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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

EL ÚLTIMO TREN


No fue necesario que el despertador sonase, el reloj biológico incorporado le indicó que iba siendo hora de dar por acabado el duermevela y ponerse en pie. Cuando lo hubo hecho, se encontró con que su cuerpo se levantaba en precario. Rodillas dubitativas, músculos algodonosos por el sopor, consciencia adormecida sin descanso y una pesadez general que le desmañaba la verticalidad. Se calzó a tientas, pero al revés, equivocando de pie las zapatillas, y no tardó en notarlo. "Bien empezamos", se dijo. Caminó unos pocos pasos todavía vacilantes en dirección al aseo, y allí el espejo le devolvió una penosa versión de sí mismo: ojos enrojecidos e hinchados por el sueño esquivo, pelo revuelto al capricho de la almohada, señales para todos los gustos en la tensión de la cara... Sin duda estaba lejos de su mejor forma, pero había cosas que no se escogían. Y aquel era el día. Aunque hubiese amanecido así.
Desayunó poco más que el repaso del guión a desplegar, preguntándose si no estarían las guías reñidas con la naturalidad. Puede que sí, pero no con la naturaleza, al menos en este caso suyo. La ducha tibia obró el aclarado de su mente. Se vistió con parsimonia frente al espejo del vestíbulo, ayudándose de fijador para llamar al orden al pelo rebelde que le pareció menguado mientras lo peinaba; bueno, que huyera si quería, qué podía importar hoy eso; quien no iba a retroceder era él, desde luego que no. Cogió su auténtica carpeta de imitación piel y salió al día entrante decidido a refrendar con un sello de distinción la señal del calendario.
   
El verbo madrugar bien pudiera ser catalogado de acto contra natura, de atentado a la lírica de los sueños, de sabotaje a la biología humana durante su proceso de recarga  corporal. Que fuese el último día de clase no la eximió de sentir las acostumbradas ganas de llorar  cuando el despertador bramó la cruel orden de alzamiento. Después de todo, eran las seis de la madrugada, una hora siempre inmisericorde, fuese el último día de clase o no. Durante los largos meses de curso, ni una sola mañana  había tenido contemplaciones aquel artefacto ajustado en modo intempestivo. Su reino, su reino entero daría en cada madrugón por un rato más entre las sábanas. Sus delicados pies tantearon el suelo hasta enfundarse en las chanclas de baño. La anestesia natural del sueño inconcluso apenas podía preservarla de la agresión térmica por contraste y no pudo contener un respingo. La calidez confortable de su cama era una isla en un mar de frío exterior que ni la declinante primavera había conseguido atemperar. En la ducha se le refrescó el pensamiento, al que volvieron los estudios en curso. No era fácil compaginarlos con el trabajo, pero por eso mismo tenía mucho más mérito el conseguirlo. Y ella lo había conseguido, sólo le quedaba rematarlo con el broche final. Hoy conocería el resultado de los últimos exámenes y si habría recompensa tras del sacrificio.   

   Sacrificio, una palabra que se adhería a la vida como una sombra ineludible. Crece contigo y cuando se te presenta ya no hay vuelta atrás ni nada sin eso. Te sigue entonces a todas partes, y por mucho que te escondas siempre acaba por llevarte al altar. Sacrificio seguro. A él nunca le había importado sacrificarse cuando el fin lo merecía. Había sacrificado tantas cosas a día de hoy, que poco importaba ahora la presunción de cordura. Le daba ya igual, estaba resuelto a tirar de la cuerda para poner a cero el contador. Era la hora de salirse del renglón y lo iba a hacer, vaya que sí. Había pactado con su conciencia quitarle el bozal al corazón y que pudiera así ladrarle cuatro frescas y sentidas verdades a la red de mordazas inducidas que envolvía el mundo. "No haré cosa alguna por la opinión, harélas todas por la conciencia": estoicismo senequista y unos gramos de suerte. Eso debería bastar.
Con esa predisposición anímica subió al tren y buscó el compartimento tapizado en azul que lo acogía los días laborables. Ella ya estaba allí. Sentada a solas con su discreción habitual, carpeta y bolso sobre el regazo, la dulce palidez del semblante cautivador, a medio camino entre el sueño y la ensoñación, una cara de amanecer asidua de sus sueños mejores; sueños alargados, recurrentes, ojalá que premonitorios también. No era una chica cualquiera, casi podía  asegurarlo tras tantas mañanas compartiendo vagón y silencios de miradas furtivas; por eso estaba convencido de que merecía la pena el intento. Averiguó hasta que alguien le informó que era estudiante de último curso de Química y también pudo enterarse de que hoy era el último día. El último día de curso del último curso. Todo un ultimátum. Curso detenido con el tren, aquel último tren compartido. Un órdago, un todo o nada, un ahora o nunca, así que ya no había nada más que esperar sino que el ánimo no lo abandonase en presencia del momento crucial de la apuesta. Cruzaba los dedos ante su Rubicón de curso final, deseando que la autoconfianza le respondiese mejor que las rodillas al levantarse de la cama en la mañana señalada en rojo alerta y verde esperanza.
   También ella tuvo meses para darse cuenta de que el sueño que se subía con ella al tren no era sólo el reventado por el aguijón del despertador, o el de graduarse en Química, por mucho esfuerzo o satisfacción que eso conllevara. La apariencia equilibrada de su compañero de vagón no la había dejado indiferente. Se subía cada mañana en la parada siguiente a la suya, siempre tan pulcro y metódico en la forma de aparecer, de sentarse, de desplegar el periódico del que ella leía con disimulo los titulares de portada. Más de una vez se había llegado a preguntar quién estaría detrás del periódico interpuesto entre ellos, de aquellos dulces ojos de hombre soñoliento; cuál sería su historia. Los titulares del periódico no lo aclaraban, nunca aparecerían impresos para decirle lo que su curiosidad femenina demandaba. Estaban los dos tan cerca y sin embargo tan lejos...
Él cruzó los dedos, se encomendó a todos sus dioses internos y deseó con todas sus fuerzas que su paso al frente no terminase resultando en falso. Tomó aire y sintió que ya no había  vuelta atrás. La miró por última vez desde la salvaguarda de la inacción blanda y cobarde que iba a abandonar. La miró una vez más y una vez más supo que se odiaría a sí mismo durante el resto de su vida si no lo intentaba.
Tras aquella parada de animación suspendida, el tren pareció acelerar de pronto.
Ella no acogió mal la solicitud acompañada de sonrisa para sentarse a su lado. Trató de disimular su sorpresa por ver roto un guión tenido por irrompible y procuró aparentar naturalidad. Su prolongada sonrisa lucía un poco nerviosa, pero irradiaba luz verde. Y el tren entró entonces en nueva vía, común pese a lo extraordinario de juntar así las estaciones, de hacerse ya verdaderos compañeros de viaje. Pues contra pronóstico fueron cayendo los minutos conjuntos. Luego las horas, los días, semanas enteras; meses, años: toda una vida. El tren siguió de largo y ya no se detuvo,  continuando su marcha de largo recorrido, proclamando victoria y entendimiento. Para ella, acostumbrada como estaba a bajarse siempre una parada antes por sus propias dudas y algún que otro desengaño,  el no descarrilar supuso toda una novedad. El, por fin, pudo tomarse un trago de coherencia sin resaca. Dicen que de fondo se escuchaba el tictac de todos los relojes sincronizados en uno nuevo, de los dos. Compartido.

Azul
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA GARGANTA INEPTA


Nota: Este texto, originalmente, se escribió a forma de radionovela para un trabajo de la universidad. Para este concurso, se adaptó a texto literario. Es inédito.

Atención, radioescuchas, a petición del protagonista, se asignó para esta historia una narradora por razones que más adelante comprenderán. Sino, tal vez, se hubiera hecho muy... muy.... muy larga.

Era Agosto del año 2005 en Santiago de Cali, lo recuerdo como si hubiera sido ayer: el viento silbaba... Yo estaba en un parque que frecuento porque queda a pocas calles de mi casa: "el del perro". Me hallaba relajado, sentado en una banca, transportado por el cantar de los pájaros, que me hacía volar con ellos y a la vez, el del tráfico urbano, que me aterrizaba, me traía de vuelta a las calles.

La vi... primero de reojo, después con toda la pupila dilatada y ¿por qué no? con todos los sentidos. La vi pasar en su bicicleta, llevaba el cabello recogido en una cola. La ropa, la verdad no la recuerdo (por una extraña razón, nunca recuerdo cómo estaba vestido alguien); solo la frescura de su mirada perdida y la hermosa forma en que el viento la acariciaba. Físicamente, ella fue una ráfaga, pero en mi corazón quedaron resonando las llantas de su bicicleta haciendo traquear las hojas caídas.

-¿Quién era ella? ¿De dónde había salido?- Me pregunté muchas noches siguientes, sobre mi almohada, antes de dormir. Pero, el amor no se hace esperar, cerca de una semana después, la volví a ver en el Supermercado. Esta vez, yo estaba con Manolo, mi mejor amigo, que es el mejor de todos.
- Andà, hablale – me decía decidido.
- Pepepepepero essss quequeque...
- ¡Pero es que nada, dejà de ser tan gallina!
- Yoyyyyyoyoyo no sssssoy uuuna gagagallina
- ¡Cómo que no! Debes tener una cara de asustado- me decía, mientras me pegaba suavemente con su bastón en el pie.
-   Es quequequeque essss mumumuy bonita, es quequeque vvvvvovos nono ennntendes
- Ya se que no la puedo ver, pero eso no te quita que te estés comportando como toda una gallina – Me respondió, mientras se acomodaba sus irónicas gafas de sol, que jamás cumplirían su función original porque a sus ojos él nunca les había estorbado, no lo conocían.

... Y sus palabras tuvieron un relativo buen efecto en mí. No quería ser, ¡eso no era de machos! 

Después de muchos días de terapia psicológica extrema, me decidí, le hablaría. Aunque, había otro claro problema: Yo era un tartamudo y serlo es algo extraño. Es como si tu cerebro y lengua tuvieran un puente roto porque vos sabes que lo sos y obviamente, no queres seguir siéndolo, pero cada vez que abrís la boca, ahí está, como un vómito verbal, como si fueras uno por dentro y otro por fuera.

El siguiente domingo, fue en la iglesia. Yo no me había percatado, pero ahí estaba, tres bancas adelante mío. Esta vez, si recuerdo su ropa ¡Cómo no!: falda de Jean, blusa rosada, los zapatos no los podía ver porque me los tapaba la banca vacía de atrás. Entré en acción. Primer paso, me cambié a esa banca, justo detrás de ella; nos separaba una línea imaginaria perfectamente perpendicular a su hermosa espalda (aunque, yo no se la conocía, ¡pero debía ser hermosa!). Pasé toda la misa sumergido en su anatomía, ella era realmente un ángel. Traté de memorizar cada poro de su piel y ¡por Dios que casi lo logro! Ella estaba con sus padres, pues, eso parecía. Yo creo que todos los asistentes se debieron percatar de mi amor de mi nuevo e inmenso amor que ya se hacía evidente. Llegó el momento de "La Paz", llegó más rápido que nunca. Me llené de ansiedad, la sentí recorrer todo mi cuerpo. Vi como se besó y abrazó con sus "padres", después, pasó algo increíble: ¡Se volteó a mí... a mí! Me miró a los ojos por primera vez, me perdí en ellos, sentí un escalofrío llegar hasta a mi última arteria; estiró su mano, sonriendo. Yo hice un esfuerzo sobrehumano con cada cuerda vocal y músculo por responder:
- La ppp...ppp...ppp...ppp...ppp...la ppp...ppp....ppp...¡la paz!

Pero, ella ya se había ido, ya se habían ido todos, solo quedaba el barrendero. Mi esfuerzo, a pesar de inmenso, no fue suficiente. Mi corazón latía muy rápido, lo sentía en mi inepta garganta y así lo seguí sintiendo varios días. Estaba algo así como despechado, maldije mi laringe, la maldije cinco días contados hasta que la volví a ver y esta vez fue decisiva y coincidencialmente, en la misma primera locaciòn: el parque. Los pájaros y el tráfico armonizaban igual. Era, exactamente, la misma situación. Yo en la banca y en la misma posición del otro día, aunque, esta vez no tan relajado, cuando pasó por mi lado. Mi corazón y estómago saltaron de física emoción, hasta me dolió. Ahí estaba con short de Jean, blusa esqueleto, sandalias y... ¿un perro? Sí, un perro, un bóxer. La observé detenidamente, como lo ameritaba, como un psicópata. Ella caminó a través del parque "tangoneàndose", como exhibiendo algo, tal vez a sí misma o a su perro. Hubiera necesitado una botella de tequila para hacer lo que hice a continuación, sacando fuerzas sobrias, de mis físicas entrañas. Temblaba, sudaba, moría, claro está. Pero, hacer las cosas sin pensar es mucho más fácil, es como ser un robot, es lo máximo. Deberíamos hacerlo todo así, además, todo pasa muy rápidamente. De repente, me había ahorrado mucho trabajo y ya estaba ahí, a su lado y le había agujeteado el hombro. No sentía las articulaciones ni extremidades, mi cuerpo no tenía extensión alguna. Ella me miró, volví a sentir el mismo escalofrío de la iglesia. Tomé una gran bocanada de aire, cerré los ojos, entumecí mi mandíbula y como resultado:
- Ho...Ho....Hola, mi no...nombre es Jacobo. ¿Quie...quie...quieres ir a cicicine conmigo mamamamañana?
Ella me quitó la mirada, miró el piso (¿Por qué?), se rascó la cabeza y mirando al horizonte, empezó a hablar:
- Essssss....ssss... essss.....sss.... es es que ...que...
¿Qué? Esto no era posible, esto era simplemente lo más absurdo que el Planeta Tierra había visto. Ella estaba.... ¡Tartamudeando! Finalmente, el destino existe, es así de evidente. Esss que... que... que...
Simplemente, no lo podía creer. Estábamos unidos por este lazo que tantas veces maldije: ¡por una garganta inepta y estùpida!
- Es que... que ... es que... ¡Ay es que yo soy gay!

Lorena Arana
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

NADA DE LO QUE HE VISTO U OÍDO ME HA QUITADO EL SUEÑO

I
La luz del día, como una anciana, sobre la última croqueta de anoche, que el barman dejó, como por descuido, en la vitrina del Universal, aún no tocada por dedos humanos. Y son más de las seis. Al principio, la luz llegó con ganas de iluminarlo todo y con esas mismas ganas se quedó, a pesar del hueco en el estómago. Se quedó en la barra, sobre la vitrina de las croquetas, justo antes de asumir su derrota y pedir el primer güisqui del día.
      Todo esto para decir que ya es de día.
      Pero hoy el día comienza como una novela de detectives en la que el misterio estuviera resuelto. Como si la solución del enigma no interesara a nadie, y mucho menos al grupo que se congrega en el Universal, a estas horas, alrededor de la única croqueta que, inconsciente, ocupa el centro del universo. La rueda de tragos de anís, cortados y croissant se calma un instante, y el silencio es de una ternura cálida. Uno podría quedarse a vivir en ese silencio, si no fuera porque regresa el fragor de platos, cucharillas entrechocándose, la emoción de los bares de madrugada.
      Bien poco importa cuándo empezó la comunión urbana, escribí, si aquellos tres estudiantes que me abordaron en el vagón de tren eran estudiantes (como me dijeron) o simples delincuentes. Aspiré una bocanada de aire frío que entraba a través de la puerta (siempre hay alguien que deja una puerta abierta, en cualquier lado del universo), otra bocanada de humo de café recién hecho, y una última de desconsuelo (o quizás fuera de coñac). Y aún así todo parece real: esos dos policías que no dudarían en aplastar mi cráneo para demostrar que existen. Míralos ahí, bajando el croissant con un cortado, disimulando.
      ¿Cómo sería empezar un cuento, justo aquí? ¿Sería yo el que cuenta la historia o la historia la que me cuenta a mi? Es asombroso lo proclive a los juegos de palabras que es uno con el primer sorbo de café. Uno de ellos llevaba una camiseta blanca, con una portada de The White Stripes serigrafiada. Yo no les contaría esto si no hubiera sobrevivido, ¿verdad? Pues no estén tan seguros. Estoy muerto. Puedo imaginar el rostro de sorpresa del lector. ¿Acaso puede un muerto contar la historia? Y entonces yo voy y digo: ¿Es acaso verosímil que yo esté escribiendo en una cafetería, de madrugada, o es una convención que es necesario asumir? A veces, es necesaria una historia para aguantar, sueños para pasar la noche. Sigamos soñando.
      El que iba junto al de la camiseta sacó una navaja y la puso en mi cuello. Demasiado previsible. Mejor lo dejamos para otro día. Escribir el cuento, digo. Y eso que hoy me había puesto mi mejor camisa, consciente de que era cuestión de no levantarme de la silla hasta acabar el cuento. Hoy iba a escribir por fin mi primer cuento, y todos iban a decir, frente a mi camisa en la casa-museo: con esa camisa escribió su primer cuento.
*
Había salido del tren, y luego merodeado por la estación donde apenas había gente. La había escogido al azar, porque le había gustado una explanada de césped que vio desde el tren, sobre la que ahora se echó, todo lo ancho que era, y abrió el cuaderno de notas. No había otros chicos bebiendo o escuchando música que le distrajeran, y quizás esa ausencia lo hacía todo más triste.
      Hace tiempo que las nubes han ocultado el tímido rayo de luz del principio de la historia. Descubro, con sorpresa, que alguien ha abierto la vitrina, y se ha llevado la croqueta. Quizás el fracaso de toda trama radique en que ya nadie se cree cosas como ésta. La literatura anda a remolque de intrigas, misterios, revólveres que no han sido disparados, hijos pródigos, subterfugios de novelas pergeñadas en habitaciones que son islas en ciudades inhóspitas.
      Antes quizás fueran hermosas por fugaces. Hoy ni siquiera eso. Participaban de ese mundo ideal en que la causa precede al efecto, un mundo que la ciencia (y aún más la religión) han conseguido demoler, y el escepticismo ahora lo cubre todo, con su manto de frialdad y cinismo. Una mirada me hace levantar los ojos del cuaderno. Este tipo delira, habla solo. Hay miradas elocuentes, y hoy todas parecen decir eso, mientras me veo inclinado sobre la libreta. Y reconozco que hay algo ridículo en escribir mientras los demás hablan, (o leen, o escuchan música), algo que incita a preguntarse qué estará escribiendo este tipo.
II
Hay veces que esta distancia de lo que escribo me deja ver las cosas sin sarcasmo, pero la mayoría hace que su absurdo duela más. Se podría interpretar que con tanto hablar del pasado es que quiero volver a él. Y no es así: no porque esté resentido, ni herido, sino porque soy consciente de lo mucho que tiene de pose. Está bien esa literatura que se nutre de pasado. Está bien que tanto naufragio, tanta decadencia sirvan para algo. Si me devolvieran a mi infancia, con mi familia al completo, no sabría muy bien qué hacer. Si el ambiente es casi irrespirable ahora, volver a aquella época sería la asfixia. Quizás el futuro. Quizás allí no me importaría volver porque sé que la carga sería menos pesada, cerca de mis ilusiones. Pero tampoco pienso en eso demasiado. Hace daño. Habrá que conformarse con esta página, que no es casa.
      En aquel azul, uno podría imaginarse la arena amable y dulce de una playa, donde al fin uno se está quieto, de una **** vez. Se refería al azul de la tinta del bolígrafo que utilizaba ahora, más un rotulador que un bolígrafo, o quizás los dos. Sin pudor alguno, se llevaba el rotulador a los labios y se quedaba pensando en el siguiente párrafo. Ahora pienso si no sería mejor salir al sol afuera. O a lo que las nubes han dejado del sol. También puede ser que esté cansado de Europa, de sus siglos de historia acumulada en sus fachadas, su civilización que empieza y culmina en un libro (la cita es de Mallarmé). Otro continente, quizás América o África, aunque me conformo con salir del Universal, donde me siento vacío, sin estímulos para escribir un cuento. Otro país donde no haría nada, no escribiría. Sólo estar quieto bajo el sol, de una **** vez, animado por el trasiego de los animales de carga. ¿Cómo sería una ciudad con edificios de sólo dos siglos? He estado en lugares construidos hace veinte años, lo cual no es nada despreciable. Poder dejar atrás el come-come de la tradición secular, solazarme en la contemplación de las moscas que acuden a la merienda. ¿Sería capaz de ser feliz en un lugar así?
      Él sabía que sí. Y aún más feliz viendo un par de ojos bonitos, al día. Con unos ojos bonitos frente a frente, todo palidece alrededor. Curioso que en aquella explanada de césped no hubiera nadie, a aquellas horas, con aquel sol. Un par de ojos en los que mirarse. Quizás eso lo había animado a sacar el cuaderno de notas, abrirlo sobre las rodillas, sólo por matar el tiempo. No es que Europa sea un coñazo, pensó después de un rato, pero tiene el prestigio falso de lo que es auténtico por sufragio universal. ¿Qué **** hace éste hablando de Europa ahora?
      O eso parecían decir los ojos que me hacían levantar la vista del cuaderno de notas. Sólo hace falta salir afuera, les hubiera dicho, echar un vistazo a los edificios de la ciudad que habitan. Memoria sobre memoria, piedra sobre piedra. Entonces quizás comprendan. Y es que hay veces que es necesario dejar atrás todo para que todo tenga sentido. Cruzar los puentes como el que lo hace sobre un cable, bajo la atenta mirada del circo, para ir de un olvido a otro olvido, mientras la multitud aplaude, enfebrecida.
      Había preparado los libros, planchado un par de camisas, y los había dispuesto en la mochila de viaje. Aquella noche había soñado que sus dos ojos se convertían en dos rosas que crecían junto al bloque de pisos donde pasó su infancia. Y entonces comprendió que había llegado el momento de irse. Intentar el olvido, al menos. Pero las palabras habían aprendido a cruzar el puente, sobre todo en sueños, y él las veía venir, entre divertido y emocionado de poder recuperarlas. Había sobrevivido a otro ensayo de día, a otra sombra. Había tomado el primer tren al llegar a la estación, sin la más mínima emoción, y se había arrastrado hasta el asiento, donde había abierto un libro. Y sin embargo, no había podido concentrarse en la lectura.
      Odiaba el país en que se educó, las instituciones que le hicieron creer en la civilización.  Si sale cara, gano yo, si sale cruz, pierdes tú. Y en la oscuridad de este rincón, en un bar donde amanece, hago recuento de todo lo que no soy: John Lennon, Julio Cortázar, Luis Cernuda. A lo sumo, soy el que rebusca en el contenedor de las ideas de otro, hasta casi caerme dentro. La realidad es buena, la rutina nos hará libres. Copiar esto cien veces. Cruzo los dedos para que mañana sea igual que hoy (como buen maniaco), y dejo pasar este pensamiento para no caer en el sinsentido. Nos vemos a las cuatro, le dices a ése que siempre se despierta a esa hora. Dentro de un rato me levantaré de esta mesa para salir fuera. Todo puede pasar, y quizás en eso radique su magia: en que todo pasa, todo nos abandona, tarde o temprano. Tocando repetidas veces la madera de esta mesa (a pesar de que tiene patas, y así no vale), conjuro un pensamiento que se olvida fácilmente. Lo que dices me distrae de lo que eres, como si uno buscara despistar con las palabras, lanzar cortinas de humo al que escucha, extasiado. No les quepa la menor duda de que soy lo que queda bajo estas palabras, esta herida que deja ver el hueso. Qué pensará ese profesor, que ahora toma café a dos pasos de mí. Quizás sueñe con el fin de semana. Qué pensará ese torero, que apura de un trago su anís. Una chica cruza corriendo el bar. Una ambulancia pasa con su paciente que agoniza. Tenemos una eternidad por delante, no se agolpen. Sic transit gloriae mundi. 
      Los tres universitarios hacía tiempo que estaban allí, mirándolo escribir en su cuaderno de notas. Uno de ellos, no el de la camiseta con la portada de The White Stripes serigrafiada sino su amigo, dijo: levanta. Él se quedó un rato quieto, contemplando el brillo del sol en el filo de la navaja en la mano derecha del que habló. Entonces recordó "El Sur", de Borges, cómo el protagonista de aquel cuento sintió que toda la vida había estado esperando aquel momento: morir luchando, de forma heroica. Y comprendió que aquel esqueleto suyo había sido concebido para afrontar ese momento único. Tiró el cuaderno a un lado, y dejó latir la sangre en las venas. Por fin lo dejarían tranquilo de una **** vez. No tendría que levantarse más con el presentimiento de que hoy derramarían su sangre, porque hoy derramarían su sangre. Y pensó en que había algo de justicia en que fuera así, rodeado de árboles, arropado bajo el manto cálido de aquel césped que había entrevisto desde el tren, y que le había animado a bajarse en aquella estación, donde apenas había gente. Y ya sentía crecer las raíces abriéndose paso a través de las rodillas peladas, haciéndole cosquillas en lo que antes fueran sus pies.

Juan Corto
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA HOGUERA


Hay maneras y maneras de perder la cabeza. Si tuviera que elegir, no lo dudaría ni un momento. Perderla por amor es, sin duda, la mejor de ellas. Poco más o menos eso mismo ha debido de pensar Salomé.
Para comprender cómo he llegado a esa conclusión terdría que remontarme a cerca de dos años atrás. Podríamos retroceder más en el tiempo, pero creo que no ganaríamos gran cosa con ello. A fin de cuentas, existe tan sólo lo que conocemos y a Salomé la conozco desde hace poco menos de dos años, cuando apareció por el pueblo acompañada de su anciana madre, alquiló una casa y comenzó a llevar una vida austera y poco dada a la comunicación. Las salidas matinales a realiza las compras imprescindibles. Los paseos al atardecer. Algún vino ocasional en los bares del pueblo y alguna asistencia nocturna a las sesiones del cineclub.
Tenía, por tanto, toda la pinta de ser una solterona acomodada que busca la paz en un pueblo tranquilo, pero todavía vivo. Porque esa sería la definición justa de nuestro pueblo. Rodeado de montañas faldeadas por un hermoso castañar, se asemeja más a una vigorosa ciudad medieval, que a un villorrio decadente cuyos habitantes han sido absorbidos y vampirizados por la gran ciudad. Tal vez por ello Salomé no ha sido la primera persona que ha recalado en esta villa buscando el reposo, el trabajo o una nueva forma de vivir al margen de las angustias ciudadanas. Por eso tampoco su presencia despertó especial curiosidad, ni dio lugar a las especulaciones que entretienen la vida de aquellos que carecen de otra ocupación mejor. Aquí, hasta los viejos,parecen traerse algo entre manos en todo momento.
La primera ocasión de entablar conversación con Salomé  tuvo lugar en El Parral. Conozco bien a sus propietarios y me gusta dejarme caer de vez en cuando por allí. Un rato de charla vale, en ese lugar, más que un puesto en el mercadillo. Cuando salgo, tengo la impresión de haber actualizado mis conocimiento sobre el pueblo. No porque nos entreguemos al cotilleo de barra propio de los bares, sino porque simplemente hablando un poco sobre la vida y milagros de los numerosos hermanos que componen la familia de los dueños, terminamos por repasar todo el tejido social del pueblo, sin por ello haber murmurado ni difamado a nadie en particular.
Pues bien, me encontraba en El Parral y le estaba diciendo a José, uno de los hermanos que regentan el negocio, que necesitaba alguien que se hiciera cargo del mantenimiento del camping fuera de temporada. Antonio estaba demasiado ocupado con las peonadas y con el taller de instalación de gas que quería montar, que no podría hacerse cargo de esa labor durante el tiempo que el camping estuviera cerrado. Creo que debería aclarar en este momento que soy la gerente del camping que se encuentra a poco más de dos kilómetros del pueblo, cerca de la carretera que conduce al puerto.
Fue entonces cuando Salomé se dirigió a mí por primera vez:
   - Perdone, pero yo estaría interesada en ese trabajo, si considera que reúno las condiciones para desempeñarlo.
Su voz me pareció firme y tímida al mismo tiempo. No se trataba de esa prepotencia de la que hacen gala algunas forasteras, ni de la timidez de quien se enfrenta a otra mujer a la que considera superior.
No me atreví a interrogarla sobre su persona, más allá del nombre que ella misma me dio a conocer cuando iniciamos la conversación, ni tan siquiera sobre su disponibilidad o conocimientos. Cosa extraña, pues me gusta saber en todo momento con quién me juego los cuartos. No sé, era como estar hablando con alguien que suscitaba en mí el respeto y la ternura al mismo tiempo. Así que, tras unas cuantas indicaciones sobre las características del trabajo y su remuneración, con todo lo cual Salomé se mostró conforme, dimos por zanjada la conversación y salí de allí con un contrato más en la nómina del camping.
En las pocas ocasiones en que volví a hablar con ella a lo largo de ese invierno, la relación se limitó casi exclusivamente a recibir detalles de los desperfectos habidos, las reparaciones efectuadas, los gastos ocasionados y el estado general de las instalaciones. De vez en cuando se deslizó en la conversación algún comentario absolutamente tópico, al hilo del tiempo o de los cambios de estaciones y sus efectos sobre el paisaje. En algún momento pude también comprobar que, en los ratos libres,  Salomé debía dedicarse a escribir o transcribir poemas, pues algún libro de poesía o alguna hoja de papel rellena con versos aparecían de vez en cuando encima de una mesa del comedor,  sobre una silla de la Recepción y hasta en algún rincón perdido de la cocina.
Movida por la curiosidad, fui guardando algunos de aquellos versos en mi bolso y los leí detenidamente en casa. Cortos versos salpicados de imágenes, que tan pronto evocaban la luna menguante como las goteras de una habitación, la luz de una hoja mojada por la lluvia como las calles desiertas en la ciudad. Aquel escaso material daba idea de la tormenta que se desarrollaba en el interior de Salomé. Decidí  desde entonces prestar mayor atención a mi relación con ella.
Durante el verano siguiente, después del puente de San Juan, que es cuando verdaderamente se inicia la temporada alta, decidí contratar a Salomé para atender las mesas del restaurante en las comidas y las cenas. Completaba su jornada cerrando algunos días la cafetería. No le costó demasiado aprender a servir una docena de cafés, algunas manzanillas y unas cuantas copas, que es a lo que generalmente se reduce la tarea de la barra. Además siempre procuro que  de esta tarea se encargue alguien que contribuya, con su presencia y hasta con la música que elige, a que los ánimos permanezcan calmados y el barullo de la terraza no se expanda por la zona de acampada. Y tal como lo había pensado, Salomé resultó ser la persona ideal para cumplir ese objetivo.
La selección musical que realizaba fue otro elemento que alimentó mi curiosidad por ella. No es cualquier persona aquella que en esos momentos de la noche elige recuperar para la memoria a Lluis Llach, a Cesaria Evora, a Peter Gabriel o a Pete Seeger, sin renunciar por ello a descubrirnos a Misia montada sobre el unicornio azul o a Radiohead pidiendo al karma police que arreste a this girl, e incluso despertar nuestra apagada curiosidad, a la una de la madrugada, introduciendo de repente un tema interpretado por Albert Plá en el homenaje a Oskorri.
No. No era cualquier cosa Salomé. Vivo demasiado tiempo en el pueblo y tengo a veces la sensación de estarme perdiendo algo importante. Una sensación que, según he podido comprobar, comparto con bastantes amigos que han vivido siempre en la ciudad y, de repente, por circunstancias diversas, acaban en un pueblo. Por eso no me suelo permitir el lujo de dejar pasar estos momentos en los que, estando el camping abierto, tengo la oportunidad de vivir en la palabra de cuanta persona interesante se cruza en mi camino. No me importa quedarme hasta las tres de la madrugada, aunque tenga que levantarme al día siguiente a las ocho, con tal de procurarme ese placer impagable.
Durante aquel verano, fueron varias las noches en las que cerré la cafetería con Salomé, otras tantas  las que permanecí durante horas procurando mantener mi atención sobre la conversación con amigos o clientes, que en cualquier otro momento hubieran suscitado mi atención sin esfuerzo alguno, mientras que ahora mi mente vagaba sin rumbo y mis ojos perseguían a Salomé en su deambular por la barra. En muchas ocasiones me sorprendí  esperando que la terraza quedara vacía para ayudarla a recoger y acompañarla hasta el pueblo.
Gracias a ello fui conociendo algunos detalles sobre su vida, sobre su historia de mujer separada, sobre el alejamiento de unos hijos que no entendían que tuviera que abandonar a su esposo tras más de veinte años de matrimonio, su necesidad de asumir el cuidado de una madre anciana que había estado allí cuando el marido se escabullía en interminables y, por otro lado, inútiles jornadas de trabajo, mientras ella se quedaba sola con sus dos hijos, igualitos, por lo demás, al padre. Día tras día. Año tras año. Hasta que decidió que era suficiente, que podían valerse por sí mismos y, si no se valían, era su problema, porque edad no les faltaba y minusválidos no eran. Su renuncia a la ciudad y ese recomenzar a vivir, a descubrirse a sí misma en otro lugar completamente opuesto a aquel en que había pasado más de la mitad de su vida. Ese retomar la poesía que había dejado de escribir hacía, precisamente, más de veinte años.
Me fui acostumbrando a ella, hasta el punto de que cuando acabó la temporada comencé a visitarla con frecuencia en su casa, a invitarla a tomar café en la mía, a quedar para ir juntas al cineclub, a dar con ella largos paseos por el castañar en las tardes frías y soleadas del invierno.
Cuando llegó la nueva temporada Salomé volvió a trabajar en el restaurante del camping y esperé que retornaran los momentos mágicos que había vivido el verano anterior. Y lo que llegó  fue la fiesta de San Juan y encendimos la hoguera y los clientes del camping se acomodaron en torno a ella y cantamos canciones y contamos chistes y aprendimos algunos divertidos juegos de campamento y allí estaba el motorista con su guitarra y sus viejas canciones de Silvio, de Pablo, de Serrat, alguna de Aute y sus nuevas versiones de Pedro Guerra, de Javier Alvarez, de Ismael Serrano y acabó la noche y murió la hoguera entre rescoldos de miradas famélicas entre Salomé y el motorista y, esa noche, tuve yo que cerrar la cafetería, después de que Salomé me pidiera permiso para irse a casa, porque estaba muy cansada y el motorista se ofreció a acercarla con la moto y cuando al día siguiente tuve que madrugar para servir los desayunos, comprobé que la moto no estaba junto a la tienda de campaña de su dueño.
Con la resaca y el sueño acumulado, acodada en la barra, mientras espero que llegue la avalancha de los aperitivos, pienso que se ha esfumado mi relación con Salomé. Al instante siguiente se me ocurre, sin embargo, que hay maneras y maneras de perder la cabeza y ella ha sabido escoger la mejor. Y termino por tranquilizarme pensando que los motoristas son de esa clase de hombres que siempre tienen el culo en la carretera, que se irá antes de que los rescoldos de la hoguera se hayan enfriado, mientras que yo siempre estaré aquí.
Pero qué tonterías estoy contando. Si yo nunca cuento estas cosas...

Bautista
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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DEMENCIA ESCRITORA


Y les enunciaba frases, cual aprendizaje forzoso nombrado para ser efectuado. Incluso a veces, yo anhelaba creer en sus excentricidades, tan sólo por un momento. Si su llanto, amargo fue, nuestra indulgencia, tarde llegó. Usaba su razón en contra de toda sabiduría que se le antepusiese, pues como ignorante más, lo sufrí. Y ahora nuestra autoridad la condena al sin fin, incitaciones provocadas, no demandadas. Hoy, sus vidas de papel son el legado correspondiente a una vida de intensos, son el obsequio de miles de empresas. Hoy sus vidas crecen en la quietud.

Calle Bécquer, tuvo la suerte de vivir en el lugar en el que  las rimas del legendario, estaban aún presentes. Sus cercanos asombrados por no verla, creían en su infinita demencia como principal causante de todo, y cual equivocada se hallaba la sazón que creían albergar. Aumentaban su congoja, aunque su resentimiento se desvanecía. Incluso el husmear para ellos, era la principal fuente de todo conocimiento. Y entonces los que la conocimos suspiramos, cual hermosa palabra tenía.  Su existencia encontraba sentido en aquellas vidas, que sin quererlo, consumarían sus días siendo abatidas con el sobrenombre de "dementes escrituras". Nuestra omisión traiciona tanto, que ahora incluso nos atrevemos a mostrar pesar. Me río, simuladores creados para devastar.
Frecuentaba el café de Federico García Lorca, aunque por las noches prefería a Valle- Inclán. Desayunaba en los periódicos hablando con Concha Alós y así hasta completar el sustento de reyes. Yo, solía pasear por allí y quedarme deslumbrada, casi siempre eran altas horas y la madrugaba no esperaba más, quizá dormía, tal vez escribía. Algo si sabía, su predilecto trataba del dolor, aunque nunca lo exhibió. Dejando atrás su desorden habitual, se la llevaron, atada, sin palabra alguna más. Quizá le dolería ser tratada como un animal, pero su decepción iba mas allá, sobrepasaba la percepción y la realidad. Llegó al psiquiátrico de la calle diecinueve, sin la solidez que la caracterizaba, sin palabras en su mirada. Le arrancaron la imaginación, el suspense de sus relatos, la emoción de sus lectores y las dudas de los animales. Bandejas vacías de todo condimento nutritivo, es lo que a mi parecer, le llevaban, ya encarcelada en su sin fin de oportunidades. La observaban, cual mota de polvo estancada en su hueco. La tocaban, aunque su tacto produjese una extraña sensación de condolencia y maldad. Y por último la estudiaban, como si fuera el enigma más grande de la humanidad. En una sala en blanco, sobre un papel blanco y con un lápiz blanco. Y escribió. Relató aquella historia cuyo protagonista era su propio tormento encerrado desde el primer latido de su corazón. Aquel que no era más que el fruto de todas las incitaciones, ciertas persuasiones que según ella la convertían en una papanata insignificante. Si les digo la veracidad de aquella prueba, el resultado fue inalterado, y aún así nadie asimiló como su mente se volvía simple en su totalidad. Volvieron a encerrarla tras aquello, en una celda blanca, con un colchón blanco y unas grandes sábanas blancas. Y aún con los trágicos sucesos cometidos, ella consideraba que su fortuna se agrandaba, pues la luminosidad de la estrella entraba por cinco barrotes blancos por los que, sus manos respiraban tranquilamente. Ella lo observaba desde la oscuridad mientras que él, deseaba tocar su piel. Desayunaba recordando críticas de Concha, tomaba un descafeinado con Federico y trataba de los asuntos del amor, con Valle había conocido la amistad,  pero siempre, continuamente miraba al cielo y relataba las golondrinas de Bécquer, alzando su palabra, cual dulce recuerdo tenía. Quería relatar su historia, y quizá os preguntéis el por qué. Pues bien, soy la sombra de sus apáticas noches, el capullo de su embrujada novela. Soy la rugosidad de sus aportaciones periodísticas, arriesgado sí, pero me atrevo a decir que soy el destello de sus luceros, aquellos que leían y comprendían, suave verde olivo. Y os preguntaréis, vos, ¿cómo podéis saberlo? Sencillo. Vivía por absolutamente todas ellas, utopía que se convirtió en pura verdad. Ahora no sabría ni lo esencial, aunque ustedes intenten curarme diciendo que sí. Mi aflicción es conservada en lo más profundo de mi ser. Y os preguntaréis otra vez, vos, ¿cómo puede saberlo? Sencillo.
Aquella loca, era yo.

Lua
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA VIOLINISTA


Las cuerdas del violín llenaban el aire de un sonido celestial. Raramente podía disfrutar del privilegio de escuchar una intérprete tan exquisita, así que se acomodó en la butaca y cerró los ojos. Los compases danzaban ante él determinando la cadencia de la pieza que la genial violinista interpretaba. Cada nota era un paso hacia la gloria. La muchacha parecía fundirse con su instrumento, que vibraba con ella y parecía vivir sus más íntimos deseos y añoranzas. Solo un haz de tenue luz amarilla la iluminaba. No necesitaba más.  Era tal la intensidad de su interpretación, que le pareció ver un halo misterioso circundarlos, acariciando la silueta única que el díptico evocaba.
El lamento de una gaita se unió al violín, gaita que nadie tocaba. No se sorprendió. Conocía la obra de memoria. Él mismo la había interpretado mil veces. Era su preferida. Solía tocarla para Alexandra cuando eran tan jóvenes que la música se convertía en el templo del amor que se profesaban. Alexandra ya no estaba, razón por la cual la pieza adquiría para él un significado nuevo e inexplorado.
La violinista parecía no querer terminar nunca su interpretación. Y nadie lo notaba. Nadie, salvo él. Pero tampoco le importaba. En realidad, lo agradecía. La magistral joven era todo lo que necesitaba para sentirse todavía vivo. Ella y su violín. Ella, con su largo cabello dorado refulgiendo estrellas. Si contemplarla era un acto sublime, tener el privilegio de admirarla y escuchar su música, era casi un milagro que le hacía brotar lágrimas.
Muchos años dedicó a aprender los más recónditos secretos de la música,  desde las primeras clases que bebió de los labios de su madre hasta los severos profesores del conservatorio. Logró dominar cada detalle, incluso los que tenían tres bemoles. Ningún instrumento se le resistió. Abarrotó teatros y tuvo a sus pies a los auditorios más exigentes. La gloria adoptó su nombre y le colmó de luces sin sombras y de aplausos sin fin. Hasta el día que llegó Alexandra.
Ella cambió su vida. Le descubrió que la dicha era incompleta hasta que la conoció. Le mostró la belleza no soñada y le hizo hombre, músico y ángel. Alexandra era la luz y la paz. La verdadera música nació para él cuando le enseñó a tocar el violín. Y cuando ella se sintió capaz de arrancar vida del noble instrumento, él la animó a ofrecer su primer concierto como solista. A partir de aquella noche inolvidable él nunca volvió a tocar. Alexandra era la música; era la perfección que él había forjado, mientras se descubría incapaz de alcanzarla.
Alexandra ya no estaba en su vida ni en su mundo. Solo la muerte les separaría y la promesa se cumplió en pleno goce de su dicha. Fueron días amargos de llanto sin lágrimas, de silencio entre partituras y soledad entre amigos. Caras solemnes y tristes extrañándolo mientras él vagaba sin vida entre los asientos vacíos de la orquesta. Ningún día tuvo ya sentido hasta la noche de la violinista. Esta noche. Nunca pensó sentir de nuevo el fuego de la verdad latiendo en su pecho hasta que la joven tomó el violín como se toma una flor y comenzó a deshojar melodías y secretos que sólo él conocía.
Abrió los ojos para contemplarla nuevamente. Era bella, muy bella. Seguía tocando como si en ello le fuera la vida. Sus ojos estaban húmedos y miraban sin ver hacia el infinito que se extendía detrás de él. Su tierna mano agitaba el arco entre las cuerdas del pequeño y agudo instrumento, desbordando las últimas notas sublimes mientras una lágrima corría por sus mejillas y caía sobre el mástil del violín, en el instante en que el sonido de la última nota se agotaba en el aire. Todos guardaron silencio. Un silencio triste y reverente. Por un momento le pareció parte de la pieza, tan musical era y tan apropiado.
La joven se puso en pie y sus ojos dejaron de mirar al infinito. Dejaron de mirarle. Aquellos ojos tan familiares y tan tristes, se fundían en hermosura mientras las tiernas manos de la violinista depositaban el sublime instrumento sobre el féretro inerte de su padre. Y él le dedicaba una sonrisa mientras se disolvía en el viento, que ya interpretaba la melodía infinita con el inconfundible sonido de un violín singular.

Rosamar
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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CON PENAS EN LOS BOLSILLOS


Le obsesionaba de tal manera la idea de salir de casa dejando un grifo abierto que cada día, antes de ir a trabajar, cogía su móvil y tras acceder a la opción de video, se grababa cerrando los grifos.
Luego, ya en el trabajo, cuando la azotaba algún "y si me los he dejado abiertos" mezclado con alguna imagen catastrófica de inundación, tan sólo tenía que pulsar el botón de PLAY para que su cerebro se relajara como si contemplara el planeo de un avión de papel.
Que si revisaba el correo...PLAY; que si calculaba los gastos de gestión de un cliente...PLAY; que si se tomaba un café...PLAY. En los días tranquilos sólo mareaba al botón unas tres veces, pero en los de mayor obsesión comprobaba hasta que la batería del móvil le avisaba con tercos pitidos de su finitud, entonces llamaba a Luis para comprobar que todo estaba correcto.

Era miércoles, había sido un día de pocos PLAYs. Abrió cansada la puerta, estaban echadas todas las vueltas de llave. Luis no estaba. Se dirigió a preparar la cena, y en la cocina encontró enmarcada por el negro tizón de la vitrocerámica una nota.  Tragó saliva y vio que sus miedos se asomaban sobre el papel intuyendo un desahucio amoroso. Y después de leer sintió que acababan de retirarle el suelo bajo los pies. Las primeras lágrimas embadurnaron su mirada de rimel; se vio sucia y se lavó la cara hasta eliminar el último resto de maquillaje. El agua corría al ritmo de sus lágrimas. Cuando terminó ni siquiera se molestó en cerrar el grifo. Como una zombie se dirigió a la entrada  y, envuelta en silencio y soledad, se desplomó al lado de la puerta como si fuera un perro que espera ansioso a su amo. Soportó el peso de la cabeza sobre la madera y, en cuanto cesaron los hipidos, sin más ambages, empezó un striptease emocional de sí misma ante sí misma. Con orden obsesivo colocó su análisis en columnas mentales. En la primera columna situó todas sus "culpas", en la segunda sus "debería", en otra los "por qué" y  en la última todas las "desesperanzas" presentes, pasadas y futuras. Al contemplar el futuro se sintió tan vacía como un peluche al que acabaran de retirar el relleno. Y se pasó toda la noche rumiando temas con banda sonora triste.
El sonido de un despertador lejano la sorprendió dormida. Se levantó de al lado de la puerta, retiró sus legañas con el agua corriente, y cerró el torrente sin comprobaciones ni PLAYs. Mientras caminaba hacia el coche, con la mirada perdida en el suelo, se dio cuenta de que  lo único que había cerrado a conciencia durante todos estos años era el grifo de la alegría.
Comenzó a conducir en dirección al trabajo hasta que una cortina de lágrimas barrocas enturbió su mirada obligándola a parar. Estaba cerca de la playa. Se limpió las lágrimas con las mangas de la blusa y aparcó el coche en el primer hueco que intuyó suficiente. Se bajó a pasear por la orilla con la pretensión de recobrar el control. Su cuerpo se encorvaba obstinadamente en dirección a la arena invitándola a contemplar las conchas y los cantos polimorfos.  Y sin demasiada consciencia empezó a recoger piedras; primero las mejor tratadas por su concepto de belleza, luego las más pesadas;  y se fue llenando los bolsillos con ellas. Y cuando se sintió tan pesada como una estatua de mármol caminó hacia el interior del mar dejando que el agua la inundara, la lamiera, la besara. Pero el dolor que sentía no pudo ser remediado con los besos de la marea.  Tal vez por eso se abandonó permitiendo que el agua ahogara sus piedras y sus penas.

Popeya
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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DIÓTIMA


   Cuenta la leyenda que en los inicios de nuestra historia una joven llamada Diótima escribió en su antigua lengua el más sagrado de los relatos. En él su palabra no era la suya, en él estaba inmerso la inmensidad del universo, en él todo era posible: la fama y el olvido, la luz y la oscuridad, la buscada eternidad.
   Pero solo compartió aquella creación con un niño. Únicamente él fue el elegido por la elegida. Ambos en soledad total reflexionaron a lo largo de sus vidas sobre tan divina y profunda manifestación literaria.
   Al final de sus días en una ceremoniosa ocasión, Diótima, ya sin fuerzas humanas, dejó su historia a su querido discípulo. Éste, luego de meditarlo, derritió tan iluminadas palabras. Sin embargo, antes de ellos las había leído por última vez y había memorizado varios de sus pasajes.
   Pasó el tiempo, pasaron los días y el discípulo no podía evadirse de sus pensamientos. Nada lo distraía de sus continuas divagaciones. Tanto ocupaba su pensar que deambulaba por las calles reflexionando en alta voz. Algunos curiosos lo tildaban de loco, otros seguían su razonamiento, otros apenas notaban su presencia. Entre aquellos que lo seguían comenzó a destacarse un inteligente muchacho. Éste continuamente creía encontrar la verdad, pero luego era persuadido por su maestro de sus errores. No obstante, aprendía de ellos y, con los años, logró obtener una gran y elogiable sabiduría.
   Fue el tercer elegido, fue el que recibió tan apreciado legado por medio de la voz y la experiencia de su antecesor. Fue el que intentó trasladar nuevamente a la escritura el maravilloso relato de Diótima. Mas no lo logró perfectamente. El ideal se había perdido. Nos quedan únicamente fragmentos de lo que fue la más sagradas de las historias.
   Quizás, en algún lugar lejano o cercano, exista otro elegido, otro pensador, otro singular creador.

Sebastián Narváez
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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PÉRGAMO

Longino, sentado en el escritorio mejor iluminado de la sala de escribas, trazaba sobre la superficie del papiro letras diminutas, manejando el cálamo con maestría. Copiaba para su benefactora Atia una de las obras más codiciadas de la biblioteca de Pérgamo, aquella que describía como, por designio divino, los hombres habían asignado a símbolos pictóricos diferentes sonidos, creando el alfabeto y la escritura. Antes de comenzar su trabajo, se había deleitado acariciando la superficie del papiro, recordando su tacto, familiarizándose de nuevo con él, pues hacía tiempo que en aquella sala, no hace mucho llena a rebosar de talentosos escribas, no se disponía de este material.
Alejandría, en su afán por poseer la mayor biblioteca del mundo, había prohibido el comercio de líber con Pérgamo al verse amenazada. Los rollos ya no llegaban, los escribas comenzaban a olvidar su arte, los talleres de papiro habían cerrado al no recibir la materia prima necesaria, y nunca más se volvería a ver en la ciudad a artesanos uniendo los fragmentos de corteza de líber para crear las grandes hojas sobre las que plasmar arte y sabiduría. La ciudad de Longino se había visto obligada a involucionar, a dedicar su fuerza a criar bestias y cultivar alimentos de nuevo y la gran biblioteca permanecía desierta.
Cuando la luz del sol se tornó insuficiente para continuar con su tarea, pidió al guardián de la sala que vigilase el papiro, puesto que era un artículo de lujo en aquellos días, y Longino no quería provocar la ira de Atia. El vigilante rió, nadie podía permitirse el lujo de encontrar una superficie donde escribir aquellos días aciagos por lo que, cuando regresase, el rollo de papiro seguiría donde lo había dejado, en aquella sala caída en desuso.
Mientras esperaba a que la tinta se secase, visitó el local de Senet más grande de la ciudad para distraerse y olvidar, con un vaso de cerveza, la situación de la desgraciada Pérgamo. Distraído, intentando encontrar el motivo por el que los dioses habían decidido desatar su furia contra aquel centro de la sabiduría, se acercó a él su sobrino Tito, inquieto y curioso, dotado de una gran inteligencia. Longino temía estos encuentros, pues ante la insistencia del joven por aprender el arte de la escritura, él solo podía ofrecerle largas. Sin embargo, esta vez el motivo de Tito era otro.
Desganado, acompañó a su sobrino hasta el antiguo taller de papiro en el que había trabajado hasta su cierre. Una vez dentro, el joven cerró a conciencia puertas y ventanas, antes de levantar la tapa de un gran baúl de ébano y sacar de él una fina lámina de un material que Longino desconocía. Tito, con ojos brillantes, le preguntó si serviría como base para la tinta. Su tío no dijo nada y se fue corriendo a la biblioteca. Enrolló descuidadamente el papiro de Atia, ya seco, y cogió su cálamo con seguridad. La tinta se integró sobre el nuevo material con trazos finos y desiguales, más legibles que en el papiro. El escriba no pudo hacer otra cosa que sonreír.
Volvió enseguida junto a Tito para que le explicase qué era aquel asombroso material y preguntarle cómo conseguir más. Su sobrino le explicó que había conseguido que un comerciante persa le explicase cómo crear aquel material a base de piel de oveja, cabra o terneros. Ante las ansias de saber de su tío, el joven le mostró el proceso de fabricación con la piel del ternero que su padre, criador de reses, había matado aquella mañana. Después de sumergirla en cal, la raspó para quitarle el vellón. Ya a la luz de las velas, la limó por ambas caras sobre una piedra lisa, para igualarla y, para terminar, la raspó con una piedra pómez.
Asombrado por haber encontrado el método con el que solventar el declive de Pérgamo, no tardó en visitar a Atia, que gratamente sorprendida, no tardó en dar a conocer el proceso de fabricación y financiar a los antiguos artesanos de papiro para que aprendieran a fabricarlo y remodelasen los talleres para su nuevo menester. La ciudad fue salvada de la caída y la biblioteca volvió a estar llena de escribas.
En una de sus conversaciones con Atia, Longino se dio cuenta de que, cuando una cosa no tenía nombre, no podía presumirse de que esta existiera realmente. Finalmente, y en homenaje a su amada ciudad, decidió nombrar aquellas finas láminas de piel como pergaminos.
Tito, convertido ya en un famoso escriba no dudó en plasmar sobre un pergamino la historia retocada, en la que él mismo había descubierto cómo crear el material sobre el que ahora escribía, y fue admirado por todos sus conciudadanos. Había logrado juntar una fortuna, que ya competía con la de Atia, enseñando el proceso de fabricación del pergamino y se había convertido en un hombre altivo y déspota.
En su lecho de muerte, Longino agarraba la mano de Atia mientras miraba a su sobrino con desprecio, desencantado tras haber leído la historia ficticia de cómo Tito había ideado el pergamino. Jamás había pensado que aquel hombre se hubiera convertido en un mentiroso, un fabulador. Las últimas palabras de la vida del anciano escriba, tacharon a Tito de ser un alejandrino que impedía que el saber fuese propiedad del pueblo, causaron mella en él.
Pasó meses recluido en su villa, arrepentido, con la única compañía de sus pergaminos, cálamos y tintas, hasta que un día decidió enmendar su error. Fue a casa de Atia, donde se encontraba el manuscrito de la historia de la creación del pergamino. La anfitriona lo recibió ofreciéndole un zumo de granada que él rechazó amablemente. Atia lo guió hasta su habitación y le tendió el pergamino, enrollado cual papiro. Cuando Tito lo iba a coger, lo retiró rápidamente y miró hacia un rincón de la estancia, donde había un pequeño cesto de mimbre. Le explicó que dentro había un regalo para él, por su gran labor como escriba. Confiado, él abrió la cesta, pero antes de que le diese tiempo a reaccionar, una cobra enfurecida clavó los venenosos colmillos en su cara. Él se quedó tendido en el suelo, inmovilizado, mientras veía a Atia extender el pergamino sobre una preciosa mesa de ébano tallado. Con una lima, la mujer raspó los lugares del pergamino donde aparecía el nombre de Tito y, mojando el cálamo en tinta negra, trazó los caracteres de su nombre en los espacios en blanco.
Las últimas palabras que Tito presenció en vida, fueron la que Atia pronunció tras una risa siniestra.
"La gloria será mía"

Necart
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL NIÑO DE LA CARRACA


En un pueblo de montaña, en la ladera de un valle, transcurrió hace varias décadas una historia que aún cuentan los ancianos del lugar. Todo empezó en un patio de vecinos.
   Era un día de primavera. El centro del patio estaba al descubierto y daba algo el sol. Lo rodeaban unos pasillos techados. Arcos con columnas sostenían los techos de tejas. Eran las 4 de la tarde, una tarde de verano. Bajo los techos, 4 o 5 mujeres jugaban al bingo. A unos metros, 5 o 6 hombres bebían vino en una mesa. Reían y hablaban. Apuraban sus vasos y volvían a rellenarlos con el líquido morado que llenaba una botella de vidrio verde. Un niño moreno peinado impecablemente con la raya al lado daba vueltas por el patio. Llevaba en su mano izquierda una carraca. La giraba sin parar.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   Paraba unos instantes. Después seguía.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   -¡Niño, calla ya! –chilló un hombre de unos 55 años largos con una gorra de marino. Tenía el pelo gris y la cara cuarteada.
   -¡Hay que ver qué pesadito es este niño, a ver si se calla ya! –dijo una mujer joven que jugaba al bingo.
  -¡Sí, estate quieto ya, niño! –dijo una mujer que hacía calceta junto a la ventana de su casa. Era mayor. Llevaba un vestido negro y tenía el pelo recogido en una pequeña cola gris oscuro.
   -El zagal este me está volviendo loco  –dijo un tipo con el marcado acento de la serranía.
   El niño seguía.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   Paró y miró a sus vecinos. Alzó la cabeza y su gesto no expresaba nada. Después siguió girando la carraca.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   Paró unos segundos. Volvió a andar dándole vueltas a su instrumento.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   Eran las 5 de la tarde. El niño seguía en ese plan.
   Los minutos fueron pasando, poco a poco. Finalmente llegó la hora de merendar. 
   Todos los vecinos del patio estaban ya muy cansados del ruido que hacía el niño. Algunos de los hombres ya estaban bastante borrachos. Dos de las mujeres también estaban empezando a notar ya el efecto de las dos copas de anís que se habían metido en el cuerpo.
-Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   -Yo estoy hasta los huevos de este niño –dijo el tipo de la gorra–. Si sus padres no se lo llevan nosotros tendremos que hacer algo.
   -¡Niño, callateeeeeeee! –gritó un hombre grande de cuarenta y tantos años. Era alto y con la cabeza cuadrada. Tenía el pelo marrón claro. Del color del chocolate con leche.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   El chico seguía parando unos segundos pero no tardaba en reanudar sus carreras girando la carraca como un loco.
   -Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....
   -Cómo me duele la cabeza –dijo una mujer morena. Era muy lozana y tenía un pañuelo blanco en el pelo.
   -Ya está –dijo otra de las mujeres–, le daremos unos pastelitos y una valeriana y así se quedará más tranquilo.
   -Bueno, por si acaso ponle también un poquito de estos tranquilizantes en los pasteles. No son muy fuertes, pero para un niño valdrán. Seguro que así se pone a descansar y nos deja tranquilos un rato –dijo la mujer morena.
   Metieron los pasteles en una habitación junto al patio. Eran siete u ocho. Los pusieron en una mesa con una sillita al lado. También le pusieron un vasito de leche y una taza con una infusión de valeriana. Le pusieron mucho azúcar. Llamaron al niño.
   -¡Chiquillo, ven aquí al cuarto a tomarte unos pastelitos! ¡Que es la hora de merendar! ¡Tómate dos o tres, aquí tienes leche! ¡Y bébete esta tacita de infusión, que está muy buena! –le dijeron las mujeres.
   -¡Eso, niño, y dejas un ratito tranquilo el cacharro! –le dijo el hombre grande.
   El chico se metió en el cuarto. Dejó la carraca en la mesa y se sentó. Cogió un pastel y los adultos se fueron para el patio. Siguieron cada uno en lo suyo.
   Al rato, el tipo grande dijo:
   -Qué tranquilo se está sin el niño, eh.
   -Sí, sí, se habrá comido los pasteles y se habrá quedado allí sentado o se habrá ido a su casa –dijo la lozana morena.
   -Bueno, voy a recoger las cosas del cuarto –dijo la mujer mayor.
   Entró en el cuarto.
¡¡¡¡¡¡AAAAHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!! –se escuchó.
   Los demás corrieron hacia la habitación y vieron al niño tendido en el suelo. La vieja estaba con los ojos medio cerrados y la mano en la cara. Estaba apoyada en la pared y parecía que se iba a desmayar.
   -¡Anda, se ha comido todos los pasteles! –dijo la lozana morena.
   -Qué niño más glotón –dijo de forma insensible el tipo grande de pelo marrón.
   -Voy a tomarle el pulso –dijo el hombre de pelo gris y cara cuarteada. Se agachó y le cogió la muñeca.
   -No respira –dijo poco después.
   -¡¡¿Qué hemos hecho?!! –gritó asustada la mujer lozana–. ¡¡Quién nos iba a decir a nosotros que el niño se iba a comer todos los pasteles!!
   -Bueno, habrá que avisar a su familia y a las autoridades. Pero que nadie mencione nada de esto nunca, ¿escucháis? –dijo con frialdad el tipo grande. 
   Con esto se refería al envenenamiento accidental del chico. Los otros lo sabían.
   Todos le miraron asintiendo cabizbajos.
   Días después fue el entierro. En el cementerio del pueblo había un gran luto. Al fondo, algunos vecinos cuchicheaban. Los implicados en la muerte se dirigían miradas que lo decían todo, que lo callaban todo. Sólo la joven lozana parecía algo más nerviosa.
   El sepelio terminó y pasaron los días.
   La vida ya no volvió a ser igual para los verdugos del Niño de la Carraca. La mujer mayor no logró reponerse del desmayo. La impresión que le produjo ver al crío sin sentido le provocó una crisis de la que no se recuperó.
   El patio donde anteriormente había vivido y jugado el niño se fue quedando vacío poco a poco. Los implicados en la muerte del niño nunca dejaron de escucharlo. Todos tuvieron mala estrella desde ese momento.
   Un día que el tipo grande de pelo marrón conducía su tractor por las afueras del pueblo escuchó algo a su espalda. Al principio era un murmullo, pero se fue convirtiendo en una voz de niño fuerte e insistente acompañada del sonido de una carraca. Se giró hacia atrás para ver y milésimas de segundo después estaba cayendo barranco abajo a causa del despiste. No sobrevivió a aquello. Tampoco nadie le echaría de menos. Era un mal tipo. 
   El otro hombre, el del pelo gris, abandonó el pueblo porque no podía vivir tranquilo, le atormentaba el recuerdo del niño. Escuchaba el sonido de la carraca día y noche y no podía dormir. Terminó vagando por las calles de una ciudad lejana. Convertido en un mendigo.
   La lozana morena siguió viviendo en el patio unos meses. Escuchaba a todas horas el sonido de la carraca, no se lo podía quitar de encima. Tras un tiempo en esta situación terminó enloqueciendo, no pudo aguantar más y la llevaron a un manicomio. Mientras se la llevaban oía: «Crjjjj, crajjjjj, carrrrr, crrrjjjj....»
   -¡¡Nooooooooo!! –gritó con la camisa de fuerza ya puesta y agarrada por dos loqueros.
   Hoy en día, el patio donde ocurrió aquella tragedia está abandonado. En el pueblo se dice que todavía se escucha una carraca sonando en las noches de invierno.

Siburg
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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CARTA A UNA AMIGA (reflexión de domingo)


Lo primero de todo decir que no sabía muy bien cómo empezar esto, ni cómo afrontarlo. En fin, comenzaré advirtiéndote de que no me gusta nada cuando.... Bueno, cuando os veo así. No sé si son necesarias o no las situaciones en las que actualmente estáis envueltos, por las que atravesáis; ya sea queriendo o sin querer. Repito, no lo sé. El caso, lo único cierto (que no certero) es que están ahí; existen.
Me pides consejo, y eso es de agradecer (confianza que con confianza espero poder devolver) pero no haría falta si tal asunto no hubiese llegado a tal estado; a ese punto. Mas a mí no me concierne opinar, juzgar; criticar por supuesto. A mí me toca, como amigo y como solicitado, ofrecerme como se ofrece un voluntario: con entrega desinteresada.
Espero poder ser de ayuda; aunque he de advertirte que palparlas y moldearlas a mi humilde opinión quizá sea un desacierto por mi parte, las diversas situaciones por las que estáis atravesando me refiero. Pero ya que me tocó padecer tu dolor diré lo que pienso: te diré algo que tal vez pueda ayudarte, o simplemente lo enrede aún mas (Eso dependerá, tanto de cómo lo percibas, y de cómo sea capaz yo de expresarme) ¡allá voy!

Cómo decirlo... En mi caso concreto, en mi relación de pareja, tiempo hace ya extinta por otra parte, fue que no hice otra cosa más que dudar. Dudar y dudar.
Eran nubes blancas sí, pero nubes al fin y al cabo lo que veía en mi horizonte. Y dejando a un lado el poder haberla querido más o menos, porque evidentemente algo de todo eso existió, me ocurrió que empecé a experimentar la sensación visionaria, cual Nostradameus. Comencé a ver, contemplar más allá del presente; y mirar al futuro era algo que me atenazaba. Algo que me sigue atenazando irremediablemente por más que trate de evitarlo. Intento luchar contra ello, sí, contra el miedo que me produce la incertidumbre; que es el porvenir (ya sea lejano o inmediato) Pero me cuesta gran esfuerzo ¿Qué puedo decir? Siempre fue así, mi vida-mis normas; Y a mí siempre me asustó el futuro.
Bueno, que me pierdo. No he venido aquí para hablar de mí. He venido aquí para tratar de ayudarte. Pero he de confesar, no ya en lo que nos acontece, sino en un plano general, que yo no soy la persona ideal. Y ni mucho menos la persona perfecta (Disto mucho de ello) Mis defectos son tantos y tan variados que a muchas veces empañan mis dudosas virtudes. En el amor no fue una excepción: Siempre fui mejor amigo que amante.
A lo que iba, me veía alertagado, aborregado, sumiso y consentido. Y no sé si fue por miedo que, las ganas infundadas, terribles, de salir corriendo en dirección contraria a todo lo que se postró ante mí, penetraron en mi mente. Imaginé un futuro, un futuro junto a otra persona, y no sé si sería porque no era la persona que realmente quisiera para eso, o porque soy un cobarde para ciertas cosas ¡Siempre las eternas dudas! Que me sentí como un perro con el rabo entre las piernas (Asustado y temeroso. Perro cobarde, perro sin dueño. Ese era yo; he sido siempre yo)
Hoy siento síntomas de mejora. Quizá los años me van curtiendo, o quizá sea la soledad que a mi piel se va adhiriendo, pero hoy creo llegar a la conclusión de que más allá de la libertad individual como persona existe también una libertad colectiva. Y que una no es razón para destruir a la otra. Creo, se puede conseguir una relación de pareja donde una libertad colectiva sea cierta; y donde la libertad individual no sea aplacada, perseguida. Pero repito, creo; pues aún no he tenido la oportunidad de averiguarlo.
Es una incertidumbre que espero algún día desvelar. Al igual que mis miedos: espero poder acallar. Existe una frase muy buena que más o menos dice lo siguiente - El deseo de acostarse con una persona ocurre muchas veces, pero el deseo de dormir junto a otra ocurre con una sola - Y a mí siempre me gustó dormir solo. A mí siempre me gustó dormir solo... hasta hoy. Hoy lo único que pretendo simplemente es dormir (solo o acompañado)

Espero no te estés durmiendo, riendo o vete a saber qué. Ya te lo advertí que quizá no sea buena idea pedirme consejo pues tal vez palparlas y moldearlas a mi humilde opinión sea un desacierto por mi parte, las situaciones por las que estáis atravesando me refiero.
Ya has visto, me he perdido entre metáforas incluso; entre palabrería que en la postrimería de la contienda poco o nada tendrá que ver. El caso de todo es que, en mi mencionada relación de pareja, me veía coartado en mi libertad como persona, impuestos unos grilletes que no aceptaría, porque siempre pequé de ser muy libre (E ingenuo claro, porque estoy atado a casi todo... Como todos) Aunque, ya he aclarado que esto no necesariamente tiene que ser así. Y me pesó como una gran losa de cemento. Eso sí, lo que no hice fue tomar decisiones drásticas. Ni con tigo ni sin ti, podría decirse. O como el perro del Hortelano: ese que ni jode ni deja joder.
Quise tomarme un tiempo, reflexionar. Y claro, tanto dudar y dudar hicieron mella en la relación. Le infundé a la otra persona mis dudas: Y eso desencadenó en el hecho inequívoco de que al final se cansará de mí, y con razón. Y me dejara (no la culpo)
Al principio de dejarlo lo veía de una manera, tiempo después de otra. Ya en frío comencé a sacar conclusiones. Pero dejaré las conclusiones a un lado, no vienen al caso.

Ese es mi ejemplo vivido. Quizá hoy en día no actuaría como actué, no lo sé. El caso es que lo que pasó pasado está. No se puede volver atrás, y el daño queda hecho. Lo que sí es primordial es sacar una lectura de todo ello. Siendo consciente de lo negativo quedarse únicamente con lo positivo. En mi caso me sirvió, sin percatarme entonces de ello, para darme cuenta de lo bonito que es, de la magia que destila el hecho de que dos personas se amen. Es por eso que me sirvió para darme cuenta de "Qué es lo que no quiero" Y de ahí que desde entonces ande con pies de plomo (Pues dar palos de ciego en el amor sería un intenso sufrimiento, y no por miedo; sino porque no quiero hacer sufrir a nadie) Y no lo dudes, que amor existió a pesar de todo.
La conclusión, pues me temo que me enredo, lo que realmente quería decirte (Al margen de lo que ya hablamos la noche anterior), es lo siguiente: Tu libertad como persona no tiene por qué estar reñida con tu relación de pareja; Es difícil, bien que lo sé...,  pero no tienen por qué ser incompatibles (¡Lucha!, intenta buscar la senda que te lleve por ese camino)
Y una última cosa para terminar. Si tú te sientes mal, si continuamente te muestras irritada, conseguirás que la otra persona lo esté. Y eso puede hacer que se forme una rueda, que gire, y que luego sea muy difícil de parar. Ten cuidado. Y nada. Los consejos, las verborreas que nos marcamos etc. De poco sirven, créeme. No existe un manual para esto que es la vida, o el amor (Ni soy yo un ejemplo a seguir... Consejos doy que para mí no tengo) Tu corazón o tu alma son tu guía, ellos te indicaran el camino a seguir, marcaran tus pasos.               (Síguelos)

Escrito durante el transcurso del verano de 2008

Javier P
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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#161
LA PUERTA GIRATORIA


De niña, Ana tenía dos patios. Tenía dos patios, dos jardines, dos casas, dos perros, dos madres. Trece gatos. Estas repeticiones y rarezas habían entretejido su particular sentido de la realidad. Ana aceptaba con calma el hecho de no poder distinguir el sueño de la vigilia. Jamás se había inquietado al ver seres pesadillezcos en plena calle y viceversa. Compartía su vida con los personajes más extraños: locas, perros, ciegos bicolor, aristócratas con cabeza de buitre; un origami de caras abriendo sus símbolos para ella.

Pero esa noche fue diferente.

Viajaba en colectivo. Iba sentada del lado de la ventanilla. El día era diáfano y no parecía existir peligro. "Sin embargo algo va a ocurrir", le decía una voz irreconocible y familiar a la vez. Ana se estremecía. Comenzaba a frotar mecánicamente sus brazos para darse calor. Algo frío la rondaba. Podía sentirlo en el regusto metálico y en los latidos oscuros.

De pronto, tocaban su hombro.

Ana despierta sobresaltada. Es tarde. Se viste con prisa. Baja. Afuera no hay nubes y eso la aterra.

Mientras espera el colectivo una sensación la alcanza. Ya ha tenido ese sueño. Entonces comprende. Está atrapada. Sus madres lo llamaban: la puerta giratoria. Una vez adentro las escenas se repiten inexorablemente hasta que se consiga romper el círculo. Ana necesita despertar y siente miedo. ¿Qué significa estar realmente despierta?

En el 110 el último asiento vacío da al pasillo. Esto la tranquiliza. No se sentará junto a la ventana, como en el sueño. Avanza despacio. Una saliva agria repta en su boca. De pronto el vehículo da un salto y Ana cae con horror. A su lado hay una mujer de espaldas. Frota sus brazos como si tuviera frío y observa la calle con desesperación.

Ana alarga su mano.

Sr. Wanatú
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA  CASA DE RUBÉN


La casa  era muy grande y estaba junto a la plaza de los laureles de indias, en una callejuela estrecha, cerca del lugar donde se había  cometido un crimen, del cual se habló mucho en toda la comarca. No he dicho que pasé mi niñez en este lugar, sobre todo, en las vacaciones estivales. La casa era triste, muy triste, todo lo triste que puede ser una casa rural  y de un  pueblo no demasiado grande; tenía en la parte de atrás un huerto muy grande,  con las paredes llenas de enredaderas de campanillas blancas y moradas, donde había plantado un drago y algunos frutos menores para el consumo de la casa. A la entrada principal había un jardín, con  plantas  de la flora canaria, tales como: una palmera, un mocan, cactus, yedras, verodes...
Mi amigo y yo jugábamos en el jardín a los boliches, al trompo, con un camión, una pistola de hojalata y con un  reloj que no andaba, justo al lado   de   las enredaderas y en un terrero  con anchas losetas y adoquines en sus bordes, rodeado por muros coronados  por maceteros y jardineras con piteras, cactus y demás plantas ornamentales autóctonas de Tenerife; fue una larga velada, que nos llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, Rubén, que estaba cansado  y tenía sed, estiró los brazos y dijo: - Qué tontos y pequeños son esos juguetes.
Era  un caluroso día de verano. Mi amigo y yo decidimos dar un paseo y pasamos frente a la puerta de un caserón antiguo que estaba en el Camino Real, propiedad de unos terratenientes de la ciudad. No sé si él golpeó esa puerta por travesura o distracción, tampoco sé, si tan solo amenazó con el puño, sin llegar a tocarla siquiera. Cien metros más adelante, junto al camino  que giraba a la izquierda, empezaba el caserío, pero al cruzar frente a la casa que estaba inmediatamente después de la primera, salieron de allí unos hombres, para nosotros, eran unos magos del campo, haciéndonos unas señas amables o de advertencia; estaban asustados, encogidos de miedo. Señalaban hacia el caserón y nos hacían recordar el golpe contra la puerta. Los dueños nos denunciarían e inmediatamente comenzaría la instrucción del  sumario en el Juzgado de Paz. Yo permanecía calmado, tranquilizaba a mi amigo. Posiblemente, él ni siquiera había tocado la puerta, y si en realidad lo había hecho, nadie podría acusarle por eso. Intenté hacer entender esto a las personas que nos rodeaban; me escuchaban pero absteniéndose de emitir juicio alguno. Después dijeron que no sólo mi amigo,  sino también yo, iba a ser acusado. La contestación se recibió con indiferencia. Parecía que, ante todo, lo importante era habernos compenetrado. Destacaban, de entre ellos, el cabo de la Guardia Civil, un hombre joven y vivaz, y su silencioso acompañante llamado Guzmán. Me invitaron a pasar al guachinche campesino que  estaba enfrente,  suelen ser negocios familiares. Estos establecimientos tienen su origen en los "tenderetes" que montaban muchos agricultores y ganaderos del norte de Tenerife, abiertos desde que se "juraban" las pipas de vino (especialmente  tinto), por el día de la víspera de San Andrés y hasta que se les acabase el producto de la cosecha,  vendiendo directamente a los turistas  ingleses y posteriormente al consumidor local, muy concretamente al de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna. Probablemente tenga su origen en la expresión inglesa I'm watching you! /aim wachingye/ "le observo" (indicando con ello que el posible turista inglés se encontraba preparado a probar y negociar). Lentamente, balanceando la cabeza, comencé a caminar bajo las miradas severas de los señores, camino hacia el Juzgado. Estábamos muy nerviosos y pensando que no habíamos cometido ningún acto punible. Aún creía que una sola palabra sería suficiente para que yo, que residía  en la ciudad todo el curso escolar, fuese liberado, incluso con honores, en este pueblo campesino. Pero después de atravesar el umbral de la puerta, pude escuchar al juez que se acercó a recibirnos:
-Estos jóvenes me dan lástima.
Sin duda alguna, no se refería con esto a mi estado actual sino a lo que me esperaba en  futuro. La habitación se parecía más a la celda de una prisión que una dependencia judicial. De las grandes losas de la pared, oscura y sin adornos, pendía, en alguna parte, una argolla de hierro, y en el centro de la habitación algo que era medio catre, mesa y mostrador, donde trabajaban el juez, el secretario y un auxiliar,  que componían todo el personal del juzgado.
¿Podría yo respirar otros aires que los de una cárcel? He aquí el gran dilema. O, mejor dicho, lo que sería el gran dilema, si yo tuviera alguna perspectiva de ser dejado en libertad, una vez que Guzmán me entregara el veredicto del Magistrado. Finalmente, todo quedó en un susto y fuimos absueltos, pero con la advertencia de no volver a pasar por delante del caserón de los ricachones de la ciudad. Cosa que no entendía, ni yo ni mi amigo.
El verano y las vacaciones continuaban y un día se nos ocurrió a los dos hacer una expedición por los tejados llenos de bejeques secos y acercarnos a la casa del crimen, que nos atraía por su misterio. Cuando volvimos a la azotea, una muchacha nos dijo que la madre de Rubén nos llamaba. Bajamos  y nos hicieron entrar en una sala grande y triste. Junto a un balcón estaban sentadas la madre y la hermana de mi amigo. La madre leía; la hija bordaba. No sé por qué, -me dieron miedo.
La madre con su voz severa, nos sermoneó por nuestra  correría, y luego comenzó a hacerme un sinnúmero de preguntas acerca de mi familia en la ciudad y de mis estudios. Mientras hablaba la madre, la hija sonreía; pero de una manera tan rara, tan rara...
-Hay que estudiar -dijo, a modo de conclusión, la madre.
Salimos del cuarto, me marché a casa y toda la tarde y toda la noche no hice más que pensar en las dos mujeres. Habiéndome despertado, por un súbito terror, casi a la primera vigilia de la noche, veo que toda la casa se encuentra completamente llena de la extensa claridad de una Luna en completo plenilunio, cuyo disco emergía entonces de las aguas del mar. Al hallar el silencioso misterio de la oscura noche, seguro también de que aquella excelsa diosa ejercía su majestad soberana, y de que todas las cosas humanas se regían por su providencia, y que no tan sólo los animales domésticos y los salvajes, sino también los objetos inanimados, subsistían por la influencia divina de su luz y de su poder; que sobre la tierra, en lo alto de los cielos y en las profundidades del mar, los mismos cuerpos ahora aumentan, ahora disminuyen, siguiendo el proceso de su incremento o de su descenso.

Desde aquel día esquivé como pude  ir a la casa de Rubén, pero una tarde volví a ver  a su madre y a su hermana que salían de una iglesia, las dos enlutadas porque había muerto el marido de la madre de mí amigo;  me miraron y sentí frío al verlas.
Cuando concluyó el curso y, volví de vacaciones a nuestra casa de veraneo en el  pueblo, ya no veía a Rubén: estaba tranquilo: pero un día me avisaron, diciéndome que mi amigo estaba enfermo. Fui, y le encontré en la cama, llorando, con temblores, debido a la fiebre alta y en voz baja me dijo que odiaba a su hermana. Sin embargo, ésta, que se llamaba Petra, le cuidaba con esmero y le atendía con cariño; pero tenía una sonrisa tan rara, tan rara...

Días después me contó, temblando de terror, que a las doce de la noche, hacía ya cerca de una semana que sonaba la campanilla de la escalera, se abría la puerta y no se veía a nadie. Rubén  y yo hicimos un gran número de pruebas. Nos apostábamos junto a la puerta..., llamaban..., abríamos..., nadie. Dejábamos la puerta entreabierta, para poder abrir en seguida...; llamaban..., nadie. Por fin quitamos el llamador a la campanilla, y la campanilla sonó, sonó..., y los dos nos miramos estremecidos de terror.
-Es mi hermana, mi hermana -dijo Rubén.
Y, convencidos de esto, buscamos las dos conchas por todas partes, y pusimos en su cuarto un cuenco, un pentagrama y varias inscripciones triangulares con la palabra mágica: «Abracadabra.»
Inútil, todo inútil; las cosas saltaban de sus sitios, y en las paredes se dibujaban sombras sin contornos y sin rostro.
Rubén languidecía, y para distraerle, su madre le compró una hermosa máquina fotográfica. Todos los días íbamos a pasear juntos, y llevábamos la cámara en nuestras caminatas por los caminos y rincones de la zona.
Una mañana, se le ocurrió a la madre que los retratara yo a los tres, en grupo, para mandar la foto, la madre decía: la "afoto", a sus parientes de Venezuela. Rubén y yo colocamos un toldo de lona en la azotea, y bajo él se pusieron la madre y sus dos hijos. Enfoqué, y por si acaso me salía mal, impresioné dos placas. En seguida Rubén y yo fuimos a revelarlas. Habían salido bien; pero sobre la cabeza de la hermana de mi amigo se veía una mancha oscura.

Yo salí del zaguán y bajé las escaleras de la casa tropezando, cayéndome, y al llegar a la calle eché a correr, perseguido por el recuerdo de la sonrisa de Petra. Al entrar en casa, al pasar junto a un espejo, la he visto  en el fondo de la luna, sonriendo, sonriendo siempre.
Acto seguido empecé a recordar las palabras de Petra: "No sabes la fuerza que tengo; rompo un cristal con los dedos, y hay una cosa más extraña: que muevo un objeto cualquiera de un lado a otro sin tocarlo. Quién ha dicho que estoy loca? ¡Miente!, porque los locos no duermen, y yo duermo... ¡Ah! ¿Creíais que yo no sabía esto. Desde que nací, todavía no he despertado".

La primavera no se había mostrado agradable. Sobreexcitado por la difícil y rara figura que había visto  por la mañana, que me exigía extrema preocupación, penetración y escrúpulo, Rubén no había podido detener, después de la comida, la vibración interna de lo ocurrido. Tampoco había logrado conciliar el sueño reparador, que le iba siendo cada día más necesario, a medida que sus fuerzas se gastaban. Por eso, después del café, había salido, con la esperanza de que el aire y el movimiento lo restaurasen, dándole fuerzas para trabajar toda la tarde y parte de la noche. Yo seguí pensando en la hermana de mi amigo, pero su imagen no se iba de mi pensamiento. Traté de relajarme y dormir, dado que mis vacaciones eran cortas y debía  descansar todo el tiempo posible. También pensaba que el próximo verano no iba a ir más a la casa de Rubén, para no encontrarme con su hermana, ni con los misterios que ocurrían en su casa Así pasé mis vacaciones ese verano con mi amigo Rubén.

Después de haber pasado muchos años, sigo acordándome de mis vacaciones en el campo, de la casa de Rubén, del guachinche, del caserón y del juzgado. Tampoco puedo olvidarme de Petra y de su misteriosa imagen.

Ppinexp
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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VISITANTES DEL VERANO
(El mosquito en la nevera)

En pleno verano sucedió algo bien particular en la cocina de mi casa, en la nevera para ser más exacto. Resulta que uno de esos mosquitos de la fruta se logró introducir en la parte menos fria del aparato. Lo vi por vez primera un día que iba a preparar una ensalada y buscaba un poco de lechuga; intenté desalojarlo de un manotazo pero fallé y no insistí, tenía mucha hambre. Tiempo después de  olvidado el incidente quise un poco de leche para el café y ahí estaba de nuevo. Habían pasado muchos días, tal vez varias semanas, pero estoy seguro se trataba del mismo mosquito. Reconocí su vuelo y su vientre abultado pero sobretodo sentí una conexión inexplicable con ese ínfimo ser que esta vez hizo un par de maniobras en el aire para salvar su vida o por lo menos su permanencia en la nevera. Se aseguró volando detras de una mermelada.

El vuelo de los mosquitos de la fruta no es tan rápido y zigzagueante como el de las moscas comunes. En realidad tienen un vuelo lento y pesado e incluso son fáciles de atrapar pero mi nevera es refugio ideal para un mosquito. A apesar de no estar muy llena abunda en recipientes, bolsas o empaques varios y eso para no hablar de lo  propicio como escondite que es el compartimiento de frutas y verduras. En esta ocasión cerré la puerta y volví a dejar el mosquito atrapado pero esta vez me pregunté porqué aún seguía ahí si todos sus compañeros, los demás que vi en la cocina, habían estado revoloteando al rededor de un dulce racimo de uvas, sobre el comedor,  que desaparecieron cuando las comí, hacía muchas semanas.  

De este ultimo incidente pasaron algunos dias y me volví a olvidar del asunto. En realidad pensé que la proxima vez que iba a saber de  ese ser seria en forma de un pequeño cadaver. Pero no fue así y una tarde al volver a casa, después de más de un mes de ausencia, iba a guardar un queso y lo volví a ver. Esta vez, muy cómodo voló detrás de una lata cerveza y luego se asentó sobre un pedazo de coliflor. En ese momento me  pareció un verdadero intruso y pensé en alguien que esta encerrado en un supermercado pero por supuesto sacando ventaja de la situación. Creí que todo lo que comía, proveniente de la nevera, habia sido primero probado, pisoteado  o husmeado por el mosquito. Ahora si estaba decidido a sacarlo y tuve hasta tiempo para averiguar algo sobre el invasor. Cerré la puerta y me dirigí a buscar información sobre el insecto. Busqué detalles en una enciclopedia de biología y me di cuenta que se trataba de un díptero, una drosophila melanogaster o mosca comun de la fruta; tambien supe que, debido a su fácil manipulación y relativamente corto periodo biológico, era de uso frecuente en laboratorios de genética. Por corto período biológico se entendian unas cuatro semanas, máximo, en condiciones óptimas a  una temperatura ideal (unos 25°C). Estoy seguro de que llevaba por lo menos dos meses y algunas semanas en mi nevera y se trataba del mismo individuo. Se me ocurrieron varias cosas: que se trataba de un ejemplar extraordinario, una especie de Matusalen de los mosquitos; que tal vez los mosquitos de laboratorio viven estresados y tienen una corta vida y que la ciencia cegatona no sabe de mosquitos prosperos como este; por su puesto se me ocurrió que  no se trataba del mismo mosquito, que habia entrado por algún orificio o imperfección de la puerta pero ambas ideas fueron fáciles de descartar, especialmente por el periodo largo que estuve ausente. Me vinieron a la memoria algunos incidentes molestos, sobretodo en el campo,  que he tenido con otros insectos: zancudos vampiros o zumbadores que no dejan dormir, hormigas o abejas que buscan compartir nuestra comida, avispas ponsoñozas, gusanos venenosos,  polillas que comen ropa o atacan bibliotecas, etc, etc. Tengo que  decir que aunque tengo simpatia por la naturaleza en general, en ese momento me acordé de todo esto y me sentí burlado por aquel insignificante bicho.

Esta vez si estaba decidido a expulsarlo. Abrí completamente la puerta de la nevera. Me tomó un poco de tiempo para desalojarlo pero lo hice. Primero sacudí la coliflor y de dos manotazos lo tuve casi afuera; intentó volver pero una tercera palmada lo detuvo.Debo decir que no lo golpeé duro, solo lo desalojé, y con un poco de paciencia hice que se dirigiera a la ventana que da a la calle, por donde tal vez había llegado y ahora escapaba. Desde ese día no se mas del mosquito.                              

Tellus
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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GUARDIAN ETERNO
                                         

Corrían, sus sombras iban quedando atrás, la oscuridad desaparecía ante sus ojos, el deseo los poseía y sus miradas encendían la pasión.
Isabel frenó su paso, dejó su rostro descubierto mostrando su juventud y Juan Manuel deslumbrado por ella la besó con frenesí.
Sus lágrimas se mezclaban con los latidos de su corazón y envolvieron a él en un deseo protector. 
La unión de ella con el duque Andrés hacía de este amor un encuentro de amantes.
Nadia despertó, esos sueños y los encuentros secretos, la mantenían viva.
Su amante nocturno, generaba una adrenalina desconocida por ella.
Sus mañanas eran monótonas, careos y conciliaciones de divorcio de seres agobiados de la vida compartida sin amor la rodeaban.
En la oficina su secretaría leía su agenda cuando la calma se quebró. Un torbellino de gritos  y un grupo de siluetas irrumpieron en el lugar.
En instantes se vio entre una multitud y detrás de ésta, hombres armados. Pensó en escapar pero, quedó inmóvil.   
Un aroma la envolvió, el perfume de Juan Manuel. Su corazón palpitó descontrolado, sintió que su amante nocturno estaba allí a su lado.
Deseaba verlo pero la situación la frenaba hasta que... la voz de él la estremeció, sintió su respirar y un sudor frío la recorrió.
-  No temas, ya pedí ayuda. Le susurró.
Tras su voz, gritos y corridas, afuera policías y adentro su amante medieval que la tenía cautiva redujo a los delincuentes. En minutos ella giró su cabeza, pensó que lo reencontraría en su presente, pero había desaparecido.
Otra noche, otro sueño y en él ya no corría, ni se escondía del mundo.
Juan Manuel en su cama la miraba, sus ojos lucían opacos, tomaba su mano y ella lo contemplaba, derramando lágrimas silenciosas.
Sus ojos la despedían, decía aquello que su voz ya no podía, sus manos un medallón se encontraba fuertemente atrapado.
Él cerró sus ojos. Nadia despertó agitada y sintió que Manuel había muerto.
El dolor la invadió. La mañana llegó junto con el abrupto despertar de su sueño y una fuerza la impulsaba a buscar a su amor medieval.
Días después recibiría un regalo comprado en una antigua capilla del Bolsón que la uniría al pasado. El medallón de Manuel volvía a sus manos.
Sin dudar decidió ir en busca de ella y una sensación de deleite para su alma la arrullaba.
Una fiesta tradicional religiosa la recibió, entre la gente y los colores una suave melodía la fue llevando a una región alejada cerca de una capilla que la cautivó.
Ingresó y un grupo de pobladores ejecutaban instrumentos típicos  y un guía sobresalía del resto. Ella estaba atrapada por la música y al irse escuchó a sus espaldas una voz conocida.
"Esperé siglos este reencuentro ya sin ocultarnos.  Fui un sueño, un perfume, una voz, un  medallón y hoy tu realidad. Soy tu guardián eterno, el que te cuidó en silencio.
Mi Isabel estoy a tu lado".
Nadie sabe si el amor se termina cuando la vida acaba, pocos son los amores que atraviesan las barreras de la muerte y siguen encontrándose vida a vida amándose más allá del tiempo.

Ángel
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente