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III Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 05, 2011, 11:17:53 AM

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Parlamento

SÍ (y debajo la firma, esa firma)


   No le habían preguntado nada, pero él contestó -bien, gracias. Acababa de salir de la hamburguesería en la que trabajaba, y le hizo ilusión que su jefe le preguntase que qué tal andaba. Sin embargo no lo hizo. La realidad es que salió más o menos a la misma hora que siempre, con algunos billetes en el bolsillo y patatas que había rescatado de la freidora, y que habrían de servirle de guarnición para la cena. Su casa no quedaba lejos, así que se fue caminando por aquel barrio que era cualquier cosa menos seguro: Yonkis reales, putas reales, y chusma real, de esos que te dicen cosas bonitas.

   Ya estaba acostumbrado, así que subió la cuesta, llego justo frente al bloque, sacó la llave y abrió la cancela del portal. Vivía en un primero, y era joven, así que subió, como de costumbre  en varias zancadas. Justo antes de sacar la llave tuvo un momento de esos que algunos llaman oceánicos, que son breves guiños del tiempo y el espacio, y que por unas fracciones de segundo nos regalan la sensación de que todo encaja, de que todo es perfecto, de que todo fluye como debe, de que el ritmo de la vida responde con su mejor cara. Para variar, éste duró poco. Pensó incluso que la divina providencia, o el propio Dios en persona o el Demiurgo de Platón le estaban racionando esos momentos, que tiempo atrás llegaban a borbotones, como botones dentro de burbujas. De todas formas ya era un triunfo haberlo experimentado en ese momento, tras un día por lo demás extenuantemente anodino y agotador. Aún así se planteó el hecho de que debía sentirse privilegiado, ya que, con total seguridad, y siempre según su teoría, la mayor parte de la humanidad jamás ha sentido, siente o sentirá eso que es tan a la vez efímero y especial, algo así como una pluma que cae infinita, alegre y rítmica por el interior del alma, al ritmo de la guitarra de Jimmy Hendrix, Manic Depression para más señas.
   Océanos aparte, entró en casa con una levísima sensación de cambio, de que algo estaba por llegar. Aún faltaban algunos minutos para que recibiese aquella inusual noticia que de alguna extraña forma se había bosquejado en su interior en forma de emoción  inusitada y reconocible al tiempo. Algo así  como las mariposas en el estómago previas a una idílica sesión de carne y sudores. Como una tarde de duraznos como soles.
   Hacía algún tiempo que esperaba la noticia, en forma de carta, de notificación o de e-mail. Lo que no podía imaginar era que una señora despeinada de unos 60 años llamaría a su puerta a esa hora para entregarle algo. Un paquete, concretamente. La forma de entrega, el formato incluso, no le sorprendió. Más bien fue el hecho de que la señora lo mirase con desdén, casi con asco. Han traído esto para ti, y tú no estabas- dijo la tipa rara, alargando la mano a la vez que giraba el cuello en un gesto de indiferencia calculada, barata. Era de esas personas que pretenden hacer creer que su vida es/está plena, y que la llegada de un misterioso paquete para el misterioso vecino es un engorro, una incomodidad, un imprevisto. Esto no es así. De hecho en el fondo agradecen esa anomalía vital, y se lanzan a involucrarse en tamaña aventura, aunque por supuesto jamás reconocerán que por un momento se han sentido emocionadas, vivas de nuevo.
Gracias- dijo él, agarrando la cajita y tirando con ansiedad para sí, sin dejar de esbozar algo parecido una cómica sonrisa. En el interior de la caja había abundante papel de regalo que envolvía a su vez el clásico envoltorio de burbujitas de plástico, dentro del cual había una nota de papel, media cuartilla aproximadamente. La nota estaba plegada, como no podía ser de otra forma. La desplegó, y leyó con emoción el monosílabo que tanto tiempo había estado esperando: SÍ (y debajo la firma, esa firma). Eso era todo, y con eso bastaba. La sonrisa casi incendió su cara, invadió su ser desde los testículos hasta la sien. SÍ (y debajo la firma, esa firma).
   Ese sí era el principio del fin a tantos años de tortura, tantos años malgastados, tantos años de dudas, de miedos, de incertidumbres, de cosas. SÍ (y debajo la firma, esa firma). El sí era un pasaporte para esa otra vida que él sabía que le correspondía. Salió de casa sin cerrar la puerta, casi insultante de gozo y felicidad. El rostro permanecía enrojecido por la emoción. SÍ (y debajo la firma, esa firma).  Ese sí era el espaldarazo definitivo, la patada en la puerta. Se dirigió en tropel a la casa de su jefe. Llamó repetidas veces a su puerta. Eran ya las 3 de la mañana, y el jefe estaba descansando plácidamente junto a  una empleada de la hamburguesería, que fue quien contestó al portero electrónico. La chica contestó medio dormida: ¿quién es, carajo?- Dijo. Dile a ese mamón que se ponga-respondió él. Ella reconoció su voz: ¿Cómo te atreves, imbécil? - ¡Te va a quitar al menos una semana de sueldo, desgraciado! Y reza porque no te despida. Además, me has asustado, y eso no se lo consiento a nadie. Y menos a un ***** como tú- grito ella, con su refinamiento habitual. A penas hubo terminado su frase, se oyó la voz del jefe: ¡Éste se va a enterar! ¡Todavía no sabe lo que acaba de hacer!- y se terminó de vestir por las escaleras. Abrió la puerta y casi se abalanza sobre su empleado, al que no se le había borrado aquella sonrisa de superioridad.
   Se miraron a los ojos. El empleado seguía  sonriendo. Su expresión paralizó el ímpetu violento del jefe, que  no entendía qué ocurría. De pronto entendió todo.
SÍ (y debajo la firma, esa firma).  –dijo el empleado, en la nota ponía SÍ (y debajo la firma, esa firma). La cara del jefe se descompuso. Sabía lo que ese SÍ (y debajo la firma, esa firma) significaba. De hecho aquella misma noche despidió a la empleada que descansaba en su casa, y anduvo rebuscando los títulos de propiedad que tenía: bares, discotecas, restaurantes. El SÍ (y debajo la firma, esa firma) lo ponía todo en peligro.
El empleado volvió a casa, con la misma sonrisa, que habría de durarle varios días.
Desde entonces, supongo que quedado claro,  nada volvió a ser igual.

Peeled Blues.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Especies amenazadas


Me dirigía al taller de escritura creativa con el bolso de la compra que me había regalado mi madre. Estaba repleto de libros y de un ordenador portátil.
Un gato desnutrido y sucio cruzaba la calle lentamente, ajeno al tráfago de vehículos y a mis prisas. Iba reduciendo sus movimientos a medida que se aproximaba a las ruedas de un todo terreno. Su pelaje atigrado se erizó en mitad del lomo y justo detrás de las orejas, pero permanecía inmóvil, aterrado.
Imaginé una rata enorme, de las que descendían de los jardines residenciales por el terraplén de roca cubierto por una tela metálica que servía de sujeción. Podía también ser un erizo, aunque era más frecuente observarlos por la noche con esa textura que en la oscuridad es idéntica a la grama. No hubiera sido imposible que fuera una ardilla roja, descendida de algún pino y extraviada en la vía pública; o la serpiente 'mala' que dijo ver Luzmila, la vecina rusa de los turbantes de algodón y las pelucas sintéticas, entre las mimosas del solar opuesto al que se dirigía el gato.

Una ambulancia circulaba a toda velocidad por el carril que ocupaba el estático felino, completamente absorto en la contemplación de aquel indefinido monstruo.
La ambulancia aminoró la marcha y esquivó al animal que, sintiendo las vibraciones del vehículo corrió a refugiarse bajo una de las ruedas del todo terreno encogiendo su liviano cuerpo de macho derrotado en un ovillo gris y cabizbajo.

Apreté el paso. Quería coger la guagua. Quería llegar a tiempo al taller.
Crucé corriendo el paso de cebra con el bolso de mi madre en la mano. Los pulsos se iban acelerando.
Un coche de policía avistó a un hombre que corría con un bolso de mujer en la mano. Iba vestido con una cazadora verde oliva brillante y unos tejanos. Calzaba deportivas. Tenía el pelo largo, engominado. Al pasar junto a él notaron que hacía un gesto despectivo con la mano. Los agentes ralentizaron la marcha de su vehículo y fijaron sus ojos en el bolso de mujer. Era un bolso de los que se usan para hacer la compra. De color gris, con cierre de cremallera y otra más pequeña en uno de los lados. Parecía estar lleno. El hombre seguía caminando haciendo movimientos con la mano. La guagua pasaba en ese momento. El coche de policía se detuvo cerca  la parada del autobús. Los agentes bajaron de su coche y se dirigieron educadamente al hombre que llevaba el bolso de mujer.

-Buenos días, señor-dijo uno de ellos-. ¿Vive usted por aquÍ?
-Sí – dijo el hombre señalando hacia su casa- hace veinte años que vivo en este barrio.
- ¿Qué lleva en el bolso?- le preguntó el agente de más edad-.
- Libros. Y un ordenador- dijo el hombre, algo molesto-.
- ¿Nos los podría enseñar?
El hombre abrió la cremallera superior y extrajo el ordenador y los libros.
- Muchas gracias- dijo el agente de más edad ¿Nos permite la documentación?
-El hombre extrajo la documentación del bolsillo derecho del pantalón y el agente se retiró unos metros para hacer averiguaciones a través de la radio. Cuando hubo terminado, devolvió el documento al señor que llevaba el bolso de mujer y se despidió cortésmente.
Llegué a la parada del autobús y me quedé esperándolo unos minutos. Las personas que había allí eran en su mayoría padres que venían a recoger a sus hijos a un colegio cercano. Me miraban con sus pupilas verticales y ambarinas, los vellos de los brazos ligeramente erizados presintiendo la amenaza. Permanecían muy quietos, instalados en una tensión expectante, en un ronroneo que podía percibirse a través de las vibraciones del asfalto.
Comprendí que el gato que se había detenido en mitad de la calle estaba en realidad contemplando su reflejo en la pintura metálica del todo terreno que le servía de azogue.

Zaid Díaz
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

OLOR A MADERA VIEJA


Hacía ya más de 15 años que no veía la casa. Ahora volvía. Y mientras me acercaba, un cúmulo de recuerdos me embargaba la mente. El olor de las flores, el sentir del viento, el sonido del agua deslizándose por el lecho pedregoso del río, el repiqueteo de la lluvia en la ventana durante las tormentas pasajeras de verano...
La casa pertenecía ahora a una simpática pareja de jubilados, que alquilaban las habitaciones a los visitantes del pueblo. Había sido gracias al anuncio en el periódico de éstos, que me había decidido a volver, movida por la nostalgia del pasado. Les conté como años atrás había vivido yo misma allí, y movidos por la historia, en seguida aceptaron alquilarme la que era mi antigua habitación.
Subiendo las escaleras hacia el primer piso, aún me llegó el olor de la madera vieja, y el crujir de ésta a cada paso. Y por fin, llegué a la que, en un pasado no tan lejano, había sido mi habitación. Dejé las maletas en el suelo, y el sombrero sobre el nuevo tocador que había enfrente de la cama. En seguida comencé  a sudar... Tal vez por el verdadero calor del ambiente, o a lo mejor debido al repentino nerviosismo que comenzaba a recorrer mi cuerpo, al recordar el otro motivo que me había llevado hasta allí: la curiosidad de saber si aquello que había escondido en esa habitación a su marcha de la casa, seguía intacto 15 años después.
Rápidamente, me quité la ropa que llevaba encima, para quedarme en ropa interior, y así intentar que ese sudor frío que me recorría acabase, pero el nerviosismo no cesó. Decidida ya, fui hasta la tercera madera de la esquina del cuarto, y con la mano temblando, levanté la tabla. Emocionada, el corazón me dio un vuelco cuando vi como seguía allí, cubierto de polvo, y con mis iniciales grabadas en su tapa de piel.
Había encontrado mi viejo diario. Aquel que tantas y tantas historias guardaba de ese verano. Ese que cambió mi vida, y que aún perduraba día tras día en mi memoria. Cuidadosamente, abrí el pequeño cuaderno, repleto de hojas escritas a tinta negra. Al elevarlo, cayó de él una foto. La única foto que teníamos juntos. La única prueba de lo que había ocurrido en aquel verano de 1958.
Comencé a leer la primera línea, pero no me hizo falta continuar, ya que al momento comenzó a aflorar cada frase plasmada ahí, cada imagen, cara recuerdo, que ahora volvía a mi memoria, después de tantos años...
Todo había comenzado en junio de ese 1958. Llevaba ya algunos veranos viniendo a la casa, para pasar unos meses de vacaciones antes de volver a empezar las clases en la ciudad. Siempre me habían parecido muy aburridas esas vacaciones, sin nada que hacer, mas que ir al río a bañarse o pasear por el pueblo... Pero ese verano algo cambió. Él lo cambió.
Nos conocimos la primera noche de feria. Nos presentaron nuestros padres, y en cuanto me miró, supe que no me sería indiferente, ese chico alto, de ojos grises, y pelo castaño que caía casi hasta sus hombros. Me contó que su familia vivía allí desde hacía un tiempo, pero que él había pasado todo el año estudiando en la universidad del centro, y que este verano había venido a pasar esos meses de descanso con sus padres. Pasamos toda la noche hablando. Me contó historias de su infancia, de su familia, de lo que quería hacer cuando acabara su carrera de medicina... Estaba ya amaneciendo cuando me acompañó hasta la puerta de casa y me preguntó si nos volveríamos a ver. Le respondí con un beso, que no solo supuso que nos viéramos la noche siguiente, sino que significó un verano lleno de momentos mágicos, de miradas, de caricias, de besos...
Nos enamoramos el uno del otro. Fue una relación rápida, sí, pero intensa y verdadera. Prometimos seguir juntos durante el curso, escribirnos y vernos siempre que pudiéramos, y así hasta que nos casáramos y viviéramos juntos. Para siempre. Esa era nuestra promesa. Una promesa que nunca llegó a cumplirse.
Una semana antes de nuestra despedida, llegó un aviso al pueblo. La guerra había comenzado, y se solicitaba el reclutamiento de todos los jóvenes varones. Fue la peor semana de mi vida. Lloré y lloré. Le rogué que no fuera, que nos marcháramos, que huyéramos juntos... Pero él no aceptó. Tenía ese absurdo "deber" con su país. Así,  a los pocos días nos dijimos adiós. Juró escribirme, y ponerse en contacto conmigo en cuanto volviese de  la  misión que le encomendaran.
Pero no fue así, nada fue así. Esperé durante semanas, meses, incluso los primeros años de universidad... y en todo ese tiempo, no llegó ninguna carta, no hubo ninguna llamada. No supe más de él. Volví durante unos veranos más al pueblo, pero era demasiado doloroso. Desesperada ya, acabé dándome por vencida. En la última visita que hice a la casa, decidí esconder el diario que había escrito durante ese único verano, y me fui, para no volver. Mis padres vendieron la casa pronto, y me prometí olvidar definitivamente todo lo que esos meses habían significado; olvidar al chico con el que había llegado a soñar pasar el resto de mi vida. No había vuelto a la casa... hasta ahora.

Hacía unos días que había visto ese anuncio en el periódico, donde se ofrecía hospedaje en mi antigua casa. En un  principio dudé, pero mi curiosidad me pudo y decidí  volver, solo para averiguar si el diario seguía aquí. Fue algo que no pude evitar. Compré los billetes de tren, y vine. Sola, sin avisar ni contárselo a nadie. Y aquí me encontraba ahora, con mi antiguo diario. Con los recuerdos invadiéndome la memoria, sin poder siquiera evitarlo. Me preguntaba qué habría sido de él. Sus padres se mudaron del pueblo justo después de su marcha, según me habían dicho. Ellos tampoco habían recibido carta o noticia alguna. Supongo que les pudo la tristeza de pensar que su hijo no había logrado sobrevivir. Nadie supo nunca si el joven llegó a volver con vida o no. Yo tampoco.
De repente, un sonido me sacó de mis pensamientos. Me asomé a la pequeña ventana que daba a la entrada de la casa, y vi un coche que se acercaba. En seguida, se bajó de él un hombre joven, con ojos grises, y pelo castaño que le caía hasta los hombros. Un rostro que ya conocía, un rostro que hacía más de 15 años que no veía... Un rostro que aún añoraba y deseaba. Entró por la puerta y escuché como murmuraba algo con los ancianos. Entonces, sentí el crujido de las escaleras ante unos pasos que subían rápidamente.
Mi corazón comenzó a latir más y más deprisa. ¿Sería posible? ¿Él, después de tantos años? Un toque sordo sonó en la puerta. Temblando, me levanté a abrir. No me importó el ir vestida en ropa interior, solo quería descubrir si era o no era él. Lentamente, llegué a la puerta y con los nervios recorriéndome por completo, abrí despacio.
Ahí estaba. Tal y como lo recordaba. Al verme, sonrió:
- Por fin, llevo quince años esperándote...

FARFETT
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

El mentiroso


Comenzó con pequeñeces y a sus sobrinos. Que si los peces tenían plumas, que si los toros las tenían en las bolas, que si tenían olor a pata los patos. Cosas tontas, mentiras absurdas y hasta divertidas, a las cuales los niños cautivados creían por su locuacidad.

Siguió con las más comunes: tres o cinco años menos de los que tenía, su signo del zodíaco, el nombre que siempre quiso tener y los padres no contemplaron... Mentía sobre el dinero que ganaba, sobre la pesca del fin de semana... inventaba gangas como las que hizo al comprar el auto, las  últimas vacaciones, la tele gigante... Llegó a ganar la lotería un par de veces, o eso dijo. Mentía y hacía sentir a uno un poco tonto pensando en lo afortunado que son siempre los otros. Los otro y no uno.

Continuó con las piadosas a su mujer. Siempre para evitar una roña, una pelea, ¿para que decir la verdad? Si es que a veces, muchas veces, la verdad relatada parece y suena a mentira.
A sus compañeros de trabajo ocultó que estaba casado y al vecino que era del Racing Club y así como quien no quiere la cosa su verdad siempre resultaba  mentira. Su mujer no le encontraba sentido, pero así era él. Un bromista.
Las mentiras, verdades a medias según quién lo mire y practique, fueron creando, sin él habérselo propuesto a conciencia, una vorágine de información a medias que confundía a su mujer. Ella ya no sabía qué y ante quién debía decir que cosa. Y la situación llego a tal estado que si ella preguntaba como estaba el día y él decía que llovía, ella se acercaba y abría la ventana para comprobarlo. Y así en tantísimas situaciones de lo más cotidianas: ¿esta caliente el café?, ¿me queda bien esta falda?, ¿esta recto  este cuadro?...
Ella ya no se fiaba, pero lo echaba de menos y un día de arrumacos reclamó un poco de mimos de su auténtico marido. Del verdadero no del mentiroso. Él la miró inquieto y le dijo que ellos no estaban casados. Ella se echó a reír y le pidió que parara con sus mentirillas. No con ella, pero él estaba convencido. Ella, ya molesta, se levantó a buscar el libro de familia y cuando se lo entregó él lo miro indiferente. Ese no era su nombre. Ni siquiera su edad. Ese no era él. Y entonces ella le preguntó que quién era. Y él no supo que responder. Ya no lo sabía, se había perdido entre tanta mentira.

Candela Soy
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Poeta provinciano


Como el Poeta no puede presentar el poema "Lamparita de noche", declarado subversivo por contener lenguaje subliminal, según el teniente Alba; que eso de estarse apagando la lamparita es alusivo a los apagones del Periodo Especial, el Taller Literario Municipal será representado en la lírica por el poema "Abuelo" del poeta Puebla. Y aquí oí otra andanada de disparates, Pepelín:
"... Puebla, pero no puedes ir al Taller Literario Nacional con esa nobleza campesina que ni para la décima cucalambeana sirve. Tienes que ir como un poeta de ahora. Búscate un pituza de marca que no le quepan más remiendos y que esté sucio, bien sobado, que denote malanoche, borracheras bohemias, estrujones de la gente y de la vida; lo de arriba puede ser hasta un pulóver sin cuello ni mangas, pero desbembado, si es oscuro, con insinuaciones de manchas blancas, si blanco, entonces al revés; el grajito ya lo tienes; no debes bañarte ni mucho menos peinarte tres días antes del evento, tienes el pelito largo pero debes  alborotarlo antes de leer el poema, que con esto no te digo que vayas a coger ni una mención, para acá no las asignan, pero debes ir digno del evento para que no pases pena. Te falta decirle lo más importante, Juan, que si no eres maricón tienes que aparentarlo o al menos dejarlo en dudas. Yo no tanto, Pedro, desde que lo liberaron perdió el encanto de lo prohibido, es mejor que insinúe que tiene el sida. O que es drogadicto, todavía tiene su encanto y puede llamar la atención. Bueno, después de la forma, lo externo, viene el contenido, tú me disculpas pero tu poema carece de estridencia, chirrido, rechinamiento; debe insultar a alguien o a algo con razón o sin ella, a mí me encanta así como está tu poema, pero yo estuve en varios eventos nacionales cuando los dirigía David Buzzi, del que ahora ya se puede hablar porque se fue, por los demás hay que esperar, y es así, impactar, no importa contra qué. Otra cosa, antes de leer el poema tú debes buscar la manera de dejar claro la influencia que tienes de Lezama Lima, no importa que él sea barroco y tú verraco, y no debes decir Lezama, sino Lejama, aspirando la z, o algo así, como si saborearas un bocado caliente, en éxtasis, dejando la boca semiabierta con un mohín amariconado y jacarandoso; decir luego unos versos de Enemigo rumor, no importa que no sepas lo que estás diciendo, la cosa es decirlo, la mayoría tampoco lo sabe. Después debes hacer referencia a un poeta por lo menos turco o de Singapur, Malasia, búscalo en una enciclopedia y declárate su partidario incondicional, si puedes di un verso de él en su idioma. No se te ocurra mencionar a Guillén que nunca lo he oído en esos ambientes y menos a Navarro Luna, cuidado con sus Odas Milicianas que un día te oí con eso, tú te haces el raro pero esa no es la vertiente de rareza que se necesita en un evento nacional de aspirantes a poetas; que estos susodichos están reservados para los homenajes oficiales. Después lees con la tonadita que leen ellos, sobre todo los de La Habana que aunque hace años que no tienen maestros, todavía son los que marcan el paso, el analfabetismo de ellos es para la otra generación, por eso trata de no ser de los primeros para que cojas la tonadita que es algo así como lo hace Silvio Rodríguez pero quitándole la música y dejándole lo nasal. Cuando leído el poema venga el debate, tú, sereno, impasible por encima del bien y del mal de murmuraciones de tanta maldad, si lo prefieres y según donde estés sentado, cruza el pie, levanta el mentón y fija la mirada en un punto indefinido del espacio por encima del horizonte, como la estatua que hizo Arturo del Indio Hatuey, digno aunque le estén quemando el culo. De todo eso siempre se aprende pero tienes que tener en cuenta: primero; que no siempre el que habla está analizando lo que tú leíste, está demostrando sus conocimientos de arte poética en la variante actual de la semiótica o el estructuralismo funcional, segundo; que si lo debaten es porque  tiene alguna arista que puede hacerle sobra a los elegidos, tercero; que nada tiene que ver la opinión de los concursantes y críticos furtivos con las decisiones del jurado, que a veces ya está tomada, y cuarto; escucha y guarda las opiniones más sencillas porque son las de  los que saben del asunto. Con eso estarás en condiciones, no de obtener el premio ni mención siquiera, te repito, sino de ser digno del evento y de que puedan pensar, y quizás hasta te lo digan, que en esta parte del país hay un poeta viviendo entre los indios. No jodan, ¿cuándo ustedes van a hablar en serio? Puebla, lo peor del caso es que estamos hablando en serio.

El mensajero
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

AL  FINAL  DE  LA  NOCHE


Eran casi las siete de la mañana cuando la vi por primera vez. Tenía el cabello recogido y una mueca de cansancio o aburrimiento en un hermoso rostro blanco y lleno de pecas – todo esto igual me lo imaginé, porque desde donde yo estaba no podría apreciar tanto detalle ni aun teniendo las facultades visuales en óptimas condiciones, cosa que evidentemente no ocurría. Así que solo puedo asegurar lo del cabello recogido.
En aquellas horas frías y secas de la madrugada, a pesar de tratarse de fin de semana, muy poca gente se dejaba ver por el casco viejo, únicamente cuatro perdidos como yo que intentaba recordar dónde iban , y otros desgraciados del alba que con caras de ausencia y sueño en el alma caminaban apresuradamente en busca de su labor.
En ese momento, al quedar solo, me sentí muy observador, miraba para ver, y no para esquivar ni evitar pisar o ser pisado como había hecho el resto de la noche. Nunca me había fijado tanto en la gente cuando volvía a casa tras una noche largamente aprovechada, estirada hasta querer terminarla con un final feliz, por supuesto totalmente  imaginado y deseado, sin un ápice de realidad.
Habíamos salido de parranda para celebrar que Pedro por fin había finalizado la carrera, ya era todo un médico. Por supuesto esto era algo que sin ninguna duda "merecía una celebración en toda regla" nos dijo cuando antes de cenar tomamos las primeras cervezas en "la calle de la marcha", como él llamaba a la calle Rosales, tantas veces visitada en las noches de fiesta estudiantil, joven y permanente durante todo el curso. Las tres o cuatro rondas que tomamos antes de ir a cenar corrieron por cuenta de Pedro, pero luego le dejamos muy claro que el resto de la noche pagaríamos todos por igual; éramos una pandilla bien avenida cuando salíamos de solteros, con las parejas la cosa era algo diferente.
Después de cenar, visitamos muchos bares antes de desembocar en la discoteca de moda de la noche tardía, donde apuramos hasta la última gota de lo que aún nos quedaba por vivir. Se acababa el dinero, se acababa la energía, se acababa la noche. Sin darnos cuenta nos encontramos despidiéndonos, y cada uno emprendió el camino de su  casa, salvo yo, que como ya dije, me sentía especialmente observador. Fue entonces cuando la vi. No tenía intención de decirle nada, tan solo mirarla, lo que estaba haciendo con deleite y desde bastante lejos, por cierto. Ella seguía a lo suyo, ajena al voyeur que la contemplaba, hasta que aquel borracho tambaleante, un poco sin querer y un mucho intencionado, tropezó con ella y a punto estuvieron de ir al suelo los dos. La chica tenía los auriculares puestos, de lo cual deduzco que no oyó ninguna de las lindezas que el deficiente bebedor previamente le recitó. Solamente se percató de su presencia cuando sintió el primer y casi imperceptible contacto, momento en que lo apartó con un empujón firme y una mirada fría, amenazadora y autoritaria. Fría porque aquella madrugada de octubre el termómetro de la farmacia marcaba tres grados. Amenazadora porque se sabía ganadora si la cosa pasaba a mayores y la fuerza física resultase necesaria, no en vano ella estaba serena, contaba con la energía del reciente desayuno y además, tenía una escoba.  Y también autoritaria porque a esa hora y en esa calle, de entre la poca plebe que por allí nos movíamos, el barrendero (la barrendera en este caso) era la única persona que estaba algo por encima de los noctívagos; no en vano, trabajaba para el ayuntamiento. Tenía su estatus.
Entonces vi las puertas del cielo abiertas y mi recientísimo amor platónico se disparó. Crucé la calle y me enfrenté al impertinente noctámbulo. Le pedí que se disculpara. Él se revolvió creyendo que mi único objetivo era hacerle un guiño heroico a la bella barrendera. Tal vez en eso no se equivocara mucho, pero el inesperado tortazo que me dio con la mano abierta en plena cara, me hizo caer. Y aterricé con toda la carga de derrota que ello supuso, y con toda la ira que sirvió de combustible para la explosión de violencia en que se convirtió mi respuesta. Como un resorte me puse en pie, casi sin haber tocado el suelo. Miré a mi alrededor y me sentí el más estúpido del mundo: un pedazo de noche, ridículamente abatido por otro pedazo de noche mucho más ridículo y agotado. Pero ¡por Dios¡, si aquel despojo humano se mantenía de pie gracias a que estaba abrazado a una señal de prohibido aparcar. Se puede entender claramente el nivel de mi cabreo. Y encima la doncella por la que nos enfrentamos se reía a carcajada limpia. Ahora que la veía desde más cerca, realmente tenía pecas en la cara. Mostraba unos dientes blancos y bien alineados; me conmovió la risa sincera. Sus labios gruesos enmarcando una boca que me pareció perfecta me cautivaron. Hasta que me di cuenta de que se reía de mí. La risa pasó de dulce a odiosa, de inocente a ofensiva, y me hizo sentir aún más ridículo. Y el bobo borracho también se reía. Peor no podía estar. Entonces arranqué, cogí carrerilla desde mis dos metros de lejanía, y bajando la cabeza a la altura del estómago, cual ariete avezado a derribar puertas infranqueables, embestí  a mi oponente con fuerza y puntería. Aquel seboso contrincante fue abatido con la furia del león herido en que yo me había convertido. Se desplomó sobre un Ford Scort mal aparcado mientras todos (los dos que estábamos antes allí y una pareja de jóvenes que aparecieron poco antes y se daban un auténtico festín de besos y abrazos), oímos un tremendo "gong" fruto del golpe de su cabeza contra el capó delantero. Luego dio un par de vueltas, rodando por encima del coche, hasta que cayó sobre el rugoso embaldosado que luce la calle San José. La situación terminó con un sonido muy diferente al primero. En lugar del "gong" metálico anterior, ahora sonó un "clock" fuerte, seco, penetrante y un punto previsible. Tan impactante fue, que los cuatro miramos instintiva e instantáneamente hacia el derrotado trasnochador. Su cara se quedó pegada al suelo por su derecha, mientras la izquierda mostraba la boca torcida y el ojo entreabierto. La figura completa semejaba un muñeco roto; los brazos en posición inverosímil, haciendo como una zeta, y las piernas semi-dobladas y cruzadas a la altura de las rodillas. Parecía el último fotograma de aquella película tan triste que vi la semana pasada y que había triunfado en Berlín; estaba rodada en blanco y negro y era todo un alegato contra la violencia gratuita. En ese momento la pareja de jóvenes enamorados se largó de allí sin dejar de besuquearse.
Acababa de ganar aquel combate. Fui todo un caballero. Vi una dama en apuros y reté a su agresor. En buena lid nos batimos y al vencer me hice acreedor del amor de la princesa. Me acerqué al cuerpo del caído en la batalla y le di la espalda recordando la imagen en blanco y negro de la película, aunque ahora se había añadido un rojo carmesí que saliendo de debajo de la cabeza formaba un reguero espeso alejándose calle abajo.
Cabeza alta, mirada al frente, paso firme. Todavía me acuerdo de cuando en el servicio militar nos dieron esta consigna. No sé si es verdad que la letra con sangre entra, el caso es que esto no se me olvidó ni se me olvidará jamás. Con este porte regio y la elegancia del vencedor, di unos pasos al frente para acercarme a mi liberada princesa, con el único propósito de ponerme a sus pies. Entonces recibí un escobazo rápido y contundente. Y no me acuerdo de más.
Acabo de despertar y esto tiene toda la pinta de ser el calabozo.
                                     
Juan Sinculpa
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


Recibo


El recibo de la luz me desbordó. No eran las cifras, era el texto, mareante, decía que me cortarían el suministro. Lo necesito, fue lo primero que pensé. Si no, no podré vivir, añadí en voz alta. Maldije mi miseria y su prepotencia. Y me asomé y miré los cables que llegaban a mi casa, al final del pueblo y pensé en los electrones que no entendían de embargo. Y la letra pequeña lo decía claro, claro, por eso era tan pequeña, nadie la leerá y un día estaré haciendo la cena en la cocina eléctrica y la tortilla no cuajará o el calentador eléctrico de la ducha helará la piel y el alma de aquel que no tiene ni para lavarse en caliente. Llamé a la compañía.  Ni caso, sin moratoria, sin compasión, sin perdón, con rabia colgué y pensé en estrategias, tomé boli y papel y escribí e hice planes y dibujé gráficos y rectas y flechas y la conclusión final lo emborronaba todo, no tenía dinero. De nada valía la estrategia si mis bolsillos albergaban vacío y monedas de andar por casa, y hasta los vecinos ya no me saludaban, sólo porque la contribución urbana quedaba huérfana de mis aportaciones. Dos deudores en una misma persona, eso era demasiado. Lo intenté con los pepinos y las lechugas, intenté venderles algo, no, no querían. Eran pocos, y bien avenidos contra mí, aunque entre ellos fueran todo lo contrario, sedientos de mala sangre o de buena, la que se hacían cuando algo le iba mal al prójimo. Me comí los pepinos, pasé a ser moroso rural y ahora lo era de la luz. No podía ser. Toda una declaración de intenciones. Pero no, no era un error. Llamé a mi abogado y amigo. De toda la vida, de los que aparecen en cuarto de EGB  y todavía te llaman aunque sea de uvas a peras, y todavía recuerdan tu mote, o te llaman por tu apellido que el nombre no es de hombres. No se lo pensó un momento, amigo, ahí estaré. Amigo, contesté yo, y colgué y casi se me saltan las lágrimas. Pura poesía. Fue en la ciudad, allí quedamos y acabamos borrachos. Pagó él, claro. Hicimos un pacto a última hora, cuando ya nos echaban del último bar. Sentarás a esos mamones en el banquillo,  dije. Me dijo que sí con la cabeza. El alcohol hace milagros, no hay nada por lo que yo podía demandarles. Al día siguiente me tocaba intentar encontrar trabajo en un hotel de la ciudad. Servir cenas a unas cuantas pocas parejas era lo ofrecido. Me pareció poco edificante el salario. Y a pesar de mi escasez me resistí. Al final acabé enfadado, discutiendo con el director del centro. El muy canalla era un explotador, el mundo está lleno de ellos. Muy buena cara y buenas intenciones pero los billetes grandes sólo los ven ellos, yo no. Al acabar llamé a mi amigo. No contestó. Intenté buscarlo. Un bar tras otro, sin suerte. Ya no podía más. Llegué a casa y encendí todas las luces y me acordé de la compañía. Bebí gaseosa y vomité. No hubo juicio, hubo corte, de repente, no sé si era día uno o dos, da igual, llamé a mi abogado, amigo, le dije, y ahora qué hago, pregunté.   No volví a verle hasta que vino a visitarme a prisión. El por qué de mi nueva casa se lo contaré otro día. Allí se rió, delante de mí. No lo entendí así que me levanté y me fui de la cita, me llamó y dijo que quería representarme, defenderme. Lo escuché pero no me di la vuelta. Los preventivos somos así. Al anochecer, las celdas se encendían, un ratito. No hacía falta que el interruptor se apretará, era automático, ni era necesario apagar la luz, ya la apagaban por mí, no sólo eso, también la pagaban. 

Alco
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Las siete y treinta y siete


Son Las siete y diez de la mañana y me apresuro para llegar puntualmente a mi destino. El día clarea y hace frío. En León hace frío a esta hora casi todas las mañanas del año.
Casi no hay gente por la calle. Me gusta pasear por la ciudad solitaria. La pulcra calle Ancha pronto se llenará de gente. Avanzo en dirección a la plaza de Regla concentrado en mis pensamientos. Casi ni miro a los pocos transeúntes con los que me cruzo. "Buenos días don Juan" me saludan algunos conocidos. Casi todos son jóvenes o maduros. Como hace años. También aquí se ven pocos niños o ancianos. Por fin desemboco en la plaza. Su limpieza y majestuosidad son impresionantes. Miro la fachada principal de la catedral y como siempre me siento sobrecogido por su grandiosidad. Me sitúo frente a los arcos de entrada, levanto la cabeza, me concentro, limpio mi alma y por fin entro en la casa de la paz y del amor.
La semioscuridad me ayuda a pensar. Uno se siente un grano de polvo en medio del universo cromático que empieza a  penetrar en la iglesia. Un bosque de columnas eleva el espíritu desde el suelo hasta el cielo. El techo es el culmen de la arquitectura religiosa. La techumbre de la catedral está hecha de luz de infinidad de colores. Lentamente me dirijo a uno de los bancos situado más atrás y me siento en una de sus esquinas.
Pero hoy no he venido a admirar las vidrieras ni las bóvedas, ni la luz, ni el altar. He venido a rezar y a recordar.
El reloj avanza inexorablemente. Veo a miles de hombres y mujeres caminando hacia su destino. ¿Qué sentido tuvo lo que pasó? Fue el dolor más grande que hemos vivido. ¿Qué se pretendió? Fue la tristeza más profunda de nuestras vidas. En casi nadie percibí odio ni sed de venganza, solo incomprensión y solidaridad.
Faltan solo tres minutos. Alzo mi oración en recuerdo de tantos hombres y mujeres. Jamás los olvidaremos. ¿De qué éramos culpables? Nada puede ser tan terrible para merecer este castigo.
Una lágrima escapa a un imposible control. Son las siete y treinta y siete. Un destello de luz atraviesa mi mente. Un fogonazo de angustia rasga mi cerebro. Elevo mis preces por nosotros y por ellos. El vacío me llena por completo. No tengo fuerzas para levantarme. Permanezco durante unos minutos más sentado en el banco. Es difícil volver al creciente bullicio de mi ciudad.
Dedico un último minuto al recuerdo y salgo de nuevo a la plaza. La vida, incongruentemente, sigue.
   
Desde hace casi una hora estoy deambulando por la ciudad. Hoy no he conseguido dormir. Los recuerdos no me han dejado descansar. Paseo sin un destino preestablecido por todo el barrio medieval. Son las seis de la mañana y la oscuridad llena las calles de la ciudad. La iluminación amarillenta acorde con los vetustos edificios, no ayuda demasiado a expulsar la noche. Aún quedan muchos minutos para que la luz del amanecer llene la ciudad.
Me paro en un escaparate y mi reflejo me sorprende. La falta de descanso me ha envejecido años en una sola noche. "David, estás hecho un vejestorio" me digo a mi mismo. El canoso pelo lacio se me ha alborotado por el suave viento del amanecer.
Me gusta la ciudad. No he nacido aquí, pero me siento un toledano más. Según mis padres, nuestro apellido atestigua que generaciones de antepasados míos vivieron aquí.
El azar me ha llevado hasta un bello edificio. Lo reconozco inmediatamente. Es la sinagoga del tránsito. Pese a mi anticuado agnosticismo, me siento impelido a entrar en el templo. Una puerta entreabierta me anima a penetrar en el edificio. Es el lugar ideal para que el tiempo me atrape. Desde hace años vivo en España y no entiendo por qué fueron ellos los elegidos. Tantas veces nos ha tocado a nosotros, que ahora los comprendo sin dificultad.
El templo es bello en su sencillez. Una gran sala vacía. El suelo pulcramente limpio, paredes lisas salvo por las ventanas superiores. Un altar, una mesa, un candelabro. Poco más.
No sé qué decir ni en qué pensar. Solo sé que el dolor que ha acompañado cientos de años a mi pueblo, ahora reina entre los españoles.
Pruebo una oración: "Jehová, te suplico que no olvides a este pueblo que me ha acogido con generosidad. Te ruego que no hagas que vuelvan a sufrir esta prueba. Te pido que alejes de los verdugos el odio y la violencia".
A medida que mi corazón se abre al amor, el espíritu de la sinagoga llena mi alma. A medida que se acerca la hora, la luz pasa a través de las ventanas que dan al exterior.
La ausencia de bancos o sillas, hace incomoda la reflexión, pero al mismo tiempo evita que algún visitante poco respetuoso dormite en el templo.
Son las siete y media y un pequeño hombre entra en la sala por una puerta lateral.
-   ¿Desea usted algo?
-   Solo he venido a reflexionar. ¿Puedo permanecer aquí unos minutos más?
-   Todos los que usted desee. Queda con Dios.
A las siete y treinta y siete, murmuré una nueva plegaria: "Acoge en tu seno a los sacrificados. Alivia el dolor de sus seres queridos. Perdona a los equivocados".
Cuando salí de la sinagoga, había encontrado la paz que perdí hace un año.

Al levantarme, mi mujer se despierta y me interroga sorprendida:
-   ¿A dónde vas, Ismail?
-   No puedo dormir, voy a dar una vuelta. Antes de las ocho estaré de vuelta.
Me visto y salga de mi humilde casa. Hoy hace dos años que llegué a España. Meses más tarde mi familia se reunió conmigo. Nunca me he sentido maltratado. Estoy agradecido a este pueblo. Trabajo y puedo alimentar a mi mujer y a mis hijos.
Cruzo el río y me dirijo hacia el barrio antiguo. Aún no ha amanecido. Son las siete de la mañana cuando dejo atrás el bello puente romano.
Al fondo veo la mezquita a la que me dirijo. Sé que no debo rezar en ella, pero cada vez que he entrado en su interior, el alma se me inflama y me siento en conexión con Dios.
Solo una pequeña puerta está abierta a estas horas. Entro en el bosque de columnas y arcos. Esta debe ser la imagen del paraíso. La simetría de colores y formas evoca al Altísimo.
Me dirijo al Mihrab tratando de olvidarme de la iglesia profanadora. Miro hacia el este y dialogo con Alá. Le pido que el sufrimiento por el que ha pasado este pueblo sirva para hacerlo más fuerte. Tanto dolor no puede ser estéril.
Desde hace un año he atisbado algunas miradas rencorosas, pero es humano. No los puedo culpar. Miles de oraciones en las mezquitas de toda España quizá puedan aliviar el dolor de mis vecinos.
Entre los cientos de columnas, veo con la imaginación el rostro de los desaparecidos. Jóvenes estudiantes, mujeres trabajadoras. El pueblo llano. Ellos no entienden de guerras. Solo quieren vivir en paz y amor. Alguien les ha dado muerte y dolor.
A medida que avanza el reloj me siento más en comunión con todos mis vecinos. Ellos no lo saben, pero desde hace un año no soy el mismo.
Son las siete y treinta y siete. El llanto de miles de españoles me llega desde sus corazones hasta el mío. La oscuridad de la mezquita facilita el sentimiento de solidaridad. Un último recuerdo  a los que ya no sonríen ni aman. Una última plegaria y salgo de la mezquita.
Tristemente camino por la calle apenas iluminada por el sol. El aroma a café me anima a entrar en un bar. Pido un café solo y media tostada con aceite.
En la televisión el locutor inicia el telediario: "Hoy, once de marzo se cumple un  año del brutal...
La chica joven de una mesa cercana no puede evitar que una lágrima le caiga por la mejilla. Se limpia con la mano de forma que la pintura de los ojos le emborrona la cara. Le ofrezco un pañuelo de papel a la vez que le ofrezco mis condolencias.
Gracias a Alá no percibo odio ni rencor, solo agradecimiento. Ojalá sea la última vez que el recuerdo de una fecha, haga llorar a una mujer.

Peón de alma
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Como todos

Pedro era un hombre como todos los hombres, que vivía en una casa como todas las casas y dormía con una mujer como todas las mujeres. Tenía un coche como todos los coches, un trabajo como todos los trabajos, un cuerpo como todos los cuerpos, pero su aburrimiento existencial era el colmo de todos los aburrimientos.
Dio una incómoda vuelta en el lecho frío y decidió resignadamente enfrentarse a la monotonía cotidiana de los días infelices y abúlicos. Su traje gris le miraba, perfectamente planchado desde la noche anterior, desde la mecedora de mimbre. En las macetas de la repisa estaban plantados sus geranios y sus esperanzas.
Cada maldita mañana lucía impenitente el mismo maldito sol a través de la misma puñetera ventana entrecerrada. El mismo cuerpo redundante respiraba junto a él, sobre él, envuelto en él, debajo de él. Los mismos cabellos femeninos, quizá cada vez más largos, variando alguna vez de color y forma, le hacían todas las mañanas las mismas molestas cosquillas en los ojos. Aquellos labios mezquinos, si le besaban, le provocaban arcadas ocultas.
Cada maldita mañana el habitual café tenía el mismo asqueroso sabor a cafetera desnortada y férrea, cada maldita mañana faltaba el maldito paquete de azúcar en la maldita alacena, cada maldita mañana el maldito coche se ahogaba antes de arrancar, cada maldita mañana sus fríos ojos azules dejaban la mirada en la maldita alfombra de la puerta, deseando no volver a la maldita casa, mientras un explícito "*****" salía a borbotones de sus labios malditamente resecos.
Cada maldita mañana se prometía a sí mismo no regresar y cada maldita noche retornaba, rendido a la realidad y decepcionado de sí mismo. ¿Para qué serviría marcharse? Sin una justificación plausible, no tendría más remedio que volver. Lo peor de todo es que tampoco tenía motivo alguno para soportar un día más el tener que quedarse.
Una bendita mañana todo cambió. El sol se negó a entrar por la ventana a la hora acostumbrada y Pedro optó por quedarse durmiendo un poco más. El otro cuerpo cotidiano estaba arrebujado en las sábanas y en el otro extremo de la cama, con lo que sus cabellos no le hicieron cosquillas. Había una bendición de café en el termo y había un bendito paquete de azúcar en la bendita alacena, con lo que se sirvió un glorioso desayuno.
Sus neutros ojos azules sonrieron a la desastrada y por fin bendita alfombra india y salió voceando que aquél sería un día maravilloso. El bendito coche, por supuesto, arrancó a la primera y su rugido alegre no desentonó con la música general de la mañana.
Le faltaba tener el bendito y perentorio motivo para poder dar el vuelco definitivo a su maldita vida, y lo encontró enseguida. Como el coche funcionaba, volvió antes de tiempo a su casa, y como sucede siempre en las películas malas, descubrió al cuerpo que dormía con él envuelto en otro cuerpo, que, evidentemente, no era el suyo. Ni siquiera era un cuerpo masculino. No la mató porque hacía tiempo que ya no la sentía como suya. Sonrió y se sintió bendita y totalmente liberado.
Aquella maldita mujer le había llenado la maldita vida de malditas mentiras, así que su decisión fue rápida.
Ni se paró a mirar siquiera un instante a la bella desconocida que retozaba estrepitosamente gozosa en el lecho con el cuerpo que a él siempre le pareció lo más aburrido entre las sábanas. No reprimió un gesto de asco al ver como se besaban los dos pares de labios, los mezquinos llevando la voz cantante en el intercambio de fluidos. Ni tampoco se detuvo en absurdas poses de voyeur libidinoso. Silenciosa y rápidamente, llenó una bolsa con lo más esencial y tomó por fin el camino de la última puerta con alas en los pies.
Dejó, no sin sentir cierta tristeza, el coche indefinido y abandonado a su suerte en el garaje de la maldita casa y se encaminó veloz a la estación de autobuses, temeroso de tener que arrepentirse. Saludó efusivamente a los niños y ancianos que encontró por el camino, besó con fruición a las mujeres que se dejaron, y también a las que no se dejaron, en arrebatos fugaces de violencia y lujuria que se repetían según iba dando más pasos lejos de las ataduras, de su casa, del cuerpo femenino conocido y del desconocido.
Vació la cuenta común sin el menor asomo de escrúpulos desde tres cajeros distintos. Adquirió diecisiete periódicos diferentes, algunos de ellos escritos en lenguajes totalmente incomprensibles para él y, al menos, un kilo de dulces, gominolas y pasteles.
Tomó sin prisa el autocar del aeropuerto, y para ir más cómodo en él se compró dos billetes. Repanchingado en los dos sillones se atrevió a tararear a gritos a Celine Dion hasta que medio autobús le rogó, tirándole maletas a la cabeza o a donde diesen, que por favor se callara.
Como seguía sin tener ni la más remota idea de dónde podría ir, una vez en el aeropuerto, le preguntó al primer viajero que se cruzó en su odisea qué destino pensaba tomar y por lo tanto él decidió irse justo hacia el extremo contrario.
Exhibiendo una sonrisa que le surcaba la cara de oreja a oreja, y que realzaba el nuevo calor refulgente que emanaba fértil de sus antaño fríos ojos azules, se encaramó descarado al escote de la señorita del despacho de billetes y le solicitó sin hacer caso de su mirada reprobadora un ticket de primera clase y, por supuesto, sólo de ida, para su nuevo derrotero.
Mientras las acostumbradas voces atipladas no llamaron a los pasajeros de su vuelo por megafonía, cambió todas sus ropas en la tienda de segunda mano por libros y discos, y en la tienda de ropa más cara que encontró se compró ropa interior atrevida, dejó sin cuidado en el probador aquellos calzoncillos largos de su abuelo que el cuerpo casero le obligaba a llevar y escogió tres trajes de Armani que no le llegaron a costar nada porque el dejar pasar a un anciano antes en la cola para la caja le convirtió en el cliente un millón. ¿Quien dijo que la educación no daba dinero?
Entró en el avión sintiéndose como Dodi Al Fayed y él mismo no sabía cuánta razón tenía al sentirse así.
No había ningún pasajero más en la primera clase del vuelo, con lo que tres atentas y desocupadas azafatas (una rubia, una morena, y una pelirroja) hacían sus delicias. Se sentía el rey del mundo inmerso en un harén volátil, mientras hacía gala de lo que había adquirido en el departamento de lencería masculina.
Las frecuentes turbulencias no tardaron en hacer su usual aparición y en demostrarse más agresivas que de costumbre. Quizás estuviese pasando algo extraño en la cabina. La azafata pelirroja decidió ir a hablar con el piloto al mando, quien no pudo evitar distraerse un fatídico momento extrayéndole una molesta y pícara aceituna que se había caído traviesa desde la copa de martini del pasajero de primera hasta su escote.
El torpe piloto necesitó utilizar las dos manos para la tan delicada operación a causa de las exuberantes curvas de la azafata y el continuo contoneo de su cuerpo producido por las fuertes turbulencias y por lo cosquilleante de la maniobra. Así que los mandos se quedaron sin control alguno y de repente el avión subió a toda velocidad en vertical y descendió con la misma premura en picado.
El aparato se hizo añicos contra el suelo del aeropuerto. Los primeros en notar el impacto en toda su magnitud fueron los habitantes de la cabina y los de primera clase. El resto, extraña y milagrosamente, se salvó. El cuerpo de largos cabellos fue capaz (quizás porque quiso) de reconocer al cadáver de primera clase, aunque ése no era el brillo usual de sus ojos.
Apoyada en una sonriente compañera de cama, con destellos de triunfo en sus ojos detrás de los cristales ahumados, se dirigió a su casa en el coche recién arreglado, a tomar café con mucho azúcar y a mirar el sol por la ventana.
Ya no plancharía más trajes grises.

Tarabela
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Manos de jacaranda

Pies de jacaranda con anhelo de charol pisaban una tierra empapada de lágrimas y mísera, que contrastaba con el corazón de Roque que persistía en su afán de bondad y claridad, ennobleciendo los aires de depresión que lo abrazaban. El pan volvía bajo su brazo y las cinco pesetas se habían quedado acurrucadas en las tostadas y rechonchas manos de Manuel, el panadero. Él volvía con su piel de caramelo, con su ritmo pueril e incontenible, con el juego entre sus ensortijados cabellos y el cielo, con sus manos de jacaranda...
               Las calles eran areniscas con recuerdos de empedrada, moteadas con esporádicos vagabundos, que de vez en cuando poseídos por un inesperado antojo maldecían con el puño alto el cielo, y así la pena se apoderaba de cada rincón, de cada esquina, de cada piedra...
                Al fin se detuvo ante el portal de su casa, guardado por una larga puerta de madera carcomida. Con todo su cuerpo lo empujó y ella estremeció toda la casa con un grito de oxidación que llamó la atención de la madre de Roque:
-   ¡Ya estoy en casa mamá!
-   ¡Hola! ¿Has traído lo que te pedí?
-   ¡Claro mamá!

               Quizás la madre albergaba en sus ojos más de cuarenta primaveras, pero nadie lo sabía ni tampoco a nadie le importaba... Hijo y madre se querían infinitamente, el mundo sólo eran ellos dos ¿Quién más ha de haber? Complementaban la familia un padre al que la madre tan sólo lo llamaba ''recuerdos de una extraña noche'' y también un viejo piano que disfrutaba del arte que le regalaba la familia con sus dedos de alcurnia musical, aunque él fallase alguna nota que otra, la edad no pasa en vano ni tan siquiera para los pianoforte. Ella bastante tenía en ocuparse por dar de comer en esa casa, por lo que Roque en sus tiempos libres, no desistiendo en sus intentos por escapar de su mundo empobrecido, tocaba y tocaba las costillitas del piano para hacerle reír y reír en las tantas tardes de otoño, invierno, primavera y verano.  ¡Qué dulces carcajadas le robó Roque a su piano! Él, tan sólo él y sus manos de jacaranda. 
                  Roque pronto encontró un trabajo: pianista de cafetería, ¿qué más podía pedir? Cada noche a las diez empezaba su velada, entre largos vahos de humo que se unían en el techo para esconderle en una niebla nocturna y embriagada, para confundirse en la noche más oscura que se provocaba en ese bar de mala fama, ¿A quién le importaba el maldito pianista y su maldita música?  Pero ellos sí que no le importaban a Roque, él quería tocar y tocaba ¿Qué ha de importar?
                  Un día extraviado, un hombre de postín y gabina elegante entró en el bar, pero nada le llamó más la atención que las carcajadas que no paraba de regalar al aire ese piano, allí encaramado sobre las tablas tras el telón de humo. En cuanto Roque bajó de su estandarte el hombre se le acercó, eufórico:
-   ¡Chico, debes tocar para mí! ¡Tus manos no son para este cuchitril de mala muerte!
¡Yo soy capaz de llevarte más allá de dónde jamás hayas imaginado!
-   Lo encuentro una excelente idea, señor ...
-   ¡Narciso por favor!
-   Bien, Narciso... pero ¿Quién es usted?
-   ¡Yo tengo una escuela de música para grandes talentos en la gran ciudad!
-   Pero yo no tengo ni la menor idea de música, simplemente toco el piano.
-   ¿En serio? ¿No sabes qué es un acorde ...
-   No.
-   ... o un do?
-   No.
-   ¡Dios bendito! Tenemos con usted una faena muy importante, ¡Voy a hacer de usted el mejor pianista del mundo!  Mmm... por cierto ¿Su nombre?             
-   Roque.
-   Ajá, un nombre extraño para un artista, pero la innovación siempre gusta, te sacaré mucho partido chico.
Roque estaba contento, ese hombre de palabras agudas e ideas raras, de eufórico
ánimo y vestimenta extravagante, le había puesto contento .Le extrañaba mucho su presencia, incluso que le hablara. Hasta ahora el mundo le había parecido una burda bola de papel mojado y ahora empezaba a sentir cariño por esa bolita, por fin haría lo que él quería y dónde él quería, no en un '' cuchitril de mala muerte'' como lo llamaba aquel hombre. <<Lo que hace un hombre en una vida>>  pensó Roque, cómo tan sólo un instante pudo cambiar el sendero vertiginoso por el  que caminaba.
                 Al día siguiente, ya sus maletas estaban en el estudio de Narciso. Se quedaría a vivir allí una temporada, a disgusto de su madre aunque pensara que era lo mejor para su hijo. Pronto empezó su estancia a dar frutos, pronto las notas y las claves volaban por la imaginación de Roque, pronto la armonía armonizaba su propio arte, el arte del pintor que pinta el aire y del escultor que modela el viento. Vivos y bellos cuadros dibujaba en su habitación, que se disipaban con las cadencias auténticas de la noche.  Narciso estaba muy contento de los resultados así que decidió enviarlo por Europa, dónde pudiera mostrar al mundo sus  bellas manos de jacaranda.
                  Por correspondencia postal Roque le aseguraba a su madre que todo iba muy bien  y que pronto marcharía para perderse por los rincones del viejo continente, cuya respuesta siempre era <<Abrígate bien, hijo>>.
                  La noche parisina se enamoró de las dulces veladas que Roque regalaba a las estrellas. Más tarde la noche berlinesa amilanó su acento por escuchar ese trino que traía un extraño pianista desde tierras de primavera.  ¡Cómo no! La noche londinense cesó de llover, cesó de fumar y calló, pues las manos de Roque daban un nuevo discurso entre las cálidas y sedeñas cortinas de Buckingham. Así las ciudades se sucedían, y como ellas las sonatas, valses y minuetos, y toda Europa acallaba cuando ese piano de abril reía, como surgido de las mismas calles de Amelín.
                  En una inesperada velada vienesa el teléfono en un estremecimiento aterrador sonó, se paró la maravillosa actuación de Roque, el cual al teléfono:
-   ¡Puede ser importante porque acabo de abandonar una actuación!
-   Señor, lamento comunicarle que su madre se encuentra en muy mal estado y seguramente no le quede mucho tiempo de vida.
                  Roque no devolvió respuesta, no podía, el cuerpo entero se le había parado, no había noticia que menos esperase que esa en tal mágica noche. Apareció detrás su mayordomo:
-   ¿Se encuentra bien señor?
-   Eeh... No, Dimitri, no... debemos regresar...
                   Nunca se había sentido tan abatido, estaba acostumbrado a esquivar los golpes de la vida pero éste, justamente éste, lo había encontrado desprevenido. Su historia se repetía, en un cambio constante e inesperado de dirección vital, todo el futuro soñado se truncaba por un solo instante, por un suspiro.
                   No tardó en llegar ante el portal de su casa, esta vez no volvía de comprar el pan. Como de costumbre la puerta avisó de su llegada y todos los huéspedes tornaron sus ojos cansados y rendidos. Eran los de los doctores, no sabían qué hacer por esa mujer. En cuanto Roque la vio, allí tendida en su camastro, con lágrimas en los ojos agarró con fuerza la mano de su madre, como quien agarra su último suspiro por no dejarlo marchar nunca. El chico vio que quería decirle algo, acercó su oído:
-   Por favor hijo mío, toca por última vez.
                   Apesadumbrado Roque se acercó al taburete carmesí, no podía sentarse, en aquel momento tocar era lo último que deseaba pero era el postrero momento junto a su madre, por lo que ese deseo lo sería todo en el recuerdo del joven.  Se sentó, y tranquilamente posó sus manos sobre la perfecta anatomía del piano y sin previo aviso, como una sorpresa para el aire, sus manos empezaron a tocar tímidamente, para afirmarse cada vez más sobre las paredes, sobre la noche, sobre las estrellas, para erizarlas en un escalofrío de primavera y emoción. Fuertemente contenía sus lágrimas en lo más hondo de su alma, que luchaban por salir y quebrar su pecho de un grito. Seguía el piano riendo, tras su risa falsa, llena de amargura, llena de pena... Las rendijas, las lozas quebradas empezaron a contagiarse de la vida que desprendían los dedos de Roque y como ellos toda la casa. Una calidez envolvió las superficies y las aristas, y esa misma el semblante de su madre. Pero el final llegaba apoteósico e hiriente, como una flecha de ensueño en el corazón de Roque y poco a poco  el piano menguaba  su altivez, sus ganas de vivir para decirle a su pianista que un mi trágico se avecinaba y él, llorando, penosamente mojaba sus dulces manos, sus manos de jacaranda.  Y finalmente ese mi llegó con voz grave y sentenciosa, con voz que llama al destino, cadente y descansada...
                        Una mano agarró el hombro de Roque el cual se giró esperando el pésame del doctor pero a su mirada encontró los dulces ojos maternos, aquellos que tanto quería abrazar, se quedó absorto ante esa mirada... y le abrazó... Entonces ese mi volvió a sonar en su corazón con un alma viva y esperanzadora, llena de alegría y cariño, qué el mismo había creado en su juego con el viento con sus dulces manos, con sus manos de jacaranda.

Fidelio
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Un suicidio pendiente


A veces uno ve la vida como un caleidoscopio con sólo dos espejos, ya que el tercero lo hemos perdido por el camino. Entonces nos sentimos un peso pesado dentro de un ring amurallado donde el gentío grita a nuestro alrededor: _  Remátale, que nos queremos ir a casa_ Y añaden: _es tan malo que debería estar en el infierno_  Uno entonces es cuando desvanece y se sienta entre nubes mirando hacia el suelo, encima del borde de una cornisa casi desconchada, con las puntas de los pies asomando al mundo. Y Pensamos: _ Ya no hay polvo que remover_ Sacamos del bolsillo la moneda de la suerte. Ésta nos ha acompañado en el final de curso, cuando Lucy dijo sí en aquel pasillo, en la puerta del estadio con los Carribans, cuando pasaron a cuartos. Luego vino la facultad, y el cum laudem llegó a nuestra vida, pero sin embargo, siempre estamos que nos falta el resuello para llegar a la meta. De manera sobrepticia, sacamos del bolsillo derecho una moneda. Ya que en el izquierdo todavía nos queda alguna pipa caducada. Y con toda la fuerza desde aquel ático que casi toca las nubes tiramos con los ojos apretados la moneda ganadora. Apretamos el puño. Todo nuestro cuerpo se constriñe para a hacer llegar a la suerte lo más lejos posible.
La moneda sigue su curso, se asoma en el sexto y ve a Andy Carrington con el pantalón bajado, mientras que Laura Lowell se percata que alguien está detrás de ella por lo que ésta, en un gesto rápido se pone a buscar sus lentes. La moneda sigue su curso. En el cuarto está Frank Luck, con un montón de billetes que saca de un maletín encuerado, oliendo el dinero y atusándose el pelo después. La moneda cae en el marco del ventanal del segundo, por lo que la señora Rita abre la ventana y vuelve a echar la moneda al vacío. La suerte nunca estuvo con ella. Le prometieron un marido y hace dos años que le espera en el quicio de la puerta. La moneda cae hasta la calle y llega hasta la cabeza de un chico que está semitumbado en la orilla de la playa. Se llama Mario Testino, le llaman "el diseñador" con sarcasmo, entre sus grupo de amigos, hace unas décimas de segundo estaba diciendo a su chica.
_ ¿He tenido esta mala suerte en mi vida, o es que me ha mirado un tuerto?_

Candy que así se llama con su estrabismo que la persigue desde hace dos años dice: _ Siempre estás con eso y podías ser un poco más considerado_ y añade: _ Ya sé que cuando estás conmigo, no sé si miro a Yakutia o a Colorado, pero piensa que así no siempre estaré a tu lado, como esas mujeres que  chupan la energía, y que miran con mirada fija, valga la redundancia_

_ Lo sé Can, pero es que no es normal que en una semana, me deje mi mujer, me tenga que echar una novia que no come marisco y desde que va conmigo dice que le encanta y ha hecho que pierda todo mi sueldo en menos de una semana_

_ Ya estás otra vez con eso_ dice Can apartando un mechón de su pelo

De pronto la moneda cae en la cabeza de Candy, dejándola inconsciente. Al segundo él llama por teléfono a urgencias: _ Vengan corriendo, mi novia ha dejado de mirarme_

Can abriendo un ojo le dice: _ Sabes tonto, que siempre te miro, lo que pasa es que también miro a otros, como aquel hombre que está ahora mismo en la azotea, y que parece que nos quiere decir algo_ Y añade con un un ojo medio abierto: _ Usté, si usté, ¿quiere decirnos algo?_ De pronto, el novio de Candy, coge la moneda y la arroja con tanta su fuerza hacia él señor de negro que sigue con sus pies colgando. La moneda en un travelling hacia el cielo se mueve rápidamente hasta llegar a la frente del hombre que tiene un suicidio pendiente. Éste semiinconsciente ya que le falta algo de consciencia, cae hacia atrás y dice con cara risueña: _ ¿Por qué nunca la suerte está de frente?_

Lidia
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Conversación de instituto


Al fin, Iván se envalentonó, decidió que la chica nueva, además de ser negra, era demasiado rara, demasiado ajena a aquel cúmulo de reglas no escritas, de convenciones y modas que era el instituto. Demasiado ajena a ese sistema de discriminación prácticamente aleatoria que hacía unos años le había destrozado y que, ahora, tiempo después, lo subía a lo más alto. Ahora era mayor -el mayor-, sabía más sobre la vida, se atrevía (y lo hacía a menudo) a poner en su sitio a cualquiera de esos niños ignorantes, a encumbrar a los que le entretenían.
-¿Porqué nunca hablas de tu vida anterior? ¿Qué eras?- Iván sonríe, seguro de que su "sutil" intento de molestar a la chica la amedrentaría.
-Porque no quiero. No te interesa. Y nunca he sido un que, siempre fui un QUIÉN, bien grande.
No lo aparentaba, paro Akua estaba ese día peor de lo normal, había ido al instituto porque no quería disgustar a su familia de acogida, la de ese momento le caía medianamente bien, pero la actitud de esos jóvenes blancos e ignorantes la estaba enfadando. Y sabía que si la seguían pinchando saltaría, aunque no sirviese de nada, solo por ver la cara que ponían.
-No dices nada... eres una cobarde... ¿tienes miedo de que se te rían?
-No sintetices en mí tus miedos y no te atrevas a llamarme cobarde, nunca, porque no sabes el verdadero significado de esa palabra.
-No me des largas... cobarde.
Akua se sorprendía de que ese fuera el maduro del grupo, tenía ganas de decirle cuatro cosas, aunque no fuera lo correcto, le apetecía demostrarse a sí misma que podía decir lo que quisiera, que no la lincharían por hablar más de lo que se esperaba.
-No me escuchas ¿verdad? No tienes derecho a usar esa palabra. No sabes lo que es tener a la muerte respirando en la nuca. No sabes lo que es tener el miedo pegado a cada palmo de tu piel. No sabes lo que es tener la certeza absoluta, mientras sientes que el corazón no puede irte más rápido y que tus piernas van a dejar de responderte muy pronto de que, si no continúas, te matarán lenta y dolorosamente.
"Tú no tienes ni idea lo que es oír continuamente los ecos de los disparos que mataron a los tuyos, los gritos de las mujeres a las que violaron. No sabes que es arrepentirte cada día de haber permitido que esos blancos que venden armas a los tuyos para que se maten entre ellos y se olviden del verdadero enemigo, de dejarles que te trajeran a su gran mundo desarrollado.
"Soy negra en un mundo de blancos, soy mujer en un mundo de hombres, soy natural en un mundo de artificiales. Soy muchas cosas, pero no te atrevas a decir que soy cobarde. Tú, no.
Iván se la quedo mirado, consternado, viendo lo absurdo de sus convicciones robadas de fríos testimonios y libros sin nada de humano. Viendo la hipocresía y absurdez que acumulaba, prometiéndose cambiar.
Aunque, por supuesto, no lo hizo. Volvió a sus diatribas racistas y fascistas antes de que ese pequeño testimonio de mujer negra cambiara en algo el perfecto mundo de apariencias perfectas que se había creado.
Y Akua se alejó del pequeño grupo, sabiendo que no había cambiado nada, orgullosa, altiva, miedosa, luchando como siempre por amortiguar el sonido de las balas en sus oídos, ese sonido que llevaba ya más de un año enloqueciéndola, carcomiéndola, entumeciéndola, llenándola de un frío aterrador y solitario. Ese sonido que, aunque la destrozara cada día un poco más, la hacía sentirse ella misma, la hacía SER.

Catherine
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Como ya le he comentado a algunos participantes, poco a poco se llega lejos. A día de hoy contamos con un "retraso" de alrededor de 60 relatos por publicar, a lo que hay que sumar todos los que recibimos diariamente. Esta III Edición del concurso literario Forummontefrío, con un plazo de entrega reducido en un mes respecto a ediciones anteriores, vuelve a pulverizar todas nuestras expectativas, consolidándose como uno de los referentes literarios de la provincia. ¡Gracias a todos!
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EL SILENCIO ME ABRAZA

Te lo arrebató todo. Llegó en silencio. Sin avisarnos. Te quitó todas las llaves y lentamente,  a escondidas,  te robó los recuerdos. Todo estaba oscuro.
Ayer te robo nuestros nombres, hoy borró nuestros rostros y mañana te conducirá a un lugar extraño donde no conocerás a los que estén a tu lado. 
Se llevó tus palabras, palabras llenas de vida, palabras cortas, palabras cultas y devoró tus lágrimas.  No se paró a preguntarte si esas lágrimas eran de tristeza o de alegría, simplemente se las llevó.
Tus manos eran unas grandes desconocidas y tú las mirabas ensimismada, no entendías  que hacían una frente a la otra. Se movían descompasadas,  ya no te pertenecían.
El tiempo te encontró y  se detuvo. Retrocedió rápidamente y todo te resultó extraño y desconocido.
Se llevo tus sueños y tu descanso sereno. El reloj ya no cantaba las horas y la noche y el día se sucedían para ti sin ningún sentido.
Te arrebató a los amigos, o simplemente se fueron. No entendieron nada y sintieron miedo. Sólo nos quedó su silencio.
Pero yo me afanaba en hablarte, en recordarte, en contarte y en enseñarte los muchos y  bellos  momentos  vividos.
Te escribía nuestros nombres, te mostraba nuestros retratos y paseábamos por lugares  conocidos y  entrañables.
Te lo arrebató todo, pero olvidó una pequeña llave que guardabas muy dentro del corazón. Allí no  dejaste que  entrara.
Aquella  tarde luminosa de primavera, tu mirada perdida se clavaba  en un bellísimo cielo azul.  Caminábamos despacio. Recorríamos  como cada día el camino hacia el parque y, de pronto, tu mano agarró  fuertemente mi brazo. Tu mirada se transformó mágicamente y sin darse cuenta te devolvió tus dulces ojos. Tus piernas soltaron el pesado lastre y me guiaron ligeras hasta el tronco del viejo  roble.
Una suave sonrisa apareció entre tus labios y  señalaste  en el árbol una antigua inscripción: dos nombres y un pequeño corazón.
Allí, en lo más hondo de tu ser no pudo entrar. No logró arrebatarte nuestro  Amor ni tu bella sonrisa.
Cuando terminé de leer la inscripción, quise compartirla nuevamente contigo...
Tus ojos paralizados viajaban lejos, tu sonrisa difuminada se perdía en el fondo del lago y tus manos descompasadas, inseguras y temblorosas desaparecían en la oscura cueva de tu mente...
Hoy me gustaría contaros tantas  historias, tantos momentos, tantas sonrisas y tantas  lágrimas...
¡Lo desearía tanto!
Pero el silencio me abraza, me empuja y me desnuda frente a la ventana, que se deja acariciar lentamente por la lluvia. Sentado frente a ella  y con la mirada perdida,  sueño...
Sueño con volver a encontrarme su risa, su mirada y el cálido susurro de su voz  acariciando mis oídos.
Me gustaría contaros tantas mañanas despertando al alba, tantos paseos por la campiña  y  tantas idas y venidas junto a ella.
¡Lo desearía tanto! Pero  mi voz se marcha,  Quisiera alcanzarla, pero el miedo paraliza mis pasos y escapa.
Callado, inmóvil, escuchando el sonido acompasado de las gotas de lluvia al caer sobre los parterres, pienso...
Pienso en mi vida y siento como el tiempo, enemigo, se me escapa sin que pueda lograr atraparlo. ¡Todo es tan rápido! Tú lo paraste, lo hiciste retrocedes y a mí se me escapa.
Me gustaría contaros tantas tardes con la mar susurrándonos al oído, tantas veladas  sintiendo su cuerpo cálido junto al mío y tantos amaneceres despidiendo a las estrellas.
¡Lo desearía tanto! Pero la memoria duerme. Los recuerdos se difuminan y  mi mente descansa...
_Aún tienes las manos ¡Vamos! ¡Escribe!
_ ¿Quién eres? ¿Acaso te conozco? _ Un halo de luz ciega mis cansados ojos.  Observo  mis manos, gastadas y temblorosas. Despierto y acercándome a la ventana  húmeda y fría, escribo: ¡TE QUIERO! Pero un suspiro de viento helado me arrebata  las palabras y recojo una pequeña gota agonizante del cristal.
El silencio me abraza...

Pequeña luz
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Palabras mediante

Entraron bastante torpes al momento en que debían conocerse sus cuerpos. Él comenzó por confundir caricias con apretones, mientras que ella tardó cuatro siglos en desenfundar sus labios. Para cuando el primer beso los reunió en un mismo silencio, el inicial deseo había cedido su lugar a un incómodo vacío de estómagos. Él, aterrado de ellos mismos, propuso una copa de vino como tabla de salvamento, a lo que ella contestó que por qué no la botella entera. Sin volver a la ropa aunque bien provistos de vergüenza y confusión tomaron posiciones defensivas en el sofá intentando aparentar entereza. Tras unos minutos bastante adolescentes,  poco a poco empezaron a surgir palabras que les salvaban, momentáneamente, de acciones, y cuando la segunda copa les relajó el pulso se hallaron, casi sin haberlo planeado, en animada conversación. Él proponía un pensamiento banal y ella, tras hacerse juguetonamente la infranqueable durante unos segundos, acababa por aceptarlo tras un breve intercambio de pareceres; seguidamente ella exponía su opinión sobre cualquier otra levedad humana y él debía apretar con fuerza los puños y morderse los labios para evitar vocear más alto de lo adecuado cuán de acuerdo estaba con tales argumentos. Llegados a un punto de conexión ideológica que él consideró suficiente, se despojó de cualquier tipo de compostura y se arrojó sin más a temas que entrañaban cierto riesgo; ella, carente de inhibiciones a estas alturas, aceptó el desafío que él proponía sin titubear lo más mínimo y se lanzó provocadora a discrepar, rebatir o enjuiciar cada sílaba de su discurso, lo que a él encandiló hasta límites inimaginables. Él la observaba devorándola a interrogantes desde su esquina del sofá; ella, mimando cada ingenio antes de entregárselo incondicionalmente, percibía dentro de su ser un temblar de mundos hasta ahora desconocidos. Este vaivén de ideas, armonías y algún que otro desacuerdo los bañó en sudor y les acabó estallando a pedazos de bienestar. Para cuando quisieron darse cuenta el sofá les había quedado grande y se descubrieron en una de sus esquinas abrazados, distendidos y aún vistiendo nada más que una amplia y plácida sonrisa. Por algún extraño azar, ahora él encontraba tan fácil acariciarla que parecía que no hubiese hecho otra cosa jamás en su vida. Ella desenfundó familiarmente sus labios y le regaló un beso que él deseó que se prolongase, al menos, por cuatro siglos. Quedaron en un silencio para nada incómodo observando la  botella vacía sobre la mesa, y probablemente ambos decidieron al unísono que nunca antes habían deshecho el sexo con tanto amor.             

Roddick
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente