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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

El hombre, la mujer y el parque oscuro


Recuerdo que estuvimos más de dos horas sentados en el parque. Me quejaba de un fuerte  dolor en las piernas y aunque las frotaba no sentía alivio alguno. Ella se agachó frente a mí muy sonriente, tiró de los zapatos, las medias y como fiera rasgó el pantalón hasta volverlo un short. Luego mostró su afilada lengua en un continuo movimiento de seducción y la pasó por mis piernas bien suave, decía que era una navaja con la que cortaría el dolor. Al final dejó rastros de saliva que me hicieron sonreír por un buen tiempo, pero el dolor continuaba y no lograba parar de quejarme. Ella no se detuvo y continuó pasando su lengua a medio muslo como si fuera un serrucho. Al terminar, el dolor había desaparecido y aunque intenté preguntarle, ágilmente puso su dedo índice en su boca aludiendo que era un secreto. Estaba entusiasmado, quería sentir su lengua por todo mi cuerpo y le inventé dolores por doquier. Ella sostenía que era peligroso.
Me propuse convencerla y no tuve que esforzarme mucho para lograrlo, pasó su seductora lengua por todas las partes. Era increíble, me hacía sentir extasiado, hasta olvidé que estábamos en el parque, lo más importante era sentir su lengua que se movía suavemente de arriba hacia abajo muy despacio y en momentos lo hacía en forma circular, logró erizarme toda la piel, hasta cerré los ojos e imaginé que su lengua era una navaja dispuesta a separar todo mi cuerpo. Experimenté tantas cosas y me divertí tanto en todo ese tiempo que sería imposible describirlo. Al terminar abrí los ojos y la observé alucinado, sin dudas era una experta, con un gesto le di las gracias y ella se levantó con intención de marcharse. Todo el parque estaba oscuro, sin embargo alcanzaba ver su piel blanca desaparecer poco a poco entre las calles. Me quedé solo, recordando aquella forma tan especial de seducirme. Era el mejor orgasmo de toda mi vida, nada me hacía reaccionar. Disfrutaba sentir como me corrían grandes gotas de sudor por todo el cuerpo, las piernas me temblaban y jadeaba igual que un perro. ¡Que mujer para ser tan única! Repetía una y otra vez, hasta quedarme dormido en medio del parque como si fuera un mendigo.
Al otro día desperté rodeado de gentes y denudo por completo. ¡Que vergüenza! No podía explicarme cómo terminé en esas condiciones. Aparenté no sentir ni la menor de las penas y me abrí paso entre los curiosos hasta llegar a la esquina del parque. Para mi buena suerte,  allí encontré tirada una caja de cartón, deshice su fondo y la pasé entre mis piernas hasta la cintura para cubrirme un poco y poder llegar a casa que estaba a unas cinco cuadras. En el camino mi hermano me recogió en su auto. Alguien lo había llamado por teléfono para contarle de mi situación y de inmediato salió a darme alcance. Al entrar al auto no recibí más que cientos de reprimendas y un montón de preguntas. Soporté hasta que dijera que yo estaba consumiendo drogas. Lo que no era más que una calumnia. Para  serles sincero no sabía que decirle, por eso escogí el silencio como respuesta. Ese día lo pasé acostado en la cama, pensaba en aquella mujer. Daba vueltas de un lado a otro y me preguntaba si algún día volvería a verla. ¿Quizás, ella regrese está noche al parque? Recuerdo haberme hecho esa pregunta varias veces a lo largo del día.

A las diez de la noche ya estaba sentado en el parque. Miraba para todas las esquinas buscándola, estaba ansioso por verla llegar. Pasó una hora, dos, tres y justo a la una de la madrugada apareció por una de las esquinas. Llevaba el mismo vestido negro que le caía a mitad de los muslos. Se paró frente a mí, sonrió y sin decir una palabra se agachó frente a mí y volvió a repetir todo lo hecho la noche anterior, creo que fue hasta mejor.  Sentí la necesidad de acariciarla, de mostrarle las cosas que yo también podía hacerle, pero de inmediato detuvo mis manos. Pasó su legua alrededor de los brazos y dijo que acababa de cortármelos con su filosa lengua. Ya no podía acariciarla, acababa de atarme de un modo inteligente y para poder seguir con el juego debía respetar todas sus reglas. Sus palabras fueron un susurro seductor que estremeció mi cuerpo por completo. Después del celestial orgasmo, se sentó a mi lado. Recosté la cabeza sobre sus piernas y acarició con ternura el cabello, el rostro, el pecho desnudo y en algunos momentos tomaba mi pene excitado entre sus delicadas manos. Varias veces lo acarició, pero en los momentos cumbres se detenía y esperaba a que estuviera calmado por para luego volver a comenzar con el juego. 
Quedé dormido entre sus piernas. Al otro día ya no estaba allí. Tenía a mi lado el mismo montón de gente curiosa que disfrutaba verme desnudo.  Esa vez, no me perturbé, pedí permiso entre la gente  y fui desnudo hasta la casa, como si trajera encima la mejor ropa de este mundo. Me sentía extasiado, feliz, no tenía tiempo de pensar en banalidades. ¡Total, la ropa no es más que un invento de los humanos!
Así  comencé una relación con aquella misteriosa mujer de la que no sabía ni el nombre. Todas las noches nos encontrábamos a la misma hora, ella me hacía sentir el hombre más feliz de la tierra, se marchaba y yo despertaba al otro día  en medio del parque, desnudo, como si acabara de nacer. Esa rutina me dejó sin amigos, decían que no era más que un loco exhibicionista. Realmente me importaba poco lo que pudieran expresar, esa era mi felicidad y quería aprovecharla al máximo.
Una noche mi hermano me encerró en el cuarto para evitar que saliera a hacer papelazos y por más tirones que le di a la puerta fue imposible derribarla. Se paró del otro lado y me pidió una y otra vez que le confesara por qué lo hacía. Mordí  mi lengua más de diez veces para no hacerlo, pero estaba desesperado, ya no podía dejar de verla. Estaba enamorado como un tonto. La condición para dejarme salir fue que él iba conmigo. Era mi única salida.
Esa noche, ella no fue. Quizás lo hizo, pero al verme acompañado decidió no llegar. También desde ese día mi hermano comenzó a creer que yo estaba loco. Debía convencerlo y solo lo logré con un trato. Él iría al parque, se sentaría en el mismo banco y esperaría toda la noche para ver si pasaba alguna mujer vestida de negro.
Así lo hizo, yo lo seguí y me quedé haciéndole guardia desde la otra esquina. No les voy a negar que lo hiciera por celos, temía que ella apareciera y me cambiara por él, como siempre ocurre.
A la una de la madrugada miraba su reloj impaciente. Estaba seguro que contaba hasta los segundos. Media hora después ella apareció, se paró en el centro del parque mirando hacia todos los lados, observó a mi hermano en dos o tres ocasiones y quizás nos encontró un gran parecido, pero al no verme siguió de largo y desapareció por la calle de la farmacia.  ¡Esa es mi hembra! Dije orgulloso y fui hasta dónde él estaba. Te das cuenta que no estoy loco. Seguro que hasta estas muerto de envidia, pero no te preocupes, te entiendo. Una hembra así no se tiene todos los días. Mi hermano me miró extrañado y con su voz pausada dijo. Que yo sepa, por aquí no he visto pasar a nadie.

Tadzio

Relatos FM

Las entrañas constitucionales

                                                           
Actualmente el contenido literal de los artículos, que conforman la Constitución: protegen a todos los individuos por igual; independientemente de su condición social; amparando nuestra libertades, respetando nuestros privilegios y todas la recompensas de ser español, dentro de una libertad legal; pero también advierte             –en su contenido-: que el hombre, no puede estar ocioso, amparándose en el derecho que le otorgan sus libertades y protegidas por el contenido de los artículos constitucionales; ni holgazanear, como consecuencia de una protección legal.               No puede convertirse en un individuo parásito de la sociedad en la que vive, ni estar alentado por las leyes que le protegen, como un consumidor, sin producir bienes, que compensen, las pérdidas que originan su sostenimiento social.                    Debe procurar en todo momento mantener una estabilidad económica participativa y compartida, para conseguir el bienestar de todos los miembros que conforman la sociedad; contribuyendo al sostenimiento  para la existencia de una serie de agrupaciones -protectoras sociales-, que velen por el bienestar de todos y muy especialmente de los más necesitados, en las diferentes etapas de la vida –en las que puedan encontrarse, para soportar los peores avatares-; pero que nunca deben convertirse en los centros que amparen a los vagos, negligentes o victimas de sus ociosidades y mal vivir.                                                                                                              Estos centros benéficos, deben servir de trampolín, como medio de alcanzar remontar el vuelo en los momentos difíciles de la vida; pero nunca como medio de subsistencia de aquellos individuos, anclados en un estilo de vida , sin perspectivas de futuro, que afiance la ilusión y los emprendimientos para el perfeccionamiento individual; consiguiendo de ellos que se incorporen a la sociedad con voluntad, manifiesto esfuerzo y coraje para alcanzar el trabajo adecuado, que les haga dignos miembros participativo de la sociedad en la que viven.                                                                                                        Todos aquellos miembros, que van pululando por los distintos territorios de la Patria, aprovechando las ocasiones que les pueden brindar los demás, como faroles de los mítines, que desparraman una sabiduría negativa para el conjunto de los demás, predicando enseñanzas banales o negativas, son: los cánceres sociales que se extienden por todos los territorios, producto de su educación mediocre –casi siempre gratuita- durante los períodos, en que, más se emplearon entre las protestas gremiales, las fiestas, las juergas estudiantiles y las jaranas del momento, sin atender a sus clases, ni poner empeño en aprovechar las enseñanzas de su tiempo estudiantil y en la total o parcial disipación de sus posibles aprendizajes o en muchos de los valores, que posteriormente le serían necesarios para su desarrollo personal e integración en la vida social de su momento –en su propia vida o la de los demás- dentro de la sociedad.                                                                                                                                La instrucción del individuo y la sed del saber, que éste muestre, en su época estudiantil, marcará su vida futura –ante una igualdad de oportunidades-, como se contempla constitucionalmente y a la vez le sacará de la ignorancia, con un bagaje de conocimientos y una riqueza personal, que no tendrá límites y que protege con ahínco la legislación actual, sacándole de la ignorancia progresivamente y muy especialmente para que sus conocimientos sirvan de perfeccionamiento y avances en el saber de los demás miembros.                                                                                                                               La sabiduría de los miembros de la sociedad, hacen a éstos más justos, con mucho mejor rendimiento material; haciendo alejar las miserias y escaseces de este mundo, con lo que hará su gran contribución a la sociedad en la que vive para que sea cada vez más justa y para todos sus miembros.                                                          Aunque la abundancia social, casi siempre lleva a la pereza de sus miembros; el individuo debe entender claramente, que no hay bienestar, sin el trabajo bien hecho.                                                                                                                                     Aquellos individuos que no entienden bien este concepto: progresivamente, se van convirtiendo en vagos sociales y deben entender, que la sociedad no está nunca dispuesta a mantener a sus individuos en la vagancia o la pereza transitoria, ni entre los ignorantes, voluntarios de vivir de las agrupaciones benéficas y sociales, que soportan los demás con sus esfuerzos; éstas: están establecidas para sostener las inclemencias de los individuos en casos excepcionales, por las que algunos de sus individuos, se vean en la necesidad o la indigencia transitorias, por falta de trabajo o enfermedad, ajenas a sus voluntades.                                                                          Esas inclemencias transitorias, que puedan sufrir sus individuos, están bien marcadas en la legislación y deben cumplimentarse específicamente por aquellos que necesiten las ayudas que les brinda la sociedad.                                                                   De la trayectoria que haya venido desarrollando el individuo a lo largo de su pasado, dependerá en gran medida, los apoyos económicos a los que tenga derecho el individuo o a las beneficencias que pueda obtener y para ello, se les hace muy necesario la demostración de su laboriosidad y aplicación en las tareas desarrolladas; pero aquellos que fueron negligentes o se empeñaron en mantenerse desocupados –viviendo a costa de los demás-, serán enjuiciados por la misma sociedad y seguirán siendo los indigentes, esclavos de sus valores adquiridos y de sus propias miserias.                                                                                                                            El trabajo, la aplicación al estudio y el buen hacer durante la vida: son los únicos medios de salir de las miserias de este mundo.                                                                               La vagancia y las malas costumbres del individuo, se constituyen en la semilla que germana y se transmite en otros miembros venideros, por lo que socialmente, está tan perseguido en las leyes,-en mayor o menor medida o grado-, según sea el alcance de la corrupción social.                                                                                                                      La buena administración de los valores positivos de una sociedad; reportaran en su conjunto las riquezas y los valores necesarios, para que ésta se desarrolle en todos sus aspectos con luminosidad en el bien.                                                                        Las sociedades que no hacen de sus valores o del sacrificio de sus miembros en el trabajo, la honradez y la verdad –en todos sus actos-; será una sociedad corrompida por los individuos que actuaron con maldad y en perjuicio de los demás; manteniéndose en un estado de ociosidad, que seguramente: estarán impregnadas para siempre, mientras otros individuos les mantenían como parásitos.                                                                                                                                                 Casi siempre, éstos individuos: de una juventud superflua y ociosa, se convierten en la adultez, en miembros de partidos políticos, tratando de ocupar puestos de relevancia significativa ante los demás, procurando grandes remuneraciones o accediendo al manejo de las arcas de la entidad representativa, administrando alguna de las cajas sociales, donde puedan meter la mano fácilmente, tratando de enriquecerse, con posible malversaciones de los fondos que puedan administrar o favoreciendo a familiares, amigos o allegados, como participes de sus proyectos, para poder o tratar de enmascarar sus malas artes- propiamente-.                                                                                                                    Éstos individuos, llegan a convertirse en los peores enemigos de la sociedad y de las comunidades o pueblos donde actúan o intervienen, porque conducen siempre a la ruina, la inestabilidad económica y social y a la infamia, desde el puesto público que ocupan indignamente; porque siempre irán engendrando las miserias del corazón, que siempre alimentaron, con las podredumbres de todo lo inmoral de sus pasados.                                                                                                                                     Por otra parte, a estos individuos, siempre los acompaña la tiranía, la desconfianza y la desconsideración hacia los demás, como una forma de ocultar su falta de valores y muy específicamente hacia aquellos miembros que gozan y están dentro de una línea de conducta intachable, una honestidad permanente y manifiesta en todos sus comportamientos.                                                                                                                        De estos individuos negativos, surgen todos los tiranos, los dictadores, los corruptos en todos los gremios sociales y especialmente, todas las guerras tribales, civiles o entre los países; porque corrompen muy especialmente  los valores del ser humano y su condición social de vida en la comunidad.

Houssol

Relatos FM


El vampiro de Montefrío


   Cinco mil años contemplan mi inmortal existencia desde que nací en las estribaciones de la Sierra de Parapanda. Cuán gratos fueron los momentos transcurridos gozando sobre mullido follaje en el Valle del Río Vilanos. Al principio yo pertenecía a un clan tribal que se había asentado en Los Castillejos, un promontorio rocoso que dominaba el valle. Allí fue donde, en el ínterin de una noche prometeica, fui atacado por un feroz vampiro balcánico al que había seducido mi prístina belleza juvenil.
   Luego, habiendo ya ingresado yo en la deletérea orden de los que viven sin estar sometidos a la ley de la vida, me dediqué con ahínco a succionar la sangre a los incautos pastorcillos que triscaban por los alrededores. Mi afición preferida por aquel entonces consistía en raptar a una doncella prieta de carnes para hacerla mía violentándola contra la añeja piedra de un dolmen, y en los postres proceder a la preceptiva extracción sanguínea.
   El advenimiento de los soberbios romanos representó un lenitivo para mí, he de reconocerlo, y un pasatiempo harto entretenido. Les hacía encerronas en el Valle de Parapanda, bajo la argenta luna, y allí, a cielo raso, me daba a los goces de la carne, celebrando orgías de sangre en el paroxismo de los sentidos, tras haber escogido como víctimas propiciatorias a los legionarios mejor pertrechados de músculos y belleza. Con frecuencia me divertía sorprendiendo a los mozos romanos en el Arroyo de los Molinos. Mientras ellos reposaban de la noble labor de elaborar harina en sus molinos, que las aguas del río alimentaban, mi natural voluptuosidad me conminaba a gozar de sus cuerpos, al tiempo que hacía creer a mis presas que todo era sueño, y luego, cuando me poseían las vampíricas ansias de sangre, sorbía con deleite el néctar contenido en el cáliz de sus venas. Recuerdo a un altivo legionario, llamado Brutus, de un atractivo sin par, aunque algo arrabalero, a quien seguí hasta Bética y la misma Roma, sin darme tregua en mis nocturnas bacanales. En todo momento induje en su pensamiento la sugestión de que nuestro vehemente comercio carnal era simple sueño, y que su ausencia de sangre era fruto del cansancio, hasta que el bravo zagal se quedó seco y descarnado, reducido a poco más que un pellejo, en un callejón de la ciudad que le vio nacer.
   Con la llegada de los bárbaros visigodos a mi amada tierra dio comienzo la etapa más plena y satisfactoria para ese inveterado hedonismo que el vampiro balcánico había instilado en mí. Fue por aquel tiempo cuando me especialicé en eviscerar a desprevenidos campesinos, hablando en términos sanguíneos, por supuesto, aunque fueron la sacra sangre de un obispo y la sangre azul de un joven miembro de la familia real las que me reportaron los bocados más sabrosos. Y con los bizantinos me lo pasé aún mejor. Al caer la noche me llegaba a la Ciudadela del Castillón, donde habían asentado sus reales aquellas engreídas gentes, y allí desvirgaba inmisericordemente a cuanta zagala de buen ver se me ponía a tiro, como preámbulo de la necesaria transfusión sanguínea que servía de colofón a todas mis atrocidades.
   Los árabes me lo pusieron un poco más difícil. Durante cinco siglos me tuvieron a pan y agua, por decirlo de algún modo, si descontamos los inestimables placeres que me prodigó un escriba cordobés que ejerció de emisario oficial del Califa hasta que mi voracidad le dejó reducido a cecina en la orilla del Río Vilanos.
   Menos mal que a mediados del siglo XIV los reconquistadores se decidieron a poner orden en Montefrío. El Reino Nazarí tenía las horas contadas. Llegaron riadas de nuevos pobladores procedentes de las tierras del Norte. Los cristianos, justo es decirlo, estaban llamados a convertirse en mis mejores vasallos, teniendo en cuenta que yo ejercía como régulo invisible y solapado de esta población granadina que ha dado en llamarse Montefrío. Cada vez que los cristianos erigían una iglesia, allí estaba yo en el momento de su fundación para socavar sus cimientos morales con mis nocturnas tropelías. La Iglesia de la Villa, edificada muy oportunamente sobre los despojos de la fortaleza árabe, para borrar de los moros cualquier vestigio, fue el escenario de mis orgías más escandalosas, puesto que su pavimento me sirvió de lecho para pasar por la piedra a propios y extraños, sin desatender a las más recatadas mozas, a las feligresas más pacatas y a sacerdotes, diáconos, sacristanes y monaguillos de costumbres monásticas y fe inquebrantable.
   El impune reinado de placer, nocturno y salvaje, al que yo había sometido a mi población, Montefrío, antaño llamada Monteferido, experimentó, por desventura para mi corrupta naturaleza vampírica, un punto de inflexión, el aciago día en que caí rendidamente enamorado de la Remediadora, o la Remediaora, como algunos la llaman. La verdad es que suena a chiste que un desalmado vampiro como yo pueda enamorarse de una virgen, pero no es menos cierto que la realidad supera con creces, en ocasiones, lo que la más desatinada fantasía puede pergeñar.
   La Virgen de los Remedios propició un giro de trescientos sesenta grados en mi vida, en esa dilatada trayectoria existencial jalonada de bestialidades. Su benéfico influjo me hizo desear ser cofrade para formar parte de los cortejos procesionales. La Remediaora se transformó por derecho propio en la patrona de mi inexistente y huero corazón. Qué ganas me daban de soplar una corneta y golpear un tambor cuando veía dibujarse su dulce rostro en el horizonte de mis deseos. Fue durante el transcurso de la Fiesta del Rayo, a la que yo había acudido embozado, como tenía por costumbre, para que la luz del día no descompusiese mi vil naturaleza vampírica, cuando Cupido me lanzó una de sus certeras flechas. Y el Rosario de la Aurora remató la faena, provocando que en mis venas hirviese esa sangre inhumana de la que yo había hecho acopio durante milenios. Verme fatalmente acodado contra el Señor de las Roscas, ajeno a mis sempiternas aspiraciones vampíricas, cogitabundo, con el pensamiento preso de tiernos pálpitos dictados por el corazón, significaba un hito inédito en mi fabulosa trayectoria de chupador de sangre.
   Cualquiera lo diría, pero sí, es cierto, soy víctima, por alguna incognoscible fatalidad, de la advocación mariana, por mucho que me precie de ser un vampiro despiadado. Es la triste realidad. Y ahora que me he vuelto de pronto piadoso, ya no me siento capaz de saciar mi sed de sangre, y estoy enflaqueciendo a marchas forzadas, hasta el extremo de poner en peligro mi gloriosa inmortalidad. Me pregunto qué tendrá la Orden de la Santísima Trinidad para haberme engañado de tal manera. Si me parece que ya he entonado el Himno de Nuestra Señora de los Remedios tantas veces como víctimas me he cobrado durante los cinco milenios que vengo ejerciendo infatigablemente mi actividad vampírica...
   Hablando en términos marianos, podría decirse que la Remediaora me ha remediado, cierto es, o mejor sería decir que me ha remendado, aunque nadie puede imaginarse el atroz sufrimiento del que soy objeto ahora que me resulta inviable proporcionar sustento a la depravada naturaleza que me invade hasta los tuétanos, por mucho que ese padecimiento esté causado por el imponderable amor, el amor místico, en este caso, que como todo el mundo sabe es el que brinda menos regocijo a la carne, por ser tan sólo aliento del espíritu.
   Hoy, 29 de mayo, aquí estoy, a las puertas de la Iglesia de la Encarnación, aguardando su dulce presencia, mientras mi sustancia vampírica se va agostando lentamente. El rayo multicolor de la Remediaora me ha fulminado, y ya no ansío la sangre ajena, sino un soplo de la maternal serenidad que ella posee a manos llenas. A las nueve se abrirán las puertas. Y yo formaré parte del cortejo. Iremos de la mano a su plaza, la de la Virgen de los Remedios, y a la calle Alta y a la calle Baja, donde yo no sabré si tener la cabeza alta o baja. Y pasaremos luego por las calles Alcalá y Alhoril, y hará nuestro amor genuflexión por las Esquinas de Jesús. Y ya de vuelta, cruzaremos la Plaza de España, donde está el Ayuntamiento, para regresar a la plaza de mi virgencita y por último a esta iglesia que la acoge.
   Quién me lo iba a decir. Ser admitido en la Hermandad de la Virgen de los Remedios significó para mí una satisfacción que superó con creces los goces que me reportó en su tiempo el legionario Brutus.
Ya suenan las campanas. Los montefrieños despliegan su fervor por doquiera, entonando cánticos y plegarias. La lírica en luna nueva de la Remediaora se derrama sobre mí. Me pregunto si me concederá alguna migaja de su bondad y hermosura, si volverá a entregarme una de sus sonrisas como limosna, si enjugará las lágrimas de mi pesar y el sudor de mi inhumano padecimiento, pues ella, cual sirena encantada, se yergue, enhiesta, en su atalaya inmortal, que a mí me empalidece. Ella es blanca y pura como aromática flor de jazmín. Y su milagro de luz multicolor ahuyenta las sombras que me habitan. La aurora de su aliento redime mi alma negra, es un mantel de inocencia coronado por la esperanza en forma de arco iris.
   Mi devoción se escurre como cera derretida por los pliegues de su manto. Mi presencia aquí es la ofrenda imperecedera que le tributa el amor nacido de vil ponzoña que necesita renacer, mediante la eucaristía de su bendición, entre las cuentas del rosario que suplica su perdón.
   Ven a mí, virgen fiel, poderosa y clemente. Porque yo asistí a tu milagro misericordioso en aquel aciago día de tormenta del año 1776 en que un malhadado rayo destruyó la techumbre de la Iglesia de la Villa, desplomándola sobre el altar mayor y los fieles que asistían a misa. Y vi cómo el hermoso retablo de madera ardía en llamas. Lo pude presenciar todo porque tal fatalidad no era gratuita, sino el fruto de mi maléfico influjo en Montefrío desde que la población echó a andar en la noche de los tiempos.
Tú, mi contrafigura, fuiste más fuerte, supiste poner a salvo a tu rebaño para librarlo de cualquier mal, y esa fatídica losa pétrea, que estaba llamada a aplastar a los creyentes que a ti te oraban, fue a parar sobre mí, se abalanzó sobre mi abyecta naturaleza, que en ese momento había adoptado la forma de un perro, y me cortó la cola, tajando de ese modo mi afán de perpetuar el vampírico reinado del terror.
   Desde entonces vago a la deriva suplicando tu perdón, vuelto una piltrafa irreconocible, que no es humana ni animal, un guiñapo inútil que tan sólo aspira a recibir una de tus consoladoras sonrisas, una de tus miradas cargadas de amor y luz, un ademán bondadoso que me dé fuerzas para afrontar esta hora postrera que está a punto de sobrevenirme, en que he de exhalar el último aliento, por amor a ti, por devoción a esa inmaculada faz tuya que compensa al alma atribulada por todas las penalidades que ha de soportar.
   Ha llegado la hora. Las puertas de tu iglesia se han abierto. Aquí estás. Mas ya no puedo acompañarte, porque me muero. Tú me sonríes. Me has reconocido en el perro que está al pie de la escalera.
   Gracias, virgencita, Remediaora de mis entretelas, porque ahora comprendo que el verdadero reino de este mundo está en los cielos. Te amo. Te amaré siempre.
Perdóname por mis pecados, que no son pocos, como bien sabes...

Ludovico Pasamonte

Relatos FM

La batalla entre Umbría y Ciudad Alba


Capítulo Primero
Los vigías traen malas noticias. Proveniente del norte, desde el reino de Umbría, avanza una columna de soldados a pie, la vanguardia de un ejército poderoso que marcha hacia Ciudad Alba. El Rey ordena preparase: la guerra ha iniciado.

Capítulo Segundo
Comienza la batalla en el campo de guerra con el entrechocar de las espadas de ambos ejércitos. Los soldados que sirven al Rey de Umbría son fieros y se dejan matar en el fragor de la lucha si con eso logran abrir una brecha para el avance de los caballeros, que infunden miedo al ejército enemigo montados en sus poderosos animales de pelo negro. La fortaleza de Ciudad Alba está cada vez más cercana.

Capítulo Tercero
-No acudáis, os lo ruego – le dice ella tomándole las manos, suplicante.
-Perdería mi honor si accedo a vuestra petición, mi señora – replica el Caballero, soltando sus manos y desviando la mirada.
-¿Y nuestro amor? ¿Eso no importa que se os pierda en la batalla?
-Vos sabéis la respuesta, mi amada reina – susurra el Caballero, con el rostro adusto.
La Reina de Ciudad Alba rompe a llorar desconsolada, como una niña pequeña abandonada.

Capítulo Cuarto
-Alteza, la victoria será nuestra.
El Rey de Umbría mira a su consejero con ojos entrecerrados, como midiéndolo. El gordo Cardenal lo ha aconsejado de manera excelente hasta hoy y será en este momento cuando demostrará de manera definitiva su valía. Su propuesta es cruel y lo sabe, asediar Ciudad Alba hasta rendirla por hambre, pero esto es la guerra y los sentimientos deben ser supeditados a la suprema gloria de la victoria.
-Pero Alteza – continúa el Cardenal, - concededme una gracia. Permitidme luchar a vuestro lado.
Uno de los caballeros del Consejo suelta una estruendosa carcajada.
-¿Vos? ¿Y luchar cómo, exactamente? Porque si hay un caballo que pueda llevaros a cuestas, mi señor, vale él solo lo que ese castillo que vamos a tomar.
El Cardenal lo mira fijamente, malévolo.
-No infravaloréis la utilidad de este servidor de su majestad, Ser. ¿Habéis oído aquello de más vale maña que fuerza?

Capítulo Quinto
Desde la torre, la Reina de Ciudad Alba ha visto partir a su verdadero amor rumbo a la guerra. Hermoso y terrible, el Caballero va cubierto de pies a cabeza por brillante acero, el casco con plumas blancas simulando un ave, la espada de acero bruñido colgando de su costado derecho y en la mano izquierda una lanza de punta afilada, teñida de rojo sangre. Sujeto a la montura de su caballo, el redondo escudo que lleva el blasón de Ciudad Alba. La Reina nota una mano que le toca suavemente en el hombro: el Cardenal de Ciudad Alba.
-Alteza, esto es la guerra. La vida es dura – murmura con voz dulce, intentando consolarla.
-Demasiado. También es injusta- responde la Reina sin dejar de mirar al Caballero, que se va diluyendo poco a poco en el horizonte.
-Todo puede perderse, mi señora, pero no el honor. Este es el momento de ser fuerte y demostrar de qué estáis hecha. El bienestar del pueblo entero está por encima de los sentimientos individuales. Y vos lo sabéis.
De los ojos de la Reina brota una lágrima. Sólo una, que rueda por su mejilla hasta caer al suelo.
-Tenéis razón – replica recomponiéndose - . ¿Dónde está mi señor esposo, el Rey?

Capítulo Sexto
La guerra ha sido cruenta. El ejército de Umbría es poderoso y se ha abierto camino  entre hombres y bestias hasta alcanzar los muros de la fortaleza que resguarda Ciudad Alba. La derrota se huele en el aire, la defensa no es suficiente. Sólo un milagro podrá salvar la ciudad de caer.

Capítulo Séptimo
El Caballero de Ciudad Alba avanza sin misericordia entre las filas enemigas. El Rey de Umbría confiando en la seguridad de la victoria se ha arriesgado a ir al frente del ejército. El Caballero lo mira luchando cerca de él, ajeno a su presencia, tan confiado en su propia fuerza que incluso ha descendido de su caballo y mata a pie blandiendo a diestra y siniestra su enorme hacha. El Caballero elude hábilmente la guardia y llega hasta él. Se enzarzan en una apretada lucha, igualando fuerzas, hasta que el hacha  toca al Caballero en el pecho, pero no es eso lo que lo mata, no, sino el puñal que el Cardenal de Umbría le clava por la espalda hasta el corazón. El Rey de Umbría se acerca al Caballero caído, cuya vida se escapa por la brecha abierta en su armadura.
-Lo siento, Ser. Sois muy valiente, pero esto es la guerra. No es nada personal.
El caballero exhala su ultimo aliento murmurando el nombre de la Reina de Ciudad Alba.

Capítulo Octavo
Abandonó por la noche la seguridad del castillo. Dejó atrás las murallas de Ciudad Alba cabalgando en su purasangre negro para confundirse entre las filas del ejército enemigo, flanqueada solo por el Cardenal a la derecha y por uno de sus leales caballeros a la izquierda.
-Solo vos podréis hacerlo, mi señora- le había dicho el Cardenal horas antes. – Sois más fuerte que todos nosotros juntos.
Y sabía que era así. Tenía su objetivo claro. Y avanzando hábilmente con su pequeña escolta la Reina logra pasar a través del campo enemigo. El Rey de Umbría duerme plácidamente cobijado por las sedas dentro de su tienda, y despierta súbitamente al sentir el frío acero del puñal de la Reina de Ciudad Alba en el cuello.
-No hay salvación posible, mi señor. Por el honor de mi Rey y mi amor, morid aquí mismo, o rendíos y conservad la vida. Vos elegís.


La luz del sol ha abandonado la habitación muy despacio. Los dos adversarios están sentados uno frente al otro, siguiendo concentrados cada jugada.
-Jaque mate, mi querido amigo. Con mi Reina.
-No sé cómo lo has logrado otra vez. Eres un gran jugador, Ahmed – le contesta sonriendo. -.Tú ganas, me rindo. Pero cuidado, ganaste la batalla, pero no la guerra.
Y diciendo así, toma el trebejo del  Rey negro entre sus manos, y lo rinde horizontal sobre el tablero de ajedrez.

Merita

Relatos FM

Garganta metálica


Nadie ignora la perversa manía de los relojes-despertador. Esa de gritar o chiflar más o menos todas las mañanas, siempre a tempranas horas y prefiriendo aquéllas que se encuentran reclusas entre lunes y viernes, fatídicos días de semana.
Los entendidos aún no han dado con la causa de este singular comportamiento, sin embargo, han esgrimido algunas hipótesis.
La primera de ellas —quizá la más antigua, aceptada y difundida— sostiene que cuando el hombre emprendió la domesticación de las extrañas criaturas, lo hizo con tal brutalidad y vehemencia que, sin quererlo, encendió la mecha de una rara mutación que se transmitiría a lo largo de incontables generaciones; pese a que  no sería sino a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando sus señas comenzaron a manifestarse de forma endémica. A esta insólita mutación atribuyen algunos expertos la actitud inicua de los relojes-despertador a tempranas horas de las mañanas.
Una segunda hipótesis también se apoya en el viso genético. Sostiene que la especie no es un producto acabado de la naturaleza, sino, por el contrario, un género concebido por el hombre en laboratorio. Sería pues el resultado de no pocos ensayos genéticos entre las distintas especies de relojes existentes. Se cree, no obstante, que estos experimentos fueron realizados con la mayor irresponsabilidad y el menor rigor científico, razón por la cual se ignora —y se ignorará— en qué momento se dio el gran salto, la transición insólita de un reloj-común a un reloj-despertador. Desde luego que ésta es la menos aceptada y la más fustigada de las hipótesis recogidas en este breve compendio express, ya que atenta, con inusual descaro, contra la imagen y la ética de los especialistas en este eslabón del saber.
La tercera y última de las hipótesis involucra al tiempo, o mejor dicho, al paso del tiempo, actividad ésta que atiende religiosamente cualquier reloj. Según sus tutores, ningún reloj ha superado el resentimiento hacia el hombre a causa de la rutinaria e inútil tarea que éste encargó a su género: la medición del tiempo. Quizá ellos esperaban algo más acorde con su capacidad intelectual, pero el hombre subestimó dicha capacidad y los condenó a esa fútil y molesta tarea. Naturalmente por todos es conocido el carácter noble y resignado de estas inteligentes criaturas, incapaces del menor arrebato contra el género humano. De igual manera sabemos que en las prolongadas historias de opresión y sumisión, los humillados, depositan su fe y esperanzas en un osado grupo salvador que los guíe en el camino hacia la emancipación. Los especialistas en la materia creen que en nuestra historia los relojes-despertador representan a este osado grupo. Por supuesto que hoy en día están lejos de cualquier redención, sin embargo, cada mañana, a tempranas horas, elevan su inexpugnable grito de inconformismo y rebelión.

Gertrudis Stain

Relatos FM

Dolor


Dolor, así me llamó mi padre, cuando vio a la que fue mi madre mortalmente desfallecida sobre la camilla del hospital, después de sacrificarse en un parto insoportablemente desgarrador que duró horas y que me dio la vida.

No quiero ir a dónde me llevan, tengo miedo. Estoy temblando y el coche sólo acaba de arrancar. Pronto se hará de noche y parece quedar mucho camino.
¿Y qué ha sido de tu rosario?
No lo sé, lo tenía en las manos hace un momento y lo he perdido. Lo habré dejado allá dentro, me temo que ya no me dejarán bajar del coche...
¿Y no estás inseguro sin él? Recuerda que te ha protegido en los momentos más duros y nunca ha permitido que nada te hiciera daño.
Quizás, pero ya no puedo bajarme del coche, estamos lejos de dónde lo dejé. Ojalá pudiera bajar, todos mis músculos tiemblan, quiero bajarme, tengo miedo, tengo muchísimo miedo...
Recuerdo cuando eras un pequeño inocente, siempre muy enfermizo y pocas veces podías salir de casa. Ninguna madre quería que te acercaras a sus hijos, tenían miedo a que les contagiaras alguna enfermedad terrible. Todavía puedo verte tumbado en tu diminuta cama, con la cara tan pálida que tus ojos, rojizos e hinchados por el constante sueño, parecían flotar en el aire.
Creo que nunca me acostumbré a ver la luz del sol por las mañanas. Ya está oscureciendo y no puedo dejar de pensar en lo horrible que va a ser cuando el coche se detenga, pronto lo hará y entonces tendré miedo de verdad. El olor a gasolina del coche está empezando a darme náuseas, quiero escapar...
Siempre te dolieron los ojos cuando la claridad entraba por las ventanas de tu habitación. Sí. Pero aún así recuerdo que, a veces, por las tardes, cuando las mantas que cubrían tu cuerpecito cansado empezaban a ser un agobio y te sentías un poco mareado, te asomabas por la ventana, sin valor ni fuerza para abrirla, y veías a los demás niños jugando y riendo en la calle. Y qué mal te sentías entonces, ¿recuerdas? Era como si una punzada acometiera tu estómago, débil por tomar tanta medicina. Hubo veces que, vista la felicidad del resto de personas que cruzaban por debajo de tu ventana, pensabas que la vida había sido injusta contigo, para resignarte después a tu condición de enfermo. Luego cogías el rosario y te echabas sobre el revoltijo de mantas y sábanas que te estaban viendo crecer y llorabas largo rato, muy silenciosamente, para que nadie fuera testigo de tu desconsuelo.
Siempre fuiste inocente.
Empieza a hacer mucho calor aquí dentro, estoy empapado en sudor, si pudiera bajar la ventanilla para que el aire me refrescara la cara. Me han llevado muy lejos. Quizá si les pidiese por favor abrirla por un momento. No hay más que campos allá afuera. Espero que el trayecto nunca se detenga, o que lo haga y acaben de una vez con esto, lo único que quiero es desaparecer, evaporarme y desaparecer...
Te gustaban las flores, pero te tenían prohibido olerlas, el inspirar el aroma de cualquier flor te enfermaba todavía más, y los colores herían tu vista, por ello tu habitación permanecía en penumbra y lejos de los jardines que tras tu ventana se aparecían radiantes y repletos de vida. Creías que el simple hecho de levantarte de la cama e ir hacia aquellos vergeles te curaría por siempre. Y recuerdo que un día lo hiciste, te desprendiste de las sábanas y sin que nadie te viera huiste hacia el jardín. Te mezclaste entre las rosas y los crisantemos y te sentiste tan libre que fuiste feliz bajo el sol. Hasta que despertaste, todo había sido un sueño, y te encontraste de nuevo en tu cama, cansado, abatido y triste, triste por saber que nunca podrías ser libre. Encerrado en aquella habitación por siempre.
La cabeza me da vueltas, suerte que anoche no comí nada de todo lo que me prepararon. Ya es de noche. No consigo distinguir nada allá afuera, sólo las montañas totalmente negras recortadas en el cielo, tan azul, tan libre. Y las estrellas brillan sin temor, y la luna se agiganta cada vez más allá arriba. Nunca había visto el cielo, los destellos violados y verdes, mágicos, sobre los picos de los montes. Quién fuera una de esas estelas, surcando eternamente el horizonte, tan bellas que nadie se atrevería a hacerlas daño, y no cambiar la cúpula celeste por este coche de viciada atmósfera, asfixiado en el asiento de felpa negro, tan áspero, antesala de lo que me espera cuando me levante. No me quiero levantar, no quiero estar aquí, daría lo que fuera por escapar, por favor dejadme ir, os lo suplico...
Cuando creciste parecía que tu enfermedad desaparecía al fin. Te sentías bien, aunque débil. Todavía puedo ver la satisfacción en tu rostro, pero creo no volver haberla visto nunca jamás, y es  por eso que la tengo retenida en mi memoria. No duró mucho tiempo la sonrisa en tus labios, pues se vio quebrada por la marcha repentina del que fue tu padre. Ese día despertaste con el ya habitual destello en tus ojos, pronto emborronado al verte solo en la casa, sumido en un instante de soledad total que se alargaría hasta el final. Ya no volví a ver destellos en tus ojos, ni sonrisas en tus labios. Te hundiste en la angustia, estabas solo, sin nadie en quién confiar, todavía enfermo, demasiado indefenso, demasiado inocente. Entonces imaginaste a esa madre que sólo existía en retratos y, aunque únicamente sus últimos alaridos de dolor llegaron a ti como madre, la echaste de menos. No pudiste culpar a nadie, eres demasiado inocente, sólo conseguiste llorar.
Creo que no aguantaré mucho más aquí dentro. No puedo soportar esto. Me retumba la cabeza, es insufrible, el corazón se desboca en mi pecho desesperadamente, incapaz de latir en pausa, conocedor de lo que ha de venir, de lo que nos espera a él y a mí. Es imposible cerrar los ojos y esperar a que el coche pare, no, no soy capaz de esperar aquí sentado, permanecer tranquilo, no, ¿cómo? Las entrañas se revuelven en mi interior, inquietas, indomables, ansiando escapar de mí y abandonarme a mi suerte fatal, tan desesperadas como yo por abrir la ventanilla y alzar el vuelo hacia el cielo compasivo. Dios, no puedo más...
Durante largo tiempo volviste a tomar la cama, a envolverte entre los edredones y a ingerir cantidades indecentes del medicamento siempre presente en tu infancia. Duró unos meses, hasta que asumiste la soledad en la que te había abandonado el que había sido tu padre y aprendiste que tu vida estaba vacía de todo aquello que todavía no conocías, ni conocerías. Pero desaprendiste en cuanto tus ojos la vieron. Nunca la olvidarías, su rostro, su pelo, su cuerpo, su nombre, a cual prodigio más precioso. Fuiste libre, tan libre como cuando tus ojos vieron de cerca las flores del paraíso existente fuera de tu celda infantil, y, al igual que entonces, el sentir la libertad te llevó a una absoluta infelicidad. Pasados los días viste que aquel rostro ya era besado, aquel pelo ya era olido, aquel cuerpo ya era abrazado y aquel nombre ya era susurrado por otro, quizá no tan entusiasmado con aquella princesa a la que tanto deseaste besar.
Cada vez tengo más y más miedo, y sed, los neumáticos siguen girando pero pronto frenarán y... Estoy horrorizado. La noche se ha vuelto oscura y me es difícil respirar, no me llega el aire, me falta, me falta el aire y no puedo respirar...
Cuán rápido volviste a comprender que tu vida no estaba hecha para la felicidad o para recibir sorpresa grata alguna. Los días se volvieron oscuros y las noches vacías, sumergido en un tormento más profundo que nunca. Sin hambre, sin sed, sin esperar la llegada de un nuevo día. Solo, abandonado por los que aún querías, desconocido por todos los demás, tras un constante velo de lágrimas amargas, queriendo a cualquiera y no siendo querido por nadie, con el corazón hecho trozos y la mente hecha la guarida de tu pena. Recuerdo esa cara triste, no sé cómo pudiste aguantar con tanta angustia, no lo sé.
Una verja negra y opaca detiene el curso de los campos sumidos en la total tiniebla. Estamos cerca de donde me quieren dejar. La verja condena a la ventanilla y ya no puedo ver el cielo, sólo el negror del acero que me estaba esperando. Me cubro la cara con las manos, no puedo soportar esto ¿cómo he podido llegar aquí? Yo no he hecho nada, estoy aterrorizado, muerto de miedo ¡QUIERO ESCAPAR!
El tiempo pasó y la oquedad en tu corazón se hizo cada vez más grave. Cada noche te sabías solo en las tinieblas, sin nadie a tu alrededor, todos desconocidos, extraños a los que tú nada importabas. Todavía lejos de las flores que tanto deseabas sentir por todo tu cuerpo, encerrado en la prisión de tu enfermedad, sin poder ser libre, ni feliz, agonizando en la más bella etapa de tu vida, con la infancia perdida, abandonado por todos los que querías. Y quién era el culpable de que una vida estuviera precipitándose por el sumidero, ¿eras tú? Se te cruzaban imágenes de la que fue tu madre, necesitaste su vida para adquirir la tuya, y tu padre no podía soportar el estar cuidando cada día del asesino de la mujer que amaba. Entonces, después de saturar tu mente de crueles reproches a ti mismo, recapacitaste y toda la culpa de tu desgracia la tenían aquellos que no te quisieron, sabías que tu madre te hubiera amado y te hubiera dado todo su infinito cariño, pero ese padre y esa ya no princesa que tanto deseaste y todos aquellos que te rodeaban te rechazaron y engendraron la infelicidad y la locura en las que recuerdo que  por siempre vivirás. Eras inocente, inocente de todo.
Dios... Las ruedas se están deteniendo... Dios, ayúdame, te lo suplico de rodillas... Estoy temblando, no puedo moverme, ahora tengo miedo de verdad. Me agarro al asiento, estoy ardiendo de desesperación, no me llevéis allá dentro, no... Tened misericordia conmigo, por favor, por favor... Me abren la puerta, no me puedo levantar, tengo miedo, me agarro al asiento con lágrimas en los ojos, me cogen del brazo, es insoportable, me desgarro la garganta gritando, gritando perdón, llorando lágrimas que arden en mi piel... No me llevéis, no, por favor, me arrepiento, no me castiguéis así, no, dios santo no, no quiero morir, no podré soportar el dolor...

Camarillo Brillo

Relatos FM

Instinto


No llores, el color rojizo en tu piel no te favorece. ¿Quieres agua? Bebe un poco. La miro. Coge el vaso. La contemplo. La describo con mis ojos. La amo. Disimulo. Cálmate, le digo. Acaricio su semblante, su melena casi rubia. Sus ojos, distinguidos para mí desde que la conocí, me miran y desencajan, por completo, mi carácter pacífico y sereno que se percibía en ese instante. Baja la mirada y yo, rompo a llorar con ella y ella se extraña. Tu no, por favor, me dice. Suelta el vaso y me abraza. Los cristales estallan a nuestro alrededor. No importa, mañana ya no estarán allí, nosotras tampoco. Mañana nadie los recordará y ahora nos consuelan bajo nuestros pies. ¿Sabes una cosa? Bromeaba. No estás tan fea cuando lloras. Me mira de nuevo y sonríe. Esta vez sus ojos ya no vuelven a mirar al suelo y me contemplan. Entonces se diluye tímidamente en mi rostro la pintura que perfilaba mis ojos, cuando la suya, ya se había diluido. Ella calla. ¡Está tan bonita sin pintura! Suspiro. Pasa su dedo pulgar sobre mis ojeras hundidas y oscuras por el lloriqueo, mientras la palma de su mano, se apoya sobre mi mejilla, y le arrebata una lágrima a mi piel humedecida. Suspiro de nuevo. Me besa tímidamente e intensamente. A pesar del tiempo, todavía recordaba sus besos. Aquellos dulces besos que hoy, eran de despedida. Ella sonríe. Me ve feliz y ya no llora. Me abraza otro momento. Siento su calor en mi espalda y a la vez, aprecio su corazón contra mi pecho. Ambos se están escuchando. Ambos se hablan y lloran juntos, pues ambos saben que están separados e igual que nuestras lágrimas y nuestros abrazos, jamás volverán a encontrarse. Mañana, al igual que los cristales, nadie volverá a hablar de ellos.

Utópicos

Relatos FM

Recurrencias


Su amor por el cine llegaba a instancias extremas, tanto que hasta su subconsciente se veía influido. Una secuencia que surgía con recurrencia nada más cerrar los ojos era de repente convertirse en el héroe de la trama de la película, en el soldado que atraviesa las trincheras de un campo arrasado por las bombas, en un aventurero que salva irredento los obstáculos de un templo maldito, en un mago que iba apartando orcos y goblins a base de bolas de fuego y relámpagos, en un James Bond que esquivaba las defensas del palacio para adentrarse en los entresijos de la sociedad secreta.

Sin embargo, del mismo modo era recurrente que, una vez atravesaba todas aquellas hordas de enemigos cuando vencía al jefe final a su pesar se despertaba. Y al hacerlo gritaba frustrado. Ahora que había llegado a la puerta que llevaba al pasadizo que guiaba hacia otra puerta precedente a la sala donde encontraría a la persona que le daría todas las respuestas. Ahora bien, la cuestión  llegados a este punto era: ¿qué respuestas? ¿A qué pregunta? Ciertamente, no lo sabía. Suponía que una revelación, saber cómo terminaba aquello, el final feliz de la película en la que se había adentrado, descubrir el sentido acerca de por qué se había pasado toda la noche luchando contra monstruos oníricos, el sentido de por qué soñaba, de por qué le gustaba el cine, por qué disfrutaba siendo el protagonista de aventuras imposibles, el sentido de la vida en definitivas cuentas. Pero claro, si ni él mismo conocía la respuesta a esa pregunta, ¿cómo lo iba a hacer su cerebro subconsciente? Por eso mismo despertaba, por la vergüenza que sentía aquella mente que residía en el otro lado ante el momento de que por fin llegase a ese lugar y al realizar la pregunta lo único que recibiese fuera un silencio ominoso cuyo eco se difuminase en el negro vacío de los sueños.

Kubrick

Relatos FM

La piel del miedo


Hoy amaneció lloviendo. Las gotas golpean con fuerza y resbalan seguras surcando los cristales de la habitación de Gabriel. Asomado tímidamente a la ventana observa, ausente, como de arriba hacia abajo  recorre el agua un camino aleatorio. Es sábado por la mañana hoy no hay colegio, se acaba de levantar, y con la mirada perdida en un punto difuso apoya sus pequeñas manos sobre los cristales para sentir la fuerza de la lluvia en sus dedos. No se ve gente en la calle, los bancos del parque desiertos se mojan sin oponerse a ello. Una vez más el invierno ha llegado sin avisar. Sigue Gabriel inmóvil frente a sus ventanales divisando un paisaje oscuro y solitario que invita a la nostalgia. Lleva el niño un pijama azul marino con abertura a la caja en la parte superior, cuadros en el único bolsillo existente en el lado izquierdo, sus pies ubicados en unas enormes zapatillas con forma de perro, firme frente a un exterior distante deja volar sus pensamientos por un camino irregular como el que marca en los cristales el agua de lluvia.
La habitación es pequeña, de unos diez metros cuadrados, pero contiene todo aquello que la hace acogedora. La cama está deshecha, no ha tenido ganas de estirar sábanas y mantas. Su ordenador está encendido, es lo primero que ha hecho al levantarse, conectar el ordenador. Ayer volvieron a discutir sus padres; Tomás y Bárbara, estuvieron desafortunados en sus reproches. Las voces las oyó desde su habitación, estaba a punto de dormirse cuando el tono elevado de la discusión se lo impidió. No entiende Gabriel lo que está ocurriendo, no puede comprender  los insultos que se dedicaban. Se siente utilizado y olvidado. No ha sido la única batalla dialéctica en los últimos meses, pero sí la más grave. Los reproches fueron en el día de ayer más inverosímiles y los insultos más hirientes. Mientras sus padres gritaban intentando elevar el tono el uno por encima del otro Gabriel lloraba.
No quiere salir de la habitación. Una vez más vuelve su mirada hacia el ordenador, se apodera de él una sensación de temor que inmoviliza sus gestos; los sentimientos contradictorios que lo embargan consiguen que desista de la intención de sentarse frente a él. Ahora vuelve a divisar la calle desierta, escucha el sonido del agua  al destruirse contra el edificio, dos paraguas a rayas de colores, a lo lejos, rompen la monotonía monocromática del exterior. Ha pasado una noche horrible, apenas ha podido tranquilizarse y conciliar el sueño, no creo que sean más de dos horas seguidas las que sus ojos estuvieron descansados. Pesadillas terribles aceleraron su vigilia, en una de ellas se veía entre Tomás y Bárbara, cada uno le sujetaba por un brazo y tiraba con fuerza para sí. Sus brazos se estiraban como si de plastilina estuvieran hechos,  largos y moldeables crecían con desmesura consiguiendo aumentar la distancia que le separaba de sus padres. Quería menguar sus apéndices y abrazar a sus progenitores pero, contrario a sus deseos, ellos seguían tirando con la fuerza de un falso orgullo, tiraban y tiraban alejándose cada vez más de su hijo. La pesadilla termina sin tener fin.
Ya se escucha ruido en la vivienda, sus padres están desayunando, el tono de sus voces empieza a elevarse, Gabriel con un movimiento instintivo se tapona sus oídos, enciende su pequeño equipo de música e incitado se sienta frente a su ordenador.
Han pasado ya quince días desde su primera incursión en un chat de internet. Era una de esas tardes donde los gritos de sus padres no le dejaron pensar. Fue abordado en aquella hora sombría por varios individuos que le ofrecieron cariño. Parecían excesivamente atentos y faltos como él de un afecto  ya perdido. En principio no se tomó en serio sus elogios y buenas intenciones pero se sinceró en demasía con un muchacho que se hacía llamar Peter Pan. Gabriel narró a Peter Pan las continuas desavenencias familiares, la falta de amor, la soledad a la que estaba avocado. Explicaba con la sinceridad y la ingenuidad de un chaval de doce años los entramados por los que su pensamiento discernía. Sus temores, que se habían incrementado en los últimos tiempos, sus miedos, la sensación de estar en tierra de nadie. Peter Pan supo escucharle, le animó y le prometió que siempre que lo necesitara estaría a su lado, nunca a pesar de todo y todos lo abandonaría. Leyó con avidez palabras tiernas que debieron haber sido, en su momento, redactadas   por Tomás o Bárbara para tranquilizar su mente, para sosegarle a él, pero fueron regaladas por un individuo ajeno, un individuo hostil. En definitiva fueron palabras dulces y certeras que lo cautivaron. Su interlocutor insistió en  volver a conectarse, insistió en volver a tener una charla placentera, insistió en volver a saber de él. Desde hace quince días cada vez  que Gabriel escucha gritos se deja embaucar por la dulzura de Peter Pan.

Gabriel: Hola Peter Pan.
Peter Pan: Hola mi niño, hola Gabriel.
Gabriel: Estoy mal, mis padres han vuelto a discutir.
Peter Pan: No les hagas caso, si ellos no te escuchan, yo si que lo haré.
Gabriel: Creo que han dejado de quererse.
Peter Pan: Eso suele ocurrir, no pienses más en ellos, olvídate por unos instantes.
Gabriel: Pienso que a mí tampoco me quieren.
Peter Pan: Ahora están enfadados y posiblemente no sepan demostrártelo pero seguro que sí que te quieren.
Gabriel: No hablan conmigo, no se preocupan por mí, sólo piensan en como hacerse el mayor daño posible.
Peter Pan: Sabes que yo te he cogido mucho cariño y no quiero verte enfadado, quiero una sonrisa, por favor, X D.
Gabriel: Siempre me haces reír.
Gabriel: Anoche, una vez más tuve pesadillas.
Peter Pan: No quiero verte triste, porque todo lo malo que a ti te pase me preocupa, si tu estás triste, yo también lo estoy .
Peter Pan: Hablemos de otra cosa, de algo más alegre .
Peter Pan: ¿Qué es lo que te divierte?
Gabriel: Me gusta ir de acampada, leer libros de Harry Potter y escuchar música.
Peter Pan: ¿Qué es lo que más te gustaría hacer y que en mucho tiempo  no has hecho?
Gabriel: Ir de acampada.
Peter Pan: Te propongo una excursión para que te levante el ánimo.
Gabriel: No sé, sólo te conozco por el chat y además creo que mis padres no me dejarían.
Peter Pan: No tienen porqué enterarse, nos marcharíamos por la mañana temprano y volveríamos al ponerse el sol, creo que tus padres no te echarían de menos, anímate ;).
Gabriel: No estoy seguro, déjame unos días para que  lo piense.
Peter Pan: Conmigo estarás seguro.
Gabriel: ¿Cuántos años tienes?
Peter Pan: Veintisiete
Gabriel: ¿No crees que eres muy mayor?
Peter Pan: En absoluto, yo sólo quiero tu felicidad y ofrecerte de corazón momentos inolvidables, además en el pasado me ocurrió  algo parecido.
Gabriel: ¿Qué te sucedió?
Peter Pan: No quiero hablar ahora del asunto, quizás más adelante te lo cuente.
Gabriel: Tengo algo de miedo.
Peter Pan: Jamás debes tener miedo de mí, sabes que nunca te haría daño.
Gabriel: No me gusta desobedecer a mis padres, no quiero aumentar los problemas.
Peter Pan: Deja por una vez de preocuparte, prepararé unas tortillas, unos refrescos, la tienda de campaña, los sacos de dormir, haremos una hoguera, nos lo pasaremos muy bien .
Peter Pan: Debes por un día relajarte y olvidar peleas y discusiones.
Gabriel: Está bien, no creo que se den cuenta de mi marcha .
Son las ocho de la mañana, es lunes, Gabriel no tiene pensado ir al colegio, ha decidido acompañar a Peter Pan en su salida al campo. Sobre su cama el niño ha dejado una nota; siempre fue muy responsable, siempre intentó no defraudar, ni preocupar conscientemente a sus padres.
"Mamá voy con un amigo de excursión al campo, lo he conocido por internet, es muy amable y me da mucho cariño, volveré esta noche, no os preocupéis".
Abandona la nota doblada sobre la colcha azul impregnada de dibujos de Disney. Con una mochila roja al hombro se dispone a recorrer un camino incierto.
Gabriel se dirige despacio, quizás indeciso, a la puerta del Burguer donde debe esperarle Peter Pan. Mira hacia atrás esperando que su madre corra a su encuentro, lo abrace y le dé un beso suave como hacía antaño. Hay algo que asusta a Gabriel. No sabría explicar sus miedos pero los tiene. Rodea a Peter Pan un misterio oscuro que lo intimida. ¿Por qué nunca le ha dicho su verdadero nombre? Camina receloso a su destino haciéndose Gabriel un sinfín de preguntas.
Apoyado sobre un Ford Mondeo verde Peter Pan espera a Gabriel. El niño ya lo ha visto,  el hombre que dice tener veintisiete años, le ha hecho señas con sus manos para que se acerque, ya no hay marcha atrás.
Tiene Peter Pan bigote poblado, negro pero salpicado por canas insolentes en sus dominios, gafas, un poco calvo, con una incipiente barriguita y unas ostensibles arrugas que delatan su mediana edad. Gabriel se sintió engañado, pero era demasiado tarde, pensó, no debía retroceder. Palabras dulces y cariñosas intentaban romper los miedos del niño. Gabriel sabía dónde iban, desde el chat concretaron el sitio exacto donde pasar todo un día. El chico conocía el lugar de antemano, solía ir con sus padres a pasar muchos domingos en primavera. Se dirigían al arroyo del Tilo.
La zalamería del señor no ha deteriorado en nada el escudo que ha creado el miedo del niño. En cierto modo Gabriel huele el peligro a su alrededor, pero se abandona a un destino desconocido para dar un brusco giro a su vida. Harto de gritos y quejas deja que Peter Pan adorne palabras para él, susurre al oído su valía, despliegue un sinfín de mimos para hacerle feliz.
Llegados a su destino, montada ya una pequeña tienda de campaña en forma de iglú, los dos se adentran en ella para poner al descubierto sus secretos. La cercanía entre ambos cada vez es más próxima, las manos y gestos de Peter Pan están traspasando la línea imaginaria que distingue las emociones. Los miedos de Gabriel no se han disipado, muy al contrario, al sentir el tacto cálido y casi sudoroso de la mano oscura de Peter Pan acariciando su rostro,  se estremece. Susurros cálidos casi rozando labios con rostro, agitan un poco más a Peter Pan, se envalentona e intenta progresar en su conquista.
El desconsuelo se apodera del chaval que nota incrédulo la arrogancia de su amigo. La cara del hombre de mediana edad cada vez demuestra más lujuria, descubre la obscenidad del deseo, la excitación que está alcanzando ha llegado hasta su bragueta.
Inmóvil, Gabriel, sobre un saco de dormir, consciente de lo que le espera si permanece en el lugar, medita, saturado por el miedo, como provocar la huida. Empieza a llorar para debilitar a su agresor, pero éste es inmune a sus lágrimas. El ruido ensordecedor de un vehículo que se aproxima, haciendo sonar el claxon, asusta a Peter Pan. Gabriel aprovecha este momento para desembarazarse de él. Sale de la tienda gritando en dirección al coche que cada vez está más cerca. Ha podido el niño reconocer el vehículo de Tomás y más contento que en cualquier instante de los últimos tiempos se dirige a su encuentro. Sus padres lo han localizado por el rastro dejado en la red y olvidando desavenencias se han volcado al unísono para encontrar a su hijo y  raudos han volado para  llegar a él. Gritando vereda abajo los nombres de sus padres, Gabriel se siente a salvo. No mira hacia atrás, huye despavorido de un infierno que estaba empezando a abrasarle. Las lágrimas de Bárbara y Tomás se mezclan con las de su hijo al fundirse en un  fuerte abrazo.       

Ruiz de la Muela

Relatos FM

Dos puntitos


   ¿Acaso hay algo más terrorífico que el monstruo que no sabe que lo es?  Irene cogió de la mano a María y le sonrió. No hay ningún ser, por muy monstruoso que sea, que pueda romper una relación basada en la forma más sencilla y pura del amor ¿Verdad? Ya lo veremos.
   - ¿Qué vamos a comer? - Preguntó María, con una sonrisa de oreja a oreja.
   Irene se encogió de hombros y luego se paró en seco. Se le había ocurrido una de sus brillantes ideas. Salió corriendo hasta el restaurante más cercano, casi arrastrando a María. Cuando llegaron, pidieron de comer, se subieron al mini y fueron hasta la playa. Allí, la luna observó lo hermoso que puede ser el amor, siempre y cuando sea el verdadero. Rieron bajo las estrellas, jugaron con las olas y aprendieron a dibujar la forma del amor en la arena con un simple dedo dirigido por una mano amiga. Después de un repentino ataque de risa, se quedaron tumbadas bocarriba cogidas de la mano, soñando en que sus sueños se hicieran realidad algún día.
   
   Al llegar a casa, Irene bajó a tirar la basura.
   Se encontraba en un callejón oscuro, bolsa en mano, cuando escuchó un extraño ruido que venía de las profundidades, en lo más oscuro y recóndito del lugar. Al acercarse, descubrió que en el suelo yacía un cuerpo inerte. Un charco de sangre rodeaba el cadáver. Pegó un saltito, no era muy normal encontrarse muertos en un callejón. Era médico forense, así que decidió mirar más a fondo. Descubrió que su cuerpo estaba intacto, salvo por dos puntitos minúsculos en el cuello. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Algo se movió a lo lejos, una sombra en la penumbra. Se giró bruscamente, pero no vio nada.
   - Habrá sido mi imaginación.
   Al volverse hacia el cuerpo se encontró con dos ojos de color negro increíbles. Era un hombre alto, y vestía con ropa bastante moderna, de colores oscuros. Su rostro, apenas iluminado por la luz de la luna, reflejaba una sonrisa llena de malicia.
   - No ha sido tu imaginación.
   Nada más terminar la frase, se abalanzó sobre ella, enseñando sus afilados colmillos. Notaba cómo las fuerzas se marchaban poco a poco, como un cuentagotas, dejándola débil e indefensa. Un ruido la sacó de su trance. Millones de colores iluminaban su campo de visión. Las luces de una ambulancia, las farolas, la policía, linternas, flashes de cámaras. Se sentía aturdida, no entendía nada de lo que le estaba pasando. Se recostó y rezó porque todo pasase lo más pronto posible.

La Villa

Relatos FM

La nocturna rutina del artista


Pintará su nombre tantas veces como sea necesario. Hasta que no quede una sola pared en la ciudad sin albergarlo. Una enfermiza obsesión, una lunática manía, le impide resignarse a los muros y ladrillos sin esencia; no ha de quedar más lisura que la suya.
   A saber qué hora será. Por las calles sopla el viento que no pudo soplar de día.
   Es la única manera de sacar parte de su rostro de la tierra. Tantos resplandores que en él decidieron converger no se pueden encerrar, ¿quién osa?, ni en fosas, ni en ataúdes, ni debajo de cipreses.
   Camina a paso fantasmagórico, intentando superar la Realidad lo antes posible, pasando desapercibido. Lo analiza todo: todo aquello que pueda ser cimiento para levantar nuevamente un sucedáneo de su magia.
   Sus ojos lo dijeron sin decirlo antes de cerrarse para siempre. Como una orden retinal y categórica. Sus lágrimas debían ser perpetuadas en forma de colores, y a él correspondía tal misión. No quedaba otra. Era el medio por el que su vida se prolongaría a lo largo de las noches.
   Parece que ha encontrado algo y levemente, sin que se le note, sonríe. Lo que pasa es que no llegará de un salto. Las escaleras de emergencia suenan demasiado, pero no es por la gente, que duerme tranquilita, sino por él, que la más mínima reunión de decibelios le tortura. Desde ahí arriba la brisa pega más fuerte y peligrosa. Se ve toda la ciudad: decorada en su entereza por sus mil tonalidades; que se quedan siempre escasas.
   Recordando su eco encantador para que no se extinga, para que no deje de resonar en su interior, se repite que mi niña, que te recordarán el sol y la ciudad como mereces.
   Está pintando ya, sin enterarse, por inercia. Pinta como siempre: es canalizada la maestría a través de sus dedos apretando la boquilla. Ahora sobre un ínfimo bordillo, a varios pisos de altura, manteniendo el equilibrio como puede. Acostumbrado a que la sombra de la muerte le pise los talones.
   Con sólo rozar los suyos se lanzó a devorarla sin criterio... ¿Por qué con él tardará tanto? Su risa, duradera y resistiendo hasta el final, no estaba pensada para perecer tan pronto.
   Ahora se extendía entre ventanas y ventanas.
   Ya casi ha terminado cuando decibelios alocados, que ya tardaban, impactan como flechas contra los tímpanos. Sirenas estruendosas, mensajeras de coches, uniformes y patrullas, que podrán asustar todo lo que quieran; o no, que, total, ya no hay mucho que perder.
   Aguantad un poco, sirenas de extremidades y megáfonos, que ya voy a terminar. Se acerca el momento adictivo y culminante: aquel en el que el spray deja de desprender su colorido, que es el suyo, cuando ha llegado el final y otro fragmento de su nombre ya reluce en la penumbra. Un resquicio de belleza entre tanta desdichada oscuridad...
   Corren, y con ellos la materia, y él escapa dejándola atrás. Experto en lo que la trasciende, idílico espectro de hace tiempo, se pierde por las sendas del arte. Para que no se le pueda acorralar del todo.
   Dejando a sus perseguidores entre los restos de él y los de ella, se escabulle por espacios clandestinos, que el mundo apenas frecuenta.
   Guiñará el ojo tantas veces como sea necesario, hasta que ella se lo guiñe desde el tinte de los muros, confirmándole que sí, que ya han quedado atrás, y que ya puede seguir haciendo de las suyas.

Hombre Libre

Relatos FM

La Nada


Apenas abrí los ojos, supe que algo había salido mal. No tenía que haber recuperado el conocimiento tan pronto, ni mucho menos haberlo hecho en ese extraño e inquietante lugar. Mientras trataba inútilmente de levantarme, me pregunté donde estaría y por qué no había nadie más junto a mí. "Quizás -me dije abandonando toda esperanza de ponerme de pie-, ellos sólo se han retrasado un poco y no tardaran en aparecer a mi lado."
Pero, conforme las horas pasaban (aunque nada a mí alrededor podía garantizarme que esto era cierto) y mi espalda comenzaba a dolerme por estar demasiado tiempo recostado sobre una superficie amorfa y anormalmente fría, mi esperanza en que ellos pronto llegarían empezó a desfallecer.   
No tenía idea de por qué se estaban demorando tanto. Siempre creímos que apareceríamos todos juntos y en el mismo lugar. Aunque ninguno de nosotros tenía la certeza que sucedería de ese modo, yo tenía el presentimiento que así sería y si a lo largo de mi vida hubo algo que aprendí, era que los presentimientos nunca fallaban. 
Entonces ¿Por qué estoy solo? –exclamé en voz alta, pero ningún sonido audible salió de mi garganta, al menos ninguno que yo pudiera oír. ¿Qué me pasa?, volví a decir con voz fuerte y clara, poniendo toda mi atención en escucharme, pero una vez más no lo logré. Podía sentir no sólo a mis labios moverse, sino también a mis cuerdas vocales funcionando a la perfección, pero por más que me esforzaba, no podía oírme. "Tal vez –pensé, sintiendo un escalofrío recorrer todo mi cuerpo-, me he vuelto completamente sordo." Aterrado traté de imaginar como sería mi vida de ahora en adelante, pero no pude. Siempre creí que todos deberíamos morir antes de padecer terribles enfermedades. De pronto reparé en que ya no tendría que preocuparme por esas pequeñas nimiedades, como lo eran la sordera, la muerte o la vida. ¡Yo –pensaba mientras iba sintiendo un delicioso y placentero aletargamiento en todo mi cuerpo-, ya me encontraba más allá de todo eso!
Sólo después de muchas horas o días (no estoy seguro) de permanecer inerte en medio de la nada, inmerso en una realidad que me era totalmente ajena y sintiendo con cierta aprensión, como todo mi ser se iba disolviendo poco a poco, hasta convertirse en algo casi insustancial, comprendí que mi destino final sería ese: "formar parte de La Nada".   
Aunque debo admitir, que al principio me costó mucho asimilar esta terrible verdad, con el paso del tiempo llegué no sólo a acostumbrarme al insondable entorno en el que ahora me encontraba, sino también a la sensación casi palpable de sentir como me iba diluyendo en él, sin otra cosa que pudiera hacer que esperar pacientemente a que todo esto acabara. Pero ¿Cuánto más iba a durar? ¿Quién podría saberlo? ¡Al menos yo no! Yo y no había duda de ello, debía permanecer yaciendo irremisiblemente boca arriba, completamente inerme y con la mirada aletargada de tanto observar La Nada.   
A la mañana siguiente, los pobladores de una pequeña ciudad del sur despertaron consternados por la noticia del envenenamiento de tres ancianitos, dos de los cuales pudieron ser salvados gracias a la oportuna intervención de los médicos del hospital local. Los sobrevivientes al ser interrogados, explicaron que los tres eran muy amigos desde hacía siete años, fecha en la que ingresaron al asilo municipal. Contaron además que días antes tomaron la decisión de suicidarse al ser diagnosticados con cáncer terminal. 

Yavana

Relatos FM

Un relato al revés: Despedido del trabajo


HOY

   - ¿Despedido?¿Por qué? Si he cumplido, cobré los dos mil euros. Aquí los tiene, encima de su mesa.
   En el rostro felino del capo Marioni no se inmutó un solo músculo. Unos segundos después, la voz analgésica del jefe rompió la tensión del momento.
   - Los dos sabemos que lo hiciste mal –una sonrisa de complicidad amaneció en su boca-.  Deberías dar gracias de que no me enfade porque me hayas intentado engañar.
   La cara de póker de Carolo se mutó en un rictus de temor. Adulterar la verdad ante el hombre más poderoso de la zona oscura de la ciudad no había sido buena idea, confiaba en que el barniz de la distancia difuminara ese ardid.
   - No tengo intención de matarte, ni siquiera de que te peguen una paliza. Pero... quiero que seas sincero conmigo, Carolo. Me caes bien, pero no vales para matón, eres demasiado blando. No sé de dónde sacaste este dinero, pero no se lo cobraste a mi deudora.
   El joven desvió la mirada y se derrumbó. Observó al capo y, con voz temblorosa, le dijo:
   - Tiene razón. Gracias por su generosidad y su perdón.

AYER POR LA NOCHE

   Carolo sabía que, tras haber dejado escapar a la ciega, sin que soltara una mísera moneda, tenía que encontrar dos mil euros. No podía presentarse ante Marioni sin haber logrado resultados. Le caía bien al jefe, pero no debía jugar con la suerte.
   Abrió el congelador y sacó un paquete del que asomaba, tímidamente, la cola de una trucha. Despegó la película de papel de aluminio de la piel del pez. Extrajo una bolsa que se alojaba en el vientre vacío del animal y la abrió. En su interior se escondían algunos billetes de cincuenta euros.
   Uno.     Dos.   Tres.         ...        Doce.
   - Cincuenta por doce –murmuró-. Seiscientos. Aún me falta. ¡*****!
   Se deslizó por el pasillo, hasta que llegó al dormitorio. Tomó el despertador entre sus manos y lo escrutó. Despegó la tapa que escondía las pilas. Las extrajo con movimientos asépticos. Un hueco alojaba algunos billetes más. Los sacó de su guarida y los juntó con sus gemelos.
   - Mil cien. ¡*****!
   No tenía más dinero en casa y su cuenta bancaria no estaba lo suficientemente preñada como para salvar la diferencia. Necesitaba novecientos euros para poder invertirlos en un puesto de trabajo como matón de Marco Marioni, el capo de la mafia que dominaba la zona. Era un empleo sucio, pero que le reportaría un sueldo envidiable.
   Tomó su agenda y la abrió, ojeándola.
   "Alguien tiene que poder prestarme los novecientos que faltan" pensó.
   Paseó en círculos por el dormitorio,  revisando la A, después la B y más tarde el resto del alfabeto de su pequeño listín telefónico.
   - ¡Sarah! –gritó.
   Barruntó que quizás ella podría prestarle lo que necesitaba, siempre se habían llevado bien, y nunca hacía preguntas. Meses atrás habían perdido el contacto, pero ese no era un inconveniente para llamaría.
   Mientras caminaba hacia el móvil que descansaba en el bolsillo de su abrigo, trató de descifrar la razón de que su amistad con Sarah se hubiera ido desangrando gota a gota. No encontró ninguna causa. Concluyó que, simplemente, el tiempo les había distanciado.
   Pulsó rítmicamente las teclas del aparato y esperó la respuesta.
   - ¿Diga?-ladró, al otro lado, una voz masculina.
   - ¿Sarah? –respondió Carolo, siendo consciente de lo absurdo que le debió sonar a su interlocutor la pregunta.
   - No, soy su novio –replicó el otro, remarcando las últimas palabras.
   - ¿Puede decirle que se ponga?
   - ¿De parte de quién le digo que es la llamada?
   - De Carolo.
   - Ahh –respondió Franco, demostrando que le conocía y que, por lo tanto, había dejado de temer que fuera una amenaza para su relación-. ¡¡¡¡Sarah!!!!
   El auricular vomitó algunos sonidos incoherentes mientras esperaba.
   - ¿Carolo?
   - Sí, aquí estoy.
   - ¿Te pasa algo?
   - ¿Por qué lo dices?
   - Llevas mil años sin llamarme y es tardísimo. Algo grave debe de sucederte.
   - Necesito novecientos euros antes de mañana. No puedo decirte por qué.
   El silencio hizo temer a Carolo una fría negativa.
   - De acuerdo, nos vemos medianoche en el cajero que hay debajo de mi casa. Sacaré seiscientos antes de que acabe el día y el resto, después.
   - Te los devolveré pronto. Gracias, de verdad.
   - Sabes que no necesitas devolvérmelos. Hasta luego –y ambos colgaron.

AYER POR LA MAÑANA

   Localizar a la ciega había sido fácil. Al verla, se fijó en que lindaba el terreno de la obesidad y manejaba el bastón blanco con pericia de prestidigitador. Salió dos horas después de empezar a vigilar el portal. No se había atrevido a entrar en el apartamento a pedirle el dinero que adeudaba. Quizás allí viviera alguien más o, era posible que, un perro lazarillo no hubiera dudado en arrancarle varios dedos de una dentellada.
   Se introdujo en una cafetería y sentó sus posaderas cerca de la barra. Nadie la acompañaba, era el momento perfecto para abordarla. Entró en el local y se sentó frente a ella, que dijo:
   - ¿Quién eres? –atusándose el encaracolado pelo azabache.
   - Soy uno de los hombres de Marioni. ¿Le suena ese nombre?
   Ella pareció sorprendida.
   - Sí. No voy a dudar que le conozco, sería una estupidez. ¿Por qué ha venido usted?
   - Marioni le prestó mil euros hace un tiempo y usted le debe ese dinero y los intereses, lo que hace un total de dos mil euros.
   - Lo sé – y se echó a llorar.
   - ¿Qué pasa?
   - No los tengo, no puedo pagarle. Seguro que usted tiene que cobrarlos o pegarme una paliza.
   Carolo fue consciente de que abordar a aquella mujer en un sitio público no había sido una idea inteligente: la mujer podría ponerse a gritar y él tendría muy difícil explicar a cualquier escuchante casual por qué estaba amenazando a una "pobrecita ciega".
   - Si no le importa acompañarme a dar una vuelta –propuso él.
   - Claro, para poder matarme –murmuró ella.
   - Si hubiera querido matarte no te habría abordado en un restaurante.
   "Aprovecha la desgracia para crear una oportunidad, que dicen los chinos" pensó Carolo, tras lanzar su explicación al aire.
   Ella rumió las palabras antes de contestar.
   - Tienes razón, pero entonces... ¿qué quieres? No te puedo pagar.
   Él cambió el tercio, abandonando la idea de salir del local.
   - ¿Para qué le pediste el dinero?
   - Para intentar una nueva técnica con la que operarme la ceguera. Pero como puede observar...falló – y dos lágrimas escaparon de los ojos que se escondían tras sus ajadas gafas de sol. A Carolo le sorprendió la dignidad de las dos gotas que se deslizaban por los pómulos, simples y vacías de histerismo.
   - Lo siento.
   - Toda mi gente me había prestado dinero, sin que tuviera que devolvérselo. Pero... me faltaban mil euros. Los bancos no me dieron nada, así que tuve que pedírselos a él. Y ahora no tengo de dónde sacar lo que le debo.
   - Vaya, no lo sabía.
   - Así que si usted va a matarme o a pegarme una paliza, lo entenderé. Con mi deficiencia no puedo huir, así que solo espero que sea rápido y que no me deje muchas secuelas.
   El corazón de Carolo sufría con cada palabra que llegaba a sus oídos, debería haberse informado de ese caso extremo al que le habían enviado a machacar. Quería dinero, ansiaba el poder que otorgaba ser uno de los hombres de Marioni, pero no estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ese sueño.
   - No se preocupe usted, su deuda es historia.
   - ¿Cómo? No le entiendo.
   - Venía a decirle que una persona la ha finiquitado anónimamente.
   - ¿De verdad? ¿Aún hay gente así en el mundo? Gracias. ¿Dónde está usted que le dé un beso? – y estiró las manos tocando la nada.
   - Yo solo soy el mensajero, no me dé las gracias -y se acercó a ella, para recibir en su mejilla el sonoro regalo.
   - Por fin me dan una buena noticia. Desde la operación todo me sale mal.
   - No ha sido nada, señora.
   Al salir del local, Carolo no hacía más que darle vueltas al hecho de cómo conseguir dos mil euros.

ANTESDEAYER POR LA TARDE

   - El señor Marioni le recibirá en seguida –dijo la secretaria, clavándole sus hermosos ojos en el fondo del cerebro.
   Carolo jugueteó con los dedos, sintiendo que los minutos pasaban lentos. Se dedicó a observar la sala de espera. Era parecida a las de los médicos, incluso estaba colonizada por revistas del corazón, de coches y, alguna otra, de contenido científico. Oficialmente el hombre al que iba a visitar se dedicaba a la asesoría legal, pero todo el mundo –incluida la policía- sabía que era un mafioso (con poder de vida y muerte sobre cada habitante de la zona). La secretaria era morbosamente atractiva, con piernas fuertes como columnas griegas, un busto que seguramente hubiera sido esculpido por la cirugía y unas facciones exóticas propias de los catálogos de moda. Probablemente fuera la amante del capo.
   - Puede pasar –soltó ella, sacándole del lago de sus pensamientos.
   - Gracias.
   Entró en el despacho del jefe, forrado de madera y preñado de cuadros. Carolo pensó que seguramente no fueran copias ni falsificaciones.
   - Hola, chaval –indicó el todopoderoso, tendiendo la mano.
   - Encantado y agradecido por sus atenciones, señor Marioni.
   - Te he recibido porque tu primo me salvó una vez la vida, y me ha llamado para que te ofrezca un trabajo. Supongo que tú se lo habrás pedido.
   "¡Qué directo!".
   - Sí, nos llevamos bien.
   - Imagino que sabrás que este trabajo es duro... y que no admito errores.
   - Lo sé, no le fallaré.
   "Es fácil, no hay problema" pensó.
   - Bueno, te tengo preparado ya un asuntillo.
   - ¡Qué bien!
   -  Aquí tienes la dirección de una mujer que me debe dos mil euros. Debes obligarle a que pague o ... demostrarle que a Marioni no se le tima.
   Carolo cogió el papel y lo guardó en el bolsillo, sin siquiera ojearlo -ya lo miraría en casa-.
   - Pasado mañana tendrá aquí el dinero –dijo Carolo, a modo de despedida.
   - Ah, se me olvidaba decirte algo, es ciega.
   "¿Ciega?" se sorprendió Carolo.

ANTESDEAYER POR LA MAÑANA
   - Hola, señor Marioni.
   - Buenos días, Francesca.
   - ¿Para qué me has telefoneado?
   - Me ha llamado alguien a quien le debo un favor para que contrate a un chaval.
   - ¿Quieres que le pruebe?
   - Sí, probablemente no sea adecuado para el puesto de matón. Haz que salga a flote el angelito que lleva dentro.
   - No te preocupes, haré el numerito de la ciega.
   - Ah, ese es muy bueno.
   - ¿Cuánto le vas a decir que te debo?
   - Bastará con dos mil euros.
   - ¿Tengo que saber algo más?
   - No, ya te llamaré yo si es necesario.

Miguel

Relatos FM

El último concurso


El programa favorito de mi padre era el concurso de conocimientos que transmitían los sábados por la noche en la  XKY. Llevaba tanto tiempo escuchándolo que casi siempre acertaba en las respuestas. Cuando surgía alguna pregunta que no lograba contestar, la anotaba rápidamente en una libreta y en cuanto el programa finalizaba, se dirigía al librero donde guardaba sus enciclopedias. No importaba cuánto tiempo le tomara, no descansaba hasta encontrar la respuesta. Muchas veces le animé a participar, pero invariablemente me respondía que necesitaba prepararse un poco más.
"Todavía no —me decía, revisando sus apuntes— hay algunas materias que no domino por completo".
Elaboró un esquema de estudios, basándose en la continuidad con que se repetían los temas. Todavía me parece verlo, sentado frente a un grueso volumen de historia y luchando por no quedarse dormido.
"Estoy listo", me dijo sonriente una mañana. Señaló sus libros y me pidió que realizáramos un ensayo. Busqué las preguntas más difíciles, las que estaba seguro no podría responder. Después de unos minutos tuve que darme por vencido. Parecía imposible que cometiera un tan solo error.
Tomó el teléfono y marcó el número de la emisora. Yo estaba a su lado expectante, sin poder reprimir una incipiente sonrisa de orgullo.
"Lo entiendo —dijo mi padre con un hilo de voz—muchas gracias por atender la llamada."
Recuerdo la desolación que ensombreció la mirada de mi padre cuando colgó el teléfono.
Dio un largo suspiro antes de decirme que la emisora cerraría sus transmisiones.
Me quedé callado, sin poder encontrar las palabras adecuadas para ese momento. Lo miré a los ojos, con la esperanza que pudiera encontrar en los míos,  la frase de aliento que necesitaba escuchar.
A partir de ese día intentó llenar el vacío viendo la televisión o leyendo algún libro, sin embargo, cada día resultaba más evidente que nunca podría encontrar un sustituto.
Muy pronto volvió a sentarse en su sillón, mientras encendía su viejo radio y movía el dial para ajustarlo en la frecuencia precisa. Permanecía así, atento y callado, las dos horas que solía durar su programa, sin que pareciera importarle que lo único que surgiera del parlante fuera estática. Yo me quedaba en el umbral de la puerta, sin atreverme a entrar, pensando que mi presencia podría avergonzarlo. No quería que al verme se sintiera incómodo y cambiara de estación, mientras se esforzaba por encontrar cualquier excusa. Además, me decía a mí mismo, ese momento era suyo y de nadie más.
Mi padre murió algunos años después. El infarto lo sorprendió durante la madrugada. Se marchó en silencio, sin darme la oportunidad de una despedida.
Su funeral fue un sábado por la tarde. El cielo estaba gris o quizás, simplemente, así es como quiero recordarlo. Cerré los ojos y, mientras el ataúd descendía,  volví a verlo sonriente y atento, aguardando la siguiente pregunta del locutor.
Esa noche, cuando regresé a casa, no pude resistir el impulso de sentarme en su sillón y encender la radio. Fruncí el ceño extrañado, ya que en lugar de escuchar el monótono zumbido de la estática, la sala se llenó con las notas de una melodía. Meneé la cabeza,  pensando en la ironía de que la emisora hubiera encontrado la forma de volver al aire, precisamente ahora, que mi padre había muerto. De pronto enarqué las cejas, sorprendido, al reconocer  la música. Era la introducción de aquel programa de concursos. El locutor agradeció  la  sintonía de todos los radioescuchas y luego, sin más preámbulos, dio por iniciada la siguiente ronda de preguntas.  El corazón me dio un vuelco, cuando al anunciar al próximo concursante, dio el nombre de mi padre.

Grim Reaper

Relatos FM

Un círculo musical


"...En esta posada los muertos
cuentan su vida y se ríen de quien
estando vivo desea estar muerto,
en el más allá nunca dan de beber.

Alza tu cerveza, brinda por la libertad,
bebe y vente de fiesta,
y a la muerte emborráchala..."

Fragmentos de la canción: "La Posada de los Muertos".
Del grupo español "Mago de Oz".

Y sin embargo no quería sacarla debido a su enorme envergadura, ya que las caballerizas reales son muy pesadas y costosas, pero sabía que tenía que hacerlo, claro que en todo caso lo que él creía no tenía ninguna importancia, ya que el sacarla de donde estaba estacionada era un deber.

Estacionada se encontraba su caballeriza real, en la parte específica de su pieza; que Julio César llamaba el anfiteatro romano. El mismo que en la antigüedad, pasaban gladiadores, leones, y tigres. Ahí, en ese lugar específico de descanso en la actualidad, pero de lucha en la antigüedad, era donde Julio César acostumbraba a dejar su motocicleta Yamaha, y por donde transitaban además las gloriosas caballerizas reales, que se dirigen a las ensangrentadas contiendas romanas y a las carreras.

Julio César era muy ordenado con sus cosas y libros de la cultura romana, y lo hacía como las gradas de tres partes: Ima cavea, media cavea y summa cavea, donde en la antigüedad, los espectadores del anfiteatro romano, se ubicaban de acuerdo a su puntual clase social. Porque la ima cavea era la parte situada entre la orquesta y el primer praecinctio o diazona, que es un pasillo semicircular que divide la cavea longitudinalmente en diversos sectores por un muro.
La media cavea  era la parte situada entre el primer y segundo praecinctio; y  la summa cavea era la parte situada en el lugar más alto del graderío; mientras que la cavea (tan nombrada) era la parte del teatro dotada de gradas o peldaños, reservada a espectadores cuyo perímetro es semi circular en el anfiteatro romano.

El compromiso de Julio César era en la noche  con fantasmas, sombras tenebrosas, imágenes y luchadores; con su infinito manto de sombras que todo lo cubre era la fiesta, a diferencia de los juegos del circo romano de la antigüedad, que se celebraban de día

Julio César en los momentos en que ordenaba sus cosas en su anfiteatro romano subterráneo, de acuerdo a sus respectivas y exactas jerarquías, no se distraía recordando a su novia Magdalena.

Sí, se llamaba Magdalena su novia por una obra de la arquitectura de la comunidad de Sevilla (España), la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, que data del siglo XIII, en el año 1248 de su construcción.

Magdalena era rubia, como los pelos de los yelmos que tenían los gladiadores, con una linda imagen ya que Julio César  veía en ella a la figura de la emperatriz romana, la esposa del César.

Pero desgraciadamente para Julio César Magdalena tenía serios retrasos psicológicos, con una mentalidad santa e ingenua, ya que a los diez y ocho años, tenía la forma de pensar de una niña de siete; porque le gustaba jugar con los gladiadores del circo romano entre sus juguetes favoritos, y escuchar por poco tiempo, las historias que Julio César le acostumbraba a contar, antes de dormirse. Narraciones del anfiteatro  romano, que era un tipo de edificio público de dicha civilización, utilizado para espectáculos de gladiadores y venationes, o lucha de animales. Por consiguiente, Julio César contaba entre sus favoritos a los construidos en Etrunia y Campania del siglo II antes de Cristo. Julio César  además le contaba a Magdalena que la diferencia más notoria entre el anfiteatro romano y el teatro romano clásico, es que el anfiteatro romano es de forma circular u ovalada; mientras que el teatro romano clásico es de forma semicircular, y por otra parte el circo romano es utilizado para carreras, con forma elíptica.

Entre las largas conversaciones de la cultura romana que tenía Julio César con Magdalena, su tema favorito consistía en el anfiteatro romano más conocido que  era el Coliseo de Roma, llamado "Anfiteatro Flavio". En honor a la Dinastía Flavia, porque tenía una gran estatua, el Coloso de Nerón; siendo construido por el emperador Vespasiano entre los años 70 y 72 después de Cristo en el siglo I, en el centro de Roma. Fue el anfiteatro más grande construido en el imperio romano, terminando su edificación en el año 80 después de Cristo, por el emperador Tito; (y modificado durante el reinado del emperador Domiciano). Su inauguración duró 100 días y consistió en sangrientas contiendas de gladiadores y fieras, por la diversión del pueblo romano. Poseía una capacidad para 50.000 espectadores, con 80 filas de gradas, y los que estaban cerca de la arena eran el emperador y los senadores, y a medida que se ascendía se situaban por los diferentes estratos inferiores sociales. En el coliseo se llevaban a cabo luchas de gladiadores, y espectáculos públicos, además de caza de animales, ejecuciones, recreaciones de famosas batallas y obras de teatro de la mitología clásica, que duraron quinientos años, celebrándose los últimos juegos de la historia en el siglo VI. En la actualidad está considerado como uno de los monumentos más famosos de la antigüedad clásica, declarado en 1980 Patrimonio de la humanidad por la Unesco. Pero a Magdalena le aburrían incansablemente estas historias, que le apasionaban a Julio César, y que le acostumbraba a contar  antes de dormirse.

La ubicación de la casa de Julio César, que se situaba en el campo, era la misma que tenía el anfiteatro romano, vale decir al centro, igual que en Roma. Donde hay dos calles principales que cruzan la ciudad de parte a parte: El cardo con dirección norte-sur, y el decumano,  con dirección este-oeste. Como en la antigüedad, la misma que tenía el anfiteatro romano, y que esta ubicación daba al centro de su campo, que peyorativamente le decía Roma. La casa contaba con  pisos de madera, patio  interior,  exterior, ventanas y balcones.

En la noche, los ladridos de Emperador hacían eco en todo el campo; al mismo tiempo que el capataz Centurión llevaba el fusil como el tridente, similar a la costumbre de los gladiadores romanos, ya que su tarea consistía en cazar al lobo.

Mis padres no estaban ese verano, pensaba Julio César, porque salieron en viajes de negocios como quien visita al César, ya que eran las fechas de los juegos romanos, como se habrían celebrado en tiempos de antaño.

Julio César después de haberle dado las instrucciones al capataz Centurión de cazar al lobo, toma su caballeriza real y se dispone a realizar el comienzo de su trayecto hacia el Coliseo. Pero en la ruta realiza una mala maniobra, entre el ruido de su caballeriza real y el asfalto del camino y se golpea su cabeza en una rama. Claro que como llevaba su casco como yelmo, el daño no fue tan notorio; por lo que Julio César cae al suelo ileso, recriminándose en sus divagaciones mentales: Estoy concluyendo, que el haberme influenciado por los romanos, al consumir vino con especias, seguido de lo que podrían haber sido hongos alucinógenos que los gladiadores usaban de anestesia, para el dolor después de sus combates, no fue bueno. Mientras se frotaba su cuerpo de dolor.

Pero como Julio César no tenía en su poder, hongos alucinógenos, acostumbraba a consumir para ocasiones de fiesta pastillas de "éxtasis". Fáciles de conseguir y canjear como denarios en las noches de bohemia de los bares; que le provocaban alucinaciones, recordando la película "Gladiador", el lobo, las historias que le acostumbraba a contar a Magdalena, las estrellas luminosas del Coliseo, la arquitectura romanticista donde el arte huye de la belleza exterior para buscar la interior; porque de esta forma el arte predomina por sobre el ser. Julio César también divagaba con la arquitectura romana, destacada por lo grandioso de sus edificaciones, su solidez que la ha hecho perdurar en el tiempo, siendo las construcciones muy semejantes unas a otras, y con mucha distancia entre ellas, (como la distancia que existía de la casa de Julio César al Coliseo). Porque la arquitectura romana, tiene su origen en la etrusca, influenciada por la griega, después de las guerras púnicas del año 146 antes de Cristo; entonces Julio César nunca pensó que al dirigirse al Coliseo, iba a una contienda como la de los gladiadores romanos con seres pintados, propio del actual arte de las juventudes que se suelen teñir los cabellos; como los antiguos yelmos que utilizaban los luchadores de la antigüedad.

Una vez que Julio César recuperó  la conciencia, despertó con dolor de cabeza, y yacía tendido en el suelo, con la caballeriza real aplastándole las piernas, se paró se puso su casco, (que creía que era un yelmo) y se dirigió al Coliseo.

En el trayecto llegó hasta el arroyo para cruzarlo por el puente. Volteó la cabeza que le zumbaba, apagó el motor de su caballeriza real, se bajo y contempló el agua. Recordando la novela "Yo Claudio". Al ver su reflejo en el arroyo, notó que se había puesto el casco en la cabeza, y en el agua cristalina como de fuente medieval, vio como una predicción que tenía puesto un yelmo de gladiador. Subió a la caballeriza real y viajó del lugar  donde estaba el arroyo hasta el Coliseo.

En su interior habían pasillos con puertas de acceso, ya que a los teatros romanos no se accedían por las laterales, (sí con los griegos), sino por las puertas o "vomitorios". Establecidas por el emperador Domiciano en la antigüedad. El nombre del bar El Coliseo fue por sus proporciones y en homenaje a una estatua de bronce de Nerón, que decoraba la sala como circo romano. Las gradas, que eran puestos inferiores más cercanos a la pista, estaban reservadas a los senadores, las situadas encima de ellas a los caballeros; en las demás las gentes del tercer Estado, y las damas con los hombres.

Entre toda la  multitud de espectadores que había esa noche en el bar el Coliseo, Julio César se abrió paso en la medida que el público lo dejaba, porque los habitantes del pueblo correspondían a los espectadores, quedándose en los asientos del emperador, vale decir su mesa reservada, ya que las otras mesas de alrededores, las ocupaba otros espectadores, y en la antigüedad correspondían a la familia del César, y a los senadores; en ese especial lugar reservado ya que Julio César antes de salir, había tenido la precaución de llamar al celular del portero del bar el Coliseo.

Y tenía sus ubicaciones diferentes a las graderías donde estaban los palcos, que los emperadores hicieron para ellos y sus acompañantes. Cuando llegó al coliseo las estrellitas circulaban en la pista cambiando de color; y reflejándose en el gran cetro circular metálico, parecido al del emperador romano que usaba para los premios de los gladiadores que vencían.

Mientras tanto en la casa de Julio César, el capataz Centurión recorría la comarca con su rifle y tiros en el hombro izquierdo, por la costumbre de los gladiadores que así cargan su tridente para dar cacería al lobo.

Después de una ardua travesía entre el público, Julio César ya logra tomar ubicación en su localidad especial. Por supuesto las cervezas y el vino con especias, según la antigüedad no podían faltar en una noche celebración, ya que ese era el consumo cotidiano de los gladiadores que sobrevivían al circo romano. Entre el sonido de la música, Marco Antonio  le dice a Julio César que andan jóvenes punk dando vueltas, ya que en sus cabezas se logra ver como yelmo los colores teñidos de su pelo, y el peinado tipo mohicano igual que los cascos de los gladiadores; en una actitud agresiva.

Se desplazaban por los alrededores de las afueras del coliseo, en sus respectivas caballerizas, pero no eran reales como la Yamaha de Julio César. Tenían otras monturas y banderines de alforjas, estacionadas afuera y sus jinetes estaban en otra localidad circular, reían y consumían vino con especias, al igual que Julio César. Usaban chaquetas de cuero negro, y algunas recortadas en sus mangas, como cotas de maya, además de medallones de la suerte para los combates de los gladiadores, según viejas leyendas.


Los seis tenían peinados tipo mohicano, cortados a los lados, calvos y pintados colores rojos, como los cascos de la antigüedad, similares a los yelmos de guerreros romanos como los de la novela "Yo, Claudio". El rock se escuchaba por la pista circular, como si se tratara de una arena caliente al sol, una arena donde se enfrentaban los gladiadores, y afuera en la entrada se veía el letrero luminoso que decía bar "El Coliseo".

Por otra parte el lobo merodeaba el campo, al mismo tiempo que el capataz Centurión dispara al aire, para tratar de ahuyentar al lobo, y en esos momentos de tensión piensa, "quizás podrá atacar a Magdalena, o está en problemas"; entonces en una nocturna carrera se dirigió al campo. El lobo al oír el tiro, corrió por la puerta trasera de la biblioteca de la casa de Julio César que estaba abierta hacia el campo. En eso el capataz Centurión llega por su lado derecho, y el lobo le pasó rozando desapareciendo en la espesura de la pradera, sin poder cazarlo.

En el Coliseo los amigos de Julio César no pasaba de la primera ronda pero Julio César estaba mal. ¿Le habría afectado el viaje?. ¿El golpe?. ¿La lectura de la obra "Yo, Claudio"?. ¡No!. Estaba mareado y es porque había caído víctima de las ilusiones etílicas, ¡encerradas!, en su envase de cristal. Más el efecto de las pastillas de éxtasis. En ese momento, cae a la mesa adonde estaba Calígula, un botellazo de la otra mesa que decía: ¡Son unas plastas!. Volcando los tragos. Al mismo tiempo que unas miradas de odio se cruzaban de mesa a mesa.

Octavio Augusto intentó controlar la situación si les reponían el vino con especias, pero fue inútil. Marco Antonio ya estaba listo para luchar, y Julio César no sabía qué pasaba, había escapado de la realidad, desfilaban imágenes en su mente, viéndolo todo color negro, como la más oscura de las noches, en una dimensión perdida entre el tiempo y el espacio.

La contienda era cruenta, los gladiadores amigos de Julio César ya estaban de pie, y los romanos contrarios con pelos en sus yelmos listos, para iniciar el combate como se acostumbraba a realizar en el circo romano, además ya se habían saludado. Claudio escuchaba rock, que a Julio César le parecía el alboroto del público, y los gladiadores contrarios blandían sus armas blancas, (que como filosas espadas) eran cuchillas y cadenas, como las que usaban los gladiadores con una boleadora.

Se inició la lucha con un bloqueo que Julio César le hace al primer atacante, mientras que Aquiles lo aturdió a golpes de puño en su cabeza, destrozándole parte de su cabellera roja. Marco Antonio esquiva a uno que lo quiso apuñalar con su daga, haciéndole una llave para luego romperle el brazo. Atacan a Calígula con un cadenazo, y el atacante es contrarrestado por Octavio Augusto, con una silla de las tribunas para dejarlo inconsciente.

Otro contrario atacó a Aquiles, pero fracasa por ser interceptado por Marco Antonio, ya que Aquiles no caminaba bien producto de haber recibido una herida en el talón. Los últimos dos gladiadores en la arena circular, desenvainan sus dagas y se toman espalda con espalda, por la antigua formación de defensa, propia de los gladiadores acorralados.

Pero no les valió esta maniobra, ya que Octavio Augusto, Pericles, Calígula y Marco Antonio son hábiles luchadores en técnicas cuerpo a cuerpo, dejándolos aturdidos a golpes de pies y puños.

Julio César no se sentía bien, todo le daba vueltas, perdía el equilibrio. -¿Qué te pasa?, - le preguntó Pericles. ¡Na......da!, dijo tartamudeando, y en ese momento se le nubló la vista, lo vio todo color negro, para desplomarse de espaldas en la pista, que halló blanda como una caliente arena circular propia del circo romano.

Mis amigos disfrutaban del rock -pensaba Julio César-, mientras lo miraban ahí tendido de espaldas, ya no pensaba en Magdalena, en el Capataz Centurión, en atrapar al lobo, en sus historias del circo romano, ni en su viaje al coliseo. Mis amigos me contemplaban como yo estaba ya en el suelo, escuchando como la multitud aclamaba mis hazañas; y mi mente caía en un profundo silencio, oyendo exteriormente el rock. Era un silencio oscuro, tenebroso, nocturno, y cansador dentro de Julio César, en ese sangriento, arenoso, caliente, y musical círculo de la muerte.

Jorge Santos