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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

La ciudad insomne


            La barahúnda humana que se dirige a sus trabajos inunda las calles de la megalópolis. Ciclo tercero. En filas, avanzan ordenadas hacia las factorías, donde trabajan en periodos lógicos de producción. Hombres y mujeres que laboran durante el ciclo rotatorio absoluto. No existen horarios. No existen amaneceres ni ocasos. No existen elementos con que medir el tiempo. Hombres y mujeres, insomnes por transmutación genética, acuden en perfecta formación a las inmensas fábricas. Su resultado individual relativo es programado desde su nacimiento como el único factor válido para la quotación de sus vidas. Inteligencias artificiales controlan, sin perder un ápice de detalle, el volumen estimado de cada turno, al final del cual sus componentes regresan a los  cubículos asignados donde se someten a su sesión de inhibición cotidiana. No existe el descanso. Hombres y mujeres recibirán al final de su vida productiva un legado de ilusión holográfica  y se les permitirá, mediante una proyección virtual en su cerebro, viajar, conocer las tierras de antes donde sus primitivos antepasados malvivían en un mundo en el que existía la noche y el sueño. Población evolutiva que, a través de generaciones, ha devenido en seres en mutación constante. Alienados que ignoran el sueño.  Impasibles ante el cansancio. Esclavos ignotos del poder que controla el sistema. Genéticamente programados para la producción incesante, constituyen una sociedad insustancial donde todos los acontecimientos han sido concebidos  por los miembros de la cúpula de sabios dominante. Es tan inmensa la influencia de éstos en la población, ejercen un control tal sobre la misma, que nada, ningún acontecimiento por nimio o insignificante que resulte, escapa a su vigilancia.  Las parejas son  escogidas con celo en función de su valor reproductor previsto. Mediante sofisticados procesos de selección donde ni la atracción física ni los sentimientos serán considerados como elementos decisorios. La libido es dosificada para que los acoplamientos positivos tengan lugar en periodos de producción óptima a fin de que el placer sexual resulte un incentivo, un premio a los esfuerzos de los trabajadores ejemplares. Sin embargo, el reconocimiento máximo a estos méritos, el galardón supremo a que aspira todo habitante de la megalópolis es ser designado para viajar al tiempo pasado y trasladar después a sus congéneres, en conferencias virtuales múltiples, la decadencia, la corrupción que existía cuando sus habitantes malgastaban en el sueño una tercera parte del tiempo útil.
             Un pitido inesperado me despierta. El pitido y el traqueteo cadencioso del vagón me devuelven a la realidad. Me desperezo y estiro los brazos en un gesto mecánico, mientras observo a través de la ventana el paisaje que se desliza veloz al ritmo marcado por los postes del teléfono, que parecen circular con  movimiento propio en sentido contrario al tren en que viajo.
            Me he dormido profundamente y el despertar se convierte en un cúmulo de sensaciones desagradables: dolor en las cervicales, un inconfesable sabor de boca y, sobre todo, un terrible dolor de cabeza, que me impulsan a abandonar el compartimento donde permanezco solo y dirigirme al lavabo del pasillo para refrescarme. Cuando regreso, un pasajero ha ocupado uno de los asientos frente al mío y me saluda con un gesto. Calculo que faltan aún un par de horas hasta mi destino y decido aprovecharlas repasando las notas del cuento que estoy escribiendo. En mi mente bullen mil ideas  que no consigo hilvanar de  forma correcta. Apenas intento maniobrar con unos personajes o con unas situaciones, todo parece diluirse, como si mi cerebro fuese incapaz de la concentración necesaria. Sin embargo, algo que no he escrito y aún inconcreto, va tomando forma con una intensidad inusual, obligándome a desechar las cuartillas con mi proyecto y dar forma a aquella historia que he "visto" de pronto, nítida y concreta y que en un golpe repentino de inspiración hace que parezca como si la estuviese ya leyendo en un libro impreso. El futuro, hombres transformados en seres insomnes para aprovechar todas las horas del día en producir y producir, el control por parte de sabios implacables, programación milimétrica de sus vidas.... De pronto, me echo a reír e, involuntariamente, exclamo en voz alta:
            - ¡Vaya! Sólo falta que le ponga la  música de Pink Floyd  y obtendré una especie de profecía de Orwell mezclada con "El Muro". 
            Mi acompañante se vuelve hacia mí inquiriendo.
            - Disculpe – dice con un acento un tanto particular – No le he entendido.
            - No es nada –. respondo -  Perdone si le he molestado. Hablaba conmigo mismo.   
            Incómodo, vuelvo al silencio, fijándome por primera vez, con detalle, en el hombre que, frente a mí, permanece inmóvil en una postura un tanto envarada, con la mirada fija en un punto del suelo. Me llaman la atención las ropas del viajero. Los tonos grises de su indumentaria: chaqueta  estructurada y unos pantalones estrechos, que parecen como "dibujados", como los trajes que visten los elegantes detectives de un cómic. Su rostro, sin embargo es vulgar, anodino, sin rasgos destacables. Sólo los ojos transmiten una cierta inquietud. De improviso, el extraño  se vuelve hacia la puerta de cristal que les separa del pasillo.
            Vestido  con ropas de parecido corte,  un hombre le observa desde el pasillo.
             Sin despedirse, el pasajero abandona el compartimento.



             Tiene conocimiento de su elección para viajar al tiempo pasado mientras, ante el simulador de esfuerzo,  realiza sus ejercicios antidesgaste previos a la sesión de inhibición total. A través de un mensaje subjetivo de cumplimiento inmediato se le ordena presentarse en la gran sede de la cúpula de sabios. Allí se le comunica de forma oficial  su designación para el galardón supremo y se le presenta a su acompañante. Las instrucciones son grabadas en su terminal e intercomunicadas con  el otro viajero, de modo que aunque se separen por algún motivo permanezcan  siempre en contacto de forma telepática.  Su misión, bien conocida a través de la propaganda oficial, conseguir la máxima información de la degradación existente en el pasado. A su regreso, en actos multitudinarios y demagógicos orquestados por el aparato, intentarán contrarrestar de algún modo la corriente disidente de los ocultos que han evitado  la dominación oficial. Porque, en reducido número, los ocultos amenazan con ganar adeptos y socavar un sistema perfecto en apariencia. Pero sus intenciones reales son diametralmente opuestas. Como todos los disidentes, una malformación, un error en la configuración de su esquema de obediencia, han permitido en él la posibilidad de la insumisión. La oposición integral al régimen dominante. Los disidentes, secretos e invisibles para la cúpula autocrática, se afanan en hallar el lenitivo con que aliviar la situación opresiva para sus congéneres. Combatiendo el  terror de la policía política. Simulando no transgredir ninguna de las consignas ni obligaciones dictadas para la gran masa. Un uso inteligente de la oportunidad de translación  significará el inicio para la consecución de sus fines. Confía en que en el pasado podrá contactar con algún ser dispuesto a prestarle ayuda para sus planes. Pero antes deberá  asegurarse de poder neutralizar, con un proceso de encriptado, el sistema de intercomunicación telepática que ha sido grabada en su terminal y en la de su acompañante. Durante la fase previa al lanzamiento, mientras son conectados al dispositivo de aceleración de moléculas, circuita uno de los cabezales biónicos y con ese, al parecer, fortuito defecto, la función queda interrumpida. Ahora sólo cabe esperar el momento preciso para la translación, para el gran viaje.  Conectados todos sus terminales a la compleja maquinaria, aguarda, junto con su acompañante, el momento de la regresión molecular. Con un cierto temor a lo desconocido, comprueba cómo, uno tras otro, los paneles de control genérico indican la situación del proceso previo. La tenue luz que emana de los sofisticados aparatos y el zumbido monótono de los aceleradores le sume en un extraño sopor que, despacio, va transformándose en una inconsciencia absoluta. El gran viaje ha comenzado.


            La materialización le provoca sensaciones jamás percibidas. Como si despertase de un profundo sueño. Al abrir los ojos, la luz del ambiente le ciega por unos instantes. Está en el suelo y al intentar incorporarse todas sus articulaciones protestan con un dolor profundo. Ya de pie, las nauseas, el mareo, le impiden permanecer en aquella postura y se sienta en una butaca junto a una ventana. Despacio, las percepciones físicas se normalizan y trata de situar su ubicación. Un ligero traqueteo y el desfilar del paisaje por la ventanilla le indican, le confirman,  que está a bordo de "algo" en movimiento. Observa aquellos extraños ropajes que viste. Se siente inseguro. Trata de tranquilizarse. No hay nadie en aquella especie de compartimento. Un hombre joven abre la puerta y después de saludarle se sienta frente a él. El dispositivo telepático emite un rastreo identificativo  automático: varón, 35 años, 80 kilos, 180 centímetros, raza blanca. El extraño, ajeno al proceso de análisis a que es sometido, parece sumirse en sus pensamientos. Contempla por un instante algo que lleva en su muñeca y extrae de un maletín una carpeta, de la que separa unos papeles, que consulta. Ampliando el ratio de rastreo consigue "ver" de algún modo el contenido de aquellos papeles: nombres, situaciones sin sentido, tachaduras, rectificaciones que parece calibrar adquiriendo, de pronto, una actitud de abatimiento, de contrariedad, como si no le satisficiese lo que está leyendo, quedándose mirando por la ventanilla como distraído, como ausente. Es su oportunidad. Sus dotes mentales de intercomunicación plantean un inaudible mensaje. Al impactar en el cerebro del hombre, reacciona éste, inquieto, cambiando de postura. Como concentrándose, como si leyese de un libro invisible que flotase frente a él. Su risa y su voz le sobresaltan.
            - ¡Vaya! Solo falta que le ponga la música de Pink Floyd y obtendré una especie de profecía de Orwell mezclada con "El Muro". 
            - Disculpe, no le he entendido – se vuelve hacia él, inquiriendo.
            - No es nada – responde aquel hombre – Perdone si le he molestado. Hablaba conmigo mismo.
            Vuelve a su silencio. Se sabe observado por el extraño que le mira como si algo en sus ropas o en su aspecto le resultase sospechoso. Mientras, sus sistemas extrasensoriales han rastreado una presencia no deseada y le obligan a volverse hacia la puerta desde la que su acompañante ha asistido en silencio al proceso de comunicación. Sin duda, el circuito alterado se ha regenerado durante la materialización. Comprende que ha sido descubierto y  el significado de la inaudible orden que recibe. Sabe que todo ha terminado. Obedeciendo, se levanta de su asiento y se reúnen en el pasillo. Juntos se dirigen hacia el fondo del vagón. Antes de que ambos emprendan el viaje de regreso, en una fracción de segundo, una última y angustiosa llamada de auxilio escapa a la vigilancia sensorial a que es sometido.



            El extraño personaje abandona el compartimento sin mirarme. Sin saludar, se reúne con el hombre que aguarda junto a la puerta. Estoy aún intentando descifrar de dónde ha podido salir aquel increíble relato, aquella inverosímil historia que se ha apoderado de mi cerebro por unos segundos, como si la leyese. Como una suerte de inspiración súbita. Trato de recordar todos los detalles. Quizás le encuentre utilidad para algún relato de ciencia ficción. Me dispongo a tomar unas notas cuando, de pronto, una nueva visión subliminal me sacude como una descarga eléctrica. El mensaje llega hasta mí claro, explícito en su demanda de socorro. Aún aturdido salgo al pasillo, por donde han desaparecido los dos hombres hace un instante. Miro en los  otros compartimentos, en los lavabos. Nadie. Ni rastro de ellos. Con  la  sensación de haber llegado tarde para evitar algo terrible y desconocido, en la soledad del departamento vuelvo a reírme, como queriendo apartar de mi mente un absurdo sentimiento de culpabilidad. Intentaré dormir el resto del viaje. El desfilar vertiginoso del paisaje a través de la ventanilla actúa como un sedante.     
            Sin embargo, la alucinante historia sigue allí. Presente, nítida. 
            Va tomando cuerpo. La escribiré.
            La titularé: La ciudad insomne.

Quint

Relatos FM

Confusión...


           Subió a trompicones la escalera hacia el dormitorio, cargando la cesta llena de ropa. Se había pasado toda la tarde doblando calcetines, haciendo desaparecer arrugas y remendando alguna costura huidiza de las camisetas de Ana, su pequeñuela; ahora le tocaba colocar. No le importaba realizar cualquier tarea de la casa, pero planchar la sumía en un letargo del que no se lograba desprender ni tan siquiera al desenchufar la plancha.
            Empujando kilos de ropa y soledades llegó a la habitación; colocó la cesta encima de la cama y comenzó a colgar las camisas en el armario. Abrió el cajón de la cómoda de Pedro y tiró los calcetines que cayeron amontonados como sus pensamientos; introdujo la mano para colocarlos y chocó con algo al fondo del cajón. Era un sobre de color sepia, muy arrugado. Lo abrió y saco de él la foto de una mujer. Era rubia, con una melena en cascada y un mechón de pelo sujeto por un pasador brillante en forma de mariposa. Tenía los ojos penetrantes, de color verde  y una sonrisa que formaba dos hoyuelos en la comisura de los labios. María se dejó caer en la cama sin soltar la foto. Un escalofrío recorrió su vida. Nunca se hubiera podido imaginar que Pedro tenía una amante. Se estremeció su corazón y se  nubló su mente; dos lágrimas resbalaron por su cara hasta caer al suelo y salpicar el infinito. Volvió a meter el sobre en el cajón y dando un portazo se fue levitando hasta la cocina.
            Ana oyó un ruido sordo; su madre tenía un mal día. Sigilosamente entró en el dormitorio de sus padres, deslizó la mano en el cajón de la cómoda y halló su tesoro. Mirar la fotografía, le infundía calma; se sentía feliz reflejada en esos ojos tan verdes y en la dulce sonrisa que le recordaba a la suya. Le maravillaba contemplar la foto de su madre en su juventud ¿Por qué sería ahora tan diferente? Algún día se lo preguntaría.

Taheus

Relatos FM

Música para escuchar con los pies


Cuando Bugler llegó a Nueva Orleáns, la ciudad lo recibió con música en el aire. En esa época, el delta del Mississipi irradiaba un bullicio vital.
Su familia había dejado atrás las plantaciones de algodón donde sus ancestros trabajaron a cambio de choza y comida. Nada poseían, excepto el recuerdo imborrable de las danzas y cantos de su África natal, y esa música les había ayudado a soportar la angustia de la esclavitud.
Al igual que ellos, Bugler llegaba con un equipaje que sólo contenía ritmo y melodía.
Inducidos por un gran sentido místico, su familia había adoptado el cristianismo. Acostumbrados como estaban a iniciar sus ritos religiosos con canciones y bailes, pronto introdujeron palmas y movimientos rítmicos en las misas. Las voces negras, desgarradas y de un timbre de voz muy particular, cantaban melodías conmovedoras, con temas de oración y súplica. Bugler participaba en esas ceremonias y pronto los spirituals se incorporaron definitivamente a su vida.
Aún tenía pantalones cortos cuando descubrió un comercio en el que pudo acariciar trombones, cornetas y clarinetes. Hasta entonces sus instrumentos musicales habían sido una armónica acompañada por tañidos de una palangana de metal.
La tentación fue irresistible: Bugler huyó con una trompeta y fue apresado.
Para evitarle el duro paso por el reformatorio, un párroco asumió la responsabilidad de hacerle cumplir la pena tocando en la banda de la iglesia, encargada de los funerales.
Una larga procesión, integrada por familiares, amigos y vecinos, se dirigía al cementerio mientras la banda acompañaba al muerto tocando himnos lentos y tristes. Pero un día, al regreso, Bugler comenzó a tocar de nuevo y el resto de la banda se le sumó. Tocaron marchas, melodías y ragtime. Pudo parecer una falta de respeto pero la opinión general era que el muerto ya estaba en el cielo y podían regocijarse con él. A partir de entonces, la música sincopada se incorporó definitivamente a la ceremonia, y a la vuelta de los entierros la gente se apiñaba para ver el inefable jolgorio de las bandas.
Ya adolescente, Bugler empezó a tocar su trompeta en los bares de negros de Storyville, el barrio de diversiones nocturnas en Nueva Orleáns. En ese ambiente prostibulario, de garitos, cabarets y burdeles, donde la búsqueda del placer era un objetivo legítimo para la vida, el joven Bugler se hizo hombre.
Como carecía de estudios musicales, tocaba de oído e improvisaba. La trompeta era una extensión de su voz. La música le salía del alma, como una vivencia espiritual, llena de amor y dolor, expresando la ilusión y el desencanto de un negro en el mundo del hombre blanco.
Esos timbres instrumentales insólitos estaban impregnados de algo mágico: el swing. El alma del jazz.
Pronto Bugler se transformó en un fenómeno musical.

Tiempo después llegó Shadow, un saxofonista que había triunfado en Chicago integrando una de esas orquestas que tocaban para acallar la violencia de los ajustes de cuentas.
Shadow soñaba con un público silencioso y atento. Fiel a su formación académica tocaba música para escuchar con la cabeza en vez de con los pies. Era un auténtico virtuoso del saxo que evitaba las emotivas improvisaciones. Sus críticos decían que era un negro que tocaba como los blancos.
Dentro del amplio universo del jazz, Bugler y Shadow estaban en las antípodas. Eran como el día y la noche. Uno buscaba un estilo original que reflejara su propia voz. El otro pretendía la perfección formal.
Ambos aspiraban al trono del jazz en Nueva Orleáns y el choque fue inevitable. Uno era el mar y el otro la roca que desafiaba su vaivén.
Fue entonces que amigos de Shadow llegaron desde Chicago y quemaron el bar donde tocaba Bugler. La respuesta no se hizo esperar y Shadow fue amenazado de muerte.
Ante la espiral de violencia, los imparciales amantes del jazz propusieron resolver el pleito mediante un enfrentamiento personal entre Bugler y Shadow, solos, frente a frente, en un duelo.

El vapor de las calderas impulsó las grandes ruedas de palas y el barco comenzó a surcar las aguas del Mississipi. Su ancha cubierta estaba llena de gente, pero nadie prestaba atención a los caimanes que se deslizaban por la costa pantanosa, ni a las lucecillas parpadeantes de los pueblos lejanos. Simplemente querían ser testigos de un enfrentamiento inolvidable.
A la hora señalada, con una puntualidad inusual, el maestro de ceremonias anunció a toda voz:
-Señoras y señores ...en este rincón ...oriundo de Nueva Orleáns ...¡¡¡Bugler!!!.
Antes de que terminara la frase, un griterío ensordecedor partió de la cubierta y se expandió sobre el río.
Una vez acallados los gritos de los admiradores, el presentador continuó:
-En aquel otro rincón ...procedente de Chicago ...¡¡¡Shadow!!!.
Ahora, los nuevos gritos de exclamación se mezclaban con silbidos para el  visitante.
Finalmente se escuchó la temeraria instrucción:
- El único resultado posible es el abandono de uno de los contendientes.
Aún no se había acallado el murmullo, cuando sonó la campana.
Entonces, simultáneamente, la trompeta comenzó a sonar desde la proa y el saxo le respondió desde la popa.
El cielo se oscureció y las estrellas se asomaron a contemplar el duelo. Aún no amanecía cuando una densa niebla cayó sobre el río poniendo una sordina a la trompeta y al saxo.
De pronto un terrible sacudón y un ruido estremecedor conmovieron a pasajeros, tripulantes y duelistas. El barco había chocado con otro y se hundía rápidamente. En medio de un griterío infernal la mayoría se tiraba al agua intentando alcanzar la orilla.
Pero Bugler y Shadow seguían tocando.
Solo cuando el barco desapareció de la superficie el silencio se adueñó del río.
El Mississipi, ese eterno crisol de razas, culturas y ritmos, acogió a Bugler y Shadow, trompeta y saxo, pasión e intelecto, y los integró en una melodía superadora.
                 --o--

Jazzman

Relatos FM

Principia


"Toda fuerza ejercida por un cuerpo es directamente
proporcional a la aceleración que experimenta"
Isaac Newton.


Tomó la suficiente carrera. Comprobó antes de dar el salto que todo quedaba como él había planeado. Si caía como tenía previsto, aun dispondría de unos segundos para captar en su retina la última instantánea de la vida en el momento en que abandonamos este plano. Sería un golpe mortal. El estruendo de su cuerpo contra el suelo sacudió el asfalto. Una enorme convulsión se apoderó de los viandantes que transitaban la zona. Sus ojos quedaron fijos en aquella imagen surrealista, movida y un tanto borrosa con  la que la vida se despidió de él. La superposición de diversos elementos dentro de la misma le otorgaba el más puro estilo expresionista de Francis Bacon. El azar se encargó de captar en ella los distintos ciclos de la vida del hombre de manera retrospectiva, en primer plano: vejez, madurez y juventud, como vaticinio acelerado e incompleto de su existencia. Tras ellos, el flujo vital de sujetos errantes diluidos en un coro de ánimas perdidas que salen a su encuentro. Avanzaban en múltiples direcciones, llevados de acá para allá por motivos distintos. Una sonrisa helada despidió su vida. Logró captar el instante decisivo del adiós a su alrededor. Verificó la hipótesis que en su tiempo realizara Isaac Newton, sobre las fuerzas de la naturaleza a través de la fuerza de la gravedad. Cayó a pocos metros de la entidad bancaria que ocupaba el bajo del edificio donde habitaba, en hora punta. Logró de este modo que las cámaras de la misma grabasen su despedida; ese momento crudo y macabro inmortalizado por la lente, que antecede al espanto provocado por el suceso en los transeúntes que circulan a esas horas por la zona. Conquistó el instante decisivo y glorioso donde la existencia permuta antes de desaparecer. La calle se transformó en una enorme barahúnda. El caos, el desorden y
la confusión se sucedieron a escasos pasos de él. Habría ansiado contemplar con mayor perspectiva la expresión de aquellos rostros anónimos, consternados, cargados de una angustia precoz; palpar en el aire el desconcierto, el horror. Las sirenas de la policía y ambulancia se abrieron paso entre colmenas de personas hacinadas sobre el cuerpo. Acordonaron la media docena de baldosas que ocupaba. Disgregaron el aturdido hormiguero de la zona, mientras el equipo médico del 112 cubría el cuerpo con una sábana blanca en la que se podía leer el nombre del hospital al que no llegó. Los agentes dieron parte desde la unidad móvil para que el juez acudiese a levantar el cadáver. Llegó una nueva patrulla policial. El magistrado tardó bastante más en hacer acto de presencia. Mientras el bullicio era dispersado, los miembros de la segunda patrulla comenzaron a preguntar a vecinos y comerciantes concentrados en el lugar, si conocían al sujeto o podían facilitar algún dato sobre él. Habían comprobado que el individuo no portaba documentación alguna que hiciese posible su identificación. Asunción, dueña de la frutería de la esquina, claramente afligida, reveló a uno de los agentes que ella sí conocía al joven, entre sollozos ahogados en un mar de lágrimas, con un frágil hilo de voz apenas audible. Presentaba un alarmante estado de ansiedad. La frutera informó a la pareja policial que el joven era inquilino del ático B del bloque de edificios que se alzaba sobre la sucursal bancaria, frente al establecimiento regentado por ella. Comentó que el chico era irlandés, se llamaba Aidan McNealy y hacía algo más de un año que residía en el barrio. Cursaba una beca postgrado que posibilitaba la estancia del joven en el extranjero después de haber finalizado la carrera, como miembro del Departamento de Filología Inglesa en la Universidad Complutense. Sacaba unos ahorrillos escribiendo para otros y había iniciado un singular proyecto en colaboración con la Real Escuela Superior de Arte Dramático de la ciudad. Vivía solo. En los últimos meses se le había visto acompañado en numerosas ocasiones de una joven pelirroja, con aspecto de extranjera, por el vecindario. El joven solía comprar abundante fruta fresca y consumía té negro a granel acompañado de sabores distintos, que conseguía en el herbolario que hacía esquina con el mesón, dos calles más abajo. La chica de cabellos rojizos, también de origen irlandés, se llamaba Sara. Era profesora y directora de escena en la RESAD. Compartía piso con dos compañeras, tres manzanas hacia el este del punto en el que se encontraban. Aidan y Sara se conocían desde sus primeros años de juventud. Ambos eran de Dublín y habían frecuentado los círculos artísticos y literarios más destacados de la capital irlandesa. Ella era algo mayor que él. Mantuvieron un apasionado romance que finalizó cuando Sara decidió viajar por varios países de Europa  para ampliar su formación. Aquella ruptura destrozó a Aidan. Gracias a un sitio Web de tipo red social, a través del correo electrónico, tras seis años sin saber el uno del otro, se localizaron y reanudaron de nuevo el contacto. Ella actualmente estaba instalada en Madrid. Al comentarle Aidan que quería pedir una beca postgrado en España, Sara le aconsejó que la solicitase en la Complutense. Fue entonces cuando decidieron poner en marcha un novedoso proyecto, que uniría literatura y teatro de calle, para ser estrenado a finales de mayo en la capital. La idea consistía en una versión vanguardista y bastante sincrónica del Romeo y Julieta de Shakespeare, considerado el escritor más importante de la lengua inglesa, objeto de estudio por el departamento para este curso. Cercana la fecha del estreno la joven irlandesa informó a Aidan que una vez finalizado el proyecto, aceptaría una beca como profesora adjunta del Departamento de Lengua y Literatura en  la prestigiosa universidad de Columbia (EEUU). De nuevo el enorme corazón del Atlántico de interpondría entre ellos. La policía accedió al ático de Aidan sin dificultad, la puerta no estaba cerrada. La claridad del ventanal abierto cegó de inmediato a los agentes y el volumen de la canción que se repetía sin cesar en el equipo de música los aturdió. En el amplio cristal que ocupaba el balcón, escrito con pintalabios rojo se leía la frase que dictaba el estribillo de la canción: "Baby, I hate days like this", de Mika. Junto al teléfono descolgado, un grupo reducido de letras improvisadas sobre el papel mostraban el mensaje de despedida. Sonó el walkietalkie de la policía. Aviso urgente. Tres manzanas hacia el este del punto en que se encontraban, una chica extranjera y pelirroja, se acababa de arrojar al vacío.
"Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes"  Isaac Newton.

Relatos FM

Yo también crucé el estrecho


Reminiscencia de mi memoria, como nacida en el antiguo Reino de Granada, algo de civilización árabe, de cruce de caminos y sangre, debo llevar en mis venas cuando tanto me atrae esta ancestral cultura. Me he contaminado y lo sigo haciendo cada día, con lo bueno que cada pueblo me transmite, tomando prestado aquello que me hace sentir bien y crecer como persona.

   Aunque abrí los ojos a la vida en el pueblo más septentrional de la provincia de Granada,  señorial hasta en su mismo nombre: Puebla de Don Fadrique, impuesto por el  II Duque de Alba, de los Álvarez de Toledo, capitán general de las cruzadas de la cristiandad en épocas medievales, no entiendo de guerras santas superada ya la primera década del siglo XXI.   

   Ha llovido mucho desde que el general Táriq pisara el actual Gibraltar, que desde entonces lleva su nombre.Ẏabal Tāriq (جبل طارق), o "montaña de Táriq", quien dirigió el desembarco en este lugar de las fuerzas del Califato en el año 711. A partir de ese momento, las luchas entre cristianos y musulmanes fueron el pan nuestro de cada día hasta el 2 de enero de 1492, fecha de la toma de Granada por los católicos reyes, Isabel y Fernando, estandartes de la cristiandad.

Aparte de los enfrentamientos, no podemos obviar los tiempos de convivencia, de paces pactadas, mudéjares, moriscos: ocho siglos de mezcla de culturas no es poco. La cultura islámica estuvo presente en nuestro país durante su época de mayor esplendor y nos guste o no, la historia es inalterable y está escrita para perdurar en el tiempo, para el conocimiento de generaciones venideras. No así el presente o el futuro. Uno se forja con las vivencias diarias, otro está escrito en las delgadas líneas del destino. Dicho esto, no podemos negar nuestra conexión con la cultura árabe, lo tenemos presente cada día: en nuestro idioma, nuestras tradiciones y costumbres, nuestro arte y cultura, sobre todo en Andalucía.

   Me gusta pasear por las calles de Granada. Por los aledaños de la Catedral, antigua mezquita mayor, el aire se impregna de aromas de plantas y me traslada al mercado de las especias de Estambul: los olores tienen esa cualidad, te hacen viajar al pasado. La Alcaicería, al-Kaysar-ia o "lugar del César" nombrada en honor al Emperador Justiniano, que permitió a los árabes fabricar y vender seda, nos transporta al Gran Bazar de antaño, que se extendía desde la Plaza Nueva hasta la plaza Bibrambla, centro de la medina. Sus calles me hablan de mercaderes, de sedas de Damasco, de incrustaciones minúsculas o taracea, de orfebres, de atuendos de danza del vientre, de farolas que te hacen ver la vida según del color del cristal con que se mire... La Madraza, en la calle Oficios, me habla de cultura, de intelecto, de ciencia, de etimología de palabras... El cercano Corral del Carbón es la única alhóndiga que se conserva en España desde la época nazarí. Toda Granada rezuma un cóctel de costumbres varias:  por algo huelo a alhelí en muchos de los zaguanes del barrio del Realejo de Granada, no es casual que el alfajor, el ajonjolí, el azafrán, formen parte de los olores de este reino de  confluencia de civilizaciones.

La Alhambra me narra cuentos de las mil y una noches. Sus paredes me hablan de épocas de gloria, de sultanes, de reyes, de profetas,  de paseos interminables por los jardines del Generalife. Sus fuentes me susurran, cantarinas palabras de amor escuchadas a través de los tiempos... Aquí, donde ahora suenan campanas, antes almuecines convocaron a la oración, cuando los campanarios eran alminares.

   Miro hacia la Sierra Nevada, sus plateadas cumbres dominan la ciudad y la arropan, embelleciéndola aún más si cabe. Su más alto pico, cenit de la península ibérica, me recuerda que allí yace, según la leyenda, el penúltimo rey nazarí de Granada: Muley Hacén, padre del rey desventurado. Cuentan que cansado de lo terrenal y de las banalidades de los hombres, dispuso que a su muerte lo enterrasen allá donde la montaña casi acaricia el cielo.

   Si dejo Granada para fundirme con las olas que arriban a la Costa Tropical, el Suspiro del Moro me recuerda el triste adiós de Boabdil a la ciudad paradisíaca que le vio nacer. Y por muchos años que viva, cada día podré descubrir un nuevo rincón en esta bella ciudad que tanto me fascina

Si rebobino los fotogramas de mi vida, me observo adolescente, en un Ferry que me conduce desde Algeciras a pisar tierra africana por primera vez: Ceuta, cenit de la ilusión de un viaje de estudios por tierras de Al-Andalus. Y me visualizo en un puente entre civilizaciones, dominado por Hércules, nexo entre pueblos, religiones, culturas, países y continentes. Y si las aguas del Mediterráneo no rehúsan mezclarse con las del Atlántico: ¿por qué los hombres habríamos de ser reticentes al confluir de tradiciones y costumbres?
   
En mi segundo paso del estrecho diviso delfines acompañando nuestro viaje. Alegran nuestra mirada con divertidas piruetas en el aire, nos hacen esbozar una espléndida sonrisa... ¡cuan entrañables son los animales, de los que nos queda tanto por aprender! En el instante preciso que observo embobada la blanca estela que deja nuestro paso,  me vienen tristes pensamientos de las vidas de los hermanos que han dejado su aliento en estas aguas, almas que ahogaron sus sueños en la búsqueda de un mejor destino. Pusimos vallas al monte y fronteras al mar; los delfines, afortunadamente, no necesitan pasaporte.

Y miro a un lado, luego al otro, y no entiendo de gentes de primera o de tercera, sólo veo montañas, mares y seres humanos, perfectos en lo corporal, pero  tan imperfectos en moralidad, que no deja de asombrarme la inexistente puesta en práctica de los valores impuestos por las religiones.

   Y en nuestro navegar, sigo sin percibir una línea divisoria entre lo desarrollado o subdesarrollado, entre Europa y África. Sólo veo un paisaje precioso, un cerúleo cielo  y un sol que nace, brilla y calienta diariamente para todos.

   Es el último día de agosto. Al llegar a la frontera encontramos varias filas de coches que vuelven a la vieja Europa, trabajadores de papeles reglados que vuelven en vacaciones al reencuentro con sus orígenes, a pasar unos días con los suyos, tal como hacemos todos en estos  días estivales. Otros se cruzan en  sentido contrario: es el vaivén migratorio de miles y miles de personas que anualmente pasan en el Estrecho. Traen sus bacas atestadas de enseres para sus familiares, muebles, ropas... ellos no compran caros perfumes que se evaporan en el ambiente. La belleza de la humildad habita en sus brillantes ojos, en sus blancas sonrisas. El consumismo no les ha envenenado aún el alma.

   Nuestro barco atraca en el puerto de Ceuta, ciudad autónoma. Nos disponemos a cruzar la frontera mientras observo cómo decenas de porteadores, con sus bultos ocultos en oscuros fardos, cruzan desde la ciudad hasta el país vecino: Marruecos. Y esquivan la línea divisoria surcando los cerros contiguos. Hay bastantes mujeres, algunas de cierta edad. Portan para ganarse el pan de cada día, mientras nosotros les observamos a través del cristal opaco del desconocimiento, salvando distancias.

   Nos dirigimos a Tetuán. Circulamos en autobús junto a la costa. Me parece raro ver a los hombres bañándose en la playa, con atuendo "europeo", mientras sus mujeres visten largas y oscuras túnicas que sólo deja entrever la belleza de sus ojos. Respeto sus tradiciones y admito sus hábitos de desigualdad, siempre y cuando sea consentida por ellas, pero no la comparto para nada, nadie me podrá privar nunca de sentir los rayos del sol estivales sobre mi piel  desnuda.

   La ciudad se sitúa a cuarenta y dos kilómetros de Ceuta. En el camino compruebo cómo la burbuja inmobiliaria de nuestro país ha crecido tanto que ha extendido su pompa hasta estas vecinas tierras. "La paloma blanca" nos recibe engalanada de estancia vacacional del rey de Marruecos, Mohamed VI. Es casi mediodía cuando iniciamos nuestra ruta turística por la medina. El acceso a la misma se realiza por una de sus siete puertas labradas, entre las que destacan Bab Sebta, cerca del romántico cementerio judío y Bab Oqla, que da al Museo de Artes Marroquíes. Su atractivo nos cautiva, deambulando por sus calles estrechas, impregnadas de olores y colores, llegamos a desembocar en plazuelas que rebosan encanto. En cada calle encontramos un gremio de artesanos: bordadores, curtidores, tintoreros, tejedores... La medina además, cuenta con varias mezquitas, sin duda la más bella es la de Sidi Es-Said, cuyo minarete está adornado con azulejos.

   Sus calles vierten aromas frutales por doquier, mezclados con  olores de pasteles morunos.  En Tetuán el movimiento de "los ojos" se acentúa en la búsqueda de los colores vivos de los frutos de las fértiles tierras cercanas. En esta ciudad viven muchos de los descendientes musulmanes de los granadinos que marcharon del último Reino Nazarí de la península ibérica,  que aún recuerdan el paraíso añorado, emociones de tiempos pasados transmitidas de generación en generación.

   Si la ciudad en la que vivo, Granada, es la  más árabe de nuestro país, Tetuán es la ciudad más española de Marruecos. Sus habitantes más mayores siguen hablando un castellano medieval, los rótulos de los comercios nos recuerdan que fue la capital del "protectorado" español entre 1913 y 1956.    Así lo observo en la antigua farmacia que visitamos: fórmulas magistrales y  remedios ancestrales para la curación se guardan entre las paredes de este dispensario, custodiadas en antiguos tarros de cerámica.

   Los olores de las esencias apaciguan el alma, nos ofrecen el elixir de la relajación. Quiero traerme las variopintas vivencias y todo lo que perciben mis sentidos de la manera más natural, guardadas en un pequeño tarro de cristal, después lo abriré en mi "civilizado y desarrollado mundo", donde la química está desbancando a la curación que nos brinda la sabia naturaleza.

   Para el almuerzo nos reciben en una antigua casa de comidas, dónde unos músicos vestidos con originales atuendos marroquíes, amenizan la degustación de platos y dulces típicos, todos nos sentimos agasajados por el buen recibimiento. Converso con un camarero sobre la receta de los "cordiales" que elabora mi madre en época navideña, sin duda, algún antepasado suyo se la transmitió antes a los míos, los ingredientes son claramente característicos de la repostería árabe: almendra, azúcar, patata, huevo. Al terminar dejamos buena propina sobre el mantel, como es costumbre por estos lares.

   Junto a nuestra mesa hay un balcón que da a un pequeño jardín, me asomo curiosa para contemplarlo, pero lo encuentro muy descuidado. La arquitectura se asemeja a la que sus antepasados nos dejaron en Granada, pero sin esa grandeza palaciega.  Estamos en el centro de Tetuán. Los artistas, con sus coloridos instrumentos, continúan creando  música llena de melodía y ritmo, cuando terminan de tocar, pido a uno de ellos que preste a mi hijo un laúd árabe para retratarlo. El chico no duda en prestarle también su tarbuch rojo.

   Nos dirigimos hacia la plaza de Hassan II, donde se encuentra el Palacio del Califa, construido en el siglo XVII por Mulay Ismail y que actualmente es el Palacio Real o Dar el Makhzen. Esta plaza une la ciudad moderna con la medina. A nuestro paso, en los alrededores del Palacio nos encontramos con una vigilancia excelsa: el rey Mohamed VI se encuentra dentro de las dependencias. El contraste de la riqueza y pulcritud del entorno con el resto de la ciudad se hace más que evidente.

   Y ya entrada la tarde, con el sol descendiendo, decimos hasta siempre a Tetuán. Allá dejamos volando "la blanca paloma" del reencuentro con parte de nuestras costumbres, del acercamiento con las gentes que aún hablan nuestra lengua, detenida en el tiempo de un adiós. Nuestros vecinos de Marruecos acogieron a los descendientes de aquellos que, con su  inteligencia, ciencia, arte y buen hacer, hicieron posible que nuestros ojos un día descubrieran y admiraran las maravillas y los secretos que esconde la Alhambra.

Aroma

Relatos FM

Las paredes no te hacen invisible


Las paredes no te hacen invisible. Oigo, a través del cemento, cuando respiras el olor del pasto que acabas de regar, cuando le murmuras al gato rayado que atraviesa raudo el jardín; cuando caminas por la terraza embaldosada, despacio, tratando de no arrastrar los pies.
   Me he detenido, más de alguna vez, en el punto de la pandereta donde intuyo que está el medidor de agua. Allí, con la bolsa del pan colgando de la muñeca izquierda, acerco la cabeza al muro. Entrecierro los ojos.
      He recogido unas tablas viejas del sitio de al lado. Desde hace seis meses están construyendo un edificio. Es poco lo que avanzan, y más el ruido que hacen las máquinas y los hombres que se encumbran en el hormigón desnudo. Desde ahí me acechan, gritándose los unos a los otros, mientras me pego más y más a la pared.
      Es que es el ruido. Está ahí, casi todos los días. La demolición de mi casa no se lo ha llevado, la construcción nueva no lo ha podido ahogar. Cuando se desliza la corbata través del nudo, haciendo rozar la tela azul a través de sí misma y alrededor del cuello de la camisa; cuando choca la hebilla del cinturón contra la mesa de vidrio del comedor, justo antes de que lo ajustes. ¿Por qué no los botas? Esos fantasmas inquietantes que te he regalado no me dejan tranquila. Cada vez que paso a comprar el pan, tu murmullo detrás de la pared de cemento.
      Aquí, en la mitad de la calle.
      ¿Hasta cuándo me vas a seguir molestando? Me cambié de casa, dejé botado al gato. Ya no te mando más cartas, y no me paseo tan seguido por esta cuadra.
      Sé que treinta años no pasan en vano, pero también podrías ser un poco más considerado conmigo. Bota la corbata, el cinturón. Terminemos con esto. Estas paredes no te hacen invisible. Estás ahí, detrás del estuco amarillo. Ese estuco áspero, firme; como para arrimar las tablas, sacarse los zapatos, sujetarse firmemente al pimiento; sentir la aspereza de las piedritas raspándome los dedos de las manos resecas y arrugadas, de los pies lacerados; la gravedad resistiéndose, los músculos tensándose, la falda de lana enganchándose en la guarda de púas negras metálicas del extremo de la pared.
      Tú, harto más viejo, regando. Como en otro jardín, de otra casa. Pongo el pie sobre el medidor, que vibra suavemente mientras contabiliza el agua de la manguera y, aprovechando que no tengo suelas, entro a hurtadillas a tu pieza.

Jahir

Relatos FM

Incidente-venganza


1- El incidente

La noche parecía más larga y fría que lo habitual. Yo escribía por escribir y la ventana estaba abierta aunque la ciudad estuviera repleta de una brisa de baja temperatura. Cuando la luna estaba rodando en el mismísimo centro del cielo negro el incidente entró volando inesperadamente por la abertura . Se introdujo en forma de paloma, envuelto entre los dientes de mi gato que en los crepúsculos duraderos era el gato de los tejados. La hembra, su sangre y sus plumas revolotearon entristecidas y arbitrarias por toda la habitación. Me rodearon, y yo permanecí durante aquel momento estupefacta, muy quieta, con el cigarro en la boca y las manos manchadas de carbón de lápiz.
   El griterío animal era de espanto. La sangre saltaba finamente y dibujaba trazos agónicos sobre alguna pared.
   Un segundo de quietud felina y la paloma había muerto, muerta al instante en el que la última pluma voladora aterrizó sobre la punta del piso.

2-La venganza

Otra noche, cercana a la del incidente, yo hacía lo mismo en la misma posición, o eso creo recordar. Tal vez, en realidad, recuerde otra cosa.
   La ventana seguía abierta porque nunca la cierro ni se cierra sola. Está abierta toda la vida y por ahí esta vez entró torpemente la venganza. Era gigante; era macho: un palomo. Sus ojos brillaban en lo vaporoso de la madrugada como un par de gotas de sudor inoportuno. Gruñía y se erizaba.
   Parecía haber planeado todo con exquisita exactitud porque aquella noche el gato de los tejados extrañamente era el mío y ronroneaba en la espesura de la esquina de mi cama.
   El palomo gigante meneó virilmente el pescuezo y se abalanzó hacia el causante de su dolor. Lo mató de un certero y fatal picotazo en el pecho y desapareció volando sobre su tino.
   Las sábanas azules goteaban.
   El cigarrillo se me cayó de la boca.

Guata Cucú

Relatos FM

Presente, ausente


"Cuando un niño no quiere abrir su mano para mostrarnos lo que en ella se encierra es que seguramente esconde algo que no debería haber cogido" (Sigmund Freud).

Aún recuerdo el periplo...¿lo recuerdo aún? Soy un hombre en quien todo es duda, pero seamos cuerdos en nuestra locución "traída de los cabellos". Entre el estado de vigilia y el onírico, está la circunnavegación señoreante del ánima toda, quizá en derredor del purgatorio, pues hay muerte, gracia, pena y gloria, solo que en sentido levógiro del reloj de cuco de una Tierra paralela, o tal vez del tenebroso Hades entre sombras insepultas, visiones fantasmagóricas de deudos, helados amores que ya no se fundirán..., hasta afrontar al mismo tiempo los dos sempiternos senderos: el que conduce al orco de la mano sarmentosa de Plutón y el que desemboca en los sublimes campos elíseos. He ahí al cabo el relato de mi alucinación concatenada.

La noche, picada o no de viruelas, es una abuela de luto y luctuosa que instila a hiperestésicos horizontales e inmobles cuentos imposibles para el "Viejo farol". En una de tantas, se me arrimó inopinadamente caracoleada de armadillo y, en un acto fallido, sin paular ni maular, me achispó un beso con sus belfos abisales.
...
"Zzzzzzz...¿Despierto me hayo, o me hallo despierto? ¡Chis, retruécano!: nunca antes fui tan lechuza, porque mi corazón siente: "el cerdo sueña con bellotas y el ganso con el maíz". ¡Qué albor de imágenes y ululeos en roseta recamados!
...
Zzzzzzz...'Prior in tempore'...Moqueta naranja...Azul y rojo...La camiseta del Barça está tirada en el suelo...¡Me queda bien, muy blonda, "bellisimo"!...¡Muacc! Es mi habitación, solo mía. A Javier no le quiere tanto, porque yo soy rubio...El león, que también se sienta en mi habitación, no me besa porque es catalán, pero jugamos juntos y gano yo, aunque luego me duelen las muelas...Salesiano. Chano-barbas es bueno porque no es cura y nos deja jugar en clase los viernes por la tarde. Yo sé ajedrez y le gano. Tengo muchos amigos: yo soy el jefe...¡Mmmm!...¡Marimandón, marimandón!...mmmmm, ¡traidores de corrillo!...¿Qué pasa?, tengo seca la inocencia y su mano de paloma me abandona en expósito porque me he vuelto repugnante y peludo y además me arranco ramas...Cuchilla de afeitar, chaqueta, corbata larga y hedor. ¡No quiero este pan carraco, no tiene migajas!...Pegaso y yo...¿¿yo??...muerden el hipotálamo, hipopótamo enhiesto de las siete en punto en todas las capitales...Mmmmmm...Huele a mar, a gasolina, a yates y a niños ricos melindrosos con humillos...¡Pasito blanco, pasito blanco! Estoy en un pasito blanco, enamorado de mí, en otro pasito doble. Nos atraemos mutuamente, como gemelos trastornados en mellizos que no suben escaleras...Vuela ciego un abrazo blanquirubio de bondad. ¡Apretón infantil, mullido, asexuado, titilante! La fugacidad del momento leonado se eterniza conmovido hasta el límite de la emoción...Oruga y sal...Cuerpo libado por la consunción: en carne viva el tegumento del alma invertebrada, medusa transparente y fosforescente de éxtasis...Eutanasia de amor inefable en el mar rojo siguiendo la estela espumosa y lejana, tan lejana, del melifluo batel...Jorge Isaacs y la virgen: '¡cuánto te amara, cuánto te amé!'
...
Zzzzzzz...-¿Siempre has estado a mi lado, ¡y solo has escrito esto!? ¡Te has burlado de mí!: devuélveme los buñuelos franceses, ¡todo ha acabado entre nosotros! ¡Y hueles a cabra sin luna! ¡Silencio!: vuélvete a casa de Bernarda con sus dulces berroqueños-. Desolado y desierto me quedo, como Saulo-mar-Torón...¡Ni un verso siquiera lee! Con sus ojos cavernosos y cetrinos arroja a mi cara el pequeño poemario y se queda dormido sobre las teclas del piano refocilado. Su decepción de boca de guitarra, las cinco cuerdas rotas, deslee 'impresiones y paisajes'...Un pingüino-notario empaña con su hiperbólica lengua tinta nuestro vínculo natalicio...Encono de delación entre los rosales: ¡lo odio tanto porque me da la gana! ¡Firma boquirrubio; firma con dedo negro contra los diez rosas, que la guerra de metacarpo y metatarso no sabe de cigarras entre la cáfila y la bullanga!...¡Mmmmmm!...¡Paroxismo!, ¡perdón!, ¡socorro!, ¡arránquenme el bigote al pelo de Dalí! ¡No le odio, me hirieron sus palabras de río sin vado!; ¡no fui yo, no fui yo, me eclipsó la artera contumacia! ¡Todo es impostura, drama de trama urdida!...¡Tarde, tarde, no hay Fortunata!: la granada estalla sin simiente. ¡Nada, nada, la redonda individualidad mutilada en su pináculo!...¡Ah, pero!...

Zzzzzzz...Apercepción, caletre, completud: ¡tanto tiempo vacío de hipóstasis! ¿Por qué?...-¡Lo sabes, lo sabes!: no eres nadie, ¡pazguato, consonantes sin vocales!; yo te veo dentro, ¿pero te admira alguien fuera, adefesio? ¡No!...¿Adónde vas?, solo es un espejo. ¡Joder, le tienes aún más pavor que a las chicas con tu enano revólver! ¡Eres un infeliz!...¡Oh, ya sé que no eres culero!, pero no estudies tanto, que te vas a volver loco de remate. No hay compensación, no la hay...Duele hincar los codos, ¿eh? Solo memoria...¿Ajedrez?, no es lo tuyo, mi niño, espabila, es un juego de inteligencia: ¿ganaste?: sí, eres el mejor entre los torpes; ¿perdiste?: que esperabas, si te derrota hasta una ventana. ¡Al diablo con el timorato!...¡Vas progresando, pulgón de cornicabra, de petimetre te va mejor! Sigue poniéndote colorete y lentes de color en esa fea jeta los sábados por la noche; ¡y gomina, puaj! Algunas te sonríen e incluso se te acercan...Es del Salesiano, nunca te había dirigido la palabra. Casi no te reconoce, dice. Claro, ¡cómo que está conversando con un maniquí empolvado, con polvo y sin polvete!, ¡uaaah!...¡Con qué frenesí idolatras a Andrés Bello! Todo en él son prendas: belleza, altura, don de gentes...y un yate, yate-yate...¿Eh?. Allí lo descubres: no es tu amigo. Te lo paga todo sí, pero solo por tu hipomanía de escuchar a los demás. Menudo timo; ¿otra de tus malditas compensaciones? ¡Puercas! Yo, fagocito, me trago a esos cadáveres celulares filiformes...Te confiesa que el 3 es su número favorito y frecuenta los pubs de arañas. ¡Imbécil!, ¿para qué le acompañas, si te asquean las llaves?...Puede que el título diga que estás derecho, pero yo te sigo viendo torcido, leguleyo...¿Oposiciones a la Comunidad Autónoma? Trabaja, trabaja, ya verás....¡Pobrecito!, ¡te marginan por horrendo, aburrido y baboso!...¡Jajajaja, ¿todavía virgen?! ¡No tendrás nunca una casa con balcones!...Así me gusta, ¡regodéate en tus propios abrojos, machorro!...Solo diez años, y lo he conseguido: ¡ya anido en tus ojos, es indefectible!-...Mmmmmm...blanco inmaculado...huele a incienso y a carruaje de querubines come-diatribas...'¡El Inmarcesible!'...tres por dos...esa bata ampa claveteada me ausculta con ojos salvíficos...tres por dos...¿Dónde está el corazón?...¡Freud!, ¿qué haces transfigurado de "El Salvador"?...uno por dos. ¡Qué bajo me veo con esta corcova!...Diente de leche extraído: epanadiplosis de Edipo. ¡Basta Antígona, no me circuncises!...¡El inmolado sacrosanto me transustancia!...tres por dos. Esta túnica púrpura está mejor...¡No te vayas aún, siento confusas las infusas!...se fue con alas de Lázaro...Rima séptima de Bécquer, el laúd es de Cástor y Pólux...¡ya llega la cornucopia de nieve acendrada! Tañe la cuerda cerúlea, es la que está más polvorienta; ¡qué bien hueles a mí!...dos por dos: por fin me salen las cuentas. ¡Gracias, abalorio descalzo con olor a hierro!...Mmmmmmm...Hiedo a polvo y ciprés, ¡que sordidez!
...
Zzzzzzz...El negro es natural, pero hay fuego artificial en el camposanto: estallan glauco, púrpura, ¡violado! Malva llora cóleras de pompas zalameras; a su planta ladra verde un martillo kilométrico enardecido. Baila esperpéntico en círculos concéntricos: salto a salto, reduce a cenicienta lápidas, sepulcros, tumbas, nichos, cúpulas y panteones petimetres, dejando descalzos miles de zapatitos color calabaza y chasis. Los restos pétreos se lamen recíprocamente con salivazos de clichés. En lontananza fulgen millones de coches fúnebres vacíos hasta los tuétanos rechinando elucidaciones...El fragor bosteza y se enrosca en la goma de un tragacanto...Mmmmm...Retorna el silencio disfrazado de dieciséis mirlos metálicos, ceniceros unos, cigarrillos otros, con una acusación amarilla en sus picos incanoros. Se posan en un árbol rijoso color ámbar que crece en mi bulbo raquídeo. ¡Me acosan sus cuencas sanguinolentas! ¡Atrás! ¡Esperad, ehhhh, esperad!, llevo en el bolsillo una epístola de "presunción de inocencia", ¡¡Nooooo!!...¿Qué es esto?...¡Pffffffffff!...¿Por qué soy todo orejas? ¡No soy ahembrado! -¡Grooo!, el olvido es la distancia, ¡grooo!, quien desespera espera, sí sí, ¡grooooooo!, hay mal que mil años duren. ¡Rézanos dos elevado a cuatro "aves marinas"!-. Dóblanseme los cartílagos por los responsorios...¿soy boca?...¡Ehhh! ¡Fuera las garras de ese Grifo con surtidor de agua bendita...Glu, glu, glu, que...me...ahogoooooooooooooo! ¡Ah!
...
¡Humm! ¡Qué de sueños raros!...¡Bah, a dormir!...¡Ugh!...¿Por qué no puedo darme la vuelta? ¡Ugh!...¡Ughhhhhh!...¡Mamá, mamáaaaaaaaa, no consigo moverme! ¡Joder, Dios, tampoco la boca, es espantoso! ¡Esto pasará, no puede ser, esto pasará!... ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¡Dios te salve María...! ¡Padre nuestro...!...¡Puedo ver! Es de noche aún. ¿No vienes mamá?, tengo mucho miedo, ¿puedo dormir en tu cama esta noche?...No puedo parar de llorar calígine...¡Ugh!...no, noooooo! ¡se me atraviesan los sollozos en la garganta y me estallan los ojos! ¡Es imposible! ¡Barrado, clavado y condenado! ¡El horror, el horror!...Mar...Marlon Brando está glabro y sicópata...¡Papáaaaaa, electroestática!...La...la película es buena pero me impresiona...¡Estoy nervioso, rígidooooo!...¡Que molesto este sudor!: tengo todo el cabello húmedo...¡Cómo! ¡Qué! ¿De dónde proviene ese ruido sordo? ¡Cras!...¡Crrooocrock!...¡Fiuuuuuuuuu!, ¡bah!, solo son ácaros masticando moho de aperitivo, esperando el plato principal: piel muerta, ¡la mía!; después se comen entre sí con mitocondria incluida, ¡caníbales! ...¿Quién me da biología?... Microcosmos... Macrocosmos...Causalidad última...Kant me critica, pero lleva peluca y monóculo...Mmmmm...Schopenhauer se está riendo ceñudo de su atrabiliario padre del yermo...Federico pregunta en verde si no hay muchachos mientras liba un havana club...Poetas muertos tocan el viento de la gaita en una marcha fúnebre con exequias obligadas de Oliver Twist que lleva de la mano al cadáver con un cartel colgado de su omoplato intitulado "Carpe diem"...Robinson Crusoe le abofetea porque está atezado de viernes...¡Viernes! ¡Qué bien, mañana no madrugo!...zzzzzzzzzzz".

Boca de nadie

Relatos FM

La mujer y el tanque


Nunca como entonces pude ratificar tan claramente lo que llevaba mucho tiempo sospechando. En efecto, cuando emprendes un viaje con alguien llegas a descubrir lo peor de esa persona. Dicen que esto es típico de la convivencia, pero tan sólo hace falta un coche y unas cuantas horas de trayecto para acabar harto de aquélla y supongo que ésta también de ti. A mi entender, en este tipo de experiencias compartidas todo se vuelve más feo: el egoísmo del que tenemos a nuestro lado se magnifica, sus conversaciones nos resultan cargantes, su simple contemplación nos produce dolor en las sienes, y más aún cuando hay de por medio una difunta, hermana de uno y mujer del otro.
Ella sabía que su enfermedad avanzaba implacable y no cedería el terreno ganado a ningún tratamiento, y previendo el desastre pidió que tras su derrota  fuese enterrada en  Amberes, su ciudad natal. Ese golpe definitivo se produjo un quince de Diciembre, casualmente el día de su cumpleaños, y la empresa funeraria (me figuro que por un camino más corto al que mi cuñado pretendió recorrer para llegar al sepelio) se ocupó de hacer el traslado del cuerpo, desde Düren, en Alemania, donde residía, como nosotros, hasta su lugar de origen. Para desplazarnos hasta allí, tomamos la ruta de Las Ardenas, por expreso aunque desconocido deseo de mi compañero, que es quien conducía , que cruzaba el río Mosa, a la altura de Lieja, hasta llegar a Amberes. El motivo por el que salimos con tanta anterioridad, pues aún faltaba un día para la celebración de las exequias, fue porque quería desviarse de vez en cuando del trayecto que él mismo eligió, con el fin de visitar ciertos sitios.
   Mientras conducíamos, en una especie de homenaje improvisado, recordábamos  con nostalgia momentos que compartimos por separado con ella en la citada urbe, donde nacimos también nosotros. Aporté al tema, que transcurría  mientras nuestros cuerpos se desplazaban junto al vehículo a gran velocidad,  la mención de una vez, la primera, que salimos a cenar sin nuestros padres, con once años, a una "friture" en la que pedí para la carne una salsa andaluza que me encantó y de la cual luego me enteré que nunca habían escuchado hablar en el sur de España, y ella dijo que le trajesen por ignorancia y para variar una salsa muy picante, de la que nuestros progenitores nunca nos hablaron cuando íbamos allí con ellos (ni tampoco, casualmente, la solicitamos en su presencia) para que no nos diese por pedirla obedeciendo al deseo de hacernos los valientes y así suscitar la admiración de personas más mayores; el delicioso anhelo de un niño. Ella empezó a toser muchísimo y pensé que se había atragantado, por lo que me levanté y le di un golpe en la espalda sin ninguna delicadeza, como hicieron conmigo exitosamente  cuando perdí la respiración por un hueso de albaricoque, y a la molestia de su ardor en la boca  le añadí el dolor físico de la palmada. Estaba ella que se moría, pero no lo ha hecho hasta ahora.
Él la rememoró tomando una "bolleke", una bolita, como llaman a esa cerveza color ámbar y alta fermentación por la forma redondeada de la copa en la que se sirve, en la terraza  de un bar- restaurante junto al río Escalda, después de haber paseado por la catedral, el castillo y merendado en una confitería cercana. Hablaban de proyectos futuros bajo una puesta de sol cuando de pronto ella comenzó a vomitar las manitas de chocolate (típicas allí por  la leyenda del gigante) que había ingerido hacía poco  y no casaban mucho con esa bebida, y para sorpresa de él, las expulsó de una forma casi idéntica a la original.
Quizá ambas reacciones desproporcionadas se debieran a los primeros indicios de su enfermedad. El caso es que los dos nos referimos a ella "muriéndose", en otro tiempo, y curiosamente por los recuerdos que escogimos podría parecer que era su  mujer  y mi hermana, y no viceversa.
- Ya podría haber elegido otra día para morirse- le comuniqué egoístamente, al ver el bosque de las Ardenas lleno de niebla y nieve, que teníamos que atravesar para cruzar el río Mosa y llegar a Amberes- y tú otra ruta distinta.
-  Ha elegido tal fecha para que los aliados desde el aire no nos puedan molestar.
No le comprendí. Levanté la vista al cielo a través de la ventana de mi asiento, en busca de alguna aclaración sobre qué era eso que el entendía por aliado, pero no vi nada. Le pregunté algo rarísimo, producto de una lógica que empezaba a distorsionarse ante el hartazgo de tener que recorrer ese bosque cuando habían comenzado las inclemencias del invierno. No se dignó a responderme.
A los pocos minutos, pensando para mis adentros en si el vehículo que la trasladaría tenía medios antideslizantes, me dijo, como leyéndome mal el pensamiento: "Nosotros no tenemos cadenas para los neumáticos. Con tanta nieve, como al coche le dé por bailar en una pendiente y caer en brazos de su amante, un robusto tronco de abeto, correremos la misma suerte". Entonces imaginé esa escena, pero en el coche que la desplazaba en el interior de una caja de la misma  materia que el susodicho árbol, y convertí involuntariamente el pensamiento temeroso de mi compañero, una posible fatalidad para ambos, en una imagen espectacular mía, que no compartí y que trataba acerca de otro automóvil en el que el único ocupante que nos importaba estaba muerto  y no tenía nada que perder.
- Todos los caminos conducen a Bastoña-  dijo él, figuradamente. Le pregunté el porqué de tal afirmación, ya que la ruta que escogimos no pasaba por ahí, salvo que nos desviásemos adrede. Según me hizo saber, se refería a que en su momento el pueblo tuvo un cruce de caminos muy importante. Acabábamos de llegar a ese municipio.
En la plaza principal la contemplación de frente desde el coche de un inopinado tanque me dejó boquiabierto. A un lado luce el busto de un general cuyo rostro me suscitaba cierta desconfianza. En un cambio de actitud sin parangón, mi compañero comenzó a llorar desconsoladamente, recriminándome la frialdad con la que estaba llevando la muerte de su hermana. Que nunca la quise nada, me dijo, y que apenas me había visto derramar una lágrima. Él, que no había parado de decir hasta entonces frases enigmáticas (más de las dos mencionadas) sin ningún sentimiento de pena por su pérdida, sino más bien ácidas e intuía yo que con ciertas alusiones a algún acontecimiento histórico.
Era un desconsiderado conmigo por no tener en cuenta que me estaba tomando la noticia al ritmo de los cobardes, pues aún no quería creérmelo y me sentía casi  igual que antes, y en verdad no me la había imaginado a ella saltar por los aires desde el interior de un coche fúnebre, sino tan sólo un ataúd en el que dentro podía estar cualquier persona. No aguantaba más y di un golpe en la guantera.  Quería imponerme su manera de ver las cosas, que llorase tanto como él y a mi ya me tocaría el turno. ¿Y le tenía que dar explicaciones de todo esto? Más prefería sacarle a la fuerza del coche, tomar el mando de este e irme yo solo, pero no sabía conducir y por tanto dependía de aquél que en ese  momento tanto odiaba.
Pon algo de música, respondí para cambiar de tema y para oír otra cosa que sus agudos berridos, los lamentos que repetía hasta la saciedad y el oleaje de su abundante moco, sabiendo que él no tenía nada a mano y ofreciéndole mi ipod o, mejor dicho, sólo una canción de éste ("Dawn patrol"  de Covox), una música siniestra y como de videojuego antiguo que escucharíamos una y otra vez, puesto que todas las demás se habían grabado mal, lo que desconocía antes de dárselo, pero que, tras darme cuenta, la hacía repetir todo el tiempo y a un volumen alto. Cualquier cosa con tal de no escucharle.
Hacía rato que reemprendimos la marcha, y sonaba por decimoquinta o sexta vez cuando me dijo que no se sentía nada seguro de que estuviésemos yendo al Mosa para atravesarlo y llegar a Amberes, y que, más bien, nos habíamos perdido.
Nos encontrábamos decidiendo qué bifurcación tomar de los múltiples riachuelos  en que se ramificaba  ese delta terriblemente llano y sin iluminación, cuyo decorado  era siempre el mismo, bosque a ambos lados y nieve en todos.    Ninguno de los caminos aportaba una sola señal sobre el lugar a donde, en caso de tomarlo, nos dirigiría. Seguíamos prescindiendo de las cadenas, pero ya no brillaban por su ausencia, pues si las tuviéramos no las hubiéramos podido utilizar, ya que el coche, al intentar ponerlo en marcha de nuevo tras decantarnos por una de las vías, no arrancaba, único consuelo que tan sólo iluminaba como una luciérnaga enferma a a mitad de nuestro desconcierto, aún por culminar. Tácitamente decidimos bajarnos, sin saber bien a qué.
- Podemos pedir ayuda. Allí hay gente- Me señaló un llano próximo a la calzada, desde donde bajo la luz de una luna rebosante, ya sin niebla, avistamos que nos miraba, cruzado de brazos, un hombre con bata blanca de médico y cabeza de ciervo junto a su "mujer" (lo que deduje por su atuendo de señora) del mismo semblante,  que sentada en una mecedora  a su lado se entregaba a labores de punto.
Un escalofrío recorrió lentamente el cuerpo menudo de mi compañero. Había tomado conciencia, algo tarde, del extraño cariz de las circunstancias.
- No vamos a pedir ayuda a esa gente. No me fío un pelo de esos dos y quiero alejarme cuanto antes de ellos-  Apenas le respondí esto cuando gritó desesperadamente" Sepp Dietrich", prolongando hasta el infinito las dos últimas vocales, y huyó despavorido.
Mis facultades mentales se colapsaron por la mala espina que la pareja me causó, y sin apartar la vista del enemigo me dirigí hacia el coche olvidando que había dejado de funcionar  pero, como si obviando un fallo este en realidad se disipara, el vehículo arrancó y pude irme lejos de allí. No tengo ni idea  del motivo por el que había detenido antes. Tampoco sé conducir, pero se me da bien, al parecer.
¿Quién era aquél al que aludió mi compañero? ¿Acaso conocía a ese tipo animalesco y gritó su nombre con enfado, susto o admiración? ¿O es que tuvimos dos percepciones distintas y vio a otra persona? ¿O vislumbramos lo mismo y el significado de la palabra, que debía de ser un nombre propio, quizá se hubiera extendido convirtiéndose en una expresión de enojo o utilizándose como un insulto? Pensé en ejemplos en que los dos últimos casos se dieran, sin necesidad de maledicencias, pero no se me ocurrió ninguno. Nada de esto le pregunté cuando le vi corriendo en medio de la carretera, ni tampoco le ofrecí asiento en su propio coche. La resolución de estas pequeñas dudas no merecía la carga de su presencia. Le pegué un bocinazo para que se apartara, y tras pedir ayuda pude volver al lugar del que partí. Mi cuñado también consiguió llegar, pero al punto de destino que nos habíamos propuesto, irrumpiendo extenuado a mitad del funeral de su hermana, según dijeron en el telediario, que hablaban mucho más de él que de ella, aun habiendo sido una científica de importantes hallazgos. ¡Han hecho una carrera de atletismo que tiene su nombre, y comprende desde el lugar donde mutua y sucesivamente nos dejamos plantados (primero él corriendo y luego yo en su coche) hasta Amberes!
Nunca hemos hablado de la extraña pareja ni del tal Dietrich. He leído que era un general alemán que hacía tiempo estuvo batallando en las Ardenas. No sé si por miedo a creer haberle visto o por el deseo de  asistir al entierro, cumplió la proeza de recorrer a toda prisa cientos de miles de metros, sin ni siquiera detenerse a pedir ayuda, lo que le hubiera permitido llegar mucho más rápido, ni a descansar ni hidratarse, sino tan sólo valiéndose de sus dos cortas piernas y a una velocidad insuperable, logro que le hizo célebre y dio mucho dinero, por lo que se ha mudado a algún lugar mejor. A mí el conocimiento de que podía haber elegido para desplazarnos en su vehículo una ruta menos larga, junto sus falsas recriminaciones y desorientación al volante, por no hablar del invierno en las Ardenas, los cérvidos consortes y la reanudación sempiterna de la misma melodía oscura y retro, me impulsó a subirme al vehículo del primer conductor que me paró haciendo auto stop, después de que el de mi cuñado expirara definitivamente, que iba con dirección a Alemania y no al norte, y a no esperar un segundo intento que pudiera aproximarme a la ciudad donde darían sepultura a mi esposa.
De vez en cuando su hermano me escribe cartas reprochándome lo muy mala persona que soy por no haber asistido al entierro y, según su opinión, por no haber querido a mi mujer, y supongo que por cobardía nunca indica el remite. Yo soy bastante pacífico y cuando las leo jamás se me ocurriría hacerle una visita poco educada, simplemente imagino un tanque, pero uno apacible, abatido hace mucho tiempo, cubierto de nieve y restaurado con los emblemas de otra compañía, el Sherman que vimos junto a aquel rostro de bronce, que a mi parecer le faltaba poco para reírse de nosotros, es decir, de mi hartazgo por todo lo referido y de los lamentos del conductor, la primera vez que éste inesperadamente me lanzó tales acusaciones.

McAuliffe

Relatos FM

Alas defectuosas


Era una buena época. La juventud galopaba por mis venas, tenía un trabajo aceptable, follaba con regularidad. Vivíamos, mi amigo Alejo  y yo, en un bajo cerca de la Sagrada Familia. Éramos un par inmigrantes en una ciudad repleta de estos, a los cuales la vida les obsequiaba una aventura distinta cada día.
Un domingo, a eso de la una de la tarde, Alejo salió de su habitación acompañando a una bella morena de piernas largas hacia la puerta. La besó en la boca y se volvió felizmente hacia mí.
-Muy buena- observé.
-Hermosa.
-¿De donde era?
-Grecia- respondió-, otra banderita para el duelo.
El duelo consistía en tener sexo con mujeres de diferentes nacionalidades. Con la griega el llegaba a ocho, yo estaba en cinco.
-Cada vez te me alejás más.
Sonrió. Fue a la cocina y se sirvió un poco de zumo de naranja. Me ofreció un vaso pero se lo rechacé.
-¿No sabés donde están mis zapatos?
-Ni idea Walter.
Se llamaba Alejo pero yo le decía Walter (gesto fraternal que adquirí en el desarrollo de nuestra arraigada amistad).
Salió al patio a buscarlos. El patio era un cuadrado de tres por tres, al que daban todas las cocinas y lavabos de la finca, tenía olores desagradables y mucha humedad. Nosotros lo usábamos para lavar y tender la ropa.
-¡Ahhhh! ¡Ahhhh!- gritó apenas entrar.
-¿Qué pasó Walter?- pregunté levantándome del sillón preocupado.
-¡Hay dos palomas!
-¿Palomas?
-Sí. Dos palomas. Que as...- no pudo terminar la frase porque comenzó a hacer sonoras arcadas.
Rompí en una carcajada. Era muy valiente para los negocios y las hembras, pero muy cobarde con este tipo de eventualidades.
Me acerqué al patio y las vi: dos palomas, algo sucias y débiles,  miraban temerosas desde un rincón. El edificio era tan alto, que les sería imposible emprender un vuelo adecuado y con la rectitud necesaria como para escapar.
-¡Sacalas, Sacalas!- gritó.
-¿Estás loco? ¿Cómo las saco? ¿Con la mano?
-No sé. ¡Sacalas!
-Sacalas vos.
No hubo acuerdo y ahí quedaron. Cerramos la puerta y nos olvidamos de ellas.
Ese domingo miramos algunos partidos de fútbol y luego fui al bar a tomar unas cervezas. Me gustaba estar fuera de casa y olvidarme de todo por un rato, brindar un pequeño homenaje interno a mis raíces y conversar con el dueño del bar quien también era extranjero.  No regresé muy tarde, al día siguiente tenía planeado pasar por la biblioteca antes de ir a la inmobiliaria, en donde las ventas no iban del todo bien. El jefe ya abarajaba la posibilidad de agradecerme los servicios prestados y decirme adiós para siempre.
Madrugué con algo de resaca. Fui a la biblioteca y me traje tres libros. Luego asistí al trabajo y no vendí nada. Por la noche fui a la casa de mi novia, sus padres no estaban y me había invitado a comer espaguetis a la carbonara.
-Muy rico Julia- agradecí tirándome un poderoso eructo.
-¡Ay! ¡Qué asqueroso!
La inmovilicé con mis brazos y le hice el amor. Me gustaba su perfume y la textura infantil de su piel. Encendí un cigarro y le hablé de mi tierra y de los míos, de nuestras costumbres e inquietudes, de eternos rescoldos que cargaba en mi espalda, pero sobre todo le intenté explicar cuanto extrañaba el olor del mar. Ella me dijo que su padre también había abandonado su tierra cuando era joven, se había arraigado con el pasar del tiempo, había formado una familia y ahora era feliz. Se quedó dormida en mis brazos. Miré las estrellas que brillaban en la noche y me sentí solo, inadaptado, repelente a todas las cosas buenas que el planeta albergaba. 
Al otro día no fui a trabajar. Decidí hacerle un favor a mi jefe y renunciar. Fui al centro y visité algunas agencias de trabajo temporal. Había  muchas vacantes, dijeron que ya me llamarían. El sol se deslizaba por mis brazos, mientras que el aroma de cloacas y restaurantes insalubres se filtraba en mis pulmones. Tendría tiempo para escribir algunas líneas, llevaba tiempo dándole vueltas a un par de ideas que podrían resultar prolíficas. Nadie leía mis escritos, pero yo era paciente y tenía fe en mis letras. La utopía de generar dinero con ellas se había pegoteado en mi alma y no podía hacer nada al respecto. Sabía que no convenía depositar tantas esperanzas en semejante empresa, pero era una fuerza arrasadora y placentera. A veces creía que escribir era lo único que me mantenía cuerdo, fueran líneas desechables o dignas de admiración. Las palabras transformaban aquellas tristes gotas de sangre, brotadas de mis fracasos y mis más profundos miedos, en abstractas formas de sinsentidos infinitos, en amor, en alas, en arte. Si, ¿por qué no?, yo era un artista e iba a jugar mis cartas (aunque éstas no prometieran mucho).
Tropecé con un viejo hosco.
-¡Hijo de la gran ****! ¡Mira por donde andas!
Ese era mi gran problema, yo nunca miraba por donde andaba.
-Disculpe- dije.
Llegué a mi casa bastante acalorado. Me desnudé y me di una ducha. Salí al patio a buscar ropa seca y ahí estaban. Me asusté. Las palomas esperaban, timoratas, mendigantes, con sus ojos posados en mí. Tendría que haberlas sacado de algún modo, ayudarlas a continuar con su vida lejos de mi patio. Pero me daban miedo y asco. Agarré la ropa y fui a la cocina, troceé un poco de pan duro y se los di. Se quedaron impávidas y se me antojaron como un par niños huérfanos que lloraban en soledad. Cerré la puerta y me puse a escribir. Escribí dos poemas sobre sirenas y duendes, el mar y sus aves, sueños que se perdían en la barra de algún bar. Me sentí  renovado, joven, triunfador.
Así pasaban  las horas y la viscosa rutina. Me llamaron de una empresa de telefonía para vender un nuevo producto. No pagaban bien, pero el horario no era muy extenuante. Acepté. Alejo siguió trabajando en la inmobiliaria de la cual yo era desertor. Le iba medianamente bien, pero siempre estaba pensando en diversas y nuevas maneras de generar dinero: drogas, comidas rápidas, cheques en blanco, y otros. Se decantaba siempre por las drogas, era fácil de hacer y dejaba buen dinero. Además le permitía consumir a bajos precios y, de paso, también yo salía beneficiado.
Recuerdo también que, esa misma semana, Julia encontró en mi móvil algunos mensajes comprometedores de otra chica.
-¡Cabronazo! ¡Me cago en tu **** madre!
-Perdón.
Le hice mucho daño. Me sentí mala persona, indigno de cualquier merecimiento de felicidad. Le escribí un par de líneas que no me atreví a enviarle. Nunca más la vi.
El pan que había tirado en el patio seguía ahí, pudriéndose, a pocos centímetros de las palomas, que poco a poco se iban demacrando y perdiendo las  pocas plumas que les quedaban. Nunca lo comieron.
En el trabajo nuevo me fue bien. Vendía. Hice buenos amigos y conseguí algunas amantes (solo una contó para el duelo con Alejo, seguía ganando él...). Todo parecía encaminarse hacia un lugar feliz. Pero yo no estaba feliz. No podía estarlo. Tal vez algo estaba mal en mí, algún defecto de fábrica, algún castigo de otra vida sin cumplir. Tomaba cervezas, fumaba porros. Pero todo seguía estando igual de mal al despertar. O tal vez peor.
-Walter, Walter- dije un día.
-¿Qué?
-Las palomas siguen ahí.
-Si, ya sé. No se mueren más las hijas de ****.
-¿Qué hacemos con ellas?
-Ni idea.
Había pasado más de una semana. Aprendimos que las palomas eran animales muy resistentes. 
-Necesito una mujer Walter- dije apenado.
-Pero si el martes apareciste con tremenda morocha...
-Sí, pero me refiero a una mujer de verdad. Una que me aguante más de unas semanas.
-No jodas. Apenas tenés veinte años.
-Ok. Tenés razón. Supongo que extraño el paisito.
-Yo también extraño un montón- aceptó, bajando el volumen de la tele.
Pero Walter sobrevivía mejor que yo. Era más sociable y extrovertido. 
-No te preocupes. En realidad acá tengo todo lo que necesito. Voy a comprar una birra. ¿Te traigo una?
-Dale.
Pensé en llamar a mi familia pero no lo hice. Compré tres litros de cerveza, que terminé tomándome solo porque Alejo se había quedado dormido. Encendí el ordenador y puse algo de música. Tchaikovski. Schubert. Chopin. Ellos me entendían... a veces.
La luz de la cocina parpadeaba. Había comprado una bombilla de bajo consumo hacia una semana, tres veces más cara que las comunes. Tenía multas por pagar. El alquiler llevaba un mes de retraso. Mis poemas no valían ni para limosna.
Salí a la calle y me quedé sentado en el cordón de la acera. Escuché el sonido de coches lujosos y las risas de personas enamoradas saliendo de restaurantes con el estómago regocijado. ¡Parecían tan felices! ¿Porqué no podía ser feliz yo también?  Tomé el último trago de cerveza y luego no lo vi tan claro como antes. Yo no quería ser como ellos, los detestaba. No sabía que quería, pero algo no estaba bien. Entré en casa y me fui a dormir. Dormir no tenía nada de malo.
Todo comenzó otra vez. Siempre comenzaba otra vez. Había que vender y sonreírles a personas que a uno le producían muchas sensaciones menos una sonrisa. Vivía una contradicción constante e imposible de esquivar.  Creí entender porque las palomas no querían comer el pan que les tiré. Tal vez ellas eran las criaturas más sabias que jamás había conocido. 
Llegó el fin de semana y ese sábado llovía a cántaros. La casa estaba muy desordenada, más tarde habría que encender el instinto de conservación y limpiar.
-Walter ponete algún partido de fútbol- pedí.
-No hay ninguno. Ya busqué.
-Ah.
Me senté en el sillón del comedor y miré la lluvia que caía como lágrimas por el vidrio de la ventana. Fui a la cocina y calenté unos pedazos de pizza que habían sobrado del día anterior. Comimos. Pasaron dos horas y comenzamos a limpiar.
-Las palomas no están- observó Alejo al rato.
-¿Cómo?
-No sé. No están.
-No puede ser.
Fui al patio y busqué, no estaban.
-Mejor.
Regresé a la cocina y me puse a lavar los platos. Pero un presentimiento llegó a mi cerebro. Había olvidado buscar en la palangana que estaba detrás del lavarropas.
-¡Vení Walter! – pedí jocoso -. Mira tus amigotas donde estaban...
-¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
Salió disparado al baño y vomitó. Las palomas flotaban en la palangana de una manera espantosa, sus cuellos y patas estaban más estirados de lo normal, y además emitían un aroma horroroso.
Como si se tratara de un ritual, agarré una pala de plástico y, luego de cuatro intentos, logré atrapar a las difuntas aves y meterlas en una bolsa de nylon. Alejo seguía recuperándose de la experiencia traumática. Salí a las calles con el peso de los cuerpos en mi mano y los tiré en el contenedor. Me empapé.
Terminamos de limpiar la casa, pero no relucía ni mucho menos. Esa noche fuimos a una discoteca y la pasamos muy bien. Pasaron unos días tranquilos hasta que escuché:
-¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
-¿Qué pasa Walter?
-¡Hay dos gatos en el patio!
Pero esa ya es otra historia...

Coriano

Relatos FM

Sonya


Conocí a Sonya en circunstancias poco destacables.

                                   ***

La busqué otro día bajo ordenanza anónima, igual que cuando uno cree que si no hace algo sucederá otra cosa. Una cosa horrible parecida a la muerte.
La encontré.
Caminamos hasta donde sólo podía continuar sola.
Entró, pero no sé adonde.
Yo seguí también: anduve junto a un raíl en cuyo límite intuí una estación fantasmagórica.   
Durante muchos pasos fue niebla al fondo, pero luego no.
Pont Marie, decía el rótulo. Fui adentro. Olía el aire a húmedo, y era espeso. La luz amarfilada. Recordé: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) [...].»
Pedí en castellano un libro.
Ella era alta y angosta, igual que el autor. Pálida; ojeras como las de un oso panda. Portaba unas estrechas gafapastas atadas a un cordel sobre la punta de su filuda y estirada nariz. Sólo hablaba francés.
Yo, para mi sorpresa, también lo hablaba: —Fin d' un jeau —dije.
Percutió las teclillas; miró el monitor por arriba de las lentes. Fue a por el libro avanzando como si flotase, o acaso flotando.
Regresé por donde había venido, si exceptúo que elegí otras calles.
Trouffe sourire. Fui adentro. Olía a cacao tibio, mezclado con vainilla.
Ella era rolliza. Tenía la cara ancha y tostada, igual que el chocolate. Vestía un delantal con bordaduras luminosas.
El mínimo vendible era de ocho trufas. (Me informó).
Asentí.
Jugó a hacer un lazo con una cinta verde. Uno insólito.
«Todo va a ser bueno a partir de ahora», pensé, y terminó ella de sellar el baulillo.
El precio de las trouffes era una sonrisa.
Pagué.
Adonde había entrado Sonya era misterioso pero supe de algún modo que saldría otra vez pronto.
Me senté al principio de un parque próximo. No vi que a lo lejos existieran sus confines.
Fin d' un jeau. 'Les Menades'. Comencé a leer.
Detrás había un árbol tapándome algo el sol: el juego de las hojas recreadas con el viento alumbraba en el papel con linternas multiformes.
Llegó el momento. Caminé hasta donde Sonya reatravesó el umbral.
—Ten —le dije.
Cogió el baulillo avergonzada, con los dedos encogidos, temblorosos, pero al final lo abrió. 
—¿Te gustan? —pregunté.
—Sí.
—Yo jamás las he probado —mi voz sonó como sin cuerpo, ingrávida, y volvimos por donde habíamos ido, eligiendo las mismas calles.

Ízan Arróspide

Relatos FM

Historia de Sangrenegra


  JACINTO CRUZ es un hombre delgado, de contextura fina y tez morena, con un bigote hirsuto, una barbilla descuidada, un sombrero plano cubre su cabecita de cabello negro liso, unos ojos negros y profundos, labios delgados y como amoratados, una nariz romana, lleva en el cuello una pañoleta negra, está vestido para la época de los años 50, una camisa de franela blanca con grandes botones negros, un pantalón camicace,  nada apretado pero tampoco ancho que  no permita ver el cinturón de balas colgándole, a sus espaldas un rifle esperando ser utilizado sorpresivamente en los momentos en que sufre esos ataques de carnicero sanguinario, unas botas café militares que a cada paso hacen retumbar el ambiente, ocasionando un ruido de pisadas ensordecedor y algo insoportable. Su sonrisa  a veces es leve e irónica, pero vuelve a esa solemnidad de delincuente adolescente, aunque es un hombre ya maduro, hostigado por la vida, pero nunca hastiado de la sangre y de la muerte. Está sentado sobre una barrera de costales con arena, es un vivaque ubicado en una colina del Quindío, también puede ser en Armero y Líbano. En las faldas agrestes de esta tenebrosa colina en medio de la noche reposan los cadáveres de unos hombres que él mismo ha asesinado. En el transcurso de la obra, SANGRENEGRA descargara su ira contra estos cuerpos inertes, disparando sobre ellos, aún sabiendo que están muertos. Se escuchan graznidos de pájaros invisibles, todo el ámbito de la colina es espeluznante, sólo SANGRENEGRA puede con tranquilidad encenderse un cigarro de hojas de tabaco, no parece asustarse, está en su atmosfera, este reino de muerte y crueldad le pertenece.

  No es fácil ser Jacinto Cruz. A los 16 años estuve por El Cairo, en El Valle, haciendo de las mías, desde entonces los moradores de estas tierras fértiles empezaron a temerme. En 1948, me llené de rabia y de dolor interior. Mi padre me decía que yo nunca había sido su hijo porque mi sangre era negra y baldía. De ahí resultó que los hombres del pueblo en sus juegos y correrías me llamaran Sangrenegra. Después, Jorge Eliécer Gaitán  era asesinado en Bogotá. Este hecho ocasionó que se recrudecieran los enfrentamientos entre liberales y conservadores. ¡Todos por igual, una sarta de parias! Presté servicio militar. Descorazonado por mi vida dispersa asesiné a Gerardo Hoyos, a sangre fría, fue mi primer homicidio. Él era el hijo de un influyente conservador de la región.  Empezaron a ir tras de mí, con el propósito de arrestarme, colgarme o asesinarme. Me integré, al igual que otros hombres de miserable condición, a la famosa banda de delincuentes de Pedro Brincos. A los años siguientes, el batallón Colombia al mando del coronel José Joaquín Matallana aniquiló mi cuadrilla. Ya estábamos en guerra y nosotros éramos unos insurgentes campesinos, integrando a nuestra tropa todo el que quisiera dedicarse a la delincuencia y al bandolerismo.  Luego los más pobres empezaron a llamarme El Robín Hood colombiano. Pues yo le robaba y le quitaba las riquezas y las pertenencias a los ricos para dárselas a los más necesitados. Y esto por años fue mi lema: "desposeer a los poderosos y llenar a los pobres".  Toda comarca o pueblo miserable era mi fortín. Luego conocí otros bandoleros no menos peligrosos y sanguinarios. ¡Prepárese para la guerra, Sangrenegra, usted es el mejor asesino de los nuestros! Me dijeron Aguilanegra, Malasuerte y Cantinero, unos malhechores salidos de la nada que azotaron por años el interior del país. Eran tiempos de transición y por ende muy violentos.  Como mi cabeza tenía precio y el gobierno pagaba por mi captura o por mi muerte una considerable recompensa, hice pacto de sangre con El Diablo. Él me daba triunfos en mis fechorías y yo le entregaba las cabezas cercenadas o los cuerpos mutilados de mis victimas. Estuve muy a gusto con este pacto de intercambio. Entonces todo el país tembló ante mi deseo de venganza. Con mis hombres sembré el terror, la destrucción y llevé la muerte a sus últimas instancias por Cartago, por Cali, Ibagué, Armero y Líbano. Todos temían de mí y pronunciar mi nombre era sinónimo de exterminio. ¡Acaba con todos! Me instaba El Diablo a proseguir. Entonces asaltaba a los campesinos que fueran, y violaba las hijas de todo paria. Pero las mujeres de los pueblos decían que yo simplemente era un malhechor y un extorsionista, entonces empecé a ser entre todos una leyenda del apocalipsis. Pero los hombres decían que yo simplemente era un vengador justiciero, entonces empecé a ser entre ellos un ídolo del fin de los tiempos. Colombia era el nido latinoamericano de la violencia. Liberales y conservadores morían enfrentados todos los días. Así como éstos. Pero El Diablo también abandona a sus hijos. Es de esperarse, nadie le enseñó a ser un buen padre y protector.  Les contaré los pormenores del año en que fui abatido, fue en 1964, Las fuerzas militares me cercaron en El Cairo, por El Valle, yo caí inocentemente en la emboscada, en ella participó mi desleal hermano Felipe Cruz que estaba cansado de mi infinita lista de crímenes y de mi imperio de horror, el muy descarado e ingrato me delató, dio los planos de ubicación de mi itinerario rebelde, se había aliado con el alcalde del pueblo, aunque nosotros teníamos más hermanos, y en definitiva Felipe y yo éramos muy desunidos y nos cargábamos algo de bronca. Pero yo nunca lo hubiera traicionado si él hubiera sido asesino y malhechor. El día de mi muerte, yo cargaba mi brújula, varios sellos de falsificación y unos binoculares, estaba vigilando por la ladera escabrosa. Nunca imaginé que fuera emboscado y asesinado tan salvajemente. Por eso les digo que no es fácil ser Jacinto Cruz. Esto de la cruz siempre me molestó, pero creó que la cargué hasta el día de mi deceso. Algunos dicen que debí haber pedido clemencia o que se me llevara a juicio, pero esa palabra nunca estuvo en mi jerga. Entonces me enfrenté a los militares y me llevé algunos antes de caer sobre el suelo rocoso de la ladera. Corrió mi Sangrenegra y formó un río inmenso que poco a poco fue cubriendo las venas abiertas del país. Morí bastante joven, pero mi imperio de terror nunca se olvidará y mi nombre estará inscrito en el Libro Eterno de la Infamia. No es fácil ser Sangrenegra, pero si tu sangre es negra, debes empezar un camino diferente al de los hombres comunes y ordinarios.   

Fran Nore

Relatos FM

Liliana, un amor inolvidable


Eran principios del mes de agosto, un buen día, un día de esos como raros me llama mi amiga Gloria, amiga de infancia y me dice, que vas a hacer este fin de semana, estás soltero? y le digo porque la pregunta, es que me extrañas, ella sonríe y la verdad lo digo por molestar, ella me dice: a vos te gusta salir a parrandear en chiva, le digo que si, porque la pregunta, y me dice es que tengo cuatro boletas para la chiva del sábado, voy con mi novio y una amiga sin parejo, como sé que vos estás soltero y a la orden, pues yo a mi amiga le he hablado mucho de vos y ella dice que no tiene problema con eso, que opinas, pues que te digo probemos, nada se pierde con probar y salir a conocer el mundo, decile a tu amiga que cuente conmigo, que no seré de pronto la mejor compañía pero que conmigo no se va a aburrir.

El caso es que llegó el día sábado, nos quedamos de encontrar en la parada de la chiva, estuve muy temprano y al mismo tiempo de mi llegada había una pelada, flaquita ella, muy querida y muy bien vestida, empecé a conversar con ella y le conté cosas de mi vida, ella hizo lo mismo pero en ningún momento dijimos el nombre de la persona que nos había invitado, ella me dijo que trabajaba con la entidad que maneja los impuestos y yo le dije que trabajaba con una constructora de la ciudad, luego de palabras van y vienen, ella me dijo que estaba esperando a una amiga con el novio y que le habían conseguido un parejo, yo me ataque a reír y su reacción obvia fue de descontento, afortunadamente minutos más tarde llegó mi amiga Gloria con su novio que no conocía y se saludo muy de beso con la amiga recién conocida por mi y que ni ella me había preguntado mi nombre ni yo el de ella, el caso es que luego de las presentaciones de rigor supe que su nombre era Liliana, me disculpé por el impase anterior y empezamos nuevamente desde ceros la conversación. Con Liliana en la chiva hablamos hasta por los codos, esa misma noche ella supo de mis relaciones anteriores y yo supe las suyas también, en conclusión ambos estábamos en las mismas circunstancias,  teníamos casi el mismo dolor de un rompimiento cercano y no teníamos nada que perder, que hicimos, pues simple hacer de las situaciones una fiesta y eso hicimos. En cuanta discoteca  paraba esa chiva los cuatro nos bajábamos y bailábamos hasta más no poder. Cuando la chiva llegó a la población de Juanchito, nos bajamos en una de sus discotecas y allí nos quedamos. Pedimos una botella de aguardiente y gaseosas para las niñas, en esa ocasión a todos nos gustaba tomarnos unos tragos de vez en cuanto pero en pocas cantidades, salimos a bailar con más calma con mi nueva amiga y descubrí varias cosas, una que esa mujer se movía en la pista con una facilidad impresionante, muy sensual su baile y la otra que esa mujer se me pegaba mucho al cuerpo y a mi personalmente me gustaba, mi amiga Gloria ya lo había visto y el comentario no se hizo esperar, en un momento en que Liliana se fue sola para el baño ella me sacó a bailar y me dijo, le caíste super bien a mi amiga, aproveche que esta soltera, uno nunca sabe que puede pasar después y de pronto estas perdiendo una oportunidad, yo le decía que era muy temprano tanto para ella como para mí empezar una relación luego del rompimiento de cada uno y ella me decía que Liliana le había comentado en la chiva que yo le fascinaba, que la escogencia de parejo no pudo ser más acertada, mejor dicho ese día iba a hacer el mío.

Cuando Liliana llegó del baño la invité nuevamente a bailar y  en medio del baile le pedí un beso, cosa que esta mujer por su reacción estaba esperando desde hace mucho rato de mi persona, esta mujer me dio un beso con tantas ganas que por un instante se me olvidó la relación con mi antigua novia y me dio una seguridad que en el momento no pude controlar, el caso es que estaba viendo a otra mujer con otras ideas y de otra perspectiva totalmente diferente, ese día estaría cumpliendo meses de relación con mi antigua novia, y ese mismo día estaba teniendo un affaire con una desconocida. La noche se prolongó por unas horas más, pedimos una nueva botella de aguardiente, más gaseosas, más cigarrillos, más rumba, más fiesta, más de todo un poco, muchos más besos en esa pista, muchas más caricias en esas sillas, hubo química y tan solo llevábamos unas horas de conocernos, hubo intercambio de teléfonos y lo mejor del asunto es que esa mujer no sólo trabajaba a pocas cuadras de mi oficina sino que vivía a pocas cuadras de mi casa. Todo en ese momento me estaba saliendo muy bien y sin planearlo. Solo una salida bastó para comenzar una nueva relación. Esta mujer era única a tal punto que nos hicieron rueda en uno de nuestros bailes, ella bailaba delicioso, se me pegaba de una forma tan provocativa que mi cuerpo se contoneaba a su ritmo, nos sentíamos como uno solo y en el baile, eso es lo primordial. Llegó la hora de partir, pagamos la cuenta entre todos, como estábamos en Juanchito, pedimos un taxi, llevamos a Gloria a su apartamento y me pidió que llevara a Liliana a su casa, cosa que acepté de momento, en la parte de atrás del taxi hubo intercambio de palabras bonitas, besos van y vienen de parte y parte, la dejé en su casa y me fui demasiado contento para la mía, ya no habían recuerdos ni nada de eso, ambos nos estábamos dando una nueva oportunidad. Al llegar a mi casa tengo un detalle con ella y la llamo, eran las 3:00 am, ella contesta radiante de felicidad, le deseo las buenas noches aunque es de madrugada, ella se despide con un beso en la bocina cosa que yo recibo y se lo agradezco.

A la mañana siguiente es domingo, la llamo a eso de las 10:00 am previendo de pronto que se haya levantado tarde y que hay que dejar a la gente descansar, como tengo carnet de un club deportivo, le propongo que nos vayamos a almorzar allí y que pasemos un día diferente, ella sin reparo alguno me dice que le dé un par de horas para arreglarse y le digo que no hay problema. Cuando llego a su casa, me presenta con sus papás y con sus perros, tiene dos perros pequeños y estos me saludan muy bien, cosa que yo agradezco porque siempre he pensado que si un animal lo quiere a uno de entrada el terreno de ahí en adelante ya está casi ganado. Le digo que como el club queda alejado de la ciudad tenemos dos opciones: nos vamos para el club en un taxi o si más bien vamos hasta el paradero de los buses intermunicipales en un taxi y el resto del viaje en bus intermunicipal, su reacción inmediata fue la opción bus, bonito detalle de su parte por el ahorro y a decir verdad la estaba probando y me gustó su reacción. Cuando llegamos al sitio del bus nos montamos y seguimos la conversación, el club quedaba a las afueras del sur de la ciudad y eso nos da momentos para conversar del día anterior y comentar lo sucedido tanto de los dos, nuestro encuentro, los detalles, el baile, el corrillo, los amigos y muchas cosas que han quedado sin respuestas. Cuando llegamos al club vamos directamente a almorzar y hay una cola enorme, entonces le propongo que vayamos al restaurante de otro nivel, ella me dice, mira amor - yo me quedo de una sola pieza por el cariño en que me lo dice, ella me dice que es la forma en que le gusta tratar a la persona que la cautive y que en esos momentos yo cumplo esa función, le digo que me fascina la forma en que me lo dice y ella sonríe – porque no hacemos la cola del restaurante popular y dejamos lo del buffet para otra ocasión, la verdad esta mujer era ahorrativa porque hay mujeres que lo consumen a uno de un golpe sin respirar. Hacemos una cola como de una hora y ella escoge un plato muy económico, yo por el contrario le propongo que pida un plato más caro pero ella no lo quiere, eso me gusta de esta mujer, que buena salida la que tuve pienso para mí, nos sentamos a comer  y cuando terminamos ella me propone que nos sentemos en la grama, cuando lo hago ella recuesta su cuerpo en el mío y me mira con cariño, yo no me puedo contener y le doy un beso en su boca al cual ella corresponde y me muerde un poco mi boca pero yo lo tomo con agrado también. Luego ella dice que quiere caminar un poco y reanudamos la conversación y seguimos caminando hasta la salida del club, salimos a la carretera y nuevamente cogemos el bus de retorno a Cali. Cuando llegamos a Cali nos bajamos en un centro comercial y le propongo que nos metamos a cine, ella dice que si, escogemos la película, compro las boletas, ella compra la comida y nos sentamos en la sala, comemos pero más que comer compartimos la comida, luego nos besamos y nos acariciamos por un rato hasta que empieza la película, yo acerco mi brazo a su hombro y comenzamos a ver la película hasta que termina, salimos de la sala, paro un taxi y la llevo a su casa.

Luego nos despedimos de un buen beso largo y delicioso, llamo un taxi y me devuelvo para mi casa, apenas llego la llamo y le deseo buenas noches como de costumbre, para hacerla importante, porque en eso se había convertido, en la persona más importante en esos momentos, nunca me había pasado, pero quería vivir esa experiencia, muy pronto sucedieron las cosas y nos gustaba compartirlo. Al día siguiente llego a la oficina y recibo una llamada de Liliana con los buenos deseos para el resto de la semana, mis compañeros hacen algo de burla y les comento de mi nuevo amor. Hablamos casi todo el día, para mis compañeros de oficina era extraño, pues en mis anteriores relaciones no se había visto eso, saqué tiempo del tiempo que no tenía con el propósito de oír su voz. Dentro de una semana es el mes de septiembre, el día del amor y la amistad y ese día recibo de Liliana un detalle y una tarjeta muy bonita que dice así: "Tengo un dilema: No sé si el amor se parece a ti, o si tú te pareces al amor. Pero lo que si tengo muy claro, es que tú eres la persona más especial e importante, eres mi amor. Lili. Cali, Sept. 17/94"

Karen A. Secas

Relatos FM

Del amor y su ceguera

(Tragicomedia en un sólo acto)


Cada vez que el gran teatro del absurdo abre sus puertas, se colapsa. 
Así ha sucedido siempre y esta vez, no iba a ser una excepción.
El patio de butacas está tan lleno, que a mucha gente, no le ha importado sentarse en los pasillos. Las condiciones lo permiten. Una de ellas es que se trata de un espectáculo calificado como: "cíclico", y eso (por razones que nadie entiende), seduce y provoca a las masas. El otro, el precio de la entrada ha sido adaptado para todo tipo de bolsillo, para permitir que todo el mundo pueda disfrutar de la función, eso sí, como manda la ley, haciendo la distribución pertinente.
Las primeras filas están reservadas para altos cargos políticos.
Las siguientes, para los familiares y amigos de los actores.
El resto es...para quien llegue antes.
Si el título de la obra: "Del Amor y su ceguera", es lo suficientemente atractivo, no lo es menos el hecho de que los actores, nunca sean los mismos en cada actuación. Según la historia, es indispensable que cada vez la interpretase gente nueva. No importa la experiencia, tan sólo basta con realizar una pequeña prueba, que a fecha de hoy, la gran mayoría de las parejas supera con soltura.
Parejas.
De eso se trata.
De una breve historia de parejas.       
A las nueve de la noche, puntual, comenzó la obra. Todo el mundo estaba ansioso.
El Amor, es un buen motivo para olvidarse de todo y de todos.
Acto primero y único.
Se abre el telón.
Sentado en el extremo de un sofá de color blanco, hay un hombre con un antifaz del mismo color. Tiene el pelo corto y negro. Permanece en silencio y viste con una camisa roja y un pantalón vaquero.
En el otro extremo del sofá, hay sentada una chica, de unos veinte años, de cabellos largos y negros como el azabache. Viste la misma ropa que el enmascarado y tiene los ojos cerrados.
A ambos lados del sofá, hay dos mesitas blancas. Sobre cada una, hay una maleta pequeña. La del lado de la joven es rosa. La del hombre es azul. 
Sobre ellos, tras un cristal y rodeado por un brillante marco dorado, un bravo océano  ruge y hierve espumoso y vivo, moviéndose rebelde, como queriendo cruzar los límites, para derramarse sobre los inmóviles cuerpos.
Una inmensa mampara de cristal, separa el escenario del patio de butacas. Todo el público espera. Silencio sepulcral. 
De pronto, el enmascarado comienza a hablar.
-¿Ya te has decidido?
-Sí.
-¿Estás segura?
-Sí.
-Me alegro. Yo también.
-Lo sé.
Un nuevo silencio. Sólo el mar arde sobre sus cabezas, golpeando el cristal una y otra vez. El público sigue expectante.
Nadie se mueve.
Nadie. 
El hombre se acomoda y continúa hablando.
-Ya sabes que no es peligroso.
-Lo sé. De todas formas, a mi no me importa el peligro.
-Ni a mí tampoco.
-Lo sé. Además, lo tendré siempre controlado.
La joven sonríe. Se siente niña. Abre la maleta, coge un set de maquillaje y una bandeja. Se la coloca sobre las rodillas, esparce todo el material sobre ella y comienza a maquillarse. Acto seguido, el hombre abre su maleta y saca una bandeja, un plátano, un paquete de cigarrillos y un cuchillo de grandes proporciones. Se coloca la bandeja en las rodillas, y cuidadosamente, primero coloca el tabaco, luego el plátano y por último, el cuchillo. Ceremoniosamente, abre el paquete de tabaco, se enciende un cigarrillo, disfruta de él con verdadera pasión. Sonríe y continúa hablando.     
- Verás, yo...
-No digas nada. No quiero saber nada.
-Es que...
-He dicho que no quiero saber nada. Asumiré todo.
-¿Todo?
-Sí. Todo.
De repente, el hombre se lleva las manos a la máscara haciendo ademán de quitársela. En ese momento, la joven grita.
-¡No hagas eso!
-¿Por qué?
-Porque no hace falta que te desnudes.
-¿Estás segura?
-Por supuesto. Te conozco.
-¿Me conoces?
-Sí. Completamente.
La joven imagina. El hombre, controla y sonríe. Victorioso. Malicioso. Secreto. Despacio, muy despacio deja de tocarse la máscara. La joven respira convencida de haberse quitado un peso de encima. Segura de todo, continúa maquillándose. Él, seguro de todo, apaga el cigarro y coge el plátano. Lo acaricia, lo aprieta con fuerza y lo exhibe como un trofeo. Después, comienza a pelarlo. Con mimo. Despacio. Muy despacio. Todo, mientras continúa hablando.     
-Eso me gusta.
-Lo sé.
-Me gusta que me conozcas.
-Lo sé.
-Me gusta porque así podré tener siempre la máscara puesta.
-Lo sé.
-Me gusta porque así sabrás cuál es tu sitio.
-Lo sé.
-Me gusta porque me conocerás tanto, que nunca sabrás quien soy en realidad.
-Lo sé.
-Yo también te conozco.
-Lo sé. Y eso me gusta.
-También te conozco y eso me da poder sobre ti.
-Lo sé y eso me gusta.
-Aunque no lo parezca.
-Ya lo sé.   
El hombre, termina de pelar el plátano le da un mordisco. Con fuerza. Después, se lo da a la joven, que sin dudarlo, comienza a comérselo con pasión. Tanta que casi se atraganta. Cuando ha terminado, sigue maquillándose. Con naturalidad. El hombre se acomoda más. De pronto, se siente tan llena de felicidad, que no puede parar de hablar.
-Prométeme una sola cosa.
-Lo que quieras.
-Me querrás siempre.
-Claro.
-¿Claro que me querrás siempre?
-Por supuesto.
-¿Pase lo que pase?
-No lo dudes.
-Eso me gusta.
-Lo sé. 
-Yo también.
Sin dejar de mirar al frente, el hombre, coge el cuchillo. Lo manipula con seguridad. Lo huele. Lo mueve rasgando el aire. Entonces, por primera vez, se gira, mira a la chica y exclama:
-¿Entonces?
De repente, la chica, sin abrir los ojos, le arrebata el cuchillo y se lo incrusta en el pecho. Acto seguido se mete la mano y se arranca el corazón, que inmediatamente deja sobre la mano del enmascarado.
Mientras la sangre va brotando del pecho de la joven, el hombre, sin decir una sola palabra...comienza a comerse el corazón.
En ése momento, la chica exclama:
-Te quiero.
Y al instante cae fulminada.
De pronto, el océano rompe el cristal e inunda la escena. La fuerza de las aguas arrolla y el sofá, lanzado los cuerpos hacia la mampara de cristal.
En ese momento, todo el teatro comienza a aplaudir. Los aplausos son tan estruendosos que algunos hasta se rompen las manos. El éxito es arrollador. De repente, todo el mundo quiere subir al escenario convertido en un mar carmesí, por donde se mueven sin vida, los cuerpos de los dos personajes. De pronto,  el suelo del escenario se abre Y todo es devorado.
El público enmudece. La marabunta se calma. Lentamente. Mientras el telón comienza a cerrarse. Surgen algunos rumores, pequeños murmullos dispersos, que cesan cuando el telón se cierra completamente.
Surge un nuevo silencio. El público espera. Nadie se mira., nadie dice nada. Sólo observan las rojas cortinas. 
Unos segundos después, se abre el telón.
Y, sentado en el extremo de un sofá de color blanco, hay un hombre con un antifaz del mismo color... 

Okoriades Varacri

Relatos FM

Búsquenme en el jardín


No diviso sino ríos de lava hasta donde alcanza mi vista miope. Acabo de despertar y me cuesta comprender dónde estoy, qué sucede. La oscuridad lo invade todo, apenas interrumpida por el resplandor rojizo que penetra por mi escotilla. Me pregunto por qué sobrevolamos un escenario así de peligroso a tan poca altitud, aunque lo cierto es que el espectáculo fascina igual que sobrecoge.
¡Fuuum!, se enciende sin piedad la iluminación de la cabina. El asistente de vuelo nos insta a enderezar los respaldos, abrocharnos el cinturón y demás parafernalia previa al aterrizaje. Loreto se despereza. Me pongo las gafas: enfilamos las únicas luces blancas entre el maremágnum volcánico formado por los haces naranjas de miles de farolas. En un suspiro nos convertimos en hormigas que desfilan por grutas preestablecidas mostrando a las guardianas sus papeles identificadores. Las señales del aeropuerto alertan a los recién llegados: un símbolo de prohibición con una manzana mordida en su interior. No al soborno.
38459X21, mi número y mi foto me permiten salir del laberinto para volver al vasto mundo. Aguarda fuera el trajín propio de todo aeropuerto, pero aumentado exponencialmente: hemos llegado a una de las capitales más habitadas, la mitad de la población española metida con calzador en las costuras reventadas de una urbe hiperbólica.
—Hay huelga de transportes: taxi que circula, taxi al que le ponchan las llantas. Tendrán que viajar en carro particular —nos explican dos lugareños apoyados en una barandilla.  Ellos tienen coche y se prestan a llevarnos por una tarifa que duplica la indicada en la web que consultamos antes de volar. Un destartalado Tsuru —casualmente uno de los modelos más empleados como taxi— nos desplaza a trompicones por suburbios tristes mientras imploramos que no se averíe.
—Si nos toca volver otro año, cogemos un vuelo que llegue de día y organizamos un servicio de recogida —me masculla Loreto al oído. Aparte de su formación técnica como responsable de I+D, es una mujer culta y, por tanto, abierta y tolerante, lo que no quita que un barrio deprimido en otro continente, a las once de la noche, le resulte harto irritante.
—Señor, el camino a su hotel se demora. Voy a tener que pedirles otros cien pesosss —sonríe nuestro conductor.
—De acuerdo, llévenos lo más rápido posible —contesto recordando que visitaremos al primer cliente a las nueve de la mañana. No debería haberle apremiado, porque el siguiente cuarto de hora se transforma en estampida urbana con acelerones poco amigos del Protocolo de Kioto y de nuestros riñones. Al menos nos perdemos cualquier detalle del degradado entorno hasta que derrapamos ante el hotel, remanso de comodidades y paz.
La semana avanza alternando reuniones infructuosas con cenas muy entretenidas. Nos resulta imposible centrar las conversaciones en el objetivo del viaje: abrir proyectos en los que aplicar nuestros desarrollos de los últimos dos años. «Bueno, eso lo iremos estudiando amigosss, ahorita dejen que les regalen otro platillo de chapulines y brindemos por ustedesss», dicho con ese evocador acento con sus eses de serpiente.
Llega el viernes. Fracasadas las tentativas de negocio —«pospuestas», según nuestros amables interlocutores— queda la agenda turística que hemos confeccionado para llenar las horas previas al vuelo. Empezamos por el barrio de Coyoacán, sabor colonial. En la plaza nos topamos con el escándalo que generan unas cincuenta personas protestando por las condiciones de los transportistas. El ambiente se tensa, una docena de policías toma posiciones. Sale volando una botella que desata una carga. Aúllan las sirenas, chirrían los frenazos de los refuerzos.
—¡Por aquí! —le grito a Loreto tirando de su mano. Dos manzanas más allá estamos nuevamente inmersos en la calma que impregna los callejones de este rincón de la ciudad, pero la curiosidad turística se nos ha agotado. Nos dirigimos jadeantes al primer sitio de taxis. A través de los cristales del Bocho se suceden los enfrentamientos. Reconforta la sensación de alivio nada más pisar el vestíbulo, arropados por su invisible manto de seguridad.
—¿De quién era la idea de abrir mercado en México? —me pregunta Loreto mitad sorna, mitad reproche, antes de encaminarnos a nuestras habitaciones. Noche tranquila, víspera de agitaciones: al llegar al aeropuerto, vuelo cancelado por razones confusas, relacionadas en cualquier caso con la huelga. Desenfundo mi móvil y compruebo que la prensa española informa sobre las dos víctimas que se ha cobrado el conflicto. Después de tranquilizar a nuestros familiares optamos por verle la cara amable al asunto, así que alquilamos un coche y nos alejamos del foco turbulento rumbo a Guanajuato, localidad recomendada por todas las guías. Ya nos preocuparemos el lunes por la vuelta, ¡ahora brindemos!
Una vez instalados en el hotel que encontramos en el Jardín de la Unión —la plaza central de la ciudad—, bajamos a un restaurante. Entre sincronizadas y chipotles disfrutamos de una cena amenizada por algunos atrevidos que se esmeran en el karaoke de la terraza contigua. Nuestras preocupaciones laborales se alejan. Entramos en una discoteca estupenda, intercambiamos conversaciones superficiales con gente a la que no volveremos a ver jamás y ¡vivan las revueltas, güey!
Dura mañana de domingo, todo parece engranado con el mecanismo de una silla giratoria dispuesta a dar vueltas en cuanto mueva un dedo. Ocho llamadas perdidas en mi móvil: por lo visto la prensa presta una atención creciente a la crisis que azota al DF. Envío un mensaje a Loreto diciéndole que me bajo a un bar, necesito tomar algo que me devuelva a la vida. Apenas ando unas decenas de metros para entrar en un local circular de cubierta abovedada y paredes blancas. Silencio, oscuridad, calma.  La pausada cadencia del ventilador del techo no corta el calor, pero ralentiza el mediodía. El tiempo se espesa, mi mano se alza lentamente con intención de pedir la cerveza que interrumpa la resaca. Mientras se aproximan las caderas de la camarera, atraviesa el bar una mujer que agiganta mis pupilas. Se detiene junto a la barra. Me obsequia con un perfil mareante al recogerse el pelo en una infinita cola. Las partículas liberadoras que pululan en el aire de esta ciudad y la atmósfera densa de la cafetería me empujan sin remedio hacia la dama pantera, mi vista nublada por la turbación. Algo en la escena funciona con la misma exactitud relajada del mecanismo del ventilador, la conversación fluye, el flirteo avanza más rápido que la tarde y desemboca en una inusitada noche de medalla olímpica.
—Matías, ¿estás allí? ¿Me oyes? ¡Que son más de las ocho, habrá que volver al DF, digo yo! —brama Loreto desde el otro lado de la puerta al obsesivo compás de sus nudillos. Silueta Perfecta se incorpora de un respingo y se viste y marcha casi al unísono. Medio minuto después he logrado enfundarme el pantalón y paso veloz ante la boquiabierta Loreto.
—Señorita, por favor, ¿ha visto salir a una muj...? —¡Crockkk!, me cruje la rodilla hasta el fondo del alma apenas piso la calle por olvidar que existen los bordillos.
*****
Otra mañana soleada con la pierna en alto en el Jardín de la Unión, viendo pasar a la gente desde la sombra de un frondoso árbol de Indias, mi árbol. Leo un e-mail de Loreto, que me envidia desde la oficina. Esta tarde examina mis ligamentos el doctor Pacheco, puede que me dé el alta. Puede...

Nuak