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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

Moro o nobleza de un perro al que...

 
—   Moro es un perro que tendrá unos 10 o 12 años, unos 70 en términos humanos...Aún
lo tengo en casa...
—   Si ya es tan viejo, ¿cómo es que no te ha dado por aplicarle la eutanasia?
—   ¿Pero qué dices?
—   De eso tenéis fama los cazadores, en cuanto el animal se queda viejo o no rinde por
lo que sea... he visto casos muy ilustrativos al respecto...
—   Ya, pero cada quien es cada quien y cada cual cada cual... Muy mala persona sería
yo si hiciera eso con un animal y mucho menos con este...
—   ¿Tiene acaso algo especial que no tengan los demás?
—   Como te diría yo... Hay personas, muchas personas, que son menos inteligentes...
bastante menos inteligentes que ese animal...
—   ¡Vaya hombre supongo que eso será un decir...!
—   ¿Cómo te lo explicaría yo...? Ese animalito que tengo allí en casa con sus achaques,
y  ya, sin ningún otro tipo de utilidad, ni cinegética ni de vigilancia ni de "ná": de hecho lo hemos operado de cataratas... Ese animal siempre andaba suelto, con el no había problema de que te hiciera una trastada o causara un accidente. Tenía como un sentido común como el de una persona. Era muy inteligente...y muy noble...
—   Si hombre, que eso a me lo has dicho antes...
—   ¡No como las otras tres perras que por aquél entonces, al hilo de lo que te estoy
contando, también tenía en casa, esas estaban siempre atadas, porque eran malas y siempre estaban liándola... De hecho a ellas les echaba de comer aparte del "Moro"... Y lo que son las cosas, notaba yo que el perro comía exageradamente. Fíjate que no digo mucho, digo exageradamente...
—   ¡Vaya!
—   Lo llevé al veterinario porque se me daba que debía de tener algún tipo de parásito
intestinal o cosa por el estilo. ¡Desde luego aquello no era normal! Llegamos a ponerle un tratamiento, aunque sin ningún resultado: el perro comía demasiado y sin embargo no se le notaba ningún tipo de engorde porque él seguía en su línea de siempre...
—   ¡Y que era entonces lo que le pasaba!
Haciendo un gesto como de pedir paciencia...
—   Así continuaron las cosas hasta que un día me dio por vigilarlo, pues lo vi muy
empeñado en pasar por donde estaban las tres perras atadas... y cual no sería mi sorpresa cuando se colocó junto a ellas y comenzó a regurgitarles  la comida... ¡Me quedé helado!
—   No termino de comprender...
—   ¡Pues es muy sencillo! Ya te he dicho que el "Moro" comía aparte y suelto, libre de
ataduras, al contrario que las perras que en casa siempre estaban atadas... Lo que sucedió es que el pobre animal pensó que solamente le echaban de comer a él (que comía aparte) y que las perras, como no lo acompañaban porque estaban atadas, las pobres no comían... y es por ello que él, "ese animal noble", se hinchaba de comer para llevárselo a sus compañeras de raza...
—   Si es tal y como lo cuentas, desde luego que el asunto tiene su "cosa"...
—   ¡Eso no lo hacen muchas personas, te lo digo yo! ¡Y que no lo hizo ni una ni dos
Veces..!
—   Si, hay que reconocer que el perrito ese tenía humanidad...
—   ¡Si yo te contara es que no pararía en días, y en noches, de los detalles de lo que es
ese ser especial... Y es que no sé como calificarlo..., persona no lo vas a llamar, pero cuantas personas tienen menos luces que él... ¡Y esto te lo dice E... S... C...!
—   ¡Que te creo, que te creo...!
—   ¡Y valiente! ¡Tú sabes lo valiente que era ese animal! ¡Ya podía ser el jabalí todo lo
grande que quisiera, y tener los colmillos más retorcidos del mundo, que "Moro" no se echaba para atrás nunca! ¡Otros sí, pero el mi Moro estaba allí, siempre en primera línea hasta que acorralaba a la
pieza y llegábamos nosotros para rematarla! ¡Era todo él una costra de las "cuchillás" que le metían los marranos del campo! ¡Anda que no tiene puntos pegados el pobre, si parece un retal!
—   ¡Joder, pues si que era completito el perro...!
—   ¡Te parecerá que exagero, pero nada de nada, en todo caso me quedaré corto...! Te
he hablado de nobleza...
—   ¡Otra vez...!
—   ¡Sííí, es que tengo que volver a ello otra veeez...!
—   ¡Hombre, ya, con lo que me has contado, lo de la nobleza ha quedado bien
acreditado...!
—   ¡Pero es queee... es que todo lo que te diga es poco...! Sólo otro detalle, que no
quiero ponerme pesado, pero es que, ¡hay tantas cosas que decir...! Y esto viene al hilo de lo que te acabo de contar...
—   ¿También?
—   ¡También!
—   ¡Adelante pues!
—   En otra ocasión, estando en plena cacería, el perro olió algo en una mancha muy
grande... y oliendo, oliendo rastro, se metió dentro, aunque al cabo del rato salió y dejó lo que allí había...Nosotros llegamos a pensar que podría ser algún rastro falso o alguna presa muerta, o vete tu a saber... ¡Pero no era nada de eso, porque cuando menos lo esperábamos de aquella misma mancha salió una cochina con un mantón de crías! Todo ello ante la indiferencia del perro... ¿Te lo puedes creer? Él, que tenía el cuerpo completamente asaetado por las defensas de los jabalíes no tomó venganza de una hembra con sus indefensas crías y las dejó ir... ¿Qué más se puede decir de ese animal? ¿Es o no es algo sobrenatural?
—   Si hombre si, que me has convencido, estate tranquilo...
—   Así es que yo de darle matarile nada, él se ha portado con nobleza para servirme y yo
le voy a corresponder hasta el final: este perro se queda en casa con nosotros hasta que ya no le quede otra que morirse... ¡Pero se quedará como uno más, compartiendo con nosotros  hasta los "nolotiles" para los dolores de cabeza...!
—   De vez en cuando hay cosas en los animales que sorprenden de verdad a las personas...
—   ¡Y que lo digas! ¡A ese pobre perro, que ya lo verás si un día vas por casa, viejecito y
quieto sólo le falta "escribir a máquina"...!
—   Oye, que estoy muy a gusto contigo, pero tengo que hacer unas cosillas...
—   ¡Que animalito Dios mío! Si yo te contara...
—   Hasta luego, hasta luego...
—   Más conciencia que muchas personas...

Chupito

Relatos FM

Mil novecientos treinta y siete


Todos sabían quién era aquel hombre del caballo, pero nadie se atrevía a hablar con él. Ni siquiera a mirarlo. Quizás un poco de refilón, pero nada más.
Siempre paraba en la cantina a tomar un vaso de vino. Lo tomaba solo y rápidamente, justo antes de llevar a cabo su propósito. Sólo iba acompañado del más absoluto de los silencios y de mucho respeto; mejor dicho: mucho miedo.
Eran tiempos difíciles y aquel lugar era la única distracción de la aldea para ir a charlar con los vecinos antes de llegar a casa y que la cocina de leña humeara con todas las cacerolas encima, haciendo que toda la casa se invadiera del olor de un buen potaje.
María, que estaba en su casa ajena a la tensión de la taberna, siempre había pensado que vivir al lado del cementerio era de mal augurio, pero... ¿Qué iba a hacer aparte de rezar unos cuantos Padrenuestros para que los suyos estuvieran bien? 
Los perros comenzaron a ladrar y, automáticamente, María paró de pelar patatas y miró por la ventana de la cocina. Era alguien desconocido, seguro. Sus pastores alemanes nunca le ladran a los de casa... Sólo vio un caballo atado a un árbol. Quiso ser positiva y pensar que hay muchos caballos blancos y que sólo se trataba de una casualidad. Llamaron a la puerta. Abrió despacio. No le sirvió de nada querer ser positiva... era el hombre del caballo. El corazón de María dio un vuelco, sabía lo que había pasado nada más verlo. Ella no solía ir a la cantina, eso es cosa de hombres, pero igualmente reconocía a ese señor y a su caballo blanco. Empezó a diluviar, el cielo lloraba igual que ella. ni siquiera hacía falta que abriera la boca, sabía lo que iba a escuchar: su hijo no volvería de la guerra.

Rey

Relatos FM

El rostro de Dios


Fue a la mañana temprano, al menos acá, no sé que hora era en otros países. Vos sabés que yo no me levanto temprano cuando tengo guardia de noche porque sino después me duermo,  pero afuera el regador que me había olvidado prendido chufú chufú chufú ... y daba vueltas en la cama pensando... sí, en vos Celeste, una vez más en vos, y el ruidito del regador. Me puse las pantuflas, una sola en realidad porque no encontré la otra, y salí. El pasto mojado en uno de mis pies, la brisita fresca de la mañana y ese cielo de nubes altísimas tan... no se si vale el adjetivo (y si me lo prestas)... tan celestial. Y entonces lo escuché; bah, lo escuchamos todos, yo lo sé; o al menos  los que estábamos afuera en ese momento, aunque después todos en realidad; en la tele, en la radio. Fue extraño, no sé si lo hubieras creído, aunque yo tampoco sé si lo creí, y si lo creo, y eso que lo vi con mis propios ojos, y lo escuché con mis oídos... pero no, vos sí lo hubieras creído. Las nubes se pusieron raras, y esa luz... y sí, luego su rostro, o ese rostro, tan... tan blanco. En ese momento no entendí lo que dijo porque habló en otro idioma, hebreo supongo. Pero de algún modo ahora lo sé, hijitos míos.
Fue como una gran bomba, pero de salva, de cotillón. La radio y la tele explotaron, todos pasaban la noticia consternados, sin saber si tratarla seriamente o no. Los llamados de la gente se atropellaban entre sí: algunos enfervorizados de religiosidad, otros anonadados, otros escépticos, otros atemorizados. En sólo dos o tres horas se dijo de todo; el fin del mundo, una revelación, una farsa, una alucinación colectiva y qué sé yo cuantas cosas más, pero después, ya al mediodía, el silencio, la quietud absoluta, el mar calmo, planchado; excepto, claro, yo; mi alma, mi corazón, pum pum pum. Y si hubieses estado conmigo viste Alberto que yo tenía razón, sos un incrédulo, un incrédulo. Es cierto Celeste... porque aunque parezca estúpido y hasta irracional, ahora dudo de lo que vieron mis propios ojos, de lo que oyeron mis propios oídos.
De todo lo que se decía, lo del fin del mundo era lo que más me convencía, aunque el cielo clarito, el día tibio, dulce y sin meteoritos surcando el firmamento parecían desmentir la teoría. Pero yo igual te imaginé entrando por la puerta para llevarme. Lo vi, lo vi en mi mente; vos viniendo no sé de dónde, de acá o de más allá, pero hermosa y blanca, con tus labios de azúcar impalpable, impalpables, y vamos Alberto, sí Celeste a donde quieras, al mar, a la playa blanca de espuma de aquel otoño nuestro, o al cielo, que es lo mismo, el mismo otoño, a donde quieras. Y pensando en esta sonsera me preparé algo de comer... Tonta cabeza soñadora, tonta esperanza. Y si supieras cuánto, cuánto, cuánto te extraño, y parece una broma pesada pero cierro los ojos y no logro pintar en mi mente los colores de tu rostro, y esa última foto que no sé por qué quemé... para olvidarte, y hace tiempo ya que no puedo recordar tu rostro, y en mis sueños te veo borrosa y tu voz que balbucea algo que no entiendo, y está triste, y está... lejos, lejos.
A la tarde no quedaban en los medios ni rastros de lo ocurrido; la radio anunciaba como siempre alguna calle cortada en el lejano Buenos Aires, un choque en Córdoba y mil millones de veces la temperatura actual veintitrés grados, y la tele discutía estúpidamente las estúpidas palabras de alguna mujer vacía de todo menos de siliconas. El rostro ya había desaparecido, peor aún, era como si nunca hubiera aparecido. Pero yo lo vi, y la gente también, porque durante esas horas la radio y la tele, pero después todos se callaron... y sé que mañana yo también callaré.
Antes de ir al trabajo pasé por el kiosco. El kiosquero traía puesta la misma cara agria de siempre, y yo que ¿vio qué raro lo del rostro en el cielo?, pero él ¿cómo dice? Entonces me agarró vergüenza, le pagué apurado y me fui. En el trabajo me quedé callado, como todos. Igual no volví más, renuncié esa misma noche.
A la madrugada, cuando volví a casa, agarré un lápiz y un papel y me puse a garabatear... y dibujé un rostro, y al terminarlo me di cuenta que era ese rostro, y estaba tan perfecto que me levanté asustado, y estaba tan asustado que salí de casa de nuevo, y no volví hasta haberme alejado como diez cuadras. Pero el mundo seguía en su madrugada con sus brumas, sus ruidos y  su desperezar de bostezos como si nada. Y al volver a casa el rostro seguía perfecto allí en el papel, y debajo escribí la frase, porque sé que dijo eso. Y en esa madrugada desvelada el insomnio me llevó a vos, y recordé aquel día en que no volviste y tu búsqueda desesperada, y los pasillos de los hospitales, y los días de angustia, y las lágrimas acumuladas en mi mesita de luz. Pero tu rostro borroso que trataba de reconstruir se fue transformando en ese otro rostro del papel; blanco, luminoso, y la angustia se fue, y las lágrimas, como por arte de magia se evaporaron, y finalmente me dormí, envuelto en una extraña paz, y tuve un sueño hermoso que no recuerdo.
Al despertar a media mañana supe que todo había cambiado, no lo de afuera, sino lo de adentro. Salí a dar vueltas por la calle, y en una pared blanca el mismo lápiz de la madrugada dibujó el rostro, y la perfección de su figura ya no me sorprendió, y debajo la frase. Y después fue en otros papeles, en otras paredes, y en todas partes. Y cada tanto el rostro se parece al tuyo, si no lo es. Y en la calle, los locos me llaman loco, y saben, allí adentro suyo, que ellos también lo vieron y que el loco no soy yo, pero callan, fingen, hacen de cuenta que nada pasó; muertos de miedo siguen su rutina, buscando rellenar sus nadas con cosas que hacen ruido y luces y bruma, buscando estar ocupados las veinticuatro horas para no tener tiempo de pensar, para no darse cuenta que tienen un hueco en el pecho. Ven el rostro en los muros y lo recuerdan, pero callan y tratan de convencerse que aquel día no existió y que aquella luz fue sólo un rayo, y las palabras sólo el trueno extraviado entre las nubes.
Sin embargo, tengo la inexplicable certeza Celeste, de que mañana despertaré nuevamente en casa con vos, por eso escribo esto. No sé cómo lo sé, no puedo explicarlo, pero de algún modo conozco que será así. Mañana a la mañana abriré los ojos y veré a mi lado tu sonrisa dulce de labios impalpables y no me atreveré a hablarte ni a preguntarte qué ocurrió, ni porqué te fuiste, ni a dónde, ni a contarte una palabra de toda esta historia, y volveré al trabajo en mi silencio, con una felicidad explotando en el pecho, mezclada con la eterna duda. Y estos papeles dibujados quedarán volando perdidos en alguna esquina, y el rostro de Dios se irá borroneando bajo la lluvia, como ocurrió con el tuyo, y volveré a dudar, volveré a dudar a tu lado, que sos un testarudo Alberto, y me citarás parábolas de memoria con tu tierna voz, y esta vez volverás a casa y me quedaré callado por temor a que el ensueño se esfume, y fingiré como todos, y haré de cuenta que nada pasó, y temeroso pero feliz, seguiré mi rutina a tu lado, hasta que la tregua se acabe y en lo alto aparezca de nuevo el rostro de Dios, y del cielo caigan meteoritos, y entres por la puerta para llevarme al mar, a la playa blanca de espuma, o al cielo, que es lo mismo, el mismo otoño nuestro.

Juan de Luz

Relatos FM

Soldado



Aquel soldado con su caminar erguido, extenuado y tambaleante con la bandera a cuestas, quería llegar a la cima de la sima de aquella inmensa montaña y sembrar allí su tricolor nacional como símbolo de un triunfo rutilante, sin discusiones ni atenuantes, producto de una batalla desaforada y desmedida que a veces le confundía, su objetivo final ni el mismito diablo lo sabía.  Sus fuerzas querían flaquear, en su mente retumbaba el juramento a la bandera que le permitía aún permanecer en pie.  "Creo que ya lo logré ", decía como auto motivándose.  Antes de clavar la bandera allí en lo más alto, quiso llorar, no entendía lo que le estaba pasando, recordaba que para dar la puntada final no había sido nada fácil.  Sobre la vereda del camino, confundidos con la espesa vegetación, entre plantíos de cereales y cafetales, quedaron los cuerpos sin vida de no se sabe cuántos.  Sudaba frío, pese a su poca educación, entendía claramente que los muertos que quedaron atrás, todos, los del otro bando y los suyos, eran víctimas inocentes, desconociendo cual era la razón por la que debía matar.  Solo tenía que esperar, este era el sitio del encuentro.  ¿Cuántos más de los suyos llegarían?.  Lo cierto es que fue el primero en llegar.  Aferró con sus dos manos la bandera e hizo un juramento, mientras el sudor caía por cántaros de su frente.  "Si salgo de esta con vida, renunciaré a todo esto, regresaré a mi casa y cultivaré la tierra, sembraré esperanzas en lugar de muertos".  Leopoldo Ramírez estaba seguro, de que cuando sus compañeros regresaran a su lugar de encuentro, ellos estarían de acuerdo con su manera de pensar, pues la gran mayoría eran también campesinos y lo único que sabían hacer con destreza era labrar la tierra.  Leopoldo Ramírez deja caer el abultado morral de su espalda, se dispone a clavar el asta de su tricolor nacional hasta lo más profundo del corazón de la tierra, sus mejillas permanecían humedecidas por las lágrimas, producto de la desesperación y rabia que le producía todo aquello.  Levanta por fin la bandera con fuerza, se escucha luego el sonar de un arma que zambulle su pesado cuerpo, sus lagrimas no dejan de caer, emite un grito lastimero que retumba en lo más recóndito de aquel cañón, pese a ello, la bandera permanece en sus musculosos brazos, los que levanta nuevamente en busca de su propósito, seguidamente se oye el sonar de una nueva descarga que termina con el aliento de Leopoldo, su cuerpo se desvanece lentamente con el traquear de nuevas balas y su bandera que parecía ondearse por momentos cae sobre si.  Luego todo es silencio.  De pronto, emerge entre los árboles la figura de un joven entre 18 y 20 años, de la misma edad de su oponente, de 1,70 de estatura aproximadamente, quiere cerciorarse de que su enemigo ha fallecido.  Se acerca hasta él, quita con la punta del fusil la bandera, que enrojecida por la sangre tapaba su cara, al quedar al descubierto se encuentra con una sorpresa macabra, tomándose la cabeza con su mano derecha e hincándose a un costado dice: " nooo, no puede ser, es Leopoldo Ramírez mi mejor amigo".  Rápidamente se despoja de todas sus cosas, deja a un lado su rifle que aún permanece humeante y se dispone a ayudar a su amigo de infancia, lamentablemente ya nada puede hacerse; Leopoldo yace allí con sus grandes ojos abiertos presa del pánico que le produce su agónica muerte, si bien es cierto no todas las balas habían dado en el blanco, dos de ellas eran mortales.  Toma entonces la mano ensangrentada de Leopoldo, como queriendo entender que era lo único que podía hacer y le dice: soy yo, Luis,  Luis Ocampo, su amigo.  En la cara de Ramírez se observó una tenue sonrisa de reconocimiento.  Quiero que me perdone Leopoldo, le decía con voz entrecortada, no fue mi intención hacerle daño, ¡bueno!, ya sabe cómo es esta maldita guerra.  Como se que no puede hablarme quiero, que si está de acuerdo en perdonarme, lo haga con un apretón de manos.  La respuesta de su amigo moribundo fue inmediata con un apretón leve, seguido de un movimiento rápido de su índice derecho, que le indicaba a Luis que debía marcharse, pues su vida corría peligro.  Los ojos de Leopoldo quedaron fijos en la distancia e inmediatamente Luis se los cerró, se había ido para siempre; en su mente apareció la imagen del último día que lo vio, un año atrás, estaban de pesca y llevaba en su cabeza su boina verde que no abandonaba para nada.  Rápidamente sacó de su morral una bandera de su bando, la unió a la ensangrentada de su amigo y las clavó allí juntas, en lo más profundo y alto de la montaña.  Arriesgando más de lo debido, clavó también una improvisada cruz, despojándose y dejando sobre el cuerpo de su amigo, un escapulario que le regaló su madre para protegerlo de todo mal y peligro.  Se perdió del lugar como por encanto, no sin antes descargar con rabia sobre los matorrales sus balas sobrantes y arrojar su fusil a lo más profundo del abismo.
Un mes después, enviaron una cuadrilla en busca de Leopoldo y sus compañeros.  Solo encontraron en la cima los restos de Ramírez, sus amigos nunca llegaron a la cita, lo identificaron por sus pertenencias guardadas en su morral, sobre su cuerpo en descomposición un escapulario, de frente la cruz, que permanecía intacta con sus banderas a lado y lado firmes, ondeando y clamando victoria.  El informe entregado por la escuadrilla de rescate reza: " Misión cumplida, solo encontramos los restos en el lugar secreto de encuentro, de nuestro máximo líder el Sargento Ramírez, quien valerosamente antes de morir, dejó izada nuestra bandera; la búsqueda de sus compañeros resultó infructuosa, por lo que los reportamos como desaparecidos".
Los restos humanos del Sargento Ramírez, fueron enviados envueltos en una bandera del tricolor patrio al lugar de su origen, donde recibió los honores póstumos con la presencia de personal de alto rango militar, quienes exaltaron su excelente hoja de vida lograda en tan poco tiempo.  "Su muerte no será en vano, fue en pro de una causa justa, lo que nos enorgullece y anima a continuar con esta dura lucha".
Cuatro meses después, surgen nuevos brotes de violencia, curiosamente en la misma zona.  Los campesinos se habían unido para exigir ante el gobierno mayor atención, mejores vías de comunicación, más seguridad de trabajo, menos olvido.  Bloquearon las vías de acceso más importantes, exigiendo la presencia de un representante del gobierno que tomara nota de las necesidades más prioritarias; de otra forma permanecerían allí hasta que se les diera solución a las exigencias presentadas a la mayor brevedad posible.  Este grupo de campesinos es dirigido y liderado por un joven que los arenga y motiva para que no desfallezcan.  Firma los acuerdos con el representante del gobierno, quien promete dar una pronta solución.  Desde ese momento, su nombre y fotografía seguirían apareciendo en los diferentes diarios nacionales y extranjeros, prometiendo a sus seguidores dar una "buena sorpresa en poco tiempo", y así se cumplió.  El día que el Sargento Ramírez cumple un año de muerto, nace un grupo disidente llamado "Camarada Leopoldo Ramírez", comandado por Luis Ocampo, en memoria de quien fuera su más entrañable amigo de infancia y parte de su juventud.  Cuenta con 256 hombres bien adiestrados y dotados con armamento sofisticado.  Su primer golpe lo dan a "Pueblo Nuevo", sus 10 policías son sorprendidos y no les dan tiempo de oponer resistencia, la Caja Agraria es saqueada, obligándolos a entregar hasta el último peso, las oficinas de Telecom, corren la misma suerte, son bloqueadas las comunicaciones, el puesto de policía queda medio destruido y sus paredes pintadas con mensajes de protesta. "Que en lo posible, no haya muertos", fue la orden de su jefe y así se dio.  Desde ese día dejarían abandonada en cada encuentro militar, una boina verde, marcada en letras doradas con la sigla C.L.R. como símbolo de identidad. Terminada la refriega, el grupo disidente "Camarada Leopoldo Ramírez", se interna en la selva, preparándose para recibir una nueva orden de su "Comandante Lucho", nombre con el que ahora empieza a ganar fama y respeto.

El Cacique

Relatos FM

BIPOLARIDAD: 20 años en busca de la Libertad


Una noche de verano en un país no tan lejano como el de había una vez, en una camilla de un hospital yace postrada una mujer. Su historia inicia  hace 20 años atrás cuando su familia no logró entender que lo que ella buscaba con ansia era libertad.
Fue cuidada con  amor posesivo y temerario por lo que se le negó cualquier tipo de relación que su madre no escogiera. Fue una niña sobresaliente, era la mejor de la escuela, su vida se resumía en dos cosas: Escuela y televisión, acompañada con los mimos de una abuela intachable.
Su familia la amo demasiado, pero en esta historia se aplica el refrán, "mucho  amor es insano". Ella  crece y  sueña, como todas las niñas de su generación con un esposo, un príncipe azul que le ofrezca un amor inmortal, aunque la niña también tenía otro fuerte y ferviente  sueño: Ser astronauta.
Cuando se gradúa el tan anhelado esposo no fue prioridad, así que ser astronauta fue su único sueño, su madre la apoyaba en todo lo que hacía, compensando la separación de un hogar frustrado por la rivalidad, el odio y demasiado amor.
Zoe aplica para física en la Universidad Nacional, siguiendo los consejos de un aviador amigo de la familia quien le indica cómo llegar a la Nasa. La niña estudia física, sus profesores no paran de insistirle  lo buena que es, pero ella solo sabe dibujar las fórmulas, su mente es demasiado panorámica para detenerse en los pequeños y sensatos  números.
Pasan dos años de su vida en los que conoce mentes brillantes iguales y mejores que ella, físicos, químicos, ingenieros,  estaba con la crema y nata de la inteligencia joven. Entonces sucede lo inesperado decide renunciar a su inteligencia lógica-matemática, sabiendo que su sueño de conocer la luna abortaría.
Intempestivamente opta por las humanidades, e inicia sus estudios en comunicación social, ella se arriesga a comunicar, a enseñar a otros y a competir en el mundo real, ese que nos rodea y del que si no se defiende una niña de 19 años como una guerrera puede salir lastimada.
Comienza sus estudios de comunicación en la mejor universidad del país, ahí es becada por su desempeño como monitora de historia del arte, lenguas y directora del cine club. Su vida va bien, pero comienza a cuestionarse porque  es tan pobre comparada con los chicos que estudian en su facultad, ella no tiene carro, no tiene piscina, ni yate y sus vacaciones ni siquiera son a Miami.
Lo contradictorio de todo es que cuando estudió en la secundaria era una de las más ricas y su escudo de inteligencia la defendió todo el tiempo pero en la universidad es donde la vida real aparece o al menos  un remedo de lo que será y es en donde el escudo se desvanece.
Su madre trabajadora incansable, nunca está en casa,  ella asume que por no ser adinerada podría ser rechazada, entonces decide cambiar a sus amigos multimillonarios por unos que se parezcan más a ella, monetariamente  hablando.
Existe un hermoso joven llamado Esteban quien siempre la acompaña, es un amigo real, comparten sueños, charlas, almuerzos y mucho buen humor; también están La Hannaber, la Graham, Daza, Vargas y Palacios, compañeros  de Zoe quienes notan el cambio y tratan por todos los medios de no perderla pero ella decide cambiarlos por Tatiana y Dianita, dos niñas de inteligencia promedio que se acercan más a su nivel de vida. Zoe se siente desprotegida, es que con sus antiguos amigos formaban un bloque fuerte de respeto, admiración y sana competencia.
Ella    incapaz de comprender el mundo que  estaba después de la burbuja en que siempre la habían mantenido, sufre mucho porque sabiendo que es la mejor tiene que esconderse y pasar como una más de los eternos mortales de este planeta, la competencia es feroz, la envidia alcanza el punto máximo, ella se deshace por dentro; es que es una niña buena en un mundo de lobos, es entonces cuando decide morir, una mañana ya no se levanta de su cama, duerme día y noche y agrede su rostro con rasguños indecibles.
Cuando Zoe entra a ducharse siente que el agua se convierte en clavos que la hieren. Su madre trabaja, por lo que llega la infantería a cuidarla, su abuelo, un noble campesino que nunca le tuvo miedo a nada, pero esta vez su espíritu se acongoja al ver a su nietecita preferida en esta condición, el ataque es muy fuerte, ella solo quiere que no haya una nueva mañana y su abuelo lucha por volverla a la vida.
El abuelo no se despega del lado de  la cama de Zoe. Llega cuando el sol va a salir, lee el periódico junto a ella, le prepara deliciosos bistecks con mucho ajo y limón para espantar los malos espíritus, en la tarde le da pera chilena y abre la ventana un poco para que la vitamina C del astro rey alcance a su nieta, nada mejor que los baños de sol para volver a la vida.
Su madre maneja la situación con aromaterapia, sus tíos para darle un halito de vida la llevan a darle paseos en su carruaje azul, pero no hay nada que hacer, ella está muerta en vida. Días van y vienen y Zoe siente que su única amiga es la muerte. Llaman los enamorados, llaman los profesores, llaman las amigas y ella no habla con nadie, solo con la muerte.
Su tía Gloria, mujer guerrera y convencida de una solución busca ayuda psiquiátrica, es así que Zoe recibe su primer Robinol, la primera pastilla para iniciar un recorrido de 20 años dependiendo de medicina psiquiátrica, fue una medida tenebrosa, pero la única que la familia vio para salvar a la niña autodesahuciada.
El camino de esta niña hacia su madurez inicia con la etiqueta de bipolar,  así que toda su inteligencia y belleza se ven marcadas por el secreto insoportable para los demás de enferma mental, tachada de adicta por su propio padre, rarita, mantenida y lo peor fracasada.
Pero el corazón de oro de la niña  no cambia sus convicciones, cada  vez se aferra más a su fe y a su mayor anhelo: La libertad. La lucha es contra sangre y carne, en los sanatorios la llenan de medicamento, y dopada por completo quieren "domesticar" a esa rebelde, según ellos sin causa, las monjas y las enfermeras fuerzan a la niña con violencia, la subyugan y en vista de pocos resultados los medicamentos son aumentados.
En la primera hospitalización,  una noche la encierran en una habitación de paredes completamente blancas, un cubo en que las  paredes recuerdan un lienzo, ella, su cama, y su mica; esa  noche Zoe da alaridos para que la liberen, así ella logra aumentar las ganas de  las monjas porque pase la noche encerrada, creen que es el mejor castigo.
Entonces ella defeca en la mica y con sus heces se encarga de dibujar el cubo blanco, su prisión, razón por la que no la vuelven a encerrar pero los medicamentos se hacen más severos, por orden médica.
En el psiquiátrico  conoce a una mujer admirable, quien se gana el respeto de Zoe,  fuman juntas en el patio, hablan en las noches y lo mejor Zoe cree que ella conoce bien la vida que ella nunca tuvo. Ariadna es lesbiana, razón para que le causa mucha curiosidad, la niña nunca había estado tan cerca de un bisexual o al menos eso creía, aunque según los relatos de Ary, una aereomoza fue quien la indujo al cambio en sus inclinaciones sexuales, con el paso del tiempo esta mujer le presenta  a su hermana menor quien se convierte en su mejor amiga.
En otra de las hospitalizaciones conoce a un sicario recluido por cocainómano, juegan billar, ríen y sobretodo se enganchan en esa amistad tácita que solo se lee con el amor y los ojos. Una tarde Zoe le escribe la oración del Ángel de mi Guarda en una vieja libreta, el impacto fue asombroso, los ojos del muchacho jugando a hombre brillaban de tal manera como cuando un niño descubre algo que no está en su universo, ahora cada noche el decide acostarse con los Ángeles, José, Jesús y María.
Así se cumplen seis hospitalizaciones conociendo a los mal llamados locos y  manoseada por las mentes de psiquiatras, unos buenos y otros verdaderamente mediocres,  obstinados en subyugar mentes pérdidas o más bien mentes evolucionadas para este tiempo.
Es una fortuna que Zoe no haya nacido el  siglo XVIII, estaría lobotomizada y en el mejor de los casos amarrada con cadenas en una prisión oscura donde los mal llamados pecados son enterrados y olvidados.
El camino fue largo, muchas historias, muchos amigos, pocos enemigos, pero combatió siempre alzando su bandera por la libertad.
En la última hospitalización en una clínica de nível 3, finaliza esta historia, porque por primera vez por causa de una apendicitis aguda es atendida por médicos cirujanos quienes creyendo que la mujer de cara bonita era un caso de bipolaridad menor y a causa de su estómago distendido por ingerir cantidades alarmantes de bebida negra  gaseosa, remedio que  usaba para no vivir dopada, le suspenden el medicamento psiquiátrico por 5 días, una desintoxicación inducida.
Así ella comprendió la capacidad mental que tenía, las voces que la acompañaron por 20 años son descubiertas, sabe exactamente quien le habla, la telepatía en la que ella creía y la que muchas veces había sido negada por médicos y familiares, hoy es una de sus capacidades más destacadas, la vida no la había engañado, su rebeldía cobraba sentido, su intuición de niña mujer fue transparente.
Entra a la sala de cirugía, un espacio con ventanales negros de oscuridad, una lámpara redonda con muchos focos y el sonido de su corazón en las maquinas, Zoe imagina un cohete espacial y piensa en hacer lo que más se parece a un  viaje lunar. La anestesióloga le pide su peso y vía intravenosa la va guiando a la muerte, mientras la cirujana intenta explicarle el procedimiento, pero Zoe solo le señala con el pulgar indicándole que todo va a estar bien, así se inicia el viaje hacia donde ella siempre quiso ir, a la muerte, el coma inducido perfecto.
Hoy a los 40 años Zoe confirma su intuición que la acompaña desde los 19 años, sabe con claridad quien la engaña y quien la ama, puede reírse del miedo pero lo mejor es haber descubierto cuál es la verdadera  libertad, al menos para ella la burbuja se rompe pero el respeto, el amor, la esperanza y la confianza negada, se descubren, para hacer efectivo el cheque por cobrar que le adeuda la vida.
Llega su cirujana a revisar cómo está la herida.

Fenix

Relatos FM

Pasión, cariño y amor


Querido Rafael, hoy cumplimos años. Muchos, pero no demasiados, no tantos como yo hubiera deseado estar junto a ti. Cumplimos años desde que nos miramos por primera vez ¿Recuerdas? Todo fue tan inmediato, un instante. Suficiente.
Estoy escribiéndote con el lápiz que me regalaste para que te dibujara las rosas del jardín, acabo de sentarme en el porche, en el butacón de mimbre que tanto te gusta, viendo a dos gorriones juguetear entre las ramas del limonero. Hace un rato que dejó de llover, se fueron los nubarrones hacia el norte y hace por fin un día espléndido, justo como aquél día en el que me dijiste por primera vez que me deseabas. Entonces no comprendí aquello. Hoy, sí. Fueron años de pasión desbordada, nos buscábamos con la mirada y a la menor ocasión ya estábamos allí, corriendo por el pasillo, entrelazadas las manos, besándonos y abrazándonos, desvistiéndonos con urgencias. Llegábamos al dormitorio ya desnudos, ardientes. Cuerpos jóvenes. Luego vino el cariño. El roce y el cariño que nos fuimos tomando el uno al otro. Pero eso vino después, justo como tú me lo decías y yo entonces no terminaba de entender.
Primero sería la pasión, luego el cariño. Hasta ahora no he comprendido eso de que el amor sólo llegaría al final. Me queda un no sé qué, una sensación de tierna amargura cuando pienso en el tiempo que estuve sin saber qué era lo que pasaba exactamente. Pasión, cariño y luego el amor, sólo al final llegaría el amor, el verdadero amor. Eso me decías y eso estoy comprendiendo ahora, muchos años después de aquellos tiempos en los que tanto nos deseamos y en los que por fin tanto nos amamos.
Hoy te llevaré rosas recién cortadas. La última carta te la dejé entre los crisantemos, ésta que ahora te escribo, entre las rosas. Rosas rojas, las que a ti más te gustaban. Las acabo de oler y están realmente fragantes y frescas. Las corté esta mañana, de los parterres que sombrea la pared trasera del gallinero y que a todos pasa tan desapercibido, de ese lugar en el que tú me decías que íbamos a sembrar nuestro amor. Estabas en lo cierto y es allí donde ahora florece nuestro amor, ese mismo que construimos buscándonos con pasión, corriendo por el pasillo mientras nos desnudábamos, ardiendo los dos de deseo. Ese amor que fuimos regando cada día, viendo como el cariño empezaba a brotar. Ahora, Rafael, el amor ha florecido y lo tengo aquí, junto a mí mientras escribo estas líneas que te dejaré, como siempre, junto a tu tumba y entre las flores. Te quiero, te amo y te amaré, como nunca antes supe hacerlo.

Julia

Tackerman

Relatos FM

Acero y Hormigón


   La familia Erikson ganó pronto cierta notoriedad y prestigio en  la ciudad. Habían llegado  a Staten Island, aunque a los pocos días  ya se hallaban instalados en  Nueva York. Según la señora Mary Erikson, su marido y ella, embarazada de su primer hijo, pusieron el pie en los Estados Unidos de América en Abril de 1924, y en poco tiempo, el señor Henry Erikson, esposo de la citada señora Erikson, hizo buenas amistades y mejores negocios. Los Erikson eran una pareja joven, muy distinta al resto de inmigrantes europeos. Sobre todo porque el único capital que podía aportar al mundo americano la mayoría de aquellos inmigrantes alemanes, suecos o noruegos  era sus propias manos. En cambio, el señor Erikson no traía su equipaje vacío. Venía a un país en pleno despegue tras la  guerra, dispuesto a multiplicar su capital.
Si a mediados de marzo los Erikson ya estaban cómodamente establecidos en una pequeña pero confortable casa de las afueras,  a principios de ese mismo verano, el señor Erikson había logrado colocar tres préstamos hipotecarios a un interés que superaba el diez por ciento. Henry Erikson sabía mover el oro que había traído en sus bolsillos. Había crecido en una familia de prestamistas suecos de orígenes británicos, y desde pequeño había asumido las ventajas de  una vida ordenada y austera.  Conocía los misterios de la multiplicación del dinero, a la vez que  manejaba los secretos de esa astucia necesaria para dar con el hombre perfecto y en el momento justo, ofrecerle la cantidad exacta; es decir, el señor Erikson era todo un derroche de destreza en el arte de echar el lazo al cuello del cliente  en el rodeo de las finanzas. Como decía su abuelo, el anciano Samuel Erikson, prestamistas harán falta siempre... somos esa sangre que exige un mundo que cada vez vive con mayor ansiedad. Henry Erikson era consciente de ello, quizá por esta razón emprendió la aventura americana, a riesgo de abandonar su cómoda y próspera vida entre Estocolmo, Gotemburgo y Malmö. Al fin y al cabo, Europa era un continente viejo y envenenado. Aunque cruzar el Atlántico siempre suscitaba un ápice de inquietud,  su apuesta parecía segura, un país en plena ebullición, que  tras la guerra necesitaría liquidez. Después de todo, ¿qué son los negocios sin esa pequeña dosis de inquietud?
Así, la misma mañana de principios de enero que la señora Erikson daba a luz al primogénito de la familia, al que llamarían por el nombre de varios de sus antepasados, Samuel, el señor Henry Erikson inauguraba la primera oficina bancaria en la recién repavimentada Calle 42, al sur  del puerto, a uno kilómetro y medio de la 14.  Una zona todavía no demasiado cara, pero que contaba con gran proyección de futuro en Manhattan. Erikson tenía seis empleados, teléfono privado y público, una oficina de unos veinte metros cuadrados, sin lujos ni ostentaciones, con dos amplias ventanillas separadas entre si con el fin de garantizar la privacidad a los clientes, tres confortables bancos acolchados y forrados de cuero, calefacción, un despacho bien ventilado,  y sobre todo, una gran caja fuerte importada de Silesia que significaba su mayor inversión, imprescindible para guardar dinero en efectivo, pero, en especial, para custodiar y retener algunas de las garantías hipotecarias que los clientes habían de depositar para obtener préstamos relámpago. Erikson sabía que el préstamo relámpago era uno  producto de máxima rentabilidad en tiempos en que la efervescencia económica convertía  la velocidad en un valor seguro.
Aquella misma mañana de la inauguración, la sobria oficina Erikson logró captar siete nuevos  clientes, cuyos beneficios, sólo  unos pocos meses después de la aventura americana del señor Erikson, ya habían multiplicado por dos el volumen de negocio inicial. Se demostraba así, que el señor Erikson conocía bien la propiedad magnética del oro, que colocado en un sitio estratégico, suele atraer cada vez más cantidad de oro.  La multiplicación de capital parecía una cuestión de tiempo,  siempre que no olvidase el viejo refrán que solía circular por  Europa, la avaricia rompe el saco. Pero Henry Erikson no era desprendido, y ni mucho menos dadivoso. Abominaba malgastar su tiempo en humeantes reuniones con tipos pedantes y huía de estériles filantropías o sociedades benéficas. No le gustaba gastar torpemente. No era, ni mucho menos, un nuevo rico, cuya fortuna se suele esfumar en un tiempo directamente proporcional a la velocidad con la que la ha ganado. Es más, el señor Erikson nunca se refería al dinero o la propiedad como fortuna, sino como capital, activo, efectivo o cualquier otra palabra por el estilo que denotara su valor científico y desterrara toda suerte de azar en los negocios. De todos modos, a pesar del derroche de virtudes de las que gozaba el señor Erikson, Henry Erikson tenía un defecto, o mejor dicho, un defecto relativo; era un hombre  avaricioso. Digo defecto relativo porque la avaricia es una condición natural de muchos prestamistas y banqueros, y sería muy discutible entender dicha condición como un inconveniente en la vida de un hombre cuyo trabajo consiste en comprar y vender dinero todos los días con el objetivo de obtener cada vez más dinero de sus transacciones.
En pocas palabras, a 1924 le sucedieron tres años de crecimiento geométrico, incluso espasmódico, podríamos decir. El señor Erikson levantó un capital poderoso al tiempo que se convertía en un hombre de prestigio, sobre todo en cuestión de préstamos rápidos. En 1927, adquirió el edificio colindante a sus oficinas,  amplió las instalaciones y multiplicó por tres el número de empleados. Incluso contrató a los mejores especialistas para agrandar  su antigua caja fuerte, a la que unió un módulo que incrementaba la capacidad original en casi diez metros cúbicos recubiertos del mejor acero y hormigón, de  modo que el interior de la caja de caudales parecía un apartamento al que sólo le faltaba la cocina y el domitorio. Lejos de excentricidades, incluso se dice que llegó a colocar una cafetera exprés y un pequeño cuarto de aseo dentro de la caja fuerte, dado el tiempo que Henry Erikson solía pasar haciendo inventarios o revisando entradas y salidas. Un año después, diversificó el negocio y compró una empresa constructora de Chicago, merced a la que duplicó los activos en sólo noventa días. Henry Erikson rebosaba de éxito, todo el mundo lo invitaba a sus fiestas, los periodistas querían entrevistarlo y los políticos le proponían cargos importantes en sus candidaturas. Pero el señor Erikson ni si quiera contestaba a las cartas ni se ponía al teléfono cuando se trataba de asuntos que restaran un miserable minuto de sus negocios. Sólo se le conoció una entrevista, publicada en el New York Word, con motivo de las elecciones del estado de Nueva York, en la Erikson  cargaba contra el candidato demócrata, Al Smith, y en favor del Tammany Hall, liderado por Olvany.  A principios de  septiembre de 1929 volvió a ampliar sus negocios, compró una nueva empresa constructora. A la semana siguiente,  diversificó sus inversiones e invirtió en un importante paquete de acciones de una compañía de productos químicos y materiales de construcción. Para el astuto señor Erikson, la bolsa se había convertido en una especie de saco mágico gestionado por el Rey Midas, en el que bastaba introducir fajos de billetes para obtener más fajos de billetes en apenas 72 horas.
Pero todos sabemos lo que ocurrió en octubre de 1929.  A partir del jueves, día 24, se pierde todo rastro del señor Erikson. A principios de noviembre,  los periódicos de Hearst –precisamente uno de sus clientes habituales- publicaron una breve noticia en la que se  daba por desaparecido al conocido prestamista. Las oficinas permanecieron cerradas y sus trabajadores pasaron en muy pocos días a las vulgares colas del desempleo, igual que millones de americanos.  En plena confusión,  los pocos  indicios que se manejaban conducían a pensar  que Henry Erikson había perecido víctima de un balsámico y relámpago suicidio, como muchos otros, incapaces de tolerar tan leve frontera entre el frenesí y fracaso. En enero de 1930, llevados por una enorme tristeza y desesperación, la señora Erikson y el pequeño Samuel Erikson  regresaron a Suecia, a refugio de su familia en Estocolmo. Nada se supo del destino de Henry Erikson, cuyo cadáver, probablemente fuera uno de tantos cuerpos indocumentados e irreconocibles que a veces devolvía el río Hudson con un tiro en la sien, el hígado inundado por el alcohol barato o los pulmones encharcados de agua. 
La señora Erikson murió en Malmö, en 1963, para entonces, su hijo, Samuel Erikson ya se había convertido en próspero hombre de negocios en Gotemburgo. Poco después, en mayo  de 1965, Samuel Erikson recibió una carta en su domicilio. Era un informe del Ayuntamiento de Nueva York en el que se le reclamaban importantes cantidades de dinero en concepto de impuestos no satisfechos desde octubre de 1929, pero en el mismo sobre se adjuntaba otro informe muy distinto. La Autoridad Portuaria neoyorkina le hacía una oferta de compra del inmueble que había albergado las oficinas del señor Henry Erikson y que siempre había creído embargado y perdido. El motivo era que, en los terrenos que todavía ocupaba el viejo edificio, se había proyectado la construcción de un gran complejo financiero, el futuro Word Trade Center. Era una oportunidad inimaginable. Así que esa misma tarde, Samuel Erikson salió de viaje a Nueva York. Satisfizo los impuestos atrasados y negoció una rápida, pero rentable venta del pequeño y ruinoso edificio. Las obras de demolición comenzaron rápidamente, y Samuel Erikson regresó a sus negocios en Suecia a las pocas horas, sin ni siquiera asistir al derribo. 
El 19 de mayo de ese mismo año, 1965, el New York Times publicó una extraña noticia que puso los pelos de punta a muchos neoyorkinos:
Con motivo de la construcción del Word Trade Center, tras las obras de demolición de un antiguo edificio en la Calle 42, ha aparecido entre sus escombros una enorme caja fuerte protegida por una gran carcasa de acero y hormigón. Tras dos largos días de trabajo,  en el interior de la citada caja de caudales se ha encontrado el esqueleto intacto de un varón, todavía vestido con un elegante  traje, sentado en el suelo, con varias tazas de café a su alrededor  y  el World todavía desplegado sobre sus huesos, una edición correspondiente al jueves  24 de octubre de 1929. Según su documentación, el finado fue Henry Erikson de origen sueco, un conocido prestamista que murió por causas desconocidas, encerrado en su propia caja fuerte. La citada caja de caudales todavía se encontraba llena de sacos de billetes, cajas con relojes de oro, joyas, algunas obras de arte y un valioso ejemplar de la primera edición de 'La riqueza de las naciones' del famoso economista Adam Smith.

Urano

Relatos FM

El genio del sueño


Dicen que estoy muy enferma, porque paso el día durmiendo y no recuerdo a la gente.
¿Por qué he de recordar  aquellos a quienes no importo?
No saben la verdad y no puedo explicarla.  Creerían que estoy peor aun.
Mi vida era solitaria y triste hasta que le encontré.
No podía creerlo.
O quizá tenía miedo de hacerlo.  De creer en sus palabras y  después no fuesen ciertas.
Me negaba a aceptar lo que me decía y, en el fondo de mí, deseaba hacerlo con todas mis fuerzas.
Sonrió.  Su mirada era profunda como nunca había visto otra.
Algo en mi interior dijo:
-¿Y por qué no?  A estas alturas poco puedes perder.  Ya no te quedan ilusiones.  Ni siquiera sueños.  Quizá te esté ofreciendo tu última oportunidad... ¿Por qué no aceptar?
Y le escuché.
Me dijo que era el Genio del Sueño y  podía realizar mis más íntimos deseos.
Le pedí Paz y bienestar para todo el Mundo y respondió que no podía.
-¿Qué clase de genio eres tú que no puedes conceder lo que prometes?  -dije.
Respondió:
-He dicho tus deseos, los que sólo te atañen a ti.  No a los demás.  Pídeme aquello que siempre has soñado y lo tendrás.  Pero algo sólo tuyo, de nadie más.
-Ya no tengo deseos ni sueños.  Todos se han desvanecido  -y sentí tristeza al oír mi propia voz.
Pero él dijo:
-Claro que sí: están dentro, muy hondo dentro de ti.  Búscalos y los encontrarás.  Son esos anhelos que no se cumplieron y te asusta recordar, porque crees que ya nunca podrás alcanzarlos.
Miré hacia atrás y, en mi recuerdo, brotó aquella ilusión que siempre tuve, pero  jamás puede hacer real: 
Una casita pequeña con un gran jardín, en el que poner todas las flores, arbustos y árboles que deseara.
Siempre la quise, pero no pude obtenerla jamás.
Tuve familia: hijos, nietos, pero ese deseo nunca se cumplió.
Al fin, dejé de soñar con ello.  Lo consideré un imposible.
Todo se me fue alejando y me quedé sola.  Con mis ilusiones y sueños perdidos.
El tiempo fue pasando.  Me acostumbré a una vida gris, sin esperanzas ni deseos.
Y así estaba cuando le encontré.
No me atreví a exponerle lo que quería, pero lo adivinó.
Me puso frente a una hermosa casita rodeada de un gran espacio, vallado con una cerca metálica, en el que no había nada.
La tierra parecía fértil, pero estaba removida y no había una sola yerba.
Me entusiasmé.
Lo hice aun antes de pensar si aquello era real.
Fue como si de nuevo tuviese treinta años y alcanzase mi ilusión.
Mi mente empezó a cavilar en todo lo que podía poner allí.  Con qué árboles haría una glorieta, dónde pondría una pérgola cubierta de trepadoras floridas, con qué plantas taparía la valla y qué flores llenarían el espacio de color.
Miré de nuevo a aquel extraño individuo, interrogándole en silencio.
De nuevo dijo:
-Recuerda, soy el Genio de los Sueños.  Vivo en ellos.  Son mi reino.  He concedido tu deseo, pero ahora debo irme.  De ti depende que dure o se marchite como las flores que piensas plantar.
Me quedé sola.
Ni siquiera miré la casa, aunque estaba toda amueblada a mi gusto.  Fui directa al lugar donde estaban las semillas.  No sé cómo lo sabía, pero tenía completa seguridad de  encontrarlas allí.
Así era.  Había de todas clases.  Me puse a distribuir el espacio y a sembrar cada especie en el lugar que le había asignado.
El día se hizo muy corto.  Me acosté soñando con el venidero.
Dormía plácidamente y como hacía mucho tiempo no me ocurría, cuando algo me despertó.
Era el teléfono.
Me levanté soñolienta y contesté.  Una equivocación.
Iba a volver a la cama cuando tuve un sobresalto: 
No estaba en mi casita.  Éste era el piso de siempre.
¿Había sido todo un sueño?
A punto estuve de cometer el error de aceptar que  era así.
Me rebelé contra esa realidad y decidí volverme a dormir.  Al acostarme de nuevo, me pareció oír la voz del Genio diciendo:
Recuerda, soy el Genio de los Sueños.
-¿El que cumple los sueños o el que vemos cuando soñamos?
Con esta pregunta me dormí.
Desperté que el sol ya estaba alto.  Debía ser casi mediodía. 
Me levanté y miré por la ventana. En el jardín las semillas empezaban a brotar.  Salí corriendo y entonces comprobé que no me dolían los huesos, como solía ocurrirme al despertar.  También estaba ágil y me sentía llena de vigor.
Busqué un espejo, pero no había ninguno.
Entonces contemplé la casa.  Los muebles eran sencillos, de madera de pino sin pintar, como a mí me gustan. Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros.  Había de todas clases, pero sobretodo, botánica y zoología.
Tras ojearlos un momento, salí afuera.  ¡Ya tendría tiempo de mirarlos cuando oscureciera!
Me sentí feliz.
Mis arbustos, árboles y flores crecían sin cesar a un ritmo increíble, se diría que se los veía crecer.
De pronto mi mundo se tambaleó, algo parecía querer arrebatarme de él y me estiraba.
Me resistí, aferrándome a un pequeño níspero, de apenas un palmo de altura.  Pero sus raíces cedieron y salió de la tierra.  Lo solté gritando aterrada y sentí que me sacudían.
Desperté en otro lugar desconocido.
Una voz me repetía sin cesar:
-Tranquila, no pasa nada, sólo ha sido un desmayo.
Me encontraba en un hospital.  Me contaron que mis hijos, al venir a verme me encontraron en la cama sin sentido.  Ellos me trasladaron al Centro Médico.
Estaba furiosa.  ¿Quién les mandaba venir?  Han estado meses sin visitarme y precisamente se les ocurre ahora.  ¡Como siempre, inoportunos!
-Tengo sueño  -dije.  Y volví a dormirme.
El jardín era más hermoso cada día y estaba plena de vida.
Era como si el tiempo diese marcha atrás.  Me renovaba como un vegetal.  Al igual que un árbol viejo se rejuvenece con la poda, mi estancia en aquel lugar me volvía más vital.  Miraba mis manos y ya no eran las de una anciana, ni la piel colgaba de mis brazos, ni mi vientre estaba fláccido y arrugado.  Era joven de nuevo.
Pero mi antiguo mundo parecía no querer dejarme en paz.  Cuando menos esperaba me devolvían a él.  Mis protestas no servían de nada.  Sin duda, creían estarme ayudando, pero ciertamente no dejaban de fastidiar.
Debía defenderme de ellos.  Puse toda mi voluntad en eso y conseguí quedarme insensible a sus llamadas.
Los médicos dijeron que había entrado en coma y se empeñaron en sacarme de él.
Recurrí a la indiferencia.  Al despertar no hacía ningún papel.  Ponía la mirada perdida y no hablaba.
Al fin los doctores sentenciaron que tenía la temida enfermedad: Alzehimer.  Según ellos ya no había nada a hacer, tendría breves períodos de lucidez y luego me hundiría en un desvarío en el que no tendría contacto con la realidad.
¡Bien! ¡A ver si así me dejaban tranquila!
Trasladaron mi cuerpo, que no mi alma, a una residencia de ancianos, para que allí me cuidaran.  Ni siquiera pasó por sus cabezas ocuparse de mí.  Tampoco me importó.
En el Asilo, que, aunque le llaman Residencia, no deja de ser un Asilo, aprendieron pronto que era mejor dejarme dormir todo el día y no molestar.
Me pongo muy violenta cuando lo hacen y, aunque no comprenden por qué, estoy muy fuerte y puedo valerme por mi misma.  Así pues, se limitan a despertarme por la mañana, a las horas de comer y cenar y el resto del día me dejan en paz.
-Tiene que dormir,  -dicen-  le sienta bien.
-¡Claro que me sienta bien, así no les molesto!  Y ellos a mí tampoco.
Y vivo en mi Universo, con mis plantas y mis libros, joven y sana, hasta que llegue la hora en que mis dos mundos se fundan para siempre.

Enigma

Relatos FM

Chat
   
           
   ─Toma, dale una calada─ y me pasó una pava rechupeteada.
   ─No, no me apetece ahora. Quiero enrollarme con una tía buenorra que me ha dado su mail. Voy a chatear y si tengo suerte hoy me la llevo al catre.
   Encendió el ordenador y no prestó atención a Brandy que estaba tirando el balón a una invisible canasta de baloncesto. Tampoco vio el desorden, los ceniceros hasta arriba, las fotos de su familia y de su novia. Ni los títulos y copas al mejor equipo de beisbol del que formaba parte.
   Vio parpadeante la luz verde del chat y se dispuso a saludarla. Era Karina, recordaba. ¡Uff! Estaba tremenda. Intentaría darle pena, con eso siempre caen. Son unas incautas y su novia no tenía por qué enterarse. Brandy no se lo iba a decir.
   ─Brandy, tú de esto ni mú.
   ─Vale, colega. Pero si se entera yo no estaba cuando lo hacías que luego me llevo yo la bronca y ya me tiene suficiente manía.
   ─Hola, Karina ¿Cómo estás? ─debería ser más una afirmación que una pregunta─ sonrió.
   ─Hola, Vidal. Bien. Justo estaba pensando en ti ahora mismo.
   ─¿Sí? ¡Cuánto me alegro!
   ─Estaba pensando, Vidal... si no estarías comprometido... Ya sabes... Yo no quiero meterme en medio de nadie...
   ─¡No! ¿Qué dices? Si en este momento lo estoy pasando fatal, como para pensar en chicas. No me interesan.
   Brandy le miró con ojos recelosos. No le gustaba nada que Vidal se portara así con Jeny. Ella era una buena chica. Pero alzó los hombros y siguió aporreando la pared con la pelota.
   ─Entonces quizás te moleste en este momento.
   ─No ─dijo Vidal─ Si ahora estoy completamente solo y me siento muy desamparado.
   ─Pero ¿por qué estás tan triste?, parecías sonriente antes.
   ─No, déjalo. Si te lo cuento te aburriré y yo no quiero eso.
   ─Cuéntamelo. Venga. A ver si puedo ayudarte.
   Claro que puedes ayudarme y no sabes cómo ─pensó Vidal, mientras sonreía con suficiencia. Esta ya estaba en el bote. Un poquito más y serás mía. Iba a decírselo a Brandy pero este había desaparecido ─menos mal, estaba de los pelotazos hasta las narices.
   ─Bueno, tú lo has querido, luego no me llames quejica o aburrido. Hace tres meses que se murieron mis padres y mi novia me dejó la semana pasada porque no aguanta que esté tan triste todo el día.
   ─¿En serio? Si es una broma me parecería de muy mal gusto...
   ─No, en serio ¿Cómo voy a bromear con una cosa tan seria?─ y contempló el retrato de sus padres a los que adoraba aunque les hiciera rabiar tanto. ─¿Y el retrato? ─me lo habré dejado en la otra mesa o se habrá caído. Es todo un desorden esta habitación. Y el pelma de Brandy que no volvía con lo bien que podían estar pasándoselo, burlándose de esta boba.
   Tras una pausa premeditada, el timbre del chat volvió a sonar.
   ─Vidal, no tenía ni idea de lo que te pasaba. ¡Pobrecillo! ¿Cómo pudo dejarte tu egoísta y estúpida novia en un momento así? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres venir? Te invito a un café. Estoy ahora en casa. Si quieres pasarte... Tengo remordimiento de todo lo que he llegado a pensar de ti... Pásate, si quieres... A la hora que te parezca.
   ¡Leches! Esta era más cándida y tonta que las recién salidas de fábrica ─sonreía de oreja a oreja─ Y mi amor no se enterará jamás, jeje... ─Y lanzó un beso a su gran poster en la pared.
─¿Y el poster?─ dijo Vidal en voz alta─ ¡Ha desaparecido! Pe-pero esto no puede ser. No tiene patas.
Quizás el tonto de Brandy se lo había llevado, siempre la estaba protegiendo. Pero por qué no estaban sus fotos en el cajón y la grande que decoraba su carpeta plastificada. Sus entrañas empezaron a revolverse y una sensación de agobio le agrandaba los ojos y le hacía temblar.
Se levantó a buscar la foto de sus padres y de Jeny. Nada, no había nada, ni siquiera una señal de que hubieran estado alguna vez. Esto no iba bien, nada bien...Se dirigió inmediatamente al teléfono y llamó a sus padres, nervioso, con el corazón acelerado... ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ─El número marcado no existe. No hay nadie registrado con esa numeración─
─¡No puede ser! ¡No puede ser!─gritó─ ¿Qué está pasando aquí?─ se preguntaba mientras marcaba el número de su novia y por segunda vez escuchaba el mismo mensaje. No entendía nada pero ya sentía pánico. Estaba horrorizado. Miró el portátil y abrió mucho los ojos, corriendo para sentarse delante y escribir. Debía poner toda la verdad, decir toda la verdad. Esto no podía estar pasando. Eran sus odiosas mentiras y alguien o algo, quizás Dios, le estaba castigando por ser tan mentiroso, falso y engañoso y por reírse gratuitamente de buenas personas.
Fue mucho lo que pensó en ese minuto que tardó en volver sobre el teclado.
─Mira, Karina. Todo lo que te he contado es mentira. MEN─TI─RA. Todo. No se ha muerto nadie, tengo novia y no me dejaría por nada del mundo y mi amigo está conmigo aquí jugando con un balón.
Miró la pantalla y abrió los ojos desmesuradamente. En ella se veía un mensaje.
─Te espero. Ahora te dejo que me llaman. Hasta luego. Un abrazo.
Contempló la luz gris del chat desconectado... Desconectado...

Ricardo Corazón de León

Relatos FM

Mientras llovía, chateábamos. Se suponía que dejara de llover. Nunca paró


La vida es tan complicada, la tortilla se vira en un dos por tres. Si yo supiera que cuando creciera esto iba a ser así, me hubiera quedado de vaga subnormal en cuba, viviendo de la libreta, de lo más feliz. Esto es una fucking chit.

¿Chit? ¿*****?

Sí. ¿Sabes lo que siento? Siento tanta falta amor... y es irónico, porque es lo último que quiero.

¿Y en Cuba? ¿Qué sentías?

Por lo menos había amor, amistad, libertad (una libertad extraña, pero libertad al fin).

Pues sí, estar lejos de Cuba no nos hace mucho bien; yo, de hecho, nunca había estado tan vacía ni había sido tan infeliz.

Así mismo me siento yo y no sé porque sea... ni siquiera estoy muy segura de que sea cuba, pero realmente el cambio empezó de forma definitoria cuando vine a vivir para acá. Yo sabía que iba a ser así. Y lo peor es lo difícil (casi imposible) que es echarse para atrás y volver a empezar.  Ahora que he crecido un poco estoy aprendiendo más sobre el peso que tienen las decisiones que uno ha tomado, cuan influyentes pueden ser en el presente.

Sí, yo ya he pensado eso mismo antes.

¿Sabes de qué tengo miedo? Tengo miedo de que cuando vaya a Cuba me sienta igual que aquí, que en verdad es lo más probable. Eso significará que mi vida es una ***** total.

Sí, sentirás eso. Pero yo pienso que es un momento por el que estamos pasando, parecido al de la adolescencia.

Pero me da miedo que este momento terrible me hunda. ¿Entiendes?

Hay un dicho que dice: "Dios aprieta, pero no ahoga".

Claro. "Siempre que llueve escampa", pero a mí solo me "llueve sobre mojado".

A mí más, para colmos aquí llueve de verdad. ¿Pero qué le vamos a hacer? Morirme no quiero, así que mejor vivir. Además muchas cosas dependen de uno mismo, por no decir todo y a veces es uno el que se hunde.

Me siento que yo misma no soy suficiente para resolverme el problema, para salir a flote. Lucho y lucho y lo único que sale a flote es *****.

Bueno, si de algo te sirve y te consuela, no eres la única que está así.

Eso no me consuela, eso me pone peor, no puedo alegrarme porque a mis amigas les vaya mal.

Ya sé que te puede poner más triste saber que tus amigas están mal, a mí me pasa lo mismo pero te lo digo para que reflexiones. Uno no es el ombligo del mundo, como a veces creemos. Las demás personas también pasan por cosas similares o peores, lo que te quiero decir es que somos humanos y que estamos destinados a pasar por todas estas cosas que nos hacen más fuertes.

Yo no quiero ser más fuerte, quiero ser más feliz.

Lamento informarte, nenita, que para ser feliz hay que ser fuerte, la vida es un contraste de situaciones y la fortaleza en este mundo es necesaria.

Sí, pero es un instinto básico, es lógica, para que sufrir si uno puede ser feliz. Sin embargo no puedo serlo. A veces me siento estúpida cuando veo a los niños pidiendo dinero en la calle. Quiero sentirme afortunada, pero soy una *****, no me conformo.

La vida no es una cosa ni otra, es uno mismo, son las decisiones que tomamos. Vuelve a empezar, decide cosas nuevas, nadie dijo que era fácil, pero ahí está el verdadero instinto de supervivencia, ahí está la esencia.

Tengo todas las herramientas para arreglarme y no tengo ni **** idea de cómo hacerlo. Me siento como si estuviera atontada, sin saber para donde coger, como si necesitara que me dieran una bofetada bien fuerte para despertarme. Pero ese bofetón bien fuerte me lo dieron ya y me dejó con daño cerebral después del golpe, tonta y ridícula, sin pertenecer a nada ni a nadie.

Así es, te falta experiencia, igual que a mí. Puede ser que hayamos vivido ambas muy intensamente para la edad que tenemos y eso lo hace más difícil. Porque cada cual pasa por cosas distintas que al final llevan al mismo punto del espiral, ser mamá, más nada que eso.

¿Mamá? ¿Madre?

Sí. Mamá, madre... lo dejo a tu elección.

Yo también creo que es lo único que tiene sentido. Por eso quiero hacerlo, para ver si mi vida coge su curso. Pero ahora mismo eso sería una estupidez.

Estoy de acuerdo en que es lo único que tiene sentido y estoy de acuerdo en que es una estupidez. Es decir, es egoísta traer una criatura al mundo para tú sentirte mejor. Primero tienes que resolver tus problemas internos.

Es por eso que ahora mismo me parece una estupidez. Pero no hay nada que desee más. Sinceramente, mis más puros deseos son vivir en una casita sencilla en la playa, en un pueblecito, con mis hijos, sin tener que trabajar ni nada, solo dedicarme a criarlos y a estar con ellos.

¿Y la comida de dónde sale?

No sé, solo quiero que esté.

Bueno, esa no es una posibilidad.

Lo sé pero es lo que deseo. Lo otro después se verá. Hay que ser lo suficiente inteligente como para no pensar.

Diana Tur

Relatos FM

La oscuridad del ruido


La mujer de la blusa de flores hablaba realmente a gritos. Estaba destrozando la dinámica de las demás conversaciones colindantes y a Luis en particular lo mantenía callado y aislado de todo lo que sucedía a su alrededor.
La blusa era horrenda y ella iba pintada como una vulgar prostituta: sombra azul en los párpados y una línea negra que perfilaba el contorno de sus ojos. Esa misma línea negra se repetía un poco más arriba para sustituir a las cejas ya inexistentes, dándole una expresión antinatural. En los pómulos, algo arrugados, un colorete rosa chicle dibujaba dos patéticos círculos. Pero lo peor, sin duda, era el pintalabios escogido, era un rojo vivo intenso, que tiraba a anaranjado y hacía que los movimientos de esa boca vociferante aumentasen el volumen de los mismos. Todo a juego con la blusa de florecitas azules y rojas. Todo a juego para alarmar a todos, incluido al menos detallista.
Luis se asustó y puso las manos sobre la mesa cuando empezó a escuchar solamente la voz de aquella mujer: los ruidos de los cubiertos golpeando los platos habían desaparecido, así como las voces intensas de los camareros y sus amigos, así como el ruido de la cocina y así como las voces de las demás mujeres que acompañaban a la mujer de la boca imparable. Sólo la escuchaba a ella, pero no entendía bien de que hablaba, sólo escuchaba el estruendo de su voz, acompañado de los movimientos espeluznantes de su boca, arriba y abajo, izquierda y derecha, abierta y cerrada, la boca no paraba. Hasta ese momento la mujer miraba constantemente a las otras dos mujeres con las que conversaba, pero de buenas a primeras, lo miró directamente a él. Por poco se le salen los ojos de la cara, notó como los abría de par en par, al ver que la boca poco a poco iba creciendo y el volumen empezaba a ser altamente molesto para sus oídos.
La boca seguía creciendo y cuando quiso darse cuenta, ocupaba toda la cara de la mujer y veía un cuerpo con una boca gigante. Miró a sus amigos y seguían hablando, comiendo y bebiendo en silencio. No lo veían, se había vuelto invisible. Miró nuevamente hacia la mujer, en busca de calma, pero la boca seguía allí a gran escala y ahora la saliva parecía intentar desbordarse de la comisura de los labios. Y sí, encima ahora la boca escupía mientras hablaba: la primera víctima fue su amiga de la izquierda, quien tras recibir el terrible impacto optó por secarse la cara con la servilleta. Pero el lanzamiento de saliva no había hecho más que comenzar. La siguiente víctima fue Vicente, su mejor amigo, pero éste siguió comiendo como si nada. La tercera y la cuarta víctima fue otra vez la pobre amiga de la izquierda, quien de manera chistosa ya para Luis, repitió la escena anterior y siguió secándose con la servilleta, en esta ocasión, pecho y brazo derecho. Pero todo estaba por cambiar.
La boca, al menos, había dejado de crecer, al igual que el volumen parecía haber llegado a su límite. Al menos, no podía ir la cosa a peor, o eso quiso pensar. De repente vio como una gota gigante de saliva iba directa hacia él, a cámara lenta. Intentó esquivarla, pero cuando quiso moverse, no pudo hacerlo, su cuerpo no le respondía. La gota gigante impactó en su cara, mojándolo por completo. Cuando fue a imitar a la amiga de la mujer de la boca gigantesca y a secarse con la servilleta como ésta había hecho hasta en tres ocasiones, todos los ruidos habían vuelto, todas las voces amigas y no amigas habían vuelto, la boca volvía a ocupar su lugar en el rostro vulgar y Vicente le preguntaba "¿en qué piensas, tío? ¡Estamos aquí!".
Luis le sonrió, sintió verdadero alivio de escuchar aquel murmullo del bar, aquellos ruidos de platos, aquellas voces luchando por ser escuchadas por encima de las demás y sobre todo aquella voz que lo volvía a situar en la realidad. Aunque ya no sentía su cara mojada, se pasó la servilleta por la cara. Vicente se rio de él mientras bebía de su copa de cerveza y la amiga de la izquierda de la mujer pintada como una vulgar prostituta le guiñó el ojo mientras esbozaba una dulce sonrisa llena de arrugas y huía de los atroces movimientos labiales de su compañera, que no paró en toda la noche de hablar.

Rosa Chacal

Relatos FM

La oscuridad del ruido


Mi patria es tan linda por fuera y  tan amarga por dentro.
Nicolás Guillén.


En una ciudad de Cuba, de cuyo nombre no quiero acordarme......


--- ¡Oye, tú, ven acá!
SILENCIO
--- ¡Oye, tú, ven acá!
SILENCIO
--- ¡Ciudadano, por favor!
--- Diga.
--- ¿Usted está sordo?
--- No.
--- ¿Entonces por qué no me hizo caso cuando lo llamé?
--- ¡Ahhh! ¿Era conmigo?
--- ¡Claro que era contigo! ¿Con quién más podía ser?
--- Por eso no le respondí. Tengo nombre, no me llamo oye tú ven acá.
--- ¿Qué te pasa, negro payaso?
--- Es verdad, realmente es verdad.
--- ¿Qué es verdad?




--- Es verdad que soy negro y estoy orgulloso de serlo. Es verdad que soy payaso y cobro por mis payasadas, pero también soy Licenciado en Comunicación Social, escritor, narrador oral escénico, colaborador del periódico Girón, dramaturgo, guionista de Cine, Radio y Televisión, animador turístico y comediante. Miembro de la Asociación Hermanos Saiz (AHS). Graduado del VII Curso de Técnicas Narrativas, auspiciado por el Centro de Formación Literaria "Onelio Jorge Cardoso". (Pausa y Transición) ¿entendiste, oye tú ven acá?
--- Identrifilación.
---- ¿Qué?
---Identrifilación.
---¿Qué cosa? No entiendo.
El policía habla  más despacio pero un poco enojado.
--- Identrifilación.
---Ya entiendo--- dice el supuesto delincuente, saca su identificación personal  y se la entrega al policía.
--- ¡Dame acá, negro payaso!
El policía intenta leer el carnet de identidad y no lo consigue. Tartamudea, se traba al decir las palabras.
--- Nombre.
--- Si no sabe leer, ¿para qué me pidió el carnet?
--- Ciudadano.
--- ¿Qué pasa?
--- Me está faltando el respeto.
--- ¿Le estoy faltando el respeto? No, oficial. Falta de respeto es usted que el estado le paga mil quinientos pesos al mes, usted gana más que un licenciado  y no sabe leer. Al menos gaste la mitad del sueldo y cómprese un diccionario o un cerebro.
--- Me está faltando el respeto. ¡Yo soy la ley!
--- ¿Su jefe sabe que tú no sabes leer?
--- ¡Tú no, usted, respete a la ley!
--- Ya ve.
--- ¿Qué cosa tengo que ver?
---Vio que mal uno se siente cuando no lo llaman por su nombre.
--- Ciudada...
--- ¿Su jefe sabe que tú, digo, usted no sabe leer?
--- ¿A ti que cojones te importa?
--- Claro que me importa. Me estás haciendo perder el tiempo. ¿Le suben el salario por hacerle perder tiempo a los civiles?
--- Nombre.
Silencio.
--- Ciudadano. ¿No me va a decir su nombre?
--- De acuerdo. M- i- g-u-e-l   M- a- r- t-í-n-e-z   O-l-i-v-a-r-e-s
--- ¿Por qué hablas así?
--- ¿No quería saber mi nombre?
--- Si.
--- Entonces...
--- Entonces... ¿Por qué cojones me hablas así?
--- Subteniente.
--- Teniente.
--- De acuerdo, Teniente. ¿Deletrear el nombre propio es un delito?
--- No.
--- ¡Uhmmm! Ya veo. Entonces...
--- ¿Entonces qué?
--- Nada.
--- ¿Cómo qué nada?
--- Nada teniente. Solo le pregunté si deletrear el nombre propio era contra la ley.
--- Y yo le acabo de decir que no. ¿Cuál es el problema?
--- Ninguno. Ahora estoy más tranquilo. Pensaba que estaba infringiendo la ley por deletrear. Como en este país se cambian cada cinco minutos las leyes y los ministros.
--- ¡Cuidado con la lengua, ciudadano!
--- Artículo 19.
--- ¿Arti qué?

--- Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. Declaración universal de los Derechos Humanos.
--- ¿De qué cojones hablas, negro payaso?
--- Libertad de expresión, teniente.
--- ¿Libertad de expresión?
--- Si, teniente.  Li.-ber-tad- de- ex - pre-sión. Pue-do-de-cir-lo-que –me –da –la ga-na- Li.-ber-tad- de- ex - pre-sión.
--- No me hable más así. Yo no soy ignorante.
--- Disculpe, es verdad.
--- ¿Qué es verdad?
--- Usted no sabe leer, no sabe escuchar, pero no es ignorante.
--- ¿Se está burlando de mí?
--- No, digo lo que veo.
El policía  saca su walkie talkie y se enoja al ver que este no funciona.
--- Teniente, al final no me dijo porque me detuvo.
--- ¿Estás apurado?
--- Claro, por eso le pregunto.
--- Es un chequeo de rutina.
--- ¡Ahhh! Ya veo veo.
--- ¿Qué cojones ves?
--- Una cosa.
--- ¿Qué cojones es?
--- Me pides el carnet por ser negro.
--- ¿Qué **** dijiste?
--- Me pi-des el car-net por ser ne-gro.
--- ¡Callate la boca, negro payaso!
--- ¡Ve que es verdad! Me pides el carnet por ser negro.
--- ¡Mentira! Yo soy negro igual que tú.
--- Eso es lo que más me molesta, carajo.
--- ¡Cuidado con su lengua!
--- ¡Mira quién habla! El diccionario andante de las malas palabras. ¿A cuántos negros le has pedido el carnet hoy, en el mes, para realizar tu chequeo de rutina?
--- ¿A ti que cojones te importa?
--- ¡Claro que me importa! ¿Desde cuándo eres esclavo de los blancos?
--- ¡Calla...
--- Por negros como tú el racismo se ha fortalecido en este país. Negros como tú han regalado nuestras raíces a los blancos además, no olvides que aquí ser negro es una desgracia. Nuestro único derecho un ataúd y eso si hacemos un contrato inviolable con el director del cementerio: las mejores tumbas...también son para los blancos.
--- ¡Cállate cállateeeee!
--- Después ustedes se ponen bravos cuando nosotros los artistas los acusamos de racistas abusadores, ignorantes, corruptos.
--- ¿Qué pinga te pasa? Yo no soy ningún corrupto.
--- Usted no, oficial.
--- Teniente, cojones, tenienteeeeeee.
--- ¿Qué pasa teniente, le molesta la verdad?
--- ¡Qué verdad ni verdad! Mentiras es lo que dices.
--- ¿Es mentira que aquí hay corrupción? ¿Es mentira que aquí violar los derechos humanos es parte de la rutina? ¿Es mentir que maltratar al cubano es parte de la política interior del estado?
--- Ciudadano,  no le permito que hable mal de la revolución.
--- La verdad es la verdad.
--- ¿Eres guapo?
--- No, solo digo la verdad.
--- ¡Qué verdad ni verdad! Tengo unas ganas de reventarte la cara y meterte preso.
--- ¡Imagínese usted! Si cada vez que diga las verdades que la prensa y los artistas con miedo no se atreven decir, me darán golpes y me meterán preso, bueno.... ¡Son cincuenta y tres años diciendo mentiras, perdón, omitiendo la realidad!
--- ¡Está bueno ya, cojones!

--- ¡Ciudadano, no luche, está en desacato!
--- ¡No estoy luchando oficial! ¿Es mi culpa que usted sea enano? ¡Yo no lo voy a cargar hasta la estación!
--- ¿Ya se calmó? ¿Me acompaña tranquilo hasta la estación?
--- No hay problema. Quien no la debe, no la teme.
---Ya veremos si debes o no.
--- ¿Puedo hacer una llamada?
--- No.
--- Es para que mi familia sepa donde estoy.
--- Hazla, será la última llamada que hagas, negro payaso.
--- Gracias oficial.
El ciudadano saca un celular y marca un número.
Satanás en Off: Hola.
Hombre 1: Hola. Con Satanás, por favor.
Satanás en Off: Es quien le habla. ¿Qué desea?
Hombre 1: Satanás, soy yo Dios.
Satanás en Off: Habla rápido. Tengo un día ocupado.
Hombre 1: Satanás, tenías razón. La locura azul ataca solamente a los negros.

Grafitti

Relatos FM

La chaqueta




   Fue un atentado. Uno tiende a pensar que nunca le va a tocar.  Te despides como cualquier mañana. Buen día, cariño. Y te dejas llevar por la rutina. Es el último día de tu vida, pero no lo sabes. Pones la radio. No haces caso. Es lo de siempre, cosas que pasan por tu cerebro y se deslizan al olvido. Pero algo rompe la rutina. Explosiones. Bombas. Trenes. Civiles. Muertos. Cientos. Palabras que lo rompen todo. Y piensas en ella, en tu mujer, en la mitad de tu alma, que salió una hora antes. Y llamas al móvil. Y suena y suena y no hay respuesta. El estómago empieza a dar vueltas, y la cabeza. Y te tiemblan las piernas. Y las manos. Y parece como si el suelo a momentos desapareciera bajo tus pies y te cayeras a la interminable nada. Pones la televisión. Empiezas a verlo. Muchos muertos. Y te llaman familiares, amigos. No, yo estoy bien, pero no sé nada de ella, no sé que hacer. Y la casa se empieza a llenar de gente. Hay que buscarla. Y el mundo sigue girando a tu alrededor, la gente encuentra fuerzas para hacer algo, y tú no, tú te quedas en el sofá, con el móvil en la mano esperando una llamada que no llega, unas palabras, un tranquilo, cariño, que yo estoy bien.
   Y cuando suena, hubieras deseado que jamás nadie hubiera inventado aquel artilugio. Ven, hijo, está en el hospital. Pero es mentira, y lo sabes. ¿Cómo está, mamá?, dime como está. Quieres decir, y no lo dices, o tal vez sí, pero no te escuchan, o sí, y el que no te escuchas eres tú. Agua, agua, gritan a tu lado. Toma, bebe. Abanicos, periódicos que te dan aire. He soñado que se moría. Vamos, te llevamos. Silencio, mucho silencio en el coche.
   Lo sabías pero no querías saberlo. Si no te lo terminas de creer es como si todavía pudiera cambiar, que sea todo mentira, una macabra broma. Y no, ahí está, su cuerpo, tendido, irreconocible. Si, es la mujer de mi hijo. Fue mi padre quien tuvo el valor. Ni los suyos ni yo fuimos capaces de entrar. No quería verla. Quería morir y no encontraba el modo.
   Cada día, sin falta, al despertarme, he repetido el mismo gesto, el cruel y yermo gesto de buscarla a mi lado en la cama. Unos días después de su muerte había recibido una fría bolsa con sus pertenencias, lo que habían recuperado, ponía en la nota de pésame del ministerio. No quise abrirla durante meses, era otra vez ese juego de espejos con el que pretendes engañar a la realidad. Y un día, sin saber de donde encontré las fuerzas, lo hice. Allí estaba su bolso, un zapato, parte de una falda, el libro que se estaba leyendo. Y una chaqueta. Pero no era suya. Estaba ensangrentada. Era de hombre. Busqué algo en su interior que identificara a su dueño y ahí estaba, la cartera. Un carné y una cara sonriente. Era un hombre de mediana edad, vecino de la ciudad. Aquel hombre, entendí inmediatamente, había estado con ella en los últimos instantes, justo después de las bombas, con los cuerpos ensangrentados, con mi amor despidiéndose de la vida. Probablemente se acercó a ella, la cogió de la mano, la tapó y la ayudó a morir. Aquel hombre por el que sentí un profundo amor y respeto al instante, había estado a su lado, había sido la última persona con la que ella pudo hablar.
   Tardé días en decidirme, pero lo hice. Fui a su casa. Llamé y me abrió. Menos sonriente que en la foto. Tenía heridas todavía en el rostro y la mirada de quien ha visto lo que nunca hubiera querido ver. Supo de inmediato quien era, antes incluso de que le entregara la chaqueta. Me ofreció su vivienda, como había ofrecido el consuelo a mi mujer, sin esperar nada a cambio. No dijimos nada. Nos sentamos uno frente a otro. Todo estaba dicho, tenía un nudo en la garganta, pero además ni sabía que decir, ni quería decir nada. Me bastaba estar ahí, saber que él estuvo a su lado, intentar robarle a su silencio, a su mirada repleta de bondad, el último aliento que le dio a ella. Gracias, decían mis ojos yermos de voz. De nada, decían los suyos preñados de tristeza. Me levanté y me fui. Había encontrado cierta paz, cierto sosiego. Puedo darte un abrazo. Me dijo antes de cerrar la puerta. Claro, se lo di. Ella, me dijo, ahora por fin llorando, me pidió que te lo diera, fue lo último que me dijo...

                  
   
Madrid 11 de marzo de 2004.
               Dedicado a las víctimas de los atentados en Madrid

Antonio

Relatos FM

Sisirc


Se había levantado esa mañana como siempre, y como siempre se había vestido sin hacer ruido, había salido de casa al bar de la esquina, que como siempre a esa hora estaba vacío. Pidió, como siempre, una taza de café con leche muy caliente, recogió el periódico que a esa hora siempre estaba libre y se sentó junto a la ventana desde donde se puede contemplar la plaza, como siempre.
La relación de masacres, robos y engaños precedía a la sección sobre la crisis económica que se había constituido con entidad propia después de cinco años de penurias. Una crisis que desde el minuto cero se anunciaba su escaso impacto y un pronto final feliz. Desde entonces los bancos de los parques públicos se han ido llenando de desempleados y desamparados que también atestan los comedores sociales, las calles a su vez de huelguistas y limosneros, y a todo esto el consumo de bienes de lujo no ha parado de aumentar. Todas esas cosas llevaba leyendo desde que hacía cinco años se quedó sin empleo, ya había hecho callo y apenas le motivaba el hecho de que la lista del paro había disminuido ese mes en mil personas (de una relación de varios millones), o que una cosa que se llamaba prima de riesgo se había reducido en diez puntos básicos (que era otro vocablo que había aprendido sobre la marcha), todas las noticias eran igual de aciagas, lo único real es que a duras penas colaboraba en la economía familiar con trabajos esporádicos como abrebotellas en el restaurante de algún conocido.
En la contraportada pudo leer la siguiente crónica: Durante dos años Carmen Buendía, de 72 años, mantuvo en su residencia de Guadalajara el cuerpo sin vida de su amigo Antonio Lozano, con el pretexto de "no sentirse sola". El hecho fue descubierto después que la policía fuera a casa de Carmen en busca de alguna pista sobre el paradero del hombre, consecuencia de que sus familiares denunciaran la desaparición. En el domicilio, la policía encontró el cuerpo de Carlos sentado en una silla. Al ser interrogada la mujer aseguró que "no piensen ustedes que estoy loca, es que no quería estar sola. Él era la única persona que me había tratado bien". Carmen vestía y limpiaba a menudo el cadáver, incluso le hablaba y veía junto al cuerpo la televisión, "a él le encantaba el fútbol".
Acabó de repasar las noticias del día, le dio el último trago al café con el que enjuagó la historia del señor Lozano y se estiró contra el respaldo de la silla. Pensó que no había remedio, que lo que nunca creyó que pasaría estaba sucediendo, que en realidad la vida era puro teatro, a los cuarenta años, parado, sin oficio útil y relegado por las nuevas generaciones, había llegado a la conclusión de que definitivamente le había tocado un papel de figurante que ni siquiera era visible a partir de la quinta fila de platea. Carmen al menos tenía buena compañía.
Se levantó y fue a pagar, el camarero le trató como si no le conociera de nada, dejó unas monedas sobre el mostrador de acero inoxidable y se dirigió a la salida. Entonces notó cómo alguien le estiraba de la camisa, era el dueño del establecimiento que le reclamaba el pago de la consumición, se extrañó porque había dejado el importe exacto, el dueño le dijo que las monedas no servían, que le tendría que pagar en especies. Cómo, le contestó un tanto contrariado, sí, te tendrás que quedar media hora para ayudar en lo que sea necesario, el dinero no vale nada, pero tu trabajo sí me interesa. Alucinado no quiso alimentar una conversación que se anticipaba surrealista, en un mundo que ya no era el que a él le habían prometido en su juventud cualquier cosa podía pasar, de hecho sucedían noticias raras todos los días y nunca se había preguntado si alguna vez le tocaría ser el personaje curioso, y la mayoría de veces friki, de la contraportada de cualquier diario de los llamados serios.
Se quedó de pie junto a la barra asumiendo el papel de relevo del camarero, mientras tanto el dueño del bar se ocupaba en ese momento de ir ordenando cajas de bebidas vacías al fondo del local. Entró una señora de mediana edad con una bolsa de pan de la que sobresalían dos barras. Sin dar los buenos días pidió un café con leche y una pasta de crema, desde el fondo se oyó un a qué esperas que le increpaba. Nuestro amigo se puso detrás de la barra y como que conocía un poco la faena no le costó demasiado atender a la mujer. Ella observaba todos sus movimientos como si fuera la primera vez que veía a alguien trajinando con una cafetera profesional, se hizo la distraída cuando fue servida, entonces vertió el azúcar en la taza con cierta parsimonia, seguidamente fue dando breves sorbos que intercalaba con trocitos del dulce que había pedido, se tomó su desayuno al completo sin emitir ningún otro sonido. Se secó los labios con una servilleta y sacó una barra de pan que dejó sobre el mostrador, le hizo saber al dueño que se marchaba y se esfumó sin mirar atrás ni decir adiós. Recoge el pan por favor, déjalo en la cocina y ya te puedes marchar, gracias por tu trabajo.
De regreso a casa pensó que había sido víctima de una broma, pero no, en el quiosco la gente se llevaba la prensa y las revistas a cambio de las viejas que se traían de casa. Por la calle, había personas, incluso niños, que caminaban hacia atrás, no había coches circulando y sí personas que corrían por la calzada transportando a otras sobre sus espaldas. Llegó a la altura de su casa y sólo cuando metió la llave por la cerradura se tranquilizó porque creía haberse equivocado de domicilio, y es que la fachada era de un color distinto, había pasado del tostado al verde oliva, ¡ya nada era lo que era en el tiempo de un desayuno!
Subió las escaleras, entró en casa y descubrió a su mujer vestida de domingo y con la maleta bien agarrada de la mano, pasó a su altura y sin decir nada corrió escaleras abajo. No supo qué decir ni qué pensar, la impotencia por todo lo que pasaba le vencía, hacía tiempo que ya no se quejaba y ese no iba a ser el día de las reivindicaciones. Se dejó caer en la butaca que estaba frente al televisor, como siempre, entonces pensó que Carmen había sido muy afortunada, al fin y al cabo él sólo podía aspirar a sentirse como el cuerpo de su acompañante, inanimado. Se miró en el reflejo de la pantalla, notó algo raro, se acercó, un poco más y se fijó con atención, no se reconoció.

El niño palet

Relatos FM

La casa frente al parque


En los primeros recuerdos de mi infancia, aparecen siempre en mi memoria aquel Parque Avellaneda en la noche de Buenos Aires, cuando regresaba a casa en bicicleta con mi padre al terminar la jornada, donde generalmente íbamos a la par, pero a veces me atrasaba un poco y luego lo alcanzaba. Mi  bicicleta era de paseo y de mujer con el asiento bastante bajo y mi padre un poco echado hacia adelante, pedaleaba despacio para esperarme con su bicicleta liviana con duras cubiertas de tubos.
Mi padre era argentino por donde se lo mire y tenía una pequeña ferretería cerca de ese parque y todas las noches teníamos que atravesarlo para regresar a casa. Yo que en ese entonces tenía once años, cursaba por la mañana los estudios primarios en la escuela emplazada en el mismo parque y por la tarde lo ayudaba en el negocio.
Nos conducía los faroles de las bicicletas alumbrando círculos en el camino, surgidos como desde un sueño, renovándose en los serpenteados senderos de tierra que parecía no tener fin.
Esas pequeñas luces marcaban nuestro rumbo y finalmente nos sacaban de la oscuridad, para guiarnos a aquella casa ubicada frente mismo a ese parque, donde estaba la mesa familiar preparada por mi madre para la cena, con los rumores de las sillas arrastradas sobre el piso de baldosas y de los cubiertos en los platos.
En general mis padres no hablaban mientras cenaban, aunque en realidad ahora tengo la sensación que nunca hablaban, porque si intentara rememorar algún diálogo me resultaría imposible, solo algunas frases sueltas. Durante esos momentos permanecíamos lejos de todo, sumergidos en nuestros propios pensamientos estábamos solos, pero estábamos juntos.
Al año siguiente dejamos para siempre esos recorridos en bicicleta. Mi padre se deshizo de aquella ferretería que no rendía lo suficiente y consiguió la concesión para el servicio de un trencito de esparcimiento para los niños que recorría todo el parque.
Contaba con una estación central y desde allí circulaba lentamente sobre vías dispuestas en los caminos para que los chicos puedan pasearse y le tomaran el gusto a los viajes en tren.
La locomotora que no era otra cosa que un tractor con motor diesel adaptado, tenía un silbato y echaba vapor de agua blanco por una chimenea, para que asemejara el humo, que le daba al tren una imagen muy pintoresca. Este trencito llevaba también a los padres de los niños que los acompañaban disfrutando del viaje y como a mi me dejaban ir gratis, allí estaba yo paseando y paseando en el trencito
Mi padre atendía a toda la gente con deferencia sacando a relucir sus conocimientos y por sobre todas las cosas su natural simpatía. Si bien hay que reconocer que su trabajo lo llevaba a cabo con seriedad, como le sobraba tiempo, era muy atento especialmente con las mujeres y nada como ese trencito para iniciar contactos personales, aunque en la mayoría de las ocasiones fueran furtivas.
En ese entonces, las relaciones matrimoniales no andaban bien y un día mi madre me dijo que mi padre se había marchado de casa. Yo ya tenía trece años y aunque durante los últimos tiempos no lo había visto demasiado a menudo, había escuchado algunos rumores y aquella confirmación me dejó pasmado.
Sentí allí, como que se había roto en pedazos para siempre toda aquella unidad que envolvía a mi familia y en un verdadero ataque de locura arranqué la fotografía que había en la pared del comedor, en la que estábamos los tres. Pero cuando entré en el lavadero y observé la bicicleta de mi padre muy junto a la mía, estallé en lágrimas.
Al año siguiente decidí no ingresar en el colegio secundario para dedicarme por entero a jugar al fútbol en la cancha del Centro Polideportivo Municipal del Parque. Estaba contento con los botines, el pantaloncito y la camiseta que me habían dado y podía llevármelo a casa. Los partidos eran los domingos a la mañana y allí empezó a aparecer mi padre para alentarme.
Mi madre que era una española de mucho carácter, se oponía terminantemente a que jugara al fútbol porque quería que estudiara y me lo reprochaba en forma tan permanente y obsesiva, que le pedí encarecidamente a mi padre que me permitiera ir a vivir con él en el departamento que había alquilado del monoblok ubicado frente al parque.
Mi madre me vio dejar la casa porque se despertó justo mientras yo preparaba la valija, pero no logró retenerme y tampoco su orgullo la animó a detenerme. Luego, si bien la visitaba siempre, pensé si esa desazón que le había provocado haya sido la causa de aquella enfermedad repentina.
Pocos días después, mi padre me pasó a buscar por el centro polideportivo y me dijo que teníamos que ir al hospital porque mi madre no se sentía bien. Cuando tomamos el taxi sentí tanta angustia en ese día terrible de lluvia y viento, que me largué a llorar.
Solo alcancé a verla llena de sondas y ya no me reconocía. El médico que la atendía dijo que no soportaría mucho tiempo y la lluvia y el viento permanecieron sordos, mientras en ese anochecer, el reloj sombrío que medía indiferente las horas tristes de su vida, se había parado para siempre.
Entonces, comprendí que ya no escucharía aquel paso doble republicano que de niño, siempre me cantaba al despertarme y que no volvería a pedirme con tozudez, que debería estudiar letras para que sea escritor como su padre muerto en la guerra civil, porque para ella, solo así, con plumas ardientes que contaran la otra historia, se podía restaurar la República, en aquella España de Franco.
Porque ella, que fue perseguida y había tenido que emigrar, deseaba fervientemente volver a su tierra, pero en ese entonces, su país no la quería. Un día se me ocurrió preguntarle donde estaba su madre y sus hermanas, pero nunca me contestó, porque cuando abrió la boca no pudo hablar y se quedó muda mientras se le empañaban los ojos.
Luego de muchísimo tiempo, cuando me comunicaron que murió mi padre yo estaba muy lejos ese día, me encontraba dirigiendo a un club del fútbol español en un partido decisivo. Me había establecido y tenía una familia e hijos, justamente en aquel mundo que había sido tan cruel con mi madre y que ahora en ese misterioso devenir del tiempo, me había acogido en su seno con los brazos abiertos.
Se que mi padre en el final preguntó por mí, pero solo pude regresar el día posterior al entierro. Al llegar a la bóveda del cementerio de Flores en Buenos Aires, donde estaba sepultado, sentí como un nudo que me estrangulaba la garganta porque hacía mucho tiempo que había dejado de verlo y me imaginaba sus últimos días, con la voz envejecida y su imagen con ojos cristalinos, el pelo cano y las  manos arrugadas.
Luego, retorné a aquella casa frente al parque, donde habíamos vuelto a vivir con mi padre después de la muerte de mi madre. La vieja casa extrovertía a su valor íntimo lo imperecedero, mientras recordaba aquel tiempo pasado, donde el tiempo no era tiempo.
Al entrar observé en el living la mancha de humo amarilla que se destacaba en la chimenea de mármol blanco, el viejo piano todavía ubicado en un rincón y el reloj de caja negra, alto y estrecho, ahora parado, pero que en aquellas noches llenas de silencio, su péndulo medía indiferente el paso de las horas.
En el lavadero aún estaban aquellas bicicletas y encontré en un álbum unas fotos y cuando me detuve a mirarlas, distinguí lo apuesto y fornido que era mi padre. Nunca había pensado en eso cuando era chico y por algo era apreciado por las mujeres. Eran fotos de sus treinta años y estaba en el parque conmigo cuando era un bebe de meses en sus brazos, se le notaban los músculos tostados por el sol bajo la camisa clara y se lo veía feliz.
Y luego, encontré aquella foto que estaba con él y mi madre, que yo había arrancado de la pared del comedor, en aquel momento de desesperación, cuando se habían separado.
Y de pronto, como en un círculo interminable en el tiempo, mi memoria me remontó nuevamente a aquellos años de mi infancia, a aquellos caminos recorridos de regreso en bicicleta en esas noches oscuras, llenas de estrellas, luna y silencio, en la que avanzábamos a través de un decorado de árboles con aroma a eucaliptos, con representaciones de esculturas mudas y de focos de alumbrado que aparecían por doquier como luces fantasmagóricas.
Y entonces no aguanté más, parsimoniosamente tomé una copa del armario, apoyé esa foto de los tres sobre aquella misma mesa en que cenábamos en silencio, abrí una botella de champaña en esta noche estrellada de Buenos Aires, me remonté atrás hacia aquel tiempo y solo, mirando la foto y alzando la copa brindé por mis queridos padres.
Y luego, lentamente, seguí tomando copas hasta agotar la botella, porque quería de alguna forma apaciguar esas añoranzas y apagar ese fuego de nostalgias que sentía en mi alma. Luego, borracho y rodeado de recuerdos, sentía nuevamente a mi lado la presencia de mis padres, envueltos en una suave brisa con olor a eucaliptos que provenía de ese hermoso parque, que con tanto cariño me había cobijado en mi niñez.
Esa sería mi última noche en esa casa, Al morir mi padre ya nada quedaba allí, sólo permanecían los recuerdos y la soledad. Al día siguiente, por la mañana, entregaría a un gestor un poder para su venta antes de ir al Aeropuerto de Ezeiza, para retornar nuevamente a España con mi familia.

Aliver