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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

Sálvame


Sofía ya no era ella, pertenecía a la pasión que él le provocó. –¡tanto tiempo de recato!, tanto tiempo de tratar de esconder lo que llevaba dentro, hoy por fin salió, lo dejó escapar, y le gustó...-.
Las manos de él no dejaban de acariciarla, de tocar las partes más sensuales de su cuerpo; ella solamente suspiraba, ya no se pertenecía, era de él... 

Una hora antes, unos minutos anteriores al tocar la puerta y ver a ese joven... todavía  su ilusión era seguir la palabra de dios –a él le entregaba su vida- mantenía los pasos que eran correctos   –al menos eso le habían hecho creer-  para llevar una vida llena de cordura; un matrimonio y una familia estable era su objetivo. ¿Para qué?, así se lo planteaban sus padres, así era en su casa, y se veían felices; ¿acaso había algo más?, la existencia era eso, dársela a quien la vida nos dio, regresarle obediencia para seguir siendo dignos de en esta tierra estar y después el cielo ganar. No hay cabida para las dudas, se tiene que comportar uno como dicen los mayores, nuestros progenitores para así, de esa manera ser tan felices como ellos...

¿Cuándo podrás entender Sofía, qué a veces las apariencias engañan?, que el querer estar bien con alguien, es el de desear no tener discusiones delante de terceros; aparentar cosas que no son, a pesar de no aguantar a con quien duermes, nadie que no seas tú debe saber.

-Hola, ¿puedo hablarte por unos minutos?.
-Sí. –cómo negarle una charla a tan guapa muchacha, a pesar de la "cruda", a pesar de haber dejado preparado su vaso listo para "curársela"-.
-Mira, vengo para darte a conocer un...
-¡Un momento!.  ¿Por qué no pasas?.
-Es que...
-Anda, ven y siéntate.
-No quiero ser imprudente.
-¡Claro que no!. ¿Gustas algo de tomar?.
-Este...
-¿Un vaso de agua, o refresco?.
-Agua está bien.

Empezó la plática: los ejemplos de la existencia de un ser supremo, la vida de los que la
Biblia nombraba; ella hablaba y hablaba, él sólo la observaba.

-¿En verdad crees en todo eso?.
-Claro, que sería de este mundo sin la fe, sin el estar esperando una luz en el camino.
-Bueno, te lo digo porque ¿hasta dónde serías capaz de sacrificarte para obtener el perdón, la vida eterna que el "omnipotente" te ofrece si sigues sus pasos?.
-Pues de todo, cualquier sacrificio sería poco con tal de llegar a obtener lo que él nos promete, con tal de ser dignos ante sus ojos. 
-¿Segura?.
-Por supuesto.
-A ver, déjame ver si es cierto: tienes la oportunidad de regresar al rebaño a un borrego perdido a...
-¿A ti?.
-¡Mira!, me lo estás poniendo más fácil, sí, yo he sido un verdadero desorden en toda mi vida, pero para poder creer en alguien superior necesito una, una sola prueba.
-Dime...

Y tocándole el cabello a Sofía, Enrique se disponía a decir lo que sentía, ¡total!, no tenía nada que perder, si no lograba su objetivo podría seguir en su "fiesta".

-Yo necesito obtener una verdadera demostración, algo que me vuelva hacer creer, y si tu estás dispuesta a "sacrificarte", pues será sólo eso: una abnegación, no harás nada por placer, será solamente para poder salvar a un "alma perdida"...
-¿Qué me estás proponiendo?.
-Los dos vamos a salir ganando: tu realmente demostrarás tu fe a quien arriba está y todo lo ve, y yo volveré al camino del bien, tu me vas a llevar a él, ¿cómo ves?.
-¿Y qué tengo que hacer?.
-Nada, yo lo voy a hacer todo; acompáñame acá arriba.
-Pero...
-No vas a hacer nada por placer, va a ser para salvarme y tu, y tu serás también salvada por tu resignación; porque lo que te propongo no lo vas a hacer porque quieres, sino porque yo te lo estoy insinuando para poder corregir mi vida.
-No, pero...
-¿Recuerdas a Jacob?, para demostrar su fe tuvo que dar en sacrificio a....
-Sí, ya sé, pero...
-Sé que voy a estar como con una piedra y no te culpo, ya te dije, no vas a hacer nada, nada físicamente, pero que tal ante los ojos del señor; después de esto yo iré a donde me digas, a donde te reúnes con los tuyos, seré uno igual a ustedes, pero necesito esta prueba, y tu, imagínate reforzarás tu fe, caminarás por la vida con la frente en alto por haberle sido fiel a tus convicciones, ves, los dos salimos ganando...
-No, no creo que deban ser así las cosas porque...
-Porque no estás segura de tu fe, de tu religión, por eso no creo en nadie de ustedes, sólo son palabras las que van diciendo de puerta en puerta, pero cuando se les pide una demostración de que lo que dicen lo pueden llevar a la práctica, entonces ahí ya no lo hacen, verdaderamente por eso sigo como soy, no sé quien peca más, si yo por no asistir a su templo, por no creer en nadie, o ustedes por irnos mintiendo en una fe que solamente es de palabra, porque alguien se los dijo, les lavo el cerebro para hacerles creer y mira, se te pide algo para reforzar lo que predicas y dices que no, ni hablar yo seguiré en lo mío y te aconsejo que primero creas lo que dices y después trates de convencer a otra persona de que siga tu religión; recuerda que te están viendo allá arriba.
-Es que.. es que...
-¿Ves?, ni siquiera sabes que contestar, de verdad que son mentirosos, no pueden demostrar con hechos lo que sienten. Recuerda que yo voy por el camino del  "mal" y tu por el del bien, tú me vas a cambiar, ¡me vas a salvar!, ¿no es suficiente?, más si te vas y me dejas seguir viviendo en esta perversión, quien sabe como te vaya a ir el día del juicio, ¿eh?, porque pudiste salvar a alguien y no quisiste.
-¡No!...
A estas alturas ya estaban en la habitación y Enrique entonces la abrazaba por detrás, no supo ni de donde le salió tanta inspiración, pero su hablar a la chica la puso a pensar, bueno, ella ya había dejado de pensar, tanto tiempo de solamente abrir las piernas para satisfacer a su pareja, tanto tiempo de no saber lo que era llegar al clímax... tanto tiempo...

Pero Enrique sabía que nada iba a hacer para cambiar, se le pasó decirle que en nada creía y en nada creerá.

-¿Acaso está chava no ve las noticias?, ¿no sabe que niños a diario mueren de hambre?, ¿no se entera de los secuestros, de los asesinatos sin remordimientos?, ¿en qué mundo vive?, ¡Y piensa que voy a cambiar!, es más fácil que yo le abra los ojos y se de cuenta que estamos solos, que no hay nadie arriba, a que acceda a ir a su templo.

Damautefi

Relatos FM

El insomnio


Se crea un estado de inercia a mí alrededor. Los dedos recorren la mayoría de mis canas que brillan al permanecer en reposo alcanzándola una leve luz. Solo espero que el silencio me aguarde. Miro fijo hacia las cascarillas húmedas del techo que alguna vez fue azul. Mis párpados hinchados no dicen nada. El murmullo de algo me sostiene entre las hormigas que hacen su entrada minuciosa por la esquina del espejo que aguarda en el mismo sitio de siempre, como un señor antiguo y respetable.
Otra noche más. La soledad debe ser terrible si no existieran esas hormigas huyendo de la lluvia y del sol quemante, formando hileras organizadas como debiera ser en un país. Es como si el silencio que me abruma de pronto fuera parte de un sacrificio en ellas para concentrarse y centralizar las fuerzas de un ejército. Es bueno que existan las hormigas. Que caminen todas iguales hasta llegar a un lugar que imagino solitario.
El insomnio es una cosa muy persistente. Es un momento de indisciplina corporal. No se detiene mientras la noche declara la inseguridad atravesando su garganta y los motivos engendran su inestabilidad baldía. Procuro dormir luego de haber sentido que la muerte y el silencio son inseparables. Se identifica con la oscuridad platónica del tener y el pensar, o el decir y excluir.
Es el tiempo preciso para declararse  o no inadaptable o culpable de la gloria que no se alcanza, los miedos que tuve y que tendré mientras solo somos un átomo del universo.
El silencio trasnocha el tiempo hundido en las sábanas y propicia la mentira de ser mientras te das cuenta que viene siendo un no haber sido, que es corto el alcanzar las cosas y un cansancio infinito su logro.
Es preciso que las hormigas lleguen al lugar correcto, que estas horas no sean en vano, que mi reloj no cubra el espanto en mi pared para seguir soñando los mismos viajes, que ese amor no me abandone cuando encuentre lagunas irreparables en el decir que soy.
Cuando sé que la discordia de este cuerpo se reduce en la nada indetenible, solo somos un manojo de nervios y frustraciones.
Cierro los ojos por un momento, veo a la muerte, los abro y veo a la vida. Entonces huir es la cuerda más cercana mientras hay un cordel que resume el equilibrio honesto que me circunda y me enajena.
- ¡Salta, ****! – Me digo - ¡Maldito silencio! Pero saltar es otra historia que solo incita la noche.
Tu tiempo se acaba y el reloj no debe cederte un minuto más. Pero huir no es justo, es como bailar desnudos en una cuerda. Ninguna conquista será suficiente, ninguna conquista animará tu nueva esperanza porque somos hijos de dios

Zurelys

Relatos FM

El director del zoológico


Soy biólogo molecular. Y desde hace trece años, director del zoológico de Nueva Londres. Es un trabajo interesante, con buena dotación de material e instalaciones, un magnífico equipo de colaboradores y un gran respaldo de las autoridades políticas. El zoológico es una referencia en la ciudad, recibimos visitas de escolares de todo el país, generamos documentales para la telenet y aparecemos con cinco estrellas en todos los recorridos turísticos. Estamos orgullosos de nuestra historia centenaria pero al mismo tiempo queremos ser y somos un centro de referencia, un faro de la investigación científica puntera sobre la fauna terrestre.
La superficie total del planeta está urbanizada desde el milenio pasado pero los Padres Fundadores decidieron que era necesario preservar para las generaciones venideras un muestrario completo de la diversidad biológica. Ya no existen desiertos, ni polos ni selvas tropicales, nuestro control del clima eliminó esas regiones de vida extrema, desolación y muerte, pero igual que en los museos guardamos los códices de Leonardo, las pinturas de Goya y van Humpel, el prototipo de trasbordador estelar de Salas-Reyes y el generador de campos negros de Fatid, también se crearon cinco zoológicos planetarios que permitieran a los habitantes de cada continente conocer nuestras épocas primitivas, la fauna arcaica y los ecosistemas anteriores al Clímax.
De la etapa inicial del zoológico guardamos recuerdos en una zona habilitada como museo, tenemos incluso una jaula, una especie de caja de barrotes metálicos donde al parecer se retenían algunos animales para que no escaparan o fueran atacados por los visitantes. También otras herramientas como pesebres, barreños y platos, relacionadas, al parecer, con que algunos animales se alimentaban devorando otros animales, o un despiece de sus cadáveres. Aunque parezca imposible, dicen los historiadores que era así. Por supuesto, no contamos estas cosas a los niños pues no las entenderían y sus frágiles mentes podrían sufrir auténticas pesadillas. Como explicamos en la visita guiada, ahora, al igual que la Humanidad, los animales del zoológico se alimentan con raciones M, adaptadas en cada caso a sus requerimientos nutricionales.
Como en toda institución pública, el presupuesto no es fácil de estirar, así que vigilamos estrictamente la amplitud de nuestra colección zoológica. De cada animal producimos entre tres y cinco clones, que mantenemos congelados en nitrógeno líquido en una fase de embrión temprano. Algunos de ellos los mandamos a otros zoológicos o son utilizados en distintas investigaciones. Cuando el ejemplar del zoológico está viejo o si presenta alguna tara o enfermedad, descongelamos uno de los embriones clonados, le crecemos en la incubadora y sustituimos el ejemplar deteriorado. De este modo, controlamos que el número de ejemplares, uno por especie, sea el adecuado y no tengamos duplicados ni ausencias en nuestra colección faunística.
Mi labor ha ido bien hasta esta mañana. Un prestigio acumulado durante trece años de duro y serio trabajo: publicaciones, conferencias internacionales, tesis doctorales dirigidas, proyectos de investigación financiados, hasta un doctorado honoris causa, todo se puede ir por el fregadero. No sé siquiera cómo explicarlo en el Ministerio de Ciencia, Cultura y Modernidad. El ministro, mi jefe, no va a querer saber nada de ello y lo más probable es que pida mi cabeza en una bandeja. Y ni siquiera eso va a ser suficiente. La culpa la tienen dos patos, dos miserables patos. ¿Pueden dos patos poner en riesgo nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestro modo de vida? ¿Pueden dos patos generar un escándalo periodístico, un debate educativo de primer nivel, un conflicto sobre nuestros valores y nuestros principios? Dos patos, dos malditos patos. Resulta que el pato mandarín y el pato castaño común son, pásmense, la misma especie. Parece que uno de ellos está incubando embriones generados con células del otro, después de algún tipo de intercambio. Cuando he preguntado, el genético me ha dicho que a pesar de sus diferentes plumajes, multicolor en el pato mandarín, con tonalidades brillantes y vivas, y de un color tierra apagado en el pato castaño, está fuera de toda duda, sus genomas son prácticamente idénticos. Ante mi cara de estupefacción, los biólogos de poblaciones me han explicado que se trata de individuos de distinto sexo. Cuándo he preguntado que qué era eso, me han dicho que dos variantes cromosómicas de individuos con algunas características diferentes, pocas pero muy marcadas, como los distintos plumajes. Cuando he preguntado para qué valía eso y me han empezado a explicar, he tenido que salir al baño para ir a vomitar. Todos hemos oído las leyendas de la Mitología sobre los dragones, los unicornios, las mujeres. En los museos de pintura, se pintan unos y otros, el propio Velázquez tiene un cuadro de una mujer mirándose desnuda en un espejo que sostiene un angelito. Pero lo que estos patos implican es que quizá las mujeres fueron seres reales, quizá también los angelitos. Y yendo más allá, que hubo otra forma de reproducción que no era la clonación. Y que quizá hubo algo de cierto en esas leyendas literarias sobre amor, pasión, deseo, sentimientos...   Pienso en estas cosas y me siento un pervertido, pero no puedo dejar de hacerlo. Y entonces, los Padres Fundadores, ¿qué hicieron? ¿Por qué? ¿Qué pasó con las mujeres? ¿Quiénes somos realmente? Y sobre todo, ¿qué se sentiría al hacer sexo?

Luis Santos

Relatos FM

Contactos vía Passy


El 23 de marzo de 1786 moría en París la neoyorquina Paciencia Lovell Wright. Su deceso no pasó al olvido para los cortesanos de la Corona inglesa, en particular para los miembros del Servicio Exterior. Ni siquiera para su rey Jorge III, ni para su reina Charlotte pasó inadvertido tal suceso. No por su simpatía, sus ojos sagaces, sus modales sutiles, su condición de culta y sus singulares artes creativas en el campo de la escultura, la pintura y las letras, sino por otros atributos...
En 1772, cuando tenía 47 años de edad, llegó a Londres con sus cinco hijos. Su marido había muerto en 1769, y a partir de ese año, su hobby, que consistía en construir retratos de moldeo en cera, y esculturas con ese mismo material, se convirtió en una ocupación de tiempo completo.  Tan así es que en Londres, con la protección  de Jorge III logró montar un Museo de Cera. Su arte manual alcanzó tal punto que no sólo llegó a relacionarse con la nobleza británica sino con el rey y la reina, quienes posaron ante ella; y a quienes sorprendió al llamarlos por sus nombres, según comentarios que se le atribuyeron al notable político William Pitt, hijo, con quien mantuvo una transparente relación de amistad.
Aunque los  miembros de la nobleza la miraban como un producto de las Colonias del Nuevo Mundo, las condiciones ya señaladas y su relación con la realeza le concedieron su beneplácito.  Así y todo, ella no ocultaba que era hija de granjeros cuáqueros, ni callaba sus inclinaciones democráticas y republicanas. No obstante, con el paso de los meses, estas manifestaciones suyas, la consolidaron como un personaje sincero y leal a la Corona.
En aquel año de 1772, antes referido, en que llegó a Londres, conoció allí a un compatriota oriundo de Boston, que era periodista e investigador científico y en cuya ideología política se anidaban designios independentistas y de abolición de la esclavitud. Cuando Paciencia lo conoció, y no por casualidad, él ya había adquirido notoriedad en 1752 con su valioso descubrimiento científico en el campo de la electricidad.  Así fue que en una reunión planificada, y después concretada en la casa donde ella se hospedaba en Londres, coincidieron en sus ideales políticos..., y en sus anhelos en tal sentido.  En verdad, algo más concreto los identificaba: el "Tea Party" de Boston, ocurrido el 6 de diciembre de 1773, cuando los colonos, camuflados cual si fueran aborígenes, abordaron barcos ingleses y arrojaron sus cargas de té al agua.
Al parecer, Paciencia y su compatriota, luego de 1774, cuando aquél dejó Londres para instalarse en Passy, una tranquila y forestada comuna al noroeste de París, no se volvieron a ver los rostros por el resto de sus días, según trascendería mucho después de su muerte, aunque a eso nadie logró certificarlo. Sin embargo, y nada más llegar N. B. a París, Paciencia comenzó a mantener una perseverante y regular correspondencia con él. Ergo, desde París, las cartas llegaban a Londres del mismo modo. Eso sí, ¡y vaya sorpresa!, el medio de comunicación del cual ellos se valían, nada tenía que ver con el servicio de correo postal... Servicio que en aquel entonces, de lo que menos se vanagloriaba era de ser seguro.
Claro, cuando Paciencia conoció a N.B., en Londres, éste ya mantenía una acrecentada relación de amistad con el doctor en medicina Edward Bancroft,  un investigador científico nacido en Massachusetts y radicado, para siempre, en aquella capital. Como éste viajaba muy a menudo a París; que en ese momento congregaba al mundo científico, se convirtió, al momento, en el "correo personal" de N.B. y de Paciencia. Va de suyo que, Bancroft, como científico ya acreditado en las Islas; como allegado a la Corona británica, al igual que Paciencia, y luego, como persona de  la confianza de los cortesanos de Luis XVI, no era pasible de cacheos aduaneros ni policiales.
Se cree que Bancroft nunca osó preguntar si las perfumadas misivas que cruzaban el Canal de la Mancha con dirección a París, o viceversa, eran el resultado de una relación platónica. Aunque Paciencia no era una bella donna como Louise de Kerovalle, la otrora amante de Jorge II de Inglaterra, sí ostentaba casi veinte años menos que N.B. Esta condición movía a pensar, a cualquier hurón, que esa relación era sentimental. Bancroft, por su parte, siempre manifestaba, delante de sus allegados, su admiración y respeto por aquél. No sólo desde el punto de vista intelectual, sino, se supone, porque N.B., a la sazón, casi lo duplicaba en edad. Para Bancroft, tal amistad significaba, como era obvio, una inusual distinción.
Hubo quienes aseguraron que durante las ausencias de N.B., con motivo de sus viajes a las Colonias de América del Norte, Paciencia continuaba igual con su correspondencia. Ésta cruzaba el Atlántico dentro de las imágenes de cera que ella le consignaba a una hermana, quien, según Paciencia, las comercializaba en Filadelfia, donde residía.
Mientras esas comunicaciones se producían dentro de Europa y al otro lado del océano Atlántico, los revolucionarios norteamericanos desarrollaban una guerra anticolonial, cuya batalla inicial se había sostenido en Lexington, Massachusetts, el 19 de abril de 1775. Se aprecia que los cruces de las misivas llegaron a su término cuando se produjo la captura de lord Charles Cornwallis, el 19 de octubre de 1781, en Yorktown, Virginia, que se rindió ante las tropas aliadas conducidas por Washington, Lafayette y otros.
En cuanto a N.B., digamos que sus actividades en París no se reducían a la investigación científica en materia de electricidad, o a las largas deliberaciones sobre meteorología,  corrientes oceánicas y agricultura con otros colegas; sino que, concurría, de modo regular, al Palacio de Versalles. Algunos colegían que, a pesar de que no se lograba verlo con Luis XVI,  N.B. mantenía contactos con ciertos cortesanos claves, y que estas relaciones eran testificales. Como en los círculos intelectuales se aseveraba que el monarca se preocupaba por la investigación y el desarrollo, dado lo alentaba un sentimiento progresista, aquellos ronroneos no pasaron a mayores... Sobre todo, cuando sus colegas parisinos se detenían a reflexionar y caían en la cuenta de que N.B. no era  un miembro más en la Academia de Ciencias de París.
Andando el tiempo, mejor dicho a posteriori de la muerte de Paciencia, y cuando en las Islas Británicas se acercaba el verano, o sea junio de 1787, algunos miembros del Servicio Exterior, más allá del conocimiento de Jorge III, comenzaron a inquietarse por los pretéritos contactos de Paciencia Lovell Wright. Se conjetura que esta cacería pos mortem, como la rotularon algunos historiadores, se instauró a raíz de que Bancroft, con antelación al deceso de aquélla, "se codeaba" con el  espionaje británico.
Un tiempo atrás, antes de 1783, los cortesanos que velaban por la seguridad de Luis XVI, ya le habían advertido a N.B. que ellos sospechaban de algunas muestras de intromisión y  de curiosidad de Bancroft... No obstante, aquél les restó relevancia a tan delicadas aprensiones: quizás, N.B., ya no era ajeno a tales actitudes por parte de su gran amigo Bancroft.  En virtud de las artes políticas y diplomáticas de N.B. los aludidos cortesanos no insistieron con sus prevenciones. Sin duda, confiaron en que éste ya guardaba los recaudos necesarios al respecto. 
Así las cosas, un historiador del Ministerio de  Asuntos Culturales de Gran Bretaña, con el pretexto de redactar una biografía oficial de Paciencia Lovell Wright, fue designado para indagar de la asistente más cercana a aquélla, la cantidad y los distintos tipos de obras realizadas; la nómina de los adquirentes de aquéllas y sus direcciones. Los datos recogidos por el historiador en cuestión no arrojaron resultados positivos, ya que aquél sólo logró sonsacarle a la referida asistente, que, N.B. no era más que un latinismo que significaba Nota Bene, y que Paciencia solía usarlo para asentar, alguna referencia significativa. Como esta sigla se reiteraba en la agenda, Asuntos Exteriores resolvió dejar en paz a la ex asistente. No obstante, este Ministerio, antes de presentarle a la realeza los recelos de que disponía, proyectó otras líneas de investigación de rigurosa reserva.
Así resultó que Asuntos Exteriores decidió derivar las investigaciones a los Servicios Secretos... A pesar de que las Colonias del Norte de América se habían perdido, los británicos no cejaban en su tarea de correr el velo que durante años les negó ver una actividad que ya antes se presentía non sancta, y cuya autora, suponían, era una inocente y humilde campesina de una de las Colonias de Ultramar. Los Servicios Secretos de Whitehall, el centro administrativo de Londres, se lanzaron a una cacería del zorro. Esta vez no convocaron a un historiador ajeno a los servicios de información; sino que, el mismo director del área se puso al frente de las averiguaciones y de la interpretación y análisis de cada una de ellas.
Pasada una semana, los investigadores ya coincidían en quien sería el zorro a cazar... Era uno de sus agentes...: el que merodeaba en la Corte de Luis XVI..., y con excelentes resultados. Sin embargo..., y a pesar de que cobraba por sus servicios, resultó ser quien espiaba para el Comité Revolucionario de Filadelfia. Es más, después de eso, prestó sus servicios a los cortesanos de Versalles, y, así fue que, por encargo de ellos se contactó con los independentistas irlandeses... Sí, no era otro que Edward Bancroft.
...
Cuando la síntesis prontuarial llegó al despacho del director de los Servicios; éste, tras una ligera hojeada, exclamó: "¡Ajá, triple espía...!", y de inmediato, preguntó:
–¿Cómo llegaron a reunir, tan pronto, datos de tanta valía?
–Como consecuencia de que en cada misión que cumplía, dejaba un rastro, o, cometía algún yerro –le contestó el comisionado o subdirector, en nombre del grupo de agentes allí reunidos.
–¿Cómo no nos dimos cuenta antes de las traiciones de este renegado? –preguntó el director, un tanto irritado.
–Con motivo de que era un agente de confianza de Whitehall y miembro de la Real Sociedad, señor –respondió el comisionado.
–Quiero que alguien me explique, ¿qué lo indujo a este apóstata para llegar a cometer incongruencias tan groseras y revelables?
–Su incontrolable codicia por el dinero, señor –le contestó el comisionado.
–Señores, hay algo más que quiero conocer, algo que desvela a nuestro Ministro de Asuntos Exteriores: los mensajes reservados que Paciencia Lovell Wright intercambiaba con Passy, en las afueras de París, según insinuó Bancroft... ¿Eran misivas eróticas o esotéricas?
–Para mí, señor, ni lo uno ni lo otro –replicó el comisionado; y luego añadió–: Ella era una Agente del Comité de Filadelfia, que, vía Passy, donde operaba su contacto intermedio registrado como N.B., le pasaba datos para los colonos revolucionarios...
–¿Qué clase de datos le pasaba?
–Sobre el alistamiento de tropas y de abastecimientos que luego marcharían contra las Colonias. Esto..., según Bancroft, quien era el correo de los nombrados.
–Muy bien, señores, mi enhorabuena por el trabajo realizado. Quedan ustedes en libertad de acción...
–¡Ah, un momento!, nos estamos olvidando de algo relevante... ¿Llegaron a descubrir la identidad de N.B.?
–¡Ah!, sí, señor, le ruego sepa disculpar nuestra inexcusable negligencia... –admitió el comisionado.
–Olviden la negligencia, señores, y pasemos al nombre..., –dijo el director.
–Su nombre es Benjamín Franklin..., catalogado como triple espía...
–¿Benjamín...? ¿El del pararrayos, el diplomático y hoy gobernador de Pennsylvania?
–Sí, señor, y no es una creación shakesperiana. 

Paulo Camino

Relatos FM

Un Encuentro Inesperado


Una noche de invierno, en plena luna llena, por un bosque de pino, un joven caminaba rumbo a su casa. Pensativo y desprevenido pronto perdió el camino, sin darse cuenta termino en un claro. El crujido de las ramas a sus pies lo regreso a este mundo, confundido miro a su alrededor. Frotaba sus ojos una y otra vez, incrédulo de lo que veía, un paraíso terrenal pensó, flores de todos colores llenaban el circulo y en el centro un roble majestuoso. La luz de la luna brillaba en cada pétalo, como si las flores reflejaran las estrellas.
Dio un paso al frente y detrás del roble salió una hermosa criatura, cabello negro como la noche, ojos dorados tan brillantes como el sol, piel tersa pero con brillo de diamantes, con un vestido azul que torneaba su curveada silueta. Froto sus ojos de nuevo y cuando los abrió la criatura se encontraba parada a unos centímetros de él. La hermosa joven abrió la boca, pero no salieron palabras sino una melodía que lo hipnotizaba y en su mente podía escuchar una voz que lo cuestionaba.
"¿Cuál es tu nombre joven extraño? ¿De donde has venido? ¿Qué es lo que anhela tu corazón?" El joven abrumado por la situación y las preguntas no pudo decir una palabra, solo abrir la boca en sorpresa. Ella levanto una mano y con solo dos dedos en la barbilla del joven le cerró la boca. Sin pensarlo el pregunto, "¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Estoy en el cielo?" La voz le contesto con dulzura "No estas en el cielo, mi nombre es Jazmín y soy una hada, pero tu no me has contestado." "Me llamo Ignacio y voy camino a mi casa, perdí mi camino porque estaba hundido en mis pensamientos."
"¿Dime que puede tener tan preocupada a una joven criatura como tu?" Resonó la voz en su cabeza. "Pensaba en María, la florista del pueblo, a quien empecé a cortejar hace poco y estoy muy enamorado de ella" contesto el sin siquiera pensar las palabras. La melodía del hada era como una magia que lo hipnotizaba y perdía todo control de sus pensamientos.
"Amor joven, el más dulce de los amores, ¿No compartirías un poco de ese amor conmigo, aunque fuera solo por esta noche?" La voz en su cabeza le pedía y la melodía le incitaba. Pronto María ya no estaba en sus pensamientos y sus manos tomaban las caderas de la hermosa hada. La respiración del joven se aceleraba y el corazón le palpitaba. Ella acerco sus labios y respiro el dulce aroma de la pasión que el joven exhalaba. De pronto ella lo beso y lo tiro junto al roble. El joven en plena euforia cerró sus ojos y se dejo llevar.
De pronto ella lo beso en el cuello con mucha pasión, pero un fuerte dolor llamo la atención de Ignacio, su cuello le ardía y podía sentir como algo escurría, abrió sus ojos y una espantosa criatura estaba en el lugar de la joven, a su costado ya no habían flores ni ramas, el crujido provenía de miles de huesos, sin duda desafortunados viajeros como él; el roble no era más que un árbol muerto cubierto con las pieles de sus victimas. Desesperadamente intento huir, pero la horripilante criatura  volvió a morderlo robándole la vida. En sus últimos momentos Ignacio escucho una voz áspera y aguda "No hay duda que el amor joven es el más dulce para el paladar" retumbo la voz con una risa espeluznante, mientras su conciencia desaparecía lentamente.

Dagl

Relatos FM

Rebeldía, tropiezos y apuestas


   Linda, aquella mañana, despertó en el centro de un espeso bosque, tumbada sobre un claro al que llegaba directamente la luz del sol. Lo primero que cruzó su mente fue el tan típico "¿Qué estoy haciendo aquí?" unido de una ligera sensación de pánico, pero inmediatamente comenzó a recordarlo todo y, aquella sensación de desconcierto, se convirtió en una sonrisa algo maliciosa, acompañada por cierto deje de diversión que cruzó sus ojos rojizos. Se puso en pie de un salto, cuan enérgica había sido siempre. Su vestido blanco con lazos amarillo pastel, típico de aquella época victoriana en la que vivía, estaba repleto de hojas y ramas, así como arrugado y con algunos rotos. Pero esto le hizo aún más gracia a la muchacha. Sabía lo mucho que su abuela le había insistido en ir arreglada al encuentro y, por si fuese poco, aquél era su vestido favorito.
   Sacó su reloj de bolsillo del escote del vestido y miró la hora. Vaya... ¡El sol me ha despertado en el momento justo! Aún tengo tiempo de llegar allí a las doce. Dijo para sí, comenzando su carrera cuenta atrás. Tenía sesenta minutos exactos para llegar al lugar acordado. Y no le importó ir descalza, clavándose de vez en cuando alguna piedrecita en los talones, ni le importó tampoco el hecho de que el vestido se rasgase cuando se encontraba con algunas plantas con espinas. Cuanto más desastrosa fuera, mucho mejor. Además, los rizos dorados que la noche anterior habían estado tan bien recogidos en un moño, ahora caían por cualquier sitio que encontrasen para reposar: Sobre las cejas, tapando un ojo...
   Mientras corría con todas sus fuerzas, las palabras de William resonaban con fuerza en su cabeza... ¿A que no te atreves? (...) Tú no eres capaz de algo así (...) ¿Qué te parece esto a cambio? (...). Sacudió la cabeza con fuerza, perdiendo el equilibrio en el momento en que topó con una pendiente. Claro está, cayó rodando por esta, hasta llegar a suelo firme... O más bien, hasta llegar al agua. Linda había caído en una charca embarrada. Asqueada, buscó el lago que acompañaba a la charca, ya que no había sido la primera vez que rodaba hasta allí. Se lavó la cara con el agua
cristalina, pero nada más. En cierto modo, había sido una suerte caer en la charca.
   Preocupada por la hora y, también en parte, por si el reloj se había estropeado, lo sacó de nuevo. Treinta y cinco minutos más, y todo habría terminado. Con una sonrisa en los labios y, de nuevo con aquellos tropezones tan típicos suyos, subió la cuesta en apenas unos segundos. Estaba harta de llevar aquel enorme vestido puesto pero, si llegaba sin él, todo habría sido en vano. Así que se tragó el cansancio y el calor, y retomó la carrera. Tan convencida como estaba de que se sabía el camino de memoria, no paró a decidir cuál de los dos caminos en que se dividía el primero era el correcto, y fue directa al de la derecha. Apenas un par de minutos más tarde, frenó en seco. Parpadeó, analizando sus pasos, volviéndolos a reproducir en su mente...
   Linda tuvo que dar la vuelta, aumentando la velocidad considerablemente para recuperar el tiempo perdido, y volvió al cruce de caminos, ignorándolos a ambos. De nuevo, había olvidado el atajo. Así llegaría mucho antes de lo acordado con Will. Tiempo más tarde, sacó el reloj de nuevo. Marcaba las doce menos cuarto. Pero Linda ya podía ver el final del trayecto. Allí, justo en la línea de separación entre bosque y jardín, donde terminaban los árboles de grandes dimensiones y comenzaban las flores silvestres y los pequeños arbustos, se alzaba la majestuosa iglesia de St. Michaels, en la cual estarían esperándola. Paró cinco minutos a respirar, sentándose bajo un árbol. Gotas de sudor caían por su frente, empapando de nuevo el barro ligeramente. Se contempló otra vez, ladeando una sonrisa maliciosa. Estaba tan horripilante como si acabase de llegar del infierno.
   Y aquel pensamiento le dio una nueva idea. Se puso en pie, ya con las fuerzas recuperadas, y se deshizo de las horquillas que aún sostenían su cabello. Enredó éste cuanto pudo, echándolo para delante, hacia un lado y otro, tan deshecho como pudiese. Agarró la falda y, con ímpetu, la rasgó a partir de los rotos que ya existían. Cogiendo algo de barro que aún quedaba húmedo, se lo restregó por las mejillas y bajo los ojos. Entró en la enorme iglesia, abriendo las dos puertas de par en par, empujándolas, en el momento exacto en que la campana sonaba doce veces. Todo el mundo se giró hacia ella. Ocultó la sonrisa que estaba por aparecer y puso cara de profundo dolor, poniendo los ojos en blanco. Mientras caía al suelo, aparentando que agonizaba, escuchó los gritos de terror de las damas, que se escondían tras sus consortes al tiempo que rezaban. Supo, en el momento que la vio por el rabillo del ojo, que su abuela sabía que era ella, pero se había creído la farsa que había preparado. Pudo ver también la amplia y oculta sonrisa de satisfacción de William, al tiempo que, disimuladamente, asentía con la cabeza.

Elynia

Relatos FM

Tempus fugit


«Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra»
El tiempo vuela, como las nubes, como las naves, como las sombras...


—¡Qué guapo está!
—Sí... ¡Qué guapo lo han dejado!... Parece dormido.
—Tienes razón. Parece que vaya a despertarse de un momento a otro. No somos nadie...
El silencio volvió a apoderarse de la fría estancia en que yacía el señor Germán, elegantemente vestido con traje oscuro en una urna de madera sencilla, tal y cómo fue su voluntad desde que empezó a apagarse como el último centelleo de un cirio encendido casi noventa años atrás.
Rigurosamente enlutada, y sin joya alguna que adornara su pálida piel, la señora Mercedes velaba a su difunto marido, asintiendo inexpresivamente a todos los cumplidos comentarios que las visitas pronunciaban ante ella. De mientras, las dos hermanas del señor Germán continuaban con su particular diálogo ante el ataúd...
—Y mira que vestirlo con ese traje... —prosiguió la mayor de ellas.
—Sí. Sólo faltaba haberle puesto el traje de la boda —cuchicheó la menor, ya septuagenaria.
La señora Mercedes ni las miraba. Desde hacía un día había dejado su mirada perdida en el infinito, encallando su pensamiento entre los incontables recuerdos que había compartido junto a su marido.
Las hermanas abandonaron el velatorio continuando con su retahíla de comentarios hacia el difunto, además de aprovechar la ocasión para criticar a algún pariente que ya había marchado o que aún faltaba por acudir. No dejaban títere con cabeza...
La soledad de la estancia volvió a acompañar a la señora Mercedes hasta que entraron sus tres hijos, Germán, Armando y Gerardo. Tras besarla tiernamente entre interminables abrazos, permanecieron durante largo rato en el más absoluto mutismo observando a su padre.
Unos taconazos empezaron a reverberar desde el exterior. El violento impacto de unos zapatos contra el marmóreo piso de las instalaciones funerarias, acompañado de una peste insoportable a Chanel nº5 mezclada con alcohol y tabaco negro, fue el preludio de la entrada en la sala de Bibiana, la esposa del hermano intermedio, Armando.
—Te he dicho más de mil veces que no me gusta que vayas así... —pronunció con hastío Armando al ver cómo su mujer se había presentado en el tanatorio. Con un apretadísimo vestido morado que le ensalzaba aún más su enorme pecho, zapatos negros de tacón alto y un bolso rojo de símil piel de avestruz, completaba su atuendo con una enorme pamela negra que no combinaba con nada—. No sirves ni para respetar a mi padre en el día de su entierro...
—Si hubieras venido a dormir esta noche podrías haber elegido tú mismo el vestuario...  —replicó Bibiana con cierto problema de dicción, mientras saludada teatralmente al resto de los presentes en la sala. Atrás quedaban aquellos días en que había sido musa de directores de cine y fotógrafos en pleno auge del destape. Lejos quedaban ya los veranos en Saint Tropez, en Portofino... La decadencia era más que evidente en su persona.
La señora Mercedes abandonó por un momento su evasión mental para observar a Armando detenidamente. Con los zapatos llenos de tierra y el pantalón más que arrugado, parecía haber tenido una noche bastante movida. Y es que desde muy joven ya apuntó maneras... Siempre de flor en flor, ser representante de una empresa de vinos y jamones no le ayudó para nada, así como el hecho de conocer a Bibiana en un cabaret no hizo más que empeorar su situación.
—¡Vámonos, que ya estás a punto de montar uno de tus numeritos! —exclamó Armando amargamente mientras cogía a su mujer por el brazo en dirección al exterior.
Justo en aquel instante entró en la sala Miguel, pareja del menor de los tres hermanos, Gerardo.
—¡Estás estupenda, B.B.! —dijo éste con cierto tono amanerado. Sólo él llamaba así a Bibiana, en clara referencia a las iniciales de Brigitte Bardot, mítico erótico de los años 60.
—¡Muchas gracias, Micky! Nadie más que tú sabe ver una auténtica joya entre la bisutería barata que nos rodea... —correspondió ella irónicamente, evidenciando ya una clara dificultad en el habla, probablemente debida a su último coqueteo con el alcohol.
Observando con el rabillo del ojo cómo Armando y Bibiana salían de la estancia atropelladamente, Miguel se acercó a Gerardo para decirle algo al oído, obviando al resto de los presentes.
—¡Qué sucia!... —susurró con enorme acidez—. ¿Ya has conseguido eso, Gerard?
En aquel preciso instante hizo acto de presencia la señora Cándida, la sumisa y recatada esposa de Germán, tocayo de su difunto padre, militar y primogénito de la familia. Tras ella, sus tres hijas entraron en procesión para dirigirse hacia dónde se encontraba sentada la señora Mercedes. 
Entre los fríos besos de sus nietas, la anciana recordó el día en que Cándida, completamente desesperada, le confesó que la menor de sus hijas no llevaría el linaje de la familia al nacer... Demasiadas temporadas en soledad, abandonada por su marido mientras éste honraba a su patria más allá de las fronteras. Ante ello, la consigna de la señora Mercedes fue clara y tajante... Cándida debería de convivir con su conciencia y sus actos durante el resto de su vida.
Pasaron unos minutos de tensa calma en la sala, de miradas perdidas entre el silencio, de algún cuchicheo ininteligible entre Gerardo y Miguel. El aire acondicionado parecía cristalizar la atmósfera que allí se respiraba.
—Madre... ¿me ha traído eso? —preguntó Gerardo con su afeminada y titubeante voz mientras miraba a su padre de cuerpo presente.
—¿Qué es lo que tiene que traerte? —intervino Germán alzando la voz ostensiblemente—. ¿Has perdido la dignidad de repente?
—Siempre has querido adoptar el papel de tu padre, ¿eh? —replicó al instante Miguel—. ¡Qué poco te ha faltado para ocupar su lugar!...
—Menos me falta para...
—¡Germán, por favor! —interrumpió Cándida sujetando a su marido por el brazo—. No hace falta dar este espectáculo. Tan sólo se trata de un reloj...
—¿Me he perdido algo?... —preguntó Armando entrando de nuevo en la sala. Con los ojos vidriosos, enrojecidos como si hubiera estado llorando momentos antes, dibujaba una extraña sonrisa en su rostro mientras se pasaba la mano nerviosamente por la nariz en un par de ocasiones.
Enormemente disgustado, Germán se quedó mirando a sus dos hermanos para acabar tomando la palabra...
—El reloj de nuestro padre seguirá moviéndose por los mismos valores que él ha tenido en vida... El Honor, la Familia —pronunció mirando a su madre con semblante más que serio—, el Valor, el Respeto, la Rectitud —prosiguió, mirando amargamente a Gerardo hasta provocar que éste empalideciera súbitamente como si hubiera visto un espectro ante él—, la Honradez, la Fidelidad —finalizó clavando la vista en Armando, como si su mirada fuera un estilete recién afilado cortando el aire hasta llegar a él.
En aquel preciso instante, al escuchar el último de los valores recitados solemnemente por su marido, la señora Cándida abandonó la estancia entre sollozos que parecían ahogarle en lo más profundo de su alma...
—¡El reloj me pertenece a mí! —irrumpió Armando airadamente—. Yo fui el que sustentaba económicamente a la familia cuando nuestros padres no podían hacerlo...
Una lágrima empezó a aflorar de los cansados ojos de la señora Mercedes. En su memoria emergían recuerdos de gran penuria pasada tiempo atrás. Tampoco pudo evitar el recuerdo de cómo apenas podía costear los fastuosos viajes de su hijo Armando cuando éste finalmente se arruinó...
—¡Qué!... ¿No piensas decir nada? —intervino nuevamente Miguel, dirigiéndose a su querido Gerard—. ¿Dejarás que tus hermanos sigan humillándonos como siempre? ¿No han tenido suficiente toda la vida con sus mujeres?
Mediante una reacción inmediata, Germán inmovilizó a Miguel por la nuca y en un par de movimientos lo amorró bruscamente contra el cristal de la urna donde yacía el cuerpo de su padre. Nunca una distancia tan corta había resultado tan fría y desoladora...
—¡El reloj nos pertenece porque tenemos un valor inexistente en esta familia... el Amor!—exclamó Miguel entrecortadamente.
Entre aquel griterío y ciertamente conmovida, la señora Mercedes recordó el momento en que Gerardo dejaba en el altar a su futura esposa para irse con Miguel. Su hijo siempre había sido una mujer atrapada en un cuerpo de hombre, consiguiendo así escapar del corsé familiar, dejando de ser lo que su padre quería que fuera...
—¡¡Cuidado Germán!! ¡Que le vas a romper la nariz! —gritó Armando al oír los gemidos de Miguel al ser aplastado cada vez más contra el cristal del ataúd.
—¡Pues se pondrá un tabique de platino como el que van a ponerte a ti de aquí a poco! —contestó Germán sin dejar de presionar el rostro de su cuñado.
—Señores... ¡Ha llegado el momento!... —resonó en la sala con majestuosa solemnidad.
Ante la espantosa escena familiar que se estaba llevando a cabo junto al ataúd del difunto señor Germán, un individuo alto y delgado, vestido de riguroso negro y de largas y huesudas manos, empezó a recoger las flores presentes en la sala evitando perturbar lo que allí acontecía.

* * *

En el cementerio municipal, bajo la incesante lluvia que no dejaba de caer desde la noche anterior, un albañil de los servicios funerarios seguía rebozando con la paleta el pequeño tabique tras el cual ya descansaba eternamente el señor Germán. Cual plañideras a sueldo, las hermanas del difunto sollozaban ostensiblemente, conmoviendo al resto de los presentes con sus escandalosos lloros.
—No somos nadie... —repetía continuamente la mayor de ellas, mientras su hermana asentía con la cabeza secándose las lágrimas con un pañuelo—. No somos nadie...
Acabada la faena, el albañil empezó a disponer algunas coronas de flores y ramilletes al pie del nicho, empapado de agua que resbalaba por las paredes de piedra hacia el suelo. Lirios y rosas blancas, astromérias y crisantemos daban algo de vida al frío mármol.
Acompañada por sus tres hijos, la señora Mercedes continuaba recibiendo las condolencias de algunos vecinos y conocidos del lugar. De repente, empezó a caminar lentamente hacia el sepulcro ante la mirada de todos los allí presentes. Acariciando la piedra empapada, se giró...
—Sé que vosotros tres estáis esperando algo de vuestro padre... —dijo la anciana mirando a sus hijos uno por uno, de mayor  a menor...—. Germán, sé que lo lucirás por el pueblo durante el paseo dominical, del brazo de tu mujer, pavoneándote de ser el nuevo patriarca de la familia... —continuó, señalando con su huesudo y retorcido dedo índice a su hijo—. Armando, sé que lo venderás para costearte el viaje que tienes pendiente a Cuba con tus amigos para fumar puros y mucho más...
Por momentos, la voz de la señora Mercedes parecía quebrarse de tanto dolor sufrido en tan pocas horas.
—Gerardo, hijo mío... —prosiguió la anciana—. Sé que lo que más anhelas es podérselo regalar a tu querida pareja, aunque él sólo lo quiera para tener una propiedad más, al igual que hizo contigo en su día...
Alzó la voz para dirigirse hasta el último rincón del cementerio, a modo de último esfuerzo...
—Pero habéis de saber que ninguno de vosotros es merecedor de llevar el reloj de vuestro padre. ¡Ninguno de vosotros ha demostrado ser merecedor de tan preciada joya!
El eco reverberaba considerablemente bajo la incesante lluvia...
—¡Y habéis de saber que el reloj se ha ido para siempre con vuestro difunto padre!...

Ricard Màgar

Relatos FM

Cuento de un día


Era una mañana como la de cualquier otro día, se despertó como todos los días, con un sueño pegajoso que no le dejaba más que entreabrir levemente los ojos, como si el cansancio del día anterior hubiese decidido quedarse anclado allí, sin prisas por desaparecer, pero tenía que despertar, levantarse y, sobre todo, lavarse las manos. Repasó mentalmente lo que haría, llegar al cuarto de baño, lavarse las manos, orinar, lavarse las manos, la cara, peinarse, lavarse los dientes y lavarse las manos. Esta rutina de lavarse las manos insistentemente era de siempre, de lo que no se puede recordar el origen, del fondo de la memoria, de lo que hacía ya por sistema, lavarse las manos una y otra vez, sin prestarle atención.
Había comenzado como siempre, pero no era del todo igual, algo se salía de lo normal pero no sabía el qué, fue a desayunar, tomó su café fuerte, negro, de sabor intenso y muy caliente, como le gustaba y, sobre todo, muy dulce. Al ir a echarle el azúcar, algo le llamó la atención pero enseguida pasó a otra cosa, tenía que remover ese café espeso que le ayudaba a comenzar el día, de repente, cayó en la cuenta, sus manos parecían estar como borrándose, sus bordes eran bastante difusos, pensó "Todavía no me he despertado, seré *****?" pensó que eran una de sus múltiples manías como nunca levantarse con el pie izquierdo o tomar el café muy caliente o las tostadas frías con mantequilla derretida eso sí pero frías, sus manías ... así que no le prestó la mayor atención. Terminó de desayunar, recogió la mesa, se lavó las manos, cogió las llaves de casa y se dirigió sin más a su trabajo, al que se desplazaba andando, estaba tan cerca... Al apretar el botón del ascensor hacia la quinta planta donde estaba su oficina, apenas podía distinguir el borde de la uña de su dedo índice, se miró toda la mano, se fijó también en la derecha. Increíble. Sus dos manos se estaban desdibujando, era una sensación extraña porque sentía sus dedos, podía tocar y sentir el frío de los botones metálicos del ascensor pero apenas podía ver esos dedos que tenían que estar ahí, claritos y cercanos... se quedó un rato mirando sus manos y ante sus propios ojos y justo un segundo antes de que la puerta del ascensor se abriese, no podía ver sus manos, no, no era posible, le habían desaparecido, no podía verlas.
Ahogó un grito, intentó salir del ascensor, se metió las manos en los bolsillos, sentía la tela suave de los bolsillos de su americana, si movía los dedos oía el roce que realizaban con el contacto de la tela, sacó de nuevo las manos pero seguían sin estar allí. Fue inmediatamente al baño, a lavarse las manos y, esta vez, también a echarse agua en la cara, que lo despejase, que lo despertase de una vez por todas!! Sacó las manos de sus bolsillos, seguían sin estar ahí, cerró los ojos y se dirigió al lavabo, no había problema, lo conocía como la palma de su mano, lo utilizaba diariamente para lavarse las manos  al llegar, antes de sentarse en su ordenador, y así cada hora hasta que se iba a su casa. Buscó el grifo a oscuras, mirándose para adentro, sintió el agua fría en sus manos, el jabón resbalando lentamente, frío pero cálido a la vez, esa sensación que tanto le tranquilizaba, se frotó las manos una contra otra con energía, como siempre, haciendo suficiente espuma, derramando el aroma a mandarina por todo el aseo, sí, estaba más tranquilo, tenía las manos limpias, abrió los ojos, la espuma no le dejaba ver sus manos, todo había sido producto de su sueño, ese sueño que ni con el café se había querido desprender del todo, colocó las manos bajo el grifo y.........la espuma también se había llevado la ilusión de verlas, no estaban, se le habían borrado y no tenía ni idea de qué podía hacer, sabía que estaban allí, las sentía, pero no las veía, se estaría volviendo loco? Bueno, lo primero, organizarse, su mente analítica inmediatamente tomó el mando, rebuscó en el bolsillo de la americana, días atrás había estado haciendo mucho frío, se echó unos guantes en la chaqueta porque, en invierno, sus manos se despellejaban con mucha frecuencia, siempre había sido de manos sensibles. Buscó y rebuscó por todos los bolsillos, dios mío, cuantos bolsillos puede tener una chaqueta? Por fín los encontró, estaban en el bolsillo interior, eran finos y muy suaves, como a él le gustaban, nada ostentosos, oscuros, discretos. Cerró los ojos y se los colocó, en esta situación de locos era mucho más fácil realizar las tareas más cotidianas con los ojos cerrados, cuando terminó se miró las manos, por fin, estaban ahí, que descanso poder verlas claramente. Su mente analítica siguió maquinando, decidiendo, ahora tenía que ir a su despacho, trabajar normalmente. A veces, ante una situación descabellada, realizar las tareas más simples con normalidad tranquiliza enormemente, su mente se lo indicaba, sí, haría eso. Salió del baño y fue directamente a su despacho, Elisa lo interceptó, buenos días, hombre, el jefe ha preguntado por ti, le he dicho que estabas en el baño. Todos le conocían, sabían de esa manía suya de lavarse insistentemente las manos, así que hasta ahora, al menos para los demás, su comportamiento seguía siendo el normal, el de todos los días. Se dirigió a su despacho, se le había ocurrido algo pero ahora tenía que ir a ver al jefe, lo había llamado y no quería hacerle esperar, la empresa estaba atravesando una difícil situación económica y, prácticamente todos los días pasaba varias veces por su despacho para hablar con el jefe, consultar decisiones, aportar otra visión, otro punto de vista, esa mente analítica era para su jefe un gran tesoro que utilizaba indiscriminadamente, le aportaba tranquilidad, lucidez, otra perspectiva...
Salió del despacho de su jefe sin saber muy bien de qué habían hablado, había estado distraído y, sinceramente, si tuviera que transcribir la conversación que había mantenido con él, sólo podría escribir que dijo buenos días! La verdad es que tampoco le importaba, estaba pendiente de sus manos, madurando la idea que se le había ocurrido mientras se lavaba en el baño. Se dirigió hasta su despacho, cerró la puerta y buscó entre los cajones, el mes pasado había tenido que hacer un boceto de un anuncio a mano así que disponía de algunas pinturas de color pastel que le podrían servir. Se las pintaría, si no las podía ver, si se le habían borrado, las volvería a dibujar. Encontró un tono rosa claro bastante parecido al color de la piel, tenía que servir...Extendió un papelógrafo sobre su mesa, se quitó los guantes suavemente, no podría ver el temblor de sus manos pero, vaya si lo sentía, intentó ponerlas sobre el papel, no atinaba, hizo lo que ya se estaba convirtiendo en una costumbre, costumbre de un día, memorizó donde estaba el pincel y la pintura abierta, esperando que el pincel lamiese suavemente su cremosa superficie y ...cerró los ojos, en su mirar hacia dentro todo se volvía nítido, tomó el pincel, con la otra mano cogió el bote de pintura y comenzó, en cuanto la primera pincelada rozó su piel, abrió los ojos, tenía que comprobar si funcionaba....y allí estaba, un trozo de su mano color rosa pastel, su interior dio un salto, eso es, ahora a continuar....
Terminó de pintarse las dos manos, si te fijabas quedaba un poco raro pero tenías que fijarte bastante así que podía valer, al menos hasta llegar a su casa sin que la gente le preguntase porqué usaba guantes un día tan cálido. Sopló sus manos insistentemente, la pintura se estaba secando...pero tenía que ir a lavarse las manos, aguantó el impulso de levantarse inmediatamente e ir al lavabo, tendría que esperar, al menos, hasta que se secase la pintura, sería resistente al agua? No había caído en ello, si no se podía lavar las manos con la pintura no era solución, tomó el bote de pintura para leer sus características, qué alegría sintió al poder coger el bote sin tener que imaginarse sus manos en el proceso, las veía, las controlaba, eran las suyas, por fin. Con grandes letras pudo leer Pintura al agua, se aclara con agua. Su alegría se ensombreció, no podría lavarse las manos al menos hasta llegar a casa. Era cuestión de control mental, podría hacerlo, intentó concentrarse en unas lecturas que tenía pendientes, empezaba a faltarle el aire, abrió la ventana, pero la sensación de ahogo continuaba, no podía respirar...Se decidió, prefería ponerse los guantes, así que se dirigió al lavabo, miró sus manos, rosa pastel, temiendo ponerlas bajo el grifo pero con un impulso ya incontrolable...qué sensación tan agradable, el agua fría, el jabón líquido cálido y frío a la vez, el olor a mandarina, veía como el color se iba diluyendo lentamente desapareciendo por el desagüe...como sus manos. Un sudor frío perló su frente, su cuello, su cara, su espalda. Se iría a casa, así no podía trabajar, ni siquiera con los guantes..
Iba caminando por la calle como sonámbulo, todo le daba vueltas, se dio cuenta que no había comido nada en toda la mañana. ¿Cómo podían desaparecer unas manos?¿Tendría algo que ver que se las lavase tanto? ¿Cómo pueden borrarse unas manos? Ni aunque se las lavase millones de veces... Él las sentía, notaba el roce de los guantes, podía coger cosas, fumar un cigarrillo. Llegó a casa, se las lavó con los ojos cerrados y se preparó algo de comer, no se le ocurría que podía hacer, ¿cómo iba a comer con guantes? Se puso unos de plástico, de estos de un solo uso, era curioso como ni siquiera con estos guantes podía ver el contorno de sus manos dentro de los guantes semitransparentes, comió con apatía, recogió la cocina, se lavó las manos y se puso los guantes que había llevado toda la mañana, necesitaba ver físicamente sus manos. Se dirigió a la habitación, dormiría un poco, ¿y si había sido un sueño? No, un sueño no, una auténtica pesadilla...Se despertó al atardecer, el teléfono había estado sonando pero no le importó, ni siquiera fue a mirar quién había insistido tanto. Se fue directamente al ordenador y tecleó "manos borradas" en el buscador de internet, ninguno de los 1.200.000 resultados tenía nada que ver con lo que le pasaba a él, probó con manía de lavarse las manos, ¡ja!, ni siquiera se imaginó que podría llegar a ser realmente un problema o la exteriorización de algún trastorno mayor. Leyó y leyó y quedó realmente impresionado con lo que la ventana al mundo que es el internet le mostraba, resulta que su problema no era que se le habían borrado las manos, sino que se las lavaba mucho. Este pensamiento le hizo gracia, lo tranquilizó. Se fue a dormir con un ánimo distinto, distendido, con cierta distancia de la realidad y, por supuesto, con sus guantes.
Era una mañana como la de cualquier otro día, se despertó como todos los días, con un sueño pegajoso que no le dejaba más que entreabrir levemente los ojos, pensó que lo ocurrido el día anterior había sido una pesadilla, sí, eso debió ser, inmediatamente buscó sus manos con la mirada, las sacó de debajo de las cálidas sábanas, se quitó los guantes.... Era horrible, seguían sin estar allí, volvió a cerrar los ojos muy fuerte, seguro que todavía estaba dormido. No, no lo estaba pero intentó pensar en un cielo oscuro, oscuro, como le habían enseñado de pequeño. Cuando no conseguía dormirse, su madre, tumbada junto a él, le decía que a veces el sueño es asustadizo y que hay que atraerlo, pensando en un cielo muy oscuro, sin estrellas, así al sueño se le quita el susto y se desliza suavemente sobre los ojos que tienen que estar cerrados para no verlo llegar porque, aparte de asustadizo, es muy tímido. Lo intentó pero sólo veía sus manos por todos lados, sus limpias y contundentes manos, hizo un tremendo esfuerzo pero el cielo negro no aparecía, dio vueltas y vueltas hasta que no pudo más y se levantó....Se acabó, no dejaría que no ver sus manos le amargasen el día, ya pensaría una solución, ahora, lo importante era hacer lo que en un día se había convertido en una costumbre: cerrar los ojos para lavarse las manos y ponerse unos guantes, sí, era la mejor solución, así no se volvería loco. Ya iría al médico, al psiquiatra, al dermatólogo al.... el pensamiento de no saber a qué especialista acudir le provocó una sonrisa, y le pareció una excelente idea el uso de los guantes, podría decir que tenía alguna dermatitis a la que no podía darle la luz solar, sí, eso haría. Salió a la calle como cualquier otro día, de mucho mejor humor que el día anterior pero levemente diferente, se dio cuenta que muchas de las personas con las que se cruzaba usaban guantes...¿¿¿.les habrían desaparecido las manos también???

Pamadama

Relatos FM

Cosas del destino


Por fin había llegado su hora. Paula había estado luchando con la burocracia japonesa desde hacía dos años y medio. Pero había valido la pena. El siguiente martes se embarcaría con destino a Shiroishi, Japón, para una instancia inicial de cinco días, luego volvería con los contratos para una permanencia de medio año.
Aquella noche, cuando Paula recostó su cabeza sobre la almohada, no pudo parar de recordar las infinidades de vueltas que el consulado oriental le había hecho dar por nada; sólo para repetir documentos.
Menos mal que mi jefe es paciente, de lo contrario, ya estaría en la calle pensó ella con una sonrisa cariñosa antes de cerrar los ojos.
Trabajaba con su padre desde que había terminado la carrera ya que su hermano, aventurero, había escapado de la responsabilidad de asumir el negocio familiar. Sí, de aquello hacía siete años. Tiempo en que ella aprovechó para estudiar idiomas. Estudió inglés, francés, alemán y japonés.
Sin embargo, su hermano, después que su padre lo echara de casa, se marchó a París, donde estuvo trabajando y viviendo en el Barrio Latino. Luego se marchó a España, Portugal, América Latina, China y acabó en Japón donde conoció a su esposa.
Sus padres nunca habían aprobado dicho matrimonio, porque no conocían a su nuera más que por fotos, así como a sus dos nietos varones. Pero, todo era perdonable al varón, ya que el joven se había planteado ser un jefe de familia ejemplar. Y ahora que les proponía un negocio muy lucrativo, todo estaba olvidado, para consternación de Paula.
Había pedido a su hermano que le reservara hotel, visitas turísticas y todo lo que pudiera hacer en la ciudad de Shiroishi. En su agenda personal, tenía pintado en rojo el día y la hora de las entrevistas con los dos primeros clientes-proveedores, luego una larga raya diagonal y escrito en letras grandes "Diversión y Libertad".

Así llegó el día "D", y Paula se embarcó con destino a Japón. En el aeropuerto le esperaban el hermano acompañado de su esposa, una mujer menuda con una melena negra presa en una coleta alta y sus dos hijos, de tres y cinco años.
Después de los abrazos, besos y presentaciones, fueron al Pacific Hotel Shiroishi, donde decidieron cenar en familia.
Su cuñada estaba siempre pendiente de su marido, tanto que llegaba a ser molesto; también de sus hijos, extremadamente educados a pesar de la poca edad. Casi agradeció cuando se despidieron con la disculpa de que se levantarían temprano al día siguiente.
Paula los acompañó hasta la salida, dio un beso a cada niño, que parecían gemelos, y a su cuñada, que parecía mestiza como gran parte de las mujeres orientales. Luego subió a su habitación en la sexta planta.
Después de cerrar la puerta, respiró profundamente; sí, lo había logrado, era la subdirectora de una franquicia japonesa en Europa y estaba decidida ser la única capaz de lidiar con los japoneses. Fuesen machistas o no, era ella la única persona capaz de solucionar sus problemas en los dos continentes.
Pensando así, se dio una buena ducha y se recostó sobre la cama con los contratos en mano y quedó dormida.
Al día siguiente, como estaba previsto, su hermano la fue a buscar muy temprano. La llevó al edificio de oficinas donde, casualmente, se encontraban los dos clientes. Luego se marchó a sus quehaceres.
Paula pasó allí el día, primero esperando que le atendiesen, después explicando sus propuestas y afianzándolas con diapositivas, previsiones y carpetas llenas de números. Comió con los ejecutivos y después volvió a la carga. Ya al final de la tarde logró la firma del contrato.
Cuando salió, su hermano la esperaba.
¿Difícil negociación, hermanita? le preguntó su hermano en tono burlón.
Ella soltó una exclamación entre dientes, apenas audible.
Toshio quiere que vengas a cenar con nosotros intentó el hermano una vez más iniciar una conversación.
La verdad es que, no estoy con cuerpo para celebraciones. ¿Tienes idea de cuantas horas estuve delante de estos japoneses intentando persuadirles para que firmasen el contrato con nosotros? caminaba con pasos cansados delante del hermano, de repente se paró y se volvió. Nunca pensaste en nadie más que en ti mismo. No pensaste en como sería mi vida después de cinco años dedicados a estudios, pues ahora llevo siete dedicados al trabajo. Mientras tú salías por el mundo a vivir tus aventuras en cuevas orientales, yo estuve levantando todo un imperio, el cuál tú llevarás un buen pellizco cuando falten los viejos...
El hermano ya no conocía a la mujer que tenía delante, recordaba haber dejado una joven ilusionada por vivir una vida llena de aventuras como la que había vivido él, su héroe.
¿Qué te ha pasado Paula? ¿Tanto daño te he hecho con mi partida? fue cuanto pudo pronunciar.
Ella le dio la espalda y siguió caminando. Ya no hubo invitaciones, ni palabras de afecto, ni de cariño, hasta que el coche paró el motor delante de la portería del hotel.
El hermano iba a decir algo, pero ella se adelantó.
Mañana no hace falta que vengas a buscarme, ya he pedido que me mandasen un taxi desde las oficinas, así podré ir a la peluquería del hotel y salir un poco más tarde de aquí abrió la puerta del coche, pero antes de salir remató la faena. Agradece a Toshio por lo de la cena, pídele disculpas y da un beso a los niños. Ya te llamaré antes de volver a Europa.
Se apeó y cerró la puerta, luego desapareció en el interior del hotel, sin siquiera mirar atrás.

Al día siguiente, se levantó muy temprano, salió ya preparada al pasillo, decidida a bajar a la peluquería del hotel. En las manos llevaba una carpeta ejecutiva y unos cuantos tubos con los proyectos.
¡Baja! dijo ella al ver que la puerta del ascensor se cerraba.
Por suerte, un hombre de mediana edad, con un reluciente traje azul marino, la había escuchado y había sujetado la puerta.
Ella entró, saludó a los demás miembros de la comunidad del ascensor y agradeció al hombre de traje azul, por el detalle de esperarla.
El oriental sonreía y balanceaba la cabeza para adelante y para tras, hablando un japonés muy rápido. Ella sólo pudo captar unas cuantas palabras; anoche, temblores, terremoto.
En aquel momento, el ascensor se paró en seco y quedaron a oscuras por breve momento. Luego la luz de emergencia parpadeó antes de encender.
Mientras tanto, el japonés seguía hablando y hablando. Las otras dos personas presentes en el ascensor, también comenzaron a perder la inhibición y empezaron todos a hablar a la vez.
A Paula le giraba la cabeza, se sentía mareada y con ganas de vomitar. Sentía las manos frías y a la vez le acaloraba la ropa. De repente, alguien le tocó el hombro, lo que le hizo sobresaltar.
¿Estás bien? era el japonés de mediana edad.
No, no estoy bien. No me gusta estar encerrada comentó ella.
Miró su alrededor y pudo comprobar que a parte del oriental de traje, estaban la mujer que se alojaba en la última habitación de su pasillo; la había visto en la noche anterior con un acompañante, y un joven de unos veinte o veintiuno años, con apariencia de ser un gigoló.
Fue la mujer quien dijo, con un acento francés, que todo iría bien.
La vista de Paula ahora estaba borrosa. Los nervios le jugaban una mala pasada. Sintió una mano suave limpiarle la frente con un pañuelo.
¿Qué ha pasado? preguntó con dificultad de respirar.
Fue la mujer con acento francés quien contestó.
Sólo es un terremoto, querida, aquí esto es frecuente. Estamos siempre en movimien...
Antes que pudiera terminar la frase, otra sacudida. De esta vez, más fuerte que la anterior. Se podía sentir al ascensor tocar las paredes laterales de su habitáculo.
Luego hubo un aflojo automático de cables y el ascensor descendió por lo menos un piso y volvió a parar bruscamente, lanzando a todos al suelo.
Paula en un ataque de nervios, comenzó a gritar que la sacasen de allí. Fue el oriental de mediana edad, quien se arrodilló a su lado.
No hay por qué preocuparse, vendrán en seguida le dijo.
No, no era lo bastante para Paula que, no había vivido su vida, ni la viviría, porque estaba allí, encerrada. No tenía amigos, ni un novio. Sólo tenía a un padre cegado por el dinero, una madre cegada por su hijo varón, y un hermano que en el día anterior había maltratado. ¿Quién me va a llorar? pensó Paula para si misma y su desesperación fue en rápido crecimiento. Parecía que el destino le querría penalizar por su vida mal vivida. Dos años y medio de lucha para venir a Japón y ahora que estoy aquí, aquí moriré.
Se incorporó y comenzó a golpear la puerta de acero revestida de madera, implorando que la abriesen y la dejasen salir.
El oriental de mediana edad intentó sujetarla, pero ella se soltó y lo abofeteó.
No me toques le advirtió con el dedo pegado en la nariz.
Luego fusiló a los demás con un fuego latente en la mirada. Silencio. Todo era silencio.
Volvió a golpear la puerta con más insistencia.
Ya agotada, Paula se dejó caer en el suelo del ascensor. No sabía cuanto tiempo había pasado, pero se sentía agotada.
De repente, alguien abrió una pequeña brecha en la puerta y el aire, aunque cargado, penetró fresco en el cubículo. Era el personal del hotel y el hermano.
¿Paula, estás bien? preguntó el hermano.
No, necesito salir fue su respuesta en forma de un leve susurro.
Lograron abrir la puerta del ascensor con mucha dificultad. El japonés de mediana edad y el joven gigoló sacaron a Paula, casi desvanecida. La otra mujer, la del acento francés, salió cargando las pertenencias de la joven ejecutiva.
Otro temblor.
De esta vez el hermano no paró a pensar. La cogió en brazos y la llevó a la calle. Salió por las ventanas de cristales rotos. Paró un momento en busca de algo que no tardó a encontrar. Su coche había sido empujado por un camión y estaba empotrado en un escaparate. Mientras tanto, Paula recuperaba la conciencia poco a poco.
El hermano, rápidamente buscó otro coche que estuviera en condiciones de salir de allí y por suerte encontró un utilitario apartado, con la puerta abierta y las llaves puestas.
Nos vamos de aquí dijo el hermano cuando arrancó el motor.
¿Qué haces? Tengo una entrevista dijo ella, pero se calló al mirar su alrededor.
En los escasos quince minutos que Paula había estado encerrada en el ascensor, se había desatado todo un desastre en Japón. Bocas de incendio reventadas, coches chocados, personas gritando. Todo era caos, era sufrimiento, era dolor.
Sí, era cosa del destino. Estar en el lugar equivocado en el momento exacto. Todo parecía el principio del fin, o el principio de un nuevo principio.
El hermano logró salir de Shiroishi antes del punto culminante de la furia de la naturaleza. Se refugiaron en Shibata, en casa del hermano. Allí vivieron todos los episodios de furia natural, uno tras otro, sucesivos y peores. También un tsunami y la radiación de la central. Todo un país arruinado.
Entre el hermano y Paula, lograron convencer a Toshio a abandonar sus orígenes, junto a su hermano Obushi y su esposa Nayuri.
Siete días después del ocurrido, lograron embarcar todos; Paula, el hermano, su familia y la familia de Obushi; todos con destino a Europa.
Será un buen lugar para educar a los niños; cerca de sus abuelos decía el hermano a modo de disculpa.
Paula logró escapar del desastre que abrazó a Japón gracias a su hermano que, persistente, la fue a buscar aquella mañana.

Pandora Coelho

Relatos FM

Cinco guerreros


Llegaremos a Brasilia en dos horas. Estamos listos para la gran batalla. Hace décadas que la opresión viene forjando nuestro deseo de luchar y de ser libres.
Ajusto mi cinturón y me preparo para el lanzamiento. Mis cuatro compañeros de cápsula están listos. Alfa 9810 tiene los ojos cerrados, quizá por los nervios, quizá por la emoción. Es su primer vuelo fuera del continente. El resto de nosotros tiene algo de experiencia, pero no más valentía.
Mi nombre es Beta 4791. Nací el día doce del primer mes de 2082, en la base europea Esperanza. No tuve la suerte de conocer a mis padres. Tal vez alguno de ellos también esté viajando en alguna de las miles de naves que nuestro Líder ha lanzado hacia el Imperio.
Allí, no nos esperan. No conocen nuestras nuevas armas. Ni siquiera saben de nosotros, encerrados en sus enormes burbujas, alienados por sus medios de comunicación... no imaginan que vamos a invadirlos.


Recuerdo que en mi infancia escuché una hermosa leyenda. Relataba una gran cruzada, de grandes hombres que liberaron Eurasia de un oscuro tirano. La comparto para animar a mis compañeros. Delta 0462 me asegura que la historia es cierta, y que ocurrió hace más de doscientos años... ¡Doscientos años! ¿Será así? Ojalá recuerden esta gesta durante tanto tiempo.
Por ahora, no sé nada de Gama ni de Omega. Ni sus números de serie, ni su edad... Pero en sus rostros veo el mismo maltrato que hemos sufrido como pueblo.
Pese a todo, pudimos adaptarnos. Siempre lo hicimos. Estamos decididos a ser libres. Acabo de cumplir dieciocho años y nunca pude decir lo que sentía. Me acostumbré a hablar en voz baja, a no mirar a los ojos, a callar, a no pensar distinto.
Con Alfa hemos sido compañeros de escuela–cárcel. Doce años completos levantándonos de noche, picando roca, limpiando el excremento de nuestros dictadores de América del Sur. Setecientos metros bajo la superficie, casi sin luz ni agua, con poco aire.
La esclavitud ha moldeado y templado nuestro espíritu. Así, aprendimos a compartirlo todo. No lo que sobraba, lo que faltaba y apenas alcanzaba.
Día tras día, creció en nosotros el deseo de libertad.


Pasan los minutos y siento que mi traje me ajusta bastante. Acostumbrado a la escasez, llevo pocas provisiones. Sólo guardo dentro de mi ropa una foto–móvil de mi futura esposa, que una y otra vez me saluda y alienta. Eso me hace más fuerte y me asegura que esta guerra... esta guerra valdrá la pena.
Seguimos volando, cada vez más rápido, en una de las naves que la Resistencia ha lanzado rumbo a Brasilia, la capital del Imperio Suramericano. Aquí, como en las otras, hay cinco guerreros dispuestos a todo, uno de cada raza europea. Kilómetros y kilómetros de orgullo y valor me rodean.
En este momento, en mi pantalla-facial aparece la imagen de nuestro Líder, que nos repite, con voz serena pero firme:
VAMOS POR TODO. QUEREMOS SER LIBRES... VAMOS POR TODO. QUEREMOS SER LIBRES... VAMOS POR TODO. QUEREMOS SER LIBRES...
Con la tranquilidad del que es capaz de dar la vida por lo que ama, me recuesto sobre la ventana que muestra las estrellas y trato de descansar un poco.


Sólo faltan cuarenta segundos para llegar y me siento feliz. Veo a través de mi casco que la batalla final ha comenzado.
Y estoy seguro... la victoria será nuestra.
¡Viva la Gran Eurasia! ¡Viva!

Aurelio

Relatos FM

Anonimato


Recién cumplidos los 80 años se preguntará por la mujer de su vida. Ya será uno de los grandes escritores del planeta. La candidatura al Nobel lo habrá convertido en personaje célebre casi de la noche a la mañana. Ahora la podré encontrar, se dirá ante el espejo del baño, ajustándose la dentadura postiza y la corbata. Ahora soy una figura pública. Ahora sí, ****, ahora sí. En dos semanas se adaptará a la lógica y repentina aparición de enemigos, ex esposas, ex amantes, ex hijos incluso. Como si hubiese esperado esos instantes toda la vida, sobreactuará una pose de anciano feliz para las cámaras de una rueda de prensa internacional. Más tarde, las muchachas periodistas le brindarán tragos y adulaciones. De repente una de ellas sacará de su bolso el New York Times. Él no comprenderá ni una de las palabras en inglés, pero sí la ridícula foto de la primera plana.
-¿Y esto?, preguntará nervioso, mirándolas.
Ellas congelarán la risa y no sabrán qué responderle. Entonces él recordará que nunca le preguntó el nombre a la señora del parque. Pero esto ocurrirá después.
La mujer de su vida lo había descubierto antes que la Academia Sueca. De adolescente ocultó sus libros como si estuviesen censurados. Después se acostumbró a leerlo en cualquier sitio; en inmensas colas a la entrada de los cines; bajo apagones, a la luz de una vela; caminando; de pie entre miles de cuerpos sudorosos dentro de cientos de guaguas; en el trabajo; embarazada, luego de acostar a la niña.
El viejo autor, solo en casa, en calzoncillos y chancletas, cuando escuchó la sigilosa noticia radial, de las manos se le resbaló el vaso de agua con azúcar. Se sintió rodeado de gente que aplaudía su desnudez, sorprendido in fraganti. Respirando la humedad de un cuarto sin teléfono, televisor o computadora con acceso a redes, arrastró los pies hasta la sala, preguntándose al unísono por amigos, parientes, mujeres hartas del Dúo Literatura y Pobreza, y pensó en el hijo, su hijo único, y en la última vez que se dirigieron la palabra. Entonces, derrumbados los huesos sobre un sofá de más de un siglo, se dedicó a marearse oyendo cómo la onda lejana de una voz leía sin énfasis y algo escéptica, su currículo lleno de polillas. El viejo autor no entendía cómo, si nunca montó un avión ni gozaba de agente literario, y se encogió de hombros hasta vestirse y salir a la calle.
Qué va, me voy, me voy, pensó mientras cruzaba. Lo detuvo un lejano parque rodeado de marpacíficos. Una niña que armaba su propio ramillete calló su canción al verlo y corrió hacia un arbusto. Sentada sobre la tierra, entre dos grandes raíces, una llorosa madre leía las páginas de un libro sin portada. El viejo obedeció al impulso de acercársele sin timidez.
-Perdone, señora, ¿puedo ayudarla?, ¿le pasa algo?
La señora rió negando con la cabeza. Para secarse las mejillas dejó caer el libro sobre la saya.
-No se preocupe, señor, es que me emociono... El riesgo de ser una lectora empedernida, ¿no?
-¿Y es tan bueno...?
-¿El libro?
La niña le dio una de sus flores a la madre.
-Gracias, mi cielo. Muy bueno, señor.
Una llovizna sirvió para que se protegieran bajo el techo de una parada inhóspita. La niña bañó las flores robadas. Cuando se sentaron, la señora recitó un párrafo que hablaba de la lluvia.
-¿Lo ha leído? –se interrumpió.
El viejo se encogió de hombros.
-Empiece ya –ordenó y le puso, con un recelo exagerado, el libro sobre el pantalón-. Es genial, genial... único. Lea la primera oración.
El viejo hojeó con pánico y encontró la mayoría de las líneas subrayadas.
-Al menos sirven para aforismos.
-¿Cómo?
-Nada, nada, leía en alta voz.
Había esquivado una sensación de pena. Temió no haberse mirado al espejo antes de salir. Sintió que si reía iba a parecer una arruga sonriente.
-¿Sabe qué? –dijo la mujer de su vida, de nuevo con los ojos humedecidos-. Solo me queda un sueño: conocer a este hombre extraordinario.
-¿Quién?
-¿Quién va a ser?: el autor.
-Ah.
Cuando escampó, la niña hundió la nariz en las flores. El viejo pensó que la mujer de su vida estaba loca. « ¿Por qué no escogió a Gabo, a Vargas Llosa, por ejemplo, o a Hemingway?»
-¿Sabe cómo lo imagino? –continuó ella.
-¿Cómo?
Con una mano se cubrió la risa.
-Un poco mayor, claro, pero tan... Estoy segura de que me encantaré cuando lo vea. Porque algún día lo voy a ver, sí, ya verá.
-¿No lo conoce?
-En la contraportada de este libro hubo una foto, pero la niña... sabe como son los niños, la hizo pedazos.
-¿Lo ha visto?
-En vivo no. Ni una vez. Es que ni lo ponen en televisión. Le juro que no sé ni qué cara tiene, pero no me importa. Amo todos sus libros. Eso me basta. No lo conozco, pero debe ser hermoso. Sin pensarlo me casaría con él.
-¿En serio?
La señora se mordió los labios y asintió con rapidez.
-Me lo leo sin descanso desde el Pre, hasta mi niña se sorprende.
El viejo comprendió que probablemente estaba hablando con la mujer de su vida.
-A lo mejor no lo conozca nunca –dijo ella.
-¿Por qué?
Suspiró:
-Sueño tanto con tenerlo así, como a usted, cerca, aunque sea unos minutos... quizá es un hombre ocupado, serio... no sabría ni qué decirle... supongo que tontería más tontería... jaja... es sólo un sueño incurable.
La niña avisó que venía la guagua. La mujer de su vida le tendió una mano al viejo y al abrazarlo le soltó:
-Fue un placer conocerlo, mil gracias por haberme oído un rato.
Él respiró profundo.
-El placer fue mío.
-El libro –advirtió la niña.
-¿Cómo se me va a olvidar?
La guagua dio un frenazo antipoético. Minutos después la niña bajó corriendo del vehículo, le entregó su ramillete de flores y le dio la espalda sin oír gracias.
Luego del motor y el humo, regresó el silencio. El viejo cerró los ojos imaginando una historia de amor inverosímil. Debió permanecer allí sentado un par de horas, antes de la publicidad, las cámaras, las ovaciones, las entrevistas, los paparazis extranjeros, las primeras planas, los dossiers, la enjundia de los homenajes, las demasiadas loas. No le importó tanto el futuro. No quiso saber si sus gestos ahora tendrían valor fotográfico. Hundió la nariz en las flores rojas y alguien, con medio cuerpo escondido detrás de un árbol, le disparó varios flashes. Al viejo le dio gracia el susto. Su corazón era un indocumentado adolescente con ganas de comerse al mundo. Oscurecía. 

José Arcadio Segundo

Relatos FM

Parece pero no lo es


                               Como cada noche el insomnio echó a Andrés a la calle, solo que esta noche no era una más, había decidido que iba a ser la última.
       Sus pensamientos tan inconsistentes como él mismo cambiaban a menudo de posición, de pronto prevalecían los que "tirarse por el puente al río, era lo más acertado";  como los que tenía que haber escrito una carta al juez";  al fin y al cabo esa era la tradición  de los suicidas responsables y, no como otros que lo hacían a tontas y a locas y luego había problemas para reconocerlos, para averiguar sus datos, etc...
       No, Andrés  podía  no ser muchas cosas pero eso sí, responsable al máximo. Precisamente esa responsabilidad para consigo mismo era su sin vivir;  ya que no podía vivir de acuerdo a sus deseos, los más coherente era acabar de una vez por todas.
       Cierto que aunque hijo único, Andrés había nacido con unos cuantos hermanos siameses: el miedo, la apatía, el egoísmo, su fatalismo que se había convertido en una desesperanza crónica.
     
         La luna llena le acompaño hasta  llegar a una especie de mirador que tenía el puente. Le dio la espalda a un banco de piedra que invitaba a sentarse y se abrazó a una farola, que como un centinela iluminaba el escenario de la tragedia.

- A las buenas noches colega, qué tomando el fresco-  Andrés se dio la vuelta sobresaltado y se topó con un individuo sentado en el banco, con una     "litrona" casi llena, y todo su aspecto delataba que se trataba de un "chorizo".

      Pero como no lo había oído llegar, el puente estaba solitario, no  se había cruzado con nadie y, no había tráfico, pues estaba cerrado el mismo por obras de pavimentación.


      El susto dio paso a un cierto enfado tartamudeante,  - no, no... llevo dinero, ni nada de valor así que si quieres pincharme....- tranqui  tronco, que esta noche no estoy de servicio- le interrumpió el "chorizo".
-   Soy Ángel y tú colega.
-   ....Andrés-  sonó la voz apenas audible, mientras pensaba que el nombre de Ángel no le pegaba ni con cola.
-    Te advierto colega, que como no sea con mucha suerte, lo que es ahogarte no te vas ahogar. Con la poca agua que lleva el río, todo lo más es que pilles una intoxicación por contaminación, o te partas la crisma al llegar al fondo.

       Pero  bueno, es que este tipo que había aparecido como un fantasma, leía también el pensamiento.
-   qué te hace pensar que quiero suicidarme.
-   Porque tienes cara de aspirante a cadáver colega.
      Andrés se hubiera reído, si no fuera por la situación tan ridícula que creía estar viviendo. Pero que suerte la suya, después de haber conseguido reunir el valor suficiente para acabar con todos sus problemas, resulta que se encuentra con un "chorizo" que en vez de liarse a  navajazos con él, y cumplir como corresponde a un profesional que conoce su oficio; éste le estaba invitando a compartir su cerveza;  y lo que es peor  con sus razonamientos prácticos le estaban minando su cada vez más flaca decisión.
           Mientras Ángel hablaba, liaba un porro con mucha parsimonia y Andrés escuchaba con asombro toda una serie de razones, de verdades tan lógicas; lo veía tan claro ahora, toda su desesperanza estaba sólo en  él, en su mortal aburrimiento. Lo más fácil siempre es echar la culpa a los demás, tenía tanto miedo del miedo. Andrés no recordaba haberle dado a nadie la oportunidad de acercarse a él, encerrado en su caparazón, no había dejado que el dolor hiciera mella, pero tampoco el amor, la amistad, la alegría.

      Ángel terminó de liar el porro, le dio una calada y se lo ofreció a Andrés, que aceptó sin titubear.
-   Sí colega, la vida ya se ocupa por si sola de ponernos obstáculos, de dejarnos sin avisarnos y es tan corta que cuando nos equivocamos no siempre tenemos la oportunidad de volver a empezar. Bueno no quiero entretenerte más, que te suicides bien colega- Ángel se alejaba por el puente.
-   Oye amigo, espera me vas a dejar así, ¿quién eres tú?
Ángel  se volvió –nunca somos lo que parecemos, eres libre Andrés, de ti depende lo que hagas con tu vida. Si dejas de atenazar tu capacidad de amor, de darte a los demás, encontraras tú propio camino, hay tanta gente que necesita tú tiempo, una sonrisa, una palabra amable, un poco de afecto...- diciendo esto, Ángel desapareció de la vista de    Andrés.

       El Sol empezaba tímidamente a salir cuando Andrés volvía a su casa .Con una  sonrisa de oreja a oreja, -sus labios no estaban acostumbrados a estirarse tanto-, por   primera vez, se sentía feliz,  a gusto en su propia piel, tenía tantas cosas que hacer.
       Al lado de un contenedor de escombros de las obras, Ángel refunfuñaba consigo mismo. –Paso por tener las alas plegadas, por estos pantalones que parecen que los han cosido conmigo dentro, por estos pelos de punta. Pero  no pasó y me quejaré al comité, que eso no estaba recogido en el estatuto. No pueden obligarme a beber y fumar esas porquerías que llaman cerveza y porros.
Una especie de niebla se llevaba a Ángel, en el suelo quedaron la ropa, y dos libros pequeños, azules de páginas casi transparentes:
   "DICCIONARIO DEL PERFECTO  PASOTA"
  "ESTATUTO DEL PERSONAL ANGELICO"

Berkana

Relatos FM

La venganza


Aparecía  en la plaza polvorienta y soleada de El Puerto la desfigurada forma del capitán Martirio, el famoso, en otros tiempos, guerrillero, arrastrando su "doliente humanidad", como decía doña Flaminia Congote viuda de Góngora. 
         Al atravesar el lisiado el parque en busca del toldo de viandas de Misiá Herminia, lo hacía con la costumbre de perro cebado y recibía las sobras que la ventera le colocaba en un plato de peltre en el suelo.
         El capitán Martirio se confundía con gallinazos y perros que daban cuenta de los desperdicios que carniceros y venteras botaban al lado de los toldos.
         El calor era hostigante. Se le conocía como El Puerto de la Virginia, porque en otras épocas fue atracadero de barcos cuando el río tenía caudal.
         Doña Flaminia era la única persona en El Puerto, que tenía como costumbre darle al capitán Martirio los sobrados. Ella, la caritativa, que había quedado viuda porque el marido  había sufrido secuestro y  muerte por la guerrilla;  la criticaban, por lo que consideraban un ablandamiento, de corazón, con el exguerrillero.
         La historia del guerrillero, capitán Martirio, según la leyenda, comenzó en el año de 1950, por bandidos al servicio de uno de los partidos tradicionales. Llegaron los bandidos a una finca y masacraron a toda una familia que se dedicaba al trabajo del campo.  Sólo se salvó un muchacho de quince años que se escondió en un matorral, y desde allí vio como violaron a la madre y a sus hermanas.
         El muchacho huyó al monte.  Y a partir de ese día lo acompañó un terror que jamás lo abandonó; vagó por diversos pueblos, hasta que un día vio a uno de los asesinos de su familia y lo siguió y le dio muerte a cuchillo.  Días  después, vió al mismo asesino vivo.  Para el muchacho era un imposible, pues él estaba seguro que le había quitado la vida.  Pensó que era una aparición, como muchas de esas historias que le contaba la abuela.  Decidió volver a matarlo y así lo hizo, pero el hombre volvió aparecer a los pocos días, el muchacho comprendió en su entendimiento, que cualquier hombre era un  asesino en potencia. 
         El muchacho conoció al famoso bandolero Jalisco, que operaba en el Departamento del Tolima, se unió a los bandoleros y se quedó con el sobrenombre del capitán Martirio, porque le encantaba torturar a las víctimas.
         Se unió a la guerrilla.  Ya  viejo, dejó su oficio de guerrillero y eligió como lugar para vivir El Puerto, donde se dedicó a la venta de pescado.  Su figura se hizo cotidiana.  Prendía un tabaco para espantar el enjambre de moscas que andaba a la caza de lugares para colocar los huevos. 
         En un amanecer, encontraron al Capitán Martirio tirado frente a las puertas del hospital sin piernas y en un charco de sangre con un letrero que decía:  "Capitán Martirio, guerrillero, hijo de ****, te arrastrarás como un gusano..."
         El rencor de El Puerto se despertó de manera violenta al saber que el amputado era guerrillero; apodado Capitán Martirio.  Cuando apareció días después, arrastrando penosamente su cuerpo mutilado, recibía insultos y golpes. Los niños le tiraban piedras, los borrachos salían de las cantinas y se orinaban en él.  El párroco tomó cartas en el asunto y promulgó pecado mortal para todo aquel que insultara al Capitán Martirio.
         Lentamente, como sucede con las cosas y asuntos de los hombres, la gente de El Puerto se acostumbró a convivir con quien había sido el verdugo de muchos.
         Al sargento Gallo, Comandante de El Puerto, le dolió la condición del  Capitán Martirio, y lo remitió tirado como un bulto, en una volqueta a una población vecina, para que dejara de sufrir las vejaciones y maltratos de la gente del Puerto.
         Tres días más tarde hizo su aparición a la entrada del pueblo el Capitán Martirio.  Volvió a tomar el puesto de mendigo en la plaza al lado de otros pordioseros.
         Un día cualquiera el sargento Gallo se emborrachó y encuelló al capitán Martirio y le dijo: "al amanecer te cuelgo y te lanzo al fondo del río, para no verte sufrir".
         Mientras tanto en El Puerto, Doña Flaminia viuda de Góngora, seguía preparando sus famosas confituras.  Era la mansión de la viuda un lugar pleno de fragancias por las esencias que se esparcían en el aire cuando en las pailas de cobre recibían los condimentos para dar el tono exacto de caramelos, colaciones, batidos y otras maravillas que hicieron famosa a doña Flaminia. 
         La mansión de la viuda poseía una atmósfera de tradición:  pues allí se habían alojado, en épocas de elecciones, los candidatos, de uno y otro partido, a la Presidencia de la República.
         Vivía como residente en la casa de la viuda el Dr. Botero.  Doña Flaminia era feliz de tener como huésped al  médico, director del hospital de El Puerto.  La matrona mantenía entre mimos y atenciones exageradas al doctor.
         La anciana no recibía huéspedes, pero el doctor "necesitaba de un hogar tranquilo, con paz, sin extraños inquilinos que perturben su intimidad". 
         Doña Flaminia era tan rica que nadie sabía calcular el monto de su fortuna; eso de vender viandas en la plaza y atender al doctor Botero, lo hacía como una manera de justificar los días.
         El primero de noviembre, día de todos los muertos, apareció el mutilado exguerrillero muerto, debajo de un puente.  El sargento Gallo, mandó a que lo enterraran de inmediato, pero el director del hospital, ordenó practicar la autopsia al guerrillero, según lo determina la Ley.
         El doctor Botero dio su tajante concepto:  "Mi Comandante,  el exguerrillero, conocido como el Capitán Martirio, fue envenenado" y se fue para la mansión de doña Flaminia a ducharse con agua fría. Luego  pasó al comedor donde doña Flaminia, como siempre, lo acompañaba a la charla de sobremesa.
         -Señora –preguntó el doctor- ¿quién en este pueblo pudo haber envenenado a ese pobre hombre?
         Doña Flaminia, sin darse por enterada de la pregunta, amasó un bolo de picadura y lo apisonó en la pipa con un tabaco que había sido curado con hojas de parra, zumo de manzana y unas goticas de ron cubano.  Encendió la pipa y luego de lanzar una voluta dijo: "Doctor, usted es un niño que no conoce la vida.  La vida no es el cuerpo que el médico abre y tasaja todos los santos días.  Tal vez usted, no sabe que ese guerrillero, conocido como el Capitán Martirio, secuestro a mi esposo y luego lo mató.  Usted nada sabe de esos hechos, porque usted no había nacido, y la violencia aquí viene desde principios del siglo XX. El que envenenó a ese guerrillero tenía sus razones.
         Replicó el Dr. Botero:  "Lo que hizo ese guerrillero fue hace unos veinte años.  Ese hombre ya había pagado sus crímenes".
         Doña Flaminia respondió con suavidad:  "Hay cosas, que no se pagan con el fuego de la eternidad ni con la justicia humana Doctor, cada persona tiene sus razones para hacer lo que hace.  Recuerde, que cualquier persona es capaz de cualquier cosa, y es por esto que siempre decimos: ¡No, es imposible! Pero claro que sí, y ¿para qué está la realidad?,  para demostrar que todo es posible".  Esta frase la remató doña Flaminia, con un resplandor de satisfacción, algo así como la mirada de un ángel vengador.

Leo Von Hiena

Relatos FM

Ernestina


Ayer recibí el llamado telefónico de mi amiga Ernestina, que con voz trémula y vacilante, me invitaba a desayunar al día siguiente, en un conocido restaurante, donde solíamos reunirnos, cuando queríamos platicar.
Mientras ordenábamos el desayuno, Ernestina,  me ha dejado sorprendida y admirada al contarme la espeluznante vivencia que tuvo la semana pasada.
Ernestina fue a visitar a su hijo a Toluca, comió con sus nietos y a las seis de la tarde, se dirigió acompañada de su nuera, al paradero de autobuses para regresar a la Ciudad de México, y mientras esperaban el autobús, que venía al Distrito Federal, se aparcó un coche y un señor muy formal preguntó:
-¿Perdonen,  la salida para México?-
Luz,  la nuera de Ernestina contestó:
-Siga a ése camión y lo llevará a la carretera que va hacia allá.-
El señor insistió:
-Si van al Distrito Federal,  yo las puedo llevar,  ya que voy para allá.-
Ernestina de 66 años, cansada después de su viaje contesta agradablemente sorprendida:
-¡Yo sí señor!-
El señor abre la puerta del acompañante y Ernestina se instala confortablemente en él, y empieza a platicar con el amable viajero, que le comenta que es doctor y que ha venido a una consulta,  pues sus pacientes lo solicitan de varias poblaciones aledañas al Distrito Federal, y él no es capaz de negarse porque lo gratifican espléndidamente.
Mi amiga es regordeta,  de facciones más bien toscas,  pelo corto rizado, muy negro para su edad y de aire resuelto. Quizá por el cansancio,  ella que es desconfiada por naturaleza, le parece muy afortunada la coincidencia de ir ambos al distrito y sigue platicando de varios temas con el doctor, una persona de unos 45 años, de aspecto amable,  cuando él le dice:
-Perdone, ¿no le molestaría que nos bajáramos en algún paradero (de los muchos que hay en esa carretera) para poder comer algo? Porque no he probado bocado desde la mañana y así usted se toma un cafecito, pues está haciendo mucho frío.-
—No, de ninguna manera — y prosiguen su camino buscando algún lugar abierto.
Es tarde y se ha desatado una tormenta que ha obscurecido el paisaje y escasamente se ve el pedazo de carretera iluminada por los faros del coche. El supuesto doctor se interna en las montañas y, después de haber pasado varios paraderos cerrados, quizá por la tormenta, sin más miramientos, se estaciona después de una curva en una especie de explanada, y le dice a mi amiga:
-Ahora sí, vamos a hacer el amor.-
Y uniendo la acción a la palabra, empieza a desabrocharle los varios suéteres que trae Ernestina.  Ésta aterrorizada, le dice con voz incierta:

-Usted no me va a hacer nada porque es una buena persona-
Y en tono más firme:
-Yo soy una persona de edad, así que piense en su mamá o en su hermana y no se atreverá a hacerme nada.- 

En tanto el violador lucha con la ropa de una señora de ésa edad,  en pleno invierno, que además le teme al frío.
Sin importarle la perorata de mi amiga, había llegado a las prendas íntimas, y metiendo la mano en el brassiere, ávido de lujuria, se topa con una cosa extraña, dura y fría,  en vez de la cálida y apetecible sensación de un seno, y pregunta airado y desconcertado:
-¿Qué es esto?
A lo que responde la víctima:
-Es una prótesis,  pues estoy muy enferma de cáncer.-
El violador se desconcierta, mientras mi amiga sigue insistiendo con voz firme:
-Por favor,  ábrame la puerta y déjeme salir, porque usted no es capaz de hacerme daño. El seudo doctor enfurecido, al ver frustrados sus deseos, saca una pistola y un puñal y le dice a su víctima:
-¿Cómo quieres morir?-
-Me da lo mismo-, contesta Ernestina- porque usted no me va a matar,  me va a dejar ir, pues usted  es bueno.
-¿Pero es que no te doy miedo?
Realmente sorprendido, furioso y desconcertado, el violador escucha la misma cantaleta
            -No señor,  mi fe es muy grande y sé que Dios no va a permitir que me haga daño.

Y diciendo esto, se agarraba fuertemente a un crucifijo de madera que traía colgado en el cuello.  El violador estupefacto,  le quita todo lo que tiene de valor y abre la puerta diciendo amenazador:
             -¡Sal, no voltees y olvídate de mi cara! —a lo que la otra contesta:
—No me voy a olvidar,  rogaré siempre porque Dios lo vuelva al buen camino,  pues usted no  es una mala persona -y saliendo del coche, va dando traspiés barranca abajo,  sin voltear,  temerosa de que le dispare su agresor.
Sólo se guía en la tormenta que ha arreciado, (como si quisiera amedrentarla aún más),  por las luces que se ven allá a lo lejos,  y distingue en cada relámpago que surca el cielo.  La pobre resbala en el lodo y trata de asirse a las ramas de los arbustos por los que va atravesando; pero éstos se doblan bajo su peso y rueda hacia el fondo de la  hondonada. Pierde un zapato y al fin topa con un cobertizo,  en donde se desviste y sacando de la bolsa de su abrigo un impermeable de polietileno,  se lo pone sobre su cuerpo desnudo y se vuelve a vestir,  evitando así la hipotermia que ya le acalambra los miembros. Había decidido esperar el amanecer en este cobertizo pero empieza a escuchar el aullido de los animales que merodean en la oscuridad y vuelve a caminar hacia las luces que se ven a lo lejos,  que deduce, son de una carretera, ya que se mueven.
Sigue así su penoso peregrinar hasta encontrar una cabaña, esta vez, habitable, pero cerrada ya, por ser cerca de las diez de la noche. Se refugia bajo el alero pensando qué hacer, cuando a la luz de otro relámpago distingue enfrente de ella una serie de platos desechables,  uno delante de otro,  como trazando un camino que ella sigue con la esperanza de llegar a alguna parte, ya que está en el fondo de una cuneta y no ve nada experto los platos que parecen decirle... "¡sígueme!", y que al final la dejan justo en la carretera. 
Ella trata de parar un coche que en ese momento pasa y no lo consigue,  así que cruza la carretera y, al ver venir un, trailer intenta nuevamente que se pare. La imagen de Ernestina es desastrosa,  empapada, enlodada y con los pelos parados de terror, la hacen parecer muy extraña, sin embargo, los traileros , acostumbrados a ver cosas raras se paran: ella les cuenta su peripecia, pidiéndoles que la dejen en algún poblado,  a lo que contestan alarmados-
-¿Y qué tal si nos roba?
Por fin,  después de consultarlo entre ellos,  acceden a dejarla en el metro Barranca del Muerto, porque vienen al Distrito Federal.
Allí, Ernestina toma un coche que la deja en su casa, desguanzada después del susto y agradecida a su Dios.
-Como ves Tere, ya no tenemos ninguna garantía, ni por la edad, ni por la apariencia, pues yo pensé que este sujeto iría por mi nuera; pero para satisfacer sus instintos, cualquier mujer servía, sólo la fe me salvó de las garras de este desalmado, y creo que la decepción que se llevó al encontrar mi prótesis, lo va a curar de su desvío.
Yo quedé admirada de éste ejemplo de valentía y fe, y mientras me lo contaba,  tenía la boca abierta,  a media probada del huevo ranchero que me había servido, el cual estaba helado cuando quise reanudar el desayuno.

La nana

Relatos FM

El pintor y la locura


Alguna vez fue el hospital más grande e importante del país. Aunque está repleto, parece condenado al abandono, sin mantenimiento, sin interés, con secretos que morirán con los sonámbulos que transitan por los pabellones húmedos y mugrosos.
Hace ya tiempo que fue olvidado por los responsables y otros nosocomios lograron ocupar su lugar. Hoy se parece más a un granero floreciente de cadáveres que  resisten.
Por razones que no es posible determinar, aún funciona, y está con su capacidad desbordada.
Tras sus muros, antiguos e inmensos, con un grueso verdín como adorno, hay varias construcciones derruidas, abandonadas por estar en pésimo estado.
Sólo funciona en forma oficial el pabellón principal. Médicos, y enfermeros que se pueden contar con una mano, están a cargo de incontables enfermos mentales. Los profesionales se han mimetizado y parecen parte del grupo de acémilas, integrantes de la recua que deambula sin rumbo y sin brújula.
Esta gente abandonada, tiene a la muerte como única esperanza de libertad. Enferma e inmunda, arrastra sus pies por todos los pasillos, como sombras o fantasmas deseosos de vender su alma a quien la requiera.
Ellos son, en la práctica, los dueños de todo. Algunos viven en los viejos pabellones abandonados, pero la mayoría duerme en lo que alguna vez fueron grandes jardines, convertidos hoy en matorrales secos, horribles y donde la hierba mala crece hasta la altura del pecho.
A ese lugar de enfermedad y muerte llegó el pintor. No fue porque quiso, no intervino su voluntad, lo trajeron a rastras unos tipos grandes y descerebrados que lo tiraron en el patio central, a los pies del médico de turno. La familia se hizo cargo de la internación para quedarse con sus cuadros, que habían tomado un importante vuelo. Ya estaban pidiendo informes sobre posibilidades de subasta, a las casas Christhe´s y Soteby´s.
A la prensa la convencieron que estaba en un lugar tropical, curándose de un grave cuadro de estrés provocado por el exceso de trabajo.
Le entregaron, un sobre ajado que contenía toda su vida en una página. Tiempo después, este papel se perdería para siempre entre los cientos de carpetas del archivo, mordisqueadas por las ratas.
El pintor llegó con escasas pertenencias: un pulóver viejo, más parecido a un trapo de piso que a una prenda, un pantalón tipo jean lleno de agujeros a la altura de las rodillas- semejaban
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tijeretazos – un par de zapatillas rotas, sin cordones y un puñado de carboncillos que hacían bulto en sus bolsillos.
El doctor lo miró con frialdad para luego darle la espalda y marcharse.
Al día siguiente de su llegada, ya nadie se acordaba de él. Lo habían "liberado" a su suerte cerca del pabellón principal. Empezó a deambular por los jardines, sorteando con pericia a los locos violentos, también a las ratas que saltaban de los matorrales como dándole la bienvenida.
Se alejó lo más que pudo y llegó al último conjunto de construcciones, donde encontró un cuarto vacío, al parecer, sin ocupantes permanentes. El abandono edilicio era total.
Cerró la puerta, se acostó en el piso de piedra y se largó a llorar. Cuando se le agotaron las lágrimas, durmió.
Hasta que una mañana despertó menos triste que siempre, casi optimista.
Vació uno de sus bolsillos en el piso, tomó un carboncillo y dibujó una delgada línea negra en la pared.
Poco a poco fue dándole forma hasta convertirla en una curva, y luego en otra. Un ligero paisaje luchaba por aparecer.
Con el pasar de los días el paisaje iba creciendo y tomando color. No todas eran lomas de pasto verde y vivo, también se veía inmensidad de cultivos y grandes extensiones. El pintor ya podía alimentarse.
Las tierras tenían diferentes tonos de marrón, dependiendo de cada parcela
A veces se confundía la intención y aparecían manteles o coloridos vestidos, hasta que uno se topaba con un bosque de eucaliptos y jacarandás o con un grupo de orquídeas y rosas rojas, que invadía el lugar con su fragancia.
De un extremo a otro de la habitación corría un riacho, en donde el pintor se esmeraba en acentuar  las laderas para que no se desbordara en la temporada de lluvias.
Dibujó cientos de piedritas que se golpeaban entre sí, impidiendo que conciliara el sueño.
Entonces se dedicó a pintar el techo. Apareció un cielo inmenso y de un tono azul eléctrico. Daba la impresión de que se podían tocar las nubes con sólo estirar la mano.
Casi todos los días, un sol enorme calentaba las paredes de la habitación y llenaba de vigor y ánimo al pintor. Con gran entusiasmo, había creado un paisaje tridimensional que abarcaba toda la escena. No había espacio en pared, piso o techo que no estuviese invadido por ese hermoso paisaje, que día a día se llenaba de detalles y se volvía más real.

Si bien durante el día predominaba el cielo azul y el sol resplandecía con toda su gloria, las noches eran frescas y llenas de claridad. La luna blanca iluminaba cada rincón, y los animales del campo jugaban como niños en las praderas.
El pintor se echaba sobre el pasto, bien verde, y se disponía a mirar las estrellas.

Una noche se levantó viento, y unas nubes llegaron de lejos, provocando una oscuridad total.
El pintor conocía el porvenir, pero sabía que no podía hacer nada para impedirlo.
Una lluvia torrencial se dejó caer con su leonina fuerza.
El inquilino forzoso hacía tiempo que no se bañaba, sólo se remojaba los pies en el riachuelo. Sintió las gotas de lluvia sobre su cara, le traían vida, gozo y libertad.
No aguantó más la risa y se puso a llorar, saltando, gritando y bailando.
Entonces entendió que había llegado la hora de conquistar otros territorios y buscar nuevos lienzos.

Al otro día, cuando los enfermeros entraron en la habitación, el piso de piedra aún estaba húmedo. Entre los miles de garabatos negros que había en las paredes, llegaron a ubicar una silueta que se alejaba en el horizonte.

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