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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

J.E, nos alegramos de verte de nuevo por aquí. ¡Otro abrazo para ti!
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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BLAS SE QUEDA

     Le despertaron los rayos de sol que osaron a infiltrarse por las fisuras de la persiana de su habitación. "Es una taciturna luciérnaga", pensó, y no hizo mucho más caso a la bolita brillante que se había posado en el plinto exterior de su ventana. Se levantó a pesar de creer que ese día había amanecido demasiado pronto. Se puso sus zapatillas rojas de Spiderman y bajó a la cocina donde desayunó sus cereales favoritos de chocolate después de besar a sus padres. Hablaron de los deberes, de los próximos exámenes, bla bla bla, de que no se volviera a entretener a la vuelta, bla bla bla...Asió su maleta, se la echó a la espalda y se marchó al cole.
     Se fue caminando y escuchando música en su MP4 como cada mañana desde que se habían cambiado de domicilio, por lo tanto también de todo lo que esto conlleva: colegio, amigos...; y como cada mañana, iba solo. No sabía si era su aspecto ¿espectral? o si eran sus buenas notas, pero las relaciones interpersonales no eran su fuerte y para él ir a la escuela diariamente era como quien va a prisión a cumplir condena. Su lagrimal estaba seco ya. A veces lloraba a escondidas en el baño para que ni compañeros ni profesores le vieran en tan extremas situaciones. Él únicamente soñaba con tener una pizca de vigor y con ser "normal", uno más.
     La primera lección era de inglés, asignatura que le superaba, "¡Dios! ¿Para qué quiero saber hablar inglés si yo soy español? ¿Por qué hablará esta gente tan raro?". Y su mirada se perdía, absorto, en la ventana mirando a ningún lugar. De repente, le resultó familiar una especie de luz posada en la ventana, "¿otra vez esa luciérnaga? ¿Me persigue o qué?". Abrió la ventana a pesar de la llamada de atención de la profesora y la prendió en su mano. La que se le antojaba luciérnaga era una singular especie de insecto blanco, redondo y brillante, por lo que lo introdujo en su mochila evitando que llamase la atención de los demás pupilos. Al salir al recreo buscó sigiloso el lugar más recóndito del patio con el fin de deleitarse con su nuevo descubrimiento. Se sentó y jugueteó con la bolita que mientras comía su bocadillo le arrancaba una sonrisa, por momentos aunque solo, era un niño feliz.
     Regresó a casa con su nuevo e inusitado objeto de admiración custodiado en su mochila. Mientras caminaba percibió la presencia de alguien en la misma acera. Cuando descubrió que esas fuertes risotadas eran por su causa ¡otra vez!, aceleró el paso a la vez que se le aceleraba la respiración. Casi comenzando una carrera maratoniana, alguien le alcanzó y le apresó agarrando su sudadera bajo la cual se refugiaba y escondía su cuerpo.
-"¿Dónde crees que vas, empollón?"- dijo el más alto.
     Blas, asustado, quiso salir corriendo, pero el otro se lo impedía pues se había posado frente a él impidiéndole el paso. Las palabras e insultos más variados desde marica a bicho raro, pasaron a cristalizarse en bofetadas en la cara y cabeza, en patadas en sus piernas inmunes y plagadas de contusiones debido a la frecuencia con la que sufría tales abusos.
     De repente, mientras Blas ya estaba casi de cuclillas intentando así protegerse en posición fetal, alguien o algo, no sabía, alguien alto o algo brillante, deslumbrante, eso sí, era como una luz, como una persona fulgente o algo cegador con aspecto de ente. De repente, "eso" se apareció frente a ellos saliendo de la nada. Los niños, los tres, estupefactos y mirándolo boquiabiertos, se quedaron inmóviles y de repente los agresores, sobrecogidos, comenzaron a correr hasta que Blas los perdió de vista. El chico se alzó atónito sin ser capaz de articular una sola palabra, mirando a "eso" con una sensación de pavor, agradecimiento y sorpresa a la vez. Con ese desconcierto se quedó de pie, inmóvil como una estatua. De repente, "eso" le regaló una sonrisa y un guiño de complicidad y desapareció como había aparecido, en la nada.
     El chico caminó aturdido a casa sin pensar, como un ánima que vaga sin pensamiento ni sentido, mirando hacia atrás en ocasiones, esta vez no para comprobar que nadie le seguía, sino buscando a su titán. Llegó a casa y se sentó a la mesa con papá y mamá que lo esperaban ajenos a todo el padecimiento que acababa de experimentar su hijo, que no exteriorizaba su calvario por miedo a represalias quizá, por impedir un sufrimiento a sus padres, por no culparles de que, al haberse mudado de casa y de ciudad, se hubiese tornado también su existencia hacia un mundo de miedo, violencia y desprecio que sufría en silencio y que sólo le empujaban a pensar en la muerte como única redención. Entretanto, para evitar, siempre evitar, el joven intentaba simular una rutina de vida feliz y familiar, sin más sobresaltos. Sin embargo, hoy su vida había dado un vuelco. Creía haber soñado, no lograba discernir si lo que hoy le había sucedido había sido realidad o una experiencia onírica, únicamente sentía un extraño sentimiento de felicidad que no creía que pudiese ser real, sentía tal estupefacción que no lograba dejar de pensar en quién o qué sería lo que le habría amparado en tal coyuntura. Su heroica figura seguía siendo un misterio para él.
     Subió a su habitación para realizar sus tareas escolares, absorto aún en sus pensamientos monotemáticos. Al abrir su mochila reparó en su misterioso insecto que casi había olvidado ya. "¡Mi luciérnaga!", se alegró; y la puso al lado de su ordenador en su escritorio y mientras escribía la miraba extrañado como si cuanto más la mirara fuese un paso más para descifrar qué era, por lo que se distraía de sus deberes observándola atentamente.
     Al acabar la última jornada antes del fin de semana, Blas se acostó temprano como si así éste llegase más pronto. Lo deseaba con todas sus fuerzas, aunque últimamente sus padres habían comenzado a preocuparse por las largas horas que su hijo pasaba frente al ordenador o jugando con las videoconsolas, sin invitar a amigos a casa ni querer salir al parque, al cine, o a un partido; se preocupaban porque su actividad se centraba principalmente en el pequeño hábitat que conformaba su cuarto. Habían recurrido a las largas conversaciones con él aprovechando cualquier situación, sin embargo, ni él  les ofrecía una explicación coherente ni ellos lograban saber qué le ocurría. Habían llegado incluso a pensar en recurrir a la asistencia de un psicólogo, pero Blas se negaba, él no creía que necesitara ayuda de un profesional, más bien la necesitaban los demás.
     Entretanto, echaron de menos su presencia siendo ya de madrugada. Tino estaba preso de nerviosismo y decidió salir a buscarlo, puesto que su misión debía haber acabado. Así que salió de la galería de la hermandad para sobrevolar las marismas con el fin de buscar a su hermano. Gracias al chip de la letanía, consiguió conocer su paradero y tras la ventana de Blas, lo encontró dormitando sobre un concurrido escritorio; a su lado, en una cama, dormía Blas. Enseguida reclamó su presencia y Rédim se acercó hacia él abrumado, quizás temiendo una reprimenda por su tardanza.
     No se equivocó, Tino le expresó la preocupación de los tres hermanos por su tardanza. Rédim le expresó sus disculpas y le rogó que le dejase, puesto que no había acabado aún. Tino lo dejó haciéndole prometer que volvería en cuanto "el amparado" dejase de necesitarlo.
     A la mañana siguiente, Blas despertó con una extraña sensación de alivio y deseo de vivir. Había tenido un sueño en el que unos superhéroes vivían en unos globos luminosos y se reunían en una galería donde el hermano mayor otorgaba misiones a los demás para proteger a los niños que sufrían "bullying".
     Blas se levantó y se acercó a su escritorio y regaló una sonrisa cómplice a su nueva mascota. Con ella en la palma de la mano, bajó canturreando. Sus padres, absortos y felices por la inusual actitud de su hijo, le preguntaron que dónde se disponía a ir y él respondió: "Voy al parque a jugar con los hijos de los vecinos".     


Adna
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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QUE NO ME PREGUNTEN

Que no me pregunten.
Porque si me preguntan, lanzaré cuatro piedras contra ese cristal, quemaré una polilla muerta, vaciaré los floreros de la estantería de arriba, invocaré al cielo para que despierte al mar helado, plantaré semillas de cardos, espiaré los movimientos del petirrojo del árbol del jardín, cogeré una espada y la blandiré al borde del acantilado, para luego arrojarla contra cualquier roca desgraciada que se cruce en su camino; robaré todos los libros de la casa del portero y los llevaré al banco debajo del olmo corroído, buscaré el lugar exacto donde cayó la farola, y una vez allí comenzaré a golpearme las manos hasta que me sangren, y con la sangre pintaré una gaviota en las baldosas; cogeré un cubo de agua y lo arrojaré con furia contra la puerta de marfil, compraré dos perchas y colgaré una calabaza sobre cada una de ellas, saltaré desde la torre más baja con un violín en mis manos, entraré en la tienda y desordenaré todos los mostradores, escribiré diez mil historias y las enterraré, y dejaré la pala bien clavada en el muro ruinoso, si no se desmorona sobre alguien mientras lo intento; colocaré una rueda en la butaca 6 de la fila 5 del teatro que está en el número 4 de la calle Tres de Febrero, rasgaré las cortinas del salón de los biombos, sostendré un hueso durante medio centenar de segundos, incendiaré una lupa a la luz de la luna, clavaré siete cuchillos en la moqueta del hotel, levantaré las compuertas del pantano seco, desarmaré todos los relojes de la ciudad y concentraré todas las piezas sobre la trampilla del albañal, planificaré un atraco a la cámara de las focas, permaneceré durante dos días tañendo la campana sin interrupción, hundiré el barco que transporta las agujas, y borraré todas las palabras pronunciadas el día que murió el ánade que paseaba.
Vistas las consecuencias, que no me pregunten.
   
¿¿??
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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DON QUIJOTE (O COSAS DE LA EDAD)

Sentado en un sillón don Antonio permanece quieto, con los ojos cerrados, como ausente, quizá pensando, quién sabe, a lo mejor ni piensa, o sólo duerme. Sí, eso es, don Antonio se ha quedado dormido como una marmota, ahora nada le urge, ahora todo puede esperar. Acaba de cenar y debería dar, como le ha recomendado el médico, un paseo, poca cosa, sólo para estirar las piernas, una vuelta, sólo una vuelta a la manzana. Pero no, don Antonio se sienta en su sillón y sitio preferidos, bajo el cono de luz de la lámpara, intenta leer un rato el periódico pero, qué va, en seguida se arrellana en la butaca, sus manos le abandonan poco a poco y las letras se desparraman mansamente sobre su pecho. Don Antonio se ha jubilado hace sólo unos meses – forzosamente, desde luego, que si no, a buenas horas mangas verdes – y, claro, todavía no se ha aclimatado a la nueva situación. Los primeros días don Antonio se despierta bien temprano, a ver, la rutina, normal, se calza las zapatillas y se encamina al baño. Don Antonio no se ha enterado aún de que ahora no tiene nada que hacer, que no tiene que madrugar, que ya no hay domingos, ni días de fiesta que guardar, ni sábados, ni vísperas de algo, ni nada. Ahora todos los días son inodoros, incoloros e insípidos. Después se  percata de que ha pasado a engrosar el pelotón de los mayores – piadosa palabra, piensa – y vuelve de mala gana, arrastrando los pies, hasta la cama, se sienta y medita un momento hasta que, mecánicamente, se mete de nuevo entre las sábanas. Unos minutos más no van a ninguna parte, se dice. Un día es un día, piensa, mientras ensaya posturas un buen rato – que si así, que si asá – hasta que por fin encuentra la posición correcta, la que mejor se adapta, piensa él, a su anatomía y a su carácter, encogido como un feto, acurrucadito como un pájaro aterido. En semejante postura – siempre la misma, no vaya a ser que con el cambio pierda la perspectiva y después no sepa volver –  le dan las diez, y las once, y las once y pico, hasta que de pronto se ve que le remuerde la conciencia, da un respingo, se revuelve entre las sábanas, se sienta de nuevo en la cama y al fin se pone en pie decidido a iniciar la aventura de cada día. La aventura de no tener nada que hacer si no es para sentarse en su sillón y quedarse dormido como un ceporro. Y así, si nadie lo remedia, un día y otro, por los siglos de los siglos, se dice pronto, que a menudo piensa que ya falta menos, ya falta menos para algo, pero no sabe para qué falta menos, habrá que seguir esperando, toda la vida esperando. Ojea el periódico de atrás hacia adelante, como siempre, una de sus manías preferidas, se detiene a ratos en algún titular y lee a trompicones, expurgando de aquí y de allá, hasta que le rinde el cansancio, se retrepa en el sillón, cierra los párpados, se le caen, como siempre, las letras de las manos y hasta mañana si Dios quiere. Pero un día don Antonio está leyendo el periódico y de pronto se detiene en un titular: "Este año se conmemora el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote".  Bueno – dice para sí –, pues qué bien, a mí me la refanfinfla, y al día siguiente lee sin ningún entusiasmo otro titular sobre el mismo tema. Y así días y días la misma cantinela, hasta que de pronto, como jugando, don Antonio, un punto curioso, se detiene ante un artículo referido al Caballero de la Triste Figura. Lo lee al fin y se queda pensando un momento. Lo vuelve a leer y después, con los ojos cerrados, rememora sus años de niñez cuando, en la escuela, don Francisco, el maestro, les hacía leer – qué remedio – unas líneas de aquel tremendo mamotreto que presidía la enclenque biblioteca. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme... recuerda ahora don Antonio, pero no puede seguir, se atranca a las primeras de cambio, qué desastre. La verdad es que muchas veces ha estado tentado de leer El Quijote, lo que pasa es que como es tan gordo el jodío, pues claro, un día por otro la casa sin barrer y el imponente tomo presidiendo la breve biblioteca de su casa sin que nadie se moleste en echarle un vistazo siquiera. Y entonces se le ocurre que, a pesar de todo, debería decidirse a leer – o intentarlo al menos – la que, según dice todo el mundo, es la obra cumbre de la literatura española. Don Antonio, sin pensárselo dos veces, se encarama a lo alto de la biblioteca, allí donde desde siempre ha figurado, bien visible, inmaculada e intacta, como un adorno más de la casa, la novela de don Miguel de Cervantes El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Baja con el voluminoso tomo entre las manos y, sin más, empieza a leer: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho..." y sigue leyendo y leyendo – tampoco es cosa de hacerle un feo al señor Cervantes, piensa – y resulta que como que se envicia, y cuando se quiere dar cuenta ya se ha tragado los tres primeros capítulos, y porque le está esperando la cena, que si no, se hubiese aventurado en los siguientes hasta dejarlo tiritando. Joder, vaya un descubrimiento, dice para sus adentros don Antonio, toda la vida convencido de que no habría manera de hincarle el diente a aquello y ahora venía a resultar que le estaba cogiendo el tranquillo, hasta el punto de que no descansaría hasta terminarlo.
Así que los días sucesivos, apenas despuntaba el día – la del alba sería, cuando, como dijera don Miguel, salió de la venta don Quijote tan contento y tan gallardo, alborozado por verse armado caballero – se levantaba, desayunaba deprisa y corriendo, cogía el libro de marras y comenzaba la lectura hasta la hora del almuerzo. Y por la tarde, después de una breve cabezada, vuelta a lo mismo. Y así un día y otro, hasta que llegó un momento en que le dio por pensar  si no le pasaría lo que al bueno de Don Quijote, que de tanto leer se le secaría el cerebro y viniese a perder el juicio. Pero no, se ve que don Antonio no es de los que van por ahí perdiendo cosas. Don Antonio tiene madera de luchador y llegará incólume hasta el fin antes que entregar su espíritu. Así que insiste un día tras otro hasta que por fin, ya casi exhausto, alcanza a leer: "y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente como deseaba: pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo sin duda alguna".  Dando así por concluida su empresa.
Los días siguientes, una vez cumplida su tarea, a don Antonio le da por vagar de un lado a otro de la casa, cual alma en pena,  como si algo le rondase por la cabeza y le estuviese atormentando día y noche. Y fue el caso que un buen día se pone a pensar, y de pronto viene a convenir que él también debería contribuir, en su modestia, a la mayor gloria del mejor libro de todos los tiempos. Así que, sin pensárselo no ya dos veces, pero ni una siquiera, don Antonio decide que tiene que trasladar al papel, negro sobre blanco, un a modo de homenaje de la inmortal obra de Cervantes. Don Antonio ha oído que para hacer literatura – buena literatura, se entiende – es indispensable mantener la mente lúcida y despejada. Todo consiste, al parecer, en emborronar cuartillas – o folios, o lo que sea, es igual – sin prejuicio ninguno, con desparpajo, como al desgaire. Lo demás vendrá de añadidura. Así pues, con el viento a favor y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, don Antonio se lanza a tumba abierta no tanto a hacer el panegírico de la inmortal obra cuanto, de paso y aprovechando la inercia, a buscar con ahínco la gloria propia. Nada pierdo en ello, se dice don Antonio, tanto más cuanto que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Don Antonio cree a pies juntillas que, bajo la impronta del Quijote, todo discurrirá como la seda, no se hable más y miel sobre hojuelas. Pero enseguida empiezan las dificultades. Al poco don Antonio ha de rebuscar en su caletre una palabra que le falta, un sujeto que cuadre con el pronombre, un adverbio que cabalgue jinete del adjetivo, una preposición pintiparada, un verbo, sobre todo un verbo que exprese todo de un solo brochazo, pero nada, que si quieres, aquello se le resiste y no logra avanzar un milímetro. A veces le parece que por fin ha encontrado la palabra correcta, ya la tiene en la punta de la lengua, a punto de reventar, pero se le escapa por momentos. Y entonces don Antonio se desespera, quién supiera escribir como el tal Cervantes, se pregunta, ése sí que era un genio el tío, qué facilidad tienen algunos – y cómo les envidia – para hacer fácil lo más difícil e intrincado. Con todo, don Antonio sigue, terne, horas y horas al pie del cañón, luchando con uñas y dientes, a la espera de cazar al vuelo alguna idea genial que le conduzca, sin solución de continuidad, a culminar con éxito su obra maestra. Y si no logra alcanzar la perfección de su modelo, todo será por bien empleado a mayor gloria de la más gloriosa historia que vieron los siglos más gloriosos, piensa don Antonio, contagiado de las razones y requiebros que los autores de los libros de caballerías ponen en boca de sus caballerescos héroes. Tal el famoso Feliciano de Silva cuando escribe "la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura", y otros de semejante jaez. Y llena folios y folios, y al fin cree que está a punto de alumbrar la obra de arte que el mundo entero ha de admirar. Y de tal manera continúa don Antonio su nunca bien ponderada tarea que llega un punto que, en efecto, le va tomando un vahído y parece que el cerebro flaquea, y por un momento cree escuchar una voz:
"Alto ahí, sandio incorregible. ¿Qué atrevimiento es este y qué tanto se te da, folloncico hideputa, ponerte a fabular con tan torpe aliño historias trasnochadas que en nada merecen ser glosadas si no es para el descrédito de cuantos profesamos la estrecha pero muy noble Orden de la caballería? ¿Y qué de tanto muñir así a doncellas y princesas enamoradas, y mujeres valientes y abnegadas, como de gnomos y endriagos y tantas aventuras inútiles mil veces repetidas que invitan al aborrecimiento de la más noble profesión que vieron los siglos todos como es el de la caballería y los caballeros andantes?  Me retiro a descansar unos siglos y ¿qué me encuentro? – le parece seguir oyendo don Antonio la misma voz, ahora más potente –. ¿Cuánto impostor no vemos cada día crear escuela y sentar cátedra, y pontificar, escudado en banalidades sin cuento, en pretendidas verdades cuasi absolutas y en erudiciones plagiarias y – de añadidura – a la violeta? "
– No puedo consentir – acierta a balbucir don Antonio, un sí es no es sorprendido y exaltado – que un caballeresco caballero vaya por esos mundos imponiendo doctrinas absurdas que no llevan a ninguna parte. Te ordeno – continúa con alguna energía –que te retires a descansar unos siglos, como hasta aquí, o tendrás, por el contrario, que vértelas conmigo en desigual batalla y te prometo terminar con tus baladronadas.
   Y don Antonio continúa imparable, como una fuerza incontenible de la naturaleza, con sus abstrusos razonamientos, y tan pronto lanza sus invectivas contra Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula, como carga sin compasión contra Bernardo del Carpio, Reinaldo de Montalván o el Caballero del Febo. Y todo ello con tal naturalidad y convicción que está tentado de salir a calles y plazas a proclamar a voz en grito, a los cuatro vientos, la buena nueva.
Don Antonio, en su delirio, siente su cerebro poblado de fantasmas y quiere concluir su hazaña, pero desvaría y se imagina que el caballero de la Triste Figura le reconviene y amenaza. Y fue tal, que en un momento de lucidez piensa que es mejor no tentar la suerte, y cada uno en su casa y Dios en la de todos, que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y ceja en su empeño. Y se resigna. Y se dispone a esperar – qué remedio – que la Historia diga la última palabra.     

Medina
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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CENAS DE SAN VALENTÍN Y TRISTEZAS DE NATA Y CHOCOLATE

- ¿Que te apetece cenar?

- Me da igual, estoy tan triste que podría comer cualquier cosa...elige tú.

- Yo también estoy triste... ¿Quieres comer en el italiano de tu calle preferida?
Allí las pizzas son buenas y baratas.

- Vale, me parece estupendo.

(Ya en la mesa con las pizzas servidas...)

- ¿Y tú Porqué estas triste?

- No lo sé... todo empezó ayer viernes, me di cuenta porque de pronto me sentí torpe conduciendo. ¿No te ha pasado nunca, que estas triste y no sabes por qué?

- Si claro, claro que me ha pasado, de hecho, ahora estoy triste y no sé porqué.

- Pero tus ojos brillan. ¿Te sigue llamando, verdad?

(Ella la mira con rubor y con esa sonrisa que solo le sale cuando...)

¡Ay amiga! tú estás enamorada...

- ¡Pero qué dices! estás loca...ya no me cabe más pizza... pero... ¿sabes que me comería ahora?

- Un Sandy de chocolate...

-¡¡ Sí!! ¡Jajá! como me conoces amiga...

- Pues claro, porque estamos tristes y a mí también me apetece.

- Es una situación complicada... porque a veces pienso en cerrar mis ojos y quiero salir corriendo a buscarle y sin darme cuenta comienzo a hacer mi maleta porque sé que le quiero. Pero otras veces me vuelvo fría y pienso que lo nuestro jamás funcionaría...entonces deshago la maleta pongo cara de niña llorona y me lleno la cabeza de telebasura y superficialidad...aunque al día siguiente vuelva a existir un solo instante en el que cierre mis ojos y comience a meter utensilios inservibles en la misma maleta, sabiendo que le quiero pero que lo nuestro jamás funcionaría...y así me paso los días haciendo y deshaciendo la maleta como si de un ritual de paso de tratase y otra vez vuelta a empezar...y...

- ¿Lo quieres doble de chocolate verdad?

- Si... doble de chocolate.

LaNiñaMariposa
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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HACE UNOS MESES LE ENCONTRÉ

Cuando le conocí creí que era un niño perdido. Le pregunté su nombre, su edad, el de sus padres, si era capaz de indicarme su dirección. Ante su desconcierto, quise abrazarle y consolarle, pero su extraña calma abrió un abismo entre los dos. No aparentaba físicamente más de nueve años, aunque la expresión de su rostro le confiriera una madurez antinatural. Entonces se me ocurrió que quizá sufría algún problema añadido... autismo, retraso, algún síndrome raro, un trauma grave... a saber.

Sentí una profunda compasión por él. Le ofrecí mi mano. La rechazó. No obstante, comprobé que seguía cada uno de mis pasos. Detuve a varios viandantes, por si le reconocían, pero no sólo no le reconocían, ni siquiera lo veían. Me miraban perplejos y desaparecían en milésimas de segundo, tomándome por una loca peligrosa.

Sin saber qué pensar, tuve el valor de personarme en comisaría. No me llegó el valor para entrar. Volví a casa y el niño me siguió. Con curiosidad, observé la reacción de mi perro, un hermoso labrador de seis meses llamado "Rayo". Rayo no le ladró, ni se acercó a él, ni le rodeó agitando su cola... actuó, sencillamente, como si el niño no existiera.  Así que no me quedó más remedio que convencerme de que se trataba de un invasor de mi psique, indetectable para el gran universo de los cuerdos.

No se me pasó por la cabeza ir al psiquiatra. Desconfío de esos seres que tan morbosamente se interesan por revolcarse en la ***** ajena.

"Bah, será un tipo de esquizofrenia" me diagnostiqué "y no demasiado ofensivo, puesto que no habla y puedo ignorarle... y si se le ocurriera de repente pedirme que mate a alguien o que haga el pino con las orejas, basta con no hacerle caso y actuar como las personas normales".

Resolví acostumbrarme a que el chiquillo formara parte de mi rutina diaria. No tardé en lograrlo. El niño dormía en mi cama, desayunaba conmigo, me acompañaba al trabajo, se sentaba a mi lado cuando encendía el televisor... debo decir que, para ser una alucinación, manifestaba un gran apetito.

Mi actitud inicial fue intentar ignorarle... aunque lentamente entendí que en mi solitaria vida, sólo paliada por la compañía de Rayo, no haría mal a nadie adoptando a aquel espejismo... ¿Qué sabe nadie? Por ello le compré ropa, cuentos para que leyera, caramelos... le atendí como a cualquier niño... y él respondía como cualquier niño en sentido biológico: comía, bebía, usaba el aseo, dormía, se vestía... y necesitaba cuidados... pero jamás hablaba. Jamás demostraba afecto. Jamás se le ocurría poner la televisión por su cuenta para atiborrarse de dibujos animados. Todo ello muy frustrante; a pesar de ser una alucinación, me desvelaba por ella. No merecía tanta desatención de su parte.


A veces, en la esperanza de que lo vieran, salía con él, le llevaba a la feria, le hacía subir conmigo al autobús... pero siempre me atendían a mí. A él no le dirigían ni la más leve sonrisa.

Me acostumbré. Lo que había comenzado como una evidente debilidad psicológica se transformó en una secreta bendición a la que prodigar afecto, aunque no me correspondiera.

Poco a poco el mundo exterior perdió todo interés para mí. Sólo salía por motivos de trabajo y anhelaba terminar para volver volando a casa y ocuparme de "mi hijo"... incluso le puse un nombre: Andrés.

Fue un momento mágico y desprovisto de todo formalismo. Estábamos en casa. Yo le leía un cuento. Presentándole al protagonista de esa historia caí en que el nuevo protagonista de mi vida carecía de nombre. Sin más, me dirigí a él: "¿Qué te parece, Andrés?".

El niño me sonrió y abrazó. Yo fui feliz.

Después de esto viví las mejores dos semanas de mi vida. Andrés actuaba como un niño normal. Incluso jugaba con Rayo, que ahora sí se daba cuenta de su presencia. También era capaz de encender la televisión, hacer "zapping" a su gusto, organizar trastadas y desordenarlo todo...

Hasta hoy. Hoy hay un hueco en mi cama y nadie ha devorado los cereales. Nadie me pide que le lea cuentos. Andrés ha desparecido.

Sueño
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

#81

RETRATO

El 31 de diciembre de 1999 mi familia celebró el arribo del nuevo milenio. El 2000 sonaba en nuestras cabezas hacía rato.
—Se va a acabar el mundo —aseguraban muchos.
La finca de mi abuelo Julio servía de escenario al encuentro donde convergíamos cada diciembre primos, tíos, cuñados, padres y abuelos. Todos disfrutaríamos del arroz congrí, la yuca con mojo y el puerco asado, acompañantes imprescindibles de la excelsa fecha.
Mi familia no era pequeña. Durante las vacaciones resultaba una maravilla contar en el "campo", como le decíamos a la finca, con la recholata de primos que jugábamos en todos los lugares y a todo lo que se nos ocurría.
Papi estaba asando un cerdo—"es el mejor en eso"—aseguraba mami con las brazas de la candela reflejadas en los ojos y yo no tenía dudas.
Justo a las 12 de la noche repartieron vasos con algo de sidra e hicimos un brindis pidiendo salud y prosperidad para el nuevo milenio, que ya nos habían mal pronosticado. Entonces Lucas, un amigo de la casa, sacó una camarita que la había mandado su hermano de Santiago de Chile y nos ubicamos en el florido portal de mi abuela, siempre colmado de macetas con las más exóticas variedades. Tuvimos que hacer un esfuerzo grande para caber en el encuadre, sonriendo algunos, serios los menos. En fin, estaba toda la familia en la foto que mi abuela colgó unos meses después en la pared del comedor, dentro de un cuadro finísimo que su madre había traído de Canarias, cuando vino a principios de siglo.
Aquella fotografía era histórica para nosotros. Cada vez que visitaba a mis abuelos, iba hasta el comedor y me quedaba un rato mirando el instante de la familia capturado por la cámara de Lucas. Un día, descubrí que mi prima Beatriz, además de Tony y Jorgito, estaban opacados. Busqué un paño y le pasé al cristal pero, no era suciedad, pues mi abuela se encargaba de lustrarlo cada semana.
—Mami, se están esfumando.
— ¡Qué cosas dices!
Era real, los tres se opacaban sin remedio en la foto que más me gustaba en el mundo. Pregunté por ellos a mi tía Sonia y respondió con monosílabos. Nunca más los volví a ver.
Los fines de semana siempre visitábamos a mis abuelos. Yo saludaba al llegar y enseguida iba hasta la foto. Pasados como 3 meses desaparecieron también Laurita y Ferna.
—Abuela, ¿dónde están? —pregunté bien triste y supe por su cara que no conocía la respuesta.
De inmediato comencé a sospechar de la calidad del papel. Así que un día en que me encontré con Lucas cerca de la escuela, le pregunté dónde había impreso la instantánea.
—Mi hermano de Chile me la mandó —dijo con la sonrisa constante al alcanzarme dos chicles que se había sacado del bolsillo.
Por la tarde me dolía la mandíbula de tanto masticar y me consolé pensando que tal vez los chicles no estaban hechos para mis dientes de leche. Dejé lo del papel y me puse a buscar otra causa, quizás mi abuela, en su afán de eliminar cualquier suciedad, le había dado tanto trapo al cristal que había borrado a mis primos y tíos sin darse cuenta.
—Papi, ¿y tía Maritza? —pregunté una mañana en que recordé me había prometido llevar al parque y no la habíamos visto más por la casa.
La respuesta de papi me pareció igualmente sospechosa.
—No sé.
El próximo domingo cuando llegué a la finca, lo primero que hice fue ir hasta el comedor y concretar mis sospechas. En el lugar de mi tía Maritza una saludable mata de begonias se había corrido a primer plano. Mayi tampoco estaba y tío Pepe y su mujer tenían una intermitencia en la imagen que no me gustaba mucho.
—Abuela, no le pases tanto trapo, que nos vas a borrar a todos.
En noviembre celebraron mi cumpleaños en el campo. Nadie pudo venir.
— ¿Están ocupados? —me dijo papi.
— ¿En qué?
Ese diciembre la fiesta no fue la misma y me convencí de que, en efecto, el nuevo milenio estaba acabando con el mundo y, más que eso, con mi familia. En el 2001 desaparecieron de la foto Ernestico, la nena, Carmencita, Esteban, Lourdes, Magali, Papo, Edel, Alcides, Obélix y Kenia. Fue un duro golpe que no creí aguantar.
El último fin de semana que fui al campo quedábamos en la fotografía mis abuelos, mami, papi, mis hermanos y yo. La extensa familia ahora estaba bien reducida.
Dejaron de llevarme a la escuela aunque no había vacaciones. Papi y mami siempre tenían un secreteo inaudible que me incomodaba. Una tarde, los encontré haciendo maletas.
—Nos mudamos —dijeron.
No volví a ir por la finca, pero estoy seguro de que ya la foto de mi familia, se había convertido en solo un retrato del portal de mi abuela.

Adán
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL MUERTO QUE TODO LO VE

Una semana llevo en el infierno y ya están todos enfadados conmigo. Y eso que aún sigo algo acongojado por las llamas y los látigos que nos rodean. El portero que me abrió no esperó ni a que me recuperara de mi infarto de miocardio. Inmediatamente después del "lo hemos perdido" que anunció mi doctor con voz demasiado indiferente, el maldito me recogió y me llevó a mi habitación.

Además, el propio Satanás me dijo que no tenía tiempo para gente como yo y que no molestara, que demasiados problemas tenía ya. Yo, que lo único malo que hice en mi vida fue pensar que lo mejor era vivir a tope, ser egoísta, no renunciar a nada por solidaridad ni respeto. Simplemente convencido de que después, una vez mi corazón se parara, dejaría de existir. Que sólo estaría el famoso sueño eterno.

Sin embargo, más allá de mis problemas con la directiva infernal, algo que ya tenía también en vida, lo que más me inquietaba por las noches, si es que aquí existe el concepto de día y noche, era la reacción que tuvieron mis padres al volverme a ver. Iluso de mí, creía que los abrazos y los llantos serían los protagonistas de nuestro reencuentro.

Todo lo contrario. Sólo hubo gestos de ignorancia, malas caras, miradas inquisitivas. Tal era su desprecio que prefería un bofetón de los de antaño, de esos que provocaban no hacer nada malo durante una semana, gracias al hinchazón y el cosquilleo de la mejilla dañada. Pero ese ansiado escarmiento no llegaba, y empezaba a preocuparme.
¿Es que ni en el infierno van a llevarse bien conmigo? Deduciendo que su comportamiento debía ser consecuencia de algo, me dispuse a repasar mis actos, intentando descubrir el acto dañino que cometí para recibir tal castigo. Pero no encontré nada. Simplemente alguna trastada de joven, unos malentendidos con mi mujer y diferencias políticas que siempre acababan en suspiros y renuncias al entendimiento. Había sido un buen hijo.

Determinando que mi comportamiento con ellos había sido lo suficientemente bueno como para no merecer tal castigo paternal, me vinieron a la cabeza las personas que había dejado en vida. Mi mujer y mi hijo siguen ahí arriba, ajeno a lo que les espera. Espero que estén bien. Me encantaría decirles que, aunque pasando calor, yo también lo estoy. De todas formas, no hay de qué preocuparse. Saben cuidarse solos.

Pasaron las semanas y nada cambió. No parecía tanto castigo, esto del infierno. Me adapté a las altas temperaturas, ignoraba los gritos de los gerentes e incluso conocí a algunos famosos, que si bien no eran seguidos por mí en vida, me sentí afortunado por conversar con ellos ahora, en la muerte. Ninguno se explicaba por qué había acabado aquí y no en el otro destino.

- El otro destino no existe afirmé convencido de lo contrario, yo no estaría aquí.

Qué equivocado estaba. Y qué poco tardé en darme cuenta. Esa misma tarde, me reuní con mis padres.
Después de mi siesta rutinaria y sagrada, aunque este término no sea el más adecuado para algo que sucede en el infierno, y justo cuando el reloj marcaba la hora acordada, llamaron a la puerta. Lentamente, sin pronunciar palabra, incluso con aires de solemnidad, como si de un Obispo se tratara, ambos se sentaron en el sofá de mi habitación, que previamente me había preocupado de ordenar.

Hice el amago de ofrecerles algo de beber, pero deduje que no iba a ser una charla amena entre padres e hijo. Así que permanecí callado y me senté a su lado, guardando una distancia de seguridad lo suficientemente amplia como para no sufrir la bofetada que quería cuando entré, pero que al sentirla tan cerca ya no veía tan necesaria.

Una vez cómodos, mi padre, molestado por la espalda, que también pasan los años en el infierno, se inclinó a por el mando de la televisión. Yo no daba crédito. ¿Íbamos a ver la tele ahora? ¿Satanás ha drogado a mis padres? empecé a preocuparme. Preferí callarme, ya que cualquier reacción por mi parte acarrearía estropear más las cosas. Sin mediar palabra, marcó el número 44 y después de observar algunos lugares y personas conocidos, me vi.

Ahí estaba yo, de rodillas, delante de la tumba de mis padres, llorándoles y maldiciendo el día en el que sufrieron el accidente que les trajo juntos al mismo lugar donde hoy nos reencontramos. Parecía mentira, pero la calidad de la imagen era espectacular.

Estupefacto, seguía con atención lo que iba ocurriendo en la pantalla. Mis padres, inmóviles, también repasaban las escenas sin pestañear. Fue entonces cuando mi inteligencia me advirtió: Algo no va bien.

Pasaron las horas y mi cuerpo cada vez se hacía más pequeño. A la misma velocidad, mi vergüenza aumentaba sin aviso de frenarse. Ya no podía pensar "Tierra, trágame". Demasiado tarde. Todos mis actos, desde que mis padres fallecieran, fueron apareciendo en la pantalla.

Las pequeñas deudas que consentía tener a sabiendas de que nunca pagaría, las mentiras laboriosas con el fin de no acudir al trabajo, los engaños a mi mujer, los gritos injustos hacia mi hijo, el abandono a mis amigos por orgullo, las discusiones con mi hermano por la herencia...

Todos los actos deleznables y condenables por la más permisiva conciencia aparecieron ante nuestros ojos. Sólo un golpe a la televisión, provocado por mi vergüenza, evitó tal atentado a la conciencia. Y fue cuando lo entendí todo.

Ése es el castigo al que estamos sometidos aquí. El horror de saber que todos nuestros actos malos, injustos y egoístas, serán observados y conocidos por las personas queridas, a las que respetamos y que desconocían la realidad de nuestro ser. Que no sabían, hasta que bajan a este lugar, que todos somos malos. Y lo peor de ser malo no es el mismo hecho de serlo, sino que los que te aman se den cuenta de que lo eres.

Comencé a llorar. Nunca lo hice en vida delante de ellos. Me dijeron que debían irse, que ése no era su sitio. Su destino era otro. Me despedí de ellos sin siquiera darles un abrazo. Demasiado asco me tenía como para ensuciarles.

Un tiempo después, pero aún hundido por lo que había pasado, sintonicé de nuevo el maldito canal 44. Apareció mi hijo. Sin despegarme de la pantalla, estuve siguiendo lo que acontecía durante muchos años.

Una mañana, mi hijo sufrió un infarto que acabaría con su vida.

Ahí viene. Se va a enterar.

Octave Parango
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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¡FUEGO!

Entro por el portal a todo meter, como si caminase a través de lava. Subo las escaleras dando saltos, de tres en tres. La llave se atasca en la maldita cerradura. Tengo que propinar un buen empellón a la dichosa hoja para que me permita el paso.

Una vez dentro del piso, tiro el abrigo y el jersey al suelo, dejándolos descolgarse desde mis hombros. Mi respiración es un jadeo ronco. Resoplo con fuerza, como un deportista a punto de enfrentarse a la competición. Me arde el corazón. Es una sensación maravillosa y perturbadora al mismo tiempo.

Entro al salón. Camino de un lado para otro. Mi cerebro funciona a trompicones. Es como si alguien me estuviese dando descargas en el hipocampo. Llego a acariciarme la nuca para comprobar la ausencia de electrodos.

Pese a los nervios, tengo claro que éste es el momento. O aprovecho el caos corriendo por mis venas o no lo haré nunca. Necesito valor, y sé que puede dármelo. Correteo a mi habitación, saco un Cd del estuche, voy a por el reproductor, lo conecto y busco la canción. Los terribles rasgueos de guitarra y la monolítica batería me hacen ponerme a dar saltos. Sí, es lo que necesitaba.

Abro el armero. Dios bendiga el tiro deportivo. La canción sigue retumbando incansable. Dura por lo menos siete minutos, así que aún hay tiempo. Cojo el revólver, uno del 38 que era el favorito de mi padre. Pronto estará todo arreglado.

Ya están llegando al estribillo. Es una canción en directo, frente a los campos elíseos parisinos. La gente se vuelve loca cuando el cantante los invita a corear una canción que se ha convertido en un mito.

Por eso es mi grupo favorito. Sus letras son complejas, y están escritas en un idioma que no comprendo, pero los estribillos suelen ser un par de palabras fáciles de pronunciar, por eso tienen miles de fans por todo el mundo. Esta canción en concreto se llama "Fuego", como el estribillo. Así es sencillo, cuando el guitarra haga un pequeño parón en el riff, sólo hay que gritar: ¡Fuego! Como si la casa fuese a salir en llamas.

Paseo de un lado a otro, con la botella de whisky, ya casi vacía, en una mano y el 38 cargado en la otra. Es divertido, aunque da mucho miedo. El estómago me arde, tanto que está a punto de hacerme caer al suelo.

La canción va a llegar al final. Éste sí que es el momento de la verdad. Tarareo los guitarrazos con todas mis fuerzas. Coloco el cañón sobre mi sien derecha. Respiro hondo.
¡Fuego!

Teodoro Balmaseda
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL CUARTO HIJO

A doña Casilda Jiménez los dolores del parto la sorprendieron en plena elaboración del pan, ahí, en la diminuta cocina llena de cacharros y olores el dolor de una contracción le punzo en las entrañas, como pudo salió de ese cuarto vaporoso tirando a su paso las ollas y hasta desgarrando de un tirón las enmohecidas cortinas de su pequeño salón comedor, no le dio tiempo de llegar a la húmeda habitación que compartía con su esposo Manuel Gonzales y dos de sus pequeños hijos, se tumbo en medio de la tierra seca dando gritos espectrales que se desprendían de su cuerpo y escapan hasta tocar la puerta de la casa contigua. Ahí vivía Manolita Linares, quien por suerte era rápida para extender los chismes y no tardo en avisar a la comadrona, una  anciana de cabello lustroso y mandil grasoso. Para cuando la comadrona hiciese su aparición, Manuel el esposo se había enterado del estado de su mujer gracias a la potente voz de la vecina, tiro entonces las pinzas con las que hacia la habitual reparación  de maquinaria en la fábrica y se limpio las manos engrasada en el viejo mono mil veces remendado, tanta era su prisa por llegar y encontrase a la mujer a punto de alumbrar, que olvido el clavo que se asomaba de su bota minera y se clavaba sin clemencia en un pie maltrecho. Cuando llego a su pequeña casa de maderas, cartón y lata, lo primero fue espantar a las gallinas que escarbaban con todas sus esperanzas en la tierra sin encontrar alimento, dejando tan solo el suelo picado, se paseaban quietas alrededor de la mujer flaca que mas que vientre de embarazo parecía atacada por un gigantesco tumor, la comadrona restregada sus orejas alargadas y cerosas sobre aquella capsula amniótica intentando descubrir el latido extasiado de la vida. Manuel estaba feliz a pesar del salpullido nervioso que broto como jardín en todo su cuerpo, y se preparo para recibir al mundo a su cuarto hijo, al que había soñado tres noches anteriores reencarnado en el cuerpo de un joven cantante de gruesos bigotes negros y de piel tan clara como una luna de leche. La comadrona, poco entendida en ciencias pero con el instinto muy despierto ordeno todo aquello que debían traerle para ejecutar su armonioso trabajo, se arremango el vestido y se concentro con toda la fuerza de su alma antigua, encomendándose a cuanto dios estuviese disponible para la ocasión.

***
A las dos horas en que Casilda empezara el antiquísimo ritual del alumbramiento con gritos que estremecieron las endebles paredes de la casucha, la comadrona extendió los brazos para recibir al pequeño ser ignaro que permaneció segundos largos sin que de sus pulmones se desprendiese el anhelante rugido de la vida, aquella vieja de cabellos grisáceos, con las pupilas teñidas por delgadas manchas de una futura ceguera inminente y lenta, casi suelta de un solo impulso a la criatura al suelo estéril, al contemplar su naturaleza distorsionada, se valió entonces de su profesionalismo, de las batallas innumerables que había librado entre las piernas de todo tipo de mujeres, y lo apretó valiente entre sus pechos, era una bruja de pueblo, había recibido en sus manos tiesas y curtidas por los eternos años a muchas generaciones, era ese su destino. El niño de Casilda Jiménez era diferente –madre mía hija, este se me hace que no va a vivir- dijo la comadrona mientras se lo pasaba envuelto en una toalla amarillenta, Casilda; guiada por el instinto o por la curiosidad de saber a quien se parecía, lo miro de inmediato. Se quedo petrificada, las nauseas le subieron como una garra por la garganta, casi se desmaya en ese mismo instante en el que sus ojos se cruzaron con los de esa diminuta masa de carne, coágulos y sangre que a diferencia de los otros hijos, permanecía con los ojos bien abiertos, como si supiese lo que su madre pensara, adivinando los pensamientos en el aire que por fin penetro en sus pulmones y le hizo expulsar un gemido diminuto. Casilda se inundo de miedo y de inmediato los pechos que antes manaban como fuentes rebosadas de calostro se secaron, dejando solo el dibujo verdoso de las venas como raíces. La comadrona no se quedo para ver si Casilda alimentaba al recién nacido a quien además de ese aspecto extraño, le faltaban las cuatro extremidades.
***
Durante el embarazo en lo intimo del alma de Manuel se gestaba la esperanza sombría que con este hijo se redimiera su estirpe, este sería un hombre de bien, a lo mejor el abogado o el doctor que les trajese a todos la redención tan anhelada. En ello pensó Casilda mientras rosaba tímidamente la frente de su criatura con los dedos. En cuanto salió aquella matrona con la cabeza ladeada, Manuel entro dando pasos de humo, como pisando hojas muertas, lo primero que sintió fue el olor bogando en la atmosfera; mezcla de hierbas, sangre, agua y tierra, tan fuerte que penetraba en las ropas por más de un mes, miro a Casilda lánguida como una margarita deshojada apretando en sus brazos al fruto de sus entrañas. – ¿Que fue mujer?- pregunto con impaciencia. –A saber Manuel-. Respondió ella derrotada. Guiado por la incertidumbre, Manuel tomo en sus brazos el ser que llevaba parte de su esencia y al verlo no sintió el espanto frio que experimento la matrona, ni tampoco la decepción de su mujer, sino un desespero similar al de la muerte, pena por ese ser convulso que desde ese instante iba a depender absolutamente de esos dos enamorados miserables, que no entendían de métodos de control de natalidad o razones para frustrar la gestación de la vida en un vientre enjutado y anémico.  No se dijeron nada durante casi dos horas, mirándose de reojo, como si fuesen cómplices del mismo delito, ni Casilda ni Manuel guardaron la esperanza de que ese hijo sobreviviera, el mundo en el que había nacido no le iba a ayudar en esa labor, ellos habían sido supervivientes de la guerra, del hambre, de la orfandad y la mala estrella con la que se ensaño la vida y sin leche en los tiesos pechos y la atención medica a lo mucho le daban una semana de vida y por ello no le escogieron nombre, Sin espacio donde aguardar la muerte hasta entonces inminente, el padre se las arreglo para armar un cajón de madera que puso en la cocina, cerca del fuego donde Casilda fabricaba a manera de alquimista sus deliciosos frijoles negros y las tortas de maíz. Si la muerte se llevaría aquella criatura sin nombre que por lo menos lo hiciera cuando estuviera calientito, pensaba, ese privilegio ninguno de sus otros hijos lo había tenido. Casilda no quiso forzar sus senos, deseaba que si su hijo debía morir fuera por la noche cuando ni ella ni Manuel pudieran sentir el paso sigiloso de la muerte entrando por la ventana, ¿para qué prolongar su dolor? Se cuestionaba mientras se debatía en darle o no alimentos, pero fue mayor su instinto e intento amamantarlo; sintió como la boca tibia se posaba torpemente y succionaba con la misma fuerza de los otros tres niños, tragando aire en seco que iba a dar directo a los pulmones que parecían estallarle dentro del pecho desnudo sin estruendo, sabía que se podía engañar el hambre pero no la sed, así que ato a sus espaldas el amasijo de carne envuelto en una tela espesa y se puso a preparar una mezcla de agua, maíz molido, azúcar y canela; pesada y humeante; remojo el dedo índice y se lo puso en la boca, así lo hizo durante una semana hasta que el crio sobrevivió a las predicciones de Manuel, Casilda quien nunca había creído en los milagros desde el fatídico día en que los reyes magos le dejaron solo carbón; estaba sorprendida de la fuerza de ese corazón pequeño que impulsaba a ese ser á permanecer en esta tierra por alguna extraña razón, casi no lloraba, su queja era como un maullido de gato famélico y su presencia casi invisible, el tiempo paso y a los catorce años, el cuarto hijo era la mitad de alto que el resto de sus hermanos pero igual de fuerte y valiente, había pasado las pruebas necesarias para enfrentarse con colmillos a la vida, a los seis años soñaba con ir a la escuela como sus hermanos, pero no pudo, por lo que su hermano mayor le traspaso sus escuálidos conocimientos hasta que el cuarto hijo fue capaz de leer por si solo el cuento de los tres cochinitos.  Su vida hubiese transcurrido en aquel lugar olvidado de escombros, sino hubiese decidido conocer el mundo, soñaba y su corazón se agitaba en los adentros, se sacudía de un amor secreto y desconocido que lo impulsaba a continuar muy a pesar de las burlas de sus vecinos y hasta los desconocidos que venían de otros pueblos a contemplar tal capricho de la naturaleza, sus años pasaban y sentía como si un fuego le quemara las entrañas y el alma misma, hasta que una tarde se aventuro lejos de su hogar, se arrastro, cruzo calles con la ropa casi aniquilada hasta que sin aliento, casi sin sentido y arrepentido por lo que sus inmensos ojos color caramelo contemplaron, aturdido por los sonidos de la calle, la ciudad como un molusco gigante y gris saturado de almas mirando con desdén. Se quedo inmóvil y vencido sin saber cómo regresar, hasta que la figura de ella apareció resplandeciendo entre las sombras, con sus piernas ligeras y las manos fértiles, la sonrisa imprescindible y las pestañas negras como marco de los ojos acuáticos, se dio cuenta de la verdadera naturaleza de las cosas, de su alma entera a pesar de sus extremidades mutiladas por orden del destino, es como encontrarse en un jardín de flores, pensaba, aquellas que solo podía olor en sus sueños; ella lo miro con el alma convulsionando de fríos, maldiciendo en lo bajito la miseria, los designios de un destino sin duda cruel, a él le pareció que ella era todo lo que había esperado, las horas eternas deseando dos piernas para jugar al futbol, esperando los días para verlas brotar hasta que entendió con pena que jamás le nacerían, las noches a la intemperie de un techo de lamina imaginándose completo, ella se veía bien y todo su ser destilaba esa perfección discreta y encantada que tanto había deseado, creyó estar soñando y  cuando ella le sonrió y le dijo Hola, se dio cuenta que haber nacido había valido la pena, para amar a primera vista y mas allá de las percepciones de su triste cuerpo incompleto.

Wafaa
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL ANTONIO

Un buen día nuestro alcalde fue emparedado, en una torre de dos por dos encerrado a la vista de toda la ciudad.  Nunca olvidaremos ese día, como tampoco olvidaremos a quien hizo posible tan grato prodigio.  Se llamaba Antonio, como casi todos nosotros, nadie sabe hoy qué ha sido de él, aunque yo sí que sé mucho de su pasado, como sé de cómo se hizo nuestro héroe porque crecimos en el mismo barrio, un barrio que hace mucho dejó de existir pero cuya superficie se extendía, en gran parte, bajo el edificio donde el alcalde y sus compinches acabarían enjaulados.   Nuestro barrio no tenía viviendas de ladrillos como los otros barrios, la mayoría eran chabolas construidas con chapas de hierro, con techos de uralita, con alguna pared de madera podrida.  Todos nuestros padres eran alcohólicos, nuestras madres putas más o menos, los hermanos mayores la emprendían con la Rohipnol, con el caballo, con el trullo y la navaja, a algunos niños nos dio por meternos a albañiles porque más desgracia no cabía en nuestras casas.  Antonio fue uno de ellos, y el más inútil, por cierto.  Canijo como era, desnutrido desde muy chico, débil, enfermizo, ninguna cuadrilla lo aceptaba más de tres jornadas seguidas.  En los primeros trabajos yo estuve a su lado, le vigilaba, caminaba junto a él cuando acarreaba la carretilla, le enganchaba del cinturón en las alturas, si le echaban yo me iba con él en busca de otro grupo, trabajo no faltaba y en todas partes nos pagaban la misma miseria.  Dejé de verle cuando un constructor, el más rico de la provincia, el Porquero le decían porque de joven criaba cerdos, le escogió en persona, a Antonio y a un puñado de escuálidos más, para hacerle un palacete en lo alto del monte que domina la parte de la ciudad que mira al mar.  Les prometieron mejores condiciones de vida aunque más tarde oí que el trabajo era terrible y los obreros contratados al aire libre dormían, en el suelo mismo donde la obra, donde el frío de la noche y el calor de toda la jornada.  Lo que pienso es que el Porquero les dejó muy claro a los infelices que éste era el trabajo más decente al que podían aspirar.

Allí, en la mansión del Porquero, a Antonio se le dio por muerto.  Un mareo de hambre se lo llevó desde el tercer piso hasta la boca de un camión-hormigonera.  Por allí andaba el Porquero cuando le sacaron, tirando de garrucha, cubierto de cemento fresco y, creyéndole muerto, ordenó le quitei d'enmedio.  A un kilómetro, en una zanja, al instante es cubierto de mortero.

Ya noche avanzada, el Antonio despierta apelmazado dentro del cemento, siente sus pulmones llenos de algún veneno, los brazos le pican y al moverlos todo se rompe, estalla y salta desde el interior de la zanja.  Antonio se levanta y en ese momento ni se mira el cuerpo, se pone a cantar un aria de ópera y cantando vuelve al palacete.  Su cuerpo, vestido tan sólo con el pantalón corto que siempre le conocí, no había cambiado de tronco para abajo ni de cuello para arriba, ni el mismo tronco tenía otra constitución que la que yo le conocía, pecho hundido, costillas abultadas, espalda arqueada, pero los brazos... sus brazos salieron de aquel hoyo como dos tarugos, como dos troncos de alcornoque, o como dos pilares, dos cilindros de piedra, dos columnas de templo de poco más de un metro cada una, lisos, sin forma, sin curvas de musculatura, blancos, como ceniza, ágiles y robustos, dos artefactos colgando de sus hombros y como apéndices dos manos tan huesudas como antes, pero de una fuerza inmensa y de una rapidez de movimientos nunca apreciada en extremidades naturales ni en ingenio alguno concebido por la Humanidad.  Aunque esqueléticas, sus piernas y pies no fueron menos en este monstruoso mecanismo emergido de una zanja y un puñado de cemento.  Tan veloces como los brazos atroces que sacudían el aire, en unos segundos las piernas llevaron a mi amigo de la infancia de la zanja al palacete en construcción, al tiempo que de su garganta, de sus pulmones achicharrados en yeso, manaba una voz de contralto, de castrato, componiendo un aria que en mi barrio nunca podríamos haber oído.  Los que le oyeron cantar aquella noche creyeron que un ángel había bajado del cielo.  Tumbados al raso, entre excavadoras y hormigoneras, sin fuerzas para ponerse en pie, los obreros le vieron faenar hasta quedar dormidos con su canto y el ronroneo del camión rumiando el hormigón.  Al amanecer se encontraron bajo techo.  El ángel, con el material almacenado, en unas horas y a destajo les había construido una nave.

Al día siguiente descubrió Antonio que su físico volvía a su estado anterior, lo que le convertía inevitablemente en un inválido rechazado por todo el gremio de la construcción, de modo que, con mucha paciencia, muchos ensayos y superando muchos fracasos, terminó fabricándose un sarcófago de mucha la argamasa y mucho el cemento, de grandes bisagras y ajustadísimo al cuerpo.  Ahí duerme cada noche, hecho un mazacote, y a la mañana se levanta como un toro, cantando ópera con voz robada a un ángel, brazos de piedra más ligeros que un soplo, máquinas ajustadas, exactas, matemáticas.  No voy a relatar su vida posterior como peón ni a dar cuenta de la incalculable cantidad de edificios, chalés, fábricas que construyó casi él solo, ni daré pormenores acerca de las marcas alcanzadas, cuántos adosados en un día, cuántos camiones de ladrillos en una hora consumidos, ni expondré cuánta fue su fama y cuánta también su obstinación al no aceptar sueldo mayor que el de los otros obreros, pero sí apuntaré que aprendió las artes de obtener cemento de cualquier parte, fundiendo en abrazos el elemento, mezclando y amasando sin necesidad de hormigonera.  Para fraguar en un momento le bastaba con mover los brazos para hacer viento y cocía ladrillos moldeando con sus manos el barro de los campos y aplicando calor a base de violentos frotamientos.  Todos los constructores lo querían, se lo disputaban hasta llegar al asesinato, para conseguir sus brazos provocaron matanzas entre cuadrillas, nunca hubo tantos albañiles muertos, a Antonio la gente le ama la voz pero le odia los brazos.

Atraído por su popularidad, el Porquero se reunió con él, al anochecer y muy poco antes de retirarse a su sarcófago el Antonio más parecido al de antes, el canijo del final de las agotadoras jornadas.  Por sus brazos le ofreció, qué ironía, casa y comida, dineros y buena vida, y hasta un nuevo pantalón corto.  Como Antonio se le niega, cuarenta capataces le caen encima y en un zulo, sótano abajo de la mansión, le encierran.  Desde el momento en que se queda solo, la emprende a codazos con las paredes, a furiosos bocados se las come, hasta que la habitación queda desarmada, y como una ruina, desintegrada.  Antonio no se conforma con huir, sino que en un rato, escaleras arriba y abajo, vuelve a montar el zulo taponando la puerta del dormitorio donde el Porquero duerme ajeno a sus trabajos.  Después Antonio se escapa cantando.

Ya no construirá más casas para esos constructores, decidió el Antonio, y volvió al barrio, desplazado al extrarradio con todas sus chabolas por la reciente construcción del Palacio de Congresos.  Allí le recibieron como a un héroe, los padres alcohólicos, las madres prostituidas, los espíritus de los hijos drogados.  Allí le hicieron una fiesta, su madre, renegrida y arrugada, le presentó a una prima que ha estudiado y que él no conocía porque vivía en la India.  El Antoñito se enamoró perdidamente, la prima descuidó su serenidad cuando vio los brazos como troncos de su primo, como pilares de cemento.  En sus paseos por los aledaños del barrio, entre las montañas del estercolero en la cara oculta de la colina de los campos de golf, en sus conversaciones susurradas, instruye a Antonio su prima acerca del bien y del mal, de los arribas y los abajos, de las derechas y las izquierdas, de las injusticias, de la fuerza, de los brazos descomunales y los delicados abrazos.

Durante una semana entera Antonio se prepara, se entrena comiendo de la arena, comiendo de la grava, durmiendo y respirando el cemento sin cuajar, dejándolo fraguar en sus pulmones, cargando materia prima desde la cantera hasta la hormigonera, engendrando ladrillos y acumulándolos entre el barrio y el Palacio de Congresos.  Mientras tanto, ella, la prima, que conoce bien las incógnitas del negocio, hace llamadas, encarga flotas de camiones, herramientas, grúas y materiales, logrando que, metódica y puntualmente, aquella mañana todo estuviera a punto y en su sitio.

En el interior del Palacio de Congresos, el alcalde daba su charla inaugural.  Su público, lo más distinguido de la sociedad promotora y constructora.  Hasta el alcalde llegó el canto, falsete glorioso y lejano, sin darse cuenta su discurso se fue suavizando y habló de mundos donde las licencias fueran moneda de cambio, de las grandes recalificaciones y los infinitos e indefensos campos, de civilizaciones sin leyes ni urbanismos, sin congresos ni senados.  Fue el Porquero el que reconoció el canto y el primero en salir, abriéndose paso por salas y pasillos entre constructores vestidos para la sesión de golf y con pantalón de tweed.  El alcalde le fue detrás y al punto todos les siguieron hasta el vestíbulo, donde quedaron agolpados y con las bocas abiertas.  En el exterior, docenas de construcciones, podrían haber sido garitas si además de un chapucero tragaluz hubieran tenido unas puertas.  En cada una de ellas, recluidos y sin capacidad de movimiento, un miembro de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del estado y de la ciudad, y más acá, junto a las mismas puertas del Palacio de Congresos, terminaba nuestro Antonio la primera fase de su labor encerrando a los dos últimos polis entre ladrillos con sólo la fuerza de sus vertiginosos brazos.  Políticos y empresarios no dan crédito a sus ojos cuando ya se les viene encima, en dos manotazos, una avalancha de ladrillos chorreantes de cemento fresco, y un muro enorme les tapa la visión de esquina a esquina por todo el frontal del Palacio de Congresos.  Cuando atraviesan el edificio en busca de la salida trasera, otro muro les quita el resuello, y algunos caen desmayados al comprobar que por los laterales no hay más que pared y oscuridad.  Parado en el mismo centro del tenebroso patio del Palacio de Congresos, afinando el oído, el Porquero distingue, por el canto de castrato angelical, que el Antonio se ha colado en el edificio antes de encajar el último ladrillo, pero es tarde para huidas, y en el mismo instante una jaula de cemento le deja ancladoal suelo, torcido el espinazo, la cabeza a la altura de las rodillas, fuera del bloque y atrapada por el cuello como en un cepo.  A continuación Antonio con un brazo agarró al alcalde, con el otro fabricó una escalera que ascendía desde el piso de la entrada del Palacio hasta el borde de la muralla, más arriba del propio techo del Palacio de Congresos.  Por allí le vimos aparecer, el alcalde convulsionando de terror en las alturas aferrado a su brazo.  Y allí, sobre el mismo borde del muro y bajo los pies del alcalde le hizo una plataforma, y sobre la plataforma y alrededor de su cuerpo una torre, una torreta, una casetita de piedra con tabiques de un grosor tal que nunca los presentes pudieron imaginar, con ventanucos abiertos a todos los puntos cardinales, con eternas vistas sobre toda su ciudad.  Para terminar, nuestro Antonio, entre aplausos y ovaciones, bajó del paredón por otra escalera que se hizo hacia fuera, con antepecho y de caracol.

Nunca olvidaremos ese día, como tampoco olvidaremos a quien lo hizo posible.  Se llamaba Antonio, como casi todos nosotros, y fue famoso por mucho tiempo, no sólo por la cárcel que construyó aquel día y que se olvidó de enfoscar, de pintar y hasta de ponerle puertas, ni tampoco exclusivamente por las casas que, desde el día siguiente, y gratuitamente, levantó para todos sus vecinos, sino por unas cuantas batallas más que más tarde se vio obligado a librar, y hasta hoy, cuando ya nadie sabe qué ha sido de él, excepto yo, que sé mucho por ser de su barrio.

Rosa Zurita
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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QUIZÁ ESTO NO SEA UN CUENTO DE NAVIDAD

24 de Diciembre de 2009,
Poblado Chabolista de La Quinta (Madrid), 12 de la mañana.

Uff... siento un cosquilleo molesto en la oreja, al principio sólo era una ligera sensación, pero cada vez se hace más intenso. Intento moverme, pero la noche fue muy movida y tengo los músculos entumecidos.
El Cosquilleo empieza a transformarse en un leve escozor que aumenta de intensidad. Empiezo a romper la barrera del sueño, aunque me cuesta demasiado levantar los párpados... Uff... Me duelen las sienes y encima este maldito escozor en la oreja. Logro mover la mano y acercarla a la cabeza.
Mis dedos chocan con algo suave, recobro un poco más las fuerzas, abro los ojos y giro el cuello hacia el lado donde está mi mano. De repente me sobresalto cuando me doy cuenta de que "eso" suave que estaba tocando es una enorme rata gris con afilados bigotes. Esa rata me estaba mordisqueando el lóbulo de la oreja mientras dormía la mona en mi desvencijado colchón...
Cojo un cazo que hay tirado en el suelo y la golpeo varias veces hasta que los sesos se le desparraman entre las baldosas. Me levanto y la tiro por la ventana. Últimamente este poblado se está infectando de ratas. Una pena por ellas, las muy imbéciles no saben que aquí estamos peor que ellas... ¿qué buscan?... morirse, al igual que nosotros... al igual que yo.
Deben de ser más de las doce, por la explanada acaba de pasar Bob, con su deportivo, el hijoputa siempre llega puntual con sus mercancías. Del resto de chabolas empiezan a salir hombres y mujeres para arremolinarse como buitres alrededor de esa escoria. Yo también me acerco, siento como las venas de mi brazo se hinchan pidiéndome mi dosis. Anoche estuve en mi nube y necesito volver a ella, necesito volver a flotar y despegarme de esta ***** de mundo.
Vuelvo a mi chabola con el bolsillo vacío, pero con los gramos que me dan vida. Me he vuelto a quedar sin blanca... Mañana me volverá a tocar sacar la navaja en algún portal para conseguir algo de dinero. La primera vez que lo hice me detestaba a mí mismo por ser tan rastrero, pero la costumbre lo aplaca todo. O lo hago así o tendré que enfrentarme al "mono". Me niego a volver a sentir esa angustia, a que me caigan sudores por la frente y mi cuerpo tiemble convulsionado, a que mi mente se me nuble y las ganas me corroan.
Conforme la aguja penetra en mi vena, siento un alivio general, cómo la habitación empieza a dar unos suaves vaivenes. Una tranquila euforia me inunda, me siento lleno, completo. Al rato, los párpados vuelven a pesarme, esta sensación de placer me relaja mucho. Me pasaría así el resto de mis días.
Todo vuelve a la calma. Silencio. El aire susurra al colarse por las rendijas de la ventana. Tranquilidad y silencio.
Tocan en la puerta de chapa, me desperezo y voy a abrir. Es Bernar, un compañero que se vino a La Quinta hace dos años. Me dice que es Nochebuena, y que hay que pasarla en familia. Le dejo que pase, aunque prefiero estar solo y echarme a dormir otra vez. Para mi como si quiere ser día de Reyes, mis días son todos iguales, son para esperar que cuando me duerma no vuelva a despertar, por una sobredosis o porque me quemen la chabola.
Trae un pequeño paquete envuelto en papel de plata, cuando lo abre descubre un pequeño pastel de chocolate. Dice que quería compartirlo conmigo, que últimamente no hay quien me saque de aquellas cuatro paredes. Qué le importa a él lo que yo haga con mi vida, si es que la puedo llamar así. Le invito a sentarse y comenzamos a hablar. En estos dos años es el único al que podría considerar mi amigo, aunque estoy seguro que me vendería por unos gramos de caballo.
Ya ha oscurecido y tenemos que encender la bombilla lisa que cuelga del techo. Se me ha pasado corto el  tiempo, en esta charla de cosas sin importancia. En los últimos minutos lo noto nervioso, mientras me habla parece que está pensando en otra cosa. Hay un momento de silencio  y me mira a los ojos. Me dice que ayer los médicos voluntarios que visitan el poblado le dijeron que había empeorado. Que el SIDA se le había descontrolado, que la carga viral estaba por las nubes, y que le habían detectado una tuberculosis grave e incurable. Que le daban pocos meses de vida.
En el fondo ni me sorprende, la mayor parte de los habitante de La Quinta están infectados de SIDA, y tarde o temprano, llega alguna enfermedad oportunista que acaba con unos o con otros. Nos quedamos callados, se escucha la respiración intermitente de Bernar, parece como si se hubiera quitado un peso de encima. Le brillan los ojos. Me acerco un poco y le pongo la mano en el hombro. Continuamos callados, qué decir, si ambos sabemos que no vamos a solucionar nada.
Decido sacar mi navaja y partir el pastel de chocolate. Él me ofrece un porro, aunque ya sabe que voy a decir que no, yo no me meto esa basura, lo mío me entra puro y limpio en vena. Volvemos a retomar una conversación perdida, y a los pocos minutos ya parece que no ha pasado nada. Al final no va a estar tan mal la noche. Mereció la pena dejarle pasar.
Dos condenados a morir, olvidados por el resto del mundo, sentados como amigos bajo la luz de una cochambrosa bombilla, cenando un pastel, como el que cena un manjar.  No son buenos tiempos para los diferentes. No son buenos tiempos para los perdidos de la sociedad, para nosotros, que no le importamos a nadie.
Muerdo mi trozo de pastel. En el fondo me siento feliz. Quizá esta sea mi primera "noche-buena" en años.

Nico Wilcomex
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA ESPUMA DEL MAR

Cuando la espuma del mar no te deja ver la ola.... O te metés con la tabla contra viento y marea. O te sentás en la orilla hasta que la espuma baje. Eso sí, puede llevarte todo el verano.

El viento húmedo de la costa, arrastra con su fuerza, agua, sal y arena. Factores todos que corroen cualquier superficie. Blanda o dura.
Le pega en la cara. Lo despeina. Le seca los ojos. Ignacio se para firme, y deja que el viento siga golpeando atrevido contra su cuerpo humedecido. No ofrece resistencia. No puede hacer nada por evitarlo. Ante eso, elije entregarse. Quedarse ahí parado, estático, y prestar los oídos a la desidia del aire que viaja a velocidad acelerada.

Pocos discutirían la inutilidad de una tabla parada a orillas de cualquier mar, por más oleado que se encuentre. Es claramente más productiva la experiencia, y las heridas hechas en la lucha contra las olas, que las provocadas por un viento que erosiona durante una espera sin final.
El mar devuelve a Ignacio años de faltas. La playa brinda el refugio que la realidad no le permitió armarse en años de esfuerzos. Y de desencuentros. De buscar sin encontrar, y de encontrar lo que él no buscaría.
El resguardo aparente que brinda la fuerza de enfrentar el enojo de Poseidón, tan metafórico. Ignacio mira el mar. Ya no guarda la cuenta de la cantidad de veces que salió vivo de entre las olas. Cada cosa que enfrentó Ignacio en su vida, le opuso olas gigantes. E Ignacio las fue pasando con la tabla de la supervivencia que se iba construyendo. Representa cada día en la vida de Ignacio ese mar que es distinto con cada luna.

Una vez más Ignacio se para frente a ese mar, gigante como todos los desafíos que se ha propuesto. Tan solo. Tan acompañado a la vez.
Al igual que con los desafíos, mientras de más lejos ve el mar, más grande le parece. La enormidad siempre se reduce a medida que Ignacio se sumerge.
Pero Ignacio está, una vez más, mirando el mar desde la orilla. Desde afuera. Recordando las veces que salió airoso de él. Y como al momento de poner la cara a los desafíos, el roce de la espuma le hiela los pies.
Porque algo que está claro por su propia naturaleza, y por la sola experiencia de ser vivido, es que hace más al alma y al corazón la tranquilidad que puede brindar a la conciencia saber que uno hizo lo que estaba a su alcance. Eso, antes que la sensación de estar seguro de que uno no se va a lastimar por no moverse. Sensación falsa, ya que la inactividad provoca callosidades donde no se perciben más que con el tiempo. Huellas de la falta de experiencia. Y de sentimientos.

Hay momentos en los que hasta los más fuertes son vencidos. Y no siempre por la ola más grande. La fortaleza no está en no caer. Es fuerte el que puede volver a levantarse, adquiriendo de lo vivido la destreza suficiente para enfrentar los siguientes desafíos.
Ignacio toma la tabla con fuerza. Siente una vez más el viento contra su rostro. Se pasa la lengua por los labios. Saborea la sal, y la traga. Siente nuevamente la espuma en los pies. Ese resto de ola que ya no está tan frío.
La espuma se va convirtiendo en ola. A medida que Ignacio entra al mar, eso que le helaba la sangre se vuelve parte de él. Como las cosas que le tocó enfrentar siempre. Tan ajenas hasta el momento en que él mismo las hacía propias, metiéndose de lleno en el problema, para de una vez por todas llegar a su solución.
Con esa misma convicción, Ignacio entra al mar. Y cuando ve que la fuerza de las olas no lo dejará seguir corriendo, hace una maniobra que le deja la tabla debajo de los pies. Ignacio empieza a burlar las olas. Siempre arriba de ellas, manipulando. Hasta que la ola que opera se empieza a desarmar. A hacer cada vez más chiquita, como pasa con los problemas cuando uno los enfrenta. Entonces Ignacio ve otra ola que se forma detrás. Fuerte, combativa, frontal. Allá va él a enfrentar la ola. Una sola maniobra es necesaria para dejar la ola pequeñita en el olvido, y empezar a sentirse único sobre la nueva cresta. Ignacio está pleno. Esos momentos lo hacen sentirse puro. Cuando manipula la ola desde arriba, parado sobre su tabla.
De repente gira la cabeza hacia el horizonte, y ve otra ola más. Ésta parece todavía más increíble que la anterior. Siente cada ola como un desafío que está dispuesto a enfrentar. Y ante el cual está dispuesto a triunfar. La pasa, la maneja. La maniobra, y otra ola todavía más fuerte.
El mar parece haber entendido el desafío de Ignacio, y cada vez se muestra más dispuesto a dar batalla. Manteniéndolo en la cresta, a incalculable distancia de la superficie terrestre, parece no dejarse dominar más.
De repente la tabla empieza a temblar. Se agita, pero no lo hace perder el equilibrio. Al menos no la primera vez. Otra sacudida. Ignacio extiende un poco más los brazos. Se concentra. Siente. Siente el mar. Siente la ola. Siente la espuma. Siente el movimiento. Siente el desafío. Siente la fuerza. Se siente él.

La ola lo hace revolcarse. Por suerte lleva la tabla atada a su muñeca. Hace una maniobra, y la pone nuevamente debajo de sus pies. Intenta pararse. Pero no puede. Ese mar que parecía tan tranquilo, está ahora traicionero, jugando con la fuerza de Ignacio.
Otro intento. Otra ola. Otra vez la tabla golpeándole el cuerpo. Otra ola pasando por sobre su cabeza. Otro poco de ese mar traicionero. Otro poco de sal en los pulmones. Y la perseverancia de Ignacio, que nunca se rinde ante las adversidades de la vida.
Concentración. Resistencia. Decisión. Otra maniobra. Y otra vez la tabla debajo de los pies. Ignacio logra pararse. Ignacio maneja una ola, casi como lo hizo con muchos de los problemas de su vida. Evita una cresta.
Ignacio sabe que una vez empezado, hay que terminar. Ve la ola que viene detrás. Sabe que no es la más grande que vio en su vida. Pero se cree invencible, único. Se le anima a la ola, que no es la más increíble que ha visto, pero no es una ola cualquiera. Todo dura segundos, pero parecen horas dentro del mar. Primero la mira. A Ignacio le gusta esa ola. Está dispuesto a llegar a ella. A manejarla, conducirla. La ola va directo hacia donde está Ignacio. Y él va a la ola. Una maniobra alcanza para operar la ola.
Concentración. Resistencia. Decisión. La tabla debajo de los pies. Ignacio maneja la ola, casi como lo hizo con muchos de los problemas de su vida.
Ignacio empieza a burlar la ola. Siempre arriba de ella, manipulando. Fuerte, combativo, frontal. Otra vez se siente único sobre la cresta. Ignacio está pleno. Manipula la ola desde arriba, parado sobre su tabla.
Ignacio está dispuesto a triunfar. La pasa, la maneja. La maniobra.
Ignacio siente. Siente el mar. Siente la ola. Siente la espuma. Siente el movimiento. Siente el desafío. Siente la fuerza. Se siente él.
Ignacio, que nunca se rinde ante las adversidades de la vida.
La ola lo mantiene en la cresta, a incalculable distancia de la superficie terrestre. La ola, que parece no dejarse dominar más.
Nuevamente el mar que lo hace revolcarse. La tabla sigue atada a su muñeca, pero esta vez las maniobras, a pesar de la convicción con que son efectuadas, no logran ponerla debajo de sus pies.
Ignacio insiste. Lucha debajo de la ola. Persevera. Se concentra debajo de la espuma. Ignacio resiste. Otra maniobra fallida. Más sal en los pulmones.
Ignacio, que nunca se rinde ante las adversidades de la vida, deja de hacer fuerza inútil.

Lucifer
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA ESTUPIDEZ DE LOS TIEMPOS MODERNOS

   Manolín era un niño de diez años, espabilado y travieso como son los niños a su

edad, sobre todo los de las grandes ciudades. Sus padres, que rondaban los cuarenta y

tantos, eran modernos, de su tiempo; él trabajaba como creativo en una agencia de

publicidad y ella como recepcionista en un hospital de Barcelona.

Sentado a la mesa, en la cocina, ante un tazón cereales con leche y cola-cao, Manolín,

exclamó, quejándose:   

   ¡Odio los trabajos escolares!. ¡Son estúpidos!. ¡Son una pérdida de tiempo!.

_   ¿Qué te pasa? -le preguntó su madre, entrando en la cocina.

_   ¡Odio a la señorita Injerto! -refunfuñó

_    Querrás decir Gertru -le corrigió la madre.

_   ¡Pues eso!-contestó para evitar discutir con ella.

_    ¿Y por qué?. ¿Qué te ha hecho?- preguntó, como si le interrogara.

_   Hoy nos ha recordado en clase que sólo falta una semana para que entreguemos

el ridículo trabajo de ciencias naturales- repuso, resignado.

_    ¿Qué trabajo? -inquirió, con sorpresa.

_   El de la colección de hojas- respondió, Manolín, de mala gana.

_   ¿Hojas de plantas?

_   Sí

_    ¿Y por qué no me lo habías dicho?-dijo su madre, en un tono nada aprobador.

_   Lo había olvidado- mintió.

_    Eso no es excusa. ¿Cuántas hojas son?- preguntó su madre, para intentar arreglar

la situación.

_   Nada menos que veinte- contestó, Manolín, como si el número fuera

desmesurado.

_   Eso es fácil- lo animó la madre.

_    No tan fácil porque cada una tiene que ser de una planta diferente- dijo, con

fastidio.

_   A tres hojas por día, ya la tienes hecha- dijo ella, como si aquello fuera coser y

cantar.

_   Los sábados y domingos no trabajo -contestó, Manolín, en plan chulo.

_   ¿Qué contestación es esa?. Hoy es sábado y hace una mañana espléndida.

Acábate el desayuno que voy a cambiarme y nos vamos al parque.

_   ¡No pienso desperdiciar la mañana haciendo una ridícula colección de hojas! -se

quejó.

_   ¡Eso ya lo veremos! ¿Pero cómo se puede ser tan irresponsable?- dijo ella,

incrédula.

_   En el futuro los robots se encargarán de todo. Bastará con decírselo y apretar un

botón, sin abandonar el mando de la tele- vaticinó Manolín.

_   ¡Déjate de fantasías y vámonos al parque!- dijo ella, intransigente.

_   ¡Ay, qué rabia meda!. !Desperdiciar así el día!. ¡Que se ponga a llover, aunque

sólo sea un poquito!- gritó, implorante.

Y pensó, para sí: "Hoy será un día horrible. Lo presiento".

_   ¡Bueno, basta de tonterías!- dijo la madre, tajante.

Por el tono de su madre, Manolín entendío que no había nada que hacer. Así que no tuvo

más remedio que deponer su actitud y acompalar, aunque de mala gana.

Al llegar al parque, Manolín, lanzó una rápida mirada panorámica y se dijo para sí.

"Aquí no hay tele para mirar. Sólo unos aburridos árboles. ¿Y ahora cómo me    
   
entretendré?. Esto es muy aburrido. Todo es demasiado lento. Los pájaros tendrían que

volar más deprisa, las nubes tendrían que pasar más rápido. Prefiero que me

escandalicen con un primerísimo plano de alguien sufriendo a que me aburran".

_   Aquí hay demasiado silencio. Tendría que haber música de fondo- le dijo a su

madre, en tono de protesta.

_   ¿Por qué no te concentras oyendo el canto del mirlo? -le sugirió su madre, en

tono persuasivo.

En aquel momento un mirlo, con su cuerpo negro y robustosy su pico amarillo naranja,

posado sobre la rama de una acacia, lanzaba al aire un trino pausado y melodioso,

acompañado de un vigoroso gorjeo.

_   ¡No puedo!. Estoy acostumbrado a mirar la tele mientras como, a escuchar

música mientras estoy estudiando, a hablar por el móvil mientras voy andando-

contestó, desbordado por la situación. Y luego sentenció:

_   Además,  ¡los animales me crispan los nervios!.

Y, al instante, sorprendido por aquel extraño nombre, preguntó extrañado:

_   ¿Qué es un mirlo?

_   Un pájaro insectívoro- le respondió la madre, con el deseo de que aprendiera.

_   ¿Qué quiere decir insectívoro?- volvió a preguntar, desconcertado.

_   Que come insectos. Si leyeras más, tendrías más vocabulario- respondió la

madre, en tono de regañina.

_    Estoy acostumbrado al ruido de las motos, de las radios, de la tele, de la gente en

la calle- contestó, en tono sincero. Y añadió, intranquilo:

_   Aquí hay tanto silencio que puedes oír tus pensamientos. Vámonos, me estoy

poniendo nervioso. Además el polen me da alergia- dijo, visiblemente alterado.

La madre se asustó, y decidió que lo mejor sería que abandonaran el parque. De vuelta

a casa, pasaron por un gran supermercado. Manolín miró a través del cristal de la puerta 

y le dijo a su madre, impaciente.

_   ¡Cómprame un bollicao!.

_    Eso no es nutritivo. Te compraré una hamburguesa vegetal para la merienda.

_   ¡Qué asco!. - respondió el niño, haciendo una mueca con la cara. "Si niega que

los bollicaos no valen la pena mi madre no puede ser de este mundo, no puede ser

humana"- se dijo, perplejo.

La madre tomó un sobre del estante y el niño se lo quitó de las manos, al vuelo,  y,

mirando el etiquetado leyó:  "Caliéntese en el microondas durante cinco minutos"

_   "¿Cinco minutos en el microondas?. ¿Quién puede perder tanto tiempo?. En

internet y con el móvil se obtiene todo al momento"- se dijo, para sí, incrédulo.

_   ¡Cómprame algo nuevo!- exclamó, caprichosamente.

Y se dijo, para sí: "Recibir algo nuevo es excitante. Todo lo que tengo

me aburre".

_   ¡Ya está bien caprichos absurdos!.- contestó la madre, en tono reprensivo.

_    Si no puedes comprarme algo nuevo, haz que lo viejo parezca nuevo- dijo a la

madre, en tono desafiante.

"Lo único importante es la novedad"- pensó, aseverativamente.

La madre lo miró, poniendo cara como si no entendiera a su hijo, mientras leía el cartel

que llenaba la pared de la entrada, escrito en letras desmesuradas de imprenta:

"¡COMPRE – USE – TIRE!"

Bardazoso
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL LORO, LA LORA, MI VECINO Y SU ESPOSA.

A mi vecino se le escapó la lora. Él dice que se la robaron pero yo estoy convencido de que se escapó huyendo del aburrimiento. Dicen que los animales, tarde o temprano, acaban pareciéndose a sus dueños. Compró esa lora hace cinco meses para que le hiciera compañía al loro que vivía con él desde hace años. Quiso buscarle una compañera a su pequeño amigo porque lo veía muy triste y alicaído, melancólico, con ganas de tener una pareja. De modo que ese loro llevaba tanto tiempo con mi vecino que ya era como mi vecino, una persona ensimismada y aburrida, un hombre cuya vida se concentraba exclusivamente en la tienda y en el loro. El loro vivía en la tienda hasta que los de sanidad le dijeron que en una tienda de alimentación no puede haber animales. Desde entonces, la jaula dejó de estar a la vista de los clientes y pasó a ocupar un lugar de la trastienda, junto al televisor, la cocina y la cama de mi vecino. Un día vi un cartel pegado a una farola hecho de una manera muy rudimentaria en el que se veía la foto de un loro. En realidad era una lora, bajo la imagen podía leerse la siguiente frase: "No se ha perdido, la han robado. Responde al nombre de Laura y es muy cariñosa. Quien sepa algo de su paradero que llame al teléfono que aparece más abajo. Se gratificará cualquier información que me ayude a encontrarla". Cuando fui a la tienda a comprar pan y cervezas, mi vecino, con lágrimas en los ojos, me contó que su Juanito, el loro, estaba deshecho, que echaba tanto de menos a su compañera que no jugaba ni reía ni decía payasadas. Al parecer, los animales también desarrollan sentimientos de pérdida. Me contó cómo jugaba al fútbol con los dos pájaros y cómo éstos se apareaban en la intimidad. Bajo su punto de vista, la lora no tenía ningún motivo para escaparse porque llevaba una vida perfecta. Pero mi vecino es un tipo cuya existencia no sobrepasa las fronteras de la tienda y de sus mascotas. No hace otra cosa que atender la tienda y cuidar a sus mascotas. Él no sabe que es un tipo aburrido porque lleva la vida que quiere llevar, el aburrimiento se demuestra en el hastío de su esposa. Su esposa no sonríe nunca, salvo cuando alguno de mis hijos, que son muy graciosos los dos, entra en la tienda para comprar pan, cocacola o el periódico. Suele entablar conversaciones muy entretenidas con ellos que luego, cuando soy yo el que va a la tienda, me las cuenta con una expresión de regocijo y diversión. Cuando eran jóvenes, mi vecino y su esposa emigraron a Suiza y vivieron allí durante años. Tuvieron dos hijos tan aburridos y apáticos como su padre. A menudo he oído a mi vecino hablar en alemán o francés con algunos clientes turistas procedentes del país alpino. Sin embargo, a ella nunca. Ella es una mujer silenciosa que hace su trabajo como a distancia, como si estuviera en otra parte. La esposa de mi vecino, igual que la lora de mi vecino, también se escapa a diario. Sus paseos son tan largos y prolongados que no es raro verla aquí y una o dos horas más tarde verla a varios kilómetros de aquí. Siempre va sola y silenciosa, su expresión no transmite tranquilidad ni relajación, sólo hastío. Cuando ella y su marido están juntos en la tienda apenas hablan entre ellos, no se pelean ni hablan ni interfieren en lo que esté haciendo el otro. Es como si el tiempo de cada uno fuera un tiempo propio, como dos tiempos diferentes que hubieran coincidido en el mismo espacio por pura casualidad o por alguna extraña paradoja relacionada con un pasado común. Muchas veces me he preguntado qué vio ella en él para convertirlo en el hombre de su vida. A lo mejor mi vecino, en su juventud, era un tipo emprendedor y vitalista, a lo mejor sus años en Suiza lo convirtieron en el hombre vacío que es ahora. No lo sé, el caso es que esta mañana calurosa de domingo he visto un nuevo cartel pegado a las farolas. Estaba dando un paseo en bici con mis hijos y vi la foto. Era ella, la esposa de mi vecino. Una mujer de sesenta años que aún conserva parte del atractivo juvenil que alguna vez la hizo deseable. La esposa de mi vecino nunca me habló de su juventud pero no es difícil adivinar en ella una belleza escondida que no se diluyó con los años sino con las decepciones. Las decepciones son muy peligrosas, pueden convertir una apariencia en una pesadilla. Mi vecino sigue pensando que alguien secuestró a su esposa, igual que sigue pensando que alguien le robó el pájaro, pero yo creo que su esposa prolongó su paseo hasta el punto donde no es posible volver. Te pones a caminar por la orilla de la playa, por ejemplo, hacia el sur, y cuando llega la hora de volver, no vuelves, sino que sigues caminando, como si el simple hecho de caminar y alejarse signifique olvidar todo lo que has sido, como si cada paso que te aleje suponga un nuevo comienzo. Mi vecino, con todo, es una buena persona y no comprende por qué tiene tan mala suerte. Fin.
Mojácar. Julio del año 2009. Un día 20.

¿¿??
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente