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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

Última oportunidad


   Club Last Chance. 2:23 de la madrugada. Domingo. Enfrente estaba ella. Morena. Cercana al metro setenta, y con tacones de 12 centímetros. Daba la impresión de llevar lencería fina, pero ese conjunto realmente no valía ni tres euros en cualquier mercadillo. No era una belleza, pero lo suficientemente atractiva como para excitar a cualquiera al contonearse de esa forma. Se movía bien, verdaderamente bien, aunque todos esos movimientos estaban exentos de afecto y cariño. Sentado en una butaca se encontraba él. En la mano izquierda tenía un puñado de euros. Con la otra sujetaba una Budweiser. Tenía a su alrededor las tres cosas que probablemente más le gustaran en su vida: mujeres, cerveza y dinero; y parecía que estuviera en otro mundo. Aquello no le gustaba, no dejaba de ser algo puramente profesional. Se lo había imaginado de otra forma. El había entrado allí en busca del amor, pero no había correspondencia entre ellos dos. Ella no mostraba ningún signo de complicidad. Tan sólo intercambiaron unas cuantas palabras un par de minutos antes, y ya. No llegó a ser ni una conversación. Hasta ese momento él no cayó en la cuenta de que es imposible encontrar el amor en ese tipo de sitios. Qué desilusión.
...
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez. Demasiado. Veintidós meses. Casi dos años sin estar con una chica. Ni el más mínimo contacto. Nada. Antes de eso no es que siempre estuviera con alguna, pero nunca había estado tanto tiempo sin sentir el calor corporal de otra persona que no fuera él. Su trabajo no era el idóneo para conocer chicas, sus amigos tampoco ayudaban, y, obviamente, su familia menos aún. Veintidós meses. Se sentía frustrado. Frustrado sexualmente. Además, creía que se encontraba dentro de un círculo vicioso: cuanto más pensaba en el sexo, más lejano lo intuía. Salía a la calle y miraba a toda chica que pasara por delante sin ningún disimulo, llegado a ese punto le era indiferente que las mujeres pudieran pensar que era un cerdo. A veces se imaginaba dentro de una escala en función del atractivo, y no salía perdiendo. No es que fuera guapo, precisamente, pero tampoco dañaba a la vista. Además, era simpático y caía bien a la gente. Aunque conforme más tiempo pasaba de abstinencia más se molestaba, y no era capaz de disimularlo delante de la gente, por lo que en ocasiones podía llegar a parecer arisco y seco. Estaba verdaderamente jodido, y no veía que se acercara el momento en el que cambiaría su suerte.
Salía muchísimo. Siempre que podía se iba a los bares más frecuentados, y siempre solo, ya que pensaba que si salía con alguno de sus amigos podrían quitarle alguna de las mínimas oportunidades de las que poseía para acostarse con una chica. Podría decirse que rozaba la paranoia, además de que eso dañaba  muchísimo las relaciones con ellos, que no alcanzaban a comprenderlo. A veces también pensaba que yendo solo algunas chicas podrían imaginarse que era un tanto raro, aunque eso le inquietaba menos: realmente era la verdad, y a él le gustaba ser honesto. Solía ponerse cerca de la barra del bar, y no paraba de pedir gin-tonics. Era una de las bebidas de moda, y pensaba que beber uno de esos combinados le otorgaría cierto atractivo. Todo valía con tal de parecerle lo más mínimamente interesante a alguna chica. No es que el gin-tonic le disgustara (al contrario, le parecía muy refrescante), pero si por él fuera tomaría ron con cola, que es lo que había consumido durante toda su vida, o incluso cerveza, su bebida predilecta. Aún así, qué beber en los garitos era el menor de sus problemas en ese momento. Bebía hasta hartarse. Podría tomarse quince copas en una misma noche, fueran de lo que fueran, y todavía querer más. Él atribuía esa necesidad etílica a su abstinencia, pero lo cierto es que empezaba a mostrar síntomas de alcoholismo.
Una noche, la cual comenzaba a dar signos de acabar siendo otra más, ocurrió el milagro, por así decirlo. Se fijó en ella desde el primer momento en el que entró en el local. Era la que más llamaba la atención de su grupo (siendo sinceros, quizá resaltaba porque la gran mayoría de sus amigas eran algo repulsivas, pero eso a él ni se le pasó por la cabeza). Tenía algo que le atraía sobremanera. No sabía si eran sus ojos, su boca o sus piernas; pero no podía parar de mirarla. Probablemente el alcohol ayudaba en el hechizo. Ella no tardó en darse cuenta de cómo la miraba. Se acercó a él. Parecía lanzada, y eso le gustó (es decir, le excitó) todavía más. Comenzaron a hablar. Nada concreto, sólo trivialidades; pero él estaba disfrutando con la conversación. Joder, veintidós meses, cómo para no disfrutar. No cabía dentro de sí, y poco tardó en lanzarse a ella, sin importarle quién o cuánta gente hubiera en el local. Para su suerte y sorpresa, no se apartó. Marchaba bien. Salieron a la puerta, y tras unos fogosos minutos decidieron irse a casa de él. Allí lo hicieron con autentica pasión, y fue increíble. No parecían dos personas que se acababan de conocer practicando sexo. Había deseo, aquello parecía amor de verdad. Él no se lo podía creer, fue como encontrar El Dorado.
A la mañana siguiente creía que le iba a estallar la cabeza. No podía ni levantarse de la cama. Tanto le dolía que tardó varios minutos en darse cuenta de que ella ya no estaba. Pensó que quizás le había robado algo, al fin y al cabo no la conocía; pero en ese preciso momento le preocupaba bastante más la resaca que tenía. Creía que no se le iría en años. Comenzó a pensar en ella. Era incapaz de recordar su nombre. Tampoco conseguía visualizar muy bien su cara mentalmente, aunque si se cruzara con ella por la calle probablemente la reconocería. No sabía por qué, pero le gustaba. Demasiado para ni siquiera acordarse de cómo era. Tan sólo parecía un vago recuerdo. Tras un buen rato, decidió levantarse de la cama. Pensaba que se moría. Jamás le había dolido tanto la cabeza al incorporarse como aquella vez. Intentaba recordar los gin-tonics que se pudo beber la noche anterior, pero al sexto perdía la cuenta. No sabía cómo fue capaz de entablar una conversación medianamente coherente con ella. Joder, ni se imaginaba cómo se le pudo levantar. Subió las persianas y el sol brillaba como nunca. Sintió que se le derretían lo ojos. Se dio la vuelta, miró la cama, y entonces la vio. Una pequeña tarjeta color rosa pastel. La cogió y la leyó. "Club Last Chance, las mejores chicas de la ciudad". "No puede ser", pensó. Se había tirado a una prostituta.
*****. ***** era la única palabra que le venía a la cabeza en ese instante. Jamás había estado con una ****. No le gustaba ese rollo. Había sido fuerte incluso en los últimos meses de su forzada abstinencia sexual. Comenzó a darle vueltas a la cabeza. Estaba hecho un lío. La resaca tampoco ayudaba. No recordaba haberle pagado. Miró su cartera. Estaba limpia. Ni una mísera moneda. Salió con cincuenta euros, aunque seguro que cayeron todos en alcohol. En casa siempre guardaba todo el dinero en metálico en el segundo cajón de su cómoda, El cajón de la pasta. No pensó en lo estúpido que era el nombre hasta ese momento. Contó el dinero. Lo mismo que la última vez, cuando cogió los cincuenta euros para salir. Nadie había tocado El cajón de la pasta. En su casa no había dinero en ningún otro sitio. Comprobó con el móvil el saldo en su cuenta bancaria, y nada, ningún movimiento reciente. Se había acostado con una prostituta y no había pagado. Si omitía su profesión era como si se hubiera acostado con una chica cualquiera. Pero, aún así, ella seguía siendo lo que era. Y le jodía, porque le gustaba. Estuvo todo el día absorto. No comió nada, no sólo por las dudas que asaltaban su cabeza, también por la resaca. No vomitó toda la ginebra de milagro. Le dieron las tantas divagando. Entonces pensó que si ella había dejado una tarjeta era por algo. Puede que quisiera volver a verle. Quizás a ella también le gustara él. "¿Por qué no?", se preguntó. Sí. Tenía que ser eso. Miró el reloj. Casi las dos. El club estaría abierto a esas horas. Salió de casa, bajó al garaje y montó en su coche en dirección al club. Estaba completamente decidido.
Tras dos o tres kilómetros, dejando atrás la ciudad, vio un gran cartel luminoso. Club Last Chance. Inconfundible, no esperaba menos. Entró al aparcamiento y dejó el coche en uno de los huecos que había. Contó otros siete coches más. Deseaba con todas sus fuerzas que no conociera a ninguno de sus dueños. Cuando fue a entrar dentro del local notó la mirada del enorme tipo que custodiaba la puerta clavándose en él. No se atrevió a mirarle, pero sabía perfectamente que lo había calado. El portero tenía conciencia de  que era la primera vez que él pisaba un garito de ese tipo. Tampoco era de extrañar, seguramente había visto a muchos tipos de personas entrar por esa puerta, y a él se le notaba que era un primerizo. El club por dentro era todavía peor que por fuera, aunque tampoco le sorprendió. No esperaba encontrar elegancia allí, precisamente. Entre toda esa oscuridad, alcanzó a llegar a la barra y se pidió una cerveza, una Budweiser. Nada de ginebra ese día, no tenía el cuerpo en su mejor momento. Se sentó en un taburete a esperar. Miraba a todas las chicas y no la reconocía en ninguna. Ellas se acercaban, pero él las rechazaba. Empezaban a mirarle mal, y se dio cuenta. Pidió otro tercio y pensó que si no la veía antes de acabarlo, se marcharía. Tras dos tragos la vio salir de una sala. Por fin. Era ella, estaba seguro. Iba mucho más maquillada que la noche anterior, aunque él comprendía que eso formaba parte de su trabajo. Aún así la encontró preciosa. Se puso algo nervioso, pero sabía que ese era el momento. Tenía que serlo. Le echó valor, y fue directo hacia su chica, con la esperanza de que ella también se alegrara de verle. Eso esperaba...

Jorge Veleta

Relatos FM

Aquellas luces blancas de sus noches


Todo empezó cuando una noche se vio obligado a levantarse para aliviar la vejiga, y, nada más entrar en el lavabo, una luz blanca se le metió en el ojo derecho. Al principio no hizo caso, pero al volver a la cama a tientas como otras veces para no despertar a su mujer, para su sorpresa comprobó que un haz de luz que manaba de ese ojo lo guió hasta el lecho. Y luego, hasta que logró conciliar el sueño, la luz protectora se quedó flotando sobre la almohada.
El hombre se despertó a las tantas de la mañana y, sin darle importancia al retraso, se presentó en la oficina, donde le esperaba el jefe para dirigirle una bronca monumental. Sin embargo, ayudado de la visión excepcional de su ojo derecho, en menos tiempo del habitual rellenó los documentos que se habían acumulado sobre su mesa. El resto del día se lo pasó esperando que llegara la noche para ver si se repetía la experiencia de la luz.
Y en efecto, a eso de las tres de la madrugada, cuando la próstata lo tiró de  la cama de nuevo, se valió de su ojo encendido para ir al lavabo. Y justo al entrar notó que otra luz blanca se alojaba en el ojo izquierdo. Tampoco hizo caso esta vez (¿para qué si salía ganando con ello?) y, tras aliviar la urgencia, se sirvió de los dos ojos encendidos para regresar a la cama, donde cayó dormido como un bebé, mientras se quedaban flotando sobre su cabeza dos conos de luz blanca.
En esta ocasión despertó casi a mediodía y, al llegar al trabajo, la bronca del jefe fue tan grande que acabó amenazándolo con despedirle si repetía la tardanza. De nuevo gracias a la inmejorable visión de sus ojos acabó igualmente con la enorme faena que le esperaba encima de su escritorio y en mucho menos tiempo que el día anterior. Estaba empezando a enamorarse de aquellas luces blancas de sus noches y esperaba con ansia el momento de tener que levantarse de la cama para ir al lavabo para encontrarse con su benefactora presencia. ¿Qué parte de su cuerpo elegiría esta vez para mejorárselo? Porque todo hay que decirlo: el hombre era un cúmulo de imperfecciones y anomalías físicas: desde las cataratas en los ojos a las migrañas, pasando por las flatulencias, la próstata, la artrosis de pies y manos, la disfunción sexual o las palpitaciones que de vez en cuando le asaltaban en el sitio y la hora menos esperados y le causaban un miedo tan atroz que creía llegada la hora de su muerte.
El caso es que, cuando por tercera noche consecutiva se levantó de la cama para ir al lavabo sin necesidad de dar la luz pues la de sus ojos era equiparable a la de dos linternas juntas, nada más atravesar el umbral del lavabo una tercera luz blanca vino veloz a su encuentro para refugiarse entre sus manos. Al punto sintió un calor especial en los dedos, que se volvieron jóvenes y ágiles al instante. Al meterse en la cama, se sintió bendecido por una suerte que no era de este mundo y, mientras los dos conos de luz blanca quedaron bailando a escasos centímetros de su cabello, se dejó abrazar por el sueño más profundo y feliz que había tenido nunca.
Cuando al día siguiente, ya caída la tarde, se presentó en el trabajo, su jefe le esperaba con la carta del despido en la mano. No se inmutó siquiera mientras advertía que sus ojos podían ver a través de la ropa el fajo de billetes que escondía su jefe en uno de los bolsillos de su americana. Así que, sin mediar palabra, con una mano le cogió la carta y con la otra, con una agilidad suprema, le sacó del bolsillo el dinero sin que notara nada. Salió del despacho pensando que nunca necesitaría volver a trabajar con aquella excepcional visión y aquellas agilísimas manos.
Sin embargo,  no contaba con lo que el destino le reservaba pues, a medida que daba un nuevo paso hacia la salida, se alargaba un metro más el pasillo que tenía delante. Al poco tiempo era ya un túnel y no parecía terminar nunca. Entonces decidió darse la vuelta y regresar al despacho mientras la idea de devolverle el dinero a su jefe para ver si le reintegraba al trabajo empezó a rondarle la cabeza. Pero también el pasillo de ese lado empezó a alargarse y cuanto más deprisa andaba en esa dirección, más se estiraba el pasillo y la puerta del despacho enseguida se hizo un punto en la lejanía. Un túnel infinito llevaba a la salida y otro túnel infinito al despacho del jefe. Y él en medio de ninguna parte. Así que, atenazado por el pánico y en un último intento de salir de aquel laberinto, el hombre pidió a gritos la presencia de una cuarta luz blanca que le ayudara a librarse de aquella situación tan extrema. Fue instantáneo. La cuarta luz blanca entró directamente en su cabeza, y, en medio de una gran tranquilidad, perdió el conocimiento.
Cuando lo recobró estaba en la cama de un hospital, blanco y rígido como si estuviera muerto. Tenía los ojos abiertos y los médicos hablaban de la extraña luz que habían recogido de sus retinas. Lo oía todo perfectamente, pero no podía mover ni un solo dedo, y eso era debido entre otras cosas a que se los habían amputado en aras del servicio que podían reportar a otros pacientes que... estuvieran vivos. Por lo visto, para los galenos él estaba completamente muerto. Y no era verdad. Él estaba oyendo todo aquello, él estaba viendo aquella escena... Hasta que le cubrieron la cabeza con la sábana. Aún oyó a uno de los médicos pedir a un celador del hospital que se llevara su cadáver al depósito. Y no podía hacer nada para impedirlo. Si al menos le hubiera quedado un hilo de pensamiento para recurrir a la ayuda de una postrera luz blanca...
Y, ya camino del depósito, oyó dentro de sí: "Has desperdiciado los favores de la luz; ahora debes vivir los sinsabores de la sombra."

Gustavo Adolfo Bécquer

Relatos FM

Un cambio del destino


Un día de principios de Enero. Se levanta activa, aunque tiene hambre no puede permitirse comer algo. Se viste rápidamente y coge una pelota de baloncesto. Baja las escaleras hasta llegar a la puerta principal. Cuando se dispone salir, algo se le interpone. Parece ser una voz aguda. Se gira y encuentra a su madre mirándola. Sabe que no puede marcharse sin permiso de su madre pero eso ya no le importa. Le cuenta donde va y sin dejar que replique, abre la puerta y se marcha. Corre hacia la pista de baloncesto y empieza a jugar. Desde la muerte de su padre en un accidente de coche, solo se puede desahogar con el baloncesto. Cuando acaba rendida, aparece su madre enfadada.                                               –Así que estabas aquí.. Bueno, da igual. Serena, escúchame. Nos tenemos que ir dentro de dos semanas a Madrid. Aquí ya no nos queda nada, nuestra familia esta allí.- sin poder dar crédito sobre ello, Serena asiente sin saber que decir y deja de jugar.                    Después de una semana y media, preparan las maletas. Durante todo un día aparece un camión de mudanzas para llevárselo todo. Cuando no queda nada en su casa, se preparan para ir a Madrid.                                                                                                                                              Cuando llegan a Madrid, se instalan en su nueva casa. No es más grande que la otra pero les va muy bien. Es de dos plantas, perfecta. Deja sus cosas y prepara su habitación. Pasadas unas semanas, empieza el colegio. Hace amigos rápidamente y  juega a baloncesto todos los días. Su madre, la apunta en un equipo. Pero como ya ha empezado la liga, no puede jugar partidos. En uno de los partidos de liga, se encuentra con unos ojeadores. Ella siempre asiste a los partidos aunque no juegue. Al final del partido, su amiga Sheila y ella se quedan a hacer unos tiros y un partido de uno. Como creía que no había nadie, Serena empezó a jugar bien. Cuando acabaron, subieron para arriba y se toparon con los ojeadores de antes. Serena incomoda, sonríe y cuando va a seguir caminando, una voz la llama. Parece ser uno de ellos.                                                       –Serena, espera.- Ella, desconcertada los mira y camina hacia ellos- queríamos proponerle jugar con la selección española de baloncesto. Juega muy bien a baloncesto y puede convertirse en una de las jugadoras más prometedoras de nuestro país. Si las pruebas médicas son correctas podrá jugar con la selección.                                                     El sueño de su vida era poder jugar con la selección española, así que contenta aceptó. En el primer entrenamiento, le enseñaron a tirar perfectamente, defender y correr. Así durante doce meses hasta que comenzó el campeonato de Europa. El primer partido fue contra Eslovenia. En el primer cuarto, salió nerviosa. Empezaron mal, ya que les sacaban ventaja por cinco puntos. De improvisto, tiro un triple y lo metió. En el segundo cuarto iban ganando y así durante los siguientes cuartos. Después de este partido, llegaron los demás y los ganaron menos uno. La final del campeonato fue contra Irlanda. Se esforzó y en honor a él, levanto la copa. Durante los años siguientes, su orgullo la invadió. Se convirtió en una persona arrogante, manipuladora y muy envidiada por ciertas personas. Un día, sin hacer caso a su madre, salió de fiesta como cada noche pero esta era diferente. Su novio, Mark y ella bebieron y se divirtieron. A la vuelta, Mark conducía. Al ir bebido, no tenía las suficientes facultades ni la visibilidad para poder girar el coche. Cuando fueron a girar hacia la derecha, el giro hacia la izquierda y sin suerte, cayeron por un puente. Mientras caían, Serena dormía y no se entero.                                                                                                                           Pasadas unas semanas, se despertó en una cama. Estaba conectada con unas maquinas, no sabia que hacer. Miraba a su alrededor, solo encontró cuatro paredes grises, una silla, una mesa y un televisor. Se dio cuenta de donde estaba y empezó a gritar. Rápidamente, aparecieron dos enfermeras y su madre. Ellas, sonrieron y cambiaron el suero. Su madre, en cambio, se sentó al lado suya preocupada.                                                           -¿Qué hago aquí? ¿Mama?- su madre, cambio la expresión de su cara y la miro seriamente.                                                                                                                                             –Hace tres semanas que estas conectadas a estas maquinas. Caíste por un puente después de una fiesta... en el acto murió Mark.- de pronto, Serena se quiso levantar para abrazarla pero no pudo. Ya no notaba sus piernas, parecían dormidas. Quiso menearlas pero no pudo. Miro a su madre con una lágrima en la cara y temblando dijo: No siento mis piernas. ¡No las siento!- su madre se levanto de golpe y fue en busca del medico, que minutos después apareció en la habitación. La examino y le dijo: Parece ser que el impacto del coche con el suelo, te bloqueo las piernas hasta dejarlas muertas. Tendrás que quedarte paralitica el resto de tu vida.- esas palabras parecían cuchillos que le clavaban. No podía creerlo. No podría jugar mas a baloncesto, tampoco seguir en la selección española de baloncesto. Esas palabras siempre le pesarían para el resto de su vida. Cuando acabaron de atenderla, le prepararon una silla de ruedas. Con ella salió del hospital hacia su casa. No sabia que decir ni que hacer, a si que se quedo en un rincón sola y pensando. Después de media hora, su madre se aproximó a ella.                                                –Serena, la vida es así. Puedes vivir la vida con esta silla de ruedas o quedarte allí sentada sola. He llamado a la selección y me han dicho que si quieres, pueden hacerte un hueco en la selección española para personas como tu y seguir con tu pasión.             Desde el principio no le había gustado la idea, su orgullo no le permitía  ver la posibilidad. Pero pasadas unas cuantas semanas pensó en probar un entrenamiento.       Cuando llego al primero, encontró a personas en silla de ruedas y otras con disminuciones físicas. No sabía mucho usar la silla de ruedas y se cayó unas cuantas veces. Pero nunca, las veces que se había caído nadie se había reído, si no que la habían ayudado. Y gracias a eso, dejo a un lado su orgullo y su prepotencia, y empezó a entrenar con los demás sin ningún miedo. Pasados unos cuantos meses, empezó el campeonato de Europa para discapacitados. En el, los partidos eran duros pero aguanto. Algunas veces ganaban otras perdían. La semifinal fue contra Polonia. Se esforzó pero eso no fue suficiente. Al final del partido, todos estaban tristes y no podían creerlo, en cambio, Serena sonreía. Uno de ellos le pregunto porque estaba tan feliz y ella respondió: ¿No os dais cuenta? Yo pude haber muerto en el accidente que tuve, pero no morí. Dios nos ha regalado una vida de la que tenemos que estar orgullosos. Nos hemos esforzado, hemos llegado a una semifinal y hemos perdido. Pero podemos estar orgullosos a donde hemos podido llegar.- cuando acabo de hablar, se dio cuenta de que había cambiado. Antes, la fama se le subió a la cabeza sin darse cuenta, ya no escuchaba a las personas que tenia en su entorno ni tampoco a la persona que mas quería, a su madre. Pero ahora, tenia un futuro por delante y se prometió a si misma no defraudar otra vez a sus amigos, a su familia y tampoco a su padre.
Por eso, la vida es un regalo que nos ha dado Dios. Aunque tenga sus inconvenientes igualmente una persona puede compartir su felicidad con las demás.

Alexandra

Relatos FM

Atrasados


Yo no soy racista, pero es que la mayoría viene a robar; las cosas como son. A mi prima Julia le dieron el tirón en plena Gran Vía. Era un crío de unos quince años... Sí, sí. Que tú los ves muy monos cuando llegan con sus madres, de bebés, con sus ojos grandes y su pelo oscuro, pero luego se hacen mayores. Y a ver. Que nos quitan nuestro trabajo. Si no hay ni para nosotros, ¿qué vienen a hacer aquí? Pues está muy claro: Robar para comer. Y aprovecharse de nosotros. Están las urgencias hasta arriba, que para un par de veces que voy, qué casualidad, que siempre hay. Veo muy bien la nueva ley. Oye, si no pagan los mismos impuestos, que se paguen la asistencia ellos solitos. Que en el país de uno lo primero es uno. Que no somos una ONG, para ayudar a todo el mundo... Si están enfermos que se vuelvan a su país.
No soy racista; soy ordenada. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Además, no se lavan. Yo, cuando veo uno, a lo lejos, me cambio de acera. Y no por racismo, que conste. Mujer precavida vale por dos... Es que tenemos culturas muy diferentes, no como los ingleses que vienen de vez en cuando; que oye, tendrán sus cosas, pero son más como nosotros. Ellos son muy gandules. ¡Si están todo el día en la calle! Sólo piensan en beber y divertirse. Y son de machistas... Allí las mujeres todo el día en la casa, a criar y cuidar de la familia. Porque la que trabaja fuera, bien difícil que lo tiene.
Yo veo bien que vengan a trabajar, pero nada de privilegios. Que aprendan nuestro idioma. ¡Pues buenos son! Ésos sólo hablan el suyo. Ni inglés saben.
Yo no soy racista, pero las cosas como son. ¿Están atrasados o no están atrasados los españoles?

Sedna

Relatos FM

Bienvenida Mallegada


De lo único que estaba seguro Deperente aquella mañana, era de que ese día mucha gente iba a morir en el mundo. Tanta, que iba a ser imposible contarla con exactitud, pero tan poca, que no serían capaces de parar el destino del tiempo. Pero a él solo le interesaba una muerte, la de Susan, Susan Maude, que había vivido toda su vida sola en un espacioso, confortable y caro apartamento de Roosevelt Island., y ahora se la veía sobre su alfombra con una mancha roja sobre su frente y con los brazos abiertos como queriendo entregarse a la humanidad o a un amor imposible.

A Susan no se le había conocido ni marido ni novio en sus sesenta y tres años de vida. Y Susan había sido feliz así. Pero en las últimas semanas, un tenedor de libros había rondado su casa por las noches. Sus vecinas aseguraban que un tipo alto con gabardina y de buen aspecto, aparecía por allí con aire distraído pero sabiendo muy bien adónde iba.



El aire se filtraba por las heridas de la soledad y se unía al cosmos de la ingravidez de las palabras, para decir, en un tono neutro y casi silencioso, yo sé que vienes para lo que vienes, pero eres bienvenido.

Y fueron bienvenidas las caricias y los besos, los abrazos y las penetraciones. Y como en el mundo casi nadie vivía consolado, la vida se les fugaba por aberturas sin contraseñas. En resumidas cuentas, la gente dice poco más de hola y adiós; y eso, cuando son educadas, que no todo el mundo lo es. En general, todos vivimos escondidos de los otros.

John Aldrin, cuarenta y siete años, vivía en Seattle con traje nuevo cada día, pañuelo de seda al cuello, anillos de oro y un par de muy buenos coches. Deperente llegó hasta él después de muchos cafés, cigarros, entrevistas, descripciones... En definitiva, todo a costa de su salud. Y cuando llegó hasta él no lo abordó, ni siquiera habló con él en la primera ocasión. Estuvo observando sus movimientos durante una semana completa, y un miércoles atravesó sus ojos claros, con su mirada de fuego.

-¿Tienes a alguna otra vieja en nómina para matarla? ¿O vas a esperar a que se te acabe el dinero?


-Ni una cosa ni la otra, *****. ¡Dime ahora mismo quién eres, o te reviento la cabeza!
-Tranquilo, soy policía y he venido desde Nueva York a pedirte un autógrafo.
-Eres muy gracioso.
-Lo justo para meterte miedo.
-Además de ***** eres imbécil. Sabes que no puedes hacerme nada aquí.
-Ahora no. Pero siempre hay un luego, un más tarde, un pasado mañana.

Era una hora en que las calles estaban prácticamente desnudas, y una hora donde nadie esperaba ya nada de ese día. Y del siguiente, la mayoría tampoco esperaba mucho, solo lo justo para seguir respirando.

John Aldrin vivió durante días y días obsesionado por primera vez por su culpa y por la omnipresente presencia del tal Deperente día y noche, haciéndose ver bajo farolas, calles estrechas o largas y anchas avenidas. A veces le sonreía, otras no, pero siempre era esa mirada de fuego que traspasaba la piel. A todo eso se le unía, que el dinero empezaba a escasearle, pues la vieja neoyorkina tenía capital, pero no era exactamente rica.


Se había equivocado. Y antes de lo que pensaba tuvo que cambiar de domicilio. Pero no lo iba a hacer solo. El viento de aquella noche corría en su contra. Y John andaba desesperado. Todo le vino en una bienvenida malllegada de policías que lo acorralaron en una trampa que él mismo se había construido.

Deperente empezó a sentir unos deseos enormes de reír a carcajadas. Hacía demasiadas semanas que no lo hacía. Se cogió del brazo de Marian Summer, una oficial veterana, a punto de jubilarse, que le hizo creer al ingenuo de Aldrin que iba a caer rendida a sus encantos. Aldrin sabrá después, que además de policía, Marian era lesbiana y jamás se interesó por ningún otro hombre que por su padre, también policía, que murió en un asalto de cuatro heroinómanos a una sucursal de un banco en Manhattan.

Marian y Deperente necesitaban un bar cercano antes de coger el vuelo hacia Nueva York.

Juan Pablo Modisto

Relatos FM

Nieto de las hadas


-Hijo mío, no me tomes por loco, pero ha llegado el momento de desvelarte el misterio. Ya me dice mi dulce Señora que se acerca la hora. Será cuando cese ese último resol que anida ahora en el jazmín.
El sol se apagaba en medio mundo y en el huerto de Víctor Villar, un abuelo enfermo de alzheimer que sorprendía a su nieto con un lenguaje solemne, misterioso, poético, no propio de su condición de campesino, ni de su estado mental.

-Siéntate aquí conmigo. Necesito el murmullo del agua para que ella me ayude a recordar –aquella coherencia en el habla era un milagro, tras cinco años sin pronunciar palabra.
-¡No entiendo nada, abuelo!  –el chico dudó entre sentarse o avisar a sus padres.

Le ayudó a repantigarse en su mecedora de caña y bayón y lo dejó unos minutos meciéndose en el tiempo de la magia, antes de pedirle que continuara. Prosaico, metafísico, misterioso, comenzó a contarle una historia que el propio nieto, estudiante de medicina, no sabía si sorprenderse de la capacidad del enfermo para estructurar el lenguaje, o del cuento en sí.

-Debes de saber que en nuestra familia hay un secreto que sólo se transmite de abuelos a nietos –el chico decidió escucharlo sin interrumpirlo-, y que uno de nuestros antepasados tuvo trato con las hadas, por eso, tú y yo tenemos que ver con el mundo feérico. ¿Has oído hablar acerca de esos seres mágicos llamados hadas, xanas, janas, lamias, o cómo se les llame por ahí?
-Sí abuelo, tú mismo me acunabas de pequeño, hablándome de  esos seres del bosque –se acercó más a la mecedora y le acarició las manos en señal de complicidad-. Pero si te refieres a lo de nuestras orejas, un poco puntiagudas, siento decepcionarte. No puedo creer que es debido a que uno de nuestros antepasados tuviera trato con hadas, ninfas o con seres de otro planeta. Ya no soy un niño, y la ciencia me dice que por una transmisión genética de abuelos a nietos nacemos así. Eso es todo.

-No, hijo mío. Nacemos así por lo que vas a descubrir. Ha sido un secreto transmitido a la luz de la hoguera, de generación en generación. Yo lo supe por mi abuelo, a mi padre se lo contó el suyo, y al abuelo de mi padre...Siempre ha sido así, de abuelos al primer nieto. Esa fue la condición que puso en su día la Dama del Prado para que su bondad nos protegiera. Cuando sepas esta historia la guardarás en tu corazón, y cuando la muerte llame a tu puerta, como hoy lo hace a la mía, deberás contársela a tu primer nieto.

-No te vas a morir, abuelo. ¡Anda, cuéntame tu secreto si crees que debes hacerlo –el chico no quiso contrariar más al viejo.

No había dudas de que Víctor era su nieto preferido. Huérfano de padres desde muy temprana edad, se había criado con él. Juntos, habían compartido muchas madrugadas de escarcha y fríos en los pinares, cuando el pequeño aliviaba el músculo ya cansado del viejo resinero. Uno daba el tajo y otro clavaba la chapa en forma de uve, qué recuerdos, y ¡qué tándem más laborioso aquel de los orejas!, decían en el pueblo.

"Te daré un descendiente que devolveré al mundo de los mortales, y su primer nieto llevará mi impronta, y la heredará, también, el primero de sus nietos y, así, hasta el final de los tiempos", dijo el hada a nuestro antepasado.

Se mantenía el último rayo de sol suspendido del jazmín. En ese momento era Víctor el joven quien había perdido la noción del tiempo. Parecía que el alzheimer lo tuviera él y no su abuelo. Seguía acariciándole las manos y, sus caricias, actuaban como el catalizador necesario para activar las palabras del viejo.

"Era mayo, por San Pedro Regalado, en los campos encañaban los trigos y en las ermitas las mujeres llevaban flores a María. Nuestro antepasado, un arriero de 18 años, atravesaba los prados con su recua de mulas; el chico era alto, de pelo muy negro, tez blanca y ojos verdes. Una tentación en aquellos hontanares de zagalas fermosas. El mozo se detuvo en un abrevadero y, descubrió, entre la fronda que tapaba el manantial, un caño de arcilla. Observó cómo del chorro cristalino salía un hilito de oro, una hebra amarilla que se perdía entre el limo que flotaba en la poza. Su curiosidad le llevó a tirar del extremo del hilo, tiró, tiró y tiró hasta que formó una pelotita del tamaño de una nuez. No se conformó con esa madejita de oro, y siguió tirando también del hilo que salía del caño hasta agotarlo. Cuando se giró para marcharse con su ovillo de oro, salió del manantial el ser femenino más bello que jamás vio sobre la faz de la tierra. Una criatura transparente y etérea, volátil, voluptuosa y seductora; un hada cuyo cuerpo cambiaba de forma caprichosamente. Nuestro ancestro palpó el cuerpo de la dama mientras ésta peinaba sus cabellos de oro. Comprobó que era corpórea, tangible. Entonces le preguntó: "¿Quién eres?" "Llevo esperándote desde el principio de los tiempos", le respondió. Estaba escrito que el hombre que extrajera la hebra de hilo sin romperla, me sacaría al mundo de los mortales, me poseería y me amaría por los siglos de los siglos.
El hada salió del agua, desnuda, y se puso a bailar, y el muchacho observó los seductores movimientos sin dar crédito a sus ojos. "Vuélvete, vuélvete de espaldas", le gritó, "dicen en el mundo feérico que si un hombre contempla nuestro baile sufrirá un hechizo que lo hará danzar hasta morir agotado. Pero antes de ser tuya, quiero comer. Así que ve a buscar néctar de flores, miel, fresas y cuantos almíbares hallares en los campos. Tienes toda la tarde para ello, y no debes regresar antes de la puesta de sol.

Anduvo cuanto pudo por montes, praderas, huertos, hasta que consiguió las viandas. Regreso antes de que el sol se ocultara. Ella le volvió a repetir que no podía ver su cuerpo antes de que el astro rey se apagara, que ese era el pacto. Te poseeré con los ojos cerrados, le dijo a su dama. Pero impaciente, el joven descorrió la tastana de sus párpados y vio a su hada desnuda. Tumbada en el prado, sus cabellos de oro contrastaban con la esmeralda de la hierba, sus pechos alabastrinos presentaban la turgencia del pan bienheñido. Saciado su apetito carnal se dio cuenta de que aquello podría ser una trampa. El pobre zagal tenía oídas historias de demonios, de súcubos con apariencia femenina que se aparecían como mujer para gozar de los caminantes, de niños que nacían del comercio carnal del diablo con mujeres. Se acordó de esas leyendas y huyó despavorido".

En este punto el abuelo interrumpió su relato, como si de repente hubiera regresado su alzheimer. Se quedó fijo en el rayo de sol, que ya titilaba de frío. Se santiguó varias veces y empezó a dibujársele en su cara el rictus de la muerte.

-Por favor, abuelo ¿qué pasó con el hada? ¿qué ocurrió con el chico? –le apretó las manos como queriéndole exprimir las últimas palabras.

-La mujer, encendida de lujuria, corrió tras él y lo alcanzó allí en la pineda, donde tú aprendiste a trasegar la resina en los bidones -el sol ya se había escondido y la tarde agonizaba en una luz dorada.

-¡Continúa, por favor! ¡No te mueras! Necesito saber quién soy –le gritó hasta el punto de espantar los gorriones que se recogían en el jazmín.

"El hada desnuda, con sus cabellos al viento, llegó hasta él para decirle que ya no podría librarse de ella. "¡Vade retro, eres el demonio!", gritó nuestro zagal.
"Ya seré tu hada encantada para siempre. Te he esperado tanto tiempo. Te daré un descendiente que entregaré al mundo de los mortales, un niño que llevará dentro el secreto del viento, del agua, y de las plantas. Ese niño se hará hombre y será justo y bueno, y conocerá la felicidad y los dones de la vida. Y su primer nieto llevará mi impronta, y la heredará el primero de los suyos y así hasta el final de los tiempos".

El abuelo ya tenía los ojos cerrados cuando apareció Caronte con su barca entre los nenúfares de la alberca. El nieto aún pudo darle las gracias por transmitirle el secreto.
Recibió por respuesta una sonrisa.

"Cruza la Estigia tranquilo, abuelo. Prometo ser un hombre bueno y justo como tú", le dijo por si aún lo escuchaba.

La tarde se había ahogado en el crepúsculo. Arriba, en el cielo, los vencejos ponían retazos de luto por la muerte del viejo, aunque, abajo, en el huerto, el bullicioso acomodo de los pájaros interpretaran un réquiem alegre. Víctor Villar murió balanceándose en su mecedora. La complicidad de su sonrisa parecía decirle al futuro médico que no perdiera el tiempo investigando en la genética sobre el porqué sus orejas  puntiagudas. Ya sabía que era nieto de las hadas. 

Carbonero

Relatos FM

En el fragor de la batalla


Érase una vez un hidalgo que de mucho leer y mucho navegar por Internet, de mal comer y poco dormir, dio en pensar que los libros tenían vida propia y que la Red era su siniestra enemiga.

La primera señal de alarma ocurrió una mañana a finales de marzo cuando encontró una mancha de contornos irregulares sobre la hoja abierta del volumen de poesía que reposaba en la mesilla de su computador.... ¿Cuál sería el mensaje que le enviaban las fuerzas ignotas? En un principio pensó que podría descifrarlo a partir de las palabras que aún podían leerse en la estrofa vulnerada:

Volver... como... si el...hojas... apresara...que hiere... labios y...

No estaba claro.

Dado que conocía el poema de memoria trató entonces de interpretar el arcano mensaje con las palabras ahora ocultas: sería... aire entre las... un relámpago... robles.

Tampoco. No lograba atar los cabos...

Pasados largos minutos de inútiles disquisiciones el hidalgo llegó a la conclusión de que el contorno irregular que había quedado en la hoja era el mapa de alguna nación que nunca había visitado o que aún no existía. ¿Cuál sería su naturaleza, su lengua y sus ríos, la disposición de sus habitantes y la moneda corriente?

En tales divagaciones se le escapó el resto de la jornada.

Tres días después el hidalgo descubrió con sobresalto que mientras daba de comer a su galgo había desaparecido una tercera parte de la cubierta y casi todo el prólogo de una novela de Bioy Casares. Debe ser el inicio de una primavera inusitada, se dijo, y trató de olvidar lo que estaba ocurriendo.

Pero no le quedó más remedio que aceptar que se trataba de una batalla sin cuartel cuando el cuatro de abril del año en curso al despertar de su siesta de media tarde constató que se habían evaporado las sesenta últimas páginas de la novela de caballería que estaba leyendo. ¿Y ahora qué hacer? ¿Quién podría terminarla? Porque él leía y leía y releía y subrayaba pero jamás en la vida había empuñado la pluma como no fuese para firmar recibos de pago y la última versión de su testamento.

El hidalgo se despojó del yelmo y se dirigió hacia el computador. Iba a ser una batalla larga y fragorosa.

Juan del Camino

Relatos FM

Alba la oruga


Por un camino empedrado se paseaba una joven oruga.
Iba encorvada, meditabunda, añorando una razón para vivir. Sus movimientos eran lánguidos y débiles.
En su cabeza revoloteaban fuertemente:

"Dios que deseas de mí. Vida, ¿ por qué me siento tan pesada?". "No sé quién soy".- gritó en voz alta.
Riendo otra hermosa oruga le respondió:

"Alba  te llamas". Esta otra oruga por sus pasos determinantes parecía muy segura de  sí misma.  Estuvo siguiéndola muchos árboles atrás sin que ella  percatase sus ojos embrujados de amor. " Acaso no te pesa esa gran piedra sobre tu espalda".- le dijo enérgicamente.
"Ahh."- respondió confundida: "¿Acaso las orugas no son así?"
-" Por supuesto que no, sino mírame a mí"
Alba tocó la piedra lisa, la empujó un poco y se dio cuenta que se movía. Se asustó.-"Qué extraño ....Recién veo que es una piedra, pensé que era yo"...  "Gracias por señalármelo" Ya sé por qué me siento cansada".  Él le ofreció   amablemente ayuda: " Deja que te quite esa piedra, ven a mi reino y te haré princesa". Pero ella no lo oyó.
La tierna oruga sólo escuchaba la música tortuosa de sus pensamientos mientras se alejaba: " La piedra me causa pesadez y malestar. Ja. Y yo que pensaba que era por mí.  Sí que la piedra es grande."
Al llegar al final del camino se topó con un arroyo el cual tenía que atravesar.  El agua era de un azul cristalino que invitaban a querer sumergirse. El viento la empujaba formándose suaves ondulaciones. "Ahora que ya sé que me pasa, la vida va a ser más fácil".- se dijo entusiasmada. Se puso como reto llegar al otro lado, intentó nadar pero  la piedra la sumergía.  Sacó su cabeza fuera del agua, algo confundida, para aspirar un poco de aire, pero el peso le ganaba. La piedra le resultaba incómoda y no le dejaba respirar. Comprendió que tenía que renunciar a ésta.  "Tanto tiempo con ella".- la oruga pensaba mientras se aferraba.  Se dejó vencer.- "Cómo será la otra vida.  Seré feliz  allí". Su cuerpo se hundió más y más.
De pronto cuando ya no quedaban burbujas de aire sobre el agua  y el cuento iba a finalizar, algo se movió en el fondo. Se movían sus patitas más rápido de lo usual. Había soltado la piedra. Su cuerpo se alzó y flotó con libertad.  Todo se volvió más colorido, se sentía con vida.  Para ella era extraño, nuevo y maravilloso a la vez. Ilusionada terminó de cruzar  el arroyo.
Al  llegar a la orilla y sentir la tierra caliente  recuperó el aliento. Estaba cansada pero esta vez era  diferente,  por fin ya  podía caminar erguida. Firmemente gritó a todos los vientos: "Soy Alba. ¡estoy viva!", para que así todas las orugas escuchasen. Por primera vez el sol quemó su piel.

Oruga

Relatos FM

Menarca


El día sábado 12 de noviembre del año 2011 descubrí que Menarca llegó a mi vida. Exactamente seis días después de mi cumpleaños número 11.
La tarde de ese día trágico,  llegué a mi casa igual que todos los sábados desde que hago el curso sabatino de inglés en el instituto Colombo – Americano. En el taxi de mi tío Lucho. A esa hora, el sol siempre está aún muy alto y brillante y,  aunque nunca falta en Barranquilla una brisa furtiva, que vierta generosamente la frescura marina sobre el medio día, para suavizarlo, sentí el abrazo asfixiante del bochorno, cuando abrí la puerta  trasera del taxi para salir. El resplandor del piso de la terraza desplegó sus alas enormes enfrente de mí y se lanzó hacia el interior del automotor, para llenar con las bocanadas hambrientas de la reverberación, el espacio dejado por el aire acondicionado, que se fugó conmigo. Me despedí de mi tío lucho y bajé del automotor cuando se detuvo completamente frente a la entrada. Subí el pretil y  entré a la terraza. Mi madre me dio un besito rápido en la mejilla y cerró de nuevo la reja.  – Como te fue Chepo?- Preguntó mientras extraía del maletín el libro de inglés y la libreta de anotaciones para revisarlas. – Bien mami-  Farfullé caminando de prisa hacia el baño. Como no oriné durante toda la mañana, mi vejiga estaba a punto de reventar. Fui al baño a la hora del recreo  para hacerlo pero no quise sentarme en el asiento del inodoro porque me dieron asco los restos de excremento pegados en las paredes de la taza. – Que Chepo, te vienes orinando¬?- preguntó Yalile, mi hermana mayor, cuando pasé por detrás de la silla plástica donde estaba sentada, frente al televisor, y la desacostumbró la perturbación del aire. Su interés y atención se habían despegado momentáneamente de la pantalla, en ese instante. Por eso advirtió mi presencia cuando pasé por su lado. Hillary, mi segunda hermana, ni se inmutó. Continuó absorta, ausente de su mundo exterior. Esparramada en una  silla de plástico, le ofrecía sin resistencias ni condiciones toda su vulnerabilidad a la máquina del diablo. Extraje del ojal el botón de la falda blanca de Jean que llevaba  puesta y liberé su presión sobre mi cintura.  Con un solo movimiento la recogí a la altura de mis rodillas, junto a la lycra blanca y el pantis, también blanco, y me senté sobre el orificio del inodoro. Mientras liberaba la presión de mi vejiga me paralizó un centellazo al verla a ella por primera vez enfrente de  mí. – ¡Dios mío! - Exclamé con un suspiro exasperado. Extendida sobre la superficie de mi ropa interior, indemne, indiferente y con una frialdad de témpano, Menarca parecía como recién llegada a la meta después de recorrer frenéticamente en el tiempo una distancia de 11 años y seis días.  - Con razón, desde un poco antes de salir al recreo, tenía una extraña sensación de humedad  en mi parte íntima. - Recordé. - Creí que era debido a la retención de líquidos en mi vejiga, pero estaba equivocada-. -¡Mami!-, llamé a mi mamá disimuladamente y sin alarmas, en voz baja para no llamar la atención de mis hermanas que estaban en la sala frente al televisor.  – Mira- Le mostré la mancha de sangre, con un mohín de mis labios, cuando entró al baño.  Mi madre inclinó ligeramente su cuerpo, la miró por unos instantes y se incorporó de nuevo. Mientras lo hacía pareció entrar en un trance reflexivo como quien busca las palabras más adecuadas, antes de responder. Después, de salir de allí un aura angelical le iluminó el rostro. Ella parecía asentir con valor, alegría y sabiduría al baño de luz multicolor que la adulaba. -¡Ok que bien Chelsea, este es tu primer episodio de sangrado vaginal o hemorragia de origen menstrual, llamada menarquía. Es tu primera menstruación, te felicito mi amor!-  Con el dibujo de una sonrisa en su rostro y naturalidad, continuó su disertación,  sin pausas ni interrupciones. Mordí mis dientes enérgicamente como si los unos quisiera incrustarse en los otros, después que mi madre desnudó la realidad y la fusiló enfrente de mí, tal y como era,  sin mitos ni tapujos, sin evasivas ni atajos que suavizaran su crudeza tangible. Con la mirada enterrada en la cerámica del piso, yo la escuchaba con mucha atención e interés, mientras hablaba. En ese instante, que todo el gas del globo de mis esperanzas de seguir siendo niña toda la vida, se había escapado, sentí con rabia y una profunda decepción. Como un remanso de paz incrustado en el corazón de la tormenta tempestuosa, en ese momento cruzó por mi mente, lo que significaba la posibilidad de conversar con mi mamá  en un clima de igualdad de condiciones y mutua confianza. Muchas preguntas, dudas, interrogantes e inquietudes que, desde hacía rato daban vueltas en mi cabeza como el carrusel de un parque de diversiones, podrían emerger del oscurantismo de la ignorancia hacia la luz del conocimiento científico profesional y empírico de mi madre. Pero la imposición y posterior dominio de las emociones, pudo más sobre mí, que la conducta adaptativa de la inteligencia emocional. Por eso fue que solté las amarras  de las primeras para que, con todo el ímpetu de su irracionalidad, arremetieran a las segundas. Enfrente de mí, los ojos grandes y saltones de Menarca, parecían sondear en los míos, todo el malestar y disgusto que me embargaba por su causa. Ambos sentimientos de aversión estaban creciendo en una progresión  geométrica, dentro de mí. Menarca permanecía allí enfrente de mí, sin aplicar el básico y esencial valor de la solidaridad conmigo. Ella bien pudo negarse a formar parte y participar de esta confabulación en mí contra, pensé. Con su negativa, pudo detener la etapa del proceso que estaba en curso o desviarlo hacia otra dirección, cuyos resultados obtenidos, resultaran más agradables y aceptables para mí, que estos. Pero no importaba lo que estuviera sintiendo, pensara o dijera porque Menarca no tenía voluntad ni autonomía, ni poder de decisión ni conciencia acerca de lo que yo estaba sintiendo por su culpa. Simplemente estaba allí  obedeciendo  la orden ineludible e imperativa de un poder o mandato supremo que estaba por encima de ella y de mí. La naturaleza. Me aterraba la posibilidad de crecer, de ir ascendiendo en la escala natural del desarrollo humano, mientras mi existencia sucumbía a sus pasos aplastantes. Prefería quedarme detenida y suspendida en el tiempo, sin preocupaciones de periodos menstruales, dedicada completamente a mis estudios, bajo los cuidados, la contemplación, el orgullo,  la admiración, el amparo, la protección y el amor de mis padres y de mis hermanas, en el seno de nuestro hogar.  Pero lamentablemente hay un abismo, que separan la realidad de nuestros sueños e ideales, y yo, en estos momentos, estaba a punto de caer al precipicio, porque las bases del piso donde estaban plantados mis pies, se estaba resquebrajando como galleta griega. - ¡No quiero que le digas nada a mi papá, ni a mis tías, ni a mi abuela!-  Enfaticé iracunda con el ceño fruncido pero sin levantar el tono de mi voz para no despertar la atención de mis hermanas. – Tienes que usar toallitas absorbentes-  Dijo mi mamá, -¡Yo no voy a usar nada de eso.... olvídate!-. Le repliqué separando las dos frases con una pausa de ira. – No te preocupes mi cielo, eso es normal. Tú has visto a Yalile, a Hilary y a mí.... - ¡Si claro!- La interrumpí exhalando una tormenta de suspiros.  - ¡También he visto a las tres retorciéndose como serpientes de los  dolores  horribles y feos que produce esa cosa! - Repliqué furiosa, ya con los ojos vidriosos, a punto de liberar el torrente de sus cascadas. - Déjame lavarte con esta ducha para partes íntimas que yo uso – Dijo mi madre acercándome un envase de plástico blanco con tapa rosada. -¡No quiero que me toques, yo me lavo sola!-. Repliqué furiosa, rapándole el envase de las manos.  – Cuando termines de lavarte te colocas esta toallita protectora- Imploró.  - Es muy fácil usarla - replicó sin inmutarse. – Les despliegas las alas laterales, la enfrentas al pantis y la fijas a ella, cerrando las alas. Tragué sus palabras en silencio y pensé en lo difícil e incómodo que iba a ser para mí, caminar con ese objeto entre mis piernas. - ¡Olvídalo, - ¡Yo no voy a usar nada!- Grité ahogando la salida de mis palabras a través de mis dientes apretados para contener la furia de mi enojo. – Si no quieres usar una toalla sanitaria-, insistió ella, -usa entonces este protector que es más suave y cómodo- Concluyó. Mi madre salió del baño y fue a la habitación de al lado. Aproveché este momento para despojarme de toda la ropa que llevaba puesta. Me lavé rápidamente, aun  sentada sobre el oficio del inodoro, y cuando mi madre regresó ya estaba de pié. Me entregó una toalla, el pantis y la lycra que había extraído de mi gaveta del guardarropa, para que me  cambiara.  Salí del baño envuelta en la toalla, giré a la izquierda y entré a la habitación. Mi madre me siguió. Caminé hasta el fondo y me planté sobre mis dos pies, tan derecha como pude, crucé mis brazos sobre el esternón como si montara guardia y extendí mi mirada hacia la calle, que podía ver a través de la cortina que cubría, desde adentro, la ventana de vidrio, con la seguridad y tranquilidad que nadie del otro lado me estaba viendo porque el reflejo del vidrio producía ese efecto especial. No obstante en la sala, cada vez que el programa televisivo recreaba en la pantalla las propagandas publicitarias, una rendija en la concentración de Yalile se abría. Por allí permeaban hasta su estado de conciencia enajenado, los estímulos del entorno que le advertían que algo fuera de lo normal y corriente estaba sucediendo. Por eso se paró de la silla como una tromba marina, como eyectada por la indignación e intolerancia de su cuerpo, sometido a las torturas y flagelaciones que le estaba ocasionando la silla de plástico. Ojeó el interior del baño y nada fuera de lugar satisfizo su curiosidad natural. Luego se dirigió al cuarto contiguo, donde mi madre y yo nos encontrábamos. Se detuvo en el vano de la puerta y  sus ojos grandes color miel auscultaron el interior, como si olfatearan buscando un rastro. – Que pasa¬?- Mi mamá giró su cabeza para encontrarse con sus ojos preñados de curiosidad, me señaló con un mohín y le respondió suavemente separando las silabas con una pausa más o menos igual. – ¡Chel...sea... se... de...sa...rro...lló!-.  Volvió a mirarme con sus ojos expectantes, esperando mi reacción pero al verme en la misma posición agregó a su respuesta, ahora normalizando el tono de su voz.  -Le estoy diciendo que eso es natural y que no tiene por qué sentirse mal- En ese momento llegó Hillary y antes de preguntar, Yalile se anticipó sin utilizar la métrica y los cuidados que había utilizado mi madre, momentos antes, para minimizar el impacto de las palabras. Mi madre la increpó exorbitando sus ojos.  Ella tenía mucha fuerza en su voz y en sus gestos. Por eso respondió con mucha energía. En este acto, las tres guardaron silencio al ver el parpadeo de mis ojos como el aleteo de una mariposa. Después de un tiempo en que ninguna de las tres se atrevió a mover ni un músculo esperando mi reacción, interceptaron sus miradas atónitas. Eran las margaritas de mis pestañas, limpiando mis pupilas humedecidas, como si remaran en el lago de mi desdicha.

Nicanor Rizo Villa

Relatos FM

El sitio de los miedos


La desesperación hizo que regresara al punto de partida. Después de haber explotado todos los recursos, ella reconoció su frustración. A sus 28 años era una mujer frustrada. La amargura invadió poco a poco cada espacio de su vida. No era buena para nada. A pesar de haber obtenido una licenciatura en Letras, se sentía vacía intelectualmente. La mediocridad que tanto despreció en sus compañeros de grupo, ahora era la realidad que la acompañaba día y noche.

Por eso decidió regresar a esa  esencia suya a la que tanto le huyó. De nuevo su cuaderno, su lápiz y su imaginación, los amigos incondicionales de la infancia. Esos que al fusionarse le hacían sentir la adrenalina en el cuerpo, el éxtasis, la magia.

Pero antes ella lo intentó todo. Las extensas ciberconversaciones de sexo, suplieron un poco la carencia de emociones en su vida. Luego el alcohol, la marihuana, los tríos amorosos, el morbo, pero ninguno era su sitio.

Solo irse a un lugar aislado a escribir le curaba el alma. Pero hoy, justo el día en que se halló frustrada en este mundo, ella desempolvó su cuento del alma, la obra maestra de su vida, ese que lo significaba todo, porque en él quedaron guardados para siempre los años de su niñez, las emociones que ya por lejanas eran casi extrañas.

Junto a sus escritos había guardado también una reliquia familiar: el vino de Jerez que trajo su abuelo de España, todo lo que le quedaba de su abuelo, que al morir en sus brazos le dijo: - úsalo solo en un momento especial. Quizás su abuelo pensó que su amado vino, que lo acompañó toda la vida, sería el regalo de bodas para una nieta especial, sin embargo fue el aliciente para un gran dolor.

"El sitio de los miedos", así lo tituló porque aquella casa enorme escondía miedos tras las puertas. Allí ella sufría lo que llamó hipnosis temporal, una crisis en la que se sentía una extraña en su propio cuerpo, no reconocía dónde estaba ni quién era, ni cómo se llamaba. Pasaba cuando se  concentraba  al mirar a un punto fijo. Nunca le contó a nadie, porque el día que contó sobre aquel raro personaje, nadie le creyó. Entonces tuvo que aprender a lidiar sola con aquellas personas que solo ella veía y con las terribles crisis de amnesia.

Esa casa era demasiado grande y oscura para ella sola. Por eso cuando escuchaba los tacones invisibles, no se sentía tan sola. Allí crió a  su pollo amado, desde el día en que salió del cascarón. Fue madre por primera vez, y por primera vez sintió la pérdida de un ser querido. Después buscó consuelo en otras inimaginables cosas.

Desempolvar "El sitio de los miedos" y la botella de vino de Jerez de su abuelo, le trajo risas y llanto a la vez, le hizo además renunciar a la idea de que si moría, nadie la iba a extrañar, porque leyó en su cuento preciado, las líneas que hablaban de la diosa de la esperanza: su madre.

Esas líneas le hicieron bajar tristemente la cabeza, porque ella jamás estaría a la altura del hada madrina de sus sueños, esa que tenía dos grandes motivos para luchar cada día: ella y su hermano.

El cuento la hizo recordar a  su hermano, él también sufrió los desaires de un padre que nunca estuvo en el momento en que debió estar. Eso quizás los hizo infelices por mucho tiempo, hasta que dejó de doler esa herida.

Ella sintió que le faltaba el aire, pero no se fue, porque era precisamente eso lo que buscaba: emociones. Ya había llegado al día más triste de su vida, el día en que debió abandonar el sitio de los miedos.

Su madre decidió dejar atrás la oscuridad de un pasado que le martillaba los oídos día tras día. Aquella relación tormentosa parecía revivir en las paredes de la casa y creyó que era mejor partir.

Solo que 20 años después ella aún no se lo perdona. Allí dejó su esencia, sus amigos inexistentes que entendían sus delirios. Allí se quedó ella, ella que tenía un nombre horrible, pero nunca encontró otro por el que le gustara ser llamada.

En el sitio donde vivían todos sus miedos, quedó aquella increíble imaginación. Quizás desde aquel instante comenzó a desarrollarse en ella toda la frustración que llega cuando una musa se va.

Tardó 20 años en comprender que desde ese día ella estaba predestinada al fracaso, a no ser de ninguna parte, a no ser buena para nada. Quizás porque las personas encuentran consuelo y motivo en las más inimaginables cosas, en los más insospechados sitios.

La encantadora Celia

Relatos FM

Siempre ha querido tener más


Siempre he querido tener más, no puedo evitarlo. El primer recuerdo de este deseo lo tengo de cuando era niño, en el parque, me veo ahora mismo en una película gris quitándoles los juguetes a los otros niños. Escucho los gritos y siento los empujones que a veces me dieron para que los dejara en paz. Y no es que no tuviera yo mis propios juguetes, al contrario, eran los mejores, pero ¡ay del que me los tocara! Eran sólo míos, no podía permitir que nadie les pusiera la mano encima.
Con el tiempo fui dándome cuenta de que quitarlos de manera violenta a veces no era un buen camino, con los más pequeños funcionaba, pero cuando se igualaban las fuerzas o me superaban en tamaño era más difícil, a veces imposible, también estaban los padres, que era lo más complicado de flanquear. Ideé estrategias para lograr lo que quería, los juguetes que ya no me interesaban en absoluto me servían de moneda de cambio, aunque después los recuperaba sin que se dieran cuenta, otras veces llevaba una bolsa y al menor descuido... mis padres nunca se enteraron de nada, al menos eso me parecía, siempre tan ocupados en sus cosas, ya llevan unos años de muertos y seguro que aún bajo tierra seguirán con sus asuntos, sin tener tiempo ni de pudrirse. Me duele decir esto porque, a pesar de todo, los quise, me lo dieron todo.
La única que intentó lidiar con este deseo mío fue mi nana, al final creo que me dio por imposible.
     Si en mi infancia fueron juguetes lo que me estimulaba, cuando fui un adolescente, quise tener mujeres, a todas las que pudiera, pero me estrellé de frente con mi físico, digamos que no soy el típico guaperas. Me tocó pulir otras armas, intenté hacerme un buen conversador, y lo logré, las hacía reír y, entre charla y charla, las iba engatusando, tanto que de mi grupo fui el primero que perdí la virginidad, si es algo que se puede tener o perder, me parece una definición estúpida, digamos mejor que fui el primero de mi urbanización que penetré a una mujer...bueno, Carla tenía trece años...pero tenía unas tetas de dieciocho.
Después de Carla desfilaron muchas, debo reconocer que además de mi buena conversación, no hablaba más que tonterías, el tener de vez en cuando el coche de alta gama de mis viejos ayudaba bastante.
Algunos enemigos me gané por esos años tan turbulentos, como cuando Carlos me encontró follando con su novia en el la parte de atrás del BMW. Esa mujercita era mucho para él, no hice más que demostrárselo, debería estar agradecido.
No voy a recrearme más en esto, no me interesa petular, pero para resumir voy a decir que a las únicas que no me beneficié, estando a tiro, fueron a las sirvientas de casa, y eso porque tenían siempre un asqueroso olor a aceite quemado. Hubo una, una tal...cómo se llamaba...no me acuerdo, esa estaba bien buena, pero no era más que una pobre desarrapada, lo siento pero es así...ella y la gente de su tipo me recuerdan a ese cuento de Cortázar...el de los monstruos...otro mundo que no tenía nada que ver con el mío.
Viniendo de la familia que venía no podía más que estudiar derecho, ya mis padres me tenían la vida trazada, la verdad es que, en algunas cosas, no estuve de acuerdo con ellos, pero lo que me dibujaban para hablarme de mi futuro me gustaba. Ya me veía estudiando en Estados Unidos y haciendo el master en La Sorbona, como finalmente hice.
En París conocí a mi mujer, me enamoró desde el primer momento, glamour destilando a cada paso, y de muy buena familia, su padre era embajador en mi país, todo un punto a favor para ambos, fue como un conocernos antes de hacerlo. Sin ella no hubiera llegado donde estoy. Los contactos de su padre y los de los míos me abrieron un horizonte de cielo y mar.  Desde el bachillerato ya iba sabiendo lo que quería profesionalmente, y si no hubiera sido así, mis padres con su continua monserga de nuestros apellidos me hubieran enfilado rápidamente. 
Trabajar en aquella multinacional me abrió más los ojos, no saben ustedes la sensación ajena de poder que tuve. Sí, ajena, porque en ese momento yo sólo era un empleado, con un buen cargo, pero empleado, al fin y al cabo. Aquella multinacional me recordó mis mañanas en el parque, quitando juguetes a diestra y siniestra, ideando estrategias para hacerme con ellos. Me dan risa los que hablan mal de las multinacionales, son el futuro...el presente, mejor dicho, y, como decía mi padre, los que se quejan es porque no están dentro.
También decía mi padre que amigos hay que tener hasta en el infierno, me he granjeado bastantes enemigos en esta vida, pero estoy seguro que no superan a mis amigos. Lo que no dijo mi viejo es que, mientras más poderosos tus amigos, mejor. No me gusta jactar, pero las cosas son como son, las fortunas más grandes de este país son mis amigos. Menudas fiestas me metí con más de uno de esos güevones, y nos las seguimos metiendo.
He trabajado duro, todo lo que tengo me lo merezco, pero quiero más, no puedo luchar contra ello, jamás lo he hecho y me ha ido bien. Esa multinacional es lo que es ahora gracias a mí, la he dirigido bien, y seguirá creciendo, aunque ya no esté en ella.
El secreto del éxito radica en saber lo que es verdaderamente importante, para mí: lo que deseo. No hay nada más, lo otro me da absolutamente igual, los dilemas morales son una pérdida de tiempo, las cosas hay que hacerlas y ya está, si no, nos quedaríamos estáticos ¿Qué culpa tengo yo de que un negrito esté famélico en África?  Yo me dedico a mis negocios, que los africanos se dediquen a los suyos y verán cómo no dan ninguna lástima.
La vida me ha puesto en bandeja la oportunidad que tengo ahora, habrá más estrés, pero sé trabajar bajo presión. Con los años he entendido que el dinero y el poder son buenos, pero hace falta más: el reconocimiento, que lo conozcan a uno y dejar huella en la historia. Felipe Gutiérrez se hizo presidente de un club de fútbol y, aunque no me lo diga, sé que es su apuesta a la eternidad. Me parece patética. Mi apuesta es mejor, requiere más estrategia, quemar más neuronas. Además, muy pocos pueden sentir lo que es que más de la mitad de un país te haya elegido libre y soberanamente. ¡Eso sí es hacer historia!

Libélula

Relatos FM

On the road


Pensé que la ruptura era el fin, por el robo de proyectos de futuro, por el lado de la cama vacío y por todos esos huecos que te quedan por llenar. Sin embargo, la ruptura no fue el fin, fue el principio, un aprender de pasos, un aprender que te tienes a ti, que lo importante es hacer cosas que te llenen, que el recuerdo de la serenidad de ayer es una inquietud en el fondo de tu alma.
La libertad total te hace tomar decisiones que obedecen al impulso ciego del impulso. Suena el teléfono, al otro lado Andrea. Siempre tiene propuestas divertida, siempre le digo que  no. Siempre menos hoy.
Tres meses desde que Adrián cerró la puerta y mi ánimo no ha mejorado, la desesperación me ha hecho darme cuenta de la insatisfacción vital en la que vivo, aborrezco mi trabajo, aborrezco mi casa, en definitiva aborrezco mi rutina. Andrea me remueve.
-   Morirás en ese estado si no tomas una decisión – desafía Andrea - Yo me voy, ¿te vienes?
Andre siempre ha sido mi amiga más cercana.
-   ¿A dónde? -  le pregunto sorprendida - como se te ocurre pensar que voy a deshacer mi vida montarme un autobús y no mira atrás hasta llegar. Eso no tiene ningún sentido – le digo.
Pero si lo tiene y mucho.
Todo en mi vida ha sido fácil sin embargo la mayor parte del tiempo no he encontrado la satisfacción interior. La gente que me rodea, me intuye segura, porque lleno el vacío de actividades para bloquear la sensación de desamparo del pensar, esperando que lo inesperado rompa la rutina.
He crecido en un ambiente familiar ejemplar, mis padres siempre han vivido pendientes de nosotras, Rocío, estable, tranquila, será feliz, Marina inestable, inquieta, prototipo de la insatisfecha. Estoy segura que es lo que cuchicheaban antes de dormir.
Mi vida se ha ido haciendo. La primera amiga íntima, Rosana, el primer amigo íntimo, Juanjo, el primer beso, Martín, la primera discusión, la primera ruptura, la primera decepción y allí estaba yo.
Sin darte cuenta ya has dejado atrás los sueños de vivir en tránsito con tu mochila a cuestas para entender el mundo. Ha sido así hasta que la ruptura de alguien que creías definitivo sacude los cimientos de tu vida.
Llega el martes, no me ha dado tiempo a pensar, a despedirme, ni a nada, solo he traspasado el alquiler de mi piso y he solicitado una excedencia que me han denegado, de todas formas me voy.
Mi hermana que ha venido a despedirme a la estación me da mil consejos de última hora, de esos que ya sabes, incluso mucho rato después de subir al autobús seguirá haciéndome indicaciones a través del cristal de la ventana.
Mi padre que también ha venido aguarda en un segundo plano, él no me ha dado consejos de última hora, el sólo me ha dado un abrazo y un silencio. ¿Cómo sabe que este viaje va a cambiar mi vida, si ni siquiera yo soy consciente?
Andrea llega tarde con una mochila pequeñita a la espalda. Le miro extrañada.
-   Y ¿tus cosas?-  pregunto.
Me mira extrañada:
-   Las llevo a la espalda – contesta.
Miro mi mochila enorme llena de ropa .A Andre le entra la risa. Me mira y se ríe, mira el maletero y se vuelve a reír.
Nos subimos al autobús nerviosas. Va casi vacío, una pareja algo más joven que nosotras, una abuela, otros cuatro o cinco pasajeros más y nosotras dos, en total unos diez de las treinta plazas.
Hemos previsto parar y descubrir, para y reposar, parar en el camino tantas veces y tantos días como sea necesario, tenemos el tiempo infinito, nadie nos espera y hemos decidido dejar la prisa en el sitio del cual partimos.
El autobús se pone en marcha muy despacio. Las figuras que despiden a los pasajeros en la estación se van haciendo pequeñitas, hasta desaparecer, luego le toca el turno a los edificios, dejamos atrás la ciudad, el conjunto se va haciendo pequeño hasta que desaparece totalmente.
Me acomodo en el asiento, Andrea a lado mío habla y habla, sobre el último libro que está leyendo, sobre lo mayor que se ha hecho su hermana, sobre su falta de vocación yo miro por la ventana y escucho sumida en mi tránsito. Deseo que todas mis fuerzas que el viaje calme mis sensaciones.
Me gusta viajar en autobús, me gusta la serenidad de la lentitud. Tan solo llevamos dos horas y media de viaje y aprecio el cambio de paisaje, hemos dejado la capital y hemos empezado a ascender por montañas.
El autobús para en una pequeña estación de la carretera y suben dos chicas jóvenes. Las puertas se han mantenida abiertas durante un largo rato y el autobús se ha llenado de ese olor natural y ese frio seco. Las chicas parlotean sobre el panadero, sobre el tendero, historias de un pueblo. Las chicas se callan y el autobús se queda en silencio solo entonces me doy cuenta de que Andrea se ha callado también. La miro. Se ha quedado dormida. Me levanto y salgo al pasillo, alcanzo una fila libre y la ocupo. Me hundo en el asiento y miro por la ventana, el autobús se ha puesto en marcha.
En el autobús pienso y pienso y pienso, hasta que el pensar se transforma en meditar. La lejanía de casa me hace aflojar la presión interior que he cargado durante estos tres meses, siento cierto alivio que relaciono con la distancia.
Supongo que no tengo miedo, pero estoy llena de inseguridades, a lo mejor es que tengo miedo, pero nunca miro atrás, así no tropiezo dos veces en la misma piedra.
Cuatro horas de viaje, me encantan los viajes, son como la vida, la libertad del tránsito es una sensación incomparable con ninguna otra, salgo de un estado, para meterme en otro y el camino del autobús es el tránsito, no estás ni en un sitio, ni en otro.
Intento agarrarme a mi nostalgia, pero estoy tan excitada que no la termino de sentir, una nostalgia un poco fingida, porque las cosas en mi entorno conocido han cambiado mucho en los últimos tiempos, repaso en mi cabeza los últimos momentos de Adrian en mi vida, recoge cosas las mete en una caja, me mira sin pena ninguna en los ojos, yo le miro de la misma forma. Era una historia acabada hace años, no entiendo con qué sentido la continuamos durante tanto tiempo. Fuimos felices, no éramos felices.
Andrea se despierta, tiene hambre yo también tengo hambre,
El autobús vuelve a parar, no sabemos dónde, pero preguntamos al conductor y nos asegura que el siguiente autobús con el mismo destino pasara en 15 horas, aprieta una palanca que abre el maletero, bajamos y recogemos nuestras cosas. El pueblo es precioso, preguntamos por una posada barata, comemos, nos duchamos, dormimos y 15 horas más tarde en la oscuridad de la noche volvemos a subir a otro autobús. Mismo destino: la última parada.
El autobús va lleno de gente, gente mayor, no nos queda más remedio que sentarnos en asientos separados. Comparto viaje con un señor mayor. El señor tiene ganas de hablar, le entiendo que va a visitar a su hija al norte, yo también voy al norte, quiero encontrarme a mi misma, se lo digo, no me entiende. Hablamos un rato más y me vuelvo a sumir en mis pensamientos.
No quiero que vuelva a pasar, quiero retomar las riendas de mi vida. Necesito saber que quiero, o decidir dejarme llevar sin plan, el viaje me está calmando, el bamboleo del autobús me recuerda al mover de la cuna, el rumor de la noche convirtiéndose en aurora me enseña colores que se parecen a mi estado de ánimo, el malva, el rosado, así me siento. La noche empieza a abrir al día, la oscuridad deja paso a la claridad también de mis pensamientos.
Pienso si hay algún lugar por el que debería empezar a reconstruir los muros caídos, la señora que acompañaba a Andrea se ha bajado del autobús y me cambio de sitio, me siento a su lado, le miro fijamente y se lo pregunto
-   ¿Por dónde empiezo?
-   Por el principio - contesta Andrea.
No entiendo la respuesta. Así que la interpreto y empiezo a contarle mi historia por el principio. Le hablo de todo, de la comodidad de tener una almohada caliente, de la aceptación, del consentimiento de mentir y mentirte, de querer a otros y de saber que el también quiere a otras, de la frustración de no haber sido quien habías planeado, le hablo de todo eso, durante horas, hasta que acabo, me mira con sus ojos grandes, nunca me había dado cuenta de la profundidad de sus ojos tristes.
La vida de Andrea es sencilla, no se complica, hace lo que siente, no tiene presión, no la siente, cuando quiere comparte, cuando lo siente comparte, cuando se sincera y continua su camino sola, sin pena, se conoce a sí misma y se quiere, por eso no necesita más que lo que le completa. Me doy cuenta de que nunca la he escuchado cuando habla, por eso termino mi historia y me callo, para darle la oportunidad de que ella también me cuente. Ella retoma mi conversación con su historia.
Ella empieza desde el principio, su vida ha estado llena de intensidad, una intensidad que quiere conservar porque le hace sentir completa, me aconseja la búsqueda de mi intensidad. Ya está su historia ha sido más corta que la mía. En cinco minutos ha resumido todo lo que la define, yo he sido incapaz en tres horas de transmitir que es lo que me define a mí.
Me alegro de haberla escuchado, me alegro de haber llenado la maleta de cosas y de haber iniciado esta transición física y mental. Me alegra el haberme querido conceder este tiempo para mi tránsito que me ha permitido sentarme, y pensar, sentir el cambio, mientras el paisaje, el color se ha ido transformando ante mis ojos y  yo he ido graduando mis miedos.
Hemos llegado. Andrea baja de un salto, yo también. La llegada es fría, toda la ilusión contenida en ese marco, a partir de hoy esta es tu vida y ya empiezas a empezarla sin ser muy consciente. La suerte hay que buscarla o quizás te la encuentras, nunca seré capaz de decidirme por una de las dos.
Andrea me mira, se acerca la taquilla y compra un billete de vuelta al origen.
-   ¿Qué haces? - le pregunto distante. Sigo ensimismada en mi misma.
-   Me vuelvo - me contesta
-   ¿Y yo? - le pregunto.
-   Tú te quedas a decidirlo. Tu sola. Lo necesitas. Además a eso has venido - me contesta.
No hay respuesta correcta. Andrea se sube otra vez en el autobús para deshacer el camino andado, porque la estación de origen para Andrea estaba bien. Yo con mis bártulos me siento aturdida. Me acerco al café de las paredes azules, vivo el cansancio físico pero estoy despejada.
Estoy sola en mitad de aquello, pero no me siento sola. No sé cuantas horas después decido volver, pero no por miedo, quiero volver porque así lo siento, mi estación de origen también estaba bien. Agarro mis cosas y me marchó. No quiero mirar atrás. Prefiero mirar hacia adelante y entender que lo más valioso que he guardado en mi equipaje han sido mis ganas de presente. Adrian me ha enseñado la inutilidad del conformismo. Andrea me ha enseñado el valor del tránsito.
Entiendo el viaje.
Me vuelvo a subir en el autobús, sin impaciencia, con tiempo infinito para no tomar ninguna decisión. La vida se irá tejiendo. Estoy segura. El autobús de vuelta a casa parte rumbo a lo de siempre. Busco eso, encontrar la felicidad en el calor de lo siempre. Siento como me duermo. Estoy llena de paz.

Nantes Spodaryk

Relatos FM

Sin escapatoria


Intermitentes  y ahogados suspiros inundaban la noche rompiendo mi frágil sueño.   Algo rondaba en su cabecita. Daba vueltas y más vueltas. Como un Sísifo en movimiento perpetuo, solo que  no portaba una pesada piedra. Era una carga en forma de ideas que golpeteaban con fiereza  el interior de su cabeza. 
Fingíamos dormir.
Por las mañanas siempre todo vuelve  a la normalidad.  El sol espanta  miedos y  dudas y los desintegra  pero  tras su marcha, a la llegada del crepúsculo,  vuelven  a recobrar vida y regresan para  saltar con intemperancia  sobre la víctima que  resignadamente, los aguarda desde el amanecer anterior. Claudicante a cualquier intento de lucha para zafarse de ellos.
  Siempre me levantaba la primera y mientras se vestía yo preparaba el café. Cuando lo veía entrar en la cocina terminándose de ajustar el nudo de la corbata, se acercaba a mí, como si nada:<<¿Qué tal, cariño, me queda esta corbata?>>y me daba un beso.
El beso de buenos días.
El beso de todos los días.
Le preguntaba cosas, de manera dispersa  aquí y allá. Le dejaba hablar intentando averiguar qué podría robarle el sueño pero  su alma no dejaba escapar nada que me permitiera colegir nada de lo que le afligía.
Al tercer día, la impaciencia se apoderó de mí. Nada más aparecer por la cocina, le interrogué con ansiedad mal contenida:
-¿Qué te preocupa?-disparé más que pregunté-Llevas varias noches sin pegar ojo.
Él, como si llevara aguardando esa pregunta desde hace tiempo, no se inmutó. Se acercó a mí, ajustándose su corbata y dándome un beso, al tiempo que asía su taza, respondió:
-Es el viaje de la semana que viene-dijo sorbiendo su café apresuradamente.
-¿El viaje a  Barcelona?-extrañada por un motivo en apariencia tan inocente.
Mi marido, trabajaba  para una empresa textil, entró como mozo de almacén con catorce años y ahora, después de 35 años, era la mano derecha del dueño.
-No me gusta este viaje. Algo me inquieta. Iba a ir Matías padre  pero lo que son las cosas, con 70 años y sin pisar nunca el hospital, con una salud de roble y cum laude en todas las analíticas y chequeos médicos, para sorpresa de todos y su médico personal el primero, sufre una angina de pecho y no tiene mejor opinión que delegar el viaje en mí.-dijo con la mirada puesta, paso previo por el cristal del ventanal, en el infinito azul que se posaba por aquella maravillosa ciudad dividida en dos por el río Guadalquivir- Deben de ir los dueños.
- Debería llenarte de orgullo más bien. Creo que necesitas descansar-respondí más confusa aún que al principio.
Aquella conversación pudo pasar, sin quererlo, por una pequeña terapia. Por la tarde, al llegar a casa, me mostró, erguido y  con la mano en alto, como los árbitros de futbol cuando amonestan,  un billete  de avión Sevilla-Barcelona, ida y vuelta, según pude comprobar después.
Esa noche hubo una pequeña tregua. Aquellos fantasmas invisibles a la razón, y que se adueñaban de su mente, en forma de mal presagio no aparecieron.
Al menos, de momento.
Con el café de la mañana y tras la pregunta habitual sobre su vestimenta agregó-con gesto contrariado:<<el vuelo a Barcelona sale pasado mañana a las 20.00 y llegará sobre las 22.00 horas. Si no hay retrasos>>.
Le escudriñe y traté evaluar su estado de ánimo por su tono de voz. <<Si no hay retrasos>> flotaba en el aire fresco de la mañana como si tuviera vida propia y no quisiera desaparecer, escuchándose como una letanía inacabable. Advertí que su angustia al viaje seguía intacta.
Aquella noche volvió la agitación. La batalla nocturna se recrudeció más que nunca.  Sus suspiros intermitentes y vueltas sobre sí mismo parecían no tener fin.
A la mañana siguiente tenía  más ojeras que nunca. Taciturno y realmente preocupado. Antes de darle el primer sorbo al café humeante me lanzó una absurda decisión:
-No voy a ir a Barcelona. Hablaré con Matías hijo. Le diré que me es imposible. Que vaya él, tiene tiempo de sobra para prepararlo-dijo resolutivamente, dejando la taza del café en  la encimera de granito con un fuerte golpe, que sonaba a punto final en la conversación por esa mañana.
Perpleja por aquella revelación, no necesité apurar mi café para terminar de despertarme.
A la caída de la tarde, como todas las tardes. Le escuché llegar. Por la cadencia de sus pasos. Por el ruido al dejar el llavero en el recibidor y por cómo colgaba la chaqueta   hice un balance exacto de cómo se encontraba.
-No hay manera de quitarme ese viaje de encima.-dijo a modo de saludo- Matías junior ha hecho viajes estando su esposa a punto de dar a luz, con la mujer recién parida también. En una ocasión viajó, incluso con su madre prácticamente recién enterrada. Pero ahora no puede y todo porque a su santísima señora le acaban de operar de urgencia ayer por la tarde  de apendicitis.
-Bueno-intenté rebajar su tensión-si le han intervenido necesitará reposo y quizás prefiera que esté su marido cerca. Es comprensible-dije no viendo en todo aquello más que una sucesión de  casuales acontecimientos de enfermedades que entraban en la categoría de resolubles.
Masculló algo que no acerté a comprender y se dirigió directo a su despacho. Tras un prudente espacio de tiempo que ayudara a serenar los ánimos, como el limo y la arcilla se depositan en el fondo del río después de la tormenta, entré. Lo vi sentado frente a la mesa del escritorio cubierta de papeles con los preparativos del gran acuerdo comercial en ciernes. Tenía las dos manos cubriéndose la cabeza, tres puntos por encima de preocupado y uno por debajo de abatido y encima de  todos los papeles destacaba aquel pasaje de avión. Parecía que toda la habitación girase en torno a aquel billete. De súbito, se levantó.  Agarró con furia aquel billete y arrugándolo se giró diciéndome como si  mi rostro fuera una imagen especular del suyo: <<No iré en avión. Iré en el coche.>>
Realmente aquello se escapaba, definitivamente,  a mi limitada capacidad de comprensión de las realidades insondables de la mente humana.
-Sevilla queda un tanto lejos de Barcelona-pregunté entre asustada y atónita.
- Saldré mañana temprano. Llegaré por la noche, igual que si fuera en avión.
Dudé sobre su estado mental. Aquella noche, no fue diferente de las últimas noches. Parecía un luchador  librando una dura batalla cuerpo a cuerpo contra sus pensamientos que   ganaban claramente por K.O.
Me levanté antes que de costumbre pero después de su partida. No se despidió de mí.  Miré al dormitorio desde todos los ángulos. Ví su ausencia dibujada en las sábanas.  Me levanté y  preparé café.  Por inercia serví dos tazas. Me reí.
Pasé el día ocupada. A la llegada de la noche, agotada, me derrumbé en el sofá frente al televisor. Cambié de canales, hasta que al azar dejé uno , como cuando una bola se detiene en  una cualquiera de las 37  casillas de la ruleta y no en otra.  Una hora después, interrumpieron la programación, el sonido del cambio me despertó del letargo y sopor que produce la mezcla del cansancio y el televisor, una noticia de alcance acababa de producirse.
Un reportero, con micrófono en mano, decía, en tono visiblemente agitado, que un terrible accidente acababa de producirse en el aeropuerto del Prat de Barcelona. Un avión en el aterrizaje había perdido el control y  había impactado brutalmente contra el suelo. Mi cuerpo dejó de reaccionar a todo lo demás. Apenas pude seguir escuchándole: <<El avión procedente de Sevilla y con destino Barcelona, ha sufrido un fatal accidente. Se desconocen por el momento la gravedad y el número de fallecidos, pero todo parece indicar que es una catástrofe>>.
Ahora comprendí los malos sueños de mi esposo. Cuan justificados estaban. Me arrepentí por haber dudado de su estado mental. Tras la angustia inicial, poco a poco pude recomponerme. Respiré hondo y me levanté no sin esfuerzo del sofá. Tras unos pasos titubeantes y descoordinados llegué al pasillo buscando el móvil. Iba a llamarle para decirle si se había enterado de la noticia y que buena intuición tuvo al irse en coche.  El pasillo estaba a oscuras y justo en ese instante sonó el móvil. Su pitido me orientó en la oscuridad. La pantalla luminosa del móvil me indicó su ubicación exacta y quién llamaba. Era mi marido. Nada más descolgar, y sin esperar siquiera que hablase y de manera un tanto atropellada le dije:
-¿Cómo sabías que iba a ocurrir algo así? Acaba de estrellarse el avión en el que habías sacado asiento para Barcelona. ¿Has llegado ya?
-Señora-respondió una voz titubeante y totalmente desconocida- ¿Es usted la esposa del señor Delgado?
-Si-respondí de manera expectante.
-Soy de la DGT, su marido acaba de tener un accidente de tráfico. Entrando en Barcelona-dijo con voz entrecortada.
-¿Cómo está?-pregunté en forma de alarido.
-Señora temo darle una terrible noticia...
Un fuerte pitido en los oídos seguida de una terrible opresión en el cráneo  me impidió seguir en pie.

Tropel

Relatos FM

Encuentro con Dios


    En los cielos en vez de aves volaban cucarachas, era difícil observarlas a causa de la eterna noche. Llegaban noticias a diario, el planeta atravesaba por una guerra. Los habitantes del pueblo comprendimos: seres que pelean por ver el suelo rojo. Éramos gente salvaje que nada entendía de esas cosas.
    Tuve deseos de ir al baño. Oriné, no había papel higiénico. Entonces vi una cesta de panes, alimento perfecto para absorber líquidos. Solo había mujeres. Los árboles no tenían hojas. No sabía diferenciar entre raíces y ramas. Nunca sentí hambre y tampoco escuché que existiera comida. Los panes tenían otro uso. Llegaban informes de la guerra y alguien propuso: "hagamos una". Éramos gente salvaje que nada entendía de esas cosas.
    Dividimos el pueblo y corrí a esconderme. Nunca he dejado de ser cobarde. Salí a caminar mientras buscaban piedras. Entonces tropecé con el libro. Lo tomé en mis manos y decía: "Santa Biblia". Lo leí de punta a cabo. No me quedó claro si Dios era hombre o mujer, un asexual con doble personalidad que a veces se disfrazaba de Diablo o un gas existiendo solo para amarme. Pero decía que dudar es malo y nosotros, éramos gente salvaje que nada entendía de esas cosas.
    Sentí los gritos. Se mataban a piedras. Volví a esconderme y cuando salí estaba sola. Las cucarachas, los muertos y yo. La guerra en el mundo seguía, cayeron sobre mí los efectos de la bomba atómica. Ahora había muertos y cucarachas. Mi alma estaba atada a los rieles de un tren que por desgracia, se acercaba. Entonces Dios me tendió su mano. Al agarrarla desperté y volví a respirar. No tardé en olvidarlo. Corremos a los árboles cuando llueve; en cuanto escampa les huimos. Somos y seguiremos siendo gente salvaje que nada entiende de esas cosas.

Pacificador

Relatos FM

Lanzamiento en brazos de otra. (Diálogo imposible)


Categoría general.
-   Entonces, ¿ya no me quieres?
-   Les quiero a los dos. Es por eso que les entrego.
-   ¿A los dos? ¿A quién quieres más?
-   A ella la he querido siempre, pero a usted le venía necesitando más.
-   ¿Siempre? ¿Cuándo siempre?
-   No sé, siempre. Desde que la conozco.
-   Entonces, ¿lo haces por ella?
-   Ella es buena para usted. Lo hago por usted.
-   Tú también eres buena para mí.
-   ...
-   ¿Y cuándo lo has pensado?
-   El martes, mientras almorzábamos los tres.
-   No lo entiendo, ¿qué ha pasado? ¡Tú ya no me quieres!
-   Mientras ustedes se reían.
-   Sí, nos reíamos, ¿y qué?
-   El pollo le salió delicioso.
-   Tú eres la única buena para mí.
-   Ya está decidido.
-   Tú eres la mejor.
-   ¿Se ha fijado en su gusto?
-   Sí, me he fijado en su busto, ¿y qué? ¡Tú eres la mejor! ¿Me oyes, Graciela? La mejor.
-   La chica tiene un gusto exquisito para combinar sus modelos. Parece francesa.
-   Los hombres no nos fijamos en eso.
-   Eso es porque no ha estado en Francia.
-   ¿Y ella qué piensa?
-   No sé, aún no le dije. Pero ella me quiere también.
-   No entiendo, Graciela. Hasta ayer me amabas. Dime, dime sinceramente. Algo ha tenido que pasar.
-   Además es divertida. Y trabajadora. Y muy buena persona. Sobre todo buena persona. Por eso la quiero para usted.
-   Y ella, ¿me quiere?
-   No sé, supongo.
-   Pues no hace falta que supongas porque yo te quiero a ti, Graciela.
-   Se reían. Se reían juntos.
-   Sí, nos reíamos, ¿y qué? ¿Por qué habría de ser descortés?
-   Usted no tiene la culpa. Ella es encantadora. Y lo querrá, prontito lo querrá.
-   Tú haces esto por ti, Graciela. Ni por ella ni por mí. Sólo por ti.
-   Y usted también es encantador. Ya verá cuanto se querrán.

Delirios Abril