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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

Noches de humo


   1ª Noche
   Fijó la mirada en los hielos que flotaban en el vaso. Rozó con el pulgar el filo describiendo una perfecta circunferencia. Hacía horas que el sol había desaparecido pero su cuerpo se resistía a irse a dormir. La ansiedad le pudo, buscó en sus bolsillos en busca de un cigarro. Al sacar el paquete de tabaco, una servilleta salió del bolsillo y se precipito sobre el suelo. Cuando la recogió, vio un número de teléfono. Tardó unos segundos en reconocerlo, era el teléfono de aquella chica que conoció en el bar la noche anterior. "¿Cómo se llamaba? Que mas da", pensó prendiendo el cigarrillo "Tal vez tendría que llamarla, era mona" continuó meditando, pero, la idea le rondó poco por la cabeza, de que servirá, unos días de sexo desenfrenado pero vacío y después volver a la decadente normalidad como si tal cosa. Una vez más, volvió a pensar en ella, no en la chica del bar, sino en ELLA, la que dejó escapar, tal vez por orgullo o puede que por miedo a que le hicieran daño. Es paradójico, todo el daño que quiso evitar terminó alcanzándolo, pero no de la manera que el temía, le alcanzó con un sinfín de relaciones que jamás llegarían a nada pues nunca lograría sacarla de su cabeza. Sus pensamientos le desesperaron una vez más. Exhaló el humo del cigarro y recostó la cabeza sobre el cabecero del sillón. El humo jugó con las luces, o puede que simplemente estuviera borracho, pero vio con claridad la sonrisa más hermosa que jamás había visto. Soltó una sonora carcajada, "ya que va a atormentarme tu recuerdo, podría recordarte desnuda". Dio un trago de whisky, el calor bajó por su garganta, un calor agradable cuya clara intensión era ahogar sus recuerdos, pero como otros tantos intentos fue en vano. Aquella noche lo asaltó de nuevo. La mujer de sus sueños le abrió su corazón y el escapó. Había rememorado esa noche un millón de veces deseando poder volver atrás y cambiar lo que hizo. Deseó una vez más regresar a ese momento, tomarla de la mano, rozar sus labios con los de ella y no separarse jamás de su cálido abrazo. Pero ya era tarde, el lo estropeó y lo sabía. Mató el whisky de un solo trago intentando quitarse el vivo sabor de ese beso que nunca existió y se levantó bruscamente "Creo que ya es hora de irme a la cama...solo"

   2ª Noche
   Se quedó mirándola mientras dormía durante horas. Memorizando cada una de sus facciones que ya conocía como las suyas propias. Un sueño hecho realidad que ahora dormía junto a el y que jamas dejaría escapar. Aun recordaba la primera vez que la vio hace ya tantos y tantos años. No eran mas que unos críos pero desde ese mismo momento decidió que era ella y solo ella la definitiva y ahora tras tanto tiempo la tenía a su lado. Aun mejor que en cualquiera de sus sueños, era aun mas preciosa de lo que recordaba. Se pregunto una vez mas como era posible que alguien como el pudiera tener tanta suerte. Siguió mirándola totalmente hipnotizado, como el mas hermoso de los cuadros, la mas hermosa de las damas cubierta únicamente por una fina sábana que dibujaba la mas perfecta de las siluetas. El sudor de su piel la hacia brillar aun en la oscuridad de la habitación. El pelo alborotado le cubría parte de la cara. Emitió un leve "ronquidito", y se enamoro aun mas de ella. Todo era perfecto, era cuanto podía desear, nada podría estropearlo y nada lo estropearía. Sintió que el sueño se apoderaba de el, pero no quiso dormir, sentía que no podría seguir viviendo si dejaba de mirarla aunque solo fuese un segundo. Los primeros rayos de luz comenzaron a filtrarse por la persiana. Su brillo natural se acrecentó y creyó encontrarse ante un ángel y este sentimiento se confirmo cuando abrió uno de esos preciosos ojos azules que clavo en el. "¿Sabes que pareces un psicópata si miras así?" dijo ella mostrando esa sonrisa de cuento. Quiso contestar, pero no pudo, cayó de nuevo preso de su hechizo. Cuando se incorporó, la sábana se deslizo dejando al descubierto su hombro. "Estas muy callado, ¿en que piensas?" insistió ella. "En lo preciosa que eres" contesto el sabiendo que era un tópico, pero, si era la verdad no podía mentir, no a ella. Juntaron sus labios y saboreo el mas dulce y tierno de los besos. Cerró los ojos, solo un segundo, para poder saborear el momento pero cuando los abrió de nuevo, ella ya no estaba. La luz de las persianas ya no iluminaban nada. La sábana no era mas que un revoltillo que solo lo cubría a el. Nadie emitía adorables ronquidos. Y una vez mas se recordó a si mismo: "Un sueño, no es mas que un sueño"

   3ª Noche
   Recorrió las calles bajo la luz de una tenue luna, conducido por un sinfín de farolas y el humo que despedía su cigarrillo. Deambuló sin saber demasiado bien hacia donde se dirigía, a pesar de saber a donde quería llegar. Sin embargo, el largo paseo comenzaba a darle la lucidez que no había tenido cuando salió del bar. Bajo la influencia de las incontables copas que había pedido, le pareció una buena idea pero había comenzado a pensar que posiblemente empeoraría las cosas aun mas. Tras largo rato, al fin llegó a su destino. Ante él, el edificio donde aguardaba la mujer de sus sueños. Se detuvo frente a la puerta intentando pensar fríamente. Deseaba que empezara a llover como en las películas, así todo parecería más romántico. Su corazón le repetía una y otra vez que llamase y le dijera lo que sentía, pero su cerebro, aun ahogado por el alcohol, le gritaba que se fuera a su casa a dormirla y mañana regresara si estaba seguro de ello. Mientras decidía a quien hacerle caso, echó un vistazo a su alrededor. Fue allí mismo, justo donde él estaba parado, allí mismo ella le había abierto su corazón, allí mismo él había escapado, allí mismo había estropeado la que sabía que era su última oportunidad con ella. "Creo que tendría que marcharme" se dijo a si mismo. A pesar de decírselo en voz alta, no se movió ni un centímetro. Siguió allí, clavado, meditando pros y contras de la locura que estaba a punto de hacer. Recordó todos esos sueños y cuanto desearía que fuesen realidad, que ella fuera lo último que viese al acostarse, perfecta como siempre, y lo primero que viera al despertarse, con ojeras y ese precioso pelo ceniza alborotado. "Ya que estoy aquí podría saludar" se dijo esta vez. Con una renovada determinación, encaró el telefonillo del edificio, tardó unos segundo en recordar el piso, y en cuanto lo recordó llamó sin pensárselo mas. Meditó que le iba a decir, como lo iba a decir, que diría ella, como lo diría ella. Empezó a hiperventilarse, buscó en su bolsillo otro cigarrillo que lo ayudase a relajarse, le parecía una eternidad lo que realmente apenas eran unos segundos. Recordó su pelo, sus ojos, su sonrisa, todo lo que lo había conducido a una locura tal, pero ya no podía darse la vuelta, era tarde, solo podía seguir adelante con su plan, pero no contestaba, no contestaba y el tiempo cada vez pasaba más lento. "¿Quién es?" contestaron al fin. Era su voz, la reconocería en cualquier lugar, dulce y melódica, pero no sabía que decir, todo lo que había preparado se le escapaba de la cabeza. "Soy... Soy... lo siento, creo que me he equivocado"


Manuel Gallego

Relatos FM

Alguien que suspira


Hola, soy alguien que respira y aunque mi presentación no sea demasiado importante,
me gustaría empezar por evitar toda clase de frivolidades ya que ante mi pasaron
bastantes. Y aunque en mi opinión las presentaciones están de mas cuando hay tanto
que contar no quiero empezar pareciendo distante o quizá como alguno de ellos.
Tengo exactamente trece años y aunque muchos duden de la cordura que manejo ahora
mismo, me gustaría exponer mi conclusión por así decirlo. Ahora mismo lo que diga, lo
que haga o piense que sea distinto no será considerado porque tan solo será ``una forma
de llamar la atención´´, algunos querrán vincularlo con algún problema de autoestima o
algo similar. No importa.
Después de trece largos, trece cortos años he podido percibir que algo raro había entre
manos y lo cierto es que, algo raro hay entre manos y si ustedes no se han dado cuenta
es que lo tienen muy bien planeado, ¿no creen?
En primer lugar no quiero parecer pretenciosa ni manipuladora, ni mucho menos
intentaré modular sus cerebros porque creo que estamos bastante hartos todos de ello,
únicamente, me gustaría exponer mi conclusión para que ustedes como buenos
ciudadanos juiciosos, examinéis la situación.
Yo, como muchos de vosotros hicisteis hace mucho, cuando ni siquiera yo existía, me
he percatado últimamente de algo extraño y quisiera que se dieran cuenta ustedes
también de que algo no va bien y de que tal vez y solo tal vez de vez en cuando
debiéramos pararnos a mirar a alrededor, a nuestro alrededor
Imaginen, imaginasen un mundo diferente, su misma vida pero diferente. Imaginen
levantarse todas las mañanas con una sonrisa en la cara no necesariamente justificada,
algo así como avanzar y llegar hasta la calle, la calle un lugar limpio de las
``necesidades´´ humanas. La policía, podría estar en... mejor dicho no estaría, porque
no podría haber necesidad de ella. La codicia que siempre ha corrompido al ser humano
se podría esfumar junto a los prejuicios que siempre sacaron lo peor de cada persona.
Las nuevas tecnologías tan innecesarias que se han creado para tener ``entretenida´´ o
manejada o absorbida a la población podrían dejar de formar parte de la vida de nadie.
Las industrias dejarían de ser para que otras cosas pudieran ser. Las clases sociales ya
no serían de importancia porque no habría clases sociales y así nadie se creería mejor ni
nadie le dejaría creerse mejor.
El dinero considerado ya como lo más importante desaparecería del vocabulario,
podría dejar de existir gente que trabajase para otra gente, tampoco habría obsesión por
el trabajo, ni gente que muriese de hambre porque todos seriamos personas en vez de
solamente gente. Los animales, las plantas, los ríos, los mares, las montañas, el viento,
el sol, la nada mas absoluta... serían tratados como se merecen.
La gente que se atreve a menospreciar y es capaz de reírse de las desgracias ajenas y
únicamente espera que llegue su final para arrepentirse y absolverse de pecados, seamos
realistas, ellos de verdad conocerían el sentido de la palabra justicia. Porque la justicia
ya podría dejar de ser un logotipo, podría convertirse en una palabra con sentido.
Las aspiraciones humanas también podrían cambiar, podrían ser más concretas y
podrían tener cierto sentido de realización. La envidia y la avaricia podrían desaparecer
si se esfumase también la necesidad de superar y conservar cosas superfluas.
Algo importante a lo que no se le da demasiada importancia últimamente, el nombre,
cada ser tendría un nombre y una dignidad que fuesen de uso. Temas sobre números
como peso, altura, edad, tiempo, calificaciones... dejarían de ser de importancia y cada
uno llegaría a ser capaz de autoevaluarse y pensar por su cuenta. Nada podría ser de
nadie y podría no haber patrimonios privados porque casi todo podría ser de todos y
cada uno podría respetar lo ajeno. Podría desaparecer también la gente que se sienta
inferior, porque no desaparecería también la que se siente superior. Una vida podría
empezar a ser un verdadero motivo de alegría y podría ser tratada como se merece.
Nadie tendría miedo de nadie, porque nadie daría razones para dar miedo.
¿Podría?
Y yo solo quiero decir que todo aquel que este, todo soñador que lee esto, lo imagine y
decida que merece la pena y lo cierto es que si algo así que podría ser y no es, duele, ¿a
caso no es eso la mayor muestra de que uno está vivo o de que al menos existe?

Alguien

Relatos FM

DECEPCIÓN O VENGANZA


Eva permanecía sentada en la cama mirando hacia ninguna parte. Las lágrimas habían dejado de caer al menos media hora antes, pero ella ni siquiera se había dado cuenta. Se sentía tan vacía...
Su hermana se lo había advertido, la actitud de Yago no era normal. Pero ella no lo quería ver. Eran felices juntos, o al menos eso era lo que ella creía. En una mano tenia su foto de bodas, en la otra, la prueba de que Yago le era infiel. Por un momento pensó dejarlo estar, fingir que no sabía nada y seguir siendo feliz junto a su marido. Pero en el fondo sabía que jamás volvería a confiar en él, que no podía funcionar.
Se dirigió al salón, donde el muy estúpido no había comprobado el ordenador tras el apagón del día anterior. Cuando Eva lo había visto encendido, se había acercado a apagarlo. Pero entonces, se había percatado de que en la pantalla le salía una página de contactos. "Bah, será un virus o algo así" –había pensado mientras buscaba la pestaña para cerrar aquella página.
De repente, un número llamó su atención. Era una fecha, justamente la del fin de semana siguiente, cuando Yago le había dicho que tenía que viajar con su jefe a Cádiz, para hablar con un cliente. Entonces, se dispuso a leer la conversación. Al principio, pensó que estaba soñando, o que le estaban gastando alguna broma pesada, pero tras leer lo que venía escrito en aquella conversación de chat, decidió buscar en el historial de la página.
Con horror descubrió que su marido se veía con varias mujeres a sus espaldas, pero sobre todo con una tal Sonia, con la que parecía estar saliendo desde hacía ya un par de meses. Coincidían las fechas en que según el chat habían quedado, con los días que Yago la había llamado para decirle que llegaría más tarde de lo normal, porque según él, las cosas en el trabajo estaban complicadas y debía hacer méritos. Incluso vio que las tres noches que a ella le había tocado hacer guardia en el hospital, su marido las había pasado con Sonia, no en su casa como le había dicho a Eva.
Su mundo, de repente, se hundió. Toda la felicidad que pensaba tener, se había esfumado en un maldito chat. Durante varias horas, lloró sin control con la foto de la boda en la mano y las conversaciones (que había impreso para tener pruebas) en la otra. Incluso había pensado en lo que le diría. Había ideado varias maneras de dejarle. Algunas destilaban resignación; otras, rencor; otras simplemente decepción. Pero en realidad, lo que quería era que sufriera la vergüenza que sentía ella en aquel momento.
Cogió una mochila y metió allí varias cosas. Después le envió un mensaje diciéndole que tenía que ir de guardia esa noche, que faltaba un compañero. Sabía que no tendría problema. Él estaba deseando quedarse solo con la tal Sonia. Entonces llamó a su hermana y le pidió dormir en su casa esa noche, tenía mucho que contarle. Su hermana, cuando supo que por fin se habían confirmado sus sospechas, maldijo el día que los había presentado y le dijo que iría a recogerla.
Antes de apagar el ordenador, Eva apuntó el nombre de la página en la que estaba inscrito Yago y el nombre de las mujeres con las que había quedado ya. Después apagó y se marchó con la sensación de haber perdido una vida entera.
En casa de su hermana se desahogó y lloró hasta que se quedó dormida.  Pero a las tres de la madrugada, un insólito insomnio se apoderó de ella, dándole muchas horas para idear un plan. Por la mañana, mientras tomaba un café y un analgésico, su hermana se encaminó a la cocina y le dio un beso.
-¿Cómo estás? ¿Has hablado con él?
-No, me acaba de mandar un mensaje para decirme que se tenía que ir a trabajar, que hoy tenía que entrar pronto.
-Será capullo...
-He pensado algo, Isabel...
-¿Sobre tu marido? ¿No estarás pensando en quedarte con él?
-Pues sí...
-¡Pero Eva, por favor! ¿No te das cuenta de que no va a cambiar?
-Tranquila, Isabel, que no es eso. La verdad es que tengo una idea. Quiero vengarme de él, pero necesito tu ayuda.
-¿Qué estás pensando? ¡Uf! No sé... me empiezas a asustar, estás demasiado tranquila.
-Mira –comenzó Eva dándole a su hermana las conversaciones impresas que había sacado el día antes del ordenador-. Yago se ve con esta tía, una tal Sonia, pero por lo que he podido ver, el muy cabrón ha quedado con más de una. De hecho hoy ha quedado con otra chica. A todas les cuenta algo diferente.
-¡No me lo puedo creer! ¡Y parecía una mosquita muerta!
-Pues ya ves...
-¿Y qué quieres de mí? ¿Que le siga o algo así? –preguntó Isabel.
-No exactamente, quiero que quedes con él.
-¡¿Cómo?! ¡Tú estás loca!
-Isa... yo entiendo que te pido demasiado, pero necesito que te hagas pasar por alguien de esa página y quedes con él como si no supieras quien es. Pero en realidad, iré yo. Yo no puedo chatear con él cuando estemos en la misma casa, ¿entiendes?
-Ya... está bien. Espero ser capaz. A ver... vamos a registrarnos en la dichosa página.
Media hora después, Isabel ya estaba metida en la misma página de contactos que su cuñado y había mandado invitaciones para conocer a varios chicos, además de a él, para no despertar las sospechas de Yago. Eva se fue a su casa y registró cada cajón y cada rincón en busca de alguna evidencia. Encontró varias cosas que no sabía de donde habían salido. Yago las tenía escondidas, debían ser regalos que había recibido y de los que Eva no debía conocer su existencia. Una vez encontrados, los fotografió y los volvió a dejar donde estaban.
Cuando llegó su marido por la noche, intentó estar lo más normal que pudo, pero era tremendamente difícil tener delante a la persona con la que había decidido compartir su vida y tener que disimular ante su traición.
Por la noche, Eva se fue pronto a la cama, alegando que la noche anterior en el trabajo,  no la habían dejado pegar ojo. Yago se quedó en el ordenador supuestamente trabajando, pero minutos después, Eva recibió un mensaje de su hermana diciéndole que Yago había contactado con ella, que al día siguiente le enseñaría la conversación. Eva no pudo con la curiosidad. Se levantó a la cocina a por un vaso de agua y casi se le escapa una maliciosa sonrisa cuando vio que su marido apagaba nervioso lo que estaba mirando en el ordenador y simulaba trabajar en un informe.
Al día siguiente, Eva acudió a casa de su hermana al salir de trabajar. Cuando vio la conversación que había tenido la noche anterior con su marido, se puso furiosa.
-Lo siento, Eva, de verdad. Me pasé, ¿no? Intentaré no ser tan directa, ni tan insinuante, es que pensé que preferirías pillarle cuanto antes.
-No me enfado por ti, Isa, en realidad, estoy tremendamente orgullosa de ti. Debes estar asqueada diciéndole a mi marido las ganas que tienes de conocerle, las ganas de mirar sus ojos y... y...
Las lágrimas volvieron a los ojos de Eva y su hermana se apresuró a abrazarla, pero ella rápidamente se las secó y le dijo:
-No te preocupes, son las últimas lágrimas que suelto por este cerdo.
Isabel miró a los ojos de su hermana y supo que en aquel momento se había convertido en una mujer más fuerte de lo que había sido jamás.
Pasaron varios días en los que Yago no faltó a la cita con su cuñada mediante el ordenador. Ella se había hecho pasar por una joven llamada Celia e iban haciendo "avances". De hecho, él quería quedar con ella cuanto antes.
Entonces, se presentó la oportunidad. Una noche en la que Eva tenía que trabajar, el compañero al que había cubierto varios días antes, la llamó para devolverle el favor. Así que Eva lo aceptó y, sin decirle nada a su marido, llamó a su hermana para decirle que esa era la noche pactada.
Quedó con él a las diez de la noche en un restaurante en el centro. No quería que nadie de su entorno se enterara de lo que estaba ocurriendo. Llamó a las diez menos cuarto al restaurante y pidió que le dieran a Yago el recado de que Celia llegaría un poco tarde, que estaba en un atasco.
A las diez en punto, ella estaba en la barra tomando un refresco mientras veía a su marido sentado en una mesa. Estaba nervioso y no quitaba la vista de la puerta. A ella no podía verla, estaba semioculta tras un biombo. Veinte minutos más tarde, Eva apuró su bebida y se acercó. Vio un regalo en la mesa y entonces sacó los papeles de su bolso.
-¡Qué suerte he tenido! ¡Yo también te he traído algo! –exclamó mientras le ponía los papeles delante.
Yago estaba tan aturdido que ni siquiera se atrevía a respirar. Guardó disimuladamente el paquete que estaba encima de la mesa y se dispuso a dar un beso a su esposa.
-¡Cariño! ¿Qué haces aquí? Creí que trabajabas. Es que me llamó mi jefe y he quedado aquí con un cliente...
-¡Ah, qué bien! ¿Y tu cliente no se llamará Celia por casualidad?
Entonces Yago se dio cuenta de que su esposa había tramado aquello y que la tal Celia jamás acudiría, porque en realidad estaba sentada delante de él.
-¿Desde cuándo lo sabes? –preguntó él.
-Desde hace demasiado poco. Hasta hace unos días creí que eras el hombre de quien me había enamorado y ya ves...
-¿Cómo lo supiste?
-Cuando un ordenador se apaga de golpe, a veces se enciende donde se quedó.
-El apagón...
-Exacto, el apagón –confirmó Eva.
-Pero... ¿cómo contactaste conmigo y te hiciste pasar por otra mujer?
-Me ayudó Isabel...  le debo un gran favor.
-Entonces... ¿esto es el fin? Yo... lo siento, no sé que decirte, la verdad es que no entiendo qué me ocurre, cariño, yo te quiero, pero es muy goloso que te busquen las mujeres...
-Claro, si yo te entiendo.
-¿Ah, sí? –preguntó el esperanzado.
-Si... y mi abogado también. Aquí tienes los papeles del divorcio. Espero que lo firmes sin poner ni una sola pega, porque si no, te quitaré hasta los calzoncillos.
Yago se pasó las manos por el pelo, ya no se sentía tan seguro de sí mismo ni tan feliz.
-Me voy a pasar la noche con mi hermana. Vuelvo mañana por la tarde, para entonces te quiero fuera de allí –dijo ella mientras se levantaba para marcharse del restaurante.
Yago se quedó en la mesa con los papeles del divorcio en la mano y un sobre enorme. Lo abrió despacio comprobando que dentro estaban todas las conversaciones que había mantenido con aquellas mujeres y con Celia, quien en realidad había resultado ser su cuñada. Otro sobre más pequeño llamó su atención. Lo abrió extrañado y por primera vez comprendió el alcance de lo que había perdido. Dentro sólo había una ecografía del hijo al que no tendría jamás.

Reismarie

Relatos FM

INTERNET ME LA JUGÓ



Es domingo las diez de la mañana, suena el móvil con mi música del himno del Madrid y no deja de sonar, lo cojo con mano insegura por estar con mucho sueño.
-¿Diga? La voz sale con un sonido de mucho sueño.
-María, ¿Hola? Soy Ana, perdona que te llame tan temprano para ser domingo y no trabajar, pero necesito tu ayuda. Me ha surgido un problema chateando y tengo que resolverlo. He conocido a un chico y me ha propuesto conocernos esta noche en una fiesta del barrio de Santiago, allí dan baile con una orquesta, acudirá poca gente será  un sitio tranquilo. Yo como salgo con Luis no puedo ir, si se entera se pondrá celoso y fíjate lo que puede pasar. Quiero que tú ocupes mi lugar en ese encuentro.
-¿Y qué quieres que haga yo? Pregunta Ana totalmente despierta por la noticia.
-Pues muy sencillo que vayas en mi lugar. Tendrás que vestir toda de rojo, con una flor o lazo en el pelo, también rojo. El irá todo de blanco, hasta los zapatos.
-Yo creo que esta experiencia te irá muy bien. Desde que te separaste de Antonio ya no vas a ningún sitio, estas enclaustrada, la casa es tu refugio y compañía.
-Y es sólo una noche, luego cada uno por su sitio.
-Ana estas totalmente loca, no las piensas, ¿Adonde crees que voy a ir yo? Si aún no me he sobrepuesto de mi fracaso sentimental. Mi novio se fue de la noche a la mañana y me dejó sin una explicación, aún no me hago a la idea de mi separación.
Pero Ana sigue insistiendo sin dejar de meter baza a su amiga:
-¿Por favor sácame de este apuro?
Al final como siempre María cede tomando nota de todos los detalles necesarios para su cita.
-Yo me llamo Verónica, no Ana y él se llama Arturo, seguro que tiene otro nombre y ese no es el suyo.
El vestido debía de ser  rojo, zapatos rojos, un lazo o flor roja en el pelo, vamos la mujer de rojo y él irá todo de blanco, zapatos, traje, espero que no lleve sombrero blanco, daría el cante desde lejos.
María pasa todo el día nerviosa concretando detalles, preparando la ropa que debe ponerse, buscando en el armario lo más adecuado para ese encuentro. Las horas van pasando y se acerca la hora temida, las diez de la noche. Se iría un poco antes, pues ese barrio no lo conoce y buscar la calle el número y el edificio de la asociación donde se celebra el baile, le puede llevar tiempo.
Después de prepararse con mucho miedo, coge el coche y se dirige a la dirección del encuentro. Mientras se acerca al lugar va pensando lo tonta que ha sido de dejarse embaucar por su amiga Ana que es un poco lianta, pero ya ha dado su palabra y va a llegar al final, sin saber lo que se encontrará, igual le dan plantón.
Por fin en la puerta de la asociación, respira hondo y da un paso adelante para entrar. En ese momento piensa que lo mejor será que él se haya arrepentido y no acuda, pero ya está ella allí, por cierto que no se ve nada, todo está a oscuras, al fondo unas parejas bailando al son de la música de boleros, la cantante una chica rubia en esos momentos deletrea la melodía de Luis Miguel  "reloj no pares las horas, porque voy a enloquecer"...Piensa no está tan mal esto, para ser una cita a ciegas, el ambiente es agradable. Mira las mesas a lo lejos, pero como la penumbra es mucha no consigue de distinguir muy bien a los asistentes, al fondo ve un bulto blanco, se dirige hacia allí, dará una vuelta para estar segura de que es él.
En estos instantes la cantante de la orquesta anuncia un  pequeño descanso al acabar la bella melodía Se encienden las luces de la sala de baile y con la claridad le ve de espaldas, se acerca a él para verle de frente y...
¡Qué sorpresa!
Allí delante de sus ojos está su ex, no sale de su asombro, entonces se dirige a él con estas palabras:
-¿Qué haces tú aquí? pregunta fuera de sí y vestido de blanco.
-Y tú, responde él, mirando a su ex vestida de rojo.
-No te llamaras por casualidad Arturo, le increpa Ana, sin dar crédito a lo que ve sus ojos.
-Y tú no te llamaras Verónica por casualidad.
Exclaman los dos al unísono:
-María no serás Verónica.
-Antonio no serás Arturo.
Entonces Antonio exclama preguntando:
-¿Qué haces tú llamándote Verónica y yo llamándome Arturo.
Y en respuesta a su pregunta, ella sonriendo con una mirada picarona le responde:
-Chatear, cariño, chatear.
Y él apesadumbrado le contesta:
-Internet me ha jugado una mala pasada, estar con mi novia y no sospechar ni un solo momento que era ella.
María ríe para sus adentros, se regocija de satisfacción, el gato ha sido cazado, y lo que más le gusta es que piensa que ha sido ella la que le ha cazado, su ex, pero no va a tratar de romper el mal entendido, le gusta esta situación un poco embarazosa.
Entonces él se empieza a disculpar:
- ¿Qué nos pasó?, que si él la quiere, que porqué no se dan otra oportunidad, que él lo está deseando.
Ella trata de pensar fríamente, esta oportunidad de equívocos puede que signifique algo, ella cree en el destino, y si se dan otra oportunidad, por ella no va a quedar en roto, ella aún le quiere, ¡madre mía que guapo está de blanco!, ahora repara en ello.
En esos momentos la orquesta vuelve al escenario, el tiempo ha pasado volando. Empieza a tocar su repertorio, en ese momento Antonio se dirige a ella:
-¿María cariño, bailamos?
-Sí, ¿Por qué no?
Se enlazan abrazados moviéndose al compas de la música, se miran en complicidad, pero sobran las palabras, se encuentran encantados, no tienen prisa de que termine la velada, viéndolos así de abrazados, debería durar eternamente. Pero como nada es eterno, hay que aprovechar las oportunidades y ellos lo van a hacer así.
La noche promete, el amor vuelve a llamar a sus corazones, ellos están dispuestos a encender la llama que casi se extinguió, pero mira por donde una broma del destino los ha vuelto a juntar y en ello ha colaborado las nuevas tecnologías.
A la mañana siguiente descansan los dos de la noche de baile, copas y  pasión  vivida. Y suena el teléfono, lo coge para ver quien llama, es Ana que querrá saber qué pasó. Pero no contesta, va a quedarse con las ganas, ella está ahora en otro mundo con su amor, ya se enterará, hay que dar tiempo al tiempo...

Cascabel

Relatos FM

Como los astronautas


Llegó a las cuatro, quién, Margot llegó, la abuela Margot. Entró emperifollada en su disfraz de abuela que no era disfraz, sino ropa de abuela (pero que de ropa tenía poco y más que ropa era disfraz). Llegó y al minuto nomás ya te apretaba los cachetes robustos y te llenaba de besos y te dejaba impregnado ese perfume dulzón y repugnante, mezcla de melón, coco rallado y chocolate molido. Saludó, pasó, dejó, los paquetes dejó junto a la cocina abuela Margot y se sentó enseguida en el sillón de mimbre por lo del reuma agravado por el mal tiempo. ¿Reuma? ¿Qué es reuma?, preguntaste ese día; eras chico, ignorabas tantas cosas y sabías tantas otras y te dijeron que el reuma era algo que afectaba a los huesos, algo que dolía y que tenían solamente los grandes y que les impedía hacer grandes esfuerzos, como por ejemplo moverse demasiado, por eso abuela Margot no jugaba a las escondidas ni hacía la vuelta carnero. Empezó abuela Margot a hablar con mamá y le preguntó cómo iba la cosa, si le servirían aquellas arañas en paquetes junto a la cocina. Estoy haciendo limpieza, dijo abuela Margot y mamá puso cara de bronca porque sí, por lo de siempre, cosas de los grandes, celos. Y le mostró abuela Margot las arañas, hasta el infinito de polvillo y de tiempo y de olor a otra casa, a otras historias y a otras conversaciones, tantos años y tantos días, tanta gente. Preciosas, Margot, pero no sé si van con esta casa, argumentó mamá, no sabría dónde ponerlas. Te las dejo y vos ya ves, sos creativa, así que seguramente ya les vas a encontrar un lugar. Es que... usted sabe, acá ya no tenemos tanto espacio. Son tuyas, podés hacer lo que quieras, si las querés tirar también, son tuyas. Y ahí anduviste vos de nuevo, un poco de televisión, un poco de juguetes a fricción y a rueda, con envión, desde aquella pared hasta aquella otra, que hagan algo en el camino, que se crucen, que el muñeco de plástico ahí adentro del cochecito de golpe se rebele, que frene, sí, que el cochecito frene, que abra la puerta, que se baje y que se vaya corriendo porque puede, claro que puede, cómo no va a poder si parece tan de verdad, hasta tiene el detalle de la nariz y no me importa que tenga olor a juguete y a pegamento made in China. ¿Estás más alto o me parece?, te dijo abuela Margot. Y ahí fuiste, obediente y entusiasmado. Creciste medio centímetro, estás más alto, a este ritmo a fin de año me pasás, te comentó abuela Margot y a vos te vino como un espasmo, como una terrible preocupación porque abuela Margot era reuma y el reuma dolía. Y volviste a tu juego de cochecitos a fricción, nada de violencia, los cochecitos no se chocan, nada de violencia y todo de aventura y de hermosos anhelos, a lo mejor el conductor del cochecito viva de noche, salga de noche, mientras duermo, claro, por eso yo no lo veo, pensaste, ¿y qué pasará ahí adentro de ese cochecito mientras nadie lo mira, mientras la casa está sola? Ah, ya estabas embriagado en los pensamientos mágicos, en las profundas curiosidades del si se cae un árbol y nadie lo escucha hace ruido o no hace o qué cosa. Tenés que tener amigos, no podés estar todo el día jugando solo, no es bueno eso, te dijo mamá. Pero yo me divierto solo. No importa, tenés que tener amigos. ¿Y para qué tengo que tener amigos? Porque la gente tiene amigos. Vos no tenés amigos. Tengo amigas, muchas amigas. Sí, pero amigos no, ¿y por qué no tenés amigos? Porque no, porque con tu papá somos amigos. Y entonces yo también soy amigo de papá y juego acá en casa, solo, y cuando él viene yo soy amigo de él, ¿querés? No, porque uno necesita tener amigos de su edad. Ah, bueno, pero me aburro, que venga Guillermito la próxima vez a casa, además, me da miedo la mamá, porque se ríe muy fuerte, habla por teléfono y se ríe muy fuerte cuando habla. Bueno, está bien, la próxima vez viene él. Bueno. Y entonces cenaron ustedes, ahí, mamá, papá y vos, cada uno en su plato, en su mundo, dos por tres un comentario, nada social, todo referido a las precisas indicaciones de la mano pasa la sal, la sal se pasa a la otra mano, la sal se apoya sobre la mesa, trae mala suerte, tontos aburrimientos de la noche y antojadizas privaciones, porque hubieses preferido siempre comer en tu habitación, tragarte la carne, el puré, la remolacha que hace hacer colorado el pichí y mientras jugar con la luz, apagar y prender, mirar el techo, apagar y prender, ver las calcomanías, las estrellitas fluorescentes, los cometas comprados en la librería de la vuelta y qué bueno, te dijiste un día, me acuerdo, porque uno compra lo que necesita y se da cosas, todo lo que uno quiera está inventado, pero entonces también te pareció pensar, sí, te pareció, te pareció pensar en que si uno puede comprar todo lo que está inventado, a lo mejor es porque uno no imagina comprar cosas que no estén inventadas. Y al terminar la cena ayudaste, como siempre, como tan educadito que sos, y secaste los platos mientras papá se ponía dele que te dele jugar con el escarbadientes. En la televisión pasaban algo, ya era horario de protección al menor, y vos echaste un ojo, como de costado, mientras apretabas y escurrías el repasador, y viste, claro que viste, pero no vieron que viste, por eso viste, porque de otra manera no hubieras podido ver el pecho al desnudo de la mujer esa que gritaba y que tenía a un tipo encima, a un tipo también desnudo que no sabías por qué se le había tirado encima a la tipa y quería como asfixiarla. ¿Qué le hace el señor a la señora?, preguntaste y papá enseguida cambió de canal y puso una cara rara y levantó las cejas, como distraído. ¿Eh?, dijo. Digo, dijiste, ¿qué le hacía el señor a la señora?, ¿le estaba haciendo mal? No, le estaba haciendo cosquillas, cosquillas le estaba haciendo porque ella estaba un poco triste. Ah. Así que a partir de ahí supiste que siempre que vieras a dos personas desnudas, apoyadas, como las agujas del reloj a las doce en punto, sería por lo de la tristeza y lo de las cosquillas. Entonces hiciste memoria, con gran esfuerzo pensaste y te retrotrajiste al jardín, la seño Vero te había preguntado si no hablabas porque estabas triste y qué raro, porque te lo había preguntado con esos dos globos inflados tapados por el delantal de señorita y sin zampársete encima para hacerle cosquillas, qué raro. Sonó el timbre. Tarde, pero no importa, dijo papá. Vos y tus antojos, le contestó mamá. ¿Vas a querer helado, vos?, te preguntaron. Sí, dijiste, de uva. No hay de uva, dulce de leche o frutilla o limón. No, pero quiero de uva. No, no hay de uva. ¿Y de coco o de melón o de chocolate? No, lo que te dijimos. Bueno, de dulce de leche. Y chupaste en un vaso y se te manchó toda la cara, como un monstruito, tiraste sin querer la bocha al piso cuando quedaba poco, uy, lo volqué, y ahí llegó Luchín, el especialísimo Luchín aspiradora de comida Luchín dele pasar la lengua y dele pasar la lengua hasta dejar el piso como nuevo, como brilloso hasta el colmo. Pero no te dijeron nada, no te dijeron porque no te vieron, así que te alegraste porque de otro modo te hubieran castigado, ya te había pasado otras veces; y muy disimuladamente acariciaste a Luchín en la cabeza y en eso te vino la terrible y muy mala noticia. Porque a dormir no, no tenías sueño, querías ver más tele, más tele o más libros, de esos, de los de color, de los del chico que está peleado con la sombra, por favor, una vez más. Pero no, decisión terminante y a la cama, no hagás renegar a tu madre que está cansada. Subiste por las escaleras, casi a las gachas, no, casi no, gateando, para hacerte el tonto, el mono, el gracioso. Bueno, qué tiene, te pareció pensar pero no fue así, no fue con esos pensamientos sino con otros, una manera de ejercer el desafío, te pareció decirte, la prepotencia a la filiación, a la instrucción, a la instalación de las normas que rigen y que estructuran, quiero ser libre, libre libre, como los árboles de la calle que, a pesar de estar embutidos en sus grandes patas raíces, así y todo se pueden ir, pueden viajar en hoja, por ahí, un ratito, suspendidas las hojas en el aire, flotantes, como las plumas de los desplumados. ¿Te prendo la estufa, hace frío en esta pieza? Sí, mamá, sí, prendé porque mirá como tengo la nariz, un cubito, la punta helada, helada la tengo. Y te acostó y se fue a su habitación, miró la foto de los cuatro y esa noche trató de no llorar, y durante un rato vos escuchaste como poco a poco la casa se ponía a dormir, el conductor del cochecito estará haciendo de las suyas, te dijiste, y se apagaron las luces, y viste las estrellitas fluorescentes ahí, incrustadas en el techo, y jugaste a que eran de verdad, y te fuiste al cielo, y pasaste las nubes, la estratosfera, te saliste, llegaste a la luna, te habían dicho lo de los astronautas, te habían llevado al planetario y te lo habían dicho y vos no lo habías podido creer. La gente a veces se iba del mundo. ¿Como mi hermano?, habías dicho vos. Como tu hermano, te habían dicho, como tu hermano y como los astronautas.

Carlos Bacquier

Relatos FM

A L    C O M P A S     D E     L A     M U S I  C A

   
  Mi amiga Olga me había confesado hacía bastante tiempo, años, que una de sus grandes pasiones  era aprender a bailar ; ya ,desde pequeña, la niña apuntaba maneras, digamos que tenía cierto estilo y     siempre que podíamos hacía una de sus exhibiciones, magníficas , teniendo en cuenta que  había aprendido ella sola. Bailaba todo lo imaginable, de mejor o peor forma, pero siempre intentaba deleitarnos con sus  habilidades y lo conseguía sobradamente, porque las demás amigas del grupo éramos unos auténticos patos mareados, nada de nada, por más que lo intentábamos no teníamos ni gracia, ni salero , y tampoco teníamos la agilidad necesaria para hacerlo minimamente bien, así que cuando nos reuníamos en una casa cada domingo, poníamos el "radiocasette" y, ala, a bailar. Al principio todas lo intentábamos y cuando llevábamos un rato haciendo cada una lo que podíamos, Olga nos decía: " pero, por favor, seguid la música, si es muy fácil, sólo hay que dejarse llevar y mover cuerpo , brazos y piernas con el sentido que marca, hay que sentir el ritmo y vivirlo", pero la verdad es que ese ritmo sólo lo debía sentir y sabía vivir ella.  Así hasta que al final, debía ver  tal desconcierto que se daba por vencida y nosotras, tan defraudadas con nuestras pocas aptitudes para el baile, nos parábamos y nos conformábamos con mirarla a ella, a ver si se nos pegaba algo, que falta nos hacía,
        Con el paso del tiempo me fui dando cuenta que ,para mí, saber bailar más o menos bien, no era tan importante y que , desde luego, no era , en absoluto, fundamental para mi vida, así que yo entretenía mi tiempo libre con otras actividades con las que me sentía más identificada y en las que me manejaba como pez en el agua, y lo de intentar bailar lo dejé relegado a un más que  segundo plano, por no decir a un plano inexistente, estaba claro que yo no servía para eso.   
        Sin embargo, Olga fue alimentando, cada vez más, ese gusanillo del baile que tanto le llenaba,hasta tal punto que, ya de mayor, aunque me parecía a mí que lo había olvidado un poco para dedicarse a otras muchas cosas que le tenían muy atareada, ya que,  desempeñaba un trabajo muy importante, de mucha responsabilidad, de esos que la gente suele decir que una persona cuando lo ostenta ha llegado muy lejos, pero que no le deja un minuto libre, y que están todo el día
agobiados con citas y reuniones de alto "standing", mi sorpresa fue mayúscula cuando , por fin, después de muchos años sin vernos, quedamos un día para comer juntas y contarnos un poco que era de nuestras vidas. Bueno, pues así las cosas, nos citamos en un bar, al que íbamos de jovencillas a celebrar los cumpleaños, donde con ese motivo hacíamos unas fiestas estupendas, y nos poníamos de gambas a la plancha hasta las orejas, recuerdo que nos reíamos mucho. Después, siempre había una amiga que sacaba un frasquito de colonia fresquita, de las de bebé, para limpiarnos las manos y no oler a gambas, ya que ,seguidamente nos íbamos ,tan felices y contentas, a tomar algo a la discoteca de turno y , la que podía, a bailar, si es que tenía la suerte de que algún chico se le acercara a  pedírselo y si es que a ella le parecía bien el chaval o no, porque en aquellos tiempos había mucho "cuadro", como solíamos decir nosotras, mucho moscardón que merodeaba por allí, pero algunos eran horrorosos y no les concedíamos ningún baile, porque entre que no se nos
daba muy bien, excepto a Olga,  y que el personal que nos rondaba no era nada apuesto, se juntaban el hambre con las ganas de comer, así que siempre estábamos esperando al más guapo, al más alto y al más simpático, aunque no supiera bailar,  y claro ese no llegaba nunca.
         Estuvimos comiendo en ese bar, que ahora lo habían ampliado bastante para convertirlo en restaurante, pero que conservaba el mismo nombre, "Simón", " Bar-Restaurante Casa Simón" y allí recordamos todas estas cosas de juventud que tanto  divertía al maravilloso grupo de amigas que eramos,  las amigas de siempre. No me pude resistir a hacerle a Olga la pregunta de turno;  bueno Olguita, le dije yo, hablando de otra cosa, ¿que pasó con tu afición al baile?, supongo yo que lo habrás dejado por completo, porque con la vida tan intensa que llevas será imposible sacar tiempo para practicarlo, vamos, digo yo.  Pero ¡tú estás loca  me respondió mi amiga , ¿cómo voy a abandonar yo el baile, si es lo que más me gusta en la vida? , el baile es mi gran pasión y no lo dejaría por nada del mundo; me tendría yo que quedar coja o perder la cabeza para hacer tal desatino. Tan rotunda y convencida me contestó que comprendí que iba muy en serio e hice como si me alegrara muchísimo de la noticia, así que empecé a interesarme y a hacerle preguntas que, casi antes de formularlas, ella me iba respondiendo y  poniendo al corriente de todo.
        No sólo no lo he abandonado, sino que cada día me gusta más y lo practico cuanto puedo. Me enteré de un sitio donde dan clases de baile y allí que me fui a apuntarme, voy una vez a la semana y me lo paso genial, tú deberías ir también, viene bien para todo.
        Habrás aprendido mucho, apostillé, porque con lo bien que lo hacías no te resultará complicado, le dije yo como muy interesada. 
        Así que, una vez abierta la brecha en torno al baile, le di en su punto débil, porque con lo entusiasta que es , le dejé disfrutar contándome toda su historia de bailes y más bailes, y, la verdad es que yo la veía tan ensimismada que no me atreví a cortarla, por lo que se explayó con verdadero deleite.
        Me hizo un recorrido por los muchos y variados estilos de bailes de salón, y me dijo que, aunque a ella le gustaba todo tipo de bailes, estaba más centrada en estos, en los de salón, que son muy lucidos y que no son difíciles, que sólo es cuestión de disciplina, aunque yo creo que hay que tener algo de arte para hacerlo minimamente bien, vamos, creo yo.
        Me comentó toda seria que esos bailes son los que baila, valga la redundancia, una pareja de forma coordinada y siguiendo el ritmo de la música. Con esto llegamos a otro punto. Y tú ¿qué pareja tienes para bailar? Porque me imagino yo que serás algo exigente y no te conformarás con cualquiera. Enseguida entró en materia; bueno,  pues lo mejor de todo es que,además, en las clases he conocido a un chico , mejor dicho, a un señor, porque ya tiene más de cincuenta, que no sólo baila genial, sino que encima está fenomenal, es un tío interesante y atractivo ,y no me preguntes cómo ni porqué pero he conseguido que sea mi pareja de baile. Es el mejor de todos y mira que somos un grupo bastante grande, pero hija he tenido una suerte bárbara, porque estamos los dos, sobre todo yo, encantados de la vida y de los bailes de salón. Me dejas estupefacta, le dije a Olga, pero eso es estupendo. Me alegré bastante. Me fue contando que Luis, que así se llamaba su galán, era todo un caballero y que sentía que con él bailaba aún mejor ; si es que nada más tengo que dejarme llevar por él y es lo que hago. Tiene tal destreza y habilidad que, incluso cuando nos equivocamos en algún paso , es que ni se nota, no sé como lo hace, pero nadie se da cuenta, a veces ni siquiera la profesora.
       Cuéntame más cosas, le supliqué a Olga, porque con estas andanzas me tenía a mí ya postradita a sus pies, quería que me lo contara todo, porque yo estaba segura que la cosa no quedaba ahí, que había algo muy interesante y ,al mismo tiempo, intrigante.  Ella empezó a enrollarse con que si las clases de salsa, con que si el tango era muy sensual y provocativo; que también bailaban vals y que este era de una suavidad como cuando ves deslizarse a un cisne por las aguas cristalinas. Así, con esta vehemencia me fue desgranando todo; también me habló de una modalidad de baile que se llama swing, o algo así, y que a mí me suena a chino, vamos que ni idea, que si estos bailes tienen su origen en el sur de Estados Unidos, que si el compás tiene cuatro tiempos, aunque el paso se baila en seis, con dos pasos laterales y que ella se pone para la ocasión unos taconazos de vértigo, vamos que  no sé como puedes, le dije yo por intervenir algo; además me contó que este baile era muy alegre y vistoso y , poniendo ojos de "pilla", me confesó que hay que inclinar el cuerpo hacia la pareja, en mi caso, me dijo, hacia Luis, y que ella lo hacía encantada, con sumo gusto, no faltaría más, en fin, que se parece bastante al rock y que también se puede bailar sin pareja, pero que no es lo mismo. Ya lo comprendo, vamos, ni parecido.
       Después me fue hablando de otros tipos de baile y de que estaba aprendiendo mucho; que le venía muy bien para relajarse, que era lo ideal para amortiguar el estrés y que yo también lo debería hacer. Claro, le dije yo, y con una pareja como Luis, ¿no?, porque yo creo que eso es un gran aliciente.
       Me comentó también que se divertían mucho cuando, a propuesta de la profesora, hacían exhibiciones y concursos y que aunque aún no habían ganado ninguno, iban  por buen camino y saber que tenían que competir con otras parejas les estimulaba un montón y les ayudaba a perfeccionarse cada vez más. Vamos Olga, que has hecho que el baile y  Luis se conviertan en los mayores alicientes para tu vida, te dan equilibrio, emoción y bienestar, y además estás en forma, te veo guapísima, como nunca, de verdad. Pero bueno, lo de Luis, además del baile, ¿ hay algo más o  no me lo quieres contar     . No me dejes con la intriga. En ese momento, comprendí que a Olga le gustaría que hubiera algo más, pero que, de momento ,iba a ser que no, porque daba la fatal casualidad de que su bailarín no estaba libre. ¡Oh! Qué desilusión , en serio,  yo esperaba desde el primer momento que esta historia tuviera un final más feliz, de los de comer perdices, pero así son las cosas, ya que el galán estaba casado y era muy feliz con su mujer, por lo que no había nada qué hacer. Olga me dijo que lo tenía asumido y que se conformaba con seguir siendo su pareja de baile.

Mª Paz

Relatos FM

Caza


No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento.
Vio el plato de carne y su cara evidenció que quería salir de ahí.
No me gusta la carne, dijo.
Esto es un microrrelato, tienes que ser más explícito.
Pero me gusta cazar. Me enseñó mi abuelo.
Ahora te remontas a tu infancia. Te aviso de que se enfría la comida.
Mi abuelo odiaba a mi abuela. Odio de verdad, nunca la llamaba por su nombre, le decía: la cerda.
Parece que se pone interesante. Acaba ya. ¿Por qué no te gusta la carne?
Un día fuimos a comer a su casa, dijo que había cazado un jabalí.

Alejandro

Relatos FM

BAJO EL FAROL


                En esa esquina, señor policía, en esa esquina, debajo del farol, ahí la conocí. Estaba oscureciendo, en ese momento de la tarde en que el cielo adquiere un color índigo, en ese instante en que aun no es de noche pero el día ya se marchó con sus prisas y empiezan los sueños.
            Yo acababa de salir de la oficina. Había pasado un día de trabajo febril, de papeleos y problemas y no tenía ganas de recogerme en el minúsculo apartamento donde vegetaba. Eso, y gracias a un sueldo decente, nada extraordinario, decente, repito, para ir tirando pero que después de dejarle una sustanciosa paga a mi mujer y mis hijos adolescentes, así como la casa, los muebles y el perro, la verdad, no me quedaba dinero para más dispendios.
         No se impaciente, señor policía, no se impaciente, que ya mismo voy al grano.
Pues como le iba diciendo: iba paseando para mi apartamento porque tenía ganas de caminar en una tarde apacible de primavera y porque no me apetecía coger el coche. Pues bien, allí, en la esquina, estaba ella, como dice el tango, bajo la quieta luz de un farol que llenaba de reflejos su larguísimo cabello castaño. Era una belleza, cuerpo esbelto pero no tan delgada como una modelo, falda corta luciendo unas larguísimas piernas y unos ojos verdes como el trigo verde, que dice la copla, que al mirarme obnubilaron mi mente y provocaron tambores en mi corazón.


        ¡No se ponga usted así, que ya acabo! Pues, eso, para resumir la historia, le diré que nos fuimos besando en cada farola ¿Qué eso es de una canción de Sabina? Ya, ya lo sé, señor guardia, pero es que era así, se lo juro por mi santa madre.
       La llevé a mi apartamento. Ella me pidió que apagara la luz porque sentía vergüenza, y entonces, bajo la tenue iluminación que entraba por la ventana entreabierta, nos desnudamos y...luego...me ocurrió algo parecido a lo que pasó en el poema de Lorca: "Que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela y resultó ser un tío".
        ¡Si, sí, señor policía! Ya sé que soy un pesado con eso de las canciones y las poesías...!no se ponga usted así, hombre, que ya termino de contárselo!
        Al principio me sentí burlado. Por eso, y en un ataque de rabia, tiré por la ventana todo lo que tenía a mano. Uno de los objetos fue, inconscientemente, se lo juro, el enorme reloj despertador que mi "queridísima" suegra me había regalado. Lo arrojé con tanta furia que, mire usted que casualidad, hombre, fue a caer en su flamante coche, con tan mala fortuna, que abolló la carrocería y rompió la alarma.
          Ahora, señor policía, y una vez que he pagado mi delito pasando tres noches en este calabozo, le digo que no hay mal que por bien no venga. Estos días he tenido tiempo de recapacitar: estoy dispuesto a volver por ella, a esa esquina donde la conocí, que no me importa lo que sea. Se ha metido en mi corazón y no estoy dispuesto a renunciar a ella...él.

De Acuario

Relatos FM

Ultima Corrección

El hombre abrió la ventana y observó la calle unos instantes. Comenzaba a anochecer. Dio unos pasos hacia el escritorio donde se encontraba el ordenador y lo encendió. De una carpeta abrió uno de sus archivos, "Novela. Ultima redacción", y se desplazó por sus páginas, leyendo de vez en cuando alguna línea. En un párrafo determinado detuvo su mirada y acercó su cara a la pantalla. Leyó a poca distancia de sus ojos, colocó el cursor en la barra de desplazamiento y continúo pasando páginas. Su rostro reflejaba una creciente ira. Tras leer un fragmento, su rostro se contrajo hasta enrojecer y golpeó el teclado con los puños. En ese instante alguien abrió la puerta del apartamento y apa-reció un hombre de mediana edad. Con un gesto áspero, avanzó hacia el escritorio. Miró alternativamente al hombre y al ordenador.
— ¿Cómo te atreves a fisgar en mi trabajo? —Dijo— ¿Qué buscas, Lucas?
El hombre, indignado,  se acercó hacia donde estaba Lucas. Éste se había levantado de la silla. El hombre  lo apartó con brusquedad  y se sentó frente al ordenador. Comenzó a pasar páginas del texto en la pantalla.
¬¬—Ya sabes lo que busco, Marcel —respondió Lucas, asustado —. Hemos hablado mu-chas veces del asunto. Quiero que escribas de nuevo el último capítulo. Tengo miedo,  no quiero morir. No quiero suicidarme por ese motivo. Escribe otro final, te lo ruego.
—Pues ya está escrito y no pienso cambiarlo —dijo Marcel, mientras observaba el texto en la pantalla—. Es el único destino que le puedo dar a tu personaje. Mira la situación: tu familia muere en un accidente de tráfico. Tú conduces el coche, te sientes culpable.  No puedes soportarlo y te suicidas. Eres un personaje inestable y lo correcto es el suici-dio, el desenlace que necesita la historia. No hay otro.
Ya había anochecido. Por la ventana entraba la tenue luz del alumbrado público. En la habitación, solo  la luz de  la pantalla del ordenador  iluminaba sus rostros 
—Sí que hay otro desenlace que no sea el suicidio  —dijo Lucas— pero prefieres que muera porque no sabes cómo concluir la novela. La muerte es lo más recurrente para un escritor mediocre como tú.
Marcel avanzó hacia Lucas con el gesto desafiante,  que dio unos pasos hacia atrás.
—¿Qué quieres que haga contigo? —dijo furioso Marcel, mientras, enfurecido, cerraba los puños y se acercaba a Lucas, que retrocedió un poco más hasta tocar la ventana.
—¡La historia ya está escrita !—gritó Marcel— No puedes soportar la muerte de tu fa-milia. La pérdida te hunde en una profunda depresión y tu única salida es el suicidio. ¡Esa es la realidad! ¿O prefieres que te interne en un psiquiátrico? Tú no puedes elegir lo que haces con tu vida porque el narrador soy yo. ¡Y yo decido tu destino!
—Solo digo que puede existir una solución más digna que el suicidio. Puedes rehacer mi vida si quieres. Puedo superar el dolor. ¡Eso es lo quiero! No quiero suicidarme ni que me recluyas en un psiquiátrico— dijo Lucas,  mirando fijamente a Marcel, cuyo rostro,  a pocos centímetros de Lucas, tomaba un  aspecto colérico.
— ¡He decidido que el suicidio es tu única salida!—gritó Marcel. Con el rostro encen-dido de cólera y fuera de sí,  alargó sus brazos en dirección al pecho de Lucas para em-pujarle. Con un rápido movimiento, Lucas esquivó la agresión, giró sobre sí mismo y empujó a Marcel, que se precipitó por la ventana abierta. Sus manos resbalaron en el alfeizar y cayó al vacío en silencio. Solo se oyó un golpe seco.
Lucas quedó unos instantes observando el cuerpo inmóvil sobre la acera. Después cerró la ventana cuidadosamente y se sentó en el escritorio. El ordenador continuaba conecta-do. Se desplazó por las páginas hasta llegar a la portada y durante unos instantes se que-dó  pensativo, mirando fijamente la pantalla. Una leve sonrisa apareció en su cara ilu-minada por la luz frontal de la pantalla y comenzó  a escribir:
«Última corrección: argumento definitivo. El narrador, debido a su incapacidad literaria para terminar su obra, se suicida inesperadamente. Como única solución para concluir la novela, el personaje llamado Lucas asume el papel de narrador».

Lucas Encina

Relatos FM

CUMPLEAÑOS


Despierto, sudores fríos, boca seca. Otra noche sin apenas dormir, sufriendo el insomnio de la guerra. Echo mi sucio colchón a un lado y abandono, como cada mañana, las ruinas de lo que anteriormente fue mi casa. Miro la calle... edificios de arena, calles muertas. ¿Dónde te escondes, corazón y alma de Alepo?
     He luchado al lado del Ejército Libre siempre que me lo han pedido, Ejército Libre que se ha convertido en mi nueva familia, mientras mi antigua... supongo que descansará en algunos de los escombros. Todas las mañanas me reúno con ellos en el centro de la ciudad, donde me dan comida, armas y objetivos. No saben que hoy es mi cumpleaños, pero supongo que no es momento para tartas y velas. Fuera pensamientos, ya llego tarde de nuevo.
Este camino siempre me revuelve el estómago. Nunca sé si lo voy a acabar o, por el contrario, acabaré antes convertido en otra vida robada por Bashar Al-Assad. De repente, veo sombras que acaban tomando la forma de hombres. Palidezco, pero pronto recupero las buenas sensaciones al corroborar que no son leales al dictador. No lo son por el simple hecho de que aún no me han disparado en el pecho. Me acerco a ellos, siguiendo el consejo que me dieron uno de los primeros días: "Id siempre acompañados, quizás así no decidan mataros a vosotros".
     Se trata de dos tipos de mediana edad con el aspecto que ahora tenemos casi todos: profunda delgadez, puesto que es una suerte que comamos una vez y mal al día; heridas mal curadas en cara y brazos, quedando las restantes tapadas por los destrozados trapos que ahora tenemos como ropa; una capa de suciedad que se ha convertido en nuestra nueva piel; pelo y barba que no han sido recortados en mucho tiempo. Su baja estatura refuerza la imagen de debilidad que dan  las características anteriores. A pesar de esto, uno de los dos me causa verdadero miedo, con su prominente barbilla, nariz aguileña y una enorme cicatriz en el lugar que anteriormente había ocupado un ojo.
     -¿Cuál es tu nombre, chico? –me pregunta la misma imagen de la Muerte.
     -¡Soldado, señor! – respondo inmediatamente.
     Los dos hombres comienzan a reír a carcajadas. Hay algo en el ambiente que me asfixia, me aprieta el corazón y me deja sordo. Sé que algo terrible va a ocurrir, convirtiéndose mis sospechas en realidad cuando la Muerte me pega un puñetazo en la boca del estómago. El mundo se nubla, yo beso el suelo. Inmediatamente, el otro monstruo me inmoviliza, aplastando mi nuca con su rodilla. Oigo la hebilla de un pantalón y comienzo a sentir náuseas. Sé lo que me va a ocurrir... no entiendo cómo van a hacer esto a un compañero. Intento salir huyendo con todas las fuerzas que me quedan, pero es inútil. En unos minutos, dos bestias entrarán dentro de mi cuerpo y, probablemente, despúes me matarán y me esconderán en unos escombros. Ojalá me mataran primero, ¡yo solo iba al centro de la ciudad! ¿Cómo puede una vida valer tan poco? ¿Cuándo dejamos de ser humanos? ¿En qué momento permitimos al Diablo que tomara el control del mundo? Me bajan los pantalones y tengo la sensación de que me voy a desmayar de un momento a otro. Un bebé muerto, un zorro descomponiéndose, una mano cortada, decapitación, violación, mi mente pierde el control definitivamente. En medio del desierto, un oasis vuelve a reactivarme; me devuelven a la realidad los dos sonidos más hermosos que he escuchado en mucho tiempo: el de la bala recién salida del cañón y el de la carne traspasada por ella. A continuación, ya nadie me retiene. Uno de mis enemigos me hace compañía en el suelo, con un enorme agujero justo en el centro de su frente. Supongo que la Muerte sigue viva, pero no es momento de pensar; debo buscar refugio o no me levantaré de este suelo con vida.
     Lo primero que veo nada más levantarme del suelo es a esa Muerte, con enorme cicatriz en el ojo, que había intentado violarme. Ya habrá tiempo de saldar cuentas. Comienzo a correr como un loco hacia el lado contrario de donde provienen las balas, una o dos silban muy cerca de mí, pero finalmente llego a una antigua tienda de animales. Entro en el lugar y espero que, con un poco de suerte, los soldados cambien su dirección. Horror, veo que la Muerte ha entrado conmigo en la tienda. Sin embargo, veo algo que me produce una extraña sensación de alivio. Muerte no puede disimular el miedo que desprende su único ojo bueno. Los dos nos miramos, los dos sabemos que ahora nos toca convivir en silencio para no morir.
     Pasan dos horas, parece que estoy a salvo... estamos a salvo. Sentados ambos junto a lo que anteriormente habían sido jaulas para aves, justo enfrente de la puerta principal, con sus dos cristales rotos, ninguno ha movido un pelo en todo este tiempo. Es el silencio que precede al dolor, a la sangre, al sufrimiento. Somos conscientes de que uno de los dos no saldrá con vida de esta tienda. Diría que estamos retrasando el enfrentamiento para asegurarnos unos minutos más de vida. Tengo decidido hacer el primer movimiento, eso me dará cierta ventaja. Mi objetivo: alcanzar un trozo de cristal roto del suelo. 
     Nada más levantarme, siento a mi enemigo agarrado a mi espalda. Le suelto un codazo en la nariz, sé que se la he roto. Aprovecho su dolor y confusión para alcanzar definitivamente el cristal. Me doy la vuelta y, antes de apuñalarlo, me sujeta la mano con una enorme fuerza sacada del mismísimo instinto de supervivencia. Esto es una pelea entre animales, debo ensuciarme para ganarla. Muerdo uno de sus dedos hasta arrancárselo de cuajo. Esta ha sido mi jugada maestra. Mientras chilla y llora como un niño pequeño, le rajo el cuello sin dudarlo ni un segundo. No obstante, no solo quiero verlo morir sin más, quiero que sufra. Sin más, le arranco su otro ojo y le acuchillo hasta quedar exhausto.
     Un cadáver, un alma rota, cumpleaños sangriento. Creo que voy a permanecer sentado en el suelo de esta tienda hasta que el mundo se acabe de una vez por todas. Anochece, por fin este día acaba. Recuerdo que mi madre decía que nací justo antes de medianoche, porque las cosas más hermosas siempre aparecen en los momentos finales. Una sonrisa sale de mi boca. Experimento una sensación, extraña para mí los dos últimos años. En el fondo, sigo siendo un niño que echa de menos a su familia. A fin de cuentas, hasta poco antes de medianoche seguiré teniendo quince años.

REDSONG

Relatos FM

EL CORNUDO

Matías comenzó su día transformado en un cornudo.
Había estado leyendo "La Metamorfosis" de Kafka hasta pasadas las tres de la madrugada.
Nunca fue hombre de desvelarse hasta esa hora, por lo general era de su preferencia  iniciar el sueño antes de las once de la noche.
Honesto comerciante de barrio, sólo se le conocían las lecturas dominicales de la página de deportes del diario local, nunca sabremos el motivo de una lectura tan desafortunada, causante quizás de la transformación.
Hablamos  por supuesto de una conversión física, situación no compartida por los cornudos en general, ya sabemos que el paso de la situación de fidelidad a la de cornudo no lleva incluida una transformación física, es más bien una sensación espiritual, una transformación psicológica que afecta más al ego que a la persona física, lo que explica que reconocidos cornudos, incluso aquellos de fama reconocida en distintos campos del conocimiento, puedan transitar tranquilos por nuestras calles sin temor a ser reconocidos y execrados por la sociedad. 
¿Qué había causado la transformación? La ausencia en el lecho conyugal de la señora esposa de Matías.
Esta situación a las siete de la mañana, hora de despertarse para disfrutar de un buen desayuno antes de abrir la puerta del negocio, causó en el comerciante un  gran dolor de cabeza acompañado de latidos constantes en las sienes, lo cual podría equipararse con la existencia de cuernos dada su ubicación física en la zona frontal de la testa.
A una primera sensación de desasosiego y extrañeza, continuó la de temor ante una posible situación de peligro en la persona de su señora esposa.
De inmediato reflexionó sobre un hipotético accidente, descartando el manejo del auto que él había guardado en el garaje la noche anterior. Se dio cuenta que en ese caso la policía le habría informado de inmediato.
Sólo quedaba una posibilidad entonces.
Matías era engañado por su señora esposa, la cual seguramente yacía en estos momentos en situación comprometida junto a un hombre joven y musculoso (Quizá incluso inteligente) en algún motel de los alrededores de la ciudad.
Luego de un primer momento de profunda reflexión, decidió que su nuevo estado no debería influir en el aspecto comercial de su existencia, por lo tanto, luego de vestirse, bajó al local comercial y abrió las puertas de la forma habitual.
A las nueve de la mañana recibió al jovencito que le traía el pan fresco para la venta, esto fue ocasión de la primera sorpresa de la mañana, ya que el joven dejando la canasta de pan sobre el mostrador le preguntó a Matías.
- Oiga don. ¿Qué le pasó en la frente?
Eso fue suficiente para que Matías corriera hacia el baño, ubicado en el fondo del local, y comprobara con asombro la existencia de dos pequeños bultos que sobresalían apenas a ambos lados de su frente.
A las diez de la mañana, doña Clota, vecina y clienta habitual del negocio, señaló a Matías con su dedo y sonriendo le tocó la cabeza.
Ya no se trataba de un par de bultos pequeños, ahora se notaba en forma indudable que dos pequeños y afilados cuernitos asomaban por su frente.
Doña Clota, sin hacer ningún comentario se retiró del negocio, pero sin duda dispersó la noticia por el barrio, pues nunca estuvo el negocio tan concurrido como esa mañana.
Cada cliente señalaba la frente de Matías con su dedo, comentaba y realizaba alguna sugerencia con esa buena intención que demuestran las personas que no son directamente afectadas.
Para el mediodía el comerciante ya lucía una estupenda cornamenta de más de veinte centímetros de alto que sin duda sería la envidia de cualquier ciervo de la zona sur del país.
A las doce y media, como era habitual, Matías cerró su negocio con doble llave y subió a  disfrutar de su merecido almuerzo, pero esta vez no pudo concretarlo, en primer lugar por la ausencia de su señora esposa en la cocina, en segundo término porque a esa hora la cornamenta de ciervo ya alcanzaba dimensiones considerables y cada vez que agachaba su cabeza  no podía volver a enderezarla.
Matías, hombre ingenioso, preparó entonces una polea de aquellas que utilizan los mecánicos para levantar los motores de los autos,  colgó una soga de apreciable grosor de una viga del techo, la más fuerte por las dudas ya que era hombre precavido, luego, bajando un gancho de hierro, ató allí los incómodos cuernos y así pudo comer con cierta tranquilidad, bajando y subiendo el aparejo con una mano y tomando la comida con la otra, lo que resultó algo complicado a la hora de cortar la carne, pues como se sabe se necesita disponer de dos manos para usar cuchillo y tenedor.
El dormir la siesta resulto algo más difícil.
La hermosa cornamenta ya ocupaba casi un metro arriba de la cabeza de Matías, por lo tanto resultaba imposible utilizar la cama matrimonial.
Apelando a su ingenio ató una hamaca paraguaya, fruto de una visita de vacaciones al vecino país, a la ventana que da al patio trasero, para esto tuvo que tirar la soga hacia fuera usando como contrapeso la pesada mesa de luz de algarrobo, regalo de bodas de la abuela.
Para que la mesa no resultara dañada la envolvió con diarios viejos y ató la soga alrededor con fuertes nudos, la descolgó luego por la ventana con gran esfuerzo pues ya se sabe que las mesas de luz son objetos cuadrados poco susceptibles de pasar por una ventana de pequeño tamaño. Generalmente ofrecen una considerable resistencia a ser manejadas como simples contrapesos ya que consideran que su función principal es ser mudos testigos de toda intimidad matrimonial. 
En el otro extremo colocó la cama matrimonial en posición vertical en el centro de la habitación, dejando dos metros aproximadamente entre la ventana y el extremo superior de la misma, pasó la soga por arriba, la hizo llegar hasta el baño ubicado al fondo de la habitación  y ató el extremo de la soga al  inodoro.
Así pudo descansar por un par de horas, hasta las cuatro en que debió bajar a abrir el negocio y continuar su rutina.
No puede  decirse que la concurrencia al negocio resultó normal esa tarde, más bien fue una multitud la que entraba y salía del local, la mayoría desgraciadamente sin comprar cosa alguna ni tentarse por otra cosa que la observación indiscreta de la cabeza del comerciante.  Fue un desfile incesante de gente mayor y menor que intentaba visualizar aunque sea de paso la cornamenta de ciervo que ya a las ocho de la tarde, hora de cerrar el negocio,  lucía más de un metro de alto arriba de la cabeza del fatigado Matías.
Esa noche, encerrado en el estrecho habitáculo de su dormitorio, más incómodo aún por la cama levantada y la soga atada al inodoro, reflexionó sobre lo extraño de su situación, algo no buscado ni deseado, pero que sin duda nacía de una falta grave a la fidelidad de parte de su señora esposa.
Matías no era hombre de gran amplitud de criterio, más bien se consideraba a sí mismo como un hombre de principios morales conservadores.
Pensar en su señora esposa en los brazos de un hombre extraño, extraño sólo para él por supuesto, lo ponía inquieto y en situación de profundo desasosiego.
Jamás pasó por su mente la idea de un engaño por parte de quien fuera hasta ayer ejemplo de fidelidad y honradez.
Buen cuidado había tenido en su juventud de seleccionar, entre las tres candidatas que le dio a elegir su familia, la más austera en lo económico, la menos agraciada por  temor a lo que finalmente le había sucedido y sobre todo la novia de mejor reputación de cuantas había en edad casadera en todo el pueblo.
¿Qué había fallado entonces?
Reconocía en su interior que no era hombre de mucha cama ni afecto a posiciones sexuales sólo entrevistas vagamente en películas poco recomendables.
Pero era hombre fiel y limpio, no sólo de cuerpo sino de mente, jamás pensamiento impuro había de pasar por su cabeza, hoy tan adornada,  nada de locas tentaciones de la carne, nunca un enojo ni una queja, salvo por el uso de los pimientos verdes en la comida de los domingos, única locura culinaria de su señora esposa, que le producían fuertes dolores de estómago y gases.
Matías, dueño exclusivo de un ya formidable  par de cuernos de metro y medio de alzada, decidió pasar con gran esfuerzo hacia el balcón ubicado en el frente de la calle para tomar algo de aire fresco como lo hacía en forma habitual y sentarse en su reposera de playa habilitada al efecto como instrumento de descanso y recreación.
Al asomar su cornada cabeza al balcón de la casa una cerrada ovación acompañó su aparición, no menos de cien personas que cerraban el tráfico alrededor de su casa dieron vivas y hurras en su honor.
Matías, poco acostumbrado a esas exteriorizaciones más propias de la política que de su honrada situación de novel cornudo, sólo atinó a saludar con la mano levantada como había visto en una película italiana.
Saludar a mano alzada y despertar una nueva ovación fue todo uno, a cada saludo de Matías la multitud rugía con un entusiasmo más propio de un estadio de fútbol que de una calle suburbana a las nueve de la noche.
Sintiendo una mezcla de incomodidad y de incipiente orgullo, Matías se retiró a su dormitorio donde, con ayuda de la hamaca, pudo descansar esa noche hasta la madrugada. Las primeras luces le ayudaron a tomar una decisión jamás pensada en tiempos normales.
Una situación extraña como esta, sumada a una hasta ayer desconocida popularidad, le permitiría tal vez concretar sus escondidos sueños políticos.
Matías pensó:
¡Tanta gente sin ningún atributo accede a cargos públicos de jerarquía!
¿Qué mejor representante de aquellos que sufren en su propia carne las torturas de la infidelidad conyugal?
No era hombre entendido en la política de pueblo, pero de los asuntos públicos que se ventilaban en su negocio todos los días pudo llegar a la conclusión que contaba con los votos de más de la mitad de los hombres y mujeres afectados de su pueblo, eso sin contar con los asuntos no conocidos u ocultados a los ojos de la gente.
Una vez tomada la sabia decisión de dedicarse a la política Matías organizó una reunión con entusiastas seguidores para el día siguiente. Todas las personas solicitadas contestaron con entusiasmo al requerimiento del hábil comerciante, si bien es común encontrar cornudos en la política en todos los niveles, no resulta frecuente que esta situación se exteriorice tan palpablemente, lo que aseguraba de entrada una buena cantidad de adherentes a esta candidatura.
Al día siguiente, por primera vez en veinte años, el negocio permaneció cerrado.
Apenas despertado luego de una noche inquieta  llena de sueños y esperanzas, Matías se dirigió presuroso a la planta baja de su negocio, no abrió esta vez las puertas del frente sino que dejó entreabierta una pequeña puertecilla de chapa por donde debían entrar sus adeptos.
Estos fueron llegando en grupos demostrando su euforia ante la candidatura más segura que se conocía en el pueblo en toda su historia.
A medida que entraban al local del negocio cada uno saludaba y procedía a tocar con las puntas de los dedos y con reverente respeto los cuernos de Matías.
Nada se dijo en la reunión de la señora esposa del ornamentado marido, causante ella de la insólita aunque favorable situación electoral.
Por su parte Matías no se dejó ganar por la melancolía de la situación y prefirió hacer un lapsus mental dejando en blanco su mente para no sentirse desgraciado ante una posible visión de su señora esposa en brazos de otro hombre.
Como se dice en los estudios de la filosofía de los estoicos, si algo no tiene arreglo no es motivo de preocupación,  para el comerciante su situación no tenía remedio ya que un engaño conocido no es pasible de ser borrado o ignorado.
Lo primero que se decidió fue la confección de abundante número de carteles con la fotografía de un Matías sonriente en el centro de un paisaje invernal, con renos al fondo y mucha nieve, y sobre todo con los cuernos que resaltaban dorados a la luz de la luna.
El trabajo de diseño de campaña electoral llevó todo el día, con la ayuda valiosa de sociólogos, antropólogos, abogados, publicistas, lingüistas, incluso de un veterinario por las dudas surgiera algún problema relacionado con los cuernos tan apropiados para la ocasión.
Esa noche quedó concretado el plan electoral que, si tenía el éxito esperado, llevaría a Matías al sillón de gobierno del municipio en el corto lapso de cinco meses.
Terminada la reunión el candidato a gobernante se dirigió a su dormitorio para descansar de las emociones del día, preparó la hamaca paraguaya donde descansaba más o menos cómodo y se durmió de inmediato.
A la mañana siguiente Matías despertó medio adormilado y sin despertar del todo se dirigió al baño, se ubicó frente al lavabo y se miró en el espejo.
El grito aterrorizado del comerciante se escuchó hasta en el local de la pescadería ubicado a más de treinta metros de la casa. Contempló con espanto que  su cabeza ya no lucía la hermosa cornamenta que tantos buenos negocios políticos le auguraba. Una cabeza pálida y normal se reflejaba en el espejo, sin rastros de apéndice alguno.
Un sonido conocido en la parte inferior de la casa, una puerta que se abría sin esfuerzo, una llave que giraba le indicó que su señora esposa había retornado al hogar, seguramente arrepentida de su loca aventura sentimental.
Matías contemplo su cabeza normal y calva, pensó en los días por venir, la imposibilidad de competir sin cuernos visibles en la campaña electoral, el tedioso abrir y cerrar diario del negocio, las burlas y el escarnio público, las miradas de pena de los vecinos cuando paseara por el barrio del brazo de la infiel.
Tomó su revolver que guardaba en la parte superior del ropero, revisó la carga de seis balas en el tambor, se sentó en la hamaca y apuntando a la puerta de entrada, esperó.

Totoi

Relatos FM

LA CANCIÓN DE MARÍA
                                           

   -Hola, españolito, ¿me invitas a una copa?
El alcohol empezaba a enturbiar mi mente. Miré extrañado el rostro arrugado de la mujer en el que todavía se observaran las huellas de la pasada belleza que el tiempo y el dolor hubieran acabado por llevarse a alguna parte. Llevaba un llamativo vestido de color rojo con un ancho escote que dejaba los hombros al descubierto, demasiado atrevido para su edad. Su pelo era de un negro artificial alisado que caía abundante y en desorden sobre la espalda. Y sus ojos transmitían la angustia, o la desesperación, de la mujer que hubiera sobrevivido a alguna trágica catástrofe de la que no se hubiese recuperado todavía.
-¿Me invitas a una copa? –volvió a preguntar al ver que no obtenía respuesta.
Le hice una leve señal de aceptación con la cabeza y un gesto de invitación para que se sentara. Tenía un aire misterioso. Y desde que apareciera en escena, tuve la seguridad de que ocultaba una vida turbulenta tras la que se hallaba alguna historia merecedora de llevarla al papel.
-Me llamo María –dijo.
-Ah, María, ¿Sabes que mi madre también se llamaba María?
-Sí, claro –contestó-. María es un nombre muy común.
Esbocé una tímida sonrisa y llamé al camarero para que nos sirviera dos copas. Las luces del local le daban de lleno en el rostro produciendo un extraño efecto que me hizo concederle menos edad de la que en realidad tenía. Comenzaba a intrigarme la mujer y deseaba escucharla. Así que la invité a que hablara.
-Todas las noches canto en esta taberna. Tengo que cantar aunque la pena me corroa por dentro. Canto para la gente del lugar y para forasteros como usted ansiosos por conocer historias nuevas. Pero no haga caso de las leyendas. La mayoría son invenciones o exageraciones para atraer a los clientes. En realidad, no hay leyendas. Es el destino. Y contra el destino nada se puede hacer. Nacemos marcados y así seguimos por el resto de nuestros días. El destino, no lo podemos cambiar. El destino me robó lo que más quería y me condenó a cantar de antro en antro. ¿Comprendes por qué vivo una vida que no es mía?
Dibujé en mi rostro un signo de comprensión, y como no esperara respuesta a la pregunta, continuó como si hablase sola:
-Ah, la vida. La vida te enseña tantas cosas, y te da golpes tan duros, que acabas por no creer en ella. ¿Entiendes ahora lo que es la vida?
Asentí con un leve movimiento de cabeza. Su mirada parecía perdida por el precipicio insondable de sus desdichas, o más allá, incluso, de las sutilezas que el destino le deparara. Volvió su mirada hacia mí, y reinició el monólogo: 
-Te voy a contar mi historia, aunque no siempre la cuento a cambio de una invitada. Te la cuento porque eres español y andaluz como él –dijo dirigiéndose en un tono amable y fraternal.
Tomó la copa y bebió un largo trago, como si quisiera transmitirse el acoplo necesario para penetrar en su ineludible destino o conservar la tranquilidad suficiente para entrar en el relato.
-Mi padre era pescador. Vivíamos en una casita junto al mar. Frente a nuestra casa había una pequeña bahía donde los pescadores amarraban las barcas. Parece que todavía escuche el sonido del agua al deslizarse entre las barcas y el golpear de las olas al romperse contra los acantilados. El silencio de las noches y el susurro de las olas se impregnaron en mi mente y en mi corazón y me dejaron marcada para siempre. Por las noches, caminaba por la bahía bajo la luna llena y me bañaba desnuda en el mar.
Me mostré sorprendido, y al ver mi rostro de extrañeza agregó:
-¿Nunca te has bañado una noche de luna llena desnudo en el mar?
Permanecí en silencio unos segundos. No entendí por qué me hacía esa pregunta, pero resultaba absurdo tratar de entenderlo.
-No, nunca –acerté a reaccionar.
-Me levantaba a media noche y salía a la bahía. A veces, dudaba si seguía durmiendo y era un sueño, o era real aquella sensación de caminar descalza por la arena. No sabía si estaba soñando con los ojos abiertos o despierta con los ojos cerrados. Me sumergía en el agua y sentía su abrazo en mi piel desnuda, como si no hubiera despertado aún y me sumergiera en el agua como en el fondo de un precioso sueño. A veces, es indistinto tener los ojos abiertos o cerrados para soñar.
Se llevó el vaso a la boca para beber otro trago. Me pareció observar que algo en su rostro y en su estado de ánimo cambiaba. Quizá sólo era el reflejo de las luces rojas en el contorno de su cara al desplazarse y cambiar de lado. Pero había algo distinto en su expresión conforme avanzaba en el relato.     
-Una de esas noches, el destino me trajo a la bahía lo que más quise en la vida. Después, se lo llevó igual que vino. Es extraño que el destino se muestre tan dispar a veces. Pero ya te dije antes: es el estigma que llevamos desde el mismo momento de nacer y no podemos hacer nada por cambiarlo. Lo encontré sentado en la bahía, al borde del mar, con los pies desnudos chapoteando en el agua. Tenía el torso al descubierto y sólo vestía un ligero bañador. La luz de la luna daba de lleno en su cabello y en su rostro y trazaba un reflejo que actuó en mí como un hechizo, pues creí que fuera un ángel caído del cielo, o algo así. O quizá, pensé, lo había arrastrado el destino envuelto entre las olas desde algún lejano lugar. Más tarde, supe que llegó en uno de esos barcos que se dedicaban al contrabando. Pero eso fue después, cuando era demasiado tarde y saberlo no servía ya de nada. El hombre me observaba mientras caminaba por el agua hacia la orilla. Me detuve a unos metros, frente a él. Seguía mirándome. A veces me pregunto por dónde entra el amor dentro de nosotros si carecemos de puertas y ventanas. Es algo que no tiene explicación. Yo, al menos, no se la encuentro. Nuestro amor, creo, penetró a través de los ojos. Nos miramos y nos tomamos de las manos. Entonces, observé en él un brillo, un no sé qué, algo que me cautivó y entró dentro de mí para poseerme sin remisión. Me dijo que cuando momentos antes me vio jugando entre las olas sintió algo que no pudo entender que lo arrastró hasta allí y lo obligó a sentarse al borde del agua y esperar a que saliera. Y que cuando nadaba hacia la orilla, creyó fuera una sirena que surgiera del océano y avanzara a su encuentro para ofrecerle mi amor. Yo quise hablar, pero él me puso entonces su dedo en la boca para que guardara silencio, y quedé callada, mirándolo como alelada con los labios entreabiertos, y fue como una invitación para que me tomara. Volvimos a vernos a la noche siguiente. Y a la otra, y a la otra... Conversábamos. Me hablaba de cosas maravillosas que nunca había escuchado. Me contaba las aventuras vividas a lo largo de sus años por el mar. Y cada noche, hacíamos el amor al borde del agua, a la luz de la luna. Después de tantos años, he conocido a muchos hombres a lo largo de mi vida, pero nunca encontré otro como él.
Apuró de un trago la tercera copa y pidió otra. Apoyó sus codos en la mesa, entrecruzó los dedos a la altura de la barbilla. La miré a los ojos y comprobé que estaba a punto de llorar.
-Yo lo esperaba cada noche en la bahía. Pero había noches que no acudía a la cita. Nunca me dijo por qué. Sabía que escondía un secreto. ¿Quién eres? ¿Qué haces? ¿A qué te dedicas?, le preguntaba. Pero él ponía su dedo en mis labios para que guardara silencio. Luego, me besaba y me amaba sobre la arena, junto al acantilado donde rompen las olas, como dice la canción. ¿Por qué no huimos juntos?, le propuse tratando de rescatarlo del enredo en el que sospechaba andaba metido. Entonces me dijo que nos marcharíamos muy pronto, quizá antes de lo que suponía. Me prometió llevarme con él, los dos solos, siempre juntos... Pero había que esperar. Sucedió una noche con la luna llena en el cenit y el cielo repleto de estrellas. La luz de la luna proyectaba el reflejo del cielo sobre el espejo del agua. Era una de esas noches que no sabía si soñaba despierta o caminaba dormida por la arena. Parecía como si flotase dentro de un sueño. No quería pensar en nada. Por la hora que era, sabía ya que no vendría. Sin embargo, parecía una noche como cualquier otra y nada extraño presentí. La noche estaba silenciosa y clara. Y en el silencio escuchaba el jadear de las olas y el balanceo de las barcas sobre la orilla.
Su voz se hacía cada más angustiada y tuve que acercarme para poder escucharla. Creí que se iba a echar a llorar de un momento a otro. Se llevó la copa a la boca y noté que las manos le temblaban.
-En ese momento, fue cuando vi el reflejo de un foco en alta mar y escuché los disparos. –Sus últimas palabras sonaron ya como un leve susurro-. Entonces, supe lo del contrabando.
Temblaba y tenía lágrimas en los ojos. La tomé de la mano y le acaricié la cara. Me miró y sentí que apretaba mi mano. Poco después, parecía que hubiera recobrado el aplomo.
-Esta noche, si no me tiembla la voz y el alcohol no me traiciona, cantaré la canción que marcó mi destino. Te la dedico a ti, porque eres español y andaluz como él. Luego, puedes contar que tomaste unas copas con la misteriosa mujer de la leyenda y que escuchaste la copla de su propia voz: la canción que cuenta el amor entre un marinero muerto a tiros y María, la misteriosa mujer portuguesa que canta sus penas de taberna en taberna desde entonces.

Luis

Relatos FM

GLORIA SOBRE MONTEFRÍO


   El viento, con la furia de un huracán, azotaba a nuestros hombres en la noche, levantando la arena de la tierra y desbaratando las tiendas que habían sido situadas a una conveniente distancia del castillo de Montefrío. Ante tal situación, corrí a guarecerme dentro de una de ellas, observando cómo mi tío hablaba en el interior con uno de sus mejores hombres sobre la planificación del asedio. Al verme, despidió a su compañero con un gesto adusto y me hizo una señal para que me acercase.
   - Chico, ¿cómo te encuentras? Hace un viento del demonio ahí fuera, ¿verdad? - mientras decía esto, recordé lo reconfortante que era sentir su mano protectora cuando la puso sobre mi hombro.
   - Tío, ¿cuándo acabaremos este asedio? Entre los hombres, se comenta que se está alargando más de lo previsto - mi tío asintió con la cabeza y respondió.
   - Este castillo está muy bien protegido. Además, dispone de suficientes recursos para sostener un ataque como el nuestro durante bastante tiempo - en ese momento, ojeó unos papeles que tenía sobre su mesa, sonrió ligeramente y sacó uno del montón - Sin embargo, algo va a cambiar.
   - ¿A qué te refieres, tío? - pregunté extrañado al tiempo que me extendía aquel documento escrito en extraños caracteres.
   - Es muy sencillo. En este papel queda claro: no pueden más. Mi espía me ha informado de que la rendición está casi a punto de caer en nuestras cansadas y agrietadas manos, lo que es una gran noticia.  La tala de los alrededores de Montefrío y nuestro asfixiante asedio está acabando con la dura resistencia de este enclave.
   En ese momento, la alegría se dibujó en mi rostro. Llevábamos mucho tiempo en aquel maldito asedio, lejos de familia y seres queridos, combatiendo, agobiando al enemigo con nuestras tácticas de desgaste pero sin obtener resultado. Sin duda, la noticia no podía ser mejor. No obstante, mi tío hizo un gesto de negación delante de mi cara con su mano izquierda.
   - Nada de júbilo, muchacho. Las tropas no deben saber nada de esto. Como sobrino mío que eres, y por petición de tu ya fallecido padre, debo cuidarte y enseñarte cosas como ésta. La exaltación, la pasión de un momento, puede hacernos perder el control y tornar nuestro posible éxito en fracaso, tanto en el campo de batalla como en la vida. No lo olvides: no sabes nada sobre nada, ¿ de acuerdo?
   - Por supuesto.
   - Mañana por la mañana atacaremos de nuevo y , si Dios quiere, tomaremos este lugar estratégico en nombre de los Reyes Católicos. ¿Lucharás al lado de tu tío, chico?
   Entonces, sacando mi espada de la vaina y sosteniéndola con la mano derecha, asentí sin ninguna sombra de duda en mi rostro. "Ahora y siempre, tío" fue mi respuesta.
   A la mañana siguiente, todas las tropas cristianas se abalanzaron sobre el castillo situado en el escarpado cerro. Ya fuese porque la información de la cercana rendición había llegado a oídos de las tropas de alguna manera o por el deseo ardiente de poner fin a aquel agotador asedio, ni las rocas ni el calor asfixiante de junio pudo con los valientes guerreros que me acompañaban en el ataque.
   Armaduras, espadas, lanzas y escudos chocaron en aquella mañana, tiñéndose de sangre y despertando el miedo en los ojos del enemigo. A lo lejos, en el ardor de la batalla, pude contemplar a mi tío luchando con la fiereza de un oso, dando tajos aquí y allá mientras paraba los golpes enemigos con su viejo pero firme escudo. Tal visión me animó a seguir luchando en el momento en que tres soldados nazaríes caían sobre mí, logrando deshacerme de uno de ellos con una patada, parando el golpe del segundo y asestando un golpe mortal al tercero de ellos. Con rápidos movimientos, cargué contra el segundo y acabé con su vida, haciendo que el tercero huyese despavorido. Mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción, caí en la cuenta de que me habían dado un buen corte en el brazo, así que aproveché la llegada de otros compañeros de armas para echarme a un lado y revisar la herida.
   Cuando volví a incorporarme a la lucha, se oyeron clamores y vítores de victoria. La rendición ya era una realidad. Los asediados, dignos rivales, habían decidido entregar su ciudad a las manos de los cristianos. Aún así, contemplé caras de dolor y pena en muchos de los nuestros debido a la pérdida de otros muchos en el largo asedio,  heridas difíciles de curar o el dolor de tanta muerte y desolación. De no ser por la llegada de mi tío, habría seguido más rato sumido en aquellos pensamientos.
   - ¡Chico¡ ¡Lo logramos¡ ¡Montefrío ya es nuestro¡ - su fuerte abrazo me reconfortó como ninguna bebida hubiese podido hacerlo. Por si no hubiese sido así, sus fuertes palmadas en la espalda se aseguraron de que no siguiese pensativo y melancólico. Algunos hombres se unieron a nosotros dando voces, blasfemando en algunos casos y riendo  a carcajadas en la mayoría, contagiándome y haciéndome partícipe a mi también de la celebración.

   Con el paso de los días, se designó un alcaide por parte del rey Fernando el Católico, quien ya procedía a marchar a Santiago de Compostela para rezar y pedir junto a Isabel por la conquista final y absoluta del reino de Granada. No fue esto lo que me sorprendió, sino que el elegido para ser alcaide fuese mi propio tío, del que no he revelado su nombre y que se llamaba don Pedro Afán de Ribera, hombre valiente como ninguno que haya conocido y que me insistió en que le acompañase en su nuevo cargo en aquel caluroso pero glorioso mes de junio de 1486.

Zeddicus

Relatos FM

EMPATÍA LITERARIA


Hay que ver lo difícil —¡lo tremendo!— que resulta eso de pretender una escritura pura y extremadamente fiel a la historia narrada, al carácter de los personajes, que siempre vienen con piel. Hay que ver cuán dichoso sería uno, por momentos, siendo cualquier otra cosa —carpintero, zapato, retrato con polvo o caballo— excepto escritor purista y extremadamente fiel a la historia narrada, al carácter de los personajes, que siempre vienen con piel. No está bien quejarse, lo sé, uno podría incluso eludir todos esos temas escabrosos —un protagonista en primera persona que ensaya crueles pruebas en niños—, hacer la vista gorda a la propia conciencia y hacerse el distraído para dedicar el tiempo, el teclado y las hojas a los argumentos más bien familiares. Por ejemplo: un escritor que escribe. Ponerse en la piel de un escritor que escribe, inventarle un conflicto débil y tonto, por ejemplo: que el escritor se ha quedado sin hojas. Pero eso no estaría bien y, más tarde, uno pagaría esa suerte de comodidad narrativa con un persistente ardor moral a la altura del alma o de lo que demonios pese esos veintiún gramos de los que tanto se ha hablado en simposios teosóficos. Hay que ver lo difícil que es ser tan puntillosamente meticuloso en todo, sin equiparar el peligro de esta profesión narrativa a la del limpiador de piscinas de tiburones, terrorista, probador de paracaídas, desactivador de bombas o corresponsal de guerra. Hay que ver. Hay que ver lo que es sentir el cimbronazo de una historia durante un día cualquiera, motivado por aquel borracho de barrio que te llora siempre el mismo despecho fatal, como si tú pudieras hacer algo para recuperarle a una tal Isabel que —ni siquiera él lo sabe— quizás ya esté casada o muerta o en otro país o, incluso, transformada en un tal Jorge después de varias operaciones y burocracias ante el registro civil. Hay que ver lo que es irse de ahí, con todo el aliento del borracho sobre la cara, con todo el dolor del borracho pellizcándote la piel y arañándote los codos y llegar a tu casa, beber agua helada de la botella, descalzarte, abrir la tapa de la portátil, mirar la página en blanco, sentir nuevamente los pellizcos del borracho y cerrar la tapa de la portátil con sentida bronca y preguntas. Hay que ver lo que es ser o estar así, dolido de repente hasta el esternón por añorar a una mujer de quién sabe quién, asumiendo esa historia como la más propia. Llegar al bar, tan afligido, contando las monedas, ordenar un trago, y otro, y otro, y otro, desinhibirse, así, para ir interceptando hombros sobre los que llorar a moco tendido por una tal (y es ahí cuando no puedes dudar, porque sabrán que estás buscando un drama) Jimena Sánchez, la mujer que te dejó ya no recuerdas hace cuanto tiempo, la mujer que acabó con tu alegría, con tu vida. Hay que ver lo que es llorar con las lágrimas de un borracho de verdad para comprenderlo, hay que ver lo que es recibir el consuelo de alguien y que ese alguien te mire con lástima y te insista todo el tiempo: «Hombre, vamos, ya es hora, váyase a su casa que aquí no remediará nada». Hay que ver lo que es dar las gracias que no son propias, lo que es emprender —por un buen rato y en el engaño del alcohol— el regreso a una casa muy distinta a la de verdad, hay que ver lo que es cruzarse con el auténtico borracho dormido, echo una estrella sobre la vereda, hay que ver lo que es verlo a él y verse a uno mismo, relatando asuntos que no le pertenecen, hay que ver lo que es escribir en la piel de un borracho lastimoso como salvación para no escribir sobre uno mismo.

HOMO NARRANS

Relatos FM

MIRANDO AL FRENTE


La enfermedad de Alzheimer es la causa de demencia más frecuente en la población anciana y representa entre un cincuenta y un ochenta por ciento del total de las demencias. Su forma de presentación se caracteriza por la aparición de trastornos mentales como pueden ser ideas de persecución, desorientación temporal y espacial, alteraciones de la memoria (incluyendo, en su caso, su propia falta), problemas de comprensión del lenguaje y conversación inconexa. Suele aparecer una vez cumplidos los cincuenta años y es frecuente que se acompañe de síntomas cerebrales que provoquen alteraciones en los reflejos o descoordinación de movimientos.

Seriedad entre los profesionales, uniformados y rígidos. Rostros de inquietud por lo que pueda pasar, por cómo pueda yo reaccionar y por las consecuencias de todo ello.
Inquietud.
No me hizo gracia aquella puesta en escena: nada bueno me esperaba, de eso estaba seguro. Tan cuidada escenografía no suele ser gratuita. Habrá que prepararse, por tanto, para lo peor, aunque no sé qué será exactamente lo peor. Con razón he oído decir que la Medicina es el arte de acompañar con palabras griegas al sepulcro. Seriedad y solemnidad no falta a estos greco-parlantes.
- Le vamos a comunicar los resultados. Esperamos, señor, que esté tranquilo, pues no han sido todo lo favorables que deseábamos, y confiamos en su fuerza de voluntad para afrontar el diagnóstico. Es inconfundible, todos hemos llegado a la misma conclusión: goza usted, a su edad, de un razonable estado de salud, pero debemos anunciarle que... sufre usted la enfermedad de Alzheimer. Y debe adaptarse a su nueva situación.
Así fue. Ni siquiera hizo falta que se expresaran en griego. Estaba claro.
Así empezó todo para mí.

Aunque la enfermedad se caracteriza por un progresivo deterioro de las funciones intelectuales, la evolución del cuadro es bastante variable. Existen casos en los que se produce una evolución bastante rápida (menos de un año), mientras que en otros el citado deterioro de las funciones intelectuales se prolonga más de quince años. Teniendo en cuenta ese abanico tan extenso de posibilidades, se pueden establecer tres estadios evolutivos: leve, moderado y severo.

Alzheimer, terrible palabra. Ciertamente no es mortal de modo inmediato, pero sus efectos degenerativos son evidentes y muy ostensibles.
Era lógica mi preocupación, pues yo tenía que seguir adelante con bastantes compromisos profesionales. Demasiadas cuestiones como para darlas de lado ahora. Muchas personas dependen de mí.
Debía informarme y formarme por mi cuenta. Mi enciclopedia médica me sirvió para ello, en la intimidad. También Internet. Esto no podía quedar así.
Lo primero que me recomendaron los sabios griegos fue dejar el trabajo. No es posible, no puedo dejar mi trabajo: no sería profesional dejar en la estacada a tantas personas. Además, cuando un trabajo es vocacional, darle de lado sería como abandonar la vida que uno desea para sí. No es posible, por tanto. Así lo argumenté, aunque el equipo médico no estaba conforme y los sabios se dedicaban, entre ellos, miradas griegas y doctas. ¿Dejaría usted de coleccionar sellos o cromos de los equipos de fútbol por ser enfermo de Alzheimer? Sigo siendo persona, doctor, déjeme seguir con mi vocación.

El estadio leve dura, aproximadamente, entre dos y cuatro años, y en esta fase están conservados tanto el lenguaje como las habilidades motoras y la percepción. El paciente es capaz de mantener una conversación, comprende bien y utiliza adecuadamente los aspectos sociales de la comunicación tales como la entonación, los gestos, etc. Sin embargo, pueden observarse alteraciones en la memoria (a veces con discreta pérdida de la misma), dificultad para aprender cosas nuevas, desorientación espacial y cambios de humor.

No es posible abandonar mi puesto, no puedo. Al menos por ahora. Lo mire por donde lo mire, todavía soy necesario aquí. Además, confío en la fuerza que Dios me dará para seguir adelante. Pienso ser un ejemplo para todos los que, a partir de ahora, traten conmigo: comprobarán que un enfermo de Alzheimer no es un trasto viejo que puede ser abandonado en las esquinas de la vida para que no moleste. No. Un enfermo de Alzheimer es una persona. Un enfermo de Alzheimer es un profesional que puede seguir cumpliendo su labor, aunque debe ser consciente de su concreto estado, y de que en un determinado momento puede verse obligado a dar de lado a todo. Pero no me va a faltar fuerza de voluntad. Mientras pueda, seguiré adelante con todo.

El estadio moderado dura, aproximadamente, entre dos y diez años, y aquí se producen alteraciones más importantes de la función cerebral, apareciendo ya síntomas llamativos, tales como afasia (dificultad en el lenguaje), apraxia (dificultad para realizar funciones aprendidas), agnosia (pérdida de la capacidad de reconocimiento), descuido en la higiene personal, debilidad muscular, posibles alucinaciones y progresiva dependencia del cuidador.

He tenido a todos los griegos de bata blanca en contra, como era de esperar. No quieren que siga: pretenden que deje paso a alguien "sano". Sus libros griegos concluyen que no debo seguir.
- ¿"Sano"? –contesté-. No soy ningún escombro humano, por favor. Tengo una labor que cumplir y voy a cumplirla. Y voy a hacerlo porque todavía estoy en condiciones de cumplirla. Cuando yo me sienta incapaz de estar a la altura que exigen las circunstancias en lo profesional, cederé el puesto. Pero mientras tanto, tengo deberes por terminar. Por favor, señores, déjenme terminarlos. Alzheimer no es igual a muerte civil o biológica.

En el estadio severo los síntomas cerebrales se agravan, acentuándose la rigidez muscular y pudiendo aparecer temblores e, incluso, crisis epilépticas. Los pacientes suelen presentar cierta pérdida de respuesta al dolor, se muestran profundamente apáticos, tienen incontinencia urinaria y fecal y terminan encamados de modo permanente, con alimentación asistida. Suelen fallecer, finalmente, por causa de neumonías, infecciones sistémicas u otras enfermedades accidentales.

Me consta que me labré una merecida fama de empecinado. Pero es lógico lo que planteo: si todavía puedo seguir con mi labor, ¿por qué no hacerlo? Es más, no es cuestión de querer seguir: es que estoy obligado a seguir, no es un capricho mío.
Es cierto que comienza a exteriorizarse la enfermedad, y ya hay quien se da cuenta. Circulan rumores por donde paso, me consta, y mis enemigos se ceban con esto. "Tenemos a un enfermo al frente de la nave". "No puede regirse con estabilidad un buque cuando las manos rectoras tiemblan". No. Quiero ser un ejemplo: quiero que sepan que un enfermo de Alzheimer no es una cosa. Es una persona. ¡Somos personas, por Dios bendito!
Una persona que puede que llegue un momento en el que no tenga la memoria en su sitio, de acuerdo. Pero que siente frío cuando nieva, siente calor cuando el sol nos acaricia, llora cuando está triste y ríe si se alegra por algo. Una persona que merece respeto. Aunque claro, en nuestra sociedad los débiles somos un estorbo que hay que soportar sólo si no nos queda más remedio (y tratar de evitar siempre que se pueda). Y los débiles son de muchas categorías: ancianos, enfermos, dementes, parados. Escoria, toda, que debiera llevar un cencerro al cuello, como los antiguos leprosos, para que supiéramos que se nos aproxima el "anti-ser humano", al que hay que dar de lado porque es un problema para cualquier persona socialmente sana.
Me rebelo y me revelo. No soy un ex-ser humano. Y lo voy a demostrar.

Mi enciclopedia termina añadiendo que en la actualidad no existe un tratamiento eficaz para la enfermedad, y los esfuerzos científico-médicos van dirigidos a aplicar unas medidas generales que traten los síntomas del paciente mediante medicamentos que alivien los problemas que surjan y, por otra parte, apoyen a los convivientes. La última frase me heló, y cerré la enciclopedia: En la mayoría de los casos, la evolución de la enfermedad es muy larga y dura de soportar para el entorno.

Hay días en que me levanto mejor, y otros peor. Lo siento claramente. Pero cada vez que me siento mal, mi fe en Dios me ayuda a seguir adelante. "Tienes una misión que cumplir en la vida, y a ella debes dedicar toda tu atención", me digo. Y si la realidad no es como yo deseo, lo siento por ella.

Pero yo he tenido una vida intensa y dura. No estoy acostumbrado a arrojar la toalla: he sobrevivido a campos de concentración y a todo tipo de persecuciones. Después de vivir lo que he vivido no creo que existan muchas situaciones que me hagan, ya, perder el control. Estoy acostumbrado a sufrir, preparado para realizar cualquier sacrificio y para soportar cualquier penuria.
Aunque compaginar mi estado y mi labor profesional será duro, lo sé. Será duro amanecer y hacer recuento de todo eso que queda por hacer hasta que anochezca, y pensar que mi estado de salud puede no ser óptimo para afrontar todo eso.

Ayer me sentía, físicamente, regular, con dolores, y se notaba a simple vista. Pero mi interlocutor, con total discreción, fingió no darse cuenta y todo se desarrolló como de costumbre. La diplomacia hace milagros. Debo hacerme a la idea de que esto irá a peor. Pero lo asumo. En todo caso, cúmplase la voluntad de Dios.
Es visible, y cada día más. Posiblemente no tarde mucho en llegar el momento en que no sea capaz de seguir adelante. En ese momento, y sólo entonces, cesaré en mis funciones. Dios quiera que todavía quede tiempo para concluir deberes que debo terminar personalmente.
Hoy, por ejemplo, se me presenta una intensa jornada de trabajo. Me espera un día realmente agotador. De hecho, ya está la gente en la plaza, pues la oigo, así que debo aparecer ya. Hoy me duele todo el cuerpo. Que sea lo que Dios quiera.

(NOTA DE UN NARRADOR DESLUMBRADO). Sale al balcón, algo renqueante, cansado por la edad, por la vida y por todo eso que carga sobre sus espaldas. Por lo mucho que ha aprendido hasta ayer por la tarde. Rodeado de sus colaboradores más próximos, se asoma ante la multitud.
Es recibido con una gran ovación. En distintos idiomas, el público grita algo así como "¡¡Viva el Papa!!", y él bendice a los fieles.
Comienza otra jornada en la Plaza de San Pedro.

Txikigorriaga