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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

Amor de madre


   Nuestro Cuerpo siempre necesita gente como usted y más en estos momentos que tenemos a muchos compañeros cansados y a punto de jubilarse pero es que hay veces que nuestro trabajo es realmente duro señor Perales. Piénsese bien si quiere entrar a trabajar con nosotros. ¿A qué sí Méndez? ¿Le contamos nuestra última historia? Es sólo para que se haga una idea de lo que le puede esperar por estos lares.
Pues verá... Hace ya algunos años, estábamos a punto de detener a un chaval bastante peligroso y conflictivo. Ya sabe, este barrio tiene mucha gente así. Hay mucho paro y miseria y a cualquier persona no le gusta pasar necesidad, ¿sabe usted? Este crío, Cuqui se llamaba, se metió en un asunto bastante feo con drogas y demás. Era un auténtico gañán y lo más impresionante es que tenía una vida tan normal pero las pintas le delataban. Nos costó Dios y ayuda dar con él y aquí está el compañero Méndez para confirmárselo. Por eso, decidimos abrir el campo e investigar cualquier información que nos llevara al sujeto porque después de varias denuncias por robo y por tráfico de drogas, nuestro jefe nos iba a curtir si no teníamos resultados. Tras mucho trastear, dimos con la madre del Cuqui, doña Josefa. Era una señora muy popular a decir verdad y, por eso, no nos costó llegar a su domicilio. Tras varias entrevistas a gente allegada, nos decidimos a interrogarla.
Fuimos hasta su casa que estaba en la cima del Barrio Alto, ¿conoce usted el lugar? Allí vive la gente de peor calaña y los que no han tenido demasiadas oportunidades. Es nuestro hábitat, ¿sabe usted? Por eso, ya nada nos asusta. Estamos curados de espanto. Pues eso, volviendo al tema, la casa en cuestión era una cueva de color blanco que no hacía presagiar nada bueno. Doña Josefa nos abrió la puerta con un mandil descolorido y con un fuerte olor a verdura cocida.

- ¿Qué les trae por aquí, señores?- nos dijo con aire temeroso.
- Señora, necesitamos que nos ayude. Acabamos de detener a su hijo Javier Gutiérrez y queremos hacerle algunas preguntas.

Es en estos momentos cuando ningún agente de policía es capaz de soportar el llanto de una madre y es que es duro, muy duro. La señora comenzó a sollozar y a murmurar que eso que le decíamos era una injusticia y que su niño era un ángel. Tras pasar hacia la casa, sentamos a la señora en el sofá que tenía en el salón y la dimos un vaso de agua para que se tranquilizara. La verdad es que el ambiente de soledad que rodeaba a doña Josefa no era para ver la vida de color rosa. La cocina pedía a gritos una nueva mano de pintura, los cacharros estaban amontonados como si hiciera días que nadie los lavaba y el salón tenía una mesa bastante antigua, un sofá desvencijado y una televisión último modelo, eso sí, donde un programa de cotilleo de media mañana estaba a punto de terminar. Cuando doña Josefa se encontró un poco mejor, comenzamos el interrogatorio.

- Apaguen, apaguen la tele. Fue un regalo de mi Javierito que es un sol. Nunca le gustó estudiar pero qué quieren. Mi marido que en Gloria esté tampoco era una lumbrera pero para trabajar sí que valía el pobre. – nos dijo doña Josefa mostrándonos una foto de hacía ya algunos años en la que estaban su marido, ella y nuestro objetivo en cuestión, Cuqui Gutiérrez.
- No sé qué le ha podido ocurrir señores agentes. Seguro que es algo falso. Son esos amigos que tiene que, perdónenme, pero son gentuza. Y mi Javier que es un sol, les sigue a dónde le ordenan. No tiene maldad ninguna, créanme.

Doña Josefa siguió alabándonos a su hijo durante unos minutos hasta que salió a la luz un nombre que seguro que usted conocerá, Idoia Martínez, la Rata. Otra de las personas conflictivas del barrio que había sido detenida por posesión de drogas. La muy ladina admitió que eran suyas pero que eran para consumo propio. ¡Si había un auténtico arsenal!

- Esa zorra seguro que le ha metido en algún lío: la sobrina de Paco, el constructor. Al principio fueron novios y mira que se lo dije a mi hijo. Javi, ten cuidado. No tiene buenas pintas. ¡Parece una furcia! ... Esa frase me costó que se fuera de casa dos meses. Pero es que mire usted. Hay cosas que una no puede soportar. ¡Si incluso me llamaron la atención las vecinas por los gritos que daban cuando estaban aquí en casa! Y es que les pillé haciendo... Ay qué vergüenza, señores agentes no se lo puedo ni decir...- soltó doña Josefa azorada y volviendo a sollozar.

Por más que le íbamos haciendo preguntas que intentaban entresacarle información, doña Josefa parecía desconocer todo sobre su hijo. Cada vez que le preguntábamos por cuál era el lugar de residencia habitual del chaval, ella respondía con evasivas e incluso nos decía que pasaba grandes temporadas fuera de la casa. Desesperados ante la inutilidad de todo aquel interrogatorio, decidimos pedir ayuda para registrar la casa. Informamos de nuestras intenciones a doña Josefa la cual comenzó a gritar como una posesa a la par que convulsionaba. Llegaron más compañeros con perros de rastreo y entraron al salón. La escena era verdaderamente dantesca porque, para ser sinceros, nunca es agradable ver a una mujer así.

- ¡¡Me quieren robar!! Voy a llamar a mis vecinos y os van a dar una tunda de las buenas... ahí noooooo...- vociferaba doña Josefa en un estado ya lamentable.

Al par de minutos, encontramos el quid de la cuestión. Los perros comenzaron a ladrar como locos cuando entraron a una de las habitaciones. Estábamos frente a una cómoda de madera con un espejo bastante rococó. No hubo que hacer un gran esfuerzo para moverlos y para averiguar que doña Josefa y su hijo ocultaban un verdadero tesoro para cualquier drogadicto o traficante. Primero, detuvimos a la señora que se encontraba en un estado casi rozando el delirio y, después, acordonamos la habitación mientras se llamaba a nuestros superiores. El caso estaba a punto de finalizar cuando doña Josefa se arrodilló y sollozando no pudo contenerse.

- ¡Sí! Ha sido mi hijo. ¡¡Esa zorra de novia que tiene y él me dejaron esto escondido pero no le hagan nada que es muy bueno mi niño!! Métanme a mí en la cárcel pero a él nooooo. Yo soy mayor y me da igual morirme pero a mi pobre niño nooooo...- nos suplicó.

Una vez que condujimos a la señora a la comisaría y la entregamos en el calabozo, todo el mecanismo burocrático policial comenzó a funcionar, nos deshicimos del tema y pasamos a otra cosa. El tiempo es oro y más en nuestra profesión. No obstante, todo el que estuvo implicado en ese caso, tuvo muy claro que era de admirar la actitud de doña Josefa. Cualquier madre haría todo lo que estuviera a su alcance para proteger a sus hijos. Por eso ¡qué razón tenía aquel que dijo que los hijos son las anclas que atan a la vida a las madres! Este caso era una buena muestra de ello.
Ya ve, señor Perales, que todo no es ideal en la profesión. No todo es enfrentarse a los malos y es que la sociedad está así de corrompida, ¡qué se le va a hacer! Usted decidirá joven. En este cuerpo se le va a permitir trabajar cuanto quiera y esté dispuesto pero siempre apegado a la realidad que a veces es tan dura que hay veces que no estamos seguros de cómo soportarla. Le damos unas semanas y usted decide si quiere trabajar con nosotros en Valleluenga. Estaremos encantados de recibirle.

Capitán Ahab

Relatos FM

Gastronomia una forma de vida


Jamás pensé que el amor seria como una receta de cocina, donde se tiene que encontrar ese ingrediente que hacen una buena comida, hace días que me siento rara, nunca me ha ido muy bien en el tema del amor, es por ello que siempre me encerrado en hacer de la gastronomía algo diferente, mi madre siempre me dice que parece que mi vida la llevo como los tiempos de una comida, la entrada ese platillo a base de crema donde voy conociendo mi mundo hoy siento como si la vida no tuviera sentido para mi no se si lo mejor seria dejar de buscar ese sabor único que deseo encontrar y dedicarme a otra cosa, pero antes de querer cometer alguna tontería decidí recorrer nuevos lugares para encontrar ese toque que tanto buscaba. Encontrar un aroma y sabor nuevo no era fácil, quería un platillo que la misma gente al momento de probar se elevara al cielo por tan sorpréndete sabor.
Como platillo fuerte en mi vida supere varios retos, un día caminando por el campo comencé a ver nopales por todas partes y es que en Zacatecas una ciudad que siempre nos ha dado materia priva para la elaboración de una gastronomía de exquisito sabor, sin duda alguna decidí trabajar con ese producto al igual que con  la tuna y demostrarle al mundo que esta aportación de la madre tierra que en absolutos eran ricos y además tenían notables beneficios para la salud encontraría lo que estaba buscando, estaba emocionada de poder brindarle a las personas un alimento que no solo les diera un gusto a su paladar si no que también les ayudara en su salud, este alimento utilizado desde nuestros antepasados.
Me gusta ver como al momento de tostar el nopal agregándole un poco de sal con ajo para darle un sabor diferente, haciendo un corte podía hacer unas deliciosas quesadillas rellenas de queso y diversos platillos, bañadas con una salsa agridulce hecha a base de azul, vinagre y un pequeño toque de salsa de soja. Este platillo causo gran impacto en mis conocidos,  pues su sabor era esplendido. Otros los degustaban en tostadas, tacos, nopal con huevo, machaca, en jugo, agua, hice una gran gama donde lo primordial para mi era una gastronomía que brindara salud y nutrientes a bajo costo, comencé a prepara el nopal en mermelada, en escabeche, se me ocurrió que capearlos, freírlos y bañándolos con salsas de diferentes sabores era otra opción diferentes de, degustar este alimento.
Cuando una persona se lleva algún alimento a la boca, puede distinguir un sinfín de sabores, algunos nos gustan otros no y de plano otros ni los volvemos a probar, pero eso para es el motivo de crear nuevos platillos y postres cuando estoy en la cocina mi mente comienza a idear comida con una mezcla de ingredientes dándoles mi toque especial haciendo mis propias recetas Me gusta  sentir la consistencia de las masas homogéneas que amaso con mis manos, su textura combinado con su aroma cuando preparo algún postre como la tuna y el xoconoztle-, rellenos de nueces, almendras o coco tostado en salsa de piloncillo.
Cuando abrí mi restaurante quería trasmitir a mis clientes que la comida se degustaba de una manera diferente, que yo cocinaba feliz por que hacia lo que me gustaba hacer, todas las personas que probaban mis platillos quedaban fascinados por lo extravagantes que era mi gastronomía.
Me encantaba estar en la barra de pedido para poder ver a un chico que desde hacia tiempo me gustaba para mi era un misterio, siempre andaba de prisa, era solitario, mi amiga Norma me comentaba que siempre duraba muy poco con sus novias y que tal vez era gay, a mi me parecía de lo mas lindo, era el prototipo de mi hombre ideal, creía que solo debía encontrar el ingrediente perfecto para hacer una combinación ejemplar como en la gastronomía, puesto que  siempre se debe encontrar el componente secreto para lograr el éxito deseado.
Cada noche me la pasaba pensando como podría acercarme a él, era como cuando imaginaba en el nuevo platillo que quería inventar, decidí enviarle a su trabajo un postre de tapioca ya que este se da para poder jugar en la cocina, ese era un gran reto para mi puesto que no había encontrado el sabor que deseaba, sin embargo me arriesgue a experimentar nuevas mezclas y no solo se la daría como estaba acostumbrada a prepararla. Estando en la cocina comencé a ponerle un poco de esto y un poco de aquello, para que no fuera solo una tapioca común de sabor vainilla, quería que se pusiera a pensar que sabor tenia, sin encontrar como describirlo, tenia un poco de ron así que le puse una pequeña porción, lechera, frutas como el kiwi y después quería algo cítrico tome un limón y vertí algunas gotitas, ese día la tapioca tomó un sabor diferente y único a como habitualmente la preparaba, ni yo misma podía describir, yo estaba nerviosa de pensar que aquel  muchacho me despreciara mi postre.
Mi amiga Norma no muy convencida me ayudo a ser mi confidente, ella dejó el postre en el escritorio de mi hombre misterioso, y me espero sentada como si fuera un cliente que pediría información sobre un paquete de viaje. Yo estaba ansiosa de que me contara que era lo que había pasado pero me dijo que cuando llegó y vio aquel pequeño vaso, lo tomó y volteaba a todos lados para ver si había alguien hay, cuando leyó la nota de es para ti, con un guiño y oliendo el contenido comenzó a degustar las pequeñas bolitas trasparentes y su liquido el cual era mi receta secreta. Por lo visto mi plan había resultado ser todo un éxito, cada noche en mi cocina trataba de jugar con diferentes tipos de preparar la tapioca, en mouse, chocolate, dulce, de frutas estaba segura que no solo le estaba aportando un gusto a su paladar si no que también le estaba aportando nutrientes y vitaminas al usar este almidón extraído de la yuca.
Él se llamaba Joshua y cada día llegaba buscando con que lo iba a sorprender, después de cierto tiempo dejó en su escritorio una carta que decía.
"Primero que nada gracias por tus postres, sabes es muy extraño lo que te voy a decir pero es algo que ni yo mismo entiendo, como es que ni siquiera te conozco y has llegado a despertar en mi un gran interés por ti, nunca había probado alimentos que pusieran a jugar mi mente con la combinación de sabores y olores que tienen tus postres, déjame conocerte atte: Joshua." 
No podía creer lo que estaba leyendo por fin había logrado lo que siempre soñé, que la comida se viera de una manera diferente, que pusiera a pensar a las personas en los sabores y olores con lo que se preparan los platillos, que cada gastronomía es diferente, por su tradición, gustos, alimentos pero siempre se llega a lo mismo a causar una satisfacción a la hora de preparar los platillos y cuando aquellas personas conocen una forma diferente de poder comer.
Cuando me arme de valor y me presente con Joshua platicamos un poco para poder conocernos, lo primero en preguntarme fue por que había hecho eso de mandarle postres a su trabajo y no solo me presentaba, fue entonces cuando le respondí que para mi era la forma de que supiera como soy y como se vive la vida, como el juego de sabores, momentos dulces, amargos, agrios, intrigantes pero siempre se debe encontrar el balance perfecto para tener la receta ideal.
Para mi la gastronomía es despertar sensaciones al momento de llevarte ese platillo a tu paladar, y como siempre se termina con el postre ese platillo dulce, dando satisfacción y conclusión a los tiempos de la comida, y el mio fue sin duda satisfactorio encontré el hombre que completaba mi vida y los sabores que representan la vida que se pueden ver reflejados en una buena gastronomía.

Marilyn Pm

Relatos FM

Diles la verdad



aul era un chico tímido, nervioso, poca cosa. Uno más de los anodinos personajes que pueblan nuestras ciudades en estos tiempos en que el individuo es cada vez más irrelevante y que pese a ello, en su fuero interno, se creen especiales, como si el mundo fuese una obra de la que son los protagonistas y no, como en la mayoría de los casos, simples figurantes. Sin embargo en su caso era realmente cierto que poseía algo único que le hacía especial; un increíble secreto que hace que su historia merezca ser contada.
- ¿Por qué?
- ¿Por que qué?
-¿Por qué crees que va a merecer la pena que alguien la lea?
-Bueno, ya se verá, déjame ir avanzando.
-No, no te voy a dejar, porque sé lo que piensas, y sé que no tiene ningún fundamento, que ni te la has pensado y que no es más que una excusa.
-¿Qué quieres decir?
- ¿Por qué lo de Paul?
-¿Cómo?
-¿Qué por qué lo de Paul, el nombre?
- No sé, suena neutro, internacional, puede ser cualquiera y en cualquier país.
- O sea, que piensas que todo el mundo es neutro y anodino.
- ¿A qué viene eso?
- ¿Por qué no les dices la verdad?
- ¿Qué verdad?
- Pues que Paul en el fondo eres tú, siempre eres tú, todos eres tú. No sabes más que hablar de ti mismo y de tus cosas.
- No sé a dónde quieres ir a parar.
- Pues que te inventas un royo para disfrazarlo un poco; bla,bla,bla, aquí y allá, pero realmente lo único que quieres es contar tus propias paranoias , siempre las mismas a través de tipos casi iguales, indefinidos. No sabes crearme personajes.
- ¿Crearme? ¿Y quién eres tú?
- La voz de tu conciencia, ya lo sabes; YO lo sé. Sé que a menudo te sientes ridículo contando historias y que después las odias y te avergüenzas de ellas; que todo lo que escribes te parece ridículo y mediocre una vez acabado, y que en el fondo lo haces porque crees que tienes algo importante que decir, lo que en el fondo sabes que no es más que la vanidad de regocijarte en tu propio narcisismo.
- Y si así fuera, ¿cuál es el problema?
- Pues que si no eres sincero con los relatos que cuentas no vas a hacer más que dar el coñazo a la gente y hacerle perder el tiempo con cosas en las que no crees. Si lo único que quieres es mandar mensajes y no contar historias no te vayas por las ramas ni busques intermediarios para airear tus neurosis. Sé directo, haz monólogos; de todas maneras tus historias son siempre monólogos...
- Eso no es verdad.
- ¿Qué es sino eso de la gente anodina, de la sociedad que machaca al individuo y los pobres ilusos que nos creemos especiales? ¿Y la vida como una obra de la que no somos más que figurantes? Lo que tú piensas, lo de siempre. La historia no es más que una excusa, un envoltorio para decir las cosas que quieres decir, las que crees que valen la pena pero que realmente son muy pocas y ya mil veces manidas por gentes mucho más capaces que tú.
- Vale Okey, lo reconozco, así es.
- Ya lo sé. Yo tampoco sé crear personajes ni verdaderas historias, así que mejor que lo olvides.
-¿Entonces que puedo hacer si creo que necesito decir algo porque siento que algo desde lo más profundo me impulsa a hacerlo? ¿Me quedo sin hacer nada solo por miedo a no hacerlo bien? ¿Y si luego pasan los años y me arrepiento de no haberlo intentado?
-Cuenta lo que quieras contar si así te sientes mejor, pero hazlo directamente y sin intentar crear arte, haciendo ensayos sin ilusiones ni expectativas. Si fueras un artista ya lo sabrías y habrías hecho algo a estas alturas. Filosofa en el vacío contigo mismo resignándote a que nadie te escuche como le sucede a la gran mayoría de los hombres.
- ¡Pero yo quiero que alguien me escuche! El problema es que un cualquiera sin haberse forjado un nombre no puede empezar a filosofar de lo humano y lo divino así por las buenas. A la gente le aburren los ensayos y los pensamientos así, a palo seco; y si no los firma alguien conocido ni empiezan a leerlos. Además es un hecho que a la gente le gusta leer relatos: desde siempre los mitos y las historias con trama les interesan y se han recordado mejor que las meras enseñanzas, y si llevan en la trama los grandes temas les llegan mucho más hondo que un simple discurso y nunca las olvidan. ¿Qué es el Nuevo Testamento más que una trama que entrelaza en su historia pasiones humanas como la compasión, el amor o la traición en un relato humano con tintes míticos? ¿Cómo olvidarlo y olvidar el efecto catártico que tuvo en la gente durante generaciones? ¿No recuerdas también aquel juego de memoria con el que creando una historia recordaste una lista de diez palabras sin conexión aparente? Creías que no podrías, pero lo hiciste. Tenemos una extraña predilección por las narraciones; debe ser algo psicológico, o incluso biológico. Quizás tras tantas generaciones contándonos historias y recordándolas para que tengan coherencia nuestros cerebros han mutado. No olvides que tú misma utilizas el lenguaje para comunicarte, y que este depende de conexiones neuronales dinámicas, siempre en continuo cambio.
- Quiero pensar que como conciencia estoy más allá de las palabras y del cerebro físico, que abarco lo indescriptible, lo total e incomprensible, lo místico. Las palabras solo pueden delimitar conceptos, jugar con lo limitado sin llegar nunca a lo infinito, y finalmente soy yo la que crea en la mente de cada uno los mundos que observan.
- Bueno, bueno, ¿quién es ahora el que se anda por las ramas?
- Bien, vale, no seguiré por ahí. ¿Y tú con lo del secreto del tal Paul? Venga hombre, ¿qué vas a contar que tenga interés, el secreto de la vida y de la muerte?
- No sé, algo fantástico, algo...
- Una fantasmada, vamos.
- No sé, algo que pueda sacar por un momento la mente de alguien de su maldita rutina, de este mundo cuadriculado que nos hemos creado en el que parece no pasar nunca nada emocionante y hacerle pensar en lo... En fin, hacerle soñar aunque sea por un momento.
- Ja, ja, ja. ¿Un poco cursi no crees? En el fondo estas hecho un romántico...
- Como no serlo...Vivimos en una época tan carente de épica y de sentimientos sublimes.
- Olvidaré eso de "sublimes".
- Pues nada venga, dime tú, ¿cómo puedo hacerlo mejor?
- No puedo, y no puedo porque tú no puedes; no puedes inventarte ningún secreto maravilloso que merezca la pena ser contado porque no lo conoces. YO, no lo conozco. Quizás incluso no haya nada que contar ni que encontrar...
- ¿Y entonces que hago?
- Diles la verdad.
- ¿Y cuál es la verdad?
- Que no tienes nada que contar.
- ¡Está bien, está bien!, ¡tú ganas! Si alguien ha leído esto: YO NO TENGO NADA QUE CONTAR.

Prometeo

Relatos FM

Viento del noroeste

   
   Jaime caminaba tranquilamente por el precioso paseo del Muro, en su ciudad natal Gijón. Un trayecto que discurría varios kilómetros por verdes praderías, y sobre espectaculares y escarpados acantilados sobre el majestuoso mar cantábrico. Solía hacer aquel itinerario cada mañana, porque le encantaba caminar a orillas del mar. Al llegar a la altura de la escalera número 5, vio a un grupo de personas qué miraban  algo que  había  en  la  dorada  arena  de la  playa. Lleno de curiosidad: Jaime se  acercó para ver  lo  que  llamaba  la  atención  de  aquellas gentes...
      -¡Vaya  por Dios! Que desgracia. Si es sólo un niño Ha aparecido flotando. Está muerto. ¡Que pena!...
Las gentes murmuraban unas con otras, lo que el mar había arrastrado hacia la playa gijonesa.
Jaime llevaba jubilado unos meses, después de haber  trabajado más de cuarenta años como Policía local, y  ante la horrible visión de aquel niño, tirado sobre la arena como si fuera un muñeco roto, pensaba que si no estuviera jubilado: iniciaría inmediatamente investigación para averiguar lo que le había sucedido al desgraciado pequeño.
Cinco minutos más tarde, una ambulancia y un coche patrulla aparecieron en el paseo marítimo, para proceder al levantamiento del cadáver. Jaime observaba con infinita tristeza cómo lo recogían: tras haber dado permiso el juez de guardia.
Mientras se lo llevaban, no dejaba de pensar en aquella  joven  vida  truncada  de  manera...- Donde diablos estarían sus padres.- se preguntaba mientras se dirigía hacia su casa. Ya no tenia ganas de continuar paseando después de haber visto aquella terrible escena.-Un niño se había ahogado, y nadie se había personado en el lugar de los hechos para reclamar su presencia. ¡Que solos siguen creciendo muchos niños! -. Comento Jaime para sí mismo. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel chaval que habría fallecido seguramente debido a un accidente o a una imprudencia propia de su temprana edad, al encontrase probablemente solo en cualquiera de los pedregales e intrincados acantilados de aquella zona marítima. 
A las tres de la tarde, Jaime se acomodó en la butaca donde solía leer, escuchar música o ver la televisión: para ver las noticias del informativo regional, y ver si ya se conocía algún dato sobre aquel trágico suceso.  Echaba mucho de menos su trabajo. Si estuviera en activo, ahora él sería conocedor de primera mano de lo que hubiera podido suceder. Pero estaba fuera de servicio, u no acababa de acostumbrase por que trabajar como policía le había reportado innumerables satisfacciones y reconocimientos.
Las  noticias del informativo regional comenzaron, pero Jaime no pudo evitar sentirse decepcionado por que éstas apenas recogieron más que una escueta noticia sobre la trágica muerte de David  López Vázquez, tenía diez  años de  edad, y había vivido en Gijón. Enfadado apagó el televisor, y salió a la calle. No podía soportar la falta de interés tras el luctuoso suceso infantil.
La Semana Negra de Gijón acababa de iniciarse aquel mes de Julio, un par de meses mas tarde de aquel accidente infantil, un año más desde hacía veinticuatro. Las vistosas atracciones, los chiringuitos, los innumerables  puestos de ventas de artesanía, el colorido multirracial, las carpas donde ofrecían las charlas los numerosos escritores que asistían a la famosa convención, la música...todo era ebullición, olor, color, vida, y las ganas de diversión estaban por todas partes,... Jaime se encaminaba tranquilamente hacia los puestos de venta de libros, donde cada año solía adquirir varios ejemplares: cuando escuchó un grito desgarrador.
Sobre el duro pavimento en el que estaba anclada la espectacular noria gigante: una de las atracciones más vistosas del concurridísimo certámen lúdico-cultural gijonés, estaba el cuerpo inerte de un niño de unos diez años de edad. Al parecer, según comentaban diversos testigos que lo habían presenciado, el pequeño acababa de caerse de una de las cabinas de aquella noria.
Ante la confusión que acababa de originarse Jaime no pudo quedarse quieto, y se acercó hasta donde permanecía el cuerpo inerte del pequeño: mientras escuchaba los comentarios  a  su  alrededor.
      -¡Está muerto! Se ha roto el cuello. No hay nada que hacer.- Dijo un joven treintañero, que acompañaba a una linda joven, a la multitud que comenzaba a congregarse alrededor de donde estaba el niño...
      - ¿Como lo sabes chaval? Le increpó un señor mayor, ante el breve exámen que el joven acababa de hacerle al pequeño, sin poder hacer nada por él desgraciadamente.
        - Pertenezco al equipo de salvamento marítimo del Principado de Asturias señor; mi deber es auxiliar a
    Cualquier persona que esté en peligro en la playa o alrededores. Hoy es mi día libre, y como comprenderá
    No puedo estar quieto sin haber intentado salvarle. Lo malo es que el niño se ha matado. Hay que avisar a
   
       Una ambulancia_: dijo el eficaz joven, marcando en su teléfono móvil, el número del sámur...
       -¡Pobre crío! ¿Cómo se habrá caído?- ¡Acaso no había nadie a su lado! dijo una señora de mediana edad totalmente compungida ante la desgraciada caída del pequeño.
  - ¿Cómo habría podido subirse a la noria?  No dejan a menores de catorce años.  Se lo digo yo, que ayer mismo intenté subir con mi hijo pequeño, y los responsables de esa noria no me lo permitieron.
Decía un joven padre, muy afectado ante la terrible muerte del desventurado pequeño. La Semana Negra se vio enturbiada por el luctuoso suceso; debiendo la organización suspender las celebraciones aquella  noche. Jaime estaba muy disgustado y se sentía impotente ante aquel nuevo accidente infantil. Durante sus más de  cuarenta  años  de  servicio: siempre se había mostrado muy sensible hacia los sucesos relacionados con los niños. Victimas inocentes de quienes no son capaces de cuidarles como se merecen.
Él podía hablar con pleno conocimiento de causa, ya que había sido uno de tantos niños maltratados.
Su padre había sido un tirano que gastaba buena  parte de su jornal en bebida y en el juego. Regresando a casa de madrugada o al día siguiente cargado de alcohol, y sin el dinero para poder comer su familia. Su padre había maltratado a su mujer, la desgraciada madre de Jaime, y a él mismo, durante muchos años.
Jaime padeció un calvario durante su niñez, hasta que a los catorce años, tuvo el valor de marcharse de casa, cambiando incluso de ciudad para que no le encontrasen jamás y pudiera comenzar de cero: una nueva vida  para poder sobrevivir. A pesar de ser un niño, tenía las ideas muy claras, y en una ciudad muy distante de la que le había visto nacer y malvivir: pidió asilo en un internado masculino.
El padre prior del mismo: consternado por su terrible historia, le acogió en aquel pensionado para niños varones, y le dio la formación necesaria para que pudiese desempeñar lo que deseara cuando fuese mayor. Allí pudo dejar atrás su desgraciada infancia, y sus miedos atroces, lejos de las constantes palizas de su padre, sin volver a pasar jamás hambre, sed y calamidades.
Fue un excelente estudiante, por que quería ayudar a los niños desfavorecidos. Por eso se hizo Policía.
Un mes más tarde los luctuosos sucesos parecían haberse desvanecido como la neblina que cada mañana cubría el mar cantábrico. A principios de Agosto tenía lugar la puesta en marcha de otro evento que atraía anualmente a Gijón a miles de visitantes: se trataba de la prestigiosa Feria Internacional de Muestras de Asturias. Aquella tarde gris amenazante de lluvia, era óptima para acudir al recinto ferial, dado que dentro de aquellas instalaciones hacía siempre un calor insoportable, y era mucho mejor que la jornada estuviera gris. Jaime permanecía a la cola para adquirir la consabida entrada para acceder al recinto, impaciente y agobiado. Deseaba adquirir un producto quitamanchas que solo vendían en aquella feria, que le había recomendado su amigo Eloy - Es muy bueno Jaime. Los que vivimos solos, debemos tener siempre a mano estos productos "mágicos", para evitar ir  a  la  tintorería- Esa era la razón por la que se había decidido acudir aquella tarde a comprar aquel producto...- si lo vendiesen en cualquier tienda- pensaba, mientras se impacientaba en la cola: a él no le pillarían en aquella Feria...¡Ni hablar! Así qué compraría aquella crema, y se iría cuanto antes. Había quedado cuando terminase de adquirirla con Eloy y unos amigos, para tomar unas botellitas de sidra en la Plaza Mayor.
De repente ante la entrada de la feria un grupo de personas rodeaban  algo que  había  en el suelo. Jaime  se acercó cauto, y contuvo un grito ¡Otro niño muerto! No puede ser cierto, pensó. Pero desgraciadamente así era. Una niña  de unos diez años  estaba tirada en el suelo.
       -¡Esta muerta! Tiene la cara destrozada.- dijo alguien del publico que contemplaba la horrorosa escena. Jaime se excusó con sus amigos, se retiró a su domicilio, y de inmediato se puso a investigar ¡Había un asesino suelto en Gijón! Y antes de que diezmara a más niños había que ponerle cerco... ¿Quién podría  ser  aquel  monstruo?
Un par de días más tarde: delante de la Comisaría de policía de Gijón, se arremolinaban un buen número de periodistas llegados desde todas partes de España. Las violentas muertes infantiles habían trascendido los límites de la Región. Jaime había ofrecido desinteresadamente sus vastos conocimientos a sus compañeros de oficio, y estaban tras una pista bastante acertada, pero aún así, el asesino no aparecía y el tiempo con su transcurrir, amenazaba con aparcar aquellos sucesos por que desgraciadamente otros nuevos iban ocupando las páginas de la actualidad: y los policías trabajaban en otros casos que iban sucediendo ante la carencia de pruebas de los sucedidos con aquellas muertes infantiles en Gijón, Pero Jaime no estaba dispuesto a permitir que el tiempo enterrara aquellas absurdas muertes.
Desde una de las ventanas de una lujosa casa  situada en la  popular calle corrida, la vía más transitada de Gijón, alguien observaba a aquel  niño de unos diez  años de edad, que jugaba solo, alejado de sus padres. Ambos estaban inmersos en una absurda discusión sobre donde irían a tomar las siguientes sidras. Iván- que así se llamaba aquel solitario niño-estaba aburrido, cansado, tenía sueño, hambre y sed...pero sabía muy bien que no debía molestar a sus papas. Estos eran buenos, pero no les gustaba ser molestados por él. Debía dejarles que se divirtieran. Ya llegaría la medianoche  y  se  marcharían ¡Al  fin!  A  su casa.
Iván vio fugazmente al hombre que salió del portal, y se dirigía  hacia él. Por instinto, sintió un inminente  peligro, y se acercó  a  sus  padres. Estos  a  punto estuvieron de ver lo que el hombre portaba en una de sus manos: una afilada navaja de reducido tamaño...pero el energúmeno, al ver  que casi le descubren y que no podía concluir su obra, velozmente se volvió incontrolado, y con el afán de la huída hacia su casa, tropezó involuntariamente con una joven que inoportunamente se cruzó en su alocada carrera. Al verse frenado por la chica: le asestó una puñalada. El terror cundió de inmediato. Una patrulla de policías que estaban a escasos metros,  procedió a  su detención.
      - ¡Quería  liberarlos  a  todos! No es posible que  esos  niños  crezcan como yo, sin  amor, siempre solos, 
    A  la  puerta  de bares, sidrerías y demás lugares. Yo les quiero llevar a un mundo mejor, lejos de los que 
    Siempre  no les quieren...
Las  esposas  fueron cerradas  en las  muñecas  de  Luís  González. Un hombre de cincuenta años que se declaró culpable de las muertes de aquellos niños. El había sido muy desgraciado. Sus padres le habían dado constantes palizas durante su niñez y juventud, dejándole trastornado. No hubo nadie que pudiera alejarle de semejante horror, y creció con un odio terrible que se instaló en su perturbada mente.
Jaime paseaba  por el precioso paseo del Muro de Gijón. Sabía que merced a aquellos asesinatos infantiles: muchos de ellos estarían al lado de los suyos, protegidos de las mentes criminales que como el viento del noroeste, perturba la mente del ser humano.   

Géminis

Relatos FM

Encuentros


Me atormentan como clavos en mi cabeza, he matado a mi madre recibí la extraña visita de un ser translucido, cosmico. Hoy escucho violet hour de sea wolf, "Tengo mucho frio". ¿Dónde me encuentro? ¿Qué pasa? ¡no puedo moverme! mi cuerpo entumecido yace en la cama gris, mi piel helada como nieve , algo se ha apoderado de mi alma , ella abandona mi carne , voces gélidas me gritan al oído , parece que sujetaran mi cuerpo.
Pido ayuda descontrolada, nadie me ayuda, estoy solo...¡¡ No estoy loco!! Solamente no se lo que ocurre en este momento.
Tres días antes,  la noche del 31 de octubre  de  2005,  yo me encontraba en mi habitación, arrodillado orándole al divino, una llovizna caía copiosamente, los ventanales temblaban con el viento enfurecido. Que noche más estruendosa aquella, era muy intenso ver caer la lluvia y ver las personas corriendo por la calle – me pregunte. Ya era tiempo de lluvia ya era agosto, porque  en julio no había caído ni una gota de agua. Minutos más tarde pude sentir mucho temor, un ser que no me percate si era hombre o mujer caminaba entre la lluvia, la niebla estaba ya bien espesa, este ser  no llevaba paraguas solo una chaqueta negra con un gorro que escondía su rostro. Con su cabeza mirando hacia el suelo, caminaba sigilosamente  por la calle las damas, pensé en ese momento- tal vez es un vagabundo ebrio. Se acercaba tanto a mi casa, estaba cada vez más cerca, - no lo podía creer. Cuándo ya pude ver su rostro mojado, su pelo  encanecido –no puede ser – no puede ser: ¡es ella! ¡Volvió por mí! Doña pía... doña pía –grite como un loco ¡eres tú! Pero si estas muerta... ¿Cómo es esto posible? ¿Se puede volver? Pero si yo te...
La mujer se paro, frente al ventanal de la habitación principal, los cristales se empañaban bastante  en su rostro de tez canela se dibujo  una macabra sonrisa. Que espeluznante era ver su rostro n parecía la mujer que se había ido de mi casa, no tenia dientes su mandíbula estaba algo destruida  mi ansiedad era tanta. Que en ese instante solté un grito desgarrador que se escuchó en todo el vecindario, sentía como si se me desgarraba mi garganta, caí al piso cruce mis brazos y mi cuerpo temblaba  fuertemente. Cuando me levante, volví a ver a la calle.  Tenía que asegurarme. No era posible, que mi madre estuviese viva. Yo mismo la había  matado en el cuarto de costura, Con mis propias manos  agarre un hacha y le corte el cuello, golpee y golpee hasta desfigurarle el rostro. Luego ya sin vida. En el jardín trasero  donde estaba las rosas rojas de Sudáfrica, y el cerezo  cave una profunda fosa. Tuve mucho cuidado y disimulo con la tierra removida.


En menos de una hora, enterré el cuerpo de mi vieja anciana, Aquellas majestuosas rosas rojas fueron su mortaja. Un temblor oscuro, recorrió toda mi piel. ¡Dios mío!, fui al jardín eran las 12 y cuarto de la madrugada  ¡eso no podría estar pasando!, la fosa está vacía. Como si ella  se hubiese levantado. Un pánico terrible se apodero de mi alma. No sabía qué hacer. Un minuto después,  escuche una voz que me resulto muy  familiar, me dijo. - ¡José!... ¿Por qué, José...? ¿Por qué me hiciste esto a mí...? ¿Contesta José? ¿Porque si yo te di todo?, eras todo para mi...
madre pía... - susurre con tono  muy desesperado. - no quisiste firmar el testamento preferiste a Wilfredo. No había otra  alternativa, ¡no tenia opción!, Entonces ella se acercó a mí, con su vestido negro rasgado de dolor inundado de ira, su semblante no era el mismo. Palidez fantasmal, voz de ultratumba. Su pies no le llegaban al suelo, su rostro era borroso se movía como el viento, flotaba como hojas de cedro. Extendió sus brazos hacia mí. Susurrándome lentamente: José, ven... acércate a mí  por una última vez. Sus ojos me hipnotizaban me guiaban hacia ella, camine hacia ella y la abrasé como a un peluche de felpa. Como nunca lo había hecho. Le di un abrazo largo y afectuoso. Poco a poco fui entrando en una extraña calidez un hedor a   azufre sofocó mi nariz, poco a poco mis ojos se fueron cerrando   ya no hay mas recuerdos una oscuridad inmensa se hizo presente en ese sueño realidad ¡aun no lo sé!
Me encuentro en un lugar, lleno de cadenas y tierra desértica. Oscuro como y extenso como el mar pero solitario como el espacio.
- ¿Qué  es lo que oigo? ¡Voces eternas, gritos de auxilio! ¡Sombras se acercan a mi alma!  ¿Quién podrá ayudarme? Nadie porque aquí no hay nadie aquí no hay salvación no hay Dios, no hay nada.
- ¡¡que hace donde José alli!! ¡Preguntaban los vecinos! ¿Qué hace ahí dentro? No ve que está dentro de una fosa, decía la señora Cleotilde.
Pero, ¿Por qué? preguntaba el señor memo de la tienda de la esquina.
-un momento... ¡Entonces no estoy muerto...! 
Estoy vivo ¡¡Por favor, llévenme a la luz sáquenme de oscuro lugar!!
Una vez fuera, salí corriendo como un  zombi, ¡grite!: no lo vuelvo a hacer ¡¡perdóname!! ¡Vuelve a mi por favor!!", pero no era yo era otro ser, yo me quede perdido en ese universo oscuro pagando mi condena...

Allejo di Ávila

Relatos FM

Helena


Sólo el que ensaya lo absurdo,
es capaz de alcanzar lo imposible.
Miguel de Unamuno

Tenía una peculiar forma de hacerme callar: cuando juzgaba que mis palabras no le convenían,  ya sea por carecer de esa utilidad por la que su mente pragmática se desvelaba, por ser hirientes para su henchido amor propio cebado a base de un cúmulo de años creyendo vivir con la respuesta a todo, o por ofensivas o burlonas, me quitaba las gafas como primer paso de un meticuloso ceremonial, y reclinaba su cabeza en mi pecho, contorneándose ligeramente de un lado hacia el otro, como si tuviera complejo de péndulo de Foucault. Eso sí, con menos elegancia. Mis años de experiencia en amoríos y flirteos me habían enseñado, y era capaz de verlo y de emitir juicios más-o-menos-objetivos a pesar de que aún conservaba los últimos retazos de la ceguera del enamoramiento, que en esta ocasión se prolongó durante meses. Era algo por completo inesperado y desconocido para mí eso de seguir mirándola con cara bobalicona a estas alturas de la historia. En tiempos pasados, esta necedad propia de las primeras semanas voló rauda, aventurándose al nomadismo, y admito culpablemente que no me fue bien y no estoy orgulloso de ello. Primero Clara, después su hermana, luego esa tarambana que me saludaba en el supermercado y me hacía martillearme la cabeza preguntándome a mí mismo si había coincidido con ella por ventura o desventura alguna vez en mi vida, la promotora de aquel puesto de telefonía móvil que me paraba cada día camino a las prácticas del buró para darme un folleto, ...
Sigo sin comprender qué diantres pasa por la cabeza de las féminas. Dada mi edad y mi porte caballeresco, y aparcando la modestia a un lado para que descanse de tanto como saco a pasear  su pesado disfraz en los mítines, soy capaz de escribir un libro que podría titularse algo así como El lenguaje no verbal de las mujeres, con un pequeño subtítulo asangriado en el margen derecho: Descifra a tu mujer y a la panadera, para hacerlo más comercial. Esto es un proyecto, me asesoraré; daré una patada a una piedra para que salgan cientos de expertos en Marketing. O preguntaré en internet; ahí cada persona parece haber leído una gran obra especializada precisamente en el tema del que tú necesitas opinión. No entiendo por qué vienen luego con esas pamplinas de las estadísticas del nivel educativo del país. Será que no conocen a mis contactos.
La vida profesional y la formación que me procuré para ella me hacían gozar de una posición considerada y era tenido en estima. Cuando eres una persona influyente y, además, puro carisma, te adentras en el mundo difuso de si entrechocas la mano que empuja tu cuerpo resonante de palabras y risas huecas hacia delante o hacia atrás. Y si hace lo primero, por muy versado en el psicoanálisis que estés, jamás podrás saber qué intenciones mueven a tu colega a apoyarte y rondar en todos los eventos que organices.
Arrastraba aquel pelele que tenía por organismo por las calles de Barna, sudoroso y asfixiado por la pulcra americana de tweed y la ridícula corbata que no le hacía juego. No sé en qué estaría pensando mi yo adormilado este amanecer, será que no me miré en el espejo después de quitarme las legañas. O que no me las quité, no recuerdo.
En estos devaneos mentales me entretenía cuando me llevé instintivamente las manos a los ojos para comprobar si las legañas habían pasado conmigo toda la jornada laboral. Y al entremeter mis dedos entre las varillas de pasta y el cada vez más escaso cabello para quitarme las gafas, la recordé. Era la segunda vez que lo hacía hoy, y vendrían muchas más.
Ella y sus serpenteos. El péndulo hipnótico.
No era de mi mundo. Y dudo que lo fuera del de ninguna otra persona. Se asomó en mi vida de una manera inesperada. A veces me meto en la piel de esos cisnes horteras de la caseta de la feria que van dando vueltas en su estanque simulado con una pátina de aluminio pulido, y que, de repente... ¡Lo atrapé, papá, lo atrapé! El pobre animal no podría haberse librado de la desgracia de ser de plástico, o de la de estar decorado con los estampados con los que tapizaban los sillones de cualquier antro que pretendiera inútilmente estar en boga. Pero aunque sus ojos de poliestireno expandido tuviesen la capacidad de ver, jamás hubieran visto el hilo de pesca que se le cercaba el gaznate.
Ella era así, como ese niño en la feria. Pero no como todos los niños.
Era repelente, pero necesariamente había de serlo para que se cumpliera esa extraña ley de la que me hablaba: si he llegado a tu vida, es por algo. Suena a convencionalismo, pero no lo era si salía de sus labios. Un grande decía que la virtud está en el punto medio, pero eso no tiene nada que ver con las medias tintas. Si pienso algo, lo pienso, lo siento, lo creo, y estoy convencida.
Helena tendía a los latinajos y a lo arcaizante, y citaba a los clásicos creyendo asegurar con ello la autoridad de lo que decía, aunque pienso que era más pavoneo que cultura. Cuando le preguntaban por su nombre, se sonreía y comenzaba a exponer aquel cuento de que su madre la cristianó así por Helena de Troya, pero nada más lejos de la realidad. Su madre era analfabeta, y nadie le habló nunca de literatura griega.
Me la presentó un conocido de la universidad en uno de esos encontronazos fortuitos en el autobús. Compartimos parte del trayecto, y al día siguiente volvimos a encontrarnos. Llevaba un bolso al borde del big-bang, y captó mi atención durante nanosegundos. Eso fue suficiente para que me dijera que siempre lleva un libro encima, no sé si justificándose por parecer un animal de carga, o para sacar a relucir su aire intelectual que tan poco pega a su exterior desaliñado. Vivía sumergida en su particular visión de la realidad, y eso la hacía preocuparse poco por su apariencia. Estaba a millas de la perspectiva del resto de personas, sobre todo de las de su alrededor, criada en un ambiente en el que se sentía aplastada. A veces llamaba Vetusta a su casa. Sin darme cuenta, se me hizo indispensable hablar con ella; la admiraba porque era distinta, vivía continuamente en el esfuerzo del pez que sale del agua. El pez aguanta unos segundos, y ella llevaba así toda su vida.
Compartíamos los gustos en cuanto a cultura, pero sólo eso. Sí, sabía apreciar la buena música y las buenas películas, pero no iba a recitales o al cine, lo consideraba un lujo. Era cuestión de su sensibilidad, no de sus posibilidades. La descubría mirándome con ojos sorprendidos, fruto de la extrañeza que le producía que tal día le mandara una foto del hotel lujoso en el que nos alojábamos durante la campaña, o que tal otro gastaran en una cena para agasajarme más de la cantidad de la que disponía ella para toda una semana. Y sin embargo, nunca abrió la boca, y tampoco pretendía decírmelo de otro modo, pero ya he dicho que soy un experto descifrando la sutileza femenina.
La llamaba y venía con presteza, sin importar la hora o la distancia. Había encontrado al fin a alguien que medianamente la comprendía y se interesaba por ella, y lo había hecho sin buscar, por esa casualidad que ella se empecinaba en decir que no existe. Nunca le pedí salir formalmente, pero no fue necesario; y de haberlo hecho  me hubiera rechazado, tan poco le gustaban los formalismos. Rebelde con mentalidad conservadora: esa personalidad tan peculiar era mi agujero negro, lo mismo que siente un científico meticuloso ante su intrincado objeto de investigación.
Fuimos juntos a cientos de exposiciones, obras de teatro e incluso óperas, y el sutil brillo de sus ojos unido a esa sonrisa pícara que lucía en todo momento me hacía ver que disfrutaba. Pero sólo lo veía cuando estábamos solos, y me hablaba sin cesar de las veces que le habían llamado la atención los guardias de seguridad por sus gustos extravagantes de mirar tal cuadro a cinco metros de distancia tirada en el suelo, o tal otro permaneciendo durante minutos bochornosos (para los demás) de pie sobre el banco situado en el frente. Tenía una firme explicación que justificaba su actitud en cada momento, una suerte de excentricidad razonable, si es que puedo acuñar esa expresión. Conmigo actuaba con naturalidad, y sus anécdotas solían ser nuestro tema de conversación para romper el hielo en situaciones soporíferas. No soporto a esos culturetas de la apertura de la exposición. Tampoco las finuras de beber champaña en altas copas de cristal de Venecia con canto dorado mientras esos camareros subcontratados con una basura de sueldo se apresuran de un lado para otro ofreciendo a las refinadísimas señoritas canapés que creen rechazar por educación, pero que en realidad lo hacen porque su interior ha analizado el número de calorías de la lechuga con mayonesa y lo consideran excesivo. Para ella, todo lo que no fuera práctico carecía de sentido.
Estar con ella era mi liberación. Papeles, micrófonos, aquella tarima demasiado desvencijada, el gráfico que no es apreciable para la audiencia, los colores demasiado llamativos del fondo (¡carajo, en qué estaban pensando al ver el Pantone!), aquel logo que hacía desmerecer la consigna escrita bajo él, ... Mis quebraderos de cabeza a los que ella respondía con un Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Así abría hace siglos el Eclesiastés. Me era inevitable dejar de hablarle de mi mundo, tan absorto como estaba en él, aunque lo intenté durante los dos primeros meses; poco a poco, sin percibirlo, la fui llevando a mi terreno. Lucía increíble con sandalias y peep-toes de tacón de aguja y con unos arreglos de la asesora de imagen del partido (ella siempre fue contraria a la más mínima mota de maquillaje, para mí  esto era señal de que comenzaba a sentirse cómoda en mi ambiente)
¿Te importaría que me quedara en casa esta noche? Ni el Nolotil me quita estos dolores. Ya sabes, cosas de chicas. Claro que me importaba que no estuviera entre los afiliados y simpatizantes la noche del cierre de campaña. Pensé de modo egoísta, sabía que no sentiría la misma seguridad si ella me veía en directo o a través del televisor, y no me equivocaba. De todos modos, todos los votantes potenciales estaban convencidos de nuestras posibilidades. Que titubeara un par de veces en el discurso no influiría lo más mínimo.
En el taxi de camino a casa no pensaba en otra cosa que no fuera pasar la jornada de reflexión durmiendo. Me veía a mí mismo desaflojando el nudo de la corbata y tirándome vestido sobre el colchón procurando no despertarla. Adiós, muy buenas noches, descanse, que le esperan días duros, se despidió el taxista. Ahora vivía una especie de déjà-vu; había configurado en mi cabeza tan vívidamente las escenas previas a irme a la cama, que parecía que ahora las estaba reviviendo, pero con paso apaciguado, con uno de esos efectos de cámara lenta.
Subí. Tiré del nudo de la corbata por las escaleras, antes de tiempo, y me desprendí de ella camino a la habitación. Un zapato describió una parábola con su vuelo hacia la derecha del pasillo. El otro se estampó contra el muro izquierdo. Las gafas descansaron en el aparador. Sin hacer ruido, reposé lentamente sobre mi lado de la cama.
No está.
No está.
No está.
En su lugar, una nota. De poco me sirve ganar el mundo entero si mi yo real no pertenece a esa realidad. Tu mundo no es el mío. Ec 1, 2. Una vida así sería demasiado confortable, y no sé vivir si no es en agonía interna. Espero puedas perdonarme, lo siento.
Años después he asumido que es el riesgo que se corre al ir detrás de lo misterioso, pero que sin duda merece la pena pasar por ello. Enciendo el televisor, harto como estoy de las noticias. Prima de riesgo en máximo histórico. España al borde de la intervención. Revueltas en Grecia. Grecia. Helena.
Me llevo las manos a la cara y me quito las gafas. El reloj de péndulo da las cuatro.

Ayesa

Relatos FM

Lágrimas en arena


Sola en casa, Amalia no puede desviar la mirada perdida de una de las ventanas de la sala; fuera llueve a mares, pero esa lluvia embravecida es un mar que no le trae a Alonso de vuelta, que no le arroja a descansar en sus brazos después de otra dura jornada de trabajo en la barca, y encima anochece tras el cristal donde pega la frente y las manos extendidas, y el vaho deja una señal que se enciende y se apaga en vano, inútil como la luz de un faro que alumbrara un océano desierto. Además el tiempo vuela aunque a Amalia se le haga eterna la espera; comienzan a brillar las farolas en la penumbra de las calles vacías del pueblo, de repente un relámpago le ilumina la cara, arrebatada da media vuelta y atraviesa resuelta el pasillo, coge su chubasquero del colgador atornillado en el envés de la puerta de la casa, abre y cierra a su espalda con un portazo.
Amalia se sumerge en el furioso diluvio cubriéndose con la capucha y al doblar la esquina camino de la playa empieza a andar a fuerza de piernas contra el viento de levante, que le azota el rostro con un látigo de nueve colas de agua y la frena entera pero no la vence, así que alcanza el paseo marítimo, se detiene, mira a su derecha y a través de las olas que caen del cielo y rompen en la acera observa el viejo caserón que desde que ella tiene memoria acoge a la cofradía de pescadores, cerrada. Esto debería sosegarme, se dice, porque de ahí no se marcha nadie hasta que ficha el último colega, pero entonces... ¿¡Dónde se ha metido mi marido!? Y comienza a pensar lo peor. ¿Y si la barca se ha ido a pique, un compañero le ha encontrado en alta mar a la deriva, exhausto y congelado, y le ha llevado a urgencias para que le hagan entrar en calor? ¿Y si ha naufragado y se ha hundido antes de que pudieran salvarle? No, no, no puede ser, todo el mundo le estaría buscando; no permitirían que el piélago les derrotara sin lucha, no se rendirían hasta hallar los restos de la catástrofe o el cuerpo...
De un golpe de timón Amalia aleja de sí aquella imagen funesta, reanimada pisa la arena, atraca en la orilla y entorna los ojos para escrutar mejor el horizonte mientras la tormenta le acribilla la cara, pero la noche viste de viuda por una gaviota petroleada y la vista se pierde en la oscuridad mar adentro. Ella intenta calmarse de nuevo, convencerse de que vive una cruel pesadilla de la que despertará en cualquier momento con Alonso a su lado sano y salvo, pero en seguida se reconoce incapaz de aquietar la zozobra de su mente, de ahogar los fatales presagios que vuelven a tenerla en vilo. ¿Y si la barca? ¿Y si él? ¿Y si una pérfida sirena?
A Amalia se le va la cabeza, las lágrimas pugnan por asomarse a la playa, ella se muerde los labios para que el llanto no le aborrasque la mirada, entonces siente un nudo marinero en la garganta, la presión en el pecho que le impide respirar, un grito contenido en las entrañas, violentos temblores que la agitan desde los hombros hasta las yemas de los dedos de los pies, y estremecida ruega a un Dios en el que no cree, con voz convulsa, que no le haya ocurrido nada malo a Alonso.

Solo en su barca, Alonso arranca el motor fuera borda y pone rumbo a la costa. El crepúsculo empieza a dorar un mar que pronto cesará de ser balsa de aceite; el viento del este arrecia y por el cielo se avecina el temporal.
El pescador alcanza la playa cuando ya llueve a mares y aunque la corriente marina le ha apartado unos metros del punto donde suele atracar en tierra firme, salta a la orilla, arrastra a fuerza de brazos el bote hasta la arena que no acostumbra a empapar la marea, recoge sus bártulos de la cubierta, le da media vuelta a la barca y ahí la planta, de vuelta a casa.
Protegido por el chubasquero del bravo oleaje que le embiste a traición, a Alonso parece propulsarle el levante al paseo marítimo, sin embargo allí se detiene, mira a su derecha, se levanta un poco la capucha con la mano izquierda y a través de la colérica tempestad que se lanza contra las oscuras calles desiertas del pueblo ve el viejo bar donde suelen reunirse algunos compañeros a maldecir la faena, abierto. Amalia quizá se preocupe, se dice, porque ya anochece, pero... ¡Un día es un día, diantre!
Alonso pisa la acera mojada, se acerca al refugio que hoy le va a resguardar también de las ráfagas de agua con que ahora le ametralla el viento francotirador apostado en la fosca, empuja la puerta, sano y salvo entra, en el televisor juega el Villarreal, se sienta en un taburete, se acoda a la barra y pide un sol y sombra.
-Oye, ¿ésa que baja por ahí no es tu mujer? –le apunta un colega.
De un trago Alonso apura la copa, paga, desciende de su asiento, tira de la puerta, sale del bar, mira a su derecha, reconoce el chubasquero de su esposa que se apresura en la playa, camina a su estela, se le aproxima en silencio, por la espalda la abraza sin mediar palabra y ella que hasta ese instante ha conseguido contener las lágrimas a duras penas, empieza entonces a deshacerse en llanto, resbala entre los brazos de su marido, cae hecha charco, comienza a filtrarse en la arena, al fin desaparece y queda Alonso estupefacto, solo y de luto.

Al Achiq

Relatos FM

Ronda nocturna


Como suele suceder en las grandes ciudades aquel hombre se sabía perdido en la inmensidad, en el desasosiego de una gran urbe. Caminando despacio y sin rumbo, torció por un callejón hasta que se encontró de frente con un amplio ventanal iluminado por una luz espectral, muy brillante. Se detuvo allí y respiró unos segundos; luego continuó su trayecto bajo las luces de neón, como si de un personaje de Hopper se tratase.
Casi de inmediato llegó a un bar, uno de esos cuyas centelleantes focos lo hacían asemejar a un nuevo amanecer, a un despertar nocturno. Sonaba de fondo la música de Cole Porter y la de Gershwin, los ritmos frenéticos de algún jazz intercalado con el melancólico swing de los años 30, siempre ligado a Brodway y a Fred Astaire.
Pese a todas aquellas delicias, nuestro héroe seguía pendiente de su melancolía, de la nostalgia triste de un hombre de cuarenta años que busca la razón de su vida, de toda su existencia vana.
En aquel café semidesierto, entre aquellos extraños que apenas se atrevían a mirarse entre ellos, nuestro protagonista se sentía como pez en el agua.
-¿Desea tomar algo?- le había preguntado el camarero con voz arisca y de pocos amigos.
-Un café, por favor.
Depositando su sombrero de fieltro gris sobre la bruñida barra, aquel hombre había echado una ojeada a su alrededor, aunque no había visto nada en que fijar su atención. Sólo una mujer de mediana edad, ataviada con un vestido rojo, muy maquillada, y que daba de cuando en cuando una calada a un cigarrillo que ardía entre sus dedos, lo observaba desafiante, provocadora. Quizá fuera una de esa mujeres que intentan seducir a los hombres, quizá fuera simplemente una mujer descarriada o una golfa, el caso es que él desvió su rostro hacia el otro extremo del café y cruzó la mirada con un individuo que debía de estar borracho, pues parecía desplazarse sinuosamente.
-Aquí tiene su café- le anunció al fin el "barman".
-¡Poca gente hoy!- quiso entablar él una conversación, aunque su intento fue inútil.
El camarero se quedó como abstraído mientras limpiaba el mostrador con una bayeta amarilla, vieja y raída.
Aquellos autómatas de la ciudad, de aquel metrópolis nauseabunda donde había vivido tantos años, no hacían sino crisparle los nervios. Tomó pues su sombrero de fieltro y se lo puso en la cabeza, depositando unas pocas monedas sobre la bandeja que frente a él dejaba.
De inmediato volvió de nuevo a recorrer las calles. Pero cuando estaba en la puerta de un local, mirando por las ventanas para conocer su ambiente, alguien comenzó a tirar de la americana de su viejo traje de tweed.
-¿Tiene unas monedas?- le preguntó una voz cascada a sus espaldas-. ¡Vamos, hombre, usted parece tener dinero!
Era el borracho del café que pretendía abalanzarse sobre él con un gesto indescriptible.
-¡Déjeme!- quiso desembarazarse dándole con el codo un empujón-. ¡Está usted borracho!
-¡Unas monedas! ¡Unas monedas!- repetía extendiendo su brazo pedigüeño. Auque nuestro héroe no le dio ni un céntimo, y en cuanto pudo puso pies en Polvorosa.
Necio el hombre que accede a los vicios de los demás, puesto que siempre será agraviado en todas sus circunstancias, haga lo que haga.
Fue patente el notar que aquel hombre se había entristecido aún más por aquella escena; pero apenas si sufrió cuando perdió de vista el rostro enrojecido de aquel Sileno ebrio que le recordaba sospechosamente a un cuadro de Franz Hals.
¡Si bien, nada como la nocturnidad, el sosiego pitagórico de las estrellas, en la armonía oscura de la gran ciudad! ¡Nada como las luces fosforescentes de los carteles luminosos, de las bocacalles silentes y los estrechos y profundos callejones!
Apenas había transcurrido la madrugada, cuando sintió la urgencia de volver a su casa; aquel paseo nocturno no le pareció viable. Soñaba despierto y aquello no le dejaba más que un amargo sabor de boca.
Una rubia pintarrajeada se le acercó presurosa, pues lo había notado indeciso, para aprovecharse de su situación.
-¿Quiere pasar una buena noche?
-Ya la pasaré en mi casa.
-¡Dónde usted quiera!
-Me refiero a solo- sentenció molesto por la compañía de tan impertinente compañera.
Y se deshizo de aquella mujerzuela atravesando la calle a tientas, para luego sumergirse en la tenebrosidad de un callejón.
Le pareció escuchar unos pasos precipitados que a él se aproximaban.
-¡Le he dicho que no quiero nada!- protestó él volviéndose hacia una luz que le iluminó repentinamente.
En su rostro se dibujó de repente una mueca de espanto. Sintió que algo afilado se clavaba en su estómago con un gesto precipitado, exhalando el último hálito de vida.
Su sangre bañaba el asfalto como si de una extensa alfombra negra y roja se tratase. Una sombra huyó hacia el fondo del callejón, sin casi hacer ruido, como un fantasma que en la noche tormentosa anuncia una calma eterna y un sosiego letal.

María Sijé

Relatos FM

Cuando cuesta respirar


Estás a punto de leer el relato más triste y a la vez hermoso que te podré contar jamás. La vida real, escrita en la finísima frontera que existe entre la cordura y la locura propia de una adolescente.
Es cierto que no tuvo muy buena vida. Siempre le faltó algo de dinero, pero en el fondo sabía que había personas soportando una situación mucho peor que la suya. Cada día,  veíamos a personas obligadas a vivir en la calle y los llamaba: "dueños de sus pequeñas fortalezas de cartón". Rostros arrugados, ignorados; barbas que revestían rostros serios, motivados por miradas de desprecio. Nunca le escuché una mala palabra sobre su vida. Tampoco percibí un solo suspiro de agotamiento, y he de admitir que era una terrible tentación.
En cuanto a mí: no me gustaba estudiar, en realidad, creo que a nadie le ha gustado nunca. Pero quería aprender. Quería sentirme más inteligente y sentir el límite de mis propios desafíos.
Caminábamos juntas a diario, dirección biblioteca principal. Completamente solas pero acompañadas de cierta manera. Una vez allí perdíamos la noción del tiempo,  todo era diferente, el cielo no tenía porque ser azul, el relente de la luna abrigaba por completo el planeta azul y las desobedientes nubes amenazaban en los días más claros de la primavera. En momentos así mi corazón latía a destiempo, o puede que, simplemente, al compás de su voz.
Fue entonces cuando mi mano derecha oprimió en el pecho, con fuerza.
Y por eso estoy aquí. Tumbada en esta triste cama, en esta silenciosa habitación, en  algún hospital de mi pequeño Badajoz; solo por eso le dedico a ella mis últimos pensamientos.
Solo el tétrico aspecto de este lugar parece anticiparte la información que me dieron los médicos días atrás. Tuve que asumir la realidad. Estoy enferma. Poco a poco, perderé la memoria hasta que queden inertes mi cerebro, y mi, cada vez mas frágil, cuerpo. Mis rodillas tiemblan. Con este folio de papel apoyado en ellas, le escribo lo último que podré deliberar. Teniendo pleno conocimiento de que muy pronto no podré leerlas ni seré consciente de que las he escrito.
No ignoro que será mi último deseo, pues lo he pensado bien. Como dijo el gran poeta en sus rimas y leyendas, no esperes a que Lázaro grite: ¡Levántate y anda!
Pregúntate: ¿Qué es la vida? La persona viva es la que es capaz de entender la simbología en textos de Lorca, la que concibe el significado de la expresión: '¡parece de Lope!', solo tiene vida aquel rostro del que brotan cataratas recitando versos de Neruda. No tenemos porqué vivir presos de una cárcel que no esta cerrada.
Querido lector, tú ya sabes como es la vida, ¿y la muerte? Todos ignoramos como es la muerte, sencillamente esperamos inmóviles que llegue el día de los cirios, los alargados cipreses, las campanadas nocturnas, y el triste ahogar de los rezos en llanto.
Me equivoqué, pero lo admito. La sangre no es combustible inagotable. Y aquellos que advierten lejano el descanso eterno, solo les pediré que se preocupen de agrandar su corazón. Un corazón inmenso, pide muy poco. Es de admirar lo que podemos oír permaneciendo en  silencio absoluto, sobretodo en un terreno en el que nada ni nadie le puede interrumpir. Os invito a comprobar que cuando habla el corazón es de mala educación que la razón le contradiga.
Dedico estas líneas a mi mente sufridora, que ni siquiera hoy; sabiendo lo que nos guarda el destino, tiene miedo. Me ordenará cerrar los ojos y esperar paciente.
No sé si lo sabes, pero con el corazón también podemos ver.

A la Efímera Vida.
Para el Tiempo Eterno.
A todo aquello que depende de un momento.
Y para ti.
Para que sepas que hay algo en nosotros que excede todo precio.

Hassan

Relatos FM

El frío de los azulejos


Era muy fácil quererlo. Ya desde el principio. Era tan fácil empezar a quererlo como difícil era apartarme de él. Era el típico chico que conoces de oídas y cando lo ves en persona cumple todas tus expectativas. Lo conocí en la fiesta de una amiga y allí comenzó el amorío que creíamos que podríamos mantener toda la vida. Pensaba que no sería posible una felicidad mayor. Cuando nos mirábamos a los ojos llegábamos mucho más allá. Como si pudiésemos comunicarnos con el alma. Yo leía lo que él me quería decir en sus pupilas, azules, increíbles. Si quisiésemos podríamos pasarnos la vida sin hablar, sólo mirándonos a los ojos.
Desde esos deseables diecisiete años, estuvimos juntos. Él me quería, de eso estoy segura. Lo sabía. Se notaba. Lo palpé, finalmente, cuando me ofreció un precioso anillo a modo de significante de una vida juntos.
No sé cuál fue el problema a partir del segundo en el que dije el sí quiero. Su actitud conmigo cambió completamente. Mirándolo a los ojos ya solamente veía dos ojos, un redondo cero en amor que empezaría a manifestar con malas palabras hacia mí y un continuo mal humor que duraba desde que entraba en casa hasta que salía de ella. Ante la existencia de excepciones, intentaba aprovechar al máximo a mi novio hasta que de él saliese de nuevo mi marido, pero, por desgracia, este comportamiento duraba entre dos y tres días, que era el tiempo que tardaba en encontrar un motivo para enfadarse conmigo, ya fuera una mancha en el suelo o una comida con demasiada sal.
"Creo que debería usted centrarse en lo que le he preguntado, sin más rodeos, por favor".
De acuerdo, lo siento. El día en el que empezó todo fue el diecinueve de noviembre de 1989. Era domingo y yo había ido a cenar con mis compañeras de baile. Fue una gran noche hasta la una y doce minutos de la mañana. A esa hora llegué a casa. Recuerdo la hora exacta porque mientras subía en el ascensor se me cayó el reloj al suelo y al recogerlo, ya roto, me fijé en que se había parado ahí, con el minutero un poco más adelantado del dos.
Entré sin hacer más ruido que el de mis zapatos. Fui al baño y allí me desvestí, me desmaquillé, me eché agua en la cara y me lavé los dientes. Tras esto me dirigí a mi habitación, pero una voz interrumpió mis pasos. Era él, apoyado en la pared de la cocina, vestido de calle. Le pregunté por qué no estaba durmiendo ya. Un "te estaba esperando" me estremeció todo el cuerpo. Se acercó a mí y me pidió una explicación por la cual llegaba a esa hora y cometí el error de decirle lo que en verdad pensaba. Le dije que podía llegar a  la hora que  quisiera, que no era él quien debía determinar mis horarios. Gran error. Me agarró de un brazo, acercó su alcoholizada y maloliente boca a mi cara y comenzó a gritarme. No supe ni cómo ni por qué, pero media hora después estaba lavándome las heridas de mi cara. Mientras lo hacía pensaba qué podía haber pasado, a qué venía tal comportamiento, qué era lo que había convertido a un bondadoso chico, trabajador y honrado, en un maltratador. Mientras lo pensaba, esa palabra silenció al resto de vocablos que bailaban en mi cabeza. Maltratador. Estaba casada con un maltratador.
Al día siguiente, tras despertarme, todavía con los ojos cerrados deseé levantarme y ver en el espejo una cara sin un solo rasguño, es decir, que todo hubiese sido un sueño. Desgraciadamente no fue así, un ojo hinchado y morado y el labio inferior abierto evidenciaron la paliza que había sufrido el día anterior. Tras esto, fui al lugar que ayer habría calificado de infierno y en la nevera encontré una nota que decía: "Lo siento, cuando llegue del trabajo hablamos". Sonreí, y ese fue el inicio de un gran fallo. Pensaba que su perdón representaba un arrepentimiento real, y muy feliz, me dediqué a las tareas de la casa, aunque ese día me ausenté tanto de las clases de baile, como de mis tareas fuera de casa. La gente de fuera no entendería que mi marido de verdad estaba arrepentido.
Cuando a las ocho de la tarde por fin llegó, lo recibí con una sonrisa vaga, que esperaba sus disculpas, que llegaron tras su entrada en la cocina. "No sé qué me pasó" repetía constantemente. A mí me daba igual lo que dijera. Ya lo había perdonado. Cenamos, reímos y bebimos. Esa noche fue mágica. Completamente mágica.
Al día siguiente me desperté antes que él y le preparé el desayuno. Lo desperté y me heló con su mirada. Había vuelto a desaparecer. Ya no había chico bondadoso, trabajador y honrado. Volvía a ser un maltratador. Me planteé la posible existencia de una segunda personalidad dentro de él, pero pronto deseché la idea. Sólo buscaba excusas para desmentir lo obvio, entonces decidí volver a hablar con él cuando llegase. A las ocho me senté en la cocina con la cena preparada, esperando a que llegase. Esperé. Esperé. Esperé hasta las once y media de la noche. A esa hora me levanté, me puse el pijama y tras esto, me metí en cama y me dormí. Eran más de las tres cuando oí la puerta y su voz llamándome. Tuve miedo, así que me hice la dormida. Entró en la habitación dando tumbos y me preparé para esa noche. Sería dura, eso estaba claro. Se quitó la ropa y levantó las sábanas, exigiendo sexo. Le pedí que me dejase dormir, que estaba enferma, pero por supuesto eso le dio igual y empezó a gritar: "¡Mi propia mujer me desprecia! ¡Le doy asco a mi mujer!". Le dije que no gritara y me respondió agarrándome la cara y susurrándome: "Si no quieres por las buenas, tendrá que ser por las malas". Me agarró los brazos con una sola mano y con la otra me empezó a quitar la ropa mientras yo no paraba de llorar. Lloraba, lloraba y lloraba, pero a él eso no parecía importarle. Le miré a los ojos como hacía antes y vi más que unos ojos. Vi odio. Rencor. Vi hiel.
Cuando acabó, me levanté y me encerré en el baño. Lloré lo que me quedaba. Me sorprendí a mí misma con la cantidad de lágrimas que era capaz de guardar, pero allí, medio desnuda, recogida de piernas en el suelo del baño, sintiendo el frío de los azulejos, me juré que no volvería a llorar nunca más.
Amaneció y ya se había ido, pero no había notado ningún ruido, así que no había intentado entrar en el baño. Cuando me dirigí a la cocina encontré de nuevo algo en la nevera, pero esta vez era una nota distinta a la otra. Esta vez no era una disculpa. La nota estaba escrita en un "post-it" y versaba "COBARDE". El corazón se me encogió y comenzó a faltarme el aire. Me senté en una silla y pensé qué podría hacer. Escapar fue mi primera opción, pero no tenía a dónde ir. No tenía familia. Solamente lo tenía a él. En ese momento me di cuenta de lo infeliz que era mi vida. La única persona que tenía en el mundo, dedicaba su tiempo conmigo a pegarme y violarme. No lloré. Recordé mi promesa, así que no lloré.
Decidí quedarme en casa, contradecir las palabras del hombre al que un día había jurado querer toda mi vida y en ese momento querría ver muerto. No me creía lo que pensaba para mí. Yo siempre había deseado felicidad a la gente, incluso a las personas que no la merecían, y ahora, estaba deseando la muerte de mi marido. Respiré y comencé mis tareas.
Esa noche no vino a casa. Llegó por la mañana, a las siete, cuando el cielo aún estaba oscuro y las farolas encendidas. Sus primeras palabras fueron: "¿Conoces a la cajera del supermercado de la esquina?". Asentí y tras esto sonrió y se tocó sus partes dándome a saber que si no había llegado antes había sido porque estaba con ella. Puse una cara de indiferencia, ya que, a esas alturas ya no me importaba lo que hiciese o dejase de hacer, entonces él, tras mi rechazo hacia su ataque, se metió en la habitación y dio un portazo.
Yo siempre había sido una mujer fuerte, así que no iba a aguantar más de lo que pudiese soportar. Eso no iba conmigo. Entonces, cuando salió de la habitación gritándome y haciéndome gestos agresivos, tuve el acto reflejo de darle un tortazo y con él, firmar mi sentencia de muerte. Cogió un plato, lo rompió en la mesa, eligió el trozo más afilado y me amenazó con clavármelo la próxima vez que se me ocurriera pegarle. Era una buena oferta, ¿por qué no decirlo? Mi vida era pura basura. No servía más que para recibir golpes. No tenía a nadie. Decidí acabar con todo propinándole una patada.
No se lo esperaba. Se lo esperaba tan poco, que no fue capaz de clavarme nada. Me devolvió un puñetazo en la cara y se rió, pensando en lo que debía de estar sufriendo, cuando mi único problema en ese momento era mi lucha por mantener mi promesa y no derramar ni una sola lágrima. Me incorporé y sonreí. Después le confesé mi odio hacia él y conseguí que soltase su última carcajada antes de introducir uno de los trozos del plato roto en su vientre.  Se cayó al suelo. Me gritó. Con el tiempo las palabras se volvieron cada vez más borrosas hasta que se dedicaba sólo a agonizar, pidiéndome ayuda y perdón. Yo le escuchaba en silencio. Inmóvil ante el diablo, en mi infierno particular. En cuanto dejé de sentir que se movía, llamé a la policía y le conté lo ocurrido. No me creyeron, aún a pesar de mis cicatrices.
"Señora, le hemos dado una oportunidad para salir y nos ha contado exactamente lo mismo que hace siete años, sin alegar nada nuevo que pueda cambiar su sentencia. No parece que tenga interés en dejar este lugar, así que si no tiene nada más que contarnos, le agradecería que saliese de la sala"
Si se me permite, querría añadir algo. Me gustaría decir que si hubiese sido él quien me hubiera matado a mí, él habría recibido el mismo juicio, pero no puedo, mentiría. Él ha recibido su justo castigo. Él es el maltratador y el asesino, pero quien está encerrada aquí soy yo.

P. Leibniz

Relatos FM

La rebelión de los deportados


En una nave abandonada del extrarradio de una ciudad, un grupo de criaturas observa la llegada de la forastera con ansiedad; a muchos les impone su presencia, otros parecen inquietos, como contenidos a realizar quién sabe qué. Viste un jersey gris holgado con una cogulla cubriendo su cráneo, y lleva las manos metidas en las mangas del lado contrario. Desde un lateral iluminado por un rayo de luz que atraviesa el techo de zinc roto, alguno grita una frase incomprensible, pero un temor respetuoso les impide mayores atrevimientos. De entre los allí reunidos, alguien es sacado a empujones hasta el centro de la nave. Sus cabellos lacios y la barba canosa no pueden ocultar su rostro cansado. Varios desgarros, como de zarpazos de una fiera, surcan en diagonal su sayo blanquecino y sucio. Al verlo, la forastera aparenta frialdad, se dirige hacia él y con media sonrisa bajo el capuz dice:
—Cuánto tiempo.
—¿Qué quieres? —replica el desarrapado con gravedad.
La forastera lo contempla con recelo, o quizá sea burla, antes de hablar:
—Nunca nos escuchó, pero cómo iba a hacerlo si le importa una ***** nuestro sufrimiento. Se arrogó el poder de decidir la suerte de todos nosotros a cambio de méritos contraídos; a mí me correspondió arrastrar por abrasadas estepas la reputación del mal. Mi reino es de mazmorras, gritos y fuegos en lugares profundos y secretos. ¿Qué labor es esta a la que me arrojó? Yo vivo en las galeras del mar interior que anega la memoria de las gentes, desterrada a un lugar infame por soldados alados a punta de espada. A usted le debo la merced de una vida eterna porque las gentes no quieren olvidar.
Él, que había escuchado con impaciencia, la mira con desdén y dice:
—Eres una romántica... ¡una quijote! El sufrimiento de estas gentes no vale más que su placer, logrado mediante repugnantes uniones...
—Sigue sin entender nada —lo interrumpe—. Se nos ofreció una transformación digna, para valientes, tras la batalla del autoconocimiento... ¿y qué hizo? Envió a su hijo para que las gentes girasen la cabeza hacia usted. Se mostró indigno de la compasión encerrada en aquellas enseñanzas, ¿y sabe por qué?, porque abandonar su privilegiada posición le dio miedo.
—¿¡Miedo!? —repite él—. ¡Yo que he sofocado revueltas celestiales y domado dragones!
La forastera reprime una carcajada amarga mientras camina lentamente alrededor del prisionero.
—Blablablá... ¿Olvida que yo viví a su lado?, ¿que conozco perfectamente sus modos cobardes y el de esos ángeles descerebrados incapaces de ver más allá de su gordo culo? Pero ahora son multitud los que me requieren, así en la Tierra como en el Cielo, para que les guíe hacia la victoria final contra el mayor y más longevo de los tiranos que el universo haya conocido.
Él escucha con evidente nerviosismo antes de dar su réplica:
—Puede que tengas razón en una cosa, y es que yo no sea valiente, porque la función de un líder no es tanto demostrar la valentía como insuflarla en sus valedores. ¡Hasta mi propio hijo fue capaz de entregar su vida por mí! Muchos han peleado y muerto defendiendo mi palabra... y así sucederá siempre.
—Yo no estaría tan seguro. He visto morir y renacer también a muchos, y nunca como en este momento sé que la liberación es tan cierta como la ausencia en mí del miedo. Porque yo también estoy cansada, que la historia se harta de los malvados que van a cara descubierta.
La forastera retira el capuchón revelando un rostro oscuro, moldeado por misterios y arcanos. Las pupilas de él se dilatan imperceptiblemente... No recordaba a su examante tan grata.
—No es fácil mi papel —comenta él, pusilánime.
—¿Y cree que el mío lo es? ¿O llevar la vida de cualquiera de los aquí congregados? —Traza un amplio arco con su brazo izquierdo y luego le grita—: ¡Cínico!
Un murmullo salpicado de gritos con ecos de la acusación se apodera de la nave. Un cascote cae a los pies de quien, efectivamente, demuestra no contar con la valentía entre sus virtudes. Clama al cielo pero los ángeles no acuden, vuelve a implorar la ayuda de su hijo pero esta vez no hace acto de presencia.
—Yo soy Yahveh... —proclama falto de aplomo— Dios, Alá... ¡soy el Eterno! —exclama girándose fanáticamente a uno y otro lado para convencer a la turba de una noción que, de ser cierta, debería invalidar automáticamente su nerviosismo—. ¿Acaso creéis más razonables las patrañas animistas; ruedas sin principio ni fin donde cada vida es continuación de otra anterior, presente de otra ulterior, donde personas y animales se mezclan caóticamente? ¡Cánticos de sirenas! ¡Yo garantizo la vida eterna a los que creen en mí!
—¡Mentira! —aúlla la forastera con los ojos alumbrados por el rescoldo de un fuego milenario—. Usted es tan mortal como todos nosotros.
A la forastera le tiembla la voz, como antes también a él por una causa diametralmente opuesta. Ha oscurecido de golpe. Algunos prenden una lumbre en un bidón que arrastran al centro de la nave. Es la manera de invitarlos a continuar dirimiendo sus diferencias. El resplandor caprichoso de las llamas ilumina ambas figuras en tonos anaranjados y sombras de negruras insondables.
—Esta es la rebelión de los deportados —sentencia ella.

Amanece muy lentamente, se oyen gritos selváticos de fieras, monos aulladores y pájaros desconocidos. Un aguacero apaga las brasas del bidón, el único elemento que sobrevive a la noche. Un mosaico de selva y sabana se extiende hacia los confines de una mágica alborada verde; y allí, en el filo de lo visible, una iglesia de maderas blancas y angulosas se eleva ligeramente por encima de un puñado de chozas redondas y pardas. Varios niños y niñas juegan disimuladamente en los escaños mientras un señor sonrosado, sudoroso y vestido de negro, lee en voz alta un libro del que cuelga una cintita roja.

En el centro de acogida de inmigrantes, la mujer es conducida hacia el furgón policial con las imágenes del sueño y de su niñez todavía frescas en la memoria. Justo antes de abordarlo, abraza a una médica y le regala su crucifijo de ébano.

Chin He

Relatos FM

Cuestión de suerte


Una imagen de televisión: un plató insulso con un señor inexpresivo sentado a una mesa, sobre la cual reposan una serie de bolas de colores numeradas; un poco más allá un bombo que gira sin parar, hasta que finalmente se detiene, y, caprichoso, escupe otra bola. Una mujer despampanante la recoge, mirando a cámara con una sonrisa permanente, y se la lleva para la mesa, desfilando sobre tacones de vértigo. El señor anuncia el número, sin un ápice de emoción que module su voz: el seis.
―¡No, no, no! ¡*****! ¡Joder! ¡No! ―se desespera un televidente en algún lugar al otro lado de la pantalla, dejándose caer de rodillas al suelo, las manos echadas a la cabeza―. No me lo puedo creer... yo me pego un tiro...
Por algún casual que no conviene ahora analizar, nos encontramos en el minúsculo salón-comedor del humilde apartamento de un sujeto que se llama... se llama Gustavo, por asignarle un nombre así al azar. Acaba de perder tres millones de euros en el sorteo de la lotería, por un solo número, el siete en vez del seis. Pese a su desgracia, ciertamente curiosa, casi hilarante, no debemos temer por su vida; la amenaza que acaba de proferir no va en serio, aunque la exasperación que se ha apoderado de él le ofusque por completo el sentido y la razón. A su lado, con el trasero tranquilamente amoldado a la forma de una butaca roñosa, su amigo lo contempla con rostro serio, mientras liba delicadamente de una copa rellenada con tinto de verano, una vez se les ha terminado el champán.
―Venga, venga, vamos... no montes un drama. Después de todo, no me negarás que el resultado era del todo previsible...
Al oír el comentario, automáticamente, Gustavo suspende su rabieta y cesa de cagarse en todo el santoral, todavía con el boleto de lotería hecho trizas entre las manos, y alza la cabeza para mirar extrañado a su amigo, como si ese razonamiento cabal fuera la extravagancia más grande que hubiera escuchado jamás.
―****, sí... uno nunca espera ganar... pero joder, ¿perder así, cuando ya lo tenía tan cerca? ¿Cómo puede ser la suerte tan cruel?
―¿Pero qué suerte? ―ríe el otro, sinceramente divertido―. ¿De qué me hablas? No me digas que todavía crees en esa tontería...
―Por supuesto ―replica Gustavo ofendido, casi tanto como si fueran sus creencias religiosas lo que ahí se está poniendo en tela de juicio―. ¿Cómo llamarías tú, si no, al hecho de que sea el capricho de unas bolas que giran sin sentido lo que hoy tenga que decidir si soy pobre o rico? ¿O al milagro inexplicable que impide que un hombre de negocios, atascado en el tráfico, acabe finalmente embarcándose en un avión que luego se va a estrellar?
Tan sólo un par de segundos, no más, bastan para que el interpelado articule su respuesta.
―Muy fácil. Relación causa-efecto ―sentencia con una sonrisa de suficiencia, y luego prosigue con su explicación―. Desde tu visión subjetiva todo te podrá parecer azar o capricho, pero si lo contemplas con objetividad todo se convierte en una pura cuestión matemática, amigo mío: números expresados en las leyes de la física que hacen que la fuerza con que se acciona el bombo y las trayectorias originadas por las diversas carambolas sea lo único que finalmente determine que un número acabe cayendo y otro no. Lo mismo con el ejemplo del avión: una simple cuestión de cálculo espacio-temporal. Con los suficientes datos en la mano, querido amigo, sería posible prever en todo momento cualquier cosa que vaya a suceder en este mundo...
Una vez finalizada el discurso de su compañero, Gustavo queda pensativo un momento, valorando pormenorizadamente la conveniencia de la osadía que le acaba de cruzar el pensamiento.
―Muy bien ―se decide al final, levantándose del sofá―, si estás tan seguro de eso no te importará que proponga un pequeño juego que se me acaba de ocurrir.
Seguidamente se encamina hacia un pequeño mueble que languidece en un rincón, y, después de hurgar un rato en sus cajones, retorna con un revólver antiguo y un par de balas en las manos.
―Vamos a comprobar quién lleva la razón...

Esa noche, más tarde, alertados por los disparos, los vecinos acabarán por llamar a la policía, que no tendrá más remedio que derribar la puerta. Al entrar encontrará la tele encendida y varias botellas vacías, más dos cadáveres serenos, cómodamente aposentados en sus asientos, con sendos disparos en la sien: uno condenado por su mala racha; otro por no haber adquirido la buena costumbre de llevar consigo una calculadora científica, siempre inseparable junto a la cartera y las llaves del coche.

David d'Argent

Relatos FM

El hechicero


Es bien sabido que en África apenas llueve y que el calor llega a ser asfixiante en muchas ocasiones, llegando a provocar, la falta de una y la abundancia de otra, la muerte en muchas personas.
Por eso muchos pueblos recurren a todo cuanto tienen a su alcance para solucionar este problema, como Sahel, una región azotada por vientos feroces y envuelta en un velo de misterio, que constituye la avanzada más meridional de África y que un día fueron testigos de la aparición de los reinos e imperios más ricos y exóticos del continente pero que en la actualidad es un lugar devastado por la pobreza, la sequía y la miseria. Sus habitantes, que jamás dieron su brazo a torcer y viven con la esperanza de tener algún día lo que los turistas y extranjeros poseen, vieron la necesidad de conseguir agua, a cualquier precio, fuese como fuese, un agua que evitase la pérdida de tantas vidas humanas. Fue por esto por lo que la persona más importante de esta región decidió reunir a sus habitantes para buscar una solución.
La reunión se produjo bajo una tienda de campaña improvisada con cuatro troncos de madera colocados verticalmente y una sábana enganchada a la parte superior mediante unas piedras y en la que permanecía en el interior sentado en una silla mientras que el resto de habitantes soportaba el intenso calor.
Pidió soluciones sin obtener respuesta hasta que un hombre, alto y fuerte levantó la mano con decisión y propuso ir a ver al hechicero que se encontraba en lo alto de la colina. Todos se quedaron petrificados, ya que conocían las habilidades de aquel hechicero pero eran conscientes que el camino hasta allí no era nada fácil, ningún hombre había conseguido regresar tras visitar a aquel hechicero.
Poco importó aquello pese a ser buen conocedor de aquello, así que, sin apenas pensarlo, mandó a aquel valiente hombre a ver al hechicero para obtener agua.
El hombre se puso en marcha a la mañana siguiente, recorrió la colina con dificultad ya que cayó y resbaló por alguno de los acantilados que encontró en el camino y que le provocaron algunas heridas en su cuerpo. Al llegar a la cima contó al hechicero el motivo de su viaje y aquel hechicero le dio la solución:
-   Deberás coger un poco de agua y pronunciar estas palabras "tal es mi necesidad que deberás multiplicarte por mil" y así verás como ante tus ojos el agua se multiplica por miles, pero recuerda que tan solo tendrás una oportunidad. Aquellos que son limpios de corazón verán cumplir su deseo – le explicó el hechicero con severidad.
Antes de marchar el hombre entregó una bolsa con unas pocas monedas al hechicero como gesto de gratitud, que el hechicero agradeció enormemente.
De regreso a casa el hombre comenzó a pensar en lo fácil que sería solucionar el problema tanto que su mente pensó en qué ocurriría si en lugar de pronunciar esas palabras ante un poco de agua lo hiciera ante una moneda, ¿se multiplicaría por mil? ¿Y si lo hiciera? ¡Jamás volvería a tener necesidad! Tanto lo pensó que un kilómetro antes de llegar al pueblo decidió lanzar una moneda al suelo y pronunciar aquellas palabras. Su sorpresa fue descubrir que aquella moneda no se multiplicó por mil ni se movió de aquel lugar. Aquel hechicero estaba equivocado, el deseo no se había hecho realidad, pero no desistió y lo intentó de nuevo con un poco de agua que llevaba en su cantimplora. Pronunció las palabras del hechicero y nada, el agua no se multiplicó ni se movió del suelo, tan solo se evaporó pasados cinco minutos.
El hombre caminó hasta llegar al pueblo y al hacerlo se formó una multitud a su alrededor. Había caras de felicidad ya que era la primera vez que alguien regresaba tras ver al hechicero y si él lo había hecho es porque traía la solución a su problema. El hombre que le envió se acercó rápidamente y le pidió que contase a todo el pueblo lo ocurrido. El hombre les dijo a todos que aquel hechicero no era digno de pertenecer a aquel pueblo, que le había engañado y que debería recibir un castigo por parte de las autoridades ya que se le había pagado un dinero por algo que no era cierto. Sin duda,  tan pronto como fuera posible, aquel hechicero recibiría un castigo por ello y sería desterrado de aquel pueblo.
Una niña que se encontraba entre la multitud quedó sorprendida de aquel relato. Desde muy pequeña su madre le habló de las virtudes de los hechiceros y su sabiduría así que era incapaz de creer lo ocurrido.
A la mañana siguiente, antes de que saliera el sol y despertara su madre, decidió coger algo de comida y ropa y se puso en camino. Su agilidad y habilidad le permitieron sortear las dificultades del camino. El día se le hizo muy largo y cansado, tanto es así que en ocasiones se tumbaba en el suelo a observar el movimiento de las nubes y aves del cielo. Finalmente, a media tarde llegó a la casa del hechicero.
Su casa era algo más vieja que la de los habitantes del pueblo y poseía un pequeño terreno en el que pastaba una vaca. Un perro labraba enfurecido a poca distancia de ella hasta que, el anciano hechicero le mandó callar con un grito aterrador.
La niña se sentó junto a él en un pequeño banco de madera que había a la entrada. El hechicero le preguntó por su nombre, su edad, su lugar de procedencia, cómo había llegado hasta allí y quién la envió. La niña respondió a todas sus preguntas con amabilidad y el hechicero decidió ayudar a la niña y a su pueblo de nuevo dándole las instrucciones precisas como ya había hecho anteriormente con el hombre que le visitó:
-   Deberás coger un poco de agua y pronunciar estas palabras "tal es mi necesidad que deberás multiplicarte por mil" y así verás como ante tus ojos el agua se multiplica por miles, pero recuerda que tan solo tendrás una oportunidad. Aquellos que son limpios de corazón verán cumplir su deseo – le explicó con mucha amabilidad y tranquilidad.
La niña no entendió mucho las últimas palabras del hechicero pero tomó buena nota de la frase que debía pronunciar. Antes de marchar el hechicero le pidió que tantas veces como pudiera debería ir a visitarle ya que así le devolvería el favor.
De regreso a su pueblo, casi de noche, su madre salió a su encuentro y le dio un gran abrazo no sin antes preguntarle dónde había estado. La madre y el resto de habitantes habían estado realmente preocupados por su ausencia. Al contar lo ocurrido decidieron avisar al gobernador que escuchó atentamente las explicaciones de aquella niña tan valiente.
Sin perder ni un instante el gobernador mandó traer un vaso de agua que puso ante la niña, la cual pronunció las palabras adecuadas y vieron como el agua se multiplicaba por miles ante sus ojos. Tal fue la cantidad de agua, que se formó un riachuelo que recorrió el pueblo. Los niños se salpicaban unos a otros mientras los más mayores corrían a por cubos de agua para llevar el agua a sus casas.
Y así fue como este pueblo tan necesitado obtuvo agua por miles, la cuidó y valoró como lo que es y a día de hoy ese pequeño riachuelo continua recorriendo el pueblo. De todo ello disfrutó también el anciano hechicero al que se le construyó una casa en el pueblo para que la niña lo visitase siempre que quisiera sin tener que recorrer esa distancia tan larga.
Todos vivieron en armonía y felicidad salvo aquel hombre que tuvo que abandonar el pueblo ya que la codicia y avaricia se habían apoderado de él. Algún habitante del pueblo dice haberlo visto en la ciudad, se le ve abatido y triste, pero consciente del daño que pudo haber hecho. Aún le quedan algo de fuerzas para enmendar su error y ayudar algún día a su pueblo, un pueblo con que tiene pendiente una deuda.

Nacala

Relatos FM

Un final de películas


   Camina a grandes pasos por la habitación y su mirada refleja la locura. La mujer aparenta  estar dormida. Después de un rato –con ambas manos sobre la cabeza–, el hombre se acerca a la cama. Hace caso omiso de los ojos que permanecen cerrados y comienza a hablar atropelladamente:
   –Discúlpame Cecilia, pero tú eres la única culpable. ¿Por qué tuviste que hacerme pasar por este trance? Jamás imaginé tener que llegar a tales extremos. Sabes bien que lo dejé todo por ti, hasta lo más importante. Ahora me voy, sí, yo también me voy. ¿Qué otra opción me queda? Nunca imaginé hablarte de esta forma ni tomar tamaña decisión... jamás, pero me engañaste ¿Por qué lo hiciste si sabías que mi amor era tan grande que te hubiera perdonado? ¿Por qué? Tenías que habérmelo dicho desde el primer día. Si lo hubieras hecho, Cecilia, ni tu ni yo tendríamos que decir adiós a todo y a todos.

   Deja de caminar y por un momento se sienta en una butaca frente a la cama donde la  mujer  continúa  con   los ojos  cerrados  sin  contestar  a las  acusaciones   que  le  brotan como un torrente en medio de su paroxismo:

–Toda la vida disfruté al máximo de las mujeres, pero siempre salí ileso de tales situaciones ¿Cómo pude llegar a tamaña exaltación? ¿Cómo, Dios mío? <<murmura consternado>>.

   Acerca más la butaca a la cama y le pasa la mano por la frente a la mujer que continúa haciéndole caso omiso. Tan poco locuaz, no sabe por qué no cesa de hablar


un solo minuto mientras le tiembla todo el cuerpo:
   –Aunque no lo creas, no sabes cuánto sufro  al verte así, en la misma cama en que fuimos tan felices, desnuda, derramando un semen que podría habernos dado un hijo; el que tanto deseé y me hacías evitar. Pero tú sabías... yo no. Me estabas engañando. Hoy estás más pálida que el día que advertiste que uno de los preservativos se había roto, con seguridad, mucho más pálida.

   No obtiene respuesta a sus acusaciones y disculpas. Abre la puerta y sale disparado hasta alcanzar la calle. Se dirige a un teléfono público, para mayor  desgracia el celular también ha dejado de funcionar. Habla por unos minutos y después de un titubeo, regresa a la casa.

    El frenazo de un carro hace que algunos transeúntes se detengan. Los uniformados que bajan de él no esperan a que les abran la puerta, la derriban a empellones, penetran y encienden sus linternas buscando un interruptor. Comienzan el registro por toda la vivienda. En uno de los cuartos encuentran el cuerpo de una mujer que impresiona por la belleza de su desnudez.

   Uno de los hombres, vestido de blanco, examina el cuerpo, mientras, los otros continúan revisando las demás habitaciones. El doctor se dirige a un oficial que tiene cerca:
   –Mayor, no está muerta. Llamen urgente una ambulancia especial. Aparentemente no hace mucho tiempo que ocurrió el hecho. Es posible que sobreviva, solo una de las puñaladas fue dada en el pecho. Debe haber estado ciego de furor, mírele los brazos, las piernas y la cara. Hasta en la cara tiene cortes. Tome, aquí está el arma homicida.


  Se escuchan llamadas desde el fondo de la casa y el oficial se apresura, imaginando que el nuevo hallazgo también debe ser siniestro.

   –Mayor, vengan pronto ¿cortamos la soga?

   –Si, por favor, acuéstenlo en esa camilla y llamen al doctor.

   –Los documentos, mayor. Tiene pasaporte. Ciudadano español. También tomé los de ella, estaban encima de la cómoda. Ciudadana cubana, oriental residente en la Habana. Probamos el celular de él, está dañado. La llamada con seguridad fue del teléfono público que está frente a la casa. Estaba como loco, repetía, la maté, me engañó, me engañó.

   –Dígame, doctor, ¿está muerto?

   –Si, a él puede reportarlo cómo muerto. A la mujer no, es probable que sobreviva. Las heridas tal vez no  le interesaron órganos importantes.

   –Busquen para ver si ha dejado escrito algo que nos pueda aclarar lo sucedido, de lo contrario hay que comenzar las investigaciones. Si como dijo, ella lo engañó, debe haber un tercer implicado.
 
–Mayor, ha llegado un hombre a la casa y solicita hablar con usted.

   –Que pase.

   –Mayor, ¿puedo llamarlo así?

   –Sí, continúe.

   –Recibí una llamada de Manuel y me vine para acá con urgencia. ¿Dónde está? ¿Y

Cecilia? ¿Qué ha sucedido que están ustedes aquí? Por Dios estaba como loco. ¿Ha
golpeado a Cecilia?

  –Algo peor, pero explíquese.

   –Como le iba diciendo, recibí una llamada de Manuel y me di cuenta que estaba muy mal, pero por favor, dígame en realidad qué ha pasado.

      – Quiso matar a la mujer con un cuchillo, pero no lo logró, es posible que ella se salve, después se ahorcó.

   –Mi Dios, que desgracia, por mucho que me apuré he llegado tarde. Soy, o mejor dicho, era amigo y socio de negocios de Manuel. Lo que me contó, hombre, me dejó perplejo, no digo yo si iba a suicidarse. Disculpe que no me haya presentado antes, mi nombre es, Esteban, Esteban Benítez Montes de Oca para servirle.

–Siéntese y dígame de qué y de quiénes le habló.

–Me pidió que llamara a Arucas, nuestra tierra allá en las Palmas de Gran Canarias y le avisara a su esposa. ¿Pero avisar de qué, hombre?, le dije.

– Explícale <<me dijo casi llorando>> que tome todas las medidas necesarias para que la niña no se contagie al nacer.  Que se atienda con los mejores especialistas.

–Joder, pero que te pasa, estás llorando como un niño, <<le dije asombrado por lo que estaba escuchando>>.

–Me engañó Esteban, me engañó. Tú sabes que yo adoraba a esa mulata. Tú eres testigo que desde mi primer viaje a la Habana tuvimos relaciones íntimas y la hemos mantenido por muchos años. Por la insistencia de Cecilia hace unos meses abandoné

a mi esposa embarazada. Me exigió que me casara para legalizar nuestra relación y yo de necio la complací. Me volví loco por ella Esteban, me volví loco.

   Pobre de mi mujer y la niña, deben estar...

   Hoy supe de su engaño. Fui al hospital a buscar el resultado del chequeo médico para mi operación y me quedé pasmado. La muy desgraciada tenía el Sida... y jamás me lo dijo.

Restituta

Relatos FM

           
                         Reflejo en aguas calmas


      "Acto oficial a las 10 horas", señalaba un cartel en la plaza principal.

      En las casas de aquel pueblo -perdido en la inmensidad de la pampa- la actividad era

intensa: Doña Edelia planchaba un guardapolvo blanco y lo almidonaba; el obeso

zapatero lustraba la tuba donde se reflejaba su figura; la secretaria ordenaba hojas

manuscritas (algunas manchadas con yerba mate); el sonidista -camisa afuera del

pantalón- descargaba los equipos de la camioneta; el cura párroco (luego de un trago de

Mistela) preparaba el agua bendita; el patrullero (el único en funcionamiento) cortaba el

tránsito en la avenida Mariscal Mousegné; el presidente del Honorable Concejo

Deliberante engominaba su cabello frente al espejo; del Centro de Jubilados partían los

abuelos con estandartes y bastones; Grandes Tiendas Gálver bajaba sus persianas por

única vez en la historia.

      La cinta celeste y blanca, atada entre un fresno y un jacarandá, estaba colocada a la

espera de la gran inauguración.

      Un 12 de enero a las 10 horas cambió la historia de Villa del Orden.

      Aquel día una gran tela, cocida durante setecientas doce jornadas, por las integrantes

de la Liga de Amas de Casa, bordada con el escudo municipal, era tironeada por las

autoridades para descubrir el primer semáforo del pueblo.

      Impecablemente pintado, a rayas negras y amarillas, hacía juego con la senda

peatonal, con la camiseta del club de fútbol local (Peñarol) y con los calzoncillos del

Juez de Paz (confidencia de su vecina de enfrente).

      Representando a la máxima autoridad de la provincia asistió el primo hermano de la

hija del cuñado del ex chofer del gobernador, recibido con todos los honores.

      Al comienzo de la ceremonia le fue entregada, simbólicamente, la llave de la ciudad,

en un precioso estuche de gamuza cerrado herméticamente.


      Las estrofas de la canción patria fueron entonadas por "Chola" Montalbano, la voz

más reconocida del pueblo, la misma que alguna vez fue preseleccionada en el 5º grado

de la escuela para adultos (turno noche), para representar al pueblo en la elección

preliminar para el Festival preparatorio de la Selección de Artistas del Canto para

audicionar (en carácter de suplente) para la Fiesta Alternativa de la Cebolla Norteña.

      Inolvidables fueron las sentidas palabras del Intendente que improvisó un discurso

memorable, utilizando brillantes metáforas y hábiles juegos de expresiones que

hablaban de dar vía libre a los sueños; de "las luces de la vida" (el verde de la

esperanza, el rojo del alerta, y el amarillo de la hepatitis de su concubina) y de la

importancia del saber esperar.

      Fustigó con encono a quienes denigraban a la institución del semáforo como

sinónimo de mala suerte.

      Seis horas más tarde, y con el delgado hilo de voz que le quedaba, dio por

inaugurado el artefacto, poniéndolo en funcionamiento.

      A partir de ahí, el semáforo -ubicado en la propia entrada del pueblo- fue el centro

de atención de los vecinos; familias enteras se sentaban a su vera, los domingos, a tomar

mate y observar -con suma atención- el cambio de los colores; Carlos Fignoni -ex

convicto- se emocionaba cuando se ponía la luz verde y no podía contener las lágrimas;

Somwan Krusawan  aplaudía cuando la luz amarilla hacía su veloz aparición. Todos los

atardeceres un grupo de mujeres, vestidas de negro, rezaban el rosario a sus pies; un

estrafalario escultor creó el monumento al semáforo (una réplica exacta) que al poco

tiempo debió desmantelarse por la confusión que originaba.

      En los pizarrones de las distintas aulas se podía leer: Composición: "El Semáforo";

en los bares era la conversación obligada (allí nacieron los chistes sobre semáforos); en

la Parroquia (junto a las figuras de San Expedito y San Simenón) se colocó una imagen

de San Tránsito.   

      Debido a la alta concientización y respeto por la magna señal, nunca se registró

ninguna infracción, todos acataban las indicaciones, hasta los forasteros (que para poder

ingresar al pueblo debían realizar el curso teórico-práctico: "El semáforo y sus

circunstancias", de dos horas de duración).

      No hubo un momento en que el semáforo no haya sido motivo de plegarias,

bendiciones, homenajes. A decir verdad, sí lo hubo, tan sólo en una oportunidad, el día

de la celebración de los festejos del centenario de Estación Llovera (pueblo vecino

–relativamente- ubicado a 200 km. de distancia); en aquella ocasión Villa del Orden

quedó desierta.

      Pero al regreso todos estaban allí, esperando la luz verde para volver a sus casas,

luego de la prolongada jornada festiva. Todos los habitantes esperando la habilitación

de aquel artefacto para poder ingresar al pueblo.

      Seis horas más tarde, el pelado Mendizábal -que había sido el primero en regresar-

giró su cabeza, parsimoniosamente, y preguntó a quien estaba detrás: ¿funcionará?.

      Esas palabras casi le cuestan el linchamiento a manos de las doce mil personas que

hacían la cola para ingresar.

      ¡Sacrílego! –le gritaban.

      ¿Cómo don Mendizábal se atrevía a poner en dudas las cualidades de aquel

armatoste benefactor que había llegado para poner orden en el pueblo?

      Lo llevaré a la justicia, vociferaba –asomándose en el fondo de la cola- el Juez de

Paz, enfundado en una campera a rayas negra y amarilla (haciendo juego con su

calzoncillo).

      Cuatro días después la luz roja se mantenía fija e inalterable, y la gente también;

obediente y respetuosa. En ese momento se produjo el primero de los desmayos: el

monaguillo que encabezaba la procesión que regresaba a la Parroquia (aún sosteniendo

la pesada imagen de San Tránsito) rodó por el empedrado, y junto a él la cabeza del

santo.

      Los maratonistas que volvían de competir en el pueblo vecino seguían trotando en

su lugar para no enfriar el cuerpo. La vaca de don Antinone alimentaba a los infantes

que hacían fila detrás de la cola movediza del animal. Los perros vagabundos

deambulaban entre la gente y se detenían ante el semáforo, respetuosos, sin cruzar el

asfalto.

      El Intendente, sentado en el cordón de la vereda, en improvisada reunión de

Gabinete, evaluaba la posibilidad de establecer un decreto de "Necesidad y

Urgencia" que permitiera -por única vez- cruzar la avenida con luz roja.

      El Secretario de Gobierno dio por tierra con la iniciativa:

      El sello quedó en el Municipio señor Intendente –afirmó desconsoladamente.

      Los días se sucedían, calurosos. Los crecidos pastizales dieron la voz de alerta con

pequeñas señales de humo que, con el tiempo, se convirtieron en inmensas fogatas.

      Los bomberos voluntarios veían, sin poder intervenir, como el fuego arrasaba las

casas del pueblo. Para alivio de los vecinos, la providencia hizo que se desatara una

tormenta, que por su intensidad extinguió las llamas.

      Producto del temporal se declaró la terrible inundación que cubrió por completo la

superficie de Villa del Orden...para siempre.

      Días después, Gilberto Nicolaiev, campeón olímpico (que realizara a nado la

travesía Otawa – Puerto Deseado, pasando por el pueblo de Villa del Orden) manifestó

que lo único que sobresalía de la inmensa masa acuosa era un largo caño pintado a

franjas amarillas y negras con una luz roja brillando en su parte superior.

      El nadador, oriundo del Sahara profundo, no supo precisar de que artefacto se

trataba.
                                                                                                       

Doctor G