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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

La cadena


Me dicen que me calle. Siempre me dicen lo mismo cuando quiero aclararles ciertas cosas. ¿Qué acaso no se dan cuenta? ¿Acaso tienen que esperar a que les caiga un meteorito en la cabeza? En sí esto no lo entiendo muy bien, es cierto, por ahí mi maestro me dijo que son las reglas del juego, que uno no tendría que amargarse por eso (es más, le gusta mucho enfatizar en este asunto), pero igual no lo entiendo, y es que estos tipos deberían darse cuenta de lo que hacen. ¿Acaso no piensan? Supuestamente ellos son los que piensan, es más, se jactan diciendo que ¡No! ¡No! Ahí va otra vez este hombre ¡No! ¡No!, no entiende que eso le hace mal. ¡No me van a callar esta vez! ¡No! ¡No!... ¡No!

Otra vez entre estas paredes, se aprovechan porque yo sí cumplo las reglas. Sé que no puedo responder cuando más ganas tengo, que sólo puedo cuando es necesario, ¡necesario!, ¡válgame, ya quisiera yo elegir cuándo es necesario! Pero no, esas cosas se las deja uno a su maestro, y es que son las reglas del juego, dicen. Y por esas mismas reglas me acaban de encerrar de nuevo. ¡Si supieran quienes son los encerrados! Bueno, ni modo, sólo a esperar. Yo sólo quería hacerle entender a Don Jorge que haciendo eso le está creando traumas al niño Betito. El maestro ya me explico qué son los traumas, y por eso lo puedo afirmar, puedo afirmar que Don Jorge le está creando traumas a Betito. Es una pena porque Betito es lo más cercano que hay en esta casa a la sensatez. ¿Cómo se pueden guiar sólo por algunos de esos pañales manchados? ¿Cómo se pueden guiar sólo porque no alcanza a girar a la cosa esa que se gira para salir al parque? Es igual que yo, yo tampoco llego pero ni lo intento porque no es mi función. Tampoco es la función de Betito llegar a abrir la puerta, como dicen. Y tal vez me esté haciendo muchos problemas por algo que no es mi problema, y es que Don Jorge es poco reflexivo, pero yo no me quejo de las cosas que me hace, eso de ponerme una cadena ¡cómo si no me bastara sólo con escucharlo para saber lo que quiere que haga!, o de encerrarme, claro, sí, de encerrarme acá sólo porque discrepo con su forma de educar a Betito; no, yo no me quejo de eso, sólo que me preocupa un tanto.

En fin, mi maestro dice que a él también lo encierran de vez en cuando, pero que nunca se siente encerrado. También me dice que es muy extraño que me preocupe por algo, me dice que esa es una tara de Don Jorge, Doña Martha, Don Eduardo y ellos, y que por eso yo represento un caso muy singular entre nosotros. Yo le pregunto preocupado si eso es malo, y él me dice "si ha pasado es por algo y en su momento lo sabremos". Ja, gracioso el maestro, a veces habla parecido a uno de esos hombres de ojos pequeñitos que salen a veces en las pantallas esas, televisiones, que frecuentemente ven aquí. Casi siempre no dicen nada interesante, pero cuando lo hacen es igual, es por las puras porque por más que sea interesante lo de la pantalla acá ellos siguen haciendo lo mismo. ¿Por qué hacen siempre lo mismo? A veces, cuando Doña Marta me acaricia, he querido preguntárselo. Y es que me gustan tanto sus manos, es como si cayeran adentro de mí, como si pidieran ayuda clandestinamente. A veces creo que ella me entiende, por eso creo que me pide ayuda...si supiera que yo no tendría nada que decirle, esas cosas no se dicen, solo se transpiran, pero eso sí, podría enseñarle a transpirarlas. La llevaría al parque entonces, pero eso sí, le pediría que sea sin cadena, aunque ella ya hace mucho tiempo que no me la pone cuando salimos. ¡Don Jorge sí me la pone! Y entonces en el parque correría haciendo todo lo maravilloso que hay por hacer, le enseñaría a darse vueltas, a saltar desenfrenadamente, a revolcarse en el césped, a juguetear con los pajarracos, a recoger en un instante a todo el tiempo, a estrechar en ese parque a todo el universo. También le enseñaría a abrazar a un amigo, pero para eso tendría que aparecer algún amigo y la verdad es que ahora último estoy de malas. Mis amigos ya no quieren jugar conmigo porque dicen que ya no estoy jugando, que más paro pensando en los porqués de ellos y creo que tienen razón...Esto de la preocupación...ahm, empiezo a pensar que esta tara no la debería tener, pero como dice mi maestro, por algo será. He escuchado por ahí que algunos de ellos se empiezan a dar cuenta, ¿entonces nosotros empezamos a preocuparnos? No creo que eso vaya a pasar, o en todo caso habría que preguntarle al maestro, él sabe las reglas del juego, aunque una de esas reglas es que yo mismo las averigüe. ¡Qué va!... Ahí parece que viene alguien. ¿Será Doña Marta? Hace tiempo que no me da una de esas galletas especiales, lástima por ella que cada vez la veo más parecida a Don Jorge, ¿o será Don Eduardo que es un poco torpe pero parece tener buenas intenciones?, sería bueno que sea Betito que ríe y dice tanto, pero bueno, él no va a alcanzar a girar la cosa esa que gira la puerta. En fin, sea quien sea lo bueno es que me va a sacar de estas paredes...

¡Bah! Es Don Jorge con la cadena otra vez...dice que me va a sacar a pasear al parque... ¡qué acto tan noble, Don Jorge! Me está poniendo la cadena... ¡si supiera quién anda más encadenado!

Juanpa

Relatos FM

La Guitarra Sin Cuerdas


Soy el peor en lo que mejor se hacer, y por este don me siento bendecido, es tan fácil pretender y tan divertido perder - Kurt Cobain
Así empieza la metamorfosis que convierte a toda persona que alguna vez fue recónditamente decente a ese ser etéreo y sin nombre que deambula entre las mentes perdidas buscando esos que nadie le supo dar en su otra vida, amor, respeto, calor, eso nunca se sabe pero ese alma en pena sigue ahí buscando escarbando, suplicando podría decirse. La mayoría de las personas llegan a esta fase de sus vidas justo cuando se preparan para despedirse, pero ese no era el caso de S. no el llego a ese punto sin retorno a una muy temprana edad. El nunca encajo, nunca tuvo amigos, nada parecía interesarle, nadie parecía despertar la mínima chispa de afecto en el, ni su familia ni nadie. Cuando S nació, nació con los ojos abiertos y no lloro. No mostro ninguna expresión cuando los doctores lo revisó, ni cuando su madre lo cargo por primera vez, se quedo en silencio mirando al vacío. Esta conducta no cambio a lo largo de su vida, aprendió a hablar y caminar muy rápido, más sin embargo cuando hablaba solo decía lo justo, ni una palabra más ni una palabra menos. Si tenia que caminar solo daba los pasos necesarios. Era muy difícil verlo jugar con sus juguetes o con los otros niños, S prefería sentarse y ordenar sus juguetes de mayor a menor o por colores o por tipos o simplemente sentarse a garabatear en un pedazo de papel. Desde muy pequeño le gustaba dibujar y no lo hacia mal anqué  jamás llego a rayar una pared, o mesa o nada que no fuese una hoja de papel, todos sus dibujos tenían un titulo y jamás los dejaba olvidados por ahí. Aunque esta pasión solo despertaba cuando el quería ya que cuando su madre lo inscribió en clases de pintura S perdió rápidamente el interés y dejo de dibujar por un tiempo. Esta falta de pasión caracterizo la vida de S, no importaba que sucediera el nunca decía o hacia mas de lo necesario, siempre media sus palabras de acuerdo a la situación y nunca era franco con nadie, la vida de S era lastimera y miserable pero aun así S seguía frio e imperturbable pasase lo que pasase incluso hasta el día en que la muerte le hizo una visita inesperada. La muerte de una madre marca a cualquier niño pero no a nuestro pequeño S. Después de que su madre se fuese el siguió como si nada, pasando de casa en casa, de familia en familia. Vivió con varios tíos y tías, con sus abuelos y con un hermano, pero nunca con su padre, el cual jamás conoció pero tampoco le importaba mucho conocerlo. Paso de hogar en hogar y nunca pudo encajar, esa apatía y esa falta de emoción fastidiaba a todo el que se topara con el y hacia imposible la convivencia con otra persona por mucho tiempo. Así que paso a vivir debajo de los puentes acobijado por la luna y la estrellas, hasta que una fundación de caridad lo encontró y lo llevo a uno de sus centros, ahí no importaba quien fuera o como se comportara, ya que su hombre o su identidad ahí no importaban, en ese lugar el tan solo era el numero 930728. En ese lugar retomo sus estudios que estaban atrasados pero increíblemente y a pesar de su falta de pasión y disciplina, S se convirtió en un excelente estudiante. Pero eso no es importante en nuestra historia, fue en el colegio en donde pudo hallar su verdadera expresión en la música, en la música del rock. Y como ya se imaginaran, se volvió rico y famoso y vivió sin problemas el resto de sus días, claro eso es lo que la mayoría de la gente espera de sus vidas, pero no, la historia no pasa tan rápido, S demostró algo nuevo en el, pasión por algo, la música le encantaba, el Rock, el grunge, Nirvana, Soundgarden, Alice n' Chains, Peral Jam, esos eran sus nuevos amigos, la nueva pasión de S mas sus habilidades natas le facilitaron el aprender a tocar la guitarra y era bastante bueno, pero a pesar de que había encontrado pasión, aun carecía de sentimientos hacia las demás cosas y las demás personas, escribir una canción le era imposible ya que no sentía nada que lo inspirase, siempre que podía se escapaba con si guitarra y empezaba a tocar tonadas de sus bandas favoritas, Black Hole Sun, Once, Smell Like a Teen Spirit, se las sabia de memoria y las tocaba espléndidamente, pero siempre lo hacia escondido, en lugares donde no lo viesen o escuchasen, y de seguir así nuestra historia acabaría aquí, pero un día se dispuso a tocar en el salón de música que estaba vacío, empezó a tocar Jeremy de Pearl Jam, cunado a mitad de la canción escucho algo que venia del armario de las guitarras, la puerta se abrió sin que S se dispusiera a abrirla, de adentro salieron dos amantes vampiros, una pareja gótica que rompió el anonimato de S. Curiosamente ellos estaban formando una banda y les faltaba un guitarra, a S no le gustaba la idea, pero tampoco le disgusto, así que acepto. La banda era apenas decente, pero aun así se logro abrir paso a la fama y todos se hicieron inmundamente ricos, o al menos así hubiera sido de no ser que un día, durante un ensayo, una de las cuerdas de la guitarra de S se rompió, no era gran cosa solo una cuerda que cambiar, pero S no la cambio, su pasión se había ido, dejo de dibujar otra vez. Y así fue como vivió su vida, un dibujante que no dibujaba, un guitarrista que no tocaba la guitarra, una eterna guitarra sin cuerdas.

El Lagartijo

Relatos FM

AIR, UJUL
(Anagrama no recomendable)


Y después de unos días volví a salir de aquel cajón apolillado. Su piel estaba fría como de costumbre, pero no duraría mucho así.
Me cubrió con esos Levi's de los 90, los cuales tenían un pequeño y lúbrico trasero roto. En el fondo me alegré de la compañía, ya que así, podría visualizarlo todo y no sólo sentir el seísmo de unos tacones.
Nos encaminamos al bar de siempre, al de los sábados al mediodía, mitad cerveza de las doce mitad soledad en polvo(s). Apoyada en la barra, vio a Ujul tomando algo. Se acercó, la dio un húmedo beso en los labios y mientras acariciaba su mejilla, la susurró al oído <<ahora vengo>>. Se dirigió al baño a la vez que me propiciaba un buen pellizco, aún sentía el calor ensartado de aquella noche tras de mí.
Oí como corría el agua del grifo mientras el lloraba, su sentimiento de culpa y el agua no potable se enredaban y peleaban por salir primeros de aquel baño infectado de secretos. Tras un suspiro que llegó a apretarme más a su piel, volvió a reunirse con Ujul.

De nuevo sábado, pero esta vez, sus horas no eran de Ujul. El escote que ahora me hacía estirarme y sudar pertenecía a otra, Air.
Una y otra eran hermanas y él lo sabía, disfrutaba de ello, pero ellas no eran conocedoras de este hecho al que estaban sujetas.
Siempre me elegía para las "ocasiones especiales", aunque luego durase décimas de segundo con a él cuando alguna de ellas nos acompañaba: un día en el suelo junto al periódico del día anterior, otro encima de la silla cuidadosamente doblado..., y así. Fui testigo, compañero y en ocasiones partícipe de sus conquistas. Cuando alguna lo descubría, cambiaba de bar, de nombre y de "oficio", al menos a nivel conversación.

El último sábado del mes mientras él y Air se divertían sirviendo deseos a las sábanas, yo ojeaba las cortinas, eran bastante vintage para el estilo que esperaba de Air, pero no estaban mal, las había visto peores.
Mientras me debatía en este diálogo profundo entre mi yo interior y el interiorismo en sí, rápidamente me puso sobre su piel, sin cuidado, dejándome mojado y perdiendo todo mi aroma a jabón neutro.
De nuevo los Levi's ventilados me dejaron ver a una Air chillando, furiosa, excitada... Combatía entre su inacabado deseo de sentirle dentro y la pretensión de que el deseo de él acabase, pero no de forma temporal ni respecto a otras mujeres, no, sino para siempre.
-¡el jabón neutro, joder, mi fragancia a jabón neutro! –sollocé

Habiendo sido descubierto por una de las hermanas cambió de bar, pero no de costumbres, y por supuesto tampoco cesó en su hábito de que yo le acompañase en sus ocasiones especiales. ¡Si yo les contara todo lo que han visto mis costuras!
Pasadas tres horas de conversaciones volátiles, tocamientos ante la barra y cervezas compartidas, me hallé de nuevo en otra habitación.
Miré el reloj calculando cuánto tiempo tendría para estudiar la decoración del cuarto, por cierto, bastante prometedora (así a primera vista), pero no me dio tiempo a comenzar ni siquiera por el cabecero de la cama. Sentí como una corriente viscosa y violenta se entremetía entre mis tejidos y me teñía de confusión, de roja cuita. Apagándose mi voluntad, miré a través del trasero roto de los Levi's, los cuales hacían juego con mi nuevo estado bermellón, y las vi. Las dos hermanas: una apuntándole y la otra llorando. Ambas estaban cogidas de la mano, mientras la nueva amante, amiga de éstas, atendía impávida al esmalte de sus uñas.
La que apuntaba, se acercó hacia mí arrastrando a su hermana temblorosa, y mientras me miraba a través del roto del pantalón, gruñó rabiosa: ni siquiera tenía la decencia de cambiarse de calzoncillos...

Siree

Relatos FM

Atrapado


El encuentro había sido programado para el siguiente domingo lo cual me llenaba de ansiedad, faltaban solo unas horas y lo que tanto había estado deseando desde el mismo momento en que fui contactado estaba a punto de materializarse, sé que muchos no me creerían y por el contrario me llamarían loco, pero mi convicción era suficiente para aceptar los acontecimientos que vendrían.
Todo empezó hace solo unos días atrás cuando Isabel y yo caminábamos por la cima de un cerro cerca de nuestra casa, en medio de una lluvia que nos sorprendió sin avisar y antes de decidir bajar, nos refugiamos en una cueva que estaba camuflada entre los arbustos y el follaje,  supongo que era una especie de abertura hecha naturalmente en la roca ya que carecía de marcas producidas por algún tipo de herramienta, la lluvia se convirtió en tormenta obligándonos a permanecer dentro de la cueva hasta el anochecer  amenazándonos con prolongar nuestra estancia por mucho tiempo más, el estruendoso cielo castigaba nuestros oídos despiadadamente y la intensidad de los relámpagos iluminaba la montaña dejándome ver momentáneamente la silueta de los árboles cercanos, las ramas se mecían fuertemente, unas se partían, otras se balanceaban en sentido del aire dándole un toque de zozobra al momento. Inexplicablemente, una luz descendió en medio de la noche, esta empezó a bajar justo enfrente de nuestros ojos, el entorno empezó a tornarse en un rojo difuminado entre las gotas de lluvia y un refulgente blanco el cual no podíamos ver fijamente pero que estaba apuntando en nuestra dirección, Izabel estaba nerviosa e intentó salir corriendo de la grieta a toda costa y tuve que detenerla, ambos estábamos aterrorizados con lo que estaba pasando pero también sabíamos que lo que hubiera allí afuera tendríamos que afrontarlo juntos, una caída por la ladera del cerro podría resultar fatal en caso de resbalar y con nuestro corazón a punto de estallar decidimos conservar la cordura. La extraña luz se mantuvo en su posición e inexplicablemente la lluvia cesó, pero solo en ciertas partes, el extraño objeto se acercaba cada vez más a la copa de los árboles dejándonos ver por primera vez su gran tamaño además de que producía un extraño sonido parecido al de la corriente eléctrica, nosotros estábamos estupefactos y no pudimos siquiera movernos, aquello era indiscutiblemente una nave extraterrestre la cual nos observaba mientras flotaba en el espacio, estaba diseñada con un extraño metal –supongo- que brillaba con el destello de los relámpagos, no tenía ventanas pero sabía que nos observaban. La luz blanquecina formaba una especie de camino entre la nave y nosotros y no penetraban las gotas de lluvia, cuando se encontraba a una distancia cercana al suelo vimos como en una pequeña área de la extraña aleación empezaba a difuminarse como si se tratara de agua al dejarle caer una roca creando una onda repetitiva sobre ella, esto permitió cierta traslucidez quedando poco a poco al descubierto un extraño hombre que salía de allí y quien se aproximo a nosotros sin necesidad de caminar, la luminosidad nos impedía mirar a los ojos de aquel "visitante" que media unos 2 metros, su aspecto era muy similar a nosotros con la diferencia de que su piel era como sintética o daba la impresión de serlo, o tal vez era su traje. Este ser nos envolvió en una especie de calor agradable, por alguna razón no tuve miedo y creo que Izabel tampoco, sentimos ausencia de fuerza en nuestros cuerpos y esto nos mantuvo en la misma posición en que estábamos, no podíamos resistirnos a ese éxtasis maravilloso en donde llegué a pensar que levitaba y hasta llegar a sentir la sensación de paz que llenó por completo aquella experiencia.
   Edahí dijo llamarse y también que provenía de una galaxia cercana para él y demasiado distante para nosotros, no hablaba pero todo me lo transmitía a manera de pensamiento, me sentía conectado a Izabel y ambos con quien nos mantenía inmersos en aquella burbuja, seguidamente nos dijo que debíamos reunir el total de once personas que al igual que nosotros, confiaran y creyeran en lo que el mundo trata de ocultar. Debíamos reunirnos el siguiente domingo 3 de abril en ese mismo lugar en donde se nos develaría una "gran verdad" y se nos haría participes de uno de los acontecimientos que muy probablemente cambiaría nuestras vidas. Sus palabras siempre fueron suaves y precisas, en todo momento sentimos que no nos lastimaría y que en el mejor de los casos nosotros habíamos sido escogidos para llevar un mensaje al mundo, si ese fuera mi destino, lo aceptaría encantado.
   Despertamos a la mañana siguiente sin saber en qué momento acabó todo, tanto Izabel como yo no entendíamos realmente lo que habíamos acabado de vivir ni mucho menos lo que sucedió después, el hecho es de que los dos recordábamos plenamente los sucesos de la noche anterior   y por algún motivo nos quedamos dormidos hasta que el sol salió. Esa mañana regresamos a la casa cargados de una extraña energía que nos mantuvo despiertos todo el día, tenía muchas inquietudes sobre lo que viví y lo que faltaría por ver, en cierto modo me sentí privilegiado. Aún teníamos 3 días más antes de nuestra siguiente cita en la montaña y decidimos pensar muy bien a quienes llevaríamos al encuentro, esa noche nos dormimos un poco tarde para poder dar inicio temprano en la mañana a las visitas de quienes nosotros habíamos decidido estarían allí con nosotros, pensamos que a pesar de que muchos de nuestros amigos creen en esta realidad no serían lo suficientemente aptos para presenciar un evento de este tipo y es por esto que elegimos a aquellos con quienes estrechamente hemos creado un vínculo más cercano para que nos acompañaran esa noche. Afortunadamente todo salió como estaba planeado y ya para el atardecer teníamos el total de personas para acudir a la cita, ese mismo sábado al anochecer nos reunimos todos en casa de uno de nuestros amigos para tratar temas referentes al encuentro y afinando detalles cruciales para que todo se diera sin contratiempos.
   Por fin llegó el tan esperado domingo y después de reunirnos en nuestro punto de encuentro empezamos a alejarnos del pueblo para adentrarnos en la montaña, eran aproximadamente las 6 de la tarde y todavía nos quedaba una hora máximo de luz, nos tardaríamos una hora y media o tal vez dos y una vez en el lugar debíamos esperar hasta las 10 de la noche que era la hora en que seriamos contactados, todos subíamos a buen ritmo y casi no hablamos, mi corazón iba acelerado desde que empezamos a caminar e Izabel subía a mi lado, agitada igual que yo y con el deseo en sus ojos de saber lo que pasaría,  todos compartíamos el mismo sentimiento y el ansia de saber nos hizo llegar al lugar en tiempo record. Una vez allí era cuestión de esperar la hora acordada y todos decidimos acostarnos en el pasto mirando las estrellas en el cielo y el inmenso firmamento que centelleaba, imaginando cual de tantas luces sería la que llevaba consigo a los extraterrestres que veríamos esa noche. Transcurrían los últimos cinco minutos y los ánimos en el grupo empezaron a elevarse, todos deseábamos verlos ya y algunos creían ver algún cambio en el cielo presumiendo que eran ellos pero no, estábamos siendo víctimas de la desesperación y ya empezábamos a impacientarnos hasta que por fin todos coincidimos en ver una luz que se aproximaba en el horizonte y en nuestra dirección, yo empecé a sudar mientras le agarraba la mano a Izabel, ella me dijo que el momento había llegado y todos los demás se mantuvieron mirando al cielo casi sin parpadear, la nave ahora era visible y todos pudimos observarla cuando paso sobre nuestras cabezas lentamente, pudimos ver unas luces en el centro de ella y el extraño sonido a nuestro alrededor, por fin se detuvo y se posicionó a casi un metro del suelo exactamente igual que la vez anterior, el metal se "deshizo" al momento de que salían 3 de seres de rasgos similares al exterior y se dirigieron a nosotros pero esta vez sin la luz enceguecedora que producía el primer visitante que había visto, ya empezábamos a experimentar la extraña fuerza sobre nosotros, dos de ellos se acercaron primero y empezaron a hablarnos telepáticamente pero el último se quedó atrás mirando a su alrededor y ya estando a pocos metros de nosotros decide regresar rápidamente cuando una fuerte explosión sacudió un costado de la nave, esta despegó velozmente dejando atrás a dos de sus tripulantes y apareciendo de la nada un grupo de hombres armados quienes golpearon y sometieron a los 2 visitantes y a las demás personas que estaban con nosotros, usaban aparatos extraños y transmitían en algún tipo de lenguaje codificado y haciendo presencia casi en el acto una especie de helicóptero en el cual fueron ingresados algunos de mis amigos e Izabel, todo fue muy rápido y no pude darme cuenta de lo que sucedía a mi alrededor hasta que un golpe en la nuca nubló mi conocimiento.
   He despertado en alguna parte, en una habitación donde todo era blanco, estaba en una camilla y a mi alrededor había una serie de aparatos médicos, detrás de la ventana del cuarto podía ver a dos hombres y una mujer, ellos me miraban y hablaban entre sí mientras escribían en una tabla, no me explicaba lo que estaba haciendo en aquel lugar y solo deseaba salir, pocos segundos después ingresaron al lugar uno de los doctores y dos militares quienes aseguraban que yo no recordaba nada pero que aun así sería mantenido bajo custodia por algún tiempo, no sé qué ha pasado con Izabel ni con cada uno de los otros con quienes estaba, ni tampoco con los seres extraterrestres, hago un esfuerzo por sentarme pero no puedo, me sentía muy débil y traté de hablar, el militar observó mi reacción y me preguntó sobre lo que había sucedido la noche anterior, mi voz respondió en forma errada, no era lo que estaba pensando ni lo que deseaba decir, desconocía lo que me dominaba,  mis movimientos y reacciones eran absurdas e involuntarias, una gran parte de mi había abandonado mi cuerpo y este estaba siendo habitado por algo más poderoso que tomaba el control sobre mis palabras y movimientos dejándome en un espacio sin salida, la lucha en mi interior hizo que fuera diagnosticado con paranoia severa y puesto en una de las clínicas mentales de la ciudad. Ha de ser algún tipo de droga la que me tiene metido en el limbo sin posibilidad de salir, todos ignoran en donde me encuentro ahora, empiezo una batalla por tratar de salir y descubrir lo que ha sucedido, tengo que escapar...

Hector Ruiz

Relatos FM

El día de mi diez cumpleaños


Amanece y mi madre nos despierta dándonos besos en las mejillas.
Hoy es 8 de septiembre de 1931, el día de mi cumpleaños. Voy a cumplir 10, y digo voy porque hasta que no sople las velas no me gusta decir que he cumplido años. Así que llevo nueve sin cumplir años de verdad, porque mi madre nunca me ha podido comprar una tarta.
A mí me gustaría celebrar ese día  a solas. Estoy cansada de tener que compartir mi cumpleaños con mi hermana Mercedes. Pero es que nacimos el mismo día y no tengo más remedio; aunque su nacimiento se adelantó cinco minutos con respecto al mío. ¡Ella siempre igual, queriendo estar por delante de mí!. Somos gemelas, ¡gemelas auténticas!  Si queremos nadie nos puede distinguir, sólo mi madre, claro; mi padre pasa tanto tiempo fuera de casa que cuando llega no tiene cuerpo para juegos, y nos cambia de nombre constantemente.
Yo quiero mucho a mi hermana- y aunque siempre pretende ganarme en todo- reconozco que es mi mejor amiga.
-¡Amparo!- me grita mi madre - ¿te quieres levantar ya de la cama? Tus hermanos ya se han puesto en pie.
Hoy es martes y me corresponde acompañar a mamá a la plaza para hacer la compra y traérmela después para casa. A Mercedes le toca encender la cocina de carbón para calentar un poco de leche y hervir la cebada para el desayuno. Después tendremos que hacer juntas la colada. Consuelo todavía es pequeña para poder ayudar en las tareas. Tiene seis años, aunque le gusta coger la escoba de vez en cuando.
Mi hermano Manuel se fue con mi padre esta mañana antes de que amaneciera. Tiene trece años pero ya se está haciendo mayor, trabaja como peón aprendiz de las obras en donde está mi padre.
Mi hermano siempre llega muy cansado por las tardes, y con las manos llenas de grietas.
- Aún te las tienes que curtir – le repite mi padre.
A mí me da pena que se vaya a trabajar porque todavía lo veo como un niño. Con él las tardes eran más entretenidas porque tenía permiso para llevarnos de paseo. Pero ahora se levanta tan temprano que cuando llega, después de un largo día, no quiere ni que le miremos de reojo. ¡Se enfada!... Pobrecito, con lo que le gusta dormir. Los domingos tarda horas en despertar aunque mis hermanas y yo, estemos haciendo mucho ruido.
Mi padre es maestro albañil. Trabaja de sol a sol; o eso es lo que suele decir mientras entra protestando por la puerta de casa, cuando sospecha que mi madre le va a sermonear por llegar tarde. Pero yo lo he visto muchas tardes en la taberna "del cateto" tomando vino con sifón en la barra, con otros hombres que no me gustan.
Casi no vemos a mi padre, y cuando lo hacemos no quiere que le molestemos con mojigaterías, como nos suele decir.
Tiene la piel muy oscura y las manos ásperas y rudas. Le gusta llevar su gorra de visera un poco inclinada hacia la derecha y la blusa de manga larga remangada hasta el codo.
- Para ser tan pobre eres muy señorito- le reprimenda mi madre cada vez que le pide una camisa limpia y sin remiendos para ir a trabajar.
Él ha sido siempre muy celoso, y no porque mi madre le haya dado motivos, sino más bien porque ella ha sido siempre muy hermosa. La mujer más guapa de Triana. Morena, de piel blanca y con unos ojos verdes preciosos.
Por los celos, mi padre se llevó veintiún días en la cárcel del Tamarguillo.

Mi madre me mete prisa para que me termine el desayuno y ni siquiera me deja rebañar las últimas migas de pan que he echado en el tazón de leche. Va siempre corriendo a todas partes y yo agarrada a sus faldas para que no se me pierda. Se coloca, colgada de su brazo, la enorme cesta de mimbre que luego tendré que llevar yo de vuelta a casa, y me imagino ya el suplicio que tendré que pasar antes de llegar.
Alcanzamos el mercado de Triana a paso ligero, no sin antes sortear los adoquines que están esparcidos y mal puestos en las calles,- apropósito-, para que me tropiece cada dos por tres y me haga una postilla en las rodillas.
El mercado me gusta porque huele a fresco, a vida; y porque se contagia la alegría y la sonrisa de los tenderos.
Después de saludar fugazmente a algunas vecinas del barrio, nos paramos en seco en el puesto del carnicero a comprar para algunos días. Cuatro gordas de carne, media gallina, los avíos para un puchero y dos gordas de manteca colorá.
- Huuuunmm, manteca colorá – suele aspirar profundamente mi hermano, con cara de felicidad, mientras la manteca se derrite en el pan caliente.
Vivimos en una casa de la calle Alfarería. Compartimos la vivienda con seis vecinos más. Tenemos dos habitaciones que se encuentran situadas debajo del gran hueco de la escalera; una habitación para dormir, que es la más grande y otra para comer y hacer el resto de las cosas del día, donde pasamos la mayor parte del tiempo.
Las cocinas se hallan cerca del patio común. Cada vecino tiene la suya propia; sin embargo el retrete es compartido y está situado en la parte del fondo de la casa, en el corral.
El patio es muy bonito tiene doce columnas unidas con altos y grandes arcos, y la galería que lo bordea nos protege de los días de lluvia; allí es donde están las puertas de las casas de los demás vecinos. Siempre hay gente entrando y saliendo, y niños jugando en patio. Es el centro de la casa.

Salimos del mercado y seguimos con las prisas. Mi madre me deja sola en la esquina de la calle Betis y se dirige a cruzar el puente de Triana para ir a casa de varias señoras a tomarles medida. Yo tengo que volver a casa con la cesta cargada de compra sin distraerme y sin hablar con ningún desconocido. ¡Bajo pena de castigo si no hago lo que mi madre  me dice!. Por el camino me desvío hacia la tienda de Guillermo a comprar un cuarto de azúcar, pero solo si no cuesta más de dos reales el kilo.
A duras penas camino los últimos tramos de la calle y llego a casa arrastrando la cesta de mimbre,- ¡que creo que pesa más que yo!-. Con la ayuda de Mercedes guardamos la compra en la cocina. Ella ya ha hecho las camas y ha limpiado la casa, sin perder de vista a Consuelo, y están esperando a que llegue con el dinero de vuelta, para ir a por cisco picón a la carbonería de la calle Castilla.
Mi madre no regresará hasta las doce de tomar medidas y de pasarse por la tienda de telas; cuando llegue tenemos que haber hecho nuestras tareas y tener ya encendida la cocina con el carbón caliente. Ella sí que trabaja de sol a sol y nunca la he visto en la taberna "del cateto". Siempre es la primera en levantarse y la última en irse a la cama. Trabaja como costurera, casi siempre en casa, menos cuando tiene que probar la costura a las señoras, que tiene que ir cargada con los trajes hasta donde viven. Son señoras que tienen a otras personas que les sirven.
Ella  tiene 34 años,  creo, y nunca ha dejado de luchar. En casa no cesa el traqueteo del pedal de su máquina de coser, que aún sigue pagando; hasta que llega mi padre, que no lo soporta. Entonces se pone a echar hilvanes y a fruncir dobladillos. Nosotras, cuando no estamos en la amiga o haciendo nuestras tareas, le ayudamos en todo lo que nos pide, aunque a veces protestamos.
Todavía es pronto para ponerse a encender el carbón de la cocina así que cogemos el barreño grande, el pequeño, la ropa y todo lo necesario para la colada y nos dirigimos hacia la pila que está situada en el corral, en frente de la letrina. Cada vecina tiene un día definido para lavar y  tender la ropa en la azotea de la casa. Los martes nos toca a nosotras.
Mientras yo lleno los barreños de agua, para dejar en remojo las sábanas blancas con la sosa, Mercedes prepara  la pila para lavar en ella las piezas más pequeñas de ropa, que son las que nosotras podemos lavar. Cuando llega mi madre las sábanas llevan ya casi una hora en remojo y listas para refregarlas en la tabla de madera con  el jabón. Nosotras ya hemos aclarado la ropa interior, los vestidos y las camisas; y después de subir a tenderlas en la azotea, preparamos el barreño con el añil para que mi madre pueda darle el último enjuagado a las sábanas.
Los días que tenemos que lavar la ropa son cansados y agotadores; qué casualidad que nos haya tocado hacerlo el mismo día de nuestro cumpleaños.
- ¡Vaya regalito!, - le expreso resoplando y acalorada, a mi hermana. - Pero al menos lo estamos compartiendo las dos juntas.
Una vez terminada nuestra tarea con la ropa, ayudo a mi hermana Mercedes a encender el cisco de la cocina para el almuerzo. Con el calor que está haciendo este verano es complicado abanicar el carbón para que vaya tomando tono, porque el calor se hace insoportable,  sin embargo conseguimos encenderlo. Cuando llega mi madre de tender las sábanas, el potaje de la noche anterior ya está calentándose en el fuego. Siempre tiene que hacer la comida por la noche para que mi padre y mi hermano Manuel se puedan llevar el canasto por la mañana temprano.
Las tardes de verano se hacen eternamente largas. Nadie sale al patio o a la calle en las horas que hace más calor. Después de la comida, y tras acostar a Consuelo para su siesta, mi madre se sienta debajo de la ventana, frente a la máquina de coser y aprovecha la tarde haciendo lo que más le gusta, puntear. Tiene muy buenas manos para la costura y aunque nos comenta que no va a coger más trajes para hacer, no sabe decir nunca que no, y termina teniendo más trabajo del que a veces puede alcanzar.
Mientras nosotras sobrehilamos mi madre no para de darle al pedal de la Singer aprovechando la ayuda extra que le presta el artilugio para así adelantar trabajo antes de que llegue mi padre. Él no soporta el tac-tac, tac-tac, tac-tac de la máquina de coser.
Terminamos ya de dar los últimos pespuntes a un vestido de prueba, mientras mi madre sigue pedaleando con decisión. Consuelo ya se ha despertado de su larga siesta y nos dirigimos a la cocina a prepararle nuestra merienda favorita, pan con aceite y azúcar. 
Mientras merendamos escuchamos entrar a mi hermano Manuel en la casa, hoy ha llegado antes de la obra. Entra en el comedor junto a mi madre y nos sorprenden cantando cumpleaños feliz. Entre sus manos lleva un plato en el que hay dos magdalenas, y sobre cada una de ellas una cerilla apagada. Manuel está a punto de encender los fósforos.
¡Por fin voy a cumplir años!

Ater Tumti

Relatos FM

En el interior de aquellas paredes


La casa estaba compuesta de dos raquíticos pisos y los dos se alquilaban a los más pobres del lugar o de los pueblos colindantes, o qué sé yo a quién, pero siempre estaban alquilados a pesar de la humedad y de la insalubridad que reinaban en su interior. El edificio estaba construido al lado de un regato que en invierno podría llamarse río y su frontal daba a una carretera comarcal, sus paredes tenían más arena que cemento.

En la planta inferior vivía una mujer abandonada por su marido con dos hijos y un padre sin piernas que solía gatear," los días soleados", por la cuneta que había entre la casucha y la carretera. En el segundo piso vivía una maestra de escuela jubilada a causa de una trombosis cerebral, la cuidaba su esposo, un jubilado del campo: mis padres, eran mis padres.
La enfermedad de mi madre y la emigración a Barcelona por motivos profesionales de ésta, así como el regreso a la tierra de origen después del penoso accidente cardiovascular, nos habían llevado a esta casucha, a esta ratonera donde murió mi madre y finalmente mi padre, yo... había salido algunos años antes de allí, con mi mujer y mis dos hijos, era lógico, la vida empuja con más fuerza a los más jóvenes, sin embargo la sensación de culpabilidad la arrastraré mientras viva. Me he sentido culpable de aquel lugar y de no haber podido o sabido sacar a mis progenitores de aquella situación, pero vayamos al tema que hoy quiero exponer.
Por aquel entonces era representante de neumáticos de una conocida marca y viajaba mucho, después de alguno de mis viajes solía visitarlos, una noche me quedé allí a pernoctar,  y un poco antes del amanecer se levantó mucho viento, viento que aliviaba mi cuerpo refrescándolo; lo curioso es, que yo estaba en la postura de la vela, de pronto me vi así, es decir... con los pies hacia el techo y sólo la cabeza y la nuca apoyadas en la cama, me vi así sin más, no tenía consciencia de haber provocado  aquella postura, hacía mucho viento dentro de mi habitación, ¡pero las ventanas estaban cerradas!, lo pude comprobar con posterioridad.
Lo cierto es que estaba muy a gusto, cómodo con aquel viento aunque fuese muy fuerte,  porque gracias a su fuerza no pensaba en nada, sólo lo oía, estaba escuchando al viento y sintiéndolo en mi piel desnuda,  eran imposibles los pensamientos, no cabían en aquel inusitado amanecer.
Comprobé que a mi lado, sentada en un rincón de la habitación estaba una mujer muy joven, tal vez una adolescente,  al descubrirla se cruzaron nuestras miradas, se asustó y se fue traspasando la pared,  no me sorprendió,  la seguí con aquel viento zumbando en mis oídos y refrescando mi cuerpo, no me asombré asombrarme de la situación, ya que no pensaba en nada repito, todo sucedía, simplemente sucedía. Envuelto en aquella reconfortante sinfonía del aire que me aliviaba e incluso me sostenía  en aquella postura, atravesé sin ninguna dificultad la pared.
Dentro de la pared, las caras y las escenas se multiplicaban infinitas como sucede con dos espejos que paralelos  se miran, era asombroso, sin ningún cambio en mis emociones, estaba siendo espectador de las más crueles tragedias y de las comedias más chispeantes, había incluso escenas...no sé si catalogarlas de pornográficas,¡ pero no!, descarto tal calificación, ya que ocurrían sin motivo aparente de exhibición, de espectáculo; en uno de aquellos espacios había un viejo copulando con una joven,¡ sí! con ella, con la adolescente que  yo seguía, me extrañó su erección dada su edad, realmente era un señor muy anciano  de unos ochenta años,  el espacio era difícil de definir porque junto a esta escena una madre estaba amamantando a su bebé sin prestar atención a la pareja , en otra escena un hombre mataba a otro de una puñalada mientras el anciano seguía copulando, mientras la madre seguía amamantando. Nadie parecía verse entre sí, pero todo ocurría en aquel lugar, en el interior de aquella pared. También estaban unos hombres manejando pesados sacos, y en un rincón un niño semidesnudo jugaba con un caballo de madera, dos señoras con misal en  mano y velo negro en la cabeza rezaban, ¡allí todos!, todos juntos, sin percibirse. En aquella habitación sin paredes, unos trabajaban, otros copulaban, otros asesinaban y otros rezaban sin percatarse tampoco de mi presencia.  Yo no estaba ni asombrado ni preocupado, ya os he dicho que no podía pensar, nada más observaba, nada  más era un espectador.
No sé el tiempo que pasé sumergido en aquellas paredes, pero siempre ocurría lo mismo, aquel asesino siempre asesinando, aquellas mujeres siempre rezando, aquel viejo siempre copulando, aquellos hombres siempre trabajando...a cualquier lugar que mirase, si descubría en alguna actitud a alguien (cosa que ocurría al cambiar la mirada en un solo ángulo),siempre que volviera la vista hacia ése determinado y preciso ángulo, ocurría exactamente lo mismo , nunca cambiaba nada, evidentemente había entrado en otra dimensión.
El viento cesó y me encontré nuevamente en mi cuarto, abrí la ventana inmediatamente,  pero fuera no hacía viento, ni siquiera una ligera brisa, sólo encontré detrás de la ventana una vulgar mañana, toqué la pared con mis manos, estaba fría y húmeda, como de costumbre.
  Sin viento comencé a pensar  y me di cuenta que aquella gente revivía en aquellas inmediaciones todas las acciones que por alguna causa que desconozco no pudieron desaparecer incluso después de su defunción, quedaron allí como imantadas, sí, eran muertos viviendo siempre sus mismas acciones, no era un cielo ni un infierno al uso, ¡cuidado! algo no  encajaba:¡ la adolescente!, la adolescente había estado sentada a mi lado antes  que yo hubiera traspasado la pared.
A los dos años del fallecimiento de mis padres alquilé la casucha entera, los dos pisos, con la intención de seguir averiguando lo que ocurría en su interior.
Entré en el cuarto con cierto temor, llevaba una mochila y dentro de ella el saco de dormir...aunque pensé que me sería imposible reconciliar el sueño, estaba muy inquieto y muy entristecido, además  quedaban vestigios por todos los rincones de mis queridos progenitores, al menos esa era mi impresión.
La casucha no tenía luz, no la había dado de alta ya que sólo la quería para este menester, saqué una linterna del interior de la mochila y cual no fue mi asombro al comprobar que donde apuntaba con su haz de rayos, en lugar de verse la pared se hacía un hueco en ella, yo estaba despierto, ahora no tenía duda, no hacía viento, ni me había acostado en el saco, ni nada de nada, ahora estaba despierto totalmente, no cabía la posibilidad de que fuera un sueño.

El hueco no era muy grande,  arrastrándome cabría, eso pensé y eso hice,  apenas hube traspasado la pared pude erguirme sin dificultad, aquella bóveda me pareció inmensa y como pude comprobar seguía poblada de toda aquella gente, bueno... de todos aquellos muertos, no tenía ningún miedo a pesar de que a mis pies una madre estaba estrangulando a su bebé, no la hice ningún caso, de todas formas siempre iba a estar allí... a mis pies,  haciendo lo mismo, busqué entre  aquella infinidad de acciones, enseguida vi a los hombres trabajando con aquellos enormes sacos, al asesino del puñal y su víctima, a la madre amamantando ¿pero a quién estaba buscando? era evidente que a la adolescente, no tardé mucho en divisarla, allí estaba...pero vestida, sola,¿ y el anciano que copulaba con ella? Me acerqué, y a medida que me iba acercando, ella se iba desnudando y un sudor helado traspasó sin contemplaciones todos los poros de mi piel, la joven seguía desnudándose , rápidamente me abrí la camisa y comprobé horrorizado que yo era todo pellejo, aquel cuerpo que veían mis ojos no correspondía con mis cuarenta años, despavorido me alejé cuanto pude de la joven buscando la grieta, la salida, por fin pude ver a la mujer estrangulando a su bebé y entre ellos y el niño que jugaba con el caballo estaba la rendija, me lancé de plancha por ella y salí a mi habitación, de inmediato apagué la linterna ,estaba a salvo. También de inmediato supe y ello me reconfortó un poco, que mis padres no estaban dentro de las paredes de la casucha, de todas maneras seguía muy alterado, muy alterado, creo que no recuperé la mochila, salí a toda prisa de allí, estaba anocheciendo, recuerdo que me miré el brazo y el torso, aliviado pude comprobar que era mi piel, la que correspondía a mi edad, pero... ¡Dios mío! ¡sí! la que me correspondía en la fecha de hoy,  ya estaba dudando, la duda de que aquel anciano fuera yo en un futuro me estremecía, no me dejaba descansar. Pasaron dos años más y debía  volver,  estaba totalmente convencido  que el muerto que había visto copulando con la joven era yo, pensándolo bien... no sé porque estaba tan angustiado, peor hubiese sido que fuera uno de aquellos hombres asesinados o asesinando, o aquellos otros que se pasaban toda la eternidad acarreando pesados sacos, mi eternidad no pintaba tan mal, pero lo cierto es que no podía descansar sin averiguarlo con total certeza, aunque si lo averiguaba tampoco entendía que remedio podría poner y si no serían peores las consecuencias al trastocar el destino ya escrito, el que se estaba  reviviendo en las paredes de la casucha; en estas conjeturas me hallaba inmerso, cuando ante mis ojos, una joven  apareció sonriente y pidiéndome fuego para su cigarrillo, yo no fumo pero no dudé un instante y le compré un bello encendedor de oro, lo siguiente fue una cena y al otro mes unas paradisiacas vacaciones en una hermosa cala cercana a Cadaqués. (Aquella joven era la que se asustó cuando se cruzaron nuestras miradas,  la que en el interior de las paredes de la casucha copulaba con el anciano).
Se llamaba Rosa, tenía veintidós años, un cuerpo no muy delgado pero frágil, una melena larga, muy negra en contraste con una piel en extremo blanca, nunca tomaba el sol y lo primero que hizo en Cadaqués fue comprarse una sombrilla, así que al final  decidimos ir a la playa con la puesta de sol. Comprobé que nadaba maravillosamente bien, era todo un placer verla nadar con aquella extraordinaria soltura y entre aquella tenue luz mediterránea, yo no quería bañarme, sólo quería contemplarla. Pasaron los días, los meses, los años y no fui capaz de contarle nada, estaba asombrado, no parecía que pasaran los años por ella,  seguía con la misma apariencia, a mí no me quedaba ninguna duda: era ella, la única  capaz de salir y entrar del más allá hasta aquí, la única que era capaz de atravesar las dos dimensiones. ¿Que debía hacer ahora? ¿Porque no me hablaba del asunto? ¿Por qué no le hablaba yo del asunto? Se me ocurrió una idea, llevarla a la casucha, le diría que me habían ofrecido una propiedad muy barata por no estar en buen estado y que deseaba comprobar las reformas que se precisaban  para acondicionarla.
La mañana era lluviosa y al llegar a nuestro destino  escruté detenidamente sus gestos, no daba muestras de impresionarse por nada ni de reconocer el lugar-¿Muy barato te tienen que vender esto, no? (comentó ella).
(Fue lo único que dijo) Bueno... miraremos un poco la estructura y nos iremos enseguida, (fue también mi única respuesta). Nada más entrar por el pasillo de la casucha  escuchamos un fuerte y seco crujido, su tejado se desplomó,   quedé entre dos vigas, ileso, pero una de aquellas vigas mató  instantáneamente a Rosa.
Desde entonces y con sangre fría, vuelvo a la casucha, por uno de los muros que  quedan en pie me cuelo, me introduzco para estar con Rosa en el infierno, de momento no me quedo allí a vivir con ella, hago el amor  y salgo despavorido, aún no es mi tiempo, aún soy demasiado joven para tan peculiar casamiento.

Picorrelincho

Relatos FM

Al final


Giré el pomo de la puerta y la abrí. No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme al otro lado, pero resulta difícil frenar cuando la Curiosidad te empuja por la espalda. Era bajita, regordeta y de ojos saltones; llevaba un delantal turquesa, un amasador en la mano derecha, y el pelo lleno de tirabuzones canosos que le llegaban a los tobillos.
-¿Estás segura que debo pasar ahí dentro? -le dije, temeroso de la oscuridad que atisbaba al otro lado del umbral.
-Estoy segura que voy a golpearte -contestó, blandiendo el amasador.
De repente, me pegó un palazo en el hueco poplíteo y desapareció junto con la puerta.
-¡Maldita seas! -exclamé furioso.
Nada más acabar la frase, una tormenta de relámpagos inundó el lugar de brillos celestes. Avancé con cautela bajo ese centelleo azulado, y al cabo de un rato comencé a ver a un grupo de crótalos arrastrándose hacia mí, dejando surcos luminiscentes sobre lo que parecía un desierto de fina arenisca.     
-¿Qué pretendéis? -les pregunté, desconcertado ante la amenaza.
Al escuchar mi voz, el millar de culebras que me rondaba se abalanzó sobre mí. Manoteé a ciegas, intentando desprenderme del tacto de aquellas escamas, pero lo máximo que logré fue experimentar la sensación de estar hundiéndome en una nueva negrura.
Instantes después, me encontré buceando en un mar de aguas añiles. No tardé en llegar a la superficie, ya que una brutal corriente me cabrioló hasta la orilla de una playa. Podía ver siete u ocho palmeras repletas de cocos, plátanos, naranjas y huevos, tres cabras amarradas a un tronco seco, un cormorán sobre la proa de una barcaza y también una cabaña de madera con una antena parabólica en el tejado. 
Anduve hacia la cabaña.
Al abrir la puerta de cañizo, me topé con un harén de mujeres que servían té, fumaban en pipa y se prodigaban amor sin contemplaciones. Pensé en unirme a la fiesta, pero, y aunque algo me decía que yo era el anfitrión, preferí salir de allí y trepar a lo alto de una palmera para contemplar el mar. Estaba en una isla, la cual parecía ser un granito de tierra en el desierto del océano. "Es un lugar tan idílico... tan mío", pensé.
Noté a la Soledad recostándose en mi hombro. Tenía el cabello castaño, largo y ligeramente rizado; vestía una túnica malva y portaba un maquillaje que le rasgaba los ojos, unos pequeños ojos de color miel.
-No debes recordar a nadie -dijo ella.
-¿Por qué? -le pregunté.
-Porque el Olvido siempre te lleva a mí.
-¡Te ves con él! -exclamé, tambaleando la palmera mediante ondas de furia.
-Es un amigo tan necesario como una madre. No te enojes. Yo soy tuya.
Dicho esto, se arrojó desde lo alto de la palmera y la arena la engulló.
Contemplé el horizonte: un sol violeta se escondía bajo la línea del agua, salpicando gotas de fuego y de hielo.
Cuando los peces escupieron las estrellas y el sol regresó convertido en luna, bajé de nuevo a la cabaña y me tumbé junto a la Belleza. Era muchas y ninguna. Según la luz o la postura, cambiaba el color de su piel o la longitud y tonalidad de sus cabello; sus ojos menguaban y crecían como destellos intermitentes, y tanto el contorno de su figura como el volumen de sus pechos, mutaba al ritmo de su respiración. Oriental, africana, nórdica o latina; castaña, pelirroja, rubia o morena; gorda, alta, flaca o baja; tierna, fofa, prieta o lánguida... Todas en una y una en todas.
-¿Te sorprende? -me dijo, con una voz aterciopelada.
-Me agrada, aunque no comprendo el porqué -contesté, acariciándola con mis dedos, recorriendo su brazo desde el hombro negro hasta la pálida mano.
-No podría ser de otra manera. Soy efímera y cambiante. Si no te gusto, mírame otra vez... y luego otra... y otra...
-¿Y si quisiera una belleza inmutable? -le pregunté, tejiendo entre mis manos mechones de rizos zainos y de canas lisas.
-En ese caso, no querrías belleza -me contestó, a medida que se le arrugaba la piel y los labios se le almidonaban-. De ser así, te bastaría con el Miedo. ¡Ahí lo tienes! ¿Lo sientes?
Agaché la cabeza, y pude ver mi vientre al descubierto. De pronto, el ombligo comenzó a dilatárseme. Con gran pavor, observé cómo brotaba de mis entrañas un enorme brazo musculado. Creí estar alumbrando una horripilante criatura, un gigantesco híbrido de humano y hombre, tan cruel para la vida como lo es la propia muerte.
-Evítame, ignórame, destrúyeme... si puedes -dijo, con aguda voz de eunuco aquella monstruosa masa de músculos que emergió de mis adentros.
Miré a la Belleza en busca de ayuda o de respuestas, pero la encontré deshaciéndose sobre un lecho de almas. Huí despavorido de la cabaña, tropezando con lindas mujeres y con las burbujas que apresaban sus sueños de amor.
Cuando regresé al exterior, la noche había caído como lo haría un velo de negrura translúcida sobre el foco de un teatro. Por suerte, todavía podía ver aquella barcaza y el cormorán posado en su proa. Me hice a la mar con un remo a motor, cuyo combustible eran mis telepáticas palabras de ánimo.
-No hay nada -murmuré al rato, alzando la vista a un horizonte que centrifugaba el cielo tornando la noche en mañana.
Tras decir aquella frase, comenzaron a brotar árboles por toda la inmensidad del océano. Las nubes estallaron en fechas, figuras y diálogos, mientras que el sol se licuaba entre sutiles formas. El cormorán voló, dejando una estela de vida púrpura que arrastraba la barcaza cual remolque de un avión. El aire no era aire, sino hielo, y el tiempo no corría, saltaba a trompicones. El ave terminó desintegrándose al chocar contra el licuado sol, e igual suerte corrió la barcaza al toparse con la nube de un "adiós". Me quedé flotando entre dos mundos que formaban uno solo, sintiéndome a la vez parte del cielo, de los árboles, del océano, del todo. En ese instante, una fuerza misteriosa jaló de mí, arrastrándome a un abismo en el que una salvaje hilaridad me poseyó.
-¿Quién hay ahí? -acerté a preguntar, al notar una suave presencia en aquella nada total.
Tardó un poco en contestar, pero acabé escuchando un susurro que decía... "Yo soy la Verdad, querido. Yo soy la Libertad que hay al final".

Lorenzo Blatis

Relatos FM

Burbujas


Lo contrario del llanto no es la risa. Son las burbujas que le salen a Nika por el rabillo de sus ojos. Ahí están. No puede hacer nada para contenerlas. Salen, suben y revientan contra el techo. Egor se queda colgado mirando a Nika y sus burbujas. Podría decirse que hipnotizado. Pero sea lo que sea eso dura unos pocos segundos y ya no está. Nika se acomoda el escote como quien no quiere la cosa, incómoda, ondulando su vestido azul, algo gastado, que cae, desde los hombros y los pechos, hacia el suelo, sin tocarlo.
   -Otra vez –dice Egor.
   Nika se acerca a la ventana abierta. Apoya sus manos en el descanso, inclinándose hacia fuera, y la punta de su zapato azul dibuja una lenta "U", tras la cual sus piernas quedan trenzadas, su pie izquierdo a la derecha, etc. De lo que se ve tras la ventana mejor ni hablar.
   -Hacelo otra vez, Nika. Dale.
   La punta del zapato azul da golpecitos nerviosos contra el suelo. Nika le da la espalda a la ventana y mira, más allá de Egor, el armario tumbado que bloquea la puerta de entrada. Su mundo es ahora ese salón en penumbras, que hace las veces de habitación, comedero y torre vigía.   
   -Nika... –vacila Egor. Nota de reojo que una chinche camina por la manga de su camisa a rayas. Todavía tiene la escopeta sobre el regazo. La deja contra el mueble bar y aparta de un golpe a la chinche. 
-No sé cuándo viene y no me gusta que me vean –dice Nika-. Ya está.
   Egor no responde. 
   -¿Tenés hambre? –dice Nika.
-No te vienen cuando estás caliente, ni cuando estás contenta, ni con miedo...
   Nika lo mira feo.   
   -¿Qué nos queda para comer? –dice.
   -No mucho. Algunas tostadas, mostaza, harina, té, y pará de contar.
   -¿Azúcar no queda más?
   -No.
   Nika se va a la cocina. Egor se queda mirando la escopeta y luego el mueble bar.
-¡Queda un culo de licor de café! –le grita a Nika sin recibir respuesta.
Agarra la escopeta y se asoma a la ventana. Apoya la culata en su hombro y apunta hacia un sitio, luego a otro, pero no dispara. Se vuelve. Acaba de ver algo junto a la cabecera del sillón. Egor sacude la cabeza. Ahí no hay nada.
   Nika entra al living masticando una tostada.
   -Cómo me gustaría ser fumadora...   

   A eso de las dos de la madrugada suena el teléfono. Atiende Egor. Nika está en el sillón hojeando una revista vieja junto a la lámpara.
   -¿Egor? –dicen al otro lado de la línea.
   -Volodya, ¿estás bien?
   -Sí, sí. ¿Se ve algo por ahí?
   -Por ahora no. Hace unas horas me pareció ver una fogata, pero al final no sé lo que era.
   -Una luz.
   -Sí, reflejada en una ventana, parecía fuego. ¿Tenés alguna noticia del Rufi?
   -No, mmm, y mejor no esperarlas...
   -¿A cuánto estaba el almacén?
   -A unos quinientos metros, más o menos.
   -Uh.
   -Sí, sí, mmm, fue suicida....
   -Vonmiglásov no va a mandar a nadie, el Rufi lo sabría. Por el momento no se van a preocupar por las zonas más apartadas.
   -La tenemos complicada...
   -Pues sí, estamos solaris.
-Escuchame Egor, me está pasando algo...
   -Contá.
   -Mmm. Me parece que están entrando en casa...
   -¿Te parece?
   -Sí, mmm, cuando me duermo, no me tengo que dormir...
   -¿Qué es ese ruido? ¿Seguís comiéndote el bigote?
   -No puedo evitarlo, sssh.
   -¿Qué pasó?
   -Nada, nada.
   -Te vas a terminar lastimando la boca.
   -Escuchame, Egor...
   -O se te va a armar una bola de pelo en el estómago.
   -¡Boludo! Te estoy diciendo que me parece que están entrando en casa, mmm...
   -¿Estás tomando la medicación, Volodya? ¿Te queda todavía?
   -Pero sí, escuchame. La otra vez me desperté tapado con una manta. Yo me había acostado así nomás. ¿Te das cuenta? Hace unos días, cuando me levanté, tenía puestas unas zapatillas que no había visto en mi vida. Busqué las mías y no las encontré por ninguna parte.
   -...
   -No entiendo nada.
   -Calmate Volodya. Debe ser la presión.
   -Hace tres días que no duermo, mmm. Es que se me hace una imprudencia. ¿Qué opinás vos?
   -Seguro que es un vecino.
   -No creo. Estoy medio cagado, la verdad.
   -Tenés una buena cerradura.
   -No, sí, eso sí, y no estoy en un ático, que es más peligroso.
   -Entonces tranquilo. Cerrá todo, cerrá también las persianas. ¿Tenés harina?
   -Algo.
   -Bueno, espolvoreá la harina alrededor de la cama.
   -¿La harina? –lo interrumpe Nika-, ¿estás loco vos?
   -Si alguien se acerca –continúa Egor- va a dejar sus pisadas, ¿no te parece? 
   -Sí, puede ser... –responde Volodya-. Sabés que creo Egor, mmm, que es como cuando éramos críos, que nunca queríamos irnos a dormir y tenía que venir la vieja a taparte... 
   -Quién sabe Volodya; pero haceme caso, dormí un rato, aunque sea un rato.
   -Sí, mmm puede ser... Chau Egor.
   -Chau.
   -Quizá sea la vieja...
   -Sí, sí...
   Egor cuelga el teléfono y se queda ahí de pie con el gesto fruncido. Luego ve que Nika lo observa, con su zapato azul otra vez dando golpecitos inconscientes contra el suelo.
   -Me cago en la ****, Nika, ¿qué podía decirle?
   Nika no dice nada. Se levanta del sofá y se asoma a la ventana. Por un segundo Egor teme que vaya a tirarse de repente. Al otro lado se alza el aire silencioso de la noche.
   -Ya no se oyen perros –dice Nika.
   -No creo que queden –dice Egor.

   El día amaneció nublado y acaba de largarse a llover. Egor está pensando en las burbujas de Nika mientras lustra un trofeo dorado con forma de medio mundo. Está entrando algo de agua y un aire fresco que sacude las cortinas. Nika pone un disco tranquilo en el aparato. Egor cierra la ventana y vuelve a la mesa.
   -¿Esa canción no era...? –dice.
   -Sí.
   A Egor no le gusta lo que evoca. Coge el trapo y continúa lustrando el trofeo.
-¿De dónde viene el agua del grifo? –dice Nika.
   -De la red...
   -No viene de un tanque...
   -De la red va al tanque y de ahí al grifo.
Nika se queda pensando un momento.
   -Igual deberíamos llenar unos baldes -dice.
   Egor la mira.
   -Necesitamos una reserva –insiste Nika.
   -Está lloviendo...
   -No seas tonto.
   -Nika, esta canción...
   -Dejala.
-Nika...
Nika le sonríe.
-Anoche soñé que golpeaban la puerta -dice.
   -Aha. 
   -Sí. Vos tenías otra cara, más gorda, y los ojos achinados. Tenías cara de degenerado.
   Egor sonríe.
   -Corrías el armario de la entrada, abrías la puerta y ¿quién estaba?
   -Vos.
   -No, yo también estaba adentro. Estabas vos con tu cara de siempre.
   -¿A ver...?
   -Vos estabas adentro con la cara rara, con los ojos achinados, y el que golpeaba la puerta también eras vos, pero con tu cara de verdad.
   -Ah.
   -Y éste le da una caja con grageas al que está adentro, y yo sé que si me tomo esas grageas me voy a acostar con los dos.
   -Mirá qué lindo esto.
   -No seas boludo.
   -No seas boludo, Egor.
   -¿Cómo?
   -No seas boludo, Egor.
   -No entiendo.
   -Tenés un problema con mi nombre vos.
   -¿Cómo?
   -No me llamás "Egor", eso, nunca, no sé porqué.
   -Egor... –dice Nika, pero se queda un instante en silencio -¿Sigo?
   -Dale.
   -No hay mucho más, igual. Estoy pensando en eso, en las grageas, y me parece que el que tiene tu cara de siempre me está mirando desde el pasillo. Entonces me doy cuenta de que no es a mí a quién mira, está observando algo que está atrás mío. Me doy vuelta y veo una mesa servida, llena de fuentes con carnes y ensaladas. Ahí se acaba.
   -Es medio obvio, ¿no?
   -¿Si?
   -No sé, me parece.
   El disco ha dejado de sonar a mitad de tema. Los dos se vuelven hacia el aparato.
   -Decime que es el tocadisco –dice Egor.
   -Se ha apagado la lucecita roja.
   -Me cago en la ****.
   -Nos quedamos sin luz.
   -Sí, esperá.
   Egor va hasta la llave de la luz del salón y la acciona. No hay caso. Nika va a la cocina y vuelve al cabo de un momento.
   -Sí, se cortó la luz.

Está empezando a caer la tarde. No ha parado de llover en todo el día. Nika sale consternada del baño con la hoja de un prospecto en la mano.
-¿Qué pasa? –dice Egor.
-¿Qué pasa...? ¿Tu hermano vivió acá alguna vez?
-¿Volodya? No, Volodya... Esperá.
Egor coge el teléfono y marca un número.
-¿Volodya? Ah..., no, disculpe.
Cuelga y marca otro número. Nika lo está mirando y parece tener dificultades para respirar. Egor intenta ignorarla.
-¿Sí? –dice Volodya al otro lado de la línea.
-Soy Egor.
-Egor, mmm. ¿Estás solo?
-No, estoy con Nika.
-Ah... ¿Pero están solos?
-Sí.
-¿Solos solos mmm?
-Sí. ¿Cómo estás?
-Tengo zapatillas nuevas.
-¿Dormiste?
-...
-Volodya, te pedí que durmieras un poco, ¿dormiste?
-Sí, puse la harina y me dormí.
-¿Y?
-Ahora no es eso lo importante.
-¿Cómo?
-No, lo importante es lo que pasó afuera. Mmm.
-¡Volodya! ¡Pará con el bigote!
-¡Eso, pará con el bigote!
-Volodya...
-Mataron a Vonmiglásov.
-¿Qué estás diciendo?
-Sí mmm. A la madrugada. Escuché un ruido muy fuerte que hizo temblar el piso. ¿Sabés a qué me hizo acordar? Mm. Me recordó la colonia de Perstak. Ahí con los pantalones cortos, la guerra de coquitos en el parque... ¡Qué época Egor!
-Escuchaste un ruido dijiste.
-Un estruendo, sí. Y levanté la persiana mmm y vi que un gigante había caído muerto a un par de cuadras.
-Un gigante...
-Sí, a Vonmiglásov.
Egor mira a Nika. 
-Desde acá no se le ve la cara –dice Volodya-, se la tapa la estación de servicio, pero creo que tiene el perro tatuado en el antebrazo. Sí, sí, veo el perro.
Nika se ha dejado caer sobre una silla y despliega el prospecto sobre la mesa.
-Te llamo más tarde –dice Egor.
-¿Egor? –dice Volodya.
Egor cuelga el teléfono y se friega un ojo. Nika gira el prospecto sobre la mesa para que Egor pueda leerlo.
   -Se te acabó el litio, ¿verdad? Vos también... –dice Nika.
   -¿Dónde lo encontraste?
   -Atrás del mueble del baño.
   -Por eso no tenés que preocuparte.
   Los dos saben que es mentira. Nika mira el reloj de pared, como midiendo el tiempo que les queda. Él se mira los zapatos avergonzado, pero levanta la vista al escuchar el hipo. Ha sucedido otra vez. Nika apenas si se da cuenta, porque lo está mirando a los ojos. Se levanta de la mesa con un ademán inconcluso, una noticia no dada que deja sus manos entrelazadas sobre la panza. Las burbujas brotan como un reclamo por el rabillo de sus ojos. Son ligeramente verdosas, tienen el tamaño de un grano de pimienta, suben como un cardumen y revientan contra el cielo raso, sobre todo revientan.
   -Egor, corazón –dice Nika-, ¿qué estamos esperando?
Egor vuelve a quedarse colgado. Es incapaz de responderle. Las burbujas de Nika le recuerdan algo lejano e impreciso. Algo vinculado a una enorme pileta en casa de la abuela. El tiempo inmóvil de un rincón extraño. La evocación se hace más clara. Efectivamente. Ahí está todavía en la pileta de su abuela con su hermano Volodya bajo el agua. Ambos contienen la respiración para ver quién aguanta más tiempo.
Nika se friega la nariz y se encierra de un portazo en el baño. La penumbra suaviza la presencia del prospecto sobre la mesa.
El aire dentro de Nika -piensa Egor- ha de ser más liviano que éste que respiramos; porque en el agua no se puede, hay que hacerle agujeros para respirar.
Amartilla la escopeta y sonríe como un pescado. Es decir, no se ríe, o no se nota. 

Alfredo Cusac

Relatos FM

Mil y una conchas


Cuenta una leyenda de antaño, que por las costas más bravas de España, en la Cosa de la Muerte, cada año se puede ver en la playa de Louro una pareja de espíritus. Los dos mozos eran unos enamorados que cada año, por primavera, aparecían para encontrarse desesperadamente. Sus almas estaban entrelazadas desde el momento en que la besó cuando eran unos niños.
Los dos enamorados se veían a cada atardecer después de un duro día de trabajo en el campo. Tan enamorados estaban que al poco tiempo, en la misma playa donde siempre se encontraban, le pidió su mano. Los días les parecían largos, el joven solo pensaba en acabar su trabajo para bajar a la playa dónde ella le estaría esperando recogiendo conchas como siempre. Con una sonrisa en el  rostro a pesar de los malos tiempos que corrían. Pero ese día, él no le correspondió la sonrisa.
--Debo irme a la guerra, no te entristezcas,  volveré cuando encuentres mil y una conchas—bromeó.
Pero los años pasaban y el joven no volvía. Ningún soldado tenía noticias del joven. La muchacha no desistía de buscarlo, de esperarlo a cada atardecer en la playa, recogiendo conchas, sin importar el tiempo que hacía.
Ya siendo demasiado mayor para albergar más esperanza, se pasaba los días enteros recolectando conchas para su amado. Un atardeces de primavera, la mujer estaba desesperada, no encontraba la última concha. Había recolectado mil conchas de la misma playa a lo largo de su vida, solo le faltaba la última concha para ver a su amado. Buscó hasta el anochecer cuando por fin encontró una. La última de la playa, la última de su vida.
Al día siguiente la encontraron muerta con una sonrisa en el rostro y una concha entre sus manos. Muchos dicen que tras esa concha apareció su amado muerto en combate para estar por siempre juntos en el otro lado. Disfrutando de su amor por toda la eternidad.
Otros cuentan que cada año, el miso día a la media noche, dos jóvenes enamorados se encuentran y tras darse la mano, se adentran en el mar hasta el próximo año.

Nereida

Relatos FM

A tasquinha


Bajó por el mismo callejón por el que había subido más temprano, pero se encontró con que no llegaba al tranvía veintiocho, sino que terminaba en un restaurante muy pequeño llamado A tasquinha. Se detuvo un momento a mirar el menú, restándole importancia al hecho de estar perdido, hasta que un señor con delantal apareció desde una puertita verde, y agitando sus manos lo invitó a sentarse. ¡Pase pase siéntese! pero él tenía en mente otro lugar, uno en Chiado le había parecido interesante y algo menos apartado, así que no gracias y a buscar otra vez la salida del barrio del castillo. Intentó volver sobre sus pasos pero lo que parecía la misma escalerita lo llevó a un patio diferente, escaló otro empedrado y se las ingenió para pasar entre dos paredes que se estaban acercando. Claro, así respira Lisboa, pensó, abriendo y cerrando sus pasajes según el momento del día o el viento del mar. No debe ser un buen momento para perderse por aquí, las mismas frazadas palmeando las paredes pero otras puertas por debajo... y ahí estaba, espiando por una esquina sin animarse a avanzar, a otro callejón que seguramente iba a cerrarse. Juntó coraje y se deslizó entre las paredes como si las puertas fuesen a tragárselo, o por lo menos a atraparlo y sumergirlo en un mundo de habitaciones entretejidas por un idioma extraño y pasillos infinitos y por supuesto, cuando por fin logró tomar la esquina, a la vuelta y como única salida se veía A tasquinha, con el señor mirando desde el fondo como diciendo has visto, no tienes escapatoria, además no tienes por qué escaparte, lo que te queda por hacer es sentarte en una mesa y disfrutar de nuestro excelente menú del día. Señor no quiero comer aquí y además no tengo hambre, dígame usted donde encontrarme, quiero decir que cómo encuentro la salida de este barrio. Siéntese por favor ¿qué va a tomar? y se fue otra vez, para llegar donde una terraza de baldosas naranjas lo había invitado más temprano a descansar. Giró por la esquina del farol enorme y las paredes amarillas a subir tres escalones, los había contado por las dudas. Una baranda de mármol le mostró un gatito llorando, deberían estar prohibidos los gatitos llorando, hoy no está nublado pero hay viento. Me gustaría estar contigo. Me gustaría tanto estar contigo, esta calle tiene serpentinas y muchos escalones. Muchos escalones por el medio y otra vez un pasamanos de metal lo acompañó directamente al restaurante, donde el señor del delantal lo esperaba con las manos en el respaldo de una silla. Señor: espero que este lugar valga la pena, parece que voy a estar por un buen rato, y se sentó a mirar pasar la tarde. Por supuesto, respondió el señor contento, y además no debe preocuparse, si la ciudad lo inspira de esa forma dese cuenta, en algún momento va a espirarlo.

Eki Mess

Relatos FM

Hoja en blanco


Distingo cómo el sufrimiento perla su frente, cómo los nervios lo atenazan; me mira fijamente pero no se decide a entrar en mi planicie blanca. Huelo su transpiración, no se arriesga a malgastar su munición conmigo. Los libros silenciosos que tapizan la habitación lo observan sin decir nada; ninguno consigue suministrar el soplo de las esquivas Musas. Al fin se decide, mi virginidad lo acoge, como una vulva femenina preparada para ser colmada con las lenguas de Dios. Mis carnes aglutinadas en una superficie cuadrada esperan la fuerza de su punta acerada, su masculinidad, su líquido mágico. Me entreabro ante la caricia de sus ojos verdes, sucumbo como una adolescente, me abandono a mi placer. Sin embargo, parece que no quiere sentarse en su trono y comenzar con la danza demoníaca. Se acerca a mí en un momento de arrebato, mis poros están preparándose para su descarga negra, lo incito, lo espero y, finalmente, se decide. Se sienta delante de mi torre de madera e inicia su largo peregrinaje, su odisea mental en busca de una situación comprometida, alejada de lo cotidiano... Donde no importamos, ni él ni yo; me abandono, me dejo poseer, y su voz brota de mí como un ancestral canto de sirenas.

Rocamador

Relatos FM

Las musas negras


      Se acerca el momento. El reflejo de la luna avisa. Dentro de poco, el reloj marcará las doce, la medianoche. Hora llena de encanto y misticismo.
      La inspiración embarga mi cuerpo mortal y lo debate en súbitos, repentinos, escalofríos. Es la sensación que llega. Sí, las Musas Negras, al fin. Señoras de la sombra y de la noche que bajan difusas por los dilatados rayos del astro nocturno.
      Siento su presencia, pues llenan mi fantasía con nuevos y anhelantes espantos. Invaden mi alcoba y empiezan a deambular alrededor de mí, mezclando sus falsas risas con los murmullos del viento que penetra por el balcón.
      Mi pluma se desliza, corre, dejándose atrapar por la inspiración; y al mismo tiempo, se interrumpe a menudo, cuando, sobrecogido por ruidos extraños, giro la cabeza. Mi piel tiembla, el viento aúlla, la puerta se estremece, las musas se ríen y un sudor frío recorre mi mente...
      Intento palpar la sensación del pánico, y lo consigo. Pues el miedo hacia lo irreal y  lo desconocido me hace sentir una sensación difícilmente descriptible. Las letras continúan avanzando entre pausas, pero presurosas; mientras, mi imaginación vuela con las siniestras musas alejándose de la realidad. Tan sólo mi pluma mantiene el contacto.
__ ¿Hacia dónde me lleváis?__ grito.
      Todo está oscuro en el lugar hacia el que soy arrastrado. De pronto, y atrapado en aquella ilusión, un sueño dentro del sueño intenta cernir sus alas sobre mis parpados. Pero intuyendo un peligro impreciso y atroz, lucho; y así, el viaje por la oscuridad se convierte en penumbra, dibujándose ante mí un paraje sombrío y desolador.
      En ese páramo de soledad, las musas me dirigen hasta un círculo de menhires, mientras una repentina y lluviosa cellisca, aparecida de improviso, empieza a rugir violenta, susurrándole lóbregas palabras a las rocas. Y allí, en medio de aquel arcaico y pétreo meridiano, soy arrojado. De modo, que las foscas damas me abandonan y se alejan.
__ ¡Quiero volver!__ exclamo.
      Luego, desde lo más profundo de mi mente, escucho:
__ Tú te lo has buscado.
      Malignos siseos y ásperas gesticulaciones de luz -sobre el suelo y las piedras- me invaden y me llenan de terror, verdadero terror hacia lo desconocido; y ya no hay goce, sólo espanto y una locura que va tomando forma imprecisa en mi interior.
__ ¡No!__ esa es la palabra que lanzo. Un humano sonido que termina acallando toda aquella cacofonía de desolación y muerte que no lo es.
      Pero, aún así, la tierra se resquebraja y tiembla y de sus entrañas surge la Bestia corrompiéndolo todo.
__ ¿Para qué luchar? Es una lucha sin sentido__ pienso, mientras la alimaña del abismo, heraldo de infortunio, caos y desesperación, se acerca a la esfera de menhires.
       Pero en el último momento, cuando la Bestia abre sus fauces para devorarme, en un intento póstumo por conservar la cordura, decido luchar con todas mis fuerzas. De la nada, hago surgir la luz del entendimiento y con su haz hiero al maligno ser que huye a ocultarse bajo tierra. Dicha luz termina envolviéndome y me transporta a salvo hasta el mundo real.
      Una vez más, regreso a mi alcoba y termino de escribir en el papel todo lo que he experimentado.
      Me siento tranquilo y henchido de valor, y las musas, que aún no se habían apartado del todo de mi presencia, empiezan a retroceder con la agonía del crepúsculo, entre risas, como queriéndose burlar de lo sucedido. Esas malvadas hadas del averno, que convierten en retorcida la mente de los pobres ilusos que nos creemos románticos trasnochados, se alejan definitivamente.
      El papel está completo, todo ha acabado.

Trasnochado

Relatos FM

Celos


El hombre que blande un cuchillo no lo hace en el presente, tampoco lo hace en el pasado. El hombre que blande un cuchillo lo hace en el futuro; pero en un futuro tan lejano que resulta difícil de creer que el hombre pueda existir. Aún así, el hombre que blande un cuchillo es un ser humano, un hombre de carne y hueso, de aproximadamente cincuenta y ocho años de edad, robusto, bajito, se le podría calificar de ibérico, si es que este adjetivo tiene algún sentido en el futuro al cual nos estamos refiriendo.
   Podría haber tomado cualquier otra arma sofisticada de las que existen en el futuro; pero ha agarrado un cuchillo de la cocina porque está obnubilado por los celos y es lo primero que ha tenido a mano.
   Avanza con decisión por un pasillo blanco de aspecto acolchado iluminado por lucecitas de diodo verdes. Se trata del pasillo de una nave espacial que viaja a la velocidad de la luz por un punto indeterminado del universo. El hombre pulsa un código digital y se abre automáticamente una puerta. Accede a un dormitorio. En el dormitorio hay una cama deshecha y una mujer completamente desnuda sobre ella, a su lado, un alienígena zoomorfo de color rosa se enrosca como una serpiente.
   —Ah, estás con el alien...—atina a musitar el hombre.
   —Sí, ¿con quién crees que estaba?—Pregunta la mujer con pícara simpleza mientras el extraterrestre se esconde debajo de la cama, se trata de un curioso ejemplar que adoptaron como mascota en un satélite perdido en el cual hicieron escala.
   El hombre, en los límites de su paranoia, sudando por la caminata que se ha pegado de un extremo a otro de la nave, se derrumba, tira el cuchillo y se pone a llorar. La mujer se levanta con suavidad y lo abraza para consolarlo.
   —Creías que estaba otra vez con tu clon, ¿no es eso tontito mío?
   El hombre no contesta; pero excitado por la fragante cercanía de la piel de la mujer, comienza a besarla en los hombros. Al cabo de unos segundos ya le está metiendo mano con la cómplice sonrisa de la mujer.
   En el momento más apasionado llega otro hombre, bajito, fuerte, se podría decir que es exactamente igual que el anterior, sólo que viste un uniforme distinto, con símbolos espaciales más vistosos. Este hombre porta una ametralladora láser. Con el rostro congestionado, sin mediar palabra, lanza un rayo de color amarillo sobre la pareja, que queda reducida al instante a cenizas. El alienígena asoma con timidez su cabeza por debajo de la cama ante la mirada estupefacta y, en cierto modo, compasiva del clon.

Víctor Buffon

Relatos FM

El fantasma bondadoso


Llegué a casa al anochecer, y Ernestina me estaba esperando. Esa misma tarde fui a Correos para ver si la carta, con algo de dinero que nos enviaba nuestra hija Inés  desde Alemania, había llegado. Recibimos sus noticias, pero nos anunciaba que esta vez le resultaba imposible ayudarnos, que su casero le emplazaba para pagar el alquiler y no disponía de más ahorros.
Cuando entré en casa dejé sobre la consola toda la correspondencia recibida, como siempre solo publicidad y alguna factura. No pude ocultar a Ernestina la mala noticia, y le di la carta de Inés. Mientras la leía, yo la contemplaba allí, sentada en el sofá, con las ojeras que denotaban su cansancio y preocupación, el pelo enmarañado, las manos trémulas sujetando el papel... pero manteniendo el brillo en aquellos ojos glaucos. Me sentí responsable.
Llevaba tres años en el paro, aún me quedaba todo el tiempo del mundo para llegar a jubilarme, mi especialidad como aparejador era una de las profesiones que más se había resentido en el período de crisis que atravesábamos, y ya el único ingreso que percibíamos era el de Inés  cuidando ancianos, porque tampoco como enfermera  tenía opciones de trabajo.   
Debíamos al Banco, que nos había embargado nuestra cuenta; en el supermercado nos esperaba una nota pendiente de la semana anterior; nuestro casero confiaba en que a fin de mes le pagáramos el recibo y la electricidad y agua consumida; y no teníamos a nadie a quien recurrir, la única alternativa era nuestra hija, y su precaria situación solo nos ocasionaba remordimiento.
—Alfredo, ¿has leído el artículo que acompaña en su carta Inés? —me dijo Ernestina, elevando su mirada y sonriendo. Ni una palabra, ni un gesto, sobre la ausencia de dinero en el sobre.
— ¿El de ese fantasma bondadoso? —Respondí, con un tono de indiferencia.
—Sí, eso es, un fantasma bondadoso —Insistió Ernestina, contagiando su rostro del brillo natural de sus ojos verdes.
Contesté con el silencio de una sonrisa irónica. ¿Un fantasma? Era posible, pero en su acepción peyorativa: ¡Fantasma! Alguien que con seguridad y no a mucho tardar permitiría que le descubrieran y elogiaran. A saber qué intenciones ocultas existían para que un individuo rico, porque tenía que ser rico, se embarcara en aquella aventura como un Robín Hood moderno,  mesiánico, un filántropo. Dejar dinero en un sobre de manera anónima en las viviendas de los necesitados no era normal, perseguía algún fin. 
— ¿Queda algo para cenar? —pregunté.
—Yogures. Yogures y creo que una cerveza. Hasta la semana que viene que cobre no podemos comprar nada, lo siento.  —Sus palabras brotaron con naturalidad, sin que sus ojos se apartaran de la carta.
Me acerqué a la cocina. Cocina, sala y nuestra habitación era todo el contenido del apartamento. Abrí la puerta del congelador y observé en su primera balda una cerveza solitaria, rodeada de un vacío que hacía daño a la vista. Hice ademán de cogerla pero desistí. En la segunda balda había yogures y, contemplando la primera, me pareció repleta. Cogí uno de fresa y volví al salón.
— ¿Tú crees en los fantasmas? —preguntó Ernestina.
—No.
— ¿Y en los sueños?
—Es el consuelo de los pobres. Lo único bueno de ser pobre es que no puedes estar enfermo, solo morirte. Y si te mueres pobre, no lo haces antes de tiempo. Pero aún nuestras deudas no son tantas como para ser terriblemente pobres, no te preocupes, aunque acuérdate que los pobres no hacemos ni bulto.
—Tú eres rico porque yo pronuncio tu nombre continuamente. Tenemos nuestra parcela de riqueza porque no necesitamos mucho. Yo solo quiero que no te olvides nunca  que para mí tus caricias son como el polen de las flores para las abejas.
La miré fijamente. Se merecía algo mejor que yo. Durante unos instantes mantuvimos la mirada hasta que rompí aquel silencio.
—Mi sueño es sentirme dueño de algo, ir a casa de alguien porque me llama, tener suficiente dinero como para mantener amistades, poder hacer callar a la verdad, conseguir que todos me escuchen, abrir las puertas a mi paso. La riqueza ayuda a comprar la felicidad.
Ernestina dejó la carta sobre la mesa, suspiró, echó hacia atrás su cuerpo en el sofá y... cerró los ojos. Creí que se estaba relajando y adormeciendo y volví a la cocina, necesitaba aquella cerveza. Abrí el frigorífico y allí seguía, aislada, solitaria, con las gotas de agua resbalando por su cuerpo. De nuevo renuncié. Regresé a la sala y Ernestina, al verme, me pidió que me sentara a su lado y la escuchase.
—Me hubiera gustado que tu  sueño fuera un hermoso poema. Yo quiero y necesito idealizar  lo que me gustaría para mi hija y conseguir un trabajo decente, bien remunerado;  tener de todo y vivir tranquila, ser libre sin cadenas, ser dueña de mi propia casa y confiar plenamente en mi hombre. Pero mis racimos de sueños se bañan con el rocío de la mañana cuando, acurrucada al despertar, trato de convertir los rayos de sol en la senda que me lleve hasta él, me esfuerzo por coger el mar con mis manos, volar a la luna en avioneta, atrapar todo el viento en un suspiro, aportar todo a una sonrisa...
Las palabras de Ernestina me hicieron pensar que mi memoria era el pasado, y que el futuro era su imaginación. No supe qué responder y los segundos transcurridos me alejaban de ella. Me salvó el timbre de la puerta.
—Perdonen, vivo en la planta superior a la suya...  Ya he preguntado a otros vecinos... ¿No habrán recibido por casualidad un sobre que era para mí?... Es que... me acaban de llamar para decirme si lo he recogido del buzón y...
Me había cruzado en el portal en alguna ocasión con él. Su aspecto era deplorable, el paradigma de la miseria, como el de su esposa y sus tres hijos. Pero sus ojos limpios y serenos rezumaban honestidad. Corría el rumor de que les iban a desahuciar. Le invité a que pasara al salón y luego, recordando que había dejado la correspondencia en la entrada, rebusqué entre ella y lo localicé. Era un sobre amarillo, y aprecié al tacto que contenía algo voluminoso. No estaba bien pegado y, al cogerlo, su contenido se desparramó. ¡Eran billetes de 500 euros! ¡Varios billetes de 500 euros! Vino a mi mente el ruido de cadenas, el fantasma, pero...  ¿Y si negaba haber recibido sobre alguno? Acabé decidiendo  que el vecino, con su noble apariencia, podría ser algún desaprensivo, y obligué a mi instinto de conservación a  meter los billetes en el sobre e ignorarlo.
—No había revisado aún la correspondencia. Creo que se refiere a esto —Le pregunté, al tiempo que ponía en sus manos el sobre, y añadí— ¿Quiere tomar algo, una cerveza, un yogur?
— ¿Yogur?, Sí, sí... un yogur —respondió sin levantar la vista, mientras rasgaba con nerviosismo el sobre.
Cuando llegué al frigorífico puse mi mano sobre la botella de cerveza, la botella solitaria, única ocupante de la primera balda, balda vacía. No llegué a moverla y recogí  los seis yogures que quedaban en la segunda balda. Dejé el frigorífico totalmente vacío, a excepción de mi amiga, la solitaria botella de cerveza,  a la que encomendé la custodia del congelador.
—Tenga. —Dije al vecino —Cómase uno, otro es para mi esposa, y el resto lléveselo a su mujer y sus hijos.
Agradeció asistiendo con la cabeza, al tiempo que sonreía y extraía del sobre los billetes.  Nos dijo que no sabía quién se lo enviaba, que había oído hablar de alguien que estaba repartiendo dinero entre los más necesitados, de alguna persona rica que estaba imitando a no sé qué fantasma bondadoso de algún país extranjero. Ese alguien le había llamado por teléfono para decirle que recogiera el sobre de su buzón y...
Nos agradeció una y otra vez nuestra atención, nuestra honestidad, nuestra acogida, nuestra...  Luego, se fue. Pero al de unos segundos, antes de que Ernestina y yo nos hubiéramos repuesto, llamaron a la puerta. Cuando llegué a ella y antes de abrirla, un billete de quinientos euros se colaba por la rendija inferior. Abrí con rapidez, pero ya no había nadie. Regresé al salón. Sonreía. Llevaba en mi mano el billete agitándolo como si fuera una marioneta de colores. Nos abrazamos, y Ernestina me dijo:
— ¿Tú crees en los fantasmas?
Reí a carcajadas antes de responder con todas mis fuerzas que no, que los fantasmas eran solo eso, fantasmas, un producto de nuestra imaginación. Y por primera vez noté que el brillo de los ojos de Ernestina se había eclipsado. Le di el billete para que lo guardara y pensé en que era el momento de celebrarlo.
— ¡Ahora sí! —Dije alborozado—  Ahora voy a beberme la cerveza. Es la última. Mañana podremos llenar el frigorífico, y enviar doscientos euros a nuestra hija. Esta vez seremos nosotros quien la ayudemos.
Iba bailando y di el último giro antes de abrir la puerta del congelador. Lo abrí, y antes de que instintivamente mis manos reclamasen la cerveza solitaria, di un grito atronador que hizo que Ernestina viniera con el corazón en la boca. Me miró, observó el rictus de asombro en mi rostro, notó mis labios encadenados, y siguió con sus ojos el gesto de mi cabeza que le dirigió a la primera balda del congelador.
— ¡Un sobre amarillo! —Gritó.
—Mi cerveza... está... detrás... —Susurré.

Pseudoagibílibus

Relatos FM

Un pueblo en el alma


Era el primer verano que íbamos de vacaciones al pueblo. Mis padres siempre trabajaban y el pueblo quedaba demasiado lejos para viajar en fin de semana.
Ese año todo era distinto. Mis padres estaban sin trabajo y el colegio había terminado, así que partimos hacia ese pueblo que apenas conocíamos por foto y por las ocasiones en que melancólicamente nos lo describía mamá.
Al llegar a sus proximidades, empezamos a disfrutar de un paisaje maravilloso, un auténtico paraíso formado de miles y miles de árboles de un verde intenso que nos llenaba la vista y que contrastaba delicadamente con el azul claro de un cielo especial.
Mis abuelos nos esperaban en la plaza del pueblo con una inmensa sonrisa y los brazos abiertos para darnos la bienvenida.
No podía dejar de admirar aquellas calles y balcones llenos de plantas y flores de colores que vestían de gala cada hogar. Llegaba hasta nosotros un aroma totalmente diferente a todo lo que habíamos conocido hasta ahora: a pan recién hecho, a aire limpio, a canela... La gente caminaba tranquilamente por sus calles y nos miraban con una sonrisa cariñosa. Nadie nos conocía allí, pero entre aquellas calles, entre aquellas gentes, tanto mi hermana Marta como yo nos sentíamos parte de una gran familia.
Los escasos coches que pudimos ver, circulaban lentamente por las calles. Parecía que en aquel pueblo el tiempo y las prisas no existían. Se desprendía de aquel ambiente una sensación de tranquilidad y bienestar indescriptible, era algo así como sentirte la protagonista de un viaje en el tiempo...
Mis abuelos no dejaban de hablar de los lugares que podíamos visitar, de señalarnos cada montaña, cada fuente, calle o balcón;  con cada persona que nos cruzábamos entre aquellas calles adoquinadas, alardeaban descaradamente de sus dos nietas de la ciudad y de lo felices que se sentían por tenernos allí... yo también me sentía tan feliz entre aquellas pequeñas calles varadas en el tiempo, acicaladas especialmente para nuestros pequeños ojos, que no quería que aquel momento se perdiera. Me esforzaba por memorizar cualquier detalle, cualquier color o aroma... quería recordarlo para siempre.
Aquella noche, por primera vez en nuestra vida, nos sentamos con mi abuela sobre una manta entre la hierba y nos limitamos a contemplar el inmenso cielo y los miles de estrellas que lo salpicaban alegremente. Después nos tumbamos y simplemente nos quedamos en silencio mientras escuchábamos con atención los sonidos que nos ofrecía la naturaleza y un viento suave nos acariciaba la piel.
Cada día de aquel verano fue una experiencia totalmente diferente para todos nosotros. Aprendimos a muñir las cabras de mis abuelos y a beber una leche de sabor indescriptible, recogíamos cada día los huevos del gallinero, aprendimos a cuidar de verdad a un animal o a recoger las verduras del huerto que nosotras habíamos mantenido, a segar el campo o a recoger la viña... cada sabor era totalmente nuevo para nosotras, incomparable a cualquier otra cosa, cada olor nos invadía los sentidos y nos llenaba de experiencias y sensaciones maravillosas.
Aprendimos miles de cosas, pero sobre todo, aprendimos a reír de verdad y a compartir. A compartir nuestros sentimientos, nuestra felicidad con los demás, a valorar la naturaleza y la paz que nos envolvía sin que nos hubiéramos dado cuenta hasta entonces. Aprendimos a dialogar de forma auténtica, a escuchar... Aprendimos sin darnos cuenta, que la tecnología no era tan necesaria como habíamos creído hasta entonces para vivir y que en realidad, la vida es mucho más simple de lo que verdaderamente nos parece.
Han pasado sesenta años desde aquella primera vez en el pueblo que llevo tatuado en mi alma. Ese pueblo que me robó el corazón y los sentidos sin apenas darme cuenta y del que ya nunca más me pude separar. Este pueblo y su modo de vida es la mejor herencia que me dejaron mis abuelos y después mis padres...  la herencia que también yo espero dejarles a mis hijos: aprender a vivir de verdad.

Davidu