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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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Parlamento

La Mancha


La casa de Eduardo, en el asentamiento "Las Torres", era como las otras, de lata, con troncos y llantas alrededor. Amelia llamó golpeando la chapa que oficiaba de puerta. Eduardo la había visto, desde su patio, sacar fotos y entrevistar a la gente; abrió la puerta sacudiéndose la ropa:
- Buen día. – ofreció.
- Buen día. – respondió ella - Me dijo el almacenero que usted es el mejor indicado acá para hacerle preguntas... ¿Usted es Eduardo?
- Exacto. Para servirle. Pero primero cuénteme, ¿para qué está acá, para qué lo de las fotos y lo de las entrevistas? – y le acercó un tronco como asiento.
- Estoy haciendo un trabajo sobre regularización de asentamientos. Es  para una  materia que se llama Teoría del Urbanismo de la facultad. Tengo que analizar la realidad... - comenzó ella pero él la interrumpió con una exclamación:
- ¡Pah!...¡Acá sí que tiene cosas para trabajar... mire nomás la cañada... eso habría que canalizar... Vaya a saber uno qué bacteria o enfermedad habrá en esa agua "imunda"! –  señaló la cañada, cortando con las uñas el aire como si lo hiciera con el  terreno – Yo, acá, estoy más alto. Tengo agua de la OSE, agua potable, pero la gente de allá abajo, usa la de la cañada... -  calló, pensativo – como "el Omar", en el medio del campo. Ése si que estaba olvidado de todos...
- ¿Omar?
- Si. "El Omar". Un compadre mío que se enfermó y dicen los "dotores", que es porque no tenía agua potable.... "El Julio", que en paz descanse – se persignó -  lo iba a ver seguido... Si tiene tiempo le cuento. – propuso.
- Soy toda oídos. Cuente nomás. - Amelia se acomodó para escuchar.
- El  Omar era peón y trabajaba de casero para un estanciero en Tacuarembó. Se enfermó, pero no fue por la falta de agua potable. El Julio, fue a verlo y estaba allí, solo en el rancho, acostado en la cama mirando el techo, sin decir ni una sola palabra. El Julio se acercó a la cama, arrimó una silla y se sentó. Le hablaba pero el Omar no contestaba. Le dijo: "Bueno viejo, tenés que decir algo", pero el otro nada. El Julio se paró y caminó por la habitación. Pero cuando abrió la puerta el Omar gritó y el Julio, del susto, saltó y le preguntó que le pasaba, si le molestaba la luz. Pero los gemidos del Omar apenas le podían pasar por la garganta seca. El otro le preguntó por qué no quería que traiga de nuevo al médico. Quizás ahora, lo internaban. El Omar intentaba hablar pero el Julio no le  entendía nada. Además le temblaba tanto la mano que ni se entendía lo que escribía... El Omar se inclinó para adelante y vomitó sangre. El otro lo agarró de los hombros para sostenerlo y  seguía vomitando.- Amelia se tapó la boca - Cuando el médico llegó, el Julio ya lo había lavado y le había cambiado las sábanas. El médico dijo que no tenía nada  en el estómago, que tenía sólo una herida con infección en la garganta. Parece que tragó algo o se puso algo en la boca que lo lastimó. El médico le dejó unos remedios, para bajar la inflamación y dijo que si no mejoraba, que lo llame de nuevo. Mientras el Julio lo despedía en el portón, se escuchaban los gemidos del Omar desde afuera. El Julio fue a la farmacia y cuando volvió, a las tres horas, flor de susto se llevó: el Omar estaba tirado en el piso intentando escribir en un papel todo arrugado. El Julio trató de leer los ganchos del otro: " LA MANCHA... DE LA PARED... ES... AHORA... LA MANCHA... DEL TECHO". El Julio le trajo más papel y se acostó también en el piso para leer: "ALGO SALIÓ... DE LA MANCHA... A MI BOCA... ESTABA... OSCURO... NO VI NADA... TENGO MIEDO  QUE VUELVA". El Julio lo subió a la cama, lo acomodó con almohadas, le trajo un vaso con agua para tomar el remedio. El Julio pensaría que era delirio del otro y le dijo: "¡Dejáme rebobinar!... Vos estabas solo acá, de noche y a oscuras, cuando de la mancha de la pared ¿aspiraste algo?". – Amelia lo miraba atenta mientras Eduardo, entre el humo del cigarro, seguía contando entusiasmado – El Julio no podía creer, mientras el otro aseguraba con la cabeza y la garganta dolida. El Omar intentó tragar la pastilla. El Julio miraba la pared, el techo, la cama, imaginándose la escena. ¡De pronto el Omar gritó de dolor, con el ardor del agua fría mojando la garganta en carne viva!. . – Amelia se tapó de nuevo la boca, mientras Eduardo seguía – El Julio corrió a atenderlo sosteniéndole el brazo y le rezongó por estar solo en este rancho tan apartado de todo, le recordó que le dijo que no aceptara esa changa de cuidador de estancia, por si le pasaba algo, nadie se enteraba...¡y le pasó!... Y le dijo en la cara: "¿No ves lo solo que estás acá?... Ya sé que te querés apartar de la gente porque te sentís mal por lo de Laura, pero, ya está, ya pasó,... No te hundas en esa depresión que tenés. La tipa te dejó porque las cosas ya no daban más. ¡La relación de ustedes ya fue!. Hace tiempo que no andaban bien. Vos sos joven, podés hacer tu vida de cero de nuevo. ¡Pero no vas a avanzar alejándote de la gente!. Allá en el barrio todo el mundo pregunta por vos y yo les digo que te fuiste para Brasil, como vos me ordenaste. Pero loco, algún día vas a tener que volver de ese viaje. No ganás nada con venir a enfermarte perdido acá en el campo".  El otro seguía tosiendo. El Omar señaló el montón de hojas apiladas en la mesa. El  Julio le acercó las hojas y el lápiz. El otro se enderezó tosiendo y tratando de tragar la saliva para seguir escribiendo. El Julio le sostenía las hojas mientras el otro escribía: "ES VERDAD... NO MIENTO... HAY ALGO ... EN LA MANCHA". El  Julio se calentó y se levantó furioso: "¡Pero qué mancha ni ocho cuernos!. ¡Eso que tenés debe ser una alergia a los hongos de este rancho! . ¡Esta porquería está que se cae a pedazos! Sólo a vos se te ocurre venir a meterte en este lugar... Además, ni los patrones de la casona están... se fueron del país de vacaciones... Claro, ellos dándose la gran vida y vos acá abandonado y solo – Eduardo rezongaba moviendo los brazos y apurando las pitadas - ¡No había ni un alma a veinte kilómetros a la redonda!... El Julio le dijo: "¡Dejáte de cosas y vamos para Montevideo de vuelta!. En serio, estoy harto de ir y venir. Porque vos no vas... Porque tenés miedo de enfrentar la vida... la realidad... y bueno viejo, las cosas son así, un día estás bien y al otro... ¡te meten los cuernos!. ¡A todo el mundo le pasa!."... El Omar lo miraba con rabia al ver que el Julio no lo atendía y lo dejó hablar, callarse y volver a hablar. Como era de día, se sentiría más seguro, con la luz entrando por la ventana, ya que la cosa esa lo atacó de noche... – Amelia lo miraba espantada mientras Eduardo hablaba - Bueno la cosa es que el Julio le rezongó bastante y después se cansó de hablar y se puso a cocinar. Mientras comían el Julio le dijo: "¡Tá bien!... Ahora dormimos un rato y después hablamos de tu cosa esa". El Julio hablaba como si el otro pudiera contestar.- sonrió Eduardo y Amelia le devolvió la sonrisa para que continuara - Al atardecer el Omar golpeaba con la mano la mesa de luz para despertar al otro. El Julio corrió a la cama y le dio unas hojas para que el otro escribiera y le dijo: "Poné ahí, tomá." y se refregaba los ojos lagañosos para leer los ganchos del otro que estaba señalando el techo, intentando escribir desesperado: "EN EL TECHO... AHÍ  ESTABA... NO LO VISTE... ESTÁ... EN EL TECHO... ARRIBA MÍO". El Julio gritó: "¡¿Qué voy a ver si estaba dormido?!, ¿Estás seguro que no fue una pesadilla?... Mirá que vos siempre tuviste mucha imaginación, tus sueños siempre fueron medios volados... Vos no estarás imaginándote cosas, ¿no?"... - estaba arrodillado con los codos clavados en el colchón de lana cuando el Omar volvió a señalar con el brazo y el dedo a la mancha del techo. El Julio volvió a mirar para arriba y ¡se quedó tieso!.. con los ojos vidriosos y la mirada fija en el techo. Con una bocanada de aire se ahogó de pronto llevando una mano a la garganta y la otra al estómago. – Eduardo hacía los gestos y Amelia lo miraba aterrada  - ¡Cayó y se revolcó en el piso retorciéndose de dolor!. El otro intentó gritar pero su garganta ya no emitía ningún sonido. Lloró aterrado mientras su amigo agonizaba en el medio de la habitación.
- ¡Qué horror! – comentó Amelia tapándose la boca.
- ¡Y el Julio murió así, no por la bacteria que dijeron después los médicos del pueblo!. – explicó Eduardo, sacudiendo las manos en el pantalón – ¡Qué agua ni que agua!. El Omar cuando mejoró contó todo: la cosa esa negra que bajó del techo se metió en la boca del Julio y lo mató. El Omar se embutió el vaso de vidrio en la boca y se apretó la naríz. Por eso la mancha no le entró. Sino estaba muerto y nadie se enteraba de lo que pasó de verdad. Hay gente que dice que el Omar está loco. Yo no sé. Yo le creo, el es mi amigo. Pero que las hay, las hay... y flor de herida le quedó al Omar en la garganta que hasta la voz le cambió. – concluyó Eduardo tirando el resto del cigarro que le quedaba, como poniendo un punto final al relato.
Y se quedaron los dos mirando en el piso, en un largo y respetuoso silencio.

Ortiga
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EL TELEGRAMA


     Al escuchar el timbre del portal Octavio Martín marcó tres arrugas de intranquilidad en su frente. El vaso de vino que se disponía a beber le trepidó en la mano al tiempo que se preguntó en voz alta:
     —¿Quién será? ¿Esperabas a alguien, cariño?
     Frente a él encontró la mirada temerosa de su esposa.
     —¿A estas horas? —le contestó negando con la cabeza— Iré a ver.
     Octavio la asió del brazo en su ademán de levantarse.
     —¡Espera! Siéntate. Iré yo.
     Recorrió los escasos metros de pasillo arrastrando las pantuflas.
     —¡No se escucha demasiado bien! —gritó desde el recibidor antes de abrocharse el botón del pantalón— ¡Creo que es el cartero!
     Al cerrar la puerta de entrada regresó a la mesa del comedor con un telefonema en las manos. 
     —¿No coméis? Se van a enfriar los huevos.
     —¿Qué es ese papel, Octavio?
     —Nada importante, querida. Tan sólo es una propuesta. Me conceden el privilegio de acudir a una vela... Lamentablemente, no podré asistir. Noto que empieza a subirme la fiebre. Deben ser las anginas. 
     —¿Tienes fiebre? ¡No me habías dicho nada!
     —Ando camino de los 38'5º. No quería preocuparte.
     —Papá, ¿no decías que tú nunca te pones enfermo?
     —Siempre hay una primera vez, Elenita. Lo irás viendo a lo largo de tu vida.
     —¿Cómo puedes saber la fiebre que tienes si no te has puesto el termómetro? ¡Di, papá! —insistió su hijo.
     —¡A comer que se enfrían! Excelentes, cariño, excelentes estos huevos con puntilla. ¡Paquito, no seas bruto y moja pan! Elena, preciosa, ¿no te dijo antes tu madre que te limpiaras la boca?
     Lucía releyó las cuatro líneas que le habían llegado a Octavio en el sofá de la sobremesa. Las acababa un: "Por su distinguida condición de militar, se le concede el honor de velar a S. E. el General Francisco Franco de tres a cuatro de la madrugada en el Palacio de Oriente". 
     —¿De verdad que no vas a ir?
     —¿Tienes un bolígrafo en el bolso?
     —De mina negra.
     —Valdrá.
     Redactó la respuesta sobre un diario doblado, la leyó con atención, tachó algunas palabras y, tras un último repaso, recortó el trozo que había escrito para entregárselo a su esposa. Lamentaba no poder acudir: "Una gripe inoportuna me mantiene postrado en la cama por encima de los cuarenta de fiebre." Acarició la mejilla de su mujer antes de decirse a sí mismo:
     —A correos, Octavio. ¿Cuánto costará un telefonema?
     —¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
     —Tienes razón, querida, en mi estado no debería salir a la calle. Me abrigaré bien.
     Lucía rió nerviosa y tomó un sorbo de café.

RENI
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EL COBRADOR  DEL FRAC


    Yo, Sisenando Meléndez, siempre he sido un tipo corriente, aburrido, lo reconozco. Tengo pocas amistades, mi conversación es parca y no provoca empatía. Físicamente siempre he sido poca cosa: unas piernas zambas sostienen mi lamentable delgadez; el pelo más bien ralo, deja al descubierto unas entradas en M mayúscula. Nunca pisé un gimnasio, por eso mis músculos son puro chicle. El espejo me devuelve  una mirada opaca en unos ojos pequeños y hundidos, que de no ser por las gafas de culo de vaso que los cubren, no verían absolutamente nada. Mi tez cetrina deja entrever en las mejillas un vivero de granos que hacen competencia a la piel de un sapo
Y como si todos estos defectos fueran poca cosa, aun debo sobrellevar que la mujer que amo pague con crueldad mis atenciones; sé que tengo muchas taras, pero también tengo buen corazón y no creo merecer el daño que me ha hecho.
Para mi madre, doña Paca, "el Sisendi", como me llamaba cariñosamente, era el mejor y el más listo y guapo del mundo aunque mis profesores decían que era más bien torpe, sin embargo, dedicándole muchas horas al estudio, conseguí el título de Administrativo.
Soñaba que su Sisenando se casaría con la mujer que quisiera y que le haría abuela de varios nietos. Pero la realidad es que yo siempre tuve problemas para entablar relaciones con las mujeres. Ellas me miran de arriba abajo y lo que ven es un chico escuálido, con una catarata de caspa gruesa como copos de nieve adornando la chaqueta. Ven eso, más todos los defectos físicos que ya enumeré antes.
Enterré a mi madre justo al terminar mis estudios. Como yo decía, no tengo padre ni madre ni perrito que me ladre.
Me habitué a vivir con la sola compañía de mi gato Dharma. Yo cuidaba de mi vida y de la suya. No era muy ordenado, la verdad, mi casa era un galimatías, mi dormitorio era como el rastro madrileño un domingo por la mañana; pero a mí no me afectaba ese desorden, total, solo lo veíamos Dharma y yo.
Tras la muerte de mi madre padecí una fuerte depresión. Había días en que no me levantaba de la cama, apenas comía, no me aseaba, y todo me daba igual. Las latas de conserva se agotaban, y aunque es cierto que atesoraba bastante dinero dentro de una hucha, esos ahorros eran sagrados. Así que un buen día, me decidí  a buscar trabajo.
Peregriné por las agencias y envié currículos a diferentes empresas esperando una respuesta que tardó bastante en llegar.
Creí volverme loco cuando a las siete de la mañana sonaron los cinco despertadores a la vez (era necesario: si me echo a dormir, es a dormir, tengo el sueño tan pesado que no me despierta ni una banda de música tocando en mi dormitorio). Di un salto de la cama. Luego abrí el armario, elegí una camisa blanca, una corbata que tenía desde hacía quince años y un traje gris. Desayuné, me calé las gafas y salí a la calle silbando.
Cuando llegué a la empresa de trabajo pasé una breve entrevista, y al rato me comunicaron que el puesto era mío.
─¿En qué consistirá mi tarea? ─pregunté contento pero sin mover un solo músculo de la cara.
─¿Ha oído hablar del cobrador del frac? Pues ese será usted. Deberá ir vestido con el frac y seguir a la persona que se le asigne, como si fuera su propia sombra, hasta que sienta vergüenza de que lo señalen como moroso y pague su deuda.
A la mañana siguiente comenzaba mi trabajo. Me coloqué el frac (en el que cabían dos Sisenandos y del que me sobraba un poco de manga), me calé el sombrero de copa, cogí el maletín donde se leía con letras de molde, lo mismo que en mi espalda, EL COBRADOR DEL FRAC y a las nueve en punto me planté ante la casa de mi primera víctima: doña Encarna Gutiérrez Padilla.
Esperé tranquilo, paseando de un lado a otro de la fachada hasta que apareció. Era joven aún, algo rellenita, sin llegar a estar gorda, con un dedo de entradas negras en un pelo rubio teñido. Sus labios, dos tomates reventones, me atraían como un imán. La observaba caminar con pasos inquietos, la cabeza alta y los ojos ocultos por unas enormes gafas de sol. Y yo, pegado a sus talones, aspirando su olor a lavanda. Encarna olía siempre a lavanda.
Desde entonces comencé a seguirla cada mañana cuando salía de su casa muy peripuesta, balanceando el bolso con la mano. Mi mirada se clavaba en el contoneo de sus caderas y mis oídos se deleitaban con el repiqueteo de sus zapatos de tacón de aguja en las aceras. Por las noches, cuando me iba a dormir, cerraba los ojos y sólo se me representaba su imagen. Deseaba que llegara el día siguiente para volver a verla. Todo en ella me fascinaba. Nunca había estado tan cerca de una mujer, por eso me llevó poco tiempo enamorarme.
A las diez de la mañana Encarna entraba en el primer bar, el más cercano a su casa.  Se dirigía al mostrador y saludaba al camarero:
─Buenos días, Andrés, ¿me das cambio?
─Buenos días, señá Encarna. Hoy está calentita, está a punto de salir, ¡a ver si hay suerte!
─Eso espero.
Se ponía delante de la máquina tragaperras y, como si se tratara de un ritual, introducía la primera moneda. Empezaban a girar los dibujos y las luces. Ella, con la mirada fija en las imágenes giratorias, parecía olvidar todo lo que ocurría a su alrededor. No le importaba mi presencia. "Tampoco he tenido suerte, tiene que estar a punto de salir el especial", la oía decir al camarero.
Abandonaba ese bar y visitaba otros. Yo, como su sombra, la veía introducir moneda tras moneda en la ranura de la máquina, hasta que el monedero se quedaba vacío.
Al cabo de dos semanas empezamos a saludarnos. Algunos días, cuando Encarna volvía a casa al final de la mañana sin un euro, la oía lamentarse en voz alta de que las máquinas se habían tragado los filetes de sus hijos, que tendrían que conformarse con unas sopas de sobre. Quizá lo decía para que me compadeciera y dejara de seguirla. Pero me era imposible complacerla, no sólo porque era mi obligación sino porque ya no podía vivir  lejos de ella.
Cuando la veía acercarse, altiva, contoneando las caderas, moviendo el bolso y con los zapatos de tacón de aguja que repiqueteaban con ritmo en la acera, debía pellizcarme para no echar a correr hacia ella y abrazarla, decirle que la amaba. Refrenaba mis impulsos porque quería cumplir con lo que mi oficio me exigía: seguirla hasta que pagara la deuda.
Encarna pedía fiado en todas las tiendas del barrio, y cada vez se hundía más, pues no le sonreía la suerte en las tragaperras.
Fui su sombra durante tanto tiempo que le cogí cariño, la verdad, hasta que un día, a primeros de mes, la vi salir de casa con el sobre del dinero que le habría entregado su marido. Se fue derecha a saldar la deuda con el pescadero, que era quien había solicitado mis servicios como cobrador del frac.
Ya no tenía necesidad de seguirla, sin embargo, no podía dormir recordando sus caderas cimbreantes y el repiqueteo de los zapatos con tacón de aguja.
Cobré la comisión y, a pesar de que ese era el primer dinero que ganaba en mi vida, salí de la oficina muy apenado. Pensaba en Encarna. "Pobre mujer", me decía, "ha sido mi primera víctima".
Con el tiempo descubrí que no podía pasar un solo día sin verla, y cuando terminaba mi trabajo me dirigía hacia su casa y me apostaba junto a una esquina. Al oír el taconeo que se acercaba, creía que iba a desmayarme. Entonces yo salía de aquella esquina, me hacía el encontradizo y la saludaba. Ella me dedicaba una sonrisa o unas pocas palabras, pero a mí me hacía el hombre más feliz de la tierra.
Una noche la encontré en su portal con un voluminoso maletín. Al verme me abrazó sollozando. Con palabras entrecortadas me confesó que su marido la había echado de casa. No lo pensé dos veces: la agarre por la cintura y la llevé a la mía. Dharma exhaló un maullido de desagrado al verla.
Después de la cena le declaré mi amor. Le musité que mi vida y mi hogar eran suyos. Ella acarició mi rostro y me dio un raspado beso.
Vivimos felices durante dos meses, aunque ella no dejó de jugar, ni de perder. La mala suerte la asfixiaba. Llegó un momento en que consideró insuficiente el dinero que yo le entregaba para su vicio. Necesitaba más.
En adelante, cada vez que yo volvía a casa notaba que algo había desaparecido: un día era la cómoda; otro, el armario; el frigorífico... Todo se lo perdonaba cuando me abrazaba y prometía que dejaría de jugar. Hasta que una tarde la encontré caminando con Dharma en brazos. No, por favor, Dharma no. No lo vendas. Empeñaré la vajilla de mi madre, venderé el coche, todo, pero déjame a Dharma, le rogué.
Terminé por comprender que Encarna era una ludópata y que debía ponerle freno. Una noche que llegó más tarde y más apesadumbrada que de costumbre, con el pelo revuelto y el monedero vacío, la agarré del brazo y, sin decir palabra, la até a la pata de la cama. Le espeté muy serio que así estaría hasta que renunciara a su afición a las máquinas tragaperras. Cuando le daba la comida me miraba con unos ojos tan tristes que... A la semana la desaté.
Sólo nos quedaba la cama y la cocina; pensé que ya no recaería. Pero lo hizo. Un domingo regresé a casa y Encarna había desaparecido. Me sentí abandonado. Busqué un rincón cerca de Dharma y acurrucado junto a él  estuve el resto del día. Ya no me importaba vivir. Me desazoné preguntándome cómo habría encontrado la hucha que yo venía engordando desde mi infancia y que mantenía bien oculta detrás de la chimenea.
Al oscurecer apareció Encarna y mi corazón pegó un brinco. Sin mediar palabra volcó un montón de dinero encima de la cama.
―Estaba segura que este día tenía que llegar, he acertado tres plenos, somos ricos ―decía mientras tiraba monedas al aire dando vueltas de alegría. 
Fui a lavarme la cara porque las lágrimas me nublaban la visión, y cuando regresé al dormitorio, Encarna se había ido.
La llamé a gritos aun sabiendo que no podía oírme.

Me habitué a malvivir de día y a soñarla de noche. Aquel invierno sin su calor, se me hizo más gélido y agonizante.
En el verano volví a verla, junto a su marido, paseando en un automóvil flamante. Los vi bajarse del coche y meterse en un casino.

Yo he retomado mi trabajo como cobrador del frac. Me queda la esperanza de que algún día, Encarna pierda todo lo ganado, se endeude, y a mí me encarguen la gozosa tarea de pegarme a ella como una sombra.

MADAME BOVARI
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Determinismo fatal


-Buenos días capitán, ¿puedo pasar?
-Buenos días Martín, pase, pase. Tome asiento.
-Le traigo el informe del caso Quintero Pelayo como pidió.
-El profesor de literatura, ¿verdad?
-Catedrático de Lengua y Literatura de la Universidad de Barcelona, señor.
-Le importaría leérmelo. No me acostumbro a llevar las gafas de cerca. Será que con los años mi vista y mi memoria empeoran a la par.
-No hay problema.
El miércoles, día 15 de junio de 2011, recibimos una llamada de la central de Barcelona denunciando la desaparición de Don Manuel Quintero Pelayo, catedrático de Lengua y Literatura de la Universidad de Barcelona. El rector de dicha universidad denunció a la comisaría central de los Mossos de Escuadra de Barcelona que Don Manuel no se presentó el lunes, 13 de junio, ni el martes, 14 de junio, a ninguna de las clases que impartía. El catedrático debía empezar las clases ese lunes después de un permiso que pidió para acabar un proyecto personal, un libro sobre el determinismo en el siglo XXI, creo. El rector, el señor Don Francisco Menéndez Serpí, intentó ponerse en contacto con Don Manuel pero le resultó imposible, este no contestaba en ninguno de los teléfonos que tenía, ni fijos ni móvil. Conociendo la puntualidad y rectitud del catedrático, comunicó su desaparición a los Mossos.
Según el informe que recibimos, los Mossos intentaron ponerse en contacto a su vez con Don Manuel pero también les resultó imposible. Así que enviaron una patrulla a su domicilio de Barcelona. El portero les comunicó que Don Manuel se fue el día 5 de junio y que no había regresado. El segundo domicilio que el desaparecido tiene registrado es una casita aquí, en Sant Feliu de Guíxols, por eso los Mossos se pusieron en contacto con nuestra comisaría.
Ese día, el agente Márquez y yo estábamos de servicio. Al recibir el aviso, nos dirigimos a la residencia de Don Manuel. La dirección es carretera de Tosa km. 37. La primera vez nos pasamos el camino de tierra que conduce hasta la casa. La propiedad no es visible desde la carretera. Rodeada de bosque, la casa está situada al borde de un acantilado de roca que da directamente al mar. Es una propiedad antigua, fechada a principios de siglo, de estilo modernista y reestructurada casi por completo por su propietario. Al llegar hasta la casa escuchamos música de fondo, picamos a la puerta pero no obtuvimos respuesta alguna. Un olor extraño se filtraba por debajo. El agente Márquez giró el picaporte y la puerta cedió. No estaba cerrada con llave.
Al entrar el olor se hizo más intenso. La música, blues creo que era, provenía de un equipo de sonido situado en el comedor. Mi compañero y yo nos identificamos como agentes del orden y llamamos en repetidas ocasiones al señor Quintero. Nadie contestó. La casa, que consta de cuatro amplias habitaciones, comedor-cocina, una habitación con vestidor, un lavabo bastante grande y un despacho, estaba ordenada y sin muestras de violencia. El agente Márquez se acercó hasta el equipo de sonido y lo apagó. La puerta del balcón estaba abierta. Al otro lado había una terraza de grandes dimensiones con una mesa y dos sillas. En el suelo distinguimos una mancha rojiza. Creímos que podría ser sangre. Al salir vimos sobre la mesa los restos de una botella de vino, un Vega Sicilia gran reserva. La botella estaba volcada y el vino se había derramado sobre una de las sillas que contenía un manuscrito empapado por el líquido. En el suelo una copa rota reposaba junto al charco rojizo que creímos sangre. Pasada la falsa alarma seguimos registrando la casa. Yo me dirigí a la habitación. La cama estaba sin hacer, por lo demás todo ordenado. Allí el hedor resultaba menos intenso. Cuando iba a registrar el despacho, el agente Márquez me llamó desde la puerta del lavabo. Al acercarme vi al agente visiblemente afectado. El cadáver del señor Quintero estaba de rodillas en el suelo, con la cara aplastada contra las baldosas, y el culo, aún manchado, al aire. Los orines se mezclaban con la saliva que se le escurría entre los labios deformados en una mueca extraña. El olor era insoportable. La verdad es que tuvimos que contenernos para no vomitar allí mismo. Junto al informe le adjunto estas fotos de la escena que tomaron los de la científica.
-¡Joder! Agente Martín, la próxima vez ahórrese las imágenes.
-Lo siento señor.
-Continúe, anda, pero absténgase de enseñarme más fotitos que acabo de desayunar.
-Sí señor.
Después de hallar el cuerpo, llamamos al servicio de emergencias, al forense y a la científica. Estos llegaron pasada una media hora. Tanto el agente Márquez como yo decidimos no tocar nada. No parecía el escenario de un crimen pero según ordena el protocolo es preferible, en casos como este, esperar a que la científica saque conclusiones. Como verá al final del informe todo apunta a un suicidio premeditado.
Mientras la científica revisaba la casa decidimos investigar esa posibilidad. Nos pusimos en contacto con el rector de la universidad y después de explicarle brevemente la situación le preguntamos por familiares, amigos o conocidos que nos pudieran orientar sobre lo ocurrido. Según el rector el señor Quintero no tenía ni familiares cercanos ni amigos. Se jactaba de haber tenido la suerte de ser hijo único, de no haberse casado ni tener descendencia, escribía libros, decía; "ellos me recordaran cuando no este, me resarcirán de esa estúpida idea de eternidad a la que aspiran la mayoría de hombres con mi talento." Era un hombre bastante excéntrico y solitario. Tampoco tenía amigos, en palabras del difunto y siempre según el rector, no entendía la necesidad de rodearse de sanguijuelas zalameras. Solía afirmar que con su aprobación personal tenía más que suficiente.
-Menuda joyita... 
En el primer registro encontraron la cartera del señor quintero junto a una nota de suicidio. La nota se adjunta a continuación del informe. En la cartera hayamos una tarjeta de un psiquiatra y nos pusimos en contacto con él. Trataba al señor Quintero desde hacía años. Según el psiquiatra Don Manuel era un enfermo del control. Pero no un enfermo cualquiera, lo suyo era degenerativo. Cuanto más mayor se hacía más crecía dentro de sí ese afán de tenerlo todo previsto. Su psicopatía tenía nombre pero no solución. Neurótico obsesivo con cierta tendencia al narcisismo. El médico no parecía excesivamente extrañado por el suicidio. Nos comentó que el acto en sí respondía más a una necesidad absoluta y enfermiza de control que a una infelicidad, depresión o cualquier otra enfermedad psicológica. Le leímos la nota de suicidio. Nos preguntó cómo había muerto. Le describimos rápidamente la escena y estalló en carcajadas. Supongo que la ironía de la muerte resultó más fuerte que la rectitud profesional.
-¿Que quiere decir exactamente?
-Cuando lea la nota lo entenderá todo.
-Continúe entonces.
Una vez examinado el cuerpo, el forense nos dijo que la muerte se produjo por envenenamiento. El estomago del señor Quintero contenía además de vino un derivado sintético de lo que llamó conium maculatum, conocido comúnmente como cicuta.
-¿De qué me suena ese nombre?
-Es una planta que produce un veneno mortal, Sócrates se suicidó tomando un brebaje similar. Este derivado, al mezclarse con el alcohol, le produjo una reacción en el estomago al señor Quintero. Ya se sabe que el cuerpo se rige por sus propios mecanismos y este al intentar defenderse del veneno le provocó al difunto una diarrea espasmódica brutal. El hombre, sintiendo que no podía aguantar se fue al lavabo. La cantidad de veneno ingerido fue excesiva y aunque el fallecido expulso gran parte, como ha podido ver en las fotos, no fue suficiente y murió.
-Sigo sin verle la ironía.
-La ironía no está en el cómo, sino en el porqué.
-Explíquese.
-Lo hará él mismo. Aquí tiene la nota que dejó.

"Hoy, seis de junio de 2011, día de mi sexagésimo cumpleaños, he decidido quitarme la vida. Siempre creí que dejar al azar algo tan solemne como morir era temerario y poco elegante. Por eso, cuando acabe de escribir esta nota, mezclaré cicuta con el vino que estoy tomando. He decidido irme el mismo día que llegué. Sé que la fecha no está escasa de simbolismo pero es tan sólo una muestra más de que esta decisión no está tomada al azar. La vida de un gran hombre se mide por sus actos, por su forma de vivir pero también por su forma de morir. Los grandes hombres mueren dignamente, reposados, complacientes, mirando a la negra parca a los ojos, sin miedo. Ya que morir es inevitable, ya que no puedo decidir no morir, decidiré al menos como hacerlo. La posibilidad de fenecer de forma ridícula ocupo muchos de mis últimos pensamientos. Que un premio Novel fallezca al resbalar con una ***** de perro y, al caer, se partiese el cuello contra la acera, o que un famoso dramaturgo, se asfixie con el tapón de un frasco de pastillas mientras intentaba abrirlo, no son más que pequeñas muestras de lo caprichoso y desconsiderado que puede ser el destino. Por eso, yo, Don Manuel Quintero Pelayo, negándome a exponer mis últimos momentos a la fatalidad de la ventura, he decidido que como Sócrates, la cicuta será mi pasaje, el billete de mi último viaje. Soy totalmente consciente de lo que hago. No achaquéis mis actos a cualquier enfermedad mental inventada o existente, pues no sería más que una excusa de mediocres para mediocres incapaces de comprender la grandeza de este acto. Dicho esto no me queda más que despedirme.

A quien le importe: 
Don Manuel Quintero Pelayo"

-Vaya, pues sí que tiene su ironía.
-Supongo que al fin y al cabo, los designios del señor son inescrutables.

Aloysius
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

NO TE OLVIDES DE REGAR EL MAR


La regadera fue el primer objeto. En ese momento Tabú no podía intuir el sentido que el hallazgo tendría meses después, sin embargo a corto plazo esa regadera se le colaba entre los pensamientos inundando su cerebro de imágenes e ideas que le parecían inconexas y sin sentido: árboles viajando en barco; gotas de agua estallando en las fachadas; personas cargadas con puertas, -Silencio se come las islas- dicen en el telediario de las tres, y los mapas se beben embotellados, puede asegurar al acabar el informativo.
Descubrió la regadera en el hueco que formaba el desnivel entre el camino que conducía al pinar y la vegetación descontrolada a ambos lados de la senda. Le costó identificar el pequeño agujero: refugio secreto y tesoro. A la memoria le encanta edulcorar recuerdos añadiendo o desechando ingredientes a su antojo. Cinco años desde la última visita eran suficientes para cambiar su sentido de la distancia y saber que la naturaleza no se estanca. Por fin consiguió dar con el lugar, éste estaba cubierto casi por completo de ramas que le impedían el paso. Las apartó con cuidado hasta que hubo espacio suficiente. Entró y se tumbó sobre las hojas secas como solía. Se sorprendió al comprobar que aún podía estirarse completamente y descubrió con gran asombro que las cosas que había ido acumulando seguían casi intactas: el palé de madera que usaba como mesa, apoyado  en la pared; las guirnaldas de piñas encima de ella y el gancho donde colgaba la linterna; las estanterías improvisadas a su izquierda y piedras pintadas esparcidas por las esquinas. Faltaban las telas que ponía en el suelo a modo de alfombra y las cajas llenas de papeles y pinturas que siempre llevaba encima. Sin embargo había algo que no acababa de identificar. Una pequeña regadera amarilla encima de las piedras pintadas bajo las ramas-estantería. Se aproximó e identificó una etiqueta colgada de su asa. Decía – No te olvides de regar el mar...

¡La puerta! La enfermera al entrar irrumpió en el hilo de su ensoñación y la hizo caer de golpe en la realidad: los tubos que mantenían con vida el cuerpo de su abuela. Hacía meses que había entrado en coma después de un repentino derrame cerebral  y desde entonces en el hospital siempre había alguien con ella, tal vez porque no cabía en la cabeza de nadie que hubiera conocido a la mujer de las mil sonrisas llena de luz estelar y energía de volcán que su cuerpo iba a dejarla tirada de la noche a la mañana. La enfermera comprobó el oxígeno, el suero, los latidos, salió sin intercambiar palabra.

Tabú volvió a quedarse a solas con su abuela, esta vez consciente de dónde estaba. Se sentía culpable por asemejarse mas a un mueble que a la compañía que habría deseado tener. Meses atrás, Tabú se había quedado en silencio. Un silencio indefinido. Primero fue un silencio de rabia que poco a poco se había convertido en inercia y ahora era solo  miedo de romper la escarcha. La separación de sus padres y el cambio de casa inminente habían desmoronado su mundo hasta tal punto que también su abuela se había callado. Su padre se había ido no se sabía dónde y su madre no aguantaba mas en esa maldita isla, volverían a Noruega. De eso hacía meses y aún estaban en "esta maldita isla" , pero Tabú no halló motivos para romper su mutismo hasta esa tarde. Ella no se merecía su silencio. No necesitaba otro ramo de flores a su lado. Para eso tenía las flores que solían traerle las visitas. Pasaron diez minutos, nada se movió en la habitación y lentamente los pies la llevaron al lado de la cama. Acercó la comisura de sus labios al oído de su abuela y casi tan repentinamente como se había callado empezó a hablar. Primero en voz muy baja, entrecortada, extrañada de oírse, pero poco a poco fue encontrando su voz y las palabras adecuadas. Los días de visita le servían para abandonar por un momento el invierno autoimpuesto en pleno verano. Le contaba desde lo mas banal a lo mas trascendental. La mantenía informada de cuánto pasaba en el mundo. Le leía revistas, libros y a veces traía su música favorita.

Pasó con su abuela todas las tardes de aquel verano. Tomaba el bus al mediodía. Se bajaba en la penúltima parada, cruzaba la calle que le llevaba al edificio de pisos dónde vivía, subía de dos en dos los siete grupos de escalones, pasaba corriendo entre la ropa tendida y los aparatos de aire acondicionado de la terraza comunitaria y se sentaba en el tejado que miraba el mar. El sol se escondía para incendiar el mar y teñir el mundo de naranja. Nostalgia alegre para las últimas horas del día. Turistas que huelen a aftersun, gente en las terrazas, artistas callejeros y músicos de playa, jóvenes y viejos paseando, el camarero del bar sirve sangrías sin cesar,  gotas de sudor, el viento que cambia y sopla de cara. El espectáculo está servido en una noche de verano cualquiera. La vida recomienza y se atreve a salir hasta quien vacila ante el calor.
Una de esas tardes en que planeaba con la mirada en las vidas ajenas, sus ojos se posaron en una teja maltrecha. No era la única del tejado, pero la posición en que estaba llamó su atención, era extrañamente precaria. Alargó la mano para intentar colocarla mejor y vio que debajo una semilla empezaba a mostrar el fino tallo. Inmediatamente quedó fascinada ante tal alarde de fortaleza y cabezonería de aquella planta que se atrevía a nacer en un lugar tan hostíl permanentemente asolado por el sol, el viento y la sal. Sintió que no podía dejarla ahí. Tenía los días contados, si conseguía superar las condiciones externas y podía crecer, era cuestión de tiempo que un vecino se percatara de ella y apreciara que lo sensato era cortarla por la humedad y demás desperfectos que podía ocasionar. Así que no dudó y la plantó en un tiesto provisional hasta que le encontrara un sitio mejor. La semilla le hizo pensar en la regadera y los demás objetos aleatorios que se había encontrado después. No es que los hubiera apartado de su pensamiento alguna vez. La intriga que le producía el curioso inventario era huésped habitual de su divagar. Hasta llegó a pensar que todo era producto de su imaginación paranoica empeñada en encontrar sentido a una lista de desperdicios abandonados sin ningún porqué. La regadera, la brújula, el agua de mar en una botella de vino, el barco de papel y la semilla. No podía ser todo aquello fruto de la negligencia humana.
La brújula estaba entre las piedras del faro un día nublado pero de mar en calma. Estropeada, abollada y con el cristal rayado, y a pesar de todo seguía pareciendo elegante, debió ser una auténtica filigrana en su juventud. Tenía la carcasa llena de inscripciones y símbolos marineros que a primera vista le fue imposible identificar. Entre ellos leyó: Rumbo Tambor con letras esbeltas y muy juntas. Meditó unos segundos antes de depositarla dónde la había encontrado. Si "Rumbo Tambor" era acabar estampándose contra las piedras del faro, no consideró oportuno moverla de ahí.
La botella y el barco se los había encontrado casi juntos, no porque estuvieran en el mismo lugar, sino porque después del agua vino el barco en cuestión de horas. La noche anterior se había quedado dormida en una antigua construcción de vigilancia contra los ataques piratas que había ostentado usos varios a lo largo de la historia. Tabú había entrado en el lugar otras veces y sabía que al final del claustrofóbico pasillo y el minúsculo portal se llegaba a una sala considerablemente alta y bastante amplia con una ventana horizontal abierta en la pared gruesa que por fuera quedaba  camuflada y desde dentro era como estar en el interior de un buzón. Se durmió sentada, apoyada en la pared escuchando las olas y despertó con las primeras luces del alba. Tenía el brazo sobre una caja, que la noche anterior había confundido con una piedra. La caja era de madera construida de forma improvisada y era demasiado grande para lo que contenía: solo la botella de cristal llena de un líquido transparente que después comprobó que era agua de mar.
El barco estaba en la parada de bus de la rotonda de delante del hospital. No media mas de un palmo y era de papel blanco, el estado del cual decía que no llevaba mucho tiempo allí. Tal vez, de las cosas que se había encontrado, era la menos espectacular y solo le había alegrado el día por la relación que podía establecer con los otros objetos.
Cuando estaba con su abuela solía hablarle de esa colección ajena de cachibaches. Daba vueltas, rodeos e interminables paseos al sentido de sus hallazgos y no supo encontrar una solución clara y definitiva que eliminara las infinitas e insostenibles hipótesis.

Su abuela murió a finales de Septiembre. Entre todos habían decidido que era lo mejor.
Para Tabú fue un bofetada. En su interior anidaba la esperanza de que su abuela se iba a despertar de un día para otro, se desconectaría ella misma de las máquinas y todo volvería a ser como antes.
Tal vez por todo ello le gustara tanto sentarse en la calle de las puertas de colores. Entrar en aquella callejuela era retornar con las hadas y los duendes de su niñez. Se accedía al lugar por uno de los senderos empedrados que tejen el centro de la ciudad dónde la historia salpica al caminante atento y al incauto soñador. El desvío que conducía al callejón de las puertas de colores era estrecho, casi imperceptible si se anda dejando los sentidos en la meta, sin tiempo para detenerse. Su reloj hacía tiempo que permanecía congelado, cansado de contar inviernos y sus objetivos habitaban desorientados las calles de su cerebro. Tal vez por eso su andar azaroso la llevó a introducirse en la fina línea vertical que se abre entre el cemento y avanza de forma sinuosa para dar paso a un espacio  más amplio, con el cielo azul por bóveda. Entre las precarias  curvas de paredes gastadas, lo primero que  llama su atención es el estallido de colores en la pared gris. Tres puertas y cuatro ventanas en total pintadas de verde, lila, amarillo, rojo, como si la primavera se manifestara en aquel edificio medio en ruinas. Al pasar junto a la tercera puerta, la ciudad parece lejana. A partir de este punto la vista no alcanza mirar atrás. Delante se ven las flores en los tejados y la hierba descontrolada que crece entre las baldosas. Justo en frente un muro con una puerta incrustada en sus entrañas, pequeña, de madera vieja con cerradura de ésas decoradas con filigranas metálicas ya oxidadas. Sin embargo esa no es la única puerta del lugar. Está plagado de ellas, demasiadas en tan reducido espacio. Las puertas de la segunda parte del callejón no son como las de la primera. Ahora son todas diferentes, sin un tamaño ni una tipología general. Algunas son antiguas, de madera vieja como la del muro de enfrente. Otras hacen gala de su modernidad enseñando el acero gris. Y otras en cambio son totalmente diferentes. Una llamaba especialmente la atención, roja y pequeña, la única del conjunto que conservaba el número sobre su cabeza, un doce negro grabado en una pieza de mármol claro.
Sin duda el conjunto producía cierta inquietud en esa mañana suavizada por el sol e invitaba a cerrar los ojos al calor suave de primavera. Supo que era el momento cuando abrió los ojos y vio abierta la flor. Motas de luz hacían traslúcidos los pétalos, dejando ver los finos nervios. Meses atrás plantó una semilla en ese callejón, ya casi se había olvidado, pero ahora ya sabia lo que tenía que hacer. Sacó las tizas de colores de la maleta. Trazó primero una línea y a ésta le siguieron todas las demás. Rectas, curvas, ornamentadas, vastas, incisivas. Cada trazo mostraba sus sentimientos. No paró hasta cubrir todo el espacio a su alcance, suelo y paredes, de puertas, ventanas, huecos, vías de escape. Era su forma de decirle al mundo que las posibilidades eran infinitas. No terminaban los caminos a seguir. La vida sigue como los ríos riegan el mar siempre con agua renovada. El barco nunca surca las mismas olas ni con el ancla echada. El corazón marca el ritmo y la dirección a seguir será la correcta si se sabe escuchar. Deja las tizas en la caja en el alféizar de una pequeña ventana. Esta era su aportación al inventario ajeno, propio y colectivo. Nadie vive aislado. Compartimos el azar. Su nombre jamás volvería a ser Tabú.

Tiramisú
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

La rosa de dos caras


La tarde caía sobre el parque cuando aquellos dos amigos franquearon la cancela de hierro forjado. Era primavera y la vida bullía en cada rincón del jardín, que sudaba la suave fragancia de mil flores.
Los dos amigos caminaban despacio, tranquilos, abandonados a la reflexión y dejándose llevar por el lento serpenteo del camino de albero. Así, los pensamientos de los dos amigos jugaron en libertad durante toda la tarde, escuchando los cantos de sirena que despertaba el laberinto amarillo entre los frondosos árboles.
Y caminando uno junto al otro llegaron a una gran rosaleda, donde se detuvieron maravillados ante el soberbio espectáculo que se estaba representando. Una infinidad de rosas se arremolinaban y se disponían en apretadas filas, se juntaban y se separaban, gritaban y callaban, iban y venían, conformando furibundas oleadas de color perfumado. La emoción embargó el cuerpo de los sorprendidos caminantes, que pronto quedaron atrapados en la belleza de aquella marea cromática.
De pronto, en aquel vaivén de sensaciones, un faro iluminó el encrespado mar y elevó su luz por encima del arco iris de pétalos, llamando la atención de los dos amigos.
Una rosa amarilla.
Sí. Aquella rosa amarilla se erguía orgullosa sobre las procelosas aguas teñidas que la rodeaban y era, sin duda, la flor más extraña con la que ninguno de los dos amigos había tropezado jamás.
Cautivados, ambos se acercaron a ella.
El primero de los amigos, aquel que había ido sonriendo durante todo el camino mientras sus pensamientos perseguían las ninfas que vivían en cada árbol, abordó con decisión a la rosa, embrujado por su belleza. La olió, y llenó sus pulmones y su imaginación de fragancias de países lejanos, de incienso, de mirra, de mercados abarrotados de gente, de gasas de mil colores. Sonriendo, tocó entonces los pétalos de la rosa y su tacto se convirtió en la seda que el comerciante de antepasados fenicios le ofrecía en aquel zoco imaginario. Una vez más volvió a sonreír y, con los ojos cerrados para que no se le escaparan aquellas sensaciones, se tumbó junto al camino y sólo volvió a abrir los ojos cuando las estrellas resplandecieron colgadas del cielo.
El otro amigo, aquel que mantuvo contraído su rostro en el camino y cuyos pensamientos viajaron toda la jornada agarrados a su sombra, se acercó también a la rosa, embaucado por la autoridad con la que se erguía sobre las demás. La miró, pero no vio los colores que enamoraron a su amigo, sólo pálidos tonos inarmónicos. Luego la olió, y el perfume le pareció vulgar. Seguidamente la tocó, y tampoco sintió el evocador tacto de la flor.
Entonces miró a su amigo y envidioso de la tranquilidad que rezumaba su rostro, volvió a tocar la rosa amarilla, persiguiendo sensaciones desconocidas. Pero tampoco tuvo suerte.
Y la tocó otra vez, y la volvió a tocar de nuevo y tantas veces tocó los sugerentes pétalos de la rosa amarilla que finalmente se pinchó con una espina.
Y sangró.
Y con aquella gota de sangre en el dedo y un dolor punzante clavado en su corazón, se tumbó con los ojos cerrados junto a su amigo.
Y cuando por fin los abrió y miró al cielo sólo vio oscuridad.

David
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Escuela


Él siempre había querido decir muchas cosas. Pero nadie entendía. Siempre había querido explicar muchas cosas. Pero nadie se preocupaba, así que él dibujaba.
A veces simplemente dibujaba, trazos carentes de sentido alguno. Lo que quería era grabar sobre piedra, o escribir en el cielo, y así sólo serían él, el cielo y sus cosas que contar.
Y fue entonces cuando dibujo ése cuadro. Era un dibujo muy bonito. Lo guardó bajo la almohada para que nadie pudiese descubrirlo. Y lo miraría todas las noches, y pensaría en él. Y cuando estuviese oscuro y sus ojos cerrados, todavía podría verlo. Y era todo suyo. Cuando comenzó el colegio, lo llevó con él como a un amigo.
Estaba impaciente por comenzar la escuela. Se sentó en un pupitre cuadrado, marrón, al igual que el resto de pupitres cuadrados y marrones de sus compañeros. Y se imaginó que era de color rojo. La clase era también cuadrada y marrón, al igual que el resto de clases del colegio.
Odiaba coger el lápiz y la tiza, con el brazo siempre sobre la mesa y los pies sobre el suelo, con la profesora vigilando cada uno de sus movimientos.
Y tenían que escribir números, los cuáles para él no significaban nada. Eran aún peores que las letras, ya que si los cambiabas de lugar, los añadías o los quitabas, creabas otros muchos más. Tantos, que pensó que jamás podría llegar a aprenderlos y que los odiaba.
La profesora le hizo vestir una corbata, al igual que los otros niños. Él dijo que no le gustaban las corbatas, y ella que eso no importaba.
Después de eso, dibujaron. Y él dibujó en color amarillo, porque así era como sentía que era la mañana. Y le pareció muy bonito.
La profesora se acercó y le sonrió, "¿Qué es esto?", preguntó, "¿Por qué no dibujas algo como lo que han hecho los demás?" Todo eran preguntas.
Después de esto, su madre le compró una corbata, y él se acostumbró a dibujar aviones, barcos y cohetes, como hacía todo el mundo. Un día, tiró el viejo dibujo que guardaba bajo la almohada.
Y cuando miraba al cielo, tumbado solo en su cama, lo veía todavía azul y grande, pero ya no era lo mismo.
Se dio cuenta de que se había convertido en algo cuadrado y marrón por dentro, estático e igual que todos los demás. Y las cosas que tenía que decir no fueron dichas nunca más.
Había dejado de empujar. Había sido aplastado. Al igual que todos los demás.

S.S.G
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

El pastorcillo ciego


Siempre hacia frio por aquellas fechas y mucho más en la ladera de la montaña, pero de lo habitual se acostumbra uno. Ya todos los rebaños se habían recogido cerca de los restos de la cabaña, aquella que hacía dos años se hundió por el peso de la nieve caída, aunque también porque no se podía cuidar como debiera. La económica, que le vamos a hacer.
Pedro, junto a los pastores más jóvenes, se arrimaba a la cálida llama de la hoguera que hacía de las veces de calefacción y fogón. Los trozos de carne a la brasa quitaban el hambre y mucho del frio que tenían. Este diciembre iba a ser muy sufrido. Pero el trabajo así lo requería y algunas visiones de animales sueltos lo obligaban. No se podía dejar suelto el ganado que era el sustento de varias familias.
El sueño empezaba a hacer mella en el grupo, mientras dos de ellos se habían ido a rodear la zona para cercionarse de que todo está como debía. Después despertarían a otros compañeros para turnarse en la vigilia. No era nada agradable por las gélidas temperaturas reinantes, pero la disuasión de ver a personas en movimiento permitía asustar a los posibles advenedizos no deseados.
La luz tenue del horizonte delataba la poca lejanía de la población, aunque mejor era la visión de las estrella en un firmamento relativamente limpio. La casaca y el zurrón aguantaban en alguna medida el calor corporal y dejaban entrar un poco el que llegaba de la fogata. Un poco de leña se iba echando de vez en cuando para mantenerla en su mejor punto calorífico.
Diría que a sus helados oídos llegaba cierta musiquilla muy agradable, pero era imposible ya que estaban todos dormidos; pero eso parecía. Abrió un poco los ojillos por si tenían alguna visita inesperada, pero no había nadie. El sonido campanil en cierta medida seguía oyéndose bastante lejos. No dijo nada a sus compañeros que siempre le decían que tenía más audición que todos juntos. Algo de cierto había en esa afirmación.
Dormir al raso, en aquellas fechas, junto a su rebaño y a los compañeros podía predisponer a oír ciertas cosas. Alguno se lo decía un poco en broma. Lo normal será la ventisca o los gruñidos de los animales; quizás eso en armonía podría ser lo que seguía oyendo.
Llego un momento que comprendió que no era un simple sonido, aquello era música y además de lo más bello que podría imaginarse. "Levantaos todos que alguien viene" grito el jefe del grupo, hombre avezado a las más dispares situaciones. "Prepararos", estaba prevenido para cualquier incidencia, era lo más apropiado a aquellas horas intempestivas.
"No temáis – se oyó con voz melosa y sin dejar de sonar la música – os venimos a anunciar que un gran hecho a tenido lugar muy cerca de aquí y debéis conocerlo" Asustados por la aparición tan imprevista y fantasmagórica sobre el cerro cercano, nadie oso en moverse; sin dejar de observar a sus ovejas que a pesar de todo, casi no se habían movido. "Esta escrito que el Hijo de Dios nacerá en Belén. Así ha sido. Y unos pastores irán a adorarlo" Se decía, y los mayores así lo creían, que por aquellas tierras de pastoreo podría cumplirse la historia. Ser testigo de los acontecimientos ni se le había ocurrido. Un simple pastorcillo no podía ser el protagonista de ninguna historia por mucho que lo pudiera anhelar.
"Ved a Belén y adoradle que ha nacido" Decía la imagen inmaculada de un blanco destellante enfrente de ellos. ¿Cómo ignorar la orden recibida? ¿Qué hacer con el ganado? ¿Dejarlo o que les siguiese? Optaron por esto último ya que todos querían saber cómo acabaría aquella noche fría.
Pedro estaba muy asustado, por mucho que había oído los dichos y las historias nunca pensó que pudiera pasar ahora; podría ser más adelante, pero ahora no lo esperaba. Repitiendo mentalmente aquellas plegarias que su madre le había enseñado para situaciones difíciles, siguió al grupo de pastores y sin olvidar al ganado.
Sobre la lejanía parecía un cierto brillo que no se sabía que era, ya que la luz sobresalía de algunas alturas cercanas. Curiosamente el ganado, tan travieso algunas veces, les seguía con un buen orden; así que avanzaron con facilidad. Por el camino se encontraron con otro grupo que venía contando casi lo mismo que les había sucedido a ellos. No podía ser pero tampoco se les ocurría discutirlo. Se reunión un buen grupo de pastores que con sus rebaños se dirigían todos hacia aquel lugar que les acababan de anunciar.
A pesar del frio reinante todos querían llegar a descubrir que era aquello que a esas horas estaba ocurriendo y que a grupos de personas diferentes les llevaba en una misma dirección. Pedro sin salir del asombro por todo lo ocurrido, procuraba no perder la estela de sus compañeros; el también quería saber qué gran suceso les acaban de anunciar aquellos figuras. Al llegar a la cima del pequeño montículo por el que ya otras veces habían pasado, descubrían una pequeña casa semiderruida muy parecida a la que ellos usaban como encuentro de rebaños. La sorpresa inicial era ver que diversos grupos se iban acercando desde todas las direcciones. ¿Qué podía ser aquello que había despertado a tanta gente en medio de la noche fría y sin esperar a la salida del alba? Los primeros que habían llegado estaban sentados en semicírculo frente a la puerta, aunque desde la distancia no se veía hoguera alguna, la forma de sentarse no daba a entender que tuviesen frio. Los ganados de aquellos primeros grupos, estaban tranquilos en cercanía pero no desperdigados, y sin nadie que los vigilase de cerca; ya que los perros estaban muy cerca de sus dueños. Alguien le estaba contando aquellos detalles - que para un neófito en el oficio pasarían desapercibidos – cuando se oyó un sonido más abrupto desde la otra parte del pequeñísimo valle a donde estaban se dirigían todas las gentes.
Un grupo de camellos y dromedarios se estaban acercando, dirigiéndose al mismo lugar. Una comitiva de varias personas de recio abolengo - por la forma de actuar de sus acompañantes - sin prisa pero sin pausa también se encaminaba al mismo lugar. Los pastorcillos se quedaron sorprendidos por todo lo que veían pero no aminoraron su paso, más bien procuraron acercase allí   donde estaba el centro de toda la luz. Luz que sin deslumbrar a nadie, hacia muy espectacular la noche cerrada.
Llegados a la puerta de la pequeña estancia, les  recibió un viejo buey que resoplo en su dirección y un asno, que al verles, giro de sopetón su cabeza hacia su grupo. Pedro, entre pastores y otros que estaban llegando; intentaba saber que había allí que tanto atraía a todas aquellas gentes. Aunque poco pudo saber ya que gran comitiva acabada de pararse, y varios pajes abrían paso a tres grandes señores que también habían sido avisados de forma un tanto extraña, según decían, de los acontecimientos.
Sin poder entrar todos al aposento por su pequeñez, se quedaron en la proximidad para seguir viendo todo lo que iba aconteciendo. Se escucho la historia de aquellas gentes y se vio que traían regalos y presentes a la familia que ocupaba la semiderruida cabaña. Mientras, casi en el exterior, el grupo de pastorcitos comentaba entre sí que podrían ofrecer ellos, si casi nada tenían.
Fue en ese momento y sin que nadie ni nada le impulsara, cuando Pedro se levanto entre los pastores y casi sin querer consiguió que con un inusual silencio todos le escucharan:
"Unos pobres pastores como nosotros pocos presentes pueden ofrecer, mas queremos dejar aquí aquello que mas queremos: el cariño que nuestros padres nos han enseñado a tener a nuestros semejantes, sean quienes sean; la unión que nos permite cuidar a nuestros rebaños; la armonía para que juntos podamos cada día realizar nuestro humilde trabajo. Nuestros padres nos lo enseñaron, nosotros lo practicamos y nuestros hijos lo recibirán como la herencia que les pertenece. Sean estos sencillos deseos que nosotros recibimos, los que dejemos como presente y se aprovechen de ellos todas las personas de buena voluntad que así lo quieran".
El final de aquellas palabras que de su corazón juvenil habían salido, hizo que desde las gargantas del grupo empezara a surgir la cantinela un maravillo y muy conocido villancico; seguido y correado por todos los presentes. Sin quererlo – pero deseándolo – había unido a muchas personas en un mismo son. Un hecho extraordinario aquella vez, pero que se iría repitiendo a lo largo de la historia.
Se fueron apartando un poco del centro de aquella escena, ya que más gentes se iban acercando. Muchas más gentes, desde muchos lugares se iban aproximando; mientras las historias de unos y otros y lo acabado de acontecer se relataba entre ellos.
En aquel momento Pedro, acercándose un poco a su gran amigo Marco, le pidió: "Oye, Marco, ahora te toca a ti contarme con todos los detalles todo lo que ha pasado" Asombrado por la forma como había hablado su amigo, Marco estaba todavía extasiado de aquellos momentos; pero no dudo en repasar todos los acontecimientos ocurridos, sin dejar detalle en el olvido, de forma que Pedro se iba haciendo idea de cada cosa como si las hubiera podido ver con sus propios ojos.
Necesitaba conocer los detalles mas mínimos para que su ceguera no le impidiera conocer cada uno de los detalles de lo que había pasado en aquel acontecimiento que además de histórico iba a ser único. El mundo cambio y él estuvo allí, fue parte de aquello y "lo vio".

Miguel Montesinos
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Espiral de engaños


No era el momento de pensar, estaba todo oscuro. Tenía que huir y rápido, no debería de ser tan difícil, sería sólo coger el maletín con el dinero y marcharse. Yo llevaba un pesado abrigo para protegerme del frío de Febrero.
Me precipité hacia el salón y me encontré a Pablo tirado en el suelo. Me acerqué al cuerpo inerte y comprobé lo que me temía: estaba muerto. El cuerpo de Pablo estaba tan frío como el aire congelante del exterior, su cabeza chorreaba sangre en la parte posterior y el collarín estaba empapado, lo que había dejado una gran mancha de sangre en la alfombra.
De repente, oí pasos por las escaleras. Me escondí detrás de la puerta y escuché. Alguien se acercaba al cadáver, alguien a quién yo conocía: Ana. La miré atentamente, al parecer ella no se había percatado de mi presencia y la verdad, se lo agradecía. Ana estaba delante de mí y me daba la espalda.
Ella no se movió, parecía que estaba llorando, pero yo no oía el sonido de lágrimas. Fue cuando hizo un movimiento con las manos, llevaba algo en la mano derecha, no pude ver bien qué era aunque lo averigüé pronto.
Ana se acercó al cuerpo de Pablo y le dio un beso, luego toda la casa retumbó bajo el sonido de un tiro. Ana cayó al lado de Pablo.
Yo miré atónito la escena, no sabía qué hacer, pero tenía que actuar y rápido, los demás empezarían a bajar al salón a ver qué había sucedido en cualquier momento. Dejé el maletín al lado del cuerpo de Ana y subí las escaleras. Notaba los latidos de mi corazón acelerado cuando llegué a mi habitación me desvestí rápidamente y salí de mi habitación justo a tiempo para ver cómo Mónica, César y Juan corrían escaleras abajo.
Mónica gritó y cayó en lágrimas, Juan la abrazó y César se quedó petrificado. No sabía cómo actuar exactamente. Me puse nervioso.
-   ¿qué ha pasado? ¡tenemos que llamar a la policía!- exclamé, intentando actuar de manera convencida. Me volví de espaldas a ellos y llamé la policía.
La policía no tardó mucho en llegar a la casa de campo. Revolvieron toda la casa en busca de pistas y nos llevaron a la ciudad, a declarar.
Mónica fue la primera en entrar en la sala.
-   Señorita García, soy el inspector González, por lo que sé, era usted la novia de Pablo Antonio Sánchez, ¿correcto?
-   Sí, señor.-contestó Mónica nerviosa.
-   ¿cree usted que alguien tendría motivos para causarle la muerte?
-   ¡No!
-   ¿Ha discutido o peleado con alguien en los últimos días?
-   Que yo sepa, no.
-   ¿Qué relación tenían la señorita Ana Gómez y el señor Sánchez?
Mónica se cogió las manos y miró al suelo. No quería contestarle a esto al inspector.
-   E- eran sólo amigos.- dijo finalmente.
El inspector la miró fijamente. "sabe que miento"-pensó Mónica.
     -  ¿qué relación tenía usted con la señorita Gómez?
    -  Éramos muy amigas. Nos queríamos mucho, éramos como hermanas, ¿p-puedo marcharme? M-me hace daño recordarles.-preguntó.
-    Por supuesto.- dijo el inspector con duda en los ojos.
   El siguiente en entrar en la sala fue Juan.
-   Señor Pinilla, soy el inspector González, ¿cómo considera usted la relación entre los recientes difuntos?
-   E-eran amigos, se llevaban muy bien...n-no sé qué mas decirle.
-   ¿qué relación tenía usted con ellos?
-   Eran mis mejores amigos, nos llevábamos genial, siempre íbamos de fiesta juntos o quedábamos para ir al bar o para jugar al fútbol.
-   Ya veo. Y, ¿cómo considera usted la relación entre el señor Sánchez y su novia?
-   N-no sé...- Juan suspiró- Ellos siempre se peleaban porque a Pablo le gustaba mucho salir e irse de fiesta y a Mónica no le hacía gracia y se ponía celosa, pero vamos, es lo normal.
-   ¿y por qué es lo normal?
-   Venga, si su novio saliera todos los fines de semana para irse de fiesta, es normal que se pusiera celosa, porque no sabría qué andaba haciendo...
-   ¿usted cree que su nivel de celos era lo más normal posible?
-   Si, b-bueno, una vez se pelearon en serio y rompieron por un tiempo, pero luego volvieron.
-   ¿y por qué cortaron la relación?
-   No lo sé, nunca se lo pregunté.
-   Fue usted su mejor amigo, ¿correcto?
-   Si.
-   ¿y nunca le preguntaste por qué había roto con su novia?
-   ¡No! Le vi afectado y algo triste, pero nada más, así que no se lo pregunté.
-   ¿Sabe usted algo sobre el accidente de coche que tuvo el señor Sánchez el día anterior al asesinato?
-   No, no fue nada grave, le pusieron el collarín, pero sólo por si acaso.
-   Muy bien señor Pinilla puede marcharse.
El siguiente en entrar fue César. César siempre fue un tipo tranquilo, pero aquel día estaba nervioso.
Le observé mientras estábamos sentados en los bancos de al lado de afuera de la sala de interrogatorio y él sudaba. Era evidente que no había dormido pues tenía unas ojeras impresionantes.
La verdad es que cuando acepté su idea de ir a pasar unos días en una casa de campo me hizo ilusión la idea, hasta que me vi corrompido por la historia del lugar y por aquél maldito libro familiar que me había encontrado el día anterior en la biblioteca, dónde explicaba exactamente donde un antiguo dueño de la casa de campo había enterrado una pequeña fortuna que había estado acumulando.
El día anterior a la muerte de Pablo y Ana, los cinco fuimos en busca del bendito "tesoro" e incluso se me ocurrió robarlo y salir antes de que se dieran cuenta. Al parecer algo había salido muy, pero que muy mal y no solo porque había tenido que esconderlo dentro de la maleta de Pablo (que dormía con él en la habitación).
César salió de la habitación y el detective me hizo entrar en la sala.
-   Señor Navarro, ¿qué relación cree usted que tenían los difuntos entre ellos?
-   De amistad, por supuesto.- "es mejor no mencionar el tesoro", pensé.
-   Señor Navarro, alguien le vio subir las escaleras tras el segundo disparo.
Me quedé petrificado.
-   N-no sé de qué me habla.
-   Sabe perfectamente de lo que hablo. Señor Navarro, será más fácil para usted y para mí, si cuenta lo que hizo o lo que vio.
-   N- no vi nada, s-sólo baje a por un vaso de agua...
-   ¿Y no se dio cuenta de que había un cadáver?
-   N- no.
-   ¿y por qué subió las escaleras tras el disparo, señor Navarro, no tenía curiosidad por saber quién había disparado?
-   T-tenía miedo y no sabía qué hacer.
El inspector se quedó mirando fijamente a mi rostro. Yo miraba al suelo, debatiéndome entre decirle la verdad o callarme para no meterme en líos.
-   Si oculta información sobre lo sucedido, señor Navarro, se meterá en problemas.
-   N- no oculto nada.
En este momento una policía entró en la sala y le dijo al inspector que saliera.
Cuando volvió, el inspector traía una bolsa entre las manos.
-   ¿Sabe usted decirme qué es esto?- El inspector le había echado el "tesoro".
-   N-no.
-   ¿tendría razones la señorita Ana para suicidarse, señor Navarro?
-   No lo sé.
-   ¿Cree que alguien sería capaz de matar a un amigo por una pequeña fortuna, señor Navarro?
-    No.- Me sudaban las manos. Estaban frías de tanto nerviosismo.
-   Muy bien señor Navarro, ya puede irse.
Al salir de la habitación, fui al baño a lavarme la cara.  En el baño, había alguien metido en el váter que hablaba por teléfono.
-   No puedo seguir...lo sé. Lo sé, pero no tenía que salir así. ¡Se suponía que nadie saldría herido! ¡No puedo ocultar eso!... no, no quiero ir a la cárcel...lo sé, lo sé, pero...
Abrí el grifo y el hombre se calló, tiró de la cadena y se asomó por la puerta.
-   ¡hola, Juan!
-   ¡Fran!- me dijo con cara de sorpresa.
-   Tío, ¡menudo alucine, ¿verdad? Nunca podría haber imaginado hace tres días que nuestro viaje acabaría así...
Miré al suelo, seguramente, él tenía algo que ver en la muerte de Pablo, no podía decirle nada.
-   Sí, la verdad. Bueno ya me voy, ¡no puedo estar aquí ni un minuto más!
-   Ni yo. – se rió Juan.
Al día siguiente, el inspector volvió a llamarnos para hacernos preguntas, y así durante toda la semana.
Nos habíamos metido en un lío de los grandes y eso todos lo sabíamos. Yo sabía que Juan sabía algo más y sea quién fuera la persona con quién hablaba, también sabía algo. Pero no lo podría decir a la policía.
Me debatía entre lo que me decía la cabeza y lo que me decía el corazón. No podría decir que Ana tenía una relación sentimental con Pablo sin incriminarme. ¿Cómo decirles que pretendía robar el tesoro que todos habíamos encontrado?  Pero había un asesino entre nosotros, eso lo sabía muy bien...alguien había matado a Pablo, pero no sabíamos quién. Ahí estaba el quid de la cuestión, porque nadie tenía motivos, no que yo supiera.
M i debate no mejoraba la situación, no podía hablar con normalidad con mis amigos de toda la vida, dos de los cuales habían muerto, éramos sospechosos de asesinato, y lo peor es que el día del juicio había llegado. Yo no tenía dinero, así que tenía un abogado del estado, uno que evidentemente había acabado de graduarse.
Estaba nervioso, me sudaban las manos, no podía hablar, le conté todo lo que comenté con el inspector y él me dijo que no me preocupara, ¡cómo si pudiera hacerlo!
El primer juicio se dio y no se solucionó nada. Estaba asustado, debíamos de cooperar, sino estaríamos así durante años, por eso llamé a mis amigos.
Quedamos en un bar por la tarde. Había poca gente, la mayoría más preocupados con su juego, allí podríamos hablar.
Al principio fue un poco inquietante, pero luego fuimos hablando de nuestras cosas, sin tocar en el tema de Ana y Pablo. Pero si estábamos allí, era por eso.
A mí nunca me gustó irme por las ramas, así que pregunté directamente a Juan:
-   Juan el primer día que hablamos con el inspector...te oí en el baño...
-   N-no sé de qué me hablas.- dijo Juan sorprendido.
-   Decías a alguien que no se suponía que tendría que haber terminado así...y que no querías ir a la cárcel.
-   No hablé con nadie este día tío, te estarás confundiendo.
-   ¡te oí claramente!
-   ¡e-estás chiflado!
-   ¡SÉ LO QUE OÍ!
-   ¿qué quieres decir? ¿me estas incriminando?- vociferó Juan.
-   ¡sólo quiero respuestas!
El ambiente empezó a acalorarse. Ambos nos levantamos de golpe de nuestras sillas y nos quedamos mirando el uno al otro.  Hasta que toda la mezcla de rabia y furia contenida por todo lo que nos había ocurrido estalló. No sé quien dio el primer golpe, pero la pelea no pudo evitarse.
-   ¡FUI YO!- estalló Mónica entre lágrimas.- ¡YO LLAMÉ A JUAN!
Nos quedamos todos quietos. Juan y yo habíamos estado rodando por el suelo, pero cuando la oímos, paramos. Nos levantamos mientras mirábamos atentamente e Mónica.
-   Mónica, habías prometido no decir nada.- dijo Juan
-   ¡No puedo más!- dijo Mónica cubriéndose la cara con las manos.- N-nosotros planeábamos darle una escarmienta a Pablo, ¡pero era sólo una broma!- dijo ella.
-   ¿Y os lo cargasteis?- pregunté indignado.
-   ¡NO! No fuimos nosotros.- dijo Juan.
-   ¡Y-yo lo quería! Pero sabía que él y Ana se veían a mis espaldas...- dijo Mónica.- y no sabes lo mucho que duele.
-   Cuando Mónica me lo dijo, me cabreé. Así que queríamos darle un susto,¡ pero no matarle!- siguió Juan
-   ¿Y qué hicisteis?- pregunté
-   Le mandé un sms a Pablo, con un móvil nuevo que habíamos comprado, diciéndole que sabía lo que ellos estaban haciendo, le amenazamos y le cortamos los frenos del coche. ¡pero nada más!
-   ¡él podría haber muerto en este accidente!
-   ¡Estaba todo lleno de nieve, él no pasaría de los 40km/h! ¡era imposible que tuviera un accidente grave!
Juan tenía razón, además el accidente no lo había matado.
-   ¿y tú qué? -  indagó César, que no había dicho nada desde que habíamos llegado.
-   ¿qué de qué?- pregunté.
-   ¿qué hacías despierto después del disparo?
Sentí como iba perdiendo el color, él lo sabía.
-   I-iba a por un vaso de agua.
-   Para ir a la cocina tendrías que pasar por el salón.- continuó César.
-   S-sí, pero no vi nada.
-   E-esto es imposible Fran. – dijo Mónica atónita. Mis amigos se miraron entre ellos. Me puse nervioso con la insinuación.
-   Muy bien.- la hora de la verdad había llegado y tenía que afrontarla.- iba a llevarme el dinero que habíamos encontrado.
-   ¡¿QUÉ?!- exclamaron todos.
-   Lo sé, lo sé, no debería de haberlo hecho, pero...
-   ¡Entonces te pilló Pablo y te lo cargaste!- dijo Juan cabreado.
-   ¡NO, Jamás les haría daño! ¡Cuando  llegué al salón, Pablo ya estaba muerto! Luego me escondí y llegó Ana con la pistola...
-   ¡Venga ya! ¿cómo pretendes que te creamos?- dijo César con cara triunfal.
En este momento fue cuando lo entendí. Todo había sido un engaño desde el principio.
-   César, tu ¿cómo sabías que yo no estaba en mi habitación?- pregunté.
-   ¡oh! ¡no tengo que darte explicaciones, vil traidor! ¡ASESINO!
Las miradas de Juan y Mónica iban de uno al otro.
-   No, contéstale César. ¿cómo es que lo vistes?- dijo Juan seriamente.
-   ¿no ves lo que quiere? ¡quiere manipularnos, que dudemos el uno del otro!- gritó César alterado.
-   ¡CONTÉSTALE, CÉSAR!- repitió Juan cabreado.
-   ¡No tengo nada que decir! ¡es un asesino!- César estaba fuera de sí. Nunca lo habíamos visto así.
Juan y yo nos miramos, estábamos pensando lo mismo, pero yo fui quién pronunció las palabras:
-   César, ¡tú lo mataste, por eso me viste!
-   ¡No! ¡yo s-sólo...!- César salió corriendo por el bar.
Juan y yo corrimos tras él. Lo pillamos cuando apenas había salido a la calle, todos se quedaron mirándonos.
-   ¡cabrón asesino!- le gritó Juan y le dio un puñetazo. César cayó en el suelo agarrándose la nariz.
-   ¿por qué lo hiciste?- le pregunté
-   ¡Era un engreído, machista! ¡jugaba con todos nosotros!- gritó.- ¡el mundo está mejor sin él aquí!- dijo debatiéndose contra Juan y yo, que lo sujetábamos fuertemente.
Mónica estalló en lágrimas.
Lo llevamos a la policía, donde el confesó que lo había armado todo. Consiguió que Mónica supiera que Pablo le ponía los cuernos con Ana y sabía que Juan se pondría de su parte ya que eran como hermanos. A mí, me puso el tesoro. Sabía que yo lo necesitaba ya que mis padres se habían divorciado y las cuestiones económicas de mi familia estaban bastante mal.
Lo programó todo, no dejó ninguna huella, ningún desliz, salvo haberme visto aquella noche oscura, preparándome para fugarme de aquella casa de campo, preparándome para ir hacia el frío de la noche, con el dinero en mano, para ayudar a mi familia, aunque ni siquiera yo mismo contaba con que me iba a encontrar a un cadáver y con  una gran espiral de engaños.

lareinadestronada
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

El Jueves a las Cuatro


El asunto es que mientras agonizan tus diez minutos de retraso, mientras llegan los cafés o los tragos o el menú del día, mientras divagas sobre cumplir o desertar a la cita acordada con esta hoja entre sus manos -leves y eléctricas y garzas sus manos-, él habrá masticado la situación ocho horas antes como para ratificar que sí, que le atrae terriblemente, que le vamos a hacer y por ello el jodido es él; habrá pensado que para cautivarla dispondría de una cantidad alarmante de consejos de amigos ebrios, dos mujeres anteriores, revistas en la fila del súper y una que otra página; pero que con solo estimar la suma de esfuerzos que supondrán abordarla, saberla, descifrarla y abolir el riesgo de ser horriblemente acuñado como una amistad, se reviste de una gigantesca pereza que lo hace decaer en su propósito; de ahí que como alternativa a este impase haya optado por fundar una inútil doctrina de la que, como único fundador y discípulo, se presente a usted como una exhaustiva colección de franquezas e intenciones, como un mal chiste explicado en detalle encaminado a in-seducirla –verbo y palabra clave de tal escuela-, ya sea para ahorrarse los protocolos de rigor y gozar a la brevedad de sus beneplácitos, ya sea para al menos informarla sobre un futuro nadie al que olvidará dentro de poco. Por ello, a manera de introducción te notifica mediante este papel que en un lapso de hora y veinticinco, veinticuatro minutos, estarás en riesgo de presenciar a cierta entidad que 1)- la ha traducido a usted en nada menos que un desear de lo que no está, en un fenómeno de la atención, una intensificación del interés, un sobrestimado objeto de deseo al que vela por acechar su piel y por humedecer su nombre completo y por derrotar a sus labios y por acariciar hasta sus palabras, y 2)- entre su haber de nadas predilectas se perfila como promisorio sedentario , se pellizca la tetilla izquierda con los dedos en forma de tijera, se resigna a los ochenta y cuatro kilos, avizora a sus veintitantos un alopécico porvenir, preserva una colección de estrías en su espalda, desfoga sus rabietas reventando puertas y cajones, sospecha en la pulpa de los lulos la cara del mundo, odia el crujir de las bolsas plásticas y a las toallas mojadas a la salida de la ducha, y fracasa rotundamente con lo de cepillarse los dientes en las tres recomendadas dosis. Ahora, si tras el párrafo de arriba reclamas por malos usos de la segunda persona, deberás saber que 3)- de consumarse el encuentro, el ente mencionado hará gala de una infame intercalación entre el tú y el usted al dirigirte la palabra; El primero empleado para preguntar por tus cosas, para saber por tus ánimos, para mostrarse de acuerdo o discrepar cordialmente de tus ideas. El segundo para burlarse de sus canciones favoritas, para mofarse de sus cursilerías, para halagar los asomos de sus senos o a esa fiesta de piel de sus hombros descubiertos; para eso y también para denigrarla ante sus probables desaires en un futuro, si es que lo hay, o por el fracaso mismo de esta treta traducido en una futura silla vacía, razones con las que se dirá a sí mismo o a algún preguntante cercano, cerveza en mano, "allá ella, que se joda", pero no un que se joda, ni tampoco un que se joda, sino un que-se-jo-da, integro, redondo, suficiente para hacerla participe de un rencor abyecto y frustrado por no haber podido ahogar a sus poros ni saquear sus pudores ni espantar sus miedos, por no lograr calcinar sus fríos ni esfumar sus tristezas. Todo eso y claro, para desearle esmeradamente que se joda.

4)- Superado el desliz gramatical, habrá que decirte que el sujeto en cuestión sabe que no hay segundas oportunidades para primeras impresiones, de ahí que arribará provisto de un arsenal de prendas canónicamente combinadas, engaños amables para disimular su tan poco ejercitada humanidad. Anteojos de marco grueso ala yuppie listo 2011.  Cabello negro tan cuidadosamente descuidado como su incipiente barba. Blazer negro de pana con capota para maquillar una joroba cultivada con años de malas posturas. Un pantalón beige de dril que hospedará a su mano derecha mientras se encuentre de pie, y que posee la única horma que lo satisface, pensando en esos viejos arboles de gruesas raíces que adelgazan tan elegantemente hacia arriba. Medias y ropa interior sin evidencia de agujeros o elásticos desgastados. Unas zapatillas azules de piratísima procedencia, que si bien quieren imprimirle cierto desparpajo gozan de un ligero inconveniente, una falla geológica que pasa justo por el borde de la del pie derecho, una abismal grieta que con el menor atisbo de lluvias suscita desgracias en las villas de dedos aledaños. 5)- Así mismo, el prospecto asumirá que para no volver a agonizar esperando un timbre del teléfono o un mensaje en el mail o un frio gesto de correspondencia, para no seguir perdiendo tantas pequeñas dignidades, se camuflará en aquello de limitar voluntariamente su disponibilidad para aumentar involuntariamente tu interés, esa regla cero del cortejo que para tu beneficio implica que no llamará a horas en punto ni la preguntará más de dos veces en el chat y dará intermitentes señales de vida en la semana, que se acercará con células y pelo y su miopía a la mesa para darle toda su atención cuando tengas la palabra y de repente volver al espaldar de la silla con ensayadísimo semblante, self-confidence cruzando las piernas y siempre alerta de sus señales, de si sus parpadeos aumentan, de si se pasa la mano por la nariz para sospechar que miente, de si algún roce o sedosa cercanía llegan como tregua para poder avanzarla.

6)- Validando la estadística, el prospecto hace parte de la comunidad de hombres entre los 16 y 45 que contempla en promedio a tres mujeres en la calle como objetos de deseo, lo cual le significa -al menos mentalmente-, querer quererlas a todas y a usted, a ellas y a usted pero también alcanzarlas a ellas y a usted y a ti, invadirte a ti y raptarla a usted, a ti y a tí, a usted y a ti contigo; Sin embargo, el hecho de que sus ojos -rotundos y verbos y de madera sus ojos-, deambulen extrañados por estos renglones, son señal de que algún buen accidente le permitió contemplarla mientras trabajaba en el computador o calentaba su almuerzo en el microondas o sencillamente respiraba, y que por falta de prudencia se habrá estrellado aparatosamente con su mirada arrojando esquirlas de nervios y rubores idiotas por todo el lugar. Y por supuesto son señal de que habrá esculcado las fotos de tu Facebook a manera de consuelo. Cumple de Vanessa. Tayrona. Casa Jaguar. Quinientas treinta y ocho formas de usted, quinientas pero en especial esa en el balcón de algún hotel, su cabello galopando en el aire, su mirada nadando entre el océano y una mariposa de tinta aleteando en el cielo de su piel; esa foto en especial porque se entretuvo pensando que las flores de aquel vestido brotaban pero de su espalda para colmar aquella tela blanca que la cubría. Ahora, si para este momento, el momento de esa O de momento que acabas de leer, la única sensación que la acoge es la del asedio, la del acoso indiscriminado, deberás tener presente que al respecto no mostrará intención alguna de retractarse porque –y en esto será ridículamente enfático- Dios es el primero de los voyeristas, porque mirar es elegir, es la erección del ojo, mirar es una antología porque ellos con mi y todos se miramos a nos, porque el deseo es basto y felizmente indecente cuando se escurre entre el anonimato.

7)- Mientras preguntas a alguien sobre cómo llegar a ese lugar con música indie a bajo volumen, los posters de cine tan bien enmarcados y el café servido en enormes mugs, sabrás que la plática que podrías o no entablar deambulará por sus fracasos culinarios con la salsa bechamel, el regalo de cumpleaños para su sobrino, un disco de The Editors que ha vuelto a escuchar después de mucho tiempo, los chismes de dos o tres estrellas de cine, un paréntesis para escuchar tus ponencias y la ganadora del Oscar a mejor película extranjera, para lo cual procurará hablar poco sobre sus atributos y mantendrá intacto para contigo el tono con el que se dirige a sus amigos -3.5 palabrotas por minuto-, porque bien le han inculcado que no hay que venderse mucho ni hablar de lo bueno que uno sea y mostrar la personalidad con acciones en lugar de palabras. Bueno, eso y una que otra estratagema que -por aquella bobada de la espontaneidad le es imposible especificar aquí-, lanzará en pro de su sonrisa - origen y alud y alba su sonrisa-, acaso el primero de sus desnudos porque des-nudar es quitar nudos y en este caso los de su boca -presagio y camino y pecera su boca-. Eso sí, 8)- procurará no acompañar de risas sus propios comentarios, la maña del payaso flojo para maquillar la falta de gracia, porque creerá ciegamente aquello de que el sentido del humor es el hermano pequeño de la inteligencia. Y entonces, si por alguna sinrazón te permitiste llegar hasta este rincón del papel, sabrás que pasados tus diez minutos de retraso y los cafés y los tragos o el menú del día, cuando estés rayando garabatos sobre tu servilleta y él mirando el afiche de la niñita asesina de Kill Bill, te dirá cuanto le cuesta pedir la cuenta y andar tres cuadras y  aguardar al infortunio de su autobús reprimiendo el impulso de no dejar ilesas ni a sus manos ni a su risa ni a su boca. Porque 9)-no soy yo, no eres tú, es la hoja quién lo dice. Es esta Reprograf multipropósito tamaño carta tan asépticamente impresa la que lee su rostro -fruta y paisaje y lienzo su rostro-, la que me dice que usted dice que para hacerla feliz antes tendría que quererme primero pero no lo hace, mientras que para hacerla infeliz no hace falta que me quiera, por lo cual para hacerla feliz tendría que primero hacerla infeliz para luego sí poder hacerla probablemente feliz. 10)- Total que incurrir o escapar a este capricho no es sino elección tuya en una hora dieciocho, diecisiete minutos. Total que papá sentenciaba que con ellas hay que retirarse cuando se esté ganando.

Nabisco
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Mi chavillo y mi Juan


El Juanillo, doce años contaba cuando se conocieron, rubio él, descollado, y con el testimonio de las fatigas pasadas, como toda esa generación que vivió su infancia entre y despues de las angustias de la recién terminada contienda, superando los primeros años tristes, como mejor pudieron, y que aún quedaban retratados, en el semblante de los hombres de negro de la plaza del pueblo; y de las mujeres ataviadas de manto de fino crespón pasado, que al toque de esquilón de cualquier espadaña, o lo que quedaba de las muchas torres que hubo antes de la vergonzante contienda, acudían a la novena -todos los días había alguna-  justificando la salida vespertina  al oscurecer; y por qué no decirlo, cara al orden instituído por los carteristas de la Libertad.

Chavillo, un cordero primalillo entresacado a cambio de alguna hoja de tocino salado, debía proceder alguna de aquellas piaras transhumantes, hizo buenas migas con el Juanillo y con las vacas que cuidaba su padre. Muy cerca para sentirse, lo suficientemente lejanos para no estorbarse; éste, con las vacas paciéndo, de paz y pastos; el Juanillo en la escuela, muy cercana a aquellos "ejíos" dónde se soleaban las vacas, de las que su padre era el responsable , guardés, vaquero, lechero y vigía nocturno, si preciso fuere. Los días "de bueno" las sacaba a los ribazos del arroyo, según la vereda real, adrede mal respetada y desdidujada,  aunque nunca les faltaron los buenos yeros, albejanas, habas, cebada y maíz, en las trojes de los "tinaos"; así como tampoco las buenas pajas trigueñas y las gárbulas de semilla, (la de lentejas era la preferida del Chavillo) en sus pajares, cuyos peldaños en caracol -alguno intercalado de palo- aprendió a subir.

El Juan y el Chavillo, ajenos a todo, por la edad, no podían suponer el sacrificio tan grande de la generación precedente por sacar las cosas a flote, aunque en su sensibilidad siempre había una sombra que todos trataban de encubrir, y qué Chavillo y Juan adivinaban. El  no se fiaba de nada; nadie se fiaba de nadie. El Juan, de padre -presumía de haber roto el carnet del Agrario en la misma cara a Gil Robles- y con bastantes reservas y licencias, adicto al régimen; sus abuelos maternos y por descontado la madre "tordeaban" (eludiendo la expresion "malditos rojos") y por consiguiente, sin poder evitarlo, se sentian intrusos y fuera de lugar en cualquier parte, menos cuando estaban con y entre ellos mismos.

El Juan y el Chavo, libres como la mariposas en sus aleteos, libando de  la primavera halos de libertad, y transportando amor de flor en flor, eran felices. Sentado uno, y echado el otro, sobre las piedras, engarzadas y apresadas de red metálica, del gabión, recién construído, sobre aquel codo del arroyo, a la hora de cuando los ojos del Chavillo se volvían atornasolados y púrpuras, a punto de oscurecerse el día, hora en que recibían con cierta frecuencia, bien por coincidencia o por que fuese el lugar de la cita, las visitas de la Anilla, la del portal, muy descuida de pelo, pese a que Dios no la descuidare de hermosura; la otra Ana, la del terrao, rubia, muy pecosa y gran mujer, de las de "verlas venir"; o la de la Carmencita, la del corral, con sus aires de artista a lo Greta Garbo -sí, se parecía- que tenía un novio que tocaba la guitarra; tres buenas mozas, que enseguida, a la vez que oscurecía, te daban el "con dios";  habían  de contar cosas -no sé a quién- entre las choperas de aquél paraje; de amor las suponía, el Juanillo; eso le decía al Chavo.

Ambos, en sus recorridos por el rio de dos orillas, ven las aguas, siempre cristalinas, en los dos ribazos, aunque no siempre lo sean del todo. Con sus juegos, sus carreras y sus saltos de gozo, transmiten mensajes de amor a la desconfianza, entre sí establecida entre los mismos del pueblo, luego de la horripilante contienda; aguas encenagadas y aguas cristalinas. La vista y las mentes enturbiadas por la falsa victoria.

Platero -el Juanillo leía a Juan Ramón- no quería ni bridas ni ronzal; Juan Ramón le apañó una soga que no servía para nada, la rompería siempre que se le figuró hacerlo. El Chavillo, imposible, aquéllo para él, inaguantable; nada de sogas, ni ramales, ni marteguillas, ni opresión. La Isabela, otra niña del Cañuelo un día le puso una motita roja, sobre su frente, además le decia "Richi" y no se por qué -bien sabía que su nombre no era ese- pero no tardó en quitárse el adornito; lo mismo, de ser azul o verde. No estaba, ni hecho ni nacido, para eso.

Los crios del barrio, en ocasiones, con su algarabía se suman a la pareja pastoríl, olvidándose en algunos de ellos -casi todos- que llegada la hora de la merendilla, de ésta, no la habrá en la alacena de su casa. La guardesa, la madre de Juanillo, Isabel la de la Calleja del Cañuelo -la un tanto rojilla- bien hará con un gesto, señalar al qué, o a los qué, prudentemente, veía más necesitados de una "ayudica" en ese sentido -unas cucharadas de miel sobre un moñete de pan casero de orza, o un panaceite- sin saber si mañana a ellos, a su Juanillo en especial,  pudiera faltarle. Era el día a día, el de todos los días y todos los lares, de todas las Españas.

Lo mismo que fué con el Chavo, tras la muerte de Isabel -la rojilla y sentida desde las dos orillas- el Juanillo se hubiera entregado a la ternura de  cualquier otro alguién. Tenía al Chavillo, quién a la salida de la escuela, por la mañana sobre las doce; y a la tarde, a eso de las cinco y media -según qué época- siempre esperaba; el resto del día, el Juanillo, y sobre todo de la noche, vestidito de negro -como los hombres de la plaza del pueblo- ayuno de amor de madre, mañanas y días, tardes y noches. El brillo aterciopelado de sus ojos de color de cielo, habiase turbado; la mirada angelical, comenzaba a ser resentida, salvo cuando compartía con el Chavillo sus soledades incomprendidas por la falta, la ausencia, de la madre que no volverá jamás. Aquella madre que no pudo levantar el vuelo de un hijo que tocado ya se arrastraría, hasta que llególe su hora, temprana hora, también para él; vaya que si había de llegarle! Temprano le levantó la muerte el vuelo. Si ya volaba, en sus sueños, para qué no querer verla. Para qué?

El Chavillo tampoco duraría eternamente. Otra cosa hubiera sido, si la naturaleza se hubiere desdicho, al menos, hasta pasada la adolescencia de su compañero Juanillo, permitiéndole estar a su lado. Llegó la ternura, desde cualquier alguién, en forma de mujer, con las segundas nupcias del padre; hombre éste, recio de carácter y condición acerada, fruto del templado de la fratricida. La menorcilla de los Clavijo -estos no eran rojos- con la que se casó,  la nueva esposa del padre, también necesitada de ternura, se vuelca con Juanillo, mimándolo, acariciándolo y cuidándolo con ese amor instintivo de madre que aún no había sentido; pero la naturaleza, también se ocupó de quebrar aquéllo; enseguida parió y fué madre.
Juanillo volvió a quedar indefenso, arrinconado, triste y con muchas horas de mirada perdída, muchas a la orilla de aquel arroyo, que como nadie, él bien sabia de la limpieza de sus aguas, desde las dos orillas. Dos orillas que siempre vió como una, siempre vió como cauce, único y limpio.

Ya sin el Chavo, puede que hablara con los peces. Decía que entre los barbos tenía algunos amigos, y que se reunía con ellos, al pasar el gabión, al remanso de las aguas cristalinas, para darles de comer, compartiéndoles la merendilla; la qué hacía algún tiempo no compartía con nadie, desde que tras abandonar la tierra, para convertirse en una estrella de centelleos rojizos, que apareció en el cielo y a la que siempre, el hijo vería refleja en la zona de agua arremansada al pasar el gabión, el gabión nuevo del codo del arroyo; creo que la buscaba con ansiedad, lo que le hacía presentir que el brillo de aquélla otra, pudiera ser el de la suya ausente. Si al menos hubiera estado el Chavillo? Tendría alma el Chavillo? No veo su estrella, me decía.

Siempre me he preguntado, si de verdad en el arroyo hubo barbos; da igual, si los hubo, o no. Yo nunca los ví. No sé, lo conocí desde muy niño, ya más crecido me contaba del Chavo -su imaginación de lo que pudo haber sido- aquel día del terremoto; "fué sobre las diez y media de la mañana, y aunque el maestro Don Manuel, nos dió salida a los chiquillos instantes despues; a la puerta, ya estaba el Canario esperándome". Decía, no haberle dado importancia a aquéllo, pues era lo habitual; lo que no era habitual, fué la hora; y que las vacas y el Canario con ellas, no salían en la mañana, sino en la tarde, eran los primeros días de junio y la salida era al atardecer.
El Chavillo se fué en busca de su amigo, se escapó de los "tinaos".  Pasara lo que pasara, tenía que estar junto a Juanillo en ese momento  tan señalado y a la vez desconocido para ambos. Lo que no extrañaron nunca fueron los bellos atardeceres con  los jazmines encaramados, abriendo sus pétalos, a la tarde; y que se veían por encima de los tejadillos de aquellos corrales de "tapiar", del trayecto desde las cuadras al "ejío", ese cercano a la Poza de los Pastores, dejándo a un lado los grupos de las escuelas, recientemente construídas, dónde tomaba lección el Juanillo.

De haber estado el Chavoo a su lado, en sus muchos días de frustración y de peligro siempre latentes, posiblemente las cosas se hubieren producido de otra forma. Le daba libertad, le daba la verdad; le daba todo, ternura incluída. Le hubo dado lo que le faltó a partir de su marcha, en busca de ese cielo de noche,  esa avecilla de la Calleja del Cañuelo, que compartía alacena con los chiquillos del pueblo; aquella rojilla, que se fué, sin querer saberlo; aquella madre que lo parió, que de tanto ser madre, tuvo un hijo que  compartia caricias con un simple cordero; lo mismo las hubiera compartido en su conversación con los barbos; o con la mariposa celestina, que cobraba en nectar sus pasaportes del amor, entre estambres y pistilos enamorados; lo hubiera sido al igual, con los trigos sedientos de amor, que para una décima de segundo, esperan ansiosos una brisa que quisiera ser viento para extremecerse de placer, en su noche única, sobre la campiña; lo hubiera sido igual con esos amapoles celosos de los trigos, tratando de embellecer los barbechos, de promesas rojas. Los campos, sin que nadie les explique saben adornarse adecuadamente. Saben utilizar la paleta, según que época del año, y el acontecimiento que haya de corresponderle.
Pese a su colorido, tantas veces indescriptible, los hombres de mi pueblo todavía vestían de negro.

Temprano levantó la muerte el vuelo. También pasó temprana por la vida de Juanillo, y de tanto amar, llena. El Chavillo, Isabel "la rojilla de las Callejas", el Juanillo y tú, y yo, y las niñas de las choperas; y la Isabela, la de la motita roja; y Don Manuel el maestro escuela; y el cura de los carteristas; y todos. Todos en busca de ese amor sin fondo que es la vida, que es la verdad, y de entre todas las verdades, una -la más importante- otra por la que luchamos, la Libertad. Posiblemente un tanto utópica, hasta que llega la muerte, con la que esa verdad se hace realidad.

Mira Chavo, lo que le decia Juan Ramón a Platero, "que de rosas caen por todas partes: rosas rojas, azules, rosas, blancas, sin color...Diríase que el cielo se deshace en rosas. Qué haré yo con tantas rosas"

Solanera
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Punto de vista


El TIPO DEL PENDIENTE
Unos cincuenta. Mal conservado. Le sobran ojeras y le falta un asesor de imagen. Lleva un jersey imposible, unas gafas del año tres y le ha robado la gabardina al inspector Gadget. Tiene pinta de anticuario, pero ese pendiente... Hay algo que no encaja. Es como si mi abuela tuviera un tatuaje.

LA SEÑORA DEL VISÓN
El peinado la hace más mayor. Tal vez su marido le doble la edad. Seguro que se tira al chófer. Entre el abrigo, el bolso, el collar y las pulseras, llevará encima 100.000 euros. Sin rasurar.

EL GORDO DEL CHANDAL
No sé si lleva chándal porque le gusta, porque está gordo o por las dos cosas. Encima se está quedando calvo. Joder, no hay por donde cogerle. Normal que esté donde está.

LA CHICA DEL PELO CORTO
Mola el piercing de la ceja. Tiene pinta de oler de **** madre. A zumo de naranja. Lleva un libro de Millás en la mano. Puede que estudie Hispánicas. Tal vez escriba esta historia.

EL ABUELO
El corazón le va bien, eso está claro. Setenta largos. Demasiado afeitado para estar viudo. Dos puntos más por el sombrero de Philip Marlowe. De derechas. Del Madrid. ¿De Franco?



EL RÓKER
Su tribu está en vías de extinción, por eso se resiste a enterrarla. Para mi gusto el tupé es demasiado grande. Nunca les he entendido. Es cómo ir disfrazado todo el tiempo. A veces pienso que tienen mucha personalidad y a veces pienso que tienen menos que un mosquito.

LA CAJERA
Qué hace una chica como tú en un sitio como este. Nadie va a pegarte un tiro. Eso sería antiestético, algo así como darle una mano de pintura a un jardín. Estás tan buena que haces que el uniforme parezca de Armani.

EL ATRACADOR
Demasiado tranquilo para ser un yonqui y demasiado nervioso para ser un profesional. Habrá pedido un millón de dólares y un helicóptero, cualquier cosa para ganar tiempo. No me gusta. Fijo que hace todo esto para salir en la tele. Es lo que pasa cuando ves las películas equivocadas. Sin embargo... Lo de apuntar a la cabeza del gordo del chándal está bien pensado. A nadie le cae simpático un tipo así. Es como si estuviera diciendo: ¿Veis? Elijo al que todos habríais elegido. No estoy loco. Podéis fiaros de mí.
Y el caso es que los tiene calladitos y casi podría decir que tranquilos. Estarán echando cuentas: se rinde seguro, y a una mala se carga al gordo.

YO
¿Qué de dónde he salido? Bueno... eso es precisamente lo que se estaba preguntando ese idiota justo antes de que se apagara la luz. Yo hubiera preferido cargarme al gordo, pero en este negocio se dispara al que tiene la pistola. Y créanme, a nadie le importa si es de juguete.

Mariano Zugasti
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Querida Dafne


Querida Dafne,
Son más de las tres de la madrugada. No sé qué carajo hago escribiéndote una carta a estas horas. Quizá es culpa del cansancio que me provoca no poder dormir des del día en que te fuiste.
Hace hoy justamente 33 noches que me persigue el insomnio. Y no es justo, ¿sabes? Tú estás allí, a 9.598 kilómetros de aquí, pasándotelo bien, disfrutando de la vida. Y yo aquí, a 9.598 kilómetros de ti, preguntándome qué es la vida, ahora que no estás.
Tengo fiebre. Y me duele la cabeza y el corazón. Sabía que esto ocurriría, pero en fin, es lo que me toca. Tú elegiste la opción correcta, no te sientas culpable. Ya sabíamos que lo de antes no iba a durar toda la vida. Aunque (perdóname por confesarme) más de una vez se me había pasado por la cabeza de estar siempre contigo. Ya sabes, casarnos, tener hijos y todo ese rollo. Vale, no, olvídalo. No quiero preocuparte ni que sientas más pena por mí, que ya debe ser bastante.
Oh, lo siento, no te he preguntado nada de ti y tu nueva vida todavía. Entiéndeme, el dolor a veces se apodera de mis buenos modales. Eso, ¿cómo te va por allí? ¿Mucho trabajo? Supongo que ya habrás hecho muchas amigas. Y amigos. No. Dime que no has hecho amigos. ¿No habrás conocido a ningún tío, verdad? Dime que no, por favor. Yo soy incapaz de pensar en nadie más que en ti. Sigo haciendo lo de siempre: trabajar, comer y dormir. Sigo saliendo. Pero ahora tengo otra actividad, que me ocupa todas las horas: echarte de menos.
He salido muchas noches des de que te marchaste (obligado por mis amigos). Y me doy rabia a mí mismo porque desde entonces bebo un poco más de la cuenta. Esas noches me doy pena. Eh, pero no te pienses que ya no ligo. Se me acercan de vez en cuando algunas chicas, pero yo siempre me escapo de ellas. Aunque es verdad que no me arreglo tanto como antes, ya no me pongo esas camisas que tanto te gustaban. Total, ¿para qué, si tú no me las vas a ver puestas?
Me he dejado un poco de barba. Me da mucha pereza afeitarme. Si vuelves, te prometo que me la quitaré. Recuerdo que te quejabas cuando te rozaba las mejillas con mi barba de dos días. No te gustaba ese tacto. A mí me encantaba el tuyo. Creo que hasta si te hubiera salido barba me seguiría gustando. ¡Lo que daría yo por volver a sentir tu mejilla contra la mía!
No me hagas caso. Sabes que siempre he sido un poco loco y demasiado romántico. Pero ¿cómo no iba a ser romántico estando contigo? Me gustabas mucho, me gustas mucho y me seguirás gustando mucho como no tire esa foto tuya en mi mesilla de noche que miro todos los días, especialmente cuando me despierto y cuando me voy a dormir. Sí, esa en la que sales con aquella falda roja tan corta y con esa sonrisa tan larga que a mí me alegraba todos los días. Hay que ver cuánto me pica su ausencia.
Me he convertido en un niño pequeño perdido. Lloro todas las madrugadas. Nunca había derramado tantas lágrimas, ni siquiera cuando murió mi madre. Me doy asco por eso; ella no se lo merece. Incluso he vuelto a fumar. Lo odiabas y por eso lo dejé, pero ahora me ayuda a mantener mis dedos y mi boca ocupados, pero no mis pensamientos. Me ayuda también a quitarme un poco la ansiedad, aunque sólo cuando estoy fumando. Luego vuelve duplicada, por tu ausencia y por las ganas del tabaco. Es el pez que se muerde la cola, y yo me estoy quedando sin ella de tanto morder.
Dime, ¿volverás algún día? Es por saber si tengo que esperarte para verte en esta vida o en la siguiente. Sabes que no creo mucho en estas cosas, pero, la verdad, desde que ya no estás, estoy tan desesperado que me creería cualquier cosa si eso está relacionado con volverte a ver. En fin, perdóname por quererte tanto.
¿Sabes qué? Lo estoy pensando, y creo que soy un estúpido y me siento ridículo. Tú ya te estás olvidando de mí. Sino no habrías dejado de llamarme desde el noveno día y me cogerías el teléfono. Yo no quiero ni puedo olvidarte, pero tú estás lejos, de aquí y de mí: esta es la realidad. Qué le vamos a hacer. Pero eso sí: no me pidas que deje de quererte, porque eso sería como pedirme que deje de vivir.
Déjalo. No quiero molestarte más. Haz tu vida y yo intentaré seguir con la mía. Tal vez nos volvamos a encontrar en algún lugar fuera de mis sueños. Tal vez tú llevaras aquella falda roja tan corta y esa sonrisa tan larga. Sabes de sobras que yo te esperaré.
No tengo miedo a ser feliz. Tengo miedo a ser feliz sin ti. Pero... Ah, ¡cómo me duele la cabeza! Me voy a fumar otro cigarrillo. Y voy a quemar con él esta carta. No quiero que llegue a ti, no quiero que sientas pena por mí. Si me quieres demasiado como para no estar sin mí (como yo te quiero a ti) volverás. Y yo seguiré aquí por si lo haces.
Buenas noches, querida, buenas noches. Perdóname otra vez por quererte tanto, perdóname si vuelvo a llorar esta noche por ti.

Apolo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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MASCOTAS


El negocio de las mascotas parlantes estaba en auge, después de años de lucha para que fuera rentable lo había conseguido. Pero Pedro aun recordaba los primeros tiempos, donde las risas irónicas y la críticas eran la moneda de cambio de su brillante idea de llevar una mascota parlante a cada uno de los hogares  de su planeta.
En un principio nadie podía creer que esas semi-criaturas, tan actas por otra parte, para las labores en minería y en los campos de nutrientes, pudieran ser educadas para un trabajo tan delicado como el de animal de compañía de los niños.
Sus allegados fueron los primeros en criticar su idea, no tiene futuro Pedro, no le des más vueltas le decía su hermano.
- Pedro, ¡No lo ves! ¡Son como animales! ¿Cómo esperas domesticarlos para que jueguen con tus hijos?
Su mujer también intentó por todos los medios de que desistiera en su empresa.
- Más que comunicarse, se diría que gruñen, es imposible el hacerlos sociables para desempeñar la tarea de mascota, ¿No te das cuenta que sólo piensan en procrear? Si se los dejara pronto se convertirían en una plaga y atentarían contra nosotros.
Y así sucesivamente le iban recriminando todos y cada uno de su más allegados.
- Invertir tu dinero en ese sueño es una utopía, sin duda te llevará a la ruina                económica.
Pero todo eso ahora había cambiado, todos los que antes se reían de su iniciativa, ahora le sonreían al pasar, le alababan y declaraban abiertamente el buen ojo que tenía para los negocios. La idea surrealista y tan criticada, se había convertido en una realidad digna del mejor inversor, los monos parlantes se habían proclamado en la mascota más solicitada en todo el mundo, millones de franquicias repartidas por todo el planeta lo atestiguaban, era un negocio consolidado y prospero, con un futuro más que prometedor.
Todo esto estaba pensando Pedro sentado detrás de su mesa de autentica madera de roble, extinta desde hacía tiempo en su mundo y ahora exportada precisamente del sitio de donde provenían sus mascotas.
Había sido difícil el poner en marcha su negocio, uno de los problemas a los que se había enfrentado era la promiscuidad de la que hacían gala las criaturas, si se las dejara estarían copulando las 36 horas del día y "Criarían como conejos" No sabía a ciencia cierta de donde provenía esta frase hecha, pero se había popularizado a raíz de ponerse de moda las mascotas parlantes, actualmente todas ellas salían de sus granjas debidamente esterilizadas, cosa que rentabilizaba su negocio aun más, ya que nadie se podía poner a criarlas por su cuenta. La ley 2508 del código por el que se regia el trato con otras especies en el universo, le venía como anillo al dedo para hacer más prospero su negocio, esta ley establecía que toda especie encontrada y dominada para hacer cualquier tarea dentro de nuestro mundo, debía de ser oportunamente esterilizada, así se evitaba poner en peligro la supremacía de su propia especie.
Por esto tan sólo en sus granjas se encontraban individuos actos para procrear, todos los que salían de ellas para hacer compañía a los millones de niños del planeta estaban incapacitados para procrear. Sin duda era mejor así, por que a pesar de la incapacidad de engendrar, cuando se encontraban en los parques de las ciudades con sus congéneres, las miradas y los coqueteos eran continuos, y esperaban impacientes el descuido de algún niño olvidadizo que los dejara de atar, para escaparse y flirtear con sus semejantes. Era bien sabido en la comunidad, que a pesar de su imposibilidad de gestar, seguían disfrutando del hecho físico que iba unido a su emparejamiento.
El propio individuo que tenían sus hijos y a pesar de todos los acondicionamientos a los que había sido sometido, los mejores que el dinero podía comprar, había sido imposible el reprimir esos comportamientos abominables, Cuando salía y veía una hembra de su especie, con esas glándulas mamarias apuntando al cielo, se le salían los ojos de sus orbitas.
Hasta la fecha nadie había podido inventar algo definitivo para solucionar el problema, se habían invertido millones en investigación para erradicar estos comportamientos indecorosos, pero sin resultados, de echo se había llegado a la conclusión reciente, que el espécimen dominante en el tercer planeta del sistema solar de la vía Láctea, denominados por ellos mismos como seres humanos, eran inmunes a la manipulación de su instinto procreador.

Ampi
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Güisqui sin hielo


Aún no había amanecido cuando el chófer de la buseta anunció su presencia con el claxon. Ella ya lo estaba esperando. Se había levantado muy temprano para estar dispuesta y mataba el tiempo dándole conversación a su patrona, mientras apuraba el "tecito" que ella misma le había preparado a modo de desayuno. También había sido ella la encargada de buscarle una plaza en el microbús que llevaba a los escasos turistas de invierno hasta la orilla del lago Grey, frente al glaciar. A duras penas hubiera podido pasar por una de ellas: Abrigada con un jersey tricotado a mano, con un gorro de lana enfundado hasta las cejas y una roída bufanda de la que apenas sobresalían algunas greñas, ni al conductor se le ocurrió pensar que fuera norteamericana o europea, como los demás viajeros. Además, la había recogido la primera y la había sentado a su lado, en la parte delantera, porque no se alojaba en un hotel, como los demás, sino en una residencial, a caballo entre una pensión y una casa particular que alquila habitaciones.
   Antes de llegar al glaciar, apenas se hizo de día, se detuvieron a la entrada de la cueva del Milodón y, cuando el sol ya alumbró lo suficientemente como para que las instantáneas salieran bien, se tomaron fotografías junto a llamas y cóndores, con el telón de fondo de las Torres del Paine emergiendo de los bancos de niebla que ocultaban el horizonte. La última parada la hicieron en un pueblito cercano al lago, al lado de una cantina en la que el conductor, que a esas alturas ya se había tomado la confianza de hacer saber que se llamaba Mateo Correa, los animó a comprar el güisqui que podrían beber con cubitos de hielo del glaciar. "Agua pura que lleva congelada miles de años", precisó él. "Será como beberse un instante de la prehistoria", pensó ella.
   Almorzaron juntos, apartados del resto de los turistas, que sacaron las bolsas de picnic que les habían preparado en sus hoteles. Él, que había comprado pancito recién horneado en la cantina del pueblo, sacó una fiambrera de peltre en la que llevaba el almuerzo que él mismo se había cocinado; ella tuvo que conformarse con las frutas y el bocadillo de fiambre que había improvisado la noche anterior. Lo comieron casi en silencio, viendo el alboroto y el bullicio de los demás. Cuando terminaron, él le ofreció un cigarrillo.
   – ¿Es usted de Santiago?
   – No, no... Soy de España.
   – ¿De España? –preguntó, sorprendido, como si le estuviera preguntando: "¿Y qué haces aquí, a mi lado, comiéndose un bocadillo en vez de estar bebiéndose un buen vino con los demás?"
   – Sí –admitió ella, temiendo que, a renglón seguido, como tantos otros, fuera a mencionarle la conquista, el oro robado, las indígenas violadas...
   – ¡España, la madre patria! –exclamó él, sin embargo–.  El Real Madrid, Julio Iglesias, la Feria de Sevilla, el Corte Inglés... 
   Hizo una pausa, como si esforzara en seguir recordando:
   – Don Quijote de La Mancha, la paella...
   La miró sonriente y la mujer le devolví la sonrisa, dando el visto bueno a sus conocimientos del país... Al fin y al cabo, ella no hubiera podido decir otro tanto de Chile, antes de viajar hasta allí.
   Tuvieron que dejar el coche junto a la carretera y adentrarse a pie por un sendero que, entre árboles frondosos, los llevó hasta la barrera de piedras que, con las arrastradas durante siglos por la fuerza del glaciar, el agua del lago había formado en su orilla. Desde lo alto de la morrena ella contempló sobrecogida la belleza de aquella montaña de hielo azul que, como un río gigantesco, se deslizaba lentamente por entre los majestuosos picos de los Andes. Es un avance que está vedado a los ojos de los hombres, pero que ella conocía porque lo había leído, como había leído que, si todo el mundo se callara, podrían escuchar la música del glaciar: el cristalino tintinear de miles y miles de pedacitos de hielo chocando entre sí al ser mecidos por la suave brisa que acariciaba la superficie del agua. Mas los turistas se habían precipitado alborozados hacia la orilla; festejando el haber llegado hasta allí, daban gritos de júbilo, que el eco devolvía multiplicados, y se apresuraban a sacar fotos, aprovechando las últimas luces del día. El chófer se quedó a su lado, contemplando el ruidoso espectáculo, mientras ella no se cansaba de pasear la mirada desde lo más alto de la lengua de hielo hasta los gigantescos pedazos que flotaban a la deriva.
   Cuando los demás sacaron sus vasos de plástico y las botellas de güisqui, ella abrió también la suya... Pero lo hizo en lo alto de la morrena. Bebió un buen trago y, tras limpiarle la boca con la manga del jersey, se la pasó a Mateo Correa. El hombre bebió y se la devolvió a la vez que le preguntaba:
   – ¿No le va a poner hielo?
   – No –le respondió–. Me lo he pensado por el camino. Me gustaría que esos cubitos de hielo, que llevan miles de años congelados, siguieran ahí dentro de otros cuantos siglos.
   – No durará tanto el planeta...
   – Es posible... Desde luego, nosotros no lo veremos; pero yo siempre podré pensar que aquí, tan cerca del Polo Sur, algo de este glaciar, por poco que sea, sigue existiendo gracias a que yo no lo mezclé con güisqui.
   Le dio un nuevo trago a la botella y se la volvió a pasar.
   – Bien poco será –sentenció él, cogiéndola a su vez y llevándosela a la boca.
   – Yo no sé si en toda España habrá tanta agua como ahora estoy viendo.
   – Noooo...
   Había estirado tanto la o, que ya no estaba negando, sino expresando su asombro, su incredulidad.
   – Puede que sí. No lo sé. Lo que si sé es que donde yo vivo no la hay. Por eso, cada vez que abro el grifo...
   – ¿El grifo?
   – Sí, lo que aquí llaman la llave. Cada vez que lo abro y sale el agua a raudales me parece un verdadero milagro... Mi abuelo construyó un aljibe en su casa, para almacenar el agua de la lluvia, pero no siempre llovía como para que no faltara; así es que había épocas en las que mi madre tenía que caminar varios kilómetros, con la ropa sucia a cuestas, para lavarla en un reato; cuando yo nací, tenían que comprar el agua para lavar mis pañales y, yo misma, siendo niña, tuve que ir, en algunas épocas, a la casa de algún vecino que tuviera pozo y me la dejara sacar en un cubo, con una cuerda y una polea...
   – ¿En España? Yo creía que era un país muy adelantado.
   – Bueno, eso fue hace cuarenta o cincuenta años... Ahora, aunque el problema de la sequía sea el mismo, hay otras soluciones. Es posible que si yo fuera más joven y no hubiera vivido todo eso, estuviera ahí abajo con esos gringos y esos guiris echándole cubitos milenarios a este güisqui.
   Para subrayar sus palabras le dio un nuevo trago a la botella y se la volvió a pasar a su acompañante.
   – No puedo beber más –se excusó esta vez–. Soy el conductor.
   – Mire si han cambiado las cosas –continuó ella–, que no hace mucho, en el escaparate de una tienda, en una calle céntrica de ciudad, vi una botella de agua que anunciaban como la más cara del mundo.
   – ¡Menudo reclamo!
   – Habrá quién la compre sólo por eso. ¿Sabe cuánto costaba? –no esperó a que le respondiera–. ¡Setenta euros... Casi sesenta mil pesos!
   – Noooo... – Mateo Correa le volvió a mostrar su asombro.
   – Se lo puedo jurar. Sesenta mil pesos por una botella de litro. Entré a verla. La tuve entre las manos, con miedo a que se me fuera a caer; estaba tallada en cristal de Bohemia, y el agua la habían extraído de un glaciar finlandés, un glaciar como éste, pero en vez de en el Sur, en el Norte, donde todo es "ene" veces más caro. Todo eso me lo explicó el dependiente, muy orgulloso de tener una joya como aquella en su tienda bellamente decorada con estanterías de maderas nobles, en las que se apilaban tarros de caviar iraní y de "fuagrás" francés, vinos de todo el mundo, cafés y chocolates de los países más exóticos, dátiles tunecinos, bandejas de salmón noruego y de jamón ibérico, azafranes de La Mancha y especias hindúes que aromatizaban el ambiente...
   – Diga usted lo que quiera –la interrumpió–, pero donde se ponga un buen churrasco o un curanto bien picante.
   –... O uno de los potajes que hacen en mi pueblo... Pero yo le conté al dependiente lo de mi abuelo construyendo su aljibe, lo de mi madre caminando kilómetros, cargada con la ropa sucia para lavarla de rodillas en el suelo, lo de un niña sacando agua de un pozo y acarreándola... "Pero eso fue hace mucho tiempo", me dijo él. "Ahora los tiempos han cambiado y hoy tenemos otra escala de valores" ¡Otra escala de valores! "Quizás aquí sí han cambiado las cosas", le dije, "pero no en otras partes del mundo, donde los niños o las mujeres caminan durante horas para llegar a una fuente en la que coger unos litros de agua embarrada... Se pelean por ella, se mueren de hambre y de sed si un año no llueve".
   – ¡Pobre "man"! Le amargó usted el día.
   – No creo. Sólo le pregunté si de verdad pensaba que su agua de setenta euros resultaba más cara que aquélla por la que se pagaban horas de caminata y el esfuerzo físico, horas de escuela o de juego.
   – ¿Y qué le contestó?
   – Pues que, si no pensaba comprar nada, me fuera de allí.
   – Eso sí que estuvo bueno.
   – Sí, supongo que sí.
   Se levantó, apuró la botella de güisqui y se dispuso a bajar a la orilla del lago. Los demás ya subían. Había empezado a oscurecer y se quejaban del frío.
   – Los voy a acompañar a la buseta –la avisó el conductor–. La esperamos allí, pero no se demore.

   Llegó hasta el borde y sumergió las manos en el agua helada. Un escalofrío de placer le recorrió la espalda. Las voces de los otros se iban perdiendo a lo lejos. Cuando callaron del todo, no se hizo el silencio, si no que miles y miles de invisibles campanitas comenzaron a repicar frente a ella, primero tenuemente pero, poco a poco, creciendo en  intensidad hasta convertir su tintineo en música armoniosa y cristalina: la música del glaciar.

Damián Trésel
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente