Autor Tema: I Concurso de relatos Fórum Montefrío  (Leído 41283 veces)

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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #15 en: Enero 19, 2009, 17:45:34 pm »
Venga, me apunto xD  en un día o dos envío algo, que me ha picao el gusanillo por escribir

 :dirol:

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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #16 en: Febrero 03, 2009, 22:07:29 pm »
Que toy mu liá, mas que la pata un romano, a ver cuando termino, que lo tengo a medias

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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #17 en: Febrero 03, 2009, 22:34:39 pm »
Tranquila, tómate tu tiempo. Lo importante es que puedas desliar pronto la pata el romano jejeje

Un saludo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #18 en: Abril 21, 2009, 10:42:53 am »
Se ha prorrogado el plazo de admisión de trabajos, para ver si se anima la cosa. Desde fuera nos llega gente interesada en presentar sus historias, sin embargo pretendiamos que en esta primera edición solo tuvieran acceso los Montefrieños. Como ha quedado bien claro no estamos ante un certamen propiamente dicho, sino más bien una iniciativa donde presentar nuestros escarfeos literarios con la única pretención de pasar un rato entretenido.

PD: Sharisha!! No nos defraudes!! jejejeje
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #19 en: Abril 27, 2009, 16:47:28 pm »
Añadimos otro relato.



ALGO MÁS GRANDE QUE EL CIELO


Le digo que sí, que escalamos esas montañas y que vimos la plata dormida del lago, y que la nieve de los glaciares impedía nuestros pasos. Apenas puedo mirarla cuando me pregunta si las iniciales se reflejaban en el agua, si es verdad que eran tan grandes como su altura, si estaban corroídas por la intemperie. Sabes, Fernandito, ahí arriba en una roca milenaria están las letras, A de Antoine y D de Delia, mi nombre, así me lo dijo Antoine, me dijo ella, al atardecer de un domingo, cuando volvieron a San Julián desde las cumbres que recorrieron en una semana con tu abuelo, tengo que verlas, será lo último importante que haga en mi vida, dice mi abuela, es decir tú la verás por mí, Fernandito, y verás si mi nombre se ha apegado al tiempo como la mirada del basalto mismo, como el vello inquietante del musgo junto al lago allá en la altura.

    La palidez de su rostro aún permite una leve coloración cuando le nombro a Antoine, sus manos cobran vida, a la humedad de sus opacos ojos se le añade un destello de nostalgia y de dolor, porque apenas era una muchacha y ya sentía que el mundo se le venía encima como con ternura de ebrio, que el cielo se partía cuando él le bajaba una humedad de nube o un destello de estrella de la infinitud, luchando contra el viento endemoniado en su Late 25, un monoplano de apenas nueve metros, y llegaba sonriendo de Buenos Aires o Punta Arenas, de paso para el sur o para el norte, ordenando las hojas escritas en pleno vuelo, mientras dirigía el timón con las rodillas (un día me lo contó muerto de la risa), sacándose los guantes de lobito marino que yo le regalé a cambio de un perfume francés, el Vol de Nuit, cuyo nombre fue un homenaje a su novela Vuelo nocturno, Fernandito, para que sepas, y venía en ese frasquito que ves allí, me dice riendo, sus abrigos, su casco y sus antiparras que me daban miedo, y me tomaba la cabeza y yo me colgaba de su brazo y él me decía que algún día iba a descubrir para mí el cielo o algo más grande aún, con su castellano afrancesado de niño chico, y a mí apenas me salían las palabras, apenas me salía el aliento, pues algo más grande que el cielo no hay, le decía yo, qué va a haber.

     Sí, Fernandito, me dice, tengo que ver por tus ojos esa  roca junto al lago, rodeada de alerces, ahora que el abuelo ha muerto y no se va a contrariar por mis nostalgias de tonta aún no quinceañera, y yo le pregunto si eso era amor o qué, y ella sonríe, bah, dice, delirios de muchacha, qué otra cosa, el amor me lo sacó tu abuelo, Fernandito, como si de la tierra se sacara una raíz para ponerla a crecer en otro lado, una raíz de jarilla o alpataco, acostumbrada al silencio patagónico, que dio un tronco y dos ramitas: tu papá y Marita, con la soledad como único testigo. Entonces me dice que el tiempo ha pasado en ella, pero no el recuerdo de Antoine, que parecía conservado por la nieve, tú sabrás callar, muchachito, era su olor a frío de muchos días, eran sus ojos profundos y claros de tanta nieve metida en la mirada, y era entonces después, cuando él seguía a Punta Arenas o a Buenos Aires en su Laté casi de juguete, a una velocidad en que andan hoy los autos en la ruta, y yo rezaba para que amainaran los vientos a su alrededor, para que la inmensidad o la lejanía no lo desconocieran y le jugaran una mala pasada.

     A él le gustaban las rubias, siempre me decía, pero se casó con una morena, supe después, una salvadoreña de bellos ojos que venía de un casamiento con un escritor hoy olvidado. Uno nunca termina de conocer a los hombres, ¿no te parece, Fernandito? Claro, le dije, sin saber a qué se refería, pero ahora lo sé, siempre uno sabe tarde las cosas. Me revolvía mi cabello claro y me decía, en su francés champurreado, tú serás mi novia, a ti esperaré si no me desvían las tormentas y si no me mata la guerra, ¿cuál guerra?, la que vendrá, decía, siempre está por venir una, y nosotros los aviadores somos los soldados del futuro, ¿será porque ya no soportamos ver la muerte de cerca?, le preguntaba a mi padre, me decía mi abuela.

     Con mi padre, al atardecer, se tomaban un coñac y él conversaba de hazañas antiguas, cuando era piloto de correo en la línea Dakar – Casablanca, o en su estadía en Cabo Juby, en la costa sur de Marruecos, y también de lo que le dejaban sus travesías patagónicas. Yo daba vueltas a su lado, escuchando sus historias sin ser delatada por mi curiosidad, oliendo su perfume a frío de altura, poniéndome las antiparras a sus espaldas para tratar de ver las distancias que él veía en la inmensidad blanca de los atardeceres.

      Entonces me mira e insiste desde su invalidez, lo habrás visto, Fernandito, me dice, habrás visto ese lago de bellos reverberos, y yo le digo que sí, sin mirarla a los ojos, y se me vienen a la mente las montañas con sus extremidades negras, ya sin la vestimenta de la nieve, y el viento, el viento aullando en los recovecos de la blancura humillada, rebotando en los roqueríos como una pelota enloquecida, como ánima sin descanso, arremolinado en las quebradas como un cachorro sin madre. Claro que lo vi, le dije, sin añadir que era sólo una ausencia, un fantasma cóncavo de perdida quietud y transparencia.

     Tomo aire para renovarme el ánimo, para ser capaz de mentirle y de sonreír, porque arriba en las alturas no había lago, sólo un cauce negro, vacío, monstruoso. Ya no era el lago que había visto Antoine y Henri Guillaumet y su padre setenta años atrás, un día en que decidieron subir a la montaña a ver las cosas de cerca, como decían; ahora eran cinco kilómetros de vacío, rodeado de árboles resecos y basalto negro, como un torso sin vísceras. Era eso y no le que decía el recuerdo de mi abuela: la tierra se bordeaba ahora de una tibieza abyecta, se volvía porosa, un cedazo para sus nobles elementos. Pero mejor me callo y le tiendo mi silencio casamentero a ella, que ahora vive encerrada, sus extremidades para siempre inmóviles, viendo de lejos lo que hay en sus recuerdos, ay tan infinitamente puros y nevados, y ya no lo que languidece, en este comienzo de hervor planetario, delante de nuestras miradas.

     Y entonces viene la ansiedad que yo temo, ¿y las iniciales?, me pregunta con delicada coquetería, y el corazón prometido ¿están allí, Fernandito?, claro que están, le digo, están allí y se reflejan en las aguas, abuela, una A inmensa, arriba del corazón, y una D enorme abajo, donde el corazón se va angostando, más cerca del espejo de las aguas. Y ella, mi abuela, sonríe, y yo también sonrío, feliz porque ella se ha puesto feliz, pero luego me pongo serio otra vez, muy discretamente serio otra vez, para que ella no se dé cuenta, y recuerdo las iniciales y el corazón que verdaderamente vi, el enorme corazón que ya no se refleja en las aguas, porque ya no hay lago, se lo ha chupado la tierra, y la nieve ya no toca sus riberas resecas, y recuerdo también la T de Tonio (así le decía su esposa) y la C de Consuelo, de Consuelo Suncín, la rosa exaltada de El principito, la morocha salvadoreña a la que Antoine le pidió un beso en pleno vuelo, sobre el Río de la Plata, amenazando con estrellarse si no se lo daba, y con quien se casaría tiempo después, y no la D de Delia, mi abuela dulcemente nostálgica, no su pequeñito nombre enamorado, dueña ya sin embargo de aquel regalo más grande que el cielo: su amor dormido bajo su otro amor, el de mi dulce abuelo, en tiempos en que el frío tenía otro perfume y también otro color y la lejanía y la soledad se prendían de los sueños de Antoine Saint-Exupéry como de un imán invisible y tardaban un tiempo de travesías y peligros en devolverlo a la camaradería de los hombres.


De Jorge





Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #20 en: Mayo 19, 2009, 19:45:22 pm »

LOS AMIGOS DE INTERNET, AMIGOS DE VERDAD


Mi amigo don Juan Casanova, el chico caliente, que cree que mi nombre es Mariela Valle pues así me he dado a conocer, me envía imágenes de mujeres y hombres desnudos por e-mail. No sé si es mi amigo, no sé como es su cara, no me acuerdo ni como empecé a intercambiar mensajes con él.
No pasa nada, no son más que cuerpos desnudos, pero mi hermano se horroriza cuando me ve viendo esos mensajes. Yo no soy de ese tipo de personas que necesita el sexo, pero él es mi amigo y también me envía cosas bonitas, mensajes de amistad, sin igual.
Por eso no lo rechazo y le permito que me envíe lo que se le antoje. Yo buscaba pareja en una de estas páginas de Internet en donde te ayudaban a encontrarla, creo que fue así como le conocí, pero le envié mi foto, creo que le gusté. Creo que siente algo por mí, pero no me conquista demasiado bien, pues esas fotos, bueno… yo que sé. Yo ya me perdí como va lo sociedad en estos momentos pues creo que soy un poco diferente, muy puritana. Por eso mi amigo don Juan me integra en ella, y lo mejor no está cerca de mí, no sabe quien soy ni donde vivo.
Tengo otro amigo que se llama Salvador que hace lo mismo, pero a ese chico no me gustaría conocerlo, tiene cara de drogadicto, y eso sólo me traería problemas. A don Juan tampoco le conoceré jamás. Eso es bien cierto… me daría mucha vergüenza. Él sólo será un amigo en la distancia.
Pero no todas las amistades fueron así, conocí a Andy, un italiano que trabaja en el aeropuerto de Madrid y que parece formal. Creo que quiere algo serio conmigo. Eso me da miedo, pues todo tan serio, sin yo quererle de verdad. ¿Ustedes me entienden, no es así?. Además no creo que con nuestros sueldos tuviésemos un bonito futuro… el dinero es, por desgracia, importante en una relación y no lo tenemos. La pena es que los pobres se casan con los pobres y los ricos con los ricos. Deberíamos estar más mezclados, ese sería un signo de que ha existido la libertad y la religión.
En ocasiones me siento culpable de tener amigos malos, pero ver que todos mis conocidos sabían lo que era el sexo y yo no, me ha hecho sentir curiosidad, una curiosidad que quise saciar sin cometer ningún pecado que me llevase al infierno.
Estar en estos mundos me ha hecho ver que la sociedad española y mundial está insana. Hay mucho vicio, pero mucho, no me extraña que haya parejas que no deseen tener hijos.
La vida es así, y a mi no me gusta, algo falla y mucho para que todo vaya en esa triste dirección. Yo no puedo cambiar el rumbo de las cosas,  debo seguir mi camino en solitario. Puede que también sea un poco viciosilla aunque no me guste reconocerlo, o puede también que yo sea el producto de mi infelicidad cierta o falsa, en la que creo que me encuentro. También sé que ni don Juan Casanova ni Salvador podrán dármela. ¿Serán ellos felices?, ¿habrán llegado a lo mismo que yo a causa de su infelicidad?... nunca lo sabré, no se lo preguntaré jamás. Lo cierto es que me gusta estar en contacto con ellos, saber de sus vidas, que están vivos… pero jamás desearía tenerlos frente a mí. La verdad dolería demasiado, no quiero nada con ellos, nada que sea serio. Son solamente mi diversión en la distancia.
Me tranquiliza saber que jamás sabrán de mí, pues yo me llamo Magdalena, no Mariela. Me hace bien pensar que ellos creen que soy como todos o casi todos, una mujer que quiere sexo, aventuras, diversión y vicio, en definitiva, vicio… si supieran que jamás sería capaz de dar el paso para convertirme en un ser así… entonces quizá me darían la espalda. Yo también se las daría a ellos por ser lo que fueron, por su atrevimiento para conmigo.
Cuando toque a despedirnos sólo os quedará el decirnos chao, hasta luego o adiós. No debe haber malos sentimientos ni ningún sabor amargo. Es la realidad la que nos une y nos desune, la que nos golpea con sus olas contra las piedras y hace que nos rompamos la cabeza, pero no debemos hacerlo pensando en lo malo de la despedida, sino en lo mucho que hemos aprendido los unos de los otros, de lo bien que hemos sabido comunicarnos. Sólo así nos marcharemos con una sonrisa, aunque no volvamos a vernos.
Marcos así me lo hizo saber cuando me ha dicho adiós… Él quería ser algo para mí, pero yo no lo quería en serio, no lo veía como el hombre al lado del cual desearía envejecer. Eso me pasaba a mí con él… que si no ya llevaría años a su lado.
Él era fantástico, era abogado, tenía un buen empleo, pero no era tampoco de los que se hacían ricos con su trabajo, era como yo, simplemente así.
Marcos naciera en Xavestre , en una casita de aldea, era casi un campesino, pero con estudios, muchas veces fue recoger las patatas, la hierba seca, ha conducido el tractos, en fin… era un hombre de campo.
Marcos no fue el mejor alumno en la escuela, pero siempre aprobaba, siempre avanzaba en sus estudios… siempre decía que simplemente quería aprobar, no gastarse el cerebro demasiado. Estudió leyes porque amaba la justicia, la investigación judicial, el espionaje, la vida detectivesca, en fin el riesgo, saber de los delincuentes, aplicarles un castigo, jamás sería abogado del diablo, es decir, jamás defendería a criminales, asesinos, drogadictos… sólo a la gente honrada, a las víctimas del terrorismo.
Él me invitaba a tomar café, tomaba mis manos entre las suyas y con sus ojos me lo decía todo: ME AMABA DE VERDAD.
Lamento no haber podido corresponderle como se merecía pues era un hombre bueno, y a saber con quien voy a acabar mis días… lo que más hubiese deseado es que fuese con él. Que hubiese sabido lo que era el amor junto a él. Pero no fue así y no debo romperme más la cabeza pensando.
Lo último que sé de él es que se irá de este país, por motivos de trabajo y no sé cuando regresará ni si volveré a verle.
Marcos amaba las plantas y las flores, sobretodo las orquídeas. Decía que le daban suerte en la vida… una suerte que necesitaba, pero que no tuvo conmigo… aun así, sé que no las apartó de su vida. Por eso le admiro, es capaz de superar cualquier obstáculo y seguir con los que considera fieles, como en este caso, las orquídeas. Sé que le costó olvidarse de mí, pero también sé que lo logrará con éxito.
No sé si me escribirá o me enterrará para siempre en sus sueños, así que debo olvidarle. Debo dejar de soñar en que algún día le querré, el tiempo ya pasó y las cosas no fueron de la mejor manera… sigo sin conocer el amor…
La soledad aflora y me siento como un pétalo de rosa que sobre la tierra se seca.
He comido un gran trozo de mango, estaba riquísimo. Mamá se quedó comiendo lo que quedaba. Mamá quiere adelgazar, pero le gusta mucho comer, en esta ocasión se ha salido nuevamente del régimen.
La vida es así… es un pena que las cosas no sean más maravillosas, que no se nos muestre la buena cara de loas cosas que nos rodean. Es como si estuviésemos destinados al caos, a una muerte sin perdón, pero yo reniego de ella. Soy fuerte y quiero seguir viviendo. Quiero salir adelante, incluso con mis malas relaciones, mis miedos y mis fracasos.
En Internet conocí a un chico que me gustó. Es francés, pero me empezó a enviar imágenes de parejas en la cama y tuve que dejarle. Yo no quiero eso. Yo quiero encontrar al amor de mi vida. No a un sinvergüenza que busca amantes de todas las razas y clases. A él terminaré olvidándole.
Ahora estoy aquí en mi sala, contemplando mis cuadros, los pinté al óleo, sin haber recibido ninguna clase de cómo hacerlo. Fue mi manera de pasar el tiempo en una época en que me sentía muy angustiada. Les puse nombres como: buen rumbo al sol, imán positivo, el florero de la suerte, Dios en mi, flores azules, pensamientos positivos… como se ve fui muy optimista en la elección de los nombres de mis cuadros.
No soy una buena pintora, contemplándolos sólo se me ocurre decir que debo dedicarme a otra cosa, o bien, estudiar pintura. Siempre me gustó el arte, cuando viajé a Roma estaba en mi salsa, no me cansaba de observarlo todo con sumo detalle. Roma es preciosa, estuve en un hotel barato y no gasté demasiado. Conocí muchas obras artísticas que había estudiado en los libros cuando era pequeña. Me gustaría vivir allí uno o dos años, pero necesitaría encontrarme un empleo pues no soy millonaria.
La vida debería ser más poesía de lo que es, yo no debería ser vista como inferior, sino como igual. Considero, sin embargo, que no por ser yo, soy buena persona. Yo soy quien debo ser nada más, ser bueno o malo ya es algo aparte. Por eso estoy horrorizada ante la sociedad de mi tiempo, por eso me siento diferente, aunque no puedo decir que sea buena, Dios mío, ellos ¿qué tipo de personas son?...Sé que algún día todo esto de lo que hablo será criticado…  seré de nuevo un papel en a basura, esto no será, sin embargo, más que una nueva muestra de su ignorancia.
¿Qué guardará Dios para mí?, ¿querrá ofrecerme con algún detalle?, ¿sentirá algo más por mí que pensar que soy un conjunto más de almas metidas en un cuerpo…
¿Qué será de mis obras, de mis trabajos?, ¿qué será de mi cuando ya no esté sobre la faz de la tierra?, ¿qué pensarán de mí en el futuro?...
Me esforzado en demostrar que soy una persona normal, pero, todo lo que tengo a la vuelta quiere verme como algo extraño… todos me rodean con sus lanzas de africanos que desean cocinar al hombre blanco… Yo no deseo que nadie me coma. Yo no soy para comer… desearía que no lo fuese ningún ser vivo del planeta, lo deseo en serio.
Me gusta escribir, poner letra a letra, lo llevo dentro, como si ya lo hubiese hecho cientos de veces, sé que tengo algunos errores ortográficos, pero por lo menos lo sé y me confieso culpable de ello.
Los días pasan y voy viendo que tengo menos tiempo hacia delante que hacia atrás… Los días pasan y sigo pensando ¿por qué yo soy yo?, ¿por qué me hago tantas preguntas?, ¿por qué ya no me gusta mirarme en el espejo?, ¿por qué hay tanta gente malvada?, ¿por qué a esa gente malvada le irá tan bien y a mi tan mal?...

Mis amigos, mis amigos, mis amigos de Internet…
No sé si fracasaré… mis amigos, mis amigos, que jamás olvidaré…
No sé aun si tener un trabajo me costará
el haber hablado con ellos en medio de mi tempestad.
Vaya cuento que he contado, pero lo he necesitado,
Dios es testigo de lo que he padecido,
Y ellos con sus risas y sus vicios,
fueron una gota de aire fresco en mis mejillas…
Vaya, vaya, con que cosas he salido…
vaya amigos que por donde paso se meten conmigo.
Viva la locura de que siendo diferentes criaturas,
nos podemos llegar a besar.
Viva el arte, la escultura, viva poder pintar bonitas criaturas.
Viva la ciencia que estudia anatomía…
viva el salero, la atracción física, la química…
pero sobretodo:
VIVA LA AMISTAD, VIVA EL PODERLO CONTAR,
VIVA LA LIBERTAD.
                                                                                                       

Bolboreta branca (Aurora Valera)
« Última modificación: Mayo 19, 2009, 19:49:45 pm por Parlamento »
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #21 en: Mayo 20, 2009, 17:50:10 pm »



LA PRISIÓN


   A Marta Gómez le habían dicho desde pequeña que su principal cometido en la vida era obedecer y callar. Su madre fue una mujer sumisa y ella aprendió a serlo también.
   La primera vez que él le golpeó pensó que aquello no le había ocurrido, pero al mirarse en el espejo, éste le devolvió la cruda realidad. Tenía el labio inferior partido, los ojos amoratados, el lado derecho de su cara hinchado por los brutales golpes… Su esposo lloró arrepentido, le juró que nunca más volvería a hacerlo. Le echó la culpa a la pérdida del trabajo, a la mala suerte que constantemente le perseguía, a los chatos de vino que se había tomado en la taberna… Y ella le perdonó.
   Semanas después, Juan Ramírez rompió su promesa. La cena no estaba a su gusto y arremetió contra su esposa sin importarle los gritos de los niños ni las súplicas de Marta. Desde entonces, la convivencia se convirtió en una prisión para ella. Soportó las humillaciones, los insultos, las palizas… Se hizo una experta en ocultar los cardenales tras una máscara de maquillaje, a sonreír cuando solamente deseaba llorar, a disimular delante de los vecinos cuando se los encontraba en el ascensor…, todo por sus pequeños y porque no tenía a donde ir.
   Marta se había casado muy joven y él no le había permitido seguir estudiando. Decía que una mujer no necesitaba saber nada más que las cuatro reglas para llevar su hogar, lo demás eran “absurdas tonterías que únicamente servían para enredar a una pareja”. Resignada calló y acató sus órdenes. Ahora, se arrepentía de no haber proseguido con su formación... Los hijos vinieron uno tras otro y Marta apenas tuvo tiempo para sí misma. Andrea, Carlota y David acaparaban todas las horas del día, así que perdió las pocas amistades de la juventud, engordó considerablemente y únicamente salía a la calle para realizar las compras y para llevar y recoger a los niños del colegio. Él le tenía prohibido entablar conversación con las vecinas del rellano, a las que denominaba despectivamente “cotorras”.
   Marta se sentía muy sola, enclaustrada entre las cuatro paredes de su hogar, sin poder charlar con nadie y convertida en la esclava de “un marido ejemplar” de cara a la galería, pero que se transfiguraba en una bestia cada vez que le llevaban la contraria. Juan siempre había sido un hombre celoso y chapado a la antigua; sin embargo, en aquellos meses su carácter se había agriado y además el alcohol dominaba actualmente sus modales. De los improperios diarios pasó al maltrato físico, sin importante las consecuencias de sus actos…
   Una de esas tristes mañanas, se levantó como siempre a las siete en punto. Puso la lavadora y luego preparó el desayuno escuchando las noticias de la radio. La locutora relataba, con la voz entrecortada, los sucesos que habían ocasionado la última muerte por violencia machista. Marta lloró mientras untaba las tostadas con mantequilla y tomaba el café a pequeños sorbos.
-¿Por qué lloras? –le preguntó Juan atusándose el revuelto cabello.
-Han asesinado a una mujer… Su marido…
-Algo habrá hecho… A vosotras hay que teneros atadas, si no os desbocáis como los caballos… -Rió con sorna-. ¡Déjate de cursiladas y prepárame el desayuno! ¡Espabila, Martita, que después no tienes tiempos de nada!
   Los labios de ella temblaron al oír aquel comentario. Quiso rebatir la hiriente comparación, pero ningún vocablo brotó de su garganta. El miedo a sufrir un nuevo castigo la obligó a enmudecer y a ser otra vez una sombra gris. Por la noche las pesadillas regresaron…
   En la escuela se habían dado cuenta de la extraña conducta que últimamente exteriorizaban los hermanos Ramírez. Andrea, Carlota y David parecían cohibidos, apenas se relacionaban con sus compañeros de clase, cada vez que escuchaban una voz subida de tono se echaban a temblar… Y, sobre todo, lo que les puso en alerta fueron los dibujos que las niñas habían hecho cuando se celebró el día de la familia. Un gran monstruo golpeaba a la madre que, ensangrentada, se llevaba los brazos a la cabeza y ellas se tapaban los oídos mientras se escondían debajo de una mesa… Así que decidieron avisar a los padres; sin embargo, fue Marta la que acudió a la cita. Su nerviosismo era patente cuando Patricia Fernández, la sicóloga del centro escolar, la instó a que se sentara. Habló tras sonreírle:
-Me llamo Patricia, señora Gómez, y los profesores de sus hijos están muy preocupados por ellos. Piensan y yo también que les sucede algo muy grave…
   Marta la miró asustada.
-Mis niños no…
-Perdone si soy demasiado clara, pero sé lo que está sucediendo en su casa y tenemos que actuar antes de que ocurra una desgracia...
La sicóloga le entregó varias hojas que Marta cogió trémula. Ésta se derrumbó al ver aquellos inocentes y a la vez terribles dibujos en los que sus pequeñas reflejaban sus miedos y la agonía que estaban viviendo. Gimió sin poder contener las lágrimas. Patricia Fernández la abrazó afectuosa y dejó que llorara durante minutos. Luego dijo:
-Tiene que denunciarle, señora Gómez. Usted no puede permitir que le vuelva a poner la mano encima ni tampoco que los pequeños sufran más…
-¿Y qué va a ser de nosotros? Yo no he trabajado nunca, sólo tengo el Graduado Escolar y…
-Permíteme tutearte, Marta. –Ella asintió sonándose la nariz con el pañuelo de papel-. Yo colaboro con el Instituto de la Mujer y sé lo difícil que es esta situación, pero si le dejas, serás libre.
-Me matará…
-No, nosotros te apoyaremos y no permitiremos que se acerque a vosotros. Me comprometo a ello, Marta. ¿Te imaginas una vida sin golpes, lejos del horror y viviendo por ti y por tus hijos? Si lo haces, tu valentía ayudará a muchas otras que sufren lo mismo que tú y que no se atreven a romper las cadenas que las atan a esos terroristas de la violencia…
   Marta suspiró y tras unos minutos de atronador silencio, levantó la cabeza y le preguntó:
-¿Qué tengo que hacer?
   Patricia le apretó con firmeza la mano y sonriente comenzó a narrarle los pasos que seguirían para salir de la prisión en la que se hallaba. Tres años después, Marta residía en otra ciudad. Sus hijos reían nuevamente y eran muy felices. Había terminado los estudios que había dejado en el pasado y se había colocado en una Fundación donde favorecía a otras mujeres que soportaban abusos. Había recuperado la silueta de antaño. Tenía ilusiones, proyectos, esperanza… Y había encontrado en Patricia Fernández a la amiga a la que contaba todos sus sueños.


María José Domínguez

   
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #22 en: Mayo 22, 2009, 12:01:31 pm »

UNA CUESTIÓN DE CONFIANZA.
             
                                                   

Tenía ganas de casarme pero la crisis había llegado a mi vida, y entre las dichosas florecitas, los horrorosos detalles para los invitados que siempre acaban en el fondo de un cajón y la señal que tuve que dejar en el restaurante  cuando llegó el temido momento de comprar el traje apenas me quedaba dinero, así que siguiendo los consejos de mi amigo Nicolás, que sabe mucho de economía domestica, decidí comprar el susodicho en una tienda de segunda mano. Ésta estaba en un local muy grande por donde podías deambular a tus anchas y  me gustó porque siempre me han agobiado las tiendas donde la chica monísima te pregunta si necesitas ayuda y acabas llevando algo que no te hacía ninguna falta. Apenas  llevaba unos minutos buscando cuando vi el traje que necesitaba. Era muy elegante y parecía que estaba sin estrenar pues aun colgaban las etiquetas de la tienda. Una voz a mis espaldas me dijo que debía probármelo porque parecía de mi estilo. Al girarme pude ver a un chico de mi edad que sonriendo me dijo aprovechase la oportunidad de casarme y que luchase para ser feliz. La verdad es que me agobié un poco porque parecía el típico plomo que no tiene otra cosa que hacer en la vida y se dedica a incordiar a los que estamos ocupados de verdad. Sin hacerle mucho caso  me probé la ropa, y he de decir que me sentaba como un guante. Al salir del probador vi que estaba esperándome y empezó a hablarme con gran familiaridad;

-Tienes mucha suerte de casarte, no todos somos tan afortunados. ¿Llevas mucho tiempo con tu novia?  - me preguntó  mirándome fijamente.                                                                                                                                                         
-La verdad es que llevo toda la vida – respondí preguntándome por qué le contaba mis cosas a un extraño – no recuerdo mi vida sin ella.                                                                                                                               
-Entonces debes ser feliz con ella – continuó el joven – ten confianza y disfruta de este día. Llevas el mejor traje para ello, además fue comprado por un novio que tenía la gran ilusión de ser feliz.                                                                                                               
- ¿Y tú como lo sabes? – pregunté desconfiado – Esta tienda es de ropa usada.                                                   
-Bueno, debo hacerte una confesión. En realidad ese traje era mío – me dice casi en un susurro – en el último minuto mi boda se suspendió y  ya  no fue necesario.                                                 

     Me quedé muy sorprendido ante semejante casualidad, y sin saber que decir entré de nuevo en el probador para quitarme el traje. Y al salir ya no vi a mi nuevo amigo por ningún lado así que fui a caja a pagar. Mientras me lo empaquetaban pregunté a la cajera si sabían porque no se había casado el dueño del traje, y ellas, mirándose de reojo, dijeron que no sabían información personal.

-¿ Por qué no le has dicho que se suicidó la noche antes de la boda  porque creyó que su novia le engañaba y resultó ser mentira?- preguntó una cajera a su compañera.
- Porque creería que el traje da mala suerte y no se lo habría llevado.
                       

Genma
« Última modificación: Mayo 22, 2009, 12:03:20 pm por Parlamento »
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #23 en: Mayo 25, 2009, 22:37:16 pm »
REACCIONAR A TIEMPO



¡ Se acabó!– pensé al sentir el impacto del coche contra la pared del túnel. No entendía por qué se me había ido así el coche , aunque tal vez se debiese a que estaba abstraída en mis pensamientos, necesitaba decidir lo que iba a hacer con mi vida y no podía demorarlo más. Tras comprobar que estaba bien me bajé del coche y me llevé las manos a la cabeza al comprobar los destrozos, toda la parte delantera era un amasijo de hierro inservible, una nueva desgracia que sumar a mi ya triste y destrozada vida. Decidí buscar un poste SOS, pues el móvil no tenía cobertura, así que me puse a caminar bien pegada al arcén por si acaso, pues últimamente tenía muy mala suerte. Después de caminar un poco llegué a un tramo que estaba sin iluminar, por algún motivo las luces estaban apagadas y tuve que ir tanteando para ver porque en aquel momento no pasaba ningún coche. Aun hoy me pregunto como la vi, pero lo cierto es que en la cuneta y casi cubierta por el barro y la basura acumulada asomaba una figura que parecía humana. Al observar detenidamente vi que estaba tendida boca arriba y sus ojos sin vida me miraban con ironía, riéndose de mis preocupaciones por nimiedades mientras ella yacía esperando que alguien la sacara de allí, aunque fuese tarde no quería seguir sintiendo el frío y la soledad de túnel. Como pude llegué al teléfono de ayuda y expliqué lo sucedido. Cuando llegó la policía aquello fue un caos. Acordonaron toda la zona y empezaron a buscar pistas cual Sherlock  Holmes, y yo tuve que estar al frío, con el coche estropeado contestando mil preguntas que no conducían a ningún lado y de las que yo no tenía las respuestas. Cuando por fin levantaron el cadáver se me cayó el alma a los pies. En la penumbra yo no había apreciado a quien pertenecían esos ojos fríos pero soñadores, pero ahora podía ver claramente que era una chica joven, con toda la vida por delante y que se dejó matar entre barro y miseria. Junto al cadáver había una guitarra, y yo me imaginé que había sido su compañera de viaje, su fiel amiga que no la había podido defender en el último momento. Mientras me llevaba un hotel en el coche de policía mis pensamientos  eran como  un río revuelto en el que las aguas turbias predominaban, llenando de oscuridad las pocas aguas claras que pudiera haber. No sé por qué me resultaba tan difícil alejarme de mis problemas, olvidarme de una persona que jamás me había dado nada bueno y me había impedido realizar mis sueños. Recordé el día que me había quitado la guitarra y había quemado mis partituras, o las veces que me impedía ir a los sitios que yo había planeado, al principio fingía que nos había surgido algo ineludible, pero al final ya le daba igual, yo era su prisionera. Tenía que enfrentarme y dejar de huir, porque si no, estaría toda mi vida huyendo y yo no había hecho nada malo, no me lo merecía. Ese día los periódicos hablaban largamente sobre el caso y así me pude enterar un poco, porque la policía no me decía nada. La chica se llamaba Estrella, y tenía 23 años. Su familia no sabía nada de ella, pues seis meses  antes se había ido a vivir con su novio y en ese tiempo habían mantenido muy poco contacto. Sus padres decían que era por culpa del novio, pues ella era una chica muy familiar y siempre estaba pendiente de los suyos. Apenas contaban nada más excepto que tocaba la guitarra y cantaba, pero lo había dejado al irse a vivir con su novio. En ese momento, justo en ese momento, supe lo que tenía que hacer. No podía tirar mi vida como había hecho Estrella. Yo necesitaba ayuda y la iba a pedir. No podía dejar que mi orgullo me impidiera salir de una situación que me estaba costando la vida, que me estaba convirtiendo en un despojo humano. Sin pensármelo dos veces llamé a casa. Ese mismo día mi padre vino a buscarme con su coche, pero en lugar de llevarme a casa, fuimos a dejarle a él las cosas claras. Lo cierto es que fue horrible, gritos, chantaje, súplicas y amenazas. En el momento en que vio que me había perdido ya no sabía a que recurrir, pero me mantuve firme y  pude cerrar de una vez una puerta que no conducía a ninguna parte, o quizás si, al infierno. Los primeros meses que pasé en casa de mis padres fueron una especie  de reencuentro conmigo misma. Al principio no podía evitar sentir una tristeza que se apoderaba de mí y que me impedía seguir viviendo, pero poco a poco la vida pone cada cosa en su sitio y yo volví a ser la que era.
                                                                                                                                       
 Una mañana, justo a la hora de desayunar, mi madre me trajo el periódico. Yo estaba nerviosa porque esa noche iba a tocar con un grupo y después de tanto tiempo el miedo estaba empezando a superarme. La verdad es que apenas estaba prestando atención a las noticias cuando vi una foto de Estrella. Me sorprendió porque hacía tiempo que no sabía nada del caso, ya que el único sospechoso era su novio y por lo visto tenía una coartada para el día de su muerte. Al leer la noticia me quedé helada. Al parecer la policía había encontrado una colilla que contenía su ADN, y eso le situaba en el lugar del crimen, además habían registrado su domicilio y tenía ropa manchada con sangre de la víctima. La coartada que tenía se la proporcionaba una chica que al final acabó confesando que era falsa, él le había pagado para que mintiese y  cuando la policía empezó a apretarle las clavijas ella se asustó y confesó. Aunque ya era demasiado tarde para Estrella al menos su familia sabía que su asesino estaba entre rejas y lucharían para que se hiciera justicia. Esa noche después del concierto cogí mi coche y volví al lugar donde había abierto los ojos después de mucho tiempo. Aparqué el coche a un lado y deposité en el suelo el ramo de flores que me habían dado al acabar la actuación. Lo dejé justo en el sitio donde la había encontrado, en ese túnel de los sueños rotos donde mi propio alter ego había pagado un precio demasiado alto por haber sido incapaz de plantar cara a su asesino y había dejado que le arrebataran su futuro. Con los ojos cerrados di las gracias por haber sabido reaccionar a tiempo.


Genma
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #24 en: Mayo 26, 2009, 15:07:00 pm »

SUCEDIÓ EN VERANO

 

 
Siempre   que se  va    acercando   el  verano,  tan deseado  por la inmensa  mayoría  de   personas,

yo    comienzo    a  sentir    que   me invade  la  tristeza,   que   la  melancolía  se  instala  en   mi   alma

y   que  ya no   me abandonara    hasta   que   el   romántico   otoño   comience  a  ser  incipiente. Toda

esta     tristeza  me   viene   a   “visitar”  año  tras   año  desde   hace    veinte.  Ahora    a mis  cuarenta

y    cinco   años,  la  vida  ha dejado  de  tener   sentido    para  mi.  Sentada   en  la  terraza   del   café

“Colon”    que  regenta mi  buen   amigo    Miguel  desde   que  casi un  crío,  observo   a   la   gente 

que   pasea   por   el   estupendo   paseo marítimo    aprovechando    el   calor  reinante   de   estos  ul-

timos  días del mes   de   mayo,  y   al  menos   logro   estar   entretenida   y   más   animada.  De   re-

pente    escucho    a   mi   lado,   la   llamada   angustiosa   de   alguien,   una mujer joven   parece  ser

que   llama   a    un   niño.   

          -  ¡ Mario!,   ¿Dónde    estás   hijo?,    Mario,   Mario   hijo,  por   favor,   sal  de  donde    estés,

             que   últimamente    te   ha  dado  por esconderte,   aquí   no   te escondas    Mario   por   favor

             sal   de    donde   quiera   que   te encuentres  ya.

 Echo  una   mirada     a  mi   alrededor    para  localizar   a   la  angustiada   madre, cuando  me   giro,

 la   veo   asomada    medio  cuerpo   fuera de la  barandilla,   frente  a  donde    yo  estoy  sentada,  en

pleno  paseo   marítimo.  La   angustiada    madre   esta   a punto   de   llorar,   busca   a    su   hijo   con

desesperación,   de   repente   yo  me    comienzo   a encontrar   mal,   un  sudor  frío   me  recorre   la

espalda   y estoy  a  punto   de   caer   mareada,   los recuerdos   se arremolinan   en   mi   mente.

     Me   siento   apoyando   la   cabeza contra    una  columna   que  sostiene    la    preciosa   terraza

acristalada    del café   Colón  que   es  donde   se  ubica   el  salón  de   invierno   y   que   es    un

rincón   en   el   cual   me  siento   siempre   muy a gusto,   y cierro  los  ojos.   Ante   mí,  un   extraño

sopor  comienza  a invadirme,  me   veo   a   mi   misma   levantada   escuchando   las    múltiples   pe-

ticiones    que  me   hace   insistentemente   mi   adorado  hijo   Mario   que  acaba    de   cumplir   dos

años   y   es   todo   un   pequeño   portento,   anda    habla   y   comprende   todo   a   la   perfección   a

esa     corta  edad.  Mario   acaba  de  llegar    de  casa   tras  su    siesta   diaria,  lleno   de   fuerza   y

ganas  de  jugar   ininterrumpìdamente, ¡le  quiero  tanto!,  me  pide  de  todo    lo   que ve,  que   le

compre  un  helado,  que   le baje   a   la  playa   para   jugar   en  la   arena   y   quiere   además  jugar

con   su nuevo regalo,  una pequeña bicicleta    que  tiene  adosadas   dos  rueditas   laterales   para 

poder   tener  la   completa  seguridad  de   que no  se  caerá,  regalo   de   su   padrino   Miguel, este

señor  joven   aun que  regenta este   atiborrado café  Colón,   yo   contemplo  orgullosa    la  belleza

Espectacular   de  mi  hijo, grande   para   su  edad,   de cabello    oscuro   y   ojos  negros  y   vivos

llenos   de   brillo   que   parecen   estrellas.   Aquel    caluroso   domingo   de mediados   de  agosto

este   pueblo estaba   que  rompía de gente,  siempre  se   han  acercado hasta  aquí  muchos  turistas

debido  a  sus   magnificas  playas alrededor del núcleo   urbano,  una   naturaleza   espectacular   de

monte   y   ríos  que nos  rodean   y la   espléndida  gastronomía, por  lo   que    los veranos   aquí   son

muy animados.   Yo   pensé   en   que  bajaría a  la  playa   con  Mario,  que jugase  en   la  arena   para

después intentar   mojarle   un  poco   en   el   mar,   que siempre  hace   bien   y   más  tarde   iríamos

a   tomar    un   helado.  Estuvimos  jugando  en  la   playa    dos   horas sin  cesar,   Mario   corría   de

un lado   para  otro  incansable   acarreando   agua  con   su   caldero,  dando  patadas  a   la  pelota  y

a   continuación,   mojarse   algo   en  el  mar no   sin  cierta  resistencia    por   su parte,  por   que   las

olas   fuertes   e   incesantes   siempre   le  daban   algo  de   temor,  y  yo  no  insistía demasiado.  Tras

aquellos   juegos  y la estancia  en  la   playa,  decidí  subir    por   que  Mario  estaba   sudado,  había

estado   tan activo  que ahora   estaba   empapado  de sudor  yo  temía que se resfriase    con   la 

fresca  brisa   del  atardecer   que siempre   salía    arrastrada  por  las  corrientes marítimas.  Como 

pude,  logre convencerle   diciéndole   que  a  pesar de mis  temores,  le  compraría    un  helado,  uno

que   fuese  “grande,  grande,  grande” me    suplicaba    juntando   sus  manos  doradas  por  el  sol

en   posición   de  rezo,  subimos    ambos   llevando   yo   la   pesada   bolsa  con  todo  su  “equipo”

playero,   una   bolsa  plastificada  llena  de palas  calderos   etc.  y   en   la   otra mano,  la   bicicleta

recién   estrenada,   apoye   en  un  banco   de  los muchos   que   hay    diseminados   a   lo   largo  de

todo el  paseo marítimo,  y  me  dispuse a  asear   un  poco  a Mario.  El  niño  permanecía   a  mi  lado

mientras   yo  le  distraía    unos minutos   mientras   me   afanaba   en  buscar   en  el    fondo  de  la

bolsa,   una   sudadera   azul  clarita  de algodón   para   ponérsela    de   inmediato    antes   de   que   

se   resfriara.   Segundos  más  tarde,  con  la   sudadera  en   la mano,  me  dispuse   a  vestir  a  Mario.

Pero  Mario  no    estaba   junto a mi,   me  levanté  y miré   a mi   alrededor,¡nada!,  Mario  no  estaba 

junto  a  mí.  Alarmada    busqué  con   la  mirada  entre   la maraña  de  gente   que  caminaba   arriba 

y  abajo   rozàndome   con   su  presencia.   En   aquel  momento   el  paseo   estaba   a   reventar    de

gente,   no  me  gustaba  nada aquella  cuestion,¿dónde  estaba  Mario?,  Mario, Mario  hijo, ¿dónde

estás.?  No   te escondas  por ahí,   vámonos    a   por  el   helado  más   grande  del  mundo Mario.

Yo   veía   que  Mario   no  estaba   junto  a  mí,  pero  yo  comenzaba    a   tener  tal   desesperación

que creía   verle   a  mi   lado  una   y  mil  veces,.  Minutos más  tarde   la  alarma    se  extendió  y

muchas   otras  voces   más   potentes   que la mía,  comenzaron   a   llamar   a  Mario,  pero  Mario

estaba   ya muy  lejos.  Aquella  misma  noche, las batidas  fueron  intensas,  se   pateo   el  mar   y

los acantilados   limítrofes,   las cuevas  los prados   los    ríos  y   todo  el  entorno, fuimos   a  la

televisión,   a   la  radio   y   a  los más afamados  diarios de prensa,   mi  marido   Elías y   yo, pero

todo   fue   en  vano.  Un   mes  más tarde,   yo   envejecida   y   sin  ganas  de   vivir,   escuché  un

argumento   de  un  especialista   en  materia  de   desapariciones  infantiles   y me dio   una   razón

y   una  posibilidad   que no  descartamos.  Mario,  mi  hijo   era  un  hermoso  niño,  criado  ya   y 

sano,   visto   una  y mil  veces  en  nuestro  pueblo  siempre  lleno   de  gente,  por gentes   extrañas

sin  saber cuales pueden  llegar   a ser  sus  pensamientos,  y   sus  ideas   fueron   la  de  llevárselo,

lejos,   con   una  familia   que   le vio   y  le  quiso   tener.  Mario   jamás   apareció,  y yo   sé  que

aquella   opinión  del   especialista   que   desde hace   unos meses  ya jubilado, está   ofreciendo

sus servicios  en   el  caso   de   Madelaine,  la niñita inglesa desaparecida  en el  Algarve,  es   cierta.

Me da  la   impresión  de que  así  es,  Mario    jamás  regresará,  alquien  se   lo  llevó   y ahora  él 

vive   en   una  familia   que   estoy  segura  le quiere,   pero   yo desde aquella   tarde,  deje   de  vivir.

   Abrí   los   ojos   al  sentir   que   las voces   desgarradas   de  la joven  madre,   habían  cesado,  me

fijé    y   la  vi fuertemente  abrazada  al  pequeño,  éste  se había  despistado,  ahora ambos   iban  por

el    paseo   felices de nuevo.  Miguel  se acerca   a   mi   con  gesto  serio,  desde  que me  ocurrió  la

terrible desgracia  de  lo   de  mi hijo,  mi  matrimonio  se rompió,  era  demasiado   sufrimiento,  yo

no    podía    vivir,  siempre  me estaba echando  la  culpa   de  lo ocurrido   y   el  divorcio   fue   lo

mejor     ante  mi  situación,  la  soledad  me   embargaba   pero   yo   la  asumía   como   penitencia   

ante lo   que   yo  aun  sigo  creyendo.   Fue  un  error   gravísimo   que tuve,  pero   Miguel   siempre

está cerca,  me ayuda cuando  lo necesito   y   me   gusta sentir   que alguien   me   ve  como   a   una

persona.

    - Tienes  mal aspecto,  ¿te   traigo   un   té?,  té   hará    bien.

    -  No   gracias,  es solo   que  me   había  vuelto    un  pensamiento  del  pasado.                                                           

   -  El  pasado,  pasado  está, sigue ahí,  mira  al presente   que   te   vendrá    bien.  Te  recojo   en

      media   hora que  tengo  algo de tiempo  libre   y  damos un  paseo, ¿vale?.

esperaré   a  que Miguel  me  recoja,   ¡tal   vez    éste  pueda  llegar   a ser un  verano  nuevo   en

mi  vida!,  tal vez, este  pueda ser el  inicio  de  una  vieja amistad  como  rezaba la   película   de

Bogart   al   final.   
 
           

Mª Esther Lopez
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #25 en: Junio 02, 2009, 19:44:20 pm »

Héroes


Atardecía y el sol lanzaba guiños ladeados a través de las nubes que los cristales polarizados tamizaban, convirtiéndolo en un espectáculo de luz esquiva. Apartó la vista indiferente a lo que había más allá del cristal, en realidad estaba concentrada en su propio reflejo que iba y venía conforme bailaba la luz del exterior. Esa desconocida que devolvía su mirada escudriñadora, no era otra que ella por mucho que le pesara… y le pesaba. Se volvió hacia el interior de la gran sala en busca del reloj que colgaba del techo. Frunció el ceño intentando descifrar la hora a partir de la posición de las grandes saetas. Recordó que debía ignorar la más rápida de las tres, los segundos no cuentan. De las otras dos, una señalaba la hora ¿cuál? Sí, eso era: la más corta. Y la larga indicaba los minutos. ¿O era al revés? Hizo un gesto impaciente añorando su unidad portátil de IA, siempre se la retiraban antes de… No importaba, no podía faltar mucho para el aterrizaje.
Fijó la mirada en las mesas sobre las que se esparcían periódicos con fotos a todo color. Estaban hechos de papel auténtico. Los acarició con suavidad, como hacía siempre. El tacto era extraño, agradable.
En todas las portadas aparecía la misma imagen, la de un rostro enjuto de pómulos prominentes y mirada perspicaz. Bajo la foto, una leyenda. Rezaba lo de siempre, sólo variaba el nombre:

VUELVE EL HÉROE
Tras su misión de un año, el comandante Santos…

No siguió leyendo, se lo sabía de memoria y era prácticamente todo mentira, tan falso como ella.
Respiró profundamente intentando controlar el creciente nerviosismo que mariposeaba en su interior. Siempre le ocurría lo mismo. Llevaba unas cuantos citas a la espalda y ya debería estar acostumbrada, pero el desasosiego era un compañero fiel que no le fallaba cuando el momento era inminente. De pronto echó a andar con decisión dirigiéndose al bar que había en el centro exacto de la sala de espera. Los tacones repiqueteaban inseguros sobre las baldosas de la inmensa estancia levantando ecos que la hicieron maldecir su calzado.
Al otro lado de la barra, Mel – el otro ocupante de la gran sala- la observaba con una sonrisa entre admirativa y cínica.
Cuando llegó hasta él, se dejó caer con un suspiro sobre uno de los taburetes que coreaban la barra semicircular.
—Estos zapatos me están matando— gruñó apartando la larga melena castaña del rostro.
—¿Nerviosa? Vamos, cielo, no es precisamente tu primera cita.
—Ponme una— masculló ella, ignorando el comentario.
—Sabes que no deberías— la reconvino con suavidad. —Si estoy aquí es por ellos y…
—No te he pedido consejo, ponme una y cierra el pico. ****, Mel, lo necesito—añadió con tono más suave.
Él se encogió de hombros y volviéndose hacia el estante que tenía detrás, tomó una botella llena de un líquido ambarino. Le sirvió una copa que ella vació de un trago, luego la dejó de golpe sobre la barra.
—Otra.
Mel abrió la boca para cerrarla de inmediato. Le puso otro trago que siguió al primero con la misma presteza. Cuando golpeó de nuevo la barra, el barman colocó la botella en su sitio negando con la cabeza.
—No te serviré otro, cielo— dijo con firmeza. —Te pongas como te pongas.
Por unos instantes, él temió que le arrojara la copa a la cabeza, pero tras lanzarle una mirada fulminante, suspiró hundiendo la cara entre las manos. Los sollozos eran casi inaudibles, profundos y desesperados.
—¿Se puede saber qué te ocurre, cielo?
Ella levantó la cabeza, tenía las mejillas surcadas de lágrimas y restos de maquillaje.
—Maldita sea, Mel, cada vez lo llevo peor. Me siento sucia vendiéndome así.
—Vamos, vamos, si no fuera por ti y tus compañeras, ¿qué sería de ellos? Los necesitamos, cielo. ¿Tengo que recordarte la importancia que tiene todo este asunto? Sabes perfectamente de dónde vienen, no creo que sea mucho pedir ofrecerles algo de compañía a su vuelta.
—Lo sé, lo sé— contestó ella. —Viajan a años luz para mantener la estabilidad de las supercuerdas esas del demonio. Impiden que el Universo se contraiga—. Calló pensativa, los consideraban héroes, prácticamente semidioses, con un aura divina que los había convertido en seres legendarios para la mayor parte de la población. Pero eran reales, oh sí, muy reales.
—Es sólo que no creo que esté bien. Soy una farsante que se viste y maquilla para dar unas horas de placer a esos desgraciados antes de que vuelvan de nuevo al espacio, para que nosotros podamos seguir con nuestras vidas.
Mel se inclinó  por encima de la barra cogiéndola de los hombros con suavidad.
—Cielo, ¿cómo puedes llamarles desgraciados? Son héroes, los más grandes que ha habido jamás.
Ella negó con la cabeza. —Se pasan la vida ahí fuera a años luz de su hogar y cuando vuelven  les hacemos creer que todo sigue igual, que sus naves llevan un compensador que les permite eludir la ley de la relatividad… Pero el mundo de sus recuerdos no es más que polvo. Tú no estás con ellos, no ves la desesperación de sus miradas.
—Sabes que darán con la solución, dicen que pronto no será necesario que vuelvan al espacio— Mel vaciló unos instantes. —Entonces podrán quedarse, disfrutar de sus vidas.
—Tú no has visto la desesperación en sus miradas— repitió ella con ferocidad. —Daría igual que me disfrazara de payaso, aun así sería la esposa, la novia, la hija que han dejado atrás, y lo sería porque necesitan creer que su mundo todavía existe. Todo esto— abrió los brazos abarcando la sala vacía a excepción de ellos dos. —Todo esto no les engaña ni por un instante pero ¿tienes idea de lo que les ocurriría si se admitieran a ellos mismos que hace cientos de años todo lo que dejaron atrás se ha desvanecido? No creo que quisieran seguir viviendo. No son héroes, son simplemente humanos que buscan lo que todos.
En ese momento un rugido hizo temblar las cristaleras y de entre las nubes surgió una llamarada que les obligó a apartar la mirada.
—Ya está aquí— musitó ella arreglándose el maquillaje con un pequeño neceser que sacó de su bolso. —Me tengo que ir ¿Cómo estoy?
—Preciosa— dijo Mel pensando que los restos de lágrimas darían más fuerza al encuentro. —¿Quién eres hoy, cielo?
—Eva, la hija del comandante Santos— se volvió alejándose con paso rápido.
—¡Eva!— llamó Mel, al verla vacilar, rectificó. —Cielo, sólo piensa una cosa ¿Qué nos ocurriría a nosotros si ellos llegaran a reconocer la realidad?
Ella asintió lentamente sin volverse. Luego compuso una sonrisa forzada y echó a correr hacia la figura que entraba vacilante por el portón de acceso a la sala de espera.
—¡Eva!— gritó la figura. —Sabía que estarías aquí, esperándome.


J.E. Álamo
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #26 en: Junio 07, 2009, 20:26:21 pm »
Quiero pedir disculpas a todos los participantes de este I Concurso de relatos Fórum Montefrío. Son muchos los que se han puesto en contacto con nosotros preocupados por la situación actual. Como pueden comprobar las aguas vuelven a su cauce. Todo sigue según lo previsto. Ficha límite de admisión de trabajos 20 de Junio, unos dias después el veredicto.


Un Cordial Saludo
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #27 en: Junio 11, 2009, 16:19:00 pm »

A última hora


A última hora no me salió tan mal el asunto como me temía. Al principio estaba muy asustada, porque nadie quiere morir, pero entre él o yo, ya se sabe la respuesta. La primera mentira me la tragué, pero cuando me dijo que iba a ir a cenar con Alfredo y esa tarde me encontré  a Alfredo y me reiteró las ganas que tenía de ver a mi marido e insistió en que nunca tenía tiempo para sus amigos, que yo lo absorbía, ese día supe que me engañaba. Decidí observar y comprobé que cada día mentía más. Una mañana lo seguí al trabajo, me disfracé discretamente con gafas oscuras, una peluca de mi madre que era bastante natural y un abrigo de mercadillo que ocultaba mi cuerpo. Esperé en el bar de enfrente oculta tras un periódico y lo vi salir hablando por el móvil. La calle estaba desierta y pude captar que iba a reunirse con alguien en un restaurante del centro. Acto seguido aparqué el coche cerca de ese restaurante para tener sitio de noche y me fui a casa. Cuando llegó le propuse salir pero él me dio una excusa tonta y se fue. Yo tomé un taxi y me bajé a dos manzanas de allí y me puse a observar desde mi coche. Cuando salió iba acompañado de una rubia despampanante y parecía que se divertían. Recé para que tuvieran el coche cerca y la suerte me acompañó. Los seguí por toda la ciudad hasta las afueras donde tomaron un desvío. Yo seguí adelante porque ya tenía la dirección. Tardé días en averiguar quien era ella, tuve que usar Internet, fisgonear en el móvil mientras él se duchaba y otras muchas artimañas pero logré adivinar que era una nueva rica que se había venido a menos y ahora estaba en una crisis más gorda que la del gobierno.  Decidí separarme porque la casa era mía y además tenía unas tierras en el pueblo, por tanto no habría problemas en ese sentido, pero antes de poder decir nada empecé  a notar ciertas cosas. Primero fue un día en la ducha que me llamó con urgencia para una tontería cuando casi piso el cable del secador que casualmente estaba enchufado, en el suelo  y con un lado medio pelado. Él me dijo que era una despistada porque descalza y con los pies mojados es un peligro. Otro día resbalé en las escaleras con una enorme mancha de aceite, pero el cartero me paró, así muchas veces mientras decía a los vecinos que un día mis despistes me iban a matar. No sé por qué pero quería matarme. Llegó un momento en que decidí matarlo a él primero. El alero del tejado estaba absolutamente suelto así que una noche subí a la azotea y lo desprendí del todo, lo sujeté por un lado con hilo de pesca y até el otro lado del hilo al tendal como me había enseñado mi primo Nacho. La tarde siguiente le dije a mi marido que me cogiera las toallas que estaban en la cuerda del medio, que soy tan despistada que las había olvidado. Esto lo dije a voz en grito por la ventana del patio y cuando se asomó yo ya tenía el trozo de hilo que había atado al tendal en mi mano. Tiré del y el alero cayó sobre su cabeza y luego lo arrojó al patio. Rápidamente corté el hilo que lo sujetaba mientras gritaba como una posesa que era culpa  mía y de mis despistes. El hilo cortado lo metí en mi bolsa de hilos y retales y asunto olvidado. La investigación se cerró declarando el tema como accidente y yo cobré una buena indemnización. Meses después me llamaron de una compañía de seguros que yo no conocía. En sus oficinas me explicaron que mi marido había hecho un seguro de vida por una cantidad astronómica y ambos éramos beneficiarios. Ahí entendí por qué quería matarme, hubiera sido sospechoso ponerse solo él como beneficiario y como yo iba a morir...
 Ahora estoy de crucero y me he dado cuenta de que a última hora he salido ganando.

Genma
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #28 en: Junio 12, 2009, 15:38:27 pm »

Soñar con África


Aún era de noche cuando salieron a la luz los primeros restos; la enorme excavadora dio con ellos sin querer, como casi siempre suceden estas cosas; por sistema, toda la cuadrilla dejó de trabajar, la mitad sorprendida, y la otra mitad expectante; al principio nadie supo que hacer, ni que decir al contratista, que en menos de una hora se plantó allí con su recua de abogados trajeados.  La luz del día, clara y luminosa para estar tan sólo en marzo, revelaba claramente lo que la oscuridad había pasado por alto.  Los restos óseos eran abundantes, de más de un cuerpo, perceptible hasta para un profano, y no eran tan nuevos como en un principio se había pensado.   Al menos no se trataba de un crimen actual.  De todos modos, si estaban ante algún yacimiento, las obras deberían pararse, era un hecho.
   El doctor enviado a la obra era amigo del contratista; nada más llegar al lugar vio con sorpresa que los trabajadores, incautos le habían facilitado el trabajo; cinco cráneos marrones, cubiertos parcialmente de tierra y carentes de parte de la dentadura reposaban junto a otros huesos con menos apariencia humana en una esquina.  De un vistazo, pudo establecer la causa de la muerte: entre las cuencas de los ojos, un casi perfecto agujero delataba el fusil asesino. Por las mandíbulas, pudo observar que los restos pertenecían casi con seguridad a mujeres jóvenes, de no más de veintitantos, y por el estado calculó que llevarían muertas entre cincuenta y setenta años; no más. Nada de yacimientos.  El contratista respiró con tranquilidad al oír las explicaciones. Sólo se le ocurría una explicación para los cadáveres en esa franja de tiempo: la guerra.  No, no habría problemas. La maquinaria alquilada estaba pagada, los operarios, cobraban por días, y la enorme suma de dinero cobrada, invertida. Todos preveían el fin de la obra dentro del mes vigente. Las víctimas de la guerra no eran importantes, le dijo al doctor. No era lo mismo que un yacimiento, en los que todo el mundo se metía. Sí estos cadáveres llevaban tantos años allí, sin que nadie los reclamase, no serían importantes. Las guerras, ya se sabía, siempre dejaban muertos, y no tenía que pagarlos él.  Sin más pérdida de tiempo dio orden de continuar con las obras.
Desde la otra orilla el viejo observaba las obras; llevaba haciéndolo desde el principio de las mismas. Salía al amanecer de la residencia y se pasaba las mañanas vigilando, atento.  Cuando encontraron los restos su corazón dejó de latir momentáneamente. Finalmente, todos tenían razón. Su madre estaba ahí, había estado allí todos esos años, mientras él, la creía en África, en su nuevo destino con el Cuerpo de Enfermeras. No quiso creer a sus vecinos, cuando le hablaron de la matanza, no quiso creer a nadie. Tan sólo pensó en el viaje que ella tenía planeado, y que ahora veía que no se había cumplido. Recordó la terrible noche de cercos y ataques, cuando tan sólo era un niño, y desolado, volvió a la residencia, a tratar de olvidar, a soñar con África. En sus oídos se mezclaban las voces de los obreros, los motores de las máquinas, y el eco de los oscuros disparos.


Anónima
« Última modificación: Junio 12, 2009, 15:44:15 pm por Parlamento »
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Re: I Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #29 en: Junio 15, 2009, 16:24:10 pm »

El pájaro rojo


El  automóvil se detiene frente al edificio del Instituto de Enseñanza Privado. El chofer atento, abre la puerta a la joven vestida con el reluciente uniforme, que baja  y se aleja sin saludar.
Ya sola en la habitación, afloja su tensión y llora olvidando su soberbia fingida.
Tendida en la cama con el uniforme arrugado, la descubre por la mañana, la celadora de turno.
Con algunos minutos de retraso, se presenta en el aula, con ojeras y desaliñada, intentando en vano ignorar las miradas de sus compañeras.
Al finalizar la clase, solicita  permiso a la rectora para permanecer en cama el  resto del día, aduciendo un fuerte dolor de cabeza.
Corre las cortinas. En penumbras saca de su bolsillo las pastillas que le robo a su madre y mientras las ingiere, se convence que de esa forma podrá dormir y dejar de pensar en él. Se desviste y totalmente desnuda se acuesta. Sabe que esta lloriqueando, pero un sopor muy dulce la va conduciendo al sueño deseado.
Las horas transcurren entre violentos espasmos, voces que le llegan desde lejos, luces y sombras, hasta que despierta aterrada, empapada y con la mente tan confusa, que necesita varios minutos para  entender la realidad.
Se cubre con la sabana húmeda y tambaleando, logra llegar al baño. Sentada en el suelo abrazando el inodoro, vomita. Siente que se ahoga entre las cuatro paredes y sale en busca de aire fresco, olvidando su desnudez. 
La ancha puerta  de vidrio, con cerrojo, no le permite salir al jardín pero no se detiene y continúa su loca carrera, hasta la escalera que la conduce a la terraza.
Casi sin aliento, se arrodilla y con fervor inicia un rezo: - Te  suplico Señor me perdones... Papá por favor, llévame contigo, vuelve a buscarme....
Un relámpago ilumina el cielo oscuro y la lluvia cae furiosa, lastimándole la piel, pero no se mueve.
En algún rincón, en algún lugar muy cerca de ella, hay unos ojos que la observan. Se incorpora despacio mirando hacia ambos lados, buscando al intruso que la perturba. Una caricia muy suave, un leve roce en su cabeza, le hace gritar al mismo tiempo que corre hacia la salida. El terror la entorpece y no puede esquivar el filo de la puerta que la golpea, pero puede ver antes de desvanecerse, un  pájaro rojo que con las alas extendidas, como dos manos en cobijo, la persigue.
Despierta en medio de susurros, pero no se atreve a abrir los ojos. Aún asustada, reconoce la voz de la rectora diciendo: -El  portero la encontró en la terraza, desnuda y sobre su pecho tenía esta pluma roja... Su madre ya partió en viaje de luna de miel....
Una vez más los pensamientos atropellan con crueldad.
Se fue... Se fueron los dos... Ella no me escucho, no creyó lo que le decía...  El se burlo de mis sentimientos, me engaño, jugo conmigo y ahora me dejan sola.
La rectora  acompaña en silencio, comprendiendo su dolor.
- Por favor, corra las cortinas... Deseo ver el sol y descansar, no se preocupe, la llamaré si necesito algo -
Un ruido interrumpe sus cavilaciones. Le hace levantar los ojos y allí está majestuoso, con el pico tan rojo como sus plumas. La observa.
 Esta vez no se inquieta, pues el vidrio  le impide el paso, cosa que no molesta al pájaro. 
-Que extraño- piensa, -parece manso... Juraría que me mira como si quisiera trasmitirme algo.
A partir de ese instante, todos los días el pájaro rojo, se posaba en su ventana, convirtiéndose en amigo y confidente. Por primera vez, ella sentía que alguien la comprendía y la escuchaba. Un aleteo, un movimiento de su pico o el guiño de sus ojitos, eran siempre una respuesta.
Volvió  a las clases y estudio con más ahínco, pero sin olvidar, ni una sola tarde abrir la ventana para que entrara el misterioso  pájaro.
Una carta le anuncia el regreso de la feliz pareja y el reintegro obligado a su hogar.
- Vuelven, pájaro rojo... Y yo voy a morir... -
Estas palabras trastornaron al pájaro, que revoloteaba enloquecido por toda la habitación, hasta que pudo atraparlo y calmarlo  con sus caricias.
Llorando, se queda dormida.
La despertaron los golpes insistentes en su puerta, por la mañana temprano. La ventana estaba abierta y su pájaro rojo se había ido.
Bajó las escaleras rogando que no fuesen ellos en su búsqueda. Respiro aliviada, al ver que en el escritorio sólo estaba la rectora.
Es una mala noticia, querida... El avión privado de tu madre sufrió un accidente... Murieron todos... Hasta un extraño pájaro rojo que encontraron entre los restos.


María Consuelo
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