Noticias:

Si continuas navegando aceptas nuestra Política de Cookies

Menú Principal

II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Eventos Vinculados

Parlamento

DE CARTÓN...CARTONERO
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

_ ¿Dónde vas?
_Voy con mi papa.
Llevo yendo muchos años ya.
O eso creo. Yo no recuerdo no ir.
Y tu? Quieres venir?
_No puedo.
Todos los días antes de ir a casa damos un paseo aunque yo a veces prefiero irme a ver dibujos y a merendar.
_Yo no tengo dibujos
_ ¿Cómo no los vas a tener? Todo el mundo los tiene.
_No pero yo tengo un camión muy grande y desde ahí puedo verlo todo.
Además como me da "mucha aire" me da por reír.
Me río mucho mientras papa frena en seco al paso de cada cartonera.
Entonces se baja y también mi tío.
Cogen los cartones y los lanzan ¿sabes?
Los lanzan muy fuerte y a veces me dan porque yo estoy.
Y ahí los vamos colocando entre "yo y mi primo".
Mi primo es más mayor.
Cuando yo sea grande quiero ser como el, menos........bueno es que no me gusta que se agacha y siempre lo veo el culo y no es que esté flaco eh.
No, que no lo está.
No sé porque se le cae así el pantalón.
A mi no, porque a mi papa, me tiene un cinturón.
Yo digo:-¡Primo que se cae!
Y tiro "pa" arriba pero no hay manera.
No me hace nada de caso.
Siempre está liado con las cuerdas porque todo esto hay que atarlo, que te crees, que cuesta mucho la recogida pa que esto se caiga de la camioneta.
¿Te gustaría venir un día?
Tu me enseñas los dibujos y yo te llevo con nosotros.
Seguro que te gusta y papa me deja, si.
Además paramos un rato todos los días y podemos jugar porque siempre llevo aquí un balón.
No mucho me dejan porque eso que beben en el bar(a papa le gusta ese bar) hacen así, y de un trago.
Un día me dieron a probar y está muy asqueroso.
Se llama ...... ...bueno no lo sé pero que más da.
No te gustaría.
¿Sabes una cosa?
Mi balón tiene un "cosío."
Lo digo porque si tienes tu, es mejor que te lo traigas.
No es que no se pueda con el mío pero es que le ha salido como un chichón y yo sé arreglarlo porque se pincha y eso se va ,pero me ha dicho primo que si pincho ahí esto se va a la chingada.
Yo no sé lo que es chingada así que no lo pincho.
Ahora me está enseñando a silbar y se enfada porque dice que no aprendo.
Dice que es importante que sepa hacerlo porque eso es algo así como decir..!Vámonos maestro!
Y entonces papa arranca y nos vamos.
Es divertido, pero vamos que yo no sé hacerlo.
No me sale y lo hago igual, igualito igualito, te lo juro.
No sé que pasa.
Papa dice que no pasa nada, que ya aprenderé.
Que si ha conseguido aprender la vieja, que yo también voy a saber.
No es que la vieja sea tonta. No.
Es que esto no es cosa de viejas.
Seguro que la tuya tampoco lo hace.
¿Qué estás mirando? Ah....esto es la Cruz de Caravaca.
Me gusta mucho y por pesado papa dice que me la presta, que hoy no hay humor para aguantarme, así que me la ha colgado.
Te gusta eh, pues la del primo es aún más grande.
Lleva una cruz del Cristo de los gitanos.
Nosotros somos gitanos ¿sabes?
Aunque cuando quiere primo hacerme de mal, me llama Payo.
Se ríe de lo rubio y ojos claros, pero papa dice que no le haga caso, que en la piel se ve que soy hijo de carbonero.
Yo me enfado y siempre me duermo.
Ellos creen que enfado por cansancio, pero es mentira, yo no tengo nada de sueño.
No sé por qué todos los días....me duermo.   

Petrarca
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

HISTORIAS DE TABERNA
                                                                             

Me acomodaron en la habitación que daba justo en frente de la taberna....
Todos los niños se dormían con nanas. Yo no.
La farola de la esquina  repartía la luz, mitad al tabernero y mitad a mi cuarto. Tenía las cortinas espesas pero se filtraba la amarillenta candileja por las costuras.
Las sonajas de mi cuna se callaban en las noches de juerga y era el compás del tres por cuatro el que ponía  música a la madrugada.
En las habitaciones que daban al patio, aquellas del olor a dama de noche y a jazmín, sólo se  acostaba el silencio.
En  la mía siempre había jolgorio, a veces el griterío me hacia acurrucarme bajo las sábanas, en aquellas disputas de taberna en las que el vino peleón intervenía a destajo,   se me apretaba el corazón sin entender como se mezclaban al segundo el drama y la alegría.
Delante de un vaso de vino se disertaba sobre los problemas vecinales, se cerraban tratos, se  apostaba por la cosecha, se  multiplicaban las alegrías, se  sellaban amistades o se juraban enemigos.
Un vaso de vino era la efímera frontera del olvido, la puerta por dónde pasaban las penas para exiliarse.
Eso lo entendí yo mucho después, después que pasaran muchas madrugadas durmiéndome  con las serenatas de Abelardo y su acordeón, mucho después de que la mesa de la esquina quedara huérfana de aquellos dos seres solitarios enganchados a la conversación amarga de una botella, mucho después de que el tamborileo de los dedos del tabernero dejaran  en el mostrador una partitura flamenca a medio terminar, mucho después de que los novios que rondaban mi ventana, apagaran a pedradas  la farola chivata de la esquina.
Desde mi casa se olía el aguardiente cuando en las mañanas de invierno, el frío se arrebujaba en las pellizas.
Al filo del hambre, la hoz, descansaba en el suelo mientras duraba la charla y la copa antes de que, cabizbajos, fueran al encuentro del jornal.
Unos pocos levantaban la voz y yo ya reconocía sus timbres y sus cantinelas. 
Luego, una tregua  para refrescar los quintos y rellenar las garrafas, preparar en la cocina sobre el papel de estraza unos tacos de tocino con los que empapar el alcohol al medio día. 
Esas horas sin bullicio mientras los hombres iban al campo y las mujeres lavaban en los corrales, era mi tiempo para acudir a la escuela.
Allí aprendí muchas cosas, pero guardo lecciones  de aquellos que pasaron  por  la taberna de Pedro  y que aportaron  a mi vida un conocimiento que no está escrito en ningún  libro.  Saber como siente un ser humano bajo la rabia, el dolor, la alegría, el hambre, el desamor, la incomprensión... También aprendí que la carcoma de la soledad hace de los ricos  la misma viruta, el mismo serrín que con aquellos  que beben para olvidar que no tienen nada.
Las señales que dejaba la borrachera por las aceras, amedrentaban a los chiquillos, inofensivos despojos que ensartaban historias con una retahíla  triste.
José me daba miedo, aunque cantara. Y reía y lloraba al mismo tiempo y daba tumbos y caía... pobre José.
Recuerdo a  Santos, una samaritana que lo llevaba calle abajo hasta su casa dónde mal vivían, camino eterno que alargaba la sombra de los veranos y de la cordura.... Hasta que un día fueron dos,  sentados frente a la botella y se acompañaban el uno al otro,  a ninguna parte.
El tiempo es lo único que ha pasado, sobrevive mi ventana frente a la taberna, y en ella las trampas apuntadas con tiza de generación en generación. La farola desentona oxidada, la casa vacía sin cortinas espesas que tamicen las realidades.
Ya hay otras borracheras que me quitan el sueño y otra música que me amansa...
Y yo, yo no se si soy la misma, mientras cuento esta historia de taberna en  compañía de una copa de  vino  que me  arranca la melancolía.
¡Va por ustedes!
No tengan miedo, no. No voy a cantar.

La Ganduya
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA CASA DE LOS OBJETOS PERDIDOS

Seis de Diciembre.

Caminaba rápido y mis botas quedaban empapadas por los charcos que iba atravesando en mi huida. Sin un lugar al que dirigirse, en mi cabeza se sucedían las imágenes, como si de la secuencia, del más cruel y horrible de los thrillers  se tratase.
Me cruce con la señora Hawkins, ella agarraba con fuerza su paraguas tratando de protegerse de la intensa lluvia y del fuerte viento, y se sorprendió al verme calado hasta los huesos. En sus ojos puede ver tanta sorpresa como temor. Sin duda en aquel momento yo no era consciente de la impresión que podía causar a los demás.
Solo me preocupaba yo mismo, solo pretendía huir, pero..., maldita sea ¿de quien?
La vida había dejado de tener sentido para mi. Pocos hombres  en mi misma situación hubieran reaccionado de manera diferente, y yo, no me considero distinto a los demás.

Cuantas veces había recorrido St. James street,  y nunca me  pareció  tan desoladora como hasta ahora. La tarde gris y melancólica tampoco ayudaba mucho, pero dentro de mi la luz, esa que muchos dicen se puede ver tras recorrer el túnel, no aparecía, y la oscuridad sumía mis pensamientos en terribles y  futuros acontecimientos, que me seducían con el simple ofrecimiento de una tranquilidad y una paz  absoluta  que darían descanso a mi existencia, a mi vida.
Mi abrigo,  hacia lo que podía para protegerme de la tempestuosa lluvia, pero había llegado al punto de que poca agua mas podía absorber, y exhausto él, había dejado ya paso a la humedad que comenzaba a notarse en mi huesos.

Solo contaba la edad treinta y cinco años y en un segundo mi vida desapareció, se marcho casi sin apenas aparecer. Las mañanas de risas junto a ellas habían pasado de ser un regalo del que nunca creí ser merecedor, a una pesadilla, a un mal sueño, al que le tienes miedo, al que temes dar vida en tu cabeza por tu propia cobardía. Huía de esos recuerdos que creamos juntos, por la entupida razón de que me harían mas daño que bien, sin darme cuenta de que si de alguien nunca puedes escapar es de ti mismo.
Al girarme hacia atrás aun podía ver la que era nuestra casa,  podía ver a mi pequeña, sentada en los peldaños que daban paso a nuestra casa, allí  sentada, rodeando con ambos brazos sus rodillas, y con gesto de enfado, porque sin duda, algo no habría salido como ella hubiera querido.
St James street era una larga calle de casas residenciales a izquierda y derecha, con pequeños jardines algunas de ellas, y otras con elegantes casa portales. Un poco mas arriba, pasada la casa  del señor Bell, la calle comenzaba a girar hacia la izquierda, para llegar al cruce con Malbourne street, lugar hasta el que paseábamos, mis chicas y yo, las tardes en las que el impredecible tiempo londinense lo permitía. Desde allí, se vislumbraba la ciudad, la gran ciudad. Pero cuando calle arriba caminábamos no era para adentrarnos en la gran urbe, sino para descansar y sentarnos en un viejo banco de madera maltratado por el tiempo, y en el que reza una leyenda  que dice "Me disteis la vida, tomadla si la necesitáis". Allí sentados nos sentíamos a salvo de todo cuanto acontecía a pocas millas de nosotros.
Pero nunca estamos a salvo, siempre acecha algún peligro, y el más malvado de todos es aquel que no tememos. El que nos arrebata lo que mas queremos sin darnos tiempo a sufrir la pérdida. Es ese, tan cruel él, que no permite que las lágrimas caigan ni que los ojos se humedezcan.

El viento había comenzado a soplar con mas fuerza, la lluvia chocaba contra mi cara y sentía que me hacia daño: poco importaba. Mis pasos habían dejado de ser ágiles hacia rato, se habían vuelto dificultosos a causa de la fuerza de un viento que ponía todo de su parte para impedir mi huida. Maldito él.
Los árboles que me encontraba a mi paso se retorcían con inusual violencia, las hojas luchaban por seguir unidas a ellos, pero resultaba difícil.

La noche aun no había caído totalmente, quedaba en el cielo esa triste luz azulada que precede a la oscuridad de la noche, y que cada día se resiste a marcharse, aun sabedora que su final es irremediable.
"Me disteis la vida, tomadla si la necesitáis". Sentado en aquel banco mis dedos recorrían cada surco de cada palabra escarbada en la vieja madera. No había transcurrido  ni un solo día, y allí habíamos estado riendo, planeando que hacer al día siguiente, mientras que mi pequeña agarrada a mis hombros se balanceaba y me preguntaba una y otra vez, hasta encontrar respuesta,  el por que el cielo  oscurecía  cada tarde o por que la Dama Blanca, subida allí arriba no se aburría siempre de vestir con el mismo vestido blanco.

La lluvia hacia horas que continuaba incesante y yo seguía allí sentado, el tiempo parecía no querer avanzar, mientras que yo rezaba para que solo retrocediera y me devolviera cuanto me había quitado. Mis manos ocultaban mi rostro de todo aquel que se aventurara a caminar aquella noche por St. James. Supongo que todos creerían que aquel hombre que  permanecía empapado bajo la lluvia, sin preocuparse de ponerse a refugio, seria algún desequilibrado o algún loco indigente, sin techo ni hogar al que acudir. Estaban en lo cierto,  para mi no existía hogar, ni familia.

El fuerte viento que reinaba a sus anchas aquella noche fue cesando, muy rápido, tanto que en pocos minutos la lluvia ceso y el aire se torno en calma absoluta. Aquello me sorprendió un poco, el dejar de sentir el agua recorrer  mi cuerpo empapado por un segundo hizo  extraña aquella sensación.
Me atreví a levantar  la vista, dejando que mis manos liberasen mis ojos de tanta oscuridad, y si bien en un primer momento no creí lo que se levantaba ante mi, poco tarde en cerciorarme de que no era la borrosa visión de unos traicioneros ojos, no se trataba del juego ilusorio de una mente herida.
Aquella casa que aparecía ante mi, juraría que nunca estuvo en aquel lugar. Cientos de veces había pasado por allí, y nunca estuvo ahí. Pero era tan real como yo mismo.
Era una casa de madera, clásica en su estilo, y algo distinta a las casas de lugar, pero encajaba sin la menor pica entre ellas. Su entrada dibujaba una sobria puerta victoriana pintada de blanco, mientras que su techumbre oscura no desentonaba con su facha ocre. Parecía no estar en buen estado, estaba algo descuidada, como si llevara años en aquel lugar, justo en cruce de St. James con Malbourne st, justo en lugar donde debí verla tantas veces.
La cerca que rodeaba el pequeño jardín que daba acceso a la casa y la puerta por la que se accedía al mismo, crujía y se movía al son de nuevo, del fuerte viento que había vuelto para que nadie olvidara quien era el dueño de aquellas calles desiertas. Casi sin darme cuenta me encontraba en el umbral de aquella puerta, por la ventana que quedaba a mi derecha, ninguna luz se apreciaba, nadie parecía haber dentro.
Con temor me atreví a abrir la puerta, despacio; el crujir de las bisagras hicieron dudar  a mi atrevimiento, pero ya estaba dentro de aquella sala. El suelo de aquella estancia era de madera bien cuidada. En el centro de la sala había colocada una recia mesa, una mesa de comedor diría yo, pero ¿donde esta el resto del mobiliario?.
Si allí vivía alguien... donde se sentaba, o guardaba el ajuar. Justo frente a la puerta había una escalera que daría paso a la planta de arriba. Subí con cuidado y sin terminar de apurar los peldaños me di cuenta de que allí arriba solo había dos habitaciones, abiertas de par en par y que estaban totalmente desocupada; me dije a mismo que aquella casa debía estar abandonada, aunque no dejaba de repasar en mi memoria si en alguna ocasión llegue a ver aquella extraña casa en mis idas y venidas diarias.

Llegue a conclusión de aquella casa nunca estuvo allí, era imposible aquello que vivía en aquel momento.
Baje a la planta de abajo y me dirigí hacia la puerta que al entrar olvide cerrar, con la intención de echar un ultimo vistazo de salir de aquel lugar. Me quede junto a la mesa. Las dos ventanas de la estancia que daban al jardín estaban decoradas con un simple cortinaje blanco, que dejo de moverse al son de la corriente de aire cuando cerré la puerta de la casa.   
En ese preciso instante note una corriente de aire frío que pensé debía venir de la planta de arriba, no recordaba haber visto ventanas abiertas cuando subí. Me dirigí a las escaleras dejando tras de mi la sala a oscuras, y de repente la habitación se ilumino. Que demonios esta pasando me dije. En un segundo, sin saber de donde ni como, la sala esta totalmente amueblada. Había estanterías llenas de libros, un sillón junto a una luz de lectura, vitrinas con elegantes vajillas, sillas que ahora si es estaban alrededor de la mesa. La sala estaba divida ahora en dos, y en el extremo de la sala pude ver lo que era una cocina perfectamente equipada. Incluso un sabroso olor salía de ella; me resultaba familiar aquel olor. Solo Helen cocinaba así aquel...asado.

Maldita sea me estoy volviendo loco, que es esto gritaba delirante. No es posible, ahora reconozco esto: estoy en mi propia...casa.
Recorrí con el mayor miedo que nunca he tenido en mi vida la escasa distancia que separaba la escalera de la cocina. Al cruzar el umbral no daba crédito a lo que ante mi se mostraba. Helen estaba allí, justo delante de mis ojos, y Marie, mi pequeña estaba sentada encima de la mesa esperando que su madre le diera a probar lo que ella cocinaba. Ambas estaban felices, sonreían como si nada hubiera ocurrido, como si aquel loco que separo para siempre nuestras vidas, no hubiera acabado con mis niñas aquella mañana de hacia ya... tres años.

El diario del Condado de Somerset la mañana del 8 de diciembre titulaba así su edición:

"Encontrado muerto en la calle James Clark, vecino de Coinbrook".
El Sr. Clark, viudo hacia ya tres años, fue encontrado sin vida  en zona residencial donde vivía. Los vecinos del lugar encontraron su cuerpo a primera hora de la mañana, sentado en un banco de su propia calle. Al parecer, y según todos los indicios el Sr. Clark había tenido graves problemas psicológicos tras el trágico asesinado de su esposa Helen, y de su hija de 4 años, Marie. Ambas encontraron la muerte a manos del que se llego a conocer por como el Asesino del Somerset.
Todo apunta, según fuentes policiales, a que al Sr. Clark le sobrevino un paro cardiaco mientras paseaba la noche anterior.
Según vecinos del lugar era una persona extraña desde aquel trágico suceso que nunca llego a superar, e incluso fue visto por una vecina de la zona aquella misma noche en medio de una fuerte tormenta de agua y viento que azoto la zona la noche anterior, en dirección al lugar donde fue encontrado muerto.
Sus restos encontraran descanso en mañana de hoy en el cementerio de Hoodwood. Allí será enterrado junto a su esposa e hija.

Elyod Holmes
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LAS HADAS


   Natalia no recordaba cuándo que llegó al convento. Con tan sólo dos años una vecina la llevó al monasterio después de que la guerra la hubiera dejado huérfana de madre, una criada forzada por el señorito. Creció al cuidado de la hermana Rosa y la hermana Piedad,  que hicieron de una infancia atípica, unos años de ternura, buenas palabras y comidas sabrosas, en un momento en el que era complicado tener el estómago lleno. A Natalia le parecía una pareja chistosa. Una morena menuda y con la mejor voz del coro, y otra de aspecto nórdico y atlético, de pocas palabras. Ambas de mediana edad.
   Entre arcos ojivales y arquitectura gótico-románica diseñada para la meditación, la hermana Rosa se volcó en la educación de la pequeña, con una pena añadida, la de prepararla para el mundo por si algún día decidía irse. Le enseñó a leer y a pensar. Natalia aprendió a contar con los tomates del huerto, a declinar latín por las paredes de la iglesia y a comprender la historia del arte desde el mismo claustro que aparecía fotografiado en los libros.
   Una tarde, durante la merienda, Natalia preguntó a su maestra:
   ―¿Las brujas existen?
   ―No creo ―contestó, con la certeza de que no satisfacía su curiosidad.
   ―¿Y a quién quemó la Inquisición?
   ―Ay hijita. Eso nunca debió haber ocurrido. Va en contra de la Biblia.
   Natalia pensó sobre ello. Miró con perspicacia a la hermana Rosa.
   ―Entonces... Usted no cree en la Iglesia ¿Por qué se hizo monja?
   La hermana Rosa estalló en risas.
   ―Muy aguda.... A ver... ―dijo, intentando buscar una respuesta coherente―. Cuando tenía tu edad me daban miedo las brujas, así que preferí creer en las hadas y las buscaba detrás de los robles. Luego me hice mayor y mi papá decidió que debía ingresar en el convento, así que creí en Dios.
   ―Yo creo en Dios y en las hadas ―sentenció Natalia mientras se zampaba unas rosquillas.
   A los diez años, Natalia, menos alta y desarrollada que las niñas de su edad, cayó enferma de gravedad. Era una patología rara para la que no había diagnóstico, un adelgazamiento extremo motivado por una intolerancia a los alimentos básicos. Natalia, sudorosa, no tenía fuerzas para sujetar el termómetro con su boca, y entre delirio y cansancio, su cultura religiosa le hacía pensar que aquello era un castigo. Llevaba semanas en cama, acompañada de la suave mano de la hermana Rosa, cuando le preguntó:
   ―¿Qué he hecho mal? ¿Es que Dios ya no me quiere?
   ―No linda ―le consoló, acariciándole el pelo y la mejilla―. Algo habrá que podamos hacer, ―añadió, disimulando su preocupación.
   Mientras, la hermana Piedad vigilaba a Natalia y a la hermana Rosa, que también había dejado de comer y a quien había escuchado blasfemar a escondidas ante la cruz. Rosa había perdido cualquier sentido de la realidad y de la disciplina, y tan sólo guardaba la compostura ante Natalia. Piedad sabía que aquella monja obstinada de izquierdas bailaría ante la tumba de la mismísima superiora antes que ver morir a la niña. Y no se equivocaba.
   A Rosa, de monja le quedaban el hábito y el voto de castidad. Un cielo sordo a sus súplicas le llevó a desafiar a quien casi consideraba un tirano insensible. Juró desobedecer todos los mandamientos, excederse en todos los pecados y no pedir perdón.
   Ocho años de cuidados diarios habían despertado en la hermana Rosa un instinto protector que no conocía. Antepuso los intereses del ser más lleno de gracia a los de cualquier Todopoderoso. Había sobrepasado el límite. No era su educadora, era su madre. Tan sólo le quedaba un último acto de fe.
   Estaba a punto de amanecer cuando Rosa despertó a la hermana Piedad y le dijo con voz rota y nerviosa:
   ―Anoche soñé con la virgencita de Fátima. Tenemos un trato. Me está esperando y no regresaré. Dentro de unos días la niña estará bien. Dale esto.
   Le entregó un pañuelo blanco perfumado que guardaba un objeto alargado, una virgen de apenas seis centímetros sostenida por una pieza de madera. Piedad no intentó persuadirla. Tantos años en silencio habían desarrollado entre ellas un lenguaje visual extraordinario. Rosa le pidió con la mirada que se hiciera cargo de la niña, como diciendo: 'Protégela con tu vida'. La hermana Piedad asintió con seguridad, apretando un labio contra el otro y reprimiendo su emoción.
   Dos días después Natalia abrió los ojos y sintió como si hubiera salido de un sueño muy profundo. Tenía apetito y engulló un vaso de leche con galletas que, sin ella saberlo, había preparado la hermana Piedad. Seguía teniendo hambre y, mientras pensaba en cocidos y jamón, vio penetrar un rayito de sol por la ventana. Saltó de la cama, sorprendida de su propia energía, y levantó la persiana. Sintió el calor en su cuerpo. Algo más le maravilló, no estaba sudando. Aquello le pareció el síntoma inequívoco de que estaba sana.
   Salió corriendo por el pasillo con su camisón blanco y largo hasta los tobillos gritando:
   ―¡Hermana Rosa, hermana Rosa! ¡Ya no sudo!
   Pero la hermana Rosa no estaba. Ni en su habitación, ni en la cocina, ni en la sala de música, ni en la capilla. Allí se encontraba, rezando, la hermana Piedad, esperándola. Arrodillada y apoyando la frente en un puño de dos manos, sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Levantó la cabeza, para agradecerle al divino, giró la cara, para ver al ángel recién llegado, y por primera vez en sus años de clausura corrió a abrazar a alguien.
   Natalia no había percibido nada extraño y repetía ansiosa:
   ―Estoy curada, estoy curada.
   Pero tras las alegrías llegó el momento en que Natalia preguntó por la hermana Rosa. La hermana Piedad le pidió que se sentara, sacó el pañuelo con la virgencita de su bolsillo y, en forma de cuento, le explicó:
   ―Había una niña tan buena que la virgencita la quiso para ella, pero era una niña muy importante y nadie quería que se la llevasen. La virgencita estaba triste y la hermana Rosa le dijo: 'Yo estaré contigo siempre, si dejas que mi Natalia viva'.
   Natalia era demasiado pequeña para asumir aquello. Negó la evidencia, pataleó, peleó con algún banco y echó a correr. Subió al monte, esperando que detrás de cualquier árbol saliera la hermana Rosa para decirle que todo iba bien. Se tumbó junto al arroyo en posición fetal y, cuando los ojos le escocían de tanto llorar, permaneció en silencio. Entre las hojas que caían y el escaso viento, notó una presencia y escuchó una melodía, como si un hada estuviese cantando. 
   Un día antes, la hermana Rosa había logrado llegar hasta Fátima, donde suspiró por última vez. Durante los segundos previos a la expiración, quedó envuelta por el recuerdo de Natalia. Y pidió verla una vez más.

Aina Pons
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA CIUDAD SIN ALMA


El cielo vestía un manto negro ribeteado con trazos de pincel rojizos, al fondo, las estrellas se veían extrañamente diminutas y parecían querer escapar de aquel lienzo presidido majestuosamente por la Luna. Imaginé que desde allí contemplaría la ciudad cada noche, inexorable, que sería guardiana y carcelera de secretos inconfesables sin poder librarse del peso del silencio. Me sorprendí a mí mismo boquiabierto y me dediqué una sonrisa cómplice: sabía que lo había presenciado todo. Pensé que sería algo entre los dos, y no dudé en despedirme con un beso envuelto en un gesto extraído de alguna novela de caballerías. Emprendí mi camino sin mirar atrás y sintiendo su mirada clavada a cada paso.
Las calles estaban sumidas en un silencio abrumador, casi ensordecedor. Escuchaba mis pasos de manera hipnótica mientras me abandonaba a mis pensamientos sin reparar en el paisaje que desfilaba a mi camino. El hedor ascendía desde las alcantarillas en nubes de formas y tonos fantasmales.
A medida que me iba adentrando en ella, la ciudad parecía sentirme en sus entrañas y se retorcía en laberintos de callejuelas que sorteé midiendo miradas con sombras que dibujaban siluetas a mi alrededor. Tuve la sensación de que si hubiera acelerado el paso, algo se me habría abalanzado desde la oscuridad, así que seguí caminado haciendo acopio de toda la cordura que pude reunir. Pensé en lo que había hecho, en la rabia que había dejado en aquel lugar. Me relamí los labios en busca del sabor de la sangre, de la venganza. Dejé escapar un alarido de satisfacción. Sería algo que no volvería a recordar una vez que estuviera lejos de aquella ciudad de hombres sin alma. Para cuando alguien se diera cuenta, ya sería un rumor en el viento.
Fue entonces cuando lo advertí. El terror me heló el estómago y sentí un cosquilleo recorrerme la espalda desde abajo hasta la nuca: el angosto callejón en el que me encontraba se presentaba como una sucesión de portezuelas y fachadas de ladrillo q se repetía de forma exacta giro tras giro. La idea de hallarme perdido en un laberinto de piedra en el corazón de aquella tétrica ciudad me envejecía por segundos. Busqué el calor de la luna, pero el callejón era tan estrecho que sólo pude adivinar su resplandor por encima de los tejados.
Pensé en volver sobre mis pasos pero sentí como la oscuridad que había dejado atrás cobraba presencia e iba avanzando hacia mí. En ése momento un susurro me sopló en el cuello y me giré de un salto, quedando orientado hacia la dirección que llevaba desde un principio. Me abalancé sobre la primera puerta que encontré y la aporreé una y otra vez aterrorizado hasta quedarme sin fuerzas. Nadie contestó. Miré de reojo a mi espalda y vi cómo la oscuridad avanzaba una distancia considerable hacia mí. Sentí como si hubiera miles de ojos contemplándome desde los ventanales de los muros que dibujaban el callejón. La certeza de no estar sólo me contrajo el corazón. Avancé corriendo, en busca de una esperanza en aquel túnel de ladrillo y miradas. Al huir sentí a mi espalda la oscuridad persiguiéndome. Pasé minutos recorriendo una y otra vez  el mismo escenario como un bucle, la presencia rozándome en ocasiones, hablándome en lenguas muertas, hasta que en un giro advertí que el número que se alzaba sobre una de las portezuelas que había visto repetirse en mi camino no encajaba en mi memoria. No dudé un segundo y salté sobre ella con un movimiento instintivo. En ése mismo instante, comprobé como la presencia que me seguía se alejaba lentamente y comprendí que me había empujado hasta aquella puerta.
Tuve que frotarme los ojos al contemplar que el número que me había llamado la atención no era tal, sino un símbolo. Una medialuna. Agarré el aldabón con decisión y golpeé con él la puerta que se desencajó en un sinfín de movimientos de cerraduras desde el otro lado. Palpé la puerta con la mano, temblorosa, buscando algún significado oculto en la madera raída, como buscando un as que ocultar en la manga antes de entrar, pero al contacto se abrió rápidamente en un chillido de bisagras que se quejaban de dolor.
Un sentimiento de paz se apoderó de mi cuerpo y avancé hasta el interior sin rozar el suelo. A mi alrededor se formó un vacío infinito, la nada me envolvió de repente. Alcé la vista en la penumbra y fue entonces cuando contemplé el espectáculo más maravilloso que se había dignado a posar frente a mí. La Luna, gobernanta del mismo cielo que recordaba de nuestro último encuentro, se presentaba esplendorosa. La contemplé durante un periodo de tiempo en el que me pregunté si podría dejar atrás lo que había hecho, si podría olvidar cada segundo que pasé pensando en cómo hacerlo. Busqué una respuesta en ella, preguntándole qué podía hacer. Ella clavó su mirada en la mía y comprendí que nunca me dejaría marchar de aquella ciudad, de aquel callejón. Supe que siempre sería un ente en la oscuridad que había sellado un trato con aquel beso, y que sólo me quedaba hacer sentir mi presencia a los transeúntes que, como yo, se adentraran despistados en la noche.
Los secretos que alberga La Luna son el alma de ciudades pobladas de hombres malditos.

Alberto Camacho
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

AGUA, AZUCARILLOS Y AGUARDIENTE


Para nosotros era como si estuviera loco. Todo lo que hacía era rarísimo para un chico de 8 años de edad pero, por alguno de esos misteriosos resortes que mueven los mecanismos de la amistad, éramos sus amigos.
Solía venir al colegio con grandes cuadernos en los que dibujaba, aprovechando la falta de interés con la que aquellos curas nos daban clase, increíbles inventos como la bici-ducha, el barco-tren, y cosas por el estilo; cuando nos juntábamos para pegarnos pedradas con los de "A" –nosotros éramos de "C"-, él desaparecía sin dejar rastro; veía un chicle en el suelo, y lo cogía para metérselo en la boca entre expresiones de asco por nuestra parte; y cuando se sentía contento, se ponía a cantar a voz en grito alguna zarzuela, gesticulando como si fuera un importante intérprete del género chico, y haciendo él todas las voces:
El aceite de ricino
ya no es malo de tomar.
Se administra en pildoritassss
y el efecto es siempre igual.
Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad.
¡Essss una brutalidadddd!
¡Esss una bestialidadddd!
La verdad es que sí: era un tipo verdaderamente raro; y nosotros le apreciábamos sinceramente, aunque no entendiéramos la mitad de las cosas que hacía.

Recuerdo que a su pupitre le llamábamos todos el "selvicajón", porque en él guardaba las cosas más inimaginables, escondidas entre libros de texto y cuadernos. A veces, en medio de una clase, levantaba la tapa de uno de esos viejos pupitres, que todavía tenía el agujero para el tintero, y sujetándola con la cabeza entornada hacia mí, me llamaba.
- eeeeh, eeeeeeh, ¡mira!
Levantaba yo también la tapa de mi pupitre para ocultarme de la vigilancia del profesor y, haciendo que buscaba algo en él, miraba qué es lo que quería mostrarme: un día eran hormigas guardadas en una caja de cerillas; otro su pequeño cactus, que todavía aún hoy me pregunto cómo duró tantos meses en aquellas condiciones. Solía tener también algún gusano que se enroscaba perezoso a los lapiceros; lagartijas que se le escapaban corriendo entre las risas disimuladas de sus compañeros...
No faltó la ocasión en la que, en medio de estas exhibiciones, sintiéramos que una enorme sombra se cernía sobre nosotros, y a continuación notáramos en nuestras propias cabezas cómo el dueño de tal oscuridad, que no era otro que el Hermano Artola, apuñaba con fuerza las tapas de aquellos pupitres chocándolas contra nuestras cabezas...
- Nos ha hecho un Mazinger... –decía mientras se masajeaba con una mano la cabeza y, como si no hubiera pasado nada, seguía a lo suyo tan ricamente.
De lo que fue de su vida una vez que abandoné aquél sórdido colegio de curas sólo lo supe por terceros, y todo ello tenía siempre un regusto legendario, aunque viniendo de él tampoco me extrañaba nada: que si se había ido a un kibutz, que si se había hecho misionero... Y así fueron pasando los años, hasta que su recuerdo, como el de mucha de la gente que desfila por nuestras vidas, fue disolviéndose en ese confuso brebaje que es nuestro pasado...
Hará cosa de una semana me lo encontré mientras paseaba por la ciudad, realmente fue él quien me reconoció, pues yo fui incapaz al principio de adivinar quién era ese religioso barbado y con tonsura, que parecía salido de un Zurbarán y me saludaba con tanta efusión.
Según me contó venía a visitar a su familia, ya que vive en otro lugar donde trabaja como traductor de hebreo y profesor en una Universidad. A pesar del tiempo que había pasado, por un momento me pareció que seguíamos siendo los mismos, que en lo más profundo de sus gestos y palabras permanecía el sedimento de aquello que había sido cuando éramos unos críos. Imagino que, hasta cierto punto, él también vería algo de eso en mí.
- Bueno, -le dije mientras nos despedíamos-, me alegro un montón de haber vuelto a verte, y me alegro sobre todo de saber que te va bien, de verdad,...
- Gracias, lo mismo digo, y espero que volvamos a encontrarnos antes de otro cuarto de siglo.
Cuando ya nos separábamos siguiendo cada uno nuestro camino, detuvo su paso, se giró y me llamó.
- ¡Oye!
- ¡Dime! – le respondí mientras me daba la vuelta.
- Que hay algo que se me olvida decirte.
- ¿Qué?
- Que todavía nadie se ha dado cuenta del talento que tengo para la zarzuela –se llevó la mano al pecho, y alzando el pulgar al cielo comenzó a cantar:
Junto al puente de la peña
por la noche la encontré,
y su guante chiquitito
le cayó a los pies...
Para nosotros siempre había estado un poco loco, pero lo apreciábamos. Seguramente porque cada vez que estábamos con él, conseguía dibujar una sonrisa en nuestra boca y dejar una profunda sensación de paz en nuestro interior.

Charles de Batz
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA LEYENDA DEL GUERRERO DE LA HERMOSA LUZ


Un hombre yace en el suelo en la exhalación final de la Gran Batalla con una herida mortal en el pecho. Aún está consciente y se aferra a la espada pues sabe que va a morir.
La luz de su alma, de su cuerpo, poco a poco se apaga mientras su sangre se convierte en un río surcando las profundidades de la tierra que juró defender.

El Guerrero de la Hermosa Luz va a morir frente a la Oscuridad pero no ha perdido, el sacrificio no ha sido en vano, él lo sabe, ahora todos lo saben, la Luz siempre se abrirá camino entre la vasta oscuridad, ahora todos los Guerreros de Luz saben que siempre podrán volver a este mundo hasta recuperar la plena luminosidad de su alma, para volver a convocar una nueva guerra y una nueva inundación cuando sea la hora, hasta que de nuevo la humanidad recuerde su verdadero origen y su verdadera misión.

El Guerrero de la Hermosa Luz se muere, su rubio cabello se ensombrece al igual que la palidez de su piel, apenas siente el profundo dolor de la carne desgarrada y de los huesos rotos, y, ante el umbral, vuelve la vista atrás para contemplar el futuro, y, a lo lejos, divisa la marcha de un pueblo rojo a través de un estrecho de agua y hielo hacia un continente joven y fértil, divisa formidables cadenas montañosas y vastas llanuras doradas a lo lejos... Las brumas le nublan la visión pero aún alcanza a distinguir la presencia de un gran animal paciendo en la hierba, desde donde un rumor le cautiva: tatanka, tatanka, tatanka... mientras un águila lo contempla desde el cielo en la hora suprema de su partida.

El Guerrero de Luz ha muerto y el rastro de su memoria se pierde en el Tiempo...

...Bajo las Colinas Negras norteamericanas, una mujer roja alumbra un hijo con la huella de un águila volando en los labios. El recién nacido llora con fuerza y un perro lobo se le acerca y le calma lamiéndole las manos. Entonces ella lo limpia, lo amanta y le da a su hijo su primer nombre: Sunkmanitu Tanka Okiya

Kimimela
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA ESPUMA DEL MAR


Cuando la espuma del mar no te deja ver la ola.... O te metes con la tabla contra viento y marea. O te sientas en la orilla hasta que la espuma baje. Eso sí, puede llevarte todo el verano.

El viento húmedo de la costa, arrastra con su fuerza, agua, sal y arena. Factores todos que corroen cualquier superficie. Blanda o dura.
Le pega en la cara. Lo despeina. Le seca los ojos. Ignacio se para firme, y deja que el viento siga golpeando atrevido contra su cuerpo humedecido. No ofrece resistencia. No puede hacer nada por evitarlo. Ante eso, elije entregarse. Quedarse ahí parado, estático, y prestar los oídos a la desidia del aire que viaja a velocidad acelerada.

Pocos discutirían la inutilidad de una tabla parada a orillas de cualquier mar, por más oleado que se encuentre. Es claramente más productiva la experiencia, y las heridas hechas en la lucha contra las olas, que las provocadas por un viento que erosiona durante una espera sin final.
El mar devuelve a Ignacio años de faltas. La playa brinda el refugio que la realidad no le permitió armarse en años de esfuerzos. Y de desencuentros. De buscar sin encontrar, y de encontrar lo que él no buscaría.
El resguardo aparente que brinda la fuerza de enfrentar el enojo de Poseidón, tan metafórico. Ignacio mira el mar. Ya no guarda la cuenta de la cantidad de veces que salió vivo de entre las olas. Cada cosa que enfrentó Ignacio en su vida, le opuso olas gigantes. E Ignacio las fue pasando con la tabla de la supervivencia que se iba construyendo. Representa cada día en la vida de Ignacio ese mar que es distinto con cada luna.

Una vez más Ignacio se para frente a ese mar, gigante como todos los desafíos que se ha propuesto. Tan solo. Tan acompañado a la vez.
Al igual que con los desafíos, mientras de más lejos ve el mar, más grande le parece. La enormidad siempre se reduce a medida que Ignacio se sumerge.
Pero Ignacio está, una vez más, mirando el mar desde la orilla. Desde afuera. Recordando las veces que salió airoso de él. Y como al momento de poner la cara a los desafíos, el roce de la espuma le hiela los pies.
Porque algo que está claro por su propia naturaleza, y por la sola experiencia de ser vivido, es que hace más al alma y al corazón la tranquilidad que puede brindar a la conciencia saber que uno hizo lo que estaba a su alcance. Eso, antes que la sensación de estar seguro de que uno no se va a lastimar por no moverse. Sensación falsa, ya que la inactividad provoca callosidades donde no se perciben más que con el tiempo. Huellas de la falta de experiencia. Y de sentimientos.

Hay momentos en los que hasta los más fuertes son vencidos. Y no siempre por la ola más grande. La fortaleza no está en no caer. Es fuerte el que puede volver a levantarse, adquiriendo de lo vivido la destreza suficiente para enfrentar los siguientes desafíos.
Ignacio toma la tabla con fuerza. Siente una vez más el viento contra su rostro. Se pasa la lengua por los labios. Saborea la sal, y la traga. Siente nuevamente la espuma en los pies. Ese resto de ola que ya no está tan frío.
La espuma se va convirtiendo en ola. A medida que Ignacio entra al mar, eso que le helaba la sangre se vuelve parte de él. Como las cosas que le tocó enfrentar siempre. Tan ajenas hasta el momento en que él mismo las hacía propias, metiéndose de lleno en el problema, para de una vez por todas llegar a su solución.
Con esa misma convicción, Ignacio entra al mar. Y cuando ve que la fuerza de las olas no lo dejará seguir corriendo, hace una maniobra que le deja la tabla debajo de los pies. Ignacio empieza a burlar las olas. Siempre arriba de ellas, manipulando. Hasta que la ola que opera se empieza a desarmar. A hacer cada vez más chiquita, como pasa con los problemas cuando uno los enfrenta. Entonces Ignacio ve otra ola que se forma detrás. Fuerte, combativa, frontal. Allá va él a enfrentar la ola. Una sola maniobra es necesaria para dejar la ola pequeñita en el olvido, y empezar a sentirse único sobre la nueva cresta. Ignacio está pleno. Esos momentos lo hacen sentirse puro. Cuando manipula la ola desde arriba, parado sobre su tabla.
De repente gira la cabeza hacia el horizonte, y ve otra ola más. Ésta parece todavía más increíble que la anterior. Siente cada ola como un desafío que está dispuesto a enfrentar. Y ante el cual está dispuesto a triunfar. La pasa, la maneja. La maniobra, y otra ola todavía más fuerte.
El mar parece haber entendido el desafío de Ignacio, y cada vez se muestra más dispuesto a dar batalla. Manteniéndolo en la cresta, a incalculable distancia de la superficie terrestre, parece no dejarse dominar más.
De repente la tabla empieza a temblar. Se agita, pero no lo hace perder el equilibrio. Al menos no la primera vez. Otra sacudida. Ignacio extiende un poco más los brazos. Se concentra. Siente. Siente el mar. Siente la ola. Siente la espuma. Siente el movimiento. Siente el desafío. Siente la fuerza. Se siente él.

La ola lo hace revolcarse. Por suerte lleva la tabla atada a su muñeca. Hace una maniobra, y la pone nuevamente debajo de sus pies. Intenta pararse. Pero no puede. Ese mar que parecía tan tranquilo, está ahora traicionero, jugando con la fuerza de Ignacio.
Otro intento. Otra ola. Otra vez la tabla golpeándole el cuerpo. Otra ola pasando por sobre su cabeza. Otro poco de ese mar traicionero. Otro poco de sal en los pulmones. Y la perseverancia de Ignacio, que nunca se rinde ante las adversidades de la vida.
Concentración. Resistencia. Decisión. Otra maniobra. Y otra vez la tabla debajo de los pies. Ignacio logra pararse. Ignacio maneja una ola, casi como lo hizo con muchos de los problemas de su vida. Evita una cresta.
Ignacio sabe que una vez empezado, hay que terminar. Ve la ola que viene detrás. Sabe que no es la más grande que vio en su vida. Pero se cree invencible, único. Se le anima a la ola, que no es la más increíble que ha visto, pero no es una ola cualquiera. Todo dura segundos, pero parecen horas dentro del mar. Primero la mira. A Ignacio le gusta esa ola. Está dispuesto a llegar a ella. A manejarla, conducirla. La ola va directo hacia donde está Ignacio. Y él va a la ola. Una maniobra alcanza para operar la ola.
Concentración. Resistencia. Decisión. La tabla debajo de los pies. Ignacio maneja la ola, casi como lo hizo con muchos de los problemas de su vida.
Ignacio empieza a burlar la ola. Siempre arriba de ella, manipulando. Fuerte, combativo, frontal. Otra vez se siente único sobre la cresta. Ignacio está pleno. Manipula la ola desde arriba, parado sobre su tabla.
Ignacio está dispuesto a triunfar. La pasa, la maneja. La maniobra.
Ignacio siente. Siente el mar. Siente la ola. Siente la espuma. Siente el movimiento. Siente el desafío. Siente la fuerza. Se siente él.
Ignacio, que nunca se rinde ante las adversidades de la vida.
La ola lo mantiene en la cresta, a incalculable distancia de la superficie terrestre. La ola, que parece no dejarse dominar más.
Nuevamente el mar que lo hace revolcarse. La tabla sigue atada a su muñeca, pero esta vez las maniobras, a pesar de la convicción con que son efectuadas, no logran ponerla debajo de sus pies.
Ignacio insiste. Lucha debajo de la ola. Persevera. Se concentra debajo de la espuma. Ignacio resiste. Otra maniobra fallida. Más sal en los pulmones.
Ignacio, que nunca se rinde ante las adversidades de la vida, deja de hacer fuerza inútil.
Ignacio sonríe... y se ahoga.

      
Lucifer
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

UN ACCIDENTE


-   Me mandas un mensaje cuando aterrices, ¿verdad?
-   Claro, amor. Un beso.
-   Un beso, chau.
El colgó y suspiró profundamente. Hay que hacer algo, hay que hacer algo ya, qué pena de verdad, con lo lindo que está siendo todo esto, qué pena tener que cambiarlo todo. Las veces que la veo, ya leo en sus ojos este enorme deseo de arruinar mi mundo, ganas de rutina, instintos de hembra, con lo lindo que está siendo todo ahora, qué pesar. Habrá que hablar con ella cuando llegue de su dichoso viaje, pero la pregunta es ¿cómo decírselo? Te quiero, pero no te quiero a mi lado. Te quiero mucho, por eso no quiero que eso termine con un simple vivieron felices y comieron perdices, porque en los cuentos los perdices te los sirven ya preparados, y en la vida real hay que cazarlos y pelarlos y freírlos y luego ¿quién lava hoy los platos? y son cosas que matan todo el romanticismo de una relación.
Con lo lindo que está siendo esto, él viviendo en su país y en su mundo, tampoco se aprovecha de que ella no esté cerca para hacer cochinadas, vamos, respetar a tu pareja es respetar a ti mismo. Y allí está ella, al otro lado del mapa de Europa, Dios sabe si es Europa o no donde ella vive, pero está bien, o eso dice, y lo estará, porque pocos se pueden permitir viajar lo que ella viaja para verlo, o sea, tendrá sus recursos y su trabajo y sus amigos... Y esos encuentros tan románticos en el Mediterraneo, en el Mar Negro, en Roma, en París, esas pequeñas lunas de miel de 4 días donde no hay vajilla que lavar ni perdices que cazar. Ella es la mujer de su vida, tarde o temprano estarán juntos, pero ¿por qué tiene que ser ahora, cuando todo está siendo tan lindo?
   Una llamada telefónica lo saco de los pensamientos. Era solo la primera del día, el teléfono no pararía en toda la jornada y quien sabe si entre tanta cosa que hacer se daría cuenta del YA LLEGUE que él mismo le había solicitado.
   El mensaje nunca llegó. Marcó su número pero la voz automática (parece la misma voz de la misma mujer multilingue que te habla de todos los teléfonos del mundo) le comunicó que la persona solicitada se encontraba fuera de la cobertura. Se quedó disgustado, tenía una gran necesidad de hablar con ella, cosa que le pasaba cada vez que se sentia culpable tras haber mantenido una larga plática consigo mismo sobre la imposibilidad de tener un futuro juntos. Se le descargó el móvil, pensó. Qué irresponsable. Sabiendo lo que yo me preocupo por ella.
A la mañana siguiente su móvil tampoco respondía. Entre enfadado y preocupado, se conectó para ver si había algo en el correo, pero el buzón no mostraba señas de tener contenido nuevo que no fuera spam. Se enfadó de verdad. La página de las noticas que solía consultar a diario mostraba fotos desgarradoras de un avión caído, caras asustadas de los que esperaban a los familiares ya difuntos en el aeropuerto de Moscú y el rostro serio de un ministro dándoles su pésame. NO PUEDE SER. Sí puede. Consultó el horario del vuelo caído, intentó ver las listas de los difuntos que resultaron disponibles solo en cirílico que nunca pensó indispensable entender. Se quedó mudo. ¿Será podible de verdad que esta voz que que hace menos de veinticuatro horas le había prometido mandar un mensaje que no era más que una cortesía a fin de cuentas, porque si uno sale de viaje siempre regresa, sería posible de verdad que esa voz no volvería a sonar nunca más? Cerró los ojos y tras el recuerdo de su voz apareció el recuerdo de su rostro, su pelo, su cuerpo desnudo al lado de él en las camas de París, Roma y Madrid, siempre sonriente, siempre feliz y últimamente esperando las palabras que nunca llegaron. Este cuerpo que tanto amó, ¿en qué habrá quedado tras el accidente? Intentó imaginar la masa deformada de huesos, sangre y carne, pero encima de la terrible visión seguía su cara sonriente con la pregunta muda en los ojos. ¿Hasta cuando, amor? ¿Hasta siempre?
Intentó pensar fríamente. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Debo ir ahora a Moscú? Y si me presento, ¿qué le digo a su familia? Hola, soy el tipo de la foto que estuvo tirándole a su hija (sobrina, hermana) por toda Europa. Encantado de conocerles, que pena que sea en esas circunstancias. Su hija (sobrina, hermana) fue un encanto. ¿Y su futuro? ¿Cómo influirá lo ocurrido en su propio futuro? Ella ERA la mujer de su vida, ¿podrá volver a tocar a otra mujer, volver a tener una relación? No vaya a  ser que lo persiga el fantasma de huesos y sangre que él mismo acabó de inventar...
Se hizo un café y lo virtió en el fregadero. Bonita manera de calmarse los nervios ingiriéndose una dosis extra de cafeina. Ella decía que el café le hacía tanto bien que lo tomaba para despertarse y para dormir, para calmarse y para excitar el sistema nervioso. O simplemente por el sabor, para ser esa mujer con sabor a café, como se decía ella. No, no es posible que ahora que no esté me persiga por cada rincón de mi casa, que en cada taza de café o cada relato de Cortázar aparezcan sus rasgos que no me dejarían vivir tranquilo sintiéndome tan culpable como me siento. No sería justo, la amé como pude.
Podías haberme dado más, sonrió el fantasma. Podías haber cumplido lo que yo añoraba, maldito egoista. Todo lo que pasó fue por tu culpa, porque si no fuera por la necesidad de viajar cada cuando para esas dichosas lunas de miel que nos pegábamos, yo no estaría trabajando tanto. Si trabajara menos, no habría tenido que emprender este viaje del que no regresé. Y eso que me decías que me querías y que era para nuestro bien. Si solo supieras lo que me costaba seguir sonriendo cuando nos despedíamos en los aeropuertos, cuando me decías hasta la próxima y yo sabía que en esta próxima tampoco te atreverías a decirme QUEDATE, o VENTE CONMIGO, porque así se alteraría esa vida que tanto te gustaba llevar, se cambiaría tu mundo, pues bien, ahora que no estoy crees que te liberaste de mi, ¡qué fallo! Ahora siempre estaré ahí, en tu conciencia, o subconsciente, o como diablos se llame eso donde estoy y ya verás que te hubiera convenido mucho más estar ahora viendo las noticias del accidente sin darles mucha importancia, vaya, otro avión se cayó, que pena, pobre gente, ¿quieres un café, amor? gracias, ya sabes que sí.
Sacudió la cabeza inentando hacer que desapareciese la imágen que ahora parecía más viva que la propia mujer que tras abandonar su vida físicamente estaba tan empeñada en convertirla en una pesadilla después de su muerte. Pude haberte dado más. Ya es tarde, y la vida sigue. Si pudiera volverlo todo atrás, te gritaría QUEDATE CONMIGO, pero ya no hay como. Perdóname, amor. Si solo pudiera...
El mensaje llegó a las tres de la madrugada. YA LLEGUE LUEGO T CUENTO X LO DL ACCIDENTE CANCELARON LS VUELOS L MIO TMB BESOS AMOR. Su primer pensamiento fue MIERRRRRDA, luego sin saber bien por qué hizo la señal de la cruz y estuvo un rato con el móvil en la mano pensando como contestarle. BESOS AMOR. Ya hablaremos mañana. Aunque por otra parte, no es una conversación telefónica. Mejor en Londres, que nos veremos en un mes en Londres y ahí hablamos. De todas formas, hay que pensarlo con la cabeza fría. Ya hablaremos. Metió el móvil debajo de la almohada y se durmió haciéndole caso omiso al fantasma de sangre y huesos que le seguía sonriendo desde algún lugar recóndito de su conciencia o subconsciente o como diablos se llame eso donde viven los espíritus que no queremos ver ni escuchar.

Soledad Dominguez
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

ELENA


Sus ojos se iban despidiendo lentamente de la consciencia. Yacía en una cama anciana, en ambas mesitas que escoltaban el colchón reposaban marcos sin fotos, Elena decidió borrar unos recuerdos que dejaron de pasar por su corazón hace ya mucho tiempo y que la dejaban en flaqueza, ella siempre achacaba esa debilidad a la sed de los niños de su vecindario.
La precariedad de sus familias les impedía disfrutar de los batidos que vendía el doctor cuando a golpe musical pasaba por la manzana con su bata y furgoneta blancas. En las noches oscuras esos niños  y niñas se escapaban de casa con las mugrientas pajitas de los batidos que otros niños se podían permitir y habían arrojado al suelo, y se colaban en casa de Elena.
Ellos sabían que Elena estaría enjaulada sin llave en su periplo voluntario hacia una inconsciencia que trataba de sobrevivir agarrándose al cuello de sus arterias. Entraban casi todas las noches oficiosas hormiguitas empuñando la sucia pajita multicolor y cuando el primero de ellos giraba el pomo de la muerta de la habitación con la cautela y sigilo del cobarde francotirador, una leve luz violeta penetraba sus ojos convirtiéndolos en grandes platos vacíos con pecas de pan marrón, verde y azul.
Una vez Elena se despertó y pudo ver a través de aquel zarpazo entre la puerta y la pared cientos de ojos con pupilas que abrían la boca enseñando blancas y brillantes pirañas dispuestas a desnudar cualquier cuerpo. Ante la sorpresa Elena se sobresaltó y los niños y niñas se convirtieron en blanca efervescencia que las grietas del suelo de madera se tragaron.


Elena nunca tuvo tiempo de agradecerles por haberla devuelto a la consciencia. Pero aquella noche, como casi todas, Elena no se despertó y aquel zarpazo en la pared comenzó a vomitar pequeñas sombras que infestaron el dormitorio. Sólo la tenue luz de escasos rayos besando la ventana que velaba el mudo tormento de Elena dibujaba parte de un puzle que había sido visitado en múltiples ocasiones por las polillas; pelo enredado, dientes rotos, collares incompletos, camisetas de colores que viajaban hacia el gris, pantalones mordidos y uñas negras rodeaban a Elena en un carroñero círculo perfecto.

Ciencafés
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

CRÓNICA DE UNA MADRE


Midiendo sin vara la felicidad que una vez hizo ebullición en mi sangre, esta tarde veo las calles converger irremediablemente en ángulos rectos en el barrio de Belgrano, los negocios exhiben las vidrieras  de colores como si un arco iris se hubiera prendido de cada una de ellas. Es sábado, y desde temprano los cafés humean aromas de personas y  tazas. Espero, como siempre espero. Voy a encontrarme con la periodista de un diario pequeño, se llama Valeria, creo a Lucas le gusta,  la cité frente a La redonda, esta típica iglesia que a la tarde se rodea de artesanos, un lugar que en particular evoca algo de Inés, esa ligera bohemia que la envolvía
Me encanta pasear por las calles aunque echo  de menos el pueblo, aún en ratos como éste en que quiero olvidarlo todo, pero  la ansiedad sigue prendiéndose  en el fondo de mi corazón buscando desesperadamente en los ojos de todas las mujeres los ojos de mi  hija o de mi nieta. Algunas veces pensé que estaba cerca de encontrarlas  pero fue simplemente una ilusión. No. No las encontré, ni encontraré  nunca los ojos de Inés en las miradas de los miles y miles de seres que se cruzan en mi  camino, porque sus ojos están ahogados.
Para mí el mundo se ha convertido en algo  remoto del que sólo me quedan unos cuantos retazos. Fue necesario reunirlos en esta larga travesía de  horrores y errores para poder permanecer en la cordura. Primero lo hice con mi  marido, luego ayudada por Matilde y por último en compañía de Lucas, mi gran compañero, mi nieto, transformado en un luchador incansable, peleando por la búsqueda de la verdad,  atravesando  historias que abrían paso a otras historias. Sin embargo, estoy segura que el hallazgo de Candela es inminente y ni  él ni yo descansaremos  hasta encontrarla.
Aún Buenos Aires es   hogar de los asesinos de la alegría, se cubren bajo los retablos dorados de las iglesias, en realidad, la ciudad de ellos es un mundo sombrío, porque la  historia que  han escrito es   una historia de aflicciones e interrogantes  que yo recorro  gastando suelas y vida.         
Recuerdo  el día en que los grillos enmudecieron en Andecito cuando sonó el teléfono y esa voz anónima nos habló  de de Inés. Todos los caminos se volvieron radiales, Los faroles se amordazaron, y entre la hierba de los jardines crecieron ramilletes de  sangre. Inés se había esfumado, sin huellas, sin retorno, y la lluvia de ese día fue sólo una lágrima que se anticipaba como un cuerpo extraño.
La joven de la entrevista entró al bar, pidió un café  y casi con vergüenza le preguntó:
_ Marta me va a perdonar por ser tan cruda, pero..., ¿Qué se siente tener una hija desaparecida?"
Marta bajó la cabeza buscando la verdadera respuesta ante tanta contundencia.
_Cuando se fue de Andecito estaba  más preciosa que nunca, se lo comenté a  mi marido. Estábamos orgullosos que  fuera a la ciudad para estudiar en la universidad.
  Marta tenía  los ojos nublados pero una entereza conmovedora
_Sé que a mi Inés la han asesinado, Valeria. No tengo palabras para describir el día de la inhumación de catorce cadáveres pertenecientes a NN en fosas comunes en el cementerio de Moreno. Las bolsas que contenían los huesos exhumados quedaron abandonadas en distintos depósitos o fueron enterrados nuevamente. Los informes señalaban gran cantidad de tumbas de NN en numerosos cementerios del país, pero ninguno pertenecía a mi Inés, aún así plegué mis brazos y recé por ellos.
Como madre de Plaza de Mayo expusimos que si nuestros hijos fueron fusilados con sus compañeros, ahí iban  a quedar. Porque ellos murieron por un ideal, por querer algo mejor,  para nosotras el afecto impresionante que tenemos por nuestros hijos, no es justamente buscar un montón de huesos. Nuestros hijos son otra cosa, han pasado a ser otra cosa, están en todos los que continúan en la memoria, como eran cuando desaparecieron. Seres humanos concretos, amados. Jóvenes de una generación destruida por miserables.
Luego hubo denuncias sobre inhumaciones irregulares en  diecinueve cementerios más a los que asistí con Lucas. Él me sostuvo con su fuerza espiritual para no caer el in cordura, en seis de éstos no se logró especificar el número de muertos NN involucrados y para los  trece  restantes se denunció un total de 1341 casos., en otros se exhumaron los restos de 598 personas, 23 de las cuales fueron identificadas. En fin, una cifra que no podré olvidar:1.939 cuerpos más Tampoco estaba mi Inés entre ellos. Por eso confirmo que ella fue arrojada al Río de La Plata, en un vuelo de la muerte, pero quiero que todos sepan, si usted lo escribe, que trabajaré sin descanso en la búsqueda de mi nieta. Se llama Candela, no sé si es el nombre que hoy tiene, pero para nosotros se llama Candela.
El reportaje siguió y Marta respondió a cada pregunta con la fuerza y entereza que la caracterizaban. Luego, se reunió con Matilde y emprendieron un largo recorrido por calles ajenas sin que supieran hacia dónde iban. Un viento cálido, inusual, las empujaba junto a las hojas que se empeñaban en dar círculos sobre la vereda como imitando los jueves de Marta en la Plaza de Mayo.
_Y se la llevaron  a ella antes, Matilde ¿Por qué me la llevaron así?
Tengo grabada en la memoria las  primeras reuniones con las otras abuelas. Yo iría a encontrarme  con un grupo que me recibiría en una casa. Me dieron la bienvenida con una sonrisa y a pesar del dolor estábamos felices de componernos como grupo. Desorientada  yo había llegado a ellas por Eleonora, que estaba buscando a su hijo, ella tenía  ojos azules y una  su sonrisa que te hacía olvidar todo, aunque fuera por un ratito.  Me incorporé decidida a trabajar junto a  esas mujeres increíbles, lo recuerdo como estuviera ocurriendo en este momento.
También tengo presente la confitería Las Violetas, simulábamos un festejo, un cumpleaños, tomábamos el té y cuando el mozo se retiraba sacábamos de abajo de la mesa nuestras cartas, los habeas corpus, nuestros primeros comunicados, esa confitería lleva para mí el sabor especial de lo clandestino. Tratábamos de organizarnos con  alternativas nuevas, y a la vez teníamos que tener mucho cuidado por los seguimientos, nosotras también corríamos peligro, éramos sus madres,¡ que va!.
Yo quería un funeral para Inés. Pero ellos lo hicieron imposible, ni ese gusto pude tener: enterrar a mi hija, disponer de un lugar, un universo para las dos. Pero la vida es así, algunos no llegan a nacer nunca y otros nacen y mueren sin razón, los demás, también moriremos, es imposible escapar al anillo.
Dicen que un momento que jamás  olvidas en la vida es el día en que uno descubre su mortalidad, yo conocí la mortalidad de mi hija tanto como la de Mario. A mi marido se lo llevó la enfermedad, pero a Inés, se la llevaron  esos hijos de **** que me la arrebataron.
Recuerdo bien el funeral de mi abuela paterna, el olor del pino, el aceitoso aroma de los cirios, el ambiente cargado de angustia, esa angustia que se disfraza de pena por el muerto, pero que en realidad es angustia existencial, cruda y punzante.
Yo me hubiera conformado con enterrar a Inés. Lo diré hasta el cansancio.
Este no es el destino final, te lo prometo Inés, en algún lugar nos encontraremos y  al abrazarnos sellaremos de nuevo esa conjunción matemática que se formaba cuando lo hacíamos ¿ Te acordás Inés' ¿ Te acordas hija?
Intento aferrarme con fuerza  al trozo de vida incrustado en tu muerte, pero aún vivo, y me queda Candela. Le puse Candela, porque vos decías siempre que si tenías algún día una hija la llamarías Candela, Juan se reía, Candela, decía, si es nombre de vela,  los dos se unían en una carcajada.
Estuve muchas veces cuando otras abuelas encontraron a sus nietas, Recuerdo que una tarde fuimos como de costumbre a la oficina del Juez, y de pronto nos mostraron  un expediente con fotos de dos nenas, los nombres coincidían con los de las nietas de Alba, habían estado en Casa Cuna. Yo me di cuenta enseguida  de que eran ellas, tenían la misma diferencia de edad que sus nietas. Alba no terminaba de reconocerlas, las veía muy distintas, la más chica era piel y hueso y a la otra le habían cortado el cabello al ras. Pero yo me dí cuenta de que el juez sabía perfectamente de qué eran ellas de las que  hablábamos.
.
Pero ahora Candela viene, es verdad viene, yo hablé con ella, vive en Recife, Brasil, aunque habla perfectamente castellano.
Se la llevaron sus padres adoptivos cuando sólo tenía seis meses. Ellos la recogieron sin saber que era la hija de una desaparecida o al menos eso le contaron, ya lo veremos, lo único que queda para confirmar definitivamente que es mi nieta es que se haga la prueba del ADN, pero yo estoy segura que es ella auque se llame Micaela. Ví su foto, es  parecidísima a Inés, aunque ya pasó a su madre en edad. Mi hija murió con sólo veinte años ¡Que horror¡
¡Va a venir, me dijo que va a venir!, aunque no se atrevió a llamarme abuela.
Siento miedo por su llegada, por mi otra hija, por Lucas, mi nieto, mi amigo, por Matilde que está tan lejos,  por mí misma. Pienso en el tatuaje de mi memoria, todas las imágenes y palabras que tuve que punzarme  cuando las buscaba, ahora  están selladas en tinta roja dibujando la cartografía de mil vidas. Trazo la  geografía de mi existencia  en un álbum familiar que se completará aunque quede alguna hoja vacía y quizá vuelva la tranquilidad de hacer un paseo, preparar una comida de domingo.
  Un álbum que hable del reencuentro y de todos los reencuentros por que yo, no soy sólo yo, sino que en mi piel hay treinta mil pieles que buscan justicia.
Un Álbum que en los momentos más duros y olvidados sea esa familiaridad que necesitemos  para entrar en territorios nuevos cercanos a la sangre y la historia de los que ya no están. Inscribiré el nombre de Matilde en él, porque ella es también, parte de Inés.

Sureña
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LO QUE ME GUSTA (BA) Y NO DE TI


Siempre me ha gustado tu buen humor. Esa disponibilidad que te caracteriza, esa amabilidad que parece impostada -sin serlo-, esa incapacidad para decirme que no a nada. Venías a buscarme al trabajo cada día. Eso me encantaba. Me sentía cuidada contigo, siempre estaba todo bajo control, nunca estaba sola. Esto, ya no sé si me parecía o no agradable. Creo que a veces echaba de menos tener más tiempo para mí. Estábamos siempre juntos, y eso a me ahogaba. ¡Tenías tantos defectos irritantes! ¡Qué ruido hacías al comer! Me sacaba de quicio. ¿Y te acuerdas de cuándo intentaste arreglar la cisterna? ¡Lo peor de todo es que yo ya sospechaba que la ibas a dejar peor! Y qué impuntual eras...¿Sigues llegando tan tarde a todas partes? ¡La cantidad de horas que me habré pasado esperando en el sofá, teniendo cuidado de que no se me arrugara el vestido, mirando la televisión y ojeando el reloj cada quince minutos! Y luego aparecías tan contento, silbando y con los brazos extendidos con intención –no correspondida- de abrazarme. Como nunca te enfadabas por nada...Mira que me ponía nerviosa esa pasividad tuya. Te daba igual que me fuera un fin de semana a Salamanca con Santiago o de cañas con Matías, para ti siempre estaba todo bien. Qué distintos hemos sido siempre. Cuando tú salías con Raquel o con Ana, yo me mordía las uñas hasta que volvías. Luego disimulaba mis celos y los disfrazaba con besos y palabras de bienvenida y tú no te enterabas de nada. Qué dulce y qué ingenuo. ¿Te acuerdas de todas las fiestas sorpresa de cumpleaños que te preparé? Y nunca sospechaste. Disfrutaba mucho organizándolo todo, maquinando cómo invitar a tus amigos sin que te dieras cuenta, comprando el regalo a tus espaldas y escondiéndolo. Luego todas las celebraciones acababan igual, bebiendo...
El otro día, al volver después de tanto tiempo, me sentí rara. Tenía muchas ganas de llamarte. Cogí el teléfono y marqué tu número, pero colgué porque me dio vergüenza. O quizás tuve miedo. Miedo de que no quisieras quedar conmigo. De que te hubieras enamorado de otra. De que tuvieras hijos, o hijas, o hijos e hijas. Me senté en una terraza en el centro, una al azar, no quería ir a ningún sitio que me recordara más a ti. Mientras esperaba a que me trajesen la cerveza me preguntaba si todavía estaría abierto el Estragón. Parece que los locales a los que vas siempre, son también tuyos. Te pertenecen, porque existen gracias a ti. Y tú te fusionas con el ambiente, y ya no se sabe si te gusta el bar por cómo es, o si el bar es así porque tú vas allí. Yo creo que hay una especie de intercambio de esencias.
Ayer fue mi primer día en el trabajo. No había nadie apoyado en el árbol que hay en frente de la puerta principal. Un niño paseaba a su perro. Al pasar a su lado me quedé mirándoles. Si hubiésemos ido juntos habríamos tenido que cruzar la calle. Ahora tengo la libertad de elegir por dónde quiero caminar y de acercarme a todos los perros que me dé la gana. Aunque no sé si he ganado mucho con el cambio. Por más vueltas que le he dado en los últimos días no consigo recordar porqué te dejé. Tienes muchas manías, eres inseguro y tienes poca iniciativa, pero creo que esas imperfecciones nunca fueron un problema. A lo mejor me acostumbré a todo lo que me gustaba de ti y dejó de impresionarme. O a lo mejor nuestra vida se volvió un poco aburrida con los años.  En cualquier caso, ya no importa mucho.
¿Podrás perdonarme? ¿Serás capaz de volver a quererme –si es que ya no me quieres- y de confiar en mí de nuevo? Me gustas y te echo de menos.

Tarta de Manzana
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EL ASESINO DE LA BIBLIOTECA


La había estado esperando pacientemente y, por fin, la vio aparecer en la entrada de la sala principal de la biblioteca pública. Esta vez venía acompañada de otras dos muchachas de edad semejante a la suya, seguramente, estudiantes como ella, pero esto no le representaba ningún contratiempo ya que no le obligaría a modificar o cancelar su "proyecto".
Ya hacía un tiempo que la espiaba. La había elegido a ella, precisamente, por las mismas razones que había pensado en otras jóvenes de características parecidas. Para empezar, era muy atractiva. Poseía un cuerpo armonioso y sonreía de manera encantadora. Durante los días que la había estado espiando se había sentido fuertemente cautivado viéndola moverse con aquella gracia tan especial, llena de sensualidad. De una sensualidad inocente, si  se me permite decirlo. Realmente, era un placer verla consultar sus notas de vez en cuando, o susurrar algún comentario a cualquiera de sus compañeras, procurando no perturbar el silencio casi religioso, reinante en la biblioteca. Tenía unos ojos chispeantes, unos labios seductores y húmedos y una piel de apariencia extremadamente suave. Esta sensación de una suavidad casi etérea, se hacía aún más notable en su cuello esbelto, de líneas estilizadas. Era imposible no reparar en su cuello, y más improbable aún, no experimentar la tentación de acariciarlo, de sentirlo palpitar en la yema  de los dedos. Decididamente, aquel iba a ser el día. No podía ni deseaba demorarlo más.
Las personas, somos animales de costumbres. Yo sabía que a la hora aproximada de siempre, se dirigiría al aseo para tomarse un respiro, y quizás para aliviar, al propio tiempo, alguna necesidad personal. Así fue. Cuando vi. que se disponía a dejar su asiento, me adelanté discretamente y me dirigí hacia los servicios. Por suerte, en aquel momento no había nadie en el de las mujeres y pude introducirme en el mismo sin ser visto por nadie. La rapidez de mi maniobra impidió que un hombre que salía casi en el mismo momento del contiguo de caballeros llegara a descubrirme. Durante unos instantes permanecí quieto, a oscuras, temiendo que mi presunta víctima se retrasara, o que se le adelantara otra mujer acuciada por la misma necesidad. Pero, no. Tal como esperaba, ella empujó la puerta entreabierta y, confiadamente, penetró en el aseo. Antes de que se diera cuenta de lo que le pasaba, mis manos se aferraron en torno a su cuello y comencé a apretar fuerte, muy fuerte, con indescriptible deleite, sintiendo como mis dedos se hundían en la suavidad de su piel, notando como le faltaba la respiración y que, pese a sus desesperados esfuerzos, le resultaba imposible librarse de la mortal caricia. Enseguida, le faltaron las fuerzas y dejó de ofrecer resistencia...

*     *     *

Estaba tan absorto imaginando la escena y saboreando las sensaciones casi reales que le transmitía su cerebro, que no se dio cuenta de que un hombre ya mayor, seguramente un jubilado de los que acostumbraban a frecuentar la biblioteca, le pedía que le hiciera un poco de sitio para ocupar un asiento  disponible que había a su lado.
— ¿Me permite? —le preguntó por segunda vez.
Sonrió amablemente y disimulando su contrariedad respondió:
—Sí, claro, naturalmente.
Iba a retirarse un poco como le pedía, pero, pensándolo mejor, se levantó de su silla y se marcho. De todos modos, ya se había roto el encanto. Tal vez debería elegir otro lugar para eliminar a sus víctimas, sin embargo, le gustaba que fuese allí, precisamente en la biblioteca, rodeado de cientos, de miles de libros que contenían toda clase de historias. Muy especialmente las que detallaban horrendos asesinatos, su preferidas. En aquel lugar le resultaba sumamente fácil imaginar sus propios crímenes. Por el momento, tan solo eran fantasías que tentaban su mente. Pero, quien sabe si algún día...   

Barcino
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EXAEDRO 14-61


Llegó con prisa a su bar favorito, donde tomó tres cervezas bien heladas para ahogar  entre las burbujas el calor de la tarde. Luego de beber su última cerveza, se subió en un ómnibus largo e incómodo. A través de las ventanas pudo ver el sol rojizo que anunciaba la noche mortuoria. Nina se desesperaba  cuando no encontraba una silla con ventanilla, pues sus ojos preferían perderse en el exterior y no en ese interior nauseabundo de personas sudorosas. Podía dejarse seducir por las calles y avanzarlas todas hasta su casa, pero debía llegar pronto a su habitación antes de ser descubierta por Sergio. Esta vez Nina no tuvo suerte. En el viaje fue de pie, apretujada en medio de muchas personas.
Ese día para la estudiante de Taquigrafía su "buena estrella" iba a apagarse, o quizá ya se había fundido hacia el mes pasado, cuando no supo cuántos tragos se tomó y amaneció en la finca de su profesor de Lenguas Muertas. Además,  Sergio abrió la puerta en el momento en que Nina intentaba introducir la llave. Luego, éste le aseguró la captura de los últimos monstruos que vivían en el armario de su cuarto y le disparó un balín de su escopeta de plástico. A diferencia de otras ocasiones, Nina pareció despertarse con el doloroso pellizco del disparo.  El pequeño niño abrió su rostro esperando  los cocotazos en la cabeza. Pero lo único que hizo su hermana, fue dejar el sonido de sus pasos.
Mientras subía cada escalón, Nina recordó cómo bailaron ella y su maestro preferido al ritmo de las trompetas de Azzy Gillespie. Sacudió su cabeza para despejar la memoria y se introdujo por completo en su refugio. Con rapidez se puso frente al espejo donde desnudó su pequeño cuerpo o. Vio su vientre lampiño, notó el leve endurecimiento en sus senos puntudos y sacó el broche que retenía su abundante cabello. No pudo mirarse directo a la cara. Corrió al lavabo y al extraer de un sobre blanco dos numéricos exaedros, los tragó de inmediato. Un sabor amargo le invadió la garganta aniquilando las cervezas bebidas. Nina pensó que era exagerado el sentir cómo se deslizaban y caían los pequeños exaedros en su estómago y empezaban a disolverse.
Maurice apareció al lado del pizarrón explicándole las derivaciones del indoeuropeo.  La espesura de su barba, sus mejillas abultadas y las líneas que surcaban sus ojos lo asemejaban a su padre. Sobre todo cuando éste le repetía con paciencia las variedades de lenguas romances y germanas. Nina se dejó llevar por el vértigo de su belleza y la combinación peligrosa de su juventud. El profesor se había encargado de desenmascararla, justo ese día en el que ella estaba más distraída que nunca. Nina se sonrojó y sin embargo, a manera de susurro dijo: - ¡Me aburre esta sala de clases!- Y  abandonó el lugar. Su aroma se había esparcido por los pasillos del edificio y el profesor, como un perro sabueso olfateó el bar donde Nina escuchaba su música preferida.

Nina humedeció sus dedos índice y corazón para colocar en sus cavernas llenas de vida dos exaedros 14-61. Vino a su memoria el recuerdo de Maurice abriendo sus carnes... No tuvo espasmos, sólo se resintieron sus muslos y terminó tendida en la cama con sus piernas arriba. Un ahora pasó con la mirada fija en sus pies, que se mantenía recostados contra la pared. Nada venía a su mente, estaba en blanco como un muro recién pintado. Apareció de pronto un dolor cervical diferente al orgásmico de otras ocasiones. Sus fantasías eran arrebatadas con afiladas punzadas. Sergio gritaba y disparaba al otro lado de la puerta. Nina ya no sentía compasión o admiración por Maurice. Sus puños arrugaron las sábanas y su desnudez se llenaba de escarabajos rojizos. Un  charco escarlata inundaba la cama y se escurría hacia las tabletas del piso. Nina y sus vestigios se arrastraban por la cama líquida y una maraña de animales se escapaba por las ventanas de su habitación. Sergio retrocedió unos pasos, empezó un tiroteo contra la plaga monstruosa que se escapaba por las rendijas de la puerta, mientras Nina lamentaba no tener el equipo de veneno insecticida de su hermano.

Yellow Brown
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA ELECCIÓN EQUIVOCADA


Romualdo era una suerte de asesino serial y viudo negro. Buscaba mujeres con fortuna, las seducía, se aseguraba la herencia a su favor y luego las mataba.
Ese era su propósito. Una vez no le fue tan bien.....Descubrió a Edith en un restaurant, no lucia tímida pero sí un valioso anillo. Al principio ella no quería conversar con él, pero Romualdo era un gran seductor y la conquistó. En una semana la enamoró.
Era soltera y había pasado muchos años cuidando a su padre enfermo hasta que murió.
Ahora ella tenia mucho dinero y no sabía que hacer con todo eso. Se casaron y firmaron un testamento que cumplía con la codicia de Romualdo....., fue cuando Romualdo comenzó a elaborar el plan asesino.....
Encima de la bañera había un estante donde Edith solía poner sus cremas y un calentador eléctrico que usaba para su depilación, puso a éste en el fondo de la bañera y la comenzó a llenar.
Como no había enchufes en el baño, pero sí en el pasillo, se dio maña para conectarlo. Pensó como hacer desaparecer el cuerpo. Decidió que después que ella entrara al baño él esperaría una hora antes de entrar. Comenzó a preparar los papeles de negocios de Edith. Pudo abrirlos y vio que en su chequera faltaban varios cheques, buscó el dinero y no lo encontró , pero sí había una carta para él con letra de Edith que lo sorprendió. En ella le decía de su duda sobre él y que la policía lo rodearía.
La casa estaba en silencio, pero él pudo escuchar los pasos pesados por las escaleras. Caminó hacia el baño, enchufó el calentador, había corriente. Se desnudó, se metió dentro de la bañera. Su cuerpo se retorció por unos segundos y un espeluznante grito paralizó a la Policía que lo miraba atónita. Quedó ahí con sus ojos abiertos como diciendo:" Esta vez tampoco me agarraron"

Msusan
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente