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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

#210
                                  
EL INGRÁVIDO


                 Me desperté, y en apenas un segundo, y mediante un paso que se transformó, por arte de magia, en un gran salto, me encontré, de repente, parado en la puerta de mi dormitorio. Miré para atrás sin entender cómo había llegado a hacer más de cinco metros en un instante. Pensé que estaba soñando, no sería la primera vez que mediante este artilugio de la mente uno se inventaba  cosas para luego, en realidad, seguir durmiendo, como un simple mecanismo de defensa contra la vigilia. Pero éste no parecía ser el caso.
               Abrí la puerta de mi dormitorio, di un paso como de cinco metros, atravesé el pasillo y aterricé  suavemente en el baño. Confundido,  me tomé de las paredes para no salir volando nuevamente. Lo primero que pensé es que me encontraría, quizás, en los albores de una rara enfermedad de la percepción. Algo había leído alguna vez al respecto. El tiempo y el espacio se distorsionan, a veces, en este extraño tipo de padecimientos. También cabía la posibilidad de haber ingerido,  mediante un descuido, alguna sustancia alucinógena de dudosa procedencia. Esto era lo menos probable, porque yo no conocía ni siquiera la nicotina. Opté por la primera de las hipótesis.
              Seguí caminando tomado de las paredes hacia el living donde se encontraba un teléfono para discar a mi médico personal; me sentía muy liviano, mis brazos ejercían una fuerza inversamente proporcional a la que me hacía volar. No se trataba, concluí, de un desorden de la percepción. Telefoneé sin éxito a mi médico, el aparato estaba algo lento. Luego me dirigí nuevamente al lugar que dio origen a todo esto: el baño de mi casa. Lo ejecuté de un salto y encontré la verdad cuando hice uso del inodoro. Los fluidos quedaban flotando en el aire como si  estuviese en la luna. De chico  siempre me decían eso, pero nunca pensé que  efectivamente  algún día se llegaría a cumplir. Comprobé más tarde, que todos los objetos que yo lanzaba al aire sufrían el mismo destino: flotaban como cuerpos celestes en el espacio sideral.
               Las cosas se ponían cada vez peor esa ingrávida mañana. Huí del baño, catapultado por los fluidos flotantes, hacia la cocina. Antes del incidente, yo solía desayunar a esa hora y prepararme para salir a trabajar, pero esta vez me fue imposible verter el café en la taza: quedaba sujetado en el aire como una  densa nube negra a la que ningún viento se negaba a mover. Decepcionado, me senté a pensar en una solución, aferrado de los respaldos, en el sillón del living.
                Me percaté que mis pensamientos también eran más lentos; mi cabeza, aligerada de gravedad, se sentía más liviana, como un globo aerostático. De pronto, me surgió la inocente travesura de jugar con los objetos. Lo hice y convertí mi casa en un gigantesco móvil como aquellos que una vez conocí. Las cosas se deslizaban por un corredor ingrávido de una pieza a otra con sólo mover un dedo.
              Descubrí  más adelante, que  la condición de ingravidez  de los objetos era de una gran utilidad para la vida doméstica. Varias tares se podían realizar al mismo tiempo. Leía, mientras me vestía y almorzaba mientras me peinaba, como si tuviese una obsecuente e invisible secretaria  a mi lado.
             Con el tiempo aprendí un montón de nuevas  habilidades que envidiarían hasta  al más osado de los astronautas. La que más me hacía feliz era ciertamente  la de volar, pero siempre sufría la intimidación de las paredes y la limitación de los circunscritos techos.
                Decidí un día, que ya era hora de enseñarle al mundo mis  nuevas capacidades y usarlas en mi beneficio y en el de todos. Un abanico de posibilidades se me presentaba con sólo abrir la puerta de mi casa y salir al mediocre  mundo de  la gravidez, ese mundo de cosas establecidas, sin vuelo y sin libertad.    
           Lo realicé bien temprano;  al principio camine tomándome de las paredes, para que el impacto  de mi superioridad entre la gente sea menor. No había nadie en las calles, y  sin embargo el indicio  de sus presencias se sentía por todos lados. ¿Dónde están?, me preguntaba yo.
           Cuando alzo mi cabeza en busca de una respuesta, descubro que el cielo se había convertido  en un amplio corredor de autos y gentes que volaban por doquier a gran velocidad  y que me miraban como sorprendidos de que yo no intentase volar.
                                                   
                                   
El bulon
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA BUENA VECINA


¿Que tal estamos, doña Paca, que no la he visto en toda la mañana...? —saludé a mi vecina, echándome a un costado de mis ciento veinte hermosotes kilos el palo de la fregona.
   La señora Francisca arrimó la silla de ruedas a la barandilla y haciendo un gran esfuerzo se incorporó y dejó caer su consumido cuerpo sobre la barandilla, agarrándose fuerte a la madera para no caerse por el hueco de las escaleras.
   —Ay, hija mía, que mañanita que llevo, venga a recoger..., que si cuchillos, que si cerillas, que si mecheros, que si las tijeras, que si la navaja de afeitar..., miedo me da dejarme algo por ahí encima, que al Rafita me le dan hoy mismo el alta y ya lo tengo otra vez en casa.
   —Pues su hijo de usted tiene mucho peligro, doña Paca. No sé ni cómo le dejan suelto —le dije horrorizada por la noticia—. Tenía que estar con su hermano. Y el Pepe también. Los tres juntos, en una celda incomunicada, lo más lejos posible.
El Pepe, su marido, no hay día que no venga borracho. Borracho y siempre con ganas de bronca, que cada vez que su mujer abre la boca la arrea bien arreada. Y la muy tonta sin denunciarle. Pero lo de sus hijos eso si que no tiene nombre, vaya dos alhajas, madre mía. Menos mal que al mayor, al Joselito, delincuente muy conocido en el barrio y atracador de farmacias y estancos, se lo llevaron preso los maderos el mes pasado. Porque ahí donde lo ves, tan chulo y tan macarra, es tonto de la baba, que le pescaron cuando fue a comprar pilas para unos cacharros de esos que suenan, emepetres o como se llamen, a la misma tienda dónde los había robado. Y este, el que mandan de vuelta a casa, el Rafita, más tocado que la novena de Beethoven, entrando y saliendo del psiquiátrico con la misma frecuencia que entra y sale su padre del bar, que los médicos no hacen más que atiborrarle a tranquilizantes, pero como si nada, porque cada dos por tres le dan esos ataques de ira y arrasa con todo, con los jarrones, con la vajilla, con las sillas ..., hasta con su madre, que fue el Rafita, en una de sus crisis, quien la cogió en volandas y la tiró escaleras abajo, partiéndole la columna y dejándola tullida para toda la vida.
—¿Y qué voy a hacerle, Mercedes? —preguntó doña Paca, y acordándose de algo exclamó—  Me voy para dentro, que he dejado las lentejas en la hornilla y se me van a quemar.
   —Pues algo hay que hacer, doña Paca, que no se puede consentir tanto maltrato y tanta vejación —le grité antes de que se metiera en el piso, y cogiendo de nuevo la fregona volví a pasarla por el suelo del descansillo.

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   Por quinta vez aporreé la puerta y por quinta vez ni puñetero caso me hicieron. El Rafa no dejaba de vociferar obscenidades y de vez en cuando se oía la voz estropajosa del Pepe insultándole y mandándole callar. Me daba miedo por la señora Paca. De pronto, la puerta se abrió y apareció ante mí el Rafita con los brazos en jarras, desafiante.
   —Que son las tres de la madrugada, Rafael, que ya está bien. Que todas las noches es la misma historia y así no hay quien duerma. Que como esto siga así llamo a la policía
   Sin decirme ni por ahí te pudras, cerró de golpe la puerta y siguió gritando.

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   —Venga, Paquita, vámonos, que tiene hora a las diez... ¬—le grité a mi vecina abriendo de par en par las puertas del ascensor para que la silla no tropezara.
   —Anda que no estás empeñada con la peluquería, Mercedes, hija, ¿para qué quieres que me tiña si no salgo nunca de casa? —dijo medio enfadada.
La dejé en manos de Ana Mari, la peluquera, mientras yo volvía deprisa y corriendo a casa. Tenía dos horas como mucho. Con una copia de la llave, que yo guardaba por seguridad, y con todos los objetos cortantes que encontré entré en el piso de mi vecina. Todo estaba a oscuras y en silencio. Dejé un cuchillo grande encima de la mesa de la cocina. Caminé de puntillas hasta el dormitorio, dónde el Pepe roncaba como un gorrino, y encima de la mesita de noche coloqué unas tijeras. En el comedor, sobre en el aparador, donde el teléfono, dejé una navaja con la hoja bien afilada. Cerré con cuidado la puerta y bajé a mi piso. A las diez y cuarto marqué el número de teléfono de doña Paca. El timbre sonó y sonó pero no lo descolgó nadie. Insistí. Al fin, oí la voz somnolienta y enojada del Rafita.
—Buenos días, ¿don José López García? —pregunté alterando la voz—. Bien, ¿sería tan amable de darle un recado? Es sobre su solicitud de ingreso permanente de un familiar, un hijo, creo. Dígale, por favor, que tenemos plaza para...
   Al otro lado de la línea se oyó un grito furibundo y después nada, el más completo silencio.
   Me tomé una tila, que falta me iba a hacer, y subí las escaleras temblando como un flan de gelatina. Recorrí el pasillo hasta llegar hasta la habitación de matrimonio. La escena era espantosa, casi vomito del asco. Padre e hijo yacían sobre la cama encharcada de sangre, revueltos, apenas se distinguía que pierna o que brazo era del uno o del otro. La pelea tenía que haber sido encarnizada y al final el Rafa le había clavado las tijeras al padre en pleno corazón y el Pepe le había hundido en el estómago la navaja de hoja bien afilada al hijo.
   Hice de tripas corazón y me puse a la tarea. Alcé al Rafita como pude, que pesaba el condenado más que un saco de piedras, lo arrastré hasta la ventana y de un fuerte empujón cayó sobre la montaña de basuras que se acumulan desde tiempos inmemoriales en el descampado que hay detrás del bloque, donde todo el barrio tira sus inmundicias, que nunca jamás en la vida he visto ratas tan enormes como las que se revuelcan en aquel estercolero.
Poco a poco el cuerpo del Rafita se fue hundiendo en aquella montaña apestosa. También quedó sepultado el del Pepe, que arrojarlo fue pan comido, que no pesaba ni un comino.
A las once y media recogí a doña Paca. Parecía otra con el pelo de un solo color y todos los mechones en una misma dirección.
—Ay, Paquita, no sabe lo que ha pasado —le dije camino de casa—. Han venido los del psiquiátrico a buscar al Rafita, que van a probar con él un nuevo tratamiento en una clínica en el extranjero y conviene que no se comunique en un tiempo con él, unos dos o tres años. ¡Ah! Y de paso se han llevado al Pepe, que también tienen tratamiento para alcohólicos...
—¡Que cosa tan rara!, y luego dicen que la sanidad va mal...¿Tú crees que estarán bien?
—¡Estupendamente! Y ahora se toma un caldito que le he guisado y se echa un rato que yo ya le he arreglado la casa, y le he puesto a lavar las sábanas de las camas, que estaban ya muy rozadas.
—Pero que buena vecina eres, hija.

Mipedaguelpeniel
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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CATARSIS
                                                                                                   

El amor es aquello que nos permite decirlo todo, o no tener que  decir nada...

                                                                                                                                            Albert Harpert

Esa noche comprendió el significado de estar aislada por primera vez. Sentía como que las horas eran leñas de soledad que avivan la llama imponderable de la angustia .Hoguera infernal que llenaba de calambres y frió todo su cuerpo de princesita primaveral.
Veía la necesidad urgente de buscar ese abogado de Dios que pronto le divorciara  de esta tristeza desordenada y obesa que sin piedad intoxicaba con ignominia el mismo centro de su alma. Era esa sirenita de siete colores que apostando a ser feliz se mancho de negro Algo así como  que en su aventura de surfear las nubes y deslizarse como gacela por el arcóiris, alguien sin pensarlo dos veces le desinflo el corazón guiándole la vida banalmente hacia un aprensivo abismo.
Grávidas lágrimas corrían por sus mejillas sin visado alguno y le ahogaba la realidad de no tener posibilidad alguna para utilizar sus poderes humanos. Lloro horas, días, semanas, lloro aun no se sabe cuanto.
Con la misma pasaron noches que paulatinamente aumentaban su tristeza. El  propio padre en desesperado intento le sujetaba mientras que su señora madre  trataba de persuadirle con palabras alentadoras a cambio  de algún que otro alimento, pero todo era inútil.
Otro día trajeron al cura del pueblo. Este le rezo unos ave marías, le hizo una cruz con agua bendita en la frente, y resulto que termino compartiendo lagrimas con la pobre chica. Partió el párroco no sin antes dejar la promesa de orar sin descanso por el alma de la damisela.
Una noche luego de algún tiempo decidió que su corazón  era muy pequeño para albergar tanto dolor, y fue a la calle a compartir su desdicha con todos de una manera muy particular. Recordó que alguien dijo  en algún momento: "Es religioso el acto mas humilde del mas humilde de nosotros, que en la oscuridad de su vida diaria realiza gustoso un progreso espiritual, sacrifica algo de sus pasiones algo de sus necesidades a la necesidad de hacerse mejor, esta es la verdadera manera de creer en Dios...". Y en una espontánea abnegación tomo varios grafitos y hasta un crayón de labios rojo, más para cuando todos estaban rendidos ante los brazos de Morfeo, sin pensarlo partió a la batalla corazón  vs. Alma .El vencedor de esta homérica batalla se llevaría el mejor monolito al desahogo.
       La primera victima fue el poste de la esquina en donde dibujo un par  de gaviotas volando algo abstractas .Luego tomo un autobús  y mientras viajaba pinto su asiento, los dos del frente, el de al lado  y hasta  a la hora de bajarse pinto una luna y un sol en la puerta.
       No tenia rumbo, su vida era similar a una rosa flotando en el mar, lo que hacia no importarle ni siquiera la forma que tomaba el aire en sus pulmones.
       Camino escribiendo y dibujando cuantas puertas, ventanas, muros, paredes se encontraba a su paso. La chica estaba inspirada con lo que hacia y aun mas que eso poseía una concentración  en el arte que practicaba superior a la de miguel ángel  en su capilla sextina.
        En la puerta de un banco muy importante del lugar escribió dentro de un corazón sangrante "... Donde la dulzura y el amor son en  vano, la ira es  muy justa..." Luego en la valla comercial de un wiscky dibujo un unicornio sin piernas. En el pedestal de una estatua, honores a un ser muy venerado de la ciudad, dibujo un ángel encadenado de cuello y manos, para luego escribir debajo..." De tu capacidad de conocer y vivir la felicidad dependerá tu capacidad  para conocer y aceptar el dolor..."
        Así la sirenita herida recorrió toda la ciudad por varias noches seguidas no dejando un solo rincón de ella donde no se haga aducir  su rebeldía pictórica .Todos  daban algún comentario en las esquinas, murmurantes se preguntaban que estaba pasando, y pese a que algunos manos en boca, preferían  practicar el silencio de los peces, otros afirmaron categóricamente que lo sucedido era obra y gracia del mismísimo diablo para confundir, y  que el señor ya lo había anunciado. De hecho los párrocos del la ciudad se reunieron alarmados cuando aparecieron en las iglesias, al pie de los santos, dibujos  múltiples que portaban un mismo mensaje escrito:..." Dios que tenéis el imperio de las almas, permíteme  reproducir a la claridad del  día, los demonios que se esconden bajo las tinieblas de los corazones humanos..."
       Hubo alerta nacional, como cuando  el instituto de meteorología anuncia que el huracán del siglo esta por llegar a las costas del país. Así dieron noticias en la tele, en la prensa sacaron  fotos  de los sospechosos, y hasta un ministro dio opiniones múltiples al respecto. Al final todos  llegaron a una misma conclusión, un mismo ideal, y una misma sentencia al fenómeno que ocurría...borrar todo lo que había sido dibujado o ensuciado (Como realmente lo  llamaron). Así, muros, autos, parques y calles, formaban parte del menú que estaba preparado para el exterminio de los dibujos y mensajes que salían de las manos de un ángel triste.
         Pasaron días con sus noches enteras borrando sin cesar, quitaron hasta el corazón flechado que una pareja había hecho en la parada del autobús. Limpiaron todo como jamás se había hecho y luego de esto pusieron policías, guardias nacionales y hasta  unos carros del ejército, a recorrer la ciudad las veinticuatro horas del día. Con esto quedaba absolutamente prohibido, de norte a sur de este a oeste, para todos en territorio nacional, dibujar algo con los colores del alma, por muy profundo que estos fuesen.
         La mariposita de alas rotas detuvo su vuelo, pero esta vez no fue para posarse en las espinas dolorosas que le desgarraban. Mas bien decidió descansar encima de esa suavidad de los pétalos  en la rosa .Entregándose como un cheque en blanco a la vida, y así como no le dejaron un lugar apto para colocar las radiografías de su dolor, una mañana de otoño se levanto desnuda mirando fijo al sol que le quemo las plumas y se  tatuó en el centro del corazón con la punta de un rayo..."La felicidad es mi mejor venganza..." Construyendo así dentro del mas  celeste lugar de su vida, un castillo azul para refugiar los sueños y el alma de los depredadores.
        Con el paso del tiempo  fue cambiando, a tal punto que cada vez que alguien dibuja una flor, o saca de sus labios un te quiero sincero, o simplemente empolle con un beso un pedacito de cielo. Ella sube un escalón mas a la felicidad y allí esta sumida en su propio mundo.
   
         Sabe muy bien que la  alegría cuando alguien común la desea, le busca en la piel de los demás ,pero cuando es sabia, se busca dentro de si mismo...
                                                                                                                                         
                                                           
Yuri
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL NIÑO DE LA NAVIDAD


Es veintitrés de diciembre, frente al fuego y con lágrimas cayendo de sus acaramelados parpados, Víctor llora en el despido de su padre, un infarto detuvo su corazón, y dejo morir el de su único hijo. En sus manos, hojas viejas con hermosas escrituras, Víctor siempre escribió en honor a su padre, pero el jamás leyó las dedicatorias de Víctor.

"El niño de la navidad" lo llamaban, porque su cuarto se iluminaba con luces navideñas todas las noches del año, su padre le prohibía escribir tan tarde, porque podría dañar su vista y no dejaría dormir a la vecindad, por eso quitando los bombillos de su cuarto lo dejaba a oscuras todas las noches, aun así, el inteligente Víctor, husmeaba entre las alacenas y closets de la casa hasta encontrar las luces navideñas, para iluminar su habitación y poder terminar sus novelas,  pero resultó que las casas vecinas esperaban con ansia los poemas  de Víctor, toleraban las luces navideñas todo el año, solo para poder leer el ultimo capitulo de su novela, todo lo contrario a lo que su padre predijera.

Un día cualquiera, Víctor prometió en alguna de sus mareas literarias, que jamás estaría triste, que no derramaría ni una lágrima más, después de la desaparición de su madre hacía ya  cinco años, y para la época, a sus cinco años de edad, esta promesa la rompió luego de sentirse mal por ultima ves, al encontrar las dedicatorias que le había regalado a su padre, en un pote de basura, y restos quemados en la hoguera, de mil maneras habían sido destruidas sus obras maestras.

Con sangre plasmada en papel, hizo la promesa aquel día, y con lágrimas sobre la tumba de su padre, hoy rompe nuevamente su frase prometida. El niño de la navidad calló en la depresión total, una depresión que no le prohibió escribir, pero jamás escribió sobre ser feliz. Sus poemas de tristeza inminente, causaron polémica al mundo moderno,  ante su realidad sorprendente, con galardones fueron premiados sus éxitos, pero nunca su corazón.

"Seré feliz, mientras todos felices sean" ¿decían esto sus poemas?, sarcasmo mas grande no existía, en su corazón Víctor no quería ser famoso, el quería ser amado, el solo quería sonreír y que su fama no fuera por estar siempre triste. Sin embargo las editoriales lo obligaban a escribir y sin piedad vendían sus éxitos en todo el mundo, recogiendo inimaginables sumas de dinero.

Pasaron los años de tristeza y el niño de la navidad se convirtió en un anciano, alguien sin sonrisa, pero catalogado como el hombre más rico en el universo, la realidad es que jamás tuvo a quien darle regalos, así que ahorro cada céntimo que ganó. Ya de anciano no era más que el olvido de un escritor antiguo, un poeta de esos que los adolescentes aborrecen mencionar.

Un niño en Australia escribió un libro de ciencia ficción que hoy sobrepasa los récords de venta de Víctor, sus editoriales lo jubilaron sin preguntar si seguía escribiendo, su vida culminaba y no tenia ni en que pensar para pasar el tiempo.

"La felicidad es el precio que se debe pagar por una bella amistad
Y la tristeza el costo de una vida solitaria"

Fueron sus últimas palabras, y el texto colocado en su lapida, hoy veintiséis de diciembre, a tres días del suicidio de Víctor Guzmán, mas conocido como
"El niño de la navidad"

Benedit Madrid
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL DE LA NIÑA

Nació un día lluvioso, por ahí por Julio. Me contaron que sus padres estaban demasiado felices porque era niñita y ellos ya tenían un hijo hombre. En todo caso, siempre se noto que adoraban a su hija, su hijita, su mujercita...
Ella era bonita, tenía ojos oscuros, igual que el pelo, y su piel era blanquísima. Era parecida al hermano cuando chicos, después, con los años fue cambiando. Cambiaba el clima y ella cambiaba, cambiaban los vecinos y ella cambiaba, cambiaban las estúpidas modas y ella cambiaba, cambiaba el año, los meses, los días y ella cambiaba, cambiaban las horas...y ella cambiaba. Nunca se cambiaron de casa, ni cambiaron el auto, uno bien antiguo, el más antiguo del barrio. Nunca lo cambiaron, pero ella si que cambiaba.
Tenía ocho años más que yo, me miraba siempre con una sonrisa, igual que a mi mamá, mi perro también, jugaba siempre alrededor de nosotras, era chiquito, y nos miraba y nos sonreía, era juguetón, era café con leche y se moría a cada rato; era el truco que más le gustaba, por eso cuando se murió por última vez no me dio pena, ni siquiera lloré... Mentira, anduve triste por mucho tiempo, pero no le cuenten a mis papás, ellos le dicen a todos que soy valiente porque no saben que en las noches no era frío lo que tenía, era pena,  mucha pena.
Cuando cumplí nueve, la invitaron a mi cumpleaños. Nunca entendí porqué, de hecho, aun no lo sé. Ella se iba al patio y se sentaba debajo del parrón con las piernas cruzadas, sacaba uvas y empezaba  a comer. Siempre hacía eso, ni hasta en mi cumpleaños dejó de hacerlo. Ahora tampoco, a veces, incluso se acuesta en las baldosas frías y mira las estrellas y por supuesto, come uvas, muchas uvas, le fascinan las uvas. Yo le preguntaba porqué le gustaba estar ahí, si no había alguien con quien jugar, ni siquiera alguien para conversar, entonces, ella me miraba con una sonrisa y se encogía de hombros, después miraba para arriba, para el cielo, y me respondía algo que nunca entendía; miraba para arriba como si hubiese un papel pegado donde dijese la respuesta, o un caballero soplándole que decir, el caso es que siempre decía algo distinto, siempre se encogía de hombros y luego respondía, siempre la respuesta era diferente, siempre miraba para arriba, siempre se encogía de hombros, y sonreía...
El hermano era dos años más grande, pero ella era distinta totalmente. Menos cuando chicos, ahí se parecían harto, pero cambiaban y ya no se parecían ni se llevaban bien, ni se hablaban. Pero a nadie le extrañaba porque era ella, y ella casi nunca hablaba. Ella no hablaba ni hablaba ni hablará; No le gusta. Ella prefiere escribir. Siempre escribía, en su cama, en la mesa, en el living, en la entrada de su casa o debajo de mi parrón. Siempre escribía, comía uvas y callaba por horas y después se iba, daba las gracias y miraba con una sonrisa. Parece que no lo podía evitar, siempre sonreía, callaba, escribía... es la persona más monótona que he conocido, y me caía medio mal, pero no por nada, si no que porque yo quería ser como ella, pero si me callaba por mucho rato, todos me hacían preguntas y yo me encogía de hombros, y miraba para arriba, pero veía a nadie y a nada, así que respondía cualquier estupidez y todos me decían que estaba loca, pero igual no servía, porque no era de la misma manera que a ella se lo decían, porque conmigo no lo decían bajito ni entre murmullos, a mí me lo decían con risas, y eso me daba rabia.
Un día salió a caminar y no volvió en todo el día, y sus papás, incluso el hermano, estaban vueltos locos porque pensaban que le había pasado algo, pero mi mamá decía que no, que la loca andaba de paseo nada más, y murmuraba otras cosas que yo no alcanzaba a escuchar y que ella no quería que yo escuchase.
Cuando a la noche volvió, en su casa, que estaba al lado de la mía, se oían gritos, pero no de alegría. Y en mi casa, sólo se escuchaba a mi madre hablando con mi tía, y a una vecina hablando con mi madre. Hablaban en voz baja. Ellas tampoco querían que yo escuchara, y lo lograban.
Esa noche anduve con insomnio, y cuando fui a buscar agua a la cocina, la vi. Estaba bajo el parrón, estaba sola y con el pijama puesto. A que no adivinan qué hacía... Miraba para arriba, comía uvas y escribía.
Yo sabía que iba a estar ahí, lo sabía tanto como sé que si en este momento me asomo, la encontraré mirando el cielo, con un racimo de uvas en la mano y con la espalda en el piso gélido. Era fácil pasarse de una casa a otra. Ahora no lo es, porque ahora hay vidrios quebrados en el borde y no dan ganas ni de mirar casi, y de pasarse ni hablar.
Ella delgadita, ni tan baja ni tan alta, pero blanquísima, y cuando chica, se parecía al hermano. Eso me han contado, porque soy ocho años menor, y sería complicado haberlos visto cuando se parecían. Quizás en ese tiempo tampoco se llevaban bien. Quizás no se parecían o quizás ahora se parecen más...quién sabe.
Otro día, empezó a caminar hacia donde pasa el tren. La mamá la iba siguiendo de cerca con gran esfuerzo. Parecía sacada de un cuadro, porque gesticulaba mucho y movía la boca y cocinaba rico y era bajita y delgada, igual que la hija, que también parecía sacada de un cuadro, y que cuando llegó adonde se dirigía, se paró en seco y se puco a gritar. Eso me contaron, porque yo no la vi; que gritaba y que lloraba y que no hablaba, ni escribía, ni comía uvas, ni se parecía al hermano. Sólo lloraba y gritaba, pero ya no estaba sola, porque la gente había ido al espectáculo. Por aquí son chismosos, por aquí todos hablan mucho, menos ella, que sólo escribe y calla.
Después de ese día no la vi más, ni en el parrón, ni en la entrada de su casa ni en ningún lado, sólo cuando volvió, luego de un año, u once meses, o diez quizás. Estaba más delgada, seguía blanca, seguía callada... pero ya no se pasaba por el patio ni llegaba al parrón de noche; sólo la veía ahí cuando su mamá o su papá estaban en mi casa hablando con mi mamá de cualquier cosa, que ni a ella ni a mí nos importaba.
A ella no le importaba nada, el auto viejo, el más viejo del barrio, ni su hermano diferente a ella, ni yo, ni el tren, ni los chismes. Sólo le importaban sus escritos, las uvas y las estrellas, y talvez el parrón. Pero no su madre, ni mi perro. No, no le importaba. De eso me di cuenta cuando se murió, porque ni ser percató hasta el mes siguiente, eso que mi perro era el regalón de la cuadra. Pero a ella no le importaba, ni siquiera su mamá.
En un día con harto sol, los papás la dejaron en la entrada de su casa,  sola, porque ya había pasado harto tiempo, eso me contó mi mamá, o sea, eso le contó a mi tía, al menos.
La dejaron sentada en la silla de playa que usaba su padre, y que estaba gris de tan vieja, igual que el auto. Ella estaba sola, hacía tiempo que no la veía así, y ya no sonreía. Mi perro tampoco, porque se había muerto hacía meses. A ella le gusta estar así, se notaba, porque aunque no sonreía, tenía los ojos distintos, y la piel igual de blanca.
Ese día, se paró y empezó a correr. Yo la vi, y mi mamá también, y mi tía, y como por aquí todos son chismosos, la vio media cuadra, menos su mamá, que estaba cocinando, como siempre. A ella le fue a avisar una de las vecinas. Pero era tarde. Ya ni rastro había de su hija, porque caminaba y corría rápido, porque era delgada y blanca y porque no le importaba nadie y se había ido.
Y se fue, un día, cuando me di cuenta que ni el parrón de mi casa ni sus escritos le importaban. Sólo las uvas y el cielo, porque era lo único que podía tener lejos. Creo.
Ni su mamá, ni su casa, de la que nunca se fueron, ni la silla de playa vieja, igual que como estaba mi perro, que era café con leche.
Un día, un día fue eso. Y ya no la veo más que cuando está en mi patio, mirando para arriba, buscando al señor que le sopla palabras, jugando con mi perro, aunque sigue sin importarle, ni que yo la mire...si ni sus padres le importan, y eso que cuando nació, en un día lluvioso, ellos estaban felices, porque la amaban, aunque su alegría eran puras lágrimas, aunque sus lágrimas eran para ella la nada misma, no de mala, sino que porque no le importaban y ya, y ni el cielo ni las uvas la cambiarán jamás.

Seudónima
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

MUJERES DESESPERADAS
         
   
Nuestro universo no es el único. Sería demasiado pretencioso creer que es así. Varios físicos han intentado dar una explicación a este hecho. Usted verá, existe una matriz para todos los universos, una base, y los que vienen después de ella son simples variaciones de la materia en el volumen. El tiempo y el espacio no son los mismos en cada uno de los universos paralelos. Aunque haya constantes, también hay variables. Por ejemplo, tomemos a esta mujer del universo 48, se llama Audrey.
Ella abandona el parque donde Montserrat Caballé y Marilyn Horne cantan Barquerole con racimos de globos atados a sus muñecas que se mueven al ritmo de la música de Hoffmann.
Camina unas cuadras pensando en qué cocinará esa noche para su marido, algo que pueda estar entre los alimentos que forman su dieta sin alejarse demasiado de las exigencias de Bill. Mientras hace la cola de la caja del mercado ve cómo el hombre parado delante de ella saca un pequeño sobre de plástico con dinero guardado entre las medias superpuestas que lleva, al menos, en el pie derecho.
   Camina hasta su casa apretando la bolsa de papel marrón contra su pecho. El pantalón le queda un poco suelto y le molesta. Desde que almuerza sola, cinco veces a la semana, el régimen de las ensaladas está dando resultados. Su cuerpo apenas recuerda aquellos años de preparatoria en los que era parte del escuadrón de porristas y su pollerita se agitaba en el viento cuando era lanzada hacia el cielo por los fornidos brazos de los hombres, al tiempo que sacudía sus pompones. Los recuerdos la desesperan.
   En el universo 17 existe esta misma mujer, con el mismo cuerpo, pero se llama Liliana. El tiempo no es el mismo, algunos años separan las circunstancias de sus mundos. En el mismo momento en que Audrey entra a su casa con la bolsa del mercado, Liliana imprime movimiento al brazo de su maneki neko, el gato de la suerte violeta que compró unos días atrás en el barrio japonés.
Se abriga y sale de su casa con el paraguas en el bolso, sin saber si la tormenta que se avecina será sólo una amenaza. Camina 12 cuadras y tres cuartos. Entra a un edificio. Firma en el registro de asistencia del colegio nocturno en el que trabaja, intentando no pensar en las historias de fantasmas que cuenta el sereno, de cómo por la noche se puede oír alumnos en las aulas vacías o las hojas de un libro que avanzan sin cesar ante dedos que ya no existen. Su miedo a la noche la desespera.
En el universo 24 la misma mujer es una reina. En este momento cae, empujada, de una ventana demasiado alta. Es el destino de una conspiración elaborada por su nieto. Antes de morir se desespera cuando ve cómo los perros callejeros se abalanzan sobre ella.
Mónica vive en el universo 6. Quizás el nuestro. Acompaña a su hijo que se balancea en una de las hamacas de la plaza. Pero sus ojos no están cumpliendo ninguna función maternal. No. Están fijos en el cielo que cada vez se vuelve más brillante. Su rostro se cubre de sudor en tan sólo segundos. Sabe que es una tormenta solar mayor a cualquiera de las que ya pasaron. Sabe que está observando el fin del mundo. Y la de ella es la mayor de las desesperaciones.

Máscara negra
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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NEGRO SOBRE DORADO


La lluvia caía incesante, ajena a todo y a todos. Al mirarla uno pasaba por alto la fuerza del mundo, dejaba escapar su implacabilidad. Ese día solo era posible contemplar su indiferencia. Llovía y llovía sin importar nada más. El cielo plomizo, las calles desiertas, los pequeños riachuelos junto a los bordillos. Incluso el tiempo parecía haberse detenido. Era como si el mundo hubiera parado de moverse y se derrumbara sobre la ciudad. Y como en un acto de mímica en su cabeza también llovía. Hubiera dado cualquier cosa porque esa lluvia interior fuera un torrente que lo arrastrara todo, porque se convirtiera en un diluvio que limpiara su mundo en un misericordioso acto de borrón y cuenta nueva.

Sin embargo la realidad era muy otra. Su lluvia se asemejaba más a un pequeño aguacero, más cercano al calabobos que al diluvio, una precipitación que arrastraba culpa, vergüenza, miedo, dolor y sangre.
Sentado en su viejo sillón (un mueble que alguna vez había sido blanco, pero que ahora presentaba un enfermizo color amarillento y despedía un penetrante olor a rancio), con un vaso de whisky en una mano y su frente en la otra, las imágenes le torturaban. Mirase hacia dónde mirase solo veía desierto, ciudades en ruinas y personas mutiladas en el suelo.

"Por la libertad, por la democracia, por amor a tu país", consignas que resonaban como un eco de muerte, como una risa burlona en lo más hondo de su alma. Contemplaba sus recuerdos como una película, se veía a sí mismo como un actor más, incapaz de reconocerse y sin embargo no podía escapar a la realidad de que era él.

Aquella guerra solo había sido una farsa, un circo orquestado por sabe el Diablo que motivos. No alcanzaba a ver el honor que supuestamente merecía por arrasar ciudades. La libertad y la democracia quedaban muy lejos de las salas de tortura que habían llegado a ser su hogar durante tantos meses. Había participado en muchos actos terribles. Cientos, miles de rostros le miraban desde sus recuerdos.

Y en especial aquel día, aquella despreciable mañana. Aquel pueblo en mitad del desierto se mostraba en su mente como un remanso de paz de un homogéneo color dorado. Un paraíso de papel de oro por el que los niños corrían, jugaban, saltaban y reían. A medida que revivía sus órdenes se le hacían más difícil ver otra cosa que no fueran los niños: "Que no quede rastro. Borrad ese pueblo del mapa". Y ellos lo habían hecho, porque las órdenes son órdenes. Habían caído sobre aquellos niños de oro como una lluvia negra de muerte y destrucción.

Aquellos gritos infantiles le pesaban en el alma más de lo que debía pesarle a Atlas el Mundo. Depositó con cuidado el vaso rebosante de licor sobre la mesa y con un movimiento lento asió el arma que descansaba a su lado. Trató de concentrarse en alguna imagen agradable, pero aquella lluvia en su mente le impedía ver cualquier otra cosa, solo se veía a sí mismo como parte de la tormenta. Y a los niños, que le devolvían la mirada confusos, con la clase de miedo e incomprensión que solo permite la inocencia.

Apretó el gatillo y un trueno restalló en el exterior. La tormenta había estallado por fin, dispuesta a llevárselo todo. En el interior también llovía: gotas de sangre que caían sobre el whisky. Seguía siendo negro sobre dorado, a pesar de todo.

Coon
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA TIERRA HOMBRE


. . . y el hombre no está solo en el planeta. . .


  ¿No?.


  Por  supuesto que no. Tú no estás solo, estás conmigo, con

tus padres o con cualquiera otra persona y si no estás con

alguien estás con algo; tu casa , tus lápices, tu ropa,

la tierra, el sol, las estrellas, etc. No se puede estar solo,

simplemente no.


  Y si no estás con algo.


No, no se puede y no me interrumpas más. Tengo otras cosas

que hacer,  mejor quédate callado escuchando si no me voy.


  Sigue leyendo, por favor sigue.


. . .  y el hombre no está solo en el planeta y mucho menos en

el universo, actualmente sabemos que este no es el único

planeta que tiene vida. Tenemos conocimiento certero acerca de

un planeta que, reviviendo viejas leyendas, se encuentra

habitado exclusivamente por mujeres. Su forma es idéntica a la

humana cuentan con los mismos matices y las mismas razas,

no obstante, su mundo y su historia son radicalmente distintos al

nuestro. En dicho planeta el sexo masculino no tiene cabida en

un cuerpo humano como sucede en la tierra.



   

Desafiando los límites de nuestra lógica el elemento

varonil está en un vegetal.  Se trata de un árbol más bien

pequeño (como la estatura de un terrícola normal ) dotado con

un aparato reproductor de dimensiones fálicas muy similar al
               
que posee el macho humano, la diferencia está en sus

testículos,  éstos se prolongan desde las raíces hasta el

tronco y evidentemente  son mucho más poderosos que los

testículos de cualquier criatura terrestre.
   
   Nosotros hemos denominado arbitrariamente a este planeta

"latierramacho".

   Durante sus primeros años de vida las mujeres

latierramachistas se alimentan del árbol fálico, así como

nuestros niños se nutren del seno materno, una vez alcanzada

la madurez lo emplean sexualmente, su vinculación erótica es

natural, inocente, directa..  Esto es casi imposible de

entender por los humanos, criaturas que vivimos  el sexo como

un placer, criaturas permanentemente acosadas por el

instinto y la moral.

   Estas mujeres no se enamoran entre ellas, su gran romance

es el árbol fálico. Se proclaman a sí mismas "hijas del

universo" piensan que aquel singular árbol es la manifestación

concreta  del Cosmos.    Ellas  no creen  que  exista  algo 

así como un  Creador, por lo  menos no al  modo  de la

religiosidad terrestre,  el  Cosmos  es una  especie  de 

animal  cuyos  huesos  y vertebras  somos nosotros.

Nos  resulta  difícil  explicar  porque  ellas  no

lo  explican  simplemente lo sienten,  son  ellas  un 

resultado  entre  el  silencio  religioso de los vegetales  y 

el cuerpo  físicoespiritual  de  los  humanos.  Hablan  con

muy  pocos  sonidos,  a cambio  utilizan  gestos, 

gestos  totalmente  distintos al de los humanos, infinitamente 

más  sutiles  y variados, más  anchos  y  comunicativos.   

Tratar  de exponer exclusivamente  en palabras  su 

pensamiento  es una labor que  no tiene mucha  fortuna,  pero 

no  tenemos  otra forma.   

   En materia científica son absolutamente ignorantes,

carecen de toda tecnología, pero poseen un fina sensibilidad 

en lo que nosotros denominamos "calidad humana".

   A la vista de un terrícola humano, el rostro de estas

mujeres es sobrenaturalmente sereno, se percibe en su actitud

la nobleza de los vegetales.


¿Y todo este relato es verdadero?


  Tú que crees.


  No sé que creer.


  Sí... este relato es verdadero.

Rodrigo del Cerezo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA MARTITA


.¡¡¡Allá va la Martita!!! Dijo Raúl, señalando con el dedo...y todos miramos a la misma dirección y cada uno de nosotros hizo un gesto de susto y cerramos las manos hasta en convertirlas en puños apretados.

La veíamos pasar cada mañana, no tenía hora fija, ni sendero programado, a veces aparecía por la vereda de enfrente como viniendo del supermercado, otras, era como si apareciera de golpe caminando por la vereda nuestra y cruzaba justo enfrente de nosotros que mirábamos  detrás de la ventana.
Caminaba rápido, con un ritmo monótono, marcado por pisadas iguales y enérgicas y miraba en dirección a nuestra ventana y nosotros rápidamente ocultábamos el rostro detrás de las cortinas para no dejarnos ver, nunca supe si alguna vez nos vio o nos presintió, pero el hecho de escondernos nos hacía invisibles o eso creíamos y todo esto nos producía un indescriptible nerviosismo, temblores y risitas constantes, además sudábamos un  poco...
¡¡¡ya pasó, ya pasó!!!, decía el menor de mis primos, el más travieso y salíamos afuera corriendo a tropezones para ver que dirección tomaba o verla desaparecer a la vuelta de la esquina de la panadería.

Le decían La Martita  pero nadie sabía bien su nombre, escuchábamos a mamá y a las otras tías hablar de todo y de todos en el barrio, pero cuando hablaban de ella, el tono de voz cambiaba, los silencios eran mas marcados, las exclamaciones mas profundas, las miradas más acentuadas y había cosas que no decían y solo hablaban con los gestos y las manos y nosotros tratábamos de adivinar ese parco lenguaje matizado.
Nunca supimos muy bien donde vivía, qué hacía, y adonde iba, nunca nadie se tomó el trabajo de dirigirle la palabra o de dedicarle u n saludo displicente.
  . Era extremadamente delgada, su cuerpo no marcaba ninguna forma, la planicie de su pecho no coincidía con la curvatura de su  espalda y claro los vestidos le colgaban lacios sobre sus hombros en caída vertical hacia abajo en colgajos de enaguas superpuestas, grises, eran los trapos que vestía o marrones según el antojo de ese día.
Un rostro magro y anguloso daba lugar a las marcadas y profundas ojeras, marco de negrísimos ojos de mirada recta, precoz, en cada giro veloz de su cabeza.
En la marcha y a cada instante se encogía de hombros y giraba la cabeza para un lado o para el otro con rapidez sorpresiva y de estar cerca te clavaba la mirada penetrante como puntas de lanzas disparadas.
Infundía temor la pobre Marta, y nosotros, corríamos como locos a nuestra casa para verla pasar muy cerca nuestro, pero separados por el cristal de la ventana y susurrando o clamando nos apretábamos unos contra otros o casi encimados para ver o percibir su firme paso, al toque virtual de nuestras manos.
Ella fue protagonista de mis pesadillas, adivinando el lugar donde vivía, los numerosos gatos que tendría, las sombrías habitaciones, y aún el lugar donde dormía, imaginado en lúgubres y mugrientas sábanas, y polvo por doquiera...

Esa mañana, nos habían despedido antes de la escuela, (reunión de maestros...creo), venía pensando lo que haría al llegar a casa.

La calma que traía se vio interrumpida de inmediato, es más, sucedió en forma abrupta y sorpresiva ya que vi a Martita delante de mí, la vi enorme, su delgadez hacía que pareciera mas alta, su cabeza inclinada hacia mi, dejaba caer a los costados del rostro un cabello largísimo, fino, desaliñado y negro que enmarcaba en forma macabra la mirada fija ahora concentrada en mi persona y su boca, sonreía en una mueca desdentada por donde pude ver brillar las encías con saliva.
Sentí terror mezclado con un profundo asco incontrolado y me fue imposible moverme del lugar en donde estaba, quedé fijada como un insecto clavado en alfileres de un coleccionista o como los conejos bajo el potente ojo de luz de un faro momentos antes del feroz disparo que lo llevará definitivamente a la muerte.
Ignoro el tiempo transcurrido, sentí mis lágrimas calientes sobre el rostro y el copioso temblor de mis mandíbulas.
La Martita estiró una de sus enormes manos sentí su calor en mi mejilla, me secó las lagrimas vertidas, acarició suavemente mis cabellos, ella también lloró con suaves contracciones y sentí a la mujer adentro de ella, sentí su sensible espíritu amarrado, su soledad, su hastío, su angustia acumulada, lloró en silencio y  guardaré por siempre ese momento en mi memoria.
Ella lloró, lloró en nuestro encuentro, luego partió alejándose más lenta, y yo, al girar pude ver como llevaba sus manos hacia el rostro y a sacudidas movía sus hombros y su espalda.

Ahora soy yo, la que la espera cada día.
Ahora soy yo, que prepara una palabra, un gesto, una flor una melodía.
Para entregarle y poco a poco ser su amiga, demostrarle que ahora dejó de estar perdida y sola para siempre.
Ahora yo, le doy  los buenos días y le muestro  mi colección de figuritas

Meyri
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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UN SUEÑO HECHO REALIDAD


Mara era una joven de poco más de diecisiete años, vivía en una pequeña aldea a cincuenta kilómetros de Lagos, en Nigeria.

Hacía ya más de un año, que un joven del poblado, atraído por el hechizo y la belleza de la chica la rondaba hacía bastante tiempo. Mara no deseaba acceder a tener una relación con el hombre, esquivándolo dentro de sus posibilidades. Pero aquella noche cambiaría su vida; volvía de casa de unos parientes, cuando al cruzar aquella esquina sintió como alguien le asía fuertemente de un brazo, tapándole los ojos a continuación. A partir de ahí,  sus gritos quedaron ahogados una y otra vez , la mano que le tapaba fuertemente la boca  le impedía pedir auxilio. La chica no pudo hacer nada por evitar la violación en aquel oscuro callejón; aturdida, confusa y sobre todo impotente, quedó en el suelo un buen rato; apenas recordaba nada, pero sus bragas rasgadas y el semen chorreando entre sus muslos, le hicieron comprender que no había sido una pesadilla.

Había podido reconocer perfectamente a su agresor, era el joven que insistentemente le llevaba rondando hacía tiempo, el mismo al que una y otra vez había estado evitando.

Ante el temor a ser rechazada por sus padres, Mara no contó a nadie lo ocurrido, ni tan siquiera a sus más íntimas amigas. Todo el mundo la notó rara a partir de aquellos momentos; ya no era la joven soñadora que quería comerse el mundo, sus ojos ya no irradiaban el brillo y la alegría que antaño poseían.

A partir de aquellos momentos, su única preocupación era que le bajara la regla; pero ésta no le llegó. En el fondo, quería pensar que el trauma de la experiencia vivida podría ser el motivo del retraso, pero no, el segundo mes tampoco le vino. Sumida en una tristeza que podía desembocar en una depresión, sacó fuerzas de flaqueza para pensar, para mantener la cabeza fría e idear un plan, pues no deseaba que su familia se enterara; era mejor desaparecer del pueblo que vivir con el repudio y el rechazo permanente de los suyos.

                                                                                                                         

Aquella madrugada, Mara preparó una mochila con alguna muda de ropa, enseres de aseo y rompió silenciosamente la alcancía que guardaba durante años. Echada en su cama, fue contando las monedas y billetes. El recuento total ascendía a mil cien Nairas, que es la moneda nigeriana. Antes de abandonar el hogar familiar, escribió una pequeña nota a sus padres y miró durante un buen rato a Nimba, su hermana, que dormía en la cama contigua. Nimba tenía nueve años. Los ojos de la joven, empezaron a humedecerse ante el llanto amargo y silencioso, esa pequeña es lo que más quería en este mundo y seguramente ya no volvería a verla jamás.

Tras darle un cariñoso beso en la frente, Mara cogió silenciosamente sus enseres y salió de la casa. Anduvo más de media hora hasta que llegó a una carretera, la que conducía hasta Lagos, la capital de Nigeria. Andando durante casi dos horas por el arcén de la misma, llegó hasta una gasolinera, donde tras muchos esfuerzos consiguió que un camionero la llevara.

El camión, que transportaba madera, iba con destino al puerto, lugar al que ella quería ir, pues sin duda sería su punto de partida hacia un destino incierto y desconocido, pero sin duda mejor del que podía aspirar en su país.

Tras entregar al camionero un tercio del dinero que portaba, éste le presentó a un marinero de un buque maderero, quien tras obtener casi ochocientos Nairas de la joven, la acomodó en las bodegas del barco, entre el cargamento de maderas con destino al puerto de Valencia. Era el único sitio donde podía cobijarla, pues esa práctica, aunque habitual, estaba totalmente prohibida por las autoridades del país.

Durante los varios días que duró el viaje, tuvo que aguantar un calor asfixiante, solo mitigado por el agua que le bajaba diariamente el marinero. La comida consistía en algún bocadillo que el hombre le bajaba a escondidas. Las primera noches apenas pudo descansar; entre el calor, las ratas, arañas e incluso alguna serpiente que divisó entre los troncos, hicieron el viaje una pesadilla, un sufrimiento al que no estaba acostumbrada, pero lo difícil de su situación personal, hizo que sacara fuerzas donde apenas quedaban, llegando al fin a Valencia, el puerto de destino.
                                                                                                                   

Aunque el buque llegó a media tarde, no pudo ser hasta la madrugada cuando el marinero la pudo desembarcar, no quería que la policía e incluso algún otro miembro de la tripulación,  le sorprendieran con la joven.

Sin dinero, cansada, maltrecha por el viaje y sobre todo por la incertidumbre de su futuro, anduvo deambulando por la avenida del Puerto. Sentada en un parque, dormitó durante dos horas hasta que al fin amaneció. No le fue difícil contactar con una chica de su nacionalidad, pues era la hora en la que las prostitutas regresaban hacia sus casas.

Glorie, que fue quien la recogió, se dedicaba a la prostitución en Valencia desde hacía tres años. Siempre había convivido en algún piso con otras compañeras, pero al fin podía vivir sola; tenía alquilado un pequeño pisito en la calle de la Reina, cercana al recinto portuario, por lo que consintió que Mara se quedara con ella, al menos podría compartir gastos si la chica al fin se decidía a hacer la calle.

Una noche, tras una reyerta con otra prostituta en el Camino de Las Moreras, fue enviada a prisión de forma cautelar.  En defensa propia, Mara le clavó un pequeño destornillador a la otra mujer, lo que motivó su ingreso en la cárcel de Picassent. Mientras estaba en el pabellón de preventivos en espera del juicio, nació su hija, una preciosa niña que pesó casi tres kilos al nacer, a la que llamó Esperanza.

Durante varios meses y entre el cuidado de su hija y sus labores en la prisión, tuvo tiempo para aprender español, si bien no lo escribía apenas, sí que se defendía bien con las palabras. Tenía una celda individual para ella y su hija en el pabellón de madres. Mara, aun privada de libertad, estaba feliz, su hija estaba junto a ella, no les faltaba de nada y poco a poco iba recuperando las ganas de vivir.

En el mes de Noviembre, un poeta valenciano impartió un taller literario en prisión, eran dos horas semanales. La joven se apuntó al mismo, pues sentía verdaderas ansias de aprender a escribir bien. Compuso incluso algún poema, que fue seleccionado para formar parte del libro que el escritor les prometió publicaría.

                                                                                                                         


El día cuatro de Marzo, se presentó el libro en Valencia. Mara, junto a siete internos de Picassent, tuvieron la oportunidad de estar en dicha presentación, pues el escritor había hecho las gestiones oportunas para que algunos reclusos vivieran ese momento, libres por unas horas. Al final del acto, hubo un coctel, donde reclusos, algunos acompañados de sus familias, pudieron departir con todo el mundo, incluso firmar autógrafos del libro. Habían periodistas, algún que otro político y público, sobre todo eso, mucho público.

Aquella noche, ya de vuelta en prisión, Mara durmió abrazado a su hija, se sentía feliz, había hecho un sueño realidad, sentirse escritora por un instante, firmar incluso algún que otro libro junto a sus compañeros; al día siguiente salieron en la prensa, reconociéndose perfectamente en algunas instantáneas tomadas en la presentación del libro.

Desde niña le gustaba escribir, por lo que no dudó en un instante en haberse apuntado al taller literario de la prisión. Cuatro meses después, se celebró la Feria del libro de Valencia, donde un día se presentó el poemario. Fue el día 1 de Abril, cuando sentado junto al poeta, en la caseta de la organización de la Feria, se convirtió en la primera reclusa de la historia que firmaba un libro en una Feria; ese hecho sin precedente en la historia de la  literatura  mundial, hizo que fuera objetivo de cámaras de prensa y televisión.

La cofradía del Santo Cristo, de la Semana Santa Marinera en Valencia, solicitó, como viene haciendo desde hace siglos, su indulto; sin duda impresionados por la historia de la joven y sobre todo,  por las ganas de sentirse útil a la sociedad; no en vano, su ejemplar comportamiento en prisión al cuidado de su hija, fue el mayor aval para que el consejo de ministros aprobara el finalmente el mismo, así como su permiso de residencia. Al cabo de varios años, pudo visitar a su familia en Nigeria, presentarles a su hija y sobre todo, abrazar con todas sus fuerzas a Nimba, su hermana., convertida en toda una mujer.

                                                                                                                     


Sus sueños se habían convertido en realidad, Mara era una escritora de éxito.

Manu Soliver
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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MONSEÑOR
                                                                   

Soy Gerberga de Bonanza, por línea paterna, por línea de mi abuela paterna, Cunegunda Musicada, hija a su vez del Gran Duque Sisenando Petrina de Lucia Barga, muerto en una cacería en la madrugada del día de Reyes, por una súbita parada del corazón. Otros dicen que no, que murió entre los sudores de dos magníficas putas venidas del sur, de muy lejos. Desde entonces, los temblorosos rezos en la Basílica de Lucia Barga, en la misa de Reyes, parecen más un murmullo o un mal rumor que oraciones sinceras. Y todavía se habla, a la salida de misa, abandonado el escaso fervor, de la muerte del Gran Duque Sisenando Petrina, mi bisabuelo.
   
He dicho que mi nombre es Gerberga, aunque algunos se empeñaron en llamarme Gerbereda, por una confusión del Señor Obispo el día que me bautizó en nuestra Basílica y que enfureció a mi abuela. Un enfado que duró algunos años, pues la abuela Cunegunda achacó el error a las malas intenciones del prelado. Ese año, el disgusto se notó mucho en la procesión, donde los pendones parecieron lánguidos y las imágenes cohibidas en las andas.
   En la primavera que siguió se levantaron vientos muy fuertes del Norte, más propios del ocaso de las Cabrillas, y cuando se acercaba el solsticio cayeron algunas lluvias. El otoño se pareció a su primavera y en las tardes de sol las gentes empezaron a sufrir disenterías, pujos y diarreas, de humores tenues muy copiosos, crudos y picantes. Sobre todo padecieron los que habitaban en las casas del Llano, desde donde se distinguía con claridad la casa palacio de Monseñor, por encima del muro y de los cipreses que franqueaban el viejo cementerio.
Ese palacio gozaba de un amplio jardín escalonado, seguramente trazado por un maestro jardinero lleno de inspiración; sus accesos el camino a su entrada en un corto paseo que invitaba a admirar su hermosa y ejemplar austeridad. De repente, aparecía el palacete, alumbrado en su interior por hileras de hachas de cera blanca que con su luz de la noche hacían día.
Los que vivían en los alrededores de la Plaza de los Mentirosos, mercaderes y artesanos en su mayor parte, también sufrieron llagas y postillas, sobre todo en las partes pudendas, y alguna calenturilla ligera de las que llaman miliares, pues salen en el cutis ciertos granitos parecidos al mijo, y cosas así; y las doncellas más jóvenes, que a todas les vino el menstruo de golpe, incluso a las que acababan de pasarlo, con lo que todas se inquietaron, sobre todo las nutrices, que no conviene proseguir la cría con la venida de los meses.
   Al siguiente año, las estaciones discurrieron por donde debían y durante los once días centrales del invierno, la naturaleza dio un respiro y el mar se mostró en calma, para que criasen los pájaros. Pero sucedieron cosas extrañas con los astros y las cosechas. Y con los gallos, que dejaron de cantar al alba. Algunos culpaban de tanta maldición a las disputas entre mi abuela y el obispo resoplón, pero la mayoría pensaba que todo provenía por causa de éste.

Eran conocidas las generosas contribuciones que mi abuela Cunegunda hacía a la Iglesia, más allá de lo exigible, incluso después de mi bautizo, que fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Y la religiosidad que en ella todo lo abarcaba, que rezaba sus oraciones con las manos levantadas al cielo, como las de Moisés. Además, el Gran Duque dejó de cobrar a los campesinos y arrendatarios lo que por derecho le correspondía, cuando los cabezas de familia cayeron enfermos o el grano resultó escaso por culpa de un tiempo tan revuelto y tan mudado. Y se mandaron dineros para casar huérfanas y redimir cautivos y pobres vergonzantes.
   En realidad, todos los asuntos de gobierno los manejaba la abuela desde hacía tiempo, mientras el Gran Duque, su padre, se dedicaba a la caza con gran entusiasmo, aunque le fatigaran unos desmayos como de gota coral. Pero él solo era amigo de andar en huertas, jardines y banquetes y al terminar de comer estaba ya ordenado el juego de cañas en el corral grande del palacio; dentro del cercado había un molinillo, casi a dos tiros de ballesta de su aposento, donde iba algunas veces a holgar si se encontraba muy cansado. La única dificultad que orilló en esos años él solo fue frente a los Embajadores de Bagamun, que vinieron a Lucia Barga con la mayor demostración de criados y riquezas, con pretensiones de hacer liga contra Las Tolbas; trajeron dineros y veinte caballos albaneses, un leoncillo manso y una doncella hermosa de sangre real, acomodada sobre una mula con gualdrapa de muchas labores sobre raso blanco. El Gran Duque rechazó la liga y la doncella visitó el molinillo, donde conoció de algunos juegos y mostró otros que, dicen, aceleraron el maltrecho corazón de mi bisabuelo.

Las gentes de Lucia Barga comenzaron a fijarse en las profundas y violáceas ojeras que resaltaban en la palidez de la piel de su obispo. Cuentan que algunas tardes, a la caída del sol, se le podía ver como una sombra inquieta, yendo y viniendo como alma en pena. Los más osados aseguran que eso ocurría cuando el obispo esperaba la llegada de la niña de los Gamboa, la familia portuguesa llegada hacía algunos meses, obligada por la despensera de palacio. Y acreditan lo dicho en el doloroso llanto de una criatura que apenas asomaba pecho y en los gritos rabiosos de la madre, que esas mismas noches se oían desde la casa de los pobres portugueses.
   Los más descargados fingían y callaban, cuando no encubrían al obispo y disculpaban sus disputas. Otros reconocían, eso sí, en privado, que el obispo respondía a todo con muchos visajes, gestos y descomposición, más propia de un hombre loco que de religioso, con palabras soberbias e insolentes; como un pobre desjuiciado, en fin.
Fue por entonces cuando falleció el Gran Duque Sisenando Lapetra, mi bisabuelo, por aquellas cosas del corazón, como queda dicho, y días después coronaron a la abuela Cunegunda. Iba vestida, lo recuerdo, con ropa larga de brocado, un collar muy rico al cuello y un joyel en los pechos. Se celebró una discreta ceremonia donde cantaron la Antiphona: Ecce ego mitto Angelum meum, qui praæcedat te, con ella junto al altar de Santa María, en nuestra Basílica.
Esa misma tarde se pudieron ver por las calles algunos altercados contra el obispo, así de la gente de la ciudad como de las alquerías cercanas, pero se reprimieron solos, quizá por respeto a la abuela, la Gran Duquesa, a quien todos estimaban. Los que subieron por el camino del cementerio dicen que el palacio de Monseñor no parecía el mismo, que sus accesos y el propio patio se encontraban cubiertos de hojas caídas, y que su aspecto decadente era bien visible, contrastando con un huerto hasta entonces luminoso.
   Yo tuve miedo, pues aunque era todavía casi una niña, pude darme cuenta de que no solo el palacio del obispo no era ya el mismo, sino que algo ocurría en Lucia Barga. Lo supe cuando un rayo cayó sobre la torre de aquel palacio, derrocó el capitel y quebró el reloj.

Nada supe de mi padre durante todo este tiempo, pues no acudió a la coronación de su madre ni a las exequias de la mía, la princesa Reinalda, digna de memoria a quien faltó la fortuna en las suertes de este mundo. Yo me hallaba en casa de una prima muy preñada, ya en días de parir, ayudando a las mujeres a preparar en sus potes los perfumes, bálsamos y ungüentos de pimienta, jengibre, canela, polvo de azafrán de los campos de Anatolia, azúcar con aroma de violetas, agua de rosas y cera y miel en panal. Fue entonces cuando recibí la noticia del agravamiento de la enfermedad de mi madre; desconsolada, partí con urgencia hacia Lucia Barga, con la esperanza de encontrarla aún con vida. Esa misma tarde alzaron pendones por ella en presencia de la abuela Cunegunda. Y no se guardó luto, pues así lo dejó ordenado en su testamento.
Mi padre, mi pobre padre, ¿cómo podía acudir a Lucia Barga? Muerto en lo de Argel, Dios lo tenga a su lado, pues servía al Emperador por aquellas tierras, nunca se encontró su cadáver. Entró en Argel con su galera para desembarcar a los españoles en los bateles y esquifes de la flota, con sus arcabuces, caballos y nueve tiros de artillería de campo. Y estando el cielo claro y limpio de nubes se levantó de súbito un viento áfrico que nace por aquellas partes, un viento que envanecía la arena y cegaba y lastimaba las caras. Se sintió mi padre herido de repente, se llevó la mano al pecho y notó la tetilla reventada como una manzana, desde la flor al pezón.
Voces deslenguadas aún afirman que vive y que tomó puerto en La Española, y que como le fuera bien en alguna de aquellas nuevas guerras, le dieron una escribanía de ayuntamiento en alguna villa. Y aún dicen más, que entiende de algunas granjerías, entretenido con la hermana menor de un Gobernador español, con intención de tenerla por amiga.
Antes estuvo en un batallón de cinco mil infantes que el rey español envió a favor del Papa, en guerra con los Venecianos...

Me pierdo, Don Pedro, me pierdo en mis recuerdos, pero dejad que termine de contaros. La decadencia no andaba solo en los dominios del obispo y su palacio, sino también en las calles y en las más nobles almas de Lucia Barga. Hablaban mal unos de otros, sin mirar que esta es una de las más viles venganzas de la tierra. Unos acusaban al Conde Atenor de conspirar por la Provincia de Carla Medina, otros al primo Merodaco de perseguir ser Oidor del Gran Ducado, al Licenciado Almadion de soñar con echar a su hermano y vengar sus injurias, y al Abad de Compludo de conjurarse para ser el nuevo Obispo de Lucia Barga.
Acudí entonces a casa de Monseñor y simulé estar con él en buena conversación al brasero. Vi la bolsa del breviario a su espalda y le pedí que lo sacara. Cuando se giró, con un hierro y de un solo golpe le quebranté los cascos. Así lo encontraron, con el breviario ensangrentado y algunas hojas arrancadas. 
   Nuestro río, hasta ahora fresco y caudaloso, se muestra seco a su paso por Lucia Barga, salvo por un hilillo como de baba que recorre algunos tramos, y el puente se asoma deshecho a él; las aguas de sus lejanos y legendarios saltos ya no cicatrizan las heridas y las fuentes gemelas no curan la demencia; al contrario, unas se han vuelto amargas y corroen las carnes de los hombres, y las otras han terminado por provocar el delirio. Las casas cercanas a la orilla aparecen inundadas de desperdicios y los campos son ahora de yertos rastrojos.
Hoy no hay obispo en Lucia Barga, pues terminaron por huir sus Provisores y la Audiencia Episcopal. Las gentes talaron la mayor parte del Soto que llaman de Magaz, propiedad del obispo, y rompieron las cubas de vino.
Razón debió tener aquel Astrólogo Judiciario cuando sacó un pronóstico en el que decía haber nacido una princesa que quitaría grandes males de este mundo, y esto no por más de pensar si fueron solos pecados de nuestro obispo, o si fueron tristes hados de Lucia Barga.

   ─Ego te absolvo in nomine patris, et...

Yahya Joshi
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

EN EL NOMBRE DE DIOS


Sabor a metal en los labios, y un gran gris sobre los ojos. Un zumbido, continuo y agudo en los oídos. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué había ocurrido? El zumbido comenzaba a despejarse lentamente y un entrechocar de metal retumbaba en el aire, esto trajo a su cabeza, su dolida cabeza,  un primer recuerdo. Se llamaba Demetrio, lo recordaba. Esto abrió una nueva puerta, su esposa, en su hogar aguardando lánguida y triste su regreso. Una puerta más. Su regreso del campo de batalla. ¡Eso es!  Él era Demetrio, un soldado de Dios, un cristiano luchando contra el infiel y protegiendo su tierra. El infiel, esos turcos selyúcidas eran cada vez más fuertes. Bajo el mando de su sultán Alp Arslan eran cada día más y  más poderosos y su extensión conquistando territorios cristianos y bizantinos era imparable.  Pronto Demetrio tras unos instantes lo recordó todo.
   El sabor metálico y el zumbido, ambos,  eran frutos de la batalla, recordaba perfectamente como abatió con su lanza al primer turco que se cruzó en su camino, atravesándole el cuello y desincrustándolo de la lanza después con su pie. En ese momento una flecha le paso cerca de la cabeza obligándole a agacharse y permitiéndole a su vez ver a otro turco que se acercaba por su espalda. Demetrio dejo su espalda descubierta al ataque del enemigo, buscando hacerle creer que no había percibido su llegada. El soldado turco, confiado, se acercó presto levantando el hacha con sus dos manos dispuesto a descargarla ferozmente sobre el incauto cristiano. Demetrio, curtido en más de diez batallas, fue rápido y preciso en sus gestos. Justo cuando el turco descargaba el hacha sobre su cabeza ferozmente Demetrio se agachó apoyando la empuñadura de su espada sobre el suelo. El soldado turco pillado por sorpresa y habiendo descargado su golpe con todas sus fuerzas perdió el equilibrio sobre Demetrio y comenzó a caerse rodando sobre él. Demetrio había calculado bien y cuando el turco rodó hacia el suelo con un gesto casi mecánico de su brazo derecho condujo la caída de éste hacia el filo de su arma atravesándolo por completo desde la espalda y a través de sus costillas. Tras  esto todo estaba algo más nublado, la adrenalina golpeó como un azote en su cabeza dispersando de nuevo su sentido. Recordaba haberse lanzado sobre dos soldados turcos que remataban despiadadamente a uno de sus compañeros, recordaba también haber herido a uno en el brazo del arma y  haber esquivado un tajo que de haber acertado hubiera cercenado su pierna derecha, lo que apenas recordaba, era de donde venía aquella maza que impactó en su cara.
Tras recordar lo ocurrido, la niebla sobre sus ojos, el zumbido y parte del malestar se esfumaron. Le dolía terriblemente la herida de la cabeza, debía de ser profunda y grande pues no paraba de manar sangre y eso que, seguramente, llevase un rato inconsciente. La sangre le recorría casi toda la cara, pegándole el pelo al rostro y llenándole la boca de sangre que dejaba un amargo regusto metálico en sus labios y lengua. Apenas se escuchaba ya ruido de batalla, la mayoría de los soldados estaban muertos o habían huido. Era difícil saber si habían vencido, o si los turcos seguirían con su inexorable avance, pero lo que si estaba claro es que miles de hombres habían muerto hoy ahí. Demetrio se incorporó y al comenzar a caminar se dio cuenta de que de alguna manera se debía de haber esquinzado el tobillo derecho, pues apenas podía caminar y le dolía terriblemente. La mano del arma también le dolía y aunque había perdido su espada y su lanza, no le fue nada difícil encontrar una espada nueva entre los montones de cadáveres. Nadie parecía haber sobrevivido. Caminó y caminó durante unos minutos y pronto una voz sonó entre un grupo de cadáveres. Era una voz que hablaba en una lengua extranjera y que repetía entre muchas otras palabras, el nombre de Alá una y otra vez. Se trataba de un soldado turco al que habían cortado una de su piernas y que, a juzgar por el charco de sangre de su alrededor y de su color de piel, debía llevar desangrándose prácticamente toda la batalla. Su mirada estaba vidriosa y sus manos y labios temblaban mientras continuaba murmurando. Demetrio se acercó a él, pero este ni siquiera reaccionó. Quizás estuviese ahí de cuerpo, pero su mente debió haber volado hace rato con Alá, pensó Demetrio. Con cuidado se acercó a él y poco a poco se dio cuenta de que no sobreviviría. La herida en la pierna del soldado turco, lejos de dejar de sangrar, continuaba, y a un ritmo preocupante, pronto, muy pronto el soldado moriría. Demetrio sintió pena, la batalla había terminado y en su cabeza ahora no existía el islamismo ni el cristianismo, Demetrio tan solo veía a un hombre muriendo ante sus ojos. Trato de ayudarlo pero no se le ocurrió como. Cerró la herida de su pierna con lo que quedaba de su propia túnica, y lo recostó en un claro en el suelo lejos del resto de cadáveres. El soldado turco se fue apagando lentamente, poco a poco, y Demetrio comenzó a rezar encomendando a Dios su alma de infiel. Demetrio no se dio cuenta, ni siquiera noto como el soldado turco al escuchar de la boca de Demetrio la palabra Dios había despertado de su trance y casi sin fuerzas había empuñado una daga cercana que un soldado bizantino había perdido en combate y la había clavado en el costado de Demetrio con su último suspiro de vida. Demetrio sintió dolor, mucho dolor. El aire de sus pulmones había desaparecido y sentía frio y asfixia. Sus ojos, cerrados en un rezo se abrieron de repente en un gesto crispado. Mientras un gemido se escapaba de sus labios pudo ver como el soldado turco moría con una daga en su mano que había clavado en su costado. Más dolor recorrió el costado de Demetrio y un hilo de sangre brotó de su boca. Sintió que esto había sido el final para su cuerpo magullado, que este golpe era el golpe que acabaría con su vida. Demetrio se recostó sangrante sobre el suelo a la par que con gran dolor se desclavaba la daga. Poco a poco se fue tumbando en el suelo, buscando sentir menos dolor y poder respirar. Su vida se le escapaba a cada suspiro. Entonces un ruido de caballos cercano lo alivio en su dolor. No sabía quién era, pero sin duda era una esperanza. No se había dado cuenta pero tenía los ojos cerrados. Entreabrió con dificultad uno de sus ojos a tiempo para ver como un par de carromatos bizantinos tirados por caballos paraban cerca de donde él se encontraba. Pronto las puertas de los carromatos se abrieron. Y del primero de ellos bajaron dos figuras. Primero bajó una mujer a la que Demetrio inmediatamente identificó, se trataba de la emperatriz Nicéfora esposa del emperador. A Demetrio le sorprendió verla allí, a una emperatriz, de hecho pensó que su futura muerte le hacía delirar. Sin embargo, la siguiente persona en bajar del carromato le hizo volver a su cordura. Se trataba de Constante, líder de la iglesia en Bizancio y amigo personal de la emperatriz. Constante era muy severo y justo, era un hombre de Dios y según le pareció a Demetrio, era su salvación enviada por el Todopoderoso. Varios soldados que acompañaban el carromato parecían buscar entre los restos de la batalla algún superviviente sin mucho éxito. Una voz cercana a Demetrio le hizo girar lentamente la cabeza hacia otra dirección. Un soldado informaba de la ausencia de supervivientes desde un par de pasos a la derecha de Demetrio. Demetrio sacando fuerzas de flaquezas trató de gritar con todas sus esperanzas, pero nada salió de su garganta más que una ensangrentada gárgara. Demetrio se sintió débil tras su esfuerzo y condenado por no haber logrado llamar la atención del soldado. Sin embargo la simple gárgara pareció haber llamado la atención del soldado, quien sorprendido se acercó a Demetrio y tras un rápido vistazo a su maltrecho cuerpo gritó informando a sus superiores de la existencia de un superviviente. Demetrio creyó haber perdido la consciencia durante algunos minutos pero cuando volvió a abrir los ojos vio frente a él al arzobispo Constante, quien con su pálido rostro y tupida barba escudriñaba a Demetrio. Demetrio probó a hablar:
-   Mi señor, gracias por venir a salvarme – dijo Demetrio con un hilo de voz.
-   Hijo mío – dijo el arzobispo con una seria y profunda voz- Poco puedo salvar de ti, pero salvaré tu alma.
-   Gracias padre, ¿vendrá Dios a recoger mi cansada alma al campo de batalla? – dijo de nuevo Demetrio con un aún más desgarrado y agotado hilo de voz.
-   No hijo, en el reino de Dios no hay lugar para los asesinos, pero yo le hablaré bien de ti cuando me halle junto a él en el cielo. Descansa y prepara tu alma para el infierno, pues Dios no manchará sus ropajes viniendo a un sitio como este.
Tras decir esto Constante se irguió lentamente, mirando los ojos de Demetrio fijamente sin ningún tipo de sentimiento, poco a poco giró la cabeza y se dio la vuelta para marcharse. Demetrio agarró sin fuerzas la túnica del arzobispo, en un último intento de marcharse con Dios quizás. Constante miro a Demetrio mientras el brazo de éste perdía poco a poco fuerza y  soltó su túnica, tras esto se giró por completo y con un paso tranquilo comenzó a marcharse en dirección al carruaje, mientras poco a poco la vida en los ojos de Demetrio se apagaba para siempre.

José Luis Guerrero Fernández
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL AMANTE PROVISIONAL


Había una vez un  hombre que amaba en los aeropuertos.
Y sólo en los aeropuertos

Quizás fuera la  influencia de aquel entorno translúcido, todo acero y cristal. O tal vez la inconsistencia de un mundo cuyos habitantes estaban eternamente de paso. El caso es que a Marcos le atraían las mujeres de los aeropuertos y sólo esas mujeres.
Él se decía que la seducción radicaba en el misterio que las envolvía, en la historia que cada una arrastraba a la par que su maleta. Aunque también en la imposibilidad de fijarlas en su vida. Cada vez que un avión despegaba llevándose a su último amor, volvía a disfrutar de una libertad que estuvo en peligro. Sufría un poquito, sí, pero apenas se reintegraba al flujo de viajeros, divisaba a la que habría de procurarle el olvido y una nueva ilusión.
El amor que se le escaparía de nuevo de las manos como el agua se escurre de entre los dedos.
Esta querencia de Marcos por las situaciones inestables, su deseo de provisionalidad había surgido precisamente en un viaje cuyo regreso se vio entorpecido por una huelga, no recordaba ya si de controladores o de pilotos. La cuestión es que una multitud enfada y protestota tuvo que instalarse durante cuarenta y ocho horas en las asépticas e impersonales salas del aeropuerto. Sentada en el suelo, con la espalda contra la pared había una chica que ensartaba piedrecillas en un tira de cuero. Era un islote de calma en medio de la tormenta general. Marcos se sentó a su lado, ella contestó con una sonrisa  a su saludo desganado y continuó con su trabajo.
—Tú al menos no pierdes el tiempo.
Pero la chica, mostrando su cara redonda y pecosa, de ojos gatunos, le soltó una parrafada en inglés y, para su desgracia, Marcos había suspendido siempre en esa asignatura. Pero como no tenía  nada mejor que hacer, ni siquiera  collares, ensayó la mímica para intentar una presentación
—Yo, Marcos, dijo mientras se daba una palmada en el pecho. Y luego señalándola con el dedo ¿Tú?
—Khaty, dijo, y rió para subrayar aquel primer dialogo digital.
Precisamente Caty se hacía llamar una compañera de trabajo de Marcos, (en realidad, Catalina), con la que andaba en una relación  que por días se cerraba sobre él  de manera irremediable. Porque la mujer, de ojos negros y pensativos, caderas de adolescente y pechos de matrona, le gustaba lo suficiente como para pasar con ella (no importaba en qué casa), parte de su tiempo libre. Fue precisamente la programación de ese tiempo, férreamente controlado por Catalina, y unos ciertos acontecimientos, los que produjeron en Marcos lo que más tarde sería conocido como  el síndrome de los aeropuertos.
Pero ahora todo era provisional, unas horas robadas a lo cotidiano. Así que descubierto el éxito de la mímica, la siguió empleando para invitar a su nueva amiga a la cafetería, donde pudo saber que volvía a Glasgow después de visitar Egipto y que todo su equipaje estaba en aquella mochila mugrienta. Como lo suyo no era la verborrea, acabó viendo una ventaja en la imposibilidad de entenderse por otro medio que no fueran las manos. El aspecto de la chica hablaba por ella: pantalones  coloridos, muy anchos y cogidos a los tobillos, un chaleco sobre una camisa y una especie de capote militar  atado a la mochila, sandalias de tiras de cuero y piedrecilla, las mismas que un momento antes ensartaba en un cordón ¿Sería una hippi autentica? En el transcurso de las largas horas de espera, Marcos  comprobó que no tenía prejuicios en  cuanto al contacto físico-amoroso, que empezó con unos pellizquitos en las mejillas de la chica, que tenían toda la apariencia de la piel del melocotón y que abrieron de nuevo su sonrisa, la misma con la que dijo su nombre y aceptó acompañarlo a la cafetería. Animado por la aquiescencia de Khaty, el hombre deshizo su larga trenza rojiza para juguetear a gusto con aquella  melena olorosa a curry y puestos en faena, buscaron un lugar cómodo para seguir, entre besos y cosquillas, avanzando hacía los territorios, antes secretos, del amor. La incursión a dichas zonas íntimas debió resultarles  satisfactoria por que ya de madrugada, agotados y felices,  se durmieron sobre una esterilla que la chica sacó de su repleta mochila. Los despertó el día que entraba a raudales por las  cristaleras del aeropuerto La llamada para el avión de Khaty los sorprendió echándose agua en la cara para despejarse,  ni les dio tiempo a un último café. Ella todavía mostraba su mejor sonrisa cuando él intentó que le anotara su dirección y corrió tras ella  para darle la suya escrita en una servilleta. Pero la chica no cogió el papel,  ni apuntó nada, tampoco dejó de sonreír durante el tiempo en que aún pudo verla, antes de que se la tragara la escalera mecánica. Al cabo de dos horas anunciaron su vuelo. Subió al avión todavía prendido de la maravilla de una noche inolvidable e irrepetible y ahí debió iniciarse en él aquel absurdo deseo que le impulsaba a buscar el amor de paso, el que  debía partir  apenas había  llegado. El que sólo podría encontrar en los aeropuertos.
Entre tanto Catalina se preguntaba que podía haberle pasado a su hombre, por qué ya no la buscaba ni hacía planes  con ella, es más, podría jurar que la rehuía. Caty era una mujer perseverante y además se había enganchado a Marc, lo tenía dentro de sus planes de futuro. Y en sus sueños. No renunciaría a él sin saber al menos porqué. Y decidió seguirlo. Así fue como se vio en el aeropuerto, camuflada tras una columna, tras un cajero, tras un expendedor de refrescos, observando a su Marc. ¿Y que  vio? Pues a un hombre que miraba con  interés  los paneles informativos de horarios de salida y llegada de aviones, donde también podían verse los vuelos retrasados. Después estudiaba a las viajeras  que tenía alrededor, especialmente a aquellas que ponían cara de contrariedad o impaciencia y a las que aún trataban de conseguir más datos sobre la demora. Entre las  pasajeras obligadas a esperar hacía su elección. Entonces se sentaba al lado de la escogida o emparejaba su paso a los nerviosos pasos de ella. Unas  veces era ignorado sin más, otras se iniciaba un intercambio de palabras o de sonrisas, era el tiempo de la   mímica, arte que Marcos había acabado por dominar.  Luego, cuando al cabo de algunas horas la mujer lo abandonaba, obediente a una llamada o a los requerimientos de la pantalla, la despedía al píe mismo de la escalera que separaba el mundo de los que se iban, del mundo quieto de Marc. Un día tras otro Caty vigiló al hombre que se había destinado y sin saber exactamente qué lo llevaba hasta allí, comprendió que soñaba, ¿pero en qué, con quién? Así que una tarde, cuando ya se marchaba, tropezó con él casualmente, justo al lado de la puerta.
—   ¡Qué sorpresa, chico, venir a encontrarte al aeropuerto!
—   Y tú ¿qué  haces aquí?
—   He venido a despedir a mi hermana, que se ha ido a Londres, anda, vamos a tomar algo, tengo la boca seca.
Con toda la cautela y la maña que sólo una mujer es capaz de utilizar, Caty consiguió que Marcos le contara la historia de la otra Khaty. O tal vez no fueron sólo las artes de ella que le hicieron hablar, sino su propia conveniencia. Mejor que su amiga supiera que andaba en otros mundos, que no debía contar con él. No quedó claro si esperaba volver a encontrarse con la hippi o si gozaba simplemente con el paso incesante de mujeres que iban de una ciudad a otra, cambiaban de país o de continente, vestían túnicas, saris o  pantalones floreados. Sí comprendió Catalina que el hombre que eligió había cambiado de gustos y de expectativas. Lejos de mostrarse extrañada  habló de la variedad de culturas, de la mezcla de civilizaciones, del interés que despertaban esas gentes venidas de todas partes. Luego se despidió de él y se fue a casa. Y se dedicó a meditar. Siempre pensó que detrás del desapego de Marcos habría otra mujer. Pero no, lo que había era una ilusión. Nadie, sólo sueños. Si lo quería,  debía encontrar la forma de entrar en ellos.
Una tarde de viernes, el hombre que amaba en los aeropuertos se dirigió sin vacilar a una viajera que trataba de informarse sobre el tiempo de demora de su vuelo. Vestía un sari azul con cenefas doradas y lucía un lunar  justo entre las cejas, tenía el pelo negro y brillante partido en dos y recogido atrás en un tirabuzón perfecto. Sobre el carrito de equipajes, una mochila gastada.  Hablaba un castellano mestizo de no se sabía que lengua y llenaba los huecos de lo incomprendido con una sonrisa aquiescente. A ratos, Marcos llegó a pensar que aquella belleza hindú guardaba un cierto parecido con Caty. Eso mismo le ocurrió otra tarde, una semana de por medio, con una preciosa chinita que se envolvía en un kimono rojo y cuyo vuelo estuvo retrasado tantas horas que le dio tiempo a Marcos a averiguar lo que había debajo de tan casto envoltorio; nada, sólo la apetitosa piel de una mujer cálida, para cuyo lento disfrute debió darse prisa en buscar algún refugio íntimo. Y qué decir de aquella otra que arrastraba una larga falda floreada y llevaba el pelo recogido en multitud de trencitas enrolladas con cintas de colores... Pecosa y con el pelo pintado de hena, empujaba ante si una mochila gastada, igual a la que transportaron días atrás la chinita y la hindú. Era un guiño a lo racional, un hilo del que Marcos tiraría alguna vez,  eso esperaba Caty, para encontrarla a ella sujetando el otro extremo
Pero el paso del tiempo ha tenido un efecto extraño sobre Catalina, el mundo del aeropuerto ha llegado a hechizarla también a ella. La búsqueda de cada nuevo  disfraz, la incertidumbre acerca de la reacción de él, el alivio cuando la escoge entre las otras, el placer que por estar rodeado de riesgo es aún más placentero...Y es que no hay color entre sus aventuras semanales y la temida estampa de ellos mismos sentados ante el televisor, sin nada que decirse.
Como salida para una situación que no podía eternizarse, Caty había pensado  presentarse un viernes vestida de ella misma. Si él se comportaba como de costumbre, querría decir que la aceptaba como aventura permanente. De todos modos Marcos tenía que saberlo; no sólo por la mochila y el rostro que, más o menos pintado, era siempre el mismo,  sino por lo que sus manos  acariciaban  bajo las túnicas, los saris o los kimonos, los rincones secretos de cada uno, esos que ya habían explorado tantas veces refugiados en los desvanes  del aeropuerto.

Las reflexiones de Caty están cargadas de lógica y ya se ha dicho más de una vez que ese viernes será el último, pero al final la puede el temor de hacer trizas una ilusión tan linda. Tiene miedo de que al salir del sueño, Marc ya no sea su hombre.
Además, que la vida da muchas vueltas y  puede que en una de ellas aparezca la puerta de salida de esa situación tan extraña como  preciosa.
Lo mejor, concluye Catalina, es esperar. Y de inmediato se pone a pensar en el  disfraz  del próximo viernes.
 
Camino
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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53, UN NÚMERO EN UNA ESTADÍSTICA


Cuando me planteo escribir un relato sobre algo que mi imaginación recrea no tengo miedo a equivocarme porque no tienen rostro los personajes, no los conozco, su vida sólo existe cuando alguien lee la historia y la hace suya. Alguna vez he escrito sobre alguien real, con nombre y apellidos, con dirección, con una vida más allá de mis letras pero han sido sólo unas guías necesarias para crear algún personaje o he recreado mediante palabras, ( sílabas, lexemas...) sentimientos hacia amigos que cara a cara me ha sido imposible gritarlos o también he voceado desprecios con mis palabras a seres que me han parecido vacíos, indecentes y lo peor, malas personas.
Ahora me he propuesto un reto, algo que llevo pensando durante un par de semanas y admito que me da miedo. Escribir, contar una historia de una amiga, rendirle un homenaje para que no sea recordada sólo como un número en una estadística porque a pesar de él tenía un nombre y una vida.
No intento engañarme a mi mismo y a quien pueda leer este relato contando lo maravillosa que fue, no es esa mi intención sino aproximarme lo más posible a la realidad que yo he vivido. Me faltan datos para recrear una biografía, no lo pretendo, simplemente es contar, desde mi punto de vista y del tiempo que llevaba conociéndola, como era ella, como era Encarni Alcázar la víctima numero cincuenta y tres del maltrato de género (o machista).
La conocí hará unos ocho años atrás, tengo que decir que no éramos amigos íntimos, conocía de su vida todo lo que ella me quiso contar y todo lo que con el tiempo yo pude descubrir. Era muy insegura y con el paso de los años aún dudaba más. Dudaba de su propia capacidad para decidir sobre su vida. Al principio era de las pocas mujeres Soldado que había en el Acuartelamiento, quizás destacaba sobre el resto por sus ganas de trabajar, su tesón, su responsabilidad. Supongo que tuvo que intimar con algún compañero del sexo opuesto, era joven y no mal parecida, pero siempre fue muy discreta con su vida privada. A Jesús Hernando lo conocí también, era Cabo especialista en Administración y por entonces tenía novia, Lola, otra Cabo de su misma especialidad.
La vida en el cuartel es un microcosmos dónde todo se acaba descubriendo y analizando. Todos nos preguntamos en alguna ocasión qué le podía aportar a Lola, una muchacha encantadora, aquel chico cuya prioridad siempre eran las fiestas. Salía días enteros sin ella y regresaba de madrugada, vivían en el cuartel. Los límites en las relaciones de pareja los ponen aquellos que la forman y es de suponer que ella aceptaba aquella situación con resignación. En el corazón mandan razones que la razón no entiende.
Como antes he explicado no se trata de ninguna biografía así que detalles de su vida privada, que no es el momento de airear, se dejaran por mi parte resguardados en mi recuerdo. Se que Encarni nunca tuvo suerte con los hombres y de alguna manera me dio la impresión que se sentía frustrada por ello. Jesús Hernando se fue a hacer el curso de Cabo 1º y al superarlo tuvo que cambiar de destino ya que en el Acuartelamiento no había un puesto en la plantilla para él. La Cabo Lola también se fue, abandonó el Ejército y posteriormente se casaron. Con la sabiduría que el tiempo da quizás pudiese ser que Encarni y Jesús no fuesen por aquel entonces simplemente conocidos. Lo cierto es que perdimos la pista de aquel muchacho y su mujer hasta que pasados un par de años descubrimos de casualidad que el novio de quien Encarni siempre nos hablaba era él. Ella odiaba conducir, le tenía pánico y sin embargo se compró un coche nuevo, aquello por lo menos a mi me extrañó. Nos hablaba siempre, tomándonos una cerveza o en los desayunos, de su novio, de lo bien que estaba con él pero jamás nos dijo quien era. Un día por esas casualidades que tiene la vida lo vimos conduciendo el coche de ella y claro se lo preguntamos a bocajarro, ella no lo negó, no tuvo más remedio que confirmarlo. Nos explicó que llevaba un tiempo separado y que tenía una niña pequeña. Muchas mañanas me llamaba por teléfono para que la recogiera  de camino al trabajo. Siempre intentaba ser muy discreta pero, a veces, una discusión, una mala noche hacía que ella abriera una ventanita de su corazón y relatara aquello que le preocupaba. Era también testaruda como la que más y rara vez aceptaba consejos. Alguna vez solicitaba mi ayuda para asesorarla en el terreno laboral, nunca en el personal.
Desde que comenzó su relación con Jesús dejó de salir con sus amigas, nunca vino a reuniones con compañeros del trabajo, él no quería y ella pues le obedecía.
En el tiempo que llevaban juntos nunca compartimos con ellos ni un café ni una cerveza, ni tan siquiera una breve conversación. Supongo que él tenía algún poder sobre ella, el amor hace que nos volvamos ciegos e idiotas. Por lo menos este es el caso de Encarni que sólo sacaba su carácter con los amigos o compañeros y rara vez con quien tuvo que hacerlo. Se comportaba como una autómata programada. Jesús hablaba mal de su ex mujer y de las trabas  que le ponía para llevarse a la niña. Ella no entendía la postura de Lola, creía en él y en la sarta de mentiras que pudo contarle. Alguna vez le dije que de casa para dentro hay que escuchar las dos versiones y no le gustó mi respuesta y cuando algún comentario no era de su agrado dejaba de hablar del tema. Digo todo esto porque había que medir mucho las palabras, se enfadaba con facilidad cuando aquello que se le decía no era lo que esperaba. Quien la conocía sabía cuando ella daba ya el tema por zanjado. Había que ser muy sutil con las apreciaciones que se le hicieran porque también es cierto que podía llegar a ser rencorosa.
Tengo la impresión que Jesús la tenía anulada por completo, sumisa a sus deseos, posiblemente creyera que el tiempo y su amor suavizarían el carácter de su novio y modificaría sus hábitos. No es fácil cambiar y más aún cuando ella aceptaba una y otra vez sus excesos. Luchaba como una fiera herida cuando en rara ocasión podías poner en duda el buen desarrollo de su relación. Los excesos eran muchos y de tal gravedad que tenían que haber destruido el noviazgo, pero aguantó y siguió apostando por él.
Encarni se había comprado su piso en Granada, vivía independiente y algunos fines de semana y en vacaciones Jesús lo compartía con ella. En la fecha en que los hechos ocurrieron él estaba de baja médica por lo que decidió pasar éste tiempo juntos. Con frecuencia yo la recogía por las mañanas para ir al trabajo, la última vez que lo hice, en un principio, no pude responder a su llamada, estaba conduciendo. Al llegar a un semáforo en rojo la llamé y le dije que la recogía donde siempre, ella me dijo que ya no importaba, había llamado a Jesús. Le dije que no era necesario que se levantara, que lo volviera a llamar y le dijese que yo la llevaba eran las 7:10 de la mañana, al final la convencí para que así lo hiciera. Cuando llegó al coche estaba asustada, compungida, me dijo que su novio se había enfadado y cuando volviera del trabajo ya tendrían una pelea. Le dije que aquello no era motivo de enfado, que no se preocupara,  ella no había hecho nada malo. No la convencí con mis palabras, nadie la convencía de nada, excepto él.
Todo ese día estuve comentando aquel hecho a amigos comunes, su rostro reflejaba miedo. Si el miedo tiene cara, sin duda, era esa. Incluso a una amiga de ella le insinué que Jesús podía maltratarla. A los pocos días Encarni no fue a trabajar. Si estuviese enferma hubiese avisado a alguno de sus compañeros. La llamaron a su teléfono móvil y no respondía. Aquello no era normal en ella así que una compañera fue hasta su domicilio. Allí se encontró con la policía que estaba esperando a los padres de Encarni para que abriesen la puerta. Al llegar ellos, dos agentes entraron y se la encontraron yerme, sin vida.
Aquella instantánea narrada con posterioridad por Raquel, una compañera que se asomó detrás de los agentes, fue sobrecogedora. Amordazada y atada permanecía inerte sobre la cama. Aunque a los padres se les impidió el acceso al dormitorio, olieron la muerte. Antes de comunicárselo la madre gritaba y lloraba con las entrañas. Se rompió el denso silencio de aquella angustiosa espera.
Jesús Hernando unas horas antes había aparcado el vehículo de Encarni en el margen del puente de Dúrcal y se había lanzado al vació falleciendo en el acto.
¿Qué fácil es apagar la llama que prende una vida? ¿Qué derecho tiene nadie a imponer su voluntad?
La víctima cincuenta y tres tenía nombre. 

Ruiz de la muela
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA PROMESA

I

Celine me preguntó lo del perro como tres veces y me dijo, mirando al techo, que yo no era sincera.
—Creo que hay algo que no me querés contar —su voz salía como paspada. Era la primera vez que la irritaba mi silencio. Siguió hablando como si le hablara a la lámpara,  después se tapó la boca con el cubrecama.
Yo me sentí incómoda, me arrepentí de haber aceptado su invitación de quedarme a dormir. Pensé en papá.
Ella volvió a lo mismo. A lo de la sinceridad, a todo lo que ya me había contado: el corpiño que había robado y que me mostró la primera noche que nos quedamos sin dormir. Y nuestras manos habían cruzado la oscuridad de las dos camas para encontrarse y superponerse y permanecer así durante un rato. Celine me decía que se lo había metido en el bolsillo de la campera, que lo tenía guardado en el último cajón de su armario.
—Era de seda, ¿te acordás? Blanco, con una flor roja en el medio.
Esa madrugada habíamos hecho la promesa. Eso nos unía "para siempre" me dijo.
—Para siempre, Rocío. Amigas para siempre.
Y repitió el "siempre" porque decirlo seguido era reencontrarnos debajo del velador cualquier otra noche como esa, y recorrer con la vista el contorno de las cosas, charlando, hasta que el sol asomara rebanado por las persianas.
Celine hablaba en voz baja para que la empleada no entrara con su voz histérica a decirnos que nos callásemos y la zarandeara del hombro desapareciendo detrás de un portazo. Así era Delia. Nuestros intentos por contener la risa fracasaban casi siempre. Y al otro día, en el desayuno, cualquier modificación de su orden ¬¬—algún vaso que dejásemos sobre la heladera o las migas en el mantel—a Delia la alteraban, la sacaban de quicio. En el almuerzo aparecían sus comentarios venenosos. Entonces venía la madre de mi amiga, y Celine tenía que seguirla por el pasillo, tenía que  encerrarse con ella en la habitación del fondo.
Yo la esperaba en su pieza, hojeando nuestro diario, escuchando cómo los gritos traspasaban las paredes. Después Celine volvía y sus ojos indicaban que yo debía irme.
—Te llamo —me decía. No nos preocupábamos demasiado. Sabíamos que se trataba de una fuerza superior a las nuestras. Solo esperábamos el momento en que los hilos se aflojaran y de nuevo volvieran las tardes con su rutina de encerrarnos en su pieza, o en la mía, desmarcando la punta doblada de nuestro diario, para seguir escribiendo la historia donde la habíamos dejado, completando las partes que le faltaban, todo. Hasta si había aparecido algún pelo en su pubis o en el mío o debíamos que seguir esperando.

Celine dejó de hablar. Se durmió boca arriba. Respiraba como haciendo gárgaras con el aire. Cuando apagó el velador sentí un gran alivio. Su interrogatorio acerca del perro me tenía mal, era como una bolsa de plástico que se me pegoteaba a la cara.


II

¬—¡Pasá! —me dijo desde la ventana—. Menos mal que no tocaste timbre. Casi todos siguen durmiendo. Vení, vení que te los muestro —me llevó a la cocina.
La jaula estaba sobre la mesada. Celine levantó el repasador que la cubría. Me mostró los dos hámsters que le habían regalado. Uno giraba la ruedita, el otro se metió bitosán en los cachetes y lo escupió dentro de una cueva de plástico. Todavía no tenían nombre. Ella los llamaba la Blanca y la Marrón, y no supo si eran machos o hembras hasta que un día, al sacar a uno de la jaula, parió sobre su mano.
—¿Querés tenerlos un rato? —me preguntó.
No quise. No sabía si me daban asco o miedo. Ella tapó la jaula con el repasador y sacó de la despensa un paquete de galletitas. También guardó en la mochila una sábana y dos revistas de su hermano.
—¿Adónde vamos?—le pregunté.
—A lo de los gemelos.
Nuestro barrio estaba lleno de construcciones nuevas. Al principio, algunos profesionales habían edificado ahí sus casas y prestigiaron los lotes. De a poco se fue convirtiendo en el barrio residencial más caro del pueblo. Los domingos se veía a los autos dar vueltas a la manzana.
—Esperá que me quiero cambiar —me dijo señalando nuestras bermudas: eran iguales. Las habíamos comprado en el mismo lugar, el mismo día. Solo que como mis piernas eran más gordas y cuando corría me las rozaba, el color se había gastado en la entrepierna,  se habían formando unas bolitas horribles sobre la tela.
—Quedate así, igual no nos va a ver nadie —le dije. Entonces se puso la mochila y salimos. Corcho empezó a seguirnos, pero ella le chistó que se fuera para adentro. El perro se quedó mirándonos desconcertado, después empezó a lamerse los huevos.
La obra quedaba a dos cuadras. Era de una pareja que venía todos los días, a la siesta,  a ver cómo iba. Los hijos, idénticos, parecían de nuestra edad. Al principio a Celine le habían gustado. Hasta que una tarde se acercó y los invitó a su cumpleaños, pero no fueron; a partir de ahí empezó a odiarlos. Y desde una pared medio derrumbada de la obra de enfrente solíamos espiarlos hasta que se iban.
Vimos al auto en la puerta. Los imbéciles se habían trepado a un árbol y lo sacudían. Nos escondimos detrás de una pila de ladrillos esperando que hicieran el paseo de siempre: que recorrieran las tres habitaciones, que subieran la escalera, que miraran el paisaje por un hueco de ladrillo. La mujer siempre movía las manos como dándole indicaciones al marido.
Cuando se fueron, trepamos el muro. Subimos al segundo piso. Ahí vaciamos la mochila: la sábana para tapar el agujero y que nadie nos viera, las revistas, el paquete de galletitas, la caja de tizas.
Celine subió al techo e hizo pis entre las vigas. El chorro cayó como un hilo formando un charco. Ella quería que yo también hiciera. A mí no me salía.
—¿De qué tenés miedo? —me dijo—. Estamos solas.
No tenía ganas, por eso no me salía. Ella se bajó de nuevo la bombacha e hizo otro charco en la escalera.
—¡Mirá la cascada! —gritó, y las dos nos reímos al ver cómo el pis caía serpenteando.
Nos pusimos a ver las revistas.
—Así las quiero tener, Rocío—dijo señalando las tetas de la mujer de una de las fotos—, así de grandes.
Después comenzó a refregarse los pezones. En algún lado habíamos leído que te crecían más si te las tocabas. Eso estimulaba no sé qué hormonas.
—Ayer a la noche, mi hermano se metió otra vez en lo de Delia. Me trepé a la casilla del gas y los vi.
Y me contó como él la besaba, le tocaba las tetas, la iba desvistiendo. Yo trataba de imaginármelos. Delia era bastante gorda y la ropa siempre le quedaba ajustada, en cambio a él todo le quedaba flojo. A veces hasta se le caía el pantalón. Un día Celine le dijo que se le veía el calzoncillo, delante de mí se lo dijo. A él no le importó. Para él nosotras éramos "dos nenitas". Me daba bronca, a Celine también. Por eso ella no aguantó más y una vez le dijo que sabía todo lo que hacía con Delia. Él le pegó una cachetada, la dejó llorando. A mí me costaba entender cómo a él le podía gustar la sirvienta. Delia era mucho más grande, además no era linda. Tenía una pierna más corta que la otra, rengueaba. El no, no era feo. Tenía el pelo largo, castaño, repartido por mechones que le caían sobre los ojos. Para mirar, sacudía la cabeza o se pasaba la mano tirando el pelo hacia atrás, hasta que se le volvía a caer sobre la cara.
Pasamos la tarde en el techo. Celine partió la tiza al medio e hizo unos dibujos en la pared. Después escribió mi nombre. Yo lo borré con un ladrillo. Así los dueños no iban a casa a quejarse. Ya una vez, unos vecinos nos habían agarrado.
Volvimos por la vereda de la viuda Goitán. El hijo jugaba con un cachorro que le habían regalado los vecinos, después que se le murió el perro. El  cachorro pegaba saltitos y se caía sobre el pasto. Cuando nos vio, corrió hacia nosotras. Yo me acerqué para acariciarlo.
—¡No lo toques! —me gritó el nene y corrió detrás del cachorro, lo subió a upa y lo entró.
  Celine no dijo nada, pero no hacía falta ser adivina para darse cuenta: pensaba que la culpa de todo lo que había pasado un mes antes había sido mía. Por eso le dije que mejor no volver a casa tan temprano: no podía imaginarme en la pieza, encerrada con ella y su mirada de "creo que hay algo que no me querés contar".
—Hay otra construcción a seis cuadras... —le propuse.
En realidad no conocía ninguna construcción a seis cuadras. Lo único que hice fue arrancar yuyos al pasar por un baldío para sacarme la bronca y las ganas de llorar.



        III

Lo primero que vi al llegar fueron las bolsas rotas, la basura desparramada por la vereda. Y, en el medio, el perro del viejo Frank, muerto. Un círculo de vecinos lo rodeaba.
—¡Está muerto! —gritaba la viuda Goitán, y lo repetía cada vez más fuerte a medida que el alemán y los hijos corrían hacia nosotros—. ¡Pársifal está muerto!
Nos abrimos para dejarlos pasar. El viejo se arrojó sobre el animal y lo alzó, el peso lo inclinó hacia atrás. El cuerpo del perro estaba tieso. La cabeza, con las pupilas mirando hacia la nada y un colmillo que asomaba de la boca, cayó lánguida sobre el brazo del alemán, que lo acurrucaba.  Hacía mucho calor, las moscas volaban por todos lados y vi cómo varias aterrizaron sobre el lomo de Pársifal. Adolfo, el menor de los Frank, comenzó a llorar. Germán le acariciaba la cabeza, mientras contenía las lágrimas y se mordía el labio. El viejo se llevó al perro sin decir nada, escoltado por sus hijos.
Aunque vivían enfrente, a muy pocos metros, no nos conocíamos demasiado. Sabía que todos lo llamaban "Frank", porque el apellido era impronunciable. Se ocupaba mucho de sus plantas. Cada vez que yo caminaba por su vereda, levantaba gentilmente una mano para saludarme y con la otra tiraba hacia atrás y hacia adelante la máquina de cortar pasto. Sabía que su esposa estaba enferma: se deprimía. Pasaba noches enteras llorando, rompía cosas. Solía pasearse por el barrio en camisón, hablando sola, en alemán. Era una mujer rubia, de pelo demasiado corto. Tenía un enorme busto que asomaba por el escote de sus camisones floreados. A veces pasábamos meses enteros sin tener noticias de ella, hasta que se volvía a escuchar su llanto y se veía de nuevo la luz encendida a las dos de la mañana.
De a poco, el círculo de vecinos se fue desarmando: se habían llevado el perro y no quedaba demasiado que mirar entre las bolsas rotas y la basura. Frank recostó el animal sobre el pasto, y a través de la ligustrina advertí que se ponía a cavar en el jardín, junto a los rosales. Sus hijos hundían las manos en la tierra y la arrastraban hacia atrás, apartándola del pozo.
Los demás chicos subieron a sus bicicletas y comenzaron a gritar y a reírse como antes de ver muerto a Pársifal. La Goitán le dio un coscorrón al hijo que pisaba las cáscaras de naranja enchastrando la vereda. Se lo llevó a empujones hasta la casa, gritándole que era un sucio, un puerco.
Celine me tiró del brazo, dijo que fuésemos al cordón de la vereda de enfrente. Nos sentamos bajo la sombra de un árbol.
¬—Mejor vamos a tu casa —le dije al rato.
—No tengo ganas —me contestó, mirándose los pies.
Nos quedamos en silencio, ahí sentadas. Celine pinchaba hojas secas con una rama y perseguía hormigas que se subían a la vara y caminaban hacia sus dedos. La sacudía y caían sobre la vereda. Yo no podía dejar de mirar lo que hacía.
—Mi papá dice que alguien puso veneno en la basura.—dijo.
—No creo que alguien haga eso.
—Mi papá dice que tu papá puso el veneno.—dijo, sacudiendo la vara de nuevo. —Ya es el segundo que se muere en la entrada de tu casa.
Crucé la calle y cerré el portón de un golpe que lo hizo temblar. Ella se quedó del otro lado de las rejas y bajó la vista para mirar de nuevo a las hormigas.


IV

En realidad no me puedo dormir, papá, por eso te escribo. El diario está casi lleno. Me faltaba solo esta hoja y lo termino. No quiero escribir nunca más diarios. Ya  no me interesa que las cosas importantes queden anotadas. Tampoco me importa lo que digan de vos, ni me importa que Celine no me vuelva a saludar. Vi lo que hizo con la promesa que habíamos hecho. Una noche habíamos prometido ser amigas para siempre. Lo habíamos escrito en un papel y las dos habíamos firmado. Cada una tenía una copia. Ella rompió la suya. Está afuera, al lado de los tachos. La tiró ahí.
La mía sigue guardada en el cajón. No pude romperla. No puedo romper las promesas. Por eso no nunca le dije nada. Por eso ni siquiera salí, cuando afuera empezó de nuevo todo el griterío. Me quedé acá adentro y los vi desde la ventana. Celine estaba contra el portón de casa. El hermano se tiró llorando encima del perro y le apoyó la cabeza sobre el lomo. Ella no lloraba. Sus ojos estaban como los míos la noche que entraste a contarme lo que habías hecho y me dijiste que no se lo contara a nadie.
Y yo te prometí guardarlo como una tumba.

Salvania
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente