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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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Parlamento

MIRADA


Tan sólo...

Sudaba en cada despertar. Sus ojos anunciaban melancolía. Sentía su sinrazón de existir, el poco sentido que le brindaba la vida. Dejaba sus sueños estancados en aquel rincón antes de que sonase el despertador. Le gustaba saborear amargamente la insipidez de su vida... Su aliento de templanza lo resguardaba del frío al asomar sus brazos por encima de la almohada para estirarse, para sentir nuevamente que la vida le quedaba grande.

Sonó el despertador. El tiempo contaba sus pasos: se incorporó empujando el peso del aire. Hacía agua sus ojos descubriendo la realidad de las paredes de su habitación... "Todo es de ladrillo"- pensaba- "¡Todo es un tétrico laberinto sin salida!"

No usaba zapatillas, le gustaba sentir la frialdad del suelo, identificarse con lo inerte. No importaba encender la luz del baño, el espejo siempre mostraba un reflejo oscuro y siniestro, tormentoso como la ira. Nunca conseguía encontrarse con su mirada, sus pupilas tendían hacia el centro de su ser, jamás mostró ningún sentimiento ni queja. Solía andar cabizbajo, sin perturbar a aquella ilusa sociedad [cómo la odiaba...]. Tantas vidas muertas. Y el tiempo, cuan pluma afilada que le amenazaba. Acribillaba los momentos a base de su cruel rutina. Esa eternidad sin sentido.

Tantos acertijos sin resolver...

Y era en aquellos silencios, silencios de mente, silencios inteligentes, en los que definía cada mota del aire, deshacía toda caricia de la soledad, la desmenuzaba y analizaba, pero jamás conseguía adivinar el misterio de su efímera vida. Dulce silencio amargo; adoraba sentir aquel atisbo de romanticismo.
Le encantaba desnudarse bajo la lluvia, salir al balcón y gritarle al viento. Sentirse naturaleza. Adoraba perderse en los atardeceres, recoger cada hilo de esperanza.

No definía sus días, no daba cuenta al comienzo ni al final, era todo un tiempo corrido, sin medida, eterno...Hasta aquel día:

Arrastraba meditabundo sus pensamientos cuando su mirada [inconscientemente] encontró unos ojos que lo elevaban a lo más alto. Ese cálido cromatismo, sabor, frenesí, ilusión.
Podía sostenerse con esa mirada, hacer que todos sus átomos se aglutinasen y ansiasen la vida, la aventura, las inmensas ganas de conocer a la dueña de tal esplendor. Cautivar su corazón...

Fue la única vez que la vio en la vida real, pero su silueta inundaba los sueños. Su mirada le deshilachaba todo pensamiento, le dejaba absorto entre mantas de recuerdos; memorizó cada mueca de su boca en fotogramas y el vuelo de sus manos buscando como arañas su espalda. Le encantaba soñar, sentir esa necesidad, sentirse amado. ¿Y si la vida no era más que eso, una serie de relaciones unidas por la necesidad?
Pero daba tanto vértigo... Jamás se había sentido tan unido a un espejismo, ni siquiera a una realidad. Nada lo había atado y aún menos ilusionado, y desde entonces era tan placentero el misterio por conocerla, su vida, la chica de sus sueños... Nada impediría que cayese en sus manos, iba directo a enamorarse, de sí, de ella, del placer Y era ese ardiente oasis lo que le hacía pensar. Le hacía palpar el miedo por sentir tanta necesidad...No podía permitirse amar a alguien, ni depender de nada, para sentir luego cómo se le iría la vida conforme se alejase de él. Pero el amor no da cuenta al tiempo, es eterno en todo su sentido, [infinito entramado de pasiones], envenena todo los ámbitos en los que florece, te adormece con sueños que jamás mueren, incluso cuando el otro desaparece...Él siempre deja huella...

Y qué esperar de la vida, sino una serie de etapas, de sentir cómo tu alma se llena para luego vaciarse, un continuo cambio, constante metamorfosis. Primero las penas, luego las alegrías, ¡qué más dará el orden! Si todo vuelve, y luego vuelve a marchar.

Ahora palpaba sus alas, nacían rasgando su piel tímidamente, para echar a volar, creyéndose invencible. Volaría surcando un placentero mar de estrellas, acariciaría las motas añil del arco iris, se perdería en el rocío de cada noche constelada...Y pronto descubriría cómo funciona la vida: tarde o temprano todos volvemos a la crisálida, quedamos atrapados por la tristeza, la incógnita., envueltos por la seda, sintiendo cómo la respiración languidece. Es entonces cuando nuestros sueños parecen marchitar...nos abandonan. Otros tantos quedan cosidos a nuestra alma con el hilo del recuerdo. Todo acabaría huyendo y él volvería a enfrentarse a su dulce soledad, alimentándose del maravilloso pasaje que quedó atrás...

Se encontraría sólo...
                                                                           ...Tan sólo como al principio.

MAGNENTA
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

ENCUENTRO


Al mismo tiempo que él se lavaba la cara frente al espejo y descubría, en un descuido de la edad o de la atención, una cana que resaltaba sobre su sien derecha, ella entendía que el hombre que roncaba a su lado no era la persona con la que quería seguir viviendo, tras tantos años compartidos.
Mientras él deambulaba por una casa demasiado silenciosa sorbiendo un café caliente mientras cumplía con todas esas rutinas que la soledad le obliga a uno a repetir, ella se vestía con lo primero que encontraba y salía a caminar sin dirección, buscando entre el coro de voces de su mente una que pudiera orientarla hacia la solución.
Cuando él se sentó en el coche y eligió una música para el día que comenzaba, como si le pusiera una portada, y un aria ya sonaba más acá del sonido del motor, ella contempló entonces, con un gesto infantil, que su cuerpo aún recordaba pero no su memoria, que se le había desatado el cordón de su zapatilla; se agachó y pensó que las relaciones no debían ser simplemente aquello, un nudo que poco a poco va deshaciéndose hasta que lo vuelves a atar más fuerte, para sentir de nuevo como día a día va perdiendo su fuerza.
La luz del semáforo se puso en rojo. Ella cruzó con una enorme sonrisa que iluminaba su cara y la de aquellos que la observaban, mientras él contemplaba en el espejo retrovisor, con expresión seria, esa cana que había descubierto al despertar y que trataba de aislar del resto del cabello.
Ambos se encontraron varios años más tarde, en una recepción a la que asistieron por motivos de trabajo. Compartieron la misma mesa y no se dirigieron la palabra durante toda la noche. Tal vez porque mientras ella se preguntaba cuándo apareció la primera cana en aquel pelo completamente blanco, él buscaba una explicación al hecho de que aquella mujer fuera descalza.

SEÑOR LI
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Volver a ser lo que fue. Un sueño muy real


Si una noche, como sobresaltado, te levantas de la cama con inquietud. Tratas de averiguar motivos en medio de la confusión de un mal despertar, cegado por la oscuridad de una noche de luna cerrada y al posar tu pie en la alfombra del dormitorio notas como se empapa de un líquido viscoso. Sentirás un escalofrío recorrer tu cuerpo, aún más, habrás de estremecerte si un olor, un sabor ferruginoso te traspasa los sentidos y parece clavarse en tu corazón. Será ese el momento, el terrible instante en que lo pensarás, lo necesitarás... (Continuará).
-   Es el ciclo, que todo lo transforma, moldea y cambia para después situarlo en su origen. Se trata del giro copernicano, las cosas dan vueltas hasta encontrar el sitio que les pertenece, siendo éste diferente y variable en función de las condiciones a que se les someta.
-   No estoy de acuerdo. Yo creo en la evolución. Tus teorías de Empédocles no me convencen.
Al otro lado, todos alegres, se ríen de Marcelino y Tomasín, son los listos del pueblo. Los sabelotodo que siempre andan con su filosofía y sus desvaríos. Enfrente y entre vasos de cubalibre y cervezas varias, se dirimen graves problemas.
(Golpe en la mesa)
-   Mirad todos, aquí lo único que ha pasado es que Doña Engracia se ha ido con Tito Romero. Porque es más flamenco, más estirado, toca mejor la guitarra y encima tiene mejor labia que todos vosotros. Y dejad ya de decir sandeces, que así os va.
El silencio se hizo durante unos instantes, pareció que reflexionaban. De pronto Pedro cogió su escopeta y se amarró la cartuchera de mala forma.
-   ¿Sabéis lo que os digo? Qué a mí no me la juega nadie y el que la hace la paga. Ya está bien de tocar los cojones. Ahora se va enterar el pueblo de quién es el hijo de la Florencia.
Y como alma que lleva el diablo salió a la calle, subió en su moto Puch y arreó cuesta arriba en busca de los amante de Teruel.
(Salen todos a la calle, las caras de miedo son un poema triste)
-   Pues la tenemos liada, éste nos traerá un disgusto.
-   ¡Tú calla! Qué por tu culpa se ha encabritado el Perico, que es un "peazo" pan y lo has sacado de sus casillas. ¿Alguien sabe dónde pueden haberse metido la parejita feliz?
-   A mí, en otras ocasiones, la Engracia me decía que le hacía muy feliz imaginar una puesta de sol desde Punta Fría, pero que su marido nunca tenía esos detalles con ella.

Rodrigo lo vio claro en ese momento, cogió las llaves del coche y a toda velocidad se dirigió hacia las afueras del pueblo, allí esperaría encontrar a los tortolitos haciendo arrumacos. En el camino y cerca de su destino, oirá el rugir furibundo de la motocicleta que rauda y envenenada arrastra viento de tragedia.

Punta Fría era la peña más alta del monte, en su cima y rodeada de olivos picudos se erigía la roca madre, cuya base sobresalía un par de metros sobre el acantilado. Las vistas sobre el horizonte eran impresionantes, no en vano, hasta allí acudían cientos de turistas y parejas de enamorados a declararse su amor y a deleitarse contemplando la inmensidad de la naturaleza.

Aquel día, de otoño y furia, soplaba con fuerza el aire y condensaba en un suspiro el alma de aquellos pobres amantes que habían decidido escapar juntos para siempre. Olvidando que vivían en un mundo tradicional y cruel que no entendía sus pasiones desenfrenadas y sus sueños enloquecidos de un futuro lejos donde nadie les separase.

(Sin parar el motor, corrió hacia ellos Rodrigo, gritándoles...)

-   Rápido, venid conmigo. ¡Subid a mi coche! Engracia, Tito, no perdáis tiempo que está a punto de llegar Pedro en la moto y viene con la recortada dispuesto a pegaros un tiro.
(Al fondo, se oyen voces, Pedro llega corriendo y mete dos cartuchos en la escopeta...)
Sin mirar atrás, Engracia con la melena al viento besó a Tito Romero y juntos, de la mano se precipitaron al fondo de los riscos. Rodrigo, en su desesperación por evitar lo peor, corrió hacia ellos, - ¡Nooooooooo!
(Se oyó un tremendo disparo y Rodrigo cayó al suelo bocabajo).
... (Viene del principio). Es ese preciso lapso de tiempo, el que tardas en dilucidar si estás viviendo la dura realidad o, gracias a Dios, solo se trata de un sueño, una terrible pesadilla. Un sueño muy real, pero que acaba en el mismo instante en que te levantas y tu pie se posa sobre la alfombra del dormitorio, descubriendo que todo va a volver a ser lo que fue.

Alpargata
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

A veces sienta bien morirse


Que si, Rosi, que te digo que era ella..., que era la Pili, en carne y hueso. Mas delgada, eso sí, pero mas guapetona, y teñida de morena, pero era la Pili —gimió la Macu, con un hilillo de voz que no le salía del cuerpo, apoyándose en la caja registradora para señalar con un dedo tembloroso un lugar indeterminado entre el Paulino, que llevaba en las manos un tetrabrik de vino, una barra de pan y un paquete de chorizo, para hacerse su almuerzo antes de volver a la obra, y doña Mercedes, agarrada a su cesta repleta de verduras y frutas.
   —Tu estás *****, Inmaculada —le contesté de mala manera, que me ponía de los nervios que dijera tanta tontería.
   —¡Anda ya, niña! Tú estás chalada. ¬¿Cómo vas a ver a la pobre Pili? Si tiene que estar más tiesa que la mojama, que la enterramos hace ya lo menos diez años. No, miento, hace doce. Tiene que estar la mujer más acartonada que la momia de Akenaton tercero —terció doña Mercedes—. Pobrecilla, cada vez que me acuerdo..., que muerte tan espantosa, lo que tuvo que sufrir esa mujer.
   —Te habrás confundido, Inmaculada. Tu lo que tienes que hacer esta misma tarde, sin demora, es ir al oculista a que te miren la vista —intervino Paulino, impaciente, que se le pasaba la hora de comer—. Anda cóbrame, chiquilla.
   La Macu, muy pesada, insistió:
   —Pero miren, por dios, mírenla, ahí está...que se va, que se va... —y señaló la puerta de salida que se acababa de cerrar—. ¿No la habéis visto? ¿A que era ella, la Pili?
   —Que no puede ser ella, Macu, que no.

****

   Mira que era pava la Pili. Se lo dije yo y se lo dijo todo el mundo en el barrio. No te cases, Pili, que eres muy joven todavía. Vive un poco, estudia, trabaja, conoce gente. No te cases, que aun eres una cría y el Toño es muy moro, y muy golfo, y te va a tener todo el día encerrada en casa mientras él anda por ahí. Pero no hubo manera. Que me caso, que me caso, Rosi. Y no había quien la apease del burro. Y la muy pava fue y se casó. Con dieciséis añitos.
   Al principio, todo fue de color de rosa. La Pili y el Toño eran la envidia de todos. Que par de tortolitos, como se quieren, si es que no pueden vivir el uno sin el otro. Y una *****, que tantas atenciones del Toño no eran mas que puros celos, celos enfermizos, que no quería que su mujer fuese sola a ninguna parte, ni a por el pan, que él se lo traía a las dos la tarde, cuando cerraba la farmacia y volvía a casa a comer.
   Pero pasaron los años y el Toño se fue haciendo más viejo y más celoso y empezó a ponerle la mano encima cuando se mosqueaba, que era día si y día también, que venía todas las noches con tres copas de mas. Los dos críos que tenían, tan ricos ellos, que de chicos daban ganas de comérselos de lo salados que eran, se convirtieron en dos insoportables y maleducados bigardos, que a su madre no le tenían el menor respeto ni consideración. Entonces, la Pili echó de menos una vida propia.
   —Tu lo que tienes que hacer es lo que siempre hemos hecho todas las mujeres, aguantar a tu marido, dedicarte a tus hijos y dejarte de bobadas —decía su madre, su tía, las vecinas, todas las casadas del barrio cuando la Pili se quejaba.
   —Tu lo que tienes que hacer es cuidarte un poco, que te estas poniendo como una vaca, que con tantísima ansiedad no haces mas que comer y comer a todas horas —le decía yo, la Macu y sus amigas del barrio—. Y cuidarte la mente, que no tienes aficiones, ni opinión sobre nada.
   —Es que no puedo mas, Rosita, te lo juro. Que no aguanto las broncas del Toño, que en una de estas me desgracia, tú lo sabes; ni a los niños...que ni estudian, ni trabajan, ni ayudan en la casa —me confesó una tarde.
   Unos días después la Pili desapareció. El Toño volvió a casa y no encontró a su  mujercita en la cocina dándole vueltas al puchero. Rabioso como un dolor de muelas la buscó por todo el barrio. "La mato, la mato", gritaba por las calles. Nadie la había visto. Preguntó en todas las tiendas, en todos los portales, volvió a la panadería, vino al supermercado y nos preguntó a la Macu y a mi, le preguntó a Jóse, el del quiosco de periódicos. Nadie sabía de ella. Acabó en la comisaria, que el Toño era muy amigo de algunos de los maderos, que hicieron la mili juntos, y le dijeron que antes del anochecer la tenía de vuelta en casa.
   Pero la Pili no apareció aquella noche, ni la siguiente. El barrio se llenó de comentarios y rumores. Las vecinas hacían corrillos y murmuraban que mírala, la que parecía tan pava, la mosquita muerta, quien iba a pensar que se iba a fugar con el Matías, el del estanco..., pero enseguida, muy ofendida, lo desmintió la mujer del estanquero, Carmencita, que que mala que es la gente, como le gusta hablar sin saber, que el pobre Matías llevaba dos meses ingresado, que tenía cáncer de próstata en fase terminal.
   A los pocos días, encontraron un cadáver irreconocible en un descampado, justo en el solar donde ahora han construido el nuevo centro de salud. Estaba completamente quemado, hecho un amasijo de piel, hueso y carne renegrida sin forma. Yo no se lo que le diría a la policía y al Toño, pero bastó con que Sole, la médico forense, les enseñara un papel con mucho número y mucha letra para que el hombre reconociera que aquella masa de carne achicharrada era su mujer. Se cerró el caso.
   Todos los vecinos del barrio acudimos al entierro de la Pili. Con lo que cobró del seguro, el Toño se fue de viaje con su querida, la Asun, la auxiliar que tenía en la botica, con la que llevaba mucho tiempo liado.

****

   A las ocho y media en punto ya estaba yo saliendo por la puerta del supermercado, que ni esperé a la Macu. Tenía prisa por llegar a la plazuela y meterme en la cabina de teléfonos, que desde el móvil no quería llamar. Así que cuando tuve el aparato en la mano y una voz contestó al otro lado del auricular exploté:
   —¿Tu estás loca o qué? Hay que ver, Pili, ya te vale... ¿Que quieres, que alguien del barrio te vea y arruinarnos la vida? Porque nos la arruinas, lo sabes. A mi por falsificar pruebas, que fui yo, acuérdate, la que descuartizó al pobre animalito, pena de lechón, y lo quemó trozo a trozo en el horno hasta que quedó consumiito, que no había forma de saber si aquello había sido humano, animal o vegetal. Y a la Sole, tu prima, que se jugó el puesto por ti, que fue la que falseó los análisis y le dijo a policía y a tu marido que el ADN era tuyo; y a ti misma, que te arruinas la vida como el Toño se entere que sigues viva. ¿Es eso lo que quieres, que nos lleven presas a las tres?
   —Es que tenía muchas ganas de volver al barrio y de veros ¡Os echo tanto de menos!
   —Pues vete echándonos de mas, que como te vuelva a ver rondando por aquí te juro que esta vez si que mueres de verdad —le dije, pero al oírla llorar, se me puso un nudo en la garganta—. Anda venga, no te pongas así, cálmate. Tu has rehecho tu vida, ahora tienes una familia que te quiere, así que aprovecha y se feliz. Olvídate del barrio. La semana que viene voy a verte ¿vale? Y te cuento cosas de los vecinos, y te llevo fotos de todos, y de tus hijos también, que no los vas a conocer, hija, que no sabes bien de la que te has librado, que son carne de presidio, dos delincuentes que ya ni el padre puede con ellos.
   La Pili prometió no volver por el barrio aunque se muriera de ganas y nos despedimos. Se me olvidó decirle lo bien que le sentaba estar muerta. Hay que ver.

Una Uno
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

La ausencia


Desperté, sudoroso y soñoliento, aquella madrugada. Hambriento y un tanto caluroso, en el hemisferio del estío. Mitad noche de purpúreas estrellas, un sol durmiente en el trono del horizonte y el lago. Mitad día de rojos amaneceres crepusculares, celestes astros, doradas esperanzas. Había soñado contigo sin saber el porqué, y eso me hizo daño, mucho. Regresé a tus recuerdos, aquellos intensos momentos después de la ruptura, nuestra separación definitiva. Seguías igual que cuando nos conocimos, tu piel tersa, tu flexible carácter, tu sensibilidad, tu fuerza..., y las lágrimas eran mías, solamente mías... Esa felicidad sempiterna, el color de tus ojos pardos, el desconocimiento de tus grandes batallas por el mundo, por esta civilización indefensa; era tantas cosas que luchar...

Y eso me hizo daño, mucho dolor.

Las primeras luces de la mañana, se filtraban entre las rendijas de la persiana, creando líneas de fulgor en la penumbra de mi cuarto. Un silencio mortífero y enloquecedor, lo abarcaba todo. Se extendía como una mancha sonora, imperceptible, infinita. Era extraño, pensé meditabundo, volviendo a alcanzar el todo, con mis pensamientos. Porque ya no se trataba solamente que en mi hogar no se escuchaba ningún murmullo, ni un solo ladrido, las peleas de los vecinos, los jolgorios de las vísperas de las celebraciones dominicales. En las calles, los motores de los vehículos, tampoco parecían entrechocarse y en los árboles los pájaros no trinaban, los gemidos de los grandes amantes de los lechos, los simples suicidas o los vómitos de los borrachos. Sólo las hojas y el viento y el desgarro agitado de la ondular respiración que brotaba de un dolorido pecho en movimientos débiles e irregulares que era el mío.
Tu remembranza, la separación definitiva, la culminación.

Que me hacían daño, mucho, mucho más daño, que antes...

En un principio, no di demasiada importancia a este fenómeno. Me levanté de la cama e inicié mis tareas monótonas y diarias como cada jornada, antes de escribir, plagiar irónicamente a las más ilustres narrativos como siempre había hecho. ¡Oh lo intentaba obrar y hacer obras! Pero las horas transcurrieron cotidianas, vacías, segundos. Esperé que el teléfono sonara. Y no resonó. Intenté llamar a alguien, a un pariente, un allegado, un conocido, pero no se me ocurrió a quién. Conecté y encendí la televisión; parecía estropeada. Hice lo mismo con al aparato de radio, ni una simple voz. Solo ese murmullo cacofónico, intranquilo, del espacio carente de las ondas, el eco de un sonido estereotipado. Me asomé al balcón de la terraza. Ni un alma. Nada, como en las más gélidas de los albores del alba.
Por fin, cuando empezaba a sentir temor y a una cierta aprensión, decidí telefonearte. Pero tenía miedo lo que estaba ocurriendo o si te hubiera sucedido algo malo. No tenía nada que decirte y sabía que tú tampoco lo harías, pero lo hice, armado de valor, olvidando nuestras discusiones, mi vanidad, mi orgullo. Pero nadie, descolgó el auricular. Tu voz se me volvió a negarme a ser melosa, cruel, torturante. La pérdida de la dulzura y la reprobación hacia los que se interpusieron entre nosotros, con tu beneplácito. La mano azarosa que nos separó. La mala suerte de estar cercado por su superficialidad, la mediocridad, la ignorancia, el significado de la ternura con la indiferencia. Dónde estabais, ahora. ¿Dónde, Marthe? ¿En cualquier sitio, en cualquier reminiscencia, dónde estarías? Contaba las horas desde que no te veía. Seiscientos minutos, algunos días, aquellas fotografías en las que volvía a retener aquellas iniciadas caricias en las que celebrábamos nuestros aniversarios, expandiéndose en la tarjera magnética que eran las sonrisas, nuestras ilusiones hipotéticas, los pasos perdidos, la longue marche. Contaba esos instantes inexplicables que me separaban de la muerte o de la locura; el desafío de la despedida, la aflicción de nuestro rompimiento; el amor de siempre, el definitivo, nuestros juramentos de sangre. Y quién tenía la respuesta a esta amarga situación que nos envolvía como una bruma, como una niebla, que, algunas veces, nos digería, que nos aburría, las ganas de hacer un rompitrampas en éste, en nuestro juego.
Llamé otra vez a algún conocido, pero de su voz de tenor y de barítono, también se me negó tu sonido vocal. Nadie transitaba en las callejuelas de los suburbios, las carreteras de las avenidas de gris piedra, de oscuridad ténebre, de penumbroso alquitrán, su misma tonalidad nocturna de las lunas estrelladas que bajaban y descendían con un ruido inerte. Bajé. Llegué a tu casa. Llamé al soportal. Nada. Nadie, volvió a responderme. Ninguna persona contestó en ningún hogar. Entré en las tiendas, los comercios, las oficinas, las gendarmerías, nadie me atendía. Bebía en los bares las bebidas y los licores exorbitantes que yo mismo me serví. Y el vino carmesí inundó de enajenación mis venas rígidas, de miedo y de desesperación, de impotencia, pérdida; una galopante soledad que invadían en mí unas tremendas ganas de llorar o... Ni siquiera el amor podía ya mover montañas, trocar la fe maldita con la fe, la declaración de una eterna unión. La pasión no podía mover una simple hoja de un abedul o las flores de un rosal. Algunas ventanas estaban entreabiertas, pero ninguna de ellas asomaba la silueta de algún cuerpo, una luminiscencia artificial descendiendo la media luz de la primeriza aurora. Comenzó a chispear del cielo unas gotitas y unas ráfagas débiles de lluvia, que humedecían el jardín de la residencia del Santo Juan. El retintín de esta parsimoniosa tormenta, fue mi único consejero. No sabía qué hacer en un mundo vacío, tan desamparado..., que vagué solo sin saber adónde, con unos movimientos inseguros, pero no encontré a nadie, sin poder saber que podría hacer; aguardando, en todo caso, mis gritos pavorosos; intentar ser algo, ser feliz, amado, como siempre busqué; los hallazgos de un valioso tesoro en una isla deshabitada de mis propios sueños, que, jamás, pude encontrar.

Te quería tanto, mi gallina ciega.
Tanto...

...Te lo dije tantas veces... Demostrándotelo en un pliego repleto de estrofas, declaraciones de amor como ésta, confesando mis promesas francas. Pero nunca moviste un dedo. Ahora era exagerado lo que me habían hecho. Me habías dejado solo. Todos me habían abandonado, como Cristo aseguró a su Padre en la cruz, cuando posiblemente más los necesitaba, como yo. Tú. Tú. A ti. Lejos, lejano, bajo un infinito reflejado en los espejos de nuestras grandes esperanzas. Con toda la humanidad excelsa del gentío de esta canica que mueve y que no lo hace con accesos rabiosos, inmóviles la mayoría.

Hasta un alarido de angustia o el llanto de un niño, hubiera sido mejor que este horrible silencio que me hería, hundiéndome; colmado de cicatrices, de heridas, llamas, necesidades. Se hizo la noche, pero pude penetrar en tu apartamento apalancando la puerta; aquélla en la que vivimos tantas cosas, en la que tuvimos tantos ensueños aduladores, en la que nos quejamos de tanta pena o tanto ímpetu, fogosidad, de tanto cariño; esos planes ambiciosos que abrían los pétalos de nuestro inmediato y dichoso porvenir... Intenté hablar medio ebrio conmigo mismo, pero no supe qué decir. Y una voz susurró dentro de mí, antes de callar: "No merece la pena vivir del pasado; el ayer..."; y ese tono, se invirtió. Era totalmente contraria a aquella otra cruel y tiránica que escuché antes, durante toda mi vida. Volví a conducir mi coche, pero no encontré nada contra lo que estrellarme y de nuevo me detuve extenuado. Entré en una perfumería y olisqueé unas fragancias aromáticas que me recordaban otros días, otras gentes. Sobre todo, de ti. Más tarde, volví a penetrar en una taberna y cogí una botella de bourbon y me senté encima de la hojarasca húmeda y fría de la noche, contra el banco de madera de un parquecillo. Bebí rápidamente, convulsivo, enfermizo, mientras hacía una retrospección de mi existencia. Miré. Rebusqué. Hurgué en mi interior y me sobresalté... Porque yo también, en consonancia, me encontraba tan despoblado de vida, de cualquier valor- vano y tan superficial-, como el árido planeta que, a mí alrededor, continuaba rotando impasible como si nada sucediera, queriendo, sin hacer nada. Sordo, insensible a los estallidos de las desgracias de las masas, las miserias de las guerras; los continentes podridos que comenzaban a impacientarse; la enfermedad y el mal de los aislamientos del gozo; impertérrito, a la imbricada disposición de mi perdición; el ostracismo de las lágrimas, las sonrisas herméticas; las proposiciones de nuestro futuro, de un te quiero, de un cásame. Como quien mira con un ceño impenetrable cómo en la lejanía de un ferrocarril que atropella a un animal acobardado, como nuestros deseos; la despedida a nuestro amante, el final de nuestros lloros; el adiós, mi enamorada indómita...; sin dejar de recordar esos instantes radiantes que, en ningún momento, podremos olvidarlo en el nuestro oblongo corazón, latiendo, latente.
Sobrenatural, fantasmas vivientes sobre las sombras de la vida.

MARCEL VON KARNSTEIN
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

INANE ESPERA


Había llegado a la orilla con puntualidad germánica. Ni un minuto más tarde pasada la hora en que habían quedado en verse la misma tarde bien entrada, que ya lo era. De su parte y seriedad no podría esperase menos. Una vez allí, pocos minutos le sobraban para acicalar lo que no había, no obstante lo hizo. El tiempo le cundió, además de para eso, para pensar sólo un poco en el trabajo para, inmediatamente, hacerlo sobre cómo había sucedido, tan ideal...
Única e inicialmente se proponía llegar a aquel encuentro con el que llevaba soñando tantos años hacían y lo había conseguido, así que además de la alegría por la cita soñada, acomodarse el pelo que, impertinente, caía sobre los párpados y, definitivamente, mostrar más lozanía que la de esta mañana tras el mediodía en el que se habían conocido, unas horas antes, apenas cuatro que le significaban una eternidad. A partir de conocerse, y únicamente para darse la importancia que no tenía, le dijo haber quedado con unos amigos para comer en cualquiera de las terrazas de la playa colindante (mentira), antes de prometerle que se volverían a reencontrar a las seis, justo antes del atardecer. El cambio horario que impone el invierno era inminente y por ello comenzaba a oscurecer antes. Querían aprovechar la bucólica puesta de sol, eso sí era verdad. 
Sería el destino de su vida. Quería pensar que lo era. Tanta ilusión le sobraba que suponía que la persona que había conocido dos metros más allá de donde ahora estaba esperaba, podría convertirse en concluyente para sus ganas de emparejarse. Con soñar nada se pierde, soñar no cuesta nada o algo por el estilo -pero en alemán- pensó.
¿Y si llegó y se cansó de esperarme...? No puedo ser. Es de Italia...no puedo esperar más –dijo con más cansancio que con furia. Tampoco lo quería, su paciencia tenía un límite y sus principios le impedían extender más de los 15 minutos de cortesía. Ya había transcurrido más de una hora desde las seis de la tarde que fijaron para encontrarse delante de la quinta sombrilla de la primera fila del tercer bar de aquella playa, una más de las tantas paradisíacas que inundan el Golfo de Salerno, por más que la vista fuera inmejorable y le deleitaba pensar en planes futuros. Lo primero que se planteaba era lo obvio: aprender italiano. Optimista. Porque, a pesar de que llevaba casi un año viviendo en Barcelona, no había conseguido aprender a hablar ni siquiera correcto español; con decir que ni tan solo lo entendía medianamente, (y eso que dicen que el pasivo es más fácil en estos casos). En su caso estaba segura la pérdida de la paciencia cuando se le intentaba transmitir la frase más básica. En cuanto al trabajo, previamente tendría que a su jefe solicitar su traslado hasta allí, labor también costosa en términos de constancia, porque no era la primera vez que realizaba la solicitud, pero, pensaba que con volver a intentarlo nada perdía.
Finalmente hizo lo que no acostumbraba a hacer. Sus citas siempre llegaban con su misma puntualidad, quizás porque les eran culturalmente similares y no faltaban deseos de aparentar quedar bien, más que las ganas de hacerse esperar a propósito, como es costumbre sureña, pensó aunque poco más que esa actitud grosera conocía. Era la primera vez que lograba un encuentro de este tipo con alguien del mundo latino pero ¡Basta!, exclamó en tan alta voz  que la familia que estaba a su lado expulsó una risa ridícula que estalló contra su ira. No tenía paciencia ni ganas de continuar esperando. Por mucho que le gustase... más atentaba en su contra lo impuntual que era. No quería comenzar malcriando ni tanto como valer la pena seguir esperando, pensaba. Su sensibilidad había sido tocada y tras una hora pasada, pensaba que no compensaba como para dejarse perder en ensoñaciones. Decidió hacer lo que pensó debió haber hecho hacía mucho más tiempo antes: su localización directamente y, en un tono que se saltaba toda la educación de la que presumía, pedirle cuentas de la demora.
Ello se resumía en una  llamada al teléfono que esa mañana le había dado para que le comunicara una posible ausencia a la cita. Cada parte aseguró que de la suya no vendría la negligencia, en todo caso previeron al prometerse mutuamente que en caso de que alguno de los dos no pudiera llegar a tiempo, se avisarían con la seriedad que le sobraba a quien ahora esperaba. Fue valiente. No tenía dudas de que eso era lo que debía hacer. Aterrizó en la lista de nombres. Vio el suyo de primero. Lo era, no conocía otro nombre o persona que no fuese y no dudaba que escuchó que así le dijo llamarse; suponer lo contrario era desconfiar demasiado en su buena voluntad (ahora no sabía si en realidad tanto lo era). Pero las dudas no dejaban de asaltarle una contra la otra. ¿Para qué iba a mentirle? También podría hacerlo, ¿por qué no? Pero fingió no percatarse de que el nombre era el primero, para dar más tiempo y oportunidades al evidente desplante. La inicial del nombre obligaba que en la lista apareciese el número como el primero, no obstante despreció la opción de marcarlo inmediatamente. La furia que llevaba acumulada le impedía desatarse y prefirió llamar a la cordura y continuar rumbo navegando a través de la lista,  para ver si con eso se calmaba. Corrió la pantalla con el dedo hasta el hasta terminar la lista de la aes, deteniéndose casi cuando llegaba a la c, entonces volvió atrás y empezó nuevamente.
Marcó y llamó. El teléfono comenzaba a sonar en la otra orilla. Al menos no lo tiene desconectado, pensó optimista. Cógelo, cógelo, ya van dos tonos, tres, me va a saltar el contestador y esta llamada me sale por bastante porque no tengo tarifa, en esos momentos se dijo como si en su caso aquella banalidad fuera lo realmente importante. Tras el cuarto tono una voz femenina: ¿Pronto?, le contestó. Con temor tembloroso dio un golpe hacia atrás que casi le hace caer sobre la arena nuevamente. Para llamar se había puesto de pie porque la situación lo requería y no quería causar las mismas risas de la familia que ahora estaba expectante del resultado de su espera, disfrutando constantemente con sus continuos cambios de humor y desaliento. No tenían en qué entretenerse. El sol se había ocultado hacía unos pocos minutos y, para sus pesares inversos y comunes, la tarde en la playa terminaba, dejando paso a la previsible oscuridad que, en todos los sentidos, traería una noche solitaria en el interior de una de las partes por aquellos lares y fingidamente complaciente para la otra. Sólo rondaba por las cabezas de estas últimas, volver a territorio tirolés de donde para entretener la inacabable espera, dedujo el acento. Para la pareja, la madre de uno de ellos y sus dos hijos, todo era buen entretenimiento con tal de obviar el repugnante mal tiempo que había arribado a los alrededores de su casa, rodeada por montañas sobre las que ya caían los primero copos que, con más resignación que anhelo el resto de sus coterráneos reivindicaba de inmediato. La lluvia congelada y blanca duraría hasta pasado abril del año siguiente, consideración que los alejaba del romanticismo del resto de los austriacos que decían desear verla. Tendrían tiempo suficiente para desear ver u odiar la nieve, así que preferían continuar aprovechándose de las delicias que, además del buen tiempo, les regalaba la espléndida Costa amalfitana.
Desconociendo el origen común y tras entretenerse en la escucha mutua, la visión de sucesos, expectantes ambas partes en qué sucedería con el destino de la inversa, cada cual se resignó a tomar posesiones definitivas. La familia del Tirol comenzó  a recoger sus bártulos para marcharse a la habitación del hotel, por lo que, comprendiendo que eso le llevaría más tiempo que el que él tuviera las ganas de esperar, decidió repetir la llamada. Con valor. Los tiroleses tardaron más de lo que estrictamente les marcaba la agilidad de sus idiosincrasias al percatarse que volvía a apretar el teléfono entre sus garras, lo miró para luego marcar el número. Desearon conocer el desenlace de lo que disfrutaban hacía más de dos horas, a su lado, sin dejar de mirar hacia un lado y hacia el otro, tiempo en el que no había hecho más que una interesante llamada telefónica y circulitos nerviosos sobre el espacio de arena que formaba con sus piernas colocadas en ángulo agudo. Finalmente, como buscando un cómplice a su fechoría, volvió a marcar el teclado. Esta vez era decisivo. Ahora sí llamaría sin importarle que no fuera la voz esperada quien descolgara del otro lado, temiendo que fuera un desliz amatorio pero inoportuno de quien esperaba, que sería capaz de perdonar en pos de lograr una cita nocturna. Incluso eso era capaz de permitir con tal de que el desenlace fuera feliz. Llamó y esta vez se encontraba incluso en disposición de habla con quien respondiese al otro lado, o que le sucediese lo mejor que pudiera pasar, que nadie le respondiese y dejarle un mensaje en el contestador, que no sería insultante ni mucho menos, como mucho le pediría cuentas, creyéndose con derecho a ello.
En comparación con lo que había esperado, casi llegaba a la media hora desde la última llamada a esta, así que tengo derecho a volver a llamar, dijo en tono que alcanzó a escuchar la familia, siempre creí tenerlo, pensó.   
Al cuarto tono volvió a descolgarlo la misma voz que la primera vez: ¿Sí?, preguntó.
Buenas. ¡Ay!, perdón, m parece que me he equivocado –comedido contestó.
Sí....-respondió la otra parte, tras tragar en seco, que no era la por él esperada-. ¿Quién es?
Perdone la molestia... No sé..., creo que me he equivocado. Discúlpeme.
No, tranquilo, no estás equivocado...
La respuesta lo perturbó aún más.
¿Está? Es que... si molesto dígale que me llame más tarde, que recuerde que quedamos este mediodía en vernos a las seis en la playa y ya son pasadas las siete y no ha llegado...si no va a venir que me lo diga, por favor, que se está haciendo de noche y...para no seguir esperando, podría decirle yo personalmente si no es mucha molestia...
En medio de su tono nervioso, hasta que terminó de hablar no se percató que la otra parte lo escuchaba sollozando, pero a medida que silenciaba su monólogo, sí que le iba descubriendo un tono de madurez.
¿Estuvieron juntos esta tarde? ¿Tenían ustedes amistad?
No, si, bueno nos dejamos de ver al medio día y nos pasamos lo números de teléfono para llamarnos por si pasaba algo, por eso. No nos conocíamos de antes, nos conocimos esta tarde –respondió.
La respuesta a su suposición anterior lo alejó de las dudas: yo soy..., soy su madre -le dijo-, y su cuerpo me lo acaban de traer. Lo estamos velando en la casa. No pudieron hacer nada. –dijo la mujer antes de romper en sollozos que se convirtió en el grito ensordecedor de una costosa plañidera.
¿Cómo? –preguntó más confundido de lo que le pareció estarlo la mujer-. ¿Pero cómo dice que se lo llevaron? No entiendo...
Se ahogó en la playa a las seis menos cinco de la tarde –dijo, pareciendo estar más serena-. Pero ya me trajeron el cadáver después de que le hicieran la autopsia, antes tuve que hacer el reconocimiento que doloroso momento... Y monstruoso. Pero todo fue muy rápido. Ahora ya está aquí. Parece como si durmiese. Estará eternamente a mi lado. Me gustaría que te pasases, ¿sabes donde vivimos?...-preguntó de nuevo envuelta entre gimoteos.
No puede ser. ¿Cómo es eso? –preguntó él, perplejo y tembloroso, aunque su tono pareciera incólume- ¿Usted está enfrente de la playa, no? –preguntó.
Lo siento, pero es que no puedo seguir hablando...–respondió la madre que no pareció o no quiso escuchar la pregunta. Luego colgó. El insensible y ensordecedor tono que impuso el teléfono al escindirse unilateralmente la comunicación, fue interceptado por el grito apabullante que no pudo contener, alimentado por el que, telepáticamente lanzó la madre al lado opuesto.

Arturo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Como la reina de Saba


Al barrio en el que vive Camila se puede llegar por una calle que bordea la mesa de conglomerado de cemento calizo sobre la que se alza la ciudad como una estatua sobre un pedestal de piedra; una sorprendente perspectiva sobre el valle rodeado de colinas pobladas de encinas oscuras y apretadas, a lo lejos las montañas de porcelana vieja. En el pretil pintado de blanco que protege del vértigo del abismo, unas grandes letras pintadas en rojo con uno de esos espráis de pintura que se pueden conseguir en cualquier bazar chino, que tanto proliferan en los últimos años, deletrean un nombre: Zarifa.
Zarifa es gitana y tiene catorce años, el pelo tan negro como el ala de un cuervo, liso y fuerte y lo lleva recogido en un moño muy alto que le hace parecer más esbelta; unos ojos intensos, desconfiados, oblicuos, extraordinariamente oblicuos, una nariz pequeña y fina con un piercing blanco que destaca sobre su piel oscura y una boca pequeña. Suele vestir con chándales de algodón de colores brillantes. Ella lo tiene muy claro, solo va al instituto cuando quiere, o cuando los servicios sociales del ayuntamiento la obligan. Entra en la clase de forma altiva y desafiante, a veces tarareando alguna canción.
_ Qué yo no pienso hacer nada...- sentencia de forma tajante, mientras se dirige hacia los ventanales - ¡illa, Macarena...!- llama a una compañera que está en el patio, gritando como un verdulera-
Amanda viene más a menudo y es más pacífica, aunque tampoco hace nada, o solo en contadas ocasiones, cuando la pillas de buenas. Le encanta cogerse del brazo de las compañeras y deambular por los pasillos, aunque no habla mucho, mejor dicho, no grita mucho, porque aquí todos gritan demasiado. El día que viene Zarifa, inmediatamente se convierte en su compañera de pasillo y allí que van las dos, seguidas de una corte de niñas, como si fueran a bailar un pasodoble en la feria de un pueblo.
Camila no suele ir con Zarifa, parece que ésta no es santo de su devoción, ella tiene su propio clan, aunque más reducido, que aún mengua más el día en que Zarifa aparece por la puerta, será por eso por lo que no le gusta mucho. Tiene una hermana en un curso superior, que destaca por su larga melena negra, tan larga que parece una sirena de ojos tristes, pero solo se le ve con ella cuando recorren el camino que separa su casa del instituto, atravesando el puente sobre la carretera a las claras del día, encogidas por el frío seco de las montañas.
Durante días, Zarifa no aparece y Camila parece tener un problema menos, aunque surgen otras menudencias. Han comenzado a estudiar Historia. Le resulta extraordinariamente difícil comprender que el ser humano vivía en otro tiempo de otra manera.
_ El hombre no puede venir del mono –comenta ante las imágenes que representan la evolución- eso es mentira.
Al leer un texto sobre los hombres de Neandhertal y de Cromangon, aparece otro escollo, algunos alumnos no saben leer las cifras de los millones de años. Camila ve la cifra y quiere leerla de golpe, sin método, no recuerda que debe agrupar las cifras y como siempre se desespera.
_ ¡Qué yo no puedo leer esto, qué no puedo!
No tiene ninguna paciencia, ni siquiera para atender a las explicaciones. Todos estos obstáculos la sacan de quicio. Y para colmo, los romanos inventaron otros números que ahora había que usar para escribir los siglos. Ah, eso sí, cuando leen cómo los hombres prehistóricos emigraban a América a través del estrecho de Bering, puede exponer su opinión, toda esa gente saliendo de sus países para irse a otro sitio, eso no está bien. Está claro que cada uno debe quedarse en el lugar en el que ha nacido, como todos esos inmigrantes que vienen a España a quitarle el trabajo a los de aquí.
La maestra intenta explicar que los seres humanos siempre han ido a otros lugares cuando han tenido hambre o cuando no son libres, cuando no pueden decir lo que piensan.
_ Si hombre, como que a mí no me van dejar que diga lo que yo quiera, los cojo y los mato –sentencia muy segura- .
Cuando la primavera se ha dejado ver de improviso y un anticipado veranillo eleva las temperaturas considerablemente, Camila ha cambiado su indumentaria de anciana y se ha puesto una faldita vaquera abombada, unas medias y unas increíbles manoletinas de lentejuelas plateadas de las que el sol del patio saca innumerables destellos irisados.
Un rato antes habían estado jugando en el largo pasillo del interior del edificio, buscando personajes cervantinos en los largos carteles de papel continúo en un intenso color amarillo, que se han dibujado para celebrar el día del libro, para poder completar una sopa de letras. Zarifa se muestra huraña y hostil, con los brazos cruzados y sus oblicuos ojos empequeñecidos hasta llegar a ser una línea, por su gesto de enojo. Una alumna de un curso superior ha pasado junto a los alumnos que iban de un lado a otro, sin orden ni concierto, tratando de ser los primeros en completar las palabras, formando un tremendo alboroto, cuando Zarifa sale como un rayo a pegarle a la alumna del curso superior que pasaba, llamándole de todo menos guapa. Los profesores y el educador social la sujetan e intentan hacerla razonar.
_ ¡Qué me ha mirado! – se desgañita Zarifa haciendo amagos una y otra vez de abalanzarse contra la ultrajada alumna, que tampoco se corta un pelo.
_ ¡Qué a mí no me mira nadie! ¡Qué a mí nadie me chulea! – Sigue gritando una iracunda Zafira- ¡Nadie...! ¡Sus muertos!
Ah, esta es la expresión favorita de todos antes de ir a las manos, "Nadie me chulea", todo el mundo debería salir corriendo después de eso. Luego está lo de acordarse de los muertos, la afrenta más grande que cualquier persona puede recibir y que necesita de una terrible venganza.
La maestra, que conoce a la alumna del curso superior que pasaba por el pasillo, cree que será más fácil negociar por esta banda.
_ Venga, Carmen, déjalo ya, no le hagas caso...
_ Pues yo cuando me pongo... que se calle ya que si no la moñeo... Que yo ni la he mirado ¿Qué se habrá creído esa niñata?
Nadie conoce el  tremendo significado de una mirada. ¿Qué habría interpretado Zarifa? Cualquiera sabe. Debajo de su imponente pose, como la Reina de Saba, una inseguridad más grande que su cuerpo, la idea de ser el ombligo del mundo, la sensación de ser atacada por todos, la impresión de no ser aceptada...Cualquier cosa.
Mientras tanto, algún mal intencionado, intentaba meter cizaña, haciendo comentarios provocadores en algunos corrillos, que de todo hay.
Finalmente, sin saber muy bien cómo, se logró terminar el juego y otro simultáneo que se hacía dentro de la biblioteca, donde mozas ataviadas a lo  Dulcinea del Toboso servían menús literarios a los alumnos sentados en las mesas de tan exquisito restaurante y un Don Quijote cansado, se repantigaba en el sofá del rincón de lectura con la barba  gris postiza como si fuera un babero y un Sancho Panza con una barriga deforme y su sombrero de paja que  literalmente se había tirado a su lado.
Aquel espacio con las paredes llenas de libros, parecía en ese momento de todo menos una biblioteca. Los comensales no paraban de reír y coger las flores de papel de los floreros a puñados y en seguida decían haber terminado las lecturas, aunque no parecía que se hubiesen enterado mucho, para recibir una cajita de cartón con chucherías y poder pintar con los dedos embadurnados de colores_ lo que a Camila le daba mucho asco, naturalmente_ , lo que se les ocurriera sobre el rollo de papel continuo extendido sobre otra mesa. Algunas aspas gigantescas en  molinos muy pequeños se podían reconocer entre centenares de garabatos trazados con los dedos, como homenaje a aquel lugar de la Mancha que era preciso olvidar, porque cualquier lugar puede ser el escenario de innumerables historias, solo con dar rienda suelta a la imaginación. 
Cuando todo estuvo recogido, aún faltaba un rato para que sonara la sirena, dando el pistoletazo de salida a una legión de adolescentes deseosos de abandonar el recinto del instituto. Salieron al patio, unos a jugar al fútbol, como siempre, mientras otros deambulaban de un lado para otro, sobre todo las niñas y  un grupúsculo se reunía en el campo de baloncesto a jugar con un enorme balón de colores.
Zarifa decidió marcharse inmediatamente y nadie pudo detenerla, con su arrogancia y su moño tan alto, como una diva caprichosa, acostumbrada a actuar a su antojo, sin acordarse de lo vulnerable que parecía unos minutos atrás.
La maestra, que había hecho algunas fotos de los alumnos en plena actividad, observó la imagen del cielo, los árboles y las gruesas nubes blancas en los charcos que había dejado la lluvia  caída durante la noche, fue a sacar algunas instantáneas de este singular paisaje.
_ Señorita, ¿Qué estás haciendo? –Preguntó Camila-
_ Fotografiando nubes en el agua.
_ Vaya, pues a mí eso no me gusta. ¡Qué tontería!
Después intentó ir a dónde jugaban los del balón grande, pero no se atrevió a sortear el charco que había delante de la puerta de la valla metálica con sus zapatillas de lentejuelas. Se alejó del grupo de niñas sin rumbo y de pronto gritó, un grito agudo y estridente, con toda la boca abierta y los ojos cerrados. Se quedó callada unos instantes y pareció sentirse satisfecha de ella misma, tanto que volvió a gritar a pleno pulmón, unos segundos más que antes, con más ganas... y siguió sin rumbo, tan campante, como si gritar así fuese lo más natural del mundo.

Francesca andrade
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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NOCHE QUE ATRAQUÉ EN LA COSTA DE LOS MOSQUITOS      


Acababa de terminar el instituto y me encontraba perdido, estaba como un velero en medio de una tempestad, el barco era yo y mis noches de juerga alcohólica eran el mar. Ese verano, antes de empezar la universidad, trabajaba en un infame bar de copas que estaba situado en la zona más turística de la ciudad durante el periodo vacacional. Os cuento esto porque alrededor de ese local de Villa Mojarra giraba mi vida en esos tiempos, allí me recogían mis amigos cuando terminaba e incluso íbamos allí a beber la mayoría de las veces los pocos días que tenía libres. A pesar de las tribulaciones que me invadían como consecuencia del horizonte incierto que vislumbraba en un entorno de enseñanza adulta estaba siendo un buen verano y, aunque nunca había sido un ligón y era bastante tímido, me había logrado agenciar unos cuantos chochitos gracias a estar detrás de la barra. El bar estaba en la calle del antiguo general fascista Martínez Barroso, que sin estar en primera línea de playa sí que estaba justo detrás del paseo marítimo y acudía una clientela "selecta" que sólo a veces se contaminaba con algún viejo borracho o toxicómano, y allí alternaban los jovencitos y jovencitas porque las copas eran un poco más baratas. Algunas veces alguna muchacha se fijaba en mí pero he de confesar que la mayoría de las veces, si bien se mostraban interesadas, yo aprovechaba que la bebida, una bebida que además les servía yo, había transformado su percepción de la realidad y estaban eufóricas en un mundo de fantasía. Con ese panorama estaba contento y tranquilo hasta la noche que sucedió lo de Willy. Willy era un viejo marino que iba muchas noches al bar y bebía whisky Cutty Sark con agua. Además de Carlos, el portero, conmigo tras la barra trabajaban Silvia y Dani, un chico muy listo y diligente un poco jorobado y con unos andares agónicos, pero Willy siempre me pedía las copas a mí y me daba buenas propinas; Manu, el encargado del bar y hermano del dueño, no quería que las aceptásemos, pero el marino canoso me las deslizaba dentro de los diarios deportivos que siempre leía. Sobre él contaban cientos de historias por los bares de la zona y se decía desde que había matado a su esposa hasta que había encontrado muchos tesoros en sus viajes por el Pacífico. Dani, que tenía un tío que con frecuencia recorría los mismos bares que él emborrachándose, me había contado muchas de esas historias, como una sobre un tipo manco al que la tripulación de su barco lanzó por la borda a miles de kilómetros de tierra por una traición. Mi compañero sabría más historias que yo sobre Willy, pero como ya os he dicho él siempre me pedía las copas a mí, cosa que ocurrió la madrugada de miércoles que sucedió todo. En esa ocasión le puse como de costumbre su whisky con agua, aunque en su cara había algo extraño, parecía preocupado. Es fácil darse de cuenta de esto ahora, pero supongo que si no hubiera pasado nada no lo habría notado. Mientras le daba el primer trago al whisky y yo le devolvía el cambio su gesto cambió y me dijo:
   -Jesús, tengo mucha esperanza puesta en ti, eres lo más parecido a un hijo que tengo.
   -Pero si me llamo Jandro.
   -Bueno, el nombre es lo de menos, Jandro, pero me tiene que hacer un favor.
   -Dime, Willy.
   -¿Ves esta llave? –me dijo enseñándome una muy grande y bastante antigua que se sacó de un collar que llevaba bajo la camisa.
   -Sí.
   -Te la voy a dar. Guárdala bien, tú sólo hazme caso, guárdala hasta que yo te la pida.
   Le miré a los ojos y miré la llave, no parecía estar borracho pero lo que me decía era muy raro. La llave era grande para llevarla en el bolsillo, al menos con comodidad, pero no sé si porque me dejé llevar o porque me dio pena o por otra razón acepté el encargo.
   Esa noche la cosa estaba tranquilita y, como no había apenas trabajo, Dani se había largado a las 12 por decisión de Manu. A las 2 y media ya estaba trabajando sólo, en el bar nada más que quedaban Willy, apurando su segundo whisky, y un grupo de jóvenes de Cazalla de la Sierra que habían venido de vacaciones a la playa; Manu me había encargado cerrar y se había ido con Carlos y Silvia a La Cabaña, un bar muy de moda entre la gente de la noche y que se ponía bien cuando los primeros pubs iban cerrando. El grupo de jóvenes se marchó y Willy, que ya había acabado su copa, me dio un abrazo y le acompañé a la puerta antes de cerrarla para limpiar y recoger un poco.
   -Bueno, chico, hasta pronto, cuidado con la llave –me dijo.
   -Descuida, Willy.
   Nos acercamos a la puerta, salió y cuando la cerré vi cómo un grupo de hombres encapuchados más bien jóvenes se le acercaron y, después de hablar con él unos segundos, lo empujaron, cayó al suelo y empezaron a golpearle. No fue demasiado el tiempo que le estuvieron golpeando, ni siquiera pude abrir la puerta antes de que acabaran porque un coche de policía pasó y salieron corriendo, pero le golpearon fuerte y Willy era un hombre mayor. Abrí y me acerqué al sitio donde estaba el viejo marino y un policía me preguntó:
   -¿Lo conoce?
   -Sí –le contesté mientras aguanta a Willy por la espalda. Sin duda estaba maltrecho: le sangraba la boca, tenía varios moratones en su despoblada cabeza y aunque no estaba inconsciente parecía aturdido.
   -¿Y a los que le estaban pegando?
   -No, creo que no, iban encapuchados, lo único que me ha parecido ver es que uno de ellos parecía de Sudamérica –respondí esa vez.
   -Pues lo han dejado bien –dijo el poli.
Entonces Willy, al que yo sujetaba y acariciaba el escaso pelo, me soltó:
   -Ya le he hablado de ti a los míos por si pasaba algo y si no salgo de esta, cuando llegue el momento, vendrán a buscarte y podréis encontrar el tesoro que está en La Costa de los Mosquitos...
   -Claro que saldrás de esta, no parece que haya sido para tanto, esto no va a acabar con un viejo pirata como tú, jejé –le dije y reí para animarle.
   -Ya sé que esta no, pero ya me han encontrado y no van a parar hasta acabar conmigo. La llave sirve para... Bueno, da igual, ya te enterarás cuando te tengas que enterar.
   -Este hombre parece que no está como debe de estar –comentó uno de los policías y aunque no iban a coger a los agresores por lo menos determinaron llevarlo al hospital que, todo sea dicho, tampoco estaba muy lejos. Lo metieron en el coche y yo entré de nuevo en el bar.
Estaba nervioso después de lo que había pasado; recogí por encima y me fui a mi casa a tranquilizarme un poco. Salí, empecé a andar, me encendí un cigarro y tras dos caladas me dieron nauseas; pensé en tirarlo pero, antes de hacerlo, me fumé la mitad y empecé a toser. Cuando tiré el cigarro al suelo escuché un claxon y al mirar hacia la carretera vi a mi amigo Paquito que me llamaba desde su ciclomotor.
   -¿Qué pasa, guarra, de dónde vienes? –me preguntó.
   -De trabajar, del bar.
   -Ah, ¿y dónde vas?
   -Si no me encuentro a Pamela Anderson por el camino y me pide rollo a mi casa.
   -¿Te llevo?
   -Bueno, aunque así me despido de la posibilidad de lo de Pamela Anderson.
   -Otra vez será –me dijo.
   -Eso espero –le contesté y me monté detrás.
   -Yo creo que... –estaba diciendo Paquito cuando una piedra golpeó en el lateral de su ciclomotor y vimos que a unos cien metros estaban los tipos encapuchados que habían agredido a Willy y que se acercaban hacia nosotros corriendo.
   -¡Arranca! –le grité.
   -¡Ya, ya, es lo que intento! –me respondió chillando y la tercera vez que le dio al botón de arranque lo consiguió y abrió puño y salimos rápido de allí. Los encapuchados estaban ya sólo a unos metros.
   -Uff, menos mal –respiré aliviado mientras salíamos cagando leches y Paquito me preguntó:
   -Qué locura, tío, ¿tú conoces a esa gente?
   -Yo no, pero hace un rato le han pegado en la puerta de mi bar a un viejo que bebe allí y que me ha dado una llave esta noche –le contesté tocándome el bolsillo para cerciorarme de que la llevaba.
   -Pues yo tendría cuidado.
   -Ya, ya.
   Cinco minutos después del lanzamiento de la piedra y la huida a toda prisa Paquito me dejó en mi casa.
   -¿Quieres subir un rato y nos tomamos unas cervezas que tengo en la nevera? –le pregunté cuando estábamos frente a mi portal.
   -¿Y tus padres? –me dijo.
   -Están en la casa del campo.
   -Me quedaría a acompañarte un rato, pero es que mañana tengo que madrugar para ir a recoger unos pollos a casa de mi tío a Chiclana, que se va acercando el fin de semana y en la pollería vamos a necesitar bastante género. Lo que voy a hacer es tomarme un whisky en mi casa antes de acostarme.
   -Bueno, pues ya nos veremos por ahí.
   -Venga, tío. ¿Si voy mañana a la playa te pego el toque?
   -Venga.
   -Adióós –se despidió Paquito yéndose con su moto.
   Abrí el portón, entré y subí en el ascensor pensando en todo lo de Willy, la llave, los encapuchados... Cuando salí y pasé a mi casa me saqué la llave del bolsillo, la observé pensando qué hacer con ella y la dejé en la cómoda que había junto a la entrada. Entré en el salón, puse la tele y encendí un cigarro. Me tumbé en el sofá a ver un programa de crímenes y ya antes de acabarme el pitillo estaba desperezándome y cerrando los ojos; en cuanto lo acabé me quedé dormido.

   Un par de horas después desperté porque estaba sonando el teléfono y lo cogí:
   -¿Quién es? –contesté.
   -¿¡Oye, qué ha pasado en el local?! –me gritaban al otro lado de la línea.
   -¿Qué?
   -¡¡QUE ¿¿QUÉ HA PASADO EN EL BAR, COJONES??!! –chillaba una voz que distinguí era de Manu.
   -Pues no sé, yo he cerrado como siempre y me he ido.
   -¡PUES ESTÁ TOTALMENTE DESTROZADO!
   -¿Qué sí?, ya te digo que yo no sé nada.
   -Sí, veníamos de La Cabaña de tomarnos algo y nos hemos encontrado la puerta rota, todo lleno de botellas por el suelo, los papeles desordenados como si hubieran estado rebuscando...
   -Puede ser que tenga algo que ver con unos encapuchados que le han pegado a Willy, el marino ese que va al bar, y que se han ido corriendo.
   -Vaya tela. Bueno, mañana hablaremos, ahora vamos a denunciar esto a la policía.
   -Vale, hasta mañana –dije y colgué. Me levanté para irme a la cama pero antes me dio por ir a la cómoda a mirar la llave. Cuando llegué ya no estaba allí.

Francisco                                                                                         
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Como siempre


Las risas de los niños hacían eco por encima del mar tranquilo y su respiración se ralentizaba sobre el olor a salitre de la toalla. Le encantaba ir a la playa, era su santuario particular. Paula rodó sobre sí misma hasta alcanzar el móvil de su bolso, marcó el número que tantas veces había marcado antes y esperó a que él contestara. Un pitido, dos, tres, el contestador de voz. Suspiró y hundió la cabeza en la toalla, mientras la tan conocida sensación de angustia crecía en su estómago. Era hora de irse.
   Enfiló por la estrecha calle empedrada, ignoró al hombre que estaba orinando en la esquina y llegó hasta su portal. Se paró y, nerviosa, rebuscó en su bolso sin encontrar las llaves. Suspiró intentando aparcar la creciente angustia, llamó al telefonillo y esperó.
   -¿Sí?-Preguntó la voz de un niño pequeño.
   -Soy yo cariño, ábreme anda.
   -Espera ¿vale? Que voy corriendo-y acto seguido se oyó un golpe. Paula supuso que el niño había dejado el telefonillo colgando del cable y se concentró en el repiqueteo que el aparato hacía contra la pared, mientras intentaba no dejarse llevar por la sensación de ansiedad que se concentraba en su estómago. Oyó algo siendo arrastrado y el repiqueteo del telefonillo cesó.
   -Ya está-Dijo el niño triunfal-Es que no llegaba al botón de abrir. Menos mal que me sabía el truco de subirme a la silla que sino no podrías subir ¿eh?.-el niño rió divertido, y Paula intentó seguirle. Pero no era algo que le hiciera precisamente gracia. Oyó el sonido de la cerradura desbloqueándose y tiró de la puerta. Entró y subió de dos en dos las escaleras hasta llegar al cuarto piso y tocar el timbre de la casa. Podía imaginarse perfectamente al pequeño peleándose con el picaporte para abrirla.
   -Hacia la izquierda Sergio, hacia la izquierda.-Se abrió la puerta y un niño de cinco o seis años se abalanzó sobre ella. Paula lo cogió en brazos y entro a la casa mientras lo abrazaba.
   -Mi chiquitín, ¿dónde está papá?
   -¿Papá?-repuso el niño con ojos de asombro-se fue después del desayuno para dar una vuelta.
   -¿Cómo? ¿Y no ha vuelto?-Paula comenzó a alarmarse.- ¿Y Ana? ¿Dónde está Ana?
Dejó al niño en el suelo mientras maldecía y salió corriendo hacia la habitación del fondo del pasillo. Se acercó a la cuna y cogió a la niña de un año escaso que había empezado a llorar.
   -Has dicho una palabrota-Le reprochó Sergio, que había entrado al cuarto, mientras le tiraba del pantalón. Paula lo ignoró, mientras frenética revisaba a la niña que tenía empapado el pijama.
   -Tengo hambre ¿cuándo vamos a comer?-protestó el niño intentando llamar su atención.
   -¿No habéis comido todavía?-Repuso distraída todavía comprobando a la niña.-Dios mío, Sergio pero ¿por qué está Ana empapada?
   -Pues es que yo tenía sed y he bebido agua, y como Ana no dejaba de llorar he pensado que querría agua así que he traído la jarra y le he dado, pero es una torpe, no traga tumbada y se ha mojado entera.
   -¡Podías haberla ahogado!-Gritó angustiada agarrando de la pechera al niño-¿te das cuenta?-le increpó sin dejar de gritar. El niño abrió los ojos asustado, comenzó a llorar seguido de su hermana y Paula se obligó a tranquilizarse mientras inspiraba. El niño salió corriendo y se encerró en su habitación. Mientras cambiaba a la niña vio de reojo como Sergio se asomaba por la puerta, se dio la vuelta, se agachó y abrió los brazos. El niño corrió hacia ella y se refugió ahí mientras sollozaba y ella le acariciaba el pelo.
   -Yo no sabía... es que como papá dijo que tú harías la comida y no estabas... pero no sé hacer el biberón... y no dejaba de llorar... y yo... perdona... no lo volveré a hacer, de verdad...-El niño no dejaba de sollozar y Paula olvidó su enfado, al fin y al cabo no era culpa del pequeño.
   -Tranquilo cariño, lo has hecho muy bien, no es tu culpa. Termino de cambiar a Ana, le doy el biberón y preparo la comida para ti y para mí, ¿sí?-Le dio un beso en la nuca y se levantó para atender a la niña. El pequeño, hipando todavía, se secó los ojos con la camiseta y sonrió tímidamente.
   -¿Harás algo rico?-Preguntó.
   -Claro que sí mi vida, claro que sí.-Le contestó Paula, y es que podía sentirse feliz, no había pasado nada grave y eso que ya eran las cinco de la tarde.
   A las once de la noche los niños estaban ya acostados y Paula había intentado no menos de cuarenta veces contactar con él, pero seguía sin contestar al móvil, como siempre. Pensaba en el día de trabajo que la esperaba mañana, con lo que había ahorrado hasta ahora, esperaba poder darle la vuelta a su vida muy pronto. Mientras adormilada en el sofá le daba vueltas a todo aquello, oyó unas llaves al otro lado de la puerta y supo que era él. No se equivocaba.
   Se abrió la puerta y entró un hombre de unos cincuenta años, tropezó con la alfombra de la entrada y se apoyó en la puerta para no caer. Estaba borracho, de eso no quedaba duda. Paula notó como la furia iba creciendo en su interior, se levantó y lo enfrentó.
   -¿Dónde has estado? ¡Se suponía que hoy cuidarías de los niños! ¡Me prometiste que lo harías! Y llego a las cinco de la tarde y me encuentro que no estás, no coges al móvil  ¡y encima ahora vuelves borracho!-Le escupió con rabia contenida.-¿Es en eso en lo que piensas gastar todo el dinero? ¡Acabarán por echarnos del piso!
   -Pero tú... -comenzó el balanceándose- ¿Pero tú quién te crees que eres para hablarme de ese modo? ¿Eh?
Se acercó a ella intimidante y Paula retrocedió mientras él se acercaba cada vez más. Pegada a la pared cerró los ojos asustada, pero entonces sintió el aliento a alcohol en la cara y aquello la enervó. Abrió los ojos y lo empujó lejos de ella mientras le gritaba:
   -¡Son tus hijos! ¡No puedes dejarlos sin más y marcharte! ¡Podría haberles pasado algo!
Él tropezó hacia atrás pero consiguió mantener el equilibrio y, momentáneamente sereno, con la cara desencajada por la ira, se acercó rápido y la agarró del pelo obligándola a arrodillarse en el suelo.
   -¡Asquerosa niña! ¿Pero tú quién te crees que eres? ¡No eres más que una **** como tu madre!-Le susurró mientras le propinaba una patada en la tripa.
Y es que desde que, al poco de nacer Ana, la madre de Paula los había abandonado, ella no solo se había hecho cargo de la casa, sus hermanos y su padre, sino también de la ración diaria de golpes. Encogida en el suelo se obligó a no gritar y se alegró de que las puertas de las habitaciones de sus hermanos estuvieran cerradas.
Se mantuvo quieta en el suelo esperando el próximo golpe, pero éste no llegó. Abrió los ojos y miró a su alrededor, todavía inmóvil, hasta localizar a su padre, que se había tumbado en el sofá tras perder el interés en seguir pegándola.
A gatas, intentando no llamar la atención y conteniendo los sollozos, Paula logró llegar hasta el baño. Al cerrar la puerta pudo oír los ronquidos de él, se miró al espejo y a sus diecinueve años, se permitió llorar. Se levantó la camiseta y examinó su tripa, en la que como siempre, no quedaban marcas; y es que el sabía muy bien donde pegar para que no quedaran.
   Los primeros rayos de sol de la mañana sorprendieron a Paula dormida en el suelo del baño. Dolorida se levantó y lavó la cara. Salió silenciosa del baño y se acercó al salón. Vacío, seguramente habría salido ya a beber, otra vez. Volvería a la hora de la comida y fingiría que nada había pasado, como siempre. Al igual que ella haría, también como siempre.
   Volvió al baño, se recogió el pelo y preparó café. Pintó su cara con una sonrisa y cubrió el dolor con tarareos mientras le daba a Ana el primer biberón del día. Ensimismada no oyó los pasos descalzos de su hermano. Al darse la vuelta, lo encontró ahí, en el umbral de la puerta, con la angustia pintada en su rostro mudo.
   -Dormilón ¿te preparo el desayuno?-le dijo Paula sonriéndole, como siempre.
   El niño se quedó callado, mirándola serio, y vaciló antes de por fin abrir la boca.
   -Paula, cuando tú tampoco puedas más... ¿también te irás como mamá?
   Y fue en ese momento, con Ana en los brazos y la pregunta de Sergio retumbando todavía en sus oídos, cuando Paula se dio cuenta de que no era la única que no había dormido aquella noche, como otras tantas. Pero sobre todo comprendió que, si hacía lo de siempre, nada cambiaría nunca.
   Esa mañana Paula cogió el móvil. Aunque esta vez pasó por alto el número al que siempre llamaba y marcó uno de tan solo tres dígitos. Veinte minutos más tarde abandonaba la casa, pero lo hacía con sus dos hermanos, tres oficiales de la policía y una mujer de los servicios sociales.
   Al cruzar el umbral Sergio se agarró a su mano y se detuvo por un momento. Paula le sonrió tranquilizadora. No, esta vez no dejaría que todo fuera como siempre.

Astrid
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Palabras para olvidar


Maldito día en que se me ocurrió decirle: "Renunciaré a todo por ti". Tonta de mí, que confié en él y no debí haberlo hecho.
Viéndolo desde la distancia, con algo más de perspectiva, si hubiese sido una tontería, ya sería demasiado gorda; pero fue peor. Sin darme cuenta, esas palabras marcaron mi vida durante mucho tiempo.
Claro que entonces eran días románticos y no te paras a pensar y dices lo que sientes en ese momento.
Ahora las veo como unas palabras un tanto retóricas, vamos, que aquello no era una afirmación absoluta. Pero qué más da si la otra persona coge tus propias palabras y, sin que importen tus verdaderas intenciones, las utiliza en su propio beneficio.
Al principio fue bien. Supongo que así ocurre siempre y no paré mientes en la desdichada realidad que se me acercaba.
Poco a poco, fueron menguando los momentos dulces, mientras que comenzaban a apuntar algunos problemas.
Piensas que será una situación pasajera, más bien confías en que solamente sea eso y dejas que pase el tiempo... pero no mejora nada, al contrario, empeora cada vez más.
Hasta que llega un día, cuando te convences finalmente que ya has sufrido demasiado, más de lo que puedes soportar y que se ha acabado todo.
De aquellos días no quiero recordar nada. Todo se rompe a tu alrededor; tu vida, tus proyectos ya no valen para nada.
Solamente quería retirar aquella persona de mi vida para siempre jamás. Pero parece como si tirases por la borda todo lo que te importaba. No quedan más que desechos. Toda tu vida es otro desecho.
Pensabas que ahora saldrías bastante bien librada, pero no fue así ni por asomo. Pasan los días y te hundes. No tienes ganas de nada, la vida no vale nada, tú no vales nada.
Y la gente te hunde más todavía, incluso te impide salir a flote.
Sí, esta buena gente que te rodea, esta buena gente que te hace comentarios con la mejor de sus intenciones, sin sospechar el alcance de sus palabras.
Esta buena gente, que me hacía comentarios muy bien intencionados, aún me hacía más daño.
No se percataban que sus palabras hurgaban en unas heridas que permanecían abiertas y que las enconaban todavía más.
-¡Chica!, ¿cómo te ha podido pasar eso a ti?
No soy especial, ni tampoco diferente. Solamente una más, como todas.
-¡Oye!, que no nos lo esperábamos, si es que hacíais muy buena pareja.
También la casa junto al río, pero ya sabemos que pasa cuando diluvia.
-¡Ay!, una chica tan maja como eres y que tengas que pasar por este mal trago.
¿Qué mal trago?, ¿el de ahora o el de antes?, ¿el de recordar cada momento lo que quiero olvidar con toda mi alma?
Y claro, no dices nada, ¿qué vas a replicar?, todo se queda dentro, ensuciándolo todo, un amargor que no te puedes quitar de encima, por más que lo intentes.
O me conocía demasiada gente o era la comidilla del momento, lo cierto era que casi todas las personas, con las que me cruzaba en medio de la calle o en cualquier esquina, se me quedaban mirando o se hacían comentarios entre sí.
Hubo un día que no pude más. Ya no soportaba continuar viviendo en el mismo sitio de siempre. No soportaba ver la misma gente cada día. No me soportaba a mí misma...

Otro lugar, un nuevo empezar, nuevas personas, nuevas caras que me iban resultando conocidas poco a poco.
Al principio salía poco a la calle, sólo lo justo, me sentía extraña, desplazada, sin raíz alguna.
Todo me resultaba desconocido, lo que veía por la ventana, los ruidos que se filtraban por las paredes, incluso veía diferente la gente.
Ni tan solo podía decirme a mí misma que estaba en mi hogar. Todo resultaba extraño a mi alrededor.
Fue pasando el tiempo. Tal vez el suficiente y, por fin, pude ir tranquila por la calle.
Llegó un día que pensé que los colores habían vuelto a la ciudad. Ya sé que nunca se habían ido, pero antes no los veía. Hasta aquel momento sólo había grises, pues mi misma alma estaba agrisada.
También contemplé las sonrisas de la gente, sin que me pareciesen una burla dirigida contra mí. Solamente era alegría, sin más trascendencia que un gesto suave en el semblante.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude hacer otra cosa que volver rápidamente y encerrarme en mi cuarto.
Allí dentro me dejé llevar por la emoción y lloré, lloré todo lo que no había llorado antes... hasta que... pude olvidar y vivir de nuevo.

Albaluna
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

SOLILOQUIO DE ESTÍO


Llegó la época de lluvias, que en mi infancia fue mi excusa y durante mi juventud mi amante secreta, y barrió, con un solo movimiento de escoba, todos los frutos de la cosecha perdida. Los campos, esquilmados después de tanto lustro, estaban anegados de agua y de lodo, y las heladas del amanecer prolongaban las huellas del desastre durante unas horas más.

   El mes de enero no solo trajo lluvias. También mi padre recogió su propia cosecha de fiebres y sudores. En poco tiempo, el pueblo pareció vestirse de luto. Las muertes eran continuas, y rara vez dejaban de sorprendernos. Únicamente cuando la defunción había sido pregonada previamente, no experimentábamos ese salto inesperado que era tan hijo del pánico como del hartazgo.

   Yo, acostumbrado a ver en mi progenitor a un hombre fuerte al que ningún obstáculo podía apartar del camino, me dejé llevar por la tranquila espera, y así dejé cabos sueltos y palabras sin destinatario. Mucho tiempo después de esto que relato, y sentado junto a una acequia, donde la luz de la luna me permitía meditar sin ambages, escribí una escueta nota que dejé flotar al aire libre, y no en el interior de una botella sin oxígeno. Llegaría al pantano y allí, como las palabras no susurradas, desteñiría el agua de un azul intenso. Quería pensar que el poder de lo no dicho podía ser prodigioso.

   La última noche fue la peor, y yo ya no dudaba acerca del final de mi padre, de su naufragio inminente. No obstante, la valentía no me acompañó, y permanecí, con mi monólogo de silencio, velando a quien ya casi no era junto a su lecho. Le tomé la mano huesuda, envuelto en piel translúcida bajo la cual las venas se retorcían como un tronco añoso y profundamente ramificado.

   Mi padre respiraba con un sonido ligeramente silbante, pero sin llegar al estertor, agitando el pecho vagamente en un movimiento vertical que afectaba a sus delgadas y encallecidas manos, que le había dispuesto en cruz sobre el abdomen. Su actitud era tranquila y parecía estar defendiendo la imagen responsable de padre y esposo. Nunca supe si dormía en un sueño libre y reposado o si su firmeza en ese momento era -como su cabeza ligeramente inclinada y su aire contemplativo y absorto hacían sospechar- causa o consecuencia de un último pensamiento. Quizá se estuviese reprochando, en ese postrer momento, que el perfil rural que mostraba sin recelo sería la única herencia que obtendría de él: mi rostro de madurez, condicionamiento y excusa de una vejez prematura y que yo, por ser el suyo, llevaba con orgullo, aunque no me jactara de ello.

   Las sombras de la pared oscurecían casi por completo la pequeña habitación. Sobre la vieja cómoda ardían un par de velones, y la turbia claridad azul que despedían se filtraba entre los paños que colgaban de una viga junto al espejo roto, quizá presagio, como la grieta de las amarillentas fotos, de la falla que se abría ante nuestros ojos.

   La imagen de mi padre que reflejaba el cristal era, si cabe, más fantasmal que la auténtica. La palidez del rostro y de las sábanas, en lugar de ensombrecerse con el polvo del espejo, a la hora nocturna en que la campana de la iglesia nos despertaba de los recuerdos con un seco plañido, adquirían una indecisa tonalidad de tierra rojiza y cadmio amarillento. El resto del mobiliario y de las personas que asistían al velatorio era, plasmado en aquel espejo, una compacta y pronunciada -más allá, posiblemente, del cristal- masa negra.

   Los últimos rumores del pueblo habían desaparecido con el fresco aliento de la medianoche. Con la primera helada, el gris plateado salpicó desigualmente a la vegetación y a los cristales, en una actitud de margarita que alguien deshoja pacientemente: te quiero, no te quiero. La luz de la luna se descolgaba tímidamente del cielo y el frío cortaba, como un cruel relámpago, el momento sombrío.

   La silueta difusa de mi padre se derramó, furtivamente, por la almohada sorda y bronca, perezosa y deformada, y se extendió atravesando la brisa azul entre los álamos bañados por el gélido susurro de Eolo. Las palabras que nosotros esquivábamos con los ojos empañados, surgían masticadas del interior de su boca reseca, resbalando por sus finos y lívidos labios, casi inexistentes. Y, aunque resultaban cadavéricas, la dulzura que se escondía en su significado nos llenaba de sosiego.

   Los dos plañidos de la campana que, pasada una hora, se escucharon remotamente, tras el monte, acompañaron al cuerpo, ya sin vida, de mi padre. Cubrí el espejo con el paño de la habitación menos raído y apagué uno de los velones. Mientras, mi madre, sin apenas fuerzas para ello, cerró la boca de su marido, que tantas veces había besado, y así mi padre se llevó a la tumba la última palabra acariciante -un simple adiós, quizá- que no logró ni tan siquiera susurrar. Mis tíos se mantuvieron quietos, en silencio, mientras que la melodía de llantos y suspiros continuaba hasta, sin apenas variación, madura el alba.

   Yo, por mi parte, besé levemente la frente de mi padre, como tantas veces había hecho a modo de respeto, cariño o travesura, y no supe qué decir. Aparté la vista del camastro, tratando de huir de lo que ya había sido consumado, cuando un escalofrío recorrió mi espalda: tras el paño, ligeramente transparente que ocultaba al espejo, este reflejaba ya mi propia imagen sin vida.

MARCOS CANO MONTEAGUDO
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Mi Rebeca


La cuestión es que había vuelto a mirar atrás. Sí, lo había hecho por primera vez en muchos meses. Con todo el descaro que pude, como si la vida me fuese en ello (que quizás me iba). Él y su bicicleta, yo volviendo de trabajar absorta en mis tonterías, caminando por la acera de la sombra, en caravana detrás de un ejército de mujeres empujando carricoches rebosantes de alegría. Yo tenía unas ganas tremebundas de llegar a casa lo antes posible, mear y quitarme los tacones del diablo que llevaban horas torturándome sin piedad. Pero miré atrás...y no digo mirar atrás en el sentido romanticón y grave del filósofo que se para a analizar su oscuro pasado, que para amarga y jodidamente oscuro ya está el mío. Digo que miré atrás porque sus ojos negros se clavaron en los míos al cruzarnos y me giré toda yo, sin soltar una brizna del aire contenido en mis pulmones, para seguirlo con la mirada. Ahora ya me creo capacitada para catalogar al chaval de la bicicleta como uno de esos tipos que andan sueltos por ahí y que sin cuidarse demasiado seducen: barba de dos días, camisa por fuera...pero en aquel instante de debilidad se me asemejó nada menos que a un David de Miguel Ángel ciclista y por desgracia vestido. Para mi sorpresa y sin atropellar a nadie, él también se volvió y sus ojos negros me dieron un último buen repaso. Era la primera vez en exactamente nueve meses que me sentía valientemente correspondida, como si esa mirada fugaz fuese el espíritu santo, me llenó por dentro hasta hacerme entrar ganas de saltar y cantar por la calle. Pobre de mí, imbécil. Y sí, hacía ya nueve meses que me había encontrado al que era mi novio (o más bien era yo la tonta de su novia) en brazos de otra: Rebeca. Yo sí sé lo que es la ira precoz y precipitada del primer instante. Ventana, cabezazos-pared, puñetazos, patadas, revolcones en el suelo, gritos, no, no, esto no puede ser real, emprender una lucha a ostia limpia contra el guarro que me había enamorado durante más de tres años, emprenderla contra la zorra de su concubina, desintegrarme en el cosmos, correr hasta no poder ya más, vomitar el almuerzo...tanto atropello de opciones no me permitió apreciar la realidad tal y como se merecía. Días después, al verlos juntos y tener la gran suerte de que me proclamasen buena y pacífica amiga oficial de la nueva pareja pude estudiar con calma el semblante de Rebeca. La verdad, sigue sin extrañarme que la eligiese a ella, pues me considero enteramente heterosexual, pero con ella haría hasta yo misma una excepción. Tenía una melena rubia hasta la mitad de la espalda, unos ojos brillantes y una sonrisa de hábil culebra que metía miedo, pero era indudablemente hermosa. Rebeca...la veía por todas partes y a todas horas, soñaba con ella. Me perseguía por dentro. Si algo seguro sé es que la persona contra la que más odio del mundo acumulo es el innombrable que me coronó cornuda, pero ella...no sabría decir si la odio también o no. Pero aquel día había pasado el bonito de la bicicleta barriendo los penosos recuerdos de los que había vivido hasta el momento. Y había mirado atrás. Y me sentí feliz.

Al día siguiente me pinté los labios de rojo. Sabía que no era muy adecuado dado que trabajo en un centro psiquiátrico y podía desde incitar a mentes peligrosamente perversas hasta quedar como una idiota materialista que no sabe que está trabajando en un lugar lleno de regaderas y no en una elegante tienda de ropa, pero yo me los pinté. Al entrar vi una bicicleta en la puerta y sonreí sin la menor idea de lo que me deparaba.
-   Helena, ha llegado el sustituto de tu compañera embarazada. Está en el vestíbulo esperándome para que le enseñe las instalaciones, pero me ha surgido una reunión de última hora con los del sindicato. ¿Podrías presentarle tú un poco de qué va esto? Se llama Pablo.
Y ahí, con las manos en los bolsillos estaba Pablo, mi Pablo el de la bicicleta. Nos miramos avergonzados y le conté que yo le mostraría el centro ante la repentina ausencia del jefe y que no se me asustase mucho.
-   Te queda muy bien el rojo en los labios.
A las once de la mañana hicimos una pausa en nuestro trabajo de dios y nos tomamos juntos un café. Me contó que vivía solo (y se sentía solo) debido a un desliz sentimental.
-   Bueno Pablo, por lo menos tú estás solo. Mi novio también se largó de mi vida pero su recuerdo y el de la que me reemplaza me persiguen y me hacen compañía día y noche...y te aseguro que preferiría sentirme sola como la una antes que este acoso que me tienen jurado y que no me deja concentrarme en nada, ni siquiera en sentirme un poquito sola.
-   A mí también me reemplazaron.
Sonreímos ante la curiosa situación que ambos habíamos descubierto compartir. Lo que me dejó helada fue darme cuenta de que la que había sido su chica tenía una melena rubia hasta la mitad de la espalda y se llamaba Rebeca. Nos descubrimos los dos con cara de tontos confesando que tanto él como yo no habíamos acabado violentamente con ninguna de nuestras parejas y nos habíamos mostrado bastante tolerantes, pues al fin y al cabo, aplicada la buena cornamenta en cuestión, ya no había nada más que hacer. Habíamos sido dos presas fáciles de contentar: Rebeca y el tonto se habían pensado que aquel viernes de enero era el día nacional de la amistad entre parejas rotas, presentándose como pareja feliz ante mí a las cinco de la tarde en un tenso café y ante Pablo a las ocho en una amistosa cena. Se lo habían montado de fábula...los nervios se me dispararon y los fantasmas de hacía nueve meses regresaron como si todo hubiese sucedido ayer. De no ser porque mis compañeros de trabajo estaban relativamente cerca de mí me hubiese inyectado una alta dosis de morfina; que me viesen los pobres enfermos me traía sin cuidado. Rebeca...Rebeca estaba en todos sitios, era una maldita omnipresente, invadía mi terreno de una forma tan tangible que terminaba pareciéndome surrealista. Rebeca...hasta los bonitos ojos negros de Pablo habían sido suyos y qué sabía yo si en secreto seguían siéndolo. Odiaba a Pablo porque había conseguido enamorarme, porque yo le gustaba a él, porque mis labios rojos le gustaban a él, porque Rebeca le había gustado a él...no podía soportar formar un espléndido paralelogramo amoroso con tres personas que me trastornaban casi hasta el punto de ingresarme a mí misma en aquella condenada clínica.


Esa maldita y misma tarde cogí la baja por depresión, ansiedad, estrés y todo lo que se le ocurrió poner al pobre médico que me visitó (y me aguantó). Quizás con suerte al volver, mi compañera ya estuviese bien parida y con el niño lo suficientemente alimentado, rosadito, sin los ojos desorbitados ni cerrados, en fin, esas cosas tan cursis que se dan y que no significan más que el hecho de que una ya está sobradamente lista para reincorporarse al trabajo. No quería ver nunca más a Pablo: tenía suficiente con ver a Rebeca y al que de no haberse desviado hubiese sido mi media naranja (sí, lo admito) en cada rincón de las sopas, mi piso y mi mente.

Marea
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Regresar


- No me creo que llames desde El Bonillo.- exclamó Raquel.
- Ni yo tampoco, pero el motor no responde y con la nieve que ha caído...
- ¿Y qué harás?
- No tengo opción, pronto anochecerá.

Marcos no ha pisado su pueblo desde los veinte, cuando salió de casa para sellar con un portazo su adolescencia y no volver jamás. Su negativa a seguir con el negocio familiar abrió una brecha insondable que desembocaría en su partida y el inicio de su carrera en una empresa de transportes. El camionero, quince años después, quedaba atrapado de regreso de uno de sus viajes en aquel pueblo que le viera nacer.
Hacía frío y se enguantó las manos al salir de la cabina. Parecía que los años no hubieran rozado la memoria de las casas; la tarde caía, a su paso por las aceras blancas le asaltaron recuerdos de su infancia. De los arcos del Ayuntamiento pendían témpanos, como estandartes puntiagudos. Se sonrió, las farolas despertaban y de alguna chimenea emergía un humo hogareño que redoblaba su nostalgia.
De repente, su mente se vio agredida por imágenes rotundas de un padre inexpugnable. Marcos olvidaba el helor, ahora vagaba sin rumbo por las calles reviviendo la historia:
- ¡No arruinarás por lo que tanto ha luchado esta familia!- Resonó en su cabeza.
- ¡No puedes obligarme, Papá! Soy yo quien debe decidir.
- ¿Abandonarás el horno así sin más?
- Que se encargue mi hermano, ya es mayor.
- ¡Basta!- abrió los ojos sobresaltado, maldiciendo el azar que lo llevara allí.

Curiosamente el frío había desaparecido, y no eran estrellas que deslumbraban sus ojos febriles, sino lámparas.
Como sacada de sus recuerdos, distinguió el rostro envejecido y emocionado de una mujer que le secaba el sudor.
- Descansa, tienes fiebre.
- ¿Mamá...?- Marcos no salía de su asombro.
- Te encontró tu hermano, desfallecido de frío en un banco. Delirabas en sueños...

Su padre había muerto, vendió el horno tras la negativa de su otro hijo. Marcos lamentó la noticia, cuando visitara su tumba enterró para siempre el rencor.
- A su manera, pero te quería.- Sollozó ella.

   
- No me creo que llames desde El Bonillo. – Exclamó Raquel
- Ni yo tampoco, pero se nos ha hecho tarde a madre y a mí, pronto estaremos en casa. Pon a enfriar cava, van a ser las mejores Navidades que hayamos vivido jamás.
                  
Cienfuegos
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Diario


Es de noche de nuevo. Sobre la mesa hay tres velas que iluminan el espacio. Escribo estas líneas sobre las últimas hojas que han quedado de un cuaderno viejo, que cogí de mi casa antes de abandonarla. Va para dos meses que estamos en guerra y las condiciones de vida se deterioran. En la superficie las batallas continúan. Cada día escuchamos tiros, las sirenas sonar y después los aviones militares enemigos que destruyen nuestra ciudad (incluso mi casa). Echo de menos mi niñez, cuando podía jugar con mis amigos, correr por las calles y gritar libremente. Ahora estamos aquí, encerrados, callados, preocupados. Cuando un ataque se termina, solamente entonces salimos al aire libre y nos dirigimos hacia las ruinas. Lo más importante es encontrar a alguna víctima y, si es posible, lograr salvarla. Ayudamos a llevar a los heridos en camillas a los hospitales, donde los médicos y las enfermeras tratan de curar sus heridas, si ya no es tarde. Hay muchos cadáveres y los daños son incalculables. Un desastre absoluto, una devastación irrazonable en todas partes.
En cuanto a la vida en el refugio, somos cincuenta personas, principalmente ancianos, mujeres y niños. No hay electricidad, sólo agua potable, afortunadamente. Al comienzo tropezábamos y nos resbalábamos continuamente, ahora estamos acostumbrados. Un anciano toca su armónica y otro empieza a cantar una canción triste de su época, que no dura mucho, porque pronto él se echa a llorar. Algunas mujeres cosen o bordan, otra toca un icono y recita un rezo breve. Un bebé gruñe y su madre intenta y al final consigue acostarlo. Unos pequeños niños se ponen a jugar, pero alguien les dice que no deben hacer mucho ruido y se preguntan el por qué; quizás no se han dado completa cuenta de lo ocurrido. La mayoría se concentra en el medio, escuchando las noticias en la radio; las predicciones y las estimaciones son pesimistas. Así pasa el tiempo.
La situación nos pone nerviosos, pero todavía no es insoportable. Debemos tener mucha paciencia, mientras tenemos miedo de todo. Cuando oímos un ruido extraño o a alguien tocar a la puerta, inmediatamente apagamos las velas y quedamos en la oscuridad; entonces, muchos se abrazan y otros agarran pedazos de madera para golpear al posible intruso, antes de revelar nuestro escondite.
A Dios gracias, todavía estoy vivo, pero lamentablemente no sé nada de mis hermanos. Un día nuevo va a empezar. Esperamos que suceda algo positivo; yo no he perdido las esperanzas. Voy a acostarme, me siento tan cansado...

Babispf
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL CASCARUDO NEGRO


"Amelia, dieciocho años, soltera, estudiante del interior. De Artigas." Así se presentó en la pensión estudiantil de la calle Colonia cuando llegó a Montevideo. Vino a la capital resuelta a hacer Facultad de Arquitectura.
El primer año fue doloroso. Lejos de su gente y de sus pagos. Los extrañaba y sucumbía en libros y maquetas todo el día y la noche. Pero sin embargo, lograba muy buenas calificaciones y felicitaciones de sus compañeros y docentes.
Conoció a muchos estudiantes del interior del país y del interior de su departamento, que, a pesar de recorrerlo con frecuencia, nunca pudo conocerlo completamente. 
Se emocionaba escuchando las historias de tierras tan lejanas, que quizá algún día, en el viaje final de su carrera, pudiera conocer. Por ahora, disfrutaba, de fuente fiel, sucesos vividos en carne propia.
Los siguientes años no fueron tan  intensos como el primero pero siguieron siendo muy enriquecedores. En el primer semestre del segundo año, en  uno de los bailes organizados por Facultad de Veterinaria, conoció a Néstor, con quien ennovió pronto, y a Raquel, quien resultó ser una excelente amiga. Al año siguiente se mudó con Néstor a un monoambiente más cerca de la Facultad. Raquel, cuatro años mayor que Amelia, estudiaba Psicología, estaba en sus últimos años de su carrera. Era inteligente y confiable. Se reían siempre con sus análisis de la vida. Disfrutaban largas horas de charlas, confidencias y verdaderos debates sobre cualquier tema.
   - Tu apartamento es un consultorio personal para mí. ¡ Me encanta contarte mis cosas y que me analices ! – confesó Amelia mientras reían juntas tiradas en los almohadones del living de Raquel.
   Con Raquel aprendió a hacer mandalas y a leer a Carl Gustav Jung.
Néstor era de Tacuarembó y vino a Montevideo a trabajar en una empresa de computación y estudiaba reparación en una academia de informática.

Una noche, Amelia llegó y Néstor ya estaba durmiendo. Se  acercó a saludarlo y le vió dos marcas en el cuello, dos líneas rojas.
-   ¿Te lastimaste?
-   No... Luché contra dos tipos que intentaron robarme. Pero ya pasó, no te preocupes. Ya pasó, estoy bien. Fue lo único que pudieron hacerme: arañarme.
-   Qué horrible mi amor... y vos no me dijiste nada.
-   No. ¿Para qué? Vos estás ocupada con tus estudios y tus viajes. No te quise molestar. Ya pasó.
Amelia fue al baño y regresó con el estuche de primeros auxilios. Le desinfectó la herida. Charlaron un rato, ella cenó en la cama y se durmieron. Olvidó contarle que sospechaba estar embarazada  y que había comprado un test casero.

Temprano a la mañana, el test de embarazo de Amelia le marcó positivo. Una mezcla de sorpresa y duda se instaló en su mente. Ella salió del baño para contarle, pero Néstor ya bajaba las escaleras, dando un portazo, sin siquiera despedirse ni desayunar con ella, como lo hacían siempre. Intentó llamarlo, pero el teléfono celular de Néstor estaba en la mesa de luz.
Amelia se quedó mirando por la ventana, con un celular en cada mano.
- Esta noche lo sorprendo con la noticia – se dijo sonriente.

Ese día resumió los datos del asentamiento. Sacó  fotografías y armó un PowerPoint con todo. Iba a utilizar las imágenes que captaría como metáforas de la realidad: personales, compartibles y comunes para todo un grupo humano. Pretendía armar un discurso con imágenes. Empezaría con un recorrido y después con imágenes puntuales, de más impacto visual; armaría un concepto de paisaje que fuera útil para entender la interpretación que tiene un observador de un territorio que lo rodea. También intentaría, con la opinión de las personas que viven allí, armar la interpretación de quien habita ese lugar. A partir de esos dos enfoques, el del que observa y el del que es observado, el paisaje sería el resultado de la intersección entre imagen y realidad; la imagen que tiene quien mira de afuera y la realidad de las personas que viven allí.
Cerró los archivos. Apagó la computadora y empezó a hacer la cena.
De pronto sintió un portazo. Era Néstor que llegaba tarde. Entró sin saludar y se encerró en el dormitorio.
Ella preocupada y distante, apenas se acercó, le preguntó como le había ido. El no contestó. Ella se fue de nuevo a la cocina.
-   Si no quiere hablar, que no hable. Punto.– se dijo.
Esa noche ella cenaría sola, leyendo los apuntes, no quiso decirle nada.
Estaba tan concentrada en sus cosas que no escuchaba a Néstor que le pedía que se fuera a dormir con él. Néstor la llamó varias veces y luego desistió. El se duchó, no cenó y se acostó. El sueño lo calló. Amelia prendió el televisor, como siempre, para que pareciera que había alguien y salió a comprar la cena.
Pasada la publicidad, comenzó el informativo:
- Policiales: Noticia de último momento: Una joven psicóloga recién recibida de su carrera fue ultimada violentamente en su apartamento esta madrugada. La policía afirma que fue homicidio, pues no hay señales de robo. La cerradura de la puerta de entrada fue destrozada. Vecinos del lugar sospechan que haya sido un hombre, pues vieron a un desconocido saliendo en la madrugada. La cámaras de seguridad del edificio registraron el momento... - la imagen borrosa mostraba un hombre saliendo hacia la vereda – La imagen fija en el rostro no era muy clara. – comentó el periodista al finalizar el informe.
Amelia regresó, cenó, apagó la televisión y se acostó.

De madrugada Néstor se despertó sudando. Fue al baño y se mojó la cara. Mientras se secaba ,se miró al espejo del botiquín. Se miró los dientes y sonrió.
Surgieron en su mente, como flashes, las imágenes: la puerta del apartamento de Raquel se abre, Raquel que asoma, él la toma por el cuello – las imágenes se desfiguran y vuelven a ser nítidas – sus dedos se hunden en la garganta de Raquel.  Ella intenta sacárselo de encima. Él la tira al piso. Se sienta en su pecho apretando con el peso de su cuerpo sobre el cuello de Raquel. Ella deja de respirar. Él resopla, se levanta y sale cerrando con cuidado la puerta. Baja las escaleras y camina hacia la calle. Ve árboles y oscuridad. Vuelve a borrarse la imagen. Le duele la cabeza.
Se ve ahora, vistiéndose frente al espejo. Se mira en él y vuelve a sonreír pero con los labios cerrados.
Va hacia el comedor y se queda allí sentado; ahora fastidiado.
Néstor no soporta más pero sigue sentado allí, clavado en la silla con la mirada fija en el montón de papel. El sudor le corre por la espalda y gotea en el piso húmedo y resbaloso.
Ya no soporta más el calor de esa noche. Un montón de trozos de papeles metalizados, doblados, arrugados y retorcidos, adornan el centro de la mesa.
Las marcas en las paredes internas del vaso delatan las consecutivas pausas entre sorbo y sorbo, entre cigarro y cigarro, entre dientes, entre insultos que vuelve a repetir mentalmente una y otra vez, sentado, él y su sombra.
Un cascarudo negro entra atraído por la luz de la única lámpara desnuda, en el medio de la habitación. El golpeteo de la caparazón del insecto contra el cristal de luz, es el único sonido que se alterna con los resoplidos fastidiados de Néstor.
Las paredes de la habitación parecen acercarse más y más con cada hora que pasa. El agobiante calor húmedo de la costa hace más tediosa aún la noche.
La luz amarillenta de la lamparilla, al atravesar los vidrios de las botellas vacías sobre la mesa, tiñe de marrón los papeles amontonados. Las tres botellas oscurecen los reflejos de la lámpara.
El humo del cigarrillo nubla la habitación y agrisa las paredes. Las grietas en la puerta crujen delatoras. La otra silla tumbada en el piso, ahora quieta, parece moverse de nuevo.
Néstor mira la silla y la superficie brillante de la mesa, el vaso por la mitad, medio vacío y la cerveza tibia y sin espuma. Acaricia con los dedos el borde sucio de pintura labial. Lleva los dedos a la boca y los huele. Cierra los ojos en una larga inspiración pero no deja caer ni una lágrima. Abre los ojos de pronto, para no dejarse llevar por esa sensación... que no sabe qué es.
El cenicero, lleno de colillas quemadas, algunas marcadas de rojo, otras sin nada, inunda el ambiente de tabaco y alquitrán. Néstor enciende otro cigarro. La pitada ilumina el extremo humeante. Una primera bocanada de humo escapa por entre los dientes apretados pero otra segunda sale, con fuerza, hacia arriba. Los dedos, inconformes, golpetean la madera brillante haciendo, con las uñas, un sonido que se confunde con el del cascarudo.
Néstor no puede más. Hunde el codo en la mesa y sostiene la cabeza, pesada, desbordada de ideas que lo fastidian. El cuello se alivia del peso y casi permite que las palabras salgan. Pero no. Néstor no quiere soltarlas.
¿Y si lo hubiese dicho de otra manera?... Quizás ahora no estaría solo, con el cascarudo. Pero no. Néstor no quiere hablar. Se tapa la boca con la mano y los dedos pintados marcan sus mejillas.
El insecto vuelve una y otra vez, incesante a golpear el cristal de luz con su duro caparazón.
Si hubiesen hablado en otro lugar, aunque hubiera gente alrededor. Pero no. Néstor no quiere pronunciar ninguna palabra.
No vale la pena hablar ahora.
El insecto revolotea en círculos, ensayando giros en el aire turbio y húmedo y vuelve a golpear el cristal, una y otra vez, insistente.
Néstor se levanta, sale de la habitación y la estela de humo lo sigue.
El cascarudo sigue golpeando el cristal en la habitación silenciosa.
Una explosión, un golpe y algo rebota en el piso. El cascarudo sale por la ventana rozando, al pasar, el vestido rasgado y la espalda desnuda y fría de Amelia, curvada e inmóvil sobre el marco de madera ensangrentada.

Atanor
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente