Marta
¿Hora de la muerte?
Es lo último que escuchó, luego corrió tanto que perdió la noción del tiempo.
La tragedia había empezado mucho antes, cuando sus padres decidieron formar una familia; lo que ellos entendían por tal: marido, mujer e hijos.
Ella y sus hermanos, nacieron y vivieron de forma convencional; no se preguntaron si existía otra forma de ser familia hasta que sus vidas no respondieron al modelo tradicional, único que conocían. ¿O sí respondieron a ese modelo?
Marta era la mayor, luego llegó Antonio y finalmente Paco, estuvieron unidos mucho tiempo, hasta que dejaron de parecer hermanos.
Ella era estudiosa y se implicaba en lo que hacía, sabía sentir el dolor de los demás desde pequeña (nunca entendió que otros no lo sintieran, era lo natural), aspiraba a casi todo y su fuerza de voluntad no tenía límites.
Antonio era muy poco decidido, no tenía aspiraciones y le faltaba valor; desconocía la palabra empatía; le complacía pensar que era bondadoso.
Paco, el pequeño, aprendió de los dos, se construyó su propio mundo y descartó cualquier compromiso que no fuera consigo mismo.
Cuando Marta aceptó estas características de sus hermanos, había pasado mucho tiempo… era la mayor y los quería y protegía, también se sentía querida.
Desconocía que ahí estaba la trampa, en ese cariño, en esa necesidad de cariño.
Estudió Historia y sus éxitos académicos fueron constantes, quiso compartirlos con su familia, pero no lo entendieron, mejor, no superaron sus celos.
Antonio, fruto de su escasa personalidad, se conformó con mínimos, estudió lo justo, sus éxitos fueron nulos.
Paco, quería progresar ya, se puso a trabajar siendo un niño, no estudió; no tuvo éxitos.
Los tres hicieron lo que quisieron, sus padres entendieron que así debía ser y les dejaron elegir; agradecieron esa libertad, pero… sólo al principio.
Marta, la única mujer, era guapa, lista y la que mejor sabía vivir.
Antonio, el mayor de los varones, vio usurpada su posición, estaba en un segundo plano (ganado por sus méritos), que le parecía injusto y humillante; si era tan bondadoso ¿cómo la suerte no estaba con él? pensaba.
Paco, mucho más hostil, mostraba indiferencia para aplacar su malestar ante una situación que, también, entendía humillante.
Se negaron desde siempre a compartir los éxitos de Marta, quién necesitando compartirlos se buscó su propio espacio.
Entonces la llamaron altanera y poco familiar.
Era la más familiar, pero poco a poco se fue quedando sola.
No entendía qué pasaba, se sintió culpable mucho, mucho tiempo.
Ellos se agruparon en su sentimiento de inferioridad, devastador para Marta a quién aislaron, casi por completo.
No sabían que la estaban haciendo fuerte, tanto que resistió las dificultades que le fueron surgiendo como ellos no hubieran sido capaces de resistir nunca.
Marta se quedó ciega en un accidente y consiguió remontar y vivir con alegría, sin ayuda de sus hermanos; no se la brindaron y cuando la pidió se la negaron.
Entonces, la llamaron autosuficiente.
Tenía muy buenos amigos que despertaban la envidia de sus hermanos.
Sus novios tampoco fueron admitidos nunca.
Así era en general la relación entre los tres, insidiosa o inexistente.
Con los años empeoró; su madre murió joven, y a partir de ese momento aún se enfrió más la relación entre los tres.
No es que no eran amigos, es que no se comportaban como hermanos de Marta, quién aprendió poco a poco a prescindir de ellos.
Entonces la llamaron de nuevo altanera y orgullosa.
No se dieron cuenta de que sus insultos ya no le afectaban, ellos la hicieron fuerte, es lo único que les debía.
Su padre era su familia, pero tenía su propia vida.
Cuando éste enfermó, comprobó que sus hermanos sólo lo eran porque así estaba escrito, no tenían nada que ver con ella. Había cumplido cincuenta años.
Su padre, acostumbrado a vivir su vida, tuvo que depender de los demás, de Marta especialmente; Antonio, con el fin de seguir siendo bondadoso, hacía lo justo; Paco directamente no se ocupaba.
El malestar fue en aumento, hasta que el cansancio de Marta, la tristeza por el deterioro de su padre y el comportamiento de sus hermanos, consiguió un alejamiento doloroso para su padre y definitivo para ellos.
Estaban juntos cuando les dijo adiós, pero su padre sabía que no era cierto, ni estaban ni estarían nunca juntos, su última mirada fue más elocuente que cualquier palabra.
La sensación de tristeza y soledad le invadió irremediablemente, su padre, su último refugio, se había ido para siempre.
Ella sabía que no era cierto, que le acompañaría, pero ese abrazo tan necesario, en ocasiones, sólo lo podría recordar.
Sus orígenes compartidos desaparecieron para siempre.
ooo
La pregunta surge inevitable ¿por qué llamamos familia a quien nos lastima tanto? ¿por qué no somos nosotros quienes elegimos a nuestros familiares?
El término familia lo usamos como unión, como núcleo en el que somos queridos y en el que nos ayudamos; cuando no es así, será porque ésa no es nuestra familia, la nuestra es aquella que nos quiere y a la que nosotros queremos.
Aunque parezca una obviedad, las emociones nos traicionan y no acabamos de aceptar que aquellos que comparten nuestros genes, no siempre son nuestra familia, más bien pueden ser nuestros enemigos más feroces, por fantasmas contra los que no podemos luchar, porque son suyos no nuestros.
Marta lo consiguió con sus amigos, ellos la conocían y supieron ayudarle, nunca estuvo sola desde que comprendió quién era su verdadera familia.
Antonio y Paco quisieron que estuviera en el entierro de su padre, no lo hizo, él estaba con ella, no necesitaba mostrar a nadie su tristeza.
Ellos le lloraron públicamente, porque así lo dice la tradición y necesitaban sentir la aprobación de los demás para convencerse de que eran, de que fueron buenos hijos.
CARANDARN