Noticias:

Si continuas navegando aceptas nuestra Política de Cookies

Menú Principal

III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

Tema anterior - Siguiente tema

Parlamento

La vida según un psicópata


Todo es de color ácido, pausado, lento, demasiado lento para mí. Todos frotan sus manos ante un frío inexistente, no entiendo cómo se puede llegar a ser tan cínico. Yo estoy loco y no me importa reconocerlo, tan sólo no lo digo porque no me lo preguntan. Las preguntas aliviarían más de un mal en el mundo. Todo sería más fácil al reconocer que se es un ladrón... al final se robaría más, pero la gente no se sentiría atacada en su intimidad. Y a propósito de intimidad... ¿qué significa eso? Parece como un eslogan de la televisión para vendernos la burra de que somos completamente dueños de nuestro mundo... libres. Y eso de libertad... ¿qué es eso? ¿Qué se puede decir barbaridades en una noche de borrachera pero al día siguiente todo se vuelve igual de gris y oculto que siempre? No lo entiendo. Si se piensa algo, se lleva hasta las últimas consecuencias. Da igual lo que pase, ya sea a uno mismo o a los demás... quien tenga que entenderlo lo entenderá, y si no lo hace es porque no debería haber intentado entenderlo siquiera.

A mi me parece que están todos locos, que la gente necesita de ataduras para sentirse libres; que el agobio de sus amigos, su familia, su pareja son las que realmente les hace libres... absurdo ya de por si. Yo lo tengo muy claro: la libertad sólo se puede tener en soledad, la intimidad se busca y, cuando se encuentra, se agarra y se pelea por ella sin tener que dar explicaciones. Y el pensamiento de uno es el fin último que se debe seguir... quien se ponga en medio que se atenga a las consecuencias... así más de uno seguro que se aparta tímidamente... y a la vuelta de la esquina sale a correr. Estúpidos, no saben que da igual, que todo es lo mismo, tan sólo un mundo sin guerra es lo que podría arreglar la decadencia del ser humano. Pero no hablo de las absurdas guerras de bombas, tiroteos y uniformes, esas son necesarias para el hombre... es la única forma de medir quién es el más gallito de todos. Yo me refiero a las guerras interiores, las que se tienen con uno mismo, las que no dejan descansar en paz por la noches... esas que todos tienen. Todos menos yo. La vida es mucho más simple que eso: a quién se enoje que se de media vuelta, el que se interponga... no importa lo que le pase si yo estoy bien, al que me ayude no le agradecerá nada ya que si lo hace es porque él quiere, no porque se lo pida... y así todo. Es bastante simple. Y ya voy terminando de escribir que se me acaba la sangre del último que se me puso en medio y no estaba de acuerdo conmigo, y lo mejor es que yo no hice nada, sólo me aparte levemente y dejé paso a su cuello hasta mi cuchillo que descansaba plácidamente entre mis dedos. Me gusta jugar con mi cuchillo... corta y pincha, pero brilla más que una estrella cuando se pone bajo el sol... toda una belleza. Tendré que pensar en dónde esconder el cuerpo, y no porque me de miedo que lo descubran, sino porque hoy me siento cansado para tener que ajustar cuentas con más personas, y además no es que me guste el mal olor en mi casa, yo siempre he sido un maniático de la limpieza, no soporto que algo esté desordenado, lo debo ordenar, es como si un pedazo de universo se rompiese en cada cosa que está mal colocado. Y con las personas pasa lo mismo, no soporto el desorden...

The Phantom
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Atuendos


1.   Masa.
Cada uno recibía un baño de tolerancia, conocimiento y formación histórica que hizo de sí mismos individuos avanzados, cultos y dialogantes. Con su piel blanquecina por la falta de luz solar, sus venas azules, sus ademanes suaves y sus formas empáticas, vivían y convivían en una armonía envidiable, sin conflicto alguno.
De pronto, sin respetar el paso de peatones, un coche sucio pasó a toda velocidad con un ruido cavernoso, atravesando sin miramientos la calle educada, y arrastrando tras de sí a un niño de ocho años y a una anciana con una bolsa de plástico.
Del coche se bajó un adolescente riéndose a carcajadas, bebido, y haciendo cortes de  manga a la gente. Y todo el mundo, con los ojos inyectados en sangre, se abalanzó sobre el individuo destrozando su cuerpo a golpes. 
Y mientras lo hacían, una comprensión mutua les llevó a un sentimiento catártico.


2.   Desarme.
Tan bueno era que ni los herrerillos del parque se asustaban a su paso. Pero hizo tantos favores que no se lo perdonaron nunca. Caído en desgracia, lo llamaron un par de veces. El amor forzado hiere como cuchillos de hielo.
La soledad impuesta es tan dura como la compañía obligada. Casa que se cae encima cada tarde, ventana que ofrece al mismo perro levantando la pata en aquella pared, horas clónicas.
Salía de vez en cuando, como una sombra amarillenta, y se quedaba sentado en las almenas del mundo colectivo al que nunca quiso dañar.
Un día, decidióse.
Bailó, sonrió inoportunamente, vistió colores, y vivió como conjuro de la soledad. El rey de los traspiés ya no andaba con sombrero y el trajecillo apolillado se ahorcó en el armario para siempre. Quiso beber tanta gente, quiso tocar con los ojos tantas ventanas, que sus antiguos le dijeron que no, que les gustaba cuando era bonachón, cuando se le podía acariciar como a un perrillo inanimado.

Y se sentó en la acera para recordar cómo era antes, infeliz pero tocable.



3.   El acantilado.
Nunca conocí a una persona tan segura. De todas formas era un poco molesto que él, casi aburrido, casi perdonándonos, se sentara en su asiento de sabiduría como por encima del espacio y el tiempo. Su trono era una silla más, pero cuando su trasero tomaba posesión, la silla se convertía en trono de piedra. La función crea al órgano.
Pero lo cierto es que sabía mucho. Sobre todo, interpretaba muy bien los hechos. Daba explicaciones económicas o emocionales a conductas sociales o a movimientos de poder.
Su solidez intelectual incluso le hacía ser atractivo. Pero un día, su mujer bromeó con alguna deficiencia afectiva que nuestro rey tenía oculta.
Todo el armatoste parecía ahora algo desvencijado, parecía que un dios sólido bajaba lastimosamente a la tierra para ponerse tiritas.
Le miramos, como buscando una reacción que le asegurara en so trono, y así también reafirmarnos en nuestro líder ahora resquebrajado.
Pero no, con la herida de la murmuración probable, se quedó tan quieto como una estatua adorada y entonces, bajóse la alta testa del gran Caupolicán.

4.   Raíz.
Desde luego no le gustaba discutir con su padre. Pero era insoportable escuchar sus razones anticuadas, sus observaciones sobre la conducta o la ropa. No sé porqué tenía que reprocharle nada, cuando tampoco su padre era un dandy vistiendo. Esos pantalones de tergal de los setenta, ese desafortunado chaleco, esos zapatos más bien grandes.
En realidad casi se odiaban, o a él se lo parecía.
Al cabo de los años, el padre enfermó. Él le lavaba la cara, le afeitaba torpemente. Asistencia por imposición genética.
De forma fastidiosa, le llevaba la comida cada día y a veces se sentía culpable de que le dieran náuseas cuando tenía que fregar los platos, con los restos de la comida de su padre.
Mientras el padre dormía, el hijo se acercó, pegando casi su cara con la de su padre, observándolo.
Y vio los pelos despeinados, los profundos surcos en la cara, el sudor, su ropa descuidada y ese semblante de tristeza eterna.
Y entonces lo supo.

5.   Impronta.
Elena vino a enseñarme un caracol que había cogido y que tenía dentro de una bolsita de plástico transparente.
Sin darle tregua, lo sacaba, lo volvía a meter en la bolsa, lo ponía en el suelo, en el banco, en una hoja... El animal iba dejando su surco de baba en el suelo, como herido por un disparo invisible.
Dos amigos de su edad, de unos cinco años, también se tumbaron en el suelo para ver al animal desplazarse, lastimosamente por definición, y empujarlo de vez en cuando para que fuera más deprisa.
Cuando volví a mirar, desde lo lejos, vi a Elena de rodillas y con la cabeza entre las piernas, llorando de pena, pues le habían roto la concha al caracol.
Me acerqué a la niña. Tenía su cara tan cerca del animal, que casi todas sus lágrimas caían encima de él, formando un charquito. Daba la sensación de que el caracol iba a morir ahogado.
Al pasar los años, Elena, ya mujer, se fue de casa, donde las quejas y el miedo a la mala suerte la habían convertido en un templo al sufrimiento.
Ese temor arcano, esa desconfianza, esa sobreprotección a los miembros de la familia la desesperaban, y tuvo que salir corriendo antes de que todas las lágrimas de la casa terminasen ahogándola.

Adarve
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Tan solo un instante


Sus ojos brillaban enigmáticos mientras los míos intentaban evitar que me descubriese observándolos.
   Ahora tan solo me conformaba con poder rozar su piel con un leve toque de mi mano. Un gesto usualmente inadvertido pero que, en aquel momento, me parecía lo más importante que estaba ocurriendo en el mundo.
   Al fin, me atreví a hacerlo intentando disimular mi acción, aunque no tenía la certeza de haberlo conseguido.
Y el efecto de aquel movimiento fue devastador.
   De pronto, sentí un fuerte estremecimiento que recorrió todo mi cuerpo en un instante, provocando que mi mano se retirase casi con brusquedad. Fue como un shock, como una descarga eléctrica. Esperaba, o mejor dicho, deseaba con todas mis fuerzas que no se hubiera dado cuenta porque, de otro modo, me sentiría la persona más ridícula que pisaba la Tierra.
Sin embargo, ocurrió algo totalmente inesperado.
   Casi de inmediato, me miró con una ligera sonrisa que me transportó a la más absoluta tranquilidad y, sin saber la razón, supe que se había dado cuenta.
   Y mientras todos estos pensamientos cruzaban por mi cabeza, me di cuenta que sus ojos seguían fijos en los míos, manteniendo esa mirada que penetraba en mi interior hasta lo más profundo de mi ser. No sabía ni quería reaccionar, sino tan solo dejarme llevar y aprovechar ese mágico instante que me brindaba la vida, por fin.
   Ahora tenía claro que nada de lo que pasara a partir de ese instante sería tan decisivo, tan relevante, como esta sensación indescriptible de felicidad plena que inundaba mi alma y colapsaba mis sentidos. Aunque durase solo un parpadeo, supe que para mí sería algo eterno.
   Y entonces fue cuando se empezó a acercar. Muy lentamente, casi sin moverse, pero de forma elegante y sutil.
Mi corazón se aceleró y comenzó a latir cada vez más deprisa y tenía la certeza de que mis mejillas se habían enrojecido.
Continuó su lento pero inexorable movimiento hasta quedar tan cerca de mí que era capaz de saborear su olor, un delicioso perfume que inundaba mis pulmones y provocaban que casi tuviera que cerrar mis ojos.
Y fue cuando me habló.
Lo hizo lentamente, sin apenas esfuerzo, y su voz resultó ser tan perfecta como lo era el resto de su cuerpo.
     -¿Me permite salir?
   Ni siquiera pude contestar. Tan solo acerté a apartarme ligeramente con un movimiento torpe hasta despejar la salida.
   Y mientras se marchaba seguí observando su forma de caminar, la elegancia de su figura y la perfección de sus formas.
Y hasta hoy, después de tantos años y cuando ya las fuerzas me empiezan a fallar, todavía sigo preguntándome si finalmente fue cierto que se girase justo un instante antes de que las puertas se cerrasen frente a mí.

Alex rader
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

MENSAJE EN UNA BOTELLA


En algún lugar del Mediterráneo, año 2012

A quien encuentre este mensaje. Escribo esta carta que he introducido en una botella y tirado al mar desde la fragata "Talante", un buque de guerra español de tres palos cruzados con velas cuadras en todos sus mástiles, de ciento cuarenta metros de eslora, quince de manga, ocho de calado y con más años y abolladuras que estrellas hay en el cielo, con la intención de que la memoria de los cien marinos que aquí nos encontramos no la engulla la mar, tal y como va a hacer con nosotros.

Y es que el mundo debe conocer nuestra triste historia. No por haber caído en el fragor de una batalla por la patria, donde nuestro honor se hubiese mantenido intacto; tampoco porque la madre naturaleza nos abatiera con una destructora tormenta, en cuyo caso la fatalidad se consideraría simplemente gajes del oficio. Lo penoso de la situación es que nos encontramos a merced del mar porque, y me duele reconocerlo, nos hemos perdido.

Para entender el curso de los acontecimientos hay que remontarse al día 14 de agosto, cuando nos encontrábamos a pocas millas de las costas de Melilla. Tras dos meses realizando actuaciones de vigilancia por el Índico yo me encontraba en cubierta, buscando tierra con mis prismáticos, cuando de pronto observé algo que alteró me llamó poderosamente la atención: se estaba produciendo un desembarco de militares por parte de la flota marroquí en la playa conocida como de la "Horcas coloradas", en una acción que días después el rey de Marruecos describió como un simple error en las maniobras, aunque aprovechó para decir que eso pasaba porque España llevaba siglos invadiendo territorio marroquí, continuando con sus exigencias respecto a Ceuta y, de paso, todo al Andalus. Será por pedir...

Enseguida di parte a nuestro capitán, don Pere Grimau, pese a conocer el castigo que podía suponerme despertar a un superior de la siesta. Nada más enterarse de la noticia el capitán de la fragata, ante la excepcionalidad de la situación, en respuesta ante lo que parecía un ataque, se puso en contacto con el Ministerio de Defensa vía correo ordinario-con la crisis económica el Gobierno nos había restringido el uso del teléfono y los radares, aparte del racionamiento de gasoil, comida y bebida- proponiendo realizar de inmediato una contraofensiva disuasoria, mandándome a mí, el teniente Patxi Garmendia, a formar a todos los hombres mientras en caso de que se diera luz verde desde Madrid.

Los responsables de contener el avance enemigo, o enemiga-según la Ley de Ordenación de género, Coordinación de la igualdad y Anticlericalismo(LOCA), ha de primar la corrección lingüística y evitar el lenguaje sexista- estaba formado por lo más granado- y granada- de nuestro ejército que ese día no se encontrara de permiso, ya que el 15 de agosto cayó en lunes y muchos habían hecho puente. En total, nuestras tropas consistían en dos españoles, contando al capitán y al teniente, y noventa y ocho inmigrantes dispuestos a darlo todo por el sueldo y, si no quedaba más remedio, por la patria.

A toda prisa me reuní con mis mejores hombres, entre los que destacaban el cabo primero Roberto Chávez, la caba Jessica- la mujer más dura a este lado del Mediterráneo, con tatuajes hasta en los pezones- y los expertos marineros Mario Ngema, Atahualpa y Mohammad Abdallah al Sähuir, más conocido como"Moji", aunque después de una noche loca en Mogadiscio donde contrajo alguna enfermedad venérea todos le llamaban Mojino escozío.

El caso es que mientras los marroquíes se adentraban en las playas de Melilla ordené a nuestros valerosos soldados y soldadas tomar posiciones a la altura de la playa a la espera de las noticias ministeriales, pero cuando se estaba ultimando la preparación del ataque surgieron diversos imprevistos: el capitán expedientó a veinte personas por encenderse un cigarrillo en cubierta porque estaban nerviosos antes de empezar a disparar, pero el alto mando consideró que no había tregua contra el tabaco así que, alegando que fumar mata, no levantaron el castigo; mientras, a otros doce los tuvimos que meter en el calabozo por llevar una estampita de la Virgen de las Angustias, al estar prohibido cualquier símbolo religioso que pudiera ofender las creencias de Mojino escozío y los otros quince magrebíes del norte-vamos, los moros de toda la vida, pero es que tenemos prohibida esa terminología-; y finalmente, la mitad de los ecuatorianos se encontraban en enfermería al haber salido la noche anterior y excederse con la bebida, mientras que la otra mitad presentaban heridas de arma blanca por una reyerta con sus propios compatriotas.

Entretanto, en la cabina de mando del "Talante", al capitán Pere Grimau le llegó una hora y media después de solicitarlo un comunicado urgente del Gabinete de Decisiones del Ministro de Defensa, formado por diecisiete miembros, uno por Comunidad Autónoma, generándose en ese momento un ligero problema lingüístico, ya que según el artículo 3 de la LOCA "las órdenes de un superior a sus subordinados deben darse en la lengua cooficial de su Comunidad Autónoma de origen". En este caso un señor de Murcia nos mandó el siguiente comunicado: despongo que se vrigilen a los malos y si no se tié en cuenta, va a costar un desgusto, así quén cuanti la noche allegue se acorralen a esos zagales, pijo.

El problema era que aquella misiva no fue traducida correctamente por el capitán,- más catalán que el pan con tomate pero limitado en idiomas, pues sólo hablaba inglés, francés, alemán y algo de gallego en la intimidad, creyendo entender que lo que le pedían era replegarse inicialmente hasta nueva orden, por lo que me mandó una Comunicación de Régimen Interior con las siguientes instrucciones: les ordres són que ens repleguem.

Uno nunca ha sido muy ducho en lenguas-cuando me gradué en la Armada me tuve que apuntar a una ikastola para aprender vasco, requisito imprescindible para poder dar órdenes a los moros y sudamericanos, según la LOCA- pero sí en la interpretación de los hechos, dando por sentado que lo que me pedía mi capitán era que pusiéramos pose de atacar pero sólo para asustar. Erasoko dugu baina gutxi, vamos a atacar pero poco, dije a mis tropas; algo lógico, puesto que nuestras armas iban sin balas, conforme al Reglamento Interno de Acción Social del Ejército, el RÍASE, donde se nos indica en su artículo 5 que como los fusiles matan, nuestras fuerzas de paz, en vez de tiros, han de repartir gladiolos.
El caso es que el cabo primero Chávez, los marineros Ngema, Atahualpa y Abdallah al Sähuir, junto a la caba Jessica y el conjunto de la milicia uruguaya, ecuatoriana, salvadoreña, mora y guineana-de momento todos subalternos, que para jefes con los de aquí nos arreglamos-, no sabían vasco, así que interpretaron mi arqueo de cejas como que a sus y a ellos. Y allá que se fueron, al grito no del todo unánime de "Santiago y cierra España"-ahí los mexicanos se negaron en redondo a continuar porque o se mentaba a la Virgen de Guadalupe o ellos no iban-, lanzándose como fieras contra aquellos morenitos que tan alegremente se estaban montando un bazar en la arena melillense.

Y cuando todo estaba preparado para comenzar la madre de todas las batallas, nada de nada. Finalmente todo se quedó en un simple susto, pues antes de emprender la batalla desde Marrakech se ordenó a su flota regresar inmediatamente a territorio marroquí ya que estaban en pleno Ramadán y se tenían que ir a rezar, por lo que se replegaron rápidamente, volviendo al barco nodriza para dirigirse a su país.

Ni que decir tiene que por parte del Gobierno Español no se exigieron responsabilidades ni disculpas diplomáticas por lo sucedido, principalmente por no ofender al rey de Marruecos- al parecer, íntimo amigo de España. Cosas veredes que farán fablar las piedras, decía mi abuelo- y como tal no se recibieron.

El caso es que regresamos al "Talante" con alguna baja-algunos optaron por enrolarse en un circo, alegando que para hacer el payaso allí se les pagaba más-, recibiendo la orden de volver al puerto de Cartagena. Pero resulta que nuestro nuevo encargado de llevar la brújula-seguíamos sin radar, ya se sabe, la crisis y tal- había comprado como souvenir un imán para la nevera- una imagen con fondo negro y un sencillo título en amarillo: Melilla at night-que hizo enloquecer la aguja, llevándonos mar adentro sin que nadie se percatara hasta que nos encontramos en paradero desconocido en algún lugar del Mediterráneo.

Por supuesto que intentamos enderezar el rumbo, pero el de la brújula, como hombre que es, no quiso preguntar por dónde se iba, confiado en encontrar el camino él solito. Y no sólo no continuamos perdidos sino que, de tanta vuelta, nos quedamos sin combustible, escasos de agua y alimentos, a la deriva y sin poder contactar con el exterior.

Y aquí seguimos, varias semanas después. Si esta carta desesperada llega a las manos de alguien espero que puedan acudir a nuestro rescate, si es que aún queda algo de nosotros, porque hay unos chilenos que no paran de contar una historia diciendo que son parientes de no se qué jugadores de rugby que se fueron de picnic a los Andes, y mientras no dejan de mirarme con tal cara de hambre que ya me empieza a preocupar.

Teniente de la Marina, Patxi Garmendia

Jacobinos
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

DUERME, QUE TU PRINCIPE ESTÁ A PUNTO DE LLEGAR PARA BESARTE


La primera vez que te oí llorar pensé: << Ya eres dueña de tu tiempo. >> Tu llanto, hoy en día, es un terremoto de escala diez para mi alma. Y sin embargo, debo mantenerme a píe firme. Tú no mereces menos.

          ¿Sabes? Recuerdo como si hubiera sucedido hace no más de un segundo que lloré de felicidad al sentir la calidez de tu piel derramándose sobre mi pecho. Eras tan pequeñita... y yo tan enormemente dichosa de tenerte al fin conmigo tras un embarazo tan complicado... La vida demostraba una vez más que siempre acaba por abrirse paso, a pesar de las muchas dificultades que puedan surgir para alzarse ante ella como barreras infranqueables.
Ahora el tiempo corre en tu contra, y mis lágrimas son de angustia, como láminas de plata sucia, aunque tú nunca me ves verterlas; hago de ello un afán inexcusable.
Todo debería haber sido al contrario: una vez liquidados muchos años de felicidad entre las dos, tú deberías haber cuidado de mí. Pero resulta que la vida se empeña en ponernos pruebas incomprensibles, y que al principio nos parecen insufribles aunque, al fin, acabemos si no por superarlas sí por conciliarnos con ellas o, al menos, por llevarlas con resignación. En esto último, cada día aprendo más de ti, de tu aguante ante la adversidad.
El cronómetro vital te ha dado tan pocas oportunidades para que seas feliz... Ha descascarillado todas tus ilusiones, y ha desgastado las mías hasta hacerlas traslúcidas, casi como un jirón de piel deslucido. Pero no puedo permitir que lo adviertas; ya acumulas demasiado pesar. Te pasas horas y horas deshojando tu tiempo, preguntándote en tus silenciosos momentos de lucidez por qué no puedes ser una niña normal. Añoras jugar en libertad, como a diario lo hacen tus amiguitas cuando los rayos afables del sol bañan el parque en el que tantas veces correteaste hasta la extenuación. Verte así, postrada, la mirada perdida por la ventana, embarra mi espíritu.
Si pudiera, sin dudarlo, me cambiaria por ti. Pero sé que esa es una súplica que nadie habrá de concederme.
Reconozco mi impotencia: no soy capaz de ralentizar, o de estirar, el avance de unas horas que, aliadas con minutos y segundos devastadores, tejen una telaraña para que la enfermedad devore los vestigios que, como piezas de un puzle, debieran haber certificado toda una existencia plena.
Me duele tanto comprobar que tu vida va convirtiéndose de manera fatal e irremediable en un tiempo perdido o casi inanimado ... No alcanzar a que el segundero que mide tu pulso cuente a tu favor representa mi desventura, una agridulce condena a seguir viviendo por ti. Es mi responsabilidad; y la acepto sin rechistar. Sin embargo, a cada momento, y delante de ti con más ahínco, debo hacer tripas corazón. Por ti, solo por ti, debo sacar fuerzas de flaqueza de este cuerpo agotado, en el que me veo atrapada sin remedio, mis músculos carentes de energía para seguir adelante.
¿Cómo consigo no fallarte? Te juro que ni yo misma lo sé. Quizá una simple mueca de gratitud tuya es la energía que necesito para no desfallecer, y de ella obtengo motivos para afrontar tu enfermedad.
Al escuchar el diagnostico, Parkinson por causas hereditarias, el suelo se convirtió en una fina lámina de cristal. Saltó en mil pedazos. El vacio se abrió bajo mis pies. Un tsunami de incertidumbre golpeó mi corazón, sacudiendo mis entrañas. Tú no entendías nada de lo que se te venía encima. Yo no comprendía nada. Necesitaba respuestas. Tú necesitabas más que nunca de mí.
¿Cómo he podido mantenerme a salvo? ¡Qué injusta soy al preguntarme esto! La enferma, mi niña, eres tú, aunque tú, a veces, pareces ausente del mal que te atenaza. Solo sé que la magnitud del dolor que siento queda neutralizada por una sonrisa tuya. Porque tus risas, hoy por hoy, son mi horizonte; conforman la tranquilidad que apacigua las incertidumbres con las que computo mi vida. Y procuro encontrar en tu mirada, cuando toma cuerpo o cuando deja de ser un haz de luz sin destino, ese rayo de esperanza al que aferrarme para encontrar un remanso de paz, del mismo modo que un barco en medio de una tempestad ansía llegar a puerto seguro, guiado por un faro en la distancia. Tú eres el fanal que guía mis pasos. Y sin embargo, ¡qué cosas!, tú eres la que te sientes perdida o desorientada.
******
El momento más cruel aconteció una noche aciaga, convertida en un fatídico instante que quedó grabado a fuego en mi alma; nunca lo olvidaré.
El grito que lanzaste recorrió cada rincón de nuestra casa, quizá buscando un recoveco donde apaciguarse; azoró mi cuerpo, estremeciéndolo de pies a cabeza. Te abracé. Me miraste extrañada, como si tus ojos fuesen dos terrones de arena a punto de desmenuzarse. Descubrí en el fondo de ellos la misma soledad y turbación que acarreaba Blancanieves mientras atravesaba a carrera viva el bosque, encantado por su propio temor, las ramas de los árboles como garras que ansiaban prenderla. Pero tú no estabas sola, aunque te acribillaban los más atroces síntomas de la enfermedad.
De nada te sirvieron mis palabras; menos aun mis besos. Me lanzaste una mirada vacía, llena de zozobra. Quise consolarte con tu muñeca. Pero lloraste atemorizada. No la reconocías; incluso le lanzaste un manotazo, igual que a mí. Porque tampoco se hallaba mi rostro entre aquellos con los que te mostrabas conforme durante tus crisis más severas. Fue como si me hubieras echado de tu familia. Esa ausencia fue interminable. Me creí morir. Te abracé. No obtuve respuesta. El mundo se resquebrajó a mi alrededor, como una piel cuarteada por un sol de inclemencia. Me hubiera dejado morir en ese mismo instante a cambio de que recuperases un hálito de salud resplandeciente, pero sé que te habría arrastrado conmigo. No te podía fallar; entonces, menos que nunca.
******
Mi niña, mientras la enfermedad te desmorona, te he visto volver a un tiempo de indefensión, pero no de desamparo, como cuando eras un bebé... mi amado bebé. Y esa es mi mayor aflicción.
Tus movimientos son cada vez más dificultosos; babeas; tu dulce carita a veces me parece una máscara de carnaval, sin apenas expresión; tu cuerpo cada vez está más encorvado; tus manos han perdido la fuerza con la que se aferraban a las mías cuando marchábamos camino de la escuela; una simple caricia mía puede ser un tormento para ti, pues te duele casi todo el cuerpo; para ti es dificultoso comer, incluso te supone un soberano esfuerzo tragar el manjar que más te gusta: el helado de chocolate y menta; tiemblas sin tener miedo, y fíjate que cosas: para consolarme, creo que lo haces por frío, y aun yo sabiendo que tus músculos no te responden, y de ahí los espasmos, te acurruco junto a mí. Tu voz, ese torrente que muchas veces no cesaba, tú tan charlatana como eras, es cada vez menos audible. Pero mi amor se crece más y más mientras tu enfermedad avanza, mi niña. No lo dudes: aférrate a mí, a mi presencia. Yo quiero ser tu primavera, el refugio para tu desesperación y tus temores.

Ahora duerme, que afuera está lloviendo y hace frío. Duerme, duerme tranquila, mi amor, que mamá está junto a ti, leyéndote el cuento de Blancanieves y los siete enanitos, tu preferido, mi princesa. Duerme tranquila, que no hay enfermedad que pueda destrozar todo el amor que siento por ti. Duerme mi niña, que tu príncipe –papá- está a punto de llegar para besarte...

Xil de zatico
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

CRÓNICAS DE UNA GUERRA


Sentía cierta predilección por matar.
Con cada golpe, el perdón parecía más cercano. Y cada vida segada era un soplo momentáneo que serenaba sus sentidos repletos de odio.
No importaba su sexo o la ubicación, tampoco cuándo o cómo. Solo una persona más, cuya historia era demasiado corta para una tierra sobre la que se había derramado suficiente sangre.
El enemigo se lo había arrebatado todo, incluso cada frase de esperanza, mermada con dureza al germinar. Cada minuto apacible del pasado era derrocado en un simple segundo en el que los más viles instintos luchaban  por prosperar.
Su guerra, ¿era realmente suya? ¿A quién pertenecía esa causa? Los brazos ateridos imploraban un descanso, pero se movían con la rabia fugitiva de quien cree estar haciendo lo correcto.
No le pertenecía al principio, eso era cierto. No hasta que desapareció todo, hasta que se convirtió en el único motivo y utilidad de su existencia. ¿Qué hacer para rellenar las horas hasta morir? Simplemente obedecer, seguir un camino que ya parecía guiado como si nada fuese más sencillo que eso.

Existían símbolos que demostraban su fiereza en el combate. Las condecoraciones refulgían cuando había presente orgullo por mostrarlas. Unos pedazos de metal a cambio de tres vidas relucientes; fragmentos de bronce quebradizo e imperecedero que al llegar la noche desgarraban su piel abriéndose camino hacia las entrañas.
En algunos momentos, las vidas despojadas conseguían permitirle continuar. Juntas eran un falso sustituto de un corazón de piedra que no latía: un reloj con el irrevocable contador hacia atrás activado. 
Porque siempre, cada día, llegaba el momento de rendir cuenta del mal ocasionado. Imploraba que no llegase, que la lucha se prolongara. No importaba, siempre había un momento en el que sus exhaustos músculos debían respirar. Ocurría de repente, en los instantes de soledad; no había compañeros que escudasen un cuerpo errante en la búsqueda de su hogar. Y en aquellos segundos, sus fantasmas aprovechaban para cubrirlo; no gritaban: sus voces de felicidad estallaban en el cerebro. Unos resquicios amables subsanados por los ecos de la agonía sufrida; la esencia que supuraba de sus cuerpos ingrávidos. Los lazos, ya evaporados, que unían el suyo propio a su estirpe y con todo lo que le quedaba. El dolor desgarraba las sombras de un tic-tac incesante que teñía el precio de la deuda.
Cada alma arrebatada para otorgarle un segundo de existencia creaba oleadas de dolor tan profundas e insoportables como las que sufría, y probablemente, sus seres queridos no habían sido más que el efímero hálito que alimentaba a los que luchaban por su misma causa. No se acabaría jamás porque era un camino eterno de retorno al origen, el alimento de las bestias sin voluntad propia, títeres guiados por manos gigantescas.
Y se dio cuenta de que no importaba si sus armas eran piedras, espadas o metralletas.
Tampoco eran relevantes los orígenes de una afrenta. ¿Quién lo recordaba ya? Se habían vuelto vengadores del destino, del pasado.
Era un humano dominado por un impulso incontrolable...
...¿la inteligencia?
No.
Los sentimientos.

Amaranth
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

La niña, su abuela, el fantasma de un hombre malísimo y un final que de todos es sabido


Érase una vez una niña perseguida por el fantasma de un hombre malísimo que hacía cosas malísimas, y que la visitaba en sueños. La niña nunca había tenido amigos, pero sabía lo bastante para comprender que él no lo era. Por mucho que rezase, por muy bien que se portara y por mucho que se esforzase en creer a los demás cuando decían que no existen los fantasmas, siempre venía el alma en pena del hombre malo y le demostraba que ni todos los deseos, ni todos los rezos del mundo podían hacerle desaparecer. Por eso la niña ideó un sistema con el que mantener a raya a aquel espíritu malévolo: construiría un cofre caza-fantasmas.
De todos es sabido que a los fantasmas, especialmente a los malísimos, les encanta el chocolate. Así que la niña, que no era precisamente buena o no hubiera sido perseguida por un fantasma tan malo como aquel, le preparó una trampa ladina y maliciosa, como son y han sido siempre las trampas de los niños malos. Para ello buscó en el desván el viejo baúl de su abuela, lo selló con silicona especial para baúles de abuela y colocó en su interior una tableta de chocolate. Al sentir el aroma irresistible del cacao, la leche, los colorantes y los conservantes, el desván de la abuela se llenó de fantasmas de hombres malos. También de mujeres malas, pues de todos es sabido que en lo referente a maldad el sexo femenino tiene tanta o más disposición y desenvoltura.
La niña se asustó ante aquella legión de espectros criminales y golosos que llenaban el baúl. Lo cerró con la rapidez que sus manos nerviosas le permitían y selló sus goznes con silicona especial para la retención de fantasmas en baúles. El baúl estaba lleno de espíritus pero la niña no sabía si el fantasma del hombre malísimo que la perseguía a ella estaba allí dentro. Sólo había una forma de saberlo: deshacerse del baúl y permanecer a la espera para comprobar que no volviesen más aquellas cansinas apariciones. Pero cuando se disponía a bajar del desván con el baúl para sepultarlo bajo tierra, su abuela la sorprendió con las manos en las asas. De todos es sabido que las abuelas le tienen mucho cariño a sus baúles y que no les gusta nada que sus nietas anden moviéndolos de acá para allá. Mucho menos si el baúl se lo han llenado de fantasmas de personas malas. La abuela de la niña mala, que muy buena no podía ser o no hubiera tenido una nieta maligna y sin amigos como aquella, la regañó duramente y la castigó sin salir del desván durante tres días.
El desván de la abuela era como todos los desvanes de abuela que en el mundo existen. Un cuchitril oscuro, mugriento y de techos bajos repletos de telarañas. La resentida saña de la abuela, que era cruel como un invierno en Soria, se manifestó en toda su plenitud los tres días que duró el cautiverio. No dejó que su nieta probara bocado. De todos es sabido que en los desvanes de abuela no hay más comida que el queso maloliente que sirve de cebo para los ratones. En este caso estaba también la tableta de chocolate que había metido la niña dentro del baúl. Así que, hambrienta después de tres días de ayuno y encierro, abrió desesperada el cofre atrapa-fantasmas con el ansia de comer el chocolate que había empleado como reclamo. Al abrirlo salieron de allí despavoridos los numerosos espectros. Algunos famosos como el de Canterbury o el de la Ópera, pero también fantasmas pobres con sus sábanas carcomidas y amarillentas.
Los fantasmas se habían comido la tableta de chocolate entera y además estaban enfadados con la niña por haberlos encerrado. De todos es sabido que una legión de fantasmas enfadados es peor que una plaga de langostas furibundas, así que, como venganza, poseyéronla. Cuando la abuela abrió la puerta del desván después de los tres días, se encontró a su nieta vomitando, gritando obscenidades y girando su cuello trescientos sesenta grados. La abuela, lejos de asustarse, pensó que la niña tenía un gran potencial artístico. Primero intentó que labrara su carrera de actriz en España. Hizo una prueba con Almodóvar pero le pareció una niña demasiado corriente. Si al menos hubiera sido un niño travesti... Hizo otra con Garci pero no acabó de convencerle el hecho de que la niña levitara a dos metros del suelo. Como en España no sabían apreciar las bondades interpretativas de su nieta, la abuela la llevó a un casting en Hollywood y le dieron un papel protagonista. Como el final de esta historia de todos es sabido, permitid que me lo ahorre.

Padre carrack
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Carretera Austral...


El Inca, vive solo y dispone de su tiempo como si hubiese entrado en un espacio para el resto de los hombres, olvidado. En el que parecen haberse aliado los árboles con las montañas y los vientos, para amedrentar y vencer al indio, que respira con olor a tierra, aceite , madera y más persistente a Mate.
Ha preparado sus avíos y su montura para el viaje. La conduce lentamente, mil kilómetros adelante, por la carretera Austral, dirección a Tierra de fuego. 


Deja atrás pueblos sin calles, sin carreteras, sin perros. Perdidos del mundo, cercados por cementerios de  más de dos siglos y dos mil muertos , ya olvidados.
Mira con una leve ensoñación, hacia el interior del bosque donde la austral se corta , después ya no queda nada más, solo el fuego y el  hielo. 


Conoce lo difícil que es, desplazarse por el bosque en verano, los deshielos y las pesadas lluvias, hacen del río un obstáculo insalvable. Como cada año, su pueblo esperará la llegada del invierno, y su regreso, para construir las balsas y salir a vender madera, aceite  y Mate.
El hombre del río Baker y los pocos que habitan la región mas austral del continente americano, comparten la sensación de tener sus días encerrados en estos bosques de lluvia , viviendo al borde de un cielo de brumas interminables.
Recuerda los días en que cargados de madera, bajaban el río y las conversaciones en la balsa, junto a su padre, cuando le decía que para sobrevivir hay que saber arriesgar, porque hay regiones que unen a los hombres con grandes lazos de la naturaleza.
La Patagonia es una de ellas... 


Más arriba, posa su mirada en la meseta, la extensión de llanura infinita, llamada por los Incas " la Pampa". Donde nadie, nunca, llegará. Donde habitan los caballos salvajes y las extensiones que la vista del hombre jamás alcanzará a poseer.

Dawn.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

TALLA GRANDE


                                          Y UNO

Por el patio de vecinos llega la voz  sureña y dulzona. Mira el reloj: es puntual,  piensa. Recorre el pasillo de su  ventilado  piso de solterón. Lleva meses con esa costumbre: dos veces  se asoma a la ventana, a las mismas horas, mira la calle, el ineludible paso de peatones: línea recta entre su portal y el local de ‹‹Internet Público y  Envío de Dinero al Extranjero››.
A  las doce, cuando el sol deshace la humedad,  la sigue con la vista. Ahora hacia  los jardincillos, empujando la silla de ruedas del abuelo del cuarto. Ella se detiene, le coloca la manta abrigándole las piernas, le limpia con mimo las babas.  Por la tarde, cuando la jornada laboral ha terminado, la ojea en la retirada, con el cabello lacio, ralo, y su gran culo enfundado en los vaqueros paticortos. La perspectiva desde arriba y de espaldas, más bien de culo: ¿L, ó XL? La duda seguida de una afirmación: ‹‹ las mejores para cuidar  viejitos››.
Vuelve a su mesa de trabajo,  donde  ahora le miran a él, ojos insomnes de todos los tamaños. Ojos que nunca tendrán cataratas. No como los suyos que ya decaen. En la otra mesa los aceites perfumados  para embadurnar el pellejo guardado en sal. Y allá la gomaespuma para la forma del cuerpo: y el verbo se hizo carne. El espray  para colorear  las patas, rellenar las cuencas vacías, alinear el penacho, dar un toque a  las fosas nasales. Por empatía percibe picores en su nariz saturada de fuerte olor a pegamento de taxidermia.
Después de cenar: dejarse mecer por las voces de gregorianos,  antes de entrar a su asceta cámara donde rendir culto a algún  dios, quizás  Onán.

            
Y DOS

Un año que su rutina ha cambiado. La voz dulzona no se oye por la caja de resonancia del tragaluz. Deja de escudriñar desde la cristalera  porque la sureña ya no cruza la calle con el ancianito. Por las noches, después del informativo de televisión, pone el  CD con música de salsa, una liturgia antes de entrar al  dormitorio gozoso,  donde espera, en la cama, la inerte compañía de ella. Se tiende a su lado, no sin antes intentar estirar sus paticortos pantalones vaqueros, indiscutiblemente XXL. 

Divina-mente
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

SU  RIVAL EL ALZHEIMER


Fue un quince de agosto y ante la Virgen de los Remedios, de eso hace ya muchos años, que se casaron en "La Redonda". Hoy vuelven a recorrer las calles antes de que, a la nueve de la noche, salga la procesión. Pasean juntos, cogidos de la mano.
Enfilan la calle Baja y él le habla de su primera cita, de cuando se le erizó la piel al cruzar sus primeras miradas, al aspirar su aroma, cerrar los ojos, contener el aliento, al enmudecer sabiendo que ya nunca podría renunciar a conocerla; y le dice que aún ahora con la simple caricia de su piel pecosa envejecida, la suya se enciende. Ella escucha las palabras mezcladas con los retardados ecos del ulular de la bruja, lechuza de campanario, que resbalan por su mente sin penetrarla.
Cuando acometen la calle Alcalá, él evoca el momento en que se quedaron dormidos en el banco de la plaza que escuchaba sus confidencias, y soñaron al arrullo del susurro de la abeja y el zureo de la paloma; y le revela que no puede vivir sin su rostro color marfil y sus ojos azules, agudos y vivaces. Ella sonríe, solo acierta a dejar en el aire un suspiro, como sirena de un barco imaginario que se cruza.
Después, se pierden por la calle Alhoril y él se entusiasma recordando el tiempo en que el optimismo sorteaba cicatrices,  las marcas sobre la piel revelaban la existencia de todos los encuentros, y el intercambio de palabras y silencios, el sosiego y la calma, impulsaban una relación que aún no había sufrido; en ese instante reclama un momento de silencio para poder escuchar la retumba rítmica del corazón, que busca su compañía. Ella navega a su lado como una falúa solitaria perdida en la inmensidad del océano.
En Esquinas de Jesús se paran y él, mirándola a los ojos, le confiesa que hubo un momento en que notó en su rostro dibujadas las pupilas del abandono,  sintió la herida cuando aún viajaban por el aire impalpable las palabras de la ofensa, y trató de controlar el mayor de los miedos, que era su olvido; también le confiesa que el tiempo se hace infinito cuando ella no está, que huele a azahar y limón maduro, que quiere volver a bañarse en los recuerdos que aún llegan a sus orillas, abrir puertas y ventanas liberando al sentimiento, y renunciar al espanto de perderla. Ella dibuja en su cara un gesto de extrañeza, agobiada por la atmósfera de rincones fantasmales.
Él trata de centrar su atención. Le recuerda la noche de San Juan, sus manos y cara salpicadas con el agua del arroyo que le confirieron la belleza de sus rasgos que aún perdura; su voz de horquillera, cantando el himno de la Virgen de los Remedios; la procesión, que no puede atraparse en una foto porque es imposible captar en ella el sentimiento de un pueblo; y al final, con manos trémulas, le ofrece el regalo guardado con sigilo entre su ropa: un tallo de mimbre que grita con fuerza "¡Mantente firme!". Ella parece tratar de mirar con los ojos de él para robarle la emoción, y esos ojos acaban perdiéndose entre la bruma inexistente que invade el horizonte.
Se sientan en una cafetería. Ella parece exhausta, tiene las piernas hinchadas y respira con cierto nerviosismo. Él le mira entre preocupado y complaciente, coge sus manos entre las suyas y las acaricia. Luego, con voz pausada, le cuenta que  hace muchos años le escribió una lira, al menos así la llamó su mejor amigo cuando le dejó la muestra para que la copiase. Anhelaba recorrer su piel y tenía que decírselo. Fueron solo cinco versos, todos con un inicio diferente pero luego puestos de acuerdo para decidir una de las dos alternativas en su terminación. Su amigo le había dicho que eso era rimar, y que era un poeta frustrado, pero que había conseguido una lira para que él pudiera regalársela a la mujer que amaba. Ella hace un instintivo gesto que le anima a él a continuar. Le expresa que su lira hablaba del olivo cuyas ramas son símbolo de paz y fertilidad, de las golondrinas que en la cornisa van tejiendo sus nidos, de los parajes que la naturaleza envuelve con su manto tranquilo y apacible; y del niño que la Virgen de los Remedios acuna en su brazo. Una lira que hablaba de perpetuarse. Espera que ella reaccione, que vuelva de su exilio y se suba a la vida de nuevo, que sus palabras consigan penetrar el mundo de sombras en el que el devastador adversario le ha sumido. Silencio, solo percibe el grito amargo del silencio.
Regresan al punto de partida. Una ligera llovizna les hace cobijarse y él, protegiéndola con sus brazos, le incita a abandonar la mirada en las gotas de lluvia que se clavan en el agua de la fuente. Sabe que su esposa necesita luz y sol para vivir y que la desalmada, esa que a veces le desconcierta  y otras sobresalta, no atiende sus súplicas. Por eso, va procurándole recordatorios frecuentes, atendiendo su actitud confusa y agitación, diciéndole que le siguen gustando sus flores fritas y su postre de frutas y almendras. Sabe que ella, ese año, en la Noche de las Lumbres, ha quemado casi todos sus recuerdos.
En el paseo no ha habido ni cornetas ni tambores, ni tampoco les esperaba al final del recorrido el premio del pan con aceite que alegre su futuro. Él presiente en la mirada de ella un gesto de sorpresa, y luego de introspección como si se preguntara quién puede ser ese hombre que camina a su lado y que le recuerda a alguien conocido.
Entran en la iglesia. Cruzan las miradas y él percibe en la de ella que el mal avanza en su cerebro, es como el juego de luces y colores que proyectan las vidrieras. Intercambian silencios, y él se va acostumbrando al momento en que el olvido invada el correcto fluir de las palabras.
—Dónde estamos —Pregunta ella, con una ingenua sonrisa.
—Juntos —responde él, y añade— Los montefrieños dicen: "Agua y luna, tiempo de aceitunas". Nos casamos rodeados de flores blanquecinas de fuerte fragancia...
Es en ese instante que los párpados entornados de ella brillan con intensidad iluminando su rostro, y él siente el acelerado y frágil pálpito de la vida cuando escucha:
—No... No lo recuerdo...

Pseudoagibílibus
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Horizonte


El lugar donde vivo es tan pequeño  que solo cabe una antigua cama. Seis barrotes me separan de mi libertad por una pequeña ventana contemplo
El sublime  cielo azul puedo sentir una pequeña brisa sobre mi cara. Allí  hacia el horizonte alcanzo a ver ese campo donde florecen las más  bellas  rosas.

Hace 20 años atrás vivía  con mi madre gloria que por las noches entonaba esa canción  que tanto me gustaba, no tuve la suerte de conocer a mi padre, claro, que jamás supe porque no estaba con nosotros. Mi madre me regañaba porque siempre llegaba tarde al colegio. Al salir buscaba a Rosita  la niña más bonita del pueblo, sus ojos verdes inundaban mi ser, su risa iluminaba mi corazón,   me proporcionaba cierta timidez expresarle  lo que sentía por ella  solo esperaba  el momento indicado. En la puerta del colegio me hallaba  con mi mejor amigo Sun, claro que el también estaba enamorado de rosita, al entrar al colegio entonábamos la canción  de nuestra bandera que flameaba reluciente con los colores que simbolizaban a Sudáfrica. Veía con total serenidad  volar a los pájaros.  Nuestra  maestra solía conversar  con nosotros el tema de la discriminación. Cada dia  nos explicaba   el porque no debíamos acercarnos a  Dregor.  Solo sabíamos que el era un hombre blanco diferente a los demás sentía un desprecio por la gente de color. Un rumor definía lo que muchos temían: aquel hombre llevaría a cualquier persona de color que se le atravesase   por el  camino. Yo solo soy  un simple  forjador  de mi  propio destino, atravesare cualquier obstáculo que encuentre en mi camino.   El 12 de agosto  fue el primer día  en que  invite a Rosita a caminar  pensando quizás que podríamos quedarnos juntos en algún  Rincón del  parque,  con el propósito  de poder expresar  lo que sentía por ella. Solo deje que todo sucedería  y pude darme cuenta  que ella sentía algo por mi. Olvide  por completo los peligros, solo quise que el mundo se parara aunque sea un instante,  pero toda felicidad tiene muchas veces un alto precio que pagar. Aquel día fatal  conocí a Dregor  que sin mediar palabras disparo.  Temía por  Rosita, no quería que nada malo le pasara, no podría perdonármelo, tome una decisión apresurada, logre que los soldados me siguieran solamente a mí. Ella pudo marcharse sin inconvenientes. Cuando creí que todo había terminado Dregor me rodeo junto a sus hombres  obligándome a  subir al camión en el cual  también  se encontraban algunos  niños. En una vieja fabrica pase mis 20 años agradeciendo siempre cada comida en mal estado que me dieron, por el simple hecho  de poder  comer algo. Jamás entendí la razón  del odio  racial, Si todos somos humanos. Extrañaba volver a casa no podía oír esa canción que me entonaba mi madre cuando era pequeño, mi infancia transparente se torno oscura con suspiros de melancolía. Tal vez no era importante  decir mi nombre pero sin preguntar solo lo dije, mi nombre  es shiva. Pero no lo escucho, estaba demasiado  cansado para prestar atención. Comprendí que había llegado el momento de decir adiós

El 5 de abril shiva murió, rosita era una respetada reportera, siempre recordaba aquel niño que le salvo la vida. Años más tarde Dregor fue arrestado Y la vieja fábrica fue cerrada, liberando a todos los niños que había encerrado en ella.

Sam lagerblom
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

OTRO CUENTO DE TERROR PARA NIÑOS


Voy a narraros algo que sucedió no muy lejos de aquí, al otro lado del valle, cerca de donde el cielo cambia de color. Es la historia de Raquel y Sebastián, dos hermanos que vivían felices junto a sus padres en una cabaña hecha de adobe y cal. El había cumplido catorce años y ella rondaba los diez. Ambos eran rubios y pecosos y gustaban de jugar a la orilla del arroyo que surcaba el lugar.
Aun siendo menor, Raquel era la más decidida. No tenía miedo de nada ni de nadie y al anochecer, cuando se aproximaba la hora de regresar, se hacía la remolona intentando apurar los últimos instantes de luz.
-   ¡Vámonos!- apremiaba Sebastián-. Ya se ha puesto el sol y pronto las criaturas de la noche dejarán sus guaridas para salir a merodear.
-   ¿A qué criaturas te refieres?-preguntaba la niña-. Quiero quedarme y ver como son.
-   ¡Calla!-le ordenaba él-. Dice padre que son seres misteriosos y salvajes, con grandes ojos de fuego que rompen la oscuridad. Nunca se les ve de día porque fueron condenados a vagar entre las sombras tras hacer enfermar de miedo al primogénito del Gran Conde, el fundador del linaje de nuestro señor.
-   ¡No te creo!-protestaba malhumorada mientras volvían a casa-. Yo te demostraré que lo que dices es mentira, que sólo es un cuento para asustar a viejas y bebés.
Sebastián sonreía y la miraba con la suficiencia que le otorgaba haberla visto nacer.
-   Palabras y bravatas, querida hermanita.  ¡No enredes y  camina deprisa que llegamos tarde otra vez!
Pero Raquel era muy testaruda y de su mente nunca apartó aquella idea, por eso, en un ocaso de finales de Abril, se escondió entre la maleza cuando tocaba volver.
-   ¿¡Dónde estás!?-gritaba su hermano-. No seas loca. ¡Respóndeme!
La pequeña no se inmutó.  Continuó agazapada con la firme intención de conocer a los seres de la oscuridad.
Ya hacía un buen rato que el silencio se tragó la voz de Sebastián por lo que Raquel decidió erguirse y mirar en rededor. Las tinieblas habían conquistado el terreno, la luna estaba ausente y el débil brillo de las estrellas no bastaba para alumbrar. Para colmo, un viento helado se levantó y las ramas de los árboles comenzaron a gemir mecidas por él. El miedo y nuevos sonidos desconocidos se unieron a la coral. El más estremecedor surgía de detrás de una roca situada unos metros por delante del escondrijo que la resguardó. Avanzó a tientas, apartando matojos y sintiendo en las sienes el latido desbocado de su corazón. Rodeó la piedra con la esperanza de descubrir lo que vino a buscar, pero sólo halló vacío negro... ¡De repente algo se movió a su lado!. Raquel quedó paralizada por el terror si bien apuró el último impulso que le restaba para girar la cabeza y descubrir dos ascuas de sangre mirándola sin pestañear. Se encontraban tan cerca que un aliento viscoso acompañaba su fulgor y, en un suspiro, se abalanzaron sobre ella haciéndola caer. No supo que hacer, salvo llorar, cubrirse la cara con las manos y esperar que esa cosa le arrancara la vida; sin embargo, en otro suspiro, una silueta de fuerza descomunal los separó y, entre alaridos, descuartizó a la alimaña en un santiamén. Acto seguido cogió a la niña del suelo y la echó sobre sus hombros como si de un saco de patatas se tratara. Todo ocurrió tan rápido que Raquel nada pudo ver. Tampoco opuso resistencia pues ni contaba con energías ni le apeteció; es más, incluso se sintió aliviada alejándose de allí en dirección a la espesura del bosque, prendida al cuello de un desconocido ensangrentado, semiinconsciente y casi segura  de que en breve despertaría de la pesadilla a la vera de los suyos.
Y despertó. Aunque no donde hubiera deseado, sino en el interior de una gruta inhóspita a pesar del calor de una hoguera en plena combustión. En un rincón, iluminado por las llamas y sentado en una losa, un hombre de complexión recia, cabello greñudo, aspecto desaseado y una prominente joroba afilaba el metal de un hacha con un canto de sílex.
-   ¿Dónde estoy?-preguntó la chiquilla
La respuesta fue el silencio absoluto
-   ¿Quién eres?- insistió
El desconocido se incorporó sin interrumpir su menester y, con mirada desafiante, se dirigió hacia el jergón donde reposaba Raquel. Conforme se iba acercando aumentaba su fealdad: frente ancha, una ceja continua en vez de dos, nariz puntiaguda, dientes sucios y una perilla de chivo como colofón. Se detuvo a unos pasos de la niña y contestó con voz gutural
-   Soy el guardián de tus peores pesadillas y vengo del más allá para complacerte. De hoy en adelante conocerás a todos los demonios de la oscuridad pues vagarás conmigo a través de los sueños de aquellos que osen cuestionar las tradiciones de los mayores.
Dicho esto, de un potente y certero hachazo, seccionó la cabeza de Raquel. Esta rodó por el suelo hasta chocar contra la pared. Los ojos permanecían abiertos y, con una expresión mezcla de miedo y arrepentimiento, ya inertes, parecían suplicar piedad.
A la mañana siguiente, después de una afanosa búsqueda, Sebastián y sus padres localizaron el cuerpo decapitado. Nada se supo de la cabeza, pero algunas noches sin luna ni estrellas varias personas afirman haber visto a un jorobado mugriento cargado con un saco en cuyo interior se adivina algo parecido a un melón.

Sixto y Jonás
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

ESTACION 42


Llevaba ya un buen rato observándolo. La estación bullía de actividad por todas partes, como si fuera un hormiguero días antes de que comenzara el invierno. La gente se agolpaba a ambos lados del andén para entrar en los vagones apenas estos abrieran sus puertas. A veces tan cerca de las vías, como si quisieran sentir el súbito torbellino que arrojaba el enorme ventilador que son los vagones de metro. Toda clase de pasajeros se enlataban dentro de los vagones entre empujones, gritos, protestas y algún que otro exabrupto. La estación era un contenedor gigante que recogía todos los sonidos desagradables que hombres y máquinas pueden producir.
Pero él no se inmutaba. Nada turbaba la apacible lectura que disfrutaba el anciano que estaba sentado frente a mí.
No se por qué me fije en él. Quizás porque no encajaba en el lugar, porque parecía algo irreal, alguien perdido en un mundo que no es el suyo, totalmente fuera de lugar...
O quizás era la paz que transmitía, la serenidad que reflejaba su rostro, totalmente ajeno a la marabunta de personas que era fagocitada cada cinco minutos por los gusanos de metal. Ajeno al chirriar que producían los vagones sobre los raíles del andén, a las prisas y a las carreras...ajeno a todo.
Me fijé en su ropa. Vestía un traje muy clásico, de color marrón. Estaba algo desgastado por las coderas de la chaqueta y también por las rodillas. Sin duda había conocido tiempos mejores, aunque todavía permanecía aceptable para vestir. El anciano iba tocado con un sombrero también marrón y entre el pasar página del periódico que ocultaba su rostro pude ver el nudo bien hecho de una corbata negra y un cuello de camisa blanquísimo.
Lo que no conseguía distinguir era el nombre del periódico que estaba leyendo. No era ninguno de los que yo conocía, aunque tengo que confesar que tampoco leía muchos diarios, pero si que se que no era de los habituales que encontramos en los kioscos. Me incliné un poco desde la columna donde estaba apoyado para intentar reconocer el nombre del diario, pero en lugar de eso me encontré frente a frente con los ojos del anciano interrogándome con la mirada.

-¿Desea usted algo, joven?

-Solo estaba mirando la noticia de portada-mentí algo avergonzado por haber sido pillado in fraganti  observando al anciano.

-Es terrible, ¿verdad? El mundo se está volviendo loco, hijo. Se nos avecinan malos tiempos. Muy malos.

Asentí al comentario del anciano sin saber muy bien de qué estaba hablando ya que realmente no había llegado a ver el titular del diario.

-Una guerra siempre es terrible, hijo. Nunca hay vencedores, no... solo muerte y más muerte.

Sonreí dándole a entender que estaba de acuerdo y me volví para mirar el reloj del andén. Era extraño. El tren debería haber llegado hacía unos minutos. No es que el metro de Madrid fuera infalible pero, aquel retraso era ya excesivo para una línea que apenas llevaba pasajeros.
-Parece que se retrasa-dije mirando al anciano que se acercaba con paso lento hacia donde yo estaba.

-No te preocupes, hijo. Llegará en seguida.

Mientras esperaba, una sensación de desasosiego se apoderó de mí. Eran más de las diez y la estación se estaba quedando desierta. A esas horas y en un lugar como el que me encontraba nadie se sentiría seguro del todo.

Pero había algo extraño. Los pasajeros subieron a los últimos trenes y desaparecieron por las bocas oscuras de los túneles. Los vagabundos que otras noches preparaban sus rudimentarias camas en el andén no estaban. Ni un guardia de seguridad, ni un funcionario de limpieza... nadie. Nadie excepto el anciano que permanecía tranquilo a mi lado con el periódico doblado bajo el brazo.

-Tarda demasiado-dije con una intranquilidad que me hacía vibrar la voz-. Cogeré un taxi.

-¡Qué juventud! Siempre con prisa-dijo el anciano sonriendo-. Ahórrate el dinero y espera un poco. Ya no tardará.

De pronto, el chirriar de las ruedas de un viejo carrito de niños me hizo girar la cabeza. Una mujer apareció en el andén llevando a un niño. Se sentó y empezó a jugar con él. El anciano la saludó llevándose la mano al sombrero. Los balbuceos del pequeño me reconfortaron un poco ya que rompían el tenso silencio que aplastaba la estación. Poco después, un chico de mi edad con una vestimenta de los más extraña se sentó en otro de los bancos a esperar el tren. Me resultó raro que en vez de ponerse los cascos del mp3 sacara de su bolsillo una pelota de goma que empezó a botar para distraerse. Al cabo de cinco minutos unas veinticinco personas de lo más variopinto esperaban en la estación y a todas las había saludado el anciano que seguía a mi lado, como si las conociera de toda la vida. Miré el reloj del andén, que se había quedado fijo en las diez y cuarto. Aquello no me gustaba nada. Las personas que me rodeaban estaban pálidas y permanecían casi hieráticas, como estatuas. Decidí salir de allí y ya me encaminaba hacia la escalera cuando el sonido de una sirena me dejó paralizado. Sonaba triste, como un lamento y me ponía la carne de gallina. En ese momento se oyó el sonido del tren llegando a la estación. Me volví para ver si era real y me encontré con los rostros de las personas que ocupaban el andén mirándome fijamente.

-Ven, hijo. Acompáñanos-dijo el anciano mientras caminaba hacia mí y me tendía la mano.

Las puertas de los vagones se abrieron con un ruido estridente, pero los pasajeros continuaban mirándome a mí.

-Acompáñanos-repitió el anciano mientras me cogía por el brazo.

Mis músculos estaban paralizados y un nudo en la garganta me impedía gritar pero, reuniendo toda la fuerza de la que era capaz me revolví y empujando al anciano intenté salir corriendo con tan mala fortuna que tropecé con un banco y caí al suelo.

Desde allí vi como el anciano caía también a causa de mi empujón. Su sombrero rodó por el suelo y el periódico pareció querer planear hasta mí. Allí tirado, mi sangre se heló cuando pude por fin ver la noticia que traía en portada:

"Veinticinco muertos en un bombardeo de la aviación nacional sobre la estación de metro 42"   

Y bajo el titular una foto en blanco y negro donde se veía a unos milicianos sacando un cuerpo en una camilla. El rostro de ese hombre era el mismo que el del anciano que ahora se levantaba del suelo.

Aterrado me pegué contra la pared y grité:

-¿Por qué yo?¿Por qué..?

El anciano señaló el periódico.

-Sigue leyendo y lo sabrás.

Cogí el diario y me fijé en el texto bajo la foto.

"Ayer, 21 de Marzo de 1937, una bomba arrojada desde uno de los bombarderos enemigos de la República cayó con muy mala fortuna sobre la estación de metro 42 con el resultado de 25 victimas mortales, entre ellos mujeres y niños. Solamente un afortunado salvó la vida..."

Al leer esto observé la foto del superviviente y lo comprendí todo rápidamente. Ese hombre debió morir ese día, con el resto de pasajeros que esperaban el tren, pero incomprensiblemente, burló a la muerte y salió con vida. Desde entonces la muerte lo buscó y al no encontrarlo decidió llevarse otra alma consigo: La de su nieto.

Timbory
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

PERDIDO


Mark, un niño de cinco años, se encontraba en un pequeño bosque situado en una colina cercana a su casa. Siempre iba a ese lugar cuando cogía un berrinche o se enfadaba con sus hermanos, ya que encontraba en el bosque una especie de refugio, donde llorar sin ser oído, o huir sin temor a ser encontrado no suponía ningún problema. Estaba sentado en el suelo, apoyando la espalda en el duro tronco de un árbol, abrazando las piernas con los brazos y escondiendo la cabeza entre éstos, como un avestruz bajo las alas.

El sol brillaba con fuerza, protagonizando uno de los días más calurosos del verano, y allí se encontraba él, vestido con su camiseta y sus pantalones cortos, rodeado de toda aquella vida y naturaleza, y acompañado únicamente por el susurro de las hojas producido por el viento, y las lagrimas que rodaban por sus mejillas, arrastrando la rabia contenida para intentar limpiar su mirada de la melancolía y la cólera que habitaban en ella. Respiraba entrecortadamente, y el oxígeno llenaba sus pulmones con cierta dificultad. Poco a poco, y guiado por la paz que le envolvía, consiguió calmarse, comenzó a respirar con normalidad, y abandonó el llanto.

Comenzó a pensar en lo ocurrido, en la causa de su enfado: había llegado del colegio, y estaba en la cocina, con su madre. Era un niño curioso, e interesado en saber y conocer más cosas. Nunca se cansaba de hacer preguntas y más preguntas sobre todo cuanto le rodeaba, pero la gente, a veces se agobiaba  con tantos interrogantes esperando ser respondidos, con tanta ansia por conocer cada nimio detalle del mundo. Su madre se había enfadado, cansada de decirle que en ese momento no podía contestarle, y él se había callado, quizás un poco intimidado, o tal vez solo entristecido por haber hecho enfadar a su madre. En ese momento habían llegado sus hermanos, y su madre les había hecho más caso a ellos, desatendiéndole a él, como si fuese transparente y nadie fuese capaz de percibir su presencia. <<No era justo>>, pensó Mark. A él no podía prestarle atención en aquel momento, pero al resto del mundo sí. Comenzó a invadirle la rabia, producida por aquello que consideraba una injusticia. Volvió a esconder la cabeza entre los brazos, pero no lloró, no dejó escapar ningún susurro, ningún lamento, aunque se sentía dolido, puede que incluso un poco abandonado. De pronto comenzó a sentirse mal, y pensó que era un poco egoísta por su parte pretender acaparar toda la atención, y que su madre no solo le tenía a él por hijo. Se dio cuenta de que había sido un berrinche estúpido causado por su parte más caprichosa.

Poco a poco, y sin que él lo percibiese, una figura se había ido acercando a él, de forma lenta y cautelosa, como si de una sombra se tratase, intentando no ser percibido, guiado por un susurro que reclamaba ayuda, un susurro que no todos podían escuchar.

El niño sintió algo húmedo rozándole la mejilla, y asustado retrocedió instintivamente, pero al alzar la mirada y ver aquellos grandes ojos marrones, acaramelados, llenos de compasión, ternura e infinita comprensión, se acercó más al animal, un pequeño perro cuyo pelaje color canela reflejaba la luz del sol.

Le acarició, le miró, dejó que le lamiese la mejilla como signo de amistad, y se sintió infinitamente reconfortado por la calidez de éste, su compañía y su desinteresada amistad. Se sintió bien, a gusto, como si hubiese conseguido fundirse en uno con el espíritu del bosque, con el espíritu del animal.

Aquel susurro que sólo el animal fue capaz de oír, no era propiamente un sonido, sino un lamento interior, un desgarrador grito de auxilio, que sólo aquellos que no han olvidado lo que de veras es escuchar, podrían oír. Sólo aquellos que no se hubiesen dejado arrastrar por la monotonía y la pesada tarea de encontrar solución a los problemas diarios de su vida, despreocupándose de cosas mucho más importantes.

Rocky, que fue como llamó Mark a su nuevo amigo, entró a formar parte de la familia, y acompañó a Mark hasta el fin de sus días, e incluso entonces, siguió a su lado,  haciéndole recordar todos aquellos momentos buenos, o no tan buenos, en los que se había sentido reconfortado por tenerle a su lado. Mark supo, desde aquel día en el bosque  y hasta el último momento que Rocky era único, que no era un perro corriente. Tenía... eso que muchos llaman "un algo especial"

Es una pena que poca gente pueda escuchar las inaudibles llamadas de los demás, sin necesidad de que éstos pronuncien una sola palabra. Y es que para ayudar es necesario escuchar, y para escuchar es imprescindible poner interés en lo que se oye.

Syrma
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

La abuela Carmen


Aquel día frio de diciembre, saqué a pasear a mi abuela Carmen por la Plaza del Pi. Antes era ella la que me sacaba a mí; pero por aquella época era yo la que la cogía del brazo y acompañaba sus pasos inseguros. Pasamos al lado de la iglesia de Santa María del Pi, admiramos el rosetón de la entrada y fuimos a los tenderetes del mercadillo que se reunía delante. Compramos queso fresco y orégano. Carmen bromeó con una tendera gruesa de mejillas rojas sobre lo buenos que debían ser sus quesos –a juzgar por su tamaño–.
–Sí, los hago grandes –respondió la mujer.
Carmen se refería al tamaño de la mujer. Para ser más exactos, al tamaño de sus pechos. La estiré del brazo antes de que se decidiera a aclarárselo. Nos internamos en la calle Petritxol, con la farola y la gavinetería (tienda de cuchillos) en la esquina de un edificio con decoraciones de ángeles, en contraste con un cielo azul claro. La recorrimos de arriba abajo, como le gustaba hacer a ella:
–Estamos en la calle del dulce, como decía el periodista ese..., no me acuerdo de su nombre... ¿No hueles a chocolate suizo y a churros?... –dijo.
Caminábamos muy despacio por el suelo empedrado, siguiendo sus pasos. Ese día ella llevaba puesta una camisa de flores color canela y una falda marrón oscuro a conjunto con el abrigo. El pelo teñido de castaño estaba perfectamente peinado por delante; pero por detrás, en la coronilla, le asomaba un hueco de cabellos blancos y aplastados.
–Huertas Clavería... El periodista se llama José María Huertas Clavería.
–Ah, sí, hija... Buena memoria... ¡Oh, la sala Parés!... Reina, esto sí que es una joya... Mira, mira qué cuadros,... ¿crees que tendrán alguno impresionista?...
–Seguramente sí.
–Cuando yo vivía en París me iba cada sábado al Jeu de Pomme para ver a los impresionistas. ¿Lo sabías?
–Pues... alguna vez me lo habías contado... Luego, si acaso, podemos pasar a mirarlo.
–Oh...1877... el edificio es de 1877, quién lo diría ¿verdad?... Nunca me hago a la idea de qué antes de nacer yo ya existían casas así de bien construidas.
–Pues sí, eso parece –siempre seguíamos el mismo ritual. Ella me contaba las historias que todavía recordaba sobre su pasado y yo hacía ver que nunca las había oído antes. Era como seguir manteniendo una conversación con ella, solo que era siempre la misma.

     Abrimos la puerta de la granja Dulcinea. El aroma a chocolate caliente, nata y ensaimadas se expandió por la calle por un momento. Frente a nosotras se asomó un balcón que descendía desde mitad del techo de vigas de madera. Escogimos una mesa en un rincón, lejos de dos grupos de ancianas que seguramente habían ido a pasar la tarde. Caminamos sobre un suelo de baldosa blanca con rombos granates. Nos sentamos al lado de la chimenea. Un camarero calvo, y con más años de lo que siempre lo recordaba Carmen, le preguntó:
–¿Lo de siempre, Carmen, un chocolate caliente?
–No, para hoy un suizo con melindros.
–Que sean dos.
Aquel día frio de noviembre, saqué a pasear a mi abuela Carmen por la Plaza del Pi. Antes era ella la que me sacaba a mí, luego salíamos juntas, pero por aquella época era yo la que la cogía del brazo y acompañaba sus pasos inseguros. Pasamos por al lado de la iglesia de Santa María del Pi, admiramos el rosetón de la entrada y fuimos a los tenderetes del mercadillo que se reunía delante. Compramos queso fresco y orégano. Carmen bromeó con una tendera gruesa de mejillas rojas, sobre lo buenos que debían ser sus quesos,-  a juzgar por su tamaño-
          -    Sí los hago grandes- respondió la mujer. - Carmen se refería al tamaño de la mujer, para ser más exactos al tamaño de sus pechos. La estiré del brazo antes de que se decidiera a aclarárselo. Nos internamos en la calle Petritxol. Una farola antigua y la gavinetería, tienda de cuchillos, navajas y otras cosas, situada en la esquina de un edificio decorado con pinturas renacentistas de ángeles regordetes, contrastaban con un cielo azul eléctrico.  La recorrimos de arriba abajo como le gustaba hacer a ella:
-     Estamos en la calle del dulce como decía el periodista ese... no me acuerdo de su nombre... ¿no hueles a chocolate suizo y a churros?...-Dijo. Caminábamos muy despacio por el suelo empedrado, siguiendo sus pasos. Ese día ella llevaba puesta una camisa de flores color canela y una falda marrón oscuro a conjunto con el abrigo.
-     Huertas Clavería... el periodista se llama José María Huertas Clavería.
-     Ah sí hija...buena memoria... ¡Oh la sala Parés!... reina, esto sí que es una joya... mira, mira qué cuadros... ¿crees que tendrán alguno impresionista?...
-     Seguramente sí.




-     Cuando yo vivía en París me iba cada sábado al Jeu de Pomme, para ver a los impresionistas. ¿Lo sabías?-
-     Pues,... alguna vez me lo habías contado... Luego si acaso podemos pasar a mirarlo.
-     Oh...1877... el edificio es de 1877, quien lo diría ¿verdad?... nunca me hago a la idea de qué antes de nacer yo ya existían casas así de bien construidas.
-     Pues sí, eso parece.- Siempre seguíamos el mismo ritual. Ella me contaba las historias que todavía recordaba sobre su pasado y yo hacía ver que nunca las había oído antes. Era como seguir manteniendo una conversación con ella, solo que era siempre la misma.
     Abrimos la puerta de la granja Dulcinea. El aroma a chocolate caliente, nata y ensaimadas se expandió por la calle por un momento. Frente a nosotras se asomó un balcón que descendía desde mitad del techo de vigas de madera. Escogimos una mesa en un rincón, lejos de dos grupos de ancianas que seguramente habían ido a pasar la tarde. Caminamos sobre un suelo de baldosa blanca con rombos granates. Nos sentamos al lado de la chimenea. Un camarero calvo y con más años de lo que siempre lo recordaba Carmen, le preguntó– ¿Lo de siempre Carmen, un chocolate caliente?
-      No, para hoy un suizo con melindros.
-     Que sean dos.
-     ¿Qué tal estás hoy Carmen? – pregunté llamándola por su nombre. Desde hacía años se negaba a que la llamara abuela. Era como clasificarla en un archivo, decía.
-     No estoy mal del todo, este invierno no he tenido ningún resfriado. ¿No encuentras que se le ve viejo al camarero? -  Cogió un montón de sobres de azúcar, disparó miradas a su alrededor y se los guardó en el bolso. Una costumbre que tenía desde la Segunda Guerra Mundial, pero que en vez de disminuir, con los años, parecía ir en aumento.
-     Otro día tendremos que quedar en mi piso de Gracia.- Pensé en alto.
-      Es que cuánto más viejo se hace uno, menos nos gustan los cambios. A mí que me den rutinas y me quiten lo demás,.. ¿Crees que me han visto?
-     No lo sé, pero si sigues llevándote cosas de los restaurantes, un día tendré que ir a buscarte a la  prisión....





-     Por un par de azucarillos... ¡venga hombre!... es un derecho que tengo adquirido por la de veces que he venido a esta granja... ¡Oh gracias Manel!.... estos melindros son bocata di cardinale... por cierto, ¿dónde dices que te has ido a vivir?
-     Al barrio de  Gracia.... ¿no te acuerdas?
-     Hija... la vida está llena de eventos y una no puede recordarlo todo... ¿Gracia?, ah, ya veo...un barrio de bohemios,...- Se lamió el chocolate de los labios y añadió en voz baja acercándose a mi oído - que no se te pegue lo de trabajar poco, porque - miró alrededor-  a mí que me perdonen, pero es un defecto bastante feo,...
- Tranquila...esas cosas no se pegan, se nace con ellas... yo tengo trabajo, bueno quizás por poco tiempo... pero por ahora aún lo tengo....aunque estoy en la cuerda floja por escribir mal un par de palabras --  Miré alrededor, como si fuera a encontrar algún consuelo.
-     Pues tampoco hay para tanto.- Carmen me escuchaba atentamente.
-     ...sí ya, si no fuera porque en este caso mi trabajo consistía en corregir las faltas de las noticias antes de que salgan a la luz....
-     Deja que te diga...seguramente si no lo haces bien es porque no te interesa...
-     ¿Ah sí?
-     Sí... se nota...como a ese grupo de viejas... todo el día cuchicheando,... se les nota que no tienen nada mejor que hacer... me juego el pellejo a que no han trabajado nunca y así les luce el pelo...en esta vida están los que hacen y los que critican a los que hacen... es mejor ser de los que hacen, créeme... serás criticada, pero hay menos competencia, como dice la Roosevelt.-
Siempre me habían maravillado las teorías de Carmen.
-     ... cuando envejeces todo lo que has hecho en la vida y lo que has dejado de hacer por miedo... se te queda impregnado en el cuerpo, en la mirada.




-     No sabía.- Me reí.
-     Nosotras tenemos en común los años en la costa Brava, en la masía ... Estas manchas blancas me salieron del sol de allí, por ejemplo.
-     ¿Todavía te acuerdas de Begur?
-     Por favor reina, cómo iba a olvidarme... la mejor época de mi vida... después de París claro... por cierto has escuchado la canción Rien de rien?
-     Por supuesto... es la mejor canción de la historia...
-     ... Edith Piaf... oh... no hay nada como cuando dice non, rien de rien... non  je ne regrette rien (no me arrepiento de nada, en francés)...-Se puso a cantar allí en la granja...- Non, rien de rien o je ne regrette rien... (Oh nada de nada, oh no me arrepiento de nada) - Las abuelas de las otras mesas la miraron con desdén.
-     Y a quién no le guste que no mire...- Dijo Carmen dándoles la espalda y haciendo ver que se tiraba algo por la espalda con la mano. Entonces a través de Edith Piaf vi quién era ella.  Llevaba el mismo peinado, los mismos ojos tristes y a la vez brutalmente sinceros, entregados a una vida que no les pertenecía. En su mirada todavía se podía percibir la pasión que la guerra le había robado. Un perfil que delineaba sus propios hábitos. Los labios rojos, el resto sencillez.  Su sola presencia llenaba la granja.
-     Manel  la cuenta, por favor.... no sé cómo volveré a casa. Se tout per l´historie.
-     Carmen. ¿Quieres llevarte los restos?- Preguntó Manel.
No, gracias, no es necesario... - Sonrió y luego me clavó sus ojos color ceniza que parecían desdibujarse cada día un poco más. Habían perdido la frescura de otros tiempos. Cada vez más se refugiaban en un mundo de sombras que solo ella conocía.





Quizás se habían fugado en busca de la vida apasionada en la que ella creía, pero no le había tocado vivir.
     Quizás fuera su París lejano, al que añoraba tanto.
     Quizás nunca había superado lo de la masía en la costa Brava. Una niña expulsada de su paraíso, por las emigraciones forzosas y la mala suerte. En una larga diapositiva vi todo el pasado de Carmen comprimido y entendí que no era tan diferente a como me sentía yo.
En ese momento Carmen se levantó cogió el bolso y salió de la granja a toda prisa.
-     No corras... tenemos que esperar a María.
-     ¿María? No estoy interesada en conocer a ninguna María.- El camarero se sonrió y ladeó la cabeza.- Genio y figura...-Dijo.
-     No te preocupes, en cuanto la veas la reconocerás.- Mantuve la puerta abierta mientras pagaba y salía afuera tras ella. En la calle, hacía fresco aunque el sol brillaba por encima de los edificios. María, la voluntaria de la Cruz Roja, iba a continuar el paseo con la abuela. Busqué a una muchacha sonriente de cabello trenzado. La vi entre el gentío y enseguida distinguí su mirada despierta.
-     Buenas tardes... ¿No quiere ir a la sala Parés, Carmen, para ver si hay algún cuadro impresionista?- le preguntó mientras se oía al fondo una sirena.
-     No, no, llévame a casa, estoy cansada... aunque- entonces sus ojos se iluminaron - siempre puedo hacer un hueco para ver un cuadro impresionista... ¿crees que habrá alguno de Van Gogh?
-     Seguro que sí.
-     Eres muy guapetona tú... supongo que ya lo sabes... pero ahora que te miro... no te iría mal perder un poco de peso.
-     Gracias por el consejo Carmen- Sonrió María.
-     Me voy,... hasta pronto, ya quedaremos.- Me despedí dándole dos besos. Ella me miró como si ya no recordara que estaba allí a su lado y de pronto dijo:
-     No te preocupes mucho por mí reina, porque yo ya he vivido lo mío... y ahora tú tienes que vivir tu vida...-  Se fue apoyándose en el brazo de María. La miré caminar con el bastón, disminuida, cada día más consumida, con la espalda encorvada.

Merchalbert
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente