me han contado gran parte de su vida y según estos testimonios parecía un gran hombre.
He visto algunas fotos suyas y su mirada transmitía  paz y sosiego. Me dicen que fue un luchador y que defendía sus convicciones, bien arraigadas, con la palabra. Nunca cometió delito alguno a no ser que su voz serena fuese considerada la más mortal de las armas. Nunca renunció a su manera de pensar y creyó siempre que el hombre, por naturaleza, nace bueno.
Me dicen que le hubiese gustado que sus cenizas fuesen esparcidas junto a un gran castaño en un pueblo de la alpujarra. Era un idealista aunque siempre soñó con sueños posibles. Aunque sé que allí no hay nada de él, dos veces al año (el día que nació y el posible día de su muerte) visito aquel castaño y hablo con él. Mi abuelo no cometió crimen alguno y tengo la necesidad de restablecer su honradez. No me devolverán los años de sufrimiento de toda la familia pero abandero su lucha haciéndome eco de una voz injustamente acallada.
Según las cifras de que dispongo fueron 2.400 las personas asesinadas en los primeros días de la guerra civil.
En alguna de estas fosas, frente a la tapia del cementerio de San José, están los restos de mi abuelo. Mujeres, hombres y niños fueron fusilados y enterrados como si de escombros se tratase. No busco castigo para los culpables pero si el rectificar y el apaciguar en lo posible el desarraigo de la pena.
Según me cuentan la prisión provincial de Granada se convirtió en un campo de concentración y exterminio. Más de 2.000 detenidos se hacinaban en un recinto que apenas tenía capacidad para 400. Todas las noches había "sacas" de presos, sin juicio previo, que los verdugos trasladaban en los llamados "camiones de la muerte" para fusilarlos en el cementerio. Los presos iban atados y eran colocados en fila, mirando hacia la tapia. Ni tan siquiera tapaban sus ojos y eran fusilados por la espalda como signo de humillación.
Se había venido incrementando las ejecuciones a gran velocidad. Me cuentan que el portero del cementerio, que tenía una humilde familia de veintitrés hijos, no podía consentir que su familia fuese testigo de aquellos crímenes. Consiguió mandar a su esposa y a sus doce hijos más jóvenes con un pariente. Su hogar, situado en las mismas puertas del cementerio, se había hecho insoportable para ellos. Sus hijos estaban enloqueciendo ya que no podían evitar los disparos y a veces otros sonidos como los gritos y alaridos de los moribundos.
El pelotón estaba compuesto por dos filas de hombres. La primera rodilla en tierra; y la segunda de pie. No hay orden verbal de fuego. Los disparos se producen cuando el oficial baja el sable desenvainado. Los presos caen agavillados y no todos muertos en el acto. El oficial desenfunda la pistola y asesta el tiro de gracia a cada uno de los ejecutados.
Reitero que no busco con mi historia hacer justicia sino devolver la dignidad a mi abuelo y a todos aquellos que siguen enterrados en aquellas fosas. Quiero tener un lugar donde llorarle sabiendo, a ciencia cierta, que allí descansan sus restos. Le debo resarcir su respeto mancillado. No busco polémicas, ni culpables, sólo deseo rescatar a mi abuelo del olvido.
Me gusta soñar despierto y tocar la hierba mojada que cubre la tierra de aquel castaño. Haré todo lo que esté en mi mano para cumplir su voluntad. Lucharé con todas las fuerzas y el aliento que poseo para que esta necesidad no sea una quimera y pueda hacerse pronto realidad.
Quiero recuperar aquellas voces de los que pensaban distinto y darles un nombre y un lugar donde se les recuerde. El ser humano razona por veredas distintas para, en ocasiones, llegar a paralelas conclusiones. Mi camino, repleto de obstáculos, me hace más fuerte y firme en mi contienda.
La voz viva de mi abuelo fue acallada por la sinrazón. Murió pensando que el hombre, por naturaleza, nace bueno.     

RUIZ DE LA MUELA
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA ELECCIÓN DE FRAN  (Devoción por Kurt Cobain)


El túnel no parecía tener fin, el camino hacia la luz se le hacía interminable, creía que nunca llegaría pero ya estaba cerca, el resplandor le cegaba cada vez más. Entonces comenzó a recordar. Hasta las cejas de alcohol y cocaína, la música de Nirvana a todo volumen y el cuentakilómetros a 150, el coche que patinaba posiblemente a causa de un reguero de aceite en la carretera, el esfuerzo por controlar el vehículo, el camión que venía de frente y se le echaba encima, la oscuridad.  No se lo podía creer, había muerto en el accidente con sólo veinte años sin que la vida le hubiera dado el tiempo necesario para tener un hijo, plantar un árbol (bueno, algún que otro pino sí había plantado) y triunfar en el universo grunge con su grupo, Animales en Celo, del que era cantante y guitarra. Se lamentó que su vida hubiera sido tan corta pero, eso sí, vivida a su libre albedrío y muy intensamente.
Mientras caminaba se encontraba sereno, los efectos del alcohol y la droga que había tomado antes del accidente se habían evaporado como por ensalmo, las sensaciones que experimentaba en el túnel le resultaban extrañas pero no sentía ningún temor pues la vida que había llevado, digamos que no muy responsable siendo bastante benévolo, la había elegido libremente así que si tras su muerte le esperaba algún tipo de castigo divino lo aceptaría con estoicidad y se dijo que a lo hecho, pecho. Cuando llegó al final del túnel la luz era tan cegadora que tardó un buen rato en acostumbrarse a ella y cuando al fin pudo ver con claridad se encontró frente a Dios y Lucifer.
El primero, que se encontraba rodeado de un halo resplandeciente, le dijo con voz profunda: Fran, hijo mío, he sufrido con tu vida desenfrenada y tu adicción a la bebida y las drogas; me ha escandalizado tu fornicio promiscuo y tu irresponsabilidad casquivana; he lamentado la exagerada afición que tienes hacia esa música satánica llamada rock pero, sobre todo, mi divinidad se ha sentido muy dolida por la devoción idólatra que profesas a un tal Kurt Cobain, líder de un grupo llamado Nirvana. A pesar de todo, para demostrarte hasta donde llega mi divina magnanimidad, desde este momento y haciendo uso de mi ilimitado poder, quedas redimido de todos tus pecados y te permito entrar en el Cielo donde cambiaras tu alocada vida terrenal por una paz celestial y eterna, vivirás para siempre rodeado de querubines, vírgenes intocables e imperecederas, santos y beatas de todo tiempo y lugar. Tus oídos se deleitarán con música sacra, entre otras piezas maestras el "Stabat Mater" de Rossini, el "Requiem" de Verdi o las "Misas" de Bach, Haydn o Beethoven interpretadas por las mejoras orquestas y dirigidas por los más ilustres directores de todos los tiempos, escucharás al coro de ángeles celestiales entonar responsoris y antífonas, salmos y alabanzas. Te ofrezco, pues, que  vuelvas  al  redil cual oveja  descarriada  y  me  acompañes  a  la  entrada  del  Cielo  donde  San Pedro
abrirá sus puertas para ti.
Fran tuvo claro que Dios había realizado un perfecto seguimiento de su vida en la tierra, por supuesto no esperaba su perdón y quedó algo confuso pero lo que le estaba ofreciendo, bien es verdad que a cambio de su eterna salvación, era diametralmente opuesto a sus gustos terrenales. Pensar que tendría que vivir para siempre de la manera que Dios le proponía no le hacía mucha gracia, no le molaba todo ese rollo pero esperaría a escuchar al de los cuernos y el rabo. ¡A saber qué otro rollazo tendría que escuchar!
Cuando le llegó el turno a Lucifer, que se encontraba envuelto en llamas, le dijo: Mira Fran, tú y yo somos colegas y no te voy  a  engañar, podría decirte que el infierno no es más que un invento de éste para ganar adeptos al cielo pero es verdad que existe, si decides venir conmigo arderás en él por toda la eternidad. Algunas cosas que te ofrece este momio es imposible que yo te las pueda ofertar. ¿Vírgenes? ¿Esa especie en vías de extinción? No hay una sola en mis dominios ¡faltaría más! pero a cambio dispongo de una pléyade de diablos y diablesas dispuestos a satisfacer cualquiera de tus necesidades sexuales. ¿Santos y beatas? ¡Rezos y más rezos! ¡Que fuerte! En el infierno sólo encontrarás gente de mal vivir, un buen montón de colegas con los que podrás enrollarte y nunca te sentirás aburrido. Piénsatelo bien Fran ¿Crees que lograrías habituarte a ese tipo de vida tan monótona por muy celeste que sea? Admite que, por muy bien que te lo pinte este tipo, el Cielo es un muermo total donde te sentirías desubicado.. En lo que respecta a la música te darás cuenta que no hay color. Te repito, por que no quiero llamarte a engaño, que arderás eternamente pero lo harás mientras escuchas canciones como "Rock is dead" de Marilyn Manson, "Smoke on the water" de Deep Purple, "Back in Black" de AC/DC, o "Enter Sadman" de Metallica que junto a las continuas orgías de sexo, alcohol y drogas harán que te olvides del dolor y del lugar en que te encuentras. Por último, si decides venir conmigo, tendrás la oportunidad de conocer personalmente a Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison  o  Sid  Vicius  entre  otros  muchos  y  puede  que tengas la suerte de encontrarte en más de una ocasión con el mismísimo Kurt Cobain.
Fran se dio cuenta que Lucifer le conocía perfectamente, su oferta era más acorde con sus gustos y le resultaba bastante más tentadora, a medida que le hablaba sus dudas se iban disipando, al fin y al cabo él tenía asumido recibir algún castigo por su licenciosa vida terrenal. Tras escuchar que Kurt Cobain se encontraba en el infierno y tendría la oportunidad de demostrarle su devoción, comentar con él sus canciones y saber si su viuda,                                            Courtney Love, había tenido alguna participación en su muerte o si realmente se suicidó, ya no tuvo duda alguna. Desestimó la oferta de Dios agradeciéndole su generosidad y decidió irse con Lucifer.
Camino del averno tarareaban a dúo "Smells Like Teen Spirit" de Nirvana.

GEDEÓN
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL CUMPLAÑOS DEL OTRO


El hombre se sentó en la cama y se puso a mirar las fotografías que desbordaban la vieja caja de cartón.  Se vio en la playa,  junto a su mujer ya fallecida, con sus padres, cuando era niño; en el colegio, jugando a la pelota con unos amigos  y  se vio también en la foto del homenaje que le hicieron sus compañeros  cuando se jubiló. De entre todas las fotografías que veía, sólo se reconoció plenamente en algunas, concretamente en  las que tendría de cuarenta a cincuenta años. En las otras, en las que aparentaba menos edad, no le parecía ser él y, en las últimas, en las más recientes, en las que ya era mayor, no se reconocía en absoluto.  Esto es lo que le pasaba. Pero lo cierto es que, mientras no se mirase en el espejo, todo funcionaba bien, se recordaba a sí mismo con la imagen de los cuarenta-cincuenta años y, de acuerdo con esa imagen, se sentía pleno y se comportaba con aplomo y seguridad. Pero los espejos, crueles e implacables, se ocupaban cada día de amargarle la vida.
   Apartó de la caja varias fotos y las dejó sobre la mesilla de noche. Eran para enmarcar y luego colocarlas a lo largo del piso.  La edad que se reflejaba en todas ellas era la que había decidido congelar. En una de ellas aparecía su mujer, estaba radiante y hermosa. "Mi mujer no tuvo tiempo de envejecer. La conocí siempre joven", pensó.
   La casa en la que vivía se hallaba situada en el centro de la ciudad. Era pequeña pero suficiente y bien equipada. Desde que se jubiló, él mismo se cuidaba de guisar, de limpiar, de comprar y de hacer todo lo necesario para sentirse a gusto.
La noche anterior al primer aniversario de su jubilación, una pesadilla lo despertó sobresaltado: sus compañeros, en nombre de la empresa, le entregaban en un restaurante el clásico regalo de un reloj con sus iniciales (como había ocurrido realmente) pero tanto él como todos sus compañeros eran decrépitos ancianos.
A la mañana siguiente, tras ducharse, se rasuró a fondo con la maquinilla eléctrica. Luego, frente al espejo, se estuvo mirando atentamente, asombrado, como el que observa a un extraño. Más tarde se puso la chaqueta, regresó al cuarto de baño y, con mucho tiento, arrancó el espejo de la pared y, con él bajo el brazo, salió a la calle y lo echó al contenedor de la basura.
   Su vida transcurría tranquila. Los pocos amigos que tenía se habían muerto y, a los escasos familiares que seguían vivos, apenas los trataba.
Ya no quedaban espejos en la casa, así que pudo olvidarse de su imagen actual, aunque no descuidaba su aspecto: hacía ejercicio y andaba todo lo que podía.
El martes fue su cumpleaños. Nadie le llamó. Al mediodía se puso su mejor traje y salió a la calle. Decidió ir en dirección al mar. El tráfago era intenso. Hacía un calor húmedo. Cuando llegó al casco antiguo, buscó un restaurante con terraza. Encontró el que buscaba y allí se quedó. Comió mucho y bien, era su cumpleaños. Luego paseó para hacer mejor la digestión.
   -¡Hola, guapo! ¿Quieres pasar un buen rato conmigo?- le dijo una mujer de aspecto todavía aparente.   
        El hombre sintió que el corazón le latía con fuerza. Dudó un momento, mientras ella le miraba sonriente, esperando una respuesta.
-Bueno- contestó.
        La mujer, siempre delante de él, le condujo hasta una casa cercana.
        En la habitación, el hombre se echó ansioso sobre el cuerpo desnudo de la mujer, y al voltearla para ponérsela encima,  vio con asombro en el espejo del techo a un anciano arrugado, esquelético y babeante que lo miraba con horror.

Vania
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Rugoso


Se tumbó en el sofá masticando la bronca. Si bien no habían quedado, daba por sentado que esas horas libres, Meme las pasaría con él. Era la última tarde que tenían para estar juntos hasta finales del verano que recién comenzaba. Al día siguiente cada cual comenzaría la actividad estival con un ritmo carcelario.  Al atenderle  por teléfono, no dio muestras de estar esperando escucharlo, más aún, pareció que le molestaba, dijo que estaba cansada y colgó. Este último tiempo se habían ido espaciando los encuentros en un ir y venir de actividades dispares.

Ella tiene un plan magnífico para su tiempo libre, comer una piña a punto que espera en la nevera, y el hecho de quedar con él, aplazaría ese festín, o bien tendría que compartirla y no le apetece. Mientras estaba en el despacho, frente al ordenador, podía sentir el intenso olor a selva húmeda que la recibiría al entrar en la cocina, podía escuchar el crujido de la pulpa al ser rasgada por el cuchillo,  ha esperado todo el día, el momento de sentarse en la terracita con el plato de piña jugosa, mojarse con esta los dedos y saborearla mientras los sonidos de la tarde  llegan apagados entre el canto de los pájaros y las voces de los niños en las piscinas del vecindario. Sentir la fruta deshilacharse entre los dientes, una aspereza dulce que invade las paredes de la boca y late bajo la lengua. Devorar el ananá convertida en autista, disfrutar de los labios pegajosos sin tener que moverse de la hamaca ni vestirse para él, sin tener que musicalizar, proponer un trago, o preocuparse por lo que vendrá después. Dejarse llevar por el ritmo del sol que se desliza hacia abajo. Jugar con los libros y revistas dispersos a su lado, una novela negra, un libro de relatos, otro de poesía, postergados desde hace semanas. No podría imaginar un momento más pleno.
Al poner la llave en la cerradura sonó el teléfono, atendió a Martín con la bolsa aún colgando del hombro mientras arrojaba los zapatos al  fondo del pasillo, él pretende quedar, pero ella hoy prefiere la fruta. Le dice que está cansada y  necesita un baño, le llamará más tarde.
La casa huele a verano y palmeras. La terraza, más acogedora que nunca. El silencio es siempre un buen compañero. Apaga el móvil, luego tal vez pondrá algo de bossa nova. Se ducha durante un rato largo, se envuelve en la toalla y sale del baño dispuesta a sumergirse en el éxtasis trivial. Sigue paso a paso los preparativos concebidos y plato en mano se instala aspirando el placer de la soledad.
En la pared frente a ella, en una reproducción de Picasso, una mujer y un hombre se regocijan comiendo una sandía. La pareja experimenta un doble gozo, el de la fruta y el del momento compartido. La imagen hace aflorar  recuerdos de los banquetes disfrutados con Martín, que la llenan de alegría, aquellos tacos mexicanos, con el Caribe mojándoles los pies, el voluptuoso pato a la naranja del delta del Ebro, los mangos de Asia, jugosos y dorados,  el gourmet minero en Brasil, aquellas aguas de coco devolviéndoles la vida en una playa ardiente, la comida entre risas, las geografías diversas, los paladares rebosantes. Recuesta la cabeza en la hamaca y deja que sigan empapándola los momentos vividos durante los últimos años. Vuelve a ver a Martín erguido ante ella, con su rizo negro desparramado sobre la frente, imponente, como cuando se enamoraron, antes de que el gran contenedor de los días, meses, años, lo desdibujen. Aunque a veces se había sentido agobiada por cargar con el amor de alguien, ahora está convencida de que la relación ha ido creciendo, han logrado algo importante.
El disfrute solitario la conduce, por fin, a las ganas de hacerlo de a dos, a echar de menos la complicidad con él, la diversión, el respeto por el espacio del otro.
 
Como ella no le llama, tal como le prometió, vuelve a hacerlo él, responde el mensaje  no se encuentra disponible. Tiene la certeza de que está evadiéndolo, de que hay algo más allá de la excusa. No es cansancio, o tal vez lo sea, de él, de la relación. Tendría que entender que ella se resista a herirlo y no le pida abiertamente cortar, lo está dejando claro con su actitud distante. Siempre ha sostenido que la química del amor dura cuatro años, ya han pasado seis. Seis años de relación confortable, donde desde el inicio ha estado establecido (por ella) que no habría más allá, no vivir juntos, no boda, ni hablar de hijos.
Hoy cae en la cuenta de los límites a los que ha estado sujeto, creía que esos eran también sus términos, pero ha sido llevado de una oreja a ese punto muerto. Una inmersión hedonista que, si bien le complace, no lo es todo.
Quizás este súbito enfado propio se deba al hastío. La necesidad de plantear lo que siente se le hace urgente, se pone una camiseta y sale decidido a encontrarla.

Le abre la puerta encantada de verlo, le abraza diciéndole que hay algo que quiere decirle, él también necesita hablarle, por eso está ahí. La sigue a la cocina donde ella continúa recogiendo la pila de yogures que se ha derrumbado en la diminuta nevera. La observa, en su mundo, como siempre, nada parece  interesarle más que sus nimiedades, ni siquiera esta visita sorpresiva. La coge con fuerza por detrás y la penetra sin preámbulos, se enlazan en una coreografía furiosa de manos y bocas que buscan, hurgan, susurran, lamen, donde el sexo es un vehículo hacia destinos inversos. Quedan en el suelo, revueltos en una maleza de extremidades.
Ella siente, agradecida y temblorosa, que ha regresado después de un largo viaje, bajo los párpados cerrados persiste aún la imagen del hombre feliz comiendo la sandía.
Mientras Martín va buscando la ropa, le pide que lo escuche,  tiene los ojos brillantes, hay calma y un tono seco en su voz. A su entender, la relación ya no da para más, continuarla sería abandonarse a la lasitud, al punto donde sólo la sostendría el hábito, no hay un proyecto genuino entre ellos, será mejor dejarlo.
Ella se queda en el suelo, mirándole mientras se viste, mientras coge las llaves, sale y la puerta se cierra detrás de él. La sangre, corriendo acelerada, le hace arder la cara. Siente los jugos de ambos deslizarse por sus piernas y la aspereza de la piña abrasándole la boca, los erizados filamentos clavados en la lengua,  la garganta,  el esófago.

Carry
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EL MOLINO DEL MOLINERO


Cáceres era la ciudad donde residía Carla, una pequeña niña de tirabuzones rubios y de mirada penetrante. Sus ocho años y medio de vida, habían sido como un viaje por la montaña rusa de un parque de atracciones, arriba y abajo, rápido y más despacio, abajo y arriba... no podía parar ni un minuto, era muy inquieta, pero a la vez, muy madura para su corta edad. Se conocía las pequeñas y grandes calles de la ciudad, de la moderna y de la antigua, porque daba largos paseos junto a sus padres. Seguro que esta tierra y su leyenda de conquistadores, influirán en la pasión de la niña.
Hacía días que duraba el temporal de lluvias típico de estas fechas de febrero. El color gris del cielo resultaba un poco aburrido, y el sol seguía sin aparecer. Las gotas de agua chocaban contra el trasparente cristal, uniéndose unas con otras, formándose así una gota mucho mayor con destino a desaparecer de las ventanas. La lluvia caía sin cesar y no era posible ver el azul del cielo.
En la clase de la señorita Pilar estaban encendidos los tubos fluorescentes de las luces, que daban un aspecto extraño al aula. Era media mañana y tocaba leer los trabajos de literatura que mandó el día anterior. Había que hacer una oratoria delante de la clase sobre un tema a elegir. No era el mejor momento, pero Carla empezó a mirar a través de la ventana que era su forma de viajar y aventurarse, siempre que estaba en clase se evadía buscando nuevas hazañas de exploradora.
Cuando quiso darse cuenta estaba andando por un camino ancho de gravilla. Su marcha era lenta, sus botas altas de lluvia producían un ruido retumbante causado por el roce de unas piedras con otras. Tenía frío y la lluvia caía con fuerza sobre su capucha roja del impermeable. El camino era cada vez más angustioso y estrecho; a los lados, las coloridas flores y los altos arbustos, complicaban cada vez más el trayecto. A lo lejos, se veía que el angosto camino de  pequeñas areniscas, desembocaba en un puente de estilo romano.
El aguacero no cesaba, los gigantes árboles agitados por los fuertes vientos, originaban un estruendo sonoro muy aterrador. Cruzando el puente, al margen derecho del río Salor, se encontraba un viejo molino que tenía un aspecto bastante inquietante.
La profesora se acercó a la ventana y contempló el cielo grisáceo con rostro serio. En la clase había un silencio sepulcral, roto sólo por las preguntas de la señorita Pilar. La oratoria era una de las cosas más complicadas para los alumnos, porque debían de hablar en público, es decir, delante de toda la clase, con elegancia para persuadir, convencer e informar de lo que se estaba diciendo.
Carla atravesó el puente y llegó a las cercanías de un molino. Se secó las húmedas botas con la fina hierba de la ribera del río. No quería mojar el viejo molino, pero quería resguardarse un poco de la fuerte lluvia, además como aventurera que era, no podía dejar la oportunidad de echar un vistazo a un edificio, que por su aspecto, parecía encantado.          
Golpeó la puerta de madera varias veces, pero no escuchaba nadie en su interior, por lo que no dudó en empujar bruscamente para poder acceder. Los fragmentos de astillas que saltaron del portón daba que pensar del abandono del lugar.
El interior era como un antiguo castillo encantado de los cuentos que cualquier padre narra a su hijo antes de dormir. Pero el olor a humedad y el musgo verde entre las grandes piedras hacían dudar exactamente si era un castillo o una cárcel al lado del mar. Siguió explorando el molino hasta llegar a la piedra enorme de moler, entonces se dio cuenta que no hacía mucho de su último giro. No era muy normal porque estos molinos dejaron, ya hace tiempo, de hacer su trabajo. Básicamente el funcionamiento de un molino de agua era el siguiente: desde la presa, el agua conducida o desviada del río por un canal, abastecía al molino directamente o bien a través de un cubo que actuaba como depósito de almacenaje. Desde aquí se introducía en el molino por pequeños conductos inclinados que conducían el agua a gran presión. El giro de éstos, transmitido a través de un eje vertical, movía la muela sobre otra inferior que permanecía fija. Por eso no entendía, que había podido ser utilizado poco antes. Claro está, que con las fábricas dejaron obsoletos estos mecanismos e inutilizables los molinos.
De una de las esquinas, bajo una sombra oscura, apareció un anciano de larga barba con ojos verdes miel y pelo cano, vestía de forma muy peculiar porque aunque llevaba pantalones  largos de color marrón, el mandil blanco que le cubría desde el pecho sobresalía por debajo de las rodillas imitando a las faldas de las zonas bajas de Turquía. Llevaba las manos humedecidas en una especie de aceite muy aromático, que le provocaba frotárselas continuamente.
Se acercó a Carla y le dijo: - buenas y lluviosas tardes, niña -, ¿cómo has llegado a este alejado lugar? . - preguntó el señor. - Paseando - dijo Carla. Me gusta explorar, vi el molino y me pareció buen sitio para resguardarme de la lluvia. - añadió. Fue cuando Carla comprendió que con esa pregunta, muy poca gente había sido capaz de llegar hasta allí. - ¿Quién eres? y ¿de quién es este viejo molino? - quiso Carla averiguarlo con la voz entrecortada. Mi nombre es Alejandro; para contestarte la primera pregunta. Para la segunda, tengo que decirte que el molino es del molinero, como ha sido toda la vida, y ahora soy yo. - contestó rápidamente.
El Salor era un río tranquilo, pero ahora rugía, era profundo y sus aguas turbias bajaban con gran violencia. Una parte del molino estaba sumergido en el agua, las piedras viejas eran perfectas para ver el musgo más verde que se podía encontrar en la región, además de crear una imagen de inigualable belleza al contemplar el contraste de colores ennegrecidas rocas.
Después de un rato de conversación salieron fuera, en el cielo apareció una franja azul increíble. Las nubes negras y oscuras se disiparon y brilló el sol. Había un increíble arco iris que atravesaba todo el cielo, los rayos del sol se filtraban entre las extensas ramas de los grandes árboles. Las gotas de lluvia de la verde hierba, hacían reflejar colores intensos y brillantes.
Antes de que te marches, Carla...  te voy a contar una breve historia de molineros - le dijo Alejandro -. Mi abuelo fue un gran molinero, se ganaba así
la vida y era muy conocido en la comarca porque convertía en harina los granos de cereal como nadie, y de repente, se hizo muy rico en un invierno de lluvia. Mi padre también fue molinero, porque le inculcaron la tradición familiar. Y de extraña razón también hizo una gran fortuna. A mí me encantaba venir de pequeño a verle trabajar en el molino. Ahora, cuando hay varios días de lluvia, me acerco para girar la piedra, aunque no tenga ninguna función. Quiero decirte con esto, que nunca se abandonará, porque siempre será el molino del molinero. No tengo hijos, Carla...  la leyenda familiar dice que cuando un extraño entra al molino en tiempos de lluvia hay que pedirle que continúe con la tradición, que nunca deje de girar la piedra. Te tengo que pedir, que por favor, vengas cuando exista época de lluvias y gires la piedra. De esta forma, la fortuna siempre girará al molinero del molino.
¡Carla! , ¡Carla! , ¡Carla! - dijo en alto la señorita Pilar - . ¿Te pasa algo? - preguntó - .
Es la tercera vez que te llamo, parece que estás en otro mundo. No, señorita - dijo Carla confundida frotándose los ojos - . Te toca dirigirte a la clase y exponer tú oratoria, y espero
que no te inventes
una excusa por no haberlo hecho, - le comentó medio enfadada la profesora - .
Por su forma de ser, Carla siempre tenía excusas para todo, era una niña que le gustaba inventar y jugar, pero los deberes y la atención en clase dejaba mucho que desear. Pero de repente se levantó de su pupitre y se dirigió muy decidida a la pizarra. ¿Tú cuaderno se te olvida, Carla? - resopló la señorita Pilar - . No me hace falta, señorita, sé perfectamente defender mí oratoria - le respondió de forma chulesca la niña - . Se puso delante de la clase, cogió aire, levantó la cabeza y dijo el título... El molino del molinero, y empezó a contar la historia como había imaginado antes.
Al acabar la perfecta oratoria, tras unos segundos de un raro silencio, poco a poco se empezaron a escuchar tímidos aplausos, finalmente todos sus compañeros de clase se pusieron en pie para aplaudir una historia tan real y tan increíble. Lo que no saben, es que el próximo invierno de lluvias, Carla tendrá que volver al molino a girar y girar la piedra y entonces conocerá su gran tesoro.                                                                                                   

Audinia
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL  GRITO 


Todos me miran con sus ojos como si fuera de otro mundo. A veces los descubro y a veces se voltean para que yo no los mire. Se apresuran, tejen distancias, creen que les robo su camino. Me dan ganas de gritarles parándome frente a ellos, atajarlos en medio de la calle y golpearles con toda mi existencia aunque me quede con las horas vacías. Yo sé bien lo que persiguen, deben ser ellos, pero no voy a detenerme aunque sus pasos me envíen amenazas. Me miran y hasta los descubro y se voltean. No saben lo que llevo oculto, ni siquiera saben que lo puedo sacar de pronto.

Ya he pasado las más difíciles fronteras. Las he pasado sin detenerme ni sentirme. He atravesado la tarde y consumido hasta el último grado de sol y ni siquiera me queda el frio de antes, el frio que me repletaba los ojos de adioses. Es la última curva, tiene que llegar, ahora no regresare sin haber vaciado todo mi ser. No podrán hacerme regresar porque ya viene la última lejanía, el último árbol y la última sombra. Allí no podrán atraparme ni hacerme regresar con el corazón entero. No dejaré que me alcancen.

Ja. Estoy contento después de todo. Es una alegría que carga su historia, pero hay páginas más tristes en las risas de las calles. Si no fuera por estos que siempre están mirándome como si no fuera de este mundo. Pero casi no me importa, ya solo queda una sombra. Me dan ganas de reírme cuando me sigue el viento a todas partes. Uno de estos días vendrá cojeando de tanto que me sigue. O tal vez uno de los dos deje de venir cualquier día de estos sencillamente, porque yo ya me estoy cansando, ya me estoy desanimando de esperar todos los días como una orilla. Hoy tiene que venir. ¿Dijo a las seis o a las siete? Tiene que ser antes de que me alcancen.

Hay oscuros faroles que se definden de mi niebla y ya no se ven los edificios blancos, han vencido las sombras, se han puesto de pie y solo yo puedo reírme de su vestido oscuro porque ni las paredes verde pueden ocultarla, y no sé si eso sea bueno. A ella no la oculta ni el horizonte que se ve desde mi ventana abierta. Por eso me rio. Pero estos ya me están mirando con sus ojos otra vez, me dan ganas de gritarles, preguntarles que me miran como si no fura de este mundo, atajarlos de uno en uno en medio de la calle y preguntarles qué saben, que me ocultan. Malditos.

Es la noche sin documentos, sin ojos que la acusen por su cuerpo deseado. En fin, quizá dijo las ocho, después de todo me he ocultado bien, detrás de un cigarrillo, no podrán hallarme. Además no pueden obligarme (eso lo he leído).Sí, sólo debo esperar, cogeré un libro cualquiera de los que no tengo e inventaré sus versos.

Ya veo los sueños que se arrastran sangrando para morir al pie del alba, ya empiezo a contar las luces enlatadas y a medir el tiempo en cigarrillos. ¿Qué hora dijo? Hoy tengo que vaciar mi corazón, ya falta poco. La abrazaré hasta hacerla penetrar dentro de mí. Tiene que llegar. Mis ojos están abiertos como dos faros lejanos, nadie me pregunta la hora pero tengo ganas de decírselo a todo el mundo para que se desesperen conmigo. ¿Qué hora dijo?
Debo soltar todas mis ansias, desatarlas, vamos, salgan. Ya falta poco, tiene que faltar poco. O debo contenerme...no sé. Pero cuando llegue la cubriré con mis brazos como una sombra y no la soltaré, como una red, la abrazaré hasta hacerla penetrar dentro de mí, ya verá. Y construiré un albergue sin ventanas recogiendo sonrisas auténticas y esperanzas de no despertar. Sí, ya verá.

No puede ser cierto. Han dejado de pasar los cuerpos multiformes. Los he visto pasar bajo la sombra de loa álamos. He visto hasta la agonía del viento inclusive; pero nada más. Ya empiezo a sentirme en vano. ¿Dijo o no dijo? Canto ninguna canción. Es como si un grito habitara mi garganta, como si una lluvia me inundara hasta los ojos, algo así. O quizá más, no sé, ya no importa, ya no me queda ni un minuto entre los dedos, ya casi los siento trepando por mis huesos. Vienen de donde la luna no quiso darles a conquistar. ¿Y qué soga cae sobre mi cabeza?¿Qué grito se atora en mi garganta? Malditos. Qué vienen a buscarme, por qué puerta. No me detendré, no. Tendrá que sentirme llamándola, buscarla escarbando mis distancias, esperarla con mi sombra, sentados a la orilla de mi ventana abierta, lloviendo desesperadamente. Tendrá que saberme en su camino que no veo, gritando su nombre desconocido que no pronuncio,  y tendrá que sentir mis días interminables y mis puertos vacíos. Pero déjenme, qué nudo, qué pregunta, qué ley. No voy a detenerme, no. Porque todos creen que el silencio tiene límites y que la distancia empieza en sus ojos. No.

Son largas las calles y los días. Algunas veces son más largas que la muerte. En los días de invierno también hay sombras que acompañan. Es inútil, en vano he sacado de pronto mis pasos más extensos y mis últimos engaños. Otras luces, otras sombras llegan de otros lados con los mismos encantos. Y todo es tan así. Me dan ganas de matar al viento con mis manos y tirarle piedras al crepúsculo. Si tan sólo supiera dónde está la encontraría; pero esto es un olvido que conozco de memoria. Yo sé que estos malditos saben y que por eso me miran con sus ojos como si no fuera de este mundo. Lo sé. Pero un día los voy a detener en medio de la calle y les soltaré el grito que habita en mi garganta si me siguen mirando. Algún día, ya verán, y no importará que sea mi último aliento. Hoy me siento tan atado que soy capaz de no hacerles caso, de irme dejándolos así, mirándome, como si no fuera

ARIAM  ANDRÉ
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA LUNA DEL FUEGO BLANCO


Durante esta tarde velada, la luna anda prendida de un fuego oscuro; así la observo yo desde la ventana trasparente de mi habitación circular en donde yo sigo sin alegría. Ahora bajo lenta la mirada y contemplo por allí de cerca a algunos niños del encanto atardecido. Ellos están jugando en los rincones de este mundo misterioso. Algunos de los jovencitos acaban de juntar sucesivamente sus caras ruborizadas, mientras ellos van y vienen y siguen besándose lindamente, adentro del parque del otoño, íntimo y ahogado, recreado de frente a mi pequeño hogar de apariencia campestre. Un poeta fantasma me divisa entretanto con sus ojos de adicta ternura. El poeta me examina de lejos y sin embargo él no sigue hoy su rumbo, colmado en versos vivos de bondad. Entre otras cosas extrañas, descubro que el cielo sigue vestido de cenizas, por lo tanto, sigue suave de melancolía. Hay también mucha gente asocial, sufriendo la soledad del espanto, debido al desapego, lanzado burlas contra sus otros amigos, magos vacilantes de esta ciudad borrosa. Son muchos los paseantes solitarios de esta tarde nublada recorriendo los andenes. Van ellos andando con sus caras mal humoradas y van ellos llenos de muecas rabiosas. Y que feo lo que acaba de pasar; un niño acaba de ser tumbado del triciclo rojo y suyo, que hace un rato, iba montado felizmente. Sin nada de duda botaron toda su inocencia hacia el gris asfalto. El niño antes iba rodando por un sendero de rosas, jugaba carreras en el parque un poco deshojado, que ciertamente da a mi domicilio claroscuro. Luego él fue arrojado de su máquina antigua sin gracias a un solo puñetazo bestial. El niñito entonces, sufrió el áspero golpe, como si fuera su humanidad, un muñeco de trapo inservible. Ahora él llora un poquito, entre los paisajes de este barrio imperfecto.
El mismo sardino flaquito, quien siempre me ha gustado, se levanta ya de pronto de su caída violenta, quedando todo lleno de raspones. Al otro tiempo mira al ladrón de juguetes correr por un portal incierto. Y con una sola sorpresa advierte que su triciclo ya no está al lado suyo. El ladrón se llevó de un zarpazo su más valioso divertimento. Así que el hombre malvado, debido a su sagacidad, se fue yendo muy bufón, forrado con su máscara de payaso, burlándose de lo más contento, entre sus risas maléficas. Este ladrón, así pues así, anda feliz en otra dimensión, tras haber hecho llorar al niño de pelos negros, por haber dejado al chiquito, sin su máquina de muchas carreras veloces.
Mientras tanto yo sola sigo viendo todo este drama indecible, junto a la ventana de mi casa rosada. Y los otros andantes dispares, siguen sin hacer nada, sólo se saben chistosos por ahí sin pensar, ante el robo alocado, mal causado contra el lindo niño. Un niñito recién abandonado de su grato juguete de fantasía. Además este gentío ni hace bulla por ayudar al peladito bondadoso; entre su tristeza suya, pero ella efímera. Así por esta sorpresa, yo me tiro al cielo brumoso, desde mi cuarto y desde la ventana, abierta otra vez. Caigo ya de golpe sobre el prado mojado ido en algunas lluvias pasajeras. A mi sucesivo instante corro despavorida, sólo por querer auxiliar al morenito hermoso. El pobrecito está sin compañía y sin certera esperanza. De momento miro a la ausencia del universo. Veo los crepúsculos sin días, sin muchos rayos de sol rayados, entre las hojas muertas de los árboles, entre estos ralos otoños de descoloridos.
Ya más y más después, por fin, te acojo en regocijo, mi niño bonito. En encanto rodeo tus brazos flojos con mis brazos de suave hermosura. Te abrazo así amándote con mi única blancura de mujer preciosa. Te seco devota, tus lágrimas, lindo, limpio tu agua del alma, con mis dedos débiles, todos sensibles. Y yo sigo aún enamorada de tu pureza infantil. Así entonces galán, tú, mi niño adorado, mejor esperemos a solas por algún milagro verdadero, aguardemos mejor rejuntos, una búsqueda de tiempos más calmos, sin más inútiles guerras, sin más muertes horrendas. Asimismo, trata de calmar la soledad tuya y aquieta mi soledad, una soledad solo de nuestra intimidad.
A mi seguido seguir sentimiento, soñemos unidos juntos, queramos que no haya tanto desamor incauto; hoy solos juntos, imaginemos que no haya más amores muertos, pero que veo, pese al deseo, unas hojas grises, recién esparcidas por los árboles, caen sobre nuestras cabezas de pelos enredados, mientras tanto, tú, mi niño de brazos calientes, tú, decides de pronto recostarte, sobre mis pechos de queja. Así nomás, abajo de un leve suspiro, ambos miramos amados, hacia otro día mejor, un día más inmortal, ansiado de poesía en mí y lleno contigo en romance, mi niño humano. Y otra vez, el poeta fantasma, se nos aparece fulgurante inasible, pero ya nos sonríe y nos protege, atrás del otro cielo espejado; mientras la luna mágica, nos baña ahora de su luz celeste, mientras la luna llena, se nos prende ahora de fuego blanco.

Rusvelt
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Remordimientos Nocturnos


Nada le impedía conciliar el sueño. Siempre solía dormir como una marmota. Sin embargo, un día todo cambió y comenzó a despertarse muy agitado y empapado en sudor. Oía, primero, los gritos de una mujer que pedía ayuda y, segundos después, sus últimos sollozos agonizantes. Noche tras noche lo mismo.

Al principio, nada le hacía pensar de dónde procedía esta pesadilla pero, al poco tiempo, ya no pudo escapar a lo que su corazón intentaba ocultar. En el fondo sabía el motivo que la había desencadenado. Lo que no llegaba a comprender es por qué ahora, después de tanto tiempo, había aparecido en él el remordimiento de aquél desgraciado suceso. Dicen que las buenas personas reciben tarde o temprano su recompensa. Del mismo modo, las malas acaban por tener su castigo. Justicia poética lo llaman.
...
Con 17 años, Marcos todavía no sabía lo que era tener una familia bien avenida. Cuatro hermanos pequeños, un padre desempleado y profundamente depresivo, y una madre frustrada por tener una vida que ella no había elegido, sino que se la habían impuesto por circunstancias de la vida.

A raíz de todo ello (más los constantes reproches y las broncas por cualquier nimiedad), el chico se fue convirtiendo en un ser imprevisible, con muy mal carácter y con muy poca paciencia.

Un día como otro cualquiera (que pensaba haber enterrado en el olvido para siempre), la discusión llegó a extremos insospechados. Entre gritos y aspavientos, su madre perdió el equilibrio y se pegó con la cornisa de una ventana. Por desgracia para ambos, el golpe no fue seco, lo cual prolongó su agonía.

Marcos miraba atónito la sangre desparramada y escuchaba paralizado los gritos de esa mujer que tan pocos buenos sentimientos había despertado en él. Finalmente vinieron los últimos sollozos que siempre preceden a la muerte; esos que ahora estaba rememorando en su subconsciente.

Para la policía y los forenses, todo había sido un desgraciado accidente. Sin embargo, Marcos creció sin saber realmente si él tuvo algo que ver con su muerte o si podía haber reaccionado lo suficientemente rápido como para haberla salvado. 
...
Tras cuatro noches en las que apenas pudo dormir un par de horas seguidas, por fin llegó el domingo. Habitualmente, ése era el día de la semana más placentero para él, pues intentaba dedicarse a sus propias aficiones. Dejada de lado el trabajo y sus obligaciones para descansar.

Así pues, Marcos se dispuso a leer la prensa ante una humeante taza de café y, tras pasar la primera página como si tal cosa, se detuvo. Conocía al hombre de la foto. Era su amable vecino de enfrente que cada mañana, cuando se iba a trabajar, lo saludaba efusivamente. Tal y como decía el titular de la noticia, lo habían detenido acusado de haber secuestrado, torturado y matado a cuatro mujeres de mediana edad. Una por noche.

Ante lo que estaba leyendo, Marcos se quedó perplejo e incluso asustado porque al instante entendió que, cuanto había oído desde su habitación, no habían sido alucinaciones producto de un remordimiento tardío. Todo, absolutamente todo, había sido real. Y lo peor era que, una vez más, él había sido de algún modo testigo de algo que no había podido impedir. Podía haberse dado cuenta y, en lugar de quedarse en la cama, haber salido al rescate de esas pobres chicas. O quizás haber llamado a la policía... Cualquier cosa excepto nada.

"Qué caprichosa la vida... Justicia poética lo llaman" –pensó mientras tomaba su último sorbo de café–. 

Andrea Milano
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Mis raíces y mi tierra


En Montefrío nací, de familia pobre y honrada mi abuelo era poeta mi madre le acompañaba, en la cruz colorada mi recuerdo se quedaba, hermana de diez rosas que en el campo se criaban.
El campo de amapolas que de rojo se vestía, aquel campo tan inclinado que de flores se llenaba, los geranios que del jardín se salían aquella loma tan bonita la que tanto me gustaba.
Aquellas matas coscojas las que tanto me pinchaban, el pozo tan ancho que el agua se sacaba con la carrucha vieja que chillaba y chillaba, el agua limpia y pura con el porrón se llevaba para el gazpacho fresquito que tanto se apreciaba.
A cuatro kilómetros del pueblo está la cruz colorada, quedando los almendros floridos que tan bonitos estaban, entre la cumbre y la loma los pajarillos anidaban en los árboles y matojos los que tanto les gustaba, recuerdo de mi preciosa infancia que nunca olvidaré.
El recuerdo del pasado que nunca lo borraré de mi pensamiento que tuve en mi niñez,  han pasado muchos años pero siempre les querré, los sueños de pequeña que siempre los llevaré, mis raíces y mi tierra que de flores se llenaban los olivos y encinas que atrás me los dejaba.
Aquella pradera verde donde las cabras pastaban, las gallinas camperas que juntas se criaban  junto con los cervatillos  que saltaban y saltaban felices y contentos en el campo alegría nunca  nos faltaba.
Mi padre alto y guapo en Montefrío nació, era amante del campo y allí se  quedó, con mi madre de mi alma que once hijos parió, con su alma cristalina y su pelo pelirrojo ondulado y bonito como su arte y encanto, madre mía  de mi alma que no te puedo olvidar, encantadora y buena como tú nadie jamás me querrá.
En Montefrío nací año cincuenta y dos la virgen de los Remedios que me dió su bendición, el día quince de Agosto la sacan en procesión, a la virgen milagrosa que a mi alma la llenó.
De su nobleza divina, de su dulzura y amor, se merece mi respeto, mis palabras y sentimiento y corazón hecho  del color de los rayos del sol, los que en mí su reflejo tanto brillo.
Bendito sea mi pueblo con gracia y humanidad que la gente es sencilla y se quiere de verdad. La historia de Montefrío que nunca olvidaré, hoy haré realidad lo que tanto yo soñé,  el recuerdo del pasado y también de mi niñez, la chica de diez hermanos que nunca  los olvidaré.
Este relato se lo quiero dedicar a la villa, a la iglesia, al convento, al colegio Del Complejo, al que nunca fuí a estudiar.
Para todas las personas, que las quiero de verdad, y a toda la gente  que han tenido que emigrar.
El recuerdo de su  pueblo tan bonito que no pueden olvidar,  de su tierra y su gente, que se dejaron atrás.

Socorro
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente