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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM

Las paredes de Salamanca


La fecha corría un 5 de Diciembre. Ése día, para Paloma, las paredes de Salamanca cobrarían un desagradable carácter ornamental cuando, al mirar por su ventana, observaría aquella larga mancha marrón que cubría el mostacho del caudillo. Una larga marca de caca de primera calidad empezaba al nacer la esquina, cubría el rostro de Franco y continuaba, con trocitos de garbanzo mal digeridos, unos escasos metros mas allá. Espanto, asco y terror sintió la pobre Paloma al ver semejante geometría de excremento. Sin embargo, y sobre todo, la invadió una profunda y abnegada lealtad. Había llegado el momento de desempolvar su membresía falangista y hacer justicia recuperando el honor embadurnado del Señor de España, una, grande y libre. Por supuesto y como era natural, Paloma sospecharía de su vecina de abajo, la del tercero. La medio gitana, medio mora, aunque ninguna de las dos, viuda Blanca.
Al marido de Blanca lo mataron los rojos en su pueblito de Zaragoza por persignarse en mal momento. Pero Paloma, ni nada sabía, ni nada quería. A Blanca la cuestión política le iba o le venía, dependiendo de como soplase el viento y quien hacía las preguntas. En la guerra no fue mucho ni fue nada, si no lo que le tocó. Limpió uniformes de unos y de otros y después de morir el marido, abrir las piernas se volvió deber miliciano o nacional, dependiendo de quien embestía la bayoneta. Paloma ni nada sabía, ni nada quería. Blanca era roja y cagaba.
Siguiendo esa premisa, Paloma, que ya estaba un poco senil y loca por herencia y tradición, se propuso matar a Blanca, la vecina de abajo, la del tercero.
Ahí, contemplando la mancha marrón que ya se volvía centro de reunión para el mosquero local, Paloma meditaba en la manera de matar a la vecina de abajo.
Un disparo sería suficiente, pero haría falta pistola y munición, de las cuales, ninguna tenía. Ahorcar a la muchos años mas joven vecina de abajo quedaba descartado. Tal vez golpearla con un trozo de tubería o mejor aún, devolverle el favor, tal vez: ahogarla en un pozo de excremento. No, imposible. La logística del recipiente y la materia fecal lo hacían demasiado complicado. Opción descartada. Contratar a alguno de los jóvenes del pueblo para que cometieran el acto implicaba mucha exposición y falta de orgullo. Un puñal o cuchillo de cocina. Directo, rápido. Aunque el aproximarse a la vecina de abajo embistiendo un arma de filo sin razón alguna, levantaría sospechas. La Blanca, por gitana o por mora, reconocería las intenciones a distancia y la superaría en destreza, terminando por ser ella, Paloma, la perforada. Tendría que ser silencioso, discreto, algo que matase por dentro, algo que le revolviese las cacas con las que había insultado al Ilustre. ¡Veneno!. Envenenaría a la viuda Blanca. Ahí, desde la ventana de su casa y todavía contemplando la mancha, convencida de su determinación, Paloma celebró con risita contenida su venganza anticipada.
El procedimiento sería simple: Paloma cocinaría una Perdiz estofada con todas las galas, la embadurnaría de veneno, la rellenaría con veneno, la estofaría en veneno y la remataría con Azafrán, pimienta negra molida, nuez moscada y veneno. Se la llevaría a la viuda Blanca, la de abajo, la del tercero, y le diría que le sobró del almuerzo, que antes de echarlo, mejor regalarlo. No, si no es para tanto, con mucho gusto, que disfrute y buenas tardes doña Blanca. Con lo que Don Francisco se elevaría en gloria restaurada y doña Blanca pagaría su deuda. Tu caca por tu vida, lógicamente.
Mientras Paloma disponía de los ingredientes, su cocina iba cobrando una vitalidad inigualable. Ni en sus años mozos ni de anillo al dedo había Paloma palpitado tanta pasión ante plato alguno. Como contagiadas de tanto corazón, las perdices suplicaban en jugoso silencio ser devoradas en el acto, las cebollas se volvían gentiles y rechazaban exigir lágrima alguna mientras que los ajos sudaban un carácter señorial con cada rodaja y las zanahorias todavía olían a tierra fértil. Todo sabía y olía mejor con el aroma nebuloso de la venganza, del honor en juego, del ojo por ojo y la ***** por *****.
Y así, entre cada revuelta, cada pizca de sal y cada llamarada de calor, Paloma se fue adentrando en el universo de su Locura. Allí, se topo inesperadamente con unas manos fornidas, rechonchas en verdad, con olor a pólvora y patria. Ahí, en su cocina, sosteniendo el cucharón como una falange abanderada, estaba el gran caudillo de España, cocinando con ella, vengando con ella. Al principio, nerviosa como adolescente en fiesta patronal, Paloma se quedó inmóvil.
¿Qué hacía el mas grande de España, Andorra y Gibraltar cocinando en su cocina? Porque en tanto éxtasis culinario se encontraba envuelta Paloma que hasta las razones se su venganza habían perdido protagonismo. Pero con aquella gloriosa presencia, la locura de Paloma le hacía recobrar la cordura. Todo era en nombre de Francisco, sí podía llamarle Francisco por supuesto, con su permiso excelencia, y todo respeto y muchas gracias, Paloma para usted y a sus servicios Generalísimo.
De esta manera y una vez superadas las formalidades introductorias, ambos seres se dispusieron con absoluta diligencia a concluir el plato. Así fue como, entre probadita y probadita, servidas por las manos fornidas, aunque mas bien rechonchas, de Francisco Franco y Brahamonde, que Paloma se fue envenenando con la delicia de su propia venganza; entre sorbos de caldo y hasta en la degustación del mismo veneno, sabiendo si el amargo de éste se balancearía con el dulcito de la cebolla ya casi caramelizada.
A pesar de tan prodigiosa marcha, tan dichoso plato nunca llegó a su vendéttica culminación puesto que a un instante de enternecer las perdices, Paloma cayó desplomada de rodillas con el intestino en rebelión. De rodillas, así como estaba, se arrastró como soldado herido a la trinchera de su retrete donde creería encontrar refugio. Fue cuando estaba a escasos centímetros de abrazar el recipiente, que la república de sus entrañas pereció ante el real y punzante alzamiento venenoso. Sus heces se escurrieron en abrumadora retirada por entre sus bragas de abuela, empapándolo todo, deslizándose por sus muslos de anciana y cubriendo el suelo de su piso, el de arriba, el del cuarto. Minutos después Paloma yacería muerta, empapada de su propia excreción.  Días mas tarde, Blanca, la del tercero, por cuestiones de aroma, tocaría donde la vieja Paloma para una última perfumada visita. Al abrirse paso entre aquel lecho castaño la encontraría en su última pose, semejante escultura de rigor mortis y heces fecalis.

Fue el 4 de Diciembre de ese mismo año, día del Natalicio de Franco, que más arriba, dos calles a la derecha, se celebraría en casa de Nachito tal fiesta nacional con cocido de garbanzo y morcilla en toda gloria. Cocido capaz de indigestar estómagos de trayectoria y entrenamiento. A la mañana siguiente, Nachito, con 6 años de poca trayectoria y entrenamiento, caminaría por la calle de Paloma sin poder detener los indigestivos adentros que empezaban a llenar sus calzones. Encontrándose en plena calle y sin otra herramienta, remordimiento o cautela, metería la mano en los pantalones y limpiaría su moza pompa contra las paredes de Salamanca. Poco después, Paloma se asomaba.

Cándido Vespucio

Relatos FM

Mi celular


Mensajito... mensajito... tú tienes un mensaje... tú tienes un mensaje. Era el celular de mi papa que anunciaba un nuevo mensaje, siempre eran de mi tío, de mi prima, o hasta de alguna amistad de él, pero nunca para mí...
-claro era el móvil de mi papá, no el mío. Siempre pensaba cuando yo tendría  uno, y me preguntaba ¿cuándo me lo comprarían?...Y me respondían lo mismo. –Cuando aprendas a leer y escribir. Que ganas tenia de que ya pasara el tiempo, esos aparatos llenos de botones y luces me paseaban la cabeza de un lugar a otro.
Mi prima me prestaba el de ella, pero mi papa la regañaba mucho, siempre diciéndole que se lo iba a romper y era muy caro. Ella no le importaba y le decía –deja al niño ser feliz.
En realidad había tenido tres móviles pero de juguete, aquellos no me importaron, más se rompían o se les agotaba las pilas y que no habían, -Eso me decía mi mamá. Lo cierto era que poco me hacían mucha gracia, esos no tenían pantalla, ni recibían mensajitos.
Mi tío que está en Venezuela, me dijo que cuando regresara me traería uno, mi otro tío que esta acá, pero que su novia, o mejor su amiga, bueno yo no entiendo mucho de eso, pero que también está en Venezuela y le mando uno nuevo, me dijo que me daría el viejo, pero yo no sé... siempre se le queda o mejor tiene que llevarlo a un lugar para que le saquen la información que tiene dentro... Yo creo que me está diciendo mentiras, ya le dije que lo que se promete se cumple.
Paso el tiempo y paso, ya se leer y calcular, hoy es mi cumpleaños y seguro que será el día que me darán la sorpresa de comprarme un celular. –Mamá que me han comprado de regalo, -Los regalos no se dicen, son sorpresa, espera a mañana que solo faltan unas horas.
Al fin amaneció. Yo casi no he dormido, espero mi regalo y mi papa entra al cuarto con una diminuta caja,  es mi regalo... Es mi celular pensé. El casi me adivino el pensamiento y me dijo –Si es tu celular, ya lo tienes. Ahora podrás usarlo.
Mi sueño hecho realidad, lo tome entre mis manos lo observe, lo encendí, revise todo lo que tenía, la información y los juegos, la cámara para fotos. Me dije para sí -ya tengo mi celular y que......

Joel

Relatos FM

Así nació el cuento


Muchos científicos aseguran  que el hombre de Cro-Magnon, uno de nuestros remotos antepasados que habitó el continente europeo hace unos cuarenta y cinco mil años, poseía uno de los más maravillosos e invalorables dones que Dios le ha brindado a nuestra especie para diferenciarla de todas las demás: la palabra. Esta información sirve  de gran ayuda para contestar un interrogante que hasta el momento no tenía respuesta. Para lograrlo, debo aventurarme en una travesía imaginaria a través del tiempo y anclar en una época un tanto lejana, cuando vivía este hombre primitivo.
Me ubico  en los difíciles tiempos del Paleolítico, cuando la vida de los vulnerables seres humanos; cuya superioridad en el mundo estaba muy lejos de ser consolidada, no era más que una continua lucha por la supervivencia. A diferencia de los tiempos actuales, en aquel entonces, los hombres convivían en paz con la bondadosa naturaleza. Pero, también estaban a merced de su voluntad para procurar conseguir su alimento y su vestimenta: la caza, la pesca y la recolección eran los únicos medios con los que contaban.  No poseían ningún tipo de vivienda donde protegerse de las feroces e impiadosas inclemencias del clima, ni de los ataques de las bestias salvajes. Estaban condenados a ser nómades, sin poder residir en el mismo sitio por un lapso de tiempo más o menos prolongado.
Me  encontré con una horda de estos hombres. Fue un día como todos los demás que a simple vista parecía no tener nada de especial. Con la luz del alba, los hombres salieron a cazar. A su vez, las mujeres  fueron a recolectar frutos y hierbas, prepararon las pieles para fabricar sus ropajes y cuidaron a las indefensas crías. Al llegar el crepúsculo, cuando el hermoso disco cobrizo del sol fue engullido por el horizonte;  luego de haber transcurrido una tediosa y agotadora jornada repleta de alegrías y sinsabores, todos retornaron con el preciado botín que habían logrado. Después de haber saciado su apetito y con la compañía de la reinante oscuridad de la noche, todos juntos se reunieron rodeando una calurosa y acogedora hoguera y contaron qué tal les había ido en la cacería del día. Narraron cómo, siendo portadores de un valor casi infinito, persiguieron durante largas horas a fuertes bisontes, a enormes mamuts, a veloces gacelas y a feroces búfalos por los más apartados y adversos sitios que se pudieran imaginar. También relataron de qué manera,  en fieras y sangrientas luchas consiguieron capturarlos con la sola ayuda de sus garrotes y cuchillos de piedra pulida.
Pero...en medio de los hombres reunidos, hubo  un infeliz  que tuvo un día completamente frustrado: no logró cazar ni de una sola presa. Sin embargo, los demás no se habían percatado de su tan desafortunada situación. Cuando llegó su turno, no tuvo hazañas para contar; entonces, decidió inventarlas, pues hubiese sido  mortal para su orgullo el reconocimiento de su torpeza como cazador.
Por ello, inventó una cacería increíble,  creó relatos  valerosos y envidiables ayudándose en esa oportunidad con decididos gestos . Todos escucharon asombrados y quedaron tan entusiasmados con sus narraciones, que le pidieron que las volviese a contar. Así lo hizo  una y otra vez. Todos lo observaron con admiración. Se quedó hasta el amanecer con sus primeros rayos de sol  narrando sus increíbles historias ante  sus atentos oyentes.
Aquella lejana noche, un anónimo protagonista de la Prehistoria, aunque sin saberlo, había inventado por primera vez el cuento.

Nam Nádo

Relatos FM

Gorrión


-¿Qué te pasa Gorrión?

-Estoy cansada de esta guerra, Padre, ¿por qué seguimos? Llevo siete años luchando, he perdido estos años de mi vida en nada.
He matado a gente que tenía familia porque me sentía con el derecho de hacerlo, luego me he sentido tan mal... Tengo sus nombres en esta lista, son tantos..., y tengo que sumar los que he encargado, esos ya los he intentado olvidar.
Odio todo lo que he creado, Padre, creo que voy a dejarlo.

-¡Gorrión, no puedes hacernos esto, tú iniciaste la lucha, tú nos metiste en esto!
¿Acaso olvidas que fueron ellos los que destrozaron nuestras vidas?¿Los que con su absurda invasión comenzaron una guerra?
Cuando creaste a los Nonos, la guerra ya llevaba meses, ocho si no recuerdo mal. Ellos mataron a tu familia, a lamía, a la de tantos otros.

-Yo sólo quiero olvidar, Padre, quiero empezar una nueva vida y para eso necesito que me perdones, que me perdone Dios y que me perdonen aquellos a los que maté.

-Ya te perdonó Dios tras cada muerte, Dios te entiende, Dios es un Nono, Gorrión.

-Padre, he pecado esta noche, he matado a uno de ellos. Sé que te sorprende, lo bueno de dirigir es que te ahorras el trabajo sucio, pero era un tema personal, tenía que hacerlo yo.
¿Recuerdas la última campaña de ayuda sanitaria?¿Recuerdas que decreté cautela y espionaje? Fui quien entró, estaban empezando a sospechar, los veía delante de mi casa por la noche y me seguían durante el día.
Llegué y me ofrecí voluntaria, dije que podía hacer de traductora.

-Gorrión, lo sé, me ordenaste esperar y lo hice.

-Padre, déjeme hablar. Le conocí ahí, me cayó bien, era tan... Parecía diferente, parecía que solo quería ayudar pero no. Ayer descubrí que era un infiltrado, que le habían metido ahí para espiarme y tuve que matarlo.

-¿Sabes quién eres?¿Saben quiénes somos? Gorrión, ¿qué va a ser de nosotros?¿Qué nos has hecho...?

-No, no,... Padre, no. Me dijo que le dejara en paz, que solo me había usado para sus fines, que creían que era Gorrión pero que habían descubierto que no valía para nada, ni siquiera tenía contactos con los Nonos. Jajajaja, ¿tú te crees?

-¿Cómo?¿No pensaban que eras tú?

- Será que actúo bien. Padre, estuve a punto de irme con él, de fugarme y huir, ayer habíamos quedado y me lo dijo todo, me dejó co las maletas en el bosque y se marchó riéndose.
Hoy he ido al hospital com siempre, he hecho el trabajo sabiendo que todos me miraban extrañados, todos ellos estaban al tanto y me usaron, esos hijos de ****... Me hicieron creer que querían ayudar, probablemente ni sean médicos.

-¿Cómo has sido tan tonta, Gorrión?
-Padre, creía que me quería, soy humana, solo buscaba que alguien me consolara, yo quería olvidar e irme, Nadie me deja, padre, ayúdame...

-No nos dejes, te necesitamos, Gorrión, ¿qué será de nosotros?

-¿Y de mí? He llegado a matar a la persona a la que quería. Me acerqué a su despacho cuando se marcharon los otros y le dije que le perdonaba, que ellos eran así. Le llevé un café al que había echado veneno y el muy imbécil se lo bebió.
Poco a poco empezó a sentir calor y se le adormecieron los brazos, cuando empezó a sospechar se acercó a donde estaba, y una vez en el suelo me agaché y le susurré: 2Soy un nono, soy Gorrión. Perdóname".
Ya no soy digna del cielo, Padre, he matado a la única persona que quería. Lo voy a dejar, se lo voy a comunicar hoy al resto. Solo quería que me dieras fuerzas.

-No te las doy, no te dejo, antes te mato.

-¿Por qué te acercas? ¿Por qué no me dejas huir?¿Vas a matar a Gorrión?

-Diré que has muerto matando, no hay mayor gloria, pasarás a la historia. Lo he hecho muchas veces, siempre que me lo has ordenado, tarda poco, tardaré poco, parecerá que llevas un collar de perlas, estarás guapísima. Me has convertido en lo que soy. Gracias, Gorrión.

-Gracias, Padre, por perdonar mis pecados.

Lunática

Relatos FM

Resurrección y Muerte


Más o menos por aquella época era un escritor frustrado, triste, perdido. Había viajado por medio mundo y vivido en algunos países: Canadá, Italia, Irlanda en último lugar. En ninguno de esos viajes había encontrado lo que quería. ¿Qué quería?
   Ahora, más lejos y más cerca que nunca, me encontraba en Bilbao, mi ciudad natal. Era el último lugar del mundo donde quería estar. ¿Por qué estaba allí, entonces? Porque no tenía dinero, ni trabajo, ni soluciones a mi falta de respuestas.
   Yo era una persona difícil: no duraba mucho en un sitio, no me gustaba la gente. Para más desgracia, me creía predestinado a un gran destino como artista y escritor, lo cual, generalmente, empeoraba las cosas.
   Me presente en septiembre de aquel año y, gracias a mis conocimientos de inglés, encontré un trabajo como redactor de prensa. Trabajaba solamente cuatro horas al día. Tenía mucho tiempo para escribir, dormir, emborracharme y saber que era otro pedazo de cielo sin nombre.
Enviaba relatos a concursos literarios sin mucha esperanza. De vez en cuando que-daba con mis amigos, pero nada era igual: me sentía como un extraño entre ellos.
   En mis largos y solitarios paseos, me daba cuenta, pensaba, que la vida no tenía mucho sentido. No en términos de plenitud o felicidad; simplemente no se podía llegar más lejos en cuanto a resultados. Nada de lo que los demás tenían me atraía ni satisfa-cía: la televisión de cuarenta pulgadas, viajes programados cada año, los partidos de fútbol, pasear al perro, la buena comida, conducir un coche, cenar con la familia...
   Transcurrieron unos meses de esa manera; sin mucha vida social, ni familiar, evi-tando el contacto con la gente, huyendo del mundo.
   Llego enero. Mi cumpleaños. Años que se repiten. Nada que celebrar.
Fui a dar un paseo por la ría. Su superficie opaca no reflejaba el cielo gris. Llovía.
   Mi teléfono comenzó a quejarse en el interior de mi chaqueta. Lo saqué y lo miré asombrado: no recordaba su sonido.
   ¿Quién podía ser? ¿A quién le importaba? Pero finalmente descolgué.
   —¿Sí?
   —Hola —hubo una breve pausa— ¿Roque?
   —Soy yo. ¿Quién eres?
   —Soy Alba, ¿te acuerdas de mí?
   ¿Alba? Claro que la conocía. Había sido mi última novia en Bilbao. Después de marcharme a Italia, nuestra relación acabó naufragando. Siempre me arrepentí de ello.
   —¿Hola? Como...
   —Me dijeron que estabas por aquí y decidí llamarte por tu cumpleaños... Felicida-des.
Besos y más besos. Abrazos y caricias.    Su cuerpo caliente. No podía evitarlo. Las imágenes se clavaban en mi cerebro.
   —Gracias —acerté a decir—, gracias.

   Después comenzamos a escribirnos vía mail. Verdaderas cartas con mensajes ambi-guos. Tenía novio, pero la cosa no iba muy bien. Yo no tenía nada: ganas de verla y miedo de encontrarme con ella. Mi imaginación se alimentaba de recuerdos pasados y ensoñaciones futuras: nos reencontrábamos y al segundo me encontraba abrazándome a ella, rescatándola de su novio, de sí misma, del mundo.
   Cuando nos vimos para tomar un café, nada ocurrió como yo pensaba. Nos saluda-mos fríamente y nos sentamos. Tardamos más de cinco minutos en comenzar a hablar. La miraba y no me lo podía creer: era la mujer más hermosa del bar. Cuando iniciamos la conversación fue como siempre; la complicidad surgió y sentimos la necesidad de saber todo del otro.
   Llevaba un vestido de tela verde y una diadema empujaba su larga melena hacia atrás. Lo mejor era su mirada; curiosa como una niña, inteligente y tierna a la vez.
   —¿Y qué has hecho todos estos años? —me preguntaba una y otra vez.
   —Nada especial. Perder el tiempo. ¿Y tú?
   —Yo también he perdido el tiempo. Ahora lo intento recuperar —contestó, y con sus dedos se palpó nerviosa los labios—. ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes?
   —Claro.
   —Hablábamos y hablábamos, bueno, sobre todo tú. Siempre estabas soñando; eras tan idealista...
   —Estábamos colgados de una nube.
   —Una nube desde la que caímos.
   —Hace tiempo.
   —¿Hemos sido unos idiotas?
   —No. Solo hemos creído en algo mejor, eso es todo.
   —No se te ve muy contento.
   —Estoy contento de verte. Estás muy guapa.
   —Gracias, tú también. Se te ve cansado.
   —He dado muchas vueltas por el mundo, solo estoy algo mareado.
   —¿Y qué has encontrado?
—Tristeza, alegría, amor, miedo... Lo mismo que puedes encontrar aquí —dije se-ñalando el cielo gris.
   —Pero, ¿algo habrás aprendido en todos estos años? —me preguntó inclinándose hacia mí.
   —He vencido algunos fantasmas. Eso nunca lo habría conseguido en esta ciudad. No me siento atrapado por el viejo Roque; ingenuo, melancólico, idealista... Eso su-pongo que es algo.
   —Ahora pareces más triste.
   —Más real.
   —Estás más triste. Te entiendo. Yo también he perdido por el camino la ilusión.
   —Estoy contento de volverte a ver —repetí.
   —Me hizo tanta ilusión volver a hablar contigo el otro día... —me dijo y al mirar-nos, sentí que nuestros labios ya estaban juntos, como siempre. Sólo que esta vez me sentía lejos, a una distancia que no podía precisar de su corazón, o mejor, del mío.
   Cuando volví a mi habitación, por primera vez en años, sentí la soledad como un doloroso recordatorio de mi existencia. No quería volver a verla, no quería saber quién era yo, ni saber quién era ella. Lo único que importaba era seguir viviendo y muriendo en esta ciudad sin alma, donde me sentía vacío desde mi infancia.
   El día veintiocho mi jefe me llevó a su despacho.
   —Nos gusta como trabajas, Roque. Hemos decidido ampliarte la jornada y renovar-te el contrato a doce meses. Ahora también te ocuparás de la comunicación del Duero.
   —Gracias —acerté a responder sorprendido.
   Llegué al piso. Me abrí una cerveza y encendí el ordenador. Unos meses antes bus-caba con interés algún mail de concursos literarios, esperando recibir una buena noticia. Eso ya había pasado: no tenía la menor esperanza de ganar. Sin embargo, de vez en cuando, me llegaba algún mensaje anunciando a los ganadores de tal o cual edición...
   Abrí un mensaje de ese tipo y comencé a leer. Era, efectivamente, el acta de un cer-tamen literario en Valencia. Leí estupefacto el titulo de mi relato, "Soliloquio", y mi nombre subrayado a continuación. Había ganado. Releí varias veces mi nombre, mi relato. Me quedé en estado de shock. Dije en voz alta:
   —He ganado un concurso de relatos.
   Nadie me respondió. No había nadie para escuchar mis palabras, para compartir mi noticia. Me había quedado solo con mi egoísmo y mi estupidez. Se me ocurrió llamar a Alba.
   —¡Es increíble! ¡Estoy tan contento por ti!
   De repente comencé a sollozar. No sabía que me ocurría. No se trataba de la alegría de haber ganado. Era la sensación de derrota. Hacía años que no me sentía capaz de conseguir nada.
   —Has sufrido tanto —dijo Alba.
   Les di la noticia a mis amigos. No entendían nada: ¿Quién era aquel amigo suyo, que en sus ratos libres se dedicaba a escribir?
   —Lo mismo un día te haces famoso. Lo mismo ganas el Nobel.
   —Lo mismo da —respondí.
   Quedé para cenar con Alba. Me dijo:
   —Cuando hablo contigo me parece que todo es distinto.
   —Todo es distinto.
   —Me sigues conociendo mejor que nadie.
   La besé. Sus labios no se apartaron. Luego nos abrazamos y nos quedamos un buen rato, así, preguntándonos; ¿qué es lo que había pasado?, ¿lo qué estaba pasando o iba ocurrir?
   —Nos veremos la semana que viene —dije para zanjar el asunto.
   El aluvión de buenas noticias no cesaba. Las acepté como parte de mi vida; igual que antes, había aceptado no tener trabajo, amigos, expectativas de futuro...
   Mi madre me llamó. No descolgué el teléfono. Recibí un mensaje.
   «Tu tío ha muerto. El funeral será mañana a las ocho. Procura venir.»
   La relación con mis padres no era muy buena: hacía cinco años que no hablaba con ellos tras una pelea a los guantes con mi padre.
   Sin embargo, apreciaba a mi tío; recordaba sus visitas en Navidad cuando era niño. Bolsas y bolsas de regalos sin envolver que tiraba al suelo sin más ceremonia, diciendo:
   —Ahí tenéis.
   Llegué al funeral cinco minutos antes, intentando no encontrarme a nadie. Sin em-bargo, el tren me dejó frente a la iglesia; no pude evitar el temido reencuentro. Saludé a mis padres. Estaban mayores y se les veía cansados. La vida tampoco había sido justa con ellos; era lo normal.
   Estaban otros familiares que no reconocía, gente cuya existencia me importaba tan poco como la mía. Llegó el coche funerario trasportando el féretro. Era un coche abo-llado y viejo, malo hasta para un muerto; pero la oscuridad, aliado fúnebre, escondía los defectos. Comenzaron a sacar flores de su interior. Muchos ramos que iban pasando de mano en mano. Ya se sabe: flores al nacer y flores al morir.
   Mi madre se acercó y me dijo:
   —Ayuda a cargar el féretro.
   Yo lo hice, y pensé, aquí está la muerte presente; he de cumplir la última voluntad de mi madre antes de que sea tarde.
   Condujimos el ataúd al interior de la iglesia. Nos siguieron las flores, los familiares, los chismosos que hablaban de sus cosas.   Me tuve que sentar en los bancos más cercanos al altar. Hacía muchos años que no entraba a una iglesia. Les tenía un miedo irracional; me intimidaban. Aquella igualmente. Era una construcción moderna, con una gran bó-veda dorada tras el altar. La virgen María colgaba en su alta pared. Miraba al cielo su-plicante y triste. El resto de las figuras eran igual de tenebrosas.
   Yo no creía para nada en Dios. Muerte y resurrección. ¿Qué significaba eso para mí?
   El cura comenzó a dar su sermón. Habló de mi tío. Allí estaba. En su caja de made-ra recién pulida, donde se reflejaban las flores, el altar. Me horrorizo pensar que estaba ahí dentro.
   El sermón fue largo. Para mi sorpresa, me sentía bien escuchando. La voz del sa-cerdote me llegaba lejana, en un segundo plano; no le prestaba atención realmente, sino que buceaba en mis propios pensamientos. ¿De verdad tenía ganas de continuar? ¿Era capaz de aceptar las consecuencias de una existencia normal? Alba rondaba por mi ca-beza una y otra vez: comenzaba a convertirse en una especie de obsesión que evitar.
   Aquí estoy, pensé, sintiéndome bien, mientras mi tío permanece muerto y le lloran. Estas son las contradicciones de vivir; no se pueden evitar; las emociones y los momen-tos son caprichosos.
   Se escuchaban ruidos extraños que retumbaban en la piedra; toses de enfermos, carraspeos, el crujir de los bancos... La celebración estaba terminando.
   Antes de dejarnos salir, el cura rocío a mi tío con agua bendita. Mojó la caja con abundancia desde los cuatro puntos cardinales. Salimos a la calle. ¿Cuál era el signifi-cado de vivir y morir? La pregunta me alcanzó sin yo quererlo y allí estaba, cargando con el ataúd en su último viaje.
   No estaba seguro. No sabía nada. Sin embargo, yo estaba vivo. VIVO. Y probable-mente tenía tiempo hasta que llegara la muerte. Me subí al tren. Pensé en llamar a Alba, en contárselo todo. No, me dije. Luego, deja que el tren te lleve. Solamente necesitas una estación para verlo todo diferente. Miré a través de la ventana. Un montón de chi-meneas que exhalaban humo negro; palabras perdidas en el aire que vuelven: ilusión, amor, esperanza, sueños... Una parada más, me dije cuando el tren llegó a mi estación.

Buxu

Relatos FM

Playa Nosotros


Tus labios secos me dijeron que sí. La playa en invierno te levanta el ánimo. La playa húmeda: llovizna sobre las dunas.

Me gustaba esconderme entre las dunas, con jersey y botas, con mi libro gordo, y atravesar el pasillo de la residencia con el pelo moteado de arena mojada y mis labios... se mojan cuando pienso en ti.
De regreso, ponía la cama perdida. Sentada pensaba otra vez en nosotros, porque intentaba sacarme las botas yo sola... y me reía, te imaginaba cayendo de culo sobre las baldosas heladas. Siempre me has querido, y yo, te he querido a ti. Llenas de arena, las botas, y a veces, de agua. Las nubes lloran porque saben que la playa te gusta mojada.

¿Sabes que me agacho y pego la oreja junto a tu pared? Si no vivieras debajo, si vivieras al lado, sería más sencillo oírte. Te imagino llorar y se me parte el costado. Dicen que ahí está el corazón, entre toda la grasa. De sobra sabes lo que necesitas. Sabes cómo serías feliz. Tus lágrimas en el suelo mojan unas baldosas que a tu madre le molesta fregar. ¿Serás una nube cuando mueras? Mojarás las playas, para otro chico raro como tú, al que le gusten así.

Tus labios cuarteados, mi amor. Me dices, te oigo desde arriba, en el suelo junto a mi cama, me dices mi amor, moja mis labios como las nubes a la playa. La playa que no veo. Que querrías pisar conmigo, al amanecer. Parece que estas gotas de unas nubes desconocidas absorbieran tus palabras. Que necesitas mis labios, que dónde estoy, que por qué estás tú en ese cuartucho y yo en tu playa. Ojalá salieras de ahí.

El médico dice que salgas a correr. ¿Te ves triste en el espejo del baño? Llueve más ahora, junto a la orilla y las olas, donde me invitaste a hacer un castillo de arena con menos de tres años. ¿Eres igual ahora que de niño? Mírate en las fotos, en tu espejo del baño y dime; ¿has cambiado? Yo cada año soy más pequeña, como nuestro castillo de arena mojada después de una ola, y de otra... inofensivas todas, todas, todas... como yo. Ahora hundes el suelo con los talones. Y yo... en tu memoria no peso nada.

Me invitaste tú y puedes repetirlo. Es por ti que nos conocemos. Me llamabas ¡amor...! Amor quería jugar contigo. Te tiraba del pelo y llorabas. Lo siento. Era sólo una niña, más esbelta y torpe que hoy. Me tumbo a pegar la oreja sobre las baldosas frías y salpicadas de arena, para oírte llorar y no lo entiendo. El médico te ha dicho que salieras a correr. Tu madre, en el Opencor de la calle que hace esquina con la farmacia, se lo ha dicho esta mañana al cajero. Un hombre alto y joven, y yo soy tan pequeña... que de puntillas me agarro con las yemas de los dedos a la cinta transportadora para hacerle saber dónde estoy. Y me cuelgo, me balanceo. Sí, vale; exagero. Has parado de llorar. 

Te veo correr y sé que eres tú. Porque lloviznaba y ahora llueve. Pero tus labios, tus labios cortados, siguen moviéndose y dicen... que soy yo. Y que eres tú, el niño al que tiraba del pelo. Que ya no lloras. Que necesitas la playa y me necesitas a mí. Te digo que estoy preparada. Sabes que las dunas me encantan y que si la llovizna se convierte en lluvia, es porque las nubes conocen que estás aquí. Has salido de ese cuartucho porque el médico te lo ha aconsejado. Dice que tampoco tú sabes dónde está el corazón. Amor, quiero jugar contigo. Yo también, amor.

Estoy en las dunas, desde las dunas te miro. Hace mucho que no leo. El libro gordo sirve para que no me incordien los otros, que creen que se parecen a ti. Pasean a sus perros en esta playa que lleva tu nombre. Sus perros llevan tu nombre. Mi aliento. Esta lluvia. Las olas. Porque al cabo del tiempo, sólo tú me importas. Es la vida muy corta como para malgastar este día de hoy.

Así que dejo las dunas atrás y el libro enterrado. Mis pisadas escriben el comienzo de un nosotros. Lentamente. La humedad en cada pie me estremece la piel de los brazos, bombea la sangre en mi corazón que parecía escondida, como tú en tu cuarto, y que ha sentido la distancia acortarse entre los dos. Y mi vida es más larga. Y por fin peso, y me hundo. Y mírame, levanta tus ojos de la arena. No jadees. Estamos solos en la playa, nadie más puede vernos.

¿Y qué si nos ven? Y qué si nos hundimos en la tierra mojada. No conoces los paseos románticos, sólo el gotelé. ¿No estás cansado? Tus cuatro paredes blancas rebotan tu llanto. Y por la playa. Tus pisadas. La lluvia. Tu aliento. Demos un paseo. Tus labios cuarteados.

Me gusta ir descalza, sentir tu arena en mis pies. Vine así desde mi cuarto, que también es pequeño y seguro. Y además, si no salgo, es porque tú no sales tampoco. Pero mi madre murió también del corazón; qué gracia, ese que el médico dice que no tenemos si nos ausculta. Me tumbo en el suelo cuando me canso de estar en la cama y pego mi oreja a ti. Vine así descalza en cuanto me quité, yo sola, las botas. Las olas acercan tu olor. ¿Qué estás mirando, la arena? ¿qué miras atrás, tus huellas? Son profundas, igual que tú.

Vengo muda a convencerte, mi amor. Lentamente. No importa lo que tarde, tú sigues ahí. El pelo chorrea por mi frente. Siento el pantalón mojado, bajo mi camiseta morada, que con mis curvas, no puedo ver. Entra en mi vida, coge mi mano. Acércate. Quiéreme. ¿Paseamos? Tu bañador rojo también está mojado. Tu camiseta blanca, de tallas que no venden aquí.

-¿Me quieres?

Me asusté. Te clavé los ojos mientras me esforzaba por distinguir si las palabras habían sonado dentro de mí o fuera. Se congeló mi sangre y perdí el corazón, entre toda mi carne. Y muerta de miedo, repetí.

-¿...Paseamos?

-Bueno.

Y me miré la mano, empapada de lluvia por esas nubes que un día estarán hechas de ti. Y llevé un dedo a tus labios.

-Tus labios, cuarteados.

-Es por la medicación.

-Lo sé.


De la arena mojada sacamos los dos nuestros pies enterrados. El rastro de huellas amantes junto a la orilla escribió que la playa era nuestra, y éste, nuestro primer paseo romántico.

Sorcha Pony

Relatos FM

Noche sin fiesta


   - ¡Oh, por favor!, ¡no intentes sacar las cosas de contexto! ¡Que no quiera acompañarte no significa que esté cansado de ti!
   - ¡Pero, es que nunca quieres hacer nada! Te pasas el día delante del ordenador tocándote las pelotas, o jugando con tus amigos interminables partidas al billar.
   - ¡No empecemos otra vez! Sabes que me encanta estar contigo, pero no me apetece ir a una fiesta para nuevos ricos, en la que ellos hablan de sus viajes de negocios por Europa (y de lo mucho que les gusta a sus amantes sus calzoncillos Versace)  y ellas (sin saber nada), hablan de lo mucho que se esfuerzan sus maridos en sus trabajos y de la cantidad de tiempo que pasan fuera de casa, solos y desangelados (deben ser las únicas que lo piensan), mientras el resto de esposas asienten y comparten de manera ingenua la misma afirmación. No quiero tener que fingir que me lo estoy pasando bien y que comprendo sus cansinos y aburridos problemas meta filosóficos.
   -Lo que sucede, es que crees tener siempre la posesión de la verdad. ¡Ellos al menos salen de casa! ¡Al menos, acompañan a sus mujeres después de estar toda la semana trabajando! ¡Es lo mínimo que te puedo pedir!

   Y tanto que salen (si te contara todo lo que hacen fuera de casa, te sorprenderías, cielo). Mi mujer no sabía ni la mitad de lo que sucedía en el resto de matrimonios con los que compartíamos existencia y momentos de ocio. Jamás imaginaría como su mejor amiga me había lanzado los trastos en la última boda a la que habíamos acudido (aun sigue haciéndolo cada vez que tiene ocasión). Ni sabía cómo los maridos de sus amigas organizaban supuestas partidas de cartas los jueves por la noche, pero la realidad era que usaban ese tiempo para recorrerse los clubs nocturnos más famosos de todo Madrid. Tampoco sabía como yo, en una época de fuerte tensión conyugal (sé que de nada sirve justificarse con excusas baratas y simples como ésta, pero no tengo otra más creíble) rompí la promesa matrimonial de fidelidad (¿quieres recibir a Emma como esposa y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida?)
   Emma no sabía nada. Era mejor así. Decidí callarme. Supongo que lo mejor que podía hacer era cerrar la boca y no empeorar la situación. Cogí el mando de la televisión y cambié compulsivamente de canales (era mi forma de relajar tensiones), mientras cavilaba alguna  respuesta más políticamente correcta que disculpara mis remotas ganas de salir. Ella entendió mi silencio, como un signo de lejanía y frialdad (así era). Noté su enfado y malestar. Me dijo - ¡Me voy! ¡Tienes algo de cena en la nevera! -. Cerró  la puerta y todo quedó en silencio.
   No contesté. No supe que decir. Ella tenía razón (por supuesto que la tenía). En la tele, el telediario de una cadena privada, ocupaba el tiempo del informativo con noticias absurdas y carentes de interés. Eran las 21:30h. Nunca me había sentido tan solo internamente. La casa estaba vacía de energía y comenzaron a entrarme dudas. Me obsesioné con la idea que quizá ella sabía más de lo que aparentaba. ¿Y si hubiese tenido la misma necesidad que yo?, ¿si durante alguna noche alocada (de esas que surgen bajo pretextos simples como  "tengo cena de trabajo") hubiese caído en las redes de un apuesto, musculoso y vital joven o en manos de un interesante madurito, experimentado en camelar a mujeres con su imagen de hombre elegante y seductor? ¿Si había disfrutado de una noche de sexo, placer, eyaculaciones y orgasmos perpetuos y desbocados mientras yo, ingenuo y ajeno a todo, jugaba con mis amigos interminables partidas de billar? A lo mejor (en el peor de los casos) alguno de mis amigos también le había tirado los trastos. Incluso me permito ir más allá y dudar de ese viaje con sus amigas a Punta Cana, donde se supone que simplemente iban a descansar y desconectar del estrés laboral.
   Me asomé  a la terraza y fumé un cigarro mientras intentaba sacar de la cabeza esos últimos pensamientos. Sobre las 22:30h cené lo que había en la nevera. No podía parar de pensar en ella. Me la imaginaba en aquella fiesta pasándoselo bien, bailando y riéndose con todo el mundo. Disculpando mi ausencia bajo el pretexto que tenía mucho trabajo o que me encontraba un poco enfermo. Y las mujeres de los hombres que compran calzoncillos Versace, añadirán (sin mucho convencimiento) "¡oh, que pena, con lo simpático que es y lo bien que cae a nuestros maridos!", y los maridos de las mujeres que piensan que los viajes de trabajo por Europa son largos y tediosos y no una buena excusa para romper con la monotonía conyugal, dirán "¿no te estará engañando con otra?". Y todos reirán a la vez (aunque ellos de una manera distinta a la de ellas, seguramente) y seguirán bebiendo champagne francés (Moët Chandon lo más probable) mientras comentan absurdas anécdotas y chismes de gente cuyos trapos sucios son difíciles de lavar.

   ¿Venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? – preguntó el cura mientras ambos nos mirábamos con cara de "creemos que si"- ¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del matrimonio? – por supuesto (faltaría más). Me giré y observé como a mi madre y la de ella les costaba respirar derramando lágrimas de alegría y emoción.

   Yo (Santiago) te recibo a ti (Emma) como esposa y me entrego a ti, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.
   - ¿quieres ser mi mujer?
   - Sí, quiero.
   - ¿Quieres ser mi marido?
   - Sí, quiero.
   Emma yo te recibo como esposa y prometo (qué difícil es prometer y que fácil romper las promesas) amarte fielmente durante toda mi vida.
   Santiago yo te recibo como esposo y prometo amarte durante toda mi vida (¿lo juras?).

   Sobre las 2:00h terminé de ver uno de esos programas del corazón con los que las cadenas privadas nos amenizan las noches de los viernes. Varios contertulios analizaban las supuestas causas de la separación de una famosa actriz y su marido (director de un bufete de abogados). Se acabó el amor proclamaba la actriz en una silla delante de toda la audiencia. Cada uno hemos seguido nuestros proyectos individuales y a penas teníamos tiempo para estar juntos, se justificaba con ojos llorosos. Un concursante de un reality musical se quejaba amargamente de cómo su ex novia le había utilizado para convertirse en famosa, mientras los contertulios insinuaban su posible condición de bisexual y adicción a ciertas drogas. Finalmente una mujer/hombre de pechos operados era presentada/o como el primer transexual español en triunfar dentro del cine porno americano. Ella/ El no cesaba de repetir, me siento tremendamente orgullosa/o de representar a España, mientras el público aplaudía y ovacionaba cada vez que se pronunciaba la palabra España.
   La noche no daba para más. Emma no había llegado aun. Me eché en la cama, pero no pude dormir. Continuaba dándole vueltas a ese maldito viaje a Punta Cana. Encendí la radio creyendo que podría distraerme, pero terminé apagándola con rabia. Cada vez, me encontraba más inquieto. Me levanté y fumé otro cigarro en la terraza. Eran ya las 3:58h de la madrugada. No había nadie en la calle. Con el frío comencé a sentirme un poco mejor, a quitarle importancia a las cosas, a relativizar los enfados, y comprender que todo era un proceso cuyo objetivo no es otro que armonizar la convivencia (¿quieres recibir a Emma como esposa y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida? –necesito tener clara la respuesta, pensé).
Volví de nuevo a la cama y esta vez, sí me dormí. Más tarde sentí como alguien me daba un beso en la mejilla (había llegado). Me giré para tocarla y decirle que la quería. Me acarició el pelo. Continué durmiendo.
   - ¿quieres ser mi mujer?
   - Sí, quiero.
   - ¿Quieres ser mi marido?
   - Sí, quiero.
         Puedes besar a la novia
   Los invitados silbaban y aplaudían tan significativo momento. El cura se contagió de nuestra alegría y con un signo de satisfacción por el trabajo bien hecho, dio media vuelta y pensaría para sí mismo "Lo que Dios ha unido que POR FAVOR  no lo separe el Hombre".

Dfrigo

Relatos FM

Programa en el Sofá

   
El día se va apagando como el rescoldo del sol. Terminó la jornada laboral. Se han cerrado las tiendas y los grandes almacenes. Los bares permanecen abiertos ofreciendo su servicio. Algunos niños juegan todavía en el parque. Ellos preparan alimentos en la cocina. Los hijos se duchan.  Han cenado. Colocan los cacharros en el lavavajillas.  Los niños duermen. La casa reposa; parece que también ella tiene vida y ha llegado el momento de tomarse un respiro. En la estancia principal, donde se pasa más tiempo en el hogar, la televisión, enormemente atiborrada de imágenes, las va dejando escapar con frenesí y sin conciencia. El aparato, cuando está solo, descansa; pero, si hay alguien cerca, todo son disposiciones y va de un sitio para otro, saltando de canal en canal sin seguir un orden, lo mismo imágenes en color que en blanco y negro, noticias, anuncios, películas o documentales... Y no se fatiga ni protesta; y le da igual que miren o que no le hagan caso.
   -¡Pero, vamos, que no hay derecho! ¡Ni por esas! Y con esa cara. ¿Cómo pretendes que me alegre?
   -¿Qué más quieres? ¿Te falta algo? ¿Es que cuenta sólo la apariencia? Ni que tú fueras la Claudia Schiffer?
   ¿Y tú? Eras más bruto que un arao; hasta que te pegaste a mí. Y ahora, con ese traje... El hábito no hace al monje.
   -¡Venga! Crees que con la minifalda estás más buena que todas juntas. Y para mí lo estás. Pero no te creas. No está todo en cruzar las piernas a lo Sharon Stone.
   -¿Qué? ¿Te van las chicas guapas?
   -Pues sí, bonita cara y hermosos muslos.
   -Pero, ¡qué tonto eres! Tú lo quieres todo junto, y todo a la vez no se puede tener.
   -¡Déjalo! Te tengo a ti y me basta... ¡Exclusivamente para mí! Me extasío al contemplarte.
   -Me encanta que te guste. ¡Y no mires a otra! Tú para mí y yo para ti. Si es que estás para comerte. No hay hombre más guapo que tú.
   -¡No mientas! Si tengo ya un poco de barriguita.
   -¡Que no, tonto! A mí me encanta; es preciosa. ¡Si tienes las mejores carnes del mundo!
   -¡Tú si que las tienes buenas!
   -No me gusta discutir.
   -Ni a mí. Y menos por tonterías.
   -¿Y a ti qué te importan los demás?
   -Que me da igual.
   -Anda... ¡Ven aquí!
   En el sofá se besan y abrazan. Besos largos, pausados. Los labios se posan como mariposas en los del otro, en la cara, en los oídos... Las manos palpan, aprietan. Las piernas se entrelazan. La televisión continúa con su letanía de anuncios y programas. Como payasos sin gracia, a los que no se les hace caso, dentro de la caja siguen charlando los que buscan fama, o a los que se les va a pagar mucho dinero por airear lo que debería quedar en privado, en la intimidad cada vez más a cielo raso. Ellos no ven ni escuchan; están completamente ciegos con lo que tienen entre las manos Pero allí, entre luces aprisionadas, dos tertulianos se enzarzan en una violenta discusión sobre si es más lícito dar crédito al chófer de la famosa cantante Eulalia que al amante de la gran actriz Anastasia. Una invitada sostiene que ella tiene más derecho a aparecer en pantalla que la anterior entrevistada, pues en su primer encuentro con el exmarido de la folclórica Paloma, hicieron el amor siete veces, y la otra no llegó a cuatro. Más tarde, el quinto consorte de Julita Coboyedo, empresaria, confiesa que está harto de que su exmujer gane dinero aireando episodios de su matrimonio que son completamente falsos. La presunta hija de un famoso y retirado matador de toros jura y perjura que su madre nunca ha tomado drogas y que su padre jamás le ha pasado un duro. Otro invitado exige pruebas que demuestren que él estuvo con la señorita Lily en el rincón de la discoteca "Centro". Muy airada se levanta la sobrina de una "gloria nacional" y afirma que de camino vienen unos papeles que corroboran todo lo que ha dicho, que los trae el padre de su hijo...
   Ellos se besan y acarician. Apenas escuchan lo que sucede enfrente. Él mira de reojo y rápidamente se sumerge. Ella hace como que oye algo y, de improviso, vuelve a atacar con más furia.
   Un presentador confiesa que es homosexual, que siempre lo ha sido, que está muy orgulloso de su condición y anima a otros compañeros a que sigan su ejemplo. "Corren otros tiempos. Hay que "salir del armario". Después anuncia que llega la publicidad, pero "que nadie cambie de canal -advierte machaconamente-, en breves instantes verán algo asombroso: Fulanito y Fulanita grabados con cámara oculta. Han sido pillados en donde nunca se lo esperarían. Parece increíble, con lo que llevan vivido. Tenemos el mejor equipo del país, qué digo del país, del mundo. ¡La gran sorpresa de la noche! ¡No se vayan!" Pero... ¡todavía más!
   Los del sofá no se enteran de los importantes acontecimientos que se están revelando en el solar hispano, de que perder las horas de televisión que están desaprovechando puede afectar a sus relaciones interpersonales y a su propio futuro, que estos asuntos del "corazón", al no conocerlos de primera mano, puede causarles una irreversible enfermedad... Y ellos empecinados: las manos y los labios que no paran, el corazón, de tanta excitación, casi se les sale, la cabeza ensimismada; el placer de sentir un cuerpo cálido junto al tuyo, el roce que eriza el vello, los minutos que no pasan porque el tiempo deja de existir, y estás tan dentro de ti que flotas en el otro, que eres vaporoso; dan vueltas en el sofá o, sin saber cómo, están sobre la alfombra. Y continúan porque les encanta el juego, porque todas las tensiones del día, todos los sinsabores, se esfuman como si no hubieran acontecido, porque merece la pena estar juntos, porque esto es amor y, cuando se unen, se difumina la ansiedad, se fortalecen los lazos y se teje una complicidad que anuda un futuro juntos.
   La pantalla continúa con su delirio de corazones. El papá de Zutano defiende a su retoña de los bestiales y despiadados ataques de unos "periodistas del corazón", artífices de pluma rosa e hiriente. Confiesa que en su familia han sido y son muy honrados, que se quieren mucho, que lo mejor de la casa es su hija, ahora poco conocida, pero pronto famosa y que, haga lo que haga, la apoyan y siempre la apoyarán. Y el padre, emocionado, no quiere soltar la palabra y se deshace en elogios, tantos que, la niña depravada, resulta ser casi una "santa". Y se le caen unas lagrimillas. "Que también tenemos derecho a comer. Y cada cual se gana la vida como puede. Y lo que hace mi hija es muy digno, no como otras. Que más de una -y en los tiempos que corren no te digo nada de algunos- ha dejado sus prendas interiores en la puerta antes de hablar con algún director. ¿Y qué ha hecho mi niña? Pero si baila y canta mejor que esas que ya van a grabar un disco. Y cómo se mueve. No es porque sea hija mía: tiene un cuerpazo. Si ya nos han llamado los de Interviú"
   Mientras, ajenos a las mil historias que pasan por la pantalla, los chismes rápidos y vertiginosos de maridos despechados, mayordomos indiscretos, chóferes parlanchines,    espectadores que enjuician o aplauden a rabiar las ocurrencias más insulsas o delirantes, presentadores serios o sin escrúpulos, contertulios bien pagados, restauradores de honor, difamadores profesionales; alejados de lo que se mezcla en los diversos canales, publicidad cada dos por tres, concursos, películas, telenovelas, programas donde se pretende mostrar o hablar de "la vida en directo"; ausentes de lo que captan focos y teleobjetivos: lo más absurdo e hilarante disfrazado de realidad, como si fuera lo más normal; y la realidad supera a la ficción más inesperada; lo que nos muestran es más truculento que cualquier invención descabellada plasmada en las novelas o llevada al cine.  Entretanto, ellos no oyen, están ciegos para las imágenes que configuran los puntos de luz, y esa ceguera los lanza al disfrute más ardiente y luminoso, al más atrevido, que no se puede controlar cuando los cuerpos arden, cuando el límite está en los confines del Universo y lo exótico dentro de uno mismo.
   Y como las estrellas explotan, ellos estallan en el salón, y continúan besándose tiernamente. Miran, esporádicamente, la televisión. El programa aún se alarga. El presentador vuelve a anunciar otra pausa publicitaria e insiste nuevamente en lo breve que será, en que a continuación viene "la bomba", lo nunca visto o dicho en un plató, el secreto mejor guardado de estas dos personas, lo más, las revelaciones que nunca pudo imaginar, "Sólo unos segundos. ¡No se marchen! Podrán ganar una sustanciosa cantidad de dinero si llaman y nos dicen la respuesta a una pregunta sobre lo dicho o acaecido durante el programa o la publicidad. ¡Cinco mil euros por una llamada, casi un millón de las antiguas pesetas!" -recalca el presentador.
   Ella se levanta a por agua y, mientras se aleja, gira la cabeza y sonríe. Él va al aseo un instante y, como en una ensoñación, no se cree cómo algo tan maravilloso puede repetirse casi todas las noches. Se acomodan en el sofá. Él pasa el brazo por los hombros de ella, ella apoya la cabeza sobre él. Y así, juntos, descansan y se sienten satisfechos, felices; y miran, ahora sí, atentamente la pantalla. Tienen sueño, pero es tan interesante lo que viene...
Y él fantasea con doradas noches en islas paradisíacas. Las olas del mar llegan con una dulce brisa en este paisaje donde el tiempo no transcurre y se acumula el goce. Las veladas se pasan en la orilla de las playas con terrazas repletas de ritmos nativos y hermosas danzarinas. Elige a la más bella, a la que tiene una sonrisa inmensamente dulce y el cuerpo más sensual... Se halla en el paraíso o mucho más allá; y en esto que abre los ojos y se encuentra en el sofá. Y su pareja dormita también. La televisión continúa con los dulces sonidos embriagados de las frases que todo lo destapan, que traen a la luz los secretos mejor guardados o los que estaban escondidos para obtener un buen precio por su aireamiento... Y ella se encuentra en un palacio rodeado de nubes, y allí le sirven unos jóvenes esbeltos. Antes de que abra la boca ya están a sus pies y todos sus deseos se cumplen con sólo pensarlos. Uno de ellos lo tiene junto a su oído y no cesa de repetirle: "Eres la mejor y la más bella". Se emociona, abre los ojos y descubre a su marido adormilado. Mira enfrente y advierte la televisión con su incesante retahíla de imágenes, de gentes que parecen incansables.
Las hojas de las plantas, a estas horas de la noche, están cada vez más caídas. El canario que, al principio miraba con asombro, bosteza en un rincón y lo párpados se le cierran. El siseo viscoso del televisor, que hubiera dormido ya a los mortales aquejados del peor insomnio, aunque paulatinamente menos ruidoso, todavía se prolonga, efectuando la tarea encomendada con sufrido estoicismo. Siempre en su puesto cumpliendo las órdenes de su dueño, acatándolas como un rigor marcial, permaneciendo fiel a unos principios: toda señal que llega se emite; todo lo que se paga bien, puede aparecer en pantalla.
Ellos, despreocupados por la hora, por lo que ven o dejan de ver, se recuestan en el sofá sin importarles nada. Están a gusto y eso es lo que cuenta.

Teodoro Campa

Relatos FM

Acerca de la importancia de aprender a volar


Al querer rascarse la nariz con su dedo índice, sus tres patas derechas se dirigieron a su cara, y se asustó. Creyó despertar, o algo parecido, porque no le parecía que hubiese estado durmiendo.  No lograba reconocer su cuerpo como suyo y consideró que podría tratarse de un sueño, pero sabía o sentía que era sólo esfuerzo intelectual por darle explicación a algo desconocido que sin dudas le estaba sucediendo.
Se alegró de no tener más los dolores que sufría poco antes. Recordó cruzar la vía del tren en automóvil, la luz del tren comiéndola, algo frío entrando en su pierna, pero sobre todo las caras de los paramédicos del otro lado del parabrisas, desesperadas por aparentar optimismo.
Se recordó tratando de fijar esa imagen en la mente, al entender que sería la última, aunque no sabía la última antes de qué. Pero no lo evocaba como un mal momento, salvo el dolor en la ingle, porque sabía entonces que no se estaba yendo, se estaba quedando, pero sí se estaba yendo de ahí, aunque los bomberos no pudiesen abrir la puerta.
Se sintió acostada boca arriba acostada sobre sus alas, y le extrañó poder verlas aun mirando para arriba, el mundo visible era ahora más ancho y nítido. Mientras se quedara así evitaría comenzar a ser la que había determinado su destino. Se preguntó si ese devenir estaba escrito desde antes de nacer la del automóvil, o lo había provocado esa mujer de alguna manera.
Comprendió que indiscutiblemente disponía de seis patas y ensayó el movimiento de cada una por separado. Se preguntó si podría coordinarlas para caminar si se diera vuelta. Sintió hambre y pensó en azahares.
A su alrededor, insectos enormes, tan grandes como ella misma volaban concentrados en su trayectoria. Se maravilló de cuán lejos lograba ver a los más lejanos y sintió un impulso por volar hasta allí. Dejó de sentir miedo al verlos y pensó que se preocuparían de verla así, así sin volar ni nada. Pensó que era mejor comenzar a trabajar, sin comprender qué quería decir esa palabra. Si hubiera podido decirlo de nuevo, hubiera dicho comenzar a vivir. Pero ya no podía expresarse con palabras.
No supo cómo, pero una de sus hermanas entendió que necesitaba ayuda. La esperó y la acompaño hasta las flores. La volvió a esperar y la condujo hasta el panal. Sintió que había llegado a casa.

Apis Melífera

Relatos FM

Brindis por Hemingway
                                 

Esa noche "El Floridita" se colma más de lo habitual. En la barra desbordando el espacio de siempre, Hemingway disfruta su daiquiri. Algo distante, el viejo Javier eleva su voz. Tragos para todos, la casa invita, pero escuchen la historia que os contaré.
La voz de Javier denota melancolía, mientras la densa atmósfera presagia la irrupción de lo oculto. Hace treinta años, en este propio lugar, un enigmático anciano avanzó hasta aquí. Con la mirada extraviada en el tiempo, sus palabras llegan arropadas de incomprensible consternación. Prosigue Javier. Era de madrugada y en el bar además del fortuito visitante, permanecíamos mi gata y yo. Sin preámbulos y con cierta afabilidad, me interpela el longevo con insólita oferta.                   
Ha cumplido cincuenta años e inicia su declive, ineludible candidato para adefesio.  Disfrutando el impacto de sus palabras, continuó el longevo suavemente. Si lo desea, es posible  evitar esos achaques. Puedo garantizarle treinta cumpleaños con impecable salud y la vitalidad de un mocetón, libre de posibles accidentes o enfermedades, le ofrezco la plenitud total. Inexplicables razones inmovilizan mi atención, ante la evidente demencia, mientras, me dejo querer. De la propuesta se infiere una condición indispensable, prosiguió. En la noche de su aniversario ochenta dormirá y no despertará, jamás. De la arrugada faz, encendidos ojitos salpicaban raro regocijo, ante mi desconcierto. Mañana al amanecer, una paloma negra llegará y de acceder a este pacto, permanecerá con usted. En caso contrario la expedirá con su negativa. Sin percibir como y por donde, el intruso se esfumó.   

Las risas contenidas de los presentes, cedían su turno a la absurda revelación del tabernero.
Larga fue aquella noche, ante la rara incertidumbre dejada por semejante suceso, además de inédito, increíble, aunque impregnado de inexplicable certidumbre.
Al amanecer, ya desechaba por inverosímil el drama acaecido, cuando mi congelada mirada observa en la  ventana, el ave enunciada.
Inmerso en semejante confusión se sucedieron las horas, continuaba. Cuantas dudas, meditaciones encontradas y pensamientos reñidos, mientras la parte débil del ser humano, sucumbía ladinamente a las tentaciones planteadas. Pugnaban también instantes de entereza, de rechazo al bienestar condicionado.     
Súbitas reacciones invadían la cargada atmósfera del Floridita. De inmediato todos se acogían al silencio, para escuchar a Javier.
De la mano del impacto arrollaba la realidad y con ella un torbellino de cavilaciones, proseguía su absurdo relato. Retomando las ideas, advertía que las prerrogativas del ofrecimiento eran claras, pero estimar solo sus ventajas sería muy simple, debía justipreciar la denominada condición indispensable. Vivir deduciendo el tiempo que nos queda, sería una desdicha insoportable para mi salud mental, además los seres humanos vivimos en sociedad y pertenecemos a ella, por la similitud natural de nuestros derroteros.  Con la alborada se imponía la decisión.
La expectación era total en la taberna, cuando el bueno de Javier pronunciaba la sentencia esperada.

La decisión estaba adoptada, concluí no aceptar pactos con mi vida, aunque ajeno aún estaba que en un rincón del  recinto, rodeada de plumas negras, pudría su improvisada cena mi insaciable gata Tana.

El mutismo regía en la cantina, cuando el tabernero Javier levantando su copa, se permitía brindar por su onomástico ochenta, el último de sus días.
Desde la barra  meneando su daiquiri, sonreía Hemingway.                           

Danco

Relatos FM

Shinobi


Es noche. Hay luna y estrellas y todo eso. Hay dos murciélagos y una sabandija de colores, pero como está oscuro, los colores de la sabandija no importan. Hay algo más en un rincón del jardín, pero pertenece a otra historia, no a esta, así que es como si no existiera. En cambio ella sí le pertenece a esta historia. Ella, la que acecha acuclillada en la rama más alta del cerezo. Ella sí existe, como el cerezo, como la noche, como los dos murciélagos. Ella sí nos pertenece. Ella, a ti y a mí, lector (en este momento más a ti que a mí). Ella viste de negro. Ella mantiene su pelo recogido en un moño de asesina. Ella sólo tiene los ojos libres de telas; es lo único que se deja ver. Ella mira atentamente la única ventana iluminada de la casa. Una casa grande. La casa de un hombre que ha vivido una vida holgada: yo. ¿Y por qué una asesina acecha fuera de mi casa con ojos rabiosos de mujer? Primero, porque antes de ser asesina fue mujer. Y segundo, porque yo soy el causante de su rabia. Yo, un escritor de melodramas... Ella acaba de saltar desde la rama del cerezo hasta el tejado de un cobertizo. Corre rápido, sin hacer ruido, y escala una pared como lo haría mi gato. Luego espera. Espera porque en este momento estoy en la ventana (te preguntarás, lector, cómo puedo estar en la ventana si estoy escribiendo estas palabras, pero le dejo la solución de este tierno enigma a tu imaginación); y como estoy en la ventana, estoy mirando hacia afuera. Me gusta el aire de la noche. Me gusta más que el té. Me gusta abrir la boca y dejar que me alise la garganta. Dos sorbos de aire y me alejo de la ventana para continuar con esta historia. Tomo el pincel, lo humedezco en la tinta y escribo estas palabras sobre el papel más costoso que existe en el Oriente. Por supuesto que lo hago en otro idioma, pero eso no viene al caso. ¿Sabes por qué? Porque ella se ha movido al ver que yo me he alejado de la ventana. Ella, que tanto me odia. No la culpo. De hecho, yo instalé ese odio en su corazón, como una mano instala un tatuaje en la piel. Lo hice al asesinar a su amante. Ya te había dicho que ella fue mujer antes que asesina, y el amor de una mujer que además es asesina quizá sobrepase tu entendimiento del alma humana, así que no voy a tratar de explicártelo. ¿Cómo asesiné a su amor? Fácil, simplemente decidí que sería mucho más interesante matar al protagonista de mi última novela antes del fin. Él era su amante (un hombre mucho más apuesto que yo, debo confesar). Logré mucho éxito con esa novela. A la gente le gustan esas cosas. Melodramas. A mí también. Pero a ella no le gustó tanto que yo hubiera matado a su amor. Por eso está afuera de mi ventana, con la mano derecha apretando el mango de su ninjato, lista para cortarme la cabeza de un tajo... O tal vez no. Tal vez sea mejor escribirme otra muerte. Una más lenta. Un destripamiento... Puede ser. Total, soy yo quién decide qué es y qué no en este pedazo de papel que es el universo en el que ella, dos murciélagos y una sabandija habitan. Puedo escuchar su respiración. Es casi imperceptible. Si te esfuerzas, tú también podrás escucharla. ¡Oh, qué dulce mujer! Desearía cambiarlo todo en el último momento; que me vea a los ojos y decida amarme. Pero esta no es una noche que admita un final feliz. Aunque no voy a negarte, lector, que en este instante me encantaría escribir que ella me abraza con sus piernas de loto blanco y me ofrece de beber un trago de su polen secreto. Pero no. Ella, en cambio, saca su lengua del color de las fresas maduras y se relame los labios. Es una manía que no le he podido quitar. Siempre lo hace antes de una muerte... Todo está tan silencioso. Solo se escuchan el sonido de mi pluma sobre el papel, su respiración y el latido de nuestros corazones. El suyo late más rápido de lo habitual. Es lógico, hoy matará por odio. Jamás comprenderá que en realidad ella es el instrumento con el cual pretendo darle fin a una vida frívola y viciosa. Jamás comprenderá que al matar a su amante en la cima del Monte Ho comencé a redactar mi suicidio. La escucho saltar a través de la ventana. La escucho moverse rauda hacia mí. Debo despedirme, lector. Espero que me leas más a menudo... ¡Oh, qué frío es el acero contra la carne desnuda!

Deidara

Relatos FM

El síndrome Quijano


"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor" (...)
¡Cuántas veces había leído Flavio estas palabras! Tantas que las recordaba de memoria, desde que era un niño que soñaba con ser un moderno caballero andante y repasaba una y otra vez las hojas de papel brillante de los comics de sus héroes favoritos, a veces incluso sentía en el dedo la sensación áspera y pegajosa que le hacía llevárselo a la boca para humedecerlo en la punta de la lengua y poder conocer el nuevo aspecto del universo que se resistía  a ser descubierto.
Aquellos días quedaron muy lejos, no sólo por los años, también en el registro de su vida, desde su Buenos Aires natal, apenas una mancha de vivo color naranja en un mapa político que colgaba de la pared de su pretérito recuerdo de una escuela blanca.
A menudo pasaba por delante de los escaparates de las librerías, un casi "sin querer queriendo", el último enlace con su pasado que le hacía sentirse triste.
Esa noche hacía frío, el viento arremolinaba los papeles en las aceras y le temblaba hasta el alma, o algo parecido que tenía dentro, miraba las pocas estrellas que el fanal de luces sobre la ciudad le permitía adivinar en un cielo lechoso de neón, a través de la claraboya del techo de su vieja furgoneta, siempre anclada al puerto de la maltrecha acera de aquella plaza casi abandonada. Hubo un tiempo en el que su Volkwagen recorría las carreteras del mundo, pero ya no. ¿A dónde iría?
Se acurrucó contra Bufón, el chucho que le seguía a todas partes, aunque a veces desaparecía, como él, durante unos días para luego reaparecer con signos evidentes de haber intervenido en las numerosas luchas callejeras territoriales, aunque Bufón no tenía territorio que defender. Había dedicado los dos últimos años a salvar a Cordelia a la que conoció una noche en un bar de la bohemia, si es que aún se podía llamar así aquellos lugares cutres en los que no existe la palabra futuro, por fin había encontrado a su dama en manos de un dragón poderoso. Él había concebido para ella un mundo de diseño y alto standing, ático en los altos edificios del centro, estudio en la playa, visones y limusinas. Por la triste mirada ambarina de unos ojos enormes con las sombras de las pestañas acurrucadas como nubes oscuras en el horizonte, había abandonado su mundo. Por su largo cabello ceniciento como el oleaje de un mar de otoño, se había convertido en su ángel protector en los lugares más sórdidos  y de peor reputación de toda la ciudad. Por su larga y menuda silueta, descendió a los infiernos.
En las últimas horas había perdido la noción del tiempo. Había buscado a Cordelia por todas partes, pero no había logrado encontrarla entre todas las almas anónimas que deambulaban por las calles, ni siquiera en el abandonado jardín del antiguo palacio de los Fernán de Sotomayor, donde tantos se curaban de la locura de la abstinencia. Los paseos de tierra cubiertos de las lágrimas violetas que el viento arrancó a las glicinias.
Así era Cordelia, volátil como el perfume, escurridiza como el viento entre los brazos. La dama por la que Flavio defendía a los mendigos y curaba a los perros, tan solo a cambio de sentir su mirada desde la ventana de la alta torre en la permanecía prisionera de sus propios demonios, mientras él la soñaba hechizada por algún maligno conjuro de magia negra.
Allí lo encontró Tomás, como tantas otras veces, dormitando en un banco de madera con la pintura verde descascarillada y numerosos nombres y fechas arañando la superficie en todas direcciones, unos sobre otros, una Babel de recuerdos entrecruzados.
Tomás lo llevó a una cafetería para que comiera, como siempre y lo metió en su utilitario, lo llevó a su casa y le obligó a bañarse y a ponerse ropa limpia. Flavio nunca se preguntó de dónde sacaba Tomás todas aquellas cosas, ni por qué se ocupaba de él, ni por qué le acompañaba a menudo en sus desdichadas aventuras y le llevaba a las urgencias del hospital a que le curasen las heridas y los huesos rotos de sus peleas callejeras contra los enemigos de Cordelia. Tampoco supo nunca que Tomás guardaba cuidadosamente todas las palabras que él escribía en las servilletas de los bares, en los bordes de los manteles de papel, en los envoltorios de las chocolatinas y los paquetes de tabaco que el viento de Levante acumulaba en las esquinas. Todas las letras que Cordelia le había inspirado.
Pero ella se había marchado. Lo último que oyó es que una ambulancia había venido a recogerla y se había marchado aullando en la noche como un perro herido. Seguro que había sido la tapadera de alguno de los espías y mercenarios que la seguían – pensó Flavio – dispuestos a secuestrarla para pedir un millonario rescate. En lo más profundo de su ser la vio, su rostro como un lirio del campo pisoteado en medio del camino.
Y allí estaba él en la furgoneta que conoció tiempos mejores, su Ítaca personal, en la noche inmensamente larga, poblada de fantasmas sin ojos. Por la mañana volvió Tomás y lo encontró extrañamente lúcido. Recordó con él sus días de profesor de literatura, los libros que había publicado, los amigos que había tenido; su vida antes de Cordelia.
Tomás lo llevó una vez más a urgencias, mientras Flavio le rogaba que cuidase de Bufón y de Ítaca, que se ocupara – como siempre - de los detalles de las cosas cotidianas. Esta vez estaba herido de muerte, aún sin cuchilladas, sin golpes y sin sangre, pero había perdido el aliento de la esperanza.
Entre sus últimos papeles, Tomás encontró este poema:
He masticado tierra, /la que dejó en mi boca/ el golpe con las piedras del dolor. /
He masticado las raíces amargas/ de los verdes naranjos, / mezcladas con la miel/ que entre los labios olvidó el crepúsculo. /
Una campana anuncia algún sepelio/y en las calles estrechas, aire denso/se golpea contra recodos de cordura. /
Mientras, las negras sombras del destierro, /caminan bordeadas de altos cipreses, / hacia la blanca tapia, / detrás de la que resuena el cincel/ sobre la dura piedra, /al escribir sobre el borde del tiempo: / "De amor, también se muere". /

G. Mistral

Relatos FM

Mamá, mí querida mamá


Mi nombre es Alfredo Sensoria, aunque respondo más bien al pseudónimo de Fredo, ya que es así es como mis amigos suelen llamarme. Tengo 25 años y soy de una pequeña ciudad situada al sureste de España. Quizá algunos os estéis preguntando a que se debe esta pequeña introducción personal, lo he hecho porque quería compartir con vosotros algo más que una simple historia, algo más que un simple destello que se quede en el cosmos de nuestras mentes y que, al final, se pierda en el lejano y oscuro olvido de nuestra consciencia: la historia de mi vida.
Quizá no sea el término adecuado a utilizar, puesto que no os voy a narrar mi vida entera desde que mi madre me dio a luz hasta el día en el que me encuentro. Pero, sin duda alguna, es el relato de mi vida. Es aquello que nos pasa en cierta etapa de nuestra existencia que se queda grabado en tu alma a fuego y que no puedes limpiar, quitar o simplemente tapar y olvidar; la única solución posible es vivir con ello.
Es difícil expresar con palabras lo que uno siente en un momento determinado, más aún intentar hacer llegar a los demás esos sentimientos. Por eso os quiero contar ese punto de inflexión que llegó a mi vida desde un punto de vista distinto al que estamos acostumbrados. Me gustaría hacerlo algo más personal, que sintáis lo que yo siento, que viváis lo que yo vivo, y sobre todo y más importante, que os emocionéis como yo me emociono. Es posible que no tenga el resultado esperado, es posible que ni siquiera sintáis cada parte de lo que os voy a contar, pero al menos tendré la esperanza de que algún día, sin saber por qué, este pedazo de corazón que ahora te entrego resurja de la oscuridad donde se quedó enterrado y te ayude de alguna forma a seguir hacia adelante.
   Para ello os quiero mostrar una carta especial y es especial porque en ella va escrito ese pedacito de corazón del que os hablaba anteriormente y que me gustaría compartir con vosotros y con todo aquel que esté dispuesto a ver la vida de otra forma a como la conocemos. Quizá encuentre a alguien que conozca alguna de las respuestas que necesito tener para aferrarme a algo más sólido, pero en cualquier caso es un placer poder hacerme escuchar de esta manera.
   La titulé "mamá, mi querida mamá" y reza así:


«Mamá, mi querida mamá.
Hoy hace un año que tu corazón se paraba mientras el mío se hacía añicos. Hoy hace un año que mi alma se desquebrajaba ante la noticia de tu repentina partida. Parece que fue ayer cuando te ingresaron en aquella habitación en la que pasamos casi dos meses; siempre que aparecía por la puerta me mostrabas tu mejor sonrisa, incluso cuando ni siquiera la quimio te lo permitía, podía verla reflejada en tus ojos. Parece que fue ayer cuando nos reíamos de tu gorrito rosa y de lo mucho que te parecías a un chico cuando te cortamos el pelo. Parece que fue ayer...y ¡qué rápido ha pasado el tiempo y qué difícil se hace verlo pasar sin tu presencia!
Perdóname por no haber podido despedirme de ti, pero cuando me dejaron entrar a verte en la UCI, tu mente ya había empezado el viaje sin retorno; horas más tarde le seguiría tu esencia. Espero que pudieras oírme susurrarte cuanto te quería y cuanto deseaba que abrieras los ojos, ¡hasta fui a la capilla del hospital y todo! Lo sé, yo también me sorprendí al verme allí sentado. Espero al menos que pudieras sentir mis manos acariciar las tuyas, fueron solo unos minutos, pero fueron los últimos que tuvimos para estar juntos.
Ahora, ha pasado un año y muchas veces te imagino a mi lado, viviendo los pequeños momentos de felicidad que se me están ofreciendo, con un agrio sabor de boca por no compartirlos contigo. El mismo sabor que estuviste probando durante tanto tiempo en vida que me apena el sólo hecho de pararme a pensar como de mal te ha tratado ésta.
Al final nacieron los mellizos de tu sobrina y no veas como están. Patricia es la viva imagen de su abuela materna y Rodrigo por fin ha roto la maldición de "sólo féminas" en la familia; muchas veces les hablo de ti, de lo maravillosa que eras y de lo mucho que los ibas a disfrutar, ellos sólo me devuelven una sonrisa y siguen a lo suyo. Quizá sepan más que yo, quizá es su forma de decirme "no pasa nada"; sea lo que sea, los hace especiales y supongo que son la razón de poder llevarlo mejor.
La oposición la llevo bastante bien, por lo menos en cuanto a la parte de la exposición con respecto a la otra vez, así que si el tema me sale bien, espero sacar buena nota. No se lo digas a nadie, porque luego no se cumple, pero creo que puedo hasta llegar a sacar plaza. Si no, no pasa nada lo sé, a seguir luchando. Sé que estarás orgullosa de mí de todas formas, siempre has confiado en mis posibilidades y en mi voluntad, esa que tú misma me diste al nacer.



Ha sido una semana algo dura, y conforme se acerca también la fecha del examen, los nervios y la paciencia se me agotan; supongo que será una mezcla de todo. Intento que no me salga mucho el genio ese que tú y yo sabemos de dónde viene, porque a los que están por aquí pululando alrededor los llevo asfixiaos. Menos mal que son buena gente y me lo perdonan. Me enseñaste a comprender las cosas y entiendo que cada uno sufra sus problemas a su manera, yo antes lo hacía.
Llevo meses dándole vueltas a la cabeza, y por fin me he decidido, quiero tatuarme tu inicial en mi espalda. Sé que es una tontería, una chiquillada y que no lo aprobarías, pero es extraño de explicar, necesito marcar ese vínculo de alguna manera. Necesito marcar mi alma de alguna forma, para poder estar contigo en todas mis vidas. Te vuelvo a repetir que sé que es una tontería porque ya se ha encargado el destino de marcarlo a fuego en mi alma, pero necesito crear ese vínculo con mi cuerpo, necesito sentir ese dolor físico para librarme, en cierta medida, del que me está matando por dentro. Tranquila, será algo sencillo y discreto, nada excesivo.
Por cierto, este verano pasado, en seguida que cogí un poco el sol en el pecho, me apareció una marca blanca con forma de corazón justo en la parte del corazón. Será otra marca de despigmentación más, pero me gusta pensar que eres tú que está ahí dentro.
A veces, miro al horizonte y me pregunto ¿por qué? ¿qué hemos hecho mal?...es entonces cuando veo las noticias, leo la historia en los libros o simplemente observo a mi alrededor. Nada, esa es la respuesta. Tiene que ser algo que se escapa a nuestro entendimiento porque no es posible que siendo cómo eras y viviendo como has vivido, ya no estés a nuestro lado para compartir hasta las cosas más imperceptibles del día a día. A veces, me entran los demonios y me consumo por el odio y la ira de ver a aquellos que pasan por mi lado haciendo daño y mal viviendo en este mundo en el que tú ya no estás.
Mamá, mí querida mamá. No sabes cuánto me ha costado escribir estas líneas. Quería hacer algo en un día como hoy, porque es un día que no puedo dejar pasar como otro cualquiera; nadie que todavía no haya recogido los pedazos de su corazón, podría hacerlo. Lo he hecho por mí y para que el mundo sepa de tu existencia, para perpetuar tu memoria más allá del espacio que pisaste, para que quien quiera escuchar sepa que se puede sobrellevar un cáncer con la cabeza bien alta, aun cuando la oscuridad te acecha en cada esquina.
Pocos saben de tu partida, sólo los más cercanos; parecía que dolía menos si no se lo decía a nadie, dejando al mundo girar a su antojo, total no se iba a parar por mí, no lo hizo por ti, ¿por qué lo iba a hacer por mí? Creía que contarlo era hacerlo realidad, por eso siempre seguí hacia delante poniendo buena cara al mal tiempo, sin que nadie se percatará de lo que corría por interior en ese momento. Algo que aprendí a tu lado, porque tenías una humanidad que rozaba lo celestial, una sabiduría que rozaba lo divino y un corazón que albergaba esperanza, fe y amor, mucho amor.
   Hoy por fin, me libero de esa prisión que encerraba a mi voz, de esa palabra tabú que tanto dolor me causaba cuando la oía, de no abrirme a los que me rodean y de no tener el valor para afrontar la verdad. Hoy le grito al mundo que ya no estás aquí, pero también le digo que nunca te olvidaré porque mientras yo siga viviendo, una parte de ti seguirá con vida.
Hoy le grito al mundo que iré con la cabeza bien alta y no me atemorizaré cuando diga "mamá".
Gracias por todo. Por servirme de ejemplo para tantas cosas. Por todo lo que te has ocupado y preocupado por mí. Por todo lo que me has dado, por todas las veces que me has empujado hacia adelante y por todo lo que me has enseñado... aunque tu última lección no sea fácil de asimilar: que la vida no es un camino de rosas.
Me queda el consuelo de haber visto destellos de eternidad, cuando te levantabas todos los días dispuesta a vivir como si te aguardaran mil años de existencia porque la inmortalidad eras tú cuando estabas viva. Me queda el consuelo de que por fin, algún día, podré volver a tenerte en mis brazos.
Todas las noches me duermo con las palabras que le dijiste a tu marido días antes, sin saber ni tan siquiera lo que iba a pasar; como siempre, fuiste la más previsora:
"Dile a los niños que si me pasara algo, estaré descansando en paz"
Tu luz brillará en la memoria de todos los que te conocieron.

Un fuerte abrazo dondequiera que estés.

Dale recuerdos a tu hermana. Dile que siempre será mi segunda madre.

Os quiero. »

Raziel

Relatos FM

Presagio Funesto


Marta despertó súbitamente de su pesadilla. Estaba empapada en sudor y seguidamente se percató de la importancia de tan inoportuno sueño. Era un sueño recurrente, se había repetido ya varias veces y ahora  le empezaba a preocupar su significado. Siempre había sido demasiado supersticiosa pero ella no lo conceptuaba como un defecto sino como algo que no podía evitar porque sabía interpretar las señales. Los primeros indicios fueron cuando repetidamente durante varias semanas se cruzaba con los temidos gatos negros (parecía que salían a su encuentro) o cuando un ejército de mariposas oscuras se estrellaban contra su cuerpo. Intuía que algo maléfico se cernía sobre su cabeza y que pronto le iba a estallar de lleno.
Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder a la fatalidad. Iba a morir luchando, En su cabeza germinaba una idea que debía materializar con urgencia. Pablo... Jamás se había sentido tan vulnerable ni tan dependiente. No podía luchar contra un sentimiento que era más fuerte que su férrea voluntad. Tampoco podía olvidar la traición de su mejor amiga. ¡Pensar que ella magnificaba la amistad! Le concedía tanta importancia como al amor. Conoció a Pablo durante su primera juventud y todavía se ruborizaba al recordar lo que sintió la primera vez que le vio. Se cruzó con el un día de agosto cuando la villa estaba casi vacía.
Deambulaba en el aire un extraño presagio de fatalidad. Cuando le vio supo que él era lo que había esperado siempre. El le miró como quien ve a su musa ideal hecha carne y entendieron sin hablar que se habían enamorado perdidamente. Fue como una descarga eléctrica. Sí, eso tuvo que ser un flechazo en toda regla. Es curioso como el amor nace primero y después llega el conocimiento. Claro que Marta era una romántica incorregible y eso había sido fuente de muchos problemas. El atribuir virtudes inexistentes al ser amado, crear un ser utópico en realidad inexistente.
Todo ocurrió como en un viento rápido, sin quererlo se había enganchado a alguien que no conocía.
Era rematadamente imbécil (ahora sí se lo reconocía a sí misma con la perspectiva que da el tiempo transcurrido). ¿Quién era él? ¿Por qué le había taladrado con la mirada? Al menos ella había sido más discreta.
No hablaron hasta semanas después. Marta intentaba indagar quien era ese chico tan
fascinante que le había mirado como si fuese la única mujer en la faz de la tierra. Tenía una magia que te dejaba petrificada.
Sabía que no podía relatar a nadie aquello tan raro y sorprendente al mismo tiempo. Sólo podía confiar en su idolatrada abuela que era un pozo de sabiduría y belleza. Así que ella era la única persona que participó de su secreto. ¿Cómo pudo adivinar aquella maravillosa mujer que su amiga le iba a traicionar? ¿Cómo tenía aquella capacidad de vaticinar lo que iba a suceder? ¿Por qué pudo presentir los fatales acontecimientos que se iban a desencadenar como una espiral fatídica? ¡Le añoraba tantísimo! Jamás había querido a nadie como a su abuela.
Se incorporó en la cama y abrió una pequeña cajita donde guardaba un mechón de pelo de ella. A pesar del tiempo transcurrido se emocionaba rememorándola a su lado. Fue la única que le supo valorar y querer sin intentar cambiarle. La única que le amparó y defendió de las embestidas del destino. El mundo se convirtió en hielo desde que se fue. Jamás se había sentido tan sola y tan vulnerable. Le faltaba su sabio consejo y su ánimo frente la adversidad. Había perdido a su ángel de la guarda y sentía mucho frío dentro desde entonces.
No tenía ganas de levantarse ni de desayunar por lo que decidió quedarse en la cama hasta la hora de comer. Total... ¡Qué más daba! se decía.
Nunca le había convencido el manido refrán de "A quien madruga Dios le ayuda". Es más, pensaba que muchas desgracias ocurrían precisamente por madrugar. Si te quedas en la cama tienes menos riesgos de que te ocurra algo funesto.
Sola. Estaba sola. Tenía que asumir que lo que había edificado había caído con la facilidad se desmorona un castillo de naipes. Era una perfecta desgraciada. Lo reconocía con coraje pero desde la convicción de que no merecía la suerte que le había tocado.
A sus 35 años sentía que todo lo que la vida le había regalado se lo había quitado a traición. La tan cacareada justicia divina no existía en este mundo. Habría que esperar al próximo para que Dios le compensara. Pero.... ¿le compensaría? ¿Había sido ella una persona intachable, justa y ecuánime? ¿No había pecado de orgullo y de soberbia? Podía ser. No obstante, no estaba para cuestiones metafísicas que eran importantes pero a nada conducía devanarse los sesos en lo que no tenía respuesta.
Pensó en su sueño con detenimiento. Se contempló a sí misma en un campo nevado y después corriendo sin tregua hacia un precipicio. Sin embargo, cuando llegaba al final paraba en seco puesto que carecía del valor necesario para arrojarse y, repentinamente, surgía una sombra que le empujaba hacia el abismo mientras le gritaba: ¡Es tu merecido final! No podía evitar un estremecimiento cuando pensaba en la mano asesina. ¿Quién era? ¿Qué mensaje subliminal le estaba sugiriendo el sueño? Quería exorcizar sus presagios pero era imposible. Tenía que hacer algo contundente.
Ella era una mujer de acción. Siempre decía que la peor gestión era la que no se hacía. Recapacitó y de inmediato pensó en concertar una cita con un parapsicólogo que interpretara su sueño y que a poder ser le reconfortara y eliminara sus temores. Buscó en las páginas amarillas y por fin apareció el nombre de un vidente prestigioso y no dudó en concertar una cita para aquella misma tarde. Cuando eran las 5 de la tarde llegó a casa del reputado brujo y una señora le condujo a la sala de espera. No había nadie esperando por lo que dedujo que estaría terminando con el último cliente. No habían pasado ni 10 minutos cuando Martín que asi se llamaba el vidente se personó en la sala con una amabilidad que derritió a Marta. Ella siempre había valorado exageradamente las buenas maneras. Decía que con una buena educación se podía acceder a las más altas instancias sin problemas.
Observó sus modales exquisitos y pensó que si no era atinado en sus pronósticos tampoco pasaría un mal rato. A buen seguro desterraba sus temores y le infundía ganas de continuar. Entró sin dilación en la consulta. Observó el exquisito mobiliario.
¡Este pavo nada en la abundancia! pensó para sus adentros. Marta no dudaba ya de su decisión cuando Martín le invitó a sentarse y a relajarse. Le animó a que le detallara puntualmente los pormenores de su pesadilla. El era experto en interpretación de sueños por lo que hasta el detalle más insignificante cobraba una importancia reseñable.
Marta relató su sueño lo mejor y más precisamente que pudo. El semblante de Martín sonriente hasta aquel momento se tornó grave y le espetó: "Lo siento enormemente, señorita, los signos son inequívocos y tengo que advertirle que Vd. corre un serio peligro: alguien tiene previsto asesinarle.". Marta no reaccionó. No acertó a preguntarle quién y por qué. Le ocurrió lo que pasa cuando te dicen algo inesperado de sopetón. Los reflejos no funcionan y se agarrota el cuerpo. Sentía un gran mareo y unas tremendas ganas de huir pero sus piernas estaban paralizadas por el pánico.
" Jamás he visto signos tan inequívocos en alguien que va a ser asesinado. Lo siento Marta pero es mejor que esté avisada. Alguna persona de su entorno pretende acabar con su vida."
Ella le pagó rauda y alcanzó la puerta de mala manera. No se despidió. En momentos como ese está de más la cortesía. Solo quería respirar algo de aire fresco. Estaba desorientada. Se sentó en un banco y miraba a las personas que pasaban por delante sin verlas. ¡Así que era eso! ¡Iba a morir! Lo había presentido pero no quería reconocerlo. Martín solo había sacado a la superficie lo que ella ya conocía. Pese al poco tacto de Martín tenía que agradecerle su extrema sinceridad. No podía haber sido más claro. ¿Quién querría acabar con su pobre vida? ¿A quién molestaba tanto como para urdir su asesinato?
Nada más llegar a casa percibió algo extraño. Un aroma familiar impregnaba todo el hall. Identificó el olor de inmediato y cuando se giró un brazo le sujetó fuertemente y sintió la frialdad del cuchillo en su cuello. Sólo pudo acertar a balbucear: " Pablo...¿Te has vuelto loco?" Pero su destino estaba ya escrito y la mano de au asesino era imparable.

Mt. Barrena

Relatos FM

El insomnio


Cuando comienza la navidad, los sentidos del tiempo que recorren cada espacio en los recuerdos se agolpan como necesitando respuestas. Se crea un estado de inercia a mí alrededor. Los dedos recorren la mayoría de mis canas que brillan al permanecer en reposo alcanzándola una leve luz. Solo espero que el silencio me aguarde. Miro fijo hacia las cascarillas húmedas del techo que alguna vez fue azul. Mis párpados hinchados no dicen nada. El murmullo de algo me sostiene entre las hormigas que hacen su entrada minuciosa por la esquina del espejo huyendo de la lluvia.
Se acerca un nuevo año y la razón de existir se encuentra entre los recuerdos de seguir siendo el mismo. Encontrar a Elena ha sido mi propósito. Hace dos años desapareció sin dejar rastro. No quiero perder la esperanza de que un día la veré revoloteando entre las flores de mi jardín. Cuando supo que su enfermedad la haría olvidar muchos recuerdos y entre ellos, el mío, se esfumó para siempre. 
De nuevo otra noche azota mi equilibrio sin ella. Es inútil sentir la navidad sin sus ojos mirándome desnudo, o haciendo el café que le gustaba.
La soledad  podría ser peor si no existieran esas hormigas huyendo de la lluvia y del sol quemante, formando hileras organizadas como debiera ser en un país. Es como si el silencio que me abruma de pronto fuera parte de un sacrificio en ellas para concentrarse y centralizar las fuerzas de un ejército. Es bueno que existan las hormigas. Me dan cierta fe cuando veo el esfuerzo que hacen por salvar a sus compañeras y de no dejar a un lado a sus enemigos. Entonces, pienso en Elena, su espíritu amante de los animales,la naturaleza y de que en un país mejoren las cosas. Siempre alegre y difícil de adivinar en ella la tristeza misma.
Este nuevo año que se avecina pienso que la encontraré. Sé que  a estas alturas de su Alzheimer apenas recordará mi nombre. Nuestras meriendas y conversaciones en el Bar de Paco.
El insomnio es una cosa persistente. Te obliga a pensar en el pasado con intensidad hasta descubrir cada cosa que te agoniza. Es un momento de indisciplina corporal. Te obliga a mantener los recuerdos para que no olvides que existes, o si todo lo que existió alguna vez vale la pena de recordar. El insomnio no se detiene mientras la noche declara la inseguridad atravesando tu garganta y los motivos engendran tu inestabilidad baldía.
Procuro dormir luego de haber sentido que la muerte y el silencio son inseparables. Se identifican con la oscuridad platónica del tener que el pensar. Es como la marea que te envuelve mientras sientes el placer de dejarte llevar. ¿A dónde? No sé. La aventura de ser visto sin serlo para alguien que no recuerda ni su nombre suele confiscar tus dudas para siempre.
Hubo un día en que Elena, antes de saber de su enfermedad, me comentó que sería bueno que tuviésemos un hijo. Sentí tanta alegría, que no quise estropearla con mi aprobación inmediata, y solo respondí:
-. Pienso que ahora sería complicado, pero si tú lo deseas,  podemos pensarlo.
-. Creí que eso te haría más feliz. No me hagas mucho caso. Es cierto, sería complicado.
El silencio trasnocha el tiempo hundido en las sábanas y propicia la mentira de ser, mientras te das cuenta que viene siendo un no haber sido, que es corto el alcanzar las cosas y un cansancio infinito su logro.
Es preciso que las hormigas lleguen al lugar correcto, que estas horas no sean en vano, que mi reloj no cubra el espanto en mi pared para seguir soñando los mismos viajes y traer de vuelta a Elena antes que termine otro año, que ese amor no me abandone cuando encuentre lagunas irreparables y me hagan olvidar como sé que sucedió con ella.
Cada año antes de que comience la navidad recorro los mismos sitios que ella y yo visitábamos con la esperanza de que su pensamiento vuelva a mi, de encontrarla sumergida en los recuerdos.
Cuando sé que la discordia de este cuerpo se reduce en la nada insostenible, solo somos un manojo de nervios y frustraciones.
Las cosas han cambiado. Me siento cansado y casi vencido por el tiempo. Cierro los ojos y por un momento veo a la muerte, los abro y veo a la vida. Entonces, huir es la cuerda más cercana mientras hay un cordel que resume el equilibrio honesto que me circunda y me enajena.
El silencio no es justo. Alguna señal debe traerla de vuelta. Ella no tenia familia, solo éramos sus amigos y yo. Nunca más la hemos vuelto a ver. Comprendo que su enfermedad la hacía triste para mis ojos, y ella nunca pudo aceptarlo, pero alejarse no fue lo mejor
Mi tiempo se acaba. Ya casi amanece con la llegada de la nueva navidad. Tengo lista las fotos que nos hicimos juntos para recorrer los lugares donde compartíamos juntos por si la encuentro allí.
Cuando comienza la navidad, los sentidos del tiempo que recorren cada espacio en los recuerdos se agolpan como necesitando respuestas.

Zurelys