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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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El davidensis


«Revise nuevamente», le rogué a la doctora Deyanira y ella, muy servicial, volvió a analizar la pizca de mojón ratificando el diagnóstico abracadabrante... La cagalera que está matando a mi David no es producida por uno de esos bichos del montón retrecheros y archiconocidos que atacan, joden y dejan de joder al cabo de tres días, si se les combate como es debido, sino por un microbio cuyos detalles, fisonomía, señales particulares, gustos y signo zodiacal no figuran en el libro gordo del ministerio de desprotección y, por no figurar, su tratamiento no lo cobija el plan obligatorio de salud, lo que en buen cristiano significa... «Si quiere que intentemos curarle la churria a su bebé, tendrá que efectuar un pago adicional de cien mil patacones».

«No tengo ni en qué caerme muerta», le dije a la doctora y la doctora, entre disculpas y lamentos, me puso de patitas en la calle guardándose para sí la ***** de David y recomendándome que le embutiera a las malas diez botellas de suero.
   
Le embutí el suero y otros remedios caseros, ajo machacado, ají pajarito, plomo, azufre, aguardiente, yodo, cáscaras de huevo y legañas de murciélago albino pero no hubo caso. Don microbio de marras se salió con la suya.

El mes pasado, un año después del chasco que me dejó huérfana de hijo, la doctora Deyanira me telefoneó para darme la buena nueva. El microbio desconocido ya no lo era. Había sido aislado, neutralizado, fotografiado e incluido en el libro gordo de Alemania con un mote larguísimo que incluye la palabra davidensis.

Para celebrar el magno acontecimiento, hicieron un congreso en Berlín al que fuimos invitadas la doctora y yo con el objeto de ser inoculadas, exaltadas y condecoradas. Yo, por falta de petaca, traje de organdí, zapatos de charol, visa y pasaporte no pude ir, pero asistió en mi nombre, con orgullo patrio, nuestro peripuesto y distinguido ministro de desprotección.

Enhorabuena. Yo sólo espero que el davidensis, un siglo de estos, figure también en nuestro libro gordo.

S. Gaona
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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"17:26"


Despertó sobresaltado y se incorporó, casi de un salto, sobre las sábanas revueltas. Al hacerlo, rozó sin verla la suave mano extendida a su lado y, durante un breve instante de hondo pánico, no supo a quién pertenecía. No sólo eso, no tuvo la menor idea sobre quién era él mismo o dónde se hallaba... ocupando el lugar de esa idea, un torbellino daba vueltas incesantes en su cabeza, como si acabara de aterrizar de algún loco viaje. Le ocurría de vez en cuando, y reconocer esa confusión extrañamente le calmó. Miró a través de la ventana. Por alguna rendija de la persiana bajada se colaba una fina lámina de sol ardiente. Las 17:25... Se prometió una vez más que nunca volvería a dormir la siesta. La forma en que el desasosiego lo perseguía después, muchas veces hasta entrada la noche, era motivo suficiente... pero había motivos más fuertes -se dijo sonriendo y aún algo mareado- que sólo aparecían en el momento mismo de hacer las cosas, y entonces se esfumaban todos los demás.
Se inclinó de nuevo y cerró los ojos un momento... sólo un momento...

I

El viento empezó a soplar. Le despertó la arena que se pegaba a las heridas de su cara, mordisqueando salvajemente sus bordes abiertos. Eso pensó al principio, entre la espesa bruma que cubría su consciencia, y que sólo parecía atravesar el dolor. Poco a poco la bruma se fue disipando y comprendió la razón que lo había despertado: el silencio. Un silencio cruel. Terrible. Lleno de ecos que encogían todo el interior de una persona hasta reducirlo a una masa comprimida y dolorosa, a punto de estallar de terror, de incredulidad ante lo que tenía delante. Y el hecho de no comprender, como había experimentado hacía muy poco, no era en nada lo menos angustioso de toda esta barbarie.
Nunca pensó que una mano humana fuera capaz de provocar semejante dolor. Ya no era un niño pero, de repente, sintió que no conocía absolutamente nada del mundo, y que aquel que llamaba mundo hasta ahora no era sino una ilusión muy frágil a punto de estallar en infinitos pedazos irrecuperables.
Trató de cubrirse la cabeza con las manos, adivinando que de nada le serviría resistirse. Llegó a pensar que era mejor que terminaran cuanto antes, no seguir contemplando tantos horrores, sumados al suyo propio. Sin embargo, no pudo reprimir algún lamento porque ellos siguieron y siguieron, cuando ya le parecía imposible seguir sintiendo algo. Siguieron hasta que alguien, tratando de apartarle el brazo de su cara, descubrió el tatuaje en su muñeca. Al principio no entendió. Se había olvidado de él por completo, pues a cada golpe de la paliza brutal había olvidado un poco más quién era. En medio de la confusión y los gritos de sorpresa los golpes continuaron durante un rato... después, abruptamente, se detuvieron. Se trasladaron por último, ferozmente, a la espalda de algún otro desgraciado verdugo transformado en culpable de última hora, y más tarde gritos y golpes terminaron por alejarse en medio de una nube de polvo y el sonido de los jeep remontando las dunas.
Sintió su estómago revolverse ante todo lo que había ignorado hasta entonces, protegido por los muros de su palacio y el amor incondicional a la figura de su padre. Del sayyid.
Se acordó entonces de Imbarek, de su perpetua sonrisa cada vez que acudía a su tienda para comprar el delicioso té. Y de Nino, el italiano a quien apenas entendía en su mal chapurreado árabe, a cuyo puesto se había acercado a escondidas para obsequiar con flores a alguna conquista. Se acordó de sus rostros reflejándose en un charco de sangre brillante en medio de la plaza, cuando las bombas empezaron a caer. Y le invadió la rabia. Nunca había sentido tanto miedo. Ni tanta indignación. Tanta, que parecía ocupar todo el torrente de su cuerpo, expulsando la sangre que había corrido por él hasta entonces... también la sangre del traidor, del monstruo asesino, ahora sabía que lo era... de su padre. Se incorporó, viendo pasar a la gente que huía, a los niños que gritaban solos y descalzos, a las mujeres acarreando bultos y a los hombres mirando a su alrededor con odio y temor. Se levantó y echó a andar hacia la plaza, contra la marea de gente que caminaba en sentido contrario. Echó a andar hacia la plaza a resistir con los demás. Con los que sabía que aún quedaban, gritando lo que era justo. Miró el reloj. Las 17:26. Y pensó que no había momento con más fuerza que el presente, fuese cual fuese.

II

La tapa cayó de golpe con un ruido atronador. Despertó como si miles de pequeños martilletes golpearan su pecho, tantos que se disputaban una pequeña porción de su cuerpo pálido y delgado, cayendo unos sobre otros en una loca sinfonía. Por otra noche más, ya ni llevaba la cuenta, no había tocado su cama... de nuevo se había quedado dormido allí, presa del agotamiento, hasta entrada la tarde.
Se sentía profundamente cansado, pero también nervioso, descontento... sabía lo que eso significaba. Levantó la tapa con un gesto arrogante, como si desafiara a un enemigo. Empezó el ritual mil veces repetido. Podía hacerlo sin mirar, a pesar de la dificultad enorme de la pieza. Atacó el Rachmaninoff para piano con precisión, sus movimientos eran ágiles, admirables, técnicamente perfectos. Se movió veloz, provocador, escondiendo y enseñando a voluntad su descomunal talento. Después la concentración se transformó en una ira terrible, que amenazaba con arrasarlo. La interpretación cobró un ritmo vertiginoso, y una vehemencia terrible exigió al piano todo lo que tenía. Se hizo más y más veloz, más y más intensa y, aunque hubiese maravillado a cualquiera con aquella escena magistral, jamás conseguía disfrutar de ella...
La tormenta empezó a amainar. El tiempo se escurría entre sus dedos de forma suave y pausada, sin rastro de la violencia de hacía un momento; iban y venían caprichosamente como los últimos rastros de viento, de lluvia, de un tremendo huracán... Sentía su cuerpo entero deslizarse sobre la música como sobre una superficie pulida, perfecta, sin posibilidad ni deseo alguno de detenerse. Todo tenía música en su vida: la alegría, la angustia, el temor... incluso los silencios eran parte de la música, un interludio que unía unas piezas con otras, como puertas abriéndose ante una mirada expectante.
Las teclas aún parecían temblar, encogerse bajo sus dedos pero, como víctimas de un amor enfermizo, volvían a anhelar sus caricias al cabo de un momento, al precio que fuera...Después de todo, sólo él sabía tocarlas así.  Quería convencerse de que era distinto a Él. Quería convencerse de que era igual a Él. Las dos verdades le condenaban. Las dos mentiras le delataban. No era como Él cuando deseaba serlo, cuando lo necesitaba... y sin embargo, cuando odiaba que así fuera, no podía dejar de serlo. No ya Su presencia, Su sola existencia le volvía loco. Sólo su talento estaba libre de aquella contaminación terrible, se repetía. Era un don extraño que nadie supo explicar nunca de dónde venía; no había plan ni razón para que existiera, pero allí estaba, maravilloso y exótico, inexplicable. Lo único en su vida que no dependía de Él, que Él no se atrevía a tocar, manipular o dominar. Lo único que conseguía alejarlo de Él... Sin embargo, cuando Él lo miraba (porque cuando todavía era un niño lo había mirado, a una distancia teñida de cierta superstición)... cuando Él lo admiraba (y esto lo seguía haciendo aún a veces, podía sentirlo aunque Se ocultara tras la puerta del enorme salón)... nunca su corazón latía tan deprisa como entonces, ni experimentaba tanto miedo y emoción juntos (tan juntos que parecían pugnar por el espacio de su corazón, privándole del aire), porque Su admiración era como una droga para él, una droga triste y malvada, pero también magnífica y poderosa, y él la anhelaba sin remedio. Y esta muda admiración Suya aparecía solamente cuando la música sacaba de él ese terrible rastro de violencia, cuando asomaba en él aquel único parecido que Su Padre veía consigo mismo. Y era la conciencia de esa semejanza efímera la que le impedía disfrutar de lo que más amaba en la vida. De lo único que amaba en la vida, en realidad.
Oyó los pasos de Él que se alejaban tras la puerta. Las suaves notas de su hijo al piano, olvidada ya su furiosa intensidad, no le decían absolutamente nada. Eran las 17:26, y había una rebelión a las puertas que sofocar. Le dejó inmerso en un mundo que, pese a estar dentro de sus dominios como todo en aquella tierra, jamás podría pisar.

III

  Si el infinito se podía tocar allí estaba, al alcance de su mano. Cuando el último rastro humano se perdió no sintió emoción alguna; su análisis desapasionado sólo arrojaba una verdad sobre aquello: él siempre iba un paso más allá. Donde todos, o muchos, se detenían él no vacilaba siquiera... ¿a qué otro lugar podía ir, salvo adelante? No tenía prisa, nunca la tenía. Todo le estaba esperando siempre cuando llegaba. Y en cualquier caso el tiempo no siempre pasaba igual, eso lo había aprendido también hacía mucho. El tiempo caminaba muchas veces en paralelo con el miedo, y él no tenía miedo alguno. En su mochila sólo había sitio para las cosas que le permitían ir más allá, el presente era su único tiempo y lo estiraba tanto como el placer que le produjera una imagen, un reto, una experiencia... y el pasado sólo cabía en la medida en que esa sabiduría le permitía avanzar. El futuro era un regalo que le daba la bienvenida cuando el sol le despertaba cada día, en un lugar diferente del mundo.
Aún así en todas partes del planeta el tiempo imponía su propio ritmo, aún en la más recóndita naturaleza existían las sombras que definían el momento del día, y un horizonte por donde el sol salía y desaparecía sin remisión... en todas salvo allí. Y era aquel nuevo desafío el que le fascinaba. Desprenderse incluso de las referencias de espacio, de tiempo, y diseñar las suyas con entera libertad. Y esto era así gracias a la magia de aquel punto que en los mapas aparecía en el extremo sur de la Tierra, como si esa enorme masa de hielo desafiara a la gravedad, siempre a punto de desprenderse del globo terráqueo y caer sobre el pupitre que lo sostenía. Si bien la gravedad, pese a todo, funcionaba allí tan perfectamente como en cualquier otro punto, había muchas cosas que no lo hacían del mismo modo. Pensó en ello largo rato el día anterior, cuando el cielo era oscuro y delicioso, y la aparición de la aurora austral lo había teñido de colores de ciencia ficción, mientras contempló aquel espectáculo majestuoso, que parecía diseñado para unos ojos tan exigentes, tan anhelantes de belleza como los suyos... porque ya había visto bastante fealdad, porque había visto lo peor de un ser humano, si así podía llamarle a él... pero no quería pensar en ello. Para eso estaba aquí. Para eso estaba siempre en algún lugar remoto, lejos de casa. De la casa de su padre, puntualizó. Él hacía mucho que dejó de necesitar casa alguna.
Quizá otro en su lugar se habría sentido pequeño bajo aquel cielo, en aquella inmensidad, pero él llevaba el orgullo dentro y jamás le consintieron la tentación de sentirse pequeño, insignificante, pues era un elegido como ellos antes que él... pero tampoco en eso quería pensar. Él trazaría su propio camino, tal y como se prometió al cerrar la puerta, sabiendo que no volvería. Y por él caminaría, esta vez en medio de ese desierto blanco tan diferente al suyo. Ese desierto sin sombras, donde los espejismos que relucían en el hielo formaban mundos imaginarios, tal vez sin suelo en el que pisar. Comenzó a subir lentamente  el Vinson helado, en medio de un silencio sepulcral, que no rompía ni una brizna de viento.  Ascendía una monstruosa pared que relucía como un cristal, y toda ella resultaba un enorme espejo de sí mismo, lleno de preguntas que esperaban la llegada a la cima para mirar al otro lado, en busca de las respuestas. ¿Podrían los seres humanos desprenderse de los límites del espacio y del tiempo sin volverse locos? Eran las 17:26 y no tenía la menor idea de ello, pero tampoco le hubiera importado lo más mínimo.

IV

... Sintió un vértigo que le hizo abrir los ojos, alarmado. Pensó que había dormido de nuevo un largo rato, pero el rayo de sol seguía entrando en la misma posición por la rendija. Miró el reloj y comprobó sorprendido que sólo había pasado un minuto desde que antes despertara, eran las 17:26. Tenía un pensamiento en su cabeza que luchaba por salir, y que no terminaba de dibujarse. Al final, se escuchó pronunciarlo en voz alta, sintiendo la profunda certeza de cada palabra: "De algún modo, vivimos a cada instante todo lo que pudimos haber sido, a la par de lo que hemos llegado a ser".

SIL
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


Que tenga una vida mejor...


Una mujer camina entre la penumbra ocultando una cesta algo bajo el rebozo. Se detiene frente a una ostentosa casa;  observa entre las rejas juguetes esparcidos en el jardín, hace un mohín y prosigue. Al cruzar la avenida, se detiene en otra casa majestuosa. Sollozando, junto a la reja deposita la canasta. Toca el timbre y se retira a la acera de enfrente. Fingiendo distracción, observa al sirviente viniendo por el enorme jardín. Al hombre lo acompañan dos mastines, como custodiando sus pasos. Desde el interior de la reja, el empleado mira a ambos lados, al no descubrir a nadie decide marcharse, pero en último momento mira hacia abajo y descubre la cesta. Sorprendido al ver lo que contiene, la toma y regresa al interior de la mansión. La mujer, en la acera de enfrente, se aleja llorando en silencio, da vuelta en la primera esquina. No mira al hombre luchar con el instinto de los canes, motivado por un olor a carne fresca, ni que las palabras de reprimenda del sirviente poco a poco son gritos de angustia y una lucha se desate entre las bestias y el hombre, hasta que los animales lo obligan a soltar la cesta, de la cual sale un bultito de algodones y encajes rodando por el pasto. Los gritos de terror del sirviente se confunden con el gruñido de los mastines al arrebatarse uno a otro la presa.

Aleticia
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


DISQUISICIONES TABERNARIAS


No hay nada como disfrutar de un vaso de vino ante la exclusiva audiencia de nuestros fantasmas. Un momento único, ralentizado por la mística de una ceremonia íntima que vierte el preciado contenido de aquel grial de saldo en el odre del desengaño, curtido pellejo que forra los huesos, hasta bautizarnos las entrañas con un milagroso torrente de vida. Quizá sea un acto efímero, de naturaleza volátil y registro olvidadizo, pero es nuestro.

Y tal lapso temporal, ese escaso botín que despistadamente le afanamos al viejo Cronos, sólo puede ejecutarse en un patíbulo concreto. Un imperecedero y atemporal recinto donde los hombres ahogan sus penas con la gruesa soga facilitada por Baco. Cúmulo de almas y soledades, de silencios y carcajadas vacías, de seres errantes que se buscan entre sí para engarzarse por unas horas en el collar de la compañía, donde cada eslabón es una mano viuda tendida al prójimo. Es la esencia de la taberna. Hermosa y sonora palabra cuyas letras se clavan con fuerza en la carne de sus parroquianos como afilados esputos lanzados por el espectro del vino.

En este templo donde los fieles rezan diferentes credos, imponiéndose su penitencia a base de continuas oraciones que se diluyen en el olvido tras su paso por la tráquea, analizo tan anárquica concurrencia quien, alborozada por la sangre de la vid, regurgita sus logros y miedos como si expulsara del cuerpo un lastre que les atenaza el espíritu. 

Desconozco si es curiosidad o temor innato a un posible mañana, pero doy fe de que la primera imagen que busco al mirar de soslayo entre los congregados es la de aquellos seres de mirada perdida, ebrios de soledad y fracaso, que se aferran con fuerza a una copa que ejerce simultáneamente de cáliz y jaula de sus fantasías. Arquetipos de etílicos perdedores sumergidos perennemente en el formol del ostracismo, donde cada gota es una lágrima por una ilusión desterrada. Contemplo indiscreto sus pupilas dilatadas, quizá intentando encontrar en ellas el reflejo de mi silueta, como si temiera descubrir en aquel espejo un William Wilson particular que me arrastrara sonriente a su oscuro reino tabernario. Ellos no se inmutan. Continúan inmóviles, posando indiferentes para aquel bodegón, convertidos en naturaleza muerta desde el aciago día en que esquilmaron las existencias del licor de la esperanza.

Junto a ellos, dándoles la espalda a su suerte, siempre abreva un grupo de almas que empapan las vísceras brindando a la salud de los presentes, dedicándose halagos y parabienes, en esos engañosos instantes de exaltación donde el idealizado concepto de los demás no perdura más allá de lo que tarda el organismo en metabolizar el bebedizo consumido. Ocasión esta en la que la lengua suele aventurarse por derroteros diferentes a los que hasta ese momento le marca el cerebro a ritmo de coherencia, adentrándose su propietario por un resbaladizo sendero cuyo final es una inconmensurable incógnita. Hablan, ríen, cantan, a veces lloran, pero sobre todo olvidan durante un rato lo que se esconde detrás de aquella puerta, de aquel muro de contención de la realidad compuesto por macizos bloques de cinismo y desesperanza unidos por la espesa argamasa de la necesidad. Desconocen la esencia de tan mágico emplazamiento, ni siquiera la buscan, tan sólo se beben las horas en una escandalosa liturgia plagada de ritos vacíos y pueriles símbolos incapaces de esconder ningún arcano.

En esta vigilia en pos de la verdad surge a veces, al otro lado de la trinchera, un observador minucioso que disecciona sin piedad el aura de sus clientes solventando mis lagunas gracias a reveladoras confesiones. Un inquietante aliado cuya espontánea asesoría discurre siempre sobre la delgada línea que separa la prudencia del exceso de confianza. Sus labios escupen certeros dardos a modo de sentencias, constituyendo tales frases lapidarias una extensa jurisprudencia generada tras años de ejercicio en el estrado de la vida, despachando interrumpidamente sabrosas pócimas para el olvido, esas que se saborean con calma en noches de recuerdos. Ejerce con tino una doble función como es la de gestor de aquellas tierras, administrando su preciado manantial con la austeridad del monje y la rentabilidad del pícaro, y a la vez resignado confesor condenado eternamente a aligerar a su clientela de todos aquellos demonios que poco a poco le van erosionando el ánimo.

Tras un largo trago me sumerjo en el sosiego, tranquilo estanque cuyas aguas envuelven mis cavilaciones, empapándome de silencio y de suaves corrientes de soledad buscada. Y me dejo llevar. Buceo entre recuerdos, anhelos y ensoñaciones que lastran mi suerte hasta depositarla en el fondo, como rastro de naufragio. Sin embargo, el regodeo autodestructivo se desvanece entre los dedos al contemplar abstraído a una solitaria fémina que desvirga la monotonía de género hollando con sus tacones las ajadas baldosas de nuestro reino.

Tan bella y enigmática hembra refresca el viciado ambiente gracias al perfume de su esencia. Camina firme, decidida, inmune a las lascivas miradas con que la obsequian sus sorprendidos anfitriones y sin que el grácil y sensual contoneo de sus piernas le reste un ápice de seguridad.  Encuentra su propia Ávalon al final de la barra, en el extremo opuesto donde un servidor presenta su vaso ante el dispensador de elixires. Gesto que ella emula minutos después, contemplando absorta durante unos instantes el encarnado néctar de su copa para acto seguido sellar con el lacre de los labios la urna donde se almacenan todos sus secretos. Nadie se le acerca. Aquella aleación de fachada, misterio y dominio de la situación constituye un metal imposible de forjar por los herreros de esta decadente fragua, incluso para mí. Conclusión que rubrico tras el primer cruce de miradas cuando, al intentar desentrañar los arcanos de su alma, topo con dos impactantes cancerberos que desintegran mis pesquisas con una fulminante ráfaga de castigo, hecho que me obliga a bajar la vista abochornado por tan aplastante derrota. Abortado el pensamiento antes siquiera de convertirse en ilusión, sólo queda disolverlo en el vino y agitar ligeramente la copa hasta que el bouquet del fracaso penetre por mis sentidos como una suave brisa de oportunidades perdidas.

Es entonces cuando vuelvo a la realidad y me doy cuenta de lo que soy. Un melancólico juntaletras que plasma por escrito las disquisiciones tabernarias con las que analiza emocionalmente a los parroquianos de su entorno. Privilegiado vecino de una ciudad llamada Santander, con el corazón en el mar y el alma en la montaña, en la que abundan los escenarios  donde glosar mis impresiones. La solera de Bodegas Mazón, el casticismo de Casa Goria y el Cantabria o el entrañable toque marino del Machichaco, donde atracan aún viejos marineros para beberse sus sueños donde mueren las olas. Mágicos lugares que ejercen de musa para inspirarme a contar los pensamientos de una realidad, que obviamente no es la única ni categórica, pero que es la mía al fin y al cabo.

DARDO
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Azul celeste


Lorena no conocía esa zona de la ciudad pero confiaba en el sentido de orientación de su amiga para llegar a salvo a la casa donde las esperaban. En más de una ocasión pensó que sería buena idea pedir informes sobre la calle Pirineos, a lo que Norma se negaba manejando apacible y confiada. Cuando llegaron al número doscientos nueve todo estaba en calma, parecía que no había nadie salvo por la fila de autos estacionados de ese lado de la acera.
Norma partiría a Brasil dos días después, aquella era una de sus tantas fiestas de despedida, organizada por los compañeros del grupo de pintura. Lorena se impresionó, tanto por la popularidad de su amiga, que saludaba de besos en ambas mejillas a la cantidad de gente ahí reunida, como por la variedad de personajes estrafalarios con que se topaban. No era su ambiente, pero ante el carácter jovial de Norma no pudo negarse a acompañarla.
Esa casa enorme, de paredes blancas y sorprendente pulcritud, estaba adornada por cuadros que a Lorena le fue imposible identificar, quizá por su escaso conocimiento de pintura y artes plásticas. Consolaba la soledad que le producía no socializar con los demás invitados, fumando uno tras otro los cigarros que llevó por si la ocasión lo ameritaba. No tenía gran cosa de qué hablar con nadie y tampoco se inmutó cuando una mano femenina buscaba el interior del muslo de la chica sentada frente a ella. Norma se paseaba sonriente con una copa en la mano, celebrada por los invitados como si le dieran el adiós a una diva, y Lorena se arrepentía de no haber rechazado la invitación a la fiesta, al fin que el mundo del arte no era lo suyo.
Cuando sacó el último cigarro de la cajetilla, una botella de vodka cayó al suelo por descuido de una mujer con el cabello pintado de rosa que tropezó frente a Lorena. Con el miedo de cortarse la piel de los pies que asomaba por sus sandalias, salió de la sala y caminó por la orilla de la piscina. ¿Cuántas habitaciones tendrá esa casa? ¿A partir de qué tamaño puede considerarse mansión? En el patio no se escuchaba la música pero tampoco había silencio, en el aire vagaba un rumor de bullicio lejano.
El cigarro se terminó. ¿Qué más daba aventar la colilla a la piscina si al día siguiente habría alguien para limpiarla? Antes de entrar de nuevo a la sala, por el rabillo del ojo, Lorena vio dos siluetas que se movían en dirección a una habitación aislada, del otro lado del patio. Caminó, segura de que nadie saldría de la fiesta porque todos parecían de lo más divertidos, en especial Norma, que empezaba a cantar tomando una botella de cerveza por micrófono.
La puerta de la habitación quedó entreabierta, por dentro la luz apagada y unos cuantos ruidos acompasados interrumpían el silencio. Detrás de un mueble que supuso librero, no podía ser vista. Primero escuchó golpes secos, pensó en salir pero la curiosidad la tentaba a quedarse un momento más.  Cuando se encendió una luz tenue que irradiaba una lámpara de buró, desde el fondo de la habitación, se fijó mejor en la distribución del cuarto y la prudente distancia que la separaba del sofá viejo que servía como lecho. Los gemidos empezaron uno después de otro, cada vez más frecuentes, ese era el sonido del placer. Lorena pudo ver la espalda de un hombre moreno, escuchaba sus preguntas hacia la mujer, que con voz ahogada le suplicaba que siguiera. Fiel espectadora, miró cómo él hundía el rostro en los pechos de ella en un juego de brazos y piernas, y cómo bajaba desde el cuello hasta el vientre y luego se posaba en los muslos. El hombre arrancó más gemidos cuando movía acompasadamente su rostro entre unas largas piernas, buscando refugio en el sexo de ella. En un descuido de la mujer, la lámpara cayó al suelo y se apagó. Aún así, Lorena no se movió, no podía ver pero se consolaba con escuchar y trataba de imaginarse el curso del juego sexual. Cuando se apagaron los gemidos y palabras de la pareja y sólo quedó la respiración agitada, Lorena regresó a la sala.
Norma cantaba con una mujer y un maricón. Habían cambiado la botella de cerveza por un micrófono de verdad. El rostro de Lorena estaba rojo y sentía un palpitar muy fuerte en su pecho, como si ella hubiese estado acostada en el lugar de la mujer. En un baño del piso de arriba se mojó la cara. No había toallas ni papel con qué secarse el rostro, pero vio colgada una camisa azul de hombre. Le gustó la sensación del algodón sobre sus mejillas, entre la nariz dejando el olor dulce del sudor de alguien, luego en su cuello y por último despacio sobre sus pechos, por debajo del brasier. Volvió a olerla cuando alguien abrió la puerta de repente.
El hombre que apareció era el que las recibió en la entrada. Tenía un aroma penetrante a alcohol. Se disculpó al momento, con intención de salir, sostenido del marco de la puerta y tratando de articular correctamente sus palabras, pero estaba bastante borracho. Lorena lo jaló hacía sí, luego cerró con una mano la puerta y en la otra sostenía aún la camisa azul. Sus movimientos fueron rápidos, se desabotonó la blusa, luego el brasier y se quitó el pantalón, sólo quedó con la pantaleta blanca.
Sin palabras, invitó al hombre a que se sirviera del banquete carnal que tenía delante, total que la fiesta de abajo no le interesaba mucho. Mientras él pasaba una mano sobre los pezones erguidos de Lorena y con la otra trataba de zafar su única prenda de encaje, ella recreaba en su mente a la pareja que había visto en la habitación del patio. Quería volver la vista atrás, reproducir cada gemido y palabra que ellos pronunciaron y, con sus propias exclamaciones, sentir que era su invitada al festín de piernas y brazos a media luz. Estaba a punto de llegar al clímax que le ofrecía el recuerdo cuando el desconocido volvió a repetir su disculpa, sosteniéndose del marco de la puerta. Ella mantenía con ambas manos la camisa azul, llevaba la misma ropa de todo el día y salió del baño para dejar que el hombre vomitara a gusto, al fin que ya se había mojado el rostro y lo sentía aún fresco.

Tie Soeliot
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento



Este libro es una *****

El escritor de éxito estaba firmando ejemplares a destajo en la sección de novela de los grandes almacenes.
Sonrisa arrebatadora con suaves maneras de relaciones públicas, estrechaba manos, daba algún que otro consejo, besaba en las mejillas a esporádicas mujeres, presas de la emoción, uy que vergüenza, parece usted más joven que en las fotos, jovencitas impresionables, gusto en conocerle ¿de dónde saca usted esas historias?, y adolescentes confusas de mejillas coloradas, el libro no es para mí, es para mi prima. Daba palmadas de camaradería a hombres de gesto embarazado y ejecutivos de corbata floja, me encantó su última novela, don Rafael, la he leído de un tirón. ¿Tiene algún consejo para alguien que empieza a escribir?
Por supuesto – contestaba él, acudiendo a una vieja fórmula- que persevere, que escriba todos los días, la literatura es transpiración antes que inspiración... y sonreía con aplomo e iba consumiendo los minutos de la tarde.
   Francisco Carpincho, poeta maldito y tocapelotas de vocación vio al escritor mientras perejileaba entre los estantes de narrativa hispanoamericana y sintió que era el momento de realizar una acción justiciera.
   Tomó del expositor de libros el último bombazo del escritor, número uno en ventas durante cinco meses y se puso en la cola. Cuando le llegó el turno aplastó el libro contra la mesa y miró al escritor muy fijamente.
   -Buenas tardes. ¿Me lo dedica?
   -Por supuesto, ¿qué quiere usted que le ponga?
   -Para Francisco Carpincho, con mucho afecto y convencido de que mi libro es una *****.
   -¿Cómo dice?
   -Que me ponga este libro, y todos los que he escrito hasta hoy, son una ***** y luego firme.
   -Caballero, no tengo la intención de poner eso ni nada parecido en uno de mis libros.
   -Hágalo. Se sentirá mucho mejor.
   -Yo ya me siento bastante bien. Oiga, haga el favor...
   -Pero si se lo estoy haciendo. Le he visto firmando en ésta mesa de la fama, disfrutando del orgasmo comercial y me he acordado de todas sus novelas y he pensado que podría llegar a ser un buen escritor... si se lo propusiera, claro. Tan solo debe dejar de adaptarse al público, intentar asumir riesgos, esforzarse y escribir con el corazón y de verdad.
   -Yo ya escribo con el corazón, caballero.
   -Con el corazón en el culo, perdóneme. Usted escribe para vender, no se engañe. Pero no escribe bien y lo sabe. Venga, ponga este libro es una ***** y verá como se siente mejor.
   -Me niego. Deje de decir tonterías.
   -No se resista, hombre. ¿Qué es el éxito en literatura? El arte de contarle a la gente lo que quiere escuchar del modo en que desean oírlo y sin que se den cuenta.
   -Absurdo.
   -¿Eso cree? Ese es el secreto de su éxito de ventas. 
   -Yo soy un profesional. No tengo porqué...
   -Vamos, vamos, reconozca que su prosa es vulgar, que sus historias son las de siempre, sus personajes tópicos y sus argumentos oportunistas, como sacados de un estudio de marketing de la editorial. Un veinte por ciento de sexo, un treinta por ciento de acción, un cuarenta por ciento de intriga, un quince por ciento de exotismo... ¿Son esos los porcentajes? Algo de novela histórica, algo de misterio, algo de misticismo... Escribe únicamente lo que el público desea leer, ese es su mérito. Es de lectura fácil y amena, pero, por eso mismo, sus novelas suenan siempre a refritos. Reconozco que incluso escribir un best-seller es difícil y a usted se le da muy bien, pero estamos hablando de Literatura con mayúsculas y yo creo que si usted se pusiera a escribir de verdad, a escribir con verdad, podría lograr...
   -Oiga, no le permito...
   -No, óigame usted a mí. Escriba eso que le he dicho, escríbame en la dedicatoria que su libro es una ***** y verá como se siente mejor.
   -No escribiré semejante cosa, ni en éste libro ni en ninguna parte, especie de tarado mugriento. Haga el favor...
   En un instante, los guardias de seguridad y varios dependientes de los grandes almacenes, apartaron a Carpincho de la mesa y lo acompañaron a la salida arrastrándole por debajo de los sobacos.
   Mientras le llevaban fuera, el poeta señaló con un dedo pillín y sonrió al escritor.
   Este se secó la frente y no tardó en componer una sonrisa falsa para encarar la recta final de la promoción. Siguió firmando ejemplares y recibiendo elogios toda la tarde.
   
   Minutos antes del cierre, cuando los últimos lectores se dirigían hacia las puertas de salida con sus ejemplares dedicados bajo el brazo, el escritor llamó a uno de los relaciones públicas de los grandes almacenes.
   -Ha sido una tarde de lo más provechosa.
   -Es cierto. Se han vendido muchos libros, no se quejará usted, don Rafael.
-Desde luego que no. Mi editor estará contento. ¿Podría hacerme un favor?
-Por supuesto.
-¿Quiere traerme uno de mis libros? Yo se lo pago.
-No por dios, don Rafael. Faltaría más. ¿Su última novela?
-Si.
-Aquí la tiene.
   El escritor de éxito sujetó el libro con ambas manos y lo observó en silencio. Tenía un aspecto magnífico: tapa dura, letras doradas Algerian, sobrecubierta en géltex... Una silueta de mujer desnuda sobre un fondo de llamaradas...
   Miró el ejemplar con fijeza, en silencio, durante unos segundos.
   Los empleados de los grandes almacenes ya recogían el stand y los carteles de promoción.
   En ese instante, como impulsado por un deseo reprimido, el escritor sacó la pluma, abrió su libro por la primera página y escribió.
   Este libro es una *****.
   Y fue al fin, como si un peso enorme, un peso de décadas, hubiera dejado de aplastarle.

Basilio Beltrán
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Tirititrán

Después de clase El Quisquilla espera escondido tras la esquina. El Quisquilla era Jesús, era gitano, delgado como una estaca, y con pelo tan negro como el petróleo, un pelo que se expandía por facies y brazos. Su pelo solía estar rebozado en rocío, se mojaba a menudo la cabeza para refrescarse. Le había hablado a su primo Ramón de lo fácil que sería robar algo a la puerta del colegio privado San Dimas, estaban los dos esperando la oportunidad para hacerse con algo de mucho valor. Ese colegio era para chicos especialmente ricos, todos iban con chófer, todos venían de familias especialmente ricas.
Jesús miraba, nunca se había puesto a robarle a nadie cara a cara, lo suyo eran los coches. Además, no sabía muy bien qué podía ser de valor y qué no. Se cansó de esperar, el tumulto se iba disolviendo, no quedaban demasiados muchachos en la puerta principal. Jesús se volvió para decirle a Ramón que era ahora o nunca, pero Ramón ya no estaba ahí, se había esfumado, había desaparecido como el humo.
―¡Qué cabrón! ―Susurró.
Sin pensarlo más se lanzó a la carrera, chocó contra una chica y agarrándole el bolso con todas sus fuerzas, tiró de él. Tenía que correr, no había pasado desapercibido. La chica gritaba y le insultaba a distancia, dos tipos le perseguían, él corría más que ellos. Miró atrás, aunque les estaba sacando distancia si le seguían persiguiendo no sabía qué podía hacer. Si Ramón no fuese tan cobarde... Miró una vez más hacia atrás, chocó y cayó al suelo. Había chocado con una chica, habían caído los dos al suelo. Se quedó paralizado, le temblaban las manos, ella le miraba a él a los ojos oscuros, él no podía desprenderse de su mirada, le seguían temblando las manos.
―Perdón. ―Le dijo a ella. Se incorporó y le dio la mano para ayudarle a que se pudiera levantar. El bolso había caído lejos.
Ella le tomó la mano oscura, casi gris, se estaba incorporando cuando uno de los chicos que perseguían a Jesús, le pegó con una tabla en toda la espalda, él volvió a caer encima de ella.
―¡Álvaro! ―Le gritó ella. ―¿Qué haces?
―¿Que qué hago? ¡Menudo hijo de ****! Apártate de él.
―Déjale. ― El Quisquilla se retorcía de dolor.
―¡Apártate! Este gitano de ***** va a aprender con quien no tiene que meterse.
Ella se puso delante de Álvaro con toda la firmeza y con voz autoritaria le dijo:
―He dicho que le dejes en paz.
Álvaro tiró la tabla de madera y acercándose al gitano le agarró de la solapa de la sucia camisa blanca y le habló al oído:
―Como se te ocurra acercarte por aquí te mato.
Álvaro se dio la vuelta, tomó el bolso de su amiga y se marchó.
Después de algún minuto sin saber qué decir, El Quisquilla se levantó del suelo.
―Me ha partío en dos. Ah..., ¡qué hijo de... Gracias por... ya sabes. ― El Quisquilla se disponía a marcharse ya.
―Para ser gitano eres un poco callado, ¿no? ―Se hizo el silencio hasta que ella se intentó disculpar. ―Bueno, no quería decirlo así. ¿Cómo te llamas?
―¿Yo? Jesús, aunque todos me llaman El Quisquilla. ―A ella le hizo gracia eso, se sonrió.
―¿Por qué?
―Porque de pequeño me gustaba Camarón, así que...
―¿Ahora no te gusta ya?
―¿Y tú cómo te llamas?
―Alicia, bueno, a mí me llaman todos Alice. ―A Jesús sí que le hizo gracia eso, se río abiertamente. ―¿Qué?, ¿qué pasa?
―Alice. ―Se quedó pensando tras pronunciar su nombre. ― No pasa nada, suena muy bien. ¿Y no es raro que un gitano hable con Alice?
―No lo sé, ¿a ti te parece raro?
―Mucho.
―La culpa la tienes tú.
Un coche paró entonces, no era un coche cualquiera, Alice entró en él, era un coche de altísima gama, Jesús se encendió un cigarro mientras veía alejarse al vehículo presidiendo la calle. Jesús se quedó allí, fumando, observando el rastro que había dejado
Alice, se quedó así manteniendo el recuerdo por un buen rato. Después decidió marchar al descampado donde solía pasar las horas muertas junto a su primo Ramón. Caminaba como hipnotizado, lo sabía y no le disgustaba. Sólo cuando estaba llegando trató de disimular su particular estado de ánimo para que no se le notara.
―¡Ey Quisquilla! ―Le llamó de lejos su primo. ―¿Conseguiste algo?
―Ya me lo he gastao.
Cuando se acercó comprobaron rápidamente Ramón y su hermano Miguel, que estaba con él, que Jesús tenía la camisa manchada de sangre, sobretodo la espalda.
―¿Pero qué te ha pasao desgraciao?
―Na, que me caí.
―Ya, te caíste, ¿a quién quieres engañar?
―Bueno, dejadme en paz. Si no hubieses salió corriendo no hubiese pasao na.
Jesús se tumbó en la tierra, miraba la carretera, veía cómo pasaban los coches, coches comunes, ordinarios, ninguno parecido al que se llevó a Alice. Iba anocheciendo débilmente, iba entrando cada vez un aire más fresco, más puro, más libre, por sus pulmones. Se acordó del último cigarro que se había fumado y se puso a fumar otro para atraer el recuerdo intangible pero que le hacía sentir que tenía un alma llena de queja.
Alice tenía examen al día siguiente, pero también tenía un corazón inflamado del sentimiento extraño, de modo que no pudo hacer más que comer rápido y tumbarse en su cama toda la tarde, no sabía en qué pensar, ni quería pensar en nada, pero sentía que lo que sentía le gustaba, le era bueno. Recordaba sus ojos negros, su pelo, y se recreaba en eso.
Ambos durmieron aquel día sin importarles que se pudiera filtrar el insomnio, pues soñar o no les parecía en aquel momento que era algo muy parejo. Jesús se despertó con el amanecer, con la música de los pajarillos, con una sonrisa en su cara. Se montó en la furgoneta roja y se puso a conducir en dirección al Colegio San Dimas. Quería verla, sólo verla, no pretendía nada más. Cuando llegó no había todavía nadie por allí, supuso que tal vez fuese demasiado temprano, así que decidió fumarse un cigarrillo para desayunar. Al poco empezó a llegar la gente, él miraba a cada una de las personas que iban saliendo de coches que hacían mal contraste con su vehículo. Estaba concentrado buscando a Alice. No daba con ella. Al poco oyó que alguien tocaba en la ventanilla, se dio la vuelta y la vio, era ella. Bajó el cristal con la manecilla.
―¿Qué haces? ―Le preguntó ella.
―Ya nada. Sube.
―¿Que suba? No puedo, tengo examen a primera hora.
―Da igual, sáltatelo, sube. ―Ella puso cara de estar pensándoselo, no dijo más palabras y subió al asiento de al lado. La furgoneta se puso en movimiento.
―¿A dónde vamos?
―A ninguna parte.
―Vale. ¿No tienes algo de música?
―Sí, en la guantera. ―Ella abrió la guantera, estaba llena de casetes, casi todas de Camarón.
―¿Por qué te gusta tanto?
―No lo sé. ―La forma de conducir de Jesús era un tanto temeraria.
―¿Hay que nacer así para que te guste el flamenco?
―¿Qué? Hay que sentirlo, poder cantarlo, respirarlo incluso, sentirlo vivo. No sé, no a todos los gitanos les gusta el flamenco, eh. Es el mayor recuerdo que tengo de mi padre, el único.
―¿Se murió?
―Sí.
―Lo siento.
―La droga.
―Ya.
―Yo nunca me voy a meter. Mi padre era bueno, pero..., eso le mató, y yo lo tuve que ver cuando era pequeño.
Jesús metió el coche por unos caminos, y al fin paró el coche. Abrió la puerta y salió, Alice le siguió.
―Mira, la primera vez que tuve que correr detrás de alguien acabé por aquí. ―Le decía mientras andaban por el campo. Después de un poco llegaron a una montañita de la que bajaba agua zigzagueando entre las rocas. ―Desde allí arriba se ve el mundo diferente.
Subieron, se quedaron recostados en una roca, cerca de la cima, durante horas, observando el bonito paisaje que se les ofrecía, entre vegetación, frescores hídricos y sensaciones inolvidables. Después de reposar durante un largo tiempo Jesús se decantó a hablar.
―¿Por qué? ¿Por qué has venido conmigo?
―¿Por qué? No lo sé. Ni tampoco lo quiero saber, no me interesa.
―Nunca he tenío una certeza, ahora la tengo. ―Jesús fue a remojarse la cara con el agua del río y al volver se sentó más próximo a Alice. De frente, cara a cara. ―Tú tiene algo diferente. Me estás volviendo loco.
―La culpa es tuya. ―Le dijo ella al oído y se besaron como nunca nadie ha sabido.
Volvieron al colegio justo para que Alice estuviera allí cuando fueran a recogerla. Se despidieron atípicamente. Él le dijo:
―Esto no tiene ningún futuro.
―Ya, bueno, da igual. ―Respondió ella, y se fue.
Pasaron un par de días sin verse. Tanto a Jesús como a Alice, sus respectivos les decían que estaban muy raros, algo sabían ellos de lo que les pasaba. El quisquilla ya no podía
más, ni comía ni apenas dormía, no sabía si quería estar con Alice o no, le producía unos estados tan fuertes e incontrolables, casi violentos, que no sabía si quería sentir o no. Sin embargo no pudo negarse a esa fuerza que le llevaba a actuar sin pensar apenas, ese tipo de impulsos..., demasiado para él como para dominarse. Uno de esos impulsos le llevó a situar una noche su vieja moto enfrente de la casa de ella, esperaba que saliese, y salió. Se la llevó un coche al que Jesús procuró perseguir discretamente. Se bajó a las puertas de un teatro, parecía que había quedado allí con unas amigas. Jesús no se bajó de la moto, avanzó con ella despacio y se situó entre ella y sus amigas, que estaban un tanto perplejas.
―Perdón, pero tengo que secuestrar a alguien. ―Jesús miró a Alice y se dirigió a ella. ―¿Tirititrán?
―Tirititrán. ― Alice se montó detrás mientras Jesús reía abiertamente y las amigas de ella no daban crédito.
―Tía, ¿qué haces? Es un gitano. ―Le dijo una con un poco de miedo, le temblaba la voz.
Jesús puso la moto en marcha, la noche, el aire de la noche, un poco negro, les entraba adentro.
―¿A dónde vamos? ―Gritó ella para que le escuchara, pero él no oía bien.
―¿Qué?
―¿Que si vamos a ninguna parte? ―Él se río.
―No, ya lo verás. ―Gritó él para que ella pudiera escuchar. El viento se llevaba sus voces.
De repente Jesús paró en el arcén. Se bajó de la moto, ella también se bajó, aunque un poco extrañada.
―¿Qué pasa?
―Ya hemos llegado.
Jesús arrastró la moto, subiendo un pequeño repecho que había al lado de la carretera. Alice le seguía, al otro lado se veía la ciudad, con sus luces dispuestas como pinceladas. Era un universo diferente. Parecía que las luces de la ciudad se habían colocado tan perfectamente como el reflejo de las estrellas, Alice no salía de su asombro y Jesús se daba cuenta, se sentía contento por ello. Había allí también un barril de obra donde Jesús hizo fuego y unas cuantas cajas de botellines de cerveza. De vez en cuando se oía a algún coche pasar velozmente. Era un paraíso especial.
―¡Vaya! Nunca había estado en un sitio así.
―¿Habías estado en muchos sitios?
―He estado lejos de aquí. ―No paraba de admirar lo que se ofrecía ante sus ojos. ―Jamás había visto nada así. Y estamos a menos de media hora de... ¡Vaya!
―¿Entonces me perdonas que te haya secuestrado?
―Claro.
Estuvieron toda la noche allí, de pie, sentados, tumbados,... Alice tuvo que apagar el móvil, hubo un momento en que no paraba de sonar. Muy poco durmieron aquella noche. Se pasaron el tiempo mirando, mirándose, hablando de profundidades, besándose, amándose, callando, suspirando. Sólo cuando ya amanecía le importó a ella que la situación tuviese algún tipo de consecuencia, pensó en que su familia estaría preocupada. Él estaba dormido. Ella le intentaba despertar. Le costó que se espabilara un poco.
―¿Qué pasa?
―Oye, tengo que volver a casa.
―No, es muy temprano, espera un poco. ―Le decía remolón tomando su mano y observándola.
―No, venga, vamos. ― Él cedió.
Subieron a la moto y se pusieron en marcha, sin embargo, la incorporación a la carretera no fue bien calculada, la moto acabó por los suelos y ellos, después de saltar por los aires chocaron contra el suelo. No llevaban casco, la sangre se salía de sus cuerpos, se derramó y el rojo más vivo, más intenso, se puso a teñir la carretera.

Yahuán
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA GAVILLA DE LOS HORNEROS


No recuerdo con precisión cuando comenzó. Sí, recuerdo que me disponía a disfrutar de cierto descanso para mi incipiente tercera edad. Tantas cosas postergadas.Tantos abrazos y cafés relegados, sustituídos en nombre de las siempre eternas obligaciones familiares.¿Cuántas amigas partieron sin mi oportuno adios? ¿ A cuántos besos me negué? Pero en fin, aquí esaba yo, Nélida Hilda, lúcida, íntegra, con las palmas  hacia arriba para recibir la bendición de mis canas finamente ocultas en mi envidiada rubísima cabellera. Pronta para escuchar palabras de elogio y estima, pronta para la gracia de un diario regalo. Vida samaritana la mía, curar heridas visibles y de las otras, ver al prójimo más próximo para mi que para otros y endurecer las lágrimas sin escaparme.
No, si no lo digo para vanagloria. Soy una elegida en todo .¿ Porqué entonces? ¿Qué clase de mensajeros arribaron? Llegó primero él. Grande y seguro y sumamente ruidoso. Descendió sobre el alero de la quinta de San Andrés de Giles y de allí el inicio del espanto.Nunca había visto un hornero macho actuar de esa forma. Si intentaba cebar un mate aleteaba sobre la pava con tanto brío que concluía quemándome. Si encendía la compactera picoteaba sobre los CD.Y si intentaba prepararme un sandwich, no satisfecho con las migas de pan que intencionalmente le dejaba caer en el patio de la galería trasera, lo arrebataba con las  patas y el pico. Hasta el aire de primavera esta vez era diferente y el hornero lo percibía.¿El se imponía ó yo lo consentía? Fue un triste engaño pensar que debía permitirle hacer su nido, que la naturaleza me lo exigía. Lo cierto es que ocupó el alero y luego.....Luego llegaron ellos.....los demás. La hembra tan grande como el macho y más emprendedora en la obra y otros horneros auxiliares.Porque fue así, una obra de ingeniería que se concretaba a mi alrededor sin que mis sentidos la captaran en su íntimo significado. Me di cuenta una vez que me levanté a las cinco de la mañana , casi caigo del árbol donde habría pasado la noche durmiento y la vi....Mi casa quinta de San Andrés de Giles envuelta y moldeada circularmente para albergar a todos ellos: al hornero macho, a la hembra, los huevitos de la hembra y los horneros auxiliares que tarde comprendí eran sus parientes. Los mensajeros están bien, no cantan pero emiten un sonido particular que es su forma de expresar que viven plenamente porque obtuvieron lo que se propusieron. Soy yo la que no sueño más con disfrutar de mi nueva etapa la que disputo día tras día las migas de pan, aprendí a comunicarme en su idioma y a mirar desde arriba del árbol la casa quinta de San Andrés de Giles. Y algo más tarde, cuando mis alas se despiden de la luz, me cubro con ellas los ojos para que no me vean. Los horneros no lloran.

LIGIA
                                                                     
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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#53

LA PAJARERA DEL ZOOLÓGICO      


Los dos contemplaban ensimismados las aves de la gran pajarera del zoológico cuando, de repente, sus miradas se encontraron a través de plumajes y aleteos. Aquellas aves cautivas parece que les desvelaron el rumbo de sus vidas. Desde ese momento supieron que no volverían a separarse.
   Cuando salieron del recinto habían vivido el asombro, la timidez, la zozobra, la inseguridad y hasta el espanto. Pero, a propuesta de él,  no cayeron en la vulgaridad de contarse sus vidas. Su encuentro tenía algo de mágico, tenían que conservar el misterio. Sería un juego. Habría pistas, indicios, quizá presentimientos, pero nada más.  Crearían entre ellos un fuerte vínculo sin  compromisos. Nada de direcciones, ni números de teléfono. Serían impedimentos que pondrían a prueba su amor de cada día. Y, por supuesto, respetarían los mutismos, las ausencias, la falta de explicaciones. Únicamente quedaría fijo en su memoria el lugar de sus citas diarias: la pajarera del zoológico.
Y dedicaron el tiempo a conocer la ciudad. No quedó rincón por descubrir, aunque, claro está,  sin fotografías. Frecuentaron selectos restaurantes, lujosos hoteles, exposiciones, museos y maravillosas puestas de sol en el puerto.
El la confesó que  andaba perdido en conjeturas, sin dar con la razón por la que se encontraba ligado tan desesperadamente a ella. Era verdad que habían desechado las asperezas y las disonancias desde el principio, de acuerdo, pero esto no parecía suficiente como para haber creado ese lazo afectivo tan profundo. Por toda respuesta ella dijo que, por su parte, tenía ya gastadas todas las interrogaciones, pero que su  situación era perfectamente tolerable;  se limitó a presentir la noche, llena de luna y estrellas. Una forma de admitir todo o no querer saber nada.
El único contacto con la realidad eran las extrañas llamadas telefónicas que él efectuaba desde cabinas telefónicas. Jamás, de acuerdo con el pacto, ella se atrevió a preguntarle, ni siquiera a insinuarle; no podía haber nada que supusiera querer saber detalles de su vida. Se limitaba a esperar de pié, a unos metros de distancia.  Aprovechaba la ocasión para embelesarse con su buena figura, sus elegantes trajes, su porte de hombre de mundo... Y entonces es cuando exclamaba hacia su interior "¡Es maravilloso, tengo un amante!"
A los seis meses, aquella relación volátil presentaba síntomas de haber empezado a agotarse, según manifestó él. Y la propuso cambiar de ciudad. Ella vislumbró una continuidad de su maravillosa aventura. Aceptó al instante, y bautizó el proyecto como "viaje a la felicidad".
Cuando ella preguntó: ¿adónde vamos?, la cara de él transformó en una máscara.
–Ya he olvidado el lugar que me dijiste. A veces me pasa... luego, todo vuelve a la normalidad. Si, ya sé que no debo hacer preguntas pero...
–No te lo he llegado a decir, pero es un lugar maravilloso; podría ser simplemente una escala. Lo tengo todo ultimado. Amor mío, confía en mí. Es lo único que te pido. De todo esto ni una palabra a nadie, ¿de acuerdo?
Cada día sería como una gota de rocío: liviana,  delicada, maravillosa, pero renovándose con cada amanecer... Jugarían al juego de los azares, las coincidencias y los presagios. Y por eso no le importaron los signos de egoísmo o depravación que observara en el comportamiento de su "gran amor para toda la vida", consciente de que estaba  uniendo su destino al de un perfecto desconocido, al que únicamente llamaban la atención los coches ostentosos y las joyerías.
   Quedaron citados en la estación de trenes para tres días después, a las 18,30 en el andén número 2. El se ocuparía de todo.
   –Tienes que repetirme las instrucciones. No soy buena para la organización. Y la memoria... a veces... El médico dice...
   –No sigas. Tú eres buena para todo, lo supe desde el primer día que te vi. ¿Por qué crees que me enamoré tan perdidamente?  Déjame darte un beso, uno más, para volver a sellar nuestro mágico pacto. Se perdería el encanto si comentaras algo a alguien ajeno a nosotros mismos, quizá a tu familia, a una amiga, al médico... no sé. ¡No me decepciones! Piensa en nosotros, nada más que en nosotros.
   –Esto es maravilloso. Mi destino depende de ti.
   –Yo también dependo de ti.
   Repetía las palabras "tengo un amante, tengo un amante"  cuando salió atravesando el umbral de su casa. Transitó por calles conocidas. Inesperadamente se internó por otra, simplemente siguiendo la llamada del instinto. Leyó el nombre. No le evocó nada especial. Bordeó la tapia de una iglesia y desembocó en aquel gran edificio de ladrillo, una mole que le hizo detenerse a mirar. Era la estación de trenes. Atravesó la puerta principal y se vio en un gran vestíbulo lleno de gente.
Sumergida de lleno en una de sus repentinas lagunas de memoria, en una absoluta nebulosa, a duras penas recordaba que esa tarde debía acudir a la estación. No conseguía concretar el motivo. Un zumbido de ruidos y conversaciones le aturdió de tal manera que corrió a refugiarse en un rincón de la sala de espera.
    El pánico se apoderó de su maltratada mente al darse cuenta de que no sabía lo que tenía que hacer. Un fuerte dolor de oídos le acabó aislando del mundo. Ocupó un  banco alejado, no quería estorbar. ¿Por qué se había puesto ese vestido floreado?, ¿adónde iba?, ¿por qué llevaba ese maletín tan abultado? Miró dentro. Había ropa, un neceser, dos cajas de pastillas. ¿Todo eso le pertenecía?, ¿es que quizá debería haber tomado esas pastillas?, ¿y esa gran cantidad de dinero en billetes? Miró hacia arriba como queriendo pedir explicaciones. Aquellas alegorías paganas pintadas en el techo retuvieron por un momento su atención,  pero nada significaron para ella. Su mente era una nube de vapor en la que nada podía quedar fijado.
Un hombre enfundado en un impecable  traje de alpaca gris perla y corbata roja, se palpó  la pistola que llevaba en  la sobaquera, hizo dos llamadas telefónicas y, con el maletín fuertemente asido, recorrió por tercera vez el andén, preso de una gran agitación.     
   Había trazado su plan con tanta exactitud que no aceptaba que el tren estuviera a punto de partir y ella no hubiese aparecido todavía. Aquel absurdo pacto de no intromisión le impedía apremiarla con una simple llamada. Desconocía el número telefónico.
    Ovillada en un rincón de la sala de espera,  los codos apoyados en aquel maletín repleto de cosas ignoradas, la cabeza entre las manos, ella repetía: "Ya pasará, ya pasará, será como otras veces". Miró hacia el andén y vio cómo dos hombres se identificaban y abordaban a un individuo con  traje gris de alpaca y corbata roja. Iban camino de la salida.  Vio desfilar por delante de ella a un hombre elegante, de buenas hechuras y un maletín exacto al suyo, pero no pudo relacionar el hecho con nada que le afectara. Si acaso, le pareció que los brazos de aquel hombre colgaban a lo largo del cuerpo con una pesadez de hierro, igual que los suyos en aquel momento.
   
AMAPOLA   
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA PESQUISA
   

   Cierra los ojos para vivir. También para matar. En esto es el más fuerte, pues aquél sólo cierra los ojos para dormir y ni siquiera su sueño le reporta consuelo alguno. No obstante, sabe perfectamente que, a partir de aquel día, su vida ya ha cambiado por completo pues no puede eludir aquello que le ha sucedido. Sin embargo, y solamente dependiendo de su decisión, ¿podrá realizar aquel cambio? No depende de nadie más que de él mismo. Él se ha ido, no cree que vuelva.
Cómo le cuesta levantar al amanecer su inquietado cuerpo guiado por sus pensamientos. Lo único, y no sabe ni el porqué, se levanta cada mañana intuyendo algún porvenir incierto y esperanzador.
   Por costumbre, se viste, desayuna y empieza la melodía diaria. En el conservatorio y acariciando las cuerdas, cierra los ojos para vivir. -¡Qué bonito y maravilloso!- piensa. Esa armonía le produce vida, le suscita infinitos lugares y pensamientos únicos. Pero aquel día algo más se lo produce. Aún no está seguro y, en consecuencia, sigue sus melodías... un día, una semana, un mes, un año, otro... Y, sigue cosechando consuelos cada vez que cierra los ojos pero, desde aquel día, leía una nota disonante en su vida. A su vez, es más débil cada vez que los cierra. Pierde energía cuando, en sus pensamientos, intenta aniquilar, matar, destruir aquello que le hacía tan fuerte. Entonces, siempre piensa, se detiene, se toma un café. Busca un atajo. No lo encuentra. Creía pero, no sabe. Pues sufre. Es así, él sufre. Pobre.
Desde aquel día, al ver a su querida madre llorar tan desconsoladamente, reacciona lentamente como si de un desbloqueo se tratase.
   A sus veintidós años, su mundo ya no es suyo. Se lo han arrebatado. Ahora su mundo es el mundo. Un esfuerzo doloroso le provoca el pausado cambio que sabe que algún día le hará capaz de entender.
   Su hermano ya no vuelve. Siempre lo ha sabido. Siempre cierra los ojos para vivir. Siempre acaricia la guitarra para recordar. Pero, he aquí que, después de siete años de cerrar los ojos y vivir, ha comprendido que para morir ha de cerrar y para vivir ha de abrir. Ahora es capaz de vivir y no de haber vivido. 
Más tarde, pero aún no, tal y como siempre ha intuido, volverá a vivir lo vivido. Quizá no en su mundo. Quizá no en el mundo.

La elegancia del Erizo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Los Campos de Marte


     Teníamos que entrar a la casa cuando aparecían las locas.  Era entonces cuando terminaba el  griterío, se pateaba el último tiro libre, salíamos del refugio donde nadie nos descubriría, nos hacíamos visibles.  Había que hacerlo antes de que las locas se acerquen demasiado.  Los mas corajudos, como Tumio, se quedaban hasta último momento, incluso hablaban un poco con ellas.
     De día era aburrido estar en casa.  Al atardecer estaba bien: nos restregábamos las manos en la estufa, los grandes contaban historias intrigantes, el perro nos reclamaba el abandono a lengüetazos húmedos y tibios. Y no teníamos que ver a las locas.
     La Quica y la Sara, que así se llamaban, eran madre e hija. Parece que también había un hijo varón, pero nadie lo había visto ni lo conocía ni se sabía en que trabajaba ni nada.
     Madre e hija aparecían alrededor de las seis. Lo hacían desde una masa vegetal despiadadamente oscura y cerrada. Nosotros no podíamos ni siquiera imaginar que dentro de esa densidad agobiante hubiera algún tipo de lugar donde comer o dormir. Ni donde estaban los espacios para salir o entrar. Nos gustaba espiar. Aguzando la mirada creíamos entrever: leña retorcida, ramas entremezcladas, ojos incandescentes de lobos hambrientos, sonidos de animales incomprensibles, espinas punzantes, tramas de capullos envolventes y sangre. 
     Ellas vestían unas especie de túnicas de esclavos medievales hechas con tela de arpillera, cosidas a mano con pedazos de hilos de cualquier color; un cinturón de soga ceñido a la cintura y botas de lluvia "pampero".  Siempre igual, haga frío o calor. Entre los rasgos crispados de sus caras les colgaba una chivita entrecana como las de los mandarines. La chivita de la madre era más larga, por la edad. Andaban con las chuzas enmarañadas cubiertas de cenizas y barro. Empujaban un carro de mercado con las ruedas ovaladas. Dentro del carro llevaban a un perro gordinflón del que sólo se veían la cabeza y las dos patas apoyadas en los fierros oxidados del carro. El resto del cuerpo sucumbía encajado en una bolsa también hecha de arpillera.  Embajador lo llamaban.
-   ¿No les gustaría tener un perro bonito como yo? Preguntaba tarde tras tarde Embajador con su carita desconsolada.
-   ¿Quién iba a querer un perro de semejante familia? – Decíamos nosotros.
La Sara llevaba otro más pequeño en una bolsa colgada de la espalda en bandolera.  El perro pequeño nunca era el mismo.  No sabíamos si se morían de hambre o ellas se los comían.  El perro pequeño no tenía nombre, quizá no lo bautizaban para no encariñarse.
Las locas repetían incansables el mismo parlamento día tras día: preguntaban por los campos de Marte, por el sol sobre el trigal y por los aguaceros que seguramente esa noche se avecinarían.  Lo hacían en un falsete muy agudo como un pedido de auxilio. Un ruego para que alguien las libere de sí mismas.  Nosotros las imitábamos, nos gustaba hacer concursos y elegir al que mejor gritaba la repetida cantinela de las locas. 
     Aquel verano, un olor nauseabundo nos fue invadiendo hasta la asfixia.  Todos, en el barrio, sabíamos que venía del mundo de las locas, pero nadie se atrevía a entrar.  Los vecinos llamaron a los bomberos. 
     Los bomberos se adentraron en el oscuro follaje donde vivían la Quica y la Sara dibujando  senderos a golpe de machete.  Tumio era muy curioso y no le importaba nada.  Era, sin dudas, el más valiente de nosotros.  Y al que más le atraían las locas.  Tumio también estaba un poco loco. Siguió de cerca el camino hecho por los bomberos. Después nos contó que en medio del matorral vio una choza de paja y barro rodeada de desperdicios de todos colores.   En el piso de la choza había veinte centímetros de agua estancada. Le pareció ver que la madre y la hija estaban desnudas, con las "pampero" puestas.  En la piel arrugada de la madre vio unos dibujos violáceos, como un mapa de piratas.
     Unas ranas, para defender su territorio, quisieron impedir el ingreso de los bomberos.  Croaron ensordecedoras, les saltaron a las rodillas.  Los bomberos son tenaces cuando se trata de hacer el bien y avanzaron
     Cientos de libélulas y mariposas prendidas de las alas con alfileres de gancho, tapizaban las paredes de la choza.  Tumio nos dijo que muchas sangraban aún.  Embajador sobresaltado preguntó: ¿Con que derecho entran así a nuestra casa?. Nadie respondió.
     El olor provenía de una cama desvencijada con un cuerpo en descomposición enredado entre las sábanas.
Tumio lo vio todo y nos lo contó:
-   Nosotros no fuimos, dijeron dos moscas blancas de entre miles que sobrevolaban el cuerpo sobre la cama. 
-   Esperen un poco que todavía queda algo de masa encefálica, pidieron unos gusanos asomándose por las órbitas de los ojos.
     Quica, la madre, cacareó como el gallo del amanecer. Chapoteó en círculos salpicando agua podrida. 
     - Levantate, vago de ***** que tenes que ir a trabajar. Increpó la Quica a la masa descompuesta sobre la cama.
-   Mi hijo es un vago de *****, tiene que ir a trabajar pero no quiere levantarse.  Intentó explicarle a los bomberos.   
     Después vinieron las topadoras y no dejaron nada.  En el lugar construyeron una Capilla para espantar todos los males.  El cura tuvo que conjurarla con cientos de litros de agua bendita.  Parece que el barrio quedó mas tranquilo.  Nosotros seguimos entrando a casa cuando atardecía en los campos de Marte, justo antes de que se precipiten los aguaceros.     

Boedo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


CORA Y SUS RECUERDOS


Se había despertado pronto, mucho antes de que sonara el despertador. No la gustaba madrugar y sin embargo hacía tiempo que ya no era capaz de dormir pasadas las 7 de la mañana, pensaba que la culpa la tenían los años que se iban acumulando en su calendario.
Encendió la tele y se fue a la cocina a prepararse el desayuno. Mientras sorbía el humeante café y untaba mantequilla en una rebanada de pan tostado escuchaba las noticias del día.
Políticos que se atacaban unos a otros, otra mujer asesinada por su marido, inundaciones al lado de no sé qué río. Siempre eran las mismas noticias, solo cambiaban sus protagonistas. Tras hacer la casa y la comida se fue a dar un paseo para matar el resto de la mañana.
Había salido el sol y quería que su luz le invadiera el alma.
La ciudad era un ir y venir incesante de gentes con prisas. Cora iba sin rumbo fijo, tan sólo caminaba hacia donde sus propios pasos la querían llevar dejando que el aire frío del otoño le diera en el rostro.
Sentía la caricia fresca del viento de noviembre y hacía que se sintiera bien, como si ese aire renovase sus ganas de beberse el día a sorbos breves y paladeando cada segundo.
Llegó al parque que en esas fechas parecía desnudo sin las hojas poblando los árboles que lo habitaban. Sus ramas se alzaban al cielo como delgados brazos que quisieran recoger el calor de los tímidos rayos de sol.    
Vio el algarabío que formaban los niños que aun eran demasiado pequeños para estar en el colegio. Podía escuchar las risas infantiles mientras subían y bajaban en la sillita que hacía de columpio.
El sonido del parque sonaba a felicidad. Las risas dibujaban en el aire sonidos de vidas plenas, satisfechas.
Empujando a un rubiales con cara de trasto estaba quien Cora supuso sería el abuelo, con cara de bonachón y haciendo muecas divertidas cada vez que su nieto se acercaba a él con el balanceo del columpio.

De pronto Cora recordó a Bruno. Podría haber sido aquel hombre de no ser por...

Recordó cuando se conocieron. No borraron la sonrisa de sus caras ni un solo instante durante aquella primera cita.
Se cruzaban por la calle casi cada día y sus miradas se encontraban, se buscaban, hasta que un día del mes de enero Bruno se decidió a hablarle y se presentó.
-Buenas tardes, me llamo Bruno y me gustaría poder invitarle a dar un paseo por el parque.
Cora aceptó sin dudarlo un segundo a pesar de las advertencias de sus amigas de que aquello no era apropiado. Las chicas decentes no aceptan invitaciones de desconocidos.
Pero eso a Cora no la importaba, había algo especial en Bruno y no estaba dispuesta a perder la oportunidad de conocerle.
Ese primer paseo fue sólo el principio de su  historia de amor. Hablaron sin parar de cosas sin importancia y rieron a carcajadas de tonterías. Nunca hasta entonces se habían sentido así,  encajaban como las piezas de un puzle.
A ese primer paseo siguieron muchos más. A veces compraban castañas asadas en el puesto de la plaza, más que para comerlas  lo hacían para calentar las manos durante las tardes frías. Los domingos se encontraban después de salir de misa, cuando Bruno estaba aun más guapo de lo habitual, con sus pantalones nuevos, la camisa blanca y la corbata que le sentaba tan bien. Las tardes de los domingos era el momento de ir al cine y soñar que eran los protagonistas de esas historias.
Al llegar la primavera iban al campo a sentarse debajo de los avellanos. Unos días Bruno tocaba la guitarra y cantaba para Cora y en otras ocasiones era Cora la que regalaba a su amado alguno de los poemas escritos por ella y que él mismo había inspirado.
Tenían 20 años y la vida por delante para disfrutar de su amor. Un amor que no pudo esperar y que sin planearlo se lo entregaron ese verano.
Hoy Cora, sentada en un banco del parque recordaba ese momento. Cerró los ojos y pudo recordar  el olor de las flores y el sonido del río, el calor del sol y la bandada de pájaros volando por encima de sus cabezas.  Recordó el tacto de la piel de Bruno,  el olor de su sexo y la suavidad de sus labios.
Recordó las caricias y los te quiero.
Podía recordar cada sensación vivida junto a él ese día pero ya no podía dibujar su rostro en la mente, se había ido difuminando a lo largo de los 47 años que habían pasado desde que se vieron por última vez.

Prometieron esperarse siempre, hasta que la vida les diera la oportunidad de reencontrarse y seguir con su historia de amor. Ella  había esperado, seguía esperando. ¿Y Bruno? ¿Seguiría él esperando aun?

Eran casi las 2 de la tarde, si no se daba prisa cerrarían la tiendita del barrio y no podría comprar pan.
Cora se levantó del banco en el que estaba sentada y con paso lento se alejó del parque.
Ya había pasado una mañana más sin Bruno, o quién sabe, a lo mejor faltaba una mañana menos para volver a verle.

Dulce enigma
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


El creador


Las letras se apretaban temblorosas sobre el papel, como queriendo comprimir sus caracteres. El texto tenía que adelgazar para poder adecuarse a las medidas exigidas en el certamen. Sabían que en la sangría final de su creador habría algunas que se asomarían al abismo del salto de página con fines suicidas.

Si la estética del relato se resentía y aparecía alguna viuda, ésta sería sacrificada sin piedad. Era una premisa básica y toda hija de teclado era consciente de su única finalidad mediata, que no era otra que la de colaborar al elevado fin común.

Los altivos adverbios modales acicalados con sus sufijos-colas, eran castrados por doquier. Muerte a los -mentes. Viva el nexo corto y la rapidez con la que dota al conjunto. Los puntos y los espacios actuaban de policías del tráfico. Aceleraban la lectura del escritor. Su relectura y su requetelectura.

Cada vez que chupaba su cigarrillo en busca de un último retoque entre las volutas de humo apuraba más. Era como un orfebre, como un cirujano. Un cincel comedido del que debían brotar los más intrincados sinónimos. ¿Cómo decir lo mismo sin que parezca lo mismo? ¿Cómo no clonar adjetivos? ¿Cómo no caer en la aliteración en aquellas frases que se abren de par en par para pecar?

El último repaso pasaba ya por alto los renglones subrayados de su editor de textos. Señaladas como descastadas en rojo o verde destacaban algunas onomatopeyas de cosecha propia. Arriesgado, pero colorista. Intransferible. Sobrevivieron.

El autor comprobó el último punto antes de rezar para que los futuros lectores sintieran empatía por su trabajo. Mientras guardaba su concluida labor, todos los caracteres resultantes se guiñaban discretamente. Habían sido el resultado y el producto de una labor que como las cosas buenas se degustaría en un tiempo ínfimo en proporción a su elaboración. Se saben el producto exquisito. Un parto feliz y gozoso como toda creación. Un sueño. Una nota al margen en la realidad.

Imprimir. El traqueteo de la tinta a chorro sobre el papel daba vida a las letras sobre la pantalla. Con sus mejores galas, posaban marciales, ordenadas en filas equidistantes en las inmaculadas hojas que se iban tomando de su correspondiente bandeja con violencia. Uno a uno, cada papel se hizo página y las piezas del relato fueron viendo la luz. Pareciera que fueran a romper a llorar, pero cuando el ruido de la máquina cesó todo quedó en un silencio perfecto. No hizo falta cesárea.

Ahí estaba su obra. Un cúmulo de letras que leer. Un conjunto de ideas que transmitir. Un ejemplar único e irrepetible porque era suyo.

Grapó convenientemente el relato por una esquina procurando no dañar a alguna espigada "U" e introdujo lo que ya era su obra en un sobre espacioso y acolchado, para que en su viaje no fueran a marearse.

Agradecidas por la gentileza, las letras le darían gloria y fama. Dinero. Mucho dinero. Tanto como para dejar de fumar su misma marca, que le empantanaba los pulmones de alquitrán puro. O para comer más de una vez al día, que incluso había llegado a sentir una manifiesta envidia por las orondas "oes".
El creador sería gozoso y feliz si su obra alcanzaba notoriedad. Seguro que sus familiares no le verían como el huraño iluso que se empeñaba en vivir sin trabajar. Porque escribir, según le decían, no era un trabajo. Era un delirio. Una coyuntura transitoria del alma que conduce inevitablemente a la melancolía. La nada comparado con su carrera abandonada de derecho.

Sí, a cambio de enviar esa obra podría vestirse con algo de seda. Una chaqueta nueva, seguro. Un sombrero. Unas gafas nuevas que no necesitaran sujeción adicional. Subiría su estatus e incluso su casero le toleraría sus retrasos en el pago con una sonrisa en lugar de con sus habituales bufidos.

Con el sobre en sus manos, el creador volvió a sacar su obra para echarle un último vistazo. Todo estaba correcto. Sus guerrilleros seguían dispuestos para la lucha. Su cohorte de signos no había perdido ningún ápice de brillantez. Todo era perfecto. Era su obra. Era suya...

Tomo la parte delantera del sobre ya escrita y tachó la dirección de aquel certamen de reconocido prestigio. En su lugar redactó unos datos más conocidos. Los mismos que había escrito en el remite. 

Atila Kasas
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


El baño


Manuel regresaba pronto a casa, por un buen trabajo en la Caja de Ahorros del barrio desde los 24 años, recién acabados sus estudios de Empresariales. Como de costumbre, se había detenido en el supermercado: se encargaba del abastecimiento diario de la despensa  y de  la cena. Pero esta tarde, muy sosegadamente, sin el estrés habitual,  estaba paseando por  la sección de  perfumería e higiene personal de aquellos grandes almacenes...  Destapaba, olía, manoseando y devolvía a su sitio cuantas sales de baño y aceites olorosos estaban expuestos en los estantes,  sin poder decidirse  entre los aromas de maderas nobles y los aromas  de flores provenzales. Al final, recurrió a la ayuda de la encargada de la sección.
-   Por favor, señorita. ¿Le importaría asesorarme?
-   Claro, señor. Usted dirá...
La encargada alisó su traje azul en un gesto inconsciente de hembra solicitada por aquel hombre atractivo y con clase,  a pesar de doblarle probablemente la edad.
-   En realidad, es más a la mujer que es usted  a quien preciso... Mire, quiero prepararle a mi esposa una sorpresa para cuando regrese del trabajo y pensé en un baño  relajante. Es una mujer muy activa y raramente llena la bañera,  inclinándose más por la ducha rápida matinal... ¿Qué me aconseja?
-   Bueno, eso es muy particular a cada mujer. ¿Qué aromas suelen gustarle a su esposa? Dígame, por ejemplo, su perfume favorito o los aromas de los gels de baño que suele usar...
-   Bueno, lo que circula por casa son los neutros, por aquello del Ph... Como tenemos un hijo de nueve años, así nos sirve a los tres. Su perfume favorito, sin embargo, sí lo sé, por supuesto: es Agua de Rochas...
-   Bien,  entonces le sugiero sales de lavanda, limón verde o melocotón... Olores suaves y frutales... Y,  para el efecto relajante,  le añadiría unas gotas de aceite de Musk.
-   ¡Pues no se hable más! Gracias señorita por su gentileza.
    Al poco rato, Manuel salió con varias bolsas de víveres y dos frascos de sales de diseño para el baño...
María dirigía una agencia publicitaria desde que su hijo cumplió los tres años y  empezó a acudir al parvulario. Habitualmente,  regresaba pasadas las siete de la tarde aunque a menudo la  requerían para algo en el último momento. Vivía su trabajo con tal pasión que no aprendió nunca a decir que no a un imprevisto de última hora... Eso enervaba a Manuel desde el principio  y le había causado hasta celos, pero ahora ya se había acostumbrado y hasta le sacaba partido a esos tiempos solitarios en el domicilio conyugal. Disfrutaba cada tarde de dos horas, antes de que su único hijo regresara del colegio. Luego, eran dos horas más de complicidad con el niño, de juegos, de deberes, de resolución de problemas caseros y escolares, hasta que regresaba ella.
Esta tarde, su hijo se marcharía a dormir a casa de un amigo, directamente después de clase, que le invitó para acabar una tarea escolar. Era el día perfecto para el baño... Cuando oyó las llaves de María en la puerta, a eso de las siete y media, todo estaba listo y saboreaba en el salón un riquísimo tequila frappé...
-   ¡Hola, cariño! ¡Ya estoy aquí!
-   Hola, mi amor. ¿Qué tal el día? Estoy en el salón y te he preparado tu cóctel favorito.
-   ¡Qué tesoro eres! Vengo agotadísima. Me quito los zapatos y estoy contigo, cielo.
   María se recompuso el pelo en el espejo de la entrada y se alisó la blusa, sonriente. Era una mujer hermosa, siempre elegante, con clase, lo sabía.
-   ¡Ummmmm! Hola mi amor... ¡Qué día tuve! ¡Eres el marido más encantador de la tierra! No sé por qué, a veces, nos enfadamos... Te pido disculpas por mi mal genio... Ya sabes que lo tengo  pero que luego soy un corderito y para nada rencorosa...
-   Yo también te pido disculpas... Por eso, cógete el Daiquiri y vente para el cuarto de baño... Te he preparado una sorpresa...
María obedeció complacida y dispuesta a dejar sus alas de mujer  "de casi los cuarenta" volar hacía una noche que se anunciaba mágica... Desde que tuvieron al niño y la rutina de vida se hacía más evidente, tenían pocos momentos de lujuria e intimidad. El deseo de sus cuerpos se había ido enfriando pero, como se confiaban las  amigas unas a otras, era lo corriente después de doce años de matrimonio...
Al entrar al cuarto de baño, le asaltó una ola de aromas deliciosos y un latigazo eléctrico en el bajo vientre.
-   Últimamente te veo muy cansada, María y te cuesta relajarte. Tengo un anuncio importante que compartir contigo y quiero que tu cuerpo esté lo más relajado posible...
-   Es que no te imaginas, la campaña última que llevamos... ¡Cómo nos está costando coordinar fotógrafo y modelos! Y claro, el cliente metiendo prisas, para no variar.
María se desvistió presta y se internó en esa nube de espuma perfumada y cálida que Manuel, con tanto amor, le había reservado a sus sentidos.
-   ¡Ummmmm! ¡Qué maravilla! ¡Te quiero!
-   No pienses en nada y disfrútalo. Dame la esponja, querida.
   Manuel se esmeró en un trabajo meticuloso y circular en sus hombros y espalda...
-   ¿Estás bien, cariño?
-   ¡Esto es un orgasmo, Manuel! Aún me sorprendes y eso es lo que importa en una relación, ¿no te parece?
-   Sí, María. Estos momentos son los que importan cada día... De eso precisamente te quería hablar. Vivir juntos es para mí eso: sorprenderse el uno al otro diariamente con pequeños detalles... No dejar que la rutina venza la vida de pareja...
-   En eso mi amor, ¡tú eres todo un maestro! No sé cómo te conformas a mi falta de atenciones contigo. Aunque con los horarios que tengo... Procuro mimarte cuanto puedo los fines de semana. Gracias por tus gestos de respeto hacia este trabajo mío que os quita tantas horas a ti y al niño...
-    No, María, no son gestos de respeto. ¡Son los actos del luchador empedernido y romántico que te enamoró!
Manuel dejó la esponja y pasó a acariciar los  senos de María con sus manos y la experiencia  que confiere el conocimiento del cuerpo de una pareja. María empezaba a gemir y se abandonaba, como tantas otras veces, a las manos sabias  de su marido, el único hombre de su vida desde la universidad.  Descendiendo, pronto los dedos rozaron las lindes de su pubis y la catapultaron hacia un primer orgasmo frenético mezclado de aguas perfumadas. Asió la mano milagrosa de Manuel y se la llevó a los labios, agradecida. Manuel retomó la esponja, parsimoniosamente...
-   ¡Sabes, María, es muy fácil hacerte feliz!  ¡Pero estoy cansado de luchar para que tú me correspondas!
   Lo dijo casi gritando. Dejó la maldita esponja de golpe y se enfrentó a los ojos desorbitados de María, mitad risueños y mitad asustados...
-   Ya no te amo. Ya dejé de sentir algo más que rutina... Pero ahora, me siento revivir. He conocido a otra mujer. No, no sabes quién es. He redescubierto el enamoramiento, la pasión, la ilusión. He querido anunciártelo de la manera menos traumática posible y se me ocurrió esta idea del baño. ¡María, me marcho de casa esta misma noche!
En ese preciso momento, las palabras de Manuel hundieron a María en la bañera, como  manos invisibles  que pretendieran ahogarla  y contra las cuales se debatía sin éxito.
Estuvo así, ahogada en perfumes, muchos años...
De hecho,  María no  volvió a recrearse en los placeres relajantes del baño, ¡en su vida!

GAVILÁN
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


El Banco


El mismo banco de siempre; la misma chica llorando desconsolada. Él siempre pasaba de largo. Nunca se detenía para averiguar qué era lo que le encogía el alma a aquella preciosa chica. Tenía la extraña sensación de que andaba en círculos. Siempre, dirigiera a dónde dirigiera sus apresurados pasos, se encontraba frente a la chica en aquel banco. Le atraía tanto acercarse a preguntar... Sin embargo sentía un temor tan abrumador y desconcertante. Temía tanto saber la verdad que sospechaba, que prefería no detenerse nunca, no saber qué sucedía. Solo daba un paso tras otro paso, dirigiéndose a cualquier lugar, aunque nunca llegaba a ningún sitio, siempre, de nuevo, frente a aquel insólito banco. No tenía concepción de tiempo. No sabía si era un día u otro, lo único es que siempre era de día. El sol siempre presente. Nunca había oscuridad. Resultaba tan  alentador que siempre hubiera luz... Él creyó que se vería sumido en una eterna oscuridad, eso es lo que creía que le sucedería, pensaba que se lo merecía. De nuevo frente a ella, ¿quién era? ¿Por qué le miraba atemorizada? ¿O era encolerizada?
-¡No me conoces!_ con la voz quebrada, la afligida chica se atrevió a reprenderle.
Él se hizo el despistado, alargando el paso.
-¡Te dije que no corrieras! ¡Maldito seas! ¡Te dije que quería bajar del coche!
Un frío escalofrío le recorrió la espina dorsal. Empezaba a recordar y no quería. Solo necesitaba alejarse de allí. Huir de ella. La culpa y el remordimiento le alcanzaban.
-¡Te odio! ¡Nunca voy a perdonarte! ¡Nunca debí amarte!
Intentó sin éxito eludir todas las acusaciones, pero no pudo, las terribles imágenes del accidente vinieron a su mente. Ella estaba allí, junto a él en aquel maldito coche. Ella gritaba, igual que lo hacía ahora. No podía soportarlo más. Apresuró más y más el paso, intentando alejarse, intentando volver a perderse en aquel tiempo atemporal pero sabía que volvería frente a ella, frente a aquel banco. En la distancia, dentro de esa espiral temporal en la que se hallaba volvió a oírla...
-¡Tú nos mataste! ¡Maldito seas, Andrés, maldito seas!

Sikavet
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente