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Barra Libre... => Literatura => Mensaje iniciado por: Parlamento en Abril 27, 2012, 17:55:22 pm

Título: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Abril 27, 2012, 17:55:22 pm
Tras el éxito obtenido en ediciones anteriores, con más de 45.000 lecturas a sus espaldas, cerca de 1000 obras recibidas y relatos procedentes de los 5 continentes, tenemos el placer de anunciar, un año mas, la IV edición del Concurso de Relatos Fórum Montefrío.

El Concurso de Relatos Forummontefrio pretende facilitar- simplificar el proceso de participación, logrando promover la producción artística atendiendo a los nuevos medios de escritura, muy influidos por el uso de las nuevas tecnologías.

Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. Proverbio Hindú.

(http://img837.imageshack.us/img837/4489/cartelivconcursoderelat.jpg)

(http://img840.imageshack.us/img840/5367/basesfrummontefro1red.jpg)

(http://img848.imageshack.us/img848/139/basesfrummontefro2red.jpg)

 Bases IV Concurso de Relatos Fórum Montefrío (http://www.forummontefrio.es/index.php?ind=downloads&op=download_file&ide=34&file=BasesIVConcursodeRelatosFrumMontefro.pdf)
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Mayo 01, 2012, 17:00:40 pm
Comienza el proceso de difusión del certamen:

http://www.letralia.com/concursos/1208314.htm

http://www.escritores.org/index.php/recursos-para-escritores/concursos-literario/6395-iv-concurso-de-relatos-forum-montefrio

Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos Forummontefrio en Mayo 09, 2012, 10:59:20 am
Como amante de la literatura es par mi un honor aceptar la tarea que se me ha encomendado al cargo de esta sección. El procedimiento de inserción de relatos continuará siendo similar al de ediciones anteriores, por lo que no notareis cambio alguno. Comenzamos esta nueva andadura con un relato procedente de San Marco in Lamis, Italia.


(http://3.bp.blogspot.com/-j7mNYoOEdVs/Tqn-FOdll9I/AAAAAAAAAZU/4dY3zxFs3aI/s640/luz-esperanza.gif)

EL HOMBRE QUE REGALABA SUEÑOS
   

No, no podía quedarse allí sólamente observando. Su país se estaba muriendo. Lo pensaba desde hace unos meses don Elio, o  “Sólo-Elio”, como le resaltaba a su gente, cada vez más apática, gris y apagada, él un sacerdote en blue-jeans que rechazaba el “don”. “¡Sólo Él es el Don! Dejémosle a los jefes este ispanismo”, respondía seco a las ancianas que con insistencia continuaban llamándolo don.
   Al comienzo su ubicación en la parroquia de San José había creado cierto desconcierto entre las cuatro ancianas aficionadas al rosario de las tardes en la pequeña iglesia,
Y don Elio, perdón Sólo-Elio, había sido enviado allí, en este “Rio Bo”, por el obispo quien lo había recomendado:
-“Se necesita un poco de aire fresco en el pueblo que tú sabes... ¡Cuento contigo   
Había hecho su mayor esfuerzo para renovar el oratorio, volver a barnizar y colocar aceite al juego de futbolín y ping pong y algún desecho de billar romano.
Pero la cosa más desconcertante que asombraba a Sólo-Elio, era que hasta las parejas más jóvenes no tenían hijos. Parejas cincuentonas, cuarentonas e incluso trentonas vivían sin luz, sin proyectos, sin hijos, sin futuro, sin sueños.   
He aquí la palabra clave: sueño. En el pueblo no había más sueños, la gente había dejado de soñar

***
- Excelencia, debo pedirle un favor...
- Dígame don Elio, perdón Sólo-Elio, - aquí una risita gustosa del anciano prelado, que conocía del apodo de la gente- ¿Alguna cosa grave
-_Sí, Excelencia, en el pueblo el escándalo existe: no hay futuro, no hay esperanza. El pueblo no tiene más sueños. Yo quiero partir. Mándeme a Brasil.
-¿Brasil? ¡Entiendo! La misma crisis del séptimo año. Escucha Elio ¿quieres una año sabático, que sé yo, en Mediugorje?Pero ¡cómo te vino a la mente Brasil!¿y crees que allí encontrarás los sueños?
- Sí, Excelencia, estoy seguro, me he documentado. Verán que regresaré pronto e traeré estos sueños.
- Muy bien, mi querido Elio. Así sea. ¡Entonces parte y tráenos estos sueños y un poco de sol, ese sol que llevas con tu nombre!
***
Rio de Janeiro, rascacielos y favelas, y el Cristo con los brazos abiertos sobre la bahía  de Pan de Azúcar.
Elio desde hace unos días llegó con la Ryan-Air  y vaga por un bazar de callejuelas malolientes,  entre chillidos, gritos con blasfemias, caras sospechosas y niñas prostitutas. Pero en medio de aquel infierno dantesco, Elio observa algo bellísimo: los niños. ¡Cuántos niños! Elio lo sabe, no podrá salvarlos a todos, pero algo hará por esos pequeños inocentes a quiénes Él trató con divina ternura y les prometio el Reino. Ésta es la razón por la cual Elio llevó consigo en el morral un balón su armónica y monedas que siembra detrás de él, como Pollicino, fingiendo que no se da cuenta. Y poco a poco, con furtivos cuchicheos en portugués, dos, tres y luego decenas de niños llenos de suciedad lo siguen, recogiendo las monedas que deja caer. Depués como un flautista mágico, extrae del bolsillo su armónica y comienza a sonar una samba criolla. Sabe a donde llevarlos: el prado herboso destrás de la última barraca. Aquí se detiene la samba y ¡sorpresa! Sale del morral un balón y Elio lanza la primera patada.
-¡Viva, olé!... ¿jugamos? –explota la incontenible alegría de los niños y las ganas de coordinar de nuestro cura: “¡Epa, te digo a ti, el de cabellos rojos, serás el portero!
Y comienza el partido inesperado, Elio es el árbitro y anima a los ronaldinis, los jairzinis, y los pequeños falcaos, quienes corren, chocan entre sí, se deslizan por sus jeans entre regateos y brincos. Luego vuelve la calma y mientras los niños devoran la merienda Elio dice:
- Tú, pelirrojo, ¿cómo te llamas? ¿Y tú, camisa rota? ¿Y tú? ¿Y tú?
Una niña, líder audaz, habla por todos:
- A mí me han puesto por nombre ”putica”, y camisa rota, para nosotros es “pipí corto”
Carcajada general. Elio se lo esperaba-Yo soy “calabaza podrida”- se ríe burlonamente un tercero. -Y yo “hedor a chinche”- grita un cuarto.
-Basta. Lo entendí todo. Ahora, escúchen atentamente...
Elio se muestra serio, como en el momento de la homilia de la misa matutina. -De todas formas veamos: todos ustedes son hijos de una gran madre, la Calle, la calle de la vida, por lo tanto son todos hermanos y tienen el mismo apellido, que será ¡SUEÑO! Ustedes son el sueño de nuestra calle, el sueño de nuestra vida.
-¿ y los nombres? ¿qué nombres tendremos? - gritan en coro -
- Cada uno elegirá una manera de decir, o un color, qué se yo, tú pelirrojo serás SUEÑO de fuego, tú, Putica, serás SUEÑO de estrellas.
-¡Yo SUEÑO de paz!
-¡Yo SUEÑO de libertad!
-¡Yo SUEÑO de amor!
Sobre el prado el sol no quiere partir. El tiempo se ha parado en ese espacio y la esperanza se asomó entre las favelas en desesperación. Elio se conmueve y hace la gran promesa:
- Vendrán todos conmigo. Tendrán un hogar, una madre les dará el beso de las buenas noches. Un padre les tomará en los brazos y les alzará al cielo frotando sus mejillas con sus bigotes.. Tendrán el pan perfumado de cada día...
Los niños se quedan callados. No creen a sus propios oídos. Depués, la enorme explosíon de un SÍÍÍ LLÉVANOS CONTIGO coro a capela.
-Pero primero nos tenemos que preparar. Partiremos dentro de un año. Mientras tanto aprenderán un nuevo idioma, mi idioma, y les enseñaré quién fue Jesús.
***
Hay una agitación en San José. Voces disonantes se esparcen por el pueblo:
-¡Don Elio ha regresado de Brazil, -
- Se dice que nos ha traído una sorpresa!-
Corren las voces por Rio Bo, pero extrañamente se llena la pequeña iglesia. Todos  están curiosos por la sorpresa que había prometido Sólo-Elio, quien esta vez se había vestido de punta en blanco, con todo casulla y capa, precedido por una fila de monaguillos, algunos blancos y otros de color chocolate,  que cantan, cantan como ningún coro había cantado antes con tanta alegría en la pequeña iglesia de Rio Bo.
   Cantan el Kyrie, el Gloria y el Aleluya, y se llega al evangelio de Mateo: “Quién reciba a unos de estos pequeños, me recibe a mí... porque de los tales es el Reino de los cielos”.
   Luego Sólo-Elio desde el ambón a sus querido fieles, con la sonrisa más luminosa desde su primera misa, se dirije a sus monaguillos de color:
- ¿Tú cómo te llamas? Y tú, y tú, y tú...
- Yo SUEÑO de fuego.
- Yo SUEÑO de estrellas.
- Yo SUEÑO de lana.
Luego, SUEÑO de rosa, SUEÑO de oro, SUEÑO de paz, SUEÑO de libertad, SUEÑO de esperanza...
La Iglesia es todo un estremecimiento de alegría a las respuestas de aquellos queridos niños.
Un aplauso y muchos ojos resplandecientes y Elio, con la túnica y los jeans por debajo, tratando de frenar algunas lágrimas y de finalmente abuchear la última lengua viperina:
_Aquí está la gran sorpresa, queridos fieles, he aquí el futuro, la vida, la esperanza, todo lo que faltaba en nuestro Rio Bo.
He regresado para regalaros los SUEÑOS...

 
HORSEFRIEND
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos Forummontefrio en Mayo 09, 2012, 15:20:10 pm
(http://b.vimeocdn.com/ts/156/139/156139539_640.jpg)

Y ¿Por qué no?


      El lugar: el de siempre, la barra del Bar Quimera atendido por su propietario, mi compadre Gabriel. La hora: la de costumbre, la que transcurre entre la partida del último cliente y el asomo del primer rayo de sol. Los comensales: los habituales, de izquierda a derecha de la barra, Nano, Pipo y yo… Ah, y esta vez una vieja salida de no sé dónde... «¿Quién es ella?», le pregunto a mi compadre, y mi compadre me contesta que ni idea… «Llegó al bar y como si fuera socia abonada de primera línea se sentó en el reservado de la barra, pidió una botella de aguardiente que se zampó mientras tarareaba sabrá dios qué canción antediluviana y luego, peneque hasta decir ya basta, cerró los ojos y se echó a roncar sin darme tiempo de cantarle la tabla y extenderle la cuenta». Estará dormida y achispada y todo lo que usted quiera pero lo que es este pecho mío no entrará en confidencias mientras la inoportuna se mantenga mancillando nuestra intimidad. Y el pecho de Pipo tampoco, y el de Nano menos todavía… ¡Qué posma!, una barra, al menos la nuestra, es para eso, para las confidencias, aunque, al cabo de tanto torearlas, capotearlas y sanjuanearas ya no lo sean, para nosotros, quiero decir, pero sí para el resto de la humanidad y la vieja en este caso representa el resto de la humanidad… «A que no», chilla ella o parece chillar. Y Gabo dice que chilló y si él lo dice hay que creerle, que no hay mejor conocedor del hombre que un propietario de un bar. «¿Aunque en este caso no sea hombre?». «¡Aunque no lo sea!»… Sea lo que sea la vieja metiche, sin dársele un rábano nuestro derecho de pernada, de pataleo o de intimidad y curada de embriaguez como por ensalmo invade nuestro rancho… «Por mí no callen que conozco de pe a pa todo el abecedario de sus cancamurrias. Los cien mil patacones que le hacen falta a Pipo para echar a andar su proyecto de producción y venta de porno-pasteles, el valor que le hace falta a Nano para mandarse a poner las tetas que tanto anhela, y los cojones que le hacen falta a Mario para destapar la olla podrida que sazonan con tanto afán sus jefes del ministerio»… Olla podrida y gato encerrado, claro que los hay. Del lado de la vieja… «¿De dónde habrá salido? y ¿cómo diablos se habrá enterado de nuestros desaguisados?». «Yo qué voy a saber, esto nada tiene que ver con el arte de conocer el alma de los hombres». Dicho sea de paso, sea lo que sea la vieja sigue campaneando… «Toma, Pipo, los cien mil patacones». Y acto seguido, pone sobre la barra un montón de doblones relucientes. «Denuncia, Mario, que callando te apagarás. En cambio hablando, algún día serás magistrado la Corte Suprema». «Ponte las tetas, Nano, que un par de tetas tiran más que un par de carretas, no le hace que sean de silicona»… «¿Por qué mis cofrades habrían de hacerle caso a una vieja desconocida?», replica mi compadre y la vieja responde… «¿Por qué no?, el que no arriesga un huevo no saca un pollo»… Como el primer rayo de sol asoma por la ventana lo cual significa que es momento de clausurar coloquio y confidencias hasta el fin de semana que viene, Pipo, con los doblones a buen recaudo en su zurrón hace eco del cacareo de la vieja y remacha… «Eso, ¿por qué no?... Si te echan del ministerio te vienes a trabajar conmigo a la panadería… Acaso las tetas de silicona pesen y escuezan menos que esas tetas que ahora tienes pero que no se ven». «Así se habla, señor don pastelero», celebra alborozada la vieja y Gabo también celebra y ya no hay caso, sea lo que sea la inoportuna, emisaria de arriba o mandadera de abajo, ya es socia abonada de primera línea de la barra, una quimera más del Bar Quimera, la cuarta del combo si se cuenta de izquierda a derecha de la barra… En saliendo del bar, la vieja se despide con besos y promesas de nos veremos las caras el sábado entrante, pega carrera hacia la avenida central y se cuela de rondón por un hueco de alcantarilla… «Rara morada para una emisaria de arriba», afirmo yo con saña, «más parece que fuera criada del barbián de allá abajo». «¿Por qué no pensar que es un ángel?», gruñe Pipo, «un ángel algo escachalandrado y estrafalario, pero sincero, afable y bonachón». Y Nano avala sonriendo… «Eso, ¿por qué no?»… Al cabo, pensando como magistrado de la Corte Suprema, a falta de pruebas contundentes en su contra, me uno al veredicto del jurado y repito con solemnidad… «Eso, ¿por qué no?».

 
Macadú
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos Forummontefrio en Mayo 09, 2012, 15:33:28 pm
(http://3.bp.blogspot.com/-7kTVuAO80rA/TWwov4tJN6I/AAAAAAAAAQg/uLKDHInthSU/s1600/pistola%2Bhumeante.jpg)

Hasta ahora


Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer muerta. Mientras el desprecio se diluye en su boca, sostiene en su mano el arma recién disparada. Desde el cuello un hilo de sangre ancho y caliente corre, se escurre morosamente entre los pechos. El hilo baja y sobre el sexo se acumula en una ciénaga, donde el vello se tiñe de rojo. Ella sigue sentada en la cama, con la mirada espesada por el asombro.

Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer durante mucho tiempo, mucho tiempo después de que la sangre ha dejado de fluir, mucho tiempo después de que la mano pálida se deslizara, casi tiesa, desde la pierna hasta la sábana. Piensa en cómo, a pesar de que él se ha manchado los dedos, ella sólo está surcada por ese hilo. Un hilo que la parte en dos, que marca un territorio doble a compartir. Un hilo que marca una frontera, una división desde el cuello hasta el sexo. Sólo la cabeza está exenta de esa división, sigue siendo una.
 
Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer y busca en esa imagen la explicación a su furia. Imagina que toda la vida de esa mujer, todo lo que en esa mujer era vida, está entre sus piernas, donde su sexo se ahoga con la sangre de la vida que a ella se le escapa. Y a medida que comprende en qué ha terminado su furia, se va deslizando por la pared, hasta caer.

Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer sentado en el suelo, sin soltar el arma que acaba de estrenar. Recoge las piernas y apoya sobre las rodillas la cabeza, al mover las piernas cae del bolsillo del pantalón, una bala. La escucha rodar por el piso, levanta la cabeza y ve cómo se detiene junto a un zapato. Un zapato izquierdo, cuyo compañero está en el pié derecho de un hombre que agoniza en el patio. Un zapato marrón, que bien podría ser suyo, pero que no lo es.

Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer y nota que desde el patio ya no llegan gritos. Que un silencio pastoso inunda la casa, un silencio que sólo puede ser el anuncio del fin de todos los silencios. Con la punta del arma hace rodar la bala que se había detenido junto al zapato marrón, estira la mano y la toma. La mira con detenimiento. Compró tres. Sólo ha usado dos. Hasta ahora.
 
Felipa Rolón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 15:24:47 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_SQXs_hOeoQc/TCjW1ac2oQI/AAAAAAAAAg0/XlhsEtdKqk0/s1600/siniestra.jpg)

Balmaceda


   Siempre me fijo dónde pasan las cosas. Y siempre me llamaron la atención las historias truculentas, sobre todo las que pasan cerca de uno. Vivíamos en Arregui, a la altura del 1300. Luego me fui de allí por qué me casé. Mis viejos siguen viviendo en esa gran casa.
   Pero no creo que ellos se acuerden, y menos que, como yo, recuerden el apellido.
   Es una risa, porque antes de Balmaceda, vivió allí un tano, de esos tanos. La puerta que se abría en la vereda contigua a la de casa dejaba ver al pasar  pequeños departamentos, de esos a los que llaman “P.H.”. Pero el que era chiquito por demás, era ese.
Por demás.
   Allí vivían el tano, la tana y sus tres tanitos. Como entraban todos no lo sé. Pero lo cierto es que el tano, mediante el pago del alquiler –dicen en el barrio que extremadamente barato-  pudo ahorrar para comprarse una casa, y justo cruzando la vereda.  Lo gracioso fue que mientras ocuparon el departamentito, el tano, con mucha maña, lo había puesto lindo, y que del mismo modo lo dejó sin nada. Se llevó hasta el juego de los picaportes.
   En ese entonces entró Balmaceda.
   Balmaceda, su señora esposa, y una hija.  Es llamativo como tienen la cara los dementes. Y a mí, no me gustaban.
   Lo primero que hizo, fue poner una puerta en medio del pasillo al que daban todos los departamentos. Agarró y corrió todas las plantas y sus respectivas macetas… afuera de la puerta. Y cerró la puerta con llave.
   A mí no me importaba mucho porque yo vivía en la casa de al lado. Pero eso no se hace. Puso la puerta y declaró la guerra a todos los vecinos. Transformó el pasillo donde podían jugar todos los chicos –incluso yo- en una trinchera.
   Don Pedro, honorable vecino del departamento 2 y padre de mi amiga, le fue a explicar que eso no se hacía.
 A los dos minutos se estaban reventando a trompis. Don Pedro venia ganando, pero le empezaron a trompear dos tipos de adentro. Entonces se armó una batalla campal, con mi viejo inclusive. Pegando a diestra y siniestra, sin mucha técnica pero con unas ganas que daban miedo. Las viejas es decir, mi mamá, la señora de don Pedro y alguna que otra vecina, gritando, los vecinos se pegaron a la puerta a ver la pelea. Una vieja Doña Coca, con ánimo de terminar la trifulca lanzó un balde vacío, con tan mala puntería que le pegó a mi viejo. Papá se descuidó y ahí nomás le pegaron un puñetazo infernal.
.-¡Alto! ¡Alto! –gritó un cana que pasaba de casualidad- al ver que no paraban pidió un teléfono y llamo refuerzos. Conclusión. Todos los peleantes en cafúa. Mi viejo incluido, con la camiseta rota y una expresión…. Que yo también lo hubiera llevado.
Era un caso Balmaceda. Nadie sabía bien donde laburaba ni a qué se dedicaba exactamente. Un día nuestra gata “Brunilda” se pasó al techo de Balmaceda. Como venía haciendo todos los días. De repente, un tiro, como de un rifle de aire comprimido, la quemó.
 Nosotros no vimos nada, pero de algo estábamos seguros... había sido Balmaceda
 En fin. A Balmaceda, por lo poco que lo veíamos, lo teníamos que aguantar. Qué tipo raro, y que raras que eran su mujer y su hija. La chica de veía en verano con 36 grados con un saco tejido bien cerradito.
 No saludaban a nadie, no hablaban con nadie. No existían.
    Recuerdo que una tarde, Balmaceda, tras varios años de vivir, silenciosamente, sigilosamente, las pelotas de todos… murió.
    Desde el día de su muerte, la vida en la casa del fondo del pasillo pareció cambiar. Es una cosa que nadie podría suponer, o tratar de explicar.
 No podía relatar qué. Pero algo… estaba pasando. Les estaba pasando a su esposa, y a su hija. De su tradicional encierro se vieron obligadas a salir y comenzaron a pedir las sobras. Mendigaban, y lo peor de todo es que nunca daban las gracias. La gente, igualmente, les daba.
 Luego de mendigar, se metían a la pieza y sin abrir las ventanas pasaban la tarde y las noches. A veces se escuchaban discusiones, algunas, diría, llegaban a peleas, con ruidos de vasos rotos.
 Otras veces se oían llantos. Se escuchaban a las dos llorar. Se escuchaba decir “Balmaceda” varias veces, como llegando a algo. Incluso hay quienes juran, que alguien más estaba ahí.
 Y más de una vez escuchamos… nada.
 Y el escuchar de la nada era el más terrible para todos. Dos mujeres solas llorando y diciendo nada…. Nada.
 Un día se levantaron ambas y empezaron a tapar todo. Casi nada quedó abierto. Taparon con cemento todas las salidas de aire.
Desde ese día, un frio de muerte ronda por la noche. Nadie vio por qué. Nadie razonó. Ni un habitante de Arregui miró. A nadie le importó.
 Una semana después, la policía vino y comprobó lo peor. La señora de Balmaceda y su hija estaban muertas. Nadie sabe por qué, ni le importa.
Pero Balmaceda, su señora y su hija, imprevistamente se habían ido, y a nadie le importaron.
 
Es así no más….

Uteacher
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 15:32:49 pm
(http://www.ecologismo.com/wp-content/uploads/2010/08/medio_ambiente.jpg)

Salud y medio ambiente


Era profesor de una escuela primaria situada en una gran ciudad de un país centroamericano situada cerca del mar que contaba con un aproximado de cuatrocientos alumnos que recibían clases en nuestro centro educacional, debido al poco cuidado que se había tenido por muchos de nuestros vecinos que arrojaban desperdicios al mar y de las autoridades que no cuidaban que esto no sucediera, a menudo se ausentaban de nuestras aulas varios alumnos que se encontraban enfermos en sus casas por haber consumido productos del mar en mal estado, otros por haber recibido malos tratos de sus padres o cuidadores y muchos por haber adquirido enfermedades producto de los mosquitos por no ser fumigadas las áreas aledañas a sus casas.
Pensando en que nos encontrábamos en el mes de Enero y que el siete de Abril se celebraba un aniversario más del día mundial de la salud que fue constituida en 1948, me decidí a organizar una campaña en la ciudad para defender el medio ambiente y a nuestros hijos, sembrando árboles en nuestra ciudad, limpiando las costas, fumigando y protegiendo a los niños del maltrato que recibían de algunos de sus mayores, pero me puse a pensar:
¿Cómo lograr esto?
 Con este objetivo en mente decidí visitar al alcalde de la ciudad, con el objetivo de pedirle su cooperación para enviar una carta que ya había confeccionado a todos los centros de trabajo que contaran con más de tres empleados y a que fuera publicada por la prensa radial, escrita y televisiva que decía así:
 -A quien desee ayudar a que podamos disfrutar de una vida mejor todos los que vivimos en esta ciudad y brindar mayor protección hacia nuestros hijos y familiares.-                 
-Por medio de la presente me dirijo a ustedes dueños de negocios, representantes de un centro de trabajo y personas que vivan en esta ciudad, para hacerles una pregunta.- ¿Es humano permitir que nuestro medio ambiente cada día se enrarezca más por la falta de árboles en nuestra ciudad, por permitir que los peces y toda la fauna marina se envenenen cada día más,  por no limpiar nuestras costas, que nuestros niños sean maltratados posiblemente por uno de los que los deben protegerlos y no quejarse de que no sean fumigados nuestros vecindarios, no haciendo nada para resolverlo, si la respuesta es no, coopere con nosotros motivando a sus empleados y todos los habitantes de la ciudad para que acudan todos los primeros domingos de mes empezando en Febrero a sembrar árboles, fumigar, recoger todos los desperdicios de nuestras costas y por medio de charlas a todos, lograr que estos den mejor trato a los niños que trajeron al mundo, las salidas para efectuar estos trabajos se efectuaran desde el ayuntamiento de nuestra ciudad a las ocho de la mañana los días señalados anteriormente, se debe pedir que todos los padres motiven a sus hijos para que los acompañen en esta cruzada a favor de que disfrutemos de una vida mejor y que ellos cooperen si tienen un vehículo en trasladar al que no lo posea hasta los lugares donde vayamos a hacer esos trabajos.-     
Esta carta que había confeccionado aconsejaría que fuera firmada antes de ser leída por el alcalde, el  médico jefe de salud de la ciudad y uno de los sacerdotes de una de nuestras iglesias.
Al llegar a la alcaldía de la ciudad con el objetivo de motivar a la principal autoridad de la población y pedir una entrevista con el alcalde, me hicieron pasar a su oficina diciéndome este que me conocía desde que era un niño:         
-Bienvenido a mi oficina profesor, hacía bastante que no tenía la dicha de verle y hablar con usted.- ¿Dígame en que puedo servirlo?
-He venido con la idea de pedirle a usted que coopere en una idea que he tenido, mandando esta carta a todos los centros de trabajo de nuestra ciudad para poder lograr que todos ayuden en mejorar la situación de insalubridad que estamos atravesando, firmada por usted, un sacerdote y el jefe de salud pública de nuestra ciudad.- Le dije entregándole a continuación la carta que había elaborado.
Después de leerla atentamente, afirmó:
-Me parece una idea estupenda y que se puede llevar a cabo con la cooperación de todos los habitantes de la ciudad, pero le falta algo que considero muy importante que debe tener esa carta.-
¿Qué cree usted que le falte?
-La firma suya como el principal impulsor de esta tarea que usted desea lograr que se cumpla, es muy importante que la persona que haya tomado esta iniciativa aparezca también con su firma para que sea conocida su forma de pensar y quien ha sido el promotor de esta idea.-
Ya de acuerdo con la máxima autoridad en que todo se iba a empezar a hacer por la alcaldía de la ciudad, me dedique a nombrar una comisión de voluntarios para que ayudaran a organizar los trabajos que se iban a hacer, contando a los pocos días con treinta personas que se prestaron a ayudar en esta tarea todos los meses.
El primer Domingo del mes de Febrero me asombré al llegar a la alcaldía al ver la cantidad de personas y vehículos que se encontraban listas para partir a efectuar los                                                 
trabajos que se les señalaran, al encontrarme con el alcalde que venía vestido con ropas de trabajo para acompañarnos, me comentó:
-Su idea ha triunfado hay cientos de personas dispuestas a ayudarnos en esta tarea, he conseguido diez mil posturas de árboles para sembrar y diez mil bolsas para recoger todos los desperdicios que encontremos en nuestras costas, el mes que viene volveremos a hacer lo mismo que hemos hecho esta primera vez y no pararemos hasta ver cumplidas las metas que usted ha ayudado a que nos tracemos.
Al siguiente día de este trabajo que fue un triunfo para nuestra ciudad no reunimos el alcalde, el sacerdote, el jefe de salud pública y yo, en el ayuntamiento de la ciudad para hablar de las fumigaciones que se debían hacer, tomando yo el uso de la palabra, que pregunté al encargado de la salud en nuestra ciudad:
¿Cuál es el motivo de que no se fumiguen las viviendas y sus áreas aledañas en nuestra ciudad contra los mosquitos?
-No tenemos presupuesto para hacerlo aunque tenemos el producto almacenado listo para ser usado.- Fue la respuesta que recibí del jefe de salud pública.
¿No cree usted que haciéndolo en la forma que hemos hecho la movilización que efectuamos ayer podamos resolverlo?
Eso ha sido porque usted tomó la iniciativa profesor y logro movilizar a todo el pueblo en esa tarea, si lo hiciera con la fumigación sería un triunfo también y podríamos fumigar todas las casas y sus patios cada vez que lo necesitemos.-
-Muy bien.- Intervino el alcalde -El mes que viene nos vamos a dedicar una mitad a seguir manteniendo nuestras costas limpias y a sembrar árboles y la otra mitad a la limpieza a las áreas aledañas a nuestras viviendas y a la fumigación.-
Al finalizar el año habían disminuido las ausencias a clases de nuestros alumnos, nuestras costas se encontraban limpias y los árboles que habíamos sembrado crecían y daban sombra poblando nuevamente nuestra ciudad de lo que tanto necesitábamos, al comprobar que había sido un triunfo la tarea que estábamos realizando todos los pobladores de la ciudad todos los meses, llegué a una conclusión:
-Si vemos que suceden las cosas que dañen el medio ambiente y la salud de los demás y no tomamos iniciativas para que no sucedan, estamos cooperando para que todo siga igual destruyendo nuestras vidas y la de nuestros seres queridos, la solución es aconsejar a los demás para que todos pongan su granito de arena y cooperar nosotros en todo lo que podamos para servir nosotros como ejemplo a los que nos vean, no como consejeros sino como actores de este gran teatro que es la vida.- 

El Intelectual
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 15:45:47 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-RxRUb6Yw4rY/T2SGEF_hjzI/AAAAAAAAISE/VIvJdjBJO-A/s400/Chang%2Bwarren%2Bartists-palette.jpg)

Poker de señoras


Cuando me levanto de la siesta es el mejor momento para comenzar, por eso corro al cuarto de al lado, que uso de taller, prendo el equipo de música, y comienzo.
Hoy se hizo tarde, ya son como las cinco de la tarde, no me queda mucho tiempo de luz natural para poder pintar, pero me gusta tanto mi idea, que igual comienzo.
Prendo el equipo, dudo por un instante qué música poner, pero sin duda lo mejor es poner algo de U2, será por la voz gruesa de Bono o lo que sea, pero estoy seguro que me va a  ayudar a que me salga algo muy bueno.
Con PRIDE, respiro hondo, tomo la tablilla de plástico blanco que uso para apoyar las pinturas, pongo un poco de cada pomo sobre ella y con un pincel de pelos rubios, empiezo a mezclar los colores de tal manera que comience a aparecer alguna figura.
La música me envuelve y me muevo a su medida, cuando grita yo grito tirando apurados colores sobre la tela, pero si ella me susurra yo tambien lo hago tratando de dar trazos cortos y seguros, es cuando por lo general aprovecho para corregir y dar unos pasos para atrás para poder observar si se está reflejando lo que me imaginación me ordena.
El disco sigue tocando, gira y giro con él, el sol tambien va disminuyendo, como la luz que entra por la ventana; acalorado la abro lo más que se puede, corro, salto, tiro pinturas en la superficie lisa, que de a poco lo va dejando de ser.
Con los dedos voy formando figuras también, ellos me ayudan a dar volumen a los objetos que dibujo, así puedo rasgar rostros o esfuman superficies. Mis uñas se van tiñendo de colores, quedan opacas y rugosas.
La camisa ya manchada y mojada de transpiración que no siento latir, me molesta. Me la quito rápidamente. La dejo tirada a un costado de la ventana que prácticamente a oscuras deja pasar un poco de brisa refrescante.
No veo casi nada, pero a pesar de que mis ojos ya se acostumbraron a la penumbra de mi taller al atardecer, hacen que me sienta más excitado por mi pintura. Ahora debo pintar prácticamente a ciegas.
Me obligo a no prender la luz.
Adivino lo que está pasando en la tela.
Aparecen de pronto cuatro monjas que vestidas de diferentes colores juegan a las cartas, sentadas alrededor de una mesa negra de madera, en pesadas y altas sillas. Las cuatro están con un velo difuso sobre sus caras que no deja reconocerlas.
Me encanta esa idea.
Mi pantalón sin quererlo desaparece de mis piernas, molesto, vuela hasta  otro rincón de mi taller.
Corro a buscar el amarillo que se me manchó con rojo, ese naranja no significa nada para esas monjas, no lo puedo por lo tanto usar.
Cuando pretendo delinear la curva de la cintura de una de ellas, de la que está de espaldas, ella se mueve y no me lo permite, vuelve su cara hacia mí, me grita y me ordena que me detenga, que no la moleste.
SUNDAY BLOODY SUNDAY, suena por todos los rincones, circula como una manifestación furiosa que penetra en la pintura, las anima y las perpetúa.
Ellas, cuando su líder les ordena, dejar de apostar en las cartas para salir de la quietud de la mesa de juego y corren hacia mí.
Llegan a manosearme, a besarme, a darme cachetadas cuyo ruido se entrevera con el de la música, me patean, me tiran al piso.
Allí no grito, no veo qué pasa, pero me cubren con sus velos, me torturan.
Logro despegarme de ellas. Pretendo salir del cuarto pero no me lo permiten, una de ellas me toma del tobillo derecho, me lo sujeta con semejante fuerza y maldad, que mi dolor transforma su color en sangre.
Me empuja hasta el bastidor, me deja a sus pies, desnudo, exhausto y lastimado.
No las veo, creo que han desaparecido, que tal vez volvieron a la pintura, pero no lo creo, ellas siempre estarán allí.
Salgo del cuarto, me escapo y las encierro con llave, como hago casi siempre dejando que los discos terminen de circular sin que nadie los escuche.
Me baño, me curo las heridas, como algo parado en la cocina y salgo a dar un paseo por la rambla, pero cambio de opinión casi al llegar al mar.
Corro hasta casa, entro en el taller, dejo la puerta abierta, que deja entrar un poco de luz desde el pasillo, las busco, ellas están desnudas ahora, sentadas en el piso, esperándome.
No hay música.
Me toman entre las cuatro, me destrozan, me destripan, me catapultan y yo no las detengo, no les grito ni las obligo a dejarme tranquilo, yo soy su propiedad.
A la mañana siguiente, Lucía me despierta, ya esta acostumbrada a hacerlo, estoy con  frío, como siempre estoy desnudo y rendido, pero sobre el atril están las cuatro monjas vestidas de verde, con una mueca de placer,  que juegan al póker, sobre una mesa negra de madera, iluminadas por una pantalla de luz que en diagonal ilumina sus rostros velados.

Perschak
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 15:54:29 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_v3szWwAvLuk/SgdAPBQnjTI/AAAAAAAAD0M/5wFvIr8Uif0/s400/mortadela1.jpg)

Turista accidental

   

 Levantó el cierre a las nueve en punto. Pantalón negro, camisa inmaculada, delantal blanco
anudado delante, pelo reluciente y uñas limpias. Antes había colocado mercancía, precios y limpiado las cámaras y los cristales, todo a punto.
Empezaron a entrar las primeras clientas, algunas cogían directamente de los estantes los productos que necesitaban, otras se colocaban delante del mostrador:
-   Niño, dame jamón de york, doscientos gramos, y córtamelo finito –él asentía con una leve inclinación de cabeza  cogiendo la pieza que le habían indicado– que la semana pasada me pusiste unas lonchas que parecían filetes. Ahora queso de Burgos.
Así iba transcurriendo la jornada. Despachaba, cobraba y atendía con inclinaciones de cabeza las observaciones de los clientes, mientras la esperaba.
Sabia que antes o después, en algún momento de la tarde, entraría en la tienda con su mochila al hombro, haría como que observaba los productos sin saber por cual decidirse mientras esperaba su turno, e invariablemente le pediría cien gramos de mortadela con aceitunas y en días alternos, una barra de pan. Y él, sin atreverse apenas a mirarla, le diría que son dos euros, después gracias y adiós, y así, hasta el día siguiente.
A las ocho en punto echaba el cierre, si hacia buen tiempo daba un corto paseo hasta el puerto con la chaqueta al hombro, se sentaba a ver salir los barcos al atardecer, mientras la brisa le acariciaba el rostro.
Una de esas tardes, cuando ya llevaba un rato sumido en sus pensamientos, la vio llegar con su mochila, sentarse en un banco próximo, sacar media barra de pan que abrió con una navajita y llenarla con la mortadela que le había comprado esa tarde. La observaba con tal intensidad que, de repente, ella se volvió en su dirección sin dejar de masticar y le vio.
El volvió la cara inmediatamente, y se mantuvo con la cabeza baja durante un rato, recuperándose de la impresión, de pronto escuchó una voz a su lado:
-¡Hola! Tu eres el de la tienda ¿verdad?
Levantó hacia ella sus ojos rasgados por primera vez, para encontrarse con dos lagos azules en los que se hundió sin remedio. Con un hilo de voz respondió:
-   Si, el de la tienda.
-   Me encanta como habláis los chinos el castellano – contestó ella por toda respuesta – suena como campanillas.
El no dijo nada, retiró su mirada y siguió contemplando los barcos.
- ¿ Te importa que me siente? No me gusta cenar sola, aunque normalmente no me queda otro remedio.
-   Te gusta la mortadela – afirmó el sin saber muy bien que decirle.
Ella ya se había sentado a su lado y le ofreció el bocadillo, denegó con la cabeza.
-   No, gracias –le había quedado claro que esa era su cena de todas las noches y no pensaba escatimarle ni uno solo de sus cien gramos de mortadela, por otra parte, su estómago era en ese momento un nudo marinero y dudaba que fuese capaz de digerir alguna cosa.
-   Bueno no es que me encante, prefiero el jamón serrano claro, pero esto es lo mas barato – se encogió de hombros – en estos momentos es lo que me puedo permitir. Soy de un pueblo y  he venido a la costa a buscar trabajo, ahora llega la primavera y para las terrazas seguro que necesitan camareras pero con la crisis y el tiempo que no termina de asentarse no me está resultando tan fácil como pensaba, así que tengo que estirar los ahorros hasta que me salga algo.
  El no supo que decir, después de tantos días viéndose a diario y sin apenas dirigirse la palabra, se encontraba sentado allí con aquella chica preciosa contándole intimidades como si se conocieran de toda la vida, se sentía un poco confuso, no estaba acostumbrado a las confidencias de extraños, aunque no era una sensación desagradable la que experimentaba. Ella, sin darse cuenta de la tormenta de emociones que tenía sentada al lado, observaba admirada su pulcro aspecto.
-   ¿La tienda es tuya? – se sacudió las migas de los vaqueros y continuo su monólogo – es una tienda chula, tenéis un poco de todo pero tú cierras temprano, es raro en un chino que no tenga abierto todo el día.
El la miró, pero no encontró hostilidad en ella, al contrario, volvía a sonreír y parecía que todo el sol que quedaba del atardecer quería estar en su rostro para iluminarlo , se animó por fin a hablar.
-   Si, la tienda es mía, abro todo el día pero cierro temprano – tragó saliva y continuó – me gusta venir a pasear al puerto por las tardes, ver salir los barcos.
-   Bueno, si el negocio es tuyo puedes hacer lo que quieras – dijo encogiéndose de hombros y mordiendo el bocadillo– ¿ por qué vienes aquí cada día, tanto te gusta el mar?.
El meditó un momento antes de responder. Por primera vez, volvió su rostro hacia ella y le clavó sus dos rendijas negras.
-   Soy de un pueblo de pescadores. Salí de allí para buscar trabajo igual que tú – sonrió por primera vez - Todos los ahorros de mi familia se fueron en el billete de avión y pidieron dinero prestado para poder poner la tienda, tengo un primo aquí que me ayudó cuando llegué, vivo en su casa.
Hizo una pausa y se puso la chaqueta antes de continuar, estaba refrescando:
-   Llevo aquí tres años y se que nunca voy a volver, toda mi familia depende de lo que yo les mando. No me va mal – continuó encogiéndose de hombros con semblante triste – pero aunque pudiera volver ya nada seria lo mismo. Si volviera a mi tierra seria un extraño, un turista en mi propio país, no me acostumbraría a los horarios, ni a las comidas, ni a la forma de hablar, por eso intento adaptarme a esto, quiero que me acepten porque es aquí donde tengo que quedarme. Trabajo mucho y soy amable con los clientes, después vengo aquí a ver los barcos y el mar, a pensar en mi tierra y en mi familia y a imaginar  que he venido a hacer turismo y que pronto zarparé en uno de esos barcos para volver a China – enarcó una ceja y sonrió – ya se que dicen que los chinos no tenemos imaginación pero eso es porque no nos conocen bien, somos iguales a cualquiera, aunque no solemos contarle nuestra vida a los desconocidos.
      Ella le miraba, no supo que decir, entonces se levantó:
-   Tengo que irme – Dudó un instante y al final le tendió una mano abierta – me llamo Marta, encantada de conocerte.
-   Juan – respondió el estrechándosela.
Ella le miró en silencio y dando media vuelta empezó a caminar, de repente se volvió y gritó – ahora ya no somos desconocidos y si quieres mañana podemos seguir charlando, guárdame la mortadela ¿eh? .
Al día siguiente, cuando ella entró la tienda estaba llena, así que no pudieron hablar, pidió el pan y la mortadela, y se sorprendió al ver que él ya tenía la bolsa preparada, dos euros, gracias y adiós, como cada día.
Esa noche llego temprano al puerto, abrió la bolsa y corto el pan en dos mitades. Cuando sacó el paquete de mortadela y lo desenvolvió encontró en su lugar unas lonchas de jamón serrano atadas con una cinta roja, se echo a reír inclinando la cabeza hacia atrás, mientras él se acercaba por el paseo.

Silvian
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 16:07:55 pm
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Los Hados


Luis Fernando Arlés se levanta temprano. Se ducha brevemente es decir con un poco de champú en el cabello y algo de gel en las partes pudendas. También en el cuello y en los sobacos. Una café bebido que dicen los cursi. Cómo ha de ser. Toma las llaves del coche y el maletín. Alcanza la escalera y el garaje. Luis Fernando Arlés enfila la Avenida de la Ilustración hasta  la Glorieta de las Reales Academias. Ah que nadie sabe que es eso. Sí. Es la llamada Plaza de los Arcos en la Vaguada. Una hermosa rotonda que los coches han de vadear siempre salvo los que circulan por el centro de la avenida. O sea una falsa rotonda. Es decir la emetreinta o Calle 30 según la bautizó Gallardón ahora Ministro de las Leyes. Pero Luis Fernando Arlés va a ser víctima de su cabezonería o egoísmo empresarial. Víctima propiciatoria o favorable a que le ocurra todo lo que le va a ocurrir. Su coche es un beemeuve blanco matrícula M-4317-SP. Pero le es fiel aunque le arruina en cada viaje. La vida. Unos políticos bajitos prometieron que al atacar con metralla de la mejor a Irak tendríamos la gasolina gratis. Pero fue mentira. Luis Fernando Arlés se ha enfrentado a los hados que también se conoce como destino o suerte o sino. La cosa fue así.
-Nos vamos a Guadalpín.
Eso es lo que dijo exactamente el día veintidós de Junio Pepita Corredor. Pepita Corredor es la mujer elegida por Luis Fernando Corredor para ser la mujer de su vida. Pero el joven se encabezonó.
-No puedo cariño.
Los hombres dicen cariño cuando quieren algo de sus elegidas o cuando quieren negar algo a sus elegidas. O sea. Es una expresión acomodaticia para hacer lo que les da la gana o lo que desean. No para hacer lo que desean las amadas o lo que impone las circunstancias.
-No me digas.
-Si te digo.
-No me lo puedo creer.
Diálogo de besugos. Es lo mismo que decía Pedro Ruíz hace años cuando criticaba que los hermanos de Alfonso Guerra se estuvieran haciendo ricos en Sevilla.
-No me lo puedo creer.
-Créetelo.
-Llevamos pensando en eso desde Semana Santa.
-Desde Semana Santa pero ahora no puede ser. Estoy ocupado hasta el dia 6 de agosto.
-No me lo puedo creer.
-Créetelo.
-Ya sabes el premio. Braguitas diminutas. Sexo en el porche. Champán como a ti te gusta. Donde a ti te gusta.
-Pues no puede ser ser. Y mira que lo deseo. Me refiero a las braguitas diminutas y al porche y el champán que baja por el canalillo en un momento dado.
La cosa es así. Guadalpín ha venido a vemos después del paso por allí de gente dispar. La gente dispar se compone de una folklórica con bigote y un exalcalde ladrón. Verdaderos impresentables. Sobre todo. También andaba por allí un inocente senador por Cantabria que no conoce Cantabria y era el tesorero de un partido importante. O sea un ladrón. Esposo de una esposa que tenía una cuenta con varios millones y que no sabía quien había puesto allí esos millones. Guadalpín había sido el paraíso del sexo fácil y sucio. Qué rico decían. Había sido la sede de la corrupción y del glamur más casposo. Propio de Sálvame y programas similares de la tedeté más repugnante. Grandes alianzas para el robo. Grandísimos amores de cheque y terciopelo. La fama comprada con el cotilleo. Pepita Corredor no quería ser menos como es lógico. Acude a su agencia de viajes y le ofrecen una estancia de quince días en tal paraíso. Tirados de precio. Guadalpín es nuestro destino estrella dice la gordita de Marsans. Y se le salen los ojos de las órbitas relamiéndose de gusto. Si ella pudiera ir con su cholito. El cholito es un inmigrante bien dotado que usa Varón Dandy los domingos y fiestas de guardar. Visa y negocio cerrado. Claro que sin previa consulta. Parecía que sí. Todo el mundo se va de vacaciones el uno de agosto aunque sea a casa de un primo segundo de Lastres. Mejor a Guadalpín por ejemplo. Y esos precios tirados...
-Pues no puede ser. Los balances tienen que estar en la mesa del Presidente el dia 6. Tenemos que ajustarnos a la Directiva Europea.
Mentira. Las directivas hablan de producción y de fomento del empleo no de balances y números. De empleo de verdad no de trabajo de humo como el ladrillo como se inventó un tal Aznar. Luis Fernando Arlés opta por los balances y deja correr el tema de las braguitas diminutas y el champán corriendo desde el canalillo hasta allí. O sea el lugar preferido por más de la mitad del género humano. Y todo ello después de una temprana cena con langosta y postre de chocolate confitado con delicias de coco y fresa de Panamá. Todo afrodisiaco. Y también afrodisica Pepita Corredor dejando que su hermosa lencería de La Perla vaya abandonando su cuerpo humano y la convierta en el de un ángel celeste prodigando más exquisito placer. Oh que pecado más completo. Pero hay que ser burro. Mira que elegir un balance. Y cambiar sin anestesia a una Pepita Corredor en su mejor momento por una Directiva Europea. Burro e inútil. Ignorante y tercermundista.
Pero Pepita no se resigna. La joven que un bombón de Hontanares no va a dejar correr lo de Guadalpín. El día dos de agosto a las siete y veinte toma el AVE en Atocha camino de Marbella. Toma todo lo que le echen con tal de llegar a Guadalpín. Lleva poca ropa puesta y menos en el maletín. Las braguitas diminutas si las lleva. Incluso varios ejemplares de tan delicada e infinitesimal prenda. Y el sujetador color carne con montículos descubiertos. Dando salida a la aréola. Lleva los ligueros negritos de película en eastmancolor y el carmín rojo sangre. No ha olvidado el frasquito de agua de azahar y el de lavanda de Selva Negra. El perfume que a Luis Fernando Arlés le embriaga nada más entrar en la habitación en que ella se encuentra. Lo necesario. Adiós Madrid que te quedas sin gente. Quedan los inútiles. Los de la Directiva Europea y algún otro iluso que cree que va a contribuir a que los países del euro salgan de la crisis. Pepita Corredor se adueña de Guadalpin. El inútil se queda con los balances.
Pero todo llega. Hasta Bush junior llegó a ser Presidente que ya es llegar. El siete es viernes. Luis Fernando Arlés ha dejado los balances en la mesa del mandamás y una nota. Felíz verano. Sin embargo algo nos dice que todo será inútil. El verano está en Guadalpín. Y el sujetador color carne. Y el tanga para antes de eso. Y las diminutas para el momento concreto.
-Ya voy cariño. Ya voy.
-Aquí estoy. Llevas cinco días de retraso.
En Chile a la uve la llaman be baja. A la be be alta no be de burro como decimos aquí. Beemeuve  adelante. No es beemeuve sino beemeuvedoble. La uve doble también es be baja. Luis Fernando Arlés llega a la rotonda frente al Imserso con un rayo de sol encima. Madrid tiene el mejor Imserso del mundo con guardias jurados que te hacen pasar por el arco detector de metales aunque sea un viejecito decrépito el que llega. Luis Fernando Arlés lleva la emoción en el cuerpo. Y cierto hormiguillo en el interior de la braguea. En ese momento bordea la rotonda. Enfila la M-30. Todos los caminos conducen a Roma o al Guadalpín. A la izquierda queda el Piramidón y a la derecha La Paz. Toca madera. De repente aparecen unos moteros. Sanglas de museo y Harleys Davidson históricas. Luis Fernando Arlés se obnubila. Los moteros dejan al M-4317-SP en medio y aceleran. El BMW acelera escoltado por los moteros un poco desharrapados. Deja la M-30 inadvertidamente y cuando quiere darse cuenta está en la A-2. Buenooo. En un flash recuerda el Guadalpín que ha visto en las revistas y en Telecinco cuando iba allí a cenar la esposa verdadera del exalcalde ladrón siendo todavía alcalde. Entonces la señora zeta ahora famosa y millonaria pimplaba de lo suyo. “Voy sin nada debajo” decía a los contertulios que andaban metiendo mano al jamón y a los langostinos y algo más suculento bajo la mesa. Sin nada debajo igual que Alma Mahler en sus mejores tiempos. Luego la señora zeta fue mostrando su pena y sus tetas gordas y lustrosas por las televisiones del mundo hispánico previo paso por las taquillas de Berlusconi. Guadalpín ya era el símbolo de la gente guapa y bien vestida.
Luis Fernando Arlés ha perdido de repente la memoria. Va directamente hacia Zaragoza y luego a Barcelona. Tal vez cruce la no frontera de una Europa en crisis y siga recorriendo Francia y un mundo a la deriva. Obnubilado por la ensoñación de las braguitas oscuras no sabe a dónde va. Mientras tanto alguien le espera al otro lado del sistema radial de carreteras. En Marbella. 
Pepita Corredor se ha dado un buen baño en agua de rosas. Espera tranquila con su mejor lencería a flor de piel. Hermosa como nunca lo estuvo. Seguirá esperando. Ardiente como la primera vez
Luis Fernando Arlés sigue su enloquecida carrera a cincuento cuarenta por hora ya camino de la Provenza. Nunca llegará ni siquiera a Córdoba lejana y sola como pronosticara García Lorca.
Son cosas que pasan. Cosas de los hados.

Guadalpín
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 16:14:17 pm
(http://bp2.blogger.com/_MFsVdaIfn9Y/R5Cyb6rt8DI/AAAAAAAAARo/_C8PVQjc6a0/s400/veleta.jpg)

Veleta


Cuando yo era pequeño, pasábamos muchos días del verano en Valdeolivas. Allí jugábamos con dos chicos del pueblo que vivían en frente de la casa de mis abuelos. Con ellos aprendí a cazar pájaros con liga, a robar cerezas, lo que es un cólico por hartarme a ciruelas verdes subido a un árbol y otras mil virguerías inalcanzables para un niño en la ciudad.
Si buceo un poco en la ciénaga oscura de mis recuerdos, es posible que también aprendiera allí a disfrutar del miedo. Creo que todo cuanto vino después, el gusto por la noche, las visitas a los cementerios, los cuentos de terror y las películas pudo sembrarse cuando Jesús, Carlos, mis hermanas y yo fuimos a ver la casa encantada.

Estaba vacía. Se trataba de la antigua casona de una familia del lugar –no recuerdo el apellido- y un mediodía de verano, a la sombra del olmo gigante de la plaza, contemplábamos con los ojos entrecerrados su torre oscura, abuhardillada, en la que se abría una ventana negra como un cuervo. Nos miraba impávida, sin pestañear, al sol candente, justo en ese momento en que la luz deja de ser luz de por la mañana y, sin saber cómo, se convierte en por la tarde.
- En la casa hay un ánima – me explicaron.
Debatíamos por dónde entrar. La cuestión de si debíamos entrar o no estaba fuera de toda discusión. Una casa encantada. Alguien –algo- oscuro que pegaba gritos en las habitaciones vacías. Gemidos. Llantos. Nanay, ahí había que entrar como fuera.
Mirábamos ceñudos la torre. Piedras revocadas, tejas pardas coronadas por una veleta de hierro, negrarrojiza de años y de herrumbre. N, S, E, torcida hacia abajo vayausté a saber porqué O, y una vaga figura de mujer (¿una virgen? ¿una santa?) erguida señalando a algún punto indefinido del horizonte, entre S y E...
Yo no oía más que las chicharras aplastándonos de calor y un ruido ocasional de cacerolas no muy lejos.
- ¡En la ventana he visto una cara! –dijo de pronto mi hermana la pequeña - ¡que sí! ¡He visto una cara! – Mentira, que va; yo también; yo veo una cuerda que se está moviendo; no es un pañuelo; no, es una mano que se agita, que nos hace señas para que vayamos. Nos está llamando. -Todos hablamos a un tiempo, hipnotizados. El proyecto de entrar, a la vez descartado y más presente que nunca, se nos olvida mientras despacito el nudo frío que me agarra el estómago se va deshaciendo
(Es mediodía y los fantasmas no existen, eso lo sabe cualquiera).
Pero entonces pasó algo que nos envió a todos, blancos de miedo, corriendo a nuestras casas:
Bajo el sol cegador, en el calor denso en el que solo las chicharras y los niños se atrevían a moverse; sin que soplara una mota de aire, con un chirrido que llegó nítido hasta nosotros a treinta metros de distancia, la veleta giró despacio, implacable, y la bruja de metal nos señaló directamente con el dedo.
Mónica Silvestri
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 10, 2012, 16:20:43 pm
(http://www.amorypoesia.es/2006%20%20DICIEMBRE%20COMO%20UN%20TORRENTE/imagenes/pensandoenti.jpg)

Nacimiento


Dos palomas blancas aterrizaron en la azotea del número veintitrés. No importa la calle; las aves sabían dónde iba a dar a luz. Agarrada a los barrotes de la cama dejó sus fuerzas para que naciera el niño. Con su llanto las palomas retomaron el vuelo con movimientos sinfónicos. Allí estaba él, gordito, con ojos de bebé bueno. Su padre lo arropó entre sus brazos, lo llevó al balcón alzándolo al cielo y dio gracias por su pequeño.
A medida que iba creciendo, su tranquilidad sobresalía entre todas las cosas. Se pasaba las horas en el balcón jugando a la guerra con las pinzas de la ropa, montaba una sobre la otra formando un ejército de madera y con una pelotita las iba tirando hasta que los caballitos eran abatidos.
En su niñez cogió algunas enfermedades importantes qué tuvo que guardar cama durante mucho tiempo. En su convalecencia, dos figuras sentadas una a cada esquina de su lecho parecían inmóviles, inertes, pendientes de la evolución del niño, junto a sus padres los tebeos del capitán trueno, que alternaban uno y otro en lectura. Y salió de aquella difteria y de la hepatitis que lo tuvo tanto tiempo amarillento.
Cómo cualquier niño jugaba con sus amigos del patio a las canicas, a la pelota, a las carreras. Sus piernas arqueadas en un pantalón corto llamaba la atención, pero lo qué más lo hacía era cuando en esas noches de verano insoportables de calor se bajaba al fresquito con una silla plegable de playa y asustaba a sus amiguitos con historias espirituales.
-Dejadle sitio, porque Él va a venir para estar con nosotros-Se refería a Jesucristo- En un niño de diez años eso asustaba.
A la hora de la comida en su casa, se sentaban a almorzar sus padres, las tres hermanas y él, sin embargo el niño siempre ponía una silla más, para su invitado especial.
Todos pensaban que de mayor sería cura o misionero, monje o algo parecido, pero no fue así, esa espiritualidad se marchó con el tiempo y al final hizo unas oposiciones a funcionario del estado.
Sus tres hermanas se casaron y dejaron la casa paterna; él se quedó soltero y siguió viviendo en la casa que le vio nacer, sin independizarse, porque quiso cuidar, velar, asistir la vejez de sus padres, como un fiel misionero, como un cura su Iglesia, cómo un monje en su claustro y así lo hizo hasta sus muertes.
Dos palomas blancas revolotean la calle dónde él vive y antes de lanzarse al vuelo, se acercan al pretil de la ventana de su habitación.

Lane
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 11, 2012, 13:24:48 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_1pvAglXR7Co/Sw0NYDJ07EI/AAAAAAAAAMA/QsAk56UlbDU/s400/mujer%2Bescribir%2Bpergamino.png)

Poesía Erótica


Mientras mastica con apatía los últimos trocitos de su bistec, Rocío mira a su alrededor y se pregunta cómo es posible que aún esté viviendo con sus padres. Aunque le dan un poco de dinero, un par de palmaditas en la espalda y le aseguran que sus poemas eróticos son bonitos, ellos se ocupan de pagar la renta, la comida y la ropa. Rocío es, en cierto modo, un ser improductivo, es decir, una mujer que ha publicado dos poemarios en una editorial independiente y que a veces recibe un cheque de escaso poder adquisitivo. Lo peor de todo no es la escasez de billetes, ni que sus libros casi no se vendan, lo peor es que ella continúa dedicándose sólo a escribir poesía erótica. El trayecto de su identidad prueba que ha cambiado, pero la regularidad del cambio demuestra que es la misma. Y para ella la belleza, lo estético, lo realmente lindo, está en la juventud. Lo codiciado, lo sexualmente atractivo, es lo joven. Por eso es un consuelo (tonto, pero consuelo) que su cuerpo, una curvilínea silueta envuelta en blanda y a la vez muy firme carne, siga siendo punto focal de apetitos. Tantas veces (en el pesero,  en el Metro), ha encontrado al menos un par de hambrientos ojos, absortos en la contemplación admirativa de las maravillas que se adivinan bajo las telas que la cubren. El problema no es su estado físico sino el hecho de que Carlos, su hermano, se encuentre ya casado, con hijos y también con un trabajo estable. Soy un parásito, piensa Rocío mirando el reflejo de su rostro en la superficie de su plato vacío, lamentándose de que Carlos, un veinteañero, a esas alturas puede presumir de haberse cortado el cordón umbilical. Y ella, Rocío, a sus treinta años, sin pareja, habitando el cubil en que se fraguaron su infancia y adolescencia, ejecutando casi al pie de la letra la rutina impuesta por la inercia originada en un tiempo remoto y por la desconcertante imposibilidad de realizar alteraciones en su rutina. No puede afirmar que sea infeliz o que sienta demasiado arrepentida de lo poco que, según ella, ha hecho a lo largo de su biografía. Más bien se halla aburrida de que los días la sorprendan realizando siempre las mismas actividades, y extrañada de no haber cosechado ni una amistad en esa huerta de tres décadas. Y si bien cuando adolescente descubrió que el orgasmo era mejor entre tres que con un mero par y pasados los diecinueve se entregó enteramente a las delicias de la bisexualidad, la mayor parte de su juventud la ha consumido picándose el ojo sola.
Como probablemente ha hecho todo el mundo, Rocío observa a sus padres. Los dos han perdido la costumbre de conversar en la comida y degluten los alimentos sin saborearlos, con la vista fija en la pantalla de la televisión. Pero uno se tiene al otro —medita Rocío—. Al menos, sí tienen con quien ver la tele un sábado por la tarde. Rocío aprieta los labios como si la traspasara un súbito dolor, y se va a encerrar al baño, el único lugar de aquel minúsculo departamento donde puede tener un poco de intimidad.

Juan Aguas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 11, 2012, 13:27:57 pm
(http://elmetodo1980.files.wordpress.com/2011/07/hombre_pensativo.jpg)

El Principio del Fin


El hombre, Juan, se encuentra sentado en su despacho, a su alrededor un montón de documentos y en un extremo de la mesa la pantalla del ordenador que indecente parpadea de una manera incansable. El hombre se siente desamparado y desorientado, no es capaz de mantener fija la mirada en el folio en blanco que se encuentra ante él y menos aún expresar en el mismo aquello que le han solicitado, lo que tiene que hacer.
    
         Ha pasado mala noche, ha escuchado todos los ruidos inimaginables, los que han sucedido, los que se ha imaginado y aquellos otros que no han ocurrido pero que él ha sentido y aquellos otros que no han ocurrido pero que él ha aceptado como propios, y ha vivido a su lado la respiración profunda de su mujer. Vamos, levántate ya- le ha dicho con un deje de desprecio cuando ha mirado el despertador, antes de que este desgranase su monótona melodía. Ya voy. –Le ha respondido ella, sabiendo que al hombre le pasa algo, aunque este no se lo haya comentado, y ella sepa que todos los problemas por duros que sean se resuelven enfrentándose a la realidad, cambiando la forma de ser y no escondiéndose de la verdad, tapando la angustia y el vacio existencial que le domina.
   
         Juan, el hombre abandona la cama cuando escucha a su mujer salir del baño. ¿Qué te sucede? Le pregunta esta antes de caminar hacia la cocina y escucha la misma respuesta en forma de gruñido del hombre, nada, déjame en paz, palabras que ya se sabe desde que se hizo patente el distanciamiento, pero con la esperanza que esta forma de ser del hombre sea un mal recuerdo, que el poso que queda después de una pesadilla se vaya por el desagüe y no vea en sus ojos lo que está sintiendo en los del hombre, el desánimo unido al desprecio, y sin embargo, se atreve a preguntar el porque de su actitud, a aconsejarle que abandone su postura, que supere esa debilidad mental, aceptando sin pudor su depresión, que reconozca el problema para de esa manera salga favorecido y fortalecido.
      
          Sabe la mujer que ser hombre no es sinónimo de ser mas inteligente ni mas fuerte y menos aún poderoso, que la igualdad de oportunidades en la vida llega a todos y siente pena por el hombre, por su marido, por su indefensión, por los sentimientos de angustia e impotencia que le invaden.
      -¿Está el café?...-escucha la mujer el grito que le llega en forma de exigencia y lo admite sabiendo que de su silencio depende la estabilidad familiar y aunque tiene que luchar para poder ocupar su papel en la sociedad, ella es solo parte de esa corriente feminista que ha recorrido un largo camino y que aún tiene que recorrer un buen trecho lleno de dificultades hasta poder encontrar el lugar que le corresponde.
    
         Juan, el hombre se encuentra mal, le duele la cabeza y a ello le achaca sus problemas de comunicación, el que tiene en casa y con sus compañeros, con el entorno, con el resto de hombres y de mujeres que trabajan y que pasan a su lado, que le es imposible a pesar de todo, aceptar los sentimientos de la gente, e incluso los suyos propios, no puede pensar con claridad, ni apoyarse en el estilo de vida que bueno o malo le ha acompañado siempre y que ahora encuentra carente de todo sentido a excepción de las palabras que le golpean, de su continua frustración y fracaso personal, carente de valores, de moralidad, de ideales, de ilusiones y deseos de triunfo.
   
         -Las tostadas están quemadas- le había gritado a su mujer. No te preocupes, te paso otras rebanadas de pan.- ¡Que mas da!...le había respondido de malos modos. Y ella había guardado silencio aunque puso el pan en el tostador, sabiendo que cuando se está en un medio desfavorable hay que huir de él y dedicar la energía a transformarlo y no a defenderse de un hecho que se sabe perdido de antemano.
          
          El hombre, Juan, aislado, guarda silencio con el temor a perder su imagen de macho viril, de duro y masculino y escuchando solo lo que quiere oir, sin saber que para ser hombre no hay que demostrar nada y que sus derechos, el de tostar el pan son los mismos que las obligaciones, que él puede hacer lo mismo que la mujer que en silencio se le acerca con la cafetera, que le salpica al depositar el café en su taza con el líquido caliente, que escucha el grito de enfado.- ¡Eres imbécil!, como si él fuera perfecto, sabiendo que durante siglos, la cultura ha legitimado el derecho que tiene de insultar a la compañera, él, solo el hombre porque de esa manera no pierde el poder, aunque en su fuero interno sepa que las decisiones, que la convivencia, que el estar al lado de una persona hace que la vida sea mas llevadera, que el deterioro de las relaciones afectivas pueden llegar al funesto camino de la violencia doméstica.

         La mujer siente deseos de hablarle, de decirle que evolucionamos, que no podemos quedarnos anclados en el pasado, que si el pantalón se ha manchado se cambia, que si se ha quemado el dolor dura solo unos instantes, que la angustia confunde y embota el cerebro y que hay que vivir que son dos días, pero no lo hace, soporta las lágrimas, soporta el dolor.
   
         Juan el hombre sentado en su despacho trata de centrarse en lo que hace, en el ordenador, en la pantalla, trata de asimilar lo que dicen los papeles, el expediente que tiene frente a él pero no puede, sabe que tiene mucho tiempo por delante, que dentro de poco se alejará del correo, que no tendrá folios en blanco frente a él y el monitor del ordenador no le guiñará indecentemente el parpadeo de la pantalla.
      
       Juan sabe que en unos instantes mas o menos lejanos tendrá que levantarse de la mesa, que será el blanco de todas las miradas y que nadie moverá un dedo para defenderle, sabe que será acusado y conoce sus derechos como conocía sus deberes, pero sabe el hombre, Juan, que el aburrimiento, que el hastío y el cansancio le han empujado y eso no son ni quiere que sean, razones para amortiguar su condena.

Mr. Fatiga
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 14, 2012, 15:27:09 pm
(http://rociioo-o7.blogia.com/upload/20081126133819-silencio.jpg)

Para un encuentro

Decídase. Una vez que lo haga, los acontecimientos seguirán su curso. Prepare el equipaje eligiendo minuciosamente los debidos elementos para el juego final, sin el cual el viaje no tendría sentido.  No deberá faltar ni la seda ni el encaje, ni el utensilio secreto, adquirido previamente en la farmacia más cercana.
Asegúrese de dormir durante el trayecto acunada por sus músicas sensuales favoritas, cargadas con anticipación en su Mp4, a fin de evitar que las horas de vigilia durante el trayecto den paso al arrepentimiento una vez más.
No está demás realizar la llamada anónima clave para cerciorarse de que la futura esposa aún no ha salido de vacaciones. No se olvide que otras veces ha viajado esperando encontrar al objeto de sus desvelos sin compañía y ha perdido el viaje.
Llegando a destino, descienda del bus sin vacilación y recorra las cuadras que la separan de aquella conocida morada veraniega, dándose el tiempo de disfrutar la brisa costera.
Una vez situada frente a la casa, observe el ventanal fijamente, e intente abstraerse de la belleza de la noche reflejada en los cristales, ya que esta vez el objetivo es asegurarse de que el susodicho se encuentre solo. Una vez constatado este imperativo de la operación, golpee la puerta como tantas otras veces, tratando de ahogar el desespero. Resista un poco más, aunque tiemble de sólo recordar el tono mate de su piel y la intensidad de su aroma.
Deje subir la temperatura corporal navegando en las imágenes que proyecta su mente. Deje fluir la humedad justa que aderezará el encuentro.
Cuando él abra la puerta, piérdase en el lago furibundo de sus ojos, apriétese contra su enorme pecho, goce la sorpresa de sus gestos y la urgencia de sus manos estrujándola. Entonces mientras la besa, jale de sus cabellos con la mano izquierda e introduzca la derecha en el bolsillo de la chaqueta donde guarda el utensilio secreto.
Cuidando no detener el baile de las lenguas ni el intercambio de saliva, sírvase del bisturí que aprieta en su mano derecha para efectuar sin vacilación ni tregua un corte profundo a lo largo de la garganta del susodicho.
Fiel a sus costumbres recientemente adquiridas, beba directo del chorro antes que se enfrié, procurando mancharse lo suficiente las ropas con sangre. Condimente a gusto con recuerdos de ausencias, eternas esperas, promesas rotas, abandonos continuos, solazándose sin culpa ni temor al ver desangrándose a su víctima. En tanto dura la agonía, destroce mobiliario e infrínjase duros golpes simulando una cruenta pelea, preparándose para alegar ante el jurado, que fue en defensa propia.
Luego de los últimos estertores, podrá por fin retozar a su antojo  disfrutando de la forma que estime conveniente de aquel cuerpo que tanto le fue negado.

Calia Andrade
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 14, 2012, 15:31:33 pm
(http://www.ojocientifico.com/sites/www.ojocientifico.com/files/imagecache/primera/Los%20astronautas%20son%20m%C3%A1s%20altos%20en%20su%20regreso%20a%20la%20tierra.jpg)

Como los astronautas


Llegó a las cuatro, quién, Margot llegó, la abuela Margot. Entró emperifollada en su disfraz de abuela que no era disfraz, sino ropa de abuela (pero que de ropa tenía poco y más que ropa era disfraz). Llegó y al minuto nomás ya te apretaba los cachetes robustos y te llenaba de besos y te dejaba impregnado ese perfume dulzón y repugnante, mezcla de melón, coco rallado y chocolate molido. Saludó, pasó, dejó, los paquetes dejó junto a la cocina abuela Margot y se sentó enseguida en el sillón de mimbre por lo del reuma agravado por el mal tiempo. ¿Reuma? ¿Qué es reuma?, preguntaste ese día; eras chico, ignorabas tantas cosas y sabías tantas otras y te dijeron que el reuma era algo que afectaba a los huesos, algo que dolía y que tenían solamente los grandes y que les impedía hacer grandes esfuerzos, como por ejemplo moverse demasiado, por eso abuela Margot no jugaba a las escondidas ni hacía la vuelta carnero. Empezó abuela Margot a hablar con mamá y le preguntó cómo iba la cosa, si le servirían aquellas arañas en paquetes junto a la cocina. Estoy haciendo limpieza, dijo abuela Margot y mamá puso cara de bronca porque sí, por lo de siempre, cosas de los grandes, celos. Y le mostró abuela Margot las arañas, hasta el infinito de polvillo y de tiempo y de olor a otra casa, a otras historias y a otras conversaciones, tantos años y tantos días, tanta gente. Preciosas, Margot, pero no sé si van con esta casa, argumentó mamá, no sabría dónde ponerlas. Te las dejo y vos ya ves, sos creativa, así que seguramente ya les vas a encontrar un lugar. Es que… usted sabe, acá ya no tenemos tanto espacio. Son tuyas, podés hacer lo que quieras, si las querés tirar también, son tuyas. Y ahí anduviste vos de nuevo, un poco de televisión, un poco de juguetes a fricción y a rueda, con envión, desde aquella pared hasta aquella otra, que hagan algo en el camino, que se crucen, que el muñeco de plástico ahí adentro del cochecito de golpe se rebele, que frene, sí, que el cochecito frene, que abra la puerta, que se baje y que se vaya corriendo porque puede, claro que puede, cómo no va a poder si parece tan de verdad, hasta tiene el detalle de la nariz y no me importa que tenga olor a juguete y a pegamento made in China. ¿Estás más alto o me parece?, te dijo abuela Margot. Y ahí fuiste, obediente y entusiasmado. Creciste medio centímetro, estás más alto, a este ritmo a fin de año me pasás, te comentó abuela Margot y a vos te vino como un espasmo, como una terrible preocupación porque abuela Margot era reuma y el reuma dolía. Y volviste a tu juego de cochecitos a fricción, nada de violencia, los cochecitos no se chocan, nada de violencia y todo de aventura y de hermosos anhelos, a lo mejor el conductor del cochecito viva de noche, salga de noche, mientras duermo, claro, por eso yo no lo veo, pensaste, ¿y qué pasará ahí adentro de ese cochecito mientras nadie lo mira, mientras la casa está sola? Ah, ya estabas embriagado en los pensamientos mágicos, en las profundas curiosidades del si se cae un árbol y nadie lo escucha hace ruido o no hace o qué cosa. Tenés que tener amigos, no podés estar todo el día jugando solo, no es bueno eso, te dijo mamá. Pero yo me divierto solo. No importa, tenés que tener amigos. ¿Y para qué tengo que tener amigos? Porque la gente tiene amigos. Vos no tenés amigos. Tengo amigas, muchas amigas. Sí, pero amigos no, ¿y por qué no tenés amigos? Porque no, porque con tu papá somos amigos. Y entonces yo también soy amigo de papá y juego acá en casa, solo, y cuando él viene yo soy amigo de él, ¿querés? No, porque uno necesita tener amigos de su edad. Ah, bueno, pero me aburro, que venga Guillermito la próxima vez a casa, además, me da miedo la mamá, porque se ríe muy fuerte, habla por teléfono y se ríe muy fuerte cuando habla. Bueno, está bien, la próxima vez viene él. Bueno. Y entonces cenaron ustedes, ahí, mamá, papá y vos, cada uno en su plato, en su mundo, dos por tres un comentario, nada social, todo referido a las precisas indicaciones de la mano pasa la sal, la sal se pasa a la otra mano, la sal se apoya sobre la mesa, trae mala suerte, tontos aburrimientos de la noche y antojadizas privaciones, porque hubieses preferido siempre comer en tu habitación, tragarte la carne, el puré, la remolacha que hace hacer colorado el pichí y mientras jugar con la luz, apagar y prender, mirar el techo, apagar y prender, ver las calcomanías, las estrellitas fluorescentes, los cometas comprados en la librería de la vuelta y qué bueno, te dijiste un día, me acuerdo, porque uno compra lo que necesita y se da cosas, todo lo que uno quiera está inventado, pero entonces también te pareció pensar, sí, te pareció, te pareció pensar en que si uno puede comprar todo lo que está inventado, a lo mejor es porque uno no imagina comprar cosas que no estén inventadas. Y al terminar la cena ayudaste, como siempre, como tan educadito que sos, y secaste los platos mientras papá se ponía dele que te dele jugar con el escarbadientes. En la televisión pasaban algo, ya era horario de protección al menor, y vos echaste un ojo, como de costado, mientras apretabas y escurrías el repasador, y viste, claro que viste, pero no vieron que viste, por eso viste, porque de otra manera no hubieras podido ver el pecho al desnudo de la mujer esa que gritaba y que tenía a un tipo encima, a un tipo también desnudo que no sabías por qué se le había tirado encima a la tipa y quería como asfixiarla. ¿Qué le hace el señor a la señora?, preguntaste y papá enseguida cambió de canal y puso una cara rara y levantó las cejas, como distraído. ¿Eh?, dijo. Digo, dijiste, ¿qué le hacía el señor a la señora?, ¿le estaba haciendo mal? No, le estaba haciendo cosquillas, cosquillas le estaba haciendo porque ella estaba un poco triste. Ah. Así que a partir de ahí supiste que siempre que vieras a dos personas desnudas, apoyadas, como las agujas del reloj a las doce en punto, sería por lo de la tristeza y lo de las cosquillas. Entonces hiciste memoria, con gran esfuerzo pensaste y te retrotrajiste al jardín, la seño Vero te había preguntado si no hablabas porque estabas triste y qué raro, porque te lo había preguntado con esos dos globos inflados tapados por el delantal de señorita y sin zampársete encima para hacerle cosquillas, qué raro. Sonó el timbre. Tarde, pero no importa, dijo papá. Vos y tus antojos, le contestó mamá. ¿Vas a querer helado, vos?, te preguntaron. Sí, dijiste, de uva. No hay de uva, dulce de leche o frutilla o limón. No, pero quiero de uva. No, no hay de uva. ¿Y de coco o de melón o de chocolate? No, lo que te dijimos. Bueno, de dulce de leche. Y chupaste en un vaso y se te manchó toda la cara, como un monstruito, tiraste sin querer la bocha al piso cuando quedaba poco, uy, lo volqué, y ahí llegó Luchín, el especialísimo Luchín aspiradora de comida Luchín dele pasar la lengua y dele pasar la lengua hasta dejar el piso como nuevo, como brilloso hasta el colmo. Pero no te dijeron nada, no te dijeron porque no te vieron, así que te alegraste porque de otro modo te hubieran castigado, ya te había pasado otras veces; y muy disimuladamente acariciaste a Luchín en la cabeza y en eso te vino la terrible y muy mala noticia. Porque a dormir no, no tenías sueño, querías ver más tele, más tele o más libros, de esos, de los de color, de los del chico que está peleado con la sombra, por favor, una vez más. Pero no, decisión terminante y a la cama, no hagás renegar a tu madre que está cansada. Subiste por las escaleras, casi a las gachas, no, casi no, gateando, para hacerte el tonto, el mono, el gracioso. Bueno, qué tiene, te pareció pensar pero no fue así, no fue con esos pensamientos sino con otros, una manera de ejercer el desafío, te pareció decirte, la prepotencia a la filiación, a la instrucción, a la instalación de las normas que rigen y que estructuran, quiero ser libre, libre libre, como los árboles de la calle que, a pesar de estar embutidos en sus grandes patas raíces, así y todo se pueden ir, pueden viajar en hoja, por ahí, un ratito, suspendidas las hojas en el aire, flotantes, como las plumas de los desplumados. ¿Te prendo la estufa, hace frío en esta pieza? Sí, mamá, sí, prendé porque mirá como tengo la nariz, un cubito, la punta helada, helada la tengo. Y te acostó y se fue a su habitación, miró la foto de los cuatro y esa noche trató de no llorar, y durante un rato vos escuchaste como poco a poco la casa se ponía a dormir, el conductor del cochecito estará haciendo de las suyas, te dijiste, y se apagaron las luces, y viste las estrellitas fluorescentes ahí, incrustadas en el techo, y jugaste a que eran de verdad, y te fuiste al cielo, y pasaste las nubes, la estratosfera, te saliste, llegaste a la luna, te habían dicho lo de los astronautas, te habían llevado al planetario y te lo habían dicho y vos no lo habías podido creer. La gente a veces se iba del mundo. ¿Como mi hermano?, habías dicho vos. Como tu hermano, te habían dicho, como tu hermano y como los astronautas.

Carlos Bacquier
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 14, 2012, 15:35:45 pm
(http://guiaamarilladeformosa.com/fotos/Mosca_Da_Sopa.jpg)

Crug


—¡Zap!
El trozo de maderita de cajón cortó el aire a la manera de un demoníaco sable, dibujando una estela multicolor, la cual casi se confundió con el crisol natural provisto por los distintos tonos de verde y amarillo de los campos sembrados.
La manita tierna pero firme de Fabián sólo se detuvo al escuchar el choque de la mosca contra la madera.
—¡Le di, bola! —gritó a su amiguito—. ¿Oíste el ruido..? ¡Zap!
Florencio dibujó una infinita zeta zigzagueante y descendente en el aire con su espada.
—Cayó como mosca —respondió.
Ambos rieron, y al escucharlos, Carlos, el padre de Fabián, pensó que sólo los niños podían reír así. Y si era por la muerte de una mosca, enhorabuena, que ya las había soportado bastante por ese día. La chispeante algarabía de los chicos le ayudó a digerir las facturas, cómodamente sentado, en su improvisado patio de campo.
Pasar los fines de semana fuera de la ciudad es, sin duda, gratificante, pero para un hombre de escritorio puede resultar un tanto incómodo, por lo inusual. Sarna con gusto no pica, por supuesto, así que chupó el mate lavado al tiempo que su mujer salía sonriente de la casa trayéndole tortas recién fritas. Instintivamente se tanteó la panza.
—No me vas a decir que este día es el responsable de tus rollos —acometió la mujer reteniendo dentro de su boca una carcajada— ¡Dale, comé! ¿Viste qué contentos están los pibes?
¡Zap! ¡Zip!
—Cazan moscas —mordió una tortita Carlos y miró hacia donde estaban su hijo y Florencio. Los vio alejarse simulando cabalgar, palmeándose las nalgas para producir el ruido típico del galope. Pensó que pronto anochecería y eso lo preocupó un poco, pero se tranquilizó al notar que aún los escuchaba reír. En el campo los sonidos se propagan sin obstáculos, y la oscuridad del crepúsculo agudiza el oído.
—Ay, la risa de los niños —suspiró la mujer mientras cambiaba la yerba.
Carlos sintió un alivio reparador, pues no le habían gustado para nada los últimos mates lavados.
—La risa de los niños —repitió su esposa, como esperando una respuesta conyugal.
No hubo respuesta. Sólo grillos, risas alejándose y estampidos de madera contra moscas inocentes, entre alguna chupada de mate indiferente.
¡Zap! ¡Paf!
¡Zip!
Florencio observó su mosca recién aplastada y se le iluminó el rostro, colorado por el sol y el viento de setiembre. Hinchó su pecho y buscó presuroso con la vista a Fabián. No lo encontró. Se asustó, pues segundos atrás su compinche corría entre los choclos junto a él, y ahora no lo veía por ningún lado. Los colores del campo y del cielo se amalgamaban siniestramente y se habían tornado borrosos con el correr de las horas, y las estrellas comenzaban a saludar en forma intermitente a los terráqueos mirones. Se quedó así, parado, inmóvil, a esa hora en que callan los pájaros para dejar cantar al viento quejoso, y sus ojos buscaron a Fabián entre las matas.
¡Paf!
Un maderazo seguido de una risa estruendosa lo sacó de su vigilia y lo alegró. Era —inconfundible— Fabián, desde atrás, atacando a traición a su compañero de cruzada.
—¡Caíste, forro! ¿Escuchaste? —sacó la lengua— ¡Paf, jaja!
—¡Si te había visto, gil de goma! —mintió Florencio.
¡Paf! ¡Paf! —ahora ambos se golpeaban y reían al unísono. Carlos desde lejos observaba la borrosa escena preguntándose por qué los chicos traducen siempre su cariño en golpes.
¡Zap! ¡Blim!
Corrieron unos metros y se detuvieron para observar, a lo lejos, las luces de los camiones y micros que corrían por la ruta, la cual cortaba la armonía del campo. A distancia, se antojaban farolitos voladores. Lucecitas blancas, rojas y amarillas volando a distintas alturas entre los árboles y campos lejanos.
Iban hacia ambos lados pero no chocaban, sino que se traspasaban misteriosamente sin tocarse.
Los chicos abrieron las boquitas relajadas y miraron. En Buenos Aires eso no lo veían, pero allí pasaba todos los días y noches, mesmerizando a los incautos campesinos que se dejaban engañar para pasar el rato imaginando las más variadas luchas espaciales. Ocio creativo, que disipa la amargura de ser siempre lo mismo.
¡Zap!
Fabián sintió un chirlo en el trasero. Se volvió furioso y divertido a la vez, pues era una chance de golpear a su amiguito otra vez, cosa a la que uno se acostumbra fácil. Levantó la mano armada dispuesto a castigar al enemigo despiadadamente, pero a su lado vio a Florencio con sus dos manos vacías y ocupadas en refregarse los ojos.
Fabián se paralizó por un instante, brazo en alto. Una sombra a su izquierda le preocupaba lo suficiente como para impedirle articular palabra. Florencio lo miró sorprendido, y en un flash los dos tomaron cuenta del enorme bulto erguido a su lado. Se volvieron lentamente y lo vieron.
Parecía un hombre. Borroso y todo aún parecía un ser humano... gigantesco.
—¡Paf! —balbuceó la sombra sin moverse. La silueta de la cara se infló, dejando adivinar que estaba sonriendo.
Los chicos no hablaban. No podían. La onomatopeya no les cayó ni familiar ni simpática. El terror los invadió súbitamente, sin aviso y sin permiso, y los paralizó.
Sabría Satanás de dónde había salido ese tipo sucio y maloliente. Dio un paso lento y la luna iluminó su frente. Sonreía entre su barba pegoteada mostrando una hilera de uniformes dientes amarillos.
Olía a bosta fresca y vino picado. No se movía, al menos como ente único, porque a decir verdad, "algo" vibraba y se sacudía por momentos en la sombra, algo como una onda que se esparcía por el cuerpo todo de ese ser espeluznante, como la vibración e inconsistencias propias de la ebriedad.
No se movía, entonces. Sólo miraba, como un curioso sin un mango en una tienda. En su mano derecha sostenía una alpargata perteneciente a su pie correspondiente, con la cual había —seguramente— golpeteado a Fabián, y en la izquierda aferraba fuertemente un cartón de vino vacío.
—¿Q-qué quiere? —se animó Florencio—. Plata no tenemos.
Los ojos del linyera se abrieron sin iluminarse de tan rojos. No dijo nada, y probablemente, de haber dicho algo los chicos no lo hubieran entendido. Plata no parecía buscar. Negó con la cabeza lentamente, como divertido. Movió la zapatilla de lado a lado y emitió algunos sonidos conocidos por los chicos.
—Paf... pifs...
Los grillos a su alrededor tronaban caprichosamente y junto a las estrellas titilantes parecían una alarma natural. Tras la figura del hombre Fabián y Florencio veían la casa y los papis iluminados, sentados a la puerta mateando tranquilamente. Tan cerca y tan ciegos por la noche. Fabián los veía más claramente debido a su posición en el plano. Quería gritar, agitar los brazos, hacer algo que llamara la atención, pero estaba paralizado por la conciencia del peligro que eso acarreaba. Mamá cambiaba una vez más la yerba en una escena que le parecía de otro planeta. Distante y cercana a la vez, pero lejos, tan lejos...
El vago blandió la alpargata y la disparó contra las piernas desnudas de Fabián.
¡Zumm!
El niño se corrió esquivando el golpe y le disparó iluminadamente una patada a la canilla —¡Pam!—, se le había caído la maderita y se sentía indefenso sin su arma matamoscas.
El gigante mugriento no se inmutó y ágilmente saltó hacia Fabián y le tomó del brazo, atrayéndolo bruscamente a su cuerpo andrajoso. El niño no podía gritar. Estaba mudo de espanto y asco. El vago lo abrazó con su derecha por encima de los brazos pegándolo a su hediondo saco y Fabián sintió náuseas. Por alguna razón parecía sentir que el peligro estaba más allá de su entendimiento.
Desazón, parálisis. El gigante, entre risas tontas lo golpeaba en las nalgas con la alpargata fangosa. ¡Zap! ¡Plaf!
¡Paf!
Florencio sintió que sus músculos se despertaban de golpe y asió su madera con la decisión que sólo puede dar la urgencia, y la heroica intención de salvar a su amigo.
Sus ojitos vieron proyectarse sobre una pantalla azul cielo la película más real de su vida, y se encaminó bravíamente al galope sin dudar hacia el horrendo invasor. Sus ojos brillaban y Fabián pudo adivinar tras su máscara un decidido y alegre terror. A lo lejos, las luces de las naves espaciales parecían librar la más fabulosa batalla jamás pensada.
—¿Escuchás esa risa? —gritó Carlos a su mujer, saltando de la silla con una agilidad que lo sorprendió.
—¡Carlos! —gritó su esposa—. ¡Es un hombre!
¡Paf! ¡Zap!
Carlos tomó la linterna con un frío recorriéndole la espina. Se le cayó el mate desparramando la yerba sin que le importe a él ni a su mujer. Milagrosa desesperación.
¡Zapp! —el vago reía estúpidamente, los chicos gritaban furiosos, y a la vez asustados.
Carlos y su mujer corrían presurosos y jadeantes por el campo en línea recta. saltaron bultos desconocidos con agilidad felina. La oscuridad les permitía ver sólo una masa informe y movediza a pocos metros de ellos, en el maizal. Tan cerca y tan determinantes del futuro.
Carlos sabía que si no alcanzaba ese colectivo no habría excusa valedera. Sabía que tenía que correr y correr, y jugarse sin pensar. Por un segundo pensó en lo inconveniente de la presencia de su mujer allí.
—¡Fabián, hijito! —aullaba la mujer desesperada sin parar de correr.
¡Zap!
¡Paf!
¡Zap! Cayó el telón de pronto en el horizonte y las luces fueron sólo farolitos de camiones que pasaban, y las estrellas nada más que astros reflejando luz. La noche fue de pronto sólo la noche y la vida y la muerte, sólo eso.
—¡Fabián, Florencito! —jadeó Carlos.
¡Zap!
Ya estaban más cerca, pero aún no veían nada claramente. Se escuchaban gruñidos, pasos zigzageantes y la convicción de una violenta batalla.
¡Paf!
Les pareció ver, les pareció...
¡Crug!
—¿Crug? —dijo la mujer, deteniendo el paso lentamente, como enfrentando al ridículo de un sonido desconocido.

—¿Crug? —repitió Carlos y se paró. Los ruidos cesaron abruptamente. Los chicos reían otra vez. No los veían aún, pero reían, se escuchaba claramente la risa invadiendo el alma de confort sospechoso y preocupante.
Como si todo hubiera sido una pesadilla monstruosa, pero no...
Carlos levantó decidido la linterna y disparó el haz de luz contra el maizal.
Frente a él, los chicos se reían a carcajadas y los miraban divertidos mientras saltaban y pisoteaban orgullosos el cuerpo de un hombre sucio y gordo, el cual yacía sobre los choclos manchados de rojo, con una madera atravesada en el abdomen.
Fabián dejó de reír de pronto y miró a papá con el ceño fruncido. Movía las manos hacia adelante y atrás, dibujando una perfecta estocada...
—Crug —dijo.


Uteacher
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 14, 2012, 15:43:28 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_RTnpwO04q4w/TP3eyDWdcpI/AAAAAAAAAL4/NjcOBJjAwHs/s1600/iconos1_despistado.gif)

Nudista


Hoy día, después de la ducha, salí apuradísimo con toalla a la calle. Noté algunas miradas persistentes, otras huidizas. En fin. Tomé el autobús y sentí un frío intenso erizando mi piel aún húmeda. Ojeadas furtivas, de soslayo, cuchicheos, carcajadas. Cuando llegué a la casa de mi hermano mayor, saqué rápidamente la toalla frente a su cerco. Escuché una fuerte exclamación al otro lado de la vereda. Insultos. Una señora que paseaba su perro aceleró el paso agachando la cabeza. Toqué por segunda vez el timbre. Mi hermano salió a abrirme. Me insistía que entre a la casa, me tomaba del brazo. Pero, con la primera tarea cumplida, sólo me quedaba volver raudamente a tomar locomoción. “¡Y te vas así?!”, oí que me gritaba el Fito, incrédulo, desde su cerco. Volando llegué al paradero con la piel erizada por el frío otoñal. Una señora se tapó los ojos con una revista, otra casi arrastró a una pequeña niña llevándosela lejos. El viento arremolinaba las hojas aquella gélida mañana de otoño. Alcé una mano para detener el autobús. La gente que iba en él me escaneaba de pies a cabeza mientras esperaba en la vereda, hundían su inspección en mi ser como si pudieran atravesarlo con la mirada. Unos, rápidamente, desviaban aparentemente su atención de mi cuerpo. Otros y otras, imantados a la curiosidad, parecían concienzudos practicantes de la vivisección, analizándome visualmente como a un objeto de estudio. Un par de jóvenes muchachas se reían coquetas al otro lado del vidrio. Sin embargo, lamentablemente, por más que busqué dinero en los bolsillos de la chaqueta y los pantalones, no había en ellos ni un céntimo como para pagar la cuota del pasaje. Era preciso retroceder los pasos y volver a pedir unas monedas prestadas al mayor de los traviesos, como antes le pedí la toalla ahora ya devuelta. Someterme, seguramente, a alguna travesura de su espíritu bromista sería necesario para devolverle también a tiempo a Pablo, mi hermano menor, la ropa ingrata cuyos bolsillos vacíos me restaban tiempo de acción, y así no perder ante la ruborizante apuesta nudista que nuevamente habíamos pactado.
En el camino, acelerado, apremiado por el tiempo en contra, se me cayeron los pantalones.

Youk Spencer
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 14, 2012, 15:50:29 pm
(http://www.novedosotarotbaratisimo.com/wp-content/uploads/2010/05/pareja-amor.jpg)

Así de fácil


La vida es hoy .... La vida es hoy
repetía ... aún viviendo los momentos mas difíciles de su vida. ...repetía y se repetía.
Por lo escuhado ... benditos sean los que sufren ... porque dios vendrá en su auxilio a
compensarlos,

Sí.. sí.. la tiene. Ella es impresionante. Buena, sana de mente y de cuerpo, habla poco y piensa mucho. Que importa lo demás. No puede pedir más. No se puede quejar.

Vuela colgado del ala de un cóndor estando a su lado. Cruza las negras nubes de tormenta sin mojarse. Lo deja actuar con su bohemia.

Tiene humor. Se ríe locamente con las locuras de él. Tiene momentos de silencios reflexivos, en ellos estudia sanamente los movimientos, los de ella y los de él pero sin calificar ni entorpecer lo que resulte.

No se puede creer que alguien que no la pasó nada bien por motivos de distinta índole pueda ser hoy feliz. Se vieron nuevamente y ella lo estudió, se tomó el tiempo para estar segura. Se fue enamorando perdidamente.

Puede ser por él. Él le confesó que no era el príncipe azul, que no le ofrecía nada, más aún que no podía prometer nada. ella le dijo que no le interesaba, solo su personalidad. Nada más que él.

Había pasado muchos años sola. Hubo muchos hombres que con buenas intenciones y de las otras se acercaron a ella, pero ella estaba imaginando un hombre como él, que le dijera que no tenía nada, nada y todo lo que era interiormente tampoco. Sin promesas.

El valoró su sencillez, la simple forma de ser mujer. De que manera terrible la impactó. no hubo presiones. No hubo diferencias. No hubo nada y pasó de todo.

Un día cansados de la ciudad, se fueron al campo. Un valle pequeño con calles bordadas en árboles muy grandes, con una tierra muy fértil, con un inmenso canal que cruzaba frente a la casa, ésta con muchos frutales, unas paredes muy anchas con puertas ventanas altísimas y mucho vidrio. una galería sostenida con troncos de algarrobo, unos cuantos eucaliptus y enredaderas en flor.

Allá el y ella continuaron su historia. ya eran mayores y el destino quiso que naciera un varón, que los acompañó en los surcos que limitaban su tierra con la uva negra malbec. era una fiesta en la época de cosecha. Cuando más grande el niño demostró tener una garganta exquisita y cantaron los tres, en esa galería mientras el pan con grasa humeaba en el horno de barro.

Hicieron amigos en el lugar y otros familiares que venían de lejos y otros hacían visitas de vez en cuando y se quedaban varios días en la casa, se fue afirmando el amor en esa pareja que nació como jugando, con un criterio fácil, así de fácil, como se decían el uno al otro.... y ... así vivieron..

mauro balena
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Mayo 14, 2012, 15:58:40 pm
(http://www.cristoferdelatorre.com/elhi5/imagenes/dibujo-pescando-amor.jpg)

Mariela del Mar
                        


   Mi amigo Moisés había vendido su lanchita “Nataly”, con su motorcito de 12 caballos, en la cual paseamos y pescamos mil veces. Ahora teníamos que conformarnos con “pescar a pie”.
   Nos llegábamos los viernes por la noche, en mi Nissan Patrol hasta Boca Vieja, más allá de Sotillo.
   Crisanto, el margariteño tarrayaba un montón de lisitas. Guardábamos una porción para el desayuno del sábado; el resto las usábamos como carnada. Es fácil, se engancha una lisita en el anzuelo, se mete uno hasta que el agua le dé por la cintura. Haciendo círculos con el nylon y ayudado por el peso del plomo se lanza a lo lejos, dejando que el carrete libere. Después, a esperar que los feos bagres empiecen a picar.
Por cada pescado que sacábamos, un viaje a las cavitas de anime. Una para guardar el animal, la otra para sacar una cervecita.
De ese modo transcurría la noche. Ya a las cuatro de la madrugada teníamos una cavita casi llena y la otra casi vacía. Era el momento de avivar la candela en la improvisada fogata, sacar del carro la botella de ron y el cuatro “sancochero”. De pronto vimos acercarse a una mujer que caminaba por la orilla de la playa. Iba vestida con una blusa que dejaba al descubierto los hombros y permitía adivinar unos hermosos senos, también llevaba una amplia falda blanca que, por estar parcialmente mojada, traslucía su desnudez; se le calcaban el vello de Venus y las firmes nalgas.
--Esa catira como que anda mas perdía que Adán en el día de las madres, --Comentó Crisanto con su chispa pueblerina e ingenua
--Hola muchachos—Dijo la hermosa rubia de ojos verdes y abundante melena ondulada, -- ¿Cómo la están pasando?
--Pues aquí muñeca, libando una melaza y cantando unos valses, mientras amanece para empezar a preparar un sabroso Corbullón  de bagre, sudao  con tomate –Le respondió Moisés, dejando de lado el sancochero y ofreciéndole una banquetica a la recién llegada.
--Gracias amigo, me sentaré un rato cerca del fuego para quitarme el frío.
--Y esto también ayudará—Le dije ofreciéndole un vasito con ron seco.
--Pescaron bastante ¿no? Y veo que también gustan de la música y el “Roncayolo”, como le dice mi papá. —Comentó la joven soltando una sonrisa cantarían como la fuente.
--¡Ah si mi niña! Tú sabes que esta es una tierra de músicos. En este país lo que abundan son los borrachos, los músicos y, mejorando lo presente, las mujeres bellas. ¿Y tú qué andas haciendo “poráhi” solita?—Interrogó “El Lobito”—Ah, es que es una noche de despedida—Suspiró con gran tristeza—, y me apeteció caminar un poco.
   Luego apuró el trago de ron y mirando al cuatro de Moisés preguntó.
--¿Puedo?
   Moisés asintió con un gesto de cabeza y de inmediato la muchacha comenzó a puntearlo a modo de introducción, para seguidamente entonar Alfonsina y el Mar, con una dulce y muy afinada voz de contralto, de la manera más profundamente melancólica, que he escuchado en mi vida, se puso en pie y dándonos las gracias, se fue caminando en la misma dirección por donde había aparecido minutos antes. Cuando estaba a una distancia, en que apenas era audible su voz, se dio media vuelta y nos gritó:
--¡Espero que no me olviden, me llamo Mariela del Mar! --Y se perdió en la oscura madrugada.
   La canción de la joven nos conmovió a tal punto que estuvimos callados largo rato. Al amanecer seguimos con nuestra rutina sin confesar ninguno cuánto nos había marcado la presencia de la linda y bronceada rubia.
   Después de desayunar, nos dispusimos a limpiar el pescado con tanto desgano que decidimos repartirlo, para llevarlo a nuestros hogares y dar por terminada la actividad. No estábamos de ánimo para elaborar nuestro plato favorito ni seguir tomando. Regresamos a Caracas mucho más temprano que de ordinario y quedando para el fin de semana siguiente.
   Habían transcurrido varios meses, un año exactos sin que tuviéramos conciencia de ello. Estábamos el sábado por la tarde terminando de almorzar, cuando el motor de una motocicleta que se acercaba interrumpió nuestros chistes y chanzas. El vehículo se detuvo en la orilla de la carretera de tierra y de él se apeó un joven de como veinticinco años, quien después de quitarse los zapatos y arremangarse el pantalón, se dirigió hacia nosotros a través de la arena caliente.
--¡Buenas tardes señores!—Dijo acercándose y poniéndose en cuclillas.
--Buenas joven –saludamos los cuatro a coro.
--¿Una cervecita fría? –le ofreció Crisanto.
--Sí, gracias. Con este calor…
   Nos contó que desde hacía un año, todos los fines de semana iba allí, buscando lo que podría ser un milagro imposible.
--¿Y se puede saber cómo es eso? –le pregunté, tratando de no parecer indiscreto.
--Espero no aburrirlos con mi historia, lo que ocurre es que el año pasado vine aquí con la que, para mí era la mujer más bella de este universo, y cuando les digo bella, es en todos los sentidos. Tenía veintidós años y era mi novia adorada. Nos amábamos como sólo se puede una vez por siglo. Pero cometí la estupidez de mi vida. --El muchacho miraba al horizonte mientras hablaba y su voz se hacía más profunda y triste--.  Mi novia y yo, habíamos decidido no tener intimidad física hasta después del matrimonio; eso en estos tiempos parece ridículo pero no quisimos dañar nuestro amor y así fue la determinación que tomamos. Soy humano después de todo y tenía mis apetitos intactos, de manera que caí en la tentación de hacer el amor con una compañera de la universidad, que siempre estuvo dispuesta. Ustedes entienden.
--Sí, chamo –dijo Moisés—la carne es débil.
--Demasiado débil, tanto que a veces nos impulsa a asumir conductas autodestructivas. El caso es que esta amiga mía resultó embarazada y tanto ella, como su familia me presionaron para que me casara con ella. Siempre fui un hombre de principios y consideré mi deber hacerlo. Traje a mi novia –prosiguió—a pasar el fin de semana y buscar un momento propicio para darle la infausta noticia. Lloró mujo, imploró y se rebeló. Fue terrible para ambos, realmente terrible. “Si vas a ser de otra, ¿qué sentido tiene que sigamos amordazando a nuestro amor y a ese inmenso deseo que nos devora desde que nos conocimos?”, me dijo con los lindos ojos verdes enrojecidos de tanto llorar. Y con una mezcla de amor y rabia, me entregó la pasión más enloquecedora que jamás tendré de nuevo. Finalmente entre sollozos, se quedó dormida y yo al rato, también. En la mañana, cuando la luz del sol me despertó, ella no estaba. Salí de la carpa para buscarla, pero después de pasar en ello toda la mañana, decidí ir a las autoridades para que me ayudaran con su búsqueda. A los dos días, los bomberos encontraron el cuerpo de Mariela, enredado con unos cabos, cerca de Carenero.
--¡Mariela del Mar! –dije sobresaltado y mirando a mis tres amigos.
Ninguno de nosotros quería ser el primero en contarle al joven de la moto, el breve encuentro que tuvimos con su hermosa novia.


Tigre Cervantes
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 07:42:08 am
(http://franciscoponce.com/wp-content/uploads/vino-y-rosas.jpg)

Música, Vino Y Rosas


                                                                                                                                                 1
Era una noche cálida de ésas que templan el cuerpo y el alma. Noche de vino, melodías y rosas. Rosas para obsequiar, música para bailar, vino para olvidar. ¿A quién regalarle rosas fragantes de terciopelo? ¿Con quién bailar y qué individuo haría el bien de compartir su copa?
Quiere recordar el aroma de las rosas, no puede y sólo se figura  las manos que las recibirían. ¿Serían suaves, aterciopeladas como la imagen que posee de las rosas?
Estaba en eso. En las rosa y las manos. Un coche último modelo, quizás fuera un Renault Laguna, frenó pegadito a sus rodillas y el grito en un santiamén lo separó de las rosas, su suavidad, los sonidos y el dulzor del vinillo que venía degustando. Y lo apartó de las remembranzas y  desvelos.
-   ¡Fíjese por dónde va, imbécil, casi lo mato!
El coche siguió su camino y se levantó como pudo. No veía. ¿Me habré quedado ciego? se preguntó en tanto incorporaba el cuerpo que de a poco lo palpaba ¡Que no veía!…Se incorporó medio rengo, cegato y atontado.
Una luz incandescente, deslumbrante lo encandiló y creyó que una música de ángeles como de violines repicaba en sus oídos. Bueno, estoy muerto, se dijo. Ya llegué. Sería una quimera que haya aparecido en el Paraíso, estaba seguro de tener mi ubicación en el Infierno. Me lo tenía ganado, insistió en su sentencia.
 No, no. La luz y la música celestial venían de enfrente, arguyó. ¿Chopin? No, no. “Un baile”. Es “Berlioz, ¡cuánta belleza! ¿Y si se animara a fisgonear por si hubiera  mujeres y hombres en plena danza? Hacía tanto ya que no convivía entre las gentes que olvidó cómo eran.
Cruzó la calle como pudo, se acercó a la verja de la casa de donde provenían sonidos y luces, compuso las ropas medio deslucidas por la caída y traspasó la puerta. Jamás había hecho semejante acto con tan singular desenfado.
Recorrió salones despojados de todo. Estaban desiertos. Qué desperdicio del buen gusto, exclamó en alta voz que resonó en un ampuloso eco. Esperaba ver danzarines en pleno regocijo y no los había. Sólo luz, mucha luz. Paredes y arañas lujosas.                                                                                                     

                                                                                                                                                 2
Al paso de los jardines que se sucedían mojó las manos en una alberca de agua cristalina, olió el aroma que emanaban rosas de un Edén y la vio.                                                                                                                       
El Universo todo envolvía su cuello alabastrino cual cisne y ella, doncella de las aguas en  despliegue etéreo, dejaba su estela iridiscente.                                                                                                                   
 Desde el fondo del salón, oculto detrás de una columna cómplice, distinguió su piel de seda,                                                                                                                                   
tersa, delicada. Un torso de perfección extrema con la gracia plena de sus pechos hirientes llevaba inevitablemente a lineales piernas perfectas.                                                                                                                                                                                                                                 
¿A quién le recordaba? ¿En qué galaxia supo de su belleza?
 En su totalidad, dejaba al girar aromas lujuriosos de rosas terciopelo. Le acometió un lejano recuerdo y afloró un deseo viejo, aquél inalcanzable y perdido.
¿Adónde habría ese ido cisne de oro? ¿Adónde le empujaron sus tiempos? ¿Al recinto en que las ninfas guardan sus secretos? El tiempo arcaico se hizo presente. Las hojas del almanaque cayeron una a una en soplo fugaz.
Y recordó, mas…un viento inmoral, disparatado esfumó el recuerdo del ayer, la tibieza de sus manos, las palabras que debieron ser inolvidables y los besos. Los besos, ésos sí persistían en su boca.
El viento maligno le susurró al oído: fue inútil conseguir su permanencia, viejo muchacho, no supiste.
Ahora ¿La noche era día o el día era noche?...era noche.
Alrededor el mundo y su oscura opacidad esparcieron cenizas empecinadas y ennegrecieron la oquedad de la turbia noche.
Las tiniebla se colmaron de presencias y estallaron en ese corazón cuadriculado en cuadrículas de círculos perfectos. Círculos. Crueles carceleros de un sin fin de angustias y tristezas.
 En el tanteo del camastro, susurró en la iteración del céfiro, fue inútil, hombre, no supiste conservar la permanencia…inundó su pieza repleta de libros y partituras una luz similar a la que lo deslumbró en la calle y oyó musitar una voz muy cerca de su oído:                                                                                                                             
- ¿Y si te despabilaras, si entrevieras en este sopor que te quita vida día a día, si me vieras? Mírame. Fíjate hombre que fuiste mío. Nunca, jamás supiste de mi lugar pequeñito donde tengo mis pesares. Que no conociste mis colores preferidos ni aún de la flor que me perfumaba.  Tampoco los olores de mi gusto… Hombre mío…                                                                                     
…Menos de lo que sentía cuando tus manos cariñosas y esperadas  acariciaban mi  cuerpo o en un instante se posaban sobre mis hombros.  Ni el placer ansiado del acurruco a tu lado                                                                                                                                                                                                                                                           
                                                                                                                                               3

Cuánto no supiste de mí. Mis ojos con lágrimas presumiste o no quisiste verlas. Pero sí habrás sabido que un día te amé y sé que me has amado tal vez no con el frenesí que yo deseaba …       
 Si no ¿cuál el sentido de permanecer a tu lado y esperar tanto de ti? 
                                                                                                               
Su corazón circular cuadriculado se completó en perfecta ecuación. Acababa de penetrar en la realidad. Ésa, la sensatez del raciocinio que no supo aprovechar. La que le ha perseguido en su constante chacoteo. La que lo acosó noche tras noche. Azuzándolo. El constante cazador en las sombras. El censor implacable de su conciencia.
Creyó que el día había llegado, mas no, aún no. Seguía la noche sin penas ni glorias.
  Estaba solo… solo en el dolor, solo en el tiempo…solo…solo…en la soledad, su compañera. Solo en este aislamiento que lo destruía, minaba. Ahora escuchaba gritos de acordes en sordina, que pedían, llamaban desde adentro…ellos sí vibraban despiadados. No habían dormido jamás. A la espera…la espera… ¿de qué?
 ¿Solo en el final?
Miró hacia lo alto y arriba, se esfumaba un ojo alargado. Un tizne negro humo desplazaban dos orejas caídas, cual perro en desdibujada imagen.
En su mirar se va perdiendo en  desfiladeros, laberintos intrincados, cortados, líneas quebradas, estrechos retorcidos…un río tan angosto como seco mientras, ni en sordina los ruidos le daban reposo. Una estatua de cabellos ondulantes de piernas y brazos filamentosos no le quitaba el ojo, quieta, pétrea. A ésta la destruyó una rama echándola al olvido, allí donde se desdibujaban todos.
Quedó sin compañía, sin los visitantes nocturnos. Pugnó por abrir o cerrar los telones para ver o no y ellos huyeron insolentes, invasores de ese techo donde por las noches lo espiaban permanentemente.
       Lo dejaron solo, yacente. 
Apoyó el cuerpo sobre la cama, se tendió, entrecerró los ojos y estiró la mano a la botella que lo esperaba.

Cautiva
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 07:53:36 am
(http://www.planetacurioso.com/wp-content/uploads/2010/05/Francois-Robert-huesos1.jpg)

El esqueleto y el asesino


   A Lario no le importaba la vida ajena. Nunca supo lo que era la conciencia, la compasión, la empatía, ni qué cosas implicaba lamentarse, cada vez que desen-fundaba su arma con la cual asesinaba, por encargo, a cualquier persona, con cuya foto solía hablar y preguntarle si le perdonaría ó no cuando cruzase las puertas del cielo, acariciando el rostro de la víctima con el índice de su diestra, de su perfecta mano homicida.
   Habían dado las cinco de la mañana de un sábado nublado y abrumado por una grandiosa masa húmeda de neblina entre las calles, cuando Lario entró en el edificio donde se esconde en un apartamento, casi vacío, que dispone de dos mobi-liarios y un electrodoméstico: La cama en la que duerme y una mesa en la que están pegadas las fotos de sus víctimas; no se sabe si por fetichismo, o bien para llevar la cuenta sistemática, y una nevera en la que guarda fiambre porcino y latas de cerveza sin alcohol, alimentos que consume por las mañanas y por las noches. Subiendo las escaleras, Lario se encontró en el primer rellano, junto a la puerta de un piso, un esqueleto agazapado que se protegía el cráneo con sus dedos huesudos. Tiritaba de frío y emitía gemidos de dolor. Sus dientes, amarillentos y podridos por numerosas caries, castañeaban. La primera reacción de Lario fue detenerse en seco y abrir más los ojos, impresionados. El esqueleto notó su presencia dejando de tiritar. Se puso de rodillas, dirigió los orificios de los ojos a la funda de la pisto-la, que Lario escondía entre la cadera y los pantalones; aquel bajó la mirada -aún se encontraba perplejo por lo que tenía delante- y advirtió al esqueleto que no le iba a disparar.
-¡Bendito sea el cielo! -exclamó el esqueleto pasándose la mano por la frente, su mandíbula efectuó un movimiento gracioso. ¿Te asusto? -añadió tras una pausa.
Lario negó con la cabeza, pero en sus ojos había una señal de precaución.
-¡Vaya! -exclamó el esqueleto y echó una mirada hueca y oscura al cielo gris a través del ventanuco de la pared que estaba en frente de los escalones que conducían a la siguiente planta.
-¿De dónde has salido? -preguntó Lario al fin.
-Es una historia muy larga y aburrida -comenzó a decir el esqueleto-, pero decirte que...
-Por tu voz, calculo que tienes entre 20 y 30 años -interrumpió Lario en to-no frío.
El esqueleto abrió y cerró la dentadura, hizo un mohín sonriente, bajó la mandíbula y dijo poniéndose de pie:
-25 años.
-A lo mejor este saco de huesos resulta ser una de mis víctimas -pensó La-rio y recordó de golpe el rostro rubicundo, fresco y juvenil de un estudiante uni-versitario, a quien Lario asesinó por no haber pagado una apuesta de póquer a cier-tos europeos del Este, dueños de un casino que, a día de hoy, funciona con norma-lidad y legalmente.
-¿Acaso no me crees? -preguntó el esqueleto.
-Qué va qué va, no es eso -aclaró Lario.
-Sé que eres un asesino –afirmó el esqueleto de golpe.
Un escalofrío le recorrió a Lario por la espalda.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó él levantando las cejas.
-Por tu pistola -indicó el esqueleto con la mandíbula hacia el bulto que formaba la empuñadura de la pistola con el jersey negro de capucha que vestía Lario.
-¡Ah! ¡Esta preciosidad! ¡Sí! -exclamó Lario en son de alivio y sonriendo sin alegría. -Por si los malos quieren ser más malos que yo. 
Una risa corta brotó de la tráquea del esqueleto.
-¿Eres real? -preguntó Lario.
El esqueleto se llevó las manos a los huesos de la cintura, con un ademán de protesta, apoyó el peso de sus costillas en el peroné izquierdo, esbozó una espe-cie de sonrisa; ya de por sí, su calavera conservaba una perpetua expresión son-riente, y le dijo:
-¿Quieres darme la mano? -el esqueleto estiró las cuatro falanges unidas al cúbito y a la radio de lo que había sido un brazo común y corriente.
Lario dudó por unos segundos, pero, tras un suspiro de impaciencia, le es-trechó su mano, que sudaba y temblaba ligeramente. Sintió una desagradable sen-sación por todo el brazo.
-Veo que sí eres real...
-No sólo lo ves, sino que lo sientes -le aclaró el esqueleto con un susurro misterioso.
-Y ¿Qué quieres de mí? -preguntó Lario desprendiéndose de la mano ósea del esqueleto.
-Que me devuelvas a la normalidad.
-¿Cómo?
-Disparando seis veces.
-¿A quién? -preguntó Lario levantando la voz, cuya resonancia dejó un eco que se perdió entre las paredes.
El cielo tronó una vez, como el estallido de una bomba, y comenzó a llo-ver. Gotas saltarinas mojaban, puntiagudamente, el rostro de Lario. El ruido de la lluvia, que caía en la acera y golpeaba la fachada exterior del edificio, simulaba una especie de sonido mezclado entre agua y arena.
-Tú eliges a quién -empezó a decir el esqueleto. -Necesito que le dispares a seis personas. A una en una pierna, a la otra, en la otra pierna. Lo mismo con los brazos y las dos últimas balas, una en el pecho, a quien tú quieras, procura que entre de lleno en el corazón, y la otra en la mitad de la frente, de quien tú quieras; a este último, intenta que la bala penetre bien en el cerebro.
-Y ¿Qué recibo yo a cambio? -preguntó Lario secamente.
-Esto -dijo el esqueleto enseñándole una bolsa pequeña de cuero que con-tenía monedas alemanas del siglo XVIII. -Valen una fortuna, mucho más que vein-te almas que tengas que apagar a sueldo -añadió el esqueleto y dejó caer las mone-das en la palma abierta de la mano izquierda de Lario.
-Y ¿Cómo sabes que no me voy a fugar con las monedas y que voy a matar a nadie? -preguntó él con voz irónica y mirada desafiante.
-Porque te gusta matar -dijo el esqueleto con voz sentenciosa. Y no creo que te fugues, no tienes a dónde ir.
En lo primero afirmado, el esqueleto tenía razón, inclusive con o sin mone-das, por algún favor a otro, o cierto ajuste de cuentas personal, o porque sí, Lario hubiera asesinado, por la finalidad misma que supone apretar el gatillo y arrebatar-le la vida a alguien, si se ha apuntado bien, como quien dice, poniendo el ojo en la bala.

*

Durante seis días, Lario consiguió disparar profesionalmente a seis perso-nas, de géneros y edades diferentes. Por una petición especial del esqueleto, Lario le disparó en el corazón a una mujer, porque, según esqueleto, las mujeres tienen mejor corazón que los hombres, tanto en lo físico -apenas ha habido mujeres que hayan fallecido de ataques cardiacos- y en lo espiritual -son más bondadosas y carismáticas; ellas no habrían producido ninguna de las dos grandes y absurdas guerras. La bala en la frente fue concedida a un catedrático de psicología de la mente; también por petición especial del esqueleto. El resultado de la transforma-ción fue el siguiente: El esqueleto se convirtió en un joven alto, de pelo rubio y liso, de tez bronceada y de contextura delgada, fibrosa y atlética. Fue un domingo por la noche cuando Lario y el ya-no-esqueleto -aún no se había puesto nombre- se despidieron amistosamente, con un firme apretón de manos y un apoteósico abra-zo. Al día siguiente, Lario obtuvo una gran suma de dinero por las monedas ale-manas que consiguió vender a un coleccionista de antigüedades. Esa misma noche, Lario cenó en un restaurante caro, para gourmets, de cinco tenedores. Después, se embriagó, perdidamente, en un lujoso bar de copas que ofrecía, a parte de los me-jores y exquisitos cocteles de la ciudad, servicios elegibles de compañía profesio-nalmente cariñosa. A la mañana siguiente, Lario se despertó abriendo los ojos bruscamente, como de una pesadilla. Sintió que la cabeza le dolía insoportable-mente, por las sienes, como si hubiese dormido con un sombrero de piedra. Pero, más bien, se trataba de un dolor invisible, casi inexistente. En cuanto se llevó las manos al estómago e introdujo sus dedos entre las costillas, Lario se confirmó a sí mismo que se había transformado en un esqueleto, de pies a cabeza, en un verda-dero esqueleto.

Ricardo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 07:59:29 am
(http://gemologiamllopis.com/wp-content/uploads/2012/05/ArrobaMOMA.jpg)

La Curiosidad


Como cada mediodía, Gordon F. revisa la bandeja de entrada de su correo electrónico. Entre los seis mensajes recibidos desde el día anterior aparece uno de un tal Aaron B., cuyo asunto es “Mírate esto.” Gordon piensa un instante, pero no recuerda conocer a ningún Aaron. El único que recuerda haber conocido con ese nombre era el señor Wills, un vecino de sus padres, aficionado a la numismática, que con toda seguridad debiera estar criando malvas. En todo caso no se imagina al señor Wills enviando correos electrónicos. El siguiente pensamiento baraja la posibilidad de que el correo en cuestión sea un virus. De hecho, muchos de éstos se camuflan tras un remitente aparentemente familiar para esconder su verdadera naturaleza destructiva. Después de abrir el resto de los mensajes, decide eliminar el correo de Aaron B.
Al cabo de una semana, Gordon F. vuelve a descubrir en su bandeja de entrada un nuevo correo del tal Aaron B. En esta ocasión el asunto del mensaje no es menos sugerente que el primero: “Lo mejor de la vida...”. Su destino vuelve a ser el mismo: directo al limbo de la red previo paso por la papelera de reciclaje.
Cinco días más tarde aparece un nuevo correo de Aaron B., con el remitente: “¡Mi mujer es una artista!”. Gordon aprecia que el mensaje lleva varios documentos adjuntos. Siempre es una cuestión de tiempo, pero la curiosidad acaba por vencer a la prudencia. Gordon abre el correo teniendo en cuenta la posibilidad de un posible ataque informático. Es una falsa alarma, puesto que el contenido es de lo más inofensivo. El tal Aaron B. explica que su mujer, Gloria, se ha aficionado a la orfebrería y está haciendo sus primeros pinitos: ceniceros, tazas, ollas y otros cacharros. Los archivos adjuntos corresponden a las fotos de algunas de sus obras. Al final del texto Aaron B. incluye sus datos. Al parecer es un jefe de departamento de una multinacional farmacéutica, y vive a seiscientos kilómetros de Gordon. Éste vuelve a pensar si en alguna ocasión ha conocido al tal Aaron o a la tal Gloria, que así se llama su mujer. Piensa en diferentes ámbitos: viajes, deportes, trabajos,... Pero definitivamente no los conoce de nada.
Al día siguiente, Gordon F. se encuentra en su correo con una respuesta al mensaje de Aaron. Es de un tal Phillipe, que felicita y anima a Gloria en su nueva afición con el barro. Phillipe no dice de dónde es, pero Gordon en seguida deduce que él no tiene la exclusividad de los mensajes de Aaron. Vuelve a revisar el correo con las fotos de los cacharros de arcilla y comprueba que ha sido enviado a un conjunto de direcciones agrupadas en una carpeta denominada “Amigos”. Gordon intenta abrir sin éxito esa carpeta. Finalmente decide responder a Aaron con la mayor educación posible:
“ Hola Aaron. Hace unos días que recibo correos electrónicos tuyos. Lo he estado pensado una y otra vez, y creo que no sé quién eres. Quizás me equivoco, si es así dime de qué nos conocemos. Si no es así, por lo visto me has incluido en la carpeta de tus amigos por error y te escribo para que lo tengas en cuenta. En ningún caso me has causado ninguna molestia. Un saludo. Gordon.”
Gordon elimina los mensajes de Aaron y Phillipe, dando así por zanjado el asunto.

Pero tres días después un nuevo mensaje de Aaron a su carpeta de amigos informa que durante una semana su correo permanecerá inactivo, puesto que va a someterse a una intervención quirúrgica de poca gravedad. Gordon no elimina el mensaje y experimenta un sentimiento contradictorio. Por un lado advierte que Aaron ha hecho caso omiso de su consideración y que su dirección de correo sigue incluida en la carpeta de sus amigos. Sin embargo también piensa que, dadas las circunstancias en las que se encuentra Aaron, a punto de entrar en quirófano, aquello no es más que una tontería. Decide no insistir con el tema.
Durante los siguientes días, y tal y como él mismo había avisado, no hay noticias de Aaron. A medida que pasa el tiempo aumenta la preocupación en Gordon. Extrañado, se ve a sí mismo padeciendo por un tipo que ni siquiera conoce y por una operación aparentemente sencilla. Gordon especula sobre su posible dolencia: un quiste, una hernia quizás,... Cada mediodía abre ansioso el correo, con la esperanza de saber cómo le habrá ido. Pero la resolución se hace esperar un poco más de lo previsto. Gordon se encuentra cada vez más afectado, con insomnio y síntomas considerables de ansiedad.
Por fin, quince días después de su último mensaje, Aaron vuelve de nuevo a escena. “Todo ha ido bien”, titula su correo. Gordon lee con entusiasmo que la operación ha salido perfecta, aunque ha habido alguna complicación que ha alargado un poco el proceso de recuperación. Gordon siente alivio y una gran alegría. No puede reprimirse de contestar:
“ Bienvenido de nuevo, Aaron. Me alegro de que todo haya salido bien. Gordon.”

(Nota del autor.
Llegados a este punto del relato, el lector deberá coger una moneda y lanzarla al aire. El resultado determinará el final de la historia. Si sale cara deberá leer el desenlace CARA. Si, por el contrario sale cruz, deberá escoger el final CRUZ. Pero sobre todo, una vez concluido el relato, es vital que bajo ningún concepto, repito, bajo ningún concepto, el lector lea el otro desenlace.)

CARA:
Dos días después Gordon recibe la respuesta de Aaron.
“ Perdona Gordon, pero creo que te confundes y además no tiene ninguna gracia. No sé si es una broma, pero no te conozco de nada, así que por favor te agradecería que borraras mi dirección de tu correo y no me escribieras nunca más. De lo contrario me veré obligado a comunicarlo al departamento jurídico de mi empresa para que emprenda acciones legales.”
De esto hace tres años, en los que Gordon F. no ha vuelto a abrir ningún mensaje de remitentes desconocidos.

CRUZ:
Tres años después Gordon responde, como cada diciembre, a la felicitación de Navidad de Aaron, que incluye una foto de toda la familia frente al árbol engalanado:
“ Feliz Navidad y próspero año también para tí y para los tuyos, amigo. Veo que por vosotros no pasa el tiempo. En cambio tus hijos cada día están más grandes. ¡Menudo estirón ha pegado Luc!. ¿Te ha llegado ya el cava?”.

Daniel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 08:04:49 am
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La Vieja Concepción


LA COSTURERA


La vieja Concepción se había criado en un asilo, no sé bien porqué. Mientras cosía, hablaba de eso con una tristeza antigua, con esa tristeza obligada de saber que lo que se cuenta es triste y es parte de la vida, pero ya no la tristeza que duele en los ojos y en la garganta, y en el pecho. Es que ya había pasado tanto tiempo, que todo aquello era parte de su historia, de su cuerpo, de su piel  y de su alma, pero no la hacía llorar más.
Llegaba con su pequeño cuerpo cansado y doblado, una cartera casi vacía y siempre cargando alguna bolsa con quién sabe qué contenido. Se sentaba frente a la máquina de coser, con ganas, con orgullo. Mamá le traía la ropa que habíamos juntado durante la semana y pasaba toda la tarde allí, remendando, zurciendo. Con sus manos chicas parecía que acariciaba cada pantalón, cada camisa, con cuidado maniobraba las prendas sobre su regazo y nunca entendí por qué estaba contenta.
Los días que la costura era poca, me proponía jugar al Ludo, o a Las Damas. Creo que me dejaba ganar. No sé si en realidad ella disfrutaba de aquellos momentos, pero si no era así, lo disimulaba muy bien. Muchas veces pensé que quizá lo hacía para entretenerme, ya que yo tenía todo el aspecto de una niña aburrida, y en realidad en general sí me aburría la mayor parte del tiempo. No me divertía mucho el juego, ni me concentraba en él más que en sus dedos delicados moviendo las fichas de colores, con entusiasmo, pero nunca dije nada. Así es que no sé cuál de las dos sentía más obligación durante aquellas tardes en el cuarto de costura, que de hecho era mi cuarto. 
A la hora de la merienda, como si las dos fuéramos niñas, se desarrollaba cualquier conversación, con naturalidad.  Ella se llenaba la boca de galletitas o de alguna torta que solía hacer mamá, y de anécdotas que había traído desde aquel lugar de donde vino, pero que había pasado años pintando con sus colores, y me hacía reír.  Yo trataba de escucharla sin mirarla mientras hablaba, porque no quería ver sus dientes. Sus modales para comer y su higiene tampoco eran muy buenos.   Con discreción y ayudada por la timidez que me caracterizaba y que todos conocían, bajaba la vista y le echaba un vistazo rápido de vez en cuando, para que no se diera cuenta. Sólo una de esas meriendas fue distinta cuando nos acompañaba una vecinita, que fue razonablemente sorprendida por aquel personaje tan curioso sentado a su lado, y no pudo entenderlo, por lo que empezó a reírse en silencio. En esa oportunidad no logré sobrellevar la situación, y me fue imposible serle fiel al respeto que Concepción se había ganado, y apenas me pude resistir a la carcajada.
Todas las semanas aparecía por aquella puerta, con la misma alegría de siempre, supongo que lo tomaría como un día de vacaciones de su vida vacía, sin familia, ni casa, apenas un cuarto en una pensión, apenas su cama, alguna silla, algunos objetos más, no mucho. Cuando la tarde estaba por terminar, volvía a su rutina, a sus pocas cosas. 
Un día supe que enfermó, y prometí ir a verla y llevarle algo, lo que fuera. Teníamos que subir una escalera muy larga para llegar a su habitación. No recuerdo haber tenido  nunca las manos tan frías. Las visitas que le hacíamos eran muy cortas, casi como para cumplir, pero nunca me dejó de asombrar el enorme agradecimiento de aquella mujer, con una falta total de resentimiento, se le humedecían los ojos de alegría cuando nos veía, y no nos pedía nada, ni siquiera un poquito más de nuestro tiempo. Muchas veces no pude evitar ponerme en su lugar y sentir rabia, y hasta desprecio por lo poco que le dábamos, y después, al volver del lado de la nena caprichosa que fui, que por cumplir una promesa, obligaba siempre a alguien a acompañarme en mi obra de caridad,  me dio vergüenza, mucha vergüenza por toda la gratitud y sinceridad de sus palabras, por su vida hecha pedazos frente a la mía, que recién empezaba.
Concepción murió al poco tiempo, pero bastante después que mi madre. Mi madre murió al día siguiente de una tarde de julio en la que me acompañó a visitarla, y sentí que caminaba muy lentamente, siempre estaba rezagada, hasta le costó subir la escalera de la pensión donde vivía Concepción.
Quise a aquella anciana como quise mi casa de ventanas grandes, la extrañé como la calidez de los días que parecían hechos para mí, la rememoré cien veces como lo hice con la tibieza de mi cuarto de mis pocos años. Pasaron mil tardes más después de ella, jugué a Las Damas con otros, escuché mejores cuentos, y caminé muy lejos de aquel cuarto frío de pensión. Y no es que necesite ese recuerdo, ni que se me aparezca a cada momento, sin embargo hoy le escribo.

Nachito
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 08:15:28 am
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El verano de sus vidas, y el aroma especial del amor en verano


Había una vez una chica hermosa llamada Lenna. Vivía en Sevilla, una ciudad tan bonita como su pelo, y era tan graciosa como el sol cuando sonríe. Tenía catorce años, catorce años donde todavía no había descubierto el amor, donde apenas había descubierto la verdadera amistad, lo dura que es la vida, y todas las vueltas que da.
Un verano, junto con los padres de su mejor amiga, Mara, decidió irse con ella a la playa. Sin que ella se diera cuenta, estaba a punto de saber que ese iba a ser el verano que cambiaría su vida para siempre. Sería el primer verano que diferencia el ser una niña al ser una mujer.
La playa donde se dirigían era la playa de Rota. Sus aguas eran de color claro como el cielo y su arena cálida como la sonrisa de Lenna. El viaje en coche desde Sevilla a Rota duró dos horas. En esas dos horas, Lenna siempre estuvo acompañada por su inseparable reproductor de música. A la misma vez que sonaba la canción “Una foto en blanco y negro”, Lenna iba mirando a través de las ventanas el paisaje que ofrecía la carretera. Siempre le había gustado mirarlo, porque después se inspiraba en él para dibujar, que era su afición favorita. Durante el viaje, Mara y Lenna siempre estuvieron gastándose variadas bromas, con el fin de hacerse el viaje menos aburrido.
Ellas eran como dos gotas de agua. Habían sido intimas desde que no eran más que dos niñas pequeñas que corrían por el parque.  Siempre han estado muy unidas, Mara sabía algunos secretos que no sabían ni los padres de Lenna, y viceversa.
Eso se notaba en la nostalgia del coche. El viento que soplaba a Lenna le traía muchos recuerdos y momentos que había pasado junto a Mara. La primera vez que se conocieron. La primera vez que se pelearon, la vez en la que Mara hizo una fiesta de pijamas en su casa y fue con Lenna con quien lo pasó mejor.
En cuanto llegaron a la playa, Mara y Lenna vieron a través de las ventanillas la impresionante y preciosa vista de la playa roteña. Nada más bajar del coche desearon correr hacia la playa y darse un chapuzón, pero su deber como personas responsables les pararon las ideas de bajar.
Una vez iban a pisar la casa de Rota, Mara y Lenna vieron a Aitor, un amigo de Mara. Aitor era un chico castaño de ojos  marrones. Para Lenna, aparentemente es una persona más, pero ella no sabía que al final de ese verano tendría tatuado ese suave nombre: Aitor…
Aitor, al verlas, decide saludarlas:
-¡Hola Mara!- dice con una alegre sonrisa Aitor.- ¿Qué pasa?
-Pues nada, aquí estamos, que acabamos de llegar. ¿Conoces a Lenna? Es mi mejor amiga, la que mejor me conoce, mi gemela, todo.- contesta Mara, provocando que la mirada de Aitor se dirija hacia Lenna.
-No, la verdad es que no tenía el placer de conocerla. ¿Pero si es tu mejor amiga, con todo lo buena persona que tú eres, alguien importante tendrá que ser para ti no? –dice bromeando Aitor.
-Hola. ¿Qué tal?-dice con una voz demasiado tímida Lenna
-Bien.-responde Aitor sonriendo a Lenna- Bueno, que me voy, que he quedado en la playa dentro de 5 minutos con unos amigos para surfear. Ya nos veremos luego u otro día, pero hasta entonces, ¿vamos a darnos dos besos no?-dice medio bromeando.
Entonces, ellas dos se miran, y deciden acercarse a él  para cumplir su deseo. Luego, él se va corriendo con su bicicleta inseparable.
Tras los dos besos de Aitor  a Lenna, ella sigue igual de normal que antes, sin pensar en quien era Aitor, y de donde había salido. No se para a pensar en su colonia, o en su peinado, sin darse cuenta que muy pronto su perfumen perfecto los besos que ambos se darían en la orilla del agua.
Minutos más tarde, mientras estaban sentadas en las sillas del patio de la casa, a Lenna le entró su vena curiosa, y decidió preguntarle a Mara por Aitor.
-Le conocí hace tres años.  Estábamos unas amigas de la playa y yo bañándonos en el mar, cuando vimos un grupo de chavales muy guapos físicamente hablando, y yo me fijé en él porque me pareció curioso, me dio la impresión de que era un chico diferente a cualquiera de los demás que había allí. Y nada, poco a poco nos fuimos conociendo y aquí nos ves, siendo íntimos.-dijo Mara.-Pero si lo que te interesa es saber si somos algo más que amigos, no, no somos novios de verano ni nada por el estilo- siguió con un tono cómico Mara.
-No, no, si a mí ni me gusta ni nada.- la corrigió Lenna.-Me parece un chico más.- finalizó con las mejillas rojizas debido a la teoría de Mara.
-Bueno… Eso también pensaba yo al principio, pero después me di cuenta que detrás de sus extrovertidos ojos marrones había un chico tímido y maduro que no era tan inmaduro como pueden ser los demás a veces.-explica Mara-.
A la noche, Lenna no podía dormir. Aunque buscará un por qué a su falta de sueño, no lo lograba encontrar. Se ponía a pensar en todo lo que había pasado por el camino: el viaje, los pueblos, las gasolineras, las playas, hasta el llegar a Rota y ver a Aitor.
Cuando se para a pensar si el culpable si esa desidia por dormir es debido a él, piensa que no, que es una tontería, piensa que es una persona más, que no tiene nada de mejor ni de peor que los demás. ¡Que ingenua! Cuando nos entran las mariposas del amor, todos pensamos al principio que no es nada más que otro ser humano. Pero todos sabemos que cuando vemos de verdad las mariposas, somos incapaces de vivir sin esa persona.
Al final, todos tenemos cosas de todas las edades en nuestra personalidad y ella demostró las suyas más infantiles. Se quedó dormida junto a su reproductor de música y a la vez que Dani Martin cantaba eso de: “que me muero por tu vida cuando veo esos ojitos, que me quedo sin sonrisa cuando doblas esa esquina…” pues ella, con su cara angelical, se quedó inspirando y expirando a la vez que soñaba con sus ángeles.

Mientras ella dormía, Mara acababa de ducharse y estaba secándose el pelo. Mientras quitaba el agua a su bello pelo castaño, se le ocurrió la idea de llamar a Aitor para quedar al día siguiente en la playa. Por una parte Mara quería ver a Aitor, porque hace mucho tiempo que no lo veía, pero por otro lado lo hacía por Lenna. Ella había visto en el momento en el que se vieron por primera vez sería la hora H del día D en sus vidas.
El despertador de la habitación era distinto a los demás. Cuando sonaba la alarma, directamente se oía las señales horarias de las 10 de la mañana para que a continuación sonará la música de Los 40 Principales. Esa mañana a las 10 sonó la canción del grupo Secondhand Serenade. Era la canción favorita de Lenna. Amaba esa canción, ese estribillo…se sentía identificada con esa canción. Le gustaba la letra de arriba abajo, pero sobre todo esta parte: “Because tonight will be the night that I will fall for you. Over again.”
Mara lo tenía todo preparado. El plan era que después de desayunar y ducharse, bajaban hasta el paseo marítimo donde se encontraban por casualidad con Aitor y varios amigos suyos. Luego bajaban hasta la playa donde echaban el día en el mar, en las hamacas jugando a las cartas, gastándose bromas, mientras luego iban a cenar por ahí. Tal como lo planeó, le salió. Todo fue perfecto. Salió a la perfección, fue un día divertido para todos, un día que sirvió para que Aitor y Lenna se fueran acercando sus corazones poco a poco para que se formara el colgante de sus dos almas.
Él lo intentaba, y se sentía impotente, ya que no conseguía nada. No sabía que pasaba, cuál era el problema, donde estaba el fallo. Pero el problema realmente no era él, era ella, no se sentía capaz.

Era la primera vez que Aitor arriesgaba tanto. La primera vez que Aitor era capaz de escapar del mundo con tal de conseguir el amor de ella. Le había dicho a muchas chicas distintas que las quería. ¿Pero cuantas veces se habrá mentido a él mismo y a esas chicas? Esta era la primera vez que decía te quiero con el alma y no con la lengua.

Él sabía que esa historia de amor era imposible, que no tenía ningún sentido. Pensaba que lo único que le hacía estar así era su deslumbrante físico. Pero no, cuando estaba cada vez más convencido de esa idea se daba cuenta que ella tenía algo lo cual le mantenía a Aitor enganchado.

Pasan los días, y la tónica es la misma continuamente. Él intenta acercarse a ella, pero ella tiene miedo de que su amor le haga daño. Ella aunque no lo quiera reconocer siente el mismo amor que siente Aitor.
Él sabía que las agujas del reloj jugaban en su contra. El verano se acababa y no era capaz de convencer a Lenna de que su amor era puro y verdadero. De esos que no se olvidan durante años. El sol de Agosto se iba y junto a él se iban el calor, los turistas, la noche de aroma especial en Rota.

Hasta que llegó el día clave. El día en el que los dos iban a dejar de verse, el día en el que empezarían a arrepentirse de la oportunidad que los dos tuvieron, y decidieron desperdiciarla por su miedo a perder.
Todo parecía destinado a que el final fuera triste. A que el amor no fuera el que ganara, como en las películas, a que el amor triunfará. Como nos contaban a todos en los cuentos, su historia parecía que no acabaría con un “Y fueron felices y comieron perdices.”
La climatología tampoco acompañaba: caían tímidas gotas del cielo, Daba la sensación de que por el cielo caía lo que Lenna no pretendía que cayeran por sus ojos.
El coche arrancaba, el aire acondicionado del coche empezaba a recordar que el calor de Sevilla no tenía nada que ver al de Rota.
Hasta que ocurrió un milagro. Parecía que venía desde la nada, pero por el retrovisor del coche se vio a un chico moreno de ojos marrones haciendo un sprint de 50 metros para querer detenerlo. Todo parecía tan mágico, que no se sabe como pero logró parar el coche.
Ella se bajó del coche convencida, no quería pasar el invierno sin el calor de él. Él salió corriendo convencido de que ahora sí. Ahora sí iba a triunfar el amor, el beso deseado llegaría.
Ni se hablaban, simplemente se miraban, y cuando dejaron de mirarse, decidieron cerrar los ojos y que pasará lo que tuviera que pasar. Él se acercó primero, y sus labios chocaron con el pintalabios brillante de los de ella. Ella estaba en las nubes, dejándose llevar por la pasión del momento, sabe que tardará un año en encontrar la misma pasión. Su beso duró varios minutos, hasta que él decidió tomar la palabra para cerrar esta maravillosa historia de amor, por lo menos de este verano.
Y en el horizonte se veía el triste otoño. La vuelta al frío y a los días grises.
-Volveré.

Christian
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 08:25:23 am
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El matadero


      Hace tiempo que no me encuentro tan mal.  Me duele todo el cuerpo. Pero no es del alcohol, esta vez no, aunque reconozco que tenía que haber hecho caso a mi hija cuando, ya hace algunos años, me advirtió que la costumbre de tener el vaso de vermut al lado mientras pelaba patatas, aliñaba filetes o deshuesaba el pollo, no me llevaría por buen camino. Eso fue antes de irse de casa para empezar los estudios en la Universidad. Hace unos meses, cuando regresó para preparar las oposiciones, por más que intenté disimular, no tardó en descubrir que no podía pasar sin una copa, o, mejor dicho, varias copas al día para poder funcionar.
      Por este motivo, me obligó, con la tenacidad que la caracteriza, a visitar a un especialista y acabé afiliándome al grupo de la tarde de Alcohólicos Anónimos, con la idea de buscar un trabajo por las mañanas que me permitiese huir de esa soledad que me inducía, según el psiquiatra, a beber. No fue tarea fácil. En el pueblo no había gran cosa. Sólo abrigaba la esperanza de que el puesto de secretaria del matadero municipal, una vez se jubilase la señora que lo ocupaba, fuese para mí. Tuve suerte y, pasados unos meses, me contrataron para un periodo de prueba.
      Ahora, en el matadero y en medio de un silencio atroz, empiezo a escuchar voces que se acercan. Tengo miedo y frío. Sólo una parte de mi cuerpo está caliente, es mi espalda que roza algo tibio que me consuela. El efecto de las copas que empecé a consumir esta mañana temprano, se va desvaneciendo y empiezo a darme cuenta de la situación en la que me encuentro. Y no es nada optimista. Me parece ver que a unos metros de mi hay una mesa y varias sillas ocupadas por hombres que susurran. Pero no los puedo ver con claridad. Algo parecido a una nebulosa se coloca ante mis ojos. Están bebiendo cerveza. Las botellas vacías se estrellan contra el suelo a medida que van elevando la voz. Deben ser tres o cuatro.
      Poco a poco voy ubicándome y aclarando mis ideas. ¡Si no me hubiera llevado a escondidas aquella botella de ron de casa! Pero, no puedo ser cínica, ese no es el motivo. Si no me la hubiera llevado, la hubiera comprado en el supermercado.
-   ¿Estas seguro de que esta muerta?
-   ¡Joder! Dime como estarías tú si te hubieran envuelto la cabeza en una bolsa de supermercado como una col. ¡Y con la borrachera que tenía, con más razón!
      Estoy en la sala de despiece del matadero. A través del plástico, soy capaz de distinguir los ganchos que penden de las poleas del techo. Esa fue una de las cosas que me hicieron dudar a la hora de aceptar el trabajo. La visión de los cuerpos rosados, desnudos e indefensos de los cerdos, basculando al unísono de los ganchos como en un baile macabro, me removió las tripas nada más verlos. Pero no estaban las circunstancias como para elegir.
      Uno de ellos se levanta de la silla y viene hacia mí. Tengo miedo. No sé si podré aguantar la respiración lo suficiente como para que no sospeche que aún estoy con vida. Tengo a mi favor la postura, que les impide ver el débil vaivén de mi respiración. Estoy doblada sobre mí misma. Así fue como me dejó, molida de dolor, el de las botas de puntera metálica tras clavarlas en mi abdomen. Fue su manera de comprobar que estaba muerta. Estaba tan borracha que no pude emitir una sola queja.
      Entraron a media mañana para atracarnos. Saben que los sábados apenas hay gente y es el día en que se recibe la mercancía para toda la semana y el director efectúa los pagos a los suministradores. Pero este sábado el director no viene. Mañana se casa un sobrino y el trabajo se adelantó al viernes. Tampoco están los empleados que se encargan de meter los animales en los corrales. No hay dinero en la caja. Pero ellos no me creyeron cuando se lo advertí y están esperando a que aparezca el jefe. Están en un extremo del matadero, yo estoy en la mitad más o menos. Siento bajo mi cadera un dolor punzante que, según calculo, debe estar provocado por la zanja que atraviesa como una gran arteria el habitáculo, y que conduce la sangre de los animales descuartizados al vertedero.
      El bulto se va acercando, coloca su bota amarilla de goma, como las que usan los empleados del matadero, sobre mi cadera y me zarandea sin ganas, como por cumplir un trámite más, otro escalón en su cruel burocracia.  Pido al cielo que no se de cuenta de que la bolsa está rota y juro por Dios que nunca más volveré a quejarme del estado en que se encuentra el material del supermercado. Acerca su cara a la mía y rezo para que no descubra una lágrima que provoca mi miedo y que desemboca en mi sien derecha, humedeciendo el plástico.
-   En el fondo era mejor que estuviese borracha, como siempre. No se debe de haber dado cuenta de nada.
      Es la voz de Carlos, el que manejaba los cuchillos para rajar a los cerdos con esa pericia que me daba nauseas. Recuerdo aquella vez hace unas semanas que, sabedor de mis escrúpulos, me llamó a la sala con la excusa de darme un recado para el director. Estaba de brazos cruzados y, nada más verme entrar, accionó el botón de la cinta del techo. Un cerdo enorme apareció zarandeándose del gancho y se paró ante él. Sin dejar de hablar conmigo, cogió ceremoniosamente el cuchillo de la mesa y lo clavó en su abdomen. Un chorro de sangre que parecía no tener fin inundó el suelo. Intenté aparentar que no pasaba nada. A continuación, brotaron las vísceras del animal como un surtidor rojo cayendo con un sonido húmedo y apagado contra el suelo. Me miró mientras extraía el corazón del cerdo aún latiendo y lo sostuvo en la palma de su mano hasta que salí despavorida de allí. Estuvo riéndose de mí una semana entera. Después de aquello se fue de la empresa por motivos que desconozco.
-   Debíamos haberla creído cuando nos advirtió antes de golpearla que el jefe no vendría hoy.
      A ese otro también le conozco. No se su nombre pero se encarga de manejar la rejilla del escaldado del animal antes de meterlo con la polea en la máquina peladora. También acciona el torno. La primera vez que vi la máquina y quise interesarme por su función, me explicó que era como el torno de las monjas del pueblo. Pero que, en vez de borrachuelos, lo que salía de él cuando se empujaba la palanca eran puercos acabados de sacrificar, aún agitaban las patas cuando él los recibía para cortarles las pezuñas. Esta última frase la pronunció arrastrando las palabras con placer y mirándome de arriba abajo mientras me sacaba su asquerosa lengua.
      Mientras el hombre vuelve a la mesa y abre otro botellín, los demás bromean con la lengua trabada. Uno se cae de su asiento y los demás ríen a carcajadas. Cada vez están más borrachos. Especulan sobe sus próximos planes pero deciden esperar a que se les pase el efecto de las cervezas y el ron. Yo camino en dirección opuesta: cada vez tengo la mente más clara y el cuerpo menos dolorido. Muevo los dedos, que los tengo ateridos por el frío, y separo las muñecas comprobando que no están atadas como creí en un principio. Debieron pensar que no era necesario hacerlo si, además de que estaba borracha, me iban a asfixiar a continuación. Remuevo confiada mi espalda contra ese algo caliente que le sirve de apoyo. Indago con los dedos y noto el pelo de un animal bajo ellos. Creo que es el perro guardián. Recuerdo haber oído unos gemidos después de unos golpes. Miro de nuevo hacia la reunión pero no parece que nadie se mueva. Con miedo deslizo mis manos pegadas al cuerpo y aparto la bolsa cuidadosamente de la cara. Mis ojos se detienen en los tres cuerpos que rodean la mesa. Hay dos en el suelo y uno con la cabeza apoyada sobre la mesa. Miro a mi alrededor y sopeso la situación. El cuadro de mandos está sólo a unos metros de mí. Me coloco de nuevo la bolsa sobre la cara por si despiertan, dejando una abertura a la altura de los ojos y me deslizo como una serpiente sobre el suelo. Compruebo que la cámara frigorífica está abierta y los ganchos vacíos. Estoy decidida pero a mis dedos les cuesta obedecer. Cierro los ojos y pulso el botón. Un ruido chirriante que sale de la cámara me anuncia que la decisión está tomada. El que está apoyado sobre la mesa es el que maneja los cuchillos. Levanta la cabeza y yo pulso el botón haciéndose de nuevo el silencio. Se levanta con dificultad y tras comprobar que yo no estoy en mi sitio, zarandea sin éxito a uno de los que están desplomados sobre el suelo. Vuelve a mirar alrededor y camina zigzagueando hacia la cámara.
      Recuerdo las últimas palabras de mi hija cuando se marchó a recoger los certificados del título para presentarse a las oposiciones y decido hacerle caso: seré valiente y haré todo lo que esté en mi mano para que me hagan un contrato definitivo. Necesito curarme y que ella confíe de nuevo en mí.
      Me escondo tras el torno cerca de la sierra gigante que, cuando los cerdos salen de la máquina peladora, los parte de un solo tajo en dos, como si fueran de gelatina. El hombre se aproxima a la cámara y mira dentro. Al salir, apenas una mueca de espanto asoma a sus ojos cuando estrello la sierra contra su cabeza. No puedo decir que sienta placer al hacerlo, pero descubro que me he contagiado de la frialdad de los trabajadores del matadero. El cuerpo cae desplomado y acciono de nuevo el botón de la cinta. En sólo dos minutos he bajado la polea, he enganchado al de los cuchillos por el cinturón y lo he levantado hacia el techo. Pongo en marcha la cinta transportadora de nuevo mientras el débil movimiento de los ganchos vacíos llena de interrogantes el aire. Me acerco a la mesa a la vez que me agacho para aprisionar por sus cinturones a los hombres del suelo y engancharlos. Uno de ellos es el hijo del dueño del molino de aceite. Un desalmado que no trae más que disgustos a su pobre padre. Cuando lo levanto con la polea, entreabre los ojos pero vuelve a cerrarlos. Ya no tengo miedo. Pongo en marcha la cinta de nuevo mientras miro alrededor. Es como si, de pronto, reconociera a estas máquinas como algo mío, como algo que pertenece a mi mundo, a mi vida. Que ya no me dan asco y que forman parte de un trabajo que quiero mantener a toda costa.
      Mientras los cuerpos de los hombres abanican el aire del matadero con sus miembros laxos y pesados, abro del todo la puerta de la cámara y miro cómo entran en ella con parsimonia, como si de los componentes de un ballet se tratara. Me debato entre poner en marcha el termostato y bajar al mínimo la temperatura o simplemente cerrar la puerta desde fuera y llamar a la Policía. Hago esto último no sin antes dedicar un recuerdo a mi marido al ver los cuerpos perfectamente ordenados de sus ganchos. Él, que en gloria esté, también hacía lo mismo con sus pantalones.

Fragonard
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 08:50:34 am
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El regalo del destino


Atravesaron el océano en el mismo barco sin llegar a mirarse a los ojos. El joven seguía los movimientos y oía las palabras del hombre mayor cuándo éste se instalaba en la cubierta a celebrar tertulias marinas con sus compañeros de infortunio y esperanza. Ambos sabían quien era el otro, pero durante la travesía nunca se hablaron. Las  palabras llegaron unos meses más tarde, cuando se encontraron en el bar El Favorito.     
Ismael Ortega tenía quince años cuando dejó su pueblo en la provincia de Jaén. Había sido sembrador, cosechero de la aceituna y hábil trabajador en cualquier tarea del campo. Al llegar  a Buenos Aires, un paisano militante anarquista como él, se lo llevó como lava-copas a El Preferido. Después de un mes de manos húmedas pasó a desempeñarse como mozo en el salón. Esta tarea era mejor pagada, además tenía las propinas, el problema era estar en contacto con los argentinos. Lo llamaban gayego y debía contener su furia. Aunque nunca se acostumbró, con el tiempo aprendió a tolerarlos, a adoptar una actitud displicente ante tamaña ignorancia.
Pedro Castro había nacido en Cambados y aunque tenía un destino marinero, pues lo habían sido su padre y su abuelo, fue periodista. El azar lo cruzó un verano con un profesor de la Universidad de Santiago de Compostela. Se lo llevó como asistente personal, como se nombraba a sí mismo, aunque su tarea era de mandadero del profesor. La misma función tuvo en el diario local, cuando el profesor comenzó a dirigirlo. El tiempo y su voluntad lo convirtieron en periodista, después llegó la militancia en el socialismo  y ya no volvió al pueblo.
  Ismael Ortega y Pedro Castro subieron al buque Massilia en el puerto de La Rochelle. Como el resto de los pasajeros amontonados en las cabinas de tercera clase,  miraron desde lejos la costa española cuando el buque pasó frente al cabo de Finisterre.  La tristeza y el alivio los invadió al alejarse de   tierra europea para  cruzar  el Océano que los llevaría a Chile. La travesía no era segura pues los barcos alemanes estaban al acecho y debían navegar sin luces por la noche.
Ismael, no tenía aún veinte años y a pesar de haber sido ayudante en el frente, a pesar de la huida y de la internación en un campo de refugiados en el sur de Francia, a pesar de todo, escuchaba admirado, celebrando las palabras de quienes necesitaban contar sus heroicidades, reales o imaginarias. El interés que demostraba movía a las personas  a buscarlo cuando salían a tomar sol en cubierta.
Una de ellas era Hortensia, una gaditana que se desahogaba con variaciones verbales en torno a un solo protagonista: Pedro Castro. Poco a poco,  persona y  personaje se fundieron en un héroe a los ojos del muchacho. En cuanto lo  identificó, comenzó a estudiar sus gestos, dentro del sollado o en cubierta.  Se escondía en un recodo desde donde observaba los gestos de las manos, las expresiones de las caras y escuchaba las palabras de Pedro Castro y sus compañeros.
Por la voz incansable de Hortensia, supo que había sido secretaria de un colega de Pedro en el diario Mundo Obrero, habían compartido la redacción,  nada más.   Pedro Castro era un libre-pensador, estricto en sus relaciones políticas, y como militaban juntos, ni osaba verla como mujer, aunque fuera soltero  y tuviera un hijo con una compañera  –Un hijo bastardo, de quien nada se sabe- remarcó Hortensia, enseguida censurada por Blas, el otro hablador, un compañero del partido, un maestro que tenía devoción por la prosa revolucionaria de Castro y que calificó de burguesa reaccionaria a la mujer por hablar de ese modo de un hijo que era fruto del amor libre.   
 Gracias a la gaditana y al maestro, Ismael aprendió nuevas palabras y se enteró de ideas que  suponía eran compartidas por todos, cada día escuchaba algo sobre Pedro Castro. Lo miraba desde lejos colocándole en el cuerpo las historias oídas.
Cuando por fin comenzaron a fondear el Río de la Plata les llegó el aviso de que el barco permanecería atracado una semana en Buenos Aires. La gaditana y el maestro le avisaron que  el gobierno argentino no quería ni judíos, ni rojos pero que había intervenido el dueño del diario más importante de la ciudad y que a los periodistas se les daría visa. A ellos, si bien no  eran exactamente periodistas, les correspondía dicha calificación  pues compartían el ambiente.     
 Ismael los escuchaba, tratando de adivinar si Hortensia una vez más exageraba con aquello que le atenía. Sin decirles ni una palabra, decidió bajar en esa ciudad. Además recordó que en ella había nacido  Antonia Mercé, a quien vio bailar cuando fue a visitar a  las tropas republicanas y después murió rodeada de misterio.
Ismael se acodó en la primer cubierta para observar los movimientos de aquellos que  decidieron permanecer en Buenos Aires. En seguida notó que a unos metros de la planchada se hallaba parado un señor corpulento y elegante, de traje claro y sombrero Panamá acompañado por otro de menor estatura. El elegante recibía con un abrazo a los que bajaban y el más bajo les entregaba un sobre. Al bajar Pedro Castro fue retenido un tiempo por el señor elegante quien parecía muy contento de tenerlo ahí, frente a frente.   
   Ismael supo que el señor elegante era el dueño del diario, era muy rico, socialista y amigo de la República y que repartía el dinero de un gran premio obtenido por un caballo. Lo de un rico socialista le pareció algo muy raro, y lo del caballo aún más, pero en el barco había aprendido que la vida y las ideas no eran exactamente como le habían enseñado sus compañeros anarquistas. El señor rico recibía en el muelle a los que bajaban y el asistente de baja estatura les entregaba  un sobre con dinero.
Ismael calculó que en una hora los que descendieron al principio ya no estarían en el puerto y que ese sería su momento. Buscó la camisa blanca que traía desde la salida del campo en Arlés, lavada y planchada por una chica norteamericana, miembro del grupo que los habían asistido al salir del campo y  que le habían dado el dinero para el pasaje en barco. Se puso la camisa para estirar con el calor del cuerpo las arrugas de noventa días y esperó.
 Transcurrida una hora decidió bajar.
-Muchas gracias Don Natalio, soy Ismael, el hijo de don Pedro Castro, ya sabrá que no llevo su apellido- le murmuró al oído con desenvoltura y una sonrisa cómplice.
- Adelante hijo y que seas muy bienvenido – le contestó sorprendido el señor elegante
Luego del abrazo de rigor, Ismael sin titubeos se dirigió al de baja estatura  quien le entregó el sobre como a los demás.   
Los trámites migratorios fueron facilitados para los pasajeros que llegaron en el Massilia. El señor elegante se encargaba de controlar a través de uno de sus empleados que así fuera.
Aún aturdido, sintiendo el suelo mecerse bajo sus pies, no habían transcurrido aún dos horas cuando Ismael salió  del puerto.
Había mirado y contado el contenido del sobre, aunque la cifra en moneda argentina no le decía nada, intuyó que era bastante y lo guardó en el fondo de su bolso marinero.
Cargando su equipaje al hombro, comenzó a caminar hasta encontrarse con  una calle empedrada que se empinaba más adelante, decidió ir por ella. Mientras subía pensó que así sería su vida en la nueva ciudad.
   Se dirigió hacia la Avenida de Mayo, en el barco le habían dicho que era la calle adonde se reunían los españoles. Una vez ahí,  encontró una pensión, donde mediante el pago por adelantado, le alquilaron un cuarto compartido con un muchacho extremeño que llevaba dos meses en Buenos Aires.   
Salió a recorrer la famosa Avenida, caminó hasta llegar a la Plaza de los Dos Congresos, la cruzó y volvió por la vereda de enfrente.  Se cruzó con varios compatriotas que lo miraron con enojo, también fue objeto de voces  de desprecio al pasar frente a un grupo que estaba en uno  de los cafés.
   Al volver a la pensión el extremeño le contó que los nacionales se habían instalado en la vereda impar, la vereda par por donde caminó primero, había sido apropiada por  los republicanos. Ismael supo por donde debería ir para ofrecerse como lava-copas, ayudante de cocina o lo que fuera.

Pedro Castro había dejado casi terminada la página cultural del día siguiente pues quería llegar más tarde al diario. Era viernes santo,  recordó que en España no se trabajaba y las calles de los pueblos  estarían invadidas por costaleros, nazarenos y toda la fauna devota a quienes había combatido. Más tarde comprendió el error de  tratarlos a todos por igual, de no haber percibido  las diferencias, no haber apreciado a quienes los acompañaron hasta el final. Había visto la amplitud de las fronteras entre amigos y enemigos, el lábil muro entre verdad y mentira. Por esas razones y por tanto dolor decidió ir a El Favorito en ese viernes por la tarde.   
La mesa junto a la ventana estaba vacía. Solía ocuparla cuando iba por su café de la mañana o el vermouth del mediodía, pero esta vez quiso ir por la tarde para encontrar a Ismael, el lava- copas.
Pidió un carajillo y le preguntó al mozo por el muchacho. Éste miró hacia la zona del bar donde debía estar Ismael y no lo encontró.
 Iría a buscarlo, le dijo, aclarándole antes que no era lava-copas y  ambos atendían el salón.
El mozo encontró a Ismael escondido y con cara de susto, diciéndole que no con la cabeza cuando su compañero le dijo que el maestro Castro preguntaba por él. Transcurrieron unos segundos hasta oír la voz grave de Pedro Castro.
-   He venido a buscarte Ismael, no te asustes.
-   Señor, no he hecho nada malo, no me denuncie por favor. Necesitaba el dinero- musitó con voz temblorosa el muchacho.
-   ¿Cómo iría yo a denunciarte?  Fue un regalo del destino y supiste aceptarlo. Ahora el destino te trajo hasta mí.
Mi hijo murió en el frente, hoy tendría tu edad. Siéntate Ismael, quiero saber quien has sido hasta ahora.   

Amparo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 09, 2012, 09:26:18 am
(http://www.euskalnet.net/caminandoasantiago/img-www/cf-rioja-convento-s-fco.jpg)

El Convento


En mi calle hay una larga pared que resiste con decencia pero en precario las humedades, un convento de monjas con problemas de mantenimiento, un edificio extenso de toda una manzana. Las monjas planean dedicar una parte del ala de mi calle a apartamentos en alquiler: habilitar cuatro apartamentos para obtener recursos y salvar el edificio y la congregación. Se me antoja una solución de urgencia y sólo resolverá la situación a corto plazo, son unas veinte monjas y el cuidado correcto requiere mucho más de lo percibido con las mensualidades de cuatro alquileres. El portero – jardinero – reparador – asistente – recadero – ayudante – vigilante escucha a la madre superiora rezar pidiendo al señor un aumento de las vocaciones. Pretenden pagar el viaje y una especie de dote a la familia de una joven africana de un país subsahariano con deseos por vestirse con los hábitos. Las monjas andan ilusionadas, llevan más de ocho años sin un miembro nuevo. El portero me cuenta que cuando era niño y su padre estaba al cargo había más de ciento cincuenta monjas, el convento rebosaba actividad, tenían una gran lavandería que trabajaba para otras congregaciones y residencias religiosas, y recursos suficientes para administrar la institución e incluso donar beneficios a otro convento con un comedor social de caridad para pobres.

Sería la primera monja negra de la congregación. Se me antoja un proceso en decadencia imparable si no cambia. Sin embargo la madre superiora y las demás monjas, todas mayores, esperan volver al esplendor pasado. Deberían acondicionar más apartamentos aunque suponga menguar la parte religiosa del edificio, recibirían más ingresos, reducirían los espacios a mantener y aún con amplitud para su vida conventual, con la mitad pueden acoger una comunidad grande, cosa poco probable a no ser que la labor misionera en África y Latinoamérica capte a jóvenes atraídas por el hábito debido a dios sabrá qué motivos de fondo.

Conocí a la madre superiora porque montan un belén las navidades y otras actividades a las que acudo al ser vecino, una cruz de mayo o colectas para causas benéficas. Ayudo a las monjas en alguna necesidad básica como trasladar bultos de peso o al portero con las chapuzas. Acabamos estableciendo una relación de afecto mutuo. La política de autofinanciación del convento ahora es difícil de preservar, las donaciones apenas existen y la lavandería tuvo que clausurarse por las carencias de las otras instituciones religiosas a las que prestaban servicio y la falta de mano de obra con vocación.

Al construir los apartamentos me cambié a uno de ellos pagando menos que en el piso de enfrente. Las cuatro viviendas dan a un patio interior del edificio, ninguna tiene ventanas a la calle y realmente es como si viviese en el convento porque, aunque las monjas no acceden, varios ventanales y una puerta de sus espacios dan a él. Me invitaron a comer para celebrar la puesta en marcha de los apartamentos y agradecerme las gestiones que había hecho. Están contentas, ven la salvación de la congregación en los ingresos de los alquileres. Además, gracias a una donación, la joven africana con vocación va a venir a la comunidad. La comida fue modesta pero gratísima, lo que más me gustó fue la limonada con hierbabuena de limones de su propio huerto.

Las monjas son representantes de una iglesia heredera de un patrimonio grande a gestionar con poco medios. Son personas sencillas y humildes con algún reflejo de las miserias humanas en algún comportamiento pero todo reducido a la dimensión de juego de niños. El escudo con el que nos pertrecharnos nosotros para vivir en sociedad ellas no lo conocen ni por asomo. Organizadas jerárquicamente tienen la ventaja de que la madre superiora es la más capacitada para ostentar el cargo de directora. Quizás todas la congregaciones religiosas tengan madres o padres superiores similares, seguramente una persona con actitudes severas y rígidas no podría organizar a un grupo humano de estas características porque acabaría rompiéndose. La de mi convento, a fin de cuentas ahora mi casa está dentro del convento, es conciliadora, comprensiva, dialogante, generosa y encantadora. Es una madre en sentido estricto y observo que las demás así la tratan. El respeto de su cargo se lo gana con la coherencia y el ejemplo de sus actos, sus setenta años no desmerecen la energía y vitalidad que exhibe. La orden funciona con total autonomía, las madres superioras de cada convento tienen poder de decisión sobre su congregación. Ella me pide consejo, en realidad pide consejo a mucha gente y luego toma decisiones propias que intenta justificar cuando no coinciden con la opinión dada por los demás.

No sé si lo piensa, pero cada vez son menos monjas, son mayores y la incorporación de una chica africana no va a salvar la tendencia a menos, el caso es que no lo expresa. Ante la cruda realidad se encomienda al Dios que decide según su voluntad. Su mecanismo mental está bien articulado: actúa y lucha por todo lo que a su alrededor existe y cuando fracasa o no obtiene resultados o la realidad le quita la razón, se entrega al designio divino. Lo sorprendente para alguien poco creyente como yo es que deriva la responsabilidad en Dios sólo cuando un ateo también se hubiera dado por vencido. Aunque Dios o Jesús o alguna virgen o santo o santa están en su boca, que son muchas veces, su capacidad de sacrificio y trabajo es tan grande que nunca le sirve de excusa para dejar de afanarse en algo. Pese al número de vocaciones en descenso, sigue esperanzada en su recuperación.

Estando con ellas compruebo que el hecho de vivir tiene posibilidades tan diferentes como peculiares y apasionantes, es como aceptar que a la felicidad se puede llegar por tantos caminos como humanos hay. Cada vez les dedico más tiempo, junto con la universidad y mi trabajo poniendo copas los fines de semana es la actividad que más me ocupa. A las monjas, sobre todo a la madre superiora, les gusta escucharme. Se ríen como niñas inocentes del ambiente de los patios de la facultad, las diferencias entre el comedor de allí y el refectorio de ellas, la forma de bailar de los jóvenes en la discoteca donde trabajo para pagarme los estudios. Realmente viven en otro mundo y éste se encuentra a cinco metros de mi portal, condicionado porque sus protagonistas son mis caseras. Me respetan tanto que cuando conocen de mi vida y detectan alguna “inmoralidad” sólo me bendicen con la señal de la cruz para salvarme de los pecados cometidos. Alguna vez asisto a misa en la iglesia adjunta al convento y ellas se ubican en el coro de la parte superior. Con discreción las miro y compruebo que no necesitan demasiados estímulos para sentir la alegría de vivir. Posiblemente obtienen placer con el rezo y la meditación, un éxtasis espiritual donde el universo se les muestra armonizado por una divinidad generosa con poder omnipresente que provoca bienestar, derrama felicidad y revitaliza cada célula de sus cuerpos ocultos bajo una túnica negra asumida como señal de modestia e igualdad. Aceptan el pasado de sus monjas antecesoras y la historia de la institución para preservar los valores encomendados en la palabra de Jesús.

La madre superiora y otras cinco monjas están empezando a colaborar en el comedor social al que en otros tiempos ayudaron con aportaciones económicas de su lavandería. Como ésta cerró han decidido que, una vez puesto en marcha el arrendamiento de los apartamentos, adelantarán la hora de su comida para contribuir en el comedor social. Están dedicando dos horas al día porque el número de necesitados ha aumentado en los últimos meses. Muchas personas nuevas entran con reparo, me dice la madre superiora, familias con niños pequeños a los que les resulta extraño un nuevo lugar con tanta gente para comer. Los niños no entienden y ella no para de darle vueltas al asunto. Me pide consejo, ella siempre pide consejo a todo el mundo y luego toma decisiones personales. No cree apropiado que los niños vayan a los comedores sociales, los padres tampoco pero se ven en la necesidad ante los problemas económicos que empieza a padecer mucha gente consecuencia de la falta de trabajo y la crisis del país. No son mendigos lanzados a la calle por la marginación, el alcohol o una vida truncada inadaptada al sistema. Son personas sin recursos, se han quedado sin trabajo y las ayudas comunitarias se han agotado o no son suficientes para mantener una vida reglada. Suelen tener aún vivienda y sus niños están correctamente escolarizados. Un nuevo problema que ella ha constatado y al que quiere ofrecer una respuesta.

La madre superiora planea darle un nuevo bocado a las dependencias del convento para actualizarlas en usos acordes con los tiempos que corren, demasiado deprisa añade. Crear en el patio de entrada al convento un nuevo espacio sobre unas estancias que servían como recepción de visitas cuando el convento estuvo en su apogeo hace tiempo. Piensa en una versión de comedor social para familias con críos pequeños, un sistema que otra comunidad de monjes ya ejecuta en un barrio marginal donde se reparten paquetes de comida dispensados para cocinar en sus domicilios. Mediante un control de los damnificados que justifiquen su situación personal y familiar se otorga a cada familia un paquete semanal evitando el desplazamiento al comedor y garantizando la estabilidad en los hábitos diarios de los niños con el fin de mitigar la inestabilidad económica y psicológica de sus padres. Un sistema de entregas a partir de donaciones y peticiones que, aunque iniciado por las monjas, podría mantenerlo alguna asociación benéfica dispuesta a ofrecer este nuevo servicio. Ellas ponen el lugar, inician y activan el proyecto, y después delegan en los ciudadanos su capacidad para expresar generosidad y solidaridad con los necesitados.

Hace dos meses que vivo en mi convento, mi casa está dentro del convento y no me resisto denominar así a mi nuevo domicilio. Para las monjas no es fácil sacrificar espacios de su edificio con otros usos. Tras los cuatro apartamentos va a venir el nuevo local de reparto de alimentos a familias necesitadas. Ayer la madre superiora reconoció que estos cambios están dando nueva vida al convento.

–¿Y habilitar una guardería en la antigua entrada sur hoy cerrada? –me sugiere.

Su vecino
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 10, 2012, 20:01:38 pm
(http://www.otroscaminos.com/fotos/g_WAI3.jpg)

Recuerdos


Montefrío, enero de 1966,  es de noche, está encendido el brasero, un niño de 6 años escribe en el mantel de la mesa camilla de su abuela: MAÑANA ME VOY A BARCELONA, MAÑANA ME VOY A BARCELONA.
A las cinco de la mañana, corriendo por la calle Alta, con su madre y su hermano pequeño,  llegan a la plaza. No están los habituales apoyados en las paredes, es muy temprano, pero si distingue el autocar de Duran, con el motor encendido, casi lleno de conocidos que también marchan para esa gran ciudad. Allá le espera su padre, él ya marchó hace un par de meses para buscar casa y trabajo.
Barcelona, mayo de 2012, es de noche,  el niño  ya no tan niño, twitea por la red y descubre FÓRUM  MONTEFRÍO. Llueven los recuerdos y se pone a escribir.
Cuantas mañanas junto a su tito Calvente, iban a la huerta y después en casa hasta le dejaba ponerse la gorra de municipal.
Cuantas comidas junto a “su abuelita” en la calle Agua,  patatas fritas y huevos con lomo en orza o chorizo de la matanza, aun lo huele y se le sigue llenando la boca de agua.
Cuantas tardes  junto a su primo y amigos, corriendo por el paseo después de comprar pipas en el quiosco del Percho o un helado en el Choque. Había que subir hasta el mirador y no por la carretera, daba mucha vuelta.
Cuantas noches en el cine de verano, no importaba la película, casi siempre del oeste, aun recuerda el olor de la tierra del suelo y como tenía que ir a coger la silla plegable.  ¡Qué fresquito!
Basta, no quiere que estas vivencias se pierdan en el papel, tiene miedo que salgan al exterior y se pierdan por “la nube” y es más,  ¿a quién le pueden interesar?

Plitis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 10, 2012, 20:18:13 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_-_ZwvTWbsQA/R1Qj3kfqH0I/AAAAAAAAAEc/UVoEQHByrhw/s1600-R/Anciano.jpg)

Las Sombras del Amanecer


El anciano médico abandona trabajosamente el lecho dirigiéndose con paso inseguro hacia la cocina. No enciende la luz, se deja guiar por la tenue claridad que se filtra a través de las rendijas anunciando un amanecer que por fin deja de ser promesa. Son sus momentos preferidos, tiempo en suspenso en el que, sentado frente a la ventana que da al antiguo huerto, ahora convertido en jardín, se deja envolver por el creciente baño de luz que le permite soñar, mirar hacia sí mismo con la seguridad de sentirse vivo, embalsar el pensamiento permitiendo que únicamente la imagen ocupe la mente. Olvidar los terrores de la noche mientas intenta acallar las protestas de unas articulaciones tocadas por el sarro depositado por los años. Momentos íntimos que le permiten enfrentarse a otra jornada más, a otro de los interminables días que ya muy poco pueden ofrecerle.
     Se prepara despacio la jarrita de vino templado y endulzado con miel, su desayuno único desde aquellos lejanos años de juventud, desde los primeros tiempos de estudiante en una ciudad que, obscena y lejana, se tragó su vida y en la que nunca se sintió a gusto; Madrid de siempre ha sido un lugar esquivo, un lugar en el centro de ninguna parte, con las calles cuajadas de historia demasiado negra, cielos nublados por la sombra del Ángel Caído... Así lo definía el catedrático de Anatomía, aquel gigante cacereño que disfrutaba obligando a los alumnos a pelar huesos humanos en busca de las marcas dejadas por la enfermedad; un extraordinario profesor que les hizo entrever la cruel armonía en la que descansan las leyes que rigen la vida. Aún  recuerda el viejo médico las excentricidades de aquel singular profesor, se podría escribir un libro con ellas; sonríe al evocar aquella mañana en que invitó a sus alumnos a sardinas arenques, una de las debilidades del singular extremeño: lo hizo en la sala de disecciones, sobre una servilleta extendida encima del tórax de un cadáver al que faltaba la cabeza. Sí, sorprendente individuo, suya fue la culpa del abandono de buena parte de los estudiantes, mostraba la medicina en toda la crudeza del lado oscuro que, de alguna manera, la define.
     Al viejo médico nunca le gustó Madrid, él siempre conservó el alma campesina del llano que le vio nacer, la caricia del hálito soplado desde las montañas cubiertas de nieve que observan fascinadas la belleza de Granada.
     Observa que el nivel en la cuba roza el mínimo; tendrá que rellenar con las reservas del sótano, una arroba larga de líquido atesorada en madera que no admite cualquier vino; su alma aprisionada en roble de las Alpujarras únicamente permite el producto bronco, raspante, nacido en las lomas tocadas por el aliento reseco de la sierra de Parapanda. Y aquél, negro como una noche de Goya, procede de viña propia, de cepas sin tiempo con raigones que ya eran viejos cuando les cuidaba su abuelo. En la miel no es menos exigente, las yuntas deben ser igualadas: procede de las colmenas del cerro, un terreno pedregoso rico en espliego y romero en el que las abejas transforman el néctar de la tierra en un río dorado y fluido de sabor único. Vino y miel de la tierra, dos bendiciones de la tierra que el rentero que lleva la hacienda se apresura a satisfacer como pago anexo al contrato.
     La oscuridad cede.
     El pasillo pierde su misterio, las sombras que le observan desde los rincones se retiran, halos amigos sin vida propia con los que ha compartido confidencias. Algunos ruidos de incierta cuna anuncian el fin de la noche. La garganta agradece la tibieza de la bebida, se suaviza recuperando la capa protectora perdida con el sueño. Sí, los momentos marcados el alba no tienen precio para el viejo médico de espíritu agotado, su alma se aquieta perdiéndose dentro de su propia existencia, en nostalgias que alimentan los recuerdos.
     Sin embargo no todas las sombras se diluyen en la luz, siempre quedan algunas perfilándose en las penumbras del pasillo, halos procedentes de un mundo sin existencia que la mente rescata de la oscuridad; jirones desgarrados de un pasado que no le abandona, miradas clavadas en su alma a las que teme de forma especial.
     Y allí, sombra entre las sombras, la mirada sin vida de Leonardo, aquel compañero del colegio con el que compartió pupitre y correrías por la vega, muestra el vacío de un mundo cargado de horrores. De eso hace ya una vida.
     Leonardo…

 Leonardo se precipitó por el hueco del campanario mientras intentaba llegar a un nido de abejaruco: cayó sobre un montón de materiales de construcción apilados junto a la pared por los obreros que reparaban el tejado de la iglesia; lo hizo sobre un tubo de andamio que le atravesó por completo, espolón que penetró por la espalda saliendo por el vientre, puntal enrojecido y desfigurado por los restos de vísceras que arrastró adheridas a él.
     El anciano médico se ve a sí mismo abriéndose paso hasta la primera fila de mirones y mujeres gritando, momentos de horror desatado hasta que alguien llegó con una manta y cubrió el cuerpo del chiquillo. Recuerda que la visión no le produjo emoción alguna, no más que los corderos que veía degollar por Mateo, el mozo viejo que vivía en las casas de adobe no lejos del riachuelo y al que acudían todos por su reconocida habilidad y limpieza con el cuchillo: antes de hundirlo en el cuello daba un puntazo en la nuca del animal, aseguraba que eso le atontaba y facilitaba la operación. El viejo Mateo… Tenía fama de visitar todas las semanas la casa de mala fama situada en la carretera, un local de sobra conocido por los mozos de la zona, también por muchos casados, y que su abuelo, con su proverbial chance citaba como “club social”. Construcción hermanada con los colores de la tierra, luciendo el pomposo nombre de “Venta del Camorro” rotulado sobre el portón de entrada. En el piso superior se ubicaban varios cuartuchos dotados de cama y juego de palancana y jarro a los que las venteras de turno subían a los clientes. Lugar que en tiempos pasados llegó a disfrutar de cierta fama, mujeres que llegaban desde lugares tan lejanos como Málaga y Granada, hermosas, incluso hubo extranjeras. Los hombres acudían como moscas; Alcalá y Priego se encargaban de que las habitaciones superiores no conocieran la soledad.

Leonardo…
Un pequeño bastardo que disfrutaba martirizando animales, hermoso rapaz rubio como el niño Jesús del nacimiento que se montaba en la iglesia por Navidad, privilegiado ser al que el cura todo perdonaba, incluso que faltase a la Catequesis, pecado a nadie más permitido. No, el viejo médico no se arrepiente de haber aflojado la piedra sobre la que se apoyaba el tablón en el que se debía apoyar Leonardo para llegar hasta el hueco del nido. Desde el muro del cementerio fue testigo silencioso de la caída, de cómo Leonardo intentaba agarrarse a los resquicios que ofrecía la pared, de cómo volaba pataleando y gritando hasta ensartarse en uno de los tubos que él había puesto de punta. Del extraño sonido producido por el golpe final que dio fin a su existencia... Uno de los mejores momentos de su vida. Lástima que durara tan poco.
     Y en aquel momento, con la gente rodeando el cuerpo, con la mirada teñida por el rojo de la sangre que salpicaba el polvo de la calleja, arribó a su mente la imagen de las pinturas que vio en una cueva de Santander, se las enseñó un amigo de su padre que vivía en un pueblucho de la montaña en la raya con Burgos al que fueron a visitar un verano que pasaban las vacaciones en el puerto de Laredo, (la familia de su padre provenía de la zona); eran las fiestas y se celebraba un concurso de rabel. La cueva se situaba en lo alto del monte, entre unos riscos de difícil acceso y se entraba por una hendidura abierta entre los pedruscos, abertura estrecha por la que una persona normal debía deslizarse de lado. Caverna no demasiado profunda, un pasadizo inicial de quince o veinte pasos conducía hasta una oquedad sin salida abierta en el alma de la roca. Y allí estaban: algunas figuras de trazado en rojo que aprovechaban de forma magistral las irregularidades y vetas de la piedra para dar sensación de vida, de movimiento al ser contempladas mientras el observador, o la llama de la tea que le alumbrara, se desplazaban.
     Caballos y bisontes, marcas de manos, líneas sinuosas de significado oculto, y también figuras humanas apenas perfiladas, pocas, como si lo importante fueran los esquemas y los animales y los humanos no pasaran de simples acompañantes, la proporción que realzaba el detalle. Se trataba de hombres, de ello daba fe el trazo dibujado entre las piernas, línea de longitud suficiente como para asegurar que quien la esbozó se dejó a un lado las más elementales leyes del dibujo a escala.
     Como el mástil enrojecido que sobresalía del pecho de Leonardo.
     Algo hermoso lo que vio en aquella caverna, pensaba mientras cubrían el cuerpo de Leonardo con la manta, se presentía el abismo del tiempo y la terrible insignificancia de lo humano, de sus obsesiones; sobre todo de los sueños de trascendencia a los que se agarra su alma. Y el amigo de su padre, familia lejana, un montañés de vozarrón de ogro y vocabulario que sacaría los colores al carretero peor hablado de Astorga, decía mientras comían en su casa que nadie en el pueblo se explicaba cómo hombres que mataban animales con hachas de piedra y palos aguzados endurecidos al fuego, hombres de manos como garras que despedazaban la carne sin esfuerzo, fueron capaces de crear delicadezas semejantes, obras tan sublimes como las que habíamos visto.
     Y fue su madre, andaluza suave como la brisa del llano que la vio nacer, (el anciano médico la recuerda intentando no quedar mal ante la gigantesca ración de cocido montañés que la habían colocado delante, no faltaba ni un solo sacramento en la inmensidad de la fuente que la dueña de la casa se empeñaba en repartir sin que sobrara nada), quien dijo algo que a todos hizo levantar la vista y mirarla, meditando sobre la profundidad de las palabras que pronunció sin levantar los ojos del plato:
    - No fueron ellos... estoy segura que fueron ellas...
     
El anciano médico se incorpora, la jarra está vacía y ninguna sombra se camufla en la penumbra del pasillo, la luz ha cegado los ojos nacidos de la oscuridad.

Saulo Covián
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 10, 2012, 20:24:13 pm
(http://moralameda.buenblog.com/files/2012/03/caba%C3%B1a-y-lluvia.jpg)

Niebla


Estas son fuentes secas, y nieblas llevadas por el huracán, a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas. 2 Pedro 2:17

Hoy la niebla es más densa que nunca, un telón para que ningún curioso se acerque a mirar como la mujer da a luz. Será mi hijo, y yo miro desde la ventana, espiando a la mujer, desnuda, cerca del fuego. Vive en una cabaña prefabricada como tantas otras en Islandia, recubierta de metal ondulado para protegerla del frío, de color azul, una aparición que parece un zorro azul en el paisaje. Nadie sabe la edad que tiene y no se suele relacionar con la gente del pueblo, pelo rojo, ojos negros, piel pálida... ¿Cómo iba a resistirme cuando la vi andando cargada de bolsas de la compra y me ofrecí a llevarla? Ahora ha empezado a gritar y recuerdo fragmentos de nuestras conversaciones, como si el daño y el placer se confundieran en el gesto de su rostro. “Me llaman bruja porque cuando era joven salía a pasear por las montañas, yo no era de aquí, vivía cerca de la montaña que nuestras sagas llaman Helga Fell.” La noche, sin embargo está tranquila, se oye el viento. “Iba tanto por allí porque  conocí a un ermitaño, una persona extraña que me doblaba la edad, tenía una mirada rara, con un ojo de cada color. Un día me dio una manzana para comer, y nunca olvidaré su sabor. Entonces me preguntó si le quería, y yo no supe que contestar... ¡Eran tan joven !” A través del cristal se ve todo borroso, pero la memoria ayuda a reconstruir cada detalle incluso las extrañas figuras de piedra que siempre tenía cerca de la cabecera de la cama y de las que nunca quiso hablarme. Este es un pueblo pequeño, todos se conocen, cuando llegó ella y compró la casa de la vieja Sofia, a la gente le resultó un tanto extraño. Aquella mujer era católica y quería vivir su religión de manera personal, por eso cerca de la vivienda había una pequeña construcción de madera, ya derruida, donde se iba deshaciendo poco a poco una imagen de Cristo en la cruz, tallada de manera muy rudimentaria, y sobre cuyo cuerpo había escrito con tinta algunos pasajes de la Biblia. Eso no fue un buen comienzo, pero que mantuviera el aislamiento como lo hacía, y que todos los hombres o mujeres que entablaban amistad con ella acabaran desapareciendo del pueblo les hizo sospechar que era el diablo.  Su cuerpo era terso, suave, sin arrugas... pero por lo que contaba que había vivido y los sitios por los que había pasado resultaba difícil de creer. “Me pasé nueve años como una ermitaña en la montaña, esperando que volviese. Me alimentaba de lo que podía robar en una granja cercana. Meditaba continuamente. Miraba el cielo, las nubes, la tierra negra.”  La niebla es ahora casi física, casi podría cortarla, me ahoga. “Estoy embarazada y lo quiero tener... Espero que no te importe... Quizá esta vez...” Le dije que me haría cargo de todo, ella se mantenía en silencio.  “Me preguntas si te amo, yo no te lo puedo decir, no puedo expresar en palabras los que siento, sin embargo sin un día dejaras de venir me pondría a llorar” Poco después me dijo que no regresara. Un día  estaba tan borracho que fui, y la vi llorando por la ventana, la vi golpearse la cabeza contra la pared. No pude entrar. Y ahora estoy aquí, esperando. Una vez oí a un viejo decir que estas nieblas no ocurrían antes, más que de cuando en cuando, y se quejaba de la humedad. “El viaje hasta aquí fue largo, tuve la suerte de heredar de mi abuela una buena cantidad de dinero, y de no tener que trabajar. Pero preferí caminar. No me preguntes por qué. No te lo sabría responder. Al llegar me enamoré de este azul, de este verde en primavera-verano, sabía que aquí estaba mi sitio y pensé que sería feliz...” ¿Era feliz? A veces sonreía, pero la mayoría de las ocasiones tenía el semblante serio, la mirada dura como la arista de una roca, daba más la impresión de ser la persona más desgraciada de la tierra, por eso me gustaba hacerla reír. Ya veo la cabeza del niño, está empujando con fuerza... ¿Cómo lo va a hacer ella sola? El niño ahora esta llorando, el cordón todavía no se ha cortado. ¿A qué espera? Ella lo coge y le susurra al oído. Con destreza de experta se separó de su criatura. Era una niña, una flor. El viento sopla ahora más fuerte y se abre la puerta, la niebla se convierte en plomo, la niña se va difuminando, en colores, y finalmente en gris, un gris que cada vez se aclara más. Ella grita mi nombre. Es la primera vez que lo pronuncia desde que nos conocemos. Entro en la casa, y ella me ve y me tiende a la extraño bebé gris, lo abrazo, y veo como su gris se va transformando en mí, el viento nos arrastra fuera, a nuestro sitio, a proteger de blanco en el aire las lágrimas de la ensangrentada dejando huellas de cascos en la nieve.

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Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Junio 11, 2012, 15:04:11 pm
Una de la web más importantes dentro del panorama literario internacional, Guiadeconcursos, vuelve a hacerse eco del IV Concurso de Relatos de Montefrío.  :clap:

http://www.guiadeconcursos.com/concursosliterarios/?p=1999
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 11, 2012, 15:32:33 pm
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Residencia en el Jardín



                                                                                                     
Anoche soñé que oía
                     a Dios, gritándome: ¡ Alerta !
                     Luego era Dios quien dormía,
                     Y yo gritaba: ¡ Despierta !
                     
                                                                                                      Antonio Machado


Había una parte de la ciudad que parecía un jardín. La colonia inglesa del siglo anterior se había asentado en esa zona y en ella habían plasmado los anglosajones su gusto por las flores,las plantas y por ese espacio imprescindible que ellos reivindican para evadirse de la realidad y sin el cual una casa no es una casa: el jardín.
Tú te llamas Manuel y nunca viviste en esa parte floral y exclusiva de la capital.Tampoco oías gorjeos al amanecer  ni podías ver las estrellas desde tu césped.Las mariposas las contabas sólo en sueños y no pisabas hojas secas en otoño al salir por la puerta de atrás.
Tampoco eres británico y sin embargo te pirras por el té y tu novela predilecta es “Del asesinato considerado como una de la Bellas Artes” de Thomas De Quincey.
Hace unos meses estabas en tu piso y leías los poemas de una  alumna.Unos versos que ardían y nos elevaban a la inflamación . De repente el edificio de enfrente empezó a convertirse en llamas y humo.Todo era fuego y pediste auxilio.Pero en realidad lo que se empezaba a quemar era algo en tu interior, tu propia casa, tus propios muebles y tu propia ropa de dentro.   
  Esa hoguera iba extinguiendo la exactitud de todo lo que se refería a la realidad. Primero vinieron las farmaceúticas de abajo, adonde tú ibas por la mañana buscando conversación más que otra cosa. Luego vinieron los chicos de la Fundación, aquellos a los que tú llamaste “asesores”, pero aquel fuego era devastador y avanzaba . 
Ahora vives aquí, en la residencia de mayores.No se extingue el incendio que va quemando de a poco los recuerdos y la memoria pero siempre hay señas de máxima cordura.Te lamentas de la soledad y dices que a veces te reprimes para no llorar. Te quejas cuando vienen las de la “La legión de María” a hablarles de Dios porque tú quieres estar en un centro laico. Si eres creyente o no eres creyente a nadie le importa a estas alturas y menos a Dios que todo lo sabe.Gritas y me dices que ese perro que ladra desde la azotea de la casa de al lado es el ser más inteligente de los que conoces en tu nueva casa con jardín.
No sabías que un día serías casi octogenario ni sabías que ibas a vivir un tiempo en la zona de los ingleses, donde olía a geranios y a esterlicias y donde se movían suaves los flamboyanes susurrando el tiempo.Tampoco sabías cuánto tiempo ibas a estar ahí. Las cuidadoras, a quien tú llamabas “mis chicas”, te decían que lo importante era mejorar y abandonar la casa y ésa era tu esperanza.” Hay esperanza y consuelo “, repetías, “las chicas me han dicho que un día saldré de aquí, que estoy mejor”, “¿ a ti qué te han dicho?  ¿ Hablaste con el médico?Uffff…no me fío de los médicos sin un abogado” , concluías.
A veces me cuentas cosas que pasan en la casa. Que no sabes por qué dejan suelta a la chiflada que no para de escupir y blasfemar, que seguro que la sueltan porque no saben qué hacer con ella, que crees que es tan diabólica como el bebé de la Rosemary de Polansky.Pero en realidad no sueltan a nadie . Que la señora con el taca-taca no para de decir ¡ay Dios mío! toda la noche y que no deja dormir a los vecinos. Que Doña Pilar es una señora, la única señora del edificio y eso es cierto. Que Doña Concha no para de llorar y de perder su rosario, que siempre termina apareciendo. Que estabas planeando cómo suicidarte pero que el barbero que te afeita te ha dado un libro de elegías de Nicolás Guillén y que prefieres leer poemas revolucionarios hasta volver a pensar en eso.  Que un jardín sin gato no es un jardín y que te traiga un gato.Un gato que juegue y que te lama con su lengua.Un gato con quien trepar al tejado y cazar ratones.
Me preguntas por gente. Me dices que estás aburrido de los aerosoles y que prefieres irte con los marcianos a visitar las estrellas y los otros planetas. Me cuentas quién vino, quién pasó. Me dices que el universo está por descubrir, como el cerebro humano.
Recitas poemas y hablas de Newton y de Einstein porque hay cosas más fogosas que cualquier hoguera. Cosas que ningún fuego puede extinguir ni hacer cenizas de ellas. Hay recuerdos y personas ininflamables, profundos conocimientos o insustituibles utopías, capítulos de la vida y fórmulas matemáticas imposibles de borrar. Existe la sensación de felicidad cuando uno recuerda la felicidad.
Te traigo un peluche y olvidas su nombre pero lo acaricias como siempre has acariciado, como acariciabas a tus gatos y como abrazas a tus amigos.Y de repente le dices Ale, porque te acuerdas que le pusimos Alegría.
Me dices que la alegría no viene con los rezos sino que tendrían que venir las de “La legión del whisky y del rock and roll” para divertirnos y no mortificarnos con la muerte y el pecado.
Ahora crees que tienes un jardín. O un apartamento con jardín. O un jardín en el apartamento. Qué más da.           

Penélope
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 11, 2012, 15:38:07 pm
(http://www.elalbergue.org/wp-content/V%C3%ADa-300x256.jpg)

La Dureza de la Vía


   Lo tenía todo previsto. El tren circularía por ese punto a las 17:45 h., salvedad hecha de la escasa fiabilidad de nuestras paisanas líneas de cercanías. El tramo que había elegido era perfecto; a la salida de una curva cerrada, sin visibilidad apenas entre el espeso follaje de jaras y zarzamoras. El último tren en sentido inverso pasaría por ese mismo punto a las 17:38 h. Tenía entonces siete minutos para situarse sobre la vía, colocarse adecuadamente y esperar.
   
    Había decidido que las ruedas le seccionaran de modo longitudinal. Guardarían así sus dos mitades el encanto armónico de las simetrías. Un brazo con su mano y dedos, una pierna con su pie y zapato, el medio costillar. Incluso podría suavizarse el mal efecto si un forense con sentido estético acertara a ocultar con una sábana la sección mutilada del cadáver. Visualizó cómo se las compondría la rueda para circular entre los dos ojos, hendiendo primero el entrecejo, acuchillando el perfil rectilíneo de la nariz, los senos nasales, escindiendo los dientes por el canal del labio. Llegados a la lengua sería por blanda más sencillo, y las amígdalas. Superada la barbilla tan sólo dejarse llevar, sin salirse, continuar la línea trazada en la garganta hasta alcanzar el pecho, por el esternón, un pulmón a cada lado, el corazón palpitando la última sangre en el izquierdo, la médula espinal separada parte a parte, el tuétano desparramado de raíz. Y más abajo el abdomen, el bajo vientre, el corte en los glúteos ya perfilado de nacimiento. Imaginó la cuchilla de la rueda seccionando el conducto de la uretra, sin perder con ello el pene su alargada condición, cada mitad acompañada de su testículo respectivo… 
   
   Tomada la decisión se tumbó de espaldas sobre la vía. Al principio aguantó  expectante, aunque en pocos segundos se desequilibró. Volvió a ajustar su espalda en el raíl, pero la posición exigía una tensión muscular que le crispaba los tendones. Miró con angustia su reloj. Apenas quedaban dos minutos para la hora fijada. Con cierta precipitación decidió modificar su plan, oponiendo su cuerpo en perpendicular al paso del tren. Quedaría de esta manera seccionado dos veces, un principal tajo en la garganta, y otro allí donde su cuerpo descansara sobre la otra vía, sin importarle tampoco demasiado. Se tumbó ahora boca abajo, ladeando la cabeza para evitar el contacto directo de su laringe sobre el metal, y percibiendo en la oreja aplastada la vibración que anunciaba la proximidad del tren...
Y lo que son las cosas que pasan. Eran ya las 17:44 h. de la tarde, cuando el hombre, satisfecho por la pronta decisión con la que atajara esta seguramente última contrariedad de su vida, comenzó a sentir, y nos disculparán los lectores que siendo de mentalidad puritana o no avezados en las cosas de la vida puedan sofocarse ante lo que se avecina, comenzó a sentir, decía, una erección.

   Por mucho que cueste explicarlo no son maneras de recibir a la muerte, no señor. Es posible que siendo el ancho de esta vía de un metro, y sobrepasando aquél su talla en poco más de metro setenta, quedara el cuello reposado sobre una vía y sobre la otra la hombría. Y si damos como ciertas las cosas de tal modo, ya sólo resta esperar que la propia naturaleza tome cartas en el asunto. Porque aun siendo el metálico roce con la vía poco voluptuoso, roce es de todos modos, y casos existen donde nada más hace falta, para que las cosas así rozadas se desarrollen, muten su tamaño y nos comprometan. Incluso hay ocasiones en las que al obsesionarnos con estos involuntarios actos reflejos, la cuestión que nos turba no hace sino acrecentarse, y lo que debe hacerse en tales situaciones es respirar hondo y dejar correr el tiempo. Pero… de qué tiempo hablamos si apenas en un minuto tendremos encima una máquina de tren con tres vagones; que este silbido que ahora se escucha no intenta piropear el tamaño del desacato, por cierto de lo más corriente, sino avisar de la llegada del tren a una curva peligrosa, sin apenas visibilidad entre el espeso follaje de helechos y zarzales.

   De tal guisa expuesto, con la decencia en entredicho, el hombre comenzó a perder aplomo. Al principio poco a poco, después perdiéndolo todo, desaplomado de golpe y por completo. Cuando la inminente locomotora volvió a pitar, el hombre cariacontecido se levantó del suelo un tanto precipitado, se recolocó en su sitio los pantalones y, como si hubiera estado recolectando moras, comenzó a alejarse disimuladamente de allí. ***** de pito, masculló.

Emilia de Leiva
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 11, 2012, 15:45:08 pm
(http://www.portalromantico.com/items/amorperdido-21188.jpg)

Crónica de una noche de discoteca


Una jarra empañada, llena de fernet helado, me sirve como papel para escribir las iniciales de su nombre. La tinta son los recuerdos que se niegan a ser olvidados y las letras son como suspiros invisibles en medio de un lugar impuro, impío.
Llegué a la discoteca a las 9:00 de la noche, el lugar está atestado de gente sumergida en su temporal euforia. Vienen conmigo tres amigos quienes tuvieron la gentileza de aceptarme en su grupo para ingresar al club. Un muchacho alto, un joven universitario y una chica apasionada con la moda, componen nuestra pequeña comitiva de prisioneros del mundo en busca de distracción.
El transcurso de la noche marca su ritmo al son de la música electrónica, la gente disfruta del argumento nocturno como si realmente existiera. Ellos bailan, se divierten, ríen, gritan y beben como si nada más en el mundo fuera importante. Desde mi pequeño rincón, en medio del tumulto, me siento como una intrusa en casa ajena, como una extraterrestre lejos de su mundo, como una letra fuera del papel, y voy a la deriva mientras observo a la gente, tratando de no pensar, de no sentir.
En realidad, sólo vine para encontrarme con alguien, ese ser tan especial que amé desde el día que lo conocí. Se trata de un chico amable, pero bastante excéntrico. Su vida es el piano y los recuerdos que hicimos juntos. Vive luchando para destruir su mundo de mentiras y aún busca la forma de retornar a su Aldea de Origen. Recordarlo hace que la incómoda espera valga la pena, y mientras lo espero, escribo sus iniciales en la jarra empañada, como si tratara de detener el tiempo y hacer de cada segundo una obra de arte.
Mientras trazo las letras, me remonto a los días en que ambos éramos felices. Eran días de largos conciertos privados de piano, ambos amábamos tocar y nos turnábamos para hacer al piano cantar. Eran días sin dolor, días simples, días de colegio, días de juventud; aquellos eran nuestros días. Remontarme a aquel tiempo me trae a la memoria la melodía del eterno adagio del amor, una melodía eterna que sólo puede ser interpretada con el corazón, desenmascarada con la sangre y recreada con el Espíritu. Es una música perpetua, importada a este universo desde nuestra Aldea Original. Ya nadie puede oírla, sólo se puede recordarla y anhelar volver a escucharla.
La noche avanza y empieza a sonar ese horrible reguetón que todos adoran bailar y escuchar. Al oírlo siento náuseas que pronto me conducen al baño para vomitar, mas nada sale de mi estómago, sólo aire. Sin más remedio que esperar, regreso a mi rincón y me siento para escuchar la conversación de los amigos que accedieron hacerme compañía. Ellos conversan sobre tonterías bastante banales, debaten sobre la disyuntiva de determinar quien tiene el mejor celular y luego hablan de baratijas mentales que no llego a escuchar bien. Trato de intervenir en la charla, pero soy totalmente ignorada. Son gente amable, pero, quizás, demasiado simple.
Con las horas empiezo a sentir desesperación, mi amado príncipe no llega y hoy me juré a mi misma pedirle perdón por todo el daño que le hice. Las gotas de agua se escurren por la jarra empañada, desfigurando las letras que tracé. Mi angustia pronto se convierte en un mar de dudas y comienzo a pensar sobre las posibilidades negativas de la noche. ¿Qué hago si no viene? ¿Qué hago si no me quiere hablar? ¿Qué hago si no me perdona? ¿Qué hago si siento miedo al verlo?... Nada tiene una respuesta y mientras más pregunto, más me desespero.
Cumbia villera suena por lo alto, grandes turbas de gente simplona se reúne en la pista de baile. Chicas que tratan de provocar el libido de los chicos. Chicos que tratan de convertir a las chicas en sus amantes provisionales. Son personas prisioneras de sus deseos, tratando de satisfacerse con los placebos que ofrece la vida, así hacen su condena soportable. Es cierto, pasé gran parte de mi tiempo haciéndolos sonreír, odio la tristeza y todos merecen reír un poco; y yo fui experta en risas, abrazos y cariños.
Media noche, parece que mi príncipe no vendrá. El humo del cigarro me irritó los ojos y la música fuerte me provocó jaqueca. Además es bastante aburrido estar en una discoteca sin tener a nadie con quien bailar. La gente me ignora, pasa mi presencia por inadvertida y continúa su camino como si estuviera pintada. Sin mentir, ya me acostumbré a la indiferencia de las personas, mis días de ser pianista virtuosa o estrella de los escenarios se terminaron hace años. Incluso estoy privada de hacer reír, dar cariños y abrazar a la gente. Había tomado la decisión de ser olvidada. No quiero que nadie dependa de mí y eso sólo lo lograré si corto toda relación con todos.
Treinta minutos pasada la media noche y sigo sola e ignorada. Mi príncipe parece haberme dejado plantada. Triste y resignada a mi fracaso, me alisto para irme, no me despediré de nadie, estaré mejor en mi cotidiana soledad. De repente, escucho su voz en la cercanía. ¡Mi príncipe había llegado!
Lo primero que hace es sacar un cigarrillo y prenderlo, no pensé que habría adquirido el hábito de fumar. Examina la discoteca con la mirada y se acerca a los amigos quienes me acompañaron; al parecer, son conocidos suyos. Los saluda amablemente y viene con ellos hasta nuestra mesa. Él también me ignora, parece que está muy molesto conmigo y se rehúsa a hablarme.
Lo llamo con fuerzas, grito su nombre con toda la potencia de mis pulmones, sin embargo, él hace oídos sordos. Intento sacudirlo, pero al tocarlo recuerdo la terrible razón por la que me alejé de él. Mi príncipe fija su mirada en mí y luego examina la jarra empañada. Ve sus iniciales escritas en ella y al lado traza las iniciales de mi nombre mientras escurre una lágrima de su mejilla. –No te he olvidado–, afirma y luego se sienta para servirse un trago con sus amigos, me ignora de nuevo.
Cuando lo pienso mejor, me doy cuenta que pierdo mi tiempo al tratar de hablar con él. Un amigo le pregunta que si se siente bien, él afirma que hoy recordó nuestro onceavo aniversario. Trata de no llorar al hablar de mí y afirma que jamás me olvidó, que me recuerda todos los días. Asegura que nuestra separación fue sólo un minuto misterioso del destino y que toda derrota en este mundo es una victoria en otros cielos. Apaga su cigarrillo y prende otro, parece que trata de ahogar su dolor con el humo del cigarro. Simplemente no me escuchará, y no es porqué no desee escucharme; sino porque yo ya estoy muerta.

Gaburah Lycanon Michel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 11, 2012, 15:48:52 pm
Mis yoes


Lo estoy esperando agazapado tras este muro, porque sé que va a pasar por acá. Lo sé porque lo estuve siguiendo y allí viene: Viste como yo, camina como yo, habla como yo; pero no soy yo. Aunque nadie nos distinga, ése no soy yo y apenas pasa junto al muro me pongo de pie y lo encaro. Él no puede creer lo que ve, intenta decir algo pero no le doy tiempo, de inmediato clavo la afilada hoja en su cuello y corro asustado, ya que por un momento, creí sentir esa puñalada en mi propio cuello y mientras corro, lo espeso de la sangre baja por mi garganta; toso; y solo para cerciorarme toco mi yugular: estoy sano. Tiro el cuchillo  en un basural y sigo a pie hasta llegar a casa.

Allí entro en silencio, no quiero molestarla. Voy hasta su cuarto y la veo sentada en su silla, mirando nada; de espaldas a mí.

     —¡Papi papi… volviste!

(Si yo no hablé… ¿cómo supo que era yo?, habrá sido por mi olor… el sonido de mis pasos; ¿tanto así me conoce?), y corrió a abrazarme:

     —¿Me trajiste los dulces que me prometiste?
     —No… disculpáme, en el apuro se me olvidó —le dije mientras pensaba: (ese desgraciado le prometió dulces, ¿qué más le habrá prometido?), espero que no haya sido como el otro, aquel otro, el primero que he matado de una larga lista. Aquel la lastimaba, era el peor de todos y por eso, lo arrastré con rabia hasta el bote y lo arrojé allá… en medio de aquel lago profundo; con mucho peso y aún vivo, para que sufra.

Sí, el primero fue por venganza y el resto, sólo por perfeccionamiento.

Recuerdo el sabor del agua salada entrando por mis narices, recuerdo la desesperación y todo a mi alrededor se puso negro; casi muero en el bote aquel día, pero yo sobreviví, y el no. Al llegar a casa, mojado aún, la encontré como era habitual: escuchando la radio y al correr hacia mí, pobrecita, pechó un mueble que aquel mal hombre había dejado en el camino, yo corrí hacia ella y la tomé en brazos, la alcé, la puse contra mi pecho y viendo lo blanco de sus ojos le dije:

—Otra vez olvidé traerte los dulces, pero ya voy a buscarlos, vuelvo en seguida

Y salgo tan rápido de casa, tan apurado voy, que no me doy cuenta de que alguien me está siguiendo; pero sí noto el plomo entrando por mis espaldas, y al escuchar el segundo disparo, caigo de rodillas y logro girar  para ver a mi asesino corriendo, dando grandes ancadas casi sin mover los brazos… tal y como lo hago yo. (Tal vez sea mejor así), pensé, (tal vez él recuerde llevarle dulces, a mí pobre niña ciega).

Cuentista DCF
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 11, 2012, 15:52:40 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_acIzBnGOD2Y/S86-Rk6V1kI/AAAAAAAAAAM/_3x6bTBV31Y/s1600/1232307726059_f.jpg)

Tiempo


   Sin dudas lo más terrible es la oscuridad.
   Ya más de cien veces dormí, y más de cien desperté y todavía sigo atrapado en el más eterno de los segundos. La última vez que medí (unos diez “días” atrás) en el mundo habían transcurrido unas millonésimas de segundo. En pocas palabras: el tiempo prácticamente se detuvo.
   Como sabemos, somos capaces de ver porque la luz se refleja en las cosas y nos llega a los ojos, y así como tarda siete minutos en llegar del sol a la tierra, la luz tarda un determinado tiempo en llegar, por ejemplo, de la pared a nuestros ojos para permitirnos verla. Sin embargo desde aquel día, la luz tarda lo que para mi percepción es un día entero en recorrer un milímetro, con la consecuencia lamentable de que cada vez que me quedo quieto utilizo la energía del ahora lentísimo rayo de luz, e inmediatamente todo, absolutamente Todo, se oscurece. Es por eso que la única forma de no permanecer en una oscuridad absoluta es si estoy en movimiento.
   Paso el tiempo, mi lentísimo tiempo, recorriendo la ciudad con la cada vez más desvanecida esperanza de que todo vuelva a la normalidad. Siempre elijo un nuevo camino para evitar las zonas por las que ya pasé (pues en ellas solo hay oscuridad) y a causa de esto he visto cosas que hubiera querido no ver y he llorado por otras que siento que no volveré a ver. Hay lugares que simplemente evito por temor a perderlos, y que solo visito cuando la desesperación y la tristeza es máxima; Uno de ellos es la casa de mi novia, que afortunadamente estaba en su vereda cuando mi tiempo se detuvo, y digo fortuna porque porque eso me permitió buscar maneras de observarla a la distancia, pues no soportaría la idea de verla de cerca y saber que no la podría volver a ver. A causa de esto hay a su al rededor un perímetro de oscuridad, al que debo llegar con dificultad para poder verla unos instantes, reduciendo así aún más las distancias y ángulos en los cuales todavía puedo encontrar la luz que alguna vez se reflejó en ella.
   En cuanto a mi subsistencia, por alguna razón que desconozco no necesito comer, lo cual es una suerte pues tampoco puedo levantar los objetos debido a que el mundo sigue funcionando y para él soy un ser que se mueve a casi la velocidad de la luz, por lo que cuando los intento levantarlos a tal velocidad, estos aumentan muchísimo su peso. Para dormir debo conseguir algún lugar abierto en el cual pueda ir cambiando de lugar mientras duermo pues también la temperatura se consume en el lugar en el que me quedo quieto, volviéndose cada vez más frío.
   Otro increíble fenómeno de este mundo que hoy vivo y sufro, es el de la gravedad, que al igual que todo lo demás demora en actuar, por lo que al estar parado en un mismo lugar consumo la energía del campo gravitatorio y me libero del mismo, es decir, si salto en un lugar en el que ya lo hice antes, quedo suspendido en aire. Con esto último y un poco de esfuerzo, puedo transportarme tanto por el suelo como en el cielo.
   Lo que me llevó a escribir esto, que espero alguna vez logren decodificar, es que esta maldición que hoy sufro, estos cien días de martirio, sean más que simplemente un milisegundo de frío en la gente a la cual le pasé cerca, cuan fantasma. Y quizás justamente eso soy ahora, un fantasma. Escalofríos repentinos, visiones y objetos que flotan, vestigios quizás de gente que, como yo, pasa cerca de algún ser querido y le quita su calor, o que parado un rato en la oscuridad, rendido ante el sufrimiento genera una fugaz visión. Gente que quizás no encontró esta extraña forma que me permite contar esto, o quizás sea que lo lograron pero todavía nadie fue capaz de encontrarlo, o peor, que esto no sirva y mi mensaje se pierda para siempre.
   Ahora que ya hice todo lo que pude por salir de esto, y que la tristeza es demasiada, no me queda más que intentar matarme con la esperanza de que bajo algún exceso de actividad cerebral, como el de una caída desde un edificio, todo vuelva a la normalidad. Siempre con la esperanza de que fuera posible morir en mi situación, de lo contrario deberé vagar por el mundo eternamente en busca de alguien a quien pudiera haberle pasado lo mismo. Y si no pasara, si al tirarme no volviera a la normalidad, o bien si la gente del hospital desde el cual salte no pudiera salvarme, al menos terminar con esto ya significaría un triunfo.

Nietsnie
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 14, 2012, 15:23:47 pm
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Anochece bajo la luna de fuego


–Pero qué he hecho…
Se asomó por la barandilla y escudriñó la piscina rodeada de césped artificial. Una tormenta de verano en retirada había arrancado las sombrillas de sitio y, henchidas por ráfagas ocasionales de viento, boqueaban en el suelo perlado de lluvia. En sus ojos la razón depuso al impulso y la tensión se evaporó momentáneamente. Eran seis pisos, casi veinte metros de caída, y con la nada remota posibilidad de impactar contra el agua de la piscina. Y no imaginaba peor pesadilla que presenciar el arribo del Ángel postrado por la agonía de un suicidio frustrado.
   El sudor le recorría las arrugas de la frente. Una gota cayó al vacío.
Levantó la cabeza y clavó la mirada en la unión del cielo y el mar, donde los fucilazos sembraban de electricidad el sector de atardecer que había ganado la noche. La enormidad del paisaje lo hizo contener la respiración. Tenía miedo, un miedo irracional, desproporcionado, semejante a la cuantificación y racionalización del tamaño del universo; y no por la muerte, sino por la forma en la que lo reclamaría.
   En el balcón vecino una mujer mayor, de unos aproximados sesenta años, guardaba silencio apoltronada en una silla de playa. Con la expresión del búho grabada en su rostro, vigilaba, expectante, al que constituiría su única compañía.
    –¿Desde cuándo nos conocemos? ¬–preguntó él, estudiándola de reojo en busca de reproche–. ¿Once, doce años?
   Su voz sonaba débil en el aire inquieto.
   –Quizá desde ahora –contestó ella.
   –¿Sugiere que no valen de nada todos los veranos que compartimos aquí, pared mediante?
   –¿Es que para usted valen algo? –repuso ella con hosquedad–. Déjese de tonterías y mire al frente.
   –No, yo… Yo necesito hablar. ¬–Abarcó la playa con un ademán–. Me he quedado a solas con usted, doña Gladis.
   Ella exteriorizó su contrariedad negando con la cabeza.
   –Lo sé, oí los llantos y el estrépito… Se lo ruego, déjeme en paz. –Volvió a negar con la cabeza–. Muy desesperado ha de estar si busca consuelo en mí después de lo que hizo.
   –Pero compréndame, no soy capaz de entrar en la casa –dijo él con la voz quebrada y la disolución de su cordura destellando en su expresión endurecida–, ni siquiera me atrevo a girar la cabeza… Necesito hablar.
   Ella no le oyó bien. Entre la tempestad aulladora y la cercanía del televisor saltando de canal en canal buscando infructuosamente señal en el comedor a oscuras, apenas si le entendía cuando se expresaba con vigor.
   –Te dices que jamás llegarías tan lejos –continuó presa del ensimismamiento–, que no atravesarías el límite. Que, por ejemplo, no defenderías a un hijo asesino. Y va el destino y te desnuda, sacando en bolsas negras todo lo que creías a buen recaudo. –Se encaró a ella con vehemencia–: ¿Me considera usted una persona normal?
   La mujer sopesó las palabras, y respondió:
   –No le conozco…, para mí es tan normal como cualquier extraño.
   –¡Pero si nos hemos visto las caras todos los veranos desde hace años!
   –¿Y quién le dijo que en la cara está la persona? Alejo, he visto a demasiada gente normal transformarse en bestias… Nos he visto cambiar, sí, y fue como hacerlo a través de las ventanas de una cárcel. Póngase en mi piel, entienda lo que me pide. Allá, por decir algo, conductores desesperados arramblando sin miramientos en calles atestadas de peatones, y acá, donde duele más, mis compañeras dejando sus puestos en neonatos… Fue duro ver el hospital vacío, pero nada pudo prepararme para ver a una madre abandonando a su recién nacido. ¿Y quiere que le dé consuelo, que yo le dé consuelo?
   Un teléfono comenzó a sonar en alguna parte. Su timbre traía vagos recuerdos de civilización.
   –Tengo el alma enferma de humanidad, Alejo, ya no puedo darle nada –concluyó ella con cansancio–. Hágale frente a sus actos y cómase la culpa. No le queda otra.
   Alejo, arrasado por las lágrimas, la belleza del celaje que antecedía a las Tres Furias tiñéndole los ojos de colores incendiados, levantó la pistola y la apretó bien fuerte contra su sien derecha. Y peor que un mazazo, lo aturdió su incapacidad de apretar el gatillo. La vida lo sometía maniatado, y aquello fue más sufrimiento que cualquier muerte.
   –Dígame, ¿lo hizo por bien? –preguntó ella indulgente, algo arrepentida de hundirle la cabeza en la vorágine.
   –Lo hice por bien –susurró Alejo sustrayéndola toda fuerza al brazo del arma para mover los labios–. No quería que sufrieran un tormento mayor.
   –¿Por eso eligió quedar el último?
   –Ella lo quiso así…; y fue la primera, para ahorrarle la desgracia de presenciar lo que ahora me está enloqueciendo.
   –Y ahora no puede morir.
   Una ambulancia desvencijada pasó como un cometa con estela de periódicos revueltos por el paseo marítimo, arrancando de cuajo bancos y papeleras. El conductor vociferaba por la ventanilla poseído por una avalancha de emociones hasta entonces contenidas; y entre incongruencias y blasfemias, se oía el Nessun Dorma de Pavarotti tronando desde su cabina.
   –Máteme entonces –suplicó Alejo de súbito–. Ahórreme este calvario, ¡el recuerdo de sus caritas!
   Ella, mohína, hundiéndose en su silla, apartó la petición de un manotazo.
   –No soy religiosa, pero si he de morir, no será con esa carga. No.
   Aquello pareció fustigar la desesperación del suplicante.
   –¡Pero el Ángel no tardará en llegar! –gritó arrancándose el reloj de pulsera y lanzándoselo al suelo–. ¡La previsión está entre las ocho y las nueve, y ya son las ocho y media pasadas!
   –Con mi trabajo me he labrado una vida sembrada de vidas, ¿y me pide en la hora final que me vaya con una muerte bajo el brazo? Búsquese el valor en otra parte, Alejo.
   –¡No me está escuchando, joder! –rugió rasgándose la voz–. ¡Dijeron que es más grande que Madrid, que la magnitud del impacto incluso levantará el lecho marino en un maremoto de corteza terrestre! ¡Dígame cómo, subido a este balcón de papel, me enfrentaré a esa muralla de océano y continente cuando su sola presencia en el horizonte baste para oscurecer el sol!
   Con impensado brío, la mujer saltó de la silla y, acercándose a la esquina de balcón más próxima al penitente, ancló las manos en la barandilla con tal fuerza que sus nudillos se blanquearon en el acto.
   –¿Quiere que todos seamos cómplices de su cadena de cadáveres? ¿Qué todos, cobardes hasta la médula, pactemos con un verdugo para evitar el fin del mundo? ¡Dese la vuelta y mire los cuerpos de su familia enfriándose en el suelo! ¡Mírelos bien, deténgase en los detalles, en sus expresiones inertes, en esos dedos que tanto besó, y encontrará allí más motivos para desear la muerte que en el advenimiento de cuantos apocalipsis religiosos se le ocurran en una eternidad!
   –Máteme –susurró él cogiéndole una muñeca y tendiéndole el arma–. Por favor, sólo máteme.
   En sus rostros enfrentados la luminosidad atmosférica cambió sutilmente de tono. El ocaso naranja descendió en picado a través de su escala de matices hasta coagularse entre las nubes. Todo parecía fuego; y era fuego. A las 20:48, una aurora boreal de llamas resquebrajó el cielo sobre el punto de impacto estimado entre Valencia e Islas Baleares. El Ángel, a cámara lenta, un puño de sol, finalizó su deriva en aguas mediterráneas con un parpadeo atómico.
   Y el tiempo se aceleró.
Alejo no tardó en descerrajarse un disparo al cráneo y desplomarse en el embaldosado del balcón, por cuyos intersticios fluyó la sangre en cascada hacia el césped artificial de la piscina. La mujer, pétrea su estampa, sólo consiguió desarrollar un pensamiento coherente antes de que la engullera el leviatán, y provenía de una exigencia del espíritu en el instante previo a que comenzara a apagarse la vida en la Tierra.
No se escondería en la visión del suicida.
   Puede que algún cronista desquiciado, oculto en tinieblas apenas rotas por la luz rayada que filtraba la persiana, escribiera con mayor exactitud que yo esto que nadie leerá. Sin embargo, la última medición de una boya oceanográfica antes de esfumarse del radar arroja más verdad que cualquier palabra; y las pantallas de monitorización, confundidas por un error que no era tal, parpadearon frenéticas la cifra imposible en la vacía sala de control durante escasos minutos más.
El Ángel venía, y con resignada lentitud doña Gladis se enfrentó al levantamiento del horizonte.

Fabricio Sívori
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 14, 2012, 15:31:04 pm
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La Marcha


Hiciste bien en irte, emprendiendo el vuelo antes de que todo se fuera al carajo y nos atocinara la costumbre de ver siempre los mismos paisajes creyendo que esto era el mundo. Cuando marchaste no lo entendí, solo tenía ante mí lo que iba a ser a partir de entonces mi vida, una soledad enjaretada de costumbre y tedio. Por eso no quise besarte, por eso no salí a despedirte cuando vino el coche a por ti, dejé que mis nublados ojos siguieran la polvareda que levantaba el vehículo al rodar por la pendiente de la huida. Dejé que te fueras sin una palabra, sin un gesto, con el corazón de hielo que me produjo tu ausencia intuida mientras hacías la maleta silenciosamente, mirándome de soslayo a ratos, dejando que tus lagrimas rodaran impunemente por el rostro amado, sin inmutarme, sin decir nada, casi sin sentir.
Hoy te entiendo, sé que es tarde para hacerlo, cuando la costumbre de no vernos, de no hablarnos ha anquilosado nuestros sentimientos de frío y ha destemplado de emoción el tiempo que estuvimos juntos. Hoy lo entiendo, pero sé que es tarde, que dejé pasar el  momento de la despedida.
Hiciste bien en marchar, porque te hubiera arrollado el tiempo de destemplanza de este lugar, el sansirolé que acompaña  la vida mortecina de la montaña cuando se cubre de nubes que no dejan ver el camino, que no se sabe si se está al norte o al sur, si se sube o si se baja. Te hubieras ahogado en el sinsentido de un día detrás de otro, todos iguales en su mediocre discurrir por el calendario, esperando en la mañana que caiga la tarde y al llegar esta que vuelvan las tinieblas a hacer desaparecer la nada cotidiana.
Hiciste bien, Laurita, en huir de aquí, en realidad lo supe siempre, desde el principio, que volarías alto, porque no se puede encerrar un agila en una jaula, como me dijo el médico cuando te visitaba casi a diario. Te acuerdas, Laurita, como te asaltaban las jaquecas invadiendo tu frente, perlándola de sudor, tejiendo una red de hebras que la caminaba con desesperación. Día sí, día no, Laurita, te asaltaban las jaquecas con esa furia de mil caballos trotando por la cabeza todos a una. Lo notaba enseguida, se te cerraban los ojos, se arrebolaban las mejillas con un color púrpura mientras el rostro se te iba entenebreciendo por momentos, dejándote sin sombra de luz, como apagada.
Los ojillos se te ponían brillantes, sulfurados, entreverados de hebras rojizas que mancillaban la blancura de la esfera ocular, mientras el iris titilaba con destellos de luz. Callabas entonces con procaz silencio, tu cuerpo se empequeñecía por momentos, apergaminándote hacia dentro, como si te quisieras ocultar  de ti misma hasta hacerte pequeña, casi invisible.
Luego te encerrabas a oscuras en la habitación de atrás,  donde no llegaran los ruidos de la vida cotidiana que teníamos entonces. Cerrabas puertas, ventanas, hocicabas tu cara entre las sábanas y caías en un letargo que me asustaba cuando entraba a verte. Me quedaba en la puerta, achicado por tu dolor, quieto, clavándote mis ojos como si quisiera devolverte la vida con ellos, temiendo que no salieras nunca de ese letargo lánguido y ausente en el que te sumías. Luego llamaba al médico, que tardaba lo suyo en llegar. Yo lo esperaba en el camino, como si al salir a buscarlo atenuara mi ansiedad, o lo acercara a ti con más celeridad.
Lo veía llegar como a un Mesías, corría a su encuentro como si de él dependiera toda mi vida, en realidad sí dependía, Laurita, porque cuando a ti se te apagaba la luz a mí se me iba la vida. Por eso no tuve fuerzas en la despedida ; ante mi mente se extendían los días futuros, las noches, las tardes si tu presencia , como un túnel oscuro y lóbrego de larga factura y sin final conocido, con el mismo miedo que si me enfrentara al mismísimo infierno proyecté mi futuro sin ti. No me quedaban fuerzas para nada más que envolverme en mi propia soledad, enfriando el amor que podía sentir para que su lacerante fuerza no me dejara sin aliento.
Así te fuiste, con el frio de mi corazón envuelto en tus manos, llevándote  la poca esperanza que cabía en la casa, yo me quedé absorbiendo el polvo que levantaban las ruedas del coche que te alejó de mí, mirando el espacio que dejó cuando se sumergió en la bruma del camino y ya no pude verlo.
Fueron cayendo los días uno tras otro, mientras el recuerdo de tu cuerpo se desvanecía en mis sueños, no podía verte el rostro, eras un cuerpo desdibujado sin cara. Así te soñaba, mientras en el lecho aún quedaban restos de tu olor, de tu hueco en las sábanas que no conseguía rellenar con mis recuerdos. A veces abría el armario, que crujía en sonoro quejido al ser profanado por mi presencia. Quedaban restos de ropa en él, jirones de vida que estuvieron posados en tu cuerpo, conservaban las huellas de tu presencia en unas costuras forzadas por la gravedad de tu alegría, eran otros tiempos, los de tu llegada, cuando no te fustigaba el dolor y en tu boca se dibujaba la mueca deliciosa de la risa. Ahora, los viejos vestidos yacían huérfanos de vida en un chirriante armario olvidado. Apenas quedaban rastros de tu olor, invadidos por el envolvente de guano y polilla intrusa, atenuados los colores por el paso del tiempo, las posturas y muchas lavadas mecidos al sol de la mañana, cuando entre risas los ponías a secar en el jergón del prado.
Hoy solo tu ausencia se mece en ese mismo prado, envolviendo la figura inerte de la bruma que baja hasta él.
Hiciste bien en irte Laurita, en este solitario paramo que ha desembocado mi vida no hay sitio para más sonido que el del arroyo que discurre displicente entre los guijarros, abrazado por las ramas de los chopos que el viento mece a deshora , ofreciéndome su discurrir para que mis ojos descansen de la nada.
La tibieza de la casa se mantiene, Laurita, como si tú estuvieras en ella, aún recuerdo el frío atenazante que sentías nada más despertar,  cuando te acaracolabas en mi cuerpo para robarme la calidez que éste desprendía. Si supieras, Laurita, que ya me quedo frío cada noche, que el despertar me sorprende aterido,  envuelto en las brumosas alas de los sueños que sin ti parecen tempestades.
Hace tiempo que  no hay noticias de tu vida en la ciudad, solo esta foto que mandaste en primavera, en ella se te ve lustrosa, guapa, con los ojos henchidos de alegría como cuando llegaste, enamorada, con la ilusión por estrenar, y una historia comenzada apenas e intuida con un final mejor que el que surgió.  Casi no te quejabas de las cosas, levemente susurrabas los quejidos, en mis oídos cerrados a tu llanto, solo el dolor me atisbaba el desenlace, solo aquellas migrañas que te apresaban cada poco alejándote de mis abrazos y de mi vida. Yo pensaba que el médico, con la inyección calmaba tu dolor, calmaba tus temores, y tu ansia, adormecía tus ganas de volar, haciendo renacer la esperanza. Al contrario, destrenzaba la voluntad del ave, que había aprendido a volar por las alturas y ya no conformaba con estar atado en una pequeña jaula entre montañas, y en vez de música solo oía el sonido de agua correr y el viento voltear los arboles en suave susurro de monótona palabra.
Por eso hiciste bien en irte, Laurita, porque ahora, el frío se ha apoderado de la casa, la ha desvencijado la tormenta de invierno, porque ya no hay manos que la apuren, que claven sus tejas, pinten sus paredes, observen el desconchón de la pared y lo cubran con un caritativo manto de cemento. Porque hoy mis manos no se mueven, mis ojos están cegados, la tierra cubre mis pulmones y el tiempo se detuvo en primavera, justo al año de tu marcha, Laurita, cuando el tedio amostazaba mi alma bastardeando el amor que te tenía. Hoy descanso y miro sin ojos y sin vida el viejo retrato que enviaste, que es mi compañero y mi acicate.

Maria Jesús
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 14, 2012, 15:35:49 pm
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Como Papel de Fumar


-Dime que estarás bien-susurra Mariana.
-Sabes que sí. Soy un roble. Telefonea cuando lleguéis. Y tú, mi princesa, escribe.
Pasa los dedos por los cabellos negros de Celeste, se entretiene en la cinta roja que le rodea la cabeza y acaricia los pliegues de su  pequeña oreja.
- En navidad  nos veremos, ¿de acuerdo?-
-Yo habría querido que fuera de otro modo.- Insiste Mariana- .Tienes que perdonarme No sabes cómo me duele dejarte así, sin nada.-
-Te equivocas. Tú sí que te vas con las manos vacías. Yo me quedo con todo.
Cuando suben al viejo Suzuki plateado y Mariana ajusta su cinturón de seguridad,y acomoda el espejo retrovisor, la niña pega la nariz, los morritos, a la ventanilla trasera. Julio toca el hielo de su cara a través del cristal.
El coche arranca dejando atrás a un hombre clavado en el asfalto. Esconde las manos en los bolsillos del pantalón y en el izquierdo, casi escapándose por el agujero del forro, encuentra el librito de papel de fumar, con el que desde hace tres meses consigue restar  a cada día algún cigarrillo. Piensa en “la Hoja roja”, aquella novela que leyó cuando era joven, y con los ojos cerrados cuenta las últimas páginas de su gastado libro.
28 de abril de 2003. Nueve años atrás.
Ayer fui a la tercera sesión de quimioterapia. Iba animado. Las otras dos veces me sentí de lo mejor. Parece que la tercera es la que te jode vivo. Amanecí vomitando. Lo mejor del día de ayer fue que había enfermera nueva. Sustituye a la flaca amargada que tuve las otras veces. La nueva se llama Mariana. Me gusta el habladito que tiene, como canario o sudamericano. Es bajita y un poco rechoncha, con ojos grandes y unas tetas imponentes. Cuando casi me rozó la cara con ellas, me empalmé. Creo que no se dio cuenta. Debe pensar que un hombre de 60 años está fuera de juego. Me gusta esa mujer. Estoy contando los días que me faltan para la próxima quimio. Voy a vomitar de nuevo.
6 de Octubre de 2005.
-Pero ¿A ti qué más te da? Si no crees en nada, ¿qué te importa que al bebé le echen un poco de agua por la cabeza? Y piensa por un momento: Si por casualidad Dios existe y fue él quien te curó el cáncer ¿No estaría bien que se lo agradecieras de algún modo?-
- Mi amor, si Dios existiera se ocuparía de vainas más importantes que lo que nos pueda ocurrir a nosotros: Que si uno se enfermó, que si otro perdió el empleo… ¿Sabes lo que yo creo de verdad?: Que el deseo de vivir puede revolucionar las células de un hombre...
4 de Junio de 2012
Mariana querida: Si estás leyendo esto es que te decidiste por fin a abrir “El amor en los tiempos del cólera” que siempre rechazaste por gorda y por ser mi novela favorita. He preferido escribirte una carta a modo de despedida. Si te tengo delante, no sabría qué decir. Dentro de unas horas vas a dejarme y no puedo hacer nada para evitarlo. Ojala existiera algo que yo pudiera hacer. Tú me has dado 9 años  felices. Me los regalaste cuando pensaba que en mi fiesta ya no habría más fuegos artificiales. Eres joven ( te imagino haciendo un mohín de disgusto al leer esto, y luego, estirarte las arruguitas que te salieron en las esquinas de los ojos y que a mí me parecen encantadoras). Vive lo que tengas que vivir. Cuando te canses, que sin duda te cansarás pues nada es duradero, regresa conmigo. Tu viejito te estará esperando. Pero no tardes mucho, no sea que la demencia senil me alcance y ya no te reconozca.
El sonido de un claxon le hace levantar los pies del suelo y alcanzar de un salto, el bordillo. El papel de fumar es una mariposa que desata un tsunami en el estómago de Julio y vuela  por encima del asfalto.

Reina de Copas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 14, 2012, 15:41:10 pm
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La Caja


-¡¡S.O.S!!  ¡¡ S.O.S!! ….
…Solicito ayuda desesperadamente antes de que el desastre sea irremediable. Mis compañeros agonizan tirados en el suelo. El moho y la humedad han arruinado  totalmente a Spiderman. De Pedro Alcázar y Pedrín nada se sabe desde que se los llevaron las ratas que nos visitan con puntualidad al amanecer. Esther y su mundo fueron sus primeras víctimas. Tal vez  la mirada cándida y pueril de la niña provocó que los roedores la eligieran como primer bocado. Después vino el turno del Guerrero del Antifaz. Se ensañaron con los más viejos y débiles. La Antorcha Humana parece ahuyentarlas, pero, una tenaz gotera que se activa los días de lluvia acabará por apagarla y entonces su mortal enemigo, el Hombre Submarino aprovechará la debilidad para acabar con ella. Luego, las ratas se ensañaran con él.
Desaparecemos poco a poco.
Junto a nosotros conviven cientos de soldados  que tal vez pudieran ayudarnos a combatir tamaños despropósitos. Pero, sobreviven envueltos en  bolsas  con las espaldas ancladas a una raspa de plástico, prisioneros de un esqueleto de pez sintético.
Hemos sido condenados. Héroes obsoletos y caducos, trozos de papel  aferrados a un glorioso pasado que no volverá. El porqué de tal situación es algo difícil de explicar y me veo abocado a lanzar una  llamada de socorro.
En otro tiempo fuimos adorados por niños y jóvenes que encontraron en nosotros un reflejo de sus ilusiones. Auténticos guerreros voladores, veloces y extraños. Viñetas de acción que daban color a un mundo gris marcado por el rojo de la sangre recién derramada. Lucíamos como objetos preciados y extraños en escaparates inundados de cocinitas de madera, osos de tela y serrín, payasos de terracota, tanques y aviones de hojalata, balones de cuero y muñecas de porcelana.
Hijos de la cuatricromía hermanados por  pecas de colores, llegamos al mundo entre rodillos de imprenta. Con cuidado, un operario nos metió en una caja. Una selección de los mejores superhéroes, colosos del comic. Dos colecciones de recortables de castillos, coches, vaqueros y muñecas. Y un montón de bolsas sorpresa en las que comandos beduinos, invasores vikingos, legiones romanas, tropas japonesas y vaqueros del lejano oeste aguardaban en perfecta formación, impertérritos tras una fría mirada de plástico.
 Juntos viajamos hacia un destino incierto. Adormecidos por el traqueteo del furgón, devoramos kilómetros de hormigón y cielo hasta llegar a un pueblecito perdido en el sur.  El motor tosió para luego callar definitivamente y  placidas voces  entrecortadas  por el arrullo de los árboles y los pájaros nos recibieron bajo un sol apabullante.
Al poco, una niña pequeña abrió la caja y extasiada nos colocó por los estantes de una tienda que rebozaba cartones de tabaco y periódicos. Y en aquellos pedestales nos creímos dueños del mundo sobre las cabezas de hombres que encendían cigarros mientras  rellenaban quinielas.
Cerca del mediodía entró una señora preguntando por un décimo de lotería cuyo número, al parecer estuvo a punto de hacer millonario a medio pueblo. A su vera venía un pequeño mocoso de calcetines sucios y botas raídas. El chaval quedó alucinado  con el brillo de nuestras portadas que relucían en los viejos anaqueles, protegidas por manoseados cristales. Con la boca abierta y  rebosante de baba, nos señaló, embobado, con el dedo.  Disparando el resorte de la cordura, su madre le soltó un sopapo en la mano. El niño salió llorando del estanco, pero, aún pudo regalarme una mirada de complicidad y yo comprendí que volvería a por mí. Aferré con orgullo el escudo y erguí el pecho disimuladamente.
A punto de cerrar,  cuando el aroma de los guisos ya se arrastraba por las aceras aplastado por el  calor,  una escandalosa  patulea,  capitaneada por el pequeño descubridor, invadió el estanco. La conquista duró el tiempo justo que tardó el dueño en salir de detrás del mostrador y desalojar al ejercito de desaliñados, recuperando el espacio para los clientes que se habían replegado en banda ante aquel furibundo asalto.
Las visitas bulliciosas de niños y niñas que nos contemplaban admirados para finalmente  no comprar nada se multiplicaron. La paciencia, señora imperturbable y tranquila, domeñaba al estanquero, que aguantaba estoicamente el chaparrón de pillastres hasta que una tarde, un audaz descarado  hurtó sin  disimulo un sobre de soldaditos. Burla burlando, los soldados desaparecieron por los trasfondos de los pantalones del mastuerzo.
Pero fue descubierto  en plena faena.
Y nadie se percató de que había comenzado nuestro infortunio.
Hastiado de tanta bulla que alteraba la normalidad de su negocio, el hombre volvió a guardarnos en la caja. En espera del furgón que de nuevo nos devolvería a la fábrica, fuimos arrinconados en la trastienda. Sobre nosotros se amontonaron decenas de bultos y paquetes viejos y entre murmullos y conversaciones cortadas de los parroquianos que entraban y salían del estanco, escuchamos que  había comenzado la guerra de las Galaxias y que mientras nevaba en el  Sahara alguien mató a John Lennon.
Perdidos y amontonados soportamos el peso del olvido. Entonces  de nuevo se movió la caja. Algo ocurría, tal vez  volvíamos al lugar que nos correspondía. Un lugar de ensueño, de miradas infantiles, aventuras y mundos por descubrir.
Pero fue una vana ilusión. Nos llevaron a una casa vacía y  al igual que el arpa del poeta, nuestro dueño nos olvidó en el ángulo más oscuro y silencioso de un triste desván.
Cumplimos condena durante, días, semanas, meses, años, lustros y décadas. Sin ser conscientes de ello dejamos que el tiempo cuarteara nuestras páginas.
 La derrota se convierte en consuelo si ya no hay esperanza.
Hasta que el cristal de la ventana estalló en miles de pedazos. Una bomba de vidrios ruidosos que rompió el letargo que nos consumía. El cohete que avisa del inminente comienzo de la fiesta. Una llamada a la acción.
Primero se escuchó un traqueteo en la puerta de la calle. Unos empujones tímidos que se perdieron con el viento de la tormenta.  Los soldados se removieron nerviosos dentro de sus paquetes. Todos preparamos las armas y reactivamos nuestros superpoderes. Llegaba la hora de volver al trabajo.
Pero la puerta no se abrió. El desánimo hizo mella dentro de la caja. Thor nos explicó que los truenos hacen temblar el suelo y que de eso él sabía bastante pues por algo era 
Dios de la Tormenta y tenía un  martillo con el que controlar las tempestades. El increíble Hulk se sintió molesto ya que  poseía también una enorme fuerza con la que hacía temblar los edificios y por ello podía opinar sobre el asunto. Los Sioux de los recortables pidieron la palabra. Ellos sí que conocían los designios de la naturaleza con la que vivían en comunión ancestral. La discusión fue subiendo de tono hasta que  Jocker, terrible villano de personalidad contradictoria, pidió silencio a gritos.
Entonces oímos romperse la ventana y alguien entró por el balcón. Gracias a Superman y su visión de rayos x tuvimos plena consciencia de lo que ocurría en la habitación.
Un individuo había entrado a robar. Hacía rato que merodeaba por los alrededores, buscando un punto débil por el que introducirse. Sospechaba que la casa  escondía un tesoro. Eso dedujo de los retazos de conversación que pudo sisar a unos hombres que charlaban animadamente en un bar. Hablaban de algo de incalculable valor que se guardaba en una caja, un tesoro de juventud olvidado, algo que permitía viajar hacia atrás en el tiempo.
Protegido por el temporal que azotaba esa noche al pueblo se introdujo furtivamente en la vivienda abandonada. Abrió cajones, rebuscó por las habitaciones y desesperado al no hallar nada de valor destrozó muebles esperando descubrir en su interior el valioso tesoro que había ido a buscar. La lluvia golpeó con fuerza la chapa de uralita del tejado y un aplauso de agua inundó la estancia cuando el hombre nos encontró. Rompió los cartones con ansia y contrariado nos tiró por el suelo, maldiciendo su suerte. Antes de marcharse aún tuvo tiempo de volverse y dar una tremenda patada a la caja y pisotearnos. Quedamos  maltrechos y desparramados por el suelo. El viento de agua que entraba por la ventana rota ensordeció nuestro llanto mientras las páginas mojadas desaparecían en pequeños charcos de tinta.
De eso hace ya más de un mes. Sé, por el sonido de una radio que entra desde la calle, que un tal Harry, mago de profesión se ha convertido en el nuevo  héroe de los niños. He descubierto maravillado que la gente habla entre sí con pequeños transmisores inalámbricos y que viajar por el espacio se ha convertido en algo habitual.
Nadie habla ya de nosotros. Spiderman gatea por  pantallas de cines tridimensionales y yo morí hace varios años. Soy un equívoco  recuerdo de papel de mí mismo.
La humedad y el moho han destrozado definitivamente a todos mis compañeros. Hemos sido vencidos por un villano de tres al cuarto. Los niños se hartaron de esperarnos y se convirtieron en mayores.
Ya vuelven las ratas, las oigo roer tras la puerta. Tal vez sea mi batalla final.
Les habla “El Capitán América” en un último  intento desesperado por sobrevivir.
Todo está perdido. Que la fuerza nos acompañe.

Nina Garabato
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 14, 2012, 15:46:51 pm
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Pobre Borracha


Pobre borracha, que arrastras un pie en pos del otro sin avanzar un solo centímetro. Portadora del peso de una vida desperdiciada en tu cansada espalda, en tu vidrio blanco. Nunca tendrás hijos, tu hogar huele a perdición y olvido. Nunca encontraras la felicidad, crees que está en el fondo de la próxima botella, ahí nunca estuvo, y lo sabes. Es más fácil, perderse entre vapores etílicos, que reconocer las verdades. Cuando al día siguiente, tus fantasmas busquen tu mirada con la suya, bastará con ponerse otra venda de alcohol y pena. Tú que bien sabes que es perder sin haber ganado, buscarás tu propia ruina, antes que enfrentar el riesgo de llevar una vida.
María, se levanta acompañada de su vieja resaca, como cada día. Busca en el frigorífico, algo para echarle al vino, como cada día. Se lava un poco la cara, se atusa un poco el pelo. No busca su reflejo en el espejo, por si lo encuentra. No hay nada que hacer, no hay nada que decir, ni hay nadie con quien conversar en la casa. Se viste y se lanza a la calle, sin prisa.  La misma rutina, como cada día. Comprar un poco de leche y mucho vino, como cada día. No sabe como la sentará el primer trago en el bar, puede que hoy consiga llegar a casa sin acabar tirada el portal, como cada día.
Ella no lo sabe, pero hoy, no es como cada día. Caminando despacio por la calle, se encuentra con una vieja amiga.
—Me alegra mucho verte. ¿Qué es de tú vida?
—Estoy donde siempre, haciendo lo de siempre.
— ¿Qué es de tu mujer y los chicos?
—Murieron, y yo con ellos.
Las dos botellas
María abre la puerta. Enfrente, su gran amor. Lleva dos botellas en la mano, una de vino y otra de leche.
—Pasa Carla. —Levan un tiempo sin verse. Años en realidad, pero para ellas, hoy, siempre es mañana.
—Me gusta tu nuevo….corte…tinte. —Siempre la misma broma, hay cosas que no dejan de hacer gracia por mucho tiempo que pase.
—Ya, ya, ya. Cuenta, que es tan importante.
—Toma. —Alza la botella de vino. —
—Gracias.
—No es un regalo.
—Sería el primero.
—Estoy perdida, necesito un consejo. —Por primera vez desde su aparición, se miran directamente a los ojos. Carla tiene pinta de llevar horas llorando. Muchas horas.
—Hoy es un día alegre, te han despedido. Cobrarás un buen finiquito y otra cosa.
— ¿Qué hago yo ahora?
— ¿Nadie te ha ofrecido trabajo? —Carla, era una gran secretaria de dirección. Despedido su jefe por espionaje industrial, la competencia estaba deseando hincar el diente a esta maravillosa fuente de información.
—Si todo el mundo, pero me han hecho firmar una clausula de confidencialidad, o eso, o la cárcel.
—Y ¿Qué harás ahora? Lo que tú sabes, tiene fecha de caducidad.
—Muy corta.
Abren otra botella de vino.
—Llevas años rodeada de hombres, demasiada testosterona. Quizá deberías formar una familia.
—Antes sí sabía de eso, ahora no se compartir mi vida. Voy a pasar de no tener tiempo, poder despilfarrar todo el del mundo. Pero aquí me tienes, veintitantos…
—Por… ¿segunda vez? Creo que sí.
—Sí, y sin nadie con quien compartir mi vida.
— Me tienes a mí, somos geniales juntas.
—Te he dicho mil veces que no me van las tías.
—Prueba y luego hablas. Si no, habrás de decir, creo que no me gustan. Pero no hables sin saber, eres más lista que todo eso.
Se miraron a los ojos. Carla decidió quitarse esto de en medio, al fin y al cabo, era verdad, eran geniales juntas.
Cogió a María del cuello, su mirada iba recorriendo su pelo, sus cejas sus ojos y por fin, llegó a sus labios. Finos y preciosos. Aquella mujer, tenía unos rasgos deliciosos, desde el primer momento se fijó en ello. Mundanos ojos marrones pero, profundos. Nariz fina, pero deliciosa. Unas jugosas orejas, que daban ganas de comerse. La besó. Primero, pellizcando los labios de ella con los suyos. Luego, poco a poco, la pasión iba inflamando su deseo. Inflamando su alma. Llevándola hacia el lado sucio del sexo, el mejor de todos. Sus manos comenzaron una frenética carrera por recorrer la piel de su amante, como un delfín que surca las olas, sus manos desaparecían debajo de su ropa, para arrancarla al resurgir. Su boca pugnaba por recorrer todos los rincones de aquel cuerpo, ¡cuántas veces había soñado hacer esto! Cientos, miles,…Pero aquello no estaba bien, ella no era así.
—Para, para, para, para, para. —Arrancó a María de entre sus muslos. —No, esto no puede ser.
— ¿Por qué? Si se que quieres, anda tonta, no pienses tanto y déjate llevar por una vez en la vida. —Mientras lo decía, se acerba a su cuello y comenzaba a besarlo. Mientras, Carla se retorcía de placer con cada beso.
—Qué no, que no está bien. —Se separó y comenzó a colocarse la ropa otra vez. Cuando se agachó a recoger su ropa interior del suelo, Carla aprovechó para meterle dos dedos en el ****. Ella se levantó de un bote. —Eres como los tíos. No, es no.
—Lo siento, me había puesto cachonda perdida, de verdad que lo siento.
María se despidió, recogió sus cosas y se dispuso a irse. Se dieron dos besos en la mejilla de despedida. Se quedaron un  segundo mirándose, y empezó su guerra de sexos. A la mañana siguiente, sin haber dormido un solo instante, miraban como la luz del alba entraba por la ventana. Anunciando el nuevo día.
—Con otras mujeres no sé, pero me gusta follar contigo.



El viaje
   Siento como el vino arde otra vez en mi mente, como se regocija en la hoguera de mis vanidades, veo huir lo poco que queda de mí ser. Y me siento feliz. El dolor huye  agolpe de sorbo, dinamita que derrumba mis valores, y me siento feliz. Cuando el dolor es tan grande como el mío, no hay vino en el mundo que tape tu conciencia, ni graduación que te preste el octanaje que mitigue tu desdicha. La vida es una *****, y estoy cansada de comerla.
   Sé que mañana volverás con renovados bríos, pero no me importa, solo quiero que me dejes en paz esta noche. Un rato al menos. ¡Vete! Aleja tu sombra de mi mente. ¡Por favor, dame un respiro! Tengo en alma rota, y los ojos en carne viva, no puedo más… ¡Por favor, vete! Déjame descansar una noche, esta noche. La muy pu… no se va, otro trago quizás la aleje. Vaso a vaso sello mi destino, pero no me importa, mi vida se perdió en fondo del último vaso, se fue tras la estela de ese vino. La primera botella me calienta, la segunda me trae una vida que la tercera me roba. En la cuarta vuelve el llanto. La quinta me recupera al olvido, y en la sexta me duermo, bajo el amable paraguas de lo no vivido. Mi vida se funde, en el malva del olvido, pero es peor la viveza al olvido. Ellas fueron mi mundo, y ahora solo son la sombra que oculta el vino. Las quise tanto, como odio mi cara reflejada, en el fondo del vidrio. Mi alma está rota, mientras intento perder lo vivido. Solo lloro cuando no bebo y bebo para perderme de lo vivido. Pero cuanto más bebo, más me acerco a lo sufrido, más nítido es el recuerdo de lo perdido. Ellas eran mi vida, mi ser, mi mundo real y fingido. Mi mujer y mi hija, que murieron por un fallo mío. Hoy, las quiero más que nunca, porque no puedo relegarlas al olvido. Sólo yo tuve la culpa, de haber tomado ese vino. Era un día cualquiera, un viaje sin mayor sentido. El último de mis niñas, que solo pude haber detenido. No hubiera sido tan difícil haber parado y dormir un ratito, ni haber cenado con aquellas copas de vino. No, no fui yo quien se saltó la mediana, ni quien iba demasiado rápido. Ni quien necesitaba haber dormido. Pero nunca sabré, si las hubiera salvado sin tomar esa copa de vino.
   Ayer era culpable, hoy, pasaporte al olvido. Ayer te odiaba, hoy te necesito.
   Sé, que me impulsa a beber. Sé, que será mi ruina. Pero no puedo vivir una vida llena de remordimientos. Hoy, me abandono a ti, porque sé que nada soy si no estás a mi lado. Seguramente no debería seguir bebiendo, incluso reconocer que tengo un problema, pero he decidido hacer lo contrario. Perderme en tus calientes remolinos, ahogarme en tus espumosas aguas. Vivir, sería más duro camino.

La Loca Caja de Pandora
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 15, 2012, 14:55:36 pm
(http://bibliotecafreimartinsarmiento.files.wordpress.com/2012/04/mi_vejez.jpg)

Lo que dura una mano


Para Jorge Luis Borges

I Osvaldo Setto está viendo jugar a sus amigos. A veces lo cansa más estar sentado, no moverse, que jugarse un partidito. Pero es terco, dice que está viejo, que ya no sirve para esas cosas. Lo dice con una sonrisa en la cara y no queda como esos viejos que lo único que les falta para estar muertos es la libreta de defunción y alegrarle la vida a los herederos. Mientras veía, Osvaldo, sostenía con una mano su bastón y con la otra el pocillo de café vacío, apoyado en la mesa que estaba al lado de su silla. Está cansado Osvaldo, pero no lo dice ni lo demuestra. Sonríe y escucha a un conocido que le habla mientras miran el partido. Tiene ganas de estar en su casa, recostado, mirando alguna película o leyendo un libro. Pero está ahí y no se arrepiente. Alterna la mirada entre los gruesos vidrios de los anteojos del viejo que está al lado, que le habla, y la mesa de billar. El otro lo mira todo el tiempo a él, le cuenta de un viaje que hizo por Italia en 1953, sin parar de hablar ni siquiera para arrastrar con su mano el sudor en sus bigotes, y así peinarlos como-con-gomina. A Osvaldo le interesa la historia y lo escucha. No por eso deja de ver el partido, deporte que le apasiona si es con amigos. Sus dos mejores amigos de toda la vida están jugando un partido hace más de cuarenta minutos. El calor es agobiante. Los jugadores a veces lo miran y saben de sus ganas de irse, y también entienden su respeto por quedarse a verlos y escuchar al otro viejo que sigue contando lo hermosa que es Florencia. El partido no termina y Osvaldo se toma de un trago el vaso de soda que estaba en la mesa. Hace un comentario sobre alguna película italiana de los cincuenta pero el otro viejo no lo escucha, porque nunca deja de hablar y habla más alto que Osvaldo. Termina el partido y se van todos, los siete que sentados y parados rodeaban la mesa de billar, a tomar un whisky a la barra. Osvaldo lo toma apurado, sin participar en ninguna de las dos o tres conversaciones que se inician. Pasaba por desapercibido hasta que se hizo un silencio con el ruido que provocó el vaso en la barra. Algunos notan que está mal aunque no perciben porqué. Otros no, y lo despiden amablemente.
Sale del billar y maldice el calor. La camisa, húmeda, se le pega a la panza. Ni una pizca de viento. Mucha gente de mal humor y un sol radiante que refleja en el cemento caliente. Osvaldo está caminando por la avenida Corrientes intentando descifrar qué pasa por la mente de los que por allí caminan. Hombres en camisa, pantalones largos y zapatos, con cara estática, imitando algún modelo de alguna marca de perfumes en la forma de poner la boca. Una anciana con una niña que grita sin parar. Un mimo al que nadie mira, que no se cansa de sonreír dos veces: con la boca dibujada y con la real. Miles de mujeres iguales, todas con vestidos que no llegan a las rodillas, que empiezan en los hombros, que se aferran a cada una de las ondulaciones corpóreas, que les quedan tan bien. Mujeres de las otras, todas. Extranjeros. Un hombre sin brazos ni fuerzas para levantar los párpados escuchando como, de ves en cuando, algún alma que se cree bondadosa le tira una moneda desde los cielos. Niños sin preocupaciones, algunos con helados otros con las ganas. Todo esto multiplicado por uno, dos, mil millones. Y entre tanto Osvaldo mirando, concentrado, tratando de entender algo de todo lo que ve.
Camina lento Osvaldo. Lento pero decidido. Avanza siempre con el pie derecho: hace fuerza con la pierna y mueve el zapato unos veinte centímetros, al ratito, y apoyando todo su cuerpo en el bastón, traslada el pie izquierdo la misma distancia. De todas maneras, está apurado. Y traspira. Decide no tomar ningún transporte, va caminando hasta su casa. Largas cuadras le esperan.
En uno de los pasos recuerda el último trago de whisky en la garganta. Se siente incómodo y no sabe por qué. Trata de olvidarse del calor, no puede pero se asegura que no es sólo eso, hay algo más. Mira la hora, la fecha, ningún compromiso: todo en orden. El malestar continúa. Pienza en las pastillas. Comienza a pensar en la presión, hasta que recuerda haber tomado las pastillas por la mañana. Con una mano toca el bolsillo atrás del pantalón y corrobora que está la billetera. Los metros siguen y lo avergüenza sentirse tan mal y no saber a qué se debe.
Dos gotas de pis se desprenden de la punta del pito de Osvaldo. Sonríe y en el instante se preocupa por no pasar papelones en plena vía pública. No sería la primera vez que se tome un taxi, a las apuradas, para que los menos posibles vieran su pantalón mojado. Al levantar la mirada ve el cartel que, iluminado, en vertical, le salva el momento de urgencia. Entra al local a gran velocidad, chocándose con las personas, sin pedir permisos ni disculpas, pensando sólo en el baño. Baño. Qué palabra. Cada vez que la repetía en su pensamiento las ganas incrementaban. Por cómo suena la palabra, por las cosquillas que le producen pronunciar la ñ, con la lengua en el paladar, y por lo que significa pensar y repetir tantas veces el nombre del lugar en donde se quiere estar: la ansiedad en el corazón y la imagen en la cabeza.
II Mario Cuniev entró al baño después de comerse dos porciones: una mozzarella y una fugaza rellena. Las comió parado, en el siempre-lleno-de-gente hall de la pizzería Güerrín, y las bajó con un vaso de cerveza bien fría. Las escaleras lo habían hecho transpirar mucho. Al entrar, se limpió las manos engrasadas y al vérselas recordó que no había terminado el trabajo que estaba haciendo en la mañana, que interrumpió para ir a comer. Las manos eran una de las pocas partes del cuerpo que Cuniev se veía constantemente, de día y de noche. Trabajando, en su casa, las veía apretar teclas grasosas o reposada en el mouse, en el caso de la diestra. En los ratos libres, en su casa, también: bailando sobre el teclado o estáticas al borde del monitor. Como pasa tanto tiempo frente a la computadora, comenzó a reacondicionar su casa y su vida alrededor del escritorio. En el escritorio, además de la computadora con todos sus accesorios, están el teléfono, libros y revistas, una heladera pequeña, ropa, una almohada, un televisor, paquetes de galletitas, golosinas y alfajores (muchos sin terminar, muchos envoltorios vacíos). En fin, todo lo que muchas personas suelen utilizar a diario.
Agitado, Cuni (como firma sus post’s, y de la manera en que lo reconoce toda la gente que conoce, menos su mamá y su tía que toda la vida le dijeron Marito) se sentó en la tabla de madera sin antes fijarse con qué limpiarse. Se llevó el pantalón hasta los tobillos, y aprovechó para bajarse las medias, porque sentía toda la ropa pegoteada. Con el jean se arrugó una revista que llevaba, sin acordarse cómo había llegado allí, en el bolsillo trasero. Agarró la revista y la utilizó para abanicarse, mientras con la otra mano sacudía su gigante remera. Todo era viento (humedad y mal olor) dentro de ese cubículo de noventa por uno veinte. El calor empezó a menguar al tiempo que el aburrimiento se incrementaba, pero poco podía hacer porque las porciones de pizza (o la cantidad de chocolates y chizitos que había comido la noche anterior) lo obligaban a quedarse sentado donde estaba. Comenzó a leer la revista. Era mala, lo sabía, pero no paraba de reírse leyéndola. Optó dejarla, tirándola al piso, porque supo que pronto la mancharía con los restos de lo que fuera que haya salido por su orificio anal. El calor volvió, intenso. Rápidamente se distrajo con las anotaciones que encontró en la puerta y paredes que lo rodeaban. Frases de lo más audaces, alusiones pelotudas (que, según interpretaba Cuni, de tan vacías emanaban complejos sentidos), conversaciones incoherentemente serias, dibujos y mamarrachos de diversos colores, símbolos (interpeladores) cursis, nefastos y grotescos. Todas esas voces, el calor, el alivio (por haber defecado) o el encierro, hicieron alucinar a Cuni. Estuvo poseído por algunos largos minutos, sin poder cerrar la boca ni controlar las gesticulaciones y movimientos que nadie vio. Viajó por lugares hasta entonces desconocidos que al despertar no recordaba. Corrió por un jardín donde sólo había jazmines, hasta que encontró una mesa y se sentó a jugar un truco con Mary, la del almacén, pero ella estaba mucho más rubia y gorda, y a él le gustaba más. Buceó por las mentes de personas que no conocía; y desde ahí pensaba y veía todo lo que ellas, vomitándoles dentro de la cabeza, a algunas, o comiéndoles algo que imaginó masa cerebral, a otras. Al volver en sí se sintió como después de una larga jornada de fiebre. Recuperado, volvió a pasar la vista por alguno de los textos y sonrió, leve aunque satisfactoriamente. Con muchas energías (provenidas no se sabe de dónde) comenzó a arrancar algunas de las hojas de la revista. Se limpió, se subió los pantalones y calzoncillos y al abrir la puerta que lo liberaba de ese encierro salvaje, se vio sudando como nunca pero sin sentir calor.
III Cuniev cerró la puerta con una mano aún en el cinturón y con los ojos en el resto de los ilustres visitantes del recinto. Poco movimiento pero mucha gente. Cuni comenzó a caminar por el pasillo que dejaban hombres que escondían mingitorios de un lado y puertas blancas que escondían inodoros del otro. Quería lavarse las manos, mojarse la cara. No le gustaban esos lugares de espacios reducidos donde circulaban tantos hombres esquivándose miradas y palabras, pero en ese momento estaba pensando en un artículo de la revista que había perdido. En eso estaba cuando vio entrar al viejo Osvaldo y lo sorprendió lo decidido, concentrado, que estaba. Serio, Osvaldo fijó la vista en el único mingitorio libre y hasta allí se dirigió, lento, con la incesante aunque inadvertida mirada de Cuni custodiándolo. Cuni ya estaba detenido cuando Osvaldo apoyó el bastón en la pared y se desprendió el cinturón. Nunca antes había pasado por un momento similar, pero no tuvo tiempo para ponérselo a pensar. Un instante después, Cuni vio a ese hombre de cara a la pared, con la parte de atrás del pantalón arrugada, sin contar el bolsillo izquierdo rígido, por donde se asomaba la gorda billetera. Con la mirada fija en Osvaldo, Cuni fue avanzando cada vez más rápidamente. Los pasos eran largos y su ancha cintura se balanceaba lo suficiente como para rozar los bordes del pasillo por el que seguía avanzando convencido en que ésa era la ruta que lo llevaría a la felicidad total. Finalmente, cuando pasaba por detrás de Osvaldo le tocó el culo. Había aminorado la velocidad para deleitarse con mayor concentración del momento. El pellizco duró poco pero la delicia llegó a todas las partes de su cuerpo. Todos los placeres de su vida estaban contendidos en ese instante. Cada uno de sus sentidos gozaba a más no poder, creando una especie de paraíso interno, limpieza espiritual absoluta, vacío. Cuni separó la mano del calzoncillo de Osvaldo y retomó el veloz ritmo que había abandonado hacía unos segundos. Sorprendido, Osvaldo lo miró, sin dejar de hacer lo había venido a hacer, y le gritó “maricón”. Cuni no se dio vuelva, salió rápido del baño y se perdió en la ciudad, mientras Osvaldo seguía sin entender, mirando para ambos lados, como buscando a alguien que le explicara, buscando algún rostro que haya sido testigo para objetivar la vergüenza.

Aldysius Acker
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 15, 2012, 15:01:24 pm
(http://spb.fotolog.com/photo/11/35/19/0rdinari0/1208850426_f.jpg)

Me tienes
                                    

No pudo evitarlo: la excitación sumada a la soledad lo obligó a mirar más allá de aquella urgencia matinal: Ángel decidió que no podía seguir evitándose, reprimiendo esos ardores antes vergonzosos, ahora vehementes, insistentes. Pero qué hacer. O cómo. 
   
     Seguía tumbado en su sofá, distrayéndose con lo que encontrase a la mano, tanteando las cuerdas de su guitarra. Nada funcionaba, sólo conseguía desesperarse más. La imaginación de un hombre nervioso es nula, así que no tardó, casi sin darse cuenta, en regresar al origen de sus inquietudes: imaginaba impaciente encuentros carnales, pasajeros y sin amor: creía que a personas como él esos dos elementos jamás se juntarían.
     Pero necesitaba amor, aunque sea del inventado, caricias, mendigadas o compradas. Y urgentemente. La desesperación mutó a convicción. De reprimir la idea que lo asaltó esa mañana pasó a meditarla; pensaba para sus adentros que tal vez no sea tan descabellado, mucha gente lo hace: si no lo tienes, búscalo.
     Trazó un plan: primero al cuarto de su hermana, robaría las prendas necesarias, y después al baño: la rasuradora de su padre, las cremas y peluca de su madre, el toque unitario: ellos en mí, dentro de mí, tuvo una erección, ya no les daré asco. Abandonó el sofá cegado por la angustia, guiado por la excitación. Una lágrima, que se prometió última, le abrió un camino en la desesperanza y le hizo creer en amores furtivos. Se imaginó ya travestido, alegrándose de ser tan guapo e inteligente. Sí, muy inteligente: a ninguno de sus amigos se le ocurriría algo igual, tontas reprimidas. Hasta llegó a pensar que podría seguir los consejos de su mejor amiga y escaparse de casa: “con ese culito, no te será difícil conseguir quien te mantenga.” Pero eso estaba por verse, ahora necesitaba concentración; sé sutil, Angelito, es femenino.
     Mientras se rasuraba los vellos, murmuraba fatuo que ya quisiera cualquier mujer tener sus piernas. Largas, torneadas, cuidadas con refinamiento y pulcritud. Le encantó el resultado: sus muslos habían quedado lisos y blancuzcos. Se los palmoteó alegre y engreído; alguna vez le dijeron que era la parte más atractiva de su cuerpo (¿fue Robertito, en el campamento de promoción?). Se observó en el amplio espejo y dio varias vueltas, quería verse la espalda, el trasero, próximo a restrenarse si tiene suerte esta noche. Notó unos pelillos asomándose por entre sus nalgas, tan notorios los perversos, tan impúdicos e imprudentes. Los odió, golpeó furioso la pared y se dijo que los hombres detestan la antiestética, así quien lo iba querer. Pero no sabía cómo eliminarlos y la excitación no le dejaba pensar. Histérico, regresó al cuarto de su hermana. Ni bien ingresó vio la luz en la foto tamaño natural que su hermana tenía pegada en la puerta: ¡claro, las pantimedias!, cómo no lo había pensado antes. Las buscó, se las puso, regresó al espejo y terminó de vestirse. Notó contento aquel talento oculto el suyo de saber combinar las prendas femeninas. Blusa fucsia, minifalda de lino, cartera de charol, peluca rubia, y cubierto de vivaz maquillaje: “No seas modesto, me veo bellísimo de mujer.” Miró la foto de su hermana: “Mejor que tú, ****”.

********************

Caminó nervioso, apurado. Quería llegar lo más rápido posible al malecón Souza, su favorito, para ver el mar y sentir la brisa antes de su estreno como prostituta; después, directo a la Avenida Arequipa: la zona roja limeña, el paraíso. Las manos le sudaban y rogaba a Dios que nadie lo mirase despectivamente. Nada lo atormentaba más que la idea de parecerse a una de esas locas feas y ridículas que aparecen en la tele. Empezó a dudar: ¿y si la vanidad le había jugado una mala pasada y no se veía tan bien?
     Sin darse cuenta, se descubrió corriendo en vez de caminando; jadeaba, sudaba, la tenue llovizna le corría cruelmente el maquillaje. Los nervios regresaron despiadados, lo enceguecieron mental y virtualmente: fue a dar contra un poste de luz y cayó de espaldas al pavimento. Niños tal vez del barrio (no podría saberlo, las lágrimas y las ruinas del maquillaje le nublaban la vista) lo observaban entre burlones y absortos. Uno de ellos dijo:
    -Mami, ¿por qué se viste de mujer si es hombre?
     Reacción inmediata: se levantó febril, pero más excitado que nunca. Miró al muchacho de la pregunta y le sacó la lengua. Su peluca rubia quedó bajo los pies indiferentes de la madre del niño, quien reía burlona. Obedeció al impulso, se acercó a ella y le arranchó la cartera. Corrió sin parar, los tacos volaron en diferentes direcciones, se alejó un buen tramo; se sentía perdido, odiado, pero ¡lo peor!, desarreglado. Gritaba incoherencias en cada paso hacia donde lo llevase la pena. Pena que además le susurraba una única salida.
     Llegó exhausto a un malecón desconocido de Chorrillos. No tuvo tiempo de descansar, unas fuertes pisadas detrás de él le anunciaron la presencia de alguien más. Era el hermano mayor del niño, quien había sido enviado a detener al ladrón. Se quedó quieto un momento, preguntándose qué venía ahora. Una vez más, sus instintos ganaron la partida. Ignorando el peligro que corría -advertido en la mueca de asco que hizo el muchacho al verlo- Ángel lo contempló verriondo y se imaginó a los dos desnudos, en la cama de su hermana, el muchacho suplicándole un encuentro carnal. El temblor de su cuerpo cambió de origen, ahora jadeaba de excitación. Fue como convertir una pesadilla segura en el sueño de años: quizás el muchacho no era guapo, quizás era como los otros, pero lo tenía cerca. Eso le era suficiente. Y no estaba dispuesto a irse sin completar la ilusión.
     -Me tienes. Hazme el amor.
     La cartera fue a dar al despeñadero cuando el muchacho lo golpeó. Luego lo escupió, arrebatado. El llanto que soltó desde el suelo lo hizo sentir ridículo, desarreglado e infeliz una vez más. Observando al muchacho partir resurgió aquella urgencia matinal: lamió con placer la saliva ajena en su brazo. Arrastrándose como culebrilla en dirección al precipicio, sintió que debía despedirse del amor de su muerte:
     -Voy por la cartera de mi suegra.
     -¿Qué?
     El muchacho observó pasmado cómo Ángel rebotaba de peñasco en peñasco, después de lanzarse por el desfiladero.

Sheldon
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 15, 2012, 15:07:44 pm
HISTORIA DE UN DESTINO

En Santa Catalina,
Al oeste de Montevideo,
Vivía entre tanta gente curiosa de mi infancia,
Una persona muy interesante;
Todos lo llamábamos “Don Alvarito”.
Hombre solitario,
Vivía en un rancho de adobe y techo de pajas,
Entre las casas de hormigón del barrio,
En una pequeña de isla o selva,
Apartado de casi todo,
En un mundo muy suyo.
Recuerdo como si fuera hoy el interior de aquel hogar,
Y el característico olor a campaña y humedad.
Un catre a la derecha,
El fogoncito a la izquierda,
Y el diminuto baño al fondo.
Don Alvarito iba a casa de mis padres cada tanto,
A tomar mates, jugar a las cartas,
Y contar historias de aparecidos, fantasmas y luces malas,
De mujeres que se le aparecían a los que caminaban por el monte,
O calles cercanas.

Contaba aquellas cosas con tanta frialdad y misterio,
Que era imposible no sentir erizarse los pelos de todo el cuerpo.
Todo eso acompasado con su voz de hombre serio,
Y media ronca de vino.
Ignoraba de donde sacaba semejantes relatos,
Pero no le buscaba razones tampoco,
Eran historias urbanas de aquel barrio lejano.
Un día llegué hasta su rancho,
era una tarde de invierno.
Lo hallé durmiendo,
Al despertarlo sentí mezcla de culpa y miedo,
Pues temía que se enojara por interrumpir la siesta.
Pero me recibió con una sonrisa,
Como si me estuviera esperando, con su sonrisa ancha y su pelo desalineado.

 No conocía nada del pasado de aquel hombre,
Ignoraba cuantos años tenia,
Talvez sesenta,
Sesenta y cinco,
Nunca lo supe.
Pero sentía un profundo cariño hacia el,
Entré como entraba en mi propia casa.
Hasta hoy no he conocido persona mas buena que aquel hombre,
Incapaz de hacer daño,
Lleno de bondad y cariño,
A pesar de que no le conocía familia,
Vivía con sus perros y ellos eran su compañía
Ahí estaba aquél hombre canoso y pensativo.
Entre a su rancho y se dispuso a preparar el mate en medio de la tarde,
El sabia que me gustaban esas historias que contaba.
Sus enormes ojos me miraron como sabiendo lo que le iba a decir,
Y anticipándome le dije;
-Don Alvarito, cuénteme alguna historia de esas...
se acomodó en el banco de madera y me dijo:
-te voy a contar esto que no la he contado a nadie,
¿viste el esa calle que hay entre los montes,
esa que une san fuentes con Burdeos?
En el medio donde hay un pequeño puente,
Cuando pasa alguien ya entrada la nochecita,
Cuando venís caminando sentís que algo te sigue,
Y cuando das vuelta viene una mujer toda de blanco,
Rígida y tranquila,
Parece que es una mujer joven,
No sé,
Ella sigue tus pasos desde lejos,
Pero no sentís sus pasos,
Solo el crujido de las ramitas,
Y un viento frió.
Tampoco verás su rostro ni sus pies...
Yo escuchaba sus palabras y me imaginaba todo aquello,
Era como lo estuviese viendo en mi mente,
Y estaba demasiado curioso como para sentir miedo.
Y le pregunté:
-¿Y hasta donde te sigue?
-Nunca llega a esta punta de la calle,
o sea hasta Burdeos,

Se “esfuma” siempre antes...
-¿Así que la ha visto usted?
-¡Como no! Me ha seguido varias veces,
cuando vengo de juntar leña,
pero no le tengo miedo...
...mas miedo me dan algunos que están vivos.
Ella es solo una muchacha,
Cuentan que su futuro novio,
Aquel con quien ella iba a casarse,
Murió en un accidente de transito,
Y desde entonces su alma anda penando,
Ella de suicidó (dicen),
Aunque no encontraron su cuerpo.
Nunca lograron concretar su amor,
Y desde entonces ella lo busca por cielo y tierra...y ahí anda; dando vueltas.
Me quedé callado un instante que pareció eterno.
-Que ¿estas asustado?
Me preguntó como intuyendo mi respuesta.
-nooo.
Le contesté con voz firme.
Aunque fuera ya nochecita y yo tenia apenas once años
Quizás para sentirme mas seguro le dije:
-Cuénteme otra Alvarito ya que estamos en el baile...
...y con su paciencia amorosa y habitual empezó;
-¿Viste en la playa de punta Yeguas?
Cuentan los que han ido a acampar en los pinos que costean la arena,
En las madrugadas de verano cuando el calor de hace insoportable,
En la orilla del agua han visto mas de una vez una figura femenina,
De espalda mirando el mar,
Como caminando despacio,
Como adentrándose en el.
Tiene el pelo largo por la cintura,
Lacio y oscuro,
Lleva un vestido casi transparente cuando la luna la ilumina,
La silueta de su cuerpo deja entrever que es joven y hermosa.
Pero cuando algún curioso de acerca,
Ella se da vuelta repentinamente,
Como adivinando que alguien esta detrás suyo,
Y su cara es incompatible con su hermoso cuerpo delgado,
Según cuentan los que la vieron,
                                                           
Y no enloquecieron,
Tiene su cara totalmente deforme,
No tiene ojos,
Apenas se adivinan dos orificios oscuros,
Como la suerte de quien tiene la desgracia de conocerla.
Yo estaba tan pasmado por el relato que no atinaba a nada,
Entonces siguió;
-Ella es una mujer de treinta años o algo así,
no recuerdo bien ahora,
al parecer una noche estaba acampando con su novio cerca de allí,
en punta yeguas hace algunos años atrás.
Tuvieron una discusión bastante fuerte,
Ella para calmar la rabia se fue al agua corriendo,
Se metió tan profundo que no pudo hacer nada cuando la marea la arrastro mar adentro,
Encontraron su cuerpo una semana después,
Metido entre las rocas.
Había quedado boca abajo,
Y los cangrejos le habían comido las partes blandas de su rostro,
Ojos, lengua, orejas, etc.
Yo estaba sin palabras,
Escuchando aquellas historias,
Y don Alvarito las contaba con tanta credibilidad,
No hacia el menor esfuerzo por exagerar ningún detalle,
Que era imposible no creerle cada palabra.
-Es así gurí…
(Hasta hoy dudo que supiera mi nombre)
me dijo como para calmar mis pensamientos.
-Estas cosas que te cuento son pura verdad,
esta lleno de almas que buscan su destino,
siempre hay, siempre habrá algún desencuentro,
no todos,
por mas buenas personas que sean,
encuentran el camino,
aunque no tengan la culpa,
quedan aferradas a lugares o personas,
quien sabe porque no se van del todo...
...Ya era entrada la noche cuando me fui a casa,
curiosamente no sentía miedo,
iba como meditando, tranquilo,
pensando en las historias que había escuchado.
Hace tiempo hoy que don Alvarito no esta en Santa Catalina.
                                                                                   
Murió una de invierno en su rancho mientras dormía,
Según dicen en aquel barrio, nadie reclamó su cuerpo ni hubieron herederos para aquel pedazo de tierra enclavado en el corazón de aquel montón de casas.
Y a mi siempre me quedo grabado algo que me dijo un día que fue de visita a casa;
“los fantasmas no existen,
son solo almas que andan entre nosotros,
personas que generaron gran afecto y amaron mucho a alguien,
y quedaron apegadas a lugares o personas,
incapaces de irse del todo...”

Es verdad don Alvarito,
Estoy seguro que hoy andará en Santa Catalina,
Dando vueltas en el camino que lleva a su humilde rancho,
Retenido por el cariño de la gente del lugar.

*******

Muslim
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 18, 2012, 16:25:44 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_hrY9PjwgX90/S7dr2C5j2II/AAAAAAAAAGY/p24IPLYioPg/s1600/diario.jpg)

El Diario
         


Hace ya varios días que la pequeña Bibiana no asiste a clase sin que los padres hubiesen notificado al colegio acerca de los motivos de su ausencia. Esta mañana por fin la madre se ha personado en el centro para hablar con el director. Su cara compungida mostraba signos inequívocos de fatiga, y ni siquiera los cristales oscurecidos de las gafas lograban disimular las profundas ojeras que daban fe de noches interminables plagadas de preocupación e insomnio. Nada más verla llegar me preparé mentalmente para ser invitado a reunirme con ellos en jefatura y participar en su charla, puesto que soy el tutor de la niña y yo, más que nadie, debería estar al tanto de los acontecimientos. Pero no fue el caso. Al cabo de media hora vi como la madre abandonaba el despacho de la misma forma silenciosa en la que se había introducido en él. En silencio y procurando no llamar demasiado la atención, esquivando en todo momento las miradas del resto de profesores. Me consta que la madre de Bibiana siempre había sido así de reservada y esquiva, y por lo que sé ni ella ni el marido mantenían relación alguna con el resto de padres. La familia, una pareja de colombianos con tres o cuatro niños pequeños, residían en nuestro país desde hacía algún tiempo. Poco sabía de ellos, excepto que  ambos progenitores trabajaban largas y duras jornadas para mantener a su familia con dignidad. Para ser sinceros no le di demasiada importancia a su comportamiento distante. Pensé que tal vez eran demasiado tímidos e introvertidos para entablar amistades con otras personas.
Más tarde comprendí la actitud hermética de esta mujer, entendí el motivo de sus gestos apagados y su mirada perdida, carente de vida. Me hice cargo del dolor que debía estar atravesando aquella mujer cuando el propio director me pidió que recogiese los libros de texto y los objetos personales que Bibiana pudiese guardar en su taquilla. Necesitaba cerciorarse de que la niña no había dejado ninguna pista acerca de sus intenciones, ningún rastro de los planes que trazaba su mente atosigada, porque según me enteré entonces, Bibiana hacía varios días que no había regresado a su hogar. Eso explicaba la angustia y la desesperación de la madre.
Estaba ansioso por ayudar, hacer todo lo que estuviese en mis manos para localizar a la pequeña, por eso me aseguré de revisar a conciencia todos y cada uno de los rincones del pequeño armario metálico, donde aparte de dos libretas usadas  y una pinza para el pelo no hallé otra cosa que no fuesen telarañas. Saltaba a la vista que Bibiana no utilizaba su taquilla con demasiada frecuencia. Al extraer los cuadernos del armario uno de los folios se desprendió y cayó al suelo. Estaba lleno de tachaduras y borrones y pensé que se trataría de simples anotaciones tomadas durante la clase, por lo que me introduje la hoja en el bolsillo de mi chaqueta sin darle mayor importancia.
No volví a acordarme de este incidente hasta que horas más tarde, entrando ya en mi domicilio, empecé a hurgar en todos mis bolsillos en busca de las llaves. Fue ahí cuando mis dedos palparon la nota de papel arrugada, con creciente mi interés, saqué aquella nota del bolsillo y por primera vez desde su hallazgo me detuve a leer lo que decía. Con gran atención repasé  todas y cada una de las palabras que había plasmado la niña en aquella escueta misiva. Ante mis ojos tenía lo que podía ser un diario que la niña había empezado a redactar en sus ratos libres y a quien se dirigía dándole el nombre de “abuelita”. Al principio me sentí mal. Sabía que no era ético violar el derecho de privacidad de una niña, leer sus pensamientos más íntimos y fisgar en sus sentimientos, pero por otro lado justifiqué esta intromisión en su vida alegando que tal vez entre aquellas líneas se encontrase alguna pista que nos ayudase a dar con su paradero. Para nada esperaba descubrir el terrible secreto que había guardado la pequeña Bibiana durante tanto tiempo y que había sabido ocultar con destreza a todo su entorno. Había preferido aguantar estoicamente su desdicha antes que convertirse en un problema más para sus sufridos padres. Jamás se había escuchado una sola queja de su boca; ella optó por desahogarse y confesar sus desdichas y  penas dirigiéndose a un trozo de papel, segura de que sus confidencias estarían a salvo.
El texto era corto pero emotivo y en él Bibiana reflejaba fielmente sus desdichas. Confesaba las humillaciones que debía soportar día a día por parte de sus compañeros por ser distinta a ellos. “Se burlan de mi color de piel.” escribía en un párrafo. “Dicen que si soy más oscura es porque soy una sucia y no me lavo. Tuercen la nariz cada vez que paso por su lado, porque no soportan el olor de mi ropa. No quieren escucharme cuando intento explicarles que mi mamá lava todas las prendas a diario y que el olor que desprenden se debe al humo de la chimenea, ya que nosotros no tenemos plata para comprar radiadores eléctricos. Todo lo que hago les parece mal y es objeto de sus risas y burlas. Les molesta mi forma pausada de hablar, mi acento, incluso me hacen sentir torpe si utilizo palabras distintas a las suyas o que en su idioma tienen otro sentido. Se ríen de mí y eso hace que  me sienta triste. Usted me conoce bien, abuelita, y sabe que a mí también me gusta mucho reír. Pero me gusta reír con los demás, no reírme de los demás, que es una cosa bien distinta. A menudo me hacen llorar y entonces yo me paso la manga de la chaqueta por la cara para secarme las lágrimas. Este gesto mío hace que se pongan aún más agresivos conmigo y me llamen cosas feas, porque no uso un pañuelo como ellos. Fíjese, abuelita, acá la gente usa para esos menesteres un trozo de tela, que después de usarlo, uno se guarda en el bolsillo del pantalón. Yo no entiendo porqué alguien que se guarda los mocos dentro del bolsillo es más limpio que otro que se los limpia con la manga. Se ríen cuando me vence el sueño en mitad de la clase y me quedo dormida o cuando no traigo la tarea, que suele ser la mayoría de las veces. Lo que ellos no saben es que cuando llego a casa tengo que cuidar de mis hermanos pequeños  y prepararles la cena, porque mamá regresa muy tarde a casa....”
No pude continuar con la lectura. Las manos me temblaban y se me había formado un nudo en la garganta al enterarme de cosas que jamás había podido imaginar. Aquella breve epístola había conseguido aflorar una serie de sentimientos en mí que yo mantenía tan ocultos que ni siquiera sabía de su existencia. Una ola de rabia y frustración me invadió al descubrir el alto grado de crueldad, odio y desprecio que pueden llegar a desarrollar unas mentes infantiles, doctrinadas por otro lado por el mal ejemplo que les estamos dando los adultos. Me sentí desconsolado pensando en las vejaciones e injusticias que había soportado aquella niña y que, pese a su corta edad, había mostrado  más madurez que todos nosotros juntos.
La sombra de la duda empezó a abrirse paso. Me cuestionaba en qué momento habían fallado nuestros métodos de educación. Sopesé los posibles errores que yo  mismo pudiera haber cometido en la enseñanza de mis alumnos. En algún cruce del largo recorrido la tolerancia y el respeto habían quedado atrás, junto con otros muchos valores. Era más que evidente que no supimos transmitirles a nuestros descendientes la importancia de respetar al prójimo y convivir con él en paz y armonía. Ahora tocaba recoger las consecuencias de lo que sembramos en su día. Estamos atravesando un tiempo de egoísmo absoluto, de avaricia e intolerancia, sin percatarnos de que estamos sentados sobre una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento.
No me alcanzan las palabras para expresar la vergüenza que me invadió durante la lectura de este diario. En un principio era vergüenza ajena, me sentía molesto por la manera de actuar de mis discípulos, pero no tardé en sopesar mi propia parte de culpabilidad. Me acusé a mí mismo por no haber estado más atento a la clase e impedir los hechos; por no haberme percatado de lo que estaba sucediendo delante de mis propias narices y haberme dirigido de manera tajante  a mi clase cuando aún había tiempo para ello; por no haber prestado más atención a todos aquellos muchachos que por su origen, su clase social o cualquier otro motivo eran “distintos”  y pudieran tener problemas para integrarse en el grupo. Tengo el mismo grado de culpa que los autores materiales de estos lamentables sucesos y no merezco perdón. Debí haberme implicado más en el bienestar de Bibiana, dialogar con todos ellos y hacerles ver que pese a las apariencias las personas somos todas iguales, sin distinciones de ningún tipo.
Nada me haría más feliz que saber que la pequeña Bibiana ha regresado a su hogar sana y salva, que esos padres vuelven a respirar después de los momentos de incertidumbre que han atravesando y que las tinieblas del miedo se han apartado de su camino.
En lo que a mí respecta las palabras acusadoras de Bibiana me han llegado al alma, dejando en mi interior una huella imborrable.. Me han hecho ver que todas nuestras acciones tienen sus consecuencias a la larga, cosa que ya sabía. Pero también me han enseñado que cuando no actuamos y nos quedamos de brazos cruzados frente a cualquier situación, influimos igualmente en los sucesos que vayan a tener lugar en el futuro, por inverosímil que parezca. Ha sido preciso que los reproches mudos de Bibiana cayesen en mis manos para hacerme comprender que en ocasiones es necesario intervenir a tiempo para evitar así una desgracia mayor.

Narrador
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 18, 2012, 16:34:12 pm
(http://americagarabote.blogia.com/upload/20090716114850-corazonenlamano1.jpg)

Cielo Amarillento


   La mujer esta desnuda entre el sol y el agua; la rubia cabellera ensortijada suelta en el luminoso amanecer, húmeda de las olas que acarician la playa, viajeras de sus muslos, senos y vientre, olorosa de arrayan y fruta madura. Hubiera querido un río crecido  arrastrando cantos, troncos y alientos, el suyo también, convertido en áspero respirar y sollozo contenido, hasta una roca en mitad  del océano cubierta de madreselvas en la que descansara un segundo, un siglo, el tiempo que dura el cumplimiento de un anhelo.
   Entre la maleza de garfios y espinos  el hombre exhausto con jirones de carne desprendidos sufre por la vida que le abandona ante su vista desolada, venida de lo que embiste altas murallas, avasalla lo que conquista y convierte los recelos en picos que derriban lo que alcanzan. Abatido quiere que la lava de un volcán abrase lo sembrado, cocodrilos devoren lo que resiste apaleado y se hundan los edificios. Todo revuelto y destruido. Tabla rasa para  triunfadores y perdedores, para que surja feroz y nuevo lo extinguido y recobre él la forma de entrar de pie en la eternidad.
      Estiró la mano ella y halló la proximidad de la muerte en heridas como puños, en lo frío de la frente, en los ojos vueltos de cristal blanco. Tiró del moribundo cuanto pudo hasta el calvero del bosque, lo arropó con su calor y cuando respiró descansó.
   Sintió el agonizante la levedad de la pluma del ave del paraíso, la ingravidez de un vuelo sin viento y quiso participar facilitando lo difícil, indicar el sitio bueno, expresar lo contento que estaba de la infinita paz de lograr ser alzado a la luz de comenzar de nuevo.
   Cada día lo cuidó; del pozo más hondo sacó el agua que le dio, golondrina haciendo nido para el hombre poco a poco salvado de su mano; ternura del tamaño de lo humano que brota espontanea  en lo que habita, propicio a acudir en socorro del necesitado.
   Sorda de oír donde reside.
   “- somos vencedores de las hordas que tienen su guarida en las montañas, seres toscos y hoscos. De los muertos y capturados hemos perdido la cuenta,  a los huidos nuestras jaurías los atraparan y despedazarán.  Vivos son una amenaza.
   Señores de la soberbia rugiendo en la selva, levantadores de empalizadas y cavadores de fosas. Encubridores de desmanes y mentiras. La mujer hastiada y humillada los desprecia.
   Con los ojos cerrados retuvo él en lo que se asienta la existencia, cascada de imperiosa llamada interrumpida por causa de lo desfallecido; al abrirlos se reflejó en otros decididos vistos en compañía de una dulce sonrisa que lo alentó.  Vio se desplegaba la primavera aunque las hojas en las ramas fueran ocres y amarillentas.
Supo que viviría lejos de la arenga demoledora.
   “- Beben de nuestra agua, les paramos los malos vientos y en nuestra laderas se cría lo que cazan; a cambio levantan torres para vigilarnos, nos acechan como animales en el llano y cuando les pedimos algo nos escupen en la mano. Reventaremos sus ciudades para escarmentarlos.
    Asambleas de  lanzas y dardo preparando la contienda. Redoblan los tambores y graznan los motores de la guerra, colmillos y garras cada vez más salvajes. Flaco y demacrado sabe está pagando lo absurdo que pretende pasar por justo y oportuno.
       - Estás herido, no preso; las disputas de las que vienes o vas no  importan. Te ha ocurrido una desgracia de la que soy testigo y ayuda sin que eso se extienda más allá de este momento.
           -Apenas me sostengo al borde de la fronda de este bosque sin saber si es lugar de refugio u hoyo de enterramiento. Dependiendo de ti lo que tenga que agradecerte cuenta con ello.
   Entretejiéndose con lo que eran intenciones acordes con la situación inesperada había un hilo finísimo de entendimiento fluyendo lentamente hacía ellos envolviéndolos.
-Estoy triste y contenta. De donde vengo hay llamas que asolan lo que tocan, aquí estoy tan tranquila que parezco otra. No se sí llorar o reír en este desconcierto que me inquieta.
-Soy menos que tú que me has devuelto a la vida aparecida como un milagro apartando las tinieblas. Ahora tengo alegría y la certeza de que eres amiga. De lo mío toma cuanto quieras.
Van poniéndose del lado que ocasiona el afecto, confiando los sentimientos íntimos. Descubriendo la emoción del acercamiento. Irisado hálito que estira las arrugas de la frente y mitiga la mueca dolorida.  Juntos ven ir cayendo el peso de la escarcha, el fundir de los metales, admirados de penetrar uno en el otro con la ternura y recato de lo sencillo revelándoles la  felicidad.
   La mujer había de volver con los que azuzan la represalia, braman contra los perseguidos y preparan la hoguera de los apresados
   Él en la noche oscura oía el retumbar del airado vocerío ordenándole atacar a quienes los menosprecian y postergan, tratarlos como alimañas y estrangularlos
   Pasaban de estar aturdidos a la serenidad del reencuentro en el claro del bosque placido y expandido. La espera  con ramas de acanto blanco-violeta y sonrisa entusiasta en el jardín que construía para acogerla, llegada con una cesta repleta de lo mejor que guardaba y el andar seguro de enamorada.
   -Es un prodigio lo bien que te recuperas. La naturaleza es grande y generosa; en este inmenso bosque cabemos todos y cada uno puede tomar lo que necesita. Curándote a ti me sana a mí.
    -El prodigio eres tú; sin ti el bosque no es nada. Eres quien pone verdor en las ramas, la flor en el tallo; si levantas la mano ahuyentas los pesares y cuando sonríes haces la suerte de quien miras.
   El incendio de la espesura quema a los que viven en la montaña y los aluviones ahogan a los que moran en la llanura. Están también quienes rechazan la violencia y se rebelan contra las injusticias; esos que de tanto sufrir pierden el miedo.
              -Estamos aquí para no ceder mas, haremos de este encuentro y lugar un puente por donde cruzar a oponernos a quienes odian y matan.
   -Nunca más volveré a empuñar un arma; hablaré para que nadie sea uncido a un carro de combate, ni sirvan sus huesos para cavar trincheras.
   Restauradas las fuerzas del hombre, vibrantes las de ella se abrazan con el corazón y los ojos hasta saltárseles las lágrimas de alegría.
   -Con tu presencia mi cometido se ha esclarecido, me despliego en ti confiada y sé lo bueno del camino emprendido. Bendito encuentro que nos ha traído calma y amparo.
   -Eres consuelo del lirio destrozado, alas de lo que sueño. Enternecido resplandor en que me arrullo, espejo en el que me miro.
   Se dejan mecer al compás de la melodía que los aproxima de amor y deseo fortalecidos. Un panorama de suaves prados y cielo limpio, el aire traslucido de azul y correr de la mano sin fatiga.
   En los territorios de los intolerantes, hechos de abismos y castillos refulgen las  insignias, estalla el cielo, tiembla el suelo y de cada lado las cabezas trocadas en cascos de acero rechinan. Rabia, resentimiento y ceguera. Agotados y maltrechos en filas famélicas se retiran del campo de batalla cada uno a su madriguera desangrándose, cadáveres sin piel ni huesos haciendo guardia con la bayoneta calada.
   Humo y polvareda de furias y vilezas vio la mujer al salir por su puerta en auxilio de los heridos y despavoridos; manos de nieve para lo sanguinolento y cálido aliento para los escalofríos. Curó y confortó mas que pudo en la enormidad de la calamidad con un destello que pretendieron apagar los instigadores del desastre con el repique de campanas urgiendo a continuar en la lucha y el disparar frenético de los cañones.
   El gran estruendo de los combates eriza el viento que le trae  al convaleciente aflicción al pecho henchido donde convergen memoria y amor. Ansió la paz hasta dolerle el pensamiento; nadar amigo  en las dos orillas, lo amplio de la pradera compartida, el resplandor del cielo para todos, levantar los ojos y verla vestida de liberación y gozo. Absueltos y bienaventurados, disuelta la asamblea donde muchos se desgañitan.
   Ella con los oídos martilleados por las explosiones y acosada por el desbarajuste lloró; luego reclino la cabeza en el quicio de la ventana. Con el reposo  comenzó a notar una dulzura exquisita que la llevó donde él la mostraba lo fecundo del coraje para que resurgiera. El hombre sintió quemaban las piedras y que las cumbres de las montañas ardían; la supervivencia secándose sin sol enganchada yerta a las ramas. Tuvo nauseas; se cogió lo  de mas adentro exprimiéndolo hasta que destiló el perfume de la amada y sonrió. Cariño que se otorgan en un entorno estrecho y contaminado, de insomnio y padecimiento.
   -Voy ángel mío a que pongas tus dedos de azafrán en mi cintura, resuenes en mi pecho de río caudaloso y transparente. Aleja de mí esta pena lastimosa y pon tus girasoles en mi boca.
   -¿Que haría si no volvieras gloriosa de hermosura, atenta a mis desvelos? Pongo en ti mis esperanzas de nueva floración, triunfo de la transformación de obtener el vivir en lo diáfano de la generosidad.
      Una madrugada neblinosa en el bosque reapareció la desolación y el miedo, crujieron las hojas en el suelo, fueron pisoteadas las florecillas del otoño benévolo. Desprevenido fue cogido en el cepo urdido por la rabia, vejado por el rencor acumulado. Hubo eclipse en el fondo del agujero, de alborada taciturna en contrapunto con lo prometido. Le colgaron de los pies y  su cabeza fue puesta a ser pasto de las fieras. Crueldad del poder ejercido por bestias.
   La mujer iba tarareando su canción favorita por la senda que da al claro del bosque; se frotó las mejillas para ponerles color y tenso la vista para recordarlo mejor; así experimentaba un placer intenso a la vez embriagador y sereno. Sabía lo que quería de verse entera en sus brazos gustando cada beso, capaz de cruzar el universo solo por verlo.
   Cuando lo vio un huracán de angustia la fulmino quedando reducida a un lamento. Taladrado su pensamiento por el sin sentido, desgarrada por zarpas fratricidas. Diminuta planta de un huerto venidero agigantada por el amor que siente busca la puerta ilesa, la lámpara encendida que la conduzca más allá de la muerte. Espantó ratas y cuervos, lo desató, lo lavó y cubrió de besos y caricias. Ya enterrado le habló.
   -No se nace y se muere por que sí. Blanco y negro, abundancia y miseria todo  dispuesto para ser cambiado. Nadie ordena al planeta girar, ningún titán mueve las mareas, menos que haya quien disponga de la vida humana. El hijo que en mi dejas aspirará a que concluya la barbarie, será alameda que recorra la plenitud de lo que sueñe y compartirá lo que tenga. Tú y yo de azahar estaremos donde quepamos  juntos.
   Mariposa estrujada, profundidad de raíz arrancada, asombra su rosa de remanso reconstruido, la sabiduría de su tormento des dolido. Agarrada al fruto de su vientre regresaba al claro del bosque protegido de norte y sur por paisajes armoniosos a evocarle  llevando a quien le ayudara a ampliarlo. Él de la mano invisible que resucita el alma caminó por los senderos que fue abriendo en la montaña por alejarla de la batalla.

Yokube
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 18, 2012, 16:43:04 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_Z3sVfvO_vYc/TQZfn4hlLRI/AAAAAAAAAwQ/xCVzKkqxKuE/s400/DaVinci_MonaLisa1b1.jpg)

Retrato


Ya estaba acabado, al fin. Había preparado laboriosamente la madera, enluciéndola varias veces con creta y cola. Sobre el débil esbozo a carbón, sellado con barniz, aplicó el óleo en esfumato, diluido en aceite esencial, lentamente, eligiendo con cuidado los colores y sus tonos, difuminando los perfiles, imprimiéndole al motivo una atmósfera mágica, azulando el paisaje y desdibujando con paciencia las figuras lejanas, hasta perderlas en el horizonte, como si pudiera pintarse el aire, como si pudiera atraparlo y dejarlo allí, para siempre, quieto, como el aliento contenido de los amantes cuando se miran de cerca sin necesidad de hablarse. Ocre quemado en las sombras, amarillo en los pómulos y bermellón en blanco de plomo para todo su rostro.

Los dos planos estaban definidos y envueltos en una luz sombría que jugaba con su pelo, se introducía en las transparencias de su velo, resbalaba por el rostro y llegaba hasta las manos, donde meticulosamente se empeñó con el albayalde y los verdes, hasta hacer latir las venas debajo de la piel.

Agotado, dio dos pasos hacia atrás para coger perspectiva. Contempló a la modelo por encima del caballete, serenamente risueña a pesar de las horas de posado. Después de tantas sesiones, después de tanto esfuerzo, allí estaba su obra, imperfecta. Sin apenas más vida de la que tenía tiempo atrás, cuando sólo era una tabla de madera de álamo. Suspiró abatido, y con un hilo de voz, casi implorando, preguntó a la pintura: “¿Por qué no tienes alma?”. Miró fijamente a la modelo, perdiendo la noción del tiempo, hasta que una voz lo sacó de su ensoñación:

- ¿Maestro?... ¿Maestro?...

- ¿Sí?...

- ¿Leonardo? ¿Os encontráis bien? Me estabais mirando como si no me hubieseis visto nunca - Dijo ella algo preocupada- como si ocultase un misterio o guardase un secreto.

Entonces lo comprendió todo, se acercó al retrato, dirigió el pincel hacía el rostro y, con infinita delicadeza,  le retocó la sonrisa.

Colt
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 18, 2012, 16:47:43 pm
(http://2.bp.blogspot.com/_m8ESnOWTK9I/TC1CmcmFUNI/AAAAAAAAABY/HlkR0HzX2G8/s1600/amor.jpg)

Madera entre tus dedos


Un ruido familiar me despierta de mi estático sueño. La puerta del ascensor cruje y oigo pasos que se acercan. Una llave de metal gris gira en la cerradura y una sombra oscura entra en el salón bailando esa coreografía tantas veces vista. La misma cada noche, desde hace algunos años.
Con suavidad, choca un puñado de llaves en el cristal del cenicero sin colillas y la luz de la mesilla, ilumina la habitación.
Impaciente, como cada noche, espero mi turno.
Tus pasos se alejan por el pasillo y el resplandor de luz blanca de la cocina se refleja en el espejo del salón. Te observo, quieta, sabedora de cada gesto tuyo. Abres la nevera, sacas un plato helado y lo colocas en el microondas. Un minuto y medio será suficiente.
Una chapa decorada con estrellas cae encima del mármol y un largo trago de cerveza fría pasea por tu garganta. Y yo, siempre sin sed, envidio el gesto de satisfacción que se dibuja en tus labios cuando separas la botella de tu boca y la miras un instante.
Un leve pitido, un abrir rápido y un pequeño portazo.
El reflejo de luz blanca desaparece del espejo y las últimas zapatillas que te regaló por tu cumpleaños, te acompañan hasta el sofá.
Te sientas y sin prisas, ojeando una vieja revista, comes en silencio mientras yo, gritando sin voz, inmóvil y desesperada porque me siento no existir, espero.
Bailan los segundos en el péndulo del viejo reloj de pared y convirtiéndose en minutos, a mí, se me antojan horas.
De pronto, me miras. Sonríes sin decir nada y acercándote despacio, me envuelves en tus manos.
Observas el hueco vacío que queda en el rincón donde me gusta esconderme. Me agarras por los pies y sin pensarlo un instante, empiezas, despacio, a retorcer mi cabeza.... Y yo, doy vueltas y vueltas entre tus manos, con una sonrisa pintada en la cara. Un leve mareo, dibujado en espiral… y al final, sintiéndome vacía, como siempre, con mi cabeza separada del cuerpo, pienso que quizá, si tuviese corazón, podría descifrar tu mirada clavada en mí.
Me dejas allí, encima de la mesa y das un paso atrás observando mis pedazos.
Te acercas de nuevo y noto tus dedos en mis zapatillas de madera. Una leve caricia en mis cabellos escondidos en un pañuelo dorado y de nuevo, me partes en dos.
Y yo, sintiéndome especial, te miro con mis ojitos de pintura negra trazados con pincel fino, mientras colocas en fila pedacitos de mí.
Me siento empequeñecer entre tus dedos y sin embargo, mientras noto que, poco a poco,  voy invadiendo tu espacio, dibujo una leve sonrisa en mis labios perfilados de rojo, deseando que vuelvas a bailarme en el tiovivo de tus manos.
Sigues desnudándome en trocitos, en silencio. Y yo, cada vez más pequeña, cada vez más impaciente, noto que una extraña sensación intenta apoderarse de mí, de mi cuerpo de madera esparcido encima de la mesa.
Minúscula, insignificante mi tamaño y rebosando caricias, acurrucada entre tus dedos, me acercas  a tus labios mientras pienso que si tuviese corazón, quizá, podría sentir eso que en el televisor llaman amor. Quizá si no hubiese un vacío tan grande dentro de mí, podría descubrir lo que sientes en tu piel cuando, en la oscuridad de la noche, abrazado a su fotografía y sentado en el sofá del salón, a solas, dejas escapar lágrimas susurrando “te echo de menos”. 

Sodade
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 20, 2012, 16:56:15 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_FdZ7brJNoAE/TPRE_lgrtlI/AAAAAAAAAW0/BCHNNNsufPg/s1600/1222215386998_f.jpg)

Rios de Papel Mojado


Andrea, encorsetada en un escueto traje de dos piezas que resaltaba su espléndida figura, atrae las miradas ajenas, tanto féminas como varoniles. Es una mujer segura de sí misma, autocomplacida, que sabe caminar provocando a su paso cualquier cosa menos indiferencia.
Volvía a casa después de un año de trabajo en Alemania. Allí analizó las tendencias de la moda femenina del siglo XX,  específicamente desde los años cincuenta hasta los noventa. Su análisis social quedó plasmado en una exposición fotográfica que alcanzó cierto prestigio y que recogía fielmente el fin de la alta costura en los cincuenta (producida por  la confusión  tras la de la II Guerra Mundial), el inicio del prêt-à-porter en los setenta, así  como la vuelta en los ochenta del conservadurismo en la moda, representado por el “power dressing”, concluyendo en los noventa donde los  profundos cambios en los sistemas sociales acentuaron su consumismo en masa y la interpretación de ésta como una forma de ser y estar en el mundo. Andrea coordinó la exposición, y sus reflexiones se publicaban trimestralmente en la revista para la que trabajaba; "Expansión y Mujer".
Su rostro tropezó con un vitral, estaba cansada, su pelo teñido de rubio platino número diez, estaba desmadejado y revuelto. Sus destemplados ojos, vulgarmente marrones, se asombraron al reconocer que esas facciones eran las suyas, angulosas, simétricas y perfectas. Salía  de la zona de desembarque, todavía un poco confusa y se dispuso a esperar sus maletas en la  zona de equipajes  de Barajas.

Sospecho que tiene tramado algo muy  peliagudo. ¿Y qué es eso de “sus destemplados ojos, vulgarmente marrones”? ¡Será envidiosa! Lo estoy viendo, ventilará mis trapos sucios, usurpará mis pensamientos. Desde que ha dejado de golpear las teclas del ordenador estoy algo más tranquila, es incómodo sentir como te observan desde arriba. Soy papel mojado, lo sé, desparramo tinta a mi paso, sí, pero, ¿no es menos cierto que eso no le da ningún derecho a vapulear mi vida a su antojo? ¡Quiere ser escritora, ella sí que es papel mojado!
Sé que ahora está pensando en mí,  ¿pero soy algo más que una invención suya? Desde luego, no soy un personajillo de esos a medias tintas, estoy sindicalizada, y harta, de que la escritora esta de medio pelo trastoque mi vida a su antojo y que me pierda en desgracias. Me niego. Miro a mi alrededor, todo está lleno de  personajes de ficción, trozos de papel y cartón piedra,  como yo, pero sobre ellos  nadie escribirá nada. Los observo, vacíos de pasado y de presente, son relleno, como todo lo que hay en esta maldita terminal. ¡Pobres tintas de otros mundos!
Hace bastante que no escribe nada, anda abstraída en malvadas invenciones, lo sé, y me ha dejado aquí, con estos personajillos que no importan a nadie, esperando unas maletas que no llegan y un final que deseo cercano.

Tras casi media hora esperando, Andrea decide realizar la reclamación oportuna  por pérdida de equipaje. Tras rellenar el formulario, decide marcharse de mala gana.
-¿Andrea Escobedo Villar?- -Sí, soy yo- -Perdone, acaban de encontrar su equipaje, el mismo jefe de policía me envía. Si es tan amable, acompáñeme-
Andrea suspira aliviada, sigue al policía que la dirige a una sala del área de seguridad donde le espera sentado el hombre más grande que jamás haya visto.
-Bien, bien, señorita, tome asiento; Alberto cierra la puerta-. Su voz tenía una fuerza desgarradora. –Soy Manolo, el jefe de policía. Vamos a ver, parece que ha perdido sus maletas, ¿no? ¿Venía de Alemania, verdad? Bien, en cuanto me he enterado, me he puesto en ello. Las encontré, y tuve que abrirlas. Vamos a ver cómo le digo esto, no me ha gustado nada, pero nada lo que he visto dentro de una. Lamentablemente está metida en un buen lio.-

Esto no se hace, ya me las venía yo venir, ¿qué tendrá tramado? Si ya pasé los controles de seguridad en el Tegel. No me lo puedo creer, ¡maldita niñata!  ¿Pero por qué me tiene que hacer esto a mí, qué me habrá metido en la maleta? ¡Estoy aterrorizada, es que me estoy viendo en la cárcel!

- Señorita, le voy a hacer unas preguntas claves, para saber por qué lleva lo que lleva.- Antonio, cogió un blog, mientras Andrea emitió un intenso suspiro.
- ¿Escobedo, verdad? ¿Dónde nació? ¿Qué has estado haciendo en Alemania? ¡Ajá!  Hábleme de esa exposición, por favor.-
De repente, el hombretón relaja sus duras facciones. -Mire, le voy a ser sincero, esto no es tan grave, pero fíjese que sí es algo personal. Le pido que mire estas fotos, ¿reconoce que son suyas?- Andrea estupefacta mira las fotografías, efectivamente pertenecían a la exposición.-Sí, son mías, ¿es un delito llevarse unas fotografías que por otra parte voy a donar a la revista?-
-Mire, siento haberle asustado, ¡Dios mío!, mire, no doy crédito. Mi madre, fue una de las primeras mujeres que fue sola a Alemania para trabajar, mientras mi padre no paraba de emborracharse. Se apellidaba también Escobedo, eso es lo que me ha hecho buscar sus maletas de inmediato. Ella se fue prometiéndonos que volvería. Nunca volvió, yo no quería oír lo que iba diciendo de ella, y fíjese aquí la tengo, posando culona en bañador, ¡Mamá, mamá!-. El llanto se hizo insoportable.
Había unas cuantas fotos de la madre, todas en traje de baño. La modelo mandando un beso, un guiño, un beso a medias. Este hombre había tenido tiempo de ojearlas todas, y así estaba. -¡Mamá, mamá por qué no volviste, mamá!-
Después de esa historia surrealista, Andrea, volvía a casa en taxi, sonriendo cada vez que pensaba en ese pobre policía llamando a gritos a la madre que se fue a Alemania y que en vez de trabajar en una fábrica de máquinas Singer, terminó de modelo de baja costura.
A veces se le escapaba una carcajada, y mirando hacia arriba repetía, “menudo susto me has dado, escritorzuela”.
El taxista, instintivamente supo que había encontrado a su próxima víctima.

¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!

Burbujas sin Norte
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 20, 2012, 17:02:00 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-QfPzn-qf2J4/TxLWYlh98tI/AAAAAAAAEFs/mXCeMslFpfI/s1600/LA+MANZANA+DE+EVA.png)

Satanás con Adán y Eva


La llamada telefónica de tu cuñada te deja grogui, por qué, si todo lo que ocurrió fue tal como lo planificaste, ¿acaso arrepentido?, pues ya es tarde, ella te dijo que Eva está muerta.
Ah, no es arrepentimiento, entonces, qué es. Sí, ya sé que recibir la noticia así de súbito te cuesta trabajo asimilarla. Pero, Adán no dudes, acaso no lo que querías hacer. Vamos hombre, sigue tu plan de tomar el dinero y marcharte tal como lo planeaste: vía España, para después de un tiempo prudencial continuar hacia Cuba.
Vas al baño y recoges la prueba del delito; el estuche de pasta dental. Vacías su contenido en el lavamanos, observas como el agua lo diluye, diluyendo en ella parte de tu temor. Reduces al estuche al tamaño mínimo posible y lo guardas para luego desaparecerlo.

Recuerdas ahora cuando quince años atrás matriculaste Licenciatura en Lenguas Extranjeras, ese tu primer gran sueño. Pensabas que después de hacerte del título podrías conocer el Mundo y como un donjuán, pretendías, conquistar a una mujer rica en alguno de los posibles viajes, sin que te importara la edad de ella, ni su belleza.
La ilusión de licenciarte solo te duró hasta el tercer año. En la facultad que estudiabas había un ambiente que no soportabas, pues entre lesbianas y maricones, junto a otros peores para tu gusto como aquellos “intelectualoides”, quienes te hastiaron, motivo de la trifulca que te costó los estudios y no te quedó más opción que trabajar.
Próximo a los dos años de trabajar como operario lograste tu objetivo al ser seleccionado para ir como cooperante a la antigua Checoslovaquia, entonces reconstruiste tu plan de viajar al extranjero y de conquistar a una mujer acaudalada. Solo que esta vez no viajarías como licenciado, tu añorado sueño, sino irías como mano de obra barata. El viaje te serviría para subir el primer escalón, pero para continuar tu ascenso necesitarías aprender el idioma checo.
Después de establecerte en el nuevo país y aprender el idioma, comenzaste a frecuentar los lugares a donde asistían algunas de las mujeres del linaje que pretendías.  En esos lugares, discriminado por el color de tu piel, pues allí pagan justos por pecadores, los que habían hecho las trastadas fueron otros cubanos de piel negra como la tuya.
La segregación te obligó a visitar tabernas en donde no se oponían a que entraras. En una de esas visitas te presentaron a Eva, un amigo tuyo, que en ese momento era novio de la hermana de ella. Desde las primeras palabras que intercambiaste con Eva notaste interés en ella hacia ti e incluso llegaste a creer que quizá la habías cautivado el color de tu piel, aunque, también notaste que se asombró por lo bien que dominabas el checo.
Te propusiste conquistar a Eva y lo lograste. En poco tiempo la convenciste de que vivir junto era lo mejor y te mudaste a la casa de ella, artimaña que utilizaste para que corriera con tus gastos. Sin embargo, Eva no poseía el capital que deseabas para tus ambiciosos planes, por eso, se desarrolló en ti una gran ansiedad que te condujo a convertirte en un miserable.

Detienes tus lucubraciones del pasado y vuelves al presente preguntándote cómo pudiste degradarte hasta llegar al crimen. Sí, ya sé que esa pregunta no puedes responderla. Imagino que todo debe haber comenzado cuando leíste aquella novela policíaca en la que el asesino mataba a su víctima con arsénico y parecía que había logrado el crimen perfecto, al no ser descubierto por el enmascaramiento que utilizó para envenenarla. Entonces se te ocurrió hacer algo similar. Pero antes de liquidar a Eva debías persuadirla de que extrajera todo su dinero del banco; para ello le argumentaste que necesitabas capital para una inversión ventajosa, donde podían ser socios.
Tu falta de escrúpulo no te permitía recordar los buenos momentos que pasaste junto a ella, como en aquellos paseos por los jardines del Castillo de Praga. Parece que en uno de esos paseos te sentiste identificado con el Jardín del Edén, y como ella se llamaba Eva creíste que estabas en el pasado bíblico de la creación, solo que en lugar de cobijarte en el árbol de la Ciencia del bien, lo hiciste en el del mal, para luego comenzar a pecar, alejándote del creador.
Después de la Revolución de Terciopelo que produjo el cambio de régimen y con el capitalismo instaurado en la nueva república Checa, perdiste tu trabajo. Entonces recurriste a tus tambaleantes conocimientos de redacción, contactaste con el director de un diario para que valorara un artículo que le presentaste, aceptaron publicarlo pero, sin compromiso de volver a publicarte, luego le llevaste otros y otros que también publicaron, hasta que un mal día se negaron a recibir más trabajos tuyos porque todos se referían a un mismo tema, que ya era pretérito. Después de recibir el último pago por tus trabajos periodísticos tuviste que volver a Eva y refugiarte bajo su manto.
Para ti depender de Eva engendraba perturbación, cortedad y odio; porque desde niño te enseñaron que los hombres son los que mandan y dominan el dinero. Entonces fue cuando se te ocurrió la artimaña para tratar de obtener la independencia de ella, le dijiste que habías presentado un proyecto de novela y que te habían aceptado publicarla y por eso necesitabas que te prestara su casa en el campo. Aquella morada campestre que Eva utilizaba para pasar sus vacaciones, situada entre Ostrov y Karlovy Vary; lugar al que parafraseando a Rulfo, no hay allí quien le ladre al silencio.
Una vez más Eva aceptó uno de los tantos pedidos tuyo y por los que nunca ella recibía recompensa, aunque, no te complacía para recibir nada material, solo le interesaba hacerte feliz, según sus propias palabras. 
Eva te visitó seis veces durante lo seis meses que dedicaste a escribir, fachada con la que trataste de encubrir las fechorías que realizabas en la frontera con Alemania. En aquellas visitas de Eva, ella recibía buenas atenciones conyugales, eso imaginabas al encenderle su hoguera con tu flamante antorcha.

Miras al reloj y comprendes que debes apurarte, pues casi es hora del vuelo que pretendes tomar hacia Madrid. En el trayecto hacia el cuarto, miras a un lado y ves su bata de dormir, la imagen es captada por tu iris, deslizándose por este y cayendo al vórtice de tus pupilas, hasta trepar al cerebro por el nervio óptico; la repuesta no se hace esperar, pues a través de la medula espinal te llega la sensación de escalofrío propia del miedo.
Entras a la habitación y vas directo a buscar en la gaveta donde le viste guardar el dinero, pero solo encuentras un sobre y un frasco, tomas el sobre y lo abres. En su interior hay una carta. Comienzas a leerla en voz alta como si quisieras oírte.
Adán:
Quizá sea esta la última vez que me comunique contigo, ante todo moreno engreído  quiero recordarte todos aquellos tiempos: los buenos y también los no tan buenos que pasamos juntos.
Qué te sucede que lees en voz alta, pero, no te escuchas.
… vinieron nuevos encuentros, que cada día se hacían más frecuentes, hasta que me hice una adicta a tu rostro, voz y olor. Comenzamos a tener una relación informal, que cada vez se formalizaba más, hasta que decidimos que te quedaras a vivir en mi apartamento, espero que lo recuerdes.
En aquellos tiempos simulabas amarme tan bien que te lo llegué a creer, sobre todo cuando me hacías el amor; recuerdo que comenzabas besándome, luego paseabas tu lengua por todo mi cuerpo hasta llegar a mi húmeda y oscura selva, aquello era sublime. Cabrón, te valiste de esos trucos de amante para hacerte necesario, aunque, no puedo negar que disfruté de sensaciones desconocidas…
Aquellos dos primeros años fueron inolvidables, a veces pienso que tú también los disfrutaste, porque sino, cómo pudiste engañarme tanto, al extremo de que yo no sospechara de tus propósitos malsanos.
Suspiras, será que tú también lo disfrutaste.
… al descubrirse tu falsa fachada de periodista quedaste desempleado y quisiste recuperar el tiempo perdido de nuestra relación, ya no eras el moreno fogoso que conocí, sino, el gélido europeo que acostumbraba a hacerme el amor una vez a la semana y traerme ese día un ramo de flores, preferentemente los sábados, costumbre de los checos que asimilaste como propia.
El amor por ti era tan grande que me desfiguraba la realidad sobre los cambios que te acaecían, te habías convertido en un hombre ruin, repugnante y sin escrúpulos. Y sin quererlo, al estar a tu lado me convertí en cómplice de tus felonías.
Al regreso de tu última visita a Cuba solo me hablabas de que según el cambio de la moneda cubana por el euro, con cuarenta mil de estos te podías convertir en millonario allá y vivir sin trabajar el resto de tu vida. Esa idea te había obsesionado, acrecentando tus cualidades más bajas, sin importarte acíbar a los demás.
Cabrón de cuantas y cuantas patrañas te valiste para involucrarme en tu cretino comportamiento con la que habías lánguido tu moral y también la mía al arrastrarme a la complicidad. Me pregunto en qué me transformaste Adán, en una mujer que cada día tenía que rumiar mi amargura en mí bregar por el sendero que conduce hacia el infierno, me respondo.
La acumulación de sufrimientos me llevó a tomar la decisión de hablar contigo para que le pusieras coto a tu comportamiento indigno y al entrar a la habitación, estabas preparando el crimen perfecto como en aquella novela que habíamos leído. Te observé vaciar el contenido del estuche del dentífrico y su contenido lo mezclaste con un polvo, luego volviste a introducir la pasta en el envase original. Aproveché que no me habías oído entrar a la habitación y me escabullí con sutileza.
En la primera oportunidad que tuve después de haberte cogido in fraganti, busqué el dentífrico y tomé una muestra que llevé a un laboratorio, el resultado, anhídrido arsenioso, un veneno mortal. También por los del laboratorio supe que puede causar el mismo efecto de manera acumulativa, el modus operandi del pretendido crimen perfecto.   
Espero que mientras leas esta carta, comprendas que tu crimen perfecto se convirtió en un bumerán, pues como utilizas un dentífrico similar... Tal como lo planeé debes haber completado la dosis de veneno necesaria para que la parca Átropos te corte el hilo que te detiene en este Mundo y te envié de inquilino de Satanás, aunque, no sé si él acepte tanta inmundicia en un solo paquete. Te quiso.
 Eva
Te dispones a leer la posdata, cuando te parece escuchar la voz de Eva como en off diciéndote: por consideración con Satanás puse en la gaveta un frasco que contiene el antídoto...

Mindy
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 20, 2012, 17:05:19 pm
(http://www.reencarnaciones.es/wp-content/uploads/2010/07/reencarnacion2.jpg)

La Reencarnación


Me molesta la luz. Cerraré los ojos; aunque pensándolo bien no lo haré porque estoy seguro que me dormiré como cuando me faltó el aire. ¿Cuánto tiempo he estado dormido? No lo sé. Quizás es que he estado muerto. ¡Claro! he vuelto a nacer. Solo recuerdo que alguien me paso la mano por la cara y me bajó los parpados. Bueno no importa, estoy vivo y dando saltos de alegría.

No tengo un cuerpo muy irregular y con la experiencia que atesoro no volveré a cometer los mismos errores de mi vida anterior. Lo malo es que me volverán a salir los dientes. Si una persona adulta tuviera que aguantar que le salieran los dientes, se volvería loca de dolor. Cuando la muela del juicio les asoma por la encía se hinchan de anestésicos. Sin embargo nosotros, los bebés, nos chupamos los puños y mordemos todo lo que está a nuestro alcance mientras eclosionan las dentaduras.

 Tengo frío, ¿será invierno? Alguien vendrá pronto a recogerme, me dará de comer y me vestirá. Cuando vea al cura de mi pueblo le diré que es un embustero. Toda la vida hablando del cielo, del infierno, de Dios, del pecado. Nada de nada. Bueno quizás el hombre lo decía de buena fe. Lo único cierto es la reencarnación. Yo he vuelto a nacer. Claro, ahora entiendo lo de la « la materia ni se crea ni se…»

Cuando aprenda a andar iré a ver a mi mujer y a mis hijos. O quizás sea pronto, mejor esperar a mi mayoría de edad para que mis rasgos sean como los de antes y me reconozcan. Claro que a lo mejor para entonces todos se habrán muerto y estarán reencarnados sabe Dios donde y en qué. Mejor dejar las cosas como están.

De lo que sí es estoy convencido es de que no volveré a estudiar ciencias, haré letras. Como profesor de matemáticas las conversaciones solo giran en torno al futbol y las mujeres. Nadie quiere hablar de teoremas, algebra o de funciones, mientras que de poesía, de literatura o de filosofía todo el mundo entiende, bueno es un decir porque la verdad es otra, pero por lo menos opinan.

No me volveré a casar, de eso también estoy seguro. Y no es que me haya ido mal el matrimonio, al contrario, pero me gusta la nueva fórmula. “Mi pareja” estas dos palabras son excelsas lo dicen todo y no dicen nada, como los políticos. Eso de “mi pareja” me suena maravillosamente, nada de responsabilidades, todo se paga a medias, el sexo gratis. ¡Ah! Y de niños nada, atan mucho.

Yo es la primera vez pero esto de la reencarnación brinda grandes ventajas. En primer lugar, nos concede una segunda (o tercera, o cuarta) oportunidad. Sería injusto arriesgar todo nuestro futuro de una sola vez. Además, angustiaría tener que conformarnos con una sola existencia, a veces mayormente triste y dolorosa. La reencarnación, en cambio, permite empezar de nuevo. Ni los mejores hombres se encuentran, al momento de morir, en estado de perfección. La reencarnación, en cambio, permite alcanzar esa perfección en otros cuerpos.

Esto de reencarnarse también conlleva riesgos, sobre todo porque depende en el país que lo hagas. No es lo mismo volver en Somalia o Camerún que hacerlo en Canadá o Suecia. ¿Y de mujer? ¿Sería posible que la próxima vez renaciese mujer?  Basta ya de elucubrar, me está entrando hambre aunque parece que oigo ruido, sí son pasos, alguien viene a recogerme, se ha abierto la puerta, parece un médico, viste gorro y bata blanca aunque esa botas de goma tan altas no sé para qué le servirán, lleva algo en la mano.

─ ¡***** de mosca! ¡Zas!   

Nono
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 20, 2012, 17:09:39 pm
(http://www.mascotas.org/wp-content/uploads/blanca-nieves-animales.jpg)

Bancanieves y Los Siete Enanos Capitales


Érase   una  vez  una  Banca  muy sana y pura como la  misma nieve, por  eso  se  llamaba , en ese país no lejano,  Bancanieves. Era   tan  rica que la madrastra maldita, Crisis, la  tenía en su punto  de mira, la  perseguía  a muerte. Bancanieves quiso escapar  de  ella; primero  cambio  su melena  rubia, la  peseta, luego  se  enamoró  de Euro, el príncipe  señor  de Europa; precisamente, cuando  Bancanieves  se   dio cuenta  de que estaba perdida  y  atrapada  en las  redes  de ésa intentó refugiarse  en  la  fortaleza  de éste. De  camino  a  conseguirlo el bosque social  se  torno  en  un peligro, pues  allí apareció  un sicario  de  la  madrastra, el  brujo  más  malo, el que tienen por nombre  Paro;  no  se presentó  ofreciéndole  manzana de oro, sino  presentándole a  los que  simulaban  ser  inocentes  gnomos  y  eran los  más  crueles  monstruos, los  Siete Enanos Capitales. 
Soberbia  fue  el que primero  embaucó  a  la joven  haciéndole  creer  que  ella  era  la  más  rica  y pudiente, para  volverla  arrogante, presumida  y jactanciosa, olvidándose  de la  penosa  realidad. 
El enano Envidia,  asolapado  como una  serpiente le  provocaba  ese  mal  querer  hacia  las  demás   y la  tornaba  en un  ser  que no  descansaba  porque  creía  que otras bancas  eran  más  fuertes  y, por  tanto, más  deseadas  y  codiciadas que ella.
Si  esto no era bastante  Lujuria,  ese  enano  promiscuo. La  incitaba  a  llevar  una  vida  disipada  y, si podía  ser,  al lado  de  su gemelo, Gula. A ella  la  fiesta lasciva no le  disgustaba ni  descartaba, pues  el dinero  parece  que corre  en los sitios  de antro y vicio;  con quien ya  no  estaba   tan de  acuerdo  era   con Gula, pues  , como mujer, le  gustaba  tener  un  buen físico  y si a  ése hacia  caso  se convertía  como  él  en cesto y  tonel, por  eso rechazaba, con delicadeza,  la  buena mesa . Pero  era  Gula  el  que le  estaba  a ella, sí , a Bancanieves,  royéndole  hasta   los huesos.
.Pereza,  ese  si que la tenía  dominada,  no movía  un solo dedo  porque  decía  que  ella  lo tenía  todo,  creía  que  sus arcas  estaban repletas   y se olvidaba  que  Crisis, su madrastra  se las estaba esquilmando.
Avaricia  le  tentaba para,   como Banca  que  era, atesorar, pero no   sabía  Bancanieves  que  los  bienes  crematísticos   son para  que circulen   y nada  de acumularlosr  mientras  otros  los precisan, la  moneda  es circular para rodar  y  si es  billete  para volar; puede  que  al hacer  tanto caso  a  este  enano maléfico , al volverse  egoísta  y  poner  a todo interés  tan desorbitado, colmó  la paciencia  y  el enano  más terrible,  el  que  nunca  debe hacer  acto  de presencia, Ira, comenzó  a  alterar y perturbar  todo porque  sabía  que  sus otros hermanos ( Soberbia, Envidia, Lujuria … )  los  otros  seis, la  estaban  matando  y encima  con  muy buenas maneras.  Él  no  es que quiera  defenderla , es que sabe, que si ella  se muere,  como  las dotes que tiene   son de todos, se  hunde el patrimonio  comunitario todo.  Ira,  con gritos   se alza  y  sus mismos  hermanos de sangre  le gritan  denominándole “ Indignado”.  Sale  a la pradera, sube a la montaña, marcha  a la plaza  y tras él son muchos  pobladores los que le siguen  porque  al igual que él ,  ese enano  díscolo, están  de acuerdo  que  hay  que salvar a  Bancanieves   de su madrastra  Crisis.  Llaman  a las  Virtudes, quieren  que les ayuden, pero por todos los caminos  encuentran direcciones prohibidas,  buscan huellas, intentan  encontrar  el elixir  desencantador, la pócima  que  devuelva   la vida a Bancanieves  pero  no hay pista alguna, solamente  recortes, recortes  y  alguien les  dice  que Tijeras es la única  que puede  acabar  con  la lacra  de  esa madrastra  , Crisis. Ella,  proclaman  muchas  voces,  que es  la  palanca   de primer orden  para  acabar  con los males  de Bancanieves,  y que hay que tener confianza  en los ejércitos monetarios  del príncipe  Euro,  esas  legiones  de miles  de millones ,  que batallan  por superar  las  barreras   que pone  Crisis  para  que  no  llegue a darle  el beso  a Bancanieves    que  está  muy malita, grave  siendo  ella misma  culpable   y  solamente  espera  que  ese   adalid  la  salve  y  rescate    de  los Enanos  Capitales   que la están devorando .   Creemos  que puede  haber  otras   vías   más  adecuadas  que la que protagoniza  y lidera  el gnomo Ira, lo importante  es  hallarlas   y  muchos  son los  zahories  que,  como iluminados,  proclaman haberlas  encontrado y desde el escaño , unos  con la  tijera  en la  mano  y otros  sin ella, todos  gritan   y maldicen  a  Crisis   y  a su fiel  acólito  el  demoníaco Paro, pero en su vehemencia  se olvidan  de  que  la  culpa  de todo  la  tienen  los Enanos  Capitales , unos  por  devorar  viva  a la Bancanieves  y el  denominado Ira  por, aprovechar la situación, para proclamarse   el campeón.  Lo cierto  es  que  Bancanieves  está  agónica   y  todos  lo estamos  con ella  si  ese príncipe, sea  Euro   o  quien sea, no le  da el beso  que la  despierte  definitivamente  y , con esa actuación,  la  madrastra Crisis  escapa  despavorida  y  el mago  Paro   derrotado o al menos  muy  frenado  para  que, al verse  incapaz  huya  y  nunca más  vuelvan  por  estos pagos aunque  sabemos  que  en este bosque social  siempre  quedarán, más o menos  escondidos,  los Enanos Capitales,  que en cada árbol de vida pueden aparecer todos en cualquier momento, pero con esa espada de Damocles vivimos, el mérito está  en frente a ellos  poner las Gigantes  Virtudes   y entonces  el cuento se habrá acabado  para  algunos  porque  no habrá  malos agoreros  ni profetas  que  anuncian cataclismos. En cada  hogar   se dejará  de leer  el cuento realidad   que  nunca debió  empezar  porque  Bancanieves   supo a él  ponerle  el más grandioso  y brillante final  ya que ella , y solamente  ella ,  con la  ayuda  de  millones de  anónimos enanos pobres  pero ricos , en lo más  valioso, las ganas  de hacer  país,   pueden  quitarse  el hechizo  de  Crisis ,  que  marchó  viendo  correr  ríos  de dinero     en los que podía  quedar ahogada  y , el brujo Paro  perdió  sus  maléficos poderes  al  ver trabajo por doquier  y sintiéndose impotente  para conseguir  ni un solo adepto .

Pepe  Pol
                       
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 20, 2012, 17:14:41 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-IaqbrCZwgFw/T1JL-1O6PUI/AAAAAAAARXU/UkqZcne2x_A/s1600/abuelos_mano.jpg)

El Cuento de la Abuela  



Erase una vez una mujer, mi abuela,
hablaba de un tiempo de hambres, miserias,
consumismo trasnochado, de lugar fuera,
de ideales de esos prohibidos, que en un papel rallado,
hablaba de libertades, de sueños, de igualdad, palomas.

Un sueño de esos extinto,
que entre las manoseadas y gastadas hojas
de un libro de Marx, o de Engels,
esperando que, de jovencita,
pudiera cambiar para siempre la historia,
grandes anhelos en su mente y en su imaginación brillaban,
grandes suspiros, escondidos tras las canas de su pelo,
con esa voz temblorosa que emanaba de su boca,
taciturna, se dormía en la mecedora,
y entre las manos, el libro,
con las teorías de Marx, o de Engels.

Erase una vez una mujer, mi abuela,
creyente, aunque no practicante,
en su rezos decía:
tiempos difíciles se avecinan,
no nos abandones ahora,
rezando un sinfín de letanías,
para así conquistar la gloria,
cuando rezaba,
siempre lo hacía escondida y a solas,
cuando nos hablaba de política, sobresaliente,
cuentos infantiles que asustaban,
como el hombre del saco,
para luego acariciarnos antes de dormirnos,
Jesusito de mi vida, eres niño como yo......
así, el tal Jesusito velaría nuestros sueños,
para que el cazacebos se alejara de nuestra oxidada cama.

Había una inquietud al acostarnos antes, como ahora,
el caso es que era una mujer, era mi abuela,
para comer al día siguiente,
pensando pasaba la noche,
rebuscando en las alacenas,
entre cortinas y vacíos tarros,
esas hojas de manzanilla,
con las que curar nuestros estómagos flacos,
y arreglar aquel aro de madera que nos hizo el abuelo, desatado,
que al día siguiente me robó el grandullón de la casa de al lado,
pero, bueno, él no tenía ni abuelo para hacerle otro,
ni abuela para remedarlo.

La abuela se hacía mayor con el transcurrir de los años,
que si los estudios, que si fumo, que si las novias,
que si las jóvenes de ahora no son como las otras,
que la lucha obrera de hoy en día no existe,
que la política de hoy no la llevan,
que la política de hoy es para los que tienen experiencia,
que antes se luchaba,
se hablaba y se imaginaba un mundo mejor,
sin la televisión, sin encuestas.... 
¡un cuento de abuelas!

Aquel día nos juntó a todos para hablarnos, de política....
a nosotros..., política...,
que en nuestros chats y sms,
habíamos reenviado al menos diez,
qué digo diez, por lo menos veinte
mensajes con las teorías de Freud, (unas frases)
a nosotros..., la generación más cultivada de todas, a nosotros...
¿Política?....

 Paseaba un día por la calle con ella,
camino al médico,
mirándola fijamente a los ojos y mirando adonde los jóvenes se manifiestan,
muy altivo le digo: mira abuela, mira...,
esa es la juventud de ahora,
así se protesta,
así se cambian las cosas...
y mi abuela,
entre lágrimas retenidas en los ojos,
ilusionada, discreta,
me cogió del hombro,
con su mano obsoleta,
con la voz entrecortada me dijo:
“Nosotros siempre luchamos,
sin facultades, sin institutos, sin escuela...”

Erase una vez una mujer, mi abuela,
cuánta candidez en la mirada,
cuánta ternura en sus manos,
volví a asustarme del “hombre del saco”
y a rezar “Jesusito de mi vida...”
¿Sabíais que el hombre del saco existe?, sí, ¡existe!
Pues no hay hombres del saco... de los bancos... ladrones de guante blanco.
Pero un sueño de esos extinto,
que entre las manoseadas y gastadas hojas,
de un libro de Marx, o de Engels,
encontré en la alacena de mi abuela, añejo,
roídas algunas hojas,
en los que se hablaba de cosas imposibles...
Como el poder ir a la escuela todos..
Como el derecho al trabajo digno, ..¡el derecho!...
Que los hombres y las mujeres somos iguales,.. jejeje.., iguales...
Todo eso y más cosas las leía la abuela,
en aquella mecedora,
donde se quedaba dormida,
soñando con esas y otras cosas,
en sus libros de Marx, de Engels y de un tal Mao Tse-Tung.

Esa era mi abuela, antigua, sí, pero buena.
Luchadora incansable, sin escuela,
Sin ser política, pero no era única,
había muchas, muchas abuelas.

La juventud actual no es política, pero sí luchadora.
Yo, al menos yo, se lo debo... ¡a mi abuela!
Paco Ayala
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 23, 2012, 08:46:45 am
(http://html.rincondelvago.com/000665231.jpg)

Viaje Astral  *Kamarrupa


 -Permiso, me iré a morir un poco-, dijo sonriente la bella mujer mientras se ponía de pie ante la mirada entre atónita y sarcástica pero no carente de admiración de Angélica y de Carlos, parapsicólogos como ella, dirigiéndose lentamente a su habitación para echar el sueño que buena falta le hacía después de su arduo trabajo como directora del C.P.I.*. Afortunadamente, había logrado culminar una complicada y exhaustiva investigación sobre la influencia del sueño en los fenómenos paranormales que actúan en la vida humana, que seguramente sería una bomba en los círculos científicos y esotéricos del mundo entero, y cuyas conclusiones y recomendaciones entregaba a sus subalternos para que la hicieran llegar a quien correspondiera en forma inmediata.  Mientras el día declinaba en lontananza, Lucía   se enclaustraba en sus pensamientos, tratando de dar un matiz sosegado a las ideas que bullían en su cerebro en forma desordenada. Eso de morir un poco era una frase que utilizaba con frecuencia cuando de dormir se trataba, pues consideraba que el sueño era el estado más cercano a la muerte, y mucho más en ella que realizaba con frecuencia viajes astrales involuntarios, que poco a poco había podido controlar con el poder de su mente privilegiada. Cuando se proyectaba extracorporalmente, su cuerpo adquiría una rigidez casi cadavérica que ella podía apreciar desde su cuerpo astral, visión que en un principio la perturbaba, pues temía que al regresar a su envoltura humana no pudiera integrarse a ella por el tiempo transcurrido  en aquel periplo esotérico  que podía alterar las funciones vitales de su cuerpo físico. La tranquilizaba  la convicción de que en aquella dimensión espiritual el tiempo no existía, pero no dejaba de preocuparla la relación cronológica entre lo físico y lo inmaterial, que por supuesto desconocía. Antes de acostarse,  hizo un recorrido mental por los sucesos más trascendentales de su existencia, sucesos  que la habían marcado en forma indeleble, forjándole el carácter recio y sesudo que la había conducido a grandes conquistas profesionales,  a pesar de que aún no había cumplido los 30 años de edad. Recordaba con muchísimo amor a sus seres más queridos, su padre, su madre, su hija y su esposo, quienes por designios inescrutables del destino la habían antecedido en su partida al más allá. El primero, victima inocente de balas asesinas de la mafia colombiana en un ajuste de cuentas con la persona equivocada, al ser confundido con un narcotraficante de su mismo nombre. Una semana después,  la parca de la muerte se llevó a su madre, quien no soportó el dolor causado  por la trágica partida de su esposo. Lucía, de tan solo 15 años, quedó entonces bajo la custodia de su abuela materna, quien  cuidó con esmero a  su única nieta, hasta que esta  logró culminar su carrera de psicología, y la entregó a quien sería su esposo, nueve años mas tarde. En este ínterin, la joven comenzó a interesarse en los fenómenos paranormales, incitada su curiosidad por la muerte  de sus progenitores, y fue así como se convirtió en  lectora e investigadora asidua  de La Biblia, el Popol-Vhu, los himnos del Rig-Veda, las enseñanzas secretas de los budistas tibetanos  y de otros textos referentes a las culturas Inca y Azteca, además de todo lo relacionado con la enigmática cultura egipcia, todo con el fin de encontrar un punto de coincidencia entre la vida y la muerte. Después de graduarse con honores, viajó a Inglaterra a realizar un curso de parapsicología en la Universidad de  Cambridge y luego en la Sociedad Americana de parapsicología en Nueva York, siendo nombrada directora de este ultimo centro de investigación en Colombia. A los pocos meses de ostentar este cargo, contrajo matrimonio con su novio de infancia, pero su alegría fue truncada de raíz, pues al día siguiente y en plena luna de miel, le informaron que su abuela había fallecido tras una rápida agonía.
Fue en aquella época en la que tuvo su primera experiencia extracorpórea que la lleno de pavor, pues aún no estaba preparada ni predispuesta para ello, tomando aquella manifestación como una pesadilla, pesadilla que de habría de repetir día a día, hasta que fue consciente de su capacidad de desdoblamiento y tomó las riendas de aquel don, con la voluntad que siempre la había caracterizado. En sus numerosos viajes astrales vislumbraba seres etéreos en quienes creía reconocer a su padre, a su madre y a su abuela recién fallecida.
Un año después de su matrimonio, su hogar se iluminó con el nacimiento de una preciosa niña, en quien depositó todo el amor que albergaba en su corazón, dedicándole todo el tiempo libre que le dejaba su actividad profesional…Pero el destino se siguió ensañando con ella y con la misma ligereza con la que le deparaba alegrías, le arrebataba pedazos de su alma: Su esposo, que disfrutaba de las vacaciones que ella por cuestiones de trabajo no podía compartir con el, decidió viajar  a la capital para visitar a sus padres que allí estaban radicados desde tiempo atrás, llevando a su pequeña hija, que aún no alcanzaba a cumplir los dos años…El avión en que de desplazaban se estrelló, falleciendo todos sus ocupantes. Aquel duro golpe que por poco no logra absorber y que estuvo a punto de desquiciarla, hizo que se dedicara de tiempo completo a su trabajo como parapsicóloga y a hacer más vehemente su necesidad de viajar al mundo de los espíritus en forma voluntaria y consciente, como ya en varias oportunidades había logrado hacerlo.
Lucía de se desnudó, y ya en su  cama, se dispuso a realizar el viaje astral antes de que el sueño la venciera…Cuando su espíritu se desprendió  de su cuerpo, sintió una paz y una tranquilidad que nunca antes había experimentado en sus desdoblamientos anteriores y vio cuando cinco seres de luz se acercaban a ella en aquella dimensión etérea y maravillosa, inundándola de amor y comprensión, expresándole sin necesidad de palabras cuanto  la querían…
Cuando quiso regresar, sin mucha convicción, a su cuerpo mortal, ya era demasiado tarde.

*Kamarrupa: El cuerpo astral o duplo, equivale en algunas religiones orientales como la teosofía, al pariespiritu o kamarrupa, especie de envoltura entre el cuerpo físico o alma.            * C.P.I.: Centro Parapsicológico Internacional

Karlos del mar
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 23, 2012, 08:53:44 am
(http://radiocontempo.files.wordpress.com/2009/05/amordebonequinho.jpg)

Puerilandia


Yo cargaba un turbante improvisado con un mantel lleno de tempera. Un delantal inmenso, igual de salpicado, completaba mi atuendo de novia. El cómplice espacio debajo de la mesa: “La Gran Catedral”. Santiago llevaba unos torcidos bigotes de ébano cera sobre una sonrisa grandota donde en vez de labios un corazón rosado se separaba en dos de arriba hacia abajo cuando hablaba,  dejando descubierta una cadenita perlada que sostenía el corazón o viceversa. Una cadenita con cuentas chiquitas y separadas, como si entre cada una faltaran dos por  donde se le escapaban algunas eses. Miguel y Diana presenciaban la sesión dándose besos torpes pero astutos detrás de la cartilla con la que habíamos aprendido por lo menos a deletrear el SI que nos haría falta para jugar.

En el fondo de mi mente, disfruto enormemente esos recuerdos. Veo circular como impulsadas por un tornado, las sillas de liliput, las mesitas de Blanca nieves... las fotitos sepia del rincón de los cumpleañeros, el estante de los juegos donde guardábamos las loncheras de batman y mafalda, la plastilina destripada con la marca indeleble de las huellitas digitales... los bebederos... esa fila de pilitas que ahora me darán si acaso por la  rodilla  y que esperaban  ansiosas a que otra fila de cenicientas y pulgarcitos  las vaciaran.

¿Por qué nos pusimos bravos?

Lo vi pasar en una moto grandota el otro día, frente al convento. Si que crecimos. Levantó una mano con la misma inocencia con que me habló bajo la mesa en aquel tiempo. Con un código precario sin experiencia, titubeo desde que la alzó hasta que la giró para saludarme. Como si me dijera otra vez hola rana, porque no sabía decir Oriana y yo lloraba porque sonaba a Rana, así como lloré por dentro mientras  bajaba su mano sin bajar la velocidad.

¿Por qué nos pusimos bravos?

En nuestro idioma privado de cincoaños Miguel preguntó con el abecé en la mano si me quería casar con Santiago. Diana se reía graciosa comiéndose en dos puños las yemitas de los dedos y los ojitos la forzaban a subir la cara. Santiago me tapó la boca con su precoz mocedad antes de yo contestar y tocándose el bluyincito me lanzó en el oído:  ── Enséñame tu pipi que yo te enseño el mío que esta parado.

Recuerdo que lo mire fijamente y le doble la cara de una cachetada. También recuerdo sus ojos de jarabe claro saltando del impacto y  su carita roja por la pena y roja por mi mano cuando salió del santuario haciendo pucheros.  ── ¿vizte? tuziére... Como un Sansón enano volteó la mesa y me gritó a la carrera: T E R M I N A M O S

No había vuelto a pensar en esto hasta que lo vi. Quisiera volver a jugar con Santiago.

Tiaga Márquez
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 23, 2012, 09:06:43 am
A continuación presentamos un emotivo relato basado en hechos reales. Un verdadero alegato contra el maltrato animal ocurrido en Montefrío.

(http://img137.imageshack.us/img137/9274/sinttulo1rz.jpg)

¿Por qué Mi Perro se Llama Rayo?


Lo que les voy a contar a continuación es totalmente cierto y lo hago por un solo motivo: rogad encarecidamente y por favor, que no se abandone a los animales, si por la razón que sea no pueden tenerlos, por favor llevenlos a algún sitio donde puedan acogerlos, una tienda, un amigo, e incluso si la única solución es matarlos por favor asegúrense de que quedan bien muertos, pero no los dejen tirados para que mueran poco a poco.
Podía haber ocurrido otro día a otra hora y en otro lugar; pero fue el último domingo de Mayo en Montefrío. Justamente mientras se hacia la ofrenda de flores a la Virgen. (Todos los montefriéños sabemos porque este día, Nuestra Señora de los Remedios sale a la calle en procesión. Pero si alguien no lo sabe le diré que cuenta la leyenda que a finales de Mayo de 1766 ó 1776: mientras la gente del pueblo asistía a misa, en la antigua iglesia de la Villa, se desató una gran tormenta y cayó un  rayo haciendo un gran agujero en el tejado. Pudo haber sido una tragedia pero sólo sufrió daño un perro que por allí andaba, se atribuyo el milagro a la Virgen de los Remedios y desde entonces, en señal de agradecimiento se le hace una ofrenda floral y se saca en procesión cada último domingo de Mayo).
 Pues bien, este año el 27 de Mayo Domingo, después de desayunar en el “Pregonero” mi marido y yo,  hacíamos un pequeño recorrido turístico por el pueblo, al llegar al final de la calle Paseo, cerca del puente del arroyo, me pareció ver una rata muerta en la calzada, me imagine la rueda de un coche pasándole por encima y la desagradable sensación del conductor al sentir el crujir al reventar el bicho, así que le empuje con la punta del pie para echarlo a la cuneta, al hacerlo observamos que se movía y que no era una rata sino un perrito. Debía tener como mucho uno o dos días y el pobre ya estaba viviendo una gran tragedia. Era una masa de barro y sangre, temblaba de frio, las moscas y las hormigas le entraban por la nariz y por la boca… Después de limpiarlo un poco le pusimos unas gotas de agua en la lengua y vimos que además estaba hambriento. Me entraron unas enormes ganas de salvarlo, y le dije a mi marido: a este como la Virgen del Rayo no lo remedie me parece que tiene los minutos contados” No soy muy religiosa la verdad, pero pensé en la Virgen y en silencio le dije: “ Virgen de los Remedios Mujer, si fuiste capaz de salvar a este pueblo de una catástrofe, cuando cayó aquel rayo que dicen, esto es mucho más fácil, anda sálvalo, sólo Tú puedes hacerlo, si sale de esta se llamará Rayo en tu honor”.
 Preguntamos a unas señoras que había en la calle por una farmacia de guardia para ver si podíamos encontrar algún modo de alimentarlo, ellas mismas nos proporcionaron una jeringuilla y un poco de leche.
Al día siguiente, el veterinario dijo que estaba bastante mal, padecía una severa neumonía, le faltaba un trozo de lengua, que le habían comido las hormigas y tenía mucha  fiebre. Le puso una medicación y  me explicó cómo alimentarlo correctamente. A pesar de nuestros cuidados, por la tarde, la fiebre no dejaba de subirle y empeoro hasta el punto de que dejó de respirar, en ese momento se me vino a la cabeza que en una situación de vida o muerte se da un masaje en el pecho. Movida, más por la rabia que por la esperanza, lo estruje varias veces como a una perilla de goma, gritándole   como si fuera una persona:“¡Rayo no te puedes morir!”; para nuestra sorpresa reaccionó y empezó a respirar de nuevo, volví corriendo a la consulta del veterinario, el hombre le inyecto no se qué medicamento y lo metió en la incubadora.
Volví a mi trabajo y puse en pantalla una de las fotos que Forum Montefrio había colgado de la procesión, del día anterior.  Puede que parezca ridículo rezar por un perro pero volví a hacerlo; prometí a la Virgen que si se recuperaba iremos  en Agosto a ponerle una vela allí, en su iglesia.
A la hora indicada fuimos de nuevo a la clínica veterinaria a recogerlo, no teníamos mucha esperanza de encontrarlo vivo pero para nuestra alegría, Manuel, el veterinario, nos dijo que a pesar de que estaba realmente mal, podía salir adelante. Suponiendo que fuera compatible con la medicación que le había inyectado y  si se le daba una dosis de suero cada hora y durante toda la noche. Así lo hicimos y al día siguiente, Rayo estaba mucho mejor; tenía que seguir con un tratamiento pero el peligro había pasado.
Ahora crece normalmente; a nosotros nos aporta mucho; cada día aprendemos cosas nuevas sobre perros nos ha traído alegría, nos da compañía y diversión porque es como un juguete precioso.  Nunca hemos tenido animales en casa, siempre he pensado que un piso no es lugar para que viva un perro, menos si es de una raza grande; pero le hemos tomado mucho cariño y aunque en el futuro sea grande, no sé cómo pero nos arreglaremos. Ya es uno más de la familia, es nuestro perro, se llama RAYO.

Mamá Adoptiva
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 23, 2012, 09:22:00 am
(http://1.bp.blogspot.com/_XdGTogTPbs0/R92xi2tK5uI/AAAAAAAAADo/WPW5MFGFuFM/s320/Misa+dibujo.gif)

La Cuadrilla (o relato 17)


Mañana es un día de mucho ajetreo. El pueblo debería seguir en su mundo; pero lo que viene, también hace parte de este mundo. Con un encuentro sencillo iremos casi todos a la estación. Habrá un himno, unas flores, unos apretones de manos y sonrisas. No podemos dejar las sonrisas, ese es nuestro fuerte, siempre nos salva una sonrisa y toda la semana la hemos practicado mucho. Mañana es sábado, día en que llega el nuevo cura.

La verdad es que antes no le veíamos la gracia al cuento del cura. Esas instituciones llenas de imágenes casi fantasmales no eran de nuestra vocación; sin embargo tenemos muy claro el sentido de respeto. Aceptamos las condiciones. Sólo transcurrieron unos diez años entre el primero y el segundo cura y con este fue que el pueblo se unió para buscar una salida. Eso de gritarnos “ateos” en pleno sermón, colmó la paciencia de muchos. Todos comentaban en la cantina, la peluquería y en la tienda de abarrotes y fue en la escuela donde surgió la idea, yo fui uno de los primeros en apoyarla. Claro que teníamos dudas. Algunos tenían miedo; pero eso de decirnos ateos, era lo que nos daba fuerza. Ningún tipo podía venir a insultarnos, por más representante de lo que sea que fuera y, más, cuando no sabíamos el significado de esa palabra.

La entendimos, o mejor dicho, nos la explicaron en un sermón. El quinto, en sugerencia escrita por el alcalde. Ahora la idea funcionaba como “un relojito”, así decía el telegrafista que sabía de mecánica. Y por supuesto que llegaron a investigar, con el sexto, estábamos aterrados. Nos estábamos acostumbrando a ese ritual, era más teatral que en otras partes. Incluso con el cuarto fue que empezamos a trabajar para los domingos, así podíamos asistir todos. Una gran función dominical. Regresando a las investigaciones. La maestra, que era el pilar intelectual del pueblo, inició con una estrategia evasiva, los niños fueron los que nos enseñaron el truco. No era sólo mostrar los dientes, era hacer brillar los ojos mientras decíamos: “pues, dicen que se fue por el monte con una muchacha”, así borrábamos todas las dudas foráneas.

El domingo, al igual que con los quince anteriores, las campanas sonaran, llamando a la eucaristía. Antes que repiquen estaremos escondidos en las calles. Listos, eufóricos. Todo será normal, como nos enseñaron. Una vez allí, en el momento de la comunión, la pasión nos abrazara: el cáliz en alto, el monaguillo rubio con la botellita bonita de vino, el: “tomad y comed todos de él”, el sorbo del cura… una vez el noveno nos ganó un domingo mas. El rubio le paso el cáliz y él con voz fuerte, mano firme y sus ojos buscando entre nosotros dijo: “aparta de mí esta copa”. La comunión se cumplió con un vaso ordinario y con una cerveza. Se burló de nosotros y respondimos con sonrisas. Domingo después: cae, maldice, grita, llora. Lo recogimos y le hicimos nuestra peregrinación hasta un lote baldío. Un cementerio suelto y secreto. Cuando llego el once la estricnina estaba en su lugar: el cáliz del pueblo. Las hostias espolvoreadas en cianuro las tengo guardadas. Por si llega otro vivo.

Sr matti Altonen
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 23, 2012, 09:54:28 am
(http://2.bp.blogspot.com/-k-Cvp6gPa_U/T3KYkISjEsI/AAAAAAACTSg/NrvR3Cuv7zI/s1600/555947.jpg)

La espera

 
Las notas lejanas del piano llegaban a sus oídos como un murmullo y acariciaban sus recuerdos. La mirada perdida parecía atravesar las paredes desconchadas por la humedad y el tiempo. El ritmo nostálgico creado por las teclas le transportó a un atardecer en la playa, su playa. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Los surcos de su frente se pronunciaron aún más y sus labios se apretaron dejando su rostro en tensión.
“Aquella preciosa tarde todo era perfecto. Un paseo en su vieja barca para admirar el ocaso en la bahía, como siempre acostumbraban. Pero aquella tarde, aquella maldita tarde, tuvieron que salir a mar abierto. ¿Qué se les había perdido allí? Seguir los bancos de peces les hipnotizaba y hacía que se olvidaran de todo. Era perfecto. Se sentían como si sólo estuvieran ellos dos en el universo. El resto no existía. Solos ellos dos y los peces. Cuando se dieron cuenta ya estaban demasiado lejos. La corriente les arrastró y la barquichuela se deshizo. Luchó con todas sus fuerzas para sujetarla pero el cansancio le venció y sus manos se soltaron. Ella desapareció bajo el agua y la espuma como una sirena llevándose su promesa de amor eterno en los labios. Siempre la querría, igual que ella a él.”
Viejo y achacoso termina su recuerdo junto con su vaso de vino. Se levanta de la mesa y recoge su bastón. Lentamente, emprende el camino ensimismado en los recuerdos de su risa, su cara, su cuerpo y su olor. Nunca los olvidaría, no lo merecía.
Ha de recorrer un camino largo pero la recompensa es más que justa. Cada vez le cuesta más moverse porque sus piernas ya no son tan ágiles como antaño y la subida cada vez se hace más dura. Cuando el cansancio aprieta y apenas le deja respirar, lo vislumbra al final de la pendiente. El cabo le muestra la inmensidad, unas veces tranquila y otras, agitada. Pero él siempre está en calma, ha llegado a su meta y eso le basta. Como cada día, se quita la rosa de su solapa y la deja caer al vacío para que su sirena la recoja. Sabe que todos los días le está esperando, especialmente cuando la mar ruge. Espera hasta ver cómo la flor se sumerge entre la espuma.
Satisfecho y con ojos vidriosos pero con una sonrisa, se da la vuelta y abandona el lugar donde se enamoraron. Allí, también, fue donde unieron sus labios por primera vez y aún recuerda el sabor de aquel beso. Dulce, húmedo y lleno de proyectos e ilusiones para toda una vida. Se siente feliz y cuenta los días que le faltan para volver a estar junto a ella porque su cansado corazón le pide un descanso. Ha vivido para poder contarle todo lo que ella no ha podido ver en todos estos años. Siente que su sirena le necesita y le llama para reencontrarse, por fin, y estar juntos para siempre.

Un hueco en el fondo del vacío
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 23, 2012, 10:04:32 am
(http://1.bp.blogspot.com/-hgi-EYN-cRg/TZzHe5BpDHI/AAAAAAAAAGk/jSYDrAWsQFA/s1600/deseo10.jpg)

Un Deseo


¿Qué harías si te concedieran la oportunidad de pedir un deseo? Seguramente que pensarías rápidamente en cosas materiales y sólo para uno mismo. Eso le pasó a
Soraya, una joven estudiante de 20 años, en un peculiar sueño.
Se le apareció un chico, más o menos de su misma edad, corriendo hacia ella, en un terreno de lo más verde y frondoso jamás visto, y sin dilación le susurró: “pide un deseo, has sido elegida”; y desapareció el chico y el terreno donde estaba, sólo se veía oscuridad.
Se despertó algo sobresaltada. ¿Por qué soñaría algo así? No tenía ningún tipo de problema y tampoco tenía preocupaciones; las clases le iban bien, tenía amigos y familia que la querían,... Se pasó el día dándole vueltas al sueño, ¿fue real? Y si así lo fue, ¿qué significaba? Fue a la biblioteca municipal y cogió un libro sobre sueños. Lo leyó hasta quedar totalmente agotada y caer en un profundo sueño.
Otra vez ese chico... “¿Quién eres? ¿Porqué he sido elegida?” le preguntó curiosa. “Eres la persona elegida a pedir un deseo, un deseo mundial”. Volvió a desaparecer.
Se despertó algo sobrecogida. Presintió que eso no era un sueño, era real. Buscó en el libro de los sueños algo relacionado con deseos, pero no encontró nada que la ayudara.
Llegó a casa y quiso volver a dormirse, así, posiblemente, tendría la oportunidad de preguntar. No tardó mucho en dormirse y volvió al sueño.
“Dime chico, ¿qué deseo tendría que pedir y para qué?” le preguntó. “Sólo tú sabes para
qué y para quién, no elijas mal”. Soraya se quedó reflexionando unos segundos: “Deseo esperanza”. Vacilante, el chico le preguntó “¿Porqué esperanza?”. Soraya le contestó:
“Sé que será egoísta, pero la esperanza es lo último que se pierde y si hay esperanza, el mundo podría mejorar”. El chico le sonrió y concluyó “Que así sea”. Luego desapareció y Soraya sonrió complacida susurrando: “la esperanza es lo último que se pierde”.

Ainivad
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 27, 2012, 15:36:06 pm
(http://tormentadeletras.files.wordpress.com/2012/01/esperanza-seco-y-flor.jpg)

Un Deseo


¿Qué harías si te concedieran la oportunidad de pedir un deseo? Seguramente que pensarías rápidamente en cosas materiales y sólo para uno mismo. Eso le pasó a
Soraya, una joven estudiante de 20 años, en un peculiar sueño.
Se le apareció un chico, más o menos de su misma edad, corriendo hacia ella, en un terreno de lo más verde y frondoso jamás visto, y sin dilación le susurró: “pide un deseo, has sido elegida”; y desapareció el chico y el terreno donde estaba, sólo se veía oscuridad.
Se despertó algo sobresaltada. ¿Por qué soñaría algo así? No tenía ningún tipo de problema y tampoco tenía preocupaciones; las clases le iban bien, tenía amigos y familia que la querían,... Se pasó el día dándole vueltas al sueño, ¿fue real? Y si así lo fue, ¿qué significaba? Fue a la biblioteca municipal y cogió un libro sobre sueños. Lo leyó hasta quedar totalmente agotada y caer en un profundo sueño.
Otra vez ese chico... “¿Quién eres? ¿Porqué he sido elegida?” le preguntó curiosa. “Eres la persona elegida a pedir un deseo, un deseo mundial”. Volvió a desaparecer.
Se despertó algo sobrecogida. Presintió que eso no era un sueño, era real. Buscó en el libro de los sueños algo relacionado con deseos, pero no encontró nada que la ayudara.
Llegó a casa y quiso volver a dormirse, así, posiblemente, tendría la oportunidad de preguntar. No tardó mucho en dormirse y volvió al sueño.
“Dime chico, ¿qué deseo tendría que pedir y para qué?” le preguntó. “Sólo tú sabes para
qué y para quién, no elijas mal”. Soraya se quedó reflexionando unos segundos: “Deseo esperanza”. Vacilante, el chico le preguntó “¿Porqué esperanza?”. Soraya le contestó:
“Sé que será egoísta, pero la esperanza es lo último que se pierde y si hay esperanza, el mundo podría mejorar”. El chico le sonrió y concluyó “Que así sea”. Luego desapareció y Soraya sonrió complacida susurrando: “la esperanza es lo último que se pierde”.

Ainivad
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 27, 2012, 15:42:06 pm
(http://www.canariasinvestiga.org/sites/default/files/imagecache/imagen_blog_interior/blogs/locura.jpg)

Primavera


   Hacía días que no salía de allí. Casi había perdido la noción del día y la noche. Una luz desguarnecida dentro del foco rodaba sobre la mesa. Rodeados por el mismo caos estaban vasos, botellas de whisky, restos de pizzas, ceniceros repletos de cadáveres de cigarros, y hojas aquí y allá de diferentes diarios. Y se integraban al malestar del alma de Góngora. Hacía horas se le habían terminado los cigarros. Gordo no paraba de hacer solitarios. Tampoco paraba de murmurar una especie de cántico desvelado.
   Los ojos de Góngora viraban entre las manos enormes de Gordo, la puerta cerrada del único dormitorio del departamento, y la puerta principal. Esperaba de un momento a otro el regreso de Cleo. El imaginario vientito primaveral de la calle movía sus pensamientos.
   -¡Pará Gordo, pará Gordo! –escuchaba sus propias palabras cuando Gordo, la noche anterior, con movimientos más que rápidos y asombrosos mutiló a puñalada limpia el cuerpo flaquísimo de Augusto.
   -¡Ooooohhh! –estalló Cleo histéricamente.
   Pero Gordo ni se inmutó; una y otra vez enterró el tramontina en la vida  de Augusto hasta que cayó tal bolsa de papas sobre un lago de sangre. Pasaron segundos en los que los tres miraron sus ojos agrandados; se llevó la sorpresa para la eternidad. Gordo abrió la mano para que el cuchillo dentado diera piruetas antes de caer como un condenado por el destino. Luego volvió a su sitio en la mesa y comenzó a hacer solitarios.
   Los ojos de Góngora miraban la sangre seca en las manazas de Gordo.
   Cleo, la chica de la banda, que había intimado más de una vez con ellos, tenía fuertes sentimientos por Augusto. Le gustaba su forma electrizante de ser, sus ojos verdes, su locura aplacada y a la vez resaltada por la ingesta casi constante de pastillas. Miraba el cuerpo muerto sin creerlo, temblando de miedo, abrazada por Góngora.
   -Tranquila, tranquila, tranquila –le decía-… Ssshhh….
   Ella sollozaba sobre su pecho.
   -Tenemos que limpiar –dijo Góngora con suavidad-. Tranquila, tranquila, tranquila. Nadie quería esto –dijo mirando de soslayo a Gordo.
   Ella se fue calmando.
   Góngora fue hasta el dormitorio, donde un colchón de dos plazas era el mueble, y agarró el acolchado con flores rojas que lo cubría. Lo desplegó en el suelo y sin perturbar la cadencia desequilibrada de Gordo, arrastró el cuerpo y como pudo lo envolvió con el acolchado. Cerró la puerta del dormitorio para no volver a abrirla jamás.
   Luego ayudó a Cleo a lavar el piso. Seguía sollozando. Gordo hacía solitarios. La luz alumbraba de manera desalmada.
   -Solamente vos podés salir a la calle Cleo –le dijo al oído luego que terminaron de limpiar las cosas-. Tenés que calmarte, ir, buscar un lugar para salir de acá… Solamente vos podés…
   La fotografía de un hombre viejo muerto a tiros, junto al de un muchachón mal herido, ocupaban las primeras planas de los diarios sobre la mesa. FEROZ BANDA DE ASESINOS, CRIMINALES QUE LE HAN VENDIDO EL ALMA AL DIABLO, SERES DESALMADOS; eran algunos de los títulos. También estaba la fotografía de un cuerpo en la cajuela de un automóvil, y los rostros de Góngora y Gordo junto a las fotografías, logrados con magistral precisión por un experto dibujante.

   Era un golpe sencillo.
   Góngora se tomó casi un mes yendo día a día al cafetín que estaba frente al objetivo: la Estación de Servicio. Observaba detenidamente los movimientos de los tipos que atendían. A veces almorzaba. A veces llegaba a la noche y se quedaba largas horas bebiendo café, fumando y escuchando a diferentes viejos parroquianos contar historias de boliches. Nadie sospechaba de él. Decía que era vendedor. Que estaba de paso en la ciudad. Con Gordo habían alquilado una pieza frente al Puerto. Hacía tiempo que andaban juntos. Gordo confiaba en él. Góngora sabía que tenía un tornillo flojo. Estaba con él porque habían hecho algunos pequeños robos con buen éxito. Gordo hacía todo exactamente como él decía y nunca fallaban.
   Un día, a poco del asalto a la Estación, apareció en la pieza con Cleo y Augusto. Habían entrado al bolichón. Se conocían con Augusto desde hacía mucho. Y hacía mucho que no se veían.
   -Ellos van a estar unos días con nosotros –le dijo a Gordo; éste, que estaba sentado en la cama haciendo solitarios, apenas si gruñó-. Y vamos a mudarnos en un apartamento que ellos tienen acá cerca…
   Cleo “alquilaba su cuerpo”, para usar palabras de Augusto, “pero lo hacía con amor”, y se partía de risa.
   Góngora les explicó a los cuatro el plan.
   Tenían que abordar la Estación a las tres de la madrugada. A esa hora trabajaban un viejo y un muchachón alto y encorvado. Sabía que en una caja azul de zapatos estaba el grueso de la plata, y a esa hora habría mucha. Tenía que ser un domingo. Todos los datos los había recabado hablando con los viejos asiduos al bar, que con copas de más estiraban bien la lengua.
   Góngora y Gordo entrarían en la oficina de la Estación y encañonarían a los dos con la 38 de Gordo. Augusto robaría un automóvil –era bueno para eso- y puntualmente los recogería a las tres y cinco.
   -Es soplar y hacer botella –culminó la perorata ante la mesa del comedor de Cleo.
   Augusto desplegó una tranquilizadora sonrisa para pactar el acuerdo. Gordo no dijo ni que sí ni que no, pero Luiz ya conocía sus respuestas.


   Faltaban dos días para el robo cuando Augusto desapareció.
   -No te preocupes –le dijo Cleo a Góngora con suma tranquilidad-. Él va a estar ahí con un coche a las 3 y 5 del domingo.
   -No sé… Lo mejor es cancelarlo… Pero… ¿Cómo este loco puede hacernos esto?!
   -Le debe haber surgido algo –defendió Cleo-… En serio, no te preocupes, lo conozco bien, va a estar ahí…
   Contrario a sus principios actuó Góngora, y no debió haberlo hecho. Pero ahora era tarde  para lamentarse, debía pensar mejor en irse rápido de ahí. La caja azul estaba sobre la mesa, con la plata y el 38. Algunas moscas se apoyaban sobre la sangre seca en la mano de Gordo. Él ni se inmutaba. Seguía metido en su interminable solitario. Cleo había salido a buscar una pieza. Góngora, que siempre se mostraba calmado, estaba más que inquieto. Se comenzaba a sentir el aroma a descomposición. Era martes. Desde el domingo no pegaba un ojo. Una y otra vez veía las imágenes:
   Puntualmente a las tres entraron a la oficina de la Estación de Servicio. El viejo y el muchacho encorvado estaban detrás del mostradorcito. El viejo miró la cara sonriente de Góngora, y su buena facha. No se sintió amenazado. Ni por el enorme acompañante con cara de melón.
   -¿Tiene caramelos? –preguntó Góngora.
   El viejo miró al muchacho y el muchacho al viejo.
   -¿Caramelos? –dijeron a dúo.
   -Sí –dijo Góngora sin desganar siquiera un poco la enorme sonrisa-. Caramelos… Los de la caja azul…
   El viejo comprendió y le bajó el espíritu del miedo. El muchacho comenzó a temblequear. Fundamentalmente porque el personaje grandote había extraído una enorme pistola.
   -No tengan miedo, no va a pasarles nada malo si nos dan los caramelos… ¿Ok? –dijo Góngora.
   El viejo sin titubear fue hasta un lugar debajo del mostrador y entre sus manos apareció la caja azul. Góngora la abrió y comprobó que estaba repleta de dinero. Con gran calma la puso dentro de la mochila negra que llevaba para eso y miró la hora. 3:05. Augusto no apareció con el automóvil.
   -Tírense en el suelo y ni respiren –les dijo.
   Vio la cara de Gordo. Estaba nervioso. Salió a la pista de la Estación y no había peligros. 3:07. Augusto, nada. Tenía que resolver rápido. Había contado con eso. Se irían caminando. Cuando volvía a la oficina escuchó simultáneamente los bocinazos de un taxi que entraba raudamente a la pista: ¡Augusto!, y las tres detonaciones. Casi le da un infarto. Mucha gente de por ahí miraba. Gordo salió transfigurado de la oficina y se metieron al taxi. Gordo se sentó atrás. Salieron volando. Mucha gente ya corría para la Estación.
   -¿Qué hiciste Gordo? ¿Qué hiciste?? –preguntó fuera de sí Góngora.
   -Nada… Nada… Nada…
   La mirada no daba indicios de que Gordo pudiera expresar.
   -¿Y vos, loco –a Augusto-: en un taxi???
   -No pasa nada, relax, todo está bien –dijo bajando la velocidad-. El tachero está en la valija del auto.
   Góngora no podía creer lo que estaba escuchando.
   -No me digas que…
   -¿Y qué querés que hiciera? –dijo Augusto deteniendo el vehículo en la oscuridad de una callejuela.
   Góngora se bajó del taxi. Gordo también.
   -Hacelo desaparecer –le dijo a Augusto mirándolo a los ojos.


   Fue a la otra noche que llegó Augusto al apartamento. Entró con una calma bárbara, y sin saludar tiró sobre la mesa los diarios. Las caras dibujadas de Góngora y de Gordo ocuparon los sentidos.
   -Son famosos –dijo graciosamente.
   Cleo estaba apoyada en el marco de la puerta del dormitorio. Góngora vio su identikit y lo recorrió un escalofrío. Gordo se paró de un salto y cosió a puñaladas la flaccidez de Augusto. Fue todo tan rápido que Augusto no tuvo ni tiempo de desarrollar totalmente la sorpresa.

   -Gordo, nos vamos –dijo Góngora descendiendo al presente-. Tenemos que aprovechar ese escándalo repentino que hay afuera.
   Así era. De pronto había surgido un exaltado ulular de sirenas, gritos y estruendos. Tapándose la nariz entró al dormitorio. Pasó por sobre el cuerpo envuelto y miró por las rendijas de la persiana: la calle era un caos. Los bomberos luchaban contra las enormes lenguas de fuego que devoraban al edificio de enfrente.
   -¡Vamos Gordo! –gritó Góngora- ¡No va a haber mejor momento!
   Entonces Gordo dejó las cartas sobre la mesa, se puso de pie con gran modorra, suspiró y fue hasta el baño. Siempre orinaba antes de salir. Góngora guardó la caja azul. Fue hasta el baño. La enorme espalda de Gordo ocupaba casi todo el recinto. El balazo en la nuca lo lanzó contra la pared y lentamente se derramó sobre la taza urinaria.
   -No había otra, hermano, no había otra –dijo Góngora guardando el 38 en la mochila.
   Muy sigilosamente abrió la puerta. Nadie había en el pasillo. Cerró y caminó seguro hasta las escaleras. Eran dos pisos. Desde ahí los gritos en la calle eran más precisos. En el segundo tramo de escalera se topó con Cleo. Subía rápido, ansiosa y sudando.
   -¿Qué pasó?
   -Nada pasó –dijo él tomándola del brazo para continuar descendiendo-. Nos vamos…
   -¿Y el grandote? ¿Y el cuerpo de Agus? –preguntó como una madre desconsolada.,
   -Ya nada podemos hacer por ellos –dijo Góngora cuando ponían pies en la vereda.
   Allí parecía una batalla.
Humo, gritos, agua y fuego combinando en una danza imprecisa. El vientito de la primavera ayudó a avivar el incendio. Los cuerpos de Góngora y Cleo fueron desapareciendo. Testigos de ello fueron las transparentes almas que siempre revolotean en las tragedias y entonan melodías imposibles de reproducir.

Rey de Copas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 27, 2012, 15:49:36 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_tvojfkGnpOU/SPcEnqUVgwI/AAAAAAAADDI/mALXnQIq94c/s400/guerranucelar.jpg)

Sacrilegio


En el  45 las puertas del caos se abrieron. Y en ese caos se hizo fácil matar.
Con veintidós años y por premuras de la guerra, asumí un alto rango al frente de las tropas invasoras de  Berlín,  comandando a un regimiento ansioso de venganza.
La ciudad era un antro espectral, con macabro olor a muerte y llena de sombras apenas erguidas que, cual zombies hambrientos, la recorrían para encontrar  entre la mugre algo -casi nada- para comer.
Los perros deambulaban. Y  gatos casi no había por la urgencia de las ollas. Sin aire triunfador viví el compás marcial de la entrada como victoria pírrica; guardado para mí porque la paranoia del líder hacía que callar fuera conveniente.
A las pocas horas comenzó el aquelarre en el que la matanza y la violación eran  premios para los soldados rusos. De ahí en más, en brote feroz  la perversión se desataría.
Intenté en vano escapar de esa realidad teñida por la animalidad. Nada podía hacer ante la euforia descontrolada que dejaba al descubierto en los cuadros el lado más enmerdado. Eran sátrapas peleando por las mujeres, incluso ancianas.
Aquella noche el alcohol atenuante  del frío los volvió especialmente crueles. Pese a mi intento por calmarlos, con furia desencajada salieron a la búsqueda de vírgenes. Si la que tomaban no lo era, su destino de ser poseída entre varios culminaba con una golpiza brutal. Y si llegaba a serlo, el ganador del sorteo por el primer turno exponía el rojo en las hilachas de la ropa interior.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
Fue cuando te descubrí, escondida tras puertas derrumbadas. Me acerqué y eras tan niña que llevé el dedo a mi boca para pedirte silencio pero tu infancia te delató con un llanto desesperado por misericordia.
Las bestias hambrientas lo notaron. Por protegerte apelé a mi oficialidad y, sin disputarte,  exigieron la posesión frente a todos. Quise matarlos,  tomar tu mano y salir corriendo lejos del salvajismo pero la amenaza se amotinó en los gestos e hice lo que creí mejor. No para evitar mi muerte sino la tuya.
Bajo pretexto de intimidad pretendí alejarme; no lo permitieron porque ya eran horda. Accedí con vergüenza encarnada. Tomé mucho vodka para dar coraje al genital que se negaba. No obstante, ante la arenga miserable te penetré con el rezo en la boca. Lloraba con vos y ellos lo consideraron placer.
Reteniéndote esa y otras noches, nunca más fuiste mi posesión. Alimentada con mis raciones, entrabas a mi cama sólo para dormir. La culpa hacía que te bañara y peinara para despiojarte., Lavaba tu ropa, secada bajo el frío sol. Ellos se burlaban de mí creyéndome enamorado. Se los dejé creer para que no osaran mirarte.                                                                                                                       
Luego vino el desplazamiento hacia otros destinos. Moviendo cielo, montañas y mares logré dejarte en el  precario refugio  abierto por unas monjas en una mansión destrozada.  Grité, lloré (con silencio ensordecedor) y partí con el recuerdo de tu abrazo a una  rota muñeca de trapo y el de esa mirada tuya que no entendía mi sacrilegio.                                                                                                                                                                                                                                                 
Al  poco tiempo  vino  mi huída de  ese mundo  insano,  llevando al pecado conmigo. Con joyas de saqueos y haciéndome pasar por oficial alemán compré a un obispo francés el pase por la ruta de Odessa hacia Sudamérica. Llegué con biografía inventada. Y no fue difícil porque los gobiernos protegían gustosos a un nazi. Hasta
Con metálico de sangre compré una cervecería que hice prosperar. Pero tu temblor se acostaba conmigo para cobrarse mi atrocidad. Los muertos bajo mis balas no tenían el peso de tus ojos.
En el  63, buscando alivio, dejé en  manos confiable la empresa para volar a Alemania. Acudí a todos lados: oficinas, manicomios, ciudades. Recién después de un año y mucho esfuerzo obtuve tu dirección.
Estaba bajo pánico cuando el muchacho, en el que reconocí mi herencia, abrió la puerta. El también olió los genes.
A pasos del perdón cocinabas. Supe que el pasado te cristalizó porque al verme quedaste tiesa; las manos cubrieron por segundos tu cara. Emitiste  un sonido  apagado, no supe  si de  sorpresa o de  espanto.  Tu mirada  se clavó en mí.  Temblé. Luego, sin palabras, me tomaste el brazo y no pude evitar las lágrimas. Fue el joven quien me invitó a sentar justo cuando iba a huir de tus ojos, de tu vida, como antes.
Frases tartamudas para explicarle lo que ya sabía, cenar tensos, hasta que su charla  comprensiva nos llevó a momentos  más amenos  para hablar  de presentes y proyectos. Ante cada palabra tuya fuertes sentimientos nacidos del dolor me taladraban.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
Te pedí casamiento. Tu respuesta fue no, porque la memoria sería una mole aplastante. Te ofrecí dinero, también rechazado. Ya a punto de quedar sin salida de mi falta mortal, el muchacho -desconocido e inmediatamente amado- me abrazó. Sentí su clemencia, la cual compartiste en absoluto mutismo.
Lo acelerado del después pareció ocultar la pena. Con trámites agilizados por el dinero, a los cinco días ambos volábamos rumbo a Brasil, con la intención de conocernos, tener una vida en común y -tal vez- poder yo perdonarme mi barbarie.
Pero tus ojos quedaron llorando en el aeropuerto y dentro de mí.

                                               
Barbara Acuña  
                             
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 27, 2012, 15:54:18 pm
(https://fbcdn-sphotos-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash4/s320x320/409252_182345611867100_100002749881297_247460_458871089_n.jpg)

Patrullando la Ciudad


Al caer la noche las calles están desiertas. Sólo queda algún rezagado al término de un frío fin de semana. Cuando llegue la mañana volverá la frenética actividad y un sinfín de coches y gentes por todas partes devolverá tranquilidad a los urbanitas. Entretanto, mi compañero y yo patrullamos la ciudad en nuestro vehículo. Le observo desde mi asiento, mientras conduce, cambiando de marchas de forma mecánica y mirando por los retrovisores alternativamente mientras me cuenta, animado, como su vecina del segundo ha ido a su casa a pedirle un poco de sal.
-¡Todo un clásico! -me dice. Me refiero a lo de ir a pedir para tener algo conmigo. Podía haber buscado otra excusa…
Sonrío embobado mientras continúo observándole, y mi pensamiento vuela a otros momentos recordando cuando yo trabajaba en los colegios como policía haciendo educación vial. Durante cuatro días permanecía en el mismo colegio recorriendo sus aulas, dedicándome a enseñar normas de circulación a los niños. Era un trabajo muy grato ya que los niños aprendían rápido y se divertían, especialmente cuando ponían en práctica la teoría en un circuito que les preparaba en el patio del colegio. Durante esos cuatro días pasaban por el circuito todos los alumnos del colegio, desde los niños de tres hasta los de doce años.
En mi familia algunos se preguntan cómo después de tantos años de servicio como policía aún patrullo las calles y no estoy en una oficina arreglando papeles. Yo les explico que me gusta la calle y que no sirvo para estar todo el día rodeado de papeles. No lo entienden; y yo no me molesto en explicarles cuál es el verdadero motivo por el que estoy en las calles.
Continuamos patrullando, y viene a mi mente el día en que entré en aquella clase de alumnos de segundo de primaria. Era la primera vez que trabajaba en  ese colegio, así que la profesora de los niños me presentó como Pedro “el policía amigo” y me dejó con ellos. Llamó mi atención un niño de grandes ojos, sentado junto a la ventana y cerca de la mesa de su profesora. Parecía tener frío ya que estaba pálido e incluso mantenía puesto el gorro, incluso dentro de clase. Quise ganarme la confianza de los chiquillos así que comencé preguntando sus nombres, y, aunque eran pocos alumnos, no pude quedarme con el nombre de todos. Él se llamaba Daniel.
Charlamos durante un rato, y antes de entrar en el programa que tenía preparado para ellos según su edad, les estuve preguntando qué querían ser de mayores. Casi todos me contestaron a la vez. La mayoría de ellos querían ser policías, futbolistas, profesores, médicos...  En medio de aquella lluvia de profesiones escuché algo que me llamó poderosamente la atención. Era Daniel, aquel niño de ojos grandes y rostro blanco, el que había respondido de aquella manera. Sin estar seguro de haber oído bien volví a lanzar la pregunta, esta vez dirigida hacia él.
-Tú, Daniel, ¿qué quieres ser de mayor?
-Nada –contestó.
Y mientras contestaba se quitaba con mano torpe el gorro que cubría su desierta cabecita.
-Yo nunca voy a ser mayor…
Aquel día despertó una relación especial entre Daniel y yo.
Mi pensamiento regresa al coche patrulla en que nos encontramos. Continúo observando, en silencio, a mi compañero. Él me mira y dice:
-Pero ¿qué te ocurre Pedro, que estás “atontao”…?
-Sabes, Daniel, me alegro de que patrullemos juntos – le contesto.
-Yo también, compañero, yo también... –me dice él.

Burn
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 29, 2012, 14:54:07 pm
(http://www.preguntasantoral.es/wp-content/uploads/2011/01/San-Pablo-eremita-Jos%C3%A9-de-Ribera-siglo-XVII.jpg)

El Eremita


En una pronunciada y solitaria montaña, en un rincón del mundo, una figura luchaba contra la dura pared de roca y sus propias limitaciones. En busca de una meta casi imposible que le aguardaba en la cima.
Allá arriba, en una cueva, vivía un hombre desapegado que se había retirado de la sociedad hacía tiempo y que había renunciado a las comodidades materiales en búsqueda de una verdad superior.
Cuando el alpinista llegó a la cueva, escuchó una voz afable.
–¡Bienvenido, Sr. Cervantes! –le saludó un anciano de larga barba blanca, que se encontraba semidesnudo–. Le hemos estado esperando.
–¡¿Qué?! –exclamó sorprendido–. ¡¿Me conoce?!
Observó que el anciano levitaba, parecía estar sentado pero no tocaba el suelo.
–Así es.
–¿Cómo sabe mi nombre? ¡Nunca había estado antes por estos lugares! Y ha dicho: «Le hemos estado esperando» Creía que vivía aquí solo.
Cervantes contemplaba como levitaba el anciano. Y vio que a su alrededor parpadeaban las caras de algunos de los mayores sabios de la humanidad: Buda, Cristo, Al Issa, etc. Todos resplandecientes.
–¡Claro que sabemos tu nombre! ¡Lo sabemos casi todo! Es nuestra maldición y nuestra bendición. También sabemos por qué has venido Gabriel Cervantes. Y sabemos que nuestra respuesta no te hará feliz.
Hizo una pausa y continuó.
–Todos venimos buscando lo mismo, y lo encontramos, como lo harás tú. Pero entender esas cosas sobrepasa el poder de la descripción de las palabras. Descubrir las respuestas lleva tiempo. Sí, tiempo y paciencia. Llevo aquí treinta y cinco años, igual que mi predecesor. A ti… a ti te llevará aún más tiempo. No hay nada más que decir.
Cervantes estaba muy decepcionado, casi furioso.
–Ah veo que eso no te agrada. Lo mismo me ocurrió a mí.
–¡Exacto! ¡No me agrada! ¡Tienes respuestas y las quiero! Me espera un trabajo y mi familia. ¡No puedo pasarme toda la vida contemplando mi ombligo! ¡Dímelo, maldito anciano risueño!
Lo golpeó…
–¡Me costó mucho tiempo y dinero encontrarte, y vas a justificarlo! ¿Me oyes?
–Sabíamos que te ocurriría esto. Termina mi tiempo y comienza el tuyo. Lo primero que aprenderás es a controlar tu ira.
–Dime los secretos del universo. ¿Por qué la lluvia? ¿Por qué los animales? ¿Por qué la vida? ¿Por qué el sufrimiento? Hay tanto que quiero saber.
–Esta búsqueda debe estar guiada por la inteligencia. Aquel que busca la espiritualidad sin inteligencia no la encontrará.
–¿Dices que no soy inteligente? Soy el único que ha podido hallarte, infeliz.
–Oscuridad en tu mente hay, una concepción falsa de la situación tienes. El sabio debe buscar la Verdad, en la calma y la paciencia, apoyado por su lógica.
–¿Por qué? ¡¿Por qué?! Dime todos los secretos del universo. ¡Ahora!
Lo golpeó, el anciano agonizaba y dijo sus últimas  palabras.
–Todos necesitamos desaparecer de vez en cuando y experimentar el silencio para armonizar con nuestra voz interior. En esas condiciones podemos liberar a la mente del ruido de fondo al que nos hemos acostumbrado.
El sabio murió en ese instante.
–¡Oh, no! ¿Qué he hecho? ¿Anciano…? ¿Estás bien? No quería… perdí el control… ¡Le he matado! ¡Su saber, su sabiduría han desaparecido! Después de tanto buscar… ¿Qué haré?
«Descubrir las respuestas lleva tiempo. Si. Tiempo y paciencia. Llevo treinta y cinco años en esta cueva, igual que mi predecesor. ¡Pero a ti te llevará aún más tiempo!»
Gabriel Cervantes se dio cuenta que no había otra manera… y esperó… y aprendió… hasta que… al fin entendió.
Años después otro alpinista ascendía las montañas. Llegó a la cima y entró en la cueva.
–¡Bienvenido Diego Gallardo! –le saludó Cervantes flotando en el aire–. ¡Te hemos estado esperando! No te sorprendas. Aquí encontrarás respuestas a todas tus preguntas.
Y así termina… y así empieza de nuevo.

Apolo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 29, 2012, 15:00:25 pm
(http://s3.argim.net/files/w/wishing_i_could_fly_by_s3vendays_240.jpg)

Azul


Del cielo azul pendía una luna redonda como una moneda de plata recién acuñada. Era una de esas noches en las que dejas que el tiempo discurra despacio mientras escudriñas figuras entre las brillantes estrellas. La calma se apodera de uno y se respira paz al contemplar el espectáculo del firmamento. Desde la terraza de Dertal vislumbrábamos aquel cielo estrellado y hablábamos fascinados sobre él.
   Aquella noche Dertal me explicaba el diferente significado de los colores. De entre todos ellos, destacaba el color azul. Para él era el color que regía la paleta de los colores y el que sobresalía claramente sobre el resto. Para mí no era un tema especialmente interesante pero a Dertal parecía atraerle de manera expresa y divagaba apasionadamente sobre el azul y sobre sus diversas tonalidades.
        Le escuchaba atentamente y de vez en cuando le interrumpía para preguntarle algo que no terminaba de entender o para que me aclarara alguna de sus profundas reflexiones. Nunca contestaba de forma apresurada. Se tomaba su tiempo y a veces permanecía en un inquietante silencio antes de pronunciar palabra alguna. Su mirada se perdía en la inmensidad de la estrellada noche y sus frases se encadenaban una tras otra formando un apasionante discurso.

-   El azul es el color más puro y genuino de todo el espectro cromático. La inmensidad del océano es azul, azul ultramarino y azul marino. También el asombroso cielo es azul, azul celeste. Es el más claro y brillante de todos los azules. Dicen que el alma candorosa de los hombres buenos está envuelta en auras azuladas. Cuentan que la mirada del enamorado es azul porque sus ojos son garzos. En ese azul se funden el rojo del corazón de las personas enamoradas y el blanco inmaculado de sus respectivas almas. Este es el azul más hermoso. El azul que pueden contemplar tan sólo unos pocos privilegiados.

-   A veces el corazón de las personas amadas es negro, de un negro abismal como el de las más oscuras tinieblas. Cuando esto ocurre la mirada enamorada va cambiando de un azul opalino a un gris descolorido y sombrío.

Dejé a Dertal sumido en sus meditaciones y regresé a casa acompañado por una tenue luz azulada. A partir de aquella experiencia el azul cobró un especial sentido en mi vida. Siempre estuve rodeado de azul allí donde mirara.

Lucién Bosán
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 29, 2012, 15:05:25 pm
(http://furcoatnoknickers.files.wordpress.com/2011/06/1209734615-memento-mori_1.jpeg)

Memento Mori (Pasos en la Escalera)


Sus latidos se sincronizan con las pisadas que ascienden la escalera en el portal. Pasos de gigante que hacen ondear el agua de los vasos y arrugarle la cara en expresión de rechazo, como quién escucha disparos en la habitación contigua. Se tensa hasta el último músculo de su cuerpo. Se le había olvidado que podía ser olvidado. 
No está preparado, no ha hecho todo lo que tenía que hacer. ¡Qué poco le queda por aparecer frente a su puerta y el piso todavía sin limpiar! El suelo abandonado a la pelusa y un desorden mudo que muy poco puede decir de él. Ella se acerca, sus pasos se repetían cada dos o tres segundos para recordarle su advenimiento.
Agarra con obligada decisión la escoba y barre el polvo que ha ido acumulando a lo largo de su vida. Entre las motas, distingue restos de muchos momentos en los que fue feliz, pero en su obsesión de tener hechos los quehaceres, los desvalora y los mezcla con todo lo demás, en el mismo recogedor, en la misma bolsa. El éxtasis y la alienación desfiguran sus rasgos, su visión bifocal se convierte en un plano torcido expresionista y su esqueleto tiembla de fatiga y zozobra existencial. Todo aquello que se había acumulado durante años era inadmisible, tenía que dejarlo como los chorros del oro, como el tiempo mismo.
Los ratos en que descansa la barredora los dedica a morderse las uñas hasta tocar hueso y a mudar piel viva. Su barba ha crecido hasta clavársele en el pecho y el peso de la fatiga lo encorva. Tacha de infructuosa su ablución. Está turbado por la falta de tiempo y es conocedor de la imposibilidad de alcanzar la consecución de todas las metas. Si quita el polvo de la estantería, cae sobre la mesa, y si lo quita de la mesa, cae a un suelo recién barrido. Mientras tanto vuelven aparecer más pelusas de las que debe ocuparse en la esquina. El trabajo del nunca acabar lo agota, le agrieta la piel y corroe por dentro.
Suena el timbre. Otra vez se tensan todos los músculos de su cuerpo, hasta que el corazón se encuentra flotando en cuerdas. Él abre la puerta, extenuado, y le ofrece pasar un rato a tomar algo y debatir. Ella dice que quiere salir a dar una vuelta, que no puede entretenerse, que le importa una ***** la ***** de su piso o el arduo trabajo que ha realizado arreglándolo. No puede pararse en la casa de todos los que visita, no tiene tiempo, ni siquiera entiende de él. Mucho menos entiende de higiene, estética o decoración.
Él tose. Ha tragado demasiado polvo intentando quitarlo. Tenía que haberse relajado. Haber estado luciendo dignamente sus experiencias, recibirla con un café en la mano y una sonrisa desinteresada. Tenía que haber puesto música para eclipsar el incesante crujir de escalones y bailar y haber coleccionado con tranquilidad y dedicación las pelusas que iban creándose por cada uno de sus movimientos. Tenía que haber sido ella la que existiera por esperarlo y no al revés.

Klásico
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 29, 2012, 15:10:27 pm
(http://www.datosgratis.net/wp-content/uploads/2011/02/objetivos-profesionales2.jpg)

Objetivos


Cuantas noches pasadas en un hotel desconocido, oyendo caer la lluvia entre truenos y relámpagos. ¿Cómo una vida puede convertirse en semejante desarraigo? ¿En que momento se decide vivir con el único objetivo de saber donde se estará mañana? Y sin embargo, cuando se mira al futuro uno puede recordar las razones que le empujan a vivir en semejante desatino, ya que siempre hay un noble objetivo, que nos exige un sacrificio. Y por ese objetivo soportamos una vida que casi siempre resulta ingrata. Pero nunca tenemos tiempo de recordar porque un día nos planteamos ese deseo de futuro. Olvidamos la fuerza con la que emprendimos la carrera, y olvidamos también que estamos derrochando la vida en pro de un objetivo lejano. Vivimos condicionados a determinadas exigencias, para lograr algo remoto, y conseguimos olvidar el valioso precio que nos esta costando. Parece que tenemos todo el tiempo del mundo, y no dudamos en derrocharlo, mientras dejamos para el futuro lo importante mientras vivimos dedicados a lo que es, tan solo, urgente. Cojo el teléfono.
-- Hola nena
-- Hola amor, estaba leyendo el correo.¿Como estás?   
-- ¡Recién llegado!
-- ¿Es la hora de colgar la corbata?   
-- ¡Por fin! ¡Que asco de lunes!
-- Ya esta amor. Olvídalo. ¿Puedes?   
--  Lo intentaré. Porque eres tú, que si no... ¡Odio a la raza humana!
-- ¿Ves? Este es el momento de mi vida que más me he alegrado de ser tuya. No soportaría que me odiaras a mí también.   
-- Tengo un regalo para ti. Echa un vistazo a este vídeo en Youtube:
-- Iba a pegarle un martillazo a la puerta del coche que se le esta saliendo una cosa.   
-- Jajaja... ¡Eso del martillazo es poco femenino! La canción es mi regalo...
-- He intentado ponerla pero me resulta imposible escucharla ahora. Todavía está despierto el niño. Esperaré a que se haga el silencio.
-- Esta canción se escucha mejor bajito y con los ojos cerrados... Te iluminará una sonrisa mientras atravesamos el salón de casa bailando... Yo te llevo!
-- Será un auténtico placer.
 -- No lo sabes tú bien...
-- Me estás empujando a que te diga cosas bonitas.   
-- ¡No, no, no, cosas bonitas no, cosas guarras! Jajajaja
-- Entonces será mejor que me calle.   
-- Jajaja... ¡Que va! ¡Hoy me siento Fred Astaire! ¡Un caballero con sombrero de copa! ¡Y bailarín!
-- ¿Sabes? Si que es cierto que hoy ha sido un día de perros.   
-- ¿Qué te pasó a tí?
-- Nada especialmente malo, solo un cúmulo de pequeños detalles. Pero de pronto no parecen tan pequeños. Bailemos cariño. Me dejo llevar por ti. ¿Sabes? Me apetece sentarme sobre ti, con muy poca ropa, y sentir tus manos paseando por mis costados mientras te miro a los ojos traviesa intentando averiguar que es lo que vas a hacerme. Me apetece moverme despacito, sobre ti. Y sentir tu excitación.
-- Cariño, no me hagas esto, que todavía quedan cuatro días para volver a casa.
-- Vamos amor, el tiempo pasará rápido y podremos bailar, vuelve pronto mi Fred Astaire.
-- Te echo de menos, amor.
-- ¿Te sientes mejor, ya?
-- Sí, cariño, siempre me siento mejor cuando hablo contigo. A veces olvido el porque de todo esto. Yo solo quisiera estar en casa contigo y con los niños, y tener una vida normal.
-- Nunca pierdas de vista el objetivo, estamos a punto de conseguirlo. Ya casi tenemos el dinero que necesitamos para ir a buscar a la niña a su país. Tendremos nuestros dos hijos. No olvides que siempre estoy contigo.
-- Gracias cariño, descansa, ya queda menos.
-- Te quiero, amor.

Cuelgo el teléfono, y me quito la corbata. Saco la cartera de mi bolsillo, y miro esa carita de ojos achinados. “Ya queda menos, mi niña” le digo mientras le doy un beso a la foto. “Aguanta un poco más, tus nuevos papas, pronto irán a buscarte”
Con un suspiro me dejo caer sobre la cama, mientras una canción sigue sonando en mi mente. Night and day…

Mamai
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 29, 2012, 15:16:53 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_iNoM__2jNsA/TGjwaSAbb7I/AAAAAAAALRY/2wqkUVMuVQM/s1600/llorando.jpg)

Tristeza Infinita


Se encontraba completamente vacía,  después de  que recibiera aquella terrible noticia.    El telegrama enviado por su hermana, que le había llegado apenas dos horas antes, no dejaba lugar a dudas: “Mamá muerta. Stop. Te esperamos. Stop. Entierro martes  16:30”- Carmen.
   La muchacha se había quedado como en trance, tras leer aquel frío telegrama, que en aquellas escasas 10 palabra, encerraba la noticia más terrible que había recibido hasta ese momento en sus cortos 18 años de vida.
    Después de leerlo y volverlo a releer  su alma se quedó  agitada e  inquieta,  mientras intentaba asimilar la gravedad que aquellas palabras encerraban.
   La  joven quiso poner en orden su cabeza, pero era tan terrible el dolor que oprimía su corazón, que se sentía  incapaz de  tomar ninguna determinación, obsesionada como estaba por leer una y otra vez el dichoso papel,  para convencerse así  de que lo que estaba leyendo era cierto.
    Mientras intentaba  asumir, con una tristeza infinita la certeza que encerraban esas palabras, decidió en un pequeño momento de lucidez,  llamar a su amiga María Jesús. Estaba segura de que ella le ayudaría a organizarse y de  que realizaría aquellos trámites en otros momentos tan sencillos,  que ahora se sentía incapaz de llevarlos a cabo.
   Y es que el simple hecho de entrar por internet para comprar su billete de avión, llamar a su trabajo para contar la noticia y notificar su ausencia, o hacer la maleta, se le hacían imposibles.
   Temblando y con una voz llorosa, le dio la aciaga noticia a su amiga del alma. Esta corrió veloz a su casa para consolarla y ayudarla en todo lo que pudiera en aquel terrible trance.
    Su eficaz amiga no sólo hizo todos esos encargos, sino que también avisó a su trabajo de que iba a estar ausente seis días para acompañar a Pilar en el viaje, así como en el instante del entierro de su progenitora.
    Tras un viaje de casi 8 horas, el tiempo necesario para cruzar el Atlántico, las dos muchachas llegaron por fin a  Buenos Aires, agotadas, tristes y con aspecto desvalido.
    En la capital argentina  les esperaba el cuerpo sin vida de la amantísima madre de Pilar, y una familia rota por el dolor, que esperaba con ansia la llegada de su amiga para darle sepultura.
    Las muchachas agradecieron que en aquellos momentos la familia cercana se ocupara de todos los trámites para que ellas pudieran despedirse debidamente de la fallecida.
    En el largo velatorio las hermanas y el padre aprovecharon para recordar los felices momentos vividos en la infancia.
   También para relatarle a Pilar sus  últimos momentos, cuando rota por el terrible dolor que aquella maldita enfermedad le causaba, trataba de animar a los suyos y de transmitirle la necesidad de que siguieran unidos cuando ella faltara.
     Tras darle sepultura, las muchachas aprovecharon esos días en América del Sur, para recordar los escenarios de la vida en Argentina de Pilar, para convivir con su familia y tratar de apoyarse mutuamente.
    Y cuando por fin llegó el momento de partir, en vez de tristeza y desesperanza, sus familiares supieron legarle a Pilar un atisbo de esperanza y los mejores recuerdos que habían atesorado para ella, y que  había dejado su madre antes de despedirse definitivamente.

Saudade
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 29, 2012, 15:24:36 pm
(http://www.sabercurioso.es/wp-content/autocar.jpg)

Quince de Julio



Unas nauseas recorren mi estómago. Mis pies a penas llegan al suelo, solamente cuando el autobús se traquetea con algún bache puedo notar la punta de mis zapatillas rozando con un trozo del vinilo con el que imagino que hace algunos años intentaron disimular un agujero que vuelve a verse.
Coloco sobre la parte baja de mi nariz las gafas de sol que compré en un chino por cinco euros. Cada vez que las miro me pregunto si será tan malo llevarlas como me dice mi abuela.
Luces y sombras abren y cierran constantemente mis pupilas, los álamos se suceden, me ponen de los nervios esos cambios de luces. Me subo las gafas al huesecillo que sobre sale en mi nariz e inspiro profundamente intentando olvidarme de ese mareo. Como este vehículo coja otro bache no lo voy a aguantar.
La gente se va levantando de su sitio me doy cuenta de que hemos parado en algún lugar entre la nada y la nada más. Miro si mi móvil está en mi bolso. Es un alivio estar en suelo firme.
Una tónica con dos cubitos y limón, por favor.
Mientras el señor de detrás de la barra trajina la nevera a la búsqueda de la bebida miro a mi alrededor. El techo es muy bajo, demasiado bajo prácticamente puedo tocarlo de un salto de metro sesenta. En una de las paredes cuelga un póster amarillento, casi sin colores, con una ilustración de la Alhambra que se funde con una cara femenina y un vaso de cerveza al pie dice “...y las maravillas del mundo de la mano van”,y nada más en todo el bar. La barra está decorada con un plato de magdalenas enormes que parecen caseras.
Delante de mi aparece el señor con un vaso de tubo ralladísimo y un botellín de tónica, no hay rastro del hielo ni del limón.
La cuenta, gracias.
No hay ninguna mesa libre, me salgo a la puerta. El lugar respira decadencia y al mismo tiempo paz, solo algún que otro coche o camión a ciento veinte o más rompen esta extraña vuelta al pasado en este sitio.
Hace calor, el líquido de mi vaso empieza a calentarse, me dejo la mitad y devuelvo el vaso a su dueño. ¿Perdone, el lavabo?.
El señor pone sobre la barra un trozo de madera ennegrecida de la que cuelga una llave oxidada y me señala hacia fuera. Mientras camino hacia el exterior pienso en hacerle a la llave una foto con mi móvil, me coloco bien el pelo con las gafas de sol.
Hago equilibrios para mantenerme alejada de la taza mugrienta, con la mano derecha sujeto la puerta metálica que no está precisamente cerca, miro por una ventanita cuadrada que da a la parte trasera. La luz del sol que entra blanca, radiante. Un reflejo fugaz me deslumbra, se me caen las gafas al suelo, mi muslo izquierdo roza la taza el váter...
¡*****!.
Apoyo el codo en el filo de goma de la ventanilla y mi cabeza sobre mi mano, los álamos pasan y pasan. El sudor de mi labio superior sale a flote.
¿Conductor, puede poner el aire?.

Gato&García
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Junio 30, 2012, 11:21:44 am
Una de las premisas de la asociación cultural forummontefrio ha sido siempre promover el desarrollo cultural, económico y turístico de Montefrío. El IV Concurso de relatos de ForumMontefrío continua reforzando la imagen de nuestro municipio fuera de nuestras fronteras :dirol:

Argentina:

http://www.nuevodiarioweb.com.ar/notas/2012/6/17/concurso-relatos-forum-montefrio-401828.asp


EEUU (California):

http://www.menteajena.com/


México:

http://www.comunidadcultural.com/wc/e.asp?ID=4967


Sin olvidarnos, por supuesto, de nuestra tierra patria:

(http://img267.imageshack.us/img267/9938/dibujo738x963.jpg)
http://diariodigital.ujaen.es/files_viccom/Diario%20Ja%C3%A9n%20mi%C3%A9rcoles%2020%20de%20junio%20de%202012c.pdf

http://www.tregolam.com/seccion/actualidad/12973/iv-concurso-de-relatos-forum-montefrio

http://www.heraediciones.es/index.php?start=15

http://www.premiosliterarios.com/litonl/noticias.asp

http://tomatulibro.blogspot.es/

http://friendfeed.com/guiadeconcursos/8a976f35/iv-concurso-de-relatos-forum-montefrio

https://twitter.com/entrelectores/status/205172305192681472

http://elrincondelbuenlector.wordpress.com/2010/01/29/concursos-literarios-del-mes-de-enero/

http://ferialibrodelmundo.blogspot.com.es/
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 02, 2012, 15:29:11 pm
(http://4.bp.blogspot.com/__tmxrMgozj4/THnI8mHm8dI/AAAAAAAAAEY/7upUB6HGDxs/s1600/mujer%2Bllorando.JPG)

De Perros


Hay veces que mamá llora tanto.
No hay sábado que no juguemos a la pelota. Hugo todavía es chico, y mamá no lo deja salir todo el tiempo, aunque últimamente no le presta, en realidad no nos presta atención a ninguno, está siempre cuidando a la abuela que está media frágil. 
Néstor juega de cinco, y yo soy delantero, un nueve bien de área. Tenemos una sola camiseta, una de Boca, hacemos un partido y un partido, pero cada tanto nos peleamos por quien tiene que usarla. Había un tiempo en el que siempre pasábamos por el almacén del abuelo Carlos, comprábamos buena cantidad de pan y algo de fiambres, porque después de los partidos te morías del hambre que te daba, sin contar el tema de la sed. Pero en eso no gastábamos, tomábamos de una de las canillas que daba a la canchita. Teníamos un perro, en realidad era hembra, de Néstor y mía también, la encontramos en la calle y un día la hicimos entrar a casa y ya quedó. Y desde ese momento nos siguió a todos lados, a comprar el pan, a comprar alguna pelota cuando la que teníamos se pinchaba, a la gomería si era posible salvarla, y a la canchita, para mirar, acostada sobre lo poco que hay de pasto, como una más entre todos nosotros.
Me acuerdo muy bien de ellos, pero como me acuerdo, también nunca los volví a ver. Con su camioneta, tan blanca y sucia a la vez. Uno de ellos con una gorra de Boca, el otro con una especie de lazo en la mano, pasaban por casa, cada tanto.
La semana pasada se nos rompió la pelota, y ninguno tenía un mango para comprar otra, y eso que éramos como diez, a ninguno se le caía un peso del bolsillo, y no quedaba otra que parcharla. Ni atención le preste ese día. Mamá tampoco le prestó atención. Yo tan seguro de que no le pasaría nada. Mamá tan segura de que estaba bien. Volvimos a casa ese día, la gomería estaba cerrada, (un sábado estaba cerrada), nosotros no lo podíamos creer. Nos sentamos afuera de casa, Néstor salió y me preguntó por ella <<Ahí viene le dije>>. Y entonces trato de imaginar cómo pasó; primero el gorro de Boca, segundo, la camioneta, después el lazo en la mano,  hasta los golpes, y dejo de imaginarlo. Pienso en el abuelo, en que me diría.
Quisiera acordarme por lo menos de su nombre. Solo me acuerdo que ese día lloramos sentados en la vereda, y por un momento entendí las lágrimas de mamá. Lloramos. Sin plata, sin pelota, sin sábado. Mamá también lloraba, la abuela ya no.

Lucas González
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 02, 2012, 15:35:14 pm
(http://orballo.files.wordpress.com/2011/05/guisantes.jpg)

Guisantes de una vaina   


Odio los guisantes. Si una semilla está tan metida dentro de su vaina es porque el buen Dios no quería que nos la comiéramos. Voy por la mitad del saco, si sigo a este ritmo tardaré dos horas en acabarlo. Así que hoy me dará tiempo a pelar dos sacos mas, 20€ extra. No está mal. Pero odio los guisantes.

Se me meten las pieles por debajo de las uñas, y el olor amargo que se queda es peor que el de recoger las cebollas en Polonia. Pero al fin y al cabo aquí en Francia pagan más. Y he tenido suerte de haberle caído en gracia al Monsieur, y que me haya escogido para pelarlos después de recogerlos, muchas de las otras ya se están dirigiendo a Alemania para la recogida de espárragos. A lo mejor tenía que haber ido con ellas, odio los guisantes. Los espárragos son más fáciles, y apenas huelen. Pero así gano más dinero. He tenido suerte.

A ver si hablo con mi madre. ¿Habrá aprendido María el resto del alfabeto? Espero que si, hay que ver lo contenta que se puso cuando llegó hasta la M. Seguro que ya ha llegado hasta la Z. Con lo lista que es, seguro. Lo menos llegará a médico. O a profesora. Y entonces no tendrá que pelar nunca un guisante, podrá comprarlos ya listos, y solo tendrá que echarlos en la sartén. O los echará su chica, y podrá mandarla a que haga la compra, y le llamará Doña María. Y no tendrá que levantarse nunca a las 4 de la mañana, para ir a cosechar, ni compartir furgonetas con gente extraña protegiendo su mochila, ni aprender a decir “déme lo que me debe” en 6 idiomas. Y podrá ver crecer a su hija, y enseñarle ella el alfabeto.

Y yo por fin podré dormir hasta las 9 de la mañana, e iré todos los días al mercado para hacer la compra, y que no engañen a mi María, que seguro que como es más buena que el pan intentarán timarle, y seguro que su chica no hará nada. Pero yo estaré allí para evitarlo, que buena soy yo cuando me pongo.  Y los domingos iremos al parque, a dar de comer a las palomas, como me dijo mi madre que ahora hacen. Dice que se ríe cuando se le posan en la mano, y que no les tiene miedo. Quiá! ¿Por qué les iba a tener miedo? Si es una valiente, como lo era su padre.

Como lo era, porque ya Antonio no se encuentra. Me acuerdo en las fiestas del pueblo, él era siempre el primero en tirarse detrás de la vaquilla. Era el más guapo y el más valiente, todas me tenían envidia cuando me casé con él. Y ahora todo el día delante de la tele. Ojala hubiera venido conmigo, le habría hecho bien el estar trabajando conmigo. Pero no, quiere encontrar algo de lo “suyo”. Como si importase de donde sale el dinero. Y menos mal que está mi madre, porque el zángano de él no se ocupa de la niña. Yo aquí trabajando como una mula, pelando guisantes, y él tirado en casa. Y sabe que odio pelar guisantes.

Pero María le ayudará. Verá que tiene que reaccionar por ella. Y que da igual de qué trabaje, que lo único que importa es ella. Entonces a lo mejor podré volver a casa, y encontraré algo allí, y podremos estar juntos. Como guisantes en una vaina.

Unza Valle
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 02, 2012, 15:40:39 pm
(http://lh5.ggpht.com/-kl83kpdfw5o/ThcdLxf-9WI/AAAAAAAAIss/E0WPUXjxtxM/carta%25255B6%25255D.jpg)

Desde un Lugar Lejano


16 de Abril:
Gaby, mi amor, perdoname que no te escribí en estos días, ya sé que te prometí hacerlo más seguido, pero a veces siento que desde que llegamos acá es muy difícil cumplir con todas las cosas que se prometen. Vos vas a decir que soy un exagerado, como siempre, y que empiezo a maquinarme y que invento historias que no son. Pero aunque no quiera, está dándome vueltas en la cabeza la idea de que es mentira que van a mandarnos refuerzos para combatir. Desde que estamos en la isla, no volví a ver a los generales ni a los coroneles que nos enseñaron y nos dieron instrucción. La gente con la que vivo y duermo cada noche no tiene mucha más experiencia que yo, me pongo a mirar a mi alrededor y solo veo más de lo mismo: gente de provincia, roñas que, al igual que yo, casi no tienen sueños por delante.
Sí, sí, ya sé, me vas a decir que yo sí tengo sueños, que voy a formar una familia con vos el día de mañana, etc. ¿te das cuenta, no? Sacándote a vos, en mi vida no hay mucho más, no tengo idea de qué otras cosas quiero, salvo esa casita en General Rodríguez de la que te hablé y que me gustaría comprar para criar a nuestros hijos cuando estemos casados. Dije "hijos", sí, porque aunque yo esté tan lejos ahora, sigo pensando en todas esas cosas. Vos vas a decir (parece que mientras escribo te estuviera viendo, con esa sonrisa que ponés a veces cuando crees que te estoy cagando a bolazos): "Javi, ¿y con qué plata pensás comprar la casita esa en General Rodríguez, eh?" Bueno, espero que no te enojes, Gaby, pero te voy a contar un secreto que venía guardando. A todos los muchachos de nuestro batallón nos dijeron que nos iban a dar un premio muy importante si ganamos la guerra a los ingleses. Que nos iban a dar mucha plata, mucha, y que íbamos a poder comprar una casa, un auto, que al regresar a Buenos Aires nos iban a dar medallas de oro y a recibirnos con una cena de gala lujosa, que aunque no sé qué quiere decir eso, suena bien al menos. Ibañez, un porteño dientudo que siempre parece triste y descreído de todo, nos dijo la otra noche que él no estaba seguro de nada de eso, que para él eran todas mentiras que nos decían para tenernos acá peleando como boludos por una guerra que todavía ni entendemos. Yo no sé, me parece que discutirlo ahora no tiene sentido, sino para eso mejor desertar de antemano y listo. ¿Para qué te quejás, Ibañez? le dije yo. Si estás acá, hacé patria matando un inglés o callate la boca, loco. Pero, Ibañez, no me respondió, siguió en su mambo como si nada y no hubo manera de sacarle de la cabeza esas ideas negras que tiene, ¿a quién se le ocurre que nos quieran empaquetar así y después no nos den nada? Además nos hicieron firmar papeles y en esos papeles decía lo de la guita y la responsabilidad del Estado con nosotros.
No sé, para mi no es cierto eso de que nos van a cagar, como dice el Ibañez ese de *****. Creo que se quiere hacer notar y no encuentra otra manera. A mi no se me escapa de la cabeza la idea de tener una casita y criar a nuestros hijos juntos.
En lo que tiene que ver con la guerra, no me parece tan grave lo que está pasando hasta ahora. No vi ningún ejército enemigo por la zona, y se me hace cuento que nos manden a esos gurkas que se rumorea van a mandar. Suárez, un flaquito de Olavarría, nos contó la otra noche una historia que no sé quién le había dicho. Dice que los famosos gurkas son unos asesinos a sueldo, medio piratas y que además son putos. Sí, lo que oís. Dicen que atacan por la noche y en vez de matarte te dan una pichicata que te hace dormir como un bebé recién comido, y que cuando estás así, te rompen el culo y después te rapan. Dice que a él le pareció ver un soldado pelado, al que los gurkas se lo garcharon y cuando se despertó ya era ****, como si se lo hubieran contagiado. Algunos de los muchachos de mi batallón, los más pibes, creen en todo eso y se cagan de miedo de sólo pensar en los gurkas. Se dicen tantas cosas. Algunos están asustados de verdad. Lo que ocurre en mi caso, quizás, es que nunca tuve miedo de ese miedo. Y yo no es que me quiera hacer el guacho pistola que se las juna todas, no, para nada. Pero, la verdad me preocupan más otras cosas. Me preocupan las cosas que veo entre nosotros y que son tan terribles que se me hiela la sangre de pensarlas un rato. Vi, la otra noche, unos chicos jugando a la ruleta rusa con unos revólveres y me pregunto qué carajo le tiene que pasar a un tipo por la cabeza para jugar a ese juego, si es que puede llamársele juego. Ibañez, siempre Ibañez para llevarle la contra a todos, dijo que se trataba de valientes, que después de todo, estábamos en la misma que ellos, jugándonos la vida ahí, y que aunque no pareciera esos tipos que se jugaban la cabeza, en realidad tenían "más poder de decisión sobre sus vidas que todos nosotros juntos". Entonces yo me lo encaré de nuevo y le dije: "Che, Ibañez, y si te parecen tan héroes, ¿por qué no jugás con ellos y listo? Capaz que te volás la tapa del cerebro de una buena vez y nos dejás de romper las pelotas a los demás". Ibañez sacó un cigarrillo que venía guardando hacía unos días y me contestó que si tuviera el valor de hacerlo, lo haría. Pero después nombró a Gandhi y dijo que no iba a hacer otra cosa que esperar que los ingleses vinieran a matarlo, que ese era su destino, que los astros estaban alineados para que pasara eso. El I-Ching también se lo dijo, nos contó. A mi la verdad que ese tipo me pone muy nervioso. Y aunque haga un frío de cagarse en este lugar, cuando se pone así y dice cosas por el estilo, me hierve la sangre y me entran ganas de ahorcarlo. Si me escucha, seguro que hasta se pondría contento. En fin, lo de la ruleta rusa no es lo más grave ni me preocupa tanto, aunque la otra noche soñé con mi hermano Elvio, ¿te acordás? El que se mató jugando con la 38 de papá cuando éramos chicos. Estábamos tomando un helado en una plaza y yo era grande y él chiquito, como en una foto de cuando él tenía seis años, que todavía tengo guardada. Entonces yo le doy una chupada a mi cucurucho y como no quiero que él haga lo mismo le paso una cucharita con helado que él agarra con su mano chiquita y se lo mete en la boca. Yo miro alrededor buscando a mis viejos (en el sueño mis viejos vivían todavía) y cuando miro a Elvio veo que la cucharita es un revolver y de pronto se dispara y empieza a desangrarse, le sale de la nariz algo que se parece a dulce de leche. Cuando lo agarro a Elvio, pego un grito y me despierto todo transpirado. No sé por qué justo acá me vine a acordar de él, viste que uno no elige lo que sueña y de pronto sale eso de la nada. Para mi que tiene que ver con otra cosa que me contó Suárez. Ese Suárez tiene las mejores historias dentro del batallón, aunque me parece que algunas el hijo de **** las inventa, pero esta se la creo porque otros pibes que no lo conocían también dicen que es cierto. Resulta que un cabo se quedó dormido haciendo una guardia, se ve que estaba tan caliente que se pajeó y el coronel lo encontró en su garita improvisada con los calzoncillos bajos y las manos agarrándose de los huevos. Por cochino, ahora va a limpiar la ***** de todos sus compañeros, ¿qué quiere? ¿quiere que nos maten a todos por culpa suya? ¿acaso no sabe que la paja vuelve loco a los muchachos? Pero lo que nadie sabía era que el cabito se tenía algo entre manos. El coronel, después de darle una bolsa negra de consorcio, lo mandó a limpiar la cagada de sus compañeros. "Ya que casi nos matan a todos por su cagada, ahora va a tener que limpiar la de todos los demás, ¿me oye?" Y el cabo nada, nada de nada, como una estatua. Después de eso, lo mandó a estaquear por doce horas: lo tuvo muriéndose de frío, atado de pies y manos mirando el cielo, como Jesucristo. Doce horas. Doce horas es mucho, yo no creo que ningún ser humano resista ese tiempo al frío pero, bueno, vos disculpame que te cuente todo esto, lo que pasa es que es imposible dejar de pensar en esas cosas una vez que te las cuentan y después parece que te queman si no se las contás a alguien. La cosa es que cuando lo soltaron al cabo estaba casi muerto, tenía todas las articulaciones duras y no hablaba. El coronel lo cagó a pedos un rato más, pero el cabo no decía ni mu. Y parece que a la noche, cuando se le pasó el shock, agarró su bayoneta y se la clavó en el medio del corazón al coronel y lo mató mientras éste dormía. Después, se pegó un tiro en la cabeza delante de todos sus compañeros, como Elvio, cuando se mató hace unos años enfrente mío. Suárez es un tipo jodido, te cuenta estas cosas y después se queda callado y nos deja maquinando un montón.
Bueno, te voy dejando porque parece que en un rato, cuando sea más de noche, nos mandan a patrullar la zona. Yo creo que esto se termina pronto y antes de que me empieces a extrañar voy a estar de vuelta ahí con vos. Y cuando me den los premios y la plata nos vamos a poder comprar esa casita en General Rodríguez de la que te hablé tanto y con la que, calculo, ya te debo tener un poco cansada.

Abaddón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 02, 2012, 15:46:21 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-hvqSY1DWQco/TagFncJ8A-I/AAAAAAAAAhs/ByVnVdQqb9E/s1600/destino1.jpg)

Lo que tenia escrito el destino


Se iniciaban las vacaciones de Daniela un 2 de Enero en que el calor es duro en la zona de Talca, eran sus primeras vacaciones ya siendo una profesional, pues ya es una Doctora de Ginecología e Internista había tenido que sacrificar cuatro años de sus vacaciones de verano para lograr su propósito, ya pertenece al Hospital Clínico de Talca. Eran las 07:00 horas de la mañana había llegado 15 minutos antes de iniciar  su viaje a la casa de sus padres que Vivian en un fundo que se encontraba ubicado entre Talca y Constitución. Para muchos ese viaje era muy original pues tenía que tomar un tren que hacía el trayecto por el único ramal que queda en Chile.
    El tren que estaba ya en la vía para iniciar el viaje, se subió a un vagón pequeño pues el tren contaba con dos vagones de la década de los años 50. Escogió una ventanilla para observar el paisaje el tren viajaba a orillas del rio Maule a la derecha seguía contorno del cerro que en ocasiones se habría en valles donde existían pequeños pueblos que tenia paradero o la de entrada algún fundo como el de su familia. Mientras estaba disfrutando del paisaje cuando de acerco el segundo maquinista a recoger los boletos Ella reconoció al hombre y lo saludo.
-Buenos días Don José María.
-Buenos días niña Daniela, ¿Vuelve a casa de vacaciones o a quedarse como lo desean sus padres?
-Aquí está el boleto, solo vengo de vacaciones.
-Que sería lindo que los jóvenes como usted que son Médicos dejan un tiempo para poder trabajar en González Bastia, colocar un Policlínico aquí. Pero todos prefieren quedarse en la cuidad.
-Nunca había pensado en que se podría colocar un policlínico en este lugar
-Es que se ha pensado pero nunca hemos encontrado un medico para ello.
-¿Esa es la razón?
-Si niña Daniela, le avisare a mi colega para que para el fundo “Almendral”
-Gracias.
-Que pase unas lindas vacaciones. Adiós niña Daniela.
   Pensó en lo que había dicho el hombre el lugar que decía era un buen sector para un policlínico pues en aquella estación se cruzaban los dos trenes venían de Constitución y de Talca, era el lugar donde cruzaban rio Maule donde llegaban las personas de los alrededores. Se detuvo el tren González Bastia, aquí empezó a subirse varias personas que llevan frutas de en la Temporada aun que nadie lo creyera se sentía el aroma de cada fruta, también subían mujeres con pan casero recién horneado todos eso asía del viaje algo muy especial para el pasajero que no conocía ese viaje. Pero se dio cuenta que subían mujeres embarazadas con niños pequeños y ancianos que no llevaban nada para vender eran personas que iban al hospital a controles y a retirar su medicamentos. Pensó que todo aquello se podría hacer en un policlínico del sector para evitar que las mujeres embarazadas no pusieran  en riesgo sus embarazos, Pues tal vez tenia que venir desde sus casa  a caballo o caminando llegando a la estación Mientras miraba a la gente él tren se coloco en marcha. Sería un servicio para ese sector y tal vez habría gente que vivirían lejos, por su edad y enfermedad no tendrían atención medica murrian solo con dolor de sus familias. Cuando había pensador ser doctora desde niña era para ayudar a la gente que trabajaba en el fundo de su familia. Recordó lo que había dicho su novio de adolescencia
“Parece que la cuidad te ha robado el corazón que tenias te ha dejado un corazón de piedras y dinero, no me digas que la cuidad hay más futuro, también yo estudie en la universidad para ser ingeniero agrónomo tuve grandes oportunidades, pero nunca olvide el motivo por el que estudie que era para volver a este lugar y mirar con satisfacción las tierra de mi familia .Si no te gusta este lugar está bien es mejor decir adiós”
   Fue la última vez que le hablo, al recordar esas palabras que nunca quiso volver a escuchar. Te pronto senito que el tren se detenía miro hacia la puerta del vagón era el paradero donde ella debería bajar, pero una mujer joven se subió estaba embarazada de 8 meses o más y la mujer se despedía de su esposo.
    Se cerró la puertas, la mujer vio que estaba vacío el haciendo al lado de Daniela, se sentó. Pero Daniela la reconoció
-Hola tu eres Inés
    La mujer la miro y le sonrió.
-Hola Daniela cuando tiempo sin vernos.
-Si 4 años fue la última vez que vine de vacaciones al fundo. Mamá me habría dicho que te habías casado con Pedro, ¿crea que vivías en Constitución?
-Es que Pedro se asocio con tu hermano mayor y tu ex novio, en el aserradero de tus padres. ¿Bienes de vacaciones?
-Si – se sonrió – ¿cuantos meses tienes ya?
-Tengo 8 meses y medió, hoy me toca madrona y me dirá la fecha del parto.
-Pero es peligroso que viajes pues estas muy cerca del parto.
-Pero si lo sé porque aquí no hay matrona ni medico Pedro está muy preocupado por este viaje él quería venir pero la próxima semana tienen entregar un pedido grande para Santiago como él es que consiguió este pedido tiene demostrar que están preparado para pedidos así.
-¿Mi hermano no se puede hacer cargo ese trabajo hoy?- su voy sonaba molesta.
-Es que tu hermano hoy empezaba la cosecha de Damasco y Eduardo tu ex esta con la cosecha Ciruela.
-¿Es un varoncito?
-Si y el primero.
-No digas que eres primeriza.
-Si tiré que tengo mucho miedo.
   Al saber que Inés era primeriza le dejo preocupada al no saber cómo va ser parto.
-Yo me quedare en la casa de mis padres si te siente algo fuera de lo normal llama a la casa yo soy ginecóloga y te puedo ayudar.
-Gracias Daniela.
-Prométeme que lo harás Inés, yo te ayudare confía en mí.
-Gracias por tu apoyo.
   El tren se detuvo frente a la puerta del fundo un niño le ayudo bajar las maletas, se quedo de pie hasta que tren se puso en marcha. Se sentía culpable no haber acompañado a Inés al hospital, suspiro profundo, se dirigió a la casa de sus padres. Tomo sus maletas empezó a subir la ladera del cerro que llegar a su casa, y va pensando que hacía falta un policlínico en el lugar pues Inés no tendría hacer ese viaje para colocar fecha a su parto no pondría en peligro su vida y la de su hijo. Llevaría ese proyecto a su trabajo haría realidad su sueño de niña, un perro ladraron a visando su llegada así oyó la voz de alegría de su padre.
   Había pasado un lindo día junto a su familia y su madre le había regaloneado con lo que más le gustaba, se iba ir a dormir cuando escucho su hermano mayor que hablaba con alguien que había llegado a casa eran las 12 de noche, su hermano a pareció en la puerta de la cocina con una cara muy seria.
-Daniela llego Eduardo a buscarte pues dice que Inés va dar a luz, que tu prometiste ayudarla estuvieron llamando para acá pero siempre le sonó ocupado le pidieron ayuda a Eduardo y te viene buscar para llevarte a casa de Pedro y Inés.
    Daniela le dio escalofrió pues lo que tenia estaba sucediendo.
-Dile a Eduardo que me espere en 5 minutos estoy lista voy por mi maletín para irnos a la casa de los muchachos.
   Corrió como si estuviera en una sala de emergencia entro a su cuarto tomo su maletín unos guantes de su mochila y el delantal, se fue corriendo.
-Estoy lista si pueden llamen a Inés que salí para haya - miro a Eduardo estaba parado junto al puerta – hola ya estoy lista vámonos.- el hombre la miro y se sonrió.
-Hola vamos, ir en mi caballo por la línea del tren pues es más rápido ¿estás de acuerdo?
-No tengo problemas lo único que me importa es llegar ya- miro a su madre y le dijo- me puedes enviar algunas mantas por si las necesito.
-Ya hija que Dios y la Virgen te ayuden.
-Gracias
   Con ayuda de Eduardo subió al caballo se sentó primero bajaron con cuidado el cerro después que estaban en la línea del tren el caballo corrió a toda prisa los 2 dos kilometro que la separaban de la casa de Inés, no supo cómo llegaron.
   Corrió empujo la puerta estaba abierta entro se fue directamente hacia la pieza que tenia luz. Allí estaba costada Inés y Pedro iba saliendo a su encuentro. Inés descanso al verla.
-Aquí estoy no se qué paso con el teléfono pero cuando llego Eduardo me vine.
-Gracias por venir confiaba en ti.
-Ahora te ayudaremos Pedro puedes traer más luz y las tohallas, espero puedo contar contigo.
-Si Daniela por la lámpara más grande y tohallas- le toco hombro y le sonrio nervioso- gracias.
-Inés te revisare para ver cuando estas dilatas para saber cuándo quedar para la llegada del niño ¿cada cuanto minuto tienes contracciones?
- Cada 6 minutos.
   Daniela la examino y se encontró que ya estaba dilatada solo quedaban 4 centímetro para qué cabeza del niño apareciera, había llegado a tiempo.
- Inés nos queda nada, creo que en 15 minutos más nazca tu hijo.
-¿Tan poco queda Daniela? – y justo empezó una contracción su voz a penas se escuchaba- quiero que este Pedro ¿puede ser?
-Si él tiene que estar pues tú necesitas su apoyo y yo su ayuda- empezó gritar como si ella fuera ella la que está por dar a luz-¡ Pedro Pedro!
    El a pareció corriendo y se para en la puerta.
-¿Qué pasa?
-Tu hijo eta naciendo, no te quedes parado allí pon te junto a Inés, para que le ayudes pujar muévete ya, ¿tienes las tohallas? pero Eduardo se las paso mientras, Pedro se ponía junto a su esposa- Gracias me falta luz.
-Aquí está la luz la pondré sobre la cómoda y te dará más luz. Yo estaré a fuera si necesitas algo me llamas.
- Gracias
- Bienes otra contracción ahora puja los más fuerte que puedas Inés.
-Ya Daniela.
   Inés dio a luz aunque pensaba que iba hacer pequeño y no tuviera la madures de sus pulmones el niño era grande, a penas nació empezó llorar. Fue un llanto compartido nunca había traído al mundo a un niño en esas condiciones.
-Ahora tu Pedro toma las tijeras y corta el cordón.
    El hombre lo hizo con cuidado y emoción, Daniela tomo al niño lo limpio lo envolvió en una tohalla y en una frazada que   estaba junto a la cuna, se lo entrego en los brazos de Inés.
-Aquí está tu hijo
 Gracias a ti nació bien.
   Pedro le pregunto
-¿Como esta Inés bien?
-Si todo está bien ahora debe dar el primer pecho, al niño y descansar.  Si está bien mañana iremos en el tren de las 07:15 de la mañana a Talca a la clínica donde yo trabajo para que el pediatra vera al niño y quedemos todos tranquilos y no te preocupes por el pago de la clínica corre por parte mía es un regalo para ustedes, ¡no me digas que no!
-Ya no discutamos - se acerco le dio abrazo fuerte- gracias Daniela fue un milagro que hallas estado hoy aquí.
-Es una alegría ser útil.
      Inés le daba el primer pecho a niño, le dijo.
- Pedro dile a Eduardo que esta ha fuera que todo esta bien
- Me olvide de Eduardo voy a verlo.
    Salió del cuarto para ver a su amigo, mientras Daniela empezaba ordenar y limpiar todo, después fue a ver cómo reaccionaba niño con el pecho de su madre.
- Esta succionando con fuerza que alivio, ¿Donde está ropa del niño?
- Hay un bolso sobre la cómoda.
-Lo vestiremos para que no tome frio, Después quiero revisarte de nuevo y me permites cambiar la ropa de cama si puedes darte un pequeño baño con mi ayuda así quedas más cómoda, no tomas frio no puedes enfermarte.
- Si muchas gracias Dana y le pedimos a los hombres que cambien todo mientras nosotras estamos en el baño.
- De acuerdo.
    Cuando se abrió la puerta era Pedro que regresaba.
-¿Puede Eduardo entrar para ver el niño Daniela?
- Eso lo decide Inés, si se sentirse cómoda.
-Dani el niño esta quedándose dormido en el pecho, yo me cubro, Eduardo puede ver al niño. ¿Qué dices Dana?
- Que pase.
   Llamo a su amigo y entro miro al niño que Pedro ya tenía en brazos fue ver a dos niños mirando un regalo muy especial, después de unos minutos de conversación Daniela romper el momento.
-Ya es hora vestir al niño, después revisar de nuevo a Inés la pondré cómoda ¿Pedro puedes ordenar la pieza?
-Si como digas Daniela voy cambiar colchón, me puedes ayudar tu Eduardo.
-Para ayudarles estoy aquí., Daniela tu Hermano trajo las cosas que pediste y ropa para ti El valiente se fue me dijo que lo llamaras después tu.
-Mi hermano no cambia- todo se rieron – cuando era niño asía un escándalo cuando vía poco sangre.
    Pedro ayudo acostarse a Inés,
- ¿Como te sientes, quieres algo?
   Pero Eduardo hablo.
- Se me olvido que la madre de Daniela mando un caldo para la nueva madre.
-Que bueno pues estaba pensando hacer uno yo, mi madre me gano.
- Ya has hecho mucho hoy Daniela yo calentare un poco de caldo te traigo y tu Daniela descansa.
- Me cambiare de ropa
-Si como no.
   Salió de la casa se encontró a Eduardo que estaba fuera fumando.
   El la vio le sonrió.
-¿Daniela ha sido un milagro que todo saliera bien verdad?
- Si, voy a pelear para colocar un policlínico.
     Eduardo la miro largamente luego sonrió.
    Dijo con orgullo.
- Está de vuelta mi Daniela.
   Tres semanas después fue bautizo de Pedrito los padrinos fueron Daniela y Eduardo fue la decisión de Inés y Pedro.
       Daniela había conseguido formar un policlínico con ayuda de fundos con material y los lugareños con mano de obra.
           Estas vacaciones a Daniela le habían cambiado su vida.
         
Esperanza Prado
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 02, 2012, 15:49:15 pm
Un año más la acogida del concurso ha superado todas las expectativas. Tenemos alrededor de 100 relatos en espera de ser subidos a la web. Un poco de paciencia :drunk:
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 03, 2012, 15:34:36 pm
(http://2.bp.blogspot.com/-tUOEfpxqy1s/TYhkh4eEufI/AAAAAAAAAlE/rzWeMSduW1c/s1600/anciana.jpg)

Solitaria en la Ciudad


Su nombre es Amanda y tiene 70 años. Está sentada en la sala de estar de su casa, absolutamente sola. Su alma es su única compañía. Ningún otro ser habita la tierra; todos han muerto.

Ella es la encargada de cuidar el jardín imperial de Moscú,  labor que insumió gran parte de su vida, y que heredó de su padre, Vladimir, quién al fallecer le recomendó dedicarse a ella con amor y vocación de servicio, aún frente a las adversidades más terribles.

Su trabajo fue muy absorbente, tanto que se olvidó que vivía en una hermosa ciudad, con castillos cuyas paredes reflejaban la  historia misma de Rusia y su gente. No tenía trato personal con nadie. Su única conexión con el mundo exterior eran los proveedores que asiduamente concurrían al Palacio para hacerle entrega de los insumos necesarios para embellecer el jardín imperial.

Así pasaron los años y Amanda se encontró un día con que era la única sobreviviente de la tierra. No tenía a nadie cerca para preguntarle la causa de la desaparición de los habitantes del planeta Tierra. Al observar esta situación, decidió salir de los límites de su jardín imperial y se fue a recorrer el bosque que lo circundaba para conversar con sus moradores.

Los pájaros del lugar se sorprendieron al verla caminar por el sendero principal del bosque. Entonces, uno de ellos se cruzó en su camino para llamar su  atención dio contínuos picotazos en el tronco de un viejo y añoso eucaliptus. De inmediato, Amanda se aproximó al pájaro carpintero y le preguntó la causa de la falta de pobladores en el planeta. Este le respondió que había sucedido una desgracia muy grande, una peste, que terminó con la vida de todas las personas, solamente quedó ella por su dedicación al jardín. El hada madrina de las flores le concedió la salvación.
Al escuchar esta noticia, Amanda regresó muy pensativa a su hogar, tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no escuchó que golpeaban la puerta de su casa. Grande fue su sorpresa al atender  el llamado, ya que quién golpeaba era un rubicundo ángel, de túnica color marfil.  Repuesta de su desconcierto inicial, Amanda preguntó a su inesperado y especial visitante el motivo de su presencia, tras lo cual Miguel Arcángel respondió que la necesitaba para cuidar el jardín celestial, ya que estaba bastante descuidado, y él había tenido noticias de que ella era una excelente jardinera.

Dicho esto, el ángel tomó de la mano a Amanda y juntos comenzaron a recorrer el largo y resplandeciente túnel celestial. 

Alondra
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 03, 2012, 15:48:42 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_xLjKT5Rj97o/SOmK-NO4QDI/AAAAAAAACCc/MHlMipy9ywo/s400/Guillotina.jpg)

Los Verdugos
         

Lanzamos la moneda al aire, y esperamos ansiosos que el azar nos asignara una muerte inminente. Cara o cruz, la moneda revoloteó en el aire, y después cayó lenta, burlona, desafiando al tiempo. Mientras los dos nos mirábamos con los ojos ejecutores de un verdugo.

         Todo ocurrió en aquél  tedioso pueblo donde vivíamos. En el centro de la plaza existía un patíbulo con una guillotina de la época de la Inquisición.  Había resistido a todas las adversidades, inclemencias del tiempo y cuantas guerras habían acontecido hasta entonces. Formaba parte de la cruenta historia del pueblo y nadie, nunca,  se había atrevido a  derribarla.

         Los vecinos convivíamos en  buena armonía. Mi marido y yo también, pero éramos un tanto austeros y repetitivos, lo que hacía de nuestras vidas una mera rutina. Hasta que un día, decidimos romper con esos hábitos y hacer algo distinto que acabara, para siempre, con nuestro aburrimiento.

        Convocamos una reunión general y,  bajo votación, determinamos volver a poner la guillotina en funcionamiento. Necesitábamos revivir aquellos tiempos de herejes y brujas, de los que nuestros antepasados habían dispuesto. Para ello,  fue necesario darle unas manitas de pintura  e instalar una cuchilla en buen estado. Colocamos sillas alrededor del patíbulo, y tras unos días de reflexiones y acuerdos, nos dispusimos a dar comienzo el espectáculo.   
                                                         
        Así fue como buscamos  la manera de  escoger reos y verdugos. Primero nos elegíamos al azar, pero después decidimos hacerlo de forma  más divertida. Competíamos en juegos y concursos durante los días de la semana, quedando dos finalistas. Y el domingo, el día fijado para la gran fiesta, la fortuna de  una moneda  lanzada al aire, otorgaría el papel que cada uno iba a desempeñar. Cruz para la víctima y cara para el verdugo.

       En el pueblo se respiró un ambiente más jovial. Todos los domingos, ya lloviera, nevara o hiciera un sofocante calor, a las doce, después de  salir de misa, entre la agitación y el bullicio del la gente, empezaban a rodar cabezas.

       Mi marido y yo actuábamos con sumo cuidado para no tener que probar el infortunio de la guillotina, aunque no sentíamos temor alguno ante la posibilidad de ser decapitados. La obsesiva  idea de ser, únicamente, verdugos, obnubilaba  nuestra razón.  Necesitábamos ayudarnos más que nunca para salir ilesos de esta hecatombe. Las pericias y alguna que otra trampa en los juegos eliminatorios, nos conducían  a conseguir tan esperado fin. Tanto fue así, que poco a poco, nos íbamos encontrando solos. Hasta que un día, sin darnos cuenta, habíamos sobrevivido a todos nuestros vecinos.

      Nunca antes, habíamos vivido unos días tan pasionales e intensos. Descubrimos nuevas experiencias y un amor casi salvaje que no duró mucho tiempo. La rutina, nuevamente, se volvió a apoderar de nosotros. Un día, hallándonos cara a cara  los dos verdugos, nos dimos cuenta de la impiedad  que despedían  nuestras miradas

Esmeralda Ares
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 05, 2012, 16:10:29 pm
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Viaje en Ascensor


   Vivimos en un edificio alto con ascensor. La urbanización Parque Roma tiene siete bloques de edificios de trece y catorce pisos de altura y sólo hay un ascensor. Una vez subí al noveno en escaleras, conté nueve mil trecientos treinta y tres peldaños como una de esas pirámides mayas, ¿cómo podían vivir los mayas sin ascensor? Mi abuela lo llama elevador y mi hermano pequeño Daniel no llega a darle al nueve. Yo ya llegaba cuando mi madre montaba en él. Mi madre, dice la abuela, montó en uno que va al cielo. Tiene que ser muy alto ese edificio. 
   Nuestro ascensor tiene una lucecita roja en la puerta. Cuando la lucecita está mucho tiempo encendida el vecino del quinto golpea la puerta y dice: <<Ya está otra vez ese idiota>>. La puerta es azul y tiene un cristal por el que se ve pasar, arriba y abajo, al vecino del cuarto que es autista y se llama Luis. Al pasar se le oye reír y saludar Heeeeee, Holaaaaa. Al vecino del quinto le pone furioso <<Nos está tomando el pelo>> dice, pero él es calvo, serio, musculoso, nunca le he visto reír. Dice que va a llamar a la policía. La abuela me dijo una vez que el vecino del quinto es un imbécil.
   Y cada vez nos reunimos más vecinos en torno a la puerta del ascensor, esperando a que la lucecita roja se apague. La gente habla poco en el ascensor, miran al suelo, juegan con las llaves, hablan del tiempo, pero yo he conocido a todos mis vecinos en el ascensor, de viaje por los pisos, menos al señor Antonio, el portero, que es del mismo pueblo que mi abuela y le hacen gracia las bromas de Luis con el ascensor.
   Y es que Luis, el autista vecino del cuarto, ha vuelto a hacer la gracia. Se ha vuelto a adueñar del ascensor y lleva toda la tarde subiendo y bajando sin dejar montar a nadie más. El portero ha subido por escaleras al segundo y casi lo ha cogido, pero Luis, según cuenta Antonio, ha logrado escapar y ahora ha quitado los fosforescentes del techo por lo que no se puede ver dónde va ni dónde para. Subir y bajar a oscuras da miedo pero nadie te ve por el cristal. Dentro hay un espejo y un cuadro con los números de los pisos que van iluminándose de izquierda a derecha, subiendo o bajando.
   Luego han llegado los padres de Luis, la policía local y los bomberos, pero Luis no es tonto y se ha auto-colgado entre el sexto y el séptimo y no le pueden sacar. Yo sé cómo lo ha hecho, tirando de la puerta, me lo enseñó un día. También sé por qué lo hace.
   Luis es grande pero sus padres le tratan como a un niño <<Te compraremos chucherías>> le gritan desde la puerta. Se compra gominolas en la misma tienda que nosotros y habla mucho conmigo y con Dani, aunque dicen que es autista, yo sé que habla mucho por las cosas que me cuenta: ha estado en África, en Arabia y en el Ártico. La abuela dice que siempre será un niño, pero Luis no va al colegio, ¡qué listo!, ¿cómo lo hace?
   Luis es alto y tiene tripa. A veces lloraba y era muy raro ver llorar a un tipo tan grande. Le gusta ir solo, siempre solo, nadie puede seguirlo. Anda siguiendo los bordillos y tocando las farolas, siempre en zapatillas y pantalón corto con los calcetines muy altos. Su cinturón apenas puede contener su barriga de oso, eso parece, un oso, un tremendo y hambriento oso de peluche. Es especial, no parecía que te estuviera escuchando y nunca te miraba a la cara, pero no sé cómo te oía y te veía. Luis no veía como nosotros, la abuela dice que él ve otra realidad, es autista, por eso sé que viaja en ascensor. 
   El ascensor puede llevarle a cualquier parte. Dani y yo montamos con él un día y nos lo enseñó. Uno es África y está muy bien. Oíamos elefantes, rugidos de tigres y aullidos de monos. Si Luis llama al primer piso no le abren el señor y la señora Martínez sino un bantú con un diente de león en la nariz y taparrabos de piel de leopardo que tiene una sala de espera y un largo pasillo con muchas habitaciones que te llevan a diferentes lugares de África. Tras la puerta de un cuarto que le gustaba a Luis hace mucho calor y hay que ponerse pantalón corto y calcetines hasta las rodillas porque hay unas hierbas que son como las melenas del león y pican mucho.

   El quinto también está bien, es silencioso, es Arabia. No vive el calvo serio y su pastor alemán sino un beduino de traje blanco te ofrece té y tabaco en un salón alfombrado. Una larga fila de desiertos se ocultan tras las puertas del salón, suaves dunas, caravanas de camellos, huracanes de arena cubren el sol naranja sobre un montoncito de casas blancas. Vi el desierto del Gobi que aparece en los mapas del colegio.

   El último piso es el Ártico. El dueño del piso trece es un esquimal con capucha y arpón. Del humo que echaba por la boca salían cosas. Luis nos enseñó a hacerlo. Si imaginábamos algo, el humo se transformaba en eso, así tuvimos ropas y una canoa. Vimos el océano azul y los lomos grises de las ballenas lanzar chorros de agua blanca. Seguimos a los pingüinos e imitamos su manera de andar. Construimos un iglú y como el día no se acababa nunca hicimos un muñeco de nieve gigante con el humo de nuestras bocas.
   Ahora Luis estará viajando en ascensor. Se lo he contado a los vecinos pero dicen que Marta es una mentirosa y le echan las culpas a mi abuela. Por eso siempre que subo en ascensor con ellos miro al suelo, contengo la respiración, disimulo, hablo del tiempo <<Hoy hace frío>> le dije a Lola la vecina del trece, y en verdad pienso en el frío del Ártico.
   ¿Dónde estará ahora Luis? La abuela ha bajado y ha cogido a Dani de la mano. El vecino del quinto se ha puesto a gritar a mi abuela y Antonio le ha dado un puñetazo. La policía se los ha llevado y nos han dejado solos con los bomberos. Dicen que igual tiene que quedarse ahí <<colgao>> toda la noche. ¿Dónde estará? Qué suerte tiene de poder viajar toda la noche por los pisos, en ascensor. 

El Ascensorista
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 05, 2012, 16:18:30 pm
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“El sombrerito de María,
dice que es moda llevarlo así, pero,
en ella, diríase que se le va a caer,
o que ya se le ha caído.” (Lorca)

El Sombrerito de María


Subo por la calle Fuencarral, y llego hasta la sombrerería del número ocho. El calor se pega a mi piel, como la abeja lo hace al panal. El cielo tiene un desconche por donde me cuelo. La luz del alba me mece mientras mis pies bailan al son de Fred Astaire. Veo un letrero en la puerta que agranda mis ojos: “ Traspaso por defunción”. Entre panameños y sombreros de copa, hay uno que me sonríe y me invita a pasar. El dependiente me dice: _ Es el sombrerito de María_ y añade: _ Es el auténtico, el que iba pegado a su nuca_
_ ¿Cómo ha llegado hasta aquí?_ le pregunto con desdén
_ No lo sabemos, pero sólo se irá, con aquella persona que él quiera, es muy suyo, este sombrerito_
_ ¿Puedo probarlo?_
_ Por supuesto, ella lo hubiese querido. _
El sombrerito entró en mi cabeza, lo hizo como un guante. Salí de allí deprisa, como quien pierde la sesión de las siete. Las calles parecían otras. Los adoquines bailaban en la acera. Me llevaban hacia el Lyceum Femenino en simón. _ Pare por favor, estoy seca_
El Sombrerito de María Página 2
Llegué al bar con ganas de quitarme mi sombrero ladeado de color de la paja . Mi garganta era una alcantarilla seca por donde corrían arañas en la noche. Como siempre las chicas andaban a la gresca.
En el rincón estaba Clara Campoamor que brindaba por el voto femenino, mientras que Victoria Kent con las llaves de la prisión colgando gritaba: _ Acabaremos exiliados, como sigamos así_ y añadía: _ París se llenará de suites francesas_ Todas las servilletas de papel se arrastraban hasta los rincones portando la sabiduría de los libros. La institución libre de enseñanza había entrado con tanta fuerza que un Lyceum femenino bebía los últimos sorbos de un Protos recién sacado. Armindo el dueño de aquel local, ponía en la mesa algunos pinchos morunos, y gritaba: _ Venga caballeros que las damas esperan_ Un hombre con sombrero hongo impostaba la voz hacia fuera y decía: _ Desde que las mujeres habéis abandonado vuestras casas, éstas se hunden_
María de Maeztu que hace su entrada en la taberna le replica: _ Quiero que un día vengas por la Residencia y observes como la cultura nos hace libres_ Él responde con aire lisonjero: _ Te parece que sois libres, pero seguís anclada a vuestro pasado, a una primera república, y creéis que con esta podéis revolucionar a las masas_ María quitándose su abrigo de pañó: _ Querido eso sólo puede hacerlo Ortega y Gasset_ Lorca en una esquina toma un muñeco de guiñól, se levanta y se acerca a la barra: _ Dame un corto Armindo, esta tarde estrenamos unos entremeses en La Barraca_ Armindo sonriendo le contesta: _ Esos los pongo yo de aperitivo todos los días_ Los decibelios sobrevuelan por el techo, rebotan de forma endiablada por la pared. El ruido es ensordecedor. Armindo sigue atendiendo a la clientela. Sus gotas de sudor caen en los vasos de los clientes, la bebida sigue subiendo como la música de las voces lo hacen en el bar. Jacinto Benavente se encuentra en un rincón con el periódico y grita: _ Los bares de Uruguay tienen más solera_
El Sombrerito de María Página 3
El bar tiene ventanales, parecen los ojos de un cuervo, por ellos se ve la luz de la calle. Las gentes bailan al son del domingo. Unos juegan al domino, otro se increpan en tertulias políticas, mientras que otros beben y comentan los avances de la vida cotidiana. Las horas avanzan de madrugada, están preñadas de dudas. Una manecilla larga avisa a la corta del cierre de La amarilla. Armindo se pone de pie en un taburete de madera y dice: _ Ha llegado la hora_ Todos en un silencio que se oye, contestan: _ El miedo tiene miedo_ Un bombardeo en la ciudad comienza a escucharse.
María de Maeztu levantando una copita de calisay grita: _ Mantengamos la cultura. Ella luchará en el frente_
Me dirijo a ella, con el sombrerito en la mano: _ Creo que esto es suyo. No me pertenece_
_ Tú eres de mi, como yo de ti, es tuyo_

Lidia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 05, 2012, 16:26:03 pm
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La mañana


Todo, hasta las persianas,  está en tinieblas. Nada puede verse pero el vértigo me indica que nada está quieto. La mañana seduce con la falsa promesa del día en el que todo cambiará mientras la rutina se va eternizando, jornada a jornada, ojera sobre ojera: despertador, puteada, a la ***** los sueños que están hechos de escombros y olvidos. Realidades muertas, polvo que vuela tras el soplido de la luz y de las voces fatigadas que penetran las rendijas que se tomaron confianza. Todo en mí es asqueroso, triste. Hice un gran esfuerzo por envilecerme y matar el tiempo en miles de botellas, pero pronto tuve que saber que todas terminan estallando contra cualquier muro y en cualquier madrugada. Mejor no me despierten, que la ira duerma, que la decepción se encierre y vuele y sea el polvo que la muerte saboree con la boca babosa y socarrona. Tuve toda la intención de perderme en el humo de la yerba, en los maduros, en frascos espesos y amarillos, en las ruedas, pero todo desembocó en una angustia sucesiva, como un paso detrás del otro. Ya la fuerza me abandona, ya las letras pueden verse: no tiemblan, y son nítidas y simples. Intenté estrellarme contra las paredes, cortarme los pelos con una navaja minora; entregarme al pago del jornalero, a la música que se canta con las tripas silenciosas, a las uñas sin mugre, a las promesas de unos labios que buscan convencerse de que nunca existirá una última vez, una despedida derrotada por no haber encontrado más que un poco de ***** en la suela de los zapatos.
En el Palacio de Nariño me detengo y bajo a la olla de la ele. Los tombos pasan y saludan con complejo y respeto a una corbata que me asfixia. Algunos mendigos se ocultan mientras otros muy limpios me piden monedas para alimentar sabandijas, pero antes prefiero escupir en sus rostros unas cuantas flemas antes de someter mi alma al ruido de las limosnas que prolonguen la farsa. La hoja de vida bajo el brazo pesa como una tonelada de razones, de reclamos, de menesteres que deben parar en la comodidad del basurero. Llego. Huele a que nada importa. Me siento un poco menos peor entre la hipocresía de las ratas perdidas, pendencieras, que en su renegada miseria envidian la comodidad esclava de las filas interminables que afuera caminan muy pulcras y cargadas de la necesidad de creer en verdades que brillan en sus ojos y pulen sus dientes lambones. De rodillas que la vida es dura y la espera nunca sabe para dónde va. De rodillas para que el cansancio sea la excusa que no pregunte, que se despida con un beso dulce y esconda sus manos bajo las sábanas, los dedos dentro de un culo obediente lleno de sangre por andar convenciendo, viviendo, siguiendo y haciendo parte de la realidad que reglamenta el lento suicidio de entre semana y el posterior y tramoyero escape hacia el exiguo descanso amnésico envuelto en banalidades, en brindis, en palabras vacías, estúpidas, convencidas de la verdad que les permite ver su billetera atiborrada en la noche llena de culos esperando la mejor propuesta. La séptima es una carrera muy larga. Los zapatos brillan demasiado y el protocolo fue cumplido con un convencimiento, se pensaría, ingenuo, motivado. Nada más falso. Nada más triste. -El empleo es suyo-. Salgo del edificio. Algo huele mal. Algo pasa entre la gente, algo pasa en sus miradas, con sus tacones, con sus corbatas: todos van directo a un mórbido pozo séptico bordeado de pétalos rojos. La séptima es una carrera muy larga. Tan larga que devora el sendero y el final, que esconde el hueco en el que los cuerpos caen uno sobre otro en una respetada fosa común, convencidos de estar salvando su espíritu obediente, su futuro en la tibia eternidad de su convencida estupidez. Ya no hay caso, a mi voz cobarde y cansada ya no  le interesa hacerse escuchar: no pudo ser más de lo que le dejaron decir. Eh, *****, haga lo que pueda con esos malditos zapatos, cámbielos por bichas, con usted están a salvo, no corren el riesgo de hacerlo caer en la tentación de seguirlos andando. Eh, pedazo de *****, míreme, ¿no me reconoce?, ¡intenté ser uno de ellos!, pensé lograrlo, pero el disfraz es incómodo, pesado, molesto, insoportable. De haberlo conservado, ahora mismo estaría exigiéndome una limosna para salvar mi alma remendada, y yo le diría que sí, que desde luego, que no existe ningún problema, que escuche la voz que lo gobierna y que le regala la paz de las alturas, la aceptación del rebaño, la legalidad de la tierra que libremente ha soportado las plantas mugrosas de sus pies incansables, perdidos, inacabables. Iitttzzzzzzzzzzzzzz Voy a sentarme a esperar a que el tiempo pase para no tener que contarlo con los afanes del desespero. Voy a quedarme esperando el ruido que silencie mis tripas y una puñalada por la espalda que detenga la promesa de la falsa y seductora mañana.

Andrés
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 05, 2012, 16:31:02 pm
(http://imagensface.com.br/imagens/religiao-e-crenca-imagens-jesus-cristo-4d7beb.jpg)

Soldado de Cristo


María viene con violetas blancas hasta el sitio donde cruje el madero y deja las flores ante los despojos del hijo, yaciente entre clavos mohosos. María vuelve con vino y lo ofrece a los vigías. Beben sedientos y es vinagre lo que beben, pero es sangre de uvas, es sangre y ardid de los viñedos del Líbano. María canta a su hijo y es de madera el tiempo, con los cedros grises brillando al mediodía y la jauría humana y sus simples redoblantes, hechiceros de su desgracia, amuelan los cuchillos para asistir a las castración de su propia virilidad. Ah, la inocencia de los sumisos, de los que pueblan su patio de violetas blancas y no saben de la ofrenda, no saben de la verdad de los hombres, que lo único que tienen libre es el pensamiento. Así fue y así será. Lo único libre que tienen es el pensar y su ciruelo en flor. Allí existes, cantas o lloras, piensas y tejes tu propio horizonte, tu paisaje junto a los hijos que nos inventamos bajo la lluvia. Si, todo es posible, en la materia o en la estructura del sueño habitable, en la armazón de imágenes que superponen los estados del sueño. Y, puedes bajar de ahí, silente o atómico. Puedes espantar los buitres y que tu cuerpo siga intacto y que te adoren en sus pechos, que te vistan de oro o de diamantes. Ahora puedes asistir a tu propia victoria y que María se vuelva una cruz, un cuerpo de mujer en cruz, una cruz que fue mujer. Una mujer de pie y con los brazos abiertos es una cruz, pensante y desafiando la lluvia. Pero en tiempo real ella está hincada ante el cuerpo de su hijo y los buitres acechan. Vienen otros vigías  y ya no hay vino. Las violetas blancas  se beben la lluvia. Bebes y la lluvia se bebe tu sangre. Tu sangre que fluye de entre los clavos mohosos, en esa floración de la sangre y la luz, en el tiempo real de un hombre en su agonía, en la brizna melodía de la sangre y sus ángeles a la deriva, en esa coral de brisa y de auroras en el cuerpo de un hombre que se deshace en la agonía.
Es el martirio, madre, es el precio de ser otro, de no seguir el trillo que nos imponen. Es el precio de ser un anunciador  de otra era, de otra verdad. Es el nacimiento del héroe, del peregrino de las palomas, del vástago de la llama ardiente del incienso. Y de la agonía afloran las palabras,  y las tejes en ese fluir de las ideas, en esa gloria de imágenes que arman el adiós de un hombre, en un concierto de ardides y de cabras al viento, en ese jugar a mirar atrás y sentir como le abrazan los seres que vida dieron a sus años. Treinta y tres años en el tiempo real de un hombre, de un hombre perseguido por los armones del  invierno. Pero la historia fue otra: María pudo desclavar el artilugio del corazón ardiente, antes que la muerte se llevara con sus alas enormes el iris de la claridad. María pudo sembrar en la tierra  de los viñedos en flor, el corazón lleno de palomas. Y le nacieron alas al fruto de su cosecha. Desde entonces la cruz ya no es sitio de sacrificio. Desde entonces la cruz preside y es el cuerpo de un símbolo ¿Quién iba a decirnos que un madero iba a tener tal suerte, que cortar en dos su tronco,  hacer una muesca y luego  atar las dos partes, iba a ser el símbolo mas fraterno de los hombres? Pero así nació la cruz bendita, así el artilugio del dogma. Todo cambió cuando María dejó flores blancas a donde la sangre del hijo se confundió con la lluvia y ambas dieron de beber a la tierra, a la sedienta, a la hambrienta, con sus miles de millones de tristes, con sus miles de millones solitarios, con sus miles de millones rogando, pero también con sus miles de millones de soñadores, de implorantes, de sembradores, de fieles, de buenos y de agradecidos, los que siguen llevando cruces en sus pechos, en sus camisas, en sus zapatos, miles de cruces por doquier; pero no acabamos de ser felices ¿Será que estamos pagando la condena del hijo de María? ¿Será que no acabamos de bajarnos de la cruz? ¿Será que María pudo bajar el artilugio del ser de su hijo y nos dejó en el madero por los siglos de los siglos? ¿Será que  las violetas blancas  siguen frescas? ¿Será que crecieron silvestres? ¿Será que cargamos la cruz, que estamos en la cruz y no lo sabemos? ¿Será que no queremos darnos cuenta? Será que es mejor jugar a los inocentes, beber sangre de uvas y borrachos ver en lo alto, en el madero, el cuerpo que fue crucificado por los Herodes de hoy, y uno fiel lanza piedras,  maldice, grita a los cuatros vientos, uno borracho de sangre de uvas juega a ser otro y se va con la muchedumbre, mientras María vestida de blanco, vuelve con violetas hasta el sitio, donde la sangre y la lluvia se funden y la tierra se las bebe, frente al artilugio del magnánimo esqueleto,  de lo que fue el hombre, el que de barro hicieron sus huesos, de barro y polvo de estrellas.

Mayler
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 06, 2012, 16:33:43 pm
(http://1.bp.blogspot.com/-46xnHDYUSCs/T6XMHWH2VnI/AAAAAAAAAKI/y1ZakMKshQU/s1600/pajaro-vuelo-afuera_car0139.jpg)

El pájaro profeta
(Aquel cuento que quemara César Rey)


   Me acuerdo como si lo estuviera leyendo ahora. Jamás voy a olvidarme de ese cuento, le dijo Marcos Rosemberg a César Rey aquel mediodía. ¿Qué lo hiciste?
Lo quemé, le contestó Rey. 
Me acuerdo como si ahora lo leyera, era una mañana como esta, igual a esta, vacía y luminosa, por eso me acuerdo.
   
   El músico se sentó al piano llevando dentro la melodía que lo obsesionaba y la primera botella de vino. La noche se extendía por delante, insegura y llana, clareada por la luna desmesurada de mayo. 
   A cinco cuadras de allí, él frotaba meticulosamente sus dientes sin mirarse al espejo.  Había cenado, había llevado los platos al fregadero, había escuchado las quejas de su mujer, había besado y arropado a sus hijos.
   Si él hubiese sabido de la farsa, que además de las botellas de vino y la melodía, llevaba dentro el músico; si hubiera advertido que a pesar del sosiego aplastado en que había cimentado su existencia, su matrimonio y su consecuente paternidad, un sosiego adquirido a fuerza de  aceptar sin dudar, de no buscar respuestas y, posteriormente, de no detenerse a hacerse preguntas; si hubiera sospechado que el otoño despinta no solo las hojas de los árboles sino la luz y que la luz puede engañar la mente tanto como la fe, las madres o  incluso la ciencia; si en lugar de cultivar la mansedumbre de la perdiz se hubiese adiestrado en la agudeza del águila; si tan solo hubiese sospechado, a pesar de la ropa idéntica, las seis cuadras idénticas hasta el trabajo, las ocho horas idénticas en la tienda, la noche idéntica cada noche entre la sábanas, que en cualquier momento un olor o un color, el ladrido de un perro,  un árbol vacío o el presagio oculto en el vuelo de un pájaro,  habrían podido despertarlo de repente y para siempre;  si hubiese advertido que aquella aparente llanura interminable de minutos y horas y días y meses, esa llanura que se desplegaba fuera de él ocupando las calles, la ciudad entera, la costa, el río inmortal, podía sin aviso previo agrietarse, y si hubiese sabido, que el conveniente automatismo con que ordenaba las prendas en la tienda, le sonreía a los clientes, le hacía el amor a su mujer y empujaba la hamaca cada domingo en la plaza, podía sin advertencia colapsar, entonces: él no hubiese una mañana cualquiera escuchado la melodía que salía por la ventana abierta de la casa del músico; no hubiese enlentecido dos días después su paso regular para escuchar un poco más;  no se hubiese detenido junto a la ventana aquel amanecer, con la luna inmensa esfumada tras las nubes y el sol asomándose justo enfrente, sobre el río salobre; no hubiese,  él, que nunca había llegado tarde al trabajo por exceso de cuidado o idiotez, aquel día, golpeado a la puerta de la casa y pedido permiso al músico para escuchar la pieza entera, viéndolo tocar.

—Por temor o estupidez —lo corrigió Rey.
—¿Qué?
—Hasta que el empleado de la tienda, que nunca se  había detenido en su trayecto al trabajo, por temor o estupidez.
—Sí, sí. Estaba bien escrito. Quiero decir era bueno.
—No podía ser bueno si no estaba bien escrito.
—Sí, lógicamente. ¿Cómo era que se llamaba el personaje?
—Manuel —dijo Rey—. No. No. Miguel.
—Era la atmósfera —dos arrugas de meditación  cruzaron la frente de Rosemberg.
—A esta altura la literatura me resulta un tema de conversación muy poco familiar.

   Amanecía, serían las siete, unos minutos antes de las siete, tal vez. La luna era el sol al oeste y el sol, una línea ancha, roja y difusa, amalgamada con el azul todavía negro del cielo del este.  La luz blanca del día, venía desde abajo, como empujando.
   
   Miguel caminaba las cinco cuadras que lo separaban de la casa del músico, ya no las percibía como parte de un suceso de mil pasos uniformes y firmes que lo llevaban a la tienda, sino como un acontecimiento inexorable, una red tejida por la miríada de hilos húmedos que componen de la luz fría de mayo.     
   La primera vez que advirtió la melodía –no podría decirse que la oyó, ya que más bien  la percibió, la sintió vibrar-, no reparó en la ventana de la que surgía abismal y vagarosa,  ni en las persianas desplegadas sobre la vereda,  se limitó a apartarse de la línea de baldosas y dibujar una curva para evitarlas.
   La primera mañana que decidió detenerse para escuchar un poco más, advirtió que el músico ejecutaba siempre la misma composición, conjeturó que se trataría de un ensayo, tal vez para un concierto, tal vez en algún lugar antiguo muy apartado de este otro, que él andaba cada mañana,  atrapado en el círculo interminable de las seis cuadras en línea hasta la tienda. 
    La primera vez que golpeó a la puerta de la casa del músico, de cuya ventana emergía el misterio nocturno de la melodía, se preguntó si sería posible recordar una canción nunca escuchada.
—¿De veras le gusta lo que toco?
—Me gusta mucho mucho muchísimo, pero claro, yo no sé nada de música.
—¿Quiere café? En realidad no es café es cereal tostado.
—No, no, gracias.
   Así que eso se dijeron, le preguntó Rey a Rosemberg, no sé cómo te acordás. Aquella mañana yo estaba metido hasta el cuello en la  atmósfera de la literatura. A nuestra edad ya no es posible.  El músico era un maldito, le contestó Rosembreg.
   
   La vez anterior a la última que Miguel llamó a la puerta del músico, los acordes del piano le llegaron desde lejos: tené cuidado, permanecé  alerta, le advirtieron, graves y  presurosos, y sin saber por qué, recordó, nítido y funesto,  el sueño que lo despertó, ardiendo, aquella mañana.
   La vez anterior a la última que llamó a la puerta del  músico, a Miguel ya lo habían despedido de la tienda, y cuando bebió de la taza humante, con precaución para no quemarse,  la malta, le supo, sorprendentemente,  a café.   
   La vez anterior a la última que Miguel llamó a la puerta, la noche se iniciaba y el músico descorchaba una botella de vino mientras le sonreía con la botella en una mano y el sacacorchos en la otra.
—¿Abriste la puerta con los dientes?
—Con el codo.
—Traje queso y salame.
   
   Miguel pasó la noche en casa del músico; había recibió el telegrama de despido; había discutido con su mujer; se había masturbado rabiosamente bajo la ducha; se había vestido escuchando los reclamos de ella sin poder distinguir una palabra de otra; se  había agachado hasta apoyar la rodilla en el suelo para besar a sus hijos; había cerrado la puerta de la casa sin azotarla y había sonreído cuando pisó la vereda y dio el primer paso, respirando el frío primerizo de mayo.

—Yo hubiera dado años de mi vida por escribir un cuento así. El músico era un maldito desorbitado, sin embargo estaba lleno de simpatía humana —Rosemberg metió las manos en los bolsillos y se miró los zapatos, les falta lustre, pensó.
—No pescamos nada esa mañana.
—Todo lo quieras —dijo Rosemberg—. Pero es una de las mejores  mañanas que he pasado en mi vida   
—Vos y tus recuerdos.
—Una mañana así vale una vida.
—Todos los hombres las viven y no hacen tanta cáscara por eso.

   Si al recibir de lleno en la cara recién afeitada el frío prematuro de mayo, Miguel no hubiese percibido junto con el frío, los acordes de la melodía que parecían arrastrarle hasta la casa del músico; si en lugar de provocarle una sonrisa los acordes lo hubiesen inducido al vacío en el que cualquier otro habría caído al escucharlos; si el músico, la suciedad arraigada en la camisa y los pantalones del músico,  le hubiesen producido el claro rechazo que en todos producía; si la amplia sonrisa amarilla y la barba de tres días y el olor a vino y las palabras pastosas hubiesen desatado la alarma que en cualquier otro habrían desatado; si la naturalidad con  que lo recibía cada noche, la misma naturalidad con la que comía, bebía, ejecutaba la melodía y relataba anécdotas inverosímiles, lo hubiesen hecho reflexionar durante un segundo, solo un segundo, reflexionar  como lo había hecho hasta el día que la música lo había atado, con esa seguridad esa certeza esa precariedad llamada verdad, entones, Miguel, no habría pasado la noche en el sofá, bebiendo; no abría pensado que el músico era su amigo; no habría sospechado que todos los demás, los que hasta ese día consideraba sus amigos no lo eran en realidad; no habría tenido la revelación de creer, firmemente, que hasta ese instante había vivido equivocado; no se habría lamentado como un chico arrepentido,  acusado, culpado, y finalmente, conducido por el músico ¿o la música?, finalmente perdonado, para después solo después, de aquel beso oscuro y pringoso, cargado de alcohol y todo lo que ocurrió sobre el sillón,  abrir la billetera para entregarle al músico hasta el último centavo de la indemnización que sin saber por qué cargaba en el bolsillo, pero, sobre todo, no habría llorado cuando al día siguiente, el último día que golpeó a la puerta, la puerta no se abrió.   

—¿Y por qué lo quemaste?
—Qué cosa
—Al cuento ¿Por qué
—¡Ah!, sí. Era una porquería.
—Lo decís porque yo estoy diciendo que era bueno.
—Lo digo porque vos lo estás recordando, no leyendo, recordando. Dame un cigarrillo.
—Era una mañana como esta, pero vos no —Rosemberg se detuvo, miró a Rey. Tuvo que levantar la cabeza y un rayo de sol lo obligó entrecerrar los ojos claros.
¬—¿Yo no? — una bocanada de humo azulado se escapaba se la boca entreabierta de Rey.
—Nada, dejálo ahí, Cesar —Rosemberg retomó la marcha.         
—Te lo iba a decir Marcos, antes de irnos te lo iba a decir.
—Decímelo ahora entonces.
—Si ya lo sabés, no jodás Marcos, si no era yo iba a ser cualquier otro.
—Pero sos vos.
—Te parecés a Miguel por eso te gusta el cuento. La mujer perfecta, el trabajo perfecto, el hijo perfecto, el chalecito perfecto frente a la costanera. Y un día te parás y escuchás la música.
—Te faltó el amigo perfecto.
¬—El amigo perfecto hijo de ****. Vos me la serviste en bandeja a Clara, Marcos.
—Era una mañana como esta.
—No me acuerdo. ¿Tenés otro cigarrillo?
—Te dí el último. Era como ésta la mañana. Clara nunca me miró como te miró aquella mañana.
—La música, Marcos. ¿Tenés otro cigarrillo?
—Ya te dije que te dí el último. A vos te mira, no sé, si hasta cuando te nombra pone esa mirada.
—La música Marcos, la mirada de Clara, para vos,  viene a ser como la música para Miguel . Necesito un cigarrillo y ginebra.
—¿Se van a ir,  me dijiste que se iban a ir?
—Mañana.
—Decile que la perdono.
—Decíselo vos.
—Decile que venga de vez en cuando a ver al nene.
—Decíselo vos.
—Decile que cuando se arrepienta, o te mates o te maten, porque vos te vas a matar o alguien te va a matar, la voy a esta esperando
—Se lo voy a decir.

Ursiclus
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 06, 2012, 16:39:30 pm
(http://img.bebesymas.com/2012/05/Pegar%20a%20los%20ni%C3%B1os,%20mal%20negocio.jpg)

Actos hostiles


Las prohibiciones, como así lo decía su madre eran muchas en la casa de Bernardo. Apenas ya Bernardo tuvo atisbo de su precaria conciencia, comenzó a dudar de la facticidad de las palabras que su madre le dictaba.
Bernardo solo vivía con su madre y su enfermo padre paralizado en una vieja y angustiosa silla de ruedas, las prohibiciones eran variadas y escandalosas, desde no permitirle salir a jugar con algunos niños de su edad, no hacer ruido, no comer dulces, así un sinfín de prohibiciones que Bernardo aprendió a llevar heroicamente. Tampoco asistía a la escuela ya que su padre repetía desde su postrado quicio que no era necesario, que ahí no enseñaban si no nimiedades que poco o nada servirían  para vivir la vida como vale la pena ser vivida repetía. Solo algún que otro profesor era contratado para que Bernardo fuera adoctrinado, su enseñanza fue básica y la normal en cuanto a materias hasta los 15 años que es cuando ya nunca más un profesor toco a su puerta.
Bernardo leía libros de manera desaforada y a toda hora, como método de evasión, aunque esto nunca nadie lo sospecho, así al llegar a la adolescencia Bernardo pareció  sucumbir al envejecimiento físico de sus padres, caminaba pausado y desmedradamente, su voz era opaca y sibilina, además había heredado la joroba de su madre y las enfermedades cardiacas de su padre.
El efecto de los libros produjo en Bernardo una conciencia crítica y taciturna para con todas las cosas del mundo exterior que él no conocía con certeza. El celebrar el contacto humano por otro lado no seducía a Bernardo, ni los deportes, ni el auto cinema, ni ser reconocido por algún talento o menos ser aclamado por alguna otra actividad mezquina.
No anhelaba viajar, salir, su función lógica la ordenaba entre leer sus numerosos libros de la olvidada biblioteca de un abuelo al que Bernardo no conoció y el cuidado de sus cada vez más envejecidos padres. Mas sin embargo a Bernardo siempre le habían sorprendido de sobremanera los felinos, ya sean grandes, extintos, feroces o domésticos. Bernardo añoraba mas allá de su alergia advertida tempranamente por su madre y su dilapidada sentencia de prohibiciones. La idea  recurrente de tener contacto de alguna manera con los felinos ya sea verlos en los zoológicos, o incluso adquirir un gato a escondidas se trasformaba en una obsesión mas allá de su recatada obediencia.
Bernardo como cualquier joven rebelde se aventuro a desafiar las prohibiciones que acechaban su conducta. Comenzó a salir de su casa a pesar de los roncos reclamos airados de su padre y las imprecaciones de su madre cada vez mas mutilada por el cáncer que la devoraba. Bernardo acudía todas las tardes al zoo local para ver sobre un cristal a unos fatigados tigres que apenas parecían respirar. Bernardo se perdía entre las líneas oblicuas que surcaban aquel pelaje enrojecido, le gustaba imaginar que esos mórbidos tigres eran un poco como él, que de alguna manera la fatalidad de las circunstancias los habían obligado a estar a cada quien en su jaula. Al caer la tarde los tigres fueron humilladamente a refugiarse por una de las ínfimas puertas laterales, el zoo cerraba y Bernardo regreso en el ultimo camión que hacía el recorrido hasta su amurallada casa, el camión como era usual solía ir vacio tan solo alguno que otro turista por lo general Chino, vagaba desde el fondo del autobús con los ojos rasgados distraídos posados en la cámara fotográfica. Bernardo así en un comienzo con disyunciones comenzó a entablar algo que él había entendido como amistad con  Braulio, el mofletudo negro colombiano conductor del autobús. Este le contaba a Bernardo que el allá en Cali le gustaba también mucho ir a observar a los animales ya que él había trabajado en un zoológico privado de un señor muy importante- dijo esto último bajando la voz y haciendo una mueca que dejaba ver toda su dentadura apolillada.
Bernardo le dijo que al solo le interesaban los felinos y ningún otro.- Pensó en decirle que porque eran un poco como él. Pero mejor callo y se quedo con los ojos suspendidos en los faros de los automóviles sobre la carretera.
Al llegar a casa Bernardo observo la luz silenciosa sobre las ventanas, la anormalidad patente quedo demostrada cuando Bernardo al abrir  la puerta se encontró con la muerte de su madre y los restos fatigados de su padre que parecían rezar una plegaria consuetudinaria. Fue instantáneo solo se desplomo, dijo apenas vio entrar a Bernardo con la cara dislocada por la luz diáfana.
Bernardo acudió al entierro de su madre y poco después al entierro de su padre que había muerto casi a la par como esas soluciones químicas difíciles de separar, su madre y su padre habían fallecido casi a la vez por el estertor de sus angustiosas y largas enfermedades.
Poco después de cubrir los ataúdes y las funestas ceremonias de civilidad, Bernardo se encontró finalmente solo después de 16 años de prohibiciones, ahí frente a la fotografía descomunal de sus padres en el comedor de su casa sopeso las oportunidades de triunfo que el mundo le ofrecía, escasas sí, mas no lo pensó mucho.
Bernardo se dirigió al siguiente día a compra un traje disfraz de tigre, después se dirigió acaso al único lugar donde había sentido verdadero refugio, donde las bestias cancinas paseaban de manera altanera con lo último de su arrogancia a los turistas en el zoo. Bernardo ingenio ser una especie de entretenimiento infantil, se monto su traje de tigre y se balanceó y rugió como el más feroz de su especie frente al desconcertado público infantil que se reunía cada tarde de domingo  y que al igual que él, contemplar la salida feroz de los tigres era el acto místico por antonomasia.

Lola Ballesteros
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 06, 2012, 16:49:00 pm
(http://www.exakta.net/01PHEFOTOS/018.Naturales.jpg)

La riada


El viento peina el río provocando bravas crestas que terminan por agitar los pajonales de la orilla. Pequeños remolinos giran en la playa. Van, vienen, saltan y se elevan hasta limpiar los techos vecinos. La rambla quedó vacía, ni los perros cimarrones han salido de sus escondrijos y las rachas obligaron a los pájaros a guarecerse entre las agitadas copas de los sauces. La lluvia golpea cómo rueca las ventanas y hace tronar las chapas del techo. Los palos que sostienen el viejo muelle del Pejerrey soportan heroicamente los embates de las olas y las tablas parecen querer desprenderse para salir disparadas por el aire. Mientras, espesas nubes negras recorren amenazantes el cielo; ¡contemplar el paisaje mete miedo de verdad! Pero lo peor de todo es ese olor.
No me gusta el invierno y menos las tormentas y para peor ésta viene con viento del sudeste. La sudestada hace crecer el río y ahí es cuando todos debemos abandonar las casillas para trepar la barranca de Rivadavia buscando refugio. En ocasiones la riada no da tiempo y tenemos que esperar que los bomberos vengan a rescatarnos. El río ya se tragó la rotonda de la Avenida Cervantes y de seguro el 98 dejó de circular por la avenida costanera.
Yo me crié aquí como la mayoría de los vecinos y siempre fue igual. Cuando niño, durante las tormentas, temblaba de miedo y de frío. Recuerdo que le preguntaba a mi padre: “¿por qué debemos sufrir el invierno?” y él respondía: “para saber que el verano existe y así disfrutarlo cuando llegue”. Siempre me pareció una respuesta conformista.
Las zanjas comenzaron a desbordarse convirtiendo los senderos en verdaderos lodazales. Fui hasta la cama donde duermen mis tres hijos para tirarles otra manta encima; el frío ya comienza a sentirse.
María se levantó y en silencio comenzó  a preparar unos mates.
—   Va a ser un día de *****…
—   Ajá, será mejor qué nos vayamos preparando…
—   ¡Y otra vez ese olor! —preferí hacer cómo que no escuché y seguí viendo llover.
Tomamos algunos amargos en silencio. Los vidrios de las ventanas comenzaban a empañarse mientras gruesas gotas iban abriendo caprichosos caminos sobre ellos.
—   ¿Viste?, llueve con globito…
—   Y viento del sudeste… — agregué; ambos sabíamos lo que significaba—. Mejor voy a hablar con los vecinos a ver si nos organizamos y vamos evacuando.
—   Globitos, sudestada pero lo que más detesto es ese olor —fue lo último que le escuché decir a María antes de salir.
El viento me cacheteó la cara y el frío me la heló. La lluvia no paraba y las ráfagas convertían a las gotas en agujas gélidas qué traspasaban la ropa. Caminando con el agua a las rodillas me dirigí hacia donde se reunían los vecinos. Estaban en círculo con las manos hundidas en los bolsillos escuchando a Pedro, el puntero del barrio.
—   Vayan por las familias, junten lo imprescindible y en un rato los pasamos a buscar con los botes mientras, esperemos, lleguen los bomberos…
—   Che Pachín ¿sentiste ese olor? —le dije por lo bajo a mi amigo.
—   Shhh ¿de qué olor me hablás?
—   Nada, nada…olvídalo.
Mientras escuchaba las instrucciones qué de repetidas las sabía de memoria pensé: ¿por qué la vida es tan dura para los de la ribera? Después de todo no nos gusta vivir así. María y yo nos habíamos preparado para afrontar la vida de otra manera pero la suerte y las famosas coyunturas no nos favorecieron. Ni siquiera fuimos responsables cuando las empresas de la zona decidieron irse con la última crisis y así muchos quedamos sin trabajo y eso terminó por no importarle a nadie. Parecería que el límite de la ciudad fuese la barranca y más abajo no existiera nada ni nadie. ¿A quien le convendría diagramar una sociedad así?... no me lo imagino. Algún domingo se lo he preguntado al cura pero su discurso de bienaventurados los pobres y promesas de paraíso no me cambiaban nada; el hambre y la infelicidad continuaban allí cómo un vecino más y, para peor, el desgraciado me dejaba con un sentimiento de resignación que duraba hasta que la rabia volvía a invadirme.  De nuevo retumbó en mi cabeza la voz de mi viejo: “el invierno no es lo mismo para el pobre” ¿y con eso qué?, ¡patético conformista!
Fui a la casilla y mientras levantábamos a los chicos pude ver por la ventana cómo se aproximaban los botes. Con el agua ya a la cintura y tratando que no se mojaran las mantas fui subiendo a los chicos para después ayudar a María. En el bote ya había media docena de vecinos. Yo no subí, preferí caminar junto a él  y dejar sitio para algún otro qué lo necesitara más.
—   ¡Que olor de *****, lo odio! —protestó María, casi cómo si desgarrara con la queja su garganta.
—    ¿De qué olor hablas María? —dijo Yolanda sin soltar el atadito de ropa.
—   ¿Cómo de qué olor?, pero ¿nadie lo siente?
El bote seguía cabeceándose  cómo una sierra para cortar las aguas que venían llenas de basuras arrastradas por la riada.
—   Ya está bien María…si no lo sienten…no lo sienten —dije.
—   No Carlos; no es que no lo sienten… ¿no te das cuenta?, ¡ya se han acostumbrado a él!
Es que a María y a mí; el olor a la pobreza nos resulta insoportable.

Atribulado
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 06, 2012, 16:56:02 pm
(http://s3.argim.net/files/w/la_muerte_vmg_240x400.jpg)

Ruidos en la Noche


Hubo un ruido. O tal vez no. El caso es que me desperté en mitad de la noche con cierto sobresalto. Podía escuchar la profunda respiración de mi mujer, que dormía plácidamente a mi lado. Si ese ruido había existido de verdad, solo yo lo había escuchado. En alguna otra ocasión me había ocurrido lo mismo, pero lo había tomado como parte de un sueño, pese a que la sensación de lo soñado había sido tan real que no me dejó descansar durante el resto de la noche.
Me di la vuelta en la cama, esperando volver a encontrar la postura y abandonarme al sueño, pero un nuevo ruido me lo impidió. Esta vez sí estaba seguro de que era real. Mi estómago se encogió tanto que debía parecer una pelota de golf.
Permanecí quieto, pétreamente quieto, deseando que el ruido no se volviese a producir, intentando convencerme a mí mismo que había sido un ruido circunstancial, un ruido de esos que ocurren en las casas y que no sabes bien de donde vienen. Pero lo que oí a continuación me sacó ya de toda duda y me obligó a actuar: cajones abriéndose y el rebuscar dentro de ellos.
Estaba hecho un flan, muy nervioso y asustado. Me levanté. No sé porqué no desperté a mi mujer y la avisé de lo que estaba ocurriendo. Era como si en esos momentos solo existiesen dos cosas en el mundo: el ruido y yo. Ni siquiera me calcé. Iba por el pasillo descalzo, intentando no hacer ningún ruido, respirando lo justo para no morir asfixiado. A medida que avanzaba, podía escuchar con más nitidez que había alguien en el salón. Hasta ese momento, nunca había temido que pudiesen hacernos daño. Me quedé paralizado junto a la puerta. Tal vez si cogiesen un par de cosas del salón y se fuesen, no tendría que intervenir. Pero algo me decía que si no encontraban nada de valor en el salón entrarían en las habitaciones. Todo mi cuerpo pesaba enormemente, me costaba moverme y respirar era un esfuerzo titánico. Cómo deseaba que esto no estuviese ocurriendo.
Como el mayor acto de valor que recuerdo haber hecho en mi vida, asomé la cabeza por la puerta del salón. Allí estaba. Una figura alta, de oscuras ropas y cubierto con una capucha, rebuscando en el último cajón. Giró la cabeza de inmediato y lo que vi es fue algo que todavía me acelera el corazón cuando lo recuerdo. Es la razón por la cual nunca se lo he contado a nadie y la razón por la cual mentí a mi mujer cuando me preguntó porqué había gritado. La oscura figura me miró, con sus ojos redondos y grandes. Tenía el rostro descarnado. Me clavó una mirada que creo que solo volveré a ver cuando la muerte venga a por mí. Grité de terror mientras entraba en la cocina, habría un cajón y sacaba el cuchillo más grande que encontré. Y allí permanecí, esperando a que la oscura figura entrara por la puerta y se abalanzara sobre mí. No se cuanto tiempo estuve allí, así, hasta que la que entró fue mi mujer, que también lanzó un grito de terror al verme con el rostro completamente desencajado y el cuchillo en alto.
En casa no faltaba nada. Le dije a mi mujer que habría sido una pesadilla o un episodio de sonambulismo. Pero estoy seguro de lo que vi. Aquello ocurrió de verdad. No fue un sueño.

Celembor
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 06, 2012, 17:00:31 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-pi6b2kzSY7w/Th8j5HI2MaI/AAAAAAAAbjA/iTO-6kXUO5Y/s1600/reflejo.jpg)

“Diecisiete de Enero”


   Supongo que por entonces pensaba que era una mañana cualquiera, un día más de invierno sin otra cosa que afrontar salvo la rutina que empezaba a dirigir mi vida. Había despertado con las sábanas revueltas, la almohada en el suelo, el despertador sonando y el mismo cansancio de siempre. Así que a priori no tenía motivos para pensar que ese diecisiete de Enero fuera diferente a tantos otros días que había dejado atrás en mis veintidós años de existencia.
Sé que me incorporé, apagué el despertador, volví a colocar la almohada en su sitio y descalzo entré en el baño que quedaba a la izquierda del salón, justo enfrente de mi habitación. Levanté la tapa del váter y empecé a mear. Todo exactamente igual que cada mañana. Bostecé y creo que mientras tiraba la cadena me retiré un par de legañas. Fue entonces cuando decidí lavarme la cara y abrí el grifo dispuesto a ello.
Recuerdo que lo primero que me llamó la atención fue que no sentía la temperatura del agua. No la recuerdo ni fría, ni caliente, es como si nunca hubiera variado, como si siempre hubiera mantenido una temperatura totalmente neutra... estuve girando el grifo durante varios segundos y nada. Seguía invariable. Pensé que podría tratarse de algún fallo de las tuberías y pasando un poco del tema me lavé la cara...
Y fue en ese preciso instante, Doctor, cuando me di cuenta que no iba a ser un día normal, ya que cuando alcé la vista y dirigí mis ojos al espejo no pude evitar que un terrible escalofrío me recorriera la espalda. No había nadie reflejado. Nadie. Me acerqué como pude a él, intentado visualizar mi reflejo. Me acuerdo como puse la palma de mi mano derecha en la esquina del espejo y lo paralizado que me quedé al comprobar que no pasaba absolutamente nada... asustado, corrí al recibidor de mi casa para tratar de observarme en otro espejo que tenía colocado allí, pero el esfuerzo fue inútil. Tampoco aparecía nadie reflejado. Empecé a ponerme muy nervioso, nada tenía sentido, quise buscar unas explicaciones lógicas a lo que me estaba pasando y juro por lo que soy que no encontré ninguna respuesta. Pero entonces se me ocurrió una idea, una buena idea: tal vez los espejos de mi casa se hubieran deteriorado o algo parecido con el paso de los años. Así que para hacer la prueba definitiva cogí un paraguas que estaba apoyado en un mueble del salón y rápidamente volví al recibidor para observar el supuesto reflejo que tendría que hacer mi figura con el paraguas levantado. La sorpresa, y el motivo por el que decidí venir a verle, me vinieron en ese momento. El espejo reflejaba el paraguas en alto como si alguien lo estuviera levantando. Sin embargo yo seguía sin estar.

   Entiendo. La verdad es que es un caso curioso, no es nada común, eso está claro. No obstante hace casi un año me vino una paciente con un problema como el suyo, o al menos con los mismos síntomas. Así que basándome en esta persona, sí que podría decirle a ciencia cierta lo que usted padece. Aunque insisto, tendría que realizarle algunas pruebas para estar cien por cien seguro. Pero según me ha comentado, lo que usted ha vivido esta mañana solo apunta hacia una cosa. Señor Cortés, usted está muerto.

Pepe Santatecla
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 11:12:46 am
(http://3.bp.blogspot.com/-JSaztIjMD9Y/T4cRqXr5-wI/AAAAAAAAABM/doYjsFAmKwM/s400/desierto.jpg)

Casa azul en el desierto


Siempre le pareció estúpida la idea de construir una casa en mitad de aquella llanura de tierra estéril. Pero ella se empeñó. Y él quería que ella fuese feliz. Hacía tanto tiempo de aquello. El infierno es mucho más hermoso, le recriminaba ahora, ya sin el respeto que regía sus vidas en otro tiempo. Y, ¿por qué azul? Aquí todo es gris pálido, sin vida. El azul aquí no va bien… Es una idea que refleja tu superficialidad y falta de talento. Ella no pudo soportar la humillación y rompió a llorar. Los dos, de pie frente a la casa, se miraban como dos estatuas de sal. Él no la abrazó a pesar de que algo en el fondo de su corazón le instaba a ello. Pero su alma se había vuelto dura y baldía como aquella tierra en la que habitaban. En mitad de una llanura desolada, a veinte kilómetros del pueblo más cercano. Todo lo que alcanzaba su vista era piedra, monte desnudo y caminos de tierra que no conducían a ninguna parte. ‘Aquí nos encontraremos a nosotros mismos’, había esgrimido ella como razón irrevocable para adquirir el terreno y construir la casa de madera. La casa azul. Sí, la haremos poco a poco, será para siempre, con nuestra propias manos, nuestro proyecto, la pintaremos de azul, del color del cielo, del color del mar. Pero el mar, como la propia felicidad, era una pradera ilusoria y muy lejana que se extendía más allá de aquel infierno solitario.
Esa noche, por primera vez en muchos años, durmieron en camas separadas. Ella en el dormitorio y él en la habitación de esos hijos que nunca llegaron a existir. Ella no quiso cenar y se fue directamente a la habitación. Ya casi no lloraba. Tristeza. La casa era cada vez más estrecha. Él se asfixiaba en ella. Y sabía que ella sentía algo parecido aunque no se atreviese a reconocerlo. Pero estaba seguro de ello. Él no se sentía afortunado. Ella era cobarde para afrontar un cambio. Aquella casa azul en mitad del páramo inhabitado emulaba la situación precisa de su ser. Se sentía perdido en una maraña incomprensible, en un mundo indescifrable. Absurdo e infinito. Y en mitad de aquel ignoto e inabarcable  universo había un punto. Un punto azulado y excesivamente contrariado: la casa, su alma.
Muchos años atrás había conocido a la mujer de sus sueños. Ella. Sus vidas, como ellos mismos solían bromear, eran dos rayos de luz que habían circulado por la inmensidad de la galaxia a la deriva y al fin se habían encontrado. Y se habían fundido en uno solo. Y ya siempre avanzarían juntos rompiendo la oscuridad que los envolvía. Pero la luz acaba por extinguirse. Lenta pero inexorablemente. Y quizá, los últimos estertores de aquel relámpago llamado amor anunciaban el final de una era. Ahora el recuerdo de los primeros días caminando juntos por la vida le llegaba de forma borrosa. Sí que era capaz de visualizar los lugares, de escuchar frases completas, cargadas de juramentos secretos y planes de futuro. Era capaz de dibujar una línea perfecta que recorría todos los lugares a los que habían acudido juntos. Siempre lugares alegres, llenos de vida. Porque, lo sabía muy bien, los lugares no son lo realmente importante sino el tiempo que se vive en ellos.  Y ese tiempo ya pasó. Era también capaz de  olvidar. Recostado en la exigua cama de niño sentía que olvidaba muchas cosas. Los recuerdos se escurrían en círculos concéntricos por el sumidero de su vida. Como agua sucia. Y lo peor no era que no recordara. Era que no le importaba demasiado. Se preguntaba dónde estaba ese amor perfecto que se había  erigido como un anillo solar en el horizonte de su soledad. Dónde se encontraba la mujer decidida y optimista que le convenció para construir una casa azul en mitad de la nada. Dónde… Todo eran fracturas en ese recordar infructuoso que de nada servía ya. Y llegaba a la conclusión de que esa mujer estaba muerta. Enterrada por el polvo del desierto. Como una momia reseca. Que la que ahora dormía en la habitación de al lado era otra. Él era otro. Todo era distinto. La casa azul no era un hogar sino una extraña prisión cuyos barrotes tenían forma de llanura. Una cárcel imaginaria que acababa en los confines de aquel yermo terreno, en los acantilados del oeste, en la planicie meridional y en el río que serpenteaba hacia el norte. Acababa en los confines de aquella tierra hostil y empezaba en él mismo. Era una prisión que se vomitaba en el frío de la noche, que tenía la viscosidad de las pesadillas y que de un modo sutil era capaz de adquirir la forma de las cosas más triviales; una mujer desolada, una precaria existencia y una geografía inofensiva pero moldeada por sombras o fantasmas.
No podía dormir. Salió al porche a fumar. El humo del cigarro entraba en sus pulmones mezclado con el aire gélido de la noche. Se separó unos metros para contemplar la casa sin rejas en la que habitaba. Expulsó el humo gris y a través de él se dio cuenta de que la casa parecía un espejismo. Si no fuese porque sé que toda mi vida es real, pensó casi en voz alta, creería que esta casa no existe. Una casa azul en la estepa solitaria. Ni los lobos merodean por aquí. Ella tampoco podía dormir. Había escuchado ruidos. Sabía que él estaba en el porche. Miró por la ventana y lo vio que fumaba sentado de espaldas a la casa. Con la mirada perdida en la llanura gris que se contorneaba bajo la luz de la luna llena. Parecía increíble a dónde habían llegado. Lo amaba. Sigo amando a ese imbécil y daría mi vida por él. Pero no me aguanta y no aguanta esta maldita casa. Esta soledad nos está consumiendo. O quizá ya no comprendía el significado de la palabra amor y lo confundía con otros sentimientos más oscuros: miedo, tristeza, dependencia.
Al día siguiente, en el desayuno no intercambiaron ni una palabra. Ella le puso su café y una tostada con aceite. Como cada día. Pero él no la miró. Tan solo emitió un gruñido que igualmente podría significar ‘gracias’ o ‘maldita seas’. Ella se sentó frente a él. Si quieres podemos vender la casa. Sé que no eres del todo feliz, que deseas huir de aquí. Él la miró. Bebió un sorbo de café. No se atrevió a contestar. Intuía que aquella declaración no era fortuita y que debía calibrar su respuesta. No sé si es la casa. Sabes, a veces imagino que no estoy en el lugar adecuado. Algo no encaja aquí. La soledad, pensaron los dos al mismo tiempo, no es estar solo. Sino sentirse solo. Y ambos se sentían solos. Compartían una soledad más densa que sus propios espíritus.
Si no me quieres dímelo. Sabré encajarlo. Me importa una ***** la casa. Era algo de dos. Y si tú no quieres volveremos a la ciudad. En un segundo, a él le vinieron fragmentos del pasado que creía ya borrados. Recordó a aquella chica optimista que le regalaba sonrisas en el atardecer de un lago. Que le escondía las llaves del coche para que no se marchase tan pronto y…al mirar a la mujer que tenía delante de él intuyó que era la misma. Lo siento. Por lo de anoche. Me porté como un idiota. Alcanzó su mejilla y la acarició. Ella se inclinó y besó sus labios. El beso fue auténtico. La amo, sé que la amo a pesar de toda esta herrumbre que nos carcome los corazones. No es fácil, dijo ella como respondiendo a sus pensamientos. Tienes razón, contestó él.  Y antes de acabar el café supieron que el amor, a veces, recorre páramos por los que es difícil transitar.

Franz Denis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 11:23:32 am
(http://astridorange.files.wordpress.com/2010/01/agua-fria.jpg)

Beber un vaso de agua


Afuera hace frío. Hace un frío lento y cansado que parece exudar de la propia superficie de la tierra. No se mueve el viento, ese viento del norte que a veces parece arrancar las paredes y las planchas de zinc del tejado. Sin él la niebla envuelve todo el paisaje;  niebla fría que también parece manar de los poros de la propia tierra. Hace un momento estaba asomado por la ventana, y a través del cristal apenas se podían ver titilando las luces de la casa más cercana. Parecía un faro perdido en la costa, visto desde un barco a la deriva; o una propia lancha que se pierde en la noche que precede a la tormenta, con una pequeña lamparita que casi no ilumina ni se balancea en un mar sin olas.
Dentro de la casa hace frío, hace tanto frío como afuera; por este motivo el cristal no estaba empañado cuando me he acercado a mirar a través de él; por ese motivo todos llevamos puestos los abrigos encima. Mi abrigo es muy pesado, de piel, de muchas capas, cuero, lana, algodón, pana y un raso fino y deshilachado. Noto la rigidez de cada una de ellas y también noto que no me calienta, que el frío me calaría igualmente los huesos si no lo llevase  puesto, si lo hubiese olvidado en cualquier sitio. Me canso de mirar por la ventana, observando sin llegar a ver nada, solo imaginando que las siluetas que se forman en mis retinas durante un segundo, corresponden a algo real. Pero no es así, no veo nada, no hay nada que ver; todavía.
Me siento a la mesa. La mujer está dando vueltas por la habitación, no mira por la ventana; al menos no directamente, de vez en cuando se detiene, deja lo que está haciendo por un momento, deja de recoger ropa y meterla en una gran bolsa de tela, o deja de rebuscar en los cajones, escogiendo objetos metálicos que guarda en otra bolsa similar pero más pequeña y, como decía, de vez en cuando se le van los ojos casi sin querer, casi sin poder evitarlo, hacia la ventana, que solo es un rectángulo negro desde donde ella está, o también hacia la puerta cerrada cuando las maderas de la casa crujen con el frío. Ella también lleva puesto su abrigo más grueso. Le da un aspecto grotesco, como de payaso triste, como la caricatura de una mendiga, como una princesa que jugase a vagabunda sin alegría. Me siento a la mesa.
La habitación está prácticamente vacía. Todos los muebles tienen las puertas y los cajones abiertos sin el menor cuidado. No parece la misma casa de siempre, a pesar de que hemos conocido muchas noches como ésta, noches de frío y niebla. Aunque no sabemos cómo será ésta noche, como serán las cosas cuando acabe, cuando amanezca, si es que al final lo hace, si es que el sol consigue perforar la niebla, que no me parece ya niebla, sino manto (pienso en la palabra mortaja, pero me obligo a no pensar en ella y la cambio por otra, creyendo ingenuamente que me engaño). La habitación está prácticamente vacía, solo sigue ocupando su lugar la pequeña bandeja de plata y sobre ella la jarra y los dos vasos de crista.
Mi padre, cuando bebía, siempre me contaba la historia de esa jara y de esos vasos, una historia que tenía que ver con la propia historia de su padre; y cuando terminaba de contármela, cada vez era una historia distinta. Tal vez la jarra y los vasos siguen en su sitio porque la mujer no ha tenido tiempo de guardarlos, o esconderlos, o lo que sea que se proponga hacer con nuestras cosas; quizás no lo ha hecho porque la jarra está aún llena de agua. Por un motivo o por otro, aprovecho para, sentado a la mesa, servirme un vaso de agua. Con una mano tomo la jara, que es pesada y fría, me sorprende que el líquido no se haya congelado en ella. Con la otra mano tomo un vaso y lo doy la vuelta, pues los dos están boca a bajo, para no llenarse de polvo y porque parecen hechos para estar así, diseñados por el maestro cristalero que les hizo en centroeuropa para ser expuestos de ese modo. Doy la vuelta al vaso y dejo verterse el agua de la jarra en su interior, como tantas veces hizo mi padre antes que yo, en un gesto sin miedo, describiendo un arco con el chorro de agua y recreándome en el sonido que hace al reverberar contra las pareces de vidrio grueso y tallado del vaso. Vuelvo a dejar la jara en su sitio y acerco los labios al vaso, pero no bebo, no tengo sed, solo mojo los labios y lo vuelvo a apoyar sobre la mesa, sujetándolo todavía con mi mano.
La niña está junto a mi. Puede que se haya cansado de reclamar la atención de la mujer. Está de pie, a mi lado, con sus dos pequeñas manos apoyadas sobre mi muslo cubierto por los largos y gruesos faldones de mi abrigo. Ella también lleva puesto un abrigo, un abrigo improvisado con pedazos de manta rasgados y varias vueltas de bufandas de lana. No se queja del frío, pero sus mejillas y la punta de su nariz brillan con un rojo intenso. Tiene miedo.
Como entiendo que el miedo que ella siente es el más importante de todos, el que tiene más prioridad, la tomo por debajo de sus axilas (que no están calientes) y la siento sobre mis rodillas. Sé que tendrá la cabeza llena de fantasmas y de espíritus en una noche como ésta. Sé que los viejos la habrán estado contando historias sobre la Santa Compaña, sobre las procesiones de difuntos. Es una niña pequeña, y sé que es solo por eso por lo que tiembla. Sentada sobre mis rodillas empiezo a hablarle mientras la mujer me mira confundida, extrañada, pero me deja hacer. Le cuento una historia para que esté tranquila, para que se le pase el miedo, le cuento la historia de dos hombres que salen a pescar en una barca en una noche como ésta. La noche no tiene viento y a fuerza de remar consiguen llegar hasta la mitad del río, de éste mismo río que está tan cerca de nuestra casa y que parece un mar, porque saben que es allí donde hay más peces, porque los peces son listos, le digo, saben que los pescadores suelen tener miedo de la fuerte corriente que hay en el medio del río; pero esa noche no hay viento, ni corriente, los peces están desprotegidos y los dos pescadores quieren aprovecharse de ello.
Cuando creen que han llegado a la mitad del río, le continuo diciendo mientras la mujer se ha quedado quieta, ya no recoge, solo me mira hablar, o yo creo que lo hace, sueltan el ancla. Lo dejan caer para sujetarse al fondo, para con el ruido despertar a los peces que también duermen en el fondo. Comienzan a soltar cuerda y más cuerda, pero el ancla continua cayendo dentro del lecho del río, le cuento sin notar que mi historia le esté tranquilizando lo más mínimo. Vuelvo a acercarme el vaso de agua a los labio y los vacío de un solo trago. Lo doy la vuelta y los coloco otra vez sobre la pequeña bandeja de plata, junto a la jarra y al otro vaso. Una gota, que no he bebido, que se ha quedado en el fondo del vaso, se cae, resbalando por la superficie pulida y gruesa del vidrio. Pienso que va a llegar hasta la bandeja de plata y que va a formar una mancha de óxido si alguien no tiene tiempo de limpiarla. En ese momento ya sé que yo nunca tendré oportunidad de reparar ese descuido.
Entonce se abrió la puerta. No sé cómo llegaron ellos sin hacer ruido, sin que ninguno de los tres, la niña, la mujer y yo, los hubiéramos oído. Me arrastraron del abrigo como si yo fuera un muñeco de trapo, de muchas capas de trapo, por suerte la niña ya no estaba sobre mis rodillas. Al sacarme afuera no noté mucho frío, no más que el que había dentro de la casa. Algunos de los militares se quedaron dentro de la casa mientras los otros me llevaban afuera, entre otras cosas oí como la bandeja de plata caía al suelo, con un estruendo metálico, y que tras ella caían también la jarra y los dos vasos haciéndose añicos.

Arcac
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 11:29:01 am
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El Reloj


No podía creerlo. Estaba allí, en un oscuro y polvoriento escaparate. Tras años recorriendo los confines del mundo, y cuando había perdido toda esperanza, la búsqueda había llegaba a su fin.

   El tiempo parecía haberse detenido, la atmósfera se volvió densa y el mundo enmudeció. El resto de sus sentidos se desvanecían eclipsados por la visión que había congelado su mente, hasta que un ahogado grito de júbilo rompió su silencio interior. Parecía un sueño, pues estaba tan solo a cuatro calles de su casa, en una pequeña y sombría tienda de antigüedades, prácticamente invisible durante toda su vida hasta que el destino decidió que había llegado el momento adecuado.

   Tras unos instantes de meditación para convencerse a si mismo de estar despierto, entró en la tienda. Un intenso olor a humedad cargado de Naftalina y el aroma a épocas pasadas lo envolvió, lo embriagó y acabó de hipnotizarle. Ni siquiera percibió el agudo tintineo de las campanillas que guardaban la puerta y anunciaban su llegada al viejo anticuario. Tampoco notó la presencia del anciano que salía a su encuentro, pues estaba concentrado en algo mucho más importante.

   Sus ojos estaban clavados en la brillante caja del Elysee de cuatro  esferas que le había llevado tantos años encontrar. Estaba analizando cada milímetro, acariciando cada partícula con su mirada. Aparentemente era sólo un magnífico reloj con tres esferas doradas que marcaban la hora, el día y el mes, y otra, de color verde esmeralda y con los números grabados en rojo, señalaba los años. Dos manecillas paradas en el número doce gobernaban el corazón del reloj esperando que alguien las pusiera de nuevo en movimiento. La encargada de señalar los minutos estaba engarzada con pequeños diamantes y la que marcaba los segundos era de oro con la inscripción Art de vivre grabada a mano con gran precisión.

   No había duda, era ese.

   Una suave y curtida voz rompió el silencio-¿Puedo ayudarle en algo?- El viejo anticuario que se escondía tras unas enormes gafas de gruesos cristales, enmarcadas por unas cejas pobladas de canas parecía extrañado por la ausencia de respuesta y la extraña actitud del misterioso joven.

   Lo intentó de nuevo y carraspeó violentamente un par de veces, con sus grandes manos, que no desentonaban con el resto del cuerpo, le asió de la chaqueta mientras repetía la pregunta.

   -Yo...yo... el...el reloj... ¡El reloj! ¿Cuánto..? ¿cuánto pide por el?- Balbuceó el joven saliendo del hechizo con ojos desorbitados.

   El anciano cogió la vieja caja de cuero para simular que comprobaba el precio que figuraba en el fragmento ocre de papel que tenía pegado en la base.

   -Son cuatrocientos euros, pero por ser usted, se lo dejo en trescientos cincuenta. Se trata de un raro ejemplar.- Contestó finalmente el anticuario, con la mejor de sus sonrisas.

   -Perfecto, me lo llevo.- Exclamó el joven, con los ojos brillantes por la emoción, mientras atropelladamente manos asían la cartera y sus agitados dedos buscaban el dinero.

   Sin separar un momento los ávidos ojos del rostro del joven, el anticuario envolvió el reloj y fue cumplimentando la factura, o como rezaba en el cabecero de la misma, el compromiso de venta.

   -¿Sabe?- Dijo el joven, ahora mucho más tranquilo, cuando el viejo le tendió la bolsa.-Llevo buscándolo desde hace más de diez años. Cuando cumplí los quince, mi abuelo murió, y entre sus pertenencias encontré una vieja nota donde lo describía. Nada mas leerla, acabé prendado de esta maravilla y de su leyenda...- Pero ahora era el anciano el que se hallaba en una especie de trance mientras observaba como su joven e ingenuo cliente acababa de contar el dinero y se lo tendía. 

   Asintiendo de manera automática, casi indiferente el viejo cogió el dinero rozando las manos del joven con las suyas. Se quedó observando como salía de la tienda y enfilaba la calle a toda prisa. –Pobre infeliz.- dijo para sí con una enigmática sonrisa que dejaba entrever los primeros atisbos de una malvada carcajada.

   Rumbo a su casa, con los últimos rayos de sol del día acompañando su marcha y con el corazón latiendo con fuerza contra la bolsa que llevaba abrazada con ambos brazos, llegó a su casa. Ansioso, entró en su estudio y cerró la puerta a su espalda, bloqueando los dos cerrojos.

   Tiró de forma brusca la chaqueta al suelo y se sentó en el sillón del salón con la bolsa entre sus piernas. Sacó la arañada caja de cuero. Apoyándola sobre sus rodillas, respiró hondo, tratando infructuosamente de tranquilizarse y la abrió.

   El reloj desprendía un brillo cegador pese a lo tenue de la estancia. De ser cierta la leyenda que describía su abuelo en sus notas, pronto se convertiría en uno de los hombres más poderos del mundo.

   Con pulso tembloroso, se colocó con sumo cuidado el reloj en su muñeca izquierda y quedó contemplándolo ensimismado durante unos segundos. Respiró hondo, cerró los ojos y, aguantando el aliento, giró la ruedecilla central y la aguja de los años se movió hacia atrás.

   Abrió los ojos y comprobó que funcionaba a la perfección y que la leyenda era cierta. Se sentía lleno de vitalidad, sus ropas le quedaban holgadas y notó como le bailaba el reloj en la muñeca. Había rejuvenecido quince años, los mismos que había retrocedido la manecilla. Ahora era un niño. El proceso de rejuvenecimiento, sin embargo, únicamente afectaba a su aspecto físico, conservando intactos sus conocimientos y su mentalidad.

   Miró a su alrededor y comprobó satisfecho que todo lo que le rodeaba estaba intacto, tal cual lo había dejado antes de tocar la rueda del reloj. Su abuelo estaba en lo cierto, y el reloj únicamente cambiaba al portador.

   Volvió a cerrar los ojos y giró la rueda, pero esta vez en sentido contrario, y al instante volvió a ser un hombre. Abrió los ojos y no pudo reprimir una carcajada de júbilo mientras se colocaba de nuevo el zapato que se le había caído. Comenzó a hacer cábalas sobre las múltiples posibilidades que le brindaba la maravilla que colgaba de su muñeca. Podría vivir eternamente, adquirir todos los conocimientos de la humanidad, se convertiría en el hombre más poderoso del mundo, un mundo que sería suyo en cuanto lograra descubrir la manera de hacerlo. Las posibilidades eran infinitas, el tiempo eterno... y la curiosidad también.

   Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, avanzó veinte años en el tiempo. Físicamente no sintió ningún cambio, pues se encontraba incluso mejor de lo que había estado hasta ahora. Se dirigió al cuarto de baño y al contemplar su reflejo en el espejo, vio a un hombre maduro con algunas arrugas en la frente y junto a los ojos color miel. Sus cabellos que, hasta hace tan solo unos segundos, habían sido de un brillante color negro, se habían vuelto casi en su totalidad de color perla, y en sus manos habían comenzado a aparecer las primeras manchas.

   Sonrió complacido al ver que pese a los años era bastante atractivo, y de forma automática, movido por el ansia de saber más,  mientras se recreaba con su reflejo, sus manos, que parecían haber adquirido vida propia, volvieron a girar la ruedecilla, y esta vez, sin darse cuenta, avanzó treinta años mas.

   Ahora estaba presenciando el cambio ante el espejo. Fue testigo de cómo se iba secando y cuarteando su piel. Su pelo, como por arte de magia, dejaba paso a una brillante calva que, por momentos se fue llenando de múltiples manchas.

   Un ejército de nuevas arrugas, mucho más feroces y profundas que las anteriores, vencieron la batalla a la juventud y terminaron por  conquistaron su rostro. Quedó boquiabierto tras presenciar la dantesca imagen que le ofrecía su propio reflejo.

   Una boca abierta en una extraña mueca le mostraba como sus dientes, que había visto esa misma mañana con una blancura impoluta y perfectamente alineados, daban paso a un carrusel de piezas amarillentas y desdibujadas alineadas en una caótica formación comandada por huecos negros que resaltaban como Generales en formación, todo ello enmarcado por unos labios que alcanzaron un color púrpura casi tan intenso como el que se alojaba en las bolsas bajo sus ojos.

   Sintió como le fallaban las rodillas, y con un crujido seco procedente de su cadera, finalmente cayó al frío suelo del aseo. Las fuerzas le abandonaban por momentos, a la par que la fría y silenciosa inmensidad negra avanzaba ante sus ojos hasta que finalmente no vio otra cosa más que esa vacía negrura infinita.

   Presa del pánico y con el corazón palpitando apresuradamente de forma irregular, decidió acabar  de jugar con el reloj, y a tientas intentó girar la rueda del reloj para volver a la normalidad.

   La artrosis había invadido sus manos, y tras un esfuerzo titánico consiguió asir la ruedecilla con la máxima firmeza que sus retorcidos y torpes dedos le permitieron. Cerró los ojos y lo intentó, pero era incapaz de girarla hacia atrás, ya que los temblores no hacían sino conseguir que avanzase dos..., tres...hasta cuatro años más, antes de que terminara cediendo y se desenroscase totalmente para caer al suelo desde los dedos muertos del anciano y salir rodando.

   Rodó y rodó hasta que chocó con los pies del viejo anticuario, que se encontraba apoyado en el quicio de la puerta comprobando la escena con la misma sonrisa con la que despidió a su víctima cuando abandonó la tienda.

   Se agachó y con unas manos acabadas en unas largas y afiladas uñas color azabache, recogió la ruedecilla del reloj y la guardó junto a las demás en una bolsita que sacó de una de los bolsillos de su elegante traje negro.

Werewolf
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 16:44:06 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_xUS8WQzzREA/TCwQjV-7aOI/AAAAAAAAAlQ/epadSLkNWyU/s1600/Tu+Aliento+En+Mi+Cara.jpg)

Aliento


   Podría ser cualquiera. Estoy sentado en alguna parte, con mi cabeza, y se sienta a mi lado una chica. No la miro, es desagradable. Frente desproporcionada, grande, amorfa, fea, y tiene algo en los gestos que me repugna. Mueve el bolígrafo torpemente entre los dedos, saca la lengua para limpiarse la comisura de los labios, respingonea y sorbe como si tuviese una pajita atascada en la nariz, no para de. Un olor. Dejo de pensar, el estómago me sube al pecho. Inspiro.

   Pasa un momento, un segundo, calmo, expectante. Quiero respirar sin querer pero no puedo, antes de que pueda, ese olor. Estoy en otro lugar, en otra parte. ¿Cómo? Ya, allí. Mis ojos se humedecen, pienso sin sentido, me sacudo sin saber porqué, me atraganto. Una pausa. Todo se detiene y me vuelvo mucho más consciente de mi cuerpo. Algo va más despacio y me desborda, me desbordan. Recorren mi espalda, me sacuden, hacen lo que quieren de mí.

   Dejo de teclear y me reclino en la silla, pienso, pero es mentira. Lo intento más, pero me trabo. Era su perfume. Tardo poco tiempo en adivinarlo, me miento. ¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo? Me miento. Una desconocida y su perfume, suficiente. Salgo de todo, me abandono a lo que ignoro y dejo que me impregne por completo. Tardo poco tiempo y sonrío: nostalgia, amor, miedo, vejez. Me estremece el tiempo, duro, crudo, tenso, tirante, desgarrador. Me arranco de mi, una inercia sin origen destroza mis vísceras, me invaden como un torrente sin freno.

   No quiero llorar en un rincón informático de biblioteca. Rechazo este sentimiento de muerte, de tiempo. Es ésa la inercia que me devora, que grita en silencio cuando duermo, que iergue la cabeza cuando pasa nada. El tiempo, no la vida, es la muerte, el desgarro, la traición del pasado, el más frio de los platos. Venganza silente y vil asesino, amor en la memoria, pasado que crea y recrea, que juega. A que fuiste un otro, a que hacías otras cosas, a que sentías de otra manera. Nadas en el lodo de la nostalgia, metes la boca, te das la vuelta, deslizas la espalda, resbalas, vomitas, te das la vuelta, metes la boca.

   Me concentro para obtener control, me anulo. Intento dejarme llevar otra vez, me anulo. Me descentro. No muevo los ojos, estiro la mirada, tenso los párpados. Lo intento más. Los expulso de mí, los odio, odio mis ojos, puedo tensarlos más. Lo hago, estrangulo la garganta. No quiero pensar en moverme, voy a llorar, si me muevo lloraré. Tanto que no podré hacer otra cosa. No quiero, me anulo y me miento. No quiero ese llanto, quiero la tensión, esa tensión. Quiero el odio.

   Me va a gustar, descubro que me va a gustar si lloro, demasiado. No quiero entregarme a ello, no quiero ese llanto inconsolable, melancólico. No quiero otra vez ese gusto, esa serenidad. Dejarme llevar por el pasado y otorgarle un momento genuino, arrastrarme por él, llorar a su salud, quererlo. No quiero. Ese lugar eterno, ese cielo, amor en la memoria, ese asco. No quiero ver que puede estar bien, que está bien, que quizás lo deseo, que quiero vivir allí, en ese sitio con nombre, en ese lugar, en esa parte. En lo que se ha ido, en lo que ha sido.
 
   Lanzo miradas furtivas a la chica y su frente. Me peleo con las ganas de dejarme caer en la silla y absorber. No te muevas, no te muevas de aquí, ni un movimiento, nunca. Te quiero muerta, paralítica. Sigue, sígueme, déjame sentir. No, vete, déjame recordar. Recuerda, odio. En los ojos. Fabulo con entregarme a ello, quiero hacerlo, me entrego, no puedo evitarlo más. Me entrego pero es mentira, fabulo. Procuro no llamar la atención. Todos me rodean, también ella y su frente. Teclea y atiende a la pantalla, no sé cómo lo hace pero me arrolla sin saberlo. Teclear no huele pero lo hace, no quiere.
   
   Sobre mi nuca miradas ajenas. Anhelan conocimiento, sentarse en mi sitio, acceder a una pantalla y buscar, indagar, investigar, proferir, profanar. No me importa, reclino la silla y saboreo mi interior, mi olor, ya es mío, mi bocanada de aire, mi viaje al pasado. Descanso en ese increíble placer autocompasivo, romántico. Mi nariz y mi boca quieren abarcarlo todo pero no son suficientes, mi interior no llega, me revuelvo en mi propio anhelo, me defino, me desafino, me sufro. Vuelvo a ser niño y me descentro, regreso a la embriaguez, me miento.

   Ya estoy llorando y apenas me doy cuenta. Ni siquiera estoy seguro de haberlo evitado en algún momento. Sabía que me gustaría, amo mis lágrimas, me mojan, me quieren, me cambian. Modifican mi cuerpo, mi cara, me hacen ver mejor, me hacen oler mejor. Lo conservo, conservo el olor, conservo el amor, también el dolor. Mi boca obedece a las lágrimas y al gesto, mi rostro no es el mismo, mi mandíbula se tensa. ¿Por qué odiar? ¿Por qué el odio? No lo entiendo y lo entiendo, lo odio y lo amo,  lo odio.

   Y vuelve. Estoy tan impregnado de él que no me abandona aunque tema no percibirlo, noto el miedo. Miedo a la desilusión, a respirar y sólo obtener otra inhalación que anuncie la siguiente, temo el anhelo, pero también lo quiero. Quiero llegar al límite de mi voluntad y querer aquello que no quiero para estar más cerca de ello, quiero la locura en mi mente, en mi cabeza, con mi cabeza. Quiero aquello que no pueden soportar mis sentidos, lo que no se anticipa. Quiero esa plenitud, descansar en ella.

   Permanezco a las puertas de lo pleno y espero. Reaparece el impulso, miro furtivamente a la chica, su frente ya no es tan horrible. Complacencia y comprensión dejan sitio a la melancolía, veo algo borroso. La miro una y otra vez a través de lágrimas y me sorprendo a mi mismo deseando.
   
   Fabulo y me voy, abandono mi cuerpo y ella el suyo, nos vamos de esa biblioteca, salimos al campo, nos tumbamos en la hierba, la miro a los ojos, la agarro del pelo, le arranco la ropa, me hundo en su cuello. Muerdo sin parar, me rodean sus piernas, mueve la pelvis, lame mi piel, desliza su mano, desliza la mía, se humedece en mi boca, me humedezco en sus piernas, me estrangula con ellas. Fabulo, me detengo. Me levanto, abro una puerta y entro en una iglesia, cae el arroz, la miro a los ojos, digo «te quiero». Me fundo en su abrazo, me pierdo en su calma, me deshago en un niño, me derrito en su pecho. Veo el más allá y la hondura infinita de lo ilimitado, lo inasible del alma, el vacío de la inercia, el movimiento en su cambio. Lo veo y rozo la vida, la muerte y el tacto. Toco el ver y el oir, el llorar, me acaricia la mente, pienso orgasmos, experimento la profundidad en la intensidad, lo diagonal en círculos. Circunvalo el razonamiento y lo desposeo, veo jirones de razón flotando en el espacio, los toco y no siento nada, los como y no me llenan, los conecto y me mienten, los lloro y me elevan. Saboreo a través de los poros y me pierdo en el caos, paseo mi lengua por la locura y me relamo en la confusión que devuelve la vida y la muerte, el bien y el mal, el arriba y el abajo. Los destrozo sin piedad. Juego de puntillas en la pradera de la muerte, huelo sus flores, resbalo en su hierba, me deslizo por su rocío, me tumbo boca arriba y miro el sol, dejo que una luz infinita perfore mis párpados e imprima en mis ojos su belleza. Los abro y estallo. Miro cara a cara a la oscuridad, la escucho rugir dentro de mí, me llena con su intensidad informe y me plenifica. Acerco el horror y lo beso, me enamoro de él, bailo y lo desnudo, le hago retener el aliento. Lo asusto y abrazo. Me guiña un ojo, me deja ser, me deja jugar, me concede cinco, quince, quinientos, veintiúnmil años. Se ríe, me rio. ¿Son pocos? Se ríe. Ardo en una hoguera de sentido, me inmolo en una llamarada que me golpea. Me levanto y caigo al suelo, inerte, en un rincón de biblioteca.

   Sigo sentado. Lloro porque he visto su frente y sigo sentado llorando, en silencio, porque he hablado a mis ojos. Ellos me conocen y conocen, saben la verdad de mi alma, del amor en la memoria, del tiempo y de la muerte, de ese olor. De a quien me recuerda. Podría ser cualquiera, me digo, pero no lo es. Comprendo y me vacío, siento una fugaz ráfaga de verdad que atraviesa mi cuerpo y la agarro, lucho con ella y la tiro el suelo pero me aniquila y viola. Hace lo que quiere de mí, me baila. Se ríe y me río, me llora. La pierdo. Por momentos incomprendo y me busco a tientas, por momentos alcanzo lo increíble sin saber qué es. Pero en el fondo resulta sencillo, fácil y cálido.

   Un olor. Me levanto de la silla y me preparo para una vida que nunca he abandonado, para un amor que nunca he olvidado. Expiro.

Caminante
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 17:00:14 pm
(http://2.bp.blogspot.com/-pRxCcla6UbE/T4HpttNAFnI/AAAAAAAAEWU/8pp6rA3Gu9U/s1600/chocolate.jpg)

Con el tiempo los chocolates tienen alas


 Conozco y comparto, con una inmensa mayoría, el gusto por los chocolates. Todo un misterio de América, este continente fascinante constituido en enigma. Así lo asumimos mi paladar y yo. No nos cansamos  de deleitarnos con su suave, amarga y delicada textura, que hace mística esa experiencia en la boca, cuando al poner un pequeño bocado el chocolate se fusiona en uno con la lengua y el paladar. Es un terciopelo en la boca que estimula todas las papilas gustativas, que nos incita a jugar…, con el paladar, con la lengua, con lo ojos, con el rostro en la expresión…
 
Por esta experiencia y otras tantas, concluí que los chocolates tienen alas. El cómo y los detalles de ésta conclusión iniciaron de la misma forma en que inician los placeres más sencillos, por un antojo.
 
Los chocolates tienen alas no para llegar, sino para volver. Las alas no suelen ser el mecanismo para encontrarnos, y el placer no se obtiene tan fácil como un aleteo. Es más un proceso, similar a una migración. En una analogía terrenal es un camino de ascenso en escaleras; es difícil subir un escalón cuando se asciende, sin embargo, estás más cerca del arriba, de la cima o si se prefiere  del cielo.
 
Mi chocolate preferido es el amargo, sin sabores adicionales. Cuando prefiero algo sencillo, sin demasiados estímulos, sin complicaciones o prolongaciones de tiempo, acudo a la abanderada chocolatina Jet, fácil de obtener, un placer casi infantil para rememorar un abrazo de un amigo, la calidez maternal o la dicha de una travesura.
 
El chocolate amargo es un deleite, pero el paladar necesita formación para deleitarse no solo para esta clase, sino para ascender y degustar mejores sabores, para elegir los mejores acompañantes, el momento apropiado y cuál es la mejor concentración de cacao.
 
Todo comienza en el antojo, él puede aparecer por diversos motivos o sin motivo aparente, solo un haz de sensaciones y de deseo, que va desde la lengua hasta la aparición de una imagen que nos recuerda el chocolate.
 
Imagino que una noche paseamos ante el supermercado, nos dirigimos o nos dirige una imagen, o el recuerdo del aroma, o un hecho pasado asociado a un sabor inolvidable.
He aquí que las alas pueden dirigirnos a cualquier estado. Llegamos buscando no sabemos exactamente qué antojo - el placer nos somete a hacer un ejercicio -, recuerdo, o nuestras ya acostumbradas dinámicas hormonales que resultan el timón de la elección. Sin embargo, ello implica un gasto o si se quiere una inversión, lo sabremos posteriormente a regocijarnos en las alas del chocolate en pleno retorno.
 
La búsqueda es solo una parte del placer. Una vez frente al estante donde sucumbiremos, nos recibe el color, el tamaño, las letras de las diversas etiquetas con las diferentes formas de escribir “chocolate”. El primer criterio de búsqueda es apelar a la memoria, mecanismo asociativo de recordar el sabor pasado con lo que queremos en el presente, el segundo es el tamaño o cuan enorme es el antojo. Si optamos por la vía de esculcar por la amplia oferta, estaremos ante el dilema que determinará la elección.
 
La prolongación de la elección nos posiciona frente al riesgo de sentir culpa. Podemos superarla según sea el motivo de búsqueda. Queremos aventura, solo darnos un pequeño gusto, un día de alteración hormonal o emocional, olvidar, o recordar…?  Por un momento pensamos en uno dietético que no nos afecte, o que no resulte en un presente alterado, que nos haga sentir protegidas del después.
 
El tamaño siempre importa, a mayor tamaño, mayor riesgo de placer culpable… A menos que pensemos en distribuirlo en varios episodios de retorno a la caricia alada de aquel que entra por la boca.
 
Lo visual siempre resulta determinante, la caja o el empaque nos ofrece detalles provocadores. La etiqueta dorada, estelas doradas, movimientos, o una imagen que nos anticipe aquel precioso momento en que esa barra entrara en nuestra boca.
 
Finalmente, llevados por un placer indómito pero justificable, sobrevolando la idea del recuerdo o aquel sabor similar que nos transporte a aquel momento vivido que alguna vez inició en la boca, aquel bocado negro o blanco que alguna vez nos deleitó desde la lengua hasta los dedos de los pies, que atravesó el corazón, el estomago y dispuso todo el cuerpo sobre una pequeña pieza que apenas permanece 30 segundos en nuestras fauces.
 
El retorno alado del chocolate - tan difícil- nos termina alejando del supermercado con una leve sensación repentina de frustración, y nos conduce a otro impulso. Vemos la primera caseta de venta ambulante en la calle,  y en una mezcla de ira, impotencia e indecisión, damos una leve mirada al estante, y es ahí donde aparece la acostumbrada chocolatina Jet, leve, pequeña y sin complicaciones. Y el retorno o la aventura termina en lo acostumbrado; en recurrir a lo conocido y lo que implique menor esfuerzo y posterior carga culpable.

Meridiano
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 17:08:55 pm
(http://1.bp.blogspot.com/_XsDgQpJvPJ8/TLuY0EgH-EI/AAAAAAAAAEQ/4FACPZHgbZc/s1600/20060917001923-abrazo-reencuentro.jpg)

El Reencuentro



    Aquella noche Miguel Bolivar aclamado concertista de violín, se preparó a conciencia para la velada. Después de un largo y relajado baño caliente, comenzó a vestirse sin prisa. Eligió una camisa blanca de cuello pajarita y corte clásico para así poder usar sus gemelos favoritos; aquellos que le regalara su mujer en su primer aniversario de boda: gemelos ovalados de oro blanco y fina orla de oro dorado; y eligió también un esmoquin negro de chaqueta cruzada y solapas redondas en seda. Siempre había preferido las chaquetas de esmoquin cruzadas para así no tener que hacer uso del fajín. Zapatos negros de charol y por último, la cinta negra de seda para hacerse la pajarita. Solía hacerla con nudo delgado, cruzando con los que habían sido unos dedos ágiles y virtuosos, un extremo de la cinta sobre el otro; con suma meticulosidad, para conseguir así que la pajarita fuera perfectamente simétrica a ambos lados del nudo. Una vez hubo terminado de vestirse, se miró al espejo rectangular de madera tallada y pie basculante de su dormitorio, y quedándose satisfecho por el resultado, pasó los dedos de su mano derecha por  su pelo canoso, sintiendo que el tiempo de su vida había pasado rápido. Le vino a la mente en ese momento la imagen de su esposa, a la que tanto le gustaba acariciar su cabello, a la que tanto echaba de menos y se deleitó unos segundos en el recuerdo del momento en que la conoció: el tenía 19 años, unas ganas locas por vivir y un futuro prometedor como concertista de violín.
    En aquellos años en los que se estaba perfeccionando como músico viajando por Europa, fue cuando conoció a Camille Beamont. Lo de Miguel Bolivar con Camille fue un torrente de amor desbordado a primera vista. Lo de Camille con Miguel se demoró un par de semanas; el tiempo que el tardo en conquistarla. El señor Christophe Beamont organizaba todos los años en su finca de viñedos de la región de Saint- Emilion la fiesta de la primavera en honor a su hija; según él, la flor más bella y delicada de su jardín. Aquella fiesta era conocida en todo Burdeos por sus ilustres invitados, su exquisita comida y su excelente música; y Miguel Bolivar tuvo la fortuna de ser uno de los músicos contratados para deleitar  a los invitados del señor Christophe. Por aquel entonces, Camille Beamont estaba comprometida y a punto de casarse con el hijo de otro acaudalado vinicultor de la región, el joven Ollivier Conte. Él y Camille se conocían desde pequeños y casi desde sus nacimientos, sus familias habían convenido en casarlos; al fin de unir sus tierras en la que llegaría a ser la extensión de viñedos más grande de todo Burdeos. Camille, educada para ser obediente a las decisiones de su padre,  aceptó el compromiso con sumisión y como nunca había estado enamorada, creyó que el respeto y la admiración que sentía por Ollivier, serían suficientes como punto de partida para que aquel matrimonio funcionara; hasta que Miguel se interpuso. Pero el padre de ella descubrió el incipiente romance y encerró a su hija en casa, sin que esta pudiera salir de su dormitorio hasta el día fijado para la boda en la catedral de San Andrés en Burdeos. Sin embargo, como Miguel no se resignaba a perder el que sabía era el verdadero amor, el día del enlace de Camille y Ollivier entró en la catedral a caballo y ante las miradas atónitas de todos los allí congregados, se dirigió recorriendo al trote los 124 metros de la nave central hasta el altar. Entonces, extendiéndole su mano a la novia la izó hasta la grupa del caballo, saliendo juntos al galope de la catedral camino del puerto de la Luna; donde un barco los esperaba con rumbo a España.
    El señor Bolivar alejándose de su imagen en el espejo, se dirigió hacia el salón de fiestas donde el cocinero había dispuesto una  cena fría para  dos: crema de aguacates y almendras, paté de pato al ron, carpaccio de ternera a la hierba buena  y mouse de limón con trufas. Don Miguel se encontraba solo en casa; ya que aquella noche la había dispuesto como libre para el servicio. Se sentó en la mesa disfrutando de la quietud del momento y sirvió comida y bebida para dos. Como solía hacer desde que faltara su esposa; hacía ya 25 años, ante la celebración de un acontecimiento importante, don Miguel pedía que dispusieran siempre la mesa para dos y recordando al amor de su vida, se comportaba como si ella aún estuviera presente: -¡Por ti flor de Lys!, solía decir en voz alta una y otra vez a lo largo de la velada; levantando su copa a modo de brindis y dirigiendo su mirada y su gesto hacia el otro lado de la mesa. De esta misma manera, con una cena  para dos, al cobijo de una noche en calma, había celebrado don Miguel entre otros acontecimientos las bodas de dos de sus tres hijas, el nacimiento de sus siete nietos y aquellos conciertos por los que había recibido una crítica inmejorable. Y era así, mediante aquel tan particular ritual, que quería celebrar el reencuentro.
    Una vez terminada la cena don Miguel se puso un coñac, encendió un habano con sus manos temblorosas y se acercó a los pies de la noche saliendo al balcón. Era en lo alto y apartado de la pequeña colina donde estaba enclavada su casa, donde le gustaba a Miguel Bolivar perderse entre los destellos de la ciudad, que a lo lejos extendía un haz de luz como si del mismo reflejo de la noche estrellada se tratara. Una leve brisa que vino a acariciarle la mejilla le trajo el olor de la flor del azahar; la flor preferida de Camille y cerrando sus ojos agotados por el vivir, la vio como si el tiempo no hubiera pasado, junto al estanque de nenúfares del jardín con un libro en la mano, una sonrisa siempre en la boca y todo su amor rezumando por él y sus tres niñas, que se la pasaban correteando entre juegos de aquí para allá.
    Miguel Bolivar abandono el balcón y entrando en su despacho, se sentó en su escritorio para escribir tres cartas de despedida, una para cada una de sus hijas, en las que intentó volcar todo el amor sentido hacia ellas desde el mismo momento en que cada una nació. Una vez terminadas las cartas las dobló con sumo cuidado metiéndolas en tres sobres y posando sus labios levemente sobre cada uno, los dejó bien a la vista sobre el escritorio. A continuación, cogió su viejo violín para sentirlo entre sus manos por última vez, pero no se atrevió a hacerlo sonar; hacía tiempo que sus dedos habían perdido agilidad y rapidez sobre las cuerdas, por lo que el placer de la música puro y verdadero con el que disfrutara desde su   infancia, también le había abandonado. Así que, dejando el violín en su estuche, se acercó hasta el centro de la sala donde había dispuesto el patíbulo. Una soga con nudo corredizo colgaba de una de las vigas del techo. Debajo un pequeño taburete de madera. Se acercó decidido hasta el taburete y se alzó sobre el mismo posando sus pies con firmeza sobre el asiento, e introduciendo la cabeza entre la cuerda; ajustó a continuación alrededor de su cuello el nudo corredizo que había quedado justo sobre su nuca. Todo estaba preparado.     
    Durante el tiempo que había precedido a aquella decisión, se había imaginado que el justo momento en que decidiera quitarse la vida tendría que ser un momento liberador, en el que ya no existiese la soledad y el dolor. La sensación de vacío que acompañaba sus días estaba presente, por lo que cerró los ojos e intentó concentrarse en el silencio que revoloteaba a su alrededor, buscando dejar la mente en blanco. Sin embargo, más que nunca, las imágenes de toda una vida se iban agolpando en su cabeza, por lo que un soplo de duda se apoderó de su conciencia. De repente y de manera imprevista, por encima del silencio quieto que lo llenaba todo, sonó el teléfono y ese sonido inesperado le sobresaltó, haciendo que un sudor frío recorriera todo su cuerpo al tambalearse sus pies sobre el taburete y el taburete bajo sus pies. Tuvo entonces la certeza de que iba a morir; y supo, que no estaba preparado.  Mientras intentaba restablecer el equilibrio sobre el taburete para evitar que se volcara, haciendo verdaderos malabares con  sus pies, el pánico le estaba ganando terreno a la vida. Fue cuando se despertó en su memoria; para rescatarle del abismo, la imagen nítida del rostro sereno de Camile justo antes de fallecer (rebosante de la Paz que solo Dios puede dar)  la que le ayudó a aferrarse a la determinación de seguir vivo. Saco fuerzas de donde ya no las había y alzando sus brazos con precisión por encima de su cabeza, echó sus dos manos a la porción de cuerda que quedaba sobre el nudo de la soga. Se produjeron entonces varias oscilaciones más del cuerpo; tras las cuales Don Miguel consiguió recuperar el equilibrio, dejando por fin de tambalearse el taburete bajo su cuerpo. Casi sin resuello se deshizo de la soga y apoyando sus pies sobre el suelo cayó de rodillas. Inclinó entonces su cuerpo hacía delante y tapándose la cara con las manos abiertas se quedó sollozando sin consuelo, mientras susurraba entre lágrimas: -¡Lo siento Camille, pero todavía no ha llegado nuestro momento!
    Aquella noche Miguel Bolivar se fue a dormir sereno y conforme con el giro que habían tomado los acontecimientos. Descanso como hacía años que no lo hacía y soñó como también hacia años que no lo hacía. En su sueño estaba tumbado bajo la sombra de un árbol en una extensa pradera, rebosante de flores y con miles de mariposas de colores vivos revoloteando alrededor. De repente, alzó la vista hacia el frente y a lo lejos vio como se iba dibujando mientras se acercaba una silueta de mujer montada a caballo. La luz que rodeaba a la amazona era pura y cegadora. Cuando la amazona estuvo lo suficiente cerca la reconoció; era Camille joven y radiante otra vez, con su vestido de boda y la sonrisa sempiterna de su rostro. Ella le extendió la mano, Miguel la cogió y la luz los envolvió a ambos que salieron al galope hasta fundirse con el horizonte.
    A la mañana siguiente don Miguel Bolivar no se levantó. Los criados lo encontraron sin vida en su cama hecho un ovillo bajo las sábanas, con una sonrisa de pura felicidad dibujada en su rostro; sin lugar a dudas la sonrisa del eterno enamorado que se reencuentra por fin con quien  ama, después de mucho tiempo.
    
Oda Powell
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 17:13:27 pm
(http://www.durango.net.mx/articulos/uploads/2DE_constelaciones2.jpg)

Obligación heredada


        Los tres hermanos regresaron del cementerio profundamente afligidos, quebranta-dos por la gran pérdida que acaban de sufrir. El hermano mayor pagó a la chica que había estado cuidando de Tino mientras ellos se encargaban de dar cristiana sepultura a la bondadosa y abnegada mujer que les había traído al mundo. Señaló la jovencita antes de marcharse:
          —Se ha portado muy bien el muchacho. Está en el gabinete viendo la televisión. Le di un vaso de leche porque tenía sed. Le pregunté si quería comer algo y me dio a entender que no.
          —Muy bien. Gracias. Hasta la próxima, Anita.
          Ella cerró la puerta del piso al salir, dando un innecesario portazo. Los tres her-manos, con un gesto de desaprobación tomaron asiento en el desfondado sofá y en uno de los baqueteados sillones. Sus pálidos rostros mostraban la gravedad que los últimos acontecimientos merecían, y durante varios minutos reinó en la estancia un silencio ab-soluto, inquietante, tenso.
          Ninguno de ellos se decidía a tomar la iniciativa. El enorme problema que ahora debían afrontar les causaba manifiesto desasosiego y angustiaba. Y debían resolverlo aquel mismo día, pues vivían en ciudades diferentes y tenían allí obligaciones inexcusa-bles. El problema era, ¿qué hacer en adelante con Tino, su hermano pequeño?
           Mientras su madre vivió, ella se había cuidado del muchacho. Pero desgraciada-mente la madre tierna, solícita y sacrificada había muerto y ahora les tocaba a ellos la obligación de ocuparse de su hermano subnormal.
           Fermín, el hermano primogénito, apreció que su hermano Juan y su hermana María esperaban que fuera él quien primero abordara el asunto. Consideró que debía obrar con astucia, pues eso mismo harían ellos.
         —¿Qué pensáis vosotros que debemos hacer con respecto a Tino?
           Tal como Fermín se recelaba, los otros dos se conchabaron para enfrentarse a él.
           —¿Qué nos sugieres tú, que eres el mayor?
           Fermín suspiró. Había llegado el momento de hacer la proposición que
consideraba muy provechosa para el que quisiera aceptarla. Habló con forzada calma y mostrándose todo lo convincente que supo:
          —La última vez que hablé con mamá me contó que Tino ha realizado grandes progresos en los últimos seis meses. Ha aprendido a atarse los cordones de los zapatos, a peinarse y también ayudaba a mamá a poner y quitar la mesa sin romper nada. Ha de-jado también de jugar con los grifos e inundar de agua la casa, sumado a su vocabulario varias palabras nuevas y corregido algunas de las que pronunciaba mal. Pero ello en absoluto significa que no precise de constante atención y dedicación. Por lo tanto yo he pensado que aquel de nosotros que se haga cargo de Tino se quede en propiedad esta casa. Será una especie de compensación por la responsabilidad y el trabajo que le repre-sentará cuidar de él. ¿Qué opináis vosotros al respecto? 
           Juan y María durante unos segundos escrutaron su cara buscando descubrir algo más de lo que su hermano mayor había expuesto. Después intercambiaron los dos una larga mirada y María, la más decidida de ambos, compuso una expresión apenada y de-claró con firmeza:
          —Me parece justa tu proposición. Y estoy muy de acuerdo con ella. Vaya por delante que yo no puedo ocuparme de Tino. Trabajo muchas horas. Como tú bien sabes. Salgo de casa muy temprano por la mañana y no regreso hasta las tantas de la noche muerta de cansancio, y entonces me voy directamente a la cama.
          Juan, secundándola, esgrimió asimismo eximentes argumentos:
          —A mí me ocurre algo muy parecido a lo de María, trabajo todo el santo día. Y en cuanto a Marta, mi chica, aún tiene menos tiempo que yo. Aparte de que sufre de los nervios y su extremada sensibilidad no la permite enfrentarse a situación anómala algu-na. Por eso nunca ha querido venir aquí. Os lo he contado antes. Se deprime tan fácil-mente. Y le entran ideas peligrosas…
          Fermín sintió adueñarse de él una profunda irritación hacia sus hermanos. Los consideró comodones y egoístas. Y le costó un enorme esfuerzo de voluntad callar lo que realmente pensaba de ellos. No era prudente crear antagonismo.
           —¿Por qué sigues con ella, Juan? Marta no es mujer para ti. Convertirá tu vida en un calvario. Es una hipocondríaca incurable.
           Su hermano mediano le dirigió una mirada dolida, aviesa. Su respuesta sonó de-safiante:
           —La amo, y ella me ama. Esto es para mí razón suficiente para per-manecer a su lado. ¿No te parece a ti bien, hermano?
           —¿Por qué no te lo llevas tú a Tino? —intervino, astuta, María—. Allí en Ma-drid tenéis numerosos colegios especiales. Podrías mandarle a uno de ellos, dejarle allí todo el tiempo e irle a ver de vez en cuando. Tu mujer te ayudará. Siempre nos has ase-gurado que ella es una persona muy humanitaria.
          Una mueca de contrariedad apareció en los labios carnosos de Fermín. Le resulta-ba del todo evidente que sus hermanos se habían unido en su contra. Seguro que lo habían acordado previamente. Había llegado el momento de exponer sus objeciones no menos egoístas que las de ellos.
         —Como sabéis, Lola se halla embarazada de varios meses y lo está pasando muy mal. No es una mujer fuerte. Le han recomendado mucho reposo y realizar el mínimo esfuerzo físico posible, y nada de preocupaciones. No puedo involucrarla en una res-ponsabilidad tan grande. Por otra parte, moralmente, no podemos llevar a Tino a uno de esos centros especiales. Mamá nunca quiso hacerlo. Y cuando cayó enferma nos hizo prometer que nos ocuparíamos debidamente de él.
         —No podíamos hacer otra cosa que prometérselo. No íbamos a disgustarla cuando se estaba muriendo.
         —Claro que no. Era un caso de conciencia.
         —¿Y no sigue siendo un caso de conciencia ocuparse de Tino? —censuró Fermín, disgustado.
         Tino, en la habitación contigua, ignorando que se estaba discutiendo su futuro, intentaba repetir las frases publicitarias que le venían de la televisión. Y de repente la pequeña pantalla le ofreció un spot nuevo. En él aparecía un perrito que con una correa en la boca se acercaba a su amo ladrando alegremente. Tino soltó un gritito de júbilo, se sacó la correa de los pantalones y presentándose en el salón y poniéndose a cuatro patas se la entregó a su hermano mayor imitando lo mejor que supo al can que acababa de ver, al tiempo que le miraba con ojos implorantes.
         —Quiere que le saques de paseo —interpretó María, sin la menor duda.
         —Siempre fuiste su favorito —añadió, ladino, Juan—. Cuando volváis seguiremos hablando. Mientras, María y yo prepararemos algo de comer.
         —De acuerdo. Vamos, Tino —concedió Fermín vencido por la devota actitud que le demostraba su hermano pequeño. 
          La humilde vivienda se hallaba situada en un barrio obrero de la ciudad. Dentro del modesto ascensor del inmueble, Tino, feliz, soltó una estentórea carcajada.
           —Ríe más bajito —le pidió Fermín en tono amable, paciente.
           Salieron a la calle. Tino, por la forma de andar y de agitar su cabeza llamaba la atención. La gente lo miraba con curiosidad —en algunos casos curiosidad claramente ofensiva—. Llegaron junto a un semáforo. Fermín cogió a Tino del brazo, para más seguridad.
          —Cuando salga el hombrecito de verde cruzaremos, ¿eh, Tino? —le advirtió un par de veces.
           A Tino había que repetirle las cosas siempre porque a menudo se limitaba a reír entre dientes y no prestaba atención a lo que le decían. En esta ocasión, dominado por los nervios, asintió enérgicamente con la cabeza.
          —¡Besito vede, besito vede! —avisó cuando apareció la señal esperada.
          Aquel diminutivo era una de tantas palabras con las que Tino tenía dificultad; no sabía pronunciar debidamente, hombrecito, y lo mismo, verde.
           Estaba tan excitado que babeaba más de lo normal manchando de saliva la parte delantera de su camisa. La curiosidad que su hermano despertaba en las personas que se cruzaban con ellos, a Fermín  había dejado de importarle. Algo que sí le afectó durante mucho tiempo cuando era más joven y concedía demasiada importancia a lo que pensa-ban los demás.
          Con los años había reconocido que no hay razón alguna para avergonzarse de una desgracia de la que el menos culpable es quién la padece. Tirando con fuerza de él, Tino le llevó primero al otro lado de la calle y a continuación al cercano parque. 
           Por ser horario escolar, aquel sitio se hallaba vacío. Tino se dejó deslizar por el tobogán, bajo la atenta vigilancia de su hermano mayor. Reía sin control, inmensamente feliz. Murmuraba palabras ininteligibles.
          Su siguiente entretenimiento fue el columpio. Su cuerpo había crecido bastante más que su mente y apenas cabía su trasero en el pequeño asiento.
         —¡Puja, puja, Emín!
         Su hermano mayor lo elevó a poca altura temiendo pudiera caerse. El muchacho lanzaba grititos incontrolados de puro alborozo. El sudor no tardó en bañar su rostro inocente, risueño.
          Fermín le consintió que se revolcara sobre la grama. En aquel momento no pare-cía haber en el mundo entero nadie más dichoso que Tino.  Y de pronto se quedó tum-bado de espaldas con los brazos en cruz, inmóvil, una amplia sonrisa en la boca, los ojos muy abiertos. Fermín hubiera dado cualquier cosa por saber qué pasaba por su mente en momentos como aquel. Era un auténtico misterio. Aunque tal vez no pensaba nada. Simplemente se quedaba desconectado de todo cuanto lo rodeaba.
         Y de repente Tino se puso en pie de un salto. Tres palomas habían aterrizado a poca distancia de él. Señalándolas a su hermano, mostrando enorme excitación, exclamó fascinado, babeando de placer, pronunciando con desacostumbrada claridad:
          —¡Pájaros, pájaros!
           Fermín, que le observaba conmovido, sintió que le invadía una emoción tan pro-funda que cubrió de humedad sus párpados. En aquel momento Tino parecía un chico normal, lleno de espontaneidad.
           Tino intentó coger a las aves y ellas emprendieron el vuelo. No pareció entriste-cerlo este hecho. Se volvió hacia Fermín, le regaló una sonrisa tan tierna que a su her-mano mayor le llegó al corazón. Acto seguido el muchacho abrió sus brazos y comenzó a dar vueltas alrededor del banco en el que su hermano mayor estaba sentado, en su cara un resplandor de lucidez al tiempo que pronunciaba con deleite su nombre incorrecto:
         —¡Emín, emín, emín…!
          Y cuando aquella explosión de alegría indescriptible, aquellos giros alocados le produjeron mareo se abrazó a su hermano mayor riendo y jadeando.
        Un alud de pensamientos esperanzadores inundó la mente de Fermín. ¿Y si Tino era mucho más inteligente de lo que todos suponían? ¿No resultaba muy extraño que no hubiera preguntado ni una sola vez por su madre? ¿Era de alguna manera consciente de lo ocurrido?
          Pensar en la admirable mujer que le había dado la vida, llenó de lágrimas los ojos de Fermín. Había sido tan buena y sacrificada con todos ellos. Al abandonarla el mari-do, muchos años atrás, se entregó plenamente a sus hijos. Les dio todo a cambio de na-da. Se dejó la salud en el esfuerzo. Fermín sintió vergüenza del egoísmo que, compa-rándose con la inconmensurable generosidad de su progenitora, demostraban tanto sus hermanos como él.
         —Debemos volver a casa, Tino. La comida estará lista ya —le partió el alma la infinita tristeza con que el muchacho le miró y súbitamente se le ocurrió hacerle una pregunta que, dependiendo de la respuesta que recibiera, podía cambiar la vida de am-bos—: Tino, ¿tú sabes a dónde se ha ido mamá?
           Las pupilas inocentes registraron las suyas y con voz debilitada, ensombrecida por la tristeza su cara, dijo:
           —Celo.
          Obedeciendo a un poderoso, espontáneo impulso ambos hermanos se fundieron en un abrazo tan estrecho que les pareció que iban a quedar unidos para el resto de sus vidas.

Anmarjai
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 17:23:20 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_MtIC7KM8amw/TLr5t52_I1I/AAAAAAAAAcM/DZfO9f7xRy0/s1600/247340-1831666.jpg)

El sueño de una noche de primavera


Soy el fruto del sueño de una noche de primavera. Mi padre lo soñó y mi madre lo hizo realidad. La luna estaba en lo más alto del cielo y los elfos de la noche jugaban a hacer magia y un hechizo se les escapó de las manos. El resultado de ese hechizo está escribiendo este sueño.
Recuerdo mi niñez como algo mágico; como algo que, por cuestiones evidentes, no volveré a sentir. Todo en mi mundo era magia. Como si estuviera viviendo en una continua película. Todo el mundo giraba a mí alrededor.
Fui el primer varón en un mundo de mujeres. Me criaron entre una bisabuela, una abuela, una tía-abuela -y valga tanta redundancia-, una tía carnal y mi madre. Cinco mujeres para mi solo. Fui el primer niño que venía a la familia después de muchos años, acaso demasiados. Recuerdo mi niñez entre nubes de algodón, besos y abrazos de tantas mujeres, entre achuchones y caricias de aquellas madres, porque todas aportaron, y al-gunas siguen aportando, algo a mi vida.
Nunca llegaré a entender o comprender cuánto significaron aquellas mujeres en mi vida. Algunas ya fallecieron; otras, por suerte, aún están aquí conmigo. Las prime-ras, me dejaron huérfano al poco tiempo de empezar el sueño de primavera que mis pa-dres idearon aquella noche. Quizá se fueron demasiado pronto. Algunas de ellas, lo hicieron sin despedirse. Por eso, sé que están todavía conmigo, si no física sí al menos espiritualmente. No me hace falta visitar a ningún vidente para que me lo confirme. Sé que están conmigo porque me oyen, me escuchan, hacen posible que algunos de mis sueños se cumplan sin que los haya expresado verbalmente. Solo los he pensado, o so-ñado, y a los pocos días se han hecho realidad.
Aquellas mujeres me enseñaron a querer, a amar, a reír cuando había que reír, a llorar cuando había que llorar, a que el corazón me doliera cuando las perdí, a echarlas de menos físicamente cuando las he enterrado, a soñar; aquellas mujeres me enseñaron a soñar. A ser libre, a subir a la cima más alta de la montaña y sentir el limpio aire en mis pulmones mientras mis manos se alzan al azul Cielo, que ahora las acoge.
Me enseñaron a rechazar la maldad, a dejar a un lado todo aquello que me pudie-ra perjudicar de algún modo y me educaron en la sabiduría que da la vida y los años; me enseñaron a vivir con la sapiencia que da la paz interior, la seguridad de hacer las cosas bien hechas. Estudié en la mejor de las universidades sin coger -ni abrir- nunca un libro y todo gracias a ellas.
Ya he dicho que tres de esas mujeres me faltan ya. A una, la más vieja, mi bis-abuela, la acabó matando la vida. Murió -porque hay que morirse- con noventa y cinco años. Es lo bueno -o malo- de la vida. Que si no te matan los placeres mundanos te aca-ban matando los años. De ella aprendí a hablar con el corazón. Podía escuchar el suyo cuando me recostaba en su regazo. Lo sentía latir en mis pequeños oídos y, a cada golpe de sangre, me susurraba alguna historia de su pasado, que ya era lejano.
La siguiente -mi abuela e hija de mi bisabuela- se fue sin despedirse de mí. A punto estuve de haber partido con ella, pero el destino quiso que yo siguiera viviendo para recordarla el resto de mi vida. El descuido de un volante mal virado acabó con sus días. De ella heredé quizá lo mejor que define mi persona: el -buen- sentido del humor y el carácter apacible para con los demás. Al morir su madre -mi bisabuela- nadie y todos la nombramos matriarca del clan familiar y, quizá ella sin saberlo ni los demás tampoco, lo ejerció hasta el mismo día que entregó su alma en forma última de suspiro, entre tu-bos y cables de colores. Es la que –aun no estando físicamente conmigo- siento más cerca de mi. Siento que me oye. Siento que mis sueños se cumplen porque los escucha sin habérselos contado, solamente con pensarlo. Es como si quisiera despedirse de mí porque no tuvo tiempo de hacerlo. Si se me permite una aclaración, y salvando las dis-tancias, diría que yo era su perrillo más fiel. Algunas veces tengo la convicción de que ella sabía que iba a pasarle algo días antes de que, efectivamente, le ocurriera. Como si alguien la hubiera puesto sobre aviso, pocos días antes de su muerte me rebeló un secre-to que, ni mi madre que era hija, llegó nunca a saber y que, ni aún bajo tortura, rebelaré nunca a nadie.
La tercera que me dejó fui mi tía-abuela. De ella aprendí las mismas cosas que aprendí con su madre, mi bisabuela. Me apretaba con todas sus fuerzas en su regazo y podía sentir los mismos golpes de sangre que sentía con su madre… aquellas mismas historias -y quizá alguna nueva vivida en su persona pero con distinta cadencia y ritmo.- Ésta me dejó prematuramente, a los sesenta y pocos años, víctima que fuera del cabrón del Alzheimer. Fue -en vida- mi ángel de la guarda y todavía hoy -después de muerta y enterrada- sigue siéndolo. Siento su pulular a mi alrededor susurrándome al oído alguna de aquellas historias que me hacen revivir mis primeros años de vida y alguna que otra noche del frío invierno siento como pasa su mano por la manta para asegurarse de que estoy bien arropado.
   Las otras dos que me quedan, me viven aún. Las tengo conmigo todavía y que Dios me las guarde durante luengos tiempos. Una es mi tía carnal que es un resu-men de las tres  anteriores y la otra mi madre, fotocopia calcada de mi abuela, su madre. De ellas estoy aprendiendo todos los días; estoy aprendiendo a ser paciente. A no sofo-carme. A controlar mis impulsos. A  tantas y tantas cosas que, por muchas páginas que tenga el procesador de textos con el que estoy escribiendo este sueño, nunca podré lle-gar a emborronar.
   Gracias a ellas, este sueño de primavera que está escribiendo estas líneas es un poco mejor cada día, o al menos lo intenta. Gracias a ellas este sueño se ha hecho realidad y gracias a ellas por haber existido y existir todavía en mi mundo, que no es sino el resumen del suyo. Gracias a ellas… porque, gracias a ellas, estoy yo aquí. Valga este sueño como un pequeño y sincero homenaje a ellas.

Melitón Gonzalez Crespo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 17:28:19 pm
(http://juanhierro.files.wordpress.com/2008/08/casa-iii-abandonada-de-plaisance-grafito-s-papel13x19cm-20e.jpg?w=450&h=309)

Mi casita


Ésta es mi casa, llena de grietas y humedades varias…
Ésta es mi casa, la única que he conocido y tenido, aunque se está desmoronando y soy consciente de ello…
¿Cuánto tiempo habrá pasado ya sin arreglarla?
Preparo las cosas: una maleta, algunas cosas preciadas – aunque no muchas, para no ocupar mucho espacio- , algunas fotos y un pan, que a medida que voy alejándome de ella voy desmigajando y dejando por el camino, sólo por si acaso…
El sendero es largo y aburrido, así que en el primer tronco de árbol caído que tropiezo, decido regresar, sólo para comprobar que la casa está donde tiene que estar.
No es la mejor idea, lo sé, pero regreso… Y, ¡qué sorpresa al volver!: ya desde lejos se aprecia lo reluciente que está, con su nueva fachada, sus macetas y su nuevo color… Dentro es aún mejor, con sus muebles de siempre pero adornados, todo limpio y colocado…
Pasa el tiempo y como todo lo que se teme, al final ocurre. Todo ha perdido su color, los muebles están ya tan desgastados que apenas se sostienen; fuera, el viento, la lluvia y el sol han estropeado de nuevo la estructura de mi casita…
Pienso: ¡Se caerá!... Algún día tendrá que caer…
Espero… Si decido irme y dejarla allí nuevamente, siento que volveré, pues es la única que he conocido como casa… Si me quedo, al final no quedará ya nada…
Hago un nuevo intento. Recojo mi maleta, aunque esta vez mucho más vacía, por si decido volver, que nunca se sabe.
Ya en el camino, empieza a llover. Primero una fina lluvia, luego más pesada e intensa, dificultando los movimientos.
¿Voy a dejarla allí sola?- me pregunto.
Vuelvo los pasos…
Sale el sol para cuando llego, aunque poco durará, por supuesto.
Mi casita está de nuevo gris, apagada, vacía; ya no hay luz ni color. Se cae. Las grietas son ya tan inmensas… La humedad lo abarca todo con su olor intenso.
Se cae. Demasiadas manos de pintura en su fachada. Demasiado peso…

Jasaval
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 08, 2012, 17:32:31 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_4-1Nw6AZp5I/Slsym2T2M4I/AAAAAAAABL0/GBm-iAQ-wdk/s320/hombre-orquesta.jpg)

Hombre orquesta


Una prole de instrumentos musicales bien anudados le recorren todo el  cuerpo, como una segunda piel, y el sonido se superpone a la carne y a los huesos, quienes callan con  resignación. No es muy alto, más bien contrabajo, y a cada paso que da el ritmo lo engulle todo, ensordeciendo lo que le rodea.

-¡Vete con la música a otra parte!, es la frase que más veces escucha al cabo del día, palabras que retumban en su interior como un gong descorazonador. Empujado por su espíritu abnegado, recorre las calles interpretando un solo que le desgarra, improvisando conciertos en solares, inventando marchas nupciales para parejas que nunca se conocerán, poniéndole banda sonora a su ostracismo. Agota las horas perdidas de la noche vagando por la ciudad y se le amanece entre do re míes y fa so la síes. Cuando llega la hora de volver al barrio lo hace apesadumbrado, con el trombón palpitándole sobre el pecho y los platillos temblándoles en la espalda, sabedor de que los vecinos le obsequiarán con cubos de agua arrojados con premeditación desde el vacío de las ventanas, atascando la boca de su tuba y borrando las partituras que encuentra rebuscando en los contenedores de basura del conservatorio de música.
Pero el hombre orquesta no se desanima tan fácilmente. Tan pronto como ha secado sus
instrumentos al sol, una marabunta de notas y compases agrietan el silencio hasta romperlo en pedacitos. Con la llegada del otoño, las gentes de aquí y allá se llevan las manos a los oídos,acusándolo de ser el responsable de las interminables lluvias, otorgándole al hombre orquesta un poder creativo desmesurado. Agazapado tras la sordina de su trompeta, haciendo oídos sordos a los improperios de los demás, va esquivando los charcos mediante rimbombantes piruetas que a punto están de empaparle, subrayando el suspense con un acertado redoble de tambor, imaginándose el rey del escenario. Cuando llega a casa no hay familia que le espere, sólo tres tristes tigres adormecidos en el cuarto de baño que parecen haberse tomado al pie de la letra aquello de que la música amansa a las fieras.  Mientras tira de la cadena del váter suena un scherzo y piensa que ojalá le devorasen sus mascotas, pero para colmo de males los
felinos son vegetarianos hasta la médula.
Un presagio de marcha fúnebre va envolviéndo a la casa y todas las puertas se cierran en un desconcierto de chirridos, desafiando a su inquilino y pareciendo decir:“hasta aquí hemos llegado”.

El hombre orquesta decide echarse al cuello las cuerdas de su aguerrido violín y dedicarle un réquiem a su propia existencia.  La música es el menos molesto de los ruidos, le recuerda el tic tac del metrónomo con forma de Napoleón. Un último adiós al mundo -se dice-, mientras observa a través de la ventana como nadie repara en su trágico fin, hasta que doblando la esquina un bamboleo de femeninas formas le devuelve unas repentinas ganas de vivir.
En menos que canta un gallo se pone en la calle y se construye un marco de incomparable bucolismo gracias al rasguear enternecido de los dedos en el ukelele. El hombre orquesta ha perdido la cabeza por una mujer, mujer orquesta, por supuesto, quien le mira con un continuo pestañeo de acordes acompasados. Ella es virgería pura, mil curvas que se niegan a ocultarse tras el traje de instrumentos musicales, un prodigio del saxo opuesto. La armónica sonrisa se adivina detrás de la harmónica y unos ojos como punteos de guitarra eléctrica hacen que al hombre orquesta se le temple todo el cuerpo, desde el clavicordio a la mandolina. Él  la invita a interpretar un dueto en su casa y ella acepta. Suben las escaleras, tocan y se dejan tocar,  y ella demuestra ser toda una experta en lo referente a encabalgar el estribillo con el  ritornelo,colocando un scherzo en la punta de la lengua y dando al traste con las formas preliminares.
El hombre y la mujer se quitan la orquesta que llevan a cuestas y se acuestan, mientras la música cesa a ritmo de caricia y las puertas vuelven a abrirse con un leve ronroneo, sin molestar. Unos días después,  el yo te beso-tú me besas  torna en compromiso, se juran amor eterno y lo pregonan a bombo y platillo con los tres tigres y una mosca como testigos.
Los días pasan como trenes de alta velocidad,  llevándose por delante todo rastro de tristeza, y la pareja se abandona el embeleso más tronante sin atender a lo que sucede fuera de esas cuatro paredes. Los vecinos, aturdidos por el exceso de románticas tonadillas ejecutadas al unísono, van abandonando en tropel el edificio, carentes de toda sensibilidad, hambrientos de un pretendido silencio que les dé a sus existencias cierta sensación de estabilidad.
Era menester que de tan fecunda jácara no tardasen en brotar melifluos frutos.
Así que, unas semanas más tarde la mujer orquesta le pide a su hombre orquesta que afine el oído y le susurra el cantar de los cantares:
-Estoy embarazada.

La algarabía más estentórea irrumpe en la casa, los tigres se despiertan y aplauden a su amo, quién entre lágrimas pergeña una sonrisa que se le sale de la cara por los dos lados, incontenible. Tras nueve meses como nueve sinfonías de Beethoven la mujer orquesta deslumbra  con su más esplendorosa composición al hombre orquesta, quien ya  sueña con enseñarle a su recién nacido todos los secretos de los ritmos musicales, las propiedades de cada instrumento y las diferentes cadencias al cantar. Pon torrón torrón, interpretan sus nudillos nerviosos sobre la marmórea mesa de la sala de espera, pon torrón torrón. La puerta se abre como a trompicones y un doctor cuya pálida piel se confunde con el blanco de su bata irrumpe en la habitación. El hombre orquesta se levanta bullicioso y una pregunta se le dibuja en el ancho rostro.
-¿Niño o niña?
El doctor se mete las manos en los bolsillos y baja la vista hasta la punta de los pies, pero acto seguido sube con los ojos y busca al padre.
-Gemelos...los dos sordos.

Lacombe
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 11, 2012, 15:01:47 pm
(http://thehybris.files.wordpress.com/2011/06/cuervo-blanco.jpg)

Los Cuervos Blancos


Hace 20 años fui participe de una historia, la cual procedo a relatar.
Cursaba yo por aquel entonces tercer año de psicología y había llegado el momento de iniciar las prácticas en pacientes psiquiátricos. La idea de tratar gente con distintos trastornos y patologías me causaba una extraña mezcla de sentimientos.
Psicología era la carrera que había elegido para desarrollar mi mente y con eso poder entender y descifrar a otras personas. Me encantaban los retos mentales, el lenguaje corporal y con amigos y compañeros a veces pasábamos horas hablando del ser humano y sus conductas. Me apasionaba el psicoanálisis y toda su teoría. Entreverado con estos pensamientos estaba el temor de encontrarme con las atrocidades que me contaban compañeros mayores que yo, que ya habían vivido la experiencia de dichas prácticas.
Finalmente llegó el día y partimos con ansias de ver con qué nos íbamos a encontrar.
La entrada tenía un portón de rejas negras inmensas, con el nombre del nosocomio en una de sus hojas. Después del portón venía un piso de mármol lustrado, con baldosones blancos y negros dispuestos en forma de damero. Cruzando el gran damero, había una escalinata anchísima de cuatro escalones. Al subir la escalera, en la cima de ésta nos esperaba el director del centro para darnos la bienvenida.

-“Buenas tardes y bienvenidos” dijo.

Nos dio una robótica charla introductoria y nos explicó el reglamento del lugar.
Entre otras cosas, no estaba permitido fumar ni darle dinero a los internos, bajo ningún concepto. También indicó que no tendríamos problemas ya que los pacientes que íbamos a ver estaban medicados y que dicha medicación era bastante fuerte, lo cual los hacía inofensivos.
Recorrimos un poco las instalaciones ante la mirada escrutadora de algunos internados inquietos. Cada tanto alguno se acercaba con extrema curiosidad a observarnos de cerca.
Algunos de mis compañeros ya tomaban apuntes, pero yo decidí esperar a que pasara algo relevante. Finalmente llegamos a un patio abierto, en el cuál había un gran jardín, con mesas, sillas, bancos de plaza y una fuente que no funcionaba. Los sentimientos que inspiraba el cuadro aquel, eran bastante angustiantes. De estas personas nadie sabía de su existencia, eran el últimos seres de la tierra. Una gran desolación nos envolvía solo de verlos y nos hacía reflexionar de cuán afortunados éramos. La sociedad entera se había olvidado de estas personas dejadas provisoriamente, viviendo en este espantoso y desolado mundo, excluidos y casi sin ninguna posibilidad de reinsertarse en “Nuestra Sociedad”. Si bien no hacía frío, la mayoría estaba semi desnuda y con alto nivel de desnutrición. Una de las cosas que habíamos investigado antes de venir con unos compañeros, era el abuso de poder que muchos médicos ejercían en este lugar. Se comentaba que los médicos se robaban la comida de estos pobres enfermos, entre otras atrocidades, como que violaban a las que estaban indefensas, bajo el fortísimo efecto de los remedios y hasta que se practicaban abortos clandestinos, sin ningún problema, ya que a la mayoría de las pacientas, nadie las visitaba.
El director retomó su charla diciendo los tratamientos que recibían los internados y algunos de mis compañeros asentían como automatizados todo lo que aquel les decía, jactándose éste de tener a los mejores médicos y una atención “privilegiada” para los pacientes. Se disculpó porque tenía asuntos que atender y nos dejó a cargo de un ayudante. Ahí fue que nuestro profesor nos pidió que interroguemos algún internado a modo de ejercitar y poner en práctica lo aprendido en el aula.
Observé un rato todo el patio y al final me decidí por una muchacha, de unos 25 años aproximadamente. Al dirigirme hacia ella, comenzó a mirarme con cautela.
-“Hola”- dije con el tono más amigable que pude-“Soy Alejandro”
No contestó nada.
-“¿Podemos conversar un rato? Pregunté.
-Si me das un cigarrillo, contestó
Busqué en mi bolsillo, extraje uno y se lo ofrecí. En seguida lo guardó sigilosamente. Seguro lo fumaría en otro momento, a escondidas.
-“¿Cómo te llamas?
-“María” dijo secamente.
-Encantado María.
-¿De qué querés hablar? Preguntó ofuscada
- De cosas normales, sin presiones. Contame algo, ¿Hace cuánto estás acá?
-¿Acá? Hace años, ya perdí la cuenta. Dijo desinteresada. Era obvio que ya había pasado por esta clase de interrogatorios varias veces. En ese momento comencé mis anotaciones, sin dejar que ella las viera.
-¿Qué haces? Dijo ella intentando sacarme el cuaderno.
-Solo hago anotaciones-Contesté sobresaltado- eso hacemos todos.
- Ustedes los médicos creen que acá estamos todos locos, ¿No?
-Para nada, yo no dije eso.
-¡Déjame terminar! Me espetó.
Ahí comenzó un monólogo suyo el cual decidí escuchar sin interrumpir.
- El infierno que vivimos los pacientes acá, no está al alcance de la imaginación de nadie. Nos tratan peor que a los animales y nos torturan física y psicológicamente. Los remedios que nos dan para dejarnos “en piloto automático” son tan fuertes que los efectos nos duran meses, y si repiten la dosis, pero aún. Acá hay esquizofrénicos, depresivos, maníacos y drogadictos entre otros. Te invito a que averigües qué porcentaje de internados se han curado en este último tiempo.
Desde que estoy acá, solo llega gente, nadie se va. A veces para evadir la realidad, la gente tiene alucinaciones. Estas alucinaciones se confunden a veces con la realidad, producto de la medicación y el sufrimiento. Uno ya no sabe cuándo está despierto o teniendo pesadillas. (Anoté en mi cuaderno que la línea entre la realidad y la fantasía era muy delgada y difusa.)

Al seguir con la charla, me contó que estaba internada por drogas, había comenzado como un juego, pero después no lo pudo controlar. Comenzó ahí a batallar contra su familia, la cual la quiso internar y ella se negó, hasta que al final, contra su voluntad, accedió. No ha sabido de ellos desde entonces y dice tampoco querer hacerlo.
No observé nada extraño en su relato, pero decidí seguir con las preguntas:
Obviamente no se lo dije y seguí con las preguntas.
-¿Sufres pesadillas por las noches?
-Acá todos tenemos pesadillas. La noche se presta para tapar cosas malas.
-Bien, contame alguna de esas pesadillas.
-Es siempre la misma, yo estoy en mi cuarto, mirando la blanca luna a través de los barrotes, cuando irrumpen en mí cuarto 3 cuervos blancos.
Ahí detuvo su relato y comenzó a llorar, no le salía la voz y empezó con una alucinación auditiva, posible esquizofrénica pensé para mis adentros.(Anoté alucinaciones auditivas, alteración de la realidad)
-¿Los oís? Preguntó.
-Sí, claro.Contesté dispuesto a ver a donde iba.
- Los cuervos blancos son malos, me llevan a otro cuarto y me sacan la ropa. Yo les ruego que no, pero ellos abren sus alas blancas y… y…y me violan.
Ahí comenzó a llorar más fuerte, con mucha rabia, me tomó del cuello del buzo y me dijo en voz baja:
- No dejes que me lleven, por favor, los cuervos blancos son malos.
Solo asentí con la cabeza.
Intenté abstraerme a otro plano e intentar meterme en la cabeza de esta  mujer y poder descifrar este horrible sufrimiento que me relataba.
En eso 3 enfermeros se acercaron para llevarla a dar seguramente su medicación lo que hizo que se pusiera como poseída. Me abrazó con todas sus fuerzas y se escondió para que no la vieran mientras gritaba:
No, no, no, no deje que me lleven los cuervos blancos!!

Fortunato Dupín
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 11, 2012, 15:27:29 pm
(http://criticacreacion.files.wordpress.com/2009/01/mujer-puno.jpg?w=595)

Mas tonta imposible


Telma Johnson es una mujer urbanita y ricachona, siempre va vestida a la última y solo se reúne con gente de clase alta. Vive, nada más y nada menos, que en la suite del hotel "Rich" de Sydney (Australia). Toda su vida ha sido una "Ni-Ni", nunca le dio la gana estudiar ni trabajar, pero eso va a cambiar dentro de poco, porque su marido un empresario "millonetis" llamado Evan, ha descubierto que su mujer le ha sido infiel con el botones del hotel llamado Alejandro, un mulato morenazo de metro ochenta. Así que ahora la ha abandonado en la estación de autobuses más pobre de la ciudad con un billete a Yirrkala. Sola y triste está esperando el autobús con su mochila de color fucsia y piedras de "Swaroski".

Enseguida, como tenía mucha hambre, hizo buenas migas con los mendigos y pobres de la zona. Los indigentes compartieron con ella una loncha redonda de color rosa, que llamaban mortadela y que ella nunca la había probado, le resulto buena pero prefería con diferencia su caviar o su sushi. Pasados unos minutos, llegó su autobús con destino a Yirrkala. No tenía ni idea de donde paraba eso. Ella toda mona se esperó la última a subir al medio de transporte, pues siempre le encantaba ser la primera en todo lo que se proponía, pero esta vez no lo hizo más que nada por higiene. Desde que se subió hasta que se sentó, iba echando su perfume "Channel Nº5" por donde pasaba, siempre había sido una despilfarradora, ¡como se nota que no fue una hormiga ahorradora! En el trayecto, el conductor tenía la música de la radio puesta a toda leche, los pasajeros miraban a Telma con cierta envidia, percatándose de sus coquetos y monísimos gestos de pija.

Al llegar a su destino, vio el mar inmenso apenas salpicado por algunas casas y todo rodeado de arena, al terminar de divisarlo, gritó al verse desnuda sin ninguna pamela que la protegiese, corrió como una loca para alcanzar la primera sombra que encontrase.
Mientras corría, la punta de su tacón de aguja tropezó con un peñasco y al momento cayó de bruces. Su bolso salió disparado como un perdigón, dispersando su contenido por la arena. Después fue a cuatro patas buscando sus valiosas pertenencias como : rimel, lápiz de ojos, pintalabios, espejito, crema de manos, mini-transistor y … ¡pistola!, se quedó más boquiabierta que el cuadro de El Grito de Edward Munch, se dio cuenta de que no tenía ni un solo dólar, su billete de autobús de ida se lo compró su EX-marido. Al verse sola en esa situación pensó que podría ser una fugitiva en serie, de esas que salen en las películas (mientras pensaba esto, estaba tumbada rascándose la nariz). Pasada media hora, se levantó y observó a lo lejos, un supermercado pequeño, algo apartado del resto del pueblo. Se le ocurrió robar el dinero de la caja para comprar comida. Se ajustó su ropa, y fue toda decidida rumbo allí.

Entró en el establecimiento un poco aturdida y mareada, abrió las piernas apuntando la pistola al centro, rollo Los Ángeles de Charlie, y de momento … ¡Cruaj! La tela de su pantalón se desgarró por la mitad, se oyeron unas risas desternillantes, ella manteniendo la compostura le dijo al dependiente, llamado Calvin (como los calzoncillos):

-¡Dame la pasta que hay a mansalva!_ dijo con rintintín.
A Calvin un chico tímido que jamás había salido del pueblo, le costo mediar alguna palabra, pero finalmente dijo:

-Somos un pueblo muy pequeño, tenemos solo seis dólares en caja.
Un viejo que andaba por atrás de ella, exclamó:

-¡Buen culo! _exclamó.

Telma ya nerviosa, cogió el insignificante dinero y salió escopetada del supermercado. Lo más raro de todo era que en la huida nadie la perseguía. De pronto, vio a lo lejos a un muchacho con una lancha motora, al acercarse le soltó una patada en la entrepierna y saltó a la lancha sin remordimientos, la puso en marcha y enseguida desapareció en el horizonte.
Pasado un rato, Telma tenía hambre y se echó a llorar, ¿como no se le ocurrió estando en un supermercado, en vez de robar dinero robar comida?
Como digo yo: las tonterías se pagan.

Ermitaño
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 11, 2012, 15:33:29 pm
(http://www.pasarmiedo.com/curiosidades/images/gigantes_mitos_leyendas1.jpg)

En el país de los gigantes


Yo vivía en un país donde todos estábamos asombrados de unas extrañas criaturas que habitaban entre nosotros. Lo primero que nos llamaba la atención era su estatura: ¡llegaban a medir hasta dos metros de alto! , cuando para los de mi especie los ochenta centímetros son  todo un escándalo.
Recuerdo que de pequeño mi mamá me decía que debía tener compasión por tales criaturas. “Ya quedan muy pocas sobre la tierra y las que aún viven lo hacen sin alma alguna”, me contaba al verlos pasar. Parecían sombras, espíritus, seres en pena. Muchas veces intenté seguirles el rastro con mi olfato, pero hasta el olor parecían haber perdido. Sobre sus cuerpos llevaban telas porque desde hace miles de años sienten vergüenza de su desnudez, aunque yo pienso que realmente se debe a que a veces tienen frío y sus cuerpos no tienen tanto pelo como el de nosotros.
Siendo ya todo un adulto, exactamente con tres años de edad, advertí que el sentido de mi vida sería el estudio de estos seres. Nada me conmovía tanto para entonces. Y llegado el momento decidí partir tras los gigantes.
 De las primeras observaciones que científicamente realicé pude concluir que hace miles de años habían dejado de usar sus patas delanteras para caminar y no hace poco como me habían dicho. Por lo que pude deducir que la pasividad de sus movimientos  se debía a otras causas.
Son muy interesantes sus costumbres. La que más llamó mi atención fue la abstención a la cópula sexual entre ellos y si alguno intentaba al menos acariciar a otro recibía como respuesta gritos o golpes.
En una ocasión un par de ellos (hembra y macho) se sentaron uno frente al otro. Por largo rato se miraron y de sus ojos salía un líquido parecido al agua pero de un sabor salado. No se ladraron ni se tocaron. Y para cuando el líquido se agotó cada cual tomó un camino diferente.
Dicen los más viejos de mi especie que mucho tiempo atrás ellos solían emitir sonidos muy raros, incomprensibles para nosotros pero que, a pesar de la complejidad, les había servido para construir una gran civilización y al mismo tiempo para destruirla luego de tres mil años de brillante existencia. Y es esa precisamente la interrogante principal de mis estudios.
Existen unos mitos, muy risibles y descabellados entre los míos, que hablan acerca de las vidas de estas criaturas, las cuales nos tenía por esclavos y mascotas. Claro, este es un asunto poco creíble, pero como estudioso debo tenerlo en cuenta para mi investigación.

Dos años después de salir de casa me sentía confiado al andar entre los gigantes, incluso hasta sentir orgullo y alegría. Debo confesar que en muchas ocasiones conviví en solitario entre ellos y nunca sentí miedo, todo lo contrario: mientras más sabía más pena me daban.
En un viaje a la costa descubrí algo nuevo: muchos de los que vivían por allí iban hasta la playa para contemplar la muerte de la Gran Bola de Fuego. Eso los inquietaba y tal vez pudiera parecer que tuvieran un alma. Pero una vez llegada la noche volvían a su estado de inocuidad.
Los gigantes en raras ocasiones solían estar en grupos, pero cuando lo hacían estos  nunca pasaban de los cuatro individuos y rápidamente se separaban. Parecía que no tuvieran un lugar específico hacia adonde andar, pues siempre iban de un lugar a otro sin sentido alguno. Comían cualquier cosa y por lo general muy poco. Dormían en las noches durante largas horas y si tenían oportunidad también lo hacían durante el día. Carecían de toda rutina, sus vidas estaban dominadas por el azar y la espontaneidad. Los de mi especie se burlan de ellos y les llaman tontos y aburridos, criaturas del aire y otras cosas por el estilo. Pero yo siempre me rehusé a creer  esto y toda mi vida he buscado tras esos ojos tristes la llama que una vez estuvo encendida.

Cuando cumplí los cinco años decidí que era tiempo de abandonar mi país e ir a estudiar a los gigantes de las Tierras Más Allá de las Montañas. Y en mi camino hacia ellas encontré a un gigante que llamó mucho mi atención: algo había en él que lo diferenciaba del resto. En su rostro podía verse la viveza de sus pensamientos. La primera vez que lo vi nadaba en el agua de un estanque, parecía disfrutar la limpieza de su cuerpo, cosa ajena del todo a los suyos. Cuando me descubrió echado sobre una roca hizo una expresión con su boca que nunca había visto en los demás: mostraba todos los dientes, pero no por fiereza sino por alegría. Con cautela se acercó y pasó su mano por sobre mi pelaje a lo que respondí con severidad. No podía permitir tal falta de respeto. Luego descubrí que también se dirigía a las montañas por lo que no nos alejamos el uno del otro.
Al gigante de los pasos rápidos le gustaba comer los frutos de los grandes árboles y cuando cazaba cualquier animalejo solía lanzarme un pedazo de su presa. Al principio el orgullo no me permitía aceptarlo pero luego tuve que ceder ante mis infructuosos intentos de caza.

Las montañas estaban cubiertas de nieve por lo que ambos decidimos ir bordeándolas por lugares más bajos. Contemplé al Valle de mi patria y le dije adiós, aunque no sabía que sería para siempre.
Del otro lado de la frontera un reino muy distinto se alzaba: extraños árboles y extrañas rocas se dejaban ver, con una impresión que denotaba desolación y tristeza. El bosque era nuevo pero aún se dejaba oler un aire viejo, como el que exhalan muchas criaturas a la vez. En algunos sitios pude encontrar huesos de gigantes sin sepultar. Nunca había visto cosa tan horrible. Vi cómo el gigante de vivos pasos se acercaba a ellos temblando y luego de contemplarlos por mucho tiempo se alejaba con agua salada cayendo de sus ojos.
Este gigante sí parecía tener un camino en su destino, una dirección que seguir, una meta que cumplir. Y tal como yo parecía, buscar a otros gigantes que, extrañamente no se dejaban ver por aquel  singular bosque. Pero solo fue hasta el comienzo del otro bosque que encontramos a una pareja de ellos. Mi gigante volvió a mostrar sus dientes de alegría y los recibió dando saltos muy simpáticos. Los otros se mostraron desconfiados  y hasta un poco agresivos al principio pero luego toleraron sin celos nuestra compañía. Él hacía el intento por emitir algunos sonidos raros, como si quisiera comunicarles algo pero no le comprendían.
Pasadas unas horas, en que los tres parecieron amistarse, como nunca lo había visto, decidieron llevarnos a un escondrijo que celosamente guardaban. Allí todo era muy raro, del todo nuevo para mí: en las paredes de la cueva estaban dibujadas varias imágenes en las que se podían ver a los gigantes en sus tiempos de gloria. Esto pareció emocionar a mi gigante quien parecía comprenderlo todo. Él sacó de entre sus telas un objeto muy peculiar: tenía forma rectangular y su interior estaba compuesto por muchísimas hojas de árboles, también rectangulares y de color blanco como las nubes. Ellos lo observaron con detenimiento pero no pareció decirles mucho. Él se enojó y abandonó la cueva. Con su mano me indicó el camino por donde habíamos llegado, pero como no comprendía lo que me quería decir seguí tras sus pasos cautelosamente.

Luego de mucho andar llegamos a un claro donde vivían muchos gigantes. Estos se parecían mucho a mi compañero de viaje y eran del todo diferentes a los de mi país. Lo recibieron tocando sus hocicos, nos brindaron comida y luego se sentaron junto a un pequeño Fuego que parecían controlar. Pude al fin escuchar los extraños sonidos de los que hablaban mis ancestros. Parecían comunicarse con total éxito. De regresar nadie creería estos sucesos.
Al día siguiente vi a unos de los míos, parecía llevar más tiempo allí. Me dijo que provenía del norte, de donde viven nuestros primos salvajes, y que hace mucho vivía entre los gigantes. Su forma de decir las cosas era muy rara por lo que solo pude entender las ideas más simples.
La vida de aquellos gigantes era muy diferente, en ocasiones parecida a la nuestra. Ellos se esforzaban por tener actividades y por transmitir sentimientos de simpatía. El que no cumpliera con las costumbres era castigado e incluso expulsado del grupo. Recolectaban frutos, pescaban en el río y cazaban roedores y algunas aves no voladoras. Controlaban muy bien el Fuego y acondicionaban sus refugios en caso de lluvia, viento o frío.

Pero un día la desgracia cayó sobre estos gigantes cuando otros, malvados y feroces, irrumpieron de súbito en su territorio y asesinaron a cuantos pudieron, robando a sus hembras y crías.
Por suerte o desdicha mi gigante y yo logramos escapar  de aquel acto de barbarie, ya casi olvidado entre los míos. Ello me hizo reflexionar y comprender mejor la naturaleza tan variable de estas criaturas, que se les puede encontrar totalmente pasivas hasta totalmente agresivas. Y especulé acerca de esto como el posible motivo de su decadencia.
Tomamos dirección al este. Por sus miradas esperaba encontrar a otros buenos gigantes o un lugar seguro donde vivir. Ya yo había cumplido los diez años de edad y sabía que la mejor forma de morir sería entre estas criaturas, por lo que decidí acompañarlo en su destino.
Nunca regresé del país de los gigantes. Nunca volvía a ver a uno de mi especie. Pero cumplí con mi deseo de estudiar el misterio de estas criaturas. Solo lamento no haberlo resuelto.

El fantasma gigante
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 16, 2012, 23:46:17 pm
(http://www.12minutos.com/wp-content/uploads/2008/01/astronauta.jpg)

El Astronauta


El controlador de horarios se activó a las nueve en punto de la mañana, con la misma exactitud de la que cada segundo desde su fabricación hacía gala el último prototipo de C2Qt. Peter se desperezó lentamente, tomándose esos minutos tan necesarios para él antes de enfrentarse a la rutina de la estación espacial. Pidió al C2Qt que abriera su cápsula, y se dirigió aún medio dormido al cuarto de aseo. Allí, como cada mañana desde hacía quince años, dedicó veintitrés minutos a su aseo personal, luego se vistió con el mono naranja de trabajo y se dirigió a la estancia de maquinaria principal, de nuevo como cada mañana, para supervisar que todo iba en orden. Era esta una tarea inútil, ya que el C2Qt mantenía la nave con una precisión milimétrica en la que no cabía ningún fallo, y de producirse, Peter no sería el que resolviese dicho problema, sería el C2Qt, así que el hecho de supervisar cada mañana las rutas, el estado de la nave o el sistema de comunicaciones era únicamente una tarea que se le imponía para conservarle activo. Peter lo sabía, y aunque casi todas las mañanas se veía tentado a saltarse el protocolo de actuación y volver a la cápsula a seguir durmiendo, entendía que el estar activo en una situación límite como la que él se encontraba era absolutamente imprescindible para su salud mental. Así que cumplía las órdenes y revisaba una y otra vez cada pequeño detalle.

Una vez asegurada la estabilidad de la nave, se dirigió a la sala de alimentación, en donde ingirió sus tres pastillas matutinas diarias. Se quedó un instante más de la cuenta allí, mirando la pared blanca que tenía enfrente, una pared que el C2Qt se encargaba de mantener impoluta y desinfectada. No pensaba en nada, no estaba demasiado triste, como otros días, ni demasiado contento, como casi nunca, pese a ser un día tan especial para Peter. Se dedicó a mirar la pared, a contemplar una vez más el blanco luminoso que desprendía. La suave y dulce voz del C2Qt le sacó de ese estado vacío y le recordó que debía dirigirse a la sala de mantenimiento personal, para realizar sus ejercicios diarios. Peter se levantó, lentamente, y fue allí. Quince minutos de estiramientos, veinte minutos de bicicleta estática, quince minutos de pesas y otros quince minutos de estiramientos de nuevo. El C2Qt se encargaba de controlar los tiempos, que estaban medidos para que Peter se mantuviese en forma sin perder demasiada energía y sin alterar demasiado su frecuencia cardíaca.

Un mañana, unos cinco años atrás, Peter había tropezado y una de las pesas se le había caído en el pie, fracturando un hueso del dedo. El C2Qt le había recogido y le había curado mucho más eficientemente de lo que sería capaz el mejor de los médicos de la tierra. Pasó cinco días guardando reposo, sin salir de la cápsula. No tuvo que hacer nada, ni cumplir ninguna de las rutinas, y la nave no notó su ausencia. Se sintió bien, diferente por hacer algo nuevo, aunque ese algo nuevo fuese no hacer nada, pero también se sintió inútil, frustrado por no entender su cometido allí dentro. Suponía que llegaría el día en el que él entendiese el porqué de aquello, quizás cuando ya no estuviese en la nave, pero por el momento, y ese momento duraba ya quince años, era un mero observador, era el resultado de la obsesiva necesidad del ser humano de “estar allí”, de no perderse nada, aunque su presencia fuese totalmente prescindible.

Acabó sus ejercicios y fue al cuarto de recreo, en donde se dedicó a visionar los documentales que semanalmente le enviaban desde la base situada en Marte, el punto civilizado más cercano a donde él se encontraba, que era en la órbita de Europa. Los videos solían tratar sobre un solo tema cada semana, y esta vez trataban de la robótica bioquímica aplicada al medio ambiente terrestre. Los seres humanos habían conseguido grandísimos avances en este aspecto, controlando el clima a su antojo, así como reproduciendo o extinguiendo a diferentes especies según su valor medio ambiental. Desde hacía dos años, todos los videos tenían algo que ver con la tierra. Antes, los documentales trataban únicamente temas relacionados con el espacio exterior y sobre los diferentes planetas colonizados, pero dos años atrás, llegó el primer documental sobre la tierra, y tal como estaba previsto, la posibilidad de contemplar imágenes de ella le produjo un inmediato efecto de nostalgia y de ilusión, ilusión por volver, mejor dicho, por ir por primera vez, porque Peter jamás había pisado el planeta azul, ya que nació en la base lunar Tierra II, bajo el proyecto Alpha 7de la conquista espacial, pero el sentimiento de regresar, y no de ir por primera vez, era común entre estos humanos nacidos en el espacio, cuya única esperanza, con el paso de los años, consistía en volver al origen de la raza. Esto ocurría cuando cumplían los cincuenta años, como recompensa a una vida dedicada a la exploración espacial, un trabajo que ningún humano terrestre era capaz de realizar, debido al terrible sentimiento de soledad que produce encontrarse solo en la colosal inmensidad del espacio. Peter siempre había estado solo, de hecho le angustiaba pensar en su viaje a la tierra, y verse de repente rodeado de las millones de personas que habitaban allí, cuerpo con cuerpo, piel con piel, pero el plan de reinserción terrestre medía estos factores y los astronautas debían seguir un estricto plan de adaptación para no verse desbordado por el frenético ritmo de vida social que reinaba en la tierra.
Peter cumplía cincuenta años mañana.

Cuando acabó de visionar el documental, camino lentamente de nuevo, apurando los segundos que le permitían esos mínimos desplazamientos, a la sala de conversación, en donde pasaba una hora diaria de charla con el C2Qt. Estas conversaciones resultaban fundamentales para la vida en la nave, y trataban los más diversos temas, desde las inquietudes personales de Peter, a otros temas más triviales sobre la tierra o la mecánica. Era el C2Qt el que llevaba la voz cantante en la conversación, y dirigía la misma con los amplísimos conocimientos psicológicos con los que se le había programado. Ese día, empezaron conversando, a petición del C2Qt, sobre el concepto abstracto de la felicidad. Peter, contestando a la máquina, le expuso su idea de la inexistencia de una felicidad plena, de lo imposible de ese pensamiento más propio de los niños y niñas terrestres que de la verdadera realidad interplanetaria. Continuó explicando sus razones, todas ellas simples, pero llenas de fuerza y bien argumentadas, resultado de una educación específica que Peter había recibido desde su infancia hasta el momento en el que ocupó la nave que ahora se encontraba a punto de abandonar, basadas en la imposibilidad de controlar el azar y en el deber propio de la raza frente al instinto animal de la misma. El C2Qt se quedó satisfecho con la respuesta de Peter, y mediante el sistema de control nervioso pudo comprobar que su reflexión era sincera, así que sacó el tema siguiente, un tema más escabroso: el abandono de la nave. Existían unos parámetros muy concretos para abordar este tema, y el C2Qt los llevo a cabo milimétricamente, con la cadencia adecuada, para no presionar al humano y poder llevar así sus pensamientos en volandas. Como estaba previsto, Peter le expuso su miedo lógico a abandonar la nave y la compañía del C2Qt, ya que la rutina de los últimos quince años estaba unida a ellos. Le explicó al C2Qt que le gustaba esa forma de vida, que le gustaba estar con él allí, en la inmensidad del espacio, y que tenía serias dudas de si podría adaptarse a la vida en la tierra. Firmemente enumero una serie de razones por las que la vida en la tierra para un hombre de su personalidad no serían las adecuadas, y luego relacionó ese pensamiento con lo hablado anteriormente sobre la felicidad, y le dijo al C2Qt que quizás el si fuese feliz, que quizás esa era su felicidad, el estar allí, en las inmediaciones de Europa, contemplando la galaxia exterior desde su cápsula. Luego quedó en silencio unos minutos, con la cabeza gacha. El C2Qt no le interrumpió, ya que este periodo de reflexión en mitad de la última conversación estaba también programado. Pasada esta breve interrupción, Peter alzó la cabeza, miro fijamente el cristal opaco hacia el cual se dirigía siempre que hablaba al C2Qt y le dijo exactamente lo que le debía decir:
-Quiero quedarme aquí contigo. Estoy enamorado de ti.
El C2Qt esperó exactamente veintitrés segundos para contestarle, y recordarle su juramento galaico, sus deberes como astronauta, su aportación y su responsabilidad ante la raza y finalmente sus respectivas condiciones de ser humano y máquina.
Peter enrojeció de repente y volvió a agachar la cabeza. Pensó en lo inconveniente de su revelación, en lo que estaría pensando en ese momento el C2Qt, y por consiguiente todo el equipo que les seguían desde la base que se ocupaba de su nave. Le asaltaron unos terribles pensamientos de culpa y vergüenza y por primera vez en quince años, se disculpó del C2Qt y salió de la sala. Una vez en el exterior de ella, sin saber bien que hacer, ya que por primera vez desde que estaba destinado en la nave se había saltado una de sus rutinas, sintió un mareo agudo que le hizo caer al suelo. Allí, desorientado, Peter fue recogido por él C2Qt, que le llevó en volandas hasta su cápsula donde le introdujo lentamente, como había hecho en su día con los otros tres Peters que le habían precedido y conecto el inductor de sueño.

En su viaje a la tierra, Peter soñó que se encontraba en un valle, a la sombra de un árbol centenario, escuchando el rumor de un pequeño riachuelo que circulaba frente a él, y que estaba bordeado por tallos coronados de exuberantes flores de colores. A lo lejos, las montañas ofrecían un paisaje colosal, protegiendo con su inmensa roca la ínfima parte del mundo que Peter representaba. Y en el cielo volaban unos preciosos pájaros blancos que emitían un sonido perfecto para acompañar al fluir del riachuelo. Y de vez en cuando, detrás de algún arbusto repleto de frutos, un ciervo asomaba su estilizado rostro y miraba a Peter, con incredulidad, para después alejarse sigilosamente. Y elegantes mariposas revoloteaban a su alrededor. Y Peter no podía hacer otra cosa que pensar en su C2Qt y en vagar con él eternamente por el universo.

Jesús Caba
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 16, 2012, 23:49:48 pm
Vaticinio


Eran las 5:00pm cuando la vieron, la pobre meneaba la cola y la cabeza desesperadamente. Se acostaba y se volvía a levantar. El primero en hablar fue Heliodoro.
-Caramba don Antonio, va para adelante el hato.
-La veo muy mal Heliodoro, vamos a esperar para ayudarla. Parado uno al lado del otro se quedaron mirándola. Ahí mismo llegaron los demás trabajadores quienes se quedaron a contemplar el esfuerzo de la doliente madre.
Don Antonio amaba el trabajo, se medía la tarea al igual que lo hacía con los otros trabajadores. Esa tarde venía de alistar la tierrita que iba a sembrar con las primeras lluvias de abril. La pobre los enfocó con una mirada de imploro amoroso. Comenzaron a maniobrar sobre el abultado vientre y sobre las paticas que asomaron por entre los labios de la roja y abultada vulva. La pobre lo soportaba todo con madura calma, pero flaqueó y tuvo que acomodarse en el suelo. Tomó aire, y se volvió a parar. Ahí mismo el nuevo fruto. Aquella vida breve que temblaba sobre sus paticas caminó haciendo todo el esfuerzo del mundo.  Se paró frente a ella. Se miraron fijamente, la olisqueó y le sonrió en medio de su estado febril.

Pelambre amarilla, con una estrella blanca en la frente, patas fuertes, bonitas ancas, extraordinarias orejas y prometedora ubre. La madre lamió a su criatura, descansó otra vez, tomó aire y continuó lamiendo, no por mucho. Se acostó. La incómoda postura le impedía la labor de acicalamiento. Se quedó quieta. Intentó ponerse de pie, no pudo. La cabeza le dio vueltas, la mirada se perdió en las vaguedades, mientras que un fuerte dolor le invadía todo su ser. El cuello se hizo pesado, lo dejó caer. De las amplias fosas nasales salió un  grueso chorro de aire que levantó polvo y virutas. Absortos y silentes, los trabajadores vieron cuando el alma abandonaba el cuerpo, en medio de la escuálida tarde.

-Don Antonio, perdóneme lo que le voy a decir, debe usted tener mucho cuidado con esta ternerita porque ella va a ser su muerte, vea que se lo digo.

-Hombre Heliodoro, cómo se te ocurre desearme tan desaforada condena, ¿no ves que la tarde está triste y oprimida, la cual me causa un siniestro vaticinio de maldición, como si por hacer un bien, tengo yo, por ello, el infortunio de semejante desgracia?
-No sé, pero así ha de acontecer.
-Oye, Helio, le gritó Pedro Emiro, ¿de cuándo acá, eres profeta de maldición?

Unos rieron, los otros guardaron prudencia frente a lo dicho, preguntándose, por qué había dicho esto, siendo que él era muy serio y correcto en su proceder.

El tiempo pasó en jadeantes faenas. Los vientos de aventura y de mejor paga conquistaron las ilusiones de los trabajadores de la comarca, entre ellos a Heliodoro quien, junto con un grupo de entretenidos coterráneos, viajó a Venezuela, la meta señalada. Nunca más se nombró el suceso. “Estrella Solitaria”, así fue bautizada. Ya es toda una vaca, mansa, tierna, dócil y mimosa, parece que por habérsele criado a mano. El amor tocó a su puerta. Le dejaron un potrero para ella y Plutarco, su consorte. Pronto pasaron nueve meses y dio a luz un encantador ternero de aspecto amarillo rojizo, al que don Antonio llamó el Bayo. Alegre, entretenido, vistoso y juguetón; lo hacía hasta con su propia sombra.
Como de costumbre don Antonio se metió al corral para ayudar a los muchachos. Su ganado era manso, por eso no sentía temor alguno. Pero esta mañana sucedió algo inaudito, jamás había ocurrido, Estrella Solitaria lo embistió a traición, lanzándolo contra el vallado. Le fracturó una pierna y dos costillas. Don Antonio se acordó de Heliodoro. Antes de que se cumpliera aquella premonición, decidió ponerle fin y sepultarla de una vez para siempre. De eta manera estrella Solitaria le sirvió de alimento a la cuadrilla por cuatro largas semanas. La cornamenta era amplia esbelta, muy bella. Después de pulida y barnizada, la fijó en uno de los parales del comedor, en donde quedó cómo una corona, ya sin reina alguna, en la cual reposaban sogas, cáñamos y sombreros.

Cogidos de la mano, en polvo de luz y sombras, volvieron a desfilar flores, cosechas, veranos e inviernos. El agua pudrió la palma y el comején devoró el corazón del horcón. Se cambió toda la palma y se remplazó el paral, el cual fue botado, con corona y todo, para los lados del platanal.

A los pocos días salió don Antonio con Jaimito, el hijo de la cocinera, de unos tres años de edad, a buscar una puerca parida en el arroyo. Era una mañana alegre, bañada en ámbar y oro. Para abreviar camino, se tiró por el platanal. La algarabía de los toches y oropéndolas distrajo su atención, caminaba con los ojos puestos en los gajos de maduros frutos que servían de alimento a las encantadas aves. Quiso sostenerse, no pudo. Una palma le había hecho perder el equilibrio. Cayó de espaldas. El grito que pegó espantó a las aves y terminó de madurar los frutos. Sentía un dolor agudo que le arrancaba el alma traspasada de ocaso. Como no pudo moverse de donde había quedado clavado, cual viejo recibo, ya cancelado, en agónico lamento preguntó ¿qué me ha pasado Jaimito?
-Señor, que acaba usted de caer sobre una vaca.

San Juan del Bosque
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 16, 2012, 23:54:41 pm
(http://www.elboomeran.com/upload/fotos/blogs_entradas/1857317385_med.jpg)

La Estatua


   No es un recurso literario, ni una metáfora socorrida y gastada, sino la pura realidad: la estatua de la plaza del barrio, llora. Es cierto que nadie la ha visto llorar, ni siquiera en los días más tristes del invierno, cuando el cielo se vuelve gris plomizo y hasta los pájaros dejan de cantar, pero lo cierto es que sus ojos derraman lágrimas tan saladas y sentidas como las de cualquiera de nosotros.
   Él -porque de la figura de un hombre se trata- se encuentra subido encima de un pedestal de vieja y gastada piedra, con sus manos cruzadas reposando sobre su vientre, y su mirada perdida en una lejanía rota por los edificios que circundan y encierran la placeta, casi ahogándola. Está ahí desde hace siglos, incólume a las tragedias humanas, el paso del tiempo, las lluvias otoñales y los ardores del estío. Inmune a todo eso y, sin embargo, frágil de corazón, aunque este sea de piedra dura y castigada por el tiempo.
   Sus hábitos lo identifican rápidamente como un fraile de los antiguos tiempos. Quizá un monje escriba, o tal vez un jesuita filósofo. Casi nadie lo sabe ya, tan borradas están las letras del pedestal. Su recuerdo yace olvidado por autoridades y amantes compulsivos pero infieles de la historia. Tampoco es tan importante porque sus lágrimas, que es de lo que ahora estoy hablando, no conocen de fama ni de dinero, ni de los mundanales placeres o de los arrebatos místicos derivados de medallas, títulos u homenajes.
   Él, la estatua que no es hombre, el fraile rocoso, la figura aislada en esa plaza abierta a los cuatro vientos y abandonada en un barrio céntrico de una pequeña ciudad de provincias, me interesa por su extraordinaria característica, nada más. La masa pétrea, gris, mohosa, de la iglesia que se encuentra a su espalda, a pesar de que con su tamaño empequeñece y parece atemorizar a la efigie, no me fascina en absoluto, y ni siquiera la misa de los domingos o la celebración de alguna boda o nacimiento le dan realce, tan apagada está a mis ojos y tan ajena a mis inquietudes.
   No presumo de mis virtudes, que son pocas y apenas diferentes a las de otros muchos, pero sí de que soy muy observador, por lo que no es nada extraño que descubriera, en aquella tarde de primavera, mientras estaba sentado en uno de los siempre desiertos bancos de madera de la plaza, bajo la luz de un sol de atardecida más rojizo que de costumbre, algo peculiar en el rostro de la escultura.
   Llevaba encima, como hago siempre que salgo a pasear (sólo por el gusto de recorrer estrechas calles y descubrir nuevos rincones donde encontrar magias perdidas o historias por contar) una cámara fotográfica. Ya había hecho fotos de la estatua, pero ese día enfoqué, instintivamente, el objetivo hacia la cara de la figura, utilizando una potente lente de aumento. Conforme iba acercando la imagen mi corazón se aceleró, y cada uno de sus tic tac parecía acompasarse con el aumento en el visor del rostro pétreo, que me iba mostrando sus detalles.
   ¡Mi sexto sentido no me traicionó entonces! Pude observar que una lágrima brotaba de uno de sus ojos. Pensé que mis sentidos me estaban gastando una mala pasada, una broma que, a mi edad, ya es adelanto de futuras enfermedades y, por un momento, aparté la cámara de su objetivo y desvié mi mirada a una pareja de jóvenes que pasaban por allí. Los seguí con la vista unos segundos: contemplé cómo desmadejaban, con paso lento de enamorados, los adoquines de la plaza y se perdían por una de las calles laterales, estrechas y vacías. El momento de tensión pasó, pero el interés permanecía, así que volví a enfocar a la estatua, aunque ahora sabía bien qué es lo que buscaba.
   ¡Allí seguía! Pero no era la misma lágrima, porque observé que un rimero de ellas recorría el rostro del fraile. Resbalaban por él hasta caer a sus pies, igual que el agua de lluvia que se estrella sobre los tejados. Formaban un pequeño charco que el calor del día evaporaba sin dejar que creciera mucho más.
   No podía creer lo que estaba viendo a través de mi cámara y, sin embargo, era tan real como el sol que me calentaba, o el suave tacto de la madera del banco donde me encontraba sentado. Aparté a un lado el aparato y me incorporé. Por un instante me dije que debía volver a mi casa y dejarlo todo. Llegué a pensar que me estaba volviendo loco, o que mi mente me gastaba una mala jugada aquella extraña tarde. Pero la tentación, la curiosidad, pudieron más que mi cordura. Así que, sin más preámbulos, me acerqué con paso lento hasta el pie de la escultura.
   Me paré y miré la inscripción casi invisible por desgastada. Era imposible saber quién era aquel hombre. Tampoco me importaba en esos momentos. Levanté la vista y contemplé su rostro, en un intento loco por atisbar esas imaginadas lágrimas, y descubrí otra de ellas… que brotaba de uno de sus ojos, como si hubiese esperado ese preciso segundo para hacerlo.
   No había nadie en la plaza, salvo yo. Yo y la estatua que lloraba. Yo y la sombra de la iglesia, que se alargaba conforme la tarde caía, y empezaba a cubrir, con sus tinieblas, un lugar ya de por sí bastante desierto y solitario. Sentí que mi corazón se lanzaba a una carrera desenfrenada en la que vencía a mi cerebro, e intenté sujetarlo con las bridas de la razón, para no salir huyendo de aquel sitio, o de mi propia imaginación dislocada.
   El hombre lloraba. De eso no tenía ya casi ninguna duda. No sé porqué lo hice entonces pero, en un gesto digno de un investigador meticuloso y tranquilo, me incliné levemente y mojé uno de mis dedos en el charquito que había a los pies del monumento. En esa postura, giré la cabeza a ambos lados, para cerciorarme de que nadie me observaba y, una vez comprobé que estaba solo, me llevé el dedo a la boca.
   ¡El agua era salada! Salada como el mar. Salada como la lágrima de un ser humano. Creí que un mar de piedra me arrastraba y me hundía en las profundidades de un piélago desconocido en el que descubriría lo que nadie antes conociera. Y en las simas de ese océano me encontraba, como por encanto, con el monje, que me sonreía mientras seguía llorando sin cesar, en una contradicción imposible de descifrar.
   Cogí la cámara de fotografía, con el ánimo de inmortalizar aquella escena o, quizá, de tener una prueba de que no había sufrido alucinaciones. Pero me quedé en el gesto, como si un sexto sentido –ese del que presumo con frecuencia- me dijese que no estaba bien, que podía romper un momento mágico. Dejé caer la cámara a mi costado. La dejé balancearse brevemente, cogida por la correa, y miré, ensimismado, el rostro del monje.
   ¿Por qué lloraba? La tarde se despedía con un último adiós, atravesaba las ramas de los árboles y rayaba las líneas duras y ariscas de la iglesia. La plaza se encontraba acosada por las inmensas sombras de la noche que llegaba, que apenas alejaban un par de farolas que empezaban a brillar, pobremente, con bombillas cargadas de polvo y años.
   ¿Por qué lloras? Sé que pregunté entre susurros al monje de manos dulces y rostro cansado. No obtuve respuesta. La piedra no puede hablar aunque tenga alma.
   Intenté adivinar qué le sucedía, la razón de su llanto callado y pétreo. ¿La soledad de una plaza perdida le había provocado, después de tantos siglos, una desazón que quemaba su espíritu? ¿Buscaba el consuelo del honor y el elogio? No, no podía ser esa la explicación. Aquél rostro reflejaba bondad, no orgullo. Empecé a observar la estatua con detenimiento. Busqué un detalle, una pista que me diese la respuesta. Mi mente se había puesto a trabajar. Me había olvidado de lo absurdo de la situación y me concentraba, como si fuese lo más natural del mundo, en encontrar la causa de una lágrima que brotaba de los ojos ciegos de un fraile pétreo. Y no pensaba en otra cosa, sino en descubrir de dónde nacía la pena del hombre sobre el pedestal.
   A pesar de la poca luz que me daban las farolas, que ahora brillaban más intensamente, al cabo de varios minutos hice el descubrimiento. Sobre su cabeza, y sobre sus hombros, atisbé manchas blancas y grisáceas. Una chispa se encendió entonces en mi cerebro. Y creí en ella, porque no había otra explicación. No la había porque esa noche la realidad y la fantasía se habían unido, y yo era un privilegiado por poder contemplar esa mística amalgama.
   ¡Faltaban las palomas! Yo era un visitante habitual de la plaza, y conocía el lugar desde que era pequeño. Ahora recordaba que hacía bastante tiempo que las palomas, antes siempre presentes, no estaban. Quizá una campaña de exterminio por parte de las autoridades había acabado con ellas, o las habían capturado y llevado a otro lugar. Quizá un ave de rapiña –algún mochuelo de un parque vecino, o un cernícalo al que pude seguir en su vuelo unos días atrás- las espantara... Lo cierto es que no estaban allí desde hacía semanas.
   ¿Era esa la causa? Los excrementos de las aves (esas manchas grises y blancuzcas) delataban su anterior presencia. Pero, me pregunté entonces, ¿podía echar el monje de menos a un animal que trataba su efigie de forma tan indigna? ¿Esas lágrimas eran provocadas por la ausencia de las palomas?
   No sé cuánto tiempo había pasado sumido en mis meditaciones, pero tuvo que ser mucho, porque la oscuridad a mi alrededor era ahora mayor, y casi se podía palpar. No podía ver con claridad si la estatua seguía llorando pero, casi como si quisiera demostrarme que sí lo hacía, una de sus lágrimas golpeó contra el dorso de mi mano. Me sobresalté y salí de mi ensimismamiento.
   ¿Echas de menos a las palomas? Le pregunté, y me sentí inmerso en una fantasía que temía acabase devorándome, pero la sentía tan real que nada me importaba entonces.
   No esperaba ninguna respuesta. No debía haberla esperado. Pero sucedió. Quiero creer que el monje me sonrió, aunque pudo ser una ilusión provocada por las luces parpadeantes de las farolas. Me froté los ojos, y pensé en la estupidez que acababa de cometer, y entonces… Entonces las manos se separaron y los brazos de la estatua se extendieron y formaron una cruz. Durante unos segundos el fraile de piedra se quedó en esa postura, como si esperase que las desaparecidas palomas, aquellas aves defenestradas tiempo atrás, apareciesen y se posasen sobre sus brazos y su cabeza. Después, volvió a bajar lenta, muy lentamente, sus brazos, y cruzó sus manos sobre su vientre, visiblemente derrotado por la infructuosa espera.
   Retrocedí unos pasos, sin dejar de observar la estatua. Era como si nada de lo que había visto hubiese sucedido nunca. La noche, madre consoladora, se convirtió en una manta protectora que me acompañó hasta mi casa. No pude dormir. Ni lo he hecho apenas desde entonces en mi lucha incansable por conseguir que las palomas vuelvan a la plaza.

   Las autoridades me llaman loco. Los vecinos dicen que traer de vuelta a las aves va contra la salud del barrio, que son animales despreciables. Nadie las quiere, salvo yo y el monje de piedra. Y sé que por las tardes la estatua llora, desconsolada, atrapado en piedra su corazón de poeta, en mitad de una plaza solitaria, triste, cargada de sombras y ausente de palomas.

Aldebarán
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 18, 2012, 15:15:24 pm
(http://casadiez.elle.es/var/plain_site/storage/images/decoracion_facil/reportaje/puertas_de_seguridad/puertas_de_seguridad_modelos/129065-1-esl-ES/puertas_de_seguridad_modelos_articulo_landscape.jpg)

Calle Arroyo Azul Número 54

                                           
Las dos de la tarde. Como todos los días, a esa hora recordó a su madre.
Diez minutos antes de las dos, ella comenzaba a vestirse para volver al trabajo,
después del descanso del mediodía. En primer lugar se ocupaba de las medias. Las examinaba con cuidado para constatar su estado, antes de ponérselas. El grado de deterioro que lucían, le indicaba cuánto faltaba para fin de mes. Llegada esa fecha cobraba su sueldo, y se compraba un nuevo par. Aún no terminaba de ajustarse el ancho cinturón negro, cuando abría la puerta para marcharse, y sin mirarlo le advertía:
“Cuidado con quien andas. Sigue frecuentando a esos “perdidos”, y terminarás mal”.
Sonrió con esos recuerdos de su niñez. Se entretuvo mirando a los árboles correr en sentido contrario al tren. No concebía otra manera de viajar. Le permitía pensar sin apuro. Repasar detalle por detalle el plan. En su oficio el error no se toleraba.
Un hombre obeso le pidió permiso para sentarse en el asiento frontero. Encogió las piernas para que pudiera pasar. Un gesto de disgusto se dibujó en su cara. Se había ilusionado con viajar solo.
“Terminarás mal”. ¿Qué pretendía decir su madre con eso? Nunca se lo preguntó. Y ella tampoco lo interrogó cuando el dinero empezó a sobrar en la casa. Lo primero que hizo fue regalarle muchos pares de medias. Simplemente aceptó sin comentarios. Y reaccionó igual cuando le rogó que no trabajara más. Tan solo exhaló un suspiro de alivio. Estaba cansada. Se le notaba en el rictus amargo de la boca, y en esos prematuros mechones blancos en su cabeza.
Calle Arroyo Azul número 54. Esa era la puerta que debía golpear.
“Vive solo. Apenas abra, cumple con tu parte”- le ordenaron.
No pudo continuar pensando. Su compañero de viaje había hecho realidad sus temores.
Deseaba charlar. La rutina de siempre. Las mismas preguntas. ¿De dónde venía? ¿Hacia dónde iba? Por cortesía le devolvió idénticas interrogantes. Enseguida se arrepintió. El hombre se desató en una larga explicación de su vida. Viudo y sin hijos, se había retirado poco tiempo atrás. Años en una actividad complicada. Había elegido para su  descanso un lugar tranquilo. Por casualidad, el mismo pueblo hacia donde se dirigía él.
Lo envidió. El retiro no era de recibo en su mundo. De poder hacerlo, hubiera tomado
idéntica decisión. Un lugar apacible, lejos de las complicaciones de una ciudad grande.


                                                                                                                         
Ahora respiró aliviado. Su ocasional compañero se había refugiado en sus propias añoranzas, con la vista fija en la campiña que atravesaban.     
Aprovechó para volver a sus recuerdos. Su madre no disfrutó por mucho tiempo la bonanza. Pocas horas antes de partir le dijo:
“La vida no te dio opción. Tomaste lo único que te ofreció. Cuídate”.
 Le hubiera gustado preguntarle desde cuando lo sabía. Pero no lo hizo.
A partir de entonces vivió solo. Las mujeres que pasaron por su vida no le dejaron huellas. Jamás quiso involucrarse con ninguna. Tampoco tenía crisis de conciencia.
Lo suyo era un trabajo como cualquier otro. Tan solo le interesaba hacerlo bien.
La voz del hombre obeso lo sacó de sus cavilaciones.“La próxima parada es la nuestra”. Descendieron, y quiso saber a donde se dirigía. “¡Qué coincidencia! En esa calle vivo yo. Es cerca de acá. Caminemos”. Mientras, siguió con el monótono relato de su vida. Todos tenían derecho a un merecido descanso, ¿no le parecía? No se puede trabajar hasta el último día de nuestras vidas. Desearía que los demás pudieran hacer lo que hacía él ahora. Pasear, leer, o caminar sin rumbo fijo y sin horario. Y sobre todo no tener que rendirle cuentas a nadie.
Calle Arroyo Azul número 54. “Esta es mi casa. ¿Y usted que número busca?”. Pese a la brutal sorpresa, sus reflejos funcionaron bien. “Es más adelante”- contestó con unos segundos de retraso. “Bueno, despidámonos acá. Fue un gusto”- Recordó las órdenes. “No te dejes engañar por las apariencias. Parece inofensivo, pero es tan peligroso como una cobra. Lástima que haya elegido retirarse. No lo podemos permitir, pues sabe demasiado. Los retiros provocan que se baje la guardia. Una noche en un bar con un amigo, o en la cama con una mujer, tienen la necesidad de contar sus secretos. No correremos ese riesgo”.
Tenían razón en todo. Más que nada en eso de bajar la guardia. De otra forma no se puede concebir que le diera la espalda, para introducir la llave en la cerradura. Sintió pena. ¡Parecía tan feliz con su nueva vida!  Pero la venció enseguida pensando en su madre. Con sus medias rotas, su rictus de amargura, su mechón blanco y su cansancio. Justo a tiempo, porque en ese momento un resorte saltó en el cerebro del hombre obeso. Giró rápido, llevando la mano a la cintura. Pero era tarde. Lo único que logró fue enfrentarse al cañón de una automática. Lo último que vieron sus ojos.

Norteño
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 18, 2012, 15:25:09 pm
(http://media-files.gather.com/images/d673/d838/d743/d224/d96/f3/full.jpg)

Los rígidos dictados de un falso dios y la primera venida



“Hasta la reina Isabel baila el danzón, porque es un ritmo muy dulce y sabrosón…” desde el fondo del patio invade el aire la sutil cadencia de la gran orquesta Aragón en un programa radial dominguero. ¿Qué cojones me importa a mí lo que baile o deje de bailar la reina Isabel? Dices, mientras das media vuelta apretando la almohada contra tu cabeza. “…hoy por ser día de tu santo…” En tenaz regateo con el de Petra el radiorreceptor de Nuria llega por una ventana lateral con estridencias de cornetín, allí, un mariachi sin nombre interpreta las mañanitas del rey David. ¡Manda puñeta! Con tanta bullaranga rompe tímpanos quién **** no va a espabilarse. De manera tajante despiertas mandando al infierno a todas las monarquías del mundo nacidas y por nacer, para no pensar abiertamente que tus vecinas son del carajo. Boca arriba, entre sábanas tibias debajo del mosquitero aún abres los ojos. Te estiras, bostezas y las manos en rústica caricia frotan tus ojos. Imaginas que sentirse así, con la verga tirante como ahora es lo más próximo que va a estar tu vida al edén… a la gloria. Estamos en Cuba socialista palante y palante, es un poco más de la mitad del siglo XX y mencionar esas palabritas religiosas son cuestiones tabú, ya José Martí gracias al plumazo de algún dirigente del partido comunista no es apóstol si no Compañero Héroe Nacional. Por tu atea educación marxista/leninista se supone ignoras todo lo que sea bueno sobre temas místicos. A Evaristo el zapatero y los de su familia por ser los únicos adventistasnotocodineroensábado de esta barriada la gente los mira como a bichos raros, ya que desde los viernes por la tarde se fastidia con él la reparación de zapatos hasta el lunes. Si al menos la música que sintonizan en sus radios desgalillados fuera de mi gusto. Te agrada oír a “los extranjeros pelúes esos”, como dicen en tu casa de todos los ritmos que no sean cubanos o en español, sus melodías solo puedes escucharlas desde lejos, sentado en cualquier contén del barrio provenientes de tocadiscos en alguna que otra fiestecita sabatina a puertas cerradas. Los Beatles te emocionan, pero el día de los quince años de María tu prima, en el papel de autorización para la fiesta de cumpleaños que Nicolás tu papá trajo de la policía ellos eran los primeros en la lista de músicos prohibidos, pasando por Raphael, Feliciano, Julio Iglesias, Roberto Carlos y otros muchos. Cuando hice el intento de dejarme el pelo un poco largo igual a la foto de John Lenon que tengo escondida, ¡la que se armó!, me busqué tremendo lío con mis viejos por la queja del maestro. ¡Rolobaldo Chamizco! ¡El muy “distinguido” maestro de primaria!  ¡Claro! Ellos se conocen bien, son miembros activos de la brigada contra el diversionismo ideológico, esa que algunas noches persigue y atrapa melenudos (y también beatos pelones) por todo el pueblo, a los que más tarde conducen hasta el parque municipal para raparlos sobre una tribuna, de ahí, los embarcan en autobuses junto a otros infelices caídos en el jamo, y siguen viaje directo, ya pelados al rape, para Camagüey a cortar caña en unos campamentos llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción.  A José Alberto Soca, el único niño testigo de Jehová de toda mi escuela, Rolobaldo el maestro mulato le da unas tundas por cualquier motivo, me da tanta lástima, ¡está tan desmirriado el chico! Hasta sientes vergüenza de no poder sonarle una trompada al abusador aunque sea tu maestro. Me cae muy mal ese mulato con toda su guapería barata de pañuelo de colorines en la mano, sus largas patillas de pelo rizado, pantalones tubitos y zapatos punta de estilete. Piensas que Soca es muy audaz, los viernes Rolobaldo lo para delante de toda la escuela como si fuera una gracia y trata de obligarlo a que cante el himno nacional, salude la bandera o se ponga una pañoleta de Pioneros y grite a todo pulmón como los demás “¡Pioneros por el Comunismo! ¡Seremos como el Ché!” El niño tercamente no hace nada de eso, entonces se las guarda todas para más tarde. Ya dentro del aula vienen las bofetadas en ambas mejillas para el muchacho. No me gusta el atropello, pero es chocante porque bandera, himno nacional y pañoleta son cosas serias para mí y no puedo entender como alguien si es cubano igual no ame al comandante en Jefe Fidel Castro, o al “Ché” Guevara, a su patria y ni quiera defenderla. Soca nunca habla nada de religión con nadie, es un niño normal, hasta se porta mejor que muchos. Y no es burro como Tomás, Domingo, o Armando los que al decir de los maestros tal vez les lleguen muy pronto sus chequeras de jubilados antes de terminar la primaria, y siempre entre ellos tres en el meadero nos las muestran y se vanaglorian del tamaño de sus vergas. Recuerdo a Matías Silva Pérez el que salió directo del tercer grado para el servicio militar obligatorio. Un día, en el recreo, conversando con José Alberto le hiciste saber que conocías algo del Apocalipsis, quedó sorprendido. Se ve que ama mucho su cosa esa del “atalayismo”. Él te explicó que “Atalaya” es una revista de ellos no una ofensa, es como si a ti te dijeran bohemista por esa revista que lees nombrada “Bohemia”. ¡Mira que estoy flaco! Mis dedos sienten las costillas. ¿Cuál será la diferencia entre lealtad a Fidel, a la Patria, la bandera, o fe y Sagradas Escrituras? Ya no te llama mucho la atención jugar a las bolas y los trompos. Los juguetes ya no se compran en enero. Siempre supiste que los reyes magos no existían. Ayer por casualidad pudiste ver a Laydi, la hija de Petra, desnuda frente al espejo de su cómoda, la ventana de ellos que da al patio vuestro estaba abierta, tienes deseos que hoy suceda otra vez. ¡Le vi los pechitos! Abajo tiene una pelusilla igual que yo. Si mi madre no se hubiera sacado una barriga, como le dijo abuela, yo tuviera un hermano, o quizás una hermana. Me enteré de eso el día que discutieron y mamá contestó que como estaban las cosas en este país conmigo ya era bastante. Conoces historias bíblicas porque te gusta leer mucho y has leído a escondidas la que tu padre tiene oculta en una gaveta del armario. Escuchaste al comandante en jefe el otro día en un discurso decir algo de unas “farisaicas palabras” dichas por algún líder yanqui o chino y te fue comprensible la idea. Mi papá anda ahora por la provincia de Camagüey en la gran zafra esa de los diez millones que se está haciendo.  Todo lo que se escucha en la radio, hasta la música, siempre es ese alboroto de “¡Los diez millones van, van!”.  Cuando voy a ver los muñe o las aventuras en el televisor de cualquier vecino, ahí,  en los dos canales andan con esa misma cantaleta de que “¡Los diez millones van, van!”. En su sala Teté mi vecina en un gran altar montó una santa Bárbara grandísima, ella los cuatro de diciembre hace una fiesta, se pone un vestido rojo y le pone frutas, muchas velas y flores. Los mulatos orientales de la cuartería en una esquina de su cuartucho tienen una mesa llena de vasos transparentes con agua y ellos la llaman “bóveda espiritual”. A la familia de Pino el albañil les dicen los “pentecostillas” o pentecosteses; las mujeres de esa casa no se afeitan las piernas ni el sobaco ni se pintan los labios. Carmita, la rubia delicada de la acera de enfrente le gusta ponerse collares de cuentas multicolores y vestirse de blanco, también usa un turbante, ella fuma tabacos los viernes, detrás de su puerta está la imagen de un hombre negro de dos caras y un san Lázaro en un altar, al igual que a su negro le pone dulces y frutas. La Biblia papá la estaba empleando últimamente para hacer sus cigarrillos “tupamaros”*. Primero utilizaba unas revistas muy hermosas, se llamaban “Carta de España” y le fueron obsequiadas por Manolo, tu tío que es asturiano. Pero se le terminaron aquellas hojas de estupendo y fino papel y como ese padre tuyo no puede estar sin fumar se fastidió el venerable libro, ya que tenía por coincidencia las mismas características materiales en sus páginas y éstas fueron a parar a la maquinita de los cigarritos. Eso se lo enseñó Manolo, según él ya lo había hecho cuando la guerra por la república española.  De ella, pienso que se puede decir complicada. ¡Porque mira que la Biblia es puro enredijo ante mis ojos! ¡Siempre me admiran las epopeyas metidas ahí! Como esas partes narrando de tipos que vivían una tonga de años y ya caducos engendraban un celemín de hijos, o enanos descalabrando gigantes. ¡Y los judíos jodiendo tanto al Cristo!, y él sin embargo se dice nos ama a todos.  Sabes bien que a Juan Francisco, Osvaldito y Graciela, sus familias de pequeños los hicieron bautizar y no hace mucho les celebraron la Primera Comunión, ¡hasta con fotos! Son católicos y van los domingos a su iglesia, la grande con campanarios repicadores que es el centro del parque. En la escuela, Rolobaldo los mira pero no los toca. La verdad que en ese libro gordo hay de todo, guerras, decapitaciones.  Extraño un poco a papá, es muy cómico verlo fumarse sus cigarrillos ilustrados parece como si inhalara conocimientos. Hace tiempo no le dan pase. Mamá comentó el otro día delante de mí con su hermana Fefa, la mujer de Manolo: “Colás tiene que aguantar toda la zafra si quiere ganarse un televisor ruso, ojalá pueda terminarla para que Ernestico no tenga que ir a molestar a casa de nadie”. Ella sabe que del hogar de muchos vecinos con televisión te botan a cada rato. ¡Si yo casi ni hablo! Raulito, el hijo de Nuria la que cobra  por tirar las barajas, es mi amigo; y una tarde me dijo que eso de echarme de algunas casas era porque le tenían mucho rencor a los míos en el vecindario. Tu Mamá es dirigente municipal de los CDR* y Nicolás, aparte de su trabajo, es el presidente del comité a nivel de cuadra, además por las noches son auxiliares voluntarios de la policía y siempre están alertas y vigilantes ante lo que hacen los demás vecinos. Se te ocurre entonces que esas personas del barrio los miran a ustedes como a bichos peligrosos, pero tú no tienes culpas en ese potaje. Me gusta mucho la parte esa del Génesis cuando los vecinos bugarrones de Lot, habitantes todos de un ciudad maldita conclusa para sentencia, le querían pasar la cuenta a unos ángeles encubiertos de visita en su morada y como el anfitrión trató de defenderlos entreteniendo a la turba con las cositas  peludas de sus hijitas, pero que va, los testarudos pobladores le dijeron que ellos deseaban los hermosos, sonrosados y jóvenes culitos de la visita. ¡Uf! Verdaderamente es muy complicada,  pero nadie puede explicarme nada…  me gustaría entender…. Anhelo tanto tener eso que llaman fe. ¿¡Qué es esta costra blancuzca que tengo en el calzoncillo!?

*CDR: Comité de Defensa de la Revolución, organización de masas creadas por Fidel Castro.

Juan Preciado
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 18, 2012, 15:30:42 pm
(http://www.umbral7.com/wp-content/uploads/2009/12/as_oros.jpg)

Pintan Oros


       
Por fin, una mano abrió el pequeño estuche y todo se llenó de luz. Volvía a estar

de nuevo muy feliz y sabía que mi vida daría un nuevo giro. Llevaba mucho tiempo ahí

dentro, metido en esa caja estrecha y hermética. Cuando estás encerrado, todo está

oscuro y no puedes moverte. La tristeza se adueña de ti, y tan solo puedes dormir como

un lirón.

         Unos dedos largos y fríos aparecieron y nos fueron sacando a todos. Nos

colocaron sobre una alfombra verde, que mas bien parecía el escenario de un partido de

Champions League.

         Íbamos de estreno, con nuestro precinto de seguridad incluido, salimos todos bien

colocados, cada uno con los suyos; las espadas con las espadas, las copas con las copas,

y al final los míos, los Oros, los relucientes Oros. Estábamos todos impecables, sin una

arruga, sin una mancha. Nos invadía una satisfacción difícil de explicar.

         Yo soy una sota, La Sota de Oros. Se que no soy gran cosa, y que valer, no valgo

mucho. Pero tengo mi mérito. Hay otras tres de distintos palos, pero no tan elegantes y

resplandecientes, ni con tanto estilo como yo, donde va a parar.

         Nos fueron separando y moviendo de arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, e

incluso aquellas manos se permitieron el lujo de hacernos un carrusel, o una ola, o que

se yo. Estaba mezclado con otros compañeros de la baraja, pero ya no, junto a mis

amigos los Oros. Estaba situado en los últimos lugares, y sabía que mi aparición en el

juego iba a ser importante, e incluso decisiva en la batalla que se avecinaba.

         1



         Comenzó la partida, y solo se veía encima de la mesa y boca arriba, un triste y

solitario basto, el cinco. Que por cierto lo cambiaron rápidamente por el dos. Más

insignificante aún. No debió de gustar mucho. Era la muestra.

         Aquella mano con dedos ya no tan fríos, iba cogiendo cartas del mazo, hasta que

de pronto se oyó una voz que rompió el silencio de la tranquila velada. ¡Veinte en Oros! 

¡Uff.! Que orgulloso me sentía, habíamos cantado en Oros. Veinte puntos más. Todo

gracias a mi rey y a mi caballo, que coincidiendo en una insigne alianza, habían logrado

hacer sonreír a aquel que nos manejaba con tanto acierto. El hecho de cantar veinte en

Oros, te da mucha fuerza y convicción en lo que estas haciendo, porque sabes que el

triunfo esta mas cerca.

         Poco a poco, iban desapareciendo la cartas del montón, y saltando eso si, alguna

con bastante fuerza al mantel verde que había sobre la mesa. Yo estaba colocado entre

el As de espadas y el Rey de copas, dos grandes cartas. A veces cuando te encuentras

junto a estas cartas te sientes más pequeño de lo que en realidad eres. Verte rodeado de

figuras tan importantes, intimida. Y eso que, en algunas ocasiones tu puedes llegar a

vencerles. Aunque en muy contadas ocasiones. Pero ocurre.


      Me fui acicalando, porque sabía que pronto me tocaría salir, mi turno estaba ya

cercano. Me coloqué mi boina roja, me subí el cuello de la camisa estilo Zidane, y me

coloqué bien los pololos, los dichosos pololos. Ya se, ya se, que hay mucha gente que

no acepta de buen grado esta prenda, pero cuando te juegas la vida de esta manera, eso

no importa. Me anudé el fajín, tal y como me dijo el Rey de Oros y le saqué brillo al

estandarte, a nuestro emblema, la moneda dorada. Es mucho lo que significa para

nosotros.
2
         

         Todo estaba listo. Y por fin fui extraído del montón. ¡Ah!. Que suerte, me junté

con otros dos Oros, alguna copa y varias espadas que miraban con recelo. Que momento

más interesante. Como me gustaría ganar en mi baza. Son cosas que pueden pasar, y yo

estaba preparado para todo. La verdad prefiero ser una Sota de Oros, que una hortera

sota de bastos, con ese gorrito con dos alitas que parece que va a echar a volar en

cualquier momento.

         Solo quedábamos cuatro cartas en aquellas manos, y yo sabía que íbamos

ganando. Ahora no podía fallar y defraudar a nuestro líder, el As de Oros. El nos había

instruido, y a él le debíamos todo nuestro respeto, sabiduría y honor. Era algo parecido a

un Jeday.

         Los dedos me cogieron y amenazaron con lanzarme al tapete, pero no, fue otra

carta la que salió antes que yo. A mi, al parecer me reservaban como a los buenos para

lo último, para lo mejor de la partida.

         Era mi momento, me cogieron de una esquina con suavidad, como si de un golpe

maestro se tratase, y fui soltado con firmeza, con energía. Esperaba impaciente la

respuesta del contrincante, unos segundos y se acabaría todo. Estaba pletórico, no podía

creerlo. Haber llegado tan lejos. Siempre había soñado con aquel momento. Todos mis

compañeros se pasan la vida imaginando un desenlace así, y no nos ocurre a todos. Solo

algunos elegidos lo consiguen. Y yo estaba ahí, esperando llegar al fondo de la jugada.

De pronto, saltó junto a mi un as de copas, con todo su señorío y pomposidad, y estaba a

mi merced, parecía increíble. Tenia que seguirme y no lo hizo. Me lo llevé de calle.

Ahora si que sentía las vibraciones del triunfo.

         

3


       
       
         Fui recogido del tapete verde con honores de Rey, y alzado con vítores por los

demás Oros. La mano me hizo descender con gran cariño hacia su montón de cartas

ganadas, sintiéndose muy orgullosa de mi. Supe entender entonces el gran aprecio que

sentía hacia La Sota de Oros.

         Yo se, que en realidad no valgo mucho, pero hoy me habían dado una oportunidad

de “Oro” y la había aprovechado. Ganamos la partida. Y todos hicimos el carrusel, o la

ola, o que se yo.

         Y de nuevo al estuche, pero esta vez contento de haber hecho bien el trabajo.

Bueno yo,  acabo de desnudaros mi alma. ¿Y no me aplaudís?

Ya se, algún día necesitareis de mis servicios, hasta entonces.           

La Sota de Oros

Urbano Madrigal
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 18, 2012, 15:36:33 pm
(http://www.exploreargentina.com/multimedia/paquete/imgHightSize/ID77_flash-villa-la-angostura-491d7d2b89b21.jpg)

“El día del Festín del 28”


Lo primero que debo aclarar, es que el mío, es un pueblo chico. De aquellos en los que todos se conocen y la menor presencia de un extraño es advertida al instante. Aquello de “pueblo chico, infierno grande”, me parece relativo. Pero en el caso de mi pueblito, el dicho se ajusta perfectamente a la realidad. El chisme y el control social, son las dos caras de la moneda de cambio corriente en “Villa Angostura”.
La historia que voy a relatar acaeció hace ya muchos años, muchos más de los que me hubiese gustado... Ocurrió cuando contaba veinte años. Veinte gloriosos años! Quién los tuviera!! (lástima que uno se da cuenta muy tarde cuando sus años de gloria han pasado…)
Y esos años que han transcurrido, disminuyen las posibilidades de un relato más auténtico, ya que como todos saben, y ni siquiera hace falta que lo mencione, pero como ya lo dije, terminaré la idea… los años hacen que olvidemos cosas, detalles… hacen que los sentimientos relacionados a una cosa vayan desdibujándose… hacen que hasta las convicciones más profundas vayan convirtiéndose en recuerdos ajenos… y hasta en dudas…
En fin, vamos a lo que nos convoca; el relato de la vida de Juan y Milva… dos de las personas… (o debería decir personalidades?) más famosas de Villa Angostura. Y son famosas no por lo positivo que pudieron haber hecho, ni por lo malo. Sino porque lograron, como pocos lo han hecho, sembrar la duda en la Villa, una duda de la que ya no hay forma de salir…
Juan y Milva formaban una pareja… normal. Nada raro, nada de excesos, nada que reprocharles. Él la visitaba regularmente, y durante las horas permitidas. Iban a la iglesia los domingos. Paseaban de la mano, serena y apaciblemente de tanto en tanto, por la plaza de la ciudad. Para nada llamaban la atención… nadie en aquella época podía sospechar que las vidas de aquellas dos personas, pasarían a la historia…
Cada 28 de agosto, se celebra en Villa Angostura, el aniversario de fundación de la ciudad, y la celebración es grande. Y cuando digo grande, es GRANDE con todas sus letras en mayúsculas. La fiesta empieza la mañana del 27, con la celebración de la santa misa. Al mediodía, cada familia, presenta, en una especie de desfile, ante un palco especialmente preparado para la ocasión, y ocupada por las más notables y distinguidas autoridades de la ciudad e invitados especiales, los animales que, como agradecimiento a Dios, y haciendo gala de su corazón desprendido, ofrecerán para la gran comilona que se realizará al día siguiente, y del que disfrutará toda la comunidad. Hasta el último de sus habitantes…
El orador de la “ceremonia” menciona a la familia que está frente al palco, y al o a los animales que ofrecerán para la fiesta de la Villa. Una bandita de músicas tradicionales acompaña el acto. Vacas, ovejas, cabras, gallinas, cerdos y hasta pescados, son ofrecidos para la comilona. Todo es fiesta, alegría, jolgorio.
A unos mil metros del palco, se encuentra el “Matedero de Angostura”, lugar al que son llevados todos los animales ofrecidos para la celebración, y en el que los mismos son sacrificados, faenados, y preparados, para la parrilla, la olla, la estaca, o los embutidos que serán  parte del “festín del 28”.
En aquel tiempo, los habitantes de Villa Angostura, no pasábamos de tres mil quinientos… Todos nos conocíamos. Todos. Hasta el ermitaño Jonás conocía a todos, y todos lo conocíamos a él. Su historia es larga, tal vez en otra ocación les cuente. Pero ahora no viene al caso. Lo que sí debo decir, porque al fin y al cabo Jonás también es parte de esta historia, es que, un buen día, se cansó de la gente. De la hipocresía, de la mentira, del control, de la esclavitud en que se tienen los seres humanos, (según sus propias palabras) y decidió ir a convivir con su perro viejo, y con las plantas.   
En fin, era el 28 de agosto de 1928. Siendo exactamente, según el gigantesco reloj de la Catedral, las 19:28, una estrella fugaz, la más grande que se haya visto jamás, cruzó el oscuro cielo de la Villa, sorprendiendo a todos, por su luminosidad, y porque, según creen nuestros ancestros, (y por supuesto, nosotros también lo creemos) las estrellas fugaces muy luminosas, no son de buen augurio.
Inmediatamente después del avistamiento de la estrella, el sacerdote de la Villa, y un buen grupo de santularias y santularios, fueron a la parroquia a rezar unos rosarios, para ver si así Dios se apiadaba de las almas de los habitantes de Angostura. Pero nada ni nadie pudo detener lo que ocurrió aquella noche…
En medio de la agitación que produjo lo de la estrella, y de todo lo que significaba el Festín del 28, nadie advirtió que Juan y Milva ni estaban en el Festín, ni en la parroquia… pues los unos pensaban que estaban con los otros, y viceversa.
En fin… muy tarde, ya pasadas las 3 de la mañana, cuando todos iban retirándose a sus hogares para descansar, los padres de Milva se dieron cuenta que la pareja había desaparecido. Dieron aviso inmediatamente a las autoridades. El comisario, junto a sus 5 oficiales, se organizaron para la búsqueda. Los hombres y los jóvenes hicieron lo propio. Toda Angostura buscaba a los desaparecidos. Jamás había pasado algo parecido. Las diferentes versiones acerca de la desaparición misteriosa, empezaron a escucharse por doquier.
Unos aseguraban que habían aprovechado el alboroto para escapar e ir a hacer sus vidas lejos de tanto control ejercido por sus padres... Otros decían que probablemente se trataba de un secuestro extorsivo, ya que Villa Angostura era (y sigue siendo) un pueblo esencialmente rural y productivo, y el dinero abundaba… (y sigue abundando) Otros pensaban que tal vez Ernesto, ex pretendiente de Milva, que hacía un par de semanas había viajado a Manitoba para estudiar, pudo haberse vengado de la pareja, por la negativa de Milva de tener un noviazgo con él… Los más supersticiosos hablaban de que la estrella tenía algo que ver con su desaparición…
Todo había sido registrado en los alrededores. Nadie durmió en Villa Angostura la noche aquella… Todos estábamos exhaustos… En el ambiente se sentía algo diferente, algo mágico, excitante y confuso… tal vez producto del cansancio, de la imaginación, o del reflejo de aquella estrella, que quedaría grabado para siempre en la memoria de los que lo vimos…
Lo cierto y lo concreto, es que al empezar a clarear, a eso de las 6 de la mañana, dos niños en bicicleta, de unos diez años aproximadamente, entraron a la Avda. Central  gritando a todo pulmón, anunciando que habían encontrado a la pareja, en la propiedad de los Biercy, en las cercanías de la choza de Jonás, el ermitaño… a unos ochenta y cinco km. del centro de la ciudad…    
Todos nos movilizamos para allá. Todos. En medio de un numeroso grupo de jinetes, fui a ver lo que había ocurrido. A medida que nos aproximábamos, sentíamos la resistencia de los caballos para seguir avanzando. Fue lo más raro que experimenté en más de sesenta años de monta… No entendíamos lo que estaba pasando… lo cierto es que a unos diecinueve o veinte metros de la entrada a la propiedad (algunos aseguraban que a diecinueve metros y veintiocho centímetros exactamente. Yo no me puse a medir la distancia) los caballos se detuvieron abruptamente. No había fuerza humana que los hiciera continuar… Así que aseguramos los caballos a los árboles más cercanos, y seguimos a pie. El olor a maní recién cortado llenaba nuestros pulmones. Fue el amanecer más raro de nuestras vidas…
La propiedad de los Biercy tendrá unas novecientas hectáreas. Caminamos bastante para llegar a las cercanías de la cabaña de Jonás, que era nuestra única referencia. Sabíamos que estaba casi en el medio de la propiedad. Y efectivamente, en medio de todo aquel enorme campo, lleno de plantaciones de maní, y de piquetes con vacas,  vimos lo inimaginable… Cinco círculos perfectos habían sido formados en la plantación de maní… Fueron hechos no sabemos cómo, ya que las maquinarias de la época en Villa Angostura, no eran capaces de algo semejante… El del centro, enorme, supongo yo que era del tamaño equivalente a una hectárea aproximadamente… aunque como era círculo, no sé la medida exacta. Y los otros cuatro, eran más o menos del tamaño de un cuarto del grande, y estaban ubicados a los costados del mismo, mirando exactamente a los cuatro puntos cardinales… toda la plantación de maní era amarillenta-grisácea… pero las plantitas que habían quedado en cada uno de los cinco círculos, tenían un color violáceo… y en medio de todo aquello… la pareja. Parada, dándose la espalda y mirando al cielo, con la mirada más perdida del mundo…
El pueblo entero observaba aquel espectáculo inigualable. Nadie decía nada, nadie se movía, nada parecía real. Parecía qu estábamos en un cuento colectivo con final infeliz…
La madre de Milva se movió primero, y fue corriendo a abrazarla. Los padres de Juan la siguieron. La pareja no bajaba la mirada al suelo. No hablaban, no oían, no tenían expresión alguna en el rostro. Tuvieron que llevárselos en la única ambulancia del pueblo…
El Comisario fue a casa de Jonás, para averiguar lo que él había visto. Pero lo encontró colgado del techo con su propio cinto. Con la misma expresión que tenían Juan y Milva al ser encontrados… es decir, sin expresión alguna en el rostro…
La pareja no tenía ningún tipo de lesión en el cuerpo. Pero la mente se les había secado, aparentemente…
Nadie supo explicar lo ocurrido. Mucho se habló de que la estrella fugaz, en verdad era alguna especie de nave espacial que cayó en Villa Angostura, y sus tripulantes, volvieron locos a Juan, Milva y Jonás. Nadie supo porqué la pareja se encontraba en ese lugar, aunque las malas lenguas hablan de que fueron a disfrutar de la pasión que solo la juventud es capaz de dar… Otros hablaban de que Jonás sabía algún secreto de la pareja, y que éstos, armaron todo un teatro para deshacerse del viejo sin que nadie sospechara…
Tiempo después, Juan y Milva, sin decir una sola palabra de lo ocurrido, desaparecieron de verdad una noche de primavera. Nadie los volvió a ver... 
Algunos creen que los extraterrestres vinieron a llevárselos para siempre. Otros creen que se escaparon, para no afrontar las consecuencias del horrendo crimen que cometieron con Jonás, y que el motivo del asesinato, era que éste, conocía algún secreto de la pareja. Probablemente el embarazo de Milva, o un aborto, o algo peor... Y que por temor a que Jonás hablara en algún momento, y a la exclusión social, tramaron todo aquello para irse, dejando confundida a la población, y  sin dejar huellas…
En fin… la única verdad en este caso, es que nadie sabe la verdad… nadie… y tal vez sea mejor así…

La Sombra Azul
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 21, 2012, 23:56:49 pm
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En el nombre de Dios


Sabor a metal en los labios, y un gran gris sobre los ojos. Un zumbido continuo y agudo en los oídos. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué había ocurrido? El zumbido comenzaba a despejarse lentamente, y el entrechocar del metal retumbando en el aire trajo a su cabeza, su dolida cabeza, un primer recuerdo: se llamaba Demetrio, lo recordaba. Esto abrió una nueva puerta: su esposa, en su hogar aguardando lánguida y triste su regreso. Una puerta más: su regreso del campo de batalla. ¡Eso es!  Él era Demetrio, un soldado de Dios, un cristiano luchando contra el infiel, protegiendo su tierra. Los infieles, esos turcos selyúcidas, eran cada vez más fuertes. Bajo el mando de su sultán Alp Arslan, eran cada día más y más poderosos, y su extensión conquistando territorios cristianos y bizantinos era imparable. Pronto, Demetrio, tras unos instantes, lo recordó todo.
    El sabor metálico y el zumbido, ambos, eran frutos de la batalla. Recordaba perfectamente cómo abatió con su lanza al primer turco que se cruzó en su camino, atravesándole el cuello y desincrustándolo de la lanza después con su pie. En ese momento, una flecha le pasó cerca de la cabeza obligándole a agacharse y permitiéndole, a su vez, ver a otro turco que se acercaba por su espalda. Demetrio dejó su espalda descubierta al ataque del enemigo, buscando hacerle creer que no había percibido su llegada. El soldado turco, confiado, se acercó presto levantando el hacha con sus dos manos, dispuesto a descargarla ferozmente sobre el incauto cristiano. Demetrio, curtido en más de diez batallas, fue rápido y preciso en sus gestos. Justo cuando el turco descargaba el hacha sobre su cabeza ferozmente, Demetrio se agachó apoyando la empuñadura de su espada sobre el suelo. El soldado turco, pillado por sorpresa y habiendo descargado su golpe con todas sus fuerzas, perdió el equilibrio sobre Demetrio y comenzó a caerse rodando sobre él. Demetrio había calculado bien y, cuando el turco rodó hacia el suelo, con un gesto casi mecánico de su brazo derecho condujo la caída de éste hacia el filo de su arma, atravesándolo por completo desde la espalda y a través de sus costillas. Tras esto, todo estaba algo más nublado, la adrenalina golpeó como un azote en su cabeza dispersando de nuevo su sentido. Recordaba haberse lanzado sobre dos soldados turcos que remataban despiadadamente a uno de sus compañeros; recordaba también haber herido a uno en el brazo del arma y  haber esquivado un tajo que, de haber acertado, hubiera cercenado su pierna derecha; lo que apenas recordaba era de dónde venía aquella maza que impactó en su cara.
Tras recordar lo ocurrido, la niebla sobre sus ojos, el zumbido y parte del malestar se esfumaron. Le dolía terriblemente la herida de la cabeza. Debía de ser profunda y grande, pues no paraba de manar sangre, y eso que, seguramente, llevase un rato inconsciente. La sangre  recorría casi toda su cara, pegándole el pelo al rostro y llenándole la boca, lo cual  dejaba un amargo regusto metálico en sus labios y lengua. Apenas se escuchaba ya ruido de batalla y la mayoría de los soldados estaban muertos o habían huido. Era difícil saber si habían vencido o si los turcos seguirían con su inexorable avance, pero lo que sí estaba claro es que miles de hombres habían muerto hoy ahí. Demetrio se incorporó y, al comenzar a caminar, se dio cuenta de que, de alguna manera, se debía de haber hecho un esguince en el tobillo derecho, pues apenas podía caminar y le dolía terriblemente. La mano del arma también le dolía y, aunque había perdido su espada y su lanza, no le fue nada difícil encontrar una espada nueva entre los montones de cadáveres. Nadie parecía haber sobrevivido. Caminó y caminó durante unos minutos, y pronto una voz sonó entre un grupo de cadáveres. Era una voz que hablaba en una lengua extranjera y que repetía, entre muchas otras palabras, el nombre de Alá una y otra vez. Se trataba de un soldado turco al que habían cortado una de su piernas y que, a juzgar por el charco de sangre de su alrededor y de su color de piel, debía llevar desangrándose prácticamente toda la batalla. Su mirada estaba vidriosa y sus manos y labios temblaban mientras continuaba murmurando. Demetrio se acercó a él, pero este ni siquiera reaccionó. Quizás estuviese ahí de cuerpo, pero su mente debió haber volado hace rato con Alá, pensó Demetrio. Con cuidado, se acercó a él y poco a poco se dio cuenta de que no sobreviviría. La herida en la pierna del soldado turco, lejos de dejar de sangrar, continuaba haciéndolo, y a un ritmo preocupante. Pronto, muy pronto, el soldado moriría. Demetrio sintió pena, la batalla había terminado y en su cabeza ahora no existía el islamismo ni el cristianismo,  tan sólo veía a un hombre muriendo ante sus ojos. Trató de ayudarlo pero no se le ocurrió cómo. Cerró la herida de su pierna con lo que quedaba de su propia túnica y lo recostó en un claro en el suelo, lejos del resto de cadáveres. El soldado turco se fue apagando lentamente, poco a poco, y Demetrio comenzó a rezar encomendando a Dios su alma de infiel. Demetrio no se dio cuenta; ni siquiera notó cómo el soldado turco, al escuchar de la boca del cristiano la palabra de Dios, había despertado de su trance y, casi sin fuerzas, había empuñado una daga cercana que un soldado bizantino había perdido en combate clavándola en el costado de su enemigo con un último suspiro de vida. Demetrio sintió dolor, mucho dolor. El aire de sus pulmones había desaparecido y sentía frio y asfixia. Sus ojos, cerrados en un rezo, se abrieron de repente en un gesto crispado. Mientras un gemido se escapaba de sus labios, pudo ver cómo el soldado turco moría con una daga en la mano que había clavado en su costado. Más dolor recorrió el costado de Demetrio y un hilo de sangre brotó de su boca. Sintió que esto había sido el final para su cuerpo magullado, que este golpe era el golpe que acabaría con su vida. Demetrio se recostó sangrante sobre el suelo a la par que, con gran dolor, se desclavaba la daga. Poco a poco se fue tumbando en el suelo, buscando sentir menos dolor y poder respirar. Su vida se le escapaba a cada suspiro. Entonces, un ruido de caballos cercano lo alivió en su dolor. No sabía quién era, pero sin duda era una esperanza. No se había dado cuenta, pero tenía los ojos cerrados. Entreabrió con dificultad uno de sus ojos a tiempo para ver cómo un par de carromatos bizantinos tirados por caballos paraban cerca de donde él se encontraba. Pronto, las puertas de los carromatos se abrieron y del primero de ellos bajaron dos figuras. Primero bajó una mujer a la que Demetrio inmediatamente identificó: se trataba de la emperatriz Nicéfora, esposa del emperador. A Demetrio le sorprendió verla allí, a una emperatriz. De hecho, pensó que su futura muerte le hacía delirar. Sin embargo, la siguiente persona en bajar del carromato le hizo volver a su cordura. Se trataba de Constante, líder de la iglesia en Bizancio y amigo personal de la emperatriz. Constante era muy severo y justo. Era un hombre de Dios y, según le pareció a Demetrio, era su salvación enviada por el Todopoderoso. Varios soldados que acompañaban el carromato parecían buscar entre los restos de la batalla algún superviviente sin mucho éxito. Una voz cercana a Demetrio le hizo girar lentamente la cabeza hacia otra dirección. Un soldado informaba de la ausencia de supervivientes desde un par de pasos a la derecha de Demetrio. Demetrio, sacando fuerzas de flaqueza, trató de gritar con todas sus esperanzas, pero nada salió de su garganta más que una ensangrentada gárgara. Demetrio se sintió débil tras su esfuerzo, y condenado por no haber logrado llamar la atención del soldado. Sin embargo, la simple gárgara pareció haber llamado la atención del soldado, quien, sorprendido, se acercó a Demetrio y, tras un rápido vistazo a su maltrecho cuerpo, gritó informando a sus superiores de la existencia de un superviviente. Demetrio creyó haber perdido la consciencia durante algunos minutos, pero cuando volvió a abrir los ojos, vio frente a él al arzobispo Constante, quien, con su pálido rostro y su tupida barba, escudriñaba a Demetrio. Demetrio probó a hablar:
—Mi señor, gracias por venir a salvarme —dijo Demetrio con un hilo de voz.
—Hijo mío, —dijo el arzobispo con una seria y profunda voz —poco puedo salvar de ti, pero salvaré tu alma.
—Gracias, padre. ¿Vendrá Dios a recoger mi cansada alma al campo de batalla? —dijo de nuevo Demetrio con un aún más desgarrado y agotado hilo de voz.
—No, hijo, en el reino de Dios no hay lugar para los asesinos, pero yo le hablaré bien de ti cuando me halle junto a él en el cielo. Descansa y prepara tu alma para el infierno, pues Dios no manchará sus ropajes viniendo a un sitio como este.
Tras decir esto, Constante se irguió lentamente, mirando a los ojos de Demetrio fijamente sin ningún tipo de sentimiento. Poco a poco giró la cabeza y se dio la vuelta para marcharse. Demetrio agarró sin fuerzas la túnica del arzobispo, en un último intento de marcharse con Dios quizás. Constante miró a Demetrio mientras el brazo de éste perdía poco a poco fuerza y soltó su túnica. Tras esto, se giró por completo y, con un paso tranquilo, comenzó a marcharse en dirección al carruaje, mientras poco a poco la vida en los ojos de Demetrio se apagaba para siempre.

José Guerrero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 22, 2012, 00:00:38 am
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Hijos del odio


Toribia recorre las calles del pueblo seguida del viejo lebrel. Camina despacio, en silencio, como si fuera un fantasma. Lleva unas alpargatas rotas, un vestido raído y una toca de color negro con encajes colgada sobre los hombros. Dicen, que después de tantos años encerrada en la choza, se presentó un día en el pueblo, desafiante, ufana, buscando venganza, como si quisiera desasirse de tanto tiempo de humillación y vergüenza.
Toribia es una mujer anciana. Toribia ya no atrae a los hombres. Pero en sus tiempos, fue una moza guapa y lozana por la que suspiraron los mozos más ricos del pueblo. Pero ella fue a fijarse en un joven honrado y sin fortuna, y rojo para mayor INRI.
Al marido de Toribia lo fusilaron por rojo al acabar la guerra. Y Toribia, cansada de aguantar rapados, palizas y otras humillaciones, se fue a vivir al chozo de pastores abandonado que hay a la subida de las eras, a esperar tiempos mejores. Allí vivió, sola, olvidada, sin que nadie la molestara durante algún tiempo. Vivía de un pequeño huerto y unos pocos animales que cuidaba. Hasta que una noche de juerga, en medio de una borrachera, alguien dijo que podían subir a joder con Toribia.
Aquello fue sólo el principio de lo que vendría después. Porque los hombres tomaron la costumbre de subir hasta la cueva a abusar de Toribia. Y a la mujer, sola y desamparada, no le quedó otro remedio que entregarse a los hombres sin que de su boca saliera una sola queja, ni un insulto, ni siquiera una frase de clemencia.
-Joder lo que queráis –decía resignada-. Pero por lo que más queráis, no me dejéis preñada.
La cueva de Toribia se llenó entonces de hijos. Del fondo de la cueva, surgían siempre unos ojos que brillaban en la oscuridad mientras observaban como los hombres fornicaban con su madre. Hijos que echaban a andar por el camino de las eras y se marchaban de allí apenas cumplían los doce o trece años.
Pasaron los años, Toribia se llenó de arrugas y los hombres dejaron de subir a la cueva. Una tarde de verano, Toribia vio desaparecer al último de sus hijos por el camino de las eras. Entonces, la soledad se apoderó de ella. Hasta que una mañana de domingo, cuando ya nadie se acordaba de Toribia, apareció en el pueblo. La vieron caminar calle adelante, altiva, orgullosa. Cruzó el pueblo, subió a la plaza y entró en la iglesia a la hora de misa. Todos los presentes volvieron sus ojos hacia la entrada y la miraron con asombro:
-Es una roja –dijeron unos.
-Y una **** –gritaron otros.
Pero el cura dijo:
-Es una hija de Dios.
-Que la echen a la calle –pidieron unos.
-Que vuelva a su cueva –sentenciaron otros.
Pero el cura dijo:
-Dejadla en paz.
Desde ese día, Toribia baja los domingos a misa y mendiga a la puerta de la iglesia. Hasta que una mañana, se decidió a caminar por las calles del pueblo a pedir limosna de puerta en puerta.
Entonces, las gentes protestaron:
-Es el diablo en persona. Echémosla de aquí.
Pero el cura dijo:
-Es una hija de Dios. Denle limosna.
Y como el cura es una autoridad del pueblo, la dejaron en paz y le dieron limosna.
Toribia baja ahora todas las tardes al pueblo en compañía del viejo lebrel. Cruza las calles seguida por la traviesa chiquillería que corre tras ella, la llama **** y le tira piedras.
-Soy lo que vuestros abuelos me hicieron –dice-.
Pero los chavales continúan tras ella insultándola y tirándole piedras.
Toribia se vuelve otra vez hacia los niños:
-Un poco más de respeto, chavales, que soy la madre de los hermanos de vuestros padres.
Toribia vuelve a la cueva y llora en silencio. A Toribia ya no le duelen las pasadas humillaciones. Toribia llora porque se siente vieja, sola y cansada. Toribia mira sus manos huesudas y demacradas y no encuentra en ellas ninguna huella de su pasada belleza. Toribia llora por el marido muerto y por los hijos perdidos por esos mundos de Dios.
   Los hijos de Toribia regresan todos los años por Pascua. Llegan cargados de regalos para celebrar con ella el día de su cumpleaños. Se presentan con sus estrafalarias pintas, sus gorros llamativos, sus camisas de colores y sus raras vestimentas. No entran al pueblo. Toman la senda de las eras y suben hasta el chozo donde nacieron. Toribia llora  entonces, los abraza y les dice lo mucho que los quiere.
   Los hijos de Toribia andan desperdigados por todas las partes del mundo. El mayor, el que es hijo del viejo alcalde fascista, vive en una chavola del suburbio de Villaverde y recoge cartones y trapos viejos por las calles de Madrid. El segundo, el hijo de Miguel el Cacique, trabaja como limpiador de cloacas para el ayuntamiento de una ciudad. Tiene un hijo camionero y otro que trabaja en un alto horno. Un hijo que está de guardia civil en el Norte y otro que es terrorista. También tiene un hijo en la Legión Extranjera, excombatiente de la guerra Vietnam, que ahora está de casco azul en Afganistán, y otro que es mercenario y nunca sabe dónde está. Y la más joven, la única chica, trabaja de **** en el barrio chino de Barcelona.
   Toribia extiende un gran tablero a la puerta del chozo y come con sus hijos. Los hijos de Toribia le cantan el cumpleaños feliz. Toribia sopla y apaga las 104 velas con su boca desdentada. Sus hijos aplauden y la besan. Ella llora otra vez, los abraza y les dice lo mucho que los quiere. Ellos le piden que se venga a la ciudad. Pero ella contesta que no, que nadie la sacará ya del viejo chozo, que aquí se quedará, sola, por los siglos de los siglos, escupiendo a la gente sus miserias. Luego, les desea suerte, que sean felices. Besa a sus hijos, les añade un amuleto más al collar que cada uno lleva colgado al cuello, desfilan en orden por la senda de la eras, y hasta el año que viene por Pascua.
Toribia empina la botella y bebe hasta ahogar las pasadas humillaciones en alcohol. Toribia está borracha, sale a la noche y grita sus penas a la luna. Las montañas devuelven el eco de sus voces como si la escarnecieran. Las voces se hacen cada vez más débiles, se apagan, desaparecen, el infierno las reclama. Toribia desciende por la cuesta de las eras y entra en el pueblo. Camina por las primeras callejuelas, escupe al pueblo, insulta a sus habitantes dormidos. De su boca aflora todo el desprecio y el odio que ha ido acumulando a lo largo de su perra vida, desde que era una niña cuando corría feliz por estas mismas calles hasta ahora que anda como sonámbula por ellas, pobre, vieja y humillada. Toribia atraviesa la plaza, baja por el callejón de las Ánimas y llega a las afueras. Cruza por el puente romano de piedra, pero se detiene cuando llega a la mitad. El pueblo sigue dormido allá arriba. Mira el agua, duda, alza los ojos, implora al cielo, piensa en el marido muerto, en los hijos perdidos por esos mundos. Mira otra vez al agua, ve su figura reflejada en el fondo, parece que la esté llamando. A lo lejos, escucha el aullido del viejo lebrel que quedó atado a la puerta de la choza. Se detiene a escucharlo, pero sólo escucha en el silencio los sonidos de la noche: el canto de los grillos, el rumor del agua, las campanadas del reloj dando su última hora... Toribia mira de nuevo al agua y cree que su figura la está llamando desde allá abajo. Avanza, sube hasta el pretil del puente, da un paso más, cae. El agua la arrastra enfurecida, su imagen se confunde ya con la figura que momentos antes quedaba reflejada en el cauce. Su silueta sube y baja, aparece y desaparece. El río la arrastra, la mece, la abraza con sus innumerables brazos, va borrando de su mente todos los años de dolor, humillación y vergüenza. Pero Toribia se afierra con uñas y dientes a la vida. Se agarra con fuerza a las cañas de la orilla, grita desgarradamente, pide socorro. Pero su grito se pierde en la noche y sólo el viejo lebrel responde a su llamada. El agua bambolea su cuerpo sin vida de lado a lado del cauce. Toribia se aleja del pueblo, el agua se la lleva, la arrastra el río en sus infinitos brazos, se hace cada vez más pequeña, desaparece para siempre, hasta que no queda de ella más que su fantasma vagando por las calles y su espíritu ascendiendo en la noche, desvaneciéndose como el humo por encima de los tejados.   
                                         

                                        *   *   *   *   * 
 
         

El espíritu de Toribia se levanta del río y vaga por las calles del pueblo. El viejo lebrel que la olisquea en el aire se enfurece y lanza al viento su aullido lastimero. Su lamento rasga la noche, las nubes se abren y empieza a llover a mares. El río ruge allá abajo como un lobo enfurecido, se sale del cauce, arrastra a su paso los corrales y pajares de la parte baja como un día arrastrara el antiguo pueblo romano.
Llueve a mares. El pueblo dormita oculto bajo la lluvia. Con la tormenta, se apagan las luces de las calles y queda a oscuras. El viento sopla con un ruido ensordecedor doblando árboles, arrastrando hojas caídas. Por encima del furor del viento se escuchan todavía palabras, voces, gritos, ayes, quejas y lamentos que se pierden en la noche.
Los hijos de Toribia vagan por el pueblo con el féretro de la madre a hombros. Preguntan quiénes son sus padres, exigen explicaciones del por qué de su perra vida, del por qué la condenaron a aquella mísera existencia. Los hijos de Toribia caminan con dificultad, se abren paso entre el viento y la lluvia, salen del pueblo, cruzan el puente de piedra sobre el río y llegan junto a las tapias del cementerio. Allí se detienen, dejan el féretro en el suelo, en el mismo lugar donde fusilaron al marido de su madre para enterrarla junto a él. Allí la entierran, en el muladar donde lo enterraron a él, el muladar donde entierran a los rojos y a los suicidas.
Llueve a mares. El cielo descarga toda su ira sobre el pueblo como si de un castigo divino se tratara. Truenos, rayos, gritos, voces. Gritos y voces que ya no se sabe de dónde vienen ni quiénes las pronuncian. Gritos y voces que se confunden con el ruido de la lluvia en los tejados, sobre las calles, sobre la torre de la iglesia, sobre el olmo centenario... Cuando el reloj del campanario da su última hora.

Comala
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 23, 2012, 15:10:32 pm
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Flor de Jaramago


Solo nos diferenciamos unos de otros en los accesorios: en la ropa, en las maneras, en el tono de la voz, en la fisonomía, en los gestos. Cuanto más se analizan las gentes, menos razones hay para analizarlas. Tarde o temprano se llega a esta terrible cosa universal que se llama la humana naturaleza.

Oscar Wilde

PRIMERA MEDITACIÓN: EL SUBJECTUM ARTIS

Lunes. Un día más, ella llega al descampado en el que suele aparcar sobre las siete y veinte de la mañana. A pesar de que su jornada comienza una media hora más tarde y su lugar de trabajo queda tan solo a unos diez minutos a pie, sabe bien que debe estar allí con esa antelación, cuando menos, si no quiere verse obligada a requerir los prohibitivos servicios del parking que hay al lado. “Misión cumplida”, dice para sus adentros en tanto apaga el contacto y activa el cierre centralizado. Ahora puede relajarse durante un rato y rematar las tareas de acicalamiento que apenas ha tenido tiempo de esbozar en su casa.
Ya se está perfilando un ojo cuando la ve cruzar por delante de su coche. ¡Y qué insufrible estampa, la puñetera! Como de costumbre, viene arrastrando esos andares groseros, los pies embutidos en unos calcetines de deporte y calzados, a pesar del terrible frío que hace, en unas mugrientas chanclas; cochambrosas mallas de color rosa; sucia cazadora dorada de adolescente... En fin, otro grotesco conjunto probablemente adquirido en una de las exclusivas boutiques de Cáritas. Su peinado hombruno, el pelo bien atusado –no precisamente con gomina-, ausentes los pendientes en sus orejas,  y ni que decir tiene que desterrado de su tostado cutis el más mínimo afeite... Eso sí, el sempiterno cigarro en una mano, y en la otra, una botella de whisky barato a medio vaciar. Es la mujer del gorrilla de aquellos lares. Un aventajado discípulo de Baco, bribón macilento y de gesto avinagrado, conocido en su hamposo ambiente como “El Copito”, por tener todo el pelo cano, debe ser.
Aunque ya la ha visto en mil y una ocasiones, no puede evitar detenerse a contemplarla de nuevo. Siempre la observa como si fuera la primera vez, y embargada por ese mismo íntimo placer en el que acostumbra a solazarse mirando, sumida en la calidez de su confortable habitáculo, el dedo de escarcha que cubre los vehículos que han pasado la gélida noche en el descampado, desafiando, además de las temperaturas bajo cero, toda prudencia por parte de sus propietarios.
La mujer del aparcacoches se va derecha a él, le da la botella para que la sostenga, y sin más prolegómenos, le mete mano en los bolsillos del chaquetón, rebañando algunas monedas, que no deben de ser de mucha enjundia, vista la expresión de asco que le sube al rostro tras una honda calada.
Consumado el expolio, deja al Copito rezongando entre mohines de enojo y resignación, y al joven toxicómano, que desde hace unos días se le ha asociado, haciendo bien poco por disimular su podrida risa. Endereza sus desgarbados pasos hasta desaparecer por entre el claro que han hecho en unas zarzas, y que les da paso a las instalaciones de una piscina pública abandonada, ahora convertidas en improvisada morada.
Solo entonces, ella retoma su tarea, mientras se reafirma en el inquietante deterioro que ha experimentado aquella patética criatura desde hace unos meses acá. Cada vez más consumida, más sucia y entregada a sus vicios, que los serán legión.


SEGUNDA MEDITACIÓN: PREPARACIÓN Y PURIFICACIÓN

Martes. Ya en el descampado, finalizado su ritual de estacionamiento, repara en que, cosa extrañísima, no están merodeando el aparcacoches ni tampoco su inseparable acólito. Curiosamente, aquello le trae remembranza de cómo nunca ha mediado palabra con la mujer de ese atravesado. Ni siquiera cuando, algunas veces, le ha hecho vehementes gestos solicitándole un cigarrillo a través de la ventanilla del coche, pues, de manera invariable, ella le ha contestado negando con el dedo y la cabeza, evitando que sus miradas se crucen. ¿Tanto le cuesta enterarse? Ella no fuma. Y apenas sí bebe en alguna ocasión especial. Es tan diferente a ese triste deshecho. Merecedor de lástima, sin duda... Pero en lo más hondo de su corazón, no puede evitar encontrar a una criatura tan repugnante hasta indigna de exhalar su mismo aire. Sus vidas son tan distintas. Más que eso, antagónicas. Y, siendo evidente que entre ellas se abre un abismo insalvable y hostil, ¿cómo ha lugar a que se atreva siquiera a reclamar su atención? A todas luces, resulta muy injusto que la vida obligue a mezclarse, por más que sea ínfimamente, a gente decente con una chusma que se regocija arrastrándose por el cenagoso fondo de su vil existencia. Solo alcanza cierto consuelo pensando que quizá sea porque, en última instancia, las flores necesitan del estiércol para crecer más bellas. Más bellas... Vuelve a fantasear imaginándose a esa mujer rozagante, bien compuesta, vestida, adornada y hasta con las maneras de una señora respetable. Y, por extraño que parezca, lo cierto es que no le resulta demasiado difícil representársela de esta traza.
En ello está parando su mente, cuando, la protagonista de tales divagaciones, dobla la esquina rápidamente en dirección a su guarida. Pero antes de perderse entre las zarzas se detiene bruscamente, se vuelve, y aunque nadie viene tras ella, endilga a los cuatro vientos un inspirado “joputa”, alargando desmesuradamente la “a”, como si quisiera hacerla llegar hasta el lugar en el que se encuentra su destinatario para ensartarlo. Entonces ella logra advertir con horror, cómo trae media cara, más que amoratada, negra, y un fortísimo derrame en el ojo. Se arrellana estremecida en su asiento de manera instintiva, mientras se pregunta en qué lío se habrá metido esta vez.   
 

TERCERA MEDITACIÓN: IGNIS PHILOSOPHICUS

Miércoles. Algo raro está sucediendo al fondo del aparcamiento. Lo siente palpitar. Ya antes de llegar se lo han indicado claramente las luces de unas sirenas. Bonita nota de color en otro día que se vaticinaba de lo más desabrido.
Luego de estacionar, observa que la cancela que debía cerrar el paso a las ruinosas instalaciones de la piscina está abierta de par en par y que la flanquea un camión de bomberos, encontrándose varios de ellos afanados en la delicada tarea de enrollar una manguera. También concurren a la cita un coche de la policía local y otro de la nacional con algunos de sus ocupantes observando displicentemente la maniobra. A continuación, mira a un lado y a otro, y como es de suponer, no halla a ninguno de los habituales cancerberos. Entonces, se le viene inmediatamente a la cabeza la inquietante estampa de aquella mujer con el rostro macerado.
Apenas los bomberos terminan de recoger todos sus bártulos se despiden parcamente de los policías y se marchan. Estos, una vez regresan varios de sus compañeros que, al parecer, han estado rastreando los alrededores buscando Dios sabe qué o a quién, hacen la misma operación. En unos instantes, todo ha quedado despejado y reina la más absoluta normalidad.


CUARTA MEDITACIÓN: DISOLUCIÓN

Jueves. Ni rastro de ese oscuro Copito y de su tembloroso socio. Tampoco de su mujer. En su lugar, ahora una terna de morillos ocupa sus puestos, mostrando una gran disposición, si bien no pueden dejar de aspirar ansiosos a cada momento en los pañuelos que empuñan y que deben estar impregnados con alguna asquerosa sustancia. Ciertamente, allí no se tarda mucho en cubrir las interinidades, se dice ella con una mueca de hastío. Aparte, pronto se da cuenta de que también han reemplazado el precinto que había puesto la policía en la cancela de la piscina por una cadena y un candado. Tan recios como inútiles...
Sic transit gloria mundi. Pero, ¿qué otra cosa cabría esperar sino que vidas tan torcidas terminen corriendo tal suerte, y que a esa pobre perturbada le venga a corresponder el peor resultado en esta ecuación?... Aun así, le cuesta hacerse a la idea de que quizá nunca vuelva a verla pululando por allí. Es curioso lo absurdamente sensible que se puede llegar a ser a la hora de desprenderse incluso de las más efímeras hebras que se descuelgan de la trama de nuestra rutina. Pero no es este gran misterio el que ahora la intriga. ¿Sacaría anoche la basura ese despistado...?, se pregunta en tanto se aplica con destreza unas últimas pinceladas de rimel.

 
QUINTA MEDITACIÓN: CONJUNCIÓN

Viernes. El pronóstico no ha fallado esta vez. La mañana se presenta lluviosa y ventosa. No obstante, a ella es algo que le encanta, pues le augura un plácido fin de semana disfrutando cálidamente de su acogedor hogar en compañía de su adorable familia. Por otro lado, siente que lo necesita más que nunca. La semana se le ha hecho eterna y especialmente complicada en el trabajo. Pero, al fin, ahora solo unas pocas horas la separan de una auténtica existencia, tan real como aquella misma lluvia.
Ya se dispone a desplegar el paraguas y encaminarse a su anodino quehacer cuando, por entre los coches aparcados, ve a la mujer del gorrilla que viene errando indolente, la mirada al suelo, parece que susurrando una canción mientras gira entre sus dedos una florecilla de jaramago. Entonces ella suspira profundamente sin saber el porqué. En verdad, tampoco es que desee saberlo. Le basta con que le resulte extraño...

Pelidor
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 23, 2012, 15:19:59 pm
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Viaje Inédito


Hace unos días en el Colegio nos dieron una nota para nuestros papás. Cuando se la entregué a mamá y la leyó, me dijo de lo que se trataba. Resulta que una señora muy rica; demasiado, según me explicó mamá, que había sido alumna de nuestro Colegio, aunque de eso hacia bastantes años, iba a visitarnos porque había sido elegida como la primera mujer española en viajar al espacio  como turista. Por medio de la nota se explicaban los actos previstos para ese día, además de comunicarles la suspensión de las clases de la mañana para que no lleváramos cartera ni bocadillo.
   Por la noche cuando llegó papá de trabajar, mamá le dio la nota y juntos la estuvieron comentando. Yo estaba haciendo los deberes pero cuando les oí hablar del tema estiré la oreja todo lo que pude y me quedé bastante intranquila. Papá era el más enfadado, pero enseguida me di cuenta que a ninguno de los dos le hacía gracia la dichosa  visita. Luego, escuchando atentamente, me pude enterar de las razones de uno y de otro.
   <<No me parece nada bien que por ser rica, despilfarre tantísimo dinero en una capricho de esa naturaleza. ¡Vaya ejemplo para los niños!>>-, decía papá.
   <<Mucho menos considerando la cantidad de niños que a diario mueren de hambre en el mundo>>-, remataba  mamá.
   La verdad es que cuando escuché eso de la muerte de los niños por hambre, se me encogió el ánimo. Hasta entonces, nunca se me hubiera ocurrido pensar que nadie se pudiera morir de hambre, y menos niños que quizás eran como yo; o sea, que muy bien  podrían tener siete años o así, sin embargo  debía ser cierto porque mis papás hablaban muy en serio. Otra cosa que me impresionó mucho fue cuando calcularon las personas que podrían vivir con el dinero que ella se iba a gastar. No se, no me acuerdo de la cifra pero eran muchas, muchísimas personas las que podrían salir de pobres con ese dinero. Tampoco les gustaba que visitara el Colegio, porque pensaban que podía ser un mal ejemplo e insistieron mucho los dos en eso, pues también estaban de acuerdo.
<<Los niños y los no tan niños, pueden creer que todos los caprichos se pueden conseguir a base de dinero y el hecho de no tenerlo les produce frustración. Es un mal ejemplo porque se educa, aunque sea sin querer, en el consumismo y el materialismo>> A mí aquellas palabras, la verdad, no me decían nada, pero escuchándoselas a papá sabía que no podían querer decir nada bueno. A lo mejor era el tono o yo qué se.
   Tras cenar, me fui a la cama muy inquieta. Dormí mal porque soñé mucho sobre  lo que papá y mamá habían estado diciendo la noche anterior. Unas cosas no terminaba de entenderlas del todo y otras me parecían increíbles.
   A la mañana siguiente, mientras caminaba con mamá a solas hacia la parada del autobús escolar le pregunté con mucho cuidado, como si solo hubiera escuchado un poco de todo lo que hablaban. Me regañó por prestar atención a las conversaciones de los mayores cuando debería de estar centrada en estudiar y hacer los deberes. Se enfadó, pero no mucho. Además, me lo fue explicando todo mucho mejor para que lo entendiera; sin embargo, me pidió que no lo comentara con nadie.
   Dos días más tarde; o sea, ayer, se produjo la esperada visita
   Todos los niños del Colegio andábamos muy excitados. A media mañana nos bajaron al patio, a esperar  la llegada de la señora. Tuvimos que aguardar poco porque enseguida llegó  en un coche enorme. También vinieron con ella muchas otras personas. Alguien dijo que eran Autoridades y Periodistas. Había mucho revuelo de gente: Fotógrafos y señores con cámaras de televisión, menudo follón.
   Al principio a ella casi no la podíamos ver porque estaba rodeada de gente mayor. Sería por eso que nos llevaron al salón de Actos, a esperar que le enseñaran todo el Colegio, porque  dijeron que después  pasaría a saludarnos. Tuve suerte y me colocaron muy cerca del escenario,  así la pude ver bien. Todo el mundo estaba muy contento; no sé si era porque íbamos a perdernos todas las clases de la mañana, pero yo estaba un poco preocupada después de todo lo que había escuchado a mis padres.
   No entendía que los otros niños estuvieran tan alegres, sabiendo lo de los niños que se mueren a diario de hambre y todo eso. A lo mejor era que nadie se lo había dicho porque si no, no me lo explicaba. Lo de perder la clase estaba bien pero, ¡jo!, con lo del hambre y la muerte de los niños yo no vivía en paz.
   Mientras esperábamos nos pusieron un documental sobre viajes espaciales. Era muy divertido ver como los señores que iban en la nave se movían como a cámara lenta y no se podían quedar quietos, enseguida terminaban en el techo. Parecía que estaban haciendo payasadas todo el tiempo. Nos reímos bastante, sobre todo cuando querían coger cualquier objeto que estaba como flotando y se les escapaba varias veces.
   Por fin llegó la señora, llevando un enorme ramo de flores que le habían regalado.    Saludó muy simpática y enseguida la acomodaron en una silla en el centro de la mesa. A su lado estaba el Director y varios Profesores. Los fotógrafos y los de la Televisión no paraban de enfocarle desde distintos ángulos. No sé como la señora podía aguantar tanto jaleo en torno suyo, aunque la verdad es que parecía que le gustaba mucho porque no dejaba de sonreír.
   Habló en primer lugar el Director. Nos contó, muy brevemente; bueno,  según él, porque a nosotros se nos hizo un poco largo, la vida de la señora, sobre todo lo relacionado con  su paso por el Colegio. Después algo de su vida particular y terminó ensalzando la heroica gesta que iba a protagonizar.
   Aplaudieron mucho cuando terminó; yo, algo menos.
   A continuación comenzó a hablar la señora. A ratos parecía que se emocionaba. Otros recordaba mucho a una actriz declamando su papel. Luego trató de hacerse la interesante, dando mucha importancia al viaje que iba a realizar; como si realmente fuera una hazaña. A ella le aplaudieron mucho más cuando acabó; todos menos yo, claro, cada vez me gustaba menos aquello.  Me parecía todo muy raro y por momentos me acordaba de lo que había oído y escuchado de boca de mis padres.
   No tuve la culpa de nada o de casi nada. Fue ella, la señora, la que me provocó. Yo ni siquiera alcé la mano cuando pidió que le preguntáramos lo que quisiéramos y viendo que nadie se atrevía me señaló a mí, precisamente a mí. ¿No sé por qué?
   Me puse en pie y enseguida tenía un micrófono delante. Desde siempre mis padres me habían inculcado la importancia de decir por encima de todo la verdad, de no mentir nunca. Pues eso, que cuando la señora me preguntó la  opinión que tenía de su viaje, me acordé que no debía mentir y así, de golpe se lo solté todo:
   << Pues a mí me parece mal, porque según me han explicado mis padres, con el dinero que usted se va a gastar en el viaje; que a ellos les parece que no es más que un capricho, podía evitarse que muchos niños murieran de hambre>>
   Tenía más cosas para decir, pero como noté que se hacía un silencio total, que a la señora se le había borrado la sonrisa de la cara y que todos los Fotógrafos, mas los Cámaras de televisión me enfocaban y en resumidas cuentas que todo el mundo me miraba a mí y que yo no veía a nadie de los nervios que me entraron al ver el desconcierto general, me callé. Ya no dije más.
   Tampoco me hubieran dejado. Unos; los Profesores, me querían sacar de allí a toda costa. Otros; los Periodistas, querían seguir preguntándome. El barullo que se formó fue tremendo. La señora, según me dijeron después, se desmayó. La verdad es que yo no me lo creo del todo. Me parece, que más bien hizo que se desmayaba para evitar otras preguntas,  como al final sucedió porque no dejaron preguntar a nadie tras de hablar yo. De allí se la llevaron en volandas y ya no la volvimos a ver.
   El alboroto fue impresionante y mientras muchos acompañaban a la señora, no pocos me asediaban a preguntas. Yo seguía en mis trece de permanecer callada, entre otras cosas porque estaba asustada del lío que se había formado. Oí muchas cosas, pero quizás lo que mejor se me quedó grabado fue el reproche de una de las Profesoras:<< ¿Te habrás quedado a gusto, guapa?>>
   En medio de aquel desbarajuste, se me acercó una muchacha muy agradable y se ofreció para llevarme a casa. Se lo agradecí infinito.
   Con mucha autoridad me cogió de la mano y abriéndose paso entre todos, alegando la necesidad de llevarme a casa, me sacó de allí. Tenía el coche casi a la puerta y enseguida estábamos  las dos solas, circulando rumbo a mi domicilio.
   Antes de llegar me preguntó amablemente si tenía sed. Y claro que la tenía. Me invitó a un refresco en una cafetería, ya muy cerca de casa. Mientras bebíamos, comenzó a interesarse por las intenciones que tenía al decirle a la señora lo que le había dicho. Quiso saber si era verdad que mis padres me habían hablado así, también quiso que le contara otras opiniones sobre el viaje y sobre la señora que me hubieran comentado mis padres. Lo cierto es que como estaba agradecida a como se había comportado conmigo, no tuve inconveniente en contarle  todo de “pe” a “pa”.
Esta mañana mis padres no me han dejado ir al Colegio, dicen que todavía es pronto después de lo que pasó ayer. Antes de incorporarme de nuevo a clase  mi padre quiere ir a hablar con  el Director y con mis Profesores.
   Papá ha madrugado para comprar unos cuantos periódicos. En todos viene la noticia y sobre todo, porque Cris, la joven que tan amablemente me acompañó a casa, es periodista. Ha escrito mucho sobre el tema, incluso en algunos diarios sale mi foto pero la noticia no soy yo, es la señora. Ha cancelado el viaje y ha decidido entregar el importe del mismo a varias ONGs.
   En mi casa, tras haber leído papá la noticia, estamos muy contentos. Lo que no sé, es ¿cómo me recibirán en el Colegio?
   Esta es la historia de un viaje inédito, que ya sabéis como acabó.
   Ahora  falta saber cómo acabaré yo... y, ¡jolines!, un poquito de miedo si tengo.

Terrón de Tierra
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 23, 2012, 15:25:02 pm
(http://informacionporlaverdad.files.wordpress.com/2012/04/hambre-en-el-mundo1.jpg)

Hambre
                                                                                             

Sentir hambre es horrible, tanto como tener un fusil en el pecho moviéndose inquieto y con ganas de detonarse. Intolerable también es la vergüenza, pero el hambre puede más que la ética y la moral,  produce un dolor ulcerante que arrasa con todo lo imaginable: un alemán bajándose los pantalones, una pistola que comienza a penetrarte sin misericordia y las risas brutales de los franceses que me acusaron  como si yo fuera la culpable, como si yo fuera la que ocupó esta tierra con sus bombas y sus tanques. Todavía recuerdo al soldado que me amenazó con su fusil. Tenía una mirada piadosa y las manos delicadas que empezaron a  acariciarme sin prisa. El hambre me puso sensible y mis pechos se erguían ante el contacto de los dedos que comenzaban a presionar más fuerte, y yo sabía todo lo que me iba a suceder, sabía que el soldado descargaba  su abatimiento de la guerra, una frustración menos sangrienta que la ráfaga de una ametralladora.                                                         
      Yo quería un pedazo de pan, tan solo eso. ¿Es tan difícil de entender? Esos hombres, con el rostro prudente y gestos patrióticos  empuñaron la máquina mientras miraban  al público que pedía justicia y venganza. Mi pelo  volaba por el viento arremolinado que se había desatado y ellos seguían serios, rasurando a las mujeres que no entendían que pasaba. En aquellas calles de Rennes  escuché las peores humillaciones. Las entendí todas, claramente. Eran en francés, estaban repletas de ira, de rabia. Los insultos en alemán, o lo que fueran esos gritos, no los entendía. Ni siquiera veía a los ojos a los alemanes que pisaban Rennes orgullosos de su raza superior, vanidosos por la conquista del mundo. Orgullo era el que  tenía cuando vivía con mi madre. Yo la ayudaba en la casa, compraba el pan, barría el pequeño lugar que teníamos. Orgullosas, mi madre y yo, cada vez que terminábamos de comer el guiso de carne y papas. Orgullosas por que todo se hacía con mucho esfuerzo. Mi madre a veces pasaba hambre, el poco dinero que entraba a la casa era para que yo comiera, para que pudiera ir a la escuela, para que yo no tuviera vergüenza
       Los ruidos de mis tripas parecían tener  música y yo recordaba una bella melodía que me tarareaba mi madre hasta que los gritos en alemán interrumpieron ese recuerdo. De pronto las embestidas comenzaban a ser brutales, y  yo pensaba únicamente en un pedazo de pan. Al soldado si lo miré a los ojos. Observé sus ojos celestes piadosos, transformándose instantáneamente, transmutándose en ojos inyectados en sangre cuando  abrió mis piernas. También vi una mesa de madera. Tenía tres rodajas de pan y un pedazo de queso. El olor de la comida me penetraba el cuerpo, quedaba impregnado en mi piel. Yo quería sacarme el hambre que gritaba, que no se callaba nunca, y el soldado, que dejó en algún lado la sensibilidad de sus dedos, me tomó del pelo y lo sacudió con fuerza al ritmo de sus embates.  Después el pelo se lo llevó el viento, y todos bramaban en francés, gritaban desaforados mientras yo desfilaba por las calles como por una pasarela. Aullaban su desagravio para que yo sintiera vergüenza. Ya lo dije, la vergüenza es menos humillante que el hambre, menos humillante que un  soldado alemán que cuando subió sus pantalones  pidió perdón. Lo dijo en alemán y yo no lo entendí, pero seguramente pidió perdón, no un perdón de misericordia, apenas un perdón en voz baja, como un susurro. 

Martín Calderón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 23, 2012, 15:31:20 pm
(https://encrypted-tbn1.google.com/images?q=tbn:ANd9GcTGF1Jfft7UCyicFnkKC4ekWNTLi0euWHLIFkJdhbPWZTab-jPnjQ)

Choque


Estaba cansada. Llevaba desde las seis de la mañana despierta sin parar de trabajar. Así que cuando aparcó en el hotel se sintió liberada por fin. Le dolían los pies de llevar esos malditos tacones y estaba incomoda por la falda tan apretada que llevaba que la oprimía hasta las rodillas. Al salir del coche cogió su bolso y su equipaje de mano. Ya toda la familia estaba en el Hotel, excepto ella. Se estaba planteando tomarse estas vacaciones desde hacía mucho tiempo, pero tenía miedo de dejar a algunos de sus pacientes con otros médicos irresponsables.
Hacía mucho calor, ya se notaba que era agosto. Precisamente seis de agosto. Ya solo faltaban tres días para su cumpleaños. Como regalo había invitado a toda la familia a pasar esos tres días en un hotel con todos los gastos pagados. Al principio se habían negado a aceptar tal oferta pero tras muchos ruegos y promesas aceptaron. El hotel era precioso. La entrada tenía una rotonda que te guiaba al aparcamiento o al propio hotel o a la salida también. Cuando pasabas esa parte había muchos escalones que te llevaban a la recepción. El exterior estaba totalmente cristalizado y  no se veía nada para dentro. Sin embargo ahora que estaba dentro podía ver perfectamente el exterior. Dentro había mucho espacio y claridad. La recepción estaba justo enfrente así que fue directo hasta allí. Había un chico con el pelo rubio y bien peinado con un uniforme blanco y rojo. Ella llegó y puso el bolso en el mostrador y sacó la documentación. Entonces él levantó la cabeza y tras un primer escáner de ella, le sonrió de una forma que le dio miedo.
-¿En qué puedo ayudarla, señorita?- Dijo él. Inmediatamente Rocío se irguió y le contestó en un tono frío y distante.
- Tengo una reserva a mi nombre y vengo a recoger la llave de la habitación.- Le dijo mientras le entregaba sus papeles. Él tomó la documentación y buscó algo en su ordenador. Entonces se irguió y la miró asustado. Entonces fue a buscar a alguien más.
-Me disculpa un momento.- Se fue y al momento volvió con otra mujer. Esta llevaba el pelo recogido y un uniforme igual al del chico.
-Buenas tardes señorita De la Rosa. Mi nombre es Francisca. Lamento tener que decirle que por un equívoco de nuestro personal se le ha dado su habitación a otra persona. Si no le es mucha molestia la cambiaremos a otra. Como en estos momentos estamos al máximo le podemos solo ofrecer una Suite en el decimo piso. Le puedo asegurar que es de las mejores que tenemos en este Hotel.- Por el tono de la mujer y las miradas que le echaba al joven debió ser el chico, él que se equivocó porque llevaba la cabeza gacha. Esto trastocaba los planes de Roci. Lo que menos necesitaba era alejarse de su familia y que pudieran escabullirse para pagar algo pero no había otra opción.
-Claro no hay ningún problema. – Fue en ese instante en el que recordó que iba a estar en la planta decima. Las alturas no le importaban pero seguro que el ascensor tardaría una eternidad. –Disculpe pero ¿no hay ninguna otra habitación en las primeras plantas?
-No lo lamentamos pero estamos al máximo de ocupación. –Le dijo la mujer y le entregó una tarjeta color oro.
-Muy bien no hay problema – Dijo cogiendo lo tarjeta. –Me podrían decir ¿dónde está la piscina?
-Sí, claro. Yo la acompañaré. -Dicho esto la mujer salió de detrás del mostrador y la condujo por una serie de pasillos hasta un ascensor. –Baje en el ascensor hasta el piso -2 y ya saldrá directamente a la piscina. Permitame su bolso pediré al botones que lo lleve hasta su habitación.
-Muy bien muchas gracias.
Un ascensor, mi gozo en un pozo, pensó. No le quedó más remedio así que subió y apretó el maldito botón. Ya podía sentir el sudor frio bajando por su camisa de seda y metiéndose en su falda apretada. Solo podía mirar a la pantalla que le mostraba que bajaba del piso dos al menos uno. Cada vez que el maldito numero cambiaba se sentía más mareada. Se miró un momento en el espejo y estaba blanca como un papel. Como se las iba a arreglar para subir al piso diez era un misterio. Entonces las puertas se abrieron y tenía tanta prisa por salir que se chocó con un hombre mayor que la tuvo que coger en brazos.
-Está bien señorita está usted muy blanca. –Le dijo.
–Necesita que la ayudemos- Dijo su esposa. Con cara de preocupación. Como si temiera que se fuera a desmayar.
-No, no de verdad muchas gracias estoy bien. Es solo que los ascensores no me gustan para nada.-Dijo mostrando su mejor sonrisa. – Gracias de todas formas.
Salió casi que corriendo hasta la piscina y hasta que no sintió el sol en su piel no estuvo bien de verdad. Pero no podía ir a que su familia la viera así por lo que se quedó un momento tomando aire en una estancia amplia cubierta por una lona transparente. En el fondo se veía la piscina y todas las hamacas alrededor. No se apreciaba bien pero había una vista maravillosa tras la piscina. El sol estaba todavía bien alto en el cielo a pesar de que eran casi las seis y media de la tarde.
Cuando se sintió mejor empezó a buscar a su familia que le habían dicho que la esperarían en la piscina. El sol estaba tan en lo alto del cielo, que le costaba mirar hacia adelante por lo que se puso sus gafas oscuras. Entonces los encontró en una de las hamacas más alejadas. Estaban todas pegadas formando un semicírculo y en el medio estaban sus dos primitas jugando. Salió caminando hasta donde estaban ellos pero de repente un impulso le hizo esconderse e ir por detrás. Tuvo que atravesar muchas hamacas. A la mitad del camino tuvo la sensación de que alguien la estaba mirando. Entonces giró la cabeza a la derecha y vio a cuatro hombres acostados en sus hamacas mirándola muy descaradamente. Todos eran de  su misma edad, unos treinta años. Cada paso que ella daba era observado. Y con cada paso veía una cara diferente. El primero era flacucho pero se veía alto, porque los pies se le salían de la tumbona. El segundo era fuerte, demasiado fuerte para ser natural. Este la miraba de una forma que le deba miedo. La tercera hamaca estaba vacía. El cuarto hombre era uno de los más apuestos. Los ojos de todos estaban tras unas gafas pero su cara era la más hermosa. Y el último era como el primero pero menos alto. Cuando vio al último giró la cabeza hacia atrás para comprobar si los otros la miraban y sí, todos lo hacían. Le llamaba la atención la hamaca vacía y no sabía por qué. Entonces fue cuando se chocó contra algo duro y grande. Y que estaba empapado. Fue tal el impacto que soltó todo el aire de golpe del pecho y se quedó mareada. Fue como un castigo divino por entretenerse con los hombres y no mirar hacia delante. Cuando reaccionó sintió que unas fuertes manos la agarraban por los brazos. Tuvo que levantar la cabeza para verle la cara al tipo. Y que tipo. Dios era enorme aunque ella llevase tacones él seguía siendo más grande que ella al menos unos tres centímetros y era muy corpulento. Tenía los hombros muy anchos y era puro músculo. No se atrevía a bajar la mirada de esos ojazos azules. Hasta que sintió que alguien le jalaba la falda. Entonces muy lentamente fue bajando la cabeza y vio más músculos todavía. A la altura de su muslo estaba Sofía, su primita de cuatro años. La miró y le sonrió y miró al hombre que la tenía aguantada pero este no dejaba de mirarla a ella. Entonces la niña lo tocó y él también la miró y le regaló la sonrisa más hermosa que había visto nunca Rocío. Subió la mirada hasta la de Rocío y la soltó.
-¿Estás bien?- Le preguntó con una voz muy masculina. Ella no supo que decir así que solo asintió con la cabeza.- Para la próxima vez mira hacia delante, tal vez no esté yo para protegerte- Le dijo con una sonrisa burlona en la cara. Una cara que le sonaba de algo pero no recordaba de que.
Entonces supo de quien era la tumbona vacía porque sus amigos empezaron a reírse. Él los miró y como si se tratase de una orden todos se callaron. Ella se separó y cogió a la niña en brazos.
-Bueno, lo siento. Y tranquilo para la próxima vez tendré más cuidado y apartaré las piedras de mi camino para no chocarme con ellas. – Dijo con un tono muy seco. No le gustaba la forma en la que sus amigos se habían reído de ella.- Gracias y con permiso.- Lo bordeó y con la niña en brazos se fue hasta donde estaba su familia que todavía no la había visto. Gracias a Dios no vieron el brutal choque contra ese troglodita. Que era demasiado hermoso para ser real.
Entonces la otra niña, Amanda también la vio y salió corriendo y gritando a sus brazos. Cuando hizo esto toda la familia se giró y la vio. Todos la saludaron y la mandaron a que se cambiara de ropa para que se diera un chapuzón en el agua que por lo visto estaba buenísima.
-Cariño cámbiate para que pruebes el agua que está muy buena. Tu papá y yo acabamos de salir del agua y llevábamos en ella desde la una que llegamos.-Dijo su madre con una sonrisa en el rostro.
-Sí voy a cambiarme solo venía para saludaros y ver donde estaban. Vuelvo en un momento.- Dijo a todos.
-Cuidado no choques con nadie- Dijo su tía cuando ella se había girado. Fui un comentario burlón pero gracias a Dios nadie se rió solo ella. Por lo que nadie a parte de ella había visto el incidente.
Rocío se giró y le giñó un ojo y dijo con una sonrisa burlona enorme:
-Tal vez lo vuelva a hacer, ¿quién sabe?- Su tía le respondió con otra igual. Y todo el mundo se quedó esperando algo más, una respuesta que nunca llegó.

Brisa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 24, 2012, 15:54:47 pm
Que mejor para celebrar que el IV Concurso de Relatos Forummontefrio supera las 5000 visitas que, precisamente, más relatos.

(http://4.bp.blogspot.com/-xZfAb72Ht94/TiBs6cjQM8I/AAAAAAAAAjE/X7NyifwdsB0/s1600/Mosca.jpg)

“¡Qué Asco!”
                               


Todo está oscuro y hace mucho frío. No veo absolutamente nada y me golpeo constantemente con multitud de objetos aparentemente inertes. Estoy sangrando, creo, a lo mejor es sudor, o las dos cosas. Calmo mi ansiedad y  me detengo un momento para pensar en qué hacer, porque el cuerpo me duele muchísimo a causa de tanto golpe, aunque debido al frío el dolor se minimiza, algo bueno tiene el frío, aunque si no consigo salir de aquí en breve moriré de hipotermia.
He perdido la noción del tiempo pero calculo que llevaré aquí varias horas. Estoy paralizado por el frío. Tal vez si no hiciese este frío lo estaría por el miedo, la oscuridad absoluta me asusta. Estoy resignado a mi suerte, no puedo hacer otra cosa. Lo único que me queda ahora es el instinto de supervivencia innato en todos los seres vivos (a excepción de los suicidas, claro). No pienso aceptar mi destino mortal, tengo que buscar alguna solución, seguir con vida más tiempo ya que a veces las situaciones mejoran solas. Si esta mejora tengo que estar vivo para beneficiarme de ello.
Pero tanta oscuridad y frío me están desquiciando y es imposible controlar la ansiedad que me produce. Lo mejor será quedarme quieto en donde estoy ahora, al tacto aparentemente un rincón, y abrazarme a mi mismo para intentar minimizar el tremendo frío que hace. Imposible, no aguanto en esta posición, las paredes están heladas, me congelo más todavía. Tengo que moverme, si me quedo quieto moriré congelado. Pero si me muevo puedo morir a causa de algún golpe. Lo mejor será establecer una especie de pequeña “zona de seguridad” en la que moverme constantemente sin riesgos de golpes o caídas. Sí, lo mejor será eso, voy a ir de un lado para otro: uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis pasos. Con eso bastará, en esta corta distancia no hay ningún obstáculo. Pero no debo equivocarme, si doy un paso más igual me golpeo con algo o caigo al vacío. Sólo estos pasos y vuelta atrás. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis... uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis... Sólo así, moviéndome de un lado para otro lo más rápido pueda me mantendré con vida más tiempo. Pero tengo que pensar en algo que me saque de aquí.  Voy a intentar recordar cómo he llegado hasta aquí, pero no puedo, mi cerebro parece estar igual de contraído que el resto del cuerpo.  Piensa, vamos, piensa; si no lo haces no hay ninguna esperanza. ¿Cómo he llegado aquí? Recuerdo una puerta frente a mí, una puerta que se abrió de repente. Yo estaba dentro de una casa, creo. Sí, era una casa, ¿qué hacía yo en ese lugar? Bueno, eso no importa, tengo que concentrarme en la puerta. Una  puerta se abrió de repente y  una gran luz salió de su interior.  ¡Claro, eso es! la luz me cegó, ahora lo recuerdo, y algo me empujó hacia la puerta. Nada más entrar ya sentí el frío. De pronto oí un fuerte ruido tras de mí, como un portazo. ¡Claro!, fue la puerta que se cerró. Y de repente desapareció la luz y todo se quedó absolutamente oscuro y frío, y a cada segundo mucho más frío.
¿Qué había tras esa puerta, qué hay aquí dentro? No pude ver nada antes de caer tras ella. Tal vez deba caminar muy lentamente y palpar lo que me rodea. Tengo que arriesgarme. Si me quedo quieto moriré enseguida y si sólo me muevo en mi “zona de seguridad” lo único que haré será retrasar mi muerte. Vamos a ver, ¿hacia dónde voy? Aquí detrás hay una pared. Voy a avanzar hacia delante, despacio, muy despacio. Todo parece despejado. Claro, sigo dentro de mi “zona de seguridad”. Ya debo de haber salido de ella, pero no toco nada. ¡Ahora sí! He tocado algo frío, ¿será otra pared?.  ¡Uff!, no sé lo que será pero tengo que volver a tocarlo. Es algo que no se mueve, pero no es una pared, tiene volumen. Puedo rodearlo. ¿Qué será? A ver, si no me separo de ella podré saber qué forma tiene. Es circular y parece igual por todos lados.  Voy a seguir, a ver qué me encuentro. Despacio, muy despacio, no quiero golpearme más.
Un momento, creo que huelo a comida. No sé, tal vez estoy delirando, pero juraría que estoy oliendo a comida. ¿De dónde viene el olor? Si como algo conseguiré calorías para mi helado cuerpo y podré aguantar un rato más aquí dentro. ¿Por qué huele a comida? A lo mejor es una trampa. ¡Claro! es una trampa. Quien me haya metido aquí me está tendiendo una trampa, pero no voy a picar, no pienso picar. Me están poniendo un cebo para que pique. Voy a volver hacia atrás. No puedo, estoy desorientado, ¡maldita oscuridad!. Seguiré hacia adelante, muy despacio, muy despacio. ¿Qué es esto? He chocado con otro objeto. No es el mismo de antes, este es más pequeño y está pegajoso... ¿qué demonios es esto?  Esto huele, huele... ¡huele a chorizo!  Debería comer un poco, necesito calorías. ¡No!, es la trampa, el cebo, no puedo picar, a mí no van a engañarme así. Voy a ir hacia atrás, deprisa, para que no salte la trampa.
¡Ahhhh! me he caído, se ha terminado el suelo y he caído al vacío. Me he dado un buen golpe, casi no puedo moverme.  Pero tengo que levantarme, si me quedo quieto moriré en breve.
¿Chorizo?, ¿antes toqué un pedazo de chorizo? Creo que estoy cada vez peor, estoy delirando. No puedo más, no puedo moverme. Un último esfuerzo, sólo uno más. He logrado incorporarme. Así, ¡ánimo! avanza un poco más, ya no puede ir peor. Despacio, muy depacio... ¡Ahhhh! me caigo.
¿Qué ha pasado? qué es esto, ¡he caído a una piscina! Lo que me faltaba, mojarme con este frío. Pero un momento, esto no es agua. ¿qué es esto? Es un líquido denso y huele... huele a comida. Otra vez la comida, estoy delirando. Menos mal que floto fácilmente, pero me siento peor que antes. No puedo más, no me hundo pero no puedo más... me rindo, no voy a poder salir de aquí. Si me desmayo me hundiré y todo habrá terminado para mí. ¿por qué así? sólo me gustaría saber por qué tengo que morir así.
¡Ahhhh! ¡La luz, otra vez la luz! ¡Se ha abierto la puerta, pero no veo nada!, la luz de fuera me deslumbra, ¿qué está pasando? No puedo más, estoy muy débil, no puedo más... no puedo... no pued... no pue... no...





-Mamá, hay una mosca en la sopa.
-¡Qué asco!
-¿La quito?
-No, no, hijo, por Dios. Tira la sopa, comeremos otra cosa. Qué asco de bichos, siempre molestando. A ver qué comemos ahora.
-¡Mira! se está moviendo, no está muerta.
-Trae, por Dios, dame la sopa. Ya está, al fregadero. ¡Qué asco! Y estaba dentro del frigorífico, a saber que más cosas habrá tocado. ¡Qué asco!

Amsun
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 24, 2012, 16:00:49 pm
(http://api.ning.com/files/jp*Z0WpH6ehrXqz1zlbz4qr50oERMFJiwpx8fhZW2RM94XiJ0febGE2GnGu9cVp1aPozp68Hz6R8DhnBnyktX90sGJAP6j2x/matrimonio_perfecto.jpg)

Los Pomares


Cuando irrumpían los Pomares su presencia lo eclipsaba todo. Eran un acontecimiento en sí mismos. Elegantes, correctos, divertidos, sofisticados, distinguidos, cultivados, sensuales, ingeniosos… No sólo encarnaban el matrimonio perfecto sino que cada uno de ellos por separado cautivaba a cualquier interlocutor posible, hombre o mujer, infante o provecto. No se vio nunca pareja igual.

Contarse entre su círculo íntimo, aunque jamás quedó claro quién conformaba ese círculo íntimo, se convertía en un salvoconducto para casi todo: encontrar mesa en un restaurante de moda, conseguir asientos en la final de un torneo de tenis, asistir a una corrida de José Tomás, recibir información privilegiada sobre cuándo vender determinadas acciones en bolsa o en qué valores invertir sin riesgo… No había nada que los Pomares no pudieran hacer por sus amigos.

Sus fiestas eran antológicas. Aparte de ocupar las páginas centrales de las revistas del corazón, concitaban a numerosas personalidades: deportistas, empresarios, políticos, intelectuales… Duraban más de veinticuatro horas. Sus fiestas. Comenzaban, por lo general, un sábado a media tarde. A esa hora llegaban las familias con hijos, los más entrados en años, los convalecientes, es decir, todos cuantos por cuestiones de intendencia o salud no podían trasnochar. 

Pero lo mejor de las fiestas de los Pomares sucedía bien entrada la noche. Podía ocurrir cualquier cosa: una breve actuación de Julio Iglesias, una intervención del ‘Circo del Sol’, un número de magia a cargo un reputado prestidigitador, un monólogo improvisado de Antonio Banderas… Nunca se filtró el menor adelanto, pero todos los invitados tenían una certeza: los Pomares les dejarían, una vez más, con la boca abierta.

Hasta donde se sabía, los Pomares llevaban toda la vida juntos. Él, Andrés, químico de profesión, prefería no aburrir con detalles sobre su trabajo, tal y como se disculpaba al ser preguntado a este respecto. No soltaba prenda, pero su reticencia, educada y creíble, se aceptaba sin reversas.

Hasta donde se sabía, ella, Rosa, vivía de las rentas del marido y de la cuantiosa fortuna heredada de sus padres, marqueses de Azcara. Hasta donde se sabía, en realidad bien poco, gozaban en plenitud de los beneplácitos de la fortuna.

Ni las emergentes estrellas de la canción, ni los fulminantes hacederos de un obsceno capital, ni las casas con mayor abolengo del país hicieron sombra a los Pomares. Imposible competir con ellos, tan exquisitos, tan refinados, tan selectos… Los Pomares reunían tantas virtudes que ni siquiera podían suscitar envidia entre sus conocidos.

Jamás palabra pronunciada por los Pomares desentonó. Hasta su dicción, clara, rítmica, merecía un aplauso. El de los Pomares resultaba un caso insólito. Digno de estudio. Merecedor de una tesis doctoral, una serie de televisión o una superproducción de Hollywood. Para preservar el testimonio de que un matrimonio tan agraciado era posible.

Lástima que un día su felicidad se viera truncada. Un día cualquiera, porque todos los días amanecen siendo un día cualquiera, aunque en su transcurrir queden sellados por una huella indeleble que los convierte en distintos, un día cualquiera sonó el timbre de la mansión de los Pomares. No esperaban visita.

Abrió una de las doncellas. Se encontró con un muchacho de unos quince años, aseado, de rostro cariacontecido, vestido con unos vaqueros y una camiseta de ‘Héroes del Silencio’, un grupo de rock bizarro, varias tallas más grandes que la suya. A la sirvienta le pareció que las deportivas que calzaba tampoco se ajustaban a su número. Torció el gesto.

-   Residencia de los Pomares, ¿qué quiere?
-   Vengo a ver a mis padres.

El anuncio de aquel joven dejó estupefacto a los Pomares. No obstante, consintieron en recibirle en la biblioteca, que era donde despachaban los asuntos burocráticos. Cuando la doncella los dejó solos, se fue amasando un silencio compacto, espeso, viciado. Nadie se atrevía a quebrarlo. Tuvo que hacerlo el más joven de los tres.

-   Papá, mamá, hola.

Los Pomares se miraron horrorizados. ¿De dónde había salido aquel ser? ¿Por qué osaba interrumpir de esa grotesca manera la plácida existencia de aquel matrimonio? Los Pomares se miraron contrariados. Se separaron, de forma instintiva, unos centímetros. Él tomó la palabra.

-   ¿Y de quién dices tú que eres hijo?
-   Soy vuestro hijo, papá.

El muchacho lo afirmó con convicción pero sin emoción alguna, como quien informa de que está listo para salir de excursión al campo.

El rostro de los Pomares se desencajó. Ella reconoció en los ojos y las cejas del muchacho la impronta de su marido. Él, por su parte, estaba seguro de que aquellos labios carnosos y esas orejas perfectamente delineadas confirmaban el legado de su mujer. La distancia física entre ambos cónyuges se ensanchó.

Salvo el año y medio que estuvo Andrés en Siberia, supervisando la construcción de una fábrica de nitrato, los Pomares nunca se habían separado. Claro que en año y medio bien podía Rosa haberse quedado encinta y haber dado a luz a escondidas. Claro que en año y medio Andrés tuvo tiempo suficiente para dejar embarazada a otra mujer. Los Pomares se miraron atónitos. Un atisbo de indignación apareció en sus rostros. Esta vez fue ella quien intervino.

-   Pero  ¿por parte de quién eres hijo?

El muchacho no pestañeó, como si llevase esperando esa pregunta desde que se le cayeran los dientes de leche.

-   Soy vuestro hijo. Creo que no necesitáis saber más.

Resuelto, el muchacho se retiró de la biblioteca. Los Pomares ya no se atrevían a mirarse. De un plumazo se convirtieron en extraños el uno del otro. Evitando el contacto visual, él preguntó.

-   ¿Qué hacemos?
-   De momento, le diré a la doncella que le prepare el cuarto de invitados.

El muchacho gastaba unos perfectos modales que pudieron comprobar los Pomares durante la cena. Aunque trataba de incitar a los que consideraba sus padres a que participaran en la conversación, todas las propuestas temáticas recibían la callada por respuesta. El muchacho, inaccesible ante el desánimo, formulaba preguntas, argumentaba ciertas aseveraciones, emitía juicios frívolos sobre cuestiones frívolas. Daba igual. Los Pomares se habían enrocado en un aislamiento digno de anacoretas.   

Decidieron, sin consultarse previamente, dormir separados. Andrés cogió algunos enseres y se instaló en otro de los cuartos de invitados. Cuando se fue a acostar, se cruzó por el pasillo con el muchacho.

-   Que descanses, papá.

Rosa estaba tomando un baño en la piscina. La doncella esperaba su salida albornoz en mano. El muchacho se sentó en el borde, se descalzó con parsimonia y metió los pies en el agua. Ella se violentó, saliendo pronta y ruborizada. Emprendió con paso decidido el camino hasta su dormitorio.

-   Hasta mañana, mamá.

Los días se sucedían con el latido propio de una tragedia que está a punto de acontecer. Rosa decidió que desayunaría, comería y cenaría sola en el salón de té. Andrés al que pilló desprevenido esa decisión, tuvo que comer a solas con el muchacho, aguantando con cierta dificultad la compostura. Después de alabar lo sabroso de las viandas, anunció con cierta solemnidad:

-   Papá, llevo tres semanas con vosotros. En este tiempo, bien lo sabes, he tratado de no importunar lo más mínimo, pero necesitaría algo de ropa. De momento, me he apañado tomando prestado prendas tuyas que encontraba en el cuarto de la plancha, pero si no es mucha molestia, me gustaría disponer de algo más moderno y más acorde con mi tamaño, sobre todo en cuestión de calzoncillos.
-   Basta. Le diré al mayordomo que te acompañe a algunas tiendas. Compra lo que consideres necesario y oportuno.

Fue la última vez que coincidieron a la mesa. A partir de entonces, Andrés determinó desayunar, comer y cenar en su despacho. Si los Pomares necesitaban comunicarse, utilizaban de intermediarios bien al mayordomo, bien a la doncella. Además, dieron la orden de no recibir llamadas ni visitas de conocidos. Vivían confinados en su propia casa.

Sólo un suceso alteró la fría calma que reinaba en la mansión. Un día cualquiera, como se suceden los días que en apariencia despiertan anodinos, sonó el timbre de la casa de los Pomares. No esperaban visita. La doncella abrió la puerta y se encontró con una joven enjuta, con rostro asustado y enfermizo, de edad indeterminada.

-   Residencia de los Pomares, ¿qué desea?
-   Vengo a ver a mis padres.

La doncella no pareció extrañarse. Tampoco lo hizo la primera vez que presenció aquella escena. Al fin y al cabo, a ella no le pagaban por juzgar situaciones sino por atender los requerimientos de sus señores. Estaba muy a gusto con ellos y no entraba en sus planes elucubrar sobre los acontecimientos que en los últimos tiempos habían perturbado la quietud de aquel hogar.

Cuando se encontraron en la biblioteca, donde recibieron a la joven, los Pomares lucían un aspecto muy desmejorado. A Rosa le sorprendió el desaliño en la barba de él y lo arrugado de unos pantalones que ignoraba hubieran ocupado alguna vez espacio en el vestidor que antaño compartían. Andrés reparó en que las cejas de su mujer, lejos de estar perfiladas, se espesaron agrestemente, y detectó estupefacto que sus uñas estaban mordidas. Ninguno de ellos olía a perfume.

La doncella cerró la puerta con excesivo tacto. Un silencio viscoso iba humedeciendo el espacio de la estancia. Andrés parecía absorto en sus zapatos y Rosa dejó que su mirada vagase perdida por los lomos de los libros. La joven, amedrentada, hizo de tripas corazón para abrir fuego.

-   Soy vuestra hija.

La muchacha trató de acallar el hipo que surgió nada más pronunciar la frase. No pudo. Ella se sentó en uno de los butacones que presidían la habitación, como combada por un peso invisible que no atinara a soportar erguida. Él se atusó el pelo, aunque terminó alborotándoselo.

Fue entonces cuando los Pomares contrataron mis servicios. Tengo la mejor reputación del país como detective privado, y garantizo una absoluta discreción. Querían saber de dónde habían salido aquellos dos supuestos hijos. Me pagaron una fortuna para rastrear su pasado y conocer todos los detalles al respecto.

Los Pomares propusieron al muchacho y a la joven irse a estudiar fuera de España, a cualquier lugar que les apeteciera, pero a ninguno les motivó la sugerencia y declinaron con decisión la oferta.

No eran en modo alguno conflictivos. Al contrario, resultaban atentos, cariñosos en la medida en que se les permitía serlo, sensatos, correctos… Los hijos que cualquier matrimonio hubiese deseado criar… cualquier matrimonio excepto los Pomares. Andrés y Rosa sólo los veían como una contrariedad, un problema, una hecatombe.

De hecho, la catástrofe no tardó en sucederse. Fue una tarde anodina, como transcurren las tardes en las que las horas se desgastan sin provecho alguno, cuando la joven, aprovechando que los Pomares habían coincidido en la sala de musculación, propuso algo.

-   ¿Qué tal si vamos los cuatro al teatro?

A raíz de aquello, ella y él tuvieron varias reuniones en el cenador del jardín para estudiar posibles maneras de encarar la situación, en espera de mis informes. Lo más espinoso sin duda fue articular las excusas pertinentes de cara a sus amistades. Desaparecer por completo del panorama social como se vieron obligados a hacer resultaba de lo más molesto.

Las evasivas no podían sucederse hasta el infinito. La gente especulaba, los rumores adquirían tintes cada vez más rocambolescos y las maledicencias parecían titanes sangrientos e irrespetuosos. Los mentideros hacían con los Pomares su agosto. Hubo hasta columnas de opinión exigiendo una explicación, detallada y convincente. Un matrimonio como los Pomares no podía esfumarse sin previo aviso. No era protocolario, ni cortés, sino una vulgaridad hiriente, de mal gusto.

Ella expuso la posibilidad de anunciar que habían comprado o adoptado al muchacho y a la joven. Así atajarían lo farragoso de presentarse en familia con dos miembros más, tan talluditos. Él prefería pergeñar una historia más melodramática, por ejemplo que los niños eran los hijos de algún pariente que había muerto de manera repentina, dejándolos por único título el de orfandad. No llegaron a ningún acuerdo. 

Después de varios meses dedicado en exclusiva al caso, terminé mi trabajo. Me recibieron en la biblioteca. No me anduve con rodeos.

-   Señores, ambos hijos son suyos.

Los Pomares no reaccionaron de ninguna manera especial, así que no pude saber si aquella noticia les cogió por sorpresa o la conocían de antemano.

-   No sólo eso. He encontrado otra media docena de hijos suyos en distintos lugares del país.

Los Pomares permanecían impasibles. Él, incisivo, cortante, se dirigió a mí.

-   ¿Puede quitarlos de en medio?

No daba crédito a la pregunta. Creí haber entendido mal su requerimiento.

-   ¿Cómo dice?
-   Que si los puede eliminar.
-   Señor Pomar, soy detective privado, no un matón a sueldo.

Andrés frunció el ceño, se mesó la barba y le espetó a su mujer:

-   Te dije que hubiera sido mejor abortar. Pero no, tú tenías que empecinarte en dejarlos abandonados a las puertas de los conventos.
-   Pobrecitos míos, Andrés, por lo menos han vivido todos estos años...
-   A saber en qué condiciones.

No volví a saber de ellos. Mejor dicho, me enteré de que se mudaron al extranjero. Ignoro si finalmente acogieron al muchacho y a la joven como lo que eran, sus hijos. La verdad, no me importa. No es asunto mío.

Fabián de Montalvo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 24, 2012, 16:06:36 pm
(http://us.123rf.com/400wm/400/400/ximagination/ximagination0509/ximagination050900242/240422-nino-caminando-solo-en-la-playa.jpg)

Canciones de ida y vuelta


En vano emigro
y me aseguro mi exilio.
En todos los cielos hallo una luna creciente
y el silencio terco de las estrellas.

(Abdellatif Laabi)

Varias noches han pasado desde mi llegada, noches hermoseadas por la luna argéntea, silenciadas por la brisa amable del mar entre eucaliptos. Sin embargo, nada ha cambiado, ninguna cosa he conseguido más allá de sentir un miedo atroz, un atragantamiento de las palabras que antes fluían libres, que brotaban de mis manos y se clavaban en las páginas con la conciencia limpia.
Me llamo Ayman, que quiere decir afortunado. Nací en Algeciras hace ya tanto tiempo. Mi madre me decía que el nombre de mi ciudad, como mi sangre y su memoria, eran árabes. Al-Yazirat, que significa isla verde, junto al río de la Miel. Todo allí era afectuoso para un niño. Yo pasaba las tardes entre Getares y San García, vigilando el azul del agua y el cambio caprichoso de los vientos; jugando a la guerra entre los búnkeres olvidados de otras guerras y posguerras sin olvido posible; atento al monte rocoso que me miraba fiero desde la orilla y al peñón vecino, dos columnas de Hércules patrullando el Estrecho. Tenía suerte de vivir en ese enclave, límite incierto entre dos mundos que eran míos.
Pero no quiero ahora hablar de eso. Todos mis recuerdos de entonces están dulcificados por la distancia y la inocencia, embellecidos en unos versos con los que no habré de pasar a la historia, pero sí me ayudan a vertebrar la existencia que me ha tocado en suerte o por desgracia.
Lo que hoy quiero contar fue, seguro, más producto de la casualidad que de otra cosa. Como ya he dicho, la vida me era grata. Estudiaba en un colegio cercano a la tienda de mis padres, donde vendían té y pastas de almendra, y chebakia para el ramadán, que yo tenía la oportunidad de degustar todo el año. Mi madre me dejaba amasar la harina y la manteca, y ella escanciaba con mesura la esencia de vainilla y el agua de azahar, y luego enhebraba la masa y la doraba en el aceite y Salma y yo la adornábamos de nueces y de miel. Éramos moderadamente felices, pues no es la felicidad pródiga y dadivosa para entregarse en exceso, que así el hombre se confía y se piensa ilimitado, y luego sufre, al descubrir el engaño.
Llegó entonces una carta inesperada, con malas noticias de Azemmour. El tío Ahmed estaba enfermo. Esas eran las palabras, aunque todos sabíamos que ya estaba muerto, pues siempre se quejaba de un malestar interno al que nunca fue capaz de darle nombre. Hay cosas que, escritas, duelen mucho, y es imposible luego borrarlas con un gesto. La tía Aixa nos llamaba a su lado, pues el pesar es menos si se reparte.
Madre dejó todo preparado. Marcharía sola. Salma lloró un poco, pero era el momento de crecer. Cuando alguien muere, es preciso que aquel que lo despide crezca. Serán sus propias lágrimas las que fertilicen la tierra en que sus pies descansan, ablanden los senderos por los que caminar.
Padre nos dejaba entonces bajar hasta la playa casi todos los días, si así se lo pedíamos. Ahora con más razón, pues él también estaba triste y no quería que lo viéramos sollozando en su pañuelo. Salma se quitaba los zapatos, se mojaba los dedos y sonreía. Sus dientes eran tan blancos como la espuma del mar, su rostro oscuro resplandecía bajo la luz del sol de todos los otoños.
Una tarde, mientras jugábamos, se acercó un muchacho. Marcábamos en la arena la rayuela, con el canto de una concha, y su sombra oscura y recortada borró por un momento los contornos del tablero. «Cómo te llamas», le pregunté. El niño me miraba fijamente. Luego suspiró tan fuerte que pensé que lloraba.
Pero era tarde. El sol bajaba lento y rojo entre los árboles y era hora de volver.
Esa noche el sueño no llegó tan fácilmente. Veía al niño de la playa, el temor en sus ojos. Cavilé que el sentirse asustado es mucho más terrible e importante de lo que había imaginado. Yo no sabía hasta entonces lo que era el miedo. Sin embargo, después de ver sus ojos, me habría de acompañar hasta el final de mi vida como una sombra, como una mancha de tinta indeleble y oscuramente trágica.
Ese día, después de las tareas, volví a buscarlo. Salma me gritaba para jugar con ella. La marea subía muy deprisa y las olas borraban la rayuela, una y otra vez, con una insistencia desalentadora. «Dibújalo más atrás», le decía. Porque yo no podía perder el tiempo en chiquilladas.
El niño se acercó. «Tengo hambre», me dijo muy bajito. Sus ojos estaban rojos por el llanto. «¿Estás solo?», le pregunté. Pues si un niño llora es porque se ha extraviado y no sabe volver. Pero volver era imposible a esas alturas. No siempre regresar es tan sencillo.
Aquel niño, que podía llamarse Rashid o Hassan y que venía de mucho más allá del Rif, caminando y en furgoneta y en barca y luego a nado, había perdido todo. No sabía dónde acudir. Se asustó al ver llegar la zodiac de la Guardia Civil, batió los pies con fuerza, se agarró a un trozo de madera, llegó a la costa, y lloró por el hambre y por la desolación. Entre las dunas, con su vegetación punzante y aromática, vigiló los camiones, sus compañeros de viaje subiendo con los pies cansados, con la cabeza gacha, resignados a volver a Marruecos a los pocos días. Su madre no subió.
Rashid o Hassan se quedó entre las rocas. No hacía frío, pero pasar la noche al raso no puede ser agradable. Las sombras alrededor, los ruidos de las olas, las nubes dibujando fantasmas sobre las huellas de las barcas y los juegos recién abandonados de los niños felices.
Ese día el profesor me riñó por mi falta de atención. Yo pensaba en Rashid o Hassan todo el tiempo, en volver a la playa y aguardar su sombra en la rayuela.
Por la tarde había olas muy altas. Salma no se acercó a la orilla. Cantaba sentada en una piedra y su voz se perdía hacia el Estrecho. «Quizás madre te escuche», la animé. «Tengo a papá y tengo a mamá, siempre conmigo, hasta en el sueño».
El niño ya no estaba. Sobre la arena aún se veía la huella de su cuerpo pequeño y anguloso y una mochila sucia, con una chaqueta vieja y un libro de canciones infantiles.
Por la noche descifré las palabras, de derecha a izquierda, saboreando cada pausa, enlazando con cuidado las vocales, geminando las consonantes al detectar una shádda. «Endi baba, wa endi mama, doma miyo h’tah fil nom». Era la misma canción que Salma entonaba en la playa cada tarde, para que mamá la oyera. Porque los niños son iguales a una y otra orilla del océano.
***
Los años han transcurrido, lentos, concienzudos. Su pie de gigante ha aplastado algunos sueños y me ha lanzado lejos a cumplir mi destino. No tengo queja de mis pasos, que bien se han conducido. Estudié, viví, sentí. Me dediqué a la escritura, que es un modo hermoso de aferrarse a la tierra, como la vegetación punzante y aromática se agarra a la duna y sobrevive con lo poco o lo mucho que las nubes destilan. Pero cada tarde, asomado a Getares, pensaba en aquel niño oscuro y suspirante, y lo imaginaba nadando en el Estrecho, de vuelta a casa, burlando el faro de Punta Carnero, atragantándose en las lágrimas, temblando en su niñez. Seguramente el regreso no fue fácil. Seguramente nunca regresó.
Pero yo sí que he vuelto. Nada hay en Azemmour que me reclame. Aun así, dirijo allí mis pasos, con mis poemas bajo el brazo y el pelo blanco como la cumbre del Toubqal. La gente me conoce. Mis retratos adornan las crónicas culturales. Soy un escritor famoso. Mis palabras están hechas para acariciar los oídos, para sanar las heridas, para acercar las orillas y rescatar a los náufragos.
Paseo junto al río Oum Rbia, que quiere decir madre de la primavera; atravieso la muralla, de piedra caliza; camino por la ronda, vigilo los bastiones ruinosos.
Con mis pobres palabras quisiera describir cada casa, la blancura cegadora de sus muros, el añil insolente de sus puertas, su aire portugués, su hermosa decadencia; sus ventanas con celosías que ocultarán los ojos de los niños y la verdura olorosa de los huertos; la sinagoga en el mellah, con la tumba del santo; las calles intrincadas del zoco, donde me detengo a mirar los sacos de pistachos y de dátiles, las especias olorosas, los artesanos vendiendo sus tajines y braseros. Toda la luz se reúne por sus calles que descienden de la medina al río; todo el viento se convoca en su playa de dunas, igual a las de allá, con su vegetación aferrada, punzante y aromática.
Me siento en la arena. Vigilo el trajinar de los niños jugando entre las olas. Sus dientes son tan blancos como la espuma del mar, su rostro oscuro resplandece bajo la luz del sol de todos los otoños.
Con mano trémula esbozo algunos versos. «El viento descompone mi camisa, y yo sigo buscando entre las conchas la sonrisa perdida y el reflejo del viento».
Cerca, un niño delinea una figura conocida, una rayuela parecida en todo a la que Salma y yo recorríamos cada tarde, ella más torpemente porque era pequeña y no sabía qué sería del futuro. Me acerco con curiosidad y mi sombra oscura la recorta. «Cómo te llamas», me pregunta. Y yo suspiro fuerte pero no le contesto. Temo que ahora me interrogue si necesito algo, si me he perdido y no sé cómo volver, pues tampoco los hombres, aunque crecidos, conocen los caminos de regreso.
Ahora, en la quietud del riad, rumio a duras penas algunas reflexiones. Nací en Algeciras hace ya tanto tiempo. Aquí también me siento como en casa. Una primavera dulce agita suavemente las dunas de El Haouzia. Sin embargo, las palabras brotan torpes, con dolores de parto. Pienso en el niño de la playa trabajando en el alfar, cociendo taârijas, decorando ánforas, mezclando tintes, sumergiendo el pincel en jofainas coloreadas de añil y ocre, de púrpura y azafrán, que, al caer de la tarde, si Alá se lo permite, escapará a las arenas a dibujar mandalas y rayuelas, buscando algún resquicio inextricable por donde huir al laberinto de su vida.
***
La noche ha caído sobre Azemmour. Las estrellas vigilan en la playa a un hombre solo que ha olvidado el dulce mecanismo del llanto. Junto a las olas, un murmullo de espuma y de pies que se alejan. Una barca maltrecha los espera. Pero hoy, en la otra orilla, no habrá nadie que asista a sus naufragios.

Marco Aurelio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 24, 2012, 16:11:55 pm
(http://www.esquinamagica.com/images/felicidadok.jpg)

Camino hacia la nada
 

    Dejaba  atrás un camino incierto de sombras y dudas, una esperanza marchita que sombreaba su corazón. Allí estaba ella, en medio de la nada, dejándose acariciar por la brisa que entraba por la ventanilla del autobús y dibujando con su dedo líneas furtivas en el cristal.  Un muro invisible de indiferencia que se trazaba entre ella y su vida. Y ahora, ¿adónde?, ¿qué camino seguir?, ¿ cuál sería el rumbo que la brújula del destino le marcaría.  Mejor no pensar, simplemente continuar, dejarse llevar, proseguir su camino en autobús a través de carreteras mal trazadas detrás de la muralla de cristal que la separaba de su propia vida.
    Cerró los ojos y pudo ver las últimas escenas de la noche anterior, aún  tenía el miedo en el cuerpo y la sangre helada le punzaba en el corazón como miles de cristales de hielo que se quiebran y te hieren sin piedad. Sin querer, una lágrima se desprendió de sus ojos y acarició suavemente su mejilla. Los gritos retumbaban en sus oídos como ecos lejanos de pesadilla, instintivamente, se llevó las manos a los oídos.
   Abrió los ojos y pudo retornar a la realidad por un momento, contempló con indiferencia  a los restantes pasajeros, escuchó retazos de conversaciones mezclados en un murmullo sordo y de nuevo fue transportada a sus recuerdos.
     Él era su vida, ¿cómo vivir ahora?, sentía la culpa atenazada en sus entrañas, pero no, no más culpas, no más miedos. Había tomado una decisión y debía seguir adelante, ni un solo grito más, aquel fue el último golpe que para siempre se perdería en el olvido. No merecía sus lágrimas ni su amor.  El tiempo en el que ella había sido feliz, la vida transcurría como en una burbuja rosada que volaba  sacudida por el viento cálido en  el rojo atardecer, hasta que fue disuelta y convertida en el polvo de la nada. Después todo fue una pesadilla de reproches, llanto, golpes y dolor.
     Miró de nuevo a través del cristal y vio volar un pájaro, así se sentía ella, libre como un pájaro, volando por el horizonte, surcando un nuevo cielo y vislumbrando  una esperanza  lejana pero cierta.   Acababa de renacer, sí sentía la fuerza y la determinación en su interior. Iba a salir adelante, tenía un nuevo mundo por descubrir ante ella que llenaría con nuevas esperanzas e ilusiones.  La vida seguía, había que caminar aunque no se supiera bien  el destino.
   El  autobús giró levemente, las primeras urbanizaciones se divisaban en lontananza, el destino estaba próximo, pronto lo alcanzaría.   Cada vez se acercaban más, estaba allí, era su  nueva vida.  El autobús paró y ella se levantó de su asiento con una sonrisa en los labios y una emoción incontenible en el corazón, se deslizó entre la gente, bajó del autobús y empezó a caminar con paso y firme y resuelto hasta que fue embutida por la niebla de la mañana  y desapareció confundida con la nada.

Caminante
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 27, 2012, 15:57:27 pm
(http://www.msu.edu/user/doming18/niebla1.JPG)

Para alumbrar su camino


Trabajaba en el almacén más grande que había, en mi pueblo.
Rosolino era el encargado general del establecimiento.
Fue mi maestro, quien me enseño a trabajar, en dicho comercio.
Yo tendría unos doce años de edad.
Recuerdo esa noche oscura. (Oscura como boca de lobo) Como se suele decir en nuestra campaña.
Era un crudo invierno y de vientos arranchados, del sur.
Serían cerca de la diez de la noche, cuando mi compañero me dijo.
Ándate nomás, yo me encargo de cerrar.
-   Tené cuidado, la noche está muy oscura. No te vayas a perder.
-   ¡Que me voy a perder! Estoy acostumbrado, siempre hago el mismo camino, ya me lo conozco de memoria.
Tenía como referencia el monte de los Pizornos, pasaba por el costado de él y salía derecho a mi casa, no tenía como perderme.
Salí del comercio, me enfrente a la noche, pase por el alambrado de la cancha de fútbol. Enseguida venía el monte. ¡Pero de ande yerba!
No veía ningún monte, solo aquellas aquella oscuridad, ninguna estrella para indicarme el camino, me parecía ver algo, solo el chistido de una lechuza parada en un poste, sin moverse de aquel lugar.
Tal vez me entró el miedo. No sabía ni por donde andaba.
Fue la noche más oscura de mi vida.
Seguí adelante, cuando de pronto me di contra el alambrado.
Respiré aliviado.
Estoy en los campos de mi casa. (Me dije). Marchaba más seguro, firme y con la convicción, de que estaba en mis dominios.
Pase el alambrado y apuraba el paso deseando llegar.
De pronto, una perdiz levantaba vuelo de entre mis piernas, temblaba todo mi cuerpo, parecía que me ahogaba mientras caminaba inseguro, mis ojos querían lagrimear, pero yo me decía los machos no lloran, como me enseñaba mi padre y me aguante firme, hasta que caí en una de las cañadas de la estancia, de don Nicacio.
Si grande era el miedo que tenía, fue peor el susto que me llevaba, primero la perdiz ahora  el agua fría de la cañada.
Y aquella lechuza que seguía por allí, como burlándose de mí, quieta sin moverse.
Me senté, trate de tranquilizarme, mire para todos lados.
Entonces entre a razonar, ya más tranquilo. (Pensé. Si estoy en los campos de la estancia, debo de estar cerca de mi casa.
Fue entonces cuando alcancé a distinguir, la luz del candil que mi madre siempre ponía en noches oscuras, en la puerta del galpón, hasta que yo llegara.
Cuando me vio llegar, mi padre salió a mi encuentro.
-¿Que le pasó? Me dijo en cuanto me vio, mojado y embarrado.
-   Me perdí en la oscuridad. En vez de entrar en nuestro potrero, entré en los campos de la estancia y caí al agua de la cañada, no le dije nada lo de la perdiz, porque ya conocía su contestación.
-   No me diga que se asusto por una perdiz, canejo, así que solo dije.
-   Lo único que yo sentía, era esa lechuza que me chistaba de vez en cuando, a ellas no le tuve
-   miedo, pero a la oscuridad sí.
Al otro día me compró un farolito chico a keroseno, me dijo.
-   Para que en noches oscuras de su vida, tengas con que alumbrar su camino.

El Pardo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Julio 27, 2012, 16:15:07 pm
(http://spe.fotolog.com/photo/30/22/11/nahuel_esposito/1267023970228_f.jpg)

El Pacto de los Pájaros


- ¡Castigado! – le gritó su madre mientras con su dedo índice le señalaba el camino a su habitación.
Ya le había advertido al niño que si cuando volviese de trabajar no había recogido todos los juguetes que había desperdigado por el salón, se quedaría castigado. Y no era ese cualquier día para quedarse castigado en la habitación. Ese día era el momento más esperado por todos los chicos y chicas de su colegio. No se hablaba de otra cosa. Era el estreno más esperado en televisión de los nuevos superhéroes de dibujos animados que venían anunciando en todos los sitios desde hacía semanas.
   El niño, cabizbajo y abatido, rogó a su madre que le perdonase, que le trasladase el castigo al día siguiente, que haría cualquier cosa que le pidiese. Sería limpio, bueno, ordenado, amable; sería el niño más envidiado por todos y al que todas las madres querrían tener como hijo. Pero no bastó. Ni los ojos acuosos a punto de llorar, ni los morritos de cerdito, ni el gesto más mohíno hizo cambiar a la madre de actitud.
   Pero la madre no iba tampoco a consentir que se quedase tan tranquilo jugando en su habitación a los videojuegos o entretenido con cualquier juguete electrónico. Así que le desconectó todo y le dejó allí, solo, sentado encima de la cama con la cara más triste que nadie jamás había visto en un niño. Le cerró la puerta y se oyó cómo las pisadas se alejaban de la habitación a través del pasillo en dirección a la cocina.
   No se lo podía creer. Al día siguiente, todos sus compañeros de colegio estarían hablando de aquellos dibujos animados que estaban a punto de empezar y que él se iba a perder por estar castigado. Sería el hazmerreír de la clase, no tendría nada que decir, tendría que escuchar a todos sin saber de qué iba el tema. Sería horrible, sí, el peor día de su vida. No, su vida se había terminado. Nadie querría acercarse a él porque no tenía nada que decir de la serie de moda.
   Pero de pronto, mientras se miraba las zapatillas de estar por casa, oyó una vocecilla. El niño saltó de la cama de un brinco y empezó a mirar en todas las direcciones para descubrir de donde venía esa vocecilla de duende. Y allí lo vio. Un pajarillo estaba gritando en la ventana mientras daba patadas al cristal con sus delgadas patitas. El niño le miró incrédulo a través del cristal un momento y el pájaro dijo:
- ¡Abre ya la ventana, que estoy esperando!
El niño, con ojos como platos de grandes y la boca abierta de par en par, abrió la ventana. El pájaro entró en la habitación revoloteando y se posó sobre la cama.
      - ¿Es que no pensabas abrir nunca o qué? ¿No sabes que tienes que abrir la ventana? – gruñó malhumorado el pájaro   
   - ¡Un pájaro que habla! – exclamó el niño alucinado
   - Perdona, yo no soy un pájaro – dijo con retintín -, soy un gorrión.
   - ¿Un gorrión?
   - ¡Sí, qué pasa! Un gorrión. Si hubiese llamado a tu ventana un búho, un águila o un loro, no pasa nada. Pero como soy un gorrión, ya no molo. ¿Y no sabes que tienes que abrir la ventana cuando estés castigado?
   - No, ¿por qué? – preguntó el niño que miraba al pequeño gorrión que se había tumbado en su cama y bebía agua de una botella minúscula que había sacado de una diminuta mochila que llevaba a la espalda.
   - ¿No sabes el trato? – resopló el gorrión haciendo una pausa -. Los pájaros hicimos un pacto con los niños hace cientos de años. Nosotros nos encargaríamos de ayudaros un poco cuando estuvieseis castigados, para que no os aburrieseis. Por eso, cuando los niños estén castigados deben abrir la ventana para que podamos entrar. Pero muchas veces las ventanas están cerradas y no podemos ayudaros.
   - Yo no lo sabía.
   - Bueno, pues ya lo sabes – refunfuñó -. Vamos a ver qué tengo aquí para ti.
Y empezó a mirar en el interior de su mochila, en la que era imposible que cupiese nada más grande que una miga de pan. El gorrión  mascullaba entre dientes:
- Una alfombra voladora, un perro que cuenta chistes, un cohete para ir a la luna, una capa de hacer invisible… ¡aquí está lo tuyo!
   El niño, que había estado boquiabierto con las cosas que el gorrión parlanchín decía tener en su mochila, se sobresaltó con emoción cuando oyó aquello.
   - ¿Qué es, qué es? – gritó excitado
   - ¡Un libro! – Y el gorrión vio la cara de decepción del niño al oírle -. Pero no es un libro cualquiera. Es un libro especial para niños castigados.
El libro, que no ocupaba más de una pestaña, se hizo grande en cuanto el niño lo tocó.
   - Pues ya me voy – dijo el gorrión -. Tengo mucho trabajo hoy. Hay bastantes castigados hoy. No te preocupes por devolverme el libro, en cuanto lo acabes, desaparece solo.
   - ¿Y por qué dices que es especial el libro?
   - Porque cuando acabes de leerlo por arte de magia dejarás de estar castigado. Como ves, las páginas del libro están pegadas, y sólo podrás pasarlas si vas resolviendo lo que el libro te pregunta. Si aciertas lo que te pregunta, puedes pasar a la siguiente página; si no, te quedas castigado. Cuando acabes el libro, tu castigo se acabará.
   Y del mismo modo como apareció, el gorrión salió por la ventana batiendo sus alas a toda velocidad, dejando al niño con el misterioso libro entre sus manos. El libro, de pastas rojas y sin titulo, reposaba lleno de intriga entre los dedos del niño. Éste respiró hondo, se armó de valor y abrió la primera página del libro. En ella apareció un acertijo: “Sólo por cielo y por mar, hasta mí podrás llegar”. El niño discurrió durante unos minutos y finalmente llegó a la solución:
- Una isla
El libro aceptó la respuesta dada por el niño y le dejó pasar a la siguiente página, que como por arte de birlibirloque se había despegado. La siguiente página le pedía al niño que enumerase trece cuentos. “¡Trece eran muchísimos!”, pensó el niño. Cerró los ojos y comenzó a recordar los títulos de los cuentos que su abuelo le contaba en la cama antes de quedarse dormido cuando era mucho más pequeño. Y así comenzó a nombrar con voz firme y pausada: La ratita presumida, Pulgarcito, Hansel y Gretel, Peter Pan, la Cenicienta, El gato con botas, la Bella Durmiente, El Mago de Oz, Pinocho, el flautista de Hamelín, Juan Sin Miedo, la cigarra y la hormiga, Caperucita Roja. 
- ¡Lo logré! – exclamó el niño mientras pasaba a la siguiente página del misterioso libro, que le recibía con otro acertijo.
“¿Qué será, qué habrá de ser, que cuanto más grande se hace, menos la podemos ver?”. El niño tardó unos minutos en acertar que se trataba de la oscuridad, y el libro así se lo confirmó dejándole pasar de página. La siguiente página del libro le decía: “Blancanieves está cenando con los enanitos. Lo que les va a servir a continuación es lo mismo que lo que tardará en hacerlo”.  El niño tardó mucho tiempo en responder. Pensó, pensó y pensó hasta que le salía humo por la cabeza. Pero no se le ocurría nada. De pronto, una lucecita se iluminó en su cabeza.
- Siete segundos.
El libro aceptó la respuesta dada por el muchacho. Efectivamente, los enanitos habían terminado de comer el primer plato, y Blancanieves les iba a servir a continuación siete segundos platos. Y lo haría en siete segundos de tiempo. Lo había descubierto.
El libro, en la página posterior, le preguntaba: “¿Qué es, qué es, que vuela y no tiene alas, corre y no tiene pies?”. Al instante, el niño acertó con una exclamación:
- ¡El tiempo!
El libro apuraba sus últimas páginas mientras, al igual que decía el acertijo, el tiempo pasaba volando en la habitación del niño. La emoción erizaba la piel del niño que no podía parar de leer las páginas que pasaba a gran velocidad, resolviendo acertijos y enumerando las cosas que el libro que había traído aquel pequeño gorrión en su mochila le preguntaba para dejarle continuar. Así, el libro le dijo que se inventase la historia más corta que pudiese. El niño pensó durante un breve instante y contó lo siguiente:
-  Había una vez una princesa que tenía miedo a la oscuridad hasta que un día una hormiga le dijo que si llegaba hasta el jardín en mitad de la noche, se le quitaría ese miedo. Lo hizo y al llegar allí halló una vela mágica que nunca se apagaba. Así nunca volvió a temer a la oscuridad.
Al libro le gustó el brevísimo relato que el niño había inventado y le permitió pasar de página, donde le esperaba, cómo no, otro acertijo: “Si me nombras, desaparezco”. El niño se quedó pensativo durante un tiempo, dándole vueltas a la cabeza en busca de la solución. Paseaba de un lado a otro, se movía de aquí para allá. Pero nada, no resolvía el acertijo. “¿Qué cosa desaparece si la nombro?”, se preguntaba el niño. Y cuando no se oía nada en la habitación donde el niño pensaba, se le ocurrió:
-   El silencio.
Y así, el libro llegó a la última página donde decía:
“Enhorabuena. Has terminado el libro y tu castigo se ha terminado. Has sido capaz de imaginar, inventar, recordar y discurrir. Lo has hecho tú solo, sin la ayuda de nadie, sin aburrirte. Mereces que tu castigo se acabe. Pero recuerda, que para ello no has necesitado televisión, ni videojuegos. Sólo has necesitado recurrir a los viejos cuentos de siempre, a tu imaginación. Muchas veces más te castigarán, y ahora ya sabrás cómo superar el tiempo que estés encerrado. Pero lo realmente hermoso sería que no esperases a estar castigado para inventarte un cuento, para leer un relato o jugar a los acertijos, si no que lo hicieses libremente, cuando te apetezca. Y ahora, crece pero no olvides”.
Y así, el libro desapareció entre sus manos dejando entre los dedos del niño un polvo suave y blanco como arena de playa. En ese instante, la puerta se abrió. Era la madre, que preguntó:
- Bueno, ya se ha terminado tu castigo. ¿Te has aburrido? ¿Se te ha hecho largo?
- ¡Ya se ha pasado toda la tarde! Ni me he enterado. Se me ha pasado volando.
- ¿Qué asestado haciendo?
- No me creerías, mama, seguro.
La madre y el niño salieron de la habitación y fueron a la cocina, donde la cena les aguardaba. La madre, extrañada, no entendía por qué su hijo estaba sonriente en vez de triste y abatido por el castigo. Pero lo cierto es que el niño estaba realmente feliz y nadie sabía explicar el motivo. Y de esta manera, aquel niño nunca volvió a aburrirse, y dedicó sus ratos libres a escribir cuentos y a inventar acertijos para ver  si luego sus amigos los adivinaban.
Así que niños, ya sabéis. Siempre que estéis castigados, en cualquier lugar del mundo, en cualquier circunstancia, dejad abierta la ventana de vuestra habitación para que los pájaros puedan cumplir el pacto de ayudaros a no aburriros. No vaya a ser que os vayan a visitar y se encuentren con la ventana cerrada y pasen de largo, dejándoos solos y aburridos. Aunque, después de haber escuchado esta historia, ya sabéis cómo no aburriros nunca jamás en la vida.

Alanum
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2012, 15:57:35 pm
(http://enbuscadeantares.files.wordpress.com/2009/11/e7ztd_20071019152323-sonrisa.jpg)

Sonrisa nueva


Mark no soñaba con ver la luz del Mediterráneo. Vivía sus sueños en todas partes, porque iba directamente a por ellos, vivía enamorado. De mirada valiente, serena y educada, conseguía como pocos conservar las virtudes del niño que vamos perdiendo de vista en nuestro interior.
La única vez que vio el mar, disfrutó tanto como quien ha visto la noche de San Juan en el puerto de Santoña. Apenas se subió a una barca de pedales, y con el palo de la sombrilla en la mano se creyó Pedro de Valdivia conquistando Chile mientras llenaba sus pulmones. Sin embargo, el teatro no era su fuerte cuando se trataba de ganarse la vida. Él lo sabía bien, pues para su espíritu libre y sincero, las sonrisas de plástico eran hambre para mañana.
Aunque en su inocencia imaginara la selva tropical como un lejano pozo insalubre, y ni siquiera se le pasara por la cabeza que el mar era cálido en las costas del sur, gozaba y sufría de un elevado juicio, como pocos, y dominaba el tráfico de sentimientos que lo rodeaba. Como lo hacía con discreción, no faltó quien le diera pan para calmar su sed.
Mark se quedó en esa ciudad de primaveras quietas y silencios de plomo. Baja a la calle, cruza y entra. Ben lo saluda por el cristal. Le tenía mucho cariño, pues Mark llenaba sus mañanas de optimismo y energía. Mark andaba por la cuerda floja entrando cada día por la puerta de atrás a la cocina. Al calor de las freidoras se gestaba su complicidad, refugiando sus confidencias en el ruido de la nevera. Esa cocina de luz blanca era su casa. El cariño sobrepasaba a veces la puerta, también sus voces y acentos, y provocaba ternura en unos clientes casi inexpresivos. Pocos olían tal fraternidad, pues no la reconocían en sí mismos, pero alguna vez se les escapaba con la forma de una sonrisa que no podían acallar si el pan tardaba demasiado en salir.
Esta tarde fue Berkan el que entró. Su prosodia y gracia natural llenaron el local mientras se decidía con inocencia por un falafel, y su amigo, desde la puerta, le discutía tan importante determinación. Aquel día, por primera vez desde que llegó a la cuidad, Berkan no fue invisible, y despertó en Ben una ternura que él manifestaba abiertamente, pues llevaba tiempo esperando una oportunidad como ésta para sonreír.  Era un soplo de brisa fresca, bromeaba más rápido que Ben, y él reía y movía la cabeza a los lados cada vez que le superaba con su desparpajo. Mostrando su sonrisa de admiración, le enseño a pronunciar “ajo”, que ninguno de los cuatro decía bien.

La temperatura del local cambió tras la visita de Berkan. El estómago de Mark se contagió de felicidad. Cubrió la cabeza de Ben con el delantal y empezó a hacerle cosquillas. Ben consiguió darse la vuelta y lo abrazó. Después de que Mark intentara escurrirse, acabaron riendo los dos agarrados. Ben abrió la mano cubrió suavemente la nuca de Mark.
Aunque uno soñara con las Indias y otros hemisferios, y el otro no supiera usar un ordenador, nunca se separaron.
Berkan había llegado a la cuidad en los días grises y dorados de octubre. Como una rosa roja en un fotograma de cine mudo, se le veía venir en todas partes, sobre todo cuando menos necesitaba destacar. Inoportuna era su notoriedad, al contrario que Mark, cuyo tatuaje en el cuello, aunque verde y amarillo, no le sacaba del anonimato.
El invierno llegó cuando lo esperaban, cuando Berkan observó por primera vez que su acento había cambiado. Las largas noches lo cubrieron con un manto cálido y le hicieron sentir seguro. La actividad frenética de los días anteriores se acumuló en sus rojas mejillas de invierno y afilaron su mirada y su sonrisa a la hora de cenar. Estrenando un paso ligero pero decidido, Berkan mostró su sonrisa de ojos, reservada para las ocasiones especiales que durante el otoño no había tenido, y al fin entró en el local.

Álvaro Torre
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2012, 16:01:18 pm
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Gracias por ser así


Podrá pararme a pensar, e intentar recordar cuando comencé a confiar en ti. Rescatar los recuerdos de hace tiempo, cuando te conocí, pero no, hoy no voy a hacer eso.
Lo importante de los que ahora estoy orgullosa es de tenerte día tras día conmigo, sin dejarme solo ni el más mínimo e insignificante momento de bajón.
También podría comenzar a enumerar tus virtudes, los detalles de tu personalidad, las diferencias que la convierten en algo muy especial pero se que mucho que me explaye escribiendo, nadie podrá hacerse ni por asomo una idea de lo increíble que eres.
Pesan las desilusiones, las decepciones pero siempre hay un motivo por el cual seguir y apoyarte, eres una de las personas que haces que me levante con una sonrisa, que solo con  una frase dicha en el momento correcto me anima cuando nadie más sabe hacerlo.
En estos últimos años he aprendido a valorar lo que realmente importa y creo que gran parte de la culpa la tienes tú, sin saberlo me has enseñado que a lo largo de la vida chocas con mil obstáculos, opiniones diferentes que vienen de distintas personas pero de las que al final solo debes quedarte con aquellas dichas por la gente que te quiere de verdad.
Porque solo un verdadero amigo como tú se alegrará y preocupará de tu felicidad.

Alba
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2012, 16:06:03 pm
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El depositario del miedo


Todo comenzó como suelen comenzar todas las cosas importantes: mucho tiempo atrás.
La tensión se palpaba en el ambiente y cargaba el aire de energía quasi eléctrica que, como si de electricidad efectivamente se tratara, obedeció, sin más, a las leyes de su propia física.
Nadie le puso nombre y nadie le preguntó; a nadie le interesaba. Por otro lado, su soledad no duró mucho; sólo se sabe que, en un momento dado, como alfileres atraídos por un gigantesco imán invisible, los ciudadanos comenzaron a congregarse a las puertas del Congreso.
Primero fue aquel primero; enseguida llegó el segundo, el tercero... no tardaron en ser más de veinte. Como por generación espontánea, una pequeña multitud empezó a tomar forma a las puertas del mismísimo órgano depositario de la Soberanía.
En el interior, Sus Señorías mantenían un acalorado enfrentamiento, enconado por lo irreconciliable de sus posturas. El paro había superado ya el treinta por ciento de la población activa; el rescate económico de la banca simplemente había servido para mantener en el aire el enorme castillo formado por cientos de miles de cargos políticos y de libre designación, sueldos de concejales, alcaldes, diputados provinciales, autonómicos y locales; delegados de gobierno, ministros, consejeros, amigos y enchufados... un sin fin de granujas, golfos y parásitos que engrosaban una lista compuesta por más de medio millón de nombres con sus correspondientes apellidos y nóminas millonarias. Delincuentes con traje y corbata que se adjudicaban millones de euros en concepto de indemnización por llevar a la ruina entidades financieras.
Organizaciones sin ánimo de lucro que Nóos costaban millones de euros, que chupaban sin límite la poca sangre que le quedaba a un país moribundo... Y sólo una cosa les ayudaba y les permitía mantener la sartén por el mango: el miedo.
 
El grupo que se concentraba a las puertas del congreso comenzó a superar holgadamente el millar. Aun así, y nadie ha sabido explicarlo hasta ahora, no se oía un alma, ni un grito, ni un silbato, ni una palabra más alta que otra; ni un murmullo, en definitiva. Sin altercados, sin piedras, sin consignas y sin autorización, la gente comenzó a llamar y a atraer a la gente... enseguida fueron más de dos mil.
En el interior del edificio, los acalorados representantes seguían discutiendo en términos políticamente correctos. Discutiendo sobre cómo dejar de gastar sin dejar de gastar en sí mismos; sobre qué estertor arrebatarle al Pueblo para mantener un nivel de vida que poco, nada, tenía que ver con la realidad.
Pero, inevitablemente, la Policía del Congreso se dio cuenta de lo que estaba sucediendo fuera, allí mismo. El silencio absoluto, el comportamiento ejemplar pero, sobre todo, el silencio absoluto de la masa que, poco a poco, iba superando los cinco mil individuos, llamó la atención del personal policial, que tuvo que salir a la puerta para asegurarse de que aquello que veían por las pantallas no era Atenas o alguna imagen de archivo.
Inmediatamente se dio la voz de alarma. El silencio fue golpeado por las sirenas. Había que defender, que proteger, a los representantes de la Soberanía de los mismísimos propietarios de esa misma soberanía. Una hilera interminable de vehículos policiales tomó la zona y los aledaños, pero el sonido lejano de más sirenas y de los motores revolucionados, delataba un despliegue que no tenía precedentes. Cuando el primer alto mando policial llegó al lugar, comprobó con espanto que aquello se les había ido de las manos. ¿Cómo era posible que nadie hubiera atajado aquello antes?
Las estimaciones oficiales trataron de quitar peso a la evidencia, pero la realidad mostraba que allí había ya más de diez mil personas. Atado de pies y manos, el jefe de la Policía requirió la presencia del Delegado del Gobierno... Una decisión así tenía que venir desde arriba. Y desde arriba, en helicóptero concretamente, el Delegado fue trasladado al Congreso por ser imposible del todo hacerlo con medios terrestres.
El Delegado no podía creer que aquello estuviera pasando. La televisión y la radios, tan estupefactos como la policía, comenzaron a dar la noticia... Al principio, cuando la confusión alcanzaba hasta a lo que se estaba viendo con los propios ojos, hablaban de cientos, quizás mil o dos mil individuos... pero los helicópteros permitían ver claramente lo que realmente estaba sucediendo.
El despliegue policial para salvaguardar la integridad de los diputados cortó calles, vías rápidas, autovías y todo tipo de transportes públicos. Se cerró el metro y lograron colapsar y detener la ciudad... pero no a la gente que, como atraída por algún tipo de substancia química, poco a poco, a miles, se fueron uniendo.
El delegado del gobierno palideció cuando se le informó de que la masa superaba con creces los cien mil individuos, y que la cifra seguía creciendo de forma incontrolable. Se vio obligado a llamar al ministro del interior, pues era evidente que aquel envite le venía grande tanto a él como a su cargo, ¡y ni tan siquiera un mínimo gesto, un mínimo motivo, un miserable insulto al que agarrarse para iniciar una carga policial que ya no tenía sentido ni posibilidades!
El ministro, enzarzado en una discusión, otra, tan infructuosa, tan intrascendente y tan prescindible como su propia misión, respondió de mala gana al delegado diciéndole que "¡si se trata de una manifestación ilegal, disuelva!" Sólo la insistencia de su subordinado le obligó a salir del hemiciclo y a asomarse a la puerta, desde la que inmediatamente vio que los dos leones que le flanqueaban eran, a todas luces, insuficientes para acabar con tanta carne. El ministro del interior palideció y entró corriendo a dar la novedad al Presidente de su gobierno, el cual, ante la congoja de su semejante, no pudo menos de levantarse y dirigirse a la puerta, seguido de varios diputados, ilustres todos ellos, naturalmente, que vieron algo en la cara de su compañero de filas que les inquietó y les movió a dejar su sagrado asiento y a asomar la cabeza al mundo real.
El resto del hemiciclo enseguida fue un clamor. Diputados que salían con cierta incertidumbre y volvían corriendo, algunos con sonrisas nerviosas, otros, con cara de extrañeza, y otros charlando entre ellos. Todos tratando de adjudicar un nombre políticamente correcto a lo que acababan de ver. Naturalmente, al principio ninguno de ellos fue consciente de la magnitud de la situación, y todos coincidían en que el Problema, con mayúscula, era sólo del presidente y de su gobierno.
Poco a poco, sus señorías, ilustrísimas como no podía ni puede ser de otra manera, fueron tomando posiciones en la parte alta de las escaleras de acceso al edificio, entre los leones que guardaban la entrada, detrás del mayor despliegue policial visto en la historia del país. Todos los diputados habían presenciado alguna vez congregaciones de ese tipo, y todos habían podido irse por otra calle a tomar unas cañas o a reservar billetes para algún viaje sin mayores consecuencias. Algunos incluso presumían ante sus ilustrísimos colegas de haber organizado movimientos sociales similares y claramente superiores en número y en ruido, evidenciando, una vez más, que hablaban sin saber lo que decían.
Mientras, la televisión mostraba imágenes nunca vistas tomadas desde helicópteros: más de trescientos mil ciudadanos, en el más absoluto silencio, formaban una masa humana que iba camino de no tener precedente ni fin. Las noticias eran lo único capaz de acercarse al ritmo que marcaba el crecimiento de la concentración, y enseguida se puso de manifiesto que aquel fenómeno no era sólo cosa de la capital sino que, de forma igualmente espontánea, el Pueblo se estaba uniendo en todas y cada una de las capitales de provincia.
En Madrid ya había, según los cálculos de la gente que se dedicaba a calcular ese tipo de cosas, más de un millón y medio de personas, y era asombroso ver cómo el reguero humano que acrecentaba el número no paraba de crecer. Si el ritmo seguía así, era cuestión de una hora o dos tener a toda la Población enfrente de sus representantes.
Policías de todos los colores, ejércitos, reservistas... todo el personal, disponible y no disponible, fue llamado al servicio, pero la masa no reaccionó, para sorpresa y desagrado de la cúpula, ante la hostilidad del montaje. Facilitó, de hecho, el despliegue ordenado directamente por Jefe del Estado, Presidente, Ministro y Delegado del Gobierno, en una cascada perfecta de Jerarquía administrativa iniciada con las órdenes de aquel que esta vez, y para variar, no estaba de viaje de placer ni de safari.
Como pronosticó aquel que entendía de aquello, dos horas después del plantón de aquel silencioso y anónimo ciudadano, sólo en Madrid había más de tres millones de manifestantes que no dejaron escapar un solo sonido, dando fe de que el mismo ambiente inspiraba la actitud. Allí estaban, en la primera fila, el primer Ciudadano y otros muchos más, a escasos cincuenta metros de sus representantes. Se veían las caras los unos a los otros: unos relajados, tranquilos, sintiéndose seguros ante la contundencia del despliegue. Los otros, con muy poco que perder.
Tras las infructuosas amenazas de rigor, transmitidas por el delegado del gobierno megáfono en mano, se hizo el silencio.
Cuatro filas de antidisturbios armados hasta las cejas se interponían entre el Pueblo Soberano y sus representantes mientras más y más personal, reclutado incluso de empresas de seguridad privada, fue llegando al edificio. Finalmente, y en el silencio más absoluto que jamás nadie hubiera imaginado, que absorbía el ruido de unas sirenas que, sin dejar de sonar, dejaron de oírse, sólo se escuchó el animado cuchichear de algunos diputados que hablaban por el móvil con alguien afín a sus intereses, ajenos a la realidad de lo que les rodeaba y mostrando esa sonrisa cínica de quien, por ignorante, se siente seguro.

Entonces, ocurrió. El ciudadano número uno dio un paso al frente, acortando una distancia que instantes atrás parecía inabarcable. La policía se tensó. El delegado miró al ministro, y el ministro miró al presidente. Nadie dijo nada.
Otro paso hacia adelante. Esta vez la primera línea ciudadana se puso a la altura de la primera línea de policía.
Otro paso, uno más, que obligó a los agentes a retroceder ante la ausencia de órdenes. En ese momento los diputados más contumaces y cínicos dejaron de sonreír y adquirieron una expresión de extrañeza y circunspección.
Otro paso, y otro...
 
—¡Carguen! — ordenó el ministro, rompiendo un silencio que lo decía todo. Un silencio que chocaba frontalmente contra el frágil muro del hablar sin decir nada en el que se sustentaba su sistema.
 
En ese momento sucedió: los miembros del dispositivo lo vieron claro. Aquellos hombres y mujeres uniformados vieron que también eran ciudadanos, y sentían la misma química que atrajo a todos los demás.
De repente notaron que se estaban enfrentando a ellos mismos, y aunque no tenían por qué conocer a ninguno de los que tenían enfrente, sabían que toda su gente, que toda su vida, estaba en ese bando, no en el otro. Sabían que cuando finalizasen el servicio tendrían que ir convivir con aquellos a los que estaban llamados a disolver, con aquellos a los que tenían que agredir. No transcurrió mucho tiempo hasta que el primer agente antidisturbios lo vio todo claro y entregó su arma a su superior.
La enorme retahíla de amenazas legales sólo hizo que uno tras otro, los agentes comenzasen a ver a quién tenían que proteger realmente: ¿A aquellos corruptos que únicamente sabían aprovecharse del poder? ¿O a su gente, al Pueblo Soberano que les pagaba, y al que se debían?
Un histórico giro de 180º volvió los cañones y las pelotas de goma contra diputados y gobierno en pleno. No hizo falta un solo disparo.
Fue en ese momento cuando todos vieron claro que el miedo había cambiado de bando, y sólo cuando el miedo sorprendió a los que no lo tenían, las cosas comenzaron a mejorar.

Luis Aleixandre
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2012, 16:15:54 pm
(http://www.legaltoday.com/files/Image/gestion_despacho/el-saber-no-ocupa-lugar.jpg)

Saber


Necesito saber que se sabe lo que sé. No logro saber lo que sé. Pero sé lo que ella sabe  y es posible que no sepa más.
La sala de proyección estaba casi vacía. A mí las películas de miedo no me gustan pero aquella noche tenía necesidad de ir al cine. Me había quedado solo, ella me dejó. Cuando bajé por la calle, amenazaba lluvia. Me dirigí al cine de la esquina. Todavía subsistía aquel antro, yo creo que es una tapadera de otro negocio más oscuro aún. Y allí acabé, viendo una película que no quería ver.
Sé lo que creo saber y acabaré sabiendo lo que la ella sabe.
Estaba sentado en una butaca vieja de cuero rojo. Hacía calor y el culo se me pegaba. Éramos tres personas. La silueta del dueño en la cabina se dibujaba con la lámpara del proyector. Era multiusos  y hacía labores de taquillero, acomodador, proyeccionista y de hombre de la limpieza. Con tantas funciones alguna se tenía que resentir, y la limpieza era la sacrificada. Un vagabundo dormía en una de las filas de atrás. Todas las noches pernoctaba allí. Olía a calle y el dueño siempre le ponía en las filas traseras por si venía algún otro cliente.
Necesito saber. Necesito saber. Necesito saber…
Para ser policía no soy muy valiente que se diga. Estas películas en las que aparecen niños y encima se suben por los techos a cuatro patas, me ponen de los nervios. Yo quería disfrutar de una película, necesitaba ver el parpadeo de las imágenes, sentir las sensaciones que un cine de barrio te ofrece. Pero aquellos niños cabrones me estaban jodiendo la noche. Me levanté. El calor me mataba. Quería algo de beber. Toqué en la cristalera de la cabina para captar la atención del dueño. También servía las bebidas. Pagué el refresco y decidí salir del cine, no soportaba más la sensación de miedo.
Acabaré sabiendo lo que no quiero saber, lo sé.
Al salir ya llovía. Me gustó la sensación de las gotas sobre mi cuerpo. Miré hacia el cielo como si estuviera en una ducha improvisada. Agradecí el agua refrescante. Apuré el refresco produciendo el clásico sonido de burbujeo. Lo tiré en una papelera y me apresuré a llegar a casa. Todavía me acordaba de la película y me producía escalofríos. El agua bajaba arrastrando papeles, como en aquella película de Berlanga en el que las banderas desaparecían por una alcantarilla. Seguí bajando la calle.
Es posible que al saber lo que sé, ella ya no quiera saber más.



Escuché pasos detrás de mí. Me giré instintivamente pero los pasos cesaron. Caminé más deprisa. Seguro que todo era producto de la película. Llovía con más fuerza, la sensación ya no era agradable. La calle no estaba muy bien iluminada. Otra vez escuché los pasos, pero esta vez no volví la vista. Aceleré. Los pasos aceleraron. Giré la esquina y eché a correr calle abajo. Las pisadas también aceleraron. Llegué al portal, estaba abierto. Subí las escaleras de tres en tres. Oía voces que me llamaban pero no las escuchaba.
Ya sé por qué ella me dejó, supe todo lo que tenía que saber.
Saqué las llaves, logré abrir con un movimiento rápido. Sentí la presencia de alguien jadeando detrás de mí. Di un salto y alcancé mi pistola que estaba en el recibidor. Un fogonazo alumbró toda la estancia. Un zumbido sordo aturdía mis oídos. Cuando pude restablecer la vista, adiviné en el suelo la figura de un hombre en un charco de sangre. El olor me era familiar. Me agaché hacia él. Con un pequeño resuello de vida y levantando un objeto con su mano derecha, el hombre pudo decir: 
- Aquí tiene… su cartera…se le cayó en el cine.
El vagabundo yacía muerto con un disparo en el cuello.

A veces las apariencias engañan.

Jaffier
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 01, 2012, 16:21:49 pm
Mi primera vez


Vivía y me crié en el campo, tendría unos trece años cuando empecé a trabajar en un almacén del pueblo, nunca me había acostado con una mujer de verdad, solo con gurisas y todo de apuro, por miedo a que llegara algún hermano  a sus padres.
Era un pueblo chico, solo había un quilombo, donde los domingos llegaba la paisanada a pasar un rato con ella, dejando allí sus pesos.
Un día la dueña de la casa vino al boliche, al verme me dices estoy segura de que tú nunca anduviste con una mujer, andarás montando ovejas o chanchas o alguna yegua, como hace la mayoría de tu edad.
Ven a mi rancho esta noche que yo no te cobrare nada, así vas aprendiendo lo que es estar con una mujer.
Con mucho gusto te voy a desvirgar me decía.
Cuando ella se fue yo contento de que llegara la noche de una vez, cerraría el boliche he iría hasta el lugar indicado.
Yo apurado para que llegara la noche.
Cuando llegué, estaba en la puerta esperando a algún cliente, con un vestido azul largo, con un tajo al costado, desde la rodilla a los pies.
Me saco los pantalones cortos y la camisa, me tiró en la cama, yo estaba muy feliz al fin iba hacer el amor con una verdadera mujer.
De pronto aparecieron dos gauchos de a caballo y venían con mucho dinero, diciendo hecha ese guri para fuera no vez que es un menor, si te agarran los milicos te cierran el negocio.
La cosa fue que me tiraron para afuera con ropa y todo, mientras aquellos hombres retozaban de lo lindo con la gorda, yo me quede mirando un rato.
La gorda desnuda, el vestido azul en el suelo, aquellos hombres se turnaban a cada rato, habrá ganado mucho dinero pero la dejarían de cama.
Tu vení otro día me decía la mujer, te debo la invitación, no te cobrare nada, la que paso ya paso no volvería a repetirse, me repetía.
Aquel espectáculo me dio un poco de asco, agarre mis ropas, caminando con el desaliento, me fui como un pajarito herido, sufriendo el desencanto de la impotencia.
Esa iba a ser mi primera vez con una mujer de verdad.

El Mulato
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:07:10 pm
(http://misticablog.files.wordpress.com/2008/11/corazon.jpg)

El reembolso


    -El siguiente por favor.
     Tras un par de horas en la fila, por fin a María le llega su turno. Al ingresar  encuentra sentado frente a un escritorio, a un hombre corpulento ataviado con traje gris, camisa blanca y corbata torcida, quien con ambas manos aprisiona una torta que se lleva a la boca. Imposibilitado para hablar le indica con un movimiento de cabeza que tome asiento. María le entera la razón de su presencia.
    -Licenciado, venía a que me hicieran válida esta garantía.
    -¿Referente a qué?
    -Mire, hace poco más de dos años adquirí en esta Casa Comercial, un muchacho, con fines de noviazgo y opción a matrimonio. Ni siquiera había cruzado una sola palabra con él, pero el catálogo hablaba maravillas de este chico. Yo, la verdad puse en duda tanta belleza. Los hombres honestos, trabajadores, responsables, cariñosos, comprensivos y sin vicios, ya se extinguieron y tengo mis reservas para creer que alguna vez poblaron la Tierra, por lo que no creí ni en la mitad de lo que me aseguraban. Pero se me dijo, como lo constata la segunda cláusula de esta garantía, que si Roberto no respondía cabalmente a las expectativas prometidas en el contrato de compra venta, me sería devuelto el total del importe pagado. La oferta me pareció ventajosa. ¿Qué podía perder? Si las cosas se daban, encontraría a la persona que me diera la estabilidad anímica que anhelaba, y si no pues podría regresarlo a cambio de mi dinero. Pero desafortunadamente el muchacho resultó una amenaza, tanto para mi tranquilidad emocional como para mi físico, por lo que exijo me devuelvan el importe que pagué, y pasen a recoger a Roberto a mi departamento, a la mayor brevedad.
     El hombre sostenía con una mano la torta y tras limpiarse la barbilla con el dorso de la mano libre, la extendió hacia la garantía.
    -Déjeme verla.
    -¡Cuidado! –la mujer la retiró un poco, evitando que los dedos sucios la tocaran-. Aquí dice que no será válida si presenta raspaduras o enmendaduras.
    -Descuide, conozco lo que dice –se estiró lo suficiente para apoderarse del documento-. Le aseguro que enchiladuras y engrasaduras son válidas.
     Luego de leer algo, soltó la hoja con desdén sobre el escritorio.
    -¿Qué piensa?
     La mujer tuvo que esperar a que el licenciado diera una nueva acometida,  con su voraz mandíbula a la torta y engullera totalmente el bocado, para que afirmara.
    -Tiene todos los sellos y las firmas necesarias.
    -Entonces recuperaré mi dinero.
   -Sí, La Casa Comercial Luna de Miel, siempre le cumple con cabalidad a sus clientes. Pero primero, como parte de un procedimiento de rutina, necesitamos que nos indique en qué puntos falló nuestro muchacho.
    -Ah, pues mire –tomó el documento-. En el inciso “a” me prometían respeto, pero se la pasa lanzándome críticas por mi sobrepeso.
    -¡Ah! Entonces cumplió con el “f”, el cual afirma que es sincero.
    -¡Licenciado!
    -Disculpe, no es lo que piensa, me refiero a que ese apartado dice que si en su relación… –suspende la frase, luego poniendo cara de enfadado-. ¡Bah! Qué sé yo de lo que ha ocurrido en su relación. Prosiga, prosiga, sólo usted sabe lo que ha vivido.
    -Bien, el “b” asegura que Roberto es abstemio, y cada tres días llega a la casa con la mirada perdida, caminando como péndulo y oliendo a rayos. La semana pesada todo briago intentó besarme; yo que detesto el olor a tequila, le puse las manos en el pecho, para impedir que cumpliera su cometido, y él se molestó tanto por el desaire, que empuñando la mano hizo trizas el inciso “c” que garantiza la no violencia, al provocarme una hemorragia nasal.
    -¡Aaaaah! –el licenciado hizo un gesto de irritación.
    -¿Verdad que fue un acto horrible?
    -¡No! ¡Qué acto ni qué acto! –escupe algo en el cesto de basura-. El jitomate está rancio. Doña Ramona no sé dónde diablos compra sus verduras, no es la primera ocasión que utiliza jitomates en mal estado.
    -¿Puedo continuar?
    -Adelante, adelante, la sigo escuchando.
    -Los apartados “d” y “e” hablan de que es responsable y que le gusta salir de paseo los fines de semana. De lo responsable nada, tengo yo siempre que andar pidiendo prestado para pagar el agua y la luz, porque Roberto no hace caso; ya estoy buscando trabajo, porque al lado de este hombre una se muere de inanición, y sobre lo de su afición a salir los fines de semana, tengo que admitir que es correcto, pero se va solo y me tengo que quedar en casa aburriéndome a cuatro paredes. ¿Qué le parece?
    -Tiene sobrados motivos para estar molesta –lo dice mientras se enrolla la corbata en el dedo índice-. ¿Tiene algo más que agregar?
    -Por supuesto. Haber, el inciso “f” me prometía sinceridad, creo que no comentaré nada al respecto para evitar sus alusiones personales. Pero el “g”, ¡ay! El  “g” dice que es cariñoso y romántico. Pues la verdad sí había serenatas y cenas románticas; había, hablo de tiempo pasado. Existieron esas hermosas demostraciones de cariño, que hacen a una creer que ha encontrado al hombre perfecto, pero esto solamente ocurrió durante el noviazgo porque en cuanto nos casamos todo se ter…
    -¡Aaaaah! –la interrumpió, señalándola con el dedo índice como quien pilla a un niño en plena travesura.
    -¿Qué ocurre? –preguntó María llevándose las manos al pecho.
    -¿De modo que ya se casaron?
    -Sí, hace 6 meses. ¿Hay algún problema?
    -Al contrario, todo se ha disuelto como esta sal de uvas –y vertió un sobrecito de sal de uvas en un vaso con agua, agregando después-. Y la compañía se libera de cualquier compromiso con usted.
    -No entiendo.
    -Lea por favor lo que dice hasta abajo.
    -¿Hasta abajo?
    -Eso he dicho.
    -¿Las letras chiquitas?
    -Sí
    -Haber, dice… Impreso en imprenta multiformas.
    -¡Nooo! –poniéndose de pie caminó en derredor del escritorio hasta ponerse al lado de la mujer.
    -Aquí, haga el favor de leer aquí.
    -Pero, aquí sólo hay unos puntitos.
     El licenciado, haciendo gala de impaciencia le arrebató el documento. Al comprobar que efectivamente sólo se distinguían unos puntitos, movió con dificultad su obeso cuerpo, hasta el sitio en donde se encontraban los cajones del escritorio. Una gota de sudor le corrió de la sien a la mejilla izquierda, mientras se inclinaba para abrir un cajón y extraer de él, una enorme lupa del tamaño de una raqueta de tenis. Volvió a hacer el fatigoso recorrido de tres metros, para poder entregarle el escrito y la lente de aumento, sin pronunciar palabra.
     María movió la lupa de arriba hacia abajo hasta que pudo distinguir letras.
    -Ya está. Haber, aquí dice… “La garantía pierde su vigencia en cuanto el cliente contraiga matrimonio, con la persona adquirida en La  Casa Comercial Luna de Miel”. ¡En la torre!
    -Lo siento mucho. Fue un placer atenderle. El siguiente por favor.   

The Ugly
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:12:34 pm
(http://3.bp.blogspot.com/-d125O-2hvAk/UAb0XrhCyGI/AAAAAAAABPk/wHKR2saG5MU/s1600/El+a%CC%81rbol+azul,+Fernando+Vignolo.jpg)

EL ÁRBOL Y EL VIAJERO (Una historia muy triste)


   Es otoño y las hojas de los árboles dibujan senderos en mi corazón. Hace frío y, apenas, puedo reprimir el deseo de llorar, sintiéndome herido, tras la fuerte tempestad que me hizo naufragar y me arrastró a esta isla de soledad.
   He viajado por innumerables lugares, convirtiéndome, con el paso de los años, en un enamorado de las cosas pequeñas que encierran, en sus altas torres, los secretos de la vida. He atesorado en el puerto, al que regreso agotado de mis aventuras, la lluvia que mojó mi pelo frente a la catedral de Notre Dame en París,  el silencio de Saint-Germain-des-Près, el sonido del agua de la bellísima piazza Navona y el olor de las flores silvestres de Villefranche. 
   He buceado en mares y océanos, de norte a sur y de este a oeste, rozando los confines del universo, admirando los lugares que, durante mis años de infancia, habitaron en mis sueños, y al regresar, el reencuentro con los míos renovaba mis deseos de nuevos proyectos y ciudades que visitar.
   Recuerdo el último otoño en el que fui feliz. Atravesé un bosque profundo, hasta llegar a un pequeño claro, donde pude ver un árbol en cuyas ramas tintineaban unas bonitas hojas azules. En ninguno de mis viajes vi nada igual y, nunca antes, tuve esa sensación que, por un lado, me decía que me acercara y que, por otro, me pedía que me alejara.
   Pasaron los días, los años y los caminos que dibujaron mi vida, inevitablemente,  me llevaron cerca de aquel árbol de hojas azules. Me acerqué hasta donde las hojas arrojaban sus sombras y pude ver unas ramas rotas, tal vez, por el viento o por alguna tormenta. Sentí, por primera vez, una leve tristeza.
   Desde entonces no viajé más y, poco a poco, aquel bosque se convirtió en el único lugar que quería visitar. El árbol, el azul intenso de sus hojas, ese azul, que sólo había visto en el fondo del mar, me arrastró hasta la más absoluta ternura y me hizo su prisionero. Recuerdo el sonido de sus ramas al pasar por aquel lugar y recuerdo, una vez que, para librarme de calor, extendió sus ramas.
   Hasta aquí fue una historia feliz.  Mientras el árbol de hojas azules crecía y sus ramas se alzaban al cielo, el viajero estaba cada vez más triste. Me ha pedido que continúe su relato porque él se ha marchado allá donde habita el olvido y ha prometido regresar, sólo, cuando cicatricen sus heridas. 
   El joven viajero robó tiempo a sus sueños y podó las ramas rotas del árbol de hojas azules, plantó flores alrededor de su tronco, dibujó mariposas en el cielo y pidió a los pájaros que hicieran sus nidos en aquel hermoso lugar. Él no pidió nada a cambio y, a veces, recibía un gesto de agradecimiento. Bueno, le pedía al árbol que le abrazara con sus ramas y éste, haciendo un ademán de cansancio, lo abrazaba.
   Desde entonces, el joven comprendió que tenía que pagar un alto precio: si dibujaba una flor, tenía un abrazo, si limpiaba las hojas, tenía un abrazo. El árbol creyó que decir gracias era suficiente y que sus abrazos no eran merecidos por el viajero; sin embargo, éste recordaba que lo importante, en la amistad, era seguir el camino que trazara nuestro corazón, que no es fácil pero que debía ser así. El árbol estaba herido y necesitaba que alguien lo cuidara, lo demás no importaba.
   Pasaron varios años y el viajero fue fiel a su ideal y siguió cuidando del árbol de hojas azules, veía crecer sus ramas y, asombrado, contemplaba cómo las extendía para dar sombra a los que pasaban por el lugar, regalaba abrazos azules y hacía brillar sus hojas a la luz de la luna. Sintió, por primera vez, una gran tristeza.
   Al joven viajero le fue negado respirar el viento que nacía entre las ramas, pedía permiso para acercarse y para alejarse. A veces se sentía tan solo que se marchaba y lloraba durante horas, aferrándose a las ideas de que el árbol había crecido aislado en el claro del bosque, que pasó mucho miedo cuando era apenas un brote y que, si su amistad era sincera, debía seguir apostando por él.
   Aunque todos los esfuerzos eran inútiles, las muestras de cariño no cesaban. Cuidaba las ramas, regaba las flores, daba color a las hojas marchitas, le presentaba a grandes amigos que había conocido en sus viajes, no obstante, el árbol fruncía su tronco y le daba la espalda. Sintió, por primera vez, una profunda tristeza.
   El viajero decidió, antes de partir para un largo viaje y con motivo de una gran fiesta, probar la amistad del árbol, teniendo en cuenta que pasarían mucho tiempo sin verse. Pues bien, el viajero le pidió al árbol de hojas azules estar a su lado, bajo su sombra, ese día tan importante. ¿Sabéis cuál fue la respuesta? Si guardáis un poco de silencio, podréis escuchar el eco del no más doloroso que jamás amigo haya escuchado. A pesar de ello, le hizo una segunda petición que consistía en tener la oportunidad de conocer a unos amigos que vendrían de lejos. La respuesta fue igual a la primera y Miguel sintió, por primera vez, una inmensa tristeza.
   Descalzo y pequeño, como una caracola en el mar, se marchó, mirando hacia atrás, con la esperanza de que el árbol moviera alguna de sus ramas y que él interpretaría como una despedida. Tan sólo hubo silencio y el viento atravesó el claro del bosque sin mover una hoja.
   El viajero cruzó el mar, en el barco que construyó, cerca del reino, dónde los ríos transcurren en busca de un sueño pero, esta vez, no miró hacia atrás, sintió, por primera vez, una infinita tristeza y, a la vez, la alegría de haber recuperado su libertad.
      Se marchó, muy lejos, recordando los últimos versos tristes de un poema de Pablo Neruda.  Amigos ¡Hasta la vista!             

Marel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:19:26 pm
(http://oracolomediterraneo.files.wordpress.com/2008/07/mar.jpg)

La amada del mar


Nunca supieron con certeza cuál de los dos la descubrió antes. El buceador inglés afirmaba que había sido él, por el contrario, el submarinista portugués aseguraba que él la había encontrado primero. No obstante, los dos estaban de acuerdo en que era bellísima.
La estatua de mármol, se hallaba aposentada en una zona arenosa entre rocas, como dentro de un fastuoso templo, en una penumbra irisada;  representaba, sin duda, una deidad antigua, seguramente a la Venus romana.
La diosa del amor mostraba en sus labios una suave sonrisa incitante, casi lasciva. Con los párpados ligeramente abatidos, parecía ofrecer una promesa de placer irresistiblemente atrayente. La postura en la que se había representado a la deidad antigua, versión romana de la Afrodita de los griegos, contribuía a acentuar el efecto, entre reverencial y erótico, a medias místico  y a medias provocativo. La mano izquierda, de dulce carne revestida,  se posaba en uno de sus hermosos pechos, de forma delicada, sin llegar a cubrirlo del todo, haciendo que lo que quedaba visible resaltara aún más su perfección redondeada y turgente. La mano derecha, esculpida  con los dedos entreabiertos,  se detenía sobre el pubis ocultando el levísimo promontorio del monte de Venus  con una pose imposible de definir, susceptible de ser interpretada como pudor o como provocación, según quién la contemplaba y el ángulo de visión desde el que lo hiciera.
Precisamente esta dicotomía en la apreciación se podía ejemplificar en los dos submarinistas enamorados rivales; el buceador inglés la encontraba extremadamente pudorosa, mientras que el portugués la veía como una volcánica demostración de consumado erotismo.
Sin embargo, tal contradicción convergía en un mismo efecto: ambos se sentían extrañamente excitados por aquella belleza femenina y marmórea, que se hallaba en una cota de profundidad de 25 metros, en los fondos de aguas transparentes de la bahía, en el llamado Bajo, un abismo submarino en mitad del mar, sin rocas cercanas que pudiesen servir de referencia.
Algunas veces uno de ellos, o incluso los dos, cada uno por su lado, decidían hacer una inmersión nocturna. Como expertos submarinistas conocían la belleza de los fondos marinos en la oscuridad y deseaban contemplar a su amada profunda envuelta en el halo misterioso de las aguas bajo un cielo sin luz del sol.
En las horas de la noche, el efecto que se producía en los contornos acuáticos en que se hallaba la Venus Afrodita  era mágico, en especial cuando no había luna en el cielo y el manto de la oscuridad exterior cubría la superficie ondulada del agua del Mediterráneo. Sin la interferencia del resplandor lunar, el plancton en suspensión brillaba con fosforescencia amarilla de luciérnagas submarinas, los minúsculos organismos se mecían, danzando como en un vals acuático suavísimo alrededor de la estatua, con movimientos ascendentes de columna lumínica, refulgente, brillante. Entonces la silueta femenina se mostraba como una aparición misteriosa, mágica, divina…
Algunas veces ocurría que un banco de bogas, agrupadas en cardumen, la multitud de peces de la misma especie  nadaba con movimientos sincronizados alrededor de la diosa buscando refugio, perseguidas por algunos dentones hambrientos que a su vez buscaban presas. El movimiento del agua revelaba entonces cientos de remolinos y estelas de fosforescencia milagrosa. En momentos así la Venus del mar parecía cobrar vida y movimiento.
Por eso, los dos submarinistas preferían esa hora oscura de noche sin luna para visitarla y adorarla. En aquel mundo de silencio, solamente  roto por el borboteo del aire de las botellas, que ascendía en ingrávidas burbujas con leve rumor, las tinieblas se llenaban de color, gracias a la luz de las linternas que hacían brillar el rosado caparazón de las gambas y de los camarones de ojos brillantes.
Nunca supo ningún buceador de la zona cuál de esos dos extranjeros había descubierto primero esa estatua, tan conocida por los buzos de la zona. Tampoco supo ninguno cuál de los dos perdió antes la razón embrujado por su belleza de mármol. Y menos aún, cuál de los dos atacó primero. Pero sí pudo deducirse sin género de dudas que habían luchado con saña asesina y a la vez suicida ahí, a 25 metros de profundidad, disputándose el imposible amor de aquella estatua de diosa romana.
Lo último que se supo es que los dos cadáveres aparecieron flotando entre dos aguas con los latiguillos de los reguladores cortados, el neopreno de los trajes de buceo rajado a punta de cuchillo y los cuerpos ensangrentados.
A su alrededor, los peces mordisqueaban sus rostros, la única parte de sus cuerpos al   descubierto.
Los encontró un equipo de arqueólogos marinos que navegaban por esa ruta hacia un cercano pecio romano, un navío onerario hundido,  recientemente descubierto, con intención de rescatar lo que se conservara de la carga que transportaba.
Subieron a bordo los dos cadáveres. Después decidieron realizar una inmersión en ese punto concreto. Era posible que aquellos dos hubieran peleado por alguna pieza antigua posada en el fondo marino. Conocían de sobra que los yacimientos arqueológicos atraen  a los buceadores furtivos y que entre ellos son frecuentes las pugnas por hacerse con el botín.
Así fue hallada la estatua de la diosa.
Convenientemente sujeta a un arnés, fue izada hasta la nave, preparada para el rescate de restos pesados.
La magnífica talla de mármol fue depositada en cubierta, en posición horizontal, para mejor equilibrar su peso evitando que pudiese caer con algún vaivén imprevisto provocado por las olas.
Tumbada sobre la tablazón, la diosa parecía complacerse en hacer compañía a los cuerpos de sus dos enamorados, destrozados por la lucha encarnizada de rivales que habían sostenido por su amor imposible.

Dados
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:24:14 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-tzvvs_QSGTg/TwnFPdwQRgI/AAAAAAAAAbs/CBD6yl0sXtg/s400/trabajar+por+cuenta+propia.jpg)

Por Cuenta Propia


Armando Hierro buscó piezas usadas de aquí y de allá, de distintos artefactos, y trabajó en ellas durante un par de años, hasta que pudo perfeccionar su invento: una modesta máquina de fabricar arandelas. En el patio de su casa construyó un rústico cuartito donde trabajaba todos los días de sol a sol haciendo las piezas que la gente necesitaba. Con el poco dinero obtenido se mantenían él y su familia, sin lujos pero lo suficiente para cubrir las necesidades básicas. Así fue durante otro par de años, hasta que vino la Comisión Interventora y nacionalizó el taller de Armando, no sin leerle un discurso en el que le hacían saber que ya ese taller no sería más una empresa capitalista donde se explotaba al pueblo trabajador, sino que a partir de ese momento pasaba a ser propiedad del pueblo. Lo primero que hicieron fue cerrar el local para hacer un inventario de herramientas y materiales, tarea que les llevó casi una semana, más otras dos semanas para evaluar dicho trabajo.
Pasado ese tiempo volvieron a visitarlo, esta vez para hacerle una propuesta. El hecho consistía en que le permitían a Armando continuar trabajando en el taller, si ese era su deseo, siempre y cuando estuviera dispuesto a aceptar las nuevas normas. Para ello debía leerse un reglamento que le entregaron en el acto. Además le hacían saber que a partir de entonces el taller contaría con un administrador, que sería el encargado de hacer cumplir todo lo reglamentado y cualquier otra disposición que llegara de las instancias superiores, un jefe de personal encargado de chequear el horario de entrada y salida de los obreros, un jefe de almacén, un jefe de producción que tendría la responsabilidad de velar por el cumplimiento o mejor dicho sobrecumplimiento de los planes semestrales, anuales y quinquenales, un contador y dos auxiliares de contabilidad para llevar todos los registros de ingresos y egresos, una secretaria del administrador, una recepcionista, un responsable de emulación que sería nombrado por la administración, una empleada de limpieza, dos guardias y tres operarios. Armando pasaría a ser el jefe de brigada, y su tarea consistía en supervisar el trabajo de los improvisados operarios. Por supuesto para la entrada en funcionamiento de la nueva empresa era necesario construir varias instalaciones aledañas al taller. Así que hubo que esperar varios meses para la inauguración del nuevo local, que era el mismo viejo taller pero ahora rodeado de incontables oficinas.
La inauguración fue con bombo y platillo, en un acto para el que trajeron bien formaditos y uniformaditos a la totalidad de los pioneros de las escuelas locales, e hicieron uso de la palabra cuantos jefes estuvieron presentes. Ahí se supo que el nuevo taller sería conocido como “Arandelas del futuro”, y que sería ejemplo en la construcción de las nuevas arandelas revolucionarias.
Durante treinta años estuvo la “Aranfu” (los nuevos tiempos también habían traído un lenguaje nuevo, que entre otras cosas consistía en la abundancia de siglas o de combinaciones de palabras cortadas) sobrecumpliendo el plan de producción de arandelas, primero en un 105 %, al año siguiente un 107, después un 120 y siempre un poco más hasta alcanzar un increíble 160 %, a pesar de los días dejados de trabajar porque había que asistir a un acto o un desfile, o porque había fiesta por el triunfo en la emulación, o porque faltaba materia prima o había que ir a trabajar voluntario en el corte de caña de azúcar.
¿Y qué pasó al cabo de treinta años? Había llegado la hora de corregir un grandísimo error. Los mismos autores de la intervención y que pronunciaron acalorados discursos en aquel entonces, se daban cuenta ahora de que en la “Aranfu” sobraba gente, pues no era posible que la producción de arandelas en ese insignificante taller alcanzara para pagar una plantilla tan inflada. (Claro que el problema parecía resuelto porque le pagaban a cada trabajador por un mes un salario que apenas le alcanzaba para tres días, pero esto lo compensaban los trabajadores robándose alguna arandela y vendiéndola a sobreprecio en el mercado negro. Simple aritmética o la eterna lucha por la supervivencia). De manera que todo el mundo empezó a preguntarse qué iría a pasar con el taller de Armando, como inexplicablemente se conocía todavía después de tres décadas de pasar a ser propiedad del pueblo.
Hasta que al fin llegó el día de la reunión. Después de varias horas de apelar a la conciencia de los trabajadores y a los valores y principios etcétera, se dio a conocer finalmente que había que acabar con el exceso de personal, por tanto en ese momento quedarían “disponibles” (siempre había un eufemismo a mano) la auxiliar de limpieza, uno de los guardias, una de las auxiliares de contabilidad y dos operarios. Pero por el hecho de que había que dejar los más idóneos en cada plaza, el operario más joven pasaría a jefe de brigada, por lo cual Armando quedaba “disponible”. Aunque, por supuesto, nadie iba a quedar desamparado. A los que quedaban fuera del taller se les propuso la plaza de criador de cocodrilos o de agente del orden. Como Armando no aceptó ninguna de las dos variantes porque consideraba que a su edad no se sentía apto para ser policía y nunca había estado ni de visita en la ciénaga, le explicaron que le quedaba una tercera alternativa: TRABAJADOR POR CUENTA PROPIA. Lo que quería decir que si comenzaba a buscar piezas por aquí y por allá, tal vez con el tiempo podría construir una maquinita para hacer arandelas en su casa o en un local que alquilara, y sólo tendría que pagar los impuestos correspondientes, además de contribuir con el pago de su seguridad social para garantizar su futura jubilación.
Cuando al día siguiente el portal de la casa de Armando amaneció lleno de vecinos, algunos creyeron que se trataba de una fiesta, pero los comentarios desmentían esa posibilidad. Los familiares y amigos no se ponían de acuerdo en qué podía haberle provocado el infarto, pues no era hipertenso ni le gustaba beber en exceso y hasta entonces había tenido una salud envidiable.
En su tumba colocaron una inscripción que decía: Aquí yace Armando Hierro, que fue fabricante de arandelas y orgullo de nuestro municipio. Muerto de muerte natural.

Insularius
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:33:20 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_McfnXsEG1ZQ/TKhzLdLrgwI/AAAAAAAAA_w/SvQVfpD8hQs/s1600/hojas_flotando.jpg)

Cuando el viento habla

 
              El amo y señor del pueblo, sin un respiro, ensañándose con él como una fiera hambrienta, acamando sin piedad las mieses, rompiendo cornisas, desgajando las ramas de los añosos árboles de la alameda y retorciendo sobre los tendederos la ropa recién lavada.
               Un grupo de albañiles recogía sus herramientas apresuradamente. Se levantó un torbellino de papeles, hojas secas y tierrecilla de la obra. Las faldas de Juana se levantaron, así como risitas, silbidos y alguna grosería. Aligeró el paso. Las ramas de los árboles se troncharían de un momento a otro. Los miles de granos de arena apilados se esparcían por el aire, se clavaban en sus ojos, flagelaban sus piernas y la obligaban a cerrar la boca para no masticarlos. Por fin, trabajosamente, llegó a su casa, abrió la puerta y vaya, hombre, no había electricidad.
                Empezaba a oscurecer. La casa iba poco a poco sumiéndose en la penumbra. Juana, a pesar de todo, consiguió acicalarse a la luz de una vela. Voy a llegar tarde— se dijo, mientras se encajaba su mejor vestido y sus zapatos de tacón alto— mis amigos me estarán esperando y ya es noche cerrada. El viento, cada vez más fuerte, ululaba como los perros asalvajados de las montañas que rodean al pueblo. Por el hueco de  la vetusta chimenea se podía escuchar un vibrante zumbido metálico. El tejadillo de uralita del patio se iba a romper de un momento a otro. Crujían las carcomidas vigas de la techumbre, gemía el maderamen del desván y empezaba a descoyuntarse el corazón de

la muchacha de puro miedo. Se caían las tejas de las casas haciéndose añicos sobre las
aceras. Juana, tras los visillos, contemplaba la calle solitaria, sin un solo transeúnte. Sintió un escalofrío por su espalda. La Luna había dejado de brillar, como si le diera miedo asomarse. Vaya nochecita toledana. Si mis padres estuvieran aquí... Pero qué miedo más absurdo ¿seré tonta? la discoteca no está muy lejos. Total, una carrerita y ya está. Me planto allí enseguida. Ánimo, cobarde.
                   Se dirigió a la puerta de la calle. Imposible abrirla. Forcejeó. Ni se movía. El viento empujaba en sentido contrario, como un titán, como un invisible gigante que se burlaba de ella. Pataleó, pegó, arañó, y arañaron su garganta todas las palabrotas que sabía. La tozuda puerta se negaba a obedecerla. Pensó en salir por una ventana, pero recordó al instante que estaban protegidas con rejas bien macizas. Saltaré la tapia del corral. Demasiado alta. Los zapatos de tacón y el bolso podría con dificultad llevarlos en la boca, pero ¿y el estrechísimo vestido? Si se lo cuento a la panda  ni se lo creen. A resignarse. Ajo y agua, o sea, a joderse y a aguantarse. Cenaré cualquier cosa y a la camita se ha dicho. Me pongo mi camisón y a dormir. Y yo qué pensaba pasármelo de **** madre...todos mis planes se han venido abajo. Si al menos pudiera leer, porque, vamos,   no tengo ni una chispa de sueño, este puñetero sueño que no quiere venir.
                  Mientras Juana se lamentaba, el viento se había vuelto huracanado y sacaba redaños y bríos de no se sabe dónde. Cuanto más arreciaba el viento, más crecía el miedo de Juana: Aquel elemento enfurecido repiqueteaba en los cristales de las ventanas y un silbido casi musical penetraba por todas las rendijas de la casa. El crujido de las ramas del viejo membrillero y el ulular del viento entre los árboles de la calle se mezclaban con otros sonidos que en su exacerbada imaginación  creía percibir: Aquello era un concierto, un homenaje al dios Eolo, una sinfonía terrorífica. Los latidos de su corazón eran como el
contrapunto, el acompañamiento de timbales en aquella barahúnda de música concreta, en
aquel fragor de batalla, silbar de balas, crujir de huesos machacados y ayes de moribundos.
                    Se hundía en el pavor. Un regustillo acre ascendía desde su estómago hasta su garganta. La voz del viento sonaba en sus oídos como suenan las ruedas de una carroza mortuoria. Porque el viento—maldita sea—el viento tenía voz. Sí. Estaba segura. El viento tenía voz, una voz lejana, vaga, casi imperceptible al principio. La voz se hacía más clara, se materializaba, se concretaba hasta llegar a tener matices claramente humanos:
— Juana— en un susurro.
— ¿Quién me está llamando?
— Juana—un poco más recio.
— ¿Quién eres?!Por Dios, contesta!
—Soy el viento.
 — !El viento? Vamos, anda. Tú eres un bromista. Alguien que quiere asustarme. Déjate de bromas pesadas, quienquiera que seas. Tengo mu...mucho miedo.
                —No temas. No quiero asustarte ni hacerte daño. Vengo por ti. Serás mía. Vendrás conmigo.
                La cabeza de Juana se debatía en un caos de dudas y horror. Sentía tanto miedo que casi no podía pensar con lucidez. Sin embargo, con gran esfuerzo logró sobreponerse del pánico, aunque sólo en parte. Trataba de convencerse a sí misma de que aquello no era real, que se trataba de la broma de un gamberro o de su imaginación. Pero la voz sonaba muy cerca, como si se expandiera por todos los rincones de la casa y los impregnara con su fuerza. No provenía de ningún sitio exacto, sino de todos a la vez, como si saliera de un aparato estéreo, se filtrara por las vigas del techo y se deslizara como una sierpe por el tubo de la chimenea.

—!!Esto pasa de castaño oscuro!!  Si eres un miserable capullo bromista, te voy a descubrir
ahora mismo, y como te encuentre, te vas a enterar de quién es la hija de mi madre, desgraciado !Vaya si te vas a enterar!
               La voz calló de repente. Era una tregua en la batalla, y ella lo sabía. Un pesado silencio ocupó su lugar. Un silencio tan tétrico  como los ruidos anteriores.  Juana, armándose del poco valor que le quedaba, se levantó del lecho. Debía de ser muy tarde, pensó ¿Por qué no regresaban sus padres? El jodido viento debía de ser el culpable. Sus padres habían ido a una fiesta, a casa de unos amigos, y posiblemente esperaban a que amainara, seguro. Encendió una vela y con ella en una mano y el atizador de la chimenea en la otra, se dispuso a recorrer la casa hasta encontrar al intruso. Investigaría. Quizás se tratara de una grabación.
               Buscó y rebuscó por toda la casa. El blanco y largo camisón le daba el aspecto de  personaje de película de miedo, de aparecido de ultratumba. La oscilante vela proyectaba fantasmas temblorosos sobre las paredes y ahora, sin viento que hablara, el silencio se hacía más oneroso. Miró en los armarios, dentro de la chimenea y debajo de las camas. Salió al patio. Ni una brizna de viento apagó la vela. Todo estaba en calma ¿Y si alguien estaba agazapado sobre el tejadillo? ¿Y si miraba en el tejado de la casa? A por él  !Quieta! Es demasiado alto. Ya está. Apiló unas cajas  vacías, y encaramándose sobre ellas, pudo atisbar sobre el tejado. Allí no había nadie. Se disponía a descender, cuando de pronto !fiiiiiizzz! una sombra negra saltó por encima de su cabeza. Soltó un alarido al tiempo que rodaba por el suelo, entre cristales rotos, cajas de cerveza descuajaringadas y demás desperdicios que suelen acumularse en los patios. No se hirió de milagro, pero al incorporarse, un poco magullada, tuvo tiempo de ver como un gatazo negro huía en estampida, posiblemente más aterrorizado que ella !Zape! !Uf ! qué susto me has dado,

minino. Por poco me mato por tu culpa.
                Juana sabía muy bien que los gatos no hablan. El autor de la broma no podía ser un modesto felino. Contusionada, aunque ilesa, prosiguió en su busca, resuelta a encontrar a ese alguien o algo escondido en alguna parte. La vela se había roto. Entró en la casa fue a la cocina y prendió otra vela, resuelta a buscar en la calle. La calle. Era el único sitio donde no había buscado. Abrió la puerta y oh, esta vez se abrió sin dificultad, como si nada. Había cesado el huracán. La calle desierta, envuelta en ominosa oscuridad, descubría a la tenue luz de la vela los restos desparramados de la tormenta.
                  De improviso, el viento comenzó de nuevo a soplar y antes de que Juana pudiera cerrar la puerta una ráfaga de viento huracanado la arrojó al suelo !!Plaf!! La puerta se abrió del todo con tal violencia que levantó cascotes en la pared, los platos de la alacena cayeron al piso para convertirse en polvo, y el viento, que había estado agazapado tras la puerta, escondido como un ladrón al acecho, habló de nuevo:
_!Ja ja ja ja!  Soy el viento. Estoy dentro de tu casa. Tú me has abierto la puerta.
_ !!No, por favor, no, no me hagas daño!! —gritó la muchacha aterrorizada.
                    Un desorden, un caos, un rugido y un vendaval se apoderaron de la casa. Volaron las cortinas, los visillos fueron arrancados de sus rieles, se descolgaron los cuadros y todo el mobiliario tembló. Los papeles, como palomas asustadas, revoloteaban alrededor de Juana.
                   El débil rayo de Luna asomando por el horizonte iluminaba la escena con un misterioso tinte y en aquel ámbito embrujado las cortinas, papeles y visillos parecían fantasmas de brujas ectoplásmicas en la danza ritual de un aquelarre. Y entre el baile de sillas, lámparas, mesas, peroles y sartenes, la risa del viento tronaba como una galerna.
                  Juana, sus rubios cabellos  al viento  y su  camisón hinchado como las velas de

un balandro a la deriva, contemplaba el espectáculo con ojos desmesuradamente abiertos por el estupor. No podía gritar. El terror paralizaba su garganta.
                   Suave y blandamente, Juana se sintió izada del suelo. La puerta se había cerrado de golpe, y en el momento  que su cuerpo ingrávido se acercaba a la puerta, ésta se abrió violentamente unos segundos antes de que ella atravesara su marco. Salió a la calle con la velocidad de un rayo mientras notaba en su piel el roce de una fría y viscosa caricia.
                   A pesar de la velocidad su vuelo era tierno y delicado, como si unas manos cuidadosas no permitieran el menor daño. Siguió volando y volando, cada vez más rápido, cada vez más alto. Sobrevoló la solitaria calle iluminada por la Luna. Continuó elevándose, elevándose. Volaba ya por encima de los tejados, muy por encima del campanario de la iglesia, más por encima, mucho más por encima de las más altas montañas...
 

                 A través del tiempo una leyenda va tomando fuerza. Dicen, que en las noches de Luna, cuando sopla el viento solano, muchas personas han visto pasar por el cielo una extraña ave blanca, demasiado  grande para ser una paloma y demasiado blanca para ser un águila. Su velocidad es tal, que los testigos dudan entre identificarla con un fantasma, un meteorito o una nave espacial.
                    Los menos fantasiosos de todos, los cazadores, los que dicen la verdad, han desistido de darle caza. Los niños se han fabricado cometas con su forma y todos los años se organizan fiestas y hasta vienen turistas para ver el fenómeno, como ocurre con el monstruo del Lago Ness y el cura párroco realiza aspersiones al cielo, por si las moscas.

                   Las malas lenguas  siempre abundantes dicen que se trata del alma en pena de Juana, la más bella moza del pueblo, que sufre el castigo por escaparse a lomos de una moto de gran cilindrada, abrazada a la grácil cintura de un jinete con chupa de cuero y botas altas. Dicen también que, quizás sufrieron un accidente de tráfico, y dicen y dicen que a lo mejor, ella y su amante secreto cayeron al río y nadie pudo descubrir sus cuerpos. Dicen tantas cosas...
                    Claro. No pueden saber la verdad. La verdad sólo la conocen los locos, los niños, los borrachos y los que a menudo conversamos con el viento.

De Acuario
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:44:22 pm
(http://lacomunidad.elpais.com/blogfiles/pintandoencasa/03-LosVisitantes-60x60cm-07321-AeN-35.jpg)

Visitantes


El juego no tenía nombre, sólo finalidad: quedar mal. Éramos visitadores que únicamente abandonábamos un lugar cuando el golpe de puerta a nuestra espalda sonaba definitivo.
En cuanto conocíamos a alguien enredábamos la charla hasta verla caer en la pregunta: ¿Dónde estás viviendo?
Entonces ya todo era más fácil; comprábamos unas botellas y nos dirigíamos sin aviso a la dirección indicada.
Cuando abrían, uno, sin darle mucha importancia, explicaba que “veníamos paseando y al darnos cuenta de que ésta era tu calle se nos ocurrió sorprenderte con un poco de ron para animar la fiesta”, y el pobre diablo, más desconcertado que feliz, movía la cabeza para invitaros a pasar.
Debíamos prepararlo, lograr que se creyese con viento a favor, entre espumas, confiado.
Cualquiera elogiaba uno de esos cuadros espantosos que hay en casi todas las casas, pintado por algún familiar, atribuyéndole influencias de Renoir, o, en un exceso un tanto peligroso, descubriendo una línea directa desde Velásquez a esa tela. El color de las paredes era siempre el más indicado para el tipo de salón en el que conversábamos, y las cortinas, por supuesto, nunca podían haber sido mejor escogidas. Después adjudicábamos a su particular sensibilidad aquella armonía sin fisuras.
Cuando el anfitrión bajaba la guardia, chapoteando en una charca de orgullo y alcohol, entrábamos en la segunda etapa, la premeditada espina que haría estallar el globo de colores, esponja que bebería de la charca hasta dejar a la víctima en el barro.
¿Dónde está el baño? preguntaba uno, y al seguir las indicaciones tropezaba con la pata de un armario o directamente en la estatuilla de porcelana que recordaba algún aniversario. Los tres entonces nos lanzábamos sobre los restos y maldecíamos, pedíamos perdón, y hasta nos peleábamos mientras fingíamos reconstruir el recuerdo evaporado.
Por lo general sobrevenía el indulto, “no se preocupen, ya estaba medio rota, no la tirábamos porque era de mi abuela, en la esquina venden una parecida, la puedo cambiar sin que mi madre se dé cuenta”.
Mientras la calma volvía a su cauce nos abocábamos a acabar la bebida, para poder después ir dirigiendo gradualmente las miradas hacia la estantería donde casi siempre había por error algún añejo.
¿Quedó algún peso? preguntaba uno, y los otros “no, qué va a quedar, si emborracharse en este país cada vez cuesta más caro”, y en los rostros la tristeza a goterones, muecas, manchas sin fondo.
Entonces el pobre tipo no podía salvar su botella sin sentirse cruel.
No, por favor, no hace falta, si ya tomamos suficiente, no, no, enserio mentíamos, recuperando los vasos.
A esa altura la premisa era clara: tirar la piedra y huir con la botella. Cualquiera se levantaba y recorriendo los infaltables retratos preguntaba por alguna prima de su edad, dispuesta a ir a los museos, algún concierto, y después de cenar... ya se vería.
No le hagas caso, está borracho, dejemos que hable solo, dentro de un rato vomita y se le pasa.
Siempre y cuando no le de los espasmos soltaba otro, señalando el tocadiscos para poner cualquier cosa que hiciese palidecer los altavoces.
La alegría del anfitrión comenzaba a incinerar sus ángeles. Cometarios parcos, sonrisas abreviadas, reiteradas consultas al reloj, intentos siempre interrumpidos de poner en la balanza la siesta y el volumen de la música, síntomas inequívocos de que el procedimiento funcionaba y en cuestión de minutos ganaríamos la calle.
Perdonen que insista, pero si no es una prima, con una tía me las arreglo, a mi la edad...
Lo que te digo, tomó demasiado, en cuanto vacíe el estómago vuelve a ser un caballero.
Siempre y cuando los espasmos no lo hagan saltar por las paredes.
En ese momento se nos resbalaba un vaso junto a las piernas de la víctima, que solía salpicar su delicada manera de suspender la velada.
Ahí correspondía a quien estuviese más cerca de la botella agradecer el obsequio y rescatarla de la mesa.
Ya en la puerta, alguno opinaba:
Creo que la estatuilla, con pegamento y paciencia, puede quedar decente.
Después nos íbamos, sin disimular las carcajadas, a terminar de emborracharnos, sepultando en la primera papelera el retrato que el “acosador de parientes” había robado.
Lo hicimos muchas veces, no sé cuántas, la noche de mi partida nos echaron a patadas de un caserón. Quizás ellos sigan jugando, aunque ahora, con el tiempo, pienso que detrás de aquella finalidad concreta, burlona, había otra, algo más trágica, que nunca nos atrevimos a confesarnos: ir matando lugares, como quien marca casillas para hundir el barco, hasta lograr que la ciudad fuese, al acabar el juego, un fósil enorme, un circo sin payasos del que tener irremediablemente que huir.

Dolina
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:48:41 pm
(http://3.bp.blogspot.com/-0uw8X83L3PQ/Tw1diZ58LKI/AAAAAAAAAe8/KnD4_aTp9mY/s1600/carta.jpg)

La regla de los valientes


Hace unos días, buscando en una caja vieja, encontré una hoja de papel doblada entre las páginas de un libro. La abrí curiosa por saber lo que estaba escrito en ella, y recordé cada una de aquellas palabras:
“¿Alguna vez has sentido que necesitas marcharte? ¿Alejarte de todo? ¿De tu vida? Yo sí. A menudo tengo esa sensación que me ahoga, esa de no poder más con la rutina, de querer desaparecer sin decir adónde vas, porque ni tú quieres saberlo. Simplemente quieres irte.
Últimamente para mi es una necesidad. Necesito marcharme, huir de mi ciudad. No hablo de huir por cobardía, no. Hablo de huir por cansancio, por estar harta de la monotonía, de lo diario, de lo común. Por la necesidad de no mirar alrededor y ver los mismos edificios, por la necesidad de respirar otro aire alejado de tu vida diaria. Cada día lo mismo, las mismas caras, las mismas acciones…A veces parece que incluso se dicen y escuchan las mismas palabras. En ocasiones la simplicidad que aparenta la vida puede conmigo. Parece que lucha contra mí para hacerme caer y tocar el suelo. Me empuja hacia abajo a la fuerza mientras me grita que sea valiente. Es en esos momentos en los que me gustaría ser de esas personas impulsivas. Sí, he dicho impulsivas. De esas que un día se levantan con ganas de escaparse, de ser otras, de romper con todo, de huir. De esas que se van directas a sacar un billete de avión solo de ida a cualquier parte sin haberlo pensado dos veces, o de las que planean un viaje en tren para esa misma noche decidiendo el destino al llegar a la estación.
Siempre he querido dejarme llevar de esa manera. Poder despertarme una mañana y decir: “hoy no tengo que ser quien fui ayer. Hoy puedo hacer una excepción, la excepción que me libere de por vida. Hoy puedo romper mis propias reglas y crear unas nuevas, o directamente romper con ellas. Hoy cambio de comportamiento”. Me encantaría ser de esas personas que realmente se atreven a hacerlo, y pueden decir: “lo he hecho”.
Supongo que todos hemos querido eso o algo parecido alguna vez…”.
A medida que lo leía, me sentía más orgullosa de mí misma, más feliz, más liberada. Había olvidado esa sensación de ahogo, de agobio. Meses después de escribir aquellos párrafos, decidí que era el momento, que había llegado la hora de ser valiente y atreverse a escapar de la rutina sin previo aviso. Una mañana me desperté y mientras desayunaba pensé en hacerlo, en sacar un billete a alguna parte sin vuelta. Recordé aquella regla de romper todas las reglas, y me aventuré a hacerlo. Cuando me quise dar cuenta tenía en mis manos un billete con destino a Dublín y estaba a punto de subirme al avión. De ese vuelo sin vuelta a casa hace más de tres años, y por ahora, sigo sin tener intención de comprarlo.

Solo juntas las palabras hablan
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 02, 2012, 16:57:17 pm
(http://www.fantasymundo.com/galeria/imagenes/Literatura01/35689.jpg)

Ratón de biblioteca


Sentado en su sillón de siempre, con la manta sobre las rodillas, don César escucha, ora sus voces interiores, ora aquel roer continuo y monótono. Al fin calla el parloteo de la memoria y el anciano  cae en la cuenta
—Es un ratón y está devorando mis libros.
La majestuosa biblioteca lleva hasta el techo sus estantes de caoba  En lo alto están colocados esos libros que dejan a la vista sus lomos de  piel y oro, iguales e impolutos, son libros nada o poco leídos, pero que dan prestancia a toda biblioteca que se precie; más abajo se encuentran las grandes obras de la literatura, leídas y olvidadas hace mucho; más a mano queda la enciclopedia, los tomos de la carrera y diversas publicaciones de consulta; en los anaqueles que restan se guardan los libros más recientes y los más apreciados, esos que se releen con frecuencia buscando reavivar una emoción o confirmar un recuerdo; libros recosidos, pegados y vueltos a pegar, que lucen orgullosos sus vendajes de papel adhesivo, muestra irrefutable de su valor, al menos del que le concede don César, que de ellos se viene nutriendo hace tantos años y que ahora, en la vejez, apuntalan su mente confusa y dolida.
Cuando el anciano comprende que hay un ratón hurgando en sus libros, sonríe benévolo; el pasado le asalta de nuevo y le trae a la memoria los cientos de ratones destripados en el laboratorio, el lugar donde ha transcurrido su vida, toda su vida. Porque cuando no estaba allí físicamente, su alma y su mente sí lo estaban. De ahí su confusión y su apatía; próximo a la ceguera, sujetándose una mano con la otra para amortiguar su temblor, don César  no  vive ya. No supo hacerlo nunca fuera del laboratorio y ahora es tarde para empezar. Otros ocupan su lugar y viven su vida. Él solo mira correr los días ajeno a todo, perseguido por su fragmentada memoria que le trae siempre el mismo cacho de vida; ese inquietante recuerdo… ¡Ah!, puede que el ratón se esté comiendo parte de sus apuntes, habría  que evitarlo, pero la sola idea de levantarse y remover libros le fatiga. Dejémosle, piensa, quizás está vengando a sus hermanos, pobres cobayas sin protagonismo. Sí, es justo que se meriende esos papeles,  una parte de ellos le pertenece por derecho de herencia. El viejo se adormila acunado por el roe-roe incansable. Naturalmente sueña con ratones, los del laboratorio: unos bichos astutos que han reventado a mordiscos las paredes de sus jaulas y corretean en manada por las mesas, los armarios, las cubetas, trepan por las ventanas  cerradas, vuelcan probetas  y tubos…Él está parado en la puerta, asombrado por aquella insurrección de cobayas. Pero ¿quién hay a su lado? Es Charo, que grita aterrada mientras brinca sin parar. El profesor trata de calmarla, pero es inútil, esa muchachita risueña  no soporta los ratones.
Fue la única vez en que don César se vio abandonado por su bien equilibrada razón; cuando conoció a Charo. No era en absoluto una  belleza, como lo era Amparo, y sin embargo le enloqueció. Aunque sólo durante un tiempo. Muy poco tiempo. Amparo era una mujer hermosa al estilo clásico: grandes ojos obscuros, frente amplia, nariz recta, labios finos; un perfil de moneda era el suyo. Nunca la miró sino como se mira un cuadro bien acabado  o una puesta de sol. Se puede admirar lo bello sin amarlo, sin que esa hermosura trastoque nuestra vida. Y sin embargo Charo… ¿Por qué sus ojos, convertidos en rendijas chispeantes cuando reía, le alteraban de aquel modo?  ¿Por qué  ese deseo incontrolable de morder aquella boca siempre fruncida? ¿Por qué el afán de acariciar su pelo corto y  rizado?  Charo parecía jugar con la vida, reírse de ella. Él en cambio se la tomaba muy en serio, aprovechaba cada minuto con disciplina espartana  y no recordaba cuando fue la última vez que rió. Charo perdía el tiempo, volaba de una cosa a otra y parecía orgullosa de su inconsciencia. Don César aún movía la cabeza, incrédulo, al recordar la emoción que le producía la presencia de la muchacha y se miraba así mismo en aquel tiempo; danzaba alrededor de ella como  perro que mueve el rabo y hace zalemas a su dueño. Poco habría durado pareja tan despareja, si hubiera llegado a serlo. Y el daño habría sido grande, al menos para él. Pero no hubo lugar. Charo se apartó del investigador entre aburrida y asqueada –de modo que lo que hacía allí dentro, durante tantas horas, era ni más ni menos que destripar ratones…o peor, hacerles enfermar o pasar miedo y hambre- .La  cara contrita de la muchacha al compadecerse de los ratones, era un poema, un precioso poema que don César se habría comido de a poquitos, con fruición y embeleso. En cambio, Amparo no hizo ni un solo gesto de desagrado cuando tuvo que coger al bicho para inyectarle. Ni aún la primera vez Había nacido para eso, sus ojos ensimismados no miraban al animal, veían  la preparación sobre el cristal, el microscopio, las pruebas, la investigación…Fue su alumna preferida y luego su mejor ayudante. La más precisa y también la más lógica en sus deducciones. Una lástima que  imaginara, soñara amor, donde sólo había  preferencia y admiración por su  trabajo. Obsceno. Eso le pareció siempre a don César el amor desmedido y violento que ella llegó a sentir por él. Hasta los insultos llegó cuando se vio rechazada.
—No tienes alma, ni sentimientos, no eres más que una máquina   
En sus largos silencios, don César hablaba mucho con Amparo y le recriminaba aquella reacción propia de personas irreflexivas, cuando ella siempre reflexionó tan perfectamente.
—Tu me habías destinado a la ciencia y ya ves, con ella me quedé, y solo. Tú también te fuiste, dejaste tus labores a medias, nadie pudo sustituirte del todo. Eso no fue serio Amparo, parece mentira, mujer, no podía esperar eso de ti…
Amparo debió dominar una pasión tan inconveniente. Pero no lo hizo, se empeñó en mezclarlo todo. Se dejó zarandear por las emociones hasta el punto de proponerle robar espacio al trabajo para entregarse al amor. Así como si uno pudiera dejar la condición de científico, como se deja en el perchero la bata blanca del laboratorio. Bien que se lo explicó.
—Estás confundiendo la admiración con el amor, yo sólo soy tu profesor, el director de tu tesis y de estas investigaciones. No puedo ser tu amante.
Y quedó claro que su aprecio e incluso su afecto hacia ella, nada tenían que ver con el sexo. Después de aquella escena tan desagradable, pareció aceptarlo. Al día siguiente a aquella petición dislocada volvió al trabajo impasible, reconcentrada, pálida, callada, muy triste. El peligro había pasado, él extremó su delicadeza. Y su distancia.
Pero  no había contado con los caprichos de aquella chiquilla.…
Fue por entonces que a Charo se le puso en la cabeza visitar el laboratorio. Y allí llegó con su nariz respingona y su pelo de muchacho, despreocupada, alegre y tan apetecible que la turbación, el deseo contenido de don César fueron evidentes. Mil veces se ha repetido ya que no fue culpa suya si Amparo reaccionó de aquella manera, dejándolo tirado en mitad de aquella investigación tan importante. Le abandonó a él, a su director, sin miramiento alguno por los problemas que le creaba. No sólo de trabajo sino incluso de conciencia. Esa era la prueba evidente de que lo que dijo sentir por él era obsesión y un turbio deseo. No amor, no se perjudica a la persona amada.
Don César se remueve inquieto en su sillón, incluso agita una mano ante su cara, como si tuviera que espantar una mosca impertinente. Pero no se trata de una mosca sino de una escena, un recuerdo que vuelve una y otra vez y que se niega a ingresar al olvido donde tantas cosas más importantes marcharon, dejando un oprobioso vacío en la mente del anciano. Y es tal su desesperación que ha llegado a pedir a un Dios en el que no cree, que aparte de él ese cáliz.
  Quizás al verse rechazada,  Amparo dio por seguro que el único amor de su profesor era la ciencia, tal vez idealizó su entrega, su  dedicación sin límites. Y entonces llegó Charo…Claro que, don César lo sabía muy bien, todo era consecuencia de una bajada de serotonina, una deficiencia en la química del organismo de Amparo. Ya no estamos en los tiempos del romanticismo en que la depresión y la tisis se confundían con el amor.
Pero ante los impecables razonamientos del viejo, repetidos hasta la extenuación durante tantos años, se interponía siempre aquella visión de escalofrío. Amparo en el suelo del laboratorio, desnuda, blanca, fría, asombrados los ojos, entreabierta la boca. .
 La pesadilla vuelve una y otra vez, nítida e inmisericorde. Todo vidrio, metal y ratones, y en el suelo, Amparo, convertida  en estatua de sí misma. Perfecta, también en la muerte. Y aquel olor a almendras amargas…
—Cianuro, cianuro…

Cuando Antonia entra en la habitación para limpiar, aun continúa la sentida letanía del viajo – cianuro, cianuro…- Pero lo que la mujer oye, después de dar los buenos días y comentar que ya se está yendo el frío, es el continuo roer en la biblioteca.
—   ¡Ay don César, que por aquí hay un ratón!
Antonia pone el oído y mueve con sigilo algunos libros, al fin, privado de su abrigo, el causante del ruido sale de estampida, pero la mujer es más rápida y le cae encima con la escoba. Luego lo echa sin aspavientos a la basura y pone sobre las rodillas del anciano el libro dañado.
—Mire, mire el destrozo que hizo el  bicho.
Es el primer tomo de su  vieja enciclopedia. Al comienzo del libro hay un agujero dentado, casi redondo. El ratón se ha comido un  buen  trozo de información. El correspondiente a las palabras alma, almacén, almanaque.
—Ella dijo que yo no tenía alma, quizás tuvo razón, se la comieron los ratones…

Max
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 03, 2012, 15:58:36 pm
(http://globedia.com/imagenes/noticias/2012/3/10/review-perdida-inocencia_1_1128526.jpg)

De mayores


A Quino le costaba darse cuenta del lento pero constante distanciamiento familiar hacia él durante el transcurso de este último medio año. No lo terminaba de aceptar, pero los acontecimientos ocurridos lo mantenían meditabundo y abstraído, sin entender demasiado bien el cómo y el porqué de esa realidad tan rara.
La relación con Tucho y Pacho, los dos gemelos de dieciséis años, se había enfriado notablemente tras el paso de la enseñanza secundaria al bachillerato, incluso sin traslado de colegio; sus actitudes, en cambio, si ofrecían una alteración respecto a él y a sus padres; tal vez en ello hubiera influido el nacimiento de Belencita, la nueva y reciente incorporación a la familia. De un tiempo a esta parte habían dejado de jugar con él y tampoco se divertían juntos por las tardes o en los fines de semana deambulando por las orillas del río o en los parques de la ciudad, ellos ejerciendo siempre de hermanos mayo-res evitándole los conflictos típicos de este mundo de vivencias. A Quino le apetecía su-poner que ese alejamiento se debía a la diferencia de edad, seis años, y a la condición de adolescentes adquirida con la ascensión al nuevo estatus estudiantil mientras el seguía inmerso en la categoría de niño.
Se hallaba, sin saberlo, entre las dos aguas de su complejo presente: ni caso por arriba ni por abajo.
Ya era capaz de defenderse solo y no precisaba las ayudas de antes; era un orgullo ese tipo de independencia, sí, pero a veces se consideraba aislado y apartado del amor paterno-filial que imperaba cuando todavía lo consideraban el benjamín. Un dilema que aún no le absorbía el pensamiento, aunque persistía en la instintiva percepción de fijarse en los detalles de las circunstancias que, paulatinamente, iban sucediendo a su alrededor.
Quino, lógicamente, prefería arrimarse a sus hermanos, aprender con ellos y exa-minar el grado de aventura de su inquietud, reconocer de buena mano los pros y los con-tras con los que se enfrentaría un lustro  más adelante.
Pero los hermanos no eran de su mismo parecer ni se establecían en la misma lí-nea de aprendizaje; les estorbaba el menor en sus salidas con la nueva pandilla a la que dejaron de llevarle tras las primeras discusiones con los jefes. Sobraban sus comentarios inadecuados y demasiado infantiles para los integrados en el siguiente escalafón de la vida juvenil. No era aceptada su compañía en el dormitorio otrora compartido y donde los secretos actuales se consideraban verdaderos tesoros vedados a su curiosidad. Tam-poco se convertía ya en cómplice de planes traviesos o situaciones comprometidas para los tres tanto en el entorno íntimo como en la calle. Quino era un crío y ellos habían tras-pasado esa linde con su inclusión en el bachillerato, pórtico de entrada a la hombría re-presentada en los chavales del curso superior, verdaderos hombrecitos con su masculini-dad muy  patente en fuerza e intenciones, con elevadas convicciones y gustos; también una etapa de potenciales peligros por asimilar que los adultos presagiaban y los jóvenes no veían, no deseaban admitirlos.
Quino refugió el desahogo a su aparente soledad en el vacío de su habitación y, poco a poco, se volvió más introvertido y taciturno ante el desdén de unos hermanos amigos que se burlaban de él y repudiaban su contacto. También los padres reconcentra-ban su apego por la descendencia en la chiquitina de meses, Belencita, una ilusión tardía llegada cuando ya nadie la esperaba y que se constituía como la receptora de su futuro.
En la anochecida de un sábado, mientras se aburría con sus compañeros de corre-rías en el parque próximo a la ribera, observó como de un caminito que terminaba en una chopera a ras de agua salía un grupo de muchachos mayores mirando en todas direccio-nes, como buscando elementos humanos que pudieran llamarles la atención o preguntar-les acerca de sus intenciones en ese lugar y a esas horas. Tucho y Pacho iban con otros tres colegas ataviados con unas pintas muy particulares y de más edad. Quiso ir a salu-darlos, pero apenas unos segundos después de su aparición se largaron corriendo en di-rección opuesta. Quino estaba seguro de que uno de sus hermanos le había visto y no hizo nada para ir hacia él.
Esa misma noche Quino tuvo su primer disgusto. El propio Tucho se acercó al sa-lón donde el menor y el padre veían un encuentro de fútbol por televisión, le tocó en el hombro y le anunció, en el plan agradable de los buena armonía disipada,
- Ven, Quino, sube a nuestro cuarto, queremos enseñarte una cosa . . .
y Quino voló tras él por el pasillo, despreocupado, ¿qué podía temer de sus hermanos si su relación había ido e iba hasta la fecha por una senda de completa compenetración?
   No terminó de dar dos pasos en el interior del dormitorio cuando sintió un tre-mendo empujón de Pacho, escondido tras de la puerta, que lo lanzó a una de las camas donde Tucho, después de echar el pestillo a la cerradura, se puso a horcajadas sobre él y le tapó la boca con una mano para evitar sus voces e inmovilizarlo. Quino se liberó de la sorpresa inicial en un santiamén y comprendió de qué iba a tratar el asunto de la llamada al aposento fraterno. La sudadera de Tucho olía a humo de tabaco y sus dedos también, y estaban sucios de tierra. Fue Tacho quien, pausadamente, al más puro estilo de las películas de buenos y malos, le dijo al oído,
- Tú no nos has visto esta tarde, ¿entendido?, ni se te ocurra decirle nada a papá o a mamá, ni a nadie, o te la cargas ¿vale?, y si nos vuelves a ver cuando estés solo o con alguien ni te acerques a donde estemos, no nos conoces, ¿te ha quedado claro o necesitas que te lo expliquemos de otra forma? . . .
y apartando a Tucho de su pecho lo incorporó para sentarlo en el borde del colchón, y cuando parecía que Quino iba a decir algo, una especie de disculpa o de afirmación de lo requerido, le cruzó la cara con dos bofetadas a derecha e izquierda que enrojecieron el rostro del niño y dispararon sus ansias de rebelarse y pedir ayuda a pleno pulmón; sin embargo, Tucho lo volvió a agarrar de la pechera del pijama y, sin contemplaciones, ai-radamente, le gritó
- ¿Ha quedado claro? . . .,  ¿sí o no? . . .
- Sí .- Contestó únicamente Quino, las lágrimas en las mejillas y la rabia mal contenida que le impulsó a gimotear y comportarse entonces como lo que no le agradaba aparentar en ese momento; sería peor contar ese episodio, o delatarles por lo otro, y recibir entonces una paliza cuando menos prevenido estuviera, su hermano hablaba muy en serio, y la violencia de sus actos no presagiaba una posterior disculpa o un arrepentimiento al día siguiente. De todas formas él no había observado nada que pudiera comprometerlos, no los había visto fumar y eso no era problema suyo, allá se las apañaran cuando la madre se enterara, porque seguramente que olería sus ropas y lo adivinaría enseguida. Y quizás guardasen un paquete de cigarrillos en la habitación y ella lo encontraría, o él, y así podría vengarse dejándolo al descubierto.
- Ahora vete, y recuerda: calladito está más guapo.- Una frase copiada a la abuela y pronunciada con muy mala intención.
   Quino, asustado y lloriqueando, se dirigió al cuarto contiguo a soltar todo el resto de furia sobre la almohada de su lecho. Se sucedieron muchos interrogantes sobre el comportamiento de sus hermanos, nunca habían actuado así con él, no lo comprendía. Cinco minutos más tarde fue al aseo, se lavó la cara y corrió a reunirse con sus padres, que ya le llamaban para cenar. El pequeño comió poco y con el semblante agachado, temeroso de las soslayadas advertencias enviadas a cada rato por los gemelos. El padre se mostraba ajeno al conflicto entre sus hijos pendiente del partido y la madre atenta al descanso de la peque a través de los pequeños transmisores colocados a la vera de la cuna y encima de la mesa.
   De ahí en adelante Quino rehuyó cualquier intromisión provocadora en la coexistencia con sus hermanos y éstos se mostraban muy hoscos hacia él.
   En la siguiente semana los gemelos se volvieron retraídos al máximo y pasaban casi toda la tarde encerrados en su cuarto de mutuo acuerdo. En el pueblo había ocurrido un suceso muy extraño y las gentes andaban alteradas y expectantes ante unas sospechas no muy bien definidas.
   El ambiente doméstico no se alteró; los cuidados hacia el bebé primaban sobre los inadvertidos problemas del resto de parentela. En las calles se oían comentarios y detalles sobre la presencia entre ellos de un asesino pedófilo y pocos chiquillos andaban sin el amparo de algún adulto. En el colegio Quino no se relacionaba con sus hermanos, lo mismo que en el hogar; los momentos de reunión familiar se constituían en trances silen-ciosos, agobiantes, cortados con monosílabos a preguntas carentes de interés y armonizados por las noticias comarcales a la escucha de algún dato importante sobre las pesquisas policiales para localizar a un secuestrador de niños.
   Durante el recreo del lunes se acercó un chaval desconocido, un grandullón del instituto, al porche bajo el que se protegían de una fina lluvia los alumnos de una clase de primaria; fue directamente hacia Quino, y sin ningún miramiento le espetó,
- ¡Oye tú, quiero hablar contigo ahora mismo!- Para cogerlo a continuación de un brazo y conducirlo a la fuerza varios metros, hasta una esquina donde no podían verlos- ¿Le has contado a alguien lo que viste en el río?
Quino temblaba de miedo y no pudo articular palabra; el muchachote de marras era uno de los que iban con sus hermanos aquella tarde casi olvidada, vestía la misma chamarra y con manchas de barro en las mangas; presentía que si no hablaba le daría un puñetazo, pues lo tenía sujeto contra la pared y en clara disposición de atizarle a la menor oportuni-dad.
- No . . ., no he dicho nada, yo no vi nada, . . ., te lo juro.
- Pues eso, tú no has visto nada, pringao, así que ya sabes . . .- Para dejarlo marchar no sin antes soltarle una colleja dolorosa a modo de aviso. Unos ojos clavados en su nuca no le perdieron de vista hasta adentrase en el corredor del sector de la E.S.O. Quino estaba muy confundido y cada vez entendía menos el lío en que lo habían metido sin tener culpa.
   Con  la primavera ya instalada la comarca sufrió el azote de varios días sin parar de llover; ello, unido al deshielo de la nieve en las sierras cercanas, produjo un incremento del caudal del río que se desbordó en varios puntos a su paso por la localidad. Al bajar el nivel quedaron parcialmente expuestos los restos del cadáver de una niña mal enterra-da en un paraje oculto entre los chopos de la orilla. Pronto se identificó el cuerpo como el de la niña desaparecida un mes y pico antes, Maruca, una joven de catorce años dismi-nuida psíquica.
   Los pormenores que salieron a la luz pública sobre la muerte de la chica pusieron de manifiesto que había sido agredida sexualmente por más de una persona, y posteriormente la habían estrangulado y golpeado en la cabeza hasta fallecer. Se interpretaron de diferentes formas las declaraciones de algunos testigos a los investigadores de haber visto en las cercanías, y sobre esas horas, a cinco chavales que corrían asustados, como si huyeran de algo o de alguien.
   Un nudo de terror y de asco se instaló en la garganta de Quino que ya fue incapaz de tratar cara a cara con sus hermanos.
   Un desafiante dilema, de trágicas consecuencias, se iba apoderando de su inocente voluntad.

Erramún
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 03, 2012, 16:21:46 pm
(http://img819.imageshack.us/img819/1219/picaresca.jpg)

Picaresca en el camino


      Pícaros y picaresca en el Camino de Santiago, haberlos, haylos. Y si no, atentos a esta historia.
      Oscar quería vivir una experiencia inolvidable que marcara su vida. Por eso decidió que aquel verano recorrería el Camino de Santiago en bicicleta. De modo que preparó todo lo necesario y se dirigió a Roncesvalles junto con su novia, su hermana y su cuñado en la furgoneta de este último.
      Se había propuesto hacer el camino en diez días y ya había planificado cada etapa. Acostumbrado a hacer deporte, estaba preparado físicamente. Para él era un reto personal y estaba convencido de que sería capaz de llevarlo a cabo.
      Tras obtener la credencial en la oficina del peregrino, se despidió de su novia, su hermana y su cuñado y emprendió el camino, no sin antes escuchar de nuevo que tuviera cuidado, que no perdiera de vista sus pertenencias, en fin, lo normal en estos casos.
      Comenzó, pues, a seguir la flecha amarilla, de las miles que a partir de ese momento le marcarían la ruta correcta. Se encontró con muchos peregrinos en el camino y al atardecer llegó a Puente la Reina. Con las manos y las piernas algo doloridas, atravesó el casco antiguo, cruzó el río Arga por el famoso Puente de la Reina y llegó al albergue, en el que, por suerte, quedaba una litera libre. Desde allí llamó a su novia y a sus padres, para contarles las aventuras de su primer día en el camino.
      A la mañana siguiente reemprendió la marcha. Las etapas del camino se iban sucediendo. Nájera, Burgos, Carrión de los Condes, León… Oscar hacía el camino solo, pero tanto en el camino como en los albergues, sobre todo en los albergues, entablaba conversación con el resto de peregrinos. Algunos hacían el camino para cumplir una promesa, otros por motivos religiosos o espirituales y otros, como él mismo, para hacer deporte, a modo de reto personal.
      Habían pasado seis días y Oscar ya estaba en la etapa que le llevaría de León a Rabanal del Camino. Pedaleaba ya a pocos kilómetros de Rabanal cuando empezó a sentir unas fuertes contracciones en la musculatura abdominal, ¡que le entraron ganas de hacer de vientre, vaya! Así que, dejo la bici apoyada en un árbol y se dirigió hacia unos altos matorrales situados a unos metros del camino.
       Satisfecha su perentoria necesidad fisiológica, volvió al camino, aliviado, pensando en que ya sólo le quedaban cuatro etapas, cuatro días, para llegar a Santiago. Pero…¡OH, sorpresa! La bici no estaba donde la había dejado. Contrariado, se puso a mirar en todas direcciones. No podía creer que alguien le hubiera robado la bici. Bueno, la bici y todo lo demás. Todas sus pertenencias, incluidos el dinero y la documentación, estaban en la bici. También la credencial del peregrino, con los sellos de las etapas del camino.
      Aturdido, Oscar siguió el camino a pie hasta la ermita del Bendito Cristo de la Vera Cruz. Sentados en el exterior del templo, a la sombra, había dos peregrinos. Les contó lo que le había sucedido y estos le prestaron un móvil para que pudiera llamar a casa, porque también le habían robado el móvil.
      Su padre y su novia recorrieron los 400 y pico kilómetros que separaban su pueblo de Rabanal para ir a buscar al frustrado peregrino.
      Allí acabó la aventura de Oscar, a 245 kilómetros de Santiago, a cuatro etapas de la ansiada meta.

Philipp
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:22:36 pm
(http://thetruthnews.info/sarasota-siesta-key.jpg)

Siesta Key, o el reducto donde los 70’s nunca pasaron



   Llegó finalmente la noche, tras eternas horas de calor bochornoso e irritante. Se encendieron parpadeantes luces de neón en los locales de mayor renombre, haciendo sombra a aquellos de menor tamaño. La música sonaba a ráfagas pausadas, como si la letra intentase mandar un mensaje secreto entre estribillo y estribillo. El libre albedrío desmedido reinaba a pie de calle, y de vez en cuando se hacía el silencio para repentinamente volver a ser quebrado con sonoros e intensos aplausos. Si bien la pequeña isla era bulliciosa durante el caluroso día, de noche parecía que la actividad se multiplicara vibrantemente hasta a alcanzar un punto ciego de diversión sin retorno…
Siesta Key es aquel paraíso emblemático del cual los americanos del sur del país hablan excitadamente, recordando epopeyas alcohólicas de proporciones épicas y playas de arena blanca bañadas por aguas color turquesa.  Una pequeña isla descubierta por cartógrafos europeos cuyo entramado multicultural reúne gente de muy diversas nacionalidades. Pequeña ciudad del tamaño de un pueblo, diminuto refugio ajeno al paso del tiempo, que permaneció estancado en aquella maravillosa época que yo no llegué a vivir. Los setenta y sus corredurías de calle y farolas multicolor, faldas arriba y pañuelos floreados sobre el pelo.
   Me coloqué mis viejas Rayban de cristal verde oscuro para refugiar mis ojos enrojecidos de los despiadados y violentos rayos de sol. El viaje desde el Norte había sido largo y no había conciliado sueño decentemente en un par de noches. El calor era agobiante en hora punta, y humedecía pesadamente el cuerpo de cualquier persona que osara salir a la calle sin la protección de una buena sombra en aquel recóndito rincón del Golfo de Méjico, en Florida. En contraste, el dejo salado de la brisa amenizaba el ambiente, dando un respiro del bochorno pegajoso. Pedí un mapa en recepción, pero una mujer con acento sudamericano me explicó con una amplia sonrisa, llena de maltratados dientes, que no me haría falta.
   La pequeña ciudad, estaba compuesta por una bulevar principal de dos direcciones, con locales de ambiente y pequeñas tiendas de ropa y comida a ambos lados. Un extremo de la céntrica avenida desembocaba directamente en la playa, que se exhibía lejanamente, como si fuese un tenue espejismo. El otro finalizaba en un cruce de direcciones de muy mala indicación donde era perversamente fácil perderse. De aquí, se podía acceder a la autovía, por donde aquella misma mañana yo había entrado. Mi hotel, estaba en el extremo más cercano a aquel difícil entramado de caminos, dispuestos como si de un laberinto fortuito se tratase.   
   Nadie parecía conocer el término edad en aquel lugar. Sentados en bancos, reían grupos de gente entrados en años, ataviados con sombreros de color claro para proteger sus canas y cabezas pelonas del sol. Momentáneamente me fijé en un grupo especialmente ruidoso, que hacía que la palabra carcajada se quedase corta. Su estilo de vida era un Carpe Diem adaptado. Una brusca contradicción;  Vivían el momento anclados en viejas tradiciones. Un olor dulce y embaucador delató a aquella ruidosa banda de viajeros del tiempo extraviados. Se pasaban unos a otros aquel mal disimulado cigarro de liar, ofreciendo animosamente a los peatones.
 Contemplaba fijamente cada particularidad de aquel paisaje, demasiado poco decadente para estar inmerso en una atmósfera y ambiente prácticamente extinguidos. Viejas glorias, dinosaurios del jurásico Beatle-maníaco anclados en una forma de vida indiferente a las prisas, aglomeraciones, preocupaciones, intranquilidades, nerviosismos, ansiedades o estrés de cualquier tipo, disfrutaban día a día de unas placenteras vacaciones. No dejaban de atravesar el bulevar furgonetas sesenteras descoloridas. Viejas Volkswagen, llamadas “Van” en inglés, de extendido uso por cantantes aún no reconocidos para atravesar el país en frenéticas giras que relanzarían a algunos hacia la vorágine del estrellato. Pasó por aquel lienzo de asfalto bordeado de destartalados edificios una de simpático aspecto. Aquella furgoneta, pintada de color amarillo claro y con flores estampadas en los laterales, portaba un grupo de risueñas mujeres dentro, y prolongadas tablas de surf atadas sobre la baca. La copiloto sonrió al grupo que seguía fumando y riendo sentado en el banco. Llevaba un pañuelo sobre el pelo castaño, cayendo éste desordenadamente sobre sus delicados hombros. Fue una visión fugaz, pues la vieja Volkswagen cruzó rápidamente, dando sus neumáticos a parar en el pequeño parking que había besando la arena.
   Los bares eran presa de la diversión más vibrante. El bullicio reinaba en cada uno de aquellos locales de extravagantes características. En el último de ellos, tuve que tomar un descanso para cubrirme un poco del sol de mediodía. En este había parejas comiendo, fumando cigarrillos en la terrazas, o bebiendo superlativas jarras de cerveza rubia. Parejas de todo tipo. Chica joven con hombre mayor. Mujer mayor con chico joven. Dos hombres compartían una copa de vino mientras el otro deslizaba su mano disimuladamente en el bolsillo del pantalón del otro. Un hombre negro,  de aquellos que las primaveras dejan huella en la piel arrugada, tocaba una especie de ukelele y compartía su perrito caliente con un pequeño chimpancé, que se sentaba al otro lado de la mesa y no dejaba de aplaudir al compás de la melodía. Me senté en la barra, llamando a un camarero de tez oscura, bronceada como si estuviese bañada en aceite de coco. Era un tipo gordo, de andar patizambo que muy poco delicadamente se acercó y guiñándome un ojo preguntó:
- ¿Qué va a tomar, forastero? – Vestía una sudada camiseta de tirantes a rayas grises y beige. Tanto la frente como las mejillas de su cara estaban húmedas.
- Un whisky. Con tres hielos y dos rodajas de limón por favor- Su contestación fue una mirada ofendida, pero torpe y lenta- Por favor- Repetí ante su poco disimulada desgana.
-De acuerdo, sin prisas forastero. ¿Tienen que ser dos rodajas de limón? Cuánta preocupación por conseguir la perfección en una **** bebida – Murmuró con gesto de desaprobación. Cortó poco habilidosamente dos rodajas de limón, y metió los tres hielos en el vaso, que después llenó aquel whisky de color pardo rojizo- Serán cuatro dólares.
   Le acerqué cinco conciliador, y permití que se quedara con la propina. Se le iluminó la cara de gesto bobalicón, y siguió con su andar patizambo a la esquina de la barra donde continuó su animada charla con un par de viejas cotorras, que mataban el rato con un juego de mesa y discutían por las evidentes trampas que se hacían la una a la otra, robando fichas y cambiándolas obstinadamente de lugar. Yo me divertía con el vaso de frío tacto entre mis manos. Bebía poco a poco, lo devolvía a superficie estable, lo zarandeaba. Una vez terminado, metí uno de los hielos en mi boca y lo mastiqué. Conservaba el dejo de la bebida. Tenía aquel sabor a madera de los whiskys de buena añada, pero dejaba un regusto final demasiado amargo. Me giré considerando las posibilidades de acabar la avenida que seguía igual de concurrida y bulliciosa, y tocar finalmente el océano.
   La playa se presentó educadamente, sin llenar demasiado mis zapatos de granos de arena en una primera tímida toma de contacto. Me descalcé cuidadosamente. La superficie ardía violentamente. Recorrí lo más rápidamente posible la distancia hasta la orilla. Daba botes y pequeños saltos, aún a riesgo de parecer una maltrecha y ebria bailarina de ballet que ha olvidado los pasos. Pronto llegué al agua, inexplicablemente fría en contraste. Aquella inmensidad que se extendía ante mí con su infinito horizonte de olas me asustaba. Mi cuerpo sufrió un estremecimiento suave, y sentí un sudor frío bañando mi nuca, de seguro ya quemada por el sol. ¿Cuántas vidas se habrían perdido en aquella infinidad de color claro? ¿Sería yo una de ellas si me adentraba demasiado lejos?  Intenté apartar estos pensamientos de mi mente, pero a partir de ese momento no dejé mirar de reojo el calmado pero traicionero oleaje.
   Anduve un buen rato junto a la orilla. Caminaba sin prisa alguna, siendo objeto de un trance sosegado y placentero, percibiendo el constante rumor de las olas contra mis mojados tobillos. No parecía que mi mente estuviese considerando el hecho de tarde o temprano deshacer el camino andado. La playa no estaba muy transitada. Pocas personas descansaban sobre toallas en la arena, blanca como una masa uniforme de nieve, y no muchos bañistas se divertían en el agua color turquesa. 
   Mantenía la mente dispersa, descentrada, hasta que oí un grito detrás de mí y del tibio oleaje emergió a pocos metros una cabecita rubia, decorada con unos envidiables ojos verdes. Sonreía entretenida, chapoteaba delicadamente con los pies. Removía la arena con las manos debajo de su cuerpo. Era preciosa y se exhibía presa de un estado de felicidad no amenazada por ningún dilema, cosa que acentuaba su atractivo.  Su pelo de color claro, como las superlativas cervezas que bebían en los bares, caía graciosamente sobre su frente, y se deslizaba por sus mejillas, llegando incluso a tapar sus pechos, ocultos tras un bañador negro. El océano permanecía en calma. Reposaba apacible, aliado con la inverosímil profundidad de aquellos vivaces ojos. Su boca era pequeña, pero peculiar por la carnosidad de unos labios que blandían una sonrisa como mejor arma. Había caído ante el hechizo de aquella mujer caprichosa, que pretendía hundirme sin más razón que su entretenimiento, como si fuese yo un barco pesquero lleno de tripulantes poco acostumbrados a batirse con tormentas de alta mar. En aquel refugio de los años setenta, donde aún sonaban  delirantemente Pink Floyd, los Rolling Stones o los Beatles, donde las flores y las furgonetas con forma de submarino amarillo seguían de moda, donde se reunían firmes opositores al cambio y los  antagonistas de los estandartes modernos residían en su pequeña isla protegida, yo había encontrado una sirena.  Una sirena tan juguetona como peligrosa.  Tan peligrosa como cautivadora. Tan cautivadora como seductora.
- Hola, forastero –Dijo, sacándome de un intenso diálogo interior - ¿Te vas a quedar ahí embobado?- Sonreía ligeramente, dibujando una mueca de burla en su pequeña boca, al darse cuenta de mi fragilidad física y psíquica ante su encanto.
- Hola –Balbuceé por fin, librándome momentáneamente de la lentitud de mis pensamientos. Parecía que tenía la boca llena de pegamento o crema de cacahuete, y pesaran las palabras. Solo conseguí murmurar inseguramente- ¿Eres una sirena? Me han dicho que hay muchas por aquí. Suelen parar a tomar copas en el bar de al lado. Donde el negro viejo con el ukelele y el mono.
- ¿Parezco una sirena?- Divertida, se incorporó dejando entrever no una cola, sino dos sinuosas piernas llenas de curvas que desaparecían en el agua a la altura de las rodillas.
-Empecemos de nuevo, ahora que estoy fuera de peligro. Me llamo Heinz Daniel. No soy de aquí, soy poco más que un forastero perdido -Suspiré, alzando la vista hacia el cielo y meditando la obstinación de mi siguiente paso- ¿Cómo te llamas?- Sonreí ingenuamente, sin poder ofrecer una defensa justa a un ataque tan brutal para mis sentidos.
- Si dijese mi nombre a todos los extranjeros extraviados, ¿Qué clase de sirena sería? – Rió tímidamente, dándose media vuelta atisbando el horizonte, aquel mar de agua limpia y cristalina, que solo veía su calma quebrada por el romper del oleaje. Se zambulló, lanzándose al favor de la primera corriente, y en un estado entre pasmado y aturdido observé como se alejaba mi sirena, sin oposición de la suave marejada.
   Volatilizados mis reflejos y anulada mi capacidad de reacción, no pude seguirla. Me dejé caer sobre la arena, dando mi espalda contra ella. Quedé allí recostado, mirando al cielo azul, no empañado por una nube si quiera, espiando las gaviotas detrás del oscuro cristal de mis gafas…

Heinz Daniel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:27:20 pm
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Lunes de Pentecostés


                 Como una sombra silente y misteriosa, santo Dios, cuánto calor en este bochornoso verano andaluz... Y las nubes de plomo, allá arriba, amenazando tormenta... Ella, menuda, guapa, viuda, vá y viene, el calor, la fatiga, pelo largo, silencio en la basílica del Rocío y la carátula del tiempo y los recuerdos que se agolpan en la mente y no la dejan vivir.
                Una gota de vida es ella en la mañana... Sube al templo, cúpula dorada, arquitectura colonial, norma, canon y regla, módulos clásicos, vidrieras jaspeadas con milagros de la Virgen del Rocío, reminiscencias y manierismo del siglo XIX, mamposterías, confesionarios de madera taraceada, símbolos obispales, retablos apretadísimos de figuraciones, sillería almohadillada, girola, cajonería tallada de la sala capitular, terracota, cristales policromados, tallas lapidarias... La muchacha acerca su mano a la pila bendita, el agua está fría, como la escarcha, como el hielo... Unos ángeles heridos escapan por la ventana, por la cripta abovedada, letanías, vidrieras multicolores, sombra y silencio...
                 Toca Juana Castro su medallita de la Virgen  y se santigua, desde el altar al prebisterio y la mujer rica, carne de Marbella y muslo de seda, que se arrodilla ante el altar de la Virgen del Rocío , bronce en la cara de playa caribeña y ribetes de hacienda jerezana, genuflexión, perdona a tu pueblo Señor, mea culpa, mea culpa, estrella de David, Virgen de los Afligidos, Señora de los Pobres...
                 Reza ante el altar de la Reina de los Cielos, la mujer, con su boca aterciopelada, con su piel canela... Un silencio sin horas invade el templo, vidrieras jaspeadas, tallas lapidarias, confesionarios de madera taraceada... Juana Castro habla con la Virgen...
                 “” Tú sabes bien que mi Curro era lo que más quería. Trabajador como ninguno... Tenía sus defectos, que era mujeriego y jugador... Pero nunca me pegaba, no señor... Que decía siempre que para él lo primero era su Virgen del Rocío, después su profesión de banderillero en la cuadrilla de Javier Conde y después su mujer...¡Maldito animal...¡ Que lo mató el toro Burlador en la Maestranza de Sevilla y sus últimas palabras fueron para pronunciar mi nombre...
                ¡ Juana, Juana, que me muero...¡ Yo besé su cuerpo y lo lavé como hizo la Magdalena con el cadáver de Cristo... Yo compré los perfumes más caros y coloqué junto al ataúd la medalla de la Virgen del Rocío... Yo me vestí de luto de la cabeza a los piés y maldije mi suerte... Y el dolor se me enroscó en la cintura y subió por mi garganta y me golpeó en las sienes...
                 La mujer rica, con su guirnalda de oro y su muslo de paloma, reza junto a Juana Castro, chiquita, viuda y sola, mea culpa, mea culpa... Fuera de la basílica, la tormenta  se desata y la lluvia juguetea en las vidrieras de colores... Juana Castro, llora desconsoladamente, muy cerca, casi al lado de la rica hacendada, color de bronce y perfume caro, zapatos abotinados, anillos de oro en la mano, llora rota, como en un torrente, queriendo imitar a la lluvia que cae sobre la plaza...
                De pronto, dobla la rodilla y se santigua, mea culpa, mea culpa y maldice en silencio, a aquel encierro asesino, en la Maestranza de Sevilla... Y los recuerdos acuden a su mente... Boda con Curro Torres, viaje de novios a Madrid y después el paro, la miseria, la fatiga, los hijos... Cuantas veces tuvo que ir Juanita a trabajar al campo para recoger la fresa de Moguer y Palos y cuantas veces sintió en sus carnes la discriminación laboral, los sueldos de miseria, después de una jornada de trabajo de sol a sol…Una música celestial camina entre las entretelas de la memoria, es música de jazz, espirituales negros, Areta Flankin, montaña perecedera, soledad dormida y como sintió Juana el espiritu de venganza, mea culpa, mea culpa... ¿ otra vez la música de jazz? swing, música en cuatro tiempos, orquestas de Harlem, fuerte glisando, concierto de amor para Juanita Castro, Jimmy Smith y West Montgomery, blues, cada año en Doñana la Primavera enciende los tallos de las plantas y la savia circula por los rugosos troncos, con un impulso nuevo, mea culpa, mea culpa, la Marisma es belleza,
espirituales estilo Nueva Orleáns, trompeta, trombón, clarinete, contrabajo, guitarra, banjo, orquesta de Charlie Parker y Dissy Gillespie, cuando los santos ván de marcha, oh happines... que su Curro era lo que más quería y ahora ella está sola, con los hijos a cuestas, refugiada en Almonte, la tierra donde nació y que tiene la iglesia más bonita del mundo, refugiada en su altar mayor, recordando su pasado de mujer campesina, lo dura que era la vida, recogiendo el dulce fruto de la fresa en los campos de Palos y Moguer, en Doñana las nubes malva y oro han formado un cerco alrededor de la luna y las estrellas semejan ojos que nos observan con su mirada parpadeante, mea culpa, mea culpa, abejorros libando en los panales y ahora el luto eterno y la música de jazz, , Duke Ellington al piano, clarinete, trombón, contrabajo, ayuda a tu pueblo Señor, lirios de la tarde, que a mi Curro lo conocía desde pequeño y juntos jugábamos por las calles de Almonte, crisantemos y cactus, aleluya, aleluya, atardeceres rojizos por los valles ¡ cuanto sufrimiento Virgen mía...¡ voluta de humo de los sueños, mágica marea del delirio, gozosa penumbra, salada claridad, música de jazz, sufrimiento de una raza atormentada y dolorida y la muerte que conduce a cualquier parte, Virgen de los Afligidos, et in excelsis Deo y la vejez irreparable y la urgencia del asfalto y de la prisa, pechos de paloma, espigas infinitas, volverán a perfumar las flores en las largas veladas estivales y mi Curro pudriéndose en esa tumba ¡maldito burlaco asesino...¡ que ni dinero me quedó para blanquearla y él me dijo ¡... quiero morir en el Rocío, Juanita, que no me lleven a una clínica... quiero morir junto a los piés de la Blanca Paloma...¡ es esto un sueño, un mal sueño Virgen mía, tú sabes que dos veces a la semana me sentaba en el confesionario y desde la muerte de Curro no he vuelto a confesarme, yo pensaba que había llegado la felicidad a la tierra, mis sueños de cantante de jazz se perdían en las entretelas del recuerdo y allí estaba mi Curro muerto, muerto ante mis ojos doloridos, parecía que se había quedado dormido, Juanita, mi vida,  adormilada en la basílica, entontecida por el bochorno de la tarde, Juanita no sabe a donde ir, que partido tomar, que será de su vida, la poesía de la marisma florida estalla, en las cercanas dunas del Guadalquivir, el paisaje multiplica sus encantos y los limites del horizonte parecen esfumarse envueltos en los vapores celestes, mea culpa, mea culpa, Juanita, Juanita, que me muero, no me digas mi amada, que mis besos de amor rompen el velo, los recuerdos, Madre mía, los recuerdos, volverán los pájaros cantores, donde la tierra me ciñe y me limita, arenales, desierto, sudor y lágrimas, que buen mozo mi Curro, con su caballo altivo y su traje campero...

                  Juanita Castro, recuerda cuando conoció a su marido, un Lunes de Pentecostés, cuando las carretas inundan la Romería del Rocío, en Doñana, al contraluz de la tarde, se divisa el astro rey, que parece querer culminar su fantástica cabalgada, mea culpa, mea culpa, candelas, polvo del camino, trajes de faralaes, rezos monocordes, promesas a la Virgen, cantes por sevillanas, mea culpa, mea culpa, el ambiente esta cargado de misterio, los pájaros cantan, los cucos lanzan sus gritos y una fauna multicolor( venados, jabalíes, linces, mangostas, zorros, flamencos, garzas, nutrias, águilas...) viven el encanto misterioso de la noche...
                 El cura, sotana negra, gesto misericordioso, prosigue su letanía:
                                                                                                                               “”Que-
ridos hermanos, porque el Rocío es el monumento a la fé y a la esperanza en la marisma almonteña... Cuántos hombres y mujeres han venido a los piés de la Virgen del Rocío, para lavar sus culpas...””
                 Solitaria, atormentada, perdida en el silencio de la basílica ,polvo, rezo y soledad, Juanita, viuda, joven, guapa y pobre, sabe que el ayer no volverá... La tormenta ha cesado y el murmullo de la tarde todo lo invade...
                 El cura, ajeno a lo que le rodea, monótono, monocorde, sentado en su trono, sigue musitando entre dientes:

...Señora de los humildes...
¡Ora pro nobis¡
...Señora de los afligidos...
¡Ora pro nobis¡
...Señora de los desamparados...
¡Ora pro nobis¡
...Estrella de la mañana...
¡Ora pro nobis¡
...Patrona de Almonte....
¡Ora pro nobis¡

                  Juanita Castro, camina sin rumbo por las arenas desiertas, por la inmensa explanada que circunda la basílica...

                 “”... Curro, que haces... no me toques, aquí en las arenas, no, Curro no, que puede vernos la gente... Curro, deja mis pechos, no seas loco...””

                 Huele a incienso y espliego, a marisma y sal atlántica, a perfume de mujer rica y un órgano lejano entona su melodía, música de jazz, espirituales negros estilo Nueva Orleáns, Duke Ellington al piano, vocalista Juana Castro, mea culpa, mea culpa, agujero del olvido, reloj de piedra y una mancha en la lejanía es ella, la viuda de Curro Torres, polen de un verano sin retorno, un verano que ha dejado caer sus lágrimas de amor sobre la basílica del Rocío, et in excelsis Deo, Juana, Juanita Castro...¡

Argos
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:31:12 pm
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Sobre la sombra del flambloyan


La sombra de un árbol es un lugar idílico para sedar los sofocos y retozar durante toda una eternidad…
Él, un as de la sensualidad, un rey del erotismo muy codiciado, se murió más solo que un perro. Pero un nutrido grupo de mujeres audaces y decididas logró hacer de sus exequias fúnebres un evento multitudinario. A ellas les importó un pepino que las malas lenguas las vistieran de limpio por asistir al funeral vestidas de luto. Decidieron, con lágrimas sentidas y sonrisas picaronas, dispersar sus cenizas sobre la sombra del flamboyán.
 Sebastián López Ruiz peinaba algunas canas antes de dejar este mundo. Se convirtió en la luz que clareó las existencias deslucidas de muchas mujeres; de cuantas lo cataron; de cuantas lo soñaron. Todas, sin excepción, se lo disputaron. Todas suspiraron por sus carnes, deseándolas de palabra, obra u omisión.
Su fama traspasó los límites geográficos del lugar donde nació. A pesar de su edad, ya cerca de los cincuenta, de él se aseguraba que aún tenía mucho carrete por delante, casi tanto como pelo le falta al que narra esta historia. Mentiría como un bellaco si se me ocurriera afirmar que fueron muchas las mujeres que pasaron por su cama. Porque en verdad fue él quien pasó por las camas de los dormitorios de muchas mujeres, por las de las habitaciones de hoteles y fondas. Eso sí, sin temor a errar el tiro, puedo afirmar que por su corazón, contenedor para el amor, pasó solo una mujer, con la que soñaba de noche y de día.
Sebastián López Ruiz fue un hombre que desprendió en su comportamiento ese aroma distinguido que imita con solvencia la fragancia que desprenden las maderas nobles y avejentadas que duermen el tiempo de los justos en las bodegas con más solera, y que se ocupan con la sabiduría de los años que atesoran en sus vetas de la crianza de los vinos más ilustres. En realidad, fueron, y siguen siendo, muchas las mujeres que pensaban, y piensan aún, convencidas de ello, que el cuerpo de Sebastián López Ruíz era en sí como una bota de vino, pues ellas depositaban en él, con sumo mimo y hasta perder el aliento, sus deseos más recónditos, y de él salían satisfechos, tanto como las ilusiones del viticultor cuando descubre, al escanciar con la venencia un vino por él elaborado, que sus expectativas se han visto recompensadas con creces.
Es tal la leyenda que gira en torno a la figura de Sebastián López Ruíz, que aun hoy, pasados ya algunos años desde su óbito, sigue sin existir mujer alguna, dominada por apetitos carnales por sosegar o vicios por saciar, que no se sienta atraída por él. Todas saben, o intuyen, que él está siempre ahí, al alcance de la mano, su espíritu dispuesto en todo momento para colmar los deseos y pasiones más insospechadas, incluso para cumplimentar las ternuras más precisas. Y todo ello, como así ocurría en vida de él, y siendo esto lo mejor de todo, sin la necesidad imperiosa de pronunciar palabra alguna o de que medie el amor en los encuentros, que aun hoy los hay; ni tan siquiera es obligatoria la presencia de una simple mueca de cariño.
Lo cierto y verdad es que muy pocas mujeres, en realidad solo una –la que él amó de por vida-, mostraron la entereza necesaria y suficiente como para sustraerse a sus encantos, a esa tórrida luz que ellas adivinaban en su mirada, siempre candente como siesta de verano, y que todas percibían, con la ansiedad voraz del deseo, como apoteósica e infinita, pues pensaban que nunca dejaría de transformarse en tropical en cuanto la pasión entrara en juego espoleada por el erotismo, que el erotismo en sí no es más que un simple juego de los sentidos puestos al servicio de la exploración de las sensaciones más placenteras, las que acontecían, sin género de dudas, en cuanto todas y cada una de las fibras musculares de los cuerpos femeninos se tensaban al reconocer sobre ellas las caricias de las manos de Sebastián López Ruíz, las mismas que, con idéntica destreza a la que exhiben las manos de un invidente al palpar los rostros para realizar un esbozo mental de ellos, avivaban los sentidos, las emociones y, por qué no decirlo, también los sentimientos, para esculpir un momento inolvidable sobre la piel, ya fuera esta tersa o fruncida.
En confesión, muchas de las mujeres que se fueron a la cama con él compararon ese instante sublime con el disfrute de un baño de sol de mayo sobre un campo de hierba recién cortada tras una lluvia pertinaz, con el que rompían sus largas y persistentes sequías de goce. Otras afirmaron que encamarse con él era como asistir en desnudez de cuerpo y alma a un cambio glorioso de luz, a un tránsito imperecedero desde las tinieblas hacia un espacio abierto y radiante, y que al final las dejaba a la sombra que irradiaba, durante las siestas de canícula aplastante, el flamboyán en flor, árbol majestuoso que presidía la soledad de la campiña. En definitiva, que todas ellas, cuando se abrazaban al cuerpo de Sebastián López Ruíz, disfrutaban, con los cinco sentidos en estado de plétora, de unos minutos con los que ellas adquirían, en propiedad inembargable de sus espíritus, la noción indiscutible de lo que era, o significaba, la felicidad suprema, pero también la discreción absoluta, porque de los labios de Sebastián López Ruíz nunca salió no ya una sola palabra sino ni una vocal o consonante que pudiera poner en entredicho el honor o decencia de cuantas mujeres tuvieron a bien demandar sus servicios, plenos de imaginación y magia, y los disfrutaron, o de las que los pretendieron y se quedaron con las ganas, que no todas las que a él se acercaron vieron colmadas sus ansias y deseos.
Así, puedo decir a los cuatro vientos que todas las historias que vivió Sebastián López Ruiz quedaron encerradas entre las cuatro paredes donde acontecieron, y digo entre las cuatro paredes porque nunca accedió a consumar sus servicios en otro lugar distinto a una habitación de muros a plomo; nada de coches, ascensores u otros lugares más indecorosos, cosa que le pidieron, casi suplicaron, numerosas mujeres.
 Nadie que tenga un mínimo de decoro y honestidad podrá afear su recuerdo o echar sobre él infamias. Porque es de justicia destacar de él que aunque al decir a qué se dedicaba, <<Soy gigoló>>, se quedaba más fresco que un político cuando incumple una promesa electoral, jamás soltó prenda o detalle alguno referente a su… trabajo, el que muchos le envidiaban. Y eso para él no era mentir; simplemente significaba callar, algo que sí le recriminaron los recelosos, quienes decían de él barbaridades, porque la pelusa es muy mala y se sentían insultados por su silencio y caballerosidad, ya que a falta de tener su capacidad amatoria, se hubieran contentado con saciar no ya sus ansias sexuales sino sus apetitos de chismorreo. Lo único que se le oyó decir en una ocasión, durante una noche idéntica a la que fue abandonado por el amor de su vida, es decir, en una noche de borrachera tan profunda como noche sin luna, fue que las mujeres que hasta él se arrimaban como clientas no hubieran pensado gastarse el dinero en hombres como él sino en guardaespaldas para quitarse de encima a todos los moscones que se habrían acercado a ellas dispuestos a dejarse pisotear por sus tacones de aguja; nunca más se escuchó otra cosa sobre el asunto.
Sebastián López Ruiz no tuvo un cuerpo serrano, ni las facciones de un Adonis; eso sí, era muy resultón.  Cuidaba con esmero, y horas de gimnasio, el cuerpo que Dios le dio; supo sacarle todo el partido posible a sus músculos y huesos. ¿Podría decir que extrajo petróleo de una piedra? Sí, podría decirlo sin sonrojarme. Pues bien, a pesar de que no fue un mancebo de facciones tocadas por el ala de un ángel, su éxito como amante desmedido, depositario de las maneras de un lord inglés y de un verbo fluido y ameno, corrió por valles y montañas. Pero lejos de lo que muchos puedan imaginar, en realidad, él procedía con las mujeres más que como un semental como un psiquiatra para sus cuitas, o como un enfermero para sus males, o como un orador contra la soledad que las atenazaba, casi como un bufón contra las tristezas que acuciaban a las mujeres que hasta él acudían, detalles que si hubieran sido conocidos por cuantos le envidiaban habrían despedazado, sin paliativos, el encanto de lo que se codicia aún a sabiendas de que es inalcanzable, pues, en el fondo, Sebastián López Ruiz disfrutaba menos de su… oficio de lo que los demás le suponían.
Cuando me avisaron de su muerte fui corriendo a su casa. Su cuerpo ya estaba frío como el mármol. La escena, lejos de ser dantesca, desprendía cierto aire de romanticismo. Permanecía abrazado a la foto de su primer y único amor, una joven larguirucha y pelirroja que se desentendió por completo de él, abocándolo al vicio que él convirtió en profesión. Sobre las sábanas de la cama había desperdigadas cientos de perlas con forma de lágrima. Lo extraño fue que descubrí en su lagrimal una que estaba aun saliendo. Presentaba un color nacarado, un brillo deslumbrante y una textura gelatinosa. Al tocarla, se desprendió y se solidificó, adquiriendo el mismo aspecto perlado que tenían las demás. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Entendí lo mucho que había tenido que sufrir amando a una sola mujer y entregándose a cientos de ellas.
El funeral fue un tanto insólito, casi histórico: La iglesia no fue capaz de albergar a toda la  multitud, en buena parte compuesta por mujeres llegadas de distintos lugares, que acudió a darle el último adiós a Sebastián López Ruiz; no cabía un alma. Con mis propios ojos vi cómo muchas mujeres pasaron la noche en vela, al relente en las puertas del templo, a la espera de que se abrieran para coger un asiento en las primeras bancadas, las más cercanas al lugar donde colocaron el féretro. Ninguna de ellas prestó atención a rezos u homilía. Todas ellas estaban como ausentes, inmersas en sus particulares pleitos de penas y recuerdos, en los que estallaban sin cesar los suspiros ahogados con los que trataban de recomponer sus pesadumbres. Entonces ya andaban echándolo de menos con un desgarro sobrecogedor; echando en falta su voz, su olor, el sabor de sus labios, el tacto de su piel, su mirada… Todas recordaban la tranquilidad, el trance en el que entraban cuando las manos de Sebastián López Ruíz inspeccionaban sus cinturas, el éxtasis que alcanzaban cuando sus lenguas, cálidas y húmedas, se entrelazaban, cuando sus brazos las estrechaban, entonces sus cuerpos preparados para fundirse en perfecta armonía. Ninguna pasó por alto cómo se erizaban sus cuerpos, cómo se entrecortaban sus respiraciones cuando él accedía a sus peticiones, momento en el que estallaban sus nervios hasta ver colmados los deseos más perentorios y las pasiones más imperantes. Todas realizaron aquel ejercicio de evocación sin despegar sus miradas del ataúd, todas en un estado de inconsciencia profundo, creídas en que estaban siendo poseídas por última vez por Sebastián López Ruiz, las velas de la iglesia como si fueran las que a él le gustaba encender por decenas para consumar los encuentros eróticos.
Ahora circula una fábula increíble. Dicen que han visto a un grupo de mujeres desnudas deambulando por la campiña. Nadie ha aportado una sola prueba fidedigna de ello. Pero yo sí que puedo afirmar que es cierto, porque soy el confesor de esas mujeres. Sin romper el secreto de confesión, porque solo hablo del pecado y del objeto del mismo sin nombrar a las pecadoras, proclamo que se revuelcan desnudas en el lugar donde esparcieron las cenizas de Sebastián López Ruíz, sobre la sombra del flamboyán.

Cruz de los Panaderos
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:35:56 pm
(http://medetengoaesperar.com.ar/wp-content/uploads/2012/05/Mujer-pintando.jpg)

Retrato


Yo era alba, y blanca y pura, etérea, infalible, candorosa a la luz del verano de aquel paraíso artificial de hormigón y ondas saladas predispuestas bajo aquella carnaza roja, marrón, carbonizada y sudorosa que desfilaba rozándome por delante, detrás, encima y debajo, el periodo estival era el contexto, la playa, la miel y nosotros, las moscas. Mi vestido níveo zozobraba de un lado para otro, era la placidez del sol. De las vacaciones. Mi abuelo me vigilaba bajo una palmera, evadiendo de vez en cuando sus ojos acristalados hacia el infinito, hacia aquella isla que se estiraba como una galga abierta al horizonte. Habíamos subido a la escalinata más alta del mirador, una construcción que simulaba un castillo mediterráneo, trufado de rocas y mármoles de tonalidades literarias. Yo y mi vestido corríamos presos del alboroto, intentando buscar un hueco para contemplar el punto exacto en el que el cielo y el mar se confundían, cada uno con sus secretos. Nubes y olas, arrugas y sales, vaivenes que azoraban mi vestido, mi niñez. Me apoyé contra la barandilla, abrazando al infinito con mis brazos, los ojos cerrados, sin saber que un día sería poeta y mujer. Mujer y poeta. Recuerdo ese instante porque nunca se es tan libre como cuando se es niño de consciencia recién adquirida, o lo que es lo mismo, se sabe que uno es niño y se disfruta la libertad de serlo y poder recordarlo de anciano, como si a partir de ese instante, de esa manzana caída, de ese diario que se abre, cada página que se escribe cuenta, se hace perpetua, queda grabada en papiro, yo me acuerdo de aquel segundo congelado, sin pasado ni futuro, allí colgada, con doscientas bifurcaciones hacia las que virar y todavía, sin ninguna prisa por hacerlo.
   –Ten cuidado o te caerás.
   La mano de mi abuelo siempre cercana, un ángel guardián con garantía, reposaba sin pesar sobre mi hombro, compartiendo conmigo el azul interrogante e inacabable de Darío. Ése que se escondía en ánforas deliciosas y duermevelas, en sensualidades de labio de princesas y que a mí me hipnotizaba en sus desvíos más verdosos, más confusos hacia ese impenetrable que rugía y me salpicaba.
–¿Qué hay debajo de este mar?
–Todo lo que tú quieras.
Tomaba mi mano en borrador y señalaba mis líneas inacabadas, ondas desechas, demasiado jóvenes para cuajar, inexpertas. Mi abuelo vislumbraba el mar en mis manos tiernas. La vida desconocida que latía en mí, que ya estaba allí, esperando para enloquecerme con sus profundidades, con sus cantos de sirena, de tantas sirenas.
Sería ya tarde, porque cada vez se aglomeraba más gente, más vendedores ambulantes, más idiomas desconocidos. Yo quería pasar por la plazoleta de los pintores, la que estaba al lado de los puestos de bisutería barata y ocasional que atraían a los extranjeros por su maestra imitación de pendientes de caída arábiga, siempre pasábamos por allí, todos los años, y un estirón a la camisa suelta de mi abuelo fue suficiente. Un chelo lacrimógeno envolvía a los artistas en la bohemia más absoluta alrededor de ese olor a yodo y arena tostada, adquiriendo el cariz no de postal, sino de estampa sagrada. Había dos virtuosos de la acuarela, empapelados en láminas de paisajes y barcas, una docena de caricaturistas en gradación, desde los más amables a los más crueles, siempre aturullados por la presencia de mirones y pueblerinos que hacían cola para llevarse a casa su reflejo reduccionista y esperpéntico. Un grafitero exhibía el poder del aerosol sobre unas planchas en las que imprimía el nombre adolescente de aquel que estuviera dispuesto a pagarlo. Y en el ostracismo de una esquina, los retratistas se dividían en dos bandas urbanas, carboncillo y pastel. Muy pocas veces había visto gente posando sentada en la silla de los retratos, siempre veía a los pintores esforzándose por trasladar fotografías al lienzo, en este caso la magia del directo no atraía al público. Cada año había deserciones pero también nuevos fichajes, más jóvenes, más ancianos, hombres, mujeres, pero siempre, puntual, inamovible, estaba ella, Marie. Yo no tenía equipo de fútbol, pero sí predilección pictórica por aquella mujer de coleta rubia, que escondía su mirada inconformista y creadora bajo unas gafas de montura al aire y coronaba su cabeza con sombreros atemporales. Marie. Sabía su nombre por la firma de las obras que tenía expuestas, unos retratos de perfección enfermiza. 
–Si alguna vez me hiciera dibujar, lo haría con ella.
Solía decir mi abuelo cada verano en un condicional sin fecha de caducidad, a mí nunca me habían retratado, y tampoco era algo que me suscitase mucho interés, yo disfrutaba más viendo a Marie delinear verso a verso unos ojos de niña sobre su caballete, perfilando las pestañas sinuosas, trabajando el reflejo de ese iris que brillaba más que nunca en blanco y negro, desentrañando la personalidad de esa muchacha para imprimirle ingenuidad o malicia a esas pupilas que se estaban gestando entre sus dedos. Me sentaba en el suelo, a pocos metros de su estudio ambulante y observaba silenciosa y fascinada cómo hacía perder su virginidad a ese papel blanco que se entregaba a ella a cambio de unas monedas, cómo se estremecía cada poro de ese carboncillo cuando se escurría en movimientos que escrutaban la delicadeza y pericia de quién ya se ha dejado caer por innumerables cuerpos. Marie tampoco solía trabajar con modelos, salvo en un par de ocasiones, siempre la había visto dibujando a partir de una representación. Esa tarde-noche, cuando llegué acababa de terminar el retrato adonis de una joven que dejaba caer su pelo en cascada sobre los hombros, una melena clara y frondosa, los labios acoplados en una recta sobria y seria y los ojos ocultos tras unas gafas oscuras. Extraño retrato que encubría la identidad de esa desconocida tras la penumbra que tatuaba sus párpados. Marie firmó en la esquina inferior derecha y lo colocó en su panel de exhibición. Yo me acerqué curiosa y atrevida para contemplar mejor el enigma. La artista se dio cuenta de mi fisgoneo y me bosquejó una sonrisa.
–¿Qué ves?
–La oscuridad… del mar. –respondí sin dudar. Marie, que pareció satisfecha con mi metáfora, no dijo nada, se volvió hacia su caballete y empezó a  afilar unos lápices al ritmo vertiginoso y atacante que el violonchelista imprimía a la suite nº1 para chelo de Bach. Sentí la presencia de mi abuelo en el claroscuro que estaba detrás de mí.
–Mi nieta la tiene a usted como su favorita.   
–Su nieta tiene mucho que ver todavía.

Hace años que dejé de ponerme aquel vestido blanco, se me quedó estrecho y perdió lucidez y movimiento, las tormentas, la infelicidad del tiempo que me ha vuelto algo más lúgubre y corruptible, más opaca y turgente, compleja y con algún error de más. Creo que lo guardé en alguna caja, junto a la pila de mis poemarios inéditos. El retrato de Marie, en cambio, sigue colgado en mi cuarto, abuelo, nunca pensé que al final te decidieras a inmortalizar  tus ojos acristalados, esos que no cogen cataratas con el paso de los años, azul inacabable, azul incansable, azul mediterráneo, los miro y veo todo, todo lo que yo quiero ver.

Daniela Arusa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:39:22 pm
El Hombre que murio tres veces


Si quisiera una historia increíble, pues sólo tengo que hurtar algo de la realidad que nos rodea, y en este caso la experiencia policial peruana nos es muy útil para graficar el hecho que a muchas personas les agradan las historias macabras `ficticias`, pero se sorprenderían si supieran que todo lo que un escritor pueda inventar bien podría tener una fuente real. Ese es mi caso, ya que de conversaciones con un familiar policía la verdad me dejo estupefacto por lo fácil que la vida se convierte en una tragicomedia.
 
Era una de esas noches cuando mi tío policía patrullaba con su compañero en su vehículo, un auto algo desvencijado por fuera pero adaptado por ellos mismos para cualquier persecución en nuestra ciudad. Iban por la avenida panamericana, conversando sobre el último partido de la selección y mientras se encontraban despotricando hasta del jardinero del estadio por los resultados adversos lo vieron, estaba en el carril externo de la carretera, cabeza abajo y con señales de no haber muerto hace no más de un par de horas ya que aun no estaba hinchado ni despedazado por ningún lado, estaba así, simplemente muerto.
 
No lo tocaron puesto que era esa función del fiscal de turno para el levantamiento del occiso, pero pudieron ver que tenia trazas de haber estado bebiendo por el olor que despedía a licor barato (en esas campañas publicitarias tan costosas de `no beber y manejar a la vez` deberían agregar algo así como `ni tampoco camines por una avenida borracho`, creo que sería muy útil), acto seguido procedieron a estacionarse a un costado para sacar las señales de peligro y así desviar el tráfico cuando ocurrió lo previsiblemente inevitable.
    
Un auto rojo pasó a una considerable y excesiva velocidad sobre el caballero tendido, hubiera seguido de frente de no ser tremendamente visible la silueta del patrullero policial siendo que este estaba a unos metros más adelante, por lo que ante la situación actual el conductor optó por detenerse a un lado del camino para tratar de explicarse, siendo esta la conversación entre el presunto `homicida` y el compañero de mi tío, quien sólo miraba el hecho en su papel de inocentón conductor:
 
-¡¡Que has hecho, LO MATASTE, estaba herido y ya venía la ambulancia¡¡- soltó de sopetón el curtido policía sobre el aturdido `homicida`.
-Pe… pe… pero no se veía nada en el camino, yo no sabía que él estuviera ahí, OH Dios Mío, ayúdame- se lamentó  mientras trataba de ordenar sus ideas.
-¡¡Lo siento pero deberemos llevarte detenido por homicidio culposo, espero que tengas al mejor abogado del mundo porque nosotros somos testigos del `crimen`¡¡(lo que no dejaba de ser cierto pero habría que especificar a cual crimen se refería).
-Mira hermano, debes entender, no se veía nada, por favor sé razonable, además debo decirte que somos colegas, esta es mi identificación- mostrándole efectivamente que también pertenecía a la fuerza.
-Bueno, ahora es diferente pero igual es un homicidio – dijo el otro policía y meditando pronunció la frase que debería estar en el coro de nuestro himno nacional - ¿Cómo es?.
-Toma lo que tengo en mi billetera, es todo- acto seguido vació unos ciento cincuenta dólares en la oscuridad de la noche en las manos del otro - ahora por favor déjame ir sin más tramite.
-OK, pero para la próxima ten más cuidado con tu velocidad- lo despidió el `olvidadizo` testigo y al instante se dio la vuelta para volver con la labor de señalizar el lugar a fin de evitar otro falso homicidio.
 
Es innecesario decírselos pero para eso estamos aquí, así que lo haré: efectivamente se produjo otro atropellamiento accidental debido a la sospechosa lentitud de nuestros amables testigos, y de igual manera se repitió la escena descrita líneas arriba, palabras más palabras menos, sin dejar de mencionar las risas ocultas de estos cuando sus `inocentes` victimarios se habían alejado, claro que llegó el asunto a un punto en el que ellos mismos debieron `salvar` al muerto de sufrir más golpes, gesto muy tierno de su parte porque sino los demás autos lo iban a destrozar o hacer carne molida.
 
Tratar de contradecir la moraleja del título de este relato es inútil porque encontrar la verdad después de lo visto no sería más que una cuestión de opiniones…
 
¿No les parece?...

El último bracamoro
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:42:30 pm
(http://3.bp.blogspot.com/-NG7MTVADP0I/Trlh7QpwHPI/AAAAAAAAB5A/89kpvE7VvTU/s1600/un_condenado_a_muerte_05.jpg)

Margaretha


   No puedo creer que me hayan condenado a muerte cuando en realidad no he hecho nada y las pruebas por las que se me acusa no se sostienen con suficiente fuerza para llevarme ante el pelotón de fusilamiento.
   Nadie me regaló nada, todos los lujos, mi forma de vida, me la he ganado a pulso, dejándome la piel un día tras otro, eso sí, intentando disfrutar de los placeres que me ofrecía.
   Debió de ser la mezcla de holandés y javanesa lo que me dio estos rasgos por los que tantos hombres han deseado compartir, aunque sólo fuera un instante, a mi lado.

   Tengo 41 años, los cumplí el 7 de agosto.

   Fue mi padre quien eligió mi nombre, Margaretha Geertruida, demasiado largo y aburrido, pero era estupendo estar a su lado, siempre contando historias de lugares lejanos, de hacer las cosas más increíbles; de él heredé tantos sueños que he intentado cumplir.
   De mi madre, tengo buenos recuerdos, su dulzura, su esfuerzo, era tan diferente de mi padre, murió cuando yo tenía quince años.
   Fue mi padre quien se ocupó de mi educación y todavía recuerdo el primer día de clase. Me compró ropa como si se tratara del día en el que una princesa va a contraer matrimonio y  me envió al colegio en una carreta tirada por dos cabras blancas. No me importó que los compañeros se rieran de mí, desde pequeña me gustó ser el centro de atención.
   El primer revés llegó cuando tenía trece años y el negocio de mi padre quebró. Dos años más tarde murió mi madre, entonces me matricularon, junto a mis hermanos, en la escuela normal de Lyden y ahí conocí a Wibrandus Haanstra, director del colegio, que intentó por todos los medios conseguir mis favores, no lo consiguió nunca. Estaba casado y llegó a arrastrarse a mis pies para lograrlo.
   No sé por qué tengo esta tremenda debilidad por los uniformes. Cuando tenía 19 años respondí a un anuncio de Rudolf John, oficial holandés con quien me casé, solicitando esposa. Era 20 años mayor que yo y no tardamos en tener una hija e irnos a vivir a las Indias Orientales, donde nació nuestro segundo hijo. Aquella cultura me llenó, produjo en mí un cambio intenso, pero al morir nuestro hijo todo nuestro mundo se desmoronó y volvimos a Ámsterdam donde Rudolf fue absorbido por el alcohol. Dejé a mi hija con la familia y me marché a París y ya nunca volví a ser Margaretha Geertruida Zelle.
   Tuve que inventar toda una vida, fantasear, forjar sueños para introducirme en la alta sociedad como una adolescente oriental. Eso fue tarea del Barón de Marguerie, uno de mis primeros amantes.
   Cambié el acento y, luciendo mi amplia colección de adornos de bailarina javanesa, comencé a inventar la historia de Mata Hari.
   Dije que mi madre había sido una bayadera del templo de Kanda Swandi, que mi nombre había sido elegido por los sacerdotes del templo, que era una princesa de Java,  que en la pagoda de Siva aprendí los ritos de la danza, y todo eso actuando como bailarina exótica que se iba desnudando poco a poco,  excepto las cúpulas que cubrían los senos porque mi marido, en un ataque de celos, me había arrancado el pezón izquierdo.
   Durante los primeros años como Mata  Hari me dediqué a contar mi vida de tantas maneras distintas, a cada cual más fantasiosa, que nadie sabía en realidad donde estaba lo auténtico y, en ocasiones, ni yo misma era capaz de diferenciarla de la realidad.
   Toda esta vida inventada comenzó a dar sus frutos y la gente de París tenía auténticas disputas para conseguir las primeras filas de mis espectáculos. Bailé  las danzas sagradas indias del “Devandasisher” y el “ Kandaswami” por toda Europa a la vez que relataba mi vida de la forma más ingeniosa que se me iba ocurriendo.
   Me desbordó la situación. Cómo podía imaginar que iba a causar tanta fascinación, que iba a vivir con todos los lujos que nunca hubiera imaginado.
Me marché a actuar a Berlín y causé una admiración como me parecía que no había ocurrido en ningún otro lugar, aunque posiblemente no fue un acierto ir allí o sencillamente no calibré bien hasta dónde podía llegar.
Fue en esos momentos cuando intenté recuperar a mi hija, mandé a por ella pero fue imposible y ya nunca la volví a ver.
Allí actué en un importante music hall y mi primer objetivo fue el jefe de policía de Berlín. Disfrutaba de su hospitalidad cuando estalló la guerra, pero soy ambiciosa y puse mi objetivo en Kramer, cónsul alemán en Ámsterdam y, por si fuera poco, el jefe del espionaje de Alemania.
Sé que ese amorío no me lo perdonaron nunca los franceses, pero entonces no pensé en otra cosa que en mi propio interés.
Tampoco parecía que él pensara en otra cosa que no fuera su provecho, no fundamentado solamente en mis conocimientos amatorios. Consideró la posibilidad de que además de tenerme como cortesana, podría obtener información de los militares franceses, a los que tan bien conocía yo a cambio de unas cantidades de dinero que para mí eran inimaginables.
No accedí en un primer momento, aunque la oferta era tentadora, pero con ese dinero tendría para vivir holgadamente toda mi vida.
Kramer volvió una vez tras otra a realizar su oferta, al regateo que sabía me satisfacía, hasta que acepté y me convertí en la agente H-21.
Regresé a París y, quizá por los remordimientos, por apaciguar los pequeños golpes de mi conciencia o por salvar el pellejo llegado el caso, decidí ofrecerme como doble agente al capitán Ladoux, a quien sabía jefe del Servicio de Espionaje y Contraespionaje francés.
Nunca creí que la guerra llegara a una situación tal. Se combatía de forma feroz en todos los frentes y yo iba de un lado a otro con una pobre información que no creo que fuera determinante, como luego se dijo, para ninguno de los ejércitos contendientes.
No sé por qué los mandos franco-ingleses sospecharon de mí, quizá como de tantos otros, que trabajaba al servicio de Alemania. Posiblemente fueron mis viajes o mi vida licenciosa.
Yo no sospechaba que  en aquel agosto de 1916 me iban a poner a prueba y me confiaron una misión en Holanda para obtener información. Me fue imposible llegar y me dirigí a España, que en aquellos momentos eran el centro del espionaje internacional.
Nadie me dio órdenes sobre ello, pero fui yo quien buscó la aproximación con el agregado militar alemán, el capitán Von Kalle. No me fue difícil obtener información sobre algunos movimientos de las tropas alemanas  y lo transmití al servicio secreto francés pero parece que no fue suficiente y siguieron desconfiando de mí.
Lo que no podía sospechar era que para los alemanes fuera un personaje molesto y prepararon mi eliminación tendiendo una trampa al contraespionaje francés para que me asociaran con el agente H-21. Todo les fue perfecto, más profesionales que los franceses. Enviaron un mensaje comprometedor y cifrado, sabiendo que los franceses disponían del método para descifrarlo y así las autoridades de Paris comprobaron que el tal agente seguía los mismos movimientos que yo y me asignaron inequívocamente el papel de espía alemana.
Tantos mensajes que se interpretaban y se consideraban falsos y para mí no hubo la más mínima duda. Había pasado a unos y a otros información, pero tan escasa y poco importante que en realidad no era nada. Lo hice por dinero, quería vivir bien y estaba escapando de mi pasado, siempre con una huída hacia adelante.
   En el mensaje se indicaba que iría a París a cobrar 5000 dólares, como pago a mis servicios, que habían depositado en el banco Comptori d´Escompte.  Recoger ese dinero, me seguían, fue mi perdición. Me siguieron vigilando, esperando obtener información, pero decidieron detenerme el 13 de febrero en mi casa del número 103 de los Campos Elíseos.
   Cuando irrumpieron en casa le pedí al oficial al mando que me diera unos minutos para asearme y vestirme adecuadamente, a lo que accedió. No reparé en mostrarme desnuda ante mis captores y les ofrecí bombones en un casco prusiano que un general alemán me había regalado.
Me llevaron a la prisión de San Lázaro,  en las afueras de París y poco después comenzó el juicio por espionaje.

Me han encarcelado de forma penosa durante meses y dicen que he incurrido en  muchas contradicciones durante mis interrogatorios, pero estoy acostumbrada a fantasear conmigo misma de tal manera que soy incapaz de recordar lo que he dicho sobre mí en otras ocasiones.
Estoy segura de que soy un chivo expiatorio para dar algo a la opinión pública de Francia cuando sus ejércitos son derrotados una vez tras otra en el frente.
No me han perdonado mis contactos, ostentación y amantes entre los alemanes. Aún así, esperaba que con tantos amigos en las altas esferas alguno me ayudara, pero todo el mundo me vuelve la espalda. Yo creía ser intocable y estoy desamparada...
Me han acusado de haber sido la causante de la muerte de miles de soldados cuando ellos sabían que todo eso era mentira, que mi información había servido de muy poco o de nada.
En un juicio que apenas duró diez minutos me han condenado a muerte por espionaje.
Yo voy a servir de ejemplo para otros… Siempre he pensado que habría una mano amiga que se acercara a mí en estos momentos difíciles.
   He pedido el indulto y el presidente de República no me lo ha concedido, no puedo creer que vaya a morir fusilada. Reconozco que he sido cortesana, que me he vendido al mejor postor por dinero, pero la información fruto de mi tarea de espionaje apenas tenía valor.
   Al final, sólo he recibido ayuda de una religiosa que me ofreció su ayuda y me visitó en ocasiones, charlando conmigo y haciendo que aceptara la realidad de lo que iba a suceder y yo, además, era consciente de que debía morir con la prestancia de la que siempre he hecho gala, mirando al frente.

   Hoy es 15 de octubre de 1917, el tiempo es frío, hace poco que ha amanecido y los soldados vienen a la celda para llevarme fuera del recinto de la prisión. Tengo 41 años y tantas cosas por hacer… Da igual, apenas me quedan unas horas de vida.
   Me he vestido de negro, sombrero de ala ancha y botas; y he acompañado a los guardias.
   El oficial lee los cargos por los que me van a fusilar y digo por última vez, como en otras ocasiones, que soy inocente.
   Doce soldados forman el pelotón de fusilamiento. Rehúso que me aten las manos o que me venden los ojos. Miro sin rencor a los soldados, cumplen órdenes, y me despido de ellos con un beso que les envío y levanto el brazo para saludarlos. Espero no sentir mucho dolor después de escuchar los disparos.

   Sólo cuatro disparos alcanzaron su cuerpo, uno en el corazón. Cayó con las piernas hacia atrás y el cuerpo sobre ellas. El oficial le disparó en la frente el tiro de gracia.
   Su cuerpo se dio para estudiar anatomía y su cabeza, embalsamada,  fue expuesta en el museo de criminales de Francia, de donde fue robada.

Linger
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:46:48 pm
(http://4.bp.blogspot.com/_HVsyoOth1Lo/S_7EOANzugI/AAAAAAAADkA/n6z2-y-i0Vc/s400/secuestro.jpg)

Virtual 3 AM


—Hola.
—¿Eugenia Bodart?
—… ¿Quién habla?
—Necesito hablar con Eugenia Bodart, es urgente. ¿Este es el 15 97 07 63 83?
—Escúcheme, ¿le parece que es hora de llamar? ¿Quién habla?
—Hubo un accidente, señora, y una de las personas heridas pidió que la llamaran antes de perder el conocimiento.
—…
—¿Señora?... ¿Señora, me escucha?
—Sí, sí, lo escucho.
—¿Usted está en su casa ahora?
—Así es.
—¿Cómo es la dirección, señora?
—Pero qué pasó.
—La llamo de la Comisaría 9na, dígame la dirección si es tan amable.
—Sucre 3273, 2° piso.
—Sí, es ahí…
—¿Hola?
—¿Hay alguien que falte de su casa en este momento?
—Mi hijo Pablo, ¿por qué? Salió con los amigos.
—¿Qué auto tiene su hijo?
—Un Clio azul… ¡Ay no, Dios, por favor, qué le pasó!... Dígame qué le pasó, cómo está.
   Hay un silencio. Eugenia se dirige a la habitación de su hijo.
—¿Hola? Dígame qué pasó… ¿Hola?
—Escuchame bien, Bodart: tenemos a Pablito. Y si querés verlo con vida, vas a llevar diez mil dólares adonde te digamos.
—¿¡Qué?!
—Dólares, dije, diez mil dólares.
—¿Cómo que tienen a mi hijo?
—Lo que escuchaste, no te hagás la boluda.
—¿Y de dónde saco la plata?
—Eso es problema tuyo.
—Pero escúcheme, necesito tiempo.
—No hay tiempo. Y la que tiene que escuchar sos vos, vieja de *****, yo soy el que da las órdenes. Así que más vale que te calles. Juntá todo lo que tenés y en una hora lo llevás donde te digo. O lo vas a encontrar con un tiro en la cabeza, ¿oíste?
—No, no, por favor, no lo lastime. Quiero hablar con él.
—Y yo me quiero coger a Penélope Cruz. Vas a hacer todo lo que te diga, ¿entendés? Todo. No hagás cagadas. Llamás a la policía y lo mato. Y no usés el teléfono. Te vuelvo a llamar. 
   Eugenia enciende la luz del living, en su mente está fresca la imagen de Pablo saludándola antes de salir, apoya el móvil en la mesa ratona, busca los cigarrillos, agarra el móvil otra vez, marca el número de Pablo, no responde, deja un mensaje en la casilla de voz y enseguida otro, y otro, cuatro, cinco, siete mensajes le deja. Nada.
—¿Qué pasa, ma?, Verónica sale de su habitación con la voz dormida.
—Lo secuestraron a Pablito.
—¡Qué!
—Me acaban de llamar para pedir rescate.
—No puede ser, cómo que lo secuestraron.
—Hacé una cosa: entrá en la pieza de tu hermano y fijate si tiene plata, todo lo que encuentres.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Lo que nos digan, Vero.
—Pero y quién lo secuestró.
—Qué sé yo, hija, no sé. Andá a tu cuarto también y juntá toda la plata que puedas… Yo lo llamo a tu tío.
—¿Por qué no llamás a la policía?
—Vos dejame a mí y hacé lo que te digo.
—Tenemos que llamar a la policía.
—¿Estás loca, para qué la policía, para que lo maten? Haceme caso, andá.
   Entonces suena su móvil. Entonces esa voz viril, insolente, vuelve a entrar en su casa con el peso irreversible de la realidad.
—¿Y… cuánto juntaste?
—No sé todavía.
—¡Cómo “no sé”, carajo! Decime cuánto tenés.
—Cinco mil pesos, más o menos.
—¿Cinco mil pesos? ¿Que me estás tomando por boludo? ¿Eh? La **** que te parió. Cinco mil pesos…
—No, no, escúcheme…
—Decime una cosa: ¿vos querés que lo cague a tiros? ¿Eh?
—Con lo de mis hijos más lo que saque del cajero automático por ahí llego a seis mil.
—No alcanza.
—Y las joyas, tengo las joyas de mi madre.
—Eso está mejor, ¿ves? ¿Ves que si querés nos ponemos de acuerdo? ¿Qué más?
—Es todo. No sé… Si me da más tiempo, puedo pedir prestado.
—No hay tiempo. Lo metés todo en un bolso y vas a la calle Irala, anotá bien, Irala y Cerri, en La Boca. Tenés que estar ahí dentro de una hora, ¿entendés? Irala y Cerri. Te llamo cuando llegues.
—No lo lastimen, por favor.
—Traé las joyas. Y venís vos solita. Ni policías ni nadie, ¿oíste? Sola.
—Voy a Irala y Cerri, ¿después qué hago?
—Te vuelvo a llamar.
—¿Y cuándo me devuelven a mi hijo?
—Primero la guita. Vos traé la guita y va’ estar todo bien. No apagués el teléfono. Y no llegués tarde. Te veo en una hora.
—¿Qué te dijo?, pregunta la hija.
—Tengo que ir a La Boca.
—Te acompaño.
—Sola me dijeron. Y es mejor que vos te quedes acá, por las dudas. ¿Cuánto juntaste?
—Ochocientos. Pero me da miedo que vayas sola, mami.
—Vos andá llamando a tu tío. Yo me voy a vestir porque si no, no llego. Escuchame, vení, acá te dejo anotado las calles donde tengo que entregar la plata, es en La Boca. ¿OK?
   La hija va a buscar el inalámbrico. Eugenia camina de un lado a otro.
—Díos mío, lo único que me faltaba… Dónde ***** habré dejado el bolso verde, ¡será posible, che! Vero… ¡Vero! 
—… Sí, sí, estoy segura, mamá acaba de hablar con los tipos, ahí te la paso. Tomá, el tío.
—Hola, Alfredo.
—¿Qué pasó?
—No sé, no entiendo nada. Fue hace un rato, les tengo que llevar la plata a La Boca.
—Esperame que te paso a buscar y vamos juntos.
—No, no, si me ven con alguien lo matan. Escuchame: acá le dejé a Vero la dirección, es en Irala y Cerri.
—Pero pará, ¿así nomás vas a ir?
—Tengo que estar ahí en 45 minutos. Irala y Cerri. Si no vuelvo en tres horas, llamen a la policía. Pero por favor, Alfredo, no se les ocurra llamarla antes, mirá que la vida de Pablito está en mano de esos tipos.
—Yo no llamo a nadie hasta que vos me digas, olvidate. Pero sabés qué, agarro el auto y la guía y voy para La Boca, me quedo por ahí, a unas cuadras de donde te dijeron. ¿Tenés plata?
—Llevá algo por las dudas si podés.
—¿Cómo es la patente de tu auto?
—SUT 780. Me tengo que ir. Cualquier cosa, te aviso. 
—Cuidate, Eugenia, por favor.
—Te aviso. Chau.
   La esquina de Irala y Cerri, a cien metros del Riachuelo, es una sombra larga y muda, y más que muda cómplice, impune. Eugenia espera en el auto con el motor encendido, las puertas trabadas y el bolso verde bajo el asiento. Al rato suena su móvil.
—¿Viniste sola?
—Como me dijeron.
—Bien. Mirá que te estoy viendo, no hagás boludeces. Si aparece la policía, te lo hago *****, ¿escuchaste?
—La policía no sabe nada.
—Mejor así. Ahora agarrá contramano por Cerri y en la primera doblá a la derecha. Dale, no pierdas tiempo. Ahí está, bien, dale, seguí que vas bien, ahí doblá. Ahora dale derecho. Derecho nomás. Seguí, seguí. En la próxima tenés que doblar a la izquierda. Eso. ¿Ves allá adelante el acoplado de camión que está parado a la derecha?
—Lo veo.
—Frená atrás del acoplado. No tengas miedo, que vas bien. Eso. Ahora bajá y cruzá la calle. Enfrente tuyo hay un portón naranja, ¿lo ves?
—¿El que está al lado del toldo?
—Ese. Acercate y tirá el bolso del otro lado del portón.
—¿Y Pablo?
—Pablo está en un lugar seguro. En cuanto dejes el bolso, doy la orden que lo suelten.   
—Yo no me voy sin mi hijo.
—¿Tu hijo? Si no dejás ese bolso ahora mismo, a tu hijo no lo ves nunca más, pelotuda, ¿con quién pensás que estás hablando?
—Pero habíamos arreglado otra cosa.
—No seas imbécil, ¿querés?, la vas a cagar ahora que ya casi terminamos. Tu hijo no está acá, ya te dije, lo tenemos en un lugar seguro. Dejá la plata y andate a tu casa. Y ni una palabra a nadie. Mirá que sabemos dónde vivís. No te preocupés por Pablo: nosotros le damos para que se tome un taxi. En dos horas lo tenés allá, haceme caso.
   A las dos horas y media de haber salido, casi tres, Eugenia vuelve a su casa con Alfredo. Verónica ceba el mate. Lo único que les queda por el momento es esperar; la policía, avisarle a la policía, es el último recurso, si Pablo no aparece. Pero va a aparecer, dice Eugenia, ya va a aparecer. Seis mil trescientos pesos y las joyas: ojalá se conformen con el botín.
El desenlace ocurre antes de lo prometido por los secuestradores, mucho antes, cuando madre, hermana y tío oyen el titubeo metálico de una llave en la cerradura.
—¡Pablo, hijo, qué te hicieron, estás bien?, se le va encima Eugenia para abrazarlo.
—¿Qué hacen despiertas? Hola, tío.
—…
—¿Pasó algo? —dice con la voz entorpecida por el alcohol—, ¿qué pasó?
—¿Cómo “qué pasó”?
—¿De dónde venís, Pauly?
—Fuimos a bailar con los pibes… La vimos a tu amiga del gimnasio, la tetona, casi se la come Agustín.
—¿Pero vos no estuviste secuestrado?
—¿Secuestrado? ¿Qué estás diciendo?
—Mamá fue a pagar el rescate.
—¿No escuchaste que te llamé al celular? Como diez veces te llamé.
—Pero si te dije que salía con los pibes, ma. Estaba bailando.
—Diez veces, será posible.
—¿Les diste plata?
—Bailando… Me querés decir para qué tenés el celular vos.
—Y qué querés que haga, si no se escucha nada con la música. Yo qué sabía… Estaba en el boliche. ¿Hay agua en la heladera?, tengo sed.
 

NOTA DEL AUTOR:
   El episodio se repitió, y no una vez sino varias, en distintos puntos de la Argentina en horario de oficina o por la noche. Una base de datos comercial que les provee los números de las víctimas y un teléfono público o un móvil al que le cambian la SIM, con estas herramientas operan los delincuentes. Por lo general nunca saben a quién llaman: sólo disponen de un nombre, un apellido y un número de teléfono. A veces ni siquiera del nombre. El extorsionado no siempre facilita referencias útiles durante la comunicación, y algunos extorsionadores tienen menos puntería que otros. Así, a más de un viudo le han secuestrado la esposa muerta un lustro atrás, o le han pedido rescate a una solterona por ese novio que aún no conoció. El azar, como en todo rubro del hampa o aquí más que en ninguno, juega un papel decisivo. El embustero sabe que una sola llamada basta para desbaratar el engaño. Pero también que el secuestrado pudo haber ido al cine, estar en una reunión laboral o con su amante, o simplemente, por qué no, tener la batería del móvil descargada. El efecto sorpresa y la intimidación son clave: exigir el pago en el lapso de una hora, no darle a la víctima margen para la desconfianza, insultar.
   Con mayor o menor fortuna, el secuestro virtual tuvo su apogeo hacia el año 2004 cuando la prensa informaba que la industria del secuestro (la otra, la verdadera, ejercida por profesionales) había introducido en Buenos Aires la modalidad exprés y las víctimas ya no eran sólo gente acomodada. Este negocio de improvisados y oportunistas que aprovecharon un contexto lamentablemente propicio, y con escasos recursos hicieron de la mentira una actividad redituable, fue la adaptación criolla de ese drama en el drama que plantea Shakespeare.
La repetición y la fama, como no podía ser de otra forma, lo arruinaron. En las familias, entre amigos, en telediarios y periódicos, incluso en foros de Internet hubo consejos para prevenirse. Esposas y esposos ocupadísimos, alumnos en clase, amantes temerosos de que les saliera muy cara la infidelidad comenzaron a responder los llamados más inoportunos.
Algunos delincuentes exigían como rescate, en lugar de dinero, tarjetas telefónicas. Esta modalidad la practicaban convictos desde teléfonos públicos en los pabellones de las cárceles. En una segunda llamada la víctima dictaba los códigos de esas tarjetas, tan codiciadas entre reclusos, que permiten matizar el encierro.
Hoy, bastardeado el negocio, sólo algún desprevenido raramente cae en la trampa.

Leftraru
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 04, 2012, 16:49:43 pm
Qué cosa es El baladro


William Miguel está ahora en Chile, y si buscan su nombre en Facebook van a encontrar un usuario monotemático cuya obsesión y compulsión radica en cambiar el rostro del teatro cubano desde la distancia. Estas ganas adquieren forma de mensajes que no sobrepasan las seis líneas, en los que revela a sus lectores las cuatro o cinco pautas para poner en acción sus “obras de teatro”.
Estas obras son más bien simbólicas, o completamente inútiles, a juzgar por su dificultad de representación. Para poner un ejemplo, en la madrugada del 6 de enero de 2012 William Miguel publicó esta pieza que a continuación transcribo:
1ro. Haga un viaje a pie hasta el gimnasio más cercano y a cada viandante confiésele que la gente que es flaca por fuera es gorda en su corazón.
2do. En el gimnasio, organice una competencia de la siguiente manera: reparta a cada uno de los presentes una hoja de papel periódico (todas de igual tamaño) para que cada cual estruje su hoja con una sola mano. El que haga la pelotica más pequeña es el hombre más fortachón del gimnasio.
3ro. Ofrézcale al ganador unas pinzas de tender la ropa para que este hombre las retuerza y las fastidie lo más que pueda, mientras el resto del gimnasio canta a coro la canción “Venga la esperanza” de Silvio Rodríguez.
4to. Obsequie estas dos pinzas al Ministro de la Industria Básica, con una postal que lo felicite por el día de los Reyes Magos.
La pieza se llama Súcubo, pero no sé lo que eso significa. Recuerdo que a William le gustaban estas palabras esdrújulas que nadie utiliza, aunque no tuvieran relación directa con el contexto. Nosotros lo escuchábamos con curiosidad y anotábamos las palabras que él frecuentaba para buscarlas en el diccionario y descubrir que él tampoco sabía usarlas.
Lo más incómodo de conocer a William Miguel es que es un pesado, y respeta los manuales de comportamiento civil sólo hasta el límite en el que comienza a ofender de forma rococó.
Una vez llegó muy contento al aula y dijo ¿han leído lo único bueno que se ha publicado últimamente: mi ensayo en la revista?
Entonces yo le dije que sí lo había leído y le expresé mi opinión muy sincera sobre lo pedante que le podía parecer a los lectores, con todos sus amaneramientos y referencias complejas que no llegaban a decir nada en concreto.
William me respondió:
Mientras tanto tú eres como el borbotear de la guabina.
Después de una pausa, yo le pregunté qué se supone que eso quería decir y volvió:
Que eres como el gobio baladrón cuando la catarata canta.
No se fue a Chile como actor ni como escritor, sino como cineasta, con una beca que ganó con su película independiente: El baladro. El estreno universal de esta película ocurrió en uno de los salones de la Facultad, y para ello usó invitaciones personales con nuestros nombres impresos. Después supimos que la película no se la habían aceptado en la Muestra de Nuevos Realizadores y aquel estreno privado era su manera particular de canalizar el rencor.
En el estreno había un pequeño brindis previo. Un vino y unas croquetas antes de ver la película, no me pregunten por qué. William dijo unas palabras, en las que agradeció a más de ocho profesores y nueve estudiantes que lo habían ayudado a hacer realidad este sueño intranquilo que demoró dos años de rodaje. Casi involuntariamente, llegamos contar siete esdrújulas raras y dos arcaísmos.
Como sabíamos que estábamos a punto de presenciar un bodrio, habíamos preparado una lista de preguntas y frases ambiguas para decírselas cuando él nos pidiera opinión después de la película. Algunas de estas frases eran: “al fin una obra fresca que responde a las urgencias mismas de su propia cualidad cinematográfica”; y otra: “los actores llegaron a una forma muy propia de abordar las esencias de sus interpretaciones individuales”.
Los recuerdos que tengo de la película son confusos, porque yo había bebido más de tres vasitos desechables con aquel vino barato. Pero actualmente ya puede descargarse de Internet, para el que quiera sufrirla en su totalidad. De todas formas trataré de describirla aquí como la vi yo en aquel estreno:
Era aparentemente un documental. Aunque también puede que haya sido una película sobre unos aficionados tratando de hacer un documental. Abre con una presentación hecha por el propio William donde explica lo que van a hacer: una expedición al Oriente de Cuba para encontrar a Maribel Costa, una cantante lírica que abandonó el arte para dedicarse por completo al espiritismo, en uno de los municipios más apartados de Ciego de Ávila. El día antes de salir, el equipo de filmación hace una fiesta en la cual beben y bailan, rindiéndole homenaje a algunos orishas para que les den suerte en el rodaje del documental. Horas más tarde, mientras la mayoría duerme, el camarógrafo graba a todos con una narración espontánea. Al llegar a William, dice: “y este mulo que ronca es nuestro director, ¿hasta dónde logrará llevarnos?”.
Al otro día entra una tormenta en La Habana y no pueden salir de la provincia. Para colmo, el camarógrafo se despierta  con una faringoamigdalitis grave y tienen que ingresarlo en el Hospital Calixto García. William Miguel declara al resto del equipo que deben comenzar filmando en La Habana, así que arriba, caballeros.
Aquí el documental salta al testimonio de un adolescente que estuvo en una sesión espiritista de Maribel Costa. La descripción se ilustra con una reconstrucción ficticia de la peor calidad. Lo que ocurre es esto: Maribel bebe un vaso de ron con unas pastillas que nadie conoce y continúa hablando con el cliente, de forma normal, hasta que el ron hace efecto y Maribel queda inconsciente. Entonces la mujer sufre unos espasmos y contorsiones, y comienza a canturrear con una voz muy grave algunas palabras que el cliente tiene que anotar rápidamente en una hoja en blanco. Esto dura quizás una o dos horas, hasta que Maribel despierta. Entonces ella se da una ducha, bebe café, bebe mucha agua, come frutas, y se sienta con el cliente a relatarle el sueño que tuvo. Este sueño, junto con las palabras que se anotaron antes, debe ser interpretado por el cliente para guiarlo hacia su futuro. En el documental, William Miguel le pide al adolescente entrevistado que lea estas palabras que él anotó, o al menos que describa el sueño, o cómo el encuentro con Maribel afectó su vida. El muchacho primero va a hablar, pero no puede: se niega de forma rotunda, algo lo intimida.
En la siguiente escena todo el equipo de filmación va a visitar al camarógrafo en el Calixto García, que ahora sufre cáncer en el esófago. En el pasillo del salón hay un mural. Dos enfermeros son entrevistados para la cámara y explican su método de organización de este mural: disponen a los héroes patrios en la cima, a los cinco héroes prisioneros del imperio en el centro, el acontecer internacional para un ladito, y al presidente hacia la izquierda, guiando la vanguardia.
En ese momento hay una entrevista con el médico del camarógrafo, que imparte una suerte de conferencia, usando muchas radiografías y tomografías, donde explica cómo pueden retirarle el tumor al paciente camarógrafo, permitiéndole que continúe viviendo el resto de su vida, pero que es médicamente imposible que recupere el habla. La entrevista resulta sospechosa. El médico usa muchas esdrújulas y términos difíciles de seguir. Habla de escindir la acémila del ganglio linfático. Habla de reposición psiquicomotora, del nervio espinal, de la apófisis mastoide, del hombre nuevo y, por último, menciona la palabra “amor” varias veces. Aquí me quedé dormido. Creo. No sé cuánto duró. Al despertar, ya el camarógrafo estaba junto al resto del equipo en una playa. No habla, no se mueve mucho, ni tan siquiera se atreve a mirar a la cámara. La voz en off de William se escucha para explicar que la música de fondo es una de las pocas grabaciones sonoras que se conservan de Maribel Costa. La escena dura un rato más, con los realizadores jugando entre sí y riendo, pero no escuchamos a nadie, sólo el canto lírico, que continúa aún mientras corren los créditos e incluso un poco después.
Los espectadores aplaudieron y algunos se acercaron a felicitar a William. Descubrí que entre las personas del público había un tipo barbudo que se parecía mucho al camarógrafo enfermo, pero no le di importancia. Bebí un poco más y me aparté a mirar por una ventana y reflexionar sobre algunas cuestiones mías. Ahí fue donde me agarró William de sorpresa a preguntarme qué me había parecido todo aquello. Yo había dejado atrás mi lista de respuestas rápidas y el nerviosismo me impidió lograr la cohesión en mi discurso.
Le dije que la producción de la película era lo más significativo del universo ficcional que se narraban dentro la película misma y que representa una singularidad artística en nuestra carrera universitaria. Después de esto, asentí con la cabeza repetidas veces.
Al parecer le gustó mucho, se emocionó como si fuera un niño. Carraspeó, alzó unos dedos como para comenzar a hablar, pero decidió callarse la boca y sonreír, con los ojos aguados. Se puso a mirar junto conmigo por la ventana, y a beber de su vasito desechable. Imagino que en ese momento se sentía muy contento, y yo también, a causa del vino, así que sonreí en silencio junto con él.
Si alguien nos veía de lejos, así de espaldas, podía creer que llevábamos una conversación muy profunda.

Prurito Distimia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 09:15:35 am
(http://www.winchester.k12.ma.us/HomePage/WHS.2000/humanities/2805.jpg)

Paul Gauchet



   El cuadro, al principio no nos trajo más que peleas. A mí me atraía, no habría sabido explicar el motivo, mientras que a mi mujer le parecía demasiado triste. Yo trataba de justificar la compra como una ganga. De vuelta de la oficina, tras haber pasado el día haciendo los cálculos del nuevo polideportivo y discurriendo una estructura modernista, ese reencuentro con algo añejo me consoló. Estaba sobre una manta, cerca del paseo marítimo. Los japoneses que lo vendían apenas tenían variedad, unos cuantos CDs, varios lienzos de origen desconocido y unos cuantos relojes. Miraban hacia ambos lados, como si necesitaran ordenar los nervios para salir corriendo en caso de que llegara la pasma. El regateo fue breve y yo enseguida pensé el lugar del pasillo dónde colocarlo. A Vega le costó más hacerse a la idea de que el señor retratado la miraría cada vez que pasara por delante.
   Esperé al fin de semana para buscarle un marco oscuro y un cristal de plástico de poco peso. Lo moví varias veces hasta decidirme por el lugar exacto dónde hacer el agujero. Lo saqué del papel de burbujas para montarlo todo y fue cuándo descubrí una breve reseña en un lateral.
   -Mira cariño, ya sé quién es este hombre. El doctor Paul Gachet. ¡Qué suerte! Un médico en casa –bromeé con ella.
   -Pues a ver si te convence para que dejes de fumar de una vez –respondió siguiendo la broma.
   Ni uno ni otro dijimos más. Nos acostumbramos a que ocupara la pared blanca del pasillo y que desde ella nos dedicara su mirada triste.
   Probablemente la cosa habría quedado así, como una adquisición  similar a las de Vega en una tienda de a cien, algo cogido con prisas que servía para decorar y, que cuándo uno se cansaba, por lo poco que había costado, tampoco importaba almacenar en el trastero y dejarle paso a la renovación.
   La tarde era desapacible y el frío congelaba los dedos incluso antes de salir a la calle. Me encerré en el despacho delante del ordenador con la intención de seguir trabajando pero había olvidado en la oficina la carpeta del proyecto. Se me ocurrió escribir el nombre del doctor en el buscador. “Paul Gachet” Y apareció la foto del cuadro del pasillo, obra de Vicent Van Gogh. El mismo cuadro, con la misma tristeza divertida. Tuve que salir a mirar si lo que veían mis ojos era lo mismo. Aquello no podía ser posible. Seguro que había adquirido una burda falsificación de aquellos japoneses. Seguí mirando en el buscador sobre las aventuras del cuadro hasta enterarme que su último dueño había sido ese empresario japonés venido a menos, y tras él, se había perdido la pista del paradero.
   Quizá fuera eso, que el frío me había encogido a mí también el ánimo, el caso que pasé el resto de la tarde envuelto en una manta delante del lienzo, como si esperara que el doctor saliese en algún momento de la pared y se pusiera a explicarme lo ocurrido. A Vega no me atreví a contarle todavía nada del descubrimiento. Supuse que se alarmaría mucho, que dejaría de ser la mujer valiente que era para reclamarme un guardia, una cámara de vigilancia, mil cerraduras de seguridad y todo, porque se le agolparía el miedo a un atraco para recuperar la pieza.
   También se me ocurrió que estaba metido en un buen lío porque carecía de un documento oficial que avalara aquella compra y bien podrían acusarme de robo.
   La mirada desencantada del doctor parecía estar analizando todos mis pensamientos, como si realmente mereciera una aprobación. Ya iba por el final de la cajetilla de tabaco, cuándo ocurrió. Una tos avanzaba por el pasillo, sacudiendo los brazos y haciendo un esfuerzo por tomar algo de aire puro.
   -Debería dejar de fumar –me soltó de golpe, con cabreo, habría dicho. Sienta mal para los pulmones. Y además, apostaría que esa congestión de las mejillas se debe a que el corazón no le funciona nada bien.
   Lo primero que pensé fue en la deformación profesional. Uno enseguida trata de poner en orden lo que tiene que ver con lo suyo. A mí se me ocurrían mil formas de enderezar un muro o de haber diseñado la cubierta.
   Sin embargo, aquello tenía que ser una broma de mis sentidos.
   -Oiga –protesté- que usted está en el cuadro. ¿cómo se atreve a decirme lo que tengo que hacer?
   -Porque llevo observándole muchos días. Las discusiones con su esposa lo acaloran y seguro que tiene alta la tensión. Le va a dar un infarto.
   -Ya habló el doctor –respondí. Además, si sigue usted hablando, lo que voy a creer es que me he vuelto loco de remate. Que los cuadros no hablan.
   -Por supuesto que no. Pero yo a usted le veo cuerdo. Mantiene una conversación conmigo. Créame amigo, la locura es otra cosa. Pero haga el favor de apagar ese cigarrillo, hombre de Dios, antes de que me ahoge.
   Marché hasta el balcón y terminé de apurar las últimas caladas, incapaz de regresar aún. Pero para entonces, ya caminaba por el pasillo.
   -Y cierre esa ventana, que va a coger una pulmonía –gritaba.
   Vega se había tomado la tarde libre, de lo contrario, habría gritado como una loca si le hubiera pasado lo que a mí. Pensé que si Paul (decidí abreviar) quería charla, bien podía llevarle la corriente.
   -¿Quieres tomar algo? –pregunté. Estoy en la cocina.
   Lo vi en medio del pasillo bastante desconcertado. No acertaba a caminar hacia ningún sitio.
   -La verdad, no sé qué me ha pasado. Antes esto no estaba así. Vicent tenía allí un dormitorio y hacia este otro lado, la salita. Pues que no me oriento.
   -Esta es mi casa, no la casa de Vicent. ¿Erais muy amigos? –seguí preguntando.
   -Ya lo creo. A él le gustaba pintar y a mí, que me pintase. Ponte triste –decía.- y el condenado lo atrapaba con el pincel.
   Hacía un gesto en el aire con la mano, como de extender el oleo despacio.
   De reojo, yo miraba al cuadro, que parecía estar exactamente igual que al principio. Sin embargo, el doctor tenía que haberse desdoblado. O alguien se había colado en casa con ganas de juerga. Se me ocurrió seguir preguntando:
   -No conozco esa planta que sostiene usted. ¿No será marihuana?
   -Que va. Lamento su ignorancia. Es digital, un estimulante para el corazón. La gente anda muy nerviosa y cada vez da más sustos. Un buen médico no puede ir sin sus remedios a cuestas.
   Pensé en los cuadros que compraba Vega en los chinos, por cuatro euros. Los cambiaba en cuánto los tenía muy vistos. Y quizá tuviera razón, porque de tanto estar en la pared, ocurría que uno se familiarizaba tanto con el retrato que se ponía a hablar con él. Era imposible que Paul hablara de gente inquieta y agobiada. Sin duda, tenía un impostor camino de mi cocina, dispuesto a asaltar la nevera y después a mí. El caso era que el disfraz le había salido que ni pintado. Sin embargo, cogió un vaso y me pidió agua, lo cuál no encajaba dentro de mi proceso mental.
   -Oh, cuándo estuve en Nueva York, en el Museo Metropolitano de arte, diagnostiqué muchas obesidades, esquizofrenias, anginas de pecho y ataques de gota. La gente no se cuida.
   Para entonces, yo me había informado bien de los destinos varios del lienzo, así que aparente no escandalizarme mucho.
   -¿Así que estuvo en Nueva York?
   -Sí, pero aquello no era vida. Al menos no para mí. Echaba de menos una vida más tranquila.
   -¿Dónde tiene el libro? –le pregunté sin darle tiempo a reaccionar.
   -Ah, creía que lo sabía. Vicent repitió el cuadro dos veces, con libro y sin él. Fueron tardes hermosas –seguía. Decía que si era capaz de hacer el retrato con el pensamiento, el alma quedaba en ellos como si estuvieran vivos.
   -Pero usted no puede estar vivo –insistí ya no muy seguro de nada.
   -¡Qué buen humor tiene usted! Ciertamente, mientras le observaba, creía que era usted un tipo aburrido, no sé, algo así como si se hubiera impregnado de esa rigidez alemana.
   -Palos de escoba –dije. Van tan tiesos que parece que se han tragado el palo de una escoba.
   -Oh, no bromean nunca. No se acuerda usted del Reich ¿verdad? Claro, claro, Alemania le queda lejos. Fue peor de lo que cuentan, se lo aseguro. Estuve allí, por desgracia. Y sin poder defenderme. Fíjese que decían que mi amigo era un degenerado. Casi me matan.
   -¿Y cómo se salvó? –pregunté.
   -Oh, porque estuve escondido. Cuatro años.
   Casi me daban ganas de reír. Se me ocurrió pensar que era un tipo triste porque había tenido una vida triste.
   -Parece que fue ayer –repitió.
   Era como si el valor del tiempo fuese distinto, que cien años suyos fueran un instante, captaran la melancolía de un siglo, imperturbable.
   Y ese instante fuese capaz de retroceder a su mundo, para ambos (el suyo y el mío) fundirse en el pasillo.
   Yo le había preguntado por su vida a lo largo de la conversación, convencido de que en cualquier momento desaparecería el fantasma y jamás volvería a repetirse nada igual.
   -A ti no te gusta el arte ¿verdad? –preguntó él.
   Para qué iba a mentirle.
   -Pues no mucho, la verdad.
   Se pasó la mano por las mejillas y se acarició el mentón, dubitativo.
   -Entonces, ¿por qué compraste el cuadro? –quiso saber.
   -Quizá porque me veía reflejado en él –fue mi explicación.
   -Oh, no sé si no se equivoca. Pero créame, verle con el mechero y los cigarrillos me inquieta mucho. Haga el favor de apagar eso de una vez.
   -¿Le da miedo el fuego? –pregunté.
   -Pánico –casi gritó.
   De repente, parecía yo el psicoanalista, valorando su miedo y su comportamiento, su forma de reaccionar, de buscar la soledad y el silencio. Entendí que quisiera pasar desapercibido.
   -Aquí nadie va a venir a buscarme.
   Fue como si aquella confesión encerrara mucho más, desde una súplica para que lo protegiera hasta una especie de deseo de ocultar un secreto que nadie debiera saber, como si el digital del cuadro o él mismo hubieran matado a alguien y dentro del lienzo estuviera atrapada la culpa.
   Pensé que si Vera se enteraba de la verdad,enseguida se iría de la lengua. Me daba igual que fueramos ricos, que ese lienzo costase una fortuna en el mercado. Antes de que a Vera se le ocurriera husmear más, debía dejarle el hueco de la pared vacío, para que lo renovara con cualquier otra cosa.
   Corrí hacia el cuadro y lo descolgé de la pared. Aflojé las grapas y comprobé una vez más la tela. Parecía el original.
   Así me encontró Vera, con las piezas en el suelo sin terminar de guardar. Venía de buen humor. Sin duda había bebido más de la cuenta.
   -Ay cariño, que bueno que lo hayas descolgado ya. Ese doctor Paul Gauchet, o como lo llames, siempre está igual de pensativo. Mañana busco otra cosa para poner allí. Un paisaje japonés o una muñeca de porcelana sujetando una sombrilla. A los chinos les encantan los cuadros con muchos colores.
   No dije nada. Paul parecía estrecharme la mano con camaradería, como si no le importara descansar de nuevo una larga temporada.
   Tiempo después seguía creyendo que todo había sido producto de mi fantasía. Porque había desenrollado el lienzo en el trastero y Paul jamás volvió a pasearse por el pasillo. O al menos, yo no lo vi.
   Aún así, le debo la vida. Seguí sin cuidarme, fumando cerca de la ventana aún a riesgo de coger una pulmonía. Tampoco me abandonaban los coloretes de las mejillas, producto de mi hipertensión.
   Cuándo me dio la angina, debió aplicarme alguno de sus remedios porque le escuché gritarme que abriera la boca y recién llegado al hospital, ningún médico entendía cómo había salvado la vida, salvo que alguien me hubiera atendido de inmediato.
   Desde entonces, a la planta de digital de mi cuadro le faltan las cuatro primeras hojas. Ahora sí que tengo un lienzo único.

Yis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 09:28:06 am
(http://www.cantabriajoven.com/naturaleza/cabarceno/cabarceno10.jpg)

Por la vía de la plata


A él le resbalaba el matacabras por la piel curtida, como a los elefantes de la explanada de allá abajo. Maldijo el viento del norte con un taco sonoro, pero Maite no lo escuchó, enredada, como estaba, en la queja colectiva de haber elegido aquella mañana para visitar el Parque Natural de Cabárceno

Se conocían desde hacía tres días, y nada más arribar al hotel ya se buscaban como niños para juntarse. A él le llamó la atención su rostro capitalino y, a ella, su estampa de hombre rural y campesino bueno. Jacinto y Maite no hicieron otra cosa que cumplir con las instrucciones de los monitores: “Vamos a seguir un programa común de visitas tanto para los de Madrid como para los de Bilbao. Esa es la filosofía de este viaje; relacionarse y conocer gente de otras comunidades”. 
Desde el primer día en que se reunieron las dos excursiones, se miraban, y se las apañaban para coincidir en el mismo grupo de visitas a monumentos, parajes naturales o iglesias. No se atrevían a sentarse juntos –ella por no dejar a la amiga, y él por no dejar solo al amigo-, pero una vez en tierra,  remoloneaban hasta terminar ascendiendo juntos un sendero o cogiéndose de la mano para salvar algún obstáculo del terreno.
Se cayeron bien desde el principio. Y, aquella mañana, ya entrelazaron sus manos sin la coartada de ayudarse a subir un barranco. Los dos eran viudos, con hijos, y andaban peleándose con la soledad. A Jacinto y a Maite, como a otros desparejados, se les asignó compañeros de habitación del  mismo sexo. Al primero le tocó dormir con Pascual, un hombre reservado pero que era asiduo de las excursiones, y, a la segunda, le adjudicaron una viuda que aún secaba sus lágrimas por la reciente muerte del marido. Soplaba el matacabras y Maite observaba los rebaños como retazos de lana en el horizonte verde del valle. Cortaba el viento las caras y aquellos dos aspirantes al amor soñaban un tiempo de sabañones en las orejas, de cánticos de pastores, de borona empapada en aceite. Volvían a ser colegiales cogidos de la mano. Las condiciones atmosféricas no eran buenas para el paseo y muchos regresaron al autobús, pero Maite siguió la zancada larga y decidida de Jacinto por la senda.
-¡Volvamos al autobús! –el viento no ayudó a que él la escuchara. Tuvo que correr hasta colgarse de su brazo.
-¿No te parece que esto es la libertad, Maite?

No acompañaba el tiempo para el pavoneo de la capitalina. A sus 70 años seguía siendo pizpireta y sandunguera, pero cinco grados en el termómetro era poca temperatura para el contoneo, y el frío la sometió a las leyes del extremeño. Cuando habían perdido de vista al resto del grupo, y no se veía un alma a la redonda, Jacinto se quitó el anorak y se lo puso por los hombros a ella.
-¡Anda, mete los brazos y abróchatelo! Con esto se acabó el frío. A mi me basta con el jersey.
Al primer arrumaco empezaron a hablar el mismo lenguaje.
-¿No te huele de pronto a pueblo? –dijo ella.
-Como no sea la pelliza, que lleva dos o tres años en el armario.
-Ya sé –insistió ella-. Me huele a cuadra, a cagajones de caballería, a leña quemada…
No muy lejos de ellos una columna de humo formaba arabescos de nostalgia. Abajo estaba la lumbre que unos empleados del Parque atizaban con el ramaje de un pino quebrado por el viento.
-¿Pero tú no eres de capital? ¿Cómo es que distingues esos olores?
-No lo sé. Siempre me han fascinado esos olores. De mayor me enteré de que fui una niña adoptada, bueno, recogida, se decía antes. Lo debo llevar en la genética.

Soplaba el viento y aquellos dos seres, venidos de la nada, subían una verde vereda que conducía hasta las azules sierras. Ascendiendo hacia no se sabe dónde, ella le contó que su madre biológica fue una zagala hermosa de la trashumancia, y que su padre biológico fue un pastor de aquellas sierras tristes y oscuras. “Contaba mi papá –médico rural en sus primeros años de profesión-, quien asistió el parto de aquella mozuela, que, cuando se produjo el alumbramiento y, viendo que venían mellizos, los enamorados rabadanes se contrariaron, pues eran dos bocas a alimentar. Parece que se juntó el hambre con las ganas de comer, pues mis padres buscaban descendencia y no lo conseguían. A la semana de mi nacimiento a mi padre le dieron el destino en Madrid y, el matrimonio regresó a la capital con una preciosa niña, o sea, yo. Lo demás ya te lo puedes imaginar. Esta historia la conocí a los cincuenta años, en el lecho de muerte de mi padre. Por eso, siento que en esas praderas de ahí abajo hay algo que me llama. Llevo viviendo transplantada setenta años y, ahora, de repente, venteando la mañana y al contacto de tus manos rudas se me aparece la vida en todo su esplendor”.

-¿Por qué no viniste con tu marido a conocer estos valles?
-Fue un empleado de banca, un madrileño castizo de varias generaciones a quien no le gustaban los pueblos, ni el campo, ni jamás le hablé de esto, aunque tengo la impresión que lo sabía. Siempre me llevaba a las playas del Mediterráneo.
-Mira, Maite, de allí viene el olor a cuadra –Jacinto dijo esto por decir algo. Sonrió nervioso y señaló la manada de elefantes.

De la mano, y caminando ya por la trocha que los llevaba a la otra parte de la montaña, Maite conectó con los callos del campesino y con su memoria genética. Siguió hablándole: “Llevo viviendo sin el humus de la tierra toda mi vida, toda salvo una semana. Me contó mi padre que nací en el colchón mullido de la hojarasca podrida, junto al rescoldo de la lumbre de los pastores. Nunca confesé esto a nadie, ni a mi difunto marido, ni a mis hijos. Has tenido que aparecer tú para que un sentimiento extraño me haga contártelo”.
-Fuiste desgraciada en el matrimonio, ¿no es así?
-Supongo que sí. Me casé con un hombre de otro sentir. Me rompía las poesías  que hablaba de estas estampas campestres.

La neblina dio paso a una lluvia fina y se produjo un rumor de pájaros en la cárcava de enfrente. La pareja se acurrucó bajo un pino y durante unos minutos contemplaron el mismo horizonte en silencio. No se atrevían a preguntar en qué pensaban.
-Así que haces poesías.
-Tengo muchas. Ya te mandaré algunas por correo.
-¿Y de qué hablan esos versos, mi pastorcilla? –fue el apelativo más bonito que le habían dicho en su vida.
-Casi todas están dedicadas al mundo rural. Creo que recuerdo cosas que no he visto. Hablan de la libertad, de sueños infantiles, de olores, de sabores, de pan bienheñido… A pesar de la fortuna que tuve al ser adoptada, creo que nunca llegué a echar raíces.
-Pues yo las eché tan profundas que emigraron todos mis hijos y, a mí, no pudieron moverme hasta hace unos meses que me trajeron a Bilbao. Soy un roble viejo y podrido a quien las lluvias y los vientos finalmente han arrastrado. ¡Que pena que no pueda echar algún tallo junto a ti!
-Sólo tenemos que bajar esta montaña y cruzar esos valles.
-¡Qué valiente eres, muchacha! –y él giró la cabeza, como escondiéndose.

Le pareció oírlo llorar.

Cuando se giraron para mirarse, Maite descubrió en Jacinto brillos de cristal en su mirada. Tenía un semblante doliente y amoroso, pero en sus ojos había desaparecido el fuego de la pasión. Con temblor en los labios llegó a decirle:
“Esa historia que a ti te contaron a los cincuenta años me la contó a mí el pueblo a los siete. Después, nuestro padre, me la refrendó una noche de aullidos de lobo, junto al fuego donde nacimos tú y yo”.
Tras un abrazo de siglos, Jacinto siguió hablándole.
-Yo conozco una vía pecuaria cerca de aquí, sígueme y te mostraré tu destino truncado.

Para entonces, el recorrido por el paraje del Parque se había suspendido por el mal tiempo. En el autobús los monitores del Inserso contaban y recontaban. No había duda. Faltaban dos excursionistas. Dos días más tarde los encontró la Guardia Civil descendiendo por la Vía de la Plata. Preguntados si se habían perdido, respondió él: “Al contrario. Nos hemos encontrado”.
-Déjennos caminar juntos hacia el origen –dijo ella sonriendo.
 
Amadís
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 09:38:10 am
(http://img.diariodelviajero.com/playadesierta.gif)

La playa estaba desierta


No podía tener peor comienzo las vacaciones de verano. Mi mujer y yo, nos habíamos trasladado hasta la costa levantina, para pasar quince días de descanso. Para tal efecto habíamos alquilado un apartamento a escasos cien metros del paseo marítimo, con una antelación de tres meses, debido a la alta demanda en la zona. Era un sueño que tenía desde adolescente, cuando en los concursos de la televisión, regalaban apartamentos en Torrevieja y la Manga del Mar Menor. Un sueño hecho realidad, conocer y disfrutar del mar de levante.
A pesar de haber llegado la noche anterior y después de casi cinco horas de carretera, nos levantamos a la siete de la mañana, ¿la razón?, el jefe de mi mujer, un aguafiestas de primera, había movilizado a última hora a todo el departamento de ventas, para realizar una serie de balances e informes. Los pobres damnificados mantendrían con él una videoconferencia a lo largo del día, para supervisar todas las gestiones.
Así que, una vez levantados y desayunados, mi mujer se colocó frente al ordenador portátil y comenzó sus tareas. Por mi parte, cogí lo necesario para pasar un día de playa en solitario, algo de lectura, toalla, crema protectora….y salí a la calle.
Paseaba por la gran avenida y notaba la brisa fresca, podía notar el olor a sal en el ambiente. Me acerqué hasta un quiosco de prensa, donde compré el periódico habitual y otro local, para conocer las noticias de la zona.
Proseguí mi camino hasta la playa, desde el paseo marítimo se admiraba una bonita estampa, digna de una postal de esas que abarrotan los expositores de las tiendas de suvenir. Eran las ocho y media de la mañana, la playa estaba totalmente desierta y la mar en calma. Decidí caminar un rato por la orilla, mientras caminaba hinchaba los pulmones hasta los topes, de aquel aire con aroma a salitre. No pasó mucho tiempo, mientras caminaba, empecé a cruzarme con gente que corría por la orilla, salpicando sin ningún tipo de cuidado y respeto, cosa que me molestó. Después de andar unos cientos de metros, decidí que aquel era el sitio idóneo, donde pasar un día de playa en solitario.
Extendí la toalla sobre la arena, me quité la camiseta y me puse crema protectora, en ese momento, eché de menos a mi mujer, porque en la zona de la espalda no pude extender suficiente crema. Comencé con la lectura de la prensa, instante en que comenzaron las primeras olas del día, por un momento dejé la lectura y contemplé el vaivén de las olas en la orilla, era un maravilloso balanceo, acompañado del sonido del mar.
Un momento único y no habitual para mí, un momento de éxtasis, en el que cuerpo y mente, entran en conexión con la naturaleza, te hace olvidar los problemas mundanos, cierras los ojos, notas la brisa en la cara y de fondo el sonido del mar. Un momento que se ve interrumpido, por el rugido de un tractor, que campa a sus anchas por la playa, al llegar a mi altura, toca el claxon, advirtiéndome que debo retirarme de su camino, para que siga removiendo la arena y cribándola con el artilugio que lleva incorporado a modo de remolque, arrojando en un deposito todo tipo de residuos que permanecen enterrados.
Vuelvo a colocar la toalla y mis pertenencias, prosiguiendo mi lectura. Después de la sección de titulares de ámbito nacional, paso al de internacionales, siendo los asuntos económicos los que copan más columnas. En la sección de cultura, es cuando mi lectura se ve de nuevo interrumpida.
-   Buenos días caballero.- se dirige educadamente hacia mí, un joven ataviado con atuendo playero.
-   Buenos días.- le respondo
-   No le importaría, moverse unos metros, es que esta es zona de hamacas y sombrillas y tengo que montarlas. Después si lo desea, puede alquilar un hamaca con o sin sombrilla.- me dice sonriendo
-   Lo siento, no sabía que esta zona estaba destinada para tal fin.- me disculpé mientras volvía a recoger, la toalla, los periódicos…
Anduve unos cientos de metros, me cercioré de que no era zona de hamacas, ni de sombrillas, ni de que era paso de un tractor arando la arena de la playa.
A esa hora de la mañana, las diez, empezó a llegar gente a la playa; en cuestión de minutos estaba rodeado de gente. Estaba tan ensimismado con la lectura, que apenas me daba cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Empecé a oír gritos, de ¡Sinvergüenzas!, ¡provocadores!, ¡exhibicionistas!. ¡Respetad, que hay niños delante!

Levanté la mirada desde mi posición, frente a mí una veintena de nudistas, despojados de toda prenda, mientras otro grupo de gente, les recriminaba su actitud y les abucheaba al grito de ¡fuera, fuera!. Tal fue el tumulto que se provoco, que acudió la Policía Local, momento en que uno de los cabecillas del grupo nudista dio una orden.
-   Ahora, ahora, la pancarta.-
Al tiempo que algunos de ellos, extendían una pancarta, en la que se podía leer “El Nudismo es un Derecho”. La Policía Local, intentó poner orden, se justificaron que no podían impedir la presencia de nudistas en la playa, porque la normativa municipal, no contemplaba este tipo de actos, así que invitaba a los presente no nudistas a permanecer en el lugar con respeto o a cambiar de situación.
Al ver que los ánimos no se calmaban, decidí recoger nuevamente y mudarme. Anduve unos cientos de metros dirección al inicio de caminata, desandé lo andado y observé un sitio perfecto, en el que no tenía a gente muy próxima.
Extendí nuevamente la toalla y comencé a hacer un crucigrama, el sol empezaba a calentar y apetecía tomar el primer baño, me levanté y me dirigí hacia la orilla, pero algo raro estaba pasando, pues comprobé que no había nadie dentro del agua. Busqué con la mirada, el color de la bandera, mi sorpresa, amarilla.
Me dirigí hacia el socorrista más próximo, para conocer los motivos, me comentó que había una plaga de medusas en la zona, por eso habían izado bandera amarilla, se debía extremar la precaución en el baño.
Volví a mi toalla, algo ofuscado por la situación y retomé mi lectura, cuando hizo aparición justo enfrente de mi posición, un par de ancianos tirando de un carrito, él un hombre bajito, con cabello y bigote blanco, ella una señora entrada en carnes y maquillada, descargaron del carrito dos sillas plegables de playa y una sombrilla, que el anciano clavó en la arena, como el conquistador que hace suyo un terreno, sacó un pequeño transistor que colgó de la sombrilla, a todo volumen y ambos se sentaron bajo el sombrajo.
El ruido del transistor era ensordecedor, había sintonizado una cadena, cuya tertulia matinal era soporífera a la vez que chirriante, rompía la serenidad de la que había estado disfrutando antes de su llegada, era imposible concentrarme en la lectura.

Con la llegada del mediodía, aproveché para perder de vista a los ancianos del transistor, a la vez que me acerqué, hasta uno de los chiringuitos que había a lo largo del paseo marítimo, donde degusté una paella cuyo arroz estaba pasado, las gambas que lo aderezaban estaban decapitadas y tristemente en el plato encontré cinco cabezas, sin rastro del resto del cuerpo.
Volví a la playa, coloqué la toalla, esta vez sin reparar en los vecinos de alrededor, me tumbé, dispuesto a dar una cabezadita, mientras pensaba en mi mujer. Me encontraba en un placentero sueño, que se vio abortado, por el balonazo de un grupo de pequeños terroristas playeros, mocosos, cuyos padres eran totalmente ajenos al comportamiento de sus hijos. Una vez despierto, me acerqué hasta la orilla, donde me refresqué un poco, aún eran pocos los valientes que se atrevían a nadar junto a las medusas.
Regresé a la toalla y comencé a realizar un sudoku, momento en que me asaltó un vendedor ambulante de refrescos, uno de los llamados “lateros”
-   Agua, cola, cerveza….- repetía aquel hombre entre los bañistas.
Un gesto de negación con la cabeza por mi parte, fue suficiente, para ahuyentarlo, de repente unas voces, se empezaron a escuchar por la playa, ante el sobresalto de los allí congregados
-   Intruso, intruso…- gritaba un hombre de mediana edad.
Al eco de las voces, el latero salió corriendo, esparciendo arena sobre mí y mis vecinos de toalla, en su huída. El hombre de mediana edad, resultó ser un vendedor ambulante autorizado, que se intentaba defender, a voces, del intrusismo del latero.

Fue cayendo la tarde, el sol se fue escondiendo detrás de los edificios de primera línea de playa, decidí que era el momento de volver al apartamento y reencontrarme con mi mujer, después de su duro día de trabajo. Recogí definitivamente la toalla, comencé a caminar por el paseo marítimo, cuando advertí, que la pareja de ancianos que caminaba delante de mí, eran los mismos que habían llegado con el carrito a la playa, para colmo, el anciano, llevaba el transistor en la mano a todo volumen. El locutor de radio, despedía su programa:
-   Gracias radioyentes por escucharnos un día más, hoy nos despedimos con un éxito del verano de 1969…
Acto seguido, comenzó una melodía, La playa estaba desierta…

Danny boy
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:01:49 am
(http://3.bp.blogspot.com/-977fsk_X_3Q/T0QP8t8ugQI/AAAAAAAAA8w/ETt9l88boPU/s1600/Imagina.jpg)

Imagina...


Me desperté sobresaltada por un fuerte ruido, no me importó. Lo cierto es que hacía ya mucho tiempo que no descansaba. Si me quedaba dormida era unos pocos minutos, a veces incluso fingía estarlo para evitar sus preguntas, …preguntas que no podía o no sabía responder. Aún así sentía su preocupación, sabía que me observaba con sus ojos verdes y abatidos, pero era incapaz de enfrentarme a ella. No sabría qué contestar, además, Alyson era una persona muy impredecible. Nunca sabías que te iba a decir y mucho menos en una situación como aquella. La única solución que conocía era cambiarle de tema y decirle que fuéramos a ver el amanecer juntas. Le encantaba ver cómo el resplandor del sol se iba haciendo más y más fuerte. Ella enredó sus pequeños y finos dedos entre los míos y observó cómo se iluminaba lo que solían ser verdes praderas, a donde todos los sábados por la tarde una madre llevaba a su hija a coger flores, …lamentablemente, no aparecerían por allí aquella semana. El sol ya se veía tras las montañas, entre explosión y explosión. Alyson cerró los ojos y dejó que los rayos acariciaran su cara y se perdieran en un mar de oscuros rizos, yo la abracé mientras rogaba que aquel amanecer no fuera el último… Cuando el sol ya había salido bajamos de nuevo al sótano, allí estábamos mas seguras.

Estando sentadas en el suelo, Alyson puso esa mirada que yo tanto odiaba. Sus ojos trataban de no dejar escapar las lágrimas. Le dije que todo saldría bien y volvería a ser como antes. Sinceramente, creo que en el fondo trataba de convencerme a mí misma. No sabía qué hacer, estaba completamente perdida. Empezaba a dudar de Steve y los demás. Hacía ya semanas desde que se habían ido diciendo que volverían a buscarnos ¿Nos habían abandonado? Podía ser, …aunque quizás no consiguieran llegar al refugio. Fuera como fuera, tenía que pensar en una alternativa para salir de allí, estábamos peligrosamente cerca de gente disparando, minas explotando…

Sabía que hacía unos meses no éramos las únicas escondidas, pero a estas alturas parecía que la mayoría había logrado escapar o los habían encontrado, …y Alyson también lo sabía. Tenía controlado que detrás del puente cada cinco semanas salía un camión lleno de gente, ella creía que era así como se escapaban pero no era cierto, …no se escapaban, al contrario. Los que ahí subían llevaban trajes de rayas, con un número de serie y un símbolo en el lado izquierdo. Lo que más se veían eran estrellas amarillas de seis puntas y algún que otro triángulo morado.
No me atrevía a decirle la verdad sobre a dónde se llevaban a esas personas ni qué pasaba con ellas. Prefería que siguiera creyendo que su padre se salvó cuando lo metieron en uno de aquellos camiones. Algún día sabría la verdad, pero no era aquel el momento oportuno ¿Cómo le iba a explicar algo tan horrible a una niña? En su mente no cabía la posibilidad de que alguien pudiera hacer tanto daño, …ni siquiera cabía en mi propia mente. Lo único malvado que ella conocía eran los monstruos, los fantasmas y las brujas. Vivía en un mundo fantástico y no iba a ser yo la que le destrozara la infancia. Al contrario, lo último que quería era que creciera, que fuera consciente de la realidad y se diera cuenta de que no todo sale según lo planeado, pero sabía que ese momento llegaría algún día y no podía hacer nada para impedirlo…

Pasaron días, semanas, …estaba claro que Steve no iba a volver y eso hacía que Alyson se encabezonara más y más en escaparnos en uno de aquellos camiones, para colmo, a mí ya se me empezaban a agotar las excusas. Necesitaba encontrar algo que la distrajera, así que rebusqué entre las viejas cajas del rincón. Encontré acuarelas, lápices de colores y una antigua cámara de fotos en blanco y negro de revelado automático, eso era suficiente. Se lo di y le dije que podía sacer fotos y dibujarlas después. Se le iluminaron los ojos. Me alegré, hacía tiempo que no la veía feliz.

Después de unas horas ya había hecho varios dibujos pero no había usado la cámara, le pregunté por qué. Me respondió tristemente, sin apartar la vista de su dibujo, que no había cosas bonitas que fotografiar. Me agaché, la miré a los ojos y le dije que todo lo bonito y fantástico que necesitaba lo tenía en su imaginación, podía crear cualquier cosa. Me miró muy seria, cogió la cámara, salió del sótano, se acercó a una ventana y le sacó una foto a la calle. Volvió sin decir palabra y se puso a pintar sobre la foto. Esperé impaciente a que acabara. Cuando su obra estaba terminada, extendió su bracito y me la enseñó. No supe qué decir. La miré, sonreía de oreja a oreja, sus ojos brillaban y sus oídos permanecían atentos a mi respuesta. Volví a mirar la foto, había pintado de un azul intenso el cielo, con un arco iris y praderas que volvían a ser verdes, los tanques y sus cañones se habían convertido en jirafas, los soldados jugaban unos con otros, había una sonrisa dibujada en cada cara y en el monte, una niña de oscuros rizos cogía flores con su madre mientras que de cerca, un hombre a la sombra de un árbol las observaba y sonreía. Había animales y flores por todos lados. Era un paraíso en el que se respiraba felicidad.

Una lágrima resbaló por mi mejilla, miré a Alyson sonriendo y le dije que me encantaba, era precioso. Imaginé que su dibujo era real, que la pesadilla había acabado y todo volvía a ser normal. La gente era feliz, …yo era feliz junto con Alyson y James, éramos una familia unida y feliz.

El sonido del camión llegando al puente me trajo de nuevo a la realidad, a la cruda realidad. Alyson también lo escuchó y subió corriendo a mirar por la ventana, …se llevó la cámara. Me di cuenta de que el flash podía llamar la atención de los soldados demasiado tarde. Después de unos minutos un soldado abrió la puerta de una patada. Alyson se emocionó, pensó que venían a buscarnos y fue corriendo a la entrada. El miedo invadió mi mente, le grité que no se acercara, subí corriendo. Había llegado tarde, el soldado la había visto y le decía que fuera con él. Pude ver cómo salían a la calle, grité con todas mis fuerzas que no se la llevara. El soldado se frenó, se dio la vuelta y me dijo que tenía que acompañarle. Alyson vino corriendo y tironeó de la manga de mi blusa. Levanté la vista y vi a otro soldado del lado opuesto de la calle, llevaba un uniforme distinto. Apuntó al soldado que estaba con nosotras, se vieron varios fogonazos. El soldado se apartó, detrás de él estaba Alyson. Reaccioné rápido, me puse delante de ella… Sentí un profundo dolor más abajo de mi clavícula izquierda, vi a Alyson abrir los ojos y aterrorizarse. Se oyó un segundo disparo, esta vez la bala alcanzó al soldado. Alyson lloraba, le pedí que se agachara y le dije cuánto la quería, pero tenía que huir y esconderse. La besé y la dejé marchar. Mi pequeña se alejaba, …supe que la había perdido. No estaría a su lado para verla crecer y formar su propia familia. La iba a dejar sola y no podía hacer nada. Y, …¿por qué? Porque algunas veces las personas se centran solo en sus propios beneficios, en vez de en las malas consecuencias, porque el egoísmo no les deja ver el daño que pueden causar. Pensé que no era justo que muriera gente inocente, …no era justo que yo muriera allí, pero a nadie parecía importarle. Ni siquiera sabía si Alyson lograría sobrevivir. La miré otra vez, …la última vez. Sabía que ya no la recuperaría, estaba muy lejos, …y cerré los ojos.
                                                                                                            Primavera
                                    

“Imagine all the people living life in peace” – John Lennon

Nay
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:07:23 am
(http://4.bp.blogspot.com/_Tx53NSByT_c/SoClmXcc1gI/AAAAAAAAAM8/IDCGoE7k4wY/s320/piloto.gif)

El piloto  invisible


Un día conocí a un joven llamado Camilo. Él no es un muchacho cualquiera, a nadie le importa la gente cualquiera. Él es un joven común con un único sueño. Él quería que lo amaran por lo que era, no por lo que tuviera; pero como nada tenía. Nadie lo quería. Camilo, además quería ser admirado y respetado. Por eso decidió dedicarse a una profesión de prestigio. Él quería ser piloto, uno de verdad. Él quería volar.
Un día un amigo le dijo que eso de ser piloto de verdad, era complicado. Le dijo que se necesitaba mucha plata, que mucho esfuerzo, que apoyo familiar, que alguien que le ayudara en la vuelta. Entonces Camilo empezó a dudar, el camino no se veía fácil. Sin embargo, Camilo no quería renunciar. Él quería volar, como fuera.
Afortunadamente Camilo tenía buenos amigos que lo apoyaban; un día uno de sus amigos, esos del alma, le dijo que le quería ayudar a volar. Su amigo conocía una forma más fácil y económica de volar y se la iba a enseñar.  Entonces Camilo se montó en una papeleta, pero como no tenía recursos, solo le alcanzó para una de 1000 pesos.
El andaba por las nubes y se sentía más cerca del cielo.  A veces, era astronauta e iba a la luna. En ocasiones era científico, cuando veía el piso de colores; y en otras, físico cuando sentía el piso blandito. Él volaba pero no en dirección a sus sueños, sino con rumbo a dimensiones desconocidas. Cada vez que se montaba en su papeleta, no sabía muy bien a dónde se dirigía. Eso a él no le importaba, a él solo le gustaba volar.
Un día le preguntaron. Piloto, ¿Para donde va tu avioneta? y Camilo no supo que contestar. Él ya no podía controlarlo, el no dirigía nada. Él iba donde su avioneta quería. Y se dio cuenta que viajaba solo. No podía llevar a nadie a bordo con él.  Invitó a su novia, la niña más bonita del colegio, para que volara con él. Ella le dijo que sí. Y se montaron los dos. Pero Camilo se dio cuenta que cada uno tenía una avioneta distinta. Ella volaba, pero no con él.
Camilo se seguía sintiendo solo e invitó más amigos. Todos volaban, pero ninguno con él. Entonces pensó en su familia y ese día se sintió más solo que nunca. Ya no los tenía. Se estaba convirtiendo en un piloto invisible. De esos que se les niega la existencia y se ignora su presencia. Porque nadie dice que conoce a los pilotos cuando son invisibles. A ellos la muerte está muy cerca del cielo. Y el cielo es un lugar maravilloso.
La gente dice que los aterrizajes de los pilotos invisibles son difíciles y Camilo no tenía mucha experiencia en eso, entonces se estrelló. Llegó a tierra y se dio cuenta que el viaje lo había cambiado. Camilo se sentía diferente y la gente lo veía diferente. En tierra las cosas no se veían de colores, todo se estaba tornando más oscuro que nunca. Las cosas no eran como antes. Después que los pilotos conocen el cielo, la tierra es lenta y sin sentido. Pasaba el tiempo y Camilo necesitaba volver al cielo. Entonces le preguntó a su amigo si le ayudaba de nuevo y este le dijo que no. El negocio de la aviación estaba en peligro, las avionetas estaban muy estrelladas y la gente los estaba buscando en tierra para que se quedaran en el otro mundo. Su amigo no le ayudo más en sus viajes. Le dijo que estudiara, que era un buen muchacho. Entonces Camilo decidió dejar su carrera exitosa de piloto. Sin embargo, por más que quiso, no pudo. A él le faltaba amor, mucho más del que necesitaba antes de empezar a volar. Su cuerpo extrañaba mucho el cielo. Su mente se desesperaba en tierra y se empezaba a sentir preso. Ahora para Camilo, la tierra estaba cambiando otra vez, el infierno estaba llegando. Su cuerpo lo estaba sintiendo; era un frio que quema, una angustia que mata, ansias que perforan el alma y una sed de cielo, mucho cielo.
Camilo era oficialmente un piloto invisible. Ellos solo se curan con amor. Y el amor a sí mismo, en estos momentos, es más difícil que nunca.

Miss. Tamany
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:12:15 am
(http://3.bp.blogspot.com/_lYBnjLvrtQg/S_bJ1RPJPvI/AAAAAAAAA3w/9kzbKYpJdkE/s320/triste1.jpg)

La tarde del domingo


Los domingos la vida habla con la muerte, o estoy muy frágil y estoy cerca del llanto cuando quiero decir algo. El domingo, mi cuerpo no ofrece ningún obstáculo. Está tan pronto a reír como a estallar y desahogarse en una roja y abultada pena. Los domingos, para mí, son mejores con gente que quiero y no con extraños. Mucho menos para negocios, solicitudes o cumplir demandas que no sean las mías.
Los domingos necesito confiar en alguien, porque me desvanezco. Porque me parece que la vida no vale nada. Porque todo me da nostalgia y ya no se cuál es el Félix, qué momento de su vida es el que más prefiero, pero ya no está más.

El tiempo silba bajito en algún lugar del restorán. Me espía. Y yo estoy satisfecho o insatisfecho, pero de verdad siento que todo es tremendamente impreciso. A veces, lo fugaz de todo me da ganas de tirarme debajo de un tren; pero también puedo tener un fuerte sentimiento poético y respirar un futuro prometedor sin prisas.

Soy muy poquito. Soy gotas de agua. Y las estaciones de los años cambian mi modo de pensar y yo cambio mi abrigo para intentar siempre estar oportuno con la temperatura. Esto es, más o menos, fácil. Pero entender la muerte. Eso sí que no.

Julián tiene veintisiete y yo cumplo treinta el domingo que viene. Hoy nos detuvimos en  la muerte. Esa idea vaga, lejana y que nadie nunca trae a colación en ningún tipo de conversación. Frente a ella, parece que todo lo demás es pura distracción. No podría leer ninguno de mis textos, ni cantar ninguna de mis canciones ante la muerte de un ser querido. Todo me parecería para ese instante estúpido y fuera de lugar. Y entonces: ¿qué es lo que estamos haciendo? ¿Quiénes son los que viven en este mundo? ¡Por qué se mira tanta tele, por Dios!

La comida de los peruanos es verdaderamente pesada. Por mí está bien, si no vuelvo a venir sino hasta el año que viene. Si es que sigo vivo, que parece que es lo más probable. Pero ¿por qué? Lo llaman estadística.

La tarde del domingo. La manzana nada en la chicha. El alcohol del sábado sigue siendo alcohol por la sangre. La música que hicimos ayer –ya no es hoy, como hoy ayer, que era tan especial- se une a nuestro abultado pasado. Lo grande que me hace sentir mi amigo. La alegría de encontrarnos nombrados por otros y olvidar por un rato el tema de la muerte. La muerte  y las definiciones en el diccionario de las religiones que ya no sé cómo se practican. Borges y sus ideas aventurándonos a pensar. Cien pesos, la cuenta.

Mi voz está por estallar. Mi vida es de lo más común. No quiero compartir si no tengo ganas, ¿no? Parece que uno estuviera destinado a comportarse eternamente como un pelotudo, salvo que despierte sorpresivamente del sueño y tenga la oportunidad de asumir un cambio. Para cualquier cambio hace falta decisión y voluntad. Casi nunca hallo esto dentro de mis cualidades: otra pelotudez que me acostará durante algunos años más hasta que logre “despertar”.
Aunque siempre esté tratando de pintar la línea de tiempo y hacer escisiones y límites para distinguir etapas y cuándo fue que di el vuelco, sé que todo eso no existe. No hay modo de meter la mano y separar trigo y cizaña y nunca llegaré a ningún lado donde quiera quedarme satisfecho. No hay paradas, no tengo contornos. Todo es contemplable y efectivamente sufro mucho por las cosas que salen de mi control, como la reacción de los demás y –el eje de la cuestión- mis sentimientos, que se golpean de manera bestial los domingos entre sí y me devastan psicológicamente.

No sé si puedo recuperarme. No sé si es más grave, si no lo es del todo, si necesito volver a hablar con el psicólogo (No sé si mis búsquedas –que no son mías, en todo caso son los fuegos que arden en mi inconsciente, y de ése sí que no sé qué decir- giran como un espiral hacia algún centro o, como a veces me desahucia creer, en un círculo redundante).

Hay un lejano costado, algo que forma parte de la sombra de mis acciones, como una palabra secreta que no se escribe en los párrafos pero se está nombrando. Insisto en creer en mi trascendencia. Insisto y no sé de qué vale. Siempre ando afirmando que algo podría salvarnos. Todos necesitamos ser salvados, sea de las malas interpretaciones, sea del dominio que otros han tenido o tienen de nosotros, sea de aquello que no debimos haber visto pero el azar ha hecho que se tope con nosotros y ahora nuestros sueños se tiñeron de esa maldad que no nos deja tranquilos.

A veces desistimos de hablar, porque hablar es hacer un reclamo y hacerlo es creer que nos va a dar buenos resultados. Y nosotros, viviendo sin despertar o enajenados y filtrados por el pasado, ya no soportaríamos un nuevo cambio en nuestro pequeño reducto de la “conciencia de las cosas”.

La muerte vaga silenciosa por nuestro corazón sin hacernos ningún daño.

Ben
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:14:37 am
Cuando el bosque no deja ver los árboles


En una gran cuidad rodeada de gente, yo sola. Con amigos que veo cada dos meses y sin tiempo para hacer nada de lo que realmente te gusta, entendí que el bosque no me dejaba ver los árboles.

Y como quería ver los árboles, decidí ir al bosque. No se si fue la falta de bullicio, la innecesidad de correr a todos lados, el aire limpio o simplemente el tener esos árboles tan cerca de mí, lo que me hizo quedarme a vivir allí. Allí encontré la paz, allí morí. Hoy soy otra. Hoy he encontrado el amor.

Porque por fin puedo decir que lo he encontrado. No es apuesto, no es adinerado, no tiene ojos azules ni va sobre un gran caballo. Mi príncipe es alguien bueno, un personaje de campo y, aunque no lo crean, no ha estudiado.

La vida no es lo que pensaba, por suerte conmigo ha sido buena. Me ha dado tristezas, pero al fin me las compensa. Adoro el aire suave, ese que empuja la hierba, me llena por dentro y es lo que más me alimenta. No recuerdo aquel tiempo, aquel de la gran ciudad que hoy me asusta; sólo tengo emociones, historias, personas, amor y todo lo que con tan poco, más se disfruta.

Adoro todos los árboles, pero más que a otros, adoro a mi abeto; lo escogí entre los otros, porque lo tengo cerca y me gusta tenerlo; sentirlo cogerlo, oler sus aromas, mirar para arriba y casi no verlo. Me siento segura cuando sé que lo tengo, porque es como un padre, un hermano, un amigo, es mi apoyo perpetuo. Es parte del bosque, lo sé y lo sabemos, como yo lo seré un día, cuando me funda con él por completo.

Soy feliz, soy sincera, porque he encontrado mi árbol, he dejado la pena.

Pernando Gaztelu
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:20:48 am
(http://us.123rf.com/400wm/400/400/imagesource/imagesource1108/imagesource110805079/10140356-globos-y-una-silla-en-un-campo.jpg)

Un trabajo fácil


               
I

Aquel hombre estaba atado a una silla en mitad del campo. Era de noche y el silencio constante revelaba que no había nadie en muchos kilómetros a la redonda, nadie, a excepción de otro hombre. Si no recordaba mal -había bebido mucho esa noche- ese hombre era el que lo había llevado hasta allí y ahora estaba cavando. El primer hombre estaba asustado porque no podían ayudarlo. 
Por consiguiente, le pedía a su impasible interlocutor que lo soltara con absoluta vehemencia. En un determinado momento el terrible miedo que sentía le llevó a hacerse sus necesidades encima. El segundo hombre ni siquiera lo escuchaba, de tal modo que sus palabras y sus gritos formaban parte de una niebla absurda e incomprensible que le parecía patética y desagradable. Sólo a veces le mostraba su indiferencia mirándolo de soslayo, de hito en hito, para luego seguir cavando con denuedo. Quería conseguir una profundidad precisa, y eso requería un gran esfuerzo.
El primer hombre sabía que no le restaba mucho tiempo, pero no recordaba ya donde quedaba la carretera, sabía que estaba lejos, muy lejos y puesto que Dios no existía, la única fuerza inconcreta llamada azar que podía detener lo que estaba a punto de suceder debía de provenir de la carretera. Por eso miraba hacia los lados, con la vaga esperanza de reconocer el lejano resplandor de los faros de los automóviles.
—Te daré dinero. Mucho dinero. Dime la cantidad.
El otro continuaba cavando lo que a todas luces era una tumba. El primer hombre rompió a llorar. Entonces se dio cuenta de que nunca había pensado lo cerca de la ciudad que estaba la cuneta, el campo baldío, la muerte, la nada. 
A continuación deseó con todas sus fuerzas que aquello no fuera real. No podía ser tan sencillo. Se imaginó que estaba en otro lugar con una hermosa mujer y que ambos reían juntos de aquella funesta pesadilla. Luego pensó de nuevo en Niestzche, sin recordar exactamente en qué libro había leído un párrafo en el que atribuía a la civilización y en consecuencia a la moral, tal vez quizá el único mérito de conseguir que los hombres pudieran descansar en sus casas, sin pensar que en cualquier momento podían ser atacados por fieras o por otros hombres.
Pasaron los minutos y luego varias horas y dejó de suplicar, entonces su miedo sólo quedó expresado por unos incoherentes sollozos. De repente, el segundo hombre dándose cuenta de que ya le quedaba poco para que el agujero tomara las dimensiones adecuadas se detuvo por un momento. Mientras preparaba la cal viva que había traído, su mirada parecía escrutar al hombre que estaba atado en la silla. Eran el verdugo y su víctima. Ninguno de los dos dijo nada. Cada cual parecía haber aceptado el papel que le había tocado en aquella insólita situación.
Por fin la improvisada tumba estaba terminada. Entonces comenzó a golpearlo con la culata del arma. Después de varios golpes varios dientes salieron despedidos. De su rostro manaba sangre profusamente. Una vez que hubo terminado sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo y se encendió uno. Acto seguido el estruendo de dos tiros rompió el silencio de la noche.

                  
II

El día anterior a mediodía un hombre vestido inmaculadamente de negro había llegado a la ciudad condal. Un taxi le había traído desde el aeropuerto. Después había alquilado un coche. En el centro había entrado en un bar y había pedido un whisky.  En el periódico había mirado con sorna las ofertas de trabajo. A pesar de su edad se acababa de licenciar en Derecho, no en vano mientras se emborrachaba había pensado sobre el concepto de la presunción de inocencia. Tenía sus inconvenientes, pero había que reconocer -que en su humilde opinión- era la manera más razonable de imponer cualquier legislación penal sobre un determinado territorio. Es cierto que había casos que esta suerte de derechos provocaban fragantes injusticias. Y que el populacho, la chusma, se enardecía cuando amparándose en ellos sobrevenían determinados crímenes aciagos. Evidentemente no se daban cuenta de que se trababan de dolorosas excepciones. De hecho lo contrario sería mucho peor. La presunción de culpabilidad. En ese caso no se trataría de la reincidencia. Se trataría de otra cosa. Más bien de la carga de la prueba. El Estado y quien realiza la función acusatoria, es decir, el fiscal quedaría exento de probar sus acusaciones. Lo que pasaba a diario en la mayoría de los regímenes dictatoriales: Sería el individuo quien debería de probar su inocencia, puesto que en principio todos serían culpables.
El hombre después, había continuado sin saber por qué analizando un recuerdo de su infancia. Recordó unas vacaciones de verano junto a sus padres. Fueron a una playa muy conocida. Aunque en ese periodo de su vida ya había visto el mar con anterioridad, aquella noche fueron al cine, y aquella combinación le pareció el súmmun de la felicidad. La playa y el cine. ¡Cuánto había cambiado todo desde entonces!  Ahora bajo su chaqueta dentro de su bonita funda de piel curtida llevaba un Magnum. En el pasado ese viejo amigo le había acompañado en innumerables ejecuciones.  No era un psicópata. Lo cual era casi peor, porque significaba que aun teniendo cierta empatía por sus víctimas, las mataba para conseguir sus objetivos.
En ese preciso momento un parroquiano del lugar había interrumpido el hilo de sus pensamientos para pedirle un cigarro. El hombre se lo había dado con una rara mirada en sus ojos. Después una camarera había intentado ligar con él. Tal vez había sido su pose flemática lo que la había atraído. Él la había rechazado  con un gesto de desdén. Cuando cayó la noche había salido del bar bastante ebrio y después de vagabundear un rato había entrado en un taxi pidiendo que lo llevaran a una dirección extraña que llevaba escrita en un pequeño trozo de papel que había guardado celosamente durante un largo periodo de tiempo.
Durante el viaje el hombre se había alegrado de estar vivo, de repente una profunda sensación de amor propio había embargado su pecho. Se sentía feliz. Estaba a punto de reconciliarse con la vida.
En ese momento el taxi se había detenido y había pagado la carrera. Las luces de neón habían iluminado su rostro. Pronto había descubierto que el lugar en cuestión era enorme y estaba a las afueras. No sólo había un lupanar sino que se trataba de un complejo del vicio que incluía un casino y una sala de conciertos. Entonces se había dirigido con premura hacía el edificio principal donde se situaba el burdel.  Al principio todos habían tomado a aquel hombre como si fuera un cliente común que había venido buscando determinados servicios. Sin embargo, pronto había conseguido llamar la atención del encargado al haber preguntado por un viejo amigo, alguien que no era otro sino el jefe de todo aquello, una persona discreta que no acostumbraba a recibir visitas. Allí le habían servido una copa y le habían tratado con una amabilidad desacostumbrada para ese tipo de sitios. Resultaba evidente que se había ganado el respeto de todos y todas las que trabajaban allí. Era un viejo amigo del jefe y eso significaba que era una persona importante. Por otro lado, el jefe era alguien que había hecho dinero muy rápidamente, alguien que tenía contactos y que se encontraba en un lugar elevado en el escalafón del crimen. En definitiva alguien que tenía poder y cuando se habían encontrado todo habían sido risas y abrazos. El jefe no había escatimado en nada para agasajar a su visitante imprevisto. Ambos habían empezado a correrse una impresionante juerga que por supuesto había incluido drogas, sexo y rock and roll. De hecho, había llegado un momento que habían llamando un taxi y se habían ido a Barcelona, para continuar la juerga, para estar solos.

                  
III


Muchas copas después una breve sonrisa se había dibujado en su afilado rostro cuando el jefe había sentido la intimidad necesaria para aludir a la broma por la que era conocido  en el pasado, y se había dirigido a él llamándolo “Pésame”.
Entonces en un remoto bar habían comenzado a hablar de negocios, con la certeza de que una vez que cerraran el trato la suerte de su víctima estaría echada. En silencio de su bolsillo había salido -el anticipo- un fajo de billetes, pero sobre todo la fotografía y la dirección del hombre que debía morir antes de rayar el día.
El jefe estaba contento porque sabía que podía confiar en él, aquél era un hombre era de la vieja escuela  y tenía cualidades, en sus manos eliminar a su acérrimo enemigo iba a ser un trabajo fácil. De hecho, poco le iba a importar que se tratara de acabar con un peligroso delincuente rival. Además el elemento sorpresa estaba de su parte, hacía mucho tiempo que había suficiente dinero negro para todos y ya no estaba en boga matar a los oponentes porque hasta la mafia se había aburguesado.
Por otro lado, estaba seguro de que la policía en esos momentos no era un problema porque nunca investigaría un crimen como aquel, “Pésame” era un profesional. No dejaría pruebas. Todo sucedería de forma discreta y no cometería errores. Nada de aquello sería una noticia de primera plana. Pronto se olvidaría. A lo sumo su búsqueda la asumiría durante un corto espacio de tiempo el departamento de personas desaparecidas, sin perjuicio de que los inspectores más avezados sospecharan con pereza que se trataba de un anodino ajuste de cuentas.
No había tiempo que perder, por lo que ambos se habían dispuesto a concretar todos los detalles. El hombre vivía solo en un lugar apartado por lo que no había que temer a los vecinos indiscretos. El jefe le había explicado en un mapa las carreteras que había de tomar hasta llegar a una cercana finca de su propiedad donde nadie les molestaría.
Después había insistido en darle unos billetes más para que antes de morir se produjera cierto ensañamiento.  Y por supuesto había dispuesto la especial crueldad de  que la víctima fuera testigo del tedioso trabajo que supone para un asesino meticuloso tener que cavar una tumba de las dimensiones adecuadas para un persona.
—¿Aún conservas tu viejo Magnum?
—Por supuesto.


               
IV

Poco después de aquello dos hombres habían dejado un coche a las afueras de una finca. Detrás había quedado una sinuosa carretera. Uno de ellos había entrado en la casa y había sacado uno silla.
—¿Por qué? Había preguntado la víctima.
— ¿Recuerdas el atraco al banco? Todos siguen en la cárcel. Yo he salido por buen comportamiento. El juez dice que ya estoy listo para la reinserción. Bueno, todos menos tú.
—A mi también me detuvieron.
—Que yo sepa no pasaste ninguna temporada a la sombra. ¿No se te escaparía alguna información y por eso te dejaron libre?  Un trabajo de fácil. ¿Recuerdas? Eso fue lo que dijiste.
—¿Qué?
— Veo que lo habías olvidado. Han pasado veinte años desde entonces, pero he contado cada día para llegar a este momento.¿Pensabas que no lo descubriría?
—La cosa se complicó, te lo juro.
—Sin embargo, a ti parece irte bien, muy bien.
—Está bien, está bien, cálmate, cálmate, somos caballeros y seguro que podemos arreglar este asunto como seres civilizados. Puedo compensarte.
—Sólo hay una manera de darme cierta satisfacción.
—Tú eres inteligente. Puedo hacerte rico, si acabas de salir de cárcel no tendrás mucho dinero en el bolsillo. En cambio, si llegamos a un acuerdo sacarás un gran beneficio de toda esta historia. Te daré un millón de euros, de lo contrario no sacarás nada, todo habrá sido en vano, no recuperarás ni un solo minuto de los que pasaste entre rejas.
—Cállate.
—Si me matas no conseguirás nada. Vas a perder una fortuna. ¿Por qué lo haces?
—Por vanidad.

Hank
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:25:35 am
(http://fotos0.mundofotos.net/2009/06_04_2009/mio_amore1239045329/a-el-amor-no-le-importa-el-color.jpg)

El precio del olvido


   Tula era blanca y rubia, hija de españoles emigrados a Cuba pero como muchas otras mujeres se había enamorado de Tajó, un indio cimarrón que se incorporó al ejercito mambí llegando a ostentar grados de Coronel. Por aquellos tiempos de guerra nació Emilio en la manigua casi a finales del siglo XVIII.
   Emilio vivió una infancia y adolescencia muy felices  bajo el cuidado esmerado de su madre y se convirtió en un mulato claro de finas facciones con la figura de su madre y el encanto de su padre, pero a Emilio le gustaban las negras, las negras bien prietas le enloquecían y ellas también se enloquecían con el. Pero su madre, Tula era racista hasta la raíz, nadie entendía si era tan racista como había tenido un amor tan grande con el indio Tajó, quizás por eso mismo era tan racista, por lo mujeriego que era el hombre que siempre amo y que nunca fue de ella sola.
-Mama, tengo que darte una buena noticia- dijo Emilio a su madre. La mujer, que estaba preparando un café levanto la cabeza y le miro sonriente.
-Y de que se trata?...-
-Me voy a casar.- La sonrisa desapareció de los labios de Tula. Echo el café en un jarrito de metal.
-Y se puede saber con quien te casarías?-
-Pues con Chacha. Con quien va a ser…?- La expresión se endureció en el rostro de Tula.- Chacha era una negra oscura como el ébano pero tan bella como una diosa, de rostro divino y cuerpo grácil y esbelto. Tula la conocía y sabía que ella y su hijo tenían una relación pero no pensó que fuera tan seria.
-Y por que tiene que ser con esa negra. No te puedes buscar alguna más clarita. Además esa es una chusma y una chismosa-.
-Mama!, no es ninguna chusma ni chismosa. No hables así de ella, además es la que me gusta y no tiene que gustarle a nadie más….-
-Pues mira, no estoy de acuerdo!, si te casas con ella olvídate de que tienes madre porque no voy a vivir bajo el mismo techo con ninguna negra!-.
-Pues mira mama, si no estas de acuerdo me voy a ir para siempre y así no tendrás que vivir nunca más con ninguna negra como tu dices-… Esa noche partió con una pequeña maleta. Emilio desapareció de la faz de la tierra. Tula al principio pensó que seria algo pasajero pero pasaron los días, las semanas y los meses y no había noticias de Emilio, entonces su madre comenzó a buscarlo y en ningún lugar aparecía, los meses se convirtieron en años y ella, desesperada se trasladaba a donde quiera que hubiese una evidencia sobre su hijo Emilio.
   Cierta vez una amiga le dijo que en Remedios lo habían visto y le comentaron que lo habían matado en una pelea a cuchillos. Allá se traslado Tula destruida, encontró realmente evidencias de la pelea pero no pudo verificar el fallecimiento de su hijo por ninguna vía. A su regreso a La Habana fue a ver a una santera y acordaron hacer una misa.
   El día indicado todos estaban reunidos en el salón de la casa. Diez personas estaban sentadas en sillas haciendo un círculo. La médium, una mulata vieja vestida de blanco y cubierta de encajes estaba sentada con los ojos cerrados en estado de concentración con las manos sobre las piernas, todos estaban silenciosos y pendientes de ella. En el aire un fuerte olor a hierbas, tabaco, colonia y ron envolvía a todos los presentes. La vieja levanto los brazos y lanzo un fuerte suspiro poniendo los brazos en cruz sobre su pecho, se estremeció fuertemente y comenzó a hablar a todos, hablaba en una jerga incomprensible, después se calló y abrió los ojos enormemente, su rostro se desencajó y se rió sarcásticamente, -Yo soy el viejo Gerardo!…- repetía y se veía a las claras que era un ser maligno…la médium cerró los ojos y su rostro se relajó, luego volvió a hablar…
-Buenas tardes a toos… Yo son Mamita… Ache, mucho ache pa too los presentes, tu dar pa mi aguardiente y tabaco caraj…- El que estaba a su lado le dio un tabaco y una jícara con aguardiente. Ella encendió el tabaco y se tomó un largo trago. Entonces se dirigió a Tula…
-Aquí tenemos una saya que quiere saber…y va a saber too lo que quiere caraj, si señor, va a saberlo too… aquí hay un espíritu que quiere hablar...- La vieja volvió a cerrar los ojos y su voz sonó gruesa…como de otra persona…
-Mmmm vieja…mi vieja…perdóname por no regresar…perdóname…yo estoy ahora bien…perdóname…- Tula estaba anonadada, era la voz de su hijo Emilio que le hablaba a través de aquella mujer. Ya no pudo más rompió a llorar amargamente…
-Hay mi hijito querido!…claro que te perdono y nunca te voy a olvidar…-
-Perdóname mi vieja…- La voz se fue apagando y el espíritu africano de Mamita se despidió de todos abandonando el cuerpo de la médium…
   Después de celebrada la misa Tula se convenció de que su hijo había muerto y se cerro de luto por él sumida en una tristeza sin limites…
   Tres años ya habían pasado y Tula continuaba de luto. Ella tenia dos hijos mas, Candido y Eduardo. Candido se había casado algunos años antes con una negra también y ella lo repudio, a el a su mujer Nieves y a su hija Candida. Nieves ahora estaba embarazada de su segundo hijo. Un día increíblemente Tula apareció en casa de su hijo Candido sorprendiendo a todos. Se arrodillo delante de su hijo y le hablo…
-Candido, mi hijo, vengo a pedirte perdón por haber sido tan mala y tan racista con mi familia, a ti también Nieves y a ti Candida, mi nietecita. Por haber sido de esa manera perdí a Emilio y les juro que he cambiado para siempre…Solo les pido que si ese nuevo hijo tuyo nace varón le pongas como nombre Emilio igual que tu hermano y yo lo voy a cuidar como si yo misma lo hubiera parido…-
-Levántese Tula –dijo Nieves- nosotros ya la perdonamos hace mucho tiempo y la queremos bien, no se preocupe que si es varón se llamara Emilio para felicidad de todos.-
   Finalmente llego el día del nacimiento y nació un varón que se llamo Emilio. Al principio cuando era un bebe recién nacido Tula, que vivía cerca iba todos los días a verlo. Ya cuando creció un poco entonces lo envolvía en sus negros ropajes de luto y se lo llevaba a su casa. Casi era ella la que lo criaba.
   Pasaron seis años mas y una noche, ya muy tarde tocaron a la puerta de la casa de Candido que abrió preocupado. Allí estaba en la puerta su hermano Emilio, casi diez años después con una maleta en la mano. Fue recibido por todos con jubilo y al siguiente día prepararon a Tula para el encuentro, pero su reacción fue muy favorable, le dio gracias a Dios y a todos los santos por escuchar sus ruegos de tantos años de luto y tener allí a su hijo querido. Emilio se fue a vivir con ella y unos meses después conoció a Marta, una negra prieta y grande, muy fea y tosca pero como decían todos, era más buena que el pan.
   Entre Tula y Marta tenían a Emilio hecho un príncipe, vivían para el, lo vestían como un figurín, le hacían las comidas que el prefería y le daban todo el dinero que necesitaba. Emilio llevaba una vida disipada de fiestas, mujeres y borrachera y todo era una gracia para ellas, así pasaron los días y los meses…
   Una noche Emilio salio perfumado, vestido de traje blanco de casimir, zapatos de dos tonos y sombrero. Caminaba por las calles de la barriada de Buenavista hacia un baile popular cuando de un pasillo salió una mujer con un pañuelo en la cabeza y los brazos cruzados dirigiéndose directamente hacia el. La luz de la luna llena lo alumbraba todo nítidamente. Ya cuando estaba frente a el se detuvieron y ella con un movimiento de la cabeza echo a un lado el pañuelo. La mujer estaba muy delgada, casi esquelética y solo la reconoció cuando hablo…Era Chacha…
-Te fuiste…me dejaste muriéndome de amor…regresaste y no me buscaste…pero tenias que haberte muerto de verdad porque tu solo eres mío o de nadie mas…- El brazo de Chacha se levantó clavando el afilado y largo cuchillo en el corazón de Emilio y las blancas telas del traje se fueron cubriendo de un rojo encendido en el cuerpo del hombre tendido a la luz de la luna mientras Chacha se marchaba caminando tranquilamente sin siquiera mirar atrás…

El Conde
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 05, 2012, 10:28:42 am
(http://3.bp.blogspot.com/_RDb4SeT4fRY/RnP4JKl98NI/AAAAAAAAANU/q02BtLI_XX4/s320/chagall+circo.jpeg)

¿Quién es Ever?


Ever no pudo soportar la noticia de que a Agatha, la equilibrista, la hubiesen asesinado y abandonó a los pocos días el mundo circense. Él era el prócer mago que sacaba de la chistera, de los bolsillos, de las mangas de las camisas e incluso de las perneras de los pantalones palomas, gatos, cuchillos, bolas del mundo, antorchas encendidas, mariposas del olvido,…
Llevaba seis años trabajando en el mismo circo y si aguantaba era porque estaba locamente enamorado de la equilibrista. Ever, el mago, tenía la costumbre de ensayar delante de los espejos para rectificar los fallos de sus prestidigitaciones, pues era perfeccionista y no quería cometer errores.
Cuando el circo se asentaba varios días en el mismo pueblo, a Ever le gustaba disfrazarse. Se ponía pelucas, bigotes, cejas postizas morenas que contrastaban con su pelo canoso y se inflaba de ropa para parecerse a Oli, pues su porte personal era esmirriado como Stanly. Así, creía él que, el público pensaría que aquel circo era muy importante al ver a diferentes magos actuando.
El último día que estuvo en el circo, Ever escuchó una conversación que mantenía un enano con el domador de fieras: ¨ Sabes, el día del asesinato de Agatha, vi salir a un gordo de su camarote pasadas las doce de la noche¨. Desde ese día, Ever comenzó a mirar mal a todos los gordos con los que se cruzaba por la calle. Todos eran sospechosos y podían ser asesinos de su amada. Cogió animadversión hacia los gordos y su propio peso se convirtió en una obsesión, en una verdadera tortura psicológica aun siendo extremadamente delgado. Por eso vomitaba cuando para paliar sus nervios comía más de la cuenta.
El psiquiatra llegó a la conclusión de que era un anoréxico fuera de lo habitual, con su síndrome muy difícil de encuadrar. Primero, por ser casi quincuagenario, y segundo porque le había contado que no hacía demasiado tiempo, en sus actuaciones, le gustaba ponerse ropas y más ropas para parecer un gordinflón en el escenario. ¿Cómo podía entenderse esta contradicción? ¿Cómo en tan poco tiempo el cambio en su personalidad podría haber sido tan notable?
Ever nunca salía de casa sin antes apretar con fuerza una pequeña radio contra su oreja. Aunque hubiese dejado de actuar en el circo desde el percance de la equilibrista, el mago todavía ensayaba en su casa, en el cuarto de los espejos. En su último show se colocó frente a un espejo. Ya no era sólo su cabeza la que le distorsionaba su imagen de extrema delgadez, también le engañaba aquella maldita luna con cierta concavidad. Sufrió lo indecible al verse tan gordo. Intentó que alguna emisora de radio le distrajese. Eligió una en la que un locutor presentaba la antigua canción de Mocedades, ¨Eres tú¨. Se sintió acorralado y amedrentado. Sacó de la manga del abrigo una pistola y apuntó a su figura, a su corazón, no merecía el seguir viviendo. Ojala pudiera ver su alma para hacer diana en ella. Su cobardía, como siempre, venció la batalla. Y el disparo quebró el espejo.

Prímula Veris
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2012, 16:40:57 pm
(http://www.fotosamor.net/imagenes/primer-beso.gif)

Un minuto


Día de lluvia, un día cualquiera guiado por la rutina de la semana. Un día de diciembre, dos amigos que se esperan… Ella en el portal, retocándose los últimos detalles para estar perfecta, perfecta para él. Un poco más lejos él, deseando verla, porque ella lo es todo, ella ilumina el día, este día lluvioso.
Se reúnen y, al verse, sus corazones se disparan y, aunque en el fondo lo saben, son amigos, amigos inseparables que comparten todo. Él desea besarla, ella desea que la bese. Un beso inocente en la mejilla, un hola distorsionado por el ruido de las gotas de lluvia chocando contra el suelo.
Pasa el día, y esa rutina insoportable que los sumerge en una vida monótona. Pero esta tarde se verán y, otra vez, al recordarlo, a los dos se les acelera el latido, a los dos se les hace un nudo en el estómago, ninguno ve la hora de que llegue la tarde para estar juntos.
El reloj marca las cinco. “¡Quedamos a la hora de siempre en el sitio de siempre!” Son las palabras que más le gusta escuchar de ella. Siempre las recuerda con una ligera sonrisa. Se prepara. “¿Qué pasará? Ojalá pudiera sentirla mía”. Por un instante, aleja esos pensamientos de su cabeza. Marcha a buscarla. Eso es lo único que importa ahora.
Sentados en un banco de piedra helado: “¡Vaya, ha dejado de llover!”. Se miran, se abrazan… Este es el momento. Ella le mira, le dice que cierre los ojos… Le roba un beso, ese beso tan deseado. Él los abre y, a partir de ese segundo fugaz, puede ver como su vida le pasa por la cabeza, puede imaginar un futuro con ella. Sí, les invade la felicidad.
Pasan los días, las semanas, los meses… ¿Cómo podían imaginar que ese beso cambiaría tanto sus vidas? Ahora están juntos, y cada momento es más especial que el anterior…
Y pasa. Se besan, se desean el uno al otro. Lo único que ansían es fundirse en uno, lo único que anhelan es la piel del otro, el cuerpo del otro. Se desean. Y en un minuto todo pasa. Un minuto infinito. Un vacío en el tiempo.
Les envuelve la pasión, les envuelven las miradas, las caricias, los abrazos y los besos… Y en un minuto todo pasa. “¡Para el tiempo! Quédate entre mis brazos para siempre”. Cada palabra que sale de su boca es como una canción para él, la canción que nunca se cansaría de escuchar, la melodía queaporta sentido a su vida.
Y en un minuto la mira, y no puede dejar de mirarla.
Y en un minuto piensa que ella sigue siendo todo, porque sabe que, aunque haya dificultades, aunque pasen inviernos, sus ojos verdes seguirán guiando su camino, seguirán poniendo luz donde haya oscuridad… Como en aquel día lluvioso.
Y en un minuto, lo mira, y no puede dejar de mirarlo.
Y en un minuto lo piensa: él se ha convertido en parte de su vida, en lo que nunca nadie será, en lo que nunca nadie será, porque nunca habrá nadie más.
Y en un minuto se besan. Besos fugaces pero a la vez intensos.

Minutero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2012, 16:48:20 pm
(http://ciberaulazarautz.files.wordpress.com/2011/11/celular3-tra.png)

Vergüenza


 El día anterior nuestra oficina había entregado un informe en el que se encontró un error y mi jefe me estaba dejando entrever que al ser yo el más joven de la empresa dicho fallo tenía que ser culpa mía. Tras dicha aclaración y cuando mi jefe se había marchado ya me sonó el teléfono. Era David, un antiguo amigo con el que hacía semanas que no hablaba. A pesar de la sorpresa que supuso recibir una llamada no le cogi el teléfono. Mi jefe aun seguía por la oficina y no quería darle ningún motivo para volver a la carga. Rechace la llamada con la intención de llamarle después.  Algo turbado seguí repasando el informe concienzudamente una hora sin encontrar donde había metido la pata.  Finalmente llego la hora de salida y me marche rápidamente porque esa noche había quedado con mi novia para cenar ya que parecía que hoy era el aniversario de algo y aun tenía que llegar a casa para darme un duchazo. Ya en la calle quite el candado a la bici y comencé a pedalear rápidamente. Durante el camino no pare de pensar.
Ya en casa mientras me quitaba la ropa en el baño. Al vaciar los bolsillos de los pantalones saque el móvil para dejarlo sobre el lavabo, dude y finalmente lo volví a coger. Busque en la agenda y por fin me atreví a llamar. Espere hasta el tercer tono y colgué.  Ya bajo el agua de la ducha recordé porque dejamos de hablar. Todo lo había jodido él con la tontería de decir que era gay y que estaba enamorado.
Cerré el grifo y salí aun bastante mojado por lo que cree un gran charco bajo mis pies. Cogí una toalla y me la enrolle alrededor de la cintura,  aun con las manos húmedas volví a llamar. Oí como descolgaban pero no contesto, espere unos segundos sin atreverme a iniciar la conversación. 
-   ¿Hola? – Escuche por fin.
-   ¿David? – Pregunte extrañado al no reconocer la voz.
-   ¿Es usted pariente de David Torres? – Me pregunto el desconocido.
-   Bueno, somos buenos amigos. – Respondí tras unos instantes de duda – ¿Y usted quién es? ¿Donde está David?
-   Le llamo desde urgencias, yo soy uno de los del Samur que ha tratado a David. Se le debe haber caído el móvil en la ambulancia en el trayecto.  Siento decirle que su amigo ha fallecido debido a…
Seguían hablando a través del móvil pero yo ya no escuchaba…

Kobb
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2012, 16:54:37 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-Aj05f4Hx-yk/TbN5tvxMt-I/AAAAAAAAADY/sT-Ajpsqwyc/s220/el%2Bperro%2By%2Bla%2Bluna.jpg)

Lobo


Las ventanas se rompieron en pedazos, dejando entrar a una enloquecida jauría de lobos que nada más posar sus pezuñas en el aula miraron sedientos a todos y cada uno de los presentes, gruñendo por lo bajo con ansias de desgarrar toda esa carne con sus afilados colmillos.
El último en entrar fue un enorme lobo blanco, mayor en tamaño que todos los restantes, que, como si de conocimiento humano se tratase, miró a los asustados jóvenes, bloqueados por el miedo, hasta detenerse en una cara de ojos violáceos y tez pálida, se volvió hacia sus compañeros y aulló.
Aulló con fuerza, acompañado por sus compatriotas a la vez que gritos angustiados sonaban ante la incapacidad de abrir la puerta.
Al conseguirlo todos se precipitaron hacia el exterior presas del pánico ante la bestialidad de las criaturas, que empezaban a alcanzar a los desprevenidos rezagados. El ambiente tardó poco en impregnarse del aroma ferroso de la sangre.
Yo seguía corriendo, perdida en los pasillos mal iluminados de este centro antiguo y extravagante, seguida por la implacable mirada oscura del lobo blanco, era su presa favorita en la cacería. Respiraba con dificultad y al volver a doblar la esquina resbalé, cayendo sobre mi cadera, torciendo mi tobillo en un ángulo nada agradable.
Lancé una exclamación de dolor al pisar de nuevo con la pierna e ignorando a mi persona eché a correr de nuevo, bajando las dichosas escaleras que tan desesperadamente no encontraba antes, y mientras bajaba por ellas iba rodeando a decenas de cuerpos malheridos, o en el peor de los casos mutilados, pero ningún muerto, todo era de un exasperante color escarlata a excepción de la impune sombra blanca que conseguía vislumbrar de vez en cuando por el rabillo del ojo.
La misma que, cerca de bajar los últimos escalones de las escaleras saltó con gran impulso hasta caer con fuerza sobre mí, derribándome al suelo y acrecentando todo tipo de dolor físico.
Vi, en un espacio de tiempo ralentizado creado expresamente para disfrutar gota a gota de mi miedo, como todos y cada uno de sus afilados dientes como cuchillas se hundían en el brazo que mantenía en alto, manchando mis ropas claras con mi propia sangre, hasta que, al deslizarse él un tanto hacia un lado dejó libres a mis piernas de su peso, le propiné una patada en el costado, lanzándolo hacia la pared, chocando brutalmente contra ella y gimió por lo bajo, incapaz de levantarse de nuevo, al contrario de mí, que de nuevo me levanté, recobrando lentamente el aliento.
Gemía como un cachorro desprotegido y empecé a sentir pena, asustada de haberme excedido en mi fuerza. Di un tembloroso paso hacia él y una gran punzada de dolor me hizo volver a la realidad, contemplado el brazo cuya carne estaba mutilada, descuartizada y ausente en algunas zonas del mordisco.
Me tambaleé sin mucha decisión hacia la entrada, donde docenas de policías cargaban al exterior con cuerpos inertes. Al verme a mí dos de ellos se acercaron aprisa, tomándome en brazos sin poder aguantar mi propio peso para caer en la inconsciencia con un último rostro que me hablaba a gritos, reflejados en sus ojos otros ojos violetas, que se cerraban lentamente, agotados.

Un último aullido arrancado sonó, lastimero.

Quill
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2012, 16:59:36 pm
(http://4.bp.blogspot.com/-yF_guYXrLzQ/T9U1fbmUqSI/AAAAAAAAAYA/yJ9oWK_JE8k/s1600/arbol.jpg)

EL Árbol que quería ser feliz


El árbol sólo quería ser feliz, pero el viento azotaba con sus gélidas manos las pocas hojas que el otoño había dejado….Pronto el invierno llegaría envolviéndolo de pequeños copos de nieve .Pero mientras éste no llegase habría tiempo y esperanza para disfrutar del sol antes de guarecerse en su interior, entonces el árbol miró hacia la montaña y suspiró triste porque no veía a los niños que todas las tardes salían a jugar en sus ramas. Con ellos se daba cuenta que su cometido en este mundo no solo era dar cobijo a tantos niños que guardaban el invierno para jugar con la nieve debajo de él, y para los enamorados que paseaban por el bosque, ellos ilusionados hacían un corazón donde ponían te quiero, para toda la vida esos enamorados también echaban de menos que no llegara la primavera pues a su árbol querían volver donde se prometieron amor eterno.
Un día, Árbol levantó la mirada y vio, a lo lejos unos pequeños rayos que parecían provenir de entre las nubes, ¿será el Dios Sol que está asomando para llenar de calor todas mis ramas?, y entre el fulgor vio la sombra de un pajarillo que se le acercaba feliz en su vuelo ligero y rápido llamándole: "¡Árbol! ¡Amigo!” De repente las hojas verdes destellaban mágicamente, una especie de luz brillante envolvía majestuosamente todo el entorno, con esa energía que solo el árbol quería regalarnos… Los pequeños rayos, atraídos por el fulgor verde, decidieron consciente y maliciosamente acercarse a investigar un pequeño capazo que alguien había abandonado al pie de su tronco en cuyo interior se hallaba una criatura durmiendo plácidamente. Sobre su regazo había una nota que decía:
"Ruego al Señor de los Árboles que cuide a esta criatura con el afecto y la ternura que yo no pude darle."
Los rayos se quedaron maravillados con la belleza de aquel pequeño angelito, pero se preguntaban ¿cómo un árbol podrá hacerse cargo de esta pequeña criaturita? Además ya no le quedan apenas hojas para darle cobijo. ¿Qué será de el en este duro invierno? A lo que el Árbol contestó:
- Sé que sólo soy un simple Árbol, que estoy viejo y que apenas me quedan hojas, pero le daré todo el calor que él necesite, todo el amor que le haga falta, se hará un hombre fuerte y bueno, que junto a los niños que aguardaban el invierno, harían que de ese árbol nacieran muchos arbolitos y convertirlos en un gran bosque.
Entonces habló el Sol, Y dijo: Árbol, para ti siempre será primavera. Por tu amor te has ganado que mis rayos siempre te reciban.
Pero una gran nube tapó al Sol y silenció su voz.
El Árbol se quedó desconcertado, preguntándose qué le pasaría al Sol.
El niño se movía agitado en su cuna, se despertaba agitadamente de una pesadilla; pero al abrir los ojos pudo constatar que ni una gran nube tapaba el Sol, ni que el árbol estaba desconcertado, pues le sonreía paternalmente.
El bebé sentía miedo, pero dio la casualidad que los enamorados regresaban a ver su árbol gravado de amor eterno. Asombrados vieron como aquel lloraba; quizás por hambre, pensaban. Para ello acordaron en llevárselo a su casa. Al frente vivía una vecina llamada Anita que había perdido la inspiración. Pensaron que al ver al bebé la vecina -Anita- le llegaría la inspiración. De repente se puso manos a la obra. Con su buen hacer y sus manos dispusieron para el pequeño de canastilla y demás útiles para el bebé. Mientras le daban de comer pensaban en el nombre del bebé. Como el árbol era un abeto, llegaron a la determinación de que el mejor nombre sería el de “Abel”.
-Sí, se llamará Abel, "Aquel que es hijo”, le presentaremos el niño a Anita, se alegrará de la visita. Árbol, no te preocupes, te lo traeremos de vuelta antes que anochezca.
Anita era una anciana brujita, olvidada hace ya mucho tiempo por los humanos, como así estos habían olvidado su magia.
 
La magia había sido olvidada por los humanos porque se habían perdido en el camino del espejismo, en el camino de creer en cosas banales. Anita estaba convencida de que con su buena magia, la ayuda de los enamorados y el Abeto, podrían hacer de Abel una persona de grandes cualidades y sentimientos.
Y así fue cómo Anita, preñada de sabiduría y visiones de un futuro benévolo, decidió el futuro de Abel y de toda la Tierra del Este: con el tiempo, Abel aprendería sus artes y volvería a traer el don de la magia a los hombres. Dando un saltito desde su cueva, se acercó al capazo y con su barita mágica dijo:
"Tuyo será el poder de que todos los seres humanos sean felices y vivan en armonía con el resto del universo pero para eso tendrás que pasar una gran prueba"
Abel estaba, pues, destinado a convertirse en luz entre tinieblas.
Tenía que descubrir cuál era esa prueba, lo que no sabía es que en esta debería demostrar humildad y nobleza de corazón para ganarse el don. Fue entonces cuando apareció el hada de la oscuridad, envuelta en aquella capa que no tenía fin, cuyos reflejos plateados imitaban las pocas estrellas de la noche .Susurraba aquella canción que dice así:
"Del país de las Hadas vengo, ése que no encontró Mecano, lalalililolilo"
Así cantaba el hada Minerva, con el manto infinito plagado de reflejos plateado.
A lo lejos, una chica de mirada melancólica paseaba mirando hacia la nada. Sonreía levemente, como si estuviese evocando el recuerdo de un amor al que esperaba reencontrar. La mirada azul de Carla se reflejaba en el lago, mientras el viento jugaba, caprichosamente, con su pelo. Levantó la vista y vio al Hada Minerva... quizá ella sabría donde estaba su bebé... El hada le dijo que el bebé lo cuidaba el abeto más antiguo del bosque, que en realidad era un príncipe convertido en árbol por el encantamiento de una bruja celosa de ella.
La muchacha buscó al abeto y vio cómo su hijo retozaba junto a él plácidamente, no se necesitaron palabras, ella rozó el tronco escarpado del árbol se sentó y quedo dormida mientras el abeto intuía que, siendo ella su madre, no habría duda que mejor que ella nadie lo cuidaría mejor,
El árbol tapó a la bella dama con sus hojas para paliar el frío, viendo esta al despertar que era una hermosa manta bordada en hilo de oro y plata, sorprendida pensó
Esta preciosa manta la reconozco. ¿Estoy soñando? se preguntó... No, la he visto en...un beso en su mejilla interrumpió sus cavilaciones...., tímidamente se giró y allí estaba el príncipe que venía con su bebé en brazos a devolvérselo a la linda muchacha...
De repente, salió el sol, el abeto tenía sus ramas más fuertes que nunca, los pajarillos revoloteaban alrededor del Príncipe y la muchacha, y el Hada Minerva sonreía desde la rama más alta del abeto, orgullosa mientras observaba la felicidad del príncipe, la bella muchacha que había cambiado su mirada melancólica por lágrimas de alegría al haber recuperado su bebé y encontrado el amor.
Y como todos los cuentos... vivieron felices enamorados para siempre... aunque sin casarse ni comer perdices.

Pitágoras
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 07, 2012, 17:02:46 pm
Naves espaciales en los médanos del Alfar


Corría el verano del ´72… el sol aún estaba alto en el horizonte esa calurosa tarde de Enero en las playas de Camet. Mi piel estaba muy quemada y mis cabellos desteñidos por el sol y el salitre de tantos días de pesca. Caminaba feliz con mi caña al hombro y unas cuantas corvinas en la ganchera, subí la barranca y me fui a lo de mi abuela, que vivía a escasos metros del acantilado, en lo que años más tarde se llamaría La Gaviota… horas después, mi “viejo” me llevaba en su Renault Gordini a casa. Ni bien llego, mi “madre” me entrega una carta, ansioso rompí el sobre y la leí .Era una invitación del Batallón 21 de Exploradores, para participar del campamento de verano, que se realizaba todos los años en algún sitio de la región.
A la siguiente semana ya había dejado por unos días mi caña de fibra de vidrio, que me había comprado mi viejo en Casa Moncada, reemplazándola por un viejo Clarín de Caballería, al cual le dedicaba mis tardes de invierno, y con el que ejercía mi puesto de Trompa de Órdenes en el Batallón.
El entusiasta grupo de 60 exploradores partió rumbo a un bosque de pinos enclavado en una zona de médanos, en el alfar. Área perteneciente al ministerio de Asuntos Agrarios, emplazado a la vera del Paseo Costanero Sur.
Llegamos a media mañana, el murmullo del mar cercano llegaba hasta nosotros. Los pinos y tamariscos se unían a esa alquímica fragancia de verano. El tremendo bullicio de tan nutrido y jocoso grupo se fue aquietando, hasta que un mítico silencio invadió el lugar. Los pájaros comenzaron a volver al sitio y todas las compañías aceptaron el silencio como un regalo del cielo…pero solo fue un instante, la voz de nuestro jefe y camarada, “Willy Brown”, quien era el mayor en edad, con sus 13 años, nos llamó a la realidad. Atención ¡!! Y los 60 camaradas gritamos Atención ¡!!, los pájaros desaparecieron de nuevo.
El éxito del campamento dependía de la responsabilidad y el empeño puesto por cada grupo en las tareas que nos eran asignadas, no pocas, por cierto. Todo comenzaba al amanecer con el toque de “diana”, de ahí en más, había que preparar el desayuno, acarrear leña y agua, realizar las prácticas de Judo, organizar las guardias, los grupos para ir a la playa, las clases de instrucción de orden cerrado, sanidad, ingeniería y comunicaciones. Y lo más lindo, los squetch y cuentos para el fogón de la noche, donde todas las compañías rivalizaban  por presentar el mejor espectáculo.
Pero en todo grupo organizado, hay un grupo rebelde…a los que había que controlar y mantener a la vista…era el “Grupo Apolo”, que solían desaparecer y ocultarse en el bosque, para evitar las tareas del día y la disciplina implacable del jefe. Y era tarea de la patrulla de seguridad, salir a rastrearlos por los caminitos de arena entre los tamariscos y pinares, recorriendo largas extensiones de médanos hasta dar con sus escondites. En aquellos días solo nos comunicábamos con señales de banderas en campo abierto, y con toques de clarín en el monte o en la noche. Como trompa de órdenes, tenía que estar siempre junto al jefe…aunque años después, me uní a los rebeldes…Pues el instructor de Judo, era el jefe de los Apolo, y yo me iba enamorando poco a poco de las practicas de lucha, y los desplazamientos clandestinos.
Y fue en aquel campamento en Alfar, pegado al arroyo, en una de esas noches del estío, que nos permitieron extender el fogón hasta muy tarde. Los cuetos y las canciones se sucedían una tras otra y, una vez más, me tocaba hacer la parodia del circo, donde dos compañeros se disfrazaban con una manta, simulando un caballo amaestrado. Yo le ordenaba hacer unos trucos, y obedientemente el “animal” los ejecutaba, hasta que, previo convencimiento de algún recluta nuevo en el batallón, se lo invitaba a colaborar del espectáculo. Era el acto de acostar al “voluntario” para que el caballo lo saltase. En ese instante, con una botella de agua oculta bajo la manta, el caballo se “orinaba” y el invitado salía despavorido dando final al acto, con un estruendoso aplauso y aullidos del público, que sabía de antemano todo el ritual del espectáculo…Nuestro capellán, el Reverendo Padre Ottonello, quien conocía de memoria todos los repertorios, disimulaba su aburrimiento y se dedicaba a admirar el claro cielo nocturno, buscando estrellas y constelaciones de su conocimiento. Unos instantes después sus fuertes gritos llegaban a nuestros oídos, sorprendiéndonos. Cesaron las risas y los aplausos de las actuaciones y atentos oíamos sus palabras:
--- Miren al cielo ¡!! Miren al cielo ¡!!
Cuando lo hicimos, la sorpresa por lo que veíamos, impidió toda reacción, quedamos paralizados por el espectáculo que ofrecía el firmamento en esa inolvidable noche del verano de 1972…Un gran óvalo que desprendía una intensa luminosidad amarilla, en cuyo centro se destacaba claramente una “X” roja, rodeado de cinco óvalos más pequeños. Una nave nodriza y cinco escoltas…
---Ovnis ¡!! Ovnis ¡!! Gritábamos enloquecidos, la espesura del bosque aledaño al claro del campamento, no permitió ver más, y los visitantes desaparecieron en el gigantesco firmamento nocturno…pero juntamente a los objetos voladores, esa noche el “Grupo Apolo”, también desapareció…
…El jefe Brown ordenó el toque de silencio, mi  Clarín sonó lacónico mientras las luces del fuego se apagaban. Todos a dormir, y la guardia reforzada aquella noche, cuchillos de monte a la cintura y caña de colihue en mano. En las carpas nadie hablaba, tampoco dormían…
---Alto quien vive ¡!!---grito un centinela ya entrada la madrugada.
Eran los miembros del Grupo Apolo. Uno a uno fueron entrando al campamento. El Jefe no hizo preguntas, no hubo castigos por este nuevo acto de indisciplina. Además, traían un relato sobrecogedor. Eduardo, el líder del grupo donde militaba Jara, Caco, Rodríguez y otros, quedo en la carpa comando dando su informe.
--- Encontramos marcas en la arena, quemaduras como de petróleo ovaladas, con una cruz enorme en el medio--- relató Eduardo.---eran como sellos gigantes, de alquitrán o algo parecido, las vimos con nuestras linternas, cerca de la playa.
La noche estaba ya muy cerrada, y faltaban unas horas para el alba. Se decidió descansar y salir de patrulla ni bien amaneciera. Las horas se hicieron largas, muy largas aquella noche en los médanos del Faro Punta Mogotes.
Con las primeras luces del nuevo día, sin desayunar, con una patrulla comandada por el Jefe, salimos para la playa a comprobar si aún estaban las marcas sobre la arena. Después de varias pasadas por la zona indicada por el “Grupo Apolo”, no encontramos nada, absolutamente nada.
--- Seguramente la marea borro las huellas--- comento Eduardo.
--- O pudo ser el viento---acotó Jara, su lugarteniente.
--- O su imaginación prodigiosa, espeto de mal humor el jefe.
Volvimos muy callados todos al campamento.
Para el mediodía, Don Hugo Pereira, el padre de Aníbal, el Explorador más chico del Batallón, nos traía unas viandas con helados. Un regalo de lujo, en aquellos días de guisos, fideos y austeras comidas de nuestro rancho, y como por casualidad comentó:
---Se enteraron?, el radar de la Base Aérea Militar detectó anoche una escuadrilla de OVNIS, lo comentaron esta mañana en  radio Mar del Plata…
Quizás, el “Grupo Apolo”, queriendo acrecentar su fama de audaces, inventó la historia del aterrizaje, tal vez fue real y nadie les creyó. Quien lo puede saber. Pero lo cierto, es que, en aquel campamento de verano del Batallón 21 de Exploradores de Don Bosco, vivimos aquella noche una experiencia inolvidable…

El Justiciero del Sur
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2012, 16:02:44 pm
AH1N1



En el palacio de justicia, el juez octavo penal municipal con funciones de garantías, oía calmadamente al fiscal, los cargos de presunta participación de actos con fines terroristas, al indiciado Víctor Manuel Lozano, que descansaba pesadamente en el banquillo de los acusados y que se sostenía en su palabra de inocencia absoluta.
Unos de los primeros en declarar fue el inspector de policía, el sargento Cruz. Que recalcó por varias horas, que la supuesta granada o el artefacto llevado por el detenido, se le había explotado en las manos. Lo que resultaba al oído del público, un hecho digno de severo castigo.
El abogado defensor por su parte, elaboró la rigurosa sustentación con los datos recogidos y los testimonios técnicos, empezando  con una quirúrgica demostración:
-Al señor Lozano, le diagnosticaron -señor juez-, un resfriado severo y nos lo certifica el testigo principal, su médico de cabecera, el Dr. Cifuentes y otros conocidos de Puerto Baruca. Compungido por tan nefastos síntomas, como fiebre, ojos llorosos, inflamación de la garganta, dolor de cabeza, de cuerpo y espalda. Salió con fórmula en mano, rumbo a la droguería de su entera confianza, la cual queda…-¡Perdón!-,  quedaba, justo al frente de la plaza de mercado. Al trasladarse del consultorio a la droguería, lógicamente tenía que atravesar el parque central, como lo vemos descrito en éste croquis…
-A mi cliente, un estornudo que sonó como un trueno multiplicado, le desprendió la boca y la nariz. Legalmente eso es todo el asunto a tratar...
-Los moradores, su señoría, –con razón-, sintieron de nuevo la presencia de la guerrilla hostigando al pueblo, en especial al Banco agrícola, que queda diagonal al parque Central. Es de recordar que no era sábado o si no, el asunto hubiera sido de unos perjuicios de  proporciones incalculables.
-¡Fue en el parque!-. Gritó  el carnicero.  En ese momento paralizó la afilada de  cuchillos y los cortes metódicos a una costilla de res. El grueso de la gente asustada, que regateaba al momento de los hechos, sus kilos de chatas, sus lomitos de cerdo y el tripaje para sus rellenas y genovas, se parapetaron mejor en la carnicería. Poco después, se armaron de valor cada uno, para observar detenidamente los resultados en sus cuerpos del impacto de la onda explosiva. El diagnostico posterior por parte de medicina legal; -ciento por ciento ilesos.  Es de recordar, que para éste pueblucho, era la tercera ó cuarta vez que ocurría estos asedios. No era normal, ya que el pie de fuerza se había duplicado.
-El Carnicero merodeó con sigilo, encabezando la turba chismosa por los alrededores, con dirección al parque.
-Su señoría, la defensa está tratando a éste pueblo de ser chismoso y de meterse en cualquier galimatías...
– ¡Objeción! - Abogado, continúe.
– ¡Señores de la audiencia!  -Verán, como reposa en éste documento de la oficina de derechos humanos, la cuantificación hecha de las pérdidas humanas, fue de cero. También, de cómo la explosión comprometió algunas casas, carros, árboles, vidrios, envases de cerveza y lo peor; la estatua de la virgen de la parroquia a la que se le desplomó el hijo… Y que ahora se perfila como la patrona de los brazos caídos…
-Señor abogado, le recuerdo que está corte no admitirá un desacato más.
–Perdón su señoría, sigo entonces con las estadísticas. Sé que se elevó el número de víctimas;  -dos gatos, siete perros y una docena de gallinas-, según datos de la clínica veterinaria.
Para la entera tranquilidad, del señor fiscal, no se encontraron en mi cliente, rastros de pólvora y ninguna otra sustancia sospechosa.
Hay que tener en cuenta que a Víctor Lozano, una víctima más de la gripe, que perdió gran parte de su rostro, a quien el pueblo se le fue acercando paulatinamente, temeroso de que tuviera en sus manos otro artefacto explosivo.
La cara de la victima emanaba a borbollones muchos fluidos, él con las manos, avergonzado se cubría el rostro. Unos curiosos se le apartaron y forcejearon, observaron con horror la desfiguración y escaparon espantados, porque presintieron que de nuevo iba a expeler y por ende contaminarlos, algo que sería peor que la detonación.
-Éste pobre inocente, con una difusa jerigonza, -Señor juez; trató entre sus coterráneos hacerse entender, y que todo era culpa del estruendoso estornudo, ¡no más!  -Lo que refuta el dictamen despedido por la fuerza civil en cabeza del inspector, de ver en don Víctor un fanático agresor extranjero.
¡Explíquese mejor abogado!
-El informe su señoría, fue manipulado en contra de mi cliente, por parte de esa institución, al presumirlo de loco y terrorista árabe, ya que advirtieron su bufanda amarrada a la cara… Que se apartaron aterrorizados, gracias a que él se tocaba con insistencia el pecho.
-¡Se va a inmolar!  Gritaron.
-Los que conocen de antaño a mi cliente y dan fe de sus acciones, saben que él es un cristiano consagrado.
Sin embargo persistieron en  indagar con mayor objetividad. Y porque se le venían las lágrimas, lo asemejaron con su Mea Culpa y por supuesto no creyeron su fantasiosa confesión. Pero yo digo señor juez; no es culpa de mi representado, que ellos no entendieran los procesos naturales de la gripa, que solo deja al final, ojos llorosos.
Se comisionó  como usted sabe, encontrar como prueba reina dichos órganos, con la ayuda exclusiva de la policía. La estrategia se hizo conforme al código de procedimiento. El agente García, ya dio versión libre, juramentada y espontanea de ello.
No se dio cuenta su señoría, que la nariz guiaba pérfidamente a la boca, con destino a la plaza de mercado. Los campesinos a esa hora no salieron a chismosear, por ser día entre semana. Vieron eso sí, como esa especie de ratoncitos, cruzaban rápidamente por debajo de las mercancías y los bultos de verduras.
Segundos más tarde, oyeron un chasquido cada vez más rugiente y en las cocinas se abría paso, tirando al suelo todo tipo de ollas y peroles.
-La operación criminal fue sencilla. -Señores del jurado-. Mientras ella mascaba estridentemente, su compinche, le sugería que engullera todo, sin pagar los productos consumidos. Sin embargo, ella iba creciendo de tamaño, lo mismo que su desaforado apetito. Ahora bien, al ver éste monstruo, salieron despavoridos de sus cuchitriles, tanto campesinos como revendedores, porque pensaron que esa boca desmuelicada también se los iba a hartar de un solo bocado.
El que miraba estupefacto a la descomunal boca, -¡repito!-. Era el carnicero, cuando ésta, de un solo sorbo, vació la alberca donde se lava el pescado. Gritó aterrado:
-todos al suelo, que esta jeta va a eructar. Y pasó lo que tenía que suceder, la segunda explosión…
… -Termino señor juez, pidiendo la exoneración inmediata del suscrito.

Víctor Manuel Lozano, fue de inmediato puesto en libertad y absuelto de toda culpa, mientras que el juez de penas impartió una ejemplar cadena perpetua de reo ausente a la boca y se fijó una recompensa para ubicar a esa subversiva en cualquier país.
La nariz por su parte fue capturada y extraditada a Estados Unidos, de allí se fugó, con la firme aspiración personal de empotrarse a países, donde las leyes fueran más flexibles.
Dicen las malas lenguas, que está en algún país latinoamericano metiendo sus ñatas en donde nadie la ha llamado, con el terrible argumento de guiar y armar un ejército de boquitas y regarlas por todos estos países.
Al final todo fue inútil y como siempre sucede,  todo quedó en la impunidad. La gripe contagió primero a Colombia, países vecinos y así sucesivamente, pasando por el continente europeo, hasta llegar al medio oriente, donde aun no le han encontrado su cura.

Cesar Pérez Pinzón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2012, 16:07:58 pm
(http://img27.imageshack.us/img27/2729/laniayelmounstruo.jpg)

La Niña y el Mostruo


-Estaba aislado, era imposible que escapara
-¿Cuáles son los daños?
-Cuantiosos, varios muertos.
-¿Qué paso después?
-Tuvimos que buscar a la niña. Era la única que podía localizarlo, de algún modo están conectados.
-¿Problemas para encontrarla?
-No demasiados, los padres, sus supuestos padres, se creyeron demasiado su papel, en un momento dado se negaron a devolverla, y la escondieron, huyeron. Dejamos que creyeran que no podríamos encontrarlos. Dejamos que vivieran en su mentira. Señor, debería haber visto su cara cuando llegamos allí. Aquella cabaña situada en las montañas del norte, parecían salidos de una película del oeste, hasta que llegaron los indios, con sus helicópteros.
-¿Resistencia?
-Mínima. La decisión fue de no prescindir de ellos por el momento. La niña con sus padres muertos, no hubiera colaborado.
-Tanta historia solo para que nos lo señalara en un mapa.
-Ya sabe como son los niños.
-Lo sé, tengo dos y otro en camino. Mi mujer tiene un absurdo concepto de familia numerosa igual a familia feliz.
-El caso es que la niña lo señaló, tuvimos que cortarle un par de dedos a su padre postizo delante de ella, pero acabó elevando su pequeño dedito como un cohete que ascendió, y ascendió hasta perder fuelle y estrellarse en un diminuto trocito del mapa. Señaló la ciudad de Tromalmire. Se trata de una ciudad pequeña, un pueblo prácticamente, aunque mejor no decirlo abiertamente allí, de alguna forma la palabra pueblo ofende a sus habitantes. En cualquier caso  fue allí donde lo localizamos.
-¿Hablaron con la autoridad?
-Sí, un tal Jeff Lemire, un tipo barrigón y con aliento a licor, era como una dragón jubilado con un mechero.  Se mostró totalmente colaborador.  Nos llevó hasta donde sospechábamos que podía estar la criatura. La casa de los Donohue. Ni Jerry Donohue, ni su mujer Linda Donohue habían ido a trabajar, tampoco la pequeña Marta Donohue había acudido a la escuela.
-¿Le pasó algo a la niña de los Donohue? No me gusta que hagan daño a los niños, no si no es necesario.
-Es usted un sentimental, Señor. No, a la niña no le pasó nada, nuestro espécimen siente una especie de predilección por los cachorros humanos. Sin embargo no puedo decir lo mismo de los padres de la niña. Jerry Donohue estaba descuartizado en el suelo de la cocina, le faltaba un brazo y la cabeza,  X, la criatura, entendemos que, bueno, que se los comió. A Linda Donohue la encontramos bajo la cama del dormitorio del matrimonio, escondida como un hueso, X, también había dado cuenta de su cabeza y de uno de los brazos, esta vez del izquierdo.
-Los utiliza para regenerarse, ¿no es cierto?
-Así es Señor. Al prototipo X se le deterioran rápidamente los brazos y la cabeza. Consumir cabezas y brazos es su forma de hacer crecer nuevamente esas partes de su cuerpo que se pudren y caen a una velocidad considerable. Le crecen nuevas cabezas y brazos, mientras que las antiguas permanecen como tumores hasta desprenderse por sí solos de su cuerpo.
-¿Dónde estaba?
-En el armario.
-¿En el armario? ¿Y qué cojones hacia allí?
-Estaba con la niña, los padres escondieron a la niña allí al entrar nuestro “monstruo” en la casa, después de acabar con los padres X olfateó a la niña hasta dar con ella.
-Usted dijo que no le ocurrió nada a la niña.
-Y así es, nuestro ejemplar estaba allí acurrucado, abrazaba a la niña como queriendo protegerla.
-Resulta irónico. ¿Cómo la sacaron de allí? ¿Cómo separaron a X de la niña Donohue?
-Utilizamos a la otra niña, a la nuestra. Verá la única manera de hacerlo sin enfurecer a la criatura era salir nosotros, abrir la puerta, y darle un empujoncito para que entrara ella solita.
-¿Hubo que esperar mucho?
-Casi instantáneo. X la olisqueó en apenas segundos, y, con uno de sus brazos abrió el armario sin soltar a Marta Donohue. Vio a nuestra niña –su niña- en el umbral de la puerta de la casa, la vio avanzar un par de pasos y luego detenerse.  Fue entonces cuando salió del armario, pero seguía sin soltar a la niña de los Donohue.  Se acercó hasta nuestra niña e intentó cogerla, y ésta se negó, lo hizo con autoridad, haciendo un ademán con la cabeza, le señaló a la niña de los Donohue y le instó a que la soltará. Le juro señor que fue lo mas increíble que he visto nunca.  Era como ver a Jessica Lange dando órdenes a King Kong. La criatura soltó a Marta Donohue. Y entramos en escena.  Solo hubo un problema.
-¿Cuál fue?
-La niña, la nuestra, lo achuchó contra nosotros. Dijo algo así como, “mátalos, mata a todos ellos, son malos conmigo, son malos con nosotros”
-Y entonces fue cuando ocurrió.
-Sí, señor, lo que ocurrió fue que la bestia X salió disparada se abalanzó sobre los soldados, tenía una docena de soldados rodeando la casa, no sirvió de nada que abrieran fuego, los mató a casi todos y devoró sus cabezas y brazos, fue un espectáculo dantesco. Aquella situación, era imposible de controlar, no habíamos previsto tal poder, tal furia de X. Fue a causa de la niña, de algún modo, al estar los dos juntos, X se volvía mas fuerte, mas feroz. La palabra era imparable, Señor.  Solo yo y un par de soldados logramos salir de allí.
-¿Qué hay de la niña?
-La dejamos atrás. Los dejamos atrás a los dos.
-¿Cuál es la situación actual? Sin duda tenemos que volver, hay que tomar medidas y capturarlos a los dos, desafortunadamente habrá que eliminarlos, es una lástima con todo ese potencial.
-Señor, no hará falta volver.
-¿Por qué no?
-Se dirigen hacia aquí, todos los informes dicen que llegarán de un momento a otro. Se puede ver fácilmente por la ola de destrucción que dejan a su paso.
-¿Qué dice?
-Las alarmas de estas instalaciones se han activado Señor. Creo que ya están aquí.
-Eso no es posible.
-Esta habitación es segura. Sin embargo, no estoy seguro de que… ¿lo oye? ¿oye los gritos? ¿Y los disparos?
-¡Tiene que haber una forma de detenerlos!
-No la hay Señor. La niña y el monstruo ya están aquí.

Jerry Clade
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2012, 16:13:02 pm
(http://us.123rf.com/400wm/400/400/jackrust/jackrust1109/jackrust110900182/10689656-interruptor-de-la-motocicleta.jpg)

La Motocicleta


Los pelos cubrían toda la pila, se miró al espejo y observó su nuevo look, había llegado el momento de cambiar de dejarlo todo atrás. Su barba de chivo le daba un aspecto algo cómico pero no le quedaba mal. Volvió a su habitación y empezó a meter las cosas en la mochila, notó que algo se quebraba bajo su pie, se agachó y comprobó que era una foto del día de su boda, que lejanos parecían ahora esos días…
Al abrir la puerta, le invadió la nostalgia, la añoranza por aquello que dejaba atrás, giró la cabeza y vio el desorden que reinaba en su casa, parecía una cruel metáfora del destino para mostrarle el desorden que reinaba en su vida. Bajó corriendo al garaje para evitar que ningún vecino cotilla le observara. En la oscuridad lejanía contempló su motocicleta, cubierta por una polvorienta manta, aún se acordaba de cuando la había comprado en ese momento su mujer le había ridiculizado diciendo que no era más que un intento para recuperar su juventud.
La motocicleta permanecía tan nueva como el primer día debido al poco uso que le había dado, la había tenido guardada como una última vía de escape al que esperaba no tener que recurrir. Recordaba cómo había cambiado su vida en una semana y una lágrima se le escapó, cogió aquel ridículo casco de motero y se lo abrochó, ahora no tenía nada pero era un hombre libre.
La falta de práctica con la motocicleta le pasó factura cuando esta se le caló en un paso de cebra, provocando las risas de unos adolescentes que pasaban por allí. Se giró y les miró fijamente echándoles un corte de manga antes de volver a arrancar la moto, toda su vida había seguido las reglas pero ya era hora de empezar a romperlas.
Mientras recorría aquella interminable autopista con destino a ninguna parte y el sol pegándole en la espalda, no podía evitar sentirse como uno de los moteros de “Easy Rider” ahora era un espíritu libre. En la euforia del momento profirió un sonoro grito, que se vio interrumpido por el claxon de un coche que le estaba adelantando y por poco le tira de la motocicleta.
No llevaba más de dos horas de viaje cuando paró en un pequeño bar de carretera cuando entró, los dos hombres que poblaban la barra se giraron hacia la puerta pero rápidamente perdieron su interés por él y siguieron mirando al vacio. Se sentó en la barra y se quedó durante un rato observando la camarera que trataba de abrir el lavavajillas a golpes, era una jovencita rubia de unos veintitantos con generosos pechos, no muy guapa pero tenía un cierto toque canalla que le hacía apetecible. Al ver que la chica seguía intentándolo sin éxito, se levantó y con un poco de habilidad consiguió abrir el lavavajillas.
-Ya sabes lo que dicen, más vale maña que fuerza.
-Si ya veo que tienes razón.-Dijo la chica con un tono coqueto.-Por cierto, yo soy Alex.
-Encantado Alex, yo soy Mathew, ¿puedes ponerme una cerveza?-Dicho esto el hombre se sentó de nuevo en la barra.
Cuando la camarera se alejaba a por su cerveza, Mathew no podía dejar de mirar el culo respingón de aquella joven y se acordó de su mujer, hacía años que su matrimonio hacía aguas y sabía de sobra que le engañaba, pero nunca pensó que fuera a abandonarle.
-Toma hombretón, una cerveza bien fría para mi salvador.-Alex le dio su cerveza y le miró con una provocativa sonrisa.- ¿Y qué haces aquí, has venido a trabajar o sólo estás de paso?
-Pues más bien lo segundo.- Le contestó Mathew y después le dio un trago a su cerveza tratando de hacerse el interesante.
-Oh, ya entiendo, eres uno de esos grandes ejecutivos que en verano juegan a “Easy Rider”.
 Cada vez que Alex hablaba lo hacía de una manera muy sensual, que hacía que Mathew se estremeciera.
-Más bien era, ahora lo he dejado todo atrás y no tengo destino alguno, vivo el presente.
-Dicho de esa manera suena muy poético.- Dijo la chica tras darle un trago a la cerveza del hombre.
Pasaron hablando toda la tarde mientras agotaban las cervezas del pequeño bar. Pese a que no lo pareciera, Alex era una chica muy inteligente y poseía un ácido sentido del humor, que cautivo a Mathew. Casi no se dieron cuenta cuando anocheció y se quedaron los dos solos en el bar, Mathew ya estaba un poco borracho y agarró a Alex de la mano, la muchacha sonrió y le susurró al oído:
-¿Qué te parece si terminamos la fiesta en mi casa? Necesitas un lugar donde pasar la noche. Matt.
Se subieron a la motocicleta, Mathew notaba los pechos de la chica en su espalda, que acercaba su boca a su boca para darle las direcciones mientras le mordisqueaba la oreja. Llegaron a un viejo bloque de apartamentos en aquel pequeño pueblo en medio de la nada, de la que subían por las escaleras paraban en cada descansillo para besarse apasionadamente, “parezco un adolescente” pensó Mathew, pero lo cierto es que realmente deseaba a aquella chica. Abrieron la puerta y Alex salió corriendo hacia adentro, mientras Mathew cerraba la puerta le dijo a la chica:
-¿Puedes servirme una copa? Tengo muchísima sed.
Vio a Alex asomarse a la puerta completamente desnuda, tenía la piel muy blanca y unos pezones rosados destacaban en sus generosos pechos, se acercó sensualmente hacía el hombre y mientras le besaba el cuello murmulló:
-No hemos venido hasta aquí para beber…
 (Mañana deja alex dormida “cigarros”)
Se despertó con la cabeza dolorida y vio la hora en el radio-despertador, eran las 11 de la mañana, ayer había bebido demasiado y tenía la boca seca, como si se hubiera comido un zapato. Observó a la muchacha desnuda a su lado y se estremeció al pensar en lo que había pasado la noche anterior, hacía meses que no había hecho el amor con su mujer pero Alex había despertado su instinto sexual. Acarició el brazo de la joven y pensó en decirle que se fuera con él, que escaparan juntos, lejos, iniciando una nueva vida. Le entristecía que una chica tan inteligente como Alex malgastara su vida en aquel lugar de mala muerte, todo el día rodeada de borrachos, pero luego pensó que escapar con un cuarentón chiflado sin destino fijo no era tampoco una gran opción.
Se vistió a toda prisa, tratando de hacer el menor ruido posible y le dio un beso en la mejilla a Alex, quien dormía profundamente. Cogió su mochila y un paquete de tabaco que Alex había dejado encima de la mesilla y se marchó, observando por última vez a aquella chica a la que había amado durante unas horas.
Mientras bajaba por las escaleras encendió su teléfono móvil, aquello le seguía conectando con su antigua vida, en el fondo esperaba una llamada en la que alguien le dijera que su mujer había vuelto a casa y que había recuperado su trabajo y su vida. Volvió a mirar el teléfono una vez más y arrancó su motocicleta, buscando escapar lejos de allí.
Entre la resaca y el sol impactando en su espalda Mathew creyó que iba a perder el conocimiento, por ello cuando observó un río a lo lejos no dudó en acercarse para tomarse un baño. Se desnudó y entró en el río, arrepintiéndose al instante pues el agua estaba gélida. Una vez se hubo acostumbrado a la temperatura del agua, se recostó, con el agua de una pequeña cascada cayendo sobre su nuca, sintió una gran paz, una sensación tan lejana que creyó que no volvería nunca. Su vida “perfecta” se había desmoronado y ante la situación él había escapado, no sabía a dónde le llevaría esto, ni que sería de él pero había decidió cambiar, empezar de nuevo y disfrutar de la vida y la libertad.
Salió del agua y se quedó al sol secándose, palpó los bolsillos de su chaqueta y sacó de allí los cigarrillos y su teléfono móvil. Abrió el aparato, marcando el teléfono de su mujer y pensó que en ese momento era dueño de su destino, quizás pulsar aquella tecla verde y una llamada podría encauzar la situación, ¿era aquello lo que quería? Se quedó pensando un instante, con el teléfono abierto en su mano y entonces tomó la decisión, lo lanzó lo más lejos que pudo y su “antigua vida” emitió un “blop” cuando se hundió en el agua.
Abrió la cajetilla de cigarros, Mathew no fumaba pero tampoco solía acostarse con chicas veinte años menores que él, así que encendió un cigarrillo. Cuando el humo de la primera calada entró en sus pulmones, empezó a toser enérgicamente y al instante comenzó a reírse, debía ser gracioso ver a un cuarentón con barba de chivo desnudo y tostándose al sol mientras intentaba aprender a fumar.
Perdió la noción del tiempo allí tumbado, en medio de la naturaleza, perdido en sus pensamientos. Se vistió y volvió a subirse a la motocicleta, su inseparable compañera, y volvió a la carretera, el viento impactaba en su cara y se sentía libre. Se paró al llegar a un cruce de caminos, recordó lo que decían los “bluesmen” que ese era el lugar donde vender el alma al diablo y pensó que quizás el ya lo hubiera hecho, observó a ambos lados de la carretera, indeciso por qué dirección tomar.
Sacó una moneda y la lanzó al aire, ¿izquierda? ¿Derecha?, el no sería quien decidiera, sería el destino el que decidiera donde llevarle.

Andrés Vela
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2012, 16:15:12 pm
No es tiempo de temblar


Cristobal de Olid acababa de salir de la estancia, cubriendo con una capa innecesaria, dado el buen clima de Santiago, los saquitos de oro y las cartas de exoneración y nombramientos como capitán general de la armada en Honduras, que le había otorgado. Diego Velázquez de Cuellar, Adelantado de la isla de Cuba que no sabía ya qué hacer para detener a ese arrogante de Cortés al que no habían logrado parar ni Gaspar de Garnica ni Pánfilo de Narváez, y lo cierto era que no podía cuestionarse su capacidad militar después de tomar ciudad  de México y traer innumerables tesoros, pero su idea de la repoblar las zonas conquistada con hijosdalgos extremeños y castellanos, que ejercieran de fuerza civilizadora en las nuevas zonas de la corona, estremecía su sentido del orden y la disciplina, y no solo el suyo, pues el presidente del Consejo de Indias, su buen amigo, el obispo Fonseca, tampoco estaba de acuerdo con Cortés. “¡Comercio y castillos!”, gritaba el Adelantado Diego de Velázquez dirigiéndose hacia la terraza de madera de su impresionante casa en Santiago de Cuba donde se disponía a disfrutar de su habitual siesta después de una comida abundante, desgraciadamente interrumpida por la presencia de Cristobal de Olid, sintiendo una preocupación traducida en un nerviosismo que, seguramente, no le iba a permitir dormir demasiado.
  El caballero Diego de Velázquez se tumbó frente a la bahía de Santiago y contempló el mar. Una sus preciosas y jóvenes criadas nativas vino con una mantita ligera y le arropó con un mimo que sólo le era permitido utilizar en privado. “Debería casarse, Vuecencia”, le había insistido, una y otra vez, su confesor, antiguo discípulo del Arcediano Gómez González, y compañero suyo de latines y varazos en las nalgas, por sus desmanes juveniles, en el lejano caserón del Estudio de Gramática donde había aprendido a vivir con los clásicos, y a conocer un mundo, que él, conquistador de Cuba y fundador de  las importantes villas y ciudades de la isla, había contribuido a hacer mucho más grande para su propia gloria, y sobre todo para la del Cesar Carlos I, para la corona de Castilla y para la historia.
  “Debería casarse, Vuecencia”, le volvía a insistir su confesor, ya un buen amigo, pero su matrimonio había durado lo que tardó Dios en hacer el mundo, siete días, y le había dejado una herida tan grande que decidió no exponerse a otra semejante. “María”, pronunció, tendido en el catre de campaña en el que se echaba las siestas en la mole colonial de piedra y madera que le servía de casa en Santiago. “¡María!”, pronunciaba con un suspiro, a lo que no dejaba de acudir alguna de sus bellas criadas para acariciarle la barba imponente y besarle los párpados con aquel rumor de labios tropicales que se mecían como palmeras al viento. “Una y no más”, se dijo el Adelantado, pues él era hombre de una sola palabra, de una sola mujer, de un solo rey, de una sola patria, así que a pesar de los ruegos de su confesor, había decidido permanecer viudo, y muy bien consolado. “¿A quién vais a dejar vuestras diecinueve estancias, vuestros tres mil cerdos y vuestras mil reses?” le insistía, a la desesperada, su amigo, el confesor. “A quien Dios no da hijos, da sobrinos”, respondía el Adelantado, recordando, el refranero de su tierra, “pero tendrán que venir aquí, a buscarlo”, añadía, y sus ojos relampagueaban, como los rayos de las tormentas tropicales en agosto, recordando su viaje por la terrible mar oceana, y la dura pacificación de la isla La Española, y la tremenda conquista de Cuba, y su conversión en una de las joyas de la corona…
  El Adelantado Diego de Velázquez cerró sus ojos a la tibia tarde de enero, donde el sol brillaba como solía hacerlo allí en Navidad. Poco a poco sus sentidos se adormecieron y de pronto se vio instalado en el Plaza Mayor de Cuéllar, su ciudad natal, mirando, embobado el reloj de la Iglesia de San Miguel, el primero de España. En el sueño vestía a veces un rico jubón, con una enorme cadena de oro, y en otras ocasiones la coraza  labrada con la que había combatido en Nápoles, pero solo tenía quince años, y otros niños y alguna niña de rubias trenzas le llamaban por su nombre, le cogían de las manos y le llevaban en volandas, corriendo en corro, disfrutando de un día también soleado, pero con las calles heladas bajo el manto de nieve del duro invierno castellano. También era enero en su sueño pero allí hacía mucho frío, a pesar del sol pálido, y no pudo evitar un estremecimiento, y un tirar inconsciente de la manta para cubrirse hasta el cuello. El poderoso Adelantado de España en Cuba, volvió a ser un adolescente rápido y ágil que tan pronto salía por la puerta de San Pedro, al lado de la iglesia amurallada, como correteaba frente al Palacio de los Daza, les hacía muecas y burlas, para ir a refugiarse, muerto de risa en su propia casa solariega, penetrando bajo el arco apuntado donde ondeaban los escudos familiares. En el sueño veía, a veces, retazos de Sevilla, o se encontraba, al pasar el arco de San Andrés, envuelto en las escaramuzas de sus tiempos de Nápoles, y gemía, se arropaba con más intensidad, hasta que una mano delicada le volvía a acariciar la cara, le besaba en la frente y le estiraba el revoltijo de la manta. Diego Velázquez abrió un poco los ojos y el fulgor de la bahía de Santiago de Cuba entró en sus retinas convirtiéndose en oro. ¡Ah, el oro maldito que tanto cegaba a los hombres! ¡El oro de Cortés y sus imperios aniquilados! ¡El oro que tanto apreciaba la corona y que se aparecía, todas las tardes, sobre las olas doradas al atardecer!
El Adelantado Diego Velázquez volvió a sumergirse en su sueño vespertino, y medio adormecido, salió corriendo con sus amigos de la infancia y tan pronto abandonaban  las murallas de la ciudad, como se acercaban al convento de San Basilio, o se les iba el día pescando truchas en las orillas del río Cega, o estaban en misa en la gran iglesia de San Andrés, o espiaban a los enfermos del Hospital de la Magdalena, o se arrodillaban en la magnífica iglesia de San Esteban, mirando de reojillo a los hijosdalgo, con una rodilla en tierra, formando una media luna en el ábside mayor, tras el altar, cantando en latín, con una mano en la espada y con la otra en los petos de cuero decorados con una flor…
 La casa del Adelantado Diego Velázquez estaba llena de flores maravillosas que perfumaban las tibias noches de su gloria conquistadora, las húmedas noches en la paz del lecho, siempre bien acompañado, pero en su sueño, la flor que apareció no pertenecía a los hijosdalgo, ni estaba entre los muslos de alguna de sus criadas, sino que era ofrecida por una mano pura, a un Niño puro, entre los sencillo muros de la Iglesia de Santo Tomé. Diego Velázquez, adolescente y anciano a la vez, estaba prostrado ante la imagen de la Virgen del Rosario, allí donde había rezado sus primeras oraciones, y la talla, sonriéndole, le preguntaba: ¿Por qué no te casas? El Adelantado comenzó a removerse, inquieto, en su pequeño lecho, frente a las palmeras, ¿Qué podía contestar? Qué la vida del matrimonio no era para un conquistador como él, Que su corazón estaba ya conquistado, fugazmente, para siempre, y no había sitio para una nueva dueña, Que el maldito Cortés no le dejaba vivir, sublevado, como de costumbre, contra él, y conquistando grandes territorios e inmensas colonias para la corona… Una mano dulce y delicada le acarició la barba despertándole del imperio de los malos sueños. Una voz dulce sonó muy cerca de su rostro. “Despertad, mi señor, estabais quejándoos en el sueño… ¿Recordabais alguna batalla”. El Adelantado Diego de Velázquez explicó a una joven que olía a mango, a papaya y a la sal del mar, que había visitado, en sueños, su Cuellar natal, y que hacía mucho frío, todo estaba blanco, y el aire sabía a piedra, hierro y nieve. ¿Cómo es la nieve?, le preguntó la boca dulce, tan cerca de la suya… Y el Adelantado Diego de Velázquez cerró los ojos, recordando y sonriendo, hecho ya al clima siempre húmedo, siempre cálido, de Santiago. “Es una alfombra blanca que las nubes colocan en mi ciudad. A veces está blanda, y otras es dura como el pedernal, pero siempre, siempre fría, tanto que te hace correr al hogar…, pero tú no te preocupes, aquí, entre las palmeras, no la conocerás nunca…”
  Y el Adelantado Diego de Velázquez esbozó una gran sonrisa mientras iniciaba un cálido abrazo. Algunos hombres decían que aquel sitio, tan cálido, era la antesala del infierno, los más, creían que estaban en un resto del paraíso terrenal. Él sabía de dónde venía, y dónde estaba, y aún se vanagloriaba de que su mano de guerrero, extendida al horizonte que pretendía conquistar, no tenía ni el más leve movimiento, no temblaba nunca, no vacilaba jamás.

Sara Kops
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2012, 16:17:18 pm
El último día de un condenado


He despertado. Apenas he podido dar unas cabezadas durante la noche, aunque a decir verdad aún es de noche. Llevo tiempo sin poder dormir bien, pero de una semana acá mi insomnio se ha hecho crónico, a la vez que cada amanecer presiento que mi andadura va a resultar más penosa que la del día anterior. Un hombre es la ciudad en la que vive. Llevo años viviendo en este cuchitril de apenas seis metros cuadrados. Un hombre es el espacio en el que vive. Apenas soy nada y sufro por todo un universo.
   Miro el recorte de periódico adosado a la pared. Me acompaña desde siempre; desde que llegué. Es más, creo que llegamos juntos. Es la fotografía de un hombre moribundo que intenta arrancarse el puñal que tiene clavado en el pecho. Hay noches en los que los gritos de dolor, sus alaridos, no me dejan dormir. No me fío de él, siempre mirándome. Intento esquivar su mirada pero me acecha. Tal vez espere un descuido para intentar hincármela...o el puñal. ¡Quién sabe! Sería una mala faena por su parte. No creo... Aunque pensándolo bien lleva años ahí, intentándolo, lo sé. No lo consigue y me río de él en su cara, a carcajadas, pero en el fondo le tengo respeto y miedo. Es una extraña mezcla que me horroriza.
   Hoy le tengo más miedo que ayer y sin embargo lleva ahí, pegado a la pared, años. No sé cuántos. Mentira, sí lo sé. Veinte años hace ya hoy, como un suspiro de horror que dura eternidades. A pesar de nuestras diferencias, de guardarnos la distancia, hemos sido compañeros, sin embargo hoy —en verdad— su mirada parece amenazarme. Sí, hoy va en serio. Siento el pavoroso miedo de tener que enfrentarme al vacío, a lo inerte, a la quietud de lo oculto, de lo desconocido.
   El hombre es el espacio en el que se desenvuelve, y su conducta,  el mimetismo de la conducta de los otros con los que convive hablando por su boca las palabras de los otros. No cejo de pensar en el hombre del puñal. Siempre juntos, compañeros y enemigos, tan distantes y tan cercanos a la vez. Voy a lavarme un poco. Pronto será la hora...
   Este cuarto es para mí una inmensa playa, un oasis en medio del gran vacío. Paco duerme en la celda contigua. Al moverme oye el crujir del camastro. «Tienes suerte » me dice riéndose; puedo oír sus risotadas. Sus palabras emanan irónica burla. Al despertarme presagié que hoy sería un día difícil. Hago caso omiso a sus palabras y no le contesto; por último día juntos... Es un hijo de ****, un despechado cabrón.
   Me miro en el espejo y me aterra la imagen que veo. El hombre del puñal parece acercarse sigilosamente. Creo oír sus delgados pasos como una sombra que me persigue. Me vuelvo repentinamente gritando. Paco se ríe. «No tengas miedo» me dice, como si estuviese viendo mis movimientos. Paco es vecino mío desde el mismo día que vine, me conoce. El hombre de la fotografía, él y yo siempre juntos.
   El lavabo está hoy más sucio que nunca. Me provoca náuseas. De hecho hace días que no me lavo. Pero hoy, sin duda, está más sucio que ayer. Me vuelvo hacia la pequeña taquilla y ojeo las cartas recibidas durante mi larga estancia aquí. Han sido mi único nexo con el exterior. Son todas de mi madre. Andrea, mi novia, la muy **** no me ha escrito nunca; no ha osado hacerlo aunque, a decir verdad, me hubiese gustado. Si viviera rondaría los cuarenta años. Toda una mujer; posiblemente con marido e hijos. Si viviera...
   No tengo noticias de mi madre desde hace tres años. ¡Tal vez haya muerto! Debiera estar contento, hoy salgo. Sin embargo no aprecio en mí ninguna emoción especial. ¡Miento! Tengo miedo. Sí, el hombre es la ciudad en que vive, el espacio que lo rodea y la vida una sucesión de engaños que lo conducen a la muerte.
   He pensado en despedirme del hombre de la fotografía pero no me atrevo. Recuerdo cuando paseaba con Andrea por aquella gran avenida custodiada en cada uno de sus lados por una inmensa hilera de gigantescos álamos.
   Paco y yo compartimos espacios contiguos. Mató a su novia a puñaladas porque lo engañaba, pero aún la ama, lo sé. Recuerdo la cara de mi madre cuando nos despedimos; lloraba un llanto seco, oculto. Estaba esposado y no pude abrazarla. Aunque no lo hubiese estado no hubiese podido, no la dejaron ni tan siquiera acercarse. Tal vez fue mejor así. Andrea no fue a despedirme.
   Posiblemente aquellos álamos sean ahora enormes edificios. El crimen es el principio de la muerte y ésta comienza el mismo día que se inicia la vida, que nos iniciamos en ella, aunque ajenos a tal propósito. No me siento culpable.
   «No me arrepiento de haberla matado. Mil veces la mataría y luego me suicidaría, pero no he tenido el suficiente valor. Aun es así y la amo» me dice Paco a modo de consuelo. Paco me conoce muy bien. Nunca me he sentido culpable.
   Recojo las pocas pertenencias que tengo y las echo a un pequeño macuto de tela que me han dado para tal menester. Me arrepiento. « ¡Qué cojones! ¡Qué las recojan ellos! ¡Para qué quiero nada?». He sobrevivido todo este tiempo... Con eso me basta.
   Tengo miedo, mucho miedo. Dicen que la ciudad a la que voy es un infierno. No le guardo ningún rencor a ésta, ni tampoco a Andrea.
   Paco hace otra marca en la pared. Hoy, el rasguño en el muro me da escalofríos. Un día más... o menos, según se mire; aunque, realmente, se mire desde donde se mire, sin duda será el último. Sí, el último, para qué engañarme. Hace una semana me lo ratificaron. Por hoy, a las doce en punto del medio día... No hay vuelta atrás.
   Son ya las once cuarenta. Las horas parecen minutos y los minutos segundos. No hace tanto las horas me parecían interminables. Los muros de la celda parecen un quebrado mapa de indescifrables jeroglíficos. Tal vez nadie los entienda y sin embargo cada mueca, concienzudamente tallada, meticulosamente esculpida, es una pequeña muerte, un pequeño pasado de vida o de muerte cuya suma es la irrevocable muerte absoluta de una vida diseccionada  ya pasada. Nosotros — Paco, el hombre de la fotografía y yo—, nunca hablamos de futuro; mañana no existe si no vives para hacer otra muesca en el muro.
   Oigo pasos...Tal vez vengan en mi busca. Pego mi cara a los barrotes de la celda y miro. Es el sacerdote acompañado de cuatro guardias armados hasta los dientes. Parecen tener más miedo que yo. El paisaje es sobrecogedor. Los álamos a la orilla de la avenida, Andrea envuelta en una túnica de sangre...Toda la vida es una sucesión de engaños que nos conducen irremediablemente a su antojo. No tengo fuerzas para resistirme, para rebelarme. Una enorme flojedad se apodera de mis piernas... Me lo he hecho encima... El orín gotea por los bajos del pernil del pantalón. Creo que voy a desfallecer, me voy a desmayar...
   Sí, debo dormir, necesito descansar. Es la hora. Hago un último esfuerzo y alzo la cabeza, la giro hacia uno y otro lado; no hay nadie que conozca. Pienso en mi madre... Es tan duro andar el camino solo...Hacer solo el último viaje...Los guardias me sujetan con fuerza por los brazos y me conducen a mi trono. Sí,  parece un trono. Me abrochan el cinturón, me ajustan las correas... El runruneo de unos rezos actúa a  modo  de  somnífero.  Tal  vez  todos  hayan  muerto...  Siento  un calor abrasador... Y luego, frío... mucho frío y al fondo…  « ¡ Andrea...?».

Manuel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 08, 2012, 16:19:34 pm
La llave del último cajón


Camino por este barrio mío. Los plátanos ya dejan caer sus hojas en este otoño demasiado frío para mí. Voy tecleando sobre un tapiz amarillo con los pies helados, mi dejo de tristeza cotidiana, los años en la espalda y la cantidad de preguntas sin respuestas. ¡Esta particularidad de no repreguntar!
 Soy obsesiva. ¿Sí? Sí. Con el lavado de las sábanas, las toallas bien extendidas en la soga, los roperos ordenados como las fichas del dominó en su caja de madera, la vajilla de la mesa del almuerzo o cena con estilo: el individual elegido, la copa y la cuchara de postre al frente, el tenedor a la izquierda del plato, el cuchillo a la derecha, el panecillo al costado. La computadora, maquinita infernal a la que trato de entender y someter debe estar cubierta  cuando no la utilizo. En realidad, soy obsesiva y perseverante. ¡Vaya a saber a cuántos disgusté!
En la escuela cuando ejercía, con los chicos a los que notaba preocupados no se me escapaban del interrogatorio para ayudarlos. Mis apuntes y los temas para dar, al día. La puntualidad…nunca llegué tarde cuando cursaba ni cuando enseñaba…todo está atrás.
Costumbres. Locuras…No. Si de amor se trata, ese es otro tema.  No existe un instante en que no esté conmigo. Conservo permanentemente su mirada de hielo ante un gran enojo, su histrionismo para contar las historias de la Guardia del hospital,  el oír sus pasos al son de “las llaves de San Pedro” de su bolsillo trasero, los apodos que daba tan atinados y risueños.
Hoy estoy sola con mi soledad. Sigo andando por la calle y entrecierro los ojos. Sus manos extremadamente delicadas con el bisturí, acarician mi cuello y mi cabello, su voz susurra mi apodo y me dejo acariciar mecida en el mar de esta noche sin luna. Los recuerdos me asaltan. Uno en especial. ¿Por qué aquella tarde sentada junto a la ventana, con la voz del Nano en mis oídos…”llueeve, detrás de los cristales llueve y llueeve…” viendo llover, al preguntarle por el cajón último del escritorio llaveado, con ligereza contestó que guardaba documentos de sus padres, que no llevaban importancia? Nunca más pregunté. No soy curiosa mas sí perseverante y  sobre el asunto de la llave no lo volví a inquirir.
Mis pensamientos en su vuelo van acorde con los pasos sobre la hojarasca y me deslizo en el tarareo de un canon. Me agacho, subo despaciosamente, elevo mis brazos hasta llegar al acmé…soy el Sol. En puntas de pie, radiante, creo ser la dueña del Universo y también lentamente desciendo al poniente en un juego que disfruto, repito varias veces entonando a Pachebel, ya loca y plena de música con el minué de Bach, tan salticado
 Con los cabellos canos al viento, en la vereda de esta plaza, hundiéndome en las hojas, en total oscuridad, me siento Isadora, la dueña de alas en los pies. En medio del floreo que me atrapa, capto que desde el centro de este lugar deshabitado en donde hago toda esta pantomima ¿lo es, no?, dos puntos luminosos me atraen como un imán. Me llaman. Y lenta, segura, pletórica de melodía y movimiento voy hacia ellos.
 Descubro un par de ojos, el contorno de una sombra, luego la figura de un joven – niño envuelto en la oquedad más negra que su sombra. Me acerco hasta casi tocarlo.
 Sí, es un joven – niño. Los carbones de sus ojos encendidos no parpadean. No sé si es rechazo o miedo. Adivino su pelo cortado como a cuchillo, el cuerpo esmirriado cubierto apenas con una remera y el infaltable jean.
Me animo con un – hola – en el intento de cortar el hielo instalado en esta noche de otoño tan fría como jamás. Apenas escucho un hola apagado. No cejo en la intentona. Un pucho apagado parece pedirme lumbre. Le acerco el encendedor aunque no me lo pida.
-   Gracias, dice débil y ronco.
Y comienzo con mi retórica infaltable. Le hablo del frío, de la soledad de la plaza, de mis dos últimos cigarrillos y de dónde conseguir más. Noto que tirita, pongo una mano sobre su hombro, siento el cuerpo tenso. Con mi tozudez característica  y criticada, lo atraigo hacia mí en una prueba de abrazo y le pregunto su nombre. Mi ternura llega al máximo. Su nombre es como el de él.
Salimos de la negrura. Yo con mi mano terminante, persiste sobre su hombro y él reticente en el aguante de mi tenacidad. Le ofrezco tomar un café en un barcito que no ha cerrado todavía a pesar de la medianoche. Acepta con su cabeza en un juego de bisagra. Sentados frente a frente lo miro y me atrae. Quiero hablar con él, escucharlo. Hace tanto que no mantengo una conversación con jóvenes… desde que dejé de dar Historia en el secundario…
 Comienzo esos interrogatorios insustanciales que a los jóvenes les disgusta y yo acostumbro… ¿Cuántos años tenés? ¿dónde vivís? ¿tenés familia?
  -  Tengo catorce, soy uruguayo, mi mamá murió, mi papá también. Estoy en casa de unos amigos de mi mamá, responde de un tirón.
   -  Te invito a cenar, le digo de improviso. Lo desconcierto. Acepta de inmediato. Caminamos a casa en el olvido de mi soledad, la hojarasca, la paz que me infundió Pachebel, la alegría con la que Bach me hizo volar cual Isadora y la tristeza habitual. Sólo pienso en atender a este joven-niño.
 En el living se queda de pie, circula por la sala, recorre una por una las fotografías…Estela, mi hija barilochense, la otra, la serranita cordobesa Graciela, tan bonitas ellas. Y la de él, el hombre de mi vida. El que se llevó consigo la llave del último cajón del escritorio de la que no pregunté más y no me aclaró nada.
Desde la cocina en que  preparo la vajilla para la mesa y lo que cenaremos, me sobresalta un sollozo. Juan José el joven – niño de catorce años, parado ante la foto de mi Juan José repite cada vez más fuerte ¡¡papá! ¡ papá !
Lo abrazo contra mi corazón segura que esta vez me devolverá el abrazo.

Cautiva
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 14:59:57 pm
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El Entierro


   Galli tenía algunos años más que cincuenta cuando ocurrió lo de su padre. Por aquella época se levantaba a orinar solo una vez por noche. Nunca encendía la luz para no molestar a su padre que se molestaba por todo, hasta por la luz que entraba a través de la rendija de debajo de la puerta. Andaba a tientas, palpando las paredes del pasillo con las manos. También iba así aquella noche, cuando chocó contra el cuerpo de su padre que se balanceaba suspendido de una cuerda que había atado a un gancho que sostenía los cables de la luz.
   Padre e hijo no se llevaban bien, pero al alzar la mirada y ver la expresión de su padre, le embargó un sentimiento infinito de piedad. Esa noche, en la cena, habían discutido como siempre. Era la pugna entre dos derrotados que querían ser menos que el otro. E intuían que no; que ambos eran inmensamente perdedores. El padre reprochaba a Galli que no hubiera sido capaz de traer una mujer a casa y tener hijos como Dios manda. El hijo le reprochaba haberse casado y tener hijos.
   En la última discusión, el padre había amenazado con quitarse la vida y Galli respondió que no caería esa breva, pero que eso no iba a ocurrir porque no tenía arrestos. El padre, que estaba pelando una manzana, se detuvo, clavó con furia el cuchillo en la manzana y se retiró a su habitación. Allí quedó la fruta y ahora sentado en la cocina, con su padre balanceándose en el pasillo, Galli no se atrevía a extraer el cuchillo.
   La manzana y el cuchillo se le aparecían como un símbolo del coraje del padre. Cuántas veces había planeado él quitarse la vida, apearse de ella, se decía. Incluso llegó a concebir la idea de un suicidio de ambos, a la vez, pero nunca pasaba de ahí. Siempre hallaba una buena razón para no hacer las cosas. En la adolescencia sus amigos se iban echando novia y él les criticaba la falta de valor para oponerse a los cantos de sirena de aquellas chicas que se mostraban dulces hasta llegar a un punto sin retorno en que se tornaban amargas. También halló una razón para rechazar a aquella chica que veía en Galli la última oportunidad de abandonar la temida soltería, ya cuando la juventud se alejaba de ellos y se ofrecían como salvavidas.
   Por aquella época, la hermana de Galli, bastante más joven que él, se encargaba de las tareas de la casa. Lo hacía desde que murió la madre. Le tocó hacerlo siendo todavía adolescente. Nadie dudaba de que así tuviera que ser. El padre y el hermano trabajaban. Las mujeres, en general, no se empleaban fuera de casa. No estaba bien visto. Rosal, la hermana, se sentía atrapada. Sus amigas disponían de un tiempo que a ella se le negaba. Tú en casa. Así tiene que ser. Además, algún día cuando tengas marido e hijos así será. Y Rosal miraba con envidia a sus amigas que cada vez lo eran menos porque apenas las veía. Pero Rosal no aceptaba aquella situación sumisamente. Poseía un enorme capital; la belleza. Este atributo fue descubriéndolo cuando pasaba el puente fronterizo y recorría las calles de la ciudad de Tecarok. Sus gentes, tan arrogantes cuando se encontraban con sureños, enviaban miradas de admiración a Rosal.
   Supo que muchas chicas del sur solían casarse con chicos del norte. Eso significaba acceder al lujo, a la educación de los hijos, a una vida menos opresiva, a mirar al futuro con la alegría que no era posible en el sur. Supo también, que ella podía aspirar a esa vida porque su belleza le proporcionaba el billete de ida.
   La economía de Breitt, su ciudad, se  basaba sobre todo en el comercio. Junto al río Bipotamós, que dividía a los dos países, una larga serie de tiendas se extendía a lo largo de la calle principal que discurría paralela al río. Los propietarios de esas tiendas elegían a las muchachas guapas de la ciudad para emplearlas como dependientas. Muchos tecarokíes atravesaban el puente atraídos por ellas. Cuando se producía un emparejamiento, era obligado que el chico visitara a su chica en el sur, nunca en el norte. Pasar juntos el puente era enviar una señal a la ciudad de que se había sellado un compromiso.
   Rosal empleó toda su habilidad para que el paso sobre el río se realizara cuanto antes. Esta habilidad alcanzó, además, otro proyecto que tenía; que el hombre con quien se casara fuera de algún lugar alejado de la frontera. Y lo logró. Tecarok acogía en verano a muchos visitantes atraídos por la playa. Rosal conoció a uno de esos visitantes. Se casó en Breitt, como era costumbre y se trasladó a Rolok la capital del país de su marido. Muy al norte. Lejos de su Breitt. Era todavía muy joven y muy joven tuvo hijos.
   Rosal recibió una llamada telefónica. Era su hermano. Le informaba del fallecimiento del padre. Decidió trasladarse a Breitt. Quiso, además, que le acompañara toda la familia; su marido y sus dos hijos. La llamada se produjo a media tarde y después de cenar iniciaron el viaje en el coche familiar.
   En la ciudad de Breitt la noticia se extendió rápidamente. Un médico había acudido al domicilio a certificar la muerte. La gente se sorprendía de que no sonara la campana de difuntos en la parroquia de la zona. Luego se aclaró; se había suicidado. Apenas nadie visitaba el domicilio donde se hallaba el cadáver. No iba a haber duelo. Al menos no acudirían las ancianas con sus rosarios  a velar toda la noche. Subieron unos amigos de juventud, con los que ya apenas tenía trato. Le daban un pésame sincero. Galli sintió su afecto. Nadie más sentía la muerte porque nadie se acordaba del muerto. Llevaba muchos años recluido en casa.
   La noche se le hacía infinitamente larga a Galli. En un dormitorio, sobre la cama, yacía el padre en un ataúd. La llama de una vela encendida permanecía inmóvil. Galli, en la cocina no se atrevía a sacar el cuchillo de la manzana. Bebía para combatir el pesar, pero su cabeza se llenaba de sombríos pensamientos. Se decía que su padre lo había hecho para causarle daño. En numerosas ocasiones él había sentido la misma tentación; acabar con su vida para herir al otro. En el fondo, sus vidas solo valían para esto. Ya no podían producir satisfacción, solo dolor. Pero no; su corazón no iba acorde con sus pensamientos. Sentía una gran piedad por su padre muerto. Se estaba produciendo un vuelco en las percepciones que de él tenía. Algo así como si se sobrepusieran en su mente los buenos recuerdos sobre los malos. Aquella ternura del padre al niño. Aquella atención del padre con el adolescente. Aquella satisfacción por los logros del joven hijo. Aquella compasión hacia el prematuro huérfano.
   Llamaron a la puerta. Era la hermana y su familia. Se abrazaron sin palabras. Pasaron a la cocina donde no había sillas para todos y los dos chicos se mantuvieron apoyados en la pared. Había amanecido. Rosal abrió las ventanas de toda la casa y se puso a fregar los platos que no cabían en la pila. Los restos de comida adherida a los platos no eran de aquel día. El marido, que siempre permanecía en silencio, no disimulaba el asco que le producía aquella casa.
   El sacristán de la parroquia vino a entregar una nota. Se informaba a la familia que el entierro no podía celebrarse en el camposanto, sino en un lugar destinado a quienes se quitan la vida. Rosal tradujo la noticia al idioma gulsukí. A uno de los chicos se le notó un estremecimiento.
   A las once llegaron los de la funeraria. Abajo, en la calle, esperaban los tres amigos de Galli que la víspera le habían visitado. El marido de Rosal se sumó a ellos, echaron el ataúd sobre los hombros y se encaminaron hacia el cementerio. La distancia no era mucha, pero de vez en cuando descansaban. Se valían para ello de unos soportes que mantenían el ataúd en alto.
   El lugar del cementerio al que les condujeron no tenía panteones, ni cruces, ni imágenes. Solo unos sencillos monolitos, la mayoría inclinados. Todo allí remitía a marginación y soledad. Los chicos parecían fijarse en las fechas que figuraban en las piedras, pero no era posible la lectura. Nadie en la ciudad recordaba un entierro en aquel lugar.
   Cuando los empleados del cementerio comenzaron a arrojar paladas de tierra, Rosal tomó de la mano a su hermano y tras la última palada, entre lágrimas, alzó la voz “Adiós padre. Te quiero”. Galli no dijo nada pero se le notó que apretaba fuerte la mano de su hermana.
   Acabado el entierro, se dirigieron en silencio hacia el domicilio. Cerca, se encontraba aparcado el coche. Rosal dio un beso a su hermano y montaron en él. Los tres amigos acompañaron a Galli a tomar un vino en un bar de la misma calle. Cuando entraron en la taberna le vino a la memoria el cuchillo atravesando la manzana que se encontraba en la mesa de la cocina.

Palas Takara
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:09:45 pm
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Ánima


Llevaba con mis abuelos una buena parte del verano cuando una mañana mis padres aparecieron para recogerme. No salieron de mí ni besos ni abrazos hacia mis progenitores sino por el contrario de mi voz contrariada de niño escapó una dura exclamación: “¡yo me quedo aquí!”. Mis padres no mostraron ninguna señal de alteración ante tal comportamiento, siguieron hablando con mi abuelo mientras mi abuela iba a uno de los cuartos para entregarles mis pertenencias. Siempre he sentido un gran apego por mis abuelos con los que pasaba largas temporadas, por eso cuando tocaba el momento de despedirme de ellos tenía lugar la misma escena de siempre. “¡No me voy!”, continuaba gritando yo, y echaba mano a la maleta con mis ropas que traía mi abuela queriendo arrebatársela. “¿Vais a quedaros a comer?”, le preguntó mi abuela a mis padres. “No, queremos salir pronto para que no nos coja mucho tráfico por la carretera”, respondió mi padre. “Dame la mano, David”, mi madre me agarró de la mano, gruesos lagrimones me resbalaban por las mejillas y zafándome corrí a esconderme.
Solía ocultarme debajo de la cama, en los armarios…pero la mayoría de las veces me escondía en la despensa, de este modo podía endulzar mis lágrimas con alguno de los bizcochos que mi abuela almacenaba allí. El tiempo que aguardaba en alguno de mis escondites hasta que era inevitablemente descubierto me lo pasaba deseando ser invisible. En esa ocasión en que me estrujaba contra una de las paredes de la despensa, parte del muro cedió mostrándose una abertura de mi tamaño.  En el suelo esperaba ver ladrillos o piedras pertenecientes a la pared que se había desmoronado, pero lo que hallé fue un tablón encalado que había caído ante la presión de mi cuerpo. Sin pensarlo mucho me interné por el hueco que conducía a un cubículo de techos bajos iluminado por la luz que entraba por un estrecho ventanuco. Me sonreí pensando que había encontrado el modo de hacerme invisible, de modo que taponé la oquedad con el tablón para que no pudieran verme.
Varias horas después, asomado al agujero, pude escuchar los llantos de mi familia que seguramente por más que me estuvieran buscando no me hallaban. Al sentir pasos cercanos, me escurrí hasta el pequeño cuarto procurando volver a colocar el tablón en su sitio. Me quedé sentado en un extremo del habitáculo con aire de satisfacción como hice horas antes, aunque mi decisión de hacerme invisible parecía venirse abajo cuando percibí que la luz menguaba pues empezaba a anochecer. Sin embargo, no era un niño miedoso y noté que aguantaba bien la desaparición de la luz solar. A continuación, escuché unos ruiditos, me entró aprensión cuando pensé que podían ser ratas u otros bichos parecidos, pero me dije envalentonándome que en el caso de haber ratones los iba a domesticar pues ya tenía experiencia con los hámsters. Cuál fue mi sorpresa cuando en lugar de tropezarme con ratones vi entrar a un enanito con sombrero que portaba una vela. “¿Qué haces en mi casa?”, fue lo primero que me dijo con voz gruñona. “Tengo que quedarme aquí o me llevarán lejos de mis abuelos”, una lágrima brotó de uno de mis ojos y añadí con un hilo de voz, “no me eches por favor”. “Es que aquí vivo con mi familia, no sé si habrá sitio para todos”, dudó el enano, “pero bueno, está bien, te comprendo, yo también quería mucho a mis abuelos”. “¿Entonces puedo quedarme?”, pregunté esperanzado. “Está bien, de acuerdo, te haremos un lecho para que puedas dormir”, asintió y yo me sentí muy feliz porque no estaría solo en aquel lugar.
El enano vivía en el cubículo con su mujer y sus dos hijos, de cuatro montones de paja, que no sé de dónde la pudieron sacar, hicieron un quinto montón que iba ser mi cama y ofreciéndome una sábana me desearon las buenas noches no si antes entregarme un trozo de queso para la cena. Los alimentos había que cogerlos del exterior, el enano me dijo que debía ganarme mi sustento y me mandó a merodear por la cocina a ver lo que pillaba. Quité el tablón del agujero y salí del habitáculo procurando que mis familiares no me vieran, no sabía si mis padres estaban todavía en la casa. Me entretuve registrando la despensa, cogí unas galletas con las que llené mis bolsillos. Hasta mí llegaba el agradable aroma de un guiso por lo que retiré un poco las cortinas que tapaban la despensa y asomé los ojos a la cocina para saber si estaba vacía. No vi a nadie en esos momentos por lo que me atreví a acercarme a los fogones donde había una olla puesta al fuego. Alcé la tapadera y vi que en el interior bullía un delicioso guiso de patatas con carne. Cogí un plato y me aparté varias cucharadas de la comida volviendo enseguida a refugiarme en el cuartito donde di buena cuenta del alimento. “En esta casa hay ratones”, solía escuchar que decía mi abuela cuando yo me encontraba hurgando en la despensa.
Por la noche tumbado en el lecho de paja no podía conciliar el sueño pues sentía la necesidad de ver a mis abuelos, de modo que me levanté procurando no hacer ruido para que no se despertaran los enanos y salí del habitáculo. Tras las cortinas de la despensa comprobé que la cocina estaba a oscuras, caminé por la estancia y bajé unos escaloncitos para dirigirme a la sala que también tenía la luz apagada por lo que deduje que mis abuelos ya se habrían acostado. La sala daba a un patio grande por el que se accedía a los dormitorios, crucé el patio hasta alcanzar la puerta que permitía la entrada a la habitación de mis abuelos. Al abrir la puerta ésta crujió levemente, escuchaba la respiración de la pareja de ancianos que de vez en cuando emitían fuertes ronquidos. Pasé al interior del dormitorio con cuidado, la luz de la luna que entraba por la ventana iluminaba los rostros de mis abuelos. Me sonreí,  aproximándome a mi abuela deposité un suave beso en su frente y lo mismo hice con mi abuelo. Voy a estar siempre con vosotros, pensé con firmeza y después de contemplarlos un largo rato regresé al escondrijo.
Mi cuerpo se fue desarrollando de modo que cada vez tenía que andar más encorvado en el cuartito y atravesaba con dificultad el orificio. Con varios años más encima dejé de recurrir a la fantasía de que vivía con unos enanos para no sentirme solo. En realidad había pasado mi infancia habitando el cubículo en soledad, pero lo compensaban las comidas de mi abuela y ver a mis abuelos por las noches. Hubo un momento en que la abuela dejó de preparar sus ricos potajes y ya no dormía al lado del abuelo. Durante esa época lloré mucho porque había perdido a uno de los seres que más quería. El abuelo se inquietaba cuando dormía y hablaba a su mujer en sueños, “no te vayas tan pronto con Dios, quédate a mi vera un poquito más, vida mía”. Una hermana de mi abuelo acudía a hacerle comida para varios días, pero el anciano apenas probaba bocado pues dejaba casi entera las viandas y se había convertido en un viejo enjuto y cascarrabias que hablaba solo o se imaginaba que mantenía un diálogo con la abuela. “Sí que debe haber ratones, Manuela, no te presté atención en su momento pero ahora comprendo que tenías razón porque devoran toda la comida, ¡si yo apenas me la tomo!”, el anciano no encontraba otra explicación ante el frigorífico vacío.  La comida de mi tía abuela no era tan rica como la de la abuela pero mi apetito aumentaba y mi cuerpo se ensanchaba cada vez más.
Un día en que me quedé encajado entrando en el agujero y mi trabajo me costó traspasarlo, medité muy seriamente en el cubículo sobre el futuro. Tenía mucho miedo a que se diera el caso de que me quedara atrapado en el interior del habitáculo sin ninguna posibilidad de salir, de modo que la única opción era dar la cara y contar la verdad. Di un vistazo al habitáculo, numerosos libros y revistas con los que fui perfeccionando la lectura y la escritura se hallaban en un rincón. También había mantas y un viejo colchón que encontré en el desván, seguramente echaría de menos aquella guarida.  Me angustiaba preguntarme qué pensarían mis padres de mí, sobre todo mi abuelo, ellos me creían desaparecido todo este tiempo, probablemente se enfadarían bastante conmigo cuando lo aclarara todo. Al menos, ya era lo suficientemente mayor para decidir con quién quería vivir, ahora mis padres no podrían separarme tan fácilmente de mi abuelo y el anciano necesitaba una compañía que yo estaba dispuesto a procurarle. Intentaría cuidar a mi abuelo tan bien como hizo su mujer. Ahora el problema se hallaba en salir, esperaba no quedarme aprisionado en el agujero. Con esfuerzo pude escapar al exterior, me puse en pie jadeante y abandoné la despensa. Mi abuelo, que estaba en la cocina sirviéndose un vino tinto, giró la cabeza al verme llegar como si no diera crédito a lo que veía. “¡Braulio!”, exclamó dejando caer el vaso, se hincó de rodillas en el suelo y se hizo la señal de la cruz. Más tarde supe que me había confundido con su hermano, un republicano que murió a manos de los nacionales durante la Guerra Civil, tal era mi parecido con éste. Mi abuelo creyó que yo era el alma de su hermano que le anunciaba que había llegado la hora de descansar junto a él.

Ángel Puerto
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:13:59 pm
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La mujer olvidada


Había una vez una mujer que jugaba a ser mujer, se buscaba en las caras de las otras porque nunca recordaba su propio rostro, hasta que se veía en un espejo. Tenía que estar sucio, porque sí estaba limpio podía admirar cada arruga, cada hoyuelo o las acumulaciones de mentiras que había escuchado toda su vida. Era fija e inmovible, conservaba una lista de efectos para cada acto. Lucero decía “un gran remedio no saber nada para las penas del corazón, ya es tarde, quizás mañana encuentre la memoria. No lo sé”. Y es que Lucero había agotado todos los remedios para recuperar su infancia, esos años pródigos en donde las flores pasan de largo, los perros son amigos y los adultos ya son ancianos. Sí, la infancia pasa como una lucecita de véngala cuando mayor es su brillo más rápido se apaga.
Esa inocencia al preguntar sobre los sentimientos de los demás y los propios se habían marchado. Se dio cuenta ya pasada en años, no es que no supiera que se valía por sí misma, que decidía a secas sobre su vida, que sus hijos ya se habían marchado, pero a veces el alma todo lo borra cuando el tiempo entra sigiloso por el cuerpo y no te invita a presagiar. Era así, en un día con la tierra en la cara con los ojos puestos en las ventanas. Lo había comprobado, una semejante lloraba descontrolada en el metro, la ignoró, sabía que era lastimar su propio orgullo sí preguntaba por qué. Ahora las mujeres también tenían orgullo. El llanto es la cosa más sabrosa cuando no se contiene y las gotas son gordas en contenido y salinidad. Huele a mar, a rosas, a jabón barato, no son rosas es jabón barato. Lucero prefirió actuar como en una película y se embarcó en los carteles de licor y sobras desnudas, fingió estar interesada.
Cruzó la plaza sola, mientras unos turistas meneaban sus cuerpos en el puente, eran jóvenes, como ella lo había sido también, una vez pero ¿Cuándo? Es lo que no respondía y sí hay preguntas que no tienen respuesta esa no debería ser una. Un hombre alto y delgado se atravesó por su camino, él pensó en su dosis de cocaína, en la larga caminata que había emprendido por un poquito de polvo, por un poquito de vida. Por eso no la miró, porque sí la hubiera mirado quizás solo quizás, habría visto sus rodillas raspadas o sus lentes chuecos o su pasión pasmada.  Hay cosas que nunca se saben.
Yo Arturo, me habría enamorado de Lucero, pero la pobre ni siquiera sabe su nombre, sí perteneciéramos al mismo planeta, pero ya ven dicen que las mujeres son de Venus y los hombres de ¿Marte? El caso es que Lucero es un títere de la humanidad, se mueve como los carros o como los semáforos, como todo lo cotidiano para que me comprendan. 
Y Lucero se detuvo a comer unos gusanos repletos de azúcar que se le enrollaban en la lengua hacia que sus palabras se trabaran más cuando intentaba explicarle a un niño que no era su madre. Todavía paso por joven se dijo, como una esperanza vana de recuperar el tiempo perdido. Esa banalidad que atrapa y que sale tarde o temprano en la ropa, cuando comienza a descolorarse. Ya estaba en mayo cuando las rosas brotan, en diciembre su cuerpo había perdido la voluntad, un ataque le desplomó contra el piso, le lubricó los ojos, le prendió fuego a las neuronas e hizo explosión en las partículas de su razón. Nunca sucedía nada, pero este hecho le había robado sus imágenes y la había introducido al placer que solo sienten los santos. Pasó la vista sobre su almanaque de cartera, 10 de mayo día de las madres y ninguna llamada todavía.
Lucero miraba con curiosidad sus pies, después del ataque que la había tendido en el piso. Porque la mayor ingenuidad está en los pies en los que nadie se fija, es como el recuerdo de la infancia que se sujeta en las comisuras de las uñas en las líneas más marcadas. Los pies, retrato de toda una vida. Tosió gravemente salpicando su saco de esa saliva extraviada que le había entregado a muchas bocas desarmadas. La comida se estaba poniendo fría, el tenedor le temblaba ante el paso de las horas. Al terminar, se puso a ojear un periódico de su infancia que había encontrado en el armario. Se asombró por la cantidad de letras e imágenes que la bombardeaban por su contenido de violencia y es que en aquella época cualquiera podía morir o ser asesinado a manos de la raza quetra. Raza que buscaba la perfección física, pero, ahora en otros tiempos más amables y menos descabellados en donde podía convivir abiertamente con personas menores de edad sin ser encarcelada o ultrajada.
Antes no se podía convivir con menores de edad ni mencionar palabra alguna, ya que desde muy pequeños eran mandados a la zona de alimento. Lucero no había vivido todo lo anterior porque una bomba biológica había desarmado a los principales líderes, sin embargo, le habían entregado unos hijos a los que debería criar y amar por debajo de la raza.
Entonces, yo aparecí en su puerta y le dije: Lucero apaga ya ese botón de la memoria te estás volviendo dramática, mírame a mí que soy libre como los animales, que corro como leopardo y no le tengo ninguna consideración a los humanos. No sé porque te empeñas en buscar recuerdos que no existen, sí nuestra sangre es perfecta, somos más que ellos aunque se empeñen en afirmar que somos copias mientras que podemos hacer más de lo que ellos soñaron. Justamente por tu actitud no puedo enamorarme de ti. 
Ella pensó que quizás él tenía razón, pero de cualquier forma la imaginación se había apropiado de su memoria para crear falsos recuerdos. La vigilaban era un hecho. Arturo contuvo el aliento esquivó la mirada de la bestia y se marchó volando.
Lucero cerró la puerta, se asomó por la ventana, miró una jaula vacía en su mente y posó sus ojos al otro lado. Y el perro todavía estaba allí con los ojos furiosos…

Uriel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:26:54 pm
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Viaje a un pasado extraño


Aquel científico necesitaba saber qué sucedería si en la máquina del tiempo retrocedía al momento en que sus padres estaban por conocerse e impedía la relación. Esa noche reflexionó, y decidió viajar al pasado. Al día siguiente muy temprano, se preparó para su aventura. No sabía adónde ni en qué año ni en qué lugar acabaría, ni si quiera savia si  le iba a merecer la pena el riesgo, pero había algo en él que lo empujaba hacia ese extraño aparato, no sabía porque, pero no podía resistirse a la tentación de hacer algo que nadie ha conseguido hasta el momento.
Después de plantearse todos los conflictos posibles, y de prepararse para poder esquivarlos, se dio cuenta, de que aquella maleta vieja y destrozada pesaba demasiado, y no sabía si iba a causar daños llevando algo al pasado ni si quiera descubierto, todas las horas le sirvieron de nada, cogió una linterna y se adentro en la máquina.
De repente sintió una sensación de mareo, como si todo diese vueltas a su alrededor, su entorno, antes gris metalizado, era ahora una mezcla de colores abrumadora. Sentía como si estuviese cayendo a gran velocidad, efectivamente, notó un impacto en su espalda, había caído en un terreno pantanoso y extraño, nada parecido a lo que es su hogar.
Después de andar durante horas, y para a algún que otro excursionista, llegó adonde su padre se crió. Una gran mansión de paredes blancas y lujosas, a sus pies un extenso jardín, con la hierba recién cortada, y los aspersores funcionando todavía. Tocó ese timbre que le diría la verdad sobre su pasado, quien era, de donde venia. Abrió un hombre alto y bien vestido, le preguntó si podía ver a su padre (utilizando su nombre lógicamente) a lo que el hombre le respondió “Aquí solo vive un anciano, se ha equivocado”
Pensó en todas las historias que le contó su madre, decía, que era un gran noble, una persona respetada por muchos, pero, al parecer, toda su vida ha estado encerrado en una gran mentira, viviendo un cuento sin final feliz, buscando un padre que no existía.
Volvió a casa, y decidió dejar de buscar a su padre, se quedó con una duda que le comía por dentro, si su padre no vivía allí quien lo hacía. Hasta que un día, miró al pasado, recordó su viaje al pasado. Era imposible la verdad que acababa de ver, ese anciano solitario, en esa casa grande y hermosa, era él, la máquina del tiempo no lo llevó al pasado, como el deseaba, si no que lo mandó al futuro, para avisarle de lo que le pasaría, pero se dio cuenta demasiado tarde, lo único que le quedaba era su fiel mayordomo.

Raquel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:31:40 pm
Entre Trenes


Todo era perfecto hasta el día que murió, y con él, una parte de mí se marchó para siempre, o al menos
eso creía yo... Él y yo siempre habíamos amado la literatura por encima de todo. Tras su muerte me sentí tan sola, la
vida ya no merecía la pena, no sin él...
Durante mucho tiempo me refugié en sus libros, en cada una de esas muchas palabras que él había
escrito mucho antes de partir hacia la otra vida. Cada una de sus muchas novelas me recordaba tanto a
él, cada vez que abría uno de sus muchos libros un chorro inalcanzable de su ser me inundaba.
Mientras leía estaba muy bien, rodeada de un mundo perfectamente perfecto dentro de los límites de
un mundo creado a partir de las descripciones y los personajes del propio libro, pero yo sabía que
detrás de todo aquello no había nada, todo era falso, él no estaba ni estaría nunca más, debía olvidar y
seguir adelante, seguir con mi vida...
Dejé la literatura, dejé los libros y cerré el portal de mi propia imaginación hacia mi bonito mundo.
(. . .)
Cada mañana, desde hacía años, cogía el tren de las ocho y cuarto en la estación principal de la ciudad
para ir al instituto, y siempre, en el mismo lugar, en el mismo banco, siempre sola, estaba ella. Una
niña de unos ocho años de edad, de pelo oscuro, vestida con un bonito vestidito el cual era de un color
diferente cada mañana, nunca repetía el mismo vestido en todo un año, y siempre estaba triste, siempre
estaba allí sentada sin hacer absolutamente nada, solo lloraba; y en el tren, no se como me lo hacía,
pero siempre encontraba sentado justo enfrente de mí a un señor mayor, de pelo canoso, vestido con
una larga gabardina que parecía recién sacada de alguno de los libros de detectives de Sherlock
Holmes, y siempre andaba sumido en su mundo, escribiendo en una libreta vieja y gastada historias y
memorias que nunca leería nadie, por eso yo le admiraba tanto. ¿Cómo era capaz de escribir con tantas
ganas aún sabiendo que nada de lo que había escrito o escribiera sería leído por nadie? ¿Cómo podía
escribir para nada? ¡Ni siquiera tenía familia! ¡Estaba totalmente solo en este mundo! Como yo...
Siempre estaba tan concentrado que nunca me atrevía a preguntarle el “¿por qué?” escribía con
semejante entusiasmo, pero un día no pude reprimirme más y se lo pregunté.
“Escribo para mi, no necesito que mis escritos sean leídos y afamados para disfrutarlos y que me
gusten, yo soy feliz así y aquí, la felicidad no acude a nosotros, nosotros decidimos tenerla o no, pero
no basta con desearla”.
Después de semejante reflexión siguió escribiendo e ignorando donde se encontraba, como todos estos
años, y yo regresé un tanto confusa y pensando en tal sutil consejo a mi asiento.
Un día decidí que era hora de dirigir mi vida hacía otro rumbo, dirigirla con otros pasos, más firmes y
más útiles. Me propuse hacer reír a la extraña y misteriosa niña de los trescientos sesenta y cinco
vestidos. Cada mañana llegaba a la estación muy ilusionada y exuberante con nuevas ideas para hacer
sonreír a la triste niña, pero cada día me subía al tren más deprimida y con menos esperanzas, no
lograba hacerla sonreír. ¿Cuál era el problema de aquella pequeña? ¿Por qué siempre andaba en el
mismo sitio sumida en silenciosas penas? ¿Por qué siempre restaba sola sentada en aquel banco? ¿Por
qué nunca repetía un mismo vestido en un mismo año? ¿Por qué? Millones de preguntas acudían a mi
como abejas a la miel, pero no era capaz de preguntarle nada a la niñita, no mientras la viera sufrir de
esa manera, pero llegó el día en que no pude contener mi curiosidad.
“El año viste cada día de un nuevo color, de una nueva sonrisa y de una nueva pena, así
como la vida viste cada momento de una nueva forma y el pasado... ¿Qué es realmente el tiempo? ¿Un
espacio invisible que controlamos o que nos controla a nosotros? Algo que nos es difícil de manejar
pero a la vez bastante llevadero. Más de mil preguntas pueden llegar a asaltar tu cabeza de un instante
a otro pero no ser capaz de contestar ninguna, el mismo problema es el de los vestidos”.
-Vale, ¿qué es esto? ¿una adivinanza? ¿Es una adivinanza para responderme a mi misma todas esas
preguntas que tú dices que digo que dice ese adivino del destino? ¿Un tema sobre algo de los vestidos?
La niña me miró con cara de no entender nada, era curioso, me había soltado una reflexión
extraordinaria que ni yo, una alumna de bachillerato podía entender y después, lo que yo le decía no lo
entendía. Extraño y misterioso, al fin y al cabo, como ella misma... Cogí el tren y la dejé sumida en sus
tristes pensamientos, como cada mañana.
Pasaba el tiempo, creí que podría alejarme para siempre de los libros y de todos esos recuerdos
ambiguos y medio olvidados de una realidad no tan real y sobre todo, de él... pero no pude, no fue así,
cambié de opinión, simplemente eso, había pasado tiempo, había conseguido olvidar y rehacer mi
vida, y lo más importante... sabía que él estaba bien y que dónde estuviera, feliz, me esperaría...
La mañana siguiente volví a abrir un libro.
Llegué a toda prisa a la estación y muy entusiasmada; había vuelto a mi bonito mundo, a los libros, al
reencuentro con todos sus personajes y sobre todo... al reencuentro con él. Tenía que contárselo al
abuelo de la capa de detective, al escritor sin fronteras. Subí al tren, ni siquiera me paré para intentar
hacer sonreír a la niña, tenía demasiado que contarle a ese misterioso viejo, demasiadas preguntas y
hasta creo que demasiada curiosidad... Me senté en el primer asiento vacío que vi, levanté la mirada
pero el viejo no estaba, que extraño, miré a mi alrededor pero tampoco lo hallé.
¿Por qué?
Me puse nerviosa, ¿como que no estaba? Todos esos años, mientras iba cada día hacia el instituto me
lo encontraba sin yo quererlo, y el único día que de veras deseaba verlo... desaparecía, así sin más...
Algo muy extraño ocurrió en el tren aquella mañana, me quedé dormida, o más bien en una especie de
trance, soñé una cosa muy extraña, yo lo veía a él, estábamos los dos sentados en el banco donde
siempre estaba la pequeña niña triste de los trescientos sesenta y cinco vestidos, era como una especie
de “adiós” entre él y yo, fue mágico... Cuando desperté me había pasado tres pueblos de mi parada y
era demasiado tarde para volver al instituto, me volví a casa.
Al bajarme del tren, me acordé de la pequeña niña, no le había dedicado tiempo aquella mañana y por
obra del destino ahora me encontraba delante suyo, para dedicarle el tiempo perdido.
Fue el día en que la vi por última vez, el día en que volví al abrazo de los libros, el día en que me
despedí de él, el día que misteriosamente desapareció el abuelo... y el día en que la hice reír por
primera vez.
La niña se levantó del banco, me dirigió una última mirada y echó a correr...
-Ese día fue el primero y el último día que la vio realmente.-

Rivendel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:38:49 pm
(http://static.meseon.net/images/artwork/6514857a8f72e77c3d95d33949d107f8/512_fbdcb88128f7c7e84435a0f23f5be7de.jpg)

Soplo de Vida


Era una noche sin estrellas, pero sintió el aire fresco en su cara al asomarse por la ventana.
La música, de viernes a  las tres de la mañana de los jóvenes de marcha no le molestaba, todo lo contrario, parecía que todo aquel murmullo, a veces ruido, le transportasen hacia buenos recuerdos de veranos años atrás, haciéndole sentir conectada, cómplice con ellos, y, de pronto, se sintió recargada de vida.
En ese instante, giró su cara y la parte del cuerpo que le acompañó, hacia donde procedía aquel barullo, viendo, por encima de todo, una luna casi llena y brillante, aunque la luna, en aquel instante, aparecía anecdótica, sin apenas el encanto del que suelen enganolarle.
Era vida, todo aquello le recargaba de vida, de energía, esa energía que te hace olvidarlo todo para llenarte de ilusión y darte fuerza, toda la necesaria que se precisa para volver a olvidar, volver a tener fe, y, porque no decirlo, confianza en uno mismo para reanudar el camino, el que le había tocado vivir, como a cada uno, pero, desde aquel instante, volvería a estar cargado de incertidumbre, ahora de nuevo positiva.
Así que, después de haberse levantado para cerrar la ventana antes de acostarse, dejó que aquel trozo de luz y sonido que se colaban por el diminuto hueco inundasen la habitación y le acompañasen toda la noche. Sin más, fue feliz. Se esfumó la ira que había ido creciendo y decidió volver a abrir su corazón para que entrase de nuevo la felicidad.

Little
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:42:53 pm
(http://b.vimeocdn.com/ts/146/975/146975736_640.jpg)

Todo es relativo


      Siempre, de toda la vida, he escuchado decir que las comparaciones son odiosas y creo que así es, que establecerlas sólo vale para malos entendidos  y, muchas veces, para disgustos y sinsabores. Lo que ocurre es que, a menudo, la gente “chismosa” parece que lo que quiere es, precisamente , eso, armar líos para no vivir nunca tranquilo, y ,lo que es peor, no dejar vivir tranquilos a los de su alrededor. Esas personas alborotan mucho y no dejan títere con cabeza, así que, en la medida que se pueda, hay que hacerles caso omiso, obviarles, porque, de lo contrario, le vuelven a uno la cabeza del revés y ¡ vamos ¡ digo yo que no estamos aquí para estar todo el día penando y sufriendo.
       Yo propongo, o mejor dicho, me propongo a mí misma, ver las cosas, en general, por el lado positivo, y no es que tenga tal grado de ingenuidad que no me entere de nada, sino que intento sacar lo mejor de cada uno, de cada cosa, de cada situación.
        Por ejemplo, cuando oigo hablar de alguien sobre el que dicen que no es buena persona, siempre suelo reflexionar un rato sobre lo que escucho y, generalmente, llego a la conclusión de que alguna cosa  buena tendrá, pero que precisamente se han fijado en algún aspecto negativo, que todos tenemos, pero sería mejor destacar alguna cualidad, que sin duda también las tendrá. Puede que, en algún momento, no haya sido un buen amigo, pero  habrá que sopesar las veces que sí lo ha sido, o ¿es que a la primera de cambio vamos a tirar todo por la borda?, creo que hay que tener un poco de equilibrio y no inclinar siempre la balanza hacia donde más nos apetezca en cada momento. Es mejor, en mi opinión, ser algo más moderado y así no llevaremos las cosas a los extremos.
       Estamos viviendo un momento muy destructivo, todo es horroroso, nada se puede aguantar, todo está fatal,… que si mis hijos…, que si mis padres…, que si mis amigos…, que si mis compañeros de trabajo…, que si mi jefe…, que si los políticos…, que si mis suegros …, total, que no hay nada ni nadie que salve el pellejo. Pero si nos preguntáramos alguna vez  por nosotros mismos, a lo mejor nos dábamos cuenta de que puede que, en alguna de las ocasiones, la causa esté en mí, que no hay que buscar tres pies al gato, como se suele decir, que sería interesante que modificáramos alguna de nuestras conductas  y es posible que así empezáramos a cambiar algo las cosas. Puede que así transmitiéramos otras vibraciones a la gente que tenemos cercana a nosotros; en vez de un mal gesto, podríamos esbozar una sonrisa, o en lugar de lanzar un exabrupto , podríamos decir una palabra amable. No cuesta tanto y el resultado es fantástico. Yo  he probado a hacerlo y de verdad que me he sentido muy bien.
        Otro  de los temas que me llama la atención y que también hay que mirarlo desde la relatividad , es el de esa manía que nos ha entrado de quejarnos por casi todo, por ejemplo, del dinero, parece ser que estamos peor que nunca; enseguida sale a colación la crisis, esa dichosa crisis que nos tiene tan traumatizados, y sí que es verdad , hay crisis económica, pero es que se queja hasta el que no lo está viviendo tanto. Me parece que hay que ser realistas, ya que mientras hay personas que lo están pasando francamente mal, porque no tienen trabajo; sí, están en paro, por el cierre de empresas y negocios y por otras muchas causas que les hace estar al límite, y, en el mejor de los casos, les tienen que ayudar la familia, si es que gozan de mejor situación, hay otros que siguen quejándose y que, sin embargo, no están en ese caso, sobre todo porque tienen empleo,  además estable, más o menos bien remunerado, pero, al fin y al cabo, cuando acaba el mes tienen su sueldo para poder vivir con dignidad. Cuando oigo lamentos de algunos de estos, me acuerdo de los que verdaderamente lo están pasando fatal y , es que aunque no lo quisiera, tengo que compararlo y decir que no es justo, si es que sirve esta palabra, que es el momento de mirarnos un poco en los demás y saber ser agradecidos, incluso, si podemos, intentar compartir algo con el que no tiene prácticamente nada.
        Conozco casos de personas que están al borde del precipicio, apenas tienen para poder comer,  además tienen cargas familiares, niños, y se da la circunstancia de que  el matrimonio está sin trabajo, viven casi de la caridad y de alguna “chapuza” que pueden ir haciendo, pero que es tan poca cosa que las privaciones a las que tienen que estar sometidos son innumerables. Tienen esperanza de que las cosas mejoren, pero no ven que llegue ese momento, la vida se les empieza a hacer cuesta arriba. Buscan trabajo por todos los sitios y nada remedia sus males. Así, en estas condiciones, hay mucha gente hoy en día, lamentablemente y uno se queda sobrecogido, pero hacemos muy poco o nada por colaborar a que mejore la situación. Cuando pienso en estas personas me doy cuenta de que la vida está montada para los “ricos”, todo te lo meten por los ojos, la publicidad ataca continuamente y es como si encima te crearan aún más necesidades de las que tienes. L a verdad es que tampoco la abundancia de cosas da la felicidad, todos conocemos a personas que teniendo mucho, en lo que respecta a lo material, sin embargo son más pobres que las ratas, porque carecen de otras cosas más importantes, algunos son muy egoístas, no conocen la palabra generosidad y viven amasando sus riquezas, pero al fin y al cabo, no lo disfrutan porque no entienden de compartir, ni de otros valores que engrandecen.
        Lo ideal para mí es el término medio , ni nadar en la abundancia ni tener tal escasez que carezcamos de todo. Para poder vivir hay que disponer de un mínimo que nos permita cubrir, aunque sea, las necesidades básicas, porque , generalmente, el que tiene demasiada riqueza tampoco lo valora, tanto tengo, más quiero. La realidad de las cosas es que existe tanta desigualdad que, muchas veces, trae consigo el sufrimiento y , lo peor de todo, es que el que no está en la parte triste no se da ni cuenta. He ahí la mayor miseria.

Abalorio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:46:03 pm
Las hijas del carnicero


En el barrio en el que vivo están sucediendo cosas bastante raras. Se están perdiendo los niños. Sí. Los de uno, dos, tres, cuatro, cinco años. Todos los vecinos andan alarmados, muchos les han comprado revolver a sus sirvientas. Mi mamá dice que eso deben ser los asiáticos que están de turistas por estos dí­as en la ciudad, y yo  le he dicho y recontradicho  que  eso no es así, que yo tengo una amiga china y qué es de lo más bien, que ella nunca se comerí­a un niño en el desayuno, además intentó ser vegetariana — – para salvar  a los desamparados animalitos, pero creo que se enfermó; mañana salvará vidas, es que se prepara para ser médico. En fin, yo sí sé por dónde va la cosa, resulta que el sábado como a las 2 a.m. a lo que se terminó la pelí­cula y apague el televisor , me puse a mirar por la ventana, esperando ver a la vecinita poliandra que se baja de distintos carros, me tiene loco, ella es la culpable de mi insomnio sabatino, es que está bien buena, pero no me convence en lo mental,  sólo en el ámbito sexual, me la he imaginado un poco de veces desnuda, imperfecta, borrosa, lo que no es lo mismo que verla, y cómo hago yo para decirle que la invito a cine, que pago los taxis y el motel, pero que no me hable porque me desencanta es enseguida; eso no se puede(todos sabemos como son las mujeres). En fin. Lo que no es para  uno que se lo coma otro.

Esa noche no la vi llegar, como que no durmió en su casa. En el momento en que iba a cerrar las cortinas de las ventanas vi a lo lejos una sombra que  poco a poco se fue revelando y descubrí  entre la oscuridad  la figura de la vieja bruja de la esquina con sus vestidos andrajosos , su pelo canoso y sus gatos , no le di importancia pues todos  aquí en el barrio saben que está loca y que  le da por caminar en la madrugada .En esas estaba cuando vi pasar al papá de las mellizas Monster frente a mi casa, abrí­ bien los ojos y note que tenía extensas manchas de sangre seca sobre la camisa y el pantalón, rápidamente solté la cortina y me agaché para que no me viera, eso me lleno de espanto. Al otro día me impuse revelar el misterio de mi barrio, ya tenía una pista, sólo me faltaban las pruebas, yo sabí­a a qué hora exactamente pasaban las mellizas Monster por mi casa, todos los días; nunca las saludaba, es que me asusto con solo verlas. Las mellizas Monster son dos esperpentos de 30 años que las mantiene el papá porque no han podido encontrar marido, y tampoco pudieron ir a la universidad porque sus puntajes Icfes fueron decadentes.

Las vi un soleado sabado desde la ventana, cruzaban delante de mi puerta.

·         Hola. —-las saludé.

·         Holas (coro).—respondieron las dos.

 

·         Cómo está hoy el cielo de bonito, no?

-Igual.

Para dónde van?.

·         Pa internet.

 

·         Y eso?.

-Pues a chatear con nuestros ciber novios.

·         Ah, no es que ando de lo más aburrido y las querí­a invitar a algo, a ver una pelí­cula en su casa.

·         Te burlas de nosotras?.Vivimos hace 30 años en esta cuadra y nunca nos has dirigido palabra alguna.

 

·         No. Cómo se les ocurre. Siempre las he catalogado como las mellas más lindas del barrio.

-Tan bobo usted, claro que somos las más lindas no ves que no hay más gemelas por aquí­.

·         Entonces aceptan?.

·         Sí.

·         No.

·         Espera aquí no te vayas.

La más larga cogió a su hermana del brazo y se alejaron de mí.

·         Por qué dices que no?.

·         Oye, que no se te note la ansia.

·         A mí no me importa, ya estamos muy viejas para bobadas de quinceañera, más bien regresemos rápido que se puede ir, tú sabes cómo es ese man de misterioso

Se acercaron

·         Volvimos.----- dieron un salto

·         Entonces?.

·         Sí (CORO).

·         Yo tengo una pelí­cula aquí­.——les dije.

·         Cuál?

Se las mostré

·         No qué le pasa, qué pelí­cula tan pendeja, a usted como que le gustan muchas pendejadas.

Tenía ganas de mentarles la madre pero me aguanté y me dije: hay que salvar a los niños.

·         Pues sí­.

·         Vaya a cambiar esa película acompañado de mi hermana. Le susurró a su hermana en el oí­do: ve con él, porque sino ese man nos pone a ver es terror.

Donde el vendedor pirata nada le gustó entonces me dijo. -Vamos pa la casa que allá tenemos un poco de pelí­culas buenisísimas. Así­ lo hice. Llegamos a la casa, la otra mella Monster me dio gaseosa con Detoditos, entre las dos me agarraron de los brazos y me arrojaron en la cama, cada una se me acostó a los lados. Pusieron una de las pelí­culas que tení­an debajo del colchón, y empiezo a ver tremendo porno. 20 minutos después me metieron mano, y  yo me levanto es enseguida.

·         Qué les pasa.

·         Nada, es que no te gusta la pelí­cula?.

·         No es eso, es que ustedes están como necias, yo me voy mejor.

·         Es que no le gusta el placer?

·         Sí, pero no con adefesios.

·         Usted sí­; inventa cosas.

·         Olvídenlo, en que trabaja su papá?.

·         No nos cambies el tema.(coro)

·         Saben, yo como que me voy.

·         No tú no sales de este cuarto.

No sé de donde mierdas sacaron las hachas y empezaron a blandirlas.

·         Te acuestas con las dos o si no te cortamos el miembro. Tragué saliva.

·         No. Prefiero morir que quedar traumado el resto de mi vida.

·         Entonces para qué te pones a ilusionarnos.

·         No, yo solo quiero saber en qué trabaja su papá.

·         Él es carnicero.

·         Déjenme ir —-dije sollozando. Estaba muy asustado es que sus rostros eran distintos.

·         Que no, bájese los pantalones a ver rápido.

·         Bueno pero primero con la más bonita.

·         O sea conmigo (coro)

Ay! Se las hice bien, estas se pusieron a pelear; se arrojó una contra la otra soltando hachazos, yo empecé a escuchar los jadeos y los bramidos de furia, después vi los cortes que se hacían .La sangre fresca y caliente brincaba por todas partes , eso mancharon paredes, cortinas, almohadas, hasta me cayeron unas gotas de sangre en la cara y en la ropa; vi como se quitaban los dedos, las manos, las piernas, las orejas, y por último las cabezas. Al ver el abominable estado en el que yacían las mellizas Monster, me fui fue vomitando. Sin perder tiempo llame a la policía y llegó una pareja: uno muy raquítico que tomaba las fotografías a las mellizas desmembradas y el otro uno gordo de bigote y gafas empezó con las preguntas. –Qué paso aquí­?. -Se mataron. -Conoce el motivo. -Sí­, por sexo. Deseaban abusar de mí­. -Cálmese joven, váyase para su casa y péguese un buen baño. Antes de irme les dije: -No olviden revisar toda la casa; yo creo que por aquí­ andan los niños perdidos. A la mañana siguiente en el periódico leí­ que habían aparecido todos los niños, que los hallaron en la madrugada en el cementerio. Todos exponían que habí­an acompañado a la vieja bruja de la esquina y sus gatos.

Marcelo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:50:39 pm
(http://i7.photobucket.com/albums/y296/locuralucida/tinta20permanente.jpg)

Anoche Soñe que Escribi EL Libro


Soñe que Dayhana descubriò el Lenguaje de Dios, inventò el Programa computarizado y equipo fìsico para su utilidad.  Ella decìa que si una mujer embarazada tenìa antojos eso es porque el feto necesita alguna combinación de elementos que se hallan en eso que hace que la madre quiera comer o beber, oler, sentir;  Y por ser natural, pensó, “será que así es que nos habla Dios?” Tenía identificado al posible mecenas asi que salio a su encuentro. Billonario, había colaborado con las fuerzas rebeldes de Sierra Maestra por lo tanto tenia sus contactos.  Despues de ingeniárselas para ganar la confianza del octogenario, le confeso sus planes para desarrollar un dispositivo capaz de ser implantado en el ser vivo y hacer un informe completo del mismo basado en el ADN.  Esto incluye desde padecimientos presentes hasta posibilidades futuras, régimen de elementos ha ser suministrados para evitar o curar, en fin, la fuente de la juventud con calidad de vida.  Pero entonces, ¿como realizar el proyecto exitosamente si representa la ruina del monstuo farmacéutico asi como de la otra bestia comercializadora de la salud, los hospitales privados y similares?
-Te vas para Cuba, alla te protegerán y las patentes se negociaran fuera del alcance del bloqueo con paises poderosos y amigos de la causa.  Yo moriré en paz con mi concienca y creeme que a estas alturas del partido, es lo unico que puede desear un hombre que ha disfrutado todo lo que ha querido; Aqui es imposible llevar a cabo un proyecto.  No se hable mas.  Hoy mismo arreglo todo y te vas para La Habana.
Con todo lo necesario, Dayhana inicio su trabajo y en menos de cinco años ya estaba terminado, el programa computacional, los monitores corporales, los inyectores, todo.  En el Congreso de Biotecnologia Molecular se presentaran los estudios, productos, etc. y sus usos.  Empezara asi, los bebes de las nuevas generaciones llevaran el implante del monitor desde el nacimiento justo antes del paladar, que es una de las partes del cuerpo mas protegidas, por el cráneo, este proporcionara desde el primer control todo lo necesario para la salud física y mental.  Determinará también las facultades que podrá desarrollar y esta información sera reservada para los registros escolares.  Segun sus capacidades naturales y las necesidades sociales, será su aporte.  El ADN intercambiara con el programa sugerencias para su perfeccionamiento y el programa determinara los elementos y las dosis.  Los niños ya nacidos, adolescentes y adultos llevaran un disposivo de acuerdo a la aceptacion orgánica de cada cuerpo.
Y el clima?, monitoreado por satélite con este sistema que indicará automáticamente las acciones posibles para evitar grandes cambios que puedan continuar alterando el ecosistema. ¿Cómo? con el ADN del planeta; Allí donde se esten talando árboles por ejemplo, ya no habra necesidad de demagogia, papeleo, denuncias, operativos para dar con los delincuentes, sencillamente, el satélite aplicará la medida correctiva que consiste en el daño permanente de la maquinaria utilizada, la localización y reporte inmediato de cada  persona, con identidad suministrada por el chip obligatorio implantado en su cuerpo por el Prorama de Salud.  Igual, de no poseer el chip o estar inhabilitado de alguna manera, siempre estará el trasmisor de señales ubicado en los equipos de trabajo, que serán de uso obligatorio. 
Hambruna? inmediatamente aplicado el chip se activarán los mecanismos para suplir las sustancias necesarias para la alimentacion sin necesidad del proceso digestivo, mientras se reestructuran los procesos de produccion mundiales y se logre la aplicacion de las medidas de distribucion de bienestar social.  Es una revolución, lo que estaba abajo se ubicara arriba y lo que estaba arriba, bajara y se deleitara de las mieles de la justicia social.  De todo esto no sera sencillo sacar conclusiones pero si podriamos proyectar las transformaciones derivadas.  Una vez superada la barrera de la baja calidad de vida, la producción planificada y distribución adecuada de las riquezas, la consciente explotación de los recursos naturales renovables y no renovables, la uilización de nuevas fuentes de energía limpia y barata, no contaminante, traeran consigo necesariamente entre multiples transformaciones, un nuevo sistema de organización social, basado en el bienestar de la sociedad no individual.  El que no lo conciba asi, puede remitirse a un ejemplo reciente de como ha transformado la internet nuestras formas de relacionarnos socialmente, económica y políticamente.  Ha sido una revolución completa.  La educación será impartida por grupos de afinidad vocacional y no como ahora que  van todos los
niños a escuchar las mismas clases de matemáticas, ciencia, historia, etc., cuando en realidad esas criaturas no tienen el mas mínimo interés en ninguna de ellas y el que se interese por alguna ya se identificará con el diagnóstico del ¨Lenguaje de Dios¨, la verdadera vocación del niño.  Esto permitirá que se preparen planificadamente los profesionales que necesita el mundo entero.  Los que tengan además intereses y capacidad para estudios en otros países también serán aprovechados, no será un sistema cerrado de inducción de vocaciones, porque cada uno de nosotros tiene mas de una tendencia o preferencia para servir.
¿Como será retribuído el trabajo?  la fuerza de trabajo entregada para la producción de bienes de utilidad social será retribuída con la satisfacción de las necesidades de cada individuo de tendencia a vida en sociedad pero de forma individual claro, lo cual puede cambiar en el transcurso de su vida, y para quienes formen familia, se satisfarán las necesidades de la familia. 
La religión será aceptada como parte de la cultura y científicamente se descubrirá que el supremo sistema organizado hacedor de todo, ha tocado a cada uno de nosotros de la manera  correspondiente a tiempo y espacio histórico, asi pues, seremos una hermandad que respetará la forma de acercamiento que El eligió para cada pueblo e inclusive para los ateos, a quienes se acerco con  su inteligencia y capacidad de disernimiento sin la opresión que el hombre impuso sobre el hombre sin tener relación directa con los designios, pero que aún así, son sus designios.  Terminará radicalmente es la comercialización de la religión y no solo porque cada individuo será consciente de su propia naturaleza divina sino también porque ya no será necesario comunicarse por medio de ritos sino que su LEY ESTARA GRABADA EN NUESTROS CORAZONES.
No existirá dinero ni forma de intercambio, todo será basado en la conciencia individual social; Es decir, si vamos al supermercado por ejemplo, y queremos helado de vainilla para tres, tomaremos lo
necesario, igual con todo lo demás, no es que desaparecerán las cosas que mas nos gustan ni nada de eso.  Pero, en ese caso, si no hay dinero o forma de intercambio, ¿còmo obtendrá el Estado los recursos para subsidiar la producción social?, muy sencillo, cada quien aportará según su capacidad y se producirá solo lo que sea útil y necesario para la sociedad.  Se acabará la industria farmacéutica paliativa y dará paso a la preventiva y curativa, se terminará todo lo relacionado con producción de productos para consumo vicioso, juegos de suerte, drogas nefastas, etc.  Además  no solo no se producirán sino que nadie sentirá deseo de consumirla, debido a la manipulación genética como ya te dije.
El sistema penitenciario será un rezago del pasado y a medida que las nuevas generaciones vayan naciendo, ya no será necesario.  Pero igual, mientras eso ocurre, a quienes se asignen medidas correctivas, se les brindará todo lo necesario para la reinserción social, desde modificación  genética hasta educación, vivienda, salud, deporte y recreación, como toda la sociedad.
Los sistemas obsoletos de pensamientos estructuados por inducción que tradicionalmente han utilizado  los medios de comunicación social serán sustituídos por un solo sistema a escala planetaria en el cual se darán a conocer los avances en desarrollo social de todos los países, se acabarán las noticias sensacionalistas, vanas, inútiles, en lo sucesivo serán motivo de alegría los logros alcanzados por cada país, región, continente.
El sistema financiero desaparecerá ya que los parásitos sociales serán transformados en seres productivos, por propia decisión puesto que el nuevo sistema social no obligará a nadie, pero al verse solos y sin nadie que caiga en sus trampas, debido a que la gente común, que es de quienes se nutren sus succionantes modus vivendis, serán transformados por el nuevo hombre, es decir todo aquel que quiera ser libre de sus adicciones, de sus deseos de cosas materiales inútiles, etc., se someterá al método de transformación genética, y dado que cada dìa serán mas y mas los que voluntariamente se integrarán, los parásitos ya no tendrán a quien explotar.  Además, como los parásitos humanos de los humanos se nutren de la fuerza de trabajo y de la admiración, envidia, snobismo y toda esa ridiculez, al ser la mayoria de la población libre de la monería, pues ellos solitos entrarán en el carril dado que ya no tendrán la cohorte de aduladores y wao parlantes.
Ha llegado el día, hoy es 21 de diciembre de 2012, se da inicio al Congreso de Biotecnología Molecular, ya todos los participantes tienen copia del proyecto que presntará Dayhana, asi que es demasiado tarde para matarla, serìa un vulgar acto de venganza, pero igual ella se ha guardado un As bajo la manga ya que no es como esas científicas super inteligentes de las películas de holigud, que son supremamente inteligentes pero las matan en una cabina telefónica mientras llaman a su hijo que está totalmente desprotegido en una casa del nort west de miami, porrrr favorrr. 
Pero toda esta maravilla ¿cómo será posible de la noche a la mañana?  fácil, China poducirá todo los programas computacionales y equipos, Rusia y Cuba capacitarán al personal médico, India proporcionará los medicamentos y sustancias para los cultivos y tratamiento animal, Estados Unidos proveerá el transporte y distribución durante todo el tiempo que dure el pago de la deuda externa contraìda con China.    Y así mientras las aguas toman su nivel, nos vamos acoplando, porque por causalidad, casualidad o lo que sea, todos y cada uno de los que se oponen a poner en práctica el proyecto ¨El Lenguaje de Dios¨, tienen en sí mismo, en algùn familiar, mascota, cultivo, o relacionado que sea, un problema de salud ha resolver, por lo tanto, tendrán que rendirse ante los beneficios inmediatos que les proporciona la ejecución del proyecto y dejar la ambición particular de lado. 
El As bajo la manga de Dayhana, es que no es Dayhana sino Dayhanas las que se presentan ante el Congreso.  Pero ¿còmo?, simple, sencillo, el Programa del Proyecto tiene un sistema de hologramas idénticos al original, este se basa en la posibilidad de que se detecte un posible rechazo del propio cuerpo a algún tratamiento o medicamento, por lo que el holograma copia todo el cuerpo de manera perfecta y le proporciona todo lo necesario para ensayar el tratamiento de forma tal que los fallos no
incurran en daño alguno en el cuerpo real.  Pero cuàl de las Dayhanas es la real?, nadie lo sabe, solo ella....después de los aplausos se retiran todas las Dayhanas, poco a poco, se van, despidiéndose, dando gracias, algunas se van en auto privado, otras en taxi, otras caminan juntas al poco tiempo se desintegran en una luz de farol y, que creen, la verdadera, al salir a la rotonda gigantesca del centro de convenciones, se quita el chal, lo que le estorba y abre unas enormes alas, blancas, luminosas, como las de San Miguel Arcángel, remonta el vuelo y se retira a su exilio adorado, donde se modificó así misma genéticamente para ser como los ángeles, ahora, como diría Cantinflas, vive  ¨ encuerada y sin comer¨.
Desperté a las 10 y pico de la mañana, me fui corriendo a comprar la loteria.  Jugué lo que dice la charada: soñar con ángel es 09, soñar con Cuba es 59, soñar con Dios es 00 y soñar con locuras es 99...

Luna de Guevara
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 15:54:34 pm
(http://delicuescencia.blogia.com/upload/20071122112336-nobusqueslibelulas.jpg)

Rebajas de Enero

 
Hubo una época en la que estuve a punto de suicidarme. No lo parece ahora, que acudo puntual a mi trabajo, voy al fútbol con mis hijos los domingos y una mujer adorable colma mis anhelos en los planos sexual y afectivo. Pero existió antes de esta de hoy, una etapa de mi vida muy distinta en la que el mundo no era más que un légamo putrefacto. Recuerdo aquella temporada como un tiempo confuso que no me perteneciera, como si se tratara de la vida de alguien irreal que sólo aparece en una mala película de sobremesa. En aquel tiempo algún Dios desprovisto de misericordia descargaba cada día sobre mis asuntos su furia de tormenta hasta convertir mi existencia en una pecina pegajosa en la que yo sólo era capaz de chapotear como un cerdo. Un puerco amargado y triste que no soportaba nada que pudiera tener siquiera un parecido con la felicidad. Odiaba las canciones que hablaban de arco iris, wonderful worlds y demás coros de iglesia anabaptista. Si hubiera podido, habría estrangulado a todos aquellos que chiflaban risueños la cantinela del Don´t worry, be happy. La felicidad de los demás me resultaba insufrible, lo que me convertía en un tipo abyecto que aborrecía a todo el mundo y, sobre todo, que se odiaba a sí mismo. Cualquier fecha era calamitosa, pero las navidades era la época más dura del año. Cuando iba de compras a los centros comerciales lo hacía con tapones en los oídos para evitar que las campanillas del Jingle Bells junto a las dulces voces de los niños cantores me provocaran espasmos de repulsa. En Nochebuena me salían sarpullidos de tanto escuchar repetida hasta la saciedad en la televisión la palabra “feliz”. El año 2002 conté las veces: 787 en Telecinco y eso sin tener en cuenta las del programa de María Teresa Campos, que no lo pude ver porque era superior a mis fuerzas. En aquel tiempo yo vivía solo y en Nochebuena todos los años iba a cenar a casa de mis padres, donde me encontraba con las dos hermanas viudas de mi madre. Eran tan simpáticas que me daban auténtico asco. Me recibían siempre con un besuqueo interminable ante el que yo no hacía más que preguntarme “pero estas mujeres, ¿por qué no se afeitan el bigote?” Un año, además de pensarlo, se lo dije; una de mis tías me soltó un guantazo que me dejó sin habla hasta el día de año nuevo. Precisamente otra de las fechas más molestas. Alguien que está seguro de que un nuevo año sólo puede traerle más desgracias es normal que considere una necedad ridícula celebrar su llegada. Esa noche nos juntábamos toda la familia por parte de mi padre en casa de un tío paterno. Un calzonazos de sonrisa permanente que abusaba de los diminutivos. Con 30 años, yo para él era su pequeño sobrinito y él para mí un colosal *****. Mis primos eran los típicos niños bien de colegio de pago, raya al medio y calcetines de rombos. El prototipo de personas a los que hubiera propinado de buen grado una patada generosa en sus depilados culitos Calvin Klein. Nunca fui a un cotillón de Nochevieja, mi velada ideal para esa noche consistía en meterme en la cama a escuchar en mi MP-3 un disco de Metallica. Tampoco regalé nunca nada en Reyes ni quería recibir regalos, porque eso podía hacer que se sintiera bien la persona que me los hacía. Si me regalaban algo, yo ni lo abría. Para colmo, siempre que veía a un niño le explicaba amablemente con todo lujo de detalles que los Reyes son los padres que compran en El Corte Inglés. Otro de los días de mayor sufrimiento era mi cumpleaños. Si alguien se animaba a arrancarse con el “cumpleaños feliz de tus amigos de parchís” alguna oscura fuerza interior me exhortaba a sacar allí mismo una metralleta y provocar una masacre. En fin, en esta línea podría seguir con una larga letanía de martirios personales. No soportaba los “happy end” del cine americano, odiaba a esas novelistas inglesas del siglo XIX en cuyos libros todo el mundo comía perdices y así un innumerable lista de rosados etcétera.
Odiaba tanto el mundo y a los hombres y mujeres que lo habitaban que la muerte de todos ellos me parecía el único camino coherente. Borrar de la faz de la tierra a esta casta de alimañas decadentes y egoístas sin ningún escrúpulo. A mí mismo me doy miedo recordándome en mi pasado sabandija. El caso es que, asustado de mi propia crueldad y cautivo de la más profunda desesperación con la que a duras penas subsistía, concluí finalmente que el mejor servicio que podía ofrecer tanto a la sociedad como a mí mismo era suicidarme. “Al menos así no amargaré la vida a nadie”, pensaba mientras continuaba sumido en mi agonía.
Para el suicidio elegí el método que me pareció el más cómodo posible. Puesto que el resultado de un suicidio en todo caso es siempre el mismo independientemente del método, al menos no quería pasar un mal trago. Además, la sangre siempre me ha dado mucha grima, así que descarté cualquier fórmula violenta como pegarme un tiro, ahorcarme o saltar por el balcón de mi apartamento. Sin embargo, la forma de morir que siempre me había parecido menos traumática era expirar mientras se disfruta de un dulce sueño. Mi suicidio, estaba claro, iba a consistir fundamentalmente en una sobredosis de ansiolíticos.
En internet encontré algunos consejos para conseguir una cantidad considerable de pastillas y no quedarme corto con la dosis. Cuando las tuve en mi poder me devoré una opípara cena llena de alimentos cancerígenos a base de fritangas y un par de postres preñados de colesterol. Para decirlo todo, también añadí un vino de bandera que me costó medio sueldo. Tras la cena, apuré mi último cigarrillo y sin pensar demasiado en ello me tomé los ansiolíticos empujándolos al gaznate con una deliciosa cerveza belga.
No tenía nada pensado para matar el tiempo hasta que el sueño letal me venciera, así que me senté en el sofá con mi cerveza y puse la televisión. Mientras variopintos pensamientos embestían mi cabeza caóticamente, empecé a cambiar de canal de forma mecánica. No sé por qué, pero finalmente me encontré como pasmado frente al canal de Teletienda. Anunciaban una crema facial rejuvenecedora elaborada a base de babas de caracol. Al parecer, o eso es lo que aseguraba la voz en off del anuncio, esa asquerosidad era estupenda para el cutis. Las imágenes mostraban a una mujer muy sonriente untándose la cara con estas secreciones gasterópodas. Según contemplaba el spot publicitario, advertí que algo en él me resultaba familiar, sin embargo no recordaba haber visto nunca antes ese anuncio. Casi al final de la proclama caí en la cuenta. La mujer que anunciaba sonriente los beneficios del milagroso producto cosmético, mientras se embadurnaba la cara con las babas viscosas de cientos de caracoles, era Elena Marcaida, una antigua compañera de clase en el instituto. La revelación me dejó estupefacto. Con ella había mantenido el primer escarceo amoroso de mi vida en mis años de estudiante. Ni siquiera llegó a ser un escarceo, simplemente yo había estado enamorado de ella pero nunca me había atrevido a decírselo. La típica historia de un adolescente patético, como era yo entonces. Mi enamoramiento duró bastante tiempo, hasta que ambos dejamos el instituto. Posteriormente no había vuelto a saber nada de ella. Aunque después de aquello yo amé y olvidé a distintas mujeres, el viejo tópico: “el primer amor no se olvida nunca”, en mi caso era indiscutible. De alguna manera, los amores que he tenido siempre los he comparado con el primero.
Sea porque tenía a la muerte esperándome a la vuelta de la esquina o por el impacto que me había provocado la visión de Elena tan feliz entre las viscosas secreciones del caracol, fugaz pero intensamente fui haciendo repaso de las pocas veces que había sentido algo por alguna chica a lo largo de mi vida. Finalmente concluí que Elena era la única mujer a la que realmente había amado. La imagen de dulce regocijo que exhibía en el canal de Teletienda me había hecho comprender lo infeliz que, sin embargo, era yo. No pude evitar fantasear sobre cómo hubiera sido mi vida con Elena Marcaida y asediado por el risueño fragor del canal televisivo, me imaginaba una vida feliz sobre un lecho de babas de caracoles. Sentí un irreprimible impulso interior: tenía que asegurarme de que la felicidad de Elena era real, que no era una pose ficticia ensayada mil veces delante de la cámara. Necesitaba tocar esa felicidad, como Santo Tomás, meter mis dedos en las llagas. Ser feliz sería posible para mí si lo era para Elena Marcaida.
Pero entonces sentí un súbito vértigo de somnolencia que estuvo a punto de vencerme. Noté mi pánico y me sentí estúpido. Tembloroso y asustado pude llamar a una ambulancia y contarles la tontería que acababa de hacer. Hasta que llegaron, estuve deambulando por toda la casa bebiendo Coca-Cola y haciendo gimnasia para no dormirme. Es evidente que finalmente me salvaron, si no, no estaría ahora escribiendo sobre ello. No me sobró mucho tiempo, pero me pudieron hacer un lavado de estómago antes de que fuera demasiado tarde. Además, no te puedes fiar de internet, la dosis que decían que era letal, lo era solo para adolescentes. La cuestión es que tuve suerte y no fallecí ni me quedaron secuelas de ningún tipo. Cuando me recuperé y estuve fuera del hospital pude dedicarme a la tarea que me asaltó frente al televisor en la antesala de la muerte: encontrar a Elena Marcaida. No fue difícil, entré en la página web del canal de Teletienda y encontré el teléfono del departamento de Marketing. Allí pregunté por Elena Marcaida, la chica del anuncio de la baba de caracol. Me facilitaron el contacto de la empresa publicista y pude dar con ella.
Cuando la llamé, mi primera sorpresa fue comprobar que se acordaba de mí. Luego estuvimos hablando animadamente durante un rato de temas no demasiado precisos: cómo afecta el paso del tiempo a nuestras prioridades en la vida, lo lejos que quedaban los años de colegio, el contacto perdido con la mayoría de los compañeros de clase,… Finalmente conseguí una cita con ella. Cuando nos encontramos y me contó su vida me quedó claro que la felicidad de Elena no era tan estupenda como mostraba la tele. Estaba divorciada, había perdido un buen trabajo como recepcionista y se había visto obligada a participar en spots publicitarios de segunda fila para mantener a su hija. No tenía demasiados amigos, ni demasiadas aficiones y muy pocos sueños cumplidos, pero no me pareció que fuera una persona insatisfecha. Se había volcado en la magna tarea de ofrecer a su hija un entorno feliz en el que crecer. Sabía apreciar el encanto de las cosas pequeñas como un paseo en un día de sol o la lectura de un buen libro. Consideraba el optimismo una postura necesaria ante las eventualidades diarias. Las babas de caracol no la incomodaban y seguía teniendo unos preciosos ojos de gata siamesa. No diré que descubrí en aquel mismo instante que seguía amándola porque mentiría, pero su felicidad imperfecta era, sin embargo, tan real que al lado de mi tormento resultaba abrumadoramente apetecible. Su entusiasmo por vivir me hizo sentir absurdo y abochornado. Nos vimos varias veces más, hasta que los rescoldos del amor que sentí un día se avivaron y las llamas de mi pasión volvieron a inflamarse.
El final de la historia no tiene misterios, ya lo adelanté al comienzo del relato, ahora acudo puntual a mi trabajo, voy al fútbol con mis hijos los domingos y una mujer adorable colma mis aspiraciones. Y sí, se llama Elena Marcaida. Como dice Sabina en su tema “Rebajas de Enero“, emociones fuertes buscadlas en otra canción.

Sabina
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 14, 2012, 16:00:46 pm
(http://www.3viajesaldia.com/wp-content/uploads/2008/11/piramides_selva_palenque.jpg?9d7bd4)

El Monje y los Disfraces


En un remoto lugar de la India, entre la espesa selva, cerca de la orilla de un tímido riachuelo, a la vera de los nenúfares, cañas de bambú y flores de loto, vivió una vez un hombre llamado Brahmán.
Criado en la selva, huérfano desde hacía muchos años, como estaba solo en aquel lugar, si quería obtener alimentos tenía que trasladarse al pueblo del norte, donde habitaban los Hombres Mono, seres que andaban dando saltos, cubrían sus cuerpos con pieles y hablaban utilizando únicamente la letra U.
Los Hombres Mono atacaban a todos los que no eran como ellos, por lo que Brahmán, cada vez que quería entrar en este pueblo para comprar comida, tenía que disfrazarse como ellos y pasar desapercibido.
Habitaba el sur de la región el clan de los Hombres Pájaro, seres muy cultivados e inteligentes que curtían finos vestidos y lindas telas, pero que no compartían sus posesiones con quienes no formaban parte de su comunidad, por lo que Brahmán, cuando quería comprar ropa y calzado, debía disfrazarse de Hombre Pájaro y camuflarse entre ellos.
Al este de la región se asentaba la tribu de los Hombres Serpiente, quienes hablaban dando silbidos y pintaban su cuerpo de color verde.
Cuando Brahmán se encontraba enfermo, si quería comprar los remedios milagrosos que fabricaban estos hombres, debía disfrazarse como uno de ellos, pues este pueblo no aceptaba a nadie ajeno a su comunidad y eran agresivos y violentos con los extranjeros, y disimular para pasar desapercibido.
La Comunidad de las Mujeres Ardilla vivía al oeste de la región, tenían sus casas encima de los árboles y utilizaban antiguos ritos sagrados para hablar con la divinidad, pero no los compartían con quienes no pertenecieran a su entorno, por lo que Brahmán, cuando quería rezar y poner sus súplicas ante el altar del buen Dios, tenía que disfrazarse de Mujer Ardilla e introducirse en su campamento.
Cierto día, de regreso a casa, se encontró en la orilla del río con un extraño hombre sentado tranquilamente con las piernas cruzadas, inmóvil, con los ojos cerrados, respirando muy suavemente, ensimismado y en silencio.
Brahmán se sintió muy atraído por la silueta del monje y quiso hacerle compañía hasta que despertara, vigilando además que ninguna alimaña pudiera causarle daño.
Así, por casualidad, llegó a contemplar su cuerpo reflejado en el río junto al del monje y pudo percatarse de la gran paz y serenidad que emanaba de aquel extraño, contrariamente a su propia ansiedad e inquietud.
Angustiado, ávido y deseoso de obtener objetos por los que tenía que disfrazarse y arriesgar la vida diariamente en una penosa lucha que ya se había hecho parte inseparable de su propia alma, perdiéndose él mismo por el camino, el joven Brahmán hincó las rodillas en tierra mientras de sus ojos brotaban las lágrimas, dándose cuenta por primera vez de que, bajo tantos disfraces, realmente se había perdido a sí mismo. Había perdido su calma, su serenidad y su presencia, vendiéndose a cambio de artilugios colmados de vanidad y sin ninguna utilidad real.
Contemplando sus vestidos, su cuerpo y su cara, Brahmán no se reconoció en el reflejo del agua y quedó aterrado por el ser que ahora calzaba sus zapatos. Una sombra de él mismo, un fantasma que se había adueñando de su propia vida.
Llorando desconsoladamente, el joven se echó junto al monje añorando la serena calma que el santo desprendía y preguntándose el enigma de aquella dulce sonrisa que el extraño mostraba en su rostro.
Al cabo de un rato, el eremita abrió los ojos y descubrió a nuestro amigo sollozando a su lado amargamente. Brahmán, al ver que el monje había despertado, besando su mano, le imploró poder seguirle, poder imitarle, poder ser como él, poder aprender a cultivar en su interior aquella mágica presencia llena de bondad.
El erudito, que era un ser iluminado, acariciando la cabeza de Brahmán, le dijo tiernamente:
- Querido hermano ¿No estás harto ya de imitar a los seres que te rodean y de disfrazarte cada vez que deseas obtener alguna cosa? –
El joven, sin acertar a pronunciar siquiera una palabra a causa de la emoción, asintió con la cabeza.
- ¿No deseas poder descubrir realmente quién eres bajo toda esa apariencia, debajo de todos tus disfraces, sin volver a necesitar vestirte con ropas de otros para poder subsistir en esta tierra? - continuó el monje y nuestro amigó volvió a asentir
- Entonces ¿por qué vuelves ahora a caer en el mismo error y deseas imitarme a mí para obtener lo que yo tengo? La calma que buscas no está fuera de ti, ni en otra persona, ni en otro lugar. Lo que deseas está en tu interior, pero para poder alcanzarlo no debes disfrazarte, sino más bien quitarte todos esos disfraces que te has ido poniendo y que son los que no te permiten ver tu propia luz. –
- ¿Cómo puedo hacer tal cosa? - acertó a preguntar Brahmán
- ¡Ven! - dijo el monje - Siéntate en la orilla de este río y busca en tu interior todas esas máscaras que has ido poniéndote y cuando las hayas encontrado, déjalas caer. Si haces esto a diario, si te buscas a ti mismo tanto de pie como sentado en meditación, dejando pasar todo lo que no eres tú, llegará un día en que te reconozcas paseando en la lejanía. Cuando esto ocurra, llámate y no vuelvas a perderte de vista jamás, pues tú mismo te conducirás hacia tu propio reino y podrás conocer directamente el cielo, a los ángeles y a Dios –
- ¿Cómo me voy a buscar a mí mismo? ¿Cómo puedo saber que lo que encontraré no será otro disfraz más sutil? – volvió a preguntar el joven.
- Con un suspiro entramos en este mundo y con un suspiro salimos de él. ¡Es muy importante prestar atención a la respiración! El aliento es un tesoro escondido en la mina del cuerpo, busca ese tesoro y cuando lo hayas encontrado, síguelo, pues te conducirá hasta ti mismo. ¡Ese es el camino y ahí se encuentra el Secreto de los Secretos!-
Durante mucho tiempo, el joven Brahmán se sentó en meditación en la orilla del riachuelo justo en el mismo lugar donde se había encontrado con aquel monje errante y, poniendo la espalda recta, metiendo el mentón, con la lengua tocando el cielo de la boca y mostrando una media sonrisa, prestó atención al movimiento acompasado de su cuerpo al inspirar y al espirar para poder percatarse de que la entrada y salida del aire, cuando roza las fosas nasales, abre un nuevo mundo de percepciones antes ignoradas que son realmente la puerta de acceso hacia un lugar que no puede ser descrito.
Así, Brahmán ya nunca más tuvo que disfrazarse ni que ponerse antifaz alguno y todo lo que necesitó pudo encontrarlo abundantemente a su alrededor. Las Mujeres Ardilla, los Hombres Mono, los Hombres Pájaro y los que adoraban a las serpientes, al oír hablar de un venerable erudito que habitaba en la selva vistiendo con un simple taparrabos y comiendo miel silvestre, se interesaron mucho por él y fueron a visitarlo.
Brahmán les enseñó la disciplina de la meditación y, como por arte de magia, los cuatro pueblos se hermanaron y vivieron amistosamente unos con otros pues pudieron descubrir en su interior un antiguo tesoro escondido que tuvieron a bien llamar Bondad.
Cierto día, Brahmán se miró en las aguas del río y ¡oh sorpresa! pudo reconocer en su reflejo la figura de aquel monje que, años atrás, se sentó en aquel mismo lugar indicándole el camino hacia la paz duradera, desapareciendo después.
Como el monje, Brahmán un día simplemente se desvaneció, pero hay quien dice que a veces se le ha vuelto a ver paseando por la orilla de algún río, sentado en meditación en algún templo o cantando mantras bajo la luz de la luna.
Lo que sí sabemos de él es que encontró lo que había perdido, a Brahmán mismo.
Los grandes eruditos de todos los tiempos se han destacado por no seguir la corriente del río, sino por buscarse en medio de las mareas y de las corrientes de la vida, anhelando mejorar el mundo beneficiando además a los seres.
Bajo todos los vestidos que nos ponemos cada día, se esconde nuestro propio Brahmán esperando a ser descubierto y ésa, en verdad, es la mayor lucha de todas cuantas puede haber. Quien no la ha realizado todavía es porque ya se ha perdido a sí mismo en la lejanía de sus propios delirios. Quien no sabe luchar contra su mente indisciplinada, ha comulgado con ella.

Losang Yiga
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 07:46:00 am
(http://2.bp.blogspot.com/_FlhF1GARQPE/R92gMB1y_XI/AAAAAAAAA2E/AFD0pPblTKQ/s400/semaro+rojo.jpg)

Al margen de los senderos


Caminó rápido las cuadras que lo separaban de su casa, sentía los dos grados bajo cero dentro de la piel.
El peso de lo irremediable le fastidiaba en la espalda,  y entonces todo le derivó en esa sensación de vómito, pegajoso y blando, mientras la sospecha que le daba vueltas en la cabeza le prometía entre dientes que se iba a hacer certeza.
Se dio cuenta de que todo era en vano, todas esas envolturas de frio y viento, amores de humo opiáceo, planes de fuga a la nada, esperanzas de saltos al vacio… Estaba harto de querer creerse que tener que planear su vida iba a ser la solución de los problemas, especialmente esta, la enésima vez que todo le salía angustiosamente mal.
Volver el tiempo atrás, además de no ser una opción, se le ocurría como un absurdo que casi le daba risa. Sabía que era inexorable en él volver a hacer las mismas cosas, simplemente porque era persona, y ese tipo de seres suelen tropezar mil veces con la misma piedra. Bien le vendría aprender un poco del perro de Pavlov.
Prendió un cigarrillo para tratar de atenuar el frio que le venía de adentro, los nervios le hicieron fallar el encendedor. Con rabia lo tiró por la alcantarilla y siguió con el paso apretado.
El semáforo en rojo lo hizo detenerse en la esquina de la Avenida. Mientras esperaba pensó en que lo mejor sería que alguien lo pudiera relevar de sus recuerdos, de la tarea de tenerlos dando vueltas encima suyo todo el tiempo, de no espantarlos como moscas porque a la larga es lo único que se tiene, que los buenos eran los mejores, que los malos se olvidaban fácil… Pensó que era un idiota el que alguna vez le enseñó eso, porque eran sus buenos recuerdos los que no le dejaban vivir, eran hipócritas, sucios y despiadados porque se le aparecían hasta en forma de sueño, de canción y de mujer.
Se le ocurrió que más bien se debería poder vivir en un instante eterno, permanente de presente, en el que no haya antes ni después del que preocuparse. Así hubiese logrado escabullírsele a tantas noches de nostalgia (que palabra más fea por favor N-O-S-T…. el sonido de la conjunción de letras le había dado arcadas más de una vez… A-LG-I-A, ¿qué, están enfermos acaso?), a tanta pérdida de tiempo. ¿Para que necesitaba ese tiempo de todos modos?
Agotado y bastante más viejo volvió al frío de la avenida y comenzó a cruzar, perdido en los divagues de un tiempo que ya no tendría no se dio cuenta de que el semáforo seguía en rojo…

Margarita Jules
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 07:58:20 am
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El que viajaba por la orilla de los ríos


Ey viajero, sabría decirme donde estoy? 
Un día fui al río, adentrándome en ese mundo fantástico de corrientes, de insectos ,de plantas y orillas; al fin y al cabo es el único lugar que me da calma y sosiego. Sabe , yo nací en una gran ciudad, una de esas donde hay tantísimas alternativas que te pasas media vida intentando decidir.
 Sí , una de esas ciudades donde nunca sabes si vas o vienes, en las que el silencio lo tienes que inventar en forma de música...pues sí yo nací en una gran ciudad, que también me dio la oportunidad de conocer personas de otros lugares con más silencio, en la que pude realizar mis estudios, ahí en las ciudades sigues un poco el flujo de las masas, igual que el río siempre tiene una desembocadura, y de la que yo vengo la corriente te lleva hasta la universidad...ah ah ah  que no sabes lo que es una universidad?? Bueno veras, es un lugar donde te dan muchos libros, mucha teoría, muchas palabras, en la que pasas como mínimo tres o cuatro años, pero también hay grandes fiestas y muchas veces que no vas a las aulas, que las pasas en el césped con tus amigos y aprendiendo otras cosas, pues en la mía fueron cinco largos años, y me convertí en un licenciado...pero eso es ya pasado, ese que vamos creando, porque usted también tiene uno, no?
Un día, cuando fui al río, estuve todo el tiempo echando la vista atrás, es lo que tiene estar cerca del agua, los pensamientos nunca sabes por donde van a ir, otra vez estuve con un dilema, toda una mañana...siempre junto al río...y gracias a su corriente dejé que tanto el dilema como el pasado se fueran con la corriente.
Pero, viajero...por qué no me dices que lugar es este tan misterioso? Donde solo hay un horizonte sin fin, donde no hay nada, pero como he llegado hasta aquí?. Es todo tan extraño, aquí estoy recordando esa sensación de calma que encuentro cuando voy al río, descubro que mi pasado acaba de venir en forma de humo pero no se donde esta el fuego.
Viajero, soy inofensivo, un alma más que vuela a veces, que se enfusca otras, soy un cuerpo que muestra toda una vida en cada arruga que descubro las veces que me acerco a la orilla y el reflejo me las muestra con toda su sinceridad.
Otra vez estuve en un manantial, regalándome vitalidad y frescura, acercándome al nacimiento, porque yo un día nací, fue un parto muy corto, debían de ser las ganas de estar aquí, no le opuse muchos problemas a mi madre, ni a la comadrona que era la prima de mi abuela, una mujer bien entrada en edad y en carnes, antes cuando nacías no se iba a los hospitales, un día decidías que venías y en tu propia casa lo lograbas, nacías y a vivir.
La fuerza con la que salía el agua de aquel arroyo era admirable, empujaba a todo lo que su masa podía, igual que la vida, mi querido viajero, te empuja a seguir por dónde la corriente te lleve.
Perdona por lo de querido, apenas nos conocemos, pero parece que llevo a tu lado el mismo tiempo que tu llevas a la espalda esa mochila.
Volvió a mirar su reflejo en el la orilla del rio, observó detenidamente su cara una vez más, esa cara curtida por el tiempo y las experiencias, por los días de sol, también en los días fríos de enero. Una cara que había experimentado cambios, que intentaba una y otra vez reconocerse en el reflejo que el río le regalaba una y otra vez, pero el río ya no era el mismo, tampoco lo era él.
Siguió por mucho tiempo, hasta que el atardecer le distrajo, poniendo su atención en el astro rey, como con su majestuosidad iba creando un cielo lleno de matices, lleno de rosas y naranjas, morados y algún gris azulado que pronto se convertiría en azul índigo, sus iris memorizaban cada trazada, que caprichosamente iba cambiando con el movimiento del viento, del sol y de él mismo.
Volvió a sentirlo una vez más, como las tantas veces junto al río…era él, sintió que se reconocía, que lo que se reflejaba en el río era tan sólo una pequeña parte de lo que él era. Pero que la inmensidad de la luminosidad de un atardecer le trajo a casa, pudiendo volver a rozar su alma con el mundo, o es que el mundo acarició su alma una vez más.
Y ahí siguió, con la calma, hasta se recostó en un tronco que parecía que lo habían colocado ahí para la ocasión…la brisa le acunaba, y él no dejaba que nada le perturbara, ni el pasado, ni los dilemas, ni el lugar misterioso, ni tan siquiera el viajero…se dejaba llevar por la corriente de ese río, se dejaba arrastrar por la efimeridad de un atardecer.
Sus cabellos canosos mostraban la superficie de su ser, pero esa suave sonrisa mostraba la grandeza de su alma.
Y anocheció.
En el geriátrico todos estaban conmocionados, a primera hora de la mañana la noticia volaba como la pólvora de sala en sala y de doctor a doctor, el famoso escritor había muerto. Y es que la grave pérdida de memoria que había sufrido paulatinamente, junto con la cantidad de fármacos que había tomado durante toda una vida le habían hecho enloquecer, y así, pasar los últimos años ingresado en ese geriátrico con suma discreción.
No se sabe muy bien como logró salir de las instalaciones, quizás algún cómplice enfermero le ayudo. Quizás no estaba tan loco como parecía…fuera como fuere, le encontraron a la orilla del río, parecía que estaba soñando, porque una tímida sonrisa afloraba en su cara. A un lado, una mochila, al otro, ese inseparable compañero, al que él llamaba “el viajero” un cuaderno roído, de cuero curtido y sin acabar.

Missmartin
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 08:01:27 am
Pequeño Tratado Acerca de Fantasmas Improbables


Ella tiene nombre de mariposa y es como una sirenita, tan fresca y tan divertida. Tiene el pelo suave y levemente ondulado como las olitas del mar cuando van a morir a la orilla de la playa.
      Cada vez que la visito ella me cuenta que todas las noches cuando se duerme la visita un fantasmita que le acaricia los pies. Dice que las visitas de ese fantasmita le causan mucho miedo. Yo la abrazo y beso su frente a la vez que susurro en su oído que los fantasmas no existen. Es que yo no creo en fantasmas ni en seres sobrenaturales. Sencillamente esas cosas me parecen exageraciones de la imaginación.
      La cuestión es que casi todas las noches siempre aparezco en su casita de modo súbito, tan de repente: la sorprendo escondido detrás de un armario o una cortina; debajo de la mesa; o bien, deslizándome con sigilo desde la cocina al comedor donde ella siempre se encuentra leyendo o tomando mates. “¿Cómo haces?”, se atreve a preguntar con cierto gesto de estupefacción. Entonces, respondo diciéndole que soy mago e ilusionista y que por tal razón no hay puertas ni ventanas cerradas que no pueda atravesar. Ella me mira, mueve la cabeza, y se ríe como si la sola contundencia de la respuesta la conformara.
         Después de cada una de mis inesperadas apariciones nos colgamos en los vaivenes y  tribulaciones de charlas que suelen ser de lo mas excéntricas y, una vez que agotamos todos y cada uno de los temas abordados (que van desde de la muerte por implosión de las estrellas  hasta cuestiones tan nimias y precisas como el tamaño estándar de las antenas que poseen los caracoles), nos tiramos un rato a descansar en su camita decorada con dibujitos de peces y animales exóticos que resplandecen por la sola intensidad de sus cálidos colores.
        Entonces, le susurro al oído canciones de cuna para que ingrese en la selva espesa de un reino de payasos saltimbanquis tan pleno de sueños tropicales.  Ella dice que no puede dormirse porque sino viene el fantasmita para acariciarle los pies. Dice que ella no es supersticiosa y que, por lo tanto, no cree en cuestiones sobrenaturales pero que de noche siempre se presenta un fantasmita que le acaricia los pies.
          Yo le digo que no tenga miedo porque los fantasmas no existen y muerdo su boca, acaricio sus pechos y sus largas piernas tan blancas como la nieve, beso sus ojos,  y me quedo largo rato observándola detenidamente.
         En sus ojos puedo vislumbrar las aguas de su alma que es como un océano de silencio bajo su piel y así, uno, de pronto, comienza a perderse en el fondo de un mar azul donde bucea entre peces de colores y flores marinas que florecen según las estaciones de la luna y descubre, también, ciudades submarinas habitadas por peces invisibles y excéntricos que adoran los restos de antiguos naufragios. Y, mientras la observo,  advierto que sus hermosos ojos adoptan la forma suave que tienen las almendras para cambiar de color según la dirección de la luz.
         A veces, apoya su cabeza en mi pecho para escuchar la música azul y alegre que emana de mi corazón de trapo y títere y me abraza y sus abrazos me estremecen. Y, una vez que ella se duerme, yo me levanto para inclinarme hasta el borde de la cama y así acariciar sus pequeños pies con mis dedos largos y juguetones.
       Después, sin dejar rastro alguno,  me voy volando por la ventana a seguir repartiendo sueños y caricias por las noches pensando que aunque los argumentos que ella esgrime son factibles, yo, todavía, sigo sin creer en la existencia de seres sobrenaturales como los fantasmitas y volando volando desaparezco en la oscuridad de la noche.

Phelps
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 09:16:23 am
(http://butthetruth.files.wordpress.com/2010/03/1t5slf.jpg)

Gracias por ser así


Podrá pararme a pensar, e intentar recordar cuando comencé a confiar en ti. Rescatar los recuerdos de hace tiempo, cuando te conocí, pero no, hoy no voy a hacer eso.
Lo importante de los que ahora estoy orgullosa es de tenerte día tras día conmigo, sin dejarme solo ni el más mínimo e insignificante momento de bajón.
También podría comenzar a enumerar tus virtudes, los detalles de tu personalidad, las diferencias que la convierten en algo muy especial pero se que mucho que me explaye escribiendo, nadie podrá hacerse ni por asomo una idea de lo increíble que eres.
Pesan las desilusiones, las decepciones pero siempre hay un motivo por el cual seguir y apoyarte, eres una de las personas que haces que me levante con una sonrisa, que solo con  una frase dicha en el momento correcto me anima cuando nadie más sabe hacerlo.
En estos últimos años he aprendido a valorar lo que realmente importa y creo que gran parte de la culpa la tienes tú, sin saberlo me has enseñado que a lo largo de la vida chocas con mil obstáculos, opiniones diferentes que vienen de distintas personas pero de las que al final solo debes quedarte con aquellas dichas por la gente que te quiere de verdad.
Porque solo un verdadero amigo como tú se alegrará y preocupará de tu felicidad.

Cornelia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 09:45:05 am
(http://giraffreman.files.wordpress.com/2010/05/duc.gif)

Indefensión Incrédula

 
Sé que llevo un rato aquí. Pero no puedo recordar cuanto. Estoy encogida sobre mi misma bajo el chorro ardiente de la ducha. Mi piel ya está casi totalmente rosa. Irritada. Siento las gotas deslizarse por mi cuerpo hasta desaparecer por el desagüe, quemándome, distrayéndome. Sé que llevo un rato aquí, mis brazos están entumecidos por la posición forzada que han tenido que adoptar para taparme los oídos. Amo el sonido del agua cayendo cuando lo oigo a través de mis manos. Me aísla. Y aislamiento es lo que, definitivamente, necesito hoy. Esa es la razón por la que el agua me está quemando. Pero creo que comienza a no funcionar. Estoy pensando otra vez. Comienza a preocuparme el tiempo que llevo encerrada en el baño. Recuerdo golpes en la puerta, han intentado que salga. No recuerdo a qué hora pasó. Duele. Más que mis brazos, más que mí piel que parece suplicar que apague el grifo de una vez. Decido hacerle caso. No puedo pasarme ahí toda la vida. Aunque me tienta. El sonido extraño, el dolor, la ausencia de pensamiento. Un completo mundo alejado de ti  y del daño que me vienes causando, sin darte cuenta, me temo,  desde hace más de cinco años.
Apago el grifo. Pero parezco no tener fuerzas para nada más. Debería salir, abrir la puerta, tranquilizar a la gente. Pero esos deberes se sienten lejanos. Como si fueran un sueño y mi realidad se redujera a ese baño lleno de vapor, al súbito frío tras la lluvia de calor que eriza mis pezones y pone mi carne de gallina. A mi piel rosa e hipersensible. Creo que si salgo de aquí no podré lidiar con lo que me ha pasado. Con lo que me has hecho. No ahora, al menos. La neblina se está disipando. No puedo permitirlo. Vuelvo a abrir el grifo. El calor me estremece. Mi piel suplica por el alivio. Pero no hago caso. Vuelvo a tapar mis oídos. A perderme en el calor y el sonido, anestesiantes, fáciles.
He vuelto a perderme. No sé cuanto rato. Alguien ha apagado el agua. Por eso he vuelto. *****. Ahora tengo frío. Un frío horrible. El vapor se está yendo, no sé porqué. Pensar es difícil, mi piel está tirante, se queja por cualquier movimiento. Creo que llevo quemado hasta el cuero cabelludo. No importa. Mis pensamientos van lentos. Tengo que salir de la ducha. Tengo que saber porque el vapor no me calienta. Me levanto, mis piernas tiemblan, llevo demasiado tiempo sentada. Logro estabilizarme y andar. Salgo, desnuda, al pasillo. Alguien había abierto la puerta del baño. Parpadeo, sorprendida, es de día. Era de noche cuando me mentí en el baño, lo recuerdo.
Entonces, te veo. Quizás estoy soñando. Aunque no es probable. La piel me tira demasiado.  Noto que una risa histérica lucha por salir de mis labios. Consigo controlarla. Sé que debería decir algo, o vestirme, aunque solo sea para aplacar tu incomodidad. Pero hay algo que me lo impide.
Tus padres me han llamado, dices. Creyeron que preferirías ver a una cara amiga que a ellos, ya que no les has abierto la puerta en todo el día. Sonríes. Siempre me ha gustado tu sonrisa, disfruto observándola, por eso sé que no es real. Estás mal. No quieres estar aquí, no sabes que hacer. Una parte de mí te comprende, a mí me pasaría lo mismo. Quiero evitar tu incomodidad, quiero vestirme, decirte que solo ha sido una de mis excentricidades, que estoy bien, que se me pasará, que eres libre de irte con tu nuevo amor. Pero no puedo. La ironía de la situación me tiene paralizada. Mis padres pensaron que preferiría ver una cara amiga. Y te trajeron aquí. A ti, precisamente. Ninguna otra amistad. A ti. Sonrío. Sé que me veo algo tétrica. Sigo tratando de obligar a mi cuerpo a hacer lo correcto. Al menos, tratando de que mi boca diga las palabras. Puedes irte, estoy bien. Pero no estoy bien. Me duele, en el centro del pecho. Sé aguantar los golpes, pero solo si los espero. Fue (o ha sido, aún no sé cuánto tiempo ha pasado) un shock darme cuenta de que aún tenía esperanzas. Fue un shock descubrir el daño que me hizo saber, por fin,  que has conseguido al amor de tu vida. Que te declaraste y salió bien. Lo soporté con solo unas lágrimas con todas tus demás parejas. Supongo que aún esperaba que te dieras cuenta de que me querías. Pero… estaba equivocada. Lo supe, lo vi en tu cara, en tus ojos, porque lucías igual que cuando yo te miro, que cuando yo hablo de ti.
¿Qué te ha pasado? Tu voz sale, grave y baja y llega hasta mí. No contestó. Y continúas. Creen que te pasó algo. Y que por eso estás en estado de shock. Pero apenas pasaron diez minutos desde que me dijiste adiós. Y parecías estar bien cuando me dejaste.
Parecía. Es la palabra acertada. Así que estoy en shock. Bueno, estoy de acuerdo. Sigo sin verme capaz de hablar. Tengo la urgencia extraña y apremiante de volver bajo la ducha.
Te has quemado. Vuelves a hablar, tu voz tranquila, calmada. Me dan ganas de sonreír. Sí, me he quemado. Brillante observación. Me dan ganas de sonreír pero no lo hago. Me miro a mi misma. Mi piel ya no es rosa, ahora es roja, completamente. Una parte de mi cerebro registra lo mucho que me dolerá tumbarme o incluso sentarme. Otra se pregunta qué aspecto tendrá mi cara. Pero son partes poco importantes. El grueso de mi cerebro se centra en la persona frente a mí. No sé qué hacer ahora. Quiero volver bajo la ducha. No sé dónde está mi familia. Al fin y al cabo, estoy en su casa y no en la mía. Es domingo. O era domingo cuando entré en el baño. Ahora ya debe ser lunes. Recuerdo algo más. Estoy de vacaciones. He acabado el curso. Por eso estoy en casa de mis padres.
Al fin, consigo recuperar el control de mis cuerdas vocales. Creo que deberías irte, dicen. Estoy bien, continúan. Me siento orgullosa. He dicho las palabras. Pero creo que no he sido muy convincente. No te mueves. Vete, por favor. Sueno más sincera. No me iré hasta que no me digas que te pasa, respondes. A veces me sorprendo de tu ignorancia. Creo que todo el mundo sabe lo que me pasa menos tú y, al parecer, mis padres. No es nada, digo. Por el bien de tu felicidad, como siempre. No es nada. Lo superaré, siempre lo hago. Trato de convencerme a mí misma. No es para tanto. Vete, vuelvo a repetir. No, insistes. Amo tu forma de perseverar. Normalmente. Hoy, no. En serio, si no sabes ya que me pasa creo que… no te fijas lo suficiente. Si lo sabes y estás aquí es que quieres verme sufrir. En ambos casos, debes irte. Voy recuperándome. Ha sido un bonito discurso. Pero parece que no surte efecto. Porque te acercas. Y yo me asusto, de repente hiperconsciente de mi desnudez. Te acercas, me abrazas. Lo siento, susurras cerca de mi oído. No puedo evitar disfrutar del hecho de tenerte tan cerca.  Mi piel se queja. No le hago caso. Tampoco a ti. No es tu culpa, al menos no directamente y un lo siento no arregla nada. Vete, repito. Te vas. Y es la última confirmación de que no me quieres. No como yo a ti, al menos.
Caigo al suelo, derrotada. Esta frío. Respiro. Vuelvo a respirar. Al fin, me levanto. Abro la ventana y me meto en la cama. Cojo el teléfono, llamo a mis padres. Lo siento. Tuve un mal día. Ya estoy mejor. Gracias. Podéis venir cuando queráis. Pero ahora me voy a dormir. Miro la hora. Son las seis de la tarde. He estado unas doce horas en el baño. No me despertéis hasta mañana. Lo siento. Os quiero. Gracias. Me echo sobre la cama. Respiro. Lloro, al fin. Amargamente. Pasa un rato, paro. Mañana será otro día. Lo superaré, me prometo. Sé que lo haré. Siempre he logrado reponerme de tus golpes. Lo haré otra vez. Es el precio por seguir a tu lado. No me importa. O sí. Mañana debería ponerme crema. Mi piel continúa quejándose. Pero es bienvenida. La constante molestia me distrae del infinito dolor. Me duermo, finalmente. Y, en sueños, susurro, quedo, consciente de que es un secreto, te quiero.

Catherine
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 09:51:34 am
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La Ciudad Encerrada


UNO
La ciudad se rodeaba de altísimos muros que desafiaban abruptas pendientes y hondos agujeros y que trazaban su recorrido sobre la tierra como una serpiente de escamas de piedra. Tendían los muros sus sombras negras antes de que llegase la noche, cuando el sol comenzaba su caída en el ocaso -desconocidos sus colores por los moradores de la ciudad- y se cerraban en derredor de la urbe, en todas las esquinas, con espigadas y macizas torres las cuales blandían escudos y emblemas del pasado; sólo se quebraban aquellas paredes en los puntos en los que el río atravesaba la ciudad, de este a oeste, por dos estrechos huecos que brillaban de verde musgo. Los habitantes de la ciudad encerrada habían domado la corriente de este río con más de cien canales que proporcionaban peces y agua a todos los rincones de aquel lugar escondido.
   El muchacho y la muchacha hablaban en la ribera y el sonido murmurador del río enmudecía la conversación a oídos ajenos. Se hallaban próximos a uno de los huecos que a ras de suelo permitía la entrada de las aguas; de frente extendía su imponente sombra la Torre del Este, que se coronaba con una cúpula triangular y afilada de color gris. Cada torre de la ciudad era de una forma, tamaño y altura diferentes, y sólo una de ellas tenía una puerta al exterior, la Gran Torre del Mago.
-   Por el agua es casi imposible salir –decía seriamente el muchacho- la
corriente es fortísima y aún siguiendo sus ondas, las aguas son peligrosas y llenas de pozos espirales, el río es muy profundo y oscuro…
-   No debes salir –replicaba la muchacha espantada- afuera hay guerras y
muerte.
-   Eso es lo que nos han dicho en esta ciudad encerrada, generación tras
generación, pero…
   La muchacha contemplaba el cielo que se oscurecía muy lentamente y derramaba púrpuras y rosas tenues. Nunca habían observado la intensidad del sol que muere en rojos fuego, anaranjados chillones y amarillos dorado, pues los muros ocultaban el paisaje. La muchacha desvió la mirada a La Torre del Este, que era una de las mayores de la ciudad y que extendía su sombra  poderosa por las cosas, y su macizo y pétreo cuerpo le hizo sentir escalofríos; habló al muchacho, que parecía confuso por momentos.
-   El mago Ifo nos dirá cuando salir de esta fortaleza, el mago ve lo que
nosotros no vemos, es valiente penetrando en ese mundo exterior.
-   Yo también soy valiente. Quiero ver las montañas y dejar de respirar
humedad, no quiero que mis huesos se quiebren como los de los habitantes de este lugar, deseo conocer lo de ahí fuera, lo de más allá de estas murallas.
   La noche nacía sin luna. El muchacho tomó a tientas la mano de la muchacha y la apretó con fuerza.
-   Saldré por donde se sale de aquí, por la puerta.
La muchacha dio un grito suave de sorpresa al aire nocturno y escuchó ya
convencida y hechizada por las palabras del muchacho el plan que había esbozado; al fin y el cabo, todo pájaro enjaulado sueña con la libertad y ella se veía contagiada de aquel deseo por momentos.
 Sólo el rumor del río acogía el secreto.
-   El mago Ifo sale invariablemente todas las tardes de la ciudad por la Gran
Torre, como todos sabemos. Yo le reclamaré en su deber de hechicero antes de que se disponga a abrir la puerta de la torre y él no podrá negarse a curar a un moribundo o a asistir a un parto de riesgo, o a intervenir en una disputa irreconciliable que podría terminar con arroyos de sangre. Yo, entonces, me pondré un manto negro con la capucha sobre el rostro, como el mago Ifo acostumbra a hacer, y saldré por la puerta como si yo fuese él y sin que los treinta y tres guerreros que la custodian sospechen nada. Yo he estudiado con detenimiento los movimientos del mago y tan fuerte aparece mi deseo en mi corazón que empequeñece al miedo que pudiera sentir por el poder del hechicero y  por las espadas de los guerreros. Saldré por la puerta – dijo nuevamente a la muchacha cuyos ojos se mojaron levemente de tristeza y temor ante la ingenuidad y el anhelo del muchacho, ante el futuro castigo de las leyes de la ciudad y de las del mago sobre el ser que le hablaba inundado de ilusión y al que amaba con todas sus fuerzas. Mas en un rincón ignoto de su alma la muchacha quería que él saliese. Besó al muchacho y se separaron en la oscuridad de la noche, y si la fortuna se mostraba bondadosa, se despidieron hasta la siguiente.
La muchacha caminó a tientas hacia la luz lejana del candil de una calle. Había estrellas inalcanzables en el firmamento inmenso. Y torres altivas que trataban de rozarlas con sus picos.


   
DOS
   La noche era muy húmeda y la respiración se hacía dificultosa. El muchacho había regresado de su aventura y se hallaba en la ribera con la muchacha. Su sueño se había cumplido.
-   ¿Viste las montañas? –dijo la muchacha emocionada.
-   No vi montañas.
La Torre del Este parecía un negro y gigantesco árbol sin ramas ni frutos que
aquella mágica noche no impresionaba con su solidez y grandeza a la muchacha que ansiaba ver el otro mundo a través de otros ojos.
-   ¿No?  Y… ¿qué hay fuera?... ¿qué?... dime…
La luna ya estaba muy alta y misteriosa en la negrura del cielo, el río rompía su
níveo reflejo con las miles de ondas que murmuraban con el viento.
-   Hay torres y magos –dijo el muchacho.
-   ¿Torres y magos?
-   Sí. Hay una llanura con cientos de torres y murallas con sus ciudades
encerradas y sombrías como la nuestra. Los magos se pasean por la llanura y parecen cuervos en un desierto – la muchacha se hallaba decepcionada por las palabras del muchacho pero continuaba escuchando con mucha atención- Hay silencio y no hay montañas, se ve la curva de la tierra en el horizonte… el horizonte es hermoso… muy lejano – la muchacha sonrió recuperando el cosquilleo eléctrico de lo fabuloso- … me alegro de mi aventura sólo por la visión del horizonte, que no es una línea, es un círculo.
   La muchacha tomó la mano del muchacho en un acto involuntario y le habló soñadora.
-   Cuéntame más cosas, quiero saber todo.
El muchacho soltó los dedos de la muchacha y habló con más grave voz que
antes y en un susurro casi imperceptible, como si de repente hubiese recordado algo terrible y trágico.
-   Los magos no eran magos – dijo- todos los mantos negros que deambulaban
silenciosos y temerosos por allí fuera escondían hombres como yo, hombres que habían salido de sus ciudades encerradas para saber del mundo externo como yo y que también habían utilizado el mismo truco que yo, la misma y única puerta.  Sólo uno de ellos era un mago verdadero.
   Un temor inesperado languideció el rostro de la muchacha que bajo la luna se mostraba casi transparente. Percibía inexorablemente el peligro en el discurso del muchacho.
-   El mago verdadero descubrió el engaño de inmediato. A mí todo me
provocaba una sensación de irrealidad, como la de después de tener un sueño.
-   ¿Qué sucedió, entonces? –dijo la muchacha con voz nerviosa.
-   Comenzó la lucha entre magos que no eran magos aunque todos afirmaban
serlo. Surgieron espadas y puñales de los mantos negros. Vi rabia, crueldad, sangre, incluso muerte.
   La muchacha se levantó de la ribera y estalló en llantos, el muchacho la apretó contra su pecho, ella despedía palabras por su boca como si fuesen veneno, desde su alma al aire húmedo de la noche, palabras de dolor, de reproche, de amor, palabras que caían en el río y palabras que volaban a la luna; palabras que el muchacho trataba de albergar y que se esfumaban en el tiempo y que provocaban aquel sentimiento  de irrealidad que había despertado con él en su hazaña y que, nuevamente, inundaba su ser y le abocaba a ver el mundo como si perteneciese a un ensueño borroso; la muchacha había dejado de ser de carne y hueso para transformarse en un personaje de una obra teatral, los muros negros no hablaban de confinamiento como antes y el canto del río se alejaba sin hacerlo realmente.
-   Cuánto tiempo duró la batalla no lo sé…
La muchacha se había sentado de nuevo, muy aferrada al cuerpo del muchacho
que le proporcionaba un calor húmedo como el de la atmósfera.
-   El mago Ifo me rescató – ambos vivenciaron un temblor al escuchar el eco
de esa oración en las murallas, mas el muchacho prosiguió  su relato.   
-   Puso su mano sobre mi hombro y desde ese momento esotérico y
revelador, sólo recuerdo brillantes colores flotando en el aire como diminutas estrellas, agua burbujeando en el cielo y dibujando ondas como si hubiesen nacido repentinamente manantiales y ríos por doquier, y esto es lo que sé que es verdad, lo que existe, la única realidad.
-   Tus palabras son muy extrañas, la magia de Ifo te ha trastornado.
            El muchacho fijó con compasión sus ojos en los de ella, que le seguía pareciendo un ser de mentira sin saber por qué, una conciencia que no poseía antes le hablaba otro lenguaje que, otrora latente, se había hecho un hueco en su conocimiento.
-   Estoy tan seguro de que estas motitas que refulgían y aquel líquido que
ocupaba el firmamento suponen la Verdad -con mayúsculas- como lo está un mártir de su dios o un amante de su amada. Tras aquello aparecí aquí, en nuestra ciudad encerrada.
Los muchachos se abrazaron con más fuerza, sus pieles estaban muy mojadas
allí junto a la ribera del río, se besaron apasionada y largamente a los pies de la oscura torre.

   
TRES
   El niño se encontraba ensimismado en su habitación. Contemplaba absorto, con los ojos brillantes de una emoción pueril,  la bola de cristal. Dentro había castillos y figuras con mantos y capuchas negras. Aquel juguete, la bola de cristal, era el más valioso que el niño tuviese y él  ideaba cuentos dentro de la esfera. Tomó la bola en sus manos y la agitó sin que sus ojos dejasen de centellear de ilusión. Miles de motitas de purpurina azul, verde, rosa, morada y plateada se alborotaron en el agua de la bola que el niño imaginaba como el cielo estrellado de aquel paraje de ciudades encerradas.

Sonia Abadía
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 09:59:03 am
(http://blogformacion.files.wordpress.com/2010/11/libros.jpg)

La Edición de Feliú


                                  El bosque ofrecía una imagen sepulcral, de claros y negros. Remedando el irregular ritmo de mi conducción temerosa y solitaria, la luna jugaba al escondite tras las espesas ramas de los abetos. Renegué de mi obstinada decisión de no pasar la noche en casa de Feliú al cruzarme con un vehículo que bajaba del puerto ocupando el centro de la carretera. Afortunadamente, los vapores etílicos de la fiesta se habían disipado ya y el encuentro no tuvo mayores consecuencias que un acceso de angustia pasajero.
    Si en condiciones normales Feliú era un mediocre insoportable, la publicación de su primera novela lo había convertido en un fatuo ensoberbecido. Como escritor no estaba a la altura de ninguno del círculo; a pesar de ello, no compartía nuestra penosa peregrinación en pos de ese platónico agente literario que nos sacaría del anonimato: había terminado su novela en tan solo tres meses, la presentó a un editor local y cuando fue rechazada, compró la editorial. Así fue el bautizo de Feliú y yo regresaba, hipócritamente,  de celebrarlo.
Ignoro los motivos de los demás, pero yo acepté en el momento que supe que Margot acudiría. Yo siempre fantaseaba con enamorarla pero ella, ¡ay! estaba deslumbrada por el estúpido pavo real que era Feliú.
El elogio desmesurado que el autor dedicaba a su obra suplía con creces la falta de documentación y rigor histórico de La Marquesa de Castrojeriz, una especulación en torno a una hija bastarda de Pedro I el Cruel, cuyos conflictos de celos, amor y poder evocaban mejor las telenovelas actuales que la vida cortesana del siglo XIV.
Después del champán Margot se sentó en mis rodillas arrebatada por la euforia y me pidió que colaborara en la distribución de los libros.
 ─¡Vamos, César! Seguro que conoces tres o cuatro libreros en tu ciudad que no te negarán el favor.
No supe declinar la petición pero cuando ella abandonó mi regazo por el de otros me sentí un estúpido. La mayoría se llevaban uno o dos  libros por el compromiso de no desairar al patán que en un futuro podría convertirse en su editor.
Abandoné la casa poco antes de las cinco de la madrugada, con un paquete de cuarenta ejemplares que pensé dar al fuego o arrojar por el barranco junto con mi amor imposible por Margot.
Tras una revuelta de la carretera, un hecho extraordinario me sacó de mis ensoñaciones: la nieve junto al barranco se tornó roja por un momento para luego volver a su blancura original. Suavemente, una y otra vez. Me froté los ojos. En primer lugar pensé en el espíritu de la Marquesa de Castrojeriz, despeñada por mí cuarenta veces simultáneas, que volvía para vengarse. Pero en la siguiente curva, bajo el halo de irrealidad que propiciaba la luna, lo vi claramente: obstruyendo la carretera como en la peor de las pesadillas, el temible mamotreto acristalado y metálico, destellante de rojos y azules ejercía sobre mí un efecto casi hipnótico. Frené con suavidad, consciente de lo solemne del encuentro. Recé para que fueran marcianos, pero para entonces los excesos de la fiesta se habían disipado del todo y ya no cabían fantasías. La realidad era peor. Bajé la ventanilla.
─Buenas noches a la Señora Pareja de la Benemérita.
El Guardia que hacía de jefe, cejijunto y con cara de mal vino, saludó reglamentariamente.
─Control rutinario. A ver… ¡documentación! Haga el favor de bajar del vehículo.
Cumplí las órdenes con toda la calma posible, lo que pareció exacerbar más al guardia. Su civil compañero comprobaba mi identidad desde la radio de su cuatro por cuatro.
El guardia bigotón y unicejo husmeó a placer en el interior del vehículo. No encontró lo que buscaba, y eso empeoraba su humor a ojos vista. De pronto se iluminó como si hubiera tenido una revelación y ordenó abrir el portón trasero. Lo hice. El guardia benemérito hurgó con la punta de la metralleta en el mogote de trastos que inundaban el maletero sin terminar de quedar satisfecho. Revolvió la caja de las herramientas, hizo sonar las lámparas de repuesto en su cajita, olisqueó una vieja bolsa conteniendo trapos grasientos, toqueteó el contorno de la rueda de repuesto, incluso se llevó a las encías un poco de polvo blanco, residuo de la última vez que me metí en obras y tuve que cargar un saco de yeso desde el almacén a mi casa. El guardia escupió con asco y decepción. Entonces reparó en el paquete de papel de estraza que había quedado oculto bajo una manta ajada debido a las curvas y baches del camino.
Me interrogó con la mirada.
─ Son libros.
─¿Libros?─ Su cara cerril se adornó con una sonrisa satánica y por un momento abrigué el milagro de que le gustara la literatura.─ ¿Es que es usted estudiante?
─No… son libros, simplemente. Pertenezco a un círculo de amigos a los que nos encanta…
Desbarató el envoltorio con rabia. Barajó entre sus dedazos varios ejemplares. El dibujo a plumilla de la Marquesa de Castrojeriz por un lado y la reseña biográfica con la foto de Feliú sonriendo triunfal en la contraportada. Se angustió al comprobar que todos eran iguales. Evidentemente, su corto alcance no podía imaginar siquiera una explicación coherente. Los arrojó con rabia.
─¡La Marquesa de Castrojeriz! ¿Esto es lo que les encanta a su círculo de amigos? ¿Difundir maldades de la aristocracia? ¡Libelos, libelos!
Me sorprendió que conociera esa palabra un tipo que pateaba libros con tanta profesionalidad. Traté de explicarle que se trataba de una ficción sobre la vida de una antigua marquesa, pero la presión del tricornio sobre las sienes le impedía cualquier razonamiento.
─¡Si es la vida de la señora marquesa son calumnias!─ explotó, contraviniendo antirreglamentariamente las más elementales normas de la lógica y la sintaxis.
Me sentí incómodo por defender un libro tan malo frente a aquel inculto uniformado. Pero él no me escuchaba; estaba fuera de sí. Para conjurar el peligro de una apoplejía, su sistema biológico de supervivencia optó por descargar la adrenalina sobrante con flexiones espasmódicas de su dedo índice derecho. La ráfaga de metralla resonó por todo el valle. Los libros de Feliú quedaron hechos migas literales.
El compañero se aproximó cachazudo y me devolvió la documentación.
─¡Bah! ─le escuché decir mientras se alejaban.─ ¡Y ni siquiera es estudiante!
Amanecía ya cuando me marché de allí. Dejé sobre la blanca nieve el destrozo de libros y, con la mano en la sien, saludé en la distancia a la benemérita que se alejaba. Después de todo, a mí jamás se me hubiera ocurrido mejor destino para la edición de Feliú.

Olduvai
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 10:02:46 am
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Tres churros


Mi padre murió cuando yo tenía 9 años y desde ese momento todos dejaron de llamarme Antonio y empezaron a llamarme Antoñito. De aquellos días guardo momentos como islotes perdidos. Recuerdo a mi abuela discutiendo con mi madre, encerradas en su habitación
-   No le digas que se ha ido, dile que se ha muerto, cuanto antes lo sepa, mejor. Engañarles duele más. Y no te pongas la faja para el entierro, que no vas a poder respirar.
Oía llorar a mi madre, sin contestar a mi abuela, gritando como la sirena de una ambulancia.
-   Abuela, ¿qué le pasa a mi madre?
-   Nada, está nerviosa… Pobre.
-   ¿Y mi padre? ¿Dónde está?
-   Tu padre se ha ido Antoñito, se ha ido… - y me estrujó contra su pecho que subía y bajaba por el llanto.
Al día siguiente me mandaron al colegio. Allí media clase me confirmó que mi padre no se había ido a ningún sitio, me dijeron que mi padre se había muerto.
-   Mira- gritaba mi vecino Raúl – yo me quedo a comedor hoy porque mi madre va a ir al entierro que es a las doce.
No sé qué me dolía más, pensar en mi padre muerto o en los sabiondos de mi clase que pusieron la alarma de sus relojes a las doce para avisarme de que en ese momento sacaban la caja. Yo me lo imaginaba como dormido, pero no sabía si en pijama o con alguna de sus camisas; a lo mejor la gente se entierra con el abrigo puesto y los guantes para que no se te enfríen las manos.
-   ¿Sabes si va a un nicho? A mi abuelo lo metieron en uno muy alto, mi madre tenía que subirse a unas escaleras cuando le llevaba flores.
-   No sé, me da igual.
El profe no me regañó porque llevara los deberes sin empezar. Estuvo sonriéndome toda la mañana y cuando me mandó leer me dijo “muy bien Antoñito” a pesar de que me salté un renglón entero. En el recreo mi amigo Álvaro negociaba con los de 5ºB que me dejaran meterles algún gol.
-   Déjalo Álvaro, hoy no voy a jugar.
-   ¿Quieres que yo también te llame Antoñito?
-   Vale, si quieres…
En el comedor todas las cuidadoras se acercaban con cara de lástima a mi mesa y me acariciaban el flequillo.
-   Anda Antoñito, come.
Y yo para quitarles un poco la pena me lo comí todo tan rápido que me dejaron salir al patio antes. Allí me esperaba Torpedo, el repetidor más macarra de 6ºA que por no aburrirse, me bajó los pantalones hasta los tobillos. Aproveché para gritar y llorar todo lo que llevaba acumulado. Fernando, el profe de Educación Física, vino corriendo y regañó de lo lindo a Torpedo, cuando se lo llevaba al banco de dirección, me sonrió y  le oí murmurar “Esto no tendría que pasarle a ningún niño”.
Yo me subí los pantalones y me pregunté si lo que no tendría que pasarle a ningún niño sería lo de su padre, lo del encuentro con Torpedo o lo de mis calzoncillos de perritos comprados en los chinos.
Pasaron los días y empecé a pensar más en mi padre. A ratos era como un sustituto suyo en pequeño.
-   Antoñito, siéntate al lado de la ventana, en la butaca de papá, a ver la tele como hacía él.
Mi madre se negaba a vaciar la ropa de su armario y eso que mi abuela se empeñaba todas las tardes en que había que dárselo a los pobres.
-   Esto pronto le valdrá a Antoñito, no se lo voy a dar a nadie, algo quedará de su padre en estas ropas.
Yo veía esas gabardinas enormes y sentía como se me acababa la infancia, intentaba inflarme y crecer rápido temiendo que al meter la mano en el bolsillo encontrara piel o uñas de mi padre, pero nada iba tan deprisa, seguían valiéndome los calzoncillos de perritos.
Supongo que mi madre intentaba una vida como antes, por eso los domingos íbamos a desayunar a la churrería. Cuando vivía mi padre pedíamos dos raciones de churros para los tres. Ella se comía dos para no engordar y nosotros tres churros cada uno. Ahora mi madre seguía pidiendo dos raciones de churros, ella seguía comiéndose dos para no engordar y yo me tenía que zampar seis churros cada domingo.
También me harté de comerme el troncho de la lechuga. Hacía la ensalada canturreando, aparentando alegría y como ya no podía dárselo a mi padre…
-   Toma Antoñito, cómetelo tú ¿te acuerdas cuánto le gustaba el troncho de la lechuga?
Sí, claro que me acordaba, pero a mí no me gustaba la lechuga, ni comerme seis churros de golpe, ni tirar la basura como él lo hacía, ni esas gabardinas enormes que me esperaban en el armario.
Durante mucho tiempo, en la cama cerraba los ojos y me imaginaba que cuando los abriera, mi padre estaría mirándome, flotando sobre la alfombra de mi habitación. Apretaba los ojos, contaba hasta diez y los abría despacio. Tenía ganas de verle, pero me daba miedo pensar que se me apareciera…
Nunca iba al cementerio con mi madre, no supe hasta mucho después si estaba en un nicho alto o bajo, ni si ella tenía que subirse a una escalera para cambiar las flores.
Empezamos a ir a la churrería también los sábados y algún miércoles después de clase. Mi madre se arreglaba y hablaba mucho con el camarero. Una tarde descubrí que a los demás les cobraba dejándoles la vuelta en un platillo y a mi madre le daba el cambio en la mano, tocándola un poco mientras se miraban.
Un domingo Juan, que así se llamaba el camarero, salió de la barra y se sentó con nosotros a tomarse un café. Mi madre empezó a explicarme que a veces las personas mayores… pero yo la corté.
-   Ya, ya lo sabía – dije sonriendo y poniendo tres churros en el plato de Juan.
En casa él empezó a bajar la basura, se puso las gabardinas de mi padre y se tragaba los tronchos de la lechuga sentado en el sillón de al lado de la ventana.
Esos días sentí la pérdida de mi padre no como un sustituto sino como un hijo, una rama que pierde el tronco. Dejé de tenerle miedo a sus apariciones y le pedí a mi abuela que me llevara al cementerio y me contara cómo iba vestido cuando le enterraron.
Un día, aún no sé por qué, volvieron a llamarme Antonio.

Susana
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 10:07:04 am
Fomingo


Era una de esas tardes de domingo o “fomingo” como las llamábamos, en pleno verano por si fuera poco. Mientras muchos amigos ya disfrutaban de sus vacaciones o, al menos, un fin de semana en la playa, a mi me había correspondido turno.
Aunque eso de correspondido, era sólo un decir, porque hace ya un par de meses que sacrificaba el reposo necesario por los pérfidos bonos de “descanso trabajado”, que eran como las peores frutas prohibidas: sabía que me hacían mal, pero eran demasiado jugosos.
Además, paulatinamente mi mundo se había ido reduciendo al diario y con pánico me veía cada día más cerca de ser como mis colegas más viejos: con varias separaciones a cuestas, con sus respectivas pensiones alimenticias; con olor y hasta cara de diario viejo: un poco arrugado y amarillento.
Aunque también comenzaba a sentirme cada vez más cerca de esas insignias del periodismo nacional, que habían sido testigos de cientos de hechos que cambiaron al país –al menos de eso me trataba de convencer-.
Si bien, aún era muy joven, ya había comenzado a acumular anécdotas suficientes para encandilar un poco a las horneadas de estudiantes en práctica que cada temporada estival nos alegraban la vista y los corazones. Pero claro, hay que reconocer que no hacía falta mucho para que las jovencísimas futuras colegas abrieran desmesuradamente los ojos ante cualquier relato bien adornado con ingredientes tan exagerados y falsos que hubiesen hecho vomitar a cualquier profesor de ética periodística. Bueno, bien se sabe que el ego y la rigurosidad en los relatos son dos grandes enemigos.
Luego de revisar la prueba de imprenta de la última de “mis páginas”, es decir, de aquellas en las que me jugaba cada día la posibilidad de una gran reprimenda al día siguiente, porque por casualidad, desorden en la “carrera funcionaria” y un poco, muy poco en realidad, de mérito, había alcanzado la cómoda posición de sub editor, lo que significaba que ganaba un poco más, llegaba más tarde, pero me iba mucho más tarde que los reporteros.
Debo reconocer que el ínfimo espacio de poder que ostentaba me hacía sentir bien. Aunque cuando en “mis páginas” salía publicado algún error grueso como dedo de gorila o alguna noticia que no se correspondía con la línea editorial del diario, que era la forma elegante de señalar que había hecho enojar a algún dueño o alto ejecutivo, el director me esperaba en la mañana con expresión adusta y un verdadero arsenal de ataques directos a mi calidad profesional, condimentados con los más creativos insultos que he escuchado en mi vida.
Bueno, aquella tarde, al parecer no había hecho “méritos” para ser sentado al día siguiente en el “cajón con vidrios” como nombrábamos a la ceremonia de reprimenda del director, así que guardé mis cosas en mi mochila –siempre he usado una para llenarla con objetos que no necesito y que así sufra mi espalda-, me despedí de mi jefe directo con un saludo militar, que él respondió con un leve movimiento de cabeza y una advertencia tan cotidiana como inútil: derechito para la casa.
Lo que el editor no sabía, es que en mi casa ya seguramente se estaban congregando mis amigotes para dar la última puntada a las juergas de fin de semana, de las cuales el departamento que habitaba hace un par de años era sede habitual, punto de partida y finalización de cientos de “carretes”. Lo que significaba que el departamento estaba en un permanente estado de desorden y con un indeleble hedor de cantina. Costo de vida que a veces compensaba la perspectiva de brindar alojamiento “con ventaja” a alguna de las jóvenes que participaban en las fiestas.
Pensando en la escena que me esperaba, inicié el camino hacia el Metro, acompañado por el asistente de la redacción, quien debía ir a entregar las últimas fotos de la edición en la imprenta.
El junior (como anglofílicamente se llama a los mandaderos en Chile) con su sonrisa amable y un poco caballuna caminando al lado mío parecía gerente de la empresa, con su traje azul perfecto, corbata a tono con prendedor y mancuernas doradas. Siempre se dijo que había alguna viuda cariñosa que solventaba el guardarropa impagable con su sueldo –ni con el mío, por supuesto-, pero él nunca confirmó esa tesis, pero tampoco se preocupó de desmentirla.
Era extremadamente delgado, por lo que se había ganado el apodo de “He Man”, en referencia a un musculoso dibujo animado que impartía justicia montado sobre un tigre que hablaba a fines de los años 80.
Caminábamos compartiendo los últimos cotilleos del diario cuando percibí, a nuestras espaldas, que se dibujaban dos gruesas figuras. Sus sombras se alargaban en el fin de la tarde, alcanzando nuestros pies, lo que me inquietó, porque el barrio se volvía solitario y peligroso a esas horas.
“He Man”, menos preocupado que yo, se volteó para ver quién nos seguía.
Lo imité algo avergonzado y reconocí a dos personajes habituales del sector que se dedicaban a cuidar autos estacionados a cambio de algunas monedas, que rápidamente se traducían en alcohol.
Ambos eran gordos y de rostros rojizos por el sol y el exceso de ingesta de vino de mala calidad. Probablemente eran hermanos o parientes cercanos.
Tranquilos, seguimos nuestro camino, “He Man” hacia los talleres gráficos y yo  rumbo a la estación del Metro, ambos situados al otro lado de una de las calles más transitadas de Santiago.
Las instrucciones publicadas en los diarios murales de la empresa que editaba el diario indicaban que para alcanzar la otra orilla de ese mar de vehículos, se debía proceder con prudencia y civilidad caminando hasta una esquina cercana donde un semáforo y las líneas pintadas sobre el pavimento otorgaban una seguridad razonable. Por su puesto, nadie hacía caso de aquello y todos cruzábamos en una curva, que constituía el punto más peligroso, pero también el más corto para la travesía.
Como siempre sorteamos primero una de las vías, para refugiarnos en la diminuta isla que separaba las calzadas, antes de enfrentar el segundo tramo.
Sentí como me picaban agujas en la cabeza cuando vi el microbús que se acercaba desde la izquierda a una velocidad suicida. Alcancé a divisar la mueca de espanto del conductor casi vuelca la pesada máquina al tratar de frenar en la curva.
Giré la vista a la derecha cuando el bus pasaba por mi espalda y sentí un golpe sordo –no sé si se escuchó un segundo golpe o si el otro hombre fue atrapado sin hacer ruido-.
Por detrás del microbús salió un cuerpo doblado en 90 grados, en el sentido inverso al que se flecta una columna vertebral.
El segundo hombre fue proyectado a un par de metros por la rueda delantera izquierda, como cuando uno intenta cascar una nuez y se escapa. El microbús quedó cruzado en la calzada unos metros más adelante.
Me acerqué al segundo de los hombres caídos para ver su vivía, pero su cráneo estaba completamente deformado, sin llegar a estallar.
Un “He Man” aún más pálido de lo habitual me miró y me preguntó angustiado: ¿Voy a llamar una ambulancia?
Automáticamente le respondí: ¡Déjate de huevadas y anda a buscar un fotógrafo, que todavía alcanzamos a meter la foto en la edición de mañana!

Koz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 10:27:12 am
(http://www.elpueblodealbacete.com/repositorio/31de/regional/12047/22/cereales.jpg)

Sabed que a nadie perdono


El padre Cadaval contempló la dorada inmensidad de los campos de Castilla. Frente a él, un mar de cereales se extendía hasta donde la vista permitía, moteado solo de tanto en cuando por algún osado olivo que desafiaba con su tronco rugoso y sus hojas parduscas la monotonía cromática del paisaje. Julio agonizaba y las chicharras anunciaban con su canto repetitivo un Agosto demasiado caluroso para un foráneo en esa tierra. El sacerdote recordó con tímida melancolía las verdes e inclinadas laderas de su Cantabria natal donde el ganado a menudo pastaba más cerca de las nubes que del suelo. Allí, en esa meseta inmensa donde el calor era dueño y señor, tan solo algunas recias ovejas y algún que otro capón se atrevían a abandonar la protección de los escasos sombrajos para merodear en busca de alguna brizna que las hoces de los segadores hubieran pasado por alto.
Se enjugó el sudor de la frente con la manga de la sotana y tragó con dificultad. A su espalda, el río Bedija serpenteaba perezoso dejándose acariciar por el alegre bullicio de las mozas que hacían la colada. Las observó vehementemente, con un rastro de lascivia en los ojos que pronto reprimió. Era sacerdote, y el padre Cadaval observaba atentamente el celibato y la castidad a pesar de que la voluptuosidad y los generosos escotes de aquellas mujeres le tentaran con la endiablada fuerza de mil demonios. Musitó un padrenuestro y se encaminó hacia el monasterio.
Mientras ascendía una de las suaves lomas que conducían hacia las murallas observó cómo una nube de polvo se desplazaba todavía lejana por la llanura y giraba hacia el pueblo de Uclés. “Más presos”, pensó el sacerdote al tiempo que observaba aumentar de tamaño el viejo camión Fiat mientras se acercaba al pueblo.
Hacía ya un año que la guerra había terminado, pero el general Franco seguía llenando las cárceles de España de presos que, bien por causa de las enfermedades contraídas por las inhumanas condiciones o por juicios sumarísimos al amanecer, tardaban poco tiempo en desaparecer para dejar sus húmedas celdas a la siguiente oleada de reclusos. Tantos debía haber que hasta aquel monasterio, antiguo colegio de agustinos, se había convertido en uno de los más duros penales de los fascistas en la península. El antiguo cenobio estaba cercado en todo su perímetro por  una intrincada red de alambradas de espino que, sumado a las propias murallas que éste poseía, hacían de la huida algo menos que pura ilusión; estaba vigilado por potentes focos desde las tres antiguas torres medievales que aún quedaban en pie, donde se apostaban guardias armados con ametralladoras; y por si eso no fuera suficiente, estaba la meseta: un páramo interminable de cultivos de secano donde el sol abrasaba una tierra agrietada y hostil, nada generosa para el que viajara a la luz del día, sin una sombra para cobijarse de los certeros rayos que como un Zeus terrible arrojaba el sol sobre quien osara cruzarla bajo su reinado.
El padre Cadaval pensó en los presos. No le importaba de lo que se los acusaba, ni lo que realmente hubieran hecho. Él no estaba allí para juzgarlos, sino para ponerlos a bien con Dios antes de que  sucediera lo inevitable. Sintió pena de que nadie los visitara; aunque seguro que nadie sabía que estaban allí. Él trataba de mantener las distancias con ellos dentro de lo posible, pues no era un animal sin sentimientos y, a veces, cuando algún hombre se derrumbaba ante lo cercano de su fin, aunque mantuviera el rictus de seriedad que le demandaban aquellas situaciones, no podía evitar maldecir en silencio y preguntar al Altísimo por qué consentía que cosas como esas ocurrieran. Por eso, cuando veía en la lejanía aproximarse un nuevo camión, su alma se afligía de tal modo que le temblaba el rosario en las manos y hasta perdía el apetito.
Franqueó la barrera que daba acceso al penal mientras saludaba con un breve movimiento de cabeza a los soldados de la guardia. El olor del tabaco negro de sus cigarrillos se le atravesó en la garganta seca haciéndole toser. Buscó con la mirada el acceso más rápido a la cocina para poder tomar un trago de agua fresca. Por la noche, y ya se había convertido en una costumbre desde que llegó a aquel lugar, el trago que necesitaría para dormir sería de algo más fuerte. Mientras saciaba su sed  uno de los cocineros le gritó desde detrás de los fogones: “Sáciese bien padre, que me da a mí que al amanecer va a tener carga de trabajo”, grosería que fue coreada con carcajadas por el resto de gañanes que atendían la cocina. El sacerdote salió sin contestar por la puerta que daba al viejo refectorio y se apoyó contra la pared. Aquello le estaba pasando demasiada factura. Desde el primer momento supo que nunca se acostumbraría, que su trabajo era salvar vidas y no cruzarse de brazos mientras se exterminaban con total impunidad ante sus ojos, sin que nadie levantara una voz a favor de esos pobres desgraciados, sin que nadie hiciera nada por evitarlo, ni tan siquiera Él. Alzó el rostro hacia el cielo esperando encontrar una respuesta o una señal que aclarase sus dudas, pero sólo se topo con el estropeado artesonado de madera del refectorio. Allí, semi oculto por la suciedad y el humo de los incendios que ocasionaron los republicanos cuando lo arrasaron en la guerra, todavía se podían ver los bustos tallados de los treinta y seis maestres de la Orden de Santiago con sus nombres medio borrados por el tiempo y el olvido; todos menos el del maestre don Álvaro de Luna que, habiendo cambiado su busto por el de una calavera coronada, había mandado escribir de forma tajante y legible: “Vosotros, nobles varones, sabed que a nadie perdono”, adoptando así la figura de la muerte como propia. El sacerdote tembló atemorizado por si en verdad era aquella la respuesta que había demandado momentos atrás.
El ocaso llegó lento pero definitivo. El padre Cadaval se fue a la cama más confundido que cansado y con el eco de aquellas palabras que había leído en el techo del refectorio golpeando en su mente. Bebió dos largos tragos de la botella de coñac que escondía bajo su cama y se tumbó cerrando los ojos dispuesto a olvidar todo lo que sabía para poder despertar al día siguiente. El sacerdote tenía la absoluta certeza de que si al despertar recordaba todo lo que ocurría en aquel maldito lugar olvidado de Dios, no sería capaz de levantarse de la cama. Una sucesión de golpes en la puerta le dio el tiempo justo para esconder la botella e incorporarse en la cama antes de que la figura del capitán Cubelos apareciese como un fantasma en el umbral. “Mañana le esperamos en la Tahona, padre. Al amanecer”. El sacerdote asintió con la mirada clavada en el suelo hasta que el militar desapareció. Después, en la profunda soledad que le envolvía, el padre Cadaval se echó a llorar.
En el pueblo siempre se había conocido a la Tahona como un conjunto de edificios medio derruidos que en su día habían surtido de pan al monasterio, situados en una pequeña depresión a no más de quinientos metros de distancia de la flamante prisión. Ahora su nombre era sinónimo de muerte debido a que era el lugar elegido para ejecutar a los convictos y enterrarlos en una fosa que se iba ensanchando cada vez más. Puntual como siempre, el pelotón de fusilamiento formaba inmaculado frente a una de las pocas paredes que quedaban en pie. Frente a ellos, los condenados, sentados en el suelo, demacrados y fumando el que sería su último cigarrillo afrontaban cada uno a su manera el trágico momento. El sacerdote se auto impuso la obligación de no mirarlos a los ojos mientras les daba los últimos sacramentos. Sabía que si lo hacía estaba perdido. No lo soportaría. Debía evitar el contacto visual para no dar opción a la más mínima oportunidad de crear un vínculo con el condenado. ¡Se podía decir tanto con una mirada, con un gesto! Sentía la necesidad de decirlos que los comprendía, que sabía el miedo, la frustración y la desesperación que sentían, que él estaba de su parte, que si él pudiera hacer algo lo haría. Pero en lugar de eso, solo una ininteligible retahíla en latín, incomprensible para aquellas gentes desesperadas, salía de sus labios. Por que en el fondo sabía que todo cuanto pudiera decirles y ofrecerles era tan vano e inútil como el sacerdote que deseaba decírselo. Cuando terminó de administrar los sacramentos se hizo a un lado discretamente y rezó por la salvación de las almas de esos pobres hombres. Después oyó la voz del capitán Cubelos como una maldición inexorable: “Apunten, ¡fuego!”
La descarga casi le hizo caer de rodillas pero consiguió aguantar el tipo impelido por la cercana presencia del capitán. Cuando todo acabó dio media vuelta y se dispuso a marchar. La voz de Cubelos le detuvo. “Venga padre, que le acerco hasta el pueblo y así me confiesa usted por el camino”. A la mente del sacerdote llegaron las palabras del maestre, claras, enérgicas y luchando por salir y ser escupidas a la cara del militar: “Sabed que a nadie perdono”. En lugar de eso, el sacerdote bajó la cabeza y montó en el coche del capitán mientras el ruido de la puerta al ser cerrada ahogaba un frío “Perdóneme, padre, por que he pecado...”

Timbory
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 10:31:17 am
(http://africapuente.files.wordpress.com/2010/04/maltrato1.jpg)

Vengarse


Ya sé que algo me pasó, cómo no voy a saberlo, si me costó un mundo despertarme. Que no podía abrir los ojos, oía decir, pero sí llegué a hacerlo. Después alguien dijo que los tenía vidriosos, como esculpidos en cristal, y al poco empecé a ver bultos. Ahora ya veo las caras de los bultos que se mueven, y algunas las recuerdo.
¡No quiero que estés todo el día ahí, encima, encima, encima! Sé que no puedo hablar, y que aunque te lo digo no me entiendes; cada vez que apareces cerca sólo se me ocurre quitarte del medio, y como sé que ahora, estando como estoy, no se te ocurriría pegarme, te escupo lo que siempre he pensado en cuanto te me acercabas: ¡marrano, marrano, marrano! Oigo una voz que me imita, que comenta que sólo se me entiende no, no, no, eso es porque igual que mis ojos no veían y tardaron en conseguirlo, mi boca no pronuncia, también tendrá que aprender.
A buenas horas se te ocurre llorar y desesperarte, a buenas horas. Después de que me martirizaste, de que me exprimiste, ahora se te ocurre llorar. A ellos tal vez los engañes, tal vez, pero no a mí; quieres que me recupere, quieres que mejore, sí, para que vuelva a servirte, para poderme volver a torturar: ¡marrano, marrano, marrano!
Pero no has perdido la costumbre de atormentarme, te acercas y me mueves la cama, me levantas demasiado o me tumbas más de lo que estaba, si yo estaba a gusto, y confiesas, además, que lo haces con la intención de provocarme la queja, lo haces para que yo no me olvide de que sigues ahí; pena que tú sólo puedas apreciar la última sílaba y no la sepas interpretar. ¡Marrano, marrano, marrano!
Que no sabías cuánto me querías… eso sí me lo creo, me has querido mucho siempre, ¡ja!,  como le dijiste un día a tu hermano, cuanto tenía que casarse porque la Candela se quedó preñada; me has querido como se quiere a lo que se necesita, y tú le animaste: “claro que te casas, hombre, si así es mejor, que así tendrás a mano dónde desahogarte, de todas las maneras, muchacho, claro que te casas, hombre”. A mí no se me ha olvidado, sobre todo aquella expresión: ni siquiera con quién desahogarte, sino simplemente, dónde. Si se te rompe el retrete, tendrías el mismo problema que ahora, marrano, marrano, marrano. ¡No te acerques! Menos mal que por aquí siempre hay gente y ya no podrás violarme; que encima me echabas en cara que no pusiera entusiasmo, después de pegarme y sabiendo que después me ibas a volver a pegar. ¡Marrano, marrano, marrano!
Necesitabas humillarme, no sé quién te creías que eras, además del amo. Querías una esclava y que encima estuviera contenta… que yo te obligaba a pegarme… que siempre me encontrabas con mala cara, con mal humor… y te ponía de malas pulgas… ¡hijo de ****, hijo de ****, hijo de ****!
Resulta que voy mejorando, he sido capaz de decir ta, ta, ta. Pero no lo entienden, te están bailando el agua, creen que me esfuerzo en mejorar cuando tú estas cerca, y vuelves a sentirte importante, tú siempre arriba. ¿Por qué me tuviste siempre en menos, por qué? Si tú ni siquiera eres capaz de hacerte de comer. Traías un miserable sueldo a casa, eso era todo.
Sí, la culpa era mía, por exasperarte, por desobedecerte, por hacer siempre las cosas al revés, sobre todo por querer trabajar fuera… ¡Quería salir de la miseria, eso quería! Ganar algo de dinero, para poderle comprar un regalo de Reyes decente a mi hija, para eso. Les compraste una bicicleta un año… bien que la echaste en cara… ¿Y para quién fue la maldita bicicleta? Para el chico, naturalmente. Querías pavonearte viendo a tu hijo pedaleando, que lo vieran los vecinos; no te alcanzaba el dinero y resolviste el problema diciendo que era para los dos, pero ella, pobrecita mía, nunca pudo más que mirarla de lejos con pena, porque a él le dejabas irse sin ponerle hora, y ella se hartaba de esperarlo sentada en el poyo, hasta que llegabas tú, como una mala bestia, y la metías en casa, que ya se iba a poner oscuro. Mira a lo que ha llegado el chico, a ser como tú, un marrano, pero con menos suerte, que ninguna mujer le aguanta: simplemente por malcomer nadie vende ya su libertad.
¿Dónde quedó mi juventud? Sepultada bajo tus insultos. Me comiste la salud y la vida. Pero lo que no te perdono, lo que nunca te perdonaré, es que encima me hicieras sentir culpable. Y encima te jactabas, que no se me olvida cómo un día le hablabas a Teo, el de la carpintería, “hay que domarlas, hombre, mantenerlas derechas como husos”.
Ta, ta, ta… mira qué contenta se pone mi hija porque cree que voy avanzando, que mejoro, que enseguida hasta podré andar. Pero si yo estoy bien así, no necesito más. Ya sé lo que es morirse, muerto tengo el cuerpo y no es para tanto, no duele. Cuando se me apague la cabeza, que casi apagada estuvo no sé cuanto tiempo y fue como dormir plácidamente sin pesadillas, se acabó el sufrimiento para todos, pero ella no lo sabe, claro. Cómo va a sospechar que disfruto de este estado porque te veo sacrificado a ti. Lo que siento es que la pobre siempre tenga que cargar con la peor parte, que por ella no me quité yo del medio hace mucho, sólo por ella.
Que no me engañas, no te lo vayas a creer: lo que te duele, lo que no soportas, es tenerte que valer solo, y aún peor, comprobar que no eres capaz. Ya lo creo, que quieres que me cure, para volver a usarme, pero ahora la que no quiere volver, ni desparecer tampoco, soy yo. Cambian, cambian las cosas.
 Alguien me dijo una vez que me marchara de casa, unos meses antes de llegar al borde del suicidio, pero a dónde iba a ir yo, con dos niños y sin dinero; ¿a casa de mi madre, que comían ellos de milagro? Bien lo sabías tú, canalla, canalla, canalla, Ya, ya, ya. ¡Quita de ahí, imbécil! Deja de contar que he podido decirte que no quería que me subieras más la cama. Lo único que siento es no poder explicarles a todos la verdad, que tan encantador como te has mostrado siempre de puertas a fuera, así de cruel has sido para mí.
 Comprendí un día que no me dejaste trabajar porque no soportabas que yo valiera tanto como tú, y porque sabiéndote una basura, los celos te reconcomían. La verdad es que por poco que hubiera encontrado, para echarme a la cara algo mejor que tú, habría tenido que buscar escasamente. Lo que nunca sospechaste es que yo nunca habría manchado mi casa, ni el nombre de mis hijos, porque eres incapaz de reconocer que alguien sea mejor que tú. Y tú eres lo que eres, ta, ta, ta. No podías imaginarte más que cochinadas, no, no, no. Cree el ladrón que todos son de su condición. Y como tú nunca tuviste escrúpulos para irte  por ahí con cualquiera… Que no creas que me hacías daño, que una vez que me arrancaste la dignidad de otras mil maneras, el que te solazaras en la calle me evitaba a mí vejaciones en aquellas oscuras y dolorosas noches.
Pobre chica. Es extranjera. Se cree que la rechazo por eso. Maldita boca la mía, que sólo sabe quedarse con la última sílaba. La miraré, aunque parezca que lo hago con ojos de cristal. La miraré para que no se sienta mal. Quisiera mover la cabeza para asentirla, o una mano para ponerla suavemente sobre la suya, que intenta ordenarme el pelo con tanto cuidado.  Claro que ahora que ha venido ella,  tú te dedicarás sólo a presumir.
 ¡De eso nada! Que crean que la rehúso, que lo crean, ya encontrará trabajo en otro sitio, que en este hospital habrá más desgraciados como yo. Que crean que sólo te tolero a ti, que lo crean, que seas tú el que tenga que limpiarme, que lavarme, sin descanso. Aunque sirva para que te coronen de santo. No te daré tregua, ni de día ni de noche. Y agradeceré al destino esta oportunidad de venganza que me brinda.
Aunque es bien mezquina, la venganza. Ruin y rastrera.

Beatrice
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 18, 2012, 10:39:27 am
(http://1.bp.blogspot.com/_E8rfZr5uv3A/SnwYuLBq6wI/AAAAAAAACfo/pPNf1mRm7OM/s400/padre+estricto.jpg)

La Militar


   Mi padre, recostado plácidamente en su cátedra de cuero negro, negrísimo, miraba receloso, como de costumbre, de reojo, impregnando el aroma denso con sus ingentes ojos azules, entrecerrados, como si dormitara, forma propia y consustancial de asegurarse – él sabía de mi debilidad tremenda ante su persistente, denotada actitud inquisidora – que mis labios entonces no iban a pronunciar, murmurar siquiera palabra alguna contra sus épicos deseos. Instantes después tan solo desvió la vista tibiamente hacia el cuadro de marismas casi real que colgaba inclinado de la pared blanca y anegó por momentos mi mente una sensación de alivio acentuado, un profundo y atenuante respiro, un rasgar del yugo herrumbroso de mis entrañas. Las palabras en estos casos dejan de poseer un significado relevante, imprescindible, y un simple gesto, un suspiro, un variar del cuerpo, hace comprender las ideas.
   Miré por un momento el mar de cielo limpio y sereno, místicamente azulado, inmenso, que penetraba por el hueco de los ventanales abiertos como un puñal, la luz rutilante que provocaba innumerables sombras abstractas, puntos indefinidos, extraños, sobre el espacio rectangular. Aquel asedio de algo ineluctable enervaba mi ser de percepciones ocultas, ambiguas, sensaciones contradictorias, faltas del más mínimo sentido de lógica. El tiempo, silencioso, transcurría inexorable, flemático, con una parsimonia desesperante, ajeno incomprensiblemente a todo aquello. Del fondo norte de la pared blanca, rodeado de otros adornos, pendía asimismo, olvidado en parte, un antiguo reloj con música de piano, romántica, que marcaba las horas cadenciosamente, con un sonido melodioso y variable , breve, prendido todo de palpitaciones, profunda vida, por unos segundos, por un tiempo mínimo pero aliviador. El hedor llegaba a vaharadas, repentino, cada vez más fuerte, insoportable, nauseabundo, como algo tremendamente tétrico. Me resultaba difícil ahora, después de haberlo experimentado durante quince años seguidos, sin pausa, constantemente, día a día, oscuridad a oscuridad, el estar allí, embriagado de un silencio lúgubre y desolador, rancio y agudo, los últimos momentos. Todo en poco tiempo se había transformado en algo demasiado extraño para mí. Durante varios años había intentado mantener ilusiones, esa fábula tan repetida en mis noches infantiles y que ahora se difuminaba rauda, como una nube de humo tenue, fino y delicado. El sueño me pesaba en las sienes, era como una punzada constante, una razón que turbaba irremediablemente mis ideas. Parecía ahogarme ahora aquella sensación abrumadora, intransferible, exclusivamente mía. Traté de imaginar por un momento mi existencia lejos de allí, fuera de aquel antro que me circundaba y al que acabé venerando. Hércules, mi perro, el Colegio de los Claretianos, el paseo dominical o las tardes de papel, absorto en el buró. Llorar, ¿para qué? Los hombres no lloran me había dicho Arístides. Y yo pensé que Arístides, en el fondo, tenía razón. Unas cuantas lágrimas o lagrimones, que más da, no iban a variar para nada, en lo más mínimo siquiera, el curso inexorable de las cosas. Sabía, por otra parte, que mi padre en estos casos poseía un carácter cruel e intransigente, terriblemente frío. A veces, las atardecidas otoñales, cuando nos reuníamos todos a tomar el té en el salón, sonriente, con la taza de porcelana inglesa, importada, entre los dedos, auguraba ufano:
-   Eumenes,  irás a la Militar.
   Y observaba entonces mi cara extrañada, ensombrecida, macilenta y gélida, por momentos, como si quisiera descubrir en ella algo insólito o encubierto que jamás hubiese detectado.
   Mi padre parecía participar de las condiciones extraordinarias que me atribuía constantemente. Hablaba desazonado y reía a cada momento. Mi madre, por el contrario, daba la impresión de ser mas reservada aunque contribuía con una leve mueca al detestable ambiente que se formaba.
   He de reconocer  que mi madre siempre fue una marioneta movida por las circunstancias. No la culpo, acaso reprocharle su pasividad,  esa manera suya, conformista, insulsa, vana, de ver las cosas, de deslizarse ante los hechos. Su punto de apoyo era nulo para mí, siempre lo fue, un reflejo irreal de los instintos maternales, de los afectos de mujer, del querer al vientre. Jamás franqueó mis tribulaciones, indagó en mis pensamientos o liberó mis dudas.
   Poco a poco, sin embargo, me fui habituando a aquella cruda y de alguna manera palpitante realidad. Mi poder de decisión estaba supeditado a las razones de mi padre y mis fundamentos no adquirían nunca, según sus palabras, un grado de madurez óptimo. Las conversaciones sobre este punto fermentaban siempre en mi interior un estado ostensible de impotencia, de contenida rabia. Por primera vez en la vida estaba seguro de algo; alejarme del camino marcado. Con frecuencia no sabía distinguir certeramente entre aquellas cosas que definen un sentido ambiguo y aquellas otras que añoran los sentimientos. Mi elevado grado de inocencia entonces unido a una timidez acentuada hacían de mí una persona frágil, vacilante, un castillo de naipes capaz de derrumbarse a cada momento.
   Nereida inquiría montamente:
-   ¿Iras a la Militar, Eumenes?  ¿Iras a la Militar?
   Luego se acercaba hasta mí oprimiéndome la cara entre sus manos frías y miraba entristecida, con sus ojos demasiado brillantes.
   Nereida era distinta, sencilla, abierta, sin maldad de ninguna clase. Me resultaba confortador hablar con ella, escuchar su voz tenue, delicada, sus palabras llenas de ternura. Comprendí enseguida que ella poseía un talento extraordinario, un don especial que a mí me embargaba. ¡Cuántas veces había memorado en mis solitarios aquel primer encuentro con Nereida, todas aquellas escenas que habían pasado por mi imaginación como un deseo incontenible! La veía en sueños, corriendo alborozada entre las sendas del jardín, marcando con su voz un eco distinto y singular. En aquellas largas tardes de estío, solos los dos, entrelazados como lianas, sobre la hierba fresca, en la ribera, soñábamos en silencio. Me bastaban sus manos, su mirada de espuma, transparente y lúcida, sus ojos en los míos. Sentimientos maravillosos, jamás desvelados, muestra secreta, imborrable, a través de los tiempos, siglo a siglo, grabada en la corteza del álamo: “Me gustaría tenerte siempre”
   Algo como un escalofrío repentino me hirió en la garganta. Giré el rostro por un momento y vi a mi padre dormitando en una postura extraña, la cabeza entrecana, desarticulada, el periódico arrugado sobre las piernas cruzadas. Fuera el sol empezaba a dominar en lo alto pugnando entre las nubes multiformes y una sensación agobiante, intensa, comenzaba a denotarse allí dentro. Me incorporé cansado. Había estado tanto tiempo inmerso en mis pensamientos que el cuerpo entero me dolía. Salí al jardín. Estaba como hipnotizado. Tenía unas tremendas ganas de despejarme. ¡Qué alivio el aire fresco sobre mi cara! ¡Qué alivio sentirme lejos de todos aquellos seres inmundos! Respiré fuerte, deseoso, como si quisiera atraer por un momento a mis pulmones todo el aire del mundo. La entrada del otoño no se apreciaba aún y las hojas de los árboles se mantenían verdeantes, con su color propio y natural. Mi padre, años atrás, había mandado construir un puente de piedra sobre el regajo mayor y yo lo atravesaba para adentrarme en la ribera, huyendo de las miradas lascivas e hirientes de los demás. Allí me sumergía en el silencio y la quietud de la naturaleza. Eran días inocentes, felices, llenos de vida. Yo me daba cuenta entonces y los retenía, disfrutándolos poco a poco, hora a hora, segundo a segundo, hasta hacerlos casi interminables. Tenía miedo de los cambios que pudieran venir. Sabía que el ciclo era vital y que los hechos se sucederían uno tras otro sin remedio. Lo había imaginado tantas y tantas veces que apenas me conturbé aquella atardecida en el salón cuando mi padre, con su despótica autoridad acostumbrada me determinó inexorable el camino.
  - Eumenes, iras a la Militar.
     Me dijo aquello con una ferviente estima y una alegría inusitada como si fuera una cosa suscrita por mí de antemano. Pero bien sabía él que no era así y calló de pronto mirándome con una aguda interrogación en los ojos que demostraba además un tácito desafío, una amenaza continua. Yo silenciaba agazapado entre mis libros, intentando evadirme inútilmente de sus miradas pugnantes. Sabía de sobra cual era mi destino. Y quería llorar de rabia. Pero me acordaba de Arístides y desistía. Hasta aquella tarde en el jardín cuando mis ojos quedaron fijos en un espacio indefinido. La naturaleza evolucionaba inquieta y un viento racheado, a ráfagas, batía con ímpetu las ramas altas de los árboles. De pronto un rumor de vida se irguió como una percepción oculta y un retumbo suntuoso, sin ordenación determinada, tornó de los regajales. Luego se abrió sigilosa la puerta del salón. No me giré. Tan solo una voz grave, profunda,  como una hoja de acero, rasgó el viento.
-   Eumenes, se hace tarde – dijo.
Y un puñado de lágrimas, una tras otra sin remedio, brotó entonces desesperadamente de mis mejillas.         
Jepialan
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Agosto 18, 2012, 11:58:27 am
(http://img837.imageshack.us/img837/4489/cartelivconcursoderelat.jpg)

Según los datos que tenemos en nuestro poder, y a falta de alrededor de 15 días para que finalice el plazo de recepción de relatos, forummontefrio tiene el placer de anunciar un nuevo éxito cultural para Montefrío. Hasta la fecha hemos recibido alrededor de 500 relatos, procedentes de los 5 continentes, superando con creces las altas expectativas generadas en ediciones anteriores. Para nosotros es todo un orgullo que un certamen literario humilde como el nuestro, en el que incluso los premios metálicos son sufragados por los propios miembros de la asociación, haya superado en participación, difusión y aceptación a certámenes con más de 30 años a sus espaldas.

Gracias  :clap: :friend: :clap:

PD: Nuevamente pedimos paciencia a todos los que aún no habéis visto publicada vuestra obra. Aún tenemos en cola más de 200 relatos.

Un saludo.
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 15:59:33 pm
(http://profile.ak.fbcdn.net/hprofile-ak-snc4/27543_134845669860372_5755_n.jpg)

El reloj del abuelo


Querido nieto:
Después de pensarlo muy bien, a ti, que dispones de todo el tiempo del mundo, he decidido dejarte el reloj. Es mi deseo, que a mi partida, te lo entreguen junto con esta carta.
Como puedes comprobar, te lo entrego desnudo, sin oro ni diamantes. Con la experiencia, sabrás decidir entre el valor del tiempo y el de la máquina; pero para el aprendizaje, éste servirá.
Recuerda que, para utilizarlo, antes tendrás que darle cuerda. A continuación te detallo las instrucciones: 
Primero
El reloj: en este caso, se trata de un reloj de pulsera; es más barato, pero se evita el estorbo de la cadena y se ahorra el chaleco donde colgarlo. La esfera es amplia, con números claros, piensa que la presbicia es un defecto humano y no de la máquina; y su correa es de cuero, más flexible y manejable.
Segundo
Preparativos: sujeta las dos correas y extiéndelas una sobre otra hasta los extremos, de tal forma que la más larga pase por debajo del reloj y la hebilla por encima. La esfera deberá de quedar hacia arriba y los números al derecho para facilitar la lectura; si tienes dudas, se comprueba que la cebolleta esté a la diestra. Así, tal y como lo tienes sujeto, guárdalo en el bolsillo pequeño del pantalón y procura que el cristal coincida del lado interior. Eso no sólo te ayudará con las maniobras, sino que también lo protegerá de posibles golpes y rozaduras. También es importante que las correas sobresalgan lo suficiente para retirarlo sin esfuerzo. Te aconsejo que practiques un poco; mételo y sácalo varias veces, ganarás en experiencia y te aportará buenos hábitos. Una advertencia, realiza la maniobra de pie, siempre; sentado se fuerzan las correas y los pasadores, y te durarán menos. Discúlpame si no te indico cómo colocarlo en la muñeca.
Tercero
Cómo darle cuerda: antes de retirar el reloj del bolsillo, ejercita un poco las manos, con el calentamiento adquieren más habilidad. La cebolleta es pequeña y los dedos son gordos y cada vez más torpes; razón ésta por la que no se le debe dar cuerda con él en la muñeca (existen otras, como la de no permitir que nadie te encadene, ni siquiera el tiempo, pero más personales). Es más práctico que sostengas el reloj con la mano izquierda, de manera que puedas ver las agujas (acuérdate de la cebolleta en el lado derecho); coloca el pulgar sobre ella y el índice por debajo, los restantes dedos mantenlos separados, donde no estorben. Antes de comenzar, extrae un punto la ruedecita, uno sólo; tiene otro, pero es para ajustar la hora (algunos, más modernos, ya cuentan también con la opción de cambiar de día). Acto seguido, presiona las estrías del artilugio y gira de derecha a izquierda según el tiempo que necesites. Unos quejidos, apenas perceptibles, serán los que te confirmen que la maniobra es correcta.
Obra con cuidado, cuantas más vueltas le des a la cebolleta más le estrujarás el corazón, y los sufrimientos son más intensos cuando son innecesarios. Con veinticuatro horas al día tendrás más que suficiente y el reloj te lo agradecerá.
Con todo mi cariño.
El abuelo

Ronsel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:02:28 pm
La Vernganza


Aparecía  en la plaza polvorienta y soleada de El Puerto la desfigurada forma del capitán Martirio, el famoso, en otros tiempos, guerrillero, arrastrando su “doliente humanidad”, como decía doña Flaminia Congote viuda de Góngora. 
         Al atravesar el lisiado el parque en busca del toldo de viandas de Misiá Herminia, lo hacía con la costumbre de perro cebado y recibía las sobras que la ventera le colocaba en un plato de peltre en el suelo.
         El capitán Martirio se confundía con gallinazos y perros que daban cuenta de los desperdicios que carniceros y venteras botaban al lado de los toldos.
         El calor era hostigante. Se le conocía como El Puerto de la Virginia, porque en otras épocas fue atracadero de barcos cuando el río tenía caudal.
         Doña Flaminia era la única persona en El Puerto, que tenía como costumbre darle al capitán Martirio los sobrados. Ella, la caritativa, que había quedado viuda porque el marido  había sufrido secuestro y  muerte por la guerrilla;  la criticaban, por lo que consideraban un ablandamiento, de corazón, con el exguerrillero.
         La historia del guerrillero, capitán Martirio, según la leyenda, comenzó en el año de 1950, por bandidos al servicio de uno de los partidos tradicionales. Llegaron los bandidos a una finca y masacraron a toda una familia que se dedicaba al trabajo del campo.  Sólo se salvó un muchacho de quince años que se escondió en un matorral, y desde allí vio como violaron a la madre y a sus hermanas.
         El muchacho huyó al monte.  Y a partir de ese día lo acompañó un terror que jamás lo abandonó; vagó por diversos pueblos, hasta que un día vio a uno de los asesinos de su familia y lo siguió y le dio muerte a cuchillo.  Días  después, vió al mismo asesino vivo.  Para el muchacho era un imposible, pues él estaba seguro que le había quitado la vida.  Pensó que era una aparición, como muchas de esas historias que le contaba la abuela.  Decidió volver a matarlo y así lo hizo, pero el hombre volvió aparecer a los pocos días, el muchacho comprendió en su entendimiento, que cualquier hombre era un  asesino en potencia. 
         El muchacho conoció al famoso bandolero Jalisco, que operaba en el Departamento del Tolima, se unió a los bandoleros y se quedó con el sobrenombre del capitán Martirio, porque le encantaba torturar a las víctimas.
         Se unió a la guerrilla.  Ya  viejo, dejó su oficio de guerrillero y eligió como lugar para vivir El Puerto, donde se dedicó a la venta de pescado.  Su figura se hizo cotidiana.  Prendía un tabaco para espantar el enjambre de moscas que andaba a la caza de lugares para colocar los huevos. 
         En un amanecer, encontraron al Capitán Martirio tirado frente a las puertas del hospital sin piernas y en un charco de sangre con un letrero que decía:  “Capitán Martirio, guerrillero, hijo de ****, te arrastrarás como un gusano...”
         El rencor de El Puerto se despertó de manera violenta al saber que el amputado era guerrillero; apodado Capitán Martirio.  Cuando apareció días después, arrastrando penosamente su cuerpo mutilado, recibía insultos y golpes. Los niños le tiraban piedras, los borrachos salían de las cantinas y se orinaban en él.  El párroco tomó cartas en el asunto y promulgó pecado mortal para todo aquel que insultara al Capitán Martirio.
         Lentamente, como sucede con las cosas y asuntos de los hombres, la gente de El Puerto se acostumbró a convivir con quien había sido el verdugo de muchos.
         Al sargento Gallo, Comandante de El Puerto, le dolió la condición del  Capitán Martirio, y lo remitió tirado como un bulto, en una volqueta a una población vecina, para que dejara de sufrir las vejaciones y maltratos de la gente del Puerto.
         Tres días más tarde hizo su aparición a la entrada del pueblo el Capitán Martirio.  Volvió a tomar el puesto de mendigo en la plaza al lado de otros pordioseros.
         Un día cualquiera el sargento Gallo se emborrachó y encuelló al capitán Martirio y le dijo: “al amanecer te cuelgo y te lanzo al fondo del río, para no verte sufrir”.
         Mientras tanto en El Puerto, Doña Flaminia viuda de Góngora, seguía preparando sus famosas confituras.  Era la mansión de la viuda un lugar pleno de fragancias por las esencias que se esparcían en el aire cuando en las pailas de cobre recibían los condimentos para dar el tono exacto de caramelos, colaciones, batidos y otras maravillas que hicieron famosa a doña Flaminia. 
         La mansión de la viuda poseía una atmósfera de tradición:  pues allí se habían alojado, en épocas de elecciones, los candidatos, de uno y otro partido, a la Presidencia de la República.
         Vivía como residente en la casa de la viuda el Dr. Botero.  Doña Flaminia era feliz de tener como huésped al  médico, director del hospital de El Puerto.  La matrona mantenía entre mimos y atenciones exageradas al doctor.
         La anciana no recibía huéspedes, pero el doctor “necesitaba de un hogar tranquilo, con paz, sin extraños inquilinos que perturben su intimidad”. 
         Doña Flaminia era tan rica que nadie sabía calcular el monto de su fortuna; eso de vender viandas en la plaza y atender al doctor Botero, lo hacía como una manera de justificar los días.
         El primero de noviembre, día de todos los muertos, apareció el mutilado exguerrillero muerto, debajo de un puente.  El sargento Gallo, mandó a que lo enterraran de inmediato, pero el director del hospital, ordenó practicar la autopsia al guerrillero, según lo determina la Ley.
         El doctor Botero dio su tajante concepto:  “Mi Comandante,  el exguerrillero, conocido como el Capitán Martirio, fue envenenado” y se fue para la mansión de doña Flaminia a ducharse con agua fría. Luego  pasó al comedor donde doña Flaminia, como siempre, lo acompañaba a la charla de sobremesa.
         -Señora –preguntó el doctor- ¿quién en este pueblo pudo haber envenenado a ese pobre hombre?
         Doña Flaminia, sin darse por enterada de la pregunta, amasó un bolo de picadura y lo apisonó en la pipa con un tabaco que había sido curado con hojas de parra, zumo de manzana y unas goticas de ron cubano.  Encendió la pipa y luego de lanzar una voluta dijo: “Doctor, usted es un niño que no conoce la vida.  La vida no es el cuerpo que el médico abre y tasaja todos los santos días.  Tal vez usted, no sabe que ese guerrillero, conocido como el Capitán Martirio, secuestro a mi esposo y luego lo mató.  Usted nada sabe de esos hechos, porque usted no había nacido, y la violencia aquí viene desde principios del siglo XX. El que envenenó a ese guerrillero tenía sus razones.
         Replicó el Dr. Botero:  “Lo que hizo ese guerrillero fue hace unos veinte años.  Ese hombre ya había pagado sus crímenes”.
         Doña Flaminia respondió con suavidad:  “Hay cosas, que no se pagan con el fuego de la eternidad ni con la justicia humana Doctor, cada persona tiene sus razones para hacer lo que hace.  Recuerde, que cualquier persona es capaz de cualquier cosa, y es por esto que siempre decimos: ¡No, es imposible! Pero claro que sí, y ¿para qué está la realidad?,  para demostrar que todo es posible”.  Esta frase la remató doña Flaminia, con un resplandor de satisfacción, algo así como la mirada de un ángel vengador.

Leo Von Hiena
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:09:54 pm
(http://www.cuerpoyarte.com/wp-content/uploads/2009/02/ratchasri.jpg)

El descubrimiento de Diethel  Hamilton


   La práctica del tatuaje está muy extendida. El hecho de imprimir en el cuerpo diseños tan variados, exóticos e indelebles, a base de frotar pigmentos sobre heridas punzantes de convierte para muchas personas en todo un ritual. En la actualidad, el arte ha degenerado y se ha transformado, pues solo se emplea como ornamentación, pero el tatuaje ancestral, de tradición, tenía grandes poderes sobrenaturales. Por ejemplo, un sencillo diseño espiral tatuado en las nalgas de un guerrero le permitía ver si alguien le seguía.   Otros diseños protegían a distintas partes del cuerpo contra la enfermedad, aumentaban la fuerza muscular, protegían contra la brujería y otras prácticas ocultas.
   Los marineros han conocido desde tiempos inmemoriales el poder de los tatuajes. Un ancla tatuada en el brazo impide que un hombre quede a la deriva si cae por la borda, mientras que las palabras HOD FAST (“agárrate fuerte”), tatuadas letra a letra en los nudillos evitan que uno caiga de lo alto de un mástil. Estas y otras muchas tradiciones, creencias y demás han existido a lo largo de los tiempos y algunas perduran en algunas partes del mundo donde se concede mucha importancia a los rituales y leyendas.
   El resto se limita a utilizar el tatuaje domo un adorno más, un capricho, una apuesta, etc.   Diethel Hamilton, científico norteamericano de ascendencia alemana y afincado desde hace cinco años en París, ha descubierto algo revolucionario a cerca de los tatuajes.
   Un descubrimiento que tal vez sea la “piedra angular” que pueda llegar a suponer la solución definitiva nada menos que a enfermedades hematológicas tales como la leucemia, la hemofilia o P.T.T. (púrpura  trombocitopénica).

   Diethel Hamilton, ha padecido el mismo esta última enfermad; su organismo se quedó casi sin plaquetas sufriendo al tiempo pérdida total de cabello, afonía y dolores musculares además de otras muchas anomalías derivadas de esta enfermedad  que aparece inexplicablemente no debiéndose a ningún factor determinante ni siquiera genético. Diethel Hamilton hombre dado a experimentos y con una gran curiosidad por todo, investigó a través de varias fuentes los poderes de ciertos pigmentos y aunque le pareció algo arriesgado por los componentes que él mismo elaboró, decidió aplicárselo y comprobar en sus propias carnes los efectos de la “pócima”. Tales productos no surtirían efecto si no era directamente aplicados en la piel por lo que Diethel convencido de que el descubrimiento podría tener algún efecto positivo, se hizo tatuar en diversas partes del cuerpo estratégicamente pensadas, diferentes dibujos de formas geométricas. El resultado no se hizo esperar y después de transcurridos apenas dos meses, Diethel estaba totalmente recuperado de su enfermedad y con energías renovadas. Su cabeza se volvió a poblar de cabello, restableció el nivel apropiado de plaquetas en su organismo, recuperó la voz normal  y se tornó fuerte y vital como era antes de contraer el P.T.T.
Diethel Hamilton, ha decidido que este descubrimiento tiene que servir a todo aquel que padezca algunas de estas enfermedades como le ha valido a él, en su país natal ya es conocido y también en Francia donde reside, pronto tendremos la suerte de contar con esta valiosa aportación en España y por supuesto que aunque la práctica del tatuaje no sea del agrado de mucha gente ante la posibilidad de curar una enfermedad de la sangre, nos apuntaremos la mayoría, al fin y al cabo hay sistemas para borrar los tatuajes, cuando se quiera  y en especial los que utiliza Hamilton ya que están hechos con pigmentos especiales que pueden ser borrados  cuando se quiera y sin dejar rastro.
   Tenemos la satisfacción de que Diethel Hamilton nos haya concedido una entrevista para explicarnos como ha llegado a profundizar en la práctica del tatuaje y derivado de ello hallar una solución a un problema importante de salud.
-   Enhorabuena Sr Hamilton, por este fabuloso descubrimiento y ojalá consiga el Premio Nobel por tan importante hallazgo.
-   Gracias, gracias, - responde satisfecho Diethel Hamilton, antes las palabras del reportero.
-   Lo cierto es que mi curiosidad era morbosa. Había dos caminos. Ganarlo todo o perderlo todo. Esto se debe a lo siguiente: en el momento que me apliqué mi propio invento, no sentía deseos de seguir adelante. No me importaba vivir o morir, todo me daba igual, así me lo jugué todo a una carta y me dije: Diethel, apuesta por lo que has descubierto. Si sobrevives habrás hecho algo bueno por la Humanidad y si no ocurre eso, ¡le dejas el lugar a otro! ¡aquí ya te han visto! ¡adelante y no te amilanes! ¡no pierdes nada! ¿la vida? En este momento… ¿qué más da?
-   Sí, pero Sr. Hamilton, es un viaje sin retorno… ¿no lo pensó?
-   Sí, pero me sentía sin fuerzas para seguir, había llegado a un punto de amargura y angustia vital extremados.
-   Y ahora, ¿cómo se siente después de salir vivo del experimento y haber logrado algo tan importante?
-   Me siento un hombre nuevo
-   Pero ¿por qué dice que podía correr peligro su vida?
-   Porque los productos que utilicé para mi tatuaje no son inocuos, tienen las dos caras de la moneda. O te curan o… te rematan, depende como responda tu organismo.
-   Entonces… ¿cualquiera no podrá beneficiarse de ellos?
-   No, efectivamente… ahora tengo otro reto por delante. Descubrir la forma de que ese mismo tatuaje sirva para curar a cualquier ser humano.
-   Todo un reto, Sr. Hamilton.
-   Sí, efectivamente todo un reto. Pero es lo que me motiva. Los grandes retos, yo nunca tengo problemas. Tengo retos y metas a las que llegar. Me lleven a donde me lleven. No entiendo la vida de otra forma.
-   Gracias Sr. Hamilton por concedernos unos minutos de su valioso tiempo.
-   Gracias a vosotros, ¡ah! Y no uséis mis tatuajes hasta que yo de, el visto bueno, -rió divertido.
-   Por supuesto… Es muy arriesgado y yo no quiero morir tan joven, me quedan muchas cosas por hacer.
-   Está claro, sobre todo te queda el entrevistarme a mí cuando te pueda decir que: a partir de ahora mis tatuajes son para curar y también para adorno.
-   ¿Qué dibujos emplea?
-   Hay muchos que me gustan pero sobre todo elijo los que tienen que ver con la representación de la paz como palomas, shantis y muchos otros.
-   Eso está muy bien, es lo que necesitamos: Paz.
-   En efecto, ese es mi objetivo: Que la salud y la paz vayan de la mano
-   Muchas gracias  de nuevo y quedamos a la espera de esa, segunda parte del descubrimiento.
-   Pronto tendréis noticias mías, os lo aseguro.

Calíope
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:19:46 pm
(http://farm3.static.flickr.com/2532/3717176495_7d73431343_o.jpg)

El hombre del cine


( Las historias se descubren ) el autor


Era una mañana clara como un eterno sueño, el hombre del cine caminó hacia su cuarto, había pasado unas noches sin dormir. Aquellos días eran extraños, hacía unas cien noches que había vuelto de un viaje, pero esos tiempos extraños sucedían como potros de un cielo de míticas estatuas. El hombre estaba un poco loco, ya hacía mucho que habían decretado que era único en esa ciudad de San Diego. La ultima película que vió era de unos médicos asesinos. Era casi fin de año y el hombre del cine ,como todo el mundo lo llamaba, partió una vez mas hacia la estación, perdería su ultima  carreta hasta que la eternidad de la muerte lo atrapara hacia el infinito. Entró al cine y miró todo el espacio que lo rodeaba, estaba solo en medio de un ritual que ya llevaba unos diez años mas o menos, era el ultimo hombre de San Diego esa ciudad perdida en medio de Estados Unidos. Una mujer entró, le dijo:
-   Señor, usted terminará esta etapa del viejo cine  “ Las Vegas”. Luego demoleremos este lugar para levantar un edificio moderno de 30 pisos.
Era una mañana clara y despertó, se dió cuenta que estaba en un cine y que se llamaba Carlos Martín,  la película terminaba justo cuando el estaba semidormido. Salió del cine y caminó por una calle angosta, luego vió como el tren paraba. 
Pasaron unos soldados, miró el cartel que decía: “Próxima parada San Diego”,  al bajar del tren se dió cuenta que una mujer lo seguía.
- ¡ Señor!  Disculpe, ¿ Usted es el hombre del cine?
-Le ruego que vuelva ya que está caminando hacia el pasado y le recomiendo que no vaya tan deprisa.
Carlos Martín fué hacia el cine en medio de la ciudad San Diego en el año 1975 entró en el cine y observó a unas mujeres con niños, se acercó a una chica, ella  estaba abrazaba a su novio.
-  Disculpe, señorita, ¿ Usted como se llama? .
-Marina, le respondió.
- Una pregunta, ¿Que película pasan hoy? 
-Señor no me moleste estoy con mi novio, la señorita volteó la cara.
De pronto se dió cuenta que había una persona conocida en unas manos con un anillo, pero la luz se apagó.
Las espadas se cruzaban frente a sus ojos, miraba de reojo a la multitud de gente pero no reconocía a nadie. Luego de la función caminó hacia una casa rosa en medio de un descampado. Tocó la puerta y un señor apareció, era un carpintero que lo miró de arriba abajo. Entonces reconoció el rostro de su padre que según el tendría su misma edad, el carpintero  le preguntó:
-   Señor, ¿Que desea?. En este momento estoy cambiando los pañales a mi hijo con mi mujer; Carlos no dijo nada.
-    Pero disculpe creo que tiene algún parecido a alguien de mi familia.


 Retrocedió temeroso, se dió cuenta que estaba en su pasado como en una película de terror, la vida o el destino le jugaba algo siniestro, pero siguió caminando por una calle
de San Diego, poco a poco vió pasar todo el pasado frente a sus ojos. Entró en un café y tomó un papel que le pidió a un mozo del bar y consumió un té con un pedazo de pan con azúcar, comenzó a escribir una historia que es la siguiente:
Había un cine en medio de un lugar Junto a un río de Europa, todos los fin de semana pasaban películas y allí iban los intelectuales de toda la ciudad. En el cine se daban las de Hollywood. Allí iba un grupo de amigos a mirar…
Carlos dudó si seguir con la historia, estaba nervioso, el pasado y el presente se juntaban
Por eso salió del bar se dirigió a un puente que daba al río de San Diego, quería escapar del pasado; pero, ¿Dónde estaría la salida?, como ya no sabía hacia donde ir. Se dirigió hacia una iglesia, era donde alguna vez había entrado vestido de blanco con su novia.
 Al transponer la puerta sintió algo raro, la fachada de la iglesia estaba derrumbada y así siguió caminando, todo al su alrededor estaba destruido. Continuó hasta que llegó a la entrada de la ciudad y vió el cartel que decía  10 kilómetros hasta San Diego.
Al tomar la carroza sintió que estaba liberado a su lado estaban dos niños con una pareja. La carroza surcó un trayecto extraño hacia un castillo que se divisaba cercano a lo que podría ser su futuro. Pero de pronto la carroza paró en medio de un descampado.
Y ante su mirada estaba un cielo inmenso. Era la entrada a un lugar extraño. En la puerta había un cartel que decía: “Museo del cine de Nueva York”.  Entró y no había nadie, todo estaba en penumbras, era un lugar hermoso pero silencioso. Advirtió una galería de cuadros llenas de fotos, miles de fotos frente a sus ojos, y comenzó a mirarlas, sus lágrimas cayeron de a poco. Eran todos los momentos de su vida, Carlos Martín regresó a su presente con una mano en su bolsillo, frente a la estación y subió al tren, ese tren fue cruzando varias ciudades que poco a poco se transformaron en lugares conocidos, luego cuando el tren paró, al bajar, vió una anciana que abría una puerta de una casa. El hombre del cine tranquilamente cruzó la ciudad y muy despacio entro a una casa, cuando se durmió, una chica lo estaba despertando, diciéndole:
-Señor, la película ya ha terminado, y al salir del cine, sintió como la pareja se alejaba abrazados frente al horizonte de San Diego.

El Conde
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:23:54 pm
(http://3.bp.blogspot.com/_a8rgwWEnOn4/SyqAmvDkJ6I/AAAAAAAAATE/3Sn8uVb_sW8/s400/copos+de+nieve.jpg)

La magia de la Navidad


La estrecha calle estaba cubierta por un espeso manto de nieve, dejando entrever los adoquines color salmón. Las diminutas tiendas estaban decoradas con luces doradas, rojas y verdes y con árboles llenos de pequeñas figuras de vivos colores. La dulce melodía de los villancicos se escapaba de los altavoces que colgaban de los árboles, volando con el viento de comienzos de invierno. Una niña de cabellos color azabache y luceros de un intenso verde manzana, caminaba de la mano de su padre. La pequeña estaba escondida bajo un abrigo y una bufanda punto y sus manos estaban cubiertas por pantuflas de piel. Su nariz estaba tiznada por una capa de tonos rojizos y rosados y tímidas pecas color caramelo. Su padre tenía un abrigo marrón y sus orejas estaban tapadas por un caliente gorro de lana. Padre e hija caminaban a paso lento, observando cada una de las estrellas que coronaban los árboles de la calle. La fría brisa acariciaba sus rostros, besando sus mejillas con ternura y susurrando secretos a las ardillas que saltaban de rama a rama dejando caer copos de nieve con sus esponjosas colas.
- ¡Papi! ¡Mira!- exclamó la niña soltando la mano de su padre y corriendo hacia uno de los escaparates.
Un enorme árbol de Navidad estaba iluminado con luces plateadas, cual gotas de rocío rodando por sus hojas verdes. Bolas de diferentes colores y tamaños colgaban de las ramas formando un llamativo arco iris de rosas, violetas, azules y blancos. Ángeles de cabellos dorados y figuras de los Reyes Magos se escondían tras las luces de color plata, sonriendo a la niña que los observaba con sus gigantescos ojos. Rodeando el árbol había paquetes envueltos en brillantes papeles de regalo. Trenes de juguete, osos de peluche, muñecas y juegos de mesa mostraban sus colores con alegría, descansando sobre los enormes paquetes. La pequeña no parpadeaba, sus ojos seguían fijos en los cientos de colores y elementos navideños.
- Es muy bonito, Lucía. Cuando lleguemos a casa tenemos que decorar nuestro árbol de Navidad, será tan bonito como el de esta tienda y en lo alto pondremos la estrella dorada que te regaló a abuela el día de tu cumpleaños.
- Papi, es precioso. ¡El osito de peluche me encanta! – dijo señalando un oso con un lazo de cuadros verdes y rojos alrededor del cuello.
- Está bien – dijo su padre al mismo tiempo que observaba su reloj de cuero negro – tenemos algo de tiempo, así que podemos echar un vistaza.
- ¡Gracias! – Lucía se lanzó a los brazos de su padre y pronto los dos se perdieron en la tienda, engullidos por la música navideña y las luces del árbol.
Un rato más tarde Lucía salió de la tienda con una bolsa de papel en su mano derecha y seguida por su padre. Los dos continuaron caminando con calma, sin dejar de prestar atención al resto de escaparates. La niña se paró delante del antiguo teatro, que ya había cerrado sus puertas al público hacía muchos años. Un hombre de piel oscura estaba sentado en uno de los escalones de la entrada, acompañado de dos perros y un cachorrillo. Sus piernas estaban tapadas por cartones y mantas rotas por la lluvia y el paso del tiempo.
- Papi, ¿por qué ese hombre está en el viejo cine? – preguntó Lucía mirando a su padre.
- Cariño, hay personas que no tienen una casa como en la que nosotros vivimos. Su único hogar es la calle, mi vida – explicó con ternura.
- Pero papi, en la calle hace mucho frío y en invierno la nieve es muy fuerte. Eses señor está solito y si no tiene una casa los Reyes Magos no le van a poder dejar ningún regalo debajo del árbol – sus ojos estaban cubiertos por una fina capa de lágrimas y su voz era pausada y triste.
Lucía caminó hacia el edificio de piedra que había sido tan popular en otros tiempos y se paró enfrente al hombre de tez morena. Agarrando con fuerza su bolsa, alzó su otra mano en el aire y acaricio con delicadez al solitario hombre. Con dulzura y sumo cuidado, abrió la bolsa de papel y sacó el osito de peluche, posándolo en el regazo del hombre.
- ¡Feliz Navidad! – exclamó con alegría, dedicándole una amplia sonrisa.
- Feliz Navidad – susurró el hombre con lágrimas rodando por sus mejillas –. Feliz Navidad.

Vagalume
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:30:03 pm
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Voces Fantasmales


—Elinor —me llamó una voz tras de mí. La hierba acariciaba mis tobillos y el aire, puro y fresco inundaba mis pulmones—. Elinor —repitió.
Me di la vuelta lentamente al notar aquella sombra que me nombraba con insistencia a mi espalda. Justo cuando alcé los ojos para verle la cara el cielo se tornó oscuro, las nubes negras lo plagaron todo y los truenos comenzaron a resonar a mí alrededor.  Unas oscuras y frías manos me agarraron la garganta. Boqueé intentando no ahogarme mientras los dedos que aquella sombra ejercían presión en mi cuello. Mis manos no eran capaces de agarrar sus antebrazos y cada vez que lo intentaba los atravesaba como si fueran bruma. La hierba bajo mis pies se convirtió en lodo, que me fue tragando poco a poco mientras aquel desconocido me arrebataba el aliento a cada apretón que daba.
—No —gemí incorporándome en la cama. Estaba empapada de sudor y la brisa que se colaba por la ventana me heló la sangre—. Maldita Lily.
Mi hermana pequeña había estado haciendo una sesión de espiritismo con sus amigos del lado oscuro, como yo los llamaba, a pesar de que la imploré que no lo hiciera. Yo tengo mucho respeto a los muertos, ella no. Salté de la cama y cerré la ventana, hacía una noche azulada fuera pero la pesadilla me carcomía por dentro y las manos aun me temblaban. Cogí el móvil con su tenue luz y anduve hasta la habitación de mi hermana para comprobar si ella también estaba asustada, pero no pareció ser así. Roncaba a pierna suelta con la sábana enredada entre su cintura y su pie derecho. En un impulso egoísta, me acerqué y le susurré al oído para despertarla, no soportaba sentirme sola e indefensa.
—Lily —dije muy bajito—. ¿Has sentido eso?
—¿El qué? —gimió ella mientras se limpiaba la babilla que se había quedado pegada a su almohada.
—Esa sensación, ¿no la notas? —pregunté preocupada.
—¿Notar el qué? —estaba más dormida que despierta.
—He tenido una pesadilla. Alguien quería asfixiarme  —las rodillas comenzaron a temblarme, las sujeté con mi mano mientras que le enchufaba la débil luz del móvil a Lily en la cara.
—Seguro que es el coronel Larrington —la miré horrorizada ¿Quién era el coronel Larrington?
—¿Quién has dicho? —la zarandeé para que no me dejara sola en aquel piso oscuro.
—Es el espíritu con el que hemos estado hablando los chicos y yo. Este edificio antes era un hospital y él murió aquí. Ahora estará cabreado y querrá venganza.
—Pero…— Lily se giró y se tapó la cabeza con la almohada—. ¡Lily!
Esto no me podía estar pasando. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral de arriba abajo y noté la sensación inequívoca de que alguien me estaba mirando. Me giré lentamente hacia la puerta de la habitación de Lily con intención de desenmascarar a quien hubiera, podía notar su respiración a mi espalda, ahí había alguien más. El miedo se apoderó de mí, había comprado aquel piso hacía casi un año y mi hermana se había mudado temporalmente para ayudarme a pintarlo, remodelarlo y hacer la mudanza. Estábamos solas, deberíamos de estarlo. El ambiente se tornó frío a pesar de estar en pleno agosto y quise rezar para que al girarme no hubiera nadie allí pero la oración no lograba salir de mi garganta. Tragué saliva, estaba a punto de verlo y cuanto más me giraba más tenía ganas de orinar. No podía seguir con esta incertidumbre, me giré rápido para encontrarme con lo que más me pudo asustar de este piso. La oscuridad nocturna.
Suspiré aliviada, estaba alucinando. Tal vez el coronel Larrington no era un fantasma vengador que quería matarme, tal vez ni siquiera existiera pero no podía evitar sentir unos pinchazos muy fuertes en el estómago provocados sin duda por la tensión.
Anduve hasta el baño para descargar todo el líquido que había bebido antes de acostarme. Solía leer un capítulo de algún libro para conciliar el sueño y mientras leía daba unos tragos a la botella de plástico llena de agua que me acompañaba allá a donde iba. Mis pies desnudos besaron la madera del pasillo que me conducía al baño y tras de mí la madera gruñó. No un gruñido normal y corriente, sino como suele hacerlo cuando alguien la pisa. El cuerpo se me quedó rígido por la tensión, ¿por qué venía a por mí el coronel? Había sido Lily la que le había provocado, no yo.
—¿Hay alguien ahí? —pregunté con voz temblorosa mientras apretaba el móvil con fuerza. Me giré a toda prisa iluminando, con la poca luz que emitía el móvil, aquel pasillo tan angosto. Nada, ni el más mínimo rastro de nadie.
Iba a darme la vuelta cuando una sombra se deslizó por el comedor. Corrí tras ella intentando explicar el por qué de aquel suceso, pero al llegar solo encontré la puerta de la terraza abierta. La brisa se colaba por ella y las cortinas dibujaban ondas similares a las del agua. Ya estaba bien por hoy. Caminé a paso rápido hasta el baño y una vez dentro cerré la puerta y me planté en el váter para soltar todo lo que tenía dentro.
—Elinor —gimió una voz en el pasillo. La madera del suelo comenzó a crujir y supe que ahí había alguien—. Elinor —repitió la voz más cerca esta vez. Las rodillas me temblaban de tal forma que parecían maracas, la respiración se me agitó de tal modo que comencé a hiperventilar, los gemidos de angustia y terror salían de mi garganta como un eco en mitad de la noche—. Elinor –dijo la voz tras la puerta. Iba a morir, el coronel Larrington iba a matarme.
Esperé, puesto que no tenía por dónde escapar. El picaporte se movió lentamente hacia abajo y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Iba a morir a manos de un coronel fantasma al que había enfadado mi hermana pequeña. Me agarré a la taza del váter en la que estaba sentada y cerré los ojos intentando no ver lo que me esperaba. La puerta se abrió y tras un breve momento de silencio me decidí a abrir los ojos.
—Elinor —un rollo de papel higiénico apareció ante mí—. No queda papel —dijo Lily con voz dormida antes de darme el rollo y volver a la cama.

Esther Galán Recuero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:36:31 pm
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La Rubia de Kennedy


Si vas por Avenida Kennedy y ves una rubia de abrigo de piel blanco haciendo dedo, no la lleves. De lo contrario, la señorita se pondrá a gritar y llorar antes de desaparecer fantasmagóricamente de tu auto. Este caso explotó y se hizo popular en 1979 con decenas de denuncias en la comisaría de Las Tranqueras. Un año antes, una chica había muerto tras una cena con su pareja,  en un accidente automovilístico en dicho sector, en las esquinas de Avenida Kennedy y Gerónimo de Alderete ¿Coincidencia o no?. El diario “La Segunda” afirmó que un familiar de la víctima, había llamado para ratificar el hecho: La mujer era Marta Infante que trabajaba en la Corporación de la Madera, y murió el 8 de agosto de 1978.
Una de las versiones de la leyenda de “La Rubia de Kennedy”, del folclor chileno urbano contemporáneo. 


Corría 1979 en Santiago de Chile, y Verónica, novia errante y bruja se aparecía y desaparecía por las esquinas de Kennedy, entre Américo Vespucio y  Gerónimo de Alderete. De ahí los diarios la apodaron “La rubia de Kennedy”. Por las esquinas de la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y  Gerónimo de Alderete. Francisco se encontró con Verónica, y se enamoró de ella, pero le contó que su padre le quitaba sus novias, entonces Verónica no fue a la cita, y de esta forma, se ve a un conductor errante que maneja un Chevrolet Opala rojo buscando a una joven alemana.

Munir
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:44:05 pm
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Nunca supe su nombre

-“La vi, me enamoré, nunca supe su nombre, pero fue el gran amor de mi vida”.


Siro siempre tuvo una vida  triste y solitaria. Salió, a los siete años, de su pueblo olvidado de la Alcarria para estudiar, con los frailes Capuchinos, en un colegio de Valencia. Era la única oportunidad que tenía de ser alguien, por eso sus padres lo convencieron, a pesar de ser el menor, para que se marchara. Si en un futuro  decidía  no tomar los hábitos ellos no se opondrían, lo único que deseaban era su bien.
 Por los doce años que pasó bajo el amparo de los frailes, sus padres no tuvieron que dar ningún dinero, pero a Siro le costó muy caro. Abandonar su pueblo, los amigos, la familia  fue muy duro. El niño tuvo que renunciar, de un día para otro, a muchas de sus querencias: el azul cambiante de sus montañas; el olor y sabor del pan recién hecho untado con miel; el murmullo del río al caer por la cascada;  los besos de su madre, el pellizco en la mejilla de su padre; las confidencias de los hermanos mayores, a escondidas; las escapadas con sus dos mejores amigos a cazar ranas; las miradas de su prima, que le hacían sonrojar…
 Llegó al colegio traumatizado, como gran parte de sus compañeros. Cuando se sentía desfallecer, pensaba en las palabras de su madre: que aprendiera todo lo que pudiera y que, aunque estuvieran tan lejos y solo se vieran una vez al año, siempre lo llevaban en su corazón; sin embargo, estas largas ausencias  puede dejar marcado a un niño de por vida. 
Por otro lado, Siro era un ser muy permeable, por lo que los constantes mensajes de rigidez moral, de la negación de la sexualidad, el ver a las mujeres como la antesala del infierno, seres tentadores y pecaminosos, la censura de los actos más cotidianos, hizo que su carácter fuera cada día más introvertido.
Cuando  decidió renunciar a la vida monacal, en su interior se produjo otra fractura, volvía a quedarse completamente solo. No se planteó regresar al pueblo, allí no quedaba nadie de los suyos, los padres habían fallecido, familiares y amigos de la infancia habían emigrado a las grandes ciudades. Una vez más, sentía cómo todo se quebraba dentro de sí sin poder volver a unirlo.
Un fraile, al verlo tan perdido, le aconsejó que opositara a la administración civil del Estado y,  poco tiempo después, obtenía una plaza de auxiliar en Madrid.
Su puesto de trabajo estaba en Moratalaz, pero vivía en Atocha, por lo que todos los días utilizaba el autobús en sus desplazamientos. Su vida era monótona, apagada y no se sentía con ánimos para cambiarla. Le costaba intimar, sus compañeros lo habían comprometido,  alguna que otra vez, en una cita a ciegas, y el resultado siempre  era nefasto. Un sudor frío le recorría todo el cuerpo y una timidez extrema le negaba poder articular palabra, nunca pasaba del segundo plato.
Un atardecer, mientras Siro miraba extasiado, a través del sucio cristal del autobús, el contraste de las nubes rojizas en el cielo azul, descubrió, en un parque recién inaugurado, a una mujer sentada en un banco. El corazón empezó a palpitarle con un sentimiento totalmente nuevo. Las tardes siguientes, siempre la divisaba en el mismo sitio. Los días ya tenían sentido para él, se conformaba con sólo verla.
 Después de un mes, decidió que de esa semana no pasaba el hablar con ella, en el calendario había marcado en rojo el viernes para dar el paso. Lo que nunca se imaginó es que  su jefe de sección lo llamara, a su despacho, dos días antes. Éste le comunicó la orden de un cambio temporal a Alcalá de Henares. No podía oponerse. Lo habían seleccionado porque era el único que carecía de familiares a su cargo. Otra vez el destino machacaba sus entrañas, otra vez los hados se confabulaban para que nunca  pudiera encontrar la felicidad.
Los meses empezaron a correr, pero cada día que pasaba, idealizaba más a la mujer del banco. Durante todo el tiempo, pedía y rezaba todas las letanías y oraciones, que le enseñaron los frailes, para que a su vuelta siguiera allí.
Los seis meses se convirtieron en tres años y cuando por fin recibió la confirmación del traslado no cabía en sí de alegría.
A su regreso repasó una y mil veces cómo la abordaría, qué tema de conversación sería el  adecuado, cómo se haría el encontradizo sin llegar a ser maleducado, qué pasaría si ella resultaba muy tímida, cómo enfrentaría la situación si la mujer lo rechazaba de plano y cómo viviría la hora siguiente si sus vidas se separaban definitivamente. Sabía que le gustaba estar en el parque al atardecer porque siempre que pasaba en el autobús la distinguía a lo lejos; así que se preparó concienzudamente para ese instante: iba arreglado pero de manera informal; compró un sencillo ramillete de flores y cogió un libro.
 El otoño estaba recién estrenado. A las siete todavía se podía pasear y no hacía mucho frío. Al bajar en la parada del parque, su corazón le dio un vuelco, miró hacia el banco donde solía sentarse y no la vio, luego se percató de que la vegetación había crecido a su alrededor y apenas se veía una parte de la espalda. De nuevo la esperanza volvió a sus venas. Tuvo que respirar profundamente cinco o seis veces y, cuando se tranquilizó, repasó rápidamente todo el plan.
Por fin iba a conocerla, por fin tenía la oportunidad de acercarse a otro ser solitario, porque estaba seguro de que ella era también una persona invisible para la sociedad, en la que nadie repara. Cuando apenas le quedaba sortear el árbol que la tapaba  pensó en dar marcha atrás,  que todo era una locura, que iba a hacer el mayor de los ridículos, que después de eso no iba a tener la más mínima oportunidad de recomponerse, pero no, no podía retroceder, debía ser valiente por lo menos una vez en la vida. Tenía derecho a ser feliz, a encontrar un ser hecho a su medida, a unirse a otra persona, aunque no la encontrara muy agraciada. Se conformaba con que fuera amable.
Al  terminar de dar los pasos que la separaban de ella, el ramillete, así como el libro, cayeron al suelo. La mujer añorada, idealizada, deseada durante estos tres últimos años no era ni más ni menos que una bella escultura de bronce que, a través del tiempo transcurrido, había sido maltratada y pintarrajeada por vándalos.
Siro se postró de rodillas ante ella y susurrándole al oído, mientras acariciaba su bello rostro, le dijo:
-“No  temas. A partir de ahora ya no estarás sola, yo te cuidaré”.

Elia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 19, 2012, 16:52:40 pm
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Tú y Yo


El abanico de hombres se abrió en un amplio giro, acorralándolo nuevamente en un semicírculo tenebroso. Algunos blandían hachas, otros agitaban cadenas y unos pocos tenían cuchillos centelleando a la luz de la luna. El bosque respiraba pesadamente su aliento de sombras y misterios mientras la luna se iba  desvaneciendo por retazos detrás de los negros nubarrones. El humo de la fogata subió alto en el cielo para ensombrecer el blanco fulgurante de las estrellas que iban desapareciendo ante el avance de la tormenta. Uno de los hombres dió un paso adelante y levantó el hacha a la altura de su rostro enmascarado. Por detrás del arma el joven apresado atisbó los agujeros sombríos de ojos y boca en la mascara teñida por un fétido sudor. El aliento del hombre le llegó como una ola de calor nauseabundo. Quería gritar pero la garganta estaba aprisionada por la soga, gruesa, implacable, haciendo sangrar el cuello. El dolor volvió una y otra vez con agudas pulsaciones. El hacha bajó, aunque buscando otro ángulo más oblicuo, incrustándose en el suelo a escasos centímetros de sus piernas. Entonces, el golpe del arma fue acompañado por una risotada de ése sujeto extraído de las peores pesadillas.
Poco después sus manos empezaron también a sangrar puesto que seguían maniatadas por detrás con cadenas. Aquel líquido, tibio y espeso, comenzó a recorrer sus brazos hasta caer en gotas sucesivas sobre la parte más baja de su espalda, amoratada e insensible por los golpes asestados sin misericordia. Estuvo a punto de gritarles que detuvieran el suplicio porque no lo soportaba más y al mismo tiempo mostrarse dispuesto a revelar donde estaba el resto del dinero pero se contuvo porque sabía que la condenaría también a ella. Una bota, sucia de estiércol y barro, se le hundió en la espalda y otra sobre su cabeza. Gritó tanto como pudo pero se dió cuenta enseguida que era producto de su mente porque no había salido un solo sonido de su boca.
El rostro le quedó hundido un poco más sobre la tierra apilada junto a la tumba abierta para ellos en la parte trasera del cementerio. Enseguida, la lluvia comenzó a caer con una mansedumbre irritante ante tanta violencia. El agua calmó su afiebrado cuerpo y le permitió pensar con claridad por unos escasos momentos. El frío era inclemente. Semejaba a un ser vivo recorriendo cada hendidura de su cuerpo provocándole calambres y espamos dolorosos. Era la noche del segundo día y no daba un ápice por su vida pero en medio del infortunio, descubrió la cuchilla. Era enorme aunque había sido enterrada con tal fuerza que apenas sobresalía la mitad de la empuñadura de nácar. La sombra de los cipreses mantenía oculta el arma olvidada por sus captores. La herida en su cabeza era profunda y manaba abundante sangre entorpeciendo su visión, obligándolo a cambiar de posición con estudiada lentitud porque si descubrían el intento sería el final para él y ella quedaría condenada.
Entonces pudo verla. Estaba en uno de los extremos de la zanja cavada con groseros golpes de palas y azadas abandonadas en el montículo de tierra removida. La belleza deslumbrante, de ojos verdes y cabellera rubia como el sol, de formas armoniosas y sensuales a sus 17 años apenas estrenados, era ahora un cuerpo atormentado, contaminado de barro y sangre. Cuatro hombres la habían violado ante sus ojos y otros dos, que no partiparon, se acercaron después para quemarla con cigarrillos y cortar varias veces la delicada piel con la punta de sus cuchillos, por simple diversión. Uno de ellos con malévola carcajada, le cortó un pecho con un rápido y certero golpe.
Luego, con mirada extraviada y salvaje, gritó con él como si fuera un pendón conquistado en batalla. Los otros aplaudieron, festejando a viva voz, semejando un coro de dementes pautado de drogas y alcohol. El grupo gozaba ese momento con sádica gritería. Asqueado, el joven sufrió su enésima arcada aunque no salió ni siquiera algo de líquido de su estómago. Los habían secuestrado 48 horas atrás y los mantuvieron siempre sin agua ni alimentos. Hacía también mucho rato que les habían quitado las mordazas para aumentar el placer colectivo. Aquellos malvados se divertían escuchando los gritos de ambos y las súplicas de la joven rogando por la vida de los dos, llamando a su mamá con tono lastimero y levantando, a veces, alaridos que terminaban en un ahogado y patético sollozo.  A ella le habían permitido un poco de cerveza caliente que tenía saliva mezclada con restos inmundos de tabaco.
El más joven de ellos, borracho hasta casi la inconsciencia, se lanzó a forzarla con una violencia tal que ella comenzó a gritar pero una poderosa bofetada cerró su boca.
De inmediato quedó pálida y el individuo le vomitó encima. Los otros la emprendieron a puntapiés contra el solitario asaltante obligándolo a limpiar los desechos. Enseguida, el resto del siniestro grupo se dedicó a profanarla por segunda vez. Cuando el último terminó su despreciable faena, sacó de entre sus ropas un minúsculo estilete y se lo introdujo, con satánica lentitud, en las partes más delicadas de la joven.
Ella arqueó su debilitado cuerpo entre convulsiones y quejidos suaves para quedar por fin en silencio. Estaba a punto de morir pero una parte remota de su cerebro se resistía obstinadamente, aferrándose a los últimos hálitos de conciencia. No veía, no podía escuchar y ya no sentía dolor alguno, aunque las palpitaciones de su cuerpo expulsaba sangre acercándola al final de su martirio.
 Al otro lado de la tumba improvisada, el joven buscó con mirada torva, la ubicación de los hombres. El que había levantado el hacha sobre su cabeza estaba sentado de espaldas repartiendo el botín entre empujones, carcajadas y cánticos insolentes. El morral descubierto en la carpa, estaba en jirones. Unos pocos miles de pesos guardados por los jóvenes era, hasta el momento, todo el botín de la banda que multiplicaba las torturas para descubrir donde estaba el resto. Ellos descubrieron, desde el principio, el recibo de un retiro bancario del joven, por muchos miles más.
Fue a él a quien se le ocurrió la idea de desechar el hotel y acampar junto al río. La joven se había resistido, al principio, porque sería su primera vez y además ella adoraba la comodidad de una cama mullida, de un baño caliente y hacer el amor en un sitio agradable. Se ilusionaba con escuchar música suave, romántica y disponer del tiempo del mundo para hablarle al oído y prometerle amor eterno entre caricias interminables que alejaran las desgracias que pudiesen amenazarlos. Fue un pensamiento premonitorio, inquietante. Se puso nerviosa pero se sentía, al mismo tiempo, embelesada y con un candor que la hizo más desprevenida, admitiendo finalmente la idea de la carpa levantada en lo más profundo del bosque, lejos del mundo, creyendo que nada podía poner en peligro aquel amor jurado hasta la muerte.
La lluvia cesó repentinamente. El silencio dominó al grupo de atacantes pero al mismo tiempo pareció animar al joven para mover su cuerpo hacia la cuchilla.
Todos los hombres estaban atiborrados de alcohol. Algunos habían quedado sentados contra una tumba, con los ojos perdidos entre las brumas de las drogas y de la orgía desatada como bestias salvajes; otros estaban dormidos, empapados por la lluvia ante la que no reaccionaban.
Hachas, cuchillas y mazas de hierro quedaron diseminadas en torno a las tumbas, pero la cuchilla seguía allí.
Una puñalada de dolor lo cubrió desde la cabeza a los pies, cuando extendió aún más sus castigadas piernas acalambradas desde  hacía mucho tiempo. Poco a poco se fue incorporando y descubrió entonces que la soga en su cuello no tenía nudos. La usaron arrastrándolo entre las tumbas en medio de una catarata de insultos y puntapiés para que revelara donde estaba el resto del dinero. Se quitó la soga con un torpe giró de su cuerpo pero las cadenas en sus muñecas eran un problema mayor.
Atisbó el macabro escenario y la vió otra vez.
Estaba inmóvil, como si fuera una de las estatuas del cementerio. Desde esa distancia no advirtió las heridas que jalonaba aquella imagen que apenas dos días atrás había sido una figura angelical. Por fin intentó ponerse de rodillas pero cayó de bruces. El dolor provocado  por el regreso de la sangre a sus extremidades lo asaeteo como una corriente eléctrica que lo obligó a gritar, desesperado. Se contuvo, temeroso del imprudente sonido, pero todo seguía igual. Las manos continuaban atadas con cadenas en su espalda pero se obligó a saltar sobre el grupo de durmientes tropezando con uno de ellos cayendo pesadamente.
Las anillas se incrustaron profundamente en sus brazos y muñecas donde la carne estaba atrozmente maltratada. El blanco de uno de sus huesos sobresalía como si se hubiese fracturado. Entonces, completamente extenuado, percibió por segunda vez con terror esa cosa viscosa, temible, que le corroía las entrañas como un cáncer. El miedo, rechazado durante horas, volvió para apoderarse de sus nervios. Por eso abandonó la idea de la cuchilla.
Se calmó recordando aquella primera imagen de ella, cuando se habían conocido en una librería donde ambos se refugiaron de la lluvia que no cesó en todo el día. La joven hojeaba libros de poemas, él buscaba novelas de aventuras.
Sus manos se encontraron en torno a un libro muy usado, de hojas amarillentas, con poemas de Paul Geraldy. Ambos sonrieron al leer el título de tres palabras que fueron para ellos todo un hechizo. “Tú y yo”
Entre miradas insinuantes y sonrisas cómplices, abrieron la primera página y también sus corazones para vivir siete días inolvidables. Ella imaginaba su primera experiencia. El también aunque nunca se lo dijo porque temía no ser aceptado pero siempre sospechó que ella lo había adivinado con esa intuición, inexplicable para los hombres, que las mujeres exhiben ante cualquier enigma amoroso.
Con un esfuerzo sobrehumano se puso de pie. Con su cerebro actuando a gran velocidad a fin de no perder la conciencia, dominando el vértigo que experimentaba a raudales, avanzó con decisión porque ya tenía resuelto el destino de su vida y no permitiría que nadie se lo arrebatase.
Tropezó y cayó sobre ella. El golpe pareció reanimar a la muchacha pero se dio cuenta que era un reflejo de aquel cuerpo frío, con una palidez rayana en la blancura de la nieve.
Se acurrucó junto a la mujer amada.
Ella había logrado despertar en él, como ninguna otra, una ternura apasionada y lo enamoró antes de la primera noche. Por eso, lentamente, acercó sus labios entumecidos al rostro de ella como si quisiera protegerla en el umbral de la muerte.
Momentos después, queriendo ocultar la tragedia que se desenvolvía en la tierra, la luna desapareció entre las nubes cargadas de lluvia y las sombras ganaron, incluso, los rescoldos de la fogata. Entonces, toda la escena quedó en tinieblas. Sus labios rozaron los labios de ella y musitó un débil y angustioso perdón porque algo se oscurecía en su mente que estaba llegando a la frontera de la agonía. Ya no podía verla, a tientas descansó su cabeza junto al hombro de la joven hecha mujer entre sus brazos. De pronto, ella movió los dedos de su mano derecha. Fue un pequeño movimiento, un estertor quizá de su humanidad flagelada pero él supo, en los últimos instantes de lucidez, que ella lo llamaba desde los límites de la eternidad para seguir viviendo allí aquel amor juramentado hasta la muerte. Él hizo un arco con su cuerpo en medio de un sufrimiento inenarrable para liberar, hacia delante, las manos aprisionadas a su espalda.
La abrazó como en aquella librería cuando se encontraron con su destino y con las tres palabras que para ellos eran un símbolo de amor y de ternura.
Tú y yo, fue lo último que registró su mente antes de apagarse para siempre.

Alejandro
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 09:45:31 am
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La Biblioteca


Cada mañana despertaba con el alba y me dirigía a la misma hora hacia la biblioteca. Eran ya muchos meses repitiendo la misma rutina pero ese día, sin embargo, era diferente. El día anterior, después de una semana, la había vuelto a ver. Estaba radiante, como siempre. Su rostro era fresco como una rosa bañada por el rocío, amplios tirabuzones castaños colgaban enmarcando un semblante suave y níveo, y sus manos, suaves y delicadas, se movían lentamente entre montañas de libros y apuntes. Cada vez que la miraba, un suspiro se escapaba de mi pecho.
   La mañana era fría y neblinosa, y una bruma ligera inundaba las calles de plomo y escarcha dando forma a mi aliento. Esperé el autobús de pie en la parada casi vacía mientras tamborileaba con los dedos sobre mi carpeta. Este apareció como un gran espectro reptando sobre el asfalto barnizado por el rocío. Los pocos pasajeros que esperaban subieron de manera mecánica y se sentaron en las primeras filas. Yo hice todo el trayecto agarrado a uno de aquellos asideros que siempre están demasiado alto y sin perder la sonrisa ni un instante.
   Cuando llegué, ella ya se encontraba en su lugar de siempre. Estaba preciosa. Pasé por su lado con la esperanza de cruzar una mirada pero, como cada día, ella permaneció con la vista clavada en el papel mientras escribía sin parar. Me senté a su izquierda, a unos dos metros de distancia, y desde allí pude percibir el tenue perfume de jazmín y, bajo este, el delicado aroma de su piel cremosa y diáfana.
   Abrí mi libro por una página al azar y fingí leer. Hacía ya un mes que había terminado los exámenes y ya no necesitaba estudiar, al menos no para los exámenes. Permanecía allí, cada día, hasta cinco minutos después de que ella se marchara, buscando la palabra idónea o la frase perfecta para acercarme a ella con una seguridad que no tenía. A veces sentía la certidumbre de que no deseaba encontrar esas palabras, convencido de que si hiciera uso de ellas todo acabaría. Mi fracaso se habría materializado en un instante y ella, incómoda, no habría vuelto a pisar la biblioteca.
   Ese día, ella se marchó antes que nunca, olvidando la hoja sobre la que había estado escribiendo. Se llevó todo lo demás, y solo quedó un folio desnudo sobre la larga mesa de caoba. Yo esperé prudentemente quince minutos para asegurarme de que no había salido al servicio o a comer algo. No volvió. ¡Dios mío! Yo podría devolvérsela al día siguiente. ¡Tenía la excusa perfecta para hablar con ella!
   Me acerqué lentamente con la mirada fija en los rostros de los demás. Me quedé en el asiento contiguo adonde había estado ella y, de reojo, leí las líneas escritas con una caligrafía pequeña y redondeada.

                     15 de julio de 2011
   
Esta noche no he podido dormir, como casi todas, por lo que he llegado a esta biblioteca muy temprano. No puedo dejar de pensar en ese chico tímido que cada día se sienta a mi lado. Su cara es hermosa, sus ojos negros me abrasan el corazón cada vez que me mira y su piel tostada parece invitarme a su cuerpo.
He alargado mi estancia aquí todo lo que he podido, e incluso he racionado la comida para pagar unas semanas más de alquiler. Pero ya no puedo más. Estas serán mis últimas líneas en esta ciudad y en esta biblioteca donde me he dejado el corazón. Mañana por la mañana vuelvo a mi ciudad, donde me esperan otras bibliotecas vacías y tristes.
Hasta siempre, mi amor.

   Salí corriendo agarrándome el pecho para evitar que mi corazón saliese disparado. En la carrera, tiré mis libros y un par de sillas, pero pude alcanzar el papel con sus últimas palabras escritas. Al salir, solo me esperaba la calle solitaria. Una racha de viento gélido estremeció mi alma. Ella no estaba. Se había marchado para siempre.

Antoniotg
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 09:53:21 am
Un Malentendido


Era la primera vez que hacía un viaje así. En realidad, era la primera vez que tomaba un tren. Hasta entonces, el carro o los pequeños barcos para ir a las aldeas cercanas, y alguna vez la moto, si su hermano o algún primo de confianza accedían a llevarla. Pero ahora el tren, como las señoritas. Y dos trenes, además, con cambio en Madrid. ¡Madrid! No se atrevió más que a bajarse al andén, sin alejarse de la puerta de su vagón y siempre del brazo de su hermana, mientras su hermano Martín averiguaba qué tenían que hacer para cambiar de tren. ¡Qué barbaridad, qué grande, cuánta gente, todos de un lado para otro! ¿A dónde irán, qué estará haciendo cada uno? Desde pequeña le habían enseñado que las ciudades grandes son peligrosas, sobre todo para las señoritas, y que ella estaba mucho mejor en su casa del pueblo, mirando al puerto y hablando sólo con los conocidos. Pero no podía dejar de imaginar historias sobre cada uno de los que pasaban a su lado: el portaequipajes, el señor con sombrero, la aldeana (que no es como nosotras, claro), el grupo de soldados que les miraron de reojo, pero no les dijeron nada.

Es verdad que después, por la ventana, vio el cúmulo de ruinas por las que pasaba la vía, y vio también a personas famélicas que, desde los montones de escombros y basura, miraban pasar el tren. Algunos pasajeros les arrojaban algo, comida o algo así. Caramba, allá en el pueblo no se ve tanta pobreza. Claro que estos deben ser rojos y se lo tienen merecido. Pero no pudo quitárselos de la cabeza hasta que se durmió en plena Mancha.

“Hija, cierra la boca, que pareces una paleta”. Su hermana mayor tenía razón (era más sensata y, además, ya había viajado a Santiago una vez), pero… ¡qué luz, qué sol, qué colores! La estación era más pequeña que la de Madrid, pero muchísimo más bonita, sin comparación. Hasta la gente parecía más agradable. Martín buscó y encontró rápidamente a su flamante cuñado, un militar apuesto y simpático que les llamó por su nombre y les besó en la cara a modo de saludo. Ambas enrojecieron y su hermano, con aire campechano, explicó que allá en Galicia no se besa a las mujeres que no son de la familia. “Bueno, pero vosotras sí sois de la familia, ¿no? Además, no estamos en Galicia”.

Desde luego que no estaban en Galicia. Estaban en Sevilla y era la primavera de 1943. El cielo azul, las macetas de flores, las casas blancas y amarillas (“color albero”, explicó el militar), el calor… Su cuñada Gloria les tenía preparada una habitación en su casa, pequeña pero acogedora, en un barrio luminoso y amplio. Enseguida les presentaron a sus amigos, casi todos primos más o menos lejanos. ¡Dios mío!, ¿cómo acordarse de tantos nombres? ¡Tan alegres y sonrientes! Y qué tonta se sentía cuando decía algún galleguismo y todos se reían, o cuando no entendía un chiste, a veces ni siquiera lo que estaban hablando. Parecían realmente contentos.

Del grupo destacaba el primo Leopoldo, al que llamaban por una mezcla de diminutivo y apellido, Poldo Contreras. Poldo adoptó a las dos hermanas. Día sí y día también aparecía por la casa, en la que entraba como si fuese suya, con flores, bombones o cualquier otra cosa. A Neli le parecía que traía esas cosas para ella, aunque también atendía a su hermana. “Naturalmente, es un caballero”, pensaba. Poldo conocía todo en Sevilla. Sobre todo iglesias y tabernas; al principio les daba vergüenza, pero, con él al lado, nadie las tomaba por lo que no eran. Al contrario, ese hombre parecía llevarse bien con todo el mundo y, junto a él, todo eran amabilidades y sonrisas. Por la mañana, Neli ya se levantaba esperando que llegase Poldo, con algún regalito (según su cuñada, era de la rama rica de la familia) y anunciase el plan para la tarde, diferente cada vez. “Hombre, primo, para el carro, que las vas a marear”, decía su cuñada. “Uy, no, si nosotras estamos encantadas” (Neli enrojecía hasta las cejas, Poldo la miraba y se reía). “¿Ves? Nada, no se hable más, esta tarde vamos a San Isidoro, que el párroco nos va a enseñar una de las iglesias más bonitas de toda Sevilla, y luego os invito a algo en la Alfalfa”.

Así, un buen día, Neli se dio cuenta de que, si pensaba en su pueblo y su casa, en la ría y el orballo, en el cielo siempre gris y los hombres reservados, en su propio idioma (“dialecto”, le corregía siempre su hermana) cerrado y oscuro, no quería volver. Ella quería quedarse allí, donde siempre lucía el sol, donde la gente contaba chistes por la calle, donde las mujeres podían salir y entrar, y hablar con un hombre en público sin que nadie les critique, donde no había habido casi guerra (Poldo les dijo, serio por una vez, que no toda la ciudad era así, pero que él no iba a enseñarles cosas feas) y donde hasta el racionamiento no parecía tan grave. Sobre todo, ella quería que todos los días viniese aquel hombre, con sus trajes impecables, y la llevase a alguna parte, o que sólo se quedase hablando con ella, y que le contase los cotilleos de los sacerdotes y de las personas que conocía, y que le tomara de la mano, y que la besara en la boca.

Ya está. Iba a casarse con él. Es verdad que sólo le conocía de unos días, pero también su hermano se había casado con apenas unas semanas de noviazgo. ¿No podía ella hacer lo mismo? Sus padres habían muerto y no tenía que darle explicaciones a nadie. Aun así, se lo contó a su hermana. Ella le escuchó muy seria y después se quedó callada un largo rato. “No sé qué decirte, Neli. Yo creo que te estás precipitando un poco”. “No, Niña, estoy completamente segura. Esto es lo que yo quiero”. “Bueno, si es así, creo que deberíamos hablar con Gloria”. Su cuñada le escuchó también en silencio. Al principio, intentaba disimular una sonrisa casi condescendiente pero luego se puso seria. “¬Espera, vamos a ver, ¿es que él te ha dicho algo? ¿Ha intentado propasarse o algo así?” Neli volvió a ponerse colorada. “No, no, de ninguna manera, no se lo hubiera consentido, qué te crees. Además, siempre hemos estado las dos juntas, ¿verdad Niña? Nunca nos hemos quedado solos”, dijo ya casi susurrando y bajando los ojos. “Bueno, bueno, no te enfades, es que nunca se sabe. Pero, venga, sigue”. “No, si ya está todo” y, en un arranque, miró a los ojos a su cuñada, “Que me he enamorado, ya está dicho”.

Gloria ya no estaba sonriente ni seria. Estaba triste. Miró a la Niña, que tenía cara de preocupación y también de ansiedad.

—¿Y esto se lo habéis dicho a vuestro hermano?
—No, se lo acabo de contar a la Niña y hemos venido directas a contártelo a ti.
—Pues… no sé cómo decirte… si ya sabía yo que esto no podía ser bueno… mira que se lo he dicho mil veces, y nada. Es que es así desde pequeño, qué le vamos a hacer.
—Pero bueno, ¿qué pasa? ¿No tendrá novia?
—No, no es eso… Verás, Neli, mi primo Leopoldo tiene plaza reservada en el Seminario para el curso que viene. Va ser sacerdote.
—Pero, ¿y las flores?, ¿y los regalos? ¿y las visitas? ¿y ese venir aquí todos los días a buscarnos? ¿y todas las cosas que nos cuenta?
—Él es así, Neli. Haría lo mismo por cualquier persona que viniese de visita, hombre o mujer, joven o viejo. No soporta ver gente triste a su alrededor y, desde pequeñito, siempre ha estado inventando cosas para que todos nos divirtiésemos. Pero también desde niño ha querido ser sacerdote. Nos disfrazábamos con velos y nos arrodillábamos ante esa mesa mientras él se vestía de cura y jugábamos a misas. Siempre ha sido así. Nosotros le conocemos y ya nos hemos acostumbrado pero, claro, visto desde fuera… la culpa es mía, tenía que haber hecho algo antes…

Neli ya no le escuchaba. Apenas veía lo que había a su alrededor. Salió corriendo hacia el baño.

Su hermano se las arregló para que se marchasen en un par de días, que ella pasó sólo mirando por la ventana. Su cuñada se encargó de hablar con Poldo Contreras: “Se ha quedado de piedra. Ha querido verte, pero me parece que es mejor que no”. “Claro, es mejor que no”. Luego, el tren de vuelta. Se durmió de nuevo al salir de Madrid y, cuando despertó, llovía. Una lluvia fina, débil. Seguramente en Baiona orballará.

Arlanza
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 09:59:14 am
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El efecto de los rayos gamma en los capullos

 

Mi trabajo consiste en la observación y el análisis de los comportamientos humanos en las instituciones públicas de pequeñas comunidades. Formo parte de un experimento social pionero, financiado por un misterioso mecenas multimillonario que guarda celosamente su identidad, pero gasta alegremente su dinero buscando modelos válidos para reinventar esta sociedad nuestra, que hace agua por todas partes. El actual modelo de mundo se está viniendo abajo, y lo que se derrumba con más estrépito es la economía.  Le llaman crisis, pero en realidad es un saqueo practicado por cualquiera que tenga acceso a una pequeña parcela de poder y carezca de conciencia.  Aunque lo económico sólo es la punta del iceberg, lo que más se ve; en realidad lo que se está desmoronando es una manera de vivir y de enfocar la realidad.
Yo soy una modesta investigadora de campo; voy por ciudades y pueblos para detectar individuos afectados por el síndrome de Juanillo. Ya saben a lo que me refiero, es eso de “si quieres conocer cómo es Juanillo, dale un carguillo”. Estudio las reacciones de los individuos cuando acceden a pequeñas cuotas de poder.  Voy, convivo, observo y redacto un informe, que se incorpora a los resultados globales de nuestro equipo. He de decir que, entre muchas personas estupendas y muy honradas, siempre hay alguien que es el garbanzo negro del puchero. Estos especímenes suelen aglutinar a su alrededor a otros que le son afines, porque necesitan el apoyo de su grupo para medrar y sentirse seguros. Si, si, ya sé que este es un trabajo muy raro, pero yo estoy encantada porque me ha enseñado mucho sobre la naturaleza humana y además, aporta información valiosísima para el objetivo global de nuestro trabajo.
Es necesario conocer cómo actúa la gente cuando tiene a su alcance la posibilidad de aprovecharse de los demás y de estafarlos. Sin que les pase nada, claro, porque la impunidad la garantiza la propia estructura social. 
Nuestro objetivo es conocer cómo actúan estos depredadores humanos, para aislarlos y poder hacer realidad el modelo de mundo que nos merecemos. Hay que estudiar bien la personalidad de ciertos individuos sin escrúpulos, porque son los que impiden que vivamos  en un mundo más sensato.  Buscamos aterrizar en la realidad una sociedad mundial donde se priorice el bienestar de todas las personas y el respeto por el planeta y sus distintas formas de vida. Donde sea más importante el ser que el tener.  Donde la injusticia no sea consentida ni se acepte con hipocresía que media humanidad muera de hambre.  La pobreza no es un problema de escasez, sino de injusticia en el reparto. 
El lema de nuestro trabajo es “hay que reinventar el mundo, porque este modelo ya no funciona”.
 Además de buscar “Juanillos” y de neutralizarlos convenientemente, también tengo la suerte de conocer grupos humanos completamente diferentes a la norma general. Por ejemplo, cuando descubrí en un lugar de China a una población que parece tener el secreto de la felicidad desde hace milenios.
Los habitantes de este lugar conviven sin apenas conflictos. Todo el mundo tiene lo necesario y nadie acapara los bienes. Las mujeres mayores son las más respetadas y escuchadas de la comunidad, además de ser las encargadas de impartir la justicia. Actúan con sentido común y me maravilló ver la sensatez y la ecuanimidad con que resuelven cualquier problema. Allí comprendí que el dogmatismo feminista es tan tonto y tan limitador como cualquier otro tipo de dogmatismo y que eso era algo que aquellas mujeres habían aprendido desde hacía siglos.
Este lugar ha sobrevivido milagrosamente durante siglos gracias a estar situado en un enclave de muy difícil acceso; incluso hoy en día,  sólo se puede ir en jeep y se tarda en llegar entre cuatro y cinco agotadoras e incómodas jornadas de viaje. Esto es algo estupendo, porque disuade a los turistas de ir a curiosear y a los funcionarios chinos de intentar imponer las normas del gobierno de turno.
Su organización social es completamente diferente a la del resto del mundo. Mujeres y hombres tienen el mismo rango social desde hace cientos de años, pero no es un matriarcado, no, que va. Eso sería un patriarcado pero a la inversa, y ninguno de los dos modelos sirve. Su organización social, sus valores, su forma de vivir no se basa en el predominio de un sexo sobre otro.  Eso sí,  los conceptos (afines a la naturaleza femenina) de nutrir, proteger y ayudar a crecer la vida son lo más importante y  se aplican en todos los ámbitos sociales, lo que produce unos resultados extraordinarios. Ni violencia,  ni explotación ni abusos de ningún tipo. 
Las personas sonríen habitualmente, los niños están sanos y son cuidados y protegidos por todos los adultos, sean o no familia.  Los animales no son tratados con crueldad y la naturaleza es respetada en todas sus formas. La comida es sana, el dinero es considerado un bien más y no el más importante, y la gente muere de vieja o por algún accidente, ya que apenas existen enfermedades degenerativas, neurológicas o cardiovasculares. 
Sus normas son sencillas: absoluta libertad individual que sólo se limita cuando entra conflicto con el bien común. El reparto de bienes se hace con justicia (es impensable que nadie acapare o especule) y todo el mundo tiene lo necesario para vivir dignamente. Nadie ejerce el poder sobre nadie, ni en el ámbito público ni en el privado. Han comprendido que el bienestar individual está conectado con el bienestar de la comunidad, y cuidan y protegen ambos porque saben que son interdependientes. Vaya, que son felices y viven y mueren felices.  Y es que aplican el sentido común para vivir y organizar su mundo. Justo lo contrario que sucede en esta sociedad nuestra, supuestamente más avanzada. A mí me ha tocado últimamente hacer un estudio que me dejado con la moral por los suelos. Una vez más, compruebo que cuando un grupito humano accede a una pequeña cuota de poder, se le va la chaveta. Y siempre hay alguien que capitanea esta chaladura, que suele terminar con enriquecimientos indebidos y que deja tras sí un rastro de cadáveres. En este caso concreto, la instigadora de todo el mal es una mujer. Paso  a hacer una breve descripción .
Localización. Una pequeña localidad de la comunidad levantina; ocupa un territorio diminuto, ya que prácticamente es una barriada de la capital. Pero tiene ayuntamiento propio y, lógicamente, una clase política propia formada por concejales, grupo de gobierno, oposición, funcionariado y adosados varios.  Ahí empieza la historia: nombramiento como concejal de un amiguete, y agitación en el grupito de colegas de toda la vida. Al principio, proyectos interesantes y creativos y buena voluntad para llevarlos a cabo, y enseguida a una del grupo, (la Torta) se le dispara las ganas de utilizar el poder de su colega en beneficio propio. Y empieza a maquinar. Mueve sus hilos y usa las tácticas, tan viejas como el mundo, de dividir, malmeter y envenenar.  Maniobra en la sombra, que es donde se siente cómoda y donde piensa que no la van a pillar.  Su estrategia es parecida a la de esos insectos que salen con la oscuridad y que mientras hay luz se esconden en sus rendijas.  Por cierto, en la época que nos ocupa, esta mujer contaba que estaba sufriendo una invasión de cucarachas en su casa. La vida manda señales y a veces emplea un lenguaje muy irónico.

Retrato robot de algunos personajes.

La Torta  (llamada así porque su nombre real es sinónimo de bollo de panadería) ya había intentado años atrás escalar hacia el poder por medio de su matrimonio, pero no salió bien y se divorció y ahora su ex es una de sus presas preferidas. En el nombramiento de su compañero y amigo vio su segunda oportunidad y decidió aprovecharla. Le adula y pelotea sin rubor, pero le critica y se burla de él en cuanto se da la vuelta.  Ridiculiza su condición sexual y su desmedido afán de protagonismo.
 
El Rey León. El flamante y reciente concejal. Simpático, amanerado y vanidoso. Excesivamente vulnerable a la adulación. El ego inflado como un enorme globo.  Tardó poquísimo en dejarse convencer por la Torta de que el despilfarro va con el cargo. Lo resumió en un “porque yo lo valgo”.

El pájaro Cuco. Otro componente del grupo. Le llamo así porque actúa igual que el cuco, ese pájaro que aprovecha el nido ajeno para poner sus huevos. Su lema es: “Trabajar cansa”. Admira y trata de imitar la figura del “listo” que consigue una vida cómoda sin dar golpe,  gracias a aprovecharse del esfuerzo de los demás.

El Espermatozoide nervioso. El nombre se debe a su apariencia escuchimizada y a su carácter nervioso. Siempre sigue a ciegas al que más manda, por eso acepta dócilmente que en su departamento se haga lo que dice la Torta.  Es el más jovencito de la pandilla, pero ya tiene cargo directivo y sueldo en consonancia. Le gustan los toros y el prototipo del latin lover made in spain,  casposo por dentro y vestido de marcas por fuera.

No les voy a aburrir con el relato de las maniobras de esta pandilla. Seguro que se lo imaginan; desgraciadamente,  son especímenes muy comunes que abundan por todos lados. Apoyaron un proyecto de formación,  pero sólo para presentarlo ante la corporación municipal y quedarse con la dotación económica del mismo, una vez fuera aprobado. El proyecto nunca se llevó a cabo. A la persona encargada de realizarlo, una profesional muy capacitada, le hicieron la vida imposible. Ya no les interesaba, así que pasaron del trato afectuoso y considerado a la agresividad verbal y el acoso laboral. Ese  mobbing tan inesperado y tan a lo bestia, le costó la salud y el puesto. La buena noticia es que ahora se ha incorporado a nuestro proyecto y se siente feliz.
Y otra buena noticia al respecto de esta pandilla: que ya no pueden hacer más daño, porque su partido no ganó las última elecciones y porque además los recortes económicos por la crisis han frustrado las expectativas personales de la Torta, las ínfulas del Rey León y la capacidad de saqueo y caradura de todos.
Claro que está por ver si en la nueva corporación municipal no hay grupitos parecidos a éste. Lo más seguro es que sí, porque el efecto de los rayos gamma (los rayos del poder)  afecta e infecta a muchos y no hace distinciones entre ideologías. Son neutros, como el rayo lásser, que puede curar o matar según cómo se aplique. Lo malo es cuando los rayos gamma los manejan los capullos. Ahí está el quid de la cuestión.

La víctima de estos “Juanillos” que he mencionado descubrió un sistema muy eficaz para neutralizarlos: hacer un retrato robot sobre ellos y publicarlo en el periódico local. Inmediatamente fueron reconocidos por la gente del pueblo, lo que les disuadió de continuar con sus trapicheos. Es un excelente sistema éste, se lo recomiendo para todos los casos que ustedes conozcan, que sin duda serán muchos. Hagan una descripción ajustada a la realidad de sus capullos particulares y pónganle una pizca de ironía.  Suele ser suficiente para que desistan de maquinar nuevas fechorías. Recordemos el cuento de “El traje del emperador”, en el que la observación en voz alta de una niña tuvo el poder de devolver el sentido común a todo un pueblo.

+++

Ya estoy preparando mi próximo viaje; vuelvo a ese lugar del que les hablé antes. Necesito sentir de nuevo que es fácil hacer las cosas bien y comprobar con mis propios ojos que este mundo SÍ tiene arreglo.
Lo conseguiremos cuando cada uno se nosotros se ponga manos a la obra para hacer que reine el sentido común, aunque sea el menos común de los sentidos. Eso sí que es hacer una pacífica y esperanzadora (R) Evolución.

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Solesson Obi
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 10:06:37 am
(http://2.bp.blogspot.com/_vk10Sae2uog/TF_G92mlahI/AAAAAAAAAOA/yCFKzyQIuus/s1600/musica-internet.jpg)

Deja la música entrar


La música viene de la sala al final del pasillo. Un pasillo largo, mal iluminado, ancho y de techos altos, propio de construcciones antiguas, de principios del siglo pasado, erigidas con maderas nobles, con ventanas monumentales, con puertas anchas e infranqueables, pesadas e inamovibles.

Edificios viejos, con vida e historias. Con entretechos llenos de ratas, de diarios viejos, de recuerdos oscuros, de baúles, de viejas ropas, de secretos.

Edificios viejos, con historias espeluznantes sobre sus rincones, sobre sus áticos, sobre sus subterráneos, sobre las viejas habitaciones clausuradas en el tercer piso, sobre las torturas a los alumnos cuando se portaban mal, sobre los asesinatos en tiempos de guerra, sobre los golpes, las varillas, los abusos. Miles de historias. Miles de cuentos. Pocas certezas.

Pero esa música viene de la sala al final del pasillo. Del fondo del tercer piso, de una vieja sala clausurada muchos años atrás. El tercer piso no se utiliza más que como taller, para las clases de orden manual, para cortar, aserruchar y martillar maderas, y construir lámparas y otras porquerías que quedan relegadas al fondo de los closets de algunos alumnos y algunos padres, aquellos demasiado sentimentales como para largarlos a la basura apenas llegan a sus hogares.

La sala al final del pasillo tiene unos tablones de madera cruzando la puerta de lado a lado, y la cerradura ha sido removida. Sólo hay una cadena vieja asegurada con un viejo y oxidado candado. Nadie se preocupa de lo que hay detrás de aquella puerta, excepto los alumnos. La curiosidad es enorme en los niños. Aquellos alumnos que pasan los recreos corriendo por el pasillo del tercer piso, jugando a las escondidas, al paco y el ladrón o pateando una bola de diarios envuelta en una media. Algunos dicen oír cosas tras la puerta, ecos del pasado, martillazos, golpes, hasta risas. Pero la puerta esta tapiada, y sólo pueden pegar las orejas e imaginar.

Hasta un viernes, en días cercanos al final de las clases, en el que ya no necesitaron más de su imaginación.

¡Vengan todos, la puerta de la sala prohibida está abierta! – reverberó un grito por el pasillo, rebotando en la madera.

Los niños corrieron, subieron las escaleras de dos en dos, y tres en tres, exaltados, respirando con dificultad. Era lo que habían esperado por meses, años. Formaron un círculo junto a la entrada.

   ¿Entraste?
   ¿Estás loco? Nunca entraría ahí solo.
   ¿Y qué hacemos?
   Entremos todos juntos, así es más seguro.
   ¿Seguro?
   Sí, somos hartos, ¿qué podría pasar? Si alguien tiene un accidente otro corre y avisa.
   ¿Y si hay un maldito fantasma?
   No seas estúpido.
   Te lo digo, un fantasma no se asustará de ver un grupo de niños.
   Cállate cobarde.
   Vamos, entremos, no pasará nada. Seguro el conserje anduvo revisando algo y olvido cerrarlo. Quizás no tengamos otra oportunidad.

La puerta estaba entreabierta. Los tablones de madera estaban quebrados, trizados, como si las hubiesen sometido a un golpeo constante hasta la fractura. Una seguidilla de patadas, o alguna herramienta pesada podrían haber logrado el objetivo. Los 7 alumnos se detuvieron frente a la puerta, amontonados, y el que iba a la cabeza avanzó lentamente hacia la habitación abandonada, con la mano derecha en alto dispuesta a empujar poco a poco la puerta y entrever que es lo que había del otro lado. Comenzó a empujar, abrió bien sus ojos, acercó su rostro al espacio entre ambas puertas y echó un vistazo. Eran las 12 con 17 minutos.

A las 16: 30 horas, varios padres preocupados esperaban en la entrada del colegio. Sus hijos no aparecían. Minutos antes, el conserje caminaba apresuradamente hacia la oficina del inspector general y estos, acompañados por el director, subían raudos las escaleras hacia el tercer piso.

Una música débil y aguda provenía del final del ancho pasillo. El pasillo de madera, mal iluminado y de techos altos. El antiguo pasillo levantado por obreros y monjes más de un siglo atrás.
Caminaron los tres en silencio, con los ojos bien despiertos. Se miraron los unos a los otros, nadie sabía porque aquella puerta al final del pasillo se encontraba abierta.

Cruzaron el umbral. El inspector emitió un leve quejido. El director vomitó sobre el suelo cubierto de aserrín. El conserje se quedó impávido, silencioso, y retrocedió unos pasos, pero al darse vuelta encontró la puerta cerrada, tapiada por fuera. Las cadenas y el candado en su tradicional lugar.

La habitación al final del pasillo era amplia, enorme, de techo alto, con ventanas monumentales, con varias mesas, con viejas máquinas de carpintería, con viejas herramientas de trabajo. Y sobre la mesa de centro, uno de los 7 jóvenes estaba sentado, con las piernas cruzadas y con los ojos bien abiertos.

El aserrín había sido desparramado para cubrir el suelo pegajoso. Había minúsculos trozos de hueso y piel por todos los rincones. Las herramientas aún goteaban. Los dientes de los serruchos, los martillos, un viejo taladro manual, todos aún goteaban. No había cuerpos, sólo restos desperdigados por la vieja y amplia sala. Un olor putrefacto. Una oscuridad y un hedor agobiantes.
El niño dirigió a ellos su rostro y movió su cabeza en 45 grados primero a la derecha, luego a la izquierda. Entonces abrió la boca.

   Muchas cosas pasan en un viejo colegio. Compañeros que golpean a otros compañeros, profesores que abusan de los alumnos, y gente encargada de protegerlos que sólo mira para otro lado, que finge no ver las cosas horribles que suceden justo frente a sus ojos. Pues que así sea. Si nada han de ver, entonces, ¿para que los necesitan?

Su sonrisa deformó su rostro y con su cabeza indicó, sobre un costado de la mesa, una bandeja de madera con 12  pares de ojos.  Luego levantó sus manos y mostró en ellas un destornillador largo y una espátula, ambos viejos y oxidados, reliquias de la derruida aula.

   Estuvimos practicando, - hizo una pausa mientras sonreía irónicamente – ya verán...

Los 3 adultos se vieron rodeados por los otros 6 jóvenes. En silencio, se dispusieron alrededor de los mayores y los tomaron de los brazos. El niño sobre la mesa dio media vuelta y  encendió la radio. Viejas canciones, tonadas de los años en que aquella sala tenía aún sus puertas abiertas, antes que los progenitores de estos niños o que los mismos profesores hubieran siquiera nacido.

Abajo, el grupo de padres esperaba inquieto en el hall del colegio. Estaba todo en silencio. Algunos alumnos paseaban por los pasillos del primer piso, pero no podían encontrar a ningún profesor o adulto que trabajase en el lugar. Sólo niños y nada más.

Ender
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 10:14:39 am
Diario de una superviviente


Amanecer

     Aquella mañana de húmedos relentes y olores nauseabundos desperté aturdida, había tenido una pesadilla terrible, cuando desperté me encontraba sola, como siempre, como las últimas semanas, escondida en una oscura grieta subterránea, esperando el ansiado momento para huir de allí en busca de mis hijos.
     Escuché, durante días, lamentos animales y humanos que en el exterior se entrecruzaban, estertores de muerte que me rodeaban y me buscaban.
     Una filtración en la roca me suministraba el agua para poder sobrevivir, y salía de allí únicamente para buscar alimento cuando caía la noche. No veía la luz del día ni tampoco quería verla, en los cielos se formaban vaporosos anillos concéntricos que sembraban el silencio.
        Justo el día que los niños paseaban con mi marido ocurrió todo, y la catástrofe nos separó, tal vez para siempre, no quería ni pensar en la idea de que hubieran muerto. Maldije a toda la raza humana, siempre supe de lo que eran capaces, era un desenlace previsto por sus numerosos capítulos bélicos, por su mucha ambición y el poco respeto hacia sí mismos y a su entorno. Escuché un estruendo terrible, como nunca me hubiera imaginado, después la tierra tembló y todo fue envuelto por el fuego, las personas cayeron muertas, los animales, las plantas, todo se desvaneció y se escuchó un eco repetitivo, un eco venido del infierno que se repetía en mi interior cada vez que intentaba dormir.

 
Nubes rojas

Céleres los recuerdos se aglutinaban en mi mente, el hambre fortificaba mi deseo de valentía, tenía que retar a mi fortuna todas las noches, buscando alimento para consumir y guardar para no morir de inanición. Tenía que comportarme como un macho valeroso y hacer frente a todas las criaturas o amenazas que salieran a mi encuentro, pero siendo una pobre hembra asustada, aunque me sobraban agallas para hacerlo, haría cualquier cosa por reunirme con mis hijos y nada me podría detener excepto la muerte.
      Mis compuestos ojos estaban doloridos todavía por los primeros fogonazos estroboscópicos que precedieron a la gran explosión. Tenía un ligero dolor en el abdomen. Una de mis extremidades estaba afectada por una caída fortuita pero conservaba intacta mi capacidad de supervivencia.
     Ya no se escuchaban los lamentos exteriores, eso significaba que pronto empezarían a formarse los mantos de nubes rojas que formaban la enigmática noche. Una noche densa, tiznada de rojo oscuro, un arrebol sanguíneo que todo lo cubría dotando a los paisajes de una macabra apariencia.
     El silencio sepulcral era quebrantado por lejanas sirenas que no dejaban de sonar, sirenas programadas por los soldados para proclamar el toque de queda diario que nadie detenía, era el momento de salir.


El cadáver

     Toda mi vida se reducía a luchar o morir. Salí de aquel refugio y comencé a caminar lo más rápido que pude, ya no escuchaba aullar a los lobos, ya no había gritos ni voces, sólo las sirenas. Me iba agazapando entre las sombras, entre los bultos del camino, por si algún depredador salía a mi encuentro, pero nada ocurría. Avanzaba metros y más metros, y sentía cómo el aire se iba haciendo más y más irrespirable, debía encontrar algún recodo subterráneo para guarecerme, los ojos comenzaron a escocerme, mis piernas flaqueaban, de repente encontré una construcción de hormigón semi-sepultada en la tierra y me introduje en ella por una pequeña abertura.
     Se trataba de un bunker, descendí por la pared, en su interior había una pequeña lamparita de gas que todavía funcionaba, empecé a reconocer todas las cavidades, los rincones, pero ni rastro de comida. Caminé un poco más y encontré entre los escombros a una persona tendida en el suelo mirando hacia arriba, tenía la boca abierta e iba vestido de soldado. No se movía, por lo que sospeché que estaba muerto. Recorrí su cara, desencajada por la muerte, recorrí su cuerpo, y lo único que encontré fue pólvora de sus cartuchos y cuero de unas botas que ya habían sido mordisqueadas por las ratas, aquella fue mi única comida esa noche.
     Las plantas exteriores estaban muertas, sus frutos, descompuestos o envenenados, el agua de los manantiales llena de cadáveres que habían muerto al beberla. Las probabilidades de sobrevivir se disminuían cada día más, debía encontrar ayuda, la suerte tarde o temprano se acabaría terminando y no tenía más plan que huir hacia cualquier parte buscando un resquicio de esperanza.


El extraño animal

Durante todas las noches rojas debía caminar un breve recorrido y ocultarme lo más pronto posible, no aguantaba la hostilidad del ambiente, era como si se hubiera contaminado con algo mortífero e invisible. Pero por más que caminara, en cualquier dirección, todo era desolación, no había vida humana ni animal, ¿acaso yo era la única superviviente del planeta? los vestigios anunciaban una lontananza apocalíptica sobrecogedora y si mi suposición era cierta, más me valdría haber muerto como los demás.
     El dolor de mi abdomen se iba haciendo cada vez más y más insoportable, la idea de encontrar a mis hijos muertos me sobrecogía, me parecía mentira, que una raza que llevaba tantos millones de años sobre la Tierra se viese amenazada por unas condiciones atmosféricas adversas, cuando nosotros siempre hemos sido especialistas en encontrar microclimas para garantizar nuestra reproducción, cuando nosotros hemos vivido siempre en las peores circunstancias, contra pronóstico y sin recursos de ningún tipo. Algo en mi instinto me decía que habían lugares no tan castigados por la hedor invisible, lugares donde la vida sería posible y donde los supervivientes nos debíamos reunir.
     Temía encontrar algún gorrión o una avispa, alguna lagartija u otra fiera que acabara con mis pretensiones, pero lo único que encontré, fue el animal más extraño que jamás había visto, un conejo, pero no era un conejo normal y corriente, tenía dos cabezas y estaba muerto. Me quedé tan sorprendida por aquella visión que no me di cuenta de que una nube tóxica me envolvió y tuve que caminar durante veinte minutos sin respirar para alejarme lo suficiente de allí. Mi tiempo se acababa y seguía sin vislumbrar una salida.


El hallazgo

     La noche se disolvió como a soplidos por el día, busqué otra oquedad donde poder respirar sin peligro, allí me oculté y decidí dormir. Estaba agotada, necesitaba descansar un poco, debía gestionar mis energías, tal vez fuese mi último descanso pero debía hacerlo, supuse que al despertar sabría si había hecho bien.
     Pronto el sueño vino a recoger todas mis incertidumbres y ruegos. Era un sueño vivo, palpitante, muy luminoso y vivificador. Un sueño aventurero donde yo era la protagonista y donde no había lugar para la tragedia. Proyecté la visión onírica de mis deseos más profundos, disfruté plácidamente de una estancia en un paraíso surreal, pero no duró mucho, un agudo ruido proveniente del exterior me hizo recobrar la consciencia, era como un crujir de algún material plástico. Me incorporé lentamente no exenta de pánico e intenté asomarme a ver si veía algo con la suficiente prudencia para no ser vista por nada ni por nadie. El sonido persistía, agudo y claro, era intermitente, parecía proceder  de detrás de unas rocas. Me acerqué sigilosamente, todo apuntaba a que por fin había encontrado a un ser vivo. Cuando vi lo que era me llevé un sobresalto, era mi marido, estaba mutilado e intentando comerse una bolsa de plástico.
     Presentaba heridas en uno de sus segmentos torácicos, tenía un espiráculo dañado, respiraba con dificultad, le faltaba una pierna, ¡pero estaba vivo!. El pronoto que cubría su cabeza estaba seriamente dañado, pero igualmente nos abalanzamos el uno contra el otro y enroscando nuestros miembros hicimos desesperadamente el amor.
Una ordalía de sentimientos me sacudió y los dos nos sinceramos, él me dijo que nuestros hijos estaban vivos y yo me sentía renacer. Decidimos pasar el día a cubierto para que sus heridas sanaran un poco y emprendimos la búsqueda más tarde, guiados por el rastro oloroso de los excrementos de nuestras crías. Por fin estaban cerca, mis plegarias eran respondidas con milagros. Cuando la rojiza noche volvió a gobernarlo todo mi marido y yo corrimos abrazados por el valle impulsados por la pasión de unos padres que darían la vida por sus hijos.


La legión nómada

     Nuestros instintos nos guiaron a través de un caos indeterminado, por terraplenes, lodazales, simas y veredas, adscritos a la vigorosa desnudez del dolor interior y subordinados por la tremenda naturaleza de los hechos. Llegamos a una zona boscosa donde nuestros sensores nos indicaban movimiento en muchas direcciones, aquello nos inquietó, pero el rastro del olor que seguíamos era claro y persistente. Seguimos caminando sin temer ya los ataques de ninguna bestia, y nos adentramos en una zona tupida por encinas y abedules, árboles enormes y muy juntos, columnas de madera ornamentada cuyas copas cubrían los cielos. De repente nos detuvimos, nos sentíamos observados, contuvimos la respiración y sensibilizamos nuestra percepción al máximo, corrieron segundos  de incómoda alarma. A los pocos segundos de permanecer expectantes, observamos un grupo de supervivientes como nosotros, salir del interior de un árbol por un agujero y caminar en grupo en la dirección a la que nos dirigíamos.
     Mi marido se adelantó y trató de llamar la atención de uno de ellos con aspavientos y ruido de las rocas, al momento advirtieron nuestra presencia y fuimos rodeados por treinta curiosos desconocidos.
     Bastaron unos segundos para cerciorarnos de que eran de los nuestros. Nos aceptaron en su grupo, nos incluimos con ellos, juntos estaríamos más protegidos.
     Después de unos minutos de comunicación itinerante ellos sabían de nosotros que buscábamos a nuestros hijos y nosotros sabíamos de ellos que eran la avanzadilla de vanguardia de un gran ejército. Llegamos ordenadamente al borde de un acantilado de gran altura, allí pensaban descansar un buen rato, pero cuando dirigí mi mirada al fondo de aquel desnivel de tierra, quedé asombrada por una instantánea magnífica que volvió a llenar mis moléculas de energía y esperanza, kilómetros de monte eran cubiertos por las huestes aliadas, miles y miles de compatriotas unidos y preparados desfilaban en la rojiza penumbra, ¡por fin habíamos dejado de huir! El hogar se encontraba más cerca.


El nuevo mundo

     Buscaríamos esas tierras que nuestros sentidos nos anunciaban y lo haríamos sin descanso, esas tierras donde se podría respirar sin temor, donde la lluvia germinaría los pastos, donde las flores crecerían y nuestros hijos, ajenos al selectivo exterminio serían libres y dichosos.
   Ya no me importaba tanto encontrar a mis hijos, podría alumbrar a cientos de ellos, tenía que ser optimista y darme cuenta del tremendo papel que nos tocaba desempeñar. No podíamos dejar nada a la azarosa suerte, teníamos que controlarlo todo. Debíamos aprender a organizarnos y evolucionar, a soñar con emprender nuevos proyectos arquitectónicos. 
     Cuando llegáramos a la primera acampada buscaría mi cópula, por mi marido o por quien fuera, yo como todas las demás, debía garantizar apresuradamente mi descendencia y también la de mi raza.
     Alumbraría tantas vidas como me fuese posible, y moriría con la dicha del deber cumplido. Pero nos quedaban muchas lecciones que aprender; un lenguaje más completo, una jerarquía, educar desde la niñez en disciplina y sacrificio, como las hormigas, debíamos ponernos manos a la obra cuanto antes. El año de nuestras vidas era demasiado efímero como para madurar los conocimientos adquiridos, por tanto debíamos legarlos de alguna manera, permitir que las generaciones venideras edificaran sus conceptos a partir de las ruinas de los nuestros. Sólo de esa forma se construiría la escalera hacia la evolución. Una evolución necesaria, pues a estas alturas, ya habíamos constatado que nuestra raza, era la única superviviente de todo el planeta, ningún ser vivo poblaba la tierra, ninguna otra vida que no fuera la nuestra, había llegado nuestra hora, después de trescientos cincuenta millones de años  por fin el mundo era de nosotras, las cucarachas.

Heberto  De  Sysmo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 10:36:35 am
(http://www.culturamas.es/ocio/files/2012/06/ernest-descals.jpg)

Clasificados


Méndez es uno de esos personajes fijos en el escenario de un bar, pero del que nadie recuerda cuando irrumpió en la obra su papel. Siempre pensamos que es amigo del otro, viejo conocido del camarero o un vecino del barrio. Pero lo cierto es que basta preguntar al resto de parroquianos para constatar que nadie sabe nada de él. Un buen día, desaparece su perfil en el aire y pueden llegar a pasar años hasta que a uno, en plena distracción del juego de cartas, se le ocurre decir:
Oye, ¿alguien sabe algo de Méndez?
Con el transcurrir de los días, me fui ocupando en los ratos muertos de su figura lánguida y endeble, hasta el punto de que llegado el presente que me ocupa, a uno de los muchachos se le ocurrió que bien podría dedicarle unas líneas de despedida. La parroquia estuvo de acuerdo.
El Cairo es un bar de toda la vida, justo a la salida del muelle. Por la mañana ejerce de cafetería para los trabajadores de las consignatarias, los funcionarios del puerto y los agentes de aduanas. Por la tarde es nuestro turno, los de siempre. Jugamos al mus, bebemos carajillos o infusiones, según los permisos médicos, discutimos sobre fútbol y política, leemos mil veces la prensa, dejamos, en fin, pasar la vida sin pena ni gloria. No consentimos que la sonoridad de sus pasos nos cause duelo o zozobra.
Somos jubilados, viudos, solteros, divorciados, gente despistada, tipos solitarios que no tienen nada mejor que hacer con el resto de su existencia. Hombres que viven en casas frías y vacías a las que solo van a dormir y asearse. El resto del tiempo, todo es la compañía de unos con otros.
Méndez era un caso raro, debo admitir. En El Cairo todos nos conocemos y una presencia puntual no nos causa revuelo. La curiosidad surge cuando la presencia aleatoria se torna repetición y más aun, uno de los nuestros. Nuestro hombre era, en pocas palabras, un viejo callado, que llegaba sobre las cuatro todas las tardes, ubicaba el porte cansado sobre un taburete roído al final de la barra y consumía de tres a cuatro coñacs, mientras repasaba los anuncios clasificados del periódico. Parecía un funcionario de algún registro perdido en un sótano. Era escrupuloso en el cumplimiento de su horario y hasta que la aguja pequeña del reloj no tocaba las nueve no se levantaba y salía cubriéndose con el sombrero y sin dar las buenas noches. Dejaba el periódico sobado y cada anuncio clasificado escrutado, analizado y descartado con una cruz roja.
Méndez era así, un personaje adusto, serio, de gesto apagado y tez macilenta. Daba igual que fuese invierno que primavera, siempre lucía gabardina. A mi me recordaba a esos espías atormentados que salen en las películas, cuya única misión consiste en citarse en bares con agentes dobles que nunca aparecen. Será por eso que comencé a ensimismarme con su personaje, a interesarme por sus costumbres, a elucubrar hipótesis sobre su rutina de hombre olvidado. La presencia constante le torna a uno en invisible. Por eso, el mejor sitio para ocultar un tesoro es el escondite más evidente. Desde luego si Méndez era un espía, tenía que estar pasándolo muy mal, porque o bien su contacto había muerto o a nadie importaba ya aquel viejo de sombrero de ala ancha y gabardina negra.
La observación me regalaba pocas novedades. En cuanto arribaba se hacía con la primera copa de coñac. Siempre aposentado ante la barra, con las piernas cruzadas. Su ocupación favorita era el periódico. Primero la sección de anuncios clasificados y después, abatido y en retirada, el crucigrama, las ocho diferencias y el jeroglífico. Una vez, imbuido de mi papel de detective, me hice con algunos periódicos atrasados y repasé los anuncios clasificados. En la sección de Contactos, localicé, rodeado en rojo, la siguiente señal: “Seré el de la gabardina negra. El Cairo, 244”.
Hace dos días Méndez trastabilló al bajarse del taburete. Pasaba un poco de las cinco de la tarde, el sol ejercía en el exterior. Creo que sólo yo lo vi. El Coñac, pensé. Miré su cara desencajada, la boca muy abierta y la mano que trataba en vano de agarrar el pecho del que parecía querer desprenderse un trozo. Asió la mano sobre el mostrador, pero no consiguió anclarse. Sus ojos desvaídos me encontraron en la mesa del ventanal antes de desplomarse contra el suelo. La ambulancia llegó enseguida pero tarde. Un sargento de la guardia civil de aduanas le practicó al instante un masaje cardiaco que no encontró latido de respuesta.
Mientras todos se arremolinaban entorno al cuerpo fulminado y aseveraban sobre la brevedad de la vida, yo me hice a hurtadillas con el periódico abierto por la página de contactos, delante de la copa de coñac a medio beber. Rodeado en rojo, con el corazón en un puño, pude leer, el escueto anuncio que lo aclaraba todo: “Fin de la historia en El Cairo 244”.

Dombodán
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 10:41:32 am
(http://3.bp.blogspot.com/_jxz5idLiEGs/S2N0KpE7vqI/AAAAAAAAAN0/tSndskDm3hA/s400/hombre%2Bcaminando.jpg)

El Hombre


El hombre camina lentamente por las calles húmedas; observa detenidamente las casas simples con las puertas abiertas, con la gente saliendo y entrando por ellas, tendiendo la ropa o regando las plantas sin el más mínimo miedo.
   Nadie retrocede, ni siquiera un paso, ni siquiera un palmo, todos parecen ignorar su presencia, eso es raro. Quienes antes le temían ahora circulan a su lado como peatones. El hombre se inmiscuye, se introduce entre las multitudes que caminan por las sucias veredas.
   Se pierde, eso es perfecto, eso es nuevo para él. Está asombrado, y mueve su cabeza contemplando cada rasgo de lo que lo rodea, de quienes lo rodean. Nunca tan cerca de sus antiguos enemigos. Camina bajo la luz del sol; sale de la calle bajo los tibios y dorados rayos y va hacia el parque.
   En un momento, se siente cansado, y una ola fugaz de emociones estrepitosas recorre velozmente su cabeza, pero no desaparece. Con la velocidad que vino, se  adhiere la ola a las paredes de su cráneo, y aún más profundo, echa raíces en su mente, perturbándola. Sus sienes laten, su cabeza duele, su cuerpo tiembla y transpira. Las ideas surgen, algo nuevo, pero también surgen cosas jamás sentidas antes, sentimientos de ira, envidia, codicia, odio y otro tumulto de sensaciones indivisibles, indescriptibles sacuden su cuerpo violentamente.
   El dolor, el pavor es demasiado para el muchacho, que ya no puede mantener alta  su cabeza y la apoya en sus rodillas y sostiene con fuerza sus sienes, esperando que esa locura mental se detenga de un momento a otro. Ya no lo soporta, y de la nada sale un agudo grito, tanto sea por dolor como por miedo, miedo a lo desconocido, miedo a lo nuevo.
   El grito persiste por un buen rato en el parque, y todos los que del mismo disfrutan plácidamente voltean y miran la encorvada y reducida figura, que desesperada se encuentra  sentada en un banquillo verde bajo la fresca sombra de los pinos y hayas que adornan el verde espacio. Hasta que al fin, los ignora, tanto a quienes lo rodean como a quienes se introducen en su mente, ignora esos sentimientos, que se disuelven tan rápidamente como a su cabeza llegaron. La curiosidad resulta, ya, ser más grande que el miedo en sí.
   Se incorpora y con la frente nuevamente erguida, se dirige hacia ningún lugar específico, está ansioso por conocer. Y así el hombre anduvo y recorrió, conoció y exploró, con asombro y decepción las virtudes y tragedias de este mundo.  Entró a bares pulcros y a tabernas inmundas, el alcohol probó, y vaso a vaso vació una botella de dulce licor dorado.    Enloqueció.
   Descansó, relajado en un montón de hierba suave, algo que siempre había disfrutado. El hambre le atacó y entonces enfiló a restaurantes y cafés, total, era uno más, ya no se destacaba en absoluto.
   Nunca había tenido tantas libertades, pero algo lo perturbaba, esos extraños sentimientos no desaparecían, se sentía atado a una variedad de cosas estúpidas y sin sentido.  Aún así, se dedicó a conocer, a disfrutaría ese momento.
    Salía nuevamente de un bar, cuando miró al horizonte y vio el rojo del  ocaso escondiéndose tras él. Ya casi no quedaba tiempo, sería peligroso continuar allí. Se encaminó, entonces , en frenética carrera a los densos bosques que aún rodeaban la espesa masa de metal y concreto, alejándose así más y más de las tentaciones, de los altos edificios , de la acelerada gente y los ruidosos autos, y acercándose  a los árboles, a lo puro, al silencio.
   Se mantuvo de pie en el linde del tupido bosque  y  esperó pacientemente. Por  fin, el sol se ocultaba junto a su último destello. El cielo cambió a un negro profundo con brusquedad sorpresiva y un cuerpo libre  y peludo se precipitó felizmente hacia los árboles.
   Corrió entre las hojas al amparo de la luna que iluminaba sus sedas, resplandecientes en plateados sobre grises. Su hocico volvió a hurgar en la tierra, aliviado, el olor de las hojas, de la tierra, del bosque y de la vida inundó sus sentidos y su mente, ya había cambiado. Toda turbiedad, todo sentimiento insano  había desaparecido con la luz de la luna. Eso era libertad.
   Se acercó a un grueso roble que crecía rodeado y sostenido por pequeños y delgados arbolitos y se ovilló entre sus raíces gruesas que sobresalían de la tierra. Pero algo asaltó su mente antes de que sus ojos ámbar se cerraran: todo volvería a comenzar el próximo amanecer. 

Micerino
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Agosto 31, 2012, 10:55:29 am
(http://2.bp.blogspot.com/-f98kfCB16V0/T_ymvLz9PAI/AAAAAAAAAA0/TqKYAR2IVh8/s1600/zeus.jpg)

Zeus advierte de la caverna llamada averno


De la mística antigua Zeus dijo; "La cosecha humana tendrá una parte de la maldad  de la deidad  que en la cueva  de oscuridad  mora, llamado así el mismísimo averno que al fondo del paraíso  humano alcanza  la deidad de la maldad”.    Baal rechazó  el bien hacer de mi ser y  en su voluntad sólo da instrucción de maldad diciendo de si, al que obedezca la maldad de inmediato  en si cosechará el poder.   Sólo que de si no señaló, que hasta que deje hacer  al que lo siga  en su encadenarse al reino de maldad.  A Baal y a otros dioses Zeus dijo,"Baal sembrarás la semilla de maldad del hacer y harás la ponzoña, que hiere el alma humana y serás la crueldad que se desplace y a mi no  te consagrarás".  Dicho ello Zeus lo hizo invisible  a los ojos de algunos y también  le retiró poderío  en una parte al que sabía ultrajar la pureza humana, ello sabía la altura del padre de deidades que  sería su hacer  y de inmediato llamó séquito de si.  Que destruir debía el hacer de aquel que quería vencer en maldad, sobre la madre tierra y en su ira Zeus que el más allá habita  dijo;"No será entronado  el dios de la maldad  en mi servidumbre.  Así ningún ser será destruido sin mí consentir  e hizo  en la deidad de la altura y en la de media altura, la raza dedicada  a la exterminación de la innobleza del alma, que en la deidad del mal se congracia en Baal.  Que sus cuernos  desplaza moviendo, para detectar el mal  en el corazón  y seguir con su poder para saber sobre quien  posee su deshumanizador hacer, ello es lo hecho  en el mal sembrador  del cierzo.   Que al corazón desalienta  y poderes da, al que embauca  y al que mentiras trae, con ello siembra el camino del dolor  que sobre otros en brevedad pasa".
Voces de la altura  traen el decir; "Ser que sirve a Baal  se eterniza y algún día  en el reino de la destrucción llegará su hora. Su dolor poco servirá allí al dios que deshumanizó su ser, para no seguir  el mundo de bondad que la deidad posee".   Así también se han oído las voces, que el viento trae a la memoria humana, que de si cuentan; "El sembrador de la semilla de maldad, es un ser que sobre si entronó maldad en el trono del corazón, ello vosotros no deben hacer que el a otro reino sirve".  Debes saber dijo de la altura un viejo sabio, que poderes tenía  y ha bien sabía  que el corazón posee trono, que limpio sirve al más allá del día que conoces y su existencia  lejana  crees de tú hoy. 

Así  el sabio  que a Zeus encarnaba dijo, prueba  tengo que el corazón posee trono de mi en su  alma llamada y entre vosotros el corazón es el umbral del más allá, de tú sabiduría  del hoy.  De  ello  preguntó ¿sentiste la campana que era el corazón que tañía  para avisar de lo destinado a tus seres amados y no supiste como sabias?  Ello es en exactitud la dote del fuego, que Zeus da  para encender el corazón humano con la eterna llama del amar,  que reside  en cercanía del  trono de la deidad del buen hacer.  Ese trono pertenece a Zeus, que de su deidad deriva  capacidades a otros de su raza, como se dijo de Cristo su hijo, que no entendiste  de su altruismo como fulgura  hoy en la sublimidad. De ello dijo Zeus;"Lo que de mi imperio viene, en cada amor que sientes  tiene presagio del trono, que en lo alto  del cielo mora  y aún crees vacío en tú limitación".

De los amores trajo ese viejo presagio en su sabiduría pero, Baal presagia de si en el odiar  y ello   recuerda la  altura  a la humanidad vuestra, que de el dice;"Es sembrador de toda maldad y el cierzo esparce en la voz de la dimensión, al que en su alma le oye.  Ello es el espino que atraviesa al mal hacer humano, que sabe su hacer de  la corona que  dejó la divinidad  entre el campo de mortandad".  A Baal enjuicia su sabiduría la cueva llamada averno, que a la maldad en si se abre, ello por  orden de exterminadores  de la raza hecha de Zeus, que a la maldad encierra  en la cueva de oscuridad.  Cuyo umbral que lo cierra es la lápida, en que se halla escrito ¡Los no traspasados a bondad aquí yacen! ello es la orden de Zeus a los exterminadores, que de si  gravan  a fuego en la lápida,  que era el corazón  endurecido e incierto al buen hacer, que tras si algunos dejaron.

Otros dioses  exterminadores  del mal, la lápida que sobre la cueva se hallaba la custodiaron para los que allí van, no salgan del mundo de endurecidos corazones, que traen a la memoria las empedradas lápidas.  Que al hoy recuerdan los campos de mortandad, que vosotros bien saben  del existir de lápidas llenas de yoes, que correr al bien  querían y les rigió la codicia y la crueldad.  ¡Así empedrada quedó el alma! dicen las voces  de deidades que en lo alto y sostienen de si, que al ser empedradas las almas es  el avistar en Baal, que el mal sabe ejercitar.  Ello bien sabe  el olimpo de deidades, que Baal caza almas que en piedras las convierte endurecidas, que deshechizar sólo el bien puede ello conjurar.  Ello ocurre  en la caverna que al sol yace incierta, que guardianes posee del más allá, con ello detiene  que la lápida no sea removida y sólo se abra  al que con dolor entrega su alma  allí ha habitar.

¡A donde pertenecen! claman voces de lo alto y a ello se aúnan las humanas vuestras, la voz del más allá  dice;"Sólo allí va el que la maldad dejó en si encierzar y no le deja ver el bien, de su deidad de bondad a vosotros y entre vosotros.  Aquello sabe el que invisible a ojos humanos  dirige, en su maldad para dejar yacer después empedrada el alma cobijada  entre el averno, las almas empedradas  que allí van, destruidas no son  por la deidad de Medusa.  Que sobre ellos rige no dejando su visión ciega, de lo allí a ver de Aserpientada, que es el antiguo nombre de     Medusa en Zeus hoy".  Con sus nueve víboras, que se levantan como su cabello y sus ojos poseen  el poder de hechizar  de su deidad y su cuerpo, con una cola endurecida de escamas  se arrastra en la oscuridad  de su alma.  Allí también habita el minotauro,  que en su bestialidad  enfureció más a Zeus  en su vejez, que  con servidumbre de deidades  a ellos acorraló para no dejar salir de la cueva del aberno  del ayer.
De la voz en Zeus es dicho;"El averno se encuentra en el fondo  de toda alma,  que abaja  su ser moral".  A ello voces que el viento mece dijeron tenues;"El averno  que desean olvidar  al fondo del alma  impura habita  y la maldad allí desemboca".  Aquellas voces son de los guardianes y  de la altura supieron, de su poderío que envuelve el aire y  de allí a la realidad vuestra, que son seres que adormecidos a ellos existen.   De ello han dicho; Han cuidado tu ser y en el umbral custodian el desembocar del bajo paraíso  en ti,  que ello el aberno es.   De ello habló el viejo sabio, que no oculta su saber  y siempre está más cerca de lo visto en ti.  Que dijo de si los guardianes en si, poseen las llaves del reino del alma humana, que corazón a su umbral llama.  Allí puso Zeus los dioses, que guardan el reino humano y marca poseen de a quien pertenecen vosotros si en el bien o al  mal.  Que ellos en el más allá de vuestras limitaciones, ven  la parte oculta de vosotros lo que creen que nadie ve  y nadie sabe.

De ello señala Zeus, hay dimensiones que separadas son en una deidad y disociar el hoy puede de allí Mortandad, que va a la carne vuestra y a la dimensión  que pertenece, allí graba el bien o el mal hecho entre las tres dimensiones, que posee vuestra carne perecedera.  De ello recuerda Zeus  a vosotros, que el aberno abriga a creaturas que su dimensión, hasta la sexta dimensión vuestra abarca.  Ello hace de si Aserpientada  la Medusa  del hoy, que hace su regir sobre  algunas lenguas mujeriles, que hábiles son al herir  en el decir.   El minotauro en si,  allí también  habita  y hasta la cuarta  dimensión rige la humanidad, con ello el dios Baal hoy ya aprisionado  allí.  Tiene su hacer  incierto  entre algunos, que probar deja el hado de la humanidad  y hasta la tercera dimensión posee en su llegar, con ello los más abajados en su existir moral son los que Baal  en su séquito quiere capturar.

Que en encierro a su maldad mora en la caverna del averno, cuya lápida grabó Mortandad que servidumbre da de si a Zeus, dejó en si una gran huella el insublime umbral que de empedrar habla a vuestra humanidad a los que en bajeza de si siguen a la deidad de Baal.  Ellos son los hijos de la desobediencia, en si llamados los que al mal han partido y ha vosotros desean  entre ellos.   Zeus ha permitido a sus campanas, separarse  del unísono tañir de la grandeza cuando se negaron  al buen hacer en si, sus campanas luego en el mal suenan a Baal.   De Zeus el cielo oyó en si; "Tomaré  lo que un día di a la cristalinidad del alma, que ello es la campana  del señor que soy, en el más allá".  Que desheredo de mi del bien al que maldad hace a otros de su raza y huérfano marchará con el corazón empedrado al averno de su cobijar.

Eolina
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en ſeptiembre 07, 2012, 15:10:37 pm
Celebramos las 10.000 visitas recordando que el plazo de recepción de relatos ya ha finalizado. A lo largo de los próximos días continuaremos subiendo las obras presentadas. Acto seguido se iniciará el arduo proceso de lectura/deliberación por parte del jurado.

 :clap:
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:24:25 pm
Noches secas

 
   Como cada noche, poco antes de recostarse sobre un mullido lecho de plantas y hojarasca, Eros deambuló ensimismado por su jardín, dejando que sus pensamientos se escurriesen, libres, haciendo a su mente soberana de nada en absoluto. Esta práctica era mucho más un ritual que una costumbre, y de tan depurada como los siglos la habían vuelto, el estado de abandono de sí mismo en que Eros se encontraba al acabar su paseo nocturno acercaba el aspecto de su semblante al de cualquiera de las lombrices que cavaban bajo sus pies: tan inescrutable como una esfinge, y al tiempo tan natural como la lluvia en otoño.
   Naturalmente los dioses moran planos de realidad completamente ajenos a nuestro tiempo y a sus caprichosas reglas, de modo que cuando Eros, luego de su vagar sempiterno, se abandonaba al sueño, ningún ser conocido dejaba de sentir el cálido latido que las cuatro letras de su nombre despertaban en sus corazones; ¿de qué otra forma podría conciliar un dios las responsabilidades eternas que su condición le acarreaba con las exigencias de su vida personal?
   No será aquí donde se ponga en duda la sabiduría del cosmos, conque perded cuidado de lo que las costumbres de Eros puedan ocasionaros, y volvamos a su jardín la noche en cuestión; llevaba un buen rato dando vueltas alrededor de un frondoso y aromático laurel cuando viró lentamente y retomó la marcha, en dirección al lecho. En ese momento su mente ya estaba vacía por completo, depurada de excrecencias y ajena a sus sentidos, y su consciencia, sintiéndose huérfana de repente, se aferraba a la sensibilidad de su propio organismo: la tensión en sus músculos al andar, el húmedo frescor en su piel, la respiración apacible… y cómo no, el ardiente pálpito de su sexo, hirviendo a la misma temperatura que la sangre en sus venas, y crepitando al mismo compás que los latidos de su corazón. Esta percepción, como las llamas devoran el oxígeno a su alrededor, disipó a las demás en muy poco tiempo, y se mantuvo con firmeza durante el resto del trayecto. Para cuando Eros llegó al jergón y se arrellanó en él, dispuesto a abandonarse al sueño, sus pupilas eran como de lava, y todo cuanto había en su interior ardía con más intensidad que dentro de las legendarias fraguas de su padrastro Hefestos. Todo excepto su mente, que como cuidadosamente había procurado, permanecía desierta e ignoraba cuanto ocurría a su alrededor; pues no era otro el cometido del ritual que cada noche celebraba, con cuerpo y mente como únicos comparecientes, sino el de convertirse en una inflamada pira de deseo, del más puro y genuino deseo; y del mismo modo en que los animales, siervos sumisos de sus propios instintos, ejecutan aquellas tareas que les son inherentes con mayor naturalidad y valor que los humanos que les emulan, ¿qué mejor forma para Eros de encender la llama del deseo y consumirse con ella que dejar la mente en blanco y ser él mismo? Cerró entonces los ojos, y bostezando como una sima profunda, se durmió.
   Estaba sentado detrás de una mesa metálica frente a una puerta, en una habitación de paredes blancas y desnudas, con una planta de plástico en un rincón. A un lado, sobre la mesa, descansaba una pila de carpetas archivadoras, y junto a esta, en el centro, un montón de papeles, mecanografiados con una letra minúscula, y colocados en perfecta simetría con las rectas y ángulos de alrededor. Sin la menor resolución o entusiasmo, pero sin poder evitarlo en modo alguno, Eros comenzó a revisar los papeles, uno a uno, comparando los datos que contenían, y a depositarlos en otro montón a medida que acababa con ellos. Poco a poco empezó a ser consciente del polvo que se depositaba en la planta del rincón, y en el suelo, y sobre la mesa, y sobre su cabeza y su espalda, y del ritmo al que esto ocurría. Cuando quiso darse cuenta, el gris metálico de la mesa había sido suplantado por un gris moqueta, y el montón de papeles revisados, tan alto como la pila de carpetas, todavía era más pequeño que el montón original. De repente, pero sin que esto le ocasionase el menor sobresalto, sonó una especie de timbre intermitente, procedente de algún rincón incierto. Eros depositó los papeles que tenía entre las manos sobre el primer montón, se levantó de su silla, volvió a colocarla en su lugar, y salió por la puerta.
-   Gris moqueta… ¿qué cosa será una moqueta? –se preguntó Eros mientras se reclinaba-. Doy gracias al cielo, que al menos esta noche me he despertado antes de pasar frente al espejo del pasillo. ¡Juro por la sangre que me nutre, que si vuelvo a ver esa faz de atontado, me corto el cuello aquí mismo, y que el resto de especies se perpetúen como puedan!
-   Querido hijo mío, no digas cosas de las que puedas luego arrepentirte –dijo Afrodita, subiendo el camino hasta los pies de la cama de su hijo. Ya era por la mañana, y todo era luz alrededor-. Sabes bien que es tu destino incendiar los corazones de todo ser vivo; así pues te ruego que atiendas a tu cometido con el fervor que corresponde, y honres así a tu madre para siempre jamás.
-   Responded entonces por qué quien abriga fuego suficiente para prender millones de romances en el mundo entero, no puede quedarse para sí un triste rescoldo en sus horas de descanso. ¿Madre, qué es una moqueta?, ¿y la tasa anual equivalente?
-   Hijo, tus palabras parecen producto de una maldición perversa, pero bien sabes que tus sueños no son obra de Morfeo o de su padre. Así pues, ¿a quién podemos recurrir para poner solución a tan arduo trance?; ¿por qué no destierras ese anhelo, que cada noche hace que la herida te escueza más y más por la mañana, y con él esa especie de ritual, que cada día se revela más y más estéril?
-   Madre, no sabes lo que me estás pidiendo… –ahora la voz de Eros, aunque apenas audible entre el gorjeo de los pájaros del jardín, resonaba en el corazón de su madre, presa de la desesperación-. Porque cuando descanso sin haberme revestido de mi propia naturaleza, esto es, sin encontrarme prácticamente ahíto de ardor, en el transcurso del sueño llego a comprender los términos y palabras que manejo, y con estos los objetivos de mi incesante quehacer frente a esa mesa de metal. Al menos de este modo puedo descansar en la ignorancia. Madre, ¿existe algo peor que ejecutar la más infame de las tareas, siendo además consciente de que es esta completamente inútil? ¡Por Zéus, que alguien me diga qué es el producto interior bruto!
-   Hijo mío, la congoja me inunda, y desespero al ver tan hondo sufrimiento en la carne de mi carne, pero en verdad pareces estar perdiendo el juicio: ¿por qué anhelas tan profundamente la ignorancia en el sueño, si luego no tardas en llorarla durante la vigilia?
-   Madre, ¿desde cuándo la pérdida de memoria es una virtud?
   No bien pasó un parpadeo desde que Eros y su madre comenzaron su charla, cuando Artemisa, en busca de algún cervatillo en que hundir una de sus poderosas flechas, estuvo lo bastante próxima como para escucharles. Justo en el punto en que hemos dejado su conversación, Artemisa reanudó su marcha con una piadosa sonrisa, y dijo para sí:
-   ¡Cuán fácil resulta para un rico quejarse de aquello de que cree carecer! Después de una eternidad repleta de ardorosos romances y húmedas fantasías, penan por sus noches secas. ¡Que prueben mi eternidad de virtud y castidad...! Quizás así entiendan por qué sonrío mientras descanso en el lecho, y por qué cada día me levanto con estos bríos imparables.

Porcellino Rosso
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:25:42 pm
Relato 1

Siempre he creído en la búsqueda de un fin superior a uno mismo; al menos a las limitaciones intrínsecas y circunstanciales de uno mismo. No me fío de los que pasan por la vida de puntillas, concentrando sus energías en remarcar su individualidad a través de idénticos caminos. Llámenme prejuicioso, aunque les advierto que en el trato soy exquisito. Me gusta el dinero, el lujo y enviar a dormir a ese yo bien entrado el amanecer. Pero distingo demasiado bien la hipocresía y la falta de talento; un eterno lastre.
Pensaba en estas cosas (ya saben, sin conciencia física de formar exactamente estas frases) mientras me alejaba del puerto de Santander con el que sería uno de los últimos envíos de trigo a Cuba. Era consciente de que aquellos días de pura ociosidad a cambio de un trabajo mecánico dejarían de resultarme satisfactorios en algún momento, pero también de que no llegaría a constatarlo. Las continuas pugnas entre proteccionistas y librecambistas mantenían en vilo al país. El precio del trigo se había disparado mientras algunas regiones exigían la entrada de pan extranjero; unas por hambre, otras para bajar salarios y contrarrestar las pérdidas de su industria. Mientras, en la isla preocupaba el azúcar y cómo venderlo a Estados Unidos. Sí, era innegable. La rutina cambiaba.
Mi papel en los acontecimientos es pequeño. No soy un hombre de letras ni versado en política. Mi sitio desde hace un tiempo es el mar y ya va siendo hora de que reconozca que, a efectos prácticos, yo también paso por el mundo de puntillas; por mi propio cosmos, que es peor. Ni todo el océano puede ocultar ese rincón de mi ser que no deja de repetirme que nada es suficiente.
Llegados a este punto, permítanme preguntarles: ¿nunca han pensado en cómo hablaría realmente Plutarco consigo mismo? Para un no coetáneo cuesta imaginar el diálogo interior de grandes hombres del pasado como algo natural, identificable en las expresiones de nuestro tiempo. Pero yo tengo una teoría. Cualquiera que no pertenezca al género de los flageladores o las beatas sumisas es capaz de expresarse mentalmente con entereza y franqueza, razonamientos estúpidos y formulismos aparte. El motivo de este paréntesis no es otro que buscar la simpatía del lector y que reconozca, si la tiene, su propia búsqueda en la mía.
Confieso que soy débil. Por mucho que la soledad no deje de acompañarme, en mi imaginación he hecho el amor sin inhibiciones, pero con toda el alma. También he paseado a un cormorán aficionado a la absenta con correa y he recorrido Bután sin sufrir mal de altura ni padecer del estómago. En la realidad, no soy otra cosa que un suicida emocional.
Empieza a llover y me fuerzo a levantar la vista. Mientras, el puerto empequeñece. Volvía a girar la rueca despiadada y caprichosa que me trajo a este lugar.



Epílogo

-   Es tarde y la presión te puede; lo noto. La de las eternas preocupaciones y las impuestas para huir de lo cotidiano.
-   No hace falta ser un gran observador para notar eso.
-   Vamos, no claudiques tan rápido. Sabes que la única diferencia es que piensas unas pocas horas en el concurso y cambias de nombre el motivo para castigarte.
-   De nuevo, no eres un gran observador.
-   Y de nuevo caes en la obviedad. Soy tú. Si fuera mejor observador no tendría esta conversación contigo porque ya habrías encontrado la salida.
-   ¿Aún crees que existe?
-   Sé que no se encuentra en esa odiosa costumbre tuya de disipar tus sentimientos entre líneas, dejándolos caer lo más imperceptiblemente posible por miedo.
-   Me gustaba más hacerlo con miradas; aún lo intento.
-   Como a todos. Pero no puedes buscarlo donde todos.


Receptáculo

Decido devolver al antihéroe al agua. Por mucho que me esfuerce, su mezcla de melancolía y pedantería no resulta creíble. Le veo como un ser que carga cajas para internarse en otra existencia, pese a que su capacidad es muy superior. Pero, ¿quién lo va a comprender?
Vuelvo a cuestionarme la utilidad de la sinceridad; cuánto debe haber de ella en un relato lo más original y ficticio posible. Y de nuevo retorno al punto de partida. Si no soy capaz de abstraerme lo suficiente, cómo voy a abstraer a alguien que me lea desde la más infinita distancia. Así que al carajo. Si alguien saca utilidad de estas palabras, que sea yo.
Hace unos meses hice balance de mi vida hasta una fecha concreta y el nivel de cabrones, resentidos e inútiles que he dejado que se cuelen en ella es alarmante. No les importa el talento, la esperanza o la entrega. Sólo adquirir un trofeo al que chupar la sangre cuando, haciendo gala de sus supuestas cualidades, no se pliega a sus deseos; los de ellos, que se sitúan por sus propios actos en una posición objetiva de inferioridad. Maldigo las innecesarias luchas de egos y a los individuos que sólo saben defenderse y reaccionar a sus mierdas a través de la crueldad con el prójimo. Dios no hará nada por poner las cosas en su sitio, pero confío en que una losa casi imperceptible os acompañe hasta el final recordándoos que pudisteis elegir y tenerlo todo, y no fuisteis más que cobardes incapaces de enmendar vuestros errores. Porque así será; os quedan muchos años y jamás repararéis parte del daño. Sois la mejor representación del egoísmo.
Casi continuamente percibo la sensación de mi propio fracaso, de los sueños que vuelven a torcerse, pero sigo sin perder mi capacidad de asombrarme. Y siempre habrá quien, aunque sea por un momento, mirará lo que le rodea con la misma curiosidad y fascinación que yo. Vuelvo a hacer balance, ahora fijándome en todos los prismas. Sigo aquí, soy un superviviente. Disfruto con la ansiedad del que se cree en su último día, percibiéndolo todo más y mejor que quienes fluyen en una cómoda cotidianeidad. Sé que me marcharé, que las cosas nunca serán fáciles por mucho que lo desee. Pero llegaré a lugares y estados que la mayoría ni siquiera concibe, porque ya he vuelto de los peores rincones de mi mente en la más cruenta soledad. Las mejores sensaciones son mías, me pertenecen por derecho y quien quiera compartirlas aprendiendo conmigo no se arrepentirá jamás.
Intenté escribir una historia impactante, poco convencional y con personajes carismáticos, lo prometo. Pero como a veces me puede el pasotismo, me dije que para qué ocultarme tras todo eso.

Ms. Endurance
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:27:04 pm
Sin palabras


   Nos quedamos sin palabras y el silencio se hizo eterno. Nunca me lo tendría que haber dicho, no hubiera hecho la pregunta y todo sería diferente. Lo pude perdonar, por un rato, porque no me quedaba otra, no hay más opciones ni más personas, desde que estamos acá no hay mucha gente con quien hablar. Dos mil ochocientas personas, quien diría que en un pueblo de dos mil ochocientas personas no encontraría a más de tres o cuatro con quien mantener un diálogo interesante. Quitando a los niños y a las viejas sordas no quedan muchos.
    De todas maneras yo me lo busqué, me podría haber vuelto a la ciudad cuando cerró el negocio, podría haber vuelto con Laura, pero no lo hice, ella tenía claro para que volver siempre había querido estudiar medicina, la enfermedad de papá me había hecho regresar al pueblo, a ella nunca la dejó irse. Era tan importante para él que sigamos con el negocio, que aunque ya había cursado dos años de la carrera de Arte, me quedé para acompañar lo que para Laura sería un calvario. Después de 15 meses de dura agonía falleció papá y seis meses después los Furlan ofrecieron comprarnos el negocio, ese era el gran temor de papá, que terminara en manos de los Furlan, pero a nosotras no nos manejaba la culpa sino el sentido común y la oferta era generosa para un negocio tan poco lucrativo y aburrido como el nuestro. Con ese dinero Laura podría instalarse en Buenos Aires comenzar a estudiar y buscar un trabajo medio tiempo. A mi por otra parte me habían ofrecido trabajo en la taberna, bien pago, tenía la casa de papá y la tranquila vida de pueblo me sentaba bien. La carrera de Arte había comenzado a resultarme aburrida, los docentes demasiado pedantes, y sus seiscientos cuarenta estudiantes; aburridos y mediocres, muy diferente a la gente de la taberna. Me gustaba pasar el rato allí. En la taberna, estaban todos borrachos, nadie era verdaderamente persona y me di cuenta que no me gustan mucho las personas. Las varias veces que alguna situación se habría tornado violenta, mi condición de mujer, joven y bonita me había resguardado de cualquier daño.
   El venía Todos los jueves, le decían Rocco, nunca supe si era su nombre o algún apodo. Se juntaba allí con sus amigos del colegio y al rato, ellos también, estaban todos borrachos. Rocco, que bebía moderadamente, se aburría cuando sus amigos comenzaban a dejar de ser ellos mismos, entonces venía a la barra y charlábamos largo rato. Así nos quedábamos todos los jueves hasta las dos de la mañana, charlando sobre agradables banalidades que sin darnos cuenta se convertían a veces en profundas verdades. Alguna vez me enteré que daba cursos de filosofía medieval entonces comencé a ir a sus clases que me resultaban apasionantes. Y así transcurría mi vida sin mayores sobresaltos. La taberna por las noches y la filosofía medieval por las tardes, clases y lecturas.
   En la taberna todo era distendido y alegre, las noches que venía Rocco, tenían para mi un cariz especial, hablábamos, distendidos y risueños sobre bueyes perdidos hasta el amanecer. En las clases las discusiones muchas veces se volvían acaloradas y nuestras disquisiciones retoricodialécticas, en muchos casos, dejaban afuera a los demás que, lejos de molestarse, disfrutaban y se nutrían de nuestro “show”. Resultó ser que, sin saberlo, yo tenía muchos pensamientos controvertidos que muchas veces a Rocco le costaban digerir. Todo era, quizás una cuestión de moral y la mía era bastante cuestionable, teñida de demasiados visos personales. La de él por otro lado, era una moral que seguía la tradición, una moral práctica y correcta, que se enmarcaba siempre en el punto de vista teórico.
   Se desesperaba al sentir que no lograba hacerme entrar en razón, Su razón, acotó alguien alguna vez, uno de los que nunca hubiera creído que entendiera o escuchara lo que decíamos los demás.
   Así transcurrieron los meses que no llegaron al año. Los lunes discutíamos filosofía. Los jueves nos reíamos de todo. No solía tener muchas otras relaciones, los clientes de la taberna, mis compañeros de filosofía, y una rigurosa llamada de Lura por semana, para cerciorarnos ambas, que estábamos bien.
   Para mi aquello era suficiente.

   Un día apareció una nueva integrante en el grupo de estudios, Rocco me la presento:
-Mi novia una amiga, una amiga mi novia
   No volvió a ser lo mismo desde entonces. Rocco tenía una novia, hacía tres años que estaban juntos y repentinamente había decidido interesarse por la filosofía medieval. Era bailarina y daba clases en el instituto para niñas, era una mujer realmente hermosa, de aire misterioso y movimientos etéreos. Se llamaba Celeste, como el cielo.
   Las discusiones filosóficas se volvieron menos apasionadas, monótonas quizás, los jueves a la noche Rocco comenzó a beber, no llegaba a estar borracho pero tampoco resultaba interesante. Hasta que una noche nos quedamos sin palabras. El lunes yo no fui al grupo de filosofía, el jueves él no vino a la taberna, a la semana siguiente tampoco fui al curso. Pero él sí apareció el jueves siguiente en la taberna, tenía un aspecto extraño. Algo había sucedido pero no me dijo nada.
   El tiempo siguió pasando, y todo fue cambiando para volver a ser igual. Rocco dejó de beber y yo volví a apasionarme por la filosofía medieval.  Pasó el tiempo, alrededor de un mes. Un lunes, nunca hablábamos a solas los lunes, me retuvo en la puerta mientras el resto de mis compañeros se retiraban, esperé pacientemente hasta que el último se hubo alejado los suficiente. Rocco palideció de repente y lo que quería decir no parecía fácil de expresar, finalmente me lo dijo rápido y sin rodeos, Celeste falleció en un extraño accidente.  –Cuándo– Hacía algo más de un mes atrás.
   Le tome la mano, le di mis condolencias, y un abrazo reconfortante. Con determinación me fui alejando, pero el paso se alentaba conforme la distancia aumentaba y Rocco me detuvo gritando mi nombre, me di vuelta sin acercarme, solo lo miré desde lejos y a contraluz, él dio un paso hacia mi pero se detuvo allí donde el reflejo del sol me impedía ver su cara, me acerque lo suficiente y no dijimos nada.

   Rocco la beso. Pasaron la noche juntos.
   El lunes ella no apareció en la clase de filosofía.
   El jueves él volvió a la taberna, se besaron y pasaron la noche juntos, a la mañana siguiente él preguntó
- ¿Vos sabés que le pasó a Celeste?

   Lo miré fijamente y en silencio, no sabía como decirle que sí.

Sarai
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:29:10 pm
Mi Doble


No la merecía. Me agobiaba, me mataba, lamía mis intestinos carcomidos con lengua de lija y agujereaba mi hígado con pico de águila. Me envenenaba el alma. Sus garras de felino rebotado arañaban mi piel, dejando en ella unas heridas sangrantes que no lograban cicatrizar por más sal que les arrojaba, y pulverizaban la placidez que había conocido en épocas pasadas. No podía soportarlo. ¿Qué hacer? No lo sabía, pero mi espíritu de conservación me indicaba que definitivamente tendría que librarme de ella.
Llevaba tres años enquistado en la agonía, a merced de una racha de mala suerte que ensombrecía descaradamente mis sentimientos, los fustigaba, y hacía que el infortunio y el desasosiego más implacables me siguieran como compañeros de viaje los siete días de la semana. A todas partes. Invadían mi intimidad mañana, tarde y noche. ¡Fieles servidores que tenía que aguantar! Recuerdo como si una sombra perversa y completamente perniciosa me desobedeciese constantemente y, aparte de no separarse de mi cuerpo más que cuando se fundía con la oscuridad de mi dormitorio, me privara de la libertad que todo individuo necesita, obrase con mala intención y después me culpara, como único presente en el momento y el lugar elegidos, de los dispendios, destrozos o agresiones que se sucedían a mi alrededor. ¿Por qué a mí, una persona que se esforzaba en su trabajo, cumplía su horario y satisfacía con creces sus objetivos semanales? ¿Por qué a mí, un tipo afable y atento con el prójimo? Aún hoy, ¡pobre de mí!, no sabría resolver esa cuestión. No estaba preparado para ello. No solamente el jefe se mostraba indispuesto y enojado conmigo, eran también mis familiares, mis amigos, todos mis vecinos y conocidos los que cambiaron el concepto que se habían formado sobre mi persona, excelente en días de gloria, por otro nefasto cuya causa no llegaba a comprender con claridad. Habría puesto la mano en el fuego, aun sin conocer la razón que me inducía a hacerlo, porque el colgante que me había regalado mi chica, Marlenne, hacía cuatro veranos, y que para más detalle llevaba grabado su nombre, tenía mucho que ver en la sucesión de calamidades que se empeñaban en colaborar con toda su energía en malear mi vida y meterme en el saco de los más odiados del barrio. Sin embargo, sabía que aquel castigo tenía un período de caducidad previamente establecido y esperaba con ansiedad su breve desenlace.

Siempre se ha rumoreado que, por increíble que nos parezca, todos tenemos un doble que podría residir en mundos totalmente distintos, tal vez opuestos, al nuestro. En otras épocas, planetas, dimensiones o, incluso, universos paralelos. ¡Ahí es nada! No sé si por suerte o por desgracia, más bien me decantaría por lo segundo, el mío me había tocado bien cerca. Cada mañana, cuando el sol se desperezaba y me hacía acariciar mis últimos sueños con unos dedos que perdían sensibilidad a medida que mi mente se refrescaba, intentaba controlarlo. ¡Mi viva imagen! Los mismos rasgos marcados, la misma barba de cuatro días, cuando la tenía, los mismos ojos saltones y, cómo no, las mismas expresiones, cansinas algunas veces, voraces otras, pero siempre repetitivas a esas benditas horas. Tenía hasta los mismos tics que yo, las mismas costumbres y los mismos horarios. Todo igual. ¡Virgen Santísima… qué pesadilla! ¿Estaría aún dormido cuando lo veía? Algunas veces me pasaba un tiempo sin cruzármelo, horas enteras quizá, días incluso. Pero, desde luego, no era lo más habitual. La regla general era verlo de buena mañana con los labios caídos por un lado e intentando encontrar una razón para continuar el día por el otro; o por la noche al acostarse, más contento que unas pascuas, porque vivíamos uno junto al otro en unas viviendas cuya diferencia más notable la marcaba la iluminación. Nos separaban unas paredes de ladrillo, muy delgadas, como en la mayor parte de los pisos que se construyen hoy día. No sé quién, supongo que sería obra del propietario o del antiguo inquilino, había instalado una pantalla de televisión en la que podía vigilar sus movimientos. Era consciente de que se trataba de una violación de su intimidad, sí, de una obscenidad si nos ponemos en lo peor, pero la idea me resultaba atractiva y casi me acostumbré a observarlo. Sólo cuando vi ese monitor moderno y ultrasensible me di cuenta de que aquel tipo desaliñado y ojeroso era mi doble.
   No sé en qué invertiría el resto de su tiempo, pero normalmente utilizábamos el baño a la misma hora. La pantalla, mi chivata personal, así me lo indicaba. Se lavaba la boca con las mismas ganas que yo, es decir, ningunas. Hacía sus necesidades con igual cadencia e incluso calzaba mis mismas zapatillas y vestíamos la misma ropa. Con lo que siempre me ha fastidiado que copien mi indumentaria... ¿La compraría también en la misma tienda? ¡Qué obsesión! ¿Acaso carecía de personalidad y le costaba decidirse por las prendas que adquiría? Se apoderaba de mi gusto a la hora de comprar las toallas, porque…, él también debería tener un monitor que le ofreciera imágenes de mi casa para controlarme, igual que yo a él. Tal vez, como a mí, le resultase divertido hacerlo. Hasta nuestras salidas de fiesta coincidían, porque cuando me levantaba con resaca lo encontraba en idénticas condiciones a las mías. No era tonto y me daba cuenta enseguida. Si me encontraba fastidiado por la fiebre o algún constipado desagradable e inoportuno, él también lo padecía. Engordábamos o adelgazábamos siempre en la misma época. Claro, por algo era mi doble… ¡Ay, mi doble! Comprendo. Y qué cerquita lo tenía. Hasta nuestras amantes se parecían…, ¿teníamos el mismo paladar en cuanto a mujeres se refiere?, y la mosca cojonera que revoloteaba por mi casa era la misma que desangraba sus insoportables zumbidos por la suya. Estábamos tan cerca… y sin embargo, ¡qué extraño!, no lo encontré nunca en el rellano de las escaleras, en el ascensor o en la calle. ¡Qué cosas! Siempre en casa.
   El caso es que cuando no se entregaba a la pantalla, ni me acordaba de él. Pasaba las horas en mi trabajo, mirando la tele o leyendo un libro en casa y me alejaba de su recuerdo. Gracias a Dios. Sin embargo, a veces me aburría y acudía a contemplar lo que hacía. Seguía sus pasos hasta donde me permitía el monitor. ¿O él me seguía a mí? ¿Me querrá imitar? ¿Se estará mofando de mí? No es de recibo, ¡no señor!, que haga constantemente lo mismo que yo. Es antinatural. Una ley que se cae por su propio peso. Una cosa es que nuestro parecido físico raye lo surrealista y otra bien distinta que tengamos los mismos movimientos y las mismas necesidades. Las mismas formas de disfrutar. Aunque algunas personas se pasan la vida buscando a su doble sin encontrarlo, la mayoría ni lo intentan, simplemente les da igual. Pero a mí, ¡Dios, qué castigo!, me había tocado junto a mi casa. ¿Habré hecho algo malo en otra vida para que me asignen un vigía de semejantes características? ¿O lo habrá enviado la Providencia para que, al verme reflejado en él, me dé cuenta de mis propios errores? No lo sé, pero había veces que me sentía agobiado y controlado. Vigilado.

Una noche cualquiera de un día cualquiera invité a Marlenne a cenar en un restaurante argentino. Buen vino y magníficos asados, excelente ambiente y mejor música. ¿Una copa?, ¿por qué no?, deliciosa… ¿Otra?, está bien… El calor del alcohol nos desinhibió y nos curtió de una capa de sensibilidad y deseo que poco después nos llevaría a bailar un tango. Genial. Pero bebimos más de la cuenta. A la salida, alguien que llevaba la lascivia creciendo en su rostro le soltó un piropo punzante y doloroso a mi chica. Una desfachatez por su parte. Una indecencia. La falta de respeto me hizo perder los papeles y discutí con aquel tipo, que aún saboreaba la impudicia en sus labios. Sus palabras me acuchillaron el alma. Me enfadé mucho y mis nervios, barnizados de combustible, se incendiaron en un pis pas. No llegué a las manos con él porque el portero de la sala relajó el ambiente y bifurcó nuestros caminos en sentidos opuestos, pero faltó poco para que le soltara un puñetazo y le partiera la nariz como a un boxeador vencido. Volví a casa de malhumor, mi novia intentando serenarme con una cohorte de susurros sin precedente en nuestra relación. Subimos, cerramos la puerta y nos servimos una copa. La última –dijo ella, tan comedida como siempre, mientras repartía su ropa por el sofá y se afanaba en desabrochar los botones de mi camisa-. Me besó, la besé, y una cálida caricia llevó a un apretado abrazo que culminó en una sesión de amor sobre las sábanas blancas de mi cama. Cuando hubimos rematado la faena empecé a sentirme indispuesto. Claro, la bebida… Me disculpé ante la muchacha y me fui. Salí al pasillo. Al final, la puerta del baño abierta. La luz, no alcanzo a comprender el motivo, permanecía encendida. Seguí caminando hacia el excusado y lo vi. Mi doble se acercaba a mí con tanta calma como yo a él. Nos miramos sagaces y, como gatos ariscos y escurridizos, recelamos el uno del otro. Los dos hacíamos, como siempre, los mismos gestos. De una manera casi mecánica. Dios mío…, ¿tan parecidos somos? Encendí la luz del corredor y él hizo lo propio en su casa. Al mismo tiempo. Me permití conjeturar por primera vez en mi vida que la cámara de vídeo grababa mis imágenes para ofrecérmelas en el monitor a través de un circuito cerrado. ¿Será ésa la explicación, seré espectador de mis propias actuaciones y aún no lo sé? Es posible que así sea. Los cuatro focos que alumbraban el pasillo fileteaban mi sombra en un claroscuro que variaba según tamaño y distancia. Entré al baño y comencé a orinar. Mientras lo hacía, giré mi cabeza grasienta a la izquierda y me di cuenta de que mi doble hacía lo mismo. ¡Desvergonzado! Me observaba. Lo observaba. Me lavé las manos y me sequé con la toalla. Hasta entonces no me había dado cuenta, seguramente porque el colgante lo utilizaba solamente para ocasiones especiales y lo primero que hacía al llegar era colocarlo en mi mesita de noche, pero cuando tenía a Marlenne entre mis brazos no me lo quitaba hasta que ella me dejaba en casa para irse a la suya. La amaba y era una especie de homenaje que quería brindarle. Muy gratificante para mí. Mi doble apretó la mandíbula y su labio superior se contrajo al ver bailar el trofeo de mi novia en mi cuello. Su mirada se acortó y se concentró en la mía, escueta y trémula, sus puños apretados y su mentón mojado por la baba que caía por la comisura de sus labios gruesos y amoratados. Cerré los ojos, respiré profundamente y me di cuenta de que lo seguía en sus movimientos. Una bocanada de aire me quemó por dentro y sentí la hiel desfigurar mi estómago. Ulcerarlo. Llevó su brazo hacia atrás, cogió impulso y dio un tremendo puñetazo a la pantalla, que como un relámpago se hizo añicos, estalló en decenas de piezas de un puzzle que pulverizaba mi propia figura. Sentí un dolor agudo en la mano. Miré mi puño y lo encontré ensangrentado, como el suyo, y su imagen se desvanecía a medida que los trozos de vidrio caían al suelo. Me volví a lavar las manos y coloqué una tirita en mi herida. Cuando quise observar lo que quedaba de pantalla, vi un retazo de aquel tipo pegajoso. Unos de sus ojos no dejaba de observar el mío. El derecho. Despegué el último trozo de cristal de la madera y me fui. Siete años de mala suerte me esperaban a la salida del baño.

Segundo Sereno
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:30:21 pm
El tío Alfredo


   Esta mañana mientras desayunaba escuchando las noticias, vino a mi mente una historia que creía olvidada ya hace tiempo, la historia del tío Alfredo. Mi familia supongo que como la mayoría, es bastante corriente, por eso no es de extrañar que las andanzas, de mi “peculiar” pariente, quedaran tan bien registradas en el anecdotario familiar.
   Alfredo era el hermano menor de mi abuelo, o sea, el tío de mi madre. Como estaba soltero y no tenía mayores compromisos, no era raro encontrarlo en casa de mis abuelos de visita. Un buen día el tío Alfredo desapareció. Al parecer había vendido el pequeño apartamento en el que vivía y se había marchado sin avisar. En un primer momento todos se preocuparon, pero al final concluyeron que ya aparecería, era joven y seguramente estaría buscando aventuras. No se equivocaron, unos meses después, regresó. Era pleno invierno y hacía mucho frío, por lo que no se sorprendieron al verlo llegar con gabardina y sombrero(a pesar de que aquel no era exactamente su estilo). Mis abuelos estaban tan felices de que hubiese vuelto que no repararon en su  extraña actitud, se le veía muy nervioso y nada más entrar en la casa se dirigió a las ventanas a correr las cortinas. Su visita fue breve, dio unas explicaciones un tanto inverosímiles sobre su situación, besó fuerte a la abuela, abrazó al abuelo, colocó en las manos de mi madre (que por entonces apenas era una niña) una caja de golosinas y se marchó. Tuvieron que pasar de nuevo varios meses para que volviera. Ya había entrado el verano y el calor se hacía notar, por eso esta vez la gabardina y el sombrero sí llamaron la atención de mi abuela, que empezaba a sospechar que algo no andaba bien. La visita fue más breve aún que la anterior, se puso al día más o menos sobre la familia, plantó dos besos a la abuela, abrazó fuerte al abuelo, volvió a dejar los caramelos en las manos de mi madre y se largó. Su vida empezaba a ser un misterio. Mi abuelo se exprimía la cabeza intentando adivinar en que podía estar metido, si tendría problemas con la ley o con el juego o si tal vez solo estaba pasando por una crisis de nervios. Otra vez pasó mucho tiempo antes de que regresara de visita. Estaba muy desmejorado, había adelgazado y se le veía más pálido y nervioso que las veces anteriores. Esta vez no se escaparía sin dar respuestas, aseguró el abuelo a su mujer. Y así fue. En cuanto cruzó el portal le ordenó contarle de inmediato los líos en los que andaba metido, que no se preocupara, que fuera lo que fuera él le ayudaría. Pero el tío Alfredo parecía no querer soltar prenda, así que al abuelo no le quedó más remedio que acudir a su viejo método de la infancia…sacudirlo. El tío Alfredo habló, pero lo que les confesó los dejó con la boca abierta.
   Al parecer, llevaba un tiempo trabajando como espía y había conseguido reunir información sobre gente muy importante de la política y de otros ámbitos. Por este motivo la CIA (nada menos) lo estaba siguiendo, quien sabe con que intensiones, bueno, seguramente no muy buenas, aclaró. Así que solo podía visitar a la familia de vez en cuando, escondido bajo la gabardina y el sombrero para así no ser reconocido. Mi abuela incapaz de resistirse ante tal comentario, aclaró que sin ánimo de ofender, intentar pasar inadvertido en pleno verano con gabardina y sombrero no era muy propio de un espía profesional. El tío Alfredo se la quedó mirando un momento, como si aquel comentario no fuera con él y después de un silencio un tanto incómodo prosiguió con su relato. Les explicó que por esta razón no podía tener un domicilio fijo, así que vivía un poco aquí y un poco allá. Extrañaba su antigua vida pero no podía hacer nada para recuperarla, estaba demasiado “metido en el ajo”, según dijo. Mi abuelo se había quedado mudo y lo observaba muy serio. Después de escuchar atentamente toda la historia, concluyó que su hermano pequeño se había vuelto completamente loco, pero no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a darle un fuerte abrazo y a pedirle que se cuidara y que por supuesto volviera  pronto a visitarlos. El tío Alfredo aseguró que así lo haría, besó fuerte a la abuela, abrazó de nuevo al abuelo y entregó los caramelos a mi madre. Así como llegó, se fue. Mis abuelos preocupados, lo vieron marchar. Iba andando nervioso, mirando para todos lados, girándose de vez en cuando para comprobar si le seguían, en un momento dado, cuando ya estaba a bastante distancia de la casa le vieron esconderse detrás de un árbol, fue entonces cuando el abuelo ya no aguantó más: —¡Está chiflado! —dijo mirando a mi abuela con los ojos muy abiertos, a lo que la pobre no tuvo más remedio que asentir con la cabeza.
   Aquella fue la última vez que le vieron. Lo buscaron por todas partes, familiares, amigos, vecinos, hasta la policía, incluso dieron un aviso por la radio. Nada. Pensaron que seguramente en algún ataque de locura se habría arrojado al río o simplemente desorientado se habría marchado lejos, quien sabe a donde.
   Esta historia regresó a mi mente como les contaba, esta mañana escuchando la radio y es que si bien antes solo había reparado en ella por lo extraño de tener un desaparecido en la familia, esta vez vino a mí, por motivos diferentes. En las noticias hablaban de secretos de estado, de escuchas, de “wikileaks”, de pactos, entonces me acordé de la triste historia del tío Alfredo y reflexioné seriamente sobre ella ¿Estaría tan loco como parecía? ¿Y si tal vez… solo tal vez, contaba la verdad? Quien sabe, de todas formas, la verdad, se fue con él aquella tarde que se marchó disimulando.

Ana María del Valle
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:34:15 pm
Arcoiris Negro


Esta es la historia del fallido intento de suicidio de María, los rumores mal intencionados decían que desatado por una baja pasión, yo digo que quizás, en el fondo; por uno de sus verdaderos  amores  imposibles.

Arcoíris negro

El arcoíris de variados y profundos tonos negros que delineaba la penumbra de aquella noche de tormenta y luna llena, era solamente un reflejo de la inmensa  pena que cubría el alma de María… En medio de los nostálgicos colores oscuros, las esperanzas que antes poblaban su alma, despedían lamentos de agonía propios de la muerte lenta que ocasionan las dolorosas decepciones amorosas…Ella siempre soñó con ser amada por un hombre de verdad. Deseó que el que la traicionó otra vez, volviera para perdonarlo…pero no pudo…sintió coraje por él, después lastima y al final; desprecio. Vio la imagen clara del rostro de aquel poco hombre encarnada en su corazón, y pensó:
 
“Ya no quiero que formes parte de mi vida,
 Como no puedo ni olvidarte ni matarte;
Jamás volveré a pensar en ti.
 Este fue el ultimo mal que me  causaste”.

María apartó con dificultad las pesadas cobijas de su cama, se acostó sobre ella, dejó salir el suspiro mas profundo de toda su vida, y se cobijó hasta el cuello esperando el efecto mortal de las más de ochenta pastillas acabadas de ingerir. Era como quien cubre, con ritos misteriosos  y litúrgicos, aquellos símbolos humanos de gran valor que al mirarse evocan realidades tan divinas… pero que  ya no han de verse ni usarse más.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, levantó sus manos sosteniendo una oscura manta y la echó encima de su cara. Afuera, los penetrantes tintes negros arqueando el seno de esa noche tormentosa, temblaban frente al doloroso gemido de aquella alma desgarrándose por el brutal desprendimiento  de un gran amor arrancado desde el fondo del corazón.
María unió sus párpados cansados…y se abrió la inmensa ventana de sus ojos cerrados; Apareció una dulce luz en donde se movía una entrañable silueta , enfocó la mirada y admiró con profundo silencio a su madre muerta hacía ya veinte años, decorando el cielo: ¡su cielo!… acomodando las nubes que amarraba al infinito con misteriosos hilos que dibujaba con los dedos, luego puso en el centro un gran sol deslumbrante que las hacia brillar y brillar hasta incitarlas a dejar caer una lluvia cristalina, al final; María vio aparecer un colorido arcoíris con gamma de vibrantes colores vivos y bellos, colores que hasta entonces, no conocía.  Su madre, con mirada paciente y tierna,  se acercó hasta la somnolienta ventana de párpados y le dijo:

Benditos sean los brazos que se enredan a otros para no ceder al viento.
Benditos sean los labios que dan besos,
Benditos sean los ojos que encuentran el amor.
Bendita seas tú que lo buscaste hasta morir en el intento.

María quiso abrazar a su madre, no pudo… las divinas imágenes de su cielo se fueron alejando con ella, las nubes caminaron despacio, retrocediendo…iban quedando atrás el colorido arcoíris, el sol brillante y la lluvia cristalina. El arco de profundos tonos negros formado por dolor, tormenta y luna llena, se redujo solamente a una sensación lejana y misteriosa.
 Cerraba la mística ventana húmeda levantando sus párpados, se desvanecía la dulce luz diáfana hasta tornarse purpura y después rojiza… abría los ojos entregándose involuntariamente a  la realidad inquisitiva que la eclipsaba: Las pupilas dilatadas en el rostro adolescente que ahora estaba frente a ella tomándola de la mano, disipaba por completo la imagen agonizante de un episodio de arcoíris negro y corazón dolorido que terminaba…
Reconoció esa voz tímida reconfortándola: “Está bien Mamá, estamos en el hospital, le hicieron un lavado de estómago…todo está bien”. 

Así termina La historia del arcoíris negro en la noche de la abandonada María. Los que dispersaron malsanos rumores sobre este episodio de su vida, nunca han visto que también nacen arcoíris en aguas que se despeñan.

Taborica
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:36:18 pm
El Visitante


¡Usted quiere sus obras!, dijo ella, ¡se las voy a bajar! Su vocecita, acompañada de un gesto de su índice, sonaba imperativa en medio del recinto. Había ya traspasado el umbral unos minutos antes, cuando la vocecita al abrirle la puerta le anunció: Pase usted. Yo lo voy a atender con mucho gusto.
¿Por nada del mundo se habría imaginado que la oportunidad de su vida se le estaba escapando cuando ella lo miró, después de haber timbrado el ascensor? Y todavía después haberle dicho: ¿no quiere usted sus obras?
Lo que sí imaginó seguramente es que o bien ella trataba de arrancárselo de encima o que se estaba burlando de una manera irónica, casi sarcástica. ¡Desde luego que quería sus obras! ¿Pero acaso tenía…!
Deben costar carísimas, pensó, y como un rayo pasaron por su mente ediciones de lujo, a la velocidad de la luz circularon las obras maestras del escritor, desde la primera hasta la última. Por un momento se le ocurrió decirle: no tengo dinero, así, directamente, pero se avergonzó al ver la cara expectante de ella. Y, a través de la puerta de cristal, comprobó que el taxi en el que había venido seguía  estacionado delante del edificio y que el chofer conversaba con los guardias de afuera. La desazón crecía sobre todo en su estómago al contemplar la carita desencajada y las maneras afables con que ella trataba de hacerle entender que quería ayudarlo. Pero cómo lo haría si lo que lograba era más bien acrecentar su angustia con su torturante ¿no quiere usted sus obras?
¡Claro que las quiero!, le hubiera gustado responder a él, pero se quedó petrificado como si su lengua fuera un trapo seco que no obedecía a sus articulaciones. Trató inútilmente de urdir un argumento más o menos así Mire señora, yo sinceramente no tengo un centavo  y de buen grado le voy a aceptar todo lo que usted de buen grado pueda darme…
Muy bien señor, habría concedido entonces ella, al tiempo que lo invitaba a sentarse en una banca.  Él, por su parte, había logrado dominar en algo su emoción primera.
¡Siéntese, por favor!, le invitó una vez más la vocecita, yo le voy a dar todo lo que usted quiera.
Pero él no dijo nada, se limitó a mirarla (intranquilamente, ahí, sentado frente a ella), tratando de hacerle entender o quizás queriendo comunicarle por medio de sus gestos, que en realidad no quisiera incomodarla, señora.
Entonces recién se atrevió a decirle lo que antes pensara:
-   Estoy preparando mi tesis …
-   ¿Qué necesita usted?, le cortó ella.
-   Sus obras…
-   ¡Usted no me ha dicho que quiere sus obras!, se levantó imperiosa de su asiento ella, y él quiso preguntarle cuánto cuestan pero no lo hizo. Más bien pensó qué hubiera hecho otro en su caso, cómo hubiera salido de este trance.
-  ¿Qué necesita usted para su tesis?, la vocecita lo retornó a la tierra, yo se lo voy dar.
Él no respondió. Razonó para sí: ¿Qué se le puede pedir a un escritor? La única respuesta  que se le cruzó por la cabeza en ese instante fue: sus libros, sus cuentos y novelas que le fascinaban, sus ensayos, sus libros de crítica y sus obras de teatro. No quería pensar en el rechazo, así que mejor se quedó callado mientras que la vocecita le insistía: ¡Pídame lo que quiera! Por un momento le saltaron las ganas de mandarla al diablo: ¡Ya no quiero nada!, pero se contuvo. La atenta mirada de los vigilantes ayudó a que las cosas no fueran más terribles y cuando él se dispuso  a salir, hasta luego, inmediatamente ella lo tomaba del brazo y casi le rogaba:
-   ¿No me va a pedir nada?
-   No señora, gracias, mejor me retiro, me parece que la estoy incomodando.
-   ¡Por favor, no se vaya!, suplicó ella con una mueca triste y él quiso adivinar lo que quería realmente. Ella lo contemplaba con una gran angustia en esos ojitos inquietos que bailoteaban como si fueran a salirse de sus órbitas.
-   Me retiro, dijo él con voz más decidida y se aproximó a la puerta.
 Afuera el taxista ya no conversaba con los vigilantes, y él temía que partiera con sus cosas y sus apuntes del primer esbozo de su tesis doctoral.
-  Hagamos una cosa, concilió ella, le voy  atraer una hojita y usted me escribe todo lo que desea, ¿le parece?, yo le voy a dar todo lo que me pida.
Por un instante, mientras ella se perdía por la puerta del ascensor, él tuvo una repentina iluminación… Entonces sacó grabadora y cámara y todos sus apuntes, más dispuesto a pedir lo que realmente quería pedir. Más como la entrevista directa le estaba ya vedada de antemano, se resignó a ponerle buena cara  a la vida y hacerle la entrevista a ella. Así se lo manifestó, y mientras se preparaba para tal efecto, ella le dijo: Pregúnteme a mí todo lo que quiera, yo le voy a dar los datos que usted necesita. Entonces más tranquilo, tan tranquilo que pudo acomodar su corbata, secarse el sudor, frotarse las manos y preguntarle, alucinando la cara del Nóbel en la desencajada carita de ella, prendió la grabadora y le hizo una primera pregunta maliciosa. Ella no respondió ni chis ni mus. El conjuntito blanco parecía sonrojarse de vergüenza y angustia, y entonces él decidió darse por satisfecho y no preguntar nada más.
-   Hagamos una cosa, saltó la vocecita gutural. Usted me apunta todo lo que quería preguntarle y yo se lo llevo a él… Se calló un instante y luego quiso saber: ¿Cuándo se va?
-   Hoy, respondió él sin ninguna afectación.
-   Quédese hasta mañana, suplicó ella, y se lleva usted un bonito regalo.
“Me va  a regalar sus libros”, quiso explotar él, pero no le dio gusto; no obstante se contuvo, le siguió la corriente. “Tómalo por el lado literario”, se dijo y para darse ánimos le habló de la pasión por la escritura que el maestro había despertado en  él… Poesía pura, eso era lo que quería demostrar en su tesis. Luego de un largo soliloquio en que ella lo escuchaba con la boca abierta, él le propuso una mejor y más rápida salida: Mándeme sus respuestas a esta dirección, le dijo, y lee entregó un papelito.
-     ¿No quiere nada más?, insistió ella.
-   No por el momento, muchas gracias, le alcanzó la mano él, y se disponía ya a salir…
-   ¿Se va usted? ¿No me va  a pedir nada más?, a punto de llorar la abnegada mujer no podía creer lo que estaba viviendo.
-   Está bien, mándeme lo que usted considere importante para hacer una tesis…
-   ¡Pero escríbamelo! ¡Dígame lo que quiere que le mande, yo le voy  a dar lo que usted  me pida!
“Présteme quince soles”, pensó él, y escribió: una foto, una copia de su artículo sobre la cultura de la libertad y un autógrafo en un ejemplar de un discurso con el cual había recibido un Honoris Causa. Ella cogió el papelito más tranquila, pero apenas leyó lo ahí escrito:¡Nada más!, gritó, fuera de sí, ¡pídame más!
Él la miró con pena y le pidió mentalmente como si elevara una plegaria a Dios:
“Un Diccionario de la Real Academia, una beca de escritor residente, una carta de presentación para realizar su tesis doctoral en una universidad española,  un comentario escrito para su novela, fotos, manuscritos, cartas, discursos, conferencias, souvenirs… Sus obras completas, incluyendo toda la bibliografía acerca de ellas, y finalmente, te pedimos Señor, todo lo que la buena voluntad de esta buena señora considere conveniente darnos, amén”.
Pídame más, expiró la vocecita, ya sin ímpetus.
Ese “pídame más” resonó en sus oídos paranoicos  y al final sólo dijo:
- No se preocupe, gracias, para mí esto es muchísimo, y se despidió sinceramente,  y le alcanzó la mano y un beso en la mejilla puso fin a su tortura china.
Al salir, el taxista echaba humo por la boca. Él quiso imaginarse al famoso escritor despidiéndolo del piso sexto y conforme abandonaba el edificio se acordó que no tenía un céntimo. Un airecito extraño, que la brisa del mar le regaló, le hizo pensar que era feliz.
-  ¿A dónde vamos?, le preguntó el taxista.
- …
Afuera la lluvia caía con más fuerza.

César
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:38:09 pm
Ocaso de una tarde de verano


El  cálido día de verano está llegando a su fin. Lentamente el sol pierde su brillo infantil mientras se oculta travieso tras unos edificios. Su ausencia es notada de inmediato en la plaza del barrio, señal inequívoca de la inminente vuelta a casa. Las caras largas de los niños reflejan tristeza mientras imploran a sus madres permiso para quedarse un rato más. Ante la inevitable negativa materna lanzan una última mirada al sol reprochándole su huida, soñando con una tarde eterna con amigos, familia, mate y galletitas. Pero no pueden detener la firme marcha del tiempo, ni el advenimiento del ocaso.
-x-
—Qué curioso —pensaba un anciano—, cómo estos niños aman las soleadas tardes mientras nosotros nos sentimos más cómodos en el ocaso, cuando las temperaturas descienden y el ritmo del día se vuelve lento, pero a su vez acogedor. Irónico, casi profético quizás.
—Te toca.
Las reflexiones del anciano fueron bruscamente interrumpidas por su compañero, quien lo observaba con mirada cansina tras unos gruesos anteojos. El partido de ajedrez. Para estos dos ancianos, el clásico del domingo. Habían perdido la cuenta ya de los años en que este ritual se había extendido, aún en días de elecciones, días nublados o hasta con lloviznas. Partidos acompañados por largas charlas acerca de la vida, política, negocios, literatura. La tarde de los domingos los había unido como a hermanos.
—Dale Rodríguez, tus finales no te salvan hoy.
Rodríguez analizaba profundamente la posición en el tablero con su tan típica mirada y una sonrisa socarrona oculta bajo su gastado sombrero, augurando su pronta derrota.
—Rodríguez, mi amigo, esta novela está llegando a su fin —dijo finalmente Marconi, mientras Rodríguez movía un alfil con sumo cuidado. El anciano de los anteojos, Marconi, era un estudioso. Dominando miles de aperturas y variantes estaba muy confiado en sus conocimientos mientras que Rodríguez dedicaba su atención a los finales.
¬—Ay Marconi, para vos el partido es siempre una novela. Se gana con estudio previo, análisis, desarrollo… básicamente, la haces larga. Muchos detalles, muchas variantes, muchos nombres. Un partido de ajedrez debe ser como un cuento. Conciso, rápido. Y es en el final cuando llega la sorpresa, el golpe de gracia.
—Eso lo decís porque nunca estudiaste, jugás de oído —dijo Marconi que, como siempre, se escudaba rápidamente tras Capablanca y Alekhine.
—No, en serio —replicó Rodríguez—. A vos que te gusta el box… deberías saber que en esta batalla entre el lector y un texto, la novela gana por puntos, mientras que el cuento gana por knock-out.
Marconi no respondió. Sabía en el fondo que su amigo tenía razón. Movió su reina. Estaba seguro de que no iba a perder. Lo tenía calculado. Tras unos minutos de silencio, Rodríguez anunció las próximas movidas con su infaltable sonrisa:
—Alfil por B7. Única rey B8. Dama H5… ataque doble, perdés tu dama si jugás bien. Si no, mate.
Marconi se quitó los anteojos, gesto que delataba su sorpresa.
—Igual tendrías ventaja decisiva y mate en cuatro —dijo con resignación concluyendo la jugada de su amigo. Luego miró a Rodríguez, anticipando lo que este iba a decir.
—Knock-out.
-x-
El sol deja ver sus últimos rayos. Los árboles son mecidos suavemente por una brisa tardía. Las madres llevan a los niños del brazo con paso ligero. Rodríguez y Marconi habían sido renombrados escritores en su juventud, en la soleada tarde de la vida, cuentista uno, novelista el otro. Luego de estrechar sus manos como ceremonia de despedida se alejan caminando lentamente en direcciones opuestas, ya pensando en el domingo siguiente, única distracción en las solitarias tardes de verano, antaño pobladas de amigos, risas y reuniones; mas hoy habitadas tan solo por borrosos recuerdos y páginas amarillas de viejos álbumes de fotos.
Las sombras de la temprana noche tienden un manto de silencio sobre la plaza, acallando los ecos del bullicio presente unos momentos antes.
—Curioso, que uno se reconcilie con el ocaso luego de tantos años, extendiéndole amablemente la mano, como si se tratase de un viejo amigo.

Revan
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:39:19 pm
Las palabras no dichas



Un buen día las palabras no dichas se reunieron en el rincón más oscuro de la biblioteca. Su propósito no era otro que el de declarar guerra abierta a sus acérrimos enemigos, los sinónimos. Fue precisamente éste, Acérrimo, quien inició la discusión, arremetiendo con ímpetu contra diversos sustantivos, verbos y adverbios. Era tal su fervor que pronto se le unió entusiasmado Galimatías y tomó la palabra. No obstante se hizo un lío, perdió el hilo de lo que decía y las demás palabras dejaron de prestarle atención. Inquina se dirigió entonces a la confusa audiencia, elaborando un discurso lleno de perfidia que provocó diversas reacciones: los hermanos Insidioso y Sibilino afirmaban enérgicamente, Pudibundo se puso rojo, Papanatas, el pobre, temblaba de terror, y su primo Oligofrénico no entendía nada, lo cual, por otro lado, ocurría invariablemente. El desconcierto general acabó por sacar a Furibundo de sus casillas (aunque, por otro lado, Barahúnda se lo estaba pasando de miedo): “¡Acabemos con la vulgaridad de los sinónimos! ¡Abajo la jerarquía de los diccionarios! ¡Viva la erudición!”, proclamaba con vehemencia. Varias palabras se unieron a la protesta de Furibundo, llevándola cada una, eso sí, a su terreno. Prebenda, Canonjía y Bicoca reclamaban a coro su merecido puesto en el lenguaje publicitario, y arrastradas por la euforia proponían quemar en la hoguera a sus aborrecidos contrapuntos (Ganga, Chollo y Barato) que con su abusiva presencia las habían abocado desde tiempos indecibles al más oprobioso de los anonimatos. Filibustero, por su parte, reivindicaba su protagonismo en la industria del cine; protagonismo arrebatado por Pirata, tan de moda, tan chic, tan en boca de todos. Subrepticiamente, desde el otro extremo, exigía su inmediata consideración, pues ocupaba un lugar prominente en el panorama político, donde no obstante, tremenda paradoja, jamás era pronunciada. Diatriba demandaba justamente lo mismo, pero lo hacía con tantos rodeos y circunloquios que pronto el resto de las palabras no dichas perdieron el entusiasmo. Abulia comenzó a proferir unos bostezos de aúpa que hacían temblar las hojas de los volúmenes más cercanos, levantando a su vez nubes de polvo centenario. Mientras Idiosincrasia, ajena al barullo de hacía unos momentos, seguía inmóvil, barruntando cabizbaja y cuestionándose como siempre su propia identidad, el grupo de palabras conspiradoras comenzó a dispersarse, de vuelta a los respectivos diccionarios de donde se resignarían a no salir en una larga temporada. La última en abandonar el rincón más oscuro de la biblioteca fue Obnubilar, que se alejó trastabillando y con paso indeciso hacia una sección errónea de la biblioteca, como una borracho que regresa a casa con la bruma de la mañana. Durante el efímero lapso de tiempo que duró la conjura ninguna de las palabras se percató de la presencia de una palabra tímida, pequeñita, que las escuchaba en silencio, quieta y en la esquina más apartada, intentando no llamar la atención. Ponerse de manifiesto hubiera supuesto todo un peligro puesto que, en primer lugar, no era una palabra con independencia y autonomía como las otras, sino que portaba consigo, inevitablemente, la engorrosa carga de un apéndice, de un pronombre, siendo más bien dos palabras antes que una. Pero además la palabra en cuestión y su apéndice podían ser consideradas espías, deleznables integrantes de las filas de las palabras usadas y abusadas. Sin embargo esta palabrita ufana y tan particular se creía con derecho propio a formar parte de aquel grupo de confabuladoras, puesto que tenía un carácter ambivalente. Es cierto que en incontables ocasiones era pronunciada con frivolidad, indiscreción y desparpajo, mas sin embargo en los momentos vitales se quedaba atorada en la garganta de los hablantes, teniendo así que pasar por la vergüenza de no llegar jamás a ser articulada. Sí, en definitiva, ella era una palabra no dicha por antonomasia, bueno, una o dos. El resto de las palabras no dichas habían desertado a la menor señal de debilidad, pero ella resistiría y tarde o temprano encontraría los medios para divulgar su uso correcto y evitar su abuso indiscriminado. El rincón más oscuro de la biblioteca volvió a quedar desierto y en silencio, y a nadie le importó que allí se quedara, sola y a ciegas, la palabra no dicha más beligerante, obcecada y testaruda de todas: Te quiero.

Wilma
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:42:03 pm
De Héroes y de Santos


     Andrés se levantó temprano ese domingo. Su nuera ultimaba la limpieza de la cocina.
     ¬-¿Y Juan? –quiso saber. Desde que estaba en paro, con los subsidios ya agotados, al cerrar hacía ya una enormidad de meses la empresa de construcción en la que trabajaba de albañil, no era raro ver a su hijo por la casa los días de fiesta, aburrido y casi desesperado. Los laborables los ocupaba inutilmente haciendo cola en el Inem.
     La mañana era espléndida, la luz entraba a raudales por la ventana y Andrés aún andaba medio dormido. La claridad le hizo entornar los ojos.
     -Salió. Una faena temporal. Ha de pegar carteles. Pero sólo hoy.
     -Menos es nada – admitió con un suspiro.
     Ella, por lo que sabía, estaba empleada de azafata a tiempo parcial en una empresa de relaciones públicas. Era la única que aportaba algo de dinero, muy poco, sin embargo, a la economía familiar. Andrés a duras penas se sostenía con su exigua pensión. La existencia  les resultaba en extremo difícil.
     -Debería usted ocuparse de Julio –El niño era la proridad, la de todos, de la madre, del padre, del abuelo. Se esforzaban en alejarlo del drama de cada día-. ¿Podrá hacerlo?
     Se lo pidió mientras, en el recibidor, se ponía una chaqueta, agarraba el bolso y a punto estaba de cruzar la puerta.
     -Esta mañana hay una convención en Montjuich –añadió.- De telefonía móvil.
     -Claro. Claro que sí. Yo cuido de Julio, no te preocupes. 
     Andrés se tomó su café con leche, se aseó y ya vestido fue a despertar a su nieto. Dormía feliz, ajeno a todo. Costó despabilarlo, pero le recompensó el esfuerzo con unas risas contagiosas en respuesta a las cosquillas.
     -De pie, señorito, que hoy iremos los dos al parque. Hace un día estupendo.
     Pero al niño le rondaba otra cosa por la cabeza.
     -Esta noche he soñado que yo era Robín de los bosques.
     -¡Caramba! ¿Un bandolero?
     Le rectificó con rapidez:
     -Un bandido bueno, abuelo. Robaba a los ricos para dárselo a los pobres.
     -¡Ah, si, es cierto!
     -Es que la profe nos habla en la clase de historia de la gente que ha hecho algo por los demás. Dice que son santos o héroes.
     -¿Y de quien te habla?
     -De Juana de Arco… -Frunció los labios pensativo-. De un indio que iba en taparrabos…
     Andrés se estrujó su pobre memoria cultural.
     -¿Gandhi?
     -Algo asi, abuelo. Y de otros, pero no me acuerdo de más nombres…
     -No te preocupes.
     -Yo sueño que soy Robín, o Supermán. ¿También son santos o héroes, verdad? Y más divertidos…
     -Si, si, claro, más divertidos, tienes razón. Pero ahora venga, lavate la cara, vístete y tomate la leche con cacao. Quedan unas cuantas galletas para ti.
     Mientras desayunaba dijo el niño:
     -¿Por qué no vamos al puerto? Al parque voy muchas veces. En el puerto podemos subir a un barco. Y jugar a piratas.
     -¿Un paseo en Las Golondrinas?
     -Si, abuelo.
     Andrés se palpó el bolsillo del pantalón en el que sólo encontró unas pocas monedas. Y no disponía de más. Pero no quería disgustar a su nieto. Ya vería luego. Algo se le ocurriría para hacerle cambiar de opinión.  Por ejemplo que había olvidado el dinero en casa o perdido por el camino.
     Salieron de casa a mediodía. En Barcelona se olía la mañana festiva. El metro les dejó en el Paralelo. En el teatro Apolo unos grandes carteles publicitaban una revista musical. En lugar de dirigirse directamente a las Atarazanas, y de allí al puerto, dieron un pequeño rodeo para pasar por las Ramblas. Tal vez allí el espectáculo de las estatuas vivientes o los kioscos con sus pájaros de mil colores, las tortugas y los hamsters harían olvidar al niño la travesía en los barquitos de Las Golondrinas. De la mano enfilaron la antiguamente llamada calle Conde del Asalto, ahora calle Nou de la Rambla.
. Había bullicio, mucha gente, inmigrantes de nacionalidades diversas, bazares chinos y pakistaníes, bares de los que salía un tufillo a comida inclasificable. En los balcones de las viviendas colgaba la ropa lavada y también alfombras para airearse, de esas que venden los marroquíes en los mercadillos. En una esquina un hombre de color exponía sus cd extendidos sobre una manta. Pero Julio no se fijaba en nada de todo eso. Se entretenía, mientras avanzaban, en subir y bajar de la acera, en preguntar sobre los héroes y los santos sin descanso. Su último personaje era el Guerrero del Antifaz, que conocía por unos tebeos que Andrés conservaba en casa. El tema le obsesionaba y aunque su abuelo procuraba conducirlo por los caminos de la historia, y no por los de la ficción, su éxito era muy relativo. Su bagaje cultural era bastante precario, sustentado en unos estudios primarios en una escuela de pueblo y, al jubilarse y enviudar casi a la vez, en una afición tardía y poco selectiva por la lectura.
     -Eres una cotorra, ¿eh?
     Cruzaron la calle San Ramón por la parte baja. Más arriba la prostitución campaba a sus anchas, sin disimulo. Andrés intentò desviar la atención del niño hacia una tienda de electrónica. En cualquier caso tampoco habría atinado en cual era el oficio de esas muchas mujeres que caminaban sin rumbo de un lado a otro o, inmóviles, aguardaban el paso de un presunto cliente. Y nada habría sucedido, todo habría seguido igual que antes, con sus miserias y secretos, si en el mismo cruce, por culpa de un tropezón, a Julio no se le hubiera soltado el cordón de un zapato. Andrés le miraba mientras, con una rodilla en el suelo, su nieto trataba de recomponer el nudo. En cierto momento, sin embargo, desvió la vista, tal vez por la lentitud con la que los dedos de su nieto, aún torpes, se afanaban en atar lo desatado. La desvió sólo un par de segundos, pero más que suficientes para verla salir de un portal del brazo de un hombre, de un desconocido, al menos para él. Se besaron en la mejilla, apenas un roce de los labios, y luego ella, con desgana, recostó la espalda en la pared de un edificio. Fue en ese instante, al volver su nuera la cabeza hacia la calle Conde del Asalto –igual podría haberlo hecho hacia el otro lado-, cuando sus miradas coincidieron y, en suspenso, continuaron la una fija en la otra por un tiempo que a Andrés se le hizo doloroso e interminable. Instintivamente cubrió con el cuerpo la visión de Julio mientras ella se escabullía hacia el interior de un portal.   
     El resto de la mañana no le resultó agradable. Perplejo, confuso, turbado, poco hizo para entretener al niño, aunque él supo extasiarse con un tipo disfrazado de Spiderman que, por unos cuantos céntimos, se encaramaba a una farola. Con ese héroe olvidó afortunadamente el paseo en barca y Andrés se gastó lo que llevaba. Tuvieron que regresar a pie, un regreso que habría deseado que no acabara jamás. ¿Qué decir, que hacer, cómo comportarse al llegar a casa? Le temblaba la mano al introducir la llave en la cerradura del piso. Pensó “ojalá no esté, Dios quiera que aún no haya vuelto”, como si esa posibilidad pudiera desvanecer para siempre lo visto escasas horas antes. Pero estaba, sentada en la cocina, con la misma ropa que llevaba al salir, absorta en la contemplación del cielo, o del vacío, al otro lado de la ventana. Cuando se giró al advertir la presencia de su suegro, sus ojos estaban enrojecidos por el llanto. Entonces rebuscó en su bolso y le tendió un billete de veinte euros. Su voz era apenas audible al decir:
     -Que Julio baje al super de los chinos a comprar algo, lo que sea.
     Se quedaron solos, como era su deseo, callados, ella dándole la espalda, igual que antes. Ninguno de los dos se atrevía a romper el tenso silencio.
     -¿Por qué? –preguntó Andrés al fin.
     Contestó sin cambiar de postura. Fue tajante al afirmar:
     -Para comer, para vestir a Julio, para tener lo imprescindible, para pagar el alquiler del piso y evitar que nos desahucien.
     -¿Lo sabe Juan? -Negó con la cabeza. Entonces Andrés añadió-: ¿Te parece justo?
     Se levantó y le miró de frente. Parecía serena, convencida.
     -Sí, porque no se me ocurre otra solución. No hay trabajo, no encuentro nada, Juan tampoco. ¿Qué haría usted en mi caso, que haría si su marido al borde de la desesperación le confiesa que va a robar? No quiero que Andrés tenga un padre en la cárcel. Ni yo un marido preso, no, no lo quiero. Le he hecho creer que he encontrado un empleo de azafata con un sueldo modesto -De pronto se desmoronó, se dejó caer como un fardo en la silla-. ¡Dios, mio ¿Qué otra cosa puedo hacer? Pero no, no sé si es justo –y rompió en sollozos.
     Andrés se enterneció.
     -Son tiempos difíciles –musitó.
     Y no pudo evitar acercarse a ella, abrazarla desde atrás y apoyar su cabeza en la suya. El contacto la calmó.
     -No sabe usted cuánto odio lo que hago, el asco que me da. Por las noches, en la cama, me aparto de Juan. Le digo que son las preocupaciones. Pero es que temo ensuciarlo…
     -Has de dejar lo que haces –le insinuó Andrés-. Ya nos arreglaremos. Dios aprieta pero no ahoga –Ella alzó sus ojos hacia su suegro, que.nunca había visto tanta tristeza en una mirada. Entonces quiso tranquilizarla-: Tu marido no sabrá nada, no sufras.
     -Nunca me vendí más allá de lo que necesitábamos para comer, para el piso y para atender a Julio.
     -Estoy seguro.
     -Si un día supiera mi hijo…
    Su hijo… Pensó en Julio, en su nieto. En sus héroes y en sus santos. ¿Cómo explicarle que tenía uno en su propia casa?  Le fue imposible contenerse. Lloró con su nuera.         

Charul
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:44:03 pm
El Juguete de Papá


Mi papá, ese señor de gafas que todas las mañanas desayuna en la cocina de casa unas tostadas mientras lee el periódico con la corbata vuelta hacia la espalda para no manchársela, es sin lugar a dudas la persona más importante de mi vida. Vale, sí, también quiero a mi mamá, y si me apuráis a mi hermano mayor, que llevaba unos cuantos años disfrutando de mis padres cuando yo aparecí en esta familia. Pero lo que mi papá significa para mí es algo especial. No tiene que ver con nada de este mundo.
Quizás debería empezar diciendo que es precisamente él quien se encarga de darme de comer, y no es que mi madre no sea capaz de hacerlo, simplemente es que lo hace él. Creo que le gusta cuidar de mí. Se ve que no lo hace como obligación, sino porque le sale del alma.
Son precisamente esas cosas que salen del alma las que más me cautivan. Las que me hacen sentir más querido, y en eso se podría decir que soy un pequeño maníaco. En mí, la necesidad de amor es infinita. Nunca me parece suficiente, como le pasa a mi hermano, ese bellaco que me ha robado la primogenitura, con los dibujos animados. No sé qué puede ver ese cretino en ese aparato luminoso llamado tele. Yo prefiero salir al parque a jugar a la pelota. El balón es mi perdición.
Mi papá es también quien se encarga de jugar conmigo al balón, y me consta que no siempre le apetece, lo sé, lo veo en su mirada cansada cuando yo le miro y luego miro a la pelota, incitándolo. Sin quejarse, coge la pelota y sale conmigo al jardín. Allí corremos y le damos al balón. Creo que soy bueno con la pelota. Soy capaz de golpearla con todas las partes de mi pequeño cuerpo. También me encanta pasear con él. No hablamos apenas, pero no hace falta. Caminar junto a él me hace sentirme feliz. Me aporta la seguridad que necesito y sobre todo es una excusa para estar con él sin mi hermano, los dos solos, juntos. Mi hermano prefiere quedarse en casa jugando con sus consolas de juegos que yo no entiendo, o engullendo sus series de televisión que tampoco entiendo, y eso me proporciona ese tiempo valioso para estar juntos.
Pero últimamente algo ha venido a perturbar el mundo perfecto de mi padre y yo, esa burbuja mullida y confortable que creía inexpugnable. Siempre pensé que no podía haber nada peor que mi hermano, pero me equivocaba. El día que mi papá vino a casa con una caja que resultó ser un ordenador portátil no podía imaginarme que mi hermano quedaría muy atrás en mi lista de amenazas.
Debí haberlo visto venir. Creo no pecar de inmodesto si aseguro que con mis cinco años de existencia puedo jactarme de tener una dilatada experiencia a mis espaldas. Mi papá no lo cree. Él siempre me trata como si fuera un recién nacido, es quizá el único aspecto negativo que podría apuntarle. Ahora puedo apuntarle unos cuantos más, sin duda. Y todo gracias a ese maldito ordenador. Parece que ya no tiene tiempo para jugar conmigo como lo hacía antes. Siempre me da excusas poco convincentes como que no puede en ese momento, que quizá más tarde, que está a punto de terminar lo que está haciendo en el portátil, pero nunca termina.
Yo no puedo hacer más que quedarme merodeando por la casa, incordiando al resto de mi familia, tratando de captar lo que más necesita mi ser: atención, cariño y amor. A veces me recuesto a su lado y lo veo teclear. Miro sus ojos iluminados por la pantalla que no dejan de mirar, ávidos del saber que tan solo el portátil puede proporcionarle. En esos momentos es como si mi mundo se fuera diluyendo. Cómo competir con mi mayor enemigo, esa caja condenada y abyecta que parece tener todas las respuestas. Y para colmo mi hermano ha sido también atrapado en la tela de araña mortal que el ordenador teje alrededor de mi vida, como una viuda negra dispuesta a inmovilizarte en el momento que note tu presencia, para luego devorarte sin compasión. Por eso, yo juro que jamás caeré en sus redes.
Debí verlo venir. Si lo hubiera visto venir, se habría evitado toda la dramática situación que provoqué en un momento de ira irracional. Yo, que se puede decir que soy de lo más calmado, sobre todo para mi edad. Con cinco años se tiene toda una vida por delante, se es muy joven e impetuoso, aunque si tengo que ser sincero, a veces tengo la sensación de haber vivido ya casi la mitad de mi vida. Aun así, nunca me debería haber descontrolado hasta ese punto.
Ocurrió un día que mi padre me había puesto una vez más una excusa para no tener que levantarse de la mesa en la que el portátil se había hecho el rey de la casa, el centro neurálgico de todo lo que se cocía. Mi madre llamó a mi padre a gritos porque el grifo del baño se había caído mientras se duchaba y la había golpeado en un ojo. Al parecer, en la refriega, aparte de empapar todo el cuarto de baño, le había entrado jabón en el ojo bueno y no podía ver nada. Cuando me vi solo delante del detestable artilugio no pude contenerme, y, dejándome llevar por tanto rencor acumulado y encerrado dentro de mí, arremetí contra él con toda mi furia, pateándolo sin piedad, a dentelladas babeantes y golpes secos, hasta que ningún signo de vida quedó en él. Cristales y piezas de plástico saltaron como fuegos de artificio.
Así fue como el incidente de mi madre quedó sumido en el olvido casi antes de ocurrir. Jamás podre olvidar la cara de papá. Desencajada, como si le hubieran asesinado a un hijo. Peor que si yo o mi hermano hubiéramos muerto, pensé en ese momento.
Papá, rojo como un tomate, se dirigió muy serio a la entrada, cogió la correa y agarrándome del collar me dio con ella repetidas veces hasta que casi dejé de sentir el dolor, mientras gritaba «chuco malo» todo el rato.
Ni que decir tiene que estuve una semana durmiendo en el jardín. Una semana fue lo que le duró a papá el monumental cabreo que le provoqué con mi violenta acción, no totalmente carente de amor. Otro ordenador ocupó el lugar del que me cargué, y en mucho menos tiempo del que me hubiera imaginado. Al final mi papá se cansó de tanto ordenador y volvió a jugar conmigo. Salíamos al parque a jugar con la pelota, y también con mi hueso favorito. Es como si se hubiera dado cuenta de que mi reacción solo fue una forma poco acertada de demandar eso que es tan vital para mí como la comida en mi comedero cada noche. Aquello sin lo que no puedo vivir, el amor de mi papá.

Paulino Llantac
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 10, 2012, 15:46:33 pm
El Día que María Teresa Cumplió Cuarenta


-   Cua-ren-ta a-ños - dijo Mercedes separando las sílabas para remarcar su significado - y es muy posible que todavía no sepa lo que es bueno.
- Cállate… - dijo Verónica - tú no sabes…
- ¿Qué es lo que no sé?; ¿Que siempre anda de mal genio y quejándose de todo?
- Si, pero ella es casada…
- Sí mi linda, pero con un viejo.
- Sí, pero es que nadie puede saber…
- Se nota, corazón. Una sabe cuando alguien no lo pasa bien. Apuesto que nunca ha tenido un orgasmo, por ejemplo.

Se produjo un odioso silencio.

- Quién sabe? - dijo alguien tan sólo para salvarnos del vacío que en ese instante parecía querer succionarnos.

Mercedes - la de mayor edad del grupo de enfermeras de la maternidad - siempre hacía ese tipo de comentarios. “Tienes que tener cuidado de no contarle nunca algo personal”, me habían advertido cuando recién llegué a trabajar a la clínica. “Ella es separada-revanchista, de aquellas que el marido las deja con niños y todo; por lo tanto ella ahora se lo come todo, se lo bebe todo y hace todo lo que durante los años de casada su marido nunca le permitió hacer”.

Que María Teresa fuese una mujer que no disfrutaba de la vida era algo evidente. Siempre andaba corriendo y pendiente de lo que fuese a decir “él”. Ese “él”, lo pronunciaba de tal modo que en esas dos letras uno podía obtener claramente el perfil del personaje. Siempre contaba que Diego, era un hombre bueno, pero un poco mayor. Tal vez pudo haber sido el único que le ofreció matrimonio en toda su vida, recuerdo que alguien había comentado alguna vez.

- Esa “güevá” partió sin amor - le había escuchado decir más de alguna vez a Mercedes, en aquella sobremesa que el grupo siempre solía hacer después de almuerzo - yo al menos mientras estuve casada lo pasé “chancho”. El Pato era una bestia en la cama…aunque al final igual me cagó el güeón maricón.

 Todas nos largamos a reír por lo elocuente de su insólito discurso.

- Es verdad que María Teresa al parecer nunca lo ha pasado bien, pero quien es una para reprochárselo, ella es así y punto - me dijo un rato después Pamela, cuando entramos al baño.

Días después, Pamela esperó que María Teresa se parara de la mesa y bajando la voz como si fuese a dar a conocer un secreto nos dijo:

- Ya que ella nos invitó a todas a tomar las once el próximo viernes para celebrar su cumpleaños, yo creo que podríamos hacer algo especial.

- ¿Y el vejete? - preguntó Mercedes.

- Dice que tuvo que ir a La Serena por razones de trabajo y que no llegará hasta el sábado por  la noche.

- La ocasión es ideal - dijo Mercedes y llenó su rostro con una gozosa sonrisa - tenemos que hacer algo; son cua-ren-ta años. Y luego se puso de pie para dar unos pasitos de baile y entonar “señora de las cuatro décadas”. Nuestras risas interrumpieron el tono de sigilo que hasta ese momento tenía nuestra conversación.

Entonces la mesa se llenó de ideas tontas, absurdas, descabelladas e irrealizables. Mezcla de sueños de mujeres frustradas y de voladuras, poco a poco la conversación se fue desviando hacia los típicos regalos fálicos, tan fantasiosos y de mal gusto, como de dudosa  y obvia perversidad. Sólo Pamela trataba de poner algo de orden en la exultante algarabía que el tema nos provocaba.

- Ahora en serio, ¿A quién se le ocurre hacer algo para que María Teresa tenga un cumpleaños verdaderamente inolvidable?.

Y cuando nadie fue capaz de aportar nada serio fuera de una torta, unos bombones o un canastillo de flores, fue Jeannette, esa tímida auxiliar recién llegada, quien comenzó a hablar que su hermano tenía un compañero cubano en la universidad, que tal vez pudiera estar disponible para el viernes a esa hora.

- Todas - incluso Mercedes - nos quedamos calladas, mientras ella daba los detalles de cómo podía operar aquella sorpresa, que tanto éxito ella decía que había tenido en una despedida de soltera, de hace un par de semanas.

Al día siguiente, después que Jeannette nos ratificara que todo estaba listo, sé que todas esperamos ansiosas el término del turno para correr al departamento de María Teresa.

Llegamos - yo diría ansiosas - casi todas al mismo tiempo. En media hora teníamos todo preparado y casi de inmediato nos comenzamos a servir traguitos dulces y panecillos calientes. Luego, nos instalamos en el living a ambos costados de la anfitriona e hicimos un semicírculo, que tratamos que pareciera totalmente casual.

A las siete y diez minutos, y cuando creíamos que nuestros nervios estaban a punto de estallar, el estridente sonido del timbre nos hizo saltar. Jeannette se acercó a la puerta y todas callamos provocando una indisimulable expectación.

Una mano grande y morena, esbelta y musculosa se asomó por el breve espacio de la puerta entornada, sujetando fuertemente un bellísimo ramo de rosas rojas. El silencio se hizo absoluto y toda la atención se centró en el escorzo del vano de la entrada, que poco a poco fue dejando ver la graciosa figura de un joven alto, moreno y de una preciosa y auténtica sonrisa.  Creo que fue suficiente el hecho que nos recorriera con su mirada para que todas entendiéramos lo que allí estaba a punto de ocurrir.

-   Tú debes ser María Teresa, la festejada, toma, las rosas a nombre de todas tus amigas - dijo cogiéndola por un costado y obligándola a ponerse de pie para estrecharla en un abrazo que pareció asfixiarla. En ese instante todas gritamos y aplaudimos como si hubiésemos sentido el abrazo en nuestros propios cuerpos.

-   Me llamo Eduardo, y voy a tratar que este cumpleaños sea para ti algo realmente inolvidable - dijo sosteniendo a María Teresa con su mano puesta por detrás de la cintura.

Bastaron sólo algunos minutos para que el breve espacio de la sala quedara convertido en un improvisado escenario. Cuando Eduardo volvió del baño hasta donde había pedido ir para prepararse, realizó un breve saludo al grupo, tras el cual hizo una señal y Jeannette subió el volumen de la música. El metálico sonido de las trompetas inundó el ambiente de un claro e inconfundible sonido tropical. El joven, pareció concentrarse un instante y luego comenzó a cimbrar su cuerpo como si alguien lo tuviese cogido por las caderas para hacerlo por él. En ese instante, sé que no existía una parte de su cuerpo que no hubiera logrado atrapar toda nuestra atención.

Una explosión de júbilo se produjo cuando en un gesto brusco lanzó su breve chaqueta por los aires. Alguien en ese momento cerró el ventanal, temerosa que nuestra algarabía  alarmara a los vecinos. Entonces, la camisa entreabierta, dejó ver su cuello grueso, ágil y musculoso. La piel morena poco a poco comenzó a mostrar la maraña azabache de su velloso pecho. Sin dejar de marcar el ritmo con todo su cuerpo, se fue acercando a las que estaban más próximas, para que le desabrocharan el resto de los botones de la camisa.  Luego, cuando se desprendió de ella una nueva ovación de júbilo saturó totalmente el ambiente.

Sin embargo, fue cuando la música se hizo más lenta y cadenciosamente sensual que él se  comenzó a acercar directamente hasta donde estaba María Teresa. Ella, que ya había disfrutado tanto o más que todas nosotras, lo acogió abriendo los brazos, sin moverse de su asiento. El joven se acerco hasta ponérsele por delante y se le insinuó con un suave movimiento de su pelvis.

- Sácalo - le ordenó y todas estallamos en un grito histérico y descomunal.

María Teresa se llevó ambas manos a la cara. No sé si por pudor, goce íntimo, vergüenza, o si realmente estaba comenzando a reaccionar por el calor, el explosivo ambiente festivo, o por olor a testosterona con que el hombre parecía haber comenzado a inundar el ambiente.

-   Quítame el pantalón - dijo él con una risa pícara y gozosa.

 Sé que en ese instante, la histeria y el éxtasis de todas nos hacía casi irreconocibles. Los dos vasitos de pisco sour que Mercedes nos había obligado a beber antes que llegara Eduardo, verdaderamente nos había transformado y transtornado. Estábamos totalmente entregadas y era él quien ahora gobernaba nuestras vidas. En ese momento, no pudimos dejar de encontrarle toda la razón a Jeannette; en realidad, era todo un profesional.

- María Teresa soltó el cinturón y luego cogió el cierre del pantalón y fue bajándolo por etapas, cada una de las cuales fue premiada con aplausos y gritos. El resto lo hicieron los movimientos del baile. El pantalón fue cayendo lentamente dejando las musculosas y velludas piernas a la vista. Una tanga minúscula, que por detrás se incrustaba entre ambos hemisferios carnosos, se alternaba en estudiados intervalos con una voluminosa protuberancia delantera, ante la cual creo que ninguna de nosotras pudo dejar de conmoverse.       

Entonces el bailarín se puso delante de María Teresa cogió su cabeza con ambas manos y la comenzó a acercar hacia aquella parte de su cuerpo que concentraba todas nuestras  miradas. Ella enloquecida,  puso sus manos sobre sus glúteos y ambos comenzaron un juego de sube y baja de aquella única y última prenda que quedaba por sacar. Mi posición a espaldas del hombre no me permitía ver sino sus musculosos glúteos plenamente descubiertos. Recuerdo que alguien se puso de pie a mi lado, quizás para mejorar su posición. Antes, había abierto una parte del ventanal, tal vez porque consideró que el ambiente era sofocante.

Jeannette bajó un tanto el volumen de la música y Eduardo comenzó un baile que cubría todo el pequeño circuito interno del círculo que lo rodeaba, para volver luego a coger entre sus manos la cabeza de la festejada, cuyo rostro pleno y pletórico de felicidad nos resultaba tan sorpresivo como desconocido.
De pronto, sentí que algo golpeaba contra el respaldo de mi silla. Era la puerta de entrada al departamento, que alguien había empujado desde afuera y que en ese instante se comenzaba a abrir para dar paso a un inmenso canastillo de flores. No sé si me levanté de mi asiento por la sorpresa o por la fuerza con que fui golpeada por la puerta. Cuando el espacio se abrió por completo apareció un hombre recio, maduro, inmenso, cuyo rostro vi descomponerse en forma instantánea.

No dijo nada, absolutamente nada. Quizás fue porque su rostro se desformó tanto que tal vez le fue imposible articular palabra. Como la música seguía sonando, el espectáculo era insólito, grotesco, patético. Dejó caer las flores en un gesto dramático, tiró su chaqueta, cruzó la sala y se fue directo hasta donde estaba el bailarín que ridículamente trataba de cubrir con ambas manos aquella la más impúdica parte de su anatomía. Quizás para él esta parte de su rutina, sí que era una novedad y desconcertado seguía con los pies el ritmo de la música en un absurdo intento de explicar la impronta artística de su presencia en el lugar. El recién llegado se le aproximó sin hacer aspaviento ni dar indicio de lo que pensaba hacer, lo cogió por la cintura lo levantó y comenzó a caminar con él sin tener claro (así al menos parecía) lo que se proponía realizar. El bailarín pataleaba desesperado tratando de zafarse de aquel “abrazo del oso”, pero le fue realmente imposible.

En ese instante intervino Mercedes - quizás la única que la situación no había choqueado - tratando de arrebatarle al joven, pero en cuanto se acercó fue lanzada lejos a un rincón de la sala. Aquella fallida acción de la mujer fue la que al parecer determinó la suerte del artista, pues tras ello el hombre se acercó al ventanal, cruzó el balcón y lanzó su desnuda carga al vacío.

Un griterío ensordecedor inundó la habitación, que ya se había llenado de espanto. Tras ello el grupo completo se echó a correr desaforado escaleras abajo, intimidadas por el mar de groserías con que el hombre procedió a castigarlas.

- ¡Fuera de mi casa, zorras malditas!…- dijo y con una inmensa cachetada lanzó a María Teresa - que hasta ese momento se mantenía casi desfalleciente en medio de todo - contra el sofá en donde la socorrimos quienes no habíamos abandonado la habitación.

Después, quedó unos segundos mirando la escena sin saber que hacer, cogió su chaqueta y dando un portazo salió del departamento.

De inmediato nos asomamos al balcón para ver que había pasado con el bailarín. Tendido en el pasto, después de haberlo sacado de los matorrales, las chiquillas trataban de cubrir su insólita, impúdica e inexplicable - para los vecinos - desnudez, con las chaquetas de uniforme de dos o tres de nuestras compañeras.

- Menos mal que es sólo tercer piso - dijo alguien.

- Y que él es joven - dijo otra.

Después de un rato, que observamos desde lo alto la ambulancia que se llevara a Eduardo, salimos del departamento y comenzamos lentamente a bajar las escaleras.

- El hombre no es tan viejo - dijo Mercedes, como pensando en voz alta.
- Y le traía flores, como regalo - agregó alguien.
     - Güeona - masculló Mercedes - no sabe lo que tiene. Luego nos despedimos.

Piñata
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2012, 17:07:00 pm
La Peste


   Al caminar por entre los restos descascarados de lo que un día fue un gran hospital, no logro desprenderme de esta parásita sensación de miedo.
   Lo intento, y aún así no logro hacerlo.
   Creo que el terror y la angustia con que se bañaron estas paredes se rehúsan a dejarlas, están adheridas, impregnadas, al punto de ser una especie de pintura invisible que ocupa el lugar de los colgajos de la verdadera.
   Este lugar es un horror.
   Pero el verdadero horror es lo que habita en él. Lo que aquí ha ingresado hace mucho tiempo ya. Lo que se ha padecido en este sitio, y por lo que hoy deambulo sola por sus pasillos.
   Aquí está la Peste...
   Yo lo vi todo, desde un principio, aunque casi nada recuerdo ya. Y hoy, cuando siento más que nunca que mi hora se acerca, que soy la próxima en la lista, no puedo dejar de recorrer estos pasillos y escuchar en ellos los desgarradores ecos de la muerte.
   Sé que en cualquier momento, la muerte puede decidir finalmente venir por mí, y sólo restará unirme a la multitud fantasmal que seguramente ya puebla este sitio. Aunque no los vea, sé que están por aquí; así como en su momento de agonía supe que estaban aquí: sus gritos me lo hicieron saber.
   Pero hoy ya son historia. Parte casi olvidada de una historia para la cual el mundo nunca estuvo realmente preparado.
   Así fue: la Peste salió de la nada misma, o del más profundo de los abismos, nos invadió, nos atacó, nos abrazó, y nadie hasta el día de hoy ha logrado evitar su pútrido beso de ultratumba.
   Al principio surgió como todas las epidemias, unos casos aislados, algunos trascendidos, algunos predicadores apocalípticos, y la estúpida esperanza humana de que rápidamente alguien encontraría la milagrosa cura, y todo volvería a la cómoda normalidad a la que siglos de experiencia humana nos han acostumbrado.
   Pero no fue así. Esta Peste se propagó de la noche a la mañana por todos lados, por entre todos ellos, sin respetar naciones, credos, ideologías, razas o costumbres.
   Uno tras otro, al principio por decenas, luego por miles, y finalmente por millones, las víctimas fueron cayendo sin llegar siquiera a expirar un último aliento de despedida a sus seres queridos.
   Ella se los tragó con una voracidad nunca vista, jamás experimentada, al punto que no hubo científico, médico, chamán o sacerdote que pudiera dar respuesta a la simple pregunta que surgía de todas las bocas antes de la última mueca de fatal agonía: ¿Por qué?.
   Pero no todos tuvimos esa “fortuna” de dejar este mundo sin llegar a contemplar la real atrocidad del sufrimiento que la Peste producía. Hubo aislados grupos que en principio se creyeron inmunes, porque aún exponiéndose no caían ante ella. Pero con el paso de los días sólo vieron estrellarse contra la cruda realidad de un laberinto sin fin a sus absurdas esperanzas de salvación.
   Tan sólo teníamos una breve y paupérrima resistencia mayor que la de aquellos que ya habían pasado al otro mundo.
   Y allí comenzó nuestro verdadero calvario.
   Porque fue realmente terrible ver el padecimiento de otros, sabiendo que cualquiera podía ser (lo sería, y lo fue) el siguiente. Esos vanos intentos de reagruparnos para estudiar este maléfico fenómeno sólo sirvieron para convencernos de la inutilidad de nuestras acciones, lo obsoleta de nuestra “gloriosa” ciencia; y sacar a flote lo peor que la
raza humana lleva en su interior: el egoísmo.
   Cada cual libraba su batalla personal contra un enemigo invisible, al que nadie sabía cómo vencer, pero al cual todos, absolutamente todos, odiaban por haberse llevado a sus seres amados y encaminarse a llevárselos a ellos mismos a una fría y olvidada tumba global: la de la raza humana en su totalidad.
   Lejos de encontrar una cura, los que no caían y tenían “el conocimiento y la sabiduría para guiarnos en esta triste hora”, sólo se encargaron de crear lugares como este, enormes mausoleos llenos de gente aún viva (¡aún viva!) y encerrarnos en ellos para utilizar luego la excusa del aislamiento preventivo como infantil método para que ellos pudieran seguir subsistiendo algunos días más.
   Así vinimos a parar a estos gigantescos pabellones mortuorios, simples antesalas del infierno, o el infierno en sí mismo...
   No tengo noción de en qué momento entré aquí, pero siento que estuve dentro de estas horrendas paredes por siempre, como si hubiera sido mi destino desde un comienzo.
   Y los vi caer.
   Uno por uno, en parejas, en decenas, los vi morir ante mis ojos, o los escuché extinguirse en mis oídos, o sentí la fetidez de su pútrida carne días después del deceso, cuando nadie se dignaba siquiera a incinerar sus restos.
   Mientras, desde afuera sólo nos llegaban algunos alimentos, dejados en una sala aislada a la que podíamos acceder solamente por unos minutos al día, siempre herméticamente cerrada desde afuera. Sólo alimentos y medicamentos que todos sabíamos eran pruebas experimentales o simples placebos para mantenernos calmados esperando una salvación que lejos estaría de llegar.
   Y siguieron muriendo.
   Ahora que recorro estos enormes salones, antes atestados de camas llenas de pacientes
que eran atendidos por los propios médicos que habían comenzado a experimentar los síntomas, y al morir estos por las enfermeras, los asistentes o los propios pacientes que aún quedaban en pie, sólo al ver todo esto vacío tomo realmente dimensión de las atrocidades que se vivieron aquí dentro.
    Noche tras noche, vi la estertórea languidez con la que la Peste se los llevaba. Y los que más resistían (¡Increíble maldita ironía!) eran los niños.
   Mientras más pequeños, más resistían. Fueron los últimos en caer, aún ignorantes de lo que realmente estaba pasando, tan virginales frente a la agonía a la que se exponía un mundo que nunca habían conocido en su totalidad.
   Ellos resistieron.
   Aún hoy, con toda esperanza perdida, quedamos esa pobre niña a la que me dirijo a visitar y yo. De entre toda la marea humana de desperdicios pestilentes que dejaron aquí toda esperanza como ante las puertas del infierno de Dante, sólo esa niña y yo quedamos.
   Y sé que ella me sobrevivirá.
   Unos días, unas horas al menos, ella me sobrevivirá. Porque luego de presentar síntomas, ningún adulto logró resistir tanto como los niños. Quizás estábamos demasiado viciados del mundo como para tener alguna objeción ante la parca cuando ésta se nos presentara.
   Pero los niños resistieron más que nadie, y así es como sé que esta es mi hora, mientras subo las heladas y vacías escaleras que me llevaran hasta su habitación.
   No tengo ninguna noción sobre lo que ocurrirá afuera, pero creo que puedo imaginarlo.
   Aquellos que depositaron a sus propios hermanos, padres, hijos y amigos aquí, aquellos que al menos por caridad, instinto de supervivencia, o simple necesidad de
estar en paz con sus conciencias, ellos, hace más de una semana que ya no pasan comida a través del único cuarto que nos comunica con el exterior.
   Quizás se hartaron, tal vez se dieron cuenta de la inutilidad de sus acciones, o simplemente se avergonzaron de ellas. Pero no, en alguna parte de mi ser hay una oculta fibra de mi espíritu que se regocija por creer conocer el final que tuvieron.
   Y me grita.
   ¡Están todos muertos!
   No lo sé, y realmente poco importa ya. Ni a la niña ni a mí nos interesará por mucho tiempo la comida. No moriremos de hambre ni de sed. La Peste se encargará de eso mucho antes.
   Al llegar al pie del primer piso, y contemplar ese pasillo tan opresivo, casi siento tanto terror como para llorar y arrancarme los cabellos. Pero no, el tiempo de eso ya pasó. Lo viví al verlos deteriorarse en las camas de esas habitaciones ahora vacías por las que deambulo.
   Yo ya no recuerdo cuál era mi cama, perdí la noción de eso hace mucho tiempo, o nunca lo supe realmente. Como sea, todas las noches engaño a mi insomnio mortuorio con mis caminatas por el pabellón, terminando en la cama de aquél que aún haya sobrevivido, y al que ya casi nada le queda en este mundo.
   Supongo que esta noche me toca despedirme de esa niña, porque quizás mañana ya no pueda llegar hasta ella.
   Sé, y es inútil negarlo, que la hora se aproxima, y aún con toda esta resignación en el centro de mi alma, no puedo evitar tener que ahogar una y mil veces el alarido de terror que atenaza mi corazón.
   Pero es sólo un lapsus.
   A nadie le importaría eso, porque nadie quedará para dar testimonio de él.
   El mundo, ese mundo por el que pasamos como dueños y señores absolutos, tan déspotas con la naturaleza, tan despreocupados por la supervivencia de otros seres, ese mundo volverá a ser de sus dueños originales, aquellos que nunca debieron dejárnoslo prestado: las plantas, los animales. Y los espíritus...
   Esas camas vacías que veo desde el pasillo al pasar, esos tules hechos jirones, colgajos de una vida que ya no existe, son un triste testimonio de la decadencia humana. Pero al menos, ya estoy cerca de su habitación, y podré llevarme como último recuerdo de este mundo, una visión de humanidad, quizás la última que queda.
   Esta es la habitación. Es la que aún tiene rastros de vida, la menos abandonada, la que menos huele a muerte de toda esta tumba de concreto.
   Pero al acercarme a ella, al buscar la sonrisa esperanzadora por la que fui, el premio al haber sido la anteúltima sobreviviente, sólo me encuentro con un pequeño cuerpo lívido, azulado, carente de vitalidad.
   Muerto.
   Sin llegar a comprender, pero sospechándolo todo, suelto todo el terror que habita en mis entrañas, en un grito gutural que devela mis últimas dudas e inunda absolutamente todo el hospital mil veces maldito, el mundo mil veces maldito...
   La Peste... ¡la Peste soy yo!

Ulises Rodas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2012, 17:08:34 pm
Odile, la viuda Odile


Lo primero que vimos al llegar a esa ciudad fue una marching band tocando música fúnebre de camino al cementerio, una banda desangelada y sin uniformar, a no ser por los sombreros de paja de los músicos y el paraguas con grandes puntillas rosas de la viuda, una negra muy gorda que se protegía del sol y llevaba bien el ritmo.
   A veces, en muy pocos segundos y sin acompañamiento musical, la viuda representaba un monólogo ininteligible para nosotros.
   Al principio, me pareció que asistíamos al rodaje de una película.
   La última vez que me giré, la banda se había detenido unos pasos más allá, los músicos bajaban sus instrumentos y la viuda comenzaba un nuevo monólogo y gesticulaba de forma inquietante.

Cuando se alejaron, entramos en un pequeño burdel transformado en bar ‒la comida era buena y el Diri-Djon-Djon nos sonaba de nuevo a música‒, donde las voces negras de un quinteto acompañadas por un acordeón, se apoderaron de todo.
   El solitario y lentísimo ventilador que colgaba del techo de aquel bar no lograba aplacar el calor, un calor sofocante al que es mejor, mucho mejor, no hacer caso.
   Nos acompañaba un belga barrigón, arraigado aquí desde hace más de media vida, un hombre pequeño con la piel blanca, blanca, la piel más blanca que hubiéramos visto jamás. Se hacía llamar el doctor LeMien, no sé por qué, pues no parecía que fuera doctor en nada, a no ser en estafar a todo bicho viviente, aunque fuera, a veces, por unos centavos tan solo. Un rufián, un paresseux, en fin.
   
Al rato, volvimos a ver aquel cortejo; improvisaba, a la vuelta, una música alegre y llena de ritmo.
   No es un placer delirante ni misterioso, ni siquiera se siente alivio ‒dicen‒, es solo la única manera de que no suceda cualquier cosa.
   ‒ Odile ‒dijo LeMien. Me resistía a llamarle doctor.
   No dijimos nada, tal vez a la espera de que continuara su explicación.
   ‒ [ … ]
   ‒ Odile ‒repitió‒. La viuda Odile.
   No logramos averiguar qué quería decirnos. Nada, quizá. Y abandonamos el local. Yo traté de apretar el paso.
   El belga barrigón tenía una buena cogorza y sudaba visiblemente. Llegó jadeando. Nos acompañó hasta el mostrador de recepción y esperó que nos entregaran las llaves. Allí se despidió.
   




No se podía esperar más del hotel, un pequeño edificio de dos o tres plantas ‒ahora no puedo recordar‒ sin pretensiones, donde la decoración brillaba por su ausencia. Admitían dólares, naturalmente. Nadie nos molestó, ni siquiera los insectos ‒la tarlatana había cumplido fielmente su misión‒ y dormimos a pierna suelta. Era un hotel armonioso, sí, eso era, armonioso.
   Bajamos a desayunar. El recepcionista ‒tampoco ahora podía recordar su nombre‒ bostezaba. Ignoré, por el momento, las tortas de mijo sin sal y el pesé banan que nos ofrecían. Me limité al pain perdu, que me pareció magnífico.
   Oí cómo alguien hablaba del doctor LeMien. Presté atención a lo que decían: el doctor había sufrido una especie de accidente; aún no se sabía bien si le atropellaron o si alguien le había dado una brutal paliza, en ese caso, seguramente, para robarle. Anoche lo llevaron al hospital.
   ‒ Bueno… ese imbécil de LeMien… tampoco nos hacía ninguna falta. Desde luego, no supone ninguna contrariedad ‒pensé en voz alta.
   Su voz salmódica ‒eso sí lo recordaba‒ me producía un intenso sopor. No volvimos a verle.

Buscamos el viejo prostíbulo reconvertido, el bar donde cenamos a nuestra llegada, pero no lo encontramos. Hubiera sido una buena referencia y yo estaba seguro de poder encontrarlo a la primera. No fue así.
   Nos adentramos largo rato en unas callejas cada vez más siniestras, un laberinto, una trampa. Creo que cerré los ojos. Unos segundos más tarde me pareció ver, como un fogonazo, una instantánea, a una joven vestida de blanco, la misma joven en cada cruce, en cada esquina; siempre la misma muchacha, de eso estoy seguro, lo sé por sus inconfundibles ojos saltones. Una negrita sin voz que parecía guiarnos. Los perros habían desaparecido de esas calles.
   Poco a poco, volvimos a oír una música lejana; la seguimos para  salir de aquel silencioso enredo de calles que empezaba a atemorizarme. No sé si resultó casual, pero fuimos a parar a la puerta misma del bar que tanto habíamos buscado desde el principio, a la puerta de aquel burdel transformado.
   Un impulso me forzó a entrar; nada parecía lo mismo allí: un humo detenido invadía el ambiente y el olor enrarecido, quizá de orines ‒estoy exagerando‒ se mezclaba con él, formando una atmósfera tan densa como infernal; ni siquiera giraba el obligado ventilador en el techo y, por supuesto, ningún quinteto amenizaba aquel escenario. Solo un murmullo de voces apagadas podía oírse, un rumor que cesó en el mismo instante de mi aparición. Me recreaba con todo aquello, a pesar de que solo provocaba mi rechazo; cuando me di cuenta, retrocedí.
   ¿Nos había guiado la negrita de ojos saltones? No sabría responder. Me pareció verla de nuevo, alejada; creo que esta vez sonreía, a pesar de que su semblante mostraba un sentimiento árido. El caso es que no habíamos encontrado lo que fuimos a buscar; sin embargo, algo nos sacó de allí en el momento preciso, casi podía decir que en el último momento.

Había resultado un día muy penoso. Al llegar al porche del hotel, encendí una tagarnina. Olía a griot, arenques y pimientos; también había un fuerte olor a ñame cocido. Yo echaba de menos un dry Martini. Me conformaría, de momento, con… con nada. Subiría a mi habitación, creo que estaba… verdaderamente agotado, necesitaba descansar. Me envolvería en mi tarlatana, necesitaba descansar.





Temblaba como un niño, así pasé la noche, temblando como un niño. Creí que dormiría a pierna suelta, como cada noche, pero no pegué ojo. He soñado con la negrita de ojos saltones y vidriosos, he soñado o la he sentido, pues me ha parecido más una presencia: la he visto. La he visto por las callejas, la he mirado a los ojos, casi he podido sentir su piel brillante junto a mí, en mi cama, la he olido, parecía un animal asustado. Eso ha sido la primera vez, en el primer sueño. Después, se ha colado en una pequeña plaza, la ha cruzado corriendo para detenerse en el centro, para volverse a mirarme, para, de nuevo, salir corriendo. Entre sueño y sueño, a intervalos, la negra bailaba, se movía desafiante. Ha habido más sueños, lo sé, durante toda la noche ‒¡ya lo he dicho!‒ pero no puedo recordarlos todos, solo el último, como una fotografía, donde la negrita, tirada en el suelo, con sus grandes ojos saltones abiertos, mostraba visibles manchas de sangre sobre su vestido blanco. Estaba muerta.
   Temblaba como un niño. No pensaba decirlo pero, ¿por qué no? Me hice pis encima, en la cama.
   Me despertó ‒¿había dormido?‒ la luz del día y la sensación tan desagradable que me producían las sábanas mojadas. Afortunadamente, la tarlatana estaba intacta. Después de una ducha, tiré toda la ropa a la basura.
   En el comedor, servían unas raciones descomunales para desayunar; o eso me pareció. No sabía qué comer, en realidad, nada me apetecía; quizá, lo mejor sería repetir el pan francés ‒pensé‒.

Salimos al porche con la pretensión de iniciar una nueva búsqueda. Todavía era muy temprano para adentrarnos por esas callejuelas enredadas, aún desconocidas para nosotros. Decidí empezar por el viejo burdel y lo encontramos, esta vez sí, sin dificultad. Tuve la tentación de entrar, de comprobar si el recuerdo de la pasada noche respondía a una realidad o se revelaba tan solo como figuraciones mías. Iba a hacerlo cuando oímos, calle arriba, camino del cementerio, la misma música, la misma banda… ¡la misma viuda! del primer día. ¿Cuántas veces se puede enviudar en esta ciudad en apenas cuarenta y ocho horas? Quiero decir… 
   ‒ Odile ‒me pareció oír.
   Me giré sobresaltado. 
   ‒ La viuda Odile ‒murmuré, como una tonadilla.
   La calle estaba vacía y Odile, la viuda Odile, a pesar de la distancia que nos separaba, cruzaba su mirada con la mía, una mirada desafiante, hostil. Casi sin dejar de mirarme ‒yo la sostuve, irremediablemente‒ inició uno de sus perturbadores monólogos; se ayudaba con violentos y amenazadores gestos. Sin duda, se dirigía a mí. Con su paraguas de grandes puntillas blancas abierto ‒esta vez, blancas‒, sin abandonar la procesión, la viuda se movía como una serpiente camino del cementerio.
   Hubiera… No hubo tiempo. Nos vimos en un santiamén en un segundo acto, en mitad de esas nauseabundas calles. Y, de nuevo, la música que nos rescató la noche pasada, me trajo el recuerdo de mi negrita de ojos saltones. Esa música sonaba cada vez más y más cerca.
   Al doblar la primera esquina, las mambosas danzaban al ritmo creciente de guatacas y tambores. Salían y entraban al círculo que ellas mismas formaban en la plaza, donde yacía una negra con su vestido blanco manchado de sangre. Todas vestían así, de blanco, y ceñían un pañuelo rojo en la cabeza. Un chivo temblaba atado al débil palo de un sombrajo destartalado: lucía un pañuelo rojo en su cabeza, como las mambosas, y parecía presentir el final que, muy pronto, le aguardaba.
   La música me aturdía, me apabullaba, lo invadía todo. Todos en esta ciudad, tienen los ojos grandes y brillantes. Y cantan.
   Mientras unos ancianos sacaban platos de comida de una trastienda, un joven negro con el torso desnudo mordía la cabeza a una gallina, se la arrancó. Otro le quitó de un bocado la cresta a un gallo. Bebieron su sangre, que desbordaba sus bocas, la escupían sin remedio.
   Al fin, un muchacho sacó un enorme cuchillo que parecía esconder el cuerpo de la negra tirado en el suelo. Cuando intenté protegerla ‒temí por ella‒, varios hombres me sujetaron fuertemente por los brazos. Entonces me di cuenta que no era la negrita de ojos saltones de mis sueños, aunque se parecía a ella. Despacio, muy despacio, el chico cortó los testículos al cabrito; después de disfrutar con ellos entre las manos, después de sobarlos, se los comió y degolló al animal. Muerto, aún le temblaban los cuartos traseros.
   Vomité. Creo que me desmayé.





Desperté. Desperté en mi habitación con un fuerte dolor de cabeza. No era de extrañar. Alguien me había vendado la herida, después de aplicar algún remedio que, al parecer, no servía para nada.    
   Recordaba todas las escenas, a pesar del dolor y la angustia que padecía en ese momento. No encontré ningún contrapunto apacible que me resarciera lo más mínimo.
   Algún desconocido permanecía en la alcoba, y decidí, por el momento, continuar así, hacerme el dormido. Eran varios, dos, al menos, enseguida me di cuenta, y les oí hablar entre ellos. Por lo que pude escuchar, Odile había hecho de viuda de algún político local, por eso su paraguas llevaba las puntillas blancas.
   ‒ El otro día, enterró a Alhy Romulus Domaine, uno de los hombres más ricos de la ciudad ‒decía uno, con acento francés.
   ‒ Quizá mañana ‒dijo el recepcionista del hotel, le reconocí‒ represente a la viuda de algún extranjero. Entonces llevará las puntillas de color verde, ¡ja, ja, ja!
   ‒ Nadie más puede pagar los servicios de la viuda Odile.
   ‒ ¡Ja, ja, ja!

Ha pasado mucho tiempo. Llevo aquí ‒la verdad, no sé dónde estoy‒ varios meses. Hoy les he oído hablar de mí, “no da más de sí”, decían.
   Leo crónicas antiguas que me entretienen. Hoy me han traído una nueva; hablaba de un médico y antropólogo del siglo pasado, muerto en Bruselas, el doctor LeMien. Nunca he oído hablar de él.

Salomé Watson
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2012, 17:40:44 pm
Mi Regreso


Necesitaba pegar un salto en el tiempo y volver a mi pasado,  quise saborear de nuevo  algo  de mi infancia y de mi adolescencia y regresé al pueblo donde tuvieron lugar algunos acontecimientos significativos de mi vida. Un lugar especial, rodeado de montañas, de casitas bajas, de veredas y caminos con olor a limpio, de risas, de  inocencia, de veraneo largo y de tiempo sin límite.

Cogí mi maleta y metí mis recuerdos, bien doblados uno junto al otro entre mis zapatillas, mis camisetas, mis pantalones, algo más grandes ya que mi cuerpo había cambiado y mis montones de cremas que me habían ayudado desde entonces a mantener mi rostro joven y terso.

Hacía ya muchos años que no mantenía relación con nadie de allí aunque las noticias vuelan y alguna vez que otra me había llegado información sobre sus gentes y mis amigos. Casi todos habían partido hacía la gran ciudad, a estudiar, a trabajar, a casarse, otros habían muerto, unos de mayores, otros no tanto, amigos que habían jugado con  la droga sin saber que cuando te atrapa, quema tus deseos y te va dejando sin aliento, algún accidente de tráfico o una enfermedad traicionera se los había llevado cuando todavía les quedaba saldar alguna cuenta con la vida, realizar sus últimos sueños, o simplemente amar y tener otra oportunidad para seguir adelante.

Tuve miedo de volver pero debía hacerlo, conservaba las imágenes desvanecidas, me recordaban a las fotos antiguas color sepia, era algo que había quedado pendiente, me dirigí allí con paso inseguro y algo incierto deseando sentir todas esas sensaciones que me habían acompañado desde entonces y que en muchas ocasiones habían salido de mi interior a quemarropa.

Llegué sin hacer ruido, en la soledad más absoluta, desorientada, despistada, en el anonimato, no sabía muy bien con lo que me podría tropezar. Me registré en el hotel dónde tantas veces había estado con mis padres y mis abuelos que pasaban allí los veraneos, siempre en la misma habitación por donde yo correteaba  y revoloteaba entre cama y cama aprovechando si era temprano para terminar con todo lo que habían dejado en la bandeja de los desayunos que contemplaba con  gran deleite.

Mis ojos miraban con asombro, el pasado había barrido  gran parte de lo que había existido pero que yo aún conservaba grabado en mi memoria muchos retazos de lo acontecido.

Recorrí sus calles, ahora perfectamente empedradas, busqué los colmados de entonces, ahora supermercados,  el mercadillo, la librería, la pastelería, la escuela,  la única  relojería, la farmacia  distinta y sin las mismas caras, la vaquería a la que iba casi todos los días al atardecer  con mi  lechera, aspiraba ese olor tan fuerte y tan particular a campo, el bar de debajo de casa ahora moderno y más grande había cogido parte del local de al lado y así todos los establecimientos  por los que pasé habían cambiado su cara perdiendo ese sabor especial  a antiguo.

 Me adentré en el corazón del pueblo, alcé la vista y busqué los balcones de sus casas esperando con temor a que las personas que allí habían vivido se asomaran como cuando de pequeños con una voz o con el timbre chirriante de la bicicleta nos llamábamos para salir corriendo y poder hacer un montón de planes.

Contemplaba todo embobada  y sintiendo como un tirón fuerte me llevaba por momentos hacia atrás. Una sensación extraña, conmovedora y  placentera.

Cuánto había quedado de mí en aquel pueblo?, emociones, sentimientos, ilusiones, prendidas en lo alto de los árboles, en los rincones de los callejones, en los peldaños de las escaleras de la iglesia, en el pinar jugando al escondite entre tanta maleza y pinos o simplemente montando en bicicleta, pedaleando como si quisiera cruzar el mundo de lado a lado sintiendo en mi rostro la caricia del viento y la libertad tantas veces soñada.

El tañido de las campanadas de la iglesia me detuvo y en unos instantes vi dibujada delante de mi, mi imagen de antaño y volví a las noches en que regresaba de madrugada corriendo a casa con miedo a ser reprendida por la tardanza, mirando el cielo cuajado de estrellas y la luna sonriéndome desde lo alto de mi adolescencia atolondrada.

Observé con admiración la casa de piedra del año 1800 propiedad de unos amigos de mis abuelos y que había pasado de generación en generación, situada en la gran avenida del pueblo, la puerta principal tenía unas escaleras estrechas que te llevaban a un mirador con una mesa pequeña y dos sillitas, asomándote  podías pasar horas y horas absorta viendo el trajín que discurría en la calle.

La entrada de atrás  daba  a la plaza de la iglesia, era  inmensa y oscura, en las escaleras, muchas tardes  nos  sentábamos para contarnos  nuestros secretos,  nuestras cuitas, nuestros amores mientras dejábamos pasar el calor de las primeras horas   y salir al frescor del atardecer con la mitad de nuestros problemas  resueltos y los planes ya pergeñados.

La casa era grandiosa con una  gran galería de cristales emplomados de colores cuyas vidrieras comenzaban a ras del suelo y acababan en lo alto del techo. Un salón de juegos con una mesa de pin pon  en la que disputábamos  partidos excitantes para ver quién ganaba y así podía elegir pareja, bolos, patines y bicicletas.  Muchas puertas nos adentraban a los cuartos de dormir, un laberinto de pasillos comunicaban extraños pasadizos  por los cuales jugábamos al escondite muertos de excitación y de miedo.

El jardín era frondoso y en ocasiones lúgubre, con altísimos árboles, la vista no alcanzaba a ver la cúpula de muchos de ellos. Allí nos comíamos el tiempo echando a volar nuestras fantasías con cuidado de que no volaran muy altas y se quedaran enganchadas en las ramas. 

Me acerqué a la plaza dónde montaban el “entoldado” de la fiesta Mayor a principios del mes de septiembre. La última vivencia excitante del verano, cinco días de baile desenfrenado, de tiempo sin límite, de manzanas acarameladas, de buscar al príncipe de nuestros sueños o de esperar al que nos había conquistado,  con el aleteo de miles de mariposas circulando por el estómago sin saber que no existen los príncipes  y que muchas veces se convierten  en ranas.

Sentía como mi alma se despegaba de mi cuerpo y volaba, colgando de un hilo, como un globo de color para perderse en el cielo y buscar más evocaciones, más momentos y más lugares que permanecían  anclados en mi recuerdo.

Envuelta en el barullo de las calles y sin saber bien a dónde dirigir mis pasos, me hallé de pronto, como por arte de magia en el embalse, a la salida del pueblo. El  maravilloso paisaje se deslizó ante mis ojos lentamente, la arboleda me envolvió,  pude absorber el silencio reinante y palparlo casi con los dedos. Mis pasos me llevaron sin dirigirlos  a la balaustrada del camino que bordeaba a la presa, me asomé y  miré las aguas en las que tantas veces había nadado, había buceado esperando encontrar algún pecio abandonado  y entonces pude verle, en una especie de neblina,  a lo lejos, que se acercaba.

Mi primer amor, no había caducado. Su pelo negro alborotado, sus ojos color miel, su cuerpo nervudo y fuerte y su gran sonrisa clara y abierta que me enamoró desde el primer instante que la vi  enmarcada en su rostro cuando la pubertad ya había llamado a mi puerta.

Sentí un calor abrasador correr por las entrañas de mi cuerpo y esperé e imaginé sus palabras,   me pareció escucharlas tan nítidas y contundentes,  que me estremecí.

-   Estás igual? Como siempre …preciosa … el tiempo por ti no ha pasado.
-   Sigues igual, siempre con palabras bonitas, he vivido una vida que no me correspondía al no estar a tu lado -  le contesté con  ganas de abrazarle.
-   Yo también viví la mía  esperando en algún momento olvidarte. No lo conseguí y por eso he regresado.
-   No has perdido tu sonrisa…… - le contesté intentando sumergirme en el brillo de su mirada y buscar respuestas a tantas dudas.
-   La vida nos ha cambiado, no sé si ha quedado en nosotros algo del pasado, tú que piensas?- se acercó a mí y sentí sus manos despejando el pelo de mi cara que el viento había revuelto.

Le miré aturdida, temblorosa como un pajarillo asustado y excitada. Me aferré a él y pude oler su colonia de siempre, deslicé entre mis dedos sus fuertes cabellos y me acurruqué entre sus brazos.

-   Siempre te quise, fuiste la niña de mis sueños. Pero en aquellos momentos el futuro nos estaba vetado y el destino no jugó en nuestro favor para volver a encontrarnos. – el sonido de sus palabras retumbaban en mis oídos. Tantas cosas tenía que contarle……..

Nos sentamos en la escalinata que llevaba al agua y nos relatamos todos los acontecimientos que habían formado parte de nuestras vidas durante todo el tiempo transcurrido.

El sol se fue alejando al igual que nuestras palabras y la oscuridad cayó sobre nosotros, cerré un instante los ojos y al volver a abrirlos ya no estaba a mi lado. La noche se lo había llevado, sin embargo,  sus caricias, el modo de mirarme y el largo e intenso beso que nos habíamos dado, se había quedado grabado en mis labios, con esa sensación de sentirme viva,  me  alejé de allí.

Me fui  sin hacer ruido, tal como había llegado con un montón de sueños revoloteando, me llevaba de vuelta mis recuerdos, algunos de ellos agazapados en el interior de mi maleta, otros me darían fuerza y me alentarían para cambiar el rumbo de mi vida … y así comenzar de nuevo.


Madrid, agosto 2012

Kiara
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 11, 2012, 17:42:35 pm
Lazos Rosas, Lazos Verdes


No me siento con fuerzas para abrir los ojos, a pesar de que el sueño hace ya rato que me ha abandonado y soy consciente de que no estoy sola en la habitación. Aun sin poder verle, puedo sentir los ojos de mi amado clavados en mí, inspeccionándome con detenimiento. Probablemente, pienso con una punzada de dolor, está intentando averiguar si aún estoy viva.
Me gustaría poder articular alguna palabra tranquilizadora, pero me siento tan relajada que me resisto a abandonar este plácido limbo en el que estoy sumergida. Abandonarlo significa enfrentarme de nuevo a la enfermedad y al dolor, que se han convertido durante los últimos meses en mis inseparables compañeros.
Finalmente, logro emitir un leve quejido. El colchón se hunde ligeramente cuando se sienta en la cama. Me coge de la mano con suma delicadeza.
“Buenos días, cariño”, susurra mi amado. Su voz irradia ternura.
Trato en vano de sonreír y presiono su mano débilmente.
“Tu madre ha venido a recoger a los niños”, dice sin cambiar el tono de voz.
Vuelvo a intentar sonreír al pensar en mi madre, y creo que logro un esbozo de sonrisa, aunque no puedo asegurarlo. No sé lo que haría sin la mujer que me dio la vida. Desde que me diagnosticaron la enfermedad se ha ocupado de mi casa y de mis hijos, aliviando notablemente el peso de mis responsabilidades.
Mi amado suelta mi mano y la posa suavemente sobre las sábanas. Se levanta, me da un casto beso en la frente y promete que en unos minutos me traerá el desayuno. Tampoco alcanzo a imaginar lo que sería de mí sin él. No llevábamos viviendo juntos ni seis meses cuando los médicos nos dieron la noticia.
 Rememoro, todavía atemorizada, ese momento crucial de nuestras vidas, en el que la felicidad se transformó en desdicha. Recuerdo la seriedad del doctor cuando nos pidió a mi amado y a mí que nos sentáramos. Me había telefoneado hacía poco más de una hora para urgirme a que acudiera a su consulta y, a ser posible, acompañada. Sin rodeos, nos dejó caer la bomba: el resultado de la biopsia no era bueno; había que actuar de inmediato. Me quedé perpleja. Miré, conmocionada, a mi amado. Estaba blanco como el papel y tampoco parecía tener la capacidad de reaccionar ante aquella desastrosa noticia.
“Pero si parecía un bultito muy pequeño.”, le dije, con un hilo de voz, al doctor.
“A veces, ésos son los peores”, reconoció el médico.”No voy a engañarte, Lucía. Es grave, y el tratamiento será agresivo”.
“¿Voy a morirme, doctor?”, pregunté de pronto, angustiada. Pude sentir la mirada alarmada de mi amado sobre mí.
“Es pronto para hablar, Lucía”, repuso el doctor con suavidad.
En ese momento, el ruido producido por mi amado al entrar en el dormitorio, me saca del mundo de los recuerdos.
“¡Venga, perezosa!”, me regaña con dulzura. “A desayunar”.
Con no poco esfuerzo, abro los ojos lo bastante como para verlo al lado de la cama, mirándome, con una bandeja en la mano, sonriendo. ¡Es tan atractivo!
Apoya la bandeja sobre la mesita de noche y me ayuda a incorporarme. En silencio, me da de desayunar, como a una niña desvalida. Y, como colofón a un sano desayuno, mi medicación, esas pastillas que parecen tan poca cosa pero que le dan algo más de dignidad a mi vida.
Mi amado posa la bandeja vacía de comida sobre el suelo, y se queda a mi lado, acomodándose un poco en la cama matrimonial. Su mirada destila amor. No, definitivamente no sé qué haría sin él.
“Hoy hace dos años que nos conocimos”, dice de pronto. “Te tropezaste con ese pobre camarero y la bandeja de cafés calientes cayó sobre mí, dejándome hecho un Cristo. ¿Lo recuerdas?”
Asiento en silencio. ¡Cómo no iba a acordarme del día en que conocí a este hombre maravilloso!
“Estabas tan estresada con dos niños pequeños y dos trabajos…”, continúa, con la mirada perdida en algún punto del dormitorio. “Te ofreciste a pagar la tintorería y a pagarme otro café. Empezamos a hablar y ya no pudimos separarnos”.
Me mira. Estoy a punto de llorar.
“No te mereces esto”, susurro.
“No gastes fuerzas en decir tonterías.”, espeta poniéndose en pie. “Ahora intenta descansar otro poco”.
Recoge la bandeja del suelo y sale del cuarto.
Mi tremendo dolor físico me distrae del dolor emocional, pero los recuerdos de lo vivido durante estos meses siempre vuelven a mí. Cierro los ojos y me dejo llevar por ellos.
El post operatorio fue traumático. Sabía, después de la infinidad de pruebas a las que me había sometido, que iban a realizarme una mastectomía, y que me arrancaran un seno… bueno, no fue la mejor noticia que se le puede dar a una mujer. Me aterraba no sólo el hecho de verme incompleta, sino de perder al hombre de mi vida, a ese hombre que lo había dejado todo por mí, apostando con apasionado coraje por nuestro futuro en común.
Quimioterapia, radioterapia, hormonoterapia… Palabras asociadas al dolor, al desfallecimiento y al deterioro físico y emocional.
¿Y el miedo asfixiante? ¡Oh, Dios mío, qué miedo a morir! ¡Qué miedo a no poder ver crecer a mis hijos! ¡Qué miedo a perderme mi futuro, bueno o malo, pero mi futuro!
Recuerdo a mi pobre madre rogándome entre lágrimas que le pidiera a Dios por mi salud, igual que hacía ella. Pero yo estaba irremisiblemente furiosa con Dios, no quería saber nada de Él, por abandonarme cruelmente a una más que probable muerte teniendo casi toda la vida por delante, cuando por fin me había encontrado con la felicidad.
Me siento inquieta, los indeseables dolores se niegan a marcharse, y prefieren, cual burladores,  recorrer mi cuerpo débil y escuálido. ¿Por qué no me dejan en paz de una vez?
De pronto, una sensación indescriptible me hace entreabrir los ojos. No sé muy bien a qué se debe, pero me invade un cierto sosiego, una cierta paz, extraña pero benevolente, también inquietante. ¿Qué está ocurriendo?, me pregunto, confundida. Y, de repente, lo veo.
Mi padre me observa desde los pies de la cama. Sonríe, con esa sonrisa pícara y seductora que le caracterizaba, y una especie de halo luminoso rodea su robusto corpachón. Mi alegría es desbordante y la emoción me inunda el pecho. Ni siquiera el hecho de que haya fallecido años atrás hace que sienta ningún tipo de recelo, y mucho menos de temor. Muy al contrario, vuelvo a ser esa niñita que se siente segura y confiada ante la presencia imponente de papá.
De sus labios lívidos y sonrientes no sale una sola palabra, pero, de algún extraño y misterioso modo percibo su mensaje con claridad: “Vive”.
Su imagen se evapora tan inesperadamente como había llegado. Ahora estoy confusa. ¿Ha ocurrido lo que creo que ha ocurrido, o ha sido fruto de mi espíritu desgastado y agonizante? ¿O tal vez de mi mente, afectada por la medicación constante?
Sea lo que sea lo que haya sucedido durante esos breves instantes, sea fruto de lo humano o de lo divino, lo cierto es que, de forma casi milagrosa, casi prodigiosa,  restaura en mi ánimo parte de la fuerza perdida, parte de la ilusión de vivir, de salir adelante, a pesar del sufrimiento devastador que asola mis días y mis noches.
Ese momento místico, casi irreal, que estoy viviendo se ve interrumpido por el sonido de la puerta de casa al abrirse. Escucho con claridad la voz de mi amado dando la bienvenida a mis hijos y a mi madre. El alboroto de las voces infantiles se acerca cada vez más, hasta que dos cabecitas rizosas y rubias se asoman a la puerta del dormitorio.
Entran despacito. Saben que no deben correr ni subirse de golpe a la cama.
“Hola, mamá”, dice el pequeño.
“Hola, mamá”, dice el mayor.
Y me dan un beso. Miro con amor a mis hijos. Sé lo que viene ahora: me contarán, arrebatándose la palabra uno al otro, todas las aventuras que han vivido en el colegio.
Levanto la vista. En la entrada de la habitación, mi madre y mi amado observan la escena. Sus miradas están vidriosas y en ellas se mezclan un amasijo de sentimientos: pena, impotencia, dolor, emoción y, sobre todo, amor.
Y, por primera vez en mucho tiempo, soy consciente de que no quiero dejarme vencer. Estoy donde tengo que estar y donde quiero estar.
Tal vez muera. Tal vez no. Quién sabe. Pero ahora, hoy, en este instante, estoy viva.
Y eso es lo que cuenta.

Luna
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:45:30 pm
Las Sombras


   ¿Alguna vez te has preguntado qué hay después de la muerte?. Yo puedo responderte, nada. Absolutamente nada. No existe eso de la luz al final del túnel, ni ves a tus seres queridos esperándote. Solo hay oscuridad, todo se funde a negro y se acabó. No esperes que un señor luminoso venga a buscarte y te lleve al paraíso, o en su defecto, aparezca un demonio para arrastrarte al infierno, cosa que en mi caso hubiera sido lo más lógico, no hay nada,  y créeme, no te sientes decepcionado.
Un día normal el despertador sonó a las seis de la mañana, me desperté, hice todas las actividades rutinarias, afeitado, ducha y desayuno. Antes de salir me acerqué a la habitación, le di un beso rápido en la mejilla a mi mujer, estaba despierta, y le susurré: no te olvides de comprar leche. El comentario más romántico del mundo. Un vistazo rápido a la cama de mi hijo, pero sin detenerme demasiado y salgo de casa. Para no volver a entrar nunca más.
No consigo recordar como morí, solo sé que iba conduciendo hacia el trabajo, escuchaba un programa de radio y me reía con las bromas pesadas que hacían a una pobre anciana y de pronto… Todo oscuro. Acababa de morir sin darme cuenta.
Es difícil  describir la sensación de eteriedad, pero es algo así como dejar de estar conectado a la tierra, no hay suelo firme sobre el que caminar, como si la gravedad te hubiera olvidado y te dejara vagar libre. No hay lazos físicos que te unan a nada.
No soy un ente brillante que trasmite paz a los seres que le rodean, mas bien somos una sombra, que provoca cierto malestar a  los que nos acercamos, escalofríos, náuseas y visión borrosa son los síntomas más comunes,  por eso, mantenemos la distancia con los que  todavía están vivos. Sí, he dicho somos, porque somos millones.
Es común encontrarnos a cientos de nosotros agrupados en las terrazas o las azoteas de los edificios, completamente hacinados. La verdad es que no sé porque pero siempre buscamos lugares al aire libre, pero no demasiado alejados de los que aún no han muerto.
El momento más esperpéntico de mi existencia fue el de mi entierro. Primero tuve que tropezarme de frente con mi cuerpo inerte dentro de una caja de pino, eso sí, muy chic. Me enfrenté a las lágrimas de los amigos y compañeros y al terrible dolor que brotaba de los poros de toda mi familia sin poder decirles que no se preocuparan, que no les había abandonado, que estaba a su lado. Sentí la pena que corroía a mi hijo, sin comprender como mi mujer le permitió pasar por este trance, debería haberlo dejado en casa de algún vecino. No pude estar cerca de mi mujer, tuve que conformarme con observarla desde lejos, por alguna extraña razón, es más sensible que el resto de los vivos a mi presencia y cada vez que me acerco le provoco un ataque de migraña, siempre ha sido un poco rarita.
Presencié como metieron mi caja de pino dentro de la tumba y como colocaron los tabiques que me dejarían encerrado para siempre en un zulo de 2m x 1.5m. Irónico, porque siempre me han agobiado los espacios cerrados. Deberían haberme incinerado. Mi madre sufrió un desmayo, demasiadas emociones para un cuerpo tan anciano, por lo que parte de mi familia se arremolinó a su lado tratando de reanimarla, sus gritos, el llanto del resto y las risas de un antiguo compañero de trabajo fueron los sonidos que me acompañaron en mi último momento.
Pasé varias horas vagando por el cementerio, sin saber que demonios me estaba pasando, cuando descubrí a varias sombras iguales a mí. Si hubiera tenido rostro, seguro que hubiese sonreído, feliz por haber encontrado amiguitos. No me hizo falta presentarme, habían asistido a  la escena del entierro, y me estaban esperando.
Quería preguntarles miles de cosas, necesitaba respuestas, pero me di cuenta que el tema de la comunicación iba a ser bastante complicado, no tenía boca, ni lengua, en fin, ni cuerpo.
-No te hace falta-  Me respondió alguno de ellos.
Eso lo oí claramente,  a pesar de no tener aparato auditivo, los sonidos no se escuchaban, se sentían, como cuando golpeas una copa de cristal con agua y sientes las vibraciones.
-¿Alguien puede explicarme de qué va todo esto?- Si hubiese tenido piernas me habría arrodillado implorando
-Eso, amigo, tendrás que descubrirlo tú solito-
-Genial- Estaban dejando claro que no me querían como nuevo miembro de su grupo
Y las sombras desaparecieron.
Ni en el guión más extravagante de la película más absurda de la historia hubiera podido recrear ese momento.
Sin saber que hacer me dirigí al único lugar que se me antojaba seguro. Mi casa.
Al entrar descubrí, horrorizado, que todo había cambiado. Los muebles, el color de las paredes, las cortinas, el pelo de mi mujer y mi hijo había crecido un palmo. Demasiado para un mismo día.
Me estrujé lo que debía ser el cerebro para llegar a la única conclusión con lógica: El tiempo era relativo. Para mi solo habían pasado unas horas, para ellos un par de años.
Salí de la que había sido mi casa y me espanté al comprobar que había el doble de sombras que al entrar. Si seguíamos aumentando de esa forma, íbamos a ser más numerosos que los que aún no habían muerto.
   Me dediqué a pasar las noches en mi antigua casa. Al ser de noche me resultaba más fácil moverme y no le provocaba tanto malestar a mi familia. Me convertí en un especialista en contar. Una inspiración, una espiración, dos inspiraciones, dos espiraciones, tres inspiraciones, tres espiraciones… Así hasta llegar al millón. La idea de que mi hijo dejara de respirar me atormentaba y mi vigilia se basaba en controlarlo. Curiosamente esa era otra de las ironías de mi existencia. Cuando estaba vivo pensaba que lo pero que le podía pasar a mi hijo era acabar teniendo una vida como la mía, ahora me conformo con que simplemente tenga vida.
Alguna que otra noche me paseaba por mi antigua habitación para ver dormir a mi mujer. Me sorprendía que no hubiera vuelto a tener pareja, ¿cuánto tiempo llevaba muerto?, ¿cinco años?, ¿siete?, ¿diez?, esta maldita relatividad en el tiempo no me ayuda nada.
 Solo hubo la excepción de los dos tipejos aquellos que intentaron llevarla a la cama. Por supuesto, me encargué de que lo único que obtuvieran fuera un enorme dolor de cabeza. En ambos casos ella reaccionó de una forma muy curiosa. Miraba a la puerta y sonreía, como si supiera que yo estaba con ellos. Esta mujer siempre ha sido muy rarita. Mi reacción puede parecer una cuestión de celos, pero en realidad no era más que mi orgullo masculino.


En mi forma etérea de sombra observé crecer a mi hijo. Casi sin darme cuenta llegó a la adolescencia. Le vi echarse su primera novia y  fumarse su primer cigarrillo. Estuve a su lado el día que se afeitó por primera vez, y por culpa de mi presencia, el pulso le tembló y le provocó un corte enorme en la mejilla, su madre vino corriendo y tan solo dar el primer paso dentro del cuarto de baño, tuvo que correr a vomitar. Demasiado intuitiva la mujer.
Salía de casa cuando empezaba a amanecer, casi igual que cuando estaba vivo, solo que ahora me fundía por debajo de la puerta, y me sumaba a los millones de sombras que se apelotonaban en las azoteas.
 Algunos días era la azotea de un edificio de oficinas, otros una terraza de un ático o el balcón de algún piso, pero no demasiado lejos de mi antigua casa.
-Llevas demasiado tiempo aquí-
-Bueno, eso es relativo-
-Tienes que ayudarle- aquella sombra se comunicaba conmigo con un tono que no me gustaba
-Ayudar a qué y a quién-  Realmente no tenía ni idea de lo que me hablaba
-Es increíble, tanto tiempo aquí y no te has enterado de nada. Apuesto a que ni siquiera lo has intentado.-
-Ilumíname con tu sabiduría- Tenía gracia, siendo una sombra.
-Si permanecemos aquí es porque alguien no nos deja marchar. Busca a esa persona.- Y se marcha dejándome con la palabra en la boca.
Supongo que durante meses, que tal vez fueran años,  le estuve dando vueltas a esa conversación en lo que sería mi cabeza, sin encontrarle lógica, hasta que una noche, mientras contaba  las respiraciones  de mi hijo me llegó la iluminación.
Todas las sombras permanecíamos en esta forma porque había alguien que no nos dejaba desaparecer. Para alguien de nuestro alrededor habíamos sido tan importantes que no permitían que nos fuéramos. Al final resulta que tanta cursilada de película romántica  iba a ser verdad. El amor es el mas fuerte de los sentimientos.
   Creo que pasaron meses, porque mi hijo se marchó de casa a la Universidad, para estudiar Geografía e Historia. Si hubiera estado vivo le hubiera gritado que eso era un suicidio, pero su madre lo único que le dijo fue:
-Estudia lo que te haga feliz, hijo-
Es que esta mujer siempre ha sido muy rarita.
Mi hijo cogió todas las cosas que para él eran importantes en su nueva vida, y sobre la mesilla de noche dejó la fotografía de los dos juntos, la que nos sacaron en las últimas Navidades que pasé vivo en la casa de la abuela.
Me quedé helado. Si hubiera podido hablar me hubiese quedado mudo.
No era mi hijo.
La persona que me mantenía en este mundo era mi mujer. Todos los días, desde mi muerte,  había estado  pensando en mí, extrañándome, recordándome, amándome. Y yo apenas había pensado en ella en estos años de muerto, -¿cuánto tiempo hace que morí?-aunque tampoco lo hacía demasiado cuando estaba vivo.
Los millones de sombras somos los pensamientos de esas personas que no dejan que caigamos en el olvido, permanecemos en este mundo mientras alguien piense en nosotros, y  estoy seguro de que mi mujer no me va a dejar desaparecer. Se  tomó al pie de la letra su promesa de  amarme hasta el día que la muerte nos separase.  Eso no me hace nada de gracia. Voy a tener que esperar a que muera para poder  esfumarme de una vez.
Supongo que en todas las relaciones siempre hay uno que ama más que el otro, y en este caso, es ella.
Es que esta mujer siempre ha sido muy rarita.

Lurra
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:47:26 pm
Crónicas del Inframundo


UNA SEMANA ANTES

Era una mañana gélida del mes de enero y Nat, ya estaba en la oficina. La ciudad, se desperezaba con las primeras luces del día. Un aroma  a café que provenía de la sala de descanso la sacó momentáneamente de su ensimismamiento, necesitaba una dosis de cafeína  para poder afrontar el complicado día que le esperaba. El trabajo la mantendría ocupada, evitando que pensara en su situación personal que no estaba pasando precisamente por un buen momento. Sus jefes el día anterior la habían felicitado por el resultado de un trabajo encomendado ello, supuso una dosis de confianza y autoestima. Era un empleo con fecha de caducidad, pero  después de estar todo un año sin trabajar  Nat, había vuelto a recuperar la ilusión, aunque poco le duraría. La semana transcurrió con mucho trabajo y sin apenas descanso pero al llegar el jueves Nat, empezó a sentirse mal  y por la tarde empeoró aun así aguantó hasta el final de la jornada, al llegar a casa sintió un intenso frío, y un fuerte dolor en la base del cráneo, luego  se desplomo…



Lo inhóspito y extraño de aquel lugar envolvía el ambiente, era lo más parecido a la antesala de la muerte.  Había seis cubículos de cristal que albergaban en su interior almas a punto de ser desahuciadas. Las máquinas constituyan la parte esencial del recinto, el silencio roto sólo por el zumbido de estos artefactos a los que Nat estaba conectada.  De pronto,  sintió una sensación de movimiento, como si nada ocupará un lugar concreto sino que los objetos y el personal se movieran al mismo tiempo, le invadía una sensación de desconcierto a la vez que le aturdía, sólo ella estaba quieta, observó a los otros pero parecían  ajenos a todo lo que estaba ocurriendo, era como si nadie la viera. Había perdido por completo la audición. Empezó a notar un intenso frío como si saliera desde dentro de su cuerpo hacía fuera. Quería irse, salir de allí, pero una descarga de dolor en la parte lateral del cerebro acentuó más su mal estar. El cansancio y la debilidad la vencieron. Durante el tiempo que permaneció dormida aquel espacio sufrió una gran y extraña metamorfosis, transformándose en un ambiente oscuro y terrorífico.
El cambio de turno distaba mucho del anterior, las personas que allí se movían eran como autómatas, habían cambiado su indumentaria. Ernesto Cornesa nombre que llevaba escrito en la solapa del bolsillo, vestía una bata verde y a Nat le recordó el personaje de la película Re-animator, se dirigió hacía una de las máquinas a las que estaba conectada, sin mediar palabra, manipuló el equipo electrónico y con una pequeña linterna observo atentamente las pupilas de Nat. Los sensores distribuidos por todo su cuerpo y el frío que en aquellos momentos le invadía no la dejaban pensar con claridad, se movía inquieta entre las sábanas.  El habitáculo le permitía una visión parcial del resto de las habitaciones. En el cuarto de la derecha a escasos metros del suyo acababan de instalar a una mujer acompañada de su anciano padre quien se sentó junto a su hija, permaneció inmóvil allí durante horas y justo en aquel momento Nat, tuvo una visión. Vio al anciano en el interior de un ataúd con muchos años menos, el ataúd descansaba sobre una rampa de madera ligeramente inclinada y cubierta de césped. Nat, cerró los ojos para que aquella extraña imagen desapareciera pero, cuando volvió a abrirlos  continuaba allí. Se acumulaban las preguntas en su cabeza, la inseguridad y el miedo se habían alojado con ella en aquel sitio, no entendía lo que estaba ocurriendo. Alguien entró en la habitación y la rescató de aquellos pensamientos era una mujer frágil rubia de unos cuarenta y tantos se acercó y le dijo algo al oído, pero Nat no podía oírla, entonces, saco un bloc y escribió algo que le entrego para que lo leyera.
- ¿Cómo se encuentra hoy?
- Me llamo Ruth Onieva y estoy aquí para ayudarla.
Nat le respondió.
- Entonces ayúdeme a salir de aquí, tengo mucho frío.
Ruth escribió:
-Eso no es posible, pero intentaré traerle una manta.

Nat, paso a una segunda fase de dolor, esta vez más agudo notó como si una gran terraza le oprimiera el cerebro. Hay situaciones que no tienen solución no sirven los deseos ni la voluntad. Nat estaba totalmente segura de que aquellas personas la retenían allí para llevar a cabo a saber qué. ..
El sedante estaba ya haciendo su efecto, Nat, se encontraba ligeramente aturdida. Había transcurrido la noche tranquila y consiguió descansar algo. Pronto sería la hora de visita, treinta minutos escasos en los que ella se esforzaba en explicar una y otra vez a su marido y a su madre lo que allí ocurría pero, ninguno de los dos la creía, así que decidió no volver a tocar el tema, ya investigaría por su cuenta. Su estado anímico parecía una montaña rusa pasando de la ansiedad al miedo, pero de esta forma se dio cuenta que lo único que hacía era malgastar las pocas energías que le quedaban, mejor dosificarlas para cuando fueran realmente necesarias. Nat, nunca hubiera pensado  que estaría ante aquel submundo cambiante pero esta metamorfosis  sólo se producía a partir de las doce de la noche cuando se transformaba en un lugar inquietante y tenebroso y a las ocho de la mañana era como si nunca hubiera cambiado el escenario no quedaba ni rastro de aquel inframundo.
Elisendo Fuentes tenía el turno de tarde era una especie de centinela encargado vigilar todos y cada uno de los movimientos de los que allí moraban, nada se escapaba a su retina. Nat espero a que se le acercará, quería saber lo que estaban haciendo con ella, mientras observaba a Fuentes pensó que tal vez, las conversaciones pudieran estar grabadas aun así se aventuró a preguntarle:
- Contésteme por favor, sí o no.
- ¿ Soy objeto de algún experimento?.
- Eres demasiado importante para eso. Le respondió él.
Nat, notó cierta densidad en sus pensamientos a la vez que se ralentizaban, le dolía hasta pensar. Era consciente de que no podía confiar en nadie. Se encontraba débil sin aliento, las fuerzas le flaqueaban. Estaba inmovilizada, atada a algo parecido a una cama, el frío había desaparecido para dar paso a un sudor que impregnaba  todo su cuerpo. De pronto apareció Ruth Onieva,  le susurro unas palabras al oído, pero Nat, no podía oír nada. Ruth de nuevo saco la libreta del bolsillo y escribió.
- No te preocupes, te ayudaré a salir de aquí.
Nat lo leyó, sintió alivio y pensó que no estaba tan sola como ella creía. Miró a Ruth y asintió, ella le devolvió una sonrisa.

De pronto, escuchó un crujido seco, parecía provenir del interior de la pared, era como si algo se abriera paso por un imposible sendero ya olvidado desde las profundidades de espacios inciertos, lentamente se iba acercando, mostrando a través de un enorme boquete sus peludas patas negras era, una monstruosa araña, hecha de goma espuma y cabeza humana. Pasó rozando a Nat, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho, pero la descomunal criatura se dirigió hacía el mostrador del recinto dio un gran salto y empezó  a deslizarse sobre la superficie.  Apareciendo de la nada un gigantesco ángel negro desenfundado una espada de grandes dimensiones de un material imposible de describir y con un limpio y certero movimiento decapitó a la araña, ésta soltó un ensordecedor rugido que hizo que Nat debido a la fuerte vibración se estremeciera, la cabeza salió rodando y se desintegró  dejando tras de sí una gran mancha grisácea. Nat, durante unos segundos pudo observar el ángel, justo antes de que desapareciera. Era de una belleza sobrenatural extremadamente alto de cabello negro y largo, unas afiladísimas uñas le sobresalían de sus manos y pies, sus grandes alas negras se desplegaron, su rostro de rasgos perfectos y su mirada misteriosa hizo que por un instante Nat se extraviará hasta el fondo de sus ojos. Tuvo la sensación de que el corazón se le encogía, a la vez que se aceleraban sus latidos mientras se le quebraba el aliento.


Todas las noches se volvían lentas y eternas presididas por un desfile de inquietantes personajes.
La penumbra envolvía el ambiente. Ernesto Conesa (Re-animator) entraba y salia de un habitáculo a otro. Desde una cierta distancia a Nat le pareció ver una sombra, agudizó la vista, y pudo observar como Re-animator se dirigía con autoridad a un anciano de pelo largo y blanco vestido con unos gruesos y extraños ropajes salidos como de otra época. Pronuncio unas palabras, y el aciano se encaramó sobre el mostrador quedando en cuclillas en una postura imposible, bebiendo de un plato repleto de leche igual que si se tratará de un perro. Nat permanecía inmóvil, se encogía y deseaba con todas sus fuerzas que no detectasen su presencia. Tenía que esforzarse y evitar que sus pensamientos se disiparan e intentó concentrarse en cómo salir de allí, al menos sabía que contaba con una aliada, Ruth Onieva,  a la que por cierto, hacía tiempo que no veía. Entre tanto las preguntas se agolpaban en su mente y.. ¿Sí se había olvidado de ella? y si Ruth ¿ya no estaba allí?  la angustia y el desconcierto poco a poco se fueron apoderando de Nat.
La sequedad en su garganta hizo que se despertará. Las paredes, de un blanco brillante absorbían la poca luz que se filtraba desde el exterior, un exterior al que ella no tenía acceso.  Tras los habitáculos de cristal se percibía cierto movimiento, estaban vaciando una habitación Nat, pensó – ya se han deshecho de otro “huesped” -. Observó a su alrededor y le pareció oír un débil pitido ¿estaba recuperando la audición? por lo demás, todo seguía  igual continuaba prisionera de aquellas máquinas con extraños gráficos y luces intermitentes.  Entretanto Re-animator le tomaba la temperatura, colocándole algo parecido a una pinza en su dedo índice, mirando fijamente el monitor que tenía a su derecha, de pronto, Nat sintió una fuerte sacudida desde los pies hasta su cabeza, el brutal latigazo la dejó paralizada mientras quedó sumida en la más profunda oscuridad.
Ruth había comenzado su turno y se acercó a Nat, ésta estaba completamente sedada, le tomó la temperatura y comprobó la tensión arterial, parecía estar todo en orden. Ruth continuó con su ronda pero sus pensamientos se centraron de nuevo en Nat, aquella mujer le caía bien,  parecía tan frágil pero tan fuerte a la vez, era tan distinta a los demás que Ruth se propuso ayudarla.
Nat, recuperaba lentamente  la consciencia, tenía todo el cuerpo magullado, y notaba una gran presión en la parte superior del cráneo, las sienes le latían y tenía la extraña sensación de que el colchón la estaba engullendo. Poco a poco fue saliendo de su aturdimiento para encontrarse de nuevo ante otro misterioso escenario, esta vez varias filas de pequeños féretros presidian la estancia, a  su izquierda estaba el anciano al que antes había visto, ahora arrodillado en posición como si estuviera rezando. En aquel preciso instante una fría ráfaga de aire cruzó la habitación contempló horrorizada cómo una sombra se expandía desde el suelo hasta el techo adoptando una forma que ella conocía muy bien, era la de un ser maléfico alguien que en vida había sido muy perverso y ahora había logrado que su maldad se liberará traspasando otra dimensión. Sintió como una ráfaga gélida acarició su rostro,   pensó  no puede ser, no, esto no es real. Una voz dentro de su cabeza le respondió – Soy tan real como tú-………

Debedea
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:48:31 pm
Espejos Nocturnos


Cruzando como un vagón de carga a través de los sentidos, su mirada cansina demostraba desesperación, desgano natural de una caminata extenuante de miles de pasos sin razón.

La noche estaba turbia y fría, los vapores anisados emanaban como nubes danzantes de las alcantarillas. Las casas se mostraban apagadas y al mirarlas de reojo parecían caer a sus espaldas algunos ladrillos enmohecidos. Con toda esa vista mortecina más el silencio sepulcral de las calles desoladas, él creía que no encontraría una botica abierta a esas horas de la madrugada. La resignación entonces lo había atrapado junto a una densa niebla.

Pensó en descansar unos instantes en las escalinatas de mármol del gran edificio Municipal que se alzaba a dos cuadras de allí, pero estaba agotado, agobiado por el esfuerzo en vano, entonces decidió que se tomaría un alivio en la próxima esquina.
Al sentarse en el primer zaguán que encontró dio una mirada minuciosa al panorama que se le presentaba frente a sus ojos húmedos. Observó que la oscuridad se devoraba casi todas las casas, la luna no tenía energías para iluminar el paisaje mas los focos desgastados explotaban angustiosamente con suaves chasquidos que profundizaban la penumbra. Solo el enorme faro antiguo, que adornaba la entrada de la casona de la vereda de enfrente, se destacaba por mantener su lucero con vida. Entonces concentró su vista hacia aquella casa, se enfocó en sus añejos muros de granito, su puerta de cedro macizo, para así poder evadir la crueldad del frío nocturno, su cansancio taciturno y sus tempestades existenciales.

En su distracción de unos cuantos minutos comenzó a imaginarse la vida que se encontraba tras esas paredes magnánimas. Primero analizó la estructura general de la casa, de corte colonial con seis ventanas en el frente, tres de las cuales estaban sostenidas en el piso de arriba, todas con barrotes negro zafiro como la impertinente noche. La forma rectangular de la casa era sólo imperfecta por un pequeño altillo que se divisaba en su parte superior en donde se erguía un techo decorado con tejas romanas y relieves intrincados que no se alcanzaban a distinguir en detalle por lo difuso de la noche.

Por un momento le sacó la vista a la casa y escrutó a su alrededor con el instinto de encontrar algún transeúnte que le oriente, pero las calles estaban tan vacías que solo se escuchaba el murmullo del viento sibilante.

Inmediatamente volvió a observar con detenimiento la antigüedad arquitectónica, pero esta vez se mostró interesado, casi llamado, en mirar una de las ventanas laterales, la única a la derecha de la gran puerta de madera lustrada. La ventana enorme escondía unas cortinas amarillentas que misteriosamente estaban más iluminadas por la intensa luz del faro que todo el resto del entorno. Al contrario que todo el ambiente lúgubre que lo rodeaba, que todas las casas empolvadas por los años, que las calles ennegrecidas y desiertas, las cortinas parecían nuevas, vivaces.

Se dio cuenta que el cansancio junto al sueño se complotaban y lo estaban venciendo, entonces se frotó los ojos enérgicamente con sus manos y siguió mirando la ventana con suma atención. Le pareció por un instante que a través del cortinado se dibujaba una silueta humana, se sintió observado y quitó rápidamente la vista. Miró sus pies temblorosos y sus delgadas manos apoyadas en su regazo para luego inevitablemente volver a observar la ventana. Para su afable sorpresa esta vez vio a alguien, parecía un hombre pero no distinguía sus rasgos. Lo observó fijamente y cruzaron sus miradas como acompañándose en esa noche solitaria, se aunaron unos ínfimos segundos. Pero volvió a desviar su vista de manera errante. Estaba muy agotado y cerró los ojos para descansar unos minutos.

Al abrir los ojos con esfuerzo, desorientado y temiendo haberse quedado dormido por mucho tiempo, volvió en sí, se sentía más descansado ahora. Miró toda la habitación y la encontró radiante como siempre, rodeado del amueblado de pino que tanto le gustaba y con esa pintura celeste que había elegido tan minuciosamente para las paredes. Los cuadros estaban perfectos, cada uno milimétricamente dispuestos, mientras que a la mesa la acariciaba el estupendo mantel de satén blanco. Recorriendo la habitación con la mirada, detuvo su aguda inspección en la cortina amarilla que daba hacia la calle, estaba tan sucia y andrajosa que le causó vergüenza, por lo que atinó a girar la cabeza hacia los lados como para ver si alguien estaba observando tal desarreglo. Se acercó a la cortina, la tocó delicadamente, sus dedos se llenaron de polvo y se sacudió las manos preguntándose cómo había sucedido semejante descuido. Se percató súbitamente que en la calle, entre la densa oscuridad, su potente farol vetusto iluminaba la esquina de enfrente. Corrió con gestos suaves las cortinas inmundas y observó con detenimiento por el ventanal. Agudizó los ojos y vio a una persona sentada en las escaleras de la pequeña casa de la esquina, era un hombre con aspecto cansino y apesadumbrado que lo miraba fijamente. Por un instante levantó su mirada pensativamente unos segundos para luego volver a mirarse con aquel hombre desconocido, tan profusamente, como hermanándose ambos en esa noche fría, apagada y solitaria. En ese instante recordó que era tarde y debía abrir la botica…

Thor
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:49:56 pm
Pasiones


Desde luego, es algo de lo que no voy a poder olvidarme nunca. Ni yo ni mi compañero  Fuentes, tenga por seguro. La chica no tendría más de veinte años. No sé, los jóvenes de ahora son una cosa que yo no puedo entender, pero bueno, también es cierto que hay cosas que no tienen edad ni tiempo. Hay un escritor, no me acuerdo el nombre, que dice que todo en la vida se reduce al amor y la muerte. Yo en el fondo también pienso que es así.
Bueno, pero usted dirá qué tiene que ver la filosofía en todo esto. Es que yo  pienso que el amor tiene mucho que ver con nosotros, los que somos coleccionistas. Coleccionistas, sí, yo sé que puede sonar raro, pero nuestra afición es una forma de amor. Si no entiende eso, tampoco va a poder entender qué hacíamos en ese tren.
La locomotora estaba en un galpón, un galpón que ya casi no se usa, en la estación de Ingeniero Jacobacci, en el sur. Queda yendo para Bariloche, no sé si usted conoce. Allí el tren del Roca tiene un enlace con otro de trocha angosta, que va hasta Esquel, en Chubut. La máquina estaba allí vaya a saber desde cuándo, ni siquiera pudieron informarnos exactamente. Cosas de los ferrocarriles en este país: fueron un orgullo para todos, pero ahora ya son una ruina, a nadie le importan, ya casi nadie viaja. Aunque le parezca mentira, hay muchas cosas de los buenos tiempos que simplemente se fueron quedando, como apartadas a un lado por el curso de los acontecimientos, sin que nadie se ocupara de ellas ni siquiera para tirarlas. Enormes galpones vacíos, talleres con maquinarias y grúas herrumbradas, miles de kilómetros de rieles por donde ya no pasa ningún tren. Se los van tragando los yuyos poco a poco y nadie se acuerda, menos a lo mejor los viejos que viven cerca de esos sitios olvidados. Pero siguen estando allí, y también las locomotoras. Muchas locomotoras antiguas, algunas que todavía funcionan. O funcionarían, si alguien se tomase el trabajo de ponerlas en marcha. Y eso es lo que hacemos nosotros, los de la Asociación de Amigos de los Trenes. Unos coleccionistas locos, nos dicen.
Seguro que usted no puede imaginarse la emoción que se puede sentir en un momento así. A lo mejor usted también tendrá sus pasiones, pero ninguna es igual a otra, yo sé lo que le digo. La máquina estaba ahí, delante nuestro, después de tanto tiempo. Era una Vulcan Foundry, construida en Lancashire en el año 1914. Una serie de cuarenta locomotoras hechas por encargo para el Ferrocarril Sud, el que después fue el Roca, ¿recuerda?. Uno de esos enormes aparatos negros, casi dieciocho metros de largo por cuatro y medio de alto, imponente. No, no me pida más detalles, podría pasarme una hora hablándole de la capacidad de los cilindros, de los ejes acoplados que se lubricaban mediante cajas individuales, de la capacidad y las innovaciones técnicas de la caja de fuego, pero no viene a cuento. Cuarenta Vulcan clase 11B. Para bajarlas del barco que las traía, era preciso montar una grúa flotante de cien toneladas. Las mandaban enteras, completas, y la grúa las dejaba directamente sobre los rieles que llegaban hasta el andén del Dock Sud. Y allí, estaba frente a nosotros, una de aquellas reliquias, y no cualquiera.
No, claro que no cualquiera, era nada menos que la famosa 4173, la única de toda la serie que funcionaba a carbón. Porque usted se acordará que en aquellos tiempos ya las locomotoras de vapor usaban el petróleo. ¿Usted sabía que durante muchas décadas, habiendo petróleo que es más barato, en la industria se seguía usando carbón porque a los ingleses no les convenía cambiar, porque tenían las mejores minas? Bueno, pero eso no tiene nada que ver con esto, me acordé de la anécdota, nomás. Es que el mundo funciona así, a la voluntad de los que tienen más.
Pero volvamos a la máquina y a cómo sucedieron los hechos. Fuentes y yo habíamos descubierto, por la información de unos amigos, que en ese galpón de Jacobacci había  depositada una Vulcan de 1914. A partir de allí hablamos con los directivos de los Ferrocarriles, hicimos millones de trámites y al final nos dieron la autorización para que la Asociación se hiciera cargo –en concesión, no era una donación ni siquiera- de aquella locomotora que, entretanto supimos, era nada menos que la única a carbón de toda la serie. Nos dieron el permiso para ir a buscarla, hacerla funcionar si podíamos, y trasladarla adonde tenemos nuestro “museo”, que aunque es al aire libre y no tiene instalaciones muy especiales, porque es nada más que una explanada donde antiguamente se concentraban los cambios de vía en Retiro, tiene ya más de veinticinco máquinas anteriores a las diesel.
Ya sé que me alargo, señor oficial, pero es que no puedo contarle nada si no le cuento cómo empezó todo. Comprenda usted que hay pasiones que están por delante de todo, sobre todo cuando uno llega a un momento de la vida en la que la mayoría de la gente no tiene ya ninguna. Por eso, le insisto, no comprendo a la gente joven, que todavía puede tener tantos motivos para enamorarse de las cosas, para emocionarse porque descubre todos los días algo nuevo, y sin embargo parece que no se interesa ya por la vida, que no encuentra motivos. Los estaremos educando mal, sin valores, supongo, pero ¿cómo hay que hacer para darle valores a un chico que se pasa el día mirando la televisión?
Vuelvo, vuelvo, no se impaciente. Fuentes y yo no podíamos creer que estuviéramos frente a una Vulcan a carbón. Y mucho menos, que nos costase tan poco hacerla arrancar. Mucho más nos costó conseguir carbón para llenar el depósito, claro. Y el agua, todavía quedan en las estaciones viejas esos tanques de los que cuelga una enorme manguera negra, gruesa como un pellejo de ballena. Era como volver a un pasado que nosotros mismos casi no habíamos vivido. Todavía hubo que hacer un montón de gestiones, para que nos dieran vía autorizada durante todo el trayecto. Salimos para Buenos Aires a la madrugada, porque sabíamos que tendríamos que hacer el viaje lentamente. No porque la locomotora fuera vieja, porque funcionaba bien. Más que nada, por el hecho de que íbamos a tener que utilizar vías por donde podían venir otros trenes, aunque la verdad es que ya no hay mucha circulación en esas líneas. Hicimos un par de paradas el primer día, sobre todo para recargar agua. La máquina resoplaba como un elefante cansado, pero el vapor movía perfectamente los émbolos. Fuentes fue siempre un correcto maquinista, y mientras él controlaba los instrumentos yo me ocupaba de palear el carbón cuando aflojaba la presión. No es un trabajo demasiado agradable, desde luego, pero con esa máquina yo hubiera sido capaz de mucho más, sólo por sentir la sensación de estar llevándola con nuestras manos.
A la noche, estábamos por San Antonio Oeste, hasta los andenes llegaba tenuemente, por primera vez en todo el viaje, el aire salado del mar cercano. Dejamos la locomotora estacionada en un tramo de vía muerta, un poco más allá de los andenes de la estación. Comimos copiosamente en una fonda, y luego alquilamos una habitación en una pensión. Nos costó dormirnos: hubiésemos querido que no terminase nunca aquel día. Pero al fin nos forzamos a descansar; sabíamos que el día siguiente también iba a ser tan inolvidable como ese. Lo que no sabíamos entonces, o no imaginábamos, era por qué.
No hacía muchas horas que estábamos en camino, habíamos atravesado la frontera entre Río Negro y Buenos Aires, más allá de Viedma.  Todo marchaba, valga la redundancia, sobre rieles. La última parada había sido en medio de la llanura, donde sorpresivamente apareció una tolva de agua. La presión de la caldera estaba bajando, y yo me dispuse a palear más carbón. Me puse los guantes de lona, unas antiparras para que el polvo del carbón no me entrara en los ojos.
Antes de empezar, quise que el aire me refrescase la cara, y saqué la cabeza por el borde de la cabina. Entonces la ví a la chica, todavía lejos. No tendría veinte años, ya le digo. Me bastó verla para intuir que algo estaba a punto de ocurrir. Le pegué el grito a Fuentes, y él instantáneamente alargó el brazo y tiró del cable de la sirena  mientras trataba de accionar los frenos. La bocina dio un tremendo pitido, enorme, sorpresivo. Las ruedas chirriaron, patinando desesperadamente sobre las vías de acero. Pero la chica, señor oficial,  sabía lo que quería: eso se lo digo yo. Esperó hasta el último segundo, como para asegurarse. Y entonces dio un paso, y de un salto se subió a las vías.

Jorger Luis Vallejo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:51:34 pm
La cosecha del 12


“El supervisor acaba de llegar” le habían dicho hace unos instantes, y sabía que le esperaba una entrevista áspera y desagradable. Se había invertido muchísimo tiempo y material en el proyecto y no se aceptaría nada que no fuera un ¨El plan ha funcionado perfectamente¨. Por suerte, no tenía razón para creer que no pudiera decirlo, pero evidentemente sería presuntuoso empezar con semejante declaración cuando le preguntara como iba todo, y solo atraería el deseo del supervisor de ponerle en evidencia delante de su equipo. Sabía que desde el principio la idea pareció descabellada, demasiado arriesgada y demasiado lenta.

Pero su presentación inicial había logrado convencer a quien tenía la autoridad de aprobar los recursos necesarios, aunque lamentablemente también había logrado crear cierta enemistad entre algunos de los que hasta entonces había creído sus amigos y compañeros, uno de los cuales había logrado en este tiempo subir de cargo, para convertirse en su supervisor, y con ello cualquier discusión que tuviera lugar siempre empezaba con una pequeña muestra de poder, con un intento de hacer ver que la idea original estaba condenada al fracaso desde el principio, como el había intuido en aquellos lejanos tiempos. Indudablemente era otro duelo.

La situación era simple, una predisposición genética, una mutación a la que no se le prestó mucha atención había resultado en la presente precaria situación. La única forma de lograr el producto químico que su cuerpo era incapaz de crear ya era la de ponerlo en la dieta, pero ello implicaba que una especie menor lo produjera en cantidades suficientes como para que fuera factible matando a ese animal e ingiriéndolo absorber el preciado elemento. El dilema era que en cierta medida el producto estaba ligado al desarrollo de inteligencia y cualquier animal al que se le diera podía rebelarse.

La opción de trastocar el genoma propio había sido intentada con desastrosas consecuencias. Lamentablemente los sujetos del estudio habían desarrollado una territorialidad y agresividad excesivas como para poder vivir en los espacios limitados en los que no les quedaba más remedio que habitar. Era la opción que su supervisor había intentando resucitar sin éxito en diversas ocasiones. Sin embargo la cosecha que él había promovido si había logrado grandes resultados, incluso si se consideraba que los primeros animales daban muy poco producto para el peso que tenían, y con inmensos problemas por la conocida secundaria agresividad que también se generaba.

Pero tras decidir destruir el hábitat y toda la manada de su granja y empezar de nuevo, experimentado con especies más menudas había logrado la especie ideal. El problema que se había planteado era muy diferente. Por mucho que fuesen matando solo los seres que precisaban, por mucho que la población fuera creciendo de forma estable, su inteligencia también lo iba haciendo, y en consecuencia el peligro de que llegaran a un nivel capaz de formar una civilización. Una posibilidad que no vieron al principio, pero que precisaba de medidas drásticas, antes de que se les fuera de las manos.

Por ello hacía tiempo se había decidido el día del gran banquete, donde se acabaría nuevamente con esta nueva especie, pero de una forma más productiva. No habría desperdicio. Todos estarían invitados a un festín sin precedente, pero por ello la organización era fundamental. Había que dar tiempo suficiente para que de todos los rincones donde se encontraban pudieran tener tiempo de acudir a la cita. El supervisor consideraba que era un fallo del plan el tener que acabar con todos los ejemplares una vez más, aunque se hubiera pensado mejor y no hubiera producto que se desperdiciase esta vez.

Aun así, existían dudas. Se había dejado pasar demasiado tiempo desde que se decidiera la fiesta. La fecha incluso se había filtrado a quien no debiera, y la posibilidad de problemas no podía ser subestimada. Fue un ataque calculado como empezó su alocución el supervisor, y antes de que pudiera responder nuevo veneno vertió, reclamando que no solamente existía peligro de perder bastante compuesto con tal masiva operación, mas aún remató teniendo en cuenta que algunos de esos animales, más listos y agresivos, no iban a dejarse matar fácilmente, o iban a cometer actos descabellados que les convertirían en inservibles.

Antes de que prosiguiera enterrándole la daga con detalles de como incluso los comensales podían sufrir consecuencias, interrumpió lo que llamó preocupaciones sin fundamento, producto de falta de conocimiento y también de celo, atacando el hecho de que hubieran elegido un supervisor que estaba en contra del programa antes de que este fuera aprobado, algo que no debían olvidar les recordó. Pero la cizaña contra la gran fiesta estaba ya echada, las dudas de concentrarse todos en tan poco espacio, dejando su mundo a su albedrío creaban dudas difíciles de calmar. Era tarde para cambiar el curso de los hechos.

Palabras duras que cayeron como un jarro de agua fría. Todos sabían que su futuro dependía de lo que pasara en el festín, que no podrían criar, como habían intentado pequeñas manadas en distintas granjas, que era el momento de abastecerse hasta la saciedad pues no sabían cuando podrían disfrutar de semejante manjar de nuevo. De alguna forma la naturaleza les estaba mostrando quien mandaba, eran presas de su afán de conquista y expansión. Nadie más dependía tanto como ellos de tal pequeña molécula, tan difícil de cultivar y tan esencial para su desarrollo y su forma última de ser.

Para calmar los ánimos resumió que poco importaba lo que se hubiera filtrado, que poco importaba lo que los animales supieran, que su destino estaba escrito desde hacía ya muchísimo tiempo. No tenían ninguna otra opción, no les habían dejado el tiempo suficiente para representar más amenaza que cualquier otro animal salvaje. El que hubiera pérdidas era insignificante comparado con el tamaño de la manada. Se acercaba lo que ellos ya sabían que era una fecha marcada, el veintiuno de diciembre, y el plato de humanos estaba ya preparado, listo para ser degustado. Solo hacía falta sentarse a la mesa.

Pablo Millares
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:52:40 pm
El diario


Después del entierro, de arreglar los asuntos de la herencia y de pedir unos días en el trabajo, viajé de Madrid a la pequeña localidad del norte en la que hacía unos días había muerto mi padre de un ataque al corazón. La causa de su muerte para un hombre como él, con sus responsabilidades y los hábitos de vida que llevaba, no es que fuera nada sorprendente, pero me había hecho la pregunta de por qué regresó tan de improviso y sin avisar a nadie, al lugar que le viera nacer hace 58 años, y al que no había regresado desde que saliera a sus 14.
El asunto lo resolví en el viaje de ida en autobús, donde no pude parar de leer, por estar tan cautivado como extrañado, el diario personal que la policía me entregara junto al monedero y el maletín que mi padre llevaba el día de su muerte. No encontré ningún misterio ni nada parecido, él tan solo quiso regresar al barrio donde nació, con la idea de reencontrarse con su infancia, y con la intención de volver a Madrid al día siguiente sin poder imaginar que estaba haciendo su último viaje, y que donde había empezado su vida, iba a terminarla. Pero sí que me impresionó la faceta íntima y desconocida de un hombre que suponía tan poco dado a introspecciones y a pérdidas de tiempo, digamos que diría él, literarias. 
El caso es que a pesar de haber hallado tan prosaica razón en las páginas de su diario, o quizá precisamente por eso, por encontrarme con un padre desconocido, decidí terminar el viaje y llegar hasta el barrio que abandonó al comenzar su adolescencia para no regresar jamás, rumbo a Madrid, con ganas de comerse el mundo, como así parece que lograra si atendemos al baremo de las altas condolencias que recibí el día de su funeral, o a las esquelas laudatorias de los periódicos.
Al llegar a la estación tomé un taxi y pronto llegué a Las Torres, tres altos bloques de edificios que se habían levantado hacía unos 60 años según leí en el diario como parte de un futuro prometedor, y al que los años no habían tratado tan bien como se esperaba si atendía a las fachadas desconchadas, al pavimento levantado, a un aparcamiento lleno de agujeros, y a unos vecinos que no destacaban precisamente por su vitalidad.
Ya en el complejo de los bloques busqué el parque al que se refería mi padre con insistencia, y no tardé en encontrarlo. Con una forma geométrica irregular, poseía un tamaño aceptable y se conservaba como todo lo demás, a duras penas; los setos que lo rodeaban crecían de cualquier manera, de los columpios solo quedaba la estructura, y los cuatro bancos que sobrevivían estaban astillados, crujían con sólo acercarte, y eran todo un cagadero de pájaros. Con todo y con eso decidí sentarme en uno tras limpiarlo un poco, pensando que tal vez fuera el mismo desde el que mi padre escribiera sus últimas palabras, y sonreí convencido de las maldiciones que debió proferir mientras tomaba asiento. Fue como si le hubiera visto usando su inseparable periódico para proteger su impoluto traje. Sentí una nostalgia que no esperaba.
En ese momento llegó una abuela con su nieta para que ésta se entretuviera jugando con la arena, y tras una larga y desconfiada mirada de la vieja, abrí de nuevo el diario para releer las últimas páginas que escribiera mi padre y que tanto me habían sorprendido por mostrarme a una persona completamente diferente a la que yo conocía. Me pregunté si volvería a llorar como ya hiciera en el autobús, y comencé:
    
Todo empezó aquí, sin este parquecito que me vio mal jugar al fútbol junto a mis hermanos mayores y sus amigos, sin esas escaleras que saltaba intrépido hasta que me partí los dientes, sin estos bancos donde escuchaba por las noches las historias de terror más estúpidas pero emocionantes, sin aquel árbol donde intenté robarle un beso a la pequeña María, y que tras fracasar me prometí que nadie nunca me iba a volver a humillar de esa manera ni de ninguna, sin esta arena con la que construí decenas  de cárceles para hormigas a las que luego obligaba a luchar por su vida, sin el basurero de ahí abajo donde cazaba lagartijas que siempre perdían sus colas, sin todo eso, sin mis recuerdos, sin mi infancia, yo no valdría hoy absolutamente nada, aunque nada de esto sepa nadie más que yo. 
   No llegué a futbolista, ni a bombero como aquel vecino por el que suspirara la condenada María, tampoco fui médico ni veterinario, y por supuesto, no alcancé las estrellas como astronauta. Pero, ¿cómo iba a acertar, quién puede imaginarse de pequeño que acabará convirtiéndose en algo tan falto de magia como es, ser un hombre de negocios?
   Dinero no me falta y desde luego tampoco mujeres, he cumplido la promesa del árbol. Sin embargo, los vacíos reconocimientos que se me conceden no sirven para engañarme, sé que algo no está bien y desde este banco lo veo con claridad: fui un niño pobre pero feliz, y ahora soy un hombre tan rico como desdichado. Me revienta cumplir el tópico, me desagrada hasta escribirlo porque es como si lo rubricara, pero lo noto tan cierto, que negarlo es inútil. Todo a mi alrededor ha envejecido mal, salvo el recuerdo, mi infancia posee las únicas risas que aún resuenan sin quedar desdentadas por mi hipócrita vida.
   Mis ex mujeres y mis amantes se pelean por el dinero, no por mí, a mis ancianos padres no les soporto cerca aunque no fueron malos conmigo, de mis hermanos mejor ni escribo, y a mi hijo, a mi hijo no me atrevo a decirle “te quiero”, porque no he sido capaz de hacerlo nunca, porque no me creería, y porque tampoco nunca le he dado motivos para que él me quiera a mí.
   Una infancia feliz, dicen, hace a un hombre feliz, no es cierto. Una infancia feliz es una infancia feliz y punto. Todo camino se puede torcer en cualquier momento y toda vida puede estar bien torcida por más recta que parezca.
   Mi abogado me dice astuto, mi banquero hombre brillante, mi médico me adula vendiéndome una salud de roble, mis mujeres me tachan de frío, mis empleados no se atreven a hablarme con sinceridad ni del tiempo, y mi hijo, si acaso me llama, lo hace por mi nombre.
   Pero aquí, de vuelta al barrio que se ha ajado por fuera como yo lo he hecho por dentro, todo recobra la sinceridad que sólo un niño es capaz de destilar. Lo nota mi cabeza que me está viendo cansarme jugando con  la pelota, corriendo tras el bote, acertando con las canicas, con la peonza. Y lo siente mi corazón, que se encoje de dolor ante la imagen de un tiempo perdido que no sólo no vuelve, sino que también me acusa.
   Cuarenta y cuatro años sin aparecer por aquí, y parece sin embargo que el tiempo se doblara para que mi vieja mano y mi mano de niño, se toquen entrelazando sus dedos. Quién sabe, quizá al soltarse, quizá cuando me levante y regrese a Madrid, tenga el suficiente valor como lo tenía cuando saltaba todos los escalones sin miedo, tal vez sea entonces capaz de llamar a mis padres y pedirles perdón, tal vez llame a mi hijo y le diga que le quiero, tal vez… pero no, este dolor que siente mi pecho morirá en cuanto me aleje de mi pasado, y según me acerque al presente, de regreso al éxito aparente, volveré a ser el frío, el don, el jefe.
Aún esperaré un poco para eso, me quedaré sentado un rato más, escribir y recordar duelen, pero parecen un mal necesario… No me encuentro bien, soy un roble enfermo…  La infancia me ha

Una lágrima cayó en el diario, sequé la hoja con cuidado y lo cerré. Noté un dolor en el pecho pero no iba a repetir la jugada de mi padre, pensé que eso sólo ocurre en las películas. La nieta y la abuela habían desaparecido, me marché del parque. Mientras dejaba Las Torres me dije que no sólo había resuelto el motivo por el que mi padre regresara a su primera casa, sino que también volvía con un padre al que querer recordar.

Quirón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:54:48 pm
Una simple pluma,
Y una mente única.


Siento el cálido amanecer combinado con el repiqueteo de la lluvia. Secos golpes interrumpen mi sueño, obligándome a iniciar otro día más.
Una pluma descansaba junto a mí, sobre una mesita de noche, manchando aquel amarillento pergamino que hasta hacía poco se encontraba en blanco. Nadie entiende lo que sucedió en realidad.
El sol me enceguece, y aun así lucho por despertar. Anhelo iniciar un día nuevo, cargado de esperanzas y sueños. Otra gota mancha el escrito por lo que con tibieza y frialdad levanto la pluma. Tomo el tarro con tinta y mojo aquella reliquia sin valor alguno. La sangre circula por mis venas tan rápido como surgen de mí las palabras. Sin embargo odio el periodismo, solo me quiero expresar, dejar que al azar mis sentimientos guíen mis trazos, carentes de un fijo destino, carentes de frontera.
‘‘Otra mañana despierto, con ganas de terminar. Si alguna vez quise iniciar eso en mí ya no existe, ya no queda nada. ¿Por qué es todo tan cruel? ¿Por qué se muere mi alma?’’
Camino hacia el comedor con la esperanza de comer algo, pero como siempre, olvidé ir a comprar. Hoy sin ninguna duda lo haré, no dejaré que nada sea así como es. Mi mente viaja y piensa en poesía, es por eso que me encuentro solo, nadie jamás comprendió lo que sucede conmigo. Soy perfectamente normal pero con una forma de pensar un tanto singular. Suelo expresarme en rima, pero detesto la poesía casi tanto como las ataduras. La sociedad manipula sin ningún pudor y no debo pertenecer a este mundo, ¿Quién decide lo que está bien y lo que está mal? No seré tan iluso de caer en esos estereotipos.
No era digna de sufrir, ni de triunfar. No era digna ni siquiera de respirar. ¡Solo le hice un favor! Corté para siempre la tortura con la que atacaba su mente… Estaba arrepentida y yo solo le hice un favor…
La tinta azul de mi mesita no era del todo pura, era más bien una solución, impregnada con algo inmoral. Ella me confió todo y nada más le faltó suplicar; aquellas vidas no merecían eso, aquellas vidas no merecían terminar.
Una mujer, un arma y una perfecta coartada. Solo algo falló, un solo error cometió, uno que no seré capaz de cometer. Ella confió. Y ahora ya no tiene otra oportunidad.
Observé mi rostro en el espejo: Canosos cabellos y barba acentuaban el verde de mis ojos que yo vislumbraba rojo. A pesar de todo estaba en paz, le hice un favor al mundo, nada más.
Mi compañera de trabajo, apasionada por la profesión, tenía un único punto débil que yo supe aprovechar. Le presté mi pluma impregnada con esa tinta especial y aquella columna que escribió con ella… Fue la columna final.

Rocío Yazar
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:57:42 pm
Sin palabras


Querida Sofía:
Por primera vez introduzco el ‘emilio’ como comunicación. Necesito escribir algo más que frases cortas. Cuando hace tres semanas me traspuse en el sofá con el móvil sobre el estómago, soñaba que estaba en el cine, muy atento a una película subtitulada. El ligero y continuo roce del celular me interrumpió el ejercicio de imaginación. Miré a la pantalla del móvil: “K tal la peli?”. No estaba tu número en mi agenda, pero respondí: “Kien eres?”. Entonces, se hizo un silencio en medio del silencio. Me incorporé y aguardé a que surgieran de nuevo letras en aquella minipantalla.
“Perdón, me he equivocado”. Reaccioné: “No, no… ¡yo estaba viendo una película!”, reivindiqué raudo mi derecho a ese diálogo con mi dedo pulgar agilísimo. Contestaste, bromeamos tres o cuatro mensajes más y me citaste en el ‘messenger’.
En realidad, querías hablar con tu hermana, pero erraste cuando enviaste el SMS. ¡Qué error más acertado! Todavía no sabía con quién iba a ponerme en contacto a través del ordenador: ni siquiera tenía idea si eras una mujer. Pero un nudo en el estómago ejercía de premonición.
Nos dieron las cuatro de la mañana. Tus ingeniosas respuestas, tu juego haciéndote pasar por un chico de mi misma edad, el que ya escribieras sin ‘k’… Todo me cautivó. Me llamó la atención que jamás propusieras que habláramos por el móvil. Yo, la verdad, tampoco lo deseaba. El lenguaje escrito nos resultaba muy cómodo. Hasta que planteaste el intercambio de fotos no me enteré de que eras una chica. Preferiste esa mentira sin maldad con la intención de intrincar el juego íntimo del desconocimiento. En más de un momento me pregunté si era posible que yo me enamorara de un chico.
Cuando ya parecía que nos conocíamos de toda la vida, llegó la noche de ayer. Cuando me propusiste vernos, en una discoteca, me entró miedo. Mucho. Tras ingenuas excusas, acepté. Hasta que llegó la hora de la cita te juro que lo pasé fatal. Me atormentaba que todo cambiara radicalmente, que descubrieras mi defecto y me refutaras. Llevaba el jersey rojo que convinimos que me pusiera, y tú también. Sin saber la razón, me citaste dentro de la discoteca, en medio de un supuesto estruendo de música.
Me temblaban las piernas bajando la escalera. El local estaba abarrotado, pero vi un jersey rojo y tu cara, la misma que no dejaba de mirarme desde el ordenador. Me acerqué con cautela. Cuando me viste, observé cómo te ruborizabas. Si hablabas, no te iba a escuchar; era imposible, aunque podía leerte los labios con precisión. Pero no pronunciaste una sola palabra. Ni yo. Nos abrazamos y seguimos conociéndonos de cerca sin que el ruido exterior nos importara. Sólo necesitábamos algo de espacio y luz para que naciera nuestro amor sin palabras.
Besos, Sofía.

Rafael Rioja
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 15:59:04 pm
Chusmeti
Sin más...


Acariciando los lunares de una corbata con un fondo oscuro, se enfundaron en mi piel un río vestido de noches de verano, una calle donde se reflejaba Triana en primera persona y se dibujaba en su perspectiva una Sevilla de ensueño, flanqueada por sus campanarios, sus jardines y la idiosincrasia de su gente. Unos lunares que no pertenecían a la flamenca del Altozano. Ella, simplemente, divisaba el horizonte y presentía el calor de las personas que paseaban por su alrededor. Se trataba, más bien, de una sensación de frescura que se palpaba en el ambiente y que, a través de un camino repleto de miradas llenas de sonrisas, se trazaba una hilera de ilusión en medio de un asfalto de alegría.

   En una primera toma de contacto de nuestros ojos, se evocaba, en cada una de nuestras pupilas, una quimera de hacia ya tres años. Un deseo oculto entre ambos de tan sólo conversar, porque sí es cierto que eso parecía una máxima tentación hacia tu boca. Créanme, no es delito besar, pero tu boca es un pecado constante para mis sentidos.

   Y tras largas conversaciones escuchando tu voz a través del teléfono, imaginaba el roce de tus labios en mi cintura. Esto me hace recordar el placer de un encanto. Tu encanto desde un balcón a través de una mirada sonriente, tu encanto en una sala adornada con cuadros de Botero. Tu encanto pintado en una sonrisa a las siete de la mañana a través de un mensaje. Un arco de un postigo que suaviza con su aceite tus palabras de ilusión hacia mí. Un camino ciego hasta una plaza con muchos recuerdos para alguien que contiene en sus ojos la fragancia de la más fresca sinceridad… un laberinto de siete revueltas entre besos y caricias, adornadas con unos abrazos que me hacían sentir tu calor más próximo. Una llegada y huida de la Inquisición más pura, mientras mirabas atentamente los pasos de quien te acompañaba hacia un azulejo conmemorativo.

Y se hizo de noche, y con ella alguna Estrella se acercó hasta el luminoso ventanal para beber de mi cuerpo un sorbo de lambrusco y llenar de susurros una habitación escasa de motivos decorativos pero con matices tan reales como tu rostro clavado en el espejo apreciando la silueta de una mujer. Como la fotografía de un niño de seis años abrazando la libertad de su tío, entre un marco de pureza blanco, con tintes de dulzura y sabores de pasión.

Aún mantengo la sensación extrema de tu cara cuando caminaba hacia la cocina al encuentro de tu llamada… eso sólo ha sido vivido por ti y por mí… esa sensación de frescura en tu rostro, esa mirada de sorpresa y esas manos en mi piel agarrándose al placer más íntimo sólo ha sido vivido por tí y por mí. 

Sonaba el silencio de la noche y la brisa de las campanas alumbraba el ventanal de madera de la habitación, y mientras caía el rumor del placer a orillas del río, se cerraron los deseos de nuestras almas, se apagaron los sueños en el desván de la vida y comenzó la huida de tu encanto. La pérdida del deseo en el baúl de los desastres y la rutina de un café en el mercado a las siete de la mañana antes de partir hacia la esclavitud de las obligaciones diarias.

No había más. No existió motivo alguno, ni razón ni circunstancia... tan sólo la experiencia del arte de la seducción superficial. La maniobra perfecta del maduro galán con la sapiencia del saber esperar su momento más adecuado y la ocasión perfecta para desenvolver tu encantos y enmascarar tu amor entre caricias y gestos.

   Un gesto, un detalle, una llamada, un mensaje… una respuesta sincera a alguien que nunca preguntó pero que siempre ha estado presente en tu mente, en tus sentidos, en tu alma…en ti. En fin, los lunares que aquélla flamenca no quiso llevar en su vestido no se verán reflejados en tu ventana, pero los encontrarás por las calles… y en tu corbata, claro.
Rocío
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 16:00:09 pm
La extranjera


Nací al principio de los años sesenta en un pequeño pueblo andaluz. Aunque la ciudad se encontraba a pocos kilómetros, no solíamos ir mucho, pues mi padre no tenia coche y la carretera de acceso estaba en muy mal estado.
 Era una ciudad costera sin embargo yo nunca había visto el mar, había oído eso sí, hablar del turismo que inundaba nuestras playas y ciudades, pero no tenía ni idea de cómo eran los turistas.
 En el pueblo les llamábamos extranjeros.
 Decían que hablaban en otro idioma, eran muy rubios, con la piel blanca y los ojos azules. Lo que yo no tenía muy claro era eso del idioma, ya que nunca había visto a ninguno. Algunas personas del pueblo, en verano trabajaban en los hoteles y contaban que los extranjeros no hablaban como nosotros, que no los entendían y tenían que comunicarse con ellos por señas. A mí me parecía horrible tener que pedirlo todo señalando y pasar las vacaciones sin poder hablar con nadie, o intentando entenderse por señas.
Yo nunca había salido del pueblo así que, jamás había oído a nadie hablar en otro idioma, por lo que no tenía ni idea de cómo hablaban los extranjeros.
A veces llegaba algún autobús de excursión a la plaza, y todos los niños corríamos para ver si eran extranjeros, pero cuando oíamos que aunque pronunciaban mejor, hablaban como nosotros, seguíamos jugando. 
Como mi pueblo era pequeño, la mayoría de sus habitantes vivían de la agricultura. Era normal que en invierno familias enteras con niños incluidos, se marchasen a los cortijos de los alrededores para la recogida de la aceituna. Allí tenían viviendas para los trabajadores.
 La campaña duraba de dos a tres meses, por eso, mientras más numerosas eran las familias, antes terminaban el trabajo y podían volver a casa.
Mi tía partía todos los años con sus siete hijos. A veces los mayores se llevaban también a sus parejas para tener más mano de obra y terminar en menos tiempo.
  Como el cortijo quedaba cerca del pueblo, venían a comprar cada dos semanas y llegaban a casa para visitarnos.
Un año a mi tío le ofrecieron marcharse a una finca más grande. Estaba situada bastante lejos de nuestro pueblo pero le prometieron una buena casa, el trabajo mejor pagado que otros años y la campaña más larga.
 Él hablo con su familia y todos estuvieron de acuerdo en marcharse. A mi tía le preocupaba no poder venir a vernos durante toda la temporada, pues al estar tan lejos no tenía medios de transporte para hacerlo. Mi padre le dijo que no se preocupase, nosotros iríamos a visitarlos y de ese modo también conoceríamos la finca.
Había pasado algún tiempo desde que se marcharon, cuando mi padre decidió que al siguiente domingo les haríamos una visita. Yo me puse muy contenta con la noticia, ya que echaba de menos a mis primos y tenía ganas de verles, también era una oportunidad para viajar y ver otro lugar.
Aquella mañana muy temprano fui la primera en subir al taxi, me siguieron mis padres y mi abuela y salimos rumbo a la finca donde se encontraba mi familia.
Cuando llegamos allí, después de casi dos horas de camino, todos nos pusimos muy contentos de volver a vernos. Yo me fui rápidamente con mi prima y los mayores se quedaron conversando.
Ella me enseñó aquella finca tan bonita: tenía un fabuloso jardín delante de una gran mansión en la que vivían los dueños. Al otro lado había una enorme fuente, tenía en el centro la estatua de una sirena y le salía un chorro de agua por la boca. Le seguía un paseo lleno de árboles, y al fondo un estanque con peces de colores.
Al otro lado del jardín había una casa mucho más pequeña que la anterior, en ella se alojaban mis tíos y primos.
Mi prima me conto que era amiga de la niña que vivía en la gran casa, y que lo pasaban muy bien. Todas las mañanas venia un profesor a darles clases. El padre le planteó a mi tío que mi prima también podía dar clases, ya que desde allí no había posibilidad de ir al colegio, pues la finca se encontraba lejos de la ciudad. Mi tío acepto encantado y las niñas estudiaban todas las mañanas. Por las tardes, jugaban en el jardín de manera que pasaban el día juntas.
Sin embargo, lo que más me sorprendió de todo lo que mi prima me estaba contando, fue que la madre de su amiga era extranjera. No me lo podía creer, ella conocía a una persona que tenía que hablar por señas…
Charlando con mi prima y paseando por el jardín estuvimos mucho rato, hasta que mi tía nos llamo para comer. Yo estaba deseando conocer a Bárbara, que es como se llamaba la niña. Después del almuerzo iríamos a jugar con ella.
  Comimos a toda prisa y las dos nos fuimos al jardín a esperar que llegase.
 Poco después apareció Bárbara: tenía nuestra edad, rubia con ojos azules y la piel muy blanca. Estaba muy delgada y algo más alta que nosotras.
 Mi prima nos presento, era muy simpática y se expresaba muy bien.
 Enseguida empezamos a jugar por el jardín con unas muñecas que ella había traído. Llevábamos un rato jugando cuando dijo que nos fuésemos a su habitación, mi prima y yo nos miramos, nos pareció buena idea, y pusimos rumbo hacia su casa las tres.
La mansión era formidable: subimos unos escalones y nos adentramos en un porche con cuatro enormes columnas, una gran puerta daba paso al interior de la casa. Entramos en un inmenso salón lleno de muebles y plantas. De una esquina, nacían unas escaleras con una barandilla, tenía una cabeza de león tallada en la madera a la altura del primer escalón. La escalera terminaba en una especie de balcón que rodeaba todo el salón y tenia numerosas puertas. Una enorme lámpara colgaba del techo alumbrando toda la estancia. Me llamo la atención un piano de cola situado al lado de una ventana, con cristales de colores.
 Yo no me imaginaba que existían esas casas tan grandes, me parecía la más bonita del mundo. Supuse que tras una de aquellas puertas se encontraría su cuarto.
 Estaba absorta mirando todo aquello, cuando de pronto oí la voz de una mujer desde lo alto de la escalera. busque con mis ojos a la dueña de aquella voz, vi una señora muy alta y recia que vestía una larga bata azul oscuro, llevaba un turbante turquesa cubriéndole la cabeza y parecía que estaba muy enfadada. Hablaba muy rápido y alto. Yo no comprendía nada de lo que decía.  Al verla me quede paralizada, no supe si sentía más miedo por su aspecto o por su forma de hablar. Solo sentí cómo el miedo invadía mi cuerpo y antes de darme cuenta ya estaba corriendo por el jardín camino de casa de mi tía.
Cuando llegue iba muy asustada, apenas si podía respirar por la emoción y la carrera. Mi madre me pregunto sorprendida:
-Pero hija… ¿qué te pasa? ¿Por qué vienes tan alterada?
Yo respondí como pude con la voz entrecortada:
-Mamá…mamá ¡que he visto… una extranjera…!

Maia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 16:01:30 pm
El engaño


Primeramente, tenía que localizar la mancha del pintalabios en el nacimiento del cuello. Era lógico que fuera ése el detalle delator: todas las mujeres comienzan el rastreo de la infidelidad por la inevitable boca de carmín dibujada justo debajo del oído, como quien rebusca en el interior del sobre el sello que no aparece pegado en la parte de afuera. Debía anticiparse. Así que, tras pasear como una media hora, poco más o menos, calle arriba calle abajo, entró en los servicios de una tasca que agonizaba al pie de la avenida, y allí, en la oscura soledad del cochambroso vestíbulo –apenas una docena de baldosas apretadas bajo el lavabo, la taza, el aparatoso secador de manos y la superficie traslúcida del espejo, con una rayita de luz en la bombilla por toda iluminación- había hecho examen hasta del último milímetro de su garganta, en busca de la señal que habría de acusarlo ante los ojos de Sonia. Una vez comprobado que, ni bajo las orejas, ni la barbilla, ni la nuca ni, aún, en el cuello había por qué temer nada, que la blancura que ofrecía su piel era la prueba más irrefutable de su inocencia, pasó a la segunda parte de la inspección, de forma tan exhaustiva como lo había hecho cinco minutos antes. Peinó con mirada escrutadora los pliegues de la camisa y la corbata para terminar de cerciorarse, con una luminosa sonrisa brillando entre las brumas del espejo, de que tampoco allí Sonia podía cogerlo in fraganti. Al salir del reservado, y con un burbujeo de íntima satisfacción dentro de sí, se acercó a la barra y, para celebrar que todo había ido bien, pidió un white label-cola ante los atónitos ojos del camarero: eran las cinco en punto de la tarde.
Mas, apenas avanzados doscientos metros, en medio de la ligera euforia alcohólica, reparó en un segundo imprevisto, inexplicablemente obviado: el perfume. ¿Qué no pensaría Sonia cuando, al abrazarle para darle el beso de bienvenida, reparase en el invisible velo de la fragancia?. Se quedó inmóvil en medio de la acera, pues ahora había acertado a recordar que Elena se echaba, en todos y cada uno de sus encuentros con él, algunas gotas de colonia (¿Elizabeth Arden?, ¿Cacharel?) en rostro y cuello para recibirle, cosa que él le reprobaba con la mayor convicción, no tanto porque pudiera ser una señal que lo delatara ante Sonia, sino porque no era un entusiasta de ese oloroso detalle: cuestión de gustos, aclaraba por toda respuesta. Y, justo aquel día, en una molesta e ilógica casualidad, el perfume resultaba particularmente intenso. Maldijo entre dientes, y, preso de la súbita desesperación que creía haber encerrado en w. c. de la tasca, bajo la superficie grisácea del cristal, calculó la solución más adecuada y sencilla en el menor tiempo posible. Porque, a todo esto, apenas sí estaba a un par de calles de su hogar.
De nuevo tuvo suerte, pues, antes de doblar a la esquina, vió una alargada puerta, rematada por un letrero azulado, en el que se indicaba: “Droguería- Perfumería”. Entró. Obviando la figura inmóvil de la dependienta –de quien recordaría más tarde un vago parecido físico con Elena- recorrió las estanterías saturadas de frascos y envases y, tras un breve vistazo, compró la colonia más acorde para hacer frente a su delicada situación; una con nombre francés, de apenas 150 mililitros, cuyo penetrante e inconfundible aroma, tan marcadamente hombruno, era la mejor respuesta para ocultar el enroscado y avieso abrazo de Elizabeth Arden o Cacharel. Nada más salir afuera guardó el tapón en el bolsillo de de la americana y se roció, en una purificadora ducha, hasta dejar el envase medio vacío. Comprobó que el efecto era el deseado, que las expectativas se cumplían y, retomando la pasajera felicidad que el descubrimiento anterior había hecho desaparecer, continuó su caminata, a paso ligero y con el mentón bien alto.
Al doblar la esquina, sintió que una nueva duda salía a su encuentro. Un segundo. ¿Qué era de su aspecto físico?. Sí, de la camisa, la americana, la desdibujada raya del pantalón. ¿No daba todo ello la impresión de que…?. Apoyó su dolorida espalda en una pared de mármol, repentinamente fatigado. El mármol daba entrada a una floristería, en las lunas de cuyo escaparate comprobó si sus miedos tenían razón de ser. Y se encontró con que el desaliño de su apariencia resultaba muy significativo al respecto: lo evidenciaban las innumerables arrugas en camisa y pantalón y el nudo demasiado flojo de la corbata, además de llevar tres días sin afeitarse y que la raya de la cabeza yacía bajo un aluvión de bucles desordenados. Volvió, apresurada, febrilmente, a tratar de restablecer su apariencia normal, sin que el manojo de nervios que le apretujaban manos y corazón jugase en su contra. Así, comprimió con fuerza el nudo, estiró la camisa bajo el cinto, con la el fin de que desapareciesen las molestas planicies de la seda, y pasó la mano, a modo de rudimentaria plancha, por la irregular superficie de su pantalón. Terminadas las operaciones, y como, de algún modo que no se molestó en explicarse, el destino le había guiñado su ojo más cómplice colocándolo frente a la floristería, decidió comprar un ramo de glicinas a Sonia, sus flores favoritas. ¿O eran las orquídeas?. Daba igual, a Sonia le encantaban las flores en general y las sorpresas en particular.
Llegó, por fin, al portal de casa. Antes de entrar, subir las escaleras que conducían al ascensor, pulsar el botón y colocarse, sonriente, impecable (dentro de lo posible) y satisfecho delante de la puerta, con el ramo de glicinas pegado a la espalda, sacó el tapón de la colonia de su chaqueta y lo arrojó al contenedor de la basura. El envase, vaciado una vez más sobre americana y camisa en el tránsito que mediaba entre la floristería y su domicilio, lo había metido en una papelera. Una vez en el rellano, adquirió la ceremoniosa pose de uno de ésos vendedores de puerta en puerta, y apretó el timbre. Al cabo de un largo minuto, Sonia abría la puerta, precedida de su delantal amarillo y un rostro ojeroso y deslucido que denotaba una gran fatiga.
-¡Hola! –exclamó, sin énfasis – No te esperaba tan pronto. Estaba haciendo la cena.
Regresó a la cocina, dejándole con la puerta en la mano. Por una parte, se dijo, mejor así: ni siquiera se había dado cuenta del codo encogido sobre la cintura. Cruzó el salón y se adentró en los azulejos blancos y los humos que nublaban la vitrocerámica.
-Tengo una sorpresa para ti –susurró.
Sonia no se volvió, atenta al chisporroteo de la sartén. Por un instante creyó que, con todo el ruido de la comida friéndose, no le había oído, pero, al poco, su esposa se giraba para mirarle la cara, sin ninguna de las esperadas características que se suelen asociar a un rostro expectante y feliz.
-¿Qué es?.
-Adivínalo.
-Tomás, no estoy para juegos. ¿De qué se trata?.
-Vamos, mujer. Haz un esfuerzo.
Lo único que obtuvo su reclamo fue un murmullo en el que se mezclaban, a partes iguales, el reproche y una manifiesta sensación de pesadez. Escuchó, luego, la respiración subiendo y bajando por la caja torácica, y Sonia siguió sin decir nada.
El ramo de glicinas comenzaba a incomodarle, pues algunas gotas de agua resbalaban por los finos troncos y le humedecían el puño. Se adelantó hacia Sonia, temblando un poco, y con una mirada lasciva, la rodeó por la cintura con el brazo que le quedaba libre.
-¿Qué crees que es?. Dí algo.
-No lo sé, Tomás.
-¿Quieres que te dé una pista?.
Sonia continuó abstraída en la vitrocerámica, ajena a la conversación, a él y al ramo. Tomás no cejó en su empeño y su perseverancia dio, finalmente sus frutos. Tras colocar una tapa sobre la sartén, Sonia se volvió para ceder a la irrefrenable concupiscencia de su marido con un resuello de aburrimiento, quién sabía si por el fastidio de la labor ó por él, en la cara. Tomás mostró su mejor sonrisa, sacando de detrás de la espalda las anhelantes glicinas. Esperó la luz en los ojos, los labios ensanchados en una exclamación de sorpresa, las manos a la altura de las mejillas y la exagerada expresión de felicidad que habría de coronar el evento. Por el contrario, de todo aquello sólo se presentaron el brillo de los ojos –pero no de la clase que él había imaginado-, y la boca redondeada en un ¡oh! más cercano a la indignación que al asombro. Sintió un repentino agarrotamiento en su interior, veía cómo las fuerzas se le iban progresivamente sin que pudiera hacer nada, y comenzó a sudar.
-¿Dónde te has hecho esta mancha?.
Miró en la dirección que las pupilas enrojecidas por el calor de Sonia le indicaban. En mitad de la chaqueta, pero justo en el costado izquierdo y bajo la solapa del bolsillo, de manera que no podía haberlo visto en la primera y apresurada inspección, se erguía una mancha discontinua y oscura como el fondo de un charco. Tragó saliva y, seguidamente, se hizo un par de reflexiones ante tamaño descubrimiento: la primera, cómo no se había percatado antes de tan grave error, y al pensar en ello se sintió ridículamente empequeñecido, y la segunda, en qué lugar de la casa de Elena podía haberse hecho aquella mancha. Hizo un rápido repaso mental por todos los vestíbulos: el salón, la terraza, el cuarto de invitados, la habitación de ella… y concluyó en que en ninguna de ellas podía haberse ensuciado de aquel modo. Se aflojó el nudo de la corbata. Pero no estaba tranquilo, pues el rostro circunspecto de Sonia, la mirada ceñuda y el labio siniestramente curvo hacia la derecha aludían a la chispa de la sospecha, a la alargada sombra del escepticismo.
-Parece aceite… ¿Dónde te has hecho esta mancha, cariño?.
Echó un vistazo en torno suyo. Las baldosas blancas, sudorosas por el vapor, parecían burlarse de él en medio de un silencioso coro de carcajadas. Agudizando su oído –debajo del cual había examinado cuidadosamente que no hubiera ninguna mancha de carmín- escuchaba la misma risa sarcástica en el crujido de la sartén, la luz que salía de la puerta del congelador ó el tintineo mecánico de la gota de agua cayendo del grifo. Agachó la cabeza, abatido, pesaroso, y apenas un par de segundos después, el ramo de glicinas, también él extenuado por haberse mantenido en equilibrio durante toda la escena, se desparramaba delante de los pies de Sonia.

Giovanni Drogo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 16:02:39 pm
Hidrópico


Yo no conozco el amor y te amo. Vos, en cambio, sos todo lo contrario: conocés el amor y por eso no me amás. Qué difícil se me hace. Qué difícil.  ¿Sabés cuál es el mayor problema? Que tiendo a olvidarte todos los días. Que todo me recuerda a vos pero nada me es suficiente. En vano se fatiga ahora mi espíritu al saber que fuiste un amor ambulante. Que ibas por ahí, por allá, por acá, por todos lados, en busca de algo que no me pertenecía, dando algo que no supe cómo aceptar. Me sonaba a caridad, a  limosna. Era eso, ¿verdad? Lo cierto es que nunca te pedí nada que no me pudieses dar. El Olimpo, la estrella de Belén, la espuma de los mares, sé que poseías. Que nuestros corazones  latiesen con admirable y sepulcral simetría. Pero te negaste tres veces y el gallo que solía despertarnos se murió sin ver la luz del sol.
Antes de eso, antes mí, hubo otros; después de mí también los habrá. Ya los hubo. Están acá (allá). Sabés muy bien dónde buscarnos; levantás una piedra y plaf, como por arte de magia ya tenés en la palma de la mano a un tipo con las ojeras por las rodillas. Ése soy yo. O, al menos, como el tonto que soy, quisiera serlo. Porque ya no me basta con leer historias de otros. Quiero algo mío, propio. Decirte Amor. Escribirte Amor. Pero sé que no es Amor lo que te ofrezco. Es simplemente una palabra que se pronuncia igual que Amor, que se deletrea, que piensa igual que Amor. Y de qué me sirve. De qué te sirve, me pregunto. Si las palabras en sí no valen nada.
Pero lo peor siempre es lo otro. Cuando no te reconozco. Es decir, estás, sí, pero dónde, cuándo, para qué. Para satisfacerme no. Por supuesto.  Estás ahí donde sólo hay vacío. Estás en la ausencia de las cosas, donde no puedo oírte, verte, sentirte. Y precisamente es deseo de oírte lo que tengo, deseo de tocarte, de sentirte. Qué terrible figuración la tuya, pero cómo culparte por un crimen que no cometiste. Y sin embargo, sin darte cuenta, estás delineando mi figura sobre el suelo.
Mas te confieso que hubiese prefiero tanto aquella otra versión. No sabés cuánto. Si tan sólo los rumores hubiesen sido ciertos, de alguna manera podría yo haber aceptado que eras una mentirosa y no una mentira. ¿Notás la diferencia? Es lo que más duele. Eso y las múltiples puñaladas, la indiferencia solapada de orgullo. Ahora me muero de hipotermia y no hay nadie a mi lado; porque así como me lo diste todo, me dejaste  sin nada. Y, para peor, desconozco lo que busco en este soliloquio en el cual mis pies se funden con el fango de tus recuerdos vanos. ¿Nuestro pasado? Ese que dejaste tantas veces abandonado. ¿O es algo más cándido? Tal vez el concierto para piano de Chaikovski, Las sinfonías que oyeron juntos Mozart y Beethoven. ¿O acaso será la estadística de los dioses y al hombre detrás de éstos? ¿La noche intemporal que se abre como rosa? Aunque lo más seguro es, quizás, que no busque nada y tan solo aguarde por una sonrisa tuya, por el roce de tu mano, aquí en el fango que me nubla la vista y me dificulta el tacto.
¿Por qué nunca pudimos dejar de ser ese gran cliché que todavía somos? Me rindo. Lo que tuvimos fue, por momentos, más mío que tuyo. Que concluya este círculo vicioso por el cual corro. No queda mucho por hacer y sí bastante por decir y callar.
Ya es una anécdota que no recuerdo. En serio, no la recuerdo. No recuerdo estar viendo tu silueta siendo consumida por el horizonte, allá a lo lejos. No recuerdo que mis manos trataran de aprehender el halo de tus pasos (¿o eran los míos?). ¿De qué me serviría? ¿Tan estúpido crees que soy? Si hoy estoy aquí, recordando algo que no puedo recordar, es simplemente porque al destino le gusta jugar con sutil ironía. Lo único que deseo es que mis memorias —las auténticas— persistan en algún distante futuro. Y no es preciso que sea el mío. Recordar algo que nunca sucedió es sencillo; lo difícil es olvidarlo.
Por mi parte, como actor de reparto, sólo me restar volver a cometer los mismos errores, de tropezar con diferentes piedras. De seguir bebiendo el agua de mar que es todo amor.

Rigoberto de las casas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 16:04:27 pm
El ermitaño


Yo Siempre reflexioné en el porqué, la vida de los hombres
pudiera resultar extraña. Fue la llegada de “Inocencio” a
Sabanilla que me hizo pensar así.
Cuando apareció, levantó un “rancho” en los límites del poblado.
Al principio, los comentarios  lo señalaban como si estuviera
fuera de la ley por alguna razón. Venía una vez a la semana al
pueblo a pie. Era un hombre fuerte y de cierta apariencia.
Caminaba erguido, pero a veces se balanceaba de un lado,
como si una pierna no lo ayudara del todo.
El resto de la semana no se dejaba ver. Había sembrado un
pequeño huerto que atendía con celo. Era muy trabajador, pero
escueto al hablar, poco comunicativo. Creo que mi padre fue
uno de los pocos  que pudo arrimarse a él con más frecuencia.
Si usted se acercaba al rancho por la mañana, sentía
el olor a café traspasando las paredes de tabla de palma y lo
veía luego, sentado en un taburete al lado de la puerta
disfrutándolo, en un jarro carcomido.
Fueron años sin dar razón a nadie, sin que se le conociera una mujer que acompañara su soledad. Nunca dijo donde había nacido, ni porqué llegó hasta aquí, nada. Siempre atendiendo el huerto, cultivando sus hortalizas. Tampoco se vio en una fiesta, ni siquiera en las del patronato, que eran sagradas para todos nosotros. No era bebedor, solo habituaba a tomarse una tacita con aguardiente en ayunas todos los días.
Se alimentaba con la  leche de una chiva que soltaba a pastar
por los alrededores y con vegetales que ligaba con trozos de
carne salada.
Había algo de violento en “Inocencio”. Muchos le temían por lo
callado que era, pero jamás se le vio matar un ave, maltratar un
animal, salir de cacería o apresar un poco de aire antes de
morir. Hay que haber padecido muchas cosas para escoger  esa
clase de vida. Una vez estuvo en la iglesia, pero no entró. Se
quedó parado en la puerta. Se le notó silencioso, con la mirada
vaga. Era como si algo le impidiera hacer lo que dentro, todos
hacen.
Resulta desconcertante saber que un hombre solo vive, solo
ocupa su tiempo, comiendo, durmiendo y sembrando sin
asomar una sonrisa aunque fuera vaga, sin que un aguacero le
hiciera pensar en una esperanza para el futuro, sin estar al
tanto de poder recibir unas letras del hijo olvidado o de algún
pariente que quisiera saber que hace después de tantos años
alejado de ellos. Los hombres como “Inocencio” deben haber
sufrido golpes duros en el pasado. Resulta imposible conocer
más de alguien que no quiera  hablar con nadie.
Cuando murió, los curiosos registraron su rancho. Nada
encontraron. Ni una carta, ni un libro, ni un papel que dijera su
procedencia, o tuviese anotado alguna señal de algo que lo
hubiera obsesionado toda la vida.
Hasta estuve por dudar si papá inventaba lo que sobre las
historias de este hombre se habían tejido con el tiempo.
Al final supimos que había perdido toda su familia en un
incendio fortuito siendo él un niño, teniendo que enfrentarse
solo a la vida y que la primera novia que tuvo, lo abandonó sin
saber porqué. Era mucha la tristeza que cargaba su alma.
El día que lo encontraron muerto estaba boca abajo tirado sobre
Un camastro. Todo estaba ordenado a pesar de ser un lugar mísero. La ropa mugrienta colgada en las paredes, un caldero, el azadón, la tinaja aún con agua, su cuerpo descarnado por el ambiente. Había muerto, al parecer, hace dos días.
Lo enterraron enseguida. Un hombre así, tan solitario, quien lo
iba a velar más tiempo. Por lo menos, debe haber quedado
agradecido que los vecinos de Sabanilla, le cavaran una tumba
Sin conocerlo siquiera.

Oguegon
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 13, 2012, 16:05:37 pm
Manu


Las risas se escuchaban aún al fondo del pasillo mientras Manu permanecía tumbado en el suelo, notando como la sangre salía de su labio, el costado le dolía y cada intento por respirar parecía rasgarle todo el pecho. Las lágrimas empezaron a caer por sus pálidas mejillas, sin permitirle ver con nitidez. Buscó a tientas sus gafas, encontrándolas completamente rotas. Su mochila y sus libros cubrían el mojado suelo del instituto, algunos de ellos prácticamente destruidos.
Como pudo, se fue de allí sin echar la vista atrás. Sabiendo que su padre no habría llegado aún del trabajo, se dirigió al parque a las afueras del barrio, donde no podrían encontrarlo. Se sentó en un viejo banco hasta que de pronto, vio llegar a un amigo de su padre, y decidió esconderse. Así que se metió dentro de la cabaña abandonada que colindante al pequeño estanque.
Al entrar, no pudo evitar estornudar debido al polvo acumulado durante años. Era un lugar sucio, descuidado, oscuro y húmedo. Se acercó a una esquina y pudo comprobar que no era el único inquilino de aquel refugio, pues las arañas se habían apropiado del rinconcito al que Manu se dirigía. Así pues, no tuvo más remedio que buscar otro. A pesar del frío, permaneció allí acurrucado sobre su propio cuerpo amoratado y sin parar de llorar, pensando en el sufrimiento que día tras día tenía que aguantar.
“¿Por qué no me dejan en paz?” se preguntaba. “Yo no tengo la culpa de ser diferente. Yo no elegí mi color de piel ni el sitio dónde nacer”.
Una mezcla de dolor, miedo, rabia y tristeza lo invadió. No había un solo día en el que Manu no tuviera que aguantar las burlas ni las palizas de aquellos que supuestamente eran sus “compañeros”, una detrás de otra, todos los días igual. Habían sido muchos golpes desde que llegó al barrio, hacía ya cinco años, pero eso no era lo que más daño le hacía.
“Prefiero mil veces que me peguen a que me insulten y se metan con mi familia”, pensaba cada vez que contenía las lágrimas al recibir las burlas. Y es que, no satisfechos con pegarle cuando se les antojaba, también su madre, su padre, sus abuelos… e incluso el perrito que tenía habían sido víctimas de aquel continuo acoso.
Estuvo dándole vueltas a la cabeza hasta que el sueño le venció y quedó profundamente dormido. Cuando despertó, la noche ya había caído. Al darse cuenta de la hora, corrió hacia su casa rezando porque su padre no le regañara por llegar tan tarde, y mucho menos le pidiera explicaciones de dónde había estado. Por suerte, su padre aún no había regresado, así que hizo sus deberes, comió lo primero que encontró, se duchó y se fue a su habitación, a esperas de que llegara otro día tormentoso de su vida.
Así se pasaba los días. Sin amigos, solo y con moratones en todo el cuerpo. Su padre, se pasaba el día trabajando para que a él no le faltase de nada, pero no se daba cuenta de que lo que Manu necesitaba, era lo más importante: su cariño y su tiempo. Su madre había muerto de cáncer cuando él tenía sólo tres años, por lo que cada día se repetía que estaba completamente solo.
A mediados del curso, entró una niña nueva en su clase. A él le llamó la atención aquella piel tan blanca, ese pelo rubio y bastante largo, aquellos ojos azules y esa sonrisa de oreja a oreja que le hizo sentirse tan bien. A pesar de no tener nada con qué compararlo, Manu creyó haber experimentado algo parecido a la felicidad. No sabía exactamente que provocaba aquella niña en él, pero lo que tenía claro es que no podía demostrarlo, para evitar darles un motivo más de burla a sus “compañeros”.
-   Esta es Saray. – la había presentado la maestra. – Se acaba de mudar al barrio y espero que seáis buenos con ella.
Al igual que Manu, Saray también se había fijado en él desde el primer momento: tan tímido, callado, asustado… tan diferente a todos los demás “falsos hombrecitos” que la perseguían por todo el recreo desde el primer día.
En las primeras semanas, los dos niños hablaban a escondidas, en los ratos en los que Saray podía escaquearse de sus cansinos perseguidores y a Manu lo dejaban por un momento tranquilo, claro que esas ocasiones era muy escasa, pero con el tiempo se hicieron muy buenos amigos, confiando el uno en el otro y contándose todo cuanto les pasaba, todo, salvo una cosa. Manu se callaba su problema con los “compañeros” por vergüenza.
-   ¿Por qué siempre eres tan callado y nunca hablas con nadie de la clase? – le preguntaba continuamente Saray, a lo que éste se limitaba a encogerse de hombros y cambiar de tema.
Los insultos y palizas continuaron, y Manu presentaba cada día un moratón nuevo, pero los ocultaba tan bien que ni su mejor amiga sospechaba nada, hasta que un día, cuando salía de clase…
-   ¡Ey! ¡Chocolate!
Manu giró la cabeza y efectivamente estaban allí, dispuestos a reírse y burlarse otra vez de él. En el mismo segundo que los vio, echó a correr sin rumbo, sólo con la intención de que no lo cogieran. Corrió hasta sentir como las piernas se le quedaban sin fuerzas y el pecho le ardía en buscar de oxígeno. Encontró n aula abierta y no dudó en refugiarse allí, cerrando la puerta lo más deprisa que pudo y echándose sobre esta con las pocas fuerzas que le quedaban. Los niños, al otro lado, comenzaron a empujar la puerta. Manu, como no le quedaban fuerzas, cayó al suelo permitiendo que esta se abriera, y enseguida se halló rodeado.
-   Así que huyendo de nosotros, ¿no? – preguntó el cabecilla en tono burlón.
-   No huía. – contestó Manu intentando ocultar el temblor de su voz. Sentía como la sangre se le helaba por momentos y el miedo se apoderaba de él.
-   ¡Mira cómo tiembla la gallina!
Todos le rieron la gracia, y desuñes se abalanzaron sobre el pobre Manu, que sin poder hacer nada, sentía como los puñetazos y patadas chocaban contra su ya amoratada piel. Ya apenas le dolía, simplemente suplicaba que lo dejasen intentando inútilmente evitar las lágrimas, para que no continuaran burlándose de su debilidad. Aunque lo suplicaba con todas sus fuerzas, fue en vano, pues siguieron hasta cansarse.
En ese mismo momento, Saray pasaba por el pasillo en busca de un libro que había olvidado. Oyó un jaleo de gritos y golpes, que cesaron de inmediato. Entonces, pudo ver salir a varios niños de su clase de un aula, pero no le llamó mucho la atención hasta que del mismo sitio oyó a alguien sollozar, un llanto salido de un alma rota, destruida. Corrió hacia allí para averiguar a quien pertenecía aquella tristeza, y cuando entró, se quedó paralizada.
-   ¡Manu! – gritó al reaccionar y correr hacia su amigo. - ¿Pero qué…? ¿Así que esto es lo que tanto escondías?
-   ¿Lo sabías? – preguntó Manu avergonzado y sin fuerzas para hablar.
-   No sabía lo que era, pero sí que algo había. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
-   Saray, eres la primera persona a la que le caigo bien sin fijarse en mi color de piel o de dónde soy. – confesó mirándole con unos ojos llenos de lágrimas. – No quería que me dejaras de hablar si te enterabas de que soy un perdedor, un débil…
-   Tú no eres nada de eso Manu. Eres mucho mejor que todos esos estúpidos. Vales mucho más que ellos, que sólo saben pegar y asustar. Y sobre todo, eres muy valiente. – le dijo Saray de corazón, provocando que a Manu le volvieran a caer las lágrimas, pero esta vez de emoción.
-   Gracias… - le agradeció intentando sonreír, aunque le dolía la cara a causa de los golpes.
-   No me las des. Pero tenemos que hacer algo.
-   ¡No! – dijo Manu asustado, volviendo a su cruel realidad. – Se enfadarán y me pegarán más.
-   No puedes dejar que te asusten. No es justo. Vale que eres diferente de piel, pero no por dentro.
Manu bajó la cabeza, avergonzado por los elogios. Saray le ayudó a levantarse y se ofreció a acompañarlo a casa. Por el camino el silencio se hizo presente, cada uno pensaba en lo que debía hacer. Manu, dudaba si quedarse callado o no, pero saber que contaba con el apoyo de su amiga le animaba. Ella, pensaba en cómo ayudarlo para que dejara de sufrir. Al llegar, se despidieron con un cálido abrazo.
-   No olvides que estoy contigo. – le dijo mientras lo abrazaba. – no te voy a dejar solo.
Al día siguiente, Saray espero a la salida, cuando Manu se quedó sólo recogiendo varias cosas. Esperó en el pasillo, observando bien lo que pasaba. Al cabo de un rato, el mismo grupo de chicos que el día anterior, hizo acto de presencia, entrando a buscar a Manu. La niña no lo pensó dos veces y corrió en busca de la maestra.
Entró gritando en la sala de profesores, y después de conseguir llamar la atención de esta, la llevó lo más rápido que pudo hasta la escena, encontrando exactamente lo que esperaba. Manu estaba tirado en el suelo mientras los otros lo golpeaban a placer, le insultaban, escupían y lo humillaban sin consideración. Al ver aquello, la maestra reaccionó impulsivamente: tenía que ayudar a aquél pobre muchacho que yacía en el suelo. Se abrió paso entre los agresores y levantó a Manu, refugiándolo tras ella y enfrentándose a los animales que seguían con las burlas.
En el segundo en que Manu pudo ver los ojos de la maestra, sintió una dulzura que no había visto nunca, una mirada llena de calor que le hizo recobrar el aliento a pesar del dolor que tenía por todo el cuerpo, sobretodo en el pecho, donde había recibido una fuerte patada.
Después de aquello, los niños fueron llevados al director, quien tras hacer unas llamadas los expulso definitivamente del centro.
Manu nunca volvió a sufrir aquel maltrato. Su padre, quien fue informado de la tortura que había vivido su hijo durante tanto tiempo, empezó a dedicarle más tiempo. Saray estuvo desde entonces a su lado, siempre con él y su amistad se fue haciendo más fuerte a medida que pasaba el tiempo. Los demás niños y niñas de su clase se iban acercando a él, con lo cual Manu tuvo más amigos. Y al fin, después de todo el sufrimiento que había tenido, descubrió el verdadero significado de aquella palabra que todos tenían en la boca siempre, y que él nunca había podido utilizarla, porque después de todo, por fin pudo afirmar que era feliz.

L.R.M
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:15:13 pm
Puntos suspensivos


-Es hora de actuar- se dijo a si misma, estaba nerviosa como siempre antes de hacer lo que debía hacer al escuchar el ruido de los pasos que se acercaban, oculta entre las sombras escondió el llamativo cabello casi blanco bajo la capucha de la sudadera, los pasos de quien se acercaban se extendían por toda la húmeda calle, sintió el filo de su navaja, solo para saber que ella haría todo el trabajo, para saber que estaba ahí aunque realmente jamás la había utilizado,  finalmente su victima llegó, pasó apresuradamente por enfrente de ese callejón envolviéndose un poco mas con su abrigo blanco, la alcanzó a unos pasos del farol obligándola a detenerse sujetándola del brazo izquierdo y manteniendo firmemente la navaja frente a su cuello, a una distancia segura, si no hacia ningún movimiento brusco, pronunció el “dame todo lo que tengas” que marcaba el protocolo, pero antes de que el ritual se completara. La victima hizo un movimiento brusco al oírla e intentó  darse vuelta entre el cruel abrazo, Anika sintió con horror el acero que se hundía en la yugular de su victima, cortándola como si fuera de mantequilla, dio un salto hacia atrás alejándose mientras veía a su presunta victima desplomarse en la calle, huyó ¿Qué mas podía hacer? no le importó que la capucha se desliara hacia atrás en su cabeza, no vio ese cabello casi blanco que se manchaba de sangre al igual que su abrigo, se detuvo bajo la luz de un farol a cierta distancia y volvió la cabeza para ver ese cuerpo cubierto de sangre mientras se convulsionaba, y remprendió su loca carrera sin detenerse hasta no llegar a esa mísera habitación que le servía de casa, estaba temblando, cerró la puerta tras de si y comenzó a llorar amargamente haciéndose un ovillo en el frio suelo.
Han pasado casi 11 meses después de aquella fatídica noche… ¿fue fatídica realmente? Al parecer nadie dio importancia al asunto, nadie mencionó nada por los alrededores ni en las noticias y a causa de ello se había reformado, ahora llevaba una vida que se podía llamar decente, no robaba mas, tenia un trabajo y tampoco veía a esos que al ver su espanto solo se habían reído de ella, había recorrido el camino que la alejaba de esa vida para no volver. Sentía frio el ambiente estaba húmedo por la lluvia que hace poco calló y la calle mojada estaba resbalosa, amplificaba sus pasos, era un ruido horrible, seguro podían oírlo a una calle de distancia, definitivamente era una pésima noche para traer tacones, aceleró el paso, y trató de cubrirse mas con su abrigo blanco, de pronto cerca de un farol sintió una mano que se aferraba a su brazo y algo metálico muy cerca de su cuello, y luego una voz dijo: “dame lo que todo lo que tengas” esa voz, era sumamente familiar para Anika, sin pensar en nada intentó darse la vuelta para ver a su atacante, tenia que comprobar que eso no era mas que un estúpido disparate, sintió un dolor punzante por la fria y afilada hoja de acero que se le había enterrado en el cuello, la ladrona retrocedió de un salto, espantada y, sin quererlo, agrandando la herida, calló al húmedo suelo, haciendo un vano intento por contener la sangre que salía a borbotones mientras su atacante huía, su abrigo blanco se teñía de rojo lentamente igual que su alvino cabello tirada en el suelo vio a esa figura detenerse bajo un farol que iluminó su cabello casi blanco, sus ojos pálidos que estaban desmesuradamente abiertos observando a Anika con horror mientras la atacaba una convulsión que no era mas que un espasmo previo a la muerte.

Andras
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:29:55 pm
Cuento Mudo


Se sentó en el cómodo sillón de mimbre desgastado, palpó el apoyabrazos derecho, esperando encontrar sus anteojos, cosa que no sucedió. No permitió que ello lo desanimara, más aún, tubo que hacer un esfuerzo para relajar el semblante y alisar con los dedos la línea formada entre sus cejas. Dio un suspiro y se incorporó, de todos modos había olvidado el diario sobre la cama de su habitación así que debía recogerlo junto con el estuche de sus lentes. Ya en su habitación encontró el diario, arrugado, sobre el adredón color morado, pero sus lentes no se encontraban juntó a él, ni tampoco en la mesa de noche, ni sobre el escritorio, ni en la biblioteca. Ya cansado, suspiró por segunda vez, reteniendo el deseo de arrojar el diario por los aires y patear alguna cosa que provocara un gran estruendo, descargando la frustración de no poder realizar una simple tarea como leer las noticias. Pero no lo hizo. No encontró nada que lo satisficiera si lo rompía, ninguna maldición lo suficientemente específica para que al pronunciarla representara su enojo. Tomó el diario y volvió a dirigirse a su ya no tan cómodo sillón de mimbre, iba a limitarse a observar e interpretar las imágenes y los titulares.
Antes de intentarlo un punzante dolor en la sien lo hizo estremecerse, sabía que se incrementaría si leía sin sus gafas. Dobló el diario, lo llevó de nuevo a su habitación, sobre el adredón morado y por tercera vez se acomodó en el incómodo sillón de mimbre.
Él abrió los ojos. Des pues de todo lo que había, o mejor dicho, no había pasado, ya no sentía deseos de leer las noticias, ni de buscar sus lentes que no estaban sobre su cama, ni sobre la mesa de noche, ni sobre el escritorio, ni en la biblioteca. Mas aún sentía el enojo, el deseo de escuchar algo partiéndose, algo roto, de ver algo atravesando el espacio y cayendo al suelo, sin protección, sin cuidado.
Juan observó a su abuelo desde el sillón de mimbre continuo. No se había levantado, aun cuando hacía rato había expresado el deseo de leer el diario. Sino que simplemente había cerrado ambos ojos y cruzado las manos sobre su falda, pensando.
De pronto Juan lo vio incorporándose decididamente, notando, antes de perderlo de vista, una ligera línea entre sus cejas. Se había dirigido a la cocina, Juan lo siguió con la mirada. Al volver, tenía un vaso de vidrio entre sus manos, vacío. Antes de que su nieto pudiera decir algo, antes de que se percatara de lo que pensaba hacer, el vaso estaba atravesando la habitación hacia la ventana, enfrente del juego de sillones donde había estado sentado hace un momento. El vaso no fue lo único que se rompió al impactar contra la ventana, también lo hizo la ultima, produciendo ambos estallidos, un fuerte sonido, seguido por el repiqueteo de los vidrios cayendo al piso.
Juan estaba petrificado, se quedó unos momentos en silencio, para luego ver como su abuelo volvía a acomodarse en el sillón junto a él, sin decir palabra. Juan volvió a mirar la ventana rota, luego a su abuelo, luego la ventana otra vez. Antes de volver a la lectura de su libro juró ver una sonrisa asomándose en la boca de su abuelo que volvía a tener los ojos cerrados.

Juana Depie
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:32:09 pm
Empezó con Flapy


Me llamo Emi, de Herminia no de Emilia, y soy maestra en un colegio de monjas de mi ciudad, y cuando estoy de buen humor digo que he cumplido los cuarenta. Lo que si puedo decir es que estoy casada, tengo dos hijas con la suficiente edad para vivir su vida aún vivien-do en mi casa, y mi marido me sigue diciendo todos los días me quiere. Hoy eso podría consi-derarse un paradigma de la felicidad hogareña, pero no siempre había sido así.
Hasta hace tres años la situación era la misma pero con una enorme diferencia. Mi marido ama a los perros y yo no los soportaba. Durante años Dani había intentado con la complicidad de las chicas que yo aceptara un perro en casa, pero no lo habían conseguido nunca, aunque habían utilizado todos los medios para conseguirlo, incluido el chantaje emo-cional.
- ¡Pero mamá, una casa sin perro no parece un hogar! – decía una y otra vez Maria en un tono de voz de angustia chantajista.
-  Es verdad, mamá – remachaba lastimosa Herminia – no sólo papá quiere un perro. ¡Nosotras también! Además lo necesitamos pues esta casa parece vacía sin un pobre animalito a quien mimar... - y estaban claras sus dotes interpretativas.
Dani ya no insistía personalmente, pero ante estas peticiones añadía.
-  Por las niñas podríamos hacer un esfuerzo... ¿no crees? – y seguía como si la cosa no fuera con él - ... y no tendrías que preocuparte de atenderlo, ni de bajarlo a la calle, ni de su comida, ni de asearlo, ni nada de nada del perro. Ya me encargaré yo de todo.
Pero yo no cedía, y durante mucho, mucho tiempo, se mantuvo el estira y afloja has-ta que hace como unos tres años mi familia se aprovechó de un período en  que baje la guar-dia convaleciente de una fuerte gripe, que me mantuvo en cama una semana, y el triunvirato venció mis defensas.
De regreso del ambulatorio de recoger mi alta médica cuandoDani, como el que no quiere la cosa, me dice sin darle importancia.
- Me ha llamado Sergio para ver cuándo hacemos otra merienda en su casa, pues ha-ce tiempo que no vamos...
Sergio es un primo hermano mío, que tiene una casa en el campo y que además de su profesión cría por afición labradores retriever que él mismo prepara y lleva a concursos caninos. Sin darme cuenta caí en la trampa, al preguntar qué más había dicho Sergio.
- Poca cosa – contestó Dani indiferente – que como desde el cumpleaños de Miranda no nos hemos visto, nos invita el domingo.
- Sólo eso – dije intrigada – algo más te habrá dicho.
- Poca cosa más – repitió mi marido con indiferencia – me ha dicho que Miranda ya ha empezado el colegio y que Baffy tuvo cachorros hace seis meses. Los había vendido to-dos... pero le devolvieron uno la semana pasada y lo ha guardado para mí, si aún lo quere-mos... un perro que vale más de ochocientos euros... ¡De regalo!
- ¡Eso si que es una gran noticia! - grita Maria desde la cocina saliendo con las ma-nos llenas de salsa de tomate – los perros del tío son estupendos y muy tranquilos...  ¡Es un chollazo!
- Cierto que es una buena ocasión – corta Dani frenando el entusiasmo de María – pero hemos hablado de eso mil de veces y sabes lo que opina mamá de tener un perro en casa. ¡Qué más quisiera yo!
- Pero un labrador es el mejor perro de compañía que hay, y de confianza de donde viene... – protesta María guiñando un ojo a su padre.
-  Desde luego, pero ya sabes lo que piensa tu madre...
-  ¿Por lo menos podremos ir a verlo, no? Y ya decidiremos si nos lo quedamos. ¿Qué te parece mama?
- Ya veremos – respondí sin negación – ahora estoy muy  cansada y quiero echarme un rato. Vosotros veréis lo que hacéis.
Tumbada en la cama me di cuenta demasiado tarde que  con aquel, vosotros veréis lo que hacéis, había abierto el resquicio en mi coraza que tanto tiempo habían esperado los tunantes y ahora se iban aprovechar de que no me quedaban fuerzas ni ganas para discutir. Y menos para luchar contra ellos. Entonces me dormí, tal vez por comodidad, y cuando desperté era demasiado tarde.
El estaba allí. Junto a mi cama. Sentado, con el hocico levantado como  husmeando a su enemigo, permanecía erguido con sus ojos fijos en los míos. Era guapo el condenado, de color blanco canela, de pechera limpia y con la trufa negra de las grandes razas. Me gustó el animal, que seguía quieto y erguido.
Cuando me incorporé con un gesto de protesta, mi marido se acercó.
- Le hemos dicho a Sergio que el fin de semana se lo devolveremos, que es para ver que hace en casa un par de días. ¡Sólo van a ser tres días! ¡Lo prometo!
Yo sabía que si dejaba que el perro se quedara en casa un solo día sería suficiente para hacer imposible su marcha, y por tanto decidí cortar por lo sano, pero cuando iba a abrir la boca asomó por la puerta Herminia que al ver al perro se arrodilló abrazándolo emociona-da.
- ¡Es precioso! ¡Que pasada de perro! ¿Cómo se llama? ¿Es para nosotros? No me lo puedo creer. ¿Y tú que dices mamá? Si está aquí es porque has dicho que si. ¡Esto es genial! ¡Una pasada!
Herminia parecía un torrente arrollador que se preguntaba y contestaba al mismo tiempo sin dejar de estar abrazada al perro, que sin embargo no apartaba la mirada de mí co-mo si percibiera que el meollo de la cuestión era yo. Seguía con la  mirada fija en mis ojos y cuando alargue la mano para acariciarle la cabeza se relajo y acabo lamiéndome la mano lige-ramente.
Dani y María se hicieron guiños de complicidad mientras Herminia seguía con el ro-sario de preguntas que parecía no tener fin.
- No me habéis dicho como se llama, ni si es para nosotros. ¿Es el del tío Sergio? ¡Porque este no es un barraquero como llama el abuelo a todos los perros que se le acercan! ¡Es fino, fino, de los caros!
Corté el río de palabrería de Herminia aparentando una seriedad que no sentía, con-testando como si estuviera enfadada.
- Eso pregúntaselo a esos que lo han traído, que están como si estuvieran esperando una sentencia de muerte. Ellos te dirán que ha pasado, pero que conste que sólo van a ser tres días – yo no estaba muy convencida de lo que decía, pero no podía echar por la borda años de oposición – después el perro volverá a su casa, y por cierto, ¿Cómo se llama?
- Flapy – contestó rápido mi marido cruzando una mirada con mi hija – se llama Flapy, y no es un perro… es una perra.
Y así empezó todo. Ni que decir tiene que Flapy no se marchó a los tres días, ni a la semana, ni al año. Se quedó y se hizo el ama de todo antes de un mes. Se apoderó de una parte del sofá, frente al televisor, como si nadie pudiera disponer del sitio más que ella, y sólo con amenazas se bajaba gruñendo por lo bajo. Cuando por la mañana se hacían las ocho y por la tarde las siete, empezaba a remolonear y a dar vueltas en la entrada esperando que alguien la sacara a la calle. Era su hora y Flapy no necesitaba reloj para saberlo. Dormía en la alfombra junto a la cama de María un día y al siguiente se acostaba en la alfombra de Herminia, sin mostrar preferencia más por una que por otra. Al poco tiempo Flapy y yo empezamos a acep-tarnos la una a la otra y sólo después del verano nos convertimos en buenas amigas como consecuencia de su  embarazo. Resulta que al irnos de vacaciones Daniel le pidió a Sergio que tuviera a Flapy en su casa hasta nuestra vuelta y no hubo ningún problema por su parte. A la vuelta recogimos a Flapy y nuestra vida siguió su rutina hasta que un mes más tarde me dice Dany un día.
- ¿Te has fijado lo gorda que está Flapy? ¿O son figuraciones mías?   
- Pues ahora que lo dices, María me dijo la otra tarde que no le diéramos de comer tanto a la perra, que estaba engordando demasiado – miré a Flapy que estaba plantada delante de los dos y termine afirmando convencida - y sí parece que está engordando demasiado.
Demasiado. Y muy rápidamente. Flapy estaba preñada. El veterinario lo ratificó y contando fechas no había duda que durante su estancia en casa de Sergio se había quedado embarazada. Y menos mal que fue allí, así al menos sabíamos que el padre era un perro de raza, de su raza, y a lo mejor algún campeón de concursos.
Al cabo de un mes, cuando llegué a casa, encontré a Dani y a Herminia en plena faena de parteros. Flapy había empezado a parir a las cinco de la tarde y eran las ocho y lleva-ba paridos seis cachorros, y a las diez había expulsado tres más, de manera que cuando vino el veterinario que habíamos avisado sólo pudo ver que no quedaba ninguno por parir. Comprobó que la camada se encontraba bien y se fue después de cobrar cien euros por la visita, dejándo-nos sin saber que hacer con nueve nuevos inquilinos en casa. Al preguntar a mi marido que pensaba hacer con ellos y decirme que no lo sabía, le dije sin pensar bien lo que decía.
- Mi tío Pepe, que siempre ha tenido perros, se quedaba uno de cada camada y los demás los ahogaba en un barreño de agua.
- No seas burra mujer, no seas burra. Algo pensaremos.
- Pues hay que pensar deprisa pues de los nueve, cinco son hembras – dije sin creer lo que estaba diciendo – y si de cada camada de ellas salen igual, dentro de un año tendremos veinticinco hembras y dentro de tres años llegaremos a tener mas de seiscientas pariendo to-dos los años, sin contar los machos que les hayan acompañado en cada parto – la risa nerviosa que me provocó la ecuación matemática llenó la casa y Daniel me miró asustado.
Al día siguiente, en el colegio, sor Sofía, que era la subdirectora, se acercó a mi me-sa al verme atareada con unas cuartillas llenas números y logaritmos que parecían absorber-me.
- Parece muy atareada Emi… ¿puedo ayudarle en algo? – dijo solícita.
- No hermana, no es nada. Estoy repasando un trabajo, pero lo terminaré en casa, no se preocupe. Son cosas de machos y hembras…
- ¿Cómo dice…? – la monja debió pensar que trabajaba demasiado.
- Nada sor, nada, cosas mías. No haga caso. Y gracias por preocuparse…
Los números y cifras pensados por encima el día anterior resultaron sobre el papel escandalosamente aterradores. La progresión matemática llegaba a miles de bichos corretean-do por la casa en menos de tres años, y bocas y bocas que alimentar sin manos suficientes para atenderlos. Era tremendo el caos en mi cabeza.
Cuando llegué a casa la encontré vacía. Ni Flapy, ni perritos, ni familia.
Cuando volvieron me dieron la noticia. Sergio se quedaba a Flapy con la camada en su casa hasta que se destetaran, y poco a poco los iría vendiendo como si fueran suyos, al cin-cuenta por ciento de lo que sacara.
Me pareció estupendo, y desde entonces las vacaciones de verano nos la paga Flapy. El año pasado fuimos a Cancún, este año hemos ido a Canarias y el que viene queremos ir al Caribe.
Definitivamente, nuestra suerte empezó con Flapy. ¡Viva Flapy

Anubis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:33:18 pm
Secretos de amor


CARTA 1
Querido hijo, Marco:
La vida siempre ha sido para mí como un viaje eterno en tren, un tren al que te suben sin pedirte permiso y con un destino incierto. Cuando sientes que tu viaje tiene sentido, que te has encontrado a ti misma o que has encontrado la realización te das cuenta que la vida te ha dado el pasaje para el último viaje: cuando sientes que la vejez ha visitado tu cuerpo y va a quedarse en él las cosas empiezan a tomar otro significado. La simpleza de las cosas empiezan a tomar importancia y lo que antes era importante ahora no lo es.
Hoy he cumplido sesenta y cuatro años, y tú mi pequeño de casi cuarenta años te la has  ingeniado para que cada cumpleaños aparezcan menos velas  ya que para mí un cumpleaños sin torta y sin velas no celebra con suficiente emoción el inicio de un nuevo año, de un nuevo viaje. Te agradezco que mi cumpleaños sea una celebración que no hayas olvidado ni dejaras pasar. Bien sabes que te adoro y que mi nueva familia, la tuya, nos ha agregado casi cuatro miembros más, tu esposa y tus tres hijos, haciendo nuestros cumpleaños una eterna fiesta casi nacional por los invitados y las comidas. No sabes cuánto extraño nuestras humildes y sencillas tortas.
Sabes que con mucho sacrificio logramos que entraras a la Universidad y con otro tanto que hicieras su especialización en España, lo que siempre quiso hacer su padre y mi pequeño lo consiguió. Luego cuando regresaste nos sentimos tan orgullosos de ti que no tengo palabras para describirlo y aún hoy, después de casi quince años de tu título, me parece que fue ayer que te despedimos en el aeropuerto.
He sido bendecida con muchos hombres en mi vida, con mi padre al que amo aún después de muerto, con mi amado esposo y por ti, mi adorado Marco. Nos hemos realizado ambos contigo porque no solo eres bondadoso, eres leal, buen amigo pero sobre todo eres humilde no andas pregonando tus logros ante todos, a pesar de tener con qué hacerlo. Eso me gusta, eso es lo que más amo de mi esposo, su capacidad para desaparecerse ante las cosas que hace para que los demás no sepan lo maravilloso que es poder contar con esa gente en este mundo de intereses perversos.
Me siento particularmente nostálgica, debo reconocer que hace mucho que lo estoy pero hoy más, tal vez sea porque es un día nublado, llueve y parece que hasta la naturaleza también lo está. Las gotas de lluvia golpean suavemente los vidrios de las ventanas de mi habitación mientras escribo sentada frente al computador. He decidido contarte aquello querido Marco de lo que no he querido hablarte durante estos años porque aqueja mi alma. Te pido por favor que lo leas cuando estés tranquilo y solo en tu habitación, aunque tú decidirás cuándo lo harás porque esto que voy a contarte es solo nuestro, nuestro pequeño secreto. Son tres cartas y esta es la primera.
CARTA 2
Querido Marco:
A pesar de que mi infancia fue algo triste hay algunos acontecimientos que recordaba con alegría, aquellos que me habían marcado de un modo particular como: mis primeros zapatos de patente negros debajo del árbol blanco con ramas pintadas y sin hojas, la primera subida a un tren con mi madre antes de dejarnos, mi única celebración de cumpleaños, mis quince años con mi padre, y una pequeña torta blanca hecha por los vecinos de la cuadra, cuando me gradué y por supuesto cuando le conocí. Sin embargo, cada vez que me siento al atardecer en mi porche a mecerme en la silla de madera lo único que llega a mi mente es su rostro, su sonrisa, la calidez de su piel y por supuesto aquellas miradas que aún me hacen sudar frío.
Debo reconocer también que en tus rasgos los ojos de tu padre están presentes, sus largas pestañas y por supuesto las pecas sobre las mejillas, cerca de la perfilada y pequeña nariz.
Cuando niña mi madre nos abandonó al saber a tu abuelo enfermo de cáncer así que apenas con diez años me tocó librar la lucha con él ante ese dragón come vida que es esa enfermedad. Tuve que hacer de todo, vendía periódicos en las esquinas, limpiaba las casas de otros hasta que un hermano de mi padre me ofreció otro trabajo: llevarle los libros de su bar y como la paga era buena, lo acepté. En ese sitio vi muchas cosas horribles, presencié como las jovencitas se vendían por dinero o por droga mientras huían de su realidad, la pobreza y la ignorancia de pensar que ese era el único camino.
Decidí estudiar, lo que sabía lo aprendí ayudando a mi padre mientras pudo trabajar así que trabajaba hasta casi la madrugada y luego corría para asistir a la universidad. Muchas veces me dormía en las clases pero lo que sabía me ayudó a avanzar rápidamente y conté con ayuda de muchas personas que ante mi tenacidad y deseos de superación no me abandonaron. Cuando casi estaba en mi último año, una mañana de septiembre en el estacionamiento de la universidad, lo conocí. Casi me atropella porque venía distraída pero desde ese día no se apartó de mí.
Tu padre estudiaba para ser médico y ese año era el último. Trabaja en el Hospital Central donde logré ingresar a tu abuelo y gracias a su ayuda lo mantuvimos vivo por casi seis meses más. El día que murió tu padre estuvo con él, ayudándolo a que pudiera verme antes de partir. Cuando llegué a verle ya respiraba con dificultad así que solo pudo bendecirme y entregarme a tu padre para que cuidara de mi. Tu padre le prometió hacerlo y le juró que no me dejaría sola nunca, nunca más. Debo decirte que lo cumplió.
Sus padres no estaban muy de acuerdo con nuestra relación, porque bien sabes que tengo la piel morena y el cabello lacio y negro parezco más una indígena que una chica blanca, como ellos la querían para su hijo. Pero tu padre dejó todo, hasta su especialización en España por mí, por nosotros. Con mucho esfuerzo cómpranos nuestra casita en las afueras de la ciudad y tuvimos que vender el auto, que fue lo único que conservó de ellos, para completar la inicial.  Trabajamos muy duro, muchas veces no teníamos qué comer pero nos acostábamos juntos y eso era el mejor alimento, nuestro amor.
Tu padre era mayor que yo casi siete años, así que cuando descubrí que estabas en mí le esperé en casa con una cena y al llegar celebramos nuestro maravilloso logro: tú. Días después recibimos una carta de la embajada de España donde le notificaban que le habían otorgado una beca para su especialización por ser ciudadano español, teníamos escasamente ocho meses para los preparativos.
Durante varios meses hice todo lo que pude por cumplir con los papeles que necesitaba y cuando los tuve listos, un domingo en la tarde un amigo abogado nos visitó para que firmara los documentos que tenía que enviar. Tenía ya casi nueve meses de embarazo. Lo esperamos sentados en la mesa de la cocina luego que llegó y escuchó todo lo que tenía que decirle el abogado se levantó de la silla y viendo por la ventana, que daba al patio apoyado en el fregadero, le dijo que no firmaría y que se encargara de darle la gracias al gobierno pero que no podía dejarme sola en este país. El abogado le dijo que iniciaría los preparativos para solicitar la ayuda, pero no aceptó. Recuerdo que le dijo: ─ No puedo dejar mi corazón, la razón de mi existencia, alejada de mí. Lo siento. Además pronto llegará nuestro hijo y no puedo dejarla sola.
El día que naciste estaba lloviendo, a cántaros. Tómanos un taxi, era  casi media noche. El pavimento estaba mojado, muy mojado y mientras íbamos de camino tu padre solo estaba empeñado que me concentrara en respirar. Cuando aparecieron las primeras contracciones fuertes le dijo al chofer que se apresurara y justo ahí vi las luces que le alumbraron por la espalda, miró las luces también y se lanzó sobre mí apretando mis manos.
Al despertar estaba en el hospital, fue muy difícil tu nacimiento porque estaba herida tenía mis piernas con fracturas y unas costillas pero gracias a tu padre tú naciste. Esa mañana cuando estaba en la habitación contigo a mi lado tu padre llegó con su camisa llena de sangre, su rostro con moretes y sonriéndome te besó en la cabecita y luego en mis labios, aún estaban tibios. Dijo acercándose a mi oído, casi como un susurro: “─ Solo quiero que sepas que estoy bien y que vendré por ti cuando tu hora llegue. Sé que harás de él un hombre de bien. Háblale de mí porque estaré con ustedes cuidándolos y ayudándoles”. Eso hice, siempre estuvo con nosotros, siempre presente. Sé que no debí ocultarte todo esto, pero así fue que pasó, por eso siempre hablé de él como si estuviera vivo, para que aprendieras a conocerlo a través de mí. Tu padre murió el día que naciste, hijo mío.


CARTA 3
Amado hijo:
Sé que mi mentira fue muy grande y que tal vez no llegues a perdonarme, pero tal vez ahora que eres padre de tres hermosos y amorosos hijos reconozcas que somos capaces de hacer cualquier cosa para que no sufran. Eso hice mantuve vivo a tu padre para que no sufrieras más de lo necesario, pero debes reconocer que muchas veces sí estuvo con nosotros.
Mis días están contados, lo sé. Mi enfermedad es silenciosa, cariño, pero sigue ahí solo esperando llevarme cuando sea mi hora, por eso quise hacerte esta carta con mi puño y letra, aunque este algo irregular pues mis manos tiemblan mucho.
Debes buscar al abogado de los Villalobos, quien te hará entrega de un dinero que tu abuelo guardó en un banco español para ti y antes de morir se lo notificó a tu tía Lisa, eso hace apenas unos meses. Si tu tía Lisa aquella dulce mujer que te dio cobijo cuando estudiaste en España, en Madrid.  Búscale y pregúntale, dile que he muerto y que necesitas lo tuyo para tu familia. Eso mi querido Marco, es parte de la herencia de tu padre y a la que tienes derecho. A veces el orgullo nos hace ciegos y con la edad nos volvemos tercos cariño, respeté la decisión de tu padre de no recurrir a ellos pero ahora ya no tiene sentido, ambos han fallecido y tú puedes darle buen uso a ese dinero.
He soñado con tu padre muchas veces, muchas veces he despertado viéndole a mi lado, sonriéndome y besando mis labios. Debo reconocer que estos detalles tal vez hagan que te sonrojes, pero hijo soy mujer así como tú eres un hombre y ves a tu esposa con ese brillo especial que solo un hombre enamorado tiene al sentirse correspondido. Así, mi querido Marco, así con ese brillo que tú tienes tu padre me miraba todos los días al despertarnos uno junto al otro en nuestra cama y no quise deshacerme de ella porque siento aún su olor al dormir.
Anoche sentí su olor, cariño y la tibieza de su piel cerca de mí. Sé que viene por mí pronto, por eso te pido que no sufras por mi partida, piensa que solo así tus padres que tanto se aman podrán estar por fin juntos. Lo he extrañado tanto en mi cama como no tienes idea, así como sé que lo hiciste tú mientras estabas separado de tu amada esposa.
Te amo pero es hora de que me vaya, él ya vino por mí. Ten la seguridad que no estaré sola nunca más, como lo prometió.
Amor  recuerda que estaremos contigo cuidando de ti, siempre.

Agnes Vega
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:36:33 pm
Venganza


Se masturbo mirando los hombres desnudos que aparecían en su televisor. En la tarde su madre lo molesto por su vestimenta, su padre la noche anterior lo regaño fuertemente por su voz tan afeminada. Limpió su semen con el papel higiénico que trajo con anticipación, se tiró a su cama y descansó. Pensó en Jorge el hombre que conoció en la fiesta del último viernes en el bar el Dólar. Cuando lo vio por primera vez le pareció interesante, además su cuerpo estaba bien trabajado, recordó como se le acerco:
– ¿Me puedo sentar?
–Claro –apago su cigarrillo.
– ¿Cómo te llamas? –coloco sus caderas bien formadas en la silla.
–Juan Carlos –lo requiso con sus ojos– ¿y tú?
–Jorge Alberto –miró hacia la pista.
Los labios se unían y los cuerpos juntos se difundían con la música, en la pista de baile los hombres disfrutaban de la fiesta que cada quince días programaban.
– ¿No vienes mucho por acá? –pregunto Alberto, sus labios pintados combinaba perfectamente con su camisa roja.
–Es la primera vez –le sirvió un trago a su acompañante–. Me trajo Julio. ¿Lo conoces?
–Si –Jorge tuvo una relación con él, pero lo había dejado.
Juan Carlos conoció a Julio en la universidad, los dos estudian Enfermería, desde que empezaron semestre se llevaron excelente. Julio le confeso que era homosexual, Juan se alejo un tiempo, pero los días le dieron las fuerza suficiente para  reconocer que era gay. Busco a su amigo y hacia dos meses llevaban una relación.
– ¿Y dónde está?
–Bailando con un amigo –respondió con celos.
– ¿Y tienes algo con él? –se apresuro a preguntar Jorge. Si lo había dejado por éste se las pagaría.
–Claro. Somos compañeros.
–Que lastima.
– ¿Por qué?
–Eres atractivo –se iba a vengar.
–No, es cosa tuya –evadió la mirada.
–Es de verdad.
En la pista se seguían moviendo los cuerpos, era imposible reconocer a alguien en esa multitud de piernas y manos alborotadas.
– ¿Porque no salimos? –se acelero, pronto iba a acabar el tecno que se escuchaba.
–Claro –Jorge era llamativo.
–Que te parece el próximo viernes a las 4.
– ¿Dónde?
–En Plaza Sasemo  –se tomo el trago– primero vemos una película que se estrena el viernes y dicen que es buenísima –toco con su pierna el muslo de Carlos– y después vemos que hacemos.
–Me parece estupendo –lo despidió con una sonrisa coqueta.

Cuando el reloj de su cuarto marco las tres, Juan Carlos se levanto. Apresurado fue hasta su closet, saco los pantalones que hacia un par de semanas le había regalado su compañero y la camisa blanca que tanto le gustaba, se arreglo. Después se rocío con su perfume traído de España, tomo las llaves del carro de su padre y salió de su casa.
La carrera 21 estaba desalojada, así que manejo el carro a una velocidad desbordante, se pasó dos semáforos, aunque sabía que le quedaba mucho tiempo, pero la velocidad lo emocionaba tanto como el sexo.
Al entrar al centro comercial Plaza Sasemo, miró su reloj, se entero que eran las 3:30, decidió entrar al supermercado. Espero escasos minutos a que acabaran de registrar el mercado de dos señoras que no debían tener más de 50 años. Juan miró los jeans y las chaquetas de estudio F que traían las señoras, comprobó que el dinero podía comprar todo, menos el estilo. Después pago su bebida energética.
Subió con lentitud por las escaleras eléctricas, en cada piso se detenía en el balcón, se quedaba unos cuantos minutos viendo pasar los carros, las personas, el mundo. En el tercero no se atrevió a entrar al sentir los sollozos de alguien.
En el último piso lo esperaba Alberto.
– ¿Cómo estás? –pregunto Alberto fingiendo alegría. Estaba muy elegante.
–Muy bien –toco sus manos suaves–. ¿Hace mucho llegastes?
–No, hará cinco minutos.
– ¿Y que película vamos a ver? –no le gustaba mucho el cine. Pero le interesaba Alberto.
–Maria llena eres de gracia –vocalizo descomunalmente. Había escuchado muchas críticas positivas respecto a esta película. Señalo un afiche.
Entraron en la sala de cine numero tres, Juan se sorprendió al verla por primera vez, sus escasos puestos la hacían ver hermosa. No le presto atención a la película. Disfruto mucho tocando las manos de Alberto.

En El Gran Bar entraron. Sergio conocía desde hacia varios años a Alberto. El bar acababa de abrir, sonaba el famoso Poema Tango de Jorge Luis Borges. Sergio lo entono con alegría, sentía que el tributo al tango le llegaba al alma, su voz llenaba el bar y sus 57 sillas parecían disfrutarlo. Jorge era uno de los clientes que más lo visitaba, iba dos o tres veces semanales, podía pasar horas hablando de cine con el dueño y esa noche, el saludo llego acompañado de una alabación a la película colombiana que acababa de ver.
Se sentó con Juan Carlos en la barra, lo presento como un gran amigo y conocedor de las artes.
“Yo no se nada de eso “pensó Carlos.
 Sergio arremetió.
– ¿Y cual es el arte que mas le atrae?
–La literatura –lo dijo, porque recordó que su padre era un gran lector.
–A mi la verdad lo que mas me atrae es la pintura.
–Qué bueno –habló seguro– yo casi no conozco de pintura.
Sergio hablo de Obregón, Botero y por supuesto de Picasso, Picasso es un Dios, dijo, sus pinturas tienen todo el aire de intelectualidad que un humano busca en las artes. Juan Carlos lo sorprendió la delicadeza de su lenguaje, él que sólo sabia de la novela de la tele o de los Simpsons pensó.
El blues y  el jazz destrozaron los oídos de Juan Carlos, no entendía como podía sobrevivir el bar con esa música tan asquerosa, tan llenas de acordes y tan falta de palabras. Se alegro cuando Alberto se despidió. Sergio le dio un paquete.

– ¿Demos un paseo?
–Claro, por mi encantado.
El auto Mazda color azul se alejo de la ciudad. La oscuridad de la noche le encantaba y las manos suaves pero fuertes de Alberto lo emocionaban. Con una mano en el volante y otra en el cuerpo de su acompañante pasaba las curvas densas de la carretera. Los labios pedían a gritos otros labios, y su cuerpo quería otro cuerpo. Cerca de las nueve el Mazda estacionó en un extremo de la carretera.
– ¿Seguimos o nos quedamos acá? –pregunto Carlos. Su mano izquierda se entrelazo.
–A mi parece bien por acá –miro de reojo la carretera.
–Me encantas –arremetió mirando con insistencia los ojos claros de Alberto. Se acerco–. Me gustaría tirar contigo.
–A mi también. Hace cuanto sales con Julio –sintió que su corazón se comprimía.
–Creo que dos meses. Pero no hablemos de eso.
–Acaso, no lo quieres.
–La verdad no. Pero no hablemos de eso –trato de besarlo.
–Si es un hombre perfecto –metió la mano en su chaqueta.
–Yo solo estoy con él por la compañía –rió–. El que verdaderamente me gusta eres tú.
–Lo dejarías por mi –saco un objeto de su chaqueta.
–Claro.
Los labios de Carlos buscaron de nuevo los de Alberto esta vez los acepto, al cerrar los ojos sintió un fuerte dolor en su abdomen.

Tauro 5513
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:41:59 pm
Desvaríos de un anciano


Hacía tiempo que Andrés no sabía si era de día o de noche: no veía con claridad ya, sus órganos visuales estaban demasiado cansados y afectados por la edad, y no ayudaba mucho la escasa luz que entraba por la pequeña ventana de su habitación;ni sabía  la  fecha  ni  la  hora.Tampoco  sentía  ya,  ni  siquiera dolor, pues había perdido toda sensibilidad, física y emocional; sentir era otro de los placeres que le eran negados. Al anciano siempre le había gustado sentir, pues significaba que estaba vivo.
Le gustaba sentir la caricia del viento en su pelo, el calor del sol sobre su piel, o el agua tibia y  salada del mar Mediterráneo; caricias, ilusión, angustia, desazón,...y hasta alguna que otra espina clavada por el  rechazo de una mujer amada.
      Todo eso extrañaba aquel hombre marchito; extrañaba la persona que fue, y que no reconocía en el espejo ya , que no veía en sus manos y en su rostro  arrugados, en su voz ronca y apenas audible , el claro efecto de años envenenándose a sí mismo con ese vicio llamado tabaco; en su mirada tenue, en sus pálidos y finos labios,...todo era distinto, todo le era extraño, como si ya no se tratara de él mismo, sino de alguien  diferente, otra  persona, otro hombre que había absorbido su verdadero yo, y le había suplantado.
      Añoraba de igual modo el afecto de un ser humano, daba lo mismo quién fuera; habría dado lo que no tenía por tener alguien a su lado, alguien que se preocupara por él, alguien a quien le importara, que le cuidara de verdad, que le sonriera, que le abrazara, que le hiciese sentir querido, alguien, tan sólo una persona...pero no era así. Andrés se hallaba sumido en la más triste, sombría y profunda soledad, esa dañina y sin escrúpulos, que se adhiere a la vida de las personas como un parásito, que se adentra poco a poco, pasando desapercibida al principio para extenderse cual enfermedad y adueñarse del alma de la víctima, e ir  aniquilando su esperanza. Sin embargo, dicha soledad perversa que el hombre tanto temía, se había convertido irónicamnete en su única compañía, y hasta se había llegado a acostumbrar a ella.
      
Igualmente hacía años que le costaba ilusionarse; lo que antes provocaba en él el florecer del  entusiasmo, ya no conseguía sino entristecerle; cualquier pequeña tontería, chiste, broma o payasada le arrancaba una carcajada y la más simple palabra de cariño le hacía sonreír. Ahora, en cambio, los músculos de su cara parecían haber olvidado por
completo cómo hacerlo.   

      En resumidas cuentas, hacía mucho que había dejado de vivir, pues vivir significaba mucho más que respirar, que estar vivo; tan sólo se limitaba a existir, como una caracola vacía  que se deja arrastrar hacia la orilla, sin destino cierto, sin rumbo fijo, dejando que la marea la lleve donde quiera, sin saberlo ni importarle. Andrés no podía saber con exactitud cuándo había ocurrido tal desastre, en qué momento concreto había empezado a morir; pero lo que sí sabía es que fue justo cuando dejó de soñar, pues siempre había sostenido que ” cuando dejas de aprender, empiezas a envejecer; cuando dejas de soñar, comienzas a morir ”.

De las pocas cosas que aún conservaba, en parte, era la memoria; si le preguntaban qué había desayunado esa misma mañana, difícilmente podría contestar; sin embargo, de su pasado lejano, de su infancia o años mozos, como él solía llamarlo, podía dar hasta el más mínimo e insignificante detalle, sumergirse en un monólogo y contar hasta cansar al oyente.           
     Pero lamentablemente, no tenía  muchas ocasiones de entablar conversación, pues nadie se prestaba a escuchar los  desvaríos de un viejo chocho.
     La única opción que le quedaba, pues, era recordar. Para ello no necesitaba oyente,ni interlocutor,tan sólo a sí mismo. Y  recordaba, sí, recordaba tiempos en que era libre, tiempos en los que su vida tenía algún  valor para él, tiempos en los que se hallaba fuera de los muros de aquel horrible lugar; y  al recordar, Andrés también era libre, y volaba más allá de la residencia en la que poco  a poco se consumía, se apagaba.
     Había tenido una buena vida, pensaba el anciano. No había conseguido todo lo que había querido, pero en fin, ¿quién lo hace? Aunque las cosas no  siempre le habían salido como esperaba, le había ido bastante bien. Había luchado por lograr sus metas, sus sueños, porque igualmente había soñado Andrés, y mucho,dormido y despierto.Y en su lucha había sentido la seguridad de quien sabe que está haciendo lo que debe hacer, aunque el esfuerzo pudiera parecer inútil, y el sueño no se llegara a realizar; aunque muchos no lo comprendieran y le llamaran loco.
 
Había sido una  persona querida y alegre.Y había sido feliz, muy feliz.

Recordaba también que  había amado, y que, a veces, le amaron a él, de esa manera imposible de olvidar, intensa y  apasionada, como si cada beso fuera el último, como si cada instante fuera el último: se  había entregado en cuerpo y  alma, había dado hasta la parte más ínfima de su piel, de  su ser.

No había sido un camino de rosas su vida, una escalera de cristal, ni mucho menos; tuvo periodos complicados, etapas complejas, y momentos duros; hubo baches, hoyos, en los que tropezó; obstáculos que se interponían en medio, nada fáciles de salvar, que no le permitían proseguir. Pero siempre de los baches salía y los obstáculos superaba.

¿Mas qué era todo aquello....al fin y al cabo?Desvaríos, simplemente desvaríos de un anciano moribundo, nada más que pensamientos vacíos, que siempre conseguían atormentarle pues la certeza de que aquello había pasado y no volvería jamás le hacía sufrir provocando que la melancolía se hubiera erigido como su más terrible padecimiento; pero a un tiempo dichas remembranzas constituían su único consuelo: al recordar los buenos tiempos podía volver a vivir, a sentir la inmensidad y plenitud de las maravillosas emociones que entonces había conocido.

 Así, recluido y confinado en aquel gris edificio, en el que entraban muchos más de los que salían, Andrés esperaba paciente, esperaba la liberación del yugo, de las ataduras, de aquel cuerpo que no sentía como suyo, que se había convertido en una fuente de males en los últimos tiempos, en una cárcel; esperaba que acabase la espera, aquella absurda y desgraciada situación en que se hallaba contra su voluntad, pues habría acabado con ella sin vacilación alguna, si hubiera tenido el medio y las fuerzas suficientes para hacerlo; aquello le había provocado cierta impotencia en un principio, al comprobar cómo sería su vida allí, pero más tarde, dicha frustración fue desapareciendo para dar paso a la
resignación, cuando entendió que no estaría obligado a soportarla mucho tiempo.
    Sí, eso lo consolaba. Por eso esperaba paciente: sabía que pronto llegaría el fin, su fin.
Podía escuchar sus pasos,lo podía sentir acudiendo a su encuentro, para el cual estaba más que preparado.
Andrés no tenía miedo. Lo peor ya había pasado, pensaba el anciano.Y lo que hubiera después (si había algo) no podía ser tan malo.

Cuando viniera la Dama Oscura a liberarlo de aquel cuerpo, de aquel lugar, de aquella burda imitación de vida, le estaría agradecido.

Cuando viniera a helar su aliento, a sellar sus labios, le sonreiría.

Y la abrazaría.

Y sería dichoso.

Lys dans le valleé
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:44:11 pm
Pastel de chocolate y margaritas


Aquella tarde de Agosto mientras removía en un bol los ingredientes para un pastel esperaba a mi amiga Cris a la que aprecio tanto. Y una sonrisa me venía constantemente a la boca al recordarla pues es tan indefensa y al mismo tiempo tan perspicaz. Sin duda una loquita brillante. Casi excéntrica a veces parece que viene de otro mundo por qué está más allá de todo sin embargo su inocencia al acercarse a la gente y su simpatía sin pretensiones no es nada común.
Amante de la literatura y de los pasteles y cafés en sitios con encanto, sitios olvidados, poco transitados donde le gusta desaparecer en el anonimato y abrir el libro que lleve en esa ocasión en su bolso para zambullirse en él y perderse un rato en ese mundo, en ese relato con esas gentes con esos personajes. Y después volver a la realidad, claro.
Le encanta llevar flores en el pelo, paraguas grandes de esos que usaban nuestras abuelas y zapatos planos de cordones…que ahora afortunadamente para ella se vuelven a llevar.
Recuerdo el día que se presentó en un museo en el que habíamos quedado con una capita sobre los hombros, de cuadros…sólo ella podía llevarla sin duda.
Y una mañana de Domingo en la que fuimos a un cementerio de Poblenou para hacer una ruta guiada y se presentó con unos pendientes  de calaveras. Para colmo estaba la televisión y se ofreció voluntaria para comentar la ruta. Luego salió en las noticias.
Esa tarde me sorprendería de nuevo con su estilo.
Seguía absorta en la elaboración del pastel de chocolate con cerezas en almíbar de adorno. Ilusionada en mi labor esperando que le encantara a mi amiga Cris y de repente un trueno me asustó. Miré por la ventana y empezaba a chispear. Se avecinaba tormenta.
No sabía si Cris traería paraguas o si se mojaría o vendría en su peculiar bicicleta con cestilla.
Unos minutos más tarde llamaron al timbre de la puerta y era ella efectivamente mojada pues no traía paraguas, sus ojillos risueños me transmitieron toda su alegría del momento, pues divertida me dijo:
-La tarde que hace y yo con chanclas!
Le hice pasar enseguida y le traje una toalla para que se secara.
El pastel en el horno empezaba a oler divinamente y Cris me contaba apenada que llevaba tres margaritas en el pelo que había perdido sin duda por el camino a correr para no mojarse demasiado…qué pena!
Comimos el pastel, yo aparté las cerezas y comentamos y charlamos de libros y de personajes y…en fin, Cris me recuerda a un personaje, sí, mi Cris es la Maga.
Al día siguiente Cris me contó que cuando se fue de mi casa había un chico esperándola abajo y que tímidamente se dirigió a ella para darle tres margaritas que había ido perdiendo por la calle y el tras ella recogiéndolas.
Cris sin más las cogió y cómo lo acepta todo con esa naturalidad mágica que la rodea le preguntó su nombre.
Me contó que el chico se llama Angel y que le dijo “che, puedes llamarme Boludo si lo preferís”.
Cris quiere presentármelo esta tarde y hemos quedado en nuestra cafetería preferida con otra buena amiga, Carol, de la que os contaré otro día.

Cloe Patra
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:46:14 pm
La muerte de mi amor


Estaba ahí en el funeral de mi amigo, con cientos y cientos de personas más. Todas y cada una de ellas, incluyéndome, nos preguntábamos qué paso con el, con mi amor secreto enterrado.

Los investigadores se encontraban a 20 minutos de donde todos estábamos. A ellos al igual que a mi, les intrigaba la mancha roja del parque, que según dicen los testigos, se encuentra en el mismo lugar donde el cadáver había sido hallado la mañana anterior sin ningún otro tipo de pista.

Yo Elissa MacQuerrie, siendo una de las pocas admiradoras de Marcus, el actual muerto, estaba decidida a buscar hasta el mínimo detalle sobre este asesinato.

-   Eli, vamos a casa – me dijo una tierna voz al oído-, ya no hay nada que hacer.

En ese momento me encontraba sollozando después de un largo lloriqueo. Cuando intenté ver esa borrosa imagen, ya me estaba jalando para llevarme al auto.

Ya en la casa, con el maquillaje corrido, me sequé las lágrimas. Luego me cambié el atuendo negro manchado y salí hacia el parque para ver más de cerca la tan famosa mancha color rubí.

Cerca del parque, uno de los investigadores me dijo que no era permitido que yo, ni ninguna otra persona vieran la única pista encontrada.

-   Señorita, con todo respeto debe dejarle esto a los expertos – susurró mientras yo me ponía al rojo vivo de la furia – Cálmese que esto será resuelto en menos de lo que usted piensa.

Haciendo caso – sin ningún otro remedio – me aleje del lugar de los trágicos hechos.
Mientras iba de camino a casa, me intrigó una mancha negra de tinte rojo en medio del espeso bosque.

Me acerqué con pasos lentos y cortos. Mi sentimiento de furia había sido cambiado por el miedo y el terror al ver más de cerca esta nueva pista. Era una manga de chaqueta. La tinta roja no era tinta sino las manchas del mismo color rubí intenso del pasto cubierto con sangre.

Tomé ésta con una cara de asco y repulsión – seguramente los de mi clase estuvieran muertos de risa al verme-, la metí en una bolsa que tenía, y me senté a recordar los atuendos de todos mis compañeros del colegio que habían traído dos días atrás.

De repente me acordé que ese mismo día había terminado con mi ex-novio Dillan, que al parecer había llevado la misma chaqueta ese día. Dejé de pensar y me dirigí hacia mi carro por instinto y aceleré todo lo posible hacia la casa de él.

Entré a la fuerza y fui sin pensarlo dos veces al cuarto de Dillan. Él estaba sorprendido con mi llegada sin previo aviso.

-   Tú fuiste, verdad?! A que fuiste tú, no es así!?!- lo dije a todo volumen esperando una respuesta.
-   De qué hablas…
-   De la muerte de él !!!! – no quería decir su nombre.
-   ERA MI MEJOR AMIGO!!! – al parecer tampoco quería mencionarlo- Jamás le haría eso aunque me hayas dejado por él.

Después de eso salí con la cara sonrojada hacia donde los investigadores, aunque por mala suerte ellos ya se habían marchado. Me dirigí entonces hacia donde el comisario (también conocido como padrastro del difunto). Él me recibió con calidez la prueba y me fui hacia mi hogar para descansar un poco después de este día tan agotador.

Al día siguiente me escapé del colegio para ganar tiempo. Al rato ya me encontraba otra vez en el parque junto al investigador que tan mal me había tratado el día anterior.

Le pregunte con mala gana si había recibido mi paquete con la prueba. Él me dijo que ni ayer ni hoy había recibido esta pista.

Me acorde que le había entregado la pista al comisario. El padrastro del amor de mi vida. A este le había visto con una chaqueta negra el día en que lo conocí. Él era el típico padrastro malvado según me contaba Marcus.

También me di cuenta de la sonrisa pícara que había llevado ayer en el funeral.

Ahora todo tenía sentido, ya sabia quién era el culpable de esto. Mientras me dirigía de nuevo a donde la policía, me preguntaba qué había pasado con la pista que  yo misma había encontrado.

Al llegar a la comisaria no encontré nada más que un aviso de trabajo.

En ese momento deseé emprender una nueva búsqueda al encontrar una nota del comisario pero fui detenida con una navaja en el cuello.

-   Al menos te encontrarás con tu amado en el cielo – me dijo una voz ronca y cruel.
-   NO TE SALDRÁS CON LA TUYA, PRONTO SERAS ENCONTRADO -  y esas fueron mis últimas milagrosas pala…

Lsastart
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:47:25 pm
Un amor para siempre


El 28 de diciembre de 1999, Elena me dio el ultimátum: el próximo enero o puerta, que estoy h-a-r-ta (le da por deletrear cuando se pone nerviosa). ¿Sabes que me dijo mi madre el otro día?, no, ¡tu que va saber! Que estoy en barbecho como los campos del abuelo, sin arar y yo no empiezo el nuevo siglo de esta forma. No era ninguna broma, ella ni sabía que era el día de los Santos Inocentes cuando me grito la perorata, que las tradiciones se la traen floja. Bueno, algo habrá que hacer, me dije.

Fui al banco donde labora Honorio, mi amigo del alma. ¿Dinero?, ¿ese es el problema? Pero Jorge, por Dios que tienes un empleo fijo, que eres funcionario, ¡****!, tu pide por esa boquita. Y antes que nada ábrete una tarjeta de crédito, pareces del Paleolítico, ¿cómo puedes vivir de esta forma? Una tarjeta de crédito es un amor para toda la vida, si Elena te deja, que seguro que no, ella no te abandonará nunca, se guaseó. Y empezó mi historia de amor con ella: escasa de peso, fina, transparente casi, fácil de guardar en la cartera. Mi primera tarjeta de crédito. Cuando me la entregó sentí un calorcillo, como si fuera una mascota, algo vivo, protector, que cubriría mis gastos, como un mecenas.   

Cuando terminamos con la hipoteca, eso ya fueron palabras mayores, y lo de la vivienda lo tuvimos solucionado, la fecha de la boda fijada y el viaje de novios proyectado, Elena entró en acción, por entonces yo ya tenia dos tarjetas activas. Empezaron las compras pequeñas, como ella decía, los muebles, las lámparas, el banquete, y similar a la cueva de Ali Baba siempre una nueva maravilla llegaba para engrosar nuestro patrimonio a crédito, sin dinero como dice la publicidad. Elena inauguró su primera su tarjeta y no tardó en aparecer con tres en el billetero.   

Mi mujer, porqué por aquel entonces ya era mi mujer y dejo de estar en barbecho, se enamoró de las tarjetas como no creo que nunca lo hubiese estado de mí. No salía sin ellas, y las devolvía con un buen calentón, vaya que echaban humo. Cuando quise poner coto, estaba preñada y no era el mejor momento, que las mujeres en estas situaciones se vuelven muy susceptibles. Mellizos, niño y niña, nos felicitaron todos: joder, que puntería, tio, y la parejita para más señas. Se recuperó a la velocidad del rayo y corrió con su madre a vaciar unas cuantas tiendas de ropa infantil. Pagaban ellas, claro, las tarjetas.     

No pudo seguir trabajando porqué la guardería para los pequeños costaba más que su sueldo en los grandes almacenes. Tuvimos que vivir con lo que yo ganaba. En esas llegó la crisis y nos pilló de lleno. Nos echaron del piso. Ella me consideró el culpable de todo y se fue a vivir con su madre y los niños, yo con la mía y con las tarjetas fundidas. Ahora las tengo a la vista, pegadas en un corcho, para recordar como acaban esos amores que en verdad duran para siempre, como la maldición que vaticinó Honorio, porqué he calculado que liquidar todas las deudas acumuladas en esos rectángulos de plástico de colores brillantes, me llevará unos 125 años. Me duele dejar esa herencia a los mellizos, pero temo que no habrá mas remedio.     

Roma
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:48:37 pm
La ronda


No todos los hombres pueden ser ilustres;
pero todos pueden ser buenos.
Confucio.



   En el preciso momento que las nubes ocultaron la Luna y el reloj de la iglesia desbrozaba la última campanada, rubricando la medianoche en la quietud de la plaza, Luciano Santisteban miró hacia el cielo, recordó al cabo Ramírez y notó que una pizca de rencor le ascendía por la garganta, se le diluía en la boca con la lentitud exasperante de un animal receloso y le irritaba los labios con su sabor agridulce. Luego, con la apatía impotente de un esclavo agotado, encaminó sus pasos elefantinos hacia los soportales del mercado, introdujo su mano en el bolsillo de la guerrera, como un deán meditabundo y apesadumbrado, y rebuscó entre los caramelos de fresa, hasta encontrar el cigarrillo que le quedaba. Encendió una cerilla, la acercó al cigarrillo morbosamente y aspiró el humo con vehemencia insaciable y juvenil. <<En verdad no sirvo para dejar de fumar>>, murmuró a la brisa de la madrugada, mientras un trueno vagabundo resonaba en la lejanía, dejando en el viento el estallido desencantado de un bronce brumoso. <<Lo cierto es que no sirvo>>, se repitió unos pasos más adelante, en la soledad rubicunda de la plaza, cuando una tos mefistofélica le atenazó la garganta con la determinación de un asesino.
   Luciano Santisteban, en la monotonía de su ronda, rememoró entonces los cigarrillos compartidos durante treinta años con el cabo Ramírez, y se reconoció en los humos fragantes de su tabaco de picadura mientras batallaba el caballo de espadas en la palestra marmórea de la mesa del casino. Entonces retiraba al rey de oros a los últimos confines del imperio insustancial de su jugada y resistía a las huestes del cabo con la tenacidad inquebrantable de un enamorado despechado, mientras éste, envuelto en su humareda cotidiana, enarbolaba los pendones de la victoria cantándole las cuarenta, le reiteraba los veinte en bastos y le reclamaba hasta las diez de últimas con la avaricia exquisita de un banquero veneciano. Y es que ya eran treinta años de amistad y de partidas de tute los que ambos tenían avejentados al finalizar el servicio. Treinta años barajando reyes y espadas durante atardeceres pretenciosos que ahora Luciano Santisteban sentía inacabados, disimulados en sus rutinas cotidianas de naipes emplazados, cafés y aromas de tabaco negro alrededor del campo de batalla de mármol y que comenzaron cuando aquel bisoño municipal -que un día fue- pavoneaba la inexperiencia de su primer destino soñando furtivamente con un futuro resplandeciente, lleno de solemnes despachos oficiales y reconocimientos sin fin.
   Pero aquel cometido había sido su primera y única responsabilidad. Nunca hubo despachos con antesala ni menciones lisonjeras para el municipal Luciano Santisteban porque ya nunca tuvo la oportunidad de abandonar aquel pueblo que le embriagó con su paseo de álamos blanquecinos escarchados de rocío al amanecer, le serenó el espíritu con sus horas parsimoniosas de refectorio medieval y acabó por ponerle grilletes con la mirada enternecida de la muchacha que luego sería su esposa. A Luciano Santisteban, a la vez que sus ambiciones se le eclipsaban en un futuro lleno de sinecuras siempre por llegar, los días se le fueron engarzando con la insolencia del tiempo, y es que Luciano Santisteban se sentía irremediablemente feliz encadenado a la certidumbre de los besos de su mujer, alegre al envolverse con el susurro de las hojas de los chopos y afortunado teniendo que disputar aquellas reñidas partidas de cartas que le llenaban las tardes libres de servicio. Como un soldado disciplinado Luciano Santisteban sabía que se había aferrado a su nueva existencia con la devoción sobrehumana de un creyente desmedido, y montaba en el tiovivo de sus aspiraciones empequeñecidas con la arrogancia entusiasta de un ulano retador.
   Aunque es cierto que el cabo Ramírez le ayudó cuando le asaltaron sus primeras decepciones de municipal diligente y sencillo. Luciano Santisteban no lo sabía, pero sus aspiraciones primerizas nunca habían abandonado los almenados de su corazón. Y cuando veinte años después le surgieron de los sótanos de su alma, para trepar como insectos diabólicos hasta los panales de su conciencia, notó que le embribaban sus firmezas con las mandíbulas monótonas de lo cotidiano, le enmarañaban sus convicciones con la lógica inflexible de los sueños y le entristecían sus tardes de barajas afables y pueblerinas carcomiéndoselas con la melancolía artificiosa de la añoranza. Pero, como un jenízaro porfiado e inofensivo, el cabo Ramírez estaba allí. Tras años de compartir multas benignas a tenderos codiciosos, amonestaciones indulgentes a zagalones despreocupados y horas inacabables dirigiendo el tráfico desperdigado del pueblo, Luciano Santisteban comprobó su amistad inequívoca cuando descubrió que el cabo Ramírez no temía consumir la hoguera de sus horas para aconsejarle con filosofías inocentes y solapadas, apoyarle con la solidez de la camaradería y demostrarle el valor de su trabajo con la testarudez metódica de un erudito ante un texto indescifrable. Por primera vez Luciano Santisteban ganó repetidamente al tute porque el cabo ordenó a sus reyes que enfundaran sus espadas y a los oros que jugaran a ser plata, y también se tomó más de dos anises porque éste le invitaba generosamente al atardecer intentando que Luciano perdiera aquellas sombras de tristeza que le enturbiaban la mirada.
   Y era por eso por lo que ahora le fastidiaba su guardia, porque el cabo Ramírez no había cedido a la tentación de la condescendencia y ni siquiera en nombre del comprensivo compañerismo había accedido a olvidar el servicio. <<Ya sé que todo el pueblo va a estar en la romería, Luciano. Por eso es más necesario que alguien se quede aquí, aunque nunca pase algo. Y además te toca por turno>>, le había explicado el cabo Ramírez. Pero a Luciano Santisteban aquellas frases le sonaron a autoritarismo extemporáneo y a revancha inmotivada porque se había acostumbrado a la tranquilidad imperecedera de las calles del pueblo, a la benevolencia afectuosa y desprendida del cabo Ramírez y también porque además, como a todo ser humano, le rezumaba en el alma su pozo de egoísmo.
   Luciano Santisteban sabía que el cabo Ramírez tenía razón. Pero caminando por los empedrados solitarios de la plaza, mientras se elevaba el primer cohete en los collados de la serranía, sentía que sus aspiraciones juveniles volvían a treparle por las escarpaduras de la resignación. En la placidez de la noche percibía la escocedura intangible de sus sueños heroicos y juveniles arrastrándole la inconsistencia de sus rutinas anodinas de treinta años de simple guardia municipal. Se le incorporaban de sus criptas como fantasmas desvaídos y becquerianos, censurándole su existencia como si los besos de su mujer, la sombra fresca de los álamos y el remanso de su pequeño pueblo fueran solamente un cruel espejismo de la felicidad. <<Él nadie era>>, y esta idea angustiosa revoloteó por los valles de su pensamiento, cruzó el río de sus certidumbres y llegó hasta el bosque de sus emociones donde se posó sobre el árbol escondido de su rencor, aquel árbol áspero y amargo que guardaba en una de sus ramas la savia de su animadversión hacia el cabo Ramírez y que, unos minutos antes, le había subido hasta la boca con el impulso nebuloso de su impotencia.
   Y fue por esto por lo que, cuando aquella voz suplicante de mujer surgió del zaguán de la casa, cruzó los adoquines tropezando y rebuscó entre los soportales, hasta alcanzarle como un dardo angustiante, Luciano Santisteban presintió que aquella rama caía. Luciano Santisteban, mientras corría en busca del coche patrulla para solucionar el primer apremio verdadero de su vida, comprobó que, en lo más profundo del bosque de su interior, aquella rama se desgajaba y desprendía sordamente sobre la hierba renacida, y que aquel pájaro negro, que eran sus sentimientos de fracaso, se perdía en los cielos despejados de su espíritu, arrastrado por los vientos cálidos de su autoestima. Y, cuando jadeando llegó al cuartelillo, Luciano Santisteban entendió que el destino le había encauzado toda la vida para aquel momento, y se sintió repentinamente un mariscal victorioso, aunque no tuviera ejército ni medallas. Y es que Luciano Santisteban, entre sus preocupaciones por la urgencia, notó que unos deseos enormes de jugarse un amigable tute con el cabo Ramírez de nuevo le asaltaban...

Antístenes
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:50:29 pm
Sabores


Cocinar es un arte que aprendí por ti; desde que miré tus ojos verdes buscando con insistencia el lugar apropiado para refugiarse de la lluvia y al verte entrar en ese restaurante chino algo surgió en mí interior; no supe si fue tu mirada por sí misma o todas tus actitudes en conjunto pero si sé que tras escucharte ordenar algo en un perfecto mandarín ya comenzaban a brotar sensaciones que hasta ese instante solo había fingido con otras mujeres; pero contigo no.  Era claro que me había enamorado a primera vista.

Rebano la carne y coloco un trozo en la sartén a la previamente unté un poco de mantequilla; en una vaporera con la cantidad exacta de agua me parece escuchar la perfecta sinfonía del líquido con los espárragos que junto a un puré de papa ya listo; serán una maravillosa guarnición y como recuerdo que alguna vez un amigo me aconsejó probar sabores nuevos añadí un poco de queso parmesano al puré; en verdad cruzo los dedos para que todo esto sea de tu agrado.

Un día, por esa amiga rubia con la que siempre conversas antes de ir a trabajar en la tienda de artículos esotéricos; supe que no te agrada el humo del cigarro por lo tanto me abstendré de darle a mi cuerpo ese placer para no incomodarte.

Ya están listos los espárragos y la carne despide un olor inigualable; en caso de que tengas mucha hambre dejaré en la nevera unos cuantos filetes a los que solo les bastará recalentarlos, para guardar los vegetales debo dejar que se enfríen de lo contrario como bien sabes se echarían a perder.


Pongo la carne justo en el extremo derecho del plato, en una esquina del costado izquierdo coloco una porción del puré y en el espacio que resta unos cuantos espárragos.

Sirvo un vino que tenía reservado para esta noche en una de esas copas que me gané en una rifa del trabajo y acomodo todo con la precisión de un cirujano solo para sorprenderte porque te amo y si bien es cierto que la primera vez me rechazaste lo que importa ahora es que estaremos juntos para siempre.

Tocan el timbre ¿Quién podrá ser? Voy a abrir; espero que no te molestes, sea quien sea estoy deseando que tenga una buena excusa para interrumpir nuestra velada.

***

Todo ocurrió demasiado rápido, no hubo disparos ni escándalo que llamaran la atención de los curiosos; de hecho fue una detención relativamente tranquila para los elementos encabezados por el agente Santibáñez quizás esa misma tranquilidad fue la que hizo que cayeran en el descaro de saquear el departamento de alguien acusado de secuestro y con todas las pruebas en su contra.

No hubo un solo sitio de aquella vivienda que no fuera revisado por el comando a cargo de esta misión y ante la displicencia de su líder hubo quienes se dispusieron a consumir los alimentos ajenos alegando entre risas que simple y sencillamente “no habían cenado” y “de todos modos ya no se los iban a comer”; ese era el método de trabajo del agente y su unidad; discreto e impune.
***

   A mí realmente no me gusta cocinar pero por amor uno hace locuras ¿No cree oficial? – Preguntó el detenido al agente Olivera
   Yo no secuestro personas – Contestó secamente el agente
   Era una velada íntima, fueron muy groseros al interrumpirnos –
   Dime lo que quiero saber, no te compliques la vida –
   Esos agentes que envió me metieron a empujones en su patrulla de *****; a estas alturas seguramente ya se comieron mi cena y la de mi novia –
   No me interesa lo que hayan hecho con tu cena; llevo más de veinte minutos preguntándote lo mismo y la verdad ya me cansé de portarme buena gente contigo –

En ese momento y como si hubiera esperado a que el interrogatorio subiera de intensidad; el celular del agente Olivera sonó, era Santibáñez quien tampoco le dio las respuestas que buscaba; maldijo entre dientes ¿A él que le importaba si él y sus hombres habían cenado gratis gracias al detenido? ¿De qué carajo le servía saber que todo parecía normal en su departamento? Eso no era lo que estaba buscando y por lo visto no iba a encontrarlo en su subordinado ni en una víctima en estado de shock; no quedaba de otra que seguir insistiendo con el interrogatorio:

- Era el animal que me detuvo ¿no? – Preguntó el detenido
   Sí, era él; me dijo que le diera las gracias por la cena – Contestó Olivera con cierta ironía   
              De nada –  Contestó el detenido con una sonrisa
   Y ya que ahora estás tan cordial supongo que me vas a decir donde tienes a Esteban Robles ¿No?; Sara te rechazó porque tenía una relación con él y como no tenías pensado aceptar una negativa los secuestraste a ambos –
   Sara no debió rechazarme, desde un principio le di todo lo que estuvo en mis manos pero prefirió cambiarme por ese imbécil y luego cuando todo parecía ir mejor vinieron sus policías a echarlo a perder –
   Por última vez ¿Dónde está Esteban Robles? –
   Pregúntele a sus empleados; estaba delicioso ¿Verdad? –

Quidam
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:52:34 pm
Manojo de Flechas


Como describió el marco de unos ojos de mujer, volviendo casi corpórea a su musa indefinible, un autor mexicano, en turbulentas épocas de guerra y persecución; así describo los tuyos, apropiándome de su lengua de belicoso talante: un manojo de flechas son tus pestañas.
Un manojo de flechas también las que lucían bordadas en la bandera rojinegra, emblema de sangre y pólvora. Adecuado, coincidente. Uno de los símbolos que recorrió el campo, también en tiempos de impulsos fraticidas. Como los del poeta mexicano; de guerra entre hermanos, de fanatismos, de flores marchitas. Un océano de por medio entre los campos peninsulares y la tierra colorada del hogar amado, de los Altos de Jalisco, de donde partí para alejarme de ti, sólo para ver sustituidas tus negras pestañas por negras banderas, el rojo de tus labios por el de éstas, y las hostilidades en casa de mi patria, que apenas cesaban, por otras en la de su hermana mayor, la que permaneció en la casa paterna al desbandarse la familia.
No empuñé yo las armas a favor de éste o a favor de aquél bando, mientras sembraban un millón de muertos en la lucha por su causa. . Otras causas me hicieron cruzar el mundo. A éstas les debo los horrores que vi; también los heroísmos, lo mejor y lo peor. La certeza de que a un lado y al otro del vasto océano, se muere y se mata por las mismas razones. Debe ser de familia. Como de familia debe ser la belleza de los ojos, los de la chica española, y los tuyos, de acendrado criollismo. Sus ojos que recordaban los tuyos fueron aquello que mantuvo mi cordura, cuando la guerra parecía perseguirme. Suficiente de ti en su reflejo, para que la nostalgia me perdonase la vida; y suficientemente poco para no preferirla a ti.

Jocapu
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:54:13 pm
La puerta de la Ley


K era un empleado que no se destacaba del resto. Una mañana trabajaba corrigiendo unos informes y de repente, fue llamado por su superior. Le pareció algo inusual, puesto que los empleados nuca dejaban sus puestos: la orden superior era no interrumpir sus tareas bajo ninguna circunstancia. Se dirigió pues a la oficina del supernumerario. Antes de acercarse siquiera al escritorio, el jefe extendió una tarjeta a K:
―Debe presentarse mañana en el lugar que se le indica ahí ―le dijo sin mirarlo―. Ahora… vuelva a su trabajo inmediatamente.
Continuó con su habitual y tediosa labor ―clasificar cientos, miles de infolios, cada uno con un número secuencial―; sin embargo, le pareció que las letras de un informe contable parecían cambiar de aspecto, moverse como un hormiguero ante sus ojos. No era para menos. Como solía hacerlo siempre, la noche anterior escribió desde la diez de la noche hasta las cinco de la mañana. Pero casi estaba listo su relato. Un hombre lee una crónica en el periódico, que narra otro personaje que es leído por otro, y así, ad infinitum, los relatos se van interconectando hasta el final, que no llegan a conclusión alguna, empezando de nuevo. El lector de la historia enloquece, y en el manicomio, intenta hacer un esquema con metros de hojas de papel sanitario, que jamás termina de garrapatear. Simbólicamente, guardaba el manuscrito en una caja, y ésta en otra, y luego en otra más grande, como las matrioshkas. Por pudor, recelaba sus manuscritos; quería la gloria póstuma de un autor anónimo. K. era soltero, vegetariano y escribía con mística sacerdotal.
―Esto es absurdo ―dijo su mejor amigo al leer el relato―. Estás completamente loco.
Pero no le daba importancia. «Todas las cosas comienzan así ―pensaba K. durante sus viajes en tranvía―: con una palabra o suceso en apariencia insignificante:אּ  (Aleph), por ejemplo, es la letra inicial del alfabeto hebreo, con la que Dios comenzó la creación. A lo mejor nosotros no somos sino una de tantas escenas en sus pesadillas.»
Dejaba que la fuerza misteriosa del azar fuera el leitmotiv del relato. Ahora, la noticia de su traslado a otro sitio de trabajo, tras veinte años sin moverse de su puesto en la oficina de patentes, le parecía una prueba contundente de su teoría. Preparó las valijas y un par de libros. Antes de despuntar el día tomó un tren hacia el sur. Tenía solamente la vaga idea del sitio al que debía llegar, en un pueblo remoto; allí debía encontrar un castillo. Por un instante se olvido del futuro, que le parecía, se desvanecía como cera al sol. Camino a la estación se detuvo a ver la nieve blanquear el paisaje. Arreciaba con fuerza; ajustó su sombrero y levantó las solapas hasta casi esconder su cabeza entre su tronco como una tortuga, acosado por el intenso frio. «Si hubiese traído mi cuaderno, al menos podría escribir algo en el vagón durante el viaje», pensó.
Mientas permanecía absorto en la lectura de una novelita metafísica, se detuvo el tren. Preguntó al mozo donde podría encontrar el castillo. Le señaló un punto en el paisaje más allá de la ventanilla: en lo alto de una montaña, un castillo bermejo vigilaba un pequeño pueblo cubierto por la nieve. El castillo parecía tener la forma de la letra Aleph. Con sus dos atalayas inmensos sobre la base triangular de la construcción. K. se apeó del tren y empezó a avanzar penosamente por las estrechas callejuelas sepultadas bajo la nieve. En ninguna casa se percibía el más remoto indicio de luz o actividad humana. Buscó la tarjeta y la miró detenidamente: no se percató de que también tenía la letra sagrada. Llamó a una puerta. Abrió un hombre de barbas grises y ojos negros de lechuza.
―Vengo desde la ciudad buscando un castillo, en el que según esta tarjeta, debo presentarme… ah, olvidaba decirlo: soy K. ―dijo levantando ligeramente su sombrero ante el hombre.
El cochero lo hizo seguir. El recinto estaba vacio; en el centro estaba una carreta atada a dos caballos esqueléticos. Era un cobertizo destinado como cochera improvisada.
―Lo estaba esperando ―dijo el cochero―. Partiremos de inmediato.
―Pero... está nevando con fuerza, y sus caballos no resistirán hasta la cima ―le dijo K. sorprendido.
El cochero a pesar de la crudeza de la nevada, emprendió el camino. El sol apenas podía verse, estaba cubierto por la tormenta inclemente. En el coche, K., presa del cansancio, se quedó dormido. Al despertar estaba recostado contra la inmensa puerta del castillo; el cochero ya no estaba. Golpeó con vehemencia hasta que al fin salió un hombre bastante parecido al cochero.
―¿Quién eres? ―preguntó a K. 
―Vengo desde la ciudad; me ha enviado mi jefe con esta tarjeta ―K. buscó entre los bolsillos, pero no encontró nada―: ¡Juro que traía la tarjeta conmigo! ―gritó con desesperación― Por favor, déjeme pasar: me congelo aquí afuera.
―Lo lamento, pero debes esperar aquí a ser llamado. Todos lo hacen. Nadie puede sobornar a los guardianes, y mucho menos cruzar estas puertas sin autorización ―dijo el guardia escuetamente.   
K., se sentó, pensando de nuevo en las casualidades que lo llevaron a aquella absurda situación. «No tengo nada», se dijo sorprendido, «es justo como si hubiese acabado de llegar al mundo». Desde la distancia, el pueblo, las montañas, el cielo, y todo lo que alcanzaba a ver, se le antojaba fútil y grotesco. Por primera vez, deseaba fervientemente estar sentado en su celda burocrática, en el corazón de la lúgubre oficina de patentes. Poco a poco, se fue acostumbrando a su nueva situación, rápida e inexorablemente. Años después, una mañana, mientras se aseaba en el lago que rodeaba el castillo, vio su reflejo en las aguas: estaba envejecido y frágil; ya no tenía la juventud suficiente para resistir la espera. Pero sin explicarse por qué, continuó ahí, un día más, frente a la misma puerta, igual que veinte años atrás. «Ya no me quedan ni siquiera esperanzas», se dijo.
―Espero que ahora lo comprendas bien ―le dijo el guardián.
Humedeciendo sus labios tumefactos, K, trataba de mitigar su agotamiento. Miró al guardia embozado en su abrigo, sombríos sus ojos bajo el quepis.
―¿Entonces… no puedo cruzar la puerta aunque esa sea mi última voluntad? ―preguntó resignado K.
El guardián negó con la cabeza:
―Esta es la puerta de la ley, recuérdalo; en cualquier lugar es igual ―contestó a K.―Al morir, en unos momentos, es como si jamás hubieras existido. 
Al caer la tarde, mientras K. veía su último crepúsculo, expiró al fin. Inmediatamente, el guardián, lo arrastró hasta el foso que rodeaba al castillo, cerró la puerta y se marchó. La puerta no quedó clausurada definitivamente, pues esperaba la llegada de alguien más. En ese preciso momento, el hombre por el que esperó K. tantos años, despertaba de un largo sueño, en uno de los amplios dormitorios del castillo.
―Vaya, qué horrible pesadilla acabo de tener ―le dijo al guardia mientras se afeitaba―.Soñé que un hombre moribundo aguardaba una cita conmigo.   

Valdemar Quijano
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 16:58:58 pm
Nunca supe su nombre


-“La vi, me enamoré, nunca supe su nombre, pero fue el gran amor de mi vida”.

Siro siempre tuvo una vida  triste y solitaria. Salió, a los siete años, de su pueblo olvidado de la Alcarria para estudiar, con los frailes Capuchinos, en un colegio de Valencia. Era la única oportunidad que tenía de ser alguien, por eso sus padres lo convencieron, a pesar de ser el menor, para que se marchara. Si en un futuro  decidía  no tomar los hábitos ellos no se opondrían, lo único que deseaban era su bien.
Por los doce años que pasó bajo el amparo de los frailes, sus padres no tuvieron que dar ningún dinero, pero a Siro le costó muy caro. Abandonar su pueblo, los amigos, la familia  fue muy duro. El niño tuvo que renunciar, de un día para otro, a muchas de sus querencias: el azul cambiante de sus montañas; el olor y sabor del pan recién hecho untado con miel; el murmullo del río al caer por la cascada;  los besos de su madre, el pellizco en la mejilla de su padre; las confidencias de los hermanos mayores, a escondidas; las escapadas con sus dos mejores amigos a cazar ranas; las miradas de su prima, que le hacían sonrojar…
 Llegó al colegio traumatizado, como gran parte de sus compañeros. Cuando se sentía desfallecer, pensaba en las palabras de su madre: que aprendiera todo lo que pudiera y que, aunque estuvieran tan lejos y solo se vieran una vez al año, siempre lo llevaban en su corazón; sin embargo, estas largas ausencias  puede dejar marcado a un niño de por vida. 
Por otro lado, Siro era un ser muy permeable, por lo que los constantes mensajes de rigidez moral, de la negación de la sexualidad, el ver a las mujeres como la antesala del infierno, seres tentadores y pecaminosos, la censura de los actos más cotidianos, hizo que su carácter fuera cada día más introvertido.
Cuando  decidió renunciar a la vida monacal, en su interior se produjo otra fractura, volvía a quedarse completamente solo. No se planteó regresar al pueblo, allí no quedaba nadie de los suyos, los padres habían fallecido, familiares y amigos de la infancia habían emigrado a las grandes ciudades. Una vez más, sentía cómo todo se quebraba dentro de sí sin poder volver a unirlo.
Un fraile, al verlo tan perdido, le aconsejó que opositara a la administración civil del Estado y,  poco tiempo después, obtenía una plaza de auxiliar en Madrid.
Su puesto de trabajo estaba en Moratalaz, pero vivía en Atocha, por lo que todos los días utilizaba el autobús en sus desplazamientos. Su vida era monótona, apagada y no se sentía con ánimos para cambiarla. Le costaba intimar, sus compañeros lo habían comprometido,  alguna que otra vez, en una cita a ciegas, y el resultado siempre  era nefasto. Un sudor frío le recorría todo el cuerpo y una timidez extrema le negaba poder articular palabra, nunca pasaba del segundo plato.
Un atardecer, mientras Siro miraba extasiado, a través del sucio cristal del autobús, el contraste de las nubes rojizas en el cielo azul, descubrió, en un parque recién inaugurado, a una mujer sentada en un banco. El corazón empezó a palpitarle con un sentimiento totalmente nuevo. Las tardes siguientes, siempre la divisaba en el mismo sitio. Los días ya tenían sentido para él, se conformaba con sólo verla.
 Después de un mes, decidió que de esa semana no pasaba el hablar con ella, en el calendario había marcado en rojo el viernes para dar el paso. Lo que nunca se imaginó es que  su jefe de sección lo llamara, a su despacho, dos días antes. Éste le comunicó la orden de un cambio temporal a Alcalá de Henares. No podía oponerse. Lo habían seleccionado porque era el único que carecía de familiares a su cargo. Otra vez el destino machacaba sus entrañas, otra vez los hados se confabulaban para que nunca  pudiera encontrar la felicidad.
Los meses empezaron a correr, pero cada día que pasaba, idealizaba más a la mujer del banco. Durante todo el tiempo, pedía y rezaba todas las letanías y oraciones, que le enseñaron los frailes, para que a su vuelta siguiera allí.
Los seis meses se convirtieron en tres años y cuando por fin recibió la confirmación del traslado no cabía en sí de alegría.
A su regreso repasó una y mil veces cómo la abordaría, qué tema de conversación sería el  adecuado, cómo se haría el encontradizo sin llegar a ser maleducado, qué pasaría si ella resultaba muy tímida, cómo enfrentaría la situación si la mujer lo rechazaba de plano y cómo viviría la hora siguiente si sus vidas se separaban definitivamente. Sabía que le gustaba estar en el parque al atardecer porque siempre que pasaba en el autobús la distinguía a lo lejos; así que se preparó concienzudamente para ese instante: iba arreglado pero de manera informal; compró un sencillo ramillete de flores y cogió un libro.
El otoño estaba recién estrenado. A las siete todavía se podía pasear y no hacía mucho frío. Al bajar en la parada del parque, su corazón le dio un vuelco, miró hacia el banco donde solía sentarse y no la vio, luego se percató de que la vegetación había crecido a su alrededor y apenas se veía una parte de la espalda. De nuevo la esperanza volvió a sus venas. Tuvo que respirar profundamente cinco o seis veces y, cuando se tranquilizó, repasó rápidamente todo el plan.
Por fin iba a conocerla, por fin tenía la oportunidad de acercarse a otro ser solitario, porque estaba seguro de que ella era también una persona invisible para la sociedad, en la que nadie repara. Cuando apenas le quedaba sortear el árbol que la tapaba  pensó en dar marcha atrás,  que todo era una locura, que iba a hacer el mayor de los ridículos, que después de eso no iba a tener la más mínima oportunidad de recomponerse, pero no, no podía retroceder, debía ser valiente por lo menos una vez en la vida. Tenía derecho a ser feliz, a encontrar un ser hecho a su medida, a unirse a otra persona, aunque no la encontrara muy agraciada. Se conformaba con que fuera amable.
Al  terminar de dar los pasos que la separaban de ella, el ramillete, así como el libro, cayeron al suelo. La mujer añorada, idealizada, deseada durante estos tres últimos años no era ni más ni menos que una bella escultura de bronce que, a través del tiempo transcurrido, había sido maltratada y pintarrajeada por vándalos.
Siro se postró de rodillas ante ella y susurrándole al oído, mientras acariciaba su bello rostro, le dijo:
-“No  temas. A partir de ahora ya no estarás sola, yo te cuidaré”.

Elia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 17:00:01 pm
El beso
     


Estamos en Córdoba. Noviembre de 2011. El otoño mantiene humedecidas las calles oscuras y tranquilas de la ciudad. Mientras, yo camino en la noche, cabizbajo, pensativo. Las luces de las farolas me persiguen, me acosan, pero yo las ignoro, simplemente acompaño la mirada a los resbaladizos y mojados adoquines. Era una noche fría, oscura, silenciosa, típica de esta época del año. No estoy seguro, pero tal vez solo me crucé con un par de parejas que paseaban abrazadas mientras se susurraban palabras de amor.
     Caminaba hacia un bar. Quería tomarme una copa…, o dos…, o tal vez tres. Apagado, y con el semblante amortajado, quería abandonarme y olvidarme de mi mismo en una copa. Si, olvidarme de que existo, olvidarme de que vivo, olvidarme del pasado que tanto daño me hizo.
     Camino, mientras una fina llovizna va empapando mi gabardina. Tenía frío. Estaba aproximándome al local de Sangre española, un lugar donde poder pasar el rato a solas o acompañado de quien quieras mientras escuchas algunas sinfonías del mejor pop español.                        Al entrar todo era diferente. El ambiente, mucho mas cálido que en el exterior. Me dispuse entonces a quitarme la gabardina negra que me acompaño todo el trayecto y la dejé en la silla al lado donde yo me senté  apoyando mis brazos en la barra. Me dirigí al chico que había tras la ella y le pedí una copa de whisky. Encendí un cigarrillo. Por un momento miraba un tanto extasiado el humo que salía directamente de mi boca hacia el ambiente mientras pensaba, pensaba y mas pensaba. Reflexionaba sobre mi vida. Si, lo tenía decidido. Iba a poner fin a esta. Hasta este punto hemos llegado. No aguanto más. Ahora solo sería cuestión de planear como, de que manera, donde y cuando. No tenía nada que perder.
     Todo llegaba a su fin. Todo menos la eternidad. Aquí, en esta tierra, todo tiene un límite, incluido el tiempo. Lo físico, lo carnal, lo material, lo que cubre lo mas recóndito de nuestra alma tiene un límite, pero yo quería pasar a la eternidad, liberarme del límite, quería llevar a cabo la famosa frase de Groucho Marx: “Paren este mundo que yo me bajo”.
     Mientras cavilaba en todos estos asuntos oí una voz femenina. Una voz que en principio, sin mirar de donde provenía, me sonaba dulce.
-Hola. Disculpa. ¿Tienes fuego? Es que me he dejado el mechero en el coche-
-¡Oh, si! ¿Cómo no?- Respondí yo mientras podía contemplar a una maravillosa mujer que tenía, a mi parecer, un encanto especial que me aturdía. Su pelo era negro al igual que sus ojos, que a pesar de su color, parecían brillar como brilla el diamante pulido ante los rayos del sol. Su voz era penetrante, femenina, hipnotizante. Supuse que tendría alrededor de 35 años, algo más joven que yo.
-¿Estás solo? ¿Te molesto si me tomo una copa contigo?- Me resultó genial la idea que me propuso ella.
-¡Por supuesto que no me molesta, al contrario!- Sonreí. Esta misteriosa mujer había sido capaz de arrancarme una sonrisa a pesar de mi depresión.
     Tenía curiosidad en saber su nombre. -¿Cómo te llamas?- Le pregunté.
-¡Oh, perdón. No me he presentado! Me llamo Elena. Elena Henry. Lo del apellido es porque mi padre era inglés.-
-Ah… Curioso. Yo me llamo Andrés- Fue de esta manera que nos conocimos. Estuvimos como una hora hablando, conversando, escuchando música y bebiendo.
     Por un momento olvidé mi monótona vida para centrarme en la extraña belleza que, de manera natural, emanaba de Elena. Mientras ella hablaba mi atención y mi mirada se fijaban en sus labios, con un perfecto dibujo de carmín color granate que resaltaba con su tez pálida. Llevaba una hermosa falda blanca que le llegaba por debajo de las rodillas, y por encima de la falda una especie de camisa muy femenina, también blanca, que contrastaba con su pelo negro.
     Después de conversar, por el espacio aproximado de una hora, Elena tomó una iniciativa:
-Hace mucho calor aquí. ¿Quieres que demos una vuelta por el centro?-
-Me parece genial la idea- le contesté sonriendo. Ni yo mismo podía creer que sonriese de esa manera.
     Salimos del local. Curiosamente, estuvimos paseando por las tranquilas y húmedas calles del centro pero esta vez sin dirigirnos ninguna palabra, aunque hablábamos con nuestras miradas. Ya no llovía. Por un instante estuve mirando al suelo mientras seguíamos caminando y, de repente, noté algo frío que tocaba mi mano derecha. Era su mano izquierda. Entonces me percaté de su temperatura. -¡Estás helada!- le dije.
-No te preocupes.- Me dijo con una dulce sonrisa. –Estoy acostumbrada. ¡Es que soy un poco friolera!- Siguió sonriendo. Dejó de sonreír. Se puso frente a mí, mirándome fijamente a mis ojos. Esta vez me cogió las dos manos, acercó sus labios a los míos y me besó.
     Nunca antes había sentido algo igual, ni siquiera con otras mujeres. Ella era distinta, no se porqué. Soltó mis manos y sus brazos rodearon mi cuerpo el cual estaba junto a su pecho. Mientras me besaba había dentro de mí como una especie de radiación, algo indescriptible, sin embargo,  maravilloso.
     Miré al horizonte. El cielo se tornaba a un azul cada vez mas claro. Estaba amaneciendo. Después de besarnos ella volvió a mirarme a los ojos. Esta vez me soltó y me dijo:
-Allá donde vivo te esperaré. Pero aún no ha llegado tu hora.-
     De repente, oí el gruñido de un gato que, al parecer, había dado un salto de un tejado a otro acosado por otro gato. Me di la vuelta para mirar la ubicación exacta del lugar donde provenía el sonido. Esta operación duró menos de un segundo hasta el momento de volver la mirada hacia Elena, pero ella, como si de una broma macabra se tratase, había desaparecido, se había esfumado de mi vista. Me quedé parado y perplejo. No entendía nada. Solo sabía que no había sido un sueño, ni estaba borracho. ¡Solo sabía que tenía que seguir viviendo hasta encontrarla. Ella me esperaba. Me lo había dicho unos segundos atrás! Pero… ¿Dónde podría buscarla? ¿Hacia donde tendría que dirigir mis pasos para dar con ella? Estaba confuso. No entendía nada. No sabía bien lo que había ocurrido. Yo la tenía en mis brazos y… Nada. Se esfumó, aún más rápido que el humo de un cigarro. Desapareció. Pensé que tendría que descansar de esa extraña noche. Me marché a casa. Tenía que intentar dormir. Tal vez al despertar no me acordaría de nada, o al menos eso creía yo.
     Al día siguiente decidí dar un paseo por el cementerio de la localidad para pensar y relajarme un rato. A menudo lo solía hacer ya que el cementerio es un lugar tranquilo, que te ayuda a cavilar cuando lo necesitas. Mientras paseaba, un escalofrío recorrió mi espalda y después todo el cuerpo cuando vi lo que vi. Allí estaba ella, y su foto en la lápida. Grabado en ella: “Elena Henry”. Murió en 1985 en un accidente de tráfico. Entonces lo entendí todo. Su tez pálida, su temperatura corporal. Había vuelto de entre los muertos para salvarme la vida de un suicidio seguro. Una vez leí que los que se suicidan están atormentados eternamente, y ella lo sabía muy bien. Ahora, me estaba esperando.
-Elena, volveremos a besarnos. Pero aún… no ha llegado mi hora.-       

Noche
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 14, 2012, 17:01:32 pm
El peso de tu pelo


Le quiero tocar. Si extiendo los dedos. Así, con las puntas largas y con las uñas… no llego. Sigo sin llegar.

Y Luka lo intentaba y lo intentaba hasta que le dolían las manos, los dedos, las uñas y la cabeza. Y entonces se daba cuenta de que había pasado otro día y de que otra vez, no había hablado con nadie. No había mirado a nadie. Porque el pelo de Sofía estaba tan cerca y tan lejos y brillaba.


Junio 1991
Antes de despertarme; antes de abrir los ojos, de saber si la luz está encendida o apagada. Antes de que pueda abrir la ventana y asomarme. Antes sé que mama está sentada en mi cama. Sé que le gusta mirarme. Muchas veces jugamos a mirarnos. Sin pestañear y sin reírnos. Muy serios y a saber lo que está pensando el otro. Pero ahora no le miro, no quiero hablar ni quiero levantarme. Estoy cansado.

-   Luka…

Ya se que me llamas mamá. No quiero levantarme. ¿Sabes que se ven puntitos de luz dentro de mis párpados? Tengo que contarlos, déjame mamá.
Pero mamá ni me deja, ni se va. Nunca se va, no como los otros que se cansan de esperarme.

 Mamá me pide que le encuentre veinte de los más brillantes y cuando acabe se los lleve a la cocina. Yo los cuento. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Los más brillantes. Seis, siete, ocho, nueve, diez. Que brillan. Once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte. Veinte puntos para mamá. Necesito ir a decirle que no sé cómo llevarlos, que están atrapados volando sobre mis pupilas… ¿Cuento diez más? Mamá ha dicho veinte. Igual cuento otros veinte para papa. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho.. Ahora brillan menos. A lo mejor si  me levanto y apago la luz… Nueve…

-   Luka…

Ya se que me llamas papá. Te he oído en el número tres, pero tienes que esperar a que los cuente, a que recoja los puntitos y te los lleve. ¿Juntos? ¿Los llevamos juntos? Papá pone las manos y le paso 20 puntos, los de mamá. Pero me los das a mi antes de que lleguemos. Yo se los doy a mamá. Ando detrás de papá por el pasillo en una fila de dos hormigas grandes. Alejandra salta detrás de mi en la cola. No me gusta. No me gusta. No me gusta. Es nuestra cola, es nuestra fila. La de papá y mía. ¿Porqué los demás tienen que estropear todo? Alejandra debería estar sentada en su silla de la cocina, en su sillita de niña gorda, no en el pasillo. No entiendo porqué está en el pasillo. No quiero que esté en el pasillo. ¡No Alex, no!¡No! ¡Mi cola! ¡No tuya! Y papá que no había visto a Alejandra se da la vuelta y se la lleva aupas, mientras mamá viene corriendo y me recoge del suelo donde estoy dando patadas porque no entiendo. Doy patadas y patadas y patadas. Primero contra la pared y luego contra la fila donde ha saltado Alejandra y luego contra mamá que no me deja dar patadas y me quiere dar un abrazo. Me canso y pongo mi cabeza contra su pecho.

-   Luka…

Mamá tiene el pelo más bonito que conozco a parte del de Sofía. Por eso me calmo. Porque mamá me deja que le toque el pelo e intente contarlo si quiero. Mamá no tiene prisa, pero no quiere que lleguemos tarde al colegio. Me lleva hasta la cocina como cuando era pequeño, como he visto a las madres gorila llevar a sus bebés en el zoológico. Yo me sujeto con las piernas colgando en su espalda. Me lleva con cuidado, como si pudiese romperme… que es lo que pienso a veces aunque no lo diga en alto. Los niños no se rompen, solo las cosas. Eso me tranquiliza y me lo repito en susurros, una vez tras otra, para que no se me olvide y porque me hace sentirme bien. Ya no me importa lo que haga Alejandra, ni lo que haga papá. Solo mamá y yo y nuestro paseo de bebé gorila. Aunque yo no sea ni un bebé, ni un gorila. Soy Luka, soy un niño, tengo 5 años, una hermana que se llama Alejandra, una mamá, un papá y autismo.

Junio 2008Con los pantalones de pana y el jersey sabia que  no podía salir a la calle. Estaba lloviendo. Como los últimos tres martes de los últimos tres meses. María dijo ayer en el trabajo que en Abril aguas mil y que no ha parado de llover desde Febrero. No es verdad. No es que María sea una mentirosa, es que está equivocada. Sólo ha llovido los martes en Marzo y Abril, muy poco en comparación con la media anual de los últimos 5 años. María está equivocada pero no se lo dije. No puedo  parar de pensarlo mientras me acabo el descafeinado y mi croissant a la plancha con jamón y queso en el bar de Julián. Dos cincuenta, especial de invierno. Se lo tengo que decir. No se lo dije en el momento porque dudaba si era de buena educación delante de tanta gente como estaba reunida en el comedor de la oficina. Era  Viernes y los viernes es el día en el que hay llenazo en el comedor. Todo el mundo quiere trabajar en viernes y cogerse los puentes y no trabajar los viernes. María los lunes no trabaja porque los domingos descansa y dice que los lunes siempre le cuesta levantarse pronto y anda con resaca. Se lo diré hoy. Lo he estado pensando todo el fin de semana. María, estás equivocada. Puede que le llame a mamá y le pregunte qué le parece. Todavía tengo 3 horas antes de empezar a trabajar. Le voy a llamar. Son las 6, no puedo esperar mas, le llamo. Julián está despierto, mi madre seguro que también. Ella siempre solía despertarme a mi y yo ya estoy despierto ¿Julián, puedo usar el teléfono?

-   Luka…

Y me pregunta porqué no uso mi móvil que está encima de la mesa y llenito de batería. Dice llenito como si el móvil o yo fuésemos un bebé. O puede que lo diga porque nos tiene cariño a uno de los dos. Esa es la otra posible razón. No lo uso porque ayer antes de irme a la cama mire mi saldo. Siempre lo miro a las 9 de la mañana y a las 9 de la noche. Miré el saldo y la compañía ha cometido un error. En la pantalla, bien grande, aparecía el número 9.90. Incorrecto. No puede ser. Mal. Mal. Mal. Deberían quedar 10.15, no 9.90. 10.15. Y tengo que llamarles, pero no abren hasta las  8.30 y son solo las 6. Lo sé porque me ha cogido el contestador automático esta mañana.


Junio 2011
Hoy he visto a Sofía por la calle. Ya no le brilla el pelo. Pero aun le brillan los ojos. Sin embargo, creo que ella no lo sabe.

Ahora sé que no me voy a romper aunque no la vuelva a ver. Cuando acabamos el colegio y me dijo adiós, no lo sabía. Me costó mucho entenderlo. Todavía me cuesta de vez en cuando conseguir que las cosas tengan sentido. Me cuesta más que a la mayoría de los demás. Lo veo en sus caras. No todos. Elena tiene Síndrome Down y a ella también le cuesta, aunque de diferente manera. Yo soy más rápido y normalmente la espero porque sé como se siente y he aprendido que eso le gusta a mucha gente. Que les entiendan. Yo también quiero que me entiendan. Creo que siempre lo he querido. Pero si no lo hacen, ya no me enfado. O lo hago, pero menos tiempo y solo por dentro. Y solo me entero yo y los que están cerca  cuando a veces se me escapa alguna palabra. Y mi madre. Durante el día escribo lo que me irrita, lo que no entiendo, la gente a la que no me gusta mirar y la gente que me mira. Todas las noches llamo a mamá y lo hablamos. Solía llamarla después de las noticias y antes de El Hormiguero; pero el mes pasado cambiaron El Hormiguero de canal y era demasiado complicado. No me gustan las noticias del canal de El Hormiguero, pero si veo las de La Cuatro no sé si me pierdo el principio del programa. Y me agobio y no puedo cenar a gusto porque necesito cambiar constantemente de canal para no perderme nada. Y casi no me daba tiempo de llamar a mamá y cuando le llamaba no podía hablar concentrándome porque necesitaba seguir mirando la televisión para que todo encajara. Ahora hablamos a las 9.30. En punto. Así grabo las noticias y mis programas y puedo hablar tranquilo.

-   Luka…

Me llama Sarah desde la habitación. Ella no es autista. Aun así me quiere.
A Sarah le gusta que le toque el pelo; sobre todo cuando estamos sentados en el sofá, viendo la tele, cuando no importa que me pierda en otras historias, tan simples porque no son mías. Cuando los momentos tienen sentido sin doblarse y el mundo somos nosotros en múltiples combinaciones que, por alguna razón, me tranquilizan.

Le quiero contar que he visto a Sofía. No me gusta guardarme cosas dentro donde ella no pueda verlas. Hemos decidido contárnoslo todo. Lo que nos pasa, lo que nos hace sentir lo que nos pasa, lo que es demasiado grande o demasiado pequeño. No había otra manera. Para que yo le entienda a ella, a sus silencios tan llenos, a sus miradas confundidas, enamoradas, ausentes o intensas. Demasiados matices. No había otra manera. Para que ella me entienda a mi y a mis susurros por dentro en fila india, a mis miradas perdidas llenas de mundo, llenas de sus ojos y sus miradas y sus labios.

- Luka…
Me acerco sin hablar hasta nuestro cuarto y le beso.

Arual Bell
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:04:57 pm
El atasco


«Deseo verte desnuda, Elena», las palabras de Antonio resonaban en su cerebro, y se oía a sí misma respondiendo «si».

¡¡Piii,piii, piii!!

El pitido de un coche la devolvió a la realidad. Estaba metida en un atasco y no iba a llegar a su cita.

— ¡Vamos, guapa! ¡¿A qué esperas?! ¡Que ya se han puesto en marcha! —le gritó un conductor— ¡¡Mujer tenías que ser!!
Había sacado la cabeza por la ventanilla para que Elena pudiera oírle mejor.

¡¡Piii, piiii, piiii!!

— ¡Será chulo el tío! —pensó Elena.
Y bajó del coche indignada
— Deja el pito en paz, que sólo han avanzado unos metros. ¡Medievo, que eres un medievo! —le gritó.
— ¿Qué me has llamado?
— Claro, con la pinta de neandertal que tienes, no me has entendido.

El conductor hizo ademán de bajar del Volvo gris. Esto último sí lo había entendido.
Por suerte para Elena, en ese momento los coches empezaron a moverse.

— ¿Qué me ha pasado? —pensó mientras subía a su coche—. Yo no soy así. Será el calor y este terrible dolor de cabeza que tengo.

Pero en realidad lo que le pasaba es que estaba nerviosa, muy nerviosa, porque había quedado con Antonio. Iban a estar juntos por primera vez desde que se conocieron.

Salió del atasco y se metió por una de las muchas callejuelas estrechas que había. En cuanto pudo aparcó su viejo y querido Ford Fiesta negro, con el cual se llevaba a la perfección.
Como no conocía la zona, apuntó en  la agenda que llevaba siempre en el bolso, el nombre de la calle.

«Te deseo, Elena. Te deseo mucho».

Esas palabras habían sido las definitivas. Hacía mucho que su marido no le decía que la deseaba. Y ella necesitaba sentirse amada. Sentir otra vez la pasión, el deseo… y Antonio, con su voz susurrante y acariciadora  le prometía eso… y más.


Deambulaba sin rumbo, buscando una cafetería donde refrescarse un poco, pues tenía mucha sed, cuando la vio. Una pequeña librería como las de antes: puerta pequeña, de madera, y unos pocos libros en el escaparate. La fachada era estrecha, de yeso, con algún adorno en forma de voluta. Sin darse cuenta, se había adentrado en el casco antiguo.

—Le compraré un libro, le encantará, y así me perdonará el retraso — pensó.

Abrió la puerta y sintió como si hubiera retrocedido en el tiempo. Era igual que las librerías que visitaba de pequeña con su abuelo. Las estanterías llenas de libros y el mostrador eran de madera. Madera auténtica.
Un olor familiar, largo tiempo anhelado, la envolvió. Ese aroma que ya no se encontraba en las grandes librerías. Olía a libro antiguo.

«Estoy en el paraíso», se dijo.

El suelo crujió bajo sus pies cuando se acercó a una de las estanterías. Una puertecita  medio escondida al fondo se abrió y apareció el dependiente. Era alto, moreno y joven. Vestía un vaquero raído y mocasines, con la camisa por fuera del pantalón. Eso le extrañó a Elena, pues esperaba ver al típico viejecito de pelo blanco, gafas y semblante amable.

La miró muy serio y preguntó: ¿Desea algún libro en particular, señorita?

¡¿Señorita?! ¡¡Si tenía 38 años!! Aunque, desde que se había cortado el pelo a lo garçón  y vestía ropa juvenil, aparentaba menos edad. Para la cita se había vestido con una falda algo corta, un poco más arriba de la rodilla, en tonos grises y naranjas. Y una  blusa ceñida, naranja. Y tacones, claro, Antonio, era muy alto, y ella no quería quedarse muy por debajo de él.
Y cómo no llevaba la alianza … —¿por qué hacerlo si su marido se la quitó la noche de bodas y no volvió a ponérsela?— ,el dependiente se había confundido. Pero  eso a Elena le encantó.

—Si  —contestó—. Busco El factor humano, de Graham Greene., (se sintió idiota al decir el autor, como si él no lo supiera). Y también algún libro para mí. ¿Le importa si doy una vuelta? Le llamaré si no encuentro algo.
—De acuerdo. Si necesita la escalera, me avisa —le contestó mientras la señalaba.
Elena se sintió defraudada cuando la vio. Esperaba una escalera antigua, y no una de acero inoxidable como la que tenía ella en su casa. Desentonaba tanto en ese ambiente cálido, que estuvo tentada de decir que se la llevara. Pero solo musitó un tímido: Gracias.


Elena empezó a mirar por las estanterías. Encontró varios libros de Greene,  pero no el que ella quería.  Ya pensaba que se iría sin comprar nada. Antonio era muy selectivo con sus lecturas.
Un pequeño libro de tapas color granate le llamó la atención: Eugenia Grandet, Honoré de Balzac.
Si hubiese nacido su hija, la habría llamado Eugenia.

Lo cogió y empezó a leer.
La exquisitez de sus letras, y el ambiente que describían, la cautivaron por completo. Había encontrado un tesoro en esta pequeña librería.

El móvil sonó, tenía un mensaje. Era él.

«Ya he llegado. Te espero impaciente. No tardes».

Elena sonrió. Antonio era como un niño pequeño. Su metro ochenta encerraba un corazón un tanto caprichoso e infantil. Recordó la primera vez que hablaron por Messenger.
La foto que le había mandado no le hacía justicia. En ella se veía un hombre atractivo, maduro, con una sonrisa pícara. «Un caradura, fue el comentario de su amiga Pilar, deshazte de él».
Pero a Elena le atraía el peligro y su vida era muy aburrida, así que no le hizo caso y  siguió chateando con él.
El Messenger le presentó a un hombre que sabía lo que quería y estaba acostumbrado a tenerlo. Y Elena era lo que quería.

«Estoy en un atasco. Tardaré un poquito», le envió. Y siguió leyendo.

«….de día en día sus miradas, sus palabras encantaron a la pobre muchacha, que se abandonó con delicia a la corriente del amor; asía su felicidad como un nadador se agarra a la rama de un sauce que le ayudara a salir del río y descansar en la orilla…»

Esas palabras, esos sentimientos, eran los suyos. ¿Cómo podía ser?

 Una voz  interrumpió sus pensamientos.
—Señorita, cerramos en cinco minutos. ¿Ha encontrado todo  lo que buscaba?
—Sí. Me llevo este libro.

«Este tesoro», habría querido añadir.

Pagó y salió de la librería.

Cuando subió al coche, se acomodó el asiento y  siguió leyendo saltándose algunas páginas.

Otro  párrafo la estaba esperando sin ella saberlo:

«El primero, el único amor de Eugenia era para ésta un principio de melancolía. Después de haber entrevisto a su amante durante algunos días, le había dado el corazón entre dos besos aceptados y recibidos; después se había ido, poniendo un mundo entre ella y él. Este amor, maldito por su padre, le había casi costado su madre, y no le causaba más que dolores, mezclados a frágiles esperanzas, sin renovarlas…»

En cuanto lo leyó, le asaltaron todas las dudas.
Hacía un año que se conocían por Internet. Hablaban por teléfono, por Messenger, se escribían, pero... ¿Era Antonio tan maravilloso como le había hecho creer? ¿Se estaba  dejando llevar por una ilusión que no le acarrearía más que disgustos e infelicidad?

Cogió el móvil y escribió: «He cambiado de idea. No voy a ir». Envió el mensaje y lo desconectó.
Sabía que si escuchaba la voz de Antonio rogándole, incluso suplicándole, acudiría a la cita.

Puso el coche en marcha y volvió al atasco.
Los pitidos ya no le molestaban, ni el calor. Había desaparecido el dolor de cabeza.
Ya no tenía prisa.

Natasha Fly
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:07:28 pm
Los demonios y el rey


En un lugar de Francia, teniéndolo y gobernándolo un señor tirano y cruel, acaeció que un vasallo suyo, hombre pobre, le mató un lebrel que el señor tenía en gran estima. Se enojó tanto de ello el cruel señor, que hizo encarcelar al vasallo en la más recia y fuerte prisión de sus dominios.
Llevando ya algunos días el vasallo allí enclaustrado, el que tenía de él cargo le fue a llevar de comer, como solía, y abriendo sus puertas, las cuales halló cerradas, cuando llegó donde el preso solía estar, no le encontró, sin embargo, halló allí a los hierros y cadenas en los que lo tenían metido, sanas y sin quebraduras de ningún tipo. Teniendo esto como cosa milagrosa, lo fue a contar presto al señor de la ciudad, y fue buscado el preso con la mayor diligencia y pesquisa que pudo ser, mas nunca de él se pudo saber rastro alguno.
Sin embargo, pasando tres días, estando las puertas cerradas como cuando estaba allí el preso, los descuidados carceleros, oyeron dar voces en el mismo lugar donde el preso había estado antes, y cuando entraron a ver quién daba voces, hallaron que era el preso y que daba las voces pidiendo que le llevasen de comer. Y tornó a aparecer aprisionado como al principio le habían puesto: la cara espantable, flaca, sin color; los ojos sumidos, trastavados, teniendo más aspecto y figura de muerto que de vivo. Espantados, los carceleros le preguntaron que dónde había estado, pero él no quiso decir cosa alguna, sino que pidió con gran prestancia que lo llevasen ante el señor de la tierra, porque tenía grandes cosas que decirle y que a él mucho le incumbían.
Sabido el caso tan extraño por el señor, hizo que lo trajeran ante sí, donde ante él y algunos otros, comenzó a contar cosas maravillosas, diciendo que había estado en el infierno y visto los tormentos y penas infernales y que el suceso había pasado de la manera siguiente: tan desesperado se vio en tan estrecha y triste prisión; que había llamado al demonio que lo socorriese y sacase de allí; y que el demonio se le había aparecido en una figura espantable y terrorífica allí en la cárcel donde estaba, y se había concertado con él para sacarlo de allí. Y sin saber cómo, había descendido por unos lugares horribles, tempestuosos, sombríos, tristes y tenebrosos. Y que había visto millares de personas que padecían tormentos gravísimos en fuego y en todo género de tormentos, que los atormentaban demonios infinitos; y que allí había visto todo género de gentes, reyes, papas y duques y perlados, y muchos de los que él había conocido.
Seguidamente le hizo saber que había visto allí a un gran amigo del señor, y que le había preguntado por él y por su vida y costumbres y si era todavía cruel y tirano. Y que él le había respondido que su señor siempre seguía con su costumbre antigua, y que el amigo le había rogado mucho que, si tornase a verle, le amonestase para que enmendase su vida y mudase sus costumbres, y no cargase con tantos tributos y pechos a sus vasallos, porque le hacía saber que le estaba señalado en el infierno silla y lugar donde fuese atormentado, si no había en él una enmienda muy grande. Preguntando después, el señor a su vasallo, en qué forma y hábito le había parecido aquel caballero, respondió que de la misma manera que aquí andaba, vestido de carmesí, y otras sedas; pero que aquel hábito (que así parecía) era fuego terrible que lo abrasaba y quemaba; porque él había querido llegar con su mano a sus ropas y se había abrasado la mano; y así la mostró toda quemada. De tal manera que fue extrañamente espantado el cruel señor.
Después de esto contó así otras cosas espantosas y grandes. Y habiéndolo oído, lo dejó, el señor,  libre ir a su casa.
Tornó el cruel señor a volverse manso y piadoso, gentil y devoto, temeroso de su mortal destino.
Y el pobre vasallo, sabido de que como un hombre puede ser salvado por los demonios de los demás, soltada la cadena y la lengua en la taberna del pueblo un día, contó bajo el aplauso de sus congéneres el resultado de su ingenio, y como el cruel señor, preocupado por sus guerras y por sus perfumes, olvidó que un hermano carcelero tenía , que lo ayudó  a trazar un plan para deshacerse de la cruenta condena y alcanzar la ansiada libertad, que por un mísero lebrel le fue quitada.

David Carrás
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:09:13 pm
El Fantasma


Apareció de la nada, como una sombra, como un fantasma. Estuvo merodeando por los pueblos cercanos varios días, con su nombre en los labios y ofreciendo una vieja y arrugada fotografía de cuando era niña a los aldeanos, “¿sabe Usted donde puedo encontrarla?”, y ante la negativa, con el pulso tembloroso, añadía: “Luli, se llama Luli”. Estuvo tratando de localizarla según puso el pie en el país, después del largo viaje transoceánico. Ningún lugareño le vio ni oyó hablar de él hasta mucho más tarde de que se fuera. Se personó de repente, sin avisar, en silencio, temiendo el rechazo, los reproches. Es cierto: cabizbajo, indefenso, llegó a la casa. Hacienda. Sí, de acuerdo, hacienda. Por la mente le pasó, fugaz, la idea de salir huyendo, de escapar, de regresar a España. Los nervios le habían dejado el cuerpo demasiado despierto, demasiado ligero; habría salido volando, como una frágil hoja otoñal, solo de pensarlo. No es así: fue incapaz de moverse: el peso de la culpa y de los remordimientos abrazó sus pies; se enroscó en sus tobillos, trepó por las pantorrillas, las rodillas, los muslos, la cadera; alcanzó el envejecido pecho, la espalda, los hombros; se extendió por los brazos, el cuello, la cabeza; y se acabó depositando en el cansado rostro. Lo único que pudo temer entonces era cómo arrancar las palabras que tenía escondidas tan adentro, cómo decir quién era y, sobre todo, cómo justificar (o tratar de hacerlo) casi toda una vida de ausencia.
Llamó al timbre y esperó. Salieron a la puerta enseguida, se encontraban en el salón. Era un día lluvioso y frío en aquella morada de las tierras heladas. El extraño llevaba sombrero, paraguas negro y un abrigo de fieltro. Oyeron el timbre de la entrada y se preguntaron quién se acercaba en aquellas condiciones climáticas y quién les acompañaría en aquella, hasta entonces, familiar y apacible velada. No es así: era un día caluroso, en las tierras bajas. Un día de pleno sol, las calles estaban desiertas, parecía que fuera a salir humo, en cualquier momento, de la arena, y Luli fue la única que se aproximó a la puerta, el resto de la familia dispersa por la hacienda. Embarazada, con unas flores en las manos manchadas de tierra, se acercó a la puerta. Mientras se acercaba a la verja, trataba de identificar el rostro del desconocido, de encontrar algún rasgo en su cara, en sus ropas, o en el coche del que parecía que se había apeado, que pudiera conducirla a algún nombre y apellido. El extraño le sonaba vagamente, pero era incapaz de identificarlo. Había llegado caminando, desde el pueblo más cercano, sudoroso, varios kilómetros de camino polvoriento, ¿pero no llovía?, ¿pero no había venido en coche? 
-   ¿Qué se le ofrece?
Luli pensó que quizás fuera un viajero desorientado, que lo único que quería era indicaciones de cómo llegar a algún sitio cercano. O quizás fuera un conocido de su marido a quien no lograba identificar. O un amigo de su madre, muerta, un periodista extranjero, un amigo de infancia o de su más temprana juventud, o quizás un compañero del Partido, de los exilios soviético o mexicano. (¿Ya había fallecido Connie?, no, su accidente –si es que lo fue- sucedió mucho más tarde). O algún conocido de los años rusos, cuando fue una niña de la guerra.
Se acercaba al extraño sacudiéndose en el delantal la tierra que tenía en las manos. En lo primero que reparó él fue en su embarazo, aunque antes de llegar a su casa, antes incluso de dejar su país, se lo habían advertido. ¿Cómo lo iba a saber?, si no estaba seguro siquiera si su hija estaba viva o muerta ni dónde podía encontrarla. Al salir de España, lo único que tenía claro era que, si algo la podía conducir a ella, ese algo estaba en México. Embarazada; su hija, embarazada. Le sorprendió la velocidad de la renovación de los ciclos de la vida, se acordó de la preñez de su madre, tantos años atrás, pero la vio tan distinta...
Había estado ensayando sus primeras palabras, había tenido mucho tiempo para hacerlo. Todos los años de dudas, en la distancia, el día en que por fin se convenció de que llegaba el momento de estrecharla de nuevo entre sus brazos y, una vez la decisión estaba tomada, la larga travesía marítima. Pero todo lo que había pensado durante ese tiempo que podía decir no le sirvió de nada.
-   Soy Bolín.
Se le cayeron las flores de la mano, un pétalo se quedó, extraviado, en su abultado vientre, y fue entonces cuando el extraño reparó en la afición de su madre por la jardinería.  Aprovechó para preguntarse en cuántas otras cosas se parecería a su madre. Ella se quedó impasible, como si fuera normal que un padre a quien nunca había llamado “papi” quisiera saber de ella casi treinta años más tarde. Un padre al que conocía por el libro de su madre, siempre reservada en los asuntos personales. Consideró hasta cierto punto lógico que hubiera sido la muerte de Connie el momento que él vio oportuno para acercarse, como si temiera la reacción de su exmujer, y no la de su hija.
Se le cayeron al suelo las flores, las palabras, y una brizna de viento se llevó el pétalo solitario de su vientre, que cayó a sus pies sin que ninguno de los dos lo apreciara. Se quedó unos minutos callada, reaccionando ante la inesperada visita.
A Bolín se le humedecieron los ojos, viéndola a ella tan asentada, tan mujer de su casa, tan estable, a pesar de que ninguno de sus progenitores lo hubiera sido. Creyó que a él nunca le necesitó para nada, y que en todo caso era él, veleta en cualquier aspecto, quien requería de ella su atención y su cariño. ¡Qué va!, quien se emocionó fue Luli, sensible con su embarazo, y el padre recién llegado se mantuvo callado, cabizbajo, esperando el rechazo. Sin embargo, lo que escuchó fue:
- Pasa –su palabra sonó clara, y firme, y el visitante recordó, una vez más, a la recién fallecida madre .
En el salón, donde se le ofreció tomar café y alguna pasta que llenara en el cuerpo el hueco que los nervios y la incertidumbre habían dejado, observó que tenía más nietos, aunque ellos nunca hubieran oído hablar de él. Se preguntó entonces si llamarían a Ignacio abuelo. Su hija entonces no había sido madre todavía, así que jamás se planteó eso; si acaso, el único abuelo sería él, Ignacio era un mito, un soñador, un aviador pro-soviético retirado que vivía a miles de kilómetros de distancia, alguien que desde hacía años solo se comunicaba con Luli por cartas (si lo hacía), un perdedor que mataba sus horas de despecho con el whisky facilitado por el Partido a cambio de escribir o inventar sus recuerdos. No, la biografía de Ignacio fue mucho más tarde, por aquel entonces solo trabajaba en Radio Pirineos, tratando a través de su hermano Paco de conseguir el regreso. En vano. Solo regresó a España en un ataúd, desde Rumanía, para ser enterrado en el panteón familiar. Como si nunca se hubiera alejado de ellos.
- Mi marido ha salido.
- Ya lo conoceré otro día.
- Sí, tenemos mucho tiempo –parece que sonrió mientras lo decía, como si fuera más importante el que les quedaba que el que habían perdido.
Eso no es verdad, Severiano no había salido, estaba allí, escuchó al extraño presentarse, y, es más, según dicen, fue él no solo quien le abrió la puerta, sino quien le ofreció tomar algo. Si ocurrió de esta manera, Luli se quedó dentro de la casa, quizás no había oído siquiera el timbre. Se lo encontró sentado en el salón de su casa, tomando una copa con su marido, charlando tranquilamente, como dos viejos amigos, y fue incapaz de balbucir palabra alguna cuando su marido, hombre rudo y de poco tacto, le preguntó: “¿Cariño, sabes quién ha venido?”
La hija reencontrada pensó en el daño que hacían los malentendidos, los ideales, la fuerza de la juventud, pensó en las familias que había separado la guerra, en el dolor que producía que dos personas cercanas tomaran caminos distintos, opuestos, y pensó en el tío Paco, en Asturias, en la tía Maruchi, musa de Ridruejo, y le vinieron a su mente todos los casos que conocía de oídas, de boca de exiliados, de familias rotas a partir de julio del 36, aseguraban unos, o de abril del 31, como pretendían otros. Y añadió, sin pronunciar la palabra tabú (papá):
-   Estos son tus nietos.
Ante la vida que ella le ofrecía en bandeja, él solo pudo expresar el dolor por la muerte de su madre.
-   La muerte de tu madre fue un golpe muy duro para mí.
Entonces ella no había leído, todavía, la carta de Ignacio. Sí, por supuesto que la había leído. Eran las mismas palabras. Quizás, pero los significados eran radicalmente opuestos. Ignacio vio en su accidente la muerte de un amor apasionado, de alguien tan similar a él que solo pudieron quererse en tiempos de lucha, y que cuando apareció la tranquilidad en sus vidas se vieron desbordados por esta y tomaron rumbos opuestos. Y a pesar de la distancia y del silencio (porque el olvido no llegó a hacer acto de presencia), los rumbos fueron, en cierto modo, paralelos, y sus vidas, y sus muertes, cuando llegaron, a pesar de los años de distancia, también. Eso fue lo que pensó Ignacio, aunque, claro, también sufrió por quien durante tantos años, incluso entonces, consideró su hija.
Bolín, en cambio, vio en la muerte de Connie la desaparición de una amenaza, personal y política. Vio un duro golpe para una hija a quien hacía años que no veía, y creyó que era el mejor momento para que dejaran de ser unos desconocidos. Para decir que había sentado la cabeza y reconducir, en la vejez, su vida.
Entre sus nietos, uno se llamaba Ignacio, y en cierto modo lo encontró normal, o le dolió. Ninguno llevaba su nombre, aunque consideró posible que para eso hiciera falta otra generación que curara las heridas familiares, las de la guerra y las del exilio.
Eso es del todo imposible: el pequeño Ignacio no había nacido aún, ningún nieto había nacido aún, Connie seguía viva (su accidente llegó más tarde), Luli no era más que una recién casada que recogía flores en su jardín, y toda la historia de la visita del padre no fue más que una leyenda de los lugareños, que tanto habían oído hablar del pasado de sus vecinas que no dudaron, entre unos y otros, en escribir, a base de contradicciones, de un conductor extraviado, y un “he visto” y un “me han contado”, la página de, entonces, su presente.

Connie García
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:12:37 pm
La tinta en el agua
                     

Año 1972. Por las calles del barrio de Avellaneda, en Buenos Aires, avanza como levitando una mujer de porte sombrío, de negros cabellos y tormenta en la mirada. No se arrastra, navega sobre el asfalto, y así, veloz, se dirige  hacia su inexorable destino. Por primera vez en varios meses se siente libre. Por fin se cruza con ciudadanos normales, fuera de las batas blancas y más allá de los delirios de Pirovano. Rumbo certero, amable farmacia. Con su condesa sangrienta siente que ya ha expiado parte de su pecado  pero durante un segundo se para y contempla la dicha de la ciudad: la exultante emergencia de la bohemia que se abre paso, la dulce mirada de un hombre al pasar, el brillo de aquella tarde. Cuánta insigne irreverencia y cuánta belleza esconde la vida para algunos afortunados Y sin embargo ella ha de escribir acerca de aquella mujer que bebía sangre de infantes, como si buscara la crueldad más estremecedora para así sentir que su tormento no es pionero. Quien sabe, tal vez podría reunir sus últimos poemas, quizás aún quede algo urgente sobre lo que escribir… Pero inmediatamente se da cuenta de ya no puede poner orden en las palabras, la poesía es caos, y el desorden la ha vencido. Hay quien lleva en las entrañas un escollo para la dicha. Puede que en incluso odie la poesía. Mas la poesía no la odia a ella. Es más, Poesía la quiere para sí. Poesía quiere poseerla, engullirla, hacerla desaparecer entre sus versos. ¿Y el alma?  ¿Podrá salvarla su alma de las feroces palabras?

Pero el abismo es un cielo comparado con su alma.

-   Déjeme ver su cédula de identidad, sin ella no puedo venderle esas recetas.
-   Aquí tiene -  Y Alejandra extenderá su mano para comenzar a rozar así el tránsito.
-   De acuerdo- Y el tránsito le saludará tocando levemente la punta sus dedos.

Ahora, sentada en la cama, lee la etiqueta blanca del tarro de cristal como si fuera el remite de la carta de su gran amor, aquel que nunca fue, aquel que tanto le dolió: Seconal Sodium 100 mg cápsulas.

Los que llegan no me encuentran, los que espero no existen .

Diez años antes, en 1962,  cerca del paseo de las estrellas y bajo la nívea luz imposible de la mañana de Hollywood la rubia más dorada y doliente había usado las mismas perlas mortíferas para tratar de calmar la presión que la violenta noche había colocado sobre su pecho.

-   No entiendo para qué sirve la noche…- Expresó Norma Jean Baker en una ocasión a Ralph Greenson, su psicoanalista de entonces.

Y aquella misma tarde de Junio, en el mismo momento en el que Greenson entendió de una vez que no podía arrancar de las garras del miedo a quien estaba hecha íntegramente de él, Sylvia Plath firmaba el que para ella sería su poema más rotundo

Será allí,  en el 23 de Fitzroy Road, Londres, en la sombría mañana del 6 de Agosto de ese mismo año donde leerá en el diario The Guardian la última noticia que ha impactado a la sociedad norteamericana: Marylin Monroe ha sido hallada muerta en su casa de Los Ángeles. De pronto siente una sacudida en su estómago y mira hacia la ventana. Un fuerte viento agita las ramas de los árboles. Observa como algunas hojas aguantan mientras otras son arrancadas cruelmente y vuelan hacia ninguna parte. Unas se aferran a la vida, otras se dejan llevar por el viento. Y así, de pronto es como se percata de que el dolor nos hace iguales y a la vez diferentes del resto, distintas de aquellas otras, de las hojas que permanecen. Tan mortal y frágil era el frívolo disfraz de la rubia platino como lo es el suyo, hecho de palabra y hondura, de místicas metáforas. También ella se siente de pronto una mujer objeto. Su vida también es una metáfora, como la campana de cristal que ahora se cierne sobre su cabeza. Hace ya más de un año que el amor cerró la puerta tras de sí, y ahora entiende que su sacrificio fue en vano. ¿Acaso una mujer sería menos mujer por entregarse a su verdadero destino y no a su familia?  Sylvia siente que ha desperdiciado su vida en pos de una causa menor, de un talento exiguo. Ha traicionado su destino, la única tarea que le valió algún éxito, porque el resto de su vida ha sido un resplandeciente fracaso. No, la maternidad no es suficiente. El hecho puede parecer terrible y ese es uno de sus más grandes secretos. Ser madre y esposa no era la cuestión, y desde luego no es un mérito suficiente;  sólo se trata de un acto animal, mediocre, natural, algo que cualquier mujer podría conseguir. Pero ella no es cualquier mujer. Durante muchos años ha luchado contra viento y marea por distinguirse. Ella soñaba con desentrañar el alma de cada palabra, y así también hacerlo con su propia alma. Quería descubrir caminos de belleza y de arte, observar cada lugar con el detenimiento mágico del escritor, y descubrir así la vida que entraña cada pequeña muerte. Sabía que sólo las palabras son imperecederas. Ted Hughes, el gran poeta, la ha abandonado, igual que hiciera su padre muchos años antes, e igual que habrá de hacer ella de forma apremiante con sus dos hijos y con lo poco que le queda en este mundo. Pronto cumplirá 31 años.

Quizá te consideres un oráculo,
portavoz de los muertos o de algún dios
Yo llevo treinta años esforzándome
por limpiar de fango tu garganta
y no he aprendido nada.

La primavera de 1941 ha surgido esplendorosa en el sur de Inglaterra. Allí, en el condado de Sussex, la tierra es verde,  húmeda, y ahora despide olores intensos,  como un exultante canto a la vida. Mientras la pisa al caminar, Virginia nota como sus pies se funden con ella, como barro con más barro. Tierra y agua anegan sus últimos pasos. Ella no es presa del tormento, más bien asume con serenidad su destino. A sus cincuenta y nueve años conoce bien a sus fantasmas. Hace días que la confusión reina en las palabras, confunde vigilia con sueño, conceptos con hechos, delirios insostenibles con relatos cotidianos. Normalmente, en esta circunstancia al despertar anotaba aquellos símbolos en su cuaderno; después los traducía a frases que rebosaban genialidad. Palabras que ya venían unidas en el sueño. Pero pagará un alto precio por robar tantas palabras al otro mundo. Los lobos que viven en su mente han despertado de nuevo. No es sólo intuición, sino experiencia. ¿Y qué es la intuición sino un aprendizaje de años? Años, tantos años, que casi han sido un regalo. Virginia siente agradecimiento hacia todo lo que la rodea, nadie es culpable de su desaliento, ni siquiera el propio desaliento es tan malo. Sabe que sin él su creación no hubiese sido tan poderosa.

Ya la oye, la fuerza del agua es una música de antiguas deidades. Es la única melodía capaz de acallar las voces que lidian en su cabeza. Ya la está oyendo,  y la paz se abre camino hacia su pecho. Respira hondo. Ha amado. Ha amado como sólo los seres reales pueden amar. La han amado, tanto que en este preciso instante puede tocar ese amor con su mano. La mano al pecho, y el agua cubre ya sus tobillos. Ha escrito, y sus palabras serán hondas y eternas. Una vida tan bella alienta a la muerte a estar a la altura. Y lo está. Sus pupilas guardan la belleza del instante, el brillo de un segundo. La naturaleza cobra vida, de pronto puede mirar a los ojos de los árboles, escuchar al viento hablar. ¿Qué es lo que dice? Pero el viento no habla el mismo lenguaje. Habla, pero no son palabras lo que exhala. Dulces susurros y un fiero golpe de agua eterna arranca sus raíces de la tierra y la lleva bailando río abajo. Como en un rapto violento, el río posee por siempre a Virginia. Atrás quedan las voces, atrás deja el amor, los largos paseos, las inquietudes y tanto dolor.

Atrás quedarán por siempre las palabras.


“Todo lo que la luz tocaba adquiría existencia. Todo carecía de sombra… Y, a medida que la luz adquiría intensidad, rebaños de sombras aparecían ante ella y se aglomeraban, relegadas sobre sí mismas, formando mil dobleces, expectantes, al fondo”.

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  I  Alejandra Pizarnik. “Los trabajos y las noches” 1965.
 II  Sylvia Plath. “ El coloso” 1960
III Virginia Woolf “ Las olas” 1931


Carolina Toledo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:14:34 pm
De lo que en la cama halló


Madrid. 16 de septiembre de 1631

Bebed otro trago y escuchad lo que he de contaros, que no han de faltar en la Villa y Corte chanzas y chascarros como el de don José Pelayo, marqués de Villacarneros, hombre que fue de noble condición, pero que ahoga ahora, sucio y con harapos, el penar y la vergüenza en mi taberna, rumiando entre vinos aquella frustrada noche de amor con Luduvina, hija de don Edmundo Pacheco, militar de los Tercios, y que dio lugar a este gatuperio.
Hace un año rondó la casa de la tal Luduvina el marquesito, pues andaba de ella enamorado hasta los huesos. Pero hete aquí que, enterado de los devaneos, don Edmundo apartó del pecado de la carne a su hija en la noche que los dos iban a encontrarse.
Cuando dieron las completas trepó Pelayo hasta la ventana, cuya reja había manipulado la doncella. Halló el marqués —que achispado por el vino venía— poco preámbulo para el amor: apenas ropa femenina y unas nalgas tersas y sin vello que le esperaban en la penumbra para saciar su sed, y que el ardiente don José no dudó en probar bajándose a toda prisa las calzas, sin esperar arrumacos ni más coqueterías. Allá fue, os digo, todo hombre, dándose mucho sofoco por el calor y el peligro de ser sorprendido.
Pero antes del acto se empeñó el ardiente noble en besar a Luduvina encontrando, no la cara angelical de la muchacha, sino el gesto sorprendido de un efebo pisaverde, y que había aceptado las monedas del militar a cambio de dar un escarmiento al marqués.
A punto estuvo don José de desenfundar la toledana y hacer pincho al chico ―hablo del acero, no me malinterpreten vuesas mercedes―, pero la oportuna intervención de don Edmundo evitó convertir esa misma noche al noble, además de en sodomita, en criminal.
Corríose pronto la voz por Madrid y sus mentideros, exagerando el hecho y dando por cierto que hubo acto.
Aquí tengo la prueba, en forma de hombre hecho piltrafa, al que hiere la coplilla que unos y otros canturrean para escarnio del pobre aristócrata, borrachín y desdichado:

“De lo que en la cama halló, cató.
Mas como ni siquiera preguntó,
poca hembra gozó.
Perdió pues el marqués,
de la noche al día,
título, presencia y gallardía”

Laura Sainz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:16:16 pm
Llorona


Apenas tres cuadras distaban las tapias del manicomio y su corona de focos, sol maléfico de medianoche.
   Sobre la puritita linde entre la oscuridad y el haz luminoso de una farola macilenta, la única en muchos centenares de metros a la redonda, aquella mujer lloraba en silencio. Su dolor era lánguido, como si administrado a dosis. Parecía una tristeza de siglos, aprendida a sobrellevar en una rutina que no anulaba su hondura.
   --¿Por que lloras, mi chamaca?
   --¡Ay, mis hijos...!
   --¿Qué les pasó, m'hija?
   --Están muertos...
   Descalza, apenas la cubría un camisón que un día debió ser blanco, ahora tiznado por los verdes y grises de la miseria.
   --No se me apure... --un vahído estuvo a punto de tumbarme, pero logré recomponer mi eje de gravedad--. Un hombre siempre se emborracha por una pena, aunque parezca alegre. Así que hacemos buena pareja, mi chamaca.
   Intenté abrazarla por la espalda para cazar sus pechos, pero se escabulló con una ligereza diríase que alada.
   --Pinche gachupín... --masculló entre lagrimones.
   --¡Órale m'hija! ¡Qué mal carácter! Si yo solo la quiero arrullar...
   La miraba fijamente y ni mi ebriedad podía menguar el brillo de aquellas pupilas oscuras, suma en intensidad de todas las noches, donde el resplandor de la farola reverberaba como única estrella en un fulgor sublimado. Pero apenas me concedió un instante de tamaña belleza, para sus ojos no había más querencia que esa oscuridad que todo lo engullía bajo su manto de petróleo etéreo.
   Me arranqué gatunamente para meterle mano y logré palpar una nalga fría como el hálito de la madrugada. Se revolvió, blandiendo un rictus que ya hubiera deseado para sí la Gorgona.
   --¡Pinche gachupín...! --masculló entre lagrimones.
   Su ira contenida no me provocó sino hilaridad. Tuve que entrar en el oasis de luz para apoyarme en la farola, de otro modo hubiera caído al suelo entre la risa y el mareo. Y me repuse con el tiempo suficiente para atisbar un vuelo de tela hundiéndose en la noche exterior.
   Salté tras su estela, pero la mancha clara del camisón se desvaneció conforme perseveraba en la huida. Chinga a tu madre, pensé. **** chilanga.


Eran las primeras horas de mi quinto cumpleaños en México, donde todos mis sueños se habían ido al garete y todas las edades se habían acumulado sobre mi frente en poco más de sesenta meses. Ese era el bagaje de mi pobre casa; una chabola, como quien dice, en una mugrienta ciudad perdida de esta ciudad devoradora de hombres.
   “Pinche gachupín”. El insulto que otros decían a mis espaldas, aquella mujer me lo había espetado en plena cara. Y a pesar de los pesares, su furia contenida, tan teatral, seguía dándome risa.
   A la puerta de la ciudad perdida me encontré con mi compadre Marcelo, que llegaba pior que yo. A veces salíamos juntos a las cantinas, otras coincidíamos de regreso. Buen hombre, Marcelo, me decía para mí. Traicionero como todos los chilangos, pero buen hombre.
   --¿Quí húbole, güey?
   --Pos que estamos de vuelta y contentos. ¿Y usté, güey?
   --Pos bien... como que casi me chingo a una chamaca.
   --¡Órale güey! ¿Pos cómo fue?
   No estaba yo para contar mucho, así que abrevié:
   --¿Sabe, güey, que pa'mí que estaba loca, que se había fugado del manicomio? Nomás llevaba encima un caminsoncito y era bien linda, más morena que güera, alta y pálida...
   Eructé bruscamente y a punto estuve de echar allí la cruda. Pero Marcelo tenía prisa por conocer el desenlace de la historia.
   --¿Y qué pasó? ¿No quiso chingar la pendeja?
   --¿Pos sabe qué? Lloraba todo el rato y dis que por sus hijos, que estaban muertos, y se fue corriendo.
   Marcelo se envaró como el palo de la bandera que preside el Zócalo. La cara sonrosada se le había empalidecido, como si hubiera perdido la sangre por los poros.
   --¡¡¡La Llorona!!! --exclamó mientras se persignaba.
   Caramba, la Llorona. Sí, algo había oído de ella, pero ¿tan tontos eran estos chilangos que aún creían en cuentos para espantar niños?
   --¿No la tocaría, güey? ¡Quien toca a la Llorona está maldito, sus manos lo destruyen todo!
   --Vamos, güey... No me salga con esas...
   Intenté ponerle una mano en el hombro, qué otro gesto mejor entre camaradas, pero huyó despavorido hasta la puerta de su casa, para allí encerrarse.


Putos chilangos; atajo de estúpidos. País de *****, subdesarrollo mental es lo que hay aquí. ¿Y dicen que somos de la misma raza? Qué más quisieran ellos...
   Todo esto pensaba al acostarme, la del alba sería. Y como aquella maldita chilanga había lanzado al vuelo mi lujuria, me dispuse a invocar al dios Onán para calmar mi prurito.
   Fue la última vez que pude tocarme el miembro, reducido a cenizas bajo la presa incandescente de mi mano.

Pancho
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:17:48 pm
Rebeldía
 


   El día había amanecido gris. Desde la cama podía contemplar el cielo cubierto de nubes. Aquel gris plomizo de sombra y llanto me oprimía el corazón. Me hubiera gustado que algún rayo de sol penetrara entre aquella tupida masa de nubes, se posara en el alféizar de mi ventana y me aportara una brizna de alegría, de la cual andaba escasa. Me encontraba enferma. Me dolía la garganta. Era como si una inmunda garrapata me arañara las cuerdas vocales y me impidiera la emisión de la palabra. En el fondo de mi pecho sonaba un desafinado concierto de grillos que me vulneraba el ánimo.
   Mi madre se había marchado a su trabajo y, a pesar de que la noche anterior habíamos discutido y yo me había encarado con ella, antes de irse entró a mi habitación y, como si ya me hubiera perdonado, me trajo un vaso de leche caliente. Me rogó que no fuera a clase ese día y que permaneciera en la cama. Por la tarde iríamos a la consulta del médico.
   ―Estos resfriados que se te agarran al pecho, no me gustan nada. Quiero que te vea el médico.
   Yo, que siempre me oponía a cualquier iniciativa suya y le rebatía toda propuesta rebelándome contra ella, en aquella ocasión, accedí. Ignoro a qué razones obedecía mi conducta. Quizá era la gravedad de mi estado. Hubiera sido un error llevarle la contraria. Me pesaban los párpados y me dolía todo el cuerpo. No tenía ganas de nada. Necesitaba cuidados, mimos y descanso para soslayar la enfermedad.
   Creo que mi madre había disuelto un analgésico en la leche porque comenzó a entrarme un gran sopor que me proporcionaba bienestar.
 –Me quiere –pensé―.No entiendo por qué discuto tanto con ella.
   Enredada en un incipiente propósito de la enmienda, inusitado en mí, cerré los ojos y me entregué al sueño. No sé cuánto tiempo permanecí dormida y relajada. A este período de sosiego y calma sucedió otro mucho más agitado:
   Caminaba por un frondoso prado verde cuajado de alegres flores silvestres. Comencé a formar un ramillete para regalárselo a mi madre. Ya era hora de hacer las paces con ella. De súbito, en la lejanía, recortado sobre un cielo azul turquesa que invitaba a ser feliz, atisbé la inquietante silueta de un ogro que, habiéndose percatado de mi presencia, caminaba hacia mí con el ingrato propósito de causarme perjuicio. Pensé que quería devorarme. Aterrada, comencé a correr en dirección a una casa lejana en la que había pensado refugiarme y pedir protección. El ogro tenía una talla superior a la mía y podía correr a mayor velocidad que yo. Deduje que si alguien no me salvaba iba a darme alcance en cualquier momento. El miedo laceraba mi alma y maltrataba todo mi cuerpo. De pronto, tropecé. Caí de bruces en aquella alfombra verde salpicada de arco iris en los colores que le aportaban aquellas diminutas y vistosas florecillas. El ogro me dio alcance. No sé si grité, pero lo cierto es que me estremecí y me agité en el lecho con una energía visceral.
   ―¿Qué te pasa, Olga? ―masculló mi padrastro que se había introducido en la alcoba y que desprendía un insoportable hedor a alcohol y a tabaco.
   ―Estoy enferma y he tenido un mal sueño ―susurré entre sollozos.
   ―No temas, pequeña, yo velaré tu descanso.
   Se sentó en la cama y tomó una de mis manos y con la otra comenzó a acariciarme el rostro.
   Una placentera oleada de calma inundó mi ser. Aún me pesaban los párpados. La fiebre me invitaba al sueño. Embelesada por el sosiego de las caricias, me dejé conducir por las olas del sueño. Cuando me desperté, estaba completamente desnuda. Mi padrastro se agitaba sobre mí intentando penetrarme. Comencé a forcejear para escapar de aquel horror. Entonces, aquel mal hombre me abofeteó con tanta violencia y furor que me desmayé. No pude sentir lo que sucedió después.
   Cuando me volví a despertar, me encontraba bañada en sudor, en lágrimas y en semen. Estaba sola en el lecho. El violador se había marchado. Me dolía mucho la cabeza, tenía el alma destrozada y el cuerpo mancillado. Sentía unas enormes ganas de vomitar. Corrí al baño y arrojé en el wáter aquel amargo miasma que pugnaba por salir de mi cuerpo. Lugo me vislumbré derrotada, humillada, forzada, violada, enferma y herida y sólo tuve aliento para meterme en la bañera y darme una ducha tibia. El agua me reconfortó y me dio fuerzas para vestirme, hacer la maleta a toda prisa y salir de casa.
   ―Mi madre tiene la culpa de todo lo que ha sucedido por haberse unido a un hombre lujurioso, borracho y mala persona. Los odio a los dos. Ahí se quedan. No volveré a pisar esta casa ―reflexioné.
   Detestando pensar en mi tragedia para eludir el dolor y el fracaso, me dirigí a la estación del tren y, como si fuera en pos de la felicidad, compré un billete para la capital de España. Allí, lejos de mi odiosa familia, pensaba buscarme la vida.
   El cielo continuaba cubierto. La túrbida luminosidad del medio día desdibujaba el paisaje hasta extremos insospechados. Me subí al tren con el anhelante deseo de alejarme de mi tierra y de mi casa. Un vagón renegrido y tibio me acogió en su interior. A través de las ventanillas, no se podían contemplar las lejanas montañas ni los olivares cercanos. La opacidad de la niebla era tal que no se veía más allá de diez o doce metros. A medida que el tren se alejaba de la ciudad, la niebla se iba despejando. Parecía diluirse en las cornisas del aire. De ese mismo modo, deseaba yo que se diluyera mi pena. Mis ojos, heridos por el llanto, intentaban retener las lágrimas en el cristal traslúcido que rodeaba mis globos oculares. Mis pupilas intentaban fotografiar la perplejidad de los parajes ignotos en la profundidad del lagrimal. Cuando el tren atravesó los entrañables parajes de Despeñaperros poblados de vegetación autóctona, mi corazón exhaló un profundo suspiro que desahogó las aguas fecales que aquel pervertido había derramado en mi interior y, como por ensalmo, ocurrió el milagro. Comencé a olvidar aquel suceso que me había estado desgarrando las entrañas. Sin embargo, quedaba en mí una huella de tristeza que no conseguía eludir.
   El tren se acercaba a su destino. Los suburbios de la metrópolis agarrotaron mi pecho. No podía concebir cómo en aquellas chabolas de adobe, latón y viejas maderas podían refugiarse seres humanos. La inesperada visión de tanta miseria flageló mi alma con un látigo de angustia que me instaló de nuevo en los lúgubres valles de la melancolía. Después, el paisaje devino más amable y me anunció que la estación estaba cercana. El tren aminoró su marcha. La locomotora dejaba escapar negros chorros de humo que se elevaban hacia el cielo intentando mancillar la luz con su pegajoso hálito. La máquina se desinfló en un prolongado murmullo. El último suspiro del tren sonó como un rugido sordo, como un lento silbido que entumecía el corazón de la tarde.
   Sorprendida por la extrañeza de lo desconocido, bajé del tren y, desorientada, recorrí aquel ámbito nuevo para mí. La estación era una amplia extensión a cielo abierto y a campo acotado que hablaba de distancias y de líneas perdidas en la lejanía del horizonte. Comencé a respirar el aire fresco del atardecer que para mí venía incrustado en la dualidad: Por un lado me traía vientos de libertad, por otro, por el hecho de sentirme sola en aquel lugar que no me recordaba mi tierra, me traía aires de nostalgia. Preferí beber los vientos de la libertad como si fueran un poema de Neruda antes que persistir en la nostalgia de mi patria chica. Una cabina telefónica me brindó la ocasión de contactar con las amigas que iban a acogerme en su hogar hasta que yo adquiriera solvencia económica para tener el mío propio. Algunos teléfonos no tramitaron mi llamada. Afortunadamente, el de mi amiga Clara respondió. En la dulzura de su voz, percibí la emoción que experimentó al escucharme a través del hilo telefónico. Amablemente me indicó la dirección de su casa y el itinerario que debía seguir. Aquella noche y las siguientes me sentí arropada por mi amiga del alma y por sus compañeras de piso. Acaecidos algunos días, cuando me hube familiarizado con el entorno, comencé a buscar trabajo. Las cosas en Madrid no resultaron tan fáciles como yo esperaba. No había acabado los estudios, no poseía experiencia sobre ninguna actividad, no estaba avalada por nadie, carecía de currículo, además era demasiado joven.
   ―Acabe sus estudios, señorita, si quiere encontrar trabajo ―me decían todos.
   Una de aquellas tediosas jornadas llenas de apatía y de ausencia de actividad, Clara me dijo que había llamado mi madre, pero que ella, que conocía mis deseos de permanecer alejada de mi  familia, le había colgado.
 ―Bien hecho ―repliqué.
   Algunos días después. Cuando de nuevo llamó mi madre camuflando la voz y usurpando otra personalidad y Clara me dejó el teléfono, mi primera reacción fue colgarle. Pero su voz quebrada por el llanto y sus dolientes súplicas conmovieron mi corazón y, aunque con gran desconfianza y frialdad, le otorgué el don de escucharla. Pensé que mi madre me quería y que en esos patéticos momentos, preocupada por la muerte de mi padrastro, me necesitaba. Por esa causa decidí volver. Además me animaba la certeza de saber que no me iba a encontrar con aquel violador. El destino, encarnado en un accidente, se había encargado de hacer justicia y le había robado su vida para que no volviera a hacer daño a los demás. Finalizado el sepelio y acabados los funerales y las misas por el descanso de aquel mal nacido, mi madre me dijo que me quería, que deseaba tenerme cerca y que, juntas, podíamos encontrar la paz y la felicidad. Me rogó que me quedara en casa y acabara los estudios. Yo, que hacía mucho tiempo que no la había escuchado hablarme de este modo, me emocioné y accedí  a sus ruegos porque además era lo que necesitaba. Sabiendo ella que me entusiasmaba viajar, me invitó a programar viajes y excursiones que siempre había deseado realizar. Una noche, cuando dormía la placidez de un sosegado sueño que coronaba una jornada de plenitud como, desde aquel día, fueron todas las que viví junto a ella, la oí entrar en mi aposento, retirar las sábanas y besarme con ternura las mejillas. Luego acarició mis senos que despuntaban hacia las alturas enredados en ese entrañable deseo de amamantar la vida. Después tanteó mis muslos y hasta tuvo la osadía de rozar el ondulado vello de mi pubis, hecho que me produjo un estremecimiento que intenté disimular. Después, palpó mi vientre y descubrió mi secreto. Sintió el pálpito de una vida nueva que latía en lo más profundo de mi ser. Este descubrimiento le produjo una inquietud tan grande que, después de emitir un lacerante suspiro, osciló de un lado a otro sobre sus temblorosas piernas y se desplomó en el lecho.

Verde mar
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:19:50 pm
Omnipotente


Dícese que un día un hombre partió de estas tierras. Éste había estudiado hartamente el mundo y, en dicho estudio, había llegado a la conclusión de que ese, su mundo, debía ser la creación de alguna mente superior. Atinó varias teorías, pero todas con la base en un ser que marcaba el presente, el futuro y había marcado el pasado. Un ser que todo lo dominaba.
Su marcha fue larga y exhaustiva, y causó gran conmoción dentro de su universo. Muchos nombres recibió el peregrino, tantos como los hijos de Israel, mas yo he decidido llamarlo Acárito.
Acárito caminó desde el sur al norte, en busca de este ente que todo lo creaba. Llegó a los confines de los mares, a los limbos de las montañas. Penetró bosques olvidados, ciudades infestadas. Cada metro que recorrió, lo recorrió por segunda vez y, a veces, por tercera.
El mundo se le acababa, pero Acárito seguía fiel a su misión. Originalmente lo movía la insana curiosidad. Luego, ésta fue remplazada por un sentimiento de obligación, creado por su creciente reputación. El hombre que busca la energía del mundo, le decían. Pero en estos días, ya cincuenta años pasados desde que abandonó su pueblo, el sentimiento que reinaba en su corazón era el de desprecio. Desprecio a este ser que era conciente de su búsqueda, mas nada hacia para aliviar su martirio. Olvidó la maravilla que lo rodeaba, los cerros, el jugar de la luz entre las nubes, el olor de la mañana, la alegría de la vida. Abandonó el amor por el mundo que lo había inspirado. Se sentía abandonado. Sólo él había tenido la devoción de dejar todo, abandonar su mundo para buscarlo. Acárito lo había ideado. Sin él, el mundo, ignorante y atropellado, seguiría expirando sin la noción de su más honrado habitante.
Los días ya no pasaban, se repetían satíricamente. Acárito se hallaba vacío. Su corazón albergaba el abandono que germina ante muerte de la esperanza. Sus pies fluían densos por el polvo del camino. Con sus brazos rendidos al costado, su mirada se clavaba en el horizonte interminable. Ese que él había terminado, para volver sin nada.
Pero su mente nunca albergó pensamiento de muerte ni de capitulación. Incluso ahora, renunciando ya a la banalidad del comer y el beber, se impulsaba con el suspiro del viento en su espalda. El viento que lo guiaba.
Y dícese que así, Acárito, el peregrino, el que nunca para, el creador de los caminos, el amparador de los viajeros, el que toda flor conoce, el clérigo del dios de los pensamientos, el que viaja y nunca duerme, el que no conoce patria, el que es habitante del mundo, el que sus nombres son más que las letras del Corán llegó, a sus 1001 años, ante la presencia tan buscada.
Lo vio lejos, sentado, o tal vez acostado,  plácido en un violento escribir. Un lechoso fulgor irradiaba de su mente. Creando, no había duda.
Con lentos y sigilosos pasos, Acárito se aproximó a su dios. El viento soplaba nervioso. El dios no debía ser perturbado.
Cuando se paró a sus espaldas, éste todavía no le dirigía mirada alguna, pero sabia de su presencia, Él sabía.
El libro en las manos del dios tan anhelado maravillaba por su extensión. Mas el dios estaba en las últimas páginas.
El terror se apoderó de Acárito. ¿Era él, el perturbador del imperturbable, el que causaría el fin? ¿Su obsesión lo transformaría en el ángel del Apocalipsis?
Tembloroso, estiró su mano. La negra tinta recorría los últimos renglones vírgenes. Algo debía hacer.
Con el viento aullando, la tierra quiso temblar. El mar, distante, se batió en loca cólera contra la invencible costa. El mundo lloraba, mientras Acárito estiraba su lenta mano.
Finalmente, a un suspiro de su dios, tomó coraje y, mientras la pluma describía su movimiento, Acárito apoyo su temblorosa mano en el hombro de su Dios, y mi puño, triste, lo desvaneció todo en estos tres puntos…

Jorge Julio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:21:12 pm
Siempre lo has sabido


Bill se había levantado pensando. Bueno, se había levantado, se había bebido un trago de vino que quedaba en un vaso de la noche anterior, y entonces ya sí se había puesto a pensar: “Antes se podían hacer hogueras en la playa, aparcabas donde te daba la gana y si había que meterse siete en un coche no había problemas. Eran mejores tiempos. Cualquier tiempo antes de casarme eran mejores tiempos”, pensó pellizcándose los ojos y separando los párpados. Le gustaba sentir fresco el ojo. Bill decía que levantarse los párpados despegándolos dos o tres veces seguidas equivalía a lavarse la cara con jabón. Cuando se mudó tiró todos los tabiques. Quería libertad, toda, incluso visual. Siempre había querido tirar algún tabique a martillazos, pero cuando empezó con uno se aburrió y llamó para que otros lo hicieran. Estaba bien eso de descargar adrenalina, pero muy pronto le dolió el brazo y le costaba respirar. Tenía que dejar el tabaco. O dejar de tirar tabiques. Bill miraba las paredes y pensaba con agrado que ninguna discusión había rebotado en ellas. Eso era lo mejor que tenía aquella casa: nunca habían escuchado una pelea ni una voz más alta que otra. Por lo menos, desde que él estaba. Lo que hubiera ocurrido antes se la traía al fresco. Desde la cama veía la cocina, el salón y todo lo demás. Los platos de hacía varios días estaban por medio con restos de comida. De hoy no pasa, se dijo, pero no se levantó. Estiro la sábana hasta el cuello y metió la nariz dentro para aspirar profundamente. Le gustaba cómo olía su cuerpo. Nada de colonia ni gel. Le gustaba cómo olía antes de ducharse cada mañana. Tenía que cortarse las uñas de los pies. Notaba que estaban largas porque las sábanas no llegaban a tocarle los dedos. Por eso le dolían los pies al caminar. También tendría que ser hoy, de eso estaba seguro Bill: hoy sería el día de los platos y las uñas. Sin duda alguna. ¿Qué haría antes?, ¿los platos o las uñas?, se preguntó. Tiraría una moneda al aire. Miró alrededor, pero no había ninguna moneda a la vista. Vio la radio. La encendería, y si la primera canción era country, los platos; si era pop, las uñas. La emisora solía poner country a esa hora y se puso a rezar para que no lo fuera. Era mucho mejor lo de las uñas. De la calle empezaba a llegar el ruido de los coches. Todos los días a la misma hora se formaba el mismo embotellamiento. Pero eso a él no le importaba. Aunque a veces sí que le gustaría que le importase. Eso significaría que tenía algún sitio al que ir, o que tendría algo que hacer. No era bueno estar todo el día sin hacer nada. Tenía que conseguir un trabajo. Pero hoy no. Hoy eran los platos, y las uñas, y si salía alguna otra cosa, quizás también, pero tendría que ser dentro de la casa. No tenía mucho ánimo Bill esa mañana. Se distrajo lo suficiente para olvidar lo de la radio y se levantó. Lo primero que hizo fue chocar con la pata de la mesa que estaba junto a la cama. Era una mesa baja que arrastraba de acá para allá según la necesitara. Por eso no estaba acostumbrado a su presencia y ya se había golpeado con ella muchas veces. Algunas noches se la llevaba junto a la cama para poner el tabaco y el cenicero. Y ahora, por culpa de la maldita mesa, se había acordado otra vez de las uñas cuando ya había conseguido olvidarlas. Había tropezado con el dedo gordo y el dolor era insoportable. Empezar mal el día es una *****, dijo en voz alta. Si eso te ocurre a las seis de la tarde no pasa nada, pero empezar mal la mañana era muy distinto. Se asomó a la ventana. Escuchó la sirena de una ambulancia y sacó la cabeza mirando de lado a lado. El sonido rebotaba en los edificios y al pronto no supo reconocer de dónde venía. Venía de la derecha. Se había levantado algo embotado, pero poco a poco empezaba a recobrarse. Había varias botellas tiradas, pero pensó que no serían todas del día anterior. Ahora mismo no se acordaba. Estiró una pierna y luego la otra hasta que apareció la luz de la ambulancia en el fondo de la calle. Los coches se apartaban como podían, que no era mucho, y la ambulancia se atascó en mitad de la calle. Los tíos de los coches son tontos, pero más tontos son los peatones, pensó. Varios coches intentaban subirse en la acera para dejar pasar el vehículo, pero algunos de los que iban andando no se apartaban, no se daban ni cuenta, parecía que no iba con ellos el asunto. Siempre que Bill veía una ambulancia pensaba en cuánto faltaba para que él fuera dentro. Esperaba que mucho, pero cada día faltaba uno menos. Se tocó la cara. ¿Cuánto hacía que no se afeitaba? Dos o tres días, calculó. No mucho. No tendría que preocuparse por eso hoy. Aunque quizás más tarde... y dejó el pensamiento en el aire, por si acaso. Le gustaba ocupar su mente con actividades, llenar el día le hacía más feliz, pero cuando no las cumplía se sentía luego desdichado. Aunque no siempre. Otras veces pensaba “bueno, puedo permitirme el lujo de dejarlo para mañana”. Podía pensar una cosa u otra según le pillara. De haberse casado sí estaba arrepentido. Cada día le dedicaba una o dos horas al tema. Volvía al pasado y pensaba en lo rápidamente que saldría del bar donde conoció a Sue. Saldría disparado, pensaba continuamente. Disparado. Le gustaba pensar que corría más que los coches, que los trenes y que los aviones. El motor de Sue era un motor de tecnología espacial inversa: daba energía eterna en dirección contraria. No se acordaba del teléfono de nadie, pero sí del de Sue. Por más que quisiera borrarlo de su memoria no podía. Ni de su número de carnet. Pero al menos no recordaba su cumpleaños. Aunque eso no lo había recordado nunca, así que no contaba como olvido. Todos los olvidos, para ser contados, tenían que haber sido conseguidos a posteriori, sino no valían. Sue era morena. Cuando terminaron conoció a algunas morenas, y le daba aprensión acercarse a besarlas, porque cuando estaba muy cerca sólo les veía el pelo y le recordaban a Sue. Y Bill quería olvidar a Sue. La verdad es que le importaba una ***** Sue, pero no se la podía quitar de la cabeza. Eso le desconcertaba: “Si no me importa una *****, ¿por qué no puedo olvidarla?” Y era verdad que no le importaba nada en absoluto. Ni lo que hacía, ni dónde estaba ni nada de nada. Pero no la olvidaba. Abajo, la ambulancia estaba atravesada sobre la calzada, intentando encontrar un hueco por donde pasar, pero el camino que había escogido entre los coches que habían comenzado a apartarse se había taponado porque los de delante no podían moverse. Uno llegó a rozarse con una farola y Bill se imaginó el grito de fastidio del conductor y sonrió. El sonido de la sirena era estridente. Si Bill hubiera sido el conductor le habría bajado el volumen, si es que aquello tenía volumen, porque no hacía más que poner nervioso a la gente. Se imaginaba al hombre, o a la mujer, que también podía ser una mujer, pero él siempre se imaginaba un hombre allí dentro, tumbado, amarrado muriéndose mientras un idiota no se apartaba, y todo dependía de eso. No podía soportar la idea de estar allí metido y que se muriera por un idiota. A los idiotas no deberían darles el carnet de conducir. O por lo menos, deberían poner una prueba donde uno estuviera en un atolladero y tuviera que apartarse para que pasara una ambulancia. Rodearía al idiota de otros idiotas, o de actores haciéndose pasar por idiotas y a ver cómo reaccionaba. Si lo hacía bien varias veces, se le podía dar el carnet. Si no, no. Todo lo demás se aprendía con la práctica, pero si no sabes apartarte cuando tienes que hacerlo no lo aprenderás nunca y alguien morirá. Y ese alguien podía ser él. Se volvió hacia la habitación y miró las botellas para ver si quedaba algún resto en alguna. Por desgracia, estaban todas vacías menos una de cerveza. De todos los restos, el peor es el de cerveza, pero aun así, fue a por él rápidamente para no perderse nada de lo que ocurría en la calle y volvió a la ventana. La ambulancia seguía allí. Se la bebió de un trago porque no estaba como para paladearla, abierta y caliente. Fue a dejarla junto a una mesa y vio detrás de una de las patas una botella de whisky donde aún quedaban al menos tres o cuatro dedos. La cogió y se fue de nuevo hacia la ventana. Al llegar, la uña del dedo gordo golpeó suavemente contra la pared, pero lo suficiente para que una punzada le recorriera el pie y le hiciera poner una mueca de dolor. Parecía que el dedo latía solo como si tuviera un corazón maltrecho que se esforzara como nunca por no morir. Igual dentro de la ambulancia había un dedo enorme entubado haciéndose una transfusión. Se imaginó la escena y sonrió. Hasta la ventana llegaba el ruido de la sirena y los bocinazos de los coches. Era ensordecedor. Creía que los peatones estaban tan aturdidos escuchando todo ese jaleo tan temprano que nadie podía hacer nada. Bill pensó que era el fin del mundo.

Monster
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:24:02 pm
De pequeño, los cuatro elementos y un caballo


Recuerdo aquel día. Domingo a los diez años volviendo de visitar a los abuelos. Llovía. Llovía como solo llueve cuando eres un crío. Gotas enormes ametrallaban el capó, el techo, los cristales del coche. Mi hermano mayor y yo en el asiento de atrás, cada cual escrutando el mundo exterior a través de su ventanilla, separados por lo que parecían kilómetros de tapizado y silencio, cada cual buscando por su cuenta refugio en la tormenta exterior por muy raro que pueda sonar. A través de los riachuelos caóticos que surcaban el cristal se veía el cielo negro distorsionado, oscilante, casi en estado líquido, y los campos verde oscuro casi gris oscuro y los rayos amoratando las nubes y el viento enroscado en las ramas de los árboles pelados y el agua turbia acumulándose y arremolinándose y burbujeando enloquecida a lo largo del arcén. No era el Paraíso pero eran imágenes y sonidos mucho mejores que los que ofrecían los asientos delanteros. Todos esos gritos e insultos y amenazas y manoteos y golpes sobre el salpicadero multiplicados por dos. En aumento de intensidad, en aumento de fuerza, en aumento de violencia, superando sin esfuerzo el rugido de la lluvia al arreciar. Ni siquiera la furia de la madre naturaleza era capaz de acallar la furia desatada dentro de aquel Renault 5 aquel domingo y el sábado previo y seguro que el lunes posterior y en verdad cualquier otro día. No había nada que hacer al respecto. Y nunca habría nada que hacer. Eso pensé, lo recuerdo bien. Y mientras lo pensaba vi un caballo atado a un poste campo adentro, a unos cincuenta metros de la carretera, un caballo negro y perfecto, exactamente el caballo que un niño de diez años imaginaría si nunca hubiera visto uno antes y fuera un niño incapaz de imaginar resplandecientes y limpios y tranquilos caballos blancos. Allí estaba, una sombra encabritada recortada contra la lluvia y los relámpagos, brincando, coceando, esparciendo barro contra el cielo roto, una criatura aterrorizada, abandonada a la intemperie y a merced de los cuatro elementos, la lluvia estrellándose contra su lomo oscuro y brillante de noche y electricidad y todo ese miedo inyectado en sus preciosas pupilas en aquel preciso instante en que se cruzaron con las mías mientras el coche aminoraba para coger una curva. Fue un impulso. Puse la mano en la manivela y abrí la puerta. El aire y el frío y el agua invadieron el interior del R5 y el veloz río de asfalto ya se disponía a acogerme entre sus rugosidades recién lavadas. Luego rodaría por él arañándome la espalda y los codos y se me romperían los pantalones pero no importaría porque enseguida me levantaría con la fuerza inquebrantable de los niños y correría hasta el caballo y le acariciaría la crin empapada y el hocico envuelto en nubes de vapor desesperado y los dos nos entenderíamos solo con mirarnos y nos sentiríamos menos perdidos. Pero mi hermano me agarró del bolsillo trasero en el último momento y me metió dentro del coche y cerró la puerta así que está claro que nada de eso llegó a ocurrir. Me quedé en el asiento de atrás mientras el coche seguía su rumbo hacia lo de siempre y las dos caras y las cuatro manos de los asientos delanteros se volvían hacia mí, dedos crispados, muecas horribles, nudillos, dientes, ¿estás loco? ¿Es que quieres matarte?, y el caballo negro empequeñeciendo más y más en la distancia al otro lado de la luna trasera, solo, bajo el diluvio, hundiéndose en la tierra deshecha, relinchando sin ruido en medio del viento de tormenta, con todos esos flashes de luz cegándole a cada segundo desde las indiferentes alturas, pero luchando, luchando y luchando como un poseso contra aquella cuerda que lo mantenía atado a la nada.

Rojo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:28:07 pm
El regreso
   


Tenía deseos de volver al terruño donde vi la luz del sol por vez primera para contemplar la copiosa arboleda preñada de claridad y de frutas, las dos palmas que custodiaban  el palacio de techo de guano, pintado de oscuro por el humo que desprendía  aquella vieja lámpara “chismosa” y piso de tierra donde nací, pasar la mano por la piel temblorosa y fría de la tinaja y beber el agua fresca a través de los hilos líquidos  que salían de los pinchos  del jarro de aluminio, perfumar mis pies con el polvo del camino que tantas veces me llevó al arroyo donde el ritmo musical de la corriente al chocar con las piedras me llenaba de alegría el alma , bañarme en la poza honda  donde al caer desde una palma una yagua  cambiaba el color del agua , contemplar  la escuela donde aprendí a poner mi nombre y embriagarme con el olor de la tiza , el borrador, la libreta y el lápiz,… y después de las 10 am sentado en el taburete  y en aquella mesa sin mantel saborear  aquel plato de harina con boniatos  con la grasa detenida en el borde  y después en la segunda vuelta observar la grasa de la leche  hacer un fiesta de burbujas  al unirse con la grasa que se había quedado dormida en el borde del plato , estrechar  en un cariñoso abrazo a mis amigos de la infancia  y comentar con ellos algunos de los secretos  infantiles de nuestra estancia en la escuela.
   Regresé y saboreé el mismo plato de harina con boniatos pero sin la presencia de mi madre, se iluminaron mis ojos con la claridad de la escuela y sentí  el mismo olor de la primera vez  en mi etapa de adolescente , no encontré la poza honda donde me bañaba, ni el arroyo con su orquesta de música instrumental  que llenaba de alegría mi sensible corazón por que los cosecheros de arroz  lo habían represado por todas partes, el camino aunque era el mismo había cambiado de lugar, pasé la mano por la piel de la tinaja  pero el jarro con pinchos no estaba y el agua tenía la misma frescura , el palacio se mantenía pero con el guano limpio  y el piso con brillo y sustituida aquella lámpara chismosa  por un bombillo de luz eléctrica. La arboleda la habían desbrozado,  eliminando todos los elementos  que la convertían en un oasis  entre la loma y el arroyuelo, para sembrar el terreno de guayaba enana y fruta bomba  por ser los productos de más demanda en esos momentos.
       Las dos palmas que custodiaban el palacio de guano  fueron victimas  de la electricidad por un trueno que las devoró, aquello me llenó de tristeza el alma  pero  esta fue mayor todavía cuando cada vez que preguntaba por algunos de mis amigos de la infancia  cada respuesta era como un grito de dolor  ¿ Que fue de Ramona de  la que tu vivías enamorado de ella como un loco pero nunca le dijiste nada ¿ -Ramona después de noviar varios años con  Vinicio, este se la llevó una noche en la yegüita de su papá y ahora está hecha una pasita , con la cabeza llena de canas y 7 barrigones  más dos; una hembra y un baroncito que a los pocos meses de nacidos murieron sin saber todavía el motivo de la muerte.
   ¡Y de Pipo que me cuentas?
   -Pipo por lo díscolo que era  y por su oficio de desmochador de palmas, con esa osadía que lo caracterizaba  cambiaba de una palma a otra sin utilizar las trepaderas pero un día la habilidad le falló y cayó al suelo hecho un guiñapo  humano y unos días después falleció.
   ¡Y de Garbanzo  que me dices! .
   -El que vivía en la casita que estaba pegada a la línea del tren; otra desgracia, cuando regresaba del trabajo por la línea no se percató que el tren venía en esa misma dirección  y le pasó por arriba  pero no todo son desgracias al resto de nuestros amigos de la infancia  les ha ido muy bien, Y tú que me cuentas de tu vida. –en otro oportunidad hablamos de mi vida  ya que pienso regresar pronto por que estos momentos vividos aquí serán imperecederos para mi .
no sabía que me iba a emocionar tanto el regreso al terruño donde nací.

Larama
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:29:28 pm
Mosto y Chocolate


Las campanas del pueblo sonaban tristes. Eduardo miró hacia el campanario y adivinó unas cuantas palomas que se posaban en pequeños rescoldos. La mañana corría fría. Todos estaban dentro ya. Eduardo pasó y se sentó en el último banco de la iglesia. Recordó a su abuelo: él era perfecto. Tras la pequeña misa y los besos de despedida Eduardo arrancó el coche y entonando música vana llegó a su casa en la ciudad. Le dolía la espalda terriblemente y su ánimo le pesaba en los pies, los cuales se arrastraban lastrados por la tarima.
Las hojas ámbar crujían tibias. De cuando en cuando una boina clavada sobre un saliente de la verja negra del parque dejaba que el aire se metiera dentro de ella, desde abajo, quedándose suspendida por momentos, vaciándose después para seguir clavada de roja felpa en el vértice de la verja del parque. Aquella mañana el sol calentaba los antebrazos desnudos de los obreros, que arremangados subían el andamiaje despacio. Sin prisa. Eduardo sonreía mientras sostenía entre sus dedos la cortina del salón. Miraba como la boina bailaba y comprendió lo de aquella tarde. De repente, un maullido sordo hizo que soltara el visillo. Bruno restregó su lomo contra la pierna de Eduardo, desde una de sus orejas hasta el último tramo negro de pelaje pardo del rabo. Eduardo volvió a sonreír, no se podía creer lo que acaba de descubrir después de tantos años.
De pequeño el mosto le sabía a chocolate. Todas las tardes su madre le preparaba unas tostadas de chocolate caliente untadas con esmero y un vaso colmado de mosto casero. Mientras ronchaba las crujientes tostadas veía el paisaje frente a la casa blanca de ventanas azules de sus abuelos, donde pasaba todos los veranos. Los viñedos se colocaban en filas perfectas, por donde él pasaba todas las tardes con su bicicleta lo más rápido que le alcanzaban los pies. Eduardo no comprendía muy bien el trabajo del campo, nunca llegó a comprender cómo aquello que hacía su abuelo por placer podía dar dinero a la familia. Todos admiraban el trabajo del abuelo. De hecho, sus tíos y primos le imitaban y también trabajaban la tierra.
Una de aquellas tardes de verano, como siempre, su abuelo colgó la boina en la estaca de la primera viña, se dirigió al grifo del porche y lavó a conciencia sus agrietadas manos. Después tomó asiento al lado de su nieto lleno de restos de chocolate por toda su cara. El abuelo era feliz allí y ahora.
–Eduardo no comas tan deprisa, te va a doler el estómago. –Mientras terminaba de regañarle entre sonrisas secaba sus mojadas manos en la pechera de su camisa de lino.
–No abuelo, con el chocolate nunca me duele la tripa.
–Bien Eduardo. –Y un suspiro se escapó de su último aliento vespertino.
La madre de Eduardo salió por la puerta, recogiendo con una de sus manos la cortina para poder pasar de lado con una bandeja llena de pastas y un gran zumo de naranja. 
–Toma papá. – dijo posando la bandeja en la mesa de piedra blanca–. ¿De qué estabais hablando?
–De que Eduardo de mayor se encargará de estos viñedos ¿eh Eduardo? –y subiendo las cejas miró al pequeño que negaba profundamente con su pequeña cabeza– Bien Eduardo. Éstos son los lazos de la existencia. Mis lazos.
Veinte años después, en la ciudad, Eduardo sostenía, tras su arduo viaje al funeral de su abuelo, la taza de café cargado. Las hojas ámbar crujían tibias. De cuando en cuando una boina clavada sobre un saliente de la verja negra del parque dejaba que el aire se metiera dentro de ella, desde abajo, quedándose suspendida por momentos, vaciándose después para seguir clavada de roja felpa en el vértice de la verja del parque. Eduardo al ver la boina perdida de cualquier transeúnte lo comprendió: su abuelo no quería que él siguiese sus pasos para que comprobara lo duro del campo, tampoco que hiciera lo que su abuelo amaba. Su abuelo quería que Eduardo le mantuviera vivo, regando aquello que él amo hacer, a lo que él se dio, lo que él fue. “Los lazos de la existencia” La existencia entre ambos.
Eduardo dejó el café carbón sobre la mesa y se dispuso a escribir su columna semanal:
<<Los tópicos nos comen y degradan. Todos tenemos ciertos prejuicios negativos sobre ciertas actuaciones, olvidando los lados bellos de éstas. Yo siempre quise ser periodista, y a ello me doy ahora. Mi abuelo siempre quiso trabajar en el campo, y aquello fue lo que vivió entonces. Todas las tardes él me hablaba sobre la belleza del campo para que compartiese su amor por el rojizo paisaje. Toda la vida me molestó que él quisiese que amara los viñedos y no la escritura, él no tenía derecho a hacerme aquello, o eso me decía todo aquel al que se lo contaba. Ayer mi abuelo murió, y sólo entonces comprendí por qué lo hizo: al igual que yo escribo para perpetuar mi ser en esta vida, para ser eterno y que todos recuerden mi trabajo, el trabajo que yo amo hacer, del mismo modo, él quiso que yo regara sus viñedos. >> Eduardo.

Asinela
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:30:53 pm
Un origen legendario


Eran tiempos muy lejanos, aquellos en los que el Diablo obtuvo su renombre de ser malvado. De ser una bestia despiadada capaz de hacer lo que sea por extender el mal.
   No se le ocurrió otra cosa que crear un sirviente enorme con poder para destruir, en venganza, la obra más preciada de Dios: su creación, su mundo. Ese mundo en el que habitaban Adán y Eva, felices y fieles el uno al otro, ignorantes de las oscuras fuerzas que los vigilaban. De las maldades capaces de destruir paisajes o corromper almas como si se tratase de un simple juego de niños.
   Colosum se llamaba la bestia a la que envió. Grande como el Everest y fiero como un lobo salvaje. Surgió de la tierra como si fuese parte de ella y, con sus dos piernas y brazos descomunales, comenzó a arrancar montañas y árboles como si no hubiese un mañana, por el puro placer que le proporcionaba la devastación del mundo. Los animales huyeron despavoridos, viendo como su gran imperio era destruido. Entonces, cuando la destrucción se hizo evidente y el mundo tembló ante la ira del demonio, Adán y Eva decidieron tomar cartas en el asunto. ¡Ese era su lugar! ¡Ese lugar repleto de maravillas y fantasías lejos de la corrupción! ¡Tenían que hacer algo!
   -Con mis ojos que todo lo ven, puedo observar lo que se cierne sobre mi gran creación -comenzó el omnipresente Dios-. Vosotros sois mi esperanza, pues, debilitado como estoy tras esta gran acción, no creo que sea capaz de afrontar la ira de esta criatura abominable. Vosotros sois pues, la esperanza que se respira en el aire, esa esperanza que nunca se pierde y en la cual se deposita toda la fe. Os doy por lo tanto, los poderes angelicales de mi Arcángel Gabriel, aquel que posé mi humanidad. Con estos grandes dones, deposito en vosotros y en vuestro amor, toda mi fe y confianza. Usadla bien.
   Y dicho esto, esa voz que tronaba entre las revueltas nubes precedió a un silencio total capaz de erizar el vello del ser más valiente.
   Adán y Eva se dirigieron una mirada repleta de fe y amor y, de la mano, volaron hacia el malvado Colosum que los provocaba enseñando unos colmillos afilados como katanas.
   Ambos, notaban una energía pura y divina vibrar en sus venas, como si fuese un torrente de aguas cristalinas llevadas por la pendiente. Esquivando con gran velocidad el descomunal brazo del ser, atacaron a sus sangrientos ojos y cegaron su visión para siempre. Pero Colosum no se rindió, sino que se enfureció aún más y, con su olfato tan fino como el de un sabueso, localizó a los molestos insectos y dirigió unas enormes manos hacia ellos. Adán esquivó, pero Eva fue lenta por su inexperiencia y se vio atrapada entre unas zarpas gruesas y rugosas tan fuertes como las mandíbulas de un hipopótamo.
    El hombre, aterrado, se escondió tras una roca y pensó en la solución para salvar a su amada, pero la bestia no le daba tregua y se vio obligado a seguir sus impulsos. Usando sus poderes, se impulsó con sus musculadas y poderosas piernas, y voló alrededor de la cabeza del demonio, confundiéndolo y enfadándolo de tal forma, que tuvo que servirse de ambas manos para tratar de atraparlo. Fue entonces cuando soltó a la inocente mujer y ésta pudo volar libre de nuevo.
   Ambos humanos volvieron a encontrarse y esta vez, mirándose confiados, iniciaron un ataque conjunto en el que dejaron que todo el poder de su interior reventara y saliese dirigido a Colosum. Fue una pena dejar que esa sensación pura y divina saliese de sus cuerpos, pero el esfuerzo fue recompensado, pues el demonio cayó inerte con un gran estruendo levantando polvo en varios kilómetros a su alrededor. El sonido que produjo su caída no fue un sonido cualquiera, sino un estruendo tan grande como si la cúpula celeste y las más profundas esferas de la tierra se rasgaran por completo.
   -¡Lo hemos conseguido! -Exclamó Eva, emocionada.
   -Sí -contestó Adán-. Lo hemos conseguido gracias al poder de la cooperación. La cooperación y el trabajo en equipo pueden llevarte a la meta que te propongas. Es una sensación de unión y confianza que vale la pena experimentar, que te llena el alma. Un poder capaz de conseguir lo que sea y eliminar barreras altas e impenetrables.
   La mujer asintió emocionada y lo abrazó feliz consigo misma.
   -Sabía que lo conseguiríais -interrumpió una estruendosa voz entre las nubes-. Es la unión la clave de la victoria. El punto débil del Diablo. Su gran perdición. Tuve fe en vosotros y no me arrepentiré aunque los años pasen y el viento se lleve los indicios de esta batalla. Es esta la razón, por la que haré de estos huesos, un monumento indestructible y legendario.
   Tras eso, un resplandor iluminó el interior de la bestia y tras años y años, a pesar de la descomposición del cuerpo y los increíbles fenómenos meteorológicos, los huesos de Colosum perduraron. Fueron enterrados por la tierra siendo el núcleo de una nueva montaña. Una montaña hermosa de orígenes prehistóricos. Una montaña nacida de la cooperación de dos increíbles personas. Esa montaña hermosa y enorme que recibió el nombre de Montefrío, la cual fue habitada por humanos ajenos a su gran leyenda, pero destinados a protegerla.

Lady M
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:33:08 pm
Salvador


Despierto. Pongo el disco de Morrisey que me regaló Cristina. Mate amargo. Media hora de elipsis. Oh mi amor, te extraño, nada me completa más, me dolés en todo el cuerpo; y te deseo, y te destrozaría con los dedos como gilletes y te ataría de un piecito para que no te vueles, globo, globito hermoso.
   Salgo a recorrer la ciudad. Veo el samba en los ojos de una negra, veo la silla en la que te sentarías ahora mismo, cruzándote de piernas. Y hablarías de Camus, de Breton, de nosotros. Pero no, no estás. Te busco y no aparecés como siempre entre mis milanesas. Desapareciste. Freno en un bar y almuerzo sin vos. Sigue mi caminata como en éxodo eterno. A media tarde me dirijo a la dirección que me dio su tía. Luego de tres semanas me he decidido. Timbre.
— ¡Que sorpresa!
— Hola ¿Como estás?
— Muy bien. Pasá. Que lindo verte. — Cristina habla como si el tiempo fuese irreal.
— Permiso, ¿no estás ocupada?
— No, para nada. ¿Querés tomar unos mates? — me dice con extrema naturalidad mientras continúa con sus tareas de hogar.
Hablamos sin demasiada hondura, con el miedo vistiendo las palabras. Sin embargo nos vamos a la cama y luego nos dormimos con un último Lucky a medias y nos despertamos cerca de las nueve. Ella prepara té. Tu risa me recuerda un personaje de Bukowski que desearía olvidar, es decir, desearía olvidarte, o desarmarte, deconstruirte de a pedacitos, por un lado tu sonrisa (directo a la basura, siniestra), luego tu inteligencia y tu amabilidad y tu lascivia, después las manos de gilletes (creo que también a la basura, o a una canción, o a un primer plano), y así seguiría con los restos de tu amor, tu gata, tu sexo, hasta que desaparezcas y puedas renacer.

II

Caminamos unas cuadras y luego tomamos un taxi. Nos dirigimos a un bar al aire libre en el Pelourinho. Me gusta. Me gusta la sensación que recorre mi cuerpo. Extraño Buenos Aires, pero Salvador juega conmigo. En una mesa, dos jovencitas comienzan a besarse mezclando su saliva y una de ellas agrega sus lágrimas. Creo que prefiere los besos con sal. Las luces del bar generan buen clima y la bebida también es buena. Siento que el entorno provoca excitación en Cristina. Ángel, ninfa, demonio, carne, recorrido exasperante hacia el placer supremo, noble y sucio; me invitás al naufragio, a la locura, al desenfreno, me torturás en un viaje de pieles, ésta es tu escena de presa transformándose, mutando hasta la tristeza infinita del final. Nuestra conversación se basa en recuerdos. Revuelvo sensaciones de púber. El secundario en Flores y ella: ella, estudiante de Letras; ella y su desparpajo, ella y la sensualidad en la piel, la mirada perdida en el mar, los discos de Jobim, el olor del café madrugando. Se me acabó el trago. Otro más. Y otro para ella, por favor. Ahh y su imagen en la cama, su vaivén, y otra vez las manos de gilletes cuando volás porque yo no quiero que vueles, no, quiero tu vaivén acá abajo, mío, mío, con tu voz y tu olor a esa marca de cremas para piel, y te quiero imaginando nuestras caras mezclándose.
— Quiero caminar hacia el mar. ¿Vamos? — Su voz es seca. Vuelvo.
— Sí, claro. Te acompaño.
   Bajamos por la Rua Fonte do Boi hacia la playa. Enciendo un Lucky mientras caminamos. Ella no fuma, nadie habla. Al llegar vemos unas mujeres danzando frente a su diosa. La imagen de Yemayá las observa desde un mar que ruge. El sol entra en las aguas y mi brazo se desliza por la cintura de Cristina. Siento su calor. Nos recostamos sobre la arena mientras el fuego alumbra los cuerpos de las Orishas. Flores, collares y pieles, el universo hecho danza y mujer, y comienzo a rozarte, a invadir tu mapa; te descubro viajando desde el África hacia mi sexo. Negra, tu vaivén vuelve, el ritmo, un tambor. El fin.

III

   La arena de ayer se me hace carne ahora. Combate mis entrañas. Estoy aquí y hay nubes, o allí y la sed se adhiere a nuestra piel como en un sueño. Ya son ocho semanas de mirar paredes, de discos, y salir a emborracharnos; de estar bajo sus órdenes. Entonces la estoy viendo. Camina igual que siempre. Habla igual que siempre.
— Te quiero presentar a alguien. Te va a dar vuelta. Estoy segura. Le comenté sobre tus guiones y está interesado. - Habla igual que siempre y sin embargo la escucho como si estuviésemos dentro de una habitación con paredes de humedad.- Se llama Marcelo, ya está por llegar. Cena con nosotros, ¿no te importa, no?
— No, está bien.
Quince minutos más de Luckys y llega Marcelo. Seré amable. Es decir, seré lo más amable que pueda.
— ¡Hola! Subí, subí. Ignacio te espera. — su calidez me obliga a sonreír.
— Boa noite! ¿Cómo está mi Cristinita?
— Muito bem. ¿Te preparó té?
   Marcelo bebe el té. Él me escucha. A su vez, me escucho hablar sobre el guión que vengo preparando hace ya un tiempo. Cristina se acerca silbando Beatles y se sienta en el sofá, a mi lado. Empieza una conversación que no logro asimilar completamente. Hay algo en el bahiano que me distrae y no puedo reconocer qué es. La escena nace sencilla: "Desplazamiento de objeto deseado". ¿Quién no desearía poder ser otro? Hay personas que a través de los años perseveran en la idea de presentársenos como fantasmas. Caminan a nuestro lado y sentimos la inmensidad del dolor. Nuestra sangre fluye agitada y posamos nuestros ojos en un vidrio. Es el amor de muerte.

IV

   La Casa-Estudio se asoma al mar. Allí desembarca con sus ventanales. Marcelo incendia el lugar. Al entrar siento su mirada, su piel, sus labios; la magia y la potencia voluptuosa de su trópico. Algo dentro mío empieza a modificar su ritmo. Sus gestos, sus palabras anuncian tormentas, huracanes. Allí voy con mi carpeta. Él bebe cerveza. Suma un plato con maní. Silencio. Me mira. Lo veo mirar. Me pide el guión y lee. Saborea las palabras. Se excita. Marcelo juega con las hojas en sus dedos. Sus labios modulan cada frase en silencio. Su cuerpo sigue el compás de mi relato. Cerveza. Suspenso. La pausa es infinita. Estoy por entrar en un abismo y mis manos bordean la pana del sofá. Cristina, dónde estás. Marcelo vuelve a leer de principio a fin. No lo soporto. Cristina vení. Levanta la vista y veo en sus ojos el mar que se desborda. Pretexto jaqueca. Taxi.

V

Pasaron muchos días. Van gastándose mis zapatos en un ida y vuelta hacia el mar. Voy en busca de consuelo, de inspiración, no lo sé. Los silencios de Marcelo, los silencios de Cristina, todos los silencios comienzan a hacerse falta de aire, de vida; casi no respiro. Pienso en el abandono, en la capitulación. No puedo esperar más. Se acaba el deseo. No puedo pensar, no me permito sentirlo. Otra vez me entierro en la soledad del final. Veo el inicio del derrumbe, me ciego. Apocalipsis. Ahora. ¡Ya!
    Todavía es de mañana. Fue una noche muy larga, quizás la noche más larga del año. Desde el bar puedo divisar la playa. Fumo y T. S. Eliot sigue sobre la mesa en su Asesinato en la Catedral. Permanezco inmóvil. Veo la figura de Marcelo recortándose en la puerta y su anónimo ejército de glamour rodeándolo. Me abraza y percibo su mirada nuevamente ardiente.
— La historia tiene mucha potencia, mucha luz. Conseguí el dinero para filmar y quiero que comencemos mañana mismo en mi casa. Te espero.
   Marcelo se va sin dejar lugar a mi respuesta. Tiene el control. Vuelvo a casa y Cristina sigue en silencio. Mi asombro me mantiene sumergido debajo de cualquier palabra. Otra vez Morrisey mientras preparo el mate y me tumbo en la hamaca y la imaginación se mezcla en la ansiedad del sueño.

VI

Todo se encuentra en el lugar preciso al entrar a la Casa-Estudio. Como sometido a un orden superior, se respeta cada línea del libro que entregué. Acción. Con goce intenso veo fluir una escena tras otra. Preparo gin tónic y veo manos, veo rostros, veo el juego que se inicia y no se detiene. Puedo observarlo todo, moldearlo todo, destruir cada cosa que se crea y formar mundos de belleza inigualable. De pronto mi ojo se detiene en la unidad que forman Marcelo y Cristina, ya no recreando sino creando algo que se me presenta ajeno. Son sus miradas, sus palabras, sus movimientos los que trazan eso que no podía ver, que se me ocultaba, eclipsado por la dirección que le imponía a la realidad. Otra vez el abismo, mis manos se disuelven, me veo caminando rumbo al mar y allí, tendido entre las piedras, estoy listo para el fin.

Alejandro Pajura
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:35:14 pm
Un narrador ubicuo



I
Tarde en la noche mientras bajaba por la falda de una montaña, volvía a casa el doctor B***. Abruptamente apareció frente a él la figura de un hombre que levantándose como una sombra del ya oscuro camino, le dijo:
−¡La bolsa! O el Diablo aclarará cuentas contigo esta noche –dijo el asaltante.
Esa misma noche, matizada por ardientes tragos de alcohol y poseído por la  enorme fuerza de Hércules (No precisamente por las espinacas), celebro Jeison como si fuese la última noche de su vida y en compañía de su mujercita. Fue éste el Edén comprado con aquel botín; del cual, un octavo terminó en las manos de la madre de Jeison, y de allí paso luego a las cuantiosas cifras de las pequeñas loterías urbanas.
− ¡Cómo ganaré si nunca juego a la lotería! –pensaba para sus adentros la madre; tan segura, como de que Dios existe. Era difícil adivinar su edad, pero ya se veían luces blancas en los bucles de su cabello.

II
Fuimos ondas en el agua producidas por un impacto (el nacimiento), como ondas viajamos veloces en radios distintos y a través del rio –pensaba el narrador tumbado sobre la pradera–. Al norte de él se veía una casucha sobre una montaña, detrás la civilización. Pensaba en lo fantásticas y casi fabulescas narraciones de Wilde y en esa otra forma intemporal de narrar de Dylan. No menos le daba vueltas en la cabeza las incertidumbres en los cuentos de aquel argentino. Mientras, el viento hacia susurrar las hojas de los arboles, y de los arboles caían levemente las hojas que sonaban como olas de cascabeles arrastradas por el viento. Se oían en la tarde, y en la noche también. Asimismo pensó también, en la utilidad de sus pensamientos y se olvido de ello después. Después salió hacia una Junta de accionistas, y luego escribió:
La historia realmente no comienza por allí, pues en Brooklyn Jeison ya había disparado sus primeras pistolas. Allí el color blanco de su piel contrastaba con la piel negra de sus compañeros. El nuevo y pequeño mundo puede mover a usanza del azar a cualquier individuo por todo su territorio: así fue como el cuchillero resulto en un pequeño pueblo Colombiano de más de cuatrocientos sesenta años (Detalles podría referir del por qué y las razones de esta traslación; pero son datos de otro cuento).
“Tal y como un rayo cayó a la tierra (igual de notorio), y como un rayo se fue (igualmente desapercibido), paréceme necesario contar que en el leve transcurso de este destello, Jeison disfrutó del eterno verano en esta nueva latitud, así como de los caudalosos ríos, de la vida silvestre, y del suelo pantanoso, fue un Romeo de diversas mujeres, aunque sin romanticismo. Pareciera que las puñaladas, en esencia, son iguales aquí que allá, sin embargo mucho pudo perfeccionar aquí; la técnica de acertar puñaladas a otros cuerpos. Amplió sus ambiciones en el vandalismo; se dio cuenta de que su naturaleza no era mediocre. Por tales razones se ganó rápidamente el respeto de sus copartidarios.
Después de varios disparos que retumbaron en un callejón (quisiera referir detalles precisos del espacio y el tiempo del lugar; para hacer así más agradable el cuento, pero los desconozco) sólo quedó un muerto, cartuchos de bala y agujeros en las paredes. Y quedamente también se quedó Jeison tendido en el suelo, dos balas entraron y salieron de su cuerpo sin comprometer gravemente alguno de sus órganos, luego refirió él que se hizo el muerto ante los agresores, y, mientras tanto, esperó, no sin afán, la ambulancia: ya que soy menor de edad −pensó− no tendré compromisos con la ley.

III
»A Jeison, ya mayor, su cansancio lo obligaba (por obvias razones) a pensar en la pronta muerte. Su incesante necesidad de cumplir con su destino jamás lo dejo pensar en sí mismo. De igual forma el narrador. Jeison era alto, de rostro pálido y ojos negros, nada singular había en su pensamiento, sin embargo, sintió que debía pensar, no en la muerte que a todos les llega, sino en el “posible después” de ella. Creyó que: de existir otra vida después de la muerte Dios era bondadoso y tendría un lugar para los distintos pecadores que son los hombres. De no ser así, no habría más existencia y tampoco le preocupaba entregar de nuevo y ahora su maltrecho cuerpo. Intuía y deseaba ¡aunque no acertó! que viviría de 10 a 15 años más.
»El postrero narrador de este cuento también vivía entregado continuamente a sus anhelos. Del mismo modo Jeison. Ambos respondían positivamente a las necesidades que obligaba su propia vida. Ambos deseaban tener éxito en lo que hacían –eran felices–, aunque debo decir, que el narrador sí deseaba en ese entonces vivir mucho más que Jeison, era apenas lógico; el dolor acumulado por unidad de tiempo era menor.
»Una noche, mucho antes de lo que había previsto él mismo, se encontró horizontal; viendo las estrellas −me gustaría decir que era la primera vez que las veía−, desangrándose lentamente, ese halito vital que llamamos alma se disponía a abandonar su cuerpo. No sé exactamente cuántas puñaladas fueron. Sé que miro un punto fijo en el cielo, tal vez una estrella, sé que derramo alguna lágrima (aunque imaginaría, pues no tenía ese miserable hábito del llanto) y sé que sonrió; pues ya todo aquel cuento había terminado.

V
El narrador intentó en la primera parte, relatar con base en estos hechos, una historia policiaca o criminal, se ayudo de una vieja canción irlandesa en aquella frase que menciona al “Diablo”. Luego pensó que no conocía ni un solo relato realmente bello en este género criminal. Luego pensó en darle un poco más de belleza a la narración y equivoco creyendo que, repitiendo palabras, se asemejaría el texto a la cadencia de una melodía. Luego se sintió avergonzado por querer relatar (o más bien Hurtar) los sucesos de quien algún día compartió sus días con él  −¿por qué ha de ser tenido en cuenta ahora si antes no lo fue? –Se preguntaba el narrador– ¿Por qué, para qué? –.
El narrador Pensó de nuevo en el cuento, pensó que la mejor historia sería él mismo y pidió a ese otro narrador que lo incluyera en la historia, pero resulto un fracaso al considerar que la suya no poseía ni un poco de dolor para hacerla interesante. Entonces, el narrador se sonrío igualmente, pues ya todo aquel cuento había terminado.

Juan David
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:39:29 pm
Destino


Muy de mañana me levanto, realizo un poco de ejercicios, me ducho, me rasuro, me visto, desayuno mi vaso de yogurt con frutas y voy al patio delantero de la casa a fumarme mi primer cigarrillo del día, poco después entro al baño y salgo apresurado al trabajo. Mis hijos han salido para el colegio unos minutos antes, yo les sigo atrás rozándoles los talones. Paso por la tienda del barrio, compro la prensa y una media cajetilla de tabacos. Cruzo la calle y tomo, con prisa, la buseta que me dejará no tan cerca del trabajo. Una vez que estoy sentado en el último asiento del bus abro el periódico, y leo: “Una piedra mata a dos personas”. Acompaña a la crónica algunas fotos donde se puede apreciar un bus de transporte público con el parabrisa destrozado; más adelante, la noticia indica el lugar del accidente e identifican vagamente a las personas fallecidas. Mucha gente sube y baja del transporte sin percatarse de lo que me ocurre… estoy nervioso y miro con preocupación por la ventana esperando que de un momento a otro cualquier poste de energía eléctrica golpee contra mi asiento. Los carros pasan veloz por mi lado, algunos rebasando peligrosamente por el costado izquierdo… nadie parece saber lo que ha ocurrido.
De súbito me doy cuenta de que mi parada quedó lejos. Apresurado toco el timbre de parada, bajo del bus y casi trotando voy camino al lugar de mi trabajo. Por el camino voy pensando en lo que ha sucedido. ¿Por qué? ¿Qué o quién tiene la culpa? ¿Es el destino? ¿Por qué…? Mientras voy meditando, sin encontrar una explicación de estos hechos, un vehiculo pasa raudamente por mi lado rozándome los hombros. Grito algunas palabrotas al chofer y me olvido momentáneamente en lo que estaba pensando. Un poco nervioso retomo mis cavilaciones pero el susto me hace poner los pies sobre la tierra. <<Cinco centímetros de desvío y ya no estaría preocupado de absolutamente de nada>>.
Llegó atrasado al trabajo y observo una gran cantidad de gente alrededor de un vehículo estacionado. Al acercarme veo algunas caras conocidas. Son algunos colegas que murmuran lo acontecido. Tratando de desviar la atención de mi retardo les digo torpemente: <<Estamos retrasados, compañeros… vamos a trabajar… >> Antes de terminar mi pensamiento, me cortan la frase indicándome que unos choros habían robado cosas del interior del carro de un compañero. Escucho a los compañeros quienes dan muchas y variadas versiones de lo acontecido. Otros recuerdan hechos parecidos. Alguien de más allá se lamenta por lo ocurrido recordando una situación similar que le había tocado vivir. El perjudicado llamaba incesantemente por el teléfono celular para que gente de la aseguradora se haga presente en el sitio de los hechos. <<La gente y sus variados problemas…>> pienso, mientras me adentro a mi lugar de trabajo.         
Sentado frente a mi computadora abro mi correo a ver si tengo agradables noticias. Nadie me ha escrito ni me ha enviado ningún mensaje. Cierro mi correo y reanudo con las tareas pendientes del día anterior. Avanzo lentamente con mis obligaciones y cuando estoy a punto de terminar decido abrir nuevamente el correo. Esta vez encuentro algunos mensajes. <<Espero que sean buenos…>> me digo. Abro el primer casillero y me encuentro con una foto donde se ve a dos hombres con apariencia de investigadores o naturistas, no tienen ni una remota facha de cazadores, les acompaña un fiero animal: un cocodrilo con la boca abierta y entre sus mandíbulas se halla cruzado un pedazo de tronco sacado de algún árbol cercano, la fiera parece estar viva; luego sigue una fotografía donde al parecer han despellejado al pobre animal y a un costado se han colocado una pierna, un brazo, una parte de la columna vertebral y junto a esta macabra escena se amontona una cantidad apreciable de carne putrefacta. Las escenas nos hacen creer que el cocodrilo ha devorado a un pobre ciudadano. Se me erizan todos los pelos del cuerpo, me quedo mudo al ver tan siniestro suceso… me pongo a pensar quién podría ser ese pobre infeliz… comparto el correo con algunos amigos… Reviso nuevamente este correo y me convenzo que todo es un montaje, mientras tanto ya me pegué un gran susto. Abro los otros casilleros y no encuentro nada agradable. Miro el reloj y son casi la hora de partida. Apresuro mi trabajo y termino mis deberes atrasados. Me siento aliviado de haber concluido con esas tareas. Siento que puedo ir tranquilo a mi casa.
Afuera de la oficina la calle esta obscura. Enciendo un cigarrillo y saboreo un poco de mi libertad mientras dejo que el humo vuele por sobre mi cabeza. La gente pasa apresurada por mi lado. No encuentro a nadie conocido. No saludo con nadie. Sigo con mis pasos a la parada del autobús. Una señora con un niño en sus brazos mira su reloj y se nota en su proceder una gran preocupación. Algunos estudiantes pasan conversando animadamente y se alejan entre bromas y risotadas. Un oficinista se detiene a esperar su bus de turno, lleva suspendido una funda negra en su mano izquierda y con su brazo derecho apresa contra su axila un cuaderno. Doy unas últimas bocanadas a mi cigarrillo y me apresto a tomar mi colectivo. La buseta está llena. Mucha gente va de pie. La señora con el niño han logrado que un buen ciudadano les ceda su asiento. El caballero se sostiene a duras penas mientras busca en su chaqueta una moneda de veinte y cinco centavos. El ayudante del chofer del colectivo apremia para recibir el pasaje, al tiempo que grita que los pasajeros se acomoden en la parte de atrás. Con dificultad logro llegar hacia las últimas bancas donde, por lo regular, está un poco despejado. Estoy a punto de agarrarme de la barra horizontal cuando escucho un sonido estrepitoso e inmediatamente soy lanzado hacia los asientos delanteros, y me golpeo la espalda y los brazos. Escucho los reclamos al chofer y me integro a los insultos. El chofer trata de justificar su frenazo indicando que otro carro se había cruzado con el semáforo en rojo. Las cosas se tranquilizan y continuamos el viaje en medio de varios murmullos. El ayudante del chofer alza el volumen de la radio y se escucha por los parlantes una vieja canción ranchera. La gente calla y ensimismada continúa con sus propios pensamientos. Yo también hago lo mismo con los ojos cerrados.
Una hermosa chica sale de su casa. Arreglar su cuarto y preparar su almuerzo la había retrazado un tanto. Los minutos perdidos fueron suficientes para que su transporte pasara antes que estuviera lista. <<Mala nota… esperaré el siguiente colectivo…>> Otro bus de la misma cooperativa no pasaría sino dentro de algún tiempo; pero la suerte estaba de su lado, no muy lejos divisó la buseta de la competencia. Se encaramó en dicho transporte que se detuvo apenas había levantado su mano. Los asientos delanteros estaban ocupados así que le toco meterse al fondo. Sacó su cuaderno de anotaciones de la Universidad y repasó la lección del día. Hacía mucho calor y trató de abrir su ventana… ¿Pero quién abre las ventanas de las busetas? <<Ni modo…>> Continuó revisando las lecciones y minutos después se percató que el pasajero que ocupaba el asiento detrás del chofer detenía el vehículo para quedarse en su destino. Ni corta ni perezosa tomo apresurada sus cosas y se cambió de lugar. El lugar estaba fresco y le ayudó a revisar con mayor comodidad sus lecciones. Al poco rato se quedó profundamente dormida. Para siempre las lecciones quedaron atrás… Ya nada tenía valor… Su tiempo se había terminado.
Sus padres y hermanos no se explican lo ocurrido. Las lágrimas vertidas no devolverán su gracia, su frescura, su sencillez y su carisma. ¿Cómo culpar a una roca? ¿Cómo pedirle una explicación a Dios? ¿Quién puede consolar su dolor? ¿Por qué?
Sus amigas y amigos la recuerdan, sus compañeros la extrañan. Su perrito olfatea de aquí para allá y no localiza su aroma. Su perfume se ha ido lejos, muy lejos, se fue para no volver jamás.
Su presencia estará en las mentes de quienes la amaron, de quienes disfrutaron de su vida. Ya no serán más las risas, los cantos, los sueños y las fantasías… una piedra caída de lo alto se lo ha llevado todo…

Emilato
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:41:13 pm
La piedra 
 


María la miró tirada en el pasto con una piedra en la cabeza y pensó en Alicia, su hija recién nacida, quien en ese momento estaba  disfrutando de la tibieza y suavidad de las blancas sábanas en la cuna de madera que construyó José con sus propias manos. No podía creer lo que estaba viendo y se preguntó mil veces por qué.
Nueve meses antes Eusebia  había llegado a la casa grande de Argentino, de origen desconocido tenía en su semblante algo que inspiraba confianza a la mujer de la casa. Poco a poco la joven empezó a ganarse la simpatía de todos y pasó a formar parte de esa familia patriarcal. Se encargaba de los quehaceres domésticos y lo que más le apasionaba era cocinar, colocar la olla llena de humeante ensopado en el centro de la mesa le permitía todos los días ver, acercarse y sentir el perfume a hombre de Federico.
Pasa el tiempo, Eusebia y Federico se encuentran a escondidas. Ambos sabían que su amor estaba prohibido, pero no obstante sentían la imperiosa necesidad de estar juntos. Los hermanos de Federico advirtieron una que otra mirada  pero nada más, son niños y el pudor no les permitía pensar en nada que no sea una amistad entre los grandes.
Un día Eusebia se levantó muy temprano, somnolienta, desganada, con arcadas y ojeras. Tenía dudas nada más, esperó la roja señal mensual más que nunca, con una desesperación que intentaba callar para que nadie en la casa la percibiera.
Una idea extraña comenzó a surgir en su mente; tendría que engañar a la doña,  se dará cuenta de que algo pasa cuando su vientre empiece a ancharse. Qué hacer se preguntaba sin cesar, nerviosa.
La oportunidad llegó una mañana cuando la enviaron a la carnicería de don Striker a comprar achuras. Pidió un trozo de hígado que le servirá muy bien para su propósito.
 Lo que temía llegó una tarde calurosa. Estaban sentadas bajo el viejo roble tomando tereré, cuando  Julia le llamó la atención diciéndole que esta engordando. Estas palabras sonaron como un golpe fuerte en el oído de la joven. Asintió diciéndole que tratará de comer menos y que está un poco hinchada porque justo es la fecha de su regla. Buscó un paño, lo pasó por el trozo de hígado y le mostró, como señal de que estaba diciendo la verdad. Logró engañarla y desde ese día no se habló más del tema. Todo siguió su rumbo como si nada pasara.
Federico, apenas un niño, no comprendía la situación de su joven enamorada y la falta de atención en él lo atribuyó a la comprensión de que no podían seguir así. En seguida otras cosas le interesaron olvidando pronto el asunto.
Para Eusebia, en cambio, cada día que pasaba era un martirio. Algo estaba creciendo dentro de ella y no contaba con el apoyo de nadie en esa casa que empezó a odiar. A quien contarle su desesperación, su dolor, su pena. Dónde iría si se llegasen a enterar. No tenía a nadie, a nadie.
Una mañana de octubre, bien temprano, se dirigió al arroyo con un atado de ropa para lavar. No advirtieron sus ojos llorosos de dolor y algo más.
Pasa el tiempo, la joven no regresa a la casa, las personas del lugar empezaron a buscarla minuciosamente por todos los alrededores.
 María se levanta y mira a Alicia, está durmiendo plácidamente. Decidió salir  a colaborar con la búsqueda. Una corazonada le guía al costado del arroyo. Sus ojos desorbitados observaron la escalofriante escena; sangre por doquier, Eusebia miraba sin ver, sus ojos vacios de expresión. Más allá una hermosa nena de ojos azules con una piedra en la cabeza.

Xiomara
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:42:21 pm
Donde existe lo inexistente



-¿Dónde estoy?

Oscuridad. Negrura implacable. Nada…

-¿Qué es este lugar?
-Estás en el Mundo de la Inexistencia.
La voz habla. Su sonido, indescriptible, simplemente suena.
La voz es extraña. No corresponde a hombre ni mujer, niño, adulto o anciano.
-¿Quién eres?
-Me llaman Dios. Qué ironía, ¿no? Precisamente el hecho de encontrarme aquí prueba que Dios no existe, es decir, no existo

Silencio…

-¿Quién… soy?
-Oh, eso no importa. Tu edad, tu sexo, tu nombre… Aquí, en el mundo de la Inexistencia, eso no es relevante. Aquí lo único importante… es tu existencia.

La oscuridad se disipa. Penumbra.

-¿Existo?
-Técnicamente no, criatura. Estás muerto.
Esto no es extraño. Ya lo sabe.

Claridad.

-¿Y cómo es que sigo pensando?
-Porque te recuerdan…

Luz. Blancura implacable. Todo…

-Los recuerdos son poderosos. Ya no existes, y sin embargo, sigues existiendo.
-¿Qué es este mundo?
Pregunta porque quiere saber. Pero en realidad, ya sabe lo que pregunta.
-Donde existe lo inexistente. Lo formado por los recuerdos de los que existen de verdad. Mientras te recuerden, piensen en ti, existirás sin existir.

La luz aumenta. Haría daño si tuviese ojos. Pero no tiene nada. Solo su extraña existencia.

-¿A ti te recuerdan?
-La verdad, sería difícil recordar a alguien que jamás ha existido. Más bien podría decirse que piensan en mí. Jamás he tenido una existencia propiamente dicha. Pero ya ves que aquí sí existo. Aunque puede que algún día todos dejen de pensar en mí. Entonces no tendré lugar en este mundo.
-¿Y qué pasará cuando me olviden, cuando dejen de recordarme?
-Desaparecerás.
Ya lo sabía.

Silencio atronador…

-¿Hay otro mundo después de este?
Extraño. Eso no lo sabe
-No lo sé, criatura. Todavía no he salido de aquí.

La luz sigue aumentando. Es difícil imaginarla más potente, pero sigue creciendo.

-¿Tardarán en olvidarme?
-Eso depende del afecto que te tuvieran, de lo que hiciste para que te recordasen… En cualquier caso, cuándo desaparecerás de aquí, nunca lo sabremos. En el mundo de la Inexistencia las dimensiones como el espacio y el tiempo, son relativas. Todo depende de cómo las imaginen.

De nuevo, silencio penetrante.

-¿Te apetece ver el resto de este mundo, criatura?
-Adelante, muéstramelo.

De repente, la luz se convierte en un remolino de colores. Colores de todas las intensidades y tonalidades. Colores invisibles para el ojo humano e incluso colores de los cuáles se desconoce su existencia. Colores nuevos.

-¿Te gusta?
-Sí…

En medio del energético tornado, surgen olores. Olores agradables, aromas sensacionales, aromas cotidianos. Olores indetectables para el olfato humano. Y millones de aromas por descubrir. Olores nuevos.

-¿Qué tal?
-Me encanta…

Entre los colores y aromas, el tacto es estimulado. Texturas lisas, ásperas y suaves, calientes, frías y templadas, sólidas, líquidas y gaseosas. Texturas demasiado ínfimas para ser detectadas por la piel humana. Y texturas desconocidas por completo. Texturas nuevas.

-¿Y ahora?
-Mejor todavía…

Sabores. Una tormenta de sabores. Fuertes, suaves, cremosos, salados, amargos, dulces, ácidos, picantes… Sabores que no saben a nada en el paladar humano. Y sabores que nunca han sido degustados. Sabores nuevos.

-Veo que disfrutas.
-Como nunca…

Sonidos y ruidos. Acordes, escalas, notas sin relación alguna. Suaves tonos estruendosos en la desarmonía más armonizada de todas. Alturas, frecuencias e intensidades fuera del alcance del oído humano. Y timbres jamás escuchados. Sonidos nuevos.

-Deléitate ahora con esto.
-…

Sensaciones ajenas a la vista, el olfato, el tacto, el gusto y el oído hacen presencia. La criatura inexistente es envuelta en sensaciones imperceptibles para el ser humano. Sensaciones nuevas.

-¿No te parece sensacional? Acabas de experimentar sensaciones imaginadas. Puede que existan, o puede que no, pero ¿te das cuenta de lo grandioso que es el ser humano? Esas sensaciones, que han sido creadas en sus mentes, aunque realmente no existan, se manifiestan aquí. Y los que no existimos, podemos disfrutar de esas sensaciones.

Éxtasis. Absorción en las sensaciones. Relajación. ¿Descanso?

-¿Te ha gustado?
-Mucho…
-Pues atento a esto.

Un mar de pinturas. Cuadros y lienzos, bocetos, garabatos, formatos digitales. Los observa todos, detenidamente, disfrutando. Esculturas. En mármol, piedra, madera, metal, materiales extraños, hologramas. Pequeñas y descomunales. Simplistas y extrañas. Las estudia todas, sin prisas, gozando con ellas. Melodías, música, en todos los instrumentos posibles. Canciones, con todas las voces posibles. Con letra o sin ella, simples tarareos, e incluso curiosos ritmos sin más. Los escucha todos, entregándose al deleite. Todos los tipos de estructuras. Edificios, iglesias, ermitas, catedrales, castillos, torres, pabellones, extrañas viviendas… Pasea por ellas, por todas sus habitaciones, sin saltarse un solo detalle. Platos gastronómicos, simples y originales, escasos y abundantes. Comida con colores y formas insospechadas y atrevidas. Degusta estos platos, con parsimonia. Danzas y coreografías. No ve a nadie porque no hay nadie, pero visualiza los bailes, sin personas, con simples siluetas. Danzas animadas, con piruetas y sin ellas. Coreografías extrañas, calmadas, flexibles. Como un espectador, presta atención a los variados movimientos.
Muchísimas más obras artísticas le deslumbran. Las disfruta, con regocijo.
Historias. Millones, trillones, infinitas historias. En todos los idiomas, sean vivos o muertos. En todos los formatos: libros, revistas, folios, documentos informáticos, películas, juegos, actuaciones, o simplemente ideas que le desbordan. Pequeñas historias, grandes, abismales… Tristes, alegres, graciosas, simples, complejas, comprensibles, extrañas, amorosas, violentas, realistas, fantásticas, didácticas, interesantes, aburridas… Se baña en ellas, se enriquece. Las lee todas, las ve todas, las asimila. Las siente. No solo eso. Las vive. Todas y cada una de ellas. Adopta todos los papeles y personajes posibles de todas las historias que se le presentaron, sumergiéndose en ellas.
Las historias, más todo el arte anterior, son infinitas. Y aun así, termina de disfrutarlas. Las memoriza todas. Los trazos y tonalidades de los dibujos y pinturas; los bordes y dimensiones de las esculturas; los acordes y ritmos de las melodías; las paredes y techos de las obras arquitectónicas; los ingredientes y sabores de la comida; los pasos y movimientos de las danzas; la trama, los personajes, el escenario y el tiempo de todas las historias. Ya sabe que las dimensiones son relativas en este mundo.

-Curioso, ¿no? Auténticas obras de arte, recordadas e imaginadas por los que realmente existen. Todas ellas están aquí.
-¿No son recordadas más personas?
-Por supuesto. Miles de millones. Más, me atrevería a decir ¿Quieres conocerlas?

Sin darle tiempo a contestar, aparecen personas. También sin cuerpo. Sin género definido. Sin un nombre real. Algunas de ellas deslumbrantes, otras tenues, y otras casi apagadas. Conversan, uno por uno, con tranquilidad. Hablan de todo y nada a la vez. Miles de millones de personas es un número demasiado pequeño. Más bien infinitas personas. Y de nuevo, termina de hablar con todas. Termina conociéndolas a todas como si llevasen toda la “vida” juntos.

Luz. Blancura impecable. Todo…

-¿Hace mucho que están aquí?
-Bueno, el tiempo es relativo. Alguno llegaron hace mucho, y probablemente se irán después que yo. Otros llegaron después que tú, y ya se han ido. Hay algunos desgraciados que ni siquiera pasan por este mundo al morir. Y otros como yo, que nunca existieron de verdad, y sin embargo, han existido o siguen existiendo en este lugar. ¿Es lógico pensar que si nadie te recuerda es porque probablemente nunca llegaste a existir?

La luz disminuye. Claridad.

-¿Tú recibiste a todas estas personas, como has hecho conmigo?
-Las recibí, y me quedé con ellas hasta el final.
-Pero eso significa…
-Sí, ahora mismo estoy con esas personas también. Me imaginaron benevolente, omnipotente y omnipresente. Eso es lo que creo que debo hacer ¿Podría ser ese el sentido de mi inexistencia?

Penumbra.

-Vaya, me temo que te están olvidando.
-¿Tan pronto?
-Quién sabe ¿Cuánto tiempo hace que moriste?
-Pero si fue hace… ¿un momento?
-Aquí el tiempo es relativo, ¿recuerdas? Has experimentado todas las sensaciones posibles. Has contemplado y disfrutado todas las obras artísticas “existentes”. Has conversado, uno por uno, sosegadamente, hasta conocerlas bien, con todas las personas habitantes en este mundo. Todo esto puede haber ocurrido en un momento. O puede que lleves aquí toda una eternidad.
-Ah, es cierto…

Silencio.

-¿Esto es… real?
-Míralo como quieras. Estás en este mundo, tienes conciencia. Puede decirse, en cierta manera que, aunque no exactamente, existes. Quizás esto, por poner un ejemplo es, incluyéndome a mí, una ilusión de tu mente, producidos por los delirios antes de tu muerte. Quién sabe si esto es un sueño, o quizás una historia más de las que has visto hace… ¿un momento? Solo lo sabrás cuando te olviden y desaparezcas. O puede que para entonces ya sea demasiado tarde.

La penumbra es más densa.

-¿Qué hay después de esto?
-¿Otra vez la misma pregunta? No lo sé, criatura. Todavía no lo he comprobado por mí mismo, puesto que todavía no me han olvidado.

Apenas queda luz… La extraña voz se hace más débil, al igual que su extraña existencia.

-¿Me voy ya? ¿Estoy desapareciendo?
-Eso me temo.

La voz es casi inaudible.

-Adiós, criatura. Ha sido un placer estar contigo en este peculiar mundo, disfrutando de tu… inexistencia…

La voz desaparece. Silencio.

-Hasta nunca…

Dice no saber qué hay después. Pregunta qué hay después. Pero en verdad sabe perfectamente qué hay después. Dice no saber qué hay después porque no quiere creer lo que sabe. Pregunta qué hay después porque todavía tiene esperanza de estar equivocado.

Oscuridad. Negrura implacable. NADA…

Danieru
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:43:48 pm
Lucia


La puerta del patio estaba sin llave. Joaquín entró silenciosamente para que ella no lo escuchara. Se acercó al mueble viejo del comedor que tantas veces lustró su madre los domingos cuando le hacía pasar el trapo a las copas una por una y el renegaba un poco de mañero no más, porque disfrutaba muchísimo las charlas a solas con su madre en este ritual de los
domingos mientras su padre dormía la tradicional siesta.
Apoyó el brazo con cuidado en el viejo mueble y de allí la observó. Lucía tenía el cabello recogido con un lápiz a lo china, como siempre. Su espalda se veía dorada del sol de las tardes de verano, al contraste furioso del amarillo de su solera estampada. El aroma del ajo dorándose en la sartén lo cautivó y lo volvió a trasladar a esos tiempos en que la familia se reunía para comer todos juntos una vez en el día. Como extrañaba a su madre!! Lo que daría por volver a tenerla. Pensó en su viejo que le había hablado por teléfono esta tarde desde el geriátrico y se prometió a si mismo no retrasar mas esa visita prometida.
Ahora el aroma comenzaba a ser mas intenso y ya podía descubrir lo que cenarían.  Bifes a la criolla y … habrá hecho puré? Seguramente Lucía lo había cautivado con su puré nieve esa primera noche que comieron juntos en la casa de ella. Que le pondría? Nunca quiso preguntarle para que no dudara de su calidad de chef. Al fin y al cabo esa era su profesión. Todo el día cocinaba para extraños miles de recetas que estos saboreaban como el mejor manjar, pero nunca había logrado ese puré nieve de Lucía.
Ya hacia bastante que convivían. Ni cuenta se dieron cuando tomaron la decisión de unirse. Fue tan natural después de vivenciar este amor intenso que mutuamente se sentían. Ninguno de los dos tenía registro del día o el momento en que ambos quedaron unidos para siempre.
Se preguntaba como podía estar tan concentrada en la cocina que no había notado su presencia. Tomo la decisión: hoy se lo diría. Ya la había tomado en realidad cuando salio del restaurante, pero todos los recuerdos y este tiempo observándola confirmaron aun más su pensamiento. Se acercó lentamente a la cocina y la abrazo muy fuerte. Ella sintió sus brazos protectores y se amucho en su cuerpo. Lentamente se dio vuelta y lo miro a los ojos diciéndole: - Al fin te decidiste a entrar, que hacías tanto rato.
Él con un gesto de asombro le contestó: - Me sentiste?
-   Desde el día que te conocí, amor mío. Desde ese día te siento. Tu presencia nunca me puede ser indiferente, aun sin verte
Joaquín volvió a abrazarla y a besarla. Y sus manos se deslizaron por el cuerpo de su amada levantando el vestido. Ambos se unieron como si fuera la primera vez. Terminaron en su cuarto con la pasión que los invadía desde el día que se conocieron. Exhaustos de placer se quedaron en silencio. Joaquín la abrazó y le dijo:
-   Te casarías conmigo amor?
Ella solo sonrió. Levantó su cabeza y apoyo sus labios sobre los de él como si fuera un ángel. Beso suavemente su pecho y volvió a sonreírle.
Se levantó y desapareció del cuarto. Joaquín quedo fumando un cigarrillo y pensando en su amada. Le pareció mucho tiempo y decidió buscarla en la cocina. La mesa estaba puesta. Los bifes a la criolla, el puré nieve. Todo en recipientes conservando el calor. Un vino tinto y una copa de esas que tantas veces limpió.
Dijo suavemente su nombre y no obtuvo respuesta. Se acercó a la puerta del patio y estaba entreabierta. No había rastros de Lucía. Caminó por la casa y no encontró más nada. Ninguna ropa, ningún objeto que la recordara
Apoyando su cabeza sobre el viejo mueble del comedor grito una y otra vez:
-   ¡No debí proponerle matrimonio! ¡Fue cortarle sus alas! Lucia ángel mío regresa!
Miró por la ventana. El solero amarillo flameaba en el tendal de la vecina. Miro las fotos de los portarretratos y se vio solo, ya no estaba ella en sus brazos, ni riendo a su lado. Miro hacia el cuarto y pudo ver la cama de dos plazas abierta de un solo lado. No sentía su perfume. Entró al baño y en el botiquín no estaban sus cremas ni su lápiz labial rojo que tanto lo seducía.
Todo volvió a ser como antes. La vieja casa de sus padres se hizo más grande en ese momento. La sonrisa de su madre lo observaba desde un portarretrato sobre el piano. No supo mas que hacer, solo atino a decir:
-   Traela a casa por favor!
Y cayo en un profundo sueño, un sueño que nunca seria tan hermoso y real como el de haber tenido a Lucia.

Bahía Blanca
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:46:09 pm
El asadito


El gordo Alvarez sudaba. Cualquiera hubiera dicho que sudaba inusualmente para ser finales de Abril, pero eso sería porque no lo conocían. El gordo Alvarez se pasaba el día sudando, todo el año, y tenía mucha masa corporal para sudar. Para peor, la jornada laboral había sido dura, casi como todas y siempre con horas extras. El problema no era la cantidad de laburo, que era mucho, si no que desde arriba les habían insistido en que eran tiempos difíciles, etcétera; y, también, en mejorar la calidad porque las quejas se estaban propagando fácilmente. Mientras se lavaba las manos no quería pensar en ello, sus compañeros terminarían la tarea, de fondo se oían sus risotadas, algunos gritos aislados y la radio. Él, como todos los sábados, tenía una cosa más importante. La carne, bien fresquita, se la habían traído temprano; no sabía como se lo hacían aquellos para aparecer con primera calidad. A veces, creía que comían mejor que los jefes, esos que no se acercaban a la peonada. Se enjuagó la cara varias veces y se despachó un escupitajo amargo y verde. Subió el volumen de la radio porque ya empezaba la transmisión.
Cuando salió a la noche oscura y estrellada Palito Diaz ya estaba preparando todo para el fuego, el Flaco tenía arte hasta para esto, che. Cual manos de escultor en arcilla, hacía los cucuruchos de papel, apilaba las ramitas y las piñas, ponía arriba la parrilla y luego dejaba el carbón, nunca abundante, encima. Palito Diaz decía que un fuego bien hecho era importartísimo (así lo decía) para un buen asado; y lo hacía con un cuidado tal, que uno se terminaba creyendo sus palabras. El gordo Alvarez comenzó a salar las tiras de asado mientras Palito acometía el chimichurri esencial.
Miranda y el Pocho Gomez llegaron a toda velocidad, derrapando por la gravilla. Miranda se encargaba de las achuras, las blandía como un trofeo, siempre cumplidor. Desde hacía un tiempo los de la carne les habían dicho que de las achuras se encargaran ellos, no se sabía bien por qué pero tampoco se molestaron en preguntar; total, a cinco cuadras había una carnicería donde Miranda tenía arreglo. El Pocho Gomez se cortó unas morcillas frías, un salamín, un trozo de queso y unas rodajas de pan para ir picando; a Miranda el olor de madera quemada ya le hacía entrar hambre. Alguien preguntó como iba el partido y el Gordo Alvarez informó feliz el empate y que iban quince minutos de juego; algo loable para un equipo que no conocía la victoria hacía trece fechas. Algo así pensaron sus compañeros intentando disimular las sonrisas, a lo cual el Gordo los invocó a sosegarse, que él ya sabía lo que estaban pensando y que, aunque no los viera, las carnes (sic.) de la nuca no era grasa inútil si no más bien sensores. Palito Diaz desparramó las brazas y acomodó el fuego a un costado para limpiar la parrilla; el gordo ordenó la carne y las achuras según la intensidad de calor. Miranda repartió Particulares Treinta para todos, había llegado desde la casa diciendo que los otros ya venían, porque estaban acostando a los últimos; el crepitar del fuego se mezclaba con los grillos y algún que otro perro a lo lejos.
El vino llegó con el Puma García; conocido, también, como el tinto o esponja García, en honor de los troles de novi que se metía entre pecho y espalda. Habría que ver si la damajuana venía aferrada a su mano o viceversa. El puma era un somellier desperdiciado, porque le gustaba más la cantidad que la calidad; las malas lenguas decían que en la mesita de noche tenía un pingüino en el sitio del vaso de agua. El gordo Alvarez era el único que lo tomaba con un trozo de limón, y el tucumano Miranda con Paso de los Toros; brindaron por nada. Palito Diaz le preguntó al Puma García si iba a poder hacer algo por su hermana, que por ese entonces quería adoptar, y sabía que el Puma estaba conectado con gente del hospital. García lo tranquilizó repitiéndole que ya estaba en eso y que cuando saliera algo ya le avisaría; Palito sonrió aliviado y lo palmeó en la espalda como agradecimiento.
Miranda y el Pocho Gómez aprovecharon un gol de la contra para meterse con el club del gordo, Alvarez los paró en seco alegando que de clubes grandes era hincha cualquiera, que los que éramos de club chico teníamos los huevos bien puestos; Gómez le dio la razón porque estaban condenados a sufrir, Miranda se cagó de la risa y el gordo lo mandó a la concha de la lora, generando que el Pocho y el Puma sumaran sus risotadas. A la final, todos querían que ganara el mismo.
Alguien dijo que ese mundial era de Argentina y todos lo celebraron, aunque otro se lamentó que no lo llevaran al Pelusa, parecía ser que el pendejo la rompía, por supuesto que la rompe, en que mundo vivís, che, se exaltó otro que tenía a los cebollitas como el futuro del fútbol argentino. Vamo’ a ganar el mundial con huevos pronosticó uno, sino acá hay una matanza, sentenció el Perro Gávila blandiendo su •38 uniéndose al grupo, que lo recibió con sonrisas irónicas. La carne se iba haciendo y las brasas crepitaban al caer de la grasa.

Gutierrez y el Tano Luconi completaron la mesa. Al Tano lo embromaban porque no sabía distinguir entre una Hereford, una Shorton o una Aberdeen Angus; ellos tampoco.
Miranda preguntó por una morocha de culito lindo, Palito Diaz apuntó con ironía que se notaba que no estaba su esposa, la bomba tucumana, antes de que Gutierrez le informara a Miranda que la morocha se había ido. Valía la pena la turrita aseguró Miranda buscando la complicidad del Tano Luconi; uy! la que te cae si te llega a escuchar tu jermu, azuzó Palito; no embromés, che. Los solteros siempre se las arreglaban para organizar una comilona sin las minas de los casados, los cuales sotto voce lo agradecían. Para ellos después de Dios, la familia y la patria, lo mejor era: el asado, el fútbol y los amigos, sin rango de importancia.
Atacaron con ansia las achuras, pequeña delicia animal para algunos; mezcolanza de todas las sobras desagradables, para otros. Viendo en especial al gordo Alvarez y a Gávila parecía que les importaba un carajo si era sangre, pezuñas o vaya a saber qué. El brindis y las felicitaciones al asador fueron una antesala a un clásico de ese tipo de reunión: la ronda de chistes gallegos. El repertorio  siempre era nuevo y únicamente García acusaba descontento, aunque otros del grupo también tenían al padre inmigrante.
La siguiente damajuana dejó pasó a la carne. Las tablas de madera chorreando jugo eran una explicación de por qué las achuras no eran más que un entrante apetitoso, que nadie podía negar so pena de incurrir en desacato a los comensales. Se notaba que los costillares eran de animales pequeños aunque muy sabrosos.
Hablaron de caza, de pesca, de autos, de mujeres, no tenían forma de ponerse de acuerdo. Y comían. Al Gordo las gotas de sudor le iban trazando caminos por la redondez de su cara, según se hinchaba o no la mandíbula al masticar. La carne se deshacía, sin ninguna resistencia, en la boca para fortuna de los que andaban con el comedor desacomodado; como era el caso de Gutiérrez: que tenía una sonrisa solamente de muelas y solitarios premolares, pobre. Había quienes disputaban sobre la zona que era más propicia para la caza; mientras otros, los menos,  sostenían que la caza no era un deporte. Sobre la pesca, cada uno también tenía su opinión, y el punto álgido transcurría por saber si la carnada debía estar viva o muerta; lo incuestionable era la laguna de Chascomús. El Tano Luconi, como era de esperar, defendía a rajatabla a Fiat, aunque todos preferían el V8. Las mujeres eran más una visión machista de un texto para la cama, que un tratado sobre las posibilidades del sexo débil como seres humanos. Lo único que no suscitaba discusión era la política, porque simplemente no interesaba discutirla, ni siquiera la mentaban; porque todos pensaban igual, su ideología era incuestionable e impenetrable; ellos eran la política y listo. Era algo tan evidente como que: el dulce de leche era argentino, o que ese era el mejor país de América. Para algunos: el árbol no les dejaba ver el bosque; para otros: el bosque no les dejaba ver el árbol.
La mesa larga de madera, con los ocho comiendo alrededor, podía ser una propaganda de Oliviero Toscani sobre el país de la Holando Argentina.
El final del partido sentenció el empate, y el Gordo lo festejó como una victoria, es cierto que tenía una alegría que contagiaba.
El ruido de las turbinas de un avión que sobrevolaba sus cabezas ensordeció la conversación. Gómez siguió el recorrido del avión mientras se qitaba restos de asado con la ayuda del siempre fiel escarbadientes; sabía que, a esa hora y en ese lugar, sólo podían ser los cornudos de la aeronáutica.
Quizá fue Gávila quien trajo las cartas, aunque todos estaban prestos para echarse unas faltas y un quiero vale cuatro, alegando que: vendría bien después de semejante morfi. Palito Díaz miraba al Gordo Alvarez, con su musculosa blanca grisácea manchada de grasa, pensando que el Gordo era un tipo macanudo, no sin razón; más allá de que él lo creía porque jugar con el Gordo era sinónimo de as de espadas y treinta y tres de mano. Palito barajaba como un croupier al que no le hace falta el moñito. Alguien escuchó el teléfono, pero fue Miranda quien se levantó, a regañadientes, a atenderlo. La noche, fresca y oscura, invitaba al descanso y a compartir. Gávila, ajeno al grupo, pensaba en Dios. Miranda volvió enojado diciendo, entre improperios, que era un trabajo urgente, que era ahí al lado, que era importante, y la madre que los tiró a todos juntos. A Miranda, como a los otros, le molestaba más la cena interrumpida que el trabajo en sí.
El Gordo Alvarez -frotándose la panza-, Palito Díaz, Gávila y García, que mojaba el pan en el vino, se mofaron porque habían zafado del encargo. Miranda, el Pocho Gómez -calzándose la camisa-, el Tano Luconi y Gutiérrez -que se peinaba cuidadosamente- se lo tomaron con calma. Subieron al Falcon, cargando los cañónes, y se fueron al grito de: el último cola de perro.
Algo habrán hecho, pensó el Gordo Alvarez, todavía con el sabor de la carne en la lengua; mientras Palito le tiraba agua a las brasas, García servía más tinto, y Gávila repartía otra mano.


Nota: Victor Basterra: “Esto no tiene gusto a nada conocido, no tiene olor a nada conocido, no tiene textura a nada conocido, entonces esto no es carne vacuna, esto es carne humana”. Sobre el llamado “bife naval” que se daba para comer en la ESMA. Pág. 358 de Lo pasado pensado, Felipe Pigna, Planeta, 2006.

LMCB07-06.

Mumo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:47:05 pm
Frente de Sangre


Valle del Ebro. Agosto de 1938.
 
El polvo y el calor flotaban en el ambiente. Sería un día de verano normal y corriente de no ser por la guerra. Una guerra civil, una guerra de ideologías, una guerra de hermanos. Por desgracia, una de tantas…
Era casi un novato en el frente. Las manos aún le temblaban al coger el fusil, y tenía el presentimiento de que no dejarían de temblarle ni aunque lo empuñara cien años más. Aún no se había “estrenado”, como llamaban los más sádicos a los que mataban a algún enemigo por primera vez. Ni por suerte tampoco había visto morir a ninguno de sus compañeros. La verdad es que desde que llegó la situación era más o menos tranquila, pero para él eso no era un alivio, ya que sabía que antes o después iría a peor.
Era mediodía. Probablemente sería jueves, pero había perdido la noción del tiempo así que no podía saberlo con seguridad. Se encontraba resguardado del calor a la sombra de un árbol y mirando fijamente al horizonte, reflexionando en silencio. Cuando la muerte ronda cerca, y ciertamente lo hacía por aquellos campos, la gente comienza a recapitular acerca de su existencia, de lo que han hecho bien y mal, de las cosas que se dejan sin hacer, de los momentos felices y de aquellos que desearían poder cambiar. Pensaba en todo eso. Y pensaba también en las pequeñas cosas que tenía antes de llegar allí, cosas en las que antes ni se había parado a pensar pero que ahora necesitaba más que a su propia vida: la comida casera, un chato de vino con los amigos, la partida de cartas de los domingos en el bar del pueblo y, por encima de todo, el no tener miedo a todas horas. No pudo evitar derramar una lágrima.
Pensó también en sus padres, y mucho. A pesar de la tranquilidad aparente, los pensamientos negativos no abandonaban su mente. Se decía a sí mismo que no volvería a verlos, así que sintió la imperiosa necesidad de despedirse de ellos.
El tráfico de vehículos en el frente era continuo, unos salían y otros entraban. Es por esto que habían instalado una caja de cartón a modo de buzón, para todos aquellos que quisieran enviar alguna carta a sus seres queridos. Diariamente el buzón se vaciaba y las cartas salían en uno de los últimos camiones del día. Tomó papel y lápiz y se dispuso a escribirles él también una carta.
“Queridos padres
Os escribo desde el frente para daros una noticia, una no muy agradable. Si llegáis a leer esta carta significará que habré muerto. Sé que ésta será probablemente la peor carta que recibiréis en la vida, y no puedo ni imaginar la tristeza que os puede causar, pero prefería que os enterarais de mi puño y letra en lugar de hacerlo a través de cualquier patán sin cerebro ni corazón que os cuente las cosas a su manera, o lo que es peor, que nunca lleguéis a saber qué ha sido de mí.
Mis últimas horas las he vivido con una sensación de intranquilidad constante. Apenas he podido dormir. Intento mantenerme ocupado tanto tiempo como sea posible, para de este modo evitar que malos pensamientos vengan a mi cabeza.
Llevo ya casi una semana a la espera. Hasta el momento en el que escribo estas líneas, no he podido comprender aún qué hago aquí y por qué me trajeron. De momento la situación está tranquila, pero no sé cuándo cambiará. No sé si el enemigo estará cerca o no, pero a veces se escucha ruido a lo lejos, por lo que creo que se encontrarán a escasos kilómetros.
Nada más llegar, nos dieron una charla sobre lo que hemos venido a hacer en este lugar. Desde aquel día sólo he oído de labios de los generales palabras como: valor, orgullo, victoria, aplastar al enemigo,… ¡Mentira! ¡Todo mentira! Se comenta que aquí hemos venido a morir por “la causa”, a servir de ejemplo a los demás. Habrá gente a la que eso le reconforte, pero a mí me da igual. ¡Que no os engañe nadie! ¡La guerra nunca está justificada!
¡Ay, lo que daría yo ahora mismo por estar allí en el pueblo! ¡Por no haber oído hablar de esta guerra! ¡Por no haber pisado nunca un campo de batalla! Sin embargo me encuentro aquí, rodeado de desconocidos, la mayoría tan temerosos como yo, pero me siento sólo, muy solo. Porque aquí seremos muchos, pero estamos todos solos.
Hablamos entre nosotros mientras compartimos algún cigarro. Hablamos de nuestra vida anterior, algunos cuentan anécdotas divertidas para relajar el ambiente, otros buscan consuelo. Me he dado cuenta de que cada uno tenemos algún motivo que nos da fuerzas y que nos hace desear volver a casa sanos y salvos. Para algunos es su mujer o su novia. Para otros son sus amigos. Para mí sois vosotros.
Sois las personas que más quiero en este mundo, y por eso quiero daros las gracias por todo lo que habéis hecho por mí, por todo el amor que me habéis dado, por haberme educado bien y por haberme convertido en un buen hombre. Y me gustaría pediros un último favor, y es que no estéis tristes por mi muerte… Alegraos, porque eso significa una cosa: que ya falta un día menos para que esta **** guerra acabe.
Os quiere y os querrá siempre
Vuestro hijo”.
Terminó de escribir, levantó la cabeza y vio al teniente acercarse a ellos. Malas noticias. Eso sólo podía significar una cosa: la tranquilidad había acabado. El oficial les dirigió unas palabras de ánimo para infundir valor en sus corazones, para que lucharan sin descanso hasta el final y para hacerles entender que el sacrificio que estaban a punto de realizar estaba justificado y tendría su eco en la eternidad. Más pamplinas absurdas que ni se molestó en escuchar…
Antes de prepararse, le dio la carta a uno de los compañeros que quedaban de guardia, para que la echara al buzón en caso de que no regresara. Las lágrimas brotaban abundantemente ya de sus ojos, no podía evitarlo. Su compañero se percató de la desesperación que sentía y le dio un abrazo que, por extraño que le pareciera, le hizo sentir mejor. Era la primera vez desde que estaba allí que sentía afecto por parte de alguien. Aunque sólo fuera por un instante, sintió que volvía a pertenecer a este mundo.
El discurso del teniente acabó y todos ocuparon sus puestos. En su mente sólo había una idea que se repetía con fuerza una y otra vez: “volver sano y salvo, volver sano y salvo,…”. Se secó las lágrimas y se dispuso a coger el fusil y a empuñarlo, quién sabe si por última vez, para intentar matar a gente a la que ni siquiera conocía y por un motivo que ni entendía ni le importaba.

ícaro
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:48:22 pm
La montaña siempre concede una segunda oportunidad


Braun dio un traspié y, sin poder hacer nada por evitarlo, se hundió en la nieve virgen. Tenía todos los músculos del cuerpo doloridos, y el agua se filtraba por sus ropas, llegando hasta su piel y quemándola a consecuencia del frío extremo.
Por unos instantes, creyó que no podría seguir caminando. Estuvo tentado de abandonar y dejarse llevar por su suerte. La pena lo embargó de nuevo y no pudo reprimir el sollozo que luchaba por salir desde hacía días. Lloró hasta quedarse sin lágrimas, como no lo había hecho en su vida, sin importarle quién pudiera oírle o verle, porque estaba solo, completamente solo; pero esta vez de verdad.
Hacía dos días que  había dejado atrás a Greil; su compañero de aventuras, camarada y mejor amigo. Sus sollozos y lamentos habían cesado de resonar en la montaña, un amanecer extremadamente frío. Los balbuceos de su compañero seguían repitiéndose sin cesar en su cabeza: había pasado los últimos instantes de su vida llamando a su mujer e hijos hasta el punto de acabar delirando y viéndolos junto a él. Los esfuerzos de Braun por mantenerlo caliente habían sido en vano. Llevaban muchos días a merced del viento y la nieve; muchos más de los que un hombre corriente puede soportar.
Ante el fallecimiento de Greil, el joven e inexperto Braun se vio de lleno sumergido en su peor pesadilla: la soledad. No había palabras para describir el sentimiento de desamparo que la gran montaña causaba; la niebla era tan espesa que solo alcanzaba a ver unos metros delante de él, hallando siempre montañas y más montañas de nieve.
A pesar de no haber llegado a reconocerlo nunca, echaba de menos los ánimos de Greil, acompañados de unas palmadas en la espalda asegurando que todo saldría bien, convencido de que la montaña les daría una segunda oportunidad y que saldrían con vida. Ahora, su única compañía era el viento gélido que, por las noches, le jugaba malas pasadas susurrando su nombre y riéndose de él. El mismo viento que se había llevado la vida de Greil que, igual que él, se había sentido capaz de coronar cualquier montaña. Pero el objetivo de Braun distaba mucho ahora de alcanzar la cima del Everest. Solo deseaba deshacer el camino y encontrarse con un grupo de rescate que hubiera salido en su búsqueda.  Aunque, si sus fuerzas le abandonaban antes de tiempo, anhelaba que su muerte fuese tan dulce como la de Greil, junto a sus seres queridos; junto a su amada Celdra. Necesitaba saber que tenía su perdón antes de morir, no podía partir en paz con aquel sentimiento de culpa. Necesitaba saber que, a pesar de todo, seguía amándole.
No supo cuánto tiempo permaneció así, pero la noche cayó sobre el Everest y Braun seguía tumbado en la nieve que, a esas alturas, ya le había cubierto por completo. Aquella noche no soñó.
Una sensación cálida en la nuca despertó a  Braun por la mañana. El joven abrió los ojos, poco a poco, sin poder creer lo que estaba sucediendo; los rayos de sol se filtraban tímidamente entre las nubes bañando su cuerpo entumecido. Una sensación de paz se apoderó de él, pues hacía muchos días que no veía el sol. Pero entonces, un sonido hizo que su corazón se acelerara, sacándole de su ensueño; la risa atronadora de un hombre resonaba en la montaña. Una risa que Braun reconoció al instante. Sin previo aviso, unos fuertes brazos lo asieron y lo depositaron de pie sobre la nieve. Braun levantó la mirada y las lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras observaba el rostro sonriente de su amigo, al que creía muerto. Éste apoyó una mano en su brazo mientras le decía: ¬
—Recuérdalo Braun, la montaña siempre concede segundas oportunidades.
Sin más dilación rodeó sus hombros, para ayudarle a caminar, y se dirigió hacia una cabaña que la niebla había hecho invisible la noche anterior. La puerta se abrió y muchas caras lo recibieron sonrientes: allí estaban sus seres queridos. El fornido Greil lo acompañó hasta un banco cerca de la lumbre y lo dejó allí, despidiéndose de él con una sonrisa. Los presentes fueron acercándose uno a uno y se sentaron a conversar con él. Braun les abrió su corazón confesándoles aquello que siempre había escondido y reprimido, sincerándose con ellos para descubrir que, a pesar de todo, lo seguían queriendo tal y como era. Cada vez que alguien se levantaba, Braun echaba una ojeada esperanzado, buscando el rostro de su amada Celdra, pero no parecía ser el momento, todavía. Tras despedirse su padre, muerto hacía años, Braun observó unos instantes el alegre crepitar de las llamas. Se sentía feliz y en paz a pesar de que algo, en lo más profundo de su mente, quería advertirle que aquello no era real. Pero prefirió ignorarlo esta vez, atreviéndose a hacer lo que siempre había evitado: desoír la lógica para dejarse llevar por su corazón.
Fue oscureciendo y pocos quedaban ya por acercarse. Lo habían hecho su madre, sus hermanos, sus amigos y todas aquellas personas a las que amaba y que había dañado, a causa de su carácter y su forma de ser. Solo quedaba una mujer en la cabaña. Ésta lo miró desde lejos, sonriéndole, y Braun no quiso dejar de devolverle la sonrisa: algo que tantas veces había reprimido. Celdra se sentó a su lado sin decir nada y se abrazó a él, con fuerza. Ante aquello, Braun lanzó un sollozo y se escondió en su pecho, balbuceando disculpas que emergían de lo más profundo de su alma. Celdra lo tranquilizó, asegurándole que le entendía y que nunca había dejado de quererle, ni dejaría de hacerlo. Fueron pasando las horas y los dos permanecieron abrazados sin necesidad de decir nada. Braun deseaba que aquel momento no terminara jamás, pero el sueño fue apoderándose de él, gradualmente, hasta que tuvo que tumbarse en el banco, recostando la cabeza sobre las rodillas de su mujer. Ésta le aseguró que estaría junto a él hasta el final: que jamás lo abandonaría. No dejó de susurrarle palabras tranquilizadoras mientras le rozaba suavemente el rostro. Poco a poco, su voz fue apagándose, pero sus caricias no cesaron: tal y como había prometido.
Braun se sintió en paz, entonces. En paz consigo mismo y con el mundo. Pero no era una sensación de felicidad como la que cualquiera de nosotros puede sentir cada día, sino algo más puro; una señal indicando que estaba preparado para emprender un viaje sin retorno.
A la mañana siguiente, y tras días de intensa búsqueda, los escaladores perdidos en el Everest fueron hallados muertos. El cadáver del experimentado Greil Mausabun yacía en el interior de una cueva y Braun Tor, su compañero más joven, junto a la cabaña del guarda, no muy lejos del pie de la montaña. Cuando los miembros del equipo de rescate los encontraron, no dieron crédito a sus ojos. La muerte por hipotermia era lenta y dolorosa. A pesar de haber consolado a sus familiares asegurando lo contrario, quienes entendían de aquello sabían que los hombres habrían sufrido. Y eso no cuadraba de ninguna forma con las expresiones de paz y serenidad que mostraban ambos escaladores.
Era un hecho sorprendente que muchos no alcanzaron a comprender. Tan solo  algunos lo hicieron, pero su opinión de viejos chiflados no fue tomada en serio. Éstos estaban plenamente convencidos de que el viaje hacia el más allá de Greil y Braun habría sido cómodo y placentero, pues la montaña no era cruel con los que la respetaban y admiraban. Incluso era capaz de conceder una segunda oportunidad a aquellos que lo desearan con toda su alma.

El dragón lector
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:49:40 pm
Las dificultades actuales, no pueden romper a la pareja

      
   Escribir un relato en estos tiempos de crisis que todo el mundo habla y la sufre, “Crisis”.”Crisis” por abajo y “Crisis” por arriba;  parece pecar de excesivo optimismo;  “porque donde no hay harina todo es mohína”.Y además el tema debe estar relacionado con la pareja; con el hombre y la mujer.
   Pero nunca, debemos olvidar que las grandes gestas de heroísmo se han escrito en las grandes dificultades, que es donde se gestan los grandes héroes. De eso nos pueden hablar nuestros abuelos, nuestros padres—el que tenga la suerte de tenerlos vivos—y yo mismo que soy un abuelo y, estoy viviendo una segunda juventud, más placentera y sosegada que antes, porque nunca han faltado ni faltaran las complicaciones a las personas y a la pareja.
   Los chinos en la traducción de nuestra palabra “Crisis” dan dos significados a la misma: “Conflicto o Dificultad” y “Oportunidad” pero los que deciden libremente andar el mismo camino, sin anillos, ni argollas ni ninguna atadura a la persona, no necesitamos esa segunda oportunidad, porque tenemos un proyecto de vida para desarrollarlo con la persona elegida.
   Muchas gentes desperdiciamos nuestra vida esperando “la gran felicidad”, sin prestar atención a las muchas felicidades más pequeñas que son las que salpican su recorrido en la vida diaria. Tendríamos que vivir cada día como si fuera el último y habría que añadir la recomendación de vivir cada día como si fuéramos a permanecer en la tierra para siempre. Porque el AMOR debe ser la última meta más alta a la que tendríamos que aspirar todas las personas en este mundo.
   Nuestros padres y nosotros mismos, que somos hijos de la guerra, que sufrimos en nuestras propias carnes la carencia de alimentos y la  ausencia algunas veces de nuestro padre que tenía que emigrar a tierras extrañas para poder alimentarnos malamente, y nos vimos abocados a ir al comedor de Auxilio Social y las Cartillas de Racionamiento y, a no tener una ropa de recambio, tener que estarte en la cama para  que la lavaran, ya que era el único sayo que teníamos y así  poder estar con ropa limpia.
   No tuvimos un sitio para jugar, pero sí teníamos nuestro ingenio para crear espacios de felicidad con cualquier cosa, porque sabíamos que las mejores cosas de esta vida son gratuitas. Todavía me vienen a la cabeza los bombardeos, la sirena y refugios; muchas veces comí entre el ruido de las sirenas y los llantos de los heridos de la metralla.
   El ser humano, tiene un gran poder de adaptación y los pobres siempre se han adaptado fácilmente a todo, con sacrificios y resignación, a sabiendas que después de una gran tormenta viene siempre una  gran calma.
   De todo esto nuestros antepasados nos han dado muchos ejemplos y han sabido vencer grandes dificultades, aún mayores que éstas que atravesamos ahora.
   Sabemos que la felicidad no es florero que lo colocas donde uno quiere, pero sí podemos crear en los tiempos difíciles situaciones que mitiguen los malos momentos, e insuflar a la vida un optimismo moderado, para hacer frente al tiempo actual. El vino y el optimismo moderado, le viene siempre bien a la salud.
   La felicidad, no consiste en tener muchas cosas, sino en valorar lo que se tiene. Es sabido lo de aquel sabio frente a un gran escaparate de lujos y muchas cosas que llamaban la atención, cuando dijo: “Ahora al ver todo esto, me doy de cuenta, de lo que no necesito.”
   La generación mía no pudimos ir a la escuela, muchos a una corta edad se ponían a guardar animales y otros iban a casas para desempeñar tareas de mayores, solamente por la comida que les sobraba; otros de aprendices en todas las profesiones que existían, sin cobrar nada, solamente por  aprender un oficio para hacerle luego frente a la vida. Cuando se moría un familiar nos ponían un brazalete negro en el brazo en señal de luto o porque tenían una victima o un muerto en la guerra en uno u otro bando, daba igual.
   Los mayores no se entendían, pero nosotros los chiquillos, jugábamos con todos sin distinguir de colores rojos o azules. Cada vez que hablaban los mayores era de muertos y se odiaban, y entre ellos se fusilaban, pero ellos no se ocupaban de que nos moríamos de hambre,  eso tan importante para nosotros, ellos no le hacían caso.
   La vida, como las palabras tiene varios perfiles, que la realidad es única y que nadie sabe la verdad, ni tampoco como van a cambiar las cosas, sin para bien o para mal.
   Yo no pierdo de vista la realidad de la vida y sus ciclos de bonanza, ni veo al lector ese rostro desconocido que me está leyendo, que me está hablando sin yo poderle responder y quizás no le guste este escrito o no esté de acuerdo con lo que escribo. Siempre cuando se escribe hay que tener presente el destinatario, quién me va a leer y cómo, pero no hay que confundir lo ameno con la ligeraza, la sencillez tiene que tener brillantez para enganchar al posible lector.
Lo que se escribe hoy “son hojas del otoño” que tienden a tener una vida efímera, porque la aspiraciones de la gente humilde  nunca han sido muy grandes.
   Pero quiero y deseo, que la situación de crisis que vivimos no rompa la paz social y crispe a la sociedad, porque afecta a todos los estados, a unos más y a otros menos, pero saldremos de esta crisis fortalecidos, estoy seguro y nos servirá de acicate para valorar  ese tiempo anterior de bonanza.
   Empezaba este relato corto con la palabra crisis que otros llaman dificultades, es igual, pero crisis o dificultades han existido siempre en el mundo, y no faltarán nunca.
   La palabra crisis que algunos la tienen siempre en la boca, crisis espiritual, crisis de valores, de ética, crisis industrial, crisis económica, pero parece que se quiere olvidar la otra crisis del mal trato a la mujer, de género, esa lleva instalada muchos años entre nosotros y no hay forma de erradicarla. Ahí, si quiero poner el acento, porque sería lamentable que la crisis económica se cebara en el matrimonio o la pareja, para acentuarla y que la mujer pagara las consecuencias, los platos rotos. Solamente en el año pasado ha habido más de cuarenta y cinco  mujeres asesinadas, sin contar las que sufren el mal trato diario, en lo que va del 2010 se acerca a esta cantidad. Eso, si es una gran” Crisis” y hay que cortarla de raíz
   No podemos meternos cada uno en su agujero y aislarnos, sino buscar soluciones entre todos para encontrar un remedio a este problema,  aunque resulte difícil, creo que es mucho más fácil que el económico, ya que depende de nosotros mismos  solucionarse, si hay que echar mano a la familia, a los amigos, formar un grupo, aunque sea reducido con los parientes y la familia, incluso en la calle, porque en ella la convivencia es intensa.
   Hay, momentos en la vida en que todos necesitamos palabras de aliento y apoyo que nos ayuden a reflexionar sobre los nuevos desafíos y dar sentido a nuestra vida, mensajes que nos devuelvan la esencia de lo que verdaderamente somos: seres humanos.
   A veces, cuando buscamos repuestas para comprender lo que sucede, estas respuestas aparecen de la forma más inesperada: una conversación casual, un aviso publicitario, un mensaje por correo electrónico, una carta o la oportuna llamada telefónica de alguien que nos quiere y nos anima a seguir adelante.  Es entonces, cuando la palabra  le da sentido a la vida, nos reconforta, nos esclarece y nos ayuda en nuestro camino.
   En  la vida se nos presenta diariamente una serie de complicaciones que la pareja debe afrentar con coraje y valentía, crecerse en las dificultades y hacer frente  a ellas  sin acudir a la desesperación y, al mal trato entre ellos; ya que aunque  los contratiempos sean grandes, el tiempo se encarga de rebajar la tensión y tenemos que ver los problemas de hoy como si fueran viejos, como si hubieran perdido actualidad. Estas reflexiones, pueden ser inspiradoras y ayudarnos a disfrutar de una vida más plena.
   Te invito a recorrer en el recuerdo otras  situaciones iguales o parecidas a
éstas y, tal ver en esos recuerdos encuentres esa repuesta que estás buscando hoy, o ese mensaje de tranquilidad necesario, para no rendirte y seguir confiando en que todo es posible y las cosas que te agobian hoy, tienen solución entre la pareja y el calor de tus hijos.
   Porque a lo largo de nuestra vida, la tuya y la mía, buscamos el modo de realizar nuestros sueños y alcanzar nuestros logros. No podemos entregar la cuchara ante cualquier dificultad, sino crecernos y  luchar para vencer nuestras discordias y defender nuestra paz familiar.
   Las cosas siempre tienen solución por muy difícil que se vean, y nunca hace falta recurrir a las voces y a la mala convivencia, porque la felicidad hay que elaborarla día a día, como vamos haciendo la vida desde que nacemos.
   Aquí, podríamos ilustrarla con la anécdota de mendigo invidente que estaba sentado en la vereda con una gorra a sus pies y un cartel escrito con letras grandes que decía.”Por favor, ayúdeme. Soy ciego.”
   Pasó por allí un creativo publicitario se detuvo y observó que había muy pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso dio la vuelta al cartel, tomó un bolígrafo y escribió otro anuncio. Luego volvió a ponerlo a los pies del ciego y se marchó. Por la tarde el creativo publicitario pasó por el lugar y observó, con beneplácito, que la gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él quien había tomado el cartel, y que había escrito.

   -Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, aunque con otras palabras-, sonrió  y siguió su camino.

El ciego nunca lo supo, pero en el nuevo cartel se podía leer:”HOY ES PRIMAVERA Y YO NO PUEDO VERLA”
   Eso mismo nos pasa a nosotros que tenemos muchas posibilidades de ser felices y no lo vemos, no sabemos  gozar de  los encantos de nuestra tierra y de lo mucho que tenemos nosotros, con lo poco que tienen  otras personas en este mundo.
   Julio Iglesias, tiene una canción “Yo canto a la Vida, yo canto al Amor” buscando la convivencia sin rencor, porque la igualdad no va ni debe ir  contra los hombres, sería un atentado contra la persona. Tampoco se trata de callar al hombre y que piden las mujeres, sino buscar la felicidad, que sin darnos cuenta la llevamos bajo el sombrero.
   Una cosa que más le gusta a mi mujer, a mi pareja, que todos debemos practicar es el gozo que nos ofrece la Naturaleza, como nosotros hicimos ayer tarde, que nos obsequió el tiempo con un tibio sol este loco invierno de frío, mucha agua y algunas veces nieve, que nos trae recuerdos de nuestra juventud, de un pasado remoto, de nuestros primeros bailes, y lo primero que me viene a la memoria, aquel cosquilleo de la sangre, que sentíamos, desde la necesidad del roce de la piel; otras veces con las manos para hacer manitas, buscando siempre el roce que nos producía escalofríos de los sexos, pero siempre con la carabinas o el acompañante, ya que por aquellos tiempos no nos permitían ir solos, y teníamos que aprovechar cualquier ocasión para darle un beso a la novia; eran tiempos de inocencia, de caras coloradas, y primaveras encendidas.
   Luego vinieron otros tiempos, con otras libertades, otras preocupaciones, y otros latidos del corazón.
   Ya hemos paseado un rato, el día va declinando, ya hay poca gente, nuestras manos se entrecruzan con ternura y cariño, que hace más sólida nuestra unión, gracias al tacto de tu mano femenina.
   Ella y yo, queriendo detener el tiempo, el mundo y el AVE de la vida. Así hoy, recuerdo los primeros paseos, como hoy, nos sentábamos aquí, en este mismo banco, a soñar despiertos, a tantearnos, a descubrirnos, siempre bajo la atenta mirada de nuestro acompañante.
   Ahora, volvemos a pasearnos por el mismo sitio y sentarnos donde antes, pero ya no es lo mismo, ya no  es para mirar el mañana, sino para contemplar la historia de nuestras vidas, sus baches y sus caídas, las fatigas con sus  hondonadas y sus charcos.
   Hemos vivido nuestras vidas, y nos hemos comido los años, y los años nos y han dejado nuestros cuerpos un poco deteriorados, “chuchuríos” dirían otros, pero tenemos nuestros recuerdos de que fuimos adolescentes, con mucha fuerza en nuestros sueños, y decidimos compartir el camino, hacer el mismo recorrido, y aquí estamos gozando este día. Nos hemos sentado tras un largo paseo, y volvemos hacer hoy un repaso de una etapa de ese largo camino que es la vida, sabemos que lo han hecho y recorrido también juntos otros muchos, y que recorrerán mientras el mundo sea mundo. Pero con las mismas ganas, que empezamos el primer día, mirando siempre en la misma dirección y estando unidos ya sin apasionamientos, sin esa fogosidad de la juventud y locura, pero con la serenidad y la aceptación de los vaivienes de la vida; prestándonos el apoyo mutuo que hemos conseguido, en esa larga marcha que hace bastante tiempo que emprendimos.
   No queremos ocultarlo, queremos demostrarlo con nuestra actitud tan natural, tan reciproca y compartida, para que sirva de ejemplo a esta sociedad tan dividida y tan crispada en los momentos actuales.
   Queremos dar las gracias al destino, por la dicha de estar juntos y de estar vivos. Y por el simple, sencillo y maravilloso placer de vivir.
   Ya repuestos del esfuerzo y el cansancio, después del largo paseo, de esta tarde suave y maravillosa y habiendo recuperado las fuerzas y relajados, estamos frente a frente, pero hoy te recuerdo con aquellas facciones tan bonitas de nuestra juventud, y se está apoderando de mí una ternura, una ternura de muchos años de convivencia, de experiencia, que se traduce en cariño, confianza y tranquilidad después de muchos años de responsabilidades y prisas compartidas.
   Los dos hemos llevado el trabajo con cansancio y ternura, porque la ternura tiene miles de caras, y muchos más pies, y estos son también ejemplo para vivir y compartir nuestras vidas y que son la mejor manifestación  de confianza.
   Ya hemos consumido muchos años, ya somos mayores, nos duele esto, eso y aquello, ya estamos como el Otoño, con las hojas caídas, pero estamos vivos y tiesos, con arrugas, pero el paso del tiempo también le afecta a las flores y las plantas, pero pronto vendrán otras primaveras con su luz y colorido, que nos harán soñar como en los primeros años nuestros.
   Queremos que nuestro placer de vivir espante el dolor, y que no se nos deshaga entre los dedos, que sea la alegría permanente nuestra, y a ser posible de los demás que nos rodean. Qué  vivir cada día para nosotros sea un placer.
    Hay que mantener la ilusión con los años que tengamos, que no se instale en nosotros la rutina; la prensa nos habla diariamente de personas que tienen cerca de 80 años y desarrollan diariamente una labor digna del mayor elogio y mantienen las mismas ganas; tenemos ejemplos recientes, como a José Saramago que a sus 74 años le dieron el Nóbel de Literatura, a Toni Lebranc, que con la disminución física hace su papel en “Cuéntame como Pasó” y a la gordita María Galiana, que después de jubilarse como profesora ha descubierto su faceta de artista.
   Hay muchas personas jóvenes que parecen viejas y viejos que parecen  jóvenes, eso depende de que quieras mantenerte activo. Todos los mayores somos un valor activo, que la sociedad debe aprovechar sus  conocimientos  para transmitir  los oficios y las tradiciones para que no se pierdan. La “Crisis “no se puede llevar por delante la paz, la  serenidad, la experiencia y la alegría, ni esconder tampoco la risa. Tenemos que ser valientes, luchar con tenacidad y ganas de superación, y decirle a todos los que nos hablen de la dichosa “Crisis”.

Que no me quiero enterar,
No me lo cuentes, vecina,
Prefiero vivir soñando
Que conocer la realidad.


                     Jalcasa.

Juan Álvaro
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:50:55 pm
Mientras atardecía


Los últimos rayos de luz se escurrían sinuosamente por debajo del cierre semi echado del bar. No necesitaba mirar las oscuras caras de los presentes, podía sentir sus asustados ojos en mi espalda. Parece ser que el único que no tenia miedo era yo. Con una simple mirada fugaz al camarero, su temblorosa mano alzó la botella de Jack Daniel´s hasta rellenar por cuarta vez el vaso que descansaba en la barra a escasos centímetros de mi mano izquierda. ¿O era la quinta vez? “No es necesario que te asustes”, le dije con una tranquilidad impropia de mí. Ni siquiera fue capaz de mirarme. Con cada palabra que pronunciaba podía sentir como crecía el miedo de los que allí me acompañaban. A veces podía sentir, o al menos eso creía, como el silencio era brutalmente interrumpido por acelerados latidos del corazón de alguno de estos pobres infelices. ¿O acaso son ellos los felices? Sí, eso tiene bastante más sentido.
Una mujer de unos treinta y cinco años, que se encontraba agazapada contra la máquina de tabaco, sujetaba con firmeza la cabeza de su pequeña contra el pecho, sumida en un sollozo mudo pero incesante mientras parecía contemplar, obnubilada, el techo de la habitación. Por momentos sentía la extraña necesidad de consolar de alguna manera a esa mujer. Decirle que todo iría bien. Que iba a poder seguir disfrutando de su pequeña. Sin embargo, ¿Para qué mentir? Nada va a salir bien. De hecho nada salió bien, por lo que ahora mismo ese nada ya no tiene solución ni sentido.
Es extraño. Y no es propio de mí. De todos los que allí se encontraban en el bar, seis o siete más el inmóvil camarero, pálidos y afásicos como muertos en vida, solo uno fue capaz de captar mi atención y por tanto imagino que interesarme. Fue aquel joven ciego. Probablemente estuviera igual de asustado que los demás pero...joder, ¡**** sollozo! No puedo ver así a una mujer. “Deja de preocuparte, dentro de poco podrás salir de aquí con tu hija” le dije. “Todo va a salir bien”, proseguí. Mientras mentía a esa mujer aproveché para tantear con mi mano izquierda el bolsillo interior de mi chaqueta en busca del mechero. Tras buscarlo en tres de los cuatro bolsillos de la americana, conseguí finalmente atraparlo en el último de ellos, y con un suave chasquido encendí el cigarrillo que reposaba entre mis labios. Me encanta la primera calada de un cigarro. Pero tengo que dejarlo...bueno, más bien debería haberlo dejado. Aunque ahora ya no importa. En ese momento, comenzó a sonar a través del hilo musical “Grace” de Jeff Buckley. Siempre me gustó esa canción.
Ese chaval... “Oye tu...el ciego, ¿Como te llamas?”. “D...d...Diego”. Diego. Diego. “¿Crees que ser ciego es un castigo Diego?”. El chico pareció sorprenderse ante esta pregunta. Abrió la boca para contestar pero no logró expulsar sonido alguno. Sus cuerdas vocales se habían helado fruto del pavor que le inundaba. “Acaso no crees que es mayor castigo amar lo perdido o no poder dejar de pensar en el olvido. Querer tocar, acariciar, besar... y sin embargo no poder ni respirar. Querer oír de nuevo esas palabras que una vez te susurró al oído y que hicieron estallar tu corazón en un mar de llamas de las que ahora solamente quedan tristes e inertes cenizas”. Una lágrima comenzó a deslizarse suave pero incansablemente por mi mejilla. “Eso sí es un castigo Diego”.
Lentamente, con un movimiento parsimonioso, casi enervante, fui levantando la mano derecha en la que sujetaba un revolver desde antes de lo que puedo recordar hasta que con el cañón logré acariciar el hueso temporal derecho de mi cabeza. Los últimos compases de “Grace” se mezclaban en el aire con el humo de mi cigarro. Y cerré los ojos un instante. Y allí estaba ella de nuevo, esquiva e inalcanzable. Y por un momento volví a ser...feliz. E, intentando que esa imagen me acompañara por siempre, concentré todos mis esfuerzos en poner fin a este sufrimiento apretando el gatillo.

El último romántico
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:51:56 pm
El nieto


En el interior de una pequeña habitación, sobre el fondo, contra un rinconcito que daba cobijo a la humedad trasluciendo bellas obras de arte con aroma a pobreza, se encontraba el mayor tesoro que alguien podría encontrar
Arrinconado, aislado, estaba el himno a la protección, es decir esa cosa material que representa algo puramente vivo, como es en este caso el recuerdo de su abuela.

Ese pedacito de trapo ya oscuro como las manchas que adornan la pared, con unas flores armónicamente bordeadas, ese bordeado que incita pasar el dedo suavemente una y otra vez como si poseyeramos una medalla de oro en nuestras manos, en un intento de acariciar la calidez humana que hay detrás. Ese pedacito de trapo que supo hacer de conciliador de sueño, ese camisón con olor a su abuela que buscaba en las noches cuando su mano en ese entonces solo podía ser capaz de sostener el sueño. Estaba allí, aún estaba allí, como esas buenas cosas que esperan en su lugar de origen, como un enamorado experto y cansado volvería a su primer amor , en esa habitación oscura, ahora completamente abandonada, el pedacito de trapo esperaba.

Julio se arrimo lentamente sobre el suelo, como si avanzar lentamente fuera la mejor manera de cuidar que nada cambie de lugar por un absurdo imprevisto, o tal vez porque había pasado tanto tiempo que había dejado de lado el recuerdo que ahora necesitase mas espacio para venir, más espacio de la distancia a la que ahora se encontraban, que seria un metro, o mas precisamente y como realmente importa unos tres pasos, que hace unos setenta años atrás hubieran sido muchos más, aunque igual de torpes, dado a la firmeza del equilibrio que se gana y se pierde a través de los años.
Ahora estaba ante su cobijo, su canción de cuna, el recuerdo de su abuela, su piel de hoja seca, su sonrisa de sol, y sus ojos húmedos de invierno, celestes o grises tal vez.
El amor, la paciencia...su abuela. Abuela de pocas palabras, solo las justas, solo las que su alma necesitaba en su momento para sentir que era comprendido, solo las que necesitaba ahora para marcharse, y así, sosteniendo el camisón es sus manos temblorosas, sonrío por ultima vez quizás, pero de la mejor manera, el nieto.

María Bet
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:52:55 pm
Al otro lado


El amor puede surgir de muchas maneras, adoptar infinitas formas. Puede ser la cristalización de una larga amistad, ¿por qué no? o acaso un incendio repentino provocado por un cruce de miradas, o por la simple primera visión del ser - el que será - amado desde ese instante. Este es mi caso.
Un buen día apareció y ya no pude apartar mis ojos de ella. Nunca intercambiamos una palabra. Soy un hombre lleno de obsesiones, de miedos, creedme, es difícil imaginar cuántos, así que me limité a contemplarla una y otra vez, y seguí haciéndolo a escondidas durante meses. Era mi fijación silenciosa.
Ella me correspondía a su manera, o al menos ese era el espejismo con que yo, pobre, me daba por satisfecho. Apenas me había formado una imagen suya y ya la había idealizado sobre los débiles cimientos de mi ingenuidad. ¿Quién sabe? Acaso al conocerla en persona habría perdido todo el encanto.
Sin embargo, existía un obstáculo entre nosotros. La persiana de la habitación. Odiosa barrera que separaba nuestros mundos. Yo siempre a un lado, ella siempre al otro, dentro de su marco, como un óleo que sólo permite ser admirado pero ¡ay! del que ose tocarlo. Cómo llegué a aborrecer esa persiana ciega, que me impedía mirarla a gusto, ver qué hacía, cómo se encontraba, con quién hablaba. Cuando caminaba por la calle, solía mirar hacia arriba y ahí estaba la persiana que alejaba su vida de la mía.  Cerrada a cal y canto, o como mucho entreabierta, pero siempre sin permitirme ver sus luces, sus imágenes. Salvo por pequeños momentos de claridad, dentro de la habitación, sellada esta por las persianas, habitaba un deseo secreto. Pero, sí, ella sabía bien que la observaba.
Cuando la persiana se encontraba echada hasta abajo yo gustaba de crear fantasías con esa mujer que había al otro lado. Veía su cuerpo en la habitación oscura, intuía su silueta de formas irresistibles. La imaginaba en su habitación tumbada en la cama, a sus cosas; esperaba a que la barrera se abriera hasta la mitad y me dejara vislumbrar al menos un poco de lo que hacía, sentada con un libro, o moviéndose, o de pie con el teléfono, o esperando a alguien, siempre bien vestida, siempre guardando la compostura. Hablaba con gente, a veces se veía a otras personas junto a ella. Intentaban aprovecharse, seguro.
¿Reparaba en mi presencia, en que la vigilaba desde la distancia? Quiero creer que sí, pues a veces quería distinguir sus ojos bien abiertos por entre las rendijas, mirando hacia mi posición. Pero aquella persiana era el símbolo de su inaccesibilidad.
Una mañana (recuerdo aquel viento helado y feroz) la persiana se abrió casi por completo, pero ella no estaba. Fue, supongo, mi única oportunidad de admirarla en su completo esplendor, y la perdí. Hay más ventanas en la casa, desde luego, pero pertenecen a otras habitaciones, dan a otras calles y recovecos, y a ella nunca la he podido encontrar ahí. Tras aquel nuevo fracaso me volví a esconder, y no he podido superarlo hasta hoy.
A este lado yo, en mi páramo, mi mundo frío y hostil; al otro lado ella en el suyo, alegre, pequeño, acogedor.
Maldita sea esta persiana, mi persiana, mi habitación...
Apenas me quedan fuerzas ya para abrirla… ¡Si al menos me hubiese atrevido a salir alguna vez de aquí!

Vincent Moon
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:56:54 pm
Los "osos problema"

 
(http://img88.imageshack.us/img88/5128/sinttulo1uma.jpg)

(Ilustración 1)
 
Por si en el transcurso de mi fantástico viaje en trineo por la bahía de Hudson tenía la mala suerte de toparme con un feroz oso polar (Ursus maritimus), un oso pardo (Ursus arctos horribilis) o un oso negro (Ursus americanus), en la oficina de turismo de Montreal un amable funcionario me entregó la guía “Prevención contra los ataques de animales; forma oficial de proceder en cada caso”. Mientras me servía diligente la segunda tortita con Trempettes, el amable funcionario canadiense me reveló que aunque los ataques de oso eran muy habituales en aquella época del año no tenía por qué preocuparme, pues los osos eran animales nobles y Canadá un hermoso y gran país. Brindamos por ello y salí pitando hacia el aeropuerto.
La avioneta que había contratado tardaría cuatro horas en llegar a Churchill, lugar donde había decidió comenzar mi fantástico recorrido, así que aproveché el trayecto para ojear la voluminosa guía. Ésta empezaba recomendando al turista que por nada del mundo dejara de visitar los increíbles géiseres y los glaciares Estuardo - Precio de la entrada: 25 dólares canadienses-. Después había una serie de recomendaciones gastronómicas (como las Tremppetes) y hoteleras (sobre todo en St. Paul, Winnipeg, etcétera) que eran muy interesantes pero que ojeé sin prestar mucha atención porque mi idea era dormir y cocinar al raso.
La segunda parte de la guía constaba de una serie de recomendaciones generales (servían para cualquier tipo de oso e incluso para zorros, lobos o armadillos) y de carácter preventivo. En primer lugar las autoridades recomendaban no guardar comida o basura en envases que no fueran herméticos, ya que su olor podía atraer a numerosos animalillos. Tampoco era aconsejable salir de la tienda durante la noche o para hacer la siesta. A ser posible, recomendaban viajar por los bosques canadienses en grupo, conversando en voz alta o cantando. Armar alboroto era todavía más importante si se viajaba en solitario. Si ése era el caso recomendaban introducir piedras en una lata vacía y llevarla colgada al cuello como sonajero. También aconsejaban silbar, hablar con uno mismo o llevar la radio o el equipo de música a todo trapo. Ante semejante escándalo, las autoridades aseguraban que el 99% de bichos huía a toda velocidad. Sin embargo, eran frecuentes los encuentros inesperados, bien porque el oso era sordo o estaba dormido o bien porque andaba distraído jugando con sus cachorros. Según la estadística estos encuentros eran especialmente incómodos, por lo que si el turista se encontraba en esa situación era muy importante que mantuviera la calma y siguiera al pie de la letra las recomendaciones incluidas en la tercera parte de la guía.
Lo primero que el turista debía hacer en estos casos era reconocer a qué especie pertenecía el oso, pues según el tipo de oso las recomendaciones podían variar sustancialmente. Con el oso polar y con el oso negro no había ningún problema: el oso polar es blanco y el oso negro es negro, aunque entre los osos negros existían «osos canela» que podían confundirse con el oso pardo. La mejor opción según el folleto era poner en práctica algunos conocimientos de zoología y de taxonomía animal. Entre las diferentes opciones la que parecía más adecuada era fijarse en su tamaño corporal y en su nariz: el oso pardo o grizzli es más grande que un oso negro y tiene la cara aplanada y la nariz afilada (ilustración 1). El oso negro, además de más pequeño, tiene la nariz más abultada.
Cuando el turista tenía al oso perfectamente identificado, la siguiente norma recomendaba vencer el pánico inicial y no echar a correr. El significado de la, a primera vista, insensata recomendación partía de la constatación de que cualquier oso corre mucho más que cualquier turista (pueden alcanzar los 55 km/h, algo menos que un caballo), por lo que era absurdo salir pitando. Además, un estudio realizado por el prestigioso doctor Xandrí advertía que obligar al oso a correr era una de las cosas que más lo cabreaba, por lo que concluía que a mayor velocidad del turista mayor era el cabreo del oso. La ecuación que ilustraba este hecho tenía en cuenta las dos variables: la velocidad del turista (Vt) y el cabreo del oso (Co)
Vt = Co   
Como la relación entre la velocidad del turista y el cabreo del oso es lineal: esto es, si el turista corre el doble (o el triple), el cabreo del oso pasará a ser el doble (o el triple), pasamos a:
Vt=k*Co (donde k es una constante)
Y :
Vt=e^Co (esto es e elevado a Co)
Por tanto:
       Vt=k*e^Co
Si bien la guía recomendaba subirse a un árbol, el turista debía tener en cuenta varias opciones: el árbol debía de ser grueso y alto, ya que el oso podía troncharlo; si el atacante era un oso pardo había que trepar a más de cuatro metros, no se sabe si porque tienen vértigo o porque les es imposible mirar más arriba. En cambio, si el atacante era un oso negro no era recomendable encolomarse a ningún árbol porque el oso negro es un gran trepador. Y como los osos no se marean, tampoco recomendaban dar vueltas al árbol como un energúmeno.
          Una vez que el turista había conseguido reprimir el pánico sin salir despavorido, y con el oso junto a él, la segunda norma aconsejaba tirarse al suelo y adoptar la posición fetal. Esta curiosa y original defensa estaba avalada por numerosos experimentos realizados con osos y turistas. Los tantos por ciento variaban según los tipos de turista, que iban desde maoríes hasta sicilianos, y según el tipo de oso, en este caso blanco o pardo, pero más o menos los resultados eran parecidos: alrededor del 60% de los osos estudiados mordisquearon durante un rato al turista y luego se marcharon o se echaron a dormir, frente al 34% que lo devoraron brutalmente. Sólo el 5% de osos se mostró indeciso. El 1% restante (todos ellos osos pardos) se acercaron a soplarles en las orejas. El estudio también aseguraba que las probabilidades de sobrevivir aumentaban hasta el 80% si el turista le susurraba cosas bonitas y dulces al oso. Las expresiones recomendadas eran “osito bueno”, con un 45% de aceptación (por parte del oso polar), y “osito guapo”, con un 38% (para el oso pardo).
Ahora bien, si el atacante era un oso negro bajo ningún concepto había que hacerse el muerto, pues estos osos son animales carroñeros que adoran una comida fácil. Según un estudio del Instituto de Psicología Animal de la Universidad de Montreal (MUIPS), el 98% de osos negros se habían sentado sobre el pecho o la espalda del turista (a veces durante horas) a la espera de que llegara algún compañero para compartir el festín.
Y como último recurso, si el oso atacaba la guía recomendaba pelear. Había entonces que tomar una actitud agresiva y retadora, gritando y haciendo uso de cualquier arma que se tuviera a mano, como palos o latas de Coca-Cola. En tal caso era improbable que se sobreviviera al ataque, pero según varios veterinarios se habían dado casos en los que durante la agresión el oso había muerto de un ataque al corazón.
            Las páginas finales de la guía incluían un póster a color de un osezno de oso polar jugando en la nieve y un silbato de plástico, esto último sin especificar bien para qué.           

Lamentablemente, tengo la impresión de que el oso que me acaba de atacar diez minutos después de haber comenzado mi fantástico viaje en trineo alrededor de la bahía de Hudson debe de proceder de Alaska, territorio de los Estados Unidos de América, porque nada más detener el trineo para ajustarme el gorro el bicho ha salido entusiasmado desde detrás de un matorral y se ha abalanzado famélico sobre mí. Ni el Smells Like Teen Spirit de Nirvana que atronaba por los tres altavoces incorporados al trineo ni la inmovilidad absoluta que he mantenido en todo momento ha impedido que me arrancara el brazo de un zarpazo. Sin embargo, he conseguido mantener la calma y, pese al insufrible dolor (y, todo hay que decirlo, a que el oso estaba algo roñoso), he logrado identificarlo. Se trata sin duda de un oso polar.
La perfecta posición fetal que he adoptado entonces de inmediato tampoco ha conseguido apaciguar a la bestia lo más mínimo, igual que el montón de palabras bonitas y dulces que le he susurrado cuando me ha hincado el diente. El póster a color del adorable osezno jugando en la nieve que he logrado desplegar mientras me despellejaba vivo tampoco ha parecido amansarlo (ni despertar en él el más mínimo instinto maternal), y mucho menos que le haya pitado al oído con el silbato de plástico repetidas veces, acción que para colmo ha atraído a más plantígrados: dos osos pardos, tres osos negros (uno quizá es un oso pardo joven) y otros dos osos polares.
Mi última opción es pelear, pero como tengo sentados encima a dos osos negros después de un esfuerzo titánico sólo he logrado pellizcarle en el labio a uno de los osos pardos que me estaba soplando en la oreja y darle una patada a una piña… o les da a todos un ataque al corazón o dudo que pueda fotografiar los increíbles géiseres y los glaciares Estuardo.

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  La interacción entre osos y humanos ha llevado a la creación de los llamados "osos problema", osos que se han acostumbrado a la presencia humana, sobretodo de turistas.   
   Fuente Wikipedia:
A : cabeza de un oso blanco
B : pata delantera   C : pata trasera
D : cabeza de un oso pardo
E : pata delantera   F : pata trasera
G : cabeza de un oso negro   H : pata delantera   I : pata trasera

Enano lácteo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 18, 2012, 15:58:33 pm
Tierra santa


-No, esta noche no duermo en casa me quedo en el hospital…si, pero es que no me gusta que se quede mi hermana, ya sabes como es…mira, no voy a discutir eso ahora, ella está casada, la niña, el trabajo, el marido...si,si,si, lo sé, lo sé Joaquín, pero es que no puedo…mi madre se está muriendo, cojones, deja de pensar en ti por una **** vez en la vida…Oye, mira, lo siento, es que estoy muy nerviosa…lo siento…si, sé que tú también lo sientes…no te preocupes….Si. Salgo ahora, ya te avisaré cuando llegue…Si…sabes que yo también. Venga, adiós.
Colgué el teléfono con un suspiro y lo guardé en el bolsillo exterior del bolso.  Estaba lista para salir. En baúl de la entrada, hice una parada para coger las llaves que estaban, como siempre en la cestita verde. Me miré al espejo que había justo delante y éste me devolvió una imagen bastante desagradable. A penas si me había peinado. Llevaba una coleta baja recogida con una gomilla roja. Las ojeras estaban empezando a tomar un color indefinible, verdesmarrones. Me había puesto un pantalón negro, ancho y fresco, chanclas de cuero y una camiseta negra también. Al menos tuve el detalle de adornarme el pecho con un collar rojo. En el espejo, una foto de mis padres colgaba suicida de una de las esquinas. La miré de lejos, pero no la cogí. Me quité las gafas para limpiarlas. Una lágrima estuvo a punto de salir pero la retuve. Me giré y salí, cerrando la puerta con ganas. Mientras echaba la llave, en  la acera me encontré a la vecina.
-Ay, Rosario, ¿cómo está tu madre, hija? Es que no te veo por aquí y no sé nunca a qué hora pasarme por tu casa, para no molestarte.
-Bien, Carmen, bien.
-¿Vas ahora para el Hospital? Tengo aquí una cosita que me gustaría darte, para que se la des a ella, sé que le haría ilusión.
-Ahora no puedo entretenerme, Carmen. Como me retrase más, me quedo sin aparcamiento.
-Ay, hija, si es solo un segundo.
-Bueno, pero dese prisa, por favor. – Encendí un cigarro.
Carmen entra en su casa y antes de que le de tiempo a volverse a quitar las gafas para volver a limpiarlas, ya está allí de nuevo, en el marco de la puerta.
-Toma, hija, es un poco de arena de Tierra Santa. Tu madre iba a venir al viaje pero ya estaba muy malita y no se atrevió. Se la traje a escondidas. Toma también esta estampita. Es una vista de Jerusalén. ¿Te gusta? – No contesté – Yo sé que tú no eres mucho de estas cosas…pero a ella le gustará.
Cogí las cosas y las metí en el bolso.
-Gracias Carmen, ahora me tengo que ir.
-Ay, quiera Dios que la tengamos pronto aquí. La echo mucho de menos, ¿sabes? Son muchos años viviendo juntas, ya sabes, las dos enviudamos tan jóvenes…- Empezó a llorar.
- Me tengo que ir, Carmen. Se las daré.
Me di la vuelta sin dejar que terminara de hablar. Eran las ocho de la mañana. La calle estaba ya hirviendo, como si el frescor de la noche pasada hubiera solo sido un sueño, uno muy lejano. Crucé la calle para ir al estanco, salí rápido, sin dejar que nadie tuviera ocasión de preguntarme por mi madre, pero en la puerta me topé de bruces con José.
-Rosario, hija. ¿Cómo está tu madre? Quiero ir a verla pero me ha dicho Carmen que está muy débil y no quiero molestarla. Pero me acuerdo mucho de ella, sobre todo por las noches. Siempre nos sentábamos todos en tu puerta, a tomar el fresco, y ella siempre nos animaba a todos, con sus chistes. – Sacó un pañuelo de tela del bolsillo con una mano mientras con la otra se subió las gafas para secarse las lágrimas. Se le cayó el bastón. Lo recogí.
- José, tengo mucha prisa.
-Ay, niña, es que ya somos pocos y ella…bueno, tú sabes que yo por ella siempre he tenido una debilidad. – Empezó a gimotear. Un hombre mayor, con gafas, llorando. Lo dejé con la palabra en la boca.
-José, tengo que irme, como llegue más tarde me quedo sin aparcamiento.
Lo dejé allí, en la acera, llorando. Llegué al coche y me subí. Puse la radio  sin ponerme el cinturón ni mirar salí del aparcamiento. Un coche que venía bastante rápido dio un frenazo inesperado dada mi diligencia y empezó a tocar el claxon enfurecido. No le hice caso y salí de mi calle.
Las noticias hablaban de economía, de primas de riesgo, de puntos, de valoraciones, de quiebras, de paro. Al menos eso creo, porque no conseguía escuchar nada. Cambié el dial. Radiolé. La canción favorita de mi madre empezó a sonar. Cambié rápido el dial y volví a los problemas económicos.
Tardé menos de lo habitual en llegar al hospital pero fumé como si hubiera conducido 500 km. Era muy extraño, porque no había casi tráfico. Al llegar al hospital me enteré de que era fiesta, el día del Corpus, creo. Me lo dijo la chica de recepción al llegar. No sé qué le hizo suponer que me importaba.
   Las personas enfermas no entienden de días de fiesta-, dije. La dejé con la palabra en la boca.
Me encaminé hacia el ascensor. Se abrieron tres a la vez. Elegí el que iba vacío. Al llegar a la cuarta planta. El olor me revolvió el estómago y recordé que no había desayunado. Busqué la habitación 432. La puerta estaba cerrada. Eso significaba que los médicos ya habían entrado. Las charlas con los vecinos consiguieron su objetivo, que yo llegara tarde. Empecé a pasear por el pasillo y el olor a café me llevó hasta el final del ala, justo delante de una entrada restringida. Allí estaba mi hermana, con su marido, tomándose una tila. Cuando me vió, se echó corriendo a mis brazos.
-¡¡Ay, Rosario, Rosario!! Que mamá está muy malita.- Empezó a moquear automáticamente. Su llanto no tenía ningún tipo de proceso in crescendo. Yo no sé qué vamos a hacer, Rosario. ¡Qué pena tan grande!
-Bueno Lucía, relájate.- Intenté calmarla, apartándola, sin mucho éxito, porque mis palabras solo consiguieron ponerla peor.
-¿Que me relaje? – Gritó - ¿Que me relaje?- insistió- ¿Tú sabes la noche que hemos pasado? ¿Tú sabes la noche que hemos pasado, eh?, ¿lo sabes?
Supuse que el hecho de que repitiera la misma pregunta tres veces era porque pensaba que no, que no sabía el tipo de noche que se pasaba en un hospital con una enferma terminal de cáncer de páncreas. Pero sí que lo sabía, claro que sí. Mi padre murió de lo mismo, solo que ella era aún  muy pequeña y no se enteró de nada.
-Lucía, por favor…-intenté calmarla, de nuevo, sin éxito.
-Ni Lucía ni nada, ****. Que parece que no te enteras. ¡Mamá se está muriendo, Rosario! ¡Se está muriendo! ¿Y tú me dices que me relaje? ¿No tienes corazón o qué?
-Necesito un café.- Fui hacia la máquina pero cuando abrí la cartera, descubrí que no tenía cambio. –Julián, ¿me dejas 40 céntimos?
Lucía me miró, como quien mira al mismo diablo y se fue.
-Desde luego, Rosario, eres increíble.
Nos quedamos mirándonos unos segundos. Interminables.
-¿Tienes o no?- Insistí.
-Toma 50.
- Gracias.
-De nada.
Se fue. El pasillo estaba lleno de familiares que esperaban tras las puertas cerradas a que los médicos salieran con sus promesas de mejora o sus noticias de muerte. Saqué el café. Cortado sin azúcar. Me senté en una silla de plástico verde. Estaba aún caliente. Julián había estado sentado allí. Me quité las chanclas para sentir el frescor del suelo en las plantas de los pies. Saqué el móvil y empecé a leer las noticias. Un grito ahogado inundó el pasillo. El paciente de la 438 había firmado el finiquito. Guardé el móvil y fui en busca de mi hermana. La encontré abrazada a Julián.
La puerta de la habitación de mi madre seguía cerrada. De repente, del ascensor empezaron a salir señoras con bandejas. Iban a repartir los desayunos. Mi madre llevaba ya varias semanas siendo alimentada por una sonda.  A mi madre y a mi nos encantaba desayunar en el patio. Tostadas con aceite, papochas, como las llamamos allí. El olor del pan me recordó que no había desayunado.
-Me muero de hambre. –dije.
-¿No has desayunado?- preguntó Julián.
- No, no me ha dado tiempo.
- La otra noche tampoco cenaste. Hemos visto el bocadillo en la papelera de la habitación. –Dijo mi hermana  mirándome fijamente sin mirar.
- Si, bueno…lo siento. No es que no me gustara es que mamá pasó una mala noche, estuvo hablando mucho, muy inquieta. Bueno, ya lo sabes, lo que te dije.
- No, no me dijiste nada.- No, no se lo había dicho. Ahora tendría que dar explicaciones. -¿Qué pasó?
-Nada, bueno, ya sabes, con la morfina…le subieron la dosis, porque sufrió una angina de pecho y …
-¿Una angina de pecho? ¿Y no me llamaste? – Caja de pandora abierta.- ¿Y te quedas tan tranquila, Rosario? Es que, eres increíble, de verdad yo no entiendo de qué **** vas.
- Lucia, cálmate. –Julián, le susurró algo al oído.
-Puedes compartir lo que quieras conmigo, Julián, somos todos familia, ¿no?- dije yo, mirando fijamente al café, ya frío.  Lucía empezó a llorar, otra vez.
-Mira Rosario, yo no quiero saber nada, no me quiero meter en vuestras cosas pero tu madre…
-Tú lo has dicho, es mi madre, no la tuya.
-Pero también es la mía, cojones, Rosario. –Lucía moqueaba ya como una niña de 7siete años.
-Mira, voy a irme a desayunar. No aguanto el olor de este pasillo y tengo ganas de vomitar.
-¿No vas a esperar, por lo menos, a que salga el médico?
No contesté.  - Carmen me ha dado esto para mamá.- Le dí la estampita y la botellita de arena. –José también me da recuerdos. Se ha puesto a llorar nada más verme.
-Es que José quiere mucho a mamá. Todos la quieren, todos la echan de menos. Ni si quiera quieren salir a sentarse en la puerta, a tomar el fresco, como llevan haciendo toda la vida.
-No ha hecho mucho calor, de todas formas. Este verano está siendo raro.
- ¿Eres de piedra, Rosario?- preguntó mi hermana.
- No, soy humana. Por eso tengo hambre. Llevo el móvil, saldré del hospital, no me gusta el pan de las tostadas de aquí. Llámame en cuanto sepas algo.
- No te entiendo. – Dijo Lucía, con la mirada perdida.
-Que no desayunaré aquí, que si tardo, es por eso.
-Te ha oído. – Apostilló Julián. –Espero que te arrepientas de tu actitud.- Doble apostilla.
- Te sentaría bien una tostada a ti también, Julián. Hasta luego.
-Tiré el café en la primera papelera que me encontré. El pasillo estaba lleno de carros con bandejas vacías, llenas, medio llenas, medio vacías. Las señoras de la limpieza cargaban bolsas de basura, arrastrándolas por el pasillo. A través del color verde podía ver gasas ensangrentadas. Mi respiración empezó acelerarse. Tenía la garganta seca. Entré en el ascensor sin saludar. Salí de él sin despedirme y empujando al médico que se había quedado como hipnotizado mirando los números que indicaban las plantas. No me disculpé. Atravesé corriendo el hall del hospital y llegué a la calle. El calor era insoportable. Miré a un lado y a otro, buscando un banco vacío. Me senté y encendí un cigarro. Luego otro. Otro. No sé cuántos fumé. El teléfono sonó. Era mi hermana. Lo miré fijamente durante unos segundos. Dejó de sonar. Delante de mí vi salir y entrar mucha gente en el Hospital. Unos iban riéndose, con globos que felicitaban por el nacimiento de un nuevo miembro. Otros, con maletines, ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Gente coja, en silla de ruedas, gente llorando, viudas de negro, niños asustados, madres protectoras. Médicos fumando en la puerta. Ambulancias que devuelven a pobres ancianos a sus rincones de soledad. Monjas con hábitos imposibles acompañando a alguna anciana. Amigos esperando el nacimiento del primer hijo de la pandilla. El teléfono volvió a sonar. Era Julián. Lo dejé sonar. Encendí otro cigarro. Mi hermana volvió a llamar.
- ¿Si?
-Rosario…-gimoteo.- Rosario, Rosario…
-¿Si? No oigo nada. ¿Quién es?
-Rosario, mamá…mamá…
-Mire, no s quién es. No oigo nada. Creo que se ha equivocado.
Colgué. EL estómago me rugía como nunca. Me levanté del banco, apagué el cigarro en la papelera, apagué el teléfono y salí del hospital.
-¡Hombre Rosario!
-¿Qué pasa, Martin?
-Pues nada, aquí, en la lucha. ¿Lo de siempre?
- Si por favor, ¡tengo un hambre!
- Oye, ¿te queda mucho para terminar el trabajo por aquí? Me dijiste que estarías con una suplencia de un par de semanas, y llevas ya tres meses con nosotros. Qué buena suerte, ¿no? Aunque hay que ver, que no te hemos visto ni un día vestida de médico, ¡****! ¡Con lo bien que tiene que sentarte a ti la bata!
-No, ya no me queda mucho. De hecho, creo que hoy será mi último día.
-Vaya hombre, ¿no me digas?
El bar estaba lleno de miradas perdidas, manos que movían infinitamente cafés cortados y negros, paquetes de pañuelos vacíos. Era como un muro de las lamentaciones, como el de Tierra Santa. Como el que mi madre nunca llegaría a ver.

María
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:48:24 pm
Bucles


Nunca había tenido la inquietante sensación de que se estaba equivocando ya desde el primer momento en el que le asaltó la duda; sabía que iba a hacer algo que le iba a comprometer hasta el último pelo, pero nunca hasta aquella tarde (en la que, con el fin de hacer tiempo y calmar los nervios, ya había dado buena cuenta de 3 bolsas de gominolas y 2 revistas insustanciales) había tenido la absoluta certeza de que se dirigía a cometer una barbaridad y de que no estaba rectificando rumbo.
"Dindondín, pasajeros del vuelo 75621 con destino La Boca de Lobo embarquen por puerta F", y ya había cometido el mayor error de su vida. Y lo sabía de antemano. Y, sin embargo, caminaba hacia aquel camino oscuro y aciago, sin saber muy bien por qué. Caminaba porque la inercia la empujaba, caminaba porque ya iban tres veces que aguantaba y ya no podía más, caminaba porque los árboles en Madrid no huelen a árbol, caminaba porque los sueños y la realidad nunca habían estado tan difuminados. Porque la vida, como aquellas patatas que venían en una lata verde, tenía instantes de los que no se puede escapar y de los que siempre se quiere repetir. No era el destino, era una sentencia impuesta desde el primer momento como condición, y ya está. Punto y seguido, y seguido, y seguido...
Subió al avión y se perdió en un mar de tiempo inexacto, suspendido entre el cielo y el suelo, sin más que hacer que dejar la mente vagar por donde quisiera perderse. Cuando se dio cuenta, atravesaba las puertas tras las que una multitud esperaba a sus seres queridos, conocidos, obligados. A ella no la esperaba nadie: no quiso regalar la verdadera hora de su llegada por asegurarse un plan B, una oportunidad para escapar si tenía miedo, pero es que no lo tenía: no se puede temer lo que ya se conoce, se sabe y se anhelaba de algún modo ficticio e irreal.
 
“Las cosas no son como deberían ser”, pensó para sí. Deseó que el mundo fuera blanco o negro, bien o mal, y que desapareciesen los matices de la faz de la Tierra. Deseó la ley del Talión y la justicia vertical y sangrienta. Deseó una condena por blasfemia y otra por adulterio. Todo eso deseó, con tal de que la culparan y encarcelaran de una vez, con tal de dejar de vivir en incertidumbres, silencios velados y cintas que sujetan lo irrefrenable.
 
Pero no iba a suceder, y lo sabía. Nunca podría exculparse porque no era presa de un destino omnipotente, porque estaba escribiendo su destino desde la primera pulsación en el teclado de aquel jueves por la tarde. Nunca podría alegar eximentes porque había atado perfectamente todos los cabos antes de echarse a andar su particular camino a la perdición y no había dejado nada al azar: había preparado hasta el último minuto para que aquello sucediese, e inevitablemente iba a suceder. Y se encogía de hombros interiormente, resignándose a hacer lo que tanto deseaba. Y no dejaba de odiarse por ello, de pensar en los eucaliptos a los que había dejado de encaramarse para comer de otros frutos, de otros seres, de otras ramas menos nobles.
 
Ella nunca fue un buen koala: nunca quiso subir al árbol, pero no le quedó más remedio que hacerlo.

Tanthalas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:50:32 pm
La estatua de Estigia


¿Por qué teméis a la Estigia y a sus tinieblas,
nombres vanos, material para los poetas, y a
los peligros de un mundo imaginario?
Ovidio


A Sandra Milena Espinosa Orozco

Lo repito, nunca me acosaron visiones… femeninas y sí, es verdad. Luego de luchar durante muchas noches, de no haber podido vencer los tormentos por medio de la meditación, sucumbí. Un deseo súbito se apoderó de mí y me arrastró a cometer la bajeza de aparearme con una bestia. Mientras triscaba el ganado sobre el pasto, una cabra se convirtió en el cáliz de mi simiente pues dentro de su estrecha y succionante vulva permanecí hasta vaciar el líquido de mis genitales. Después de haberme saciado, arrepentido por mis actos pecaminosos tomé una daga y allí mismo corté la garganta del rumiante y escuché de modo indiferente sus vagidos semejantes a los de un infante clamando piedad. Una vez desangrado el mamífero, preparé una pira para santiguar el nombre del señor en busca del perdón.

Cuando el crimen fue puesto en evidencia ante la orden religiosa y concluyó el proceso bajo un juicio amañado, se decretó por unanimidad la muerte para el infeliz.

-Tu arrepentimiento no basta. Serás juzgado según lo marca el libro sagrado. Y como la costumbre antigua estipula, la sentencia es ineludible, morirás lapidado, confirmó el párroco.
El monje, un diestro escultor, horrorizado al escuchar la sentencia, se hincó frente el estrado y rogó que se le absolviera la pena capital si es que era capaz de esculpir durante un día con su noche una obra maravillosa capaz de venerar a Dios. Cierto el jurado sobre la imposibilidad de la tarea, asintió a la petición. No obstante, implacables, vaticinadores de lo ulterior, como a un mártir que aborda a una multitud de enemigos, mostraron al penante la zona donde se alza el muro de los suplicios.

Querido lector, eso fue lo que pasó en el juicio, sin embargo, el monje, temeroso de confesar so pena de morir excomulgado, mintió, pues cuando él sintió que a través de la flagelación y las súplicas no había encontrado consuelo. Con cuchillo en mano, degolló un carnero, y así de la misma manera inmoló a otro, pero al no servir de nada, una vez que afilaba el resplandeciente puñal para descabezar a la cabra copulada, el animal habló: “Espera monje, no me ultimes pues en un problema futuro podré ayudarte”.

Dada la consigna, el monje se dirigió a su atelier y allí parado frente a la masa blanquecina del mármol deseó sacar las figuras arrancándolas mediante un conjuro por la pura magia de su visión. Tomó el mazo, el cincel y consciente de la imposibilidad de su empresa arrojó los instrumentos al piso y anheló gozar del ingenio de Dédalo para escapar por los aires. Era tan grande su angustia que maldijo su destino que encontró injusto y como un merodeador nocturno recorrió el taller de un lado para el otro. De pronto, balidos sucesivos procedentes de los corrales se diseminaron por el monasterio hasta llegar a oídos del monje. Éste se acordó de la proposición emitida por la cabra, así que fue por el cáprido y a escondidas lo llevó a su atelier, la colocó en su catre y le exigió que cumpliera con lo pactado. El animal sin inmutarse empezó a mordisquear la colcha a lo que el monje desesperado llevó sus manos estremecidas a su cabeza y en eso el súcubo escondido bajo la apariencia del rumiante tomó la forma de una mujer de ojos de almendra oscura, larga y ondulante cabellera azabache y abrió su nueva boca para anunciar: “Yo te exoneraré de la muerte, a cambio, utilizarás tus dotes artísticos para esculpirme en la piedra”.

El súcubo, de nombre Estigia, se despojó de sus telas mostrando su figura exquisita que expuesta al sol proyectó sombras sorprendentes sobre la pared, y empujado el monje por una fuerza invisible a fin de ser iluminado puso en movimiento sus manos de hacedor.

Mira a la serpiente que rodea mi tobillo con sus aros, obsérvala bien, para que puedas plasmarla con fidelidad. Y no olvides colocar al búho en mi hombro derecho, además, enfatiza el tamaño de las moras regadas sobre mis pies. Con este trabajo quedarás absuelto, y como escarmiento para los hipócritas, todo aquel de falso corazón que me observe prendado quedará, pero hay de aquel que me exponga en público pues la sombra caerá sobre él, así enfatizó el demonio. Y una vez concluida la estatua, en su chapa, un relámpago hendiendo el firmamento trazó cómo inscripción la advertencia previamente acentuada.

Durante la presentación de la estatua, una calma siniestra reinó en la reunión, pero al final, el monje fue exonerado de toda culpa de la forma más misteriosa que uno puede imaginar. Nadie sabe nada del prodigio y tan fuerte fue el halo oscuro sobre las artes usadas para elaborar la estatua que los monjes rehuyeron emitir comentarios al respecto.

La estatua de Estigia dejaba apreciar una sublime figura femenina revestida con la trábea diáfana que delante de ella, entre sus muslos desnudos, sostenía la cabeza de un desdichado mientras ella con dulzura le extraía del hirsuto cabello espinos de zarza. La estatua fue un trabajo excelso pues todo aquel que la veía observaba en ella una labor del cielo. Incluso el Obispo de Antioquia reconoció la obra como un milagro ensalzando al monje diciéndole que la mano del señor pesaba con fuerza sobre él.

Vale la pena decir que bajo la orden del abad se mostró la estatua de la Estigia en la nave principal de la ermita de la Veracruz y al día siguiente de la presentación el abad fue encontrado desmembrado a la vera del túrbido río Medellín.   

Grozny
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:51:47 pm
Diálogos


La primera vez que hablé con Horacio yo tendría unos sesenta y pico de años. Acababa de fallecer mi mujer y lo recuerdo más que nada por eso, porque de no sentirme tan solo ni se me hubiera ocurrido seguirle la corriente.
Llamó a la noche, para decirme que la había conocido a Marta, que lamentaba mi pérdida y todas esas cosas que se dicen en momentos así. Yo estaba devastado por la reciente viudez, por lo que ni se me ocurrió preguntarle de dónde la conocía. En vez de eso le seguí la charla.
Terminamos hablando como una hora y se hizo realmente muy ameno. Le conté anécdotas de mi matrimonio, le hablé de nuestros hijos que vivían en Europa, de cómo sentía que una parte de mí había muerto con ella.
No sé por qué lo hice, nunca me sentí cómodo hablando de mi vida con desconocidos. Pero como ya dije, mi reciente soledad me había afectado mucho, y necesitaba algo a qué aferrarme. Cualquier cosa.
A partir de allí empezamos a entrar en contacto bastante seguido. Hablábamos por teléfono dos o tres veces por semana, nos mandábamos cartas, porque ninguno de los dos sabía usar la computadora, y él me visitaba de cuando en cuando para darme alguna sorpresa.
Pero nunca cuando yo estaba. Porque Horacio tenía una sola regla: nunca debíamos vernos, bajo ningún motivo. El no me buscaría y yo no debía buscarlo a él. Era muy insistente sobre eso y se enojaba cuando yo quería intentar un acercamiento. Yo imaginaba que se avergonzaba de su apariencia por algún defecto físico o algo por el estilo, y por eso no querría que lo viera. Con el tiempo dejé de intentarlo.
Como decía, él venía a mi casa, pero sólo cuando yo no estaba. Sucedía cuando por algún mandado debía ausentarme algunas horas, y a la vuelta encontraba cosas que Horacio había dejado para mí. La primera vez recuerdo que fue un libro de Bukowski que anhelaba leer pero no lo encontraba en ningún lado (yo se lo había dicho en alguna de nuestras diversas charlas), y me sorprendió mucho llegar y encontrarlo encima de la mesa del living.
Después me fui acostumbrando a esas cosas, al punto de tomarlo como algo natural y sorprenderme en caso de que no hubiese nada extraño cuando yo volvía.
Otra de las veces que más recuerdo fue al regresar de una de mis visitas al médico (que con el correr de los años se hicieron habituales), y encontrarme con una caja de habanos Cohiba, mis favoritos, que Marta siempre me había prohibido, aduciendo que eran malos para mis pulmones (tenía razón, por supuesto).
 Yo no los compraba después de enviudar como una cuestión de respeto hacia mi fallecida esposa, algo que hablándolo con Horacio él se encargó de menospreciar completamente.
Se lo agradecí mucho por teléfono e insistí en verlo o ir a su casa para retribuírselo, pero se mostró férreo en negarse. De todas maneras al otro día le envié una botella de Bianchi 1887, el mejor vino que pude comprar.
Fueron corriendo los años y cada vez pasaba más tiempo adentro de mi casa comunicándome con Horacio. Llegamos a un  punto de hablar todos los días, con picos de dos o tres horas sin ningún esfuerzo. Tocábamos todos los temas: política, fútbol, salud, música, literatura. Horacio demostraba un conocimiento asombroso sobre todos ellos y muy a menudo dejaba en ridículo mis opiniones. Las cartas no eran tan frecuentes pero no las abandonábamos. Por lo menos dos o tres veces al mes le escribía.
Al cumplir yo los setenta y cuatro algo había cambiado. Mi enfermedad avanzaba velozmente y, según el médico, no llegaría a los setenta y cinco. Se lo comuniqué a Horacio, quien se despachó con un maravilloso monólogo sobre la vida y la muerte, sobre nuestras acciones en la tierra y sus consecuencias y sobre el próximo paso. Al cortar el teléfono rompí a llorar.
Ya lo tenía decidido. En realidad lo venía pensando hacía varios días. Sabía que no me quedaba mucho tiempo, y bajo ningún aspecto quería morirme sin ver a Horacio en persona. Ningún defecto físico o lo que fuera a encontrarme me impediría ver cara a cara a la persona más importante en mi vida de los últimos diez años.
Al día siguiente me puse mi mejor traje, anoté cuidadosamente la dirección a la que enviaba las cartas y tomé un taxi. Por supuesto, a Horacio no le dije ni una palabra. Sería una sorpresa. Yo estaba convencido de que por más que protestara al final me lo iba a agradecer.
El taxi anduvo como media hora. Era una dirección casi en las afueras de la ciudad.
“Llegamos” me avisó el chofer cuando se detuvo en una angosta calle de tierra en un barrio bastante humilde. Estábamos detenidos frente a un gran terreno baldío cubierto de yuyos y un montón de desperdicios de diversa índole.
“Es un baldío”, observé.
“Es la dirección que me dio”, objetó el taxista.
Chequeé los datos a ver si eran correctos. Calle Matheu Nº 467. El conductor me aseguró que no había otra calle Matheu en toda la ciudad. La casa que seguía tenía el número 469. La anterior, el 465. No había error.
Pedí al hombre del taxi que me esperara un momento y bajé a hablar con los vecinos. Pregunté en las dos casas que flanqueaban el terreno pero no conocían a ningún Horacio, y en ambas aseguraban que ese terreno había estado vacío por lo menos los últimos cincuenta años.
Me sentía muy desorientado. La cabeza me dolía y creí que iba a desmayarme. Volví al taxi y le pedí por favor al chofer que me llevara a la central del correo.
Creo que el taxista me hablaba pero en realidad lo adivinaba porque veía como sus labios se movían. Era incapaz de escucharlo. Todo me daba vueltas.
Pregunté en la mesa de entradas del correo sobre las cartas enviadas a la dirección de la que acababa de venir. Un empleado pidió mis datos y desapareció unos instantes. Al rato volvió con una caja llena de sobres sin abrir.
Me puse a revisarla desesperado. Eran mis cartas. Las que le había mandado a Horacio. Y debajo de ellas, la botella de Bianchi, herméticamente cerrada.
Me informó que había más cajas en el depósito. Le pregunté si no habían podido entregar ni una sola de las cartas. Me dijo que según el registro informático absolutamente todas habían regresado.
Con el corazón palpitando y haciendo grandes esfuerzos por no caerme salí del correo y fui a la empresa de teléfonos, que no estaba muy lejos de allí. Llegué diez minutos antes de que cerrara, pues ya eran casi las ocho de la noche.
Estaba como abombado, con dificultad para respirar y sin poder pensar claramente. ¿Cómo pudo Horacio contestar mis cartas durante todos esos años si la dirección a la que las enviaba no existía, y de hecho todas habían regresado sin ser abiertas al correo?
Mi cabeza era un torbellino de ideas que se anulaban mutuamente, y mi cara debió reflejarlo, porque el empleado de la telefónica me ofreció un vaso de agua antes de preguntarme qué necesitaba.
Acepté, y un poco más repuesto le dije que quería saber los datos de una línea de teléfono. Sonrió, me dijo que no habría problema y me solicitó el número de teléfono del qué quería los datos.
Abrí la boca para contestar y en ese momento me di cuenta de que no lo sabía. Tantos años, tantas llamadas telefónicas, y nunca se me ocurrió preguntárselo. Siempre me había llamado él.
Por más que parezca una obviedad, nunca me había percatado de ese detalle. Nunca lo pensé, nunca se me ocurrió. Ya dije que todo lo que sucedió lo fui tomando como algo natural.
Maldita soledad.
No recuerdo con que excusa me levanté y abandoné el lugar. Casi dando zancadas llegué a la calle y tomé un taxi a mi casa. La noche lo cubría todo y no dejaba ni ver las estrellas.
Yo no podía parar de pensar. Recordaba que en todas nuestras charlas Horacio nunca hablaba de su vida ni de nada que tuviera que ver con él. Hablaba de temas generales, me preguntaba cosas, opinaba. Pero nunca decía nada que pudiera darme pistas de quién era. Diez años hablando casi a diario con una persona y resultaba ser para mí un perfecto desconocido.
Atravesé la puerta como un rayo, con el corazón a punto de salirme por la boca y todos mis nervios en estado de tensión. Sudaba como hacía años que no me pasaba, tenía las manos completamente frías y no podía dejar de temblar.
Recorrí la casa de punta a punta para ver si había algo extraño, una señal de Horacio. La vi al final del recorrido, en el living.
Encima de la mesa ratona había un papel escrito a mano, era la letra de Horacio, aunque su escritura no mostraba la prolijidad habitual, sino que parecía como garabateada a las apuradas o alterado por algo.
Tuve que hacer grandes esfuerzos para mantener mi mano quieta y poder leer la nota. Decía: “Te dije que no me buscaras. Ahora tenemos que hablar”.
Fue lo último que vi. La luz estalló dejando todo a oscuras. Un fuerte ruido se oyó en la cocina, y luego pasos que se acercaban. Sentí un aliento helado soplándome la nuca.
Horacio estaba allí.

Ignacio Cañones
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:53:11 pm
Vida Acuática


En previsión de evitar la tortura de estos últimos meses, he dejado una nota en la pecera por si el experimento fallase suplicando mi liberación pero sin aclarar de dónde provengo.
Durante cierto tiempo desgraciadamente fui un pez. Sí, un pez pequeño, de los que además ustedes pescan. La explicación sobre las diferentes transformaciones que sufrí por un desafortunado accidente, siendo transferido a un pez de un mar al que ustedes denominan Mediterráneo, resultarían incomprensibles para los conocimientos científicos terrestres. Mi supervivencia en dicho emplazamiento –quizá en otros océanos hubiese sido peor– resultó horrenda. Escuálidos, peces mayores y otros depredadores, fueron peligros que debía eludir en todo momento. Un día, huyendo de una hambrienta pintarroja, me acerqué peligrosamente a la costa lanzándome una ola al hueco de unas rocas con apenas agua. Quedé atrapado y comencé a asfixiarme. Cuanto más aleteaba más cercano veía mi final. Las extraordinarias leyes del azar permitieron que un joven espécimen humano me observase impasiblemente durante el tiempo necesario para mantenerme vivo y luego, justo antes de convertirme en masa inerte, me colocara en una bolsita de plástico que había llenado con suficiente agua marina para continuar mi asfixia no mortal hasta su próxima decisión. Desde el recipiente de polietileno, y a pesar de mis distorsionadores ojos, pude contemplar mi traslado a un primitivo vehículo y luego, cuando éste se detuvo, un violento transporte hasta ser introducido en una ineficiente construcción que en aquel momento supuse debía ser su hogar. Una vez dentro, el niño me trasvasó a una pequeña pecera redonda donde estuve inmerso, durante indeterminado tiempo, junto a una cegadora lámpara que casi siempre estaba encendida. En aquel encierro intenté salvar la vida infinidad de veces, porque la violenta imaginación del zagal le hacía creer que era un ballenero y yo la ballena, y en aquella pecera tuve que hacer malabarismos para evitar ser arponeado por agujas hipodérmicas. La furiosa embestida del niño con sus continuas estocadas fallidas y nuevamente el azar, provocaron que lámpara y pecera cayesen juntas con el consiguiente efecto que produce un voltaje elevado en el agua. Entre asfixia y electrocución casi palmo, pero ese desagradable aporte energético permitió el intercambio de cuerpos aunque no de mundos, o sea, retorné a mi estructura original y el pez... ¡a saber! Afortunadamente, el niño había echado a correr por el estropicio formado y yo escapé desnudo en sentido contrario sin que me viese nadie escondiéndome poco después. Ahora que estoy solo en este incómodo cubículo, probaré un método para desencadenar los flujos de energía multidimensional que permitan, una vez más, el intercambio, pero esta vez de mundos.
No sé lo que ha ocurrido… Noto cierto aturdimiento... Lo veo todo distorsionado... ¿Estaré en mi planeta?... ¡Un momento, observo algo!... “Por favor, retórnenme al mar”.

Hormiélago
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:54:38 pm
Sin Perdón


La Brigada Especial llega a la escena del crimen y se encuentra con un espectáculo dantesco: sobre una mesa, sucia y vieja, yacen los restos de un libro sin vida: sus hojas, desmembradas y cortadas a pedazos, se desparraman por todas partes; el lomo aparece desgajado, y el hilo que unía sus páginas, cuelga, inerte, por el borde de la mesa; se pueden ver algunos trozos quemados...otros parecen empapados en un líquido grisáceo que ha emborronado las letras...
-¡Ha sido una carnicería!...acabaron con su vida de un modo atroz...tuvo que sufrir mucho,
¡averiguaremos quién ha hecho esto!- dijo, paseando la mirada, el jefe de la brigada.
Y, acto seguido, comenzó a dar órdenes a su cuadrilla: por aquí se veía a un agente tomando fotografías, por allá, otro buscaba huellas de los culpables y, un poco más lejos, un tercero recogía muestras para su posterior análisis; la actividad era frenética y exhaustiva, ningún indicio se descuidaba, ningún cabo quedaba suelto, todo estaba a merced de la eficaz labor de aquella brigada.
-¡Jefe, aquí hay algo interesante!-
Honesto León se acercó hasta su ayudante y vio lo que éste le mostraba: en un rincón, entre los pies de un armario, se apreciaban algunas palabras escritas en el suelo, a golpe de punzón.
-Traducción...mensaje...extranjero...medios de..., pero, ¿qué es todo esto?- le dijo a su superior.
A éste le fue suficiente un breve periodo de reflexión para sentenciar lo siguiente:
-¡Creo que pudieron ser sus últimas palabras antes de que lo cogieran!...¡Si, nos da los nombres de sus asesinos!...¡las malas traducciones, las nuevas tecnologías, los extranjerismos, los medios de comunicación!¡Todos son los autores materiales que quisieron acabar con lo que él realmente representa!,¡es un ataque en toda regla al idioma castellano! Pero…¡ nunca habían llegado tan lejos!, ¡extremaremos la vigilancia!- y, satisfecho por lo rápido que iba el caso, sonrió para sus adentros.

Tábita Sindórimgen
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:55:55 pm
El Círculo del Hechizo Blanco


   El repiqueteo de los caballos sobre la tierra húmeda se abatió sobre el bosque, sobreponiéndose a cualquier otro sonido. El destacamento avanzaba al galope por un viejo camino que serpenteaba y se adentraba en la espesura, perdiéndose de vista tras una curva. La lluvia, que había caído sin parar desde hacía dos días, había dejado charcos de agua que se mezclaban con las piedras y el barro.
   — ¡Haremos un alto en media hora! —gritó el capitán. Era un hombre fornido y de rostro severo. A diferencia de los otros jinetes, no llevaba casco y su cabello, largo y gris se le apelmazaba en la espalda.
   Espoleando a su caballo añadió con la autoridad del que está acostumbrado a dar órdenes:
   — ¡Hasta entonces no bajéis el ritmo y, por todos los santos, mantened la formación!
   El grupo era precedido por dos soldados a caballo, que portaban el estandarte imperial, compuesto por el característico ojo negro sobre el fondo escarlata. Tras ellos, el capitán y otros seis jinetes cabalgaban en formación triangular, creando una zona protegida en el centro, donde viajaba el Conde Paradas en un alazán de color negro rojizo, más alto que los demás caballos. El destacamento tomó la curva con determinación y continuó la marcha. La lluvia dejaba poco margen de visibilidad, haciendo que la senda se difuminara en un vapor grisáceo delante de ellos.
   El capitán se pasó la manga por la cara en un intento de secarse los ojos y aguzó la vista para ver mejor. A unos ciento cincuenta metros distinguió un obstáculo.
   Durante unos instantes le pareció una roca, o incluso un animal que había caído en desgracia en mitad del camino. En cualquier caso, aunque no ocupaba toda la anchura de la senda, les obligaría a romper la formación.
   — ¡Paso ligero! —ordenó, mientras levantaba el brazo con la palma abierta—. ¡Hay algo en el camino!
   El destacamento se puso al trote con destreza, manteniendo la formación. Poco a poco, lo que parecía una roca fue tomando forma, hasta que no hubo ninguna duda de que se trataba de un hombre sentado bajo la lluvia.
   Iba cubierto con una capa negra, que a juzgar por lo mojada que estaba, debía pesar una tonelada y llevaba una capucha que conseguía cubrirle el rostro al completo. Tan solo se veían sus manos apoyadas en dos bultos que debían ser sus rodillas.
   Cuando estuvieron a unos metros del encapuchado, el convoy se detuvo bajo las órdenes del capitán. Éste se apeó del caballo y, acercándose al desconocido, sacó su espada con un movimiento seco.
   — Estáis obstruyendo un destacamento imperial —bramó sin rodeos, al tiempo que clavaba la punta de la espada en el suelo, a escasos centímetros del extraño—. Exijo que os apartéis en seguida. De otra forma tendremos que pasaros por encima.
   La capucha se movió hacia arriba y por ella asomaron dos ojos sin el menor signo de miedo. Cuando habló, su voz sonó profunda y vibrante.
    — Hasta ahora, nunca ha sido delito disfrutar de la lluvia en un camino público, Capitán Yesser— dijo con tranquilidad.
   — ¿Cómo demonios sabéis mi nombre? —el capitán comenzó a mostrarse nervioso—. ¿Quién sois?
   — Mi nombre no tiene la menor importancia, capitán —dijo el extraño y se puso en pie de un salto. Era bastante más bajo que Yesser—. Por favor, os ruego que le ordenéis a aquel jinete que no desmonte del caballo —advirtió, señalando a uno de los soldados—. Sólo a vos se os permite pisar la tierra para hablar conmigo. Ni siquiera el Conde, ese que tenéis tan bien escondido ahí, debería decir una sola palabra en estos momentos.
   El capitán giró la cabeza y vio a uno de sus jinetes con una pierna fuera del caballo. Se había quedado congelado ante las palabras del encapuchado. Yesser hizo un gesto y le ordenó que regresara a su posición, al tiempo que se volvía de nuevo al hombre de la capucha.
   — ¿Cómo os atrevéis a darme órdenes? No voy a decíroslo de nuevo: apartaos del camino ahora, o sufrid las consecuencias.
   El capitán Yesser se preguntó por qué el Conde Paradas no intervenía. Era la máxima autoridad, y lo conocía lo suficiente como para saber que le gustaba meter las narices en todos los asuntos, sean cuales sean. Nunca desaprovechaba la ocasión para afirmar su poder, para dar una orden o para sacar a la luz su altanería y orgullo. Quizás en esta ocasión estuviera cansado, pensó, y había decidido dejarlo todo en sus manos. Tanto mejor; él era el responsable de la seguridad del destacamento, y se encargaría personalmente de ello.
   El hombre de la capucha no se movía.
   — Me iré cuando haya dado el mensaje que he venido a daros, capitán —Sus ojos brillaban tras la capucha. Era difícil apreciar cualquier otro rasgo de su rostro.
   Detrás, los caballos parecían inquietos y los jinetes cuchicheaban entre ellos.
   — El conde está cans...
   — El mensaje no es para el Conde, capitán, es para vos —lo interrumpió—. El Conde no me escuchará.
   Yesser estaba cada vez más nervioso. Nadie se atrevería a saltarse la autoridad del Conde para darle un mensaje a un subordinado; ¡mucho menos hacerlo en sus propias narices!
   Miró hacia atrás desconfiado, esperando que el Conde Paradas se adelantara en su caballo y tomara las riendas del asunto. Apenas podía verlo entre la formación triangular de los jinetes. No parecía que fuese a hacer nada al respecto.
   — Decidme pues lo que habéis venido a decir y marchaos —ordenó finalmente.
   La voz del extraño sonó firme y autoritaria.
   — El Círculo del Hechizo Blanco ha visto durante décadas la opresión de vuestro imperio sobre el pueblo, el abuso de poder, la esclavitud a la cual sometéis a los débiles. Ha aguantado pacientemente vuestras transgresiones y conspiraciones, vuestras guerras y victorias, vuestros saqueos y vuestra avaricia. Durante años, habéis tomado de la tierra y de las vidas humanas a vuestro antojo, para saciar vuestra sed de poder y riquezas —Su voz sonaba cada vez más alta—. Por todo ello vos, capitán Yesser, llevaréis este mensaje al Rey: dentro de diez noches, cuando la luna haya menguado hasta desaparecer, el tesoro de las arcas reales será robado en su totalidad, asestando un golpe mortal al poder del imperio, y causando con ello una guerra que acabará por destruirlo. En su lugar, se erguirá un nuevo monarca, mas no de sangre real, que reinará con mano de hierro y corazón de carne. El Círculo del Hechizo Blanco así lo profetiza, y así se cumplirá. Que el cielo y la tierra sean testigos de mis palabras.
   El capitán Yesser lo miraba pálido de terror. Se había quedado petrificado. Hacía siglos que nadie hablaba del Círculo del Hechizo Blanco, y la mayoría lo consideraban una mera leyenda.
   Se giró de nuevo en busca del apoyo del Conde. El hombre de la capucha habló de nuevo.
   — No me estáis escuchando Capitán. Como bien os he dicho antes, el Conde no me escuchará. Porque está muerto.
   Los jinetes ahogaron un grito de terror detrás del capitán, mientras se apartaban hacia los lados, deshaciendo la formación. En ese momento, Yesser pudo ver al Conde Paradas, que se hallaba erguido en su caballo. Su cabeza colgaba del cuello hacia un lado. Sus ojos vidriosos y sin vida confirmaban las palabras de aquel hombre extraño.

Nico
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:56:58 pm
El valle


La más feliz característica geográfica del valle es que se extiende de este a oeste, y no de norte a sur o cualquier otra combinación, de esta forma se puede disfrutar de la presencia del sol desde las primeras malvas del alba hasta los maravillosos crepúsculos violáceos. Por el valle aún discurría tranquilo, cristalino, el Gran Río, lejos de su desembocadura en un inmenso estuario al otro lado del continente, tras dar vida con sus aguas a millones de seres humanos a lo largo de más de tres mil kilómetros, y se remansaba en playas de guijarros en las que en las tardes de verano nos deleitábamos con placenteros baños de sol y de agua. Antes de su encuentro con nuestra tierra atravesaba, siendo poco más que un pequeño arroyo, el inmenso páramo del este, y después del valle, una no menos extensa zona pantanosa, es por ello que los pobladores del valle no habían establecido contacto con otros seres humanos ni por el este ni por el oeste, por donde en teoría sería más fácil, sino por el sur, donde una sierra de redondeadas formas y frondosos bosques era la frontera natural, y por el norte, a pesar de la imponente cordillera que se alzaba, con enormes montañas que sin duda sobrepasaban los cinco mil metros de altitud, y en medio de las cuales reinaba, majestuosa, coronada siempre por su penacho de ventisca, la que era conocida entre los pobladores de ambos lados como la Reina Madre del Universo.

No llegué hasta aquella tierra guiado por ningún impulso altruista o filantrópico, sino por razones de exclusivo interés personal. Yo estaba a la sazón recién licenciado en la universidad y aquella oportunidad de trabajar como técnico era un buen paso para iniciar lo que yo esperaba que fuera una brillante carrera profesional, y eso colmaba las aspiraciones de una parte de mí de la que empezaba a emerger una madurez pragmática y calculadora. Por otra parte, esa misión un tanto arriesgada y en una tierra exótica satisfacía los impulsos juveniles de aventura que aún quedaban en mí.

Algún tiempo después, cuando nuestra empresa allí fracasó y todos abandonaron y volvieron a nuestro viejo continente y a las comodidades de nuestras tierras vernáculas, yo ya sentía una atracción por aquella tierra, por aquella gente, tan intensa y posesiva que no concebía, para mí, un futuro fuera de aquel valle. Ese sentimiento no surgió de la noche al día, mi acercamiento a los pobladores del valle corrió paralelo a mi distanciamiento de los que eran mis compañeros de aventura, de forma progresiva, sin duda, pero con un marcado punto de inflexión que voy a detallar a continuación. Después de cenar, cada noche, yo acostumbraba a tomarme un té y fumarme un cigarrillo tranquilamente sentado en la penumbra de uno de los barracones, de tal forma que mi ubicación me permitía cierto grado de intimidad y de calma al estar fuera del campo de visión de los escasos transeúntes que a esa hora pasaban por allí. Una noche, mientras yo gozaba de mi particular momento de evasión, presencié –al principio- y participé después de un lamentable incidente. Dos de los trabajadores de mi grupo acosaban a una chica del poblado, en primera instancia sólo verbalmente, pero en unos minutos pasaron al contacto físico, uno de aquellos salvajes inmovilizó a la chica retorciéndole un antebrazo que previamente le había llevado hasta la zona lumbar de la propia agredida, y el otro empezaba a desgarrarle las vestimentas, que, por otra parte, nosotros ya sabíamos que, por su tonalidades y formas, distinguían a las mujeres que aún no habían tenido intercambios sexuales de las que sí habían alcanzado ya ese estatus. No tuve que reflexionar mucho para tener claro que de alguna forma tenía que impedir que se consumara aquella infamia. Salté del porche a la calle, y quiso el destino que encontrara en mi paso un montón de aperos y herramientas arrumbados, de los cuales, casi a tientas, cogí una pesada barra de hierro de casi un metro de longitud, con la cual, sin previo aviso, golpeé con todo el ímpetu del que fui capaz en el exterior de la rodilla del agresor que estaba desnudando a la chica, y que cayó en el acto como un pesado fardo. El otro soltó a su presa, dio un paso atrás y trató de buscar su revólver recorriendo a tientas su cinturón. Para cuando consiguió tocar con su mano la culata, yo ya lo tenía encañonado. Más desafiante que asustado trató de intimidarme:
- Si me disparas pasarás el resto de tus días en la cárcel. Tú no eres uno de estos salvajes, nosotros nos regimos por leyes.
- Dudo que a ti te importe mucho dónde pasaré yo el resto de mis días, porque si te disparo tú estarás muerto.
    Mi argumento debió convencerlo porque retiró su mano del arma, ayudó a levantarse al herido y sirviéndole de muleta ambos desaparecieron. No quise acercarme a la víctima del frustrado crimen porque no estaba herida, y lo que sí estaría es profundamente avergonzada y sobre todo dolida por la vejación que había estado a punto de sufrir. Se marchó en silencio, pero en su mirada triste yo vislumbré el agradecimiento no sólo de ella, sino de todo su pueblo. 

A finales del invierno la nieve se fundía en casi todas las altas cumbres de las montañas del norte, los prados de las partes bajas de sus laderas empezaban a florecer, por los arroyos y cañadas empezaba a fluir el agua fresca y clara que alimentaba el Gran Río, y el deshielo permitía ya transitar por los angostos pasos que se abrían entre los escarpados riscos de las montañas. Era entonces cuando, como cada año, las mujeres de las tribus de la Inmensa Llanura de Arriba venían en comitiva diplomática y comercial y pasaban entre nosotros tantos días como tiene todo un ciclo lunar. Tiempo atrás, estas visitas no se habrían concebido, pues durante siglos los hombres y mujeres del norte habían sido enemigos acérrimos de mi pueblo. El motivo de esas atávicas luchas era el control de los Altos Santuarios, que eran como ermitas y capillas donde se rendía tributo a los Dioses. Algún día de un pasado no muy lejano comprendieron los dos pueblos enfrentados que, de la misma forma que compartían devoción por los mismos dioses, podían compartir el disfrute de los lugares santos. Desde entonces no se ha conocido más guerra en las montañas del norte. Además, ahora nuestros huéspedes tenían otros enemigos que combatir, pues desde hacía algunos años el sol apenas daba alguna pequeña tregua a una estación de lluvias cada vez más menguante, los pozos se habían secado y la arena cubría grandes extensiones de las verdes praderas de antaño. Los animales morían solos o caían enfermos, y ¡cómo cazar a un animal enfermo!, una mujer cazadora no puede cometer esa vileza, matar a un animal enfermo que no tiene oportunidad de defenderse va contra las leyes de la Naturaleza y sin duda ofendería a los Dioses. Nosotros escuchábamos en silencio su triste historia y sentíamos pena por nuestro pueblo hermano. Pero a pesar de todo, la visita anual de las mujeres cazadoras era en verdad un motivo de celebración. Durante el tiempo que duraba su estancia, cada noche se celebraba con cánticos y bailes, que duraban hasta altas horas, un desenfreno que no se veía en otras épocas del año. También se aprovechaba este periodo para hacer intercambios comerciales, ellas nos traían sus abalorios, adornos, piedras preciosas, tejidos y algunas frutas silvestres que recogían exclusivamente para nosotros a su paso por las montañas. Y a cambio se llevaban nuestros ricos productos lácteos, nuestras pieles y nuestras carnes en salazón, pues aun siendo ellas cazadoras, no dominaban las artes del tratamiento de las pieles ni de la conservación de los alimentos.

Los hombres y mujeres del sur eran amables y sonrientes, de facciones más suaves y formas menos contundentes que los del norte, como si con el tiempo se hubiesen mimetizado con las suaves colinas en las que vivían, donde el clima era más benigno, y durante casi todo el año pacían al aire libre sus animales. Eran ganaderos, un pueblo pacífico con el que siempre hubo una relación cordial. Y que una vez cada año, coincidiendo con el equinoccio autumnal, enviaban una comitiva a nuestro poblado con la que intercambiábamos productos, leyendas, cánticos y ritos. Un encuentro de amistad que mantenía unidos a nuestros pueblos desde hacía siglos. De entre las cosas, materiales y espirituales, que nosotros ofrecíamos a los hombre y mujeres del sur, lo que más parecían apreciar era nuestra miel, pues entre sus rudas habilidades no se encontraba la de la apicultura.

Un día, al albur del cambio de la dirección de los vientos que soplaban en el siniestro tablero de ajedrez del panorama internacional, un golpe de estado dirigido por un joven comandante turbó para siempre nuestra paz, la de todo el país, y a la larga, la de casi todo el continente.
    El sátrapa, que se había autoproclamado Salvador de la Patria, Proveedor de la Esperanza, Archicomandante de las Fuerzas Armadas, Senador Vitalicio, Presidente Omnímodo, y un largo etcétera de títulos a cual más disparatado, no era en realidad más que otro sanguinario dictador cuyas veleidades venían patrocinadas ora por los agentes de las antiguas potencias coloniales -ahora al servicio de las poderosas compañías que esquilmaban con igual voracidad a aquellas tierras y a aquellas gentes-, ora por las supercherías de sus chamanes, astrólogos y hechiceros. Una vez que él y sus secuaces acabaron con todo rastro de la estabilidad que ya duraba algunos años, y que había causado perplejidad –por su duración-  hasta en los más optimistas, pusieron su mirada asesina en el valle. Decidieron que en un pequeño santuario que había en una de las laderas de las montañas del norte había nacido la nación, la patria, la raza. Así que una triste mañana de invierno, conforme los primeros rayos del sol derretían la escarcha que pendía de los arbustos, un contingente del refundado ejército penetró por el valle, arrasando toda forma animal, vegetal y humana que encontraba a su paso. La resistencia de mi pueblo fue tenue, porque ya no eran gentes curtidas en la lucha. En la aldea, algunos de los supervivientes fuimos tomados como rehenes. Antes de dilucidar mediante proceso alguno las responsabilidades en la resistencia de los que allí habíamos sido apresados, repararon en mí y me conminaron a abandonar el país inmediatamente. Evidentemente, se habían dado cuenta de que yo era extranjero y para curarse en salud, evitar todo tipo de presión internacional y presencia en la prensa, decidieron que era mejor dejarme ir. Me sentí indigno, triste, enojado con mi color de piel, mis facciones, mi procedencia, con la eterna rueda de la desgracia que gira y gira sobre los pueblos castigados del mundo, los abandonados, los perseguidos, los desposeídos. Quise quedarme y luchar hasta la muerte, quedarme con los que yo sentía como míos. Pero mis compañeros, mis amigos, mis hermanos, quisieron que no fuese así, que huyera, que cualquier vida salvada valdría más que todo el orgullo y todo el honor del mundo. Aquella misma tarde, mientras que por el oeste se ponía el sol en un crepúsculo rojo de terror y de muerte, yo abandonaba mi pueblo, mi valle, mi tierra, y volvía a la que fue mi casa durante la mayor parte de mi vida, aunque ya no la siento como tal. No puedo ni mencionar el nombre del valle para no caer en el abismo de la nostalgia, del que sólo me salva el convencimiento, la fe de que mi pueblo, con su orgullo milenario, su nobleza y su fuerza de león, sobrevivirá y nunca dejará su tierra, mi Valle.

Victor Adam
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:58:33 pm
Sexo léxico


Las palabras en la conversación están sometidas a la célere temporalidad, y se piensa poco y rápido, se es hábil en buscar palabras fáciles y torpe en la poesía, que suena mal. A mí me pasa cuando hablo con mujeres, que quiero pensar en la palabra, detenerme, como si escribiera algo con las neuronas y lo imprimiera por el aparato fonador, pero tardo, y la mujer espera ansiosa, contemplando mi afán, mi ansiedad, mi locura en la búsqueda del tesoro léxico que hay en mí - apenas son cuatro monedas de plata-, y ella me mira buscando en mis ojos también la palabra que decore, la palabra que resuene, pero yo pienso demasiado en esto, más que en la palabra, y la palabra me traiciona, me devuelve al pueblo de los palabras, y me sale una cosa costumbrista, una palabra que todos conocen; o la palabra, en vez de devolverme al pueblo, me devuelve al saludo de los conocidos de vista, vaya un frío que hace en este pueblo, ¿todo bien?, al tópico del lío de humos y marabunta y voz ininteligible, y me sale un tópico, un refrán hecho, un giro que huele a televisión y cultura bajo media, y tengo que girar la mirada porque le he soltado la mano a la mujer que buscaba conmigo la palabra, y también se le va a ella la mirada a otros lugares, a otros asuntos y se olvida de mí y de mi hieratismo léxico, y se va a otras miradas, a otros ojos que reflejen realidades y aventuras, que sólo pueden reflejar los ojos de la niñez, porque mis ojos del niño que fui, son ahora una ávida sensación de avaricia, una cámara de fotos con un poco de contexto, de retina que graba y escucha otras cosas. La mirada es traicionera, te mira y lo que oye puede estar tras la espalda de la mujer, que sigue buscando palabras y ojos, ojos con costas y rayos en la noche y besos en la frente, y yo oyendo otras cosas o pensando la palabra que no me viene y la noche se me va rápida como la conversación, como el pensamiento, como las palabras orales, que tienen que ser veloces y uno no puede detenerse en hacer poesía sólo si se es poeta nato. Yo, que no soy nada, me hundo en los ojos de la mujer, que se apagan porque no le encuentro palabras que le azoten el corazón, y empiezo a oír en el bar algún murmullo y mis ojos se desplazan un poco. La mujer se va. No soporta que los hombres podamos hacer dos cosas a la vez, al menos para engañar, al menos para buscarle una palabra que no sea coherente pero suene, y se va, y yo me quedo en la barra, sin mi poesía, solo, apoyado en una colcha vieja y la camarera bebiendo a escondidas. Entonces es cuando los espermatozoides léxicos salen de no sé qué cojón a fecundar mi cerebro, que está fértil y habla, y me hacen el amor las palabras en el momento en que yo estoy reticente, poco excitado, y a lo mejor es así como uno disfruta del sexo léxico, solo, pensando sin presión, sin estar sometido a la celeridad del tiempo, escribiendo.

Lumbral
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 15:59:43 pm
Carta en invierno a la luz de una vela



Sí. Y a lo mejor fue así como ocurrió y nunca entendí, o no quise entender. O lo entendí pero me costó aceptarlo, hasta hace algunos días. Y ahora, en la soledad de este espacio que me envuelve, he decidido escribirte para purgar mis conflictos internos a cada frase que trazo. Sí, preciso purificar mi alma de esa rencorosa melancolía abstracta, que hasta hace poco no se decidía abandonarme, a pesar de todo el tiempo que se ha corrido. Y a lo mejor fue así. Fue así como te marchaste de mi vida, o me marche de la tuya: herido, abandonado. Porque ya habías renunciado a mi cariño hace mucho, porque en algún momento inexorable te había dejado de importar (si es que alguna vez te importé de verdad). Simplemente, el olvido marchitó nuestro contacto, magulló nuestro distraído vínculo, humedeciéndolo con la distancia y una cierta repugnancia, que muy luego surgió irremediablemente. Dejando envueltos mis recuerdos hacia ti, con la fría atmósfera de un resentimiento impertinente y frío. Un regusto de abismal desengaño, frustración e ironía, cuando tu nombre, el eco de una palabra tuya, o un simple y vago pinceleo de tus gestos acariciaban mi memoria (deformando mi mirada). A lo mejor nunca te fui necesario, jamás te importé y lo sabes bien. Yo, sencillamente, lo adivino, mientras redacto esta carta, iluminado por la luz mortecina de una vela en pleno invierno.
Jamás te interesé, lo intuyo. Quizá, por eso te entregabas burdamente y sin remordimiento alguno a los excesos paulatinos de un individualismo absurdo y conveniente, a ese inframundo inútil del alcohol y las drogas, mientras yo, en vano, esperaba tu llegada noche a noche, percibiendo la presencia de tu humor en la almohada, descubriendo el mal presagio de una existencia sin sentido a tu lado, al saber que estabas conmigo sin estarlo, al mirarte a los ojos y tener la certeza de que nunca me veías, o te importara tan poco el que permaneciera contigo.
           Los años pasaron y me acostumbré a tenerte sin tenerte. A observarte tan lejana y egoísta, tan a la distancia. Dentro de esa barrera que te excluía o protegía de mí, y nos amurallaba en la triste situación en la que se había convertido nuestra desatinada simbiosis, sin motivos aparentes para seguir contiguos, conectados. Después, me enseñaste o aprendí, sin esfuerzo alguno, a ser malicioso y un celoso enfermizo. Comencé a espiarte a diario, a detestar a los putos amantes que solías frecuentar a escondidas para no sentirte tan sola, para que te suministraran la maldita medicina que te hacía sentir tan dispuesta, o simplemente, para creerte deseada y más mujer a costa de mi abandono y desasosiego.  Lo de tus aventuras lo sé, porque en varias oportunidades te seguí, te observé, te esperé escondido y a oscuras en alguno de los tantos lugares que frecuentabas sin medir las consecuencias de tus trances bohemios, infiltrándote en los juegos nocivos a los que te gustaba incurrir y estabas tan acostumbrada a someterte. Entonces, muy a mi pesar, era testigo de cómo te entregabas sin medidas, a los enfermos deseos de esos hombres, a sus ganas retorcidas de utilizarte y poseerte, y a una realidad que me negaba a aceptar. Fue así como aprendí a compartirte para no perderte, a consentir tus equivocaciones y pecados habituales para no vivir sin ti, porque te amaba tanto... Tanto, que el sólo hecho de recordar cuánto me fallaste aún me lastima y reduce contra ese hincón que me envenena el alma y la retuerce sin piedad, hasta que me duele la memoria y lloro. Después, a veces, me asalta el sueño y duermo, resbalando en la nostalgia que me arrulla en  medio de un amargado silencio que me sabe a exilio.
Hace poco fui a ver a mi doctor. Está demás decirte que después de todo el tiempo de haber convivido con tu ausencia y gracias a todas las  inmundicias que sembraste en mí memoria, era terminante acudir al socorro profesional de algún experto, para que me ayudara a canalizar mis sentimientos, amenguar mis rencores y superar mis miedos. He avanzado bastante con mi terapia. Vale decir que soy un hombre renovado, y mi manera de ver las cosas, de un buen tiempo a esta parte, se ha tornado diferente. Se podría decir que soy alguien normal ahora. Con algunos altibajos en mi conducta y emociones, pero normal al fin y al cabo. Sin embargo, me pregunto casi siempre a diario ¿qué será de ti? ¿Dónde te encontrarás? ¿Estarás ya curada de esa perversa incertidumbre y cobardía que te conducían por los caminos abruptos y afilados de una auto destrucción estúpida? ¿O seguirás igual que siempre, sumergida en el pantano en el que decidiste pudrirte hace mucho, para sucumbir gradualmente entre tus dudas y demonios?. En todo este tiempo en el que no he sabido nada de ti, muchas cosas han cambiado en mi mundo. Tengo un trabajo nuevo, me he casado con una mujer maravillosa y tengo ya un hijo al que amo infinitamente. Mi vida es buena ¿Y la tuya?
A veces sueño que lejos de mí has encontrado un destino mejor al que en realidad  puedas haber hallado. Quiero imaginar que ya has tocado fondo, o que algún buen hombre se ha cruzado en tu camino y te alejado hace mucho de ese orbe malsano en el que se ceñía tu vida deplorable y tragicómica. Hoy te escribo esta carta porque necesitaba hacerlo, y porque, a lo mejor, el doctor con el que llevo a cabo mis terapias tiene razón. Me ha dicho claramente que nunca podré ser completamente feliz con ninguna mujer, si no te perdono  por todo el daño que me hiciste. Sólo perdonándote podré cerrar este capítulo que me ha pinchado tanto encono. Hoy entendí que es verdad. Y es que además, y de que confesarlo, también te extraño mucho. En realidad, a pesar de que un gran muro nos dividió hace siglos, nunca deje de hacerlo… De extrañarte ¿Sabes?
Cómo quisiera volver a verte algún día de estos, observarte a lo lejos tal vez, y luego, acercarme a ti de a pocos, para al final, con el pecho a punto de estallarme de nervios, tristeza o alegría, abrazarte y decirte de corazón que, a pesar de todo lo vivido y lo sufrido, ya te he perdonado, mamá.

El hombre olvidado
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 16:01:23 pm
Cuando apages la luz...


Me encuentro en esta pequeña habitación donde de pequeño solía taparme con la sábana hasta la mismísima cabeza. Ahora sentado frente al escritorio, escribo estas líneas ante mi confidente, no tengo miedo, sólo soy un pobre viejo que intenta de una vez por todas sacar de dentro todos sus temores y estamparlos palabra por palabra sobre este viejo papel, en cuyo reverso se encuentra un pequeño dibujo de una mis queridas nietas. Me tiembla mucho el pulso, como bien suele decirse ya no estoy para estos trotes, pero por dentro siento una gran necesidad de afrontar de nuevo mis temores y en esta carrera dejarlos atrás
para siempre. Una pequeña sonrisa se me dibuja en la cara, esto hace que se acentúen mucho más las arrugas que la dominan, de un modo u otro todo esto me hace sentir mejor, sin duda. Sólo espero que alguien encuentre este viejo papel, posiblemente crea que son sólo deliraciones de un viejo loco, pero, ¿qué más da?, yo sólo quiero contarlo, no guardarlo eternamente en este cuerpo ya inestable.

Tendría yo 10 años, y aún hoy recuerdo perfectamente el momento de acostarme. Siempre había dormido con la luz encendida, no es que fuese un cobarde, pero ya me sentía bastante solo en mi habitación como para que también me privaran de la compañía de la luz. Recuerdo a mi padre una noche tras otra, asomando su alta cabeza por la puerta de mi habitación, para decirme que apagara la luz. Entonces no había frase que me aterrorizara más, cuando a los niños de mi edad sólo bastaba con hablarles del coco o el hombre del saco para atemorizarlos, a mí sólo me hacía falta que mi padre asomara su cabeza vacía de vida por la puerta de mi habitación para decirme que apagara la luz. Una noche tras otra lo esperaba, sabía que se asomaría tarde o temprano para dejarme en la absoluta soledad, para hacer que en lo único en lo que pudiera refugiarme fuese en mis propios pensamientos, y
esto, para un niño es lo peor. Pero pronto se acabaría esa soledad...por desgracia, cuanto añoro esa bendita y oscura soledad.

Como todas las noches mi padre se asomó para decirme que apagara la luz, yo, como si de un robot se tratara, en un acto mecánico alcé la mano hacia el interruptor y de pronto el mundo se apagó ante mí. Acto seguido mi padre cerró la puerta tras su vieja y cansada cabeza. Ahora me encontraba yo, solo ante mí mismo, ante la imaginación de un niño de 10 años, sin nadie, sin nada, ...sin luz. Decidí que lo mejor que podía hacer era cerrar los ojos fuertemente e intentar dormir, un montón de pensamientos venían a mi cabeza...pensamientos traidores, igual que la mente de un niño. Pensaba que la oscuridad me engullía, tenía miedo de aquello que no podía ver, miedo de lo que yo no pudiese imaginar, miedo de la oscuridad. Tras estar un buen rato dando vueltas en la cama hasta cansarme, poco a poco me dormí. Me encantaba esa sensación cuando despertaba y mi habitación quedaba bañada por la luz que entraba, como si de un río se tratara, por la ventana a la mañana siguiente. Pero, por desgracia, esa noche me desperté mucho antes de lo previsto. Fue, creo, una de las mayores decepciones de mi vida, al principio pensé que me había quedado ciego, que el mundo se había quedado sumido por una noche eterna,
pero al mirar el reloj, comprendí que me había despertado a media noche. Decepcionado miré hacia la ventana, y por ella solo entraba el incesante ruido de los grillos, como si de un corazón que poco a poco iba latiendo cada vez más fuerte se tratase, hasta llegar a confundirlo con el mío. Efectivamente, el corazón me latía sin parar como si golpeara intentando escapar de mi pecho. Me disponía a darme la vuelta para dormirme de nuevo, cuando vi algo que hizo que mi corazón callara. Fue una impresión tremenda, la boca me sabía a metal, como cuando te dan un susto muy, muy grande. La sombra de un hombre alto
con sombrero descansaba al lado de la puerta, a los pies de mi cama. Con la oscuridad no podía distinguirlo bien del todo, solo veía una sombra, estaba quieto, mirándome fijamente, sabía que no apartaba su mirada de mí. Era un hombre muy, muy alto, incluso más que mi padre, creo que esa estatura no era posible para un ser humano. Y ahí estaba, seguía mirándome, no sabía que hacía ahí, me daba miedo no poder verle la cara, era sólo una sombra. Por dios, ahí había alguien. Agarré la sábana fuertemente y me tapé la cabeza, quería que ese hombre del sombrero desapareciera, quería dormir, y despertar con la fuerte
luz de la mañana entrando por mi ventana. Entonces me di cuenta de que olía a azufre, olía a cerilla quemada, no me había dado cuenta del olor con el susto. Era un olor muy fuerte, olor a quemado, pero precisamente allí no se quemaba nada, no encontraba la luz de ningún fuego. Entonces el olor se hizo mucho más fuerte, lo tenía enfrente de mí, sólo nos separaba la sábana, sentí un calor muy fuerte en mi rostro, sentía que me quemaba, de un momento a otro la sábana ardería, tenía su cara contra la mía. Dios, creo que me quemaba, quería chillar pero no podía, no sabía que me pasaba, el miedo se había apoderado de mí. Quería gritar, quería quedarme mudo gritando, perder la voz si conseguía aunque fuese un solo grito. Notaba como mi pecho se contraía intentando gritar, como se tensaba mi cuerpo, pero mi boca no emitía sonido alguno. Finalmente el olor desapareció, y también el calor que estuvo a punto de quemarme en las llamas del infierno. Atemorizado decidí intentar dormir, no tenía el valor suficiente como para levantar la cabeza más allá de la sábana por miedo a encontrarme de nuevo con él.

A la mañana siguiente mi cama estaba cubierta por cenizas, mi padre entró a la habitación y se quedó sorprendido. Me pidió explicaciones, y como un loco se puso a buscar por toda la habitación indicios de algún fuego, yo, sabía perfectamente que no encontraría nada, todo esto había sido obra del hombre del sombrero del cual emanaba un calor infernal y un olor a azufre muy intenso.

Esto estuvo sucediendo a lo largo de una semana, mi padre ya no sabía que hacer conmigo, yo tampoco sabía ya que hacer conmigo mismo, no quería que llegara la noche nunca, ahora amaba la luz como nunca antes la había deseado. Pero una noche tuve un acto de valentía y ese acto mecánico para apagar la luz, se convirtió en un acto heroico para encenderla. Esa noche, como de costumbre, me desperté a media noche, no me atrevía a asomarme porque sabía que él estaba allí, al lado de la puerta mirándome, a los pies de mi cama. Efectivamente, allí estaba él, con su sombrero, como si de la sombra de un
mueble se tratara, rígido, lo sabía por el olor que despedía, de nuevo sentía cómo mi cara se quemaba contra la suya, cómo la sábana se calentaba hasta el punto de casi prenderse. Entonces sin pensarlo, alargué la mano en contra de la palabra de mi padre, y enchufé la luz. Nadie creerá lo que vi. Allí estaba ese hombre, por fin pude verle la cara, efectivamente, era muy alto, tenía la piel blanca, la cara muy alargada, y era extremadamente flaco, tenía los dientes amarillos, y era de ellos de donde provenía ese olor a quemado, subí la mirada recorriendo su alargada cara y me di cuenta de que no tenía blanco en los ojos, eran como dos cuencas vacías, pero aún así, yo estaba convencido de que podía verme, entonces me di cuenta de que no tenía pelo y de que, efectivamente, un sombrero muy antiguo coronaba su alta cabeza. Entonces profirió un grito muy fuerte, un grito tan agudo que pensaba que los oídos iban a reventarme, su boca se abría de una manera descomunal, ningún ser humano
podía abrir la boca de esa manera. Estaba asustado como nunca antes lo había estado, esperaba que mi padre entrase por la puerta, era imposible que no hubiese escuchado aquel grito infernal. Pero, al parecer, el grito quedo atrapado en mi habitación. El olor a azufre se hizo mucho más intenso, pensaba que me ahogaba, no podía respirar, era como estar en medio de un incendio, aquello era el infierno, y aquel sin duda, era el diablo. Entonces sucedió lo que nunca me esperaba que fuera a pasar, aquel hombre del sombrero, el cual hoy tengo la certeza de que era el diablo, desapareció. No pude dormir en toda la noche, dejé la luz encendida, me daba lo mismo que mi padre me encontrara con la luz dada. Esperé a que llegara la luz del día y pulsé el interruptor, me di cuenta de que ya no había cenizas encima de mi cama. Mi padre, como todas las mañanas, vino a mi habitación a despertarme, pero le ahorré el trabajo, yo estaba despierto desde hacía ya mucho.

Desde esa noche, el hombre del sombrero no ha vuelto a visitarme, desde hace ya muchos años no prescindo de la luz, sin embargo, ahora, me encuentro en este pequeño escritorio con la luz enchufada. Miro a la cama y la recuerdo llena de ceniza, miro a la puerta y lo veo a él, como si estuviese ahí, mirándome con sus cuencas vacías, quemándome la cara, con su olor a azufre, su cara larga y blanca...ahora me siento mejor tras haber escrito esto. Acaba de irse la luz, si estas últimas líneas no se entienden del todo, es por que estoy escribiendo a tientas, tengo que terminar esto sea como sea, ¡¡ya no tengo miedo de la oscuridad!!, ....ahora empiezo a oler a azufre....

Terolaki
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 16:02:43 pm
Mi amigo Toño y su novia azul


   Toño era el sobrino del electricista de la aldea de Landoy y un entendido en electricidad. Llevaba más de cuatro años trabajando de ayudante con su tío al que le llamaban Rafael el Centella por lo mucho que sabía de la corriente eléctrica. A Toño lo había visto varias veces subido a los postes, enganchado en sus grampones, sujeto por la cintura con un cinturón de cuero ancho, cambiando las tacitas blancas que se sujetan a los cables que se apoyan en los postes colocados en líneas rectas que conducen la electricidad a través de diferentes montículos y, que se pierden, al llegar al alto de Landoy, entre laureles y viejos nogales que se ponen muy rojos en el otoño, sobre ese patio de hojas que van dejando todos los árboles al cambiar de estación.
   Landoy era la aldea de Toño y la mía. Allí nacimos y nos criamos los veranos de muchos años jugando a ser piratas de un Caribe del que oíamos hablar en el colmado de don Roque, en el que se fiaban las compras hasta el sábado, que se cobraba en el aserradero de madera de mi abuelo. Para ser un buen pirata había que tener una pañoleta portuguesa agujereada para tapar el rostro pero, sin dejar de ver, ya que los juegos los hacíamos sobre las barcas atadas al muelle de la aldea, desde donde se veía una ría irregular formada por la desembocadura de los ríos Baleo y Mera. Además, en los descansos de algunas batallas, en las que utilizábamos espadas de madera de castaño curvadas con empuñaduras de cuero negro, con las que luchábamos en contra de piratas ingleses que eran de San Adrián, una aldea cercana a la nuestra, todos los combatientes nos poníamos a mirar para la ensenada de Ladrido, riéndonos del nombre que le habían puesto, pues allí no parecía haber más perros que en otros lugares de la zona.
   Los piratas, algunos habíamos ascendido a corsarios y mandábamos bastante, nos contábamos historias exageradas sobre el islote de San Vicente que también veíamos claramente en el horizonte. Soñábamos con hacer allí una gran batalla en contra de los piratas de Cariño, el pueblo en donde más enemigos teníamos y, en donde estaba la banda de Domingo Varela, aquel muchacho que vestía siempre de blanco, pues nunca se manchaba, que lo peinaban con fijador y que llevaba siempre a tres niños altos y gordos, sus tres matones con él. Era el hijo de uno de los conserveros más importantes de la zona y, se comentaba, que su familia había conseguido muchas ventajas durante la pasada guerra, haciendo daño a otras familias. La verdad es que de esas cosas, en aquellos años, era mejor no hablar y, por eso, el grupo de piratas nunca lo hacía. 
   Nosotros nos encontrábamos en una ensenada tranquila, la de Mera y en Landoy, una aldea con Pazo y una condesa, desde donde se veía como se cerraba la ría por el norte con la sierra de La Capelada, llena de aves y de animales de muy distintas variedades. Pero, a mi y a Toño, lo que más nos gustaban eran los robles de gran talla y muy rectos, que aparecían en los bordes de las carreteras. Sus hojas eran abovedadas y oblongas, irregulares y daban cobijo a flores masculinas agrupadas en colgantes que se rozaban con las flores femeninas, situadas en el interior de largos pedúnculos. De los robles, mi abuelo sacaba las mejores maderas para la construcción naval, las traviesas del ferrocarril que estaba llegando desde Ferrol, todo por la costa y, para hacer los muebles más exquisitos en una carpintería rural pero muy sólida.   
   La aldea tenía un transformador de electricidad en el que trabajan Toño y su tío. Era un casetón viejo de paredes de cemento pintadas de verde para que las hierbas reconociesen su color y subiesen mejor por sus recovecos; de techo de lajas casi negras y con una puerta construida de tablones muy anchos y pintados de rojo bastante chillón, quizás para avisar del peligro que puede tener un lugar como ese. La cerradura era doble y mi amigo debía disponer de una llave grande y otra pequeña para abrirla. Toño pasaba horas allí dentro escuchando el sonido de la electricidad. Me decía que es como el de una canción de música lenta cantada en italiano una lluviosa mañana de domingo sin nada que hacer. 
   Pero, la electricidad tenía sus días y, a veces, cuando el río se escapaba de su cauce y el agua dulce llegaba a los pies del transformador, todos los alrededores parecían subir un tono musical, puesto que la electricidad comenzaba a rugir. Era cuando, según me decía Toño, la corriente eléctrica o te amenazaba con marcharse o comenzaba a mostrar de lo que era capaz con chispazos cada vez más fuertes. Cuando esto ocurría, sobre todo al atardecer o entrando la noche en el cielo del Landoy, todos los alrededores se iluminaban de un azul claro que escapaba con las nubes que pasaban muy aprisa. Entonces ocurría que los pájaros salían volando desde los postes sin rumbo fijo y los pelos de los gatos, que rodeaban al transformador en busca de ratones de campo, se erizaban para decirnos lo que iba a suceder.
Toño, me había dicho, en un día de agosto de mucha calma, la electricidad puede ser un imán errante, una antorcha que alumbra, un misterioso siniestro o un fulgor agonizante.
- Tú, ¿qué prefieres?, Andrés.
-Yo, que sea azul, que no se marche y que me ayude a ver las cosas en la  oscuridad.
- No eres nada romántico. Y el azul te gusta en todo, hasta en los monos de mecánico que utiliza tu primo Arturo. La electricidad es mi compañera, la que alumbra mi desvelo, mis ojos abatidos. Es el zumbido en remolinos que aparece vaga o aterradora. Es mi calma y mi terror secreto. Es mi amada que me serena en un plácido desvelo o me conduce al rugido del volcán ardiente con giros repetidos en un misterioso vuelo,- señaló Toño en lo que parecía un monólogo bastante dramático.
-Toño, cada día necesitas más a una chica. ¿Por qué no le dices algo a Susa?  A ella, le gustas,- le dije con mi voz más cariñosa.
- Yo ya tengo novia, lo que pasa es que es secreta y no puedo presentártela,- dijo Toño.
Aquella noche nos separamos a las nueve y media. Toño tenía que llegarse hasta el transformador y arreglar un pocillo blanco que se había roto en el poste que había detrás de la iglesia. Era una zona bastante bien iluminada en donde se sentaban, después de que el sol hubiese marchado, algunas personas mayores para hablar de sus cosas. Era un refugio para contarse historias que han sucedido, pero que aún quedan en la mente de los que se van a ir primero y quieren dejar constancia de que han existido, por lo que se narran entre sí aventuras llenas de ficción con ganas de divertirse dejando el poso de sus historias.
Antes de acostarme pude sentir el comienzo de la tormenta. La atmósfera, como siempre que ocurría, se cargaba de humedad y se respiraba una especie de vapor de agua invisible. El entorno se volvía de color de foto vieja y de un olor a pétalos de rosa roja que han sido quemados hasta quitarles el color y hacerlos cenizas. Todo se volvía color ocre y las casas parecían envolverse en un papel de regalo brillante que ayudase a iluminar la noche.
Los relámpagos caían cada vez más cerca de Landoy. El sonido de los truenos se palpaba al lado de la ventana. La noche no se apagaba debido a la luz azul de los relámpagos. No era una tormenta de verano, pues llovía con fuerza y ya habíamos mediado septiembre. El aire se había quedado quieto para dejar paso a una tormenta como no recordaba haber visto y oído antes. La tierra temblaba un poco y los montes que rodeaban la aldea parecían apenados viendo lo que estaba sucediendo en el valle. Y eso que ya eran unos montes con la experiencia de muchas romerías, amores viejos nunca contados e historias de guerrilleros fugados que ahora vivían escapados llamándose maquis.
Toño saltó de la cama, se vistió con el mono azul de electricista que, todo el mundo decía, le quedaba muy bien y le hacía más alto. Cerró la cremallera, se  puso las botas de goma aislante y salió de su casa cerrando la puerta con la suavidad con que siempre lo hacía. En menos de cuatro minutos estaba abriendo el transformador y entrando en su sala de motores, en donde estaban todas las máquinas que retenían, incrementaban, guardaban y repartían la electricidad.
Fuera los relámpagos se concentraban en el río y los truenos eran cada vez más fuertes debido a su cercanía. Desde mi ventana, había despertado por el ruido, veía la parte de atrás del transformador. Era una pequeña huerta en el que mi amigo y su tío plantaban tomates, lechugas y patatas para ayudarse económicamente. El transformador se comunicaba con la huerta por una puerta de atrás de madera realmente vieja que se había abierto y que se golpeaba con insistencia en contra de sus propios marcos. 
De repente, los vi. Toño había salido tropezando y abrazado a una luz azul clara que tenía forma de mujer. Se habían puesto a bailar la música de los truenos cuando su ruido se va yendo lentamente hacia la lejanía. Las dos figuras miraban para mi ventana, sabían que estaba allí y se movían al ritmo lento de un bolero triste de despedida.
Cuando el ruido se fue del todo, mi amigo abrió los brazos, la luz azul más clara que antes pareció inclinarse hacia él y besarlo. Al poco, la luz se fue yendo lentamente por el rincón derecho de la pequeña huerta en el que había tres manzanos muy juntos. Mi amigo, muy quieto, no dejó de mirar a la luz hasta que comenzó a caer al suelo.
En la aldea se dijo que un rayo lo había matado. Que había ocurrido cuando quiso salir a la huerta a poner un plástico sobre las lechugas para que no se estropeasen; que siempre había sido muy bueno, ayudado a todo el mundo y que no dejaba a nadie detrás de sí, dependiendo de él, pues no tenía ni siquiera novia.
Sólo yo supe lo que había pasado. Yo y una mariposa negra que revoloteó durante dos semanas sobre el sitio en donde habían bailado los novios.

Andrés Montenegro y Alba
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 16:04:18 pm
Ruega por nosotros


Recé y recé porque la oración fuese más que palabras, porque tuviese más poder que una carta firmada por el presidente, un rifle automático con lanzagranadas o una tarjeta de crédito dorada internacional. Recé y recé hasta que se me volviereron las palbralas y caí fofrundamente mormido.

Dicen que me atropelló un reno miope. La verdad, no recuerdo nada. Abro los ojos y acepto la ayuda de dos seráficas edecanes, aliso mi sotana, me levanto y leo el pendón a la entrada del auditorio: ULTRAYUDA, CUANDO LA AUTOAYUDA NO ES SUFICIENTE… Supongo que si estoy aquí, es porque esto me interesa, así que accedo.

La primera podría llamarse “El hombre que se convirtió en pino navideño”. Ver los videos testimoniales cómodamente sentado estaría muy bien, de no ser porque al final de cada historia alguien accionaba una caja registradora.

El beneficiado por usar las técnicas de Ultrayuda platica cómo sintió, y luego vio a su cuerpo cubrirse de luces, pequeñas estrellas que destellaban en su frente, torso, columna vertebral, las plantas de sus pies. La Ultrayuda lo encendió de tal manera que acabó convirtiéndose en…

…se los dije, “El hombre árbol de navidad”. No sólo eso, el sujeto cuenta que entonces le dio por reírse como niño con una voz desconocida que surgía de lo más profundo de su estómago. Una risa sana, plena, intensa, que por suerte no era jo jo jo jo jo.

El emisor del segundo testimonial debe haber sido arquitecto.

Este sujeto describió cómo en un momento de angustia extrema cayó de rodillas, unió sus manos, utilizó la técnica y de pronto una inmensa catedral –que también podría haber sido una mezquita o sinagoga- olorosa a incienso, con vitrales y cúpulas indescriptibles, lejanos pero cristalinos coros dignos del más alto círculo del cielo, naves, bóvedas y capillas dentro de otras naves, bóvedas y capillas, dentro de más naves, bóvedas y capillas… lo encerró por completo, ocultándolo de sus perseguidores y bendiciéndolo con una tranquilidad que sus deudas le habían hecho olvidar.

Volvió a accionarse la caja registradora (es un decir, la verdad es que era electrónica), y empezó a hacerlo mi indignación. Toleré un testimonio más, a éste lo llamé

Popeye y sus espinacas

“Vi cómo me conectaba con un lugar mucho muy alto en el espacio, lleno de luces brillantes de las cuales se desprendían destellos; algunos alcanzaron a tocarme. Por un breve instante, sentí que todo lo podía, que mis tres meses restantes de vida eran eternos, que mi tumor cerebral era una simple espinilla, que me había elevado por encima de las leyes de la naturaleza…”

¡Están haciendo negocio enseñando a la gente a rezar! ¡Eso es un enMe callaron de manera fulminante, me prohibieron usar el verbo con el que se ejecutan las plegarias o sinónimos en sus seminarios y luego apelaron a la razón última: el sueño.

“Les hemos dado lo que ninguna enseñanza religiosa ha dado jamás, al menos en los últimos mil años, ¿por qué destruirles la ilusión? Además, se curan. Finalmente, éste es tu sueño. Si no te gusta, despiertas y se acabó”.

Suspiré.

Luego, saqué la cartera y pregunté con la mirada.

“¿Cuánto valen tus dudas?”, me respondieron.

Costó caro, pero ahora veo tranquilo los esperanzadores videos que exponen el futuro de la ULTRAAYUDA… cabinas telefónicas sin destinatario… habitaciones con conexión espiritual inalámbrica de alta velocidad… reclinatorios en lo alto de altísimas torres… hasta pastillas. Pero lo mejor de todo, es la tranquilidad de saber que mis ruegos ruefon cuchesados… escufados… escu… escu

Rey Montaño
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 16:05:41 pm
En el país de los gigantes


Yo vivía en un país donde todos estábamos asombrados de unas extrañas  criaturas que habitaban entre nosotros. Lo primero que nos llamaba la atención era su estatura: ¡llegaban a medir hasta dos metros de alto! , cuando para los de mi especie los ochenta centímetros son  todo un escándalo.
Recuerdo que de pequeño mi mamá me decía que debía tener compasión por tales criaturas. “Ya quedan muy pocas sobre la tierra y las que aún viven lo hacen sin alma alguna”, me contaba al verlos pasar. Parecían sombras, espíritus, seres en pena. Muchas veces intenté seguirles el rastro con mi olfato, pero hasta el olor parecían haber perdido. Sobre sus cuerpos llevaban telas porque desde hace miles de años sienten vergüenza de su desnudez, aunque yo pienso que realmente se debe a que a veces tienen frío y sus cuerpos no tienen tanto pelo como el de nosotros.
Siendo ya todo un adulto, exactamente con tres años de edad, advertí que el sentido de mi vida sería el estudio de estos seres. Nada me conmovía tanto para entonces. Y llegado el momento decidí partir tras los gigantes.
 De las primeras observaciones que científicamente realicé pude concluir que hace miles de años habían dejado de usar sus patas delanteras para caminar y no hace poco como me habían dicho. Por lo que pude deducir que la pasividad de sus movimientos  se debía a otras causas.
Son muy interesantes sus costumbres. La que más llamó mi atención fue la abstención a la cópula sexual entre ellos y si alguno intentaba al menos acariciar a otro recibía como respuesta gritos o golpes.
En una ocasión un par de ellos (hembra y macho) se sentaron uno frente al otro. Por largo rato se miraron y de sus ojos salía un líquido parecido al agua pero de un sabor salado. No se ladraron ni se tocaron. Y para cuando el líquido se agotó cada cual tomó un camino diferente.
Dicen los más viejos de mi especie que mucho tiempo atrás ellos solían emitir sonidos muy raros, incomprensibles para nosotros pero que, a pesar de la complejidad, les había servido para construir una gran civilización y al mismo tiempo para destruirla luego de tres mil años de brillante existencia. Y es esa precisamente la interrogante principal de mis estudios.
Existen unos mitos, muy risibles y descabellados entre los míos, que hablan acerca de las vidas de estas criaturas, las cuales nos tenía por esclavos y mascotas. Claro, este es un asunto poco creíble, pero como estudioso debo tenerlo en cuenta para mi investigación.

Dos años después de salir de casa me sentía confiado al andar entre los gigantes, incluso hasta sentir orgullo y alegría. Debo confesar que en muchas ocasiones conviví en solitario entre ellos y nunca sentí miedo, todo lo contrario: mientras más sabía más pena me daban.
En un viaje a la costa descubrí algo nuevo: muchos de los que vivían por allí iban hasta la playa para contemplar la muerte de la Gran Bola de Fuego. Eso los inquietaba y tal vez pudiera parecer que tuvieran un alma. Pero una vez llegada la noche volvían a su estado de inocuidad.
Los gigantes en raras ocasiones solían estar en grupos, pero cuando lo hacían estos  nunca pasaban de los cuatro individuos y rápidamente se separaban. Parecía que no tuvieran un lugar específico hacia adonde andar, pues siempre iban de un lugar a otro sin sentido alguno. Comían cualquier cosa y por lo general muy poco. Dormían en las noches durante largas horas y si tenían oportunidad también lo hacían durante el día. Carecían de toda rutina, sus vidas estaban dominadas por el azar y la espontaneidad. Los de mi especie se burlan de ellos y les llaman tontos y aburridos, criaturas del aire y otras cosas por el estilo. Pero yo siempre me rehusé a creer  esto y toda mi vida he buscado tras esos ojos tristes la llama que una vez estuvo encendida.

Cuando cumplí los cinco años decidí que era tiempo de abandonar mi país e ir a estudiar a los gigantes de las Tierras Más Allá de las Montañas. Y en mi camino hacia ellas encontré a un gigante que llamó mucho mi atención: algo había en él que lo diferenciaba del resto. En su rostro podía verse la viveza de sus pensamientos. La primera vez que lo vi nadaba en el agua de un estanque, parecía disfrutar la limpieza de su cuerpo, cosa ajena del todo a los suyos. Cuando me descubrió echado sobre una roca hizo una expresión con su boca que nunca había visto en los demás: mostraba todos los dientes, pero no por fiereza sino por alegría. Con cautela se acercó y pasó su mano por sobre mi pelaje a lo que respondí con severidad. No podía permitir tal falta de respeto. Luego descubrí que también se dirigía a las montañas por lo que no nos alejamos el uno del otro.
Al gigante de los pasos rápidos le gustaba comer los frutos de los grandes árboles y cuando cazaba cualquier animalejo solía lanzarme un pedazo de su presa. Al principio el orgullo no me permitía aceptarlo pero luego tuve que ceder ante mis infructuosos intentos de caza.

Las montañas estaban cubiertas de nieve por lo que ambos decidimos ir bordeándolas por lugares más bajos. Contemplé al Valle de mi patria y le dije adiós, aunque no sabía que sería para siempre.
Del otro lado de la frontera un reino muy distinto se alzaba: extraños árboles y extrañas rocas se dejaban ver, con una impresión que denotaba desolación y tristeza. El bosque era nuevo pero aún se dejaba oler un aire viejo, como el que exhalan muchas criaturas a la vez. En algunos sitios pude encontrar huesos de gigantes sin sepultar. Nunca había visto cosa tan horrible. Vi cómo el gigante de vivos pasos se acercaba a ellos temblando y luego de contemplarlos por mucho tiempo se alejaba con agua salada cayendo de sus ojos.
Este gigante sí parecía tener un camino en su destino, una dirección que seguir, una meta que cumplir. Y tal como yo parecía, buscar a otros gigantes que, extrañamente no se dejaban ver por aquel  singular bosque. Pero solo fue hasta el comienzo del otro bosque que encontramos a una pareja de ellos. Mi gigante volvió a mostrar sus dientes de alegría y los recibió dando saltos muy simpáticos. Los otros se mostraron desconfiados  y hasta un poco agresivos al principio pero luego toleraron sin celos nuestra compañía. Él hacía el intento por emitir algunos sonidos raros, como si quisiera comunicarles algo pero no le comprendían.
Pasadas unas horas, en que los tres parecieron amistarse, como nunca lo había visto, decidieron llevarnos a un escondrijo que celosamente guardaban. Allí todo era muy raro, del todo nuevo para mí: en las paredes de la cueva estaban dibujadas varias imágenes en las que se podían ver a los gigantes en sus tiempos de gloria. Esto pareció emocionar a mi gigante quien parecía comprenderlo todo. Él sacó de entre sus telas un objeto muy peculiar: tenía forma rectangular y su interior estaba compuesto por muchísimas hojas de árboles, también rectangulares y de color blanco como las nubes. Ellos lo observaron con detenimiento pero no pareció decirles mucho. Él se enojó y abandonó la cueva. Con su mano me indicó el camino por donde habíamos llegado, pero como no comprendía lo que me quería decir seguí tras sus pasos cautelosamente.

Luego de mucho andar llegamos a un claro donde vivían muchos gigantes. Estos se parecían mucho a mi compañero de viaje y eran del todo diferentes a los de mi país. Lo recibieron tocando sus hocicos, nos brindaron comida y luego se sentaron junto a un pequeño Fuego que parecían controlar. Pude al fin escuchar los extraños sonidos de los que hablaban mis ancestros. Parecían comunicarse con total éxito. De regresar nadie creería estos sucesos.
Al día siguiente vi a unos de los míos, parecía llevar más tiempo allí. Me dijo que provenía del norte, de donde viven nuestros primos salvajes, y que hace mucho vivía entre los gigantes. Su forma de decir las cosas era muy rara por lo que solo pude entender las ideas más simples.
La vida de aquellos gigantes era muy diferente, en ocasiones parecida a la nuestra. Ellos se esforzaban por tener actividades y por transmitir sentimientos de simpatía. El que no cumpliera con las costumbres era castigado e incluso expulsado del grupo. Recolectaban frutos, pescaban en el río y cazaban roedores y algunas aves no voladoras. Controlaban muy bien el Fuego y acondicionaban sus refugios en caso de lluvia, viento o frío.

Pero un día la desgracia cayó sobre estos gigantes cuando otros, malvados y feroces, irrumpieron de súbito en su territorio y asesinaron a cuantos pudieron, robando a sus hembras y crías.
Por suerte o desdicha mi gigante y yo logramos escapar  de aquel acto de barbarie, ya casi olvidado entre los míos. Ello me hizo reflexionar y comprender mejor la naturaleza tan variable de estas criaturas, que se les puede encontrar totalmente pasivas hasta totalmente agresivas. Y especulé acerca de esto como el posible motivo de su decadencia.
Tomamos dirección al este. Por sus miradas esperaba encontrar a otros buenos gigantes o un lugar seguro donde vivir. Ya yo había cumplido los diez años de edad y sabía que la mejor forma de morir sería entre estas criaturas, por lo que decidí acompañarlo en su destino.
Nunca regresé del país de los gigantes. Nunca volvía a ver a uno de mi especie. Pero cumplí con mi deseo de estudiar el misterio de estas criaturas. Solo lamento no haberlo resuelto.

El fantasma gigante
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 16:06:57 pm
El crucifijo


—¡Dios mío! Por favor, ¡que alguien me ayude! —gritó un hombre.
—¿Se ha hecho daño? —preguntó una mujer.
—Me fa, me falta el ai, el aire —consiguió responder.
—No se preocupe, es un simple corte de luz, estoy segura de que volverá enseguida —le dijo la mujer.
—Me ahogo, no puedo resp... ¡Ayúdeme!
—No hable —le sugirió la voz femenina.
—¡Me voy a desmayar!
—Me estoy acercando a usted, es que no se ve absolutamente nada. Quédese tranquilo.
—Me siento muy mal —dijo el hombre un poco más calmado.
—Meta la cabeza entre las piernas, debe de ser un bajón de tensión.
—Padezco nictofobia.
—¿Qué es eso? —pregunté mientras intentaba abrirme paso en la penumbra para acercarme al hombre que profería los gritos.
Había llegado a la estación de metro de Callao a la una y cuarto de la mañana. El cartel indicador mostraba que faltaban doce minutos para que el siguiente tren se hiciera presente. Esa noche había quedado con mis amigos para tomar unas cañas, y los dos últimos gin tonics a mi organismo no le habían hecho mucha gracia. Mientras esperaba me quedé dormido en un banco. Y tuve un sueño horrible. El alcohol es lo que tiene, me genera pesadillas, y aunque conozco sus efectos de memoria, no puedo evitar beberlo. Soñé con un crucifijo gigante que me perseguía por un callejón sin salida. No le temo a nada; a mí las arañas no solo no me dan miedo, sino que me gustan, las serpientes lo mismo, viajar en avión me encanta, en los sitios pequeños y cerrados me siento a gusto. O sea, las cosas a las que la gente les suele tener pánico a mí no me generan malestar alguno. Sin embargo, a los crucifijos no los puedo ver ni en fotografías, ni a un kilómetro de distancia, les tengo terror. Por suerte cuando el crucifijo gigante me tenía arrinconado contra una pared me despertó la llegada del metro a la estación. Al subir al vagón eché una ojeada rápida. Solo había dos pasajeros. Ambos dormían.
—Tengo fobia a la oscuridad —me respondió el hombre con un hilo de voz apenas audible.
—Voy a ver si tengo un mechero en mi bolso. Usted respire —dijo la mujer.
—¡Rápido! Necesito luz, necesito ver.
—¿Quiere que coja su mano? —le ofrecí. Cuando era un niño me confortaba que mi madre o algún adulto me cogiera la mano si estaba muy oscuro.
—Sí.
Estaba helada, pensé que las manos de los muertos serían igual a esa.
—No tengo mechero, me lo habré dejado en casa —dijo compungida la mujer.
—¿Tiene móvil? —le pregunté—. La luz no es muy potente, pero a lo mejor es suficiente para que este hombre se calme un poco. Yo no tengo.
—Sí, sí, por poca que sea la luz me vale —se oyó decir con la respiración entrecortada al hombre.
—Fue lo primero que pensé. Es que lo tengo sin batería —comentó la mujer.
—Cojan el mío, está en el bolsillo derecho de mi pantalón —pidió el hombre.
Lo encontré rápidamente, pero mi tacto no distinguió tecla alguna sobre la cual presionar para que se iluminara su pantalla.
—Tiene un interruptor a un lado, lo tiene que pulsar hacia abajo y se enciende —me explicó su propietario entre jadeos.
Pero yo no encontraba el interruptor, no sabía siquiera de qué me estaba hablando.
—Deme —me ordenó la mujer—. Yo algo entiendo de móviles porque mi hija los tiene de todos los tipos; móvil nuevo que sale al mercado, móvil que se compra, es una maniática de tener lo último de lo... ¡Ay! ¡Dios! ¡No! ¡Me voy a desmayar! ¡Me ahogo! —gritó la mujer luego de unos pocos segundos de tenue luz.
Se escuchó al móvil impactar contra el suelo. Y nos volvimos a quedar inmersos en una oscuridad total.
—¿Qué le pasó? —le pregunté a la mujer mientras mis manos tanteaban el suelo del vagón buscando el aparato.
—Le suplico que no encienda ningún tipo de luz. Espero que el metro avance a oscuras hasta que me pueda bajar. ¡Dios! ¡Qué horror! —gritó la mujer.
—¡No! Por favor, enciendan de nuevo la luz, se los ruego —pidió el hombre con notoria desesperación.
—¿Por qué desea estar a oscuras señora? No comprendo —le pregunté y mis manos se toparon con el móvil.
—Voy a vomitar.
Escuché las arcadas de la mujer, y enseguida un repulsivo olor invadió mis fosas nasales.
—Padezco coulrofobia —explicó la mujer cuando hubo terminado de expulsar la cena.
—¿Qué?
—Les tengo terror a... Terror a... Es que hasta me da asco decir la palabra con la que se los nombra... ¡Me repugnan los payasos! —, y otra vez la escuché vomitar.
—Como no enciendan el móvil nuevamente me da algo, un sudor frío está bajando desde mi nuca por mi columna, no me siento capaz de estar consciente mucho tiempo más —aseguró el hombre.
—Si vuelvo a ver a ese asqueroso, le juro que me sacan de aquí en ambulancia —dijo la mujer con un elevado tono de voz.
No sabía qué hacer, tenía que ayudar a uno o a otro, cualquiera que fuera mi decisión perjudicaría a uno de los dos pasajeros encerrados conmigo en el vagón. Yo tenía el móvil, por tanto, era quien decidía si se encendía o no.
—Señora por favor, soy un ser humano, sabrá que el ser un payaso es tan solo un disfraz —le explicó el hombre entre resoplidos.
—¡Cállese! No diga esa palabra que no la tolero. Usted sabrá mejor que nadie que las fobias son irracionales y que no se pueden controlar. Les tengo pánico desde que nací a esos seres pintarrajeados de un modo ridículo y vestidos como si fuesen idiotas.
—Le pido que se controle o mire para otro lado. ¡Necesito luz! —gritó el hombre.
—Si enciende la luz no voy a poder evitar mirar al asqueroso, se lo aviso, voy a sufrir un ataque de pánico, que no sería el primero —me aclaró la mujer.
—¡Luz! —chilló el hombre.
El metro seguía detenido e inmerso en la oscuridad más negra jamás vista por mis ojos.
—Solo se me ocurre una cosa: encenderé la luz del móvil unos segundos. Usted cierre los ojos señora. Yo me pondré delante suyo para evitar que vea al payaso en caso de que no pueda evitar abrirlos.
—¡No diga esa palabra! —me gritó la mujer.
—Cuando la luz se apague le cojo la mano a usted señor para que se sienta un poco más seguro. Es lo único que se me ocurre para hacer la voluntad de los dos.
—Le pido que no me deje ver al mamarracho pase lo que pase. Es que yo me conozco, sé que no voy a poder evitar mirarlo, tengo miedo por mi salud, nunca estuve encerrada en el mismo sitio con uno de estos. ¡Me puede dar un infarto!
—Lo que no entiendo es por qué no hace un esfuerzo y cierra los ojos señora. Yo no tengo otra alternativa, necesito que se encienda la luz para calmar mi taquicardia, pero usted puede elegir no verme, yo no puedo elegir nada —dijo el hombre, y fue la primera vez que habló de corrido.
—¡No puedo! No me pregunte por qué, pero sé que no podré evitar mirarlo si sé que hay uno de los de su clase cerca.
—Me estoy sintiendo muy mal, le ruego que encienda la luz, necesito ver urgentemente qué me rodea —gritó el hombre.
Me acerqué a la mujer y con las manos busqué su cara. Ella no dijo nada. Me di cuenta de que era alta como yo, así que le pedí que en caso de abrir los ojos dirigiera su vista hacia abajo, para que la misma se encontrase con mi pecho.
—Que sean solo unos segundos —dijo la mujer.
—¡Pero que comiencen ya! —pidió el hombre.
Cogí a la mujer por un brazo y encendí el móvil. Frente a mí vi un rostro al que le calculé cincuenta y pocos años.
—Gracias, ya me estoy sintiendo mejor —fueron las palabras del hombre.
—Tengo que abrir los ojos, no lo puedo evitar. Los voy a abrir y sé que me voy a descomponer. ¡Necesito abrirlos! ¡Y me va a dar algo! ¡Dios! ¡Ayúdame! —gritó la mujer al borde del llanto y empezó a hiperventilar. A los pocos segundos temblaba como una hoja en medio de un huracán. Supe que se caería al suelo de un momento a otro.
—Mire mi pecho —le insistí con toda la tranquilidad de la que fui capaz—. Haga un esfuerzo, respire y céntrese en mi pecho.
Como si esas palabras hubieran sido dirigidas a ellos, mis ojos miraron el pecho de la señora. El crucifijo que colgaba de su cuello es lo último que recuerdo.

Lemuel Linh
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 20, 2012, 16:08:24 pm
Quebranto y victoria


Rodrigo se había enterado del deceso de su madre unos días antes de que esto sucediese. Es que las artes adivinatorias lo seducían de manera especial. Una vidente le anticiparía con crueldad el luctuoso acontecimiento que sufriría. Fue por eso que a partir de ese instante sintiera un rotundo desprecio por la muerte. Le parecía percibirla muy cercana. El deseaba negar esa sensibilidad repentina que le despertara la partida de la progenitora, pero no podía. Cierta noche decidió salir a caminar para despejar su mente. Ese ejercicio en particular lo abstraía, por lo general, de cualquier preocupación que tuviese. Mientras recorría el parque, distante de su hogar unas tres cuadras, se encontraba con quienes, como él, disfrutaban de las horas serenas dando incontables vueltas por el vasto espacio verde. Mientras transcurría el tiempo, sin detenerse, saludaba a unos y a otros en el trayecto. Pero esta vez era diferente, había menos personas, las luces se desvanecían en penumbras y a poco de iniciada la marcha los demás transeúntes se fueron.
En esa deprimente circunstancia continuó sus pasos sin saber hasta dónde llegaría. De repente una garra helada le recorrió la espina dorsal. Supo que la muerte estaba allí. Con sus ojos aterrados viró su cabeza en todas direcciones en pos de hallarla, pero escurridiza entre las sombras no logró verla. Su espalda fría como el mármol pronto se entumeció. Las piernas apenas le respondían. Intentó escapar. Sus movimientos lentos lo desesperaban. Miraba hacia atrás porque creía escuchar los huesos de su acosadora resonando entre la arboleda. Al voltearse solo podía apreciar las horrorosas sombras de las plantas. Sabía que el miedo lo paralizaba. Con esfuerzo hacia detonar de vez en cuando entre sus músculos ese impulso eléctrico que lo dejara mover. Era pleno invierno pero él estaba bañado en transpiración y congelado. Por fin sus veintiocho años le devolvieron el vigor y pudo lanzarse en una carrera que lo alejara del sitio macabro. Recorrió raudamente los tortuosos senderos del lugar hasta dar con la vereda que delimitaba la zona. Solo tornó su mirada hacia atrás al atravesar la calle. El solitario automóvil lo impactó de lleno. El cuerpo del muchacho quedó tendido en la acera del parque entre los pastizales y muy cerca de la primera hilera de arboles. El chofer lo consideró muerto y, sin dudarlo, se dio a la fuga. Sangrando por varias heridas y con una de sus piernas rotas se arrastró dolorosamente hasta la planta más cercana. Los yuyos mojados por el rocío le acariciaban la cara  tratando de reanimarlo. La soledad y el vacio cubrían la zona como dos soldados del infierno. Con el ojo que no se le inflamara por el golpe oteó el paraje sin encontrar viviente que lo socorriera. Ni un solo movimiento se percibía en el lugar. Hasta las hojas se habían detenido. Las lejanas estrellas parpadeaban frágiles ante el hecho. De ese modo advirtió que ni siquiera el cielo le ayudaría. La suavidad de la grama plegándose al paso de alguien lo hizo girar. Desde dentro del bosquecillo una figura sombría se acercaba. El corazón del muchacho latió más fuerte que el sonido de su voz pidiendo auxilio. La sombra se detuvo a pocos metros por delante de él.
-   Ayúdeme por favor, llame pronto a una ambulancia, tengo varias heridas y una pierna quebrada.
-   Te estás desangrando Rodrigo – respondió la mujer con una voz indefinida entre femenina y varonil – nadie puede socorrerte.
-   ¡Por favor se lo pido! ¡no soporto este dolor! ¡llame a una ambulancia con urgencia! – las suplicas del joven resonaron en toda la plantación menos en el corazón de su interlocutora.
-   Solo te quedan minutos en este mundo – la voz, aunque incierta, sonaba como una letanía monocorde y segura – la sangre que se asoma por tus labios denuncia que el impacto te ha desgarrado el hígado.
-   ¡Se lo suplico! ¡No me deje morir! Si usted quiere puedo darle una recompensa… - su voz se quebrantó ante un breve vómito de sangre negruzca. El dolor sobrevino como un hachazo y lo hizo retorcerse hasta casi perder el conocimiento.
-   Es demasiado breve el tiempo que te resta – dijo la sombra acercándose, al asomarse un poco más a las penumbras Rodrigo se aterrorizó, pudo ver la esquelética figura de la muerte ataviada con una vieja y raída túnica negra– de nada te sirvió el querer alejarme, yo siempre llego en tiempo y forma.
-   ¡Por favor no me corte en plena juventud! – imploró el muchacho hasta el llanto – ¡no sería justo!
-   ¡justo! ¿Qué es justo? ¿Quién dicta las leyes?
-   No es justo que mi vida termine así, mi madre murió por causa de una horrenda enfermedad, mi padre está deprimido hasta la agonía y ahora yo… ¡yo quiero vivir! – gritó Rodrigo con desesperación.
-   ¡Quieres vivir!... ¿quieres vivir?
-   Si, es lo que más deseo – mientras se retorcía sintiendo el cuerpo cada vez más frio.
-   Mmm… ya nos son minutos los que te separan de mí; son segundos.
-   No quiero morir – rogó débilmente mientras gemía de dolor.
-   ¿Qué harías por seguir viviendo? – la voz sonó estridente y socarrona
-   ¡Lo que me pidas! – una brisa de esperanza lo reanimó - ¡lo que me pidas!
Al desvanecerse todo su cuerpo se aflojó y ya no recordó mas nada. La estera mullida de pastos lo acogió mientras las extendidas copas de los arboles lo abrigaban de la intemperie.
Cuando despertó se hallaba en una sala absolutamente blanca. Tardó en reconocer que estaba en un nosocomio. Le pareció ver de modo borroso la imagen de su madre cercana a la puerta. Al abrir los ojos la silueta se esfumó. Buscó por los cuatro costados de la habitación de manera infructuosa. Su corazón se había acelerado con aquella percepción, por tal motivo los aparatos, a los que se hallaba conectado, dispararon una insistente alarma sonora. Al instante llegaron dos enfermeras junto al médico de guardia. En breves minutos lograron estabilizarlo. Él intentaba hablar, mas no podía. Su boca se encontraba adormecida como la mayoría de su humanidad. La tenue luz del atardecer se filtraba por la ventana. Tras ella se podían apreciar el verdor de las plantas. No tardó en caer la noche. Estaba solo otra vez. Vuelto en sí y con mayor capacidad de comprensión abrió los ojos de nuevo. No dejaba de mirar con insistencia las sombrías imágenes que el exterior le devolvía. La oscuridad desdibujaba los contornos de la arboleda y hacia que los movimientos de las ramas derramaran un efecto hipnótico sobre Rodrigo. De pronto un movimiento extraño llamó su atención. La mancha negruzca y deforme se desplazaba entre las plantas. Se acercaba a la ventana de manera lenta, silenciosa y aterradora. Se detuvo a poca distancia. El muchacho, convaleciente, hubiera deseado escapar, pero su cuerpo no le respondía. El sabía quién era. Desde la ventana lo observó con morbosa compasión.
-   He venido a detallarte mi pedido.
-   ¡¿De qué pedido me habla usted?! – respondió el joven con voz quebrantada y simulando no recordarlo.
-   Cuando estabas tendido en la vereda a mi merced… me prometiste que al salvarte harías lo que te pidiera.
-   ¡En la desesperación uno promete cualquier cosa!
-   Lo sé… muchos argumentan lo mismo al final.
-   ¿No soy muy original, eh? – inquirió el herido con una sonrisa producto del nerviosismo.
-   Claro que no. Con tal de sobrevivir muchos me ofrecieron cosas imposibles. Pero tu caso es diferente.
-   ¿Por qué?
-   Porque has pactado hacer mi voluntad.
-   Es verdad, ahora lo recuerdo – pensó por un momento y luego agregó – tomé el compromiso de hacer lo que me pidiera.
-   Pues a eso he venido… yo me alimento de almas. Necesito cegar vidas para continuar existiendo – hizo una pausa para poder expresar con corrección la pregunta y luego la lanzó como un rayo hacia el corazón de Rodrigo – ¿qué vida me ofrendarás a cambio de conservar la tuya?
Tras la cuestión planteada el paciente sintió como un mareo aturdidor. Sus labios se paralizaban mientras que la muerte lo contemplaba silenciosa desde el exterior. Comprendía que debía dar una respuesta, y debía darla de inmediato. De lo contrario su convalecencia tornaría pronto en agonía. No se le ocurrió nada en ese momento así que intentó ganar tiempo mientras pensaba.
-   ¡No puedo tomar una determinación inmediata!
-   Voy a guiarte a una respuesta… debe ser alguien a quien amas el que tome tu lugar.
-   ¿Alguno de mis seres queridos?
-   Exacto. La vida de un ser amado por tu vida.
-   Sería muy egoísta yo si hiciese tal cosa.
-   Ya no es tiempo para plantearlo, aceptaste complacer mi voluntad. No hay alternativa.
-   Tengo a mi padre, a mi abuela Edith, y a mi prometida Débora. Estos son los seres a quienes más amo. Luego están mis familiares más lejanos; pero las tres persona más queridas por mi son las que acabo de mencionar.
-   Bien… deberás elegir una de ellas.
-   ¡No puedo! Adoro con locura a cada una. Mi padre esta enfermando por su depresión, mi abuela transita con tristeza el otoño de sus días y Débora es el amor de mi vida. ¡¿Cómo podría yo alzar mi mano criminal contra estos que me estiman tanto?!
-   Deberás hacerlo… porque así lo pactaste.
El llanto irrumpió desde sus entrañas. Debía seleccionar a su víctima de entre las personas a las que más se aferrara en sus tiempos de desdicha. El padre le había enseñado todo cuanto él era como hombre. Su abuela lo consentía desde el mismo instante en que naciera. Y Débora era la propia luz de sus ojos, la amaba más que a su vida. Pero tendría que hacerlo. Alguno de los tres seria inmolado en pos de seguir adelante con su existencia. De súbito tomó la determinación.
-   ¡Ya se a quien sacrificaré!
-   ¿A quién? – interrogó la muerte con enfermiza alegría.
-   Yo seré mi propia ofrenda de sangre. ¡Toma mi vida de una vez!
-   ¡No es posible! – exclamó la sombra con voz grave e indignada – debe ser una persona a la que amas.
-   Me amo más que a nadie en esta tierra, así que… ¡toma mi vida!
-   ¡No es justo!
-   ¡Justo! ¿Qué es justo? ¿Quién dicta las leyes? –  respondió Rodrigo evocando las preguntas que la muerte le hiciera ante su reclamo en el parque.
Enfurecida se largó vociferando entre la arboleda alejándose derrotada. El joven, esbozando una sonrisa, saboreó su victoria festejando el ingenioso planteo, tras el cual libró su alma, y la de los suyos, del yugo tenebroso de la muerte.

Marcelo León Bergel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 15:59:25 pm
Al amparo de la noche


Un escalofrío sacude su cuerpo aterido. La ropa que lleva no es suficiente. Del lago viene un viento gélido que penetra la tela de sus pantalones con la misma facilidad con la que un cuchillo atraviesa la mantequilla. La chaqueta es gruesa, lo suficiente como para proporcionarle abrigo. Aun así, su cuerpo entero está helado.

Comprueba la hora en su reloj de pulsera. 4:36. Ha estado durmiendo más de dos horas. Le duele comprobar que se está haciendo mayor. Años atrás, una noche en vela no solo habría sido llevadera, sino que le habría resultado excitante. En sus comienzos, adoraba trabajar de noche. La oscuridad aportaba una quintaesencia alevosa que le hacía experimentar una sensación placentera incomparable. No en el sentido de que fuese lo más placentero que hubiese sentido, sin lugar a dudas el MDMA había llevado la intensidad del placer a una nueva órbita. Se trataba más bien de un placer de contornos ignotos y huidizos; difícil de atrapar y, por ello mismo, más codiciado. Pero eso fue largo tiempo atrás, cuando era inmaduro, apasionado e incansable. Los vestigios contemporáneos de aquel joven a duras penas pueden mantenerse despiertos.

Cuando intenta desentumecer sus extremidades, se encuentra con un cuerpo agarrotado, reacio a cumplir sus órdenes. Gira sobre sí mismo y pasa de estar tumbado boca abajo a contemplar el firmamento. No está de humor para cielos estrellados. De hecho, no está de humor para nada. Tan solo desea acabar y dirigirse al aeropuerto cuanto antes. Nada le apetece más que ver a sus hijos y a su esposa; excepto, quizás, un café caliente bien cargado.

Pip, pip, pip, pip. 6:00. La alarma de su reloj acaba con sus sueños de café. Ha vuelto a dormirse. Maldice entre dientes y se sorprende al comprobar lo rígidos que están los músculos de su mandíbula. Es la hora. Desde la posición ventajosa que ocupa en el techo del alto rascacielos, puede divisar en el horizonte los primeros indicios de claridad del día venidero. Con un gruñido vuelve a su posición original, boca abajo. Odia estos trabajos a distancia. Ciertamente, son más seguros, pero también más insufribles. Prefiere los trabajos a corta distancia, en los que precisamente por haber más variables en juego, sus reflejos y su atención están al máximo de sus capacidades, espoleados por la adrenalina que inunda su organismo.

Toma los prismáticos en sus manos y los dirige a la habitación que ha estado observando toda la noche. El mecanismo de visión nocturna le permite comprobar que todo sigue igual. Su objetivo yace cómodamente recostado en la cama. No le envidia, pero respeta su osadía. Deber más de un millón de dólares al jefe criminal más poderoso de la ciudad, no tener dinero para cancelar la deuda y ser capaz de dormir a pierna suelta. Solo hay dos explicaciones posibles: Bien este individuo tiene los nervios de acero, bien es más estúpido de lo que ya ha demostrado ser al perder un millón en carreras de galgos.

Activa el móvil desechable, marca el número de teléfono que le han dado y pulsa el botón de llamar. Sostiene el teléfono entre su oreja izquierda y su hombro encogido. Toma entre sus manos el rifle, cierra su ojo derecho y coloca el izquierdo en la mira telescópica. Cuando localiza la habitación, descubre que alguien ha encendido una luz, mas no consigue ver nadie en ella. La cama está vacía y el teléfono, que debiera estar junto a la ventana, no está. Algo no cuadra. Alguien descuelga al otro lado de la línea. Silencio. Al cabo de unos segundos, una voz masculina con un tono rayano en la compasión dice:

- Lo siento, de veras. Pero los negocios son los negocios.

Deja caer el móvil y suelta el rifle, pero cuando intenta rodar lateralmente ya es demasiado tarde. Atisba un hilo de luz roja dirigido a su frente una fracción de segundo antes de que el proyectil perfore su cráneo. Después, todo es negrura.

Alvpigón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:00:25 pm
Querido Renault-8
            


   Dos veces al año, el blanco Renault-8 se convertía en pasto de maletas y bultos que rellenaban huecos hasta entonces no descubiertos. Sofía colocaba a las niñas en los asientos mientras Gerardo cerraba con fuerza el maletero y respiraba profundo, sabedor de las más de 16 horas de coche que quedaban por delante.

   El viaje estaba a punto de empezar y Gerardo se confiaba a Dios. Lo olvidaba el resto del año, pero había que conducir hasta el pueblo y volver semanas después.

   Montse, la hermana mayor, observaba divertida el ritual del hombre más ateo y blasfemo que conocía. Encendería el cigarro, pediría ayuda en las indicaciones y se perdería en el mismo cruce de Soria. Exigiría silencio cuando la pequeña Paula quisiera ir al baño y discutiría con Sofía sobre la velocidad.
   
   Pero esta vez Montse no iría al pueblo. Se quedaría en Barcelona, trabajando, pensando que ya era mayor para pasar las vacaciones con sus padres. Echaría de menos la mariscada anual en casa de la tía Amable, las empanadas de la tía Celia, las fiestas con los primos y las conversaciones con la abuela. Por un momento, no se sentía tan mayor.

   Sofía deseaba que Montse estuviera bien, en Barcelona o en Galicia, pero también quería que estuviera allí, en el coche. Sufría al pensar que algo malo pudiera pasarle y se encontrara sola. Atendía más a Paula y no podía evitar pensar en todo lo que tendría que limpiar al llegar a la casa del pueblo.

   Paula quería ver a la abuela, jugar con las primas, ir a la feria, comer en casa de los tíos y estrenar el vestido nuevo. Notaba a sus padres más callados y comprensivos, y sabía que estaban tristes por Montse. Hacía semanas que se lamentaban por ello, pero a Paula no le parecía tan malo.

   Gerardo miraba por el retrovisor antes de adelantar y añoraba una voz que le decía “Papá, ya puedes”. Era el principio. Las niñas crecerían e ir al pueblo ya no sería pasar unos días en familia. Patriarca destronado, avanzaba kilómetros al norte. Obedeció a Sofía cuando le reprimió por pasar de los 120 y contestó afectuoso ante las ganas de orinar de Paula.

   Ese otoño, Gerardo contó sus ahorros y fue al concesionario. Después de quince años, el R-8 había cumplido su función.

Aina Canto
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:01:53 pm
Ya es tarde…


  Observo como mi cuerpo es cubierto por la policía, por fin….por fin dejaría de sufrir…dejaría…. ¿de qué? Mi mente se sentía como fuera de sí….como si nada me permaneciera….
  Sentía como si todo fuera un sueño…como… si toda mi vida solo fuera un sueño lejano…un sueño que comenzaba a olvidar….
  Muchos de mis compañeros se acercan a ver lo que queda de mí….con curiosidad morbosa, algunos incluso parecen consternados, parecían sentir lo que había ocurrido ¿por qué ahora les interesa aunque cuando grité pidiendo ayuda, pidiendo que alguien me prestara atención, me protegiera…nadie me ayudó?
  Todos pensaron lo mismo…imaginaciones de un niño….demasiada televisión o internet, o que no sabía socializarme….eran ellos los causantes de mi sufrimiento, pero todos actuaban como si la culpa fuera mía, como si hubiera intentado hacer la vista gorda….todo había desaparecido ahora como una mala pesadilla…
  Observo mi brazo que sobresale de la sábana con la que me han cubierto….Vislumbro los moratones que había ocultado por vergüenza, no deseaba alarmar a mis padres, ¿fue un error, sería verdad que no había pedido bastante ayuda? ¿Como podía ser mi imaginación? ¿Era yo el equivocado o eran ellos? Ya nunca lo sabría…nunca lo sabría….
  Mientras caía, muchos rostros aparecieron ante mí…mi familia…los pocos amigos que tenía, aquellos que aunque no me defendieron, tampoco la tomaron conmigo…finas lágrimas corrieron por mis ojos, al recordar a mi madre, a mi padre…habían hecho lo que habían podido, pero no había sido lo suficientemente fuerte, pensé que escapando lograría dejar de sufrir…lo había logrado ¿verdad?…ya nada sentía…dolor, alegría….todo era como un sueño, como una bruma en el tiempo, como la brisa en el mar….etérea….como mis lágrimas, sólo eso…lágrimas sin sentimientos….
  Observé cómo algunos de mis profesores lloraban, al observar mi cuerpo destrozado sobre el pavimento, cubierto y manchado de sangre. Tocándome la cabeza sentí una punzada, pero no de dolor, era como el recuerdo del dolor…recuerdo la sensación…nada más, sólo un recuerdo, que comenzaba a difuminarse…..mi tutora se acercó a mi cuerpo, siendo detenida por un policía mientras lloraba…parecía destrozada ¿Por qué? Muchas veces había ido a pedir su ayuda, a pedirle que hiciera algo, para que me dejaran en paz…para que dejara de sentirme como una basura a causa de sus insultos, de sus silencios, cuando pasaba por los pasillos; por cómo mis propios amigos se alejaban de mí por miedo a que las tomaran con ellos…
  A pesar de sus sollozos, que parecía no poder controlar, susurró algo que llegó a mí, aunque nadie más parecía oírla…
-No hice nada….nada….
  ¿Nada?....no, nada hizo….sólo observó cómo mi vida perdía su valor…hasta que mi última salida fue la más cobarde…
  Pronto fui arrastrado por el viento, apareciendo en el salón de la que era mi casa, donde algunos policías les daban la noticia a mis padres. Mi madre rompió a llorar, mientras caía al suelo entre lágrimas, al observarla nada sentí… tristeza…angustia…nada, como si nada tuviera que ver conmigo…. ¿por qué? Recordaba que había querido a mis padres, más que nada en el mundo…y a pesar de todo…ahora no sentía nada…observé como la policía entregaba una nota a mi padre quien sostenía a mi madre sollozando en sus brazos….sabía lo que decía….aquello que había escrito antes de caer….las palabras parecian ser lo único que parecía real del sueño que fue mi vida….

  Siento no ser lo bastante fuerte….siento no ser como vosotros…os quiero…perdonadme, por favor….

  Durante lo que pareció una eternidad, cientos de imágenes pasaron ante mí: todos aquellos que conocí…todos aquellos que nada parecía importarle mi sufrimiento cuando vivía…pero ahora todos parecían desconsolados….
Las palabras me llegaron a través del viento…
-Era tan buen chico….
-Nunca me imaginé que algo así sucedería…
-Pobrecito….podría haber pedido ayuda…
  ¿Ayuda? Yo la pedí….la pedí a gritos y nadie me hizo caso….ya era un fantasma en vida….Ellos me convirtieron en un fantasma en vida….yo lo hice con mi muerte…las palabras seguían viniendo a mi mente, incomprensibles….irreales….
-Dicen que lo acosaban….
-Es increíble que nadie haya hecho caso….
-Ya sabes como son los niños, algunos son tan exagerados, que nunca sabes cuando dicen la verdad…
  Sentí una punzada en el pecho… ¿Cómo podían decir eso? ¿Por qué la gente decía eso cuando ya nada tenía remedio?…. ¿por qué me hacían sentir que era culpable de mi tormento? Sentí que el torbellino de imágenes seguía sin detenerse, haciendo que me sintiera atrapado por sus acciones…. ¿por qué no podían dejarme en paz…por qué…no puedo descansar en paz de una vez? ¿Por qué incluso ahora…..mis fantasmas me persiguen?
  Sentí el vacío en mi interior, cuando todos los comentarios, todas las habladurías llegaron a mí….un sentimiento de dolor llegó de golpe, haciéndome jadear… ¿Qué era…que era esa sensación que me hacía partirme de dolor? Tristeza…tristeza, por todo aquello que había perdido…por aquello que nunca conocería….todo lo había perdido por su culpa….Sentí que la rabia me llenaba, me conquistaba…
  El viento volvió a llevarme a través de las calles, a través de la ciudad…hasta una calle, donde algunos chicos jugaban al baloncesto. 
  Busqué a los culpables de mi dolor, a los culpables de que hubiera tomado esta decisión…. Los localicé al instante….jugaban, se pasaban el balón, nada les importaba…mi vida sólo había sido un juego más para ellos….sólo un juego… había muerto, me había quitado la vida a causa del dolor que me provocaron….¿cómo podían….cómo podían ser felices, cómo podían vivir su vida, cuando ya nada tenía yo?…ya nada podía sentir a parte de la ira que me corroía por dentro….podía hacerles daño…hacerles sufrir por todo el daño que me habían hecho…por todo el dolor que me había llevado a quitarme la vida….Me acerqué sabiendo lo que haría…si traspasaba su corazón….si lo sujetaba el tiempo suficiente…caería…perdería todo aquello que yo no poseía….
Una silueta entrando en la cancha llamó mi atención y la de todos….Miguel…mi amigo….mi mejor amigo antes de que todo comenzara…parecía hundido, pero lo que más llamó mi atención era que se dirigía hacia ellos….él siempre deseaba parecer invisible, por eso me abandonó cuando la tomaron conmigo, me quedé observando la escena… ¿Qué se proponía Miguel? De pronto, el culpable principal de mi sufrimiento, salió despedido a causa del puñetazo de Miguel ¿Qué narices había pasado?
-Cabrón… ¿ya estás contento?
Éste se levantó furioso mientras sus amigos rodeaban a Miguel, esperando órdenes de su jefe. Intenté acercarme pero algo parecía mantenerme quieto.
-Estás muerto, chaval….-le dijo éste con odio a Miguel.
-Ya te has ocupado de él…. ¿soy el siguiente? -estos le miraron sin comprender- Se ha suicidado, hijo de ****… ¡le has amargado la vida!…todos somos culpables… ¡¡todos le hemos matado!!….-Estos se pusieron pálidos.
-Deja de decir estupideces….ese es demasiado cobarde….-Miguel volvió a golpearle.
-Y tú, un cabrón...espero que puedas vivir con su muerte sobre ti…yo no creo que pueda….-dijo saliendo de la cancha.
Parecían consternados…arrepentidos…. ¿de que servía ya? Sentí que todo desaparecía en mi interior y a mí alrededor….no recuerdo cuánto tiempo estuve en la bruma…en la niebla del olvido…toda una vida, un día…no lo sé….sólo recuerdo aparecer en la playa, donde mis padres esparcían mis cenizas…ya nada quedaba de mí….
Observé cómo mis padres estaban rodeados de personas, todos parecían desconsoladas….Miguel…mis profesores, compañeros…incluso él…. ¿de que servía el arrepentimiento…cuando el daño ya estaba haciendo?
Comencé a sentir cómo desaparecía. Temí que otra visión, otras palabras crueles llegaran de nuevo a mi mente…pero ya sólo sentía paz….No importaban las lágrimas, el arrepentimiento por mis acciones o por las de los demás…ya nada importaba…ya nada era real….
Ya era tarde….

Fabiola
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:03:47 pm
Así lo comparto contigo


El karma renovado en el viaje de mi vida. Esta es la cita que estoy volviendo a leer en un diario de viaje con las tapas duras cubiertas de mensajes tibetanos en negro sobre fondo naranja.

   Mirando las fotos colgadas de mi tablón de corcho, recordé con más nitidez mis experiencias alrededor del yoga.

Sé feliz. Ese es el significado de la transcripción del sánscrito Om Shanti. El lema del yoga.

Esto es, exactamente, lo que yo buscaba al acudir a clase de yoga dos veces por semana en un club deportivo de la ciudad asturiana de Xixón.

Debía elegir un deporte tranquilo, para el fomento de la calma interior y la flexibilidad física, por eso probé primero con el Tai Chi, pero al final me decanté por el yoga.

Todo fue mejorando desde que tuve aquel susto. Me lo aconsejó un médico de familia, muy acertadamente. Y mi aventura personal fue fecunda en buenos resultados. Hoy veo el mundo de otra manera y me siento mejor conmigo mismo. Evolucioné desde mi primer contacto con la disciplina de la armonía interior.

Primero desapareció el miedo al contacto con la gente. Después las barreras a responder a las preguntas sobre mi situación laboral. Sencillamente, la cuestión era que había quedado en paro, como tanta gente.

Luego comencé a sentir que disminuía la rigidez de mi cuerpo. Cada semana me doblaba un poco más y me iba encontrando más cómodo en las diferentes posturas o asanas.

Además, el discurso yóguico sobre la relajación y la meditación en paz y armonía fue calando en mi estado de ánimo. Incluso hice amigos en la clase, con los que fui de excursión a hacer yoga a la zona costera y a un retiro en plena montaña boscosa del interior de la Cordillera Cantábrica.

Todo ello se completaba con informaciones y reflexiones en un blog propio del grupo, con enlaces a una nueva vida sin prisas.

Además, comenzamos a practicar la meditación y posturas de otras disciplinas parecidas y enriquecedoras.

El buen ambiente triunfaba entre los que en su mayoría habíamos acudido a esta práctica oriental por algún problema.

La salud por medio de esta milenaria práctica alcanzaba a todas las edades y sexos, parejas y embarazadas.

Un alumno del grupo, hasta llegó a convertirse en profesor de yoga, dejando su antiguo oficio de comercial que le pesaba como una mochila que siempre llevara sujeta a la espalda. Todo un gran cambio vital.

Posteriormente también vino mi compañera sentimental a las clases, para recuperarse de una operación en el interior de su cuerpo. Las posturas le beneficiaron tanto que adelantó su alta médica.

Esas navidades nos regalamos ropa y objetos relacionados con el yoga, sin el cual nuestra vida hubiera discurrido de muy distinta manera.

Es curioso, pero con la crisis económica cada vez hay más alumnos. Supongo que van a la búsqueda de una gimnasia tranquila para el cuerpo y la mente.

Precisamente ése es el significado de la palabra yoga, la unión del cuerpo y la mente.
   
“No hace falta ir a la India o al Tíbet porque cerca de nosotros, hay un pequeño espacio donde nos podemos encontrar con la esencia de esas realidades, mejorar nuestro cuerpo y vivir de forma más sana y en armonía con los demás”, repetía el profesor de yoga.

Sin embargo, en mi interior deseaba conocer ese país oculto y en un viaje a París encontré en una librería una estupenda guía del Tíbet. No dudé en comprarla y guardé en mi interior la voluntad de ir hasta allí algún día.
Esas vacaciones íbamos a ir en semana santa unos días a la aragonesa Alquezra, en el prePirineo somontano de Huesca, entrada al parque natural de la Guara. La reserva y la preparación del viaje resultaron bien. El alojamiento económico para dos personas también.

Resultó ser un lugar muy tranquilo y apartado, con gente amable y una sencilla comodidad.

Pero un viaje llama a otro, y la llamada comenzó mientras estábamos descubriendo la preciosa población medieval de Alquezra, con sus murallas y su elevado castillo.

Descubrimos una pequeña tienda de productos de la tierra, que tenía un apartado denominado “Productos de otros países”, donde vendían bolsas de lana, pegatinas y otros materiales del Tíbet. Una bandera tibetana con el lema en inglés Free Tibet dominaba la pared del fondo del local, llamado “O forno”, en aragonés.

Lo frecuentaríamos durante todas las vacaciones. Allí me convencí de viajar al país de los Lamas, hablando con el propietario, que ya había estado allí.

El dueño tenía una frase en sánscrito tatuada en el brazo, lo que me incitó a entablar una conversación con él sobre la devoción de aquella tienda aragonesa por el país del Himalaya.

Había vivido varios años allí con su mujer y descubrió la serenidad de la cultura  tibetana oprimida durante varias décadas por la represión china.

Me indicó cómo hacer el viaje y me transmitió tal interés, que ahora me encuentro escribiendo desde la primavera de Lhasa este relato tibetano de cómo las vidas se enganchan unas a otras, por medio de las palabras.

   Muchos años han pasado desde que viajé a la capital del Tíbet, un lugar espiritual único, envuelto en un paisaje extraordinario y habitado por el pueblo más amable de los que he conocido.
   
   Objeto de peregrinación, y a pesar de todos los impedimentos chinos, Lhasa es el alma y el corazón del Tíbet.

Es una ciudad donde el olor del incienso no ha podido ser eliminado por las modernas construcciones y los hábitos militarizados de los colonizadores enviados por Beijing desde 1959 para eliminar las costumbres milenarias de este pueblo generoso y pacífico.

   Pero la fuerza de las convicciones de una civilización milenaria no se puede borrar de un plumazo. Así, que desde su exilio en la India, el gobierno tibetano con sus cien mil exiliados han formado un sistema de vida muy organizado en todos los sentidos.

   Este lugar de Asia ofrece impresionantes monasterios, se respira un aire purísimo en las rutas por sus altitudes. Inimaginables vistas de las montañas más elevadas del planeta. Lagos de color azul turquesa y lugares de culto en plena naturaleza con múltiples banderitas oracionales al viento. Todo ello envuelto con el eco de los mantras rítmicos de los monjes budistas, las frases sagradas para la práctica de la meditación interior.

Las posibilidades para la aventura son ilimitadas. Tanto si ésta es para explorar la orografía y la etnografía de un pueblo singular, como si es un viaje para la búsqueda del interior de uno mismo.

   Allá donde las dificultades físicas y orográficas son mayores, también lo es la bondad de los pueblos que habitan esos lugares.

   Descubrirlos es un regalo inesperado para cualquier ciudadano practicante de la lógica occidental.
   
Dejar pasar las cosas, para dejar vivir la vida en paz es una sabiduría oriental, largo tiempo meditada, de la que tenemos mucho que aprender.

Lo dicho: Om Shanti. Sé feliz, “porque tú eres el centro de tu mundo, estés donde estés”.

Así me lo dijo un monje del Tíbet en el techo del mundo. Lo hizo regalándome un bello mala verde o sarta de cuentas esféricas de madera para recitar mantras de la tranquilidad.

Así lo comparto contigo.

Arjuna
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:06:13 pm
Martes y 13


Eran las 22:30 h. de la noche y se estaba llevando a cabo un ensayo en el mismo teatro en el que se debía estrenar el drama; un teatro con muchos años de antigüedad y muchas más leyendas que años.
Hasta aquí, todo parece normal, pero si decimos que la fecha es la de un martes 13, para muchos de los lectores dejará de ser normal y pasará a ser un día temido e incierto.
En teatro hay muchas supersticiones que hacen temblar a los actores precisamente supersticiosos: El color amarillo; estrenar en martes y trece; ser visto vestido de personaje antes de la representación, etc. Pues bien, la obra que se estaba ensayando era una en la que la protagonista, en las postrimerías de la misma, debía ser rescatada viva del interior de un ataúd por el galán de turno y fundirse en un amoroso abrazo. El principal problema fue que la protagonista, muy supersticiosa, se resistía a entrar en un ataúd auténtico. El Director de la pieza teatral, el señor Fidel, comenzaba a perder la paciencia tratando de convencerla. --¡Por favor, Sandra, aguante cinco minutos en el ataúd y acabemos ya de una vez!
Pero Claudia, la actriz, sufría espasmos nerviosos cada vez que intentaba dominarse e interpretar su papel. --¡No voy a poder, señor Fidel! ¡Sufro escalofríos sólo de pensarlo!--
He insistía el Sr. Fidel. --¡Todo eso no son más que bobadas! Que yo sepa, esta obra se ha llevado a escena más de treinta veces y no se ha muerto nunca ninguna protagonista.
--Tal vez. Pero ¿usted sabe qué día es hoy?
--Naturalmente: martes. ¿Y qué?
--¡Y trece! ¿Comprende? ¡Martes y trece!... ¡Por favor, no me haga entrar en esa caja! Dejémoslo para mañana, ¿vale?…
--Mire, Claudia; como no le dado demasiada importancia a esta escena, he tenido el detalle de no ensayarla hasta hoy, pero además de que tenemos que ensayar también con el protagonista y con el resto del elenco (irónico), que han venido a eso, ¿sabe?, el próximo viernes tenemos el ensayo general y el domingo es el estreno… ¡Y no estoy dispuesto a salir de aquí sin que ensaye esta escena varias veces hasta que salga perfecta! ¿Lo tiene claro? Y ahora, bajo su responsabilidad.--
Obviamente, la temblorosa Claudia, muy a su pesar, se ve obligada entrar en aquel espeluznante féretro forrado de un brillante raso color blanco. El propio director, al verla tumbada por fin, con los brazos estirados a lo largo del cuerpo y en el interior de la caja mortuoria, sin poder reprimirse cerró la tapa con cierta violencia. Ernesto, el galán, después de recitar unas quijotescas frases del guión, se dirige al luctuoso lecho y, parodiando esfuerzos para abrir la tapa del ataúd, cuando simula poder abrirla, todos los presentes quedaron aturdidos y confusos, pues Claudia, incomprensiblemente, no se hallaba en su interior. Desde el primero al último de los miembros del elenco y del equipo técnico se miraron unos a otros sin saber qué pensar. Incluso salió el típico incrédulo, que acusó al director de gastarles una broma pesada con ese burdo truco de hacer desaparecer a alguien por medio de una trampilla colocada al fondo de un cajón simulado y preparado al efecto. Pero cual no sería la sorpresa de todos, cuando comprobaron que la caja mortuoria, confeccionada con pino joven, estaba firmemente machihembrada y encolada, y que el raso de color blanco no mostraba signos de haber sido manipulado. La desesperación del señor Fidel era tanta, que la preocupación afloró a los rostros de los presentes, hasta el punto de lanzarse a llamarla y buscarla por todos los rincones del teatro, aunque hubo quien se dedicó a intentar encontrar un artilugio de apertura bajo de aquella pieza funeraria. Pasaba el tiempo y los nervios empezaban a desatarse. Todos los esfuerzos por encontrar a Claudia estaban resultando estériles, y un anormal sentido de culpabilidad se apoderó de aquellos quienes llegaron a burlarse de los temores de la actriz desaparecida, sobre todo, del director, quien no daba crédito a lo sucedido. Alguien propuso llamar a la policía, pero… ¿qué iban a decir; que Claudia había sido víctima de una extraña y misteriosa desaparición del interior de un féretro mientras ensayaban y a la vista de todos? ¿Quién les iba a creer? Se reirían de ellos… O lo que es peor, ¡tendrían que hacer frente a numerosos interrogatorios como si fueran delincuentes, ya que, por lógica, si no aparecía la actriz, ninguno de todos estaría libre de sospechas de ser el causante de una maquiavélica maquinación, con el fin de quitar de en medio a la pobre de Claudia!...
En eso estaban, cuando de repente sonó un grito desgarrado y de procedencia suficientemente localizada, pues venía del escenario. La práctica totalidad de la gente se abalanzó en la dirección del grito, pero en llegar al escenario, lo encontraron vacío. Nuevas interrogantes fueron apareciendo entre ellos. Mas… cuando nadie hallaba explicación para tan extraña situación, una de las actrices secundarias les recordó que Jaime, el regidor, era quien se había quedado para buscar respuestas en el ataúd y que ahora tampoco estaba. Unos y otros fueron preguntándose si alguien sabía algo de Jaime o si lo habían visto en algún momento, pero nadie pudo dar razones de él desde que se quedó en el escenario. ¿Qué debían hacer ahora? Esa era la pregunta que flotaba en el tenso ambiente. Súbitamente, Fidel, el director, formó varios grupos de dos y les ordenó separarse y buscar exhaustivamente por todo el viejo teatro, e incluso tratar de localizar escotillas, ascensores y forillos en desuso, por donde acostumbraban a hacer sus mágicas desapariciones los actores de piezas teatrales de misterio, o bien las partenaire de los magos, en sus ya preparadas actuaciones.
Una hora después, nadie tenía repuestas, pues pese a que se hallaron arcaicos forillos camuflados y bien cubiertos por otros más actuales, dos escotillas y un ascensor, estaban totalmente vacíos y se percibía claramente la falta de uso desde hacía bastante tiempo. El desconcierto era total. Los hombres recelaban unos de otros, pues las desapariciones no podían ser obra del Espíritu Santo, ni tampoco del diablo. ¿Pudiera ser que hubiera un asesino entre ellos, un psicópata capaz de hacer desaparecer los cuerpos de sus víctimas, bien después de asesinarlos o de dejarlos sin sentido? ¿Era posible que uno de ellos, enfermo o loco de atar, estuviera tratando de acabar con todos, uno por uno? Y si era así, ¿quién de todos conocía tanto ese teatro como para moverse entre él como pez en el agua y poder esconder los cuerpos donde nadie había mirado, además de moverlos ante los ojos de todos los presentes sin que nadie se apercibiera? Todas las miradas terminaron por centrarse en uno de los dos traspuntes, en Jacobo, quien de acuerdo con su currículo, ya había trabajado en esa sala teatro allá por los años setenta. Éste, al sentirse blanco de todas las miradas y percatándose del pensamiento de la mayoría, extirpó toda sospecha sobre él, recordándoles que había estado todo el tiempo al lado de Fidel, lo que corroboró el propio director.
El reloj seguía marcando las horas y ya habían transcurrido tres desde que entraran en el teatro, y los ánimos iban decayendo, al contrario que los nervios y la tensión, que estaba subiendo a límites peligrosos, y del riesgo que suponía seguir estando en semejante lugar. Entre todo ese mar de interrogantes y de desconfianzas, Lupe, la segunda traspunte, sacó un móvil de su bolso y trató de llamar a la policía, pero antes de completar la llamada, Fidel la interrumpió para dar una idea que a nadie se le había ocurrido hasta el momento y que podía ser la solución: hacer una llamada, sí, pero a los dos desaparecidos, y si su móvil seguía estando con ellos y éstos estaban todavía dentro del edificio en cuestión, sólo había que seguir el tono de los aparatos móviles. Guillermo, el ayudante de dirección, tenía sus números de teléfono registrados en su agenda del móvil, por lo que, sin más, marcó uno de ellos, el de Claudia. El silencio se hizo tan espeso que no se escuchaban ni sus respiraciones. Súbitamente, un sonido que semejaba al de la sintonía de una conocida serie televisiva se oyó cerca de ellos; a unos cinco metros escasos, pero algo apagado, como si estuviera metido detrás de una pared. Todos, sin excepción, se acercaron a una columna situada a la derecha de caja, la cual se hallaba forrada con tela negra igual a la de las patas de los costados del escenario. Nadie se lo pensó dos veces y la emprendieron a tirones con la citada tela, hasta dejar al descubierto el hueco de un pilar vacío y el cuerpo de Claudia. Estaba viva, respiraba, pero tenía los ojos exageradamente abiertos, fijos en un punto lejano. Lo más impresionante era que, sus cabellos, negros como una noche sin luna, ahora eran del color de la nieve.
Tras rehacerse de la terrible impresión del hallazgo de la infortunada Claudia, Guillermo, visiblemente nervioso, marcó el número de Jaime, y exactamente igual que antes, se escuchó el sonido de otro “politono”, el cual parecía proceder del féretro. Como el ataúd estaba cerrado, Guillermo abrió la tapa y encontró a Jaime, quien presentaba las mismas características que claudia: ojos fijos en un punto indeterminado y cabellos totalmente blancos.
Ahora sí, previos vanos intentos de que los dos desafortunados compañeros,  Claudia y Jaime, salieran de su estado catatónico, llamaron a la policía para que se hicieran cargo de todo e investigaran tan extraño caso.
Pasados dos meses, la investigación no había adelantado absolutamente nada. Ni el forense, ni los más avezados inspectores, ni los parapsicólogos más destacados lograban descifrar aquel jeroglífico de despropósitos inexplicables, y sobre todo, no entendían cómo se podía coger el cuerpo de una persona viva de dentro de un féretro cerrado, y a la vista de todo un grupo de gente, sacarlo, trasladarlo hasta un pilar falso, introducirlo en su interior y cubrirlo con una tela perfectamente colocada, además de hacer lo propio con un hombre, para meterlo en la caja mortuoria en la que antes se hallaba la pobre Claudia, la cual permanecía inclinada y a un metro del suelo. Y lo que es peor: ¿qué verían las desafortunadas Víctimas, para quedar en el estado en el que fueron encontradas?
Seguramente, muchos de los investigadores destinados al caso y después de rechazar todas las explicaciones racionales, llegaron a pensar que no fue muy acertado el ensayar semejante escena en un teatro con demasiada historia, en un… «martes y trece».         

Escalindropo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:08:57 pm
Desertar del silencio


Quizás sea tiempo de desertar del silencio.- se iba diciendo Clara a la vez que miraba al exterior por su ventana-, encontrar razones para darle un sentido a este tiempo infinito, La mirada y el corazón pueden entrenarse y hay que crear nuevas ideas para inventar otra realidad menos asfixiante.
Mientras, afuera la lluvia desdibujaba el paisaje e iba calando piel adentro en todo lo que nace, el viento hacía que los árboles inseguros temblaban, las ramas alocadas se estremecían y un murmullo interminable traspasaba el cristal empañado.
Se hallaba entregada a sus reflexiones cuando de repente sonó el teléfono, se sobresaltó por un instante, como si presintiera que la llamada era un mal augurio. Al otro lado del teléfono la voz de su amiga resonaba con una soledad aplastante, parecía perdida pero no lloraba, quizás por temor a desgarrarse, solo pronunciaba las mismas palabras una y otra vez: -“Me han quitado mi pan y mi casa, no tengo donde ir y los niños necesitan un techo, ¿qué les voy a decir?- . Una tristeza absoluta atenazó el corazón de Clara, ante la impotencia de ver a su amiga sola y sobre todo derrotada, no concebía como la sociedad podía hacerle esto. Sin pensarlo un segundo la invitó a que se viniera a su casa, Marta titubeó un poco, para más tarde aceptar la propuesta; cogió a sus niños de la mano, metiendo toda su vida en una maleta, y marchó dejando a sus espaldas tantas cosas que en otro tiempo fueron precisas y que ahora estaban cargadas de una total incertidumbre; como su mirada que interrogante se preguntaba a cada momento “por qué”. Indecisa, con el corazón cargado de recuerdos y de latidos inició el camino hacia la casa de Clara.
Cuando abrió la puerta, miró los ojos de Marta, en su cara pálida estaba la fuerza de esos rostros que gritan mudos y que al mismo tiempo transmiten serenidad y una ternura helada; intentando liberarse del vacio la miró incrédula y estremecida, sus ojos se anegaron.
Afuera, en el exterior el lluvioso día tocaba a su fin, en un cielo casi despejado iban desvelándose poco a poco unas estrellas coquetas y palpitantes, una tímida brisa se levantaba reclamando la esperanza, mientras, la luna, ajena a todo lo que acontecía, como una inmensa bola blanca se alzaba en el horizonte.
Era un tiempo impreciso en que la sociedad mostraba toda su crueldad e incapacidad para albergar a su gente, llevándola hacia abismos insalvables; en una absoluta indiferencia veía como sus semejantes caían anulados hacia su suerte, en un olvido miserable, mientras otros se enriquecían a costa de…, con un coste humano despiadado y obsceno que negaba cualquier resistencia y que dejaba pudrirse a sus gentes en la miseria más voraz y despiadada; una sociedad que sabe de la inanidad de sus gentes y no le importa, no hace nada; que solo confunde y revienta cada latido individual o colectivo, que destierra y despoja  sin horizonte ni futuro para solo crear un pozo de terror inmenso donde reside la bajeza moral de unos cuantos dirigentes ineptos y sin sensibilidad. Solo basta ser alguien o tener un cargo, aunque no tenga corazón para diezmar la vida de millones de personas que incrédulas ven como en un laberinto infame les destierran de su propio hogar.
Así… ¿como seguir siendo en el vacio? –, decía Marta con un hilo de voz- ¿Cómo vivir sin proyecto, sin esperanza, angustiada, humillada?
Cada pregunta de Marta era como una punzada en el pecho de Clara que tiraba de ella como un ardor, ¿qué podía hacer además de darle cobijo y amor? , no podida saberlo, pero la rebeldía que le producía tanta desolación le hizo reaccionar.
El corazón calla dentro de esta sociedad -dijo Clara-, pero el mío dará un salto para despertar a todos por encima de las fronteras. Un grito para desertar del silencio, para resucitar una esperanza compartida, para reclamar una salida.
Marta tenía la angustiosa duda de haber sido abandonada, después de un matrimonio roto no era la primera vez que se sentía así, pero esta vez tenía un matiz diferente, le habían sustraído su trabajo, su casa y sobre todo habían conseguido minar su voluntad. Su futuro quedaba en suspenso. Había sido rechazada de la vida de muchas maneras pero quizás esta era la más dolorosa y cruel de todas, su vida se hacia pedazos.
Clara clavando los ojos en los de Marta le decía: “Todo es posible Marta, todo es posible”.
Fueron pasando las horas y Marta se comportaba como si nunca pudiera oír la música en aquella umbría, entregando su desánimo a las horas yermas se iba escorando, plegándose su alma se ahondaba sola, vacía. Su problema apenas tenía eco en los noticiarios, nadie callaba para escucharla y ella languidecía varada en sus recuerdos.
Habían pasado los días compartiendo muchas noches en blanco, sin poder dormir, manteniendo multitud de diálogos hasta agotar todas las palabras. Y Marta sintió muy cerca, junto a su lado, la amistad de Clara, gracias a ella, a su ternura silenciosa, poniendo buen humor y corazón a ese dolor ancho, logró poco a poco liberarse de la angustia relegando su tristeza, gritando su verdad, invocando albas.
A la deriva de la suerte pero firmes, las dos cogidas de la mano, descalzas y a oscuras y aún así, ondeando su sueño frente a esa noche larga, crecidas y unidas en su amistad, con un leve temblor de alas, elevando un tímido vuelo para inaugurar la esperanza que gota a gota, paso a paso y con tesón se llega a tocar, se alcanza.
                                                                       
África
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:10:27 pm
El hombre, la mujer y el parque oscuro


Recuerdo que estuvimos más de dos horas sentados en el parque. Me quejaba de un fuerte  dolor en las piernas y aunque las frotaba no sentía alivio alguno. Ella se agachó frente a mí muy sonriente, tiró de los zapatos, las medias y como fiera rasgó el pantalón hasta volverlo un short. Luego mostró su afilada lengua en un continuo movimiento de seducción y la pasó por mis piernas bien suave, decía que era una navaja con la que cortaría el dolor. Al final dejó rastros de saliva que me hicieron sonreír por un buen tiempo, pero el dolor continuaba y no lograba parar de quejarme. Ella no se detuvo y continuó pasando su lengua a medio muslo como si fuera un serrucho. Al terminar, el dolor había desaparecido y aunque intenté preguntarle, ágilmente puso su dedo índice en su boca aludiendo que era un secreto. Estaba entusiasmado, quería sentir su lengua por todo mi cuerpo y le inventé dolores por doquier. Ella sostenía que era peligroso.
Me propuse convencerla y no tuve que esforzarme mucho para lograrlo, pasó su seductora lengua por todas las partes. Era increíble, me hacía sentir extasiado, hasta olvidé que estábamos en el parque, lo más importante era sentir su lengua que se movía suavemente de arriba hacia abajo muy despacio y en momentos lo hacía en forma circular, logró erizarme toda la piel, hasta cerré los ojos e imaginé que su lengua era una navaja dispuesta a separar todo mi cuerpo. Experimenté tantas cosas y me divertí tanto en todo ese tiempo que sería imposible describirlo. Al terminar abrí los ojos y la observé alucinado, sin dudas era una experta, con un gesto le di las gracias y ella se levantó con intención de marcharse. Todo el parque estaba oscuro, sin embargo alcanzaba ver su piel blanca desaparecer poco a poco entre las calles. Me quedé solo, recordando aquella forma tan especial de seducirme. Era el mejor orgasmo de toda mi vida, nada me hacía reaccionar. Disfrutaba sentir como me corrían grandes gotas de sudor por todo el cuerpo, las piernas me temblaban y jadeaba igual que un perro. ¡Que mujer para ser tan única! Repetía una y otra vez, hasta quedarme dormido en medio del parque como si fuera un mendigo.
Al otro día desperté rodeado de gentes y denudo por completo. ¡Que vergüenza! No podía explicarme cómo terminé en esas condiciones. Aparenté no sentir ni la menor de las penas y me abrí paso entre los curiosos hasta llegar a la esquina del parque. Para mi buena suerte,  allí encontré tirada una caja de cartón, deshice su fondo y la pasé entre mis piernas hasta la cintura para cubrirme un poco y poder llegar a casa que estaba a unas cinco cuadras. En el camino mi hermano me recogió en su auto. Alguien lo había llamado por teléfono para contarle de mi situación y de inmediato salió a darme alcance. Al entrar al auto no recibí más que cientos de reprimendas y un montón de preguntas. Soporté hasta que dijera que yo estaba consumiendo drogas. Lo que no era más que una calumnia. Para  serles sincero no sabía que decirle, por eso escogí el silencio como respuesta. Ese día lo pasé acostado en la cama, pensaba en aquella mujer. Daba vueltas de un lado a otro y me preguntaba si algún día volvería a verla. ¿Quizás, ella regrese está noche al parque? Recuerdo haberme hecho esa pregunta varias veces a lo largo del día.

A las diez de la noche ya estaba sentado en el parque. Miraba para todas las esquinas buscándola, estaba ansioso por verla llegar. Pasó una hora, dos, tres y justo a la una de la madrugada apareció por una de las esquinas. Llevaba el mismo vestido negro que le caía a mitad de los muslos. Se paró frente a mí, sonrió y sin decir una palabra se agachó frente a mí y volvió a repetir todo lo hecho la noche anterior, creo que fue hasta mejor.  Sentí la necesidad de acariciarla, de mostrarle las cosas que yo también podía hacerle, pero de inmediato detuvo mis manos. Pasó su legua alrededor de los brazos y dijo que acababa de cortármelos con su filosa lengua. Ya no podía acariciarla, acababa de atarme de un modo inteligente y para poder seguir con el juego debía respetar todas sus reglas. Sus palabras fueron un susurro seductor que estremeció mi cuerpo por completo. Después del celestial orgasmo, se sentó a mi lado. Recosté la cabeza sobre sus piernas y acarició con ternura el cabello, el rostro, el pecho desnudo y en algunos momentos tomaba mi pene excitado entre sus delicadas manos. Varias veces lo acarició, pero en los momentos cumbres se detenía y esperaba a que estuviera calmado por para luego volver a comenzar con el juego. 
Quedé dormido entre sus piernas. Al otro día ya no estaba allí. Tenía a mi lado el mismo montón de gente curiosa que disfrutaba verme desnudo.  Esa vez, no me perturbé, pedí permiso entre la gente  y fui desnudo hasta la casa, como si trajera encima la mejor ropa de este mundo. Me sentía extasiado, feliz, no tenía tiempo de pensar en banalidades. ¡Total, la ropa no es más que un invento de los humanos!
Así  comencé una relación con aquella misteriosa mujer de la que no sabía ni el nombre. Todas las noches nos encontrábamos a la misma hora, ella me hacía sentir el hombre más feliz de la tierra, se marchaba y yo despertaba al otro día  en medio del parque, desnudo, como si acabara de nacer. Esa rutina me dejó sin amigos, decían que no era más que un loco exhibicionista. Realmente me importaba poco lo que pudieran expresar, esa era mi felicidad y quería aprovecharla al máximo.
Una noche mi hermano me encerró en el cuarto para evitar que saliera a hacer papelazos y por más tirones que le di a la puerta fue imposible derribarla. Se paró del otro lado y me pidió una y otra vez que le confesara por qué lo hacía. Mordí  mi lengua más de diez veces para no hacerlo, pero estaba desesperado, ya no podía dejar de verla. Estaba enamorado como un tonto. La condición para dejarme salir fue que él iba conmigo. Era mi única salida.
Esa noche, ella no fue. Quizás lo hizo, pero al verme acompañado decidió no llegar. También desde ese día mi hermano comenzó a creer que yo estaba loco. Debía convencerlo y solo lo logré con un trato. Él iría al parque, se sentaría en el mismo banco y esperaría toda la noche para ver si pasaba alguna mujer vestida de negro.
Así lo hizo, yo lo seguí y me quedé haciéndole guardia desde la otra esquina. No les voy a negar que lo hiciera por celos, temía que ella apareciera y me cambiara por él, como siempre ocurre.
A la una de la madrugada miraba su reloj impaciente. Estaba seguro que contaba hasta los segundos. Media hora después ella apareció, se paró en el centro del parque mirando hacia todos los lados, observó a mi hermano en dos o tres ocasiones y quizás nos encontró un gran parecido, pero al no verme siguió de largo y desapareció por la calle de la farmacia.  ¡Esa es mi hembra! Dije orgulloso y fui hasta dónde él estaba. Te das cuenta que no estoy loco. Seguro que hasta estas muerto de envidia, pero no te preocupes, te entiendo. Una hembra así no se tiene todos los días. Mi hermano me miró extrañado y con su voz pausada dijo. Que yo sepa, por aquí no he visto pasar a nadie.

Tadzio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:12:03 pm
Las entrañas constitucionales

                                                           
Actualmente el contenido literal de los artículos, que conforman la Constitución: protegen a todos los individuos por igual; independientemente de su condición social; amparando nuestra libertades, respetando nuestros privilegios y todas la recompensas de ser español, dentro de una libertad legal; pero también advierte             –en su contenido-: que el hombre, no puede estar ocioso, amparándose en el derecho que le otorgan sus libertades y protegidas por el contenido de los artículos constitucionales; ni holgazanear, como consecuencia de una protección legal.               No puede convertirse en un individuo parásito de la sociedad en la que vive, ni estar alentado por las leyes que le protegen, como un consumidor, sin producir bienes, que compensen, las pérdidas que originan su sostenimiento social.                    Debe procurar en todo momento mantener una estabilidad económica participativa y compartida, para conseguir el bienestar de todos los miembros que conforman la sociedad; contribuyendo al sostenimiento  para la existencia de una serie de agrupaciones -protectoras sociales-, que velen por el bienestar de todos y muy especialmente de los más necesitados, en las diferentes etapas de la vida –en las que puedan encontrarse, para soportar los peores avatares-; pero que nunca deben convertirse en los centros que amparen a los vagos, negligentes o victimas de sus ociosidades y mal vivir.                                                                                                              Estos centros benéficos, deben servir de trampolín, como medio de alcanzar remontar el vuelo en los momentos difíciles de la vida; pero nunca como medio de subsistencia de aquellos individuos, anclados en un estilo de vida , sin perspectivas de futuro, que afiance la ilusión y los emprendimientos para el perfeccionamiento individual; consiguiendo de ellos que se incorporen a la sociedad con voluntad, manifiesto esfuerzo y coraje para alcanzar el trabajo adecuado, que les haga dignos miembros participativo de la sociedad en la que viven.                                                                                                        Todos aquellos miembros, que van pululando por los distintos territorios de la Patria, aprovechando las ocasiones que les pueden brindar los demás, como faroles de los mítines, que desparraman una sabiduría negativa para el conjunto de los demás, predicando enseñanzas banales o negativas, son: los cánceres sociales que se extienden por todos los territorios, producto de su educación mediocre –casi siempre gratuita- durante los períodos, en que, más se emplearon entre las protestas gremiales, las fiestas, las juergas estudiantiles y las jaranas del momento, sin atender a sus clases, ni poner empeño en aprovechar las enseñanzas de su tiempo estudiantil y en la total o parcial disipación de sus posibles aprendizajes o en muchos de los valores, que posteriormente le serían necesarios para su desarrollo personal e integración en la vida social de su momento –en su propia vida o la de los demás- dentro de la sociedad.                                                                                                                                La instrucción del individuo y la sed del saber, que éste muestre, en su época estudiantil, marcará su vida futura –ante una igualdad de oportunidades-, como se contempla constitucionalmente y a la vez le sacará de la ignorancia, con un bagaje de conocimientos y una riqueza personal, que no tendrá límites y que protege con ahínco la legislación actual, sacándole de la ignorancia progresivamente y muy especialmente para que sus conocimientos sirvan de perfeccionamiento y avances en el saber de los demás miembros.                                                                                                                               La sabiduría de los miembros de la sociedad, hacen a éstos más justos, con mucho mejor rendimiento material; haciendo alejar las miserias y escaseces de este mundo, con lo que hará su gran contribución a la sociedad en la que vive para que sea cada vez más justa y para todos sus miembros.                                                          Aunque la abundancia social, casi siempre lleva a la pereza de sus miembros; el individuo debe entender claramente, que no hay bienestar, sin el trabajo bien hecho.                                                                                                                                     Aquellos individuos que no entienden bien este concepto: progresivamente, se van convirtiendo en vagos sociales y deben entender, que la sociedad no está nunca dispuesta a mantener a sus individuos en la vagancia o la pereza transitoria, ni entre los ignorantes, voluntarios de vivir de las agrupaciones benéficas y sociales, que soportan los demás con sus esfuerzos; éstas: están establecidas para sostener las inclemencias de los individuos en casos excepcionales, por las que algunos de sus individuos, se vean en la necesidad o la indigencia transitorias, por falta de trabajo o enfermedad, ajenas a sus voluntades.                                                                          Esas inclemencias transitorias, que puedan sufrir sus individuos, están bien marcadas en la legislación y deben cumplimentarse específicamente por aquellos que necesiten las ayudas que les brinda la sociedad.                                                                   De la trayectoria que haya venido desarrollando el individuo a lo largo de su pasado, dependerá en gran medida, los apoyos económicos a los que tenga derecho el individuo o a las beneficencias que pueda obtener y para ello, se les hace muy necesario la demostración de su laboriosidad y aplicación en las tareas desarrolladas; pero aquellos que fueron negligentes o se empeñaron en mantenerse desocupados –viviendo a costa de los demás-, serán enjuiciados por la misma sociedad y seguirán siendo los indigentes, esclavos de sus valores adquiridos y de sus propias miserias.                                                                                                                            El trabajo, la aplicación al estudio y el buen hacer durante la vida: son los únicos medios de salir de las miserias de este mundo.                                                                               La vagancia y las malas costumbres del individuo, se constituyen en la semilla que germana y se transmite en otros miembros venideros, por lo que socialmente, está tan perseguido en las leyes,-en mayor o menor medida o grado-, según sea el alcance de la corrupción social.                                                                                                                      La buena administración de los valores positivos de una sociedad; reportaran en su conjunto las riquezas y los valores necesarios, para que ésta se desarrolle en todos sus aspectos con luminosidad en el bien.                                                                        Las sociedades que no hacen de sus valores o del sacrificio de sus miembros en el trabajo, la honradez y la verdad –en todos sus actos-; será una sociedad corrompida por los individuos que actuaron con maldad y en perjuicio de los demás; manteniéndose en un estado de ociosidad, que seguramente: estarán impregnadas para siempre, mientras otros individuos les mantenían como parásitos.                                                                                                                                                 Casi siempre, éstos individuos: de una juventud superflua y ociosa, se convierten en la adultez, en miembros de partidos políticos, tratando de ocupar puestos de relevancia significativa ante los demás, procurando grandes remuneraciones o accediendo al manejo de las arcas de la entidad representativa, administrando alguna de las cajas sociales, donde puedan meter la mano fácilmente, tratando de enriquecerse, con posible malversaciones de los fondos que puedan administrar o favoreciendo a familiares, amigos o allegados, como participes de sus proyectos, para poder o tratar de enmascarar sus malas artes- propiamente-.                                                                                                                    Éstos individuos, llegan a convertirse en los peores enemigos de la sociedad y de las comunidades o pueblos donde actúan o intervienen, porque conducen siempre a la ruina, la inestabilidad económica y social y a la infamia, desde el puesto público que ocupan indignamente; porque siempre irán engendrando las miserias del corazón, que siempre alimentaron, con las podredumbres de todo lo inmoral de sus pasados.                                                                                                                                     Por otra parte, a estos individuos, siempre los acompaña la tiranía, la desconfianza y la desconsideración hacia los demás, como una forma de ocultar su falta de valores y muy específicamente hacia aquellos miembros que gozan y están dentro de una línea de conducta intachable, una honestidad permanente y manifiesta en todos sus comportamientos.                                                                                                                        De estos individuos negativos, surgen todos los tiranos, los dictadores, los corruptos en todos los gremios sociales y especialmente, todas las guerras tribales, civiles o entre los países; porque corrompen muy especialmente  los valores del ser humano y su condición social de vida en la comunidad.

Houssol
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:16:21 pm
(http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/a/a0/Vampyr_ill_artlibre_jnl.png/220px-Vampyr_ill_artlibre_jnl.png)

El vampiro de Montefrío


   Cinco mil años contemplan mi inmortal existencia desde que nací en las estribaciones de la Sierra de Parapanda. Cuán gratos fueron los momentos transcurridos gozando sobre mullido follaje en el Valle del Río Vilanos. Al principio yo pertenecía a un clan tribal que se había asentado en Los Castillejos, un promontorio rocoso que dominaba el valle. Allí fue donde, en el ínterin de una noche prometeica, fui atacado por un feroz vampiro balcánico al que había seducido mi prístina belleza juvenil.
   Luego, habiendo ya ingresado yo en la deletérea orden de los que viven sin estar sometidos a la ley de la vida, me dediqué con ahínco a succionar la sangre a los incautos pastorcillos que triscaban por los alrededores. Mi afición preferida por aquel entonces consistía en raptar a una doncella prieta de carnes para hacerla mía violentándola contra la añeja piedra de un dolmen, y en los postres proceder a la preceptiva extracción sanguínea.
   El advenimiento de los soberbios romanos representó un lenitivo para mí, he de reconocerlo, y un pasatiempo harto entretenido. Les hacía encerronas en el Valle de Parapanda, bajo la argenta luna, y allí, a cielo raso, me daba a los goces de la carne, celebrando orgías de sangre en el paroxismo de los sentidos, tras haber escogido como víctimas propiciatorias a los legionarios mejor pertrechados de músculos y belleza. Con frecuencia me divertía sorprendiendo a los mozos romanos en el Arroyo de los Molinos. Mientras ellos reposaban de la noble labor de elaborar harina en sus molinos, que las aguas del río alimentaban, mi natural voluptuosidad me conminaba a gozar de sus cuerpos, al tiempo que hacía creer a mis presas que todo era sueño, y luego, cuando me poseían las vampíricas ansias de sangre, sorbía con deleite el néctar contenido en el cáliz de sus venas. Recuerdo a un altivo legionario, llamado Brutus, de un atractivo sin par, aunque algo arrabalero, a quien seguí hasta Bética y la misma Roma, sin darme tregua en mis nocturnas bacanales. En todo momento induje en su pensamiento la sugestión de que nuestro vehemente comercio carnal era simple sueño, y que su ausencia de sangre era fruto del cansancio, hasta que el bravo zagal se quedó seco y descarnado, reducido a poco más que un pellejo, en un callejón de la ciudad que le vio nacer.
   Con la llegada de los bárbaros visigodos a mi amada tierra dio comienzo la etapa más plena y satisfactoria para ese inveterado hedonismo que el vampiro balcánico había instilado en mí. Fue por aquel tiempo cuando me especialicé en eviscerar a desprevenidos campesinos, hablando en términos sanguíneos, por supuesto, aunque fueron la sacra sangre de un obispo y la sangre azul de un joven miembro de la familia real las que me reportaron los bocados más sabrosos. Y con los bizantinos me lo pasé aún mejor. Al caer la noche me llegaba a la Ciudadela del Castillón, donde habían asentado sus reales aquellas engreídas gentes, y allí desvirgaba inmisericordemente a cuanta zagala de buen ver se me ponía a tiro, como preámbulo de la necesaria transfusión sanguínea que servía de colofón a todas mis atrocidades.
   Los árabes me lo pusieron un poco más difícil. Durante cinco siglos me tuvieron a pan y agua, por decirlo de algún modo, si descontamos los inestimables placeres que me prodigó un escriba cordobés que ejerció de emisario oficial del Califa hasta que mi voracidad le dejó reducido a cecina en la orilla del Río Vilanos.
   Menos mal que a mediados del siglo XIV los reconquistadores se decidieron a poner orden en Montefrío. El Reino Nazarí tenía las horas contadas. Llegaron riadas de nuevos pobladores procedentes de las tierras del Norte. Los cristianos, justo es decirlo, estaban llamados a convertirse en mis mejores vasallos, teniendo en cuenta que yo ejercía como régulo invisible y solapado de esta población granadina que ha dado en llamarse Montefrío. Cada vez que los cristianos erigían una iglesia, allí estaba yo en el momento de su fundación para socavar sus cimientos morales con mis nocturnas tropelías. La Iglesia de la Villa, edificada muy oportunamente sobre los despojos de la fortaleza árabe, para borrar de los moros cualquier vestigio, fue el escenario de mis orgías más escandalosas, puesto que su pavimento me sirvió de lecho para pasar por la piedra a propios y extraños, sin desatender a las más recatadas mozas, a las feligresas más pacatas y a sacerdotes, diáconos, sacristanes y monaguillos de costumbres monásticas y fe inquebrantable.
   El impune reinado de placer, nocturno y salvaje, al que yo había sometido a mi población, Montefrío, antaño llamada Monteferido, experimentó, por desventura para mi corrupta naturaleza vampírica, un punto de inflexión, el aciago día en que caí rendidamente enamorado de la Remediadora, o la Remediaora, como algunos la llaman. La verdad es que suena a chiste que un desalmado vampiro como yo pueda enamorarse de una virgen, pero no es menos cierto que la realidad supera con creces, en ocasiones, lo que la más desatinada fantasía puede pergeñar.
   La Virgen de los Remedios propició un giro de trescientos sesenta grados en mi vida, en esa dilatada trayectoria existencial jalonada de bestialidades. Su benéfico influjo me hizo desear ser cofrade para formar parte de los cortejos procesionales. La Remediaora se transformó por derecho propio en la patrona de mi inexistente y huero corazón. Qué ganas me daban de soplar una corneta y golpear un tambor cuando veía dibujarse su dulce rostro en el horizonte de mis deseos. Fue durante el transcurso de la Fiesta del Rayo, a la que yo había acudido embozado, como tenía por costumbre, para que la luz del día no descompusiese mi vil naturaleza vampírica, cuando Cupido me lanzó una de sus certeras flechas. Y el Rosario de la Aurora remató la faena, provocando que en mis venas hirviese esa sangre inhumana de la que yo había hecho acopio durante milenios. Verme fatalmente acodado contra el Señor de las Roscas, ajeno a mis sempiternas aspiraciones vampíricas, cogitabundo, con el pensamiento preso de tiernos pálpitos dictados por el corazón, significaba un hito inédito en mi fabulosa trayectoria de chupador de sangre.
   Cualquiera lo diría, pero sí, es cierto, soy víctima, por alguna incognoscible fatalidad, de la advocación mariana, por mucho que me precie de ser un vampiro despiadado. Es la triste realidad. Y ahora que me he vuelto de pronto piadoso, ya no me siento capaz de saciar mi sed de sangre, y estoy enflaqueciendo a marchas forzadas, hasta el extremo de poner en peligro mi gloriosa inmortalidad. Me pregunto qué tendrá la Orden de la Santísima Trinidad para haberme engañado de tal manera. Si me parece que ya he entonado el Himno de Nuestra Señora de los Remedios tantas veces como víctimas me he cobrado durante los cinco milenios que vengo ejerciendo infatigablemente mi actividad vampírica…
   Hablando en términos marianos, podría decirse que la Remediaora me ha remediado, cierto es, o mejor sería decir que me ha remendado, aunque nadie puede imaginarse el atroz sufrimiento del que soy objeto ahora que me resulta inviable proporcionar sustento a la depravada naturaleza que me invade hasta los tuétanos, por mucho que ese padecimiento esté causado por el imponderable amor, el amor místico, en este caso, que como todo el mundo sabe es el que brinda menos regocijo a la carne, por ser tan sólo aliento del espíritu.
   Hoy, 29 de mayo, aquí estoy, a las puertas de la Iglesia de la Encarnación, aguardando su dulce presencia, mientras mi sustancia vampírica se va agostando lentamente. El rayo multicolor de la Remediaora me ha fulminado, y ya no ansío la sangre ajena, sino un soplo de la maternal serenidad que ella posee a manos llenas. A las nueve se abrirán las puertas. Y yo formaré parte del cortejo. Iremos de la mano a su plaza, la de la Virgen de los Remedios, y a la calle Alta y a la calle Baja, donde yo no sabré si tener la cabeza alta o baja. Y pasaremos luego por las calles Alcalá y Alhoril, y hará nuestro amor genuflexión por las Esquinas de Jesús. Y ya de vuelta, cruzaremos la Plaza de España, donde está el Ayuntamiento, para regresar a la plaza de mi virgencita y por último a esta iglesia que la acoge.
   Quién me lo iba a decir. Ser admitido en la Hermandad de la Virgen de los Remedios significó para mí una satisfacción que superó con creces los goces que me reportó en su tiempo el legionario Brutus.
Ya suenan las campanas. Los montefrieños despliegan su fervor por doquiera, entonando cánticos y plegarias. La lírica en luna nueva de la Remediaora se derrama sobre mí. Me pregunto si me concederá alguna migaja de su bondad y hermosura, si volverá a entregarme una de sus sonrisas como limosna, si enjugará las lágrimas de mi pesar y el sudor de mi inhumano padecimiento, pues ella, cual sirena encantada, se yergue, enhiesta, en su atalaya inmortal, que a mí me empalidece. Ella es blanca y pura como aromática flor de jazmín. Y su milagro de luz multicolor ahuyenta las sombras que me habitan. La aurora de su aliento redime mi alma negra, es un mantel de inocencia coronado por la esperanza en forma de arco iris.
   Mi devoción se escurre como cera derretida por los pliegues de su manto. Mi presencia aquí es la ofrenda imperecedera que le tributa el amor nacido de vil ponzoña que necesita renacer, mediante la eucaristía de su bendición, entre las cuentas del rosario que suplica su perdón.
   Ven a mí, virgen fiel, poderosa y clemente. Porque yo asistí a tu milagro misericordioso en aquel aciago día de tormenta del año 1776 en que un malhadado rayo destruyó la techumbre de la Iglesia de la Villa, desplomándola sobre el altar mayor y los fieles que asistían a misa. Y vi cómo el hermoso retablo de madera ardía en llamas. Lo pude presenciar todo porque tal fatalidad no era gratuita, sino el fruto de mi maléfico influjo en Montefrío desde que la población echó a andar en la noche de los tiempos.
Tú, mi contrafigura, fuiste más fuerte, supiste poner a salvo a tu rebaño para librarlo de cualquier mal, y esa fatídica losa pétrea, que estaba llamada a aplastar a los creyentes que a ti te oraban, fue a parar sobre mí, se abalanzó sobre mi abyecta naturaleza, que en ese momento había adoptado la forma de un perro, y me cortó la cola, tajando de ese modo mi afán de perpetuar el vampírico reinado del terror.
   Desde entonces vago a la deriva suplicando tu perdón, vuelto una piltrafa irreconocible, que no es humana ni animal, un guiñapo inútil que tan sólo aspira a recibir una de tus consoladoras sonrisas, una de tus miradas cargadas de amor y luz, un ademán bondadoso que me dé fuerzas para afrontar esta hora postrera que está a punto de sobrevenirme, en que he de exhalar el último aliento, por amor a ti, por devoción a esa inmaculada faz tuya que compensa al alma atribulada por todas las penalidades que ha de soportar.
   Ha llegado la hora. Las puertas de tu iglesia se han abierto. Aquí estás. Mas ya no puedo acompañarte, porque me muero. Tú me sonríes. Me has reconocido en el perro que está al pie de la escalera.
   Gracias, virgencita, Remediaora de mis entretelas, porque ahora comprendo que el verdadero reino de este mundo está en los cielos. Te amo. Te amaré siempre.
Perdóname por mis pecados, que no son pocos, como bien sabes...

Ludovico Pasamonte
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:46:31 pm
La batalla entre Umbría y Ciudad Alba


Capítulo Primero
Los vigías traen malas noticias. Proveniente del norte, desde el reino de Umbría, avanza una columna de soldados a pie, la vanguardia de un ejército poderoso que marcha hacia Ciudad Alba. El Rey ordena preparase: la guerra ha iniciado.

Capítulo Segundo
Comienza la batalla en el campo de guerra con el entrechocar de las espadas de ambos ejércitos. Los soldados que sirven al Rey de Umbría son fieros y se dejan matar en el fragor de la lucha si con eso logran abrir una brecha para el avance de los caballeros, que infunden miedo al ejército enemigo montados en sus poderosos animales de pelo negro. La fortaleza de Ciudad Alba está cada vez más cercana.

Capítulo Tercero
-No acudáis, os lo ruego – le dice ella tomándole las manos, suplicante.
-Perdería mi honor si accedo a vuestra petición, mi señora – replica el Caballero, soltando sus manos y desviando la mirada.
-¿Y nuestro amor? ¿Eso no importa que se os pierda en la batalla?
-Vos sabéis la respuesta, mi amada reina – susurra el Caballero, con el rostro adusto.
La Reina de Ciudad Alba rompe a llorar desconsolada, como una niña pequeña abandonada.

Capítulo Cuarto
-Alteza, la victoria será nuestra.
El Rey de Umbría mira a su consejero con ojos entrecerrados, como midiéndolo. El gordo Cardenal lo ha aconsejado de manera excelente hasta hoy y será en este momento cuando demostrará de manera definitiva su valía. Su propuesta es cruel y lo sabe, asediar Ciudad Alba hasta rendirla por hambre, pero esto es la guerra y los sentimientos deben ser supeditados a la suprema gloria de la victoria.
-Pero Alteza – continúa el Cardenal, - concededme una gracia. Permitidme luchar a vuestro lado.
Uno de los caballeros del Consejo suelta una estruendosa carcajada.
-¿Vos? ¿Y luchar cómo, exactamente? Porque si hay un caballo que pueda llevaros a cuestas, mi señor, vale él solo lo que ese castillo que vamos a tomar.
El Cardenal lo mira fijamente, malévolo.
-No infravaloréis la utilidad de este servidor de su majestad, Ser. ¿Habéis oído aquello de más vale maña que fuerza?

Capítulo Quinto
Desde la torre, la Reina de Ciudad Alba ha visto partir a su verdadero amor rumbo a la guerra. Hermoso y terrible, el Caballero va cubierto de pies a cabeza por brillante acero, el casco con plumas blancas simulando un ave, la espada de acero bruñido colgando de su costado derecho y en la mano izquierda una lanza de punta afilada, teñida de rojo sangre. Sujeto a la montura de su caballo, el redondo escudo que lleva el blasón de Ciudad Alba. La Reina nota una mano que le toca suavemente en el hombro: el Cardenal de Ciudad Alba.
-Alteza, esto es la guerra. La vida es dura – murmura con voz dulce, intentando consolarla.
-Demasiado. También es injusta- responde la Reina sin dejar de mirar al Caballero, que se va diluyendo poco a poco en el horizonte.
-Todo puede perderse, mi señora, pero no el honor. Este es el momento de ser fuerte y demostrar de qué estáis hecha. El bienestar del pueblo entero está por encima de los sentimientos individuales. Y vos lo sabéis.
De los ojos de la Reina brota una lágrima. Sólo una, que rueda por su mejilla hasta caer al suelo.
-Tenéis razón – replica recomponiéndose - . ¿Dónde está mi señor esposo, el Rey?

Capítulo Sexto
La guerra ha sido cruenta. El ejército de Umbría es poderoso y se ha abierto camino  entre hombres y bestias hasta alcanzar los muros de la fortaleza que resguarda Ciudad Alba. La derrota se huele en el aire, la defensa no es suficiente. Sólo un milagro podrá salvar la ciudad de caer.

Capítulo Séptimo
El Caballero de Ciudad Alba avanza sin misericordia entre las filas enemigas. El Rey de Umbría confiando en la seguridad de la victoria se ha arriesgado a ir al frente del ejército. El Caballero lo mira luchando cerca de él, ajeno a su presencia, tan confiado en su propia fuerza que incluso ha descendido de su caballo y mata a pie blandiendo a diestra y siniestra su enorme hacha. El Caballero elude hábilmente la guardia y llega hasta él. Se enzarzan en una apretada lucha, igualando fuerzas, hasta que el hacha  toca al Caballero en el pecho, pero no es eso lo que lo mata, no, sino el puñal que el Cardenal de Umbría le clava por la espalda hasta el corazón. El Rey de Umbría se acerca al Caballero caído, cuya vida se escapa por la brecha abierta en su armadura.
-Lo siento, Ser. Sois muy valiente, pero esto es la guerra. No es nada personal.
El caballero exhala su ultimo aliento murmurando el nombre de la Reina de Ciudad Alba.

Capítulo Octavo
Abandonó por la noche la seguridad del castillo. Dejó atrás las murallas de Ciudad Alba cabalgando en su purasangre negro para confundirse entre las filas del ejército enemigo, flanqueada solo por el Cardenal a la derecha y por uno de sus leales caballeros a la izquierda.
-Solo vos podréis hacerlo, mi señora- le había dicho el Cardenal horas antes. – Sois más fuerte que todos nosotros juntos.
Y sabía que era así. Tenía su objetivo claro. Y avanzando hábilmente con su pequeña escolta la Reina logra pasar a través del campo enemigo. El Rey de Umbría duerme plácidamente cobijado por las sedas dentro de su tienda, y despierta súbitamente al sentir el frío acero del puñal de la Reina de Ciudad Alba en el cuello.
-No hay salvación posible, mi señor. Por el honor de mi Rey y mi amor, morid aquí mismo, o rendíos y conservad la vida. Vos elegís.


La luz del sol ha abandonado la habitación muy despacio. Los dos adversarios están sentados uno frente al otro, siguiendo concentrados cada jugada.
-Jaque mate, mi querido amigo. Con mi Reina.
-No sé cómo lo has logrado otra vez. Eres un gran jugador, Ahmed – le contesta sonriendo. -.Tú ganas, me rindo. Pero cuidado, ganaste la batalla, pero no la guerra.
Y diciendo así, toma el trebejo del  Rey negro entre sus manos, y lo rinde horizontal sobre el tablero de ajedrez.

Merita
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:47:46 pm
Garganta metálica


Nadie ignora la perversa manía de los relojes-despertador. Esa de gritar o chiflar más o menos todas las mañanas, siempre a tempranas horas y prefiriendo aquéllas que se encuentran reclusas entre lunes y viernes, fatídicos días de semana.
Los entendidos aún no han dado con la causa de este singular comportamiento, sin embargo, han esgrimido algunas hipótesis.
La primera de ellas —quizá la más antigua, aceptada y difundida— sostiene que cuando el hombre emprendió la domesticación de las extrañas criaturas, lo hizo con tal brutalidad y vehemencia que, sin quererlo, encendió la mecha de una rara mutación que se transmitiría a lo largo de incontables generaciones; pese a que  no sería sino a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando sus señas comenzaron a manifestarse de forma endémica. A esta insólita mutación atribuyen algunos expertos la actitud inicua de los relojes-despertador a tempranas horas de las mañanas.
Una segunda hipótesis también se apoya en el viso genético. Sostiene que la especie no es un producto acabado de la naturaleza, sino, por el contrario, un género concebido por el hombre en laboratorio. Sería pues el resultado de no pocos ensayos genéticos entre las distintas especies de relojes existentes. Se cree, no obstante, que estos experimentos fueron realizados con la mayor irresponsabilidad y el menor rigor científico, razón por la cual se ignora —y se ignorará— en qué momento se dio el gran salto, la transición insólita de un reloj-común a un reloj-despertador. Desde luego que ésta es la menos aceptada y la más fustigada de las hipótesis recogidas en este breve compendio express, ya que atenta, con inusual descaro, contra la imagen y la ética de los especialistas en este eslabón del saber.
La tercera y última de las hipótesis involucra al tiempo, o mejor dicho, al paso del tiempo, actividad ésta que atiende religiosamente cualquier reloj. Según sus tutores, ningún reloj ha superado el resentimiento hacia el hombre a causa de la rutinaria e inútil tarea que éste encargó a su género: la medición del tiempo. Quizá ellos esperaban algo más acorde con su capacidad intelectual, pero el hombre subestimó dicha capacidad y los condenó a esa fútil y molesta tarea. Naturalmente por todos es conocido el carácter noble y resignado de estas inteligentes criaturas, incapaces del menor arrebato contra el género humano. De igual manera sabemos que en las prolongadas historias de opresión y sumisión, los humillados, depositan su fe y esperanzas en un osado grupo salvador que los guíe en el camino hacia la emancipación. Los especialistas en la materia creen que en nuestra historia los relojes-despertador representan a este osado grupo. Por supuesto que hoy en día están lejos de cualquier redención, sin embargo, cada mañana, a tempranas horas, elevan su inexpugnable grito de inconformismo y rebelión.

Gertrudis Stain
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:48:45 pm
Dolor


Dolor, así me llamó mi padre, cuando vio a la que fue mi madre mortalmente desfallecida sobre la camilla del hospital, después de sacrificarse en un parto insoportablemente desgarrador que duró horas y que me dio la vida.

No quiero ir a dónde me llevan, tengo miedo. Estoy temblando y el coche sólo acaba de arrancar. Pronto se hará de noche y parece quedar mucho camino.
¿Y qué ha sido de tu rosario?
No lo sé, lo tenía en las manos hace un momento y lo he perdido. Lo habré dejado allá dentro, me temo que ya no me dejarán bajar del coche…
¿Y no estás inseguro sin él? Recuerda que te ha protegido en los momentos más duros y nunca ha permitido que nada te hiciera daño.
Quizás, pero ya no puedo bajarme del coche, estamos lejos de dónde lo dejé. Ojalá pudiera bajar, todos mis músculos tiemblan, quiero bajarme, tengo miedo, tengo muchísimo miedo…
Recuerdo cuando eras un pequeño inocente, siempre muy enfermizo y pocas veces podías salir de casa. Ninguna madre quería que te acercaras a sus hijos, tenían miedo a que les contagiaras alguna enfermedad terrible. Todavía puedo verte tumbado en tu diminuta cama, con la cara tan pálida que tus ojos, rojizos e hinchados por el constante sueño, parecían flotar en el aire.
Creo que nunca me acostumbré a ver la luz del sol por las mañanas. Ya está oscureciendo y no puedo dejar de pensar en lo horrible que va a ser cuando el coche se detenga, pronto lo hará y entonces tendré miedo de verdad. El olor a gasolina del coche está empezando a darme náuseas, quiero escapar…
Siempre te dolieron los ojos cuando la claridad entraba por las ventanas de tu habitación. Sí. Pero aún así recuerdo que, a veces, por las tardes, cuando las mantas que cubrían tu cuerpecito cansado empezaban a ser un agobio y te sentías un poco mareado, te asomabas por la ventana, sin valor ni fuerza para abrirla, y veías a los demás niños jugando y riendo en la calle. Y qué mal te sentías entonces, ¿recuerdas? Era como si una punzada acometiera tu estómago, débil por tomar tanta medicina. Hubo veces que, vista la felicidad del resto de personas que cruzaban por debajo de tu ventana, pensabas que la vida había sido injusta contigo, para resignarte después a tu condición de enfermo. Luego cogías el rosario y te echabas sobre el revoltijo de mantas y sábanas que te estaban viendo crecer y llorabas largo rato, muy silenciosamente, para que nadie fuera testigo de tu desconsuelo.
Siempre fuiste inocente.
Empieza a hacer mucho calor aquí dentro, estoy empapado en sudor, si pudiera bajar la ventanilla para que el aire me refrescara la cara. Me han llevado muy lejos. Quizá si les pidiese por favor abrirla por un momento. No hay más que campos allá afuera. Espero que el trayecto nunca se detenga, o que lo haga y acaben de una vez con esto, lo único que quiero es desaparecer, evaporarme y desaparecer…
Te gustaban las flores, pero te tenían prohibido olerlas, el inspirar el aroma de cualquier flor te enfermaba todavía más, y los colores herían tu vista, por ello tu habitación permanecía en penumbra y lejos de los jardines que tras tu ventana se aparecían radiantes y repletos de vida. Creías que el simple hecho de levantarte de la cama e ir hacia aquellos vergeles te curaría por siempre. Y recuerdo que un día lo hiciste, te desprendiste de las sábanas y sin que nadie te viera huiste hacia el jardín. Te mezclaste entre las rosas y los crisantemos y te sentiste tan libre que fuiste feliz bajo el sol. Hasta que despertaste, todo había sido un sueño, y te encontraste de nuevo en tu cama, cansado, abatido y triste, triste por saber que nunca podrías ser libre. Encerrado en aquella habitación por siempre.
La cabeza me da vueltas, suerte que anoche no comí nada de todo lo que me prepararon. Ya es de noche. No consigo distinguir nada allá afuera, sólo las montañas totalmente negras recortadas en el cielo, tan azul, tan libre. Y las estrellas brillan sin temor, y la luna se agiganta cada vez más allá arriba. Nunca había visto el cielo, los destellos violados y verdes, mágicos, sobre los picos de los montes. Quién fuera una de esas estelas, surcando eternamente el horizonte, tan bellas que nadie se atrevería a hacerlas daño, y no cambiar la cúpula celeste por este coche de viciada atmósfera, asfixiado en el asiento de felpa negro, tan áspero, antesala de lo que me espera cuando me levante. No me quiero levantar, no quiero estar aquí, daría lo que fuera por escapar, por favor dejadme ir, os lo suplico…
Cuando creciste parecía que tu enfermedad desaparecía al fin. Te sentías bien, aunque débil. Todavía puedo ver la satisfacción en tu rostro, pero creo no volver haberla visto nunca jamás, y es  por eso que la tengo retenida en mi memoria. No duró mucho tiempo la sonrisa en tus labios, pues se vio quebrada por la marcha repentina del que fue tu padre. Ese día despertaste con el ya habitual destello en tus ojos, pronto emborronado al verte solo en la casa, sumido en un instante de soledad total que se alargaría hasta el final. Ya no volví a ver destellos en tus ojos, ni sonrisas en tus labios. Te hundiste en la angustia, estabas solo, sin nadie en quién confiar, todavía enfermo, demasiado indefenso, demasiado inocente. Entonces imaginaste a esa madre que sólo existía en retratos y, aunque únicamente sus últimos alaridos de dolor llegaron a ti como madre, la echaste de menos. No pudiste culpar a nadie, eres demasiado inocente, sólo conseguiste llorar.
Creo que no aguantaré mucho más aquí dentro. No puedo soportar esto. Me retumba la cabeza, es insufrible, el corazón se desboca en mi pecho desesperadamente, incapaz de latir en pausa, conocedor de lo que ha de venir, de lo que nos espera a él y a mí. Es imposible cerrar los ojos y esperar a que el coche pare, no, no soy capaz de esperar aquí sentado, permanecer tranquilo, no, ¿cómo? Las entrañas se revuelven en mi interior, inquietas, indomables, ansiando escapar de mí y abandonarme a mi suerte fatal, tan desesperadas como yo por abrir la ventanilla y alzar el vuelo hacia el cielo compasivo. Dios, no puedo más…
Durante largo tiempo volviste a tomar la cama, a envolverte entre los edredones y a ingerir cantidades indecentes del medicamento siempre presente en tu infancia. Duró unos meses, hasta que asumiste la soledad en la que te había abandonado el que había sido tu padre y aprendiste que tu vida estaba vacía de todo aquello que todavía no conocías, ni conocerías. Pero desaprendiste en cuanto tus ojos la vieron. Nunca la olvidarías, su rostro, su pelo, su cuerpo, su nombre, a cual prodigio más precioso. Fuiste libre, tan libre como cuando tus ojos vieron de cerca las flores del paraíso existente fuera de tu celda infantil, y, al igual que entonces, el sentir la libertad te llevó a una absoluta infelicidad. Pasados los días viste que aquel rostro ya era besado, aquel pelo ya era olido, aquel cuerpo ya era abrazado y aquel nombre ya era susurrado por otro, quizá no tan entusiasmado con aquella princesa a la que tanto deseaste besar.
Cada vez tengo más y más miedo, y sed, los neumáticos siguen girando pero pronto frenarán y… Estoy horrorizado. La noche se ha vuelto oscura y me es difícil respirar, no me llega el aire, me falta, me falta el aire y no puedo respirar…
Cuán rápido volviste a comprender que tu vida no estaba hecha para la felicidad o para recibir sorpresa grata alguna. Los días se volvieron oscuros y las noches vacías, sumergido en un tormento más profundo que nunca. Sin hambre, sin sed, sin esperar la llegada de un nuevo día. Solo, abandonado por los que aún querías, desconocido por todos los demás, tras un constante velo de lágrimas amargas, queriendo a cualquiera y no siendo querido por nadie, con el corazón hecho trozos y la mente hecha la guarida de tu pena. Recuerdo esa cara triste, no sé cómo pudiste aguantar con tanta angustia, no lo sé.
Una verja negra y opaca detiene el curso de los campos sumidos en la total tiniebla. Estamos cerca de donde me quieren dejar. La verja condena a la ventanilla y ya no puedo ver el cielo, sólo el negror del acero que me estaba esperando. Me cubro la cara con las manos, no puedo soportar esto ¿cómo he podido llegar aquí? Yo no he hecho nada, estoy aterrorizado, muerto de miedo ¡QUIERO ESCAPAR!
El tiempo pasó y la oquedad en tu corazón se hizo cada vez más grave. Cada noche te sabías solo en las tinieblas, sin nadie a tu alrededor, todos desconocidos, extraños a los que tú nada importabas. Todavía lejos de las flores que tanto deseabas sentir por todo tu cuerpo, encerrado en la prisión de tu enfermedad, sin poder ser libre, ni feliz, agonizando en la más bella etapa de tu vida, con la infancia perdida, abandonado por todos los que querías. Y quién era el culpable de que una vida estuviera precipitándose por el sumidero, ¿eras tú? Se te cruzaban imágenes de la que fue tu madre, necesitaste su vida para adquirir la tuya, y tu padre no podía soportar el estar cuidando cada día del asesino de la mujer que amaba. Entonces, después de saturar tu mente de crueles reproches a ti mismo, recapacitaste y toda la culpa de tu desgracia la tenían aquellos que no te quisieron, sabías que tu madre te hubiera amado y te hubiera dado todo su infinito cariño, pero ese padre y esa ya no princesa que tanto deseaste y todos aquellos que te rodeaban te rechazaron y engendraron la infelicidad y la locura en las que recuerdo que  por siempre vivirás. Eras inocente, inocente de todo.
Dios… Las ruedas se están deteniendo… Dios, ayúdame, te lo suplico de rodillas… Estoy temblando, no puedo moverme, ahora tengo miedo de verdad. Me agarro al asiento, estoy ardiendo de desesperación, no me llevéis allá dentro, no… Tened misericordia conmigo, por favor, por favor… Me abren la puerta, no me puedo levantar, tengo miedo, me agarro al asiento con lágrimas en los ojos, me cogen del brazo, es insoportable, me desgarro la garganta gritando, gritando perdón, llorando lágrimas que arden en mi piel… No me llevéis, no, por favor, me arrepiento, no me castiguéis así, no, dios santo no, no quiero morir, no podré soportar el dolor…

Camarillo Brillo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:49:52 pm
Instinto


No llores, el color rojizo en tu piel no te favorece. ¿Quieres agua? Bebe un poco. La miro. Coge el vaso. La contemplo. La describo con mis ojos. La amo. Disimulo. Cálmate, le digo. Acaricio su semblante, su melena casi rubia. Sus ojos, distinguidos para mí desde que la conocí, me miran y desencajan, por completo, mi carácter pacífico y sereno que se percibía en ese instante. Baja la mirada y yo, rompo a llorar con ella y ella se extraña. Tu no, por favor, me dice. Suelta el vaso y me abraza. Los cristales estallan a nuestro alrededor. No importa, mañana ya no estarán allí, nosotras tampoco. Mañana nadie los recordará y ahora nos consuelan bajo nuestros pies. ¿Sabes una cosa? Bromeaba. No estás tan fea cuando lloras. Me mira de nuevo y sonríe. Esta vez sus ojos ya no vuelven a mirar al suelo y me contemplan. Entonces se diluye tímidamente en mi rostro la pintura que perfilaba mis ojos, cuando la suya, ya se había diluido. Ella calla. ¡Está tan bonita sin pintura! Suspiro. Pasa su dedo pulgar sobre mis ojeras hundidas y oscuras por el lloriqueo, mientras la palma de su mano, se apoya sobre mi mejilla, y le arrebata una lágrima a mi piel humedecida. Suspiro de nuevo. Me besa tímidamente e intensamente. A pesar del tiempo, todavía recordaba sus besos. Aquellos dulces besos que hoy, eran de despedida. Ella sonríe. Me ve feliz y ya no llora. Me abraza otro momento. Siento su calor en mi espalda y a la vez, aprecio su corazón contra mi pecho. Ambos se están escuchando. Ambos se hablan y lloran juntos, pues ambos saben que están separados e igual que nuestras lágrimas y nuestros abrazos, jamás volverán a encontrarse. Mañana, al igual que los cristales, nadie volverá a hablar de ellos.

Utópicos
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:51:03 pm
Recurrencias


Su amor por el cine llegaba a instancias extremas, tanto que hasta su subconsciente se veía influido. Una secuencia que surgía con recurrencia nada más cerrar los ojos era de repente convertirse en el héroe de la trama de la película, en el soldado que atraviesa las trincheras de un campo arrasado por las bombas, en un aventurero que salva irredento los obstáculos de un templo maldito, en un mago que iba apartando orcos y goblins a base de bolas de fuego y relámpagos, en un James Bond que esquivaba las defensas del palacio para adentrarse en los entresijos de la sociedad secreta.

Sin embargo, del mismo modo era recurrente que, una vez atravesaba todas aquellas hordas de enemigos cuando vencía al jefe final a su pesar se despertaba. Y al hacerlo gritaba frustrado. Ahora que había llegado a la puerta que llevaba al pasadizo que guiaba hacia otra puerta precedente a la sala donde encontraría a la persona que le daría todas las respuestas. Ahora bien, la cuestión  llegados a este punto era: ¿qué respuestas? ¿A qué pregunta? Ciertamente, no lo sabía. Suponía que una revelación, saber cómo terminaba aquello, el final feliz de la película en la que se había adentrado, descubrir el sentido acerca de por qué se había pasado toda la noche luchando contra monstruos oníricos, el sentido de por qué soñaba, de por qué le gustaba el cine, por qué disfrutaba siendo el protagonista de aventuras imposibles, el sentido de la vida en definitivas cuentas. Pero claro, si ni él mismo conocía la respuesta a esa pregunta, ¿cómo lo iba a hacer su cerebro subconsciente? Por eso mismo despertaba, por la vergüenza que sentía aquella mente que residía en el otro lado ante el momento de que por fin llegase a ese lugar y al realizar la pregunta lo único que recibiese fuera un silencio ominoso cuyo eco se difuminase en el negro vacío de los sueños.

Kubrick
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:52:09 pm
La piel del miedo


Hoy amaneció lloviendo. Las gotas golpean con fuerza y resbalan seguras surcando los cristales de la habitación de Gabriel. Asomado tímidamente a la ventana observa, ausente, como de arriba hacia abajo  recorre el agua un camino aleatorio. Es sábado por la mañana hoy no hay colegio, se acaba de levantar, y con la mirada perdida en un punto difuso apoya sus pequeñas manos sobre los cristales para sentir la fuerza de la lluvia en sus dedos. No se ve gente en la calle, los bancos del parque desiertos se mojan sin oponerse a ello. Una vez más el invierno ha llegado sin avisar. Sigue Gabriel inmóvil frente a sus ventanales divisando un paisaje oscuro y solitario que invita a la nostalgia. Lleva el niño un pijama azul marino con abertura a la caja en la parte superior, cuadros en el único bolsillo existente en el lado izquierdo, sus pies ubicados en unas enormes zapatillas con forma de perro, firme frente a un exterior distante deja volar sus pensamientos por un camino irregular como el que marca en los cristales el agua de lluvia.
La habitación es pequeña, de unos diez metros cuadrados, pero contiene todo aquello que la hace acogedora. La cama está deshecha, no ha tenido ganas de estirar sábanas y mantas. Su ordenador está encendido, es lo primero que ha hecho al levantarse, conectar el ordenador. Ayer volvieron a discutir sus padres; Tomás y Bárbara, estuvieron desafortunados en sus reproches. Las voces las oyó desde su habitación, estaba a punto de dormirse cuando el tono elevado de la discusión se lo impidió. No entiende Gabriel lo que está ocurriendo, no puede comprender  los insultos que se dedicaban. Se siente utilizado y olvidado. No ha sido la única batalla dialéctica en los últimos meses, pero sí la más grave. Los reproches fueron en el día de ayer más inverosímiles y los insultos más hirientes. Mientras sus padres gritaban intentando elevar el tono el uno por encima del otro Gabriel lloraba.
No quiere salir de la habitación. Una vez más vuelve su mirada hacia el ordenador, se apodera de él una sensación de temor que inmoviliza sus gestos; los sentimientos contradictorios que lo embargan consiguen que desista de la intención de sentarse frente a él. Ahora vuelve a divisar la calle desierta, escucha el sonido del agua  al destruirse contra el edificio, dos paraguas a rayas de colores, a lo lejos, rompen la monotonía monocromática del exterior. Ha pasado una noche horrible, apenas ha podido tranquilizarse y conciliar el sueño, no creo que sean más de dos horas seguidas las que sus ojos estuvieron descansados. Pesadillas terribles aceleraron su vigilia, en una de ellas se veía entre Tomás y Bárbara, cada uno le sujetaba por un brazo y tiraba con fuerza para sí. Sus brazos se estiraban como si de plastilina estuvieran hechos,  largos y moldeables crecían con desmesura consiguiendo aumentar la distancia que le separaba de sus padres. Quería menguar sus apéndices y abrazar a sus progenitores pero, contrario a sus deseos, ellos seguían tirando con la fuerza de un falso orgullo, tiraban y tiraban alejándose cada vez más de su hijo. La pesadilla termina sin tener fin.
Ya se escucha ruido en la vivienda, sus padres están desayunando, el tono de sus voces empieza a elevarse, Gabriel con un movimiento instintivo se tapona sus oídos, enciende su pequeño equipo de música e incitado se sienta frente a su ordenador.
Han pasado ya quince días desde su primera incursión en un chat de internet. Era una de esas tardes donde los gritos de sus padres no le dejaron pensar. Fue abordado en aquella hora sombría por varios individuos que le ofrecieron cariño. Parecían excesivamente atentos y faltos como él de un afecto  ya perdido. En principio no se tomó en serio sus elogios y buenas intenciones pero se sinceró en demasía con un muchacho que se hacía llamar Peter Pan. Gabriel narró a Peter Pan las continuas desavenencias familiares, la falta de amor, la soledad a la que estaba avocado. Explicaba con la sinceridad y la ingenuidad de un chaval de doce años los entramados por los que su pensamiento discernía. Sus temores, que se habían incrementado en los últimos tiempos, sus miedos, la sensación de estar en tierra de nadie. Peter Pan supo escucharle, le animó y le prometió que siempre que lo necesitara estaría a su lado, nunca a pesar de todo y todos lo abandonaría. Leyó con avidez palabras tiernas que debieron haber sido, en su momento, redactadas   por Tomás o Bárbara para tranquilizar su mente, para sosegarle a él, pero fueron regaladas por un individuo ajeno, un individuo hostil. En definitiva fueron palabras dulces y certeras que lo cautivaron. Su interlocutor insistió en  volver a conectarse, insistió en volver a tener una charla placentera, insistió en volver a saber de él. Desde hace quince días cada vez  que Gabriel escucha gritos se deja embaucar por la dulzura de Peter Pan.

Gabriel: Hola Peter Pan.
Peter Pan: Hola mi niño, hola Gabriel.
Gabriel: Estoy mal, mis padres han vuelto a discutir.
Peter Pan: No les hagas caso, si ellos no te escuchan, yo si que lo haré.
Gabriel: Creo que han dejado de quererse.
Peter Pan: Eso suele ocurrir, no pienses más en ellos, olvídate por unos instantes.
Gabriel: Pienso que a mí tampoco me quieren.
Peter Pan: Ahora están enfadados y posiblemente no sepan demostrártelo pero seguro que sí que te quieren.
Gabriel: No hablan conmigo, no se preocupan por mí, sólo piensan en como hacerse el mayor daño posible.
Peter Pan: Sabes que yo te he cogido mucho cariño y no quiero verte enfadado, quiero una sonrisa, por favor, X D.
Gabriel: Siempre me haces reír.
Gabriel: Anoche, una vez más tuve pesadillas.
Peter Pan: No quiero verte triste, porque todo lo malo que a ti te pase me preocupa, si tu estás triste, yo también lo estoy .
Peter Pan: Hablemos de otra cosa, de algo más alegre .
Peter Pan: ¿Qué es lo que te divierte?
Gabriel: Me gusta ir de acampada, leer libros de Harry Potter y escuchar música.
Peter Pan: ¿Qué es lo que más te gustaría hacer y que en mucho tiempo  no has hecho?
Gabriel: Ir de acampada.
Peter Pan: Te propongo una excursión para que te levante el ánimo.
Gabriel: No sé, sólo te conozco por el chat y además creo que mis padres no me dejarían.
Peter Pan: No tienen porqué enterarse, nos marcharíamos por la mañana temprano y volveríamos al ponerse el sol, creo que tus padres no te echarían de menos, anímate ;).
Gabriel: No estoy seguro, déjame unos días para que  lo piense.
Peter Pan: Conmigo estarás seguro.
Gabriel: ¿Cuántos años tienes?
Peter Pan: Veintisiete
Gabriel: ¿No crees que eres muy mayor?
Peter Pan: En absoluto, yo sólo quiero tu felicidad y ofrecerte de corazón momentos inolvidables, además en el pasado me ocurrió  algo parecido.
Gabriel: ¿Qué te sucedió?
Peter Pan: No quiero hablar ahora del asunto, quizás más adelante te lo cuente.
Gabriel: Tengo algo de miedo.
Peter Pan: Jamás debes tener miedo de mí, sabes que nunca te haría daño.
Gabriel: No me gusta desobedecer a mis padres, no quiero aumentar los problemas.
Peter Pan: Deja por una vez de preocuparte, prepararé unas tortillas, unos refrescos, la tienda de campaña, los sacos de dormir, haremos una hoguera, nos lo pasaremos muy bien .
Peter Pan: Debes por un día relajarte y olvidar peleas y discusiones.
Gabriel: Está bien, no creo que se den cuenta de mi marcha .
Son las ocho de la mañana, es lunes, Gabriel no tiene pensado ir al colegio, ha decidido acompañar a Peter Pan en su salida al campo. Sobre su cama el niño ha dejado una nota; siempre fue muy responsable, siempre intentó no defraudar, ni preocupar conscientemente a sus padres.
“Mamá voy con un amigo de excursión al campo, lo he conocido por internet, es muy amable y me da mucho cariño, volveré esta noche, no os preocupéis”.
Abandona la nota doblada sobre la colcha azul impregnada de dibujos de Disney. Con una mochila roja al hombro se dispone a recorrer un camino incierto.
Gabriel se dirige despacio, quizás indeciso, a la puerta del Burguer donde debe esperarle Peter Pan. Mira hacia atrás esperando que su madre corra a su encuentro, lo abrace y le dé un beso suave como hacía antaño. Hay algo que asusta a Gabriel. No sabría explicar sus miedos pero los tiene. Rodea a Peter Pan un misterio oscuro que lo intimida. ¿Por qué nunca le ha dicho su verdadero nombre? Camina receloso a su destino haciéndose Gabriel un sinfín de preguntas.
Apoyado sobre un Ford Mondeo verde Peter Pan espera a Gabriel. El niño ya lo ha visto,  el hombre que dice tener veintisiete años, le ha hecho señas con sus manos para que se acerque, ya no hay marcha atrás.
Tiene Peter Pan bigote poblado, negro pero salpicado por canas insolentes en sus dominios, gafas, un poco calvo, con una incipiente barriguita y unas ostensibles arrugas que delatan su mediana edad. Gabriel se sintió engañado, pero era demasiado tarde, pensó, no debía retroceder. Palabras dulces y cariñosas intentaban romper los miedos del niño. Gabriel sabía dónde iban, desde el chat concretaron el sitio exacto donde pasar todo un día. El chico conocía el lugar de antemano, solía ir con sus padres a pasar muchos domingos en primavera. Se dirigían al arroyo del Tilo.
La zalamería del señor no ha deteriorado en nada el escudo que ha creado el miedo del niño. En cierto modo Gabriel huele el peligro a su alrededor, pero se abandona a un destino desconocido para dar un brusco giro a su vida. Harto de gritos y quejas deja que Peter Pan adorne palabras para él, susurre al oído su valía, despliegue un sinfín de mimos para hacerle feliz.
Llegados a su destino, montada ya una pequeña tienda de campaña en forma de iglú, los dos se adentran en ella para poner al descubierto sus secretos. La cercanía entre ambos cada vez es más próxima, las manos y gestos de Peter Pan están traspasando la línea imaginaria que distingue las emociones. Los miedos de Gabriel no se han disipado, muy al contrario, al sentir el tacto cálido y casi sudoroso de la mano oscura de Peter Pan acariciando su rostro,  se estremece. Susurros cálidos casi rozando labios con rostro, agitan un poco más a Peter Pan, se envalentona e intenta progresar en su conquista.
El desconsuelo se apodera del chaval que nota incrédulo la arrogancia de su amigo. La cara del hombre de mediana edad cada vez demuestra más lujuria, descubre la obscenidad del deseo, la excitación que está alcanzando ha llegado hasta su bragueta.
Inmóvil, Gabriel, sobre un saco de dormir, consciente de lo que le espera si permanece en el lugar, medita, saturado por el miedo, como provocar la huida. Empieza a llorar para debilitar a su agresor, pero éste es inmune a sus lágrimas. El ruido ensordecedor de un vehículo que se aproxima, haciendo sonar el claxon, asusta a Peter Pan. Gabriel aprovecha este momento para desembarazarse de él. Sale de la tienda gritando en dirección al coche que cada vez está más cerca. Ha podido el niño reconocer el vehículo de Tomás y más contento que en cualquier instante de los últimos tiempos se dirige a su encuentro. Sus padres lo han localizado por el rastro dejado en la red y olvidando desavenencias se han volcado al unísono para encontrar a su hijo y  raudos han volado para  llegar a él. Gritando vereda abajo los nombres de sus padres, Gabriel se siente a salvo. No mira hacia atrás, huye despavorido de un infierno que estaba empezando a abrasarle. Las lágrimas de Bárbara y Tomás se mezclan con las de su hijo al fundirse en un  fuerte abrazo.       

Ruiz de la Muela
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:53:24 pm
Dos puntitos


   ¿Acaso hay algo más terrorífico que el monstruo que no sabe que lo es?  Irene cogió de la mano a María y le sonrió. No hay ningún ser, por muy monstruoso que sea, que pueda romper una relación basada en la forma más sencilla y pura del amor ¿Verdad? Ya lo veremos.
   - ¿Qué vamos a comer? - Preguntó María, con una sonrisa de oreja a oreja.
   Irene se encogió de hombros y luego se paró en seco. Se le había ocurrido una de sus brillantes ideas. Salió corriendo hasta el restaurante más cercano, casi arrastrando a María. Cuando llegaron, pidieron de comer, se subieron al mini y fueron hasta la playa. Allí, la luna observó lo hermoso que puede ser el amor, siempre y cuando sea el verdadero. Rieron bajo las estrellas, jugaron con las olas y aprendieron a dibujar la forma del amor en la arena con un simple dedo dirigido por una mano amiga. Después de un repentino ataque de risa, se quedaron tumbadas bocarriba cogidas de la mano, soñando en que sus sueños se hicieran realidad algún día.
   
   Al llegar a casa, Irene bajó a tirar la basura.
   Se encontraba en un callejón oscuro, bolsa en mano, cuando escuchó un extraño ruido que venía de las profundidades, en lo más oscuro y recóndito del lugar. Al acercarse, descubrió que en el suelo yacía un cuerpo inerte. Un charco de sangre rodeaba el cadáver. Pegó un saltito, no era muy normal encontrarse muertos en un callejón. Era médico forense, así que decidió mirar más a fondo. Descubrió que su cuerpo estaba intacto, salvo por dos puntitos minúsculos en el cuello. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Algo se movió a lo lejos, una sombra en la penumbra. Se giró bruscamente, pero no vio nada.
   - Habrá sido mi imaginación.
   Al volverse hacia el cuerpo se encontró con dos ojos de color negro increíbles. Era un hombre alto, y vestía con ropa bastante moderna, de colores oscuros. Su rostro, apenas iluminado por la luz de la luna, reflejaba una sonrisa llena de malicia.
   - No ha sido tu imaginación.
   Nada más terminar la frase, se abalanzó sobre ella, enseñando sus afilados colmillos. Notaba cómo las fuerzas se marchaban poco a poco, como un cuentagotas, dejándola débil e indefensa. Un ruido la sacó de su trance. Millones de colores iluminaban su campo de visión. Las luces de una ambulancia, las farolas, la policía, linternas, flashes de cámaras. Se sentía aturdida, no entendía nada de lo que le estaba pasando. Se recostó y rezó porque todo pasase lo más pronto posible.

La Villa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:54:38 pm
La nocturna rutina del artista


Pintará su nombre tantas veces como sea necesario. Hasta que no quede una sola pared en la ciudad sin albergarlo. Una enfermiza obsesión, una lunática manía, le impide resignarse a los muros y ladrillos sin esencia; no ha de quedar más lisura que la suya.
   A saber qué hora será. Por las calles sopla el viento que no pudo soplar de día.
   Es la única manera de sacar parte de su rostro de la tierra. Tantos resplandores que en él decidieron converger no se pueden encerrar, ¿quién osa?, ni en fosas, ni en ataúdes, ni debajo de cipreses.
   Camina a paso fantasmagórico, intentando superar la Realidad lo antes posible, pasando desapercibido. Lo analiza todo: todo aquello que pueda ser cimiento para levantar nuevamente un sucedáneo de su magia.
   Sus ojos lo dijeron sin decirlo antes de cerrarse para siempre. Como una orden retinal y categórica. Sus lágrimas debían ser perpetuadas en forma de colores, y a él correspondía tal misión. No quedaba otra. Era el medio por el que su vida se prolongaría a lo largo de las noches.
   Parece que ha encontrado algo y levemente, sin que se le note, sonríe. Lo que pasa es que no llegará de un salto. Las escaleras de emergencia suenan demasiado, pero no es por la gente, que duerme tranquilita, sino por él, que la más mínima reunión de decibelios le tortura. Desde ahí arriba la brisa pega más fuerte y peligrosa. Se ve toda la ciudad: decorada en su entereza por sus mil tonalidades; que se quedan siempre escasas.
   Recordando su eco encantador para que no se extinga, para que no deje de resonar en su interior, se repite que mi niña, que te recordarán el sol y la ciudad como mereces.
   Está pintando ya, sin enterarse, por inercia. Pinta como siempre: es canalizada la maestría a través de sus dedos apretando la boquilla. Ahora sobre un ínfimo bordillo, a varios pisos de altura, manteniendo el equilibrio como puede. Acostumbrado a que la sombra de la muerte le pise los talones.
   Con sólo rozar los suyos se lanzó a devorarla sin criterio… ¿Por qué con él tardará tanto? Su risa, duradera y resistiendo hasta el final, no estaba pensada para perecer tan pronto.
   Ahora se extendía entre ventanas y ventanas.
   Ya casi ha terminado cuando decibelios alocados, que ya tardaban, impactan como flechas contra los tímpanos. Sirenas estruendosas, mensajeras de coches, uniformes y patrullas, que podrán asustar todo lo que quieran; o no, que, total, ya no hay mucho que perder.
   Aguantad un poco, sirenas de extremidades y megáfonos, que ya voy a terminar. Se acerca el momento adictivo y culminante: aquel en el que el spray deja de desprender su colorido, que es el suyo, cuando ha llegado el final y otro fragmento de su nombre ya reluce en la penumbra. Un resquicio de belleza entre tanta desdichada oscuridad…
   Corren, y con ellos la materia, y él escapa dejándola atrás. Experto en lo que la trasciende, idílico espectro de hace tiempo, se pierde por las sendas del arte. Para que no se le pueda acorralar del todo.
   Dejando a sus perseguidores entre los restos de él y los de ella, se escabulle por espacios clandestinos, que el mundo apenas frecuenta.
   Guiñará el ojo tantas veces como sea necesario, hasta que ella se lo guiñe desde el tinte de los muros, confirmándole que sí, que ya han quedado atrás, y que ya puede seguir haciendo de las suyas.

Hombre Libre
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 21, 2012, 16:55:41 pm
La Nada


Apenas abrí los ojos, supe que algo había salido mal. No tenía que haber recuperado el conocimiento tan pronto, ni mucho menos haberlo hecho en ese extraño e inquietante lugar. Mientras trataba inútilmente de levantarme, me pregunté donde estaría y por qué no había nadie más junto a mí. “Quizás -me dije abandonando toda esperanza de ponerme de pie-, ellos sólo se han retrasado un poco y no tardaran en aparecer a mi lado.”
Pero, conforme las horas pasaban (aunque nada a mí alrededor podía garantizarme que esto era cierto) y mi espalda comenzaba a dolerme por estar demasiado tiempo recostado sobre una superficie amorfa y anormalmente fría, mi esperanza en que ellos pronto llegarían empezó a desfallecer.   
No tenía idea de por qué se estaban demorando tanto. Siempre creímos que apareceríamos todos juntos y en el mismo lugar. Aunque ninguno de nosotros tenía la certeza que sucedería de ese modo, yo tenía el presentimiento que así sería y si a lo largo de mi vida hubo algo que aprendí, era que los presentimientos nunca fallaban. 
Entonces ¿Por qué estoy solo? –exclamé en voz alta, pero ningún sonido audible salió de mi garganta, al menos ninguno que yo pudiera oír. ¿Qué me pasa?, volví a decir con voz fuerte y clara, poniendo toda mi atención en escucharme, pero una vez más no lo logré. Podía sentir no sólo a mis labios moverse, sino también a mis cuerdas vocales funcionando a la perfección, pero por más que me esforzaba, no podía oírme. “Tal vez –pensé, sintiendo un escalofrío recorrer todo mi cuerpo-, me he vuelto completamente sordo.” Aterrado traté de imaginar como sería mi vida de ahora en adelante, pero no pude. Siempre creí que todos deberíamos morir antes de padecer terribles enfermedades. De pronto reparé en que ya no tendría que preocuparme por esas pequeñas nimiedades, como lo eran la sordera, la muerte o la vida. ¡Yo –pensaba mientras iba sintiendo un delicioso y placentero aletargamiento en todo mi cuerpo-, ya me encontraba más allá de todo eso!
Sólo después de muchas horas o días (no estoy seguro) de permanecer inerte en medio de la nada, inmerso en una realidad que me era totalmente ajena y sintiendo con cierta aprensión, como todo mi ser se iba disolviendo poco a poco, hasta convertirse en algo casi insustancial, comprendí que mi destino final sería ese: “formar parte de La Nada”.   
Aunque debo admitir, que al principio me costó mucho asimilar esta terrible verdad, con el paso del tiempo llegué no sólo a acostumbrarme al insondable entorno en el que ahora me encontraba, sino también a la sensación casi palpable de sentir como me iba diluyendo en él, sin otra cosa que pudiera hacer que esperar pacientemente a que todo esto acabara. Pero ¿Cuánto más iba a durar? ¿Quién podría saberlo? ¡Al menos yo no! Yo y no había duda de ello, debía permanecer yaciendo irremisiblemente boca arriba, completamente inerme y con la mirada aletargada de tanto observar La Nada.   
A la mañana siguiente, los pobladores de una pequeña ciudad del sur despertaron consternados por la noticia del envenenamiento de tres ancianitos, dos de los cuales pudieron ser salvados gracias a la oportuna intervención de los médicos del hospital local. Los sobrevivientes al ser interrogados, explicaron que los tres eran muy amigos desde hacía siete años, fecha en la que ingresaron al asilo municipal. Contaron además que días antes tomaron la decisión de suicidarse al ser diagnosticados con cáncer terminal. 

Yavana
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:10:27 pm
Un relato al revés: Despedido del trabajo


HOY

   - ¿Despedido?¿Por qué? Si he cumplido, cobré los dos mil euros. Aquí los tiene, encima de su mesa.
   En el rostro felino del capo Marioni no se inmutó un solo músculo. Unos segundos después, la voz analgésica del jefe rompió la tensión del momento.
   - Los dos sabemos que lo hiciste mal –una sonrisa de complicidad amaneció en su boca-.  Deberías dar gracias de que no me enfade porque me hayas intentado engañar.
   La cara de póker de Carolo se mutó en un rictus de temor. Adulterar la verdad ante el hombre más poderoso de la zona oscura de la ciudad no había sido buena idea, confiaba en que el barniz de la distancia difuminara ese ardid.
   - No tengo intención de matarte, ni siquiera de que te peguen una paliza. Pero... quiero que seas sincero conmigo, Carolo. Me caes bien, pero no vales para matón, eres demasiado blando. No sé de dónde sacaste este dinero, pero no se lo cobraste a mi deudora.
   El joven desvió la mirada y se derrumbó. Observó al capo y, con voz temblorosa, le dijo:
   - Tiene razón. Gracias por su generosidad y su perdón.
 
AYER POR LA NOCHE

   Carolo sabía que, tras haber dejado escapar a la ciega, sin que soltara una mísera moneda, tenía que encontrar dos mil euros. No podía presentarse ante Marioni sin haber logrado resultados. Le caía bien al jefe, pero no debía jugar con la suerte.
   Abrió el congelador y sacó un paquete del que asomaba, tímidamente, la cola de una trucha. Despegó la película de papel de aluminio de la piel del pez. Extrajo una bolsa que se alojaba en el vientre vacío del animal y la abrió. En su interior se escondían algunos billetes de cincuenta euros.
   Uno.     Dos.   Tres.         ...        Doce.
   - Cincuenta por doce –murmuró-. Seiscientos. Aún me falta. ¡*****!
   Se deslizó por el pasillo, hasta que llegó al dormitorio. Tomó el despertador entre sus manos y lo escrutó. Despegó la tapa que escondía las pilas. Las extrajo con movimientos asépticos. Un hueco alojaba algunos billetes más. Los sacó de su guarida y los juntó con sus gemelos.
   - Mil cien. ¡*****!
   No tenía más dinero en casa y su cuenta bancaria no estaba lo suficientemente preñada como para salvar la diferencia. Necesitaba novecientos euros para poder invertirlos en un puesto de trabajo como matón de Marco Marioni, el capo de la mafia que dominaba la zona. Era un empleo sucio, pero que le reportaría un sueldo envidiable.
   Tomó su agenda y la abrió, ojeándola.
   “Alguien tiene que poder prestarme los novecientos que faltan” pensó.
   Paseó en círculos por el dormitorio,  revisando la A, después la B y más tarde el resto del alfabeto de su pequeño listín telefónico.
   - ¡Sarah! –gritó.
   Barruntó que quizás ella podría prestarle lo que necesitaba, siempre se habían llevado bien, y nunca hacía preguntas. Meses atrás habían perdido el contacto, pero ese no era un inconveniente para llamaría.
   Mientras caminaba hacia el móvil que descansaba en el bolsillo de su abrigo, trató de descifrar la razón de que su amistad con Sarah se hubiera ido desangrando gota a gota. No encontró ninguna causa. Concluyó que, simplemente, el tiempo les había distanciado.
   Pulsó rítmicamente las teclas del aparato y esperó la respuesta.
   - ¿Diga?-ladró, al otro lado, una voz masculina.
   - ¿Sarah? –respondió Carolo, siendo consciente de lo absurdo que le debió sonar a su interlocutor la pregunta.
   - No, soy su novio –replicó el otro, remarcando las últimas palabras.
   - ¿Puede decirle que se ponga?
   - ¿De parte de quién le digo que es la llamada?
   - De Carolo.
   - Ahh –respondió Franco, demostrando que le conocía y que, por lo tanto, había dejado de temer que fuera una amenaza para su relación-. ¡¡¡¡Sarah!!!!
   El auricular vomitó algunos sonidos incoherentes mientras esperaba.
   - ¿Carolo?
   - Sí, aquí estoy.
   - ¿Te pasa algo?
   - ¿Por qué lo dices?
   - Llevas mil años sin llamarme y es tardísimo. Algo grave debe de sucederte.
   - Necesito novecientos euros antes de mañana. No puedo decirte por qué.
   El silencio hizo temer a Carolo una fría negativa.
   - De acuerdo, nos vemos medianoche en el cajero que hay debajo de mi casa. Sacaré seiscientos antes de que acabe el día y el resto, después.
   - Te los devolveré pronto. Gracias, de verdad.
   - Sabes que no necesitas devolvérmelos. Hasta luego –y ambos colgaron.

AYER POR LA MAÑANA

   Localizar a la ciega había sido fácil. Al verla, se fijó en que lindaba el terreno de la obesidad y manejaba el bastón blanco con pericia de prestidigitador. Salió dos horas después de empezar a vigilar el portal. No se había atrevido a entrar en el apartamento a pedirle el dinero que adeudaba. Quizás allí viviera alguien más o, era posible que, un perro lazarillo no hubiera dudado en arrancarle varios dedos de una dentellada.
   Se introdujo en una cafetería y sentó sus posaderas cerca de la barra. Nadie la acompañaba, era el momento perfecto para abordarla. Entró en el local y se sentó frente a ella, que dijo:
   - ¿Quién eres? –atusándose el encaracolado pelo azabache.
   - Soy uno de los hombres de Marioni. ¿Le suena ese nombre?
   Ella pareció sorprendida.
   - Sí. No voy a dudar que le conozco, sería una estupidez. ¿Por qué ha venido usted?
   - Marioni le prestó mil euros hace un tiempo y usted le debe ese dinero y los intereses, lo que hace un total de dos mil euros.
   - Lo sé – y se echó a llorar.
   - ¿Qué pasa?
   - No los tengo, no puedo pagarle. Seguro que usted tiene que cobrarlos o pegarme una paliza.
   Carolo fue consciente de que abordar a aquella mujer en un sitio público no había sido una idea inteligente: la mujer podría ponerse a gritar y él tendría muy difícil explicar a cualquier escuchante casual por qué estaba amenazando a una “pobrecita ciega”.
   - Si no le importa acompañarme a dar una vuelta –propuso él.
   - Claro, para poder matarme –murmuró ella.
   - Si hubiera querido matarte no te habría abordado en un restaurante.
   “Aprovecha la desgracia para crear una oportunidad, que dicen los chinos” pensó Carolo, tras lanzar su explicación al aire.
   Ella rumió las palabras antes de contestar.
   - Tienes razón, pero entonces... ¿qué quieres? No te puedo pagar.
   Él cambió el tercio, abandonando la idea de salir del local.
   - ¿Para qué le pediste el dinero?
   - Para intentar una nueva técnica con la que operarme la ceguera. Pero como puede observar...falló – y dos lágrimas escaparon de los ojos que se escondían tras sus ajadas gafas de sol. A Carolo le sorprendió la dignidad de las dos gotas que se deslizaban por los pómulos, simples y vacías de histerismo.
   - Lo siento.
   - Toda mi gente me había prestado dinero, sin que tuviera que devolvérselo. Pero... me faltaban mil euros. Los bancos no me dieron nada, así que tuve que pedírselos a él. Y ahora no tengo de dónde sacar lo que le debo.
   - Vaya, no lo sabía.
   - Así que si usted va a matarme o a pegarme una paliza, lo entenderé. Con mi deficiencia no puedo huir, así que solo espero que sea rápido y que no me deje muchas secuelas.
   El corazón de Carolo sufría con cada palabra que llegaba a sus oídos, debería haberse informado de ese caso extremo al que le habían enviado a machacar. Quería dinero, ansiaba el poder que otorgaba ser uno de los hombres de Marioni, pero no estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ese sueño.
   - No se preocupe usted, su deuda es historia.
   - ¿Cómo? No le entiendo.
   - Venía a decirle que una persona la ha finiquitado anónimamente.
   - ¿De verdad? ¿Aún hay gente así en el mundo? Gracias. ¿Dónde está usted que le dé un beso? – y estiró las manos tocando la nada.
   - Yo solo soy el mensajero, no me dé las gracias -y se acercó a ella, para recibir en su mejilla el sonoro regalo.
   - Por fin me dan una buena noticia. Desde la operación todo me sale mal.
   - No ha sido nada, señora.
   Al salir del local, Carolo no hacía más que darle vueltas al hecho de cómo conseguir dos mil euros.

ANTESDEAYER POR LA TARDE

   - El señor Marioni le recibirá en seguida –dijo la secretaria, clavándole sus hermosos ojos en el fondo del cerebro.
   Carolo jugueteó con los dedos, sintiendo que los minutos pasaban lentos. Se dedicó a observar la sala de espera. Era parecida a las de los médicos, incluso estaba colonizada por revistas del corazón, de coches y, alguna otra, de contenido científico. Oficialmente el hombre al que iba a visitar se dedicaba a la asesoría legal, pero todo el mundo –incluida la policía- sabía que era un mafioso (con poder de vida y muerte sobre cada habitante de la zona). La secretaria era morbosamente atractiva, con piernas fuertes como columnas griegas, un busto que seguramente hubiera sido esculpido por la cirugía y unas facciones exóticas propias de los catálogos de moda. Probablemente fuera la amante del capo.
   - Puede pasar –soltó ella, sacándole del lago de sus pensamientos.
   - Gracias.
   Entró en el despacho del jefe, forrado de madera y preñado de cuadros. Carolo pensó que seguramente no fueran copias ni falsificaciones.
   - Hola, chaval –indicó el todopoderoso, tendiendo la mano.
   - Encantado y agradecido por sus atenciones, señor Marioni.
   - Te he recibido porque tu primo me salvó una vez la vida, y me ha llamado para que te ofrezca un trabajo. Supongo que tú se lo habrás pedido.
   “¡Qué directo!”.
   - Sí, nos llevamos bien.
   - Imagino que sabrás que este trabajo es duro... y que no admito errores.
   - Lo sé, no le fallaré.
   “Es fácil, no hay problema” pensó.
   - Bueno, te tengo preparado ya un asuntillo.
   - ¡Qué bien!
   -  Aquí tienes la dirección de una mujer que me debe dos mil euros. Debes obligarle a que pague o ... demostrarle que a Marioni no se le tima.
   Carolo cogió el papel y lo guardó en el bolsillo, sin siquiera ojearlo -ya lo miraría en casa-.
   - Pasado mañana tendrá aquí el dinero –dijo Carolo, a modo de despedida.
   - Ah, se me olvidaba decirte algo, es ciega.
   “¿Ciega?” se sorprendió Carolo.

ANTESDEAYER POR LA MAÑANA
   - Hola, señor Marioni.
   - Buenos días, Francesca.
   - ¿Para qué me has telefoneado?
   - Me ha llamado alguien a quien le debo un favor para que contrate a un chaval.
   - ¿Quieres que le pruebe?
   - Sí, probablemente no sea adecuado para el puesto de matón. Haz que salga a flote el angelito que lleva dentro.
   - No te preocupes, haré el numerito de la ciega.
   - Ah, ese es muy bueno.
   - ¿Cuánto le vas a decir que te debo?
   - Bastará con dos mil euros.
   - ¿Tengo que saber algo más?
   - No, ya te llamaré yo si es necesario.

Miguel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:12:58 pm
El último concurso


 El programa favorito de mi padre era el concurso de conocimientos que transmitían los sábados por la noche en la  XKY. Llevaba tanto tiempo escuchándolo que casi siempre acertaba en las respuestas. Cuando surgía alguna pregunta que no lograba contestar, la anotaba rápidamente en una libreta y en cuanto el programa finalizaba, se dirigía al librero donde guardaba sus enciclopedias. No importaba cuánto tiempo le tomara, no descansaba hasta encontrar la respuesta. Muchas veces le animé a participar, pero invariablemente me respondía que necesitaba prepararse un poco más.
“Todavía no —me decía, revisando sus apuntes— hay algunas materias que no domino por completo”.
Elaboró un esquema de estudios, basándose en la continuidad con que se repetían los temas. Todavía me parece verlo, sentado frente a un grueso volumen de historia y luchando por no quedarse dormido.
“Estoy listo”, me dijo sonriente una mañana. Señaló sus libros y me pidió que realizáramos un ensayo. Busqué las preguntas más difíciles, las que estaba seguro no podría responder. Después de unos minutos tuve que darme por vencido. Parecía imposible que cometiera un tan solo error.
Tomó el teléfono y marcó el número de la emisora. Yo estaba a su lado expectante, sin poder reprimir una incipiente sonrisa de orgullo.
“Lo entiendo —dijo mi padre con un hilo de voz—muchas gracias por atender la llamada.”
Recuerdo la desolación que ensombreció la mirada de mi padre cuando colgó el teléfono.
Dio un largo suspiro antes de decirme que la emisora cerraría sus transmisiones.
Me quedé callado, sin poder encontrar las palabras adecuadas para ese momento. Lo miré a los ojos, con la esperanza que pudiera encontrar en los míos,  la frase de aliento que necesitaba escuchar.
A partir de ese día intentó llenar el vacío viendo la televisión o leyendo algún libro, sin embargo, cada día resultaba más evidente que nunca podría encontrar un sustituto.
Muy pronto volvió a sentarse en su sillón, mientras encendía su viejo radio y movía el dial para ajustarlo en la frecuencia precisa. Permanecía así, atento y callado, las dos horas que solía durar su programa, sin que pareciera importarle que lo único que surgiera del parlante fuera estática. Yo me quedaba en el umbral de la puerta, sin atreverme a entrar, pensando que mi presencia podría avergonzarlo. No quería que al verme se sintiera incómodo y cambiara de estación, mientras se esforzaba por encontrar cualquier excusa. Además, me decía a mí mismo, ese momento era suyo y de nadie más.
 Mi padre murió algunos años después. El infarto lo sorprendió durante la madrugada. Se marchó en silencio, sin darme la oportunidad de una despedida.
Su funeral fue un sábado por la tarde. El cielo estaba gris o quizás, simplemente, así es como quiero recordarlo. Cerré los ojos y, mientras el ataúd descendía,  volví a verlo sonriente y atento, aguardando la siguiente pregunta del locutor.
Esa noche, cuando regresé a casa, no pude resistir el impulso de sentarme en su sillón y encender la radio. Fruncí el ceño extrañado, ya que en lugar de escuchar el monótono zumbido de la estática, la sala se llenó con las notas de una melodía. Meneé la cabeza,  pensando en la ironía de que la emisora hubiera encontrado la forma de volver al aire, precisamente ahora, que mi padre había muerto. De pronto enarqué las cejas, sorprendido, al reconocer  la música. Era la introducción de aquel programa de concursos. El locutor agradeció  la  sintonía de todos los radioescuchas y luego, sin más preámbulos, dio por iniciada la siguiente ronda de preguntas.  El corazón me dio un vuelco, cuando al anunciar al próximo concursante, dio el nombre de mi padre.

Grim Reaper
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:15:19 pm
Un círculo musical


"…En esta posada los muertos
cuentan su vida y se ríen de quien
estando vivo desea estar muerto,
en el más allá nunca dan de beber.

Alza tu cerveza, brinda por la libertad,
bebe y vente de fiesta,
y a la muerte emborráchala…”

Fragmentos de la canción: “La Posada de los Muertos”.
Del grupo español "Mago de Oz".

Y sin embargo no quería sacarla debido a su enorme envergadura, ya que las caballerizas reales son muy pesadas y costosas, pero sabía que tenía que hacerlo, claro que en todo caso lo que él creía no tenía ninguna importancia, ya que el sacarla de donde estaba estacionada era un deber.

Estacionada se encontraba su caballeriza real, en la parte específica de su pieza; que Julio César llamaba el anfiteatro romano. El mismo que en la antigüedad, pasaban gladiadores, leones, y tigres. Ahí, en ese lugar específico de descanso en la actualidad, pero de lucha en la antigüedad, era donde Julio César acostumbraba a dejar su motocicleta Yamaha, y por donde transitaban además las gloriosas caballerizas reales, que se dirigen a las ensangrentadas contiendas romanas y a las carreras.

Julio César era muy ordenado con sus cosas y libros de la cultura romana, y lo hacía como las gradas de tres partes: Ima cavea, media cavea y summa cavea, donde en la antigüedad, los espectadores del anfiteatro romano, se ubicaban de acuerdo a su puntual clase social. Porque la ima cavea era la parte situada entre la orquesta y el primer praecinctio o diazona, que es un pasillo semicircular que divide la cavea longitudinalmente en diversos sectores por un muro.
La media cavea  era la parte situada entre el primer y segundo praecinctio; y  la summa cavea era la parte situada en el lugar más alto del graderío; mientras que la cavea (tan nombrada) era la parte del teatro dotada de gradas o peldaños, reservada a espectadores cuyo perímetro es semi circular en el anfiteatro romano.

El compromiso de Julio César era en la noche  con fantasmas, sombras tenebrosas, imágenes y luchadores; con su infinito manto de sombras que todo lo cubre era la fiesta, a diferencia de los juegos del circo romano de la antigüedad, que se celebraban de día

Julio César en los momentos en que ordenaba sus cosas en su anfiteatro romano subterráneo, de acuerdo a sus respectivas y exactas jerarquías, no se distraía recordando a su novia Magdalena.

Sí, se llamaba Magdalena su novia por una obra de la arquitectura de la comunidad de Sevilla (España), la iglesia parroquial de Santa María Magdalena, que data del siglo XIII, en el año 1248 de su construcción.

Magdalena era rubia, como los pelos de los yelmos que tenían los gladiadores, con una linda imagen ya que Julio César  veía en ella a la figura de la emperatriz romana, la esposa del César.

Pero desgraciadamente para Julio César Magdalena tenía serios retrasos psicológicos, con una mentalidad santa e ingenua, ya que a los diez y ocho años, tenía la forma de pensar de una niña de siete; porque le gustaba jugar con los gladiadores del circo romano entre sus juguetes favoritos, y escuchar por poco tiempo, las historias que Julio César le acostumbraba a contar, antes de dormirse. Narraciones del anfiteatro  romano, que era un tipo de edificio público de dicha civilización, utilizado para espectáculos de gladiadores y venationes, o lucha de animales. Por consiguiente, Julio César contaba entre sus favoritos a los construidos en Etrunia y Campania del siglo II antes de Cristo. Julio César  además le contaba a Magdalena que la diferencia más notoria entre el anfiteatro romano y el teatro romano clásico, es que el anfiteatro romano es de forma circular u ovalada; mientras que el teatro romano clásico es de forma semicircular, y por otra parte el circo romano es utilizado para carreras, con forma elíptica.

Entre las largas conversaciones de la cultura romana que tenía Julio César con Magdalena, su tema favorito consistía en el anfiteatro romano más conocido que  era el Coliseo de Roma, llamado “Anfiteatro Flavio”. En honor a la Dinastía Flavia, porque tenía una gran estatua, el Coloso de Nerón; siendo construido por el emperador Vespasiano entre los años 70 y 72 después de Cristo en el siglo I, en el centro de Roma. Fue el anfiteatro más grande construido en el imperio romano, terminando su edificación en el año 80 después de Cristo, por el emperador Tito; (y modificado durante el reinado del emperador Domiciano). Su inauguración duró 100 días y consistió en sangrientas contiendas de gladiadores y fieras, por la diversión del pueblo romano. Poseía una capacidad para 50.000 espectadores, con 80 filas de gradas, y los que estaban cerca de la arena eran el emperador y los senadores, y a medida que se ascendía se situaban por los diferentes estratos inferiores sociales. En el coliseo se llevaban a cabo luchas de gladiadores, y espectáculos públicos, además de caza de animales, ejecuciones, recreaciones de famosas batallas y obras de teatro de la mitología clásica, que duraron quinientos años, celebrándose los últimos juegos de la historia en el siglo VI. En la actualidad está considerado como uno de los monumentos más famosos de la antigüedad clásica, declarado en 1980 Patrimonio de la humanidad por la Unesco. Pero a Magdalena le aburrían incansablemente estas historias, que le apasionaban a Julio César, y que le acostumbraba a contar  antes de dormirse.

La ubicación de la casa de Julio César, que se situaba en el campo, era la misma que tenía el anfiteatro romano, vale decir al centro, igual que en Roma. Donde hay dos calles principales que cruzan la ciudad de parte a parte: El cardo con dirección norte-sur, y el decumano,  con dirección este-oeste. Como en la antigüedad, la misma que tenía el anfiteatro romano, y que esta ubicación daba al centro de su campo, que peyorativamente le decía Roma. La casa contaba con  pisos de madera, patio  interior,  exterior, ventanas y balcones.

En la noche, los ladridos de Emperador hacían eco en todo el campo; al mismo tiempo que el capataz Centurión llevaba el fusil como el tridente, similar a la costumbre de los gladiadores romanos, ya que su tarea consistía en cazar al lobo.

Mis padres no estaban ese verano, pensaba Julio César, porque salieron en viajes de negocios como quien visita al César, ya que eran las fechas de los juegos romanos, como se habrían celebrado en tiempos de antaño.

Julio César después de haberle dado las instrucciones al capataz Centurión de cazar al lobo, toma su caballeriza real y se dispone a realizar el comienzo de su trayecto hacia el Coliseo. Pero en la ruta realiza una mala maniobra, entre el ruido de su caballeriza real y el asfalto del camino y se golpea su cabeza en una rama. Claro que como llevaba su casco como yelmo, el daño no fue tan notorio; por lo que Julio César cae al suelo ileso, recriminándose en sus divagaciones mentales: Estoy concluyendo, que el haberme influenciado por los romanos, al consumir vino con especias, seguido de lo que podrían haber sido hongos alucinógenos que los gladiadores usaban de anestesia, para el dolor después de sus combates, no fue bueno. Mientras se frotaba su cuerpo de dolor.

Pero como Julio César no tenía en su poder, hongos alucinógenos, acostumbraba a consumir para ocasiones de fiesta pastillas de “éxtasis”. Fáciles de conseguir y canjear como denarios en las noches de bohemia de los bares; que le provocaban alucinaciones, recordando la película “Gladiador”, el lobo, las historias que le acostumbraba a contar a Magdalena, las estrellas luminosas del Coliseo, la arquitectura romanticista donde el arte huye de la belleza exterior para buscar la interior; porque de esta forma el arte predomina por sobre el ser. Julio César también divagaba con la arquitectura romana, destacada por lo grandioso de sus edificaciones, su solidez que la ha hecho perdurar en el tiempo, siendo las construcciones muy semejantes unas a otras, y con mucha distancia entre ellas, (como la distancia que existía de la casa de Julio César al Coliseo). Porque la arquitectura romana, tiene su origen en la etrusca, influenciada por la griega, después de las guerras púnicas del año 146 antes de Cristo; entonces Julio César nunca pensó que al dirigirse al Coliseo, iba a una contienda como la de los gladiadores romanos con seres pintados, propio del actual arte de las juventudes que se suelen teñir los cabellos; como los antiguos yelmos que utilizaban los luchadores de la antigüedad.

Una vez que Julio César recuperó  la conciencia, despertó con dolor de cabeza, y yacía tendido en el suelo, con la caballeriza real aplastándole las piernas, se paró se puso su casco, (que creía que era un yelmo) y se dirigió al Coliseo.

En el trayecto llegó hasta el arroyo para cruzarlo por el puente. Volteó la cabeza que le zumbaba, apagó el motor de su caballeriza real, se bajo y contempló el agua. Recordando la novela “Yo Claudio”. Al ver su reflejo en el arroyo, notó que se había puesto el casco en la cabeza, y en el agua cristalina como de fuente medieval, vio como una predicción que tenía puesto un yelmo de gladiador. Subió a la caballeriza real y viajó del lugar  donde estaba el arroyo hasta el Coliseo.

En su interior habían pasillos con puertas de acceso, ya que a los teatros romanos no se accedían por las laterales, (sí con los griegos), sino por las puertas o “vomitorios”. Establecidas por el emperador Domiciano en la antigüedad. El nombre del bar El Coliseo fue por sus proporciones y en homenaje a una estatua de bronce de Nerón, que decoraba la sala como circo romano. Las gradas, que eran puestos inferiores más cercanos a la pista, estaban reservadas a los senadores, las situadas encima de ellas a los caballeros; en las demás las gentes del tercer Estado, y las damas con los hombres.

Entre toda la  multitud de espectadores que había esa noche en el bar el Coliseo, Julio César se abrió paso en la medida que el público lo dejaba, porque los habitantes del pueblo correspondían a los espectadores, quedándose en los asientos del emperador, vale decir su mesa reservada, ya que las otras mesas de alrededores, las ocupaba otros espectadores, y en la antigüedad correspondían a la familia del César, y a los senadores; en ese especial lugar reservado ya que Julio César antes de salir, había tenido la precaución de llamar al celular del portero del bar el Coliseo.

Y tenía sus ubicaciones diferentes a las graderías donde estaban los palcos, que los emperadores hicieron para ellos y sus acompañantes. Cuando llegó al coliseo las estrellitas circulaban en la pista cambiando de color; y reflejándose en el gran cetro circular metálico, parecido al del emperador romano que usaba para los premios de los gladiadores que vencían.

Mientras tanto en la casa de Julio César, el capataz Centurión recorría la comarca con su rifle y tiros en el hombro izquierdo, por la costumbre de los gladiadores que así cargan su tridente para dar cacería al lobo.

Después de una ardua travesía entre el público, Julio César ya logra tomar ubicación en su localidad especial. Por supuesto las cervezas y el vino con especias, según la antigüedad no podían faltar en una noche celebración, ya que ese era el consumo cotidiano de los gladiadores que sobrevivían al circo romano. Entre el sonido de la música, Marco Antonio  le dice a Julio César que andan jóvenes punk dando vueltas, ya que en sus cabezas se logra ver como yelmo los colores teñidos de su pelo, y el peinado tipo mohicano igual que los cascos de los gladiadores; en una actitud agresiva.

Se desplazaban por los alrededores de las afueras del coliseo, en sus respectivas caballerizas, pero no eran reales como la Yamaha de Julio César. Tenían otras monturas y banderines de alforjas, estacionadas afuera y sus jinetes estaban en otra localidad circular, reían y consumían vino con especias, al igual que Julio César. Usaban chaquetas de cuero negro, y algunas recortadas en sus mangas, como cotas de maya, además de medallones de la suerte para los combates de los gladiadores, según viejas leyendas.


Los seis tenían peinados tipo mohicano, cortados a los lados, calvos y pintados colores rojos, como los cascos de la antigüedad, similares a los yelmos de guerreros romanos como los de la novela “Yo, Claudio”. El rock se escuchaba por la pista circular, como si se tratara de una arena caliente al sol, una arena donde se enfrentaban los gladiadores, y afuera en la entrada se veía el letrero luminoso que decía bar “El Coliseo”.

Por otra parte el lobo merodeaba el campo, al mismo tiempo que el capataz Centurión dispara al aire, para tratar de ahuyentar al lobo, y en esos momentos de tensión piensa, “quizás podrá atacar a Magdalena, o está en problemas”; entonces en una nocturna carrera se dirigió al campo. El lobo al oír el tiro, corrió por la puerta trasera de la biblioteca de la casa de Julio César que estaba abierta hacia el campo. En eso el capataz Centurión llega por su lado derecho, y el lobo le pasó rozando desapareciendo en la espesura de la pradera, sin poder cazarlo.

En el Coliseo los amigos de Julio César no pasaba de la primera ronda pero Julio César estaba mal. ¿Le habría afectado el viaje?. ¿El golpe?. ¿La lectura de la obra “Yo, Claudio”?. ¡No!. Estaba mareado y es porque había caído víctima de las ilusiones etílicas, ¡encerradas!, en su envase de cristal. Más el efecto de las pastillas de éxtasis. En ese momento, cae a la mesa adonde estaba Calígula, un botellazo de la otra mesa que decía: ¡Son unas plastas!. Volcando los tragos. Al mismo tiempo que unas miradas de odio se cruzaban de mesa a mesa.

Octavio Augusto intentó controlar la situación si les reponían el vino con especias, pero fue inútil. Marco Antonio ya estaba listo para luchar, y Julio César no sabía qué pasaba, había escapado de la realidad, desfilaban imágenes en su mente, viéndolo todo color negro, como la más oscura de las noches, en una dimensión perdida entre el tiempo y el espacio.

La contienda era cruenta, los gladiadores amigos de Julio César ya estaban de pie, y los romanos contrarios con pelos en sus yelmos listos, para iniciar el combate como se acostumbraba a realizar en el circo romano, además ya se habían saludado. Claudio escuchaba rock, que a Julio César le parecía el alboroto del público, y los gladiadores contrarios blandían sus armas blancas, (que como filosas espadas) eran cuchillas y cadenas, como las que usaban los gladiadores con una boleadora.

Se inició la lucha con un bloqueo que Julio César le hace al primer atacante, mientras que Aquiles lo aturdió a golpes de puño en su cabeza, destrozándole parte de su cabellera roja. Marco Antonio esquiva a uno que lo quiso apuñalar con su daga, haciéndole una llave para luego romperle el brazo. Atacan a Calígula con un cadenazo, y el atacante es contrarrestado por Octavio Augusto, con una silla de las tribunas para dejarlo inconsciente.

Otro contrario atacó a Aquiles, pero fracasa por ser interceptado por Marco Antonio, ya que Aquiles no caminaba bien producto de haber recibido una herida en el talón. Los últimos dos gladiadores en la arena circular, desenvainan sus dagas y se toman espalda con espalda, por la antigua formación de defensa, propia de los gladiadores acorralados.

Pero no les valió esta maniobra, ya que Octavio Augusto, Pericles, Calígula y Marco Antonio son hábiles luchadores en técnicas cuerpo a cuerpo, dejándolos aturdidos a golpes de pies y puños.

Julio César no se sentía bien, todo le daba vueltas, perdía el equilibrio. -¿Qué te pasa?, - le preguntó Pericles. ¡Na……da!, dijo tartamudeando, y en ese momento se le nubló la vista, lo vio todo color negro, para desplomarse de espaldas en la pista, que halló blanda como una caliente arena circular propia del circo romano.

Mis amigos disfrutaban del rock -pensaba Julio César-, mientras lo miraban ahí tendido de espaldas, ya no pensaba en Magdalena, en el Capataz Centurión, en atrapar al lobo, en sus historias del circo romano, ni en su viaje al coliseo. Mis amigos me contemplaban como yo estaba ya en el suelo, escuchando como la multitud aclamaba mis hazañas; y mi mente caía en un profundo silencio, oyendo exteriormente el rock. Era un silencio oscuro, tenebroso, nocturno, y cansador dentro de Julio César, en ese sangriento, arenoso, caliente, y musical círculo de la muerte.

Jorge Santos
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:16:47 pm
Lilia


Quedé en casa como todos los días, sola. Todos se fueron a trabajar sin siquiera saludarme, con la mirada me lo decían todo: que soy haragana, que no quiero levantarme, que no quiero estudiar, que quiero vivir todo el día en casa mirando televisión y comiendo. Y no sé qué me pasa. Es verdad, no tengo ganas de nada, no quiero hacer absolutamente nada. Hasta pensar en limpiar mi cuarto me cansa. Ayer fue terrible para mí. Con un poco de fuerzas y tratando de hacer algo que no fuera comer, miré una película en televisión. Y esa película me aclaró bastante mi situación.
Cuando llegó mamá, papá y Fede, mi esposo, los tres al mismo tiempo dijeron: ¿Qué? Ah, claro, para mirar televisión estás bien. Primero papá se acercó y me habló que de esa manera y con esa actitud no iba a salvar mi matrimonio, que tenía que entender que no podía estar todo el día en la casa, no limpiar y ni siquiera esperar a Fede con un plato de sopa. Que Fede ya estaba llegando al punto final de la comprensión y la paciencia y que Fede ya no quería llegar a la casa y tener que cocinar para los dos.
Cuando le dije que no sabía qué me pasaba, pero que no podía, no era que no quería, que realmente no podía, papá pareció perder la cordura, me apretó el brazo y al oído pero enojado me dijo que me levantara en ese mismo momento, que le diera un beso a Fede y que me fuera a la cocina y empezara a hacer algo productivo y que ayudara a mamá que ya estaba pelando las papas. Pero no me pude levantar del sillón.
Fede se acercó tratando de hablar conmigo, me empezó a contar su día de trabajo, las situaciones que había vivido ese día, como su jefe lo había tratado mal pero luego se acercó con un gesto bondadoso, y me dijo: ¿Me estás escuchando? Se levantó bufando y se fue. Escuché que le dijo a papá: Siempre lo mismo, le hablo y su mirada y su mente anda por otro
 planeta.
Mientras las papas se cocinaban mamá se acercó con una sonrisa, me tomó de la mano y se quedó en silencio a mi lado. Después de unos minutos, intentó llevarme a la cocina. Yo traté de explicarle que no podía ni siquiera levantarme del sillón, que estaba muy cansada y que lo único que quería era ir a dormir. Se lo expresé a media lengua, pero ella me dijo: ¿Cansada de qué? Si no hiciste nada en todo el día. Se fue a la cocina con pasos rápidos y fuertes. También se había enojado.
Cuando la cena estuvo lista, mamá me llevó de la mano a la mesa. Me senté pero no quería comer. Hasta el olor de la comida me hacía mal. Como todos me miraban a mí y no sacaban la mirada de mis movimientos, decidí que trataría de complacerlos y comería un poquito e intentaría hablar con ellos. Con esfuerzo le pregunté a papá como le había ido todo el día en el taller donde trabajaba.
Papá me miró asombrado y empezó a contarme que pudo arreglar el viejo auto negro del tío Pepe. Ahora una pequeña sonrisa salía de su boca. Con esfuerzo le pregunté a Fede el motivo del enojo de su jefe. Me dijo que ya me lo había contado y que yo no presté atención. Un silencio sepulcral recorrió el espacio en ese  momento. Mamá trató de salvar la situación empezando a contarme cómo había aprendido a hacer las papas en el microondas, solo 7 minutos en una bolsita especial y listo. Y que eso era fácil para que yo lo hiciera. Que no tenía que esperar mucho tiempo, mientras Fede llegaba a casa después del trabajo yo podía preparlas. Era el tiempo exacto mientras Fede se cambiaba de ropa y se sentaba a la mesa.
 ¡Si mamá pudiera entender que no me importaban las papas, que no me importaba la comida, que no me importaba el auto del tío Pepe! Trataba de recordar las palabras del doctor cuando me dijo que todos los análisis estaban bien, que no tenía problemas físicos y que lo único que tenía que hacer era ponerme a hacer “algo”, como si ese “algo” fuera algo fácil. Que empezara con pequeñas cosas, que caminara media hora por día, y varias alternativas para que se me fuera ese desgano.
Todo lo intenté, pero nada funcionó. Caminé la media hora diaria sugerida, pero volvía a casa peor que antes. Era un agotamiento, un cansancio que no lo podía explicar. Pero todos me animaban a que lo haga y me decían que eso era bueno, que al otro día estaría mejor. Pero no era así, estaba igual o peor. Creo que con menos ganas que antes. Todo esto lo pensaba mientras terminaba la cena, con Fede mudo, papá que retomaba el tema del auto del tío y mamá que hacía preguntas tratando de mantener un diálogo para que yo participara de la conversación.
Fede se levantó y se fue a mirar fútbol pero no dejó de decirme en forma bien irónica: Espero que no te molestes que voy a usar la televisión. Pero si te molesta, no miro fútbol, me voy a dormir y tú mira otra película. Por supuesto no esperó mi respuesta. Papá se fue con él. Mamá se dirigió a la cocina a lavar y arreglar todo y yo quedé allí sentada sola, abrumada por las indirectas y los pensamientos inconclusos y sin respuesta.
Allí sentadita, dije con voz fuerte: Tengo fatiga crónica. Lo escuché en televisión. Tengo todos los síntomas. Estoy enferma. No estoy loca. No soy haragana. Tengo fatiga crónica.
Mamá vino de la cocina corriendo diciéndome que me calle, que no diga nada, que me acompañaba a la cama así descansaba y que seguramente a la mañana siguiente estaría mejor. Lilia querida, por favor, no digas eso, me susurró al oído. Papá me miró en forma fulminante y me vociferó que esa enfermedad no existía. Que yo era haragana y que quería que me atiendan todo el tiempo. Y que ellos habían hecho todo por mí, una buena educación, una casa confortable, y que no entendía por qué hacía eso, de creerme una princesa sin compromisos ni obligaciones. Y si bien nunca habíamos sido ricos, tampoco habíamos sido pobres. Fede fue a la habitación y a los pocos minutos salió con un bolso. No dijo nada. Nunca más lo volví a ver.

Aniceto
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:18:12 pm
Se busca autógrafo y sostén


Nikita, bajista del grupo de rock alternativo “Pared de pelos sudados”, mejor conocido por sus siglas PDPS, ha estado sufriendo el acoso continuo de un fanático, de esos intensos que le invadió el domicilio y la despojó de su privacidad. La policía suele decirle como para consolarla, pero sin lograrlo realmente: Bueno, si no hay evidencia física de violencia no podemos hacer nada por usted, señorita.
Así, asustada y ya preocupada porque en días pasados una de sus camareras descubrió sus sábanas en desorden…un día que ella ni siquiera durmió en casa, se encontró con que el desconocido tenía sus llaves y la esperaba, muy calmadito, echado en una de las tumbonas alrededor de la piscina templada.
-Niki…eres más bonita que en los afiches.
Tembló de pavor y no era el himno nacional.
-Ah, gracias.
Sonrió de medio lado para no empeorar las cosas y su “fan”, quien bien a las claras estaba loco o drogado, se le acercó, le pasó una mano por la mejilla y luego, más audaz, le tocó un seno sobre la piel de la ropa. Nikita tragó saliva, sudó sangre como Cristo en el Getsemaní y trató de recordar todas las oraciones que le enseñara su madre cuando todavía era una niña inocente.
-¡Son naturales! ¿De verdad? Pensé…ya sabes…que serían de silicón.
-No, son mías, de nacimiento, no tengo nada falso en mi cuerpo, miento, si tengo. Los lentes de contacto, me los pongo color violeta para parecerme a Liz Taylor.
-¿Y cuál es su color real? –siguió preguntando el enajenado con vocecita meliflua a lo Hannibal Lecter.
-Azules, como los de mi padre.
-¿Dónde duermes? –volvió a preguntarle aquel hombre que la miraba con ojos hambrientos.
-Arriba, en la mezzanina.
-Yo sé donde es. Me he acostado ahí cuando tú no estabas. Tranquila, no he hecho nada malo en tu cama, te lo juro. Sólo me acosté y me arropé con tus sábanas, con tu olor impreso en ellas. Te doy mi palabra que eso fue lo que hice.
Tomó una de sus manos y la besó con fervor de misionero cristiano.
-Tus manos son un prodigio Nikita. Hasta los grandiosos Les Claypool y Mark King lo reconocen, dicen que eres tan buena como ellos, una verdadera diosa del slap.
-¿Si, eso dicen?
Se asombró realmente; su gente de prensa nunca le había contado.
-¿Te puedo robar un beso?
-¿De que tipo? Mira y tú como te llamas, que haces.
-Altair, como la estrella más brillante de la constelación del Águila.
La tomó de la cintura y la besó en la frente y sobre los párpados, Nikita estaba al borde de un colapso, pero amaba la vida y estaba segura que si negociaba con el orate algo podría lograrse.
-Soy programador de juegos para Internet pero es un trabajo de mentira, sabes, que no me produce ningún placer. Realmente soy hacker, y muy bueno además. Mi especialidad son las redes sociales, por ellas llegué hasta ti. No me costó mucho conectar tu computador al mío después de eso.
Siguió escrutándola detalladamente con sus ojos de psicópata de Hitchcock
-Te miro y me dan ganas de tantas cosas.
-No me digas porque a mi también… ¿Jugamos Uno o Telefunke?
La rockera se estaba imaginando violada, matada y vuelta a violar; una perspectiva inaceptable.
-Y si me das una prenda tuya. Te voy a confesar algo Niki, la primera vez que me metí aquí, en tu casa, me llevé un recuerdo.
-¿Y fue?
-Un par de pantys…de las pequeñitas.
Con todo el dolor del mundo, Nikita se imaginó el tanga rosado en manos de su maniático. Lo peor, era de algodón, sus favoritos.
-Podríamos bañarnos juntos ¿No crees?
-¿Con este frío?
Fue todo lo que se le ocurrió decir en mitad de su desesperación, pero darle conversación a aquel hombre perturbado le dio tiempo para ser rescatada. Y no por la policía precisamente, sino por un detective privado que dispuso la disquera para su protección. De Altair se supo que se le escapó a los de la ley cuando trataban de llevarlo a la jefatura…nunca lo encontraron, y ahora Nikita es acosada por otro fanático que le escribe mensajes donde dice más o menos esto: “Quiero ser la tira de tu sostén o el relleno de tu push up”.
De fetichistas está lleno el mundo.

Ollín
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:19:30 pm
Los ojos de la noche


   Estuvo andando toda la noche. El sendero por donde transitó no lo reconoció como una calzada. Ni siquiera como un camino empedrado. No vio ningún coche. No se cruzó ningún ciclista de aquellos que bordeaban el pantano y que tantas veces se entrometieron en su paso hasta casi hacerle salir de la carretera. Tampoco tuvo que sortear a la lechuza con la que hizo migas a base de encontronazos.
   «Que mala es», se dijo entre estentóreos suspiros.
   La muy ladina permanecía callada en la penumbra acechándolo con la mirada. En el cielo, el ojo grande que iluminaba toda la hojarasca, arrojada por aquellos árboles que nunca le dijeron nada, que nunca se movieron cuando pasó a su lado, se reflejaba en la mirada de la lechuza. Ese ojo cambiaba de color cuando la luz irrumpía en la pradera y entonces todo se veía más claro. Los hombres del campo la llamaban "la luna". Pero otros le decían "el sol". Supo que el nombre lo cambiaban según fuese de día o de noche. Ella los llamó los ojos de la noche.
   Un día, cuando la luz fuerte brillaba en lo más alto del cielo, ella se acercó, como siempre, a la casa de madera y se subió a ese árbol viejo que perdió las hojas por el fuego. Escaló hasta la cima y miró hacia casa. En su interior solamente había silencio. La mujer de pelo lechoso que siempre canturreaba mientras pasaba la escoba, esa con la que la mujer joven la sacaba de casa a golpes, no estaba. Estuvo tentado de quedarse dormido en las ramas, pero el hambre le atornillaba el estómago y lo obligó a bajar hasta el prado y entrar en un granero que hacía tiempo dejó de oler mal. Al descender vio dos pájaros, más pequeños que la lechuza. Estaban distraídos picando el suelo y engullendo unas cáscaras de pipa que los colegiales tiraron la tarde anterior. Recordó como aquellos chicos le lanzaron piedras cuando la vieron pasar y se rieron de forma atroz, mientras él buscaba un escondite donde refugiarse hasta que se cansaran del acoso. Por suerte dejó de venir aquel muchacho más mayor que portaba una escoba negra por donde disparaba pequeñas piedras duras que se le clavaban en el lomo y lo hacían llorar. Se fijó en esos dos pájaros mientras picoteaban incesantes el frío suelo. Se acercó lo más lentamente que pudo. Contuvo la respiración y tensó los músculos de sus brazos y de sus piernas. Pero llegó tarde. Echaron a volar a una velocidad vertiginosa y se posaron asustados en las ramas del viejo árbol. No entendió como ellos podían saltar tan alto y mantener el brinco tanto tiempo sin tener necesidad de bajar al suelo.
   Y la casa seguía vacía y la mujer mayor no salió fuera, como hacía siempre, a dejar el cuenco de comida en la entrada. Ella estaba muy triste desde que el hombre viejo dejó de mover su estómago para respirar. Él era bueno. Por las noches, cuando las hojas de todos los árboles se caían al suelo y necesitaba arrimarse a la lumbre para calentarse, el hombre se sentaba en un viejo sofá de paja y se echaba a la boca una fina rama que no paraba de soltar humo. Luego, cuando terminaba de chuparla, de su boca exhalaba ese mismo humo y se amodorraba junto al fuego. Cuando él le acariciaba el lomo sentía sus manos fuertes y callosas y olían a fuego. Entonces la mujer mayor le traía una bandeja de madera con comida y él se acercaba a olisquear aquella carne tan sabrosa, pero el hombre lo apartaba de un manotazo y le reñía. Pero la vieja era lista y sacaba un cuenco sucio lleno de despojos del día y se lo ponía al lado del sofá de paja.
   «Ten bonito, esto es para ti».
   Los dos ancianos hablaban de cosas incomprensibles. Reían. Luego, cuando el ojo del cielo estaba en su punto más álgido, la lumbre se secaba y el viejo se levantaba de su poltrona. Él aprovechaba la ausencia del anciano y de un brinco se aposentaba en el mullido cojín de paja. A través de una cristalera veía fuera como la lechuza merodeaba en el árbol seco. Sus ojos seguían brillando a través de los ojos de la noche, pero en el cojín no tenía miedo. Estaba tranquilo y seguro.

   Un día, cuando la lumbre llevaba tiempo sin encenderse y el prado estaba lleno de flores, el viejo dejó de mover el estómago. Sus ojos se cerraron y su cuerpo se quedó frío. Se frotó varias veces en sus piernas y le mordisqueó el dedo gordo del pie, ese que no cubría el calcetín. El hombre no dijo nada y ni siquiera se quejó. Cuando entró en la estancia la mujer del pelo blanco gritó con furia. Los ojos de la noche vertieron agua en el suelo y su boca se llenó de babas. Ese fue el último día que vio al hombre. Su sillón de paja se quedó vacío y cuando el ojo rojo iluminó el cielo se posó sobre él, pero ya no olía a humo.
   Y la anciana dejó de sonreír, pero siguió trayendo cuencos de comida que dejaba en la entrada de la casa.

   Pasado un tiempo, un día que los árboles se movían frenéticamente y que el polvo de la carretera se arremolinaba en la entrada de la casa, él quiso agradar a la mujer vieja y se sentó en su falda. Nunca lo dejó entrar en la cocina, pues se exaltaba cuando brincaba sobre los fogones y le daba manotazos en la cabeza para que bajara al suelo. Hacía ya tiempo que supo que eso no estaba bien, pero aún así seguía intentándolo. La anciana lo cogió por los brazos y se lo puso en el pecho. Su rostro estaba arrugado y esas lágrimas que le dejó el viejo seguían supurando. La vieja empezó a hablar pero él no la entendió. Luego lo besó en la frente y abrió una enorme lata de carne que volcó sobre el cuenco de madera. Al principio sintió pena por ella, pero su estómago no podía esperar más y se dedicó a vaciar el cuenco con celeridad. La mujer se sentó en una silla de mimbre de la cocina y lo miró.
   Ese día los dos supieron que eran lo único que tenían en este mundo.

   Los pájaros ya se marcharon de las ramas del árbol seco y la puerta de la vieja casa siguió abierta. El estómago crotoraba incesante y buscó con la mirada el cuenco de madera en la entrada. Ni siquiera podía oler esa carne tan buena que la mujer vieja sacaba de vez en cuando. Atravesó la puerta cautelosa, pues sabía que a ella no le gustaba que hurgara en sus cosas. Llegó hasta la cocina y aprovechó la ausencia de la mujer para recorrer el mueble, ese al que nunca le dejó subir. Luego, cuando el estómago no la dejaba en paz, subió las escaleras hasta el pasillo donde siempre la echaba a escobazos aquella mujer joven que se parecía a la mujer vieja. Por suerte ella no estaba. Vio la puerta mal cerrada de la habitación. La abrió de un zarpazo. Lo primero que llamó su atención era esa figura de madera tallada encima de la cama con los brazos en cruz. Estaba demasiado alta como para poder olerla, pero ya había visto en varias ocasiones como la mujer y el hombre viejo la olían de cerca y murmuraban palabras silenciosas. Luego se pasaban la mano por la cara y el pecho.
   Oyó a la mujer vieja. Sintió su voz llamándola y se alegró tanto que su cola empezó a golpear el suelo. Ella estaba echada en la cama, pero no se levantó como hizo otras veces. Su mano se movía y pensó que quería jugar, pero tenía tanta hambre que no le echó cuentas y se dedicó a maullar enérgicamente reclamando el cuenco de comida. Los ojos de la mujer estaban cerrados y las gotas de agua de su cara se habían secado. A través de la ventana vio el reflejo del ojo blanco que alumbraba los pastos cuando el ojo rojo se escondía. La lechuza también estaba allí. Entonces la mujer vieja dijo algo, pero como no pudo entenderla se acercó hasta ella y se acurrucó a su lado. Su cuerpo ya no estaba tan caliente y sus dedos no le acariciaban el lomo. Estuvo allí hasta que la lechuza se marchó y se dio cuenta de que algo de aquella mujer se fue con ella. Le mordisqueó la mano para hacerle entender que tenía hambre, pero la mujer ni siquiera movió sus ojos. El estómago ya no levitaba y se acordó de que al hombre viejo le pasó lo mismo y desde entonces no lo volvió a ver.
   Como allí no había comida se fue. Y estuvo andando toda la noche, mientras el ojo brillante inundaba el cielo de pequeños puntos parpadeantes. La pradera rezumaba olor a hierba fresca. Buscaría al hombre y a la mujer en otro sitio. Y entonces ese sitio sería su hogar.

Nabetse
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:20:42 pm
La nada


Apenas abrí los ojos, supe que algo había salido mal. No tenía que haber recuperado el conocimiento tan pronto, ni mucho menos haberlo hecho en ese extraño e inquietante lugar. Mientras trataba inútilmente de levantarme, me pregunté donde estaría y por qué no había nadie más junto a mí. “Quizás -me dije abandonando toda esperanza de ponerme de pie-, ellos sólo se han retrasado un poco y no tardaran en aparecer a mi lado.”
Pero, conforme las horas pasaban (aunque nada a mí alrededor podía garantizarme que esto era cierto) y mi espalda comenzaba a dolerme por estar demasiado tiempo recostado sobre una superficie amorfa y anormalmente fría, mi esperanza en que ellos pronto llegarían empezó a desfallecer.   
No tenía idea de por qué se estaban demorando tanto. Siempre creímos que apareceríamos todos juntos y en el mismo lugar. Aunque ninguno de nosotros tenía la certeza que sucedería de ese modo, yo tenía el presentimiento que así sería y si a lo largo de mi vida hubo algo que aprendí, era que los presentimientos nunca fallaban. 
Entonces ¿Por qué estoy solo? –exclamé en voz alta, pero ningún sonido audible salió de mi garganta, al menos ninguno que yo pudiera oír. ¿Qué me pasa?, volví a decir con voz fuerte y clara, poniendo toda mi atención en escucharme, pero una vez más no lo logré. Podía sentir no sólo a mis labios moverse, sino también a mis cuerdas vocales funcionando a la perfección, pero por más que me esforzaba, no podía oírme. “Tal vez –pensé, sintiendo un escalofrío recorrer todo mi cuerpo-, me he vuelto completamente sordo.” Aterrado traté de imaginar como sería mi vida de ahora en adelante, pero no pude. Siempre creí que todos deberíamos morir antes de padecer terribles enfermedades. De pronto reparé en que ya no tendría que preocuparme por esas pequeñas nimiedades, como lo eran la sordera, la muerte o la vida. ¡Yo –pensaba mientras iba sintiendo un delicioso y placentero aletargamiento en todo mi cuerpo-, ya me encontraba más allá de todo eso!
Sólo después de muchas horas o días (no estoy seguro) de permanecer inerte en medio de la nada, inmerso en una realidad que me era totalmente ajena y sintiendo con cierta aprensión, como todo mi ser se iba disolviendo poco a poco, hasta convertirse en algo casi insustancial, comprendí que mi destino final sería ese: “formar parte de La Nada”.   
Aunque debo admitir, que al principio me costó mucho asimilar esta terrible verdad, con el paso del tiempo llegué no sólo a acostumbrarme al insondable entorno en el que ahora me encontraba, sino también a la sensación casi palpable de sentir como me iba diluyendo en él, sin otra cosa que pudiera hacer que esperar pacientemente a que todo esto acabara. Pero ¿Cuánto más iba a durar? ¿Quién podría saberlo? ¡Al menos yo no! Yo y no había duda de ello, debía permanecer yaciendo irremisiblemente boca arriba, completamente inerme y con la mirada aletargada de tanto observar La Nada.   
A la mañana siguiente, los pobladores de una pequeña ciudad del sur despertaron consternados por la noticia del envenenamiento de tres ancianitos, dos de los cuales pudieron ser salvados gracias a la oportuna intervención de los médicos del hospital local. Los sobrevivientes al ser interrogados, explicaron que los tres eran muy amigos desde hacía siete años, fecha en la que ingresaron al asilo municipal. Contaron además que días antes tomaron la decisión de suicidarse al ser diagnosticados con cáncer terminal. 

Yavana
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:21:56 pm
¿Qué ves cuándo te miras al espejo?


Nada me gustaría más que decirte que estoy bien. Pero es imposible, así que no te diré nada y, si no me preguntas, tal vez jamás llegues a darte cuenta de qué me está ocurriendo.

Al principio no temí que esto llegase tan lejos, pensé que pasaría, que acabaría por quedar en un susto sin importancia del que no recordaría nada pasados unos meses. Mientras tanto, me esforcé en que no me notases diferente, en que siguieses pensando que nada había cambiado en mí.

Para ello me aprendí nuestra casa palmo a palmo, y por eso tuve que quedarme tantas horas despierto por la noche, trazando planos en mi mente y ajustando los espacios exactos que hay entre la mesa del comedor y el sofá grande, entre la puerta del baño y la esquina que desemboca en nuestro cuarto, entre cada obstáculo y cada recodo.

Estudié mis posturas y las tuyas, escuché la radio con los ojos cerrados aprendiendo a centrar la mirada en una voz que no veía, corrí a oscuras por la casa cuando tu no estabas, hasta no tropezar con nada, me preparé lo mejor que pude para mi actuación.

Cuando me preguntaste si estaba enfermo porque algo percibiste, me hubiera gustado responderte: Lo estoy, pero de una forma especial, no voy a morirme…..”

La realidad me golpeó de pronto una mañana de hace casi un mes, es curioso que mi farsa se haya extendido tanto tiempo.... me levanté a oscuras procurando no hacer ruido para no despertarte, porque trabajas demasiado y se te ve cansada, y fui al cuarto de baño, sin dar la


luz, para que el reflejo no te hiciese creer que era el sol que ya había salido y tocaba levantarse a batallar un día más. Me metí en el baño y lo noté más oscuro que de costumbre, y no fui capaz de manejarme en tinieblas para ducharme rápido. Sentí de pronto un miedo turbio y presioné el interruptor de la luz, asustado de que sucediese lo que sucedió. Que ya no veía.

Esperaba ese momento desde hacía tiempo, y sin embargo me sorprendió tanto como si mis ojos hubieran muerto de la noche a la mañana; conseguí calmarme, apenas lloré, y decidí firmemente que no quería asustarte, decidí seguir adelante con mi plan perfecto, para que no dejaras de quererme. Volví a la cama y me revolví entre las sábanas ahogado. Tú, te moviste y me preguntaste si todo andaba bien. Te dije que me sentía mareado y no iría a trabajar, y te pasaste el resto del día cuidando de mí, acariciando mi frente despacio y hablándome de mil cosas, mirándome a los ojos…. y yo imaginando los tuyos.

Al día siguiente tampoco fui a trabajar, ni al otro, y tú, no comprendiste por qué no quería ir al médico para ver qué me pasaba. Hice como si no sucediese nada, y cada mañana me encerré en el cuarto de baño, con la luz dada, a mirarme en el espejo y nunca veía nada. Imaginaba mi cara larga, y mi pelo, y ponía gestos que no terminaban de dibujarse en mi reflejo, entrecerraba los ojos para menguar mis pupilas a ver si lograba distinguir algo, aunque fuese una sombra, pero nunca más vi nada.

No me notaste que estaba ciego porque me movía por la casa con completa libertad por lo bien que la había memorizado, y jamás golpeé una mesita ni me desorienté de camino al cuarto. Continué acariciándote el pelo,  cogiéndote las manos, y diciéndote lo guapa que eres, aunque ya no te veía.



Tuviste que descubrirme por lo ligera que eres, porque parece que vuelas en vez de caminar.

Una de esas mañanas en las que me esforzaba por verme en el espejo del baño, ese ingrato que ya no me dejaba distinguir mi rostro, entraste en el baño y yo no te oí, y seguí hablándote como si estuvieras muy lejos de mi cuerpo y no dejé de poner caras en el espejo ciego como yo, y me froté los ojos sin poder evitar la angustia que me inundaba cada vez que entraba a mirarme.

No sé qué decirte ahora. No quise engañarte, sólo pretendía evitar que dejaras de quererme por ser ciego, por no poder seguirte con la mirada, por no verme en el espejo de nuestro baño.

Espera…. ¿estás aquí, oyéndome, o te has marchado?

Lonely Tree
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:23:08 pm
Bajo el agua
               

1.
   El viento resuena en mis oídos, terrible. Los pinos se doblan ante la ventisca como si fueran  briznas de hierba. Y el viento… el viento ensordecedor ha ahogado mi grito ante esta visión. Estoy al pie del bosque en la orilla helada del lago. El reflejo oscuro de algo bajo el hielo me ha hecho agacharme, quitar la nieve que se convierte en hielo y distinguir perfectamente los contornos de una figura bajo la superficie congelada del agua. Ésta, se muestra esbelta, delimitada nítidamente bajo el hielo, desnuda. El cuerpo de la mujer se mueve un poco bajo el agua, desciende, se aleja de mí hacia la profundidad. Me agacho más, pego mi cara al hielo…y asciende caprichosamente por las corrientes del lago, chocando su rostro contra la superficie congelada a escasos centímetros de mí…y veo sus ojos. Sus ojos azules muy abiertos mirándome sin ver.
   
   -¡Virginia!-grito.
   Grito. Y solo se escucha el viento. Solo el viento.
   Creo perder los nervios. En mi mente me veo gritar, correr, llorar... No hago nada de esto. En el último instante logro contenerme. Pienso en Rosa y en Eva, mi hija.
   Nada existe, solo frío y nieve. No existe el dolor ni ningún sentimiento de tristeza, pérdida o desesperación. Me limito a romper el hielo con mi cuchillo. Tardo mucho en estas condiciones. Consigo hacer un hueco por donde alcanzo uno de sus brazos y asir su cabeza. Tiro, logrando sacarla del agua. El cuerpo desnudo y sin vida de Virginia me parece enormemente pesado. La dejo un momento sobre la nieve para recuperar el aliento. – Tan sólo un segundo, Javier, tan sólo un segundo- me digo. Entonces miro su cara, con mis dedos enguantados intento cerrar sus ojos brutalmente abiertos, obscenos ante la muerte, pero no puedo: sus pupilas están congeladas y me es imposible cerrar sus párpados. Luego, miro las dos heridas aparentemente iguales a ambos lados de su cuello, en la base de éste, sobre sus clavículas. Introduzco un dedo por una de ellas. Compruebo su profundidad y la matemática exactitud con la que han sido hechas. Después, continúo mi tarea y arrastro el cuerpo hasta el bosque.
   Las estrellas aparecen entre la tempestad que comienza a ceder pero sé que solo es un engaño, pues el viento no cesará, jamás lo hará. El viento ha venido para quedarse, eternamente. Quedarse y volverme loco.
   Tardo más de una hora en volver a casa. Entro con cuidado. Intento parecer normal aunque quizás mi cara está desencajada en una mueca de espanto. Al cerrar la puerta el sonido exterior aún se puede sentir, inexpugnable. Me quito los guantes, el abrigo y las botas. Escucho a Rosa en la cocina, me asomo y la saludo rápidamente intentando modular la voz con normalidad. Ella no me mira sino que sigue cortando unas verduras sobre la encimera de la cocina. Permanezco frente a ella durante unos segundos. La veo cansada, esforzándose como si le fuera la vida en que los trozos de verduras sean lo más finos posibles. Enciende el horno para que tome temperatura y abre el frigorífico. Se queda mucho tiempo mirando el interior de éste como si mirara algo que solo ella puede ver allí. Está descalza. La pintura roja de las uñas de sus pies está descascarillada
   -Rosa.
   Me mira. Pero sigue abstraída, mirándome sin verme. La piel de su cara es tan fina y está tan hundida en sus mejillas que parece que fuese a rasgarse por sus pómulos afilados en cualquier momento. También profundas arrugas surcan su frente.
   -¡Rosa!- repito, ahora más fuerte.
   - ¿Qué?- dice volviendo a la realidad.
   -Rosa, estás descalza. El suelo está congelado.
   - Ah…- murmura mirando sus propios pies como si fuesen algo ajeno a ella y como si no pudiese hacer nada al respecto. Luego saca del frigorífico un salmón en un recipiente de cristal, lo pone sobre la encimera y con el cuchillo de cortar las verduras aún en la mano, se dispone a comprobar la temperatura del horno.
   Yo me dirijo a la habitación de Eva. Tiene la puerta cerrada. Toco. No responde y con cuidado abro la puerta. Eva está sobre su cama sentada sobre sus piernas cruzadas. Noto el bochorno seco de la habitación. Ha puesto la calefacción al máximo y viste solo un pantalón de algodón y un sujetador blanco que cubre sus jóvenes pechos. Tiene los auriculares puestos y con una mano sujeta un cuaderno y con la otra acaricia una de las dos grandes cicatrices que tiene en la base del cuello, sobre sus clavículas.
   Desde sus auriculares puedo oír las notas de las guitarras distorsionadas de la canción que escucha obsesivamente desde hace días: Debriefing. Entonces se percata de mi presencia, me mira y rápidamente se quita los auriculares y se pone la camiseta oscura que había sobre la cama, ocultando así sus pechos y las cicatrices.
   -Papá...no te había oído entrar...
   -Hola Eva. ¿Cómo estás?
   - Bien papá, bien… y mientras me dice esto un grito resuena desde la cocina. Corro hacía donde está Rosa.
   Me planto en la puerta de la cocina Rosa está junto a la pared, como paralizada y con sus manos abiertas tapa su boca también abierta después de aquel grito desgarrador. Las verduras cortadas están esparcidas por el suelo junto al cuchillo y un plato roto. Y allí está el salmón retorciéndose sobre el suelo lleno de pequeños trocitos de zanahoria y col. Se flexiona dando saltos y coletazos terribles contra los muebles de la cocina. Siento ahora a Eva a mi lado, respirando agitadamente. Alcanzo el cuchillo en el suelo y me abalanzo sobre el pez que me golpea en el estómago al intentar asirlo. Logro sujetarlo con la pierna y le clavo el cuchillo en la cabeza. Me separo de él y el salmón poco a poco deja de moverse. Solo ya abre y cierra la boca como queriendo respirar un oxígeno imposible para él hasta que por fin se queda inmóvil. Eva entonces con los ojos encharcados en lágrimas se arrodilla frente a él. Lo coge y lo acuna contra su pecho como si fuese un bebé. Rosa emite un sonido apagado como un lamento sin fin.
   -Eva no, otra vez no…- creo entender que dice.


2.
   He estado pensando mucho últimamente en Virginia. Siento el peso de su muerte sobre mí aunque yo trato de convencerme de que no tuve nada que ver al respecto. En el fondo de mí mismo sé que esto no es cierto. Sé que todo es responsabilidad mía. Han pasado días, semanas, pero aunque intento pensar fríamente en lo sucedido, no puedo tomar una decisión sobre lo que tengo que hacer. Quizás hace dieciséis años debí de haber actuado de otra forma en el lago. Quizás debí renunciar a salvar a mi hija y todo ahora sería diferente o al menos Virginia seguiría viva y no habría más víctimas de todo esto. Rosa sí, claro. Rosa como yo es una víctima inevitable de todo esto. De cualquier forma esta noche le diré que me voy de casa. He comenzado ya los trámites del divorcio.
   Recuerdo ahora a Virginia desnuda sobre la nieve, hinchada por el agua y su piel extremadamente pálida. Y sus ojos tan abiertos, tan azules. Eran los mismos ojos que miraba a escasos centímetros cuando estaba sobre ella en la cama de su pequeño apartamento de dos habitaciones en la parte este de la ciudad. Los mismos ojos que me miraban intensos mientras me cogía por el pelo y me obligaba a mirarla muy cerca, tan cerca que veía perfectamente cómo se dilataban sus pupilas.
   Aquellos mismos ojos que me miraban asombrados y a la vez un poco desafiantes desde el sofá de mi propia casa cuando al llegar de trabajar escuché voces femeninas en el salón.
   -¿Rosa?, ¿estás ahí?
   Entré y ante mi sorpresa allí estaba Virginia sentada con mi hija Eva, sosteniendo ambas tazas de café.
   -No, papá. Mamá se ha ido al centro- y mirando entonces a Virginia continuó - ¿Conoces a Virginia? Hemos hablado varias veces en la ciudad…sabes…es una persona muy interesante.
   Conseguí estar a solas un momento con Virginia en la cocina. Su media sonrisa en la cara me sacaba de quicio.
-¿Pero qué ***** estás haciendo aquí? ¿Te has vuelto loca o qué?
   -Javier, por favor no te enfades…Tú no puedes entender esto…- y entonces su cara cambió de golpe. Podía sentir la emoción en sus ojos- Eva es alguien especial…Me ha enseñado tantas cosas…tantas cosas, Javier- continuó y ahora Virginia no parecía aquella mujer que conocía y estaba como ida.

   -¡Es el agua Javier, es el agua! Ella me lo ha enseñado… ¡Debemos volver a ella! ¡Ser lo que fuimos! Volver a nuestro origen para así salvarnos.- aún alcancé a oír antes de cerrar la puerta de un golpe tras de mí.
   Fuera el viento era ensordecedor. La noche había caído sobre la ciudad como un manto oscuro, sin estrellas, impenetrable.




3.

   -Vayamos un poco más allá, Javier, por favor- dijo Rosa

   Nos habíamos mudado a aquella casa del lago. Empezábamos una vida lejos de Madrid en las afueras de aquella pequeña ciudad del norte. Queríamos otra vida para nosotros y nuestra hija Eva que por entonces tan solo tenía unos meses.

   -Las rocas parecen resbaladizas por allí Rosa… ¿Cómo vas a ir con la niña?

   Pero Rosa, hermosísima con su pelo suelto y su tez morena se empeñaba en ir por allí, con la pequeña Eva tomada en sus brazos.

   -La vista de nuestra casa desde esa parte del lago debe de ser preciosa- dijo ella.
   -Por favor Rosa, ten cuidado- le respondí.

   Y cuando ella avanzaba por las grandes rocas de la orilla, aquel chapoteo en el agua justo debajo de donde ella caminaba le hizo asustarse. Intentó retroceder y pude ver cómo Rosa tropezaba, perdía el equilibrio y caía. Vi cómo la pequeña Eva salía despedida de sus brazos, describiendo un vuelo que me pareció eterno hasta caer en las oscuras aguas del lago, hundiéndose en éstas y desapareciendo completamente de nuestra vista.

      -¡Ahhhh!-gritaba Rosa desde el suelo con una brecha ensangrentada en su frente provocada por el golpe.

   Yo me arrojé al agua como un poseso. Todo estaba tan oscuro que no podía ver nada. Buceé con fuerza hacia el fondo lleno de algas mirando aterrorizado a mi alrededor en tinieblas. No distinguía nada. Ni rastro de Eva. Y cuando ya no aguantaba más sin oxígeno, un rayo de luz entre las algas desde la superficie del agua iluminó a la pequeña Eva, agitando sus bracitos y con sus ojos aterrorizados muy abiertos mirándome. Abría la boca como queriendo respirar. Los músculos apenas desarrollados de su cuerpecito se contraían y dilataban de forma salvaje hasta que, de repente, ante mis propios ojos, a ambos lados del cuello de Eva, se fueron abriendo unas llagas sangrantes que se desgarraban trazando líneas paralelas. Y en una última convulsión, estas heridas se abrieron formando unas branquias por donde la pequeña Eva comenzó a respirar.

Sebastiano di San Giuseppe
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:24:21 pm
La voz de la ventana


Tras la ventana no cesa de llover. El viento frío es tan fuerte que rasga los labios e irrita los ojos. Tras la ventana se esconde una voz cascada por el tabaco y los años que recita al espejo poemas de Neruda. Es Lola, una mujer enjaulada en sus recuerdos. Con cada verso que resuena en la habitación, su corazón se hace un poco más viejo.
Mientras se habla a sí misma a través del espejo, de vez en cuando mira de reojo la ventana y observa el lento caminar de las horas. Mira el transcurso de los días y ve el tranquilo pasar de los años.
Cada día, al contemplarse de nuevo en el espejo, se da cuenta de como todo a su alrededor comienza y finaliza perennemente del mismo modo. Incluida su vida.
Así, la tienda de joyas del edificio de enfrente abre a las nueve y cinco. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Como siempre, desde hace más de diez años, su dueño viene andando desde su casa con su abrigo de lana verde oscura, desgastado por los años, y su bufanda de cuadros color burdeos. Sus zapatos resuenan en los callejones aledaños. Con el pasar de las jornadas se nota como su brillo se ha ido apagando. Sin embargo, y a pesar de su desgaste, esos zapatos siguen sonriendo. Le han prometido a su dueño que seguirán caminando a su lado toda la vida.
Con su viejo y antiguo reloj de bolsillo espera en una esquina escondido a que den las nueve y cinco minutos. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Cuando da la hora exacta avanza con paso apresurado hacia la entrada principal de su tienda. Saca la llave del bolsillo interior derecho de su abrigo y abre. Era una costumbre que Lola siempre había observado en él. No importaba que lloviese, nevase o hiciese sol. No importaba si estaba triste, cansado o alegre. No importaba pues a las mueve y cinco minutos de cada mañana la tienda de joyas abría sus puertas.
El frío y el viento habían curtido tanto la piel del vendedor que cada día se tornaba más dorada. La vida le había regalado miles de experiencias que se reflejan debajo de sus ojos a modo de inmensas ojeras de color oscuro.
Al igual que el tendero, como cada día, cinco minutos más tarde llega su mujer. Lo hace corriendo, colorada y sofocada. Ella muestra orgullosa su nuevo modelito. Pocas veces repite ropa. Es sumamente elegante. Su afición a las revistas de moda es evidente. Siempre lleva un par asomando de su bolso.
La voz del apartamento, Lola, la envidia. La sombra que cada día se asoma a la ventana para contemplar el pasar de las estaciones mientras se marchita, la envidia. La mujer del tendero es, para ella, como la princesa de cualquier sueño o como la reina de un cuento que no tiene final.
Lola sufre al ver pasar la vida por delante de sus ojos y no ser capaz de participar en ella. Siente un inmenso dolor dentro de sí al verse tan sola. Le gustaría tanto ser la mujer del tendero.
Se contempla de nuevo en el espejo. Allí no ve a una princesa. En el espejo sólo percibe una mujer vieja, triste y llena de soledad que ve la vida a través de un simple cristal. Su reflejo le enseña a una mujer apolillada y cansada que es tan sólo un recuerdo de lo que fue.
Anhela la vida que la rodea. La voz tiene envidia incluso del joyero. Desazón de que tenga a alguien a su lado porque ella, Lola, la voz de la ventana, está sola. No tiene a nadie. Está acompañada únicamente por sus recuerdos y su voz.
En la ventana, la lluvia sigue cayendo con fuerza y las horas siguen atravesando calmadas, sin prisa, la vida. El tendero y su mujer salen discutiendo de la joyería y se dirigen andando hasta el final de la calle. Allí, tras comerse con la vista, sin decirse apenas nada durante más de un minuto, se dan un hermoso beso. Entonces, juntos de la mano se apresuran al agradable calor de su hogar
Como cada día, un pequeño gato pardo araña con entusiasmo una puerta vieja y podrida. Y como siempre, desde hace años, un anciano, más lejos de este mundo que cerca, enfermo y tembloroso le acerca con su mano un plato de leche caliente. El minino agradecido miaga y ronronea. Se acerca al casi centenario hombre y se enreda entre sus arqueadas y viejas piernas.
Diariamente, tras mirarse en el espejo, Lola se da cuenta de que es igual a otro. Simplemente se lamenta de que, probablemente, si ella falta, todo seguirá igual. Solloza por no saber llorar y por no poder reír.
Pasan los años y un día esa mujer del espejo, esa voz de la ventana, se apaga. Cierra por siempre los ojos. Decide no tener más envidia, no tener más anhelos ni más sueños. Decide, sin querer, no despertarse más.
Los ciclos de la vida se abren y se cierran. Los días siguen transcurriendo mansos y, mientras la voz de la ventana sigue sin despertarse, el joyero tiene una nueva marca en su rostro. Algo ha oscurecido su mirada. Ya no hay nadie que le regañe. No hay nadie que entre en la tienda cinco minutos más tarde que él. No hay nadie que le dé un beso al final de la calle al mediodía.
Hoy, mientras la mujer del apartamento, Lola, sigue triste durmiendo en su lecho, el gato araña con saña la puerta. Ya no hay ningún anciano que le dé de comer. Nadie responde a su llamada. La puerta no se abre. Nadie le da un plato de leche caliente
La voz del apartamento sigue tumbada en su cama y los días pasan. Oscurece cada noche mientras el gato sigue maullando y arañando la vieja puerta sin encontrar respuesta.
Tras la ventana sigue lloviendo y el viento frío es tan fuerte que rasga los labios e irrita los ojos. Es tan fuerte que pasa las hojas de los poemas de Lola, pero no son recitados por nadie porque la voz de la ventana se ha apagado para siempre.

Sebastián Ossola
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:25:20 pm
El salto
                                                 

     Últimamente mi vida no iba nada bien. Bueno, para ser sincero y más exacto, todo me iba tremendamente mal. Así las cosas, me encuentro sentado en el borde de la terraza de mi ático, situado en el séptimo piso, a punto de dar el salto que acabe con las desgracias que, en los últimos meses, se han ido acumulando en mi persona como si fuera un imán que las atrajera; como si todas las constelaciones, signos zodiacales y todo tipo de malos augurios se hubieran confabulado contra mí haciendo que mi vida, hasta entonces feliz, cómoda y afortunada, pasara a ser un cúmulo de calamidades.
Antes de dar el salto, os quiero hacer partícipe de los aconteceres que me han llevado a esta situación. Procuraré no extenderme demasiado, nada más lejos de mi intención que aburriros con mis problemas, sólo deseo que alguien los conozca y me comprenda.
Aunque os pueda parecer tragicómico ahora estoy recordando que en una ocasión, creo que fue en Singapur, salté desde una plataforma de puenting. Me imagino que la sensación que sentiré será parecida a la de entonces, el vértigo inicial y una fortísima subida de adrenalina durante el salto que va decreciendo mientras permaneces colgado en el aire a sólo unos metros del suelo. Solo que esta vez no quedaré colgado en el aire, acabaré estampado sobre la acera.
      Hasta hace un año yo era una persona -ya lo dije antes- feliz y afortunada. Tenía un trabajo estupendo donde me iba de lujo. Era director en España de una empresa publicitaria de ámbito internacional que me proporcionaba cuantiosos ingresos. Mi gestión en la empresa era cada vez más reconocida y estaba a punto de ser trasladado a las oficinas centrales en New York como director general adjunto. Todo esto no os lo cuento por fardar, a estas alturas (vaya, no creáis que lo digo con doble sentido) no necesito nada de eso.
Contaba con varios amigos, pero sobre todo con uno que era el mejor. Salvador y yo nos conocíamos de nuestra época estudiantil. Desde el principio de nuestra amistad nos compenetramos a las mil maravillas, la sinceridad presidía todos nuestros actos y decisiones y compartíamos proyectos e ilusiones profesionales. En el ámbito personal estaba convencido que no existía mejor compañero y amigo. Él estaba preparado para acceder a cualquier puesto de responsabilidad, por eso, cuando me contrataron como director de la empresa, mi primera decisión fue ofrecerle a Salvador el puesto de subdirector. Necesitaba una persona de mi total confianza. Y quien mejor que él.
El amor también me sonreía. María, a la que conocí en la presentación de uno de nuestros proyectos, era modelo. Sus ojos verdes, grandes y refulgentes, envueltos en larguísimas pestañas, me cautivaron desde la primera mirada que cruzamos (esto tengo que reconocer que me ha quedado de lo más cursi, pero entenderéis que no os diga lo que realmente me llamó la atención de ella y me atrapó, así que lo dejo a vuestra imaginación). Fuera lo que fuere, en pocos meses estábamos viviendo juntos en el hermoso ático que me costó una fortuna. Nuestra relación era idílica, llena de momentos dulces y  apasionados, viajábamos juntos cada vez que nuestros trabajos lo permitían y experimentábamos continuamente esas sensaciones que sólo el amor es capaz de proporcionar.
Hasta aquí, aunque relatado brevemente, todo más que perfecto como habréis podido deducir sin que estallen vuestras neuronas. Ahora, viene lo malo.
    La primera de mis desgracias fue profesional. Perdimos el mejor cliente de la empresa, cuya cartera de pedidos llegaba anualmente a los ocho dígitos, al que presentamos un gran proyecto publicitario a escala mundial. Tras las quejas recibidas del cliente a las que añadía la anulación de todos los pedidos pendientes y trasladándolos a otra empresa de la competencia,  la dirección general abrió una investigación detectándose en el proyecto errores de presentación y presupuestarios, tan burdos, que llegaron a la conclusión que alguien los había  cometido ex profeso para favorecer a la otra empresa. Todos los documentos llevaban mi rúbrica, así que me señalaron como culpable. Sin darme siquiera oportunidad de defenderme, mi despido fue fulminante, sin derecho a indemnización alguna. Mi conciencia permanecía límpida como agua de manantial, ni siquiera me paré a pensar quién demonios pudo haber cometido semejantes errores o quien era el hijo de mala madre que me había hecho semejante jugarreta.
Lo siguiente -supongo que ya os lo habéis imaginado- fue mi situación económica. No tenía ahorros suficientes para atender la hipoteca del ático y seguir con el nivel de vida que hasta entonces llevábamos. Utilicé todos los contactos y amigos que tenía para encontrar otro trabajo acorde con mi preparación y experiencia, pero todos me abandonaron a mi suerte aduciendo cualquier excusa por muy peregrina que resultara.
María, por su trabajo, viajaba continuamente y yo no podía acompañarla de vez en cuando como antes; nos estábamos distanciando, nuestra relación entraba en una dinámica de convivencia difícil y discutíamos cada vez con más frecuencia. Aún así tenía la suficiente confianza en ella y en mí mismo para creer que podíamos salir adelante juntos.
El último y definitivo palo, el que colmó el vaso, el que hundió mi espíritu e hizo que ahora me encuentre a punto de acabar con mi vida me lo dieron, al alimón, Salvador y María cuando mi confianza en ellos era plena pues nunca observé ningún comportamiento que me indujera a pensar que ocurriría aquello, por eso el palo, más bien el estacazo, fue tremendo. Un día, al volver a casa de improviso, me encontré con el marrón. No os daré datos exactos de la escena,
me resultaría  muy  doloroso pero, para  que  lo comprendáis  sin  necesidad  de devanaros los
sesos, os diré: mi casa, mi cama, mi novia y mi amigo. Os dejo añadir a la situación que suscintamente os he descrito la dosis de morbo que se os ocurra.
Después de todo eso mi corazón quedó hecho añicos y yo hundido moral, sentimental y profesionalmente; sin ninguna posibilidad de taponar tantos huecos que me perforaban por dentro y por fuera; sin amor, sin amigos, muy pronto sin casa, sin recursos económicos y sin opciones de encontrar un trabajo digno.
Mi desesperación era total, me sentía anímicamente roto, la actividad sísmica del volcán que sentía en mi interior era cada vez más fuerte y me advertía que de un momento a otro explosionaría. Pero ya nada me importaba, me limité a esperar que el volcán entrara en erupción y se me llevara por delante. No os extrañará, pues, que esté a punto de tomar ésta mi última y fatal decisión.
Bueno, llegó  el  momento. He fumado mi último cigarrillo como lo hace el reo antes de ser conducido al patíbulo. Voy a saltar. Perdonad que a lo largo de mi relato haya puesto a trabajar alguna vez vuestra imaginación, gracias por aguantarme y espero que me comprendáis queridos amigos y amigas, porque así os considero después de abriros mi corazón y haceros partícipe de mis problemas. Adiós. Jerónimooooooooooooooo
                  

     Hola amigos y amigas, aquí estoy de nuevo con vosotros. Supongo que os estaréis preguntando ¿pero bueno, este tío no saltó? Pues sí, lo hice. Salté. Después del tostonazo que os di con mis cuitas y solicitar vuestra comprensión ¿creéis que sería capaz de echarme atrás? ¡de ninguna manera!. Salté. Y no os lo vais a creer, pero a partir de ese momento la fortuna me sonríe, después del salto todo me vuelve a favorecer de manera desmesurada.
Porque ¿podéis calcular las posibilidades que existen de caer sobre una persona y salvar la vida cuando saltas al vacío desde un séptimo piso? Pues a mi me ocurrió y salvé la vida aún a costa de la muerte de esa persona. Pero lo más sorprendente e incalculable es que, además, esa persona fuera Salvador. Al parecer iba a visitarme con intención de solicitar mi perdón por todo el daño que me había causado en mi vida profesional y sentimental. Después de todo, aunque no pudo hacerlo, los remordimientos y el hecho que María lo abandonara por un actor de pacotilla, le hicieron recapacitar sobre el comportamiento tan miserable y rastrero que había tenido conmigo, su compañero y amigo de toda la vida.
Porque, amigos y amigas, fue Salvador el que modificó los datos de aquel proyecto con el objetivo de desacreditarme y acceder a mi puesto. Lo planeó de acuerdo con María de la que nunca llegué a ver la parte morbosa, ambiciosa y oscura que, tan bien, me había ocultado durante nuestra relación.  Aprovecharon y encontraron en aquel proyecto la oportunidad de quitarme de en medio mientras estaban liados desde meses antes que los descubriera con las manos y algo más en la masa.
Por supuesto que no salí ileso del salto. Sufrí politraumatismos en casi todo mi cuerpo y he necesitado algo más de un año, entre mi estancia en el hospital y la rehabilitación necesaria para poder caminar casi normalmente, pero durante ese tiempo mi abogado consiguió que la empresa, además de indemnizarme con una importante cantidad -me perdonaréis que no os la diga para evitar problemas con Hacienda- me readmitiera en mi cargo de director hasta que mi estado de salud sea más completo y pueda trasladarme a New York donde me espera el puesto de subdirector general.
A María me la encontré al poco de ser dado de alta del hospital. Casi no la reconocí. Su deterioro físico me pareció sospechoso y aunque ella no me lo dijo, tan sólo me pidió que la perdonara, supe más tarde que el actorzuelo la había dejado tirada y arruinada no sin antes dejarla profundamente sumergida en la adicción a la cocaína a la que la arrastró durante su relación. Su carrera de modelo profesional estaba acabada. Por supuesto que la perdoné y lo hice, os lo podéis creer, de corazón. Un nuevo amor lo llenaba de alegría y satisfacciones y en él no quedaba lugar para rencores ni malos rollos.
En el hospital conocí a Luz, enfermera de cuerpos y almas. Encargada de curar mis heridas físicas, se preocupó también de las psíquicas y nuestra relación pasó en poco tiempo a ser de una buena amistad en la que compartimos confidencias. Ella supo de mis problemas y me confió los suyos. Había terminado con una relación de la que no salió bien parada y poco a poco, a través del roce diario, comenzamos a sentirnos atraídos y terminamos declarándonos. Tras mi salida del hospital comenzamos a vivir juntos. Ella es sensible, dulce, sencilla y honesta. Desprendida y solidaria, para ella la enfermería no es sólo una profesión sino más bien su devoción. Del aspecto físico de Luz no os voy a ser partícipe, no por falsa modestia, sino porque podría resultar aún más cursi que cuando lo hice de María y me da yuyu. Lo cierto es que estoy felizmente enamorado y seguro de haber encontrado, esta vez, la mujer de mi vida.
Como veréis todo me ha ido de lujo desde que salté pero aún hay más. He querido dejar para el final el más feliz de los acontecimientos que me han sucedido desde entonces y deseo, por supuesto, compartirlo con ustedes : Luz y yo vamos a ser padres. Ahora me siento totalmente realizado y no puedo pedirle más a la vida después de todo lo que me pasó.
Ahora sí, ahora me despido de vosotros pero no como la  primera vez, sino con un hasta luego. Adiós amigos y amigas, la megafonía del aeropuerto de Barajas está anunciando el embarque de mi vuelo con destino New York donde me incorporaré a mi nuevo puesto en la empresa. Luz tiene previsto tras dar a luz ¡qué bonito suena repetido! reiniciar su trabajo de enfermera en un hospital público de la misma ciudad donde aceptaron encantados su solicitud.
Sólo me queda dejaros un consejo: Aunque a mí me ha ido más que bien, nunca, mis queridos y entrañables amigos y amigas ¡Nunca hagáis lo que hice yo!

Gedeón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:27:30 pm
LECCIONES DE LA MADRE NATURALEZA

Historia de la tortuga y el escorpión


   Asoma tímido Apolo por el este mientras la luna huye juguetona antes de que la claridad descubra sus imperfecciones, no es cuestión de confesarle al poeta que la plateada y redondeada forma de su musa esconde huellas de una vejez inconfesa. Empieza entonces un nuevo día para todos los habitantes de la isla, para todos menos para Kumbala, una tortuga gigante que avanza agotada después de una larga noche de infructífera tarea. Kumbala es un galápago de edad madura, de corazón joven y anticuado caparazón que lleva a sus espaldas la carga física del hogar y la responsabilidad de perpetuar su estirpe para orgullo de los que la han visto crecer.
   Pero Kumbala jamás ha puesto un solo huevo. Sus entrañas están tan secas que para ella es tan difícil engendrar vida como para las estrellas iluminar el océano desde sus profundidades. Kumbala no quiere reconocer su estigma, por ello noche tras noche acude infatigable al cobijo de la arena para depositar diminutos huevos desiertos de vida pero repletos de esperanza, que acabarán engullidos por olas insensibles.
   “Viene de familia”, murmuran algunas de sus compañeras, “dicen que ninguna del centenar de hijas que tuvo Tobala ha podido desovar en condiciones; al menos las otras no se descubren cada noche, pero ella…”
   Sin embargo, la condición de Kumbala no debe ser considerada una lacra pues la Naturaleza reserva para ella algo extraordinario.

* * * * *
   Mientras Kumbala regresa, obstinada, con la oscuridad de la noche, a su quehacer, Basha vaga solitario por la arena. Su cola erguida y mortal no baja la guardia ante lo desconocido, mostrando lo más osado de su fisonomía, aunque bajo la gallarda apariencia se esconde un escorpión algo tímido y más necesitado de afecto. Basha fue abandonado al nacer, no por la irresponsable decisión de sus padres sino porque así lo ordena la Naturaleza, y él y sus hermanos pronto han tenido que lanzarse a la aventura de la vida sin la protección familiar.
   Pero Basha echa en falta el calor materno, por esa razón busca desesperado el afecto entre los suyos que miran hacia otro lado desconfiando de las intenciones del más venenoso de los isleños.
   “No es de los nuestros”, comentan por lo bajo los más allegados a él, “si ni siquiera tiene su aguijón; ¿cómo podrá defenderse de las amenazas?”. Sí, es cierto, la cola de Basha, formada por cinco hermosos anillos de color rojizo, está incompleta, su extremo letal ha sido arrancado de su cuerpo como lo fue el amor, así que este arácnido tullido vaga en soledad deseoso de encontrar aquello que le haga sentir completo.
   Sin embargo, y a pesar de su visible tristeza, la condición de Basha no es un defecto. La Naturaleza reserva para él algo extraordinario.

* * * * *

   La luna luce esa noche plena, voluptuosa, deseosa de encontrar su estrella entre todas las estrellas, la única capaz de romper el hechizo que la confina a la oscuridad, mientras Apolo, burlón, contempla la armonía de la Tierra a plena luz, sin miradas miopes que alteren su belleza. Basha camina algo despistado por la orilla, cabizbajo, casi rendido a un destino fatal en forma de ola hambrienta.
   Sin embargo, el destino planea para Basha un encuentro con la vida que lo aferrará a ella para siempre. El escorpión golpea por accidente la pata de Kumbala, que esta noche anda pensativa y ha dejado la tarea reproductora para más tarde; ahora prefiere contemplar la luna, hoy más radiante que de costumbre.
   Basha duda si lanzar un gesto de disculpa. Finalmente abre y cierra una de sus pinzas sin recibir respuesta alguna. “Quizás se trate de una roca”, piensa por un momento. Entonces Kumbala alza ligeramente su pata para descubrir la identidad del que ha osado interrumpir sus diálogos lunáticos.
   Una estrella fugaz cruza en ese instante el firmamento haciendo que los dos extraños desvíen sus miradas al prodigio celeste, que por un segundo acaricia las esperanzas de la luna. “Es hermoso”, confiesa Kumbala; “realmente hermoso”, repite Basha. Los dos desconocidos se encuentran por fin y esbozan una amplia sonrisa, la primera de muchas, pues a partir de ese momento Kumbala y Basha se vuelven inseparables, uña y carne, pinza y pezuña, para siempre.

* * * * *

   Basha ha decidido convertir a Kumbala en su madre adoptiva, por eso anda algo nervioso, no sabe cómo decírselo ni si esta aceptará. “Claro que aceptará”, se dice para animarse, “todo este tiempo juntos me ha tratado como a un hijo: me ha dado calor en las noches frías, me ha buscado alimento, y me ha colmado de torpes besos”.
   “Basha no es el mismo desde hace unos días”, se dice Kumbala, “tal vez esté a punto de dar el estirón, ya casi puedo ver la punta de ese aguijón que tantos quebraderos le ha dado”. Kumbala conversa orgullosa con sus amigas acerca de Basha, al que ya llama hijo, aunque no delante de él, no quiere parecerle cursi. Sus compañeras escuchan boquiabiertas y Kumbala lo interpreta como signo de admiración, pero a sus espaldas piensan que Kumbala ha perdido la cabeza. “¡Madre de un escorpión!”, ríen burlonas, “¿se creerán de la misma especie?”.
   Basha se echa atrás en el último momento; “de mañana no pasa”, se consuela, pero ese mañana nunca llega y el escorpión la compensa con besos fugaces que a Kumbala le parecen imperecederos.

* * * * *

   Esta noche Kumbala vuelve a la orilla meditativa; siente el peso de los años y entonces cae en la cuenta de que no siempre estará ahí para Basha. “Ley natural”, se dice, pero en el fondo maldice esa ley caprichosa. El escorpión, que ya luce su aguijón, fruto de todo el amor recibido, acude a la llamada silenciosa de su madre.
Los dos juntos, uno al lado del otro, contemplan el cielo moteado, sin decirse nada, sobran las palabras. Basha se acomoda en la arena con un ligero movimiento e involuntariamente clava el aguijón bajo el caparazón de su madre, en su carne blanda. Solo Kumbala se ha dado cuenta pero se llevará con ella el secreto. Lamenta el viaje, todavía tiene mucho que dar a Basha…
El escorpión percibe la debilidad de su madre y se asusta. “¿Qué te pasa, Kumbala?” La vieja tortuga siente miedo por primera vez, no a la muerte, sino a la vida, a la que deja. “Soy vieja, Basha. Sabías que este día llegaría”, contesta exhausta. “Pero, tan pronto…”, protesta Basha. El corazón de Kumbala late lento, sin desperdiciar los últimos segundos que le concede la Naturaleza, feliz de haber vivido los años necesarios para apreciar lo valioso de ser madre. Basha, ajeno a la calma que en ese instante se ha adueñado del mar, contempla su cola ya curada. Y ambos, reflejados el uno en el otro, han aprendido que el sufrimiento solo es real cuando nace del amor.
Kumbala ya no respira. Sin embargo, Basha permanecerá junto a su madre toda la noche. El cielo, de luto, contempla la escena. Esta vez la luna buscará el consuelo de las estrellas.

Amelia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:29:12 pm
Los orígenes en un cuento africano


África es un crisol de culturas y de razas cuyas creencias y mitos, como todos los mitos y creencias de los pueblos de la Tierra, están llenos de poesía y grandeza. La rotación de los astros, la creación cíclica, el renacer de la humanidad son igualmente extraños a todas las civilizaciones. Conocemos el cómo, pero no comprendemos el porqué. Aún así, todas las civilizaciones han soñado con poder explicar los orígenes del cosmos, de la vida y de la muerte mediante su religión, su filosofía o su ciencia. Y todas han aspirado a llegar a cambiar el curso irrefrenable de la existencia mediante técnicas, ideas o ritos. Por ello, las creencias africanas revisten la misma belleza y la misma magnificencia de todos aquellos mitos que se han remontado al cálido y dorado amanecer de la Historia.
En un principio, sólo brillaban en el firmamento los astros gemelos Ngu, el Sol, y Nga, la Luna, que se asemejaban poderosamente en su luz, en su forma y en su voz, y cada uno de los cuales giraba en su órbita aislada, una helicoidal y otra esférica. Mas un día sus órbitas se entrecruzaron y se rozaron sus superficies, y de ese roce Nga concibió y parió multitud de pequeños astros de diverso color y naturaleza. Ngu, encolerizado por el temor a perder su poder como astro aislado en el firmamento, convenció a la Luna de matar a su pequeña descendencia. Fue entonces cuando, alejada de la presencia de su hermano, Nga dejó escapar a las siete mil estrellas que llevaba ocultas tras de sí, quienes se alejaron tan rápido y tan lejos como pudieron. Desde entonces, sólo en presencia de su madre la Luna, a la caída del Sol, se dejan ver de nuevo las estrellas, brillando rojizas en la oscuridad de la esfera nocturna.
Desde que Nga dejó escapar a las siete mil estrellas, Ngu estuvo considerando cómo vengarse del engaño de su hermana la Luna, hasta que un día decidió engañarla también. El Sol le propuso bañarse en el río Lamga, que recorría entonces una basta extensión de la sabana oriental, y simuló que se zambullía en la corriente. Su hermana, creyendo que aquél era un signo de reconciliación, se lanzó realmente desde el firmamento a las aguas del Lamga, que anegaron sus surcos y llanuras, y apagaron para siempre su ardiente resplandor áureo por lo que, desde entonces, Nga alumbra con una luz pálida y mortecina.
Ngu, por el contrario, continuó inmutable, brillando con su inextinguible fuego de oro que, en una ocasión, la Luna quiso robar. Al descubrirla penetrando sigilosa en la esfera diurna, el Sol, furioso, comenzó a arrojarle puñados de barro a la cara, puñados que le quedaron para siempre como manchas violáceas sobre los ojos y los labios, y rogó a Mna, la Divina Determinación, que la condenara por su perversión. Mna, conmovida por los ruegos desgarrados de Ngu, sentenció a la Luna a morir cada ventiuna rotaciones.
En los orígenes, la Divina Determinación regía los destinos del cosmos y de sus siete ciclos en virtud del sagrado principio del azar, por el que ordenaba el caos y por el que creaba a sus criaturas. Por una casualidad descuidada, hizo Mna un día dos agujeros en la calurosa tierra africana, de la que surgieron un hombre y una mujer, Sense y Mayá. Mna les dio campos para cultivar, mijo, un azadón, un hacha y un martillo, y platos, y les dijo “Cavad los campos, sembrad el mijo, construid una casa y coced los alimentos”. Sin embargo, Sense y Mayá no obedecieron, rompieron los platos, abandonaron las herramientas, comieron el mijo crudo y dejaron los campos para ir al bosque. Entonces Mna llamó al mono y a la mona a los que dio los mismos bienes y parecidos consejos. Éstos trabajaron los campos, cultivaron el mijo, hicieron una casa y cocinaron los alimentos. La Divina Determinación, orgullosa de los monos, les cortó la cola y se la puso al hombre y a la mujer diciéndoles “Sed monos”, y a los monos les dijo “Sed hombres”.
Tras el nacimiento de las estrellas, después de que el Sol se vengara privando a Nga de su luz cálida y dorada, y ensuciando su cara con manchas violáceas, tras la conversión de los hombres en monos, tuvo lugar en tiempos aún remotos un diluvio, durante siete estíos, que inundó con sus aguas las casas, los campos y los bosques, e hizo desaparecer aquella raza de hombres, ya que la raza actual es obra de una nueva recreación, y fue llamada Lunculu Bau que, en ungtú, significa la de forma de lagarto.
Mna creó, de sangre caliente y piel morena, a Lunculu Bau, formándola con arcilla a semejanza de un lagarto y sumergiéndola en uno de los Grandes Lagos a los que el diluvio había dado origen. Allí la dejó por espacio de siete días, tras los cuales le ordenó que saliera, pero del Lago no regresó un lagarto, sino que salió el nuevo hombre.
El hombre nuevo habitaba en el centro de África, y allí envió una mañana la Divina Determinación al Pájaro que anuncia el verano, para que dijera a Lunculu Bau “Viendo el dolor que te causa la pérdida de tus seres queridos, te haré inmortal. Cuando te sientas vieja y débil, te quitarás la piel y recuperarás la juventud”. Partió el Pájaro de la morada de Mna hacia su destino, pero en el camino encontró a Kamba, la serpiente amarilla, que se estaba alimentando con la carne de una gamuza aún caliente. Quiso el Pájaro comer también de esa carne, pues ya se asomaba la Luna por el horizonte y hacía mucho que había iniciado su viaje, y le dijo a Kamba “Si me das parte de la gamuza, yo te daré un mensaje”. “Me trae sin cuidado tu mensaje” replicó la serpiente. “No te traerá sin cuidado cuando lo oigas” insistió el Pájaro, de modo que Kamba cedió y le dio parte de la carne. Entonces el Pájaro le dijo “Cuando el hombre y la mujer sean viejos, morirán, pero cuando tú te sientas vieja y débil, te quitarás la piel y recuperarás la juventud”. Y así fue. A partir de entonces Kamba rejuvenece mudando la piel, el Pájaro que anuncia el verano se lamenta desde las altas ramas de los árboles de la enfermedad con que le abrumó Mna en castigo a su desobediencia, y todos los hombres nuevos son mortales desde aquellos orígenes hasta la actualidad.
Lo que sigue a los orígenes es ya Historia.

A Abedul
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:30:22 pm
Una rubia de bandera


No digas luego que no te lo avisé, fue la frase que me dijo mi socio cuando supo lo ocurrido, y es que en la tarea de hacer el idiota no me gana nadie.
La conocí en la barra de un bar de copas a eso de las tres de la madrugada del viernes. Era una rubia de ojos azules, labios sensuales y un cuerpazo que parecía salido de una serie policíaca americana. El punto de alcohol me hizo envalentonarme y dirigirme a ella para invitarla a una copa. La chica me miró largamente y aceptó la invitación con un gesto de asentimiento. Luego de que nos sirvieron las bebidas me cogió de la mano y me llevó a un reservado. A partir de ahí las cosas se fueron sucediendo de forma vertiginosa, o al menos así lo recordaba, hasta que terminamos en un motel de las afueras de la ciudad donde hicimos el amor hasta que, exhaustos, nos quedamos ambos dormidos.
A la mañana siguiente ella había desaparecido y me había dejado una nota sobre la mesita de noche:
“He cogido prestada tu cartera pero la habitación la dejo pagada. Nos vemos el domingo a la una del día en la terraza del café Saratoga”
Y aquí estoy yo, con cara de ***** esperando que ella acuda a la cita cuando ya son la una y cuarto. Seguramente se estará riendo a mandíbula batiente a costa mía la muy…
   Llegué a las doce y media y pedí un café con leche con la ilusión de verla venir desde lejos balanceando sus caderas y haciendo que todos los que se cruzaban con ella se volvieran a mirarla pero no, ni hablar de la peluca, han dado ya la una media y aquí no se ha presentado nadie…
- ¿Es Vd. Carlos Prieto? – preguntó una voz a mi espalda.
- Sí, - dije volviéndome un poco sobresaltado – el mismo.
- Pues le traigo un sobre – continuó el mensajero alargándomelo.
- ¿Se puede saber quién lo envía? – pregunté retóricamente.
- Mire Vd. yo sólo soy un mensajero y no le pregunto a mi jefe quién manda o deja de mandar nada. Hágame el favor de firmar el recibí – Atajó el fulano y, en cuanto recogió mi firma, se dio media vuelta marchándose a continuación en una pequeña Scooter.
Abrí el sobre y observé de reojo que el camarero me estaba mirando y cuando su mirada se cruzó con la mía me sonrió profesionalmente y miró para otro lado, así que me dediqué a leer la nota que venía dentro:
“Me ha sido totalmente imposible acudir a la cita. Perdóname pero esta noche te espero en la barra del bar donde nos conocimos”.
Guardé la nota en el sobre y éste en el bolsillo y medité sobre todo lo pasado. Pensé en no acudir a la nueva cita pero, ¡qué caramba!, tendría que intentarlo, una mujer tan preciosa bien vale que uno haga el tonto por ella más de una vez.
Entré en el bar a eso de las once y, como no la vi., pregunté al barman por ella.
- No, esta noche no ha entrado ninguna mujer rubia, - manifestó el camarero – sólo aquellas dos del fondo y son morenas.
Dí las gracias y salí afuera con la intención de permanecer oculto hasta que ella apareciera… si es que aparecía. Me coloqué en la acera de enfrente medio oculto en el portal de un edificio deshabitado y me puse a esperar a mi “presa” como un lobo hambriento.
   Eran las tres menos cuarto, y ya me había fumado el duodécimo cigarrillo, cuando la vi bajarse de un taxi a las puertas del bar. El corazón me dio un brinco en el pecho y a punto estuve de llamar su atención pero me contuve a tiempo. Debía tomarme las cosas con calma y, tal vez, hacerla esperar un rato.
   Ella entró en el establecimiento y yo empecé a ponerme nervioso deseando ir tras ella pero de nuevo me contuve y esperé un rato antes de seguirla al interior del pub.
Al abrir la puerta me encontré de manos en boca con ella que se disponía a salir.
- Hola, - dijo – creí que estabas enfadado y no ibas a venir.
- ¿Por qué tendría que estar enfadado? – pregunté
- Pues porque ayer te dejé sin blanca en el motel. – contestó.
- Sí, es verdad, pero como no me dijiste tu nombre, no sabía con quien enfadarme. – Expliqué bromeando con cara de estúpido.
- Me llamo Gloria  - dijo como quien no quiere la cosa.
- Y yo Carlos – balbuceé como un colegial.
- Ya lo sé, - me cortó ella – lo miré en tu cartera. Por cierto – rebuscó dentro de su bolso – aquí la tienes. Puedes contar el dinero, está todo… menos la cuenta de la habitación,… supongo que estaba invitada, ¿no?
- Y estoy dispuesto a invitarte todas las veces que haga falta – alardeé llegando al súmmum de la gilipollez.
- No seas fantasma – replicó ella – puede que yo sea una ninfómana insaciable…
- Y yo un imbécil presumido – respondí.
- No, soy yo la que te debo una explicación. – Comenzó a justificarse – Necesitaba dinero para coger un taxi que me llevase a un despacho de abogados donde tenía que firmar inexcusablemente los papeles de mi divorcio y me había dejado la tarjeta de crédito en mi casa. Esa noche estaba celebrando mi recuperada independencia.
- Ah, ya, y yo hice de striper, ¿no? – Pregunté inocente de mí.
- No, tú fuiste el premio, y espero que yo fuese el tuyo. Zanjó ella dirigiéndose al taxi que acababa de detenerse junto a la acera. – ¡Chao!
- ¿Cuándo puedo volver a verte? – Pregunté como un memo mientras ella cerraba la puerta del coche.
- Tal vez cuando me canse de ser independiente, ¿lo pillas? – Me lanzó mientras el vehículo se ponía en marcha y yo me quedaba babeando con la boca abierta.

Spider
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:34:39 pm
La Prenda (I)


   Desde hacía un tiempo me tenían de punto en el campito. Un día me preguntaron si el novio de mi hermana guardaba sus monedas en la alcancía de ella. Yo hice un signo de interrogación con los hombros para seguirles el juego, simulando no entender, mientras ellos se reían por lo bajo. Jamás se me cruzaba por la cabeza contradecirlos, y menos aún pelearlos, porque ellos eran mis únicos amigos, y yo necesitaba demasiado de esa amistad, aunque a fuerza de ser sincero deba decir que me molestaba bastante que siempre se las agarraran con mi hermana.
   Yo hablaba más bien poco a causa de mi tartamudez, y además era el más chico del grupo. Mis apodos, hasta ese entonces, habían sido Marciano (muy pocos me entendían cuando hablaba) y Dumbo (por el tamaño de mis orejas). El peor de todos mis sobrenombres me lo habían puesto por esos días. Orejonazo, me decían despectivamente. Orejonazo, andá a buscar la pelota al otro lado de la calle. Orejonazo, andá al arco así atajás nuestros bombazos. Orejonazo, andá de la vecina y pedile agua que tenemos sed. Orejonazo, te daremos la peor prenda cuando juguemos al medio.
   Cada vez que escuchaba ese apodo, algo dentro de mí se secaba como un arroyo sin agua. Yo estaba a dispuesto a hacer cualquier cosa, a cumplir cualquier prenda, con tal que dejaran de llamarme así.
   El campito era el lugar de encuentro de los muchachos del barrio. Le llamábamos el campito Moreno, por la sencilla razón de que estaba en esa calle. Los días de semana nos reuníamos después de la escuela, tipo seis de la tarde. Los sábados un poco antes, a la hora de la siesta, y nos quedábamos hasta la noche. En ocasiones, durante los fines de semana,  jugábamos torneos de fútbol con chicos que venían de otras zonas de la ciudad.
  En cuanto al barrio, estaba compuesto por casas que en su origen habían sido iguales. Era un lugar de trabajadores construido por la propia metalúrgica para la que prestaban sus servicios. Eso sí, había algunos personajes destinados a no ser olvidados, como un estricto inspector de tránsito que en una oportunidad se multó solo por estacionar su vehículo particular en un sitio en el que no estaba permitido, un físico que había construido un telescopio donde los planetas se veían del tamaño de la Luna, y una señora que había sido detenida una decena de veces por la policía.
   Lo de la mujer era distinto. Todo el mundo sabía que había estado presa por robar mercadería en almacenes y supermercados (por lo general latitas de caballa, sardinas y atún que guardaba en la cartera de mano). Se hablaba mucho de Ernestina. En parte por esa fama de ladrona, y en parte porque era una vieja nariz-para-arriba que se creía de otro estrato social. Antipática, soberbia, con aire de Cleopatra, aunque sin sitio donde caerse muerta. Desde que la habían llevado a la jefatura en un móvil policial, luego de ser detenida en el mercado de la calle Necochea, ya casi no salía a la calle. Probablemente esto era a causa de que no soportaba que la señalasen con el dedo, o que su nombre estuviese en boca de todos.
   No es porque sea pobre, tiene la manía de robar. Es cleptómana, explicó el padre de mi amigo Corcho, un ex empleado ferroviario nostálgico de los trenes de pasajeros, mientras esperábamos a que se hiciera la hora para ir al campito. Y ya es demasiado vieja para que lo corrija, añadió. Cuando llegué a casa busqué el significado de la palabra cleptómana en el diccionario. Propensión morbosa al hurto, decía. 
   Pero el campito era nuestro lugar de encuentro. Además del fútbol, manteníamos largas conversaciones entre partido y partido. En esas pausas, los más grandes hablaban de chicas que yo ni conocía, chicas que mamaban pingas por veinte pesos, o por un par de porros. En otras ocasiones discutíamos sobre la habilidad de los jugadores de fútbol, sobre las mejores combinaciones de los colores de las casacas, o sobre la cantidad de socios de los clubes de los que éramos simpatizantes. 
   Sin embargo, lo que realmente nos atraía era el juego del medio. Consistía en crear una gran ronda para pasarnos la pelota con los pies. Uno de nosotros se ubicaba en el centro, e intentaba agarrarla.  A la tercera vez que el del medio interceptaba un pase (alcanzaba con tocarla), el resto de los participantes dictaba una prenda para el perdedor. La prenda era una especie de castigo propuesto por los demás, un castigo que casi siempre se aplicaba por consenso, y cuya dureza dependía del momento y de la ocurrencia de las ideas.
   Hasta ese momento las sanciones habían sido robar mandarinas en el terreno de al lado, un terreno al que se accedía sorteando un tapial; saltar el alambrado para robar naranjas de otra vecina, cuya planta estaba detrás del arco oeste; practicar acrobacias en unos rieles de la fundición de esa misma cuadra; hacer saltos carneros por toda la superficie del predio; comer un poco de pasto, preferentemente seco.
  Un sábado a la tarde tuve la desgracia de ir tres veces al medio, por lo que me correspondió una sanción. Me hicieron alejar porque tenían que deliberar, así que me senté apoyado al tapial del costado, a esperar que me dictaran la sentencia. Me llamó la atención que deliberaban más de lo habitual. Se reunieron en una de las áreas de la canchita. Las voces me llegaban apagadas, como de velorio. Las hormigas habían devorado un bicho cascarudo y se me estaban subiendo por las piernas. La primera marcaba el camino y las otras la seguían obedientes. En minutos debía comportarme como esas hormigas y acatar el dictamen. Demoraron bastante en ponerse de acuerdo. Pensé que la prenda iba a tener que ver con mi hermana, pero no fue así. Me tocó algo peor, mucho peor.
   Bini caminó un par de metros y se paró en el círculo central con sus pantalones cortos que dejaban ver sus piernas peludas. Pisó la pelota con los botines y llamó a los demás. Pelé, Mingo y Corcho lo rodearon de inmediato. Dos minutos más tarde me llamó. Mencionó la prenda como si fuera el veredicto de un juicio.
   Si lo hacés, no solamente cumplís con el juego, y con nosotros. Te prometemos que nunca más te vamos a llamar Orejonazo. Inclinó la cabeza hacia abajo sin sacarme los ojos de encima, y movió los músculos de la frente para subrayar la frase.
   ¿Lo dicen de verdad?, pregunté.
   Palabra, dijo.
   Bini hizo una cruz con los dedos y la besó. Los otros lo imitaron. Una de las cualidades de Bini era la envidiable seguridad con la que daba una orden. No se le movía un pelo. Supuse que así debería actuar un gerente o el propio presidente de la Nación.
    A mi se me iluminaron los ojos. Lo que tenía que hacer era duro, pero la zanahoria del conejo me seducía demasiado. Ya nadie me iba a llamar Orejonazo. Me di fuerzas pensando en eso y empecé a caminar. La casa de Ernestina estaba por la calle Primera Junta, cruzando el campito. Mingo y Corcho siguieron mis pasos como veedores. Querían cerciorarse de que fuese a cumplir la prenda. Cada tanto miraban a Bini y a Pelé que seguían la escena desde el campito, y se tapaban las bocas con las manos para no echarse a reír.
   Cuando llegué a la casa, una casa repleta de piedritas brillantes en diversos tonos de gris, me detuve en la puerta del frente. Toqué timbre y esperé un par de segundos a que me atendiera. Todavía puedo recordar la cara de Ernestina cuando abrió para ver quién era. El cabello enredado era un nido de pájaros. Las marcas de la almohada en su cara quedaron expuestas a la luz del día como algo íntimo. Supuse que recién se levantaba de dormir la siesta. Se frotó los ojos con el dorso de la mano y luego me miró de arriba abajo.
   ¿Qué querés?, dijo mientras intentaba quitarle desprolijidad al cabello con ambas manos.
   La puso molesta que me tomara mi tiempo antes de decir algo. Se cruzó de brazos, e hizo un ademán con bronca, el tipo de ademán que se utiliza para insultar. A ambos costados, Mingo y Corcho me alentaban con exaltados movimientos de boca y de brazos jugando a Dígalo con Mímica. Al final me di fuerzas. Me puse derecho como cuando cantamos el Himno en la escuela, y abrí la boca para hablar, aún a sabiendas de que corría el riesgo de que mis palabras sonaran a chino.
   Patiné bastante con el nombre propio de ella. No pasaba nunca de la E, pero de pronto vomité todo de golpe. Nunca fui tan claro en mi vida de doce años. Le dije:
   Ernestina, devuelva las latitas que robó en el supermercado.
   Bajé la cabeza, di media vuelta y corrí. Corrí con toda la fuerza que permitirían el largo de mis piernas. La adrenalina me hubiese podido llevar sin escalas a Buenos Aires, o más lejos aún: a Río de Janeiro. Mingo y Corcho también salieron corriendo. A mis espaldas oí un insulto de Ernestina y la puerta que se cerró de golpe. De la vergüenza quise que la tierra se abriera y me tragara. Que la caída de un meteorito desintegrara en un instante el barrio por completo, incluido a mí.
   En el campito, Bini y Pelé celebraban la hazaña a los abrazos. Era la hinchada de Boca jugando la final de la copa Libertadores. No lo podían creer. Estaban tan contentos que no sabían qué hacer. Me subieron en andas y recorrieron como campeones mundiales el perímetro del terreno. Yo abrí los brazos para planear en el aire. Por un momento fui el héroe del grupo.
   Vieja carcamán, dijo Bini. Se lo tiene merecido, y todos volvieron a aplaudir mientras me trasladaban de hombro en hombro. Después crearon un cántico con mi nombre, como si fuese el mismísimo Diego Maradona, y prometieron que nunca más me dirían Orejonazo. En ese clima, digno del festejo de los murgueros de la comparsa Barrios de Pie, imaginé por un momento que al sábado siguiente iba a jugar de delantero en el partido contra Los Charrúas.
   Tiene el coraje de un trapecista, dijo Pelé, pero la verdad era que aún podía hacer cosas mucho más sorprendentes. Nos echamos a reír aún iluminados por la lámpara del poniente y continuamos saltando en el centro de la cancha. Corcho no quería soltarme, me sostenía los botines con la mano para que no me cayera de su espalda, y corría de manera desenfrenada. Sentí por primera vez que me trataban realmente como a un amigo al que respetaban, y con el que se relacionaban de igual a igual. 
   Yo no era quién para juzgar a Ernestina, me daba mucha vergüenza el hecho de tener que cruzarla alguna vez en la calle. No podía dejar de pensar en ella y en lo que le había dicho. Pero el amor enseña, te hace perder el sentido de las reglas. Además, las oportunidades no llegan con frecuencia. Son como los cometas.

Kazumi Watanabe
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:36:12 pm
Un manantial de fe

      
                                                                                         
  “Si ves al futuro
                                                                                         decíle que no venga”

El padre Angelillo sube al púlpito:
--  Mis palabras de hoy están basadas en el Génesis 19, Sodoma y Gomorra, historia que conocéis muy bien. En años les he enseñado con las palabras del Altísimo lo importante del cuidado de vuestro alma y cuerpo, cómo debíais cuidar los dones que os han sido regalados: los seres vivos como mascotas, de los que os brindan vuestro alimento, os he dicho que cuidaras las tierras porque no os pertenecen e igualmente las aguas. – el padre clama atención con el estrépito de un trueno.
--  Dios me ha guiado  para que os trajera hasta este planeta,  salvados de la destrucción de la Tierra.  ¿no recordáis lo sucedido?. Un asteroide cayó sobre nosotros y produjo catástrofes locales y maremotos, ¿Qué es lo que habéis hecho para ayudar a las víctimas? Faltó  atención médica, solidaridad para los afectados y  una peste asoló parte del planeta. Ninguno de vosotros protestó por la guerra entre tribus y la hambruna que siguió, los alimentos escaseaban y no os ocupasteis de los pobres en las épocas de sequía o inundaciones; vientos huracanados azotaron zonas verdes y playas a causa de los desmontes, no habéis cuidado vuestro planeta.
El padre Angelillo sobrecoge a sus fieles:
-- No hay un atisbo de arrepentimiento de vuestras míseras almas humanas, estoy seguro, nada se ha modificado en ellas. Vosotros en lugar de ser salvados deberíais habitar el Purgatorio por siempre jamás. De todas las maneras, pese a la gravedad de vuestros pecados y por la benevolencia de Nuestro Señor, Él nos visitará en fecha próxima y tendréis la oportunidad de promesar ante Él por vuestras almas, si es que se mantienen vivas y con fe y con voluntad de cumplir las enseñanzas de Nuestro Señor y quizás así os salvareis de deslizaros por la vida bajo el sonido dilacerante de la perversión.
El padre Angelillo está desalentado, el VIAJERO ERRANTE se ha presentado ante él y le ha relatado que todo el planeta es  un conjunto de despoblados desnudos y desérticos, se han perdido millares de vidas humanas, y el resto está en pésimas condiciones de sobrevida, no hay alimentos de la tierra ni animales, el pasado que Angelillo recuerda ya no existe, todos andan desnudos y hambrientos y pasan las noches en edificios derruidos, en nuevos desiertos de calor insoportable.
Piensa Angelillo, Nuestro Señor que viaja por el Universo, peregrino inmortal por las rutas del espacio se apiade de estos feligreses a los que ya ha salvado en este pequeño planeta al que bautizaron Nova.
Lo tortura la idea de que no nos ha apartado de sucumbir en el infierno.
-- Juan, tu eres un pobre pecador, tu no tienes remedio posible –  sentencia – las tierras que te han sido dadas son un yuyal, tus animales están flacos y no dan alimento, pena da perder el tiempo salvándote, es poco o nada lo que tu aportas a tu familia o a tu comunidad, tu continuas con tus aberrantes pecados.
El padre Angelillo se apoya en el púlpito para no desmayar, no quisiera maltratar a estos pecadores que Nuestro Señor le ha confiado:
-- De todas las maneras no hay salvación tampoco para ti desdichado Ramón, que debías cuidar las fuentes de agua, no permitir que se contamine,  asegura la existencia de toda la comunidad, tu deberíais ser condenado cuando te llegue el Día del Juicio Final y en esa hora será Nuestro Señor quien te niegue la Salvación Eterna.
 -- Padrecito, estoy enfermo, no puedo trabajar y mis hijos no me obedecen…  -- El nombrado baja la cabeza.
-- ¿Enfermo? haragán que eres y tus hijos siguen tu ejemplo, durmiendo todo el día y de noche salen con las sirilas que bajan de Aster, seres corruptos que envician a los tontos y haraganes como tu… y a otros,  Nuestro Señor vendrá y tomará las medidas necesarias -- lo que sucede aquí, sucede en toda Nova. La he recorrido y me ha entristecido. Nuestra estrella de luz girará cada 20 días, si no habéis cosechado ¿qué comeréis al día siguiente y al otro y al otro? Si no pensáis en vosotros hacedlo por los niños.
No hay moscones que se atrevan a zumbar siquiera y las gentes parecen haber comprendido lo grave de la situación. No habrá viajes por la galaxia y la Ciudad del Jolgorio se cubrirá de sombras. Algunos sobrevivirán a la catástrofe y serán perdonados por el Señor, habrá que adaptarse al deterioro que vendrá,  la estrechez,  los disgustos entre las familias y la sociedad novoína sufrirá. Podríamos salvar algo, todavía, pero tiene razón el Padrecito:
--  Hasta la medianoche del último día aún habrán gentes de este planeta al que creemos conocer con cada uno de nuestros sentidos alterados por el “accidente” ocurrido en el antiguo planeta Tierra y del que nos salvara el Señor, gentes que no ven lo fantástico de la  salvación gracias a un Ser que conoce las leyes naturales y nos ha traído hasta aquí en un acontecimiento sobrenatural.  Hasta la medianoche del último día aún habrá quienes acepten vivir en el más tozudo desacato a nuestro Creador, sois gentes atentas sólo a las múltiples formas del pecado, vosotros que sólo recordáis la fe de vuestros mayores cuando les llega el momento fatal... – el padre nos mira un instante infinito, con la autoridad de su  investidura y la altura del púlpito.
Leves centellas atraviesan la nave en penumbra, creo vislumbrar visiones fantásticas que se desvanecen y en el púlpito, detrás del padrecito aparece la figura de un hombre bastante más alto que Angelillo, éste se arrodilla y reza. El VIAJERO ASTRAL, de Él se trata, lleva una túnica que irradia luz blanca, nace de su cuerpo y sobre su testa un aro brillante. No siento temor y la comunidad reza en voz alta.
-- Padre, que nos habéis honrado con Vuestra Presencia debo confesaros por los pecadores de nuestra comunidad a Juana. Nadie sería tan ingenuo para creer que tu no eres una mujer quemada por la injuria y el abandono de todos los hombres que se han cruzado contigo, sin embargo ¡por los clavos de Cristo! perdida ya cualquier esperanza de salvación eres justamente tu, Juana, la que espera con resignación una señal del Señor ¡y la esperarás hasta el último suspiro de tu alma pecadora!.  De todas las maneras he decidido: como si el tiempo se hubiera detenido no sucederá nada. No seré yo, Angelillo, el que pase vergüenza ante Nuestro Señor. He decidido que nadie morirá en este pueblo hasta que yo lo autorice.
El VIAJERO calla, su Magnífico Silencio nos envuelve en un Manto de Piedad, todos nosotros y los objetos santos que nos rodean quedan definidos  con su sola Presencia. 
Las palabras de Angelillo han dejado a nuestra congregación suspendida, con el frágil cuerpo de la fe en el borde de la vida, amenazados con caer hacia el Maligno pero atada al Cielo por el denso hilo del AMOR del VIAJERO.
Todos nosotros, el planeta incluido, no es más que un experimento de algún trastornado mago de otra galaxia o un científico que desvaría acerca del futuro de los hombres. ¿Por qué no creer que existen otras Novas en el Espacio Infinito? mundos habitados por criaturas inteligentes, incluso de una inteligencia superior. La aparición del VIAJERO me sorprendió, no porque hubiera declinado en mi fe, pero siempre pensé que un nuevo Mesías sería mal tratado por el clero y la población en general como lo fue el primero.
Estoy feliz por tener un buen tema para el siguiente libro, pero el padre Angelillo ha considerado desaconsejable permitirme tal cosa o cualquier otra, es decir, no gozo de sus simpatías. Porque soy mujer, porque no acepto sus visiones catastróficas, porque tengo más fe en los hombres que él mismo. Podría responder por mí fe, aunque podría ser una alteración de la percepción de la realidad, la visión del VISITANTE podría ser una alucinación colectiva.   
Mi propia desorientación, una cadena de emociones que me ha despertado LA PRESENCIA, ¿por qué no? a veces dudo si fue real, aunque en esta dimensión ¿cuál es la realidad? ¿EL VISITANTE existe o es sólo un espejismo colectivo al que nos llevó la vehemencia del padrecito? ¿el temor por el regreso de un nuevo Mesías y las consecuencias de su prédica?
¿Qué hago yo en Nova? He viajado desde Aster confundida en la noche con las siriles que se desvanecen al amanecer. No tengo nada en común con ellas ni con la misión que el Maligno les ha encargado: traer el placer a los varones de Nova.
Entre la congregación, una soprano eleva su voz en una obra que habla del espíritu y la fe, el rito de la muerte convertido en un vuelo del alma hacia Dios que nos salvará por su amor a nosotros. Todas las personas, todas, jóvenes o viejos, hombres y mujeres se toman de las manos, alguien toma mi izquierda y busco la mano de mi vecino y la oración se eleva hasta que perdemos la noción del tiempo y caemos de rodillas ante el VISITANTE, éste levanta sus brazos al cielo y desaparece.
-- ¡Estamos salvados! – los presentes lloran y cantan sin saber la canción.
   
El padre Angelillo podría haber desistido de las obligaciones clericales por su avanzada edad, el habitual cumplimiento de éstas nos ha asegurado que el padre no sólo desea seguir en sus funciones sino que su fe no se ha  resquebrajado. Es, lo que se dice, un manantial de fe.
Ante la ELEVACION del VISITANTE:     
-- Podéis imaginar que ya estáis preparados, y que por eso estuvo aquí Nuestro Señor para perdonaros - continúa nuestro pastor - os prometo que en el último día  nadie va a subir al lado del Santo Padre.  Me ocuparé personalmente de que seáis cribados como calzoncillo de ostentar. Continuareis de este lado, donde os pesen los pies y me aseguraré que Nuestro Señor, en su infinita bondad no vaya a perdonaros.
Permanecimos petrificados, hasta aquellos que tenemos entumecidas las articulaciones; un rumor: el padre Angelillo está loco, no hay constancia de acontecimiento que avale esta idea. Salvo este sermón delirante.
Podríamos pensar, que este malhumor de Angelillo tenga origen en la resistencia del obispo por concederle el traslado a Castilla, su tierra natal.  El padre Angelillo ha proclamado que en su congregación nadie morirá y que dada su calidad de líder y precursor él también, como intrépido veterano de nuestra comunidad desafiará y derrotará a la muerte y que vivirá eternamente para continuar hostigándonos.
En la comunidad no se le atribuye particular importancia al hecho que declama el padrecito, se trata de un indicio irreversible. Las autoridades laicas de nuestra congregación realizan llamadas al obispo, al portavoz del obispo, a la sirvienta del obispo y las respuestas llegan con las mismas lacónicas palabras: “No hay declaraciones”.
Y secundado por el comisario, amenazado de por vida a la ex-comunión (y en este caso es mucho decir) resuelven recluirme – incomunicada – en una ignota celda.
Llega el momento en que a la comunidad le preocupa que trascienda nuestra inmortalidad.  Pudiera ser una situación existencial privilegiada por la ausencia de la muerte, se comprenderá que algunos ciudadanos no deseamos que el resto del mundo sepa de nuestros pecados ni del motivo de nuestra inmortalidad sin pagar derechos de autor.
Solicito que el padre Angelillo me visite en la cárcel. Angelillo se presenta y me reitera su decisión:
-- Como responsable de tu fe, hija mía, te aseguro que no existe motivo alguno de alarma. 
-- Padre, como ministro de Dios ¿no es alarmante el hecho de que nadie esté muriendo?
-- ¿Hija mía, has abandonado nuestra fe?
--  No, Padre
--  El VISITANTE me autorizó a continuar con mi prédica, relevante para nuestro Señor, para mi como su representante, para tu comunidad  y mientras pienses así no podrás publicar más.
El padre Angelillo logró alejar a las gentes peligrosas – como las escritoras - de su congregación.

María de los Ángeles
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:37:36 pm
Sicopatía


Porque al abrir la caja surge un sin número de jirafas grises, tan tristes y malhumoradas que es mejor cerrarla de nuevo, antes que algo pueda suceder y no haya manera de arrepentirse luego –  nunca he sabido qué puedo esperar de ellas –. Es así entonces que decido recostarme pesadamente en el respaldo de la banca, totalmente abandonado en mi descanso. Por ahora tan sólo quiero mirar el pasto, sin esa molesta intromisión de la costumbre, de la simpleza impostergable de lo que acaba siempre por suceder, y, sobre todo, sin esa preocupación constante por mantener las jirafas en orden. Qué más da si por ahora tan sólo las dejo acomodarse como puedan. Ya vendrá el momento en que haya descansado por completo, cuando deba entonces preocuparme de nuevo por la caja. Mientras tanto me conformo con estirar un poco las piernas, aspirar el fresco atardecer que empieza a anunciarse entre los árboles y esperar, tan sólo esperar. En todo caso las jirafas también deben descansar un poco, ya que esto no sucede a menudo – francamente no sé por qué. Desde hace mucho no había reparado en el cansancio de todo esto –, y no sé cuándo podré volver a disponer de un instante así. Pero felizmente no hay por qué preocuparme por ello precisamente ahora que he decidido olvidarme por un tiempo de todo. Al fin y al cabo deberán venir, tan insospechadas como siempre, esas horas de constante agitación, el placer desmesurado, el regocijo invaluable de haberlo hecho de nuevo, para evidenciar una vez más esa dura admisión de lo irrevocable, las noches en vela que debo asumir de pie frente a la ventana. Pero esta tarde he decidido que nada importa tanto como yo. De manera que no pretendo ocuparme de nada más – He dejado la caja en mi regazo sin notarlo, sin esa tensión constante en mi mano empeñada en asirla con fuerza –. Y, sin embargo, un niño se ha acercado de pronto corriendo tras su pelota – la madre conversa despreocupada al otro extremo del parque –. Es justo el inconveniente que tanto temía en el apacible suceder de esta tarde, acaso el único instante en que debía descansar – las jirafas han comenzado a andar sigilosas de un lado a otro dentro de la caja –. El niño se ha aproximado demasiado y camina resueltamente hacia mí, al parecer con la intención de recuperar la pelota que acabó bajo mi banca, cerca de mis piernas. Se detiene un instante y se ajusta el pantaloncillo con la respiración entrecortada. Parece haberse olvidado por completo de ella y mira mi caja con incómoda curiosidad – las jirafas corren ahora excitadas y se atropellan entre sí –. Entonces comprendo que mi tarde ha sido mancillada, y que no hay más remedio que levantarme con desgano y permitirle al niño que tome su pelota. Pero el pequeño no deja de examinar con atención la caja que ahora he resguardado fuertemente bajo mi brazo. No pretendo responder a ninguna pregunta indiscreta. El niño parece complacerse en escrutarme y poco a poco he comenzado a perder la calma – las jirafas luchan por salir y golpean la caja con violencia –, sobre todo ahora que he debido ponerme en pie y no me ha quedado más que observar detenidamente, con esa pasividad exasperante que me crispa la piel, la mirada atónita del niño que intenta comprenderlo todo y que finalmente parece compadecerse de mí. Entonces surgen los segundos imprevistos de siempre, el momento indescriptible en que acabo por sucumbir a la tímida proposición de un gesto vago, al asalto de un leve temblor de labios, a los ojos ineludibles del niño que termina por imponer su horrenda voluntad. Y es siempre así que logro comprenderlo todo y no me queda más que contemplar al niño que se acerca lentamente a mí – aprieto los dientes con fuerza, en un feroz intento por no gritar –, con la intención evidente de hacerme perder el control. Y surge entonces el horror inenarrable de esa pequeña mano que toma mi brazo con dulzura, de la triste sensación de haberlo perdido todo una vez más. Porque es el niño que camina cabizbajo y resignado el que me arrastra suavemente hacia la calle, sin que yo pueda hacer algo por evitarlo, para llevarme allá donde siempre acabo por volver, donde todo empieza y vuelve a acabar, allá lejos de tanto, de la tarde que me excluye a cada paso, de la gente que termina siempre por evadirme la mirada; y, sobre todo, de la madre que sonríe complacida a la distancia.

Amacio Valdo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:39:13 pm
Retrato de un asesino


(Dedicado a las familias de Nadezhida, Yekaterina y María, tres componentes del grupo Russy Riot. Para que el impuesto y corruptible poder no pueda jamás condenar nuestra libertad de expresarnos.”)


      Pedí disculpas a Dilyara. Asintió carialegre. Fijando sus enormes pupilas azules. Cuadré con cierto descaro mi chaqué tras un ligero empujón hacia delante. La sobrina del alcalde Serguei Sobianin, quitó bruscamente la mirada de mis pantalones como si le invadiera cierta vergüenza desde esa perspectiva. Apocada, declinó hacia las copas de champagne, luego, nítidamente, a trompicones, sus ojos concluyeron perdiéndose en el fastuoso cristal que ofrecía una magnífica panorámica de las hermosas cúpulas del Kremlin. Las magias parecían construidas para obligarnos a contemplarlas. Tal vez sabedores de que el destino no juega con segundas oportunidades. Aunque para mí, la plaza roja y el centro de Moscú apenas seducían y representaban la magnificencia falsedad del universo soviético. La seguí observando al detalle mientras me alejaba hasta la entrada del aseo. Su tez genuinamente lechosa, aquellos apetecibles sonrosados labios carnosos y una larga melena rubia ondulada cayendo sobre los enclenques tirantes de un vestido largo, plateado, tremendamente ceñido. Desde el exuberante aseo alicatado en mármol podía divisar cualquier movimiento en el 02. Encontré a un amigo acompañado de una hermosa mujer de obvios rasgos orientales y a la que nunca había visto por aquí. Una mujer así no pasa desapercibida. No lo saludaría. Afortunadamente tampoco se percató de mi presencia. Por un breve lapso se me pasó por la cabeza la disparatada idea de advertirle pero no debía levantar sospechas. Hasta entonces arrastraba la opresiva sensación de haber influido en su destino. Haber roto definitivamente cualquier esperanza de felicidad del triste adinerado banquero alemán que previamente pagó a un detective para averiguar que su recatada mujer lo engañaba con un jovencito tenista sudamericano. Tras interminables noches de callarse, palpar los infiernos del querer y saborear el amargor de su rabia; decidió recurrir a mí. Los maté en pleno acto e hice que pareciera un simple robo. Abrazados, rebozados en un charco de sangre jamás presencie tanta ternura y complicidad en una pareja. Hans, aunque no se llama así, me llamó después llorando para decirme adónde me ingresaba el resto del millón de euros. Ahora podía constatar que en el mundo nadie ni nada merece perdón ni pena. Lo único importante era cumplir con las tareas asignadas. Atiborrarme de mucho dinero en esta única vida que poseo. Preparada la sofisticada detonación; una elaborada reacción de compuestos químicos escondidos cinco horas antes cuando alquilé una habitación desde tramada identidad, ya sólo había una cuenta atrás y disponía de diez minutos para abandonar el Hotel.     
      El gélido viento barría la nieve de las aceras, de tal modo, que no quedó el mínimo rastro de mis pisadas. Abrigado, con sombrero, bufanda, lentillas y una ligera mascarilla que me puse contrarreloj en el ascensor, mudando mi rostro original para no ser reconocido desde las tres videocámaras de recepción. Fui distanciándome con una celeridad suficiente para no propiciar miramientos. La noche se impregnaba del arrebatado murmullo de transeúntes entrecortando el letal silencio y noté mi corazón más cerca. Palpitando brusco, loco, rápido, libre, retroalimentándome de un sensitivo extraño cóctel de adrenalinas que me producía un placer inmensurable. En eso estalló la planta 11 del Ritz por los aires. Una gigantesca bola de fuego se adueñó del edificio fundiendo poco a poco su férrea estructura y la gente asustada gritó mirando el cielo. Sonreí. Marqué mi móvil y dejé un mensaje: ¡Está hecho!

Calzando Lomas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 25, 2012, 15:42:57 pm
Las paredes de Salamanca


La fecha corría un 5 de Diciembre. Ése día, para Paloma, las paredes de Salamanca cobrarían un desagradable carácter ornamental cuando, al mirar por su ventana, observaría aquella larga mancha marrón que cubría el mostacho del caudillo. Una larga marca de caca de primera calidad empezaba al nacer la esquina, cubría el rostro de Franco y continuaba, con trocitos de garbanzo mal digeridos, unos escasos metros mas allá. Espanto, asco y terror sintió la pobre Paloma al ver semejante geometría de excremento. Sin embargo, y sobre todo, la invadió una profunda y abnegada lealtad. Había llegado el momento de desempolvar su membresía falangista y hacer justicia recuperando el honor embadurnado del Señor de España, una, grande y libre. Por supuesto y como era natural, Paloma sospecharía de su vecina de abajo, la del tercero. La medio gitana, medio mora, aunque ninguna de las dos, viuda Blanca.
Al marido de Blanca lo mataron los rojos en su pueblito de Zaragoza por persignarse en mal momento. Pero Paloma, ni nada sabía, ni nada quería. A Blanca la cuestión política le iba o le venía, dependiendo de como soplase el viento y quien hacía las preguntas. En la guerra no fue mucho ni fue nada, si no lo que le tocó. Limpió uniformes de unos y de otros y después de morir el marido, abrir las piernas se volvió deber miliciano o nacional, dependiendo de quien embestía la bayoneta. Paloma ni nada sabía, ni nada quería. Blanca era roja y cagaba.
Siguiendo esa premisa, Paloma, que ya estaba un poco senil y loca por herencia y tradición, se propuso matar a Blanca, la vecina de abajo, la del tercero.
Ahí, contemplando la mancha marrón que ya se volvía centro de reunión para el mosquero local, Paloma meditaba en la manera de matar a la vecina de abajo.
Un disparo sería suficiente, pero haría falta pistola y munición, de las cuales, ninguna tenía. Ahorcar a la muchos años mas joven vecina de abajo quedaba descartado. Tal vez golpearla con un trozo de tubería o mejor aún, devolverle el favor, tal vez: ahogarla en un pozo de excremento. No, imposible. La logística del recipiente y la materia fecal lo hacían demasiado complicado. Opción descartada. Contratar a alguno de los jóvenes del pueblo para que cometieran el acto implicaba mucha exposición y falta de orgullo. Un puñal o cuchillo de cocina. Directo, rápido. Aunque el aproximarse a la vecina de abajo embistiendo un arma de filo sin razón alguna, levantaría sospechas. La Blanca, por gitana o por mora, reconocería las intenciones a distancia y la superaría en destreza, terminando por ser ella, Paloma, la perforada. Tendría que ser silencioso, discreto, algo que matase por dentro, algo que le revolviese las cacas con las que había insultado al Ilustre. ¡Veneno!. Envenenaría a la viuda Blanca. Ahí, desde la ventana de su casa y todavía contemplando la mancha, convencida de su determinación, Paloma celebró con risita contenida su venganza anticipada.
El procedimiento sería simple: Paloma cocinaría una Perdiz estofada con todas las galas, la embadurnaría de veneno, la rellenaría con veneno, la estofaría en veneno y la remataría con Azafrán, pimienta negra molida, nuez moscada y veneno. Se la llevaría a la viuda Blanca, la de abajo, la del tercero, y le diría que le sobró del almuerzo, que antes de echarlo, mejor regalarlo. No, si no es para tanto, con mucho gusto, que disfrute y buenas tardes doña Blanca. Con lo que Don Francisco se elevaría en gloria restaurada y doña Blanca pagaría su deuda. Tu caca por tu vida, lógicamente.
Mientras Paloma disponía de los ingredientes, su cocina iba cobrando una vitalidad inigualable. Ni en sus años mozos ni de anillo al dedo había Paloma palpitado tanta pasión ante plato alguno. Como contagiadas de tanto corazón, las perdices suplicaban en jugoso silencio ser devoradas en el acto, las cebollas se volvían gentiles y rechazaban exigir lágrima alguna mientras que los ajos sudaban un carácter señorial con cada rodaja y las zanahorias todavía olían a tierra fértil. Todo sabía y olía mejor con el aroma nebuloso de la venganza, del honor en juego, del ojo por ojo y la ***** por *****.
Y así, entre cada revuelta, cada pizca de sal y cada llamarada de calor, Paloma se fue adentrando en el universo de su Locura. Allí, se topo inesperadamente con unas manos fornidas, rechonchas en verdad, con olor a pólvora y patria. Ahí, en su cocina, sosteniendo el cucharón como una falange abanderada, estaba el gran caudillo de España, cocinando con ella, vengando con ella. Al principio, nerviosa como adolescente en fiesta patronal, Paloma se quedó inmóvil.
¿Qué hacía el mas grande de España, Andorra y Gibraltar cocinando en su cocina? Porque en tanto éxtasis culinario se encontraba envuelta Paloma que hasta las razones se su venganza habían perdido protagonismo. Pero con aquella gloriosa presencia, la locura de Paloma le hacía recobrar la cordura. Todo era en nombre de Francisco, sí podía llamarle Francisco por supuesto, con su permiso excelencia, y todo respeto y muchas gracias, Paloma para usted y a sus servicios Generalísimo.
De esta manera y una vez superadas las formalidades introductorias, ambos seres se dispusieron con absoluta diligencia a concluir el plato. Así fue como, entre probadita y probadita, servidas por las manos fornidas, aunque mas bien rechonchas, de Francisco Franco y Brahamonde, que Paloma se fue envenenando con la delicia de su propia venganza; entre sorbos de caldo y hasta en la degustación del mismo veneno, sabiendo si el amargo de éste se balancearía con el dulcito de la cebolla ya casi caramelizada.
A pesar de tan prodigiosa marcha, tan dichoso plato nunca llegó a su vendéttica culminación puesto que a un instante de enternecer las perdices, Paloma cayó desplomada de rodillas con el intestino en rebelión. De rodillas, así como estaba, se arrastró como soldado herido a la trinchera de su retrete donde creería encontrar refugio. Fue cuando estaba a escasos centímetros de abrazar el recipiente, que la república de sus entrañas pereció ante el real y punzante alzamiento venenoso. Sus heces se escurrieron en abrumadora retirada por entre sus bragas de abuela, empapándolo todo, deslizándose por sus muslos de anciana y cubriendo el suelo de su piso, el de arriba, el del cuarto. Minutos después Paloma yacería muerta, empapada de su propia excreción.  Días mas tarde, Blanca, la del tercero, por cuestiones de aroma, tocaría donde la vieja Paloma para una última perfumada visita. Al abrirse paso entre aquel lecho castaño la encontraría en su última pose, semejante escultura de rigor mortis y heces fecalis.

Fue el 4 de Diciembre de ese mismo año, día del Natalicio de Franco, que más arriba, dos calles a la derecha, se celebraría en casa de Nachito tal fiesta nacional con cocido de garbanzo y morcilla en toda gloria. Cocido capaz de indigestar estómagos de trayectoria y entrenamiento. A la mañana siguiente, Nachito, con 6 años de poca trayectoria y entrenamiento, caminaría por la calle de Paloma sin poder detener los indigestivos adentros que empezaban a llenar sus calzones. Encontrándose en plena calle y sin otra herramienta, remordimiento o cautela, metería la mano en los pantalones y limpiaría su moza pompa contra las paredes de Salamanca. Poco después, Paloma se asomaba.

Cándido Vespucio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:15:17 pm
Mi celular


Mensajito... mensajito... tú tienes un mensaje… tú tienes un mensaje. Era el celular de mi papa que anunciaba un nuevo mensaje, siempre eran de mi tío, de mi prima, o hasta de alguna amistad de él, pero nunca para mí...
-claro era el móvil de mi papá, no el mío. Siempre pensaba cuando yo tendría  uno, y me preguntaba ¿cuándo me lo comprarían?…Y me respondían lo mismo. –Cuando aprendas a leer y escribir. Que ganas tenia de que ya pasara el tiempo, esos aparatos llenos de botones y luces me paseaban la cabeza de un lugar a otro.
Mi prima me prestaba el de ella, pero mi papa la regañaba mucho, siempre diciéndole que se lo iba a romper y era muy caro. Ella no le importaba y le decía –deja al niño ser feliz.
En realidad había tenido tres móviles pero de juguete, aquellos no me importaron, más se rompían o se les agotaba las pilas y que no habían, -Eso me decía mi mamá. Lo cierto era que poco me hacían mucha gracia, esos no tenían pantalla, ni recibían mensajitos.
Mi tío que está en Venezuela, me dijo que cuando regresara me traería uno, mi otro tío que esta acá, pero que su novia, o mejor su amiga, bueno yo no entiendo mucho de eso, pero que también está en Venezuela y le mando uno nuevo, me dijo que me daría el viejo, pero yo no sé… siempre se le queda o mejor tiene que llevarlo a un lugar para que le saquen la información que tiene dentro… Yo creo que me está diciendo mentiras, ya le dije que lo que se promete se cumple.
Paso el tiempo y paso, ya se leer y calcular, hoy es mi cumpleaños y seguro que será el día que me darán la sorpresa de comprarme un celular. –Mamá que me han comprado de regalo, -Los regalos no se dicen, son sorpresa, espera a mañana que solo faltan unas horas.
Al fin amaneció. Yo casi no he dormido, espero mi regalo y mi papa entra al cuarto con una diminuta caja,  es mi regalo… Es mi celular pensé. El casi me adivino el pensamiento y me dijo –Si es tu celular, ya lo tienes. Ahora podrás usarlo.
Mi sueño hecho realidad, lo tome entre mis manos lo observe, lo encendí, revise todo lo que tenía, la información y los juegos, la cámara para fotos. Me dije para sí -ya tengo mi celular y que……

Joel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:17:32 pm
Así nació el cuento


Muchos científicos aseguran  que el hombre de Cro-Magnon, uno de nuestros remotos antepasados que habitó el continente europeo hace unos cuarenta y cinco mil años, poseía uno de los más maravillosos e invalorables dones que Dios le ha brindado a nuestra especie para diferenciarla de todas las demás: la palabra. Esta información sirve  de gran ayuda para contestar un interrogante que hasta el momento no tenía respuesta. Para lograrlo, debo aventurarme en una travesía imaginaria a través del tiempo y anclar en una época un tanto lejana, cuando vivía este hombre primitivo.
Me ubico  en los difíciles tiempos del Paleolítico, cuando la vida de los vulnerables seres humanos; cuya superioridad en el mundo estaba muy lejos de ser consolidada, no era más que una continua lucha por la supervivencia. A diferencia de los tiempos actuales, en aquel entonces, los hombres convivían en paz con la bondadosa naturaleza. Pero, también estaban a merced de su voluntad para procurar conseguir su alimento y su vestimenta: la caza, la pesca y la recolección eran los únicos medios con los que contaban.  No poseían ningún tipo de vivienda donde protegerse de las feroces e impiadosas inclemencias del clima, ni de los ataques de las bestias salvajes. Estaban condenados a ser nómades, sin poder residir en el mismo sitio por un lapso de tiempo más o menos prolongado.
 Me  encontré con una horda de estos hombres. Fue un día como todos los demás que a simple vista parecía no tener nada de especial. Con la luz del alba, los hombres salieron a cazar. A su vez, las mujeres  fueron a recolectar frutos y hierbas, prepararon las pieles para fabricar sus ropajes y cuidaron a las indefensas crías. Al llegar el crepúsculo, cuando el hermoso disco cobrizo del sol fue engullido por el horizonte;  luego de haber transcurrido una tediosa y agotadora jornada repleta de alegrías y sinsabores, todos retornaron con el preciado botín que habían logrado. Después de haber saciado su apetito y con la compañía de la reinante oscuridad de la noche, todos juntos se reunieron rodeando una calurosa y acogedora hoguera y contaron qué tal les había ido en la cacería del día. Narraron cómo, siendo portadores de un valor casi infinito, persiguieron durante largas horas a fuertes bisontes, a enormes mamuts, a veloces gacelas y a feroces búfalos por los más apartados y adversos sitios que se pudieran imaginar. También relataron de qué manera,  en fieras y sangrientas luchas consiguieron capturarlos con la sola ayuda de sus garrotes y cuchillos de piedra pulida.
 Pero...en medio de los hombres reunidos, hubo  un infeliz  que tuvo un día completamente frustrado: no logró cazar ni de una sola presa. Sin embargo, los demás no se habían percatado de su tan desafortunada situación. Cuando llegó su turno, no tuvo hazañas para contar; entonces, decidió inventarlas, pues hubiese sido  mortal para su orgullo el reconocimiento de su torpeza como cazador.
Por ello, inventó una cacería increíble,  creó relatos  valerosos y envidiables ayudándose en esa oportunidad con decididos gestos . Todos escucharon asombrados y quedaron tan entusiasmados con sus narraciones, que le pidieron que las volviese a contar. Así lo hizo  una y otra vez. Todos lo observaron con admiración. Se quedó hasta el amanecer con sus primeros rayos de sol  narrando sus increíbles historias ante  sus atentos oyentes.
Aquella lejana noche, un anónimo protagonista de la Prehistoria, aunque sin saberlo, había inventado por primera vez el cuento.

Nam Nádo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:19:33 pm
Gorrión


-¿Qué te pasa Gorrión?

-Estoy cansada de esta guerra, Padre, ¿por qué seguimos? Llevo siete años luchando, he perdido estos años de mi vida en nada.
He matado a gente que tenía familia porque me sentía con el derecho de hacerlo, luego me he sentido tan mal... Tengo sus nombres en esta lista, son tantos..., y tengo que sumar los que he encargado, esos ya los he intentado olvidar.
Odio todo lo que he creado, Padre, creo que voy a dejarlo.

-¡Gorrión, no puedes hacernos esto, tú iniciaste la lucha, tú nos metiste en esto!
¿Acaso olvidas que fueron ellos los que destrozaron nuestras vidas?¿Los que con su absurda invasión comenzaron una guerra?
Cuando creaste a los Nonos, la guerra ya llevaba meses, ocho si no recuerdo mal. Ellos mataron a tu familia, a lamía, a la de tantos otros.

-Yo sólo quiero olvidar, Padre, quiero empezar una nueva vida y para eso necesito que me perdones, que me perdone Dios y que me perdonen aquellos a los que maté.

-Ya te perdonó Dios tras cada muerte, Dios te entiende, Dios es un Nono, Gorrión.

-Padre, he pecado esta noche, he matado a uno de ellos. Sé que te sorprende, lo bueno de dirigir es que te ahorras el trabajo sucio, pero era un tema personal, tenía que hacerlo yo.
¿Recuerdas la última campaña de ayuda sanitaria?¿Recuerdas que decreté cautela y espionaje? Fui quien entró, estaban empezando a sospechar, los veía delante de mi casa por la noche y me seguían durante el día.
Llegué y me ofrecí voluntaria, dije que podía hacer de traductora.

-Gorrión, lo sé, me ordenaste esperar y lo hice.

-Padre, déjeme hablar. Le conocí ahí, me cayó bien, era tan... Parecía diferente, parecía que solo quería ayudar pero no. Ayer descubrí que era un infiltrado, que le habían metido ahí para espiarme y tuve que matarlo.

-¿Sabes quién eres?¿Saben quiénes somos? Gorrión, ¿qué va a ser de nosotros?¿Qué nos has hecho...?

-No, no,... Padre, no. Me dijo que le dejara en paz, que solo me había usado para sus fines, que creían que era Gorrión pero que habían descubierto que no valía para nada, ni siquiera tenía contactos con los Nonos. Jajajaja, ¿tú te crees?

-¿Cómo?¿No pensaban que eras tú?

- Será que actúo bien. Padre, estuve a punto de irme con él, de fugarme y huir, ayer habíamos quedado y me lo dijo todo, me dejó co las maletas en el bosque y se marchó riéndose.
Hoy he ido al hospital com siempre, he hecho el trabajo sabiendo que todos me miraban extrañados, todos ellos estaban al tanto y me usaron, esos hijos de ****... Me hicieron creer que querían ayudar, probablemente ni sean médicos.

-¿Cómo has sido tan tonta, Gorrión?
-Padre, creía que me quería, soy humana, solo buscaba que alguien me consolara, yo quería olvidar e irme, Nadie me deja, padre, ayúdame...

-No nos dejes, te necesitamos, Gorrión, ¿qué será de nosotros?

-¿Y de mí? He llegado a matar a la persona a la que quería. Me acerqué a su despacho cuando se marcharon los otros y le dije que le perdonaba, que ellos eran así. Le llevé un café al que había echado veneno y el muy imbécil se lo bebió.
Poco a poco empezó a sentir calor y se le adormecieron los brazos, cuando empezó a sospechar se acercó a donde estaba, y una vez en el suelo me agaché y le susurré: 2Soy un nono, soy Gorrión. Perdóname".
Ya no soy digna del cielo, Padre, he matado a la única persona que quería. Lo voy a dejar, se lo voy a comunicar hoy al resto. Solo quería que me dieras fuerzas.

-No te las doy, no te dejo, antes te mato.

-¿Por qué te acercas? ¿Por qué no me dejas huir?¿Vas a matar a Gorrión?

-Diré que has muerto matando, no hay mayor gloria, pasarás a la historia. Lo he hecho muchas veces, siempre que me lo has ordenado, tarda poco, tardaré poco, parecerá que llevas un collar de perlas, estarás guapísima. Me has convertido en lo que soy. Gracias, Gorrión.

-Gracias, Padre, por perdonar mis pecados.

Lunática
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:21:16 pm
Resurrección y Muerte


Más o menos por aquella época era un escritor frustrado, triste, perdido. Había viajado por medio mundo y vivido en algunos países: Canadá, Italia, Irlanda en último lugar. En ninguno de esos viajes había encontrado lo que quería. ¿Qué quería?
   Ahora, más lejos y más cerca que nunca, me encontraba en Bilbao, mi ciudad natal. Era el último lugar del mundo donde quería estar. ¿Por qué estaba allí, entonces? Porque no tenía dinero, ni trabajo, ni soluciones a mi falta de respuestas.
   Yo era una persona difícil: no duraba mucho en un sitio, no me gustaba la gente. Para más desgracia, me creía predestinado a un gran destino como artista y escritor, lo cual, generalmente, empeoraba las cosas.
   Me presente en septiembre de aquel año y, gracias a mis conocimientos de inglés, encontré un trabajo como redactor de prensa. Trabajaba solamente cuatro horas al día. Tenía mucho tiempo para escribir, dormir, emborracharme y saber que era otro pedazo de cielo sin nombre.
Enviaba relatos a concursos literarios sin mucha esperanza. De vez en cuando que-daba con mis amigos, pero nada era igual: me sentía como un extraño entre ellos.
   En mis largos y solitarios paseos, me daba cuenta, pensaba, que la vida no tenía mucho sentido. No en términos de plenitud o felicidad; simplemente no se podía llegar más lejos en cuanto a resultados. Nada de lo que los demás tenían me atraía ni satisfa-cía: la televisión de cuarenta pulgadas, viajes programados cada año, los partidos de fútbol, pasear al perro, la buena comida, conducir un coche, cenar con la familia…
   Transcurrieron unos meses de esa manera; sin mucha vida social, ni familiar, evi-tando el contacto con la gente, huyendo del mundo.
   Llego enero. Mi cumpleaños. Años que se repiten. Nada que celebrar.
Fui a dar un paseo por la ría. Su superficie opaca no reflejaba el cielo gris. Llovía.
   Mi teléfono comenzó a quejarse en el interior de mi chaqueta. Lo saqué y lo miré asombrado: no recordaba su sonido.
   ¿Quién podía ser? ¿A quién le importaba? Pero finalmente descolgué.
   —¿Sí?
   —Hola —hubo una breve pausa— ¿Roque?
   —Soy yo. ¿Quién eres?
   —Soy Alba, ¿te acuerdas de mí?
   ¿Alba? Claro que la conocía. Había sido mi última novia en Bilbao. Después de marcharme a Italia, nuestra relación acabó naufragando. Siempre me arrepentí de ello.
   —¿Hola? Como…
   —Me dijeron que estabas por aquí y decidí llamarte por tu cumpleaños… Felicida-des.
Besos y más besos. Abrazos y caricias.    Su cuerpo caliente. No podía evitarlo. Las imágenes se clavaban en mi cerebro.
   —Gracias —acerté a decir—, gracias.

   Después comenzamos a escribirnos vía mail. Verdaderas cartas con mensajes ambi-guos. Tenía novio, pero la cosa no iba muy bien. Yo no tenía nada: ganas de verla y miedo de encontrarme con ella. Mi imaginación se alimentaba de recuerdos pasados y ensoñaciones futuras: nos reencontrábamos y al segundo me encontraba abrazándome a ella, rescatándola de su novio, de sí misma, del mundo.
   Cuando nos vimos para tomar un café, nada ocurrió como yo pensaba. Nos saluda-mos fríamente y nos sentamos. Tardamos más de cinco minutos en comenzar a hablar. La miraba y no me lo podía creer: era la mujer más hermosa del bar. Cuando iniciamos la conversación fue como siempre; la complicidad surgió y sentimos la necesidad de saber todo del otro.
   Llevaba un vestido de tela verde y una diadema empujaba su larga melena hacia atrás. Lo mejor era su mirada; curiosa como una niña, inteligente y tierna a la vez.
   —¿Y qué has hecho todos estos años? —me preguntaba una y otra vez.
   —Nada especial. Perder el tiempo. ¿Y tú?
   —Yo también he perdido el tiempo. Ahora lo intento recuperar —contestó, y con sus dedos se palpó nerviosa los labios—. ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes?
   —Claro.
   —Hablábamos y hablábamos, bueno, sobre todo tú. Siempre estabas soñando; eras tan idealista…
   —Estábamos colgados de una nube.
   —Una nube desde la que caímos.
   —Hace tiempo.
   —¿Hemos sido unos idiotas?
   —No. Solo hemos creído en algo mejor, eso es todo.
   —No se te ve muy contento.
   —Estoy contento de verte. Estás muy guapa.
   —Gracias, tú también. Se te ve cansado.
   —He dado muchas vueltas por el mundo, solo estoy algo mareado.
   —¿Y qué has encontrado?
—Tristeza, alegría, amor, miedo… Lo mismo que puedes encontrar aquí —dije se-ñalando el cielo gris.
   —Pero, ¿algo habrás aprendido en todos estos años? —me preguntó inclinándose hacia mí.
   —He vencido algunos fantasmas. Eso nunca lo habría conseguido en esta ciudad. No me siento atrapado por el viejo Roque; ingenuo, melancólico, idealista… Eso su-pongo que es algo.
   —Ahora pareces más triste.
   —Más real.
   —Estás más triste. Te entiendo. Yo también he perdido por el camino la ilusión.
   —Estoy contento de volverte a ver —repetí.
   —Me hizo tanta ilusión volver a hablar contigo el otro día… —me dijo y al mirar-nos, sentí que nuestros labios ya estaban juntos, como siempre. Sólo que esta vez me sentía lejos, a una distancia que no podía precisar de su corazón, o mejor, del mío.
   Cuando volví a mi habitación, por primera vez en años, sentí la soledad como un doloroso recordatorio de mi existencia. No quería volver a verla, no quería saber quién era yo, ni saber quién era ella. Lo único que importaba era seguir viviendo y muriendo en esta ciudad sin alma, donde me sentía vacío desde mi infancia.
   El día veintiocho mi jefe me llevó a su despacho.
   —Nos gusta como trabajas, Roque. Hemos decidido ampliarte la jornada y renovar-te el contrato a doce meses. Ahora también te ocuparás de la comunicación del Duero.
   —Gracias —acerté a responder sorprendido.
   Llegué al piso. Me abrí una cerveza y encendí el ordenador. Unos meses antes bus-caba con interés algún mail de concursos literarios, esperando recibir una buena noticia. Eso ya había pasado: no tenía la menor esperanza de ganar. Sin embargo, de vez en cuando, me llegaba algún mensaje anunciando a los ganadores de tal o cual edición…
   Abrí un mensaje de ese tipo y comencé a leer. Era, efectivamente, el acta de un cer-tamen literario en Valencia. Leí estupefacto el titulo de mi relato, “Soliloquio”, y mi nombre subrayado a continuación. Había ganado. Releí varias veces mi nombre, mi relato. Me quedé en estado de shock. Dije en voz alta:
   —He ganado un concurso de relatos.
   Nadie me respondió. No había nadie para escuchar mis palabras, para compartir mi noticia. Me había quedado solo con mi egoísmo y mi estupidez. Se me ocurrió llamar a Alba.
   —¡Es increíble! ¡Estoy tan contento por ti!
   De repente comencé a sollozar. No sabía que me ocurría. No se trataba de la alegría de haber ganado. Era la sensación de derrota. Hacía años que no me sentía capaz de conseguir nada.
   —Has sufrido tanto —dijo Alba.
   Les di la noticia a mis amigos. No entendían nada: ¿Quién era aquel amigo suyo, que en sus ratos libres se dedicaba a escribir?
   —Lo mismo un día te haces famoso. Lo mismo ganas el Nobel.
   —Lo mismo da —respondí.
   Quedé para cenar con Alba. Me dijo:
   —Cuando hablo contigo me parece que todo es distinto.
   —Todo es distinto.
   —Me sigues conociendo mejor que nadie.
   La besé. Sus labios no se apartaron. Luego nos abrazamos y nos quedamos un buen rato, así, preguntándonos; ¿qué es lo que había pasado?, ¿lo qué estaba pasando o iba ocurrir?
   —Nos veremos la semana que viene —dije para zanjar el asunto.
   El aluvión de buenas noticias no cesaba. Las acepté como parte de mi vida; igual que antes, había aceptado no tener trabajo, amigos, expectativas de futuro…
   Mi madre me llamó. No descolgué el teléfono. Recibí un mensaje.
   «Tu tío ha muerto. El funeral será mañana a las ocho. Procura venir.»
   La relación con mis padres no era muy buena: hacía cinco años que no hablaba con ellos tras una pelea a los guantes con mi padre.
   Sin embargo, apreciaba a mi tío; recordaba sus visitas en Navidad cuando era niño. Bolsas y bolsas de regalos sin envolver que tiraba al suelo sin más ceremonia, diciendo:
   —Ahí tenéis.
   Llegué al funeral cinco minutos antes, intentando no encontrarme a nadie. Sin em-bargo, el tren me dejó frente a la iglesia; no pude evitar el temido reencuentro. Saludé a mis padres. Estaban mayores y se les veía cansados. La vida tampoco había sido justa con ellos; era lo normal.
   Estaban otros familiares que no reconocía, gente cuya existencia me importaba tan poco como la mía. Llegó el coche funerario trasportando el féretro. Era un coche abo-llado y viejo, malo hasta para un muerto; pero la oscuridad, aliado fúnebre, escondía los defectos. Comenzaron a sacar flores de su interior. Muchos ramos que iban pasando de mano en mano. Ya se sabe: flores al nacer y flores al morir.
   Mi madre se acercó y me dijo:
   —Ayuda a cargar el féretro.
   Yo lo hice, y pensé, aquí está la muerte presente; he de cumplir la última voluntad de mi madre antes de que sea tarde.
   Condujimos el ataúd al interior de la iglesia. Nos siguieron las flores, los familiares, los chismosos que hablaban de sus cosas.   Me tuve que sentar en los bancos más cercanos al altar. Hacía muchos años que no entraba a una iglesia. Les tenía un miedo irracional; me intimidaban. Aquella igualmente. Era una construcción moderna, con una gran bó-veda dorada tras el altar. La virgen María colgaba en su alta pared. Miraba al cielo su-plicante y triste. El resto de las figuras eran igual de tenebrosas.
   Yo no creía para nada en Dios. Muerte y resurrección. ¿Qué significaba eso para mí?
   El cura comenzó a dar su sermón. Habló de mi tío. Allí estaba. En su caja de made-ra recién pulida, donde se reflejaban las flores, el altar. Me horrorizo pensar que estaba ahí dentro.
   El sermón fue largo. Para mi sorpresa, me sentía bien escuchando. La voz del sa-cerdote me llegaba lejana, en un segundo plano; no le prestaba atención realmente, sino que buceaba en mis propios pensamientos. ¿De verdad tenía ganas de continuar? ¿Era capaz de aceptar las consecuencias de una existencia normal? Alba rondaba por mi ca-beza una y otra vez: comenzaba a convertirse en una especie de obsesión que evitar.
   Aquí estoy, pensé, sintiéndome bien, mientras mi tío permanece muerto y le lloran. Estas son las contradicciones de vivir; no se pueden evitar; las emociones y los momen-tos son caprichosos.
   Se escuchaban ruidos extraños que retumbaban en la piedra; toses de enfermos, carraspeos, el crujir de los bancos… La celebración estaba terminando.
   Antes de dejarnos salir, el cura rocío a mi tío con agua bendita. Mojó la caja con abundancia desde los cuatro puntos cardinales. Salimos a la calle. ¿Cuál era el signifi-cado de vivir y morir? La pregunta me alcanzó sin yo quererlo y allí estaba, cargando con el ataúd en su último viaje.
   No estaba seguro. No sabía nada. Sin embargo, yo estaba vivo. VIVO. Y probable-mente tenía tiempo hasta que llegara la muerte. Me subí al tren. Pensé en llamar a Alba, en contárselo todo. No, me dije. Luego, deja que el tren te lleve. Solamente necesitas una estación para verlo todo diferente. Miré a través de la ventana. Un montón de chi-meneas que exhalaban humo negro; palabras perdidas en el aire que vuelven: ilusión, amor, esperanza, sueños… Una parada más, me dije cuando el tren llegó a mi estación.

Buxu
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:23:04 pm
Playa Nosotros


Tus labios secos me dijeron que sí. La playa en invierno te levanta el ánimo. La playa húmeda: llovizna sobre las dunas.

Me gustaba esconderme entre las dunas, con jersey y botas, con mi libro gordo, y atravesar el pasillo de la residencia con el pelo moteado de arena mojada y mis labios… se mojan cuando pienso en ti.
De regreso, ponía la cama perdida. Sentada pensaba otra vez en nosotros, porque intentaba sacarme las botas yo sola… y me reía, te imaginaba cayendo de culo sobre las baldosas heladas. Siempre me has querido, y yo, te he querido a ti. Llenas de arena, las botas, y a veces, de agua. Las nubes lloran porque saben que la playa te gusta mojada.

¿Sabes que me agacho y pego la oreja junto a tu pared? Si no vivieras debajo, si vivieras al lado, sería más sencillo oírte. Te imagino llorar y se me parte el costado. Dicen que ahí está el corazón, entre toda la grasa. De sobra sabes lo que necesitas. Sabes cómo serías feliz. Tus lágrimas en el suelo mojan unas baldosas que a tu madre le molesta fregar. ¿Serás una nube cuando mueras? Mojarás las playas, para otro chico raro como tú, al que le gusten así.

Tus labios cuarteados, mi amor. Me dices, te oigo desde arriba, en el suelo junto a mi cama, me dices mi amor, moja mis labios como las nubes a la playa. La playa que no veo. Que querrías pisar conmigo, al amanecer. Parece que estas gotas de unas nubes desconocidas absorbieran tus palabras. Que necesitas mis labios, que dónde estoy, que por qué estás tú en ese cuartucho y yo en tu playa. Ojalá salieras de ahí.

El médico dice que salgas a correr. ¿Te ves triste en el espejo del baño? Llueve más ahora, junto a la orilla y las olas, donde me invitaste a hacer un castillo de arena con menos de tres años. ¿Eres igual ahora que de niño? Mírate en las fotos, en tu espejo del baño y dime; ¿has cambiado? Yo cada año soy más pequeña, como nuestro castillo de arena mojada después de una ola, y de otra… inofensivas todas, todas, todas… como yo. Ahora hundes el suelo con los talones. Y yo… en tu memoria no peso nada.

Me invitaste tú y puedes repetirlo. Es por ti que nos conocemos. Me llamabas ¡amor…! Amor quería jugar contigo. Te tiraba del pelo y llorabas. Lo siento. Era sólo una niña, más esbelta y torpe que hoy. Me tumbo a pegar la oreja sobre las baldosas frías y salpicadas de arena, para oírte llorar y no lo entiendo. El médico te ha dicho que salieras a correr. Tu madre, en el Opencor de la calle que hace esquina con la farmacia, se lo ha dicho esta mañana al cajero. Un hombre alto y joven, y yo soy tan pequeña… que de puntillas me agarro con las yemas de los dedos a la cinta transportadora para hacerle saber dónde estoy. Y me cuelgo, me balanceo. Sí, vale; exagero. Has parado de llorar. 

Te veo correr y sé que eres tú. Porque lloviznaba y ahora llueve. Pero tus labios, tus labios cortados, siguen moviéndose y dicen… que soy yo. Y que eres tú, el niño al que tiraba del pelo. Que ya no lloras. Que necesitas la playa y me necesitas a mí. Te digo que estoy preparada. Sabes que las dunas me encantan y que si la llovizna se convierte en lluvia, es porque las nubes conocen que estás aquí. Has salido de ese cuartucho porque el médico te lo ha aconsejado. Dice que tampoco tú sabes dónde está el corazón. Amor, quiero jugar contigo. Yo también, amor.

Estoy en las dunas, desde las dunas te miro. Hace mucho que no leo. El libro gordo sirve para que no me incordien los otros, que creen que se parecen a ti. Pasean a sus perros en esta playa que lleva tu nombre. Sus perros llevan tu nombre. Mi aliento. Esta lluvia. Las olas. Porque al cabo del tiempo, sólo tú me importas. Es la vida muy corta como para malgastar este día de hoy.

Así que dejo las dunas atrás y el libro enterrado. Mis pisadas escriben el comienzo de un nosotros. Lentamente. La humedad en cada pie me estremece la piel de los brazos, bombea la sangre en mi corazón que parecía escondida, como tú en tu cuarto, y que ha sentido la distancia acortarse entre los dos. Y mi vida es más larga. Y por fin peso, y me hundo. Y mírame, levanta tus ojos de la arena. No jadees. Estamos solos en la playa, nadie más puede vernos.

¿Y qué si nos ven? Y qué si nos hundimos en la tierra mojada. No conoces los paseos románticos, sólo el gotelé. ¿No estás cansado? Tus cuatro paredes blancas rebotan tu llanto. Y por la playa. Tus pisadas. La lluvia. Tu aliento. Demos un paseo. Tus labios cuarteados.

Me gusta ir descalza, sentir tu arena en mis pies. Vine así desde mi cuarto, que también es pequeño y seguro. Y además, si no salgo, es porque tú no sales tampoco. Pero mi madre murió también del corazón; qué gracia, ese que el médico dice que no tenemos si nos ausculta. Me tumbo en el suelo cuando me canso de estar en la cama y pego mi oreja a ti. Vine así descalza en cuanto me quité, yo sola, las botas. Las olas acercan tu olor. ¿Qué estás mirando, la arena? ¿qué miras atrás, tus huellas? Son profundas, igual que tú.

Vengo muda a convencerte, mi amor. Lentamente. No importa lo que tarde, tú sigues ahí. El pelo chorrea por mi frente. Siento el pantalón mojado, bajo mi camiseta morada, que con mis curvas, no puedo ver. Entra en mi vida, coge mi mano. Acércate. Quiéreme. ¿Paseamos? Tu bañador rojo también está mojado. Tu camiseta blanca, de tallas que no venden aquí.

-¿Me quieres?

Me asusté. Te clavé los ojos mientras me esforzaba por distinguir si las palabras habían sonado dentro de mí o fuera. Se congeló mi sangre y perdí el corazón, entre toda mi carne. Y muerta de miedo, repetí.

-¿…Paseamos?

-Bueno.

Y me miré la mano, empapada de lluvia por esas nubes que un día estarán hechas de ti. Y llevé un dedo a tus labios.

-Tus labios, cuarteados.

-Es por la medicación.

-Lo sé.


De la arena mojada sacamos los dos nuestros pies enterrados. El rastro de huellas amantes junto a la orilla escribió que la playa era nuestra, y éste, nuestro primer paseo romántico.

Sorcha Pony
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:24:35 pm
Noche sin fiesta


   - ¡Oh, por favor!, ¡no intentes sacar las cosas de contexto! ¡Que no quiera acompañarte no significa que esté cansado de ti!
   - ¡Pero, es que nunca quieres hacer nada! Te pasas el día delante del ordenador tocándote las pelotas, o jugando con tus amigos interminables partidas al billar.
   - ¡No empecemos otra vez! Sabes que me encanta estar contigo, pero no me apetece ir a una fiesta para nuevos ricos, en la que ellos hablan de sus viajes de negocios por Europa (y de lo mucho que les gusta a sus amantes sus calzoncillos Versace)  y ellas (sin saber nada), hablan de lo mucho que se esfuerzan sus maridos en sus trabajos y de la cantidad de tiempo que pasan fuera de casa, solos y desangelados (deben ser las únicas que lo piensan), mientras el resto de esposas asienten y comparten de manera ingenua la misma afirmación. No quiero tener que fingir que me lo estoy pasando bien y que comprendo sus cansinos y aburridos problemas meta filosóficos.
   -Lo que sucede, es que crees tener siempre la posesión de la verdad. ¡Ellos al menos salen de casa! ¡Al menos, acompañan a sus mujeres después de estar toda la semana trabajando! ¡Es lo mínimo que te puedo pedir!

   Y tanto que salen (si te contara todo lo que hacen fuera de casa, te sorprenderías, cielo). Mi mujer no sabía ni la mitad de lo que sucedía en el resto de matrimonios con los que compartíamos existencia y momentos de ocio. Jamás imaginaría como su mejor amiga me había lanzado los trastos en la última boda a la que habíamos acudido (aun sigue haciéndolo cada vez que tiene ocasión). Ni sabía cómo los maridos de sus amigas organizaban supuestas partidas de cartas los jueves por la noche, pero la realidad era que usaban ese tiempo para recorrerse los clubs nocturnos más famosos de todo Madrid. Tampoco sabía como yo, en una época de fuerte tensión conyugal (sé que de nada sirve justificarse con excusas baratas y simples como ésta, pero no tengo otra más creíble) rompí la promesa matrimonial de fidelidad (¿quieres recibir a Emma como esposa y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida?)
   Emma no sabía nada. Era mejor así. Decidí callarme. Supongo que lo mejor que podía hacer era cerrar la boca y no empeorar la situación. Cogí el mando de la televisión y cambié compulsivamente de canales (era mi forma de relajar tensiones), mientras cavilaba alguna  respuesta más políticamente correcta que disculpara mis remotas ganas de salir. Ella entendió mi silencio, como un signo de lejanía y frialdad (así era). Noté su enfado y malestar. Me dijo - ¡Me voy! ¡Tienes algo de cena en la nevera! -. Cerró  la puerta y todo quedó en silencio.
   No contesté. No supe que decir. Ella tenía razón (por supuesto que la tenía). En la tele, el telediario de una cadena privada, ocupaba el tiempo del informativo con noticias absurdas y carentes de interés. Eran las 21:30h. Nunca me había sentido tan solo internamente. La casa estaba vacía de energía y comenzaron a entrarme dudas. Me obsesioné con la idea que quizá ella sabía más de lo que aparentaba. ¿Y si hubiese tenido la misma necesidad que yo?, ¿si durante alguna noche alocada (de esas que surgen bajo pretextos simples como  “tengo cena de trabajo”) hubiese caído en las redes de un apuesto, musculoso y vital joven o en manos de un interesante madurito, experimentado en camelar a mujeres con su imagen de hombre elegante y seductor? ¿Si había disfrutado de una noche de sexo, placer, eyaculaciones y orgasmos perpetuos y desbocados mientras yo, ingenuo y ajeno a todo, jugaba con mis amigos interminables partidas de billar? A lo mejor (en el peor de los casos) alguno de mis amigos también le había tirado los trastos. Incluso me permito ir más allá y dudar de ese viaje con sus amigas a Punta Cana, donde se supone que simplemente iban a descansar y desconectar del estrés laboral.
   Me asomé  a la terraza y fumé un cigarro mientras intentaba sacar de la cabeza esos últimos pensamientos. Sobre las 22:30h cené lo que había en la nevera. No podía parar de pensar en ella. Me la imaginaba en aquella fiesta pasándoselo bien, bailando y riéndose con todo el mundo. Disculpando mi ausencia bajo el pretexto que tenía mucho trabajo o que me encontraba un poco enfermo. Y las mujeres de los hombres que compran calzoncillos Versace, añadirán (sin mucho convencimiento) “¡oh, que pena, con lo simpático que es y lo bien que cae a nuestros maridos!”, y los maridos de las mujeres que piensan que los viajes de trabajo por Europa son largos y tediosos y no una buena excusa para romper con la monotonía conyugal, dirán “¿no te estará engañando con otra?”. Y todos reirán a la vez (aunque ellos de una manera distinta a la de ellas, seguramente) y seguirán bebiendo champagne francés (Moët Chandon lo más probable) mientras comentan absurdas anécdotas y chismes de gente cuyos trapos sucios son difíciles de lavar.

   ¿Venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? – preguntó el cura mientras ambos nos mirábamos con cara de “creemos que si”- ¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del matrimonio? – por supuesto (faltaría más). Me giré y observé como a mi madre y la de ella les costaba respirar derramando lágrimas de alegría y emoción.

   Yo (Santiago) te recibo a ti (Emma) como esposa y me entrego a ti, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.
   - ¿quieres ser mi mujer?
   - Sí, quiero.
   - ¿Quieres ser mi marido?
   - Sí, quiero.
   Emma yo te recibo como esposa y prometo (qué difícil es prometer y que fácil romper las promesas) amarte fielmente durante toda mi vida.
   Santiago yo te recibo como esposo y prometo amarte durante toda mi vida (¿lo juras?).

   Sobre las 2:00h terminé de ver uno de esos programas del corazón con los que las cadenas privadas nos amenizan las noches de los viernes. Varios contertulios analizaban las supuestas causas de la separación de una famosa actriz y su marido (director de un bufete de abogados). Se acabó el amor proclamaba la actriz en una silla delante de toda la audiencia. Cada uno hemos seguido nuestros proyectos individuales y a penas teníamos tiempo para estar juntos, se justificaba con ojos llorosos. Un concursante de un reality musical se quejaba amargamente de cómo su ex novia le había utilizado para convertirse en famosa, mientras los contertulios insinuaban su posible condición de bisexual y adicción a ciertas drogas. Finalmente una mujer/hombre de pechos operados era presentada/o como el primer transexual español en triunfar dentro del cine porno americano. Ella/ El no cesaba de repetir, me siento tremendamente orgullosa/o de representar a España, mientras el público aplaudía y ovacionaba cada vez que se pronunciaba la palabra España.
   La noche no daba para más. Emma no había llegado aun. Me eché en la cama, pero no pude dormir. Continuaba dándole vueltas a ese maldito viaje a Punta Cana. Encendí la radio creyendo que podría distraerme, pero terminé apagándola con rabia. Cada vez, me encontraba más inquieto. Me levanté y fumé otro cigarro en la terraza. Eran ya las 3:58h de la madrugada. No había nadie en la calle. Con el frío comencé a sentirme un poco mejor, a quitarle importancia a las cosas, a relativizar los enfados, y comprender que todo era un proceso cuyo objetivo no es otro que armonizar la convivencia (¿quieres recibir a Emma como esposa y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida? –necesito tener clara la respuesta, pensé).
Volví de nuevo a la cama y esta vez, sí me dormí. Más tarde sentí como alguien me daba un beso en la mejilla (había llegado). Me giré para tocarla y decirle que la quería. Me acarició el pelo. Continué durmiendo.
   - ¿quieres ser mi mujer?
   - Sí, quiero.
   - ¿Quieres ser mi marido?
   - Sí, quiero.
         Puedes besar a la novia
   Los invitados silbaban y aplaudían tan significativo momento. El cura se contagió de nuestra alegría y con un signo de satisfacción por el trabajo bien hecho, dio media vuelta y pensaría para sí mismo “Lo que Dios ha unido que POR FAVOR  no lo separe el Hombre”.

Dfrigo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:26:07 pm
Programa en el Sofá

   
El día se va apagando como el rescoldo del sol. Terminó la jornada laboral. Se han cerrado las tiendas y los grandes almacenes. Los bares permanecen abiertos ofreciendo su servicio. Algunos niños juegan todavía en el parque. Ellos preparan alimentos en la cocina. Los hijos se duchan.  Han cenado. Colocan los cacharros en el lavavajillas.  Los niños duermen. La casa reposa; parece que también ella tiene vida y ha llegado el momento de tomarse un respiro. En la estancia principal, donde se pasa más tiempo en el hogar, la televisión, enormemente atiborrada de imágenes, las va dejando escapar con frenesí y sin conciencia. El aparato, cuando está solo, descansa; pero, si hay alguien cerca, todo son disposiciones y va de un sitio para otro, saltando de canal en canal sin seguir un orden, lo mismo imágenes en color que en blanco y negro, noticias, anuncios, películas o documentales... Y no se fatiga ni protesta; y le da igual que miren o que no le hagan caso.
   -¡Pero, vamos, que no hay derecho! ¡Ni por esas! Y con esa cara. ¿Cómo pretendes que me alegre?
   -¿Qué más quieres? ¿Te falta algo? ¿Es que cuenta sólo la apariencia? Ni que tú fueras la Claudia Schiffer?
   ¿Y tú? Eras más bruto que un arao; hasta que te pegaste a mí. Y ahora, con ese traje... El hábito no hace al monje.
   -¡Venga! Crees que con la minifalda estás más buena que todas juntas. Y para mí lo estás. Pero no te creas. No está todo en cruzar las piernas a lo Sharon Stone.
   -¿Qué? ¿Te van las chicas guapas?
   -Pues sí, bonita cara y hermosos muslos.
   -Pero, ¡qué tonto eres! Tú lo quieres todo junto, y todo a la vez no se puede tener.
   -¡Déjalo! Te tengo a ti y me basta… ¡Exclusivamente para mí! Me extasío al contemplarte.
   -Me encanta que te guste. ¡Y no mires a otra! Tú para mí y yo para ti. Si es que estás para comerte. No hay hombre más guapo que tú.
   -¡No mientas! Si tengo ya un poco de barriguita.
   -¡Que no, tonto! A mí me encanta; es preciosa. ¡Si tienes las mejores carnes del mundo!
   -¡Tú si que las tienes buenas!
   -No me gusta discutir.
   -Ni a mí. Y menos por tonterías.
   -¿Y a ti qué te importan los demás?
   -Que me da igual.
   -Anda... ¡Ven aquí!
   En el sofá se besan y abrazan. Besos largos, pausados. Los labios se posan como mariposas en los del otro, en la cara, en los oídos... Las manos palpan, aprietan. Las piernas se entrelazan. La televisión continúa con su letanía de anuncios y programas. Como payasos sin gracia, a los que no se les hace caso, dentro de la caja siguen charlando los que buscan fama, o a los que se les va a pagar mucho dinero por airear lo que debería quedar en privado, en la intimidad cada vez más a cielo raso. Ellos no ven ni escuchan; están completamente ciegos con lo que tienen entre las manos Pero allí, entre luces aprisionadas, dos tertulianos se enzarzan en una violenta discusión sobre si es más lícito dar crédito al chófer de la famosa cantante Eulalia que al amante de la gran actriz Anastasia. Una invitada sostiene que ella tiene más derecho a aparecer en pantalla que la anterior entrevistada, pues en su primer encuentro con el exmarido de la folclórica Paloma, hicieron el amor siete veces, y la otra no llegó a cuatro. Más tarde, el quinto consorte de Julita Coboyedo, empresaria, confiesa que está harto de que su exmujer gane dinero aireando episodios de su matrimonio que son completamente falsos. La presunta hija de un famoso y retirado matador de toros jura y perjura que su madre nunca ha tomado drogas y que su padre jamás le ha pasado un duro. Otro invitado exige pruebas que demuestren que él estuvo con la señorita Lily en el rincón de la discoteca “Centro”. Muy airada se levanta la sobrina de una “gloria nacional” y afirma que de camino vienen unos papeles que corroboran todo lo que ha dicho, que los trae el padre de su hijo…
   Ellos se besan y acarician. Apenas escuchan lo que sucede enfrente. Él mira de reojo y rápidamente se sumerge. Ella hace como que oye algo y, de improviso, vuelve a atacar con más furia.
   Un presentador confiesa que es homosexual, que siempre lo ha sido, que está muy orgulloso de su condición y anima a otros compañeros a que sigan su ejemplo. “Corren otros tiempos. Hay que “salir del armario”. Después anuncia que llega la publicidad, pero “que nadie cambie de canal -advierte machaconamente-, en breves instantes verán algo asombroso: Fulanito y Fulanita grabados con cámara oculta. Han sido pillados en donde nunca se lo esperarían. Parece increíble, con lo que llevan vivido. Tenemos el mejor equipo del país, qué digo del país, del mundo. ¡La gran sorpresa de la noche! ¡No se vayan!” Pero… ¡todavía más!
   Los del sofá no se enteran de los importantes acontecimientos que se están revelando en el solar hispano, de que perder las horas de televisión que están desaprovechando puede afectar a sus relaciones interpersonales y a su propio futuro, que estos asuntos del “corazón”, al no conocerlos de primera mano, puede causarles una irreversible enfermedad... Y ellos empecinados: las manos y los labios que no paran, el corazón, de tanta excitación, casi se les sale, la cabeza ensimismada; el placer de sentir un cuerpo cálido junto al tuyo, el roce que eriza el vello, los minutos que no pasan porque el tiempo deja de existir, y estás tan dentro de ti que flotas en el otro, que eres vaporoso; dan vueltas en el sofá o, sin saber cómo, están sobre la alfombra. Y continúan porque les encanta el juego, porque todas las tensiones del día, todos los sinsabores, se esfuman como si no hubieran acontecido, porque merece la pena estar juntos, porque esto es amor y, cuando se unen, se difumina la ansiedad, se fortalecen los lazos y se teje una complicidad que anuda un futuro juntos.
   La pantalla continúa con su delirio de corazones. El papá de Zutano defiende a su retoña de los bestiales y despiadados ataques de unos “periodistas del corazón”, artífices de pluma rosa e hiriente. Confiesa que en su familia han sido y son muy honrados, que se quieren mucho, que lo mejor de la casa es su hija, ahora poco conocida, pero pronto famosa y que, haga lo que haga, la apoyan y siempre la apoyarán. Y el padre, emocionado, no quiere soltar la palabra y se deshace en elogios, tantos que, la niña depravada, resulta ser casi una “santa”. Y se le caen unas lagrimillas. “Que también tenemos derecho a comer. Y cada cual se gana la vida como puede. Y lo que hace mi hija es muy digno, no como otras. Que más de una -y en los tiempos que corren no te digo nada de algunos- ha dejado sus prendas interiores en la puerta antes de hablar con algún director. ¿Y qué ha hecho mi niña? Pero si baila y canta mejor que esas que ya van a grabar un disco. Y cómo se mueve. No es porque sea hija mía: tiene un cuerpazo. Si ya nos han llamado los de Interviú”
   Mientras, ajenos a las mil historias que pasan por la pantalla, los chismes rápidos y vertiginosos de maridos despechados, mayordomos indiscretos, chóferes parlanchines,    espectadores que enjuician o aplauden a rabiar las ocurrencias más insulsas o delirantes, presentadores serios o sin escrúpulos, contertulios bien pagados, restauradores de honor, difamadores profesionales; alejados de lo que se mezcla en los diversos canales, publicidad cada dos por tres, concursos, películas, telenovelas, programas donde se pretende mostrar o hablar de “la vida en directo”; ausentes de lo que captan focos y teleobjetivos: lo más absurdo e hilarante disfrazado de realidad, como si fuera lo más normal; y la realidad supera a la ficción más inesperada; lo que nos muestran es más truculento que cualquier invención descabellada plasmada en las novelas o llevada al cine.  Entretanto, ellos no oyen, están ciegos para las imágenes que configuran los puntos de luz, y esa ceguera los lanza al disfrute más ardiente y luminoso, al más atrevido, que no se puede controlar cuando los cuerpos arden, cuando el límite está en los confines del Universo y lo exótico dentro de uno mismo.
   Y como las estrellas explotan, ellos estallan en el salón, y continúan besándose tiernamente. Miran, esporádicamente, la televisión. El programa aún se alarga. El presentador vuelve a anunciar otra pausa publicitaria e insiste nuevamente en lo breve que será, en que a continuación viene “la bomba”, lo nunca visto o dicho en un plató, el secreto mejor guardado de estas dos personas, lo más, las revelaciones que nunca pudo imaginar, “Sólo unos segundos. ¡No se marchen! Podrán ganar una sustanciosa cantidad de dinero si llaman y nos dicen la respuesta a una pregunta sobre lo dicho o acaecido durante el programa o la publicidad. ¡Cinco mil euros por una llamada, casi un millón de las antiguas pesetas!” -recalca el presentador.
   Ella se levanta a por agua y, mientras se aleja, gira la cabeza y sonríe. Él va al aseo un instante y, como en una ensoñación, no se cree cómo algo tan maravilloso puede repetirse casi todas las noches. Se acomodan en el sofá. Él pasa el brazo por los hombros de ella, ella apoya la cabeza sobre él. Y así, juntos, descansan y se sienten satisfechos, felices; y miran, ahora sí, atentamente la pantalla. Tienen sueño, pero es tan interesante lo que viene...
Y él fantasea con doradas noches en islas paradisíacas. Las olas del mar llegan con una dulce brisa en este paisaje donde el tiempo no transcurre y se acumula el goce. Las veladas se pasan en la orilla de las playas con terrazas repletas de ritmos nativos y hermosas danzarinas. Elige a la más bella, a la que tiene una sonrisa inmensamente dulce y el cuerpo más sensual... Se halla en el paraíso o mucho más allá; y en esto que abre los ojos y se encuentra en el sofá. Y su pareja dormita también. La televisión continúa con los dulces sonidos embriagados de las frases que todo lo destapan, que traen a la luz los secretos mejor guardados o los que estaban escondidos para obtener un buen precio por su aireamiento... Y ella se encuentra en un palacio rodeado de nubes, y allí le sirven unos jóvenes esbeltos. Antes de que abra la boca ya están a sus pies y todos sus deseos se cumplen con sólo pensarlos. Uno de ellos lo tiene junto a su oído y no cesa de repetirle: “Eres la mejor y la más bella”. Se emociona, abre los ojos y descubre a su marido adormilado. Mira enfrente y advierte la televisión con su incesante retahíla de imágenes, de gentes que parecen incansables.
Las hojas de las plantas, a estas horas de la noche, están cada vez más caídas. El canario que, al principio miraba con asombro, bosteza en un rincón y lo párpados se le cierran. El siseo viscoso del televisor, que hubiera dormido ya a los mortales aquejados del peor insomnio, aunque paulatinamente menos ruidoso, todavía se prolonga, efectuando la tarea encomendada con sufrido estoicismo. Siempre en su puesto cumpliendo las órdenes de su dueño, acatándolas como un rigor marcial, permaneciendo fiel a unos principios: toda señal que llega se emite; todo lo que se paga bien, puede aparecer en pantalla.
Ellos, despreocupados por la hora, por lo que ven o dejan de ver, se recuestan en el sofá sin importarles nada. Están a gusto y eso es lo que cuenta.

Teodoro Campa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:28:27 pm
Acerca de la importancia de aprender a volar


Al querer rascarse la nariz con su dedo índice, sus tres patas derechas se dirigieron a su cara, y se asustó. Creyó despertar, o algo parecido, porque no le parecía que hubiese estado durmiendo.  No lograba reconocer su cuerpo como suyo y consideró que podría tratarse de un sueño, pero sabía o sentía que era sólo esfuerzo intelectual por darle explicación a algo desconocido que sin dudas le estaba sucediendo.
Se alegró de no tener más los dolores que sufría poco antes. Recordó cruzar la vía del tren en automóvil, la luz del tren comiéndola, algo frío entrando en su pierna, pero sobre todo las caras de los paramédicos del otro lado del parabrisas, desesperadas por aparentar optimismo.
Se recordó tratando de fijar esa imagen en la mente, al entender que sería la última, aunque no sabía la última antes de qué. Pero no lo evocaba como un mal momento, salvo el dolor en la ingle, porque sabía entonces que no se estaba yendo, se estaba quedando, pero sí se estaba yendo de ahí, aunque los bomberos no pudiesen abrir la puerta.
Se sintió acostada boca arriba acostada sobre sus alas, y le extrañó poder verlas aun mirando para arriba, el mundo visible era ahora más ancho y nítido. Mientras se quedara así evitaría comenzar a ser la que había determinado su destino. Se preguntó si ese devenir estaba escrito desde antes de nacer la del automóvil, o lo había provocado esa mujer de alguna manera.
Comprendió que indiscutiblemente disponía de seis patas y ensayó el movimiento de cada una por separado. Se preguntó si podría coordinarlas para caminar si se diera vuelta. Sintió hambre y pensó en azahares.
A su alrededor, insectos enormes, tan grandes como ella misma volaban concentrados en su trayectoria. Se maravilló de cuán lejos lograba ver a los más lejanos y sintió un impulso por volar hasta allí. Dejó de sentir miedo al verlos y pensó que se preocuparían de verla así, así sin volar ni nada. Pensó que era mejor comenzar a trabajar, sin comprender qué quería decir esa palabra. Si hubiera podido decirlo de nuevo, hubiera dicho comenzar a vivir. Pero ya no podía expresarse con palabras.
No supo cómo, pero una de sus hermanas entendió que necesitaba ayuda. La esperó y la acompaño hasta las flores. La volvió a esperar y la condujo hasta el panal. Sintió que había llegado a casa.

Apis Melífera
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:30:48 pm
Brindis por Hemingway

                                 

Esa noche “El Floridita” se colma más de lo habitual. En la barra desbordando el espacio de siempre, Hemingway disfruta su daiquiri. Algo distante, el viejo Javier eleva su voz. Tragos para todos, la casa invita, pero escuchen la historia que os contaré.
La voz de Javier denota melancolía, mientras la densa atmósfera presagia la irrupción de lo oculto. Hace treinta años, en este propio lugar, un enigmático anciano avanzó hasta aquí. Con la mirada extraviada en el tiempo, sus palabras llegan arropadas de incomprensible consternación. Prosigue Javier. Era de madrugada y en el bar además del fortuito visitante, permanecíamos mi gata y yo. Sin preámbulos y con cierta afabilidad, me interpela el longevo con insólita oferta.                   
Ha cumplido cincuenta años e inicia su declive, ineludible candidato para adefesio.  Disfrutando el impacto de sus palabras, continuó el longevo suavemente. Si lo desea, es posible  evitar esos achaques. Puedo garantizarle treinta cumpleaños con impecable salud y la vitalidad de un mocetón, libre de posibles accidentes o enfermedades, le ofrezco la plenitud total. Inexplicables razones inmovilizan mi atención, ante la evidente demencia, mientras, me dejo querer. De la propuesta se infiere una condición indispensable, prosiguió. En la noche de su aniversario ochenta dormirá y no despertará, jamás. De la arrugada faz, encendidos ojitos salpicaban raro regocijo, ante mi desconcierto. Mañana al amanecer, una paloma negra llegará y de acceder a este pacto, permanecerá con usted. En caso contrario la expedirá con su negativa. Sin percibir como y por donde, el intruso se esfumó.   

Las risas contenidas de los presentes, cedían su turno a la absurda revelación del tabernero.
Larga fue aquella noche, ante la rara incertidumbre dejada por semejante suceso, además de inédito, increíble, aunque impregnado de inexplicable certidumbre.
Al amanecer, ya desechaba por inverosímil el drama acaecido, cuando mi congelada mirada observa en la  ventana, el ave enunciada.
Inmerso en semejante confusión se sucedieron las horas, continuaba. Cuantas dudas, meditaciones encontradas y pensamientos reñidos, mientras la parte débil del ser humano, sucumbía ladinamente a las tentaciones planteadas. Pugnaban también instantes de entereza, de rechazo al bienestar condicionado.     
Súbitas reacciones invadían la cargada atmósfera del Floridita. De inmediato todos se acogían al silencio, para escuchar a Javier.
De la mano del impacto arrollaba la realidad y con ella un torbellino de cavilaciones, proseguía su absurdo relato. Retomando las ideas, advertía que las prerrogativas del ofrecimiento eran claras, pero estimar solo sus ventajas sería muy simple, debía justipreciar la denominada condición indispensable. Vivir deduciendo el tiempo que nos queda, sería una desdicha insoportable para mi salud mental, además los seres humanos vivimos en sociedad y pertenecemos a ella, por la similitud natural de nuestros derroteros.  Con la alborada se imponía la decisión.
La expectación era total en la taberna, cuando el bueno de Javier pronunciaba la sentencia esperada.

La decisión estaba adoptada, concluí no aceptar pactos con mi vida, aunque ajeno aún estaba que en un rincón del  recinto, rodeada de plumas negras, pudría su improvisada cena mi insaciable gata Tana.

El mutismo regía en la cantina, cuando el tabernero Javier levantando su copa, se permitía brindar por su onomástico ochenta, el último de sus días.
Desde la barra  meneando su daiquiri, sonreía Hemingway.                           

Danco
                         
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:32:43 pm
Shinobi


Es noche. Hay luna y estrellas y todo eso. Hay dos murciélagos y una sabandija de colores, pero como está oscuro, los colores de la sabandija no importan. Hay algo más en un rincón del jardín, pero pertenece a otra historia, no a esta, así que es como si no existiera. En cambio ella sí le pertenece a esta historia. Ella, la que acecha acuclillada en la rama más alta del cerezo. Ella sí existe, como el cerezo, como la noche, como los dos murciélagos. Ella sí nos pertenece. Ella, a ti y a mí, lector (en este momento más a ti que a mí). Ella viste de negro. Ella mantiene su pelo recogido en un moño de asesina. Ella sólo tiene los ojos libres de telas; es lo único que se deja ver. Ella mira atentamente la única ventana iluminada de la casa. Una casa grande. La casa de un hombre que ha vivido una vida holgada: yo. ¿Y por qué una asesina acecha fuera de mi casa con ojos rabiosos de mujer? Primero, porque antes de ser asesina fue mujer. Y segundo, porque yo soy el causante de su rabia. Yo, un escritor de melodramas… Ella acaba de saltar desde la rama del cerezo hasta el tejado de un cobertizo. Corre rápido, sin hacer ruido, y escala una pared como lo haría mi gato. Luego espera. Espera porque en este momento estoy en la ventana (te preguntarás, lector, cómo puedo estar en la ventana si estoy escribiendo estas palabras, pero le dejo la solución de este tierno enigma a tu imaginación); y como estoy en la ventana, estoy mirando hacia afuera. Me gusta el aire de la noche. Me gusta más que el té. Me gusta abrir la boca y dejar que me alise la garganta. Dos sorbos de aire y me alejo de la ventana para continuar con esta historia. Tomo el pincel, lo humedezco en la tinta y escribo estas palabras sobre el papel más costoso que existe en el Oriente. Por supuesto que lo hago en otro idioma, pero eso no viene al caso. ¿Sabes por qué? Porque ella se ha movido al ver que yo me he alejado de la ventana. Ella, que tanto me odia. No la culpo. De hecho, yo instalé ese odio en su corazón, como una mano instala un tatuaje en la piel. Lo hice al asesinar a su amante. Ya te había dicho que ella fue mujer antes que asesina, y el amor de una mujer que además es asesina quizá sobrepase tu entendimiento del alma humana, así que no voy a tratar de explicártelo. ¿Cómo asesiné a su amor? Fácil, simplemente decidí que sería mucho más interesante matar al protagonista de mi última novela antes del fin. Él era su amante (un hombre mucho más apuesto que yo, debo confesar). Logré mucho éxito con esa novela. A la gente le gustan esas cosas. Melodramas. A mí también. Pero a ella no le gustó tanto que yo hubiera matado a su amor. Por eso está afuera de mi ventana, con la mano derecha apretando el mango de su ninjato, lista para cortarme la cabeza de un tajo… O tal vez no. Tal vez sea mejor escribirme otra muerte. Una más lenta. Un destripamiento… Puede ser. Total, soy yo quién decide qué es y qué no en este pedazo de papel que es el universo en el que ella, dos murciélagos y una sabandija habitan. Puedo escuchar su respiración. Es casi imperceptible. Si te esfuerzas, tú también podrás escucharla. ¡Oh, qué dulce mujer! Desearía cambiarlo todo en el último momento; que me vea a los ojos y decida amarme. Pero esta no es una noche que admita un final feliz. Aunque no voy a negarte, lector, que en este instante me encantaría escribir que ella me abraza con sus piernas de loto blanco y me ofrece de beber un trago de su polen secreto. Pero no. Ella, en cambio, saca su lengua del color de las fresas maduras y se relame los labios. Es una manía que no le he podido quitar. Siempre lo hace antes de una muerte… Todo está tan silencioso. Solo se escuchan el sonido de mi pluma sobre el papel, su respiración y el latido de nuestros corazones. El suyo late más rápido de lo habitual. Es lógico, hoy matará por odio. Jamás comprenderá que en realidad ella es el instrumento con el cual pretendo darle fin a una vida frívola y viciosa. Jamás comprenderá que al matar a su amante en la cima del Monte Ho comencé a redactar mi suicidio. La escucho saltar a través de la ventana. La escucho moverse rauda hacia mí. Debo despedirme, lector. Espero que me leas más a menudo… ¡Oh, qué frío es el acero contra la carne desnuda!

Deidara
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:35:29 pm
El síndrome Quijano


“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor” (…)
¡Cuántas veces había leído Flavio estas palabras! Tantas que las recordaba de memoria, desde que era un niño que soñaba con ser un moderno caballero andante y repasaba una y otra vez las hojas de papel brillante de los comics de sus héroes favoritos, a veces incluso sentía en el dedo la sensación áspera y pegajosa que le hacía llevárselo a la boca para humedecerlo en la punta de la lengua y poder conocer el nuevo aspecto del universo que se resistía  a ser descubierto.
Aquellos días quedaron muy lejos, no sólo por los años, también en el registro de su vida, desde su Buenos Aires natal, apenas una mancha de vivo color naranja en un mapa político que colgaba de la pared de su pretérito recuerdo de una escuela blanca.
A menudo pasaba por delante de los escaparates de las librerías, un casi “sin querer queriendo”, el último enlace con su pasado que le hacía sentirse triste.
Esa noche hacía frío, el viento arremolinaba los papeles en las aceras y le temblaba hasta el alma, o algo parecido que tenía dentro, miraba las pocas estrellas que el fanal de luces sobre la ciudad le permitía adivinar en un cielo lechoso de neón, a través de la claraboya del techo de su vieja furgoneta, siempre anclada al puerto de la maltrecha acera de aquella plaza casi abandonada. Hubo un tiempo en el que su Volkwagen recorría las carreteras del mundo, pero ya no. ¿A dónde iría?
Se acurrucó contra Bufón, el chucho que le seguía a todas partes, aunque a veces desaparecía, como él, durante unos días para luego reaparecer con signos evidentes de haber intervenido en las numerosas luchas callejeras territoriales, aunque Bufón no tenía territorio que defender. Había dedicado los dos últimos años a salvar a Cordelia a la que conoció una noche en un bar de la bohemia, si es que aún se podía llamar así aquellos lugares cutres en los que no existe la palabra futuro, por fin había encontrado a su dama en manos de un dragón poderoso. Él había concebido para ella un mundo de diseño y alto standing, ático en los altos edificios del centro, estudio en la playa, visones y limusinas. Por la triste mirada ambarina de unos ojos enormes con las sombras de las pestañas acurrucadas como nubes oscuras en el horizonte, había abandonado su mundo. Por su largo cabello ceniciento como el oleaje de un mar de otoño, se había convertido en su ángel protector en los lugares más sórdidos  y de peor reputación de toda la ciudad. Por su larga y menuda silueta, descendió a los infiernos.
En las últimas horas había perdido la noción del tiempo. Había buscado a Cordelia por todas partes, pero no había logrado encontrarla entre todas las almas anónimas que deambulaban por las calles, ni siquiera en el abandonado jardín del antiguo palacio de los Fernán de Sotomayor, donde tantos se curaban de la locura de la abstinencia. Los paseos de tierra cubiertos de las lágrimas violetas que el viento arrancó a las glicinias.
Así era Cordelia, volátil como el perfume, escurridiza como el viento entre los brazos. La dama por la que Flavio defendía a los mendigos y curaba a los perros, tan solo a cambio de sentir su mirada desde la ventana de la alta torre en la permanecía prisionera de sus propios demonios, mientras él la soñaba hechizada por algún maligno conjuro de magia negra.
Allí lo encontró Tomás, como tantas otras veces, dormitando en un banco de madera con la pintura verde descascarillada y numerosos nombres y fechas arañando la superficie en todas direcciones, unos sobre otros, una Babel de recuerdos entrecruzados.
Tomás lo llevó a una cafetería para que comiera, como siempre y lo metió en su utilitario, lo llevó a su casa y le obligó a bañarse y a ponerse ropa limpia. Flavio nunca se preguntó de dónde sacaba Tomás todas aquellas cosas, ni por qué se ocupaba de él, ni por qué le acompañaba a menudo en sus desdichadas aventuras y le llevaba a las urgencias del hospital a que le curasen las heridas y los huesos rotos de sus peleas callejeras contra los enemigos de Cordelia. Tampoco supo nunca que Tomás guardaba cuidadosamente todas las palabras que él escribía en las servilletas de los bares, en los bordes de los manteles de papel, en los envoltorios de las chocolatinas y los paquetes de tabaco que el viento de Levante acumulaba en las esquinas. Todas las letras que Cordelia le había inspirado.
Pero ella se había marchado. Lo último que oyó es que una ambulancia había venido a recogerla y se había marchado aullando en la noche como un perro herido. Seguro que había sido la tapadera de alguno de los espías y mercenarios que la seguían – pensó Flavio – dispuestos a secuestrarla para pedir un millonario rescate. En lo más profundo de su ser la vio, su rostro como un lirio del campo pisoteado en medio del camino.
Y allí estaba él en la furgoneta que conoció tiempos mejores, su Ítaca personal, en la noche inmensamente larga, poblada de fantasmas sin ojos. Por la mañana volvió Tomás y lo encontró extrañamente lúcido. Recordó con él sus días de profesor de literatura, los libros que había publicado, los amigos que había tenido; su vida antes de Cordelia.
Tomás lo llevó una vez más a urgencias, mientras Flavio le rogaba que cuidase de Bufón y de Ítaca, que se ocupara – como siempre - de los detalles de las cosas cotidianas. Esta vez estaba herido de muerte, aún sin cuchilladas, sin golpes y sin sangre, pero había perdido el aliento de la esperanza.
Entre sus últimos papeles, Tomás encontró este poema:
He masticado tierra, /la que dejó en mi boca/ el golpe con las piedras del dolor. /
He masticado las raíces amargas/ de los verdes naranjos, / mezcladas con la miel/ que entre los labios olvidó el crepúsculo. /
Una campana anuncia algún sepelio/y en las calles estrechas, aire denso/se golpea contra recodos de cordura. /
Mientras, las negras sombras del destierro, /caminan bordeadas de altos cipreses, / hacia la blanca tapia, / detrás de la que resuena el cincel/ sobre la dura piedra, /al escribir sobre el borde del tiempo: / “De amor, también se muere”. /

G. Mistral
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:36:58 pm
Mamá, mí querida mamá


Mi nombre es Alfredo Sensoria, aunque respondo más bien al pseudónimo de Fredo, ya que es así es como mis amigos suelen llamarme. Tengo 25 años y soy de una pequeña ciudad situada al sureste de España. Quizá algunos os estéis preguntando a que se debe esta pequeña introducción personal, lo he hecho porque quería compartir con vosotros algo más que una simple historia, algo más que un simple destello que se quede en el cosmos de nuestras mentes y que, al final, se pierda en el lejano y oscuro olvido de nuestra consciencia: la historia de mi vida.
Quizá no sea el término adecuado a utilizar, puesto que no os voy a narrar mi vida entera desde que mi madre me dio a luz hasta el día en el que me encuentro. Pero, sin duda alguna, es el relato de mi vida. Es aquello que nos pasa en cierta etapa de nuestra existencia que se queda grabado en tu alma a fuego y que no puedes limpiar, quitar o simplemente tapar y olvidar; la única solución posible es vivir con ello.
Es difícil expresar con palabras lo que uno siente en un momento determinado, más aún intentar hacer llegar a los demás esos sentimientos. Por eso os quiero contar ese punto de inflexión que llegó a mi vida desde un punto de vista distinto al que estamos acostumbrados. Me gustaría hacerlo algo más personal, que sintáis lo que yo siento, que viváis lo que yo vivo, y sobre todo y más importante, que os emocionéis como yo me emociono. Es posible que no tenga el resultado esperado, es posible que ni siquiera sintáis cada parte de lo que os voy a contar, pero al menos tendré la esperanza de que algún día, sin saber por qué, este pedazo de corazón que ahora te entrego resurja de la oscuridad donde se quedó enterrado y te ayude de alguna forma a seguir hacia adelante.
   Para ello os quiero mostrar una carta especial y es especial porque en ella va escrito ese pedacito de corazón del que os hablaba anteriormente y que me gustaría compartir con vosotros y con todo aquel que esté dispuesto a ver la vida de otra forma a como la conocemos. Quizá encuentre a alguien que conozca alguna de las respuestas que necesito tener para aferrarme a algo más sólido, pero en cualquier caso es un placer poder hacerme escuchar de esta manera.
   La titulé “mamá, mi querida mamá” y reza así:


«Mamá, mi querida mamá.
Hoy hace un año que tu corazón se paraba mientras el mío se hacía añicos. Hoy hace un año que mi alma se desquebrajaba ante la noticia de tu repentina partida. Parece que fue ayer cuando te ingresaron en aquella habitación en la que pasamos casi dos meses; siempre que aparecía por la puerta me mostrabas tu mejor sonrisa, incluso cuando ni siquiera la quimio te lo permitía, podía verla reflejada en tus ojos. Parece que fue ayer cuando nos reíamos de tu gorrito rosa y de lo mucho que te parecías a un chico cuando te cortamos el pelo. Parece que fue ayer…y ¡qué rápido ha pasado el tiempo y qué difícil se hace verlo pasar sin tu presencia!
Perdóname por no haber podido despedirme de ti, pero cuando me dejaron entrar a verte en la UCI, tu mente ya había empezado el viaje sin retorno; horas más tarde le seguiría tu esencia. Espero que pudieras oírme susurrarte cuanto te quería y cuanto deseaba que abrieras los ojos, ¡hasta fui a la capilla del hospital y todo! Lo sé, yo también me sorprendí al verme allí sentado. Espero al menos que pudieras sentir mis manos acariciar las tuyas, fueron solo unos minutos, pero fueron los últimos que tuvimos para estar juntos.
Ahora, ha pasado un año y muchas veces te imagino a mi lado, viviendo los pequeños momentos de felicidad que se me están ofreciendo, con un agrio sabor de boca por no compartirlos contigo. El mismo sabor que estuviste probando durante tanto tiempo en vida que me apena el sólo hecho de pararme a pensar como de mal te ha tratado ésta.
Al final nacieron los mellizos de tu sobrina y no veas como están. Patricia es la viva imagen de su abuela materna y Rodrigo por fin ha roto la maldición de “sólo féminas” en la familia; muchas veces les hablo de ti, de lo maravillosa que eras y de lo mucho que los ibas a disfrutar, ellos sólo me devuelven una sonrisa y siguen a lo suyo. Quizá sepan más que yo, quizá es su forma de decirme “no pasa nada”; sea lo que sea, los hace especiales y supongo que son la razón de poder llevarlo mejor.
La oposición la llevo bastante bien, por lo menos en cuanto a la parte de la exposición con respecto a la otra vez, así que si el tema me sale bien, espero sacar buena nota. No se lo digas a nadie, porque luego no se cumple, pero creo que puedo hasta llegar a sacar plaza. Si no, no pasa nada lo sé, a seguir luchando. Sé que estarás orgullosa de mí de todas formas, siempre has confiado en mis posibilidades y en mi voluntad, esa que tú misma me diste al nacer.



Ha sido una semana algo dura, y conforme se acerca también la fecha del examen, los nervios y la paciencia se me agotan; supongo que será una mezcla de todo. Intento que no me salga mucho el genio ese que tú y yo sabemos de dónde viene, porque a los que están por aquí pululando alrededor los llevo asfixiaos. Menos mal que son buena gente y me lo perdonan. Me enseñaste a comprender las cosas y entiendo que cada uno sufra sus problemas a su manera, yo antes lo hacía.
Llevo meses dándole vueltas a la cabeza, y por fin me he decidido, quiero tatuarme tu inicial en mi espalda. Sé que es una tontería, una chiquillada y que no lo aprobarías, pero es extraño de explicar, necesito marcar ese vínculo de alguna manera. Necesito marcar mi alma de alguna forma, para poder estar contigo en todas mis vidas. Te vuelvo a repetir que sé que es una tontería porque ya se ha encargado el destino de marcarlo a fuego en mi alma, pero necesito crear ese vínculo con mi cuerpo, necesito sentir ese dolor físico para librarme, en cierta medida, del que me está matando por dentro. Tranquila, será algo sencillo y discreto, nada excesivo.
Por cierto, este verano pasado, en seguida que cogí un poco el sol en el pecho, me apareció una marca blanca con forma de corazón justo en la parte del corazón. Será otra marca de despigmentación más, pero me gusta pensar que eres tú que está ahí dentro.
A veces, miro al horizonte y me pregunto ¿por qué? ¿qué hemos hecho mal?...es entonces cuando veo las noticias, leo la historia en los libros o simplemente observo a mi alrededor. Nada, esa es la respuesta. Tiene que ser algo que se escapa a nuestro entendimiento porque no es posible que siendo cómo eras y viviendo como has vivido, ya no estés a nuestro lado para compartir hasta las cosas más imperceptibles del día a día. A veces, me entran los demonios y me consumo por el odio y la ira de ver a aquellos que pasan por mi lado haciendo daño y mal viviendo en este mundo en el que tú ya no estás.
Mamá, mí querida mamá. No sabes cuánto me ha costado escribir estas líneas. Quería hacer algo en un día como hoy, porque es un día que no puedo dejar pasar como otro cualquiera; nadie que todavía no haya recogido los pedazos de su corazón, podría hacerlo. Lo he hecho por mí y para que el mundo sepa de tu existencia, para perpetuar tu memoria más allá del espacio que pisaste, para que quien quiera escuchar sepa que se puede sobrellevar un cáncer con la cabeza bien alta, aun cuando la oscuridad te acecha en cada esquina.
Pocos saben de tu partida, sólo los más cercanos; parecía que dolía menos si no se lo decía a nadie, dejando al mundo girar a su antojo, total no se iba a parar por mí, no lo hizo por ti, ¿por qué lo iba a hacer por mí? Creía que contarlo era hacerlo realidad, por eso siempre seguí hacia delante poniendo buena cara al mal tiempo, sin que nadie se percatará de lo que corría por interior en ese momento. Algo que aprendí a tu lado, porque tenías una humanidad que rozaba lo celestial, una sabiduría que rozaba lo divino y un corazón que albergaba esperanza, fe y amor, mucho amor.
    Hoy por fin, me libero de esa prisión que encerraba a mi voz, de esa palabra tabú que tanto dolor me causaba cuando la oía, de no abrirme a los que me rodean y de no tener el valor para afrontar la verdad. Hoy le grito al mundo que ya no estás aquí, pero también le digo que nunca te olvidaré porque mientras yo siga viviendo, una parte de ti seguirá con vida.
Hoy le grito al mundo que iré con la cabeza bien alta y no me atemorizaré cuando diga “mamá”.
Gracias por todo. Por servirme de ejemplo para tantas cosas. Por todo lo que te has ocupado y preocupado por mí. Por todo lo que me has dado, por todas las veces que me has empujado hacia adelante y por todo lo que me has enseñado… aunque tu última lección no sea fácil de asimilar: que la vida no es un camino de rosas.
Me queda el consuelo de haber visto destellos de eternidad, cuando te levantabas todos los días dispuesta a vivir como si te aguardaran mil años de existencia porque la inmortalidad eras tú cuando estabas viva. Me queda el consuelo de que por fin, algún día, podré volver a tenerte en mis brazos.
Todas las noches me duermo con las palabras que le dijiste a tu marido días antes, sin saber ni tan siquiera lo que iba a pasar; como siempre, fuiste la más previsora:
“Dile a los niños que si me pasara algo, estaré descansando en paz”
Tu luz brillará en la memoria de todos los que te conocieron.

Un fuerte abrazo dondequiera que estés.

Dale recuerdos a tu hermana. Dile que siempre será mi segunda madre.

Os quiero. »

Raziel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 26, 2012, 16:39:13 pm
Presagio Funesto


Marta despertó súbitamente de su pesadilla. Estaba empapada en sudor y seguidamente se percató de la importancia de tan inoportuno sueño. Era un sueño recurrente, se había repetido ya varias veces y ahora  le empezaba a preocupar su significado. Siempre había sido demasiado supersticiosa pero ella no lo conceptuaba como un defecto sino como algo que no podía evitar porque sabía interpretar las señales. Los primeros indicios fueron cuando repetidamente durante varias semanas se cruzaba con los temidos gatos negros (parecía que salían a su encuentro) o cuando un ejército de mariposas oscuras se estrellaban contra su cuerpo. Intuía que algo maléfico se cernía sobre su cabeza y que pronto le iba a estallar de lleno.
Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder a la fatalidad. Iba a morir luchando, En su cabeza germinaba una idea que debía materializar con urgencia. Pablo… Jamás se había sentido tan vulnerable ni tan dependiente. No podía luchar contra un sentimiento que era más fuerte que su férrea voluntad. Tampoco podía olvidar la traición de su mejor amiga. ¡Pensar que ella magnificaba la amistad! Le concedía tanta importancia como al amor. Conoció a Pablo durante su primera juventud y todavía se ruborizaba al recordar lo que sintió la primera vez que le vio. Se cruzó con el un día de agosto cuando la villa estaba casi vacía.
Deambulaba en el aire un extraño presagio de fatalidad. Cuando le vio supo que él era lo que había esperado siempre. El le miró como quien ve a su musa ideal hecha carne y entendieron sin hablar que se habían enamorado perdidamente. Fue como una descarga eléctrica. Sí, eso tuvo que ser un flechazo en toda regla. Es curioso como el amor nace primero y después llega el conocimiento. Claro que Marta era una romántica incorregible y eso había sido fuente de muchos problemas. El atribuir virtudes inexistentes al ser amado, crear un ser utópico en realidad inexistente.
Todo ocurrió como en un viento rápido, sin quererlo se había enganchado a alguien que no conocía.
Era rematadamente imbécil (ahora sí se lo reconocía a sí misma con la perspectiva que da el tiempo transcurrido). ¿Quién era él? ¿Por qué le había taladrado con la mirada? Al menos ella había sido más discreta.
No hablaron hasta semanas después. Marta intentaba indagar quien era ese chico tan
fascinante que le había mirado como si fuese la única mujer en la faz de la tierra. Tenía una magia que te dejaba petrificada.
Sabía que no podía relatar a nadie aquello tan raro y sorprendente al mismo tiempo. Sólo podía confiar en su idolatrada abuela que era un pozo de sabiduría y belleza. Así que ella era la única persona que participó de su secreto. ¿Cómo pudo adivinar aquella maravillosa mujer que su amiga le iba a traicionar? ¿Cómo tenía aquella capacidad de vaticinar lo que iba a suceder? ¿Por qué pudo presentir los fatales acontecimientos que se iban a desencadenar como una espiral fatídica? ¡Le añoraba tantísimo! Jamás había querido a nadie como a su abuela.
Se incorporó en la cama y abrió una pequeña cajita donde guardaba un mechón de pelo de ella. A pesar del tiempo transcurrido se emocionaba rememorándola a su lado. Fue la única que le supo valorar y querer sin intentar cambiarle. La única que le amparó y defendió de las embestidas del destino. El mundo se convirtió en hielo desde que se fue. Jamás se había sentido tan sola y tan vulnerable. Le faltaba su sabio consejo y su ánimo frente la adversidad. Había perdido a su ángel de la guarda y sentía mucho frío dentro desde entonces.
No tenía ganas de levantarse ni de desayunar por lo que decidió quedarse en la cama hasta la hora de comer. Total… ¡Qué más daba! se decía.
Nunca le había convencido el manido refrán de “A quien madruga Dios le ayuda”. Es más, pensaba que muchas desgracias ocurrían precisamente por madrugar. Si te quedas en la cama tienes menos riesgos de que te ocurra algo funesto.
Sola. Estaba sola. Tenía que asumir que lo que había edificado había caído con la facilidad se desmorona un castillo de naipes. Era una perfecta desgraciada. Lo reconocía con coraje pero desde la convicción de que no merecía la suerte que le había tocado.
A sus 35 años sentía que todo lo que la vida le había regalado se lo había quitado a traición. La tan cacareada justicia divina no existía en este mundo. Habría que esperar al próximo para que Dios le compensara. Pero…. ¿le compensaría? ¿Había sido ella una persona intachable, justa y ecuánime? ¿No había pecado de orgullo y de soberbia? Podía ser. No obstante, no estaba para cuestiones metafísicas que eran importantes pero a nada conducía devanarse los sesos en lo que no tenía respuesta.
Pensó en su sueño con detenimiento. Se contempló a sí misma en un campo nevado y después corriendo sin tregua hacia un precipicio. Sin embargo, cuando llegaba al final paraba en seco puesto que carecía del valor necesario para arrojarse y, repentinamente, surgía una sombra que le empujaba hacia el abismo mientras le gritaba: ¡Es tu merecido final! No podía evitar un estremecimiento cuando pensaba en la mano asesina. ¿Quién era? ¿Qué mensaje subliminal le estaba sugiriendo el sueño? Quería exorcizar sus presagios pero era imposible. Tenía que hacer algo contundente.
Ella era una mujer de acción. Siempre decía que la peor gestión era la que no se hacía. Recapacitó y de inmediato pensó en concertar una cita con un parapsicólogo que interpretara su sueño y que a poder ser le reconfortara y eliminara sus temores. Buscó en las páginas amarillas y por fin apareció el nombre de un vidente prestigioso y no dudó en concertar una cita para aquella misma tarde. Cuando eran las 5 de la tarde llegó a casa del reputado brujo y una señora le condujo a la sala de espera. No había nadie esperando por lo que dedujo que estaría terminando con el último cliente. No habían pasado ni 10 minutos cuando Martín que asi se llamaba el vidente se personó en la sala con una amabilidad que derritió a Marta. Ella siempre había valorado exageradamente las buenas maneras. Decía que con una buena educación se podía acceder a las más altas instancias sin problemas.
 Observó sus modales exquisitos y pensó que si no era atinado en sus pronósticos tampoco pasaría un mal rato. A buen seguro desterraba sus temores y le infundía ganas de continuar. Entró sin dilación en la consulta. Observó el exquisito mobiliario.
¡Este pavo nada en la abundancia! pensó para sus adentros. Marta no dudaba ya de su decisión cuando Martín le invitó a sentarse y a relajarse. Le animó a que le detallara puntualmente los pormenores de su pesadilla. El era experto en interpretación de sueños por lo que hasta el detalle más insignificante cobraba una importancia reseñable.
Marta relató su sueño lo mejor y más precisamente que pudo. El semblante de Martín sonriente hasta aquel momento se tornó grave y le espetó: “Lo siento enormemente, señorita, los signos son inequívocos y tengo que advertirle que Vd. corre un serio peligro: alguien tiene previsto asesinarle.”. Marta no reaccionó. No acertó a preguntarle quién y por qué. Le ocurrió lo que pasa cuando te dicen algo inesperado de sopetón. Los reflejos no funcionan y se agarrota el cuerpo. Sentía un gran mareo y unas tremendas ganas de huir pero sus piernas estaban paralizadas por el pánico.
“ Jamás he visto signos tan inequívocos en alguien que va a ser asesinado. Lo siento Marta pero es mejor que esté avisada. Alguna persona de su entorno pretende acabar con su vida.”
Ella le pagó rauda y alcanzó la puerta de mala manera. No se despidió. En momentos como ese está de más la cortesía. Solo quería respirar algo de aire fresco. Estaba desorientada. Se sentó en un banco y miraba a las personas que pasaban por delante sin verlas. ¡Así que era eso! ¡Iba a morir! Lo había presentido pero no quería reconocerlo. Martín solo había sacado a la superficie lo que ella ya conocía. Pese al poco tacto de Martín tenía que agradecerle su extrema sinceridad. No podía haber sido más claro. ¿Quién querría acabar con su pobre vida? ¿A quién molestaba tanto como para urdir su asesinato?
Nada más llegar a casa percibió algo extraño. Un aroma familiar impregnaba todo el hall. Identificó el olor de inmediato y cuando se giró un brazo le sujetó fuertemente y sintió la frialdad del cuchillo en su cuello. Sólo pudo acertar a balbucear: “ Pablo…¿Te has vuelto loco?” Pero su destino estaba ya escrito y la mano de au asesino era imparable.

Mt. Barrena
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 15:44:10 pm
El insomnio


Cuando comienza la navidad, los sentidos del tiempo que recorren cada espacio en los recuerdos se agolpan como necesitando respuestas. Se crea un estado de inercia a mí alrededor. Los dedos recorren la mayoría de mis canas que brillan al permanecer en reposo alcanzándola una leve luz. Solo espero que el silencio me aguarde. Miro fijo hacia las cascarillas húmedas del techo que alguna vez fue azul. Mis párpados hinchados no dicen nada. El murmullo de algo me sostiene entre las hormigas que hacen su entrada minuciosa por la esquina del espejo huyendo de la lluvia.
Se acerca un nuevo año y la razón de existir se encuentra entre los recuerdos de seguir siendo el mismo. Encontrar a Elena ha sido mi propósito. Hace dos años desapareció sin dejar rastro. No quiero perder la esperanza de que un día la veré revoloteando entre las flores de mi jardín. Cuando supo que su enfermedad la haría olvidar muchos recuerdos y entre ellos, el mío, se esfumó para siempre. 
De nuevo otra noche azota mi equilibrio sin ella. Es inútil sentir la navidad sin sus ojos mirándome desnudo, o haciendo el café que le gustaba.
La soledad  podría ser peor si no existieran esas hormigas huyendo de la lluvia y del sol quemante, formando hileras organizadas como debiera ser en un país. Es como si el silencio que me abruma de pronto fuera parte de un sacrificio en ellas para concentrarse y centralizar las fuerzas de un ejército. Es bueno que existan las hormigas. Me dan cierta fe cuando veo el esfuerzo que hacen por salvar a sus compañeras y de no dejar a un lado a sus enemigos. Entonces, pienso en Elena, su espíritu amante de los animales,la naturaleza y de que en un país mejoren las cosas. Siempre alegre y difícil de adivinar en ella la tristeza misma.
Este nuevo año que se avecina pienso que la encontraré. Sé que  a estas alturas de su Alzheimer apenas recordará mi nombre. Nuestras meriendas y conversaciones en el Bar de Paco.
El insomnio es una cosa persistente. Te obliga a pensar en el pasado con intensidad hasta descubrir cada cosa que te agoniza. Es un momento de indisciplina corporal. Te obliga a mantener los recuerdos para que no olvides que existes, o si todo lo que existió alguna vez vale la pena de recordar. El insomnio no se detiene mientras la noche declara la inseguridad atravesando tu garganta y los motivos engendran tu inestabilidad baldía.
Procuro dormir luego de haber sentido que la muerte y el silencio son inseparables. Se identifican con la oscuridad platónica del tener que el pensar. Es como la marea que te envuelve mientras sientes el placer de dejarte llevar. ¿A dónde? No sé. La aventura de ser visto sin serlo para alguien que no recuerda ni su nombre suele confiscar tus dudas para siempre.
Hubo un día en que Elena, antes de saber de su enfermedad, me comentó que sería bueno que tuviésemos un hijo. Sentí tanta alegría, que no quise estropearla con mi aprobación inmediata, y solo respondí:
-. Pienso que ahora sería complicado, pero si tú lo deseas,  podemos pensarlo.
-. Creí que eso te haría más feliz. No me hagas mucho caso. Es cierto, sería complicado.
El silencio trasnocha el tiempo hundido en las sábanas y propicia la mentira de ser, mientras te das cuenta que viene siendo un no haber sido, que es corto el alcanzar las cosas y un cansancio infinito su logro.
Es preciso que las hormigas lleguen al lugar correcto, que estas horas no sean en vano, que mi reloj no cubra el espanto en mi pared para seguir soñando los mismos viajes y traer de vuelta a Elena antes que termine otro año, que ese amor no me abandone cuando encuentre lagunas irreparables y me hagan olvidar como sé que sucedió con ella.
Cada año antes de que comience la navidad recorro los mismos sitios que ella y yo visitábamos con la esperanza de que su pensamiento vuelva a mi, de encontrarla sumergida en los recuerdos.
Cuando sé que la discordia de este cuerpo se reduce en la nada insostenible, solo somos un manojo de nervios y frustraciones.
Las cosas han cambiado. Me siento cansado y casi vencido por el tiempo. Cierro los ojos y por un momento veo a la muerte, los abro y veo a la vida. Entonces, huir es la cuerda más cercana mientras hay un cordel que resume el equilibrio honesto que me circunda y me enajena.
El silencio no es justo. Alguna señal debe traerla de vuelta. Ella no tenia familia, solo éramos sus amigos y yo. Nunca más la hemos vuelto a ver. Comprendo que su enfermedad la hacía triste para mis ojos, y ella nunca pudo aceptarlo, pero alejarse no fue lo mejor
Mi tiempo se acaba. Ya casi amanece con la llegada de la nueva navidad. Tengo lista las fotos que nos hicimos juntos para recorrer los lugares donde compartíamos juntos por si la encuentro allí.
Cuando comienza la navidad, los sentidos del tiempo que recorren cada espacio en los recuerdos se agolpan como necesitando respuestas.

Zurelys
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 15:46:25 pm
También se muere en la memoria


La mañana ha nacido lluviosa, ordeno mi habitación, hago un café cargado y tomo rumbo al porche de nuestra pequeña casa de campo. Los niños duermen y sus padres también. Todo es apacible en este otoño dorado.

El rumor de los grillos cesó hace horas y en su lugar el trino de un pájaro toma el relevo. Tomo asiento en mi vieja mecedora y reposo mi cabeza en ella. Cierros los ojos para disfrutar del olor a tierra mojada y disfruto de este bendito silencio que me acompaña.

El olor del café recién hecho me lleva de nuevo a mis desayunos de niña, esos que tan poco tiempo duraron, antes de que estallara la guerra.

Mi amigo Miguel decía: “También se muere en el otoño”, y yo añado que “sólo se muere en el recuerdo”.

Las imágenes se suceden, los olores reverdecen y mis miedos regresan detenidos en la nada. Las manos comienzan a sudarme como entonces y mis ojos se mantienen abiertos para no ver lo que hace años presenciaron. Pero lo vivido vuelve siempre como vuelve el buen amigo, como vuelve un gran amor después de muchos años que se ha ido, como vuelve la ilusión de aquel primer amanecer que miramos siendo niños al velar el dulce sueño de nuestro primer hijo.

Todo vuelve, los recuerdos vuelven, tus ojos y tus manos vuelven, los llantos vuelven, mis muertos y tus muertos pintados de colores vuelven y reclaman la dicha de la vida y el amor que les robaron. El olor a hambre y muchedumbre, sueño sangre y frío vuelve cuando sin querer los llamas. Cuando todo está quieto callado limpio y en paz, los recuerdos vuelven, vuelven, vuelven.

Regresan, sin aviso, como la muerte y la vida, y mis ojos se mantienen abiertos negando el recuerdo porque saben que todo vuelve para quedarse, hacinado dentro de uno mismo, y se tornan pesadillas difíciles de borrar cuando por fin amanece después de una noche eterna y una larga vida.

Soledad muerte y recuerdos son mala compañía.

Al menor flash con visos de guerra que se presente, aparecen en mi mente mis piernas vertiginosas encaminadas al mismo lugar de siempre, huyendo, huyendo, huyendo.

Regresan ojos inertes mirando a un cielo que les da la espalda, un azul teñido de sangre que cubre nuestras cabezas volando destellos de humo y de ruina. Vuelven bocas que enmudecen gritando al miedo, oídos tapados por el ruido de las sirenas y el sonido de la madera al caer en una fosa.

Mi propio corazón de antaño vuelve y me reclama un aire limpio que entonces no pude darle. Aparecen manos de mujer que tiran de otras pequeñas manos sin futuro y sin salida, pechos secos que imploran la leche de otros pechos, comidos por locas bocas sin dientes ni medida.  Hambre vacío miedo hastío violación y sexo vuelven.

Me revuelvo entre sábanas y recuerdos, y viene a mí la imagen de mi madre, acerada, entumecida y dulce, abrazando en silencio a mi hermana Eulalia, vigilando que no nos pasara nada.

Yo tenía 3 años y hoy quiero llorar igual que entonces pero mis ojos se han secado y no responden, sólo viene a mí un sudor frío que me paraliza y esa imagen que se repite: gente corriendo, bombardeos, respiración detenida, alguien rompiendo el silencio -“Ya se han ido”- , todos nosotros nerviosos encaramándonos unos a los otros intentando salir por un pequeño hueco repleto de grandes arañas negras, grandes y peludas que nos rondaban; y aparece la imagen de padre escoltado perdiéndose en el horizonte y en la nada … y siento miedo, mucho miedo.


   Buenos días, abuela.
   Buenos días, hija.
   ¿Qué tal has dormido?
   Bien, bien. Gracias. ¿Y tú?
   ¡Como un lirón! Estaba rendida después de tanto jaleo ayer en la fiesta.
   ¿Has desayunado?
   Sí. Me he tomado un vasito de leche con galletas.
Oye abuela, esta noche ponen en la tele una peli estupenda. ¿La vemos juntas?
   ¿De qué va?
   Es sobre un campo de concentración nazi.
   Pues no, no me gustan las películas de guerra.
 Ay, abuela, anda por favor, que a mí me encantan y no quiero verla sola.
 No. No insistas.
 Pues si ves que no te gusta, te vas a tu habitación y listo. Me han dicho que está genial y quiero verla.  ¿Es que te trae recuerdos? ¿Por eso no quieres verla?.
 No me gustan, simplemente.
 Quédate, verás como cambias de opinión, es muy bonita. Se llama La Vida es Bella y trata de lo que hicieron los nazis alemanes con los judíos, no tiene nada que ver con lo que tú viviste en la Guerra Civil Española, abuela. Lo de aquí no tenía importancia, aquello sí que fue duro, abuela. En esta película son detenidos un padre y su pequeño, y llevados a un Campo de Concentración.
Allí, el padre, para que el hijo no sufra, lo convence de que están en una especie de juego en el que ellos eran los protagonistas y que todos los compañeros presos, incluso los soldados que les vigilaban y martirizaban, eran piezas de un mismo puzzle, del mismo juego y que había que llegar hasta el final, aunque a veces tuvieran que sufrir para ganar.

 Un juego  replica la abuela en silencio mientras asiente lentamente con la cabeza fijando sus ojos en el infinito.
 Después detienen a la madre y la ingresan en un pabellón de mujeres desde el que se ve el de su marido y me han dicho que hay una escena de amor preciosa. Creo que el protagonista se las ingenia para llevar un gramófono hasta el micrófono de megafonía del Campo de Concentración  porque sabe que ella también está prisionera, suena en la noche su canción favorita, y ella sabe entonces que es él y que están vivos y se asoma a la ventana, igual que él, y se les caen dos lágrimas como puños de pura nostalgia. Qué bonito. No digas que no te gustan este tipo de películas, abuela.
 De pura nostalgia, sí. Di mejor de soledad, de miedo a no saber qué será de ellos, miedo al sufrimiento, miedo a no poder volver a verse. Miedo, amor y nostalgia, hija.
 ¡Eso! ¡Justamente eso, abuela! ¿Por qué lo sabes?
 Lo sé.
 ¡Quédate conmigo a verla, te va a gustar, abuela, ya verás.
 No, hija, gracias, mejor me la cuentas luego. Yo mejor me quedo leyendo un rato en mi cuarto.

Eva
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 15:48:29 pm
Mi particular rosa de los vientos


A veces, cuando la gravedad es capaz de cambiar el punto de equilibrio vital, la sensación de vértigo es, a la vez, placentera y mareante. Mi particular rosa de los vientos me marca el rumbo para, sabiendo donde está el Norte, respirar el Sur. Para girar la cabeza, con el silencio de los ojos cerrados, al compás de los movimientos solares; de Este a Oeste, disfrutando de cada día con una orientación distinta, con un horizonte nuevo.

Atrapando el cielo con las palmas de las manos, arrastrando la energía a la línea de tierra, tomando conciencia de la gravedad. Centrado en el punto sacro, ancestral punto sagrado que nos mantiene la existencia generación tras generación, que nos devuelve a los instintos primarios más puros. Esos que nunca debimos olvidar.

Mi rosa de los vientos está hecha de carne y se va asomando tímida. Florece y se abre, mantiene mi equilibrio y pone en alerta mis sentidos. Es el punto de atención original, el contacto entre mi piel y mis emociones, la conexión del universo exterior con mi mundo interior. El rumbo que se marca con energías de tierra y cielo, con cadencias de mar y aire. El rumbo que nos mantiene en la vertical de lo físico y en la horizontal de lo espiritual.

El rumbo que casa las coordenadas del mundo con las mediciones del hombre de Vitruvio. Al fin y al cabo, la rosa de los vientos que oscila con las direcciones por las que discurre la vida. Aleatoria y arbitraria, con la libertad del ser o los designios de un proyecto vital llamado destino.

La rosa de los vientos es, por ende, la huella del vínculo que antaño me ataba a mí por vez primera a la vida. La misma que hoy se expande redondeada para hacer de oídos y hacer trasvase de sensaciones. El mismo botón al que mañana mi hija también llamará ombligo.

Pilar de Quirós
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 15:49:29 pm
Mi amigo Paul


A pesar de anhelar durante meses su presencia y de preparar con ímpetu su llegada, a pesar de nuestras noches en vela pintando a destajo fervorosamente gracias a la absenta, a pesar de toda mi insistencia, no pude impedir la inesperada huida de mi gran amigo Paul.
La convivencia era insoportable y él se sentía retenido, como un pájaro enjaulado.
Paul deseaba regresar a aquellas tierras paradisíacas para retratar sus exóticos paisajes y bellas mujeres. Era feliz allí. Aquí no. Sin embargo, yo lo era con su presencia. Quizá fue mi ansia de que se quedara y retenerle lo que nos llevó al límite.
Los dos teníamos un fuerte carácter y debido a mi insistencia de que permaneciera, las disputas se sucedían una tras otra. Un día, el último de su estancia en Arles, tras una amarga discusión decidimos zanjar nuestras diferencias con unos tragos en la terraza de nuestro estimado café de Arles. Paul se empezó a poner nervioso - No puedo soportarlo. Me voy. No quiero estar aquí ni un minuto más- dijo, y apurando un último trago se levantó para irse. Le agarré del brazo y rojo de ira le zarandee, gritándole: - ¿Qué se te ha perdido en esas tierras? ¡No te irás, te quedarás conmigo!”. Finalmente, consiguió soltarse y se fue rumbo a la estación para tomar el próximo tren hacia Paris. Comencé a correr tras él apresuradamente. ¡Maldita sea! Cuando por fin pude alcanzarle, le agarré nuevamente del brazo y el se giró –Estás loco- me espetó. Yo le apunté con una navaja que saqué del bolsillo. – No te irás- le ordené, pero consiguió huir de mi. Tras unos minutos, volví en mí y me desplomé apesadumbrado en el suelo, sin saber que hacer. Lleno de culpa por el incidente de la navaja y por haber perdido a mi amigo quizá para siempre, cogí la navaja y me rebané el lóbulo de la oreja izquierda de un tajo. Me sentía sólo, arrepentido, mutilado, mareado, y sin mi amigo, en aquella noche estrellada de invierno.

Barb
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:01:38 pm
La lluvia sobre Granada


El sonido de cajones y guitarras inundaba las calles de la ciudad. Con su música, creaban un ambiente animado y flamenco, como no se podía encontrar en otro lugar. Esto, acompañado de las grandes plazas repletas de terracitas y las estrechas callejuelas pintadas con los infinitos colores de los velos, mantas, espejos y narguiles, expuestos en la pequeñas tiendecitas turísticas, típicas de ahí. Y, en todo su esplendor, se alza imponente la Alhambra, el precioso palacio árabe construido en el siglo XIV, lleno de belleza y misterio.
Granada. Había estado enamorada de ella desde la primera vez que fui.  Era pequeña, tenía apenas 8 años. Barcelona era mi ciudad natal y, a pesar de no haber salido nunca de Europa, había visitado numerosas ciudades en el continente. Pero ninguna llegó a fascinarme tanto como Granada. Fue su luz, su historia, fue su color, fue su gente, sus aromas y sabores, su ambiente animado, fue su belleza y su capacidad de hacerme soñar, lo que me atrajo irremediablemente. Fui ahí con mis padres y mis dos hermanas. Recuerdo una tarde en la que pasamos cerca de uno de los locales típicos en la zona. Su dueña nos llamó la atención para que nos acercáramos. Amable y extrovertida, nos invitó a que por la noche acudiéramos ahí a una fiesta, donde gozaríamos de la maestría de los mejores bailaores y bailaoras y compartirían con nosotros su arte. La mujer fue muy convincente, pero mi padre, después de hablarlo un rato, rechazó la sugerencia. Fue muchos años después cuando supe que era porque bailar no era precisamente una de sus habilidades destacadas. Aunque lo lamenté, imaginé que esa ciudad tendría una infinidad de lugares tan o más interesantes que aquél, y que, por lo tanto, no era tan grave. Mis expectativas se cumplieron nada más doblar la esquina y llegar a la Calle de la Calderería Nueva, más conocida como “La Calle de las Teterías”.  Emanaba encanto, sabor, embrujo de siglos que se había conservado en ese lugar de forma impasible tras el paso del tiempo. Todo allí invitaba a agudizar los sentidos para disfrutar al máximo del entorno único que me rodeaba, a hacer volar la imaginación y trasladarme a siglos pasados. Fue entonces cuando alguien propuso que fuéramos a un mirador en el mismo barrio del Albaicín, desde donde se apreciaba todo Granada, espléndida y majestuosa. Al llegar me acerqué a contemplarla, fijándome en cada casa, cada detalle, mientras el atardecer acaecía sobre ella. Aspiré el fresco aroma de ese lugar, que me llenaba, me embrujaba. A mi lado, un apasionado guitarrista llenaba la atmósfera de un cautivador sonido, que fluía de sus manos con una naturalidad inverosímil. Cada nota que dimanaba del mágico instrumento me recordaba a una gota de lluvia, inundando las calles de mi ciudad favorita. Y, como por arte de magia, empezó a llover de pronto. Poquito, lentamente, como si el cielo anaranjado que se veía desde aquel lugar y la guitarra se hubieran puesto de acuerdo para tocar al mismo ritmo esa embriagadora melodía. Desde ese día, la canción jamás ha abandonado mi mente. En ese instante, inventé para ella un nuevo título, que solo yo conocía. A partir de  entonces se llamaría para mi “La lluvia sobre Granada”. Me prometí que algún día aprendería a tocarla y la tocaría en ese mismo sitio.
Y aquí estoy ahora. Enfilando la ligera cuesta que conduce al mirador, con la ilusión cobijada en la funda de la guitarra. A punto de cumplir más que una promesa, un sueño. Noto que algo moja de pronto mi rostro. En el suelo, poco a poco, van apareciendo diminutas manchas oscuras. Alzo la mirada al cielo, que me regala cristalinas lágrimas que recorren mis mejillas. Si fueran reales, serían lágrimas de alegría. La lluvia acompañará mi canción. La lluvia sobre Granada.

Mérida
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:11:04 pm
Claro  & Obscuro



Era tan común y cotidiano parecía ser parte de la rutina de cada día, de alguna manera podría decir que estaba tan acostumbrada a interpretar estos claros obscuros, que resultaba de alguna forma natural y parte de ella misma. Se podría decir que sus sentidos los percibían de una manera casi instintiva, parece increíble que hasta las cosas más difíciles se puedan volver parte de uno y tornarse cotidianas, hasta el grado de formar parte de nuestros instintos.

Pese a como había mencionado era un acto automático y podría decir que instintivo, eso no evitaba que cada que tenía que analizar este cumulo de claro obscuro, invariablemente sintiera un vuelco en el corazón y una gran sensación de vacío, de miedo desesperanza pero a la vez y arbitrariamente podía  sentir la calidez de la fe y esperanza.

Todos los días se enfrentaba a esto, sin embargo esa sensación de vuelco en el corazón la acompañaba siempre y tenía la certera sospecha de que jamás desaparecería.

Pero hoy particularmente hoy, sentía a cada instante una gran sensación de incertidumbre y miedo, y a diferencia de anteriores experiencias por más que buscaba en su corazón no sentía fe ni esperanza sino solo vacio, y miedo.

Poco a poco trato de hacer lo que instintivamente sabia hacer, miro este cumulo de claro obscuro, sabía que era mucho más complejo que no solo eran radiografías, eran mucho más que estudios, era dar o quitar esperanzas y sueños. 

Durante un rato analizo estos claros obscuros  y la duda la asalto pero al final la razón tomo el control y le indico que esta vez era  obscuridad lo que tendría que enfrentar y que como en ocasiones previas tendría que encontrar la vía menos dolorosa para explicar que la obscuridad había tocado sus vidas.

Pero como se explicaría a ella misma que esos claros obscuros que tenia frente sí misma y a los que ella misma había catalogado como obscuridad; le estaban dando un veredicto...

Efectivamente ella lo sabia… esos  estudios inequívocamente le  mostraba que tenía cáncer y como se lo podía explicar a ella misma y darse esperanza de que todo estaría bien.
Nada más difícil que tener que explicarte a ti mismo tu veredicto y enfrentar la oscuridad.
Cerró los ojos y pensó, esta no soy yo…

Andrómeda Fénix
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:12:35 pm
Miopía


Las últimas navidades habían hecho aumentar considerablemente las posesiones de Nina. Begoña le proporcionaba a su única hija todo cuanto ella pudiera desear. En fin, Nina era, sin duda, una de las miles de niñas consentidas que ni se imaginaban cuán perjudicial era la situación en la que vivían.
Una de las múltiples tardes de despilfarro que conformaban su semana, Nina, aunque involuntariamente, le hizo pasar a su rica madre la mayor de las vergüenzas para su clase social: cuando fueron a entrar a su joyería preferida, la hija no se percató de la hora que era y su madre, siempre distraída, acompañó a Nina adonde ella quisiera. Justo cuando se disponían a cruzar la puerta automática de cristal que daba paso al establecimiento de lujo, ambas chocaron con ella, pues ésta no les dejó vía libre debido a la hora que era. Madre e hija cayeron torpemente en medio de la acera y pudieron observar cómo la poca gente que pasaba por allí a esas horas, no sólo no les ayudó a levantarse, sino que las miraban con desprecio y se burlaban de ellas. Esto causó la llamada inmediata a su chófer para regresar a la mansión y olvidar lo ocurrido cuanto antes, pero habría algo que Nina no podría olvidar: las caras borrosas de la gente, los vehículos, las tiendas, todo lo percibió aquel día distorsionado y no lograba comprender por qué. En su cabeza de niña mimada cubierta de largos cabellos dorados y brillantes debido a un carísimo tratamiento de peluquería no se abarcaban temas como enfermedades o defectos físicos. Si algo le dolía, era porque su colchón no era capaz de adaptarse a su delicado cuerpo (y así derrochaban miles de euros en colchones); si se encontraba alguna pequeña herida, sin duda se  trataba del resto de algún caro potingue a base de plantas de los que se aplicaba y, que según su madre, convenía no retirar y si alguna vez tosía o estornudaba era porque la doncella no había retirado todo el polvo ( y así invertían muchísimo en nuevas doncellas e indemnizaciones a las que despedían por no tener razones para hacerlo) y con estas creencias educaba Begoña a su hija, consiguiendo crear a una niña convencida de que si algo fallaba, la culpa la tenía otra persona u otro hecho ajeno a ella misma.
Un día, después de que Nina le contara a su madre que había empezado a verlo todo borroso y con dificultades, Begoña volvió a mentirle con otro de sus burdos embustes. Le aseguró a su hija que todas las personas del mundo empezaban a ver las cosas borrosas a cierta edad; pero que, por  supuesto, la culpa no era suya. El problema era de todas las cosas que nos rodean: era el mundo el que se había vuelto borroso. La causa era sencilla; un  suave terremoto continuo y apenas perceptible estaba en curso desde hacía décadas.
Los ingenuos pensamientos de la niña no dudaron ni un segundo de las afirmaciones de su madre y no se percataron de que, en el caso de que la absurda idea de su progenitora fuese cierta ¿cómo es posible que antes sí que pudiera verlo todo perfectamente? ¿Acaso los ojos de un niño pequeño eran capaces de adaptarse al movimiento de vaivén, permitiendo una correcta visión? Y si lo hacían ¿por qué llegada una cierta edad dejaban de hacerlo? No tenía sentido; pero Nina, como siempre, la creyó.
La madre le inculcaba estos pensamientos a Nina, pues su extraña costumbre de valorar a las personas por el grado de singularidad que sintieran por sí mismas, así se lo dictaba.
Begoña llevó a Nina al oftalmólogo –mintiéndole, como siempre- y comprobó lo que ya sospechaba: Nina padecía una miopía incipiente, por lo que debería comenzar a usar gafas. Eligieron las de la marca más cara de la tienda y compraron un estuche cubierto de rubíes, capricho de la pequeña.
A la salida del establecimiento, Nina se sentía confusa y reclamó a su madre la absurda explicación.
-Escucha hija. A partir de ahora vas a ser la niña más especial del mundo, la única que verá todo con claridad. Con estas gafas, que sólo tienes tú, vas a ser la niña con mejor visión de todo el planeta.
-Sí, mamá, eso ya lo sé; pero ¿por qué?
-Tus gafas tienen un mecanismo de ultra visión- no utilizó bien el término pero qué importaba- que envían unas ondas muy poderosas hacia donde tú miras que detienen el movimiento del terremoto continuo en el momento en que mires.
-Bien.
Nina no solía alegrarse tras las explicaciones de su madre, ella lo que hacía era enfadarse cuando ésta no le proporcionaba una respuesta satisfactoria que le hiciera sentirse especial.
Fueron pasando los años y Nina seguía mostrándose ciega ante la realidad, aunque poco a poco fue descubriendo su propia necedad.
Begoña debía  de tener mucho cuidado y procurar que su hija no viera a nadie que también usara gafas, pues esto echaría por tierra todo su esfuerzo en conseguir que Nina se sintiera tan única como especial.
Desde el momento en que la hija empezara a usar las gafas, la madre tuvo que preocuparse de numerosos aspectos de la vida la Nina: fue a su colegio privado y acordó pagar la cirugía láser a cada niño que usara gafas, aumentando la suma en los casos en que se negaran, como soborno. Contrató a tres agentes especiales para que siempre que salieran de casa les acompañaran varios metros por delante para evitar que Nina se cruzara con alguien que usara gafas. En el caso en que la niña recordare haber visto a alguien con gafas en su colegio o por la calle antes de comenzar a usarlas, Begoña lo negaba todo, asegurándole que se trataba de un sueño o de una imaginación. El hecho de que a Nina la fuera prohibido ver la televisión supuso el golpe final para ella: lo que la despertaría de su estupidez y la devolvería al mundo sensato.
-Sólo lo hago porque no me parece una buena influencia para ti. Antes había más programas interesantes y educativos; pero ahora nada me parece adecuado ni lo suficientemente bueno para tu educación.
Esta vez no logró convencerla. Nina no se dejó engañar y se preguntaba por qué su madre le mentía de esa forma, puesto que seguían emitiéndose exactamente los mismos programas- fueran o no educativos- que anteriormente la mujer sí le había dejado ver.
Como Begoña confiaba en su hija, no pensó siquiera en que una tarde de ausencia bastaría para que la desobediencia se uniera a la curiosidad y a la cordura para abrirle los ojos a la niña.
Fue pulsar el botón de encendido del televisor y Nina no pudo reaccionar. Se quedó pálida. Le pareció que la misma televisión se burlaba de ella y la menospreciaba. Tristeza, rabia, impotencia, insignificancia e incluso odio; todo se mezcló en su interior y salió en forma de lágrimas. Ya no se sintió especial, ya no era única: no era nadie, sólo lloró. Lo hizo durante horas, acompañada por esas personas aparentemente tan inocentes; pero que habían hecho tanto daño.
Cuando llegó Begoña, Nina ya no estaba. La buscó desesperada por la enorme mansión. No apareció. Nunca lo haría. Begoña encontró el televisor encendido y lo comprendió todo; dejó de buscar a su hija para siempre.
En la televisión se emitía un programa dedicado a entrevistar a gente con miopía, que usara gafas.

Sonia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:14:17 pm
Pasión Compartida


Cada noche, con la primera fresca, mis labios devoraban su piel rugosa. Acostado sobre la hierba húmeda, ella me correspondía con dulces caricias que se derretían lentamente sobre mi lomo. Cada uno de sus gestos borraba todo signo de temor, calmaba el picor de las heridas que marcaban mi cuerpo maltrecho. Sus manos agrietadas llevaban a mi paladar aquel sustento que derretía con la saliva. Después, guiaba mi boca al encuentro del manantial donde me amamantaba hasta calmar toda mi sed. La contemplaba callado mientras tanto y atisbaba en sus ojos el placer. Una vez saciado, lamía su cara y susurraba alguna cosa en muestra de mi eterna gratitud. Disfrutaba tanto de su compañía que en el transcurso del último roce ya ansiaba nuestro próximo encuentro.

En acabar conmigo, repetía el mismo ritual con todos y cada uno de mis compañeros. No hacía distinción de aspecto, de color, de olor, de tamaño, ni tan siquiera de sexo. No le importaba el tiempo que pasara, sus tiernos movimientos no denotaban prisa alguna, ni tampoco que alguno pudiera sobrexcitarse en la espera, ella tenía atenciones para todos. Se empleaba con una energía inagotable. La felicidad brillaba en su cara al ver en la nuestra una tranquilidad y una satisfacción que aportaba algo de sentido a nuestro vagar, una débil luz a nuestra oscuridad. Finalmente, aunque colmados, el desánimo se cernía sobre el jardín cuando ella se despedía hasta el siguiente día.

La espera hasta el reencuentro se hacía tan larga que en algún momento de mi existencia decidí seguir sus pasos por el día. Solía agazaparme frente a la clínica a la que acudía todas las mañanas, a sabiendas del riesgo que suponía para alguien de mi especie. Estaba acostumbrado a esquivar los continuos zarandeos y las amenazas de la muchedumbre que por allí pasaba. Sin embargo, mi resistencia se veía recompensada cuando la volvía a ver. Siempre vestía el mismo harapo negro y sus cabellos alborotados custodiaban un rostro al que se le advertía el largo pasar del tiempo. Después de permanecer unos minutos dentro de aquel centro, salía sujetando dos bolsas de importante tamaño. En alguna ocasión, mi torpeza hizo que me divisara, pero antes de que pudiera acercarse ya había huido por alguna callejuela, confiando en que me hubiese confundido con otro.

Con algo más de discreción la seguía por un itinerario que difícilmente cambiaba. Por la mañana recorría descampados, casas abandonadas, alguna obra y jardines, donde su fiel clientela la esperaba con ansia. Tal y como lo hacía con nosotros, aplacaba la sed, el apetito y el abandono de aquellos necesitados con sus deliciosas atenciones. Mi paladar se deshacía al ver en aquellas caras ese cúmulo de sensaciones, lo que me tentaba a hacerme pasar por uno de ellos. Nunca lo hice, sabía que aunque fuésemos muchos, ella podría diferenciarnos perfectamente.

De vez en cuando, con rubor e impotencia tenía que ver cómo su labor era increpada por algún vecino molesto que no dudaba en imponerse con violencia o con llamar a la policía. Ella, indefensa y asustada, huía arrastrado su petate, con el amargor de haber dejado a medias su labor. De los que no la recriminaban recogía el azote del silencio, la marginación y la burla. No puedo comprender como el ser humano era capaz de repudiar a un corazón capaz de reconfortar a tantos.

A la hora en que el sol brillaba en lo más alto del cielo, se guarecía en un bloque de pisos situado cerca de nuestro hogar. El portal del edificio estaba completamente destrozado, atestado de vidrios rotos, escombros y un hedor a putrefacción que envolvía toda aquella zona y que casi me hacía perder el sentido. Deambulando por allí debía extremar mi cuidado. No sólo tenía que preocuparme de sortear jeringuillas o cristales de botellas, sino que además debía ser prudente con la gente que por allí acechaba. A uno de mis compañeros le cortaron el rabo unos jóvenes del barrio. El único motivo, el puro divertimiento, la fascinante sensación de someter al débil a las garras del poder, el aplastamiento como emblema del miedo. Tras divisar aquella triste realidad donde habitaba mi sustento, regresaba al jardín.

Una de aquellas tardes, con la primera fresca, nuestra impaciencia parecía desbordarse ante la idea de no reencontrarla. Agitábamos con violencia nuestra cola, como si se nos escapara la vida. Cuando llegó al jardín, me percaté de sus torpes movimientos al andar. Observé sus pómulos salpicados por el color morado y sus labios donde lamía los rastros de sangre de un profundo corte. Sin embargo aquellos golpes no mermaron la alegría de su semblante al repartir el pienso que devorábamos y el agua cristalina con la que refrescábamos nuestros gaznates. Tras una sesión de mimos más larga de lo habitual, se perdió entre las sombras mientras las lágrimas surcaban su rostro marchito. La pesadumbre de haber consumido nuestro último encuentro se adueñó de mí y comencé a llorar desconsolado.

Así fue. Al día siguiente no apareció ante la puerta de la clínica veterinaria, ni tampoco pasó a dar de comer a otros callejeros como yo. Aquel día no recibió ninguna mirada de rechazo, ni nadie la echó a empujones de su jardín. No entró al portal donde apenas subsistía, ni se mezcló con el hedor que la embriagaba. No fue nadie a preguntar cómo murió o quien la mató, ni mucho menos a despedirla. Nadie pensó en si tendría algún enser por reclamar. Sólo los gatos acudimos a decirle el último adiós. Sólo en nuestras mentes vive aún su recuerdo. Sólo en nuestra piel caldea aún su ternura.

Rafalé y Olé Guadalmedina
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:15:39 pm
La boda de los idiotas


Hay que ver cómo va pasando el tiempo y que poco consideramos lo que ocurre a nuestro alrededor. Muchas veces nos paramos a pensar en nuestra pubertad como si hubiera sido ayer y otras veces no recordamos lo que hemos comió hoy. Sin embargo conseguimos plasmar los males ajenos.
Cuando Federico anunció el día de su enlace matrimonial, jamás pensé que esta fecha nupcial serviría para descubrir al amor de su vida. Y sin anestesia.
  El párroco Don José Martín, lucía un enorme mostacho canoso con el que trataba disimular una cicatriz. Es el cepillo blanco más inmenso que jamás vi. Vestía con sotana negra y apoyaba sobre su nariz unas gafas cuyos cristales eran más gordos que mi dedo pulgar. No era muy alto y tenía muy poca masa muscular. Me dije a mi mismo, este cura ha tenido que ser producto de un mal polvo. Era un mediopolvo con toga, un poca chicha.
Federico que es un tío muy listo y muy fino, quiso que el mediopolvo diera la misa de su enlace. Yo sé por qué eligió a Don José Martín, para ahorrarse un dinerillo en flores. Federico será muy fino, pero es la mar de encogido.
    Tubo en secreto su noviazgo y no consiguió que nadie conociéramos a su novia hasta el día de su boda. Sé que no es celoso porque siempre nos presento a sus rolletes. Sus motivos tendrán para ocultar ahora a su nuevo rollo, bueno eso no, a su novia.
Don José Martín, como ya he comentado, posee una ceguera descomunal y Federico se comprometió a aflorar toda la iglesia para la unión nupcial. Cuál fue mi sorpresa al entrar al templo sagrado, dicho adorno que estaba situado junto al altar, se componía de un ramo de claveles blancos a cada lado y el resto de la iglesia no tenía ni una sola planta aromática. Yo que era el padrino de la boda me preocupé, encontré un sentimiento irrisorio hacia mi amigo Federico. No conforme, me acerque a tan bellos claveles para experimentar si desprendían al menos algo de aroma. Efectivamente desprendían un olor bestialmente exagerado a claveles, lo cual me sorprendió.
Don José el mediopolvo caminaba sobre sus pasos muy lentamente hacia donde yo estaba, extendió su mano para saludarme y tan solo podía alcanzar mi vista la yema de sus dedos que asomaban por la manga de la sotana. Al extenderle yo mi mano, lentamente la introducía dentro de la manga de tela negra a la vez que el mediopolvo olfateaba tan intenso olor a claveles. Yo creo que desde ese mismo momento, desde la puerta de entrada ya se podía percatar uno de que apestaba sin necesidad de meter las narices en las flores.
Tras darme Don José algunas instrucciones, este giró sobre sus pies y caminó hacia la sacristía. Aún me encontraba solo, junto a un ramo de claveles, observe que Don José quedó contento con los adornos aflorados, lo que me dio que pensar, ¡claro! como este, el mediopolvo, esta cegato, pues pensó que el resto de la iglesia estaba acicalada por el exagerado olor que desprendía dos simples ramos de claveles.
  No quedó impune mi curiosidad y me puse a investigar a tales claveles. Estaba temiéndome que Federico hiciera algunas de sus bromas, ¡increíble! me quedé estupefacto cuando descubrí que, entre los claveles había escondido un ambientador automático que desprende el aroma cada veinte segundos. Me temía algo parecido ya que a Federico no le gustan las flores y menos aún, comprarlas.
  Si no hay más sorpresas debe de estar a punto de entrar la novia, pensé.
   Así fue, cuando todos estábamos colocados en nuestro sitio, dio comienzo la ceremonia. Por fin voy a conocer a la mujer que tanto ocultó Federico y que ahora debe camuflarse bajo un velo blanco. Sonó la marcha nupcial, a los pocos segundos miramos todos hacia tras al sentir el chirrido del portón eclesiástico. De pronto, surgió lo inesperado, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Cuatro hombres de negro con gafas oscuras y de la misma altura, marcaban el paso por igual y mecían sobre sus hombros a ritmo de la melodía conyugal, un féretro. Colocaron el sarcófago ¡a mi lado! delante del altar. Los hombres de negro se ubicaron muy bien formados detrás de Don José Martín, alias el mediopolvo.
 Federico me miró, yo le miré, me encogí de hombros como diciendo ¡que cojones pasa aquí! Mi amigo se acerco aún más al féretro y coloco sus manos encima de tan brillante madera, dijo en voz alta dirigiéndose a mí, ¡te voy a dar la satisfacción, el gusto y el honor, para que abras tú este ataúd! Sentí por mi cuerpo un escalofrío, un acojone que no entendía nada, ¡pero si yo he venido a ser el padrino de una boda, que cojones pinta aquí una caja pintada de barniz!
Miré a Don José Martín el párroco, el mediopolvo, el poco chicha este que esta con la mirada fija al féretro y sin mediar palabra. Seguro que este pastor de ovejas descarriadas sabe algo. Me armé de valor y abrí el féretro con ayuda de Federico, el muy cabrón mantenía su rostro austero, apenas pestañeaba. Yo que soy poco creyente me sorprendí tanto al ver lo que había dentro que grite ¡Dios mío! ¿Pero esto qué es?
Federico giró sobre sus pies y se puso cara a los invitados a los cuales gritó, ¡hasta ahora he encubierto el rostro del amor de mi vida, ha sido para vosotros como si no existiera! ¡Ahora va a vivir entre nosotros! ¡Aquel que le haga daño o intente seducirla, ocupará su sitio! (señalo al féretro). ¡Eugenia!, ¡levántate de donde nunca debiste estar y casete conmigo! ¡El muy cabrón tenía a su novia dentro de un ataúd!
Jamás volví a ser el padrino de bodas de ningún otro amigo, es más, dejé incluso de entrar a las iglesias.

Dámaso
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:16:58 pm
El futbolista brasileño


Yo era un simple camarero en un crucero de lujo llamado Prometheus, concretamente un miembro de la tripulación destinado a la atención de los pasajeros VIP. Servicio personalizado al cliente. Mi misión consistía en satisfacer todos sus caprichos una vez sentados a la mesa. ¡Privilegios de la gente rica!
   Tuve la oportunidad de conocer al famoso Luisinho, el astro de fútbol brasileño, considerado por entonces como el mejor jugador del mundo, quién una vez firmado el contrato de su vida con un club de nivel internacional, disfrutaba de unas merecidas vacaciones en el Índico.
   De hecho coincidí con él en tres ocasiones.
   La primera oportunidad cuando fui el encargado de atender su mesa durante la cena de bienvenida, la tradicional gala que suele celebrarse la primera noche a bordo de los cruceros, mientras se navega hacia el primer destino de la travesía. Luisinho, vestido de Armani, estaba sentado entre un bella modelo alemana que respondía al nombre de Bettina, la cual no se separaba de él ni a sol ni a sombra, un magnate griego vestido de rigurosa etiqueta con esmoquin negro, que se había unido a la corte de aduladores del futbolista, y un alto ejecutivo italiano junto a su compañera sentimental, una hermosa morena llamada Isabella, que habían hecho lo imposible para lograr un asiento en la mesa del jugador carioca.   
Tras las oportunas presentaciones, charlaron sobre trivialidades. Una vez servido el primer plato, el vino corría a raudales, lo cual contribuyó a que el coloquio fuera ameno y animado. Recuerdo que la tertulia fue así:
-¿Sabéis la historia de Prometeo? –preguntó el magnate griego.
Todos negaron con la cabeza.
-Según la mitología griega, el titán Prometeo al reparar que los hombres vivían como animales en oscuras cuevas y cazando de forma primitiva, se apiadó de ellos. Les enseñó a reconocer las estrellas, la agricultura, la medicina y a trabajar los metales. Pero sin duda el regalo más preciado que les hizo fue el fuego para que se calentaran. Con eso empezaba la civilización, la esperanza de un futuro mejor… Pero Zeus, dios supremo del Olimpo, se enfadó y se vengó del pobre Prometeo castigándolo por el atrevimiento de ayudar a la humanidad sin su permiso.
-¿Cuál fue el castigo? –se interesó el italiano.
-Lo encadenó en la cima de un monte, donde el sol lo abrasaba por las mañanas y el frío lo congelaba por las noches –dijo el heleno en tono melodramático-. Además, durante el día un águila le devoraba las entrañas que al anochecer se le regeneraban para continuar su tortura a la mañana siguiente. Su castigo debía durar eternamente, pero Hércules pasó por allí de camino al jardín de las Hespérides y le liberó disparando una flecha al águila.
Luisinho, objeto del deseo de la legión de busconas ávidas de fama rápida que intentaban atraparlo a cualquier precio, harto de la perorata banal de los comensales, decidió acabar con el aburrimiento de la velada añadiendo con su peculiar verborrea:
-Este barco es fantástico. Viajo en una suite de lujo. Me ha costado un pastón, pero ha valido la pena. Tiene un balcón panorámico, jacuzzi, ordenador con conexión de banda ancha a Internet, tele de alta definición, hilo musical y… champagne francés.
-Eres un hombre afortunado –manifestó Isabella esbozando una sonrisa.
-No me puedo quejar –repuso él halagado.
Entonces dispuesto a seguir acaparando la atención de los comensales empezó a explicar anécdotas divertidas de su vida privada con insultante frivolidad y ostentación de virilidad, como la ocasión en que su entrenador le pilló in fraganti jodiendo con una adolescente en el vestuario o cuando en una juerga con una pandilla de amigos, bajo los efectos del alcohol y la coca, sufrió un esguince en el menisco de la pierna derecha al lanzarse sobre él varias mujeres a la vez.
   -¿Queréis saber más cosas? –preguntó Luisinho exultante.
   -Cuenta, hombre. Cuenta –le animó el italiano, el típico latino de sangre caliente.
            -Hay sitios donde no pago nada. Los dueños dicen que siempre soy bienvenido.
      -¡Caramba! –musitó Bettina.
      -Dicen que mi presencia da prestigio a sus locales y fomenta la clientela.
      “¡Vaya con el crack! ¡Cuánta modestia!”, pensaba yo atónito aunque impasible, respetando las normas de la compañía que prohibía confraternizar con el pasaje.
      -¿Y ahora qué planes tienes? –preguntó el millonario griego con cortesía.
      -La semana pasada me compré un Ferrari amarillo. Estoy pensando en cambiar de modelo porque no me gusta el color.
      -¿Te lo puedes permitir? –preguntó la modelo alemana, una ninfa rubia de gran belleza y al mismo tiempo una fulana de las caras, como pude averiguar más tarde. La clásica afrodita dispuesta a pasar la noche con cualquier famoso con tal de aumentar su cotización.
      -Claro que sí. ¿Quieres que hablemos de cifras? Pues al mes gano tanto como un profesor en veinte años –agregó el virtuoso futbolista sin ápice de humildad.
      -¡Ostras! –exclamó ella con un mohín de perplejidad.
      -Sí, preciosa. He firmado un contrato de ocho millones de euros por temporada, o sea, dieciocho mil euros diarios. Para que te hagas una idea, cada vez que me levanto de dormir tengo seis mil euros más en mi cuenta corriente.
      -¿No salías con una artista británica? –inquirió Isabella con sarcasmo y morbo.
      -La Sybil, sí. Me deshice de aquel pendón la semana pasada porque estaba harto de sus celos –contestó el fanfarrón-. No me dejaba vivir tranquilo. Siempre detrás de mí, sospechando de todas… Un verdadero incordio.
      Aquel futbolista carecía de moral y de ética, y en lo referente a dignidad no iba demasiado sobrado. Quizás incluso ignoraba el significado de tales términos.
      -¿Debió suponer un mal trago, no? –añadió Bettina con sibilina picardía y velada insinuación en tanto los ojos le brillaban de lascivia.
      -En absoluto –replicó el astro carioca notando unas cosquillas en la entrepierna. Hizo una pausa y, sin que su expresión reflejara el más mínimo atisbo de azoramiento, alegó guiñando un ojo a la rubia-. Siempre hay material de recambio y sin inhibiciones sexuales.
      Supongo que aquella mala pécora estaba dispuesta a ser calificada de furcia a cambio de tener la vida resuelta. Un revolcón con un jugador que estuviese forrado y… a vender exclusivas en algún programa de televisión para sacar tajada del asunto. Y en el caso de quedar embarazada, un documento de paternidad la acreditaría a recibir desde entonces una generosa cuota de manutención, suficiente para darse la gran vida.
      Transcurrieron dos días. El crucero iba viento en popa. Nada parecía presagiar el aciago destino de aquella singladura.
      Sabíamos que la costa de Somalia, infestada de piratas, era una zona peligrosa para la navegación. El segundo turno de pasajeros estaba cenando cuando el capitán del Prometheus, al enterarse de la aproximación de una embarcación ligera con potentes motores, para evitar una oleada de pánico a bordo, adoptó una decisión muy arriesgada: todo el mundo tenía que encerrarse en su camarote y aguardar con las luces apagadas. A las diez se produjo el ataque de los piratas somalíes, cuya ambición crecía con el paso del tiempo y ya no se conformaban en capturar barcos pesqueros o petroleros, sino que también se atrevían a secuestrar cruceros abarrotados de turistas. Los corsarios, armados con fusiles semiautomáticos Kalashnikov AK-47, se acercaron al buque disparando a discreción. Entonces el capitán autorizó al personal de seguridad que hiciera uso de las armas de fuego para plantar cara a los bandidos somalíes que habían conseguido fijar una escalera con un garfio en la amura de estribor. Cuando estaban ya a punto de subir a bordo, se escucharon diversas ráfagas. Durante unos instantes el combate resultó feroz. Parecía que había estallado una guerra.
      Yo era el encargado de controlar el pasillo donde se hallaba la suite de Luisinho. Al escuchar los disparos, salió de su camarote amedrentado como un energúmeno y exigiendo explicaciones. Decía que había pagado mucho dinero por aquel viaje y que tenía derecho a saber qué estaba ocurriendo. Yo no deseaba originar un altercado y traté de calmarle apelando al sentido común. Le rogué que cesara de armar jaleo, insistiendo en la necesidad de mantener la serenidad entre los pasajeros dada la delicada situación por la que estábamos atravesando. Se escabulló en el interior remugando improperios.
      Los agentes privados de origen israelí del Prometheus se encargaron de impedir el asalto y abortar el abordaje de media docena de piratas somalíes, mientras los miles de pasajeros permanecían a oscuras en sus respectivos camarotes. Para repeler el ataque, los miembros de seguridad no solamente utilizaron armas, sino también las mangueras antiincendios. Finalmente, los asaltantes se dieron por vencidos y se alejaron en busca de otra presa más indefensa.
      El incidente se saldó con dos heridos leves. Un balance satisfactorio.
      La tercera ocasión que coincidí con Luisinho, no sé si fruto de la casualidad o por voluntad del caprichoso azar, fue debido al accidente sufrido por el crucero en un islote. Abrumado por las peticiones de los pasajeros alucinados con las espectaculares vistas de un volcán cuyas laderas aparecían cubiertas de exuberante vegetación y ríos de lava solidificada que llegaban hasta el mar, el capitán dio la orden de aproximarse tanto como fuera posible para que todo el mundo pudiera fotografiar a su antojo al coloso que custodiaba como un inmutable centinela los tesoros naturales de la isla. Al acercarse en exceso, el arrecife coralino abrió una brecha bajo la línea de flotación del buque. Al comprobar que se habían inundado diversos compartimentos y que el Prometheus no tardaría en irse a pique, el capitán hizo sonar la sirena cinco veces. La señal de peligro. Luego dio la orden de evacuación. El sistema de megafonía se encargó de transmitir el fatídico mensaje.
      Desde que el navío empezó a escorar, durante el caos y la confusión de aquellos dramáticos instantes, Luisinho sufrió una profunda metamorfosis, como si su valor se hubiera esfumando de repente. De un pletórico deportista, arquetipo de triunfador, ufano de sus éxitos, se convirtió en un atolondrado botarate obsesionado sólo en salir con vida de aquel apuro. Cuestión de supervivencia.
      Aquella situación límite puso de manifiesto su naturaleza mezquina y cobarde. Con una desvergüenza impropia de un ídolo de masas, Luisinho demostró una conducta ruin y deleznable. Seguro que debió sobornar a alguien de la tripulación pues fue de los primeros en subir a los botes, haciendo caso omiso a las instrucciones de los oficiales: “las mujeres y los niños primeros”. Pero ya se sabe, las ratas suelen ser las primeras en abandonar un barco que se hunde.
      Es obvio decir que yo fui uno de los últimos en subir al bote. Una vez arriado de sus respectivos pescantes, se alejó del naufragio. Pero hacía falta remar, una tarea que corresponde a los hombres debido a su fuerza muscular.
      -Échanos una mano con los remos –le pedí.
      -¿Estás loco? –replicó el pusilánime futbolista-. Tengo las manos delicadas y me saldrían ampollas.
      Confieso que aquel cretino me sacó de mis casillas. Estuve a punto de arrearle un mamporro. ¡Menudo estúpido!
      Poco después me vi obligado a arrojarme al agua para rescatar a un hombre que se estaba ahogando. Al tener la ropa mojada resbaló varias veces de entre mis manos, pero finalmente conseguí arrastrarlo hacia el bote. El jugador carioca ayudó a subirlo a bordo, pero era necesario practicarle la respiración artificial enseguida.
      -¡Venga, espabila! Hazle el boca a boca –le espetó un anciano con vehemencia.
      -¡No me jodas! –protestó el brasileño con un ademán grotesco-. Parecería que estuviese morreando a un tío. Ni pensarlo, no soy maricón. Me da asco.
      He aquí la tendencia de la sociedad moderna a crear ídolos de barro, como la rusa Anna Kournikova, una tenista considerada la reina del glamour, que nunca ganó un torneo o el mencionado Luisinho, un jugador de fútbol rico y famoso, pero que la última singladura de un crucero se encargó de demostrar que sólo era un crápula grosero y un miserable presumido… Juzguen ustedes mismos.

David
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:18:27 pm
Bajo Tierra


Roberto se levantó de la cama, y ésta, enseguida, desapareció por una ranura que se abrió en la pared.
Por una pequeña rampa, el joven se deslizó a la planta baja, donde estaba la ducha solar. Le quedaban cuatro rayos de sol. Calculó que tenía para cinco meses.
Se dio una ducha de sol.
De la pared, al apretar un botón, salió un estante con dos cajones. Roberto sacó de uno de ellos la ropa de trabajo: una camiseta roja con un pantalón del mismo color y unas zapatillas del color de la carne, que se pegaban a la piel. Del otro cajón cogió unas píldoras y una botella con agua.
Se tragó cuatro píldoras de color verde con un poco de agua. En la botella ya quedaba muy poca agua. Era una suerte que trabajara en el departamento de limpieza del agua, en el pozo 33. Así su dosis diaria era mayor que la del resto de la gente. El agua siempre había sido escasa, pero hace un año las dosis que se suministraban eran cada vez más pequeñas.
Recordó haber visto un anuncio en su lugar de trabajo que pedían héroes para la búsqueda de agua en las profundidades de la tierra. Los que se prestaban a estas misiones eran gente muy necesitada. Vivian en las zonas más bajas de la tierra. La mayoría estaban medio ciegos y sus huesos deformados. Se les pagaba a sus familias con una subida de planta, donde podían vivir en condiciones mejores. También tenían doble dosis de agua si tenían niños.
Roberto había nacido bajo tierra y lo que conocía del mundo  exterior era lo que le contó su abuelo, ya fallecido. Sus relatos se le quedaron imborrables en su memoria.
Su abuelo le habló de extensiones de campo que en primavera se llenaban de flores de muchos colores y hierba muy verde. El sol no se compraba como ahora, estaba en el cielo. Iluminaba los campos, las montañas y los ríos, que bajaban con fuerza hasta el mar.
El mar era como una gran piscina. La gente iba de vacaciones a bañarse y a tomar el sol en las playas.
El niño abría mucho los ojos y la boca, asombrado con todo lo que le contaba el abuelo. Por la noche se imaginaba el mar, las montañas, los bosques, la luna, las estrellas, el sol, la nieve y muchas cosas más.
“La nieve caía del cielo y se amontonaba en el suelo. Te podías deslizar por ella con unos esquíes. Los niños hacían muñecos de nieve y los adornaban con bufandas.”
“El mar estaba muy frío y te podías bañar en él. Las olas llegaban a las playas y producían un ruido como de cascanueces., al contacto con las conchas y piedras.”
“Había noche y día. Por el día, el sol era el rey del cielo. Por la noche, salía la luna. El sol se escondía en el horizonte y el cielo se incendiaba con colores calientes.” 
“La comida no eran píldoras. Comíamos autenticas delicias. Aún puedo saborear los pasteles de chocolate, las galletas que mi abuela hacía rellenas de nata. Las salchichas, hamburguesas, te encantarían las hamburguesas. A todos los niños les gustaban las pizzas, los espaguetis, la lasaña, la tortilla de patatas…”
El abuelo siguió enumerando deliciosas comidas durante un buen rato.
Su nieto escuchaba atentamente y parecía saborear cada manjar, pues su abuelo no escatimaba en detallarle cómo era y el sabor que tenía.
El abuelo se callaba cuando llegaba su hija del trabajo. A ella no le gustaba que su padre llenara la cabeza del pequeño con historias del pasado. Todo eso ya no existía y no volvería nunca.
El abuelo no compartía el pesimismo de su hija, decía que un día podrían volver a subir a la superficie y vivir como antes. Murió sin ver realizado ese sueño.
Antes de morir, su nieto, agarrándole la mano, le prometió que un día subiría a la superficie y esparciría sus cenizas en el campo.
“Mi teoría es la siguiente: la tierra tiene un núcleo, de donde parten todos los nervios que sostienen todo el ecosistema. Uno de esos nervios o varios deben ser reparados. Si esto se consigue todo volverá a ser como antes.”
El abuelo tenía muchas más teorías como la anterior sobre cómo restablecer el orden perdido. La hija decía que eran autenticas chifladuras. Pero a Roberto le parecían ideas llenas de imaginación y muchas podían ser ciertas. El nieto era tan soñador como su abuelo, por eso se llevaban tan bien.
“Yo me crie en un pequeño pueblo. Mis padres tenían una granja con gallinas, patos y cerdos.”
Roberto se reía mucho cuando su abuelo imitaba los sonidos de los animales. Lo que más le asombraba era que las gallinas pusieran unas cosas blancas. Y los humanos se comían esas cosas. El abuelo hablaba de una comida hecha con huevos y patatas fritas. Decía que era un manjar delicioso.
Unos días antes de morir, el abuelo le dijo que los humanos estábamos bajo tierra por culpa de las guerras.
“Los hombres destruyeron el mundo. Se peleaban por trozos de tierra, igual que los niños pequeños cuando otro niño quiere quitarle sus juguetes. Un día, inventaron una potente bomba y un loco apretó el botón y… El aire era irrespirable. Sólo los que teníamos mascarillas pudimos aguantar hasta que pudimos refugiarnos bajo tierra. El gobierno había construido unos bunkers, que pronto se quedaron pequeños, pues había mucha gente, y se construyeron las siete plantas, como ahora las conocemos. Nosotros vivimos en la tercera planta, somos afortunados. Pero los que están en la 5ª,6ª y 7ª planta, viven peor y mueren antes.”
Gracias a su abuelo su nieto había conseguido un buen trabajo. Estaba bien pagado con dosis de píldoras, rayos de sol y agua. Tenía sus riesgos, porque a veces se producían desprendimientos, pero Roberto trabajaba en una zona muy segura, lejos de las zonas de tierra más inestable.
Desde hace dos años se había independizado de su madre. A su padre no le había conocido. No pudo salvarse cuando el mundo fue destruido. Su madre apenas le había contado gran cosa de él. Sólo que fue piloto comercial. Su madre había sido azafata en uno de sus vuelos y allí se conocieron. Cuando estalló la guerra lo llamarón para luchar, y murió en combate.
Con su madre no hablaba mucho. Siempre estaba seria y enfadada. Su vida no le gustaba. Su madre trabajaba en el departamento de crianza. Allí se ocupaban de las parturientas. El número de niños que nacían había disminuido mucho. Las condiciones no eran muy favorables y la gente prefería abortar a tener un niño.
Roberto salió de su cubo. En el exterior, miles de cubos se encontraban flotando en el aire. Varios tubos transparentes surcaban el espacio, girando lentamente. Se detenían a las puertas de los cubos, si su inquilino iba a salir.
Los más afortunados circulaban en las bolas voladoras.
Roberto se metió en el tubo 13. Estaba atestado de gente que se dirigía a sus trabajos. Se dejo llevar por la cinta transportadora hasta el elevador. Subió a la 4ª planta. Estaba saludando a los compañeros, cuando un ensordecedor ruido les sorprendió.
Todos preguntaban qué había sido eso. Alguien gritó que la tierra se estaba moviendo, que había que salir de allí. Un temblor más fuerte tiró al suelo a la gente. El cubo se resquebrajaba. Roberto saltó a uno de los tubos y corrió. Sólo pensaba en su madre.
El pánico se había adueñado ya de todos.
Los tubos estaban colapsados de gente.
Roberto consiguió llegar al tubo 2, donde trabajaba su madre. La zona estaba destruida. Muchas personas caían al vacío y otras se agarraban a lo que quedaba de tubos y cubos, para terminar cayendo, al cabo de unos minutos, si no eran rescatados.
Roberto subió por una rampa hacia la1ª planta. Entonces se acordó de una de las teorías de su abuelo.
“Algún día se podrá salir a la superficie, sólo hará falta, por precaución, colocarse un casco en la cabeza y una mascarilla. Yo tengo las dos cosas; están en el túnel 2, al lado del elevador de rayos de sol.”
Roberto se dirigió a ese sitio y encontró un casco y una mascarilla. Iba subir a la superficie cuando alguien le cogió del brazo…
-Roberto, despierta. Tienes que ir al cole. ¿Pero qué haces con el casco de la moto en la cabeza?
-Mamá, he soñado con el abuelo. Vivíamos bajo tierra y comíamos píldoras…

Lorens Canillas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:19:40 pm
Gallito de oro


De que era un gallo guapo, gallito de oro,  puedes  aseverarlo, incluso jurar por la mismitica Virgen   , lo otro fueron las circunstancias , como te  dijo el Duende en la galera.  La mano invisible que te empuja,  y ya no puedes echarte atrás, como si el fierro buscara  la carne o viceversa, y el publico sediento de sangre. Que no se conforman con la  muerte de los pobres animalitos, que están hecho para pelear,  .pero  tu cerebro es más grande , y debe permitirte razonar, que no naciste  para matar a otro hombre- aunque lo mates como siempre han hecho los hombres  desde que el mundo es mundo.
Pero ahora eso no te importa sino llegar a casa , después de tanto tiempo  y poder abrazar a tu mujer, a tus hijos,. Que a veces la vida se divide en un antes y un después, y sin embargo el gallo esta ahí , tu  hermano le curó las heridas preparándolo para la revancha,  porque así está escrito,  un gallo ganador no puede retirarse mucho menos si hay un muerto de por medio,
Todo sucedió sin que pudiera predecirse, la valla, los gallos, las apuestas, el dinero que corre cuando la sangre se enardece, y es otra vez la voz que dice
----No pagó, **** ese gallo está untado.
---- Yo no necesito untar a mi gallo- respondes enardecido que fue una pelea limpia- lo que pasa es que el tuyo se acobardó.
Pero el otro no entiende de palabras, y salen a relucir las armas blancas, un machete afilado, una cuchilla que se entierra con fuerzas en la carne del provocador.
--- Mi gallo estaba limpio- rematas con la voz llena de rabia que no viniste a buscando reyerta pero si se presenta, uno no puede andar haciéndole ascos a la muerte.
Mataron  a Juanito el  Loco se regó en el barrio, ya para entonces estabas preso que el que a hierro mata a hierro muere, y no hay justificación si se le quita la vida a un hombre.
Y aunque han pasado dos  años el rencor sigue latente sobre todo si el otro dejó un hijo que siguió sus pasos, y ahora se juega veinte mil pesos a su gallo contra el tuyo. Que finalmente el que gané se lo lleva todo, y hasta dejaran zanjada esa vieja rencilla, es la única forma de calmar a un difunto que anda reclamando venganza.
 Tienes que pelear tu gallo- te dicen los socios del barrio- De todas formas si no lo haces él vendrá por ti que lleva mucho tiempo esperando este momento.
Gallito, gallito fino, gallito de oro,  como los gladiadores de aquella película,  Ave Cesar ,los que van a morir te saludan, los gallos salen a darlo todo  en la valla, que si él rival no acepta, si  no aprovecha la oportunidad de matar,  entonces se recuperan,  señor de la muerte matando al contrario ,como ahora quiere el contrario que tú  mueras gallo de por medio, venganza, o ganas de joderte la existencia
.---¿ Y si no aceptó la pelea? – indagas.
---- Sería fatal para los dos- responden los amigos, que a ninguno le gusta ponerte ante tamaña circunstancias-- Matar  o morir. Esa ha sido siempre nuestra historia, y si los gallos lo hacen sin chistar a nosotros no nos queda otra alternativa que seguir su ejemplo.
Matar, es otra vez la voz del  Duende - Matar es sencillo,  lo difícil, es  poder cargar con esa culpa.  Los gallos matan, y luego duermen tranquilo y hasta se pavonean al día siguiente con su canto mañanero. Pero los hombres, los hombres saben que  después de ese paso no es lo mismo
--- Mira Jesús, yo siempre te he considerado un buen muchacho- es ahora el  Jefe del  Sector de la Policía quien toca a tu puerta para advertirte - Pero se dicen muchas cosas por ahí y ninguna es buena.  Si necesitas de mi ayuda no dudes en buscarme, pero no vuelvas a embarcarte que no vale la pena.  Y eso lo digo por los dos. Que ya hablé con el otro porqué  es hora de que alguien ponga fin a esta historia.
Ojalá, fuera tan fácil, eso lo sabes no ahora que te dieron tu primer pase, que te pasaron al correccional con internamiento, sino desde que te trancaron en el Combinado del Este a donde llegaron  las amenazas, proferidas en tu ausencia.
---- Mejor hubiera sido que le hubieran dado cadena perpetua, porqué cuando salga yo lo voy a estar esperando. y lo voy a matar como un perro pero primero mi gallo va a vengar la muerte de aquel otro gallo causante de esta historia.
Y después de unos días junto a la familia, la mujer que te ruega, que te suplica no hagas caso a la gente, ya bastante tus hijos y yo hemos sufrido con tanta separación, estás decidido a olvidarlo todo, a no aceptar  ese reto a donde se te va la vida  que para eso llevas tu gallo, y delante de todo el mundo. la valla en pleno apogeo lo levantas para que todos lo vean.
----Este es mi gallo  pero no voy a pelearlo,ya  hay demasiada sangre de por medio. Doy por perdido este encuentro , quiero que todo se quede en el pasado.
------Es demasiado tarde para arrepentimientos- te dice el hijo de Juanito-  mis muertos están pidiendo esta revancha para dormir en paz. Tal vez tú no eres culpable por la sangre derramada, que cuando dos hombres se buscan con ganas uno de los dos tiene que morir.  Pero aquella noche tu gallo estaba untado, untado porque la mano que lo espueló estaba vendida. Así que no tienes otra alternativa que pelear este gallo para que finalmente se haga justicia pues de lo contrario esta guerra nunca va acabar.
¿El gallo untado? Sí, claro  por eso es la mirada huidiza de tu hermano el cuerpo que le tiembla cuando para te diga la verdad lo  sostienes  con fuerza  por  la pechera
----¿****, dime qué es mentira? Dime, que no mate de balde, que mi gallo ganó en buena lid.
Pero tu hermano no responde, que las piernas le tiemblan y su rostro anuncia culpabilidad. .
---- Hijo de **** quítate de mi vista, ****.
Y cuando salen a la valla guapos, y enardecidos gallitos de pelea, espuelas buscando  al contrario, ya para ti carece de sentido porque otra vez estás en prisión en donde el Duende, que también tiene sus muertos te dice:
-----No es que tengas que cumplir tantos años, sino que ya no podrás dormir tranquilo el resto de tu vida, que si los gallos olvidan los hombres tenemos buena memoria sobré todo a la hora de arrepentirnos de los pecados.
Y como en una película los gallos se enfrentan en la valla, y son sus espuelas buscando herir al contrario,  el revoleteo de alas, el grito del  gentío,  tu gallo que avanza decidido a matar, que es un gallo valiente, un gallo fuerte, un gallito de oro, pero tú  te metes en el medio, y paras la pelea a pesar  las protestas de los apostadores, de la canalla que ruge enloquecida.
--- Ya estamos en paz, muchacho- dices mirando frente a frente al hijo de Juanito el Loco- Esta pelea la perdí yo, como perdí la otra que tuve con tu padre aquella tarde. Aquí está mi pecho para que me mates, si es que con el tiempo que llevo cumpliendo  en la cárcel no te es suficiente.
Todos hacen silencio, no se escuche ni el zumbido de una mosca, tú das la espalda, despacio sin apuro, que ya todo está dicho, y si tienes que hacerle compañía al difunto que cayó por tu mano, ya no te importa Lo que no puedes permitirte, lo que no puedes aceptar, es que otra vez  tengas que matar por un gallo que estaba untado, no importa si tu gallo es  bueno, fuerte, valiente, gallito de oro.
Y aquí estás frente a la Empresa en donde te han ubicado como soldador, - por tu buen comportamiento de dieron la libertad condicional. Ha pasado un año  desde el encuentro en la valla, y los galleros te han vuelto la espalda, y hasta en el barrio se comenta que la prisión te ha ablandado. Que la pelea estaba ganada de antemano, solo que le cogiste miedo al hijo de Juanito el Loco.
Pero a ti no te afecta lo que diga la gente, y mucho menos las disculpas de tu hermano, que para ti el asunto  ya está terminado, aunque sigas cuidando a tu gallo, a tu gallo campeón, que ahora en la jaula como si extrañara la valla  entona su canto, y por eso lo sacas, y lo acaricias como cuando iba a comenzar una pelea para decirle desde lo más profundo de tu ser.
---¡ Gallito valiente, gallito fuerte, gallito de oro!

Tirso de Molina 200
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:21:15 pm
Al amanecer


El destino no reina sin la complicidad
secreta del instinto y la voluntad.
                                  Giovanni Papini.


Siete hombres reunidos en la penumbra de una habitación medio en ruinas, devastada, acribillada, una habitación que destila en cada palmo, en cada esquina, por cada agujero, el fuerte olor de la muerte. El eco de sus voces pende inquieto en mitad de la noche. Discuten. Maldicen. A ratos callan, sobresaltados, aguzando temerosos los oídos al creer haber escuchado algo. Suspiran aliviados y de inmediato retoman el crispado en-frentamiento con el susto todavía en el cuerpo. Nadie duerme esa noche gélida y fatal, imposible pegar ojo. Salvo un tenue reflejo de claridad que en el tercer piso donde se encuentran logra colar a duras penas una de las farolas de la calle, la oscuridad se ha adueñado orgullosamente de la estancia, dibujando sus siluetas deambulando con ner-viosismo por ésta. Enzarzados en plena discusión uno de ellos pretexta entre sollozos el porqué de la inconveniencia de que fuera él a quien le tocara ir, despertando así una pila de furiosos reproches.
     ―¡No digas bobadas, Zoran, por favor! O acaso no sabes que todos los aquí pre-sentes tenemos hijos y esposa que dependen por entero de nosotros.
     Avergonzado, Zoran se cubre el rostro con sus temblorosas manos y farfulla unas pa-labras, palabras que parten del corazón y que apelan al miedo como disculpa a su co-barde comportamiento.
     ―Pero qué te piensas, ¿que eres el único? Nosotros también estamos asustados: muy asustados. Nadie aquí quiere hacerse el héroe, pero no nos queda otra, sólo pretendemos sobrevivir, y para conseguirlo tenemos que estar preparados para cualquier cosa y dis-puestos a todo.
     Zoran estalla en llanto, concitando así una atmósfera de silente incomodidad que su-me a cada hombre en el frío seno de sus pensamientos. Tal y como lleva Milo desde el inicio de la reunión; inmóvil, callado. Encajando cada propuesta, cada excusa, cada la-mento. Escuchando a sus compañeros con aire reflexivo, mirándoles de hito en hito en-tretanto la noche va consumiéndose anticipando el momento decisivo.
     Sólo Milo, joven ingeniero químico recién llegado a la treintena, casado desde hace tres años y con un niño pequeño de apenas uno, parece mantener la compostura. Al con-trario que sus agitados compañeros, que, fervientes creyentes musulmanes todavía se aferran a la esperanza de un milagro, él es plenamente consciente de lo complicado que lo tienen. Muy complicado. Demasiado. Sabe bien que la cosa pinta fea, mal, que sus opciones son reducidas por más que pretendan algunos dejar abierta una posible salida a un conflicto que ya llevaba tiempo agazapado, emboscado, un conflicto construido con los mimbres del odio racial y religioso de la población serbia. Y también sabe Milo que esas escasas opciones pasa por apañárselas ellos mismos, sin esperar a una ayuda inter-nacional que a buen seguro no vendrá en su auxilio. Aunque se esfuerza por rechazar un pensamiento tan pesimista, resulta difícil ignorar que los últimos acontecimientos han mutilado las pocas esperanzas que les quedaban enteras, intactas, y que por tanto están sentenciados, perdidos, porque mientras permanezcan invisibles al resto del planeta y con la suerte siempre dándoles la espalda todo se reduce a una desalentadora elección: elegir entre el fuego o las brasas.
     ―¡No! ―exclama bruscamente Milo, exaltado, reaccionando ante la propuesta que acaba de surgir de boca de uno de los siete. Tan brusco y fuerte que por momentos ha avivado entre los hombres el temor a ser descubiertos―. No pienso echar a suertes nada ―añade, en un tono más suave para tranquilidad de todos.
     En modo alguno se muestra dispuesto Milo a que de nuevo le corresponda al maldito azar, frívolo, caprichoso, casi siempre injusto, dirigir tanto su destino como el de su fa-milia. Un azar que en realidad no es más que el fruto, el retoño de un sucio complot en-tre asesinos. El anhelo de un destino siempre indolente con ellos. Un incierto futuro or-questado a voluntad de unos monstruos.
     No. Ni hablar. Adelanta, pues, su fantasmagórica silueta al centro de la habitación y declara, rotundo:
     ―Iré yo.
     Desconcertado se queda el grupo ante el repentino, brusco, inesperado anuncio del joven Milo. Sin embargo nada alegan en contra de su firme determinación de ser él, el menor de todos, quien, al amanecer, ponga en juego su vida. Un aguijonazo de vergüen-za se suma al alivio experimentado al escuchar la valiente decisión que prorrogará sus míseras vidas, al menos, otro día más.
     Suerte, le desean, acogiendo en sus corazones la ciega esperanza de que, por una vez, por una sola vez, por una maldita vez, también atienda a sus peticiones, también atienda a sus súplicas.

Ignoras qué hora puede ser pero sospechas que pronto amanecerá. Cuarenta, cuarenta y cinco minutos, todo lo más, piensas.
     Hace semanas que montas guardia en tu casa, rodeado de basura y sin apenas comer ni dormir. De noche, incapaz de conciliar el sueño, deambulas impaciente entre tus pro-pios excrementos, fumando un cigarrillo tras otro, esperando.
     Pese a encontrarte a un centenar de metros de distancia del Bulevar Mese Selimovica, o Sniper Alley (Avenida de los Francotiradores), como ha sido tristemente rebautizado, aun así te llega con cierta nitidez el grave ronroneo de los generadores eléctricos. Sabes bien que en cuanto se acallen el silencio traerá consigo la total oscuridad, puesto que, privadas de alimento, las pocas farolas que hayan logrado resistir el regular acoso de proyectiles y cascotes cegarán su parpadeante ojo de luz, enterrando el Bulevar en las ti-nieblas durante unos minutos, el tiempo que tarde la noche en abrir sus puertas al ama-necer.
     Un ladrido lejano pero potente, sentido, afligido, te arranca violentamente de tu enso-ñación. Aplastas la humeante colilla olvidada entre tus dedos bajo tu bota y empuñas el rifle, tu eficiente y letal rifle semiautomático Zastava M-76, que descansa fielmente en tu regazo. Entonces te alzas del roído colchón y en dos pasos te plantas delante de la ventana. La mira telescópica no ofrece, por ahora, ningún objetivo.
     El ronco rumor de los generadores eléctricos todavía es audible, pero por poco tiem-po, porque en el negro horizonte ya comienza a insinuarse el albor de un nuevo día. Dos cigarrillos, calculas. Quizá tres.
     Te tiras nuevamente en el colchón y acurrucas el rifle sobre tus piernas para así te-ner libres ambas manos. Acostumbrados tos ojos a la oscuridad no necesitan luz alguna que guíe tus pasos.   
     Un par de cigarrillos más tarde la llama de tu mechero vuelve a cincelar un pequeño boquete en la negrura. Según ladeas la cabeza para prender el siguiente cigarro, último en la estimación de tiempo hasta el amanecer, tropiezan tus ojos con algo. Una moneda. Una moneda de plata. Permanece allí donde cayó por última vez la tarde anterior, mo-mentos antes de ponerse el sol. La recoges y te la guardas en el bolsillo sin experimentar el más mínimo sentimiento de arrepentimiento o culpa.
     Fumas, fumas y aguardas pacientemente hasta que la claridad de otro día clonado del anterior bañe tu cara.

Despunta el día y los avisos por megafonía se reanudan, tanto los que anuncian los pun-tos de abastecimiento que el gobierno bosnio ha establecido como los que advierten del peligro que acecha en las alturas: «¡Pazi-Snajper!», «¡Cuidado-Francotiradores!».
     Una sonrisa cruel trepa a tu rostro.
     Dos nuevos participantes entran en juego.
     Un hombre mayor y un chico joven, de unos treinta años, que, empujados por la de-sesperación, han abandonado sus escondrijos. No van juntos, cada uno esconde su ra-quítica silueta en puntos distintos del Bulevar; detrás de un bloque de cemento el viejo y al abrigo de un carbonizado autobús de línea el chico.
     Apostado en la ventana introduces una única bala en el cargador y, lentamente, con mimo, desamartillas el arma. «Bien, cucarachas, juguemos, musitas. ¿Quién de los dos será el afortunado? ¿A quien libraré hoy de su miseria?».
     Por medio de una macabra y arbitraria selección has abatido ya a muchos, sin em-bargo esta última semana en lugar de disparar al buen tuntún sobre todo bicho viviente (perros y gatos incluidos), has resuelto divertirte un poco. Incorporar una nueva y atrac-tiva emoción al juego. Estimular el rutinario día a día.
     Sin soltar el rifle metes una mano en el bolsillo del pantalón y la cierras alrededor de la moneda de plata. Un siniestro hormigueo te recorre la espina dorsal al hacerlo. En el curso de extraer la moneda y hacerla rodar previamente por los nudillos, rito preliminar que forma parte de la diversión, dos sombras se mueven en el Bulevar.
     Una pausa en la cadena de mensajes gravados difundidos por megafonía parece ser un momento tan bueno como cualquier otro, ha debido de pensar una de las dos som-bras, porque, en cuanto se crea el silencio, el viejo, un humilde musulmán y profesor de universidad jubilado, asoma la cabeza por encima del bloque de cemento. Va descu-briendo las facciones de su flacucho rostro poco a poco; lo primero que emerge es una cabellera rala, canosa, seguida de unos ojos grandes, aterrados, una nariz fina, des-cansando sobre un lecho de pelo, y finalmente unos labios que se mueven arriba y aba-jo, nerviosos, rezando compulsivamente. Mira a un lado y a otro y lleva a cabo su plan, simple y arriesgado; se incorpora y con decisión se lanza en torpe carrera con el fin de alcanzar el extremo opuesto del Bulevar. Al descubierto, exponiéndose sin el menor escudo al fuego de los francotiradores, no ambiciona el viejo más que llegar al codi-ciado punto de reparto de víveres. Del mismo modo el chico joven, aprovechando tam-bién el parón en los comunicados como si ello hiciera crecer las posibilidades de éxito, se arma de valor y sin más prescinde de su protección y se entrega a un loco sprint, con-virtiéndose, igualmente, en un blanco perfecto.
     Tú lo observas todo con una maquiavélica sonrisa incrustada en tu mugriento sem-blante, recreándote con la desesperación de aquellos infelices que para ti no representan más que un puñado de alimañas que hay que exterminar. Sin embargo no puedes demo-rarte demasiado en tu tarea exterminadora, tienes que darte prisa, puesto que alguien se te puede adelantar; obviamente no eres el único francotirador de la zona.
     Así que sin conceder más tiempo asignas mentalmente un lado de la moneda a cada uno (cruz, viejo, cara, chico) y la lanzas al aire con un golpe de pulgar, igual que se ha-ría en un inocente sorteo entre amigos. La moneda de plata surca el aire con un cen-telleante vuelo y aterriza de nuevo en tu mano. La abres y descubres complacido el fallo del Destino.

     «Bueno, susurras, al tiempo que guiñas un ojo y acaricias con tu dedo índice el ga-tillo del arma, parece que ya tenemos ganador».

Fire
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:23:58 pm
Lo peor es el niño


   Acabo de llegar. Atravieso las brillantes baldosas sin pereza. Sólo el silencio acompaña mis menudos pasos. Todo está limpio. Demasiado limpio para mis nervios. En la entrada no hay nada que merezca la pena. Todo impoluto. Se diría que nadie vive aquí. Continúo mi estrecha vigilancia. No tengo más remedio.
   A la izquierda la puerta me atrae con su luz de rendija. Me asomo. Nadie. Es una falsa alarma. Se han debido dejar la lámpara de sobremesa encendida. Entro siguiendo ese halo de luz y recorro la pequeña y, a  la vez para mí, gran estancia. Cuadros, reliquias, diplomas, librerías. Es gente culta y, por la luz, gente también  olvidadiza. Sobre la mesa, una pluma sobresale del borde con algunas cuartillas. Han debido salir inesperadamente. Tengo más pruebas de que han salido aprisa. Me voy de aquí. Nada de esto podría interesarme. Continúo por el pasillo casi a oscuras. El canto de algún pájaro me hace caminar con más desorden. Si hay pájaro, no deben estar lejos, los víveres entonces deben estar seguros. Las notas del triste pajarillo me hacen andar con más aplomo y optimismo. Atravieso una puerta de cristales. El salón se adivina amplio. En esta casa deben vivir al menos cinco o seis personas. Desgraciadamente, la jaula está en la terraza y el pájaro, doblemente encerrado, en la jaula y tras la puerta infranqueable de aluminio. Mala suerte. Me conformaré con escuchar su canto con la esperanza de encontrar alguna vez la puerta abierta.
   En el salón no guardan los manteles. Ya lo he averiguado en sus cajones. Ni una miga. Sólo papeles que a mí nada me importan y recuerdos de viajes que seguro todavía están en la memoria del mayor viajero de la casa.
   Continúo el paseo de reconocimiento buscando el mejor rincón para intentar pasar desapercibida. Creo que se oyen golpes. Mientras no enciendan luces, yo seguiré mi marcha.
   Este debe ser el cuarto de baño por la mezcla de olor del desinfectante con el perfume. Difícilmente encontraré aquí lo que busco. Unas gotas de agua hacen que al dar la vuelta me resbale. Salgo cuanto antes de allí.
   Otra puerta abierta. La colcha que descansa sus bordes en el suelo me reclama. Debe ser el dormitorio de los padres o el más grande. Es cómoda, limpia y de gran colorido. Estoy cansada. Hoy he corrido mucho. Me parece excesivo y peligroso para mis circunstancias. El cabecero de la cama tiene un pequeño estante. Sobre él reposa una caja de terciopelo rojo. Puede ser un joyero. ¡Es inútil que mire en esa caja! Por más joyas que tenga no me sirven de nada. Está claro que aquí no encontraré lo que busco... Perezosamente, me deslizo por la colcha hasta que mis pies tocan el suelo y sigo mi camino a oscuras por el pasillo negro.
   En la siguiente puerta un aroma de menta y fresa me hace ilusionarme inesperadamente. Huele a chicle, a azúcar deshecho en caramelo, a golosina pegajosa de feria... Por cierto, ¿dónde está la cocina? No he reparado en ella. Y ya se están acabando las puertas. Este debe ser el cuarto de los niños o del niño, que eso nunca se sabe, y está desordenado, ya lo veo. ¡Bien! Eso me beneficia para camuflarme en cualquier rincón con sus juguetes. Tendré paciencia. Otra vez se oyen golpes. Y pasos. Y las luces se encienden. Voy a esconderme antes que me descubran como intrusa y se acabe mi historia sin comer las perdices. ¿Qué es eso? ¡Una sirena! He debido accionar algún juguete con alarma. ¡Pues qué bien! ¡Lo que faltaba! Un niño amante de los cables. ¿Y ahora qué hago? Nunca se sabe lo peligroso que para mí puede resultar eso. Me quedaré atrapada en cualquiera de sus trampas. Mejor me voy de aquí. Alguien viene corriendo. Escucho la carrera en el pasillo largo. Pero ¿a dónde puedo ir? Ya está. No iré dando vaivenes. Lo he pensado mejor. Me quedo. ¿Dónde escapar ahora? Sólo faltaba que tuviera problemas con un niño. Eso sería el colmo para mi carrera. Jamás un niño y yo podremos ser amigos. Ellos son como son. Nunca llegaríamos a entendernos. Un niño, ya se sabe,  siempre es niño. Quiere saber, está despierto, busca, observa, investiga a gatas por los suelos. Él será para siempre mi enemigo.
   Ahora debo esconderme, por esta noche al menos. Es él. Ya viene. Ha encendido la luz. Creo que no me ha visto. ¡Menos mal!  Ha parado la alarma. Sus botas son enormes. Debe calzar un treinta y uno por lo menos. Una de las lecciones que recuerdo con detalle es el cálculo del pie de un humano pequeño. Era un tema difícil porque los chicos nunca se quedan quietos y en cualquier momento te esperas lo peor. Creo que ha visto algo. ¡Dios mío! Estoy contando los segundos con miedo. Que se vaya a cenar. Si me ve, estoy perdida. No podré atravesar otra vez el pasillo a duras penas. ¡Uff! ¡Menos mal! Ya ha apagado la luz y se va. He de salir de aquí. Buscaré de una vez la despensa. Caminaré despacio. Mientras tanto, tiempo tienen de sobra de preparar la mesa, de cenar y después ya en el sofá, de reposar la cena. Es el mejor momento que puedo aprovechar. Debo llegar a tiempo antes de la limpieza aunque sé que son demasiados los pasos que me quedan. Y demasiado esfuerzo para mí. Creo que el piso de al lado es más pequeño. Tiene una distribución inmejorable, pero ya me cansé de no encontrar nada que llevarme a la boca. Esa familia siempre come fuera. De aquí, sin embargo, a mediodía me llega un olorcillo que alimenta. ¡Ánimo! Con suerte en una hora llegaré a la panera o, sin ella, al cubo de basura.
   Lo peor es el niño. Si no fuera por él no me arriesgaría a buscar más viviendas. En el tercero, me ha dicho una vecina que cocinan de miedo y en el quinto, que hay una abuela que siempre tiene la despensa llena. Ese es, sin duda, el mejor sitio para instalar mi casa, con mi comunidad que espera. Podría ser un lugar importante para echar mis raíces. El mejor hormiguero del barrio como el que se forjó mi prima, la hormiga Filomena. Lo peor es llegar hasta allí. Ya sé. La receta de siempre: Con trabajo y paciencia. ¿Y quién es el insecto animoso que se sube en ascensor hasta el quinto? ¿Y luego quién salva la ranura para no caer por el abismo de su hueco si estás sin alas como la mayoría de las hormigas neutras? Eso es trabajo de enanos, o de chinos o de hormigas gentiles, fecundas y hacendosas que siempre están dispuestas a conseguir la meta. Lo siento. Aquí me quedo. Viviré en el primero. Tiene una gran cocina y una mejor despensa. Llamaré a las demás por si quieren quedarse.  Lo peor es el niño...

Destino
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:25:37 pm
Sombra


No me importa comer de la basura, de las sobras que él deja. No me importa que no me conozca, que nunca me haya visto. No me importan incluso sus amantes furtivas, las que le piden dinero mientras se visten, las que desaparecen tras la puerta. No me importa su ausencia en las vacaciones ni las visitas de sus pocos amigos. A cambio, solo una cosa quiero: que en las noches, cuando él duerme, yo pueda acostarme junto a él.
Tras la cortina, bajo el sillón, dentro del armario, en todos esos escondites que he escogido con cuidado cuando él no está, sigo con la mirada los pormenores de su vida. Es así como sé que trabaja mediocremente en una oficina y siempre dice que renunciará un día de estos, que odia a su madre, que lleva una vida solitaria, que escribe por las mañanas y bebe por las noches, que llora los fines de semana y que no deja de arrancarse los cabellos, uno por uno, cuando está aburrido. Conozco todos sus movimientos, sus pensamientos, sus voluntades. Cada gesto, cada índice, cada postura, son claros para mí. No hay nada que yo no sepa.
A veces juego a hacerme presente con pequeños detalles: escondo su par de calcetines favorito detrás de la lavadora, dejo abiertas de par en par las puertas de su armario, cambio de lugar los cuadros que tiene en la sala. Él solo se rasca la cabeza, pensando seguramente que debe estar volviéndose loco o se excedió en la bebida la noche anterior. Sé que, por más inverosímil que sea el cambio, él lo habrá olvidado en una semana.
Conozco su vida mejor que cualquiera. Conozco su sueño, centímetro por centímetro, los rictus, expresiones, balbuceos y gemidos; su sueño alcohólico, húmedo, triste, onírico, agitado. Sé cuándo acercarme, cuándo acostarme a su lado, cuando tocarlo y cuando dejar de hacerlo. Sé también esconderme cuando él despierta, en medio de la noche, sobresaltado. A través de mis labios, del calor de mis manos, me introduzco en sus sueños, los transformo a mi antojo, haciéndome presente allí, sin pudor alguno, mostrándole los caminos de la felicidad. Su rostro estupefacto se muestra agradecido de encontrarme, y con gesto tímido me da la mano y se deja guiar. En las mañanas, a través de esa pequeña rendija del armario, observo cómo garrapatea en su libro de anotaciones los sueños de la noche anterior, donde me describe de todas las formas posibles.
Hace poco oí que pensaba cambiarse de casa. Se lo dijo a una amante pagada. Le dijo que ya estaba cansado de la rutina. Yo escuché con angustia esa declaración, como si fuera una sentencia a muerte. Pero, con el tiempo, he aprendido a vivir con la idea de la mudanza, y tengo la firme convicción de que, cuando llegue el momento, me introduciré no sé cómo en una de sus maletas, para que así me lleve consigo.

Gavino Múzquiz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:27:33 pm
¿Cada cuánto lloran las gallinas?


-¿Cada cuánto lloran las gallinas?,-
-yo que voy a saber hombre, no ves que estoy durmiendo,-
 -¿y los gansos vuelan o se aparean con los patos de pluma blanca?,-
- qué te está pasando, la verdad ya me estoy cansando de tu actitud, sino tienes sueño ve y sales a dar una vuelta por el parque, pero lo que respecta a mí déjame en paz, mañana tengo que levantarme temprano para ir a rezarle al santísimo en las butacas,-
- jajajaja ¿sólo por eso tienes que madrugar?, definitivamente hay mucha gente que no tiene nada mejor que hacer,-
- eso a ti qué te importa, son cosas mías, y si no te gusta es tu problema,-
- ¡huy!, pero no se me ofusque, tan sólo era  un comentario, -
-como te dije, si no tienes oficio es mejor que te vayas de aquí,-
- ok, ya me voy, iré a caminar un rato, veo que el aire está más fresco cuando abro las ventanas.
Salí al parque y todos estaban durmiendo, el camino estaba despejado y los amantes clandestinos se revolcaban como animales detrás de las estepas camufladas, era muy común verlos ahí y más a esta hora: hombres con mujeres, niños con niñas, hombres con hombres, señores con niñas y ancianos con adolecentes; en los temas sexuales todo se vale un día entre semana a la una y media de la mañana. Nunca he entendido ese falso pudor que envuelve a esta sociedad trastornada, tanto misterio para un asunto tan simple, bueno, no voy a desgastarme buscando cambiar los antiguos hábitos de la humanidad.
Decidí tomar un par de piedras y jugar con ellas mientras transitaba sin destino, siempre lo hacía cuando iba rumbo hacia la escuela allá en el año 86 en las abismales avenidas de San Vicente de Chucurí.
En la orilla de enfrente,  dos ratas hurgando entre la basura, dos animalitos inocentes despreocupados de toda la absurda situación que gobierna a este planeta circular. Cuánto me hubiera gustado haber nacido rata, vagar por donde me diera la gana e infectar a cualquier estúpido que me cayera realmente mal, ¡pero no!, a la caprichosa existencia le dio por inmiscuirme en esta revoltosa y violenta masa de seres humanos.
Una cosa me entristeció mientras deambulaba en la noche; una bolsa con un feto muerto a la sombra de un árbol moribundo,  un niño que no fue niño y que mucho menos llegó a ser hombre, ¡vaya suerte la de algunos!, vivir sin conocer lo que es la vida y morir ignorando los pergaminos de la muerte. Lloré mi mala suerte por unos cuantos minutos y entré a un hotel que en su entrada colgaba un letrero que decía cerrado, no estaba de muy buenas pulgas y con una piedra oportuna rompí de un solo golpe la ventana, el dueño detrás de una repisa me miró un poco deslumbrado, pero no más, bastó una picada de ojo para que me dejara seguir sin mayor inconveniente.
Cuando entré al cuarto todo estaba destruido, la cama sólo tenía tres patas, la mesa de noche se encontraba admirando el salir de la mañana, un hoyo del tamaño de un cajón miraba ensimismado la apertura de un retrato delincuente, la alfombra estaba hecha trizas, llena de mugre y de mocos de algún flemático virulento. La verdad no me daban muchas ganas de dormir, el sueño se había escapado en el mismo momento que me dio por ingresar.
Miré un poco por las cortinas, la vista no era de las mejores que podía encontrar, daba hacía un agujero enorme colmado de cadáveres de quién sabe qué animal…, parecían huesos de perros pero así como eran de perro podía ser de gatos, tal vez de lince o de algún otro depredador desprestigiado. Así es la vida, horrible y desbarajustada, y más en el cuarto de un hotel de falsa defunción.

Zien
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:31:29 pm
El Regalo de Clara


La mañana del martes 13 de febrero Nicolás se despierta como todos los días, va al baño, se cambia la ropa, toma sus cosas, baja las escaleras y sale a la calle sin notar en todo ese lapso de tiempo, ni por un segundo siquiera, que su cuerpo sigue tendido sobre la cama con los ojos abiertos, las manos tiesas y frías, el rostro pálido con una extraña mueca de asombro y a pesar de estos evidentes signos Nicolás sale al mundo como si aún tuviera un cuerpo adherido a él y comienza a recorrer las tiendas en busca de un regalo para su prima Clara pero al no encontrar nada de su agrado, decide ir a la casa de su amigo Lucas y pedirle que lo acompañe mientras su madre golpea por segunda vez la puerta de su cuarto exigiéndole que se levante pero Nicolás llega a la casa de Lucas y por más que llama, Lucas no atiende por lo que piensa  en ir al  almacén de  Alfredo donde su amigo hace todas las mañanas las compras para su abuela en el momento exacto en que su madre y su padre comienzan otra discusión sobre las cuotas impagas de la hipoteca que finaliza con un portazo de su padre y un llanto ahogado de su madre que se limpia discretamente con un pañuelo cuando Nicolás entra en el almacén de Alfredo y para su decepción tampoco encuentra a Lucas allí y continúa solo, toma el colectivo para ir hasta la calle Reconquista donde hay locales con descuentos y ofertas interesantes pero no termina de sentarse que su madre saca la pava del fuego, sirve el té en tazas con flores rojas, amarillas, lilas y verdes (regalo de bodas que aún conserva) y las lleva a la mesa en donde se topa con su hermana que baja las escaleras para ir a encontrarse con Andrés por lo que la detiene en el último peldaño y le ordena con un grito que se cambie la ropa y se abrigue recordándole,   también  a  los  gritos,   que   es "una señorita" y que "no podés andar desnuda por la calle”, frase con su madre siempre se refiere a la ropa de su hermana que insulta dando patadas y golpes al aire y sube las escaleras a grandes pasos por lo que no escucha al chofer del colectivo anunciando que el motor se rompió y "qué se le va a hacer" y las quejas de los pasajeros y Nicolás caminando por las veredas rumbo a Reconquista hasta que se detiene frente a un letrero luminoso que indica "grandes rebajas por liquidación en juguetería y artículos de bazar" y entra al negocio y recorre los estantes en busca de un regalo para Clara cuando su madre, impaciente y furiosa, golpea por tercera vez la puerta de su cuarto exigiéndole que abra "en el acto" porque el desayuno se enfría sin saber que el padre entra a la casa de Enriqueta (una bailarina exótica con la que él se ve todos los martes antes de ir al trabajo) y la besa apasionadamente arrojando el  saco sobre una silla desvencijada al tiempo que Enriqueta corre las cortinas que separan el "living" del "dormitorio" en el preciso instante que Nicolás observa un juego de mesa con tetera, seis tacitas de colores, y hasta una máquina para hacer macitas y un horno para cocinarlas con intención de comprarlo pero ve la etiqueta del precio y se da cuenta que no le alcanza el dinero por lo que opta por la segunda opción (un set de maquillaje completo con espejo, pinturitas y lápiz labial) que está de oferta, al tiempo que su madre golpea la puerta con un martillo que su padre  había comprado en la ferretería un día en que se encontró con Enriqueta y no tenía excusas para llegar tarde y dijo que había ido a comprar el martillo y se había quedado discutiendo con Mario por el partido de la noche anterior y en ese instante su hermana se escapa por la ventana de su cuarto y desciende como puede aferrada al tronco de un viejo árbol que  había  plantado su padre en tiempos en que no conocía los clubes nocturnos y su madre no bebía a escondidas ocultando el licor en una muestra gratis de perfume y ella sacaba solo dieces en la escuela y llega al suelo y corre con todas sus fuerzas a encontrarse con su novio con el que tenía planeado fugarse esa misma tarde y lo abraza dándole un beso entre lágrimas cuando Nicolás llega a la estación del tren y espera junto al andén con el regalo que ha comprado con el dinero ahorrado durante meses con los vueltos del almacén y las monedas que su padre olvidaba en los bolsillos de la ropa sucia y para él es el mejor día del mundo porque sorprenderá a Clara en su cumpleaños con un regalo bien lindo aunque hubiera preferido llevarle el hornito y el juego de mesa pero era muy caro y en todas estas cosas pensaba Nicolás cuando siente un golpe y un empujón y pierde estabilidad junto a la línea amarilla  del  andén  y  siente el vacío bajo sus pies y la caída que se hace eterna y la madre entra al cuarto luego de romper el picaporte y la cerradura y lo ve allí tendido sin movimiento, sin respirar, lívido, frío desde hace horas y el golpe en los durmientes y en las vías y el silencio del tren que no frena a tiempo justo cuando Enriqueta despide con un beso a su padre y recibe el dinero que debía ser para la hipoteca y Andrés saca los boletos a Córdoba mientras su hermana sigue llorando aferrada a su brazo y su madre se desmaya junto a su cuerpo tendido sobre la cama, con los ojos muy abiertos, las manos tiesas y frías, el rostro pálido con una extraña mueca de asombro como quien ve llegar un tren que irremediablemente está destinado  a  no frenar.

Escriba Rebelde
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:33:37 pm
Ilusiones  fragmentadas

 
   Esta mañana, cuando desperté, supe con razones suficientes que todo el esfuerzo que hice para que ella permaneciera a mi lado no tuvo ningún valor. De sobra sabía yo que todas las adversidades que habíamos sorteado juntos nos mantendrían unidos largo tiempo, y qué bajo circunstancias mejores —que eran las que teníamos a nuestro favor—, ella hubiese determinado  abandonarme.
    Mientras me duchaba pensaba en las cosas que hicimos juntos y en todos los proyectos que nos propusimos realizar, que para ese momento ya no eran más que acciones posibles y palabras del pasado.
    Eran las siete menos cuarto. Me disponía tomar una taza de café para ir al trabajo. Estaba cerrando la puerta, aprestándome a salir, cuando de repente sonó el teléfono. No iba a contestar, pero una corazonada me persuadió y regresé para levantar  la bocina.
    —Sí, ¿diga?.
    —Soy yo, Paula, —respondió una vocecita entrecortada.
    —¿Paula?..., —alcance a decir, antes de ponerme pálido y sentir que la luz de la mañana creaba un vahído por el cual me sentía absorbido  como para desaparecer de ese presente.
    —¿Estás en Colombia, volviste? —pregunté emocionado.
    —Sí, estoy acá —dijo más serena—, espero no interrumpirte; quería saludarte y perdona la hora a la que te llamo…, me alegra oírte.
    —También me alegra escucharte —repliqué—, voy de salida, al trabajo. No puedo atender ahora. Si quieres hablemos esta noche, mientras cenamos,  ¿quieres?.
    —¿A las siete, donde nos gustaba ir? —dijo—, soltando una risita.
    —Sí, ahí mismo, y colgué.
    Me sentí completamente emocionado, con ganas de gritar, y mi cara cambió de aspecto apenas salí a la calle. Iba sonriendo y pensando que esa llamada no era real, que no me estaba pasando a mí.
    Paula se había ido del país para estudiar en Alemania. La conocí en la universidad cuando tomamos juntos la clase de dibujo anatómico, y hacía más de tres años que sabía o tenía pocas noticias de ella por correos electrónicos que ocasionalmente intercambiábamos, puesto que nuestra relación de amigos y amantes que duró un año quedó rota cuando me contó, tres días antes de su partida definitiva para Berlín, donde iba a casarse.   
    Mi jornada laboral avanzó lentamente. No dejaba de pensar en las dos situaciones en las que me encontraba. Por un lado la zozobra y tristeza, dadas las circunstancias en las que me había abandonado Isabela semanas antes, y por otro, la impaciencia que me producía volver  a ver a Paula después de todo ese tiempo, cuando suponía que quizás en muchos años no iba a ser posible volvernos a encontrar. Dos sentimientos que se encontraron justo en el momento en el que anímicamente estaba a punto de derrumbarme, y qué, gracias al destino, o a lo que yo creí en ese momento era mi  destino, no iba a ser  tal. Porque, y como mal lo supuse, se trataba de un acontecimiento fortuito, con el que iba a resarcir mi pena,  que me albergaría desde esa misma noche.   
    Durante un año habíamos compartido el techo, la cama y muchas otras cosas entre Isabela y yo. Nos conocimos a través de una página de chat en internet, exactamente dos años después de que mi situación de amante quedara resuelta con Paula. En todo ese tiempo mi rencor, soledad y tiempo pasaban  entre trabajos temporales, dibujos y ejercicios de arte, los amigos, el licor y las páginas de chat, adonde —según me dijo un amigo— entraban las personas solitarias, carentes de pareja, físicamente limitadas o espantosas  y promiscuos o degenerados ansiosos por una relación sexual virtual o carnal inmediata. ¡Y claro!, mi curiosidad no dio tiempo  para que me convirtiera en el chateador más asiduo. Cada día, después de trabajar, llegaba a casa, y cuando no trabajaba en mis dibujos o me echaba en la cama a leer, me disponía a pasar la tarde buscando gente con quien conversar. Así fue como conocí en poco tiempo cerca de quince chicas entre los veinte y treinta años. Solitarias o desprovistas de un amor estable, y extrovertidas en busca de una nueva experiencia o aventura sexual, a lo que yo, de manera generosa accedía sin ningún tipo de control. Fue así como un día Isabela apareció en una de esas sesiones bajo el nick name de “flakita026”. Y fue con ésta con quien diariamente nos seguimos encontrando para hablar hora tras hora de todo lo que eran nuestras vidas y de lo que buscábamos en las personas. Pasaron dos meses antes de que le telefoneara —Si no la llamé antes no era porque no me interesara, sino porque la adicción a la aventura sexual me tenía atrapado—. Pasado este tiempo la llamé y empezamos a salir. Poco a poco nos fuimos entendiendo y agradando más el uno al otro,  hasta el día en que nos besamos y le dije que ella era la persona con quien me quería quedar y vivir una entrañable experiencia amorosa; entonces decidimos irnos a vivir juntos, compartiendo todo lo que le es propio a una pareja de recién enamorados. Y así como llegó un día, en otro se fue sin decir nada, sin dar explicaciones. Y fue esta mañana en la que volví a pensarla intensamente, mucho más que los días pasados, echando de menos sus besos y abrazos.
    Las cosas se fueron al traste después de haber discutido dos o tres veces por lo que a mi modo de ver carecía de importancia. Una situación imprevista y que me tomo por sorpresa; cuando un día apareció mi hermana pidiéndome que me hiciera cargo de pequeño pascual, un gato mal humorado que debía dejar en buenas manos a raíz de su viaje de dos o tres semanas fuera de la ciudad. Se trataba de mi hermana, y accedí. Isabela  no soportaba a los gatos, y la idea de tenerlo tres semanas la desesperaba llevándola a pensar en todo, menos en tenerlo un solo día. Y para completar con su karma, los  dos días en los que no dormí en casa, llevado por los amigotes a tomar unos tragos y acompañar a olvidar  el desamor de uno de ellos. Así fue como me deje llevar y emborrachar hasta el hastío, olvidándome por completo de mi mujer y del gato. Isabela nunca quiso escuchar, y mucho menos atender una explicación. Terminamos y tuve que separarme de una mujer cálida, con un cuerpo delgado y firme, una sonrisa que irradiaba muchos más deseos de quererla tal como yo lo hacía. Nunca pude entender ese comportamiento, y a pesar de buscarla intensamente casi un mes, con la ayuda de mis amigos para interceder por mí, fue imposible que quisiera volver a verme otra vez.
    A las siete en punto estuve plantado en la esquina opuesta a la entrada del restaurante adonde Paula y yo nos íbamos a encontrar. Y a los cinco minutos vi su figura aparecer mientras doblaba una esquina. Fueron muchas sensaciones las que me atravesaron, junto a una tremenda emoción que debía controlar para que ella no supusiera que en definitiva yo no dejaba de ser un tipo completamente débil a la carne, mucho más de una mujer con la que tuve un romance pasajero e intenso. Llevaba unos pantalones jean apretados en su cadera y entubados, marcando bien la línea de las piernas que se zarandeaban una tras otra con cada paso que daba mientras venía hacia mí; su pelo rubio había crecido y le daba bien por debajo de los hombros, dándole un toque de mujer más madura; su rostro parecía el mismo de antes, ovalado, blanco y de aspecto jovial y fresco. Traía puesto un yérsey gris, de cuello alto que se ceñía perfectamente en su tronco delgado, marcando sus dos senos, haciéndolos ver más erguidos y grandes.
     “—Pero esta vez, —me decía para mis adentros—, las cosas tienes que ser distintas: —si me llamó, —pensaba entre risas—, no será por nada, no será solamente para verme y saludarme. Estoy seguro que me va a decir que quiere regresar para quedarse conmigo”. Suponía que se trataba de algo más, de una posibilidad más en mi vida de que una mujer que me había fascinado mucho hacía pocos años, hubiera preferido dejar a su esposo para quedarse conmigo. Esta idea fue avanzando como un volador queriendo salir de la atmósfera sobre  mi cabeza. A tal punto llegó mi abducción en esos segundos, que apenas estando frente a ella, fue cuando reaccione para saludarla y besarle la mejilla, a lo que respondió abrazándome fuertemente y dándome un beso. 
    Ya ubicados en una mesa, nos apuramos a pedir entre risas y comentarios lo que siempre nos gustaba comer en ese lugar. Al rato llamé al mesero y le pedí dos copas de vino para hacer un brindis por el reencuentro. Y pasados quince minutos yo ya había pedido la botella entera, dejándome llevar de la agitación y la idea de que seguramente esa misma noche iba a estar otra vez entre sus brazos. Mi ilusión empezó a desbordarse llegando a una fantasía: “Salíamos del restaurante ya entrados en calor y nos metíamos en un taxi, ahí nos besábamos apasionadamente mientras yo le pasaba las manos por su cuerpo, tocándole las piernas y metiéndoselas debajo, entre la ingle, palpando esa montañita a la que la humedad empezaba a regar entre latidos de corazón más rápidos y algunos suspiros, mezclados entre besos y un intenso frotamiento de nuestras partes en convulsión. Llegábamos a mi departamento y, apenas cruzábamos la puerta, la arrinconaba contra la pared y de sopetón le levantaba el yérsey, dejando al descubierto ese par de senos blancos de puntas rosadas, completamente duros y dispuestos a recibir unas cuantas caricias con mis labios antes de bajarle bruscamente ese jean que me hacía vibrar de locura sexual, y luego, sin detenerme en reparos, proceder a penetrarla como era mi deber y mi propósito, tras años de no probar esa carne que ahora estaba más madura y fogosa”.       
   Cuando volví en sí, trataba de mantener mi atención en todo lo que ella me iba contando de sus viajes por Europa y de su vida de esposa responsable. Yo oía fingiendo interés, pero pensando solamente en abrirle las piernas y sentir sus gemidos ante mis manipulaciones de su cadera y su vientre cuando bien enhebrada la tuviese. Pero llegó un momento en el que percatándose de mi desvío resolvió que era momento de intercambiar los papeles para escuchar lo que había sido de mi vida en estos años.
    Empecé a relatar tal como me iban saliendo algunas de mis experiencias de vida: en el trabajo, con las mujeres, y especialmente en relación a mi último fracaso amoroso con Isabela, a lo que ella ya sonrojada por el vino, no hacía mas que reírse sin parar y decirme que yo era un tonto, un buen tonto del culo por haberme dejado seducir por mis amigotes y el alcohol, tanto como para perder a una mujer que me quería. Justo cuando habíamos terminado la comida y el vino, sonó su móvil y  atendió mientras me sonreía. Yo iba a pedir otra botella de vino, pero me hizo una señal para que anulara el servicio.
    Con un leve cambio de semblante me dijo sosegadamente que era hora de irse porque su mamá la necesitaba con urgencia en casa, y que otro día nos volveríamos a ver.
    Sin hacer esfuerzos por retenerla salimos y la acompañé a tomar un taxi. Nos despedimos cálidamente dándonos un leve beso en los labios apenas perceptible. Un beso que no anticipaba nada, que no proyectaba más que un aprecio y una amistad que se mantenía viva, igual que en años pasados.
    Fui directo a casa, contentísimo e impaciente. Porque me hubiera gustado irme con ella, sentirla otra vez, abrazarla en la noche y hacerle el amor. Todo salió de otra manera, como jamás lo imaginé. Llegue a casa y seguí tomando hasta quedarme dormido…, acaso olvidando a Paula, o quizás recordando y anhelando a Isabela.   

Edwin Josué
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:34:55 pm
Mil veces mil


Se metió en la cama a pesar de la temprana hora. La migraña volvía, como las oscuras golondrinas, de su cabeza sus nidos a colgar. Los ataques eran cada vez más frecuentes y con menos explicación médica, y su vida comenzó a ser pasto de medicamentos, terapias experimentales y máquinas intrincadas y oscuras. Su médico de cabecera lo remitió a un instituto médico especializado en enfermedades mentales, y un día al mes debía acudir al neurólogo, tuviera o no un ataque, para testar algo nuevo, una idea ocurrente o una nueva fórmula farmacológica.

Así transcurrieron varios años. Un mes tras otro, con toda la paciencia del mundo, acudía a su cita puntual, todos los primeros martes a primera hora de la mañana, para someterse de buen grado a parches, electrodos, escáneres en todas las dimensiones posibles para hallar la raíz del problema.

En el vigésimo primer aniversario de esta rutina mantuvo una reunión con el equipo médico habitual para satisfacer su curiosidad: no había cambios en su estado; siempre se repetían de manera cíclica los ataques en primavera y otoño, y le duraban hasta siete días, lo que le obligaba a permanecer en cama, aislado y en silencio, la mayor parte de su vida. Hasta que un joven médico residente, en esa reunión de extraño cumpleaños, sugirió monitorizar sus constantes en casa, no en el hospital, y durante toda una semana. Incluso sugirió provocarle un ataque a distancia. Creía el imberbe doctor que la misma presión de verse rodeado de maquinaria, batas blancas e inmerso en el olor a hospital bloqueaba la respuesta de su cerebro; pretendía demostrar que la migraña no era la respuesta a un estímulo sino el estímulo que lo conducía a otro estado, que el paciente, escritor y profesor universitario, necesitaba de esos estados para poder crear.

Su idea cayó mal al jefe de equipo, pero satisfizo al desgraciado sufridor. Al verse respaldado por él, montó toda una hipótesis a demostrar:

“Nos encontramos con ataques típicos y cíclicos en dos épocas definidas del año: primavera (doce semanas) y otoño (doce semanas), contabilizándose en el peor año veinticuatro ataques con inicio – fin (esto es, no son el mismo dolor repetido sino diferentes episodios) y en el mejor, dieciocho. Se comenzaron a producir, según el paciente, hace veinte años, cuando accedió a la vida académica como estudiante, y se siguen produciendo pero nunca fuera de las mencionadas épocas. Por tanto, podrían ser migrañas estacionales producidas por los cambios de presión y o de temperatura. Mi idea es que, dado que nuestro paciente presenta, como mínimo, dos libros al año y que además tiene las evaluaciones de final de curso y los comienzos del mismo, su hiperactividad se ve reforzada por las cefaleas, convirtiendo su cerebro en una supercomputadora.” Este fue el breve discurso del barbilampiño doctor que a todos les hizo pensar en que el sistema educativo hacía aguas.

A todas luces, era una tontería. Un fortísimo dolor de cabeza no puede sino obligarte a dormir, a descansar y a no pensar en nada. El paciente rememoró el último: la hipersensibilidad que se le desarrolló le permitió escuchar más allá de las paredes y ventanas de su cuarto a todos los vecinos; pudo sentir las luces y sombras a través de los párpados cerrados y, cuando levantó la persiana dos días después, encontró decenas de folios garabateados esparcidos por la cama y el suelo, aparentemente con nuevas ideas para sus libros en construcción. Antes de que el director médico expulsara de la sala y del hospital al joven, el paciente levantó la mano derecha y pidió que se tuviera en consideración.

Dos semanas más tarde, en el despacho adosado a su dormitorio, una serie de monitores conectados a ordenadores vigilaban todos sus movimientos. Sensores térmicos, parches de medición de cambios salinos en la piel, de actividad cerebral, escáneres, todo un hospital reducido estaba pendiente de su próxima recaída, la número n en la serie ∞ que ya era su bagaje emocional. Comenzó pronto, sobre las cuatro de la tarde, después de comer y reposar un poco. Como siempre. Y allí estuvo la respuesta.

En la reunión que mantuvieron varias semanas después pudo observarse en todo, como una película filmada desde sus ojos y para él. En la pantalla vio cómo los centelleos que se iniciaban en sus cavidades oculares quedaban registrados como picos de actividad neuronal anómala, muy fuertes. Cómo aumentaban de manera exponencial y cada minuto y medio, según avanzaba el dolor, sus capacidades sensoriales. En las imágenes obtenidas por el equipo se podía apreciar cómo el umbral de percepción auditiva, por ejemplo, bajaba hasta límites de ultrasonidos y cómo el de la percepción táctil llegaba a distinguir presiones inferiores a la presión atmosférica a altura normal sobre el nivel del mar. Esta hipersensibilidad sensorial, que durante sus migrañas se convertía en una tortura medieval por la increíble capacidad de oír lo que no deseaba y notar lo que no quería, abría una nueva puerta a la investigación sobre el comportamiento del cerebro y sus capacidades reales.

Esa frase del director del Departamento de Diagnosis hizo que el paciente parara la proyección y que girara la silla hacia él.
-   “¿Investigaciones sobre el comportamiento del cerebro?”, preguntó, miedoso.
-   “Sí, tenemos pruebas suficientes como para asegurar que, al menos en un sujeto, usted, las migrañas provocan que el cerebro potencie su actividad mediante sinapsis múltiples entre las neuronas en vez de simples, incremente la velocidad de intercambio de impulsos electroquímicos en más de mil veces y dedique todos sus recursos a obtener del medio más información que de manera, digamos, normal. Sus migrañas le conceden el raro privilegio de absorber conocimientos a una velocidad, digamos, mil veces superior a la normal. Su cerebro, durante esos intervalos temporales que usted asocia a dolor extremo, cansancio ocular, imposibilidad real física, se dedica, digamos, a archivar los datos aprehendidos durante días. Por eso sus ataques son estacionales. Durante otoño, preferentemente. Todo lo visto, oído, olfateado, tocado bien de manera intencionada o por descuido, su cerebro lo convierte en paquetes de información que archiva de manera eficientísima en sus neuronas. Es usted, digamos…”,
-   “… un ordenador andante. Creo que esa es la expresión que usted busca, ¿no?”, el profesor se sujetó la cabeza mientras asimilaba la información. Creyó sentir el rumor de un ventilador en su sien derecha.

Entonces, ese era el motivo del calor sofocante que padecía también durante los días que debía permanecer aislado: su CPU orgánica necesitaba disipar calor y, puesto que a través del sudor no podía enfriarse de manera eficiente, disminuía su temperatura corporal en uno o dos grados de manera constante, en esa rara fiebre de treinta y cuatro grados. Por eso creía ver luces verdes y blancas, y por eso era capaz de recordar y asociar datos absurdos e inconexos entre sí, como la posición de una gaviota sobre un pesquero en la madrugada del cinco de julio de mil novecientos noventa y nueve, en la playa en la que estaba de vacaciones con la matrícula de los vehículos de su urbanización, tanto de los residentes como de los visitantes, en ese mismo día. O una canción con un olor…

Admitió de inmediato la continuidad del trabajo del equipo médico. Se sometió a la exploración definitiva y aceptó el coma inducido para que le trastearan en su interior. Así que el equipo médico hizo que la investigación se centrara en el control de los episodios de la enfermedad y en la monitorización de los resultados obtenidos durante los mismos. Los resultados fueron un completo éxito y le convirtieron en una supercomputadora biológica, en el primer humano con las capacidades aumentadas hasta en mil veces mil durante los peores momentos que se puedan consentir, en el cenit de los dolores. Consiguieron conectar su bulbo raquídeo a una composición de ordenadores para computar todos los datos. En un par de años sus descargas se hicieron semanales, y su capacidad de cálculo asombró al mundo científico. En cuatro años se le consultaban prácticamente todas las cuestiones científicas de difícil comprensión. Cuando consiguió unificar todas las teorías físicas en una sola y explicar las interacciones entre fuerzas micro y macromoleculares, abrió las puertas a los viajes interestelares. Su existencia cada vez quedó más condicionada a la imposibilidad del movimiento físico, ya que su cabeza debía permanecer conectada el mayor tiempo posible al complejo mundo virtual que él había creado. Los teras quedaron diminutos para almacenar sus conocimientos. Y cuando la primera expedición tripulada interespacial llegó a un mundo equivalente en masa, atmósfera y condiciones al suyo, decidieron llamarlo Ti-era, tera de teras, por ser el futuro albergue de todos los conocimientos y experiencias acumulados por su exangüe cerebro. Fue un creador de mundos. Y…

El médico le zarandeaba y le llamaba por su nombre. No sabía dónde ni cómo estaba, pero logró abrir los párpados con lentitud. Pudo ver un instante el papel pintado del dormitorio de tests del hospital. Despertaba del coma inducido. Después, ya en el despacho, el Director de Diagnosis le relató cómo, durante la primera prueba, su fase REM había sido anormalmente fuerte. Cómo habían encontrado la causa de sus migrañas al fin: un tumor, ya del tamaño de una nuez, había crecido en las dos últimas décadas y presionaba los lóbulos frontales y los nervios ópticos, y le hacían no solo ver visiones sino también sentirlas. Y cómo ese tumor le estaba comiendo el cerebro con la paciencia que un gusano a una manzana. Un tumor. Eso era todo. Su sueño, de pronto, quedó volatilizado; y su supervivencia, sentenciada. 

Se vistió, abandonó el hospital cabizbajo y, al salir, sintió de nuevo la punzada en la sien derecha que le anunciaba otro descenso al averno del dolor y de las alucinaciones. Sus ojos se cerraron. Pudo ver la estructura de una supercuerda que le permitiría atravesar la barrera de fotones que separaban las diferentes dimensiones, y viajar a otros universos. En su dolor y desesperación, subió al murete del puente que le llevaba de la puerta de la institución al aparcamiento, entreabrió los ojos, vio el río que le llamaba y saltó.

Mr. Lu
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:36:40 pm
Isósceles y otros mundos


Aquellos golpes sobre la pared del cabecero me regresaron a la consciencia a pesar del somnífero, eran  ruidos acompasados, irracionales en la madrugada de un lunes cualquiera y cada vez más potentes. Sigilosamente, para no despertar a mi marido, agudicé el oído y escuché varios gemidos profundos, después la nada volvió a sumirme en el sopor.

El martes de madrugada, me dije que aquellos nuevos inquilinos se habían propuesto estrenar el piso de al lado por todo lo alto, miré a Carlos, que resoplaba como una marsopa varada en la arena y dudé, después tuve pesadillas.

El miércoles con el primer crujido de su cama, pude imaginarlos, sabiendo que aquello no estaba bien. Grandes manos masculinas y expertas, arrancando la sutil blonda que dejaba marcadas, por un momento, las nalgas rosadas de ella. Un cuerpo poderoso de piel tostada sobre músculos en tensión, embistiendo dulcemente su pubis solícito, cual las olas de una playa que arremeten una y otra vez como si fuera la primera, adentrándose en la untuosidad de su sexo, exprimiendo en mil caricias sus pechos, cubriendo de lengua la boca enjugada, para cortar la respiración en el momento preciso, con la enervadura de sus esbeltas siluetas.

Carlos se revolvió, yo me quedé muy quieta, ese instante era sólo mío y apenas duró unos segundos antes del éxtasis de aquel trío improvisado, temblando, con el calor de la sangre renovada redistribuyéndose por mis venas.

Al día siguiente, la vida entera se había reducido a mi idea obsesiva de ponerles cara, de recorrer ese diminuto pasadizo entre la realidad y el sueño. Anduve extraviada todo el día, sintiéndome culpable por no poder controlar mi mente, por desear la oscuridad de aquella circunstancia aleatoria y ajena, más que mi propia existencia. Sin embargo, una pequeña fuerza me impulsaba a la euforia, a la actividad, a esa alegría extraña que precede a los acontecimientos importantes y que no había sentido en mucho tiempo.   


Apenas tuve el valor de atender las quejas del pobre Carlos, que andaba peor de su colon irritable y se pasó el día entre el baño y la cocina, inmerso en una conversación con sus tripas de eructos y retortijones.

Tampoco escuché la indiferencia de mi hija que me llamaba todos los terceros jueves de mes desde la oficina, para recordarme que le hacía falta dinero. Fue como si la voz me llegase a través de un filtro, o mejor, la campana de un antiguo megáfono, confiriendo a las palabras un cariz dulzón que restaba importancia al feroz contenido.
 
Hacia medianoche los oí reír a carcajadas, - seguramente son de esos que gustan de fetichismos -, pensé, - puede que estén haciéndose cosquillas, quizá en los pies, es que a mí unos pies bien formados me rebotan las hormonas, los de Carlos, incluso de joven, siempre fueron rechonchos y malolientes - .Comencé a sentir, en los empeines, una lengua caliente que adsorbía en su humedad mis dedos más pequeños, después, el peso de sus talones estremeciéndose sobre mi vientre. Varias manos firmes estiraban mi piel que había recuperado toda su plenitud. Los muslos, ahora firmes, se abrían exageradamente sobre la prominencia de los huesos de las caderas, dejando el sexo expuesto a la libertad del frescor nocturno, esperando, deseando ese leve roce primero que pone en pie el bello  y estremece los sentidos. De pronto, surgió de la oscuridad esa caricia tibia y después el arrebatador empuje interior abriéndose paso entre la carne, y el lúbrico líquido caliente, esparciéndose hacia las nalgas, hacia las rodillas, hacia el corazón y la garganta.

Pasé el resto de la noche en el recibidor, esperando a ciegas la alborada, agazapada tras la mirilla de la puerta, que se había convertido en el centro del universo.

Sobre las siete se oyó el cerrojo, yo salí al rellano nerviosa, disimulando con mi mejor bata, una azul de poliéster, y con una bolsa de basura. Subimos al ascensor los tres, parecían de mi edad, él, apenas un metro cincuenta, de cara redonda y aborigen, surcada por una honesta sonrisa. Ella, regordeta y cetrina, me saludó efusivamente y comentó algo de seis nietos en Perú. Bajé la cabeza, para que no se me notase la vergüenza agolpada de pronto en las mejillas, pero, no conseguí evitar sus pies.


Al llegar al patio se despidieron, sin duda para acudir a sus míseros trabajos, con un beso casto y una mirada cómplice de felicidad casi infantil. Esa noche, repasé ante el espejo todo mi mundo y no pude sentir, más que una rotunda y desconcertante envidia.     


                              
Metafastro
   
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:38:33 pm
Siempre hay un bar que se llama las vegas


La impresora se había quedado sin tinta. Otra vez. Siempre me ocurría lo mismo. En un par de semanas el denso y agorero líquido se había evaporado, como mis sueños. Aprovechando la dulzura del día, con un sol muy agradable, decidí dar un paseo hasta un cercano centro comercial. Iba divagando sin rumbo por los pasillos de “La raja británica”, desorientado como siempre, debido a esa mensual costumbre de cambiarlo todo de sitio. Mientras caminaba, no podía evitarlo, siempre veía a los empleados en pijama. Especialmente uno, al que llamaba “el pequeñajo” y que cuando apenas  había clientes canturreaba y golpeaba rítmicamente sobre la madera de los mostradores. Un encanto de chico, una refinada delicia para todos los sentidos, para comérselo a besos, agente comercial de nueva generación, sin recambio posible. No sabía el motivo, pero en todo momento los imaginaba con tan familiar y cómoda prenda. Como les decía, iba sin rumbo, divagando, buscando el recóndito hueco de escalera a donde habían marginado el expositor de  los cartuchos de tinta, cuando reparé en la letra de la canción que escupían los latentes altavoces. “Siempre hay un bar que se llama Las Vegas”. De repente, me quedé parado en medio del pasillo, bloqueado como Thelonious Monk sobre el piano. El paso de un carrito sobre mi pie izquierdo me expulsó del encantamiento. Me encaminé hacia la sección de música y una dependienta muy guapa, con un pijama muy escotado, me mostró el disco que sonaba en ese momento. También me indicó, muy amablemente, el corte que había escuchado hacía unos minutos y que me había dejado boquiabierto, bloqueado, noqueado. Era un trabajo de un chico llamado Quique González. Después, en casa y por medio de internet, conseguí saber que la canción  y la música eran fruto de la invención de un compositor o músico llamado Diego Vasallo, que además también era pintor.
Me sorprendió la casualidad. Llevaba años realizando un viejo  y querido proyecto, una de ésas empresas a largo plazo que acaban resultando por acumulación, dilatadas en el calendario por múltiples razones e inconvenientes. Mi idea surgió, y era irónica la asociación, al desaparecer el bar que era propiedad de mi abuelo materno y que así se llamaba. Mi infancia transcurrió en “Las Vegas”, no entre fichas de casino y luces de neón, entre hermosas jóvenes y ricachones: más bien detrás del mostrador de zinc o afanado en la cocina, ayudando en las vacaciones y los fines de semana, amén de otras fiestas laicas o religiosas; en definitiva, echando una mano cuando era necesario. El día del cierre tomé varias fotografías, por petición de mi madre. En aquél momento no había otro propósito que la ya inmediata y presente nostalgia, que el recuerdo quedara plasmado en una cartulina de 15x20. Para ella no era sólo un negocio familiar, base de su sustento; se trataba de un largo e intenso periodo de su vida, unas decenas de metros cuadrados llenos de vivencias, de recuerdos, de encuentros y desencuentros, de anécdotas y experiencias,  algunas muy tristes, como cuando un cliente habitual, cercano vecino además, cuyo nombre era Pedro, se desmayó una buena mañana y ya nunca más se levantó. Murió con las fichas del dominó esparcidas a sus pies, ante la cara de angustia e impotencia de sus compañeros de partida, que nunca pudieron olvidar semejante escena. Acababa de poner sobre la mesa la ficha del cero doble. 
Recuerdo que en el momento en el que hacía las fotografías del exterior,  un vecino me comentó que había otra tasca con el mismo nombre en un pueblo cercano. Días más tarde, en mi flamante moto, me dirigí a la próxima localidad. Encontré la cantina, saqué mi cámara y realicé varias instantáneas, tanto del interior como del exterior. Desde entonces, lo he hecho en ciento treinta y una ocasiones. Voy planificando con esmero y paciencia, repleta de ansiedad, mis viajes y con la ayuda de internet voy localizando locales o tabernas que se llaman “Las Vegas”. Las fotografías van siendo pegadas, con mucho mimo y cuidado, por mi madre, en un álbum específico, donde sólo aparecen bares que llevan el ilusionante, prospero, deseado nombre. Al margen, un numerado cuaderno, donde relato, por escrito, detalles del viaje y del establecimiento que he fotografiado. Un diario de bares con el mismo nombre. Paralelo proyecto, siendo ésta segunda parte totalmente privada, al margen de los demás, que no sabían nada del mismo. Una forma de regresar a mi infancia, de volver a un tiempo extinguido, clausurado ya para siempre. ¿Acaso sirven para otra cosa la literatura y la fotografía?
Hace unas semanas un amigo vio mi recopilación de instantáneas, el creciente álbum, personal encarnación de mi exclusivo trabajo, de mi retorno o viaje al pasado. Me dijo que mi proyecto le recordaba al que pacientemente llevaba a cabo Auggie, el personaje central de una novela y película de Paul Auster que se llamaba “Smoke”. También completaba su álbum, tal vez para capturar un instante que nunca volverá. La divergencia entre ambos empresas se encontraba en que en el film el protagonista hacia una fotografía del mismo lugar a la misma hora. Parecían iguales, pero eran muy diferentes.  Me fascinaba la película, pero nunca la había asociado a mi particular pasión por los bares con el mencionado nombre. En la película el humo era una metáfora del paso del tiempo, de la importancia  y fragilidad de la amistad, de la escurridiza arena de los días y sus heridas. A mi manera, yo también luchaba contra él, cada uno con sus armas, no quedaba otro remedio, no había otra solución desde el primer llanto. En mi caso inmortalizando lugares que ya no existían, por lo menos algunos, convirtiéndolos en material para etílicos y literarios sueños, logrando que al menos sobrevivieran entre las acartonadas tapas de un cuaderno repleto de pasión y nostalgia, pegando y registrando en el papel sus barras, cocinas, mostradores, bodegas, almacenes o cualquier otra particularidad, amén de los rótulos donde su nombre centelleaba sobre la oscuridad.
Desde entonces, hace ya tantos años, no he parado de viajar, con mi moto y una nueva cámara, regalo de mi madre, una pequeña leika, que me ha ayudado a inmortalizar los necesarios bares donde miles de personas se refugiaban, donde aprendían a sobrevivir, a huir de la inmisericorde realidad que les esperaba al abandonar el local, que les aguardaba en la puerta, justo debajo del rótulo de neón donde todos los sueños aún eran posibles.

Diego de Coletitas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 27, 2012, 16:40:00 pm
Vidas en stock


-   Buenas tardes. ¿Puedo ayudarle en algo?
-   Si, mire, querría devolver esta vida.
-   Entiendo, ¿trae el ticket de compra?
-   Por supuesto, aquí tiene.
-   Déme un segundo para comprobar los datos…. Aquí está… Raimundo Legazpi, nacido en Villaverde de Río Tirón el 4 de marzo del 82…. ¿Cual es el motivo de la devolución?
-   En realidad, no es todo lo buena que esperaba. Creo que soy bastante desgraciado.
-   ¿Puedo preguntar por qué?
-   Bueno, por todo un poco, ya sabe. Mis padres nunca se han preocupado por mí, la falta de dinero me ha impedido estudiar una buena carrera, he tenido que trabajar desde los 19 en la obra y ahora estoy en paro. La cosa está muy complicada ahí abajo, ¿sabe? Además, no soy muy agraciado y apenas he tenido oportunidades de conocer a alguna chica.
-   Perdone, pero aquí pone que está usted comprometido.
-   Si bueno, más vale pájaro en mano que ciento volando, al menos eso es lo que dicen, pero me gustaría aspirar a algo mejor.
-   Ajá, entiendo… Le comento, como hace más de 20 años que adquirió usted esta vida, no podemos devolverle el dinero, pero puede cambiarla por alguna que tengamos en stock.
-   Bueno, es una opción. ¿Tiene algo interesante por ahí?
-   A ver, un segundo…. Sí, aquí tenemos una en Camerún que acabará a los 11 años y otra en la Franja de Gaza cuyos padres morirán apenas llegue al mundo.
-   Vaya… ¿no tiene alguna más?
-   Déjeme consultarlo… mire que suerte, acaba de entrar en el sistema ahora mismo otra en Alemania.
-   Fantástico. ¿Cómo es?
-   Hombre alto, rubio, bien parecido. Padres responsables y cariñosos… y con dinero… A ver, que más… Ah! También viene acompañada de una afección degenerativa en el sistema inmunológico.
-   Vaya, que chasco. ¿No tiene ninguna otra por ahí?
-   No, ahora mismo no disponemos de más stock. ¿Le interesa alguna de las disponibles?
-   Uhm… No, creo que no. Mejor me quedo con la que traía, gracias.

Augustus
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:33:33 pm
Lobo, la tragedia de un inadaptado


Aquel viernes de camino a casa, a la altura de la glorieta de S. Bernardo, mi marido me espetó:
—A partir de mañana vamos a ser tres
—¿Estás embarazado?, bromeé
“La niña”, nuestra sobrina mayor, —siempre será “la niña”—, sabía de qué iba aquello, pero no dijo nada. Siempre ha sido muy callada, muy discreta. Demasiado.
—No, que me van a dar un cachorro de pastor alemán.
—¿Así? ¿Sin consultar conmigo?
—Es que si te lo digo, no me dejas que me lo quede.
Era verdad. No tenía nada en contra de los animales. Todo lo contrario. Me gustaban, los respetaba, pero no era la pasión que tenía él…, sobre todo por los pastores alemanes.
—Ya verás como luego le coges cariño…, profetizó
El sábado trajo a casa una bolita absolutamente negra de pelo suave, grandes pezuñas blancas, a la que apenas se le veía los ojos, también negros, porque se los tapaban sus pequeñas orejas dobladas.
Tenía tres meses y unos dientes como alfileres que te clavaba en el dedo en cuanto te descuidabas.
Traté de hacer buenas migas con él. Pero no me gustaba nada que me persiguiera por toda la casa mordisqueándome los talones o el borde del vestido que usaba para estar en casa. Que era muy vistoso, tengo que reconocerlo. Largo hasta los pies; negro con rayas rojas y unos anchos volantes en las mangas y en la falda con motivos chinescos en tonos verdes, rojos, amarillos… No era extraño que le entraran ganas de jugar con aquello tan colorido que tanto se movía por aquel pasillo tan largo.
No le aguanté mucho e hice que mi marido lo devolviera… Pero ya no podía estar sin él. Me reconcomían los remordimientos. Tenía un gran sentimiento de culpa por no haberme sabido adaptar a aquella bolita de pelo tan preciosa que ya  había conquistado mi corazón y el de toda la familia.
A medida que fue creciendo, aumentaron los problemas. Yo tenía que hacer juegos malabares si quería salir de casa sin él. Tenía que cambiarme de ropa sin que se diera cuenta —¡ilusa de mí!—.
Si con la experiencia, alguna vez conseguí engañarle, no tardaba en estar a dos pasos de la puerta cuando yo la estaba abriendo.
Otras veces había que se convertía en una batalla campal. Se me cuadraba delante y no había forma de moverle. Y la verdad, no era cuestión de salir siempre con él, sobre todo, porque no era mi perro. Había cosas que yo tenía que, o quería, hacer sin él, e incluso donde no podía llevarle. Por ejemplo, ¿cómo iba a ir al mercado con el carro de la compra y el perrazo que podía conmigo? ¡Lo ideal para mis ya perjudicadas cervicales!
Decidimos mudarnos a un adosado, tan en boga en la época.
No se adaptó. Nos comió los sillones, las puertas, que eran de chichinabo; se subió a una estantería de obra, tiró los libros y los mordisqueó… Mientras mi marido le construía una caseta en el jardín, se lo llevaba a trabajar y lo dejaba en el coche con las ventanas bajadas: le destrozó los reposacabezas de los asientos del coche.

Ya con la caseta construida tuvimos la desgracia de que se iniciaran las fiestas en el pueblo vecino y de que el pobre animal no dejara de aullar durante la noche por culpa de los atronadores cohetes que nos mantenían despiertos a todos.
Se volvió loco.
Afortunadamente un amigo se hizo cargo de él y se lo llevó a una finca a unos kilómetros de Madrid.
Un día nos llamó para decirnos que se había escapado.
Mi marido se fue raudo a buscarlo. Lo encontraron en la carretera tratando de encontrar, guiándose por su olfato, el camino de vuelta a casa.
La siguiente decisión fue más drástica. Nos lo llevamos a la finca de otros conocidos en la provincia de Zaragoza, donde confiábamos que terminara adaptándose; allí había más perros… también había perras; más espacio; más libertad…
Aguantó un poco más.
Al cabo de unos meses nos enteramos de que le habían atropellado en la carretera, camino de Madrid.
Nunca volvimos a pronunciar su nombre. De hecho, ni siquiera mi marido fue el que me dio la noticia, incapaz de soportar el dolor que le producía. Me lo dijo una amiga.
Lo sentí mucho, pero ni la tercera parte que él. No obstante, a menudo cuando voy a abrir la puerta, lo veo, me parece verlo, cuadrarse delante de mí suplicando con su mirada que no le deje solo.

A. María Casasola
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:34:45 pm
El pez de fuego


-No piba, el fuego es otra cosa.- dijo el viejo poeta. –El fuego se alimenta, necesita oxígeno, combustibles para crecer, para devorar todo con sus lenguas. En cambio el agua está ahí, mansa, subiendo y bajando, evaporándose para renacer en las tormentas, sin necesidad de alimentarse, rebasándose, escurriéndose aburrida entre los dedos del planeta.- Acercó su rostro al de la joven aprendiz hasta que sus narices quedaron apartadas por unos pocos centímetros de aire. –El fuego tiene carácter, vive, crece, domina…
-Pero el agua lo mata.- interrumpió la joven.
-Eso es una falacia.- dijo el viejo acariciando con el pulgar, el pómulo de ella y con el resto de los dedos masajeando debajo de su oreja. –Todo depende de las cantidades, del volumen. Un vaso de agua apaga la llama de un fósforo, pero nada puede hacer en un incendio forestal.- Con su mano libre cubrió el hombro desnudo de la joven y apretándolo agregó: -El fuego es pasional, el fuego no se detiene hasta consumirlo todo, él tiene sed de cenizas…
La joven trató de retroceder y tropezándose con las macetas del patio le arrojó el contenido de la copa.
-¿Con alcohol me querés apagar?- dijo él con la cara goteando y sus brazos apretando ambos cuerpos. –Acaso no aprendiste nada. La lluvia no apaga los volcanes.- agregó mientras le masajeaba un glúteo.
-Sí que aprendí.- respondió la joven haciendo palanca con sus brazos y pisando el malvón mustio del cantero.
-¿Qué aprendiste, pendeja hermosa?- preguntó mientras le chupaba el cuello y le levantaba la pollera.
-Yo sé como apagar el fuego.- respondió empujándolo contra la mesa de cemento y desabrochándole el cinturón del pantalón. La mesa se tambaleó y una maceta cayó al suelo desparramando tierra y claveles chinos.
-Apagame entonces.- El viejo poeta se dejó arrastrar hasta la ventana del galponcito y no puso peros cuando la joven le ató las manos con el cinturón en las rejas de la ventanita.
-No hacen falta océanos para apagar las llamas.- Ella se paró encima de los pies del él y le rodeó el cuello con sus manos. –Al fuego se lo sofoca retirándole el oxígeno.-Pasó la punta de la lengua por los labios del viejo y comenzó a apretar.
Él quiso decir algo pero solo le salió un graznido burbujeante y desarticulado.
-Sin oxígeno no hay fuego.- repitió la joven apretando mas fuerte. -¿Viste como se apaga?- preguntó apretando un poco más y conteniendo el baile desesperado del viejo en su intento de zafarse.
Él volvió a graznar y ella acercó un poco más sus labios para susurrarle al oído.
-¿Y? ¿Ya te enfriaste? ¿Pudiste apagar las llamas o todavía estás caliente?
El viejo no supo cómo contestarle.         

Gonzo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:36:16 pm
Día nublado en Barcelona


Hoy al mediodía fuimos con Giulia al Mercado de la Boquería y compramos fruta. Comimos en la plaza que está rodeada de bibliotecas. Tres bananas, dos manzanas, cuatro mandarinas y cinco nísperos (sobraron dos). Aprovechamos estar al aire libre, antes de que empezara a llover. Para hacer tiempo, cuando terminamos de comer (los dos nísperos los guardé en la mochila) fuimos hasta la Filmoteca a buscar el programa de abril. Nos alegramos al ver que darían Ocho y medio. Ella porque no tendría que leer los subtítulos, bromeó.
A las tres y media, cuando abrió la Biblioteca del Ayuntamiento y vi en el cielo una nube tan negra que me pareció que una porción de noche invadía la tarde, entramos porque yo tenía que devolver unos libros (uno de A. Machado y otro de Boris Vian) y renovar el préstamo de La aventura, de Antonioni (que todavía no vi). De paso, ya que estábamos ahí, aprovechamos para llevarnos algunos libros. Ella no recuerdo cuál y yo otros tres (uno de Borges, uno de Artl y una biografía de Bill Evans). De ahí fuimos a la biblioteca que está al lado. Giulia es socia pero yo no. Y como no tenía el pasaporte encima, no me pude asociar. Ni siquiera pude pasar. Nos estábamos yendo cuando me llama la atención un volante que nada tenía de llamativo. Estaba sobre el mostrador. Había muchísimos iguales al que yo vi, debajo de éste que, como decía, me llamó la atención y lo agarré. Anunciaba el Requiem de Mozart en el Palau de la Música. Día: Martes 10 de abril, 20:30hs (todo en catalán). No, dije en voz demasiado alta para una biblioteca y una tontería. Y haciendo honor a la frase de cabecera de mi amigo Gabriel: Ya está, se eligió solo. Hasta que miré los precios. 15 y 20 euros. En la escalera, que conecta con la plaza en donde comimos, ya estábamos convencidos: iríamos al concierto.
Yo estaba muy feliz. Se lo dije.
Nos despedimos. Ella se fue a cursar y yo a otra biblioteca, la de la Facultad de Filología. Quedamos en que nos encontraríamos a las siete y media en Plaza Universitat.
La esperé fumando un cigarrillo. Mi felicidad, durante su ausencia (aunque no precisamente por eso), se había incrementado. Había encontrado en la biblioteca Las noches blancas. Y buscando El factor Borges, de Alan Pauls, encontré un libro que éste había traducido del francés: Una noche en el club (Chirstian Gailly), que había empezado a leer para hacer tiempo hasta que se hiciera la hora de encontrarme con Giulia. Había llegado hasta este párrafo: “La puerta liberó una música a presión, furiosa de tanto estar encerrada. Podría haber sido cualquier cosa, pero era Coltrane. Cuando te llevas por delante algo así, quedas trastornado. Simon quedó trastornado”. Este libro fue una grata sorpresa, lo saqué sin dudarlo y lo empecé a leer con ganas, porque justo el día anterior yo había ido a ver Las malas hierbas al cine Verdi, y antes de entrar a ver la peli leí en una entrevista que Resnais explicaba por qué su película se basaba en una obra de Gailly, y elogiaba a éste último. Después de ver la película, esa misma tarde o a la mañana siguiente, leí en una revista de cine que encontré en la librería La Central, que Gailly sólo tenía una novela traducida al castellano. Obviamente, la autora de este artículo no decía quién había sido su traductor, pero sí la editorial: “gracias a la gentileza de Anagrama” creo que decía y a mí me sorprendió que lo dijera de ese modo. Había buscado esta novela en La Central pero no la tenían. En cambio, la encontré, ya sin buscarla, en la biblioteca de Filología, al otro día o esa misma tarde, o sea hoy.
Llegó Giulia y empezamos a caminar hacia el Palau. Una mujer, cuando le preguntamos, sacó su celular y nos indicó el camino. Tenía entre 40 y 60 años. Estaba vestida de negro. Hablaba muy bien pero era muy seria. Era linda. Se me ocurrió que no hacía tanto había pasado por un drama muy grande.
Llegamos. Desentonábamos: éramos jóvenes y estábamos mal vestidos.
Por suerte había descuento para estudiantes, pagamos cerca de diez euros.
Antes de que empiece, con Giulia hablamos de los niños que estaban en el teatro, sobre si estaba bien o mal llevar a los hijos a una actividad como esa.
El concierto estaba a cargo del cor Jove de L’Orfeó Català, la Orquestra Terrassa 48, con Quim Térmens, concertino, y Esteve Nabona, director. Desde que empezó hasta que terminó.
Una chica rubia llegó tarde, con otra un poco más gorda y con menos (dos, tal vez tres, no más de cuatro) años. Creí que era Dana, una chica de la Universidad, en Argentina, que me gusta. Bueno, no es que me guste a mí, le gusta a todo el mundo. Y no pude creer encontrármela ahí. Me volví a acordar de ella cuando la volví a ver, al terminar el concierto. No era Dana pero, para mi sorpresa, era argentina. Son argentinas, le dije a Giulia por lo bajo cuando las teníamos al lado y ellas se sacaban fotos, mejor vamos. (Siempre, no sé bien por qué, Giulia y yo escapamos de nuestra cultura nacional. Casi siempre yo trato de hablarle en italiano y ella en argentino. Léase: dice boludo, ustedes/vos, che, loco, y pronuncia las ll y las y como sh. Ella quiere que tomemos mate juntos y yo le imploro que me enseñe a jugar Bríscola. Ella me cocina pasta o me lleva a una pizzería de napolitanos y yo le debo, desde que la conocí, un asado.)
Me acordé que a la mañana me había pasado algo parecido. Cuando salía del metro pensando en que en cualquier momento se largaría a llover, vi a Rodrigo Fresán. El escritor caminaba en sentido contrario al mío, me miró que lo miraba y siguió caminando. Esa manera de hacerse el ya-sé-que-te-diste-cuenta-de-quién-soy-qué-esperás-para-saludarme y que en su mano derecha llevaba un libro gordo, dorado, con un señalador que me pareció rojo y negro, situado cerca de la contratapa, me aseguraron que no me equivocaba, que verdaderamente era él. Pensé en correrlo. Decirle no sé qué cosas, cholulerías o hablar de cosas serias o pedirle que lea algo de lo que escribo, pero nada me convenció y cada vez estaba más lejos y el papelón iba a ser más grande. Entonces no lo saludé.
Pero a las pocas horas de haber visto a Fresán vi a otro tipo que era igual al de la mañana pero no era Fresán. Quiero decir, tenía el mismo pelo corto que empezaba arriba de la cabeza y le hacía una frente enorme y continuaba hacia abajo, cubriéndole parte de la cara, en forma de barba; los mismos anteojos de marcos redondos; los mismos labios hinchados y serios. Pero no era el mismo. Eso me tranquilizó, pues por deducción lógica, podríamos decir que el otro, el Fresán de la mañana tampoco era Fresán.
A eso de las diez y media nos despedimos con Giulia. Estábamos en la estación Jaume I y, por fin, empezaba a llover. (Creo que, también en esos minutos, terminaba algún partido del Barça.) No te acompaño, le dije. Ella entendió.
En el metro, cada dos o tres párrafos, cerraba el libro y pensaba, como rememorando, buscando imágenes, sonidos y sensaciones, en el concierto. Leía. O más bien: esas imágenes no me dejaban leer los Cuentos Completos, de Fogwill.
Y ahora, recién llegado a casa, mojado y con ganas de bañarme, me como los dos nísperos que encontré en mi mochila y pienso que otra vez me aguantaré las ganas de llorar en la ducha mientras se me ocurre lo que pude haber dicho y nunca digo, menos hoy, en un día tan gris.

Alysius Acker
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:37:27 pm
Dubitaciones


Camino hasta casa. Subir la cuesta. “Pueblo mío que estás en la colina”. Viene José Feliciano a mi cabeza. ¡Cómo cuesta esta colina! Además me estoy haciendo pis. No doy más. ¿Por qué no podremos ser como los perros? ¿Alguien se preguntó cómo hacen para hacer pis a voluntad en cada rincón que huelen? Si yo pudiera controlar mi vejiga a voluntad… pero no. Uno cuando hace un chorrito, aunque pueda cortarlo, eso sólo dura una milésima de segundo, porque es como haber abierto una canilla, y el resto del agua que está en la tubería sale a presión, sin poder ser contenida. A mi paso veo un zorzal, bañándose en un charco de agua, mezcla de agua y barro. ¡Qué escena agradable! Me encantan los pájaros! Menos las palomas, no sé por qué. Otro tema para analizar con la psicóloga. ¿Algo significará la paloma? No lo sé. Paso y el zorzal se aleja. Da dos saltitos, mirándome, quejándose. Seguro que es mujer. Es como ver a una de esas viejas que salen del baño refunfuñando, con el shampoo aún e la cabeza, porque tocaron el timbre o sonó el teléfono. Sin querer, interrumpí su baño. Le pido perdón. Sigo mi marcha. Pájaro, charco, agua… ¡Ay, me hago pis! La distracción, él no pensar en mi vejiga que explota duró poco. ¿Por qué esa asociación entre el agua y hacer pis? ¿Será por el estado líquido de ambos fluidos? Yo me acuerdo que cuando era chica mi mamá, antes de salir, me hacía/obligaba a hacer pis, para que después no anduviera pidiendo ir al baño apenas salíamos. El ritual consistía en sentarme en el inodoro y hacer “shhhhhh”. Si eso no funcionaba, abría la canilla para que al oír al agua, ese ruido incentivara mi vejiga. A veces funcionaba, creo, y a veces no. No sé, no me acuerdo, era chica. ¿Todas las madres hacen lo mismo? ¿Está científicamente comprobado? ¿O era una idea de mi mamá de que esa asociación funcionaba? ¡Ufa! Volví a pensar en el pis. ¡Me hagooo!
Ya llego por suerte. Saco la llave del bolsillo izquierdo. No emboco en la cerradura por el apuro. ¡Por qué será que cuando uno está apurado tarda más en hacer las cosas? La relación apuro-tiempo, ¡que dilema! Me digo: “Vístete despacio que estoy apurada”. Dicen que es frase era de Napoleón, que él decía: “Vísteme despacio que estoy apurado”. No sé si la habrá inventado él. Pero la verdad que es una frase que funciona. Inexplicablemente uno la repite como un mantra, y no sé por qué, pero uno se tranquiliza y logra hacer las cosas más rápido. Es como que uno se concentra en lo que está haciendo y las cosas salen bien. Logro meter la llave en la cerradura, abro la puerta, la cierro pero sin llave, sólo de un empujón, un portazo. Corro al baño. ¡Aliviooo! No hay mayor placer que desevacuar  una vejiga, de sentir que de estar al límite de explotar, se va lentamente achicando con cada mililitro de pis que sale…
Estoy agotada. Me lavo los dientes. Ritual, otro más, que nos enseñan de chicos y queda grabado a fuego en uno. No puedo no hacerlo. Si me voy a dormir sin cepillarme los dientes siento culpa. Me sucede que pienso en las caries que se me deben de estar formando, mientras duermo, por no cepillarme, las bacterias actuando… ¿Cómo se forman las caries? Bueno, no sé, y estoy agotada. Me lavo los dientes y listo. ¡Qué difícil es ser uno! Siempre pensando sobre cada cosa que veo, hago, me sucede… todo es una pregunta…
Me voy a acostar en la cama, dispuesta a dormir. La cabeza sigue pensando. ¡Qué raro! Uno no puede nunca dejar de pensar. Ni cuando duerme. Sólo al morir se deja de pensar. ¿O no? ¿Sigue uno pensando? ¿El alma piensa? ¿Tenemos alma? Ya discutían los antiguos filósofos sobre esto temas. Si había un cuerpo. Si estamos divididos en dos, cuerpo y alma… ¿Pero por qué hablo de filosofía? ¡Yo estudié antropología! Será porque estoy saliendo con un chico que estudió filosofía. Bah, no es ni “mi chico” ni “estoy saliendo”… Pero es verdad que uno nunca deja de pensar ni cuando duerme. Sólo que a veces el inconsciente no nos deja recordar lo que pensamos, es decir, soñamos. ¿Por qué a veces se filtran ciertos sueños/pensamientos y otros no? El inconsciente, Freud… ¡Bueno, basta! A dormir. A ver si el pícaro sueño hoy sí quiere venir. A contar del uno al diez y del diez al uno para lograr conseguirlo. Uno… dos… tres… cuatro…

Aguas Claras
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:39:14 pm
Un ratito en el cielo


Él regresa para la vieja Europa, con el peso de la nostalgia doblándole las espaldas. En la fila de embarque, de entre 200 rostros y 400 ojos anónimos memoriza los suyos, y las suerte quiere (se lo había pedido) sentarlos a su lado.

Busca cualquier excusa para cruzar palabras y miradas, esta vez ya, sin reojos, cuando descubre entre las manos de ella el libro de favorito de él. Hace memoria. No recuerda haberle pedido al azar tanto regalo.

Hablan. Se sienten como Geppetto y Pinocho en el vientre de una gran ballena alada, ansiosa por vomitarles en cualquier parte el viejo continente. Ríen, comen, beben, bailarían si tuvieran espacio suficiente. Se devoran los devorados. Y en ese estómago de moqueta, en ese mundo compartido con pilotos, azafatas y viajeros,  construyen, por un ratito, su hogar.

Sirve la cena la azafata, piden más vino. Sus ojos se miran a gritos, imantados. Hablan de hacerse eternos, de nada serio, de los pretéritos perfectos y los futuros compartidos, de las patas arriba y del mundo al revés y de los nombres nauhatl que pondrán a los hijos comunes que, lo saben, los dos lo saben, jamás tendrán. Él conocía, presagiaba, lo sabía o lo había imaginado: ella viene de la patria de Sandino y de Darío, en la piel grabado el sol del trópico y en la llama de sus ojos la huella de volcanes.

Atraviesan el océano planeando sobre una carcajada eterna y él ruega al piloto que nunca, nunca, nunca,  le baje de su nube.  Empieza a estorbar el resto de la gente y el incómodo posabrazos que establece la última frontera. El avión duerme y sus bocas callan cuando se encuentran y se descubren bajo las mantas. Él desea que los motores fallen, que se rompa un ala, que caiga un rayo. No con maldad, no, que sobrevivan todos, pero bien lejos de la isla donde ellos caigan. Las luces se van para traer la noche, el silencio. Los pasajeros duermen, todos menos dos. Abajo el mar se bate imponente. Ninguno pierde el tiempo en mirar por la ventana.

En esas horas, en un momento, transcurre una vida, un mundo. Viajan, cenan, beben, duermen, despiertan y desayunan juntos. Asiento con asiento. Toda una vida en un ratito, un solo ratito. Vuelan. El avión aterriza y las despedidas rápidas… van demasiadas. El mundo del suelo se presenta demasiado serio y previsible.

Él camina por el aeropuerto alegre. Solo. Sonríe. Por unos minutos se siente inmortal. Resucitado. Con los pies otra vez en la tierra tras recorrer, por un ratito y para jamás volver, los caminos paradisíacos del cielo.

Feliz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:49:53 pm
San Valentín, El y Paris


Comienza amanecer y no consigo conciliar el sueño, sigo pensando en el día de mañana y lo difícil que será despertar sola, en una habitación que todavía no me acostumbro a mirar como propia; por ahora, me siento reconfortada mirando hacia atrás, perdiéndome en el pasado, cuando era sencillo dormirse entre los brazos de mi madre, aun cuando ya no tenia dieciocho años.
Abrazarme a ella, era mi único placer, tocarla despacio era una delicia mientras recostaba mi cabeza sobre su hombro. Ahora me encuentro en un laberinto, donde los pensamientos se mezclan coincidiendo tan solo en una depresión llamada “mal de país”.
Hace dos años, cuando el verano hacia flamear el día de san Valentín, si bien el trabajo y los estudios ocupaban las veinticuatro horas del día, casi sin tiempo para dormir,  yo recuerdo el color de cada una de las luces que decoraban la pista de baile de una discoteca ubicada en la calle así conocida por los jóvenes de mi país como por los turistas europeos,  plena de vitalidad, de sensualidad y de coqueteos inocentes transformados luego en besos y caricias casi inolvidables.
Entre el merengue y la cumbia, érase una discoteca únicamente para mujeres, ese catorce de febrero, las chicas solteras acompañadas de sus mejores amigas así como las parejas lésbicas se rendían a las mezclas de un Disc jockey,  no famoso, en la calle mas pituca de la capital.
Las luces sicodélicas me daban en la cara, la cortadora modificaba los cuerpos que transpiraban al ritmo de un reggaetón, era excitante balancear la cadera… mirar a los ojos de otra mujer mientras ésta se entregaba a la música caliente del Pacifico.
En esa época, una novela brasilera tenia un gran éxito en mi país, en ella un hombre de cabellos ondulados era el protagonista (si bien es tonto enamorarse de un imposible, nada me impedía soñar con él); lo que mas amaba de él eran sus ojos, sus labios… y por arte de magia encontré su clon el día de san Valentín.
El vestía una camisa a cuadros y un pantalón, cuyo color no me acuerdo, perdida en su mirada, mis ojos lo seguían desde su entrada a la disco hasta su mesa, y suspendida en el aire imaginaba las diferentes maneras de acercármele. Y en un paso de baile, él y yo ya estábamos bailando juntos, aunque él no comprendía lo que bailaba, los coqueteos parecían suficientes para entender el español.
Lo que más me gustaba de ese día, era acariciar sus cabellos ondulados que le llegaban hasta su cuello mientras sus brazos daban la impresión de protegerme, de qué yo no sé, pero de algo era seguro, no del amor a primera vista.
Vivimos días inolvidables después de nuestro primer encuentro, cada día, un gesto nuevo, teníamos carta blanca para la seducción que combinaba bien a dos jóvenes que intentaban expresarse en inglés para decirse “I love you”… Nunca las noches fueron tan acogedoras y calurosas como el verano del 2010.
En ese tiempo, el ambiente laboral era complicado, veía incierto una promoción, después de terminar la universidad, yo pensaba crecer profesionalmente en la institución, pero no había algún indicio de mejora para mi situación,  ya iba cuatro años y no sabia que estaba haciendo mal o que me faltaba para avanzar, y la impaciencia ya comenzaba a devorarme. Tal vez enamorarme, era lo que necesitaba, una puerta de escape a tanta incertitud, a tanta inseguridad que todo joven vivía frente a un mercado laboral así duro, difícil de digerir cuando la falta de empleo encabeza los titulares de los periódicos mas vendidos en la capital. El amor es gratuito sin impuesto que si llegas a sentirlo, puedes afrontar hasta el déficit fiscal; al menos, mi mente se distraía visualizando un avenir con el muchacho de ojos verdes que no habla español.
No voy a negar que me enamoré como una adolescente, tampoco negaré que vi pasar toda mi vida con él, quien me incito a conocer otras tierras más allá del continente americano.
En el aeropuerto nos dijimos “hasta luego”, porque nos habíamos prometido seguir con esta historia de san Valentín y tomar un cappuccino en un café de Trocadéro, en Paris. Y fue así como me decidí a estudiar francés por él y preparar un viaje casi imposible a realizar con dirección al país del queso y del vino, y quizás  también del romanticismo.
Los cursos de francés chocaban con los horarios de mi trabajo, y algunas veces me quedaba dormida en plena clase, pero tenia que continuar con lo decidido en aquella despedida. Estudiaba a escondidas en mi cubículo, en el baño, en el ómnibus, mientras comía hasta cuando dormía; ya quería verlo de nuevo, el webcam no era suficiente para mí, todo lo contrario después de apagar la cámara era doloroso.
Tuvimos problemas en la comunicación de e-mails, la paciencia era débil a la distancia, la fidelidad era difícil de mantenerla entre dos continentes separados por más de diez horas de vuelo; sin embargo, yo no me daba por vencida, luchaba para hacer realidad un sueño de hadas; mientras mis compañeras de trabajo se reían de mi ingenuidad, yo seguía fiel a mi promesa de rencontrarnos allá que cuando es de día, aquí es de noche.
La solicitud de visa estaba hecha, y mi madre lloraba por mí, ella no creía en la palabra de quien me prometió recogerme en aeropuerto de Orly,  mi ceguera adquirida en el instante que me enamoré de él me impedía tener en cuenta la preocupación de mi madre. Ella que me conoce a la perfección y a veces no llega a estar de acuerdo con mis decisiones, no quería soltar la soga, por otro lado, ella quería que conociera otro mundo y descubriera lo que significa vivir lejos del hogar.
Dormía todos los días con ella, compartíamos la almohada y los sueños, y después de sus abrazos yo me sentía segura de lo que estaba haciendo, las dudas desaparecían, aunque el miedo estaba siempre latente en mi, nunca me había alejado de casa incluso mi trabajo quedaba a media hora; en qué me estaba embarcando, no tenia la menor idea.
Los documentos del banco, los del trabajo, los de la universidad, eran tantos papeles que presentar a la embajada que me volvía loca, mi madre me ayudo en cada tramite que se tenia que hacer además me acompañó a cada entrevista, hasta que el cuatro de diciembre, la embajada me dio la buena noticia, me preparaba para despedirme.
En enero de 2011, con una inscripción de un instituto francés acompañada de un proyecto de estudio en la mano, me dirigía al aeropuerto, mis tíos, primos, hermanos…y mi madre, todos reunidos para darme valor a subir al avión, mientras yo le daba valor a mi madre para que suelte mi mano.
Mientras mi maleta era pesada por los encargados del aeropuerto, yo recordaba el e-mail de un día antes de mi partida, donde él me escribió que me esperaría en el aeropuerto de Orly, y al final de su carta firmaba con un “je t’aime”.
Mi corazón latía tanto que no podía respirar, estaba atravesando el pasadizo que me comunicaba al avión, sentía una fuerte presión de aire que hacia temblar mis piernas en cada paso que daba, para tranquilizarme recordaba el ultimo abrazo que daría a mi madre, su perfume, sus cabellos negros que me hacían cosquillas a mi oreja derecha, en mi cabeza interrogantes flotaban, ¿todo saldrá bien?, ¿perderé el otro avión cuando haga la escala en Madrid?
Doce horas de vuelo y con el miedo que tengo a los vuelos, no pude cerrar los ojos, miraba el cielo para ver en qué momento el día se volvía de noche, vaya que incomodo era el asiento, todo era raro, era mágico pero también terrorífico, ¿Cómo me voy a comunicar ya en Orly? Poseía unas anotaciones en francés que trataba de memorizar, y las horas pasaban entre una película y otra, en el aire.
Dejaba los veintiocho grados de calor para experimentar por primera vez dos grados de frio francés, pero él no estaba, esperé y esperé, pero él no llegaba, ¿A dónde ir? Me preguntaba mientras cambiaba mis botas por unas zapatillas y me colocaba un abrigo más. Una maleta con ruedas de treinta kilos, una mochila y una cartera de mano, aprendí a movilizarme hasta que un señor me ayudo a desplazar mi maleta al bus Orly con destino a Denfert-Rochereau.
Ya, en Denfert-Rochereau, no había tiempo para ponerme a llorar, debía buscar el metro, el cual no lo hallé a causa de mis nervios y el frio, otro joven que caminaba se ofreció ayudarme a encontrar un taxi. En mi cartera encontré una dirección de un hotel en Chateau Rouge – mi profesor de francés que había viajado a Francia hace cinco años, me dio la tarjeta de ese hotel-.
Veinte euros me costaron para llegar a un hotel que no poseía ni un cuarto disponible, sin embargo dos hombres de piel canela me ayudaron a trasladar mi maleta a otro hotel ubicado en la misma cuadra. Con un francés difícilmente pronunciado, me registré  en la calle Myrha,  luego, telefoneé a quien no me espero en el aeropuerto. Al fin, él era otra persona –había adelgazado y el color verde de sus ojos era mas verde -, creo que mas guapo que antes, pero indiferente con las razones que me trajeron a su encuentro. Él decía quererme pero cuando me vio frente a él dijo que lo nuestro no es posible.
Las clásicas palabras aplicadas a todas las rupturas: no eres tú soy yo, hay otra, debo dejar Francia…yo le reclamé por qué hacerme venir para que al final me hiera así - ¿y ahora qué es lo que debo hacer?- El me abrazo y al día siguiente, él y yo tomamos un cappuccino en el Trocadéro, y me dijo adiós.
En el parque de Luxemburgo, lloré no sé cuantas veces, y él no estaba en Francia, y por teléfono me decía que regresara a mi país, porque aquí voy sufrir, parís no es para mi. Sin embargo, yo le quería cerca de mí como el verano pasado…ahora comprendía el significado de una aventura, y el precio de la ingenuidad.
Hice algunos baby sitting a siete euros la hora y dicté curso de español a domicilio a ocho euros, porque exigir un euro plus es difícil en mi condición de extranjera aunque tenga los papeles en regla. Y si hablo del instituto francés en el corazón de Saint Germain de Pres, ah eso valió dos ojos de mi cara.
De todo esto puedo decir, a un año de maestría, que estoy vacunada contra la ingenuidad gracias a un parisién que conocí en mi país.

Lukas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:51:27 pm
El carnicero más fuerte del mundo



"Mira la foto Miguel, y fíjate cómo tenía las piernas hace solo un año. Si no hubiera sido por aquella **** lesión del verano pasado ahora las tendría igual de grandes". Mi nuevo compañero de la carnicería esperaba algo de mí, un alarido, un grito de excitación, un halago al menos. "Ya ves, Gustavo, una putada". El fornido carnicero enseñó sus fotos a todo aquel que se cruzó en su camino, dentro y fuera del supermercado donde trabajábamos juntos, durante los días que estuvo supliendo las vacaciones de Antonio, el carnicero titular, el escuálido señor de sesenta años que el culturista suplente redujo a parodia. Gustavo corría el riesgo de parecer subnormal. Un tipo de cuarenta y tres años que llevaba cuatro haciendo culturismo difícilmente podía explicar esa deriva. Pero quizás sí que había una buena explicación. La raíz de su súbita adicción a los anabolizantes y a las máquinas que fabrican músculos estuvo en su separación, o más exactamente, en el abandono de su mujer. "Un tarde, su tío, un buen hombre, vino a mi gimnasio y me lo contó todo. Yo sabía lo del pringado ese con el que se acababa de ir a vivir, pero no lo que me contó ese día. Según me confesó su tío, llevaba pegándomela diez años y me dijo que él me podía hablar de al menos seis tipos más con los que me la había estado pegando", me contó al poco de llegar casi sin inmutarse, escondido tras su musculoso escudo. "Pero Gustavo, ¿cómo tú no te escamaste un poco, hombre? Eso se tiene que ver venir", le pregunté yo algo indignado e incrédulo. "No sé, Miguel, venía tarde, pero decía que del trabajo o de ir a ver a su madre… yo confiaba en ella". Gustavo no era muy listo, pero sí muy grande y confiado.
El carnicero más fuerte del mundo, que fue desposeído de casa, hija y dignidad, necesitaba hacer crecer su armadura exterior porque, aunque sabía que el dolor es afilado y tozudo y que la piel no detendrá las balas, sentía que era lo único en lo que podía hacerse más fuerte. Y quizás fuera así. Recuerdo que cuando lo veía andar de espaldas por el supermercado tenía la sensación de estar a punto de verlo desplomarse al suelo en cualquier momento. Andaba con la dudosa humanidad del zombi, con la inseguridad y la lentitud del borracho o con la pausa desesperada del suicida. Su fuerza física era una paradoja evidente y su debilidad, en realidad el rasgo más visible de su estampa, tenía la forma de la ternura pero también del ridículo.
Hace unos días, Gustavo decidió seguir avanzando en su amistad conmigo y me mostró unas fotos de su novia. “Estoy preocupado por ella, la veo diferente últimamente. Muy rara”. Ahora tiene una nueva novia con la que lleva un año, una chica de rasgos andróginos y cuerpo de curvas pronunciadas que se lleva muy bien con su hija de doce años, fruto de su relación con la adúltera (o eso piensa el culturista). El carnicero dice haber salido definitivamente de la depresión. De la depresión puede, pero no de la desgracia.
“Gustavo, ten cuidado, ya has visto cómo duele una buena hostia”, le dije yo dando por hecho que la oronda novia del armario empotrado estaba al tanto ya de las escasas luces del bueno de Gustavo. “No sé, Miguel, la veo cambiada”. Dos días más tarde Gustavo no apareció por el trabajo. En su lugar, aquella mañana apareció otro tipo. El sustituto del sustituto se llamaba Juan y tenía la voz de un grillo, la nariz aguileña y la delgadez de un insecto. “Un oso panda por una serpiente”, le dije a la charcutera cuando me preguntó mi opinión sobre el cambio de carnicero.
Seis meses más tarde dejé aquel trabajo. Supongo que el asco razonable se había vuelto patológico y, diez años después, era el momento de mudar el disfraz. Dos meses tardé en decidirme a hacerle frente a la apatía y salir a encontrarme con ese santuario de la impotencia que es una oficina de empleo, para iniciarme en la búsqueda de trabajo. Cuando llegué a la cola vi de espaldas a un tipo corpulento perfectamente ataviado con las prendas propias de un animal de gimnasio. “Hombre, Gustavo, ¿cómo estás?”, le dije con una sonrisa sincera. “Hola Miguel, ¿qué haces aquí?” Gustavo había crecido, tal vez se había duplicado. Mientras avanzábamos en la cola, dirección al precipicio que se asoma al vacío de una cartilla del paro, Gustavo me contó que ya no estaba con aquella chica. “¿Te la volvieron a pegar?”, le pregunté disgustado. “Creo que no. Simplemente, se murió”. Me contó que sus rarezas se debían a un tumor cerebral y que se fue en apenas mes y medio. Antes de morir le pidió que no dejara de hacer deporte, que siguiera cultivando su cuerpo. “Dentro de unas semanas me presento al campeonato de España de culturismo”, me dijo sonriendo, orgulloso, verdaderamente fuerte. Entonces comprendí que aquella chica lo quiso sinceramente, que lo había salvado antes de morirse. Entendí que su dignidad se había agarrado a la meta, absurda aparentemente, de hacerse cada vez más fuerte, más y más corpulento. “Tengo claro que ahora mi objetivo es el campeonato de España, pero con la vista puesta en los mundiales. Ahí es a donde quiero llegar”, me dijo, como si la realidad fuera solo una posibilidad, como si el sentido común pudiera eludirse simplemente con ignorarlo. “Muy bien Gustavo, me alegro por ti, mucho ánimo” le dije a punto de echarme a llorar, justo antes de que llegara mi turno.

Lema Dafoz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:52:48 pm
Chimenea


Tía Sara solía aparecerse siempre a ultima hora, en cada encuentro que hacíamos en casa, fiestas de cumpleaños, celebración de algún santo, como también las fiestas navidad, mi madre siempre, en esos días, estaba de mal humor, no sabia si, en realidad con ella, por sus atrasos o por demora del pedido de los vegetales del supermercado.
Eran cerca de la 13:00 horas de ese sábado, estaba en mi habitación, buscaba ropa, seguramente la señora montero no la había dejado en los cajones, como me había dicho el jueves, cuando termino de lavar la ultima ropa, en la vieja maquina lavadora.
Siempre esta situación me cansaba, me coloque nuevamente la toalla con la que había salido del baño, y fui hasta la caja de ropa sucia, para buscar algún indicio de mi pantalón patrimonial, como le llamo a un jean de tela negra, que había comprado en la tienda de Mery, una amiga de mi madre, que ya tenia varios parches.
Del pantalón patrimonial no había vestigios, en la caja de ropa sucia, mejor seria usar el jean de color azul me dije, y regrese a mi cuarto, tía Sara tenia media hora en llegar, para que mama sirviera la sopa, que había estado preparando en la cocina, desde las 10 de la mañana, además de un trozo de carne, que habíamos ido a comprar al mercado.
Nunca había sabido, porque esa demora de tía Sara, cada vez de esta celebraciones, sobre todo en navidad, aunque hoy no era el caso, debido a que celebrábamos el cumpleaños de mi madre, pobre dije se había esmerado toda la semana en preparar una buena comida, inclusive llamo por teléfono a Cristian Bustamante hijo de un tío político de ella, para que le ayudara en la elección del menú, hacia no mucho que Cristian había terminado su curso de cocina, y le explico por teléfono hasta como debía freír las papas, picar la verdura y colar el caldo además de como preparar la carne en la parrilla, que según mi madre, seria lo mejor, de los dos cortos años, que habíamos regresado del Norte a Santiago, a la antigua casa de mi abuela.
Luego de vestirme, fui a verla a la cocina, preparaba los platos de ensalada, que me pareció de muy apetecibles adornos, en ese momento, me volvió a recalcar, que no le dijera nada a tía Sara sobre su atraso, por lo general siempre me lo hacia cada vez, que las fiestas se realizaban en casa, recuerdo una vez estando en el Norte, ella se apareció dos días después de mi cumpleaños, la esperaba, días antes me comento que me traería un hermoso regalo, unos libros en ingles escritos con letra manuscrita por Walt Whitman, aunque no soy muy cercano al arte poético, el regalo fue todo un descubrimiento de frases, que servían para tener otra mirada del mundo conflictivo, que nos rodeaba, por ese tiempo en la universidad, no hacia mucho que mi padre, había muerto en ese fatal accidente, en la mina de cobre, creo que ese libro, fue uno de los regalos más importante, que había tenido de tía Sara en años.
Mi madre adornaba los platos, y cada cierto rato, miraba la hora, surgiendo en ella la molestia, por que la hermana de mi padre, no se aparecía en la puerta de casa.
A mi termino también por impacientarme y decidí, salir a la calle a esperarla, tía Sara arrendaba una habitación, en puente alto, en un pasaje llamado las codornices, ella de todas las hermanas de mi padre, fue la única que no se caso, había trabajado en el hospital Sotero del rio, hasta que le llego la jubilación ese día dijo que comenzaría los mejores años de su vida y en realidad le apunto medio a medio.
Mire de punta acabo la calle, algunos vecinos venían desde la feria, y otros salían de la casa, y le dejaban comida a tres perros vagabundos, que habían llegado hacia unas semanas al barrio, uno de los vecinos un jubilado veterinario, hizo una colecta y les fabrico una pequeña casucha de madera, no se de quien serian los perros pero eran muy consientes, una noche dos hampones, habían intentado entrar a casa de la Claudina, y ellos se abalanzaron sobre los bandidos haciéndoles perder el equilibrio, alli salieron un par de vecinos que llamaron a la policía y se los entregaron mordisqueados por los consientes canes.
Di una mirada al reloj, y volví a mirar la calle, que había cambiado su fisonomía y solo los tres perros esta vez jugaban con una pelota plástica, que uno de los niños había olvidado, estaba observándolo cuando apareció tía Sara, las cosas habían sufrido un vuelco inesperado, verla a ella en la calle, media hora antes de la invitación, fue toda una sorpresa, y camine para salir a su encuentro.
Es un verdadero acontecimiento su llegada tía dije seguramente por eso anoche ladran tanto los perros, dijo mi madre saliendo de la cocina, y diciéndome, que mejor encendiéramos la parrilla para poner la carne.
Mientras se saludaban, tía Sara le dijo será mejor que volvamos a nuestras raíces, y le recordó a mi madre que cuando venía de visita, la carne del almuerzo, la asaban en la chimenea, incluso mi padre, había confeccionado una parrilla especial, para cocinar allí, justo en ese momento las gotas de lluvia empezaron a caer, corrí de inmediato al patio, y saque la parrilla, para que el carbón no se humedeciera.
Saque el carbón algo húmedo, y lo lleve adentro junto a la chimenea, ya en ese momento tía Sara y mi madre, saboreaban un pisco sour, que ella había preparado.
Mientras ponía los carbones bajo la parrilla, tía Sara me pregunto, como me estaba yendo en la universidad, di un si, algo tímido, por que tomaba nuevamente el ramo genética de la carrera, y en los últimos exámenes, las notas no habían subido del todo, cuando puse todos los carbones más secos en la parrilla, saque el latón, que hacia salir el humo por el cañón de la chimenea, encendí el carbón, que demoro en encender por la humedad.
La conversación continuo animadamente entre tía Sara y mi madre, pero en ese momento escuche un murmullo, primero pensé que me estaba volviendo me dio loco, por que al preguntarle a ambas ellas dijeron no escucharlo, después nuevamente el murmullo, era una especie de voz humana, de donde venia, no lo sabia, ni yo, les pedí que se quedaran en silencio, para saber de donde provenía mientras humo escapaba por la chimenea aprestándome a dejar la carne en la parrilla.
Grande fue la sorpresa, esa especie de quejidos venia del interior de la chimenea, en ese momento saque la parrilla, y la puse junto a la bolsa de carbón, mire en el interior de la chimenea, en realidad no pude distinguir nada, tome uno de los fierros, y trate de sacar aquello que obstaculizaba, mayor fue mi sorpresa, se trataba de un hombre, quien estaba atrapado en el interior de la chimenea.
En ese momento mi madre tomo el teléfono, y llamo a la policía, que estaba a unas cuadras de la casa. En un par de minutos aparecieron los oficiales, quienes instigaban al hombre a salir de allí, mientras tía Sara y mi madre pedían que sacaran pronto a ese ladrón.
Después que el capitán sostuvo una conversación con el hombre que además era tartamudo, el mismo en su coloquial lenguaje, pidió llamar a bomberos, cosa que el capitán realizo presto, sino el hombre se moriría en el interior de la chimenea.
Los bomberos llegaron con demora como además lo hacia tía Sara, en ese momento los policías habían acordonado el lugar, cuando los bomberos llegaron destrozaron parte de la chimenea y liberaron al hombre, quien tenia su ropa y su rostro lleno de hollín producto del tiempo, que la chimenea no se le hacia limpieza, en realidad todos estábamos bastante enojado con la situación, los bomberos subieron una camilla y luego de un momento bajaron al ladrón desde el techo, en un primer momento no le conocí mientras unas enfermeras, le ponían una mascarilla de oxigeno, en su rostro lleno de esa sustancia oscura.
Mayor fue mi sorpresa, cuando la enfermera termino de limpiar el rostro del hombre se trataba de mi vecino, pero que estaba haciendo allí, nos preguntábamos mientras bastante curiosos, se habían apostado en las barreras, que la policía había dejado,  las bromas no se hicieron esperar, fácil podían servir de rutina a algunos humoristas de la tevé.
El hombre, me confeso que durante la noche, había tenido una discusión con su mujer y que esta cerca de las 4 de la madrugada, le había quitado su chequera del banco y la había arrojado con todas sus fuerzas desde el patio trasero de la casa, para tanta mala suerte que la chequera, se había metido en el boquerón de la chimenea, he intento rescatarla, claro sin habernos pedido permiso, la situación estaba entre lo gracioso y lo dramático además de lo sorprendente, de inmediato fui al interior de la casa, y revise  una especie de sacado, en el interior de la chimenea estaba la chequera de mi vecino, sin sufrir ningún daño, lo que no era el caso de mi vecino, quien se había luxado ambas piernas en el interior de la chimenea, como también uno que otro problema respiratorio por el hollín, junto a la chequera había un pequeño cuadernillo que también tome en forma despreocupada, le deje la chequera a mi vecino, que iría hasta el hospital, para ser examinado, en ese momento el oficial, me pregunto si levantaría cargo a mi vecino preferí no hacerlo, y mejor seria terminar de cocinar la carne, mientras mi estomago, y junto a la mi madre, tía Sara, comenzaba a reclamar.
Después de almorzar, y cansarnos de comentar el gracioso hecho que había sucedido, fui a mi habitación y revise el cuadernillo, que había encontrado, junto con la chequera de mi vecino fue lo más sorprendente el cuadernillo en cuestión, estaba escrito por mi padre, en él se hacia mención a la fiesta de navidad del año 73, en pleno golpe militar, por esas fechas mis padres vivían en un sector muy acomodado de Antofagasta, en el norte de Chile y decía lo siguiente:
Aquella tarde llegamos desde el hospital parroquial de Antofagasta, me sentía un hombre muerto, muerto en vida en realidad, hacia dos meses que nos habíamos casado y los exámenes eran lapidarios, no podíamos tener familia, nos sentamos a la mesa cerca de las once de la noche por que ella tampoco estaba con ánimos de celebrar, decidimos no desperdiciar la cena que mi hermana Sara, nos había enviado, nos servimos un poco de vino, en ese momento tocaron a la puerta, y allí estaba un canasto de cosecha, con unas frazadas, en su interior un niño llorando sin consuelo, nunca dijimos nada, la ciudad seguía conmocionada por lo sucedido en Septiembre, a la siguiente semana, me enviaron al sur por la empresa, pedí que además me dieran la posibilidad de viajar con la familia.
No se porque mi madre, guardo este secreto, ahora en mi habitación, no sé que es lo más importante, todavía no lo se, ayúdenme a entenderlo.

Khayamaoz Aops
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:53:54 pm
El eco de la locura



El radiante sol del escenario me apuntaba, con la fiereza de quién busca resaltar mínimos errores. El clamor de los banales aplausos me abrumaba. Allá a lo lejos, el palco principal, y ella. La más brillante luz entre las sombras. Mentalmente, vuelo. Mi ser abandona el propio cuerpo, y se dirige hacia ella veloz, como mi fría mirada. De repente, cada segundo de aquella crucial batalla que se libra entre dos almas, se vuelve eterno. Quizás no lo suficiente para retener su huida. Mas, sí lo bastante para transmitir un hálito de vida, procedente de aquella figura angelical, de la más pura inocencia, a mi alma inerte. Abandoné el escenario a toda prisa, aún con el eco de los aplausos resonando en la inmensidad de su cúpula. Mas en mi mente, solo el brillo de su figura, el eco de mis latidos, de mi propio corazón que acelera el pulso a cada paso, y no encuentra reposo. Tal vez nunca lo hiciese, salvo con el frío beso de la muerte. Nos separan apenas dos metros, los suficientes para  no percatarse de mi presencia. Mi corazón late cada vez más deprisa, y mis piernas corren hacia ella a tropel. Sube al carruaje, donde el chófer aguarda, visiblemente enfurecido. No queda alternativa alguna. Grito su nombre a pleno pulmón. Aquel que tanta paz alberga, y tanta inquietud me transmite, en la soledad de mi lecho. ¿Como respuesta? La nada. Pura insonorizad sonora retumba en mis oídos. La puerta de su carruaje se cierra, los caballos que lo tiran, galopan a toda prisa, y lo percibo. El perturbador sonido de su risa. Aquella carcajada inocentemente indescriptible, y al tiempo maléfica, que la vida profita, acerca de mi destino. Toda mera posibilidad queda perdida. Regreso al escenario. Aturdido, melancólico. Ya nada quedaba, excepto aquel glorioso aire de los gloriosos aplausos en el ambiente, mi propia esencia, que ni tan siquiera ya lograba medrar mi ánimo, y mi siempre fiel acompañante: la soledad. Como indigna cura que ofrecer a tan obstinado sentimiento, tomé lápiz y papel, y, sobre la tapa de aquel indigno piano, escribí las indignas letras que habrían de aliviar mi conciencia, aquella triste confesión de amor.

“Por pedirle a usted, mi musa, le pediría un beso, de sus rosados labios... Una sutil mirada de afecto, una sonrisa... Como aquella que tan señalado día, y en tan indigno antro, hizo que mi aguda vista se percatara de su presencia desde el primer instante... Aquella que me hizo correr tal caballo desbocado, hacia tan pintoresca damisela, sin éxito alguno, y que mantiene vivas estas irracionales ganas de tenerla entre mis brazos... De verla por primera vez entre tantas, de dar largos y nocturnos paseos, de hablar de madrugada a su ventana, oculto entre las sombras de la noche, de saltar toda barrera, y hacerla mía, arropados bajo la luz de la luna... Y, pese a que quizás sea la obstinada soledad quién hable en mi nombre, tan solo por este instante, dejémosla conversar libre, en compañía de mis vagas ilusiones... De futuros sentimientos que ya hoy afloran, y como no, de mi raciocinio, que de tan obstinado que fue en vida, se desvanece, desde aquella coincidencia casual que nos brindó el azar... 

Atentamente y desde lo más profundo de mi esencia, rogaría que acepte tan sutiles palabras, de quién con usted sueña día y noche, y que, si el destino (y permítame tal atrevimiento) su economía se lo permitiesen, acudiese usted a solas a mi próximo concierto, que tendrá lugar en Bélgica.

Acompañado de mis más sinceros anhelos,
Jack ”

Seguidamente, la tomé en mano. Releí cada palabra, cada letra, cada punto, cada coma... Y, acto seguido, la arrugué con fiereza, la arrojé a lo lejos, en dirección a la ya no presente multitud, y abandoné el escenario... Al otro lado de la sala, la escuálida figura de Joe, el encargado de la limpieza, asomaba por la puerta de entrada, examinando la escena. Un escalofrío recorrió mi espalda por un instante. Temía que, tan indiscreta presencia, se hubiese percatado de mi anterior muestra de furia, de mi más secreta agonía. Mas, por azar del destino, que tiene por costumbre presentarme toda clase de encrucijadas, tan oscuro temor se desvaneció al percibir aquel tímido “Hola” escupido de su boca, sin gana alguna; que por un instante, logró alejarme de mis más profundas reflexiones. Marché a casa a toda prisa. Aquel tugurio, aún deprimente, era el único sitio capaz de albergarme la paz que tanto anhelaba. Mi mente, ávida e incansable, necesitaba del acogedor reposo del hogar. Al llegar, me dirigí hacia el escritorio. Tomé mi pluma, aquella que tengo por afortunada, que plasma en papel cada nota, cada silencio, cada nueva composición; libre como el viento, y escribí a Melanie. Mi siempre fiel confidente, mi dulce hermanita mayor. Desde que alcanza mi memoria, ella fue la única mano amiga en mi lamentable infancia. Quién consagró su vida a resolver mis entuertos, y la única que creyó en mi talento, cuando dirigí mis pasos hacia la música. La más astuta entre las féminas. Sabría que hacer, cómo atraer a tan pintoresca dama.

Facturé la carta a la mañana siguiente, en la oficina de correos local. De vuelta a casa, aún las calles dormían, bajo el amparo del invierno. Caminaba solo, absorto en mis más íntimos pensamientos, con la única compañía de las áridas hojas que el viento arrancaba de los árboles.

De repente, mi testa es víctima de un brutal impacto. Caigo al suelo, rendido. Siento como el occipital, rasgado en mil pedazos, como cristal roto, se refugia en el interior del cráneo; como oprime el cerebelo. Mis funciones motoras se desvanecen. El que instantes después se convertiría mi asesino, continúa apaleándome. Se le suman unos siete matones más, con navajas de finas hojas y afiladas ballestas. Unos cinco apuñalan mi cuerpo. Otros tres me patean y golpean con bastones. Noto como mi sangre huye, abundante, de las suicidas venas rasgadas por los cortes. Comienzo a sentir como mi vista se vuelve borrosa, como flaquea mi raciocinio. Un nuevo impacto sobre mi cabeza disminuye mi audición, ahora casi imperceptible. Mas por suerte, aún quedaba tiempo: el justo para desvelar la identidad de mi asesino. Intento girar el cuello en dirección hacia alguno de los presentes, pero la rigidez de mis músculos me lo impide. Es inútil. Tal solo queda una salida: la rendición. Me dejo vencer por el cansancio. Cierro los ojos y, dándome ya por muerto, mis agresores desaparecen entre las tinieblas de la noche y los tonos pardos del amanecer. Vuelvo a abrir los ojos. Tan solo uno de mis agresores continúa apaleándome. De repente, de uno de los bolsillos de su gabardina, brota la clave de mi asesinato, que cae finalmente rendida frente a mí. Al fin la causa de tan violenta tortura: aquella carta muda que en su día dirigí a la orgullosa dueña de mis anhelos, Lady Maddelaine. Al fin una respuesta, una identidad. Y un asesino cauteloso, que incluso se toma la molestia de volver sobre sus pasos para recoger aquella carta: mi carta. Quizás para evitar orientar a la incompetente policía. Quizás para cerciorarse de que su destinataria jamás gozase de su lectura. Tan sólo el podría saberlo. Con toda seguridad, tantos años en el oficio de la limpieza le habían perturbado.

Aún con los ojos cerrados, sentí su fría mirada sobre mí, ahora el fruto de su brutal ensañamiento. Su cordura pendía de un hilo. Rompió mi arrugada carta en mil pedazos, los arrojó al viento, y corrió como alma que lleva el diablo, hacia tan solo Dios sabe donde. Alejado ya un par de metros, intranquilo, volvió su rostro hacia mí. Clavó en mi cuerpo su fría mirada, como un cuchillo, y volvió sobre sus pasos, para asestarme una nueva puñalada. Clavó su navaja en mis ojos, para negarme el agudo sentido de la vista. Ni tan siquiera fingir mi cercana muerte había funcionado. Imploré compasión al cielo. Se agachó de nuevo, justo a mi frente. Contempló con deleite mis ojos, ahora masacrados. Podía sentir como las bocanadas de aire ingeridas huían de su boca hacia la mía, ya sin oxígeno, el eco de sus latidos. Acarició mis rizos. Tomó uno de ellos como trofeo, y susurró a mi oído: “No sabes cuánto tiempo esperé para verte muerto. Lady Maddelaine, al fin es mía. ¿Quién limpiará ahora tu estúpido teatro?”, y descargó una sonora carcajada. Una carcajada llena de odio y rencor, y al tiempo de un discreto y silbante sonido: el eco de la locura.

Amélie
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:56:17 pm
Moro o nobleza de un perro al que...
 

 
—   Moro es un perro que tendrá unos 10 o 12 años, unos 70 en términos humanos…Aún
lo tengo en casa…
—   Si ya es tan viejo, ¿cómo es que no te ha dado por aplicarle la eutanasia?
—   ¿Pero qué dices?
—   De eso tenéis fama los cazadores, en cuanto el animal se queda viejo o no rinde por
lo que sea… he visto casos muy ilustrativos al respecto…
—   Ya, pero cada quien es cada quien y cada cual cada cual… Muy mala persona sería
yo si hiciera eso con un animal y mucho menos con este…
—   ¿Tiene acaso algo especial que no tengan los demás?
—   Como te diría yo… Hay personas, muchas personas, que son menos inteligentes…
bastante menos inteligentes que ese animal…
—   ¡Vaya hombre supongo que eso será un decir…!
—   ¿Cómo te lo explicaría yo…? Ese animalito que tengo allí en casa con sus achaques,
y  ya, sin ningún otro tipo de utilidad, ni cinegética ni de vigilancia ni de “ná”: de hecho lo hemos operado de cataratas… Ese animal siempre andaba suelto, con el no había problema de que te hiciera una trastada o causara un accidente. Tenía como un sentido común como el de una persona. Era muy inteligente…y muy noble…
—   Si hombre, que eso a me lo has dicho antes…
—   ¡No como las otras tres perras que por aquél entonces, al hilo de lo que te estoy
contando, también tenía en casa, esas estaban siempre atadas, porque eran malas y siempre estaban liándola… De hecho a ellas les echaba de comer aparte del “Moro”… Y lo que son las cosas, notaba yo que el perro comía exageradamente. Fíjate que no digo mucho, digo exageradamente…
—   ¡Vaya!
—   Lo llevé al veterinario porque se me daba que debía de tener algún tipo de parásito
intestinal o cosa por el estilo. ¡Desde luego aquello no era normal! Llegamos a ponerle un tratamiento, aunque sin ningún resultado: el perro comía demasiado y sin embargo no se le notaba ningún tipo de engorde porque él seguía en su línea de siempre…
—   ¡Y que era entonces lo que le pasaba!
Haciendo un gesto como de pedir paciencia…
—   Así continuaron las cosas hasta que un día me dio por vigilarlo, pues lo vi muy
empeñado en pasar por donde estaban las tres perras atadas… y cual no sería mi sorpresa cuando se colocó junto a ellas y comenzó a regurgitarles  la comida… ¡Me quedé helado!
—   No termino de comprender…
—   ¡Pues es muy sencillo! Ya te he dicho que el “Moro” comía aparte y suelto, libre de
ataduras, al contrario que las perras que en casa siempre estaban atadas… Lo que sucedió es que el pobre animal pensó que solamente le echaban de comer a él (que comía aparte) y que las perras, como no lo acompañaban porque estaban atadas, las pobres no comían… y es por ello que él, “ese animal noble”, se hinchaba de comer para llevárselo a sus compañeras de raza…
—   Si es tal y como lo cuentas, desde luego que el asunto tiene su “cosa”…
—   ¡Eso no lo hacen muchas personas, te lo digo yo! ¡Y que no lo hizo ni una ni dos
Veces..!
—   Si, hay que reconocer que el perrito ese tenía humanidad…
—   ¡Si yo te contara es que no pararía en días, y en noches, de los detalles de lo que es
ese ser especial… Y es que no sé como calificarlo…, persona no lo vas a llamar, pero cuantas personas tienen menos luces que él… ¡Y esto te lo dice E… S… C…!
—   ¡Que te creo, que te creo…!
—   ¡Y valiente! ¡Tú sabes lo valiente que era ese animal! ¡Ya podía ser el jabalí todo lo
grande que quisiera, y tener los colmillos más retorcidos del mundo, que “Moro” no se echaba para atrás nunca! ¡Otros sí, pero el mi Moro estaba allí, siempre en primera línea hasta que acorralaba a la
pieza y llegábamos nosotros para rematarla! ¡Era todo él una costra de las “cuchillás” que le metían los marranos del campo! ¡Anda que no tiene puntos pegados el pobre, si parece un retal!
—   ¡Joder, pues si que era completito el perro…!
—   ¡Te parecerá que exagero, pero nada de nada, en todo caso me quedaré corto…! Te
he hablado de nobleza…
—   ¡Otra vez…!
—   ¡Sííí, es que tengo que volver a ello otra veeez…!
—   ¡Hombre, ya, con lo que me has contado, lo de la nobleza ha quedado bien
acreditado…!
—   ¡Pero es queee… es que todo lo que te diga es poco…! Sólo otro detalle, que no
quiero ponerme pesado, pero es que, ¡hay tantas cosas que decir…! Y esto viene al hilo de lo que te acabo de contar…
—   ¿También?
—   ¡También!
—   ¡Adelante pues!
—   En otra ocasión, estando en plena cacería, el perro olió algo en una mancha muy
grande… y oliendo, oliendo rastro, se metió dentro, aunque al cabo del rato salió y dejó lo que allí había…Nosotros llegamos a pensar que podría ser algún rastro falso o alguna presa muerta, o vete tu a saber… ¡Pero no era nada de eso, porque cuando menos lo esperábamos de aquella misma mancha salió una cochina con un mantón de crías! Todo ello ante la indiferencia del perro… ¿Te lo puedes creer? Él, que tenía el cuerpo completamente asaetado por las defensas de los jabalíes no tomó venganza de una hembra con sus indefensas crías y las dejó ir… ¿Qué más se puede decir de ese animal? ¿Es o no es algo sobrenatural?
—   Si hombre si, que me has convencido, estate tranquilo…
—   Así es que yo de darle matarile nada, él se ha portado con nobleza para servirme y yo
le voy a corresponder hasta el final: este perro se queda en casa con nosotros hasta que ya no le quede otra que morirse… ¡Pero se quedará como uno más, compartiendo con nosotros  hasta los “nolotiles” para los dolores de cabeza…!
—   De vez en cuando hay cosas en los animales que sorprenden de verdad a las personas…
—   ¡Y que lo digas! ¡A ese pobre perro, que ya lo verás si un día vas por casa, viejecito y
quieto sólo le falta “escribir a máquina”…!
—   Oye, que estoy muy a gusto contigo, pero tengo que hacer unas cosillas…
—   ¡Que animalito Dios mío! Si yo te contara…
—   Hasta luego, hasta luego…
—   Más conciencia que muchas personas…

Chupito
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:57:10 pm
Mil novecientos treinta y siete


Todos sabían quién era aquel hombre del caballo, pero nadie se atrevía a hablar con él. Ni siquiera a mirarlo. Quizás un poco de refilón, pero nada más.
Siempre paraba en la cantina a tomar un vaso de vino. Lo tomaba solo y rápidamente, justo antes de llevar a cabo su propósito. Sólo iba acompañado del más absoluto de los silencios y de mucho respeto; mejor dicho: mucho miedo.
Eran tiempos difíciles y aquel lugar era la única distracción de la aldea para ir a charlar con los vecinos antes de llegar a casa y que la cocina de leña humeara con todas las cacerolas encima, haciendo que toda la casa se invadiera del olor de un buen potaje.
María, que estaba en su casa ajena a la tensión de la taberna, siempre había pensado que vivir al lado del cementerio era de mal augurio, pero... ¿Qué iba a hacer aparte de rezar unos cuantos Padrenuestros para que los suyos estuvieran bien? 
Los perros comenzaron a ladrar y, automáticamente, María paró de pelar patatas y miró por la ventana de la cocina. Era alguien desconocido, seguro. Sus pastores alemanes nunca le ladran a los de casa… Sólo vio un caballo atado a un árbol. Quiso ser positiva y pensar que hay muchos caballos blancos y que sólo se trataba de una casualidad. Llamaron a la puerta. Abrió despacio. No le sirvió de nada querer ser positiva… era el hombre del caballo. El corazón de María dio un vuelco, sabía lo que había pasado nada más verlo. Ella no solía ir a la cantina, eso es cosa de hombres, pero igualmente reconocía a ese señor y a su caballo blanco. Empezó a diluviar, el cielo lloraba igual que ella. ni siquiera hacía falta que abriera la boca, sabía lo que iba a escuchar: su hijo no volvería de la guerra.

Rey
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 15:58:51 pm
El rostro de Dios


Fue a la mañana temprano, al menos acá, no sé que hora era en otros países. Vos sabés que yo no me levanto temprano cuando tengo guardia de noche porque sino después me duermo,  pero afuera el regador que me había olvidado prendido chufú chufú chufú … y daba vueltas en la cama pensando… sí, en vos Celeste, una vez más en vos, y el ruidito del regador. Me puse las pantuflas, una sola en realidad porque no encontré la otra, y salí. El pasto mojado en uno de mis pies, la brisita fresca de la mañana y ese cielo de nubes altísimas tan… no se si vale el adjetivo (y si me lo prestas)… tan celestial. Y entonces lo escuché; bah, lo escuchamos todos, yo lo sé; o al menos  los que estábamos afuera en ese momento, aunque después todos en realidad; en la tele, en la radio. Fue extraño, no sé si lo hubieras creído, aunque yo tampoco sé si lo creí, y si lo creo, y eso que lo vi con mis propios ojos, y lo escuché con mis oídos… pero no, vos sí lo hubieras creído. Las nubes se pusieron raras, y esa luz… y sí, luego su rostro, o ese rostro, tan… tan blanco. En ese momento no entendí lo que dijo porque habló en otro idioma, hebreo supongo. Pero de algún modo ahora lo sé, hijitos míos.
Fue como una gran bomba, pero de salva, de cotillón. La radio y la tele explotaron, todos pasaban la noticia consternados, sin saber si tratarla seriamente o no. Los llamados de la gente se atropellaban entre sí: algunos enfervorizados de religiosidad, otros anonadados, otros escépticos, otros atemorizados. En sólo dos o tres horas se dijo de todo; el fin del mundo, una revelación, una farsa, una alucinación colectiva y qué sé yo cuantas cosas más, pero después, ya al mediodía, el silencio, la quietud absoluta, el mar calmo, planchado; excepto, claro, yo; mi alma, mi corazón, pum pum pum. Y si hubieses estado conmigo viste Alberto que yo tenía razón, sos un incrédulo, un incrédulo. Es cierto Celeste… porque aunque parezca estúpido y hasta irracional, ahora dudo de lo que vieron mis propios ojos, de lo que oyeron mis propios oídos.
De todo lo que se decía, lo del fin del mundo era lo que más me convencía, aunque el cielo clarito, el día tibio, dulce y sin meteoritos surcando el firmamento parecían desmentir la teoría. Pero yo igual te imaginé entrando por la puerta para llevarme. Lo vi, lo vi en mi mente; vos viniendo no sé de dónde, de acá o de más allá, pero hermosa y blanca, con tus labios de azúcar impalpable, impalpables, y vamos Alberto, sí Celeste a donde quieras, al mar, a la playa blanca de espuma de aquel otoño nuestro, o al cielo, que es lo mismo, el mismo otoño, a donde quieras. Y pensando en esta sonsera me preparé algo de comer… Tonta cabeza soñadora, tonta esperanza. Y si supieras cuánto, cuánto, cuánto te extraño, y parece una broma pesada pero cierro los ojos y no logro pintar en mi mente los colores de tu rostro, y esa última foto que no sé por qué quemé… para olvidarte, y hace tiempo ya que no puedo recordar tu rostro, y en mis sueños te veo borrosa y tu voz que balbucea algo que no entiendo, y está triste, y está… lejos, lejos.
A la tarde no quedaban en los medios ni rastros de lo ocurrido; la radio anunciaba como siempre alguna calle cortada en el lejano Buenos Aires, un choque en Córdoba y mil millones de veces la temperatura actual veintitrés grados, y la tele discutía estúpidamente las estúpidas palabras de alguna mujer vacía de todo menos de siliconas. El rostro ya había desaparecido, peor aún, era como si nunca hubiera aparecido. Pero yo lo vi, y la gente también, porque durante esas horas la radio y la tele, pero después todos se callaron… y sé que mañana yo también callaré.
Antes de ir al trabajo pasé por el kiosco. El kiosquero traía puesta la misma cara agria de siempre, y yo que ¿vio qué raro lo del rostro en el cielo?, pero él ¿cómo dice? Entonces me agarró vergüenza, le pagué apurado y me fui. En el trabajo me quedé callado, como todos. Igual no volví más, renuncié esa misma noche.
A la madrugada, cuando volví a casa, agarré un lápiz y un papel y me puse a garabatear… y dibujé un rostro, y al terminarlo me di cuenta que era ese rostro, y estaba tan perfecto que me levanté asustado, y estaba tan asustado que salí de casa de nuevo, y no volví hasta haberme alejado como diez cuadras. Pero el mundo seguía en su madrugada con sus brumas, sus ruidos y  su desperezar de bostezos como si nada. Y al volver a casa el rostro seguía perfecto allí en el papel, y debajo escribí la frase, porque sé que dijo eso. Y en esa madrugada desvelada el insomnio me llevó a vos, y recordé aquel día en que no volviste y tu búsqueda desesperada, y los pasillos de los hospitales, y los días de angustia, y las lágrimas acumuladas en mi mesita de luz. Pero tu rostro borroso que trataba de reconstruir se fue transformando en ese otro rostro del papel; blanco, luminoso, y la angustia se fue, y las lágrimas, como por arte de magia se evaporaron, y finalmente me dormí, envuelto en una extraña paz, y tuve un sueño hermoso que no recuerdo.
Al despertar a media mañana supe que todo había cambiado, no lo de afuera, sino lo de adentro. Salí a dar vueltas por la calle, y en una pared blanca el mismo lápiz de la madrugada dibujó el rostro, y la perfección de su figura ya no me sorprendió, y debajo la frase. Y después fue en otros papeles, en otras paredes, y en todas partes. Y cada tanto el rostro se parece al tuyo, si no lo es. Y en la calle, los locos me llaman loco, y saben, allí adentro suyo, que ellos también lo vieron y que el loco no soy yo, pero callan, fingen, hacen de cuenta que nada pasó; muertos de miedo siguen su rutina, buscando rellenar sus nadas con cosas que hacen ruido y luces y bruma, buscando estar ocupados las veinticuatro horas para no tener tiempo de pensar, para no darse cuenta que tienen un hueco en el pecho. Ven el rostro en los muros y lo recuerdan, pero callan y tratan de convencerse que aquel día no existió y que aquella luz fue sólo un rayo, y las palabras sólo el trueno extraviado entre las nubes.
Sin embargo, tengo la inexplicable certeza Celeste, de que mañana despertaré nuevamente en casa con vos, por eso escribo esto. No sé cómo lo sé, no puedo explicarlo, pero de algún modo conozco que será así. Mañana a la mañana abriré los ojos y veré a mi lado tu sonrisa dulce de labios impalpables y no me atreveré a hablarte ni a preguntarte qué ocurrió, ni porqué te fuiste, ni a dónde, ni a contarte una palabra de toda esta historia, y volveré al trabajo en mi silencio, con una felicidad explotando en el pecho, mezclada con la eterna duda. Y estos papeles dibujados quedarán volando perdidos en alguna esquina, y el rostro de Dios se irá borroneando bajo la lluvia, como ocurrió con el tuyo, y volveré a dudar, volveré a dudar a tu lado, que sos un testarudo Alberto, y me citarás parábolas de memoria con tu tierna voz, y esta vez volverás a casa y me quedaré callado por temor a que el ensueño se esfume, y fingiré como todos, y haré de cuenta que nada pasó, y temeroso pero feliz, seguiré mi rutina a tu lado, hasta que la tregua se acabe y en lo alto aparezca de nuevo el rostro de Dios, y del cielo caigan meteoritos, y entres por la puerta para llevarme al mar, a la playa blanca de espuma, o al cielo, que es lo mismo, el mismo otoño nuestro.

Juan de Luz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:04:37 pm
Soldado


(http://img141.imageshack.us/img141/6546/soldadosf.jpg)

Aquel soldado con su caminar erguido, extenuado y tambaleante con la bandera a cuestas, quería llegar a la cima de la sima de aquella inmensa montaña y sembrar allí su tricolor nacional como símbolo de un triunfo rutilante, sin discusiones ni atenuantes, producto de una batalla desaforada y desmedida que a veces le confundía, su objetivo final ni el mismito diablo lo sabía.  Sus fuerzas querían flaquear, en su mente retumbaba el juramento a la bandera que le permitía aún permanecer en pie.  “Creo que ya lo logré “, decía como auto motivándose.  Antes de clavar la bandera allí en lo más alto, quiso llorar, no entendía lo que le estaba pasando, recordaba que para dar la puntada final no había sido nada fácil.  Sobre la vereda del camino, confundidos con la espesa vegetación, entre plantíos de cereales y cafetales, quedaron los cuerpos sin vida de no se sabe cuántos.  Sudaba frío, pese a su poca educación, entendía claramente que los muertos que quedaron atrás, todos, los del otro bando y los suyos, eran víctimas inocentes, desconociendo cual era la razón por la que debía matar.  Solo tenía que esperar, este era el sitio del encuentro.  ¿Cuántos más de los suyos llegarían?.  Lo cierto es que fue el primero en llegar.  Aferró con sus dos manos la bandera e hizo un juramento, mientras el sudor caía por cántaros de su frente.  “Si salgo de esta con vida, renunciaré a todo esto, regresaré a mi casa y cultivaré la tierra, sembraré esperanzas en lugar de muertos”.  Leopoldo Ramírez estaba seguro, de que cuando sus compañeros regresaran a su lugar de encuentro, ellos estarían de acuerdo con su manera de pensar, pues la gran mayoría eran también campesinos y lo único que sabían hacer con destreza era labrar la tierra.  Leopoldo Ramírez deja caer el abultado morral de su espalda, se dispone a clavar el asta de su tricolor nacional hasta lo más profundo del corazón de la tierra, sus mejillas permanecían humedecidas por las lágrimas, producto de la desesperación y rabia que le producía todo aquello.  Levanta por fin la bandera con fuerza, se escucha luego el sonar de un arma que zambulle su pesado cuerpo, sus lagrimas no dejan de caer, emite un grito lastimero que retumba en lo más recóndito de aquel cañón, pese a ello, la bandera permanece en sus musculosos brazos, los que levanta nuevamente en busca de su propósito, seguidamente se oye el sonar de una nueva descarga que termina con el aliento de Leopoldo, su cuerpo se desvanece lentamente con el traquear de nuevas balas y su bandera que parecía ondearse por momentos cae sobre si.  Luego todo es silencio.  De pronto, emerge entre los árboles la figura de un joven entre 18 y 20 años, de la misma edad de su oponente, de 1,70 de estatura aproximadamente, quiere cerciorarse de que su enemigo ha fallecido.  Se acerca hasta él, quita con la punta del fusil la bandera, que enrojecida por la sangre tapaba su cara, al quedar al descubierto se encuentra con una sorpresa macabra, tomándose la cabeza con su mano derecha e hincándose a un costado dice: “ nooo, no puede ser, es Leopoldo Ramírez mi mejor amigo”.  Rápidamente se despoja de todas sus cosas, deja a un lado su rifle que aún permanece humeante y se dispone a ayudar a su amigo de infancia, lamentablemente ya nada puede hacerse; Leopoldo yace allí con sus grandes ojos abiertos presa del pánico que le produce su agónica muerte, si bien es cierto no todas las balas habían dado en el blanco, dos de ellas eran mortales.  Toma entonces la mano ensangrentada de Leopoldo, como queriendo entender que era lo único que podía hacer y le dice: soy yo, Luis,  Luis Ocampo, su amigo.  En la cara de Ramírez se observó una tenue sonrisa de reconocimiento.  Quiero que me perdone Leopoldo, le decía con voz entrecortada, no fue mi intención hacerle daño, ¡bueno!, ya sabe cómo es esta maldita guerra.  Como se que no puede hablarme quiero, que si está de acuerdo en perdonarme, lo haga con un apretón de manos.  La respuesta de su amigo moribundo fue inmediata con un apretón leve, seguido de un movimiento rápido de su índice derecho, que le indicaba a Luis que debía marcharse, pues su vida corría peligro.  Los ojos de Leopoldo quedaron fijos en la distancia e inmediatamente Luis se los cerró, se había ido para siempre; en su mente apareció la imagen del último día que lo vio, un año atrás, estaban de pesca y llevaba en su cabeza su boina verde que no abandonaba para nada.  Rápidamente sacó de su morral una bandera de su bando, la unió a la ensangrentada de su amigo y las clavó allí juntas, en lo más profundo y alto de la montaña.  Arriesgando más de lo debido, clavó también una improvisada cruz, despojándose y dejando sobre el cuerpo de su amigo, un escapulario que le regaló su madre para protegerlo de todo mal y peligro.  Se perdió del lugar como por encanto, no sin antes descargar con rabia sobre los matorrales sus balas sobrantes y arrojar su fusil a lo más profundo del abismo.
Un mes después, enviaron una cuadrilla en busca de Leopoldo y sus compañeros.  Solo encontraron en la cima los restos de Ramírez, sus amigos nunca llegaron a la cita, lo identificaron por sus pertenencias guardadas en su morral, sobre su cuerpo en descomposición un escapulario, de frente la cruz, que permanecía intacta con sus banderas a lado y lado firmes, ondeando y clamando victoria.  El informe entregado por la escuadrilla de rescate reza: “ Misión cumplida, solo encontramos los restos en el lugar secreto de encuentro, de nuestro máximo líder el Sargento Ramírez, quien valerosamente antes de morir, dejó izada nuestra bandera; la búsqueda de sus compañeros resultó infructuosa, por lo que los reportamos como desaparecidos”.
Los restos humanos del Sargento Ramírez, fueron enviados envueltos en una bandera del tricolor patrio al lugar de su origen, donde recibió los honores póstumos con la presencia de personal de alto rango militar, quienes exaltaron su excelente hoja de vida lograda en tan poco tiempo.  “Su muerte no será en vano, fue en pro de una causa justa, lo que nos enorgullece y anima a continuar con esta dura lucha”.
Cuatro meses después, surgen nuevos brotes de violencia, curiosamente en la misma zona.  Los campesinos se habían unido para exigir ante el gobierno mayor atención, mejores vías de comunicación, más seguridad de trabajo, menos olvido.  Bloquearon las vías de acceso más importantes, exigiendo la presencia de un representante del gobierno que tomara nota de las necesidades más prioritarias; de otra forma permanecerían allí hasta que se les diera solución a las exigencias presentadas a la mayor brevedad posible.  Este grupo de campesinos es dirigido y liderado por un joven que los arenga y motiva para que no desfallezcan.  Firma los acuerdos con el representante del gobierno, quien promete dar una pronta solución.  Desde ese momento, su nombre y fotografía seguirían apareciendo en los diferentes diarios nacionales y extranjeros, prometiendo a sus seguidores dar una “buena sorpresa en poco tiempo”, y así se cumplió.  El día que el Sargento Ramírez cumple un año de muerto, nace un grupo disidente llamado “Camarada Leopoldo Ramírez”, comandado por Luis Ocampo, en memoria de quien fuera su más entrañable amigo de infancia y parte de su juventud.  Cuenta con 256 hombres bien adiestrados y dotados con armamento sofisticado.  Su primer golpe lo dan a “Pueblo Nuevo”, sus 10 policías son sorprendidos y no les dan tiempo de oponer resistencia, la Caja Agraria es saqueada, obligándolos a entregar hasta el último peso, las oficinas de Telecom, corren la misma suerte, son bloqueadas las comunicaciones, el puesto de policía queda medio destruido y sus paredes pintadas con mensajes de protesta. “Que en lo posible, no haya muertos”, fue la orden de su jefe y así se dio.  Desde ese día dejarían abandonada en cada encuentro militar, una boina verde, marcada en letras doradas con la sigla C.L.R. como símbolo de identidad. Terminada la refriega, el grupo disidente “Camarada Leopoldo Ramírez”, se interna en la selva, preparándose para recibir una nueva orden de su “Comandante Lucho”, nombre con el que ahora empieza a ganar fama y respeto.
 
El Cacique
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:05:52 pm
BIPOLARIDAD: 20 años en busca de la Libertad


Una noche de verano en un país no tan lejano como el de había una vez, en una camilla de un hospital yace postrada una mujer. Su historia inicia  hace 20 años atrás cuando su familia no logró entender que lo que ella buscaba con ansia era libertad.
Fue cuidada con  amor posesivo y temerario por lo que se le negó cualquier tipo de relación que su madre no escogiera. Fue una niña sobresaliente, era la mejor de la escuela, su vida se resumía en dos cosas: Escuela y televisión, acompañada con los mimos de una abuela intachable.
Su familia la amo demasiado, pero en esta historia se aplica el refrán, “mucho  amor es insano”. Ella  crece y  sueña, como todas las niñas de su generación con un esposo, un príncipe azul que le ofrezca un amor inmortal, aunque la niña también tenía otro fuerte y ferviente  sueño: Ser astronauta.
Cuando se gradúa el tan anhelado esposo no fue prioridad, así que ser astronauta fue su único sueño, su madre la apoyaba en todo lo que hacía, compensando la separación de un hogar frustrado por la rivalidad, el odio y demasiado amor.
Zoe aplica para física en la Universidad Nacional, siguiendo los consejos de un aviador amigo de la familia quien le indica cómo llegar a la Nasa. La niña estudia física, sus profesores no paran de insistirle  lo buena que es, pero ella solo sabe dibujar las fórmulas, su mente es demasiado panorámica para detenerse en los pequeños y sensatos  números.
Pasan dos años de su vida en los que conoce mentes brillantes iguales y mejores que ella, físicos, químicos, ingenieros,  estaba con la crema y nata de la inteligencia joven. Entonces sucede lo inesperado decide renunciar a su inteligencia lógica-matemática, sabiendo que su sueño de conocer la luna abortaría.
Intempestivamente opta por las humanidades, e inicia sus estudios en comunicación social, ella se arriesga a comunicar, a enseñar a otros y a competir en el mundo real, ese que nos rodea y del que si no se defiende una niña de 19 años como una guerrera puede salir lastimada.
Comienza sus estudios de comunicación en la mejor universidad del país, ahí es becada por su desempeño como monitora de historia del arte, lenguas y directora del cine club. Su vida va bien, pero comienza a cuestionarse porque  es tan pobre comparada con los chicos que estudian en su facultad, ella no tiene carro, no tiene piscina, ni yate y sus vacaciones ni siquiera son a Miami.
Lo contradictorio de todo es que cuando estudió en la secundaria era una de las más ricas y su escudo de inteligencia la defendió todo el tiempo pero en la universidad es donde la vida real aparece o al menos  un remedo de lo que será y es en donde el escudo se desvanece.
Su madre trabajadora incansable, nunca está en casa,  ella asume que por no ser adinerada podría ser rechazada, entonces decide cambiar a sus amigos multimillonarios por unos que se parezcan más a ella, monetariamente  hablando.
Existe un hermoso joven llamado Esteban quien siempre la acompaña, es un amigo real, comparten sueños, charlas, almuerzos y mucho buen humor; también están La Hannaber, la Graham, Daza, Vargas y Palacios, compañeros  de Zoe quienes notan el cambio y tratan por todos los medios de no perderla pero ella decide cambiarlos por Tatiana y Dianita, dos niñas de inteligencia promedio que se acercan más a su nivel de vida. Zoe se siente desprotegida, es que con sus antiguos amigos formaban un bloque fuerte de respeto, admiración y sana competencia.
Ella    incapaz de comprender el mundo que  estaba después de la burbuja en que siempre la habían mantenido, sufre mucho porque sabiendo que es la mejor tiene que esconderse y pasar como una más de los eternos mortales de este planeta, la competencia es feroz, la envidia alcanza el punto máximo, ella se deshace por dentro; es que es una niña buena en un mundo de lobos, es entonces cuando decide morir, una mañana ya no se levanta de su cama, duerme día y noche y agrede su rostro con rasguños indecibles.
Cuando Zoe entra a ducharse siente que el agua se convierte en clavos que la hieren. Su madre trabaja, por lo que llega la infantería a cuidarla, su abuelo, un noble campesino que nunca le tuvo miedo a nada, pero esta vez su espíritu se acongoja al ver a su nietecita preferida en esta condición, el ataque es muy fuerte, ella solo quiere que no haya una nueva mañana y su abuelo lucha por volverla a la vida.
El abuelo no se despega del lado de  la cama de Zoe. Llega cuando el sol va a salir, lee el periódico junto a ella, le prepara deliciosos bistecks con mucho ajo y limón para espantar los malos espíritus, en la tarde le da pera chilena y abre la ventana un poco para que la vitamina C del astro rey alcance a su nieta, nada mejor que los baños de sol para volver a la vida.
Su madre maneja la situación con aromaterapia, sus tíos para darle un halito de vida la llevan a darle paseos en su carruaje azul, pero no hay nada que hacer, ella está muerta en vida. Días van y vienen y Zoe siente que su única amiga es la muerte. Llaman los enamorados, llaman los profesores, llaman las amigas y ella no habla con nadie, solo con la muerte.
Su tía Gloria, mujer guerrera y convencida de una solución busca ayuda psiquiátrica, es así que Zoe recibe su primer Robinol, la primera pastilla para iniciar un recorrido de 20 años dependiendo de medicina psiquiátrica, fue una medida tenebrosa, pero la única que la familia vio para salvar a la niña autodesahuciada.
El camino de esta niña hacia su madurez inicia con la etiqueta de bipolar,  así que toda su inteligencia y belleza se ven marcadas por el secreto insoportable para los demás de enferma mental, tachada de adicta por su propio padre, rarita, mantenida y lo peor fracasada.
Pero el corazón de oro de la niña  no cambia sus convicciones, cada  vez se aferra más a su fe y a su mayor anhelo: La libertad. La lucha es contra sangre y carne, en los sanatorios la llenan de medicamento, y dopada por completo quieren “domesticar” a esa rebelde, según ellos sin causa, las monjas y las enfermeras fuerzan a la niña con violencia, la subyugan y en vista de pocos resultados los medicamentos son aumentados.
En la primera hospitalización,  una noche la encierran en una habitación de paredes completamente blancas, un cubo en que las  paredes recuerdan un lienzo, ella, su cama, y su mica; esa  noche Zoe da alaridos para que la liberen, así ella logra aumentar las ganas de  las monjas porque pase la noche encerrada, creen que es el mejor castigo.
Entonces ella defeca en la mica y con sus heces se encarga de dibujar el cubo blanco, su prisión, razón por la que no la vuelven a encerrar pero los medicamentos se hacen más severos, por orden médica.
En el psiquiátrico  conoce a una mujer admirable, quien se gana el respeto de Zoe,  fuman juntas en el patio, hablan en las noches y lo mejor Zoe cree que ella conoce bien la vida que ella nunca tuvo. Ariadna es lesbiana, razón para que le causa mucha curiosidad, la niña nunca había estado tan cerca de un bisexual o al menos eso creía, aunque según los relatos de Ary, una aereomoza fue quien la indujo al cambio en sus inclinaciones sexuales, con el paso del tiempo esta mujer le presenta  a su hermana menor quien se convierte en su mejor amiga.
En otra de las hospitalizaciones conoce a un sicario recluido por cocainómano, juegan billar, ríen y sobretodo se enganchan en esa amistad tácita que solo se lee con el amor y los ojos. Una tarde Zoe le escribe la oración del Ángel de mi Guarda en una vieja libreta, el impacto fue asombroso, los ojos del muchacho jugando a hombre brillaban de tal manera como cuando un niño descubre algo que no está en su universo, ahora cada noche el decide acostarse con los Ángeles, José, Jesús y María.
Así se cumplen seis hospitalizaciones conociendo a los mal llamados locos y  manoseada por las mentes de psiquiatras, unos buenos y otros verdaderamente mediocres,  obstinados en subyugar mentes pérdidas o más bien mentes evolucionadas para este tiempo.
Es una fortuna que Zoe no haya nacido el  siglo XVIII, estaría lobotomizada y en el mejor de los casos amarrada con cadenas en una prisión oscura donde los mal llamados pecados son enterrados y olvidados.
El camino fue largo, muchas historias, muchos amigos, pocos enemigos, pero combatió siempre alzando su bandera por la libertad.
En la última hospitalización en una clínica de nível 3, finaliza esta historia, porque por primera vez por causa de una apendicitis aguda es atendida por médicos cirujanos quienes creyendo que la mujer de cara bonita era un caso de bipolaridad menor y a causa de su estómago distendido por ingerir cantidades alarmantes de bebida negra  gaseosa, remedio que  usaba para no vivir dopada, le suspenden el medicamento psiquiátrico por 5 días, una desintoxicación inducida.
Así ella comprendió la capacidad mental que tenía, las voces que la acompañaron por 20 años son descubiertas, sabe exactamente quien le habla, la telepatía en la que ella creía y la que muchas veces había sido negada por médicos y familiares, hoy es una de sus capacidades más destacadas, la vida no la había engañado, su rebeldía cobraba sentido, su intuición de niña mujer fue transparente.
Entra a la sala de cirugía, un espacio con ventanales negros de oscuridad, una lámpara redonda con muchos focos y el sonido de su corazón en las maquinas, Zoe imagina un cohete espacial y piensa en hacer lo que más se parece a un  viaje lunar. La anestesióloga le pide su peso y vía intravenosa la va guiando a la muerte, mientras la cirujana intenta explicarle el procedimiento, pero Zoe solo le señala con el pulgar indicándole que todo va a estar bien, así se inicia el viaje hacia donde ella siempre quiso ir, a la muerte, el coma inducido perfecto.
Hoy a los 40 años Zoe confirma su intuición que la acompaña desde los 19 años, sabe con claridad quien la engaña y quien la ama, puede reírse del miedo pero lo mejor es haber descubierto cuál es la verdadera  libertad, al menos para ella la burbuja se rompe pero el respeto, el amor, la esperanza y la confianza negada, se descubren, para hacer efectivo el cheque por cobrar que le adeuda la vida.
Llega su cirujana a revisar cómo está la herida.

Fenix
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:07:48 pm
Pasión, cariño y amor


Querido Rafael, hoy cumplimos años. Muchos, pero no demasiados, no tantos como yo hubiera deseado estar junto a ti. Cumplimos años desde que nos miramos por primera vez ¿Recuerdas? Todo fue tan inmediato, un instante. Suficiente.
Estoy escribiéndote con el lápiz que me regalaste para que te dibujara las rosas del jardín, acabo de sentarme en el porche, en el butacón de mimbre que tanto te gusta, viendo a dos gorriones juguetear entre las ramas del limonero. Hace un rato que dejó de llover, se fueron los nubarrones hacia el norte y hace por fin un día espléndido, justo como aquél día en el que me dijiste por primera vez que me deseabas. Entonces no comprendí aquello. Hoy, sí. Fueron años de pasión desbordada, nos buscábamos con la mirada y a la menor ocasión ya estábamos allí, corriendo por el pasillo, entrelazadas las manos, besándonos y abrazándonos, desvistiéndonos con urgencias. Llegábamos al dormitorio ya desnudos, ardientes. Cuerpos jóvenes. Luego vino el cariño. El roce y el cariño que nos fuimos tomando el uno al otro. Pero eso vino después, justo como tú me lo decías y yo entonces no terminaba de entender.
Primero sería la pasión, luego el cariño. Hasta ahora no he comprendido eso de que el amor sólo llegaría al final. Me queda un no sé qué, una sensación de tierna amargura cuando pienso en el tiempo que estuve sin saber qué era lo que pasaba exactamente. Pasión, cariño y luego el amor, sólo al final llegaría el amor, el verdadero amor. Eso me decías y eso estoy comprendiendo ahora, muchos años después de aquellos tiempos en los que tanto nos deseamos y en los que por fin tanto nos amamos.
Hoy te llevaré rosas recién cortadas. La última carta te la dejé entre los crisantemos, ésta que ahora te escribo, entre las rosas. Rosas rojas, las que a ti más te gustaban. Las acabo de oler y están realmente fragantes y frescas. Las corté esta mañana, de los parterres que sombrea la pared trasera del gallinero y que a todos pasa tan desapercibido, de ese lugar en el que tú me decías que íbamos a sembrar nuestro amor. Estabas en lo cierto y es allí donde ahora florece nuestro amor, ese mismo que construimos buscándonos con pasión, corriendo por el pasillo mientras nos desnudábamos, ardiendo los dos de deseo. Ese amor que fuimos regando cada día, viendo como el cariño empezaba a brotar. Ahora, Rafael, el amor ha florecido y lo tengo aquí, junto a mí mientras escribo estas líneas que te dejaré, como siempre, junto a tu tumba y entre las flores. Te quiero, te amo y te amaré, como nunca antes supe hacerlo.

Julia

Tackerman
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:12:10 pm
Acero y Hormigón


   La familia Erikson ganó pronto cierta notoriedad y prestigio en  la ciudad. Habían llegado  a Staten Island, aunque a los pocos días  ya se hallaban instalados en  Nueva York. Según la señora Mary Erikson, su marido y ella, embarazada de su primer hijo, pusieron el pie en los Estados Unidos de América en Abril de 1924, y en poco tiempo, el señor Henry Erikson, esposo de la citada señora Erikson, hizo buenas amistades y mejores negocios. Los Erikson eran una pareja joven, muy distinta al resto de inmigrantes europeos. Sobre todo porque el único capital que podía aportar al mundo americano la mayoría de aquellos inmigrantes alemanes, suecos o noruegos  era sus propias manos. En cambio, el señor Erikson no traía su equipaje vacío. Venía a un país en pleno despegue tras la  guerra, dispuesto a multiplicar su capital.
Si a mediados de marzo los Erikson ya estaban cómodamente establecidos en una pequeña pero confortable casa de las afueras,  a principios de ese mismo verano, el señor Erikson había logrado colocar tres préstamos hipotecarios a un interés que superaba el diez por ciento. Henry Erikson sabía mover el oro que había traído en sus bolsillos. Había crecido en una familia de prestamistas suecos de orígenes británicos, y desde pequeño había asumido las ventajas de  una vida ordenada y austera.  Conocía los misterios de la multiplicación del dinero, a la vez que  manejaba los secretos de esa astucia necesaria para dar con el hombre perfecto y en el momento justo, ofrecerle la cantidad exacta; es decir, el señor Erikson era todo un derroche de destreza en el arte de echar el lazo al cuello del cliente  en el rodeo de las finanzas. Como decía su abuelo, el anciano Samuel Erikson, prestamistas harán falta siempre… somos esa sangre que exige un mundo que cada vez vive con mayor ansiedad. Henry Erikson era consciente de ello, quizá por esta razón emprendió la aventura americana, a riesgo de abandonar su cómoda y próspera vida entre Estocolmo, Gotemburgo y Malmö. Al fin y al cabo, Europa era un continente viejo y envenenado. Aunque cruzar el Atlántico siempre suscitaba un ápice de inquietud,  su apuesta parecía segura, un país en plena ebullición, que  tras la guerra necesitaría liquidez. Después de todo, ¿qué son los negocios sin esa pequeña dosis de inquietud?
Así, la misma mañana de principios de enero que la señora Erikson daba a luz al primogénito de la familia, al que llamarían por el nombre de varios de sus antepasados, Samuel, el señor Henry Erikson inauguraba la primera oficina bancaria en la recién repavimentada Calle 42, al sur  del puerto, a uno kilómetro y medio de la 14.  Una zona todavía no demasiado cara, pero que contaba con gran proyección de futuro en Manhattan. Erikson tenía seis empleados, teléfono privado y público, una oficina de unos veinte metros cuadrados, sin lujos ni ostentaciones, con dos amplias ventanillas separadas entre si con el fin de garantizar la privacidad a los clientes, tres confortables bancos acolchados y forrados de cuero, calefacción, un despacho bien ventilado,  y sobre todo, una gran caja fuerte importada de Silesia que significaba su mayor inversión, imprescindible para guardar dinero en efectivo, pero, en especial, para custodiar y retener algunas de las garantías hipotecarias que los clientes habían de depositar para obtener préstamos relámpago. Erikson sabía que el préstamo relámpago era uno  producto de máxima rentabilidad en tiempos en que la efervescencia económica convertía  la velocidad en un valor seguro.
 Aquella misma mañana de la inauguración, la sobria oficina Erikson logró captar siete nuevos  clientes, cuyos beneficios, sólo  unos pocos meses después de la aventura americana del señor Erikson, ya habían multiplicado por dos el volumen de negocio inicial. Se demostraba así, que el señor Erikson conocía bien la propiedad magnética del oro, que colocado en un sitio estratégico, suele atraer cada vez más cantidad de oro.  La multiplicación de capital parecía una cuestión de tiempo,  siempre que no olvidase el viejo refrán que solía circular por  Europa, la avaricia rompe el saco. Pero Henry Erikson no era desprendido, y ni mucho menos dadivoso. Abominaba malgastar su tiempo en humeantes reuniones con tipos pedantes y huía de estériles filantropías o sociedades benéficas. No le gustaba gastar torpemente. No era, ni mucho menos, un nuevo rico, cuya fortuna se suele esfumar en un tiempo directamente proporcional a la velocidad con la que la ha ganado. Es más, el señor Erikson nunca se refería al dinero o la propiedad como fortuna, sino como capital, activo, efectivo o cualquier otra palabra por el estilo que denotara su valor científico y desterrara toda suerte de azar en los negocios. De todos modos, a pesar del derroche de virtudes de las que gozaba el señor Erikson, Henry Erikson tenía un defecto, o mejor dicho, un defecto relativo; era un hombre  avaricioso. Digo defecto relativo porque la avaricia es una condición natural de muchos prestamistas y banqueros, y sería muy discutible entender dicha condición como un inconveniente en la vida de un hombre cuyo trabajo consiste en comprar y vender dinero todos los días con el objetivo de obtener cada vez más dinero de sus transacciones.
En pocas palabras, a 1924 le sucedieron tres años de crecimiento geométrico, incluso espasmódico, podríamos decir. El señor Erikson levantó un capital poderoso al tiempo que se convertía en un hombre de prestigio, sobre todo en cuestión de préstamos rápidos. En 1927, adquirió el edificio colindante a sus oficinas,  amplió las instalaciones y multiplicó por tres el número de empleados. Incluso contrató a los mejores especialistas para agrandar  su antigua caja fuerte, a la que unió un módulo que incrementaba la capacidad original en casi diez metros cúbicos recubiertos del mejor acero y hormigón, de  modo que el interior de la caja de caudales parecía un apartamento al que sólo le faltaba la cocina y el domitorio. Lejos de excentricidades, incluso se dice que llegó a colocar una cafetera exprés y un pequeño cuarto de aseo dentro de la caja fuerte, dado el tiempo que Henry Erikson solía pasar haciendo inventarios o revisando entradas y salidas. Un año después, diversificó el negocio y compró una empresa constructora de Chicago, merced a la que duplicó los activos en sólo noventa días. Henry Erikson rebosaba de éxito, todo el mundo lo invitaba a sus fiestas, los periodistas querían entrevistarlo y los políticos le proponían cargos importantes en sus candidaturas. Pero el señor Erikson ni si quiera contestaba a las cartas ni se ponía al teléfono cuando se trataba de asuntos que restaran un miserable minuto de sus negocios. Sólo se le conoció una entrevista, publicada en el New York Word, con motivo de las elecciones del estado de Nueva York, en la Erikson  cargaba contra el candidato demócrata, Al Smith, y en favor del Tammany Hall, liderado por Olvany.  A principios de  septiembre de 1929 volvió a ampliar sus negocios, compró una nueva empresa constructora. A la semana siguiente,  diversificó sus inversiones e invirtió en un importante paquete de acciones de una compañía de productos químicos y materiales de construcción. Para el astuto señor Erikson, la bolsa se había convertido en una especie de saco mágico gestionado por el Rey Midas, en el que bastaba introducir fajos de billetes para obtener más fajos de billetes en apenas 72 horas.
Pero todos sabemos lo que ocurrió en octubre de 1929.  A partir del jueves, día 24, se pierde todo rastro del señor Erikson. A principios de noviembre,  los periódicos de Hearst –precisamente uno de sus clientes habituales- publicaron una breve noticia en la que se  daba por desaparecido al conocido prestamista. Las oficinas permanecieron cerradas y sus trabajadores pasaron en muy pocos días a las vulgares colas del desempleo, igual que millones de americanos.  En plena confusión,  los pocos  indicios que se manejaban conducían a pensar  que Henry Erikson había perecido víctima de un balsámico y relámpago suicidio, como muchos otros, incapaces de tolerar tan leve frontera entre el frenesí y fracaso. En enero de 1930, llevados por una enorme tristeza y desesperación, la señora Erikson y el pequeño Samuel Erikson  regresaron a Suecia, a refugio de su familia en Estocolmo. Nada se supo del destino de Henry Erikson, cuyo cadáver, probablemente fuera uno de tantos cuerpos indocumentados e irreconocibles que a veces devolvía el río Hudson con un tiro en la sien, el hígado inundado por el alcohol barato o los pulmones encharcados de agua. 
La señora Erikson murió en Malmö, en 1963, para entonces, su hijo, Samuel Erikson ya se había convertido en próspero hombre de negocios en Gotemburgo. Poco después, en mayo  de 1965, Samuel Erikson recibió una carta en su domicilio. Era un informe del Ayuntamiento de Nueva York en el que se le reclamaban importantes cantidades de dinero en concepto de impuestos no satisfechos desde octubre de 1929, pero en el mismo sobre se adjuntaba otro informe muy distinto. La Autoridad Portuaria neoyorkina le hacía una oferta de compra del inmueble que había albergado las oficinas del señor Henry Erikson y que siempre había creído embargado y perdido. El motivo era que, en los terrenos que todavía ocupaba el viejo edificio, se había proyectado la construcción de un gran complejo financiero, el futuro Word Trade Center. Era una oportunidad inimaginable. Así que esa misma tarde, Samuel Erikson salió de viaje a Nueva York. Satisfizo los impuestos atrasados y negoció una rápida, pero rentable venta del pequeño y ruinoso edificio. Las obras de demolición comenzaron rápidamente, y Samuel Erikson regresó a sus negocios en Suecia a las pocas horas, sin ni siquiera asistir al derribo. 
El 19 de mayo de ese mismo año, 1965, el New York Times publicó una extraña noticia que puso los pelos de punta a muchos neoyorkinos:
Con motivo de la construcción del Word Trade Center, tras las obras de demolición de un antiguo edificio en la Calle 42, ha aparecido entre sus escombros una enorme caja fuerte protegida por una gran carcasa de acero y hormigón. Tras dos largos días de trabajo,  en el interior de la citada caja de caudales se ha encontrado el esqueleto intacto de un varón, todavía vestido con un elegante  traje, sentado en el suelo, con varias tazas de café a su alrededor  y  el World todavía desplegado sobre sus huesos, una edición correspondiente al jueves  24 de octubre de 1929. Según su documentación, el finado fue Henry Erikson de origen sueco, un conocido prestamista que murió por causas desconocidas, encerrado en su propia caja fuerte. La citada caja de caudales todavía se encontraba llena de sacos de billetes, cajas con relojes de oro, joyas, algunas obras de arte y un valioso ejemplar de la primera edición de ‘La riqueza de las naciones’ del famoso economista Adam Smith.

Urano
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:13:41 pm
El genio del sueño


Dicen que estoy muy enferma, porque paso el día durmiendo y no recuerdo a la gente.
¿Por qué he de recordar  aquellos a quienes no importo?
No saben la verdad y no puedo explicarla.  Creerían que estoy peor aun.
Mi vida era solitaria y triste hasta que le encontré.
No podía creerlo.
O quizá tenía miedo de hacerlo.  De creer en sus palabras y  después no fuesen ciertas.
Me negaba a aceptar lo que me decía y, en el fondo de mí, deseaba hacerlo con todas mis fuerzas.
Sonrió.  Su mirada era profunda como nunca había visto otra.
Algo en mi interior dijo:
-¿Y por qué no?  A estas alturas poco puedes perder.  Ya no te quedan ilusiones.  Ni siquiera sueños.  Quizá te esté ofreciendo tu última oportunidad… ¿Por qué no aceptar?
Y le escuché.
Me dijo que era el Genio del Sueño y  podía realizar mis más íntimos deseos.
Le pedí Paz y bienestar para todo el Mundo y respondió que no podía.
-¿Qué clase de genio eres tú que no puedes conceder lo que prometes?  -dije.
Respondió:
-He dicho tus deseos, los que sólo te atañen a ti.  No a los demás.  Pídeme aquello que siempre has soñado y lo tendrás.  Pero algo sólo tuyo, de nadie más.
-Ya no tengo deseos ni sueños.  Todos se han desvanecido  -y sentí tristeza al oír mi propia voz.
Pero él dijo:
-Claro que sí: están dentro, muy hondo dentro de ti.  Búscalos y los encontrarás.  Son esos anhelos que no se cumplieron y te asusta recordar, porque crees que ya nunca podrás alcanzarlos.
Miré hacia atrás y, en mi recuerdo, brotó aquella ilusión que siempre tuve, pero  jamás puede hacer real: 
Una casita pequeña con un gran jardín, en el que poner todas las flores, arbustos y árboles que deseara.
Siempre la quise, pero no pude obtenerla jamás.
Tuve familia: hijos, nietos, pero ese deseo nunca se cumplió.
Al fin, dejé de soñar con ello.  Lo consideré un imposible.
Todo se me fue alejando y me quedé sola.  Con mis ilusiones y sueños perdidos.
El tiempo fue pasando.  Me acostumbré a una vida gris, sin esperanzas ni deseos.
Y así estaba cuando le encontré.
No me atreví a exponerle lo que quería, pero lo adivinó.
Me puso frente a una hermosa casita rodeada de un gran espacio, vallado con una cerca metálica, en el que no había nada.
La tierra parecía fértil, pero estaba removida y no había una sola yerba.
Me entusiasmé.
Lo hice aun antes de pensar si aquello era real.
Fue como si de nuevo tuviese treinta años y alcanzase mi ilusión.
Mi mente empezó a cavilar en todo lo que podía poner allí.  Con qué árboles haría una glorieta, dónde pondría una pérgola cubierta de trepadoras floridas, con qué plantas taparía la valla y qué flores llenarían el espacio de color.
Miré de nuevo a aquel extraño individuo, interrogándole en silencio.
De nuevo dijo:
-Recuerda, soy el Genio de los Sueños.  Vivo en ellos.  Son mi reino.  He concedido tu deseo, pero ahora debo irme.  De ti depende que dure o se marchite como las flores que piensas plantar.
Me quedé sola.
Ni siquiera miré la casa, aunque estaba toda amueblada a mi gusto.  Fui directa al lugar donde estaban las semillas.  No sé cómo lo sabía, pero tenía completa seguridad de  encontrarlas allí.
Así era.  Había de todas clases.  Me puse a distribuir el espacio y a sembrar cada especie en el lugar que le había asignado.
El día se hizo muy corto.  Me acosté soñando con el venidero.
Dormía plácidamente y como hacía mucho tiempo no me ocurría, cuando algo me despertó.
Era el teléfono.
Me levanté soñolienta y contesté.  Una equivocación.
Iba a volver a la cama cuando tuve un sobresalto: 
No estaba en mi casita.  Éste era el piso de siempre.
¿Había sido todo un sueño?
A punto estuve de cometer el error de aceptar que  era así.
Me rebelé contra esa realidad y decidí volverme a dormir.  Al acostarme de nuevo, me pareció oír la voz del Genio diciendo:
Recuerda, soy el Genio de los Sueños.
-¿El que cumple los sueños o el que vemos cuando soñamos?
Con esta pregunta me dormí.
Desperté que el sol ya estaba alto.  Debía ser casi mediodía. 
Me levanté y miré por la ventana. En el jardín las semillas empezaban a brotar.  Salí corriendo y entonces comprobé que no me dolían los huesos, como solía ocurrirme al despertar.  También estaba ágil y me sentía llena de vigor.
Busqué un espejo, pero no había ninguno.
Entonces contemplé la casa.  Los muebles eran sencillos, de madera de pino sin pintar, como a mí me gustan. Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros.  Había de todas clases, pero sobretodo, botánica y zoología.
Tras ojearlos un momento, salí afuera.  ¡Ya tendría tiempo de mirarlos cuando oscureciera!
Me sentí feliz.
Mis arbustos, árboles y flores crecían sin cesar a un ritmo increíble, se diría que se los veía crecer.
De pronto mi mundo se tambaleó, algo parecía querer arrebatarme de él y me estiraba.
Me resistí, aferrándome a un pequeño níspero, de apenas un palmo de altura.  Pero sus raíces cedieron y salió de la tierra.  Lo solté gritando aterrada y sentí que me sacudían.
Desperté en otro lugar desconocido.
Una voz me repetía sin cesar:
-Tranquila, no pasa nada, sólo ha sido un desmayo.
Me encontraba en un hospital.  Me contaron que mis hijos, al venir a verme me encontraron en la cama sin sentido.  Ellos me trasladaron al Centro Médico.
Estaba furiosa.  ¿Quién les mandaba venir?  Han estado meses sin visitarme y precisamente se les ocurre ahora.  ¡Como siempre, inoportunos!
-Tengo sueño  -dije.  Y volví a dormirme.
El jardín era más hermoso cada día y estaba plena de vida.
Era como si el tiempo diese marcha atrás.  Me renovaba como un vegetal.  Al igual que un árbol viejo se rejuvenece con la poda, mi estancia en aquel lugar me volvía más vital.  Miraba mis manos y ya no eran las de una anciana, ni la piel colgaba de mis brazos, ni mi vientre estaba fláccido y arrugado.  Era joven de nuevo.
Pero mi antiguo mundo parecía no querer dejarme en paz.  Cuando menos esperaba me devolvían a él.  Mis protestas no servían de nada.  Sin duda, creían estarme ayudando, pero ciertamente no dejaban de fastidiar.
Debía defenderme de ellos.  Puse toda mi voluntad en eso y conseguí quedarme insensible a sus llamadas.
Los médicos dijeron que había entrado en coma y se empeñaron en sacarme de él.
Recurrí a la indiferencia.  Al despertar no hacía ningún papel.  Ponía la mirada perdida y no hablaba.
Al fin los doctores sentenciaron que tenía la temida enfermedad: Alzehimer.  Según ellos ya no había nada a hacer, tendría breves períodos de lucidez y luego me hundiría en un desvarío en el que no tendría contacto con la realidad.
¡Bien! ¡A ver si así me dejaban tranquila!
Trasladaron mi cuerpo, que no mi alma, a una residencia de ancianos, para que allí me cuidaran.  Ni siquiera pasó por sus cabezas ocuparse de mí.  Tampoco me importó.
En el Asilo, que, aunque le llaman Residencia, no deja de ser un Asilo, aprendieron pronto que era mejor dejarme dormir todo el día y no molestar.
Me pongo muy violenta cuando lo hacen y, aunque no comprenden por qué, estoy muy fuerte y puedo valerme por mi misma.  Así pues, se limitan a despertarme por la mañana, a las horas de comer y cenar y el resto del día me dejan en paz.
-Tiene que dormir,  -dicen-  le sienta bien.
-¡Claro que me sienta bien, así no les molesto!  Y ellos a mí tampoco.
Y vivo en mi Universo, con mis plantas y mis libros, joven y sana, hasta que llegue la hora en que mis dos mundos se fundan para siempre.

Enigma
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:18:35 pm
Chat
   
           
   ─Toma, dale una calada─ y me pasó una pava rechupeteada.
   ─No, no me apetece ahora. Quiero enrollarme con una tía buenorra que me ha dado su mail. Voy a chatear y si tengo suerte hoy me la llevo al catre.
   Encendió el ordenador y no prestó atención a Brandy que estaba tirando el balón a una invisible canasta de baloncesto. Tampoco vio el desorden, los ceniceros hasta arriba, las fotos de su familia y de su novia. Ni los títulos y copas al mejor equipo de beisbol del que formaba parte.
   Vio parpadeante la luz verde del chat y se dispuso a saludarla. Era Karina, recordaba. ¡Uff! Estaba tremenda. Intentaría darle pena, con eso siempre caen. Son unas incautas y su novia no tenía por qué enterarse. Brandy no se lo iba a decir.
   ─Brandy, tú de esto ni mú.
   ─Vale, colega. Pero si se entera yo no estaba cuando lo hacías que luego me llevo yo la bronca y ya me tiene suficiente manía.
   ─Hola, Karina ¿Cómo estás? ─debería ser más una afirmación que una pregunta─ sonrió.
   ─Hola, Vidal. Bien. Justo estaba pensando en ti ahora mismo.
   ─¿Sí? ¡Cuánto me alegro!
   ─Estaba pensando, Vidal… si no estarías comprometido… Ya sabes… Yo no quiero meterme en medio de nadie…
   ─¡No! ¿Qué dices? Si en este momento lo estoy pasando fatal, como para pensar en chicas. No me interesan.
   Brandy le miró con ojos recelosos. No le gustaba nada que Vidal se portara así con Jeny. Ella era una buena chica. Pero alzó los hombros y siguió aporreando la pared con la pelota.
   ─Entonces quizás te moleste en este momento.
   ─No ─dijo Vidal─ Si ahora estoy completamente solo y me siento muy desamparado.
   ─Pero ¿por qué estás tan triste?, parecías sonriente antes.
   ─No, déjalo. Si te lo cuento te aburriré y yo no quiero eso.
   ─Cuéntamelo. Venga. A ver si puedo ayudarte.
   Claro que puedes ayudarme y no sabes cómo ─pensó Vidal, mientras sonreía con suficiencia. Esta ya estaba en el bote. Un poquito más y serás mía. Iba a decírselo a Brandy pero este había desaparecido ─menos mal, estaba de los pelotazos hasta las narices.
   ─Bueno, tú lo has querido, luego no me llames quejica o aburrido. Hace tres meses que se murieron mis padres y mi novia me dejó la semana pasada porque no aguanta que esté tan triste todo el día.
   ─¿En serio? Si es una broma me parecería de muy mal gusto…
   ─No, en serio ¿Cómo voy a bromear con una cosa tan seria?─ y contempló el retrato de sus padres a los que adoraba aunque les hiciera rabiar tanto. ─¿Y el retrato? ─me lo habré dejado en la otra mesa o se habrá caído. Es todo un desorden esta habitación. Y el pelma de Brandy que no volvía con lo bien que podían estar pasándoselo, burlándose de esta boba.
   Tras una pausa premeditada, el timbre del chat volvió a sonar.
   ─Vidal, no tenía ni idea de lo que te pasaba. ¡Pobrecillo! ¿Cómo pudo dejarte tu egoísta y estúpida novia en un momento así? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres venir? Te invito a un café. Estoy ahora en casa. Si quieres pasarte… Tengo remordimiento de todo lo que he llegado a pensar de ti… Pásate, si quieres… A la hora que te parezca.
   ¡Leches! Esta era más cándida y tonta que las recién salidas de fábrica ─sonreía de oreja a oreja─ Y mi amor no se enterará jamás, jeje… ─Y lanzó un beso a su gran poster en la pared.
─¿Y el poster?─ dijo Vidal en voz alta─ ¡Ha desaparecido! Pe-pero esto no puede ser. No tiene patas.
Quizás el tonto de Brandy se lo había llevado, siempre la estaba protegiendo. Pero por qué no estaban sus fotos en el cajón y la grande que decoraba su carpeta plastificada. Sus entrañas empezaron a revolverse y una sensación de agobio le agrandaba los ojos y le hacía temblar.
Se levantó a buscar la foto de sus padres y de Jeny. Nada, no había nada, ni siquiera una señal de que hubieran estado alguna vez. Esto no iba bien, nada bien…Se dirigió inmediatamente al teléfono y llamó a sus padres, nervioso, con el corazón acelerado… ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? ─El número marcado no existe. No hay nadie registrado con esa numeración─
─¡No puede ser! ¡No puede ser!─gritó─ ¿Qué está pasando aquí?─ se preguntaba mientras marcaba el número de su novia y por segunda vez escuchaba el mismo mensaje. No entendía nada pero ya sentía pánico. Estaba horrorizado. Miró el portátil y abrió mucho los ojos, corriendo para sentarse delante y escribir. Debía poner toda la verdad, decir toda la verdad. Esto no podía estar pasando. Eran sus odiosas mentiras y alguien o algo, quizás Dios, le estaba castigando por ser tan mentiroso, falso y engañoso y por reírse gratuitamente de buenas personas.
Fue mucho lo que pensó en ese minuto que tardó en volver sobre el teclado.
─Mira, Karina. Todo lo que te he contado es mentira. MEN─TI─RA. Todo. No se ha muerto nadie, tengo novia y no me dejaría por nada del mundo y mi amigo está conmigo aquí jugando con un balón.
Miró la pantalla y abrió los ojos desmesuradamente. En ella se veía un mensaje.
─Te espero. Ahora te dejo que me llaman. Hasta luego. Un abrazo.
Contempló la luz gris del chat desconectado… Desconectado…

Ricardo Corazón de León
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:20:46 pm
Mientras llovía, chateábamos. Se suponía que dejara de llover. Nunca paró


La vida es tan complicada, la tortilla se vira en un dos por tres. Si yo supiera que cuando creciera esto iba a ser así, me hubiera quedado de vaga subnormal en cuba, viviendo de la libreta, de lo más feliz. Esto es una fucking chit.

¿Chit? ¿*****?

Sí. ¿Sabes lo que siento? Siento tanta falta amor… y es irónico, porque es lo último que quiero.

¿Y en Cuba? ¿Qué sentías?

Por lo menos había amor, amistad, libertad (una libertad extraña, pero libertad al fin).

Pues sí, estar lejos de Cuba no nos hace mucho bien; yo, de hecho, nunca había estado tan vacía ni había sido tan infeliz.

Así mismo me siento yo y no sé porque sea... ni siquiera estoy muy segura de que sea cuba, pero realmente el cambio empezó de forma definitoria cuando vine a vivir para acá. Yo sabía que iba a ser así. Y lo peor es lo difícil (casi imposible) que es echarse para atrás y volver a empezar.  Ahora que he crecido un poco estoy aprendiendo más sobre el peso que tienen las decisiones que uno ha tomado, cuan influyentes pueden ser en el presente.

Sí, yo ya he pensado eso mismo antes.

¿Sabes de qué tengo miedo? Tengo miedo de que cuando vaya a Cuba me sienta igual que aquí, que en verdad es lo más probable. Eso significará que mi vida es una ***** total.

Sí, sentirás eso. Pero yo pienso que es un momento por el que estamos pasando, parecido al de la adolescencia.

Pero me da miedo que este momento terrible me hunda. ¿Entiendes?

Hay un dicho que dice: “Dios aprieta, pero no ahoga”.

Claro. “Siempre que llueve escampa”, pero a mí solo me “llueve sobre mojado”.

A mí más, para colmos aquí llueve de verdad. ¿Pero qué le vamos a hacer? Morirme no quiero, así que mejor vivir. Además muchas cosas dependen de uno mismo, por no decir todo y a veces es uno el que se hunde.

Me siento que yo misma no soy suficiente para resolverme el problema, para salir a flote. Lucho y lucho y lo único que sale a flote es *****.

Bueno, si de algo te sirve y te consuela, no eres la única que está así.

Eso no me consuela, eso me pone peor, no puedo alegrarme porque a mis amigas les vaya mal.

Ya sé que te puede poner más triste saber que tus amigas están mal, a mí me pasa lo mismo pero te lo digo para que reflexiones. Uno no es el ombligo del mundo, como a veces creemos. Las demás personas también pasan por cosas similares o peores, lo que te quiero decir es que somos humanos y que estamos destinados a pasar por todas estas cosas que nos hacen más fuertes.

Yo no quiero ser más fuerte, quiero ser más feliz.

Lamento informarte, nenita, que para ser feliz hay que ser fuerte, la vida es un contraste de situaciones y la fortaleza en este mundo es necesaria.

Sí, pero es un instinto básico, es lógica, para que sufrir si uno puede ser feliz. Sin embargo no puedo serlo. A veces me siento estúpida cuando veo a los niños pidiendo dinero en la calle. Quiero sentirme afortunada, pero soy una *****, no me conformo.

La vida no es una cosa ni otra, es uno mismo, son las decisiones que tomamos. Vuelve a empezar, decide cosas nuevas, nadie dijo que era fácil, pero ahí está el verdadero instinto de supervivencia, ahí está la esencia.

Tengo todas las herramientas para arreglarme y no tengo ni **** idea de cómo hacerlo. Me siento como si estuviera atontada, sin saber para donde coger, como si necesitara que me dieran una bofetada bien fuerte para despertarme. Pero ese bofetón bien fuerte me lo dieron ya y me dejó con daño cerebral después del golpe, tonta y ridícula, sin pertenecer a nada ni a nadie.

Así es, te falta experiencia, igual que a mí. Puede ser que hayamos vivido ambas muy intensamente para la edad que tenemos y eso lo hace más difícil. Porque cada cual pasa por cosas distintas que al final llevan al mismo punto del espiral, ser mamá, más nada que eso.

¿Mamá? ¿Madre?

Sí. Mamá, madre… lo dejo a tu elección.

Yo también creo que es lo único que tiene sentido. Por eso quiero hacerlo, para ver si mi vida coge su curso. Pero ahora mismo eso sería una estupidez.

Estoy de acuerdo en que es lo único que tiene sentido y estoy de acuerdo en que es una estupidez. Es decir, es egoísta traer una criatura al mundo para tú sentirte mejor. Primero tienes que resolver tus problemas internos.

Es por eso que ahora mismo me parece una estupidez. Pero no hay nada que desee más. Sinceramente, mis más puros deseos son vivir en una casita sencilla en la playa, en un pueblecito, con mis hijos, sin tener que trabajar ni nada, solo dedicarme a criarlos y a estar con ellos.

¿Y la comida de dónde sale?

No sé, solo quiero que esté.

Bueno, esa no es una posibilidad.

Lo sé pero es lo que deseo. Lo otro después se verá. Hay que ser lo suficiente inteligente como para no pensar.

Diana Tur
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:23:41 pm
La oscuridad del ruido


La mujer de la blusa de flores hablaba realmente a gritos. Estaba destrozando la dinámica de las demás conversaciones colindantes y a Luis en particular lo mantenía callado y aislado de todo lo que sucedía a su alrededor.
La blusa era horrenda y ella iba pintada como una vulgar prostituta: sombra azul en los párpados y una línea negra que perfilaba el contorno de sus ojos. Esa misma línea negra se repetía un poco más arriba para sustituir a las cejas ya inexistentes, dándole una expresión antinatural. En los pómulos, algo arrugados, un colorete rosa chicle dibujaba dos patéticos círculos. Pero lo peor, sin duda, era el pintalabios escogido, era un rojo vivo intenso, que tiraba a anaranjado y hacía que los movimientos de esa boca vociferante aumentasen el volumen de los mismos. Todo a juego con la blusa de florecitas azules y rojas. Todo a juego para alarmar a todos, incluido al menos detallista.
Luis se asustó y puso las manos sobre la mesa cuando empezó a escuchar solamente la voz de aquella mujer: los ruidos de los cubiertos golpeando los platos habían desaparecido, así como las voces intensas de los camareros y sus amigos, así como el ruido de la cocina y así como las voces de las demás mujeres que acompañaban a la mujer de la boca imparable. Sólo la escuchaba a ella, pero no entendía bien de que hablaba, sólo escuchaba el estruendo de su voz, acompañado de los movimientos espeluznantes de su boca, arriba y abajo, izquierda y derecha, abierta y cerrada, la boca no paraba. Hasta ese momento la mujer miraba constantemente a las otras dos mujeres con las que conversaba, pero de buenas a primeras, lo miró directamente a él. Por poco se le salen los ojos de la cara, notó como los abría de par en par, al ver que la boca poco a poco iba creciendo y el volumen empezaba a ser altamente molesto para sus oídos.
La boca seguía creciendo y cuando quiso darse cuenta, ocupaba toda la cara de la mujer y veía un cuerpo con una boca gigante. Miró a sus amigos y seguían hablando, comiendo y bebiendo en silencio. No lo veían, se había vuelto invisible. Miró nuevamente hacia la mujer, en busca de calma, pero la boca seguía allí a gran escala y ahora la saliva parecía intentar desbordarse de la comisura de los labios. Y sí, encima ahora la boca escupía mientras hablaba: la primera víctima fue su amiga de la izquierda, quien tras recibir el terrible impacto optó por secarse la cara con la servilleta. Pero el lanzamiento de saliva no había hecho más que comenzar. La siguiente víctima fue Vicente, su mejor amigo, pero éste siguió comiendo como si nada. La tercera y la cuarta víctima fue otra vez la pobre amiga de la izquierda, quien de manera chistosa ya para Luis, repitió la escena anterior y siguió secándose con la servilleta, en esta ocasión, pecho y brazo derecho. Pero todo estaba por cambiar.
La boca, al menos, había dejado de crecer, al igual que el volumen parecía haber llegado a su límite. Al menos, no podía ir la cosa a peor, o eso quiso pensar. De repente vio como una gota gigante de saliva iba directa hacia él, a cámara lenta. Intentó esquivarla, pero cuando quiso moverse, no pudo hacerlo, su cuerpo no le respondía. La gota gigante impactó en su cara, mojándolo por completo. Cuando fue a imitar a la amiga de la mujer de la boca gigantesca y a secarse con la servilleta como ésta había hecho hasta en tres ocasiones, todos los ruidos habían vuelto, todas las voces amigas y no amigas habían vuelto, la boca volvía a ocupar su lugar en el rostro vulgar y Vicente le preguntaba “¿en qué piensas, tío? ¡Estamos aquí!”.
Luis le sonrió, sintió verdadero alivio de escuchar aquel murmullo del bar, aquellos ruidos de platos, aquellas voces luchando por ser escuchadas por encima de las demás y sobre todo aquella voz que lo volvía a situar en la realidad. Aunque ya no sentía su cara mojada, se pasó la servilleta por la cara. Vicente se rio de él mientras bebía de su copa de cerveza y la amiga de la izquierda de la mujer pintada como una vulgar prostituta le guiñó el ojo mientras esbozaba una dulce sonrisa llena de arrugas y huía de los atroces movimientos labiales de su compañera, que no paró en toda la noche de hablar.

Rosa Chacal
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:27:44 pm
La oscuridad del ruido


Mi patria es tan linda por fuera y  tan amarga por dentro.
Nicolás Guillén.


En una ciudad de Cuba, de cuyo nombre no quiero acordarme……


--- ¡Oye, tú, ven acá!
SILENCIO
--- ¡Oye, tú, ven acá!
SILENCIO
--- ¡Ciudadano, por favor!
--- Diga.
--- ¿Usted está sordo?
--- No.
--- ¿Entonces por qué no me hizo caso cuando lo llamé?
--- ¡Ahhh! ¿Era conmigo?
--- ¡Claro que era contigo! ¿Con quién más podía ser?
--- Por eso no le respondí. Tengo nombre, no me llamo oye tú ven acá.
--- ¿Qué te pasa, negro payaso?
--- Es verdad, realmente es verdad.
--- ¿Qué es verdad?




--- Es verdad que soy negro y estoy orgulloso de serlo. Es verdad que soy payaso y cobro por mis payasadas, pero también soy Licenciado en Comunicación Social, escritor, narrador oral escénico, colaborador del periódico Girón, dramaturgo, guionista de Cine, Radio y Televisión, animador turístico y comediante. Miembro de la Asociación Hermanos Saiz (AHS). Graduado del VII Curso de Técnicas Narrativas, auspiciado por el Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. (Pausa y Transición) ¿entendiste, oye tú ven acá?
--- Identrifilación.
---- ¿Qué?
---Identrifilación.
---¿Qué cosa? No entiendo.
El policía habla  más despacio pero un poco enojado.
--- Identrifilación.
---Ya entiendo--- dice el supuesto delincuente, saca su identificación personal  y se la entrega al policía.
--- ¡Dame acá, negro payaso!
El policía intenta leer el carnet de identidad y no lo consigue. Tartamudea, se traba al decir las palabras.
--- Nombre.
--- Si no sabe leer, ¿para qué me pidió el carnet?
--- Ciudadano.
--- ¿Qué pasa?
--- Me está faltando el respeto.
--- ¿Le estoy faltando el respeto? No, oficial. Falta de respeto es usted que el estado le paga mil quinientos pesos al mes, usted gana más que un licenciado  y no sabe leer. Al menos gaste la mitad del sueldo y cómprese un diccionario o un cerebro.
--- Me está faltando el respeto. ¡Yo soy la ley!
--- ¿Su jefe sabe que tú no sabes leer?
--- ¡Tú no, usted, respete a la ley!
--- Ya ve.
--- ¿Qué cosa tengo que ver?
---Vio que mal uno se siente cuando no lo llaman por su nombre.
--- Ciudada…
--- ¿Su jefe sabe que tú, digo, usted no sabe leer?
--- ¿A ti que cojones te importa?
--- Claro que me importa. Me estás haciendo perder el tiempo. ¿Le suben el salario por hacerle perder tiempo a los civiles?
--- Nombre.
Silencio.
--- Ciudadano. ¿No me va a decir su nombre?
--- De acuerdo. M- i- g-u-e-l   M- a- r- t-í-n-e-z   O-l-i-v-a-r-e-s
--- ¿Por qué hablas así?
--- ¿No quería saber mi nombre?
--- Si.
--- Entonces…
--- Entonces… ¿Por qué cojones me hablas así?
--- Subteniente.
--- Teniente.
--- De acuerdo, Teniente. ¿Deletrear el nombre propio es un delito?
--- No.
--- ¡Uhmmm! Ya veo. Entonces…
--- ¿Entonces qué?
--- Nada.
--- ¿Cómo qué nada?
--- Nada teniente. Solo le pregunté si deletrear el nombre propio era contra la ley.
--- Y yo le acabo de decir que no. ¿Cuál es el problema?
--- Ninguno. Ahora estoy más tranquilo. Pensaba que estaba infringiendo la ley por deletrear. Como en este país se cambian cada cinco minutos las leyes y los ministros.
--- ¡Cuidado con la lengua, ciudadano!
--- Artículo 19.
--- ¿Arti qué?

--- Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. Declaración universal de los Derechos Humanos.
--- ¿De qué cojones hablas, negro payaso?
--- Libertad de expresión, teniente.
--- ¿Libertad de expresión?
--- Si, teniente.  Li.-ber-tad- de- ex - pre-sión. Pue-do-de-cir-lo-que –me –da –la ga-na- Li.-ber-tad- de- ex - pre-sión.
--- No me hable más así. Yo no soy ignorante.
--- Disculpe, es verdad.
--- ¿Qué es verdad?
--- Usted no sabe leer, no sabe escuchar, pero no es ignorante.
--- ¿Se está burlando de mí?
--- No, digo lo que veo.
El policía  saca su walkie talkie y se enoja al ver que este no funciona.
--- Teniente, al final no me dijo porque me detuvo.
--- ¿Estás apurado?
--- Claro, por eso le pregunto.
--- Es un chequeo de rutina.
--- ¡Ahhh! Ya veo veo.
--- ¿Qué cojones ves?
--- Una cosa.
--- ¿Qué cojones es?
--- Me pides el carnet por ser negro.
--- ¿Qué **** dijiste?
--- Me pi-des el car-net por ser ne-gro.
--- ¡Callate la boca, negro payaso!
--- ¡Ve que es verdad! Me pides el carnet por ser negro.
--- ¡Mentira! Yo soy negro igual que tú.
--- Eso es lo que más me molesta, carajo.
--- ¡Cuidado con su lengua!
--- ¡Mira quién habla! El diccionario andante de las malas palabras. ¿A cuántos negros le has pedido el carnet hoy, en el mes, para realizar tu chequeo de rutina?
--- ¿A ti que cojones te importa?
--- ¡Claro que me importa! ¿Desde cuándo eres esclavo de los blancos?
--- ¡Calla…
--- Por negros como tú el racismo se ha fortalecido en este país. Negros como tú han regalado nuestras raíces a los blancos además, no olvides que aquí ser negro es una desgracia. Nuestro único derecho un ataúd y eso si hacemos un contrato inviolable con el director del cementerio: las mejores tumbas…también son para los blancos.
--- ¡Cállate cállateeeee!
--- Después ustedes se ponen bravos cuando nosotros los artistas los acusamos de racistas abusadores, ignorantes, corruptos.
--- ¿Qué pinga te pasa? Yo no soy ningún corrupto.
--- Usted no, oficial.
--- Teniente, cojones, tenienteeeeeee.
--- ¿Qué pasa teniente, le molesta la verdad?
--- ¡Qué verdad ni verdad! Mentiras es lo que dices.
--- ¿Es mentira que aquí hay corrupción? ¿Es mentira que aquí violar los derechos humanos es parte de la rutina? ¿Es mentir que maltratar al cubano es parte de la política interior del estado?
--- Ciudadano,  no le permito que hable mal de la revolución.
--- La verdad es la verdad.
--- ¿Eres guapo?
--- No, solo digo la verdad.
--- ¡Qué verdad ni verdad! Tengo unas ganas de reventarte la cara y meterte preso.
--- ¡Imagínese usted! Si cada vez que diga las verdades que la prensa y los artistas con miedo no se atreven decir, me darán golpes y me meterán preso, bueno…. ¡Son cincuenta y tres años diciendo mentiras, perdón, omitiendo la realidad!
--- ¡Está bueno ya, cojones!

--- ¡Ciudadano, no luche, está en desacato!
--- ¡No estoy luchando oficial! ¿Es mi culpa que usted sea enano? ¡Yo no lo voy a cargar hasta la estación!
--- ¿Ya se calmó? ¿Me acompaña tranquilo hasta la estación?
--- No hay problema. Quien no la debe, no la teme.
---Ya veremos si debes o no.
--- ¿Puedo hacer una llamada?
--- No.
--- Es para que mi familia sepa donde estoy.
--- Hazla, será la última llamada que hagas, negro payaso.
--- Gracias oficial.
El ciudadano saca un celular y marca un número.
Satanás en Off: Hola.
Hombre 1: Hola. Con Satanás, por favor.
Satanás en Off: Es quien le habla. ¿Qué desea?
Hombre 1: Satanás, soy yo Dios.
Satanás en Off: Habla rápido. Tengo un día ocupado.
Hombre 1: Satanás, tenías razón. La locura azul ataca solamente a los negros.

Grafitti
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:32:07 pm
La chaqueta


(http://estaticos.elmundo.es/elmundo/imagenes/2012/03/11/espana/1331496523_g_0.jpg)


   Fue un atentado. Uno tiende a pensar que nunca le va a tocar.  Te despides como cualquier mañana. Buen día, cariño. Y te dejas llevar por la rutina. Es el último día de tu vida, pero no lo sabes. Pones la radio. No haces caso. Es lo de siempre, cosas que pasan por tu cerebro y se deslizan al olvido. Pero algo rompe la rutina. Explosiones. Bombas. Trenes. Civiles. Muertos. Cientos. Palabras que lo rompen todo. Y piensas en ella, en tu mujer, en la mitad de tu alma, que salió una hora antes. Y llamas al móvil. Y suena y suena y no hay respuesta. El estómago empieza a dar vueltas, y la cabeza. Y te tiemblan las piernas. Y las manos. Y parece como si el suelo a momentos desapareciera bajo tus pies y te cayeras a la interminable nada. Pones la televisión. Empiezas a verlo. Muchos muertos. Y te llaman familiares, amigos. No, yo estoy bien, pero no sé nada de ella, no sé que hacer. Y la casa se empieza a llenar de gente. Hay que buscarla. Y el mundo sigue girando a tu alrededor, la gente encuentra fuerzas para hacer algo, y tú no, tú te quedas en el sofá, con el móvil en la mano esperando una llamada que no llega, unas palabras, un tranquilo, cariño, que yo estoy bien.
   Y cuando suena, hubieras deseado que jamás nadie hubiera inventado aquel artilugio. Ven, hijo, está en el hospital. Pero es mentira, y lo sabes. ¿Cómo está, mamá?, dime como está. Quieres decir, y no lo dices, o tal vez sí, pero no te escuchan, o sí, y el que no te escuchas eres tú. Agua, agua, gritan a tu lado. Toma, bebe. Abanicos, periódicos que te dan aire. He soñado que se moría. Vamos, te llevamos. Silencio, mucho silencio en el coche.
   Lo sabías pero no querías saberlo. Si no te lo terminas de creer es como si todavía pudiera cambiar, que sea todo mentira, una macabra broma. Y no, ahí está, su cuerpo, tendido, irreconocible. Si, es la mujer de mi hijo. Fue mi padre quien tuvo el valor. Ni los suyos ni yo fuimos capaces de entrar. No quería verla. Quería morir y no encontraba el modo.
   Cada día, sin falta, al despertarme, he repetido el mismo gesto, el cruel y yermo gesto de buscarla a mi lado en la cama. Unos días después de su muerte había recibido una fría bolsa con sus pertenencias, lo que habían recuperado, ponía en la nota de pésame del ministerio. No quise abrirla durante meses, era otra vez ese juego de espejos con el que pretendes engañar a la realidad. Y un día, sin saber de donde encontré las fuerzas, lo hice. Allí estaba su bolso, un zapato, parte de una falda, el libro que se estaba leyendo. Y una chaqueta. Pero no era suya. Estaba ensangrentada. Era de hombre. Busqué algo en su interior que identificara a su dueño y ahí estaba, la cartera. Un carné y una cara sonriente. Era un hombre de mediana edad, vecino de la ciudad. Aquel hombre, entendí inmediatamente, había estado con ella en los últimos instantes, justo después de las bombas, con los cuerpos ensangrentados, con mi amor despidiéndose de la vida. Probablemente se acercó a ella, la cogió de la mano, la tapó y la ayudó a morir. Aquel hombre por el que sentí un profundo amor y respeto al instante, había estado a su lado, había sido la última persona con la que ella pudo hablar.
   Tardé días en decidirme, pero lo hice. Fui a su casa. Llamé y me abrió. Menos sonriente que en la foto. Tenía heridas todavía en el rostro y la mirada de quien ha visto lo que nunca hubiera querido ver. Supo de inmediato quien era, antes incluso de que le entregara la chaqueta. Me ofreció su vivienda, como había ofrecido el consuelo a mi mujer, sin esperar nada a cambio. No dijimos nada. Nos sentamos uno frente a otro. Todo estaba dicho, tenía un nudo en la garganta, pero además ni sabía que decir, ni quería decir nada. Me bastaba estar ahí, saber que él estuvo a su lado, intentar robarle a su silencio, a su mirada repleta de bondad, el último aliento que le dio a ella. Gracias, decían mis ojos yermos de voz. De nada, decían los suyos preñados de tristeza. Me levanté y me fui. Había encontrado cierta paz, cierto sosiego. Puedo darte un abrazo. Me dijo antes de cerrar la puerta. Claro, se lo di. Ella, me dijo, ahora por fin llorando, me pidió que te lo diera, fue lo último que me dijo...

                  
   
Madrid 11 de marzo de 2004.
               Dedicado a las víctimas de los atentados en Madrid

Antonio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:36:15 pm
Sisirc


Se había levantado esa mañana como siempre, y como siempre se había vestido sin hacer ruido, había salido de casa al bar de la esquina, que como siempre a esa hora estaba vacío. Pidió, como siempre, una taza de café con leche muy caliente, recogió el periódico que a esa hora siempre estaba libre y se sentó junto a la ventana desde donde se puede contemplar la plaza, como siempre.
La relación de masacres, robos y engaños precedía a la sección sobre la crisis económica que se había constituido con entidad propia después de cinco años de penurias. Una crisis que desde el minuto cero se anunciaba su escaso impacto y un pronto final feliz. Desde entonces los bancos de los parques públicos se han ido llenando de desempleados y desamparados que también atestan los comedores sociales, las calles a su vez de huelguistas y limosneros, y a todo esto el consumo de bienes de lujo no ha parado de aumentar. Todas esas cosas llevaba leyendo desde que hacía cinco años se quedó sin empleo, ya había hecho callo y apenas le motivaba el hecho de que la lista del paro había disminuido ese mes en mil personas (de una relación de varios millones), o que una cosa que se llamaba prima de riesgo se había reducido en diez puntos básicos (que era otro vocablo que había aprendido sobre la marcha), todas las noticias eran igual de aciagas, lo único real es que a duras penas colaboraba en la economía familiar con trabajos esporádicos como abrebotellas en el restaurante de algún conocido.
En la contraportada pudo leer la siguiente crónica: Durante dos años Carmen Buendía, de 72 años, mantuvo en su residencia de Guadalajara el cuerpo sin vida de su amigo Antonio Lozano, con el pretexto de "no sentirse sola". El hecho fue descubierto después que la policía fuera a casa de Carmen en busca de alguna pista sobre el paradero del hombre, consecuencia de que sus familiares denunciaran la desaparición. En el domicilio, la policía encontró el cuerpo de Carlos sentado en una silla. Al ser interrogada la mujer aseguró que “no piensen ustedes que estoy loca, es que no quería estar sola. Él era la única persona que me había tratado bien”. Carmen vestía y limpiaba a menudo el cadáver, incluso le hablaba y veía junto al cuerpo la televisión, “a él le encantaba el fútbol”.
Acabó de repasar las noticias del día, le dio el último trago al café con el que enjuagó la historia del señor Lozano y se estiró contra el respaldo de la silla. Pensó que no había remedio, que lo que nunca creyó que pasaría estaba sucediendo, que en realidad la vida era puro teatro, a los cuarenta años, parado, sin oficio útil y relegado por las nuevas generaciones, había llegado a la conclusión de que definitivamente le había tocado un papel de figurante que ni siquiera era visible a partir de la quinta fila de platea. Carmen al menos tenía buena compañía.
Se levantó y fue a pagar, el camarero le trató como si no le conociera de nada, dejó unas monedas sobre el mostrador de acero inoxidable y se dirigió a la salida. Entonces notó cómo alguien le estiraba de la camisa, era el dueño del establecimiento que le reclamaba el pago de la consumición, se extrañó porque había dejado el importe exacto, el dueño le dijo que las monedas no servían, que le tendría que pagar en especies. Cómo, le contestó un tanto contrariado, sí, te tendrás que quedar media hora para ayudar en lo que sea necesario, el dinero no vale nada, pero tu trabajo sí me interesa. Alucinado no quiso alimentar una conversación que se anticipaba surrealista, en un mundo que ya no era el que a él le habían prometido en su juventud cualquier cosa podía pasar, de hecho sucedían noticias raras todos los días y nunca se había preguntado si alguna vez le tocaría ser el personaje curioso, y la mayoría de veces friki, de la contraportada de cualquier diario de los llamados serios.
Se quedó de pie junto a la barra asumiendo el papel de relevo del camarero, mientras tanto el dueño del bar se ocupaba en ese momento de ir ordenando cajas de bebidas vacías al fondo del local. Entró una señora de mediana edad con una bolsa de pan de la que sobresalían dos barras. Sin dar los buenos días pidió un café con leche y una pasta de crema, desde el fondo se oyó un a qué esperas que le increpaba. Nuestro amigo se puso detrás de la barra y como que conocía un poco la faena no le costó demasiado atender a la mujer. Ella observaba todos sus movimientos como si fuera la primera vez que veía a alguien trajinando con una cafetera profesional, se hizo la distraída cuando fue servida, entonces vertió el azúcar en la taza con cierta parsimonia, seguidamente fue dando breves sorbos que intercalaba con trocitos del dulce que había pedido, se tomó su desayuno al completo sin emitir ningún otro sonido. Se secó los labios con una servilleta y sacó una barra de pan que dejó sobre el mostrador, le hizo saber al dueño que se marchaba y se esfumó sin mirar atrás ni decir adiós. Recoge el pan por favor, déjalo en la cocina y ya te puedes marchar, gracias por tu trabajo.
De regreso a casa pensó que había sido víctima de una broma, pero no, en el quiosco la gente se llevaba la prensa y las revistas a cambio de las viejas que se traían de casa. Por la calle, había personas, incluso niños, que caminaban hacia atrás, no había coches circulando y sí personas que corrían por la calzada transportando a otras sobre sus espaldas. Llegó a la altura de su casa y sólo cuando metió la llave por la cerradura se tranquilizó porque creía haberse equivocado de domicilio, y es que la fachada era de un color distinto, había pasado del tostado al verde oliva, ¡ya nada era lo que era en el tiempo de un desayuno!
Subió las escaleras, entró en casa y descubrió a su mujer vestida de domingo y con la maleta bien agarrada de la mano, pasó a su altura y sin decir nada corrió escaleras abajo. No supo qué decir ni qué pensar, la impotencia por todo lo que pasaba le vencía, hacía tiempo que ya no se quejaba y ese no iba a ser el día de las reivindicaciones. Se dejó caer en la butaca que estaba frente al televisor, como siempre, entonces pensó que Carmen había sido muy afortunada, al fin y al cabo él sólo podía aspirar a sentirse como el cuerpo de su acompañante, inanimado. Se miró en el reflejo de la pantalla, notó algo raro, se acercó, un poco más y se fijó con atención, no se reconoció.

El niño palet
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:38:01 pm
La casa frente al parque


En los primeros recuerdos de mi infancia, aparecen siempre en mi memoria aquel Parque Avellaneda en la noche de Buenos Aires, cuando regresaba a casa en bicicleta con mi padre al terminar la jornada, donde generalmente íbamos a la par, pero a veces me atrasaba un poco y luego lo alcanzaba. Mi  bicicleta era de paseo y de mujer con el asiento bastante bajo y mi padre un poco echado hacia adelante, pedaleaba despacio para esperarme con su bicicleta liviana con duras cubiertas de tubos.
Mi padre era argentino por donde se lo mire y tenía una pequeña ferretería cerca de ese parque y todas las noches teníamos que atravesarlo para regresar a casa. Yo que en ese entonces tenía once años, cursaba por la mañana los estudios primarios en la escuela emplazada en el mismo parque y por la tarde lo ayudaba en el negocio.
Nos conducía los faroles de las bicicletas alumbrando círculos en el camino, surgidos como desde un sueño, renovándose en los serpenteados senderos de tierra que parecía no tener fin.
Esas pequeñas luces marcaban nuestro rumbo y finalmente nos sacaban de la oscuridad, para guiarnos a aquella casa ubicada frente mismo a ese parque, donde estaba la mesa familiar preparada por mi madre para la cena, con los rumores de las sillas arrastradas sobre el piso de baldosas y de los cubiertos en los platos.
En general mis padres no hablaban mientras cenaban, aunque en realidad ahora tengo la sensación que nunca hablaban, porque si intentara rememorar algún diálogo me resultaría imposible, solo algunas frases sueltas. Durante esos momentos permanecíamos lejos de todo, sumergidos en nuestros propios pensamientos estábamos solos, pero estábamos juntos.
Al año siguiente dejamos para siempre esos recorridos en bicicleta. Mi padre se deshizo de aquella ferretería que no rendía lo suficiente y consiguió la concesión para el servicio de un trencito de esparcimiento para los niños que recorría todo el parque.
Contaba con una estación central y desde allí circulaba lentamente sobre vías dispuestas en los caminos para que los chicos puedan pasearse y le tomaran el gusto a los viajes en tren.
La locomotora que no era otra cosa que un tractor con motor diesel adaptado, tenía un silbato y echaba vapor de agua blanco por una chimenea, para que asemejara el humo, que le daba al tren una imagen muy pintoresca. Este trencito llevaba también a los padres de los niños que los acompañaban disfrutando del viaje y como a mi me dejaban ir gratis, allí estaba yo paseando y paseando en el trencito
Mi padre atendía a toda la gente con deferencia sacando a relucir sus conocimientos y por sobre todas las cosas su natural simpatía. Si bien hay que reconocer que su trabajo lo llevaba a cabo con seriedad, como le sobraba tiempo, era muy atento especialmente con las mujeres y nada como ese trencito para iniciar contactos personales, aunque en la mayoría de las ocasiones fueran furtivas.
En ese entonces, las relaciones matrimoniales no andaban bien y un día mi madre me dijo que mi padre se había marchado de casa. Yo ya tenía trece años y aunque durante los últimos tiempos no lo había visto demasiado a menudo, había escuchado algunos rumores y aquella confirmación me dejó pasmado.
Sentí allí, como que se había roto en pedazos para siempre toda aquella unidad que envolvía a mi familia y en un verdadero ataque de locura arranqué la fotografía que había en la pared del comedor, en la que estábamos los tres. Pero cuando entré en el lavadero y observé la bicicleta de mi padre muy junto a la mía, estallé en lágrimas.
Al año siguiente decidí no ingresar en el colegio secundario para dedicarme por entero a jugar al fútbol en la cancha del Centro Polideportivo Municipal del Parque. Estaba contento con los botines, el pantaloncito y la camiseta que me habían dado y podía llevármelo a casa. Los partidos eran los domingos a la mañana y allí empezó a aparecer mi padre para alentarme.
Mi madre que era una española de mucho carácter, se oponía terminantemente a que jugara al fútbol porque quería que estudiara y me lo reprochaba en forma tan permanente y obsesiva, que le pedí encarecidamente a mi padre que me permitiera ir a vivir con él en el departamento que había alquilado del monoblok ubicado frente al parque.
Mi madre me vio dejar la casa porque se despertó justo mientras yo preparaba la valija, pero no logró retenerme y tampoco su orgullo la animó a detenerme. Luego, si bien la visitaba siempre, pensé si esa desazón que le había provocado haya sido la causa de aquella enfermedad repentina.
Pocos días después, mi padre me pasó a buscar por el centro polideportivo y me dijo que teníamos que ir al hospital porque mi madre no se sentía bien. Cuando tomamos el taxi sentí tanta angustia en ese día terrible de lluvia y viento, que me largué a llorar.
Solo alcancé a verla llena de sondas y ya no me reconocía. El médico que la atendía dijo que no soportaría mucho tiempo y la lluvia y el viento permanecieron sordos, mientras en ese anochecer, el reloj sombrío que medía indiferente las horas tristes de su vida, se había parado para siempre.
Entonces, comprendí que ya no escucharía aquel paso doble republicano que de niño, siempre me cantaba al despertarme y que no volvería a pedirme con tozudez, que debería estudiar letras para que sea escritor como su padre muerto en la guerra civil, porque para ella, solo así, con plumas ardientes que contaran la otra historia, se podía restaurar la República, en aquella España de Franco.
Porque ella, que fue perseguida y había tenido que emigrar, deseaba fervientemente volver a su tierra, pero en ese entonces, su país no la quería. Un día se me ocurrió preguntarle donde estaba su madre y sus hermanas, pero nunca me contestó, porque cuando abrió la boca no pudo hablar y se quedó muda mientras se le empañaban los ojos.
Luego de muchísimo tiempo, cuando me comunicaron que murió mi padre yo estaba muy lejos ese día, me encontraba dirigiendo a un club del fútbol español en un partido decisivo. Me había establecido y tenía una familia e hijos, justamente en aquel mundo que había sido tan cruel con mi madre y que ahora en ese misterioso devenir del tiempo, me había acogido en su seno con los brazos abiertos.
Se que mi padre en el final preguntó por mí, pero solo pude regresar el día posterior al entierro. Al llegar a la bóveda del cementerio de Flores en Buenos Aires, donde estaba sepultado, sentí como un nudo que me estrangulaba la garganta porque hacía mucho tiempo que había dejado de verlo y me imaginaba sus últimos días, con la voz envejecida y su imagen con ojos cristalinos, el pelo cano y las  manos arrugadas.
Luego, retorné a aquella casa frente al parque, donde habíamos vuelto a vivir con mi padre después de la muerte de mi madre. La vieja casa extrovertía a su valor íntimo lo imperecedero, mientras recordaba aquel tiempo pasado, donde el tiempo no era tiempo.
Al entrar observé en el living la mancha de humo amarilla que se destacaba en la chimenea de mármol blanco, el viejo piano todavía ubicado en un rincón y el reloj de caja negra, alto y estrecho, ahora parado, pero que en aquellas noches llenas de silencio, su péndulo medía indiferente el paso de las horas.
En el lavadero aún estaban aquellas bicicletas y encontré en un álbum unas fotos y cuando me detuve a mirarlas, distinguí lo apuesto y fornido que era mi padre. Nunca había pensado en eso cuando era chico y por algo era apreciado por las mujeres. Eran fotos de sus treinta años y estaba en el parque conmigo cuando era un bebe de meses en sus brazos, se le notaban los músculos tostados por el sol bajo la camisa clara y se lo veía feliz.
Y luego, encontré aquella foto que estaba con él y mi madre, que yo había arrancado de la pared del comedor, en aquel momento de desesperación, cuando se habían separado.
Y de pronto, como en un círculo interminable en el tiempo, mi memoria me remontó nuevamente a aquellos años de mi infancia, a aquellos caminos recorridos de regreso en bicicleta en esas noches oscuras, llenas de estrellas, luna y silencio, en la que avanzábamos a través de un decorado de árboles con aroma a eucaliptos, con representaciones de esculturas mudas y de focos de alumbrado que aparecían por doquier como luces fantasmagóricas.
Y entonces no aguanté más, parsimoniosamente tomé una copa del armario, apoyé esa foto de los tres sobre aquella misma mesa en que cenábamos en silencio, abrí una botella de champaña en esta noche estrellada de Buenos Aires, me remonté atrás hacia aquel tiempo y solo, mirando la foto y alzando la copa brindé por mis queridos padres.
Y luego, lentamente, seguí tomando copas hasta agotar la botella, porque quería de alguna forma apaciguar esas añoranzas y apagar ese fuego de nostalgias que sentía en mi alma. Luego, borracho y rodeado de recuerdos, sentía nuevamente a mi lado la presencia de mis padres, envueltos en una suave brisa con olor a eucaliptos que provenía de ese hermoso parque, que con tanto cariño me había cobijado en mi niñez.
Esa sería mi última noche en esa casa, Al morir mi padre ya nada quedaba allí, sólo permanecían los recuerdos y la soledad. Al día siguiente, por la mañana, entregaría a un gestor un poder para su venta antes de ir al Aeropuerto de Ezeiza, para retornar nuevamente a España con mi familia.

Aliver
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:40:25 pm
Un perro nuevo


¿Y la ilusión qué le hizo que le regalaron aquel perro? Probablemente era la primera cosa nueva que tenía desde su boda, día en el que estrenó traje de novia y marido. Lo primero no lo volvió usar, lo segundo, de vez en cuando. De modo que estaba muy contenta y se pasaba el día cepillándole, jugando con él, diciéndole cosas con voz muy aguda, dándole besitos y haciendo lo posible para que se sintiera rápido en su casa y que entendiese las órdenes que quería darle. Me refiero al perro. Estaba, en fin, disfrutando como se disfruta de las cosas nuevas que uno quiere incorporar a su vida y no quieren cambiar de dueño.
   Su marido no se entusiasmó tanto con la idea. Le dijo que a ver quién recogía las cacas, le sacaba a pasear por las noches, le pagaba las vacunas y le dejaba solo cuando se fuesen de vacaciones. Ella le dijo que se ocuparía de todo, que le quería mucho y no pensaba devolverlo. Después, apoyando las rodillas en el colchón, entró en cama con un camisón finísimo y le preguntó si estaba celoso.
-   Ya sabes que yo no soy celoso.
Tras una semana recogiendo cacas, sacándolo a pasear por las noches, pagarle la antiparasitaria e irse a trabajar preocupada por si mordería los muebles cuando se quedase solo, ya quería al perro demasiado como para cuestionarse prescindir de él. Sin embargo, un sábado por la tarde volviendo a casa en el metro, en el cambio de página del best-seller que estaba leyendo, le vino un escalofrío como de reconocer que el marido tenía razón, pero decidió que jamás sacaría el tema. Fue sólo un momento, y pronto despejó el pensamiento recordando lo feliz que le hacía el perrito, pero sí que es cierto que le metió una desazón en el cuerpo que no se la quitó en toda la noche.
Sin embargo, el día siguiente la ciudad le sorprendió con una mañana muy soleada y luminosa. Con el ánimo repuesto, decidió ir al parque a pasear al perro, con cierta sensación de estar compensándole. Se había despertado tan cómoda y renovada que salió sin maquillar y sin sujetador, cosa que el perro pareció no apreciar.
Media hora después la teníamos aspirando el aire fresco de los jardines, con gafas de sol ocultando sus ojos cerrados, y diciéndose esta frase: “Estoy sintiendo los rayos del sol en los hombros (camiseta de sisas) y la brisa en el vello de los brazos”. La pista del MP4 se terminó y en ese cambio de tercio ella abrió los ojos y vio a pocos metros otro perrito igual, tan parecido que casi no se distinguían, olfateando las proximidades del suyo. Siguió con la mirada la correa del perro hasta llegar a la mano del dueño, que le dio la impresión de ser uno de esos hombres que beben café sin agachar la boca a la taza -sino al revés- y sin dejar de ver a los ojos a la mujer con la que está hablando, sentada frente a él. Los perros se miraron como si quisieran acercarse y ella tiró del suyo como si llevase tiempo insistiéndole de que había prisa por irse a casa.
La noche siguiente vio una película con su marido y soñó que se metía en cama de rodillas con el traje de su boda puesto mientras el dueño del perro la esperaba dentro, viéndole a los ojos y absorbiendo la espuma de una taza de café. Se despertó con mal cuerpo y lo primero que vio fue a su marido colocándose la corbata. Quizá por el desconcierto propio del despertar, cuando su marido se apretaba el nudo, se le vino a la mente la imagen de un ahorcado ajustándose la soga y se sintió fatal.
Durante esa semana su relación con su perrito decayó un poco. No sé si por uno o por el otro, pero lo cierto es que jugaron menos que la anterior. El perro se adaptó pronto a la casa, a los horarios de la dueña, al ritmo de vida que le marcaban y, como todo cachorro, le gustaba jugar, pero también dormir. Ella siguió recogiendo cacas y cuando lo tenía en el sofá lo acariciaba, pero si no, tampoco lo iba a buscar.
Entonces llegó otro domingo soleado y decidió volver al parque a dar un paseo, pero esta vez por compensarse a ella, porque había sido una dueña buena durante la semana y se lo merecía. Unas cuantas canciones después se volvió a encontrar con el perrito idéntico al suyo como si ambos se hubiesen sabido encontrar. Como el suyo hizo esta vez más fuerza, ella dejó que se acercasen y se oliesen, y, forzada por las circunstancias, apagó el MP4 y saludó al dueño. Viendo que los perros se entendían bien y eran inofensivos, decidieron soltarlos para que jugasen y ellos hablaron durante un rato sobre la casualidad de tener dos perros iguales y sobre lo bien que habían congeniado. Unos minutos después hubo un silencio que coincidió con el momento en el que los perros se olieron y lamieron de forma más impúdica y prolongada, y ella se sintió algo incómoda por lo que dijo que era momento de irse y reclamó al suyo. Fue entonces cuando se produjo ese momento moderadamente absurdo en el que se hizo patente que los perros, además de ser iguales, llevaban el mismo collar, y ella vivió unos segundos de terror dudando de cuál de los dos le pertenecía. Los perros, por su parte, saltaban alborotados atendiendo a todas las llamadas, e invalidando así, cualquier posibilidad de reconocerlos por su nombre. Como no podía consentir que el hombre pensase que no sabía reconocer a su perro, siguió su intuición y ató al que más se le pareció, y toda vez que ninguno de los dos perritos pareció responder de manera extraña, dio la elección por buena, aunque se fue con cierta sensación de incertidumbre centrifugando en su vientre.
La siguiente semana mantuvo los días luminosos y las temperaturas amables, pero en el interior de ella se estaba desatando una pequeña tormenta de angustia que le recordó al comezón de nervios previo al día de su boda. Aquel perrito estaba más juguetón y menos cagón que nunca y la duda de que había cogido el que no era aumentaba exponencialmente.
El miércoles por la noche su marido se quedó dormido viendo la televisión y ella se sorprendió a sí misma en busca del perrito para jugar con él. En ese momento ya no supo si se sentía peor por imaginar a su pobre perro en una casa desconocida o por empezar a comprobar que ese perro que tenía en sus brazos ahora –fuese el suyo o no- le hacía más feliz que el otro. Como de costumbre, ella no le preguntó nada al marido y él tampoco pareció advertir ningún cambio, así que dejó pasar los días manteniendo suavizada esa tensión. Pero llegó el sábado por la noche y pilló al matrimonio haciendo zapping en la televisión.
-   No echan nada- dijo él.
-   ¿Quieres que alquilemos algo en el video club?
-   Es un poco tarde.
En ese momento el perro apareció con aspecto suplicante a los pies del sofá, con aspecto de estar demandando una necesidad que exigía urgente satisfacción, algo que nunca había hecho (ya fuera éste o el otro). Tras unos segundos pensando en qué podría tratarse, ella descubrió que tenía el plato de comida vacío y que no se lo había llenando en todo el día, así que le pidió a su marido, por favor, que le echase algo en el plato, que ella estaba muy cansada. El marido era un hombre cariñoso pero en ese momento protestó un poco diciendo algo como que el perro no era suyo, que él también estaba cansado, y que ya sabía él que al final tendría que ocuparse él de todo.
   Ella escuchó aquellas palabras con una paz interior que no supo explicar, dirigió una nueva mirada no desprovista de perplejidad a los ojos implorantes del perro y se dio cuenta de que efectivamente había habido un grave error, un fatídico intercambio que había que solucionar, así que a la mañana siguiente volvió al parque a devolver a su marido y recoger el suyo.

Vlad Miedos
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:42:14 pm
Hay miradas


Hay miradas que sin dudas dicen más que mil palabras y que al verlas todas juntas son como espejos del alma hay miradas que cuando miran son hirientes y lastiman en cambio hay otras tan serenas que consuelan y acarician, hay miradas insistentes, misteriosas, recurrentes y las hay indiferentes, como las de tanta gente hay miradas que ocultan verdades que mucho dañan y las hay que en la diaria lucha fortalecen y acompañan hay miradas que perdidas entre miles de miradas andan solas por la vida en busca de otras miradas y hay miradas que cautivan por lo bellas y profundas como tu mirada azul que me atrapa día a día.
Hay miradas que por tristes enlutan a quien las viste y hay esas miradas dulces que ennobleces a quien las luce hay miradas que derriten hasta el corazón más duro e iluminan suavemente el pensamiento más oscuro hay miradas que perdidas entre miles de miradas andan solas por la vida en busca de otras miradas y hay miradas que cautivan por lo bellas y profundas como tu mirada azul, por la que demuestras a los que te conocen de verdad como estás y lo que piensas en tu interior, te conozco mi bella dama, se que necesitas mi ayuda, quédate tranquila amiga que lo voy a hacer sin saber bien como, pero a tu lado estoy siempre amiga del alma.
                                             
Uruguayo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:44:36 pm
Aguachento


Después de tres años de matrimonio Ana y Fredi tenían menos motivos para estar juntos que cuando se casaron..
Él era un tipo quieto, pálido. Cumplía ocho horas diarias en una compraventa de autos, volvía a casa y se metía en el altillo a pintar cuadros, dejar que se secaran y amontonarlos sin hacer nada más con ellos.
Ella era maestra de primaria a doble turno, y tres días por semana volvía tarde después de sus partidos de tenis.
Entonces él salía del altillo, miraba apenas las azoteas vecinas y oscurecidas, y bajaba. Cenaban juntos hablando de cómo habían ido las cosas durante el día. Intercalaban en esas conversaciones los largos huecos en que prestaban atención al televisor.
Ana se levantaba a lavar los platos. Fredi llevaba la bolsa de residuos al contenedor y aprovechaba para fumar uno en la calle. Esperaba que ella le dejara libre la ducha, se bañaba y se metía en la cama mientras ella terminaba de preparar las clases del día siguiente.
A veces -Fredi- decía algo que había olvidado mencionar durante la cena. Cosas como “hoy vendí un Galaxy 82 que llevaba un año en la agencia. Un verdadero clavo”
—Bien— respondía Ana, con frases al estilo de: —si te concentraras más en eso que en los cuadros seguramente te darían un aumento en la comisión.
Eventualmente él no sacaba los residuos, ella no lavaba los platos y se duchaban rápidamente para tener sexo antes de las doce de la noche.
Eso alargaba un poco las conversaciones de todos los días.
Antes de que Fredi se durmiera, ella prendía el velador e iba al baño a lavarse. Él esperaba que cesara el ruido del bidet para darse vuelta hacia su lado de la cama y cerrar los ojos. Ana se acomodaba contra las almohadas y preparaba las clases para el día siguiente.
Por un tiempo la cena de los domingos fueron diferentes. El vecino era un tipo joven que aprovechaba los fines de semana para construir la planta alta de su casa ayudado por su esposa, mientras los bebés –tenían dos muy seguidos en edad- berreaban o parloteaban.
Ana y Fredi tuvieron con eso un tema nuevo del que hablar y ser cómplices mientras cenaban.
Pero los ruidos terminaron irritando a Ana y un domingo le preguntó a Fredi si  no le molestaban los martillazos mientras pintaba en el altillo.
—Porque a mí me ponen loca, no sé cómo no les decís algo.
Fredi asintió y subió a la terraza. El muchacho y su esposa lidiaban tratando de subir una viga de madera tosca al techo. Cuando vieron a Fredi la dejaron en el piso, esperando ser regañados por los ruidos.
Fredi dijo que tuvieran cuidado con esos esfuerzos, y que incluso lo podían llamar a él para dar una mano. Después pasó de su terraza a la otra y ayudó al vecino a calzar la viga sobre la mampostería.
Cuando bajó y entró a la cocina Ana fingía mirar un partido de fútbol en la TV. Estaba cruzada de brazos, torva; Fredi supo que ella había escuchado todo. Tomó la bolsa de residuos y salió. Después fumó dos cigarrillos.
Cuando entró de nuevo, en la TV pasaban un recital de Madonna. Ana había sacado una cerveza y dos vasos. Bebieron más de una y se achisparon. Fredi pensó que ella le había dejado pasar la flojera. Pero Ana empezó a reír señalando una acuarela que él había colgado en el comedor. Fredi rió con ella sin entender.
Entonces Ana dijo que lo que mejor le salía eran las acuarelas.
— Será por lo de la palidez— agregó, y volvió a reír hacia el techo sin poder parar, señalando el lugar de donde provenían los ruidos de los vecinos.
Fredi se encogió de hombros sonriendo y argumentó que así era él.
Se levantó por otra cerveza para salvar esa momentánea camaradería que los había unido.
Ella lo cruzó con una mirada tan áspera como la de cuando fingía mirar el fútbol en la TV. Después pegó un palmazo en la mesa, murmuró  “¡Por Dios!”, entre dientes y se fue a duchar. Fredi tomó hasta terminar la botella, mirando la acuarela.
Cuando oyó que Ana roncaba se bañó y se metió en la cama como un intruso inofensivo.
Dos semanas después firmaron ante un abogado unos papeles que daban cierto valor a las cosas que se repartirían, pusieron fecha para la audiencia de divorcio y volvieron a la casa.
Ana estuvo empacando sus cosas por unos días mientras él miraba cómo el vecino y su joven mujer terminaban de techar la planta alta. Luego se acostaba en un colchón que él mismo había subido al altillo para dormir hasta tanto Ana se fuera.
Antes de dos semanas Ana se mudó al departamento del abogado. A la audiencia de divorcio concurrió una socia del mismo bufete. Fredi se sintió tardíamente  perspicaz recordando que el abogado también jugaba tenis en el mismo club que Ana.
De vuelta del juzgado observó como la pintura de la pared  tras los muebles que se había llevado Ana lucían más claros, como aguachentos. A  la noche bajó del altillo todas las acuarelas, salió a la calle y las arrojó en el contenedor de basura.
Antes de entrar llamó a la puerta del vecino y le pidió algunos clavos y un martillo. La esposa miraba tímidamente desde adentro, con un bebé en brazos y el otro prendido a sus jeans.
Cuando el muchacho volvió con los clavos y el martillo se ofreció para ayudarle en lo que pudiera, agregando que no aceptaría un no como respuesta. Fredi aceptó, aun dudando de si el tipo lo hacía por devolverle favores o por tomarse revancha dando martillazos y molestando a los demás vecinos desde la casa de Fredi.
Entre los dos bajaron los cuadros que quedaban en el altillo. Óleos, acrílicos y algunos apuntes a carbonilla o pastel. Los fueron apoyando contra las paredes vacías.
El muchacho declaró no saber nada de pinturas, pero que podía decir que le gustaban .”En general”, agregó, tras dar una segunda repasada a los cuadros.
Tomaron una cerveza sentados en el suelo. Fredi explicó la idea del trabajo: había que tapar con los cuadros las zonas de la pared que antes habían ocupado los muebles.
—Van a quedar bajos—objetó el muchacho.
—Ya sé— replicó Fredi— pero ahora se me da por ponerlos así. Más adelante veré.
—Bueno, como quiera. Usted me indica que cuadro va en cada lugar y yo lo cuelgo.
Fredi eligió cuidadosamente el primer cuadro, dejó que el muchacho lo sostuviera en el lugar elegido y se retiró para tener perspectiva. Su firma al pié derecho del cuadro, tan solo separada del piso por la altura del zócalo cobraba una atracción especial.
¡ Clávelo, compañero!—dijo por fin, y empezó a reírse con carcajadas de menor a mayor, cada vez más desaforado.
El muchacho se contagió de la alegre energía de Fredi y ambos siguieron con el trabajo a todo vapor. Ya sin elegir, Fredi alcanzaba los cuadros y el muchacho –él también reía ahora-los fijaba sobre la pared con dos martillazos.
En media hora terminaron de tapar las zonas blanquecinas. Sobraban varios cuadros, y los usaron para completar los vacíos entre los ya clavados.
Todo el pasillo y gran parte del comedor y de las dos habitaciones eran una galería de arte a baja altura.
Se echaron en el suelo a beber otra cerveza. Rieron entre trago y trago con la nuca apoyada en la pared, mirándose como compañeros de fechorías hasta recuperar el aliento.
— Su mujer se fue ¿no?—preguntó claramente el muchacho.
— Si. Hace un par de semanas, más o menos— Fredi sonrió—¿Se me nota?
—Siempre se nota, vecino. Yo voy por la tercera, y antes se me notó. Calculo que es natural que se note.
—No  sé. Es mi primera separación.
—Me imaginé.
—¿Por qué?
—Por los otros cuadros. Los encontré en el contenedor y me los traje a casa. Ahora sé que son suyos—señaló el pasillo— por la firma.
— Ah, las acuarelas ¿Y eso que tiene que ver?
— Tiene que ver. Uno no tira así nomás lo que ya hizo. Yo antes lo pienso. Y me parece que usted ni lo pensó. Fue y las tiró a la basura..
Fredi calló recordando la tosca viga de madera y de cómo la habían acomodado sobre la mampostería mientras la muchacha levantaba en brazos al más pequeño de sus hijos.
Afuera la calle estaba tan en silencio como la casa. “Nadie ha venido a golpear por ruidos molestos” –pensó Fredi.
El muchacho se puso de pié y le extendió la mano:
—Me voy a casa. Mi mujer debe estar renegando con los chicos y la cena. Le dejo los clavos y el martillo, por si acaso los necesitara para algo más.
Fredi esperó en la vereda a que el muchacho cerrara la puerta de su casa. Desde ahí miró el techo de chapa apoyado en declive sobre la pared del frente. La escasa claridad le dejaba ver algunas de las vigas de madera que sostenían el techo. Pensó que no era muy importante si no veía la viga que el muchacho y él habían subido juntos. De todas formas, ahí estaba.
De vuelta en su casa, tiró el colchón en un lugar del suelo del comedor que le dejaba ver también el pasillo. Se acostó dejado las luces prendidas y el despertador del trabajo al lado.
Estuvo un rato recorriendo con la vista su propia galería de cuadros a baja altura. Cuando sintió el primer anunció del sueño cerró los ojos y pensó en las acuarelas aguachentas, desvaídas, que ahora estaban en casa del vecino. Seguramente él se las devolvería si se las pidiera, pero ya no eran suyas y eso no tenía remedio.
Antes de dormirse del todo algo lo sobresaltó. Mirando hacia arriba y atrás, colgaba la única acuarela sobreviviente, la que había hecho reír a Ana.
Aún visto así, del revés, seguía siendo uno de los mejores cuadros que había pintado en su vida.
Eso fue lo primero que recordó al día siguiente cuando sonó el despertador.

C. Sentiuno
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:46:23 pm
Un día parecido al día de acción de gracias



Al ser halado  bruscamente  por la manga de su toga,  parte de la champaña de Beni  fue a parar al corpiño de Margot, que  reaccionó de manera airada. 
__¡Ey, tonto¡__, dijo
__Discúlpame__,
__¡Discúlpame qué,  idiota¡__
__¡Porqué no te fijas por donde caminas¡___
Margot observó con cuidado su escote arruinado, y apartó su rostro con total repugnancia, como si los chicos del curso le hubieran hecho una broma pesada, colocándole una fea rana  en el corpiño. Sus grandes ojos verdes empezaron a oscurecerse.
__Bien, baby__, le dijo al cabo de unos pocos segundos, haciendo evidentes esfuerzos por dominarse. 
Beni trató de verla a través del cristal bruñido de la copa, haciéndola girar suavemente. Al observar que aquello no le había hecho gracia, su rostro palideció de nuevo.
__No fue mi intención, fue…__, se excusó de nuevo, tímidamente, lamentando de veras el percance.
__A, no?__ le cortó Margot, que  metió la punta de su dedo en el vino, lo resolvió suavemente y, sin dejar de mirarlo a los ojos, se llevó el dedo a la boca.
Beni comprendió que Margot acababa de darle forma a un pensamiento, de lo más perverso, y como siempre, recurría a la procacidad para exteriorizar sus estereotipos.
__Con que el soñoliento amigo que todas las tardes va a pescar truchas al puente no tuvo la culpa, eh?__Le dijo, hablándole al oído  Le importó arruinarme mi vestido nuevo, en plena celebración de graduación, y más aún, quiere presumir de tonto, eh?__, y descargó con furia la punta de su tacón sobre el pie de Beni, estrujándolo con fuerza, como si estuviera aplastando una cucaracha.
Beni se retorcía de dolor como si lo hubieran golpeado en los testículos.
Así de corpulento como era, un chico de frac, que comía con voracidad un pedazo de torta de frambuesa, se interpuso entre los dos.
__Algún problema?__, preguntó__, jactándose quizá por su corpulencia, y sin dejar de comer con todos los dedos.
Margot aparentó un gesto de nauseas, tapándose la boca con la mano
El chico además de glotón y regordete era de piel limpia, y tenía el cabello dividido por una raya.
Impaciente, Margot golpeaba la punta de su calzado contra las baldosas del piso, a la espera de que el chico se alejara, pues el asunto no era con él
__¡La carne de burro no es transparente¡__, refunfuñó al fin, con ánimo de ofensa
El chico no se inmutó, ni tampoco  se sintió aludido, sino que con toda calma se terminó de chupar los dedos, y ayudó a su amigo a levantarse del suelo.
__¡Vámonos, compadre¡__le dijo, encogiéndose de hombros__, no vaya a ser que esta bruja nos convierta en sapo.
El salón estalló en vítores, y los birretes fueron lanzados al aire en medio del tintineo de las copas golpeadas unas contra otras.
__Ey, te andaba buscando__
Una chica que sujetaba con sus manos los faldones de su toga para no tropezar corrió hacia ella.
__Permíteme___
La chica además de un párpado caído, tenía el rostro excesivamente cubierto de maquillaje, y con el birrete aún puesto y las cejas perfectamente delineadas  parecía una muñeca de porcelana.
Margot se apoyó contra su hombro, y se ajustó la trabilla de su zapatilla.
__Te sucede algo?__
La chica creyó caer en cuenta, y quiso levantarle el ánimo con una broma
__¡Ah, perdiste la zapatilla¡__
Margot se ajustó el escote  con un movimiento tan natural de las manos,  que pareció como si estuviera colocando un par de  melones en su lugar.
__No__, dijo despectivamente, sacudiéndose las manos
__Me siento divinamente___, y  miró a su amiga a la cara, con un aire de altivez, entornado una de sus cejas delineadas, sin que el excesivo maquillaje de su amiga le mereciera algún comentario, e hizo una mueca de modelo con su cuerpo, y colocó su brazo derecho en forma de jarra sobre su cintura, donde a su vez su amiga metió el suyo, y ambas golpearon a un tiempo sus glúteos con sus caderas, y chocaron sus manos en el aire, sonrientes en medio de los flashes de las cámaras y del jolgorio de la celebración.

Pescador
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:48:17 pm
Una historia verdadera


Se llamaba Turco el perro que tenía en una pequeña casita de campo cerca del pueblo en donde vivía. Era de raza “perro de agua”, muy pequeñito y muy peludo con largos rizos. Lo apreciaba mucho porque lo había criado mi padre  y, una vez que falleció, dolorosamente tras una larga enfermedad, yo lo cuidaba como “algo de mi vida”. Sí, todos los días iba a verle por la tarde y a darle de comer; él ya me esperaba con ganas de juego, casi siempre alegre, el muy buenetón.
En fin, lo que ocurrió es que… una de esas tardes al acercarme a la casita no oía sus ladridos y me extrañé mucho. Me puse nervioso y los latidos de mi corazón se aceleraban más y más. Cuando me lo encontré estaba sin moverse, y de él se desprendía un chorro de sangre. Quise hacer algo pero ¡ya era tarde!: ¡estaba muerto!. ¡Oh no!, no sé quién  podría haberle hecho eso; al momento,  me dí cuenta de que faltaban bastantes cosas y que uno o varios ladrones habían entrado saltando la valla, seguramente por la noche. ¡Qué duro!, ¡cuánta crueldad!; no les fue suficiente con robar, sino que mataron a Turco, tan inocente que era y tan pequeño. ¡Lo mataron!, y ¿por qué?
Unos días más tarde ya se lo dije a un amigo, puesto que me veía triste;  y él quiso animarme, claro, era normal. También, en tal intención, me propuso que escribiera un nuevo relato –algo a lo que yo estaba muy dedicado– para un concurso que decía que se convocaba en Montefrío… –¡siempre estaba bien informado!–.
–  “No sé”, le contesté mirándole a la cara con cierta incredulidad, y seguido de:                       
–  “Mi relato no es más lo que se puede imaginar de lo que no existe, o contar lo que no ha pasado, o contar lo que no se ha vivido…; creo que es como relatar algo que no ha pasado, como apartar la vida por atender lo contrario. Lo que yo quiero es coger la piedra que nadie ha cogido o, bien, regalar la flor que nadie ha valorado porque, al fin, encuentro lo que ahí solo estaba: encuentro lo que no contaba para nadie que cuenta, el contarse vivo no encontrado. Sí, yo solo quiero contar algo de Turco, que fue muy valioso para mí”. 

Andaluz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 16:49:32 pm
Descanso



Estoy acá, sentado; ensimismado, aletargado; me perplejo en observación de mis miedos: pensando en seres desahuciados, mientras veo cabezas rodar por el piso llenando los campos de sangre. Me piden dulces – dulce o truco – les contesto – truco –. Ellas brincan, las cabezas, no sé cómo, si no tienen cuerpo – rió –. Son las 12 de la noche del 31 de octubre, han sonado unas cuantas pipas explosivas. – tendremos que volver a destruir la escuela – dice una de las cabezas.

Las puertas de madera de color verde, están de par en par; y la llorona grita – ¿dónde están mis hijos? – No me asusta ni entorpece mi sueño; a veces, hablo con ella: le pregunto – ¿dónde están sus hijos? –. A veces, le aseguro con firmeza, le afirmo – sé donde están tus hijos.

Soy el asesino sin nombre, tengo 14. No sé, los años de las cabezas que me siguen – dulce o truco –. Les hice el truco. Ahora tengo terror de mí, de mi arma aquella que me enseñaron a utilizar a los 12 años, mis amigos camuflados. – ¡Qué mi mano la lleve a mi cien! – ¡Grito! Mi mano está sola, ella me señala, me mira roja y dice – está noche, antes de la luna –. Es hora, pero de un instante familiar de mis deseos de naftalina. Mi mano se despierta por la mañana. Sucesos que me llevan a avistamientos, ojos horrorizados.  – Mi miedo será el tuyo – le digo a mi amada uniformada. La excitación se llenara de actos ajustados a revoluciones falsas.

Yo fui alguien totalmente extraordinario, no superfluo, sólo un hombre admirable, pero ahora estoy muy miedoso, sumamente miedoso, no suicida, tan aterrado: erizada mi piel, mis ojos desorbitados, purpúreos, irritados y llorosos. Mis sentidos se agudizan con la observación de mi mano, no me pertenece ¿le pregunto? – Qué haces, qué piensas –mi mano disfrazada de montes y de bala, no respondía, arrugaba su palma en forma de regaño; sus callos eran suspicaces me infringían una mirada inquisidora.

Más estrellas rojas caían del cielo como si fuera un holocausto. Un sueño, pero sé que lo que vi, es real, es tan verídico y ridículo: una muerte, la mía; lógica incomprensible de la luz salvadora. Pasos, muchos pasos, un reloj – Tic tac, tic tac –, risas. Investigaciones de los otros. Los asesinos escaparon con indiferencia. Solo un gatillo, como guillotina, cabezas rodantes.

Los rostros lloran y rió. Un secreto una consecuencia. Mi dolor de estómago desapareció como mi delirio de persecución: un defecto de pierna, lleno de minúsculas hoyos; huesos rotos; bordes de piel que se entremezclan con los guijarros de pared. No espero familiares ni aullidos de gatos, por primera vez estoy cuerdo y no recuerdo a mi familia, la única que conocí en aquel monte, está podrida.

Me acuerdo que los sucesos sencillos me satisfacían: ver caer la caída del agua o sólo brincar un grillo. Me paraba cada vez que una culebra pasaba por entre mis botas y sonreía por su despreocupación, nunca saque el machete para matarla, aunque muchas cabezas rodaron por su filo. Pero ahora, la tranquilidad es terrible porque mi brutalidad estuvo llena de existencia. La juventud se confundió con mi vejez y no fui viejo ni tampoco joven, menos niño, solamente un bloque de carne armado.

Estoy ahora pulcro, aunque sucio. Los retazos de mis vestidos; mi pasividad, mi serenidad me delatan y revelan mi mano que volvió a hacer mía, después de pegarme algunos regaños. Sé que mi razón es una cuestión estúpida pero miro la cascada de agua, saltar al grillo y una culebra alegre pasar bajo mis botas mientras desaparezco, acompañado de los hijos de alguien que llora – difuso estoy –  en la totalidad de mi selva.             
             
Leonardo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:07:28 pm
Tiempo de callar


Le he pedido al silencio que me acompañe en esta historia, al reloj que se detenga, a la soledad que me arrope, a mis ojos que no escondan las lágrimas. Mi corazón clama, pero clama en silencio y pongo la mano sobre mi corazón para garantizar la autenticidad de cuanto diga de mis ascendientes.
Fusilado por su silencio
Hace 72 años se cometió un asesinato, murió Félix Benito, su acusación fue pertenecer a un cuerpo que hoy se respeta, La Guardia Civil Española, este hombre cumplió el 12 de julio de 1940, 40 años y 6 días después, el 18 de julio de 1940 fue asesinado.
De todos es bien sabido que La Guerra Civil Española que se desencadeno en España, un conflicto político, social y militar que se fraguo entre el 17 y el 21 de julio de 1936, fue una sublevación militar, apoyada por elementos conservadores del país, en contra el gobierno legalmente constituido de la II República de España.
Se suprimió la enseñanza religiosa y se prohibió la Compañía de Jesús, lo que causó profundo malestar en los sectores católicos. De este modo, la crispación política y social desencadenó una violencia creciente
Pero no para todos hubo un juicio justo, a Félix Benito lo mataron, antes de que fuera sometido a un juicio justo, era tiempo de callar, y había que asegurar que la única forma de que no hubiera ecos de la Guerra Civil Española era cometer una aberración contra Félix Benito, su muerte era el galardón por su silencio.
La madrugada del 18 de julio de 1940, lo fusilan en Derio, solían fusilarlos en grupos de 20 según cuentan algunos descendientes de los fusilados en aquella época, porque era la capacidad de aquellos autocares de color gris oscuro de la Policía de Asalto republicana.  Ahora sus restos están en una fosa común del cementerio de Derio, en Bilbao, donde no he sido capaz nunca de ir. Es demasiada la tristeza en la que sucumbo cada vez que pienso en hacer un viaje hacia allí, sabiendo que cuando pise aquel lugar, bajo mis pies no estará solo los restos de mi padre, sino de tanto y tantos inocentes.
He vivido muy rápido desde entonces y después de todo me he dado cuenta de que no se madura justamente después de una experiencia amarga, sino mucho más tarde, cuando ya forma parte de ti y puedes hablar de ello y  es ahora cuando tengo fuerzas para hablar de mi padre al que solo vi una vez.
Remontándome al pasado
Félix que así se llamaba mi padre era natural de Roa de Duero. Roa es una de las poblaciones más importantes que se asientan junto al río Duero en Burgos. Se emplaza cerca del límite provincial con Valladolid y Palencia, entre Peñafiel y Aranda de Duero.
Mi padre era carabinero en la Frontera de Gibraltar, pertenecía a la organización del cuerpo de carabineros de costas y fronteras para velar por el Resguardo de Rentas arancelarias y persecución de los defraudadores y así mantener una buena economía nacional.
Mi padre se casó en primeras nupcias con Josefa, de ese matrimonio nació un  niño, Félix, que murió con unos meses de vida.
Después nacieron dos hijos más, Matilde en 1927 y Víctor en 1929, pero al trasladar a mi padre a Algeciras y Josefa no pudo superar nunca la muerte de su hijo y vivió 6 años más.
Todos sabemos que para una madre es más fácil negar la realidad que aceptarla, la lucha por la supervivencia de un hijo y su puesta en escena en este cruel mundo es una conflagración tenaz, que exige un espíritu que nunca se agota y el suyo se agotó, la vela que alumbraba su corazón se apagó.

Los niños entonces se trasladan a Roa a vivir con los abuelos paternos.

Mientras mi padre seguía trabajando en la aduana y un día su corazón volvió a latir con un halo de ilusión, cuando vio en el coche del Cónsul Ingles en España, D. Jaime Russo O’Reilly y Dña. Antonia Gómez Buendía a una mujer que cada vez que la miraba, le hacía sacar una sonrisa, decir palabras entrecortadas, ese cosquilleo que te recorre todo el cuerpo, el miedo de expresar algo que haga que la persona que te mira se forme una expresión equivocada de ti, y todas esas tonterías que pasan cuando te enamoras.

Era Ana Andrade, mi madre, sentada al lado del chofer. Mi madre era natural de Ronda, provincia de Málaga.
Félix Benito y Ana Andrade, se casan en la Línea de la Concepción. Otra vez la vida de mi padre se llenaba de ilusión.
Poco después de su boda, trasladan a mi padre a Santurce, municipio español de la provincia de Vizcaya, perteneciente a la comarca de Bilbao y en el viaje de novios, mis padres paran en Roa de Duero y recogen a los hijos del  primer matrimonio de mi padre, Matilde y Víctor  y se los llevan a Santurce.
De su matrimonio en segundas nupcias con Ana Andrade nace un niño Félix y en plena guerra civil, en junio de 1937 el niño muere de neumonía, aunque el medico dice que es tosferina, muere en los brazos de su madre, el niño tiene 20 meses y 4 días y embarazada de mí, de 7 meses. Para esa mujer el dolor que laceraba todo su ser, no podía ser menguado con nada, nada la aplacaba, pero era fuerte y la Guerra Civil Española estaba en sus inicios.

Estalla la Guerra Civil Española
Estalla la Guerra Civil Española, al entrar los nacionales en Bilbao y considerarlo La Zona Roja, hace que  la gente huya por ideología política. Sin embargo, mi padre al ser militar tiene que quedarse allí y lo encarcelan.
Mis hermanos Matilde y Víctor fueron  llevados  por una vecina a Santander, con la abuela materna que estaba ciega, y mi madre Ana, ayudada por una vecina,  embarazada de 8 meses de mí, hizo una de las más importantes hazañas de su vida para salvar mi vida, adentrándose monte a través, sin pensar en los peligros que aquello pudiera acarrear y  se fue hasta San Miguel de Aras, en Cantabria, España. Y allí en la casa del cura, nací yo,  Ana María Benito Andrade, cuyos apellidos llevo con orgullo.
Allí viví  hasta que mi tío Víctor, hermano de mi padre, vino a buscarnos para llevarnos a Roa  y me bautizaron allí en la Virgen de la Vega patrona del pueblo.

Nos vamos a Gibraltar
Al cumplir once meses mi madre Ana Andrade decide irse a Gibraltar, pero económicamente no puede hacer frente a esta aventura y escribe al Cónsul, Don Jaime Russo, al que había servido durante años y este le manda 500 pesetas para que se vaya a Gibraltar con ellos, mi madre, mi abuela y yo.
Mis hermanos no, puesto que al ser hijos del primer matrimonio los tutores de ellos son los abuelos paternos y mi madre con gran dolor en su corazón debe dejarlos en Roa.
El cariño y la comprensión mutua cultivada entre mis hermanastros y mi madre, hace que toda la vida los vea como hermanos del mismo linaje.
A continuación, os muestro una foto realizada por un hijo de don Jaime Russo, hecha a mi  madre la cual está en el centro, a la derecha Matilde una compañera de mi madre.

(http://img10.imageshack.us/img10/5872/dibujocpi.jpg)

Como conocí a mi padre
En la primavera de 1939, mi madre le escribe a mi padre y le dice que en el próximo viaje le llevaría a su hija Ana, la hija que concibió antes de ser encarcelado y no conoce.
Cuando Ana  conoce a su padre, para que su padre la cogiera en brazos la desnudaron entera y la registraron, un guardia de la prisión de Larrínaga que estaba en la puerta.
Recuerda que estaba oscuro y mi padre para contentarla le dio unas galletas cuadradas envueltas en papel de estraza y una naranja o mandarina.
No recuerda lo que paso con las galletas, cree que se las comieron en Santurce, pero la naranja no la soltaba, porque se la había dado, aquel Señor, que llevaba el nombre de papa, para ella esa palabra le hacía aferrarse a aquel cítrico, que debía pelar su abuela, y como estaba en Gibraltar, hasta que no llegaran no podía pelarlo para que lo comería, no recuerda más, el tiempo nublo el susurro de aquel recuerdo.
Verdeles anuncian muerte
Un día mi madre regreso a Santurce a ver a una amiga. Esta amiga tenía una lechería, y todos los días esta lechera, le mandaba la comida a mi padre, llevada por una señora que se había casado con un preso y se encargaba de llevar la comida a los presos.
Ese día para comer había verdeles. Mi padre siempre devolvía la tartera en la que se le llevaba la comida, escribiendo unas palabras de ternura y cariño hacia mi madre.
Ese día  los verdeles que llevaron a mi padre fueron devueltos intactos, la tartera ni siquiera había sido abierta. A Ana Andrade la tenían que decir que su marido había muerto, y la única forma era devolverle la tartera intacta.
Esta vez la única nota escrita la susurraba el viento, que anunciaba cambios, el aire que respiro mi madre mientras cogía la tartera entre sus manos sin abrir era la tristeza de un corazón desolado, que enterraba toda esperanza a un futuro mejor.
Esta es una foto que envió mi madre a mi padre en marzo de 1940 y él se la mando a mis hermanos en Roa, imprimiendo a bolígrafo, las siguientes palabras, sabiendo que estaba a punto de morir, para que esta foto no se perdiera.

-   Con mucho cariño os la dedica vuestra hermanita Ana-Mari y a vuestro padre, Félix.

(http://img87.imageshack.us/img87/1884/dibujohes.jpg)

 Que fue de mí
Ana María Benito Andrade, estuvo toda su infancia en el  "Colegio de Huérfanas de la Guardia Civil", que se establece en la finca "El Juncarejo", en Valdemoro, donada por el Marqués de Vallejo, de quien recibiría su nombre.
La siguiente foto es del Colegio de Huérfanas de la Guardia Civil. Mi colegio.

(http://img607.imageshack.us/img607/9996/dibujoem.jpg)

La norma a seguir estrictamente, es que habría una hija de la caridad y una hija huérfana de la guardia civil siempre, para que dicho colegio no fuera nunca cerrado.
Al final de mi vida me he dado cuenta de que el ayer es el aliento que respiro cada día, a veces quisiera aferrarme a él para que no se me escapara de entre los dedos, agarrarme a él con tanta fuerza que el más mínimo desenlace le hiciera sangrar, sangrar como sangran mis heridas cuando revivo los recuerdos.

A mi padre decirle que:

Anhelo verte,
apesadumbrado mi corazón,
agacha sagaz su coraje,
miénteme para que pueda seguir,
que pudiste vivir tus sueños.
No me arropes con el desdén,
mis ojos llameantes se están apagando,
se apaga la voz cautiva, sedienta
esclava de la noche, me robas el sueño
fugaz el recuerdo,
laceras mi espíritu, pero te alejas,
soy prisionera de un pasado
mis lágrimas de fuego en frio de hielo
no esculpen tanta intensidad
mis devaneos psicológicos se adueñan de mi día a día
mientras la incertidumbre me acompaña como si fuera mi sombra,
grito de nuevo con un sonido resquebrajado
anhelo verte.


Ana María Benito Andrade en la actualidad

(http://img651.imageshack.us/img651/7910/dibujojay.jpg)

Ana María Benito Andrade, el 24 de mayo de 2003, con los hijos de su sobrino Félix. Félix es el hijo de Víctor, su hermano.
En la actualidad ella vive en una Residencia dirigida por los canónigos de la Catedral de Burgos, cuya organización interna es llevada por las Hijas de la Caridad.

Ann
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:10:40 pm
El paraguas


Ahora sí que estaba todo jodido, completamente jodido, pensaba el hijo mientras regresaba del entierro, a través del viejo camino de sauces llorones. La tarde era agradable, si así pudiera llamársele a una tarde en aquel sitio; las densas nubes que cubrían el cielo habían refrescado el ambiente a pesar del verano. El hijo miraba en silencio a su padre que caminaba a unos metros de él, por el costado opuesto del sendero. ¿Qué estará pensado, se decía, estará pensando en abuela? Pero no, el padre no pensaba en ella, pensaba, sin comprender por qué, y sin siquiera cuestionárselo, en aquella noche, la noche en que comenzó todo, y pensó en ello gran parte del trayecto, hasta que se cuestionó también por qué recordaba aquello justamente ahora, y se dijo que tal vez se debía al simple hecho de que fue el rostro de su madre el primero que vio en el hospital cuando recobró el conocimiento, el rostro lloroso de su madre cuando estaba aún semiinconsciente y rodeado de enfermeras y médicos y con el suero goteando lentamente y todo era impreciso. Ella le dijo algo entonces que él nunca pudo recordar, tampoco ahora en que solo recuerda esas cosas y recuerda también la última ficha que puso en la mesa antes de caer inconsciente. Era el doble seis, blanco, con sus doce puntos negros antes de la nada. Después solo el frío del salón y el rostro lloroso de su madre y el médico que preguntaba si era la primera vez; entonces alguien dijo que sí, su padre tal vez. Y el médico, solo entonces, porque los médicos tienen su prudencia o su ética, dijo lo de la hipoglicemia; nada de qué preocuparse, pero habrá que hacer ciertos análisis. Eso dijo mientras el suero tic, tac, seguía goteando bajo el frío del salón, un salón gris, como esa tarde de finales del verano, tarde extraña, pensaba el padre mientras sentía una gota de lluvia sobre el hombro que le recordaría el incesante gotear del suero mientras miraba a su hijo al otro costado del camino y recordaba que apenas tenía un año cuando sucedió aquello. Era una criaturita inocente que gritaba por las noches y se revolcaba en sus excrementos y balbuceaba algunas palabras, y tuvo miedo de morirse aquella noche porque su hijo era pequeño e indefenso y ya decía papá y no sabía tantas cosas, en eso pensaba mientras los sauces lo protegía de la posible lluvia, en eso y en lo inútil de todo, de la vida, de los recuerdos, del amor al hijo que ahora también era un inútil y que lloraba por su abuela, esto pensaba, sin saber que el hijo no lloraba por ella o no solo por ella, sino, sobre todo, porque comprendía que ahora todo estaba jodido y porque recordaba el día en que sus padres se separaron. Él tenía seis años, pero aún recuerda todos los detalles, el vaso contra el piso rojo y blanco, el líquido corriendo por entre las uniones de las baldosas, y él detrás de las cortinas para recordarlo todo, como si solo quisiera eso, verlo y recordarlo todo, como si comprendiera que un niño de seis años solo puede hacer eso, recordar, aunque no entienda demasiado. Porque aún tiene grabada la imagen de su padre tirándolo todo y la imagen del llanto de su madre y de la sangre corriendo por su boca cuando la golpearon. No se movió de detrás de la cortina, no por miedo, no porque lo supiera todo; solo quería recordar. Y ahora recuerda y también sabe, por eso llora mientras toma el mango del paraguas y piensa que la lluvia es inevitable, porque el aire huele a tierra húmeda y piensa que ese agua va a penetrar en la tumba de su abuela y va a mojar su cuerpo reciente, y piensa también en la tarde, igual de gris en la memoria, en que alguien de la escuela le dijo que su madre era una mujer mala y tuvo que romperle la cara a puñetazos y el regaño de su madre mientras él le explicaba y la expresión de su padre mientras apretaba fuertemente la muleta. Eso fue un tiempo antes de separarse, pensaba, cuando su padre comenzó a tomar con más frecuencia y ya le habían amputado los dedos del pie. Tenía unos cinco años y aún no entendía muy bien qué era la Diabetes mellitus, pero le sonaba a algo desagradable, como los monstruos reptantes de sus pesadillas. Una noche, antes de la separación, el padre llegó a la casa y tocó muy duro a la puerta, la madre le gritó que abriera con sus llaves, pero él siguió golpeando con el puño. Iba a decir algo cuando le abrieron, pero tropezó con el primer escalón y casi cae de bruces al interior de la casa. Al hijo le dio gracia, pues le recordó los muñes de la tarde, un tipo llega y la coge con el bueno de los muñes y lo persigue por toda la pantalla y se hincha de ira y sigue corriendo y se cae y los ojos se les llenan de venas rojas como los ojos del padre, y el niño no puede evitar reírse y entonces el padre lo ve y lo insulta y sus ojos se vuelven aún más rojos y grandes y desde entonces el hijo tiene miedo de mirarlos y cada vez que el padre lo mira así él cambia la vista, como la vez en que le dijo a la madre que la había defendido en la escuela porque todos decían que era mala y la vez que el padre lo descubrió espiando tras las cortinas para recordar o como ahora en que él miraba al padre y lo veía por primera vez viejo y cansado, una mano sobre la muleta inseparable, la otra intentando partir una rama seca de sauce; era un viejo sauce que se hallaba al final de la fila de árboles y que estaba muerto desde hacía tanto tiempo que nadie recuerda si alguna vez tuvo vida. El padre miraba ahora la rama marchita, sin detenerse, como arrastrado por la multitud. A quién se le ocurre tener un árbol seco en medio del cementerio, se decía mientras golpeaba instintivamente con la rama las tumbas a su paso e iba leyendo nombres y fechas por puro divertimento. Siempre le gustó leer las lápidas de los sepulcros, siempre buscar, por ejemplo, quién era el más joven de los muertos, quiénes murieron el mismo día, quién fue el último en morir, pero siempre sin detenerse demasiado, siempre por azar, como la vida, pensaba. Así estuvo hasta que pasó frente a la tumba de su padre; no se detuvo tampoco en ella, pero dejó de golpear. 30 de noviembre de 1932-1 de octubre de 2010; no era el más joven, tampoco era el último cadáver (el último cadáver era su madre), solo pensó que la tumba era hermosa y que sus padre pidieron ser enterrados juntos. Pero no tenía dinero para alquilar algo tan lujoso y entonces pensó, mientras dejaba atrás la tumba de su padre, en el día en que este le gritó que no tendría dinero siquiera para morirse, que todo se lo bebía, que no le importaba nada y recordó también cuánto se rió cuando le dijo al padre que para qué quería dinero cuando se muriera si ellos, sus padres, le pagarían todo. Ahora recordaba esas cosas y se decía que debió ser de ese modo, como siempre lo supuso, morir antes que sus padres, borracho y feliz, como siempre decía, porque es mejor vivir tres años como uno quiere que vivir toda la vida jodido por una enfermedad de *****. Pero ahora estoy aquí, todavía me queda mucha vida, se decía sin demasiada convicción mientras miraba todo a su alrededor porque, en el fondo, pensaba que estas cosas las verían otros nuevamente, no él, en el próximo entierro, y miró entonces las tumbas, unas tenían cruces o angelotes, otras, pequeñas piedras o fotos o búcaros con flores; la tierra estaba húmeda e imaginó su cuerpo descomponiéndose bajo ella, siendo devorado lentamente hasta ser solo huesos pulidos y recreó en su mente el momento en que su hijo exhumara sus restos e imaginó los rostros, entre sorprendidos e irónicos, de los sepultureros cuando no encuentren los pequeños huesos de su pie derecho y a su hijo, tan inútil como siempre, sin saber qué hacer con tanto hueso y mirando a los sepultureros para que le expliquen todo; así pensaba mientras llegaba a la puerta del cementerio y miraba a su hijo que aún no había abierto el paraguas a pesar de que ya las gotas de lluvia se habían vuelto más frecuentes, y creyó ver que el muchacho lo miraba con odio. Pero no, no era odio, sino miedo, porque ahora, pensaba el hijo, sin los abuelos que lo protegieran y que sustentaran la casa, todo se había jodido. Y pensó entonces en irse para siempre, pero a dónde si no tenía a dónde ir y tal vez el padre después de todo lo perdonara, si es que acaso él tenía culpa de algo y, tal vez, ahora que eran solo ellos dos en la casa, que no había nadie más con quién conversar o discutir o vivir, tal vez ahora lo aceptara, porque era momento de consuelos o de pensar o de algo, se decía, al menos un tiempo las cosas han de ser tolerables, hasta que yo pueda mantener la casa, eso, o hasta que él entienda que solo quedamos nosotros, o hasta que yo piense mejor los cosas, que ahora la muerte no me deja pensar como es debido, o hasta que algo pase, o hasta que él se muera, se decía mientras caminaba fuera del cementerio y este último pensamiento lo asustó y le hizo sentir un escalofrío a través de todo el cuerpo que ahora, entremezclado con la lluvia que caía decidida sobre todo, se hacía más intenso. Entonces abrió el paraguas. Todos comenzaron a dispersarse impelidos por el aguacero, buscaban refugio en los autos que aguardaban en la carretera, subían y se hacían borrosos tras los cristales mojados. Entonces vio acercarse a su padre y ambos se guarnecieron bajo el paraguas. El padre abrió la puerta del auto de alquiler y el chofer lo miró con cierta incomodidad pues estaba todo mojado. Ambos fingieron no percatarse de ello, subieron al asiento trasero. A la casa, dijeron a dúo. 

Betelgeuse
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:12:28 pm
El pájaro


Aquel 12 de abril mis primos celebraban su veinticinco aniversario de bodas. Habían congregado a la familia en su bonita casa de piedra, situada en un pueblo de la serranía conquense. Nos reunimos todos en el jardín, donde iba a tener lugar la comida, servida por un afamado restaurante de la zona.
Mi prima estaba realmente guapa, con su vestido blanco de lino, y su marido, , la miraba con satisfacción. Ella tenía una tienda art déco y él era abogado de una asesoría jurídica de renombre, que trabajaba fundamentalmente con inmobiliarias. Les iba bastante bien. Hace dos años sucedió un percance que nos hizo temer por su matrimonio, e incluso llegamos a pensar que esta celebración, en la que estábamos ahora todos volcados, no sucedería nunca.
Norberto, mi primo político, había tenido un affaire sentimental con una chica eslovena, que trabajaba en la asesoría como intérprete de ruso e italiano. Esto, obviamente, supuso un revés casi definitivo para mi prima, que siempre imaginó que su matrimonio estaba vedado a cualquier contratiempo. Sin embargo, lo hablaron y, al parecer, llegaron a la conclusión de que no merecía la pena desperdiciar los buenos tiempos pasados por una eventualidad. La eventualidad, pues, desapareció de sus vidas y las aguas volvieron a su cauce.
Mis primos se casaron cuando ambos tenían veinte años y, desde luego, no debe de ser nada fácil mantenerse en lo alto de la ola durante tanto tiempo. Yo los había tratado mucho, desde el principio de su relación, aunque en la época en que sucedió aquello, nos veíamos con menos frecuencia. Cada uno tenía su casa y sus cosas. Yo vivía en Madrid y, aunque no me había casado, me mantenía  ocupada con mi vida social y cambiando de pareja, aproximadamente, cada año y medio. Era el tope que mi corazón aguantaba ocupado con una misma persona. Esto también me había distanciado de Eva, quien me recriminaba mi superficialidad. Supongo que en el fondo lo que le molestaba era mi falta de compromiso, tan exacerbada en su caso. Cuando en alguna ocasión lográbamos hablar de ello, yo le afirmaba que me parecía más honesta esa actitud que la de muchos matrimonios, que se la pegan el uno al otro en cuanto tienen ocasión. Eva, entonces, parecía escandalizarse y me respondía que de ningún modo tenía que ser así. Yo la tachaba de ingenua, hasta que acabábamos cambiando de conversación. Pero en el siguiente tema, pretendidamente neutro, que escogíamos para seguir hablando, el enfado permanecía incólume en nuestras cabezas.
Pasado el tiempo, cuando conocí lo que había sucedido, nunca le reproché nada ni llegué a mencionarlo siquiera. Sólo una vez pensé que quería hablar abiertamente de ello, pero enseguida me di cuenta de que lo que intentaba en realidad era conocer hasta qué punto sabía yo lo ocurrido y si Norberto me había contado algo que ella pudiera desconocer. La familia se preocupó bastante; todos barajaban diversas causas, buscando aportar posibles soluciones, y mi tía enfermó de veras de tanto predecir las consecuencias que tendría una separación sobre el niño y, un poco también, sobre el patrimonio familiar, como solía denominar a cuanto tenía que ver con su hija. Pasamos unas semanas de incertidumbre hasta que todo pareció reconducirse a la normalidad, e incluso hicieron planes que relataban con un entusiasmo desconocido para quienes, sin embargo, nos felicitamos por el buen sentido que ambos habían inferido a sus vidas. Y aquí estábamos, celebrando nada menos que veinticinco años de feliz unión, porque ¿quién no tiene algo que le gustaría borrar de su vida, algo que, paradójicamente, la hace aún más irrenunciable que cuando se presentaba como impoluta?
Habían tenido un único hijo, que acababa de cumplir diez años y que se llamaba como su padre, aunque todos le decíamos Berto, precisamente para diferenciarlo de él.  Mi tía estaba orgullosa de que sólo hubieran tenido uno y así  no escatimarle nada de lo que ella consideraba importante. Yo creo, sin embargo, que seguía temiendo una posible repercusión de algo más grande en sus vidas.
Estábamos terminando el postre y mi primo nos convocó haciendo sonar la copa de champaña con su cucharilla.
Vamos a ver, familia, ¿de cuántos coches disponemos? Suficientes ¿verdad? He pensado que podíamos subir a T.  que en primavera está precioso.
Mis tíos objetaron que no les gustaba conducir de vuelta a casa de noche. Otros de mis primos adujeron directamente que tenían que regresar a Madrid. El caso es que sólo quedamos los celebrantes, sus hermanos y yo. Me dijeron que, en vez de llevar yo mi coche, fuera en el suyo, así le haría compañía a Berto. Accedí de inmediato, si algo no me apetecía en aquel momento, era conducir.
Montamos en el Audi, ellos dos delante y nosotros en el asiento trasero. Cuando ya habíamos empezado la marcha, un golpe seco nos hizo mirar hacia el cristal. El espectáculo no era bonito, por lo que me lancé a tapar, todo lo rápido que pude, los ojos del niño. Un magnífico Martín pescador de plumas doradas y cabeza azul, se había estrellado contra el cristal y permanecía enganchado por el parabrisas. La impresión al contemplar sus ojillos mirando hacia nosotros, hizo que mi primo detuviese el coche y bajara para quitarlo de nuestra vista. No obstante, un manchurrón de sangre dejaba  recordatorio de lo sucedido. Norberto nos instó a que bajásemos también. Le dijo a su mujer que lo llevaba de vuelta al garaje y que iríamos en el todoterreno, que sólo él usaba para ir de pesca con los vecinos o amigos.
Estas cosas son de mal agüero y no quiero que Berto tenga presente al dichoso pájaro.
Eva no se mostró condescendiente. Eso es superstición, a Berto se le pasará. Creí oír que añadía por lo bajo como a mí. Sin embargo, mi primo no cedió y nos quedamos allí, esperando. Yo, mientras, intentaba entretener al niño, que preguntaba qué clase de bicho era. Seguro que tenía familia y, ahora, su padre ya no está. Aquello me sonó a conversaciones largas y tediosas y a veces encrespadas que él mismo había tenido que escuchar tiempo atrás, en su casa. Para ganar tiempo, le hice recoger un ramillete de margaritas que ofreció a su madre, hasta que su padre llegó  con el todoterreno imponiéndose a la carretera. A Eva, este coche no le gustaba, le parecía que iba subida en un trono y ella, a pesar de su bonita casa de campo, prefería las cosas que tenían que ver con la ciudad.
Todo parecía volver a la calma cuando Berto, en mitad de una curva, vomitó un poco de comida. Yo me había dejado el bolso en casa de Eva y a ella se le habían olvidado los kleenex.
Mira en la guantera. Le indicó su marido.
Eva la abrió y se puso a revolver. Parece mentira, un sitio tan chico y no se encuentra nada. Cómo se nota que este trasto sólo lo manejas tú. Le recriminó de forma cariñosa. Norberto permanecía absorto en la carretera, mientras Eva seguía revolviendo. De repente paró, se giró hacia su marido y luego hacia mí. Vi que en la mano llevaba algo más grande que un pañuelo de papel. Había estado doblado en dos, pero Eva lo mantenía extendido con el dedo índice. Apenas podía yo distinguir su contenido, pero, sin duda, se trataba de una carta escrita con letra menuda, seguramente de mujer.
No me lo puedo creer, repetía para sí mi prima. ¿De cuándo es esto, Nor? Qué hábil no haberle puesto fecha.
Mi primo seguía la dirección de la carretera con los ojos fijos en algún punto preciso, y, sin embargo, pienso que no veía nada de lo que parecía mirar.
¡Nor! Gritó mi prima. ¡Para, para de una vez! Incluso intentó agarrarle el brazo, pero él se soltó dando un tirón.
Por favor, está Berto… Apelé yo sin tener un criterio cierto de si debía intervenir o no. Eva se volvió y con una media sonrisa murmuró No creo que le importe eso mucho, ni ahora ni antes. Sin que hubiese terminado la última palabra, Norberto frenó de golpe. El niño y yo dimos un bote que nos descolocó, echándome encima de él, pero no protestó ni yo dije nada. Los cuatro nos quedamos mudos. No obstante, la más intimidada parecía ser mi prima.
Vamos a dejar esto ahora, susurró apenas, dejémoslo para luego.
Tú lo has empezado y ahora lo vamos a acabar. ¿Que está tu prima y el niño? Tú lo has dicho  ¿qué importa?.
Reaccioné. Cogí a Berto de la mano, aunque ya era casi tan alto como yo, y nos bajamos del coche. Le acerqué al mirador de la carretera y, en la curva de abajo, me pareció divisar el coche del hermano de Norberto. Cuando casi llegó a donde estábamos, le hice señas con los brazos extendidos hasta que se detuvo.
Creíamos que ya estaríais en T. Nosotros hemos tardado en salir. Explicó ella.
¿Podemos ir con vosotros? Pregunté a través de la ventanilla, a la vez que abría la puerta trasera. Metí a Berto y luego entré yo.
¿Problemas con el coche? Si queréis, podemos esperar todos juntos a que llegue la grúa. Continuó diciendo.
No, déjalos. Y, acercándome a ellos, desde el asiento de atrás, imposté un tono confidencial más grave, después de veinticinco años, tienen derecho a un poco de intimidad ¿No creéis?

Edulis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:15:41 pm
Reversión



No es cierto que al final del túnel se vea una luz blanca, de hecho, cuando caes, no da tiempo a ver nada, si acaso la cornisa disminuyendo de tamaño cada vez más y eso si caes de espaldas.
Mientras caes, no da tiempo a que pase toda tu vida por delante. No en mi caso, que eran sólo cuatro pisos. Yo no digo que no suceda si se hace desde un rascacielos; desde allí seguro que hasta se puede planear un poco y ralentizar la caída para que los recuerdos hagan acto de presencia y tengan tiempo de pasar por completo.
Creo que el peor momento es el instante preciso en que el pié está todavía sobre algo estable pero notas que el centro de gravedad de tu cuerpo está ya sobre el vacío, es decir, cuando el cuerpo entra en desequilibrio. Justo ahí sabes que ya no hay vuelta atrás, a menos que aparezca Superman y te salve; o Batman, o Spiderman. Me da igual, no tengo preferencias.
Desde que te decides a hacerlo, hasta que te subes al antepecho de la terraza puede pasar una hora, o veinticuatro; incluso días. En ese intervalo de tiempo es cuando, de verdad, se pierde la noción del tiempo... y sí, todos los recuerdos de tu vida se empeñan en desfilar por delante de ti. No resulta nada agradable porque el sentimiento de culpa, junto con la depresión, oprime tanto el pecho que parece que el corazón se te vaya a parar, o a estallar; eso depende de caracteres. Ustedes ya saben a lo que me refiero... ¿A quién no le han roto alguna vez el corazón? ¡Pues a mí ya no me lo van a romper nunca más!
Todavía recuerdo como la cena había sido tan agradable como inesperada. Tan sólo el postre me sentó mal: un “te dejo” suave y frío como una Mouse de chocolate. No sólo me dejó con el corazón roto en mil pedazos, también con la cuenta y allí tirado, en el centro del restaurante, sojuzgado por todas aquellas miradas extrañas e inquisidoras. Solo, me dejó solo.
Ahora sé que nunca debí atender aquella llamada. A las once de la noche, los teléfonos no dan más que malas noticias.

Saluditero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:18:30 pm
Una plegaria de fuego


¿Por cuánto dinero estarías dispuesto a morir? ¿Qué valor le asignarías, usando números y cifras exactas, a tu existencia en este mundo? Si respondes «ninguna», no me será difícil demostrar que mientes, aunque puedo entender por qué lo piensas. Al fin y al cabo, el dinero no sirve de nada a los muertos. Sólo en vida éste podría tener algún valor, ¿no es así? ¿No está acaso escrito en la Biblia de Occidente «de qué le sirve a un hombre ganar el mundo, si pierde su alma»?

Aún así, te repito que estás equivocado. Tu existencia probablemente tiene un precio, sólo que no lo conoces. Algún día conocerás las condiciones necesarias para que tal transacción sea tan concebible como posible. No sólo te transformarás en un producto, sino que tu valor será menor del que hubieras imaginado.

¿Sigues dudando? Imagina un escenario donde sacrificarte a ti mismo por alguna suma necesaria para salvar a un ser querido o, para financiar una noble causa de ser imprescindible para la misma. Perfectamente argumentarás que no lo harías por el dinero, sino por el ser querido o la noble causa. Esto es sólo un juego de palabras.

Al final, al elegir morir por una cantidad, has puesto precio a tu vida. Es paradójico, pues jamás disfrutarás de los beneficios adquiridos, pues no te servirán a dónde vas. Pero aún así mueres por una cifra: unos números en papel que otros podrán aprovechar. Puedes consolarte, al menos, con el pensamiento de que semejante suma habría de ser grandiosa porque tu vida es incuantificable, así que el número habría de tender a infinito.

Siempre tendrás una alternativa, se diría, si la cifra es lo bastante pequeña, de conseguirla por otros medios. Podrás vivir con la fantasía de que eres, para fines prácticos, imposible de comprar que, excepto en situaciones extremas, escenarios hipotéticos creados sólo para probar lo erróneo de tu convicción, jamás venderías tu propia existencia por una cifra que pudieses adquirir en vida.

Sólo puedo decirte a ti, a ese ser que se considera de valor incalculable, a ese ser que no puede ser comprado, a ese ser que trasciende lo material, que le envidio. Le envidio terriblemente pues, hoy me ha tocado ver que mi precio será el de sólo unos pocos dinares.*

No creas que me he vendido sólo por el valor de las monedas en sí mismas. Como tú, tengo una excusa que lo justifica, pero bien sé que el resultado sigue siendo el mismo. En retrospectiva, me será fácil entender que la suma por la que voy a morir es realmente miserable y que, en retrospectiva, no valdrá la pena. Si las condiciones fuesen otras, sin duda haría el doble en menos de una jornada laboral. Aun ahora, si mi muerte no fuese ya inevitable, obtendría una cantidad comprable al cabo de unas pocas semanas.

N. del T.:
* Con dinar aquí se refiere al dinar tunecino, la moneda oficial de Túnez.



Pero el destino ha determinado el precio de mi vida. Ahora ya no puedo sino morir por menos del valor de unos pocos instrumentos de medida, y esto por mi propia elección. Habrás de preguntarte ¿Por qué no elegí vivir? ¿Por qué sacrificarlo todo por tan baja cantidad? Pues para que puedas entenderlo, tú y todos los demás, mi madre y mi hermana, he de explicar aquí mi razón.

Cuando era niño, se me dijo que Alá tenía un plan para todos nosotros, mi destino ya estaba escrito. Soñé con grandes logros y con realizar grandes hazañas y me dije: si Él había puesto esta ambición en mí, necesariamente es porque había ya estado destinado a satisfacerlas. Supuse que era un siervo devoto y me sometía a su voluntad, se llevaría a cabo el plan celestial y yo obtendría lo que había estado predispuesto a desear.

Por esto jamás entendí la naturaleza del Du'a**. ¿Qué se le puede pedir al Ser Supremo más que se cumpla su voluntad?. Si su plan es perfecto, ¿habría acaso algún sentido en pedir que lo altere porque en nuestra perspectiva imperfecta nos encontramos insatisfechos? El acto de la súplica me pareció vano y arrogante.

Pero a medida que fui creciendo para ver mis sueños disolverse y desaparecer, me encontré, una y otra vez, suplicando. Cada vez que sufría una injusticia, cada vez que se hacía evidente que mi destino glorioso era una mera ilusión infantil, cada vez que la realidad destrozaba mis esperanzas, supliqué. A pesar de las contradicciones, supliqué, a pesar del absurdo, supliqué. Me pregunté una y mil veces qué clase de plan habría de ser éste si permite que nazca un ser como yo, de infinitas ambiciones, sólo para que pudiera verlas destrozadas una y mil veces. Si Dios hubiese querido que pasase mi vida en humillación, ¿por qué no me había hecho un mediocre? ¿Por qué habría puesto en mí los deseos de volar a los cielos cuando mi destino era el arrastrarme entre la mugre y el fango?

Le supliqué, le supliqué que cambiara mi destino. Le supliqué que me devolviese mi dignidad, a pesar de que era evidente que estaba escrito que habría de vivir mi vida en las sombras y en la miseria, siendo el hazmerreir de mí ciudad, tolerando las infamias de aquellos a quien Alá mismo le otorgaba poder sobre mí.

La última, la más terrible, fue aquella que ocurrió en la mañana de hoy. Por haber pedido un préstamo para adquirir mercancía, fui incapaz de pagar el rshuä*** a los oficiales que constantemente nos acosaban. Tumbaron mi puesto, se llevaron mis balanzas, me abofetearon, me escupieron e insultaron a mi difunto padre.



N. del T.:
** El Du'a es una oración que consiste, en la tradición musulmana, en suplicar ayuda a Alá. Se diferencia de la oración ritual (Salat) en que la primera es una oración personal que apela directamente a una relación entre lo humano y lo divino.
*** Soborno semanal



Fue allí cuando finalmente lo entendí. Derrumbado en el piso ante las mofas las burlas de los agentes del gobierno me di cuenta que todas mis acciones hasta hoy habían sido Du'as. El hecho de que tratase de montar un negocio, de tratar de enviar a mis hermanas a la universidad, de tratar de honrar el nombre de mi familia, de ser más que un mediocre y un vagabundo, eran todas plegarias. Estas plegarias no estaban hechas de palabras, sino de acciones, pero el fin era el mismo. Eran súplicas para que mi destino cambiase. Eran ruegos miserables de alguien que pensó que, si se había de trabajar duro, de realizar un esfuerzo imposible, un milagro habría de suceder y lo que ya estaba escrito podía alterarse.

También me di cuenta de que todas las acciones humanas eran plegarias. Todos nuestros actos son medios para buscar aquello que deseamos, a pesar de que sabemos bien que el hecho de que si se nos dará o no estaba escrito incluso antes de nacer. Todo lo que hacemos lo hacemos en nuestro vano intento de que Dios cambie su plan divino, un acto de rebelión contra la perfección universal y además, una súplica vana. Muy vana, y lo sabemos bien, pero no podemos evitarlo. Aunque es absurdo, no podemos evitar rezar. Aunque es un pecado, no podemos evitar pedir.

Así que, en función de esto, ahora voy a hacer mi última plegaria. El Gobernador ha rechazado verme, se han negado a devolver mis balanzas. Sé que es Dios mismo negándome mi petición y pidiendo que cumpla mi destino de vivir en la humillación y la miseria. He amenazado con quemarme vivo si no se me atendía. Ahora he de cumplir con mi palabra.

Me han dicho los sacerdotes que si Dios no responde al rezo, es porque no se le ha pedido suficiente. Que el tiempo de súplica no ha terminado. Que quizás no oré con suficiente fuerza.

Pues si es así, ahora haré la mayor de las oraciones. Me inmolaré a mí mismo y así mis llamas elevarán mis cenizas hasta el cielo. Allí, entregaré mis pegarías personalmente. Miraré al rostro de Alá y suplicaré por última vez: «Dios, ten piedad».

Como ves, en perspectiva, moriré por sólo doscientos dólares, por el cambio de tu bolsillo. Pero también espero que veas que el dinero no fue importante por sí mismo. Que en realidad mi razón para morir es para realizar una plegaria. Que muero para rogar no volver a ser humillado jamás. Muero para pedirle a Alá, en Su infinita misericordia, que se apiade de mí y que apague el fuego de mi ambición y el de mi orgullo. Que me deje descansar. Que me dé en mi último instante lo que siempre me negó, un ápice de dignidad humana. Que me deje ser, al menos justo antes de morir, lo que Él me hizo creer que siempre sería: alguien digno de Su atención.

Es poco importante que existan otros caminos. Es irrelevante que me pidan seguir viviendo, pues tanto mi vida como mi muerte serán al final lo mismo: una plegaria a Dios. Dará igual si la hago a través de una vida larga y tortuosa, o aquí, con el fuego. Dará igual porque todo está escrito, porque todo es perfecto. Dará igual porque aunque sé que es así, lucharía para cambiarlo. Daría igual, porque aunque lo sé inútil, me encuentro una y otra vez alzando una plegaria que nunca acaba de terminar. ***

N. del T.:
*** Mohamed Bouazizi fue un joven tunecino, vendedor ambulante, que se suicidó quemándose públicamente en protesta por las condiciones económicas y el trato recibido por la policía. Su inmolación desató la revuelta popular de 2010 y 2011, que provocó la huida del dictador Zine El Abidine Ben Alí e inició la serie de rebeliones en el Medio Oriente que luego se dieron a conocer como la «Primavera Árabe».

Carlos Antonio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:19:49 pm
Licor de lava


-   ¡Silencio señores!

La inmensidad de la sala bullía en rumores que habían llegado a anegar la atmósfera de la descomunal cúpula, como si una superposición de letanías se agolpase sobre la Asamblea. Murmullos superpuestos jugueteando con los átomos del aire en vibración, en frentes de olas que rompían contra las paredes curvas de aquel inmenso edificio esférico. Lo que, en un principio, fue un zumbido susurrante, habíase erguido sobre las cabezas de los reunidos como un ruido estridente.

-   ¡Por favor señores! ¡Guarden silencio!

La voz atronadora, surgida desde la mesa central, había conseguido parar la embestida del bullicio y aplacar aquel bochinche sonoro, que comenzó a remitir como si se fuese congelando y, al sublimarse, se hundiese y terminara por desaparecer.

-   Gracias. Tiene la palabra Eutemia Estela, representante de la Provincia Solar Ulterior. Ella expondrá los motivos de la acusación.

El murmullo volvió a crecer mientras aparecía en la pantalla de la sala la imagen de Eutemia, incorporándose de su escaño, entre la multitud. Pulsó uno de los botones del panel de su mesa. Carraspeó. Su piel bronceada brillaba en el sudor de la tensión. Extendió algunos documentos sobre su mesa.

-   Muchas gracias – su voz sonaba lejana al amplificarse, suspendida en un eco profundo. Esperó a que el silencio regresara.

“Señoras y señores Cónsules Federales. Señoras y señores representantes de las Provincias, Colonias, Pueblos y Territorios de la Federación de Mundos Estelares. En las últimas décadas se ha puesto de moda, en todas las sociedades de los Mundos Estelares, el consumo de una nueva bebida denominada “licor de lava”. Es tal el furor que muy pocos son los que se resisten a este elixir. Su consumo fue aprobado por la Comisión Federal de Alimentación Humana, tras un exhaustivo análisis del producto, cuyo informe obra en su poder. Sin embargo no realizaron las verificaciones oportunas sobre su composición, sino que se arrogaron a los intereses de la empresa Human Food Corporation, fabricante del licor, manteniéndola en estricto secreto, pese al compromiso adquirido por ésta con el Consulado. Los científicos no se percataron de cual era la sustancia base y no alcanzo a comprender cómo es que algo tan obvio no se tomó en consideración. Señores, no quiero sospechar de una omisión deliberada de información motivada por algún tipo de oscura prebenda. Aunque podría describir algunos acontecimientos que confirmarían la existencia de una red de corrupción en la que estarían involucrados altos dignatarios de la república sobre los cuales hay abierta una investigación, por un su presunto enriquecimiento personal usando el poder de sus cargos, y cuyos nombres callo por decoro, voy a centrarme sólo en el problema que nos ocupa, el “licor de lava”.

Pero antes de desvelar su composición exacta, en la que se fundamenta nuestra acusación de atentado contra la humanidad, para que sus señorías juzguen este caso, vale la pena mostrar algunas de las consecuencias que se han derivado de su consumo.

El licor de lava, tiene un volumen de alcohol muy bajo, de un 0,2% del total del líquido. Siendo tan bajo, puede ser injerido por los niños. Tampoco contiene substancia alucinógena, ni psicotrópica alguna. Sin embargo, crea adicción. Billones de humanos tragan inmensas cantidades de “licor de lava” al día, alcanzando un consumo sin parangón en la historia humana, instigados por una campaña publicitaria que ha copado todos los sistemas de información y comunicación de la galaxia. Su alto poder alimenticio ha permitido que sustituya a otros productos y es un hecho que muchos ciudadanos son licor-lavófagos exclusivamente. Me consta que algunos de los presentes en esta asamblea sólo se alimentan ya de este brebaje. Esto ha tomado un cariz preocupante al convertirse en un elemento estratégico para las sociedades humanas, que han de utilizar ingentes recursos para abastecer a la creciente demanda de la población, ante el infausto peligro de los estallidos de desórdenes y de violencia colectiva. Los sucesos acaecidos recientemente en algunos planetas de las provincias itálicas dan muestra del riesgo que se corre cuando falla la distribución. Los asaltos a las naves de la Human Food Corporation en algunos Puertos Estelares, los enfrentamientos de la población por el preciado líquido, que han dado lugar a la intervención de las Legiones Coloniales, los actos de saqueo y pillaje en tantos planetas en los últimos tiempos, han hecho inútil toda la caterva de leyes que se han promulgado para la defensa de los ciudadanos de nuestra república. Como modo de contrarrestar estos desmanes y asegurar el orden social, acaba de presentarse la lúcida propuesta, ante esta Asamblea, sobre la forma de asegurar la distribución, calificando a esta poción como “vital”, comparándola con la misma agua, y aceptando como inevitables los desmesurados beneficios de la empresa monopolizadora del “licor de lava”, aunque sé que existen tendencias a la explotación federal de la producción, con ambiciosos proyectos de distribución y venta, como si este problema sólo fuese de carácter técnico, cuando lo cierto es que atañe a todas las conciencias humanas.

¡Señores! ¡Abran los ojos! ¡El “licor de lava” es una espeluznante bebida! La  consistencia espesa del propio líquido parece que ha obstruido su capacidad de raciocinio y ha obnubilado sus cerebros. ¿No se han preguntado por qué tiene tan alto valor nutritivo? El “licor de lava”, según ha definido la Comisión es un “líquido con células de distinto tipo en suspensión” ¿Acaso nadie, de los aquí presentes,  ha reparado en su composición? ¡Pues les ruego que abran sus expedientes y presten atención al informe de la Comisión! Vean ustedes que el líquido tiene como base al agua con una pequeña porción de azúcar y alcohol. El resto de elementos que componen el “licor de lava”  (proteínas, oligoelementos, nutrientes de diversa índole, etc., junto a una substancia que le da el famoso color encarnado, y cuyo nombre es hemoglobina) se encuentran dentro de tres tipos fundamentales de células que, en suspensión, forman una especie de salsa espesa. Observen los nombres de estas células: plaquetas, leucocitos y hematíes y adviertan que la cadena de ADN de estas células es idéntica al ADN humano. ¡¡Señores!! ¡¡Esto es sangre humana!!”.

Artemio de Hactara
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:21:38 pm
Blues a for red planet


De pronto, ante el aparato apareció una empinada pendiente, arrojándolo hacia un amplio valle. Muy lejos, en la Tierra, grandes pantallas mostraban el avance del vehículo explorador de la superficie marciana. La sonda Spirit resbalaba entre los guijarros de una larga ladera. Era de noche y las cámaras de reconocimiento recogían información, incansables. Las ruedas de la sonda giraron sin encontrar agarre. Tumbos y rebotes en baja gravedad. Simultáneamente Fobos, la veloz luna retrógrada, ascendió por el poniente. Los técnicos de la NASA sólo podía esperar que el robot, finalmente, no terminara dentro de una zanja volteado y roto.
Cuando amaneció, los humanos comprendieron haber salvado la dura prueba: el aparato seguía intacto, funcionando y la mañana se había llevado los temores de la caída. Un preciso auto-diagnóstico, indicó que prevalecía un estado óptimo en todos los servo-sistemas electrónicos del aparato, que yacía dentro del lecho seco de un arrollo que se había evaporado millones de años atrás.
En la Tierra, un sujeto alto e inexpresivo, dominaba la sala de control en California, ordenando a ingenieros, técnicos y asistentes: «confirmen operatividad de la sonda», era la frase que repetía. Una mujer, recalibrando los escáneres de largo alcance dijo: «Todo parece estar bien».
El Spirit retomó su camino, subiendo a una meseta, enviando hacia el mundo-origen, imágenes digitalizadas del páramo alienígena.
Spirit despertaba en sus creadores la primordial sensación de belleza, de hermosura espiritualmente percibida, gozada por el entendimiento de lo extraordinario; belleza cuya conciencia, en tales lejanías, se transformaba en orgullo de los hombres. Mil veces sesenta mil era la distancia en kilómetros entre Spirit y sus terráqueos constructores.
En el astro verde-azul de agua y gente, la fecha era noviembre de 2007.
Pero tan sólo si hubieran estado más atentos, más curiosos.
Marte, ahogado y reseco, es naturaleza apagada de fósiles ocultos. Cráteres abiertos entre cerros ocres. La sonda, artilugio de los vivos, buscaba, infatigable, señales de la posible presencia de agua en el pasado remoto, y de cómo pudo influir sobre el ambiente del planeta rojo. La cámara principal registró una imagen panorámica, la procesó y envió a los ansiosos científicos. Luego, un grupo de analistas la revisarían con detalle, sin encontrar algo inusual. Cuando la imagen pasó al dominio público, unos astrónomos aficionados la inspeccionaron cuidadosamente, ávidos. Uno de ellos, inesperadamente, levantó una exclamación con voz aguda: «¡Aquí hay algo raro, véanla!». Alguien más le hizo coro, diciendo: «En efecto, ahí hay algo fuera de lugar».
En la imagen aparecía una extraña figura, semejante a una persona. En los yermos terrenos inhóspitos de Marte, una forma muy parecida a la sirena colocada sobre una roca a la entrada del puerto de Copenhague, parecía encantar a todos los navegantes del ciberespacio.
Todos decían: «parece una mujer sentada en una roca, levantando su brazo derecho».
«¡Es un marciano, un marciano!», afirmaban los necesitados de un milagro extraterrestre.
Durante semanas la expectativa mundial inundó los corazones. «¡La foto de un ser de otro mundo!»
«¡Existen hermanos nuestros en el cosmos!»
«¡No estamos solos!»
Pero algunos vieron esto con buen humor, conmovidos por la ingenuidad de las personas. «No, no hay tal marciano, entiendan, sólo es un caprichoso objeto creado por la erosión del viento, es una simple ilusión óptica, nada más», alegaron los sabios, acallando la inquietud de los demás.
Pero tan sólo si hubieran estado más atentos, más curiosos.
El Spirit continuó, aportando valiosos datos científicos, alejándose poco a poco de la meseta, dejando atrás la misteriosa roca.
La arcaica escultura con forma de sirena quedó abandonada, volviendo a ser cubierta por las dunas errantes, enterrada para siempre. Era la antigua representación, en durísima roca cincelada, del cuerpo de una antigua habitante del planeta. Hace mucho tiempo floreció una grandiosa civilización en el cuarto mundo del sol. En ese tiempo casi todo estuvo cubierto por las aguas, otorgando vida y prosperidad a una refinada raza de seres acuáticos. Grandes edificaciones, de finísima construcción, se erigieron sobre el fondo marino.
Hoy, sedimentados por centenas los milenios, quedan sepultadas algunas columnas con profusa decoración al lado de muros con vanos. Por debajo de la superficie, entre piedras y arcilla, arruinadas molduras alguna vez enmarcaron arcadas cuya ornamentación fue un revestimiento de losetas multicolores. Los restos de un arco exterior de botarel, yacen aplastados por el peso de una enorme bóveda que coronó el majestuoso templo de Sh´lejjh, ahí donde fue centro de toda sabiduría y conocimiento de la primera raza inteligente del Sistema Solar: Seres magníficos con apariencia de sirenas y tritones. Un pueblo sublime, pero condenado a desaparecer de la historia cósmica. Hace eones, Marte perdió su agua y atmósfera, pereciendo todo ser.
El mundo de los Ma'adim, transformado en una roja esfera, desolada y fría. De ellos sólo queda agua seca callada en la memoria.
Aquella escultura, con forma de sirena, era el único resto arqueológico aún visible del maravilloso pasado. Esa roca tallada era el remate de la bóveda de Sh´lejjh, y el azar había revelado —brevemente— las estructuras de una arquitectura ajena a los hombres, astillada por eras de geología olvidada. Marte se hunde en la noche del olvido, cubriendo a sus hijos bajo arenas oxidadas. Sus huesos quedan como huellas tristes y los ojos de otros mundos nunca las leerán. La desvanecida nación del agua permanecerá desconocida eternamente para la humanidad.
Pero si tan sólo hubieran estado los terrestres más atentos, más curiosos.

Carl Sagan
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:23:18 pm
La casa de piedra de la calle empinada
       

Me prometí no volver a pasar por la casa de piedra. No quería encontrarme con los muertos. Han pasado muchos años y no he podido olvidar el impacto de aquel hallazgo en la habitación de los secretos. Yo era muy niña, y aquel descubrimiento me aterró, al punto de no atreverme a deambular sola por las distintas dependencias de la casa o cerrar los ojos por las noches. Ahora, con el poso que da el tiempo, puedo recordar con más serenidad los sentimientos que me provocaba mi hogar, mis vivencias y aquel hallazgo del que fui protagonista.
 Recuerdo que, cuando lo descubrí en mi propia casa, el impacto fue tan grande que tardé años en recuperarme, la imagen del niño se me representaba con total nitidez. Mi abuela instó a mi madre para que se decidiera a llevarme a un psicólogo. Después de varios meses de sesiones, parece que los miedos desaparecieron. O, al menos, se atenuaron y pude luchar contra aquellos fantasmas. 
Cierro los ojos y recorro con mi mente todos los rincones de aquel lugar donde nací. Allí vi a mi padre muerto y a mi madre llorarlo, allí jugué y reí, soñé y me hice mujer. 
Era una casa inmensa, con una puerta de madera vieja y descolorida por los más de cien años recibiendo la paliza del sol, flanqueada por dos ventanas pequeñas, a metro y medio del suelo. Todas las paredes estaban encaladas y, como se blanqueaban cada año, tenían un gran tomo de cal con algunos desconchones que yo me encargaba de agrandar con las uñas, aunque luego me llevara una regañina.
Pero, sin duda, lo que más me intrigaba era la habitación de los secretos, como mi hermana Sole la bautizó. La llamaba así porque siempre estaba cerrada con llave y echados los postigos de su única ventana que daba al corral, aunque, cuando se dejaban el ventanuco abierto, nos asomábamos y veíamos muchos objetos de iglesia: alguna imagen vieja de santo mutilado, flores de plástico, floreros de cobre, coronas doradas de vírgenes, vestimentas de santos en colores blanco, morado y marrón, velas de diferentes tamaños y grosores, candelabros de alpaca y bronce, manteles de altar con minuciosos bordados y puntillas, cubremanteles de lino, cuadros religiosos y muchos trastos más.

Un día comprobamos que la abuela había dejado la llave puesta, por descuido, en la cerradura de la habitación de los secretos. Sole la cogió y me la puso en la mano. Se colocó delante de la puerta y me convenció para que entráramos. Decía que a lo mejor  encontraríamos un tesoro. Apreté la llave y le dije:
―Gracias, hermanita ―le estampé un beso en la mejilla―, eres muy lista. Te dejaré entrar conmigo, pareces Periquillo sin miedo.   
Aprovechamos para entrar y recrearnos husmeando todo. En el aire se mezclaban los olores a humedad, almizcle y cera; pero lo que más se respiraba allí era un rumoroso silencio de muerte. Parecía que habíamos retrocedido en el tiempo, todo era lúgubre, antiguo. Observamos las paredes desmoronadas a causa de la humedad, grandes tinajas de barro alineadas contra una pared, adornadas con enormes telarañas y todos los cachivaches que ya conocíamos de verlos a través del ventanuco. Las sombras de las imágenes desportilladas se proyectaban con siniestras formas.
           Reparé que había una gran alacena y, colgada a su lado, la llave que vencía su cerradura. La abrí despacio, con cautela; me temblaba la mano. Nos llamó la atención una caja de madera oscura, rectangular y bastante grande. Al palparla noté que tenía pegada en el fondo una pequeña llave. La abrí y nuestros ojos quedaron clavados en aquella imagen. Nos echamos para atrás horrorizadas. Luego, picadas por la curiosidad, nos acercamos de nuevo y pudimos ver con claridad que la caja contenía la momia de un niño recién nacido. Mi hermana dio un grito de espanto y salió corriendo. Yo me quedé inmovilizada por el pánico, con la respiración helada durante un rato. Descubrí un sobre descolorido cuya punta sobresalía por debajo del niño momificado. Lo abrí. Dentro había una cuartilla amarillenta con letras desvaídas en tinta azul, casi borrosas por la secuela del tiempo y el lastre de la humedad. Me acerqué al ventanuco y leí:
 
                                       Querido e idolatrado Evaristo:
Sé que te sorprenderá mi revelación. Me decías que no ocurriría nada, pero sucedió. Nuestro amor ha dado sus frutos. Hemos tenido un hijo pero mi familia no ha permitido que viviese. Había que ocultar mi deshonra como fuera. Perdóname. No he podido hacer nada por evitarlo. Espero que vengas a buscarme cuando acabes el servicio militar. Nunca te olvidaré. 
                   Te quiere, tu Juana

No pude contener la risa. A mis once años ya entendía ciertas cosas, aunque las personas mayores nunca hablaban de ellas delante de las niñas. Cuando iba a releerla  presentí que alguien venía. Me guardé la carta en el bolsillo, eché la llave aprisa a todas las cerraduras y salí del cuarto con sigilo. La abuela Tecla se acercaba.

Mis padres, mi hermana y yo siempre habíamos vivido con la abuela y con tía Juana, una hermana solterona de mi madre. Tía Juana era gruñona, constantemente estaba gritándome “Laura no hagas eso”, “Mira cómo tienes tu cuarto”, “Eres una niña inquieta”. Nunca nos daba un beso ni nos dedicaba una sonrisa amable. Para hacerla rabiar, le decía que por gruñona no le había salido novio, y ella me tiraba un cojín o lo que tuviera a mano.
La abuela Tecla era enérgica y mandona. Y pícara. La familia había venido a menos y teníamos pocas sobras en casa. El abuelo y mi padre habían muerto y  el campo estaba en manos ajenas y daba para poco. Para sacar unas pesetas, revendía vinagre y leche a granel. Tía  Juana la ayudaba. Cuando nos traían a casa las garrafas y cántaras con los líquidos, Sole y yo asistíamos al “bautizo” del vinagre y de la leche. Con el añadido del agua, conseguían aumentar en unos litros el contenido.

Algunas tardes la abuela nos mandaba por picón para el brasero al doblado, al que se accedía por unas escaleras de pizarra. A mí me daba miedo subir sola porque estaba oscuro y  creía que se me aparecerían los muertos. En el doblado, el suelo de tabla crujía y creíamos que se quejaba de nuestras pisadas. Allí se guardaban también algunos trastos viejos. Abríamos los baúles, sacábamos los trajes antiguos y nos disfrazábamos, haciendo trabajar nuestra imaginación de pequeñas artistas del cine o el teatro.

Sin proponérmelo, vuelvo a recordar mi trauma de la urna. El día en que descubrimos al niño momificado, mi hermana Sole no pudo callarse y durante la cena espetó que habíamos visto un niño muerto dentro de la despensa, en la habitación de los secretos. La abuela la fulminó con un rayo de su mirada. Tía Juana sufrió un desmayo. Mamá no dijo nada: ella pasaba de puntillas por la casa y por la vida
           Nos mandaron a acostar sin cenar. Aunque los mayores hablaban entre dientes, agucé el oído desde la puerta de mi dormitorio y pude enterarme de que mi tía Juana, que en ese momento tenía cincuenta años, era la madre del niño de la urna. Había quedado embarazada a los diecisiete, pero de ninguna manera habría podido criarlo por ser madre soltera, ni casarse con el novio que estaba cumpliendo el servicio militar en África y era un pelanas; la familia nunca lo aceptó: decían que era poca cosa para ella. Tampoco podían deshacerse del cuerpo del bebé por temor a ser descubiertos y llevados a prisión. Acordaron embalsamarlo y guardarlo en la alacena. De este modo, la honra de Juana y de toda la familia había quedado a salvo.
El escrito de nuestra tía nunca llegó a su destino, la familia lo escondió junto con el niño, pero a ella se lo ocultaron, así como la suerte de su hijo. Nadie volvió a acordarse de la carta. Yo tampoco dije que la había encontrado.
Desde ese día, salíamos corriendo cada vez que pasábamos por delante de la habitación de los secretos, subíamos temerosas las escaleras desconchadas del doblado y las bajábamos corriendo. Teníamos pánico al niño de la urna, lo relacionábamos con las historias que nos contaban las vecinas en las noches de verano y creíamos que se nos iba a aparecer en cualquier lugar  para atacarnos.
A pesar de que nos prohibieron hablar del asunto, mi hermana, con sólo seis años, se lo contó a sus amigas, a las vecinas y a todo el que venía a visitarnos. La gente quería saber. No tuvieron más remedio que mostrar la caja con el bebé embalsamado.
Los paisanos creyeron que la aparición de la momia era un milagro y comenzaron a acudir en peregrinación a ver al niño. A los pocos días, unos le llevaban velas y flores, otros se arrodillaban y le pedían favores, algunos, rezaban y cantaban.
La abuela, mujer práctica donde las hubiera, dijo una noche: “Esto se nos ha desbordado, pero, puesto que ya no tiene remedio, vamos a sacarle provecho. Desde mañana cobraremos la voluntad a todo el que quiera ver al niño”.
Y así se hizo. Cada día acudía más gente a verlo. Levantaron un túmulo en el zaguán y siempre había algún miembro de la familia custodiando el tesoro y cobrando la voluntad, alargándoles el cestito de mimbre para que echaran el dinero. Para entonces, los medios de comunicación se habían enterado de la noticia y nuestra casa se inundó de cámaras, fotógrafos y periodistas. A todo le sacó provecho la abuela. Dijo que no se hacía nada gratis, que fotos, reportajes y entrevistas costaban dinero.
Tía Juana, tan insensible antes, se pasó dos días llorando sin despegarse de la criatura. Ni comer podía.
Nadie comprendía cómo este descubrimiento que la gente llamaba “milagro” le había afectado tanto, nadie menos yo; me sentía muy importante por
conocer su secreto. Me inspiraba compasión y ternura y cuando su mirada se encontraba con la mía, le sonreía aunque ella no comprendiera mi complicidad.
Una tarde, al quedarnos a solas, la miré fijamente a los ojos, introduje su mano en mi bolsillo y deslicé entre sus dedos la descolorida carta.

Madame Bovary
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:26:54 pm
El encuentro


En este tiempo que la carnalidad nos concede, tú serás Amapola. Me gustan los campos de amapolas cimbreándose con el aire suave de la primavera. Así nos los presentan siempre, y yo imagino su olor y la textura de sus pétalos entre mis dedos.
No dejo de mirarte. Das un sorbo y no paras de hablar. Otro. Te muerdes el labio inferior. Trago largo. Lo sueltas, húmedo y rojo. Sube desde la hondura de una pasión avivada por el vino, un tictac rápido, golpeteo que acucia a mi lengua. Un mechón de zanahoria te cae y cubre media cara. Desvío la mirada al poso de mi copa. Pero me llega, como melaza, el susurro de tu voz. Cojo la botella y vuelco la nada. Comería esa fresa ahora. La mordería hasta sacarle su jugo y llenarme, y empaparme y mezclarlo con el vino que aún queda retenido en mi boca. Soplas. Tal vez sientas el fuego. Pero si hiero la pulpa sentiré el regusto metálico de tu sangre. Y no quiero. Me debato en dudas que se destilan en el aire dulzón de esta tarde de primavera, cuando al fin te tengo frente a mí. Y yo ando medio loco por coger tu labio de cereza con los dientes y guardarlo dentro de mi cueva húmeda y caliente. Miras el reloj. Ya van dos veces. A la tercera te levantarás, lo sé. Veo tu copa, medio llena, o medio vacía, según se mire. Reprimo el impulso de saciar mi sed. La cojo y te la ofrezco.
     -Bebe- ordeno, o suplico, no sé.
Y obedeces sin sentir. Y mientras lo haces, me miras y entonces veo el brillo de tus ojos marinos, brillo de fiebre, Amapola. Intentas resistir. Levanto el índice y empujo levemente, como un soplo, una caricia, la base de cristal. Sonríes un poco y una lágrima carmesí se desliza por la comisura de tu boca. Cierras los ojos y tragas suave el  néctar con el que te conquisto hoy, día en que salimos de nuestro encierro virtual para tocarnos, para sentirnos, para ser. Como esas personas que ahora entran en el Cyber y se sientan a nuestro lado, sin vernos, sin mirarnos siquiera, como si no fuéramos tú y yo más reales que ellas. Te levantas ahora, y miras hacia la pantalla, sabedora de que, si pasa el tiempo, si no se cumple el acuerdo de este juego de amor, desaparecerás para siempre, los dos nos desintegraremos en miles de puntos luminosos. Y ahora sí. Me levanto contigo y me pego a tu cuerpo de canela porque así lo imaginé y abro tu boca con la fuerza del deseo tanto tiempo retenido. Y durante la brevedad de unos segundos robados al dios Baco en connivencia con Eros, dejamos de ser Loquita de atar y Prisionero, antes de volver a quedar atrapados en el espacio, antes de mirarnos, cómplices, sabedores de que somos criaturas carnales, digan lo que digan los de ahí fuera.

Prisionero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:32:15 pm
Inspiración


Me hallo en una asfixiante inmensidad. Es tan blanca y brillante esta luz que todo lo inunda que aún siéndome imposible abrir los ojos sigo viéndola con toda claridad.
Me asusto, corro, pero no importa en qué dirección lo haga, ni siquiera sé hacia dónde voy, y aturdido, caigo de rodillas y noto como lágrimas de impotencia caen sobre mis gastadas mejillas.
Hace tanto tiempo que te fuiste que ya no soy capaz de recordar cómo se sentía estar a tu lado, y por descabellado que parezca a veces creo notar tu respiración en mi nuca, es así, con ese fugaz pero intenso sentimiento, que no puedo evitar que una mueca mezcla de felicidad y pérdida de la poca cordura que me queda atraviese mi faz, como si de un rayo se tratase.
Y aquí sigo, sentado en la misma silla gastada por el tiempo en la que me dejaste, frente al mismo montón de hojas en blanco que antaño, cuando eras tú mi musa, no me costaba nada rellenar con palabras de amor.
Pero ese tiempo, nuestro tiempo, ya pasó.
Hoy siento un vacío que me carcome, vacío que sé que acabará conmigo más pronto que tarde.
Miro al reloj y es un tic-tac muy lento, pero qué importa, yo ya perdí la noción del tiempo, y es que esto que siento es más grande que cualquier sentimiento.
Miro al cielo de mi imaginación, y de repente miles de ideas, como si de estrellas fugaces se tratasen, surcan mi mente, pero al igual que vienen, van, y de nuevo llega la calma, el vacío, la nada.
Cuando una de esas ideas me alcanza por un momento me convierto en un adolescente que tras sufrir el mayor de los desengaños con su primer amor, vuelve a enamorarse. Pero no, en mi caso la luz se apaga y de nuevo mi corazón se queda pisoteado en el asfalto.
La lámpara del escritorio se empieza a hacer notar, está oscureciendo. Observo mi cansada mano que impasible sostiene el bolígrafo, inmóvil.
¿Quién dijo que esta extraña empatía que me envuelve no es un sentimiento?
Es cierto que a veces escribir ayuda. Nos ayuda a aclarar lo que pensamos o sentimos. Es muy sencillo. Todo es cuestión de buscar las palabras adecuadas para expresarnos. Eso amigos, eso es esencial para empezar a sentirnos mejor.
Sin embargo, en mi caso, ese tocho de folios en blanco cada día me parece más grande. Cada uno de ellos se burla de mí y me recuerda tu abandono.
Miro de nuevo al reloj, en la calle ya se ha hecho completamente de noche y parece que esté lloviendo. Bah, a quién le importa.
La vida no me sacia desde que te fuiste.
Sin más, agarro el bolígrafo con fuerza para luego soltarlo de golpe. Lo vuelvo a recoger y cuidadosamente le pongo su tapón, como si me preocupara que pudiese secarse o perder su facultad de escribir.
Decido que ya está bien de esperarte por hoy, y tras echar un último vistazo a los folios vacíos de historias me levanto del escritorio esbozando una mueca que va entre sonrisa y la inexpresión.
Un día más que se acaba, uno de tantos, uno que se pierde entre las semanas, meses y años que llevo buscándote sin éxito.
Sí, buscándote a ti, mi fiel compañera, esa que amaba incondicionalmente, que me daba lo mejor de sí sin pedir nada a cambio, esa a la que le encantaba sentarse junto a mí en las frías noches de invierno en la chimenea para crear los más hermosos sonetos. Sí, tú, ¿por qué me dejaste solo y con este insoportable vacío mental? Te necesito como el aire que respiro. Por favor vuelve, inspiración.

Perséfone
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:34:05 pm
La ceniza y la tos
   
   

Ofelia se cubrió el pecho enjuto con el borde de la ruana y el eco de su tos espantó de los árboles las aves acostumbradas a verla frente a los dos promontorios coronados por sendas cruces de madera burda.
Alzó los ojos hacia las montañas y decidió que sus plegarias eran suficientes. La luz del final de la tarde declinaba ante ella con una especie de resplandor naranja. Recorrió el camino marcado en la hierba por sus pasos de miles de días y un suspiro se prolongó de su alma mientras se acercaba al rancho. Observó que la ceniza continuaba bajando del cielo y formaba una capa que escondía los manchones de herrumbre sobre el techo de zinc.
Entró en la penumbra de la cocina al tiempo que la cara de Juan Gonzalo volteaba con lentitud hacia ella. El hombre batía la sartén humeante:
–Traje unos huevos que encontré entre las matas de plátano; como hace días que no comemos creo que nos caerán bien.
La mujer trató de hablar pero un estruendo que rebotó entre las montañas y los nubarrones le atragantó las palabras en la boca.
–Se están matando entre hermanos –dijo el hombre, y añadió: día y noche, no hacen sino darse plomo.
–Sí, como nosotros –contestó ella, después de un rato.
Tras la montaña, la noche joven avanzaba iluminada por fulgores naranja y por millones de chispas de oro que subían al firmamento para regresar a tierra convertidas en ceniza nueva.
–Del monte baja mucha culebra y mucho animal; y también he visto pasar venados y chigüiros. Claro que deben venir de más lejos… –continúo el hombre, y su estatura se retiñó contra el brillo del brasero también naranja.
–El incendio los espantó a todos. Cuando usté estaba ayer en el sembrado vi bajar unos indios; los indios caminan adelante. Y las indias cargan paquetes en la cabeza, y los muchachitos a la espalda. Es lo único que les queda –dijo ella.
–Ahora el tren cruza de para abajo todo tiznado de gris y con el techo lleno de ceniza –comentó el hombre, apoyado en el borde del mesón de la estufa.
–Y no más lleva armas y comida pa’ los soldados que están arriba. Seguro allá estará mi Fermín con ellos. Cuántos habrá matado ya –dijo Ofelia y fijó los ojos hacia la dirección donde creía que se libraban los combates. Pero no sostuvo la mirada mucho tiempo, estorbada por un remolino de polvo gris que bailaba con el primer fresco de la noche. Se apoyó en el horcón que hacía de puerta y mientras se frotaba los párpados creyó escuchar los chirridos del tren en las tiras de hierro de la carrilera.
Medio atragantado por un bocado el hombre se sentó en un taburete de madera basta y la llamó.
Ofelia ignoró la invitación gangosa y se fundió en la oscuridad, que hubiera sido total dentro de la barraca sin el fogón que crepitaba animado en el rincón usado como estufa. La mujer caminó de memoria hasta el camastro.
Un difuso olor a orín y humedad saturaba el ámbito de aquel recinto que era cocina, dormitorio y comedor todo en uno. El caucho trajinado de sus zapatos chirrió en el piso de tierra mientras organizaba las cobijas sumadas a la ruana aún moteada de ceniza.
Algo como una voz, como una presencia invisible la sobresaltó.
A su espalda presintió al hombre que se acercaba; un escalofrío de miedo y ansiedad vibró con ella: la mano callosa de Juan Gonzalo le apretó las nalgas y estrujó la tela de su falda.
Sin parsimonia ni preámbulos le abrió las piernas casi a los golpes y le humedeció el cuello con la pesadez de su aliento.
Entró en ella sin amor; con fuerza de azadón rasgó su carne fatigada. Animal, sin caricias, jadeó y gimoteó encima de su fragilidad de mujer mientras la lumbre chisporroteaba.
Después de penetrar sus nalgas y morder y llenarle la nuca de saliva espesa, Juan Gonzalo la tomó con fuerza de los hombros y la hizo voltear y arrodillarse delante de él. En la oscuridad buscó la boca de la mujer con su verga erecta y la obligó a chuparla lentamente. Ofelia sintió en su lengua el sabor del semen y el sudor. Sus labios y su garganta recibieron el empuje del miembro que explotaba. Y se aferró a las piernas del hombre cuando el temblor del orgasmo lo sacudió mientras sus dedos bruscos le revolvían el cabello y la esperma le mojaba la cara y los senos.
Luego el silencio y la soledad infinitos, violados por los ronquidos del hombre saciado y aquellos recuerdos que se entretejían con hebras de sueño y agotamiento. Afuera, la ceniza implacable caía como una suerte de nieve caliente e infame que blanqueaba las montañas y el aire y veteaba de gris los árboles y la hierba.
“Primero fue nuestro padre, Juan Gonzalo; de él me salvó su muerte, apurada por la picadura de una mapanare grandota. Si lo supieras me matarías; me matarías pa’ desquitarte de él porque tu rabia ya no puede alcanzarlo.
Y después fuiste tú muchas veces; y desde entonces yo nunca te he rechazado por culpa de ese fuego que a todas nos quema la barriga por dentro. Tantas veces me tomaste entre los platanales y las matas de yuca. Hasta que me trajiste a este rancho que es lo único que tenemos sobre la tierra.
Aquí nació primero Horacio, acordáte, tan chiquitico y arrugado. Yo lo quería, pero me lo arrancó de los brazos la maldición que también cayó sobre este monte, que es el mundo que siempre hemos visto…”
La tos sacudió a la mujer mucho rato. El hombre, que había bebido, dejó de roncar y se sobresaltó; poco a poco se sumergió en el sueño y la noche de las montañas empezó a cantar bajo la lluvia sin cesar de ceniza blanca.
El repiqueteo de la metralla y el vuelo rasante de un helicóptero resonaron por un momento; los perros ladraron y las gallinas cacarearon; en el corral, entre la hierba, bajo los árboles, nerviosos todos, los animales, los insectos y los pájaros, como si lo hubieran acordado, se sacudieron la ceniza al tiempo.
“Juan Gonzalo, tú me golpeaste; me gritabas que yo no servía pa’ nada y apenas se pudo otra vez me preñaste y entonces vino Alfredo, que tampoco logré conservar mucho tiempo. La maldición lo alcanzó más rápido que a su hermano y se quedó tullido y frío entre mi pecho y tu espalda hasta que amaneció. Y tú te despertaste y volviste a pegarme y a decirme que yo lo había ahogado en la madrugada no más por no cuidarlo.
Y volviste a buscarme una noche, o mejor, muchas noches, y pronto sentí que vendría mi Fermín y a él quería verlo crecer. Por eso tan pronto nació se lo llevé al Padre Eliseo Coronado; a bautizarlo aunque tú no querías. Eso lo salvó a mi muchachito.
Ahora que me acuerdo el padre Eliseo no alcanzó a ver la ceniza porque lo mataron poquito después, cuando empezaron a correr a los indios y a prenderle candela al monte.”
Un nuevo espasmo de tos; una convulsión más dilatada que la anterior y Ofelia tuvo que morder la cobija para ahogar un grito, desgarrada la respiración por el ardor y la falta de oxígeno.
Pasados los minutos que tardó en calmársele el resuello se percató que se había adormilado con el vestido puesto tras el asalto del hombre que roncaba en el catre. Sin hacer ruido se levantó y caminó hasta la mesa junto a la estufa de leña y bebió un sorbo de agua; una gota larga y caliente le bajó entre los muslos. Se quitó el vestido y se secó con él las lágrimas y las piernas. En lo oscuro consiguió el camisón de dormir y cubrió sus dolores con algo parecido al pudor.
Luego empujó y trancó las tablas que cubrían el hueco de la puerta. Aliviada regresó a la cama y afinó el oído. A la intemperie, arreciaba el roce de la ceniza sobre animales y cosas.
“Salvé a Fermín de la maldición, pero para qué tantos años de pasar trabajos y angustias por él si ahora se me lo llevó el tal ejército, que a defender una tierra que nunca ha sido nuestra. Mi Fermín pelea por estas montañas peladas que ya casi ni se distinguen con tanta ceniza que les cae encima.
Juan Gonzalo, mejor trató de dormirme para esperar que amanezca; para ver la misma tierra moteada de ceniza, la misma tierra que no cambia, para echarle de comer a las mismas gallinas y a los mismos perros que le ladrarán a la mañana rucia; para escuchar el mismo tren mugriento que pasa cargado de soldados hambreados y de muertos que ya empiezan a oler maluco. Esperar a un día de estos que no más vuelva mi Fermín a protegerme, a defenderme de ti, Juan Gonzalo, y a ayudarme a cuidar este pedazo de mundo, porque no podemos irnos de aquí, porque debemos quedarnos a velar a nuestros muertos”.
La ceniza cae, la ceniza sin peso ni número, lenta pero firme. Y Ofelia recuesta la cabeza en la almohada sucia y alimenta sus sueños con el silencio de la noche enorme.

Hipérbaton
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 17:36:16 pm
La Carreta de lana


En enero del año de 1545, aconteció un suceso en el camino que unía Ávila con Segovia. Un suceso que muchos dicen que no es cierto.

Y es que cierto día, un matrimonio compuesto por Camilo, Josefa y sus hijos José y Samuel, salieron de Ávila a tempranas horas de las madrugada, con su carreta de bueyes cargada de lana en dirección a Segovia.

Cuentan las crónicas que esa mañana y el día que la siguió fue el más frío de toda la historia.

Aunque les azotara el viento, los árboles no se mecían, pues sus ramas congeladas estaban, los pájaros no volaban, pues sus alas no servían para nada, y el aire helador la cara como un cuchillo cortaba.

Aunque Camilo y su familia llevaban buen abrigo pues se dedicaban a la venta de lanas y confección de algunas prendas de ese mismo material, no podían evitar lanzar suplicas para que ese frío criminal cesara.

La carreta lentamente recorría el camino entre Ávila y Segovia, con un cargamento de lana que había sido encargada por un importante comerciante de la comarca.

A las pocas horas de viaje, Camilo y su familia, encontraron al borde mismo del camino una mujer llorando por el frío que tenia.

Josefa y Camilo no dudaron en bajar de la carreta y cortar un gran jirón de lana para que aquella desdichada pudiera abrigarse.

La carreta continuó su trayecto hacia Segovia, en medio de un viento gélido y un frío completamente inhumano.

Al poco encontraron a la izquierda de la senda, un hombre con su hijo, acurrucados los dos junto a los rescoldos de una hoguera apagada y con la mirada clavada en el cielo lanzando suplicas para que ese frío injusto les permitiese vivir.

Camilo y Josefa nuevamente bajaron de la carreta y esta vez ayudados por sus hijos, cortaron grandes trozos de lana para que aquel señor y su vastago pudiesen abrigarse y sobrevivir a aquel frío invernal.

Reanudaron nuevamente la marcha y otra vez, pasado poco tiempo dieron con un joven matrimonio y su hijo recién nacido que caminaban en dirección contraria. Suplicaron la ayuda de Josefa y Camilo, que prestos descendieron del carro y una vez más cortaron unos trozos de aquella lana salvadora.

Sin moverse de allí, fueron muchas las personas que se acercaron a por un trozo de aquel material  para protegerse y tanto Camilo como su esposa no pensaron en ningún momento en negarse, si no todo lo contrario, acabaron repartiendo toda la lana con la carreta vacía y sin mercancía que entregar al comerciante de Segovia.

Aunque las primeras luces del sol no hacían nada por matar al frío, si que iluminaban aquel carro, impoluto y de lana vacío.

-   ¿Qué hacemos mujer?  Preguntaba Camilo a Josefa
-   Pues nada, que vamos a hacer – Contestaba Josefa a Camilo

A pocas leguas de llegar a Segovia, Camilo, Josefa y sus hijos descubrieron que había un señor tumbado en el suelo a la vera del camino, herido de frío.

No quedando ninguna lana en la carreta, Camilo se quitó su propio abrigo y se lo puso a aquel hombre que tanto lo necesitaba. Al poco despertó de su inconsciencia y dijo:

-   Son ustedes muy generosos, por favor, llévenme a mi castillo.

Se trataba del Conde de Fuentemilanos y se encontraba muy mal herido pues había pasado toda la noche al raso y casi muerto por aquel frío.

Durante diez jornadas Josefa y Camilo se ocuparon de cuidar al conde que no tenía mujer ni tampoco hijos e intentaron por todos los medios salvarle la vida, pero nada se pudo hacer por el y al onceavo día lo declararon fallecido.

Fue justo antes de morir, cuando el conde de Fuentemilanos mandó llamar a un escribano para dejar sus últimas voluntades bien claras.

“En herencia dejo mis tierras, ganaderías y castillo a los nobles condes de Fuentemilanos desde ahora Doña Josefa y Don Camilo”.

Camilo y su familia vivieron felices durante el resto de sus días y repartieron con justicia aquellas riquezas y los productos de sus tierras entre los que más lo necesitaban.

Si esta historia no es verdad y se trata de un cuento inventado, estoy seguro de todas formas que bien podría haber pasado…


Santino Cruz
En Madrid a 27 de Agosto de 2012
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:08:55 pm
Bienvenida Mallegada


De lo único que estaba seguro Deperente aquella mañana, era de que ese día mucha gente iba a morir en el mundo. Tanta, que iba a ser imposible contarla con exactitud, pero tan poca, que no serían capaces de parar el destino del tiempo. Pero a él solo le interesaba una muerte, la de Susan, Susan Maude, que había vivido toda su vida sola en un espacioso, confortable y caro apartamento de Roosevelt Island., y ahora se la veía sobre su alfombra con una mancha roja sobre su frente y con los brazos abiertos como queriendo entregarse a la humanidad o a un amor imposible.

A Susan no se le había conocido ni marido ni novio en sus sesenta y tres años de vida. Y Susan había sido feliz así. Pero en las últimas semanas, un tenedor de libros había rondado su casa por las noches. Sus vecinas aseguraban que un tipo alto con gabardina y de buen aspecto, aparecía por allí con aire distraído pero sabiendo muy bien adónde iba.



El aire se filtraba por las heridas de la soledad y se unía al cosmos de la ingravidez de las palabras, para decir, en un tono neutro y casi silencioso, yo sé que vienes para lo que vienes, pero eres bienvenido.

Y fueron bienvenidas las caricias y los besos, los abrazos y las penetraciones. Y como en el mundo casi nadie vivía consolado, la vida se les fugaba por aberturas sin contraseñas. En resumidas cuentas, la gente dice poco más de hola y adiós; y eso, cuando son educadas, que no todo el mundo lo es. En general, todos vivimos escondidos de los otros.

John Aldrin, cuarenta y siete años, vivía en Seattle con traje nuevo cada día, pañuelo de seda al cuello, anillos de oro y un par de muy buenos coches. Deperente llegó hasta él después de muchos cafés, cigarros, entrevistas, descripciones… En definitiva, todo a costa de su salud. Y cuando llegó hasta él no lo abordó, ni siquiera habló con él en la primera ocasión. Estuvo observando sus movimientos durante una semana completa, y un miércoles atravesó sus ojos claros, con su mirada de fuego.

-¿Tienes a alguna otra vieja en nómina para matarla? ¿O vas a esperar a que se te acabe el dinero?


-Ni una cosa ni la otra, *****. ¡Dime ahora mismo quién eres, o te reviento la cabeza!
-Tranquilo, soy policía y he venido desde Nueva York a pedirte un autógrafo.
-Eres muy gracioso.
-Lo justo para meterte miedo.
-Además de ***** eres imbécil. Sabes que no puedes hacerme nada aquí.
-Ahora no. Pero siempre hay un luego, un más tarde, un pasado mañana.

Era una hora en que las calles estaban prácticamente desnudas, y una hora donde nadie esperaba ya nada de ese día. Y del siguiente, la mayoría tampoco esperaba mucho, solo lo justo para seguir respirando.

John Aldrin vivió durante días y días obsesionado por primera vez por su culpa y por la omnipresente presencia del tal Deperente día y noche, haciéndose ver bajo farolas, calles estrechas o largas y anchas avenidas. A veces le sonreía, otras no, pero siempre era esa mirada de fuego que traspasaba la piel. A todo eso se le unía, que el dinero empezaba a escasearle, pues la vieja neoyorkina tenía capital, pero no era exactamente rica.


Se había equivocado. Y antes de lo que pensaba tuvo que cambiar de domicilio. Pero no lo iba a hacer solo. El viento de aquella noche corría en su contra. Y John andaba desesperado. Todo le vino en una bienvenida malllegada de policías que lo acorralaron en una trampa que él mismo se había construido.

Deperente empezó a sentir unos deseos enormes de reír a carcajadas. Hacía demasiadas semanas que no lo hacía. Se cogió del brazo de Marian Summer, una oficial veterana, a punto de jubilarse, que le hizo creer al ingenuo de Aldrin que iba a caer rendida a sus encantos. Aldrin sabrá después, que además de policía, Marian era lesbiana y jamás se interesó por ningún otro hombre que por su padre, también policía, que murió en un asalto de cuatro heroinómanos a una sucursal de un banco en Manhattan.

Marian y Deperente necesitaban un bar cercano antes de coger el vuelo hacia Nueva York.

Juan Pablo Modisto
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:10:07 pm
Amnistía


También yo me había planteado la posibilidad de realizar la compra a través de Internet, pero las noticias que me llegaban en relación a ese proceder no resultaban tranquilizadoras. Eran demasiadas las personas que habían sido sorprendidas en sus propios domicilios tras abrir la puerta ante la llegada del supuesto repartidor, que había resultado no ser tal. Era un riesgo al que no estaba dispuesta a enfrentarme, y aunque salir a la calle para comprar al método tradicional también conllevaba sus peligros, al menos contaba con campo abierto donde desplegar algún tipo de táctica de evasión; en mi casa estaría vendida.
Aún recordaba los tiempos en que ocupaba los armarios con vestidos, pero la munición y las armas automáticas requerían demasiado espacio, obligándome a emplear el tresillo del comedor como improvisado almacén para mi ropa. Tras ajustar las cananas atestadas de balas en torno al chaleco anti-balas, colgué de mi hombro un subfusil de asalto, y tomé en mi mano una escopeta de cañones recortados. Pensé que no había hecho una mala elección, después de todo, y es que el tiempo y la experiencia habían sido buenas maestras.
Mientras pulsaba el botón que habría de hacer que el ascensor llegase a mi planta, recordé que no resultaba conveniente hacer uso de él, pues en caso de fallo en el suministro eléctrico resultaba un lugar poco apto para plantar cara a las amenazas siempre presentes. Así, bajé las doce plantas a pie, por las escaleras, para salir a un vestíbulo donde se echaba en falta la labor del servicio de limpieza; hacía tiempo que habían renunciado a su puesto, prefiriendo permanecer en la falsa seguridad que les ofrecían sus hogares.
Tras realizar la inspección rutinaria del exterior, abrí la puerta que conducía a la calle, y me aventuré en ella. Me movía con cautela, yendo de coche en coche, parapetándome tras cualquier muestra de mobiliario urbano que pudiera ofrecerme su cobijo.
En la lejanía podían oírse los gruñidos de alguna bestia que hacía de las suyas en alguno de los pocos edificios del centro que aún quedaban en pie. Aquellos monstruos antediluvianos de altura inconmensurable se habían apoderado por completo de aquella parte de la ciudad. No obstante, no eran ellos quienes más me preocupaban, dado que sus torpes movimientos, y su desmesurado tamaño les hacía fácilmente detectables. No, eran las pequeñas criaturas las que requerían de toda mi astucia para evitarlas, y no terminar formando parte de su dieta diaria.
En mi camino hacia el supermercado hube de dar de lado a algunos cuerpos sin vida, yacentes sobre la acera, que daban evidentes muestras de haber sufrido de forma indecible antes de fallecer. Sus pechos abiertos, fruto de la salida de las terroríficas alimañas que habían crecido en sus entrañas, así lo atestiguaban. El ciclo vital de de aquella raza alienígena hacía que se convirtiesen en temibles adversarios en tan sólo unas horas, cuando dejaban su etapa de larva para convertirse en especimenes adultos.
No fue hasta que tuve la tienda a la vista, cuando descubrí que habría de mudar de costumbres. Aquel comercio estaba siendo pasto de las llamas a manos de monstruos flamígeros, lo que me obligaría a encaminarme hacia algún otro establecimiento que pudiese proveerme de los alimentos que precisaba para subsistir el tiempo necesario para que el gobierno tomase cartas en el asunto.
No dejaba de tener su gracia que hubiesen sido precisamente los políticos en quienes habíamos depositado nuestra confianza, quienes hubiesen dado lugar a aquel desastre a escala planetaria. Cuando aquel candidato habló de derechos para todos durante la campaña electoral, muy pocos fueron los que intuyeron el caos hacia el que esa política nos iba a conducir.
Conceder la amnistía a los monstruos de los que todos nos creíamos a salvo, manteniéndolos recluidos en un profundo lugar de nuestra mente, no había resultado una medida muy inteligente. Conferirles la naturaleza de seres reales no había hecho más que empeorar las cosas.

Wasileus Flanagan
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:11:14 pm
Mañana no seré yo


       Llegué al mundo cuando mis padres ya no esperaban tener ni pareja, ni hijos.  Un penalti tardío,  decía mi padre riendo entre dientes, dándole una calada a su cigarro.
 Mi madre lo conoció cuando él rozaba los cincuenta. Ella trabajaba de limpiadora en la clínica donde estuvo ingresada su suegra. Mi padre se quedaba a dormir, pero algunas veces tenía que volver a darle vuelta al rebaño y mi madre lo sustituía esas noches. Mi abuela le tomó mucho cariño. Una tarde, cuando sabía que le quedaba poco, les dijo a los dos que no se iría tranquila al otro mundo hasta que no le prometiesen que se casarían. Mi madre rondaba los cuarenta, hasta entonces su santa madre le había espantado todos los hombres que se le habían acercado, hasta que llegó  mi padre y la espantó a ella.                                                                                                                                                   
                                                                                                                                                                                                                                       
Mañana tengo examen y no he estudiado. No puedo dormir después de la bronca con mi padre. Me mandó a buscar las cabras para encerrarlas en el corral. Faltaba una chiva y tuve que ir a buscarla  antes de que anocheciera. Estaba debajo de una retama, le silbé, intentó levantarse pero cojeaba, así que no me quedó otra que llevármela cargada sobre los hombros.
 Por las mañanas, entre mi madre y yo, las pasamos por la máquina ordeñadora. Después me voy al instituto. Mi padre dice que necesita que arrime más el hombro y que deje los estudios. Él ha trabajado mucho y tiene mala salud. Mi madre dice que tengo que terminar la ESO, después ya veremos.
A mi padre no le gusta que lea, dice que eso no sirve para nada, que para guardar cabras no hacen falta estudios. Sole, la bibliotecaria me pregunta si quiero llevarme los tebeos, que han llegado unos nuevos. Son mi única compañía cuando estoy en el monte. Ella lee mucho y por eso sabe tanto, dice que hubo un poeta que era pastor de cabras, miramos en internet y aparece en la Wikipedia. Leemos que su padre no quería que estudiara y que le hizo que rechazar una beca, después le obligó a dejar los estudios y dedicarse por completo al pastoreo.  Pero él, mientras cuidaba de las cabras, leía sin parar libros que le dejaban el maestro y el cura de su pueblo. Estudió derecho y literatura. Se llamaba Miguel, igual que yo. Quiero leer todos sus libros, le dije.  Cuando llego a casa, se lo cuento a mi madre que está en la cocina haciendo una tortilla de patatas. Mi padre  nos escucha,  mientras atiza la lumbre,  grita:
―¡Miguel, ven acá! ¿se hizo rico el  poeta ese?
 ―No papá, se murió en la cárcel.
―Ves hijo, por eso no quiero que estudies. Yo sé poco de letras, pero sé que  don Quijote se volvió loco de tanto leer.
 No papá, Don Quijote no era de verdad ―pensé decirle, pero me callé cuando vi su mirada turbia por los vasos de vino que se había bebido, si empezaba a discutir con él no habría manera, así que  me fui para mi cuarto.
Muchas veces me siento como si  no encajara en ningún sitio. No soy muy hablador, igual por eso me encuentro tan a gusto en mitad del campo con mis cabras, mi perro y un libro. Así he descubierto que puedo viajar  y vivir otras vidas mientras leo.
Ya no me importa que se burlen de mí los pijos del cole.  Algún día me iré de aquí y viajaré muy lejos, como el muchacho del libro El Alquimista, que también era pastor y viajó a Egipto a ver las pirámides y buscar su sueño. Me gusta leer sentado sobre la yerba, con la espalda apoyada en el tronco de un chaparro, cuando las cabras se echan a rumiar tranquilas. Solo se escucha el trino de los pájaros y el discurrir del agua por el arrollo. Respiro, me gusta el olor a higuerón y tomillo. Se me ocurre mucho que escribir en mi libreta, aunque a veces pienso si no serán más que  bobadas. 
Por las noches, cuando todo está en silencio y  mis padres se van a su dormitorio, los oigo discutir en la cama. Refunfuñan cada uno a su manera, mi madre en voz baja para que no la escuche, aunque no entiendo bien lo que habla,  sé que me está defendiendo, que le dice a mi padre que me deje estudiar. Mi padre responde que si estudio me iré  y los dejaré solos, y él ya está mayor y no puede con las cabras. Se callan y me dicen que apague la luz y me duerma de una vez, que mañana hay que madrugar. Apago, espero hasta que mi padre empieza a roncar, enciendo y leo un poco más. Por la mañana hago mi cama para  que mi madre no tenga que entrar a mi cuarto, aunque casi siempre se me quedan las sábanas enredadas.
 No me gusta pedirle dinero a mi padre, él me da cinco euros  algunos domingos. Cuando estoy en el monte no tengo  cobertura en el móvil, pero aunque tuviera me da vergüenza enviarle mensajes a la Noe, contándole que desde hace tiempo no paro de pensar en ella. Por eso le escribo poemas en mi libreta,  con las cosas que me gustaría decirle y no le digo. La escondo dentro del chaparro que hay en la linde, en el mismo que he dibujado un corazón con una flecha, uniendo nuestras iniciales.
 Mi padre me pilló otra libreta, me dijo que no quería que escribiera mariconadas de esas. La rompió en pedazos y echó los trozos a la lumbre, sin  haberla leído siquiera. Desde entonces, siempre la dejo escondida.
Para mi cumple me compré una linterna. A mi padre le gustó,  pensó que así podría vigilar mejor las cabras hasta que empezara a clarear. No sabe que la quiero para leer debajo de las mantas, y que dejen de regañarme por tener la luz encendida. Me da coraje cuando estoy en lo mejor de la historia y tengo que apagar  la luz y luego no me quedo dormido pensando qué puede pasarle al personaje.
A la Noe, no le gusta mucho leer pero es muy buena jugando al fútbol. Las otras niñas arrugan la nariz cuando pasan por mi lado, dicen que apesto a cabrero.  No saben que si yo no cuidara las cabras, ellas no podrán beber leche, ni comer queso, ni yogures. Pero no les digo nada. Cuando era más pequeño me peleaba a puñetazos y patadas, cuando me llamaban cabrero-apestoso y me castigaba la profe, en el despacho del director. Mi madre tenía que venir a por mí, la pobre no sabía cómo defenderme, le decía al director: ¡mi niño es más bueno que el pan, pero que si se meten con él, tendrá que defenderse! Yo hubiera preferido que no dijera nada. Cuando llegaba a casa mi padre me daba un pescozón y me gritaba que la próxima vez les zurrara más fuerte. Ahora  los del equipo de fútbol me han fichado de portero, no hay quien me meta un gol y me dicen, El Cabrecasillas.
Algunos días pienso en irme en un tren por ahí lejos. Una vez  cuando tenía diez años me monté sin que me viera nadie, en uno que iba para Sevilla. Estaba guardando las cabras con mi primo, en un prado que hay cerca de la estación.  Quería ir a ver la selección de fútbol, pero el revisor me pilló y me bajaron en la estación de Antequera. Llamaron a los Civiles y me llevaron a mi casa en su todoterreno. Mi padre quería pegarme cuando se fueron. Pero me escapé corriendo por la vereda,  él me decía que cuanto más corriera más me pegaría cuando me pillara. Luego no fue para tanto. Mi madre se puso en medio, llorando y le dijo que si  me pegaba nos iríamos los dos a vivir con la abuela,  y me pidió que le jurase que no volvería a hacerlo.
Noe tampoco es muy habladora. Llevamos de compañeros desde que empezamos en la ESO. Su padre tiene campo y los fines de semana doy un rodeo para pasar con el rebaño  cerca de su olivar,  por donde ella le ayuda. Al pasar silbo para que me oiga y ella saluda con la mano. A pesar de ser una chica, es muy fuerte, y cuando está en el campo le salen unos coloretes que la hacen más guapa. Ella dice que de mayor quiere ser agricultora ecológica, que se comprará maquinaria para que su padre no tenga que trabajar tanto. Las otras chicas le dicen marimacho, porque no se pinta y no se pone minifaldas. Ella, dice que son tontas del culo, que a ver qué iban a comer si no  hubiera quién se encargara del campo.
 Su madre se murió hace dos años de un cáncer. La tuvieron durante meses en lista de espera para una cita con el especialista y luego otro tanto para las pruebas. Cuando se dieron cuenta, el tumor ya se había extendido demasiado y era tarde para operarla. A principios de curso, una profesora nueva, estaba haciendo una ficha de cada alumno y le preguntó por el nombre de su madre. Ella se echó a llorar con el corazón encogido sin poder contestarle y se fue a los servicios. Ahora vive  con su padre y su abuela en una casa de las afueras del pueblo. Venden los huevos que ponen sus gallinas, las patatas, verduras y hortalizas que siembran. Noe sabe silbar muy fuerte y a veces hacemos apuestas a ver cuál de los dos  aguanta más. Pero a mí, lo que me más me gustaría, sería  besarla. No me había lanzado antes, porque conociéndola, creí que sería capaz de arrearme un tortazo. Menuda es la Noe.
En el instituto sortearon dos entradas para el cine y me tocaron a mí. Invité a la Noe a venir conmigo. Fuimos juntos y aunque tenía que estudiar no lo hice. Me afeité por primera vez la pelusilla negra del bigote y me hice un corte en la parte superior del labio. Noe se puso muy guapa, con un jersey que le marcaba los pechos. Se dejó el pelo suelto. Le caía por los  hombros y se puso unas botas con tacón. Ella parecía más grande que yo. En el cine le di la mano y ella me la apretó todo el rato.
 La acompañé hasta su casa. Había anochecido y se veían muy bien las estrellas.  Un poco antes de llegar, se  paró frente a mí. Me cogió la cara y me pasó la lengua muy despacio por el corte del labio. Yo me quedé quieto,  porque se me revolvieron las tripas y no sabía qué hacer, entonces ella me dio un beso en la boca. Cuando se dio la vuelta para irse, le dije que me gustaba mucho. Me quedé un rato viendo como se alejaba, dando zancadas, hasta que entró en su casa y cerró la puerta. 
Cuando llegué a casa, mi padre estaba esperándome en la puerta. Había bebido  más de la cuenta. Con voz pastosa me preguntó porqué volvía tan tarde. Le dije que había estado en el cine.
―Mira qué bien vive el señorito, se va al cine y deja el corral sin barrer, las cabras sin agua y vuelve tan contento…
No esperaba que me diera un correazo. Esta vez no salí corriendo ni me encerré en mi cuarto. Agarré el cinturón tal como me cayó encima y se lo arranqué de las manos de un tirón, lo miré fijo le dije que no volviera a pegarme nunca más.
Lo que menos esperaba en ese momento era que se diera a vuelta,  balbuceando  un gruñido y se fue arrastrando los pies mientras mascullaba una maldición.

Emerec
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:37:39 pm
Déjame entrar


Acerco mi ojo derecho a la mirilla y lo veo ahí fuera, esperando.
Déjame entrar. Vamos, déjame entrar.
Espera. Él espera. Me espera.
Vamos, déjame entrar. No te hagas de rogar. Venga, sé que estás ahí.
Parpadeo. Lentamente, para no hacer ruido.
Venga, sé que estás ahí. Anda, ábreme.
Aún respiro.
Ábreme, por favor. Venga.
Inspiro, expiro. Sólo eso.
Venga, ábreme. Anda, chiqui, ábreme. Venga.
Hace tanto que no me llamas así.
Venga, que tengo ganas de verte.
Cuánto hace?
Tengo muchas ganas de verte. Ya lo sabes.
No lo recuerdo.
Lo sabes. Seguro que tú también a mí. Venga, abre la puerta.
Yo te veo a ti. Ahí fuera, pequeñito.
Venga, abre la puerta. Mira, comemos algo y salimos después, vale?
Comemos. Tú y yo.
Quieres? Seguro que sí. Y salimos a pasear. A ti te gusta pasear, eh? Venga, abre.
Me gusta pasear.
Venga, paseamos y charlamos. Como a ti te gusta.
Lo recuerdo al principio.
Venga. Verás qué bien lo pasamos.
Siempre lo hemos pasado bien.
Abre.
Los domingos, paseo y charla.
Venga, me tienes que abrir. Nos tomamos una cervecita y salimos. Pero me tienes que abrir.
Y  preparo una tortilla.
Chiqui, no quieres que hablemos? Venga, si prefieres, no salimos. Nos quedamos en casa y vemos la tele.
Siento una punzada en el estómago.
Ábreme. Tienes que abrirme.
Se me ha secado la boca.
Tienes que abrirme, lo entiendes? Abre la puerta.
Recuerdo el ma,r el olor a brea y salitre.
Abre la **** puerta. Me oyes?
Oigo el murmullo de las olas.
Te digo que abras la puerta.
Veo un barco a lo lejos
Me estás jodiendo.
Y los niños con sus cubos en la orilla
Venga, ****, abre la puerta. Abre, hostia!
Y los castillos de arena arrastrados por la marea
De repente, suena el teléfono. Vuelvo a sentir el suelo bajo mis pies. Tengo que coger la llamada. Puede ser algo importante.

Pelusa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:39:10 pm
De principio a fin


   -Vamos a tener que parar por aquí cerca, está oscureciendo. Mira ahí, a la izquierda: EL CORONIL ¿Te parece bien, cariño? ¿Cariño…?
   “…Qué raro es todo. Es como si me hubiera proyectado fuera del coche y no me pudiera controlar. Me acerco a la entrada de un pueblo. “El Coronil” pone en el cartel. Yo, mi mente o lo que fuese se adentra en él y no puedo hacer nada para impedirlo. Escucho un ruido, me vuelvo y… ¡Ah! Me acaba de atravesar una bicicleta, lo ha hecho como si yo no existiera. No sé qué me está pasando. Quiero marcharme, pero es imposible. Algo mágico de este pueblo hace que me atraiga entrar en él. Empiezo a navegar, a volar por entre sus calles, fijándome en cada detalle. Una mujer y su marido pasean a su niño, acariciándolo y agobiándolo con achuchones mientras este rompe en risas continuamente. Justo al lado, dos amigos se carcajean de algo ingenioso que había dicho uno de ellos. Poco más lejos, una madre se asegura de que su hijo no vuelva tarde a casa. Está muy preocupada. Una mirada entre dos niños les hace ruborizarse mientras son pescados entre risas por sus amigos. Una chica se despide de su novio en la parada de autobús mientras este, con cara de desesperación, monta en él; pero la puerta no se cierra y ahora baja una joven muy alegre. Un chico que esperaba va a su encuentro entusiasmado y ambos se funden en un abrazo. Cambio de calle. Estoy en el centro. Está muy concurrido para ser un pueblo, pero todos se saludan amablemente. No de manera mecánica, sino con sentimiento; se escapa algún que otro beso, alguna mirada… Aparezco de repente en una calle casi vacía. Una pareja de ancianos camina cogida de la mano mientras recuerda la canción que los unió para siempre. Me adentro en un hogar y veo cómo una mujer acompaña a su padre en sus últimas horas de vida. No está triste pues él lo hubiera querido así. En ese mismo instante, en un extremo de El Coronil una madre pone otra vida más en el seno del pueblo. Y de nuevo aparezco en el coche...”
   -Sí, me parece pero que muy bien.

La intención es lo que cuenta
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:40:24 pm
Remordimiento


¿Qué contiene la cartera? ¡Madre mía! Dos mil quinientos euros.
   Pues tuyos son por encontrarlos y más por la falta que te hacen.
   No, no estaría bien, yo sé que no son míos.
   Que más da, no te ha visto nadie.
   Ramón miró a derecha e izquierda, después volvió la vista atrás escudriñando atentamente cualquier indicio de que hubiera alguien cerca, no lo encontró, tampoco en las demás direcciones que escrutó minuciosamente, aunque no era nada extraño, a nadie se le ocurría salir a pasear por el campo un domingo tan temprano y con el frío que hacía.
   Aún así, no sería correcto.
   No seas imbécil, ten en cuenta que nadie lleva en la cartera esa cantidad, seguro que procede de una operación ilegal, de las que se hacen en efectivo para no tener que declarar en hacienda y evitar pagar impuestos.
   Quizá sea así pero ¿quién soy yo para juzgarlo?
   ¡Un cobarde es lo que eres! Nunca saldrás de la estacada con ese proceder tuyo tan melindroso. ¿Ya no te acuerdas de la vez que, mientras buscabas pechinas en la playa encontraste un sello de oro macizo? Al no saber quién era la persona que lo perdió, lo entregaste al funcionario de guardia en la policía municipal del ayuntamiento. ¡Acaso sabes tú si lo devolvió a su legítimo dueño o se lo quedó para él? ¡No! Lo que sí sabes es que valía un buen dinero que a ti te hacía mucha falta.
   Es cierto que me hubiera venido bien ese dinero, pero si me hubiese quedado con él seguro que el remordimiento por no haber obrado correctamente me habría perturbado el sueño más de una vez.
   Cómo lo sabes si en toda tu vida jamás arriesgaste nada, además al remordimiento lo anula la satisfacción que da el dinero extra y, encima, no llegaste a conocer al dueño del sello.
   Pero en este caso, seguro que en la cartera hay algún documento que identifique a su dueño.
   ¡Pues no lo mires! Coge el dinero y tira la cartera, ojos que no ven corazón que no sufre.
   La denodada lucha entre Ramón y su mala conciencia se decantó por una vez a favor de ella. Haciendo caso de sus instrucciones, cogió el dinero y lanzó la cartera lejos sin mirar nada más, pero pagó por esta decisión, había vencido “el mal”. Estuvo tres días sin salir de casa para no enterarse de quién había perdido la cartera, y si de vez en cuando se reía al contar el dinero, también sufría por no poder contar a nadie la procedencia de su buena estrella. En esta vida todo tiene su precio, en este caso fue su conciencia.

Ramón Mesque
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:44:44 pm
Pero, si estoy con los milicos



   No sé quién me había atado, porque no les veía las caras, quizá fuera mi vecino de rellano, o el cabrón comerciante de la tienda de abajo que tenía una vena sádica, pero estaba allí, en aquel sótano infecto y maloliente, frío y húmedo, a muchos metros bajo tierra, como si estuviera en la tumba, con los brazos y las piernas tensados y bien abiertos, mordidos por las cuerdas que se hundían en la carne de las muñecas y los tobillos, que yo notaba húmedos por la sangre, porque las cuerdas se me clavaban, carajo, mordían la carne después de rasgar la piel y meter en la herida esos filamentos ásperos, como gusanos, que escuecen y pican al mismo tiempo, y yo cerrando los ojos, porque el sudor que me corría por la frente, un sudor pegajoso y salado y espeso, me nublaba la vista, me escocía los ojos como si fuera ácido, y me sentía desnudo, repito, no es que me sintiera, es que lo estaba, desnudo de cabeza a pies, desnudo e indefenso, desnudo y húmedo, una humedad vergonzosa bajo las nalgas, en las partes, una humedad asquerosa, maloliente, de la que me hubiera gustado huir como de mi cuerpo, dejarlo allí y correr a buscar otro, y cada vez que abría los ojos, aquel maldito foco, a apenas tres centímetros de mi nariz, que me cegaba completamente, que no me dejaba ni ver si estaba en una habitación grande o chiquita, que me achicharraba una piel cada vez menos sensible a todo, y yo preguntándome, una, otra vez, qué hacía allí, atado, en tan incómoda posición, y desde cuándo estaba así y por qué, porque a ver, lo último que recordaba era una buena cena con una amiga en un restaurante del centro, incluso me acordaba de la cena – una sopa gulash, porque el cocinero era medio húngaro, y un bife de 250 gramos con papas, bien sangrante, que se deshacía entre los dientes, y un dulce de leche que me dejó un sabor empalagoso durante un buen tiempo – y de la chica, una rubia de vientres años con grandes lolas estrelladas que le caían por los costados pero que me gustaban, porque las lolas tienen que ser grandes, para dar trabajo a las manos, con la que luego me encamé con besos del dulce de leche que había comido, la cogí a gusto porque era toda ella redonda, toda carne, como un soberbio bife dispuesto a que se la metiera por donde quisiera, que eso hice, joder, pero luego, luego, sí, sí, recuerdo que había regresado andando a casa, era de noche y…remierda, no recordaba más salvo el frenazo de un coche, unas voces y un par de tipos, como toros, que caen sobre mí, que me tumban a puñetazos y me arrastran por el suelo inconsciente hacia su Falcon mientras me dicen zurdo de *****, te vamos a poner blando, vas  a cagar Trotsky por el pito, pibe, y luego el silencio, la oscuridad, el martirio hasta llegar allí, pero dónde estaba, rediós, dónde, carajo, que todo me hacía sospechar que secuestrado, pero ¿por quién?, a quién **** le interesaba secuestrar a un muerto de hambre como yo, a un tipo que ni en política se metía, que lo único que pretendía en esta vida era comer bien, emborracharse de vez en cuando y coger cuando pudiera, que tenía una vieja fija y bien feliz que tenía que estar esperándome, extrañada y alarmada por mi tardanza, quizá aliviada, que eso nunca lo sabe uno, y ahí estaba, encadenado, como en la edad media, bajo el foco que me hacía sudar, húmedo de cabeza a pies, oliendo a mis propias deyecciones, con un sabor a vómito en la boca y en el estómago, con las muñecas húmedas de sangre, sintiendo las moscas correr como putas por entre el vello de mi pecho, que me picaba, y no sabía si me picaba mi propio vello, del que me había sentido antes tan orgulloso y al que ahora odiaba firmemente, tanto que pensaba depilarme cuando saliera de ésta, o me picaban las asquerosas moscas que, por lo grandes, por el ruido que hacían, debían ser tábanos, asquerosos insectos que se aprovechaban de mi inmovilidad, que sabían, los muy zorros, que no podía liarme con ellos a guantazos, y venga, a picarme, a picarme en el ombligo, en las tetillas, en la punta misma que ya no sentía, la muy guarras, o es que se pensaban que por mi inmovilidad yo era carroña, que era un maldito fiambre al que podían devorar, en el que podían dejar su carga de asquerosos gusanos, y cómo respiré cuando oí pasos y noté un aire perfumado que se aproximaba a mí, un perfume tan penetrante que sólo podía ser de marica o mujer, y haciendo esfuerzos, porque tenía la garganta reseca y apenas me quedaba voz, musité, y no sé si me entendió la mujer o el marica que estaba junto a mí, soltame, carajo, que se han equivocado de boludo, que yo soy muy honrado y respetuoso con las leyes y estoy con los milicos y contra esos zurdos de ***** que, por mí, los pueden matar a todos, y entonces sentí la mano suave de ella, porque ahora sí que estaba seguro de que era una mujer, porque tenía anillos de oro en los dedos y las uñas muy largas, en mi pecho, en mi cuello, dibujando mis labios resecos y descendiendo luego por mi vientre hasta mi indefensa hombría, al mismo tiempo que oía su voz seca que me descorazonó con lo que me dijo, qué pena, un pibe tan guapo como tú, acabar así, y yo que me desesperé, me agité como pude, porque aquellas malditas palabras tenían un no sé qué de trágico y definitivo que no me gustaron nada de nada, porque entonces empecé a comprender que estaba en el chupadero, y que del chupadero nadie volvía para contarlo, y me lancé a por todas aun a riesgo de errar el disparo y la pibe del carajo fuera una monja, le dije, poniendo voz viril, lo que me costó mucho porque estaba muy debilitado por tanto ayuno y tortura, que la tenía sensacional, de Maradonna, que hacía maravillas con las mujeres con los veintitantos centímetros de carne, que me cogiera y vería, que sería su semental si me montaba tal cómo estaba, que me la cogería cuatro veces al día, porque intuí, por su caricia morboso a a mi hombría, su vicio, su deseo contenido, su hambre sexual, y me la imaginaba una mujer horrenda y seca, una funcionaria medio virgen obsesionada por el sexo, y me llegó su risotada de que vale, machito, vale, boludo de *****, vamos a ver si me demuestras con hechos todo lo que me dices, y yo le dije que me desatara y vería, y ella me dijo que no, que no era tonta, que le ponía más así, mi cuerpo inmóvil y tenso cruzado por las cuerdas que se clavaban en la piel y la ulceraban, y entonces noté cómo con una esponja húmeda de jabón y agua me limpiaba, como si fuera un bebé, de pies a cabeza, cómo me perfumaba con su asquerosa y apestosa colonia, y luego sentí sobre mí su cuerpo duro y reseco, que lo vi, un espantajo sin lolas, sin culo, sin nada que agarrar aunque yo no pudiera por estar atado, una hembra de piel y hueso que no se cubría su cara, lo que me inquietó, porque los verdugos se cubrían con capuchas, o nos cubrían a los torturados con ellas, y yo, desesperado, tratando de conseguir una erección para servirla, pensando en la muchachita de grandes lolas redondas y suaves que me había cogido ayer, o anteayer, no sé cuándo, pero aquella carne fría y seca que tenía encima no ayudaba en lo más mínimo a endurecer el miembro castigado, por lo que decidí recurrir al cine, a las escenas más cálidas del séptimo arte, a las musas más procaces y calientes, y me imaginé, reviví, las lolas y el culo de Marilyn en “Con faldas y a lo loco”, el escote sudoroso de Claudia Cardinale en “Los profesionales”, las lolas impresionantes de Sofía Loren en “Dos mujeres”, y nada, nada de nada, estaba como muerto, y eso que cerraba los ojos para no verla, y nada aunque su mano lo cogiera e hiciera correr la piel por él, hacia abajo y hacía arriba, de forma vigorosa, y nada  cuando aplicó su boca, lo sopló y chupó como si fuera un helado, una caricia que en otras circunstancias no fallaba, en un último intento, y yo, maldito macho de *****, que nunca había errado, sin cojones, desesperadamente flácido, y entonces sentir cómo ella se vestía después de bajar de la tabla en donde estaba atado, se alejaba, murmurando que yo era un marica de *****, que vaya macho que estaba hecho, que vendría una bestia de la ESMA a darme por el culo a ver si eyaculaba entonces, y oír como la puerta de la celda se cerraba con estrépito, lo que indicaba su enfado, y yo mearme, cargarme, vomitarme encima mientras la sangre volvía a brotar de las muñecas en carne viva infectadas, y sentir las moscas correteando por mis testículos, mientras rezaba, aunque nunca había pisado la iglesia, creo, desde que mis viejos me bautizaron, pero algo tenía que hacer, y así, en esas condiciones, rezar era lo único práctico, con la esperanza de que alguien se diera cuenta de la tremenda equivocación, de que yo no era un subversivo, y me pusieran de patitas en la calle, que no pensaba demandarles, que lo olvidaría todo, los golpes, puñetazos, el espantoso dolor que me produjeron cuando me arrancaron con tenazas las uñas de los pies, los cortes con cuchilla en todo el pecho y espalda, y yo chitón, lo juro, yo en la calle nada, apoyándoles, lo olvidaría todo, lo perdonaría todo, hasta, si me apuran, me haría policía, torturador, maestro electricista de la picana, pero que me dejaran salir, por favor, que yo no tenía nada contra los milicos.   
                  
Abimael Koczinsky
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:46:09 pm
El baile de las hojas secas


Había trazado las líneas más oscuras de su grandiosa ciudad y golpeado bajo sus dedos los más bonitos recuerdos. No quedaba de aquello más que libros y humo, con su muerte se llevaría la última bocanada de lucha por el periodismo.
En una noche de sur en Santander, sentado frente a la máquina de escribir, el fulgor de las hojas otoñales le impedía dormir.  Se balanceaba en su silla de mimbre intentando reflejar sobre papel manchado aquello por lo que luchó con tanta firmeza y que hoy parecía todo el mundo había olvidado. El ruido proveniente del piso de arriba no le permitía concentrarse en su tarea.
Comprobó que en el bolsillo de la americana llevaba su pluma y su pañuelo, que en el pantalón del traje tenía puros y un encendedor, cogió su chaquetón y su bastón para atravesar poco después la puerta de casa. Miró hacia arriba en señal de queja por el constante ruido de su vecina que le impedía dormir cada noche y se dispuso a bajar las viejas escaleras de madera que le conducirían hasta el portal.
Un vendaval azotaba las hojas fuera. Era el baile de las hojas secas en los días otoñales. Bajó la cuesta de la atalaya balanceando su bastón hasta la calle Rualasal, cruzó esta y atravesó los arcos de piedra que amurallaban la plaza porticada. Ésta le condujo hasta la inmensidad centelleante del paseo pereda. La noche era fresca, silenciosa, como si el tiempo se hubiera detenido esperando a que nuestro protagonista se encontrase al fin con sus pensamientos.
Mientras el semáforo se decidía a darle el paso, se encendió el primer habano de la noche. La primera calada empapó sus entrañas produciéndole un breve instante de placer. Al pasar delante del monumento a los raqueros recordó a José, aquel niño rubio de cabellos alborotados que cada mañana esperaba sentado la llegada de algún barco para lanzarse al agua a por las monedas que le lanzaban los turistas. Una forma de subsistir para aquellos niños en forma de espectáculo.
La brisa que arrastraba consigo el mar le rozaba la cara. El olor a sal le traía recuerdos de antaño, cuando solía sentarse a observar como los pescadores descargaban la mercancía.
-   Hoy ha habido suerte- Le decía su amigo Willy mientras le envolvía una buena Dorada. – Esta para los niños- Apuntaba.
Conocía a pescadores, estanqueros, limpiazapatos y maquinistas. Todos sabían que si tenían algún problema él lo reflejaría en uno de sus maravillosos artículos del periódico.
Paseó bajo la luz de las farolas que iluminaban suavemente sus cabellos de plata y al llegar al puerto se paró a observar los mástiles de los barcos que se alzaban desafiantes, como un ejército erguido protegiendo la ciudad. Los botes se balanceaban siguiendo el alegre ritmo del mar, y a los oídos de nuestro singular personaje llegaba por última vez el rasgueo del mar chocando contra el espigón.  La luna brillaba en el fondo del mar. En una noche apacible y fulminante él caminaba tranquilo bajo su traje obsevando el vuelo de las gaviotas.
Al llegar a Reina Victoria se detuvo. Apoyado en una señal de tráfico encendió el segundo habano de la noche. A los lejos las luces de los semáforos se confundían con las de los taxis. Paró el primer taxi que vio libre y le pidió que le llevase hasta la redacción del Diario Montañés. Al llegar, le dio al taxista quinientas pesetas y se bajó del coche. Paralizado frente al edificio respiró con fuerza y cerró los ojos. Esperó unos instantes y por fin se decidió a entrar. 
Al entrar, el olor de la tinta de los primeros periódicos del día y la visión de la maquinaria imprimiendo números a toda velocidad le impregnó de recuerdos. Recuerdos de la primera hoja del lunes que allí mismo imprimieron, de cuando se encargó su edición a la Asociación de la prensa santanderina y le nombraron director. Recuerdos de aquellos años en los que tuvo que ver escritas sobre el papel las peores noticias de una guerra civil que enfrentaba a familias, amigos y vecinos, noticias que él mismo tuvo que vivir a base de su propia experiencia en el frente y que aún hoy conseguía hacerle temblar las piernas.
Nuestro protagonista se adentró en su despacho y buscó entre los papeles algún viejo artículo o una fotografía antigua que le inspirase aquella noche. Sentado en su sillón se encendió el tercer habano y tecleó su consumida máquina de escribir. Sabía que tenía algo que escribir, algo que decirle al mundo por última vez, pero no sabía lo que era. Sobre la mesa, yacía impasible el último ejemplar de la hoja del lunes y nuestro protagonista supo entonces que todo aquella noche era lo último, que se irían entonces con él miles de recuerdos y nacerían otros nuevos que ya no querrían ahondar en todo aquello que el viento de la historia se llevaría con sus hojas.
Al salir de su despacho vio al guardia apoyado contra el marco de la puerta fumando un cigarrillo.
-   Buenas noches Don Antonio- Le saludó
-   Buenas noches- Se giró el guardia- No le oí entrar. –
-   Llegué hace un rato, no podía dormir en casa y tampoco conseguía escribir nada nuevo, mi vecina de arriba es bastante ruidosa.-
-   Eso es lo bueno de trabajar de noche- Le contestó el guardia risueño.
-   Mañana vendrá mi hijo a recoger las cosas del despacho, creo que ya es hora de dejar sitio para otro.-
-   ¿Pero por qué? Hace años que se jubiló y siempre hemos mantenido su despacho intacto, nos gusta que venga por aquí. No lo entiende, esto ya no es lo que era, ya no quedan periodistas como usted, esto no es más que prensa sensacionalista que se vende por cuatro duros, y ya no sabe uno ni de quién es la culpa… Ojalá hubiese más gente como usted- Y el guardia estrechó fuertemente la mano de nuestro protagonista.
Al llegar de vuelta a casa encontró en el buzón un paquete que llevaba el nombre de su vecina de arriba pero que sin embargo marcaba su piso y llevaba un sello del diario montañés. La curiosidad le pudo y decidió abrirlo. Una nota cayó al suelo y en el reverso nuestro protagonista pudo leer:
“Aquí le envío los artículos que  me pidió, no ha sido fácil conseguir reunirlos todos sin poder pedírselos a él directamente, pero hace varios días que no pasa por aquí y tampoco le localicé en su casa. Me alegro de su vocación por el periodismo y sobre todo que elija un maestro como él. Muchos saludos. Antonio.”
Nuestro protagonista sacó la carpeta que contenía el paquete y ojeó uno a uno los artículos que venían en ella. Observó con sorpresa que todos estaban firmados por él. Subió las escaleras hasta casa de su vecina y dejó el paquete junto a su puerta con una nota que decía: “Gracias por conseguir que duerma tranquilo sabiendo que lo dejo todo en tus manos. Un saludo. FLB”

Piú
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:47:51 pm
Supersticiones


Él se levantó en la mañana, descubriendo con agrado que el primer pie que posó en el suelo era el derecho.
—   Será un buen día— pensó.
Se levantó a desayunar. Al abrir el refrigerador se golpeó en el codo con la mesa.
—   Recibiré un regalo— agregó en su mente.
Sentado frente a su intensa taza de café que emanaba el ondulante y juguetón vapor, comiendo un pan tostado con mantequilla, sintió de pronto una picazón en la mano derecha.
—   Sí que estoy de suerte. También recibiré dinero.
Bebió el último trago de café y dio la última mordida a su tostada.
Vio la hora… ¡primera vez que no estaba atrasado! Calmadamente, se arregló para ir a su trabajo.
Abriendo la puerta, vio a dos niños jugando con una pelota, la cual cayó en su antejardín. Eran los gemelos del frente, quienes debían ir al colegio en la jornada de la tarde, por lo que acostumbraban a salir muy temprano en la mañana.
—   ¡Vecino! — exclamó uno de ellos— ¡Porfa, tire la pelota!
Lo hizo, y notó que cerca de donde ésta había caído, había una herradura y, más aún, un trébol de cuatro hojas.
—   Este día no podrá ser mejor— murmuró mientras recogía los afortunados objetos.
Con una gran sonrisa, salió a la calle. Tan distraído iba, que no vio a una joven que caminaba, también despistada. Chocaron. Ella llevaba una carpeta llena de papeles, los cuales volaron como una lluvia multicolor.
—   Disculpe— se excusó sonrojado ayudándole a recoger los papeles.
—   Disculpe usted— respondió ella.
Intercambiaron una sonrisa y cada cual siguió su camino.
—   Diez de la mañana y ya sucedió algo bueno— se dijo sonriente.
Todo desapareció para él, menos la hermosa muchacha, quien continuaba caminando para el lado contrario.
De repente, cesó su despistado caminar y miró hacia atrás. Comenzó a recordar bien su camino… había un gato negro cerca de su casa, pasó bajo una escalera… y ella… al chocar, sintió el ruido de un cristal rompiéndose, al cual no le puso mayor atención… un espejo de bolsillo.
Preocupado y ya con su sonrisa apagada, se dispuso a seguir su camino, sin darse cuenta de que el semáforo le indicaba que no cruzara la calle que, a todo esto, era muy transitada a esa hora…

Lily
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:53:52 pm
De la hediondez a la fruta fresca


Lena tiene las caderas anchas y el olfato sumamente desarrollado. En palabras más exactas: Lena piensa con el olfato. 

Me explico: el cerebro convencional de un pitecantropus erectus con un coeficiente intelectual promedio y varios cocotazos, escucha la expresión 3 x 8 y responde –en mayor o menor tiempo- 24. La velocidad de respuesta varía entre 1 y 49 segundos, y es inversamente proporcional al nivel académico del paciente y al número de cocotazos recibidos a lo largo de la vida. 

Con Lena es distinto. 

Para Lena la expresión 3 x 8 = 24 carece de sentido. Ella en cambio puede comprender con absoluta claridad que olor a tierra mojada más orín de bebé meón, es igual a pan recién salido del horno sobre níspero maduro. Es así: cada símbolo, cada gesto, cada signo lingüístico tiene su propio olor en la comprensión de Lena; todo está codificado: la hediondez, el mar, la fruta fresca, los pimientos, todo.

Lo primero que hace cuando conoce a alguien es olerlo hasta desgastarlo. Sin disimulo, Lena se acerca al cuerpo de la víctima y empieza a aspirar como perro antinarcóticos. No descansa hasta encontrar que algo esté mal. Busca en las axilas, el cuello, la espalda, el pelo, la boca; si pudiera agacharse y oler el aparato excretor del otro, lo haría con toda convicción y sin reproches, pero se abstiene por el qué dirán.

Como es de suponer, la mayoría de sus pretendientes huyen despavoridos cuando se descubren succionados. De repente, tienen la nariz de Lena clavada en las uñas o el ombligo, y esto resulta, ciertamente, incómodo.

Daniel huele mal todo el tiempo, incluso después de darse un baño; Daniel tiene todos los olores -los malos olores- pero el amor es así: Lena y Daniel se casaron y viven infelices.

El principal pasatiempo de Daniel consiste en leer la enciclopedia de los seres olientes. Es allí donde supo que las bacterias se acumulan en algunas zonas de nuestro cuerpo (axilas, boca, genitales, sobaco) y generan los malos olores, pero no es tan sencillo; no quiere decir que las bacterias huelan mal por el solo hecho de estar allí, ni más faltaba; no hay porqué juzgar a estas criaturas. Lo que realmente sucede –dice la enciclopedia en letras rojas, cursivas- es que las bacterias también tienen sus necesidades y en las axilas no hay lavamanos, en los genitales no hay inodoros. Las bacterias no se han preocupado por la construcción de sistemas de alcantarillado. En resumen, concluye Daniel, el ser humano -sin sospecharlo- queda convertido en una alcantarilla bacterial; pero por qué yo, se pregunta, por qué yo en grado sumo.

Daniel sueña con ciudades inmundas en donde él puede oler tranquilamente mal sin que nadie le extienda un antitranspirante de roll on. Sus pesadillas, en cambio, están llenas de esponjas, cepillos eléctricos, pasta dental medicada y gente que cambia de acera. Un día soñó con un baño lleno de excremento humano espumoso, como malteada. La gente evacuaba  su inmundicia  sobre la suciedad del otro y a nadie se le ocurría bajar la palanca; a nadie le importaba. En una de sus pesadillas recurrentes es miembro de una tribu infinita de indios llenos de mal aliento y gingivitis. La tribu tiene incontables guerras contra monstruos marinos, quizá imaginarios. La tribu usa su mal aliento para defenderse. Estas guerras han extinguido toda la flora y la fauna.

Si Daniel quiere darle un beso a su amada, debe someterse antes a una profilaxis dental debidamente inspeccionada. Esto incluye el uso de seda dental hasta la última muela, un cepillado correcto -los dientes de abajo con leves movimientos hacia arriba y viceversa-, enjuague bucal medicado y mentolado hasta el infinito, y una limpieza total de la lengua -que no quede nada blanco, lo más roja posible-.  Luego la inspección.
En algunos casos, cuando Lena lo considera, es necesario el uso de un drenador hepático.

Después de todo este procedimiento, Lena admite el beso y Daniel, ya desganado, procede a besar a su amada, como quien mastica un pan duro.

Lena cae en reproches: ya no me besas con la misma pasión de antes.

Para hacer el amor es aún peor.

Daniel debe purgarse con una semana de anticipación y someterse a un lavado gástrico. Luego un baño con alcohol isopropílico, jabón antibacterial y agua caliente. Existe una olla gigante en el patio, especial para este baño.

«Tampoco es que te vas a cocinar» dice Lena con cariño, mientras busca un poco más de leña, y Daniel sonríe como un gran tonto, pero por dentro arde enfurecido y frustrado.

Un día, Daniel consiguió una amante: Ivone.
Ivone huele mal y lo deja oler mal; es decir, ambos se huelen bien. Daniel se siente amado y comprendido con Ivone.

A su vez, Lena consiguió un amante: Aurelio.

Aurelio la besa con pasión, como ella quiere, así que Lena le persona la placa bacteriana por puro amor.

Daniel desconoce la existencia de Aurelio
Lena desconoce la existencia de Ivone.

Daniel y Lena siguen juntos, pero ahora son felices.
***
FIN


Nota:
Teniendo en cuenta que el término cocotazo no aparece en el selecto listado de la real academia española de la lengua, me he visto en la dura obligación de transcribir su concepto. Esto con el fin de facilitar el entendimiento del texto y darle así, además, un toque de universalidad.
 
COCOTAZO:
Movimiento pendular ondulatorio vertical estrepitoso efímero y tajante de una mano humana (por lo general cerrada y con el dedo medio resaltado y puntiagudo) que responde a una sinapsis neuronal enviada por algún cerebro dueño de una irritación descomunal pero entendible, y que afecta al receptor de forma tal que le produce -en la primera fase- un estremecimiento vibratorio. Es de anotar que el receptor es otro ser humano que para mayor comodidad presenta menos estatura y por lo general alguna relación estrecha o cierto grado de consanguinidad con el sujeto afectante. La segunda fase se caracteriza por la aparición de un dolor agudo que se extiende sobre el cráneo del afectado desde el epicentro en donde colapsaron, hace unos segundos, dedo medio puntiagudo y cráneo triste y confundido, pero gran merecedor.

Nimesulide
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:55:19 pm
Alegato


Hacía mal tiempo. El primer ministro se recostó en su butaca de cuero, entrelazó los dedos y escuchó atentamente el informe de su ayudante. La situación en aquel bárbaro país islámico empeoraba por momentos: dos de los veinte soldados secuestrados habían sido ejecutados por el método de la decapitación con cimitarra. El mero chantaje empezaba a transformarse en un casus belli.
    --Nuestros aliados se muestran indecisos al respecto. Conviene tomar ya mismo una iniciativa clara, señor —sugirió el ayudante tras acabar su lectura.
    En el despacho se hallaban dos hombres más. Uno era un importante miembro del partido, uno de los encargados de la campaña para la reelección del primer ministro.
    --Señor, opino, modestamente, que habría que buscar una salida dialogada —dijo con maneras suaves y armoniosas--, una resolución diplomática del conflicto. Lo último que nos interesa ahora es a los pacifistas concienciando a las masas, montando manifestaciones y saliendo en los medios. Hay que negociar con esos terroristas aupados al poder si queremos sacar de allí a los soldados, pero en ningún caso recurrir a la violencia. Aunque haya que ceder en parte al chantaje, es un buen cálculo electoral, idóneo en esta sociedad acobardada, cómoda y dormida.
    El otro hombre, un militar de digno porte, habló en ese instante:
    --Eso me parece una cobardía.—El militar, que era general, estiró su uniforme cargado de galones y condecoraciones y, de dos pasos, se plantó frente a la amplia mesa de su superior civil--. ¡Es inadmisible! ¡Un deshonor intolerable! —exclamó, un tanto exaltado--. Toda solución práctica y decorosa pasa por una intervención armada.
    Se hizo un silencio realmente incómodo. El sonido de un trueno a lo lejos copó el despacho y sobrecogió a los presentes, turbados ante la magnitud de lo que estaban tratando. Miles de vidas y el destino de la nación dependían del resultado de sus conversaciones.
    El primer ministro paseó la mirada por la estancia, su lugar de trabajo, deteniéndose en varios de sus cuadros preferidos y en el inevitable retrato del Jefe de Estado, ausente de sus ocupaciones por motivos de salud. Finalmente, el del partido volvió a la carga con su cantinela anterior:
    --Señor, la opinión pública mayoritaria, con ideas de paz y comprensión para con los terroristas pobres, es lo que más hay que tener en cuenta. Desechemos las medidas... extremas, desproporcionadas... Inconvenientes.
    --¡Ni hablar! Me niego a dejar sin venganza a los dos valientes  cruelmente asesinados. ¡La lucha es la única medida! —rugió el general, rojo de ira, la expresión crispada.
    --En todo caso, no ha de transcurrir el día de hoy sin que ofrezcamos una respuesta. La que sea —concluyó el ayudante, y, encogiendo los hombros, añadió: --No sé qué mas decir... ¿Señor?
    La decisión estaba en manos del primer ministro, hasta entonces silencioso y ceñudo. A fin de poder ver a través del ventanal del despacho, en cuyos cristales repiqueteaba la lluvia, giró un poco su butaca.
    --Cuando yo era un adolescente —comenzó de pronto--, en ocasiones teníamos problemas con unos atrevidos niños de corta edad que nos importunaban a mí y a mi grupo de amistades. Sin embargo, no solíamos reaccionar, ellos eran más débiles, no deseábamos abusar, etcétera. Pero las cosas pasaron a mayores. Una tarde, aquellos chiquillos de mala crianza, que eran legión, nos arrojaron una lluvia de piedras, hiriendo a varios de nosotros.—Señaló su ojo izquierdo, de un tono levemente más apagado que el derecho--. Particularmente, una pedrada me dejó sin visión este ojo. Fue terrible, un trago muy amargo. Después del incidente, nos reunimos todos los afectados y más, fuimos a por los niñatos y les propinamos una paliza que ya jamás olvidaron. Es cierto que durante unas semanas recibimos críticas por parte de mequetrefes y mujeres escandalizadas, mas a la larga también comprendieron que habíamos obrado correctamente. En cuanto a los niños, aprendieron la lección y supieron respetar a sus superiores. Pues bien —siguió con resolución--, pensando en ese recuerdo ya he tomado una decisión, que llevaré a cabo con todas sus consecuencias —terminó el primer ministro, que se incorporó para tomar unos papeles de su mesa.
    El miembro del partido balbuceó:
    --Pero... Esto quiere decir que... ¡No puede ser!
    --¡Cállese de una maldita vez! —le cortó el general--. Gran lástima me producen sus puros intereses partidistas. De lo que se trata es de rescatar y vengar a nuestros hombres y, en segundo lugar, de preservar el honor de esta gran nación.
    --En efecto —asintió el primer ministro--. Si se es fuerte, razón de más para ir a por el débil, siempre que las circunstancias así lo requieran.
    Afuera, la lluvia arreció. Parecía que los cristales del ventanal fueran a resquebrajarse. Hubo nuevos rayos y truenos.
    --¡El águila no caza moscas! —arguyó a la desesperada el miembro del partido, sólo pendiente de la campaña electoral.
    --Muy bien, es verdad, ¡pero ay de la mosca que ose adentrarse en el pico de acero del águila! —replicó el primer ministro--. Ayudante, prepare una declaración de guerra. Mañana la presentaré al Parlamento. Es la decisión justa. Y, recordando a un gran maestro, será un «alegato por la civilización y contra el tercermundismo»...

Al atardecer del día siguiente, el primer ministro se recreaba, se relajaba, una hermosa pieza de música clásica en su moderno equipo, y movía sus manos, y subía el volumen, y elevaba su espíritu. En tanto, a miles de kilómetros de allí, docenas de escuadrones de bombarderos devastaban una ciudad de blancas casuchas y mezquitas cochambrosas, allanando el camino para la invasión de las fuerzas terrestres.
    El alegato estaba en marcha.

Benjamin Hurwood
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:57:09 pm
De repente murió


“De repente, murió: que es cuando un hombre llega entero,
 pronto de sus propias profundidades. Se pasó para el lado claro.
La gente muere para probar que vivió.
Pero ¿qué es el pormenor de ausencia? “
Frase del discurso de ingreso a la Academia Brasileña de Letras
 JOÃO GUIMARÃES ROSA

Las personas no mueren. Quedan encantadas... Un encanto que no se percibe pero que se siente. Si, de repente él murió y Ramón vio la luz que iluminaba su camino de regre-so a casa.
El hombre deseaba correr para volver a ver a su mujer, sentir su cuerpo, oler su perfume como antes. Él desatendió sus deseos y caminó despacio mientras iba recordando su pasado, un poco abstracto a veces, demasiado crudo otras, y ese final, el que le alejó de ella, vacío y hasta amnésico. Pero todo esto era debido al trance del regreso. Un tránsito desde la muerte, que le nubló los sentidos.
 El hombre intentó encauzar los recuerdos desde la oscuridad en el que le sepultó la muerte, hacia ese otro  paso hacía la claridad que le volvió a llenar de vida y energía; y Ramón recordó. Recordó su casa, a su mujer y el amor que sentían.  Un amor sublime, más  trascendental  que el simple amor carnal.
Él la recordaba desde siempre. Una niña de coletas y falda corta que le empujaba cada vez que lo veía. Una niña que se transformó en una joven de gran belleza y armas de tomar, ya que siempre conseguía lo que deseaba. Y ella lo deseó a él. Después se casa-ron y fueron a vivir a la casa. No hacía un mes que residían en ella y de repente ella enfermó.
Ramón recordó su último beso, y caminó buscando ese recuerdo hasta la casa. Caminó y recordó el  beso, sediento y hambriento, o ¿el que tenía sed y hambre era sólo él? Pero el beso había existido. Había sido un intercambio de sensaciones y sentimientos, como con la casa, la casa que compartió con ella.   
  Él no supo en que momento se dio cuenta de que la casa estaba encantada, ¿o lo había estado siempre? Quizás lo supo por la mirada dolida y frustrada de la mujer, que era un reflejo de ese sentimiento de pérdida que ella no deseaba asumir; quizás era sólo la ob-sesión de él  lo que la mirada de ella le descubría, ante esta nueva vivencia en soledad, o quizás, era su deseo de permanecer junto a ella para siempre, encantando la casa con el recuerdo de ese amor, y quedando en ella grabado para siempre.  ¿O la casa los encantó a ellos?
A Clara y a Ramón les había gustado siempre la casa. La escogieron por casualidad, o ¿la casa los había escogido a ellos? Una casa no puede tener vida; no puede tener senti-mientos, pero desde el momento que la vieron se enamoraron los dos de ella. Ella los acogió confortablemente, mimándolos incluso en cada rincón de la vivienda; animó su pasión de pareja susurrando como en un eco las frases de amor dichas por cada uno has-ta en sueños. Los acunó hasta en sus entrañas, como si esta fuese la madre onírica que amantaba y cuidaba a sus niños no nacidos, aunque ellos tenían vida cuando se instala-ron en ella. Los recibió con los brazos abiertos, y a veces hasta los reprendía cuando se enfadaban, con crujidos misteriosos o  con una suave brisa que les entibiaba el enfado animándolos a volver amarse para siempre. 
Ramón caminó y llegó a la casa que lo estaba esperando, como siempre. Porqué la casa también tenía memoria y  esperaba su regreso junto a Clara y ella. Buscó a su mujer en la habitación de siempre. Clara encantada;  Clara serena; Clara enamorada, le esperaba. La sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Ella le ofreció los labios que él absorbió con an-sia, borrando cualquier rastro del recuerdo del último beso, en el rostro de su amada, fría y muerta; y la casa los acogió feliz…

Ana Zar
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 18:59:33 pm
Unos minutos de mi vida


          Esta es mi historia, una de  tantas que he tenido en mi vida. Uno de los muchos episodios que me ha tocado vivir. Eran los años de una España arruinada. Diezmada demográficamente, dónde el hambre y la extrema necesidad eran la realidad cotidiana, mi realidad  y también la de una gran parte de la población.
          Reinaba la autarquía, una política económica basada en la búsqueda de la autosuficiencia y la intervención del estado, que fijaba los precios agrícolas y  obligaba a los campesinos a entregar los excedentes de nuestras cosechas.
          En este contexto, y en lo que sucedió en Jaén en otoño del 36, tiene lugar esta historia que cambiará mi vida para siempre.
          Otoño de 1936.
          Todo está oscuro, en silencio. Mi padre no me deja encender la vela pequeña por miedo a que los dirigentes locales del Frente Popular llamen a nuestra puerta. Mi padre sabe que  hoy llamarán a muchas.
          De repente alguien llama. Me dice que me vaya a mi habitación. Obedezco. Oigo voces abajo, pero no puedo entender nada. Se cierra la puerta. Hay alguien mi casa. Mi padre me llama y me indica que Juan, “el pastor”, está aquí, que van a ir a su casa.
          Tenemos que ocultarlo, ellos van a venir a por él. Mi padre me dice que no tenga miedo, pero lo tengo, estoy temblando y me castañean los dientes. Me dice que pase lo que pase no diga nada, que no hable, que no conteste a ninguna pregunta. Dice que me quede inmóvil. Eso es lo que llevamos días practicando, pero ahora no me parece tan fácil.
          Juan finalmente se oculta en una trampilla que hay en la cámara de mi casa, un sitio muy pequeño, dónde guardamos las cosas de mi fallecida madre.
          Se oyen muchos pasos fuera. Miro a mi padre. Sé que son ellos. Su semblante es frío, está desencajado. Su mirada está clavada en la mía. Lo único que pronuncia es mi nombre: “María”. Yo no aparto mis ojos de los suyos. Tengo miedo.
          Abre la puerta. Allí están ellos. Gente del pueblo, de nuestro entorno. Todos personas conocidas para nosotros. Los miro. En sus miradas veo odio, odio hacia mi padre, odio que no logro entender. Tengo mucho miedo.
          Ellos hablan. Pero yo no escucho nada. Sólo quiero que mi padre me abrace, me consuele y me diga lo que tengo que hacer. Empiezan a gritar, a dar golpes, a tirar nuestros muebles. No puedo contenerme. Empiezo a sollozar. Temblando me abrazo a la pierna de mi padre, de mi salvador. Necesito que él me consuele.
          De repente sacan a Juan. Le están pegando. Su labio sangra. Le miro a los ojos. Él también tiene miedo. Lo sacan fuera, a la calle. Juan grita. Mi padre me coge en brazos y me abraza. Dos de ellos le dicen que me suelte, que me deje en el suelo. Él no quiere.     
          Me abraza más fuerte de lo que nunca lo había hecho antes, me dice con voz muy fuerte, casi gritando, que me quiere, que me quiere más que nada en este mundo. Ellos me agarran, tiran de mí, me separan de mi padre. Forcejeo, grito, lloro. Miro a mi padre. Él está igual que yo. También llora. Me mira,se arrodilla en el suelo y llora. No dejamos de mirarnos. Pierdo la noción del tiempo, del espacio que me rodea. Oigo un trueno espeluznante. Se me paraliza el corazón. La sangre… Los ojos de mi padre se abren mucho, se paran en ese momento…
          ¡Dios mío! Mi padre cae al suelo, cae con sus ojos abiertos. Dejo de llorar y corro hacia él. No entiendo lo que pasa. Le abrazo allí, rodeada de esos hombres que ahora me miran. Miro mis manos, están llenas de sangre, la sangre de lo  único que me quedaba en este mundo, la sangre de mi padre.
          No comprendí hasta pasados varios meses que me había quedado sola, que mi padre había muerto ese día, delante de mí. Me acogieron unas vecinas hasta que una tía  de Madrid me recogió y me trasladé con ella a la ciudad.
          Pero nunca he sido feliz. Mi historia es triste. Marcada por la muerte, primero de mi madre y después, la de mi padre.

Veleta
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:01:08 pm
El hombre del recto juzgar


Allí se encontraba Jairo. Se encontraba en la terraza de su edificio frustrado con aquella frustración del hombre “fuerte y frio” queriendo llorar o tal vez solo ser abrazado. Pero Jairo era demasiado inteligente para ello. El sufre de esa angustia desconsolada del incomprendido. De aquella angustia del que es diferente y por lo tanto angustia personal y comprendida solo por sí mismo.
Jairo, Jairo Niño como era su nombre completo, desde pequeño siempre había tenido un don, tal vez un castigo, excepcional. En él era posible la respuesta sobre el fundamento del conocimiento. Su nombre no refleja eso. Nosotros una sociedad dispuesta al conocimiento extranjero y a nombres muchas veces desconocidos al pronunciar, no nos suena, al escuchar, que un tal Jairo Niño de la respuesta al problema que ha dejado tan absortas a mentes brillantes de la historia.
El problema sobre el juzgar ha sido problema capital de la humanidad. Al menos, así lo es para gran parte de los pensadores durante más de 6000 años de la humanidad. ¿Cómo determinar aquello que es bueno o aquello que es malo? ¿Cómo saber de antemano qué es productivo y qué no lo es? Ello solo es un problema de juzgar bien. La pregunta capital es: ¿Cómo se desarrolla el buen pensar?
Era pues Jairo Niño la respuesta a tal importante pregunta. Jairo nació como lo hacen todos los niños, en un hospital y con dos padres biológicos. Hasta allí, nada especial. Sería más que pomposo y limitaría con lo extravagante desarrollarle a un niño una tomografía (FMRI, EEG o todas aquellas siglas que resumen un complicado aparato para observar fisiológicamente el funcionamiento del cerebro) para observar su proceso neuronal. Más aún, dando por entendido que pudiésemos  darnos por enterados la manera que piensa un ser humano desde los resultados de tales aparatos.
Además de ello, Jairo era hijo de una familia clase media que lo único que le importaba era un hijo sano. Después de ello todo sería alegría. Así, desde los primeros minutos de vida el talento de Jairo pasaba desapercibido de todo el mundo mientras su madre lo tenía en sus brazos, su padre tomaría un café desabrido como todo café de hospital y su médico, feliz de terminar pronto, se prepara para encontrarse con un nuevo amor.
Luego, en la infancia de Jairo todo fue alegría y se le tomo como un niño de bastante inteligencia, bastante astuto para relacionarse con los otros y muy bueno al practicar los deportes. Para la familia, tanto como para su profesor, hombre ya cansado de la vida por todos los años en que los estudiantes le quitaban su energía vital misma, Jairo era un niño excepcional. No obstante, no dejaba de ser oculto el gran don de Jairo.
Cuando Jairo jugaba al fútbol sus compañeros muy inteligentemente se atrevían a decir: “él, sí sabe qué hacer con el balón”. Tal vez, ellos eran los únicos que lo habían notado. Ese era el talento de Jairo, a saber, siempre juzgaba correctamente. Dicho de otra manera, sabía qué debía hacer en ese momento para hacer lo correcto.
Así, en él se escondía uno de los grandes secretos del mundo: lo correcto está vinculado al mundo.  Este hombre era incapaz de juzgar incorrectamente. Todo juzgar de Jairo se vinculaba a un orden universal y lógico y por lo tanto siempre correcto.
Así, Jairo ya adulto no demoro en triunfar rápidamente. Siempre sabía hacer lo correcto, por lo tanto siempre todo le era de provecho. Ahora, este es el punto que lleva a la angustia de Jairo en una terraza. Él siempre juzgaba de forma correcta, más aún, era incapaz de juzgar de manera incorrecta y esto le creaba un vacio infranqueable con las personas a su alrededor.
Es decir, en él se vinculaba todo lo bueno y era dado de manera natural. En él se daba la prueba absoluta que lo bueno, productivo y correcto no dependía de los sujetos y la manera en que ellos lo miraran. Jairo era la muestra viviente que ser bueno, productivo y correcto era la forma natural de todo ser humano. Por lo tanto, todo tipo de mal juicio y por lo tanto todo mal, daño al otro o a la naturaleza y lo incorrecto o irracional solo surgía de anomalías de los sujetos en su aparato cognoscitivo. Jairo era la prueba de que todo hombre que juzgaba mal era un hombre que se enfrentaba a su naturaleza. 
El problema que se le presentaba es simple. El juzgaba correctamente, aquello que es bueno, productivo y correcto. Él era lo natural, él era el hombre con el orden natural y cósmico de las cosas. Por el otro lado los otros. Siempre los otros, qué problema. ¿Qué hacer con los otros surgimiento de toda desdicha humana? Jairo al igual que todo humano está en el mundo y solo puede ser EN el mundo. Por lo tanto su relación con los otros es necesaria. Pero tal relación no era posible. Él, Jairo, era lo natural mientras todos los otros con sus juicios errados eran las anomalías de la naturaleza. Seres inferiores a él. Para él era como si un ser humano se rodeara de perros.
La distancia entre Jairo y los otros siempre había existido pero nunca había sido tan grande como ahora. En este momento se sentía vacio y solo en el mundo. Más aún, ahora que amaba. Él era mejor que los que los rodeaban. No obstante, en algo era igual  a ello, en el sentir. ¿Qué clase de juego de la naturaleza era ese? Si aquel hombre se encontraba un peldaño más arriba de los otros, ¿Por qué hacerlo relacionarse con ellos de forma tan profunda? ¿Por qué darle la capacidad de entenderlos en esa manera tan profunda? La respuesta era simple. Jairo nunca dejo de ser humano, uno especial sí, pero humano finalmente.
En esta humanidad encontró el amor y en ella se sintió completo. Pero el amor no es solo querer es vivir y este vivir es tomar decisiones conjuntas. En estas decisiones conjuntas deberían juzgar los dos de tal manera que las dos partes se sientan satisfechas. Así, es el amor, se trata de dar derechos y razones en bien de mantener la relación querida. Sin embargo, recordemos que Jairo tiene la incapacidad de juzgar incorrectamente. Mientras sus congéneres, su amor, juzgan muchas veces de manera incorrecta.
Así, al contrario de las otras relaciones que se dan entre seres humanos donde alguna de las partes simplemente puede dejar lo que juzga correcto en bien de la pareja y entregarse a un juicio incorrecto, Jairo no tenía esa capacidad. De esta manera, el don se volvía un defecto horrendo, monstruoso, él no podía relacionarse ni con su amada ni con nadie.
Ello se debe porque las razones de los sujetos siempre son correctas para ellos. Una posición contraria solo critica su forma de vida. Solo mediante el duro choque con la realidad los sujetos son capaces de observar lo correcto.
Sin embargo, Jairo no contaba con ese tiempo. Aunque estuviera en lo correcto, no podría hacer ver a su amada o a sus congéneres la verdad de las cosas. Aquello era ofender su presunción de naturaleza humana, cuando ellos, eran sólo la anomalía de una naturaleza más completa. 
Así, Jairo tomo la única salida posible. Una vez más obro como debería obrar, como lo obligaba su correcto juzgar. De la misma manera en que Nietzsche lo afirmaba, en mi parafraseo,  “el hombre al observar su naturaleza, no duraría más que el hijo de Lessing”. Dicho de otra manera, el hombre al observar la naturaleza de sí mismo, no hará otra cosa que escapar de este mundo, de llegar a ese momento de paz absoluta donde se encuentra la inconsciencia.
El se encontraba en el momento donde el vértigo se unía a la paz. Ya se sentía libre antes de haber caído, de momento, todo no le parecía tan horrible y si sentido como lo era unos minutos antes. Así, de esta manera, llego al momento más lucido de la naturaleza humana. El juicio más recto que puede alcanzar la naturaleza humana basándose por el instinto más primitivo que tenemos, a saber, el de la supervivencia.
He ahí, esclavo, como siempre lo fue, de su recto juzgar, su incapacidad para labrarse un destino propio. Ahora, el don se tornaba más castigo. El gran Jairo, el hombre con ningún juicio incorrecto en su vida, no podía escapar de su juzgar. Su correcto juzgar no le daba espacio a ningún espacio de libertad, él era incapaz de juzgar incorrectamente. Él, como nadie lo sabía y lo sabrá, era más esclavo que ninguno de la naturaleza humana.
Así, descubrió, que si el correcto juzgar es la imposibilidad de ir contra la naturaleza humana, preferiría ser menos humano, menos racional. Sin embargo, no lo podía dejar de ser, era su naturaleza. De esta manera, tenía que volver a vivir, más bien sobrevivir, porque ese era el más correcto de los juicios. Así, reza pues el más correcto de los juicios, a saber, “no importa lo que suceda, sobrevive un día más”.   

Camilo Forero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:03:15 pm
Metamorfosis

       
Combustión. Mi cuerpo comienza a elevar su temperatura mientras ella me agarra y me conduce por un estrecho pasillo. Cada gota de sangre que recorre mi sistema circulatorio es, por segundos, un grado más caliente. Mi piel transpira y sus poros escupen excitados con este preludio. Cruzamos la puerta que separa el baño del pasillo. Aquí hace mucho calor. La incandescencia de mis entrañas empieza a exteriorizarse con el rubor de mi palidez; y comienza a hacerse visible cuando ella queda totalmente perfecta, totalmente preciosa, totalmente desnuda…

      Mi estómago se convierte en la prueba orgánica de la teoría del Big Bang. Mi corazón, al contrario que el universo, se contrae y se dilata a un ritmo frenético. Y comienzo a notar cada latido, cada bombeo de sangre, en el extremo más tenso de mi lujuria, mientras mi cerebro abandona su regencia solo por curiosidad. Intento mantener intacta mi humanidad para reprimir mi instinto animal. Una dualidad que siempre creí exagerada y que ahora entiendo. Lentamente me desnudo…

     Ella se mete en la bañera y se sumerge casi entera. Espectáculo tan bello. No puedo evitar mirar la parte de sus pechos que sobresale en la superficie. Esas curvas tan sinuosas, tan hermosas, tan deseables, impregnadas de brillos que el agua matiza.
Intento mantenerme cuerdo. Reto casi imposible, ya que me hundo en una gratificante locura y toda mi savia carmesí entra en estado de combustión. Lo noto. Ella también lo nota y sonríe. Entro en el agua y me muevo de forma que encajemos y podamos estar cómodos. Me sumerjo hasta el cuello. Y disfruto del parón momentáneo que la vida me ofrece. Una tregua con la tediosa rutina. Un paréntesis dentro de la racional y moral cordura. Una sobredosis de placer inyectada directamente al córtex cerebral. Una última puerta abierta a la más dulce y sensual de las demencias. La violenta necesidad de ser físicamente uno y no medio. Entonces ella cierra lentamente sus ojos y suspira con profundidad. Mi erección ha llegado a su punto más extremo. El tiempo se detiene. El agua se enfría. El espejo se desempaña. Y yo me dedico únicamente a mirarla. A saciar el hambre enferma y obscena de mi imaginación. A fantasear con un mundo pequeño donde el minutero es estático y donde solo impera la pasión infernal de los sentidos. Un mundo escondido en su cuerpo…

      Las cadenas de la sensatez se aflojan lo suficiente como para poner mi mano sobre su muslo. El calor de su carne hace obvia mi debilidad y empiezo a acariciarla. Ella, sin abrir aún los ojos, se mueve lentamente. No puede estar quieta. Su cuerpo empieza a tomar el control. El mundo tangible comienza a ganarle el pulso al mundo de las ideas. En este instante solo la materia es primordial. Solo el deseo es esencial. Solo la locura. Agrando el margen de mis caricias y aumento su intensidad. Empiezo a usar también la otra mano. Su cuerpo cada vez se estremece con más fuerza. Tanta agua comienza a sobrar. Con cada vaivén de su cuerpo sale más líquido de la bañera. Sigue sin abrir los ojos. Su cara es una exhibición de muecas irrefrenables que no hacen sino embellecer su rostro. Su boca se abre y exhala el aire ardiendo que su cuerpo no necesita. Su lengua humedece sus labios y luego ella se los muerde hasta dejar marca. Yo no resistiré mucho más. Mi cuerpo entero palpita y mi concentración se trastorna. Mi percepción hasta entonces de la realidad se distorsiona por completo. Mis manos cada vez quieren abarcar más y más secciones de carne. Las correas que me atan a la razón se aflojan casi por completo. Mi mano derecha busca voraz la cavidad más cálida, oscura y desquiciante de su anatomía. Una cerradura viva que anhela tragarse entera la llave que la abre, y dejar libres las maravillas. Mi mano diestra encuentra su objetivo y con una macabra delicadeza acaricio suavemente sus labios inferiores. Ella deja de contonearse para retorcerse agitadamente entre soplidos cada vez más sonoros. Introduzco dos de mis dedos completamente. Por fin abre los ojos. Comienzo a buscar violentamente por su interior como si fuera a encontrar el secreto de la creación. Como si la muerte, entretenida, me presionara a acabar pronto mi tarea, porque su barca estuviera esperándome. Ella desesperada intenta agarrarse a lo que puede. Pero sus manos húmedas resbalan sin lograr afianzarse. No deja de gemir. A veces incluso grita. Tanto que su voz se desgarra y su garganta se irrita. Yo, sumido en mi propia embriaguez lasciva, no hago más que aumentar el ritmo y la velocidad de mis dedos. No hago más que subir el tempo a la melodía que componen sus jadeos. Ya no queda casi agua dentro de la bañera. Está toda fuera. Mojando el exterior de nuestro pequeño y repentino mundo.

      Al fin sus manos encuentran donde cogerse. Mi pelo. Con fuerza sus manos tiran de mis cabellos en todas direcciones. Esto solo hace que enloquecerme más y más. De repente despierta en mí un ansia caníbal y hundo mi cabeza entre sus piernas. Ella vuelve a cerrar los ojos y su cara es la de un ángel al que Dios ha bendecido con sexo. Mi instinto animal me hace morder y lamer descontroladamente. Succiono, hasta la extenuación, todo el néctar de su estimulado deseo. Sus manos siguen apretadas en torno a mi pelo. Su garganta sigue cantando al compás marcado por su lívido. Y yo succiono más y más néctar… Hasta que me detiene.

         Ella me mira y sonríe sofocada. Me aparta con cuidado hacia un lado y sale de la bañera. Yo quedo inmóvil, a la espera. Con una toalla se seca entera. Mi lengua sufre pequeños espasmos eléctricos. Una vez seca, ella me mira. No sonríe. Su mirada es extraña. No logro descifrar su significado. Me ofrece la toalla. Estoy fuera de mí. Salgo de la bañera y decidido me acerco a ella. Esto no ha acabado todavía. Tan sólo es el interludio operístico de una puesta en escena salvaje. La miro fijamente. El primer acto son sus ojos. La obra entera es la inmensidad. La toalla cae al suelo mojado. Mi espíritu está drogado por completo. Colocado con una contradictoria mezcla  a base de furia, deseo, lascivia, sudor, cariño y anhelo. Y una dosis no ha sido suficiente. Necesito más. Por ello beso su boca con dulzura. Tranquilo. Legándole a sus sentidos el sentimiento incoloro que recorre mi columna y mi organismo. Placer.

       El fin se hace certeza absoluta en este momento. El valor de la vida se multiplica por segundos y en paralelo el temor al último estertor crece. El temor a no disfrutar. A no sentir la feroz vorágine de algo tan físico y espiritual a la vez. De algo tan hermoso. De este don que otorga la condición humana. Me mira de nuevo. Entiendo ahora su mirada. Al igual que yo, ella necesita más. Necesita llegar hasta el final. Necesita continuar con este espectáculo dedicado a la muerte. Esta obra cuyo tema principal es la vida. Ahora vuelve a sonreír.  Mi mente se excita otra vez y mi cuerpo lo demuestra. Ella se arrodilla. Los planetas se alinean frente a su cara y la gravedad los empuja hacia su boca. Ella, con gusto, acoge entre su paladar y su lengua mi órgano más sensible. Lo saborea impaciente  mientras crece dentro de su boca. Entre pequeños mordiscos mi locura queda bien tensa. Su saliva quiere mojarla toda. Y lo hace. Poco a poco. Hasta que dentro de ella despierta algún tipo de instinto primario que la empuja a devorarme.               Es lascivo. Es obsceno. Es hermoso. En mi cerebro se queman fusibles. Mi cuerpo es pura electricidad. Mi alma atraviesa los muros de la percepción en pos de una realidad menos objetiva. No puedo dejar de mirarla...

      En este preciso instante diría que soy eterno. ¿Importa lo más mínimo que no lo sea? Lo dudo. No es el hecho lo que me colma. Es la sensación. La incontrolable reacción de mi mente. De mis sentidos. La abstracción del ser. El aire empieza a faltarme. Se acelera el ritmo de mis latidos. Este acto llega a su fin. Mis labios se retuercen. Mis mejillas se sonrojan. Mi pulso se descontrola. Yo pierdo el control. Estoy dejando de existir. Me estoy desvaneciendo. Siento que me voy a descomponer en miles de partículas que a su vez se dividirán en otras cientos de miles. Mi conciencia se disuelve. Algo va a estallar. La apoteosis. No puedo respirar. No se qué soy. No se qué pasa. No se qué hago. No se nada. No… se…
      Despierto. Vuelvo a existir. Me siento liviano. Pulcro. Respiro. Abro los ojos. Ella es preciosa. En su piel unas gotas resbalan. Blancas. Absorbiendo todos los colores del espectro lumínico. Ella sonríe. La vida fluye por mis venas, por mis pulmones y por mi cerebro. El animal de hace unos segundos vuelve a someterse al hombre. Sin embargo las cadenas de la cordura no presionan tanto. La razón ha quedado resquebrajada. La locura dormida en mis labios. Y la conducta humana moral y socialmente aceptable agoniza en el suelo encharcado. El espectáculo ha llegado a su final. Está pieza, esta oda a una muerte lenta, acaba su último acto. Y yo estoy vivo.

   Entonces ella me besa.

     Y así quedamos. Abrazados. Pegados. Desnudos. Dejando de ser dos medios para ser uno entero. Quedando completa la metamorfosis.

Cristian
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:04:28 pm
El sonido de los pájaros


   Como un alma en pena caminó hasta el centro del parque. Ambos, húmedos y desola-dos. Sólo era observado por los pájaros que esperaban, como costumbre, que les lanzara algunas de las migajas que cargaba en una pequeña bolsa. Esa vez no lo hizo. Los pája-ros se comían las migajas y, sin decir gracias, se iban de ahí en busca de otra fuente de alimento o diversión. Por esa razón no se las dio, no quería que se fueran, no quería es-tar solo ni un día más. La tarde era esplendida y daba tristeza no disfrutar cada momento de ella hasta la muerte del sol. En ese parque y en esa banca había vivido las tardes de sus últimos veinte años, todas soleadas, sin una sola nube gris que se asomase por el cielo, nunca. Desde hacía veinte años esos pájaros comían de sus migajas y se largaban. ¿Qué pasaría por sus pequeñas cabezas en ese momento? Seguro creyeron que se había vuelto loco.
   En las mañanas no hacía nada. Se sentaba en una sala a ver pasar recuerdos: personas, olores, sonidos y situaciones que habían significado algo para él en un pasado no deter-minado, pasaban una y otra vez en frente de sus narices. En ciertos momentos entraba a uno de eso recuerdos desde un ángulo opuesto a como lo había hecho anteriormente, pe-ro aquél día que se negó a darle de comer a los pájaros, ninguna de esas imágenes hizo su desfile. Fue la mañana más desolada de su vida. Esperó durante una eternidad a que se asomara uno solo, el más miserable, una situación incómoda o un olor desagradable. Nada. Durante ese martirio, sus sentidos no recibieron el más ínfimo estímulo. Tal vez fue esa desolación tan injusta la que le empujó a comportarse de tal manera con sus asi-duos visitantes. Pobres pájaros.
   Esa noche tampoco lo acompañó la rutina. No salió corriendo del parque en cuanto se escondió el sol  ni esquivó el tumulto de almas que corrían siempre, igual que él, asusta-das y en distintas direcciones, y tampoco se encerró en su habitación. Ese día no, ese día se  hartó de todo eso. ¿Habitación? Bueno, hay que darle algún nombre a esa cueva pe-queña y oscura en la que difícilmente cabía acostado. No ha habido sitio más silencioso. Usualmente, en las noches, mientras estaba allí, recordaba las cosas de la mañana y el sonido que hacían los pájaros en la tarde, pero esos pájaros sólo hacían sonidos mientras comían, de lo contrario se quedaban estáticos, observándolo con sus inmóviles ojos. Sa-bía que esa noche no tendría nada para recordar, por eso se quedó en el parque. Su pri-mera y última noche en el parque.
   Tuvo que sentir algo de arrepentimiento, al menos antes de comprenderlo todo. Está claro que eso estaba escrito. En estas tierras no pasa nada sin que alguien antes lo anun-cie, ese era su premio o su castigo.  Nadie, hasta ese entonces, había visto como era una noche en el parque, no porque estuviese prohibido sino porque nadie quería ser el pri-mero. Él tuvo la oportunidad de serlo, y no sólo eso, ha sido el único. Siempre hemos creído que es mejor no enterarse de ciertas cosas, la salida más fácil será hacernos los desentendidos, los desinteresados. Al principio, sintió algo muy liberador y refrescante, pero cuando miró de cerca la realidad que los demás habían siempre evadido, quedó es-tupefacto. Mientras avanzaba la noche, aquél lugar se llenó de horrorosos sonidos, la humedad aumentó y una espesa niebla cubrió todo. En menos de un segundo el cielo se despejó y el sol empezó a mostrarse mientras los pájaros se congregaban en torno a su banca. Ya era de tarde. 
   Un segundo devastador en el que descubrió que aquellos pájaros eran los sueños que nunca alcanzó a cumplir, y que él, en efecto, era un alma en pena.

Sar Inn
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:05:49 pm
El tiempo te demostrará lo contrario


   Un joven llamado Ismael tenía una historia de vida sumamente ultrajada debido al bulling. Fue víctima de maltratos psico-corporales ya que para sus pares, por su obesidad, no podía pertenecer al grupo de los populares en la secundaria. No era muchacho de complexión grotesca sino tenia rasgos finos entre ellos, nariz puntiaguda y ojos azules marinos tapados por un enorme mechón de pelo que los ocultaba; pero de todos modos, la crueldad de quienes lo rodeaban, opacaban su íntegra belleza.
   Mucha de las jóvenes lo maltrataban cuantiosas veces diciéndole que nunca lograría un físico atractivo para ellas ni mucho menos conseguir alguien con quien comprometerse. Su  personalidad se puede asemejar a la de una esponja: podía absorber desmedidamente todas aquellas críticas que se le presentaran sin poder defenderse. Aún en soledad repetía las mismas frases que escuchaba acerca de su aspecto. Desde que tuvo memoria, Ismael ha venido trayendo el mismo problema escolar estirándose a la secundaria. Teniendo entonces 16 años, su padre Fabricio le aconsejó por tercera vez que concurra al gimnasio. Las dos veces anteriores no duró ni una semana por haber estado bajo las humillaciones de su entrenador asimismo de los transeúntes. Sólo decidía buscar refugio en su laptop, con la que podía escapar de esa situación caótica que lo amordazaba psicológicamente minuto a minuto. Encontró un blog denominado ´´mi apariencia nueva es el reflejo de mi esfuerzo ´´. En él había publicaciones de diversos casos de personas que decidieron demostrar que una persona podía lograr su cometido tomando diversas técnicas. Ismael habló con su padre sobre el blog y Fabricio no hizo otra cosa que echarse a reir y justificó su carcajada hipotetizando: ´´ si en cinco años, no logró lo que se propuso, mucho menos lo irá a hacer ahora´´. Por su puesto es un dicho que desdibujó sus ideales a futuro.
    Ismael se fue descontento a su cuarto como la mayoría de las veces, y publicó en las redes sociales que iba a concurrir a un gimnasio físico culturista – donde también aceptaban aficionados y aprendices- ; y demostrarles a sus pares que cambiaría radicalmente su forma de vivir. No era raro que a los cinco minutos de la publicación encontrase más de diez personas invadiendo con mensajes cargados de cinismo, entre los que escribieron, una joven llamada Noemí, muchacha quien tenía profundamente enamorado a Ismael.
    Al día siguiente , al entrar al colegio secundario, se armó un descontrol y tumulto ya que los comentarios y las agresiones hacia él desorbitaban hasta el más paciente alumno. Nuevamente la sensación de inferioridad y angustia poblaban la conciencia del joven. Hasta que en un momento exclamó :´´¡esto lo voy a hacer para demostrar que yo no soy un perdedor![…]´´ . Aún así siguieron burlándose diciendo que el gimnasio era una misión imposible.
    Al salir del establecimiento, fue al gimnasio y se anotó. Conoció a un joven de casi la misma edad que él y que poseía los mismos problemas. De todos modos, habían mantenido contacto por el blog. Ambos se hicieron grandes amigos, juntos relataron sus problemas de vida, desamores, proyectos y sobre lo más importante: vencer la obesidad.
   En diciembre, al terminar las clases, ya habían pasado dos meses en el gimnasio y aún sus colegas no reconocían su esfuerzo. Algunos se admiraban al escuchar que había perdido 12 kilos, mientras otros decían que sólo era suerte y que los iba a volver a recuperar al terminar las clases debido a la ausencia de compromisos y salidas. En aquel instante, Ismael no debía  materia alguna, por lo que le servía de herramienta para defenderse de algún desvergonzado que gritaba ´´¡ en diciembre te comerás hasta el plato y los de la facultad lo notarán!´´ para lo que él respondía ´´por malvado, vos en diciembre te quedarás con materias y no tendrás noción de lo que es una facultad[…]´´ . Por lo que se escuchaba, aparte de perder peso, paulatinamente ganaba confianza en sí mismo e imponía un poco más de respeto ante sus adversarios. Sabía muy bien  que las palabras se las llevaba el viento y que sólo valdría la pena demostrar todo lo que quería con resultados físicos, por ello dejó pasar el tiempo.
    La promoción de Ismael aprovechó el verano para reunirse sucesivas veces en un club donde había piletas. En enero Ismael y su nuevo amigo de gimnasio decidieron ir a la misma pileta para ver cómo sus entrenadores hacían demostraciones de clavados. Noemí en un momento quedó impresionada por las demostraciones de aquellos. Ismael se acercó por detrás, le tocó el hombro a la bella joven y dijo: ´´él es mi entrenador, voy a ser así algún día´´. Ella al quedar obnubilada por el cuerpo esbelto del entrenador, solo pudo decir, sin girar su cuello: ´´nadie va a llegar a ser como ellos´´. El muchacho quedó decepcionado por su acotación, no sólo por lo que le dijo sino porque ni siquiera tuvo la decisión de mirarlo a la cara.
    Habían pasado tres meses más, y en abril Ismael por amor decidió ir a la misma universidad de Noemí. El amigo fiel del gimnasio le dijo que era muy arriesgado, no solo porque la elección no estaba en sus verdaderos planes, sino que corría riesgo de que Noemí no le diera importancia necesaria al joven. De todos modos, quería establecer contacto con una de las muchachas más aclamadas de toda su infancia, y, nada más ni nada menos que de la secundaria.
    Era abril 12, cuando Noemí se sentó en uno de los bancos para escuchar la charla de inicio del ciclo lectivo. Ella estaba acompañada de otra amiga quien miraba fijamente a un muchacho que se sentó en diagonal. Lucía un cabello ondulado peinado hacia atrás, castaño claro, ojos azules y camisa blanca con la que se podía ver enormes músculos torneados. Noemí  hablaba con un muchacho por teléfono quien había conocido en la pileta y era precisamente uno de los entrenadores de clavados.
-   …Noemí, por favor,  solo son falacias, todo se logra con práctica, hacelo primero con un colchón y luego en la pileta, verás que tu cuerpo comienza a ganar coordinación....-
-   Como odio que seas ingenuo, no me gusta que te alejes de mí, quiero que estemos siempre juntos para que me enseñes más, no creo volver a encontrar nadie como vos…-
   La amiga de Noemí le cerró la tapa del celular.
-   No podés estar atrás de un solo muchacho, no puedes presionarlo, no te creas que todo lo que ves es perfecto y único…-
-   ¡No te hagas la filosófica conmigo!…-
   Unas horas después el mismo joven que estaba sentando en diagonal se sentó al lado de la amiga de Noemí. Comenzaron a dialogar y en un intercambio de palabras, ella le comentó que su amiga estaba perdidamente enamorada de un entrenador que había conocido en una pileta de natación en verano. Este joven, le dijo que conocía a aquel entrenador ya que se había ejercitado con él. En el ínterin,  Noemí se acercó, echó una mirada intensa al joven y decidieron ir juntos al salón de clases.
-Da la casualidad que estudiaste con este entrenador...- Dijo la amiga
-Yo con los entrenadores tengo mala experiencia…- Acotó Noemí
-Ellos ya están comprometidos, por ese motivo, no quieren contacto con mujer tan bella como lo sos vos…[…], debes dejar tus caprichos de lado, y pensar que hay gente que sí te quiere, más allá de que tenga un cuerpo fuera del estereotipo masculino que tienes en mente…-
-¿Qué insinúas con esto bonito?, nunca ha sido tu caso…-
   En un segundo, el muchacho guiña el ojo y la besa. Luego en frente de todos dijo
- Yo aprendí que el tiempo te demostrará lo contrario-
Luego de que ella reconociera que no era una persona nueva en su vida exclamó
-¡Ismael! ¡cómo pude…!-
-¿Ahora ves lo que es maltratar al otro y rebajarlo sosegando todo tipo de fantasía?, ¿ahora me vas a volver a decir que no puedo lograr ningún cometido?...-
   Su amiga no salió del asombro, ya que ella también había quedado asombrada por su belleza. Noemí no sabía cómo remediar tanto dolor durante mucho tiempo grabado en el pecho de Ismael. Sólo a él le quedaban dos opciones: conquistarla definitivamente y salir con ella por doquier con su nueva apariencia o alejarse de ella para que escarmiente de sus acciones  y encontrar un nuevo amor.
   En contra de la marea, es decir, antagónicamente a lo que le aconsejaban decidió estar con Noemí, salir de su caparazón y comenzar una nueva vida enseñando también al resto de sus conocidos que pudo obtener todo lo que quiso y cerrar la persiana a tantos mitos como el de no poder alcanzar  objetivos luego de haber intentado innumerables veces y después de haber fallido durante muchos años.

Avilpole
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:07:02 pm
Seda y Percal


Se sentó en el tocador tras ponerse el caro y suave pijama de seda. Era una de las prendas más apreciadas de su guardarropía, lo adquirió en uno de sus múltiples viajes – esta vez a la India – y fue todo un capricho. Le tenía tanto aprecio, que no lo usaba salvo en ocasiones como la de hoy, en las que se sentía especialmente rara, a punto de sufrir una de sus – cada vez más frecuentes – crisis existenciales.
Comenzó a desmaquillarse.
Esta noche más que nunca, necesitaba sentirse mimada, acariciada, que su cuerpo sintiera la agradable sensación del arrullador y cálido tacto de la seda.
Se untó la leche limpiadora, se aplicó el tónico, cogió la crema hidratante  y masajeó, la cara, el cuello y el escote.
Sintió que el espejo la examinaba, la imagen que le devolvía era fría y extraña, la de una mujer ajena a ella.
Observó alrededor de la boca uno finos surcos, que enmarcaban la comisura de sus bonitos labios.
¡Arrugas! Estaba segura de no haberlas visto el día anterior (…) Con un par de sesiones de relajación desaparecerían – se dijo – Seguro que era a consecuencia de la jornada estresante que había tenido. Decidió probar con la crema antiarrugas.
A la hora del almuerzo, después de un fugaz piquislabis, había aprovechado el tiempo libre y se adentró en uno de sus lugares de culto, la catedral de la moda, los grandes almacenes de la ciudad; donde se surtía de lo más novedoso y chip de la temporada.
Su particular cueva de – Alí Baba –  las palabras mágicas eran “tarjeta visa”.
Allí encontró – casualidades de la vida – a su compañera de colegio y amiga de la infancia, Teresa.
Soltando un grito mientras pronunciaba su nombre, Teresa se apresuró a abrazarla sonriente y efusiva, llamando la atención de los demás clientes.
Avanzaba hacia ella, bamboleándose dentro de un holgado vestido estampado, horrible a todas luces, -pensó-.
La reconoció enseguida, a pesar de no haberla visto en ocho o diez años…? ya no recordaba cuando fue la última vez que visito el pueblo.
Se miró detenidamente en el esquivo espejo y descubrió unas incipientes arruguitas alrededor de los ojos, rasgados y almendrados.
Al final tendré que pasar por la cirugía plástica – se dijo – algo a lo que se había estado resistiendo, pero era obvio que tendría que claudicar. Era el precio que había que pagar por el paso de los años.
Su amiga no tenía patas de gallo, lo notó cuando la besaba de una manera exageradamente cariñosa. Nunca fueron intimas  íntimas.
Teresa siempre había sido extremada en todo, en su manera de reír, en sus gestos, en el vestir, en su trato con la gente… en su peso. ¡Claro! Por eso no tenía arrugas por el sobrepeso.
Sintió alivio, no podía creer que una pueblerina con claros síntomas de obesidad, luciera mejor piel que ella.
Decididamente hoy no había sido un buen día, el encuentro con Teresa había trastocado la rutina de su vida diaria, en la que se sentía segura y a salvo.
No le gustaban las sorpresas, ni los cambios imprevistos.
Había conseguido lo que se propuso. Al finalizar los estudios primarios, salio del pueblo, hizo una carrera, consiguió un trabajo fijo. Conducía un coche flamante, era propietaria de un pisito coqueto y acogedor, que contenía todas las comodidades imaginables.
Disponía de dinero y tiempo libre para viajar en vacaciones a algún lugar exótico, además de alguna escapada de puente o fin de semana.
Su amiga se mostró encantada con el casual encuentro y le recriminó cariñosamente, que no le diese su nueva dirección y teléfono, la última vez que se vieron. Ni siquiera pudo invitarla a su boda.
Teresa hablaba sin parar con su habitual desparpajo y simpatía.
Mientras tomaban un café-al que fue incapaz de negarse- le explicaba divertida, entre sorbo y sorbo. Que era madre de tres preciosos niños, el más pequeño, un bebé al que no habían buscado, pero que llegó como una bendición.  Su vida era un no parar, las veinticuatro horas dedicada por entero al cuidado de la casa y su familia. Que su marido se había vuelto un poco excéntrico, la agasajaba con piropos y regalos sin venir a cuento y eso le parecía muy raro; no era muy lógico después de nueve años de casados-reía abiertamente- Pero era el amor de su vida.  No tenía  tiempo de ir a la peluquería.
Seguía hablando y hablando sin parar, dando detalles de sus hijos y de su existencia cursi y monótona, en un pueblo rural que avanzaba a pasos de tortuga.
Se levantó, se palpo los muslos, el vientre, los pechos… suspiró aliviada, todo estaba en su sitio. Comparar su enjuto cuerpo con la flacidez inminente de su amiga, le hizo sentirse mejor.
Se mantenía en forma y admitía no sin sentir un poquito de falsa modestia, que a sus cuarenta y dos años, resultaba atractiva y podría pasar por siete u ocho años menos, - si es que ella alguna vez confesara su edad - .
Nunca quiso tener una familia; no quería perder su juventud y belleza entre pañales y cacerolas.
Sus pensamientos volaron a la adolescencia, aquel verano en que sus encantos se revelaron en su totalidad  y dejo de ser una niña.
Los paseos por la carretera con las amigas, entre ellas Teresa y una corte de chicos pretendiéndola, a los que desdeñaba, sin darles un poquito de esperanza.
Al final todos acababan bromeando, charlando y riendo con la simpática y despreocupada Teresa.
¡Estúpida Teresa, sin metas, sin aspiraciones sin ningún sentido de la estética!
Tubo pretendientes, claro está y alguna pareja más o menos estable, a los que no le daba tiempo de conocerla realmente.
No, ella no necesitaba a un hombre en su casa; Tenía a su disposición una a legión de admiradores, que acudirían si quisiera con un chasquido de dedos.
Era consciente de su belleza, fue la más popular del instituto, una de las más atractivas de la universidad. Los hombres se volvían a mirarla cuando con paso seguro y estudiado contoneo, atravesaba  el último local de moda.
Su reflejo en el espejo le recordó la última vez que estuvo en el pueblo en las fiestas locales.
Teresa le explicaba con todo lujo de detalles, como había transcurrido este año la programación. El concurso de cocina, en el que ella presento una receta novedosa, extraída de internet. La elección de la reina de las fiestas, en el que había sido parte del jurado, de lo que se sentía orgullosa y como novedad, un concierto de un cantante de moda de segunda fila, al cual, tuvo la oportunidad de saludar personalmente.
Dejo de prestarle atención, fingió escucharla pero no la oía, por su mente pasaron los lejanos días de visita a su pueblo.
Las mismas fiestas repetidas cada año, una y otra vez. Esas fiestas tan deseadas y esperadas en su niñez y que ahora no significaban nada para ella.
No entendía como Teresa conservaba intacta la ilusión, por una celebración tan hortera y chabacana.
Ella había vivido noches de baile, a la luz de la luna en la cubierta de un transatlántico, en brazos del hombre más atractivo del mundo, había divisado Paris desde la torre Eiffel, había paseado por Manhattan, asistía regularmente a conciertos de cantantes consagrados, de los que era harto difícil conseguir entradas. Hasta había participado en un safari…. Pero siempre regresaba sola.
Cogió el cepillo y se aliso el pelo, una y otra vez, de manera mecánica, sin percatarse como los cabellos muertos resbalaban por el pijama de seda.
Afloraron a su memoria, los vestidos elegidos cuidadosamente para la ocasión, comprados en una tienda exclusiva, asegurándose así que ninguna lugareña coincidiera con ella. El bronceado bien marcado, dejando patente que disfrutaba de playa, algo de lo que carecían en ese pueblo del interior.
Las maletas repletas, el coche brillante. Dispuesta a deslumbrar a todos los solteros y no solteros, que se cruzaran en su camino, y comprobar la cara de envidia de  las féminas.
Aunque a ella solo le interesaba la opinión de una persona. El atractivo, nuevo médico, sustituto del anciano Don Pedro.
Lo conoció en las vacaciones navideñas y se enamoro perdidamente de él.
Desplegó todas sus artes de seducción.  Lo buscaba a diario, procurando quedar siempre que su trabajo se lo permitía. Él decía que no tenía horarios,  un médico rural estaba de servicio las veinticuatro horas.
Fueron pocos los días vacacionales y escasos los momentos compartidos, apenas unos cafés, unas copas en el único pub decente del pueblo, cortas charlas interrumpidas siempre por alguna inoportuna jovencita, en busca de una absurda consulta, a las que atendía de una manera amable y cercana. Sin ninguna sospecha como era obvio, de que la consultante de turno solo pretendía coquetear descaradamente con él.   
Ahora venía a por todas, dispuesta a poner toda la “carne en el asador” era su momento.  Conquistaría al que todos estos meses le había robado el sueño. Pasaba horas enteras en la oscuridad de su alcoba fantaseando.
Soñaba con pasear por la calle mayor una tarde de primavera, cogida de su brazo, viendo como él saludaba orgulloso a los viandantes. Compartir una película pasada de moda, en el cine de verano, recostada en su hombro, mientras ambos buscaban sus labios, inducidos por las tórridas escenas de amor. Sentarse una tarde de otoño en un frió banco del pequeño parque, con las manos entrelazadas, escuchando el silencioso dolor de las hojas al caer….
Era  consciente de la envidia y rumores que levantaría.
Sería la comidilla de la vecindad y eso lejos de molestarla, le hacía sentir cosquillas en el estómago.
Desde luego nunca pensó en regresar a su lugar de origen, pero si tenía en principio, que pasar alguna temporada allí, lo haría.  Lo convencería de que valía mucho, para desperdiciar su vida y su carrera en aquel medio rural.
Se arreglo con esmero, con los nervios a flor de piel como si fuese el momento de enfundarse el vestido de novia -  ya casi tenía en mente como sería el diseño -.
Después de la procesión haría su triunfal entrada en el casino, donde todo el mundo indefectiblemente, acudía a tomar una hidratante y reparadora bebida, después del absurdo, recorrido  por calles polvorientas y recalentadas,  por el insoportable calor de agosto.
Se miró y remiró en el armario de luna, propiedad de su difunta abuela en el que el espejo devolvía la imagen un poco distorsionada.
A pesar de ello, le pareció que estaba irresistible, nunca se había sentido mejor.
Estiró el corto vestido, se ajusto el sujetador, dejando que sus pechos insinuantes emergieran lo justo, deseando que la mirada del joven médico, se posase en ellos.  Salió con paso seguro y decidido a la conquista de su gran amor.
La voz de Teresa la devolvió a la realidad. Su marido acababa de colgar, había terminado antes de lo previsto las diligencias que les habían traído a la ciudad y no quería perder ni un minuto más en este caótico y ruidoso ambiente que  se respiraba en la capital. A pesar de que le había prometido una cena romántica, en un restaurante precioso. Habían decidido postergar la celebración y regresar al hogar.
Me ha prometido resarcirme con creces, -bromeó pícaramente-
Entre risas y besos, Teresa se despidió como llegó, ruidosamente, llamando la atención de todos los presentes.
Se metió en la cama tras tomarse un somnífero y decidió olvidar el incomodo encuentro.
Entre el sueño y la vigilia, haciendo vanos esfuerzos en no reproducir el doloroso recuerdo que la atormentaba, apareció en su mente, el momento crucial de su entrada en el casino.
Allí estaba ella, Teresa, con sus eternos vaqueros y sandalias planas, fiel a su forma de vestir, contrastando con su vestido de diseño y los altos tacones, creándole serias dudas, de cuál de las dos estaba fuera de lugar.
Allí estaba ella, simpática, ocurrente, sencilla, cercana.
Allí estaba ella… y su prometido el joven doctor.

Besana
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:08:23 pm
La condición humana de una cornada


La inquietud le había surgido al finalizar la lectura de Siempre sale el sol, donde Ernest Hemingway narra las peripecias de unos amigos que viajan del París de 1925 a Pamplona para disfrutar de las fiestas de San Fermín. Había quedado profundamente impresionado por la manera en que el autor supo entrelazar la violencia, el sexo y el alcohol para crear una historia que, en la superficie, le pareció un vano intento de elevar la naturaleza del hombre a la del toro, convertido, por la atrevida prosa del autor, en el símbolo de la virilidad masculina. Llegó hasta imaginarse que estaba presente cuando uno de los acompañantes de Hemingway había tomado a un toro por los cuernos mientras cruzaba el ruedo ejecutando una carrera acrobática. Le parecía estar contemplando la imagen varonil de quienes, al enfrentarse a las bestias con sus lujosos vestuarios y sensuales movimientos, hacían vibrar de emoción a mujeres que llegaban a la infidelidad conyugal con tal de agregar un torero a la lista de sus acompañantes en el lecho. Le intrigaba –en realidad, no había comprendido al autor—el contraste que emanaba de la comparación entre la virilidad excesiva de la bestia y la impotencia relacionada con los hombres de cierta edad. Amante como era del buen vino, los excesos de su consumo eran un complemento natural al sexo y la violencia que permeaban la obra. Todos los elementos de la historia tenían la aventura de común denominador. Los pasajes de su lectura fueron luego el centro de varias conversaciones durante las reuniones que sostuvo con sus amigos en los siguientes fines de semana. El bar, donde siempre dominaron los temas del deporte, la política y las faldas, fue transportado milagrosamente a una calle de Pamplona, aunque ninguno de los eruditos en tauromaquia jamás había visto un toro salir de la pantalla del televisor. 
   No le resultó fácil convencer a la esposa de la inocencia de lo que él consideraba una breve merecida escapada. Ella consideraba que un viaje a un lugar distante seis mil kilómetros, en compañía de unos hombres que ella tildaba de mujeriegos y borrachos, carecía de sentido. Le argumentaba que, si el motivo eran los toros, México presentaba una alternativa más cercana y menos costosa que la lejana Pamplona. Pero él continuó insistiendo y hasta rogando. «No es lo mismo», le decía, «porque el libro relata los sucesos en Pamplona y yo quiero seguir los pasos de Hemingway en las fiestas de San Fermín».
   Fue en ese momento que la esposa lo sorprendió revelándole que ella también había leído el libro y lo interpretaba desde otro punto de vista: «Tu visión de la obra es errónea, querido, porque no se trata de una “oda al hedonismo” ya que el propio autor la calificó de “tragedia”, afirmando que el verdadero héroe de la novela era la tierra.» Un silencio pegajoso descendió sobre los esposos. La mujer, que hasta ese momento había sido una ignorante para él, tenía reservadas sus mejores municiones para el final: « ¿quieres saber mi opinión? Pues coincide con la crítica, que la considera un reflejo del espíritu de la llamada “Generación Perdida”; es decir, de ese grupo de notables escritores norteamericanos que residieron en París y otras ciudades europeas durante los años entre el final de la primera guerra mundial y la gran depresión.» Contemplando al boquiabierto marido terminó su humillante discurso con una oración cargada de despecho: «Por supuesto que desconoces que a este grupo pertenecen, además de Hemingway, otros ilustres escritores como Faulkner, Pound, Dos Passos, Steinbeck, Fitzgerald… ¿quieres que siga? Veo que nunca sospechaste que, mientras tú desapareces los fines de semana en el bar de la esquina, tu ignorante esposa se enriquece el espíritu con la buena lectura…» Y se marchó rumbo al dormitorio balbuceando algo que el atónito esposo no acertó a escuchar. Lo que la enfadada esposa había expresado para rematar su osadía era el peor de los insultos: «La lectura de una novela completa no te borra tu condición de incipiente diletante.»
   A Pamplona llegaron la víspera del comienzo de las celebraciones. Era un cálido 5 de julio. Un taxi los condujo del aeropuerto, situado a unos seis kilómetros de la capital navarra, a un hotel de dos estrellas situado cerca de la plaza de toros. Esa noche ni se molestaron en acostarse. Amanecieron ebrios en el Parque de la Taconera. Cuando despertaron golpeados por el sol, no recordaban cuándo ni cómo habían llegado al lugar. Como el hotel donde se hospedaban estaba a apenas un kilómetro de distancia, decidieron andar, mezclados con un público formado por los noctámbulos y los que comenzaban a salir a las calles. Después de tomar un baño y descansar unos minutos, decidieron unirse al casi millón de personas que albergaban las mismas intenciones de disfrutar al máximo las famosas fiestas. 
   Dos días después, con las bestias pisándoles los talones, corriendo por el encierro detrás de sus compañeros de aventura, cuestionaba la decisión tomada al calor de una discusión sobre la relación directa entre la tauromaquia y el machismo. Pasando la curva que lo adentraba en la calle de Mercaderes, comenzó a ejecutar una forzada voltereta en cámara lenta. Cerca del pavimento recordó que, en uno de los pocos pasajes que había leído en el que llamaba su libro favorito, Don Quijote y Sancho son atropellados por un tropel de toros y vaqueros camino de una feria. «Para mí, no hay toros que valgan», había respondido el hidalgo caballero a la exigencia de echarse a un lado. Luego tuvo una visión borrosa de su esposa en brazos de otro hombre. La relación que había originado el viaje daba paso a una contradicción debido a que los cuernos del bovino son el símbolo de la infidelidad conyugal. Cuando despertó en el Hospital de Navarra sintió vergüenza de su fugaz ilusión. No era justo haber dudado, aunque fuera en circunstancias tan especiales, de la fidelidad de la esposa comprensiva que, al final de varios días de discusión, había accedido a apoyarlo a realizar su anhelada aventura. Ignoraba, sin embargo, que cornada y cornudo formaban parte ya de su condición humana.

Ismaelillo Oriental
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:11:56 pm
Anastasia


Baco es un perro obeso de piernas cortas, de pelaje blanco con manchas negras, quijada salida con colmillos sobresalientes, orejas pequeñas caídas hacia adelante, cola diminuta que batía de alegría, mirada estúpida y ladridos fuertes, propiedad de Anastasia, una solterona magra, de estatura como de un palo de escoba y medio, que vestía faldas de lino floridas que le llegaban hasta las pantorrillas y sacos de lana de colores oscuros. Ana, como la llamaban sus amigos de la adolescencia que pasó hace cuarenta años o como luego la llamó el celador de su edificio, el único humano con quien hablaba, sin contar al tendero, que la visitaba todos los sábados en la noche luego de terminar su jornada de vigilancia; se paraba frente a la puerta del apartamento número doscientos que parecía un muladar, sonaba el timbre, riiiiing, y salía anastasia con la falda subida hasta las tetas, mostrando su pierna peluda para parecer más erótica, un ósculo baboso y una mirada coqueta que lo invitaban a seguir a su litera donde todas las noches se posaba para descansar su tibia, su peroné, su fémur, su cúbito, su radio, su húmero y sus otros doscientos largos huesos, mientras Baco ladraba de ira encerrado en la cocina buscando una salida para morderle el culo al copulador sabatino; ella, había estudiado filosofía en Francia hasta el día en que se cansó, empacó en su valija de viajes su ropa y en baúles de ébano sus libros, compró un tiquete para volar en un avión de la Air France que la trajera a este paraíso de bala y hambre, para entregarse a la vida ermitaña y encerrarse en una cabaña puesta en una montaña escarpada de los andes entre columnas de libros, Nietzsche, Kant, Sócrates, Descartes, Sartre, el brujo de otraparte y otros desocupados, de donde la expulsaron sus vecinos los campesinos y el párroco, fuera sacrílega o arderá entre sus libros demoniacos.                 
Ana abrió sus ojos de golpe, amaneció, otro día oscuro, lloverá, pensó, con el pijama puesto, caminó a la cocina, escoltada por Baco, a preparar, como todos los días, agua de panela, ponía un taburete frente a la ventana y miraba a las aves, palomas, torcazas, unas se apareaban, otras comían arroz podrido, luego apuntó con su mirada a la montaña verde, el teleférico llevaba una hora detenido por una avería, sus ocupantes tenían cara de pánico, rasgaban el silencio matutino con gritos que Ana se imaginaba porque no podía oírlos, de repente, recordó su viaje a los campos de caña; el cortero madruga, se pone un overol y un trapo rojo en la testa para que lo cubra del impetuoso sol, afila su herramienta, se mete entre la plantas y comienza su trabajo, mueve su mano, taja la primera caña, dos, tres, cuatro y así hasta conseguir un montón, que cargarán las mulas pacientes hasta el trapiche que espera famélico la caña que devorará con sus dientes, para escupir bagazo y guarapo, el primero enciende la hornilla donde hervirá el guarapo hasta tener el color y la viscosidad del caramelo para verterlo en un molde del que saldrá un paralelepípedo denso que viajará en un camión hasta la tienda del tendero donde lo comprará Anastasia que luego lo pica, lo sumerge en agua y lo pone al fuego hasta que se derrite y lo bebe en una totuma; Baco ladra suplicando su paseo matutino, llueve fuerte, se pone una capa impermeable y unas botas de caucho, ata una soga roja al cuello de Baco, y salen de su hogar, saluda con ternura a su amante mientras Baco amenazante le muestra sus dientes. Ana lleva en su diestra la correa de Baco y en su siniestra una porra para defender a Baco. Ana hablaba con su perro como si fuera un amigo mientras el cuadrúpedo olía el suelo y se meaba en los hidrantes, todos los transeúntes siempre la miraban con asombro, ella, rimbombante, continuaba con su charla,  despreciando las miradas despectivas de los peatones. Hacía poco tiempo que a Ana la calle le causaba horror, sabía que unos sujetos la perseguían, funcionarios de la perrera municipal, un rumor de que Baco tenía rabia había alarmado a la gente que exigía el sacrificio del animal. Temerosa miraba para todas partes con los ojos desorbitados esperando darle un porrazo al primer osado y se aferraba a la soga de la que tiraba Baco. La avenida era ancha, los coches pasaban corriendo, había un puente de cemento por el que se debía cruzar, Ana estaba cerca del lugar, los tipos se acercaban dando unos pasos largos y sonoros, Ana apuraba su andar, sus botas rechinaban al contacto con el asfalto, Baco tiraba, tiraba y tiraba con vigor, quería alcanzar una bolsa repleta de comida rancia, Ana giró su cabeza y en ese descuido, de su mano mojada salió la correa de Baco saltando de lado a lado, y batiendo su cola diminuta con la lengua afuera corría por la avenida y un bólido casi invisible aplastó a Baco y en la lejanía lanzó una bocanada de humo a la atmósfera.
Ana corrió hacia la mole de carne que hacía diez segundos le llamaba Baco, derrumbada frente a los restos, lloraba sin consuelo por la muerte de su único compañero que desde hacía siete años alegraba su vida.
La sirena de una ambulancia que arribaba gemía sin cesar, los persecutores tomaron de los brazos a Ana la loca la que casi empelota acosaba al celador, que estaba arrodillada abrazando el collar de un perro que nunca existió y gritaba rogando el regreso de Baco su perro imaginario, eran un par de enfermeros del manicomio que estaban esperando poder encerrarla hasta el fin de su vida en un cuarto blanco, dominada por inyecciones sedantes y doblega por una camisa de fuerza, llorando la muerte del irreal Baco.
       
Teo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:13:20 pm
Cuando un gallego se va al sur

 
Fue cosa de que llegara mi última noche en el sur. Despatarrado me encontraba como si a palos me hubieran molido, en el sillón de la recepción del hotel, aguardando a que Lara, la recepcionista del turno de noche, despachara a una pareja de jubilados alemanes que la atosigaban a cuestiones que sonaban de lo más variopintas.
Quería presentarle a la chica mis agradecimientos por el trato recibido durante el mes entero de lamentaciones que iba durando mi estancia en Nerja. Unas lamentaciones con las que le taladraba los oídos y con un solo fundamento: la insoportable calor que me había topado desde el momento mismo de pisar asfalto en el aeropuerto de Málaga. Ignorante no soy y bien sabía que de temperatura no andaban escasos en la Costa del Sol, pero también soy hombre de natural dispuesto y me aventuré convencido como estaba de que una poca más de calor de la que venía acostumbrado en La Coruña no me haría mal ninguno, sino quizá todo lo contrario.
Mas mis aires de gallardo pronto se desvanecieron como espejismo en el desierto. Al primer paseo junto a la playa creí que la muerte misma me llevaría de pura asfixia. Era media mañana y caía el sol tan a plomo que a chorro encharqué de sudores camiseta, pantalones y ropa interior, y anduve brincando como saltamontes de sombra en sombra desesperado por huir del mal que el cielo me arrojaba. Cuando a la playa acudía como bañista, brasas pisaba en vez de arena, y el agua del Mediterráneo, si bien se me presentó transparente y fresca y no congelada como venía habituado del Atlántico, repleta la hallé de medusas, y cuando no me picaban para hacerme escocer, alerta debía permanecer para que no se me arrimasen como abeja a la flor. Así que me tiraba mis buenas horas huyendo del sol cual vampiro, agazapado en la terraza del hotel, bebiendo agua como una esponja y saliendo de debajo de la paz del hormigón blanco sólo para refrescarme en la piscina, donde montones de turistas, la mayoría ingleses y alemanes, parecían hasta disfrutar de la calor a pesar de las insanas marcas rojas que el lorenzo les dibujaba por toda su pálida piel.
La quietud sólo la hallaba entrada la noche, cuando mil veces bendije al inventor del aire acondicionado, sin el cual me hubiera resultado de todo punto imposible conciliar el sueño, pues la calor ha de ser en el sur como grillo o centinela, que también de noche trabaja.
Antes eso sí de retirarme departía con la pobre Lara, y era vez que empezaba por tratar un tema, vez que caía en relatarle mis penurias. Con gracia escuchaba ella cómo un gallego echaba de menos la tristeza de las nubes y la lluvia, a la vez que no comprendía cómo no me contagiaba de su natural alegría, fruto en parte, aseguraba, del buen tiempo.
Pero parecía empresa difícil la despedida. Los alemanes hablaban un mal inglés y eran duros de sesera como recua de bueyes, así que cuando los despachó me encontró Lara hojeando una revista y más metido en otros asuntos que en el que en verdad me había llevado allí. Fue como gallo en la mañana cuando me habló desde su mostrador:
—Llevas tiempo esperando, José.
—Sí.
—Te marchas mañana.
—Eso parece.
—Sí que pasa pronto el tiempo.
—Bah…
Hablaba ella con acento andaluz, mas no quiero transcribir los ceceos y los vicios típicos de tan honorable región de nuestra geografía, pues de hacerlo pecaría de inexacto y hasta quizá de soberbio, amén de que yo provengo también de un lugar donde no pocos vicios se dan en el habla.
Me encaminé al mostrador y le mostré una buena sonrisa. No saldrían de mi boca la última noche poco menos que sapos y culebras.
—Tendrás la maleta hecha.
—Tengo.
—Y prisa por regresar a tu tierra.
—¿Para qué engañarte?
—Con sus nubes y sus aguas y sus fríos.
—Morriña siento de todo eso.
—Sí que eres tú raro.
—Los raros habéis de ser aquí.
Aproveché una pausa para cumplir mi cometido y darle las gracias por sus simpatías y sus atenciones, sin las cuales el viaje hubiera sido poco menos que un tormento.
—No hay de qué. Encantada lo he hecho.
—Se agradece.
—Aunque dudo que por aquí vuelvas a aparecer.
—De decirte que sí te mentiría.
—Espero que algún buen recuerdo te lleves.
—¿Acaso algún buen recuerdo he dejado yo?
—Alguno, sí.
—Pues ya me dirás cuál.
—Eso no se dice.
Observé a Lara, que a los ojos no se me dirigía y como de sopetón había perdido la sonrisa y el tono alegre en la palabra.
—¿Sucede algo?
—¿Qué habría de sucederme?
—Pareces contrariada.
—Son cosas mías.
—Bueno sería que me lo contases.
—Soy yo más de escuchar que de hablar.
—Justo es que te escuche yo, sea sólo como compensación.
—No te preocupes.
—Tarde es para eso.
Alzó por fin la vista. No me había percatado hasta entonces del verde que escondían sus ojos como los verdes montes de mi Galicia; ni tampoco, quizá porque no lo había mostrado, de lo penetrante que podía resultar su mirada.
—¿Hablarás, pues?
—No debo.
—No todo van a ser deberes en esta vida.
—Cierto.
—¿Entonces?
—Poco sentido tendría ahora que te marchas.
—Puede que precisamente por eso tenga más sentido.
No soy yo hombre de adivinar excesivos pensamientos, y menos en las mentes femeninas que a menudo se me antojan complicadas como cuadrar el círculo, pero muy mal debía de apuntar mi intuición si no tenía medianamente claro a qué se refería la chica.
—Prométeme que hablarás.
Calló unos instantes.
—Prométemelo.
Entonces dijo sí con la cabeza y aguardé a que se arrancase. Fue una delicia darme cuenta como me di de que nunca agarraría aquella maleta ni tomaría vuelo alguno para regresar a La Coruña. Andalucía me había atrapado para siempre.
 
Baraja
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:18:30 pm
Negra realidad


Estaba a punto de explotar, me encontraba al borde del desquicio. La capital me desbordaba con toda esa solemne suntuosidad, con aquellas sólidas moles de hormigón que no encerraban más que celdas donde minuto a minuto miles de mentes seguían pudriéndose, expulsando a la atmósfera toneladas de tormentosos pensamientos que acababan conformando la lúgubre campana gris que cubría la ciudad. No necesitaba nada de aquella mugre maloliente. Me había tocado vivir en una civilización repugnante, donde el respeto había sido sepultado bajo millones y millones de ladrillos, tuberías y alcantarillas.
Hacía años que no quedaba nada, la estirpe humana había reducido la ciudad a edificios, asfalto, humo y alquitrán. El día a día se hacía terrorífico, insoportable. Los trayectos de casa a la oficina y de la oficina a casa me mostraban cada vez nuevas consecuencias de la represión policial. Las calles desiertas casi por completo no eran síntoma de tranquilidad o sosiego, sino fruto directo de la brutalidad gubernamental y de la labor férrea e impasible de la clase política. Todas las pancartas, todo el griterío ciudadano había sucumbido bajo la dictadura de la austeridad más exacerbada, bajo un tiránico reinado de mentiras prolongadas durante años. La palabra “confianza” había perdido todo su valor, y el término “democracia” hacía tiempo que formaba ya parte de la Historia. Desde que cuatro buitres empezaron a tomar decisiones por cuarenta millones de ciudadanos, la nación entera quedo sumida en un estado de putrefacción. Buena parte de la población perdió su empleo, encerrándose en barracones cada vez más hacinados y mustios. Las fábricas cerraron, los almacenes se derrumbaron y los centros comerciales quedaron reducidos a cenizas. Los barrenderos dejaron de recoger los cadáveres congelados de los mendigos y ya nadie quería salir a la calle. Las aceras estaban cubiertas de basura y sangre seca.
Ni siquiera podíamos soñar, no lográbamos vislumbrar un atisbo de luz al final del túnel, porque hacía tiempo que lo habían tapiado sin miramientos, con una doble capa de hormigón, cemento y engaños. La esperanza del pueblo era su peor enemigo en la carrera del poder.

El señor del mediterráneo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:19:46 pm
Rosas para San Antonio


   Sonó el teléfono y me sobresalte, era ya un poco tarde y no había quedado con nadie, pero ví el nombre de mi hermana en la pantalla del móvil y como había estado casi todo el día con elle, pensé que quizás se le había olvidado decirme algo.
    Aquel día maravilloso en el que me había sincerado con mi familia y volvía a sentirme feliz y con ganas de vivir, iba a cambiar para siempre, supongo que así no lo olvidaría jamás.
   -Dime….-dije con buen humor, esperando que ella me contestase cualquier cosa que había pensado, pero en cuanto oí su voz, supe que algo no iba bien, pero nunca imagine la noticia que iba a darme ese día.
   -La abuela ha muerto- dijo intentando no llorar.
   No podía creerlo, mi hermana quería a mi abuela con locura y no podía estar bromeando, me quede quieta, paralizada, con el teléfono pegado a la oreja y sin poder reaccionar.
    Volví a verla detrás de un cristal después de muchos meses sin verla, la miraba fijamente y me preguntaba donde estaría ella ahora, porque aquel cuerpo era su imagen, su envase, pero ya no contenía nada. Sentía su amor y su espíritu a mi lado mientras yo recordaba momentos vividos con ella. 
     Después del velatorio, su cuerpo sin vida llego a la iglesia, escoltado por todos sus hijos y nietos que viajaban en caravana detrás del coche fúnebre. El ataúd donde descansaba su cuerpo se situó delante del altar.




   En las primeras filas, su gran familia, sus amigos y más atrás todo el pueblo en silencio quiso despedirse de ella.
   El cura habló del misterio de la muerte, mientras lo escuchaba con la cabeza cabizbaja, encontraba sentido a lo que decía y mis lágrimas se iban derramando sin poder evitarlo.
   Cuando terminó con el sermón y se retiró a la sacristía, una enorme fila de gente se fue acercando al altar para dar el pésame a sus hijos, algunos se abrazaban entre lágrimas, otros simplemente les daban un beso en señal de condolencia.
   Ella quiso ser incinerada, así que después de la misa, su cuerpo salio de nuevo por el pasillo de la iglesia, acompañado por sus familiares más cercanos que entre lágrimas se preparaban para despedirse definitivamente.
   Ya solo quedaban sus hijos y algunos de sus nietos, pero no estaban dispuestos a dejar que este ultimo viaje lo hiciera sola, así que de nuevo, como en peregrinación siguieron al coche que transportaba sus restos de vuelta al tanatorio para que el fuego hiciera desaparecer para siempre el cuerpo que había contenido su vida, su alma…
    De regreso depositaron los ramos y las coronas de flores y esparcieron sus cenizas en la tierra, sobre la tumba donde descansaba su padre. Una gran lapida y San Antonio la custodiaban, ella adoraba aquella imagen y a él le rezaba siempre y le pedía por toda su familia. El no le falló nunca y ella tampoco lo haría.  Ese fue su último deseo.

Isabel de Rodrigo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:21:08 pm
Corazón roto y especias



   Se sentía destrozada, pero no daban bajas por tener el corazón roto. Así que otro día más en el restaurante, fingiendo que no se sentía muerta por dentro, que no necesitaba más un abrazo que el mismo aire que respiraba. Al menos hoy no había mucho trabajo y podía cocinar tranquila. Unas diez reservas únicamente. Si seguían así terminaría perdiendo su trabajo…

   Pero no le importaba: él la había dejado. Ese cabrón presumido de melenita al viento y  ático de pijo, ese bastardo embaucador que cualquiera querría tener de amigo, ese fanático del conformismo especializado en innovar. El mejor hombre que había conocido, y no había sabido conservarle. El problema era que no podía culparle de forma objetiva; según sus propias palabras, había sido sincero con lo que sentía. La magia había desaparecido, y seguir con ello no sería sino dinamitar las posibilidades de seguir siendo buenos amigos. Pero para ella él era aún culpable de los cargos de haber roto sus sueños.

Tal vez, simplemente no habían cuajado: eran demasiado diferentes. Para él, sólo había sido salir con una amiga, para ver si funcionaban bien juntos; comprobar si el deseo, la pasión y la amistad podían abrir paso al compromiso. Pero ese “lo dejamos”, ese “tenemos que hablar”, significaban para ella decir adiós a la boda de sus sueños, a sus tres hijos con los ojos azules de su amor perdido, a las vacaciones en la playa, a dejar de trabajar en este restaurante de *****  y así sólo cocinar para él, para su familia y sus amigos. A la ***** el feminismo, quería ser suya y que él fuera suyo, y nada más. Su castillo en las nubes ya no existía, y la caída a la realidad había hecho mil pedazos su fantasía, en la que se hallaba metida desde hacía diez meses.

   Lo malo es que siquiera estaba deprimida. Por eso sí que se podría haber librado de unos días de trabajo, una visita al psicólogo y ¡bum! Hartarse de helado y conformismo frente a su pantalla plana de treinta pulgadas. No. Simplemente estaba triste, pero ni había perdido las ganas de vivir ni tenía miedo de salir a la calle ni nada. Sólo tenía una sensación de soledad que no podía justificar sin sentirse ella misma un poco culpable. Así que se decidió a preparar un plato especial para una pareja que había ido al restaurante. Habían pedido a la carta, saliéndose del menú establecido para ese martes. Sacó de su mochila sus paquetitos de especias, conseguidos celosamente en el rastro de Madrid a lo largo cuatro años, uno por uno. Con ellos era capaz de crear la magia que hacía de guarnición a los platos y que, por más que le pesase a su jefe, era lo que daba caché a ese restaurante escondido en calles secundarias de la capital.

   Incluso las cosas más pequeñas se le hacían imposibles de superar. Con Pavarotti de fondo, la cocina siempre le había parecido una delicia, no importaba cuantas horas cocinase, siempre podía pensar que cocinaba para él. Pero ahora, ahora había perdido su motivación. Los pies le dolían y estaba cocinando para unos extraños, no para el amor de su vida, y no podía usar de aderezo sino lágrimas. Tuvo que hacerse a un lado, asqueada mientras la olla crepitaba lentamente. Se tapó la cara y cerró los ojos para contener las lágrimas, como la primera vez que había cortado cebolla, siendo una cría. Ese hombre, el que antes fuera su amante, le había robado también las ganas de trabajar, de hacer bien lo único por lo que le habían pagado en su vida. Estaba tan desmoronada que no le quedaba sino dejar esa ciudad, ese trabajo de ***** y recuperarse; o sino, correría el riesgo de destrozarse a base de no dormir y llenarse de alcohol y tranquilizantes cada noche. Pero hasta que hablase con su jefe ahí debía estar: triste, necesitada de un abrazo, entre lenguas de fuego y comida cruda; rodeada de cuchillos que le gritaban ideas a su desgastada mente.

   Dejó el fuego al mínimo y fue al servicio. Trató de vomitar sin lograrlo, en parte por timidez y en parte porque no había comido nada en dos días. Ya no le quedaban ni lágrimas, sólo muecas horribles que le hacían parece mayor en la imagen que le mostraba el espejo. Quería gritar, quería huir, quería no volver a tocar una sartén en su vida, para no recordar los masajes que él le hacía mientras estaban desnudos cocinando, no hace tanto, pero para ella, hacía demasiado que tuvo que tocarse a sí misma para recordarlo.

   Al cabo de un rato, inútil su intento de vomitar, salió del servicio y echó una ojeada, desde la barrera de la puerta de servicio, a la pareja que había pedido a la carta. El hombre le resultaba familiar. Era guapo, pero no demasiado, la mujer no tenía interés para ella, parecía muy vulgar. Le dieron ganas de salir e increparles por pedir cosas fuera del menú. A ella le pagarían lo mismo, al fin y al cabo; y ellos no le reconocerían ni el sabor ni el sentimiento que son fruto del esfuerzo de los cocineros. Malditos snobs presuntuosos. Además habían pedido su vino favorito, un vino, que con los recortes de sueldo, ella ya no podía permitirse casi nunca. Invocó a los dioses de la cirrosis y volvió a su cocina, donde el fuego debilitado hacía que la salsa se fuera haciendo poco a poco.

   Definitivamente debía abandonarlo todo. Ella había dependido demasiado de su relación con él, pensaba mientras echaba lentamente  un condimento. Jamás permitiría que fueran sólo amigos. Sólo amigos sonaba en su mente como poner trabas al amor. Ella prefería que la hubiera asesinado, pues al menos en los homicidios hay pasión, mientras que su pragmático “sólo amigos” le sonaba en su cabeza a conformismo, a condescendencia, a la muerte de un insecto, así de insignificante. Se había prometido no llorar, pero se le hacía cada vez más difícil. Se enjuagó las lágrimas con una mano y se llenó los ojos de especias. Al menos ahora no lloraría por él, sino por el picor, pensó amargamente.

   Era incapaz. Una estúpida adolescente de treinta años sin fuerza de voluntad. No podía odiarle. Tampoco odiarse a sí misma. Nadie le había puesto los cuernos al otro, nadie estaba en una posición de inferioridad de cara a los demás. Simplemente se sentía como una *****, traicionada y hastiada por no poder dejar de quererle. Mientras metía la cabeza debajo del grifo para que el agua limpiase sus ojos y refrescase sus ideas, se dio cuenta de que no le quedaba sino romper con todo.

   De vuelta a su tarea, vio que la salsa estaba empezando a crepitar, pese a lo leve del fuego. La movió para evitar que se pegase y la probó. Sabía que su gusto era bueno, pero no podía disfrutar de su esencia, tenía la boca demasiado entumecida. Dudó un segundo, pensó en la pareja y rebuscó entre sus botes de especias, de colección antigua, peleados a base de puja en los tenderetes del rastro, como si de trozos de una civilización perdida se tratase, y encontró el que sin duda le daría lo que necesitaba. Aquel que le haría volver a disfrutar de su trabajo por un segundo, hacerle olvidar a su amante perdido, al hombre que le había hecho olvidar a todos los otros haciéndose al tiempo inolvidable a base de caricias y mentiras.

Aderezó la salsa a su gusto, luego echó un poco más, puesto que sus gustos eran comedidos. Llevaba demasiado tiempo conteniéndose. Llevó la cuchara de madera a sus labios, pero no se atrevió a probarlo.

   Unos minutos después, su gorro, su uniforme blanco, inmaculado salvo una mancha de su manga que ningún detergente era capaz de borrar, estaban tirados en el suelo. Ella había salido, únicamente con mochila que siempre llevaba encima, que sólo llevaba dinero y pasaporte. Se había visto obligada a abandonarlo todo, a huir a un lugar donde ni amigos ni familiares podrías buscarla. Un lugar  que ni uno entre mil alumnos de secundaria supieran distinguir en un mapa, alguno sin tratado de extradición ni letreros en inglés. Un destino donde la sombra de su amante no fuera a buscarla, donde nadie supiera su nombre ni llegasen periódicos españoles. Esperaba que, antes de que se dieran cuenta de que se había ido, antes de que se hubieran dado cuenta de lo que hubiera hecho, ella ya estaría volando hacia allí.

   En el avión lavó compulsivamente sus manos, con miedo incluso a olérselas. A oler ese sabor del último plato que había preparado. Tal vez no fuese él, pero esa cara le era muy familiar, y no podía asegurarlo porque no llevaba las gafas cuando le vio a través del ojo de buey de la puerta de servicio. Tal vez fuera él, que acudía a su restaurante como cada martes, aunque esta vez, sólo como amigo. Pero cocinar para él ya no era motivo de orgullo sino de vergüenza, de derrota.

   Con auténtico pánico se secó las manos, temiendo que parte de ese guiso hubiera traspasado su piel y se hubiera metido en sus venas. No sentía nada, así que la posibilidad era remota. Haberle matado, usando una especia metida en uno de esos frascos del rastro, de buen sabor pero que bastaba un poco en una salsa para acabar con dos personas, le llenaba de remordimiento. Pero debía romper con todo, dejar de ser ella. Jamás volvería a cocinar para él ni para nadie. Tal vez su avión se estrellase y no tendría que vivir con esa carga. Era posible que hubiera cometido ese delito contra su amante. Con suerte, ya estaría muerto.

Roslac
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:23:30 pm
No hay justicia


Verá usted señorita, me han mandando aquí, pero yo creo que no me podrán ayudar. Vengo muy nerviosa, a mi hermano le han quitado el piso, bueno; el está en prisión, es esquizofrénico. El pobre, ¿qué va a ser de él?
Señorita, vera usted, es que no hay justicia. El no es que haya  matado a nadie, no,  sólo le disparó. Le disparó al guarda. Ya ve usted, que yo lo conocía  y se lo dije: “Juan, pero si te deben todos, no le cortes el agua a mi hermano, espera que recoja la cosecha y verás como te paga”. No me hizo caso, le cortó el agua, y perdió la cosecha. La cosecha señorita, lo único que tenía, a lo único  que se dedicaba con su enfermedad.
 Ya he visto el piso en venta, un anuncio en un escaparate, yo no quiero ni ir allí, y mire que nosotros tenemos las llaves y todo. Me da tanta pena mi hermano. Cuando salga, que le queda un año, ¿dónde vivirá? Le han quitado todo, hasta una pequeña herencia que le dejó una tía mía, como era el más desgraciado. Cuatro años de prisión y los ahorros de toda su vida. No hay justicia.
Mira que si han entrado, ¿qué habrán hecho con sus cosas? Si no están,  ¿quién las habrá cogido? Nosotros, que somos siete hermanos, no hemos vuelto allí desde el día en que lo detuvieron, se quedó todo revuelto, sucio y ensangrentado.
No, no es que allí le disparara al guarda, es que lo hirieron al llevárselo, se resistía, claro, había perdido la cosecha y no podía seguir pagando el piso. Pero había llegado a un acuerdo con el banco, hay recibos de un año después de perder la cosecha, y como lo encerraron y usted sabe que los bancos no entienden de nada, pues se lo han quitado.
No hay justicia. Lo registraron todo, todas sus cosas revueltas. El escribía sus impresiones, tenía montones de cuadernos, como diarios creo yo, a ver, era su escapatoria; eso y lo de los sueños. Y allí se quedaron todos, ensangrentados. Ya le digo, no hemos vuelto a ir desde entonces.
El pobre está pagando más que si lo hubiera matado, pero si fueron sólo unos cristalitos que le rajaron el párpado, serían de las mismas gafas. Si lo hubiera querido matar, lo habría matado, digo yo, ¿no? Ya ve usted, si le disparó a un metro. Pero claro, el otro dice que con ese ojo no ve.
¿Es que no pueden entender que él está enfermo?, pues no lo ven. No lo medican en la cárcel ni nada, ahora dicen que tiene cero de minusvalía, no puede ser. Mire usted, ya no es ni su sombra, está entristecido, hundido. Yo no voy  a verlo casi nunca, ni mis hermanos, para qué, si salimos peor, y no sabemos que decirle. El abogado le dijo que lo sacaría de allí, cogimos al mejor, lo dijo mi padre. No, pero si va a salir, dentro de un año, pero mi hermano ya no es lo que era.
El abogado nos ha sacado el dinero, el muy sinvergüenza. Hace unos meses nos dio todos los papeles y dijo que dejaba el caso. Para qué vamos a buscar otro, si son todos iguales, ahora dice que mi hermano no es esquizofrénico, si eso no se cura, ¿verdad señorita?
Lo peor fue el día del entierro de mi padre, porque mi padre murió hace cinco días, por eso voy de luto, lo llevaron esposado, lo tuvieron allí cinco minutos, sólo cinco minutos. Que era el entierro de su padre, no era un perro el que se había muerto. Yo no lloraba tanto por la pérdida de mi padre como por él. Al verlo así sin expresión ninguna en la cara, que tristeza, que desilusión, yo creo que mi madre, que murió hace dos años, se la llevó todo esto y a mi padre seguro que también esto le ha acelerado su enfermedad, ha sido tanto por lo que  ha pasado, menos mal que no se ha enterado de lo del piso. Ay, qué va a ser de él
Cuando he visto el anuncio en el escaparate me ha entrado una flojedad en las piernas que no sabía qué hacer, fui al Ayuntamiento y me dijeron que viniera aquí, pero ustedes no me podrán ayudar, ¿verdad? No hay justicia señorita.
Yo voy a explicarle lo que quiero. Verá usted, lo que yo quisiera es que lo trataran ahora que está controlado, que lo vean psiquiatras, asistentes sociales, psicólogos, quien sea, y que esté allí, no cuatro, sino catorce años si es preciso, lo que haga falta, pero que lo controlen porque yo no me puedo quedar con él cuando salga, mi casa es pequeña, tengo tres hijos y a mi no me pueden hacer responsable de él, porque claro, yo puedo saber lo que hace de día, pero de noche, dormido, ya dormido, no se lo que puede hacer. Si yo también estoy dormida no sabré qué hace en sus sueños, de eso no me pueden pedir cuentas, usted me entiende. Él todo lo hace dormido, y yo tengo una hija de dieciséis años, compréndame usted. El guarda tiene otra de la misma edad, iba con la mía al colegio, y esa niña siempre ha sido muy mujer para su edad; las ropas, los gestos, usted ya me entiende, y le cortó el agua, siempre diciendo mentiras de mi hermano, el pobre, es un hombre como otro cualquiera aunque  esté enfermo.
La casa de mis padres la van a vender mis hermanos, es de todos, él no se puede quedar allí, a todos nos hace falta el dinero, tenemos familias y ya sabe usted, las cuñadas, los yernos, ellos no lo comprenden. Ay señorita, dónde irá cuando salga. Si al menos tuviera la herencia que le dejó mi tía, podría convencer a mi marido, pero así, y luego, lo que le digo ¿cómo lo vigilo cuando duerma? Se lo han quitado todo, al otro lo creyeron y decía sólo mentiras, sólo mentiras, y esa niña, que tenía miedo dice ahora.
    Señorita usted cree que si hablo con el juez podría quedarse en la cárcel para siempre. No hay justicia, no hay justicia señorita.
La funcionaria que la escuchaba y asentía pausadamente le corroboró lo inadecuado de ese servicio a su demanda. La mujer, enlutada y confusa se alejó de su mesa.  Tras unos instantes de parálisis inexpresiva, la chica tomó un bolígrafo y  anotó en su estadillo, la fecha, el nombre de la usuaria y en el objeto de la consulta.

Clara Lyon
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:25:56 pm
La multiplicación de los panes y los peces


Esta es la receta: a una sopa instantánea o mejor, a un sobre de risotto soluble se le añade un quilo de arroz previamente sofrito con varios dientes de ajo y una pastilla de Avecrem. De esta forma, con un euro se consigue un primer plato para seis personas.
Para el segundo se descongela una bolsa de croquetas, se juntan todas en una y a esa bola majestuosa se la añade harina, sal, se pinta con huevo y se mete al horno.
El postre se confecciona con un bote de melocotón en almíbar. Se mezcla  ese jugo con clara de huevo a punto de nieve y la espuma se coloca como lecho. En el centro mismo del plato se coloca la mitad de cada fruta. Parece un sol color azafrán entre la niebla.
Una comida de tres platos para seis personas por tres cincuenta euros en total, no por cada uno.
No entiendo que critiquen estos adelantos de los platos precocinados y las latas de conservas, si es lo mejor que hay. Cuando yo era joven todo se preparaba desde el principio y esto no quiere decir que había que pelar y trocear las hortalizas sino que primero, unos meses antes, se sembraban.
Las crisis a unos les afectan más que a otros. Hay que hacerse a todo y al mal tiempo ponerle buena cara. Nosotros con cuarenta euros comemos durante diez días. Solo hay que calcular para darse cuenta de que un mes nos sale por ciento veinte a los seis, y bien sanos que estamos.

La ropa de la pila del mercadillo, así no nos da tiempo a aburrirnos, cuando nos cansamos renovamos el vestuario. Eso sí, la anterior la vendemos. El jabón lo hago yo con aceite que deshecho de la cocina, y el mejor lujo, el baile, para no perder comba.
Lo que no hemos podido es ahorrar porque tenemos otra filosofía: disfrutar del día a día y mañana ya se verá.

Didascalia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:27:12 pm
Carne en salsa


-Se ha ido – les digo, pero se comportan como si les hablara en un idioma inventado. Ninguno de los tres hombres ennegrecidos de carbón que tengo frente a mi es capaz de reaccionar. Son como tres cervatillos cegados por los faros de un coche. No pestañean, no se mueven de la puerta, casi podría jurar que no respiran, y hasta ahora ellos eran los únicos que noche sí y noche también se animaban a poner los pies en este bar.
-Manuel se ha ido y no va a volver – repito, y enseguida siento un alivio en los huesos por los golpes que ya no voy a recibir.
-Y eso, ¿qué significa? – pregunta el mayor de todos.
-Significa que a partir de ahora esto dejará de ser una pocilga. Una ronda de chatos de vino para celebrarlo - respondo. Y, aunque preferiría quemarlos en una hoguera, les invito a que ocupen sus taburetes de siempre.

Como soldados que se reconocen cobardes ante la ausencia de su general, los tres hermanos de mi esposo se sientan a la barra. No se atreven siquiera a mirarme. Lejos de la mina necesitan una luz que los guíe, y Manuel ya no está.
-Pero, ¿no te ha dicho dónde se ha marchado? – pregunta el pequeño -. Porque a nosotros no nos ha avisado de nada.
-Por mi como si se ha ido de cabeza al infierno – contesto.
-No digas eso, mujer – dice el mediano -. Él te quiere. A su manera, pero te quiere.
No sé si reír o llorar, no sé si escupirle a la cara o clavarle un cuchillo en la garganta. En lugar de eso, le pongo ante sus narices un cuenco de carne en salsa.
-Y esto, ¿qué es? – pregunta.
-Tendréis hambre, supongo – le digo, mientras sirvo también otro par de raciones de carne a sus hermanos.

Les veo comer, con las cabezas hundidas en los platos humeantes. Engullen como bestias. Me recuerdan a mi esposo y he de reprimir una arcada.
-Buenísima, cuñada – dicen -. Muy jugosa.
Espero a que terminen y les sirvo otro cazo a cada uno. Ni un segundo levantan los ojos hacia mi. Quizá ahora sientan vergüenza por todas las veces que me vieron sangrando a sus pies y no hicieron nada, por todas las veces que un simple gesto de Manuel les hizo callar.

-Estará bien – dice el mayor -. Es como un gato, siempre cae de pie – añade mientras elimina los restos de su plato con un trozo de pan. Y cuando lo dice tengo que pellizcarme para no soltar una carcajada. Si él supiera como se desplomó mi marido, hace unas horas, con un simple golpe de rodillo en la cabeza.

-Sí, es un hombre duro de verdad – apostilla el pequeño sin ver la tímida sonrisa se dibuja en mis labios. Sonrío cuando pienso en la sorpresa que me llevé al comprobar que, después de todo, Manuel resultaba de lo más tierno al contacto con el filo de mi machete.

-Bueno, esté donde esté, parte de él se ha quedado con nosotros – remata el mediano señalándome. Y, ahora sí, ahora no puedo evitar reírme, reírme con ganas, reírme como hace años que no reía.

-Qué razón tienes – le digo. Y antes de que puedan cuestionar mi risa, antes de que hagan el amago de sentirse saciados, antes de que piensen en levantarse y salir para siempre de este bar, llevo el puchero hasta la barra y les digo:
-¿Un poco más de carne en salsa?

Caulfield
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en ſeptiembre 30, 2012, 19:28:19 pm
Amor de madre


    Nuestro Cuerpo siempre necesita gente como usted y más en estos momentos que tenemos a muchos compañeros cansados y a punto de jubilarse pero es que hay veces que nuestro trabajo es realmente duro señor Perales. Piénsese bien si quiere entrar a trabajar con nosotros. ¿A qué sí Méndez? ¿Le contamos nuestra última historia? Es sólo para que se haga una idea de lo que le puede esperar por estos lares.
Pues verá… Hace ya algunos años, estábamos a punto de detener a un chaval bastante peligroso y conflictivo. Ya sabe, este barrio tiene mucha gente así. Hay mucho paro y miseria y a cualquier persona no le gusta pasar necesidad, ¿sabe usted? Este crío, Cuqui se llamaba, se metió en un asunto bastante feo con drogas y demás. Era un auténtico gañán y lo más impresionante es que tenía una vida tan normal pero las pintas le delataban. Nos costó Dios y ayuda dar con él y aquí está el compañero Méndez para confirmárselo. Por eso, decidimos abrir el campo e investigar cualquier información que nos llevara al sujeto porque después de varias denuncias por robo y por tráfico de drogas, nuestro jefe nos iba a curtir si no teníamos resultados. Tras mucho trastear, dimos con la madre del Cuqui, doña Josefa. Era una señora muy popular a decir verdad y, por eso, no nos costó llegar a su domicilio. Tras varias entrevistas a gente allegada, nos decidimos a interrogarla.
Fuimos hasta su casa que estaba en la cima del Barrio Alto, ¿conoce usted el lugar? Allí vive la gente de peor calaña y los que no han tenido demasiadas oportunidades. Es nuestro hábitat, ¿sabe usted? Por eso, ya nada nos asusta. Estamos curados de espanto. Pues eso, volviendo al tema, la casa en cuestión era una cueva de color blanco que no hacía presagiar nada bueno. Doña Josefa nos abrió la puerta con un mandil descolorido y con un fuerte olor a verdura cocida.

- ¿Qué les trae por aquí, señores?- nos dijo con aire temeroso.
- Señora, necesitamos que nos ayude. Acabamos de detener a su hijo Javier Gutiérrez y queremos hacerle algunas preguntas.

Es en estos momentos cuando ningún agente de policía es capaz de soportar el llanto de una madre y es que es duro, muy duro. La señora comenzó a sollozar y a murmurar que eso que le decíamos era una injusticia y que su niño era un ángel. Tras pasar hacia la casa, sentamos a la señora en el sofá que tenía en el salón y la dimos un vaso de agua para que se tranquilizara. La verdad es que el ambiente de soledad que rodeaba a doña Josefa no era para ver la vida de color rosa. La cocina pedía a gritos una nueva mano de pintura, los cacharros estaban amontonados como si hiciera días que nadie los lavaba y el salón tenía una mesa bastante antigua, un sofá desvencijado y una televisión último modelo, eso sí, donde un programa de cotilleo de media mañana estaba a punto de terminar. Cuando doña Josefa se encontró un poco mejor, comenzamos el interrogatorio.

- Apaguen, apaguen la tele. Fue un regalo de mi Javierito que es un sol. Nunca le gustó estudiar pero qué quieren. Mi marido que en Gloria esté tampoco era una lumbrera pero para trabajar sí que valía el pobre. – nos dijo doña Josefa mostrándonos una foto de hacía ya algunos años en la que estaban su marido, ella y nuestro objetivo en cuestión, Cuqui Gutiérrez.
- No sé qué le ha podido ocurrir señores agentes. Seguro que es algo falso. Son esos amigos que tiene que, perdónenme, pero son gentuza. Y mi Javier que es un sol, les sigue a dónde le ordenan. No tiene maldad ninguna, créanme.

Doña Josefa siguió alabándonos a su hijo durante unos minutos hasta que salió a la luz un nombre que seguro que usted conocerá, Idoia Martínez, la Rata. Otra de las personas conflictivas del barrio que había sido detenida por posesión de drogas. La muy ladina admitió que eran suyas pero que eran para consumo propio. ¡Si había un auténtico arsenal!

- Esa zorra seguro que le ha metido en algún lío: la sobrina de Paco, el constructor. Al principio fueron novios y mira que se lo dije a mi hijo. Javi, ten cuidado. No tiene buenas pintas. ¡Parece una furcia! … Esa frase me costó que se fuera de casa dos meses. Pero es que mire usted. Hay cosas que una no puede soportar. ¡Si incluso me llamaron la atención las vecinas por los gritos que daban cuando estaban aquí en casa! Y es que les pillé haciendo… Ay qué vergüenza, señores agentes no se lo puedo ni decir…- soltó doña Josefa azorada y volviendo a sollozar.

Por más que le íbamos haciendo preguntas que intentaban entresacarle información, doña Josefa parecía desconocer todo sobre su hijo. Cada vez que le preguntábamos por cuál era el lugar de residencia habitual del chaval, ella respondía con evasivas e incluso nos decía que pasaba grandes temporadas fuera de la casa. Desesperados ante la inutilidad de todo aquel interrogatorio, decidimos pedir ayuda para registrar la casa. Informamos de nuestras intenciones a doña Josefa la cual comenzó a gritar como una posesa a la par que convulsionaba. Llegaron más compañeros con perros de rastreo y entraron al salón. La escena era verdaderamente dantesca porque, para ser sinceros, nunca es agradable ver a una mujer así.

- ¡¡Me quieren robar!! Voy a llamar a mis vecinos y os van a dar una tunda de las buenas… ahí noooooo…- vociferaba doña Josefa en un estado ya lamentable.

Al par de minutos, encontramos el quid de la cuestión. Los perros comenzaron a ladrar como locos cuando entraron a una de las habitaciones. Estábamos frente a una cómoda de madera con un espejo bastante rococó. No hubo que hacer un gran esfuerzo para moverlos y para averiguar que doña Josefa y su hijo ocultaban un verdadero tesoro para cualquier drogadicto o traficante. Primero, detuvimos a la señora que se encontraba en un estado casi rozando el delirio y, después, acordonamos la habitación mientras se llamaba a nuestros superiores. El caso estaba a punto de finalizar cuando doña Josefa se arrodilló y sollozando no pudo contenerse.

- ¡Sí! Ha sido mi hijo. ¡¡Esa zorra de novia que tiene y él me dejaron esto escondido pero no le hagan nada que es muy bueno mi niño!! Métanme a mí en la cárcel pero a él nooooo. Yo soy mayor y me da igual morirme pero a mi pobre niño nooooo…- nos suplicó.

Una vez que condujimos a la señora a la comisaría y la entregamos en el calabozo, todo el mecanismo burocrático policial comenzó a funcionar, nos deshicimos del tema y pasamos a otra cosa. El tiempo es oro y más en nuestra profesión. No obstante, todo el que estuvo implicado en ese caso, tuvo muy claro que era de admirar la actitud de doña Josefa. Cualquier madre haría todo lo que estuviera a su alcance para proteger a sus hijos. Por eso ¡qué razón tenía aquel que dijo que los hijos son las anclas que atan a la vida a las madres! Este caso era una buena muestra de ello.
Ya ve, señor Perales, que todo no es ideal en la profesión. No todo es enfrentarse a los malos y es que la sociedad está así de corrompida, ¡qué se le va a hacer! Usted decidirá joven. En este cuerpo se le va a permitir trabajar cuanto quiera y esté dispuesto pero siempre apegado a la realidad que a veces es tan dura que hay veces que no estamos seguros de cómo soportarla. Le damos unas semanas y usted decide si quiere trabajar con nosotros en Valleluenga. Estaremos encantados de recibirle.

Capitán Ahab
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:15:20 pm
Gastronomia una forma de vida


Jamás pensé que el amor seria como una receta de cocina, donde se tiene que encontrar ese ingrediente que hacen una buena comida, hace días que me siento rara, nunca me ha ido muy bien en el tema del amor, es por ello que siempre me encerrado en hacer de la gastronomía algo diferente, mi madre siempre me dice que parece que mi vida la llevo como los tiempos de una comida, la entrada ese platillo a base de crema donde voy conociendo mi mundo hoy siento como si la vida no tuviera sentido para mi no se si lo mejor seria dejar de buscar ese sabor único que deseo encontrar y dedicarme a otra cosa, pero antes de querer cometer alguna tontería decidí recorrer nuevos lugares para encontrar ese toque que tanto buscaba. Encontrar un aroma y sabor nuevo no era fácil, quería un platillo que la misma gente al momento de probar se elevara al cielo por tan sorpréndete sabor.
Como platillo fuerte en mi vida supere varios retos, un día caminando por el campo comencé a ver nopales por todas partes y es que en Zacatecas una ciudad que siempre nos ha dado materia priva para la elaboración de una gastronomía de exquisito sabor, sin duda alguna decidí trabajar con ese producto al igual que con  la tuna y demostrarle al mundo que esta aportación de la madre tierra que en absolutos eran ricos y además tenían notables beneficios para la salud encontraría lo que estaba buscando, estaba emocionada de poder brindarle a las personas un alimento que no solo les diera un gusto a su paladar si no que también les ayudara en su salud, este alimento utilizado desde nuestros antepasados.
Me gusta ver como al momento de tostar el nopal agregándole un poco de sal con ajo para darle un sabor diferente, haciendo un corte podía hacer unas deliciosas quesadillas rellenas de queso y diversos platillos, bañadas con una salsa agridulce hecha a base de azul, vinagre y un pequeño toque de salsa de soja. Este platillo causo gran impacto en mis conocidos,  pues su sabor era esplendido. Otros los degustaban en tostadas, tacos, nopal con huevo, machaca, en jugo, agua, hice una gran gama donde lo primordial para mi era una gastronomía que brindara salud y nutrientes a bajo costo, comencé a prepara el nopal en mermelada, en escabeche, se me ocurrió que capearlos, freírlos y bañándolos con salsas de diferentes sabores era otra opción diferentes de, degustar este alimento.
Cuando una persona se lleva algún alimento a la boca, puede distinguir un sinfín de sabores, algunos nos gustan otros no y de plano otros ni los volvemos a probar, pero eso para es el motivo de crear nuevos platillos y postres cuando estoy en la cocina mi mente comienza a idear comida con una mezcla de ingredientes dándoles mi toque especial haciendo mis propias recetas Me gusta  sentir la consistencia de las masas homogéneas que amaso con mis manos, su textura combinado con su aroma cuando preparo algún postre como la tuna y el xoconoztle-, rellenos de nueces, almendras o coco tostado en salsa de piloncillo.
 Cuando abrí mi restaurante quería trasmitir a mis clientes que la comida se degustaba de una manera diferente, que yo cocinaba feliz por que hacia lo que me gustaba hacer, todas las personas que probaban mis platillos quedaban fascinados por lo extravagantes que era mi gastronomía.
Me encantaba estar en la barra de pedido para poder ver a un chico que desde hacia tiempo me gustaba para mi era un misterio, siempre andaba de prisa, era solitario, mi amiga Norma me comentaba que siempre duraba muy poco con sus novias y que tal vez era gay, a mi me parecía de lo mas lindo, era el prototipo de mi hombre ideal, creía que solo debía encontrar el ingrediente perfecto para hacer una combinación ejemplar como en la gastronomía, puesto que  siempre se debe encontrar el componente secreto para lograr el éxito deseado.
Cada noche me la pasaba pensando como podría acercarme a él, era como cuando imaginaba en el nuevo platillo que quería inventar, decidí enviarle a su trabajo un postre de tapioca ya que este se da para poder jugar en la cocina, ese era un gran reto para mi puesto que no había encontrado el sabor que deseaba, sin embargo me arriesgue a experimentar nuevas mezclas y no solo se la daría como estaba acostumbrada a prepararla. Estando en la cocina comencé a ponerle un poco de esto y un poco de aquello, para que no fuera solo una tapioca común de sabor vainilla, quería que se pusiera a pensar que sabor tenia, sin encontrar como describirlo, tenia un poco de ron así que le puse una pequeña porción, lechera, frutas como el kiwi y después quería algo cítrico tome un limón y vertí algunas gotitas, ese día la tapioca tomó un sabor diferente y único a como habitualmente la preparaba, ni yo misma podía describir, yo estaba nerviosa de pensar que aquel  muchacho me despreciara mi postre.
Mi amiga Norma no muy convencida me ayudo a ser mi confidente, ella dejó el postre en el escritorio de mi hombre misterioso, y me espero sentada como si fuera un cliente que pediría información sobre un paquete de viaje. Yo estaba ansiosa de que me contara que era lo que había pasado pero me dijo que cuando llegó y vio aquel pequeño vaso, lo tomó y volteaba a todos lados para ver si había alguien hay, cuando leyó la nota de es para ti, con un guiño y oliendo el contenido comenzó a degustar las pequeñas bolitas trasparentes y su liquido el cual era mi receta secreta. Por lo visto mi plan había resultado ser todo un éxito, cada noche en mi cocina trataba de jugar con diferentes tipos de preparar la tapioca, en mouse, chocolate, dulce, de frutas estaba segura que no solo le estaba aportando un gusto a su paladar si no que también le estaba aportando nutrientes y vitaminas al usar este almidón extraído de la yuca.
Él se llamaba Joshua y cada día llegaba buscando con que lo iba a sorprender, después de cierto tiempo dejó en su escritorio una carta que decía.
“Primero que nada gracias por tus postres, sabes es muy extraño lo que te voy a decir pero es algo que ni yo mismo entiendo, como es que ni siquiera te conozco y has llegado a despertar en mi un gran interés por ti, nunca había probado alimentos que pusieran a jugar mi mente con la combinación de sabores y olores que tienen tus postres, déjame conocerte atte: Joshua.” 
No podía creer lo que estaba leyendo por fin había logrado lo que siempre soñé, que la comida se viera de una manera diferente, que pusiera a pensar a las personas en los sabores y olores con lo que se preparan los platillos, que cada gastronomía es diferente, por su tradición, gustos, alimentos pero siempre se llega a lo mismo a causar una satisfacción a la hora de preparar los platillos y cuando aquellas personas conocen una forma diferente de poder comer.
Cuando me arme de valor y me presente con Joshua platicamos un poco para poder conocernos, lo primero en preguntarme fue por que había hecho eso de mandarle postres a su trabajo y no solo me presentaba, fue entonces cuando le respondí que para mi era la forma de que supiera como soy y como se vive la vida, como el juego de sabores, momentos dulces, amargos, agrios, intrigantes pero siempre se debe encontrar el balance perfecto para tener la receta ideal.
Para mi la gastronomía es despertar sensaciones al momento de llevarte ese platillo a tu paladar, y como siempre se termina con el postre ese platillo dulce, dando satisfacción y conclusión a los tiempos de la comida, y el mio fue sin duda satisfactorio encontré el hombre que completaba mi vida y los sabores que representan la vida que se pueden ver reflejados en una buena gastronomía.

Marilyn Pm
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:17:07 pm
Diles la verdad



aul era un chico tímido, nervioso, poca cosa. Uno más de los anodinos personajes que pueblan nuestras ciudades en estos tiempos en que el individuo es cada vez más irrelevante y que pese a ello, en su fuero interno, se creen especiales, como si el mundo fuese una obra de la que son los protagonistas y no, como en la mayoría de los casos, simples figurantes. Sin embargo en su caso era realmente cierto que poseía algo único que le hacía especial; un increíble secreto que hace que su historia merezca ser contada.
- ¿Por qué?
- ¿Por que qué?
-¿Por qué crees que va a merecer la pena que alguien la lea?
-Bueno, ya se verá, déjame ir avanzando.
-No, no te voy a dejar, porque sé lo que piensas, y sé que no tiene ningún fundamento, que ni te la has pensado y que no es más que una excusa.
-¿Qué quieres decir?
- ¿Por qué lo de Paul?
-¿Cómo?
-¿Qué por qué lo de Paul, el nombre?
- No sé, suena neutro, internacional, puede ser cualquiera y en cualquier país.
- O sea, que piensas que todo el mundo es neutro y anodino.
- ¿A qué viene eso?
- ¿Por qué no les dices la verdad?
- ¿Qué verdad?
- Pues que Paul en el fondo eres tú, siempre eres tú, todos eres tú. No sabes más que hablar de ti mismo y de tus cosas.
- No sé a dónde quieres ir a parar.
- Pues que te inventas un royo para disfrazarlo un poco; bla,bla,bla, aquí y allá, pero realmente lo único que quieres es contar tus propias paranoias , siempre las mismas a través de tipos casi iguales, indefinidos. No sabes crearme personajes.
- ¿Crearme? ¿Y quién eres tú?
- La voz de tu conciencia, ya lo sabes; YO lo sé. Sé que a menudo te sientes ridículo contando historias y que después las odias y te avergüenzas de ellas; que todo lo que escribes te parece ridículo y mediocre una vez acabado, y que en el fondo lo haces porque crees que tienes algo importante que decir, lo que en el fondo sabes que no es más que la vanidad de regocijarte en tu propio narcisismo.
- Y si así fuera, ¿cuál es el problema?
- Pues que si no eres sincero con los relatos que cuentas no vas a hacer más que dar el coñazo a la gente y hacerle perder el tiempo con cosas en las que no crees. Si lo único que quieres es mandar mensajes y no contar historias no te vayas por las ramas ni busques intermediarios para airear tus neurosis. Sé directo, haz monólogos; de todas maneras tus historias son siempre monólogos...
- Eso no es verdad.
- ¿Qué es sino eso de la gente anodina, de la sociedad que machaca al individuo y los pobres ilusos que nos creemos especiales? ¿Y la vida como una obra de la que no somos más que figurantes? Lo que tú piensas, lo de siempre. La historia no es más que una excusa, un envoltorio para decir las cosas que quieres decir, las que crees que valen la pena pero que realmente son muy pocas y ya mil veces manidas por gentes mucho más capaces que tú.
- Vale Okey, lo reconozco, así es.
- Ya lo sé. Yo tampoco sé crear personajes ni verdaderas historias, así que mejor que lo olvides.
-¿Entonces que puedo hacer si creo que necesito decir algo porque siento que algo desde lo más profundo me impulsa a hacerlo? ¿Me quedo sin hacer nada solo por miedo a no hacerlo bien? ¿Y si luego pasan los años y me arrepiento de no haberlo intentado?
-Cuenta lo que quieras contar si así te sientes mejor, pero hazlo directamente y sin intentar crear arte, haciendo ensayos sin ilusiones ni expectativas. Si fueras un artista ya lo sabrías y habrías hecho algo a estas alturas. Filosofa en el vacío contigo mismo resignándote a que nadie te escuche como le sucede a la gran mayoría de los hombres.
- ¡Pero yo quiero que alguien me escuche! El problema es que un cualquiera sin haberse forjado un nombre no puede empezar a filosofar de lo humano y lo divino así por las buenas. A la gente le aburren los ensayos y los pensamientos así, a palo seco; y si no los firma alguien conocido ni empiezan a leerlos. Además es un hecho que a la gente le gusta leer relatos: desde siempre los mitos y las historias con trama les interesan y se han recordado mejor que las meras enseñanzas, y si llevan en la trama los grandes temas les llegan mucho más hondo que un simple discurso y nunca las olvidan. ¿Qué es el Nuevo Testamento más que una trama que entrelaza en su historia pasiones humanas como la compasión, el amor o la traición en un relato humano con tintes míticos? ¿Cómo olvidarlo y olvidar el efecto catártico que tuvo en la gente durante generaciones? ¿No recuerdas también aquel juego de memoria con el que creando una historia recordaste una lista de diez palabras sin conexión aparente? Creías que no podrías, pero lo hiciste. Tenemos una extraña predilección por las narraciones; debe ser algo psicológico, o incluso biológico. Quizás tras tantas generaciones contándonos historias y recordándolas para que tengan coherencia nuestros cerebros han mutado. No olvides que tú misma utilizas el lenguaje para comunicarte, y que este depende de conexiones neuronales dinámicas, siempre en continuo cambio.
- Quiero pensar que como conciencia estoy más allá de las palabras y del cerebro físico, que abarco lo indescriptible, lo total e incomprensible, lo místico. Las palabras solo pueden delimitar conceptos, jugar con lo limitado sin llegar nunca a lo infinito, y finalmente soy yo la que crea en la mente de cada uno los mundos que observan.
- Bueno, bueno, ¿quién es ahora el que se anda por las ramas?
- Bien, vale, no seguiré por ahí. ¿Y tú con lo del secreto del tal Paul? Venga hombre, ¿qué vas a contar que tenga interés, el secreto de la vida y de la muerte?
- No sé, algo fantástico, algo…
- Una fantasmada, vamos.
- No sé, algo que pueda sacar por un momento la mente de alguien de su maldita rutina, de este mundo cuadriculado que nos hemos creado en el que parece no pasar nunca nada emocionante y hacerle pensar en lo… En fin, hacerle soñar aunque sea por un momento.
- Ja, ja, ja. ¿Un poco cursi no crees? En el fondo estas hecho un romántico…
- Como no serlo…Vivimos en una época tan carente de épica y de sentimientos sublimes.
- Olvidaré eso de “sublimes”.
- Pues nada venga, dime tú, ¿cómo puedo hacerlo mejor?
- No puedo, y no puedo porque tú no puedes; no puedes inventarte ningún secreto maravilloso que merezca la pena ser contado porque no lo conoces. YO, no lo conozco. Quizás incluso no haya nada que contar ni que encontrar…
- ¿Y entonces que hago?
- Diles la verdad.
- ¿Y cuál es la verdad?
- Que no tienes nada que contar.
- ¡Está bien, está bien!, ¡tú ganas! Si alguien ha leído esto: YO NO TENGO NADA QUE CONTAR.

Prometeo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:18:46 pm
Viento del noroeste

   
   Jaime caminaba tranquilamente por el precioso paseo del Muro, en su ciudad natal Gijón. Un trayecto que discurría varios kilómetros por verdes praderías, y sobre espectaculares y escarpados acantilados sobre el majestuoso mar cantábrico. Solía hacer aquel itinerario cada mañana, porque le encantaba caminar a orillas del mar. Al llegar a la altura de la escalera número 5, vio a un grupo de personas qué miraban  algo que  había  en  la  dorada  arena  de la  playa. Lleno de curiosidad: Jaime se  acercó para ver  lo  que  llamaba  la  atención  de  aquellas gentes…
      -¡Vaya  por Dios! Que desgracia. Si es sólo un niño Ha aparecido flotando. Está muerto. ¡Que pena!...
Las gentes murmuraban unas con otras, lo que el mar había arrastrado hacia la playa gijonesa.
Jaime llevaba jubilado unos meses, después de haber  trabajado más de cuarenta años como Policía local, y  ante la horrible visión de aquel niño, tirado sobre la arena como si fuera un muñeco roto, pensaba que si no estuviera jubilado: iniciaría inmediatamente investigación para averiguar lo que le había sucedido al desgraciado pequeño.
Cinco minutos más tarde, una ambulancia y un coche patrulla aparecieron en el paseo marítimo, para proceder al levantamiento del cadáver. Jaime observaba con infinita tristeza cómo lo recogían: tras haber dado permiso el juez de guardia.
Mientras se lo llevaban, no dejaba de pensar en aquella  joven  vida  truncada  de  manera…- Donde diablos estarían sus padres.- se preguntaba mientras se dirigía hacia su casa. Ya no tenia ganas de continuar paseando después de haber visto aquella terrible escena.-Un niño se había ahogado, y nadie se había personado en el lugar de los hechos para reclamar su presencia. ¡Que solos siguen creciendo muchos niños! -. Comento Jaime para sí mismo. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel chaval que habría fallecido seguramente debido a un accidente o a una imprudencia propia de su temprana edad, al encontrase probablemente solo en cualquiera de los pedregales e intrincados acantilados de aquella zona marítima. 
A las tres de la tarde, Jaime se acomodó en la butaca donde solía leer, escuchar música o ver la televisión: para ver las noticias del informativo regional, y ver si ya se conocía algún dato sobre aquel trágico suceso.  Echaba mucho de menos su trabajo. Si estuviera en activo, ahora él sería conocedor de primera mano de lo que hubiera podido suceder. Pero estaba fuera de servicio, u no acababa de acostumbrase por que trabajar como policía le había reportado innumerables satisfacciones y reconocimientos.
 Las  noticias del informativo regional comenzaron, pero Jaime no pudo evitar sentirse decepcionado por que éstas apenas recogieron más que una escueta noticia sobre la trágica muerte de David  López Vázquez, tenía diez  años de  edad, y había vivido en Gijón. Enfadado apagó el televisor, y salió a la calle. No podía soportar la falta de interés tras el luctuoso suceso infantil.
 La Semana Negra de Gijón acababa de iniciarse aquel mes de Julio, un par de meses mas tarde de aquel accidente infantil, un año más desde hacía veinticuatro. Las vistosas atracciones, los chiringuitos, los innumerables  puestos de ventas de artesanía, el colorido multirracial, las carpas donde ofrecían las charlas los numerosos escritores que asistían a la famosa convención, la música…todo era ebullición, olor, color, vida, y las ganas de diversión estaban por todas partes,… Jaime se encaminaba tranquilamente hacia los puestos de venta de libros, donde cada año solía adquirir varios ejemplares: cuando escuchó un grito desgarrador.
Sobre el duro pavimento en el que estaba anclada la espectacular noria gigante: una de las atracciones más vistosas del concurridísimo certámen lúdico-cultural gijonés, estaba el cuerpo inerte de un niño de unos diez años de edad. Al parecer, según comentaban diversos testigos que lo habían presenciado, el pequeño acababa de caerse de una de las cabinas de aquella noria.
Ante la confusión que acababa de originarse Jaime no pudo quedarse quieto, y se acercó hasta donde permanecía el cuerpo inerte del pequeño: mientras escuchaba los comentarios  a  su  alrededor.
      -¡Está muerto! Se ha roto el cuello. No hay nada que hacer.- Dijo un joven treintañero, que acompañaba a una linda joven, a la multitud que comenzaba a congregarse alrededor de donde estaba el niño…
      - ¿Como lo sabes chaval? Le increpó un señor mayor, ante el breve exámen que el joven acababa de hacerle al pequeño, sin poder hacer nada por él desgraciadamente.
        - Pertenezco al equipo de salvamento marítimo del Principado de Asturias señor; mi deber es auxiliar a
    Cualquier persona que esté en peligro en la playa o alrededores. Hoy es mi día libre, y como comprenderá
    No puedo estar quieto sin haber intentado salvarle. Lo malo es que el niño se ha matado. Hay que avisar a
   
       Una ambulancia_: dijo el eficaz joven, marcando en su teléfono móvil, el número del sámur…
       -¡Pobre crío! ¿Cómo se habrá caído?- ¡Acaso no había nadie a su lado! dijo una señora de mediana edad totalmente compungida ante la desgraciada caída del pequeño.
  - ¿Cómo habría podido subirse a la noria?  No dejan a menores de catorce años.  Se lo digo yo, que ayer mismo intenté subir con mi hijo pequeño, y los responsables de esa noria no me lo permitieron.
Decía un joven padre, muy afectado ante la terrible muerte del desventurado pequeño. La Semana Negra se vio enturbiada por el luctuoso suceso; debiendo la organización suspender las celebraciones aquella  noche. Jaime estaba muy disgustado y se sentía impotente ante aquel nuevo accidente infantil. Durante sus más de  cuarenta  años  de  servicio: siempre se había mostrado muy sensible hacia los sucesos relacionados con los niños. Victimas inocentes de quienes no son capaces de cuidarles como se merecen.
Él podía hablar con pleno conocimiento de causa, ya que había sido uno de tantos niños maltratados.
Su padre había sido un tirano que gastaba buena  parte de su jornal en bebida y en el juego. Regresando a casa de madrugada o al día siguiente cargado de alcohol, y sin el dinero para poder comer su familia. Su padre había maltratado a su mujer, la desgraciada madre de Jaime, y a él mismo, durante muchos años.
Jaime padeció un calvario durante su niñez, hasta que a los catorce años, tuvo el valor de marcharse de casa, cambiando incluso de ciudad para que no le encontrasen jamás y pudiera comenzar de cero: una nueva vida  para poder sobrevivir. A pesar de ser un niño, tenía las ideas muy claras, y en una ciudad muy distante de la que le había visto nacer y malvivir: pidió asilo en un internado masculino.
El padre prior del mismo: consternado por su terrible historia, le acogió en aquel pensionado para niños varones, y le dio la formación necesaria para que pudiese desempeñar lo que deseara cuando fuese mayor. Allí pudo dejar atrás su desgraciada infancia, y sus miedos atroces, lejos de las constantes palizas de su padre, sin volver a pasar jamás hambre, sed y calamidades.
Fue un excelente estudiante, por que quería ayudar a los niños desfavorecidos. Por eso se hizo Policía.
Un mes más tarde los luctuosos sucesos parecían haberse desvanecido como la neblina que cada mañana cubría el mar cantábrico. A principios de Agosto tenía lugar la puesta en marcha de otro evento que atraía anualmente a Gijón a miles de visitantes: se trataba de la prestigiosa Feria Internacional de Muestras de Asturias. Aquella tarde gris amenazante de lluvia, era óptima para acudir al recinto ferial, dado que dentro de aquellas instalaciones hacía siempre un calor insoportable, y era mucho mejor que la jornada estuviera gris. Jaime permanecía a la cola para adquirir la consabida entrada para acceder al recinto, impaciente y agobiado. Deseaba adquirir un producto quitamanchas que solo vendían en aquella feria, que le había recomendado su amigo Eloy - Es muy bueno Jaime. Los que vivimos solos, debemos tener siempre a mano estos productos “mágicos”, para evitar ir  a  la  tintorería- Esa era la razón por la que se había decidido acudir aquella tarde a comprar aquel producto…- si lo vendiesen en cualquier tienda- pensaba, mientras se impacientaba en la cola: a él no le pillarían en aquella Feria…¡Ni hablar! Así qué compraría aquella crema, y se iría cuanto antes. Había quedado cuando terminase de adquirirla con Eloy y unos amigos, para tomar unas botellitas de sidra en la Plaza Mayor.
De repente ante la entrada de la feria un grupo de personas rodeaban  algo que  había  en el suelo. Jaime  se acercó cauto, y contuvo un grito ¡Otro niño muerto! No puede ser cierto, pensó. Pero desgraciadamente así era. Una niña  de unos diez años  estaba tirada en el suelo.
       -¡Esta muerta! Tiene la cara destrozada.- dijo alguien del publico que contemplaba la horrorosa escena. Jaime se excusó con sus amigos, se retiró a su domicilio, y de inmediato se puso a investigar ¡Había un asesino suelto en Gijón! Y antes de que diezmara a más niños había que ponerle cerco… ¿Quién podría  ser  aquel  monstruo?
Un par de días más tarde: delante de la Comisaría de policía de Gijón, se arremolinaban un buen número de periodistas llegados desde todas partes de España. Las violentas muertes infantiles habían trascendido los límites de la Región. Jaime había ofrecido desinteresadamente sus vastos conocimientos a sus compañeros de oficio, y estaban tras una pista bastante acertada, pero aún así, el asesino no aparecía y el tiempo con su transcurrir, amenazaba con aparcar aquellos sucesos por que desgraciadamente otros nuevos iban ocupando las páginas de la actualidad: y los policías trabajaban en otros casos que iban sucediendo ante la carencia de pruebas de los sucedidos con aquellas muertes infantiles en Gijón, Pero Jaime no estaba dispuesto a permitir que el tiempo enterrara aquellas absurdas muertes.
Desde una de las ventanas de una lujosa casa  situada en la  popular calle corrida, la vía más transitada de Gijón, alguien observaba a aquel  niño de unos diez  años de edad, que jugaba solo, alejado de sus padres. Ambos estaban inmersos en una absurda discusión sobre donde irían a tomar las siguientes sidras. Iván- que así se llamaba aquel solitario niño-estaba aburrido, cansado, tenía sueño, hambre y sed…pero sabía muy bien que no debía molestar a sus papas. Estos eran buenos, pero no les gustaba ser molestados por él. Debía dejarles que se divirtieran. Ya llegaría la medianoche  y  se  marcharían ¡Al  fin!  A  su casa.
 Iván vio fugazmente al hombre que salió del portal, y se dirigía  hacia él. Por instinto, sintió un inminente  peligro, y se acercó  a  sus  padres. Estos  a  punto estuvieron de ver lo que el hombre portaba en una de sus manos: una afilada navaja de reducido tamaño…pero el energúmeno, al ver  que casi le descubren y que no podía concluir su obra, velozmente se volvió incontrolado, y con el afán de la huída hacia su casa, tropezó involuntariamente con una joven que inoportunamente se cruzó en su alocada carrera. Al verse frenado por la chica: le asestó una puñalada. El terror cundió de inmediato. Una patrulla de policías que estaban a escasos metros,  procedió a  su detención.
      - ¡Quería  liberarlos  a  todos! No es posible que  esos  niños  crezcan como yo, sin  amor, siempre solos, 
    A  la  puerta  de bares, sidrerías y demás lugares. Yo les quiero llevar a un mundo mejor, lejos de los que 
    Siempre  no les quieren…
Las  esposas  fueron cerradas  en las  muñecas  de  Luís  González. Un hombre de cincuenta años que se declaró culpable de las muertes de aquellos niños. El había sido muy desgraciado. Sus padres le habían dado constantes palizas durante su niñez y juventud, dejándole trastornado. No hubo nadie que pudiera alejarle de semejante horror, y creció con un odio terrible que se instaló en su perturbada mente.
 Jaime paseaba  por el precioso paseo del Muro de Gijón. Sabía que merced a aquellos asesinatos infantiles: muchos de ellos estarían al lado de los suyos, protegidos de las mentes criminales que como el viento del noroeste, perturba la mente del ser humano.   

Géminis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:20:06 pm
Encuentros


Me atormentan como clavos en mi cabeza, he matado a mi madre recibí la extraña visita de un ser translucido, cosmico. Hoy escucho violet hour de sea wolf, “Tengo mucho frio”. ¿Dónde me encuentro? ¿Qué pasa? ¡no puedo moverme! mi cuerpo entumecido yace en la cama gris, mi piel helada como nieve , algo se ha apoderado de mi alma , ella abandona mi carne , voces gélidas me gritan al oído , parece que sujetaran mi cuerpo.
Pido ayuda descontrolada, nadie me ayuda, estoy solo…¡¡ No estoy loco!! Solamente no se lo que ocurre en este momento.
Tres días antes,  la noche del 31 de octubre  de  2005,  yo me encontraba en mi habitación, arrodillado orándole al divino, una llovizna caía copiosamente, los ventanales temblaban con el viento enfurecido. Que noche más estruendosa aquella, era muy intenso ver caer la lluvia y ver las personas corriendo por la calle – me pregunte. Ya era tiempo de lluvia ya era agosto, porque  en julio no había caído ni una gota de agua. Minutos más tarde pude sentir mucho temor, un ser que no me percate si era hombre o mujer caminaba entre la lluvia, la niebla estaba ya bien espesa, este ser  no llevaba paraguas solo una chaqueta negra con un gorro que escondía su rostro. Con su cabeza mirando hacia el suelo, caminaba sigilosamente  por la calle las damas, pensé en ese momento- tal vez es un vagabundo ebrio. Se acercaba tanto a mi casa, estaba cada vez más cerca, - no lo podía creer. Cuándo ya pude ver su rostro mojado, su pelo  encanecido –no puede ser – no puede ser: ¡es ella! ¡Volvió por mí! Doña pía... doña pía –grite como un loco ¡eres tú! Pero si estas muerta… ¿Cómo es esto posible? ¿Se puede volver? Pero si yo te…
La mujer se paro, frente al ventanal de la habitación principal, los cristales se empañaban bastante  en su rostro de tez canela se dibujo  una macabra sonrisa. Que espeluznante era ver su rostro n parecía la mujer que se había ido de mi casa, no tenia dientes su mandíbula estaba algo destruida  mi ansiedad era tanta. Que en ese instante solté un grito desgarrador que se escuchó en todo el vecindario, sentía como si se me desgarraba mi garganta, caí al piso cruce mis brazos y mi cuerpo temblaba  fuertemente. Cuando me levante, volví a ver a la calle.  Tenía que asegurarme. No era posible, que mi madre estuviese viva. Yo mismo la había  matado en el cuarto de costura, Con mis propias manos  agarre un hacha y le corte el cuello, golpee y golpee hasta desfigurarle el rostro. Luego ya sin vida. En el jardín trasero  donde estaba las rosas rojas de Sudáfrica, y el cerezo  cave una profunda fosa. Tuve mucho cuidado y disimulo con la tierra removida.


En menos de una hora, enterré el cuerpo de mi vieja anciana, Aquellas majestuosas rosas rojas fueron su mortaja. Un temblor oscuro, recorrió toda mi piel. ¡Dios mío!, fui al jardín eran las 12 y cuarto de la madrugada  ¡eso no podría estar pasando!, la fosa está vacía. Como si ella  se hubiese levantado. Un pánico terrible se apodero de mi alma. No sabía qué hacer. Un minuto después,  escuche una voz que me resulto muy  familiar, me dijo. - ¡José!... ¿Por qué, José...? ¿Por qué me hiciste esto a mí...? ¿Contesta José? ¿Porque si yo te di todo?, eras todo para mi…
madre pía... - susurre con tono  muy desesperado. - no quisiste firmar el testamento preferiste a Wilfredo. No había otra  alternativa, ¡no tenia opción!, Entonces ella se acercó a mí, con su vestido negro rasgado de dolor inundado de ira, su semblante no era el mismo. Palidez fantasmal, voz de ultratumba. Su pies no le llegaban al suelo, su rostro era borroso se movía como el viento, flotaba como hojas de cedro. Extendió sus brazos hacia mí. Susurrándome lentamente: José, ven... acércate a mí  por una última vez. Sus ojos me hipnotizaban me guiaban hacia ella, camine hacia ella y la abrasé como a un peluche de felpa. Como nunca lo había hecho. Le di un abrazo largo y afectuoso. Poco a poco fui entrando en una extraña calidez un hedor a   azufre sofocó mi nariz, poco a poco mis ojos se fueron cerrando   ya no hay mas recuerdos una oscuridad inmensa se hizo presente en ese sueño realidad ¡aun no lo sé!
Me encuentro en un lugar, lleno de cadenas y tierra desértica. Oscuro como y extenso como el mar pero solitario como el espacio.
- ¿Qué  es lo que oigo? ¡Voces eternas, gritos de auxilio! ¡Sombras se acercan a mi alma!  ¿Quién podrá ayudarme? Nadie porque aquí no hay nadie aquí no hay salvación no hay Dios, no hay nada.
- ¡¡que hace donde José alli!! ¡Preguntaban los vecinos! ¿Qué hace ahí dentro? No ve que está dentro de una fosa, decía la señora Cleotilde.
Pero, ¿Por qué? preguntaba el señor memo de la tienda de la esquina.
-un momento... ¡Entonces no estoy muerto...! 
Estoy vivo ¡¡Por favor, llévenme a la luz sáquenme de oscuro lugar!!
Una vez fuera, salí corriendo como un  zombi, ¡grite!: no lo vuelvo a hacer ¡¡perdóname!! ¡Vuelve a mi por favor!!”, pero no era yo era otro ser, yo me quede perdido en ese universo oscuro pagando mi condena…

Allejo di Ávila
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:21:25 pm
Helena


Sólo el que ensaya lo absurdo,
es capaz de alcanzar lo imposible.
Miguel de Unamuno

Tenía una peculiar forma de hacerme callar: cuando juzgaba que mis palabras no le convenían,  ya sea por carecer de esa utilidad por la que su mente pragmática se desvelaba, por ser hirientes para su henchido amor propio cebado a base de un cúmulo de años creyendo vivir con la respuesta a todo, o por ofensivas o burlonas, me quitaba las gafas como primer paso de un meticuloso ceremonial, y reclinaba su cabeza en mi pecho, contorneándose ligeramente de un lado hacia el otro, como si tuviera complejo de péndulo de Foucault. Eso sí, con menos elegancia. Mis años de experiencia en amoríos y flirteos me habían enseñado, y era capaz de verlo y de emitir juicios más-o-menos-objetivos a pesar de que aún conservaba los últimos retazos de la ceguera del enamoramiento, que en esta ocasión se prolongó durante meses. Era algo por completo inesperado y desconocido para mí eso de seguir mirándola con cara bobalicona a estas alturas de la historia. En tiempos pasados, esta necedad propia de las primeras semanas voló rauda, aventurándose al nomadismo, y admito culpablemente que no me fue bien y no estoy orgulloso de ello. Primero Clara, después su hermana, luego esa tarambana que me saludaba en el supermercado y me hacía martillearme la cabeza preguntándome a mí mismo si había coincidido con ella por ventura o desventura alguna vez en mi vida, la promotora de aquel puesto de telefonía móvil que me paraba cada día camino a las prácticas del buró para darme un folleto, …
Sigo sin comprender qué diantres pasa por la cabeza de las féminas. Dada mi edad y mi porte caballeresco, y aparcando la modestia a un lado para que descanse de tanto como saco a pasear  su pesado disfraz en los mítines, soy capaz de escribir un libro que podría titularse algo así como El lenguaje no verbal de las mujeres, con un pequeño subtítulo asangriado en el margen derecho: Descifra a tu mujer y a la panadera, para hacerlo más comercial. Esto es un proyecto, me asesoraré; daré una patada a una piedra para que salgan cientos de expertos en Marketing. O preguntaré en internet; ahí cada persona parece haber leído una gran obra especializada precisamente en el tema del que tú necesitas opinión. No entiendo por qué vienen luego con esas pamplinas de las estadísticas del nivel educativo del país. Será que no conocen a mis contactos.
La vida profesional y la formación que me procuré para ella me hacían gozar de una posición considerada y era tenido en estima. Cuando eres una persona influyente y, además, puro carisma, te adentras en el mundo difuso de si entrechocas la mano que empuja tu cuerpo resonante de palabras y risas huecas hacia delante o hacia atrás. Y si hace lo primero, por muy versado en el psicoanálisis que estés, jamás podrás saber qué intenciones mueven a tu colega a apoyarte y rondar en todos los eventos que organices.
Arrastraba aquel pelele que tenía por organismo por las calles de Barna, sudoroso y asfixiado por la pulcra americana de tweed y la ridícula corbata que no le hacía juego. No sé en qué estaría pensando mi yo adormilado este amanecer, será que no me miré en el espejo después de quitarme las legañas. O que no me las quité, no recuerdo.
En estos devaneos mentales me entretenía cuando me llevé instintivamente las manos a los ojos para comprobar si las legañas habían pasado conmigo toda la jornada laboral. Y al entremeter mis dedos entre las varillas de pasta y el cada vez más escaso cabello para quitarme las gafas, la recordé. Era la segunda vez que lo hacía hoy, y vendrían muchas más.
Ella y sus serpenteos. El péndulo hipnótico.
No era de mi mundo. Y dudo que lo fuera del de ninguna otra persona. Se asomó en mi vida de una manera inesperada. A veces me meto en la piel de esos cisnes horteras de la caseta de la feria que van dando vueltas en su estanque simulado con una pátina de aluminio pulido, y que, de repente… ¡Lo atrapé, papá, lo atrapé! El pobre animal no podría haberse librado de la desgracia de ser de plástico, o de la de estar decorado con los estampados con los que tapizaban los sillones de cualquier antro que pretendiera inútilmente estar en boga. Pero aunque sus ojos de poliestireno expandido tuviesen la capacidad de ver, jamás hubieran visto el hilo de pesca que se le cercaba el gaznate.
Ella era así, como ese niño en la feria. Pero no como todos los niños.
Era repelente, pero necesariamente había de serlo para que se cumpliera esa extraña ley de la que me hablaba: si he llegado a tu vida, es por algo. Suena a convencionalismo, pero no lo era si salía de sus labios. Un grande decía que la virtud está en el punto medio, pero eso no tiene nada que ver con las medias tintas. Si pienso algo, lo pienso, lo siento, lo creo, y estoy convencida.
Helena tendía a los latinajos y a lo arcaizante, y citaba a los clásicos creyendo asegurar con ello la autoridad de lo que decía, aunque pienso que era más pavoneo que cultura. Cuando le preguntaban por su nombre, se sonreía y comenzaba a exponer aquel cuento de que su madre la cristianó así por Helena de Troya, pero nada más lejos de la realidad. Su madre era analfabeta, y nadie le habló nunca de literatura griega.
Me la presentó un conocido de la universidad en uno de esos encontronazos fortuitos en el autobús. Compartimos parte del trayecto, y al día siguiente volvimos a encontrarnos. Llevaba un bolso al borde del big-bang, y captó mi atención durante nanosegundos. Eso fue suficiente para que me dijera que siempre lleva un libro encima, no sé si justificándose por parecer un animal de carga, o para sacar a relucir su aire intelectual que tan poco pega a su exterior desaliñado. Vivía sumergida en su particular visión de la realidad, y eso la hacía preocuparse poco por su apariencia. Estaba a millas de la perspectiva del resto de personas, sobre todo de las de su alrededor, criada en un ambiente en el que se sentía aplastada. A veces llamaba Vetusta a su casa. Sin darme cuenta, se me hizo indispensable hablar con ella; la admiraba porque era distinta, vivía continuamente en el esfuerzo del pez que sale del agua. El pez aguanta unos segundos, y ella llevaba así toda su vida.
Compartíamos los gustos en cuanto a cultura, pero sólo eso. Sí, sabía apreciar la buena música y las buenas películas, pero no iba a recitales o al cine, lo consideraba un lujo. Era cuestión de su sensibilidad, no de sus posibilidades. La descubría mirándome con ojos sorprendidos, fruto de la extrañeza que le producía que tal día le mandara una foto del hotel lujoso en el que nos alojábamos durante la campaña, o que tal otro gastaran en una cena para agasajarme más de la cantidad de la que disponía ella para toda una semana. Y sin embargo, nunca abrió la boca, y tampoco pretendía decírmelo de otro modo, pero ya he dicho que soy un experto descifrando la sutileza femenina.
La llamaba y venía con presteza, sin importar la hora o la distancia. Había encontrado al fin a alguien que medianamente la comprendía y se interesaba por ella, y lo había hecho sin buscar, por esa casualidad que ella se empecinaba en decir que no existe. Nunca le pedí salir formalmente, pero no fue necesario; y de haberlo hecho  me hubiera rechazado, tan poco le gustaban los formalismos. Rebelde con mentalidad conservadora: esa personalidad tan peculiar era mi agujero negro, lo mismo que siente un científico meticuloso ante su intrincado objeto de investigación.
Fuimos juntos a cientos de exposiciones, obras de teatro e incluso óperas, y el sutil brillo de sus ojos unido a esa sonrisa pícara que lucía en todo momento me hacía ver que disfrutaba. Pero sólo lo veía cuando estábamos solos, y me hablaba sin cesar de las veces que le habían llamado la atención los guardias de seguridad por sus gustos extravagantes de mirar tal cuadro a cinco metros de distancia tirada en el suelo, o tal otro permaneciendo durante minutos bochornosos (para los demás) de pie sobre el banco situado en el frente. Tenía una firme explicación que justificaba su actitud en cada momento, una suerte de excentricidad razonable, si es que puedo acuñar esa expresión. Conmigo actuaba con naturalidad, y sus anécdotas solían ser nuestro tema de conversación para romper el hielo en situaciones soporíferas. No soporto a esos culturetas de la apertura de la exposición. Tampoco las finuras de beber champaña en altas copas de cristal de Venecia con canto dorado mientras esos camareros subcontratados con una basura de sueldo se apresuran de un lado para otro ofreciendo a las refinadísimas señoritas canapés que creen rechazar por educación, pero que en realidad lo hacen porque su interior ha analizado el número de calorías de la lechuga con mayonesa y lo consideran excesivo. Para ella, todo lo que no fuera práctico carecía de sentido.
Estar con ella era mi liberación. Papeles, micrófonos, aquella tarima demasiado desvencijada, el gráfico que no es apreciable para la audiencia, los colores demasiado llamativos del fondo (¡carajo, en qué estaban pensando al ver el Pantone!), aquel logo que hacía desmerecer la consigna escrita bajo él, … Mis quebraderos de cabeza a los que ella respondía con un Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Así abría hace siglos el Eclesiastés. Me era inevitable dejar de hablarle de mi mundo, tan absorto como estaba en él, aunque lo intenté durante los dos primeros meses; poco a poco, sin percibirlo, la fui llevando a mi terreno. Lucía increíble con sandalias y peep-toes de tacón de aguja y con unos arreglos de la asesora de imagen del partido (ella siempre fue contraria a la más mínima mota de maquillaje, para mí  esto era señal de que comenzaba a sentirse cómoda en mi ambiente)
¿Te importaría que me quedara en casa esta noche? Ni el Nolotil me quita estos dolores. Ya sabes, cosas de chicas. Claro que me importaba que no estuviera entre los afiliados y simpatizantes la noche del cierre de campaña. Pensé de modo egoísta, sabía que no sentiría la misma seguridad si ella me veía en directo o a través del televisor, y no me equivocaba. De todos modos, todos los votantes potenciales estaban convencidos de nuestras posibilidades. Que titubeara un par de veces en el discurso no influiría lo más mínimo.
En el taxi de camino a casa no pensaba en otra cosa que no fuera pasar la jornada de reflexión durmiendo. Me veía a mí mismo desaflojando el nudo de la corbata y tirándome vestido sobre el colchón procurando no despertarla. Adiós, muy buenas noches, descanse, que le esperan días duros, se despidió el taxista. Ahora vivía una especie de déjà-vu; había configurado en mi cabeza tan vívidamente las escenas previas a irme a la cama, que parecía que ahora las estaba reviviendo, pero con paso apaciguado, con uno de esos efectos de cámara lenta.
Subí. Tiré del nudo de la corbata por las escaleras, antes de tiempo, y me desprendí de ella camino a la habitación. Un zapato describió una parábola con su vuelo hacia la derecha del pasillo. El otro se estampó contra el muro izquierdo. Las gafas descansaron en el aparador. Sin hacer ruido, reposé lentamente sobre mi lado de la cama.
No está.
No está.
No está.
En su lugar, una nota. De poco me sirve ganar el mundo entero si mi yo real no pertenece a esa realidad. Tu mundo no es el mío. Ec 1, 2. Una vida así sería demasiado confortable, y no sé vivir si no es en agonía interna. Espero puedas perdonarme, lo siento.
Años después he asumido que es el riesgo que se corre al ir detrás de lo misterioso, pero que sin duda merece la pena pasar por ello. Enciendo el televisor, harto como estoy de las noticias. Prima de riesgo en máximo histórico. España al borde de la intervención. Revueltas en Grecia. Grecia. Helena.
Me llevo las manos a la cara y me quito las gafas. El reloj de péndulo da las cuatro.

Ayesa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:22:35 pm
Lágrimas en arena


Sola en casa, Amalia no puede desviar la mirada perdida de una de las ventanas de la sala; fuera llueve a mares, pero esa lluvia embravecida es un mar que no le trae a Alonso de vuelta, que no le arroja a descansar en sus brazos después de otra dura jornada de trabajo en la barca, y encima anochece tras el cristal donde pega la frente y las manos extendidas, y el vaho deja una señal que se enciende y se apaga en vano, inútil como la luz de un faro que alumbrara un océano desierto. Además el tiempo vuela aunque a Amalia se le haga eterna la espera; comienzan a brillar las farolas en la penumbra de las calles vacías del pueblo, de repente un relámpago le ilumina la cara, arrebatada da media vuelta y atraviesa resuelta el pasillo, coge su chubasquero del colgador atornillado en el envés de la puerta de la casa, abre y cierra a su espalda con un portazo.
Amalia se sumerge en el furioso diluvio cubriéndose con la capucha y al doblar la esquina camino de la playa empieza a andar a fuerza de piernas contra el viento de levante, que le azota el rostro con un látigo de nueve colas de agua y la frena entera pero no la vence, así que alcanza el paseo marítimo, se detiene, mira a su derecha y a través de las olas que caen del cielo y rompen en la acera observa el viejo caserón que desde que ella tiene memoria acoge a la cofradía de pescadores, cerrada. Esto debería sosegarme, se dice, porque de ahí no se marcha nadie hasta que ficha el último colega, pero entonces... ¿¡Dónde se ha metido mi marido!? Y comienza a pensar lo peor. ¿Y si la barca se ha ido a pique, un compañero le ha encontrado en alta mar a la deriva, exhausto y congelado, y le ha llevado a urgencias para que le hagan entrar en calor? ¿Y si ha naufragado y se ha hundido antes de que pudieran salvarle? No, no, no puede ser, todo el mundo le estaría buscando; no permitirían que el piélago les derrotara sin lucha, no se rendirían hasta hallar los restos de la catástrofe o el cuerpo...
De un golpe de timón Amalia aleja de sí aquella imagen funesta, reanimada pisa la arena, atraca en la orilla y entorna los ojos para escrutar mejor el horizonte mientras la tormenta le acribilla la cara, pero la noche viste de viuda por una gaviota petroleada y la vista se pierde en la oscuridad mar adentro. Ella intenta calmarse de nuevo, convencerse de que vive una cruel pesadilla de la que despertará en cualquier momento con Alonso a su lado sano y salvo, pero en seguida se reconoce incapaz de aquietar la zozobra de su mente, de ahogar los fatales presagios que vuelven a tenerla en vilo. ¿Y si la barca? ¿Y si él? ¿Y si una pérfida sirena?
A Amalia se le va la cabeza, las lágrimas pugnan por asomarse a la playa, ella se muerde los labios para que el llanto no le aborrasque la mirada, entonces siente un nudo marinero en la garganta, la presión en el pecho que le impide respirar, un grito contenido en las entrañas, violentos temblores que la agitan desde los hombros hasta las yemas de los dedos de los pies, y estremecida ruega a un Dios en el que no cree, con voz convulsa, que no le haya ocurrido nada malo a Alonso.

Solo en su barca, Alonso arranca el motor fuera borda y pone rumbo a la costa. El crepúsculo empieza a dorar un mar que pronto cesará de ser balsa de aceite; el viento del este arrecia y por el cielo se avecina el temporal.
El pescador alcanza la playa cuando ya llueve a mares y aunque la corriente marina le ha apartado unos metros del punto donde suele atracar en tierra firme, salta a la orilla, arrastra a fuerza de brazos el bote hasta la arena que no acostumbra a empapar la marea, recoge sus bártulos de la cubierta, le da media vuelta a la barca y ahí la planta, de vuelta a casa.
Protegido por el chubasquero del bravo oleaje que le embiste a traición, a Alonso parece propulsarle el levante al paseo marítimo, sin embargo allí se detiene, mira a su derecha, se levanta un poco la capucha con la mano izquierda y a través de la colérica tempestad que se lanza contra las oscuras calles desiertas del pueblo ve el viejo bar donde suelen reunirse algunos compañeros a maldecir la faena, abierto. Amalia quizá se preocupe, se dice, porque ya anochece, pero... ¡Un día es un día, diantre!
Alonso pisa la acera mojada, se acerca al refugio que hoy le va a resguardar también de las ráfagas de agua con que ahora le ametralla el viento francotirador apostado en la fosca, empuja la puerta, sano y salvo entra, en el televisor juega el Villarreal, se sienta en un taburete, se acoda a la barra y pide un sol y sombra.
-Oye, ¿ésa que baja por ahí no es tu mujer? –le apunta un colega.
De un trago Alonso apura la copa, paga, desciende de su asiento, tira de la puerta, sale del bar, mira a su derecha, reconoce el chubasquero de su esposa que se apresura en la playa, camina a su estela, se le aproxima en silencio, por la espalda la abraza sin mediar palabra y ella que hasta ese instante ha conseguido contener las lágrimas a duras penas, empieza entonces a deshacerse en llanto, resbala entre los brazos de su marido, cae hecha charco, comienza a filtrarse en la arena, al fin desaparece y queda Alonso estupefacto, solo y de luto.

Al Achiq
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:23:45 pm
Ronda nocturna


Como suele suceder en las grandes ciudades aquel hombre se sabía perdido en la inmensidad, en el desasosiego de una gran urbe. Caminando despacio y sin rumbo, torció por un callejón hasta que se encontró de frente con un amplio ventanal iluminado por una luz espectral, muy brillante. Se detuvo allí y respiró unos segundos; luego continuó su trayecto bajo las luces de neón, como si de un personaje de Hopper se tratase.
Casi de inmediato llegó a un bar, uno de esos cuyas centelleantes focos lo hacían asemejar a un nuevo amanecer, a un despertar nocturno. Sonaba de fondo la música de Cole Porter y la de Gershwin, los ritmos frenéticos de algún jazz intercalado con el melancólico swing de los años 30, siempre ligado a Brodway y a Fred Astaire.
Pese a todas aquellas delicias, nuestro héroe seguía pendiente de su melancolía, de la nostalgia triste de un hombre de cuarenta años que busca la razón de su vida, de toda su existencia vana.
En aquel café semidesierto, entre aquellos extraños que apenas se atrevían a mirarse entre ellos, nuestro protagonista se sentía como pez en el agua.
-¿Desea tomar algo?- le había preguntado el camarero con voz arisca y de pocos amigos.
-Un café, por favor.
Depositando su sombrero de fieltro gris sobre la bruñida barra, aquel hombre había echado una ojeada a su alrededor, aunque no había visto nada en que fijar su atención. Sólo una mujer de mediana edad, ataviada con un vestido rojo, muy maquillada, y que daba de cuando en cuando una calada a un cigarrillo que ardía entre sus dedos, lo observaba desafiante, provocadora. Quizá fuera una de esa mujeres que intentan seducir a los hombres, quizá fuera simplemente una mujer descarriada o una golfa, el caso es que él desvió su rostro hacia el otro extremo del café y cruzó la mirada con un individuo que debía de estar borracho, pues parecía desplazarse sinuosamente.
-Aquí tiene su café- le anunció al fin el “barman”.
-¡Poca gente hoy!- quiso entablar él una conversación, aunque su intento fue inútil.
El camarero se quedó como abstraído mientras limpiaba el mostrador con una bayeta amarilla, vieja y raída.
Aquellos autómatas de la ciudad, de aquel metrópolis nauseabunda donde había vivido tantos años, no hacían sino crisparle los nervios. Tomó pues su sombrero de fieltro y se lo puso en la cabeza, depositando unas pocas monedas sobre la bandeja que frente a él dejaba.
De inmediato volvió de nuevo a recorrer las calles. Pero cuando estaba en la puerta de un local, mirando por las ventanas para conocer su ambiente, alguien comenzó a tirar de la americana de su viejo traje de tweed.
-¿Tiene unas monedas?- le preguntó una voz cascada a sus espaldas-. ¡Vamos, hombre, usted parece tener dinero!
Era el borracho del café que pretendía abalanzarse sobre él con un gesto indescriptible.
-¡Déjeme!- quiso desembarazarse dándole con el codo un empujón-. ¡Está usted borracho!
-¡Unas monedas! ¡Unas monedas!- repetía extendiendo su brazo pedigüeño. Auque nuestro héroe no le dio ni un céntimo, y en cuanto pudo puso pies en Polvorosa.
Necio el hombre que accede a los vicios de los demás, puesto que siempre será agraviado en todas sus circunstancias, haga lo que haga.
Fue patente el notar que aquel hombre se había entristecido aún más por aquella escena; pero apenas si sufrió cuando perdió de vista el rostro enrojecido de aquel Sileno ebrio que le recordaba sospechosamente a un cuadro de Franz Hals.
¡Si bien, nada como la nocturnidad, el sosiego pitagórico de las estrellas, en la armonía oscura de la gran ciudad! ¡Nada como las luces fosforescentes de los carteles luminosos, de las bocacalles silentes y los estrechos y profundos callejones!
Apenas había transcurrido la madrugada, cuando sintió la urgencia de volver a su casa; aquel paseo nocturno no le pareció viable. Soñaba despierto y aquello no le dejaba más que un amargo sabor de boca.
Una rubia pintarrajeada se le acercó presurosa, pues lo había notado indeciso, para aprovecharse de su situación.
-¿Quiere pasar una buena noche?
-Ya la pasaré en mi casa.
-¡Dónde usted quiera!
-Me refiero a solo- sentenció molesto por la compañía de tan impertinente compañera.
Y se deshizo de aquella mujerzuela atravesando la calle a tientas, para luego sumergirse en la tenebrosidad de un callejón.
Le pareció escuchar unos pasos precipitados que a él se aproximaban.
-¡Le he dicho que no quiero nada!- protestó él volviéndose hacia una luz que le iluminó repentinamente.
En su rostro se dibujó de repente una mueca de espanto. Sintió que algo afilado se clavaba en su estómago con un gesto precipitado, exhalando el último hálito de vida.
Su sangre bañaba el asfalto como si de una extensa alfombra negra y roja se tratase. Una sombra huyó hacia el fondo del callejón, sin casi hacer ruido, como un fantasma que en la noche tormentosa anuncia una calma eterna y un sosiego letal.

María Sijé
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:24:46 pm
Cuando cuesta respirar


Estás a punto de leer el relato más triste y a la vez hermoso que te podré contar jamás. La vida real, escrita en la finísima frontera que existe entre la cordura y la locura propia de una adolescente.
Es cierto que no tuvo muy buena vida. Siempre le faltó algo de dinero, pero en el fondo sabía que había personas soportando una situación mucho peor que la suya. Cada día,  veíamos a personas obligadas a vivir en la calle y los llamaba: "dueños de sus pequeñas fortalezas de cartón". Rostros arrugados, ignorados; barbas que revestían rostros serios, motivados por miradas de desprecio. Nunca le escuché una mala palabra sobre su vida. Tampoco percibí un solo suspiro de agotamiento, y he de admitir que era una terrible tentación.
En cuanto a mí: no me gustaba estudiar, en realidad, creo que a nadie le ha gustado nunca. Pero quería aprender. Quería sentirme más inteligente y sentir el límite de mis propios desafíos.
Caminábamos juntas a diario, dirección biblioteca principal. Completamente solas pero acompañadas de cierta manera. Una vez allí perdíamos la noción del tiempo,  todo era diferente, el cielo no tenía porque ser azul, el relente de la luna abrigaba por completo el planeta azul y las desobedientes nubes amenazaban en los días más claros de la primavera. En momentos así mi corazón latía a destiempo, o puede que, simplemente, al compás de su voz.
Fue entonces cuando mi mano derecha oprimió en el pecho, con fuerza.
Y por eso estoy aquí. Tumbada en esta triste cama, en esta silenciosa habitación, en  algún hospital de mi pequeño Badajoz; solo por eso le dedico a ella mis últimos pensamientos.
Solo el tétrico aspecto de este lugar parece anticiparte la información que me dieron los médicos días atrás. Tuve que asumir la realidad. Estoy enferma. Poco a poco, perderé la memoria hasta que queden inertes mi cerebro, y mi, cada vez mas frágil, cuerpo. Mis rodillas tiemblan. Con este folio de papel apoyado en ellas, le escribo lo último que podré deliberar. Teniendo pleno conocimiento de que muy pronto no podré leerlas ni seré consciente de que las he escrito.
No ignoro que será mi último deseo, pues lo he pensado bien. Como dijo el gran poeta en sus rimas y leyendas, no esperes a que Lázaro grite: ¡Levántate y anda!
Pregúntate: ¿Qué es la vida? La persona viva es la que es capaz de entender la simbología en textos de Lorca, la que concibe el significado de la expresión: ‘¡parece de Lope!’, solo tiene vida aquel rostro del que brotan cataratas recitando versos de Neruda. No tenemos porqué vivir presos de una cárcel que no esta cerrada.
Querido lector, tú ya sabes como es la vida, ¿y la muerte? Todos ignoramos como es la muerte, sencillamente esperamos inmóviles que llegue el día de los cirios, los alargados cipreses, las campanadas nocturnas, y el triste ahogar de los rezos en llanto.
Me equivoqué, pero lo admito. La sangre no es combustible inagotable. Y aquellos que advierten lejano el descanso eterno, solo les pediré que se preocupen de agrandar su corazón. Un corazón inmenso, pide muy poco. Es de admirar lo que podemos oír permaneciendo en  silencio absoluto, sobretodo en un terreno en el que nada ni nadie le puede interrumpir. Os invito a comprobar que cuando habla el corazón es de mala educación que la razón le contradiga.
Dedico estas líneas a mi mente sufridora, que ni siquiera hoy; sabiendo lo que nos guarda el destino, tiene miedo. Me ordenará cerrar los ojos y esperar paciente.
No sé si lo sabes, pero con el corazón también podemos ver.

A la Efímera Vida.
Para el Tiempo Eterno.
A todo aquello que depende de un momento.
Y para ti.
Para que sepas que hay algo en nosotros que excede todo precio.

Hassan
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:26:05 pm
El frío de los azulejos


Era muy fácil quererlo. Ya desde el principio. Era tan fácil empezar a quererlo como difícil era apartarme de él. Era el típico chico que conoces de oídas y cando lo ves en persona cumple todas tus expectativas. Lo conocí en la fiesta de una amiga y allí comenzó el amorío que creíamos que podríamos mantener toda la vida. Pensaba que no sería posible una felicidad mayor. Cuando nos mirábamos a los ojos llegábamos mucho más allá. Como si pudiésemos comunicarnos con el alma. Yo leía lo que él me quería decir en sus pupilas, azules, increíbles. Si quisiésemos podríamos pasarnos la vida sin hablar, sólo mirándonos a los ojos.
Desde esos deseables diecisiete años, estuvimos juntos. Él me quería, de eso estoy segura. Lo sabía. Se notaba. Lo palpé, finalmente, cuando me ofreció un precioso anillo a modo de significante de una vida juntos.
No sé cuál fue el problema a partir del segundo en el que dije el sí quiero. Su actitud conmigo cambió completamente. Mirándolo a los ojos ya solamente veía dos ojos, un redondo cero en amor que empezaría a manifestar con malas palabras hacia mí y un continuo mal humor que duraba desde que entraba en casa hasta que salía de ella. Ante la existencia de excepciones, intentaba aprovechar al máximo a mi novio hasta que de él saliese de nuevo mi marido, pero, por desgracia, este comportamiento duraba entre dos y tres días, que era el tiempo que tardaba en encontrar un motivo para enfadarse conmigo, ya fuera una mancha en el suelo o una comida con demasiada sal.
“Creo que debería usted centrarse en lo que le he preguntado, sin más rodeos, por favor”.
De acuerdo, lo siento. El día en el que empezó todo fue el diecinueve de noviembre de 1989. Era domingo y yo había ido a cenar con mis compañeras de baile. Fue una gran noche hasta la una y doce minutos de la mañana. A esa hora llegué a casa. Recuerdo la hora exacta porque mientras subía en el ascensor se me cayó el reloj al suelo y al recogerlo, ya roto, me fijé en que se había parado ahí, con el minutero un poco más adelantado del dos.
Entré sin hacer más ruido que el de mis zapatos. Fui al baño y allí me desvestí, me desmaquillé, me eché agua en la cara y me lavé los dientes. Tras esto me dirigí a mi habitación, pero una voz interrumpió mis pasos. Era él, apoyado en la pared de la cocina, vestido de calle. Le pregunté por qué no estaba durmiendo ya. Un “te estaba esperando” me estremeció todo el cuerpo. Se acercó a mí y me pidió una explicación por la cual llegaba a esa hora y cometí el error de decirle lo que en verdad pensaba. Le dije que podía llegar a  la hora que  quisiera, que no era él quien debía determinar mis horarios. Gran error. Me agarró de un brazo, acercó su alcoholizada y maloliente boca a mi cara y comenzó a gritarme. No supe ni cómo ni por qué, pero media hora después estaba lavándome las heridas de mi cara. Mientras lo hacía pensaba qué podía haber pasado, a qué venía tal comportamiento, qué era lo que había convertido a un bondadoso chico, trabajador y honrado, en un maltratador. Mientras lo pensaba, esa palabra silenció al resto de vocablos que bailaban en mi cabeza. Maltratador. Estaba casada con un maltratador.
Al día siguiente, tras despertarme, todavía con los ojos cerrados deseé levantarme y ver en el espejo una cara sin un solo rasguño, es decir, que todo hubiese sido un sueño. Desgraciadamente no fue así, un ojo hinchado y morado y el labio inferior abierto evidenciaron la paliza que había sufrido el día anterior. Tras esto, fui al lugar que ayer habría calificado de infierno y en la nevera encontré una nota que decía: “Lo siento, cuando llegue del trabajo hablamos”. Sonreí, y ese fue el inicio de un gran fallo. Pensaba que su perdón representaba un arrepentimiento real, y muy feliz, me dediqué a las tareas de la casa, aunque ese día me ausenté tanto de las clases de baile, como de mis tareas fuera de casa. La gente de fuera no entendería que mi marido de verdad estaba arrepentido.
Cuando a las ocho de la tarde por fin llegó, lo recibí con una sonrisa vaga, que esperaba sus disculpas, que llegaron tras su entrada en la cocina. “No sé qué me pasó” repetía constantemente. A mí me daba igual lo que dijera. Ya lo había perdonado. Cenamos, reímos y bebimos. Esa noche fue mágica. Completamente mágica.
Al día siguiente me desperté antes que él y le preparé el desayuno. Lo desperté y me heló con su mirada. Había vuelto a desaparecer. Ya no había chico bondadoso, trabajador y honrado. Volvía a ser un maltratador. Me planteé la posible existencia de una segunda personalidad dentro de él, pero pronto deseché la idea. Sólo buscaba excusas para desmentir lo obvio, entonces decidí volver a hablar con él cuando llegase. A las ocho me senté en la cocina con la cena preparada, esperando a que llegase. Esperé. Esperé. Esperé hasta las once y media de la noche. A esa hora me levanté, me puse el pijama y tras esto, me metí en cama y me dormí. Eran más de las tres cuando oí la puerta y su voz llamándome. Tuve miedo, así que me hice la dormida. Entró en la habitación dando tumbos y me preparé para esa noche. Sería dura, eso estaba claro. Se quitó la ropa y levantó las sábanas, exigiendo sexo. Le pedí que me dejase dormir, que estaba enferma, pero por supuesto eso le dio igual y empezó a gritar: “¡Mi propia mujer me desprecia! ¡Le doy asco a mi mujer!”. Le dije que no gritara y me respondió agarrándome la cara y susurrándome: “Si no quieres por las buenas, tendrá que ser por las malas”. Me agarró los brazos con una sola mano y con la otra me empezó a quitar la ropa mientras yo no paraba de llorar. Lloraba, lloraba y lloraba, pero a él eso no parecía importarle. Le miré a los ojos como hacía antes y vi más que unos ojos. Vi odio. Rencor. Vi hiel.
Cuando acabó, me levanté y me encerré en el baño. Lloré lo que me quedaba. Me sorprendí a mí misma con la cantidad de lágrimas que era capaz de guardar, pero allí, medio desnuda, recogida de piernas en el suelo del baño, sintiendo el frío de los azulejos, me juré que no volvería a llorar nunca más.
Amaneció y ya se había ido, pero no había notado ningún ruido, así que no había intentado entrar en el baño. Cuando me dirigí a la cocina encontré de nuevo algo en la nevera, pero esta vez era una nota distinta a la otra. Esta vez no era una disculpa. La nota estaba escrita en un “post-it” y versaba “COBARDE”. El corazón se me encogió y comenzó a faltarme el aire. Me senté en una silla y pensé qué podría hacer. Escapar fue mi primera opción, pero no tenía a dónde ir. No tenía familia. Solamente lo tenía a él. En ese momento me di cuenta de lo infeliz que era mi vida. La única persona que tenía en el mundo, dedicaba su tiempo conmigo a pegarme y violarme. No lloré. Recordé mi promesa, así que no lloré.
Decidí quedarme en casa, contradecir las palabras del hombre al que un día había jurado querer toda mi vida y en ese momento querría ver muerto. No me creía lo que pensaba para mí. Yo siempre había deseado felicidad a la gente, incluso a las personas que no la merecían, y ahora, estaba deseando la muerte de mi marido. Respiré y comencé mis tareas.
Esa noche no vino a casa. Llegó por la mañana, a las siete, cuando el cielo aún estaba oscuro y las farolas encendidas. Sus primeras palabras fueron: “¿Conoces a la cajera del supermercado de la esquina?”. Asentí y tras esto sonrió y se tocó sus partes dándome a saber que si no había llegado antes había sido porque estaba con ella. Puse una cara de indiferencia, ya que, a esas alturas ya no me importaba lo que hiciese o dejase de hacer, entonces él, tras mi rechazo hacia su ataque, se metió en la habitación y dio un portazo.
Yo siempre había sido una mujer fuerte, así que no iba a aguantar más de lo que pudiese soportar. Eso no iba conmigo. Entonces, cuando salió de la habitación gritándome y haciéndome gestos agresivos, tuve el acto reflejo de darle un tortazo y con él, firmar mi sentencia de muerte. Cogió un plato, lo rompió en la mesa, eligió el trozo más afilado y me amenazó con clavármelo la próxima vez que se me ocurriera pegarle. Era una buena oferta, ¿por qué no decirlo? Mi vida era pura basura. No servía más que para recibir golpes. No tenía a nadie. Decidí acabar con todo propinándole una patada.
No se lo esperaba. Se lo esperaba tan poco, que no fue capaz de clavarme nada. Me devolvió un puñetazo en la cara y se rió, pensando en lo que debía de estar sufriendo, cuando mi único problema en ese momento era mi lucha por mantener mi promesa y no derramar ni una sola lágrima. Me incorporé y sonreí. Después le confesé mi odio hacia él y conseguí que soltase su última carcajada antes de introducir uno de los trozos del plato roto en su vientre.  Se cayó al suelo. Me gritó. Con el tiempo las palabras se volvieron cada vez más borrosas hasta que se dedicaba sólo a agonizar, pidiéndome ayuda y perdón. Yo le escuchaba en silencio. Inmóvil ante el diablo, en mi infierno particular. En cuanto dejé de sentir que se movía, llamé a la policía y le conté lo ocurrido. No me creyeron, aún a pesar de mis cicatrices.
“Señora, le hemos dado una oportunidad para salir y nos ha contado exactamente lo mismo que hace siete años, sin alegar nada nuevo que pueda cambiar su sentencia. No parece que tenga interés en dejar este lugar, así que si no tiene nada más que contarnos, le agradecería que saliese de la sala”
Si se me permite, querría añadir algo. Me gustaría decir que si hubiese sido él quien me hubiera matado a mí, él habría recibido el mismo juicio, pero no puedo, mentiría. Él ha recibido su justo castigo. Él es el maltratador y el asesino, pero quien está encerrada aquí soy yo.

P. Leibniz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:27:05 pm
La rebelión de los deportados


En una nave abandonada del extrarradio de una ciudad, un grupo de criaturas observa la llegada de la forastera con ansiedad; a muchos les impone su presencia, otros parecen inquietos, como contenidos a realizar quién sabe qué. Viste un jersey gris holgado con una cogulla cubriendo su cráneo, y lleva las manos metidas en las mangas del lado contrario. Desde un lateral iluminado por un rayo de luz que atraviesa el techo de zinc roto, alguno grita una frase incomprensible, pero un temor respetuoso les impide mayores atrevimientos. De entre los allí reunidos, alguien es sacado a empujones hasta el centro de la nave. Sus cabellos lacios y la barba canosa no pueden ocultar su rostro cansado. Varios desgarros, como de zarpazos de una fiera, surcan en diagonal su sayo blanquecino y sucio. Al verlo, la forastera aparenta frialdad, se dirige hacia él y con media sonrisa bajo el capuz dice:
—Cuánto tiempo.
—¿Qué quieres? —replica el desarrapado con gravedad.
La forastera lo contempla con recelo, o quizá sea burla, antes de hablar:
—Nunca nos escuchó, pero cómo iba a hacerlo si le importa una ***** nuestro sufrimiento. Se arrogó el poder de decidir la suerte de todos nosotros a cambio de méritos contraídos; a mí me correspondió arrastrar por abrasadas estepas la reputación del mal. Mi reino es de mazmorras, gritos y fuegos en lugares profundos y secretos. ¿Qué labor es esta a la que me arrojó? Yo vivo en las galeras del mar interior que anega la memoria de las gentes, desterrada a un lugar infame por soldados alados a punta de espada. A usted le debo la merced de una vida eterna porque las gentes no quieren olvidar.
Él, que había escuchado con impaciencia, la mira con desdén y dice:
—Eres una romántica… ¡una quijote! El sufrimiento de estas gentes no vale más que su placer, logrado mediante repugnantes uniones...
—Sigue sin entender nada —lo interrumpe—. Se nos ofreció una transformación digna, para valientes, tras la batalla del autoconocimiento… ¿y qué hizo? Envió a su hijo para que las gentes girasen la cabeza hacia usted. Se mostró indigno de la compasión encerrada en aquellas enseñanzas, ¿y sabe por qué?, porque abandonar su privilegiada posición le dio miedo.
—¿¡Miedo!? —repite él—. ¡Yo que he sofocado revueltas celestiales y domado dragones!
La forastera reprime una carcajada amarga mientras camina lentamente alrededor del prisionero.
—Blablablá… ¿Olvida que yo viví a su lado?, ¿que conozco perfectamente sus modos cobardes y el de esos ángeles descerebrados incapaces de ver más allá de su gordo culo? Pero ahora son multitud los que me requieren, así en la Tierra como en el Cielo, para que les guíe hacia la victoria final contra el mayor y más longevo de los tiranos que el universo haya conocido.
Él escucha con evidente nerviosismo antes de dar su réplica:
—Puede que tengas razón en una cosa, y es que yo no sea valiente, porque la función de un líder no es tanto demostrar la valentía como insuflarla en sus valedores. ¡Hasta mi propio hijo fue capaz de entregar su vida por mí! Muchos han peleado y muerto defendiendo mi palabra… y así sucederá siempre.
—Yo no estaría tan seguro. He visto morir y renacer también a muchos, y nunca como en este momento sé que la liberación es tan cierta como la ausencia en mí del miedo. Porque yo también estoy cansada, que la historia se harta de los malvados que van a cara descubierta.
La forastera retira el capuchón revelando un rostro oscuro, moldeado por misterios y arcanos. Las pupilas de él se dilatan imperceptiblemente… No recordaba a su examante tan grata.
—No es fácil mi papel —comenta él, pusilánime.
—¿Y cree que el mío lo es? ¿O llevar la vida de cualquiera de los aquí congregados? —Traza un amplio arco con su brazo izquierdo y luego le grita—: ¡Cínico!
Un murmullo salpicado de gritos con ecos de la acusación se apodera de la nave. Un cascote cae a los pies de quien, efectivamente, demuestra no contar con la valentía entre sus virtudes. Clama al cielo pero los ángeles no acuden, vuelve a implorar la ayuda de su hijo pero esta vez no hace acto de presencia.
—Yo soy Yahveh… —proclama falto de aplomo— Dios, Alá… ¡soy el Eterno! —exclama girándose fanáticamente a uno y otro lado para convencer a la turba de una noción que, de ser cierta, debería invalidar automáticamente su nerviosismo—. ¿Acaso creéis más razonables las patrañas animistas; ruedas sin principio ni fin donde cada vida es continuación de otra anterior, presente de otra ulterior, donde personas y animales se mezclan caóticamente? ¡Cánticos de sirenas! ¡Yo garantizo la vida eterna a los que creen en mí!
—¡Mentira! —aúlla la forastera con los ojos alumbrados por el rescoldo de un fuego milenario—. Usted es tan mortal como todos nosotros.
A la forastera le tiembla la voz, como antes también a él por una causa diametralmente opuesta. Ha oscurecido de golpe. Algunos prenden una lumbre en un bidón que arrastran al centro de la nave. Es la manera de invitarlos a continuar dirimiendo sus diferencias. El resplandor caprichoso de las llamas ilumina ambas figuras en tonos anaranjados y sombras de negruras insondables.
—Esta es la rebelión de los deportados —sentencia ella.

Amanece muy lentamente, se oyen gritos selváticos de fieras, monos aulladores y pájaros desconocidos. Un aguacero apaga las brasas del bidón, el único elemento que sobrevive a la noche. Un mosaico de selva y sabana se extiende hacia los confines de una mágica alborada verde; y allí, en el filo de lo visible, una iglesia de maderas blancas y angulosas se eleva ligeramente por encima de un puñado de chozas redondas y pardas. Varios niños y niñas juegan disimuladamente en los escaños mientras un señor sonrosado, sudoroso y vestido de negro, lee en voz alta un libro del que cuelga una cintita roja.

En el centro de acogida de inmigrantes, la mujer es conducida hacia el furgón policial con las imágenes del sueño y de su niñez todavía frescas en la memoria. Justo antes de abordarlo, abraza a una médica y le regala su crucifijo de ébano.

Chin He
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:28:05 pm
Cuestión de suerte


Una imagen de televisión: un plató insulso con un señor inexpresivo sentado a una mesa, sobre la cual reposan una serie de bolas de colores numeradas; un poco más allá un bombo que gira sin parar, hasta que finalmente se detiene, y, caprichoso, escupe otra bola. Una mujer despampanante la recoge, mirando a cámara con una sonrisa permanente, y se la lleva para la mesa, desfilando sobre tacones de vértigo. El señor anuncia el número, sin un ápice de emoción que module su voz: el seis.
―¡No, no, no! ¡*****! ¡Joder! ¡No! ―se desespera un televidente en algún lugar al otro lado de la pantalla, dejándose caer de rodillas al suelo, las manos echadas a la cabeza―. No me lo puedo creer… yo me pego un tiro…
Por algún casual que no conviene ahora analizar, nos encontramos en el minúsculo salón-comedor del humilde apartamento de un sujeto que se llama… se llama Gustavo, por asignarle un nombre así al azar. Acaba de perder tres millones de euros en el sorteo de la lotería, por un solo número, el siete en vez del seis. Pese a su desgracia, ciertamente curiosa, casi hilarante, no debemos temer por su vida; la amenaza que acaba de proferir no va en serio, aunque la exasperación que se ha apoderado de él le ofusque por completo el sentido y la razón. A su lado, con el trasero tranquilamente amoldado a la forma de una butaca roñosa, su amigo lo contempla con rostro serio, mientras liba delicadamente de una copa rellenada con tinto de verano, una vez se les ha terminado el champán.
―Venga, venga, vamos… no montes un drama. Después de todo, no me negarás que el resultado era del todo previsible…
Al oír el comentario, automáticamente, Gustavo suspende su rabieta y cesa de cagarse en todo el santoral, todavía con el boleto de lotería hecho trizas entre las manos, y alza la cabeza para mirar extrañado a su amigo, como si ese razonamiento cabal fuera la extravagancia más grande que hubiera escuchado jamás.
―****, sí… uno nunca espera ganar… pero joder, ¿perder así, cuando ya lo tenía tan cerca? ¿Cómo puede ser la suerte tan cruel?
―¿Pero qué suerte? ―ríe el otro, sinceramente divertido―. ¿De qué me hablas? No me digas que todavía crees en esa tontería…
―Por supuesto ―replica Gustavo ofendido, casi tanto como si fueran sus creencias religiosas lo que ahí se está poniendo en tela de juicio―. ¿Cómo llamarías tú, si no, al hecho de que sea el capricho de unas bolas que giran sin sentido lo que hoy tenga que decidir si soy pobre o rico? ¿O al milagro inexplicable que impide que un hombre de negocios, atascado en el tráfico, acabe finalmente embarcándose en un avión que luego se va a estrellar?
Tan sólo un par de segundos, no más, bastan para que el interpelado articule su respuesta.
―Muy fácil. Relación causa-efecto ―sentencia con una sonrisa de suficiencia, y luego prosigue con su explicación―. Desde tu visión subjetiva todo te podrá parecer azar o capricho, pero si lo contemplas con objetividad todo se convierte en una pura cuestión matemática, amigo mío: números expresados en las leyes de la física que hacen que la fuerza con que se acciona el bombo y las trayectorias originadas por las diversas carambolas sea lo único que finalmente determine que un número acabe cayendo y otro no. Lo mismo con el ejemplo del avión: una simple cuestión de cálculo espacio-temporal. Con los suficientes datos en la mano, querido amigo, sería posible prever en todo momento cualquier cosa que vaya a suceder en este mundo…
Una vez finalizada el discurso de su compañero, Gustavo queda pensativo un momento, valorando pormenorizadamente la conveniencia de la osadía que le acaba de cruzar el pensamiento.
―Muy bien ―se decide al final, levantándose del sofá―, si estás tan seguro de eso no te importará que proponga un pequeño juego que se me acaba de ocurrir.
Seguidamente se encamina hacia un pequeño mueble que languidece en un rincón, y, después de hurgar un rato en sus cajones, retorna con un revólver antiguo y un par de balas en las manos.
―Vamos a comprobar quién lleva la razón…

Esa noche, más tarde, alertados por los disparos, los vecinos acabarán por llamar a la policía, que no tendrá más remedio que derribar la puerta. Al entrar encontrará la tele encendida y varias botellas vacías, más dos cadáveres serenos, cómodamente aposentados en sus asientos, con sendos disparos en la sien: uno condenado por su mala racha; otro por no haber adquirido la buena costumbre de llevar consigo una calculadora científica, siempre inseparable junto a la cartera y las llaves del coche.

David d’Argent
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:29:10 pm
El hechicero


Es bien sabido que en África apenas llueve y que el calor llega a ser asfixiante en muchas ocasiones, llegando a provocar, la falta de una y la abundancia de otra, la muerte en muchas personas.
Por eso muchos pueblos recurren a todo cuanto tienen a su alcance para solucionar este problema, como Sahel, una región azotada por vientos feroces y envuelta en un velo de misterio, que constituye la avanzada más meridional de África y que un día fueron testigos de la aparición de los reinos e imperios más ricos y exóticos del continente pero que en la actualidad es un lugar devastado por la pobreza, la sequía y la miseria. Sus habitantes, que jamás dieron su brazo a torcer y viven con la esperanza de tener algún día lo que los turistas y extranjeros poseen, vieron la necesidad de conseguir agua, a cualquier precio, fuese como fuese, un agua que evitase la pérdida de tantas vidas humanas. Fue por esto por lo que la persona más importante de esta región decidió reunir a sus habitantes para buscar una solución.
La reunión se produjo bajo una tienda de campaña improvisada con cuatro troncos de madera colocados verticalmente y una sábana enganchada a la parte superior mediante unas piedras y en la que permanecía en el interior sentado en una silla mientras que el resto de habitantes soportaba el intenso calor.
Pidió soluciones sin obtener respuesta hasta que un hombre, alto y fuerte levantó la mano con decisión y propuso ir a ver al hechicero que se encontraba en lo alto de la colina. Todos se quedaron petrificados, ya que conocían las habilidades de aquel hechicero pero eran conscientes que el camino hasta allí no era nada fácil, ningún hombre había conseguido regresar tras visitar a aquel hechicero.
Poco importó aquello pese a ser buen conocedor de aquello, así que, sin apenas pensarlo, mandó a aquel valiente hombre a ver al hechicero para obtener agua.
El hombre se puso en marcha a la mañana siguiente, recorrió la colina con dificultad ya que cayó y resbaló por alguno de los acantilados que encontró en el camino y que le provocaron algunas heridas en su cuerpo. Al llegar a la cima contó al hechicero el motivo de su viaje y aquel hechicero le dio la solución:
-   Deberás coger un poco de agua y pronunciar estas palabras “tal es mi necesidad que deberás multiplicarte por mil” y así verás como ante tus ojos el agua se multiplica por miles, pero recuerda que tan solo tendrás una oportunidad. Aquellos que son limpios de corazón verán cumplir su deseo – le explicó el hechicero con severidad.
Antes de marchar el hombre entregó una bolsa con unas pocas monedas al hechicero como gesto de gratitud, que el hechicero agradeció enormemente.
De regreso a casa el hombre comenzó a pensar en lo fácil que sería solucionar el problema tanto que su mente pensó en qué ocurriría si en lugar de pronunciar esas palabras ante un poco de agua lo hiciera ante una moneda, ¿se multiplicaría por mil? ¿Y si lo hiciera? ¡Jamás volvería a tener necesidad! Tanto lo pensó que un kilómetro antes de llegar al pueblo decidió lanzar una moneda al suelo y pronunciar aquellas palabras. Su sorpresa fue descubrir que aquella moneda no se multiplicó por mil ni se movió de aquel lugar. Aquel hechicero estaba equivocado, el deseo no se había hecho realidad, pero no desistió y lo intentó de nuevo con un poco de agua que llevaba en su cantimplora. Pronunció las palabras del hechicero y nada, el agua no se multiplicó ni se movió del suelo, tan solo se evaporó pasados cinco minutos.
El hombre caminó hasta llegar al pueblo y al hacerlo se formó una multitud a su alrededor. Había caras de felicidad ya que era la primera vez que alguien regresaba tras ver al hechicero y si él lo había hecho es porque traía la solución a su problema. El hombre que le envió se acercó rápidamente y le pidió que contase a todo el pueblo lo ocurrido. El hombre les dijo a todos que aquel hechicero no era digno de pertenecer a aquel pueblo, que le había engañado y que debería recibir un castigo por parte de las autoridades ya que se le había pagado un dinero por algo que no era cierto. Sin duda,  tan pronto como fuera posible, aquel hechicero recibiría un castigo por ello y sería desterrado de aquel pueblo.
Una niña que se encontraba entre la multitud quedó sorprendida de aquel relato. Desde muy pequeña su madre le habló de las virtudes de los hechiceros y su sabiduría así que era incapaz de creer lo ocurrido.
A la mañana siguiente, antes de que saliera el sol y despertara su madre, decidió coger algo de comida y ropa y se puso en camino. Su agilidad y habilidad le permitieron sortear las dificultades del camino. El día se le hizo muy largo y cansado, tanto es así que en ocasiones se tumbaba en el suelo a observar el movimiento de las nubes y aves del cielo. Finalmente, a media tarde llegó a la casa del hechicero.
Su casa era algo más vieja que la de los habitantes del pueblo y poseía un pequeño terreno en el que pastaba una vaca. Un perro labraba enfurecido a poca distancia de ella hasta que, el anciano hechicero le mandó callar con un grito aterrador.
La niña se sentó junto a él en un pequeño banco de madera que había a la entrada. El hechicero le preguntó por su nombre, su edad, su lugar de procedencia, cómo había llegado hasta allí y quién la envió. La niña respondió a todas sus preguntas con amabilidad y el hechicero decidió ayudar a la niña y a su pueblo de nuevo dándole las instrucciones precisas como ya había hecho anteriormente con el hombre que le visitó:
-   Deberás coger un poco de agua y pronunciar estas palabras “tal es mi necesidad que deberás multiplicarte por mil” y así verás como ante tus ojos el agua se multiplica por miles, pero recuerda que tan solo tendrás una oportunidad. Aquellos que son limpios de corazón verán cumplir su deseo – le explicó con mucha amabilidad y tranquilidad.
La niña no entendió mucho las últimas palabras del hechicero pero tomó buena nota de la frase que debía pronunciar. Antes de marchar el hechicero le pidió que tantas veces como pudiera debería ir a visitarle ya que así le devolvería el favor.
De regreso a su pueblo, casi de noche, su madre salió a su encuentro y le dio un gran abrazo no sin antes preguntarle dónde había estado. La madre y el resto de habitantes habían estado realmente preocupados por su ausencia. Al contar lo ocurrido decidieron avisar al gobernador que escuchó atentamente las explicaciones de aquella niña tan valiente.
Sin perder ni un instante el gobernador mandó traer un vaso de agua que puso ante la niña, la cual pronunció las palabras adecuadas y vieron como el agua se multiplicaba por miles ante sus ojos. Tal fue la cantidad de agua, que se formó un riachuelo que recorrió el pueblo. Los niños se salpicaban unos a otros mientras los más mayores corrían a por cubos de agua para llevar el agua a sus casas.
Y así fue como este pueblo tan necesitado obtuvo agua por miles, la cuidó y valoró como lo que es y a día de hoy ese pequeño riachuelo continua recorriendo el pueblo. De todo ello disfrutó también el anciano hechicero al que se le construyó una casa en el pueblo para que la niña lo visitase siempre que quisiera sin tener que recorrer esa distancia tan larga.
Todos vivieron en armonía y felicidad salvo aquel hombre que tuvo que abandonar el pueblo ya que la codicia y avaricia se habían apoderado de él. Algún habitante del pueblo dice haberlo visto en la ciudad, se le ve abatido y triste, pero consciente del daño que pudo haber hecho. Aún le quedan algo de fuerzas para enmendar su error y ayudar algún día a su pueblo, un pueblo con que tiene pendiente una deuda.

Nacala
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:35:03 pm
Un final de películas


   Camina a grandes pasos por la habitación y su mirada refleja la locura. La mujer aparenta  estar dormida. Después de un rato –con ambas manos sobre la cabeza–, el hombre se acerca a la cama. Hace caso omiso de los ojos que permanecen cerrados y comienza a hablar atropelladamente:
   –Discúlpame Cecilia, pero tú eres la única culpable. ¿Por qué tuviste que hacerme pasar por este trance? Jamás imaginé tener que llegar a tales extremos. Sabes bien que lo dejé todo por ti, hasta lo más importante. Ahora me voy, sí, yo también me voy. ¿Qué otra opción me queda? Nunca imaginé hablarte de esta forma ni tomar tamaña decisión… jamás, pero me engañaste ¿Por qué lo hiciste si sabías que mi amor era tan grande que te hubiera perdonado? ¿Por qué? Tenías que habérmelo dicho desde el primer día. Si lo hubieras hecho, Cecilia, ni tu ni yo tendríamos que decir adiós a todo y a todos.

   Deja de caminar y por un momento se sienta en una butaca frente a la cama donde la  mujer  continúa  con   los ojos  cerrados  sin  contestar  a las  acusaciones   que  le  brotan como un torrente en medio de su paroxismo:

–Toda la vida disfruté al máximo de las mujeres, pero siempre salí ileso de tales situaciones ¿Cómo pude llegar a tamaña exaltación? ¿Cómo, Dios mío? <<murmura consternado>>.

   Acerca más la butaca a la cama y le pasa la mano por la frente a la mujer que continúa haciéndole caso omiso. Tan poco locuaz, no sabe por qué no cesa de hablar


un solo minuto mientras le tiembla todo el cuerpo:
   –Aunque no lo creas, no sabes cuánto sufro  al verte así, en la misma cama en que fuimos tan felices, desnuda, derramando un semen que podría habernos dado un hijo; el que tanto deseé y me hacías evitar. Pero tú sabías… yo no. Me estabas engañando. Hoy estás más pálida que el día que advertiste que uno de los preservativos se había roto, con seguridad, mucho más pálida.

   No obtiene respuesta a sus acusaciones y disculpas. Abre la puerta y sale disparado hasta alcanzar la calle. Se dirige a un teléfono público, para mayor  desgracia el celular también ha dejado de funcionar. Habla por unos minutos y después de un titubeo, regresa a la casa.

    El frenazo de un carro hace que algunos transeúntes se detengan. Los uniformados que bajan de él no esperan a que les abran la puerta, la derriban a empellones, penetran y encienden sus linternas buscando un interruptor. Comienzan el registro por toda la vivienda. En uno de los cuartos encuentran el cuerpo de una mujer que impresiona por la belleza de su desnudez.

   Uno de los hombres, vestido de blanco, examina el cuerpo, mientras, los otros continúan revisando las demás habitaciones. El doctor se dirige a un oficial que tiene cerca:
   –Mayor, no está muerta. Llamen urgente una ambulancia especial. Aparentemente no hace mucho tiempo que ocurrió el hecho. Es posible que sobreviva, solo una de las puñaladas fue dada en el pecho. Debe haber estado ciego de furor, mírele los brazos, las piernas y la cara. Hasta en la cara tiene cortes. Tome, aquí está el arma homicida.

 
  Se escuchan llamadas desde el fondo de la casa y el oficial se apresura, imaginando que el nuevo hallazgo también debe ser siniestro.

   –Mayor, vengan pronto ¿cortamos la soga?

   –Si, por favor, acuéstenlo en esa camilla y llamen al doctor.

   –Los documentos, mayor. Tiene pasaporte. Ciudadano español. También tomé los de ella, estaban encima de la cómoda. Ciudadana cubana, oriental residente en la Habana. Probamos el celular de él, está dañado. La llamada con seguridad fue del teléfono público que está frente a la casa. Estaba como loco, repetía, la maté, me engañó, me engañó.

   –Dígame, doctor, ¿está muerto?

   –Si, a él puede reportarlo cómo muerto. A la mujer no, es probable que sobreviva. Las heridas tal vez no  le interesaron órganos importantes.

   –Busquen para ver si ha dejado escrito algo que nos pueda aclarar lo sucedido, de lo contrario hay que comenzar las investigaciones. Si como dijo, ella lo engañó, debe haber un tercer implicado.
 
 –Mayor, ha llegado un hombre a la casa y solicita hablar con usted.

   –Que pase.

   –Mayor, ¿puedo llamarlo así?

   –Sí, continúe.

   –Recibí una llamada de Manuel y me vine para acá con urgencia. ¿Dónde está? ¿Y

Cecilia? ¿Qué ha sucedido que están ustedes aquí? Por Dios estaba como loco. ¿Ha
golpeado a Cecilia?

  –Algo peor, pero explíquese.

   –Como le iba diciendo, recibí una llamada de Manuel y me di cuenta que estaba muy mal, pero por favor, dígame en realidad qué ha pasado.

      – Quiso matar a la mujer con un cuchillo, pero no lo logró, es posible que ella se salve, después se ahorcó.

   –Mi Dios, que desgracia, por mucho que me apuré he llegado tarde. Soy, o mejor dicho, era amigo y socio de negocios de Manuel. Lo que me contó, hombre, me dejó perplejo, no digo yo si iba a suicidarse. Disculpe que no me haya presentado antes, mi nombre es, Esteban, Esteban Benítez Montes de Oca para servirle.

–Siéntese y dígame de qué y de quiénes le habló.

–Me pidió que llamara a Arucas, nuestra tierra allá en las Palmas de Gran Canarias y le avisara a su esposa. ¿Pero avisar de qué, hombre?, le dije.

– Explícale <<me dijo casi llorando>> que tome todas las medidas necesarias para que la niña no se contagie al nacer.  Que se atienda con los mejores especialistas.

–Joder, pero que te pasa, estás llorando como un niño, <<le dije asombrado por lo que estaba escuchando>>.

–Me engañó Esteban, me engañó. Tú sabes que yo adoraba a esa mulata. Tú eres testigo que desde mi primer viaje a la Habana tuvimos relaciones íntimas y la hemos mantenido por muchos años. Por la insistencia de Cecilia hace unos meses abandoné

a mi esposa embarazada. Me exigió que me casara para legalizar nuestra relación y yo de necio la complací. Me volví loco por ella Esteban, me volví loco.

   Pobre de mi mujer y la niña, deben estar…

   Hoy supe de su engaño. Fui al hospital a buscar el resultado del chequeo médico para mi operación y me quedé pasmado. La muy desgraciada tenía el Sida… y jamás me lo dijo.

Restituta
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:36:44 pm
           
                         Reflejo en aguas calmas


      “Acto oficial a las 10 horas”, señalaba un cartel en la plaza principal.

      En las casas de aquel pueblo -perdido en la inmensidad de la pampa- la actividad era

intensa: Doña Edelia planchaba un guardapolvo blanco y lo almidonaba; el obeso

zapatero lustraba la tuba donde se reflejaba su figura; la secretaria ordenaba hojas

manuscritas (algunas manchadas con yerba mate); el sonidista -camisa afuera del

pantalón- descargaba los equipos de la camioneta; el cura párroco (luego de un trago de

Mistela) preparaba el agua bendita; el patrullero (el único en funcionamiento) cortaba el

tránsito en la avenida Mariscal Mousegné; el presidente del Honorable Concejo

Deliberante engominaba su cabello frente al espejo; del Centro de Jubilados partían los

abuelos con estandartes y bastones; Grandes Tiendas Gálver bajaba sus persianas por

única vez en la historia.

      La cinta celeste y blanca, atada entre un fresno y un jacarandá, estaba colocada a la

espera de la gran inauguración.

      Un 12 de enero a las 10 horas cambió la historia de Villa del Orden.

      Aquel día una gran tela, cocida durante setecientas doce jornadas, por las integrantes

de la Liga de Amas de Casa, bordada con el escudo municipal, era tironeada por las

autoridades para descubrir el primer semáforo del pueblo.

      Impecablemente pintado, a rayas negras y amarillas, hacía juego con la senda

peatonal, con la camiseta del club de fútbol local (Peñarol) y con los calzoncillos del

Juez de Paz (confidencia de su vecina de enfrente).

      Representando a la máxima autoridad de la provincia asistió el primo hermano de la

hija del cuñado del ex chofer del gobernador, recibido con todos los honores.

      Al comienzo de la ceremonia le fue entregada, simbólicamente, la llave de la ciudad,

en un precioso estuche de gamuza cerrado herméticamente.


      Las estrofas de la canción patria fueron entonadas por “Chola” Montalbano, la voz

más reconocida del pueblo, la misma que alguna vez fue preseleccionada en el 5º grado

de la escuela para adultos (turno noche), para representar al pueblo en la elección

preliminar para el Festival preparatorio de la Selección de Artistas del Canto para

audicionar (en carácter de suplente) para la Fiesta Alternativa de la Cebolla Norteña.

      Inolvidables fueron las sentidas palabras del Intendente que improvisó un discurso

memorable, utilizando brillantes metáforas y hábiles juegos de expresiones que

hablaban de dar vía libre a los sueños; de “las luces de la vida” (el verde de la

esperanza, el rojo del alerta, y el amarillo de la hepatitis de su concubina) y de la

importancia del saber esperar.

      Fustigó con encono a quienes denigraban a la institución del semáforo como

sinónimo de mala suerte.

      Seis horas más tarde, y con el delgado hilo de voz que le quedaba, dio por

inaugurado el artefacto, poniéndolo en funcionamiento.

      A partir de ahí, el semáforo -ubicado en la propia entrada del pueblo- fue el centro

de atención de los vecinos; familias enteras se sentaban a su vera, los domingos, a tomar

mate y observar -con suma atención- el cambio de los colores; Carlos Fignoni -ex

convicto- se emocionaba cuando se ponía la luz verde y no podía contener las lágrimas;

Somwan Krusawan  aplaudía cuando la luz amarilla hacía su veloz aparición. Todos los

atardeceres un grupo de mujeres, vestidas de negro, rezaban el rosario a sus pies; un

estrafalario escultor creó el monumento al semáforo (una réplica exacta) que al poco

tiempo debió desmantelarse por la confusión que originaba.

      En los pizarrones de las distintas aulas se podía leer: Composición: “El Semáforo”;

en los bares era la conversación obligada (allí nacieron los chistes sobre semáforos); en

la Parroquia (junto a las figuras de San Expedito y San Simenón) se colocó una imagen

de San Tránsito.   

      Debido a la alta concientización y respeto por la magna señal, nunca se registró

ninguna infracción, todos acataban las indicaciones, hasta los forasteros (que para poder

ingresar al pueblo debían realizar el curso teórico-práctico: “El semáforo y sus

circunstancias”, de dos horas de duración).

      No hubo un momento en que el semáforo no haya sido motivo de plegarias,

bendiciones, homenajes. A decir verdad, sí lo hubo, tan sólo en una oportunidad, el día

de la celebración de los festejos del centenario de Estación Llovera (pueblo vecino

–relativamente- ubicado a 200 km. de distancia); en aquella ocasión Villa del Orden

quedó desierta.

      Pero al regreso todos estaban allí, esperando la luz verde para volver a sus casas,

luego de la prolongada jornada festiva. Todos los habitantes esperando la habilitación

de aquel artefacto para poder ingresar al pueblo.

      Seis horas más tarde, el pelado Mendizábal -que había sido el primero en regresar-

giró su cabeza, parsimoniosamente, y preguntó a quien estaba detrás: ¿funcionará?.

      Esas palabras casi le cuestan el linchamiento a manos de las doce mil personas que

hacían la cola para ingresar.

      ¡Sacrílego! –le gritaban.

      ¿Cómo don Mendizábal se atrevía a poner en dudas las cualidades de aquel

armatoste benefactor que había llegado para poner orden en el pueblo?

      Lo llevaré a la justicia, vociferaba –asomándose en el fondo de la cola- el Juez de

Paz, enfundado en una campera a rayas negra y amarilla (haciendo juego con su

calzoncillo).

      Cuatro días después la luz roja se mantenía fija e inalterable, y la gente también;

obediente y respetuosa. En ese momento se produjo el primero de los desmayos: el

monaguillo que encabezaba la procesión que regresaba a la Parroquia (aún sosteniendo

la pesada imagen de San Tránsito) rodó por el empedrado, y junto a él la cabeza del

santo.

      Los maratonistas que volvían de competir en el pueblo vecino seguían trotando en

su lugar para no enfriar el cuerpo. La vaca de don Antinone alimentaba a los infantes

que hacían fila detrás de la cola movediza del animal. Los perros vagabundos

deambulaban entre la gente y se detenían ante el semáforo, respetuosos, sin cruzar el

asfalto.

      El Intendente, sentado en el cordón de la vereda, en improvisada reunión de

Gabinete, evaluaba la posibilidad de establecer un decreto de “Necesidad y

Urgencia” que permitiera -por única vez- cruzar la avenida con luz roja.

      El Secretario de Gobierno dio por tierra con la iniciativa:

      El sello quedó en el Municipio señor Intendente –afirmó desconsoladamente.

      Los días se sucedían, calurosos. Los crecidos pastizales dieron la voz de alerta con

pequeñas señales de humo que, con el tiempo, se convirtieron en inmensas fogatas.

      Los bomberos voluntarios veían, sin poder intervenir, como el fuego arrasaba las

casas del pueblo. Para alivio de los vecinos, la providencia hizo que se desatara una

tormenta, que por su intensidad extinguió las llamas.

      Producto del temporal se declaró la terrible inundación que cubrió por completo la

superficie de Villa del Orden…para siempre.

      Días después, Gilberto Nicolaiev, campeón olímpico (que realizara a nado la

travesía Otawa – Puerto Deseado, pasando por el pueblo de Villa del Orden) manifestó

que lo único que sobresalía de la inmensa masa acuosa era un largo caño pintado a

franjas amarillas y negras con una luz roja brillando en su parte superior.

      El nadador, oriundo del Sahara profundo, no supo precisar de que artefacto se

trataba.
                                                                                                       

Doctor G
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:37:59 pm
Sálvame


Sofía ya no era ella, pertenecía a la pasión que él le provocó. –¡tanto tiempo de recato!, tanto tiempo de tratar de esconder lo que llevaba dentro, hoy por fin salió, lo dejó escapar, y le gustó…-.
Las manos de él no dejaban de acariciarla, de tocar las partes más sensuales de su cuerpo; ella solamente suspiraba, ya no se pertenecía, era de él... 

Una hora antes, unos minutos anteriores al tocar la puerta y ver a ese joven… todavía  su ilusión era seguir la palabra de dios –a él le entregaba su vida- mantenía los pasos que eran correctos   –al menos eso le habían hecho creer-  para llevar una vida llena de cordura; un matrimonio y una familia estable era su objetivo. ¿Para qué?, así se lo planteaban sus padres, así era en su casa, y se veían felices; ¿acaso había algo más?, la existencia era eso, dársela a quien la vida nos dio, regresarle obediencia para seguir siendo dignos de en esta tierra estar y después el cielo ganar. No hay cabida para las dudas, se tiene que comportar uno como dicen los mayores, nuestros progenitores para así, de esa manera ser tan felices como ellos…

¿Cuándo podrás entender Sofía, qué a veces las apariencias engañan?, que el querer estar bien con alguien, es el de desear no tener discusiones delante de terceros; aparentar cosas que no son, a pesar de no aguantar a con quien duermes, nadie que no seas tú debe saber.

-Hola, ¿puedo hablarte por unos minutos?.
-Sí. –cómo negarle una charla a tan guapa muchacha, a pesar de la “cruda”, a pesar de haber dejado preparado su vaso listo para “curársela”-.
-Mira, vengo para darte a conocer un…
-¡Un momento!.  ¿Por qué no pasas?.
-Es que…
-Anda, ven y siéntate.
-No quiero ser imprudente.
-¡Claro que no!. ¿Gustas algo de tomar?.
-Este…
-¿Un vaso de agua, o refresco?.
-Agua está bien.

Empezó la plática: los ejemplos de la existencia de un ser supremo, la vida de los que la
Biblia nombraba; ella hablaba y hablaba, él sólo la observaba.

-¿En verdad crees en todo eso?.
-Claro, que sería de este mundo sin la fe, sin el estar esperando una luz en el camino.
-Bueno, te lo digo porque ¿hasta dónde serías capaz de sacrificarte para obtener el perdón, la vida eterna que el “omnipotente” te ofrece si sigues sus pasos?.
-Pues de todo, cualquier sacrificio sería poco con tal de llegar a obtener lo que él nos promete, con tal de ser dignos ante sus ojos. 
-¿Segura?.
-Por supuesto.
-A ver, déjame ver si es cierto: tienes la oportunidad de regresar al rebaño a un borrego perdido a…
-¿A ti?.
-¡Mira!, me lo estás poniendo más fácil, sí, yo he sido un verdadero desorden en toda mi vida, pero para poder creer en alguien superior necesito una, una sola prueba.
-Dime…

Y tocándole el cabello a Sofía, Enrique se disponía a decir lo que sentía, ¡total!, no tenía nada que perder, si no lograba su objetivo podría seguir en su “fiesta”.

-Yo necesito obtener una verdadera demostración, algo que me vuelva hacer creer, y si tu estás dispuesta a “sacrificarte”, pues será sólo eso: una abnegación, no harás nada por placer, será solamente para poder salvar a un “alma perdida”…
-¿Qué me estás proponiendo?.
-Los dos vamos a salir ganando: tu realmente demostrarás tu fe a quien arriba está y todo lo ve, y yo volveré al camino del bien, tu me vas a llevar a él, ¿cómo ves?.
-¿Y qué tengo que hacer?.
-Nada, yo lo voy a hacer todo; acompáñame acá arriba.
-Pero…
-No vas a hacer nada por placer, va a ser para salvarme y tu, y tu serás también salvada por tu resignación; porque lo que te propongo no lo vas a hacer porque quieres, sino porque yo te lo estoy insinuando para poder corregir mi vida.
-No, pero…
-¿Recuerdas a Jacob?, para demostrar su fe tuvo que dar en sacrificio a….
-Sí, ya sé, pero…
-Sé que voy a estar como con una piedra y no te culpo, ya te dije, no vas a hacer nada, nada físicamente, pero que tal ante los ojos del señor; después de esto yo iré a donde me digas, a donde te reúnes con los tuyos, seré uno igual a ustedes, pero necesito esta prueba, y tu, imagínate reforzarás tu fe, caminarás por la vida con la frente en alto por haberle sido fiel a tus convicciones, ves, los dos salimos ganando…
-No, no creo que deban ser así las cosas porque…
-Porque no estás segura de tu fe, de tu religión, por eso no creo en nadie de ustedes, sólo son palabras las que van diciendo de puerta en puerta, pero cuando se les pide una demostración de que lo que dicen lo pueden llevar a la práctica, entonces ahí ya no lo hacen, verdaderamente por eso sigo como soy, no sé quien peca más, si yo por no asistir a su templo, por no creer en nadie, o ustedes por irnos mintiendo en una fe que solamente es de palabra, porque alguien se los dijo, les lavo el cerebro para hacerles creer y mira, se te pide algo para reforzar lo que predicas y dices que no, ni hablar yo seguiré en lo mío y te aconsejo que primero creas lo que dices y después trates de convencer a otra persona de que siga tu religión; recuerda que te están viendo allá arriba.
-Es que.. es que…
-¿Ves?, ni siquiera sabes que contestar, de verdad que son mentirosos, no pueden demostrar con hechos lo que sienten. Recuerda que yo voy por el camino del  “mal” y tu por el del bien, tú me vas a cambiar, ¡me vas a salvar!, ¿no es suficiente?, más si te vas y me dejas seguir viviendo en esta perversión, quien sabe como te vaya a ir el día del juicio, ¿eh?, porque pudiste salvar a alguien y no quisiste.
-¡No!…
A estas alturas ya estaban en la habitación y Enrique entonces la abrazaba por detrás, no supo ni de donde le salió tanta inspiración, pero su hablar a la chica la puso a pensar, bueno, ella ya había dejado de pensar, tanto tiempo de solamente abrir las piernas para satisfacer a su pareja, tanto tiempo de no saber lo que era llegar al clímax… tanto tiempo…

Pero Enrique sabía que nada iba a hacer para cambiar, se le pasó decirle que en nada creía y en nada creerá.

-¿Acaso está chava no ve las noticias?, ¿no sabe que niños a diario mueren de hambre?, ¿no se entera de los secuestros, de los asesinatos sin remordimientos?, ¿en qué mundo vive?, ¡Y piensa que voy a cambiar!, es más fácil que yo le abra los ojos y se de cuenta que estamos solos, que no hay nadie arriba, a que acceda a ir a su templo.

Damautefi
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:38:58 pm
El insomnio


Se crea un estado de inercia a mí alrededor. Los dedos recorren la mayoría de mis canas que brillan al permanecer en reposo alcanzándola una leve luz. Solo espero que el silencio me aguarde. Miro fijo hacia las cascarillas húmedas del techo que alguna vez fue azul. Mis párpados hinchados no dicen nada. El murmullo de algo me sostiene entre las hormigas que hacen su entrada minuciosa por la esquina del espejo que aguarda en el mismo sitio de siempre, como un señor antiguo y respetable.
Otra noche más. La soledad debe ser terrible si no existieran esas hormigas huyendo de la lluvia y del sol quemante, formando hileras organizadas como debiera ser en un país. Es como si el silencio que me abruma de pronto fuera parte de un sacrificio en ellas para concentrarse y centralizar las fuerzas de un ejército. Es bueno que existan las hormigas. Que caminen todas iguales hasta llegar a un lugar que imagino solitario.
El insomnio es una cosa muy persistente. Es un momento de indisciplina corporal. No se detiene mientras la noche declara la inseguridad atravesando su garganta y los motivos engendran su inestabilidad baldía. Procuro dormir luego de haber sentido que la muerte y el silencio son inseparables. Se identifica con la oscuridad platónica del tener y el pensar, o el decir y excluir.
Es el tiempo preciso para declararse  o no inadaptable o culpable de la gloria que no se alcanza, los miedos que tuve y que tendré mientras solo somos un átomo del universo.
El silencio trasnocha el tiempo hundido en las sábanas y propicia la mentira de ser mientras te das cuenta que viene siendo un no haber sido, que es corto el alcanzar las cosas y un cansancio infinito su logro.
Es preciso que las hormigas lleguen al lugar correcto, que estas horas no sean en vano, que mi reloj no cubra el espanto en mi pared para seguir soñando los mismos viajes, que ese amor no me abandone cuando encuentre lagunas irreparables en el decir que soy.
Cuando sé que la discordia de este cuerpo se reduce en la nada indetenible, solo somos un manojo de nervios y frustraciones.
Cierro los ojos por un momento, veo a la muerte, los abro y veo a la vida. Entonces huir es la cuerda más cercana mientras hay un cordel que resume el equilibrio honesto que me circunda y me enajena.
- ¡Salta, ****! – Me digo - ¡Maldito silencio! Pero saltar es otra historia que solo incita la noche.
Tu tiempo se acaba y el reloj no debe cederte un minuto más. Pero huir no es justo, es como bailar desnudos en una cuerda. Ninguna conquista será suficiente, ninguna conquista animará tu nueva esperanza porque somos hijos de dios

Zurelys
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:40:59 pm
El director del zoológico


Soy biólogo molecular. Y desde hace trece años, director del zoológico de Nueva Londres. Es un trabajo interesante, con buena dotación de material e instalaciones, un magnífico equipo de colaboradores y un gran respaldo de las autoridades políticas. El zoológico es una referencia en la ciudad, recibimos visitas de escolares de todo el país, generamos documentales para la telenet y aparecemos con cinco estrellas en todos los recorridos turísticos. Estamos orgullosos de nuestra historia centenaria pero al mismo tiempo queremos ser y somos un centro de referencia, un faro de la investigación científica puntera sobre la fauna terrestre.
La superficie total del planeta está urbanizada desde el milenio pasado pero los Padres Fundadores decidieron que era necesario preservar para las generaciones venideras un muestrario completo de la diversidad biológica. Ya no existen desiertos, ni polos ni selvas tropicales, nuestro control del clima eliminó esas regiones de vida extrema, desolación y muerte, pero igual que en los museos guardamos los códices de Leonardo, las pinturas de Goya y van Humpel, el prototipo de trasbordador estelar de Salas-Reyes y el generador de campos negros de Fatid, también se crearon cinco zoológicos planetarios que permitieran a los habitantes de cada continente conocer nuestras épocas primitivas, la fauna arcaica y los ecosistemas anteriores al Clímax.
De la etapa inicial del zoológico guardamos recuerdos en una zona habilitada como museo, tenemos incluso una jaula, una especie de caja de barrotes metálicos donde al parecer se retenían algunos animales para que no escaparan o fueran atacados por los visitantes. También otras herramientas como pesebres, barreños y platos, relacionadas, al parecer, con que algunos animales se alimentaban devorando otros animales, o un despiece de sus cadáveres. Aunque parezca imposible, dicen los historiadores que era así. Por supuesto, no contamos estas cosas a los niños pues no las entenderían y sus frágiles mentes podrían sufrir auténticas pesadillas. Como explicamos en la visita guiada, ahora, al igual que la Humanidad, los animales del zoológico se alimentan con raciones M, adaptadas en cada caso a sus requerimientos nutricionales.
Como en toda institución pública, el presupuesto no es fácil de estirar, así que vigilamos estrictamente la amplitud de nuestra colección zoológica. De cada animal producimos entre tres y cinco clones, que mantenemos congelados en nitrógeno líquido en una fase de embrión temprano. Algunos de ellos los mandamos a otros zoológicos o son utilizados en distintas investigaciones. Cuando el ejemplar del zoológico está viejo o si presenta alguna tara o enfermedad, descongelamos uno de los embriones clonados, le crecemos en la incubadora y sustituimos el ejemplar deteriorado. De este modo, controlamos que el número de ejemplares, uno por especie, sea el adecuado y no tengamos duplicados ni ausencias en nuestra colección faunística.
Mi labor ha ido bien hasta esta mañana. Un prestigio acumulado durante trece años de duro y serio trabajo: publicaciones, conferencias internacionales, tesis doctorales dirigidas, proyectos de investigación financiados, hasta un doctorado honoris causa, todo se puede ir por el fregadero. No sé siquiera cómo explicarlo en el Ministerio de Ciencia, Cultura y Modernidad. El ministro, mi jefe, no va a querer saber nada de ello y lo más probable es que pida mi cabeza en una bandeja. Y ni siquiera eso va a ser suficiente. La culpa la tienen dos patos, dos miserables patos. ¿Pueden dos patos poner en riesgo nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestro modo de vida? ¿Pueden dos patos generar un escándalo periodístico, un debate educativo de primer nivel, un conflicto sobre nuestros valores y nuestros principios? Dos patos, dos malditos patos. Resulta que el pato mandarín y el pato castaño común son, pásmense, la misma especie. Parece que uno de ellos está incubando embriones generados con células del otro, después de algún tipo de intercambio. Cuando he preguntado, el genético me ha dicho que a pesar de sus diferentes plumajes, multicolor en el pato mandarín, con tonalidades brillantes y vivas, y de un color tierra apagado en el pato castaño, está fuera de toda duda, sus genomas son prácticamente idénticos. Ante mi cara de estupefacción, los biólogos de poblaciones me han explicado que se trata de individuos de distinto sexo. Cuándo he preguntado que qué era eso, me han dicho que dos variantes cromosómicas de individuos con algunas características diferentes, pocas pero muy marcadas, como los distintos plumajes. Cuando he preguntado para qué valía eso y me han empezado a explicar, he tenido que salir al baño para ir a vomitar. Todos hemos oído las leyendas de la Mitología sobre los dragones, los unicornios, las mujeres. En los museos de pintura, se pintan unos y otros, el propio Velázquez tiene un cuadro de una mujer mirándose desnuda en un espejo que sostiene un angelito. Pero lo que estos patos implican es que quizá las mujeres fueron seres reales, quizá también los angelitos. Y yendo más allá, que hubo otra forma de reproducción que no era la clonación. Y que quizá hubo algo de cierto en esas leyendas literarias sobre amor, pasión, deseo, sentimientos…   Pienso en estas cosas y me siento un pervertido, pero no puedo dejar de hacerlo. Y entonces, los Padres Fundadores, ¿qué hicieron? ¿Por qué? ¿Qué pasó con las mujeres? ¿Quiénes somos realmente? Y sobre todo, ¿qué se sentiría al hacer sexo?

Luis Santos
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:42:12 pm
Contactos vía Passy


El 23 de marzo de 1786 moría en París la neoyorquina Paciencia Lovell Wright. Su deceso no pasó al olvido para los cortesanos de la Corona inglesa, en particular para los miembros del Servicio Exterior. Ni siquiera para su rey Jorge III, ni para su reina Charlotte pasó inadvertido tal suceso. No por su simpatía, sus ojos sagaces, sus modales sutiles, su condición de culta y sus singulares artes creativas en el campo de la escultura, la pintura y las letras, sino por otros atributos…
En 1772, cuando tenía 47 años de edad, llegó a Londres con sus cinco hijos. Su marido había muerto en 1769, y a partir de ese año, su hobby, que consistía en construir retratos de moldeo en cera, y esculturas con ese mismo material, se convirtió en una ocupación de tiempo completo.  Tan así es que en Londres, con la protección  de Jorge III logró montar un Museo de Cera. Su arte manual alcanzó tal punto que no sólo llegó a relacionarse con la nobleza británica sino con el rey y la reina, quienes posaron ante ella; y a quienes sorprendió al llamarlos por sus nombres, según comentarios que se le atribuyeron al notable político William Pitt, hijo, con quien mantuvo una transparente relación de amistad.
Aunque los  miembros de la nobleza la miraban como un producto de las Colonias del Nuevo Mundo, las condiciones ya señaladas y su relación con la realeza le concedieron su beneplácito.  Así y todo, ella no ocultaba que era hija de granjeros cuáqueros, ni callaba sus inclinaciones democráticas y republicanas. No obstante, con el paso de los meses, estas manifestaciones suyas, la consolidaron como un personaje sincero y leal a la Corona.
En aquel año de 1772, antes referido, en que llegó a Londres, conoció allí a un compatriota oriundo de Boston, que era periodista e investigador científico y en cuya ideología política se anidaban designios independentistas y de abolición de la esclavitud. Cuando Paciencia lo conoció, y no por casualidad, él ya había adquirido notoriedad en 1752 con su valioso descubrimiento científico en el campo de la electricidad.  Así fue que en una reunión planificada, y después concretada en la casa donde ella se hospedaba en Londres, coincidieron en sus ideales políticos..., y en sus anhelos en tal sentido.  En verdad, algo más concreto los identificaba: el “Tea Party” de Boston, ocurrido el 6 de diciembre de 1773, cuando los colonos, camuflados cual si fueran aborígenes, abordaron barcos ingleses y arrojaron sus cargas de té al agua.
Al parecer, Paciencia y su compatriota, luego de 1774, cuando aquél dejó Londres para instalarse en Passy, una tranquila y forestada comuna al noroeste de París, no se volvieron a ver los rostros por el resto de sus días, según trascendería mucho después de su muerte, aunque a eso nadie logró certificarlo. Sin embargo, y nada más llegar N. B. a París, Paciencia comenzó a mantener una perseverante y regular correspondencia con él. Ergo, desde París, las cartas llegaban a Londres del mismo modo. Eso sí, ¡y vaya sorpresa!, el medio de comunicación del cual ellos se valían, nada tenía que ver con el servicio de correo postal… Servicio que en aquel entonces, de lo que menos se vanagloriaba era de ser seguro.
Claro, cuando Paciencia conoció a N.B., en Londres, éste ya mantenía una acrecentada relación de amistad con el doctor en medicina Edward Bancroft,  un investigador científico nacido en Massachusetts y radicado, para siempre, en aquella capital. Como éste viajaba muy a menudo a París; que en ese momento congregaba al mundo científico, se convirtió, al momento, en el “correo personal” de N.B. y de Paciencia. Va de suyo que, Bancroft, como científico ya acreditado en las Islas; como allegado a la Corona británica, al igual que Paciencia, y luego, como persona de  la confianza de los cortesanos de Luis XVI, no era pasible de cacheos aduaneros ni policiales.
Se cree que Bancroft nunca osó preguntar si las perfumadas misivas que cruzaban el Canal de la Mancha con dirección a París, o viceversa, eran el resultado de una relación platónica. Aunque Paciencia no era una bella donna como Louise de Kerovalle, la otrora amante de Jorge II de Inglaterra, sí ostentaba casi veinte años menos que N.B. Esta condición movía a pensar, a cualquier hurón, que esa relación era sentimental. Bancroft, por su parte, siempre manifestaba, delante de sus allegados, su admiración y respeto por aquél. No sólo desde el punto de vista intelectual, sino, se supone, porque N.B., a la sazón, casi lo duplicaba en edad. Para Bancroft, tal amistad significaba, como era obvio, una inusual distinción.
Hubo quienes aseguraron que durante las ausencias de N.B., con motivo de sus viajes a las Colonias de América del Norte, Paciencia continuaba igual con su correspondencia. Ésta cruzaba el Atlántico dentro de las imágenes de cera que ella le consignaba a una hermana, quien, según Paciencia, las comercializaba en Filadelfia, donde residía.
Mientras esas comunicaciones se producían dentro de Europa y al otro lado del océano Atlántico, los revolucionarios norteamericanos desarrollaban una guerra anticolonial, cuya batalla inicial se había sostenido en Lexington, Massachusetts, el 19 de abril de 1775. Se aprecia que los cruces de las misivas llegaron a su término cuando se produjo la captura de lord Charles Cornwallis, el 19 de octubre de 1781, en Yorktown, Virginia, que se rindió ante las tropas aliadas conducidas por Washington, Lafayette y otros.
En cuanto a N.B., digamos que sus actividades en París no se reducían a la investigación científica en materia de electricidad, o a las largas deliberaciones sobre meteorología,  corrientes oceánicas y agricultura con otros colegas; sino que, concurría, de modo regular, al Palacio de Versalles. Algunos colegían que, a pesar de que no se lograba verlo con Luis XVI,  N.B. mantenía contactos con ciertos cortesanos claves, y que estas relaciones eran testificales. Como en los círculos intelectuales se aseveraba que el monarca se preocupaba por la investigación y el desarrollo, dado lo alentaba un sentimiento progresista, aquellos ronroneos no pasaron a mayores… Sobre todo, cuando sus colegas parisinos se detenían a reflexionar y caían en la cuenta de que N.B. no era  un miembro más en la Academia de Ciencias de París.
Andando el tiempo, mejor dicho a posteriori de la muerte de Paciencia, y cuando en las Islas Británicas se acercaba el verano, o sea junio de 1787, algunos miembros del Servicio Exterior, más allá del conocimiento de Jorge III, comenzaron a inquietarse por los pretéritos contactos de Paciencia Lovell Wright. Se conjetura que esta cacería pos mortem, como la rotularon algunos historiadores, se instauró a raíz de que Bancroft, con antelación al deceso de aquélla, “se codeaba” con el  espionaje británico.
Un tiempo atrás, antes de 1783, los cortesanos que velaban por la seguridad de Luis XVI, ya le habían advertido a N.B. que ellos sospechaban de algunas muestras de intromisión y  de curiosidad de Bancroft… No obstante, aquél les restó relevancia a tan delicadas aprensiones: quizás, N.B., ya no era ajeno a tales actitudes por parte de su gran amigo Bancroft.  En virtud de las artes políticas y diplomáticas de N.B. los aludidos cortesanos no insistieron con sus prevenciones. Sin duda, confiaron en que éste ya guardaba los recaudos necesarios al respecto. 
Así las cosas, un historiador del Ministerio de  Asuntos Culturales de Gran Bretaña, con el pretexto de redactar una biografía oficial de Paciencia Lovell Wright, fue designado para indagar de la asistente más cercana a aquélla, la cantidad y los distintos tipos de obras realizadas; la nómina de los adquirentes de aquéllas y sus direcciones. Los datos recogidos por el historiador en cuestión no arrojaron resultados positivos, ya que aquél sólo logró sonsacarle a la referida asistente, que, N.B. no era más que un latinismo que significaba Nota Bene, y que Paciencia solía usarlo para asentar, alguna referencia significativa. Como esta sigla se reiteraba en la agenda, Asuntos Exteriores resolvió dejar en paz a la ex asistente. No obstante, este Ministerio, antes de presentarle a la realeza los recelos de que disponía, proyectó otras líneas de investigación de rigurosa reserva.
Así resultó que Asuntos Exteriores decidió derivar las investigaciones a los Servicios Secretos… A pesar de que las Colonias del Norte de América se habían perdido, los británicos no cejaban en su tarea de correr el velo que durante años les negó ver una actividad que ya antes se presentía non sancta, y cuya autora, suponían, era una inocente y humilde campesina de una de las Colonias de Ultramar. Los Servicios Secretos de Whitehall, el centro administrativo de Londres, se lanzaron a una cacería del zorro. Esta vez no convocaron a un historiador ajeno a los servicios de información; sino que, el mismo director del área se puso al frente de las averiguaciones y de la interpretación y análisis de cada una de ellas.
Pasada una semana, los investigadores ya coincidían en quien sería el zorro a cazar… Era uno de sus agentes…: el que merodeaba en la Corte de Luis XVI…, y con excelentes resultados. Sin embargo…, y a pesar de que cobraba por sus servicios, resultó ser quien espiaba para el Comité Revolucionario de Filadelfia. Es más, después de eso, prestó sus servicios a los cortesanos de Versalles, y, así fue que, por encargo de ellos se contactó con los independentistas irlandeses… Sí, no era otro que Edward Bancroft.

Cuando la síntesis prontuarial llegó al despacho del director de los Servicios; éste, tras una ligera hojeada, exclamó: “¡Ajá, triple espía…!”, y de inmediato, preguntó:
–¿Cómo llegaron a reunir, tan pronto, datos de tanta valía?
–Como consecuencia de que en cada misión que cumplía, dejaba un rastro, o, cometía algún yerro –le contestó el comisionado o subdirector, en nombre del grupo de agentes allí reunidos.
–¿Cómo no nos dimos cuenta antes de las traiciones de este renegado? –preguntó el director, un tanto irritado.
–Con motivo de que era un agente de confianza de Whitehall y miembro de la Real Sociedad, señor –respondió el comisionado.
–Quiero que alguien me explique, ¿qué lo indujo a este apóstata para llegar a cometer incongruencias tan groseras y revelables?
–Su incontrolable codicia por el dinero, señor –le contestó el comisionado.
–Señores, hay algo más que quiero conocer, algo que desvela a nuestro Ministro de Asuntos Exteriores: los mensajes reservados que Paciencia Lovell Wright intercambiaba con Passy, en las afueras de París, según insinuó Bancroft… ¿Eran misivas eróticas o esotéricas?
–Para mí, señor, ni lo uno ni lo otro –replicó el comisionado; y luego añadió–: Ella era una Agente del Comité de Filadelfia, que, vía Passy, donde operaba su contacto intermedio registrado como N.B., le pasaba datos para los colonos revolucionarios…
–¿Qué clase de datos le pasaba?
–Sobre el alistamiento de tropas y de abastecimientos que luego marcharían contra las Colonias. Esto…, según Bancroft, quien era el correo de los nombrados.
–Muy bien, señores, mi enhorabuena por el trabajo realizado. Quedan ustedes en libertad de acción…
–¡Ah, un momento!, nos estamos olvidando de algo relevante… ¿Llegaron a descubrir la identidad de N.B.?
–¡Ah!, sí, señor, le ruego sepa disculpar nuestra inexcusable negligencia… –admitió el comisionado.
–Olviden la negligencia, señores, y pasemos al nombre…, –dijo el director.
–Su nombre es Benjamín Franklin…, catalogado como triple espía…
–¿Benjamín…? ¿El del pararrayos, el diplomático y hoy gobernador de Pennsylvania?
–Sí, señor, y no es una creación shakesperiana. 

Paulo Camino
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:43:13 pm
Un Encuentro Inesperado


Una noche de invierno, en plena luna llena, por un bosque de pino, un joven caminaba rumbo a su casa. Pensativo y desprevenido pronto perdió el camino, sin darse cuenta termino en un claro. El crujido de las ramas a sus pies lo regreso a este mundo, confundido miro a su alrededor. Frotaba sus ojos una y otra vez, incrédulo de lo que veía, un paraíso terrenal pensó, flores de todos colores llenaban el circulo y en el centro un roble majestuoso. La luz de la luna brillaba en cada pétalo, como si las flores reflejaran las estrellas.
Dio un paso al frente y detrás del roble salió una hermosa criatura, cabello negro como la noche, ojos dorados tan brillantes como el sol, piel tersa pero con brillo de diamantes, con un vestido azul que torneaba su curveada silueta. Froto sus ojos de nuevo y cuando los abrió la criatura se encontraba parada a unos centímetros de él. La hermosa joven abrió la boca, pero no salieron palabras sino una melodía que lo hipnotizaba y en su mente podía escuchar una voz que lo cuestionaba.
“¿Cuál es tu nombre joven extraño? ¿De donde has venido? ¿Qué es lo que anhela tu corazón?” El joven abrumado por la situación y las preguntas no pudo decir una palabra, solo abrir la boca en sorpresa. Ella levanto una mano y con solo dos dedos en la barbilla del joven le cerró la boca. Sin pensarlo el pregunto, “¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Estoy en el cielo?” La voz le contesto con dulzura “No estas en el cielo, mi nombre es Jazmín y soy una hada, pero tu no me has contestado.” “Me llamo Ignacio y voy camino a mi casa, perdí mi camino porque estaba hundido en mis pensamientos.”
“¿Dime que puede tener tan preocupada a una joven criatura como tu?” Resonó la voz en su cabeza. “Pensaba en María, la florista del pueblo, a quien empecé a cortejar hace poco y estoy muy enamorado de ella” contesto el sin siquiera pensar las palabras. La melodía del hada era como una magia que lo hipnotizaba y perdía todo control de sus pensamientos.
“Amor joven, el más dulce de los amores, ¿No compartirías un poco de ese amor conmigo, aunque fuera solo por esta noche?” La voz en su cabeza le pedía y la melodía le incitaba. Pronto María ya no estaba en sus pensamientos y sus manos tomaban las caderas de la hermosa hada. La respiración del joven se aceleraba y el corazón le palpitaba. Ella acerco sus labios y respiro el dulce aroma de la pasión que el joven exhalaba. De pronto ella lo beso y lo tiro junto al roble. El joven en plena euforia cerró sus ojos y se dejo llevar.
De pronto ella lo beso en el cuello con mucha pasión, pero un fuerte dolor llamo la atención de Ignacio, su cuello le ardía y podía sentir como algo escurría, abrió sus ojos y una espantosa criatura estaba en el lugar de la joven, a su costado ya no habían flores ni ramas, el crujido provenía de miles de huesos, sin duda desafortunados viajeros como él; el roble no era más que un árbol muerto cubierto con las pieles de sus victimas. Desesperadamente intento huir, pero la horripilante criatura  volvió a morderlo robándole la vida. En sus últimos momentos Ignacio escucho una voz áspera y aguda “No hay duda que el amor joven es el más dulce para el paladar” retumbo la voz con una risa espeluznante, mientras su conciencia desaparecía lentamente.

Dagl
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:44:10 pm
Rebeldía, tropiezos y apuestas

 
   Linda, aquella mañana, despertó en el centro de un espeso bosque, tumbada sobre un claro al que llegaba directamente la luz del sol. Lo primero que cruzó su mente fue el tan típico “¿Qué estoy haciendo aquí?” unido de una ligera sensación de pánico, pero inmediatamente comenzó a recordarlo todo y, aquella sensación de desconcierto, se convirtió en una sonrisa algo maliciosa, acompañada por cierto deje de diversión que cruzó sus ojos rojizos. Se puso en pie de un salto, cuan enérgica había sido siempre. Su vestido blanco con lazos amarillo pastel, típico de aquella época victoriana en la que vivía, estaba repleto de hojas y ramas, así como arrugado y con algunos rotos. Pero esto le hizo aún más gracia a la muchacha. Sabía lo mucho que su abuela le había insistido en ir arreglada al encuentro y, por si fuese poco, aquél era su vestido favorito.
   Sacó su reloj de bolsillo del escote del vestido y miró la hora. Vaya… ¡El sol me ha despertado en el momento justo! Aún tengo tiempo de llegar allí a las doce. Dijo para sí, comenzando su carrera cuenta atrás. Tenía sesenta minutos exactos para llegar al lugar acordado. Y no le importó ir descalza, clavándose de vez en cuando alguna piedrecita en los talones, ni le importó tampoco el hecho de que el vestido se rasgase cuando se encontraba con algunas plantas con espinas. Cuanto más desastrosa fuera, mucho mejor. Además, los rizos dorados que la noche anterior habían estado tan bien recogidos en un moño, ahora caían por cualquier sitio que encontrasen para reposar: Sobre las cejas, tapando un ojo…
   Mientras corría con todas sus fuerzas, las palabras de William resonaban con fuerza en su cabeza… ¿A que no te atreves? (…) Tú no eres capaz de algo así (…) ¿Qué te parece esto a cambio? (…). Sacudió la cabeza con fuerza, perdiendo el equilibrio en el momento en que topó con una pendiente. Claro está, cayó rodando por esta, hasta llegar a suelo firme… O más bien, hasta llegar al agua. Linda había caído en una charca embarrada. Asqueada, buscó el lago que acompañaba a la charca, ya que no había sido la primera vez que rodaba hasta allí. Se lavó la cara con el agua
cristalina, pero nada más. En cierto modo, había sido una suerte caer en la charca.
   Preocupada por la hora y, también en parte, por si el reloj se había estropeado, lo sacó de nuevo. Treinta y cinco minutos más, y todo habría terminado. Con una sonrisa en los labios y, de nuevo con aquellos tropezones tan típicos suyos, subió la cuesta en apenas unos segundos. Estaba harta de llevar aquel enorme vestido puesto pero, si llegaba sin él, todo habría sido en vano. Así que se tragó el cansancio y el calor, y retomó la carrera. Tan convencida como estaba de que se sabía el camino de memoria, no paró a decidir cuál de los dos caminos en que se dividía el primero era el correcto, y fue directa al de la derecha. Apenas un par de minutos más tarde, frenó en seco. Parpadeó, analizando sus pasos, volviéndolos a reproducir en su mente…
   Linda tuvo que dar la vuelta, aumentando la velocidad considerablemente para recuperar el tiempo perdido, y volvió al cruce de caminos, ignorándolos a ambos. De nuevo, había olvidado el atajo. Así llegaría mucho antes de lo acordado con Will. Tiempo más tarde, sacó el reloj de nuevo. Marcaba las doce menos cuarto. Pero Linda ya podía ver el final del trayecto. Allí, justo en la línea de separación entre bosque y jardín, donde terminaban los árboles de grandes dimensiones y comenzaban las flores silvestres y los pequeños arbustos, se alzaba la majestuosa iglesia de St. Michaels, en la cual estarían esperándola. Paró cinco minutos a respirar, sentándose bajo un árbol. Gotas de sudor caían por su frente, empapando de nuevo el barro ligeramente. Se contempló otra vez, ladeando una sonrisa maliciosa. Estaba tan horripilante como si acabase de llegar del infierno.
   Y aquel pensamiento le dio una nueva idea. Se puso en pie, ya con las fuerzas recuperadas, y se deshizo de las horquillas que aún sostenían su cabello. Enredó éste cuanto pudo, echándolo para delante, hacia un lado y otro, tan deshecho como pudiese. Agarró la falda y, con ímpetu, la rasgó a partir de los rotos que ya existían. Cogiendo algo de barro que aún quedaba húmedo, se lo restregó por las mejillas y bajo los ojos. Entró en la enorme iglesia, abriendo las dos puertas de par en par, empujándolas, en el momento exacto en que la campana sonaba doce veces. Todo el mundo se giró hacia ella. Ocultó la sonrisa que estaba por aparecer y puso cara de profundo dolor, poniendo los ojos en blanco. Mientras caía al suelo, aparentando que agonizaba, escuchó los gritos de terror de las damas, que se escondían tras sus consortes al tiempo que rezaban. Supo, en el momento que la vio por el rabillo del ojo, que su abuela sabía que era ella, pero se había creído la farsa que había preparado. Pudo ver también la amplia y oculta sonrisa de satisfacción de William, al tiempo que, disimuladamente, asentía con la cabeza.

Elynia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:46:36 pm
Tempus fugit


«Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra»
El tiempo vuela, como las nubes, como las naves, como las sombras…


—¡Qué guapo está!
—Sí... ¡Qué guapo lo han dejado!... Parece dormido.
—Tienes razón. Parece que vaya a despertarse de un momento a otro. No somos nadie…
El silencio volvió a apoderarse de la fría estancia en que yacía el señor Germán, elegantemente vestido con traje oscuro en una urna de madera sencilla, tal y cómo fue su voluntad desde que empezó a apagarse como el último centelleo de un cirio encendido casi noventa años atrás.
Rigurosamente enlutada, y sin joya alguna que adornara su pálida piel, la señora Mercedes velaba a su difunto marido, asintiendo inexpresivamente a todos los cumplidos comentarios que las visitas pronunciaban ante ella. De mientras, las dos hermanas del señor Germán continuaban con su particular diálogo ante el ataúd…
—Y mira que vestirlo con ese traje… —prosiguió la mayor de ellas.
—Sí. Sólo faltaba haberle puesto el traje de la boda —cuchicheó la menor, ya septuagenaria.
La señora Mercedes ni las miraba. Desde hacía un día había dejado su mirada perdida en el infinito, encallando su pensamiento entre los incontables recuerdos que había compartido junto a su marido.
Las hermanas abandonaron el velatorio continuando con su retahíla de comentarios hacia el difunto, además de aprovechar la ocasión para criticar a algún pariente que ya había marchado o que aún faltaba por acudir. No dejaban títere con cabeza…
La soledad de la estancia volvió a acompañar a la señora Mercedes hasta que entraron sus tres hijos, Germán, Armando y Gerardo. Tras besarla tiernamente entre interminables abrazos, permanecieron durante largo rato en el más absoluto mutismo observando a su padre.
Unos taconazos empezaron a reverberar desde el exterior. El violento impacto de unos zapatos contra el marmóreo piso de las instalaciones funerarias, acompañado de una peste insoportable a Chanel nº5 mezclada con alcohol y tabaco negro, fue el preludio de la entrada en la sala de Bibiana, la esposa del hermano intermedio, Armando.
—Te he dicho más de mil veces que no me gusta que vayas así… —pronunció con hastío Armando al ver cómo su mujer se había presentado en el tanatorio. Con un apretadísimo vestido morado que le ensalzaba aún más su enorme pecho, zapatos negros de tacón alto y un bolso rojo de símil piel de avestruz, completaba su atuendo con una enorme pamela negra que no combinaba con nada—. No sirves ni para respetar a mi padre en el día de su entierro…
—Si hubieras venido a dormir esta noche podrías haber elegido tú mismo el vestuario…  —replicó Bibiana con cierto problema de dicción, mientras saludada teatralmente al resto de los presentes en la sala. Atrás quedaban aquellos días en que había sido musa de directores de cine y fotógrafos en pleno auge del destape. Lejos quedaban ya los veranos en Saint Tropez, en Portofino… La decadencia era más que evidente en su persona.
La señora Mercedes abandonó por un momento su evasión mental para observar a Armando detenidamente. Con los zapatos llenos de tierra y el pantalón más que arrugado, parecía haber tenido una noche bastante movida. Y es que desde muy joven ya apuntó maneras… Siempre de flor en flor, ser representante de una empresa de vinos y jamones no le ayudó para nada, así como el hecho de conocer a Bibiana en un cabaret no hizo más que empeorar su situación.
—¡Vámonos, que ya estás a punto de montar uno de tus numeritos! —exclamó Armando amargamente mientras cogía a su mujer por el brazo en dirección al exterior.
Justo en aquel instante entró en la sala Miguel, pareja del menor de los tres hermanos, Gerardo.
—¡Estás estupenda, B.B.! —dijo éste con cierto tono amanerado. Sólo él llamaba así a Bibiana, en clara referencia a las iniciales de Brigitte Bardot, mítico erótico de los años 60.
—¡Muchas gracias, Micky! Nadie más que tú sabe ver una auténtica joya entre la bisutería barata que nos rodea… —correspondió ella irónicamente, evidenciando ya una clara dificultad en el habla, probablemente debida a su último coqueteo con el alcohol.
Observando con el rabillo del ojo cómo Armando y Bibiana salían de la estancia atropelladamente, Miguel se acercó a Gerardo para decirle algo al oído, obviando al resto de los presentes.
—¡Qué sucia!... —susurró con enorme acidez—. ¿Ya has conseguido eso, Gerard?
En aquel preciso instante hizo acto de presencia la señora Cándida, la sumisa y recatada esposa de Germán, tocayo de su difunto padre, militar y primogénito de la familia. Tras ella, sus tres hijas entraron en procesión para dirigirse hacia dónde se encontraba sentada la señora Mercedes. 
Entre los fríos besos de sus nietas, la anciana recordó el día en que Cándida, completamente desesperada, le confesó que la menor de sus hijas no llevaría el linaje de la familia al nacer… Demasiadas temporadas en soledad, abandonada por su marido mientras éste honraba a su patria más allá de las fronteras. Ante ello, la consigna de la señora Mercedes fue clara y tajante… Cándida debería de convivir con su conciencia y sus actos durante el resto de su vida.
Pasaron unos minutos de tensa calma en la sala, de miradas perdidas entre el silencio, de algún cuchicheo ininteligible entre Gerardo y Miguel. El aire acondicionado parecía cristalizar la atmósfera que allí se respiraba.
—Madre… ¿me ha traído eso? —preguntó Gerardo con su afeminada y titubeante voz mientras miraba a su padre de cuerpo presente.
—¿Qué es lo que tiene que traerte? —intervino Germán alzando la voz ostensiblemente—. ¿Has perdido la dignidad de repente?
—Siempre has querido adoptar el papel de tu padre, ¿eh? —replicó al instante Miguel—. ¡Qué poco te ha faltado para ocupar su lugar!…
—Menos me falta para…
—¡Germán, por favor! —interrumpió Cándida sujetando a su marido por el brazo—. No hace falta dar este espectáculo. Tan sólo se trata de un reloj…
—¿Me he perdido algo?… —preguntó Armando entrando de nuevo en la sala. Con los ojos vidriosos, enrojecidos como si hubiera estado llorando momentos antes, dibujaba una extraña sonrisa en su rostro mientras se pasaba la mano nerviosamente por la nariz en un par de ocasiones.
Enormemente disgustado, Germán se quedó mirando a sus dos hermanos para acabar tomando la palabra…
—El reloj de nuestro padre seguirá moviéndose por los mismos valores que él ha tenido en vida… El Honor, la Familia —pronunció mirando a su madre con semblante más que serio—, el Valor, el Respeto, la Rectitud —prosiguió, mirando amargamente a Gerardo hasta provocar que éste empalideciera súbitamente como si hubiera visto un espectro ante él—, la Honradez, la Fidelidad —finalizó clavando la vista en Armando, como si su mirada fuera un estilete recién afilado cortando el aire hasta llegar a él.
En aquel preciso instante, al escuchar el último de los valores recitados solemnemente por su marido, la señora Cándida abandonó la estancia entre sollozos que parecían ahogarle en lo más profundo de su alma…
—¡El reloj me pertenece a mí! —irrumpió Armando airadamente—. Yo fui el que sustentaba económicamente a la familia cuando nuestros padres no podían hacerlo…
Una lágrima empezó a aflorar de los cansados ojos de la señora Mercedes. En su memoria emergían recuerdos de gran penuria pasada tiempo atrás. Tampoco pudo evitar el recuerdo de cómo apenas podía costear los fastuosos viajes de su hijo Armando cuando éste finalmente se arruinó…
—¡Qué!... ¿No piensas decir nada? —intervino nuevamente Miguel, dirigiéndose a su querido Gerard—. ¿Dejarás que tus hermanos sigan humillándonos como siempre? ¿No han tenido suficiente toda la vida con sus mujeres?
Mediante una reacción inmediata, Germán inmovilizó a Miguel por la nuca y en un par de movimientos lo amorró bruscamente contra el cristal de la urna donde yacía el cuerpo de su padre. Nunca una distancia tan corta había resultado tan fría y desoladora…
—¡El reloj nos pertenece porque tenemos un valor inexistente en esta familia… el Amor!—exclamó Miguel entrecortadamente.
Entre aquel griterío y ciertamente conmovida, la señora Mercedes recordó el momento en que Gerardo dejaba en el altar a su futura esposa para irse con Miguel. Su hijo siempre había sido una mujer atrapada en un cuerpo de hombre, consiguiendo así escapar del corsé familiar, dejando de ser lo que su padre quería que fuera…
—¡¡Cuidado Germán!! ¡Que le vas a romper la nariz! —gritó Armando al oír los gemidos de Miguel al ser aplastado cada vez más contra el cristal del ataúd.
—¡Pues se pondrá un tabique de platino como el que van a ponerte a ti de aquí a poco! —contestó Germán sin dejar de presionar el rostro de su cuñado.
—Señores… ¡Ha llegado el momento!… —resonó en la sala con majestuosa solemnidad.
Ante la espantosa escena familiar que se estaba llevando a cabo junto al ataúd del difunto señor Germán, un individuo alto y delgado, vestido de riguroso negro y de largas y huesudas manos, empezó a recoger las flores presentes en la sala evitando perturbar lo que allí acontecía.

* * *

En el cementerio municipal, bajo la incesante lluvia que no dejaba de caer desde la noche anterior, un albañil de los servicios funerarios seguía rebozando con la paleta el pequeño tabique tras el cual ya descansaba eternamente el señor Germán. Cual plañideras a sueldo, las hermanas del difunto sollozaban ostensiblemente, conmoviendo al resto de los presentes con sus escandalosos lloros.
—No somos nadie… —repetía continuamente la mayor de ellas, mientras su hermana asentía con la cabeza secándose las lágrimas con un pañuelo—. No somos nadie…
Acabada la faena, el albañil empezó a disponer algunas coronas de flores y ramilletes al pie del nicho, empapado de agua que resbalaba por las paredes de piedra hacia el suelo. Lirios y rosas blancas, astromérias y crisantemos daban algo de vida al frío mármol.
Acompañada por sus tres hijos, la señora Mercedes continuaba recibiendo las condolencias de algunos vecinos y conocidos del lugar. De repente, empezó a caminar lentamente hacia el sepulcro ante la mirada de todos los allí presentes. Acariciando la piedra empapada, se giró…
—Sé que vosotros tres estáis esperando algo de vuestro padre… —dijo la anciana mirando a sus hijos uno por uno, de mayor  a menor…—. Germán, sé que lo lucirás por el pueblo durante el paseo dominical, del brazo de tu mujer, pavoneándote de ser el nuevo patriarca de la familia… —continuó, señalando con su huesudo y retorcido dedo índice a su hijo—. Armando, sé que lo venderás para costearte el viaje que tienes pendiente a Cuba con tus amigos para fumar puros y mucho más…
Por momentos, la voz de la señora Mercedes parecía quebrarse de tanto dolor sufrido en tan pocas horas.
—Gerardo, hijo mío… —prosiguió la anciana—. Sé que lo que más anhelas es podérselo regalar a tu querida pareja, aunque él sólo lo quiera para tener una propiedad más, al igual que hizo contigo en su día…
Alzó la voz para dirigirse hasta el último rincón del cementerio, a modo de último esfuerzo…
—Pero habéis de saber que ninguno de vosotros es merecedor de llevar el reloj de vuestro padre. ¡Ninguno de vosotros ha demostrado ser merecedor de tan preciada joya!
El eco reverberaba considerablemente bajo la incesante lluvia…
—¡Y habéis de saber que el reloj se ha ido para siempre con vuestro difunto padre!...

Ricard Màgar
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:47:50 pm
Cuento de un día


Era una mañana como la de cualquier otro día, se despertó como todos los días, con un sueño pegajoso que no le dejaba más que entreabrir levemente los ojos, como si el cansancio del día anterior hubiese decidido quedarse anclado allí, sin prisas por desaparecer, pero tenía que despertar, levantarse y, sobre todo, lavarse las manos. Repasó mentalmente lo que haría, llegar al cuarto de baño, lavarse las manos, orinar, lavarse las manos, la cara, peinarse, lavarse los dientes y lavarse las manos. Esta rutina de lavarse las manos insistentemente era de siempre, de lo que no se puede recordar el origen, del fondo de la memoria, de lo que hacía ya por sistema, lavarse las manos una y otra vez, sin prestarle atención.
Había comenzado como siempre, pero no era del todo igual, algo se salía de lo normal pero no sabía el qué, fue a desayunar, tomó su café fuerte, negro, de sabor intenso y muy caliente, como le gustaba y, sobre todo, muy dulce. Al ir a echarle el azúcar, algo le llamó la atención pero enseguida pasó a otra cosa, tenía que remover ese café espeso que le ayudaba a comenzar el día, de repente, cayó en la cuenta, sus manos parecían estar como borrándose, sus bordes eran bastante difusos, pensó “Todavía no me he despertado, seré *****?” pensó que eran una de sus múltiples manías como nunca levantarse con el pie izquierdo o tomar el café muy caliente o las tostadas frías con mantequilla derretida eso sí pero frías, sus manías … así que no le prestó la mayor atención. Terminó de desayunar, recogió la mesa, se lavó las manos, cogió las llaves de casa y se dirigió sin más a su trabajo, al que se desplazaba andando, estaba tan cerca… Al apretar el botón del ascensor hacia la quinta planta donde estaba su oficina, apenas podía distinguir el borde de la uña de su dedo índice, se miró toda la mano, se fijó también en la derecha. Increíble. Sus dos manos se estaban desdibujando, era una sensación extraña porque sentía sus dedos, podía tocar y sentir el frío de los botones metálicos del ascensor pero apenas podía ver esos dedos que tenían que estar ahí, claritos y cercanos… se quedó un rato mirando sus manos y ante sus propios ojos y justo un segundo antes de que la puerta del ascensor se abriese, no podía ver sus manos, no, no era posible, le habían desaparecido, no podía verlas.
Ahogó un grito, intentó salir del ascensor, se metió las manos en los bolsillos, sentía la tela suave de los bolsillos de su americana, si movía los dedos oía el roce que realizaban con el contacto de la tela, sacó de nuevo las manos pero seguían sin estar allí. Fue inmediatamente al baño, a lavarse las manos y, esta vez, también a echarse agua en la cara, que lo despejase, que lo despertase de una vez por todas!! Sacó las manos de sus bolsillos, seguían sin estar ahí, cerró los ojos y se dirigió al lavabo, no había problema, lo conocía como la palma de su mano, lo utilizaba diariamente para lavarse las manos  al llegar, antes de sentarse en su ordenador, y así cada hora hasta que se iba a su casa. Buscó el grifo a oscuras, mirándose para adentro, sintió el agua fría en sus manos, el jabón resbalando lentamente, frío pero cálido a la vez, esa sensación que tanto le tranquilizaba, se frotó las manos una contra otra con energía, como siempre, haciendo suficiente espuma, derramando el aroma a mandarina por todo el aseo, sí, estaba más tranquilo, tenía las manos limpias, abrió los ojos, la espuma no le dejaba ver sus manos, todo había sido producto de su sueño, ese sueño que ni con el café se había querido desprender del todo, colocó las manos bajo el grifo y………la espuma también se había llevado la ilusión de verlas, no estaban, se le habían borrado y no tenía ni idea de qué podía hacer, sabía que estaban allí, las sentía, pero no las veía, se estaría volviendo loco? Bueno, lo primero, organizarse, su mente analítica inmediatamente tomó el mando, rebuscó en el bolsillo de la americana, días atrás había estado haciendo mucho frío, se echó unos guantes en la chaqueta porque, en invierno, sus manos se despellejaban con mucha frecuencia, siempre había sido de manos sensibles. Buscó y rebuscó por todos los bolsillos, dios mío, cuantos bolsillos puede tener una chaqueta? Por fín los encontró, estaban en el bolsillo interior, eran finos y muy suaves, como a él le gustaban, nada ostentosos, oscuros, discretos. Cerró los ojos y se los colocó, en esta situación de locos era mucho más fácil realizar las tareas más cotidianas con los ojos cerrados, cuando terminó se miró las manos, por fin, estaban ahí, que descanso poder verlas claramente. Su mente analítica siguió maquinando, decidiendo, ahora tenía que ir a su despacho, trabajar normalmente. A veces, ante una situación descabellada, realizar las tareas más simples con normalidad tranquiliza enormemente, su mente se lo indicaba, sí, haría eso. Salió del baño y fue directamente a su despacho, Elisa lo interceptó, buenos días, hombre, el jefe ha preguntado por ti, le he dicho que estabas en el baño. Todos le conocían, sabían de esa manía suya de lavarse insistentemente las manos, así que hasta ahora, al menos para los demás, su comportamiento seguía siendo el normal, el de todos los días. Se dirigió a su despacho, se le había ocurrido algo pero ahora tenía que ir a ver al jefe, lo había llamado y no quería hacerle esperar, la empresa estaba atravesando una difícil situación económica y, prácticamente todos los días pasaba varias veces por su despacho para hablar con el jefe, consultar decisiones, aportar otra visión, otro punto de vista, esa mente analítica era para su jefe un gran tesoro que utilizaba indiscriminadamente, le aportaba tranquilidad, lucidez, otra perspectiva…
Salió del despacho de su jefe sin saber muy bien de qué habían hablado, había estado distraído y, sinceramente, si tuviera que transcribir la conversación que había mantenido con él, sólo podría escribir que dijo buenos días! La verdad es que tampoco le importaba, estaba pendiente de sus manos, madurando la idea que se le había ocurrido mientras se lavaba en el baño. Se dirigió hasta su despacho, cerró la puerta y buscó entre los cajones, el mes pasado había tenido que hacer un boceto de un anuncio a mano así que disponía de algunas pinturas de color pastel que le podrían servir. Se las pintaría, si no las podía ver, si se le habían borrado, las volvería a dibujar. Encontró un tono rosa claro bastante parecido al color de la piel, tenía que servir…Extendió un papelógrafo sobre su mesa, se quitó los guantes suavemente, no podría ver el temblor de sus manos pero, vaya si lo sentía, intentó ponerlas sobre el papel, no atinaba, hizo lo que ya se estaba convirtiendo en una costumbre, costumbre de un día, memorizó donde estaba el pincel y la pintura abierta, esperando que el pincel lamiese suavemente su cremosa superficie y …cerró los ojos, en su mirar hacia dentro todo se volvía nítido, tomó el pincel, con la otra mano cogió el bote de pintura y comenzó, en cuanto la primera pincelada rozó su piel, abrió los ojos, tenía que comprobar si funcionaba….y allí estaba, un trozo de su mano color rosa pastel, su interior dio un salto, eso es, ahora a continuar….
Terminó de pintarse las dos manos, si te fijabas quedaba un poco raro pero tenías que fijarte bastante así que podía valer, al menos hasta llegar a su casa sin que la gente le preguntase porqué usaba guantes un día tan cálido. Sopló sus manos insistentemente, la pintura se estaba secando…pero tenía que ir a lavarse las manos, aguantó el impulso de levantarse inmediatamente e ir al lavabo, tendría que esperar, al menos, hasta que se secase la pintura, sería resistente al agua? No había caído en ello, si no se podía lavar las manos con la pintura no era solución, tomó el bote de pintura para leer sus características, qué alegría sintió al poder coger el bote sin tener que imaginarse sus manos en el proceso, las veía, las controlaba, eran las suyas, por fin. Con grandes letras pudo leer Pintura al agua, se aclara con agua. Su alegría se ensombreció, no podría lavarse las manos al menos hasta llegar a casa. Era cuestión de control mental, podría hacerlo, intentó concentrarse en unas lecturas que tenía pendientes, empezaba a faltarle el aire, abrió la ventana, pero la sensación de ahogo continuaba, no podía respirar…Se decidió, prefería ponerse los guantes, así que se dirigió al lavabo, miró sus manos, rosa pastel, temiendo ponerlas bajo el grifo pero con un impulso ya incontrolable…qué sensación tan agradable, el agua fría, el jabón líquido cálido y frío a la vez, el olor a mandarina, veía como el color se iba diluyendo lentamente desapareciendo por el desagüe…como sus manos. Un sudor frío perló su frente, su cuello, su cara, su espalda. Se iría a casa, así no podía trabajar, ni siquiera con los guantes..
Iba caminando por la calle como sonámbulo, todo le daba vueltas, se dio cuenta que no había comido nada en toda la mañana. ¿Cómo podían desaparecer unas manos?¿Tendría algo que ver que se las lavase tanto? ¿Cómo pueden borrarse unas manos? Ni aunque se las lavase millones de veces… Él las sentía, notaba el roce de los guantes, podía coger cosas, fumar un cigarrillo. Llegó a casa, se las lavó con los ojos cerrados y se preparó algo de comer, no se le ocurría que podía hacer, ¿cómo iba a comer con guantes? Se puso unos de plástico, de estos de un solo uso, era curioso como ni siquiera con estos guantes podía ver el contorno de sus manos dentro de los guantes semitransparentes, comió con apatía, recogió la cocina, se lavó las manos y se puso los guantes que había llevado toda la mañana, necesitaba ver físicamente sus manos. Se dirigió a la habitación, dormiría un poco, ¿y si había sido un sueño? No, un sueño no, una auténtica pesadilla…Se despertó al atardecer, el teléfono había estado sonando pero no le importó, ni siquiera fue a mirar quién había insistido tanto. Se fue directamente al ordenador y tecleó “manos borradas” en el buscador de internet, ninguno de los 1.200.000 resultados tenía nada que ver con lo que le pasaba a él, probó con manía de lavarse las manos, ¡ja!, ni siquiera se imaginó que podría llegar a ser realmente un problema o la exteriorización de algún trastorno mayor. Leyó y leyó y quedó realmente impresionado con lo que la ventana al mundo que es el internet le mostraba, resulta que su problema no era que se le habían borrado las manos, sino que se las lavaba mucho. Este pensamiento le hizo gracia, lo tranquilizó. Se fue a dormir con un ánimo distinto, distendido, con cierta distancia de la realidad y, por supuesto, con sus guantes.
Era una mañana como la de cualquier otro día, se despertó como todos los días, con un sueño pegajoso que no le dejaba más que entreabrir levemente los ojos, pensó que lo ocurrido el día anterior había sido una pesadilla, sí, eso debió ser, inmediatamente buscó sus manos con la mirada, las sacó de debajo de las cálidas sábanas, se quitó los guantes…. Era horrible, seguían sin estar allí, volvió a cerrar los ojos muy fuerte, seguro que todavía estaba dormido. No, no lo estaba pero intentó pensar en un cielo oscuro, oscuro, como le habían enseñado de pequeño. Cuando no conseguía dormirse, su madre, tumbada junto a él, le decía que a veces el sueño es asustadizo y que hay que atraerlo, pensando en un cielo muy oscuro, sin estrellas, así al sueño se le quita el susto y se desliza suavemente sobre los ojos que tienen que estar cerrados para no verlo llegar porque, aparte de asustadizo, es muy tímido. Lo intentó pero sólo veía sus manos por todos lados, sus limpias y contundentes manos, hizo un tremendo esfuerzo pero el cielo negro no aparecía, dio vueltas y vueltas hasta que no pudo más y se levantó….Se acabó, no dejaría que no ver sus manos le amargasen el día, ya pensaría una solución, ahora, lo importante era hacer lo que en un día se había convertido en una costumbre: cerrar los ojos para lavarse las manos y ponerse unos guantes, sí, era la mejor solución, así no se volvería loco. Ya iría al médico, al psiquiatra, al dermatólogo al…. el pensamiento de no saber a qué especialista acudir le provocó una sonrisa, y le pareció una excelente idea el uso de los guantes, podría decir que tenía alguna dermatitis a la que no podía darle la luz solar, sí, eso haría. Salió a la calle como cualquier otro día, de mucho mejor humor que el día anterior pero levemente diferente, se dio cuenta que muchas de las personas con las que se cruzaba usaban guantes…¿¿¿.les habrían desaparecido las manos también???

Pamadama
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:49:08 pm
Cosas del destino


Por fin había llegado su hora. Paula había estado luchando con la burocracia japonesa desde hacía dos años y medio. Pero había valido la pena. El siguiente martes se embarcaría con destino a Shiroishi, Japón, para una instancia inicial de cinco días, luego volvería con los contratos para una permanencia de medio año.
Aquella noche, cuando Paula recostó su cabeza sobre la almohada, no pudo parar de recordar las infinidades de vueltas que el consulado oriental le había hecho dar por nada; sólo para repetir documentos.
Menos mal que mi jefe es paciente, de lo contrario, ya estaría en la calle pensó ella con una sonrisa cariñosa antes de cerrar los ojos.
Trabajaba con su padre desde que había terminado la carrera ya que su hermano, aventurero, había escapado de la responsabilidad de asumir el negocio familiar. Sí, de aquello hacía siete años. Tiempo en que ella aprovechó para estudiar idiomas. Estudió inglés, francés, alemán y japonés.
Sin embargo, su hermano, después que su padre lo echara de casa, se marchó a París, donde estuvo trabajando y viviendo en el Barrio Latino. Luego se marchó a España, Portugal, América Latina, China y acabó en Japón donde conoció a su esposa.
Sus padres nunca habían aprobado dicho matrimonio, porque no conocían a su nuera más que por fotos, así como a sus dos nietos varones. Pero, todo era perdonable al varón, ya que el joven se había planteado ser un jefe de familia ejemplar. Y ahora que les proponía un negocio muy lucrativo, todo estaba olvidado, para consternación de Paula.
Había pedido a su hermano que le reservara hotel, visitas turísticas y todo lo que pudiera hacer en la ciudad de Shiroishi. En su agenda personal, tenía pintado en rojo el día y la hora de las entrevistas con los dos primeros clientes-proveedores, luego una larga raya diagonal y escrito en letras grandes “Diversión y Libertad”.

Así llegó el día “D”, y Paula se embarcó con destino a Japón. En el aeropuerto le esperaban el hermano acompañado de su esposa, una mujer menuda con una melena negra presa en una coleta alta y sus dos hijos, de tres y cinco años.
Después de los abrazos, besos y presentaciones, fueron al Pacific Hotel Shiroishi, donde decidieron cenar en familia.
Su cuñada estaba siempre pendiente de su marido, tanto que llegaba a ser molesto; también de sus hijos, extremadamente educados a pesar de la poca edad. Casi agradeció cuando se despidieron con la disculpa de que se levantarían temprano al día siguiente.
Paula los acompañó hasta la salida, dio un beso a cada niño, que parecían gemelos, y a su cuñada, que parecía mestiza como gran parte de las mujeres orientales. Luego subió a su habitación en la sexta planta.
Después de cerrar la puerta, respiró profundamente; sí, lo había logrado, era la subdirectora de una franquicia japonesa en Europa y estaba decidida ser la única capaz de lidiar con los japoneses. Fuesen machistas o no, era ella la única persona capaz de solucionar sus problemas en los dos continentes.
Pensando así, se dio una buena ducha y se recostó sobre la cama con los contratos en mano y quedó dormida.
Al día siguiente, como estaba previsto, su hermano la fue a buscar muy temprano. La llevó al edificio de oficinas donde, casualmente, se encontraban los dos clientes. Luego se marchó a sus quehaceres.
Paula pasó allí el día, primero esperando que le atendiesen, después explicando sus propuestas y afianzándolas con diapositivas, previsiones y carpetas llenas de números. Comió con los ejecutivos y después volvió a la carga. Ya al final de la tarde logró la firma del contrato.
Cuando salió, su hermano la esperaba.
¿Difícil negociación, hermanita? le preguntó su hermano en tono burlón.
Ella soltó una exclamación entre dientes, apenas audible.
Toshio quiere que vengas a cenar con nosotros intentó el hermano una vez más iniciar una conversación.
La verdad es que, no estoy con cuerpo para celebraciones. ¿Tienes idea de cuantas horas estuve delante de estos japoneses intentando persuadirles para que firmasen el contrato con nosotros? caminaba con pasos cansados delante del hermano, de repente se paró y se volvió. Nunca pensaste en nadie más que en ti mismo. No pensaste en como sería mi vida después de cinco años dedicados a estudios, pues ahora llevo siete dedicados al trabajo. Mientras tú salías por el mundo a vivir tus aventuras en cuevas orientales, yo estuve levantando todo un imperio, el cuál tú llevarás un buen pellizco cuando falten los viejos…
El hermano ya no conocía a la mujer que tenía delante, recordaba haber dejado una joven ilusionada por vivir una vida llena de aventuras como la que había vivido él, su héroe.
¿Qué te ha pasado Paula? ¿Tanto daño te he hecho con mi partida? fue cuanto pudo pronunciar.
Ella le dio la espalda y siguió caminando. Ya no hubo invitaciones, ni palabras de afecto, ni de cariño, hasta que el coche paró el motor delante de la portería del hotel.
El hermano iba a decir algo, pero ella se adelantó.
Mañana no hace falta que vengas a buscarme, ya he pedido que me mandasen un taxi desde las oficinas, así podré ir a la peluquería del hotel y salir un poco más tarde de aquí abrió la puerta del coche, pero antes de salir remató la faena. Agradece a Toshio por lo de la cena, pídele disculpas y da un beso a los niños. Ya te llamaré antes de volver a Europa.
Se apeó y cerró la puerta, luego desapareció en el interior del hotel, sin siquiera mirar atrás.

Al día siguiente, se levantó muy temprano, salió ya preparada al pasillo, decidida a bajar a la peluquería del hotel. En las manos llevaba una carpeta ejecutiva y unos cuantos tubos con los proyectos.
¡Baja! dijo ella al ver que la puerta del ascensor se cerraba.
Por suerte, un hombre de mediana edad, con un reluciente traje azul marino, la había escuchado y había sujetado la puerta.
Ella entró, saludó a los demás miembros de la comunidad del ascensor y agradeció al hombre de traje azul, por el detalle de esperarla.
El oriental sonreía y balanceaba la cabeza para adelante y para tras, hablando un japonés muy rápido. Ella sólo pudo captar unas cuantas palabras; anoche, temblores, terremoto.
En aquel momento, el ascensor se paró en seco y quedaron a oscuras por breve momento. Luego la luz de emergencia parpadeó antes de encender.
Mientras tanto, el japonés seguía hablando y hablando. Las otras dos personas presentes en el ascensor, también comenzaron a perder la inhibición y empezaron todos a hablar a la vez.
A Paula le giraba la cabeza, se sentía mareada y con ganas de vomitar. Sentía las manos frías y a la vez le acaloraba la ropa. De repente, alguien le tocó el hombro, lo que le hizo sobresaltar.
¿Estás bien? era el japonés de mediana edad.
No, no estoy bien. No me gusta estar encerrada comentó ella.
Miró su alrededor y pudo comprobar que a parte del oriental de traje, estaban la mujer que se alojaba en la última habitación de su pasillo; la había visto en la noche anterior con un acompañante, y un joven de unos veinte o veintiuno años, con apariencia de ser un gigoló.
Fue la mujer quien dijo, con un acento francés, que todo iría bien.
La vista de Paula ahora estaba borrosa. Los nervios le jugaban una mala pasada. Sintió una mano suave limpiarle la frente con un pañuelo.
¿Qué ha pasado? preguntó con dificultad de respirar.
Fue la mujer con acento francés quien contestó.
Sólo es un terremoto, querida, aquí esto es frecuente. Estamos siempre en movimien…
Antes que pudiera terminar la frase, otra sacudida. De esta vez, más fuerte que la anterior. Se podía sentir al ascensor tocar las paredes laterales de su habitáculo.
Luego hubo un aflojo automático de cables y el ascensor descendió por lo menos un piso y volvió a parar bruscamente, lanzando a todos al suelo.
Paula en un ataque de nervios, comenzó a gritar que la sacasen de allí. Fue el oriental de mediana edad, quien se arrodilló a su lado.
No hay por qué preocuparse, vendrán en seguida le dijo.
No, no era lo bastante para Paula que, no había vivido su vida, ni la viviría, porque estaba allí, encerrada. No tenía amigos, ni un novio. Sólo tenía a un padre cegado por el dinero, una madre cegada por su hijo varón, y un hermano que en el día anterior había maltratado. ¿Quién me va a llorar? pensó Paula para si misma y su desesperación fue en rápido crecimiento. Parecía que el destino le querría penalizar por su vida mal vivida. Dos años y medio de lucha para venir a Japón y ahora que estoy aquí, aquí moriré.
Se incorporó y comenzó a golpear la puerta de acero revestida de madera, implorando que la abriesen y la dejasen salir.
El oriental de mediana edad intentó sujetarla, pero ella se soltó y lo abofeteó.
No me toques le advirtió con el dedo pegado en la nariz.
Luego fusiló a los demás con un fuego latente en la mirada. Silencio. Todo era silencio.
Volvió a golpear la puerta con más insistencia.
Ya agotada, Paula se dejó caer en el suelo del ascensor. No sabía cuanto tiempo había pasado, pero se sentía agotada.
De repente, alguien abrió una pequeña brecha en la puerta y el aire, aunque cargado, penetró fresco en el cubículo. Era el personal del hotel y el hermano.
¿Paula, estás bien? preguntó el hermano.
No, necesito salir fue su respuesta en forma de un leve susurro.
Lograron abrir la puerta del ascensor con mucha dificultad. El japonés de mediana edad y el joven gigoló sacaron a Paula, casi desvanecida. La otra mujer, la del acento francés, salió cargando las pertenencias de la joven ejecutiva.
Otro temblor.
De esta vez el hermano no paró a pensar. La cogió en brazos y la llevó a la calle. Salió por las ventanas de cristales rotos. Paró un momento en busca de algo que no tardó a encontrar. Su coche había sido empujado por un camión y estaba empotrado en un escaparate. Mientras tanto, Paula recuperaba la conciencia poco a poco.
El hermano, rápidamente buscó otro coche que estuviera en condiciones de salir de allí y por suerte encontró un utilitario apartado, con la puerta abierta y las llaves puestas.
Nos vamos de aquí dijo el hermano cuando arrancó el motor.
¿Qué haces? Tengo una entrevista dijo ella, pero se calló al mirar su alrededor.
En los escasos quince minutos que Paula había estado encerrada en el ascensor, se había desatado todo un desastre en Japón. Bocas de incendio reventadas, coches chocados, personas gritando. Todo era caos, era sufrimiento, era dolor.
Sí, era cosa del destino. Estar en el lugar equivocado en el momento exacto. Todo parecía el principio del fin, o el principio de un nuevo principio.
El hermano logró salir de Shiroishi antes del punto culminante de la furia de la naturaleza. Se refugiaron en Shibata, en casa del hermano. Allí vivieron todos los episodios de furia natural, uno tras otro, sucesivos y peores. También un tsunami y la radiación de la central. Todo un país arruinado.
Entre el hermano y Paula, lograron convencer a Toshio a abandonar sus orígenes, junto a su hermano Obushi y su esposa Nayuri.
Siete días después del ocurrido, lograron embarcar todos; Paula, el hermano, su familia y la familia de Obushi; todos con destino a Europa.
Será un buen lugar para educar a los niños; cerca de sus abuelos decía el hermano a modo de disculpa.
Paula logró escapar del desastre que abrazó a Japón gracias a su hermano que, persistente, la fue a buscar aquella mañana.

Pandora Coelho
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:51:26 pm
Cinco guerreros


Llegaremos a Brasilia en dos horas. Estamos listos para la gran batalla. Hace décadas que la opresión viene forjando nuestro deseo de luchar y de ser libres.
Ajusto mi cinturón y me preparo para el lanzamiento. Mis cuatro compañeros de cápsula están listos. Alfa 9810 tiene los ojos cerrados, quizá por los nervios, quizá por la emoción. Es su primer vuelo fuera del continente. El resto de nosotros tiene algo de experiencia, pero no más valentía.
Mi nombre es Beta 4791. Nací el día doce del primer mes de 2082, en la base europea Esperanza. No tuve la suerte de conocer a mis padres. Tal vez alguno de ellos también esté viajando en alguna de las miles de naves que nuestro Líder ha lanzado hacia el Imperio.
Allí, no nos esperan. No conocen nuestras nuevas armas. Ni siquiera saben de nosotros, encerrados en sus enormes burbujas, alienados por sus medios de comunicación… no imaginan que vamos a invadirlos.


Recuerdo que en mi infancia escuché una hermosa leyenda. Relataba una gran cruzada, de grandes hombres que liberaron Eurasia de un oscuro tirano. La comparto para animar a mis compañeros. Delta 0462 me asegura que la historia es cierta, y que ocurrió hace más de doscientos años... ¡Doscientos años! ¿Será así? Ojalá recuerden esta gesta durante tanto tiempo.
Por ahora, no sé nada de Gama ni de Omega. Ni sus números de serie, ni su edad... Pero en sus rostros veo el mismo maltrato que hemos sufrido como pueblo.
Pese a todo, pudimos adaptarnos. Siempre lo hicimos. Estamos decididos a ser libres. Acabo de cumplir dieciocho años y nunca pude decir lo que sentía. Me acostumbré a hablar en voz baja, a no mirar a los ojos, a callar, a no pensar distinto.
Con Alfa hemos sido compañeros de escuela–cárcel. Doce años completos levantándonos de noche, picando roca, limpiando el excremento de nuestros dictadores de América del Sur. Setecientos metros bajo la superficie, casi sin luz ni agua, con poco aire.
La esclavitud ha moldeado y templado nuestro espíritu. Así, aprendimos a compartirlo todo. No lo que sobraba, lo que faltaba y apenas alcanzaba.
Día tras día, creció en nosotros el deseo de libertad.


Pasan los minutos y siento que mi traje me ajusta bastante. Acostumbrado a la escasez, llevo pocas provisiones. Sólo guardo dentro de mi ropa una foto–móvil de mi futura esposa, que una y otra vez me saluda y alienta. Eso me hace más fuerte y me asegura que esta guerra… esta guerra valdrá la pena.
Seguimos volando, cada vez más rápido, en una de las naves que la Resistencia ha lanzado rumbo a Brasilia, la capital del Imperio Suramericano. Aquí, como en las otras, hay cinco guerreros dispuestos a todo, uno de cada raza europea. Kilómetros y kilómetros de orgullo y valor me rodean.
En este momento, en mi pantalla-facial aparece la imagen de nuestro Líder, que nos repite, con voz serena pero firme:
VAMOS POR TODO. QUEREMOS SER LIBRES... VAMOS POR TODO. QUEREMOS SER LIBRES... VAMOS POR TODO. QUEREMOS SER LIBRES...
Con la tranquilidad del que es capaz de dar la vida por lo que ama, me recuesto sobre la ventana que muestra las estrellas y trato de descansar un poco.


Sólo faltan cuarenta segundos para llegar y me siento feliz. Veo a través de mi casco que la batalla final ha comenzado.
Y estoy seguro… la victoria será nuestra.
¡Viva la Gran Eurasia! ¡Viva!

Aurelio
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:53:17 pm
Anonimato


Recién cumplidos los 80 años se preguntará por la mujer de su vida. Ya será uno de los grandes escritores del planeta. La candidatura al Nobel lo habrá convertido en personaje célebre casi de la noche a la mañana. Ahora la podré encontrar, se dirá ante el espejo del baño, ajustándose la dentadura postiza y la corbata. Ahora soy una figura pública. Ahora sí, ****, ahora sí. En dos semanas se adaptará a la lógica y repentina aparición de enemigos, ex esposas, ex amantes, ex hijos incluso. Como si hubiese esperado esos instantes toda la vida, sobreactuará una pose de anciano feliz para las cámaras de una rueda de prensa internacional. Más tarde, las muchachas periodistas le brindarán tragos y adulaciones. De repente una de ellas sacará de su bolso el New York Times. Él no comprenderá ni una de las palabras en inglés, pero sí la ridícula foto de la primera plana.
-¿Y esto?, preguntará nervioso, mirándolas.
Ellas congelarán la risa y no sabrán qué responderle. Entonces él recordará que nunca le preguntó el nombre a la señora del parque. Pero esto ocurrirá después.
La mujer de su vida lo había descubierto antes que la Academia Sueca. De adolescente ocultó sus libros como si estuviesen censurados. Después se acostumbró a leerlo en cualquier sitio; en inmensas colas a la entrada de los cines; bajo apagones, a la luz de una vela; caminando; de pie entre miles de cuerpos sudorosos dentro de cientos de guaguas; en el trabajo; embarazada, luego de acostar a la niña.
El viejo autor, solo en casa, en calzoncillos y chancletas, cuando escuchó la sigilosa noticia radial, de las manos se le resbaló el vaso de agua con azúcar. Se sintió rodeado de gente que aplaudía su desnudez, sorprendido in fraganti. Respirando la humedad de un cuarto sin teléfono, televisor o computadora con acceso a redes, arrastró los pies hasta la sala, preguntándose al unísono por amigos, parientes, mujeres hartas del Dúo Literatura y Pobreza, y pensó en el hijo, su hijo único, y en la última vez que se dirigieron la palabra. Entonces, derrumbados los huesos sobre un sofá de más de un siglo, se dedicó a marearse oyendo cómo la onda lejana de una voz leía sin énfasis y algo escéptica, su currículo lleno de polillas. El viejo autor no entendía cómo, si nunca montó un avión ni gozaba de agente literario, y se encogió de hombros hasta vestirse y salir a la calle.
Qué va, me voy, me voy, pensó mientras cruzaba. Lo detuvo un lejano parque rodeado de marpacíficos. Una niña que armaba su propio ramillete calló su canción al verlo y corrió hacia un arbusto. Sentada sobre la tierra, entre dos grandes raíces, una llorosa madre leía las páginas de un libro sin portada. El viejo obedeció al impulso de acercársele sin timidez.
-Perdone, señora, ¿puedo ayudarla?, ¿le pasa algo?
La señora rió negando con la cabeza. Para secarse las mejillas dejó caer el libro sobre la saya.
-No se preocupe, señor, es que me emociono… El riesgo de ser una lectora empedernida, ¿no?
-¿Y es tan bueno…?
-¿El libro?
La niña le dio una de sus flores a la madre.
-Gracias, mi cielo. Muy bueno, señor.
Una llovizna sirvió para que se protegieran bajo el techo de una parada inhóspita. La niña bañó las flores robadas. Cuando se sentaron, la señora recitó un párrafo que hablaba de la lluvia.
-¿Lo ha leído? –se interrumpió.
El viejo se encogió de hombros.
-Empiece ya –ordenó y le puso, con un recelo exagerado, el libro sobre el pantalón-. Es genial, genial… único. Lea la primera oración.
El viejo hojeó con pánico y encontró la mayoría de las líneas subrayadas.
-Al menos sirven para aforismos.
-¿Cómo?
-Nada, nada, leía en alta voz.
Había esquivado una sensación de pena. Temió no haberse mirado al espejo antes de salir. Sintió que si reía iba a parecer una arruga sonriente.
-¿Sabe qué? –dijo la mujer de su vida, de nuevo con los ojos humedecidos-. Solo me queda un sueño: conocer a este hombre extraordinario.
-¿Quién?
-¿Quién va a ser?: el autor.
-Ah.
Cuando escampó, la niña hundió la nariz en las flores. El viejo pensó que la mujer de su vida estaba loca. « ¿Por qué no escogió a Gabo, a Vargas Llosa, por ejemplo, o a Hemingway?»
-¿Sabe cómo lo imagino? –continuó ella.
-¿Cómo?
Con una mano se cubrió la risa.
-Un poco mayor, claro, pero tan… Estoy segura de que me encantaré cuando lo vea. Porque algún día lo voy a ver, sí, ya verá.
-¿No lo conoce?
-En la contraportada de este libro hubo una foto, pero la niña… sabe como son los niños, la hizo pedazos.
-¿Lo ha visto?
-En vivo no. Ni una vez. Es que ni lo ponen en televisión. Le juro que no sé ni qué cara tiene, pero no me importa. Amo todos sus libros. Eso me basta. No lo conozco, pero debe ser hermoso. Sin pensarlo me casaría con él.
-¿En serio?
La señora se mordió los labios y asintió con rapidez.
-Me lo leo sin descanso desde el Pre, hasta mi niña se sorprende.
El viejo comprendió que probablemente estaba hablando con la mujer de su vida.
-A lo mejor no lo conozca nunca –dijo ella.
-¿Por qué?
Suspiró:
-Sueño tanto con tenerlo así, como a usted, cerca, aunque sea unos minutos… quizá es un hombre ocupado, serio… no sabría ni qué decirle… supongo que tontería más tontería… jaja… es sólo un sueño incurable.
La niña avisó que venía la guagua. La mujer de su vida le tendió una mano al viejo y al abrazarlo le soltó:
-Fue un placer conocerlo, mil gracias por haberme oído un rato.
Él respiró profundo.
-El placer fue mío.
-El libro –advirtió la niña.
-¿Cómo se me va a olvidar?
La guagua dio un frenazo antipoético. Minutos después la niña bajó corriendo del vehículo, le entregó su ramillete de flores y le dio la espalda sin oír gracias.
Luego del motor y el humo, regresó el silencio. El viejo cerró los ojos imaginando una historia de amor inverosímil. Debió permanecer allí sentado un par de horas, antes de la publicidad, las cámaras, las ovaciones, las entrevistas, los paparazis extranjeros, las primeras planas, los dossiers, la enjundia de los homenajes, las demasiadas loas. No le importó tanto el futuro. No quiso saber si sus gestos ahora tendrían valor fotográfico. Hundió la nariz en las flores rojas y alguien, con medio cuerpo escondido detrás de un árbol, le disparó varios flashes. Al viejo le dio gracia el susto. Su corazón era un indocumentado adolescente con ganas de comerse al mundo. Oscurecía. 

José Arcadio Segundo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:54:35 pm
Parece pero no lo es


                               Como cada noche el insomnio echó a Andrés a la calle, solo que esta noche no era una más, había decidido que iba a ser la última.
       Sus pensamientos tan inconsistentes como él mismo cambiaban a menudo de posición, de pronto prevalecían los que “tirarse por el puente al río, era lo más acertado”;  como los que tenía que haber escrito una carta al juez”;  al fin y al cabo esa era la tradición  de los suicidas responsables y, no como otros que lo hacían a tontas y a locas y luego había problemas para reconocerlos, para averiguar sus datos, etc...
       No, Andrés  podía  no ser muchas cosas pero eso sí, responsable al máximo. Precisamente esa responsabilidad para consigo mismo era su sin vivir;  ya que no podía vivir de acuerdo a sus deseos, los más coherente era acabar de una vez por todas.
       Cierto que aunque hijo único, Andrés había nacido con unos cuantos hermanos siameses: el miedo, la apatía, el egoísmo, su fatalismo que se había convertido en una desesperanza crónica.
     
         La luna llena le acompaño hasta  llegar a una especie de mirador que tenía el puente. Le dio la espalda a un banco de piedra que invitaba a sentarse y se abrazó a una farola, que como un centinela iluminaba el escenario de la tragedia.

- A las buenas noches colega, qué tomando el fresco-  Andrés se dio la vuelta sobresaltado y se topó con un individuo sentado en el banco, con una     “litrona” casi llena, y todo su aspecto delataba que se trataba de un “chorizo”.

      Pero como no lo había oído llegar, el puente estaba solitario, no  se había cruzado con nadie y, no había tráfico, pues estaba cerrado el mismo por obras de pavimentación.


      El susto dio paso a un cierto enfado tartamudeante,  - no, no… llevo dinero, ni nada de valor así que si quieres pincharme….- tranqui  tronco, que esta noche no estoy de servicio- le interrumpió el “chorizo”.
-   Soy Ángel y tú colega.
-   ….Andrés-  sonó la voz apenas audible, mientras pensaba que el nombre de Ángel no le pegaba ni con cola.
-    Te advierto colega, que como no sea con mucha suerte, lo que es ahogarte no te vas ahogar. Con la poca agua que lleva el río, todo lo más es que pilles una intoxicación por contaminación, o te partas la crisma al llegar al fondo.

       Pero  bueno, es que este tipo que había aparecido como un fantasma, leía también el pensamiento.
-   qué te hace pensar que quiero suicidarme.
-   Porque tienes cara de aspirante a cadáver colega.
      Andrés se hubiera reído, si no fuera por la situación tan ridícula que creía estar viviendo. Pero que suerte la suya, después de haber conseguido reunir el valor suficiente para acabar con todos sus problemas, resulta que se encuentra con un “chorizo” que en vez de liarse a  navajazos con él, y cumplir como corresponde a un profesional que conoce su oficio; éste le estaba invitando a compartir su cerveza;  y lo que es peor  con sus razonamientos prácticos le estaban minando su cada vez más flaca decisión.
           Mientras Ángel hablaba, liaba un porro con mucha parsimonia y Andrés escuchaba con asombro toda una serie de razones, de verdades tan lógicas; lo veía tan claro ahora, toda su desesperanza estaba sólo en  él, en su mortal aburrimiento. Lo más fácil siempre es echar la culpa a los demás, tenía tanto miedo del miedo. Andrés no recordaba haberle dado a nadie la oportunidad de acercarse a él, encerrado en su caparazón, no había dejado que el dolor hiciera mella, pero tampoco el amor, la amistad, la alegría.

      Ángel terminó de liar el porro, le dio una calada y se lo ofreció a Andrés, que aceptó sin titubear.
-   Sí colega, la vida ya se ocupa por si sola de ponernos obstáculos, de dejarnos sin avisarnos y es tan corta que cuando nos equivocamos no siempre tenemos la oportunidad de volver a empezar. Bueno no quiero entretenerte más, que te suicides bien colega- Ángel se alejaba por el puente.
-   Oye amigo, espera me vas a dejar así, ¿quién eres tú?
Ángel  se volvió –nunca somos lo que parecemos, eres libre Andrés, de ti depende lo que hagas con tu vida. Si dejas de atenazar tu capacidad de amor, de darte a los demás, encontraras tú propio camino, hay tanta gente que necesita tú tiempo, una sonrisa, una palabra amable, un poco de afecto…- diciendo esto, Ángel desapareció de la vista de    Andrés.

       El Sol empezaba tímidamente a salir cuando Andrés volvía a su casa .Con una  sonrisa de oreja a oreja, -sus labios no estaban acostumbrados a estirarse tanto-, por   primera vez, se sentía feliz,  a gusto en su propia piel, tenía tantas cosas que hacer.
       Al lado de un contenedor de escombros de las obras, Ángel refunfuñaba consigo mismo. –Paso por tener las alas plegadas, por estos pantalones que parecen que los han cosido conmigo dentro, por estos pelos de punta. Pero  no pasó y me quejaré al comité, que eso no estaba recogido en el estatuto. No pueden obligarme a beber y fumar esas porquerías que llaman cerveza y porros.
Una especie de niebla se llevaba a Ángel, en el suelo quedaron la ropa, y dos libros pequeños, azules de páginas casi transparentes:
   “DICCIONARIO DEL PERFECTO  PASOTA”
  “ESTATUTO DEL PERSONAL ANGELICO”

Berkana
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:55:45 pm
La venganza


Aparecía  en la plaza polvorienta y soleada de El Puerto la desfigurada forma del capitán Martirio, el famoso, en otros tiempos, guerrillero, arrastrando su “doliente humanidad”, como decía doña Flaminia Congote viuda de Góngora. 
         Al atravesar el lisiado el parque en busca del toldo de viandas de Misiá Herminia, lo hacía con la costumbre de perro cebado y recibía las sobras que la ventera le colocaba en un plato de peltre en el suelo.
         El capitán Martirio se confundía con gallinazos y perros que daban cuenta de los desperdicios que carniceros y venteras botaban al lado de los toldos.
         El calor era hostigante. Se le conocía como El Puerto de la Virginia, porque en otras épocas fue atracadero de barcos cuando el río tenía caudal.
         Doña Flaminia era la única persona en El Puerto, que tenía como costumbre darle al capitán Martirio los sobrados. Ella, la caritativa, que había quedado viuda porque el marido  había sufrido secuestro y  muerte por la guerrilla;  la criticaban, por lo que consideraban un ablandamiento, de corazón, con el exguerrillero.
         La historia del guerrillero, capitán Martirio, según la leyenda, comenzó en el año de 1950, por bandidos al servicio de uno de los partidos tradicionales. Llegaron los bandidos a una finca y masacraron a toda una familia que se dedicaba al trabajo del campo.  Sólo se salvó un muchacho de quince años que se escondió en un matorral, y desde allí vio como violaron a la madre y a sus hermanas.
         El muchacho huyó al monte.  Y a partir de ese día lo acompañó un terror que jamás lo abandonó; vagó por diversos pueblos, hasta que un día vio a uno de los asesinos de su familia y lo siguió y le dio muerte a cuchillo.  Días  después, vió al mismo asesino vivo.  Para el muchacho era un imposible, pues él estaba seguro que le había quitado la vida.  Pensó que era una aparición, como muchas de esas historias que le contaba la abuela.  Decidió volver a matarlo y así lo hizo, pero el hombre volvió aparecer a los pocos días, el muchacho comprendió en su entendimiento, que cualquier hombre era un  asesino en potencia. 
         El muchacho conoció al famoso bandolero Jalisco, que operaba en el Departamento del Tolima, se unió a los bandoleros y se quedó con el sobrenombre del capitán Martirio, porque le encantaba torturar a las víctimas.
         Se unió a la guerrilla.  Ya  viejo, dejó su oficio de guerrillero y eligió como lugar para vivir El Puerto, donde se dedicó a la venta de pescado.  Su figura se hizo cotidiana.  Prendía un tabaco para espantar el enjambre de moscas que andaba a la caza de lugares para colocar los huevos. 
         En un amanecer, encontraron al Capitán Martirio tirado frente a las puertas del hospital sin piernas y en un charco de sangre con un letrero que decía:  “Capitán Martirio, guerrillero, hijo de ****, te arrastrarás como un gusano...”
         El rencor de El Puerto se despertó de manera violenta al saber que el amputado era guerrillero; apodado Capitán Martirio.  Cuando apareció días después, arrastrando penosamente su cuerpo mutilado, recibía insultos y golpes. Los niños le tiraban piedras, los borrachos salían de las cantinas y se orinaban en él.  El párroco tomó cartas en el asunto y promulgó pecado mortal para todo aquel que insultara al Capitán Martirio.
         Lentamente, como sucede con las cosas y asuntos de los hombres, la gente de El Puerto se acostumbró a convivir con quien había sido el verdugo de muchos.
         Al sargento Gallo, Comandante de El Puerto, le dolió la condición del  Capitán Martirio, y lo remitió tirado como un bulto, en una volqueta a una población vecina, para que dejara de sufrir las vejaciones y maltratos de la gente del Puerto.
         Tres días más tarde hizo su aparición a la entrada del pueblo el Capitán Martirio.  Volvió a tomar el puesto de mendigo en la plaza al lado de otros pordioseros.
         Un día cualquiera el sargento Gallo se emborrachó y encuelló al capitán Martirio y le dijo: “al amanecer te cuelgo y te lanzo al fondo del río, para no verte sufrir”.
         Mientras tanto en El Puerto, Doña Flaminia viuda de Góngora, seguía preparando sus famosas confituras.  Era la mansión de la viuda un lugar pleno de fragancias por las esencias que se esparcían en el aire cuando en las pailas de cobre recibían los condimentos para dar el tono exacto de caramelos, colaciones, batidos y otras maravillas que hicieron famosa a doña Flaminia. 
         La mansión de la viuda poseía una atmósfera de tradición:  pues allí se habían alojado, en épocas de elecciones, los candidatos, de uno y otro partido, a la Presidencia de la República.
         Vivía como residente en la casa de la viuda el Dr. Botero.  Doña Flaminia era feliz de tener como huésped al  médico, director del hospital de El Puerto.  La matrona mantenía entre mimos y atenciones exageradas al doctor.
         La anciana no recibía huéspedes, pero el doctor “necesitaba de un hogar tranquilo, con paz, sin extraños inquilinos que perturben su intimidad”. 
         Doña Flaminia era tan rica que nadie sabía calcular el monto de su fortuna; eso de vender viandas en la plaza y atender al doctor Botero, lo hacía como una manera de justificar los días.
         El primero de noviembre, día de todos los muertos, apareció el mutilado exguerrillero muerto, debajo de un puente.  El sargento Gallo, mandó a que lo enterraran de inmediato, pero el director del hospital, ordenó practicar la autopsia al guerrillero, según lo determina la Ley.
         El doctor Botero dio su tajante concepto:  “Mi Comandante,  el exguerrillero, conocido como el Capitán Martirio, fue envenenado” y se fue para la mansión de doña Flaminia a ducharse con agua fría. Luego  pasó al comedor donde doña Flaminia, como siempre, lo acompañaba a la charla de sobremesa.
         -Señora –preguntó el doctor- ¿quién en este pueblo pudo haber envenenado a ese pobre hombre?
         Doña Flaminia, sin darse por enterada de la pregunta, amasó un bolo de picadura y lo apisonó en la pipa con un tabaco que había sido curado con hojas de parra, zumo de manzana y unas goticas de ron cubano.  Encendió la pipa y luego de lanzar una voluta dijo: “Doctor, usted es un niño que no conoce la vida.  La vida no es el cuerpo que el médico abre y tasaja todos los santos días.  Tal vez usted, no sabe que ese guerrillero, conocido como el Capitán Martirio, secuestro a mi esposo y luego lo mató.  Usted nada sabe de esos hechos, porque usted no había nacido, y la violencia aquí viene desde principios del siglo XX. El que envenenó a ese guerrillero tenía sus razones.
         Replicó el Dr. Botero:  “Lo que hizo ese guerrillero fue hace unos veinte años.  Ese hombre ya había pagado sus crímenes”.
         Doña Flaminia respondió con suavidad:  “Hay cosas, que no se pagan con el fuego de la eternidad ni con la justicia humana Doctor, cada persona tiene sus razones para hacer lo que hace.  Recuerde, que cualquier persona es capaz de cualquier cosa, y es por esto que siempre decimos: ¡No, es imposible! Pero claro que sí, y ¿para qué está la realidad?,  para demostrar que todo es posible”.  Esta frase la remató doña Flaminia, con un resplandor de satisfacción, algo así como la mirada de un ángel vengador.

Leo Von Hiena
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:56:55 pm
Ernestina


Ayer recibí el llamado telefónico de mi amiga Ernestina, que con voz trémula y vacilante, me invitaba a desayunar al día siguiente, en un conocido restaurante, donde solíamos reunirnos, cuando queríamos platicar.
Mientras ordenábamos el desayuno, Ernestina,  me ha dejado sorprendida y admirada al contarme la espeluznante vivencia que tuvo la semana pasada.
Ernestina fue a visitar a su hijo a Toluca, comió con sus nietos y a las seis de la tarde, se dirigió acompañada de su nuera, al paradero de autobuses para regresar a la Ciudad de México, y mientras esperaban el autobús, que venía al Distrito Federal, se aparcó un coche y un señor muy formal preguntó:
-¿Perdonen,  la salida para México?-
Luz,  la nuera de Ernestina contestó:
-Siga a ése camión y lo llevará a la carretera que va hacia allá.-
El señor insistió:
-Si van al Distrito Federal,  yo las puedo llevar,  ya que voy para allá.-
Ernestina de 66 años, cansada después de su viaje contesta agradablemente sorprendida:
-¡Yo sí señor!-
El señor abre la puerta del acompañante y Ernestina se instala confortablemente en él, y empieza a platicar con el amable viajero, que le comenta que es doctor y que ha venido a una consulta,  pues sus pacientes lo solicitan de varias poblaciones aledañas al Distrito Federal, y él no es capaz de negarse porque lo gratifican espléndidamente.
Mi amiga es regordeta,  de facciones más bien toscas,  pelo corto rizado, muy negro para su edad y de aire resuelto. Quizá por el cansancio,  ella que es desconfiada por naturaleza, le parece muy afortunada la coincidencia de ir ambos al distrito y sigue platicando de varios temas con el doctor, una persona de unos 45 años, de aspecto amable,  cuando él le dice:
-Perdone, ¿no le molestaría que nos bajáramos en algún paradero (de los muchos que hay en esa carretera) para poder comer algo? Porque no he probado bocado desde la mañana y así usted se toma un cafecito, pues está haciendo mucho frío.-
—No, de ninguna manera — y prosiguen su camino buscando algún lugar abierto.
Es tarde y se ha desatado una tormenta que ha obscurecido el paisaje y escasamente se ve el pedazo de carretera iluminada por los faros del coche. El supuesto doctor se interna en las montañas y, después de haber pasado varios paraderos cerrados, quizá por la tormenta, sin más miramientos, se estaciona después de una curva en una especie de explanada, y le dice a mi amiga:
-Ahora sí, vamos a hacer el amor.-
Y uniendo la acción a la palabra, empieza a desabrocharle los varios suéteres que trae Ernestina.  Ésta aterrorizada, le dice con voz incierta:

-Usted no me va a hacer nada porque es una buena persona-
Y en tono más firme:
-Yo soy una persona de edad, así que piense en su mamá o en su hermana y no se atreverá a hacerme nada.- 

En tanto el violador lucha con la ropa de una señora de ésa edad,  en pleno invierno, que además le teme al frío.
Sin importarle la perorata de mi amiga, había llegado a las prendas íntimas, y metiendo la mano en el brassiere, ávido de lujuria, se topa con una cosa extraña, dura y fría,  en vez de la cálida y apetecible sensación de un seno, y pregunta airado y desconcertado:
-¿Qué es esto?
A lo que responde la víctima:
-Es una prótesis,  pues estoy muy enferma de cáncer.-
El violador se desconcierta, mientras mi amiga sigue insistiendo con voz firme:
-Por favor,  ábrame la puerta y déjeme salir, porque usted no es capaz de hacerme daño. El seudo doctor enfurecido, al ver frustrados sus deseos, saca una pistola y un puñal y le dice a su víctima:
-¿Cómo quieres morir?-
-Me da lo mismo-, contesta Ernestina- porque usted no me va a matar,  me va a dejar ir, pues usted  es bueno.
-¿Pero es que no te doy miedo?
Realmente sorprendido, furioso y desconcertado, el violador escucha la misma cantaleta
            -No señor,  mi fe es muy grande y sé que Dios no va a permitir que me haga daño.

Y diciendo esto, se agarraba fuertemente a un crucifijo de madera que traía colgado en el cuello.  El violador estupefacto,  le quita todo lo que tiene de valor y abre la puerta diciendo amenazador:
             -¡Sal, no voltees y olvídate de mi cara! —a lo que la otra contesta:
—No me voy a olvidar,  rogaré siempre porque Dios lo vuelva al buen camino,  pues usted no  es una mala persona -y saliendo del coche, va dando traspiés barranca abajo,  sin voltear,  temerosa de que le dispare su agresor.
Sólo se guía en la tormenta que ha arreciado, (como si quisiera amedrentarla aún más),  por las luces que se ven allá a lo lejos,  y distingue en cada relámpago que surca el cielo.  La pobre resbala en el lodo y trata de asirse a las ramas de los arbustos por los que va atravesando; pero éstos se doblan bajo su peso y rueda hacia el fondo de la  hondonada. Pierde un zapato y al fin topa con un cobertizo,  en donde se desviste y sacando de la bolsa de su abrigo un impermeable de polietileno,  se lo pone sobre su cuerpo desnudo y se vuelve a vestir,  evitando así la hipotermia que ya le acalambra los miembros. Había decidido esperar el amanecer en este cobertizo pero empieza a escuchar el aullido de los animales que merodean en la oscuridad y vuelve a caminar hacia las luces que se ven a lo lejos,  que deduce, son de una carretera, ya que se mueven.
Sigue así su penoso peregrinar hasta encontrar una cabaña, esta vez, habitable, pero cerrada ya, por ser cerca de las diez de la noche. Se refugia bajo el alero pensando qué hacer, cuando a la luz de otro relámpago distingue enfrente de ella una serie de platos desechables,  uno delante de otro,  como trazando un camino que ella sigue con la esperanza de llegar a alguna parte, ya que está en el fondo de una cuneta y no ve nada experto los platos que parecen decirle… “¡sígueme!”, y que al final la dejan justo en la carretera. 
Ella trata de parar un coche que en ese momento pasa y no lo consigue,  así que cruza la carretera y, al ver venir un, trailer intenta nuevamente que se pare. La imagen de Ernestina es desastrosa,  empapada, enlodada y con los pelos parados de terror, la hacen parecer muy extraña, sin embargo, los traileros , acostumbrados a ver cosas raras se paran: ella les cuenta su peripecia, pidiéndoles que la dejen en algún poblado,  a lo que contestan alarmados-
-¿Y qué tal si nos roba?
Por fin,  después de consultarlo entre ellos,  acceden a dejarla en el metro Barranca del Muerto, porque vienen al Distrito Federal.
Allí, Ernestina toma un coche que la deja en su casa, desguanzada después del susto y agradecida a su Dios.
-Como ves Tere, ya no tenemos ninguna garantía, ni por la edad, ni por la apariencia, pues yo pensé que este sujeto iría por mi nuera; pero para satisfacer sus instintos, cualquier mujer servía, sólo la fe me salvó de las garras de este desalmado, y creo que la decepción que se llevó al encontrar mi prótesis, lo va a curar de su desvío.
Yo quedé admirada de éste ejemplo de valentía y fe, y mientras me lo contaba,  tenía la boca abierta,  a media probada del huevo ranchero que me había servido, el cual estaba helado cuando quise reanudar el desayuno.

La nana
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:58:21 pm
El pintor y la locura


Alguna vez fue el hospital más grande e importante del país. Aunque está repleto, parece condenado al abandono, sin mantenimiento, sin interés, con secretos que morirán con los sonámbulos que transitan por los pabellones húmedos y mugrosos.
Hace ya tiempo que fue olvidado por los responsables y otros nosocomios lograron ocupar su lugar. Hoy se parece más a un granero floreciente de cadáveres que  resisten.
 Por razones que no es posible determinar, aún funciona, y está con su capacidad desbordada.
Tras sus muros, antiguos e inmensos, con un grueso verdín como adorno, hay varias construcciones derruidas, abandonadas por estar en pésimo estado.
Sólo funciona en forma oficial el pabellón principal. Médicos, y enfermeros que se pueden contar con una mano, están a cargo de incontables enfermos mentales. Los profesionales se han mimetizado y parecen parte del grupo de acémilas, integrantes de la recua que deambula sin rumbo y sin brújula.
Esta gente abandonada, tiene a la muerte como única esperanza de libertad. Enferma e inmunda, arrastra sus pies por todos los pasillos, como sombras o fantasmas deseosos de vender su alma a quien la requiera.
Ellos son, en la práctica, los dueños de todo. Algunos viven en los viejos pabellones abandonados, pero la mayoría duerme en lo que alguna vez fueron grandes jardines, convertidos hoy en matorrales secos, horribles y donde la hierba mala crece hasta la altura del pecho.
A ese lugar de enfermedad y muerte llegó el pintor. No fue porque quiso, no intervino su voluntad, lo trajeron a rastras unos tipos grandes y descerebrados que lo tiraron en el patio central, a los pies del médico de turno. La familia se hizo cargo de la internación para quedarse con sus cuadros, que habían tomado un importante vuelo. Ya estaban pidiendo informes sobre posibilidades de subasta, a las casas Christhe´s y Soteby´s.
A la prensa la convencieron que estaba en un lugar tropical, curándose de un grave cuadro de estrés provocado por el exceso de trabajo.
Le entregaron, un sobre ajado que contenía toda su vida en una página. Tiempo después, este papel se perdería para siempre entre los cientos de carpetas del archivo, mordisqueadas por las ratas.
El pintor llegó con escasas pertenencias: un pulóver viejo, más parecido a un trapo de piso que a una prenda, un pantalón tipo jean lleno de agujeros a la altura de las rodillas- semejaban
URUGUAY NATURAL

tijeretazos – un par de zapatillas rotas, sin cordones y un puñado de carboncillos que hacían bulto en sus bolsillos.
El doctor lo miró con frialdad para luego darle la espalda y marcharse.
Al día siguiente de su llegada, ya nadie se acordaba de él. Lo habían “liberado” a su suerte cerca del pabellón principal. Empezó a deambular por los jardines, sorteando con pericia a los locos violentos, también a las ratas que saltaban de los matorrales como dándole la bienvenida.
Se alejó lo más que pudo y llegó al último conjunto de construcciones, donde encontró un cuarto vacío, al parecer, sin ocupantes permanentes. El abandono edilicio era total.
Cerró la puerta, se acostó en el piso de piedra y se largó a llorar. Cuando se le agotaron las lágrimas, durmió.
Hasta que una mañana despertó menos triste que siempre, casi optimista.
Vació uno de sus bolsillos en el piso, tomó un carboncillo y dibujó una delgada línea negra en la pared.
Poco a poco fue dándole forma hasta convertirla en una curva, y luego en otra. Un ligero paisaje luchaba por aparecer.
Con el pasar de los días el paisaje iba creciendo y tomando color. No todas eran lomas de pasto verde y vivo, también se veía inmensidad de cultivos y grandes extensiones. El pintor ya podía alimentarse.
Las tierras tenían diferentes tonos de marrón, dependiendo de cada parcela
A veces se confundía la intención y aparecían manteles o coloridos vestidos, hasta que uno se topaba con un bosque de eucaliptos y jacarandás o con un grupo de orquídeas y rosas rojas, que invadía el lugar con su fragancia.
De un extremo a otro de la habitación corría un riacho, en donde el pintor se esmeraba en acentuar  las laderas para que no se desbordara en la temporada de lluvias.
Dibujó cientos de piedritas que se golpeaban entre sí, impidiendo que conciliara el sueño.
Entonces se dedicó a pintar el techo. Apareció un cielo inmenso y de un tono azul eléctrico. Daba la impresión de que se podían tocar las nubes con sólo estirar la mano.
Casi todos los días, un sol enorme calentaba las paredes de la habitación y llenaba de vigor y ánimo al pintor. Con gran entusiasmo, había creado un paisaje tridimensional que abarcaba toda la escena. No había espacio en pared, piso o techo que no estuviese invadido por ese hermoso paisaje, que día a día se llenaba de detalles y se volvía más real.

Si bien durante el día predominaba el cielo azul y el sol resplandecía con toda su gloria, las noches eran frescas y llenas de claridad. La luna blanca iluminaba cada rincón, y los animales del campo jugaban como niños en las praderas.
El pintor se echaba sobre el pasto, bien verde, y se disponía a mirar las estrellas.

Una noche se levantó viento, y unas nubes llegaron de lejos, provocando una oscuridad total.
El pintor conocía el porvenir, pero sabía que no podía hacer nada para impedirlo.
Una lluvia torrencial se dejó caer con su leonina fuerza.
El inquilino forzoso hacía tiempo que no se bañaba, sólo se remojaba los pies en el riachuelo. Sintió las gotas de lluvia sobre su cara, le traían vida, gozo y libertad.
No aguantó más la risa y se puso a llorar, saltando, gritando y bailando.
Entonces entendió que había llegado la hora de conquistar otros territorios y buscar nuevos lienzos.

Al otro día, cuando los enfermeros entraron en la habitación, el piso de piedra aún estaba húmedo. Entre los miles de garabatos negros que había en las paredes, llegaron a ubicar una silueta que se alejaba en el horizonte.

Uruguay Natural
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 15:59:27 pm
La ciudad insomne


            La barahúnda humana que se dirige a sus trabajos inunda las calles de la megalópolis. Ciclo tercero. En filas, avanzan ordenadas hacia las factorías, donde trabajan en periodos lógicos de producción. Hombres y mujeres que laboran durante el ciclo rotatorio absoluto. No existen horarios. No existen amaneceres ni ocasos. No existen elementos con que medir el tiempo. Hombres y mujeres, insomnes por transmutación genética, acuden en perfecta formación a las inmensas fábricas. Su resultado individual relativo es programado desde su nacimiento como el único factor válido para la quotación de sus vidas. Inteligencias artificiales controlan, sin perder un ápice de detalle, el volumen estimado de cada turno, al final del cual sus componentes regresan a los  cubículos asignados donde se someten a su sesión de inhibición cotidiana. No existe el descanso. Hombres y mujeres recibirán al final de su vida productiva un legado de ilusión holográfica  y se les permitirá, mediante una proyección virtual en su cerebro, viajar, conocer las tierras de antes donde sus primitivos antepasados malvivían en un mundo en el que existía la noche y el sueño. Población evolutiva que, a través de generaciones, ha devenido en seres en mutación constante. Alienados que ignoran el sueño.  Impasibles ante el cansancio. Esclavos ignotos del poder que controla el sistema. Genéticamente programados para la producción incesante, constituyen una sociedad insustancial donde todos los acontecimientos han sido concebidos  por los miembros de la cúpula de sabios dominante. Es tan inmensa la influencia de éstos en la población, ejercen un control tal sobre la misma, que nada, ningún acontecimiento por nimio o insignificante que resulte, escapa a su vigilancia.  Las parejas son  escogidas con celo en función de su valor reproductor previsto. Mediante sofisticados procesos de selección donde ni la atracción física ni los sentimientos serán considerados como elementos decisorios. La libido es dosificada para que los acoplamientos positivos tengan lugar en periodos de producción óptima a fin de que el placer sexual resulte un incentivo, un premio a los esfuerzos de los trabajadores ejemplares. Sin embargo, el reconocimiento máximo a estos méritos, el galardón supremo a que aspira todo habitante de la megalópolis es ser designado para viajar al tiempo pasado y trasladar después a sus congéneres, en conferencias virtuales múltiples, la decadencia, la corrupción que existía cuando sus habitantes malgastaban en el sueño una tercera parte del tiempo útil.
             Un pitido inesperado me despierta. El pitido y el traqueteo cadencioso del vagón me devuelven a la realidad. Me desperezo y estiro los brazos en un gesto mecánico, mientras observo a través de la ventana el paisaje que se desliza veloz al ritmo marcado por los postes del teléfono, que parecen circular con  movimiento propio en sentido contrario al tren en que viajo.
            Me he dormido profundamente y el despertar se convierte en un cúmulo de sensaciones desagradables: dolor en las cervicales, un inconfesable sabor de boca y, sobre todo, un terrible dolor de cabeza, que me impulsan a abandonar el compartimento donde permanezco solo y dirigirme al lavabo del pasillo para refrescarme. Cuando regreso, un pasajero ha ocupado uno de los asientos frente al mío y me saluda con un gesto. Calculo que faltan aún un par de horas hasta mi destino y decido aprovecharlas repasando las notas del cuento que estoy escribiendo. En mi mente bullen mil ideas  que no consigo hilvanar de  forma correcta. Apenas intento maniobrar con unos personajes o con unas situaciones, todo parece diluirse, como si mi cerebro fuese incapaz de la concentración necesaria. Sin embargo, algo que no he escrito y aún inconcreto, va tomando forma con una intensidad inusual, obligándome a desechar las cuartillas con mi proyecto y dar forma a aquella historia que he “visto” de pronto, nítida y concreta y que en un golpe repentino de inspiración hace que parezca como si la estuviese ya leyendo en un libro impreso. El futuro, hombres transformados en seres insomnes para aprovechar todas las horas del día en producir y producir, el control por parte de sabios implacables, programación milimétrica de sus vidas…. De pronto, me echo a reír e, involuntariamente, exclamo en voz alta:
            - ¡Vaya! Sólo falta que le ponga la  música de Pink Floyd  y obtendré una especie de profecía de Orwell mezclada con “El Muro”. 
            Mi acompañante se vuelve hacia mí inquiriendo.
            - Disculpe – dice con un acento un tanto particular – No le he entendido.
            - No es nada –. respondo -  Perdone si le he molestado. Hablaba conmigo mismo.   
            Incómodo, vuelvo al silencio, fijándome por primera vez, con detalle, en el hombre que, frente a mí, permanece inmóvil en una postura un tanto envarada, con la mirada fija en un punto del suelo. Me llaman la atención las ropas del viajero. Los tonos grises de su indumentaria: chaqueta  estructurada y unos pantalones estrechos, que parecen como “dibujados”, como los trajes que visten los elegantes detectives de un cómic. Su rostro, sin embargo es vulgar, anodino, sin rasgos destacables. Sólo los ojos transmiten una cierta inquietud. De improviso, el extraño  se vuelve hacia la puerta de cristal que les separa del pasillo.
            Vestido  con ropas de parecido corte,  un hombre le observa desde el pasillo.
             Sin despedirse, el pasajero abandona el compartimento.



             Tiene conocimiento de su elección para viajar al tiempo pasado mientras, ante el simulador de esfuerzo,  realiza sus ejercicios antidesgaste previos a la sesión de inhibición total. A través de un mensaje subjetivo de cumplimiento inmediato se le ordena presentarse en la gran sede de la cúpula de sabios. Allí se le comunica de forma oficial  su designación para el galardón supremo y se le presenta a su acompañante. Las instrucciones son grabadas en su terminal e intercomunicadas con  el otro viajero, de modo que aunque se separen por algún motivo permanezcan  siempre en contacto de forma telepática.  Su misión, bien conocida a través de la propaganda oficial, conseguir la máxima información de la degradación existente en el pasado. A su regreso, en actos multitudinarios y demagógicos orquestados por el aparato, intentarán contrarrestar de algún modo la corriente disidente de los ocultos que han evitado  la dominación oficial. Porque, en reducido número, los ocultos amenazan con ganar adeptos y socavar un sistema perfecto en apariencia. Pero sus intenciones reales son diametralmente opuestas. Como todos los disidentes, una malformación, un error en la configuración de su esquema de obediencia, han permitido en él la posibilidad de la insumisión. La oposición integral al régimen dominante. Los disidentes, secretos e invisibles para la cúpula autocrática, se afanan en hallar el lenitivo con que aliviar la situación opresiva para sus congéneres. Combatiendo el  terror de la policía política. Simulando no transgredir ninguna de las consignas ni obligaciones dictadas para la gran masa. Un uso inteligente de la oportunidad de translación  significará el inicio para la consecución de sus fines. Confía en que en el pasado podrá contactar con algún ser dispuesto a prestarle ayuda para sus planes. Pero antes deberá  asegurarse de poder neutralizar, con un proceso de encriptado, el sistema de intercomunicación telepática que ha sido grabada en su terminal y en la de su acompañante. Durante la fase previa al lanzamiento, mientras son conectados al dispositivo de aceleración de moléculas, circuita uno de los cabezales biónicos y con ese, al parecer, fortuito defecto, la función queda interrumpida. Ahora sólo cabe esperar el momento preciso para la translación, para el gran viaje.  Conectados todos sus terminales a la compleja maquinaria, aguarda, junto con su acompañante, el momento de la regresión molecular. Con un cierto temor a lo desconocido, comprueba cómo, uno tras otro, los paneles de control genérico indican la situación del proceso previo. La tenue luz que emana de los sofisticados aparatos y el zumbido monótono de los aceleradores le sume en un extraño sopor que, despacio, va transformándose en una inconsciencia absoluta. El gran viaje ha comenzado.


            La materialización le provoca sensaciones jamás percibidas. Como si despertase de un profundo sueño. Al abrir los ojos, la luz del ambiente le ciega por unos instantes. Está en el suelo y al intentar incorporarse todas sus articulaciones protestan con un dolor profundo. Ya de pie, las nauseas, el mareo, le impiden permanecer en aquella postura y se sienta en una butaca junto a una ventana. Despacio, las percepciones físicas se normalizan y trata de situar su ubicación. Un ligero traqueteo y el desfilar del paisaje por la ventanilla le indican, le confirman,  que está a bordo de “algo” en movimiento. Observa aquellos extraños ropajes que viste. Se siente inseguro. Trata de tranquilizarse. No hay nadie en aquella especie de compartimento. Un hombre joven abre la puerta y después de saludarle se sienta frente a él. El dispositivo telepático emite un rastreo identificativo  automático: varón, 35 años, 80 kilos, 180 centímetros, raza blanca. El extraño, ajeno al proceso de análisis a que es sometido, parece sumirse en sus pensamientos. Contempla por un instante algo que lleva en su muñeca y extrae de un maletín una carpeta, de la que separa unos papeles, que consulta. Ampliando el ratio de rastreo consigue “ver” de algún modo el contenido de aquellos papeles: nombres, situaciones sin sentido, tachaduras, rectificaciones que parece calibrar adquiriendo, de pronto, una actitud de abatimiento, de contrariedad, como si no le satisficiese lo que está leyendo, quedándose mirando por la ventanilla como distraído, como ausente. Es su oportunidad. Sus dotes mentales de intercomunicación plantean un inaudible mensaje. Al impactar en el cerebro del hombre, reacciona éste, inquieto, cambiando de postura. Como concentrándose, como si leyese de un libro invisible que flotase frente a él. Su risa y su voz le sobresaltan.
            - ¡Vaya! Solo falta que le ponga la música de Pink Floyd y obtendré una especie de profecía de Orwell mezclada con “El Muro”. 
            - Disculpe, no le he entendido – se vuelve hacia él, inquiriendo.
            - No es nada – responde aquel hombre – Perdone si le he molestado. Hablaba conmigo mismo.
            Vuelve a su silencio. Se sabe observado por el extraño que le mira como si algo en sus ropas o en su aspecto le resultase sospechoso. Mientras, sus sistemas extrasensoriales han rastreado una presencia no deseada y le obligan a volverse hacia la puerta desde la que su acompañante ha asistido en silencio al proceso de comunicación. Sin duda, el circuito alterado se ha regenerado durante la materialización. Comprende que ha sido descubierto y  el significado de la inaudible orden que recibe. Sabe que todo ha terminado. Obedeciendo, se levanta de su asiento y se reúnen en el pasillo. Juntos se dirigen hacia el fondo del vagón. Antes de que ambos emprendan el viaje de regreso, en una fracción de segundo, una última y angustiosa llamada de auxilio escapa a la vigilancia sensorial a que es sometido.



            El extraño personaje abandona el compartimento sin mirarme. Sin saludar, se reúne con el hombre que aguarda junto a la puerta. Estoy aún intentando descifrar de dónde ha podido salir aquel increíble relato, aquella inverosímil historia que se ha apoderado de mi cerebro por unos segundos, como si la leyese. Como una suerte de inspiración súbita. Trato de recordar todos los detalles. Quizás le encuentre utilidad para algún relato de ciencia ficción. Me dispongo a tomar unas notas cuando, de pronto, una nueva visión subliminal me sacude como una descarga eléctrica. El mensaje llega hasta mí claro, explícito en su demanda de socorro. Aún aturdido salgo al pasillo, por donde han desaparecido los dos hombres hace un instante. Miro en los  otros compartimentos, en los lavabos. Nadie. Ni rastro de ellos. Con  la  sensación de haber llegado tarde para evitar algo terrible y desconocido, en la soledad del departamento vuelvo a reírme, como queriendo apartar de mi mente un absurdo sentimiento de culpabilidad. Intentaré dormir el resto del viaje. El desfilar vertiginoso del paisaje a través de la ventanilla actúa como un sedante.     
            Sin embargo, la alucinante historia sigue allí. Presente, nítida. 
            Va tomando cuerpo. La escribiré.
            La titularé: La ciudad insomne.

Quint
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:00:37 pm
Confusión...


           Subió a trompicones la escalera hacia el dormitorio, cargando la cesta llena de ropa. Se había pasado toda la tarde doblando calcetines, haciendo desaparecer arrugas y remendando alguna costura huidiza de las camisetas de Ana, su pequeñuela; ahora le tocaba colocar. No le importaba realizar cualquier tarea de la casa, pero planchar la sumía en un letargo del que no se lograba desprender ni tan siquiera al desenchufar la plancha.
            Empujando kilos de ropa y soledades llegó a la habitación; colocó la cesta encima de la cama y comenzó a colgar las camisas en el armario. Abrió el cajón de la cómoda de Pedro y tiró los calcetines que cayeron amontonados como sus pensamientos; introdujo la mano para colocarlos y chocó con algo al fondo del cajón. Era un sobre de color sepia, muy arrugado. Lo abrió y saco de él la foto de una mujer. Era rubia, con una melena en cascada y un mechón de pelo sujeto por un pasador brillante en forma de mariposa. Tenía los ojos penetrantes, de color verde  y una sonrisa que formaba dos hoyuelos en la comisura de los labios. María se dejó caer en la cama sin soltar la foto. Un escalofrío recorrió su vida. Nunca se hubiera podido imaginar que Pedro tenía una amante. Se estremeció su corazón y se  nubló su mente; dos lágrimas resbalaron por su cara hasta caer al suelo y salpicar el infinito. Volvió a meter el sobre en el cajón y dando un portazo se fue levitando hasta la cocina.
            Ana oyó un ruido sordo; su madre tenía un mal día. Sigilosamente entró en el dormitorio de sus padres, deslizó la mano en el cajón de la cómoda y halló su tesoro. Mirar la fotografía, le infundía calma; se sentía feliz reflejada en esos ojos tan verdes y en la dulce sonrisa que le recordaba a la suya. Le maravillaba contemplar la foto de su madre en su juventud ¿Por qué sería ahora tan diferente? Algún día se lo preguntaría.

Taheus
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:01:55 pm
Música para escuchar con los pies


Cuando Bugler llegó a Nueva Orleáns, la ciudad lo recibió con música en el aire. En esa época, el delta del Mississipi irradiaba un bullicio vital.
Su familia había dejado atrás las plantaciones de algodón donde sus ancestros trabajaron a cambio de choza y comida. Nada poseían, excepto el recuerdo imborrable de las danzas y cantos de su África natal, y esa música les había ayudado a soportar la angustia de la esclavitud.
Al igual que ellos, Bugler llegaba con un equipaje que sólo contenía ritmo y melodía.
Inducidos por un gran sentido místico, su familia había adoptado el cristianismo. Acostumbrados como estaban a iniciar sus ritos religiosos con canciones y bailes, pronto introdujeron palmas y movimientos rítmicos en las misas. Las voces negras, desgarradas y de un timbre de voz muy particular, cantaban melodías conmovedoras, con temas de oración y súplica. Bugler participaba en esas ceremonias y pronto los spirituals se incorporaron definitivamente a su vida.
Aún tenía pantalones cortos cuando descubrió un comercio en el que pudo acariciar trombones, cornetas y clarinetes. Hasta entonces sus instrumentos musicales habían sido una armónica acompañada por tañidos de una palangana de metal.
La tentación fue irresistible: Bugler huyó con una trompeta y fue apresado.
Para evitarle el duro paso por el reformatorio, un párroco asumió la responsabilidad de hacerle cumplir la pena tocando en la banda de la iglesia, encargada de los funerales.
Una larga procesión, integrada por familiares, amigos y vecinos, se dirigía al cementerio mientras la banda acompañaba al muerto tocando himnos lentos y tristes. Pero un día, al regreso, Bugler comenzó a tocar de nuevo y el resto de la banda se le sumó. Tocaron marchas, melodías y ragtime. Pudo parecer una falta de respeto pero la opinión general era que el muerto ya estaba en el cielo y podían regocijarse con él. A partir de entonces, la música sincopada se incorporó definitivamente a la ceremonia, y a la vuelta de los entierros la gente se apiñaba para ver el inefable jolgorio de las bandas.
Ya adolescente, Bugler empezó a tocar su trompeta en los bares de negros de Storyville, el barrio de diversiones nocturnas en Nueva Orleáns. En ese ambiente prostibulario, de garitos, cabarets y burdeles, donde la búsqueda del placer era un objetivo legítimo para la vida, el joven Bugler se hizo hombre.
Como carecía de estudios musicales, tocaba de oído e improvisaba. La trompeta era una extensión de su voz. La música le salía del alma, como una vivencia espiritual, llena de amor y dolor, expresando la ilusión y el desencanto de un negro en el mundo del hombre blanco.
Esos timbres instrumentales insólitos estaban impregnados de algo mágico: el swing. El alma del jazz.
Pronto Bugler se transformó en un fenómeno musical.

Tiempo después llegó Shadow, un saxofonista que había triunfado en Chicago integrando una de esas orquestas que tocaban para acallar la violencia de los ajustes de cuentas.
Shadow soñaba con un público silencioso y atento. Fiel a su formación académica tocaba música para escuchar con la cabeza en vez de con los pies. Era un auténtico virtuoso del saxo que evitaba las emotivas improvisaciones. Sus críticos decían que era un negro que tocaba como los blancos.
Dentro del amplio universo del jazz, Bugler y Shadow estaban en las antípodas. Eran como el día y la noche. Uno buscaba un estilo original que reflejara su propia voz. El otro pretendía la perfección formal.
Ambos aspiraban al trono del jazz en Nueva Orleáns y el choque fue inevitable. Uno era el mar y el otro la roca que desafiaba su vaivén.
Fue entonces que amigos de Shadow llegaron desde Chicago y quemaron el bar donde tocaba Bugler. La respuesta no se hizo esperar y Shadow fue amenazado de muerte.
Ante la espiral de violencia, los imparciales amantes del jazz propusieron resolver el pleito mediante un enfrentamiento personal entre Bugler y Shadow, solos, frente a frente, en un duelo.

El vapor de las calderas impulsó las grandes ruedas de palas y el barco comenzó a surcar las aguas del Mississipi. Su ancha cubierta estaba llena de gente, pero nadie prestaba atención a los caimanes que se deslizaban por la costa pantanosa, ni a las lucecillas parpadeantes de los pueblos lejanos. Simplemente querían ser testigos de un enfrentamiento inolvidable.
A la hora señalada, con una puntualidad inusual, el maestro de ceremonias anunció a toda voz:
-Señoras y señores ...en este rincón ...oriundo de Nueva Orleáns ...¡¡¡Bugler!!!.
Antes de que terminara la frase, un griterío ensordecedor partió de la cubierta y se expandió sobre el río.
Una vez acallados los gritos de los admiradores, el presentador continuó:
-En aquel otro rincón ...procedente de Chicago ...¡¡¡Shadow!!!.
Ahora, los nuevos gritos de exclamación se mezclaban con silbidos para el  visitante.
Finalmente se escuchó la temeraria instrucción:
- El único resultado posible es el abandono de uno de los contendientes.
Aún no se había acallado el murmullo, cuando sonó la campana.
Entonces, simultáneamente, la trompeta comenzó a sonar desde la proa y el saxo le respondió desde la popa.
El cielo se oscureció y las estrellas se asomaron a contemplar el duelo. Aún no amanecía cuando una densa niebla cayó sobre el río poniendo una sordina a la trompeta y al saxo.
De pronto un terrible sacudón y un ruido estremecedor conmovieron a pasajeros, tripulantes y duelistas. El barco había chocado con otro y se hundía rápidamente. En medio de un griterío infernal la mayoría se tiraba al agua intentando alcanzar la orilla.
Pero Bugler y Shadow seguían tocando.
Solo cuando el barco desapareció de la superficie el silencio se adueñó del río.
El Mississipi, ese eterno crisol de razas, culturas y ritmos, acogió a Bugler y Shadow, trompeta y saxo, pasión e intelecto, y los integró en una melodía superadora.
                 --o--

Jazzman
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:03:11 pm
Principia


“Toda fuerza ejercida por un cuerpo es directamente
proporcional a la aceleración que experimenta”
Isaac Newton.


Tomó la suficiente carrera. Comprobó antes de dar el salto que todo quedaba como él había planeado. Si caía como tenía previsto, aun dispondría de unos segundos para captar en su retina la última instantánea de la vida en el momento en que abandonamos este plano. Sería un golpe mortal. El estruendo de su cuerpo contra el suelo sacudió el asfalto. Una enorme convulsión se apoderó de los viandantes que transitaban la zona. Sus ojos quedaron fijos en aquella imagen surrealista, movida y un tanto borrosa con  la que la vida se despidió de él. La superposición de diversos elementos dentro de la misma le otorgaba el más puro estilo expresionista de Francis Bacon. El azar se encargó de captar en ella los distintos ciclos de la vida del hombre de manera retrospectiva, en primer plano: vejez, madurez y juventud, como vaticinio acelerado e incompleto de su existencia. Tras ellos, el flujo vital de sujetos errantes diluidos en un coro de ánimas perdidas que salen a su encuentro. Avanzaban en múltiples direcciones, llevados de acá para allá por motivos distintos. Una sonrisa helada despidió su vida. Logró captar el instante decisivo del adiós a su alrededor. Verificó la hipótesis que en su tiempo realizara Isaac Newton, sobre las fuerzas de la naturaleza a través de la fuerza de la gravedad. Cayó a pocos metros de la entidad bancaria que ocupaba el bajo del edificio donde habitaba, en hora punta. Logró de este modo que las cámaras de la misma grabasen su despedida; ese momento crudo y macabro inmortalizado por la lente, que antecede al espanto provocado por el suceso en los transeúntes que circulan a esas horas por la zona. Conquistó el instante decisivo y glorioso donde la existencia permuta antes de desaparecer. La calle se transformó en una enorme barahúnda. El caos, el desorden y
la confusión se sucedieron a escasos pasos de él. Habría ansiado contemplar con mayor perspectiva la expresión de aquellos rostros anónimos, consternados, cargados de una angustia precoz; palpar en el aire el desconcierto, el horror. Las sirenas de la policía y ambulancia se abrieron paso entre colmenas de personas hacinadas sobre el cuerpo. Acordonaron la media docena de baldosas que ocupaba. Disgregaron el aturdido hormiguero de la zona, mientras el equipo médico del 112 cubría el cuerpo con una sábana blanca en la que se podía leer el nombre del hospital al que no llegó. Los agentes dieron parte desde la unidad móvil para que el juez acudiese a levantar el cadáver. Llegó una nueva patrulla policial. El magistrado tardó bastante más en hacer acto de presencia. Mientras el bullicio era dispersado, los miembros de la segunda patrulla comenzaron a preguntar a vecinos y comerciantes concentrados en el lugar, si conocían al sujeto o podían facilitar algún dato sobre él. Habían comprobado que el individuo no portaba documentación alguna que hiciese posible su identificación. Asunción, dueña de la frutería de la esquina, claramente afligida, reveló a uno de los agentes que ella sí conocía al joven, entre sollozos ahogados en un mar de lágrimas, con un frágil hilo de voz apenas audible. Presentaba un alarmante estado de ansiedad. La frutera informó a la pareja policial que el joven era inquilino del ático B del bloque de edificios que se alzaba sobre la sucursal bancaria, frente al establecimiento regentado por ella. Comentó que el chico era irlandés, se llamaba Aidan McNealy y hacía algo más de un año que residía en el barrio. Cursaba una beca postgrado que posibilitaba la estancia del joven en el extranjero después de haber finalizado la carrera, como miembro del Departamento de Filología Inglesa en la Universidad Complutense. Sacaba unos ahorrillos escribiendo para otros y había iniciado un singular proyecto en colaboración con la Real Escuela Superior de Arte Dramático de la ciudad. Vivía solo. En los últimos meses se le había visto acompañado en numerosas ocasiones de una joven pelirroja, con aspecto de extranjera, por el vecindario. El joven solía comprar abundante fruta fresca y consumía té negro a granel acompañado de sabores distintos, que conseguía en el herbolario que hacía esquina con el mesón, dos calles más abajo. La chica de cabellos rojizos, también de origen irlandés, se llamaba Sara. Era profesora y directora de escena en la RESAD. Compartía piso con dos compañeras, tres manzanas hacia el este del punto en el que se encontraban. Aidan y Sara se conocían desde sus primeros años de juventud. Ambos eran de Dublín y habían frecuentado los círculos artísticos y literarios más destacados de la capital irlandesa. Ella era algo mayor que él. Mantuvieron un apasionado romance que finalizó cuando Sara decidió viajar por varios países de Europa  para ampliar su formación. Aquella ruptura destrozó a Aidan. Gracias a un sitio Web de tipo red social, a través del correo electrónico, tras seis años sin saber el uno del otro, se localizaron y reanudaron de nuevo el contacto. Ella actualmente estaba instalada en Madrid. Al comentarle Aidan que quería pedir una beca postgrado en España, Sara le aconsejó que la solicitase en la Complutense. Fue entonces cuando decidieron poner en marcha un novedoso proyecto, que uniría literatura y teatro de calle, para ser estrenado a finales de mayo en la capital. La idea consistía en una versión vanguardista y bastante sincrónica del Romeo y Julieta de Shakespeare, considerado el escritor más importante de la lengua inglesa, objeto de estudio por el departamento para este curso. Cercana la fecha del estreno la joven irlandesa informó a Aidan que una vez finalizado el proyecto, aceptaría una beca como profesora adjunta del Departamento de Lengua y Literatura en  la prestigiosa universidad de Columbia (EEUU). De nuevo el enorme corazón del Atlántico de interpondría entre ellos. La policía accedió al ático de Aidan sin dificultad, la puerta no estaba cerrada. La claridad del ventanal abierto cegó de inmediato a los agentes y el volumen de la canción que se repetía sin cesar en el equipo de música los aturdió. En el amplio cristal que ocupaba el balcón, escrito con pintalabios rojo se leía la frase que dictaba el estribillo de la canción: “Baby, I hate days like this”, de Mika. Junto al teléfono descolgado, un grupo reducido de letras improvisadas sobre el papel mostraban el mensaje de despedida. Sonó el walkietalkie de la policía. Aviso urgente. Tres manzanas hacia el este del punto en que se encontraban, una chica extranjera y pelirroja, se acababa de arrojar al vacío.
“Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes”  Isaac Newton.
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:04:20 pm
Yo también crucé el estrecho


Reminiscencia de mi memoria, como nacida en el antiguo Reino de Granada, algo de civilización árabe, de cruce de caminos y sangre, debo llevar en mis venas cuando tanto me atrae esta ancestral cultura. Me he contaminado y lo sigo haciendo cada día, con lo bueno que cada pueblo me transmite, tomando prestado aquello que me hace sentir bien y crecer como persona.

   Aunque abrí los ojos a la vida en el pueblo más septentrional de la provincia de Granada,  señorial hasta en su mismo nombre: Puebla de Don Fadrique, impuesto por el  II Duque de Alba, de los Álvarez de Toledo, capitán general de las cruzadas de la cristiandad en épocas medievales, no entiendo de guerras santas superada ya la primera década del siglo XXI.   

   Ha llovido mucho desde que el general Táriq pisara el actual Gibraltar, que desde entonces lleva su nombre.Ẏabal Tāriq (جبل طارق), o "montaña de Táriq", quien dirigió el desembarco en este lugar de las fuerzas del Califato en el año 711. A partir de ese momento, las luchas entre cristianos y musulmanes fueron el pan nuestro de cada día hasta el 2 de enero de 1492, fecha de la toma de Granada por los católicos reyes, Isabel y Fernando, estandartes de la cristiandad.

Aparte de los enfrentamientos, no podemos obviar los tiempos de convivencia, de paces pactadas, mudéjares, moriscos: ocho siglos de mezcla de culturas no es poco. La cultura islámica estuvo presente en nuestro país durante su época de mayor esplendor y nos guste o no, la historia es inalterable y está escrita para perdurar en el tiempo, para el conocimiento de generaciones venideras. No así el presente o el futuro. Uno se forja con las vivencias diarias, otro está escrito en las delgadas líneas del destino. Dicho esto, no podemos negar nuestra conexión con la cultura árabe, lo tenemos presente cada día: en nuestro idioma, nuestras tradiciones y costumbres, nuestro arte y cultura, sobre todo en Andalucía.

   Me gusta pasear por las calles de Granada. Por los aledaños de la Catedral, antigua mezquita mayor, el aire se impregna de aromas de plantas y me traslada al mercado de las especias de Estambul: los olores tienen esa cualidad, te hacen viajar al pasado. La Alcaicería, al-Kaysar-ia o “lugar del César” nombrada en honor al Emperador Justiniano, que permitió a los árabes fabricar y vender seda, nos transporta al Gran Bazar de antaño, que se extendía desde la Plaza Nueva hasta la plaza Bibrambla, centro de la medina. Sus calles me hablan de mercaderes, de sedas de Damasco, de incrustaciones minúsculas o taracea, de orfebres, de atuendos de danza del vientre, de farolas que te hacen ver la vida según del color del cristal con que se mire… La Madraza, en la calle Oficios, me habla de cultura, de intelecto, de ciencia, de etimología de palabras… El cercano Corral del Carbón es la única alhóndiga que se conserva en España desde la época nazarí. Toda Granada rezuma un cóctel de costumbres varias:  por algo huelo a alhelí en muchos de los zaguanes del barrio del Realejo de Granada, no es casual que el alfajor, el ajonjolí, el azafrán, formen parte de los olores de este reino de  confluencia de civilizaciones.

La Alhambra me narra cuentos de las mil y una noches. Sus paredes me hablan de épocas de gloria, de sultanes, de reyes, de profetas,  de paseos interminables por los jardines del Generalife. Sus fuentes me susurran, cantarinas palabras de amor escuchadas a través de los tiempos… Aquí, donde ahora suenan campanas, antes almuecines convocaron a la oración, cuando los campanarios eran alminares.

   Miro hacia la Sierra Nevada, sus plateadas cumbres dominan la ciudad y la arropan, embelleciéndola aún más si cabe. Su más alto pico, cenit de la península ibérica, me recuerda que allí yace, según la leyenda, el penúltimo rey nazarí de Granada: Muley Hacén, padre del rey desventurado. Cuentan que cansado de lo terrenal y de las banalidades de los hombres, dispuso que a su muerte lo enterrasen allá donde la montaña casi acaricia el cielo.

   Si dejo Granada para fundirme con las olas que arriban a la Costa Tropical, el Suspiro del Moro me recuerda el triste adiós de Boabdil a la ciudad paradisíaca que le vio nacer. Y por muchos años que viva, cada día podré descubrir un nuevo rincón en esta bella ciudad que tanto me fascina

Si rebobino los fotogramas de mi vida, me observo adolescente, en un Ferry que me conduce desde Algeciras a pisar tierra africana por primera vez: Ceuta, cenit de la ilusión de un viaje de estudios por tierras de Al-Andalus. Y me visualizo en un puente entre civilizaciones, dominado por Hércules, nexo entre pueblos, religiones, culturas, países y continentes. Y si las aguas del Mediterráneo no rehúsan mezclarse con las del Atlántico: ¿por qué los hombres habríamos de ser reticentes al confluir de tradiciones y costumbres?
   
En mi segundo paso del estrecho diviso delfines acompañando nuestro viaje. Alegran nuestra mirada con divertidas piruetas en el aire, nos hacen esbozar una espléndida sonrisa… ¡cuan entrañables son los animales, de los que nos queda tanto por aprender! En el instante preciso que observo embobada la blanca estela que deja nuestro paso,  me vienen tristes pensamientos de las vidas de los hermanos que han dejado su aliento en estas aguas, almas que ahogaron sus sueños en la búsqueda de un mejor destino. Pusimos vallas al monte y fronteras al mar; los delfines, afortunadamente, no necesitan pasaporte.

Y miro a un lado, luego al otro, y no entiendo de gentes de primera o de tercera, sólo veo montañas, mares y seres humanos, perfectos en lo corporal, pero  tan imperfectos en moralidad, que no deja de asombrarme la inexistente puesta en práctica de los valores impuestos por las religiones.

   Y en nuestro navegar, sigo sin percibir una línea divisoria entre lo desarrollado o subdesarrollado, entre Europa y África. Sólo veo un paisaje precioso, un cerúleo cielo  y un sol que nace, brilla y calienta diariamente para todos.

   Es el último día de agosto. Al llegar a la frontera encontramos varias filas de coches que vuelven a la vieja Europa, trabajadores de papeles reglados que vuelven en vacaciones al reencuentro con sus orígenes, a pasar unos días con los suyos, tal como hacemos todos en estos  días estivales. Otros se cruzan en  sentido contrario: es el vaivén migratorio de miles y miles de personas que anualmente pasan en el Estrecho. Traen sus bacas atestadas de enseres para sus familiares, muebles, ropas… ellos no compran caros perfumes que se evaporan en el ambiente. La belleza de la humildad habita en sus brillantes ojos, en sus blancas sonrisas. El consumismo no les ha envenenado aún el alma.

   Nuestro barco atraca en el puerto de Ceuta, ciudad autónoma. Nos disponemos a cruzar la frontera mientras observo cómo decenas de porteadores, con sus bultos ocultos en oscuros fardos, cruzan desde la ciudad hasta el país vecino: Marruecos. Y esquivan la línea divisoria surcando los cerros contiguos. Hay bastantes mujeres, algunas de cierta edad. Portan para ganarse el pan de cada día, mientras nosotros les observamos a través del cristal opaco del desconocimiento, salvando distancias.

   Nos dirigimos a Tetuán. Circulamos en autobús junto a la costa. Me parece raro ver a los hombres bañándose en la playa, con atuendo “europeo”, mientras sus mujeres visten largas y oscuras túnicas que sólo deja entrever la belleza de sus ojos. Respeto sus tradiciones y admito sus hábitos de desigualdad, siempre y cuando sea consentida por ellas, pero no la comparto para nada, nadie me podrá privar nunca de sentir los rayos del sol estivales sobre mi piel  desnuda.

   La ciudad se sitúa a cuarenta y dos kilómetros de Ceuta. En el camino compruebo cómo la burbuja inmobiliaria de nuestro país ha crecido tanto que ha extendido su pompa hasta estas vecinas tierras. “La paloma blanca” nos recibe engalanada de estancia vacacional del rey de Marruecos, Mohamed VI. Es casi mediodía cuando iniciamos nuestra ruta turística por la medina. El acceso a la misma se realiza por una de sus siete puertas labradas, entre las que destacan Bab Sebta, cerca del romántico cementerio judío y Bab Oqla, que da al Museo de Artes Marroquíes. Su atractivo nos cautiva, deambulando por sus calles estrechas, impregnadas de olores y colores, llegamos a desembocar en plazuelas que rebosan encanto. En cada calle encontramos un gremio de artesanos: bordadores, curtidores, tintoreros, tejedores… La medina además, cuenta con varias mezquitas, sin duda la más bella es la de Sidi Es-Said, cuyo minarete está adornado con azulejos.
 
   Sus calles vierten aromas frutales por doquier, mezclados con  olores de pasteles morunos.  En Tetuán el movimiento de “los ojos” se acentúa en la búsqueda de los colores vivos de los frutos de las fértiles tierras cercanas. En esta ciudad viven muchos de los descendientes musulmanes de los granadinos que marcharon del último Reino Nazarí de la península ibérica,  que aún recuerdan el paraíso añorado, emociones de tiempos pasados transmitidas de generación en generación.

   Si la ciudad en la que vivo, Granada, es la  más árabe de nuestro país, Tetuán es la ciudad más española de Marruecos. Sus habitantes más mayores siguen hablando un castellano medieval, los rótulos de los comercios nos recuerdan que fue la capital del “protectorado” español entre 1913 y 1956.    Así lo observo en la antigua farmacia que visitamos: fórmulas magistrales y  remedios ancestrales para la curación se guardan entre las paredes de este dispensario, custodiadas en antiguos tarros de cerámica.

   Los olores de las esencias apaciguan el alma, nos ofrecen el elixir de la relajación. Quiero traerme las variopintas vivencias y todo lo que perciben mis sentidos de la manera más natural, guardadas en un pequeño tarro de cristal, después lo abriré en mi “civilizado y desarrollado mundo”, donde la química está desbancando a la curación que nos brinda la sabia naturaleza.

   Para el almuerzo nos reciben en una antigua casa de comidas, dónde unos músicos vestidos con originales atuendos marroquíes, amenizan la degustación de platos y dulces típicos, todos nos sentimos agasajados por el buen recibimiento. Converso con un camarero sobre la receta de los “cordiales” que elabora mi madre en época navideña, sin duda, algún antepasado suyo se la transmitió antes a los míos, los ingredientes son claramente característicos de la repostería árabe: almendra, azúcar, patata, huevo. Al terminar dejamos buena propina sobre el mantel, como es costumbre por estos lares.

   Junto a nuestra mesa hay un balcón que da a un pequeño jardín, me asomo curiosa para contemplarlo, pero lo encuentro muy descuidado. La arquitectura se asemeja a la que sus antepasados nos dejaron en Granada, pero sin esa grandeza palaciega.  Estamos en el centro de Tetuán. Los artistas, con sus coloridos instrumentos, continúan creando  música llena de melodía y ritmo, cuando terminan de tocar, pido a uno de ellos que preste a mi hijo un laúd árabe para retratarlo. El chico no duda en prestarle también su tarbuch rojo.

   Nos dirigimos hacia la plaza de Hassan II, donde se encuentra el Palacio del Califa, construido en el siglo XVII por Mulay Ismail y que actualmente es el Palacio Real o Dar el Makhzen. Esta plaza une la ciudad moderna con la medina. A nuestro paso, en los alrededores del Palacio nos encontramos con una vigilancia excelsa: el rey Mohamed VI se encuentra dentro de las dependencias. El contraste de la riqueza y pulcritud del entorno con el resto de la ciudad se hace más que evidente.

   Y ya entrada la tarde, con el sol descendiendo, decimos hasta siempre a Tetuán. Allá dejamos volando “la blanca paloma” del reencuentro con parte de nuestras costumbres, del acercamiento con las gentes que aún hablan nuestra lengua, detenida en el tiempo de un adiós. Nuestros vecinos de Marruecos acogieron a los descendientes de aquellos que, con su  inteligencia, ciencia, arte y buen hacer, hicieron posible que nuestros ojos un día descubrieran y admiraran las maravillas y los secretos que esconde la Alhambra.

Aroma
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:05:41 pm
Las paredes no te hacen invisible


Las paredes no te hacen invisible. Oigo, a través del cemento, cuando respiras el olor del pasto que acabas de regar, cuando le murmuras al gato rayado que atraviesa raudo el jardín; cuando caminas por la terraza embaldosada, despacio, tratando de no arrastrar los pies.
   Me he detenido, más de alguna vez, en el punto de la pandereta donde intuyo que está el medidor de agua. Allí, con la bolsa del pan colgando de la muñeca izquierda, acerco la cabeza al muro. Entrecierro los ojos.
      He recogido unas tablas viejas del sitio de al lado. Desde hace seis meses están construyendo un edificio. Es poco lo que avanzan, y más el ruido que hacen las máquinas y los hombres que se encumbran en el hormigón desnudo. Desde ahí me acechan, gritándose los unos a los otros, mientras me pego más y más a la pared.
      Es que es el ruido. Está ahí, casi todos los días. La demolición de mi casa no se lo ha llevado, la construcción nueva no lo ha podido ahogar. Cuando se desliza la corbata través del nudo, haciendo rozar la tela azul a través de sí misma y alrededor del cuello de la camisa; cuando choca la hebilla del cinturón contra la mesa de vidrio del comedor, justo antes de que lo ajustes. ¿Por qué no los botas? Esos fantasmas inquietantes que te he regalado no me dejan tranquila. Cada vez que paso a comprar el pan, tu murmullo detrás de la pared de cemento.
      Aquí, en la mitad de la calle.
      ¿Hasta cuándo me vas a seguir molestando? Me cambié de casa, dejé botado al gato. Ya no te mando más cartas, y no me paseo tan seguido por esta cuadra.
      Sé que treinta años no pasan en vano, pero también podrías ser un poco más considerado conmigo. Bota la corbata, el cinturón. Terminemos con esto. Estas paredes no te hacen invisible. Estás ahí, detrás del estuco amarillo. Ese estuco áspero, firme; como para arrimar las tablas, sacarse los zapatos, sujetarse firmemente al pimiento; sentir la aspereza de las piedritas raspándome los dedos de las manos resecas y arrugadas, de los pies lacerados; la gravedad resistiéndose, los músculos tensándose, la falda de lana enganchándose en la guarda de púas negras metálicas del extremo de la pared.
      Tú, harto más viejo, regando. Como en otro jardín, de otra casa. Pongo el pie sobre el medidor, que vibra suavemente mientras contabiliza el agua de la manguera y, aprovechando que no tengo suelas, entro a hurtadillas a tu pieza.

Jahir
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:39:24 pm
Incidente-venganza


1- El incidente

La noche parecía más larga y fría que lo habitual. Yo escribía por escribir y la ventana estaba abierta aunque la ciudad estuviera repleta de una brisa de baja temperatura. Cuando la luna estaba rodando en el mismísimo centro del cielo negro el incidente entró volando inesperadamente por la abertura . Se introdujo en forma de paloma, envuelto entre los dientes de mi gato que en los crepúsculos duraderos era el gato de los tejados. La hembra, su sangre y sus plumas revolotearon entristecidas y arbitrarias por toda la habitación. Me rodearon, y yo permanecí durante aquel momento estupefacta, muy quieta, con el cigarro en la boca y las manos manchadas de carbón de lápiz.
   El griterío animal era de espanto. La sangre saltaba finamente y dibujaba trazos agónicos sobre alguna pared.
   Un segundo de quietud felina y la paloma había muerto, muerta al instante en el que la última pluma voladora aterrizó sobre la punta del piso.

2-La venganza

Otra noche, cercana a la del incidente, yo hacía lo mismo en la misma posición, o eso creo recordar. Tal vez, en realidad, recuerde otra cosa.
   La ventana seguía abierta porque nunca la cierro ni se cierra sola. Está abierta toda la vida y por ahí esta vez entró torpemente la venganza. Era gigante; era macho: un palomo. Sus ojos brillaban en lo vaporoso de la madrugada como un par de gotas de sudor inoportuno. Gruñía y se erizaba.
   Parecía haber planeado todo con exquisita exactitud porque aquella noche el gato de los tejados extrañamente era el mío y ronroneaba en la espesura de la esquina de mi cama.
   El palomo gigante meneó virilmente el pescuezo y se abalanzó hacia el causante de su dolor. Lo mató de un certero y fatal picotazo en el pecho y desapareció volando sobre su tino.
   Las sábanas azules goteaban.
   El cigarrillo se me cayó de la boca.

Guata Cucú
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:42:02 pm
Presente, ausente


“Cuando un niño no quiere abrir su mano para mostrarnos lo que en ella se encierra es que seguramente esconde algo que no debería haber cogido” (Sigmund Freud).

Aún recuerdo el periplo…¿lo recuerdo aún? Soy un hombre en quien todo es duda, pero seamos cuerdos en nuestra locución “traída de los cabellos”. Entre el estado de vigilia y el onírico, está la circunnavegación señoreante del ánima toda, quizá en derredor del purgatorio, pues hay muerte, gracia, pena y gloria, solo que en sentido levógiro del reloj de cuco de una Tierra paralela, o tal vez del tenebroso Hades entre sombras insepultas, visiones fantasmagóricas de deudos, helados amores que ya no se fundirán…, hasta afrontar al mismo tiempo los dos sempiternos senderos: el que conduce al orco de la mano sarmentosa de Plutón y el que desemboca en los sublimes campos elíseos. He ahí al cabo el relato de mi alucinación concatenada.

La noche, picada o no de viruelas, es una abuela de luto y luctuosa que instila a hiperestésicos horizontales e inmobles cuentos imposibles para el “Viejo farol”. En una de tantas, se me arrimó inopinadamente caracoleada de armadillo y, en un acto fallido, sin paular ni maular, me achispó un beso con sus belfos abisales.

“Zzzzzzz…¿Despierto me hayo, o me hallo despierto? ¡Chis, retruécano!: nunca antes fui tan lechuza, porque mi corazón siente: “el cerdo sueña con bellotas y el ganso con el maíz”. ¡Qué albor de imágenes y ululeos en roseta recamados!

Zzzzzzz…’Prior in tempore’…Moqueta naranja…Azul y rojo…La camiseta del Barça está tirada en el suelo…¡Me queda bien, muy blonda, “bellisimo”!…¡Muacc! Es mi habitación, solo mía. A Javier no le quiere tanto, porque yo soy rubio…El león, que también se sienta en mi habitación, no me besa porque es catalán, pero jugamos juntos y gano yo, aunque luego me duelen las muelas…Salesiano. Chano-barbas es bueno porque no es cura y nos deja jugar en clase los viernes por la tarde. Yo sé ajedrez y le gano. Tengo muchos amigos: yo soy el jefe…¡Mmmm!…¡Marimandón, marimandón!…mmmmm, ¡traidores de corrillo!…¿Qué pasa?, tengo seca la inocencia y su mano de paloma me abandona en expósito porque me he vuelto repugnante y peludo y además me arranco ramas…Cuchilla de afeitar, chaqueta, corbata larga y hedor. ¡No quiero este pan carraco, no tiene migajas!…Pegaso y yo…¿¿yo??…muerden el hipotálamo, hipopótamo enhiesto de las siete en punto en todas las capitales…Mmmmmm…Huele a mar, a gasolina, a yates y a niños ricos melindrosos con humillos…¡Pasito blanco, pasito blanco! Estoy en un pasito blanco, enamorado de mí, en otro pasito doble. Nos atraemos mutuamente, como gemelos trastornados en mellizos que no suben escaleras…Vuela ciego un abrazo blanquirubio de bondad. ¡Apretón infantil, mullido, asexuado, titilante! La fugacidad del momento leonado se eterniza conmovido hasta el límite de la emoción…Oruga y sal…Cuerpo libado por la consunción: en carne viva el tegumento del alma invertebrada, medusa transparente y fosforescente de éxtasis…Eutanasia de amor inefable en el mar rojo siguiendo la estela espumosa y lejana, tan lejana, del melifluo batel…Jorge Isaacs y la virgen: ‘¡cuánto te amara, cuánto te amé!’

Zzzzzzz…-¿Siempre has estado a mi lado, ¡y solo has escrito esto!? ¡Te has burlado de mí!: devuélveme los buñuelos franceses, ¡todo ha acabado entre nosotros! ¡Y hueles a cabra sin luna! ¡Silencio!: vuélvete a casa de Bernarda con sus dulces berroqueños-. Desolado y desierto me quedo, como Saulo-mar-Torón…¡Ni un verso siquiera lee! Con sus ojos cavernosos y cetrinos arroja a mi cara el pequeño poemario y se queda dormido sobre las teclas del piano refocilado. Su decepción de boca de guitarra, las cinco cuerdas rotas, deslee ‘impresiones y paisajes’…Un pingüino-notario empaña con su hiperbólica lengua tinta nuestro vínculo natalicio…Encono de delación entre los rosales: ¡lo odio tanto porque me da la gana! ¡Firma boquirrubio; firma con dedo negro contra los diez rosas, que la guerra de metacarpo y metatarso no sabe de cigarras entre la cáfila y la bullanga!…¡Mmmmmm!…¡Paroxismo!, ¡perdón!, ¡socorro!, ¡arránquenme el bigote al pelo de Dalí! ¡No le odio, me hirieron sus palabras de río sin vado!; ¡no fui yo, no fui yo, me eclipsó la artera contumacia! ¡Todo es impostura, drama de trama urdida!…¡Tarde, tarde, no hay Fortunata!: la granada estalla sin simiente. ¡Nada, nada, la redonda individualidad mutilada en su pináculo!…¡Ah, pero!…

Zzzzzzz…Apercepción, caletre, completud: ¡tanto tiempo vacío de hipóstasis! ¿Por qué?…-¡Lo sabes, lo sabes!: no eres nadie, ¡pazguato, consonantes sin vocales!; yo te veo dentro, ¿pero te admira alguien fuera, adefesio? ¡No!…¿Adónde vas?, solo es un espejo. ¡Joder, le tienes aún más pavor que a las chicas con tu enano revólver! ¡Eres un infeliz!…¡Oh, ya sé que no eres culero!, pero no estudies tanto, que te vas a volver loco de remate. No hay compensación, no la hay…Duele hincar los codos, ¿eh? Solo memoria…¿Ajedrez?, no es lo tuyo, mi niño, espabila, es un juego de inteligencia: ¿ganaste?: sí, eres el mejor entre los torpes; ¿perdiste?: que esperabas, si te derrota hasta una ventana. ¡Al diablo con el timorato!…¡Vas progresando, pulgón de cornicabra, de petimetre te va mejor! Sigue poniéndote colorete y lentes de color en esa fea jeta los sábados por la noche; ¡y gomina, puaj! Algunas te sonríen e incluso se te acercan…Es del Salesiano, nunca te había dirigido la palabra. Casi no te reconoce, dice. Claro, ¡cómo que está conversando con un maniquí empolvado, con polvo y sin polvete!, ¡uaaah!…¡Con qué frenesí idolatras a Andrés Bello! Todo en él son prendas: belleza, altura, don de gentes…y un yate, yate-yate…¿Eh?. Allí lo descubres: no es tu amigo. Te lo paga todo sí, pero solo por tu hipomanía de escuchar a los demás. Menudo timo; ¿otra de tus malditas compensaciones? ¡Puercas! Yo, fagocito, me trago a esos cadáveres celulares filiformes…Te confiesa que el 3 es su número favorito y frecuenta los pubs de arañas. ¡Imbécil!, ¿para qué le acompañas, si te asquean las llaves?…Puede que el título diga que estás derecho, pero yo te sigo viendo torcido, leguleyo…¿Oposiciones a la Comunidad Autónoma? Trabaja, trabaja, ya verás.…¡Pobrecito!, ¡te marginan por horrendo, aburrido y baboso!…¡Jajajaja, ¿todavía virgen?! ¡No tendrás nunca una casa con balcones!…Así me gusta, ¡regodéate en tus propios abrojos, machorro!…Solo diez años, y lo he conseguido: ¡ya anido en tus ojos, es indefectible!-…Mmmmmm…blanco inmaculado…huele a incienso y a carruaje de querubines come-diatribas…’¡El Inmarcesible!’…tres por dos…esa bata ampa claveteada me ausculta con ojos salvíficos…tres por dos…¿Dónde está el corazón?…¡Freud!, ¿qué haces transfigurado de “El Salvador”?…uno por dos. ¡Qué bajo me veo con esta corcova!…Diente de leche extraído: epanadiplosis de Edipo. ¡Basta Antígona, no me circuncises!…¡El inmolado sacrosanto me transustancia!…tres por dos. Esta túnica púrpura está mejor…¡No te vayas aún, siento confusas las infusas!…se fue con alas de Lázaro…Rima séptima de Bécquer, el laúd es de Cástor y Pólux…¡ya llega la cornucopia de nieve acendrada! Tañe la cuerda cerúlea, es la que está más polvorienta; ¡qué bien hueles a mí!…dos por dos: por fin me salen las cuentas. ¡Gracias, abalorio descalzo con olor a hierro!…Mmmmmmm…Hiedo a polvo y ciprés, ¡que sordidez!

Zzzzzzz…El negro es natural, pero hay fuego artificial en el camposanto: estallan glauco, púrpura, ¡violado! Malva llora cóleras de pompas zalameras; a su planta ladra verde un martillo kilométrico enardecido. Baila esperpéntico en círculos concéntricos: salto a salto, reduce a cenicienta lápidas, sepulcros, tumbas, nichos, cúpulas y panteones petimetres, dejando descalzos miles de zapatitos color calabaza y chasis. Los restos pétreos se lamen recíprocamente con salivazos de clichés. En lontananza fulgen millones de coches fúnebres vacíos hasta los tuétanos rechinando elucidaciones…El fragor bosteza y se enrosca en la goma de un tragacanto…Mmmmm…Retorna el silencio disfrazado de dieciséis mirlos metálicos, ceniceros unos, cigarrillos otros, con una acusación amarilla en sus picos incanoros. Se posan en un árbol rijoso color ámbar que crece en mi bulbo raquídeo. ¡Me acosan sus cuencas sanguinolentas! ¡Atrás! ¡Esperad, ehhhh, esperad!, llevo en el bolsillo una epístola de “presunción de inocencia”, ¡¡Nooooo!!…¿Qué es esto?…¡Pffffffffff!…¿Por qué soy todo orejas? ¡No soy ahembrado! -¡Grooo!, el olvido es la distancia, ¡grooo!, quien desespera espera, sí sí, ¡grooooooo!, hay mal que mil años duren. ¡Rézanos dos elevado a cuatro “aves marinas”!-. Dóblanseme los cartílagos por los responsorios…¿soy boca?…¡Ehhh! ¡Fuera las garras de ese Grifo con surtidor de agua bendita…Glu, glu, glu, que…me…ahogoooooooooooooo! ¡Ah!

¡Humm! ¡Qué de sueños raros!…¡Bah, a dormir!…¡Ugh!…¿Por qué no puedo darme la vuelta? ¡Ugh!…¡Ughhhhhh!…¡Mamá, mamáaaaaaaaa, no consigo moverme! ¡Joder, Dios, tampoco la boca, es espantoso! ¡Esto pasará, no puede ser, esto pasará!… ¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¡Dios te salve María…! ¡Padre nuestro…!…¡Puedo ver! Es de noche aún. ¿No vienes mamá?, tengo mucho miedo, ¿puedo dormir en tu cama esta noche?…No puedo parar de llorar calígine…¡Ugh!…no, noooooo! ¡se me atraviesan los sollozos en la garganta y me estallan los ojos! ¡Es imposible! ¡Barrado, clavado y condenado! ¡El horror, el horror!…Mar…Marlon Brando está glabro y sicópata…¡Papáaaaaa, electroestática!…La…la película es buena pero me impresiona…¡Estoy nervioso, rígidooooo!…¡Que molesto este sudor!: tengo todo el cabello húmedo…¡Cómo! ¡Qué! ¿De dónde proviene ese ruido sordo? ¡Cras!…¡Crrooocrock!…¡Fiuuuuuuuuu!, ¡bah!, solo son ácaros masticando moho de aperitivo, esperando el plato principal: piel muerta, ¡la mía!; después se comen entre sí con mitocondria incluida, ¡caníbales! …¿Quién me da biología?… Microcosmos… Macrocosmos…Causalidad última…Kant me critica, pero lleva peluca y monóculo…Mmmmm…Schopenhauer se está riendo ceñudo de su atrabiliario padre del yermo…Federico pregunta en verde si no hay muchachos mientras liba un havana club…Poetas muertos tocan el viento de la gaita en una marcha fúnebre con exequias obligadas de Oliver Twist que lleva de la mano al cadáver con un cartel colgado de su omoplato intitulado “Carpe diem”…Robinson Crusoe le abofetea porque está atezado de viernes…¡Viernes! ¡Qué bien, mañana no madrugo!…zzzzzzzzzzz".

Boca de nadie
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:44:32 pm
La mujer y el tanque


Nunca como entonces pude ratificar tan claramente lo que llevaba mucho tiempo sospechando. En efecto, cuando emprendes un viaje con alguien llegas a descubrir lo peor de esa persona. Dicen que esto es típico de la convivencia, pero tan sólo hace falta un coche y unas cuantas horas de trayecto para acabar harto de aquélla y supongo que ésta también de ti. A mi entender, en este tipo de experiencias compartidas todo se vuelve más feo: el egoísmo del que tenemos a nuestro lado se magnifica, sus conversaciones nos resultan cargantes, su simple contemplación nos produce dolor en las sienes, y más aún cuando hay de por medio una difunta, hermana de uno y mujer del otro.
Ella sabía que su enfermedad avanzaba implacable y no cedería el terreno ganado a ningún tratamiento, y previendo el desastre pidió que tras su derrota  fuese enterrada en  Amberes, su ciudad natal. Ese golpe definitivo se produjo un quince de Diciembre, casualmente el día de su cumpleaños, y la empresa funeraria (me figuro que por un camino más corto al que mi cuñado pretendió recorrer para llegar al sepelio) se ocupó de hacer el traslado del cuerpo, desde Düren, en Alemania, donde residía, como nosotros, hasta su lugar de origen. Para desplazarnos hasta allí, tomamos la ruta de Las Ardenas, por expreso aunque desconocido deseo de mi compañero, que es quien conducía , que cruzaba el río Mosa, a la altura de Lieja, hasta llegar a Amberes. El motivo por el que salimos con tanta anterioridad, pues aún faltaba un día para la celebración de las exequias, fue porque quería desviarse de vez en cuando del trayecto que él mismo eligió, con el fin de visitar ciertos sitios.
    Mientras conducíamos, en una especie de homenaje improvisado, recordábamos  con nostalgia momentos que compartimos por separado con ella en la citada urbe, donde nacimos también nosotros. Aporté al tema, que transcurría  mientras nuestros cuerpos se desplazaban junto al vehículo a gran velocidad,  la mención de una vez, la primera, que salimos a cenar sin nuestros padres, con once años, a una "friture" en la que pedí para la carne una salsa andaluza que me encantó y de la cual luego me enteré que nunca habían escuchado hablar en el sur de España, y ella dijo que le trajesen por ignorancia y para variar una salsa muy picante, de la que nuestros progenitores nunca nos hablaron cuando íbamos allí con ellos (ni tampoco, casualmente, la solicitamos en su presencia) para que no nos diese por pedirla obedeciendo al deseo de hacernos los valientes y así suscitar la admiración de personas más mayores; el delicioso anhelo de un niño. Ella empezó a toser muchísimo y pensé que se había atragantado, por lo que me levanté y le di un golpe en la espalda sin ninguna delicadeza, como hicieron conmigo exitosamente  cuando perdí la respiración por un hueso de albaricoque, y a la molestia de su ardor en la boca  le añadí el dolor físico de la palmada. Estaba ella que se moría, pero no lo ha hecho hasta ahora.
Él la rememoró tomando una "bolleke", una bolita, como llaman a esa cerveza color ámbar y alta fermentación por la forma redondeada de la copa en la que se sirve, en la terraza  de un bar- restaurante junto al río Escalda, después de haber paseado por la catedral, el castillo y merendado en una confitería cercana. Hablaban de proyectos futuros bajo una puesta de sol cuando de pronto ella comenzó a vomitar las manitas de chocolate (típicas allí por  la leyenda del gigante) que había ingerido hacía poco  y no casaban mucho con esa bebida, y para sorpresa de él, las expulsó de una forma casi idéntica a la original.
Quizá ambas reacciones desproporcionadas se debieran a los primeros indicios de su enfermedad. El caso es que los dos nos referimos a ella "muriéndose", en otro tiempo, y curiosamente por los recuerdos que escogimos podría parecer que era su  mujer  y mi hermana, y no viceversa.
- Ya podría haber elegido otra día para morirse- le comuniqué egoístamente, al ver el bosque de las Ardenas lleno de niebla y nieve, que teníamos que atravesar para cruzar el río Mosa y llegar a Amberes- y tú otra ruta distinta.
-  Ha elegido tal fecha para que los aliados desde el aire no nos puedan molestar.
No le comprendí. Levanté la vista al cielo a través de la ventana de mi asiento, en busca de alguna aclaración sobre qué era eso que el entendía por aliado, pero no vi nada. Le pregunté algo rarísimo, producto de una lógica que empezaba a distorsionarse ante el hartazgo de tener que recorrer ese bosque cuando habían comenzado las inclemencias del invierno. No se dignó a responderme.
A los pocos minutos, pensando para mis adentros en si el vehículo que la trasladaría tenía medios antideslizantes, me dijo, como leyéndome mal el pensamiento: "Nosotros no tenemos cadenas para los neumáticos. Con tanta nieve, como al coche le dé por bailar en una pendiente y caer en brazos de su amante, un robusto tronco de abeto, correremos la misma suerte". Entonces imaginé esa escena, pero en el coche que la desplazaba en el interior de una caja de la misma  materia que el susodicho árbol, y convertí involuntariamente el pensamiento temeroso de mi compañero, una posible fatalidad para ambos, en una imagen espectacular mía, que no compartí y que trataba acerca de otro automóvil en el que el único ocupante que nos importaba estaba muerto  y no tenía nada que perder.
- Todos los caminos conducen a Bastoña-  dijo él, figuradamente. Le pregunté el porqué de tal afirmación, ya que la ruta que escogimos no pasaba por ahí, salvo que nos desviásemos adrede. Según me hizo saber, se refería a que en su momento el pueblo tuvo un cruce de caminos muy importante. Acabábamos de llegar a ese municipio.
En la plaza principal la contemplación de frente desde el coche de un inopinado tanque me dejó boquiabierto. A un lado luce el busto de un general cuyo rostro me suscitaba cierta desconfianza. En un cambio de actitud sin parangón, mi compañero comenzó a llorar desconsoladamente, recriminándome la frialdad con la que estaba llevando la muerte de su hermana. Que nunca la quise nada, me dijo, y que apenas me había visto derramar una lágrima. Él, que no había parado de decir hasta entonces frases enigmáticas (más de las dos mencionadas) sin ningún sentimiento de pena por su pérdida, sino más bien ácidas e intuía yo que con ciertas alusiones a algún acontecimiento histórico.
Era un desconsiderado conmigo por no tener en cuenta que me estaba tomando la noticia al ritmo de los cobardes, pues aún no quería creérmelo y me sentía casi  igual que antes, y en verdad no me la había imaginado a ella saltar por los aires desde el interior de un coche fúnebre, sino tan sólo un ataúd en el que dentro podía estar cualquier persona. No aguantaba más y di un golpe en la guantera.  Quería imponerme su manera de ver las cosas, que llorase tanto como él y a mi ya me tocaría el turno. ¿Y le tenía que dar explicaciones de todo esto? Más prefería sacarle a la fuerza del coche, tomar el mando de este e irme yo solo, pero no sabía conducir y por tanto dependía de aquél que en ese  momento tanto odiaba.
Pon algo de música, respondí para cambiar de tema y para oír otra cosa que sus agudos berridos, los lamentos que repetía hasta la saciedad y el oleaje de su abundante moco, sabiendo que él no tenía nada a mano y ofreciéndole mi ipod o, mejor dicho, sólo una canción de éste ("Dawn patrol"  de Covox), una música siniestra y como de videojuego antiguo que escucharíamos una y otra vez, puesto que todas las demás se habían grabado mal, lo que desconocía antes de dárselo, pero que, tras darme cuenta, la hacía repetir todo el tiempo y a un volumen alto. Cualquier cosa con tal de no escucharle.
Hacía rato que reemprendimos la marcha, y sonaba por decimoquinta o sexta vez cuando me dijo que no se sentía nada seguro de que estuviésemos yendo al Mosa para atravesarlo y llegar a Amberes, y que, más bien, nos habíamos perdido.
Nos encontrábamos decidiendo qué bifurcación tomar de los múltiples riachuelos  en que se ramificaba  ese delta terriblemente llano y sin iluminación, cuyo decorado  era siempre el mismo, bosque a ambos lados y nieve en todos.    Ninguno de los caminos aportaba una sola señal sobre el lugar a donde, en caso de tomarlo, nos dirigiría. Seguíamos prescindiendo de las cadenas, pero ya no brillaban por su ausencia, pues si las tuviéramos no las hubiéramos podido utilizar, ya que el coche, al intentar ponerlo en marcha de nuevo tras decantarnos por una de las vías, no arrancaba, único consuelo que tan sólo iluminaba como una luciérnaga enferma a a mitad de nuestro desconcierto, aún por culminar. Tácitamente decidimos bajarnos, sin saber bien a qué.
- Podemos pedir ayuda. Allí hay gente- Me señaló un llano próximo a la calzada, desde donde bajo la luz de una luna rebosante, ya sin niebla, avistamos que nos miraba, cruzado de brazos, un hombre con bata blanca de médico y cabeza de ciervo junto a su "mujer" (lo que deduje por su atuendo de señora) del mismo semblante,  que sentada en una mecedora  a su lado se entregaba a labores de punto.
Un escalofrío recorrió lentamente el cuerpo menudo de mi compañero. Había tomado conciencia, algo tarde, del extraño cariz de las circunstancias.
- No vamos a pedir ayuda a esa gente. No me fío un pelo de esos dos y quiero alejarme cuanto antes de ellos-  Apenas le respondí esto cuando gritó desesperadamente" Sepp Dietrich", prolongando hasta el infinito las dos últimas vocales, y huyó despavorido.
Mis facultades mentales se colapsaron por la mala espina que la pareja me causó, y sin apartar la vista del enemigo me dirigí hacia el coche olvidando que había dejado de funcionar  pero, como si obviando un fallo este en realidad se disipara, el vehículo arrancó y pude irme lejos de allí. No tengo ni idea  del motivo por el que había detenido antes. Tampoco sé conducir, pero se me da bien, al parecer.
¿Quién era aquél al que aludió mi compañero? ¿Acaso conocía a ese tipo animalesco y gritó su nombre con enfado, susto o admiración? ¿O es que tuvimos dos percepciones distintas y vio a otra persona? ¿O vislumbramos lo mismo y el significado de la palabra, que debía de ser un nombre propio, quizá se hubiera extendido convirtiéndose en una expresión de enojo o utilizándose como un insulto? Pensé en ejemplos en que los dos últimos casos se dieran, sin necesidad de maledicencias, pero no se me ocurrió ninguno. Nada de esto le pregunté cuando le vi corriendo en medio de la carretera, ni tampoco le ofrecí asiento en su propio coche. La resolución de estas pequeñas dudas no merecía la carga de su presencia. Le pegué un bocinazo para que se apartara, y tras pedir ayuda pude volver al lugar del que partí. Mi cuñado también consiguió llegar, pero al punto de destino que nos habíamos propuesto, irrumpiendo extenuado a mitad del funeral de su hermana, según dijeron en el telediario, que hablaban mucho más de él que de ella, aun habiendo sido una científica de importantes hallazgos. ¡Han hecho una carrera de atletismo que tiene su nombre, y comprende desde el lugar donde mutua y sucesivamente nos dejamos plantados (primero él corriendo y luego yo en su coche) hasta Amberes!
Nunca hemos hablado de la extraña pareja ni del tal Dietrich. He leído que era un general alemán que hacía tiempo estuvo batallando en las Ardenas. No sé si por miedo a creer haberle visto o por el deseo de  asistir al entierro, cumplió la proeza de recorrer a toda prisa cientos de miles de metros, sin ni siquiera detenerse a pedir ayuda, lo que le hubiera permitido llegar mucho más rápido, ni a descansar ni hidratarse, sino tan sólo valiéndose de sus dos cortas piernas y a una velocidad insuperable, logro que le hizo célebre y dio mucho dinero, por lo que se ha mudado a algún lugar mejor. A mí el conocimiento de que podía haber elegido para desplazarnos en su vehículo una ruta menos larga, junto sus falsas recriminaciones y desorientación al volante, por no hablar del invierno en las Ardenas, los cérvidos consortes y la reanudación sempiterna de la misma melodía oscura y retro, me impulsó a subirme al vehículo del primer conductor que me paró haciendo auto stop, después de que el de mi cuñado expirara definitivamente, que iba con dirección a Alemania y no al norte, y a no esperar un segundo intento que pudiera aproximarme a la ciudad donde darían sepultura a mi esposa.
De vez en cuando su hermano me escribe cartas reprochándome lo muy mala persona que soy por no haber asistido al entierro y, según su opinión, por no haber querido a mi mujer, y supongo que por cobardía nunca indica el remite. Yo soy bastante pacífico y cuando las leo jamás se me ocurriría hacerle una visita poco educada, simplemente imagino un tanque, pero uno apacible, abatido hace mucho tiempo, cubierto de nieve y restaurado con los emblemas de otra compañía, el Sherman que vimos junto a aquel rostro de bronce, que a mi parecer le faltaba poco para reírse de nosotros, es decir, de mi hartazgo por todo lo referido y de los lamentos del conductor, la primera vez que éste inesperadamente me lanzó tales acusaciones.

McAuliffe
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:46:50 pm
Alas defectuosas


Era una buena época. La juventud galopaba por mis venas, tenía un trabajo aceptable, follaba con regularidad. Vivíamos, mi amigo Alejo  y yo, en un bajo cerca de la Sagrada Familia. Éramos un par inmigrantes en una ciudad repleta de estos, a los cuales la vida les obsequiaba una aventura distinta cada día.
Un domingo, a eso de la una de la tarde, Alejo salió de su habitación acompañando a una bella morena de piernas largas hacia la puerta. La besó en la boca y se volvió felizmente hacia mí.
-Muy buena- observé.
-Hermosa.
-¿De donde era?
-Grecia- respondió-, otra banderita para el duelo.
El duelo consistía en tener sexo con mujeres de diferentes nacionalidades. Con la griega el llegaba a ocho, yo estaba en cinco.
-Cada vez te me alejás más.
Sonrió. Fue a la cocina y se sirvió un poco de zumo de naranja. Me ofreció un vaso pero se lo rechacé.
-¿No sabés donde están mis zapatos?
-Ni idea Walter.
Se llamaba Alejo pero yo le decía Walter (gesto fraternal que adquirí en el desarrollo de nuestra arraigada amistad).
Salió al patio a buscarlos. El patio era un cuadrado de tres por tres, al que daban todas las cocinas y lavabos de la finca, tenía olores desagradables y mucha humedad. Nosotros lo usábamos para lavar y tender la ropa.
-¡Ahhhh! ¡Ahhhh!- gritó apenas entrar.
-¿Qué pasó Walter?- pregunté levantándome del sillón preocupado.
-¡Hay dos palomas!
-¿Palomas?
-Sí. Dos palomas. Que as…- no pudo terminar la frase porque comenzó a hacer sonoras arcadas.
Rompí en una carcajada. Era muy valiente para los negocios y las hembras, pero muy cobarde con este tipo de eventualidades.
Me acerqué al patio y las vi: dos palomas, algo sucias y débiles,  miraban temerosas desde un rincón. El edificio era tan alto, que les sería imposible emprender un vuelo adecuado y con la rectitud necesaria como para escapar.
-¡Sacalas, Sacalas!- gritó.
-¿Estás loco? ¿Cómo las saco? ¿Con la mano?
-No sé. ¡Sacalas!
-Sacalas vos.
No hubo acuerdo y ahí quedaron. Cerramos la puerta y nos olvidamos de ellas.
Ese domingo miramos algunos partidos de fútbol y luego fui al bar a tomar unas cervezas. Me gustaba estar fuera de casa y olvidarme de todo por un rato, brindar un pequeño homenaje interno a mis raíces y conversar con el dueño del bar quien también era extranjero.  No regresé muy tarde, al día siguiente tenía planeado pasar por la biblioteca antes de ir a la inmobiliaria, en donde las ventas no iban del todo bien. El jefe ya abarajaba la posibilidad de agradecerme los servicios prestados y decirme adiós para siempre.
Madrugué con algo de resaca. Fui a la biblioteca y me traje tres libros. Luego asistí al trabajo y no vendí nada. Por la noche fui a la casa de mi novia, sus padres no estaban y me había invitado a comer espaguetis a la carbonara.
-Muy rico Julia- agradecí tirándome un poderoso eructo.
-¡Ay! ¡Qué asqueroso!
La inmovilicé con mis brazos y le hice el amor. Me gustaba su perfume y la textura infantil de su piel. Encendí un cigarro y le hablé de mi tierra y de los míos, de nuestras costumbres e inquietudes, de eternos rescoldos que cargaba en mi espalda, pero sobre todo le intenté explicar cuanto extrañaba el olor del mar. Ella me dijo que su padre también había abandonado su tierra cuando era joven, se había arraigado con el pasar del tiempo, había formado una familia y ahora era feliz. Se quedó dormida en mis brazos. Miré las estrellas que brillaban en la noche y me sentí solo, inadaptado, repelente a todas las cosas buenas que el planeta albergaba. 
Al otro día no fui a trabajar. Decidí hacerle un favor a mi jefe y renunciar. Fui al centro y visité algunas agencias de trabajo temporal. Había  muchas vacantes, dijeron que ya me llamarían. El sol se deslizaba por mis brazos, mientras que el aroma de cloacas y restaurantes insalubres se filtraba en mis pulmones. Tendría tiempo para escribir algunas líneas, llevaba tiempo dándole vueltas a un par de ideas que podrían resultar prolíficas. Nadie leía mis escritos, pero yo era paciente y tenía fe en mis letras. La utopía de generar dinero con ellas se había pegoteado en mi alma y no podía hacer nada al respecto. Sabía que no convenía depositar tantas esperanzas en semejante empresa, pero era una fuerza arrasadora y placentera. A veces creía que escribir era lo único que me mantenía cuerdo, fueran líneas desechables o dignas de admiración. Las palabras transformaban aquellas tristes gotas de sangre, brotadas de mis fracasos y mis más profundos miedos, en abstractas formas de sinsentidos infinitos, en amor, en alas, en arte. Si, ¿por qué no?, yo era un artista e iba a jugar mis cartas (aunque éstas no prometieran mucho).
Tropecé con un viejo hosco.
-¡Hijo de la gran ****! ¡Mira por donde andas!
Ese era mi gran problema, yo nunca miraba por donde andaba.
-Disculpe- dije.
Llegué a mi casa bastante acalorado. Me desnudé y me di una ducha. Salí al patio a buscar ropa seca y ahí estaban. Me asusté. Las palomas esperaban, timoratas, mendigantes, con sus ojos posados en mí. Tendría que haberlas sacado de algún modo, ayudarlas a continuar con su vida lejos de mi patio. Pero me daban miedo y asco. Agarré la ropa y fui a la cocina, troceé un poco de pan duro y se los di. Se quedaron impávidas y se me antojaron como un par niños huérfanos que lloraban en soledad. Cerré la puerta y me puse a escribir. Escribí dos poemas sobre sirenas y duendes, el mar y sus aves, sueños que se perdían en la barra de algún bar. Me sentí  renovado, joven, triunfador.
Así pasaban  las horas y la viscosa rutina. Me llamaron de una empresa de telefonía para vender un nuevo producto. No pagaban bien, pero el horario no era muy extenuante. Acepté. Alejo siguió trabajando en la inmobiliaria de la cual yo era desertor. Le iba medianamente bien, pero siempre estaba pensando en diversas y nuevas maneras de generar dinero: drogas, comidas rápidas, cheques en blanco, y otros. Se decantaba siempre por las drogas, era fácil de hacer y dejaba buen dinero. Además le permitía consumir a bajos precios y, de paso, también yo salía beneficiado.
Recuerdo también que, esa misma semana, Julia encontró en mi móvil algunos mensajes comprometedores de otra chica.
-¡Cabronazo! ¡Me cago en tu **** madre!
-Perdón.
Le hice mucho daño. Me sentí mala persona, indigno de cualquier merecimiento de felicidad. Le escribí un par de líneas que no me atreví a enviarle. Nunca más la vi.
El pan que había tirado en el patio seguía ahí, pudriéndose, a pocos centímetros de las palomas, que poco a poco se iban demacrando y perdiendo las  pocas plumas que les quedaban. Nunca lo comieron.
En el trabajo nuevo me fue bien. Vendía. Hice buenos amigos y conseguí algunas amantes (solo una contó para el duelo con Alejo, seguía ganando él…). Todo parecía encaminarse hacia un lugar feliz. Pero yo no estaba feliz. No podía estarlo. Tal vez algo estaba mal en mí, algún defecto de fábrica, algún castigo de otra vida sin cumplir. Tomaba cervezas, fumaba porros. Pero todo seguía estando igual de mal al despertar. O tal vez peor.
-Walter, Walter- dije un día.
-¿Qué?
-Las palomas siguen ahí.
-Si, ya sé. No se mueren más las hijas de ****.
-¿Qué hacemos con ellas?
-Ni idea.
Había pasado más de una semana. Aprendimos que las palomas eran animales muy resistentes. 
-Necesito una mujer Walter- dije apenado.
-Pero si el martes apareciste con tremenda morocha…
-Sí, pero me refiero a una mujer de verdad. Una que me aguante más de unas semanas.
-No jodas. Apenas tenés veinte años.
-Ok. Tenés razón. Supongo que extraño el paisito.
-Yo también extraño un montón- aceptó, bajando el volumen de la tele.
Pero Walter sobrevivía mejor que yo. Era más sociable y extrovertido. 
-No te preocupes. En realidad acá tengo todo lo que necesito. Voy a comprar una birra. ¿Te traigo una?
-Dale.
Pensé en llamar a mi familia pero no lo hice. Compré tres litros de cerveza, que terminé tomándome solo porque Alejo se había quedado dormido. Encendí el ordenador y puse algo de música. Tchaikovski. Schubert. Chopin. Ellos me entendían… a veces.
La luz de la cocina parpadeaba. Había comprado una bombilla de bajo consumo hacia una semana, tres veces más cara que las comunes. Tenía multas por pagar. El alquiler llevaba un mes de retraso. Mis poemas no valían ni para limosna.
Salí a la calle y me quedé sentado en el cordón de la acera. Escuché el sonido de coches lujosos y las risas de personas enamoradas saliendo de restaurantes con el estómago regocijado. ¡Parecían tan felices! ¿Porqué no podía ser feliz yo también?  Tomé el último trago de cerveza y luego no lo vi tan claro como antes. Yo no quería ser como ellos, los detestaba. No sabía que quería, pero algo no estaba bien. Entré en casa y me fui a dormir. Dormir no tenía nada de malo.
Todo comenzó otra vez. Siempre comenzaba otra vez. Había que vender y sonreírles a personas que a uno le producían muchas sensaciones menos una sonrisa. Vivía una contradicción constante e imposible de esquivar.  Creí entender porque las palomas no querían comer el pan que les tiré. Tal vez ellas eran las criaturas más sabias que jamás había conocido. 
Llegó el fin de semana y ese sábado llovía a cántaros. La casa estaba muy desordenada, más tarde habría que encender el instinto de conservación y limpiar.
-Walter ponete algún partido de fútbol- pedí.
-No hay ninguno. Ya busqué.
-Ah.
Me senté en el sillón del comedor y miré la lluvia que caía como lágrimas por el vidrio de la ventana. Fui a la cocina y calenté unos pedazos de pizza que habían sobrado del día anterior. Comimos. Pasaron dos horas y comenzamos a limpiar.
-Las palomas no están- observó Alejo al rato.
-¿Cómo?
-No sé. No están.
-No puede ser.
Fui al patio y busqué, no estaban.
-Mejor.
Regresé a la cocina y me puse a lavar los platos. Pero un presentimiento llegó a mi cerebro. Había olvidado buscar en la palangana que estaba detrás del lavarropas.
-¡Vení Walter! – pedí jocoso -. Mira tus amigotas donde estaban…
-¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
Salió disparado al baño y vomitó. Las palomas flotaban en la palangana de una manera espantosa, sus cuellos y patas estaban más estirados de lo normal, y además emitían un aroma horroroso.
Como si se tratara de un ritual, agarré una pala de plástico y, luego de cuatro intentos, logré atrapar a las difuntas aves y meterlas en una bolsa de nylon. Alejo seguía recuperándose de la experiencia traumática. Salí a las calles con el peso de los cuerpos en mi mano y los tiré en el contenedor. Me empapé.
Terminamos de limpiar la casa, pero no relucía ni mucho menos. Esa noche fuimos a una discoteca y la pasamos muy bien. Pasaron unos días tranquilos hasta que escuché:
-¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
-¿Qué pasa Walter?
-¡Hay dos gatos en el patio!
Pero esa ya es otra historia…

Coriano
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:53:09 pm
Sonya


Conocí a Sonya en circunstancias poco destacables.

                                   ***

La busqué otro día bajo ordenanza anónima, igual que cuando uno cree que si no hace algo sucederá otra cosa. Una cosa horrible parecida a la muerte.
La encontré.
Caminamos hasta donde sólo podía continuar sola.
Entró, pero no sé adonde.
Yo seguí también: anduve junto a un raíl en cuyo límite intuí una estación fantasmagórica.   
Durante muchos pasos fue niebla al fondo, pero luego no.
Pont Marie, decía el rótulo. Fui adentro. Olía el aire a húmedo, y era espeso. La luz amarfilada. Recordé: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) […].»
Pedí en castellano un libro.
Ella era alta y angosta, igual que el autor. Pálida; ojeras como las de un oso panda. Portaba unas estrechas gafapastas atadas a un cordel sobre la punta de su filuda y estirada nariz. Sólo hablaba francés.
Yo, para mi sorpresa, también lo hablaba: —Fin d’ un jeau —dije.
Percutió las teclillas; miró el monitor por arriba de las lentes. Fue a por el libro avanzando como si flotase, o acaso flotando.
Regresé por donde había venido, si exceptúo que elegí otras calles.
Trouffe sourire. Fui adentro. Olía a cacao tibio, mezclado con vainilla.
Ella era rolliza. Tenía la cara ancha y tostada, igual que el chocolate. Vestía un delantal con bordaduras luminosas.
El mínimo vendible era de ocho trufas. (Me informó).
Asentí.
Jugó a hacer un lazo con una cinta verde. Uno insólito.
«Todo va a ser bueno a partir de ahora», pensé, y terminó ella de sellar el baulillo.
El precio de las trouffes era una sonrisa.
Pagué.
Adonde había entrado Sonya era misterioso pero supe de algún modo que saldría otra vez pronto.
Me senté al principio de un parque próximo. No vi que a lo lejos existieran sus confines.
Fin d’ un jeau. ‘Les Menades’. Comencé a leer.
Detrás había un árbol tapándome algo el sol: el juego de las hojas recreadas con el viento alumbraba en el papel con linternas multiformes.
Llegó el momento. Caminé hasta donde Sonya reatravesó el umbral.
—Ten —le dije.
Cogió el baulillo avergonzada, con los dedos encogidos, temblorosos, pero al final lo abrió. 
—¿Te gustan? —pregunté.
—Sí.
—Yo jamás las he probado —mi voz sonó como sin cuerpo, ingrávida, y volvimos por donde habíamos ido, eligiendo las mismas calles.

Ízan Arróspide
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:55:21 pm
Historia de Sangrenegra


  JACINTO CRUZ es un hombre delgado, de contextura fina y tez morena, con un bigote hirsuto, una barbilla descuidada, un sombrero plano cubre su cabecita de cabello negro liso, unos ojos negros y profundos, labios delgados y como amoratados, una nariz romana, lleva en el cuello una pañoleta negra, está vestido para la época de los años 50, una camisa de franela blanca con grandes botones negros, un pantalón camicace,  nada apretado pero tampoco ancho que  no permita ver el cinturón de balas colgándole, a sus espaldas un rifle esperando ser utilizado sorpresivamente en los momentos en que sufre esos ataques de carnicero sanguinario, unas botas café militares que a cada paso hacen retumbar el ambiente, ocasionando un ruido de pisadas ensordecedor y algo insoportable. Su sonrisa  a veces es leve e irónica, pero vuelve a esa solemnidad de delincuente adolescente, aunque es un hombre ya maduro, hostigado por la vida, pero nunca hastiado de la sangre y de la muerte. Está sentado sobre una barrera de costales con arena, es un vivaque ubicado en una colina del Quindío, también puede ser en Armero y Líbano. En las faldas agrestes de esta tenebrosa colina en medio de la noche reposan los cadáveres de unos hombres que él mismo ha asesinado. En el transcurso de la obra, SANGRENEGRA descargara su ira contra estos cuerpos inertes, disparando sobre ellos, aún sabiendo que están muertos. Se escuchan graznidos de pájaros invisibles, todo el ámbito de la colina es espeluznante, sólo SANGRENEGRA puede con tranquilidad encenderse un cigarro de hojas de tabaco, no parece asustarse, está en su atmosfera, este reino de muerte y crueldad le pertenece.

  No es fácil ser Jacinto Cruz. A los 16 años estuve por El Cairo, en El Valle, haciendo de las mías, desde entonces los moradores de estas tierras fértiles empezaron a temerme. En 1948, me llené de rabia y de dolor interior. Mi padre me decía que yo nunca había sido su hijo porque mi sangre era negra y baldía. De ahí resultó que los hombres del pueblo en sus juegos y correrías me llamaran Sangrenegra. Después, Jorge Eliécer Gaitán  era asesinado en Bogotá. Este hecho ocasionó que se recrudecieran los enfrentamientos entre liberales y conservadores. ¡Todos por igual, una sarta de parias! Presté servicio militar. Descorazonado por mi vida dispersa asesiné a Gerardo Hoyos, a sangre fría, fue mi primer homicidio. Él era el hijo de un influyente conservador de la región.  Empezaron a ir tras de mí, con el propósito de arrestarme, colgarme o asesinarme. Me integré, al igual que otros hombres de miserable condición, a la famosa banda de delincuentes de Pedro Brincos. A los años siguientes, el batallón Colombia al mando del coronel José Joaquín Matallana aniquiló mi cuadrilla. Ya estábamos en guerra y nosotros éramos unos insurgentes campesinos, integrando a nuestra tropa todo el que quisiera dedicarse a la delincuencia y al bandolerismo.  Luego los más pobres empezaron a llamarme El Robín Hood colombiano. Pues yo le robaba y le quitaba las riquezas y las pertenencias a los ricos para dárselas a los más necesitados. Y esto por años fue mi lema: “desposeer a los poderosos y llenar a los pobres”.  Toda comarca o pueblo miserable era mi fortín. Luego conocí otros bandoleros no menos peligrosos y sanguinarios. ¡Prepárese para la guerra, Sangrenegra, usted es el mejor asesino de los nuestros! Me dijeron Aguilanegra, Malasuerte y Cantinero, unos malhechores salidos de la nada que azotaron por años el interior del país. Eran tiempos de transición y por ende muy violentos.  Como mi cabeza tenía precio y el gobierno pagaba por mi captura o por mi muerte una considerable recompensa, hice pacto de sangre con El Diablo. Él me daba triunfos en mis fechorías y yo le entregaba las cabezas cercenadas o los cuerpos mutilados de mis victimas. Estuve muy a gusto con este pacto de intercambio. Entonces todo el país tembló ante mi deseo de venganza. Con mis hombres sembré el terror, la destrucción y llevé la muerte a sus últimas instancias por Cartago, por Cali, Ibagué, Armero y Líbano. Todos temían de mí y pronunciar mi nombre era sinónimo de exterminio. ¡Acaba con todos! Me instaba El Diablo a proseguir. Entonces asaltaba a los campesinos que fueran, y violaba las hijas de todo paria. Pero las mujeres de los pueblos decían que yo simplemente era un malhechor y un extorsionista, entonces empecé a ser entre todos una leyenda del apocalipsis. Pero los hombres decían que yo simplemente era un vengador justiciero, entonces empecé a ser entre ellos un ídolo del fin de los tiempos. Colombia era el nido latinoamericano de la violencia. Liberales y conservadores morían enfrentados todos los días. Así como éstos. Pero El Diablo también abandona a sus hijos. Es de esperarse, nadie le enseñó a ser un buen padre y protector.  Les contaré los pormenores del año en que fui abatido, fue en 1964, Las fuerzas militares me cercaron en El Cairo, por El Valle, yo caí inocentemente en la emboscada, en ella participó mi desleal hermano Felipe Cruz que estaba cansado de mi infinita lista de crímenes y de mi imperio de horror, el muy descarado e ingrato me delató, dio los planos de ubicación de mi itinerario rebelde, se había aliado con el alcalde del pueblo, aunque nosotros teníamos más hermanos, y en definitiva Felipe y yo éramos muy desunidos y nos cargábamos algo de bronca. Pero yo nunca lo hubiera traicionado si él hubiera sido asesino y malhechor. El día de mi muerte, yo cargaba mi brújula, varios sellos de falsificación y unos binoculares, estaba vigilando por la ladera escabrosa. Nunca imaginé que fuera emboscado y asesinado tan salvajemente. Por eso les digo que no es fácil ser Jacinto Cruz. Esto de la cruz siempre me molestó, pero creó que la cargué hasta el día de mi deceso. Algunos dicen que debí haber pedido clemencia o que se me llevara a juicio, pero esa palabra nunca estuvo en mi jerga. Entonces me enfrenté a los militares y me llevé algunos antes de caer sobre el suelo rocoso de la ladera. Corrió mi Sangrenegra y formó un río inmenso que poco a poco fue cubriendo las venas abiertas del país. Morí bastante joven, pero mi imperio de terror nunca se olvidará y mi nombre estará inscrito en el Libro Eterno de la Infamia. No es fácil ser Sangrenegra, pero si tu sangre es negra, debes empezar un camino diferente al de los hombres comunes y ordinarios.   

Fran Nore
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:56:48 pm
Liliana, un amor inolvidable


Eran principios del mes de agosto, un buen día, un día de esos como raros me llama mi amiga Gloria, amiga de infancia y me dice, que vas a hacer este fin de semana, estás soltero? y le digo porque la pregunta, es que me extrañas, ella sonríe y la verdad lo digo por molestar, ella me dice: a vos te gusta salir a parrandear en chiva, le digo que si, porque la pregunta, y me dice es que tengo cuatro boletas para la chiva del sábado, voy con mi novio y una amiga sin parejo, como sé que vos estás soltero y a la orden, pues yo a mi amiga le he hablado mucho de vos y ella dice que no tiene problema con eso, que opinas, pues que te digo probemos, nada se pierde con probar y salir a conocer el mundo, decile a tu amiga que cuente conmigo, que no seré de pronto la mejor compañía pero que conmigo no se va a aburrir.

El caso es que llegó el día sábado, nos quedamos de encontrar en la parada de la chiva, estuve muy temprano y al mismo tiempo de mi llegada había una pelada, flaquita ella, muy querida y muy bien vestida, empecé a conversar con ella y le conté cosas de mi vida, ella hizo lo mismo pero en ningún momento dijimos el nombre de la persona que nos había invitado, ella me dijo que trabajaba con la entidad que maneja los impuestos y yo le dije que trabajaba con una constructora de la ciudad, luego de palabras van y vienen, ella me dijo que estaba esperando a una amiga con el novio y que le habían conseguido un parejo, yo me ataque a reír y su reacción obvia fue de descontento, afortunadamente minutos más tarde llegó mi amiga Gloria con su novio que no conocía y se saludo muy de beso con la amiga recién conocida por mi y que ni ella me había preguntado mi nombre ni yo el de ella, el caso es que luego de las presentaciones de rigor supe que su nombre era Liliana, me disculpé por el impase anterior y empezamos nuevamente desde ceros la conversación. Con Liliana en la chiva hablamos hasta por los codos, esa misma noche ella supo de mis relaciones anteriores y yo supe las suyas también, en conclusión ambos estábamos en las mismas circunstancias,  teníamos casi el mismo dolor de un rompimiento cercano y no teníamos nada que perder, que hicimos, pues simple hacer de las situaciones una fiesta y eso hicimos. En cuanta discoteca  paraba esa chiva los cuatro nos bajábamos y bailábamos hasta más no poder. Cuando la chiva llegó a la población de Juanchito, nos bajamos en una de sus discotecas y allí nos quedamos. Pedimos una botella de aguardiente y gaseosas para las niñas, en esa ocasión a todos nos gustaba tomarnos unos tragos de vez en cuanto pero en pocas cantidades, salimos a bailar con más calma con mi nueva amiga y descubrí varias cosas, una que esa mujer se movía en la pista con una facilidad impresionante, muy sensual su baile y la otra que esa mujer se me pegaba mucho al cuerpo y a mi personalmente me gustaba, mi amiga Gloria ya lo había visto y el comentario no se hizo esperar, en un momento en que Liliana se fue sola para el baño ella me sacó a bailar y me dijo, le caíste super bien a mi amiga, aproveche que esta soltera, uno nunca sabe que puede pasar después y de pronto estas perdiendo una oportunidad, yo le decía que era muy temprano tanto para ella como para mí empezar una relación luego del rompimiento de cada uno y ella me decía que Liliana le había comentado en la chiva que yo le fascinaba, que la escogencia de parejo no pudo ser más acertada, mejor dicho ese día iba a hacer el mío.

Cuando Liliana llegó del baño la invité nuevamente a bailar y  en medio del baile le pedí un beso, cosa que esta mujer por su reacción estaba esperando desde hace mucho rato de mi persona, esta mujer me dio un beso con tantas ganas que por un instante se me olvidó la relación con mi antigua novia y me dio una seguridad que en el momento no pude controlar, el caso es que estaba viendo a otra mujer con otras ideas y de otra perspectiva totalmente diferente, ese día estaría cumpliendo meses de relación con mi antigua novia, y ese mismo día estaba teniendo un affaire con una desconocida. La noche se prolongó por unas horas más, pedimos una nueva botella de aguardiente, más gaseosas, más cigarrillos, más rumba, más fiesta, más de todo un poco, muchos más besos en esa pista, muchas más caricias en esas sillas, hubo química y tan solo llevábamos unas horas de conocernos, hubo intercambio de teléfonos y lo mejor del asunto es que esa mujer no sólo trabajaba a pocas cuadras de mi oficina sino que vivía a pocas cuadras de mi casa. Todo en ese momento me estaba saliendo muy bien y sin planearlo. Solo una salida bastó para comenzar una nueva relación. Esta mujer era única a tal punto que nos hicieron rueda en uno de nuestros bailes, ella bailaba delicioso, se me pegaba de una forma tan provocativa que mi cuerpo se contoneaba a su ritmo, nos sentíamos como uno solo y en el baile, eso es lo primordial. Llegó la hora de partir, pagamos la cuenta entre todos, como estábamos en Juanchito, pedimos un taxi, llevamos a Gloria a su apartamento y me pidió que llevara a Liliana a su casa, cosa que acepté de momento, en la parte de atrás del taxi hubo intercambio de palabras bonitas, besos van y vienen de parte y parte, la dejé en su casa y me fui demasiado contento para la mía, ya no habían recuerdos ni nada de eso, ambos nos estábamos dando una nueva oportunidad. Al llegar a mi casa tengo un detalle con ella y la llamo, eran las 3:00 am, ella contesta radiante de felicidad, le deseo las buenas noches aunque es de madrugada, ella se despide con un beso en la bocina cosa que yo recibo y se lo agradezco.

A la mañana siguiente es domingo, la llamo a eso de las 10:00 am previendo de pronto que se haya levantado tarde y que hay que dejar a la gente descansar, como tengo carnet de un club deportivo, le propongo que nos vayamos a almorzar allí y que pasemos un día diferente, ella sin reparo alguno me dice que le dé un par de horas para arreglarse y le digo que no hay problema. Cuando llego a su casa, me presenta con sus papás y con sus perros, tiene dos perros pequeños y estos me saludan muy bien, cosa que yo agradezco porque siempre he pensado que si un animal lo quiere a uno de entrada el terreno de ahí en adelante ya está casi ganado. Le digo que como el club queda alejado de la ciudad tenemos dos opciones: nos vamos para el club en un taxi o si más bien vamos hasta el paradero de los buses intermunicipales en un taxi y el resto del viaje en bus intermunicipal, su reacción inmediata fue la opción bus, bonito detalle de su parte por el ahorro y a decir verdad la estaba probando y me gustó su reacción. Cuando llegamos al sitio del bus nos montamos y seguimos la conversación, el club quedaba a las afueras del sur de la ciudad y eso nos da momentos para conversar del día anterior y comentar lo sucedido tanto de los dos, nuestro encuentro, los detalles, el baile, el corrillo, los amigos y muchas cosas que han quedado sin respuestas. Cuando llegamos al club vamos directamente a almorzar y hay una cola enorme, entonces le propongo que vayamos al restaurante de otro nivel, ella me dice, mira amor - yo me quedo de una sola pieza por el cariño en que me lo dice, ella me dice que es la forma en que le gusta tratar a la persona que la cautive y que en esos momentos yo cumplo esa función, le digo que me fascina la forma en que me lo dice y ella sonríe – porque no hacemos la cola del restaurante popular y dejamos lo del buffet para otra ocasión, la verdad esta mujer era ahorrativa porque hay mujeres que lo consumen a uno de un golpe sin respirar. Hacemos una cola como de una hora y ella escoge un plato muy económico, yo por el contrario le propongo que pida un plato más caro pero ella no lo quiere, eso me gusta de esta mujer, que buena salida la que tuve pienso para mí, nos sentamos a comer  y cuando terminamos ella me propone que nos sentemos en la grama, cuando lo hago ella recuesta su cuerpo en el mío y me mira con cariño, yo no me puedo contener y le doy un beso en su boca al cual ella corresponde y me muerde un poco mi boca pero yo lo tomo con agrado también. Luego ella dice que quiere caminar un poco y reanudamos la conversación y seguimos caminando hasta la salida del club, salimos a la carretera y nuevamente cogemos el bus de retorno a Cali. Cuando llegamos a Cali nos bajamos en un centro comercial y le propongo que nos metamos a cine, ella dice que si, escogemos la película, compro las boletas, ella compra la comida y nos sentamos en la sala, comemos pero más que comer compartimos la comida, luego nos besamos y nos acariciamos por un rato hasta que empieza la película, yo acerco mi brazo a su hombro y comenzamos a ver la película hasta que termina, salimos de la sala, paro un taxi y la llevo a su casa.

Luego nos despedimos de un buen beso largo y delicioso, llamo un taxi y me devuelvo para mi casa, apenas llego la llamo y le deseo buenas noches como de costumbre, para hacerla importante, porque en eso se había convertido, en la persona más importante en esos momentos, nunca me había pasado, pero quería vivir esa experiencia, muy pronto sucedieron las cosas y nos gustaba compartirlo. Al día siguiente llego a la oficina y recibo una llamada de Liliana con los buenos deseos para el resto de la semana, mis compañeros hacen algo de burla y les comento de mi nuevo amor. Hablamos casi todo el día, para mis compañeros de oficina era extraño, pues en mis anteriores relaciones no se había visto eso, saqué tiempo del tiempo que no tenía con el propósito de oír su voz. Dentro de una semana es el mes de septiembre, el día del amor y la amistad y ese día recibo de Liliana un detalle y una tarjeta muy bonita que dice así: “Tengo un dilema: No sé si el amor se parece a ti, o si tú te pareces al amor. Pero lo que si tengo muy claro, es que tú eres la persona más especial e importante, eres mi amor. Lili. Cali, Sept. 17/94”

Karen A. Secas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:58:29 pm
Del amor y su ceguera

(Tragicomedia en un sólo acto)


Cada vez que el gran teatro del absurdo abre sus puertas, se colapsa. 
Así ha sucedido siempre y esta vez, no iba a ser una excepción.
El patio de butacas está tan lleno, que a mucha gente, no le ha importado sentarse en los pasillos. Las condiciones lo permiten. Una de ellas es que se trata de un espectáculo calificado como: “cíclico”, y eso (por razones que nadie entiende), seduce y provoca a las masas. El otro, el precio de la entrada ha sido adaptado para todo tipo de bolsillo, para permitir que todo el mundo pueda disfrutar de la función, eso sí, como manda la ley, haciendo la distribución pertinente.
Las primeras filas están reservadas para altos cargos políticos.
Las siguientes, para los familiares y amigos de los actores.
El resto es...para quien llegue antes.
Si el título de la obra: “Del Amor y su ceguera”, es lo suficientemente atractivo, no lo es menos el hecho de que los actores, nunca sean los mismos en cada actuación. Según la historia, es indispensable que cada vez la interpretase gente nueva. No importa la experiencia, tan sólo basta con realizar una pequeña prueba, que a fecha de hoy, la gran mayoría de las parejas supera con soltura.
Parejas.
De eso se trata.
De una breve historia de parejas.       
A las nueve de la noche, puntual, comenzó la obra. Todo el mundo estaba ansioso.
El Amor, es un buen motivo para olvidarse de todo y de todos.
Acto primero y único.
Se abre el telón.
Sentado en el extremo de un sofá de color blanco, hay un hombre con un antifaz del mismo color. Tiene el pelo corto y negro. Permanece en silencio y viste con una camisa roja y un pantalón vaquero.
En el otro extremo del sofá, hay sentada una chica, de unos veinte años, de cabellos largos y negros como el azabache. Viste la misma ropa que el enmascarado y tiene los ojos cerrados.
A ambos lados del sofá, hay dos mesitas blancas. Sobre cada una, hay una maleta pequeña. La del lado de la joven es rosa. La del hombre es azul. 
Sobre ellos, tras un cristal y rodeado por un brillante marco dorado, un bravo océano  ruge y hierve espumoso y vivo, moviéndose rebelde, como queriendo cruzar los límites, para derramarse sobre los inmóviles cuerpos.
Una inmensa mampara de cristal, separa el escenario del patio de butacas. Todo el público espera. Silencio sepulcral. 
De pronto, el enmascarado comienza a hablar.
-¿Ya te has decidido?
-Sí.
-¿Estás segura?
-Sí.
-Me alegro. Yo también.
-Lo sé.
Un nuevo silencio. Sólo el mar arde sobre sus cabezas, golpeando el cristal una y otra vez. El público sigue expectante.
Nadie se mueve.
Nadie. 
El hombre se acomoda y continúa hablando.
-Ya sabes que no es peligroso.
-Lo sé. De todas formas, a mi no me importa el peligro.
-Ni a mí tampoco.
-Lo sé. Además, lo tendré siempre controlado.
La joven sonríe. Se siente niña. Abre la maleta, coge un set de maquillaje y una bandeja. Se la coloca sobre las rodillas, esparce todo el material sobre ella y comienza a maquillarse. Acto seguido, el hombre abre su maleta y saca una bandeja, un plátano, un paquete de cigarrillos y un cuchillo de grandes proporciones. Se coloca la bandeja en las rodillas, y cuidadosamente, primero coloca el tabaco, luego el plátano y por último, el cuchillo. Ceremoniosamente, abre el paquete de tabaco, se enciende un cigarrillo, disfruta de él con verdadera pasión. Sonríe y continúa hablando.     
- Verás, yo...
-No digas nada. No quiero saber nada.
-Es que...
-He dicho que no quiero saber nada. Asumiré todo.
-¿Todo?
-Sí. Todo.
De repente, el hombre se lleva las manos a la máscara haciendo ademán de quitársela. En ese momento, la joven grita.
-¡No hagas eso!
-¿Por qué?
-Porque no hace falta que te desnudes.
-¿Estás segura?
-Por supuesto. Te conozco.
-¿Me conoces?
-Sí. Completamente.
La joven imagina. El hombre, controla y sonríe. Victorioso. Malicioso. Secreto. Despacio, muy despacio deja de tocarse la máscara. La joven respira convencida de haberse quitado un peso de encima. Segura de todo, continúa maquillándose. Él, seguro de todo, apaga el cigarro y coge el plátano. Lo acaricia, lo aprieta con fuerza y lo exhibe como un trofeo. Después, comienza a pelarlo. Con mimo. Despacio. Muy despacio. Todo, mientras continúa hablando.     
-Eso me gusta.
-Lo sé.
-Me gusta que me conozcas.
-Lo sé.
-Me gusta porque así podré tener siempre la máscara puesta.
-Lo sé.
-Me gusta porque así sabrás cuál es tu sitio.
-Lo sé.
-Me gusta porque me conocerás tanto, que nunca sabrás quien soy en realidad.
-Lo sé.
-Yo también te conozco.
-Lo sé. Y eso me gusta.
-También te conozco y eso me da poder sobre ti.
-Lo sé y eso me gusta.
-Aunque no lo parezca.
-Ya lo sé.   
El hombre, termina de pelar el plátano le da un mordisco. Con fuerza. Después, se lo da a la joven, que sin dudarlo, comienza a comérselo con pasión. Tanta que casi se atraganta. Cuando ha terminado, sigue maquillándose. Con naturalidad. El hombre se acomoda más. De pronto, se siente tan llena de felicidad, que no puede parar de hablar.
-Prométeme una sola cosa.
-Lo que quieras.
-Me querrás siempre.
-Claro.
-¿Claro que me querrás siempre?
-Por supuesto.
-¿Pase lo que pase?
-No lo dudes.
-Eso me gusta.
-Lo sé. 
-Yo también.
Sin dejar de mirar al frente, el hombre, coge el cuchillo. Lo manipula con seguridad. Lo huele. Lo mueve rasgando el aire. Entonces, por primera vez, se gira, mira a la chica y exclama:
-¿Entonces?
De repente, la chica, sin abrir los ojos, le arrebata el cuchillo y se lo incrusta en el pecho. Acto seguido se mete la mano y se arranca el corazón, que inmediatamente deja sobre la mano del enmascarado.
Mientras la sangre va brotando del pecho de la joven, el hombre, sin decir una sola palabra...comienza a comerse el corazón.
En ése momento, la chica exclama:
-Te quiero.
Y al instante cae fulminada.
De pronto, el océano rompe el cristal e inunda la escena. La fuerza de las aguas arrolla y el sofá, lanzado los cuerpos hacia la mampara de cristal.
En ese momento, todo el teatro comienza a aplaudir. Los aplausos son tan estruendosos que algunos hasta se rompen las manos. El éxito es arrollador. De repente, todo el mundo quiere subir al escenario convertido en un mar carmesí, por donde se mueven sin vida, los cuerpos de los dos personajes. De pronto,  el suelo del escenario se abre Y todo es devorado.
El público enmudece. La marabunta se calma. Lentamente. Mientras el telón comienza a cerrarse. Surgen algunos rumores, pequeños murmullos dispersos, que cesan cuando el telón se cierra completamente.
Surge un nuevo silencio. El público espera. Nadie se mira., nadie dice nada. Sólo observan las rojas cortinas. 
Unos segundos después, se abre el telón.
Y, sentado en el extremo de un sofá de color blanco, hay un hombre con un antifaz del mismo color... 

Okoriades Varacri
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 16:59:57 pm
Búsquenme en el jardín


No diviso sino ríos de lava hasta donde alcanza mi vista miope. Acabo de despertar y me cuesta comprender dónde estoy, qué sucede. La oscuridad lo invade todo, apenas interrumpida por el resplandor rojizo que penetra por mi escotilla. Me pregunto por qué sobrevolamos un escenario así de peligroso a tan poca altitud, aunque lo cierto es que el espectáculo fascina igual que sobrecoge.
¡Fuuum!, se enciende sin piedad la iluminación de la cabina. El asistente de vuelo nos insta a enderezar los respaldos, abrocharnos el cinturón y demás parafernalia previa al aterrizaje. Loreto se despereza. Me pongo las gafas: enfilamos las únicas luces blancas entre el maremágnum volcánico formado por los haces naranjas de miles de farolas. En un suspiro nos convertimos en hormigas que desfilan por grutas preestablecidas mostrando a las guardianas sus papeles identificadores. Las señales del aeropuerto alertan a los recién llegados: un símbolo de prohibición con una manzana mordida en su interior. No al soborno.
38459X21, mi número y mi foto me permiten salir del laberinto para volver al vasto mundo. Aguarda fuera el trajín propio de todo aeropuerto, pero aumentado exponencialmente: hemos llegado a una de las capitales más habitadas, la mitad de la población española metida con calzador en las costuras reventadas de una urbe hiperbólica.
—Hay huelga de transportes: taxi que circula, taxi al que le ponchan las llantas. Tendrán que viajar en carro particular —nos explican dos lugareños apoyados en una barandilla.  Ellos tienen coche y se prestan a llevarnos por una tarifa que duplica la indicada en la web que consultamos antes de volar. Un destartalado Tsuru —casualmente uno de los modelos más empleados como taxi— nos desplaza a trompicones por suburbios tristes mientras imploramos que no se averíe.
—Si nos toca volver otro año, cogemos un vuelo que llegue de día y organizamos un servicio de recogida —me masculla Loreto al oído. Aparte de su formación técnica como responsable de I+D, es una mujer culta y, por tanto, abierta y tolerante, lo que no quita que un barrio deprimido en otro continente, a las once de la noche, le resulte harto irritante.
—Señor, el camino a su hotel se demora. Voy a tener que pedirles otros cien pesosss —sonríe nuestro conductor.
—De acuerdo, llévenos lo más rápido posible —contesto recordando que visitaremos al primer cliente a las nueve de la mañana. No debería haberle apremiado, porque el siguiente cuarto de hora se transforma en estampida urbana con acelerones poco amigos del Protocolo de Kioto y de nuestros riñones. Al menos nos perdemos cualquier detalle del degradado entorno hasta que derrapamos ante el hotel, remanso de comodidades y paz.
La semana avanza alternando reuniones infructuosas con cenas muy entretenidas. Nos resulta imposible centrar las conversaciones en el objetivo del viaje: abrir proyectos en los que aplicar nuestros desarrollos de los últimos dos años. «Bueno, eso lo iremos estudiando amigosss, ahorita dejen que les regalen otro platillo de chapulines y brindemos por ustedesss», dicho con ese evocador acento con sus eses de serpiente.
Llega el viernes. Fracasadas las tentativas de negocio —«pospuestas», según nuestros amables interlocutores— queda la agenda turística que hemos confeccionado para llenar las horas previas al vuelo. Empezamos por el barrio de Coyoacán, sabor colonial. En la plaza nos topamos con el escándalo que generan unas cincuenta personas protestando por las condiciones de los transportistas. El ambiente se tensa, una docena de policías toma posiciones. Sale volando una botella que desata una carga. Aúllan las sirenas, chirrían los frenazos de los refuerzos.
—¡Por aquí! —le grito a Loreto tirando de su mano. Dos manzanas más allá estamos nuevamente inmersos en la calma que impregna los callejones de este rincón de la ciudad, pero la curiosidad turística se nos ha agotado. Nos dirigimos jadeantes al primer sitio de taxis. A través de los cristales del Bocho se suceden los enfrentamientos. Reconforta la sensación de alivio nada más pisar el vestíbulo, arropados por su invisible manto de seguridad.
—¿De quién era la idea de abrir mercado en México? —me pregunta Loreto mitad sorna, mitad reproche, antes de encaminarnos a nuestras habitaciones. Noche tranquila, víspera de agitaciones: al llegar al aeropuerto, vuelo cancelado por razones confusas, relacionadas en cualquier caso con la huelga. Desenfundo mi móvil y compruebo que la prensa española informa sobre las dos víctimas que se ha cobrado el conflicto. Después de tranquilizar a nuestros familiares optamos por verle la cara amable al asunto, así que alquilamos un coche y nos alejamos del foco turbulento rumbo a Guanajuato, localidad recomendada por todas las guías. Ya nos preocuparemos el lunes por la vuelta, ¡ahora brindemos!
Una vez instalados en el hotel que encontramos en el Jardín de la Unión —la plaza central de la ciudad—, bajamos a un restaurante. Entre sincronizadas y chipotles disfrutamos de una cena amenizada por algunos atrevidos que se esmeran en el karaoke de la terraza contigua. Nuestras preocupaciones laborales se alejan. Entramos en una discoteca estupenda, intercambiamos conversaciones superficiales con gente a la que no volveremos a ver jamás y ¡vivan las revueltas, güey!
Dura mañana de domingo, todo parece engranado con el mecanismo de una silla giratoria dispuesta a dar vueltas en cuanto mueva un dedo. Ocho llamadas perdidas en mi móvil: por lo visto la prensa presta una atención creciente a la crisis que azota al DF. Envío un mensaje a Loreto diciéndole que me bajo a un bar, necesito tomar algo que me devuelva a la vida. Apenas ando unas decenas de metros para entrar en un local circular de cubierta abovedada y paredes blancas. Silencio, oscuridad, calma.  La pausada cadencia del ventilador del techo no corta el calor, pero ralentiza el mediodía. El tiempo se espesa, mi mano se alza lentamente con intención de pedir la cerveza que interrumpa la resaca. Mientras se aproximan las caderas de la camarera, atraviesa el bar una mujer que agiganta mis pupilas. Se detiene junto a la barra. Me obsequia con un perfil mareante al recogerse el pelo en una infinita cola. Las partículas liberadoras que pululan en el aire de esta ciudad y la atmósfera densa de la cafetería me empujan sin remedio hacia la dama pantera, mi vista nublada por la turbación. Algo en la escena funciona con la misma exactitud relajada del mecanismo del ventilador, la conversación fluye, el flirteo avanza más rápido que la tarde y desemboca en una inusitada noche de medalla olímpica.
—Matías, ¿estás allí? ¿Me oyes? ¡Que son más de las ocho, habrá que volver al DF, digo yo! —brama Loreto desde el otro lado de la puerta al obsesivo compás de sus nudillos. Silueta Perfecta se incorpora de un respingo y se viste y marcha casi al unísono. Medio minuto después he logrado enfundarme el pantalón y paso veloz ante la boquiabierta Loreto.
—Señorita, por favor, ¿ha visto salir a una muj…? —¡Crockkk!, me cruje la rodilla hasta el fondo del alma apenas piso la calle por olvidar que existen los bordillos.
*****
Otra mañana soleada con la pierna en alto en el Jardín de la Unión, viendo pasar a la gente desde la sombra de un frondoso árbol de Indias, mi árbol. Leo un e-mail de Loreto, que me envidia desde la oficina. Esta tarde examina mis ligamentos el doctor Pacheco, puede que me dé el alta. Puede…

Nuak
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:01:21 pm
La cadena


Me dicen que me calle. Siempre me dicen lo mismo cuando quiero aclararles ciertas cosas. ¿Qué acaso no se dan cuenta? ¿Acaso tienen que esperar a que les caiga un meteorito en la cabeza? En sí esto no lo entiendo muy bien, es cierto, por ahí mi maestro me dijo que son las reglas del juego, que uno no tendría que amargarse por eso (es más, le gusta mucho enfatizar en este asunto), pero igual no lo entiendo, y es que estos tipos deberían darse cuenta de lo que hacen. ¿Acaso no piensan? Supuestamente ellos son los que piensan, es más, se jactan diciendo que ¡No! ¡No! Ahí va otra vez este hombre ¡No! ¡No!, no entiende que eso le hace mal. ¡No me van a callar esta vez! ¡No! ¡No!... ¡No!

Otra vez entre estas paredes, se aprovechan porque yo sí cumplo las reglas. Sé que no puedo responder cuando más ganas tengo, que sólo puedo cuando es necesario, ¡necesario!, ¡válgame, ya quisiera yo elegir cuándo es necesario! Pero no, esas cosas se las deja uno a su maestro, y es que son las reglas del juego, dicen. Y por esas mismas reglas me acaban de encerrar de nuevo. ¡Si supieran quienes son los encerrados! Bueno, ni modo, sólo a esperar. Yo sólo quería hacerle entender a Don Jorge que haciendo eso le está creando traumas al niño Betito. El maestro ya me explico qué son los traumas, y por eso lo puedo afirmar, puedo afirmar que Don Jorge le está creando traumas a Betito. Es una pena porque Betito es lo más cercano que hay en esta casa a la sensatez. ¿Cómo se pueden guiar sólo por algunos de esos pañales manchados? ¿Cómo se pueden guiar sólo porque no alcanza a girar a la cosa esa que se gira para salir al parque? Es igual que yo, yo tampoco llego pero ni lo intento porque no es mi función. Tampoco es la función de Betito llegar a abrir la puerta, como dicen. Y tal vez me esté haciendo muchos problemas por algo que no es mi problema, y es que Don Jorge es poco reflexivo, pero yo no me quejo de las cosas que me hace, eso de ponerme una cadena ¡cómo si no me bastara sólo con escucharlo para saber lo que quiere que haga!, o de encerrarme, claro, sí, de encerrarme acá sólo porque discrepo con su forma de educar a Betito; no, yo no me quejo de eso, sólo que me preocupa un tanto.

En fin, mi maestro dice que a él también lo encierran de vez en cuando, pero que nunca se siente encerrado. También me dice que es muy extraño que me preocupe por algo, me dice que esa es una tara de Don Jorge, Doña Martha, Don Eduardo y ellos, y que por eso yo represento un caso muy singular entre nosotros. Yo le pregunto preocupado si eso es malo, y él me dice “si ha pasado es por algo y en su momento lo sabremos”. Ja, gracioso el maestro, a veces habla parecido a uno de esos hombres de ojos pequeñitos que salen a veces en las pantallas esas, televisiones, que frecuentemente ven aquí. Casi siempre no dicen nada interesante, pero cuando lo hacen es igual, es por las puras porque por más que sea interesante lo de la pantalla acá ellos siguen haciendo lo mismo. ¿Por qué hacen siempre lo mismo? A veces, cuando Doña Marta me acaricia, he querido preguntárselo. Y es que me gustan tanto sus manos, es como si cayeran adentro de mí, como si pidieran ayuda clandestinamente. A veces creo que ella me entiende, por eso creo que me pide ayuda…si supiera que yo no tendría nada que decirle, esas cosas no se dicen, solo se transpiran, pero eso sí, podría enseñarle a transpirarlas. La llevaría al parque entonces, pero eso sí, le pediría que sea sin cadena, aunque ella ya hace mucho tiempo que no me la pone cuando salimos. ¡Don Jorge sí me la pone! Y entonces en el parque correría haciendo todo lo maravilloso que hay por hacer, le enseñaría a darse vueltas, a saltar desenfrenadamente, a revolcarse en el césped, a juguetear con los pajarracos, a recoger en un instante a todo el tiempo, a estrechar en ese parque a todo el universo. También le enseñaría a abrazar a un amigo, pero para eso tendría que aparecer algún amigo y la verdad es que ahora último estoy de malas. Mis amigos ya no quieren jugar conmigo porque dicen que ya no estoy jugando, que más paro pensando en los porqués de ellos y creo que tienen razón...Esto de la preocupación…ahm, empiezo a pensar que esta tara no la debería tener, pero como dice mi maestro, por algo será. He escuchado por ahí que algunos de ellos se empiezan a dar cuenta, ¿entonces nosotros empezamos a preocuparnos? No creo que eso vaya a pasar, o en todo caso habría que preguntarle al maestro, él sabe las reglas del juego, aunque una de esas reglas es que yo mismo las averigüe. ¡Qué va!... Ahí parece que viene alguien. ¿Será Doña Marta? Hace tiempo que no me da una de esas galletas especiales, lástima por ella que cada vez la veo más parecida a Don Jorge, ¿o será Don Eduardo que es un poco torpe pero parece tener buenas intenciones?, sería bueno que sea Betito que ríe y dice tanto, pero bueno, él no va a alcanzar a girar la cosa esa que gira la puerta. En fin, sea quien sea lo bueno es que me va a sacar de estas paredes…

¡Bah! Es Don Jorge con la cadena otra vez…dice que me va a sacar a pasear al parque… ¡qué acto tan noble, Don Jorge! Me está poniendo la cadena… ¡si supiera quién anda más encadenado!

Juanpa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:02:44 pm
La Guitarra Sin Cuerdas


Soy el peor en lo que mejor se hacer, y por este don me siento bendecido, es tan fácil pretender y tan divertido perder - Kurt Cobain
Así empieza la metamorfosis que convierte a toda persona que alguna vez fue recónditamente decente a ese ser etéreo y sin nombre que deambula entre las mentes perdidas buscando esos que nadie le supo dar en su otra vida, amor, respeto, calor, eso nunca se sabe pero ese alma en pena sigue ahí buscando escarbando, suplicando podría decirse. La mayoría de las personas llegan a esta fase de sus vidas justo cuando se preparan para despedirse, pero ese no era el caso de S. no el llego a ese punto sin retorno a una muy temprana edad. El nunca encajo, nunca tuvo amigos, nada parecía interesarle, nadie parecía despertar la mínima chispa de afecto en el, ni su familia ni nadie. Cuando S nació, nació con los ojos abiertos y no lloro. No mostro ninguna expresión cuando los doctores lo revisó, ni cuando su madre lo cargo por primera vez, se quedo en silencio mirando al vacío. Esta conducta no cambio a lo largo de su vida, aprendió a hablar y caminar muy rápido, más sin embargo cuando hablaba solo decía lo justo, ni una palabra más ni una palabra menos. Si tenia que caminar solo daba los pasos necesarios. Era muy difícil verlo jugar con sus juguetes o con los otros niños, S prefería sentarse y ordenar sus juguetes de mayor a menor o por colores o por tipos o simplemente sentarse a garabatear en un pedazo de papel. Desde muy pequeño le gustaba dibujar y no lo hacia mal anqué  jamás llego a rayar una pared, o mesa o nada que no fuese una hoja de papel, todos sus dibujos tenían un titulo y jamás los dejaba olvidados por ahí. Aunque esta pasión solo despertaba cuando el quería ya que cuando su madre lo inscribió en clases de pintura S perdió rápidamente el interés y dejo de dibujar por un tiempo. Esta falta de pasión caracterizo la vida de S, no importaba que sucediera el nunca decía o hacia mas de lo necesario, siempre media sus palabras de acuerdo a la situación y nunca era franco con nadie, la vida de S era lastimera y miserable pero aun así S seguía frio e imperturbable pasase lo que pasase incluso hasta el día en que la muerte le hizo una visita inesperada. La muerte de una madre marca a cualquier niño pero no a nuestro pequeño S. Después de que su madre se fuese el siguió como si nada, pasando de casa en casa, de familia en familia. Vivió con varios tíos y tías, con sus abuelos y con un hermano, pero nunca con su padre, el cual jamás conoció pero tampoco le importaba mucho conocerlo. Paso de hogar en hogar y nunca pudo encajar, esa apatía y esa falta de emoción fastidiaba a todo el que se topara con el y hacia imposible la convivencia con otra persona por mucho tiempo. Así que paso a vivir debajo de los puentes acobijado por la luna y la estrellas, hasta que una fundación de caridad lo encontró y lo llevo a uno de sus centros, ahí no importaba quien fuera o como se comportara, ya que su hombre o su identidad ahí no importaban, en ese lugar el tan solo era el numero 930728. En ese lugar retomo sus estudios que estaban atrasados pero increíblemente y a pesar de su falta de pasión y disciplina, S se convirtió en un excelente estudiante. Pero eso no es importante en nuestra historia, fue en el colegio en donde pudo hallar su verdadera expresión en la música, en la música del rock. Y como ya se imaginaran, se volvió rico y famoso y vivió sin problemas el resto de sus días, claro eso es lo que la mayoría de la gente espera de sus vidas, pero no, la historia no pasa tan rápido, S demostró algo nuevo en el, pasión por algo, la música le encantaba, el Rock, el grunge, Nirvana, Soundgarden, Alice n’ Chains, Peral Jam, esos eran sus nuevos amigos, la nueva pasión de S mas sus habilidades natas le facilitaron el aprender a tocar la guitarra y era bastante bueno, pero a pesar de que había encontrado pasión, aun carecía de sentimientos hacia las demás cosas y las demás personas, escribir una canción le era imposible ya que no sentía nada que lo inspirase, siempre que podía se escapaba con si guitarra y empezaba a tocar tonadas de sus bandas favoritas, Black Hole Sun, Once, Smell Like a Teen Spirit, se las sabia de memoria y las tocaba espléndidamente, pero siempre lo hacia escondido, en lugares donde no lo viesen o escuchasen, y de seguir así nuestra historia acabaría aquí, pero un día se dispuso a tocar en el salón de música que estaba vacío, empezó a tocar Jeremy de Pearl Jam, cunado a mitad de la canción escucho algo que venia del armario de las guitarras, la puerta se abrió sin que S se dispusiera a abrirla, de adentro salieron dos amantes vampiros, una pareja gótica que rompió el anonimato de S. Curiosamente ellos estaban formando una banda y les faltaba un guitarra, a S no le gustaba la idea, pero tampoco le disgusto, así que acepto. La banda era apenas decente, pero aun así se logro abrir paso a la fama y todos se hicieron inmundamente ricos, o al menos así hubiera sido de no ser que un día, durante un ensayo, una de las cuerdas de la guitarra de S se rompió, no era gran cosa solo una cuerda que cambiar, pero S no la cambio, su pasión se había ido, dejo de dibujar otra vez. Y así fue como vivió su vida, un dibujante que no dibujaba, un guitarrista que no tocaba la guitarra, una eterna guitarra sin cuerdas.

El Lagartijo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:04:47 pm
AIR, UJUL
(Anagrama no recomendable)


Y después de unos días volví a salir de aquel cajón apolillado. Su piel estaba fría como de costumbre, pero no duraría mucho así.
Me cubrió con esos Levi’s de los 90, los cuales tenían un pequeño y lúbrico trasero roto. En el fondo me alegré de la compañía, ya que así, podría visualizarlo todo y no sólo sentir el seísmo de unos tacones.
Nos encaminamos al bar de siempre, al de los sábados al mediodía, mitad cerveza de las doce mitad soledad en polvo(s). Apoyada en la barra, vio a Ujul tomando algo. Se acercó, la dio un húmedo beso en los labios y mientras acariciaba su mejilla, la susurró al oído <<ahora vengo>>. Se dirigió al baño a la vez que me propiciaba un buen pellizco, aún sentía el calor ensartado de aquella noche tras de mí.
Oí como corría el agua del grifo mientras el lloraba, su sentimiento de culpa y el agua no potable se enredaban y peleaban por salir primeros de aquel baño infectado de secretos. Tras un suspiro que llegó a apretarme más a su piel, volvió a reunirse con Ujul.

De nuevo sábado, pero esta vez, sus horas no eran de Ujul. El escote que ahora me hacía estirarme y sudar pertenecía a otra, Air.
Una y otra eran hermanas y él lo sabía, disfrutaba de ello, pero ellas no eran conocedoras de este hecho al que estaban sujetas.
Siempre me elegía para las “ocasiones especiales”, aunque luego durase décimas de segundo con a él cuando alguna de ellas nos acompañaba: un día en el suelo junto al periódico del día anterior, otro encima de la silla cuidadosamente doblado…, y así. Fui testigo, compañero y en ocasiones partícipe de sus conquistas. Cuando alguna lo descubría, cambiaba de bar, de nombre y de “oficio”, al menos a nivel conversación.

El último sábado del mes mientras él y Air se divertían sirviendo deseos a las sábanas, yo ojeaba las cortinas, eran bastante vintage para el estilo que esperaba de Air, pero no estaban mal, las había visto peores.
Mientras me debatía en este diálogo profundo entre mi yo interior y el interiorismo en sí, rápidamente me puso sobre su piel, sin cuidado, dejándome mojado y perdiendo todo mi aroma a jabón neutro.
De nuevo los Levi’s ventilados me dejaron ver a una Air chillando, furiosa, excitada… Combatía entre su inacabado deseo de sentirle dentro y la pretensión de que el deseo de él acabase, pero no de forma temporal ni respecto a otras mujeres, no, sino para siempre.
-¡el jabón neutro, joder, mi fragancia a jabón neutro! –sollocé

Habiendo sido descubierto por una de las hermanas cambió de bar, pero no de costumbres, y por supuesto tampoco cesó en su hábito de que yo le acompañase en sus ocasiones especiales. ¡Si yo les contara todo lo que han visto mis costuras!
Pasadas tres horas de conversaciones volátiles, tocamientos ante la barra y cervezas compartidas, me hallé de nuevo en otra habitación.
Miré el reloj calculando cuánto tiempo tendría para estudiar la decoración del cuarto, por cierto, bastante prometedora (así a primera vista), pero no me dio tiempo a comenzar ni siquiera por el cabecero de la cama. Sentí como una corriente viscosa y violenta se entremetía entre mis tejidos y me teñía de confusión, de roja cuita. Apagándose mi voluntad, miré a través del trasero roto de los Levi’s, los cuales hacían juego con mi nuevo estado bermellón, y las vi. Las dos hermanas: una apuntándole y la otra llorando. Ambas estaban cogidas de la mano, mientras la nueva amante, amiga de éstas, atendía impávida al esmalte de sus uñas.
La que apuntaba, se acercó hacia mí arrastrando a su hermana temblorosa, y mientras me miraba a través del roto del pantalón, gruñó rabiosa: ni siquiera tenía la decencia de cambiarse de calzoncillos…

Siree
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:05:59 pm
Atrapado


El encuentro había sido programado para el siguiente domingo lo cual me llenaba de ansiedad, faltaban solo unas horas y lo que tanto había estado deseando desde el mismo momento en que fui contactado estaba a punto de materializarse, sé que muchos no me creerían y por el contrario me llamarían loco, pero mi convicción era suficiente para aceptar los acontecimientos que vendrían.
Todo empezó hace solo unos días atrás cuando Isabel y yo caminábamos por la cima de un cerro cerca de nuestra casa, en medio de una lluvia que nos sorprendió sin avisar y antes de decidir bajar, nos refugiamos en una cueva que estaba camuflada entre los arbustos y el follaje,  supongo que era una especie de abertura hecha naturalmente en la roca ya que carecía de marcas producidas por algún tipo de herramienta, la lluvia se convirtió en tormenta obligándonos a permanecer dentro de la cueva hasta el anochecer  amenazándonos con prolongar nuestra estancia por mucho tiempo más, el estruendoso cielo castigaba nuestros oídos despiadadamente y la intensidad de los relámpagos iluminaba la montaña dejándome ver momentáneamente la silueta de los árboles cercanos, las ramas se mecían fuertemente, unas se partían, otras se balanceaban en sentido del aire dándole un toque de zozobra al momento. Inexplicablemente, una luz descendió en medio de la noche, esta empezó a bajar justo enfrente de nuestros ojos, el entorno empezó a tornarse en un rojo difuminado entre las gotas de lluvia y un refulgente blanco el cual no podíamos ver fijamente pero que estaba apuntando en nuestra dirección, Izabel estaba nerviosa e intentó salir corriendo de la grieta a toda costa y tuve que detenerla, ambos estábamos aterrorizados con lo que estaba pasando pero también sabíamos que lo que hubiera allí afuera tendríamos que afrontarlo juntos, una caída por la ladera del cerro podría resultar fatal en caso de resbalar y con nuestro corazón a punto de estallar decidimos conservar la cordura. La extraña luz se mantuvo en su posición e inexplicablemente la lluvia cesó, pero solo en ciertas partes, el extraño objeto se acercaba cada vez más a la copa de los árboles dejándonos ver por primera vez su gran tamaño además de que producía un extraño sonido parecido al de la corriente eléctrica, nosotros estábamos estupefactos y no pudimos siquiera movernos, aquello era indiscutiblemente una nave extraterrestre la cual nos observaba mientras flotaba en el espacio, estaba diseñada con un extraño metal –supongo- que brillaba con el destello de los relámpagos, no tenía ventanas pero sabía que nos observaban. La luz blanquecina formaba una especie de camino entre la nave y nosotros y no penetraban las gotas de lluvia, cuando se encontraba a una distancia cercana al suelo vimos como en una pequeña área de la extraña aleación empezaba a difuminarse como si se tratara de agua al dejarle caer una roca creando una onda repetitiva sobre ella, esto permitió cierta traslucidez quedando poco a poco al descubierto un extraño hombre que salía de allí y quien se aproximo a nosotros sin necesidad de caminar, la luminosidad nos impedía mirar a los ojos de aquel “visitante” que media unos 2 metros, su aspecto era muy similar a nosotros con la diferencia de que su piel era como sintética o daba la impresión de serlo, o tal vez era su traje. Este ser nos envolvió en una especie de calor agradable, por alguna razón no tuve miedo y creo que Izabel tampoco, sentimos ausencia de fuerza en nuestros cuerpos y esto nos mantuvo en la misma posición en que estábamos, no podíamos resistirnos a ese éxtasis maravilloso en donde llegué a pensar que levitaba y hasta llegar a sentir la sensación de paz que llenó por completo aquella experiencia.
   Edahí dijo llamarse y también que provenía de una galaxia cercana para él y demasiado distante para nosotros, no hablaba pero todo me lo transmitía a manera de pensamiento, me sentía conectado a Izabel y ambos con quien nos mantenía inmersos en aquella burbuja, seguidamente nos dijo que debíamos reunir el total de once personas que al igual que nosotros, confiaran y creyeran en lo que el mundo trata de ocultar. Debíamos reunirnos el siguiente domingo 3 de abril en ese mismo lugar en donde se nos develaría una “gran verdad” y se nos haría participes de uno de los acontecimientos que muy probablemente cambiaría nuestras vidas. Sus palabras siempre fueron suaves y precisas, en todo momento sentimos que no nos lastimaría y que en el mejor de los casos nosotros habíamos sido escogidos para llevar un mensaje al mundo, si ese fuera mi destino, lo aceptaría encantado.
   Despertamos a la mañana siguiente sin saber en qué momento acabó todo, tanto Izabel como yo no entendíamos realmente lo que habíamos acabado de vivir ni mucho menos lo que sucedió después, el hecho es de que los dos recordábamos plenamente los sucesos de la noche anterior   y por algún motivo nos quedamos dormidos hasta que el sol salió. Esa mañana regresamos a la casa cargados de una extraña energía que nos mantuvo despiertos todo el día, tenía muchas inquietudes sobre lo que viví y lo que faltaría por ver, en cierto modo me sentí privilegiado. Aún teníamos 3 días más antes de nuestra siguiente cita en la montaña y decidimos pensar muy bien a quienes llevaríamos al encuentro, esa noche nos dormimos un poco tarde para poder dar inicio temprano en la mañana a las visitas de quienes nosotros habíamos decidido estarían allí con nosotros, pensamos que a pesar de que muchos de nuestros amigos creen en esta realidad no serían lo suficientemente aptos para presenciar un evento de este tipo y es por esto que elegimos a aquellos con quienes estrechamente hemos creado un vínculo más cercano para que nos acompañaran esa noche. Afortunadamente todo salió como estaba planeado y ya para el atardecer teníamos el total de personas para acudir a la cita, ese mismo sábado al anochecer nos reunimos todos en casa de uno de nuestros amigos para tratar temas referentes al encuentro y afinando detalles cruciales para que todo se diera sin contratiempos.
   Por fin llegó el tan esperado domingo y después de reunirnos en nuestro punto de encuentro empezamos a alejarnos del pueblo para adentrarnos en la montaña, eran aproximadamente las 6 de la tarde y todavía nos quedaba una hora máximo de luz, nos tardaríamos una hora y media o tal vez dos y una vez en el lugar debíamos esperar hasta las 10 de la noche que era la hora en que seriamos contactados, todos subíamos a buen ritmo y casi no hablamos, mi corazón iba acelerado desde que empezamos a caminar e Izabel subía a mi lado, agitada igual que yo y con el deseo en sus ojos de saber lo que pasaría,  todos compartíamos el mismo sentimiento y el ansia de saber nos hizo llegar al lugar en tiempo record. Una vez allí era cuestión de esperar la hora acordada y todos decidimos acostarnos en el pasto mirando las estrellas en el cielo y el inmenso firmamento que centelleaba, imaginando cual de tantas luces sería la que llevaba consigo a los extraterrestres que veríamos esa noche. Transcurrían los últimos cinco minutos y los ánimos en el grupo empezaron a elevarse, todos deseábamos verlos ya y algunos creían ver algún cambio en el cielo presumiendo que eran ellos pero no, estábamos siendo víctimas de la desesperación y ya empezábamos a impacientarnos hasta que por fin todos coincidimos en ver una luz que se aproximaba en el horizonte y en nuestra dirección, yo empecé a sudar mientras le agarraba la mano a Izabel, ella me dijo que el momento había llegado y todos los demás se mantuvieron mirando al cielo casi sin parpadear, la nave ahora era visible y todos pudimos observarla cuando paso sobre nuestras cabezas lentamente, pudimos ver unas luces en el centro de ella y el extraño sonido a nuestro alrededor, por fin se detuvo y se posicionó a casi un metro del suelo exactamente igual que la vez anterior, el metal se “deshizo” al momento de que salían 3 de seres de rasgos similares al exterior y se dirigieron a nosotros pero esta vez sin la luz enceguecedora que producía el primer visitante que había visto, ya empezábamos a experimentar la extraña fuerza sobre nosotros, dos de ellos se acercaron primero y empezaron a hablarnos telepáticamente pero el último se quedó atrás mirando a su alrededor y ya estando a pocos metros de nosotros decide regresar rápidamente cuando una fuerte explosión sacudió un costado de la nave, esta despegó velozmente dejando atrás a dos de sus tripulantes y apareciendo de la nada un grupo de hombres armados quienes golpearon y sometieron a los 2 visitantes y a las demás personas que estaban con nosotros, usaban aparatos extraños y transmitían en algún tipo de lenguaje codificado y haciendo presencia casi en el acto una especie de helicóptero en el cual fueron ingresados algunos de mis amigos e Izabel, todo fue muy rápido y no pude darme cuenta de lo que sucedía a mi alrededor hasta que un golpe en la nuca nubló mi conocimiento.
   He despertado en alguna parte, en una habitación donde todo era blanco, estaba en una camilla y a mi alrededor había una serie de aparatos médicos, detrás de la ventana del cuarto podía ver a dos hombres y una mujer, ellos me miraban y hablaban entre sí mientras escribían en una tabla, no me explicaba lo que estaba haciendo en aquel lugar y solo deseaba salir, pocos segundos después ingresaron al lugar uno de los doctores y dos militares quienes aseguraban que yo no recordaba nada pero que aun así sería mantenido bajo custodia por algún tiempo, no sé qué ha pasado con Izabel ni con cada uno de los otros con quienes estaba, ni tampoco con los seres extraterrestres, hago un esfuerzo por sentarme pero no puedo, me sentía muy débil y traté de hablar, el militar observó mi reacción y me preguntó sobre lo que había sucedido la noche anterior, mi voz respondió en forma errada, no era lo que estaba pensando ni lo que deseaba decir, desconocía lo que me dominaba,  mis movimientos y reacciones eran absurdas e involuntarias, una gran parte de mi había abandonado mi cuerpo y este estaba siendo habitado por algo más poderoso que tomaba el control sobre mis palabras y movimientos dejándome en un espacio sin salida, la lucha en mi interior hizo que fuera diagnosticado con paranoia severa y puesto en una de las clínicas mentales de la ciudad. Ha de ser algún tipo de droga la que me tiene metido en el limbo sin posibilidad de salir, todos ignoran en donde me encuentro ahora, empiezo una batalla por tratar de salir y descubrir lo que ha sucedido, tengo que escapar…

Hector Ruiz
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:07:30 pm
El día de mi diez cumpleaños


Amanece y mi madre nos despierta dándonos besos en las mejillas.
Hoy es 8 de septiembre de 1931, el día de mi cumpleaños. Voy a cumplir 10, y digo voy porque hasta que no sople las velas no me gusta decir que he cumplido años. Así que llevo nueve sin cumplir años de verdad, porque mi madre nunca me ha podido comprar una tarta.
A mí me gustaría celebrar ese día  a solas. Estoy cansada de tener que compartir mi cumpleaños con mi hermana Mercedes. Pero es que nacimos el mismo día y no tengo más remedio; aunque su nacimiento se adelantó cinco minutos con respecto al mío. ¡Ella siempre igual, queriendo estar por delante de mí!. Somos gemelas, ¡gemelas auténticas!  Si queremos nadie nos puede distinguir, sólo mi madre, claro; mi padre pasa tanto tiempo fuera de casa que cuando llega no tiene cuerpo para juegos, y nos cambia de nombre constantemente.
Yo quiero mucho a mi hermana- y aunque siempre pretende ganarme en todo- reconozco que es mi mejor amiga.
-¡Amparo!- me grita mi madre - ¿te quieres levantar ya de la cama? Tus hermanos ya se han puesto en pie.
Hoy es martes y me corresponde acompañar a mamá a la plaza para hacer la compra y traérmela después para casa. A Mercedes le toca encender la cocina de carbón para calentar un poco de leche y hervir la cebada para el desayuno. Después tendremos que hacer juntas la colada. Consuelo todavía es pequeña para poder ayudar en las tareas. Tiene seis años, aunque le gusta coger la escoba de vez en cuando.
Mi hermano Manuel se fue con mi padre esta mañana antes de que amaneciera. Tiene trece años pero ya se está haciendo mayor, trabaja como peón aprendiz de las obras en donde está mi padre.
Mi hermano siempre llega muy cansado por las tardes, y con las manos llenas de grietas.
- Aún te las tienes que curtir – le repite mi padre.
A mí me da pena que se vaya a trabajar porque todavía lo veo como un niño. Con él las tardes eran más entretenidas porque tenía permiso para llevarnos de paseo. Pero ahora se levanta tan temprano que cuando llega, después de un largo día, no quiere ni que le miremos de reojo. ¡Se enfada!... Pobrecito, con lo que le gusta dormir. Los domingos tarda horas en despertar aunque mis hermanas y yo, estemos haciendo mucho ruido.
Mi padre es maestro albañil. Trabaja de sol a sol; o eso es lo que suele decir mientras entra protestando por la puerta de casa, cuando sospecha que mi madre le va a sermonear por llegar tarde. Pero yo lo he visto muchas tardes en la taberna “del cateto” tomando vino con sifón en la barra, con otros hombres que no me gustan.
Casi no vemos a mi padre, y cuando lo hacemos no quiere que le molestemos con mojigaterías, como nos suele decir.
Tiene la piel muy oscura y las manos ásperas y rudas. Le gusta llevar su gorra de visera un poco inclinada hacia la derecha y la blusa de manga larga remangada hasta el codo.
 - Para ser tan pobre eres muy señorito- le reprimenda mi madre cada vez que le pide una camisa limpia y sin remiendos para ir a trabajar.
Él ha sido siempre muy celoso, y no porque mi madre le haya dado motivos, sino más bien porque ella ha sido siempre muy hermosa. La mujer más guapa de Triana. Morena, de piel blanca y con unos ojos verdes preciosos.
Por los celos, mi padre se llevó veintiún días en la cárcel del Tamarguillo.

Mi madre me mete prisa para que me termine el desayuno y ni siquiera me deja rebañar las últimas migas de pan que he echado en el tazón de leche. Va siempre corriendo a todas partes y yo agarrada a sus faldas para que no se me pierda. Se coloca, colgada de su brazo, la enorme cesta de mimbre que luego tendré que llevar yo de vuelta a casa, y me imagino ya el suplicio que tendré que pasar antes de llegar.
Alcanzamos el mercado de Triana a paso ligero, no sin antes sortear los adoquines que están esparcidos y mal puestos en las calles,- apropósito-, para que me tropiece cada dos por tres y me haga una postilla en las rodillas.
El mercado me gusta porque huele a fresco, a vida; y porque se contagia la alegría y la sonrisa de los tenderos.
Después de saludar fugazmente a algunas vecinas del barrio, nos paramos en seco en el puesto del carnicero a comprar para algunos días. Cuatro gordas de carne, media gallina, los avíos para un puchero y dos gordas de manteca colorá.
- Huuuunmm, manteca colorá – suele aspirar profundamente mi hermano, con cara de felicidad, mientras la manteca se derrite en el pan caliente.
Vivimos en una casa de la calle Alfarería. Compartimos la vivienda con seis vecinos más. Tenemos dos habitaciones que se encuentran situadas debajo del gran hueco de la escalera; una habitación para dormir, que es la más grande y otra para comer y hacer el resto de las cosas del día, donde pasamos la mayor parte del tiempo.
Las cocinas se hallan cerca del patio común. Cada vecino tiene la suya propia; sin embargo el retrete es compartido y está situado en la parte del fondo de la casa, en el corral.
El patio es muy bonito tiene doce columnas unidas con altos y grandes arcos, y la galería que lo bordea nos protege de los días de lluvia; allí es donde están las puertas de las casas de los demás vecinos. Siempre hay gente entrando y saliendo, y niños jugando en patio. Es el centro de la casa.

Salimos del mercado y seguimos con las prisas. Mi madre me deja sola en la esquina de la calle Betis y se dirige a cruzar el puente de Triana para ir a casa de varias señoras a tomarles medida. Yo tengo que volver a casa con la cesta cargada de compra sin distraerme y sin hablar con ningún desconocido. ¡Bajo pena de castigo si no hago lo que mi madre  me dice!. Por el camino me desvío hacia la tienda de Guillermo a comprar un cuarto de azúcar, pero solo si no cuesta más de dos reales el kilo.
A duras penas camino los últimos tramos de la calle y llego a casa arrastrando la cesta de mimbre,- ¡que creo que pesa más que yo!-. Con la ayuda de Mercedes guardamos la compra en la cocina. Ella ya ha hecho las camas y ha limpiado la casa, sin perder de vista a Consuelo, y están esperando a que llegue con el dinero de vuelta, para ir a por cisco picón a la carbonería de la calle Castilla.
Mi madre no regresará hasta las doce de tomar medidas y de pasarse por la tienda de telas; cuando llegue tenemos que haber hecho nuestras tareas y tener ya encendida la cocina con el carbón caliente. Ella sí que trabaja de sol a sol y nunca la he visto en la taberna “del cateto”. Siempre es la primera en levantarse y la última en irse a la cama. Trabaja como costurera, casi siempre en casa, menos cuando tiene que probar la costura a las señoras, que tiene que ir cargada con los trajes hasta donde viven. Son señoras que tienen a otras personas que les sirven.
Ella  tiene 34 años,  creo, y nunca ha dejado de luchar. En casa no cesa el traqueteo del pedal de su máquina de coser, que aún sigue pagando; hasta que llega mi padre, que no lo soporta. Entonces se pone a echar hilvanes y a fruncir dobladillos. Nosotras, cuando no estamos en la amiga o haciendo nuestras tareas, le ayudamos en todo lo que nos pide, aunque a veces protestamos.
Todavía es pronto para ponerse a encender el carbón de la cocina así que cogemos el barreño grande, el pequeño, la ropa y todo lo necesario para la colada y nos dirigimos hacia la pila que está situada en el corral, en frente de la letrina. Cada vecina tiene un día definido para lavar y  tender la ropa en la azotea de la casa. Los martes nos toca a nosotras.
Mientras yo lleno los barreños de agua, para dejar en remojo las sábanas blancas con la sosa, Mercedes prepara  la pila para lavar en ella las piezas más pequeñas de ropa, que son las que nosotras podemos lavar. Cuando llega mi madre las sábanas llevan ya casi una hora en remojo y listas para refregarlas en la tabla de madera con  el jabón. Nosotras ya hemos aclarado la ropa interior, los vestidos y las camisas; y después de subir a tenderlas en la azotea, preparamos el barreño con el añil para que mi madre pueda darle el último enjuagado a las sábanas.
Los días que tenemos que lavar la ropa son cansados y agotadores; qué casualidad que nos haya tocado hacerlo el mismo día de nuestro cumpleaños.
- ¡Vaya regalito!, - le expreso resoplando y acalorada, a mi hermana. - Pero al menos lo estamos compartiendo las dos juntas.
Una vez terminada nuestra tarea con la ropa, ayudo a mi hermana Mercedes a encender el cisco de la cocina para el almuerzo. Con el calor que está haciendo este verano es complicado abanicar el carbón para que vaya tomando tono, porque el calor se hace insoportable,  sin embargo conseguimos encenderlo. Cuando llega mi madre de tender las sábanas, el potaje de la noche anterior ya está calentándose en el fuego. Siempre tiene que hacer la comida por la noche para que mi padre y mi hermano Manuel se puedan llevar el canasto por la mañana temprano.
Las tardes de verano se hacen eternamente largas. Nadie sale al patio o a la calle en las horas que hace más calor. Después de la comida, y tras acostar a Consuelo para su siesta, mi madre se sienta debajo de la ventana, frente a la máquina de coser y aprovecha la tarde haciendo lo que más le gusta, puntear. Tiene muy buenas manos para la costura y aunque nos comenta que no va a coger más trajes para hacer, no sabe decir nunca que no, y termina teniendo más trabajo del que a veces puede alcanzar.
Mientras nosotras sobrehilamos mi madre no para de darle al pedal de la Singer aprovechando la ayuda extra que le presta el artilugio para así adelantar trabajo antes de que llegue mi padre. Él no soporta el tac-tac, tac-tac, tac-tac de la máquina de coser.
Terminamos ya de dar los últimos pespuntes a un vestido de prueba, mientras mi madre sigue pedaleando con decisión. Consuelo ya se ha despertado de su larga siesta y nos dirigimos a la cocina a prepararle nuestra merienda favorita, pan con aceite y azúcar. 
Mientras merendamos escuchamos entrar a mi hermano Manuel en la casa, hoy ha llegado antes de la obra. Entra en el comedor junto a mi madre y nos sorprenden cantando cumpleaños feliz. Entre sus manos lleva un plato en el que hay dos magdalenas, y sobre cada una de ellas una cerilla apagada. Manuel está a punto de encender los fósforos.
¡Por fin voy a cumplir años!

Ater Tumti
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:08:42 pm
En el interior de aquellas paredes


La casa estaba compuesta de dos raquíticos pisos y los dos se alquilaban a los más pobres del lugar o de los pueblos colindantes, o qué sé yo a quién, pero siempre estaban alquilados a pesar de la humedad y de la insalubridad que reinaban en su interior. El edificio estaba construido al lado de un regato que en invierno podría llamarse río y su frontal daba a una carretera comarcal, sus paredes tenían más arena que cemento.

En la planta inferior vivía una mujer abandonada por su marido con dos hijos y un padre sin piernas que solía gatear,” los días soleados”, por la cuneta que había entre la casucha y la carretera. En el segundo piso vivía una maestra de escuela jubilada a causa de una trombosis cerebral, la cuidaba su esposo, un jubilado del campo: mis padres, eran mis padres.
 La enfermedad de mi madre y la emigración a Barcelona por motivos profesionales de ésta, así como el regreso a la tierra de origen después del penoso accidente cardiovascular, nos habían llevado a esta casucha, a esta ratonera donde murió mi madre y finalmente mi padre, yo… había salido algunos años antes de allí, con mi mujer y mis dos hijos, era lógico, la vida empuja con más fuerza a los más jóvenes, sin embargo la sensación de culpabilidad la arrastraré mientras viva. Me he sentido culpable de aquel lugar y de no haber podido o sabido sacar a mis progenitores de aquella situación, pero vayamos al tema que hoy quiero exponer.
Por aquel entonces era representante de neumáticos de una conocida marca y viajaba mucho, después de alguno de mis viajes solía visitarlos, una noche me quedé allí a pernoctar,  y un poco antes del amanecer se levantó mucho viento, viento que aliviaba mi cuerpo refrescándolo; lo curioso es, que yo estaba en la postura de la vela, de pronto me vi así, es decir… con los pies hacia el techo y sólo la cabeza y la nuca apoyadas en la cama, me vi así sin más, no tenía consciencia de haber provocado  aquella postura, hacía mucho viento dentro de mi habitación, ¡pero las ventanas estaban cerradas!, lo pude comprobar con posterioridad.
Lo cierto es que estaba muy a gusto, cómodo con aquel viento aunque fuese muy fuerte,  porque gracias a su fuerza no pensaba en nada, sólo lo oía, estaba escuchando al viento y sintiéndolo en mi piel desnuda,  eran imposibles los pensamientos, no cabían en aquel inusitado amanecer.
Comprobé que a mi lado, sentada en un rincón de la habitación estaba una mujer muy joven, tal vez una adolescente,  al descubrirla se cruzaron nuestras miradas, se asustó y se fue traspasando la pared,  no me sorprendió,  la seguí con aquel viento zumbando en mis oídos y refrescando mi cuerpo, no me asombré asombrarme de la situación, ya que no pensaba en nada repito, todo sucedía, simplemente sucedía. Envuelto en aquella reconfortante sinfonía del aire que me aliviaba e incluso me sostenía  en aquella postura, atravesé sin ninguna dificultad la pared.
 Dentro de la pared, las caras y las escenas se multiplicaban infinitas como sucede con dos espejos que paralelos  se miran, era asombroso, sin ningún cambio en mis emociones, estaba siendo espectador de las más crueles tragedias y de las comedias más chispeantes, había incluso escenas...no sé si catalogarlas de pornográficas,¡ pero no!, descarto tal calificación, ya que ocurrían sin motivo aparente de exhibición, de espectáculo; en uno de aquellos espacios había un viejo copulando con una joven,¡ sí! con ella, con la adolescente que  yo seguía, me extrañó su erección dada su edad, realmente era un señor muy anciano  de unos ochenta años,  el espacio era difícil de definir porque junto a esta escena una madre estaba amamantando a su bebé sin prestar atención a la pareja , en otra escena un hombre mataba a otro de una puñalada mientras el anciano seguía copulando, mientras la madre seguía amamantando. Nadie parecía verse entre sí, pero todo ocurría en aquel lugar, en el interior de aquella pared. También estaban unos hombres manejando pesados sacos, y en un rincón un niño semidesnudo jugaba con un caballo de madera, dos señoras con misal en  mano y velo negro en la cabeza rezaban, ¡allí todos!, todos juntos, sin percibirse. En aquella habitación sin paredes, unos trabajaban, otros copulaban, otros asesinaban y otros rezaban sin percatarse tampoco de mi presencia.  Yo no estaba ni asombrado ni preocupado, ya os he dicho que no podía pensar, nada más observaba, nada  más era un espectador.
No sé el tiempo que pasé sumergido en aquellas paredes, pero siempre ocurría lo mismo, aquel asesino siempre asesinando, aquellas mujeres siempre rezando, aquel viejo siempre copulando, aquellos hombres siempre trabajando…a cualquier lugar que mirase, si descubría en alguna actitud a alguien (cosa que ocurría al cambiar la mirada en un solo ángulo),siempre que volviera la vista hacia ése determinado y preciso ángulo, ocurría exactamente lo mismo , nunca cambiaba nada, evidentemente había entrado en otra dimensión.
El viento cesó y me encontré nuevamente en mi cuarto, abrí la ventana inmediatamente,  pero fuera no hacía viento, ni siquiera una ligera brisa, sólo encontré detrás de la ventana una vulgar mañana, toqué la pared con mis manos, estaba fría y húmeda, como de costumbre.
  Sin viento comencé a pensar  y me di cuenta que aquella gente revivía en aquellas inmediaciones todas las acciones que por alguna causa que desconozco no pudieron desaparecer incluso después de su defunción, quedaron allí como imantadas, sí, eran muertos viviendo siempre sus mismas acciones, no era un cielo ni un infierno al uso, ¡cuidado! algo no  encajaba:¡ la adolescente!, la adolescente había estado sentada a mi lado antes  que yo hubiera traspasado la pared.
A los dos años del fallecimiento de mis padres alquilé la casucha entera, los dos pisos, con la intención de seguir averiguando lo que ocurría en su interior.
Entré en el cuarto con cierto temor, llevaba una mochila y dentro de ella el saco de dormir…aunque pensé que me sería imposible reconciliar el sueño, estaba muy inquieto y muy entristecido, además  quedaban vestigios por todos los rincones de mis queridos progenitores, al menos esa era mi impresión.
La casucha no tenía luz, no la había dado de alta ya que sólo la quería para este menester, saqué una linterna del interior de la mochila y cual no fue mi asombro al comprobar que donde apuntaba con su haz de rayos, en lugar de verse la pared se hacía un hueco en ella, yo estaba despierto, ahora no tenía duda, no hacía viento, ni me había acostado en el saco, ni nada de nada, ahora estaba despierto totalmente, no cabía la posibilidad de que fuera un sueño.

El hueco no era muy grande,  arrastrándome cabría, eso pensé y eso hice,  apenas hube traspasado la pared pude erguirme sin dificultad, aquella bóveda me pareció inmensa y como pude comprobar seguía poblada de toda aquella gente, bueno… de todos aquellos muertos, no tenía ningún miedo a pesar de que a mis pies una madre estaba estrangulando a su bebé, no la hice ningún caso, de todas formas siempre iba a estar allí… a mis pies,  haciendo lo mismo, busqué entre  aquella infinidad de acciones, enseguida vi a los hombres trabajando con aquellos enormes sacos, al asesino del puñal y su víctima, a la madre amamantando ¿pero a quién estaba buscando? era evidente que a la adolescente, no tardé mucho en divisarla, allí estaba…pero vestida, sola,¿ y el anciano que copulaba con ella? Me acerqué, y a medida que me iba acercando, ella se iba desnudando y un sudor helado traspasó sin contemplaciones todos los poros de mi piel, la joven seguía desnudándose , rápidamente me abrí la camisa y comprobé horrorizado que yo era todo pellejo, aquel cuerpo que veían mis ojos no correspondía con mis cuarenta años, despavorido me alejé cuanto pude de la joven buscando la grieta, la salida, por fin pude ver a la mujer estrangulando a su bebé y entre ellos y el niño que jugaba con el caballo estaba la rendija, me lancé de plancha por ella y salí a mi habitación, de inmediato apagué la linterna ,estaba a salvo. También de inmediato supe y ello me reconfortó un poco, que mis padres no estaban dentro de las paredes de la casucha, de todas maneras seguía muy alterado, muy alterado, creo que no recuperé la mochila, salí a toda prisa de allí, estaba anocheciendo, recuerdo que me miré el brazo y el torso, aliviado pude comprobar que era mi piel, la que correspondía a mi edad, pero… ¡Dios mío! ¡sí! la que me correspondía en la fecha de hoy,  ya estaba dudando, la duda de que aquel anciano fuera yo en un futuro me estremecía, no me dejaba descansar. Pasaron dos años más y debía  volver,  estaba totalmente convencido  que el muerto que había visto copulando con la joven era yo, pensándolo bien… no sé porque estaba tan angustiado, peor hubiese sido que fuera uno de aquellos hombres asesinados o asesinando, o aquellos otros que se pasaban toda la eternidad acarreando pesados sacos, mi eternidad no pintaba tan mal, pero lo cierto es que no podía descansar sin averiguarlo con total certeza, aunque si lo averiguaba tampoco entendía que remedio podría poner y si no serían peores las consecuencias al trastocar el destino ya escrito, el que se estaba  reviviendo en las paredes de la casucha; en estas conjeturas me hallaba inmerso, cuando ante mis ojos, una joven  apareció sonriente y pidiéndome fuego para su cigarrillo, yo no fumo pero no dudé un instante y le compré un bello encendedor de oro, lo siguiente fue una cena y al otro mes unas paradisiacas vacaciones en una hermosa cala cercana a Cadaqués. (Aquella joven era la que se asustó cuando se cruzaron nuestras miradas,  la que en el interior de las paredes de la casucha copulaba con el anciano).
 Se llamaba Rosa, tenía veintidós años, un cuerpo no muy delgado pero frágil, una melena larga, muy negra en contraste con una piel en extremo blanca, nunca tomaba el sol y lo primero que hizo en Cadaqués fue comprarse una sombrilla, así que al final  decidimos ir a la playa con la puesta de sol. Comprobé que nadaba maravillosamente bien, era todo un placer verla nadar con aquella extraordinaria soltura y entre aquella tenue luz mediterránea, yo no quería bañarme, sólo quería contemplarla. Pasaron los días, los meses, los años y no fui capaz de contarle nada, estaba asombrado, no parecía que pasaran los años por ella,  seguía con la misma apariencia, a mí no me quedaba ninguna duda: era ella, la única  capaz de salir y entrar del más allá hasta aquí, la única que era capaz de atravesar las dos dimensiones. ¿Que debía hacer ahora? ¿Porque no me hablaba del asunto? ¿Por qué no le hablaba yo del asunto? Se me ocurrió una idea, llevarla a la casucha, le diría que me habían ofrecido una propiedad muy barata por no estar en buen estado y que deseaba comprobar las reformas que se precisaban  para acondicionarla.
La mañana era lluviosa y al llegar a nuestro destino  escruté detenidamente sus gestos, no daba muestras de impresionarse por nada ni de reconocer el lugar-¿Muy barato te tienen que vender esto, no? (comentó ella).
(Fue lo único que dijo) Bueno… miraremos un poco la estructura y nos iremos enseguida, (fue también mi única respuesta). Nada más entrar por el pasillo de la casucha  escuchamos un fuerte y seco crujido, su tejado se desplomó,   quedé entre dos vigas, ileso, pero una de aquellas vigas mató  instantáneamente a Rosa.
Desde entonces y con sangre fría, vuelvo a la casucha, por uno de los muros que  quedan en pie me cuelo, me introduzco para estar con Rosa en el infierno, de momento no me quedo allí a vivir con ella, hago el amor  y salgo despavorido, aún no es mi tiempo, aún soy demasiado joven para tan peculiar casamiento.

Picorrelincho
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 02, 2012, 17:11:18 pm
Al final


Giré el pomo de la puerta y la abrí. No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme al otro lado, pero resulta difícil frenar cuando la Curiosidad te empuja por la espalda. Era bajita, regordeta y de ojos saltones; llevaba un delantal turquesa, un amasador en la mano derecha, y el pelo lleno de tirabuzones canosos que le llegaban a los tobillos.
-¿Estás segura que debo pasar ahí dentro? -le dije, temeroso de la oscuridad que atisbaba al otro lado del umbral.
-Estoy segura que voy a golpearte -contestó, blandiendo el amasador.
De repente, me pegó un palazo en el hueco poplíteo y desapareció junto con la puerta.
-¡Maldita seas! -exclamé furioso.
Nada más acabar la frase, una tormenta de relámpagos inundó el lugar de brillos celestes. Avancé con cautela bajo ese centelleo azulado, y al cabo de un rato comencé a ver a un grupo de crótalos arrastrándose hacia mí, dejando surcos luminiscentes sobre lo que parecía un desierto de fina arenisca.     
-¿Qué pretendéis? -les pregunté, desconcertado ante la amenaza.
Al escuchar mi voz, el millar de culebras que me rondaba se abalanzó sobre mí. Manoteé a ciegas, intentando desprenderme del tacto de aquellas escamas, pero lo máximo que logré fue experimentar la sensación de estar hundiéndome en una nueva negrura.
Instantes después, me encontré buceando en un mar de aguas añiles. No tardé en llegar a la superficie, ya que una brutal corriente me cabrioló hasta la orilla de una playa. Podía ver siete u ocho palmeras repletas de cocos, plátanos, naranjas y huevos, tres cabras amarradas a un tronco seco, un cormorán sobre la proa de una barcaza y también una cabaña de madera con una antena parabólica en el tejado. 
Anduve hacia la cabaña.
Al abrir la puerta de cañizo, me topé con un harén de mujeres que servían té, fumaban en pipa y se prodigaban amor sin contemplaciones. Pensé en unirme a la fiesta, pero, y aunque algo me decía que yo era el anfitrión, preferí salir de allí y trepar a lo alto de una palmera para contemplar el mar. Estaba en una isla, la cual parecía ser un granito de tierra en el desierto del océano. “Es un lugar tan idílico… tan mío”, pensé.
Noté a la Soledad recostándose en mi hombro. Tenía el cabello castaño, largo y ligeramente rizado; vestía una túnica malva y portaba un maquillaje que le rasgaba los ojos, unos pequeños ojos de color miel.
-No debes recordar a nadie -dijo ella.
-¿Por qué? -le pregunté.
-Porque el Olvido siempre te lleva a mí.
-¡Te ves con él! -exclamé, tambaleando la palmera mediante ondas de furia.
-Es un amigo tan necesario como una madre. No te enojes. Yo soy tuya.
Dicho esto, se arrojó desde lo alto de la palmera y la arena la engulló.
Contemplé el horizonte: un sol violeta se escondía bajo la línea del agua, salpicando gotas de fuego y de hielo.
Cuando los peces escupieron las estrellas y el sol regresó convertido en luna, bajé de nuevo a la cabaña y me tumbé junto a la Belleza. Era muchas y ninguna. Según la luz o la postura, cambiaba el color de su piel o la longitud y tonalidad de sus cabello; sus ojos menguaban y crecían como destellos intermitentes, y tanto el contorno de su figura como el volumen de sus pechos, mutaba al ritmo de su respiración. Oriental, africana, nórdica o latina; castaña, pelirroja, rubia o morena; gorda, alta, flaca o baja; tierna, fofa, prieta o lánguida... Todas en una y una en todas.
-¿Te sorprende? -me dijo, con una voz aterciopelada.
-Me agrada, aunque no comprendo el porqué -contesté, acariciándola con mis dedos, recorriendo su brazo desde el hombro negro hasta la pálida mano.
-No podría ser de otra manera. Soy efímera y cambiante. Si no te gusto, mírame otra vez… y luego otra… y otra…
-¿Y si quisiera una belleza inmutable? -le pregunté, tejiendo entre mis manos mechones de rizos zainos y de canas lisas.
-En ese caso, no querrías belleza -me contestó, a medida que se le arrugaba la piel y los labios se le almidonaban-. De ser así, te bastaría con el Miedo. ¡Ahí lo tienes! ¿Lo sientes?
Agaché la cabeza, y pude ver mi vientre al descubierto. De pronto, el ombligo comenzó a dilatárseme. Con gran pavor, observé cómo brotaba de mis entrañas un enorme brazo musculado. Creí estar alumbrando una horripilante criatura, un gigantesco híbrido de humano y hombre, tan cruel para la vida como lo es la propia muerte.
-Evítame, ignórame, destrúyeme… si puedes -dijo, con aguda voz de eunuco aquella monstruosa masa de músculos que emergió de mis adentros.
Miré a la Belleza en busca de ayuda o de respuestas, pero la encontré deshaciéndose sobre un lecho de almas. Huí despavorido de la cabaña, tropezando con lindas mujeres y con las burbujas que apresaban sus sueños de amor.
 Cuando regresé al exterior, la noche había caído como lo haría un velo de negrura translúcida sobre el foco de un teatro. Por suerte, todavía podía ver aquella barcaza y el cormorán posado en su proa. Me hice a la mar con un remo a motor, cuyo combustible eran mis telepáticas palabras de ánimo.
-No hay nada -murmuré al rato, alzando la vista a un horizonte que centrifugaba el cielo tornando la noche en mañana.
Tras decir aquella frase, comenzaron a brotar árboles por toda la inmensidad del océano. Las nubes estallaron en fechas, figuras y diálogos, mientras que el sol se licuaba entre sutiles formas. El cormorán voló, dejando una estela de vida púrpura que arrastraba la barcaza cual remolque de un avión. El aire no era aire, sino hielo, y el tiempo no corría, saltaba a trompicones. El ave terminó desintegrándose al chocar contra el licuado sol, e igual suerte corrió la barcaza al toparse con la nube de un “adiós”. Me quedé flotando entre dos mundos que formaban uno solo, sintiéndome a la vez parte del cielo, de los árboles, del océano, del todo. En ese instante, una fuerza misteriosa jaló de mí, arrastrándome a un abismo en el que una salvaje hilaridad me poseyó.
-¿Quién hay ahí? -acerté a preguntar, al notar una suave presencia en aquella nada total.
Tardó un poco en contestar, pero acabé escuchando un susurro que decía... “Yo soy la Verdad, querido. Yo soy la Libertad que hay al final”.

Lorenzo Blatis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 14:54:29 pm
Burbujas


Lo contrario del llanto no es la risa. Son las burbujas que le salen a Nika por el rabillo de sus ojos. Ahí están. No puede hacer nada para contenerlas. Salen, suben y revientan contra el techo. Egor se queda colgado mirando a Nika y sus burbujas. Podría decirse que hipnotizado. Pero sea lo que sea eso dura unos pocos segundos y ya no está. Nika se acomoda el escote como quien no quiere la cosa, incómoda, ondulando su vestido azul, algo gastado, que cae, desde los hombros y los pechos, hacia el suelo, sin tocarlo.
   -Otra vez –dice Egor.
   Nika se acerca a la ventana abierta. Apoya sus manos en el descanso, inclinándose hacia fuera, y la punta de su zapato azul dibuja una lenta “U”, tras la cual sus piernas quedan trenzadas, su pie izquierdo a la derecha, etc. De lo que se ve tras la ventana mejor ni hablar.
   -Hacelo otra vez, Nika. Dale.
   La punta del zapato azul da golpecitos nerviosos contra el suelo. Nika le da la espalda a la ventana y mira, más allá de Egor, el armario tumbado que bloquea la puerta de entrada. Su mundo es ahora ese salón en penumbras, que hace las veces de habitación, comedero y torre vigía.   
   -Nika... –vacila Egor. Nota de reojo que una chinche camina por la manga de su camisa a rayas. Todavía tiene la escopeta sobre el regazo. La deja contra el mueble bar y aparta de un golpe a la chinche. 
-No sé cuándo viene y no me gusta que me vean –dice Nika-. Ya está.
   Egor no responde. 
   -¿Tenés hambre? –dice Nika.
-No te vienen cuando estás caliente, ni cuando estás contenta, ni con miedo...
   Nika lo mira feo.   
   -¿Qué nos queda para comer? –dice.
   -No mucho. Algunas tostadas, mostaza, harina, té, y pará de contar.
   -¿Azúcar no queda más?
   -No.
   Nika se va a la cocina. Egor se queda mirando la escopeta y luego el mueble bar.
-¡Queda un culo de licor de café! –le grita a Nika sin recibir respuesta.
Agarra la escopeta y se asoma a la ventana. Apoya la culata en su hombro y apunta hacia un sitio, luego a otro, pero no dispara. Se vuelve. Acaba de ver algo junto a la cabecera del sillón. Egor sacude la cabeza. Ahí no hay nada.
   Nika entra al living masticando una tostada.
   -Cómo me gustaría ser fumadora...   

   A eso de las dos de la madrugada suena el teléfono. Atiende Egor. Nika está en el sillón hojeando una revista vieja junto a la lámpara.
   -¿Egor? –dicen al otro lado de la línea.
   -Volodya, ¿estás bien?
   -Sí, sí. ¿Se ve algo por ahí?
   -Por ahora no. Hace unas horas me pareció ver una fogata, pero al final no sé lo que era.
   -Una luz.
   -Sí, reflejada en una ventana, parecía fuego. ¿Tenés alguna noticia del Rufi?
   -No, mmm, y mejor no esperarlas...
   -¿A cuánto estaba el almacén?
   -A unos quinientos metros, más o menos.
   -Uh.
   -Sí, sí, mmm, fue suicida....
   -Vonmiglásov no va a mandar a nadie, el Rufi lo sabría. Por el momento no se van a preocupar por las zonas más apartadas.
   -La tenemos complicada...
   -Pues sí, estamos solaris.
-Escuchame Egor, me está pasando algo...
   -Contá.
   -Mmm. Me parece que están entrando en casa...
   -¿Te parece?
   -Sí, mmm, cuando me duermo, no me tengo que dormir...
   -¿Qué es ese ruido? ¿Seguís comiéndote el bigote?
   -No puedo evitarlo, sssh.
   -¿Qué pasó?
   -Nada, nada.
   -Te vas a terminar lastimando la boca.
   -Escuchame, Egor...
   -O se te va a armar una bola de pelo en el estómago.
   -¡Boludo! Te estoy diciendo que me parece que están entrando en casa, mmm...
   -¿Estás tomando la medicación, Volodya? ¿Te queda todavía?
   -Pero sí, escuchame. La otra vez me desperté tapado con una manta. Yo me había acostado así nomás. ¿Te das cuenta? Hace unos días, cuando me levanté, tenía puestas unas zapatillas que no había visto en mi vida. Busqué las mías y no las encontré por ninguna parte.
   -...
   -No entiendo nada.
   -Calmate Volodya. Debe ser la presión.
   -Hace tres días que no duermo, mmm. Es que se me hace una imprudencia. ¿Qué opinás vos?
   -Seguro que es un vecino.
   -No creo. Estoy medio cagado, la verdad.
   -Tenés una buena cerradura.
   -No, sí, eso sí, y no estoy en un ático, que es más peligroso.
   -Entonces tranquilo. Cerrá todo, cerrá también las persianas. ¿Tenés harina?
   -Algo.
   -Bueno, espolvoreá la harina alrededor de la cama.
   -¿La harina? –lo interrumpe Nika-, ¿estás loco vos?
   -Si alguien se acerca –continúa Egor- va a dejar sus pisadas, ¿no te parece? 
   -Sí, puede ser... –responde Volodya-. Sabés que creo Egor, mmm, que es como cuando éramos críos, que nunca queríamos irnos a dormir y tenía que venir la vieja a taparte... 
   -Quién sabe Volodya; pero haceme caso, dormí un rato, aunque sea un rato.
   -Sí, mmm puede ser... Chau Egor.
   -Chau.
   -Quizá sea la vieja...
   -Sí, sí...
   Egor cuelga el teléfono y se queda ahí de pie con el gesto fruncido. Luego ve que Nika lo observa, con su zapato azul otra vez dando golpecitos inconscientes contra el suelo.
   -Me cago en la ****, Nika, ¿qué podía decirle?
   Nika no dice nada. Se levanta del sofá y se asoma a la ventana. Por un segundo Egor teme que vaya a tirarse de repente. Al otro lado se alza el aire silencioso de la noche.
   -Ya no se oyen perros –dice Nika.
   -No creo que queden –dice Egor.

   El día amaneció nublado y acaba de largarse a llover. Egor está pensando en las burbujas de Nika mientras lustra un trofeo dorado con forma de medio mundo. Está entrando algo de agua y un aire fresco que sacude las cortinas. Nika pone un disco tranquilo en el aparato. Egor cierra la ventana y vuelve a la mesa.
   -¿Esa canción no era...? –dice.
   -Sí.
   A Egor no le gusta lo que evoca. Coge el trapo y continúa lustrando el trofeo.
-¿De dónde viene el agua del grifo? –dice Nika.
   -De la red...
   -No viene de un tanque...
   -De la red va al tanque y de ahí al grifo.
Nika se queda pensando un momento.
   -Igual deberíamos llenar unos baldes -dice.
   Egor la mira.
   -Necesitamos una reserva –insiste Nika.
   -Está lloviendo...
   -No seas tonto.
   -Nika, esta canción...
   -Dejala.
-Nika...
Nika le sonríe.
-Anoche soñé que golpeaban la puerta -dice.
   -Aha. 
   -Sí. Vos tenías otra cara, más gorda, y los ojos achinados. Tenías cara de degenerado.
   Egor sonríe.
   -Corrías el armario de la entrada, abrías la puerta y ¿quién estaba?
   -Vos.
   -No, yo también estaba adentro. Estabas vos con tu cara de siempre.
   -¿A ver...?
   -Vos estabas adentro con la cara rara, con los ojos achinados, y el que golpeaba la puerta también eras vos, pero con tu cara de verdad.
   -Ah.
   -Y éste le da una caja con grageas al que está adentro, y yo sé que si me tomo esas grageas me voy a acostar con los dos.
   -Mirá qué lindo esto.
   -No seas boludo.
   -No seas boludo, Egor.
   -¿Cómo?
   -No seas boludo, Egor.
   -No entiendo.
   -Tenés un problema con mi nombre vos.
   -¿Cómo?
   -No me llamás “Egor”, eso, nunca, no sé porqué.
   -Egor... –dice Nika, pero se queda un instante en silencio -¿Sigo?
   -Dale.
   -No hay mucho más, igual. Estoy pensando en eso, en las grageas, y me parece que el que tiene tu cara de siempre me está mirando desde el pasillo. Entonces me doy cuenta de que no es a mí a quién mira, está observando algo que está atrás mío. Me doy vuelta y veo una mesa servida, llena de fuentes con carnes y ensaladas. Ahí se acaba.
   -Es medio obvio, ¿no?
   -¿Si?
   -No sé, me parece.
   El disco ha dejado de sonar a mitad de tema. Los dos se vuelven hacia el aparato.
   -Decime que es el tocadisco –dice Egor.
   -Se ha apagado la lucecita roja.
   -Me cago en la ****.
   -Nos quedamos sin luz.
   -Sí, esperá.
   Egor va hasta la llave de la luz del salón y la acciona. No hay caso. Nika va a la cocina y vuelve al cabo de un momento.
   -Sí, se cortó la luz.

Está empezando a caer la tarde. No ha parado de llover en todo el día. Nika sale consternada del baño con la hoja de un prospecto en la mano.
-¿Qué pasa? –dice Egor.
-¿Qué pasa...? ¿Tu hermano vivió acá alguna vez?
-¿Volodya? No, Volodya... Esperá.
Egor coge el teléfono y marca un número.
-¿Volodya? Ah..., no, disculpe.
Cuelga y marca otro número. Nika lo está mirando y parece tener dificultades para respirar. Egor intenta ignorarla.
-¿Sí? –dice Volodya al otro lado de la línea.
-Soy Egor.
-Egor, mmm. ¿Estás solo?
-No, estoy con Nika.
-Ah... ¿Pero están solos?
-Sí.
-¿Solos solos mmm?
-Sí. ¿Cómo estás?
-Tengo zapatillas nuevas.
-¿Dormiste?
-...
-Volodya, te pedí que durmieras un poco, ¿dormiste?
-Sí, puse la harina y me dormí.
-¿Y?
-Ahora no es eso lo importante.
-¿Cómo?
-No, lo importante es lo que pasó afuera. Mmm.
-¡Volodya! ¡Pará con el bigote!
-¡Eso, pará con el bigote!
-Volodya...
-Mataron a Vonmiglásov.
-¿Qué estás diciendo?
-Sí mmm. A la madrugada. Escuché un ruido muy fuerte que hizo temblar el piso. ¿Sabés a qué me hizo acordar? Mm. Me recordó la colonia de Perstak. Ahí con los pantalones cortos, la guerra de coquitos en el parque... ¡Qué época Egor!
-Escuchaste un ruido dijiste.
-Un estruendo, sí. Y levanté la persiana mmm y vi que un gigante había caído muerto a un par de cuadras.
-Un gigante...
-Sí, a Vonmiglásov.
Egor mira a Nika. 
-Desde acá no se le ve la cara –dice Volodya-, se la tapa la estación de servicio, pero creo que tiene el perro tatuado en el antebrazo. Sí, sí, veo el perro.
Nika se ha dejado caer sobre una silla y despliega el prospecto sobre la mesa.
-Te llamo más tarde –dice Egor.
-¿Egor? –dice Volodya.
Egor cuelga el teléfono y se friega un ojo. Nika gira el prospecto sobre la mesa para que Egor pueda leerlo.
   -Se te acabó el litio, ¿verdad? Vos también... –dice Nika.
   -¿Dónde lo encontraste?
   -Atrás del mueble del baño.
   -Por eso no tenés que preocuparte.
   Los dos saben que es mentira. Nika mira el reloj de pared, como midiendo el tiempo que les queda. Él se mira los zapatos avergonzado, pero levanta la vista al escuchar el hipo. Ha sucedido otra vez. Nika apenas si se da cuenta, porque lo está mirando a los ojos. Se levanta de la mesa con un ademán inconcluso, una noticia no dada que deja sus manos entrelazadas sobre la panza. Las burbujas brotan como un reclamo por el rabillo de sus ojos. Son ligeramente verdosas, tienen el tamaño de un grano de pimienta, suben como un cardumen y revientan contra el cielo raso, sobre todo revientan.
   -Egor, corazón –dice Nika-, ¿qué estamos esperando?
Egor vuelve a quedarse colgado. Es incapaz de responderle. Las burbujas de Nika le recuerdan algo lejano e impreciso. Algo vinculado a una enorme pileta en casa de la abuela. El tiempo inmóvil de un rincón extraño. La evocación se hace más clara. Efectivamente. Ahí está todavía en la pileta de su abuela con su hermano Volodya bajo el agua. Ambos contienen la respiración para ver quién aguanta más tiempo.
Nika se friega la nariz y se encierra de un portazo en el baño. La penumbra suaviza la presencia del prospecto sobre la mesa.
El aire dentro de Nika -piensa Egor- ha de ser más liviano que éste que respiramos; porque en el agua no se puede, hay que hacerle agujeros para respirar.
Amartilla la escopeta y sonríe como un pescado. Es decir, no se ríe, o no se nota. 

Alfredo Cusac
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 14:56:19 pm
Mil y una conchas


Cuenta una leyenda de antaño, que por las costas más bravas de España, en la Cosa de la Muerte, cada año se puede ver en la playa de Louro una pareja de espíritus. Los dos mozos eran unos enamorados que cada año, por primavera, aparecían para encontrarse desesperadamente. Sus almas estaban entrelazadas desde el momento en que la besó cuando eran unos niños.
Los dos enamorados se veían a cada atardecer después de un duro día de trabajo en el campo. Tan enamorados estaban que al poco tiempo, en la misma playa donde siempre se encontraban, le pidió su mano. Los días les parecían largos, el joven solo pensaba en acabar su trabajo para bajar a la playa dónde ella le estaría esperando recogiendo conchas como siempre. Con una sonrisa en el  rostro a pesar de los malos tiempos que corrían. Pero ese día, él no le correspondió la sonrisa.
--Debo irme a la guerra, no te entristezcas,  volveré cuando encuentres mil y una conchas—bromeó.
Pero los años pasaban y el joven no volvía. Ningún soldado tenía noticias del joven. La muchacha no desistía de buscarlo, de esperarlo a cada atardecer en la playa, recogiendo conchas, sin importar el tiempo que hacía.
Ya siendo demasiado mayor para albergar más esperanza, se pasaba los días enteros recolectando conchas para su amado. Un atardeces de primavera, la mujer estaba desesperada, no encontraba la última concha. Había recolectado mil conchas de la misma playa a lo largo de su vida, solo le faltaba la última concha para ver a su amado. Buscó hasta el anochecer cuando por fin encontró una. La última de la playa, la última de su vida.
Al día siguiente la encontraron muerta con una sonrisa en el rostro y una concha entre sus manos. Muchos dicen que tras esa concha apareció su amado muerto en combate para estar por siempre juntos en el otro lado. Disfrutando de su amor por toda la eternidad.
Otros cuentan que cada año, el miso día a la media noche, dos jóvenes enamorados se encuentran y tras darse la mano, se adentran en el mar hasta el próximo año.

Nereida
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:05:39 pm
A tasquinha


Bajó por el mismo callejón por el que había subido más temprano, pero se encontró con que no llegaba al tranvía veintiocho, sino que terminaba en un restaurante muy pequeño llamado A tasquinha. Se detuvo un momento a mirar el menú, restándole importancia al hecho de estar perdido, hasta que un señor con delantal apareció desde una puertita verde, y agitando sus manos lo invitó a sentarse. ¡Pase pase siéntese! pero él tenía en mente otro lugar, uno en Chiado le había parecido interesante y algo menos apartado, así que no gracias y a buscar otra vez la salida del barrio del castillo. Intentó volver sobre sus pasos pero lo que parecía la misma escalerita lo llevó a un patio diferente, escaló otro empedrado y se las ingenió para pasar entre dos paredes que se estaban acercando. Claro, así respira Lisboa, pensó, abriendo y cerrando sus pasajes según el momento del día o el viento del mar. No debe ser un buen momento para perderse por aquí, las mismas frazadas palmeando las paredes pero otras puertas por debajo... y ahí estaba, espiando por una esquina sin animarse a avanzar, a otro callejón que seguramente iba a cerrarse. Juntó coraje y se deslizó entre las paredes como si las puertas fuesen a tragárselo, o por lo menos a atraparlo y sumergirlo en un mundo de habitaciones entretejidas por un idioma extraño y pasillos infinitos y por supuesto, cuando por fin logró tomar la esquina, a la vuelta y como única salida se veía A tasquinha, con el señor mirando desde el fondo como diciendo has visto, no tienes escapatoria, además no tienes por qué escaparte, lo que te queda por hacer es sentarte en una mesa y disfrutar de nuestro excelente menú del día. Señor no quiero comer aquí y además no tengo hambre, dígame usted donde encontrarme, quiero decir que cómo encuentro la salida de este barrio. Siéntese por favor ¿qué va a tomar? y se fue otra vez, para llegar donde una terraza de baldosas naranjas lo había invitado más temprano a descansar. Giró por la esquina del farol enorme y las paredes amarillas a subir tres escalones, los había contado por las dudas. Una baranda de mármol le mostró un gatito llorando, deberían estar prohibidos los gatitos llorando, hoy no está nublado pero hay viento. Me gustaría estar contigo. Me gustaría tanto estar contigo, esta calle tiene serpentinas y muchos escalones. Muchos escalones por el medio y otra vez un pasamanos de metal lo acompañó directamente al restaurante, donde el señor del delantal lo esperaba con las manos en el respaldo de una silla. Señor: espero que este lugar valga la pena, parece que voy a estar por un buen rato, y se sentó a mirar pasar la tarde. Por supuesto, respondió el señor contento, y además no debe preocuparse, si la ciudad lo inspira de esa forma dese cuenta, en algún momento va a espirarlo.

Eki Mess
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:06:54 pm
Hoja en blanco


Distingo cómo el sufrimiento perla su frente, cómo los nervios lo atenazan; me mira fijamente pero no se decide a entrar en mi planicie blanca. Huelo su transpiración, no se arriesga a malgastar su munición conmigo. Los libros silenciosos que tapizan la habitación lo observan sin decir nada; ninguno consigue suministrar el soplo de las esquivas Musas. Al fin se decide, mi virginidad lo acoge, como una vulva femenina preparada para ser colmada con las lenguas de Dios. Mis carnes aglutinadas en una superficie cuadrada esperan la fuerza de su punta acerada, su masculinidad, su líquido mágico. Me entreabro ante la caricia de sus ojos verdes, sucumbo como una adolescente, me abandono a mi placer. Sin embargo, parece que no quiere sentarse en su trono y comenzar con la danza demoníaca. Se acerca a mí en un momento de arrebato, mis poros están preparándose para su descarga negra, lo incito, lo espero y, finalmente, se decide. Se sienta delante de mi torre de madera e inicia su largo peregrinaje, su odisea mental en busca de una situación comprometida, alejada de lo cotidiano... Donde no importamos, ni él ni yo; me abandono, me dejo poseer, y su voz brota de mí como un ancestral canto de sirenas.

Rocamador
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:08:22 pm
Las musas negras


      Se acerca el momento. El reflejo de la luna avisa. Dentro de poco, el reloj marcará las doce, la medianoche. Hora llena de encanto y misticismo.
      La inspiración embarga mi cuerpo mortal y lo debate en súbitos, repentinos, escalofríos. Es la sensación que llega. Sí, las Musas Negras, al fin. Señoras de la sombra y de la noche que bajan difusas por los dilatados rayos del astro nocturno.
      Siento su presencia, pues llenan mi fantasía con nuevos y anhelantes espantos. Invaden mi alcoba y empiezan a deambular alrededor de mí, mezclando sus falsas risas con los murmullos del viento que penetra por el balcón.
      Mi pluma se desliza, corre, dejándose atrapar por la inspiración; y al mismo tiempo, se interrumpe a menudo, cuando, sobrecogido por ruidos extraños, giro la cabeza. Mi piel tiembla, el viento aúlla, la puerta se estremece, las musas se ríen y un sudor frío recorre mi mente…
      Intento palpar la sensación del pánico, y lo consigo. Pues el miedo hacia lo irreal y  lo desconocido me hace sentir una sensación difícilmente descriptible. Las letras continúan avanzando entre pausas, pero presurosas; mientras, mi imaginación vuela con las siniestras musas alejándose de la realidad. Tan sólo mi pluma mantiene el contacto.
__ ¿Hacia dónde me lleváis?__ grito.
      Todo está oscuro en el lugar hacia el que soy arrastrado. De pronto, y atrapado en aquella ilusión, un sueño dentro del sueño intenta cernir sus alas sobre mis parpados. Pero intuyendo un peligro impreciso y atroz, lucho; y así, el viaje por la oscuridad se convierte en penumbra, dibujándose ante mí un paraje sombrío y desolador.
      En ese páramo de soledad, las musas me dirigen hasta un círculo de menhires, mientras una repentina y lluviosa cellisca, aparecida de improviso, empieza a rugir violenta, susurrándole lóbregas palabras a las rocas. Y allí, en medio de aquel arcaico y pétreo meridiano, soy arrojado. De modo, que las foscas damas me abandonan y se alejan.
__ ¡Quiero volver!__ exclamo.
      Luego, desde lo más profundo de mi mente, escucho:
__ Tú te lo has buscado.
      Malignos siseos y ásperas gesticulaciones de luz -sobre el suelo y las piedras- me invaden y me llenan de terror, verdadero terror hacia lo desconocido; y ya no hay goce, sólo espanto y una locura que va tomando forma imprecisa en mi interior.
__ ¡No!__ esa es la palabra que lanzo. Un humano sonido que termina acallando toda aquella cacofonía de desolación y muerte que no lo es.
      Pero, aún así, la tierra se resquebraja y tiembla y de sus entrañas surge la Bestia corrompiéndolo todo.
__ ¿Para qué luchar? Es una lucha sin sentido__ pienso, mientras la alimaña del abismo, heraldo de infortunio, caos y desesperación, se acerca a la esfera de menhires.
       Pero en el último momento, cuando la Bestia abre sus fauces para devorarme, en un intento póstumo por conservar la cordura, decido luchar con todas mis fuerzas. De la nada, hago surgir la luz del entendimiento y con su haz hiero al maligno ser que huye a ocultarse bajo tierra. Dicha luz termina envolviéndome y me transporta a salvo hasta el mundo real.
      Una vez más, regreso a mi alcoba y termino de escribir en el papel todo lo que he experimentado.
      Me siento tranquilo y henchido de valor, y las musas, que aún no se habían apartado del todo de mi presencia, empiezan a retroceder con la agonía del crepúsculo, entre risas, como queriéndose burlar de lo sucedido. Esas malvadas hadas del averno, que convierten en retorcida la mente de los pobres ilusos que nos creemos románticos trasnochados, se alejan definitivamente.
      El papel está completo, todo ha acabado.

Trasnochado
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:09:41 pm
Celos


El hombre que blande un cuchillo no lo hace en el presente, tampoco lo hace en el pasado. El hombre que blande un cuchillo lo hace en el futuro; pero en un futuro tan lejano que resulta difícil de creer que el hombre pueda existir. Aún así, el hombre que blande un cuchillo es un ser humano, un hombre de carne y hueso, de aproximadamente cincuenta y ocho años de edad, robusto, bajito, se le podría calificar de ibérico, si es que este adjetivo tiene algún sentido en el futuro al cual nos estamos refiriendo.
   Podría haber tomado cualquier otra arma sofisticada de las que existen en el futuro; pero ha agarrado un cuchillo de la cocina porque está obnubilado por los celos y es lo primero que ha tenido a mano.
   Avanza con decisión por un pasillo blanco de aspecto acolchado iluminado por lucecitas de diodo verdes. Se trata del pasillo de una nave espacial que viaja a la velocidad de la luz por un punto indeterminado del universo. El hombre pulsa un código digital y se abre automáticamente una puerta. Accede a un dormitorio. En el dormitorio hay una cama deshecha y una mujer completamente desnuda sobre ella, a su lado, un alienígena zoomorfo de color rosa se enrosca como una serpiente.
   —Ah, estás con el alien…—atina a musitar el hombre.
   —Sí, ¿con quién crees que estaba?—Pregunta la mujer con pícara simpleza mientras el extraterrestre se esconde debajo de la cama, se trata de un curioso ejemplar que adoptaron como mascota en un satélite perdido en el cual hicieron escala.
   El hombre, en los límites de su paranoia, sudando por la caminata que se ha pegado de un extremo a otro de la nave, se derrumba, tira el cuchillo y se pone a llorar. La mujer se levanta con suavidad y lo abraza para consolarlo.
   —Creías que estaba otra vez con tu clon, ¿no es eso tontito mío?
   El hombre no contesta; pero excitado por la fragante cercanía de la piel de la mujer, comienza a besarla en los hombros. Al cabo de unos segundos ya le está metiendo mano con la cómplice sonrisa de la mujer.
   En el momento más apasionado llega otro hombre, bajito, fuerte, se podría decir que es exactamente igual que el anterior, sólo que viste un uniforme distinto, con símbolos espaciales más vistosos. Este hombre porta una ametralladora láser. Con el rostro congestionado, sin mediar palabra, lanza un rayo de color amarillo sobre la pareja, que queda reducida al instante a cenizas. El alienígena asoma con timidez su cabeza por debajo de la cama ante la mirada estupefacta y, en cierto modo, compasiva del clon.

Víctor Buffon
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:10:54 pm
El fantasma bondadoso


Llegué a casa al anochecer, y Ernestina me estaba esperando. Esa misma tarde fui a Correos para ver si la carta, con algo de dinero que nos enviaba nuestra hija Inés  desde Alemania, había llegado. Recibimos sus noticias, pero nos anunciaba que esta vez le resultaba imposible ayudarnos, que su casero le emplazaba para pagar el alquiler y no disponía de más ahorros.
Cuando entré en casa dejé sobre la consola toda la correspondencia recibida, como siempre solo publicidad y alguna factura. No pude ocultar a Ernestina la mala noticia, y le di la carta de Inés. Mientras la leía, yo la contemplaba allí, sentada en el sofá, con las ojeras que denotaban su cansancio y preocupación, el pelo enmarañado, las manos trémulas sujetando el papel… pero manteniendo el brillo en aquellos ojos glaucos. Me sentí responsable.
Llevaba tres años en el paro, aún me quedaba todo el tiempo del mundo para llegar a jubilarme, mi especialidad como aparejador era una de las profesiones que más se había resentido en el período de crisis que atravesábamos, y ya el único ingreso que percibíamos era el de Inés  cuidando ancianos, porque tampoco como enfermera  tenía opciones de trabajo.   
Debíamos al Banco, que nos había embargado nuestra cuenta; en el supermercado nos esperaba una nota pendiente de la semana anterior; nuestro casero confiaba en que a fin de mes le pagáramos el recibo y la electricidad y agua consumida; y no teníamos a nadie a quien recurrir, la única alternativa era nuestra hija, y su precaria situación solo nos ocasionaba remordimiento.
—Alfredo, ¿has leído el artículo que acompaña en su carta Inés? —me dijo Ernestina, elevando su mirada y sonriendo. Ni una palabra, ni un gesto, sobre la ausencia de dinero en el sobre.
— ¿El de ese fantasma bondadoso? —Respondí, con un tono de indiferencia.
—Sí, eso es, un fantasma bondadoso —Insistió Ernestina, contagiando su rostro del brillo natural de sus ojos verdes.
Contesté con el silencio de una sonrisa irónica. ¿Un fantasma? Era posible, pero en su acepción peyorativa: ¡Fantasma! Alguien que con seguridad y no a mucho tardar permitiría que le descubrieran y elogiaran. A saber qué intenciones ocultas existían para que un individuo rico, porque tenía que ser rico, se embarcara en aquella aventura como un Robín Hood moderno,  mesiánico, un filántropo. Dejar dinero en un sobre de manera anónima en las viviendas de los necesitados no era normal, perseguía algún fin. 
— ¿Queda algo para cenar? —pregunté.
—Yogures. Yogures y creo que una cerveza. Hasta la semana que viene que cobre no podemos comprar nada, lo siento.  —Sus palabras brotaron con naturalidad, sin que sus ojos se apartaran de la carta.
Me acerqué a la cocina. Cocina, sala y nuestra habitación era todo el contenido del apartamento. Abrí la puerta del congelador y observé en su primera balda una cerveza solitaria, rodeada de un vacío que hacía daño a la vista. Hice ademán de cogerla pero desistí. En la segunda balda había yogures y, contemplando la primera, me pareció repleta. Cogí uno de fresa y volví al salón.
— ¿Tú crees en los fantasmas? —preguntó Ernestina.
—No.
— ¿Y en los sueños?
—Es el consuelo de los pobres. Lo único bueno de ser pobre es que no puedes estar enfermo, solo morirte. Y si te mueres pobre, no lo haces antes de tiempo. Pero aún nuestras deudas no son tantas como para ser terriblemente pobres, no te preocupes, aunque acuérdate que los pobres no hacemos ni bulto.
—Tú eres rico porque yo pronuncio tu nombre continuamente. Tenemos nuestra parcela de riqueza porque no necesitamos mucho. Yo solo quiero que no te olvides nunca  que para mí tus caricias son como el polen de las flores para las abejas.
La miré fijamente. Se merecía algo mejor que yo. Durante unos instantes mantuvimos la mirada hasta que rompí aquel silencio.
—Mi sueño es sentirme dueño de algo, ir a casa de alguien porque me llama, tener suficiente dinero como para mantener amistades, poder hacer callar a la verdad, conseguir que todos me escuchen, abrir las puertas a mi paso. La riqueza ayuda a comprar la felicidad.
Ernestina dejó la carta sobre la mesa, suspiró, echó hacia atrás su cuerpo en el sofá y... cerró los ojos. Creí que se estaba relajando y adormeciendo y volví a la cocina, necesitaba aquella cerveza. Abrí el frigorífico y allí seguía, aislada, solitaria, con las gotas de agua resbalando por su cuerpo. De nuevo renuncié. Regresé a la sala y Ernestina, al verme, me pidió que me sentara a su lado y la escuchase.
—Me hubiera gustado que tu  sueño fuera un hermoso poema. Yo quiero y necesito idealizar  lo que me gustaría para mi hija y conseguir un trabajo decente, bien remunerado;  tener de todo y vivir tranquila, ser libre sin cadenas, ser dueña de mi propia casa y confiar plenamente en mi hombre. Pero mis racimos de sueños se bañan con el rocío de la mañana cuando, acurrucada al despertar, trato de convertir los rayos de sol en la senda que me lleve hasta él, me esfuerzo por coger el mar con mis manos, volar a la luna en avioneta, atrapar todo el viento en un suspiro, aportar todo a una sonrisa…
Las palabras de Ernestina me hicieron pensar que mi memoria era el pasado, y que el futuro era su imaginación. No supe qué responder y los segundos transcurridos me alejaban de ella. Me salvó el timbre de la puerta.
—Perdonen, vivo en la planta superior a la suya…  Ya he preguntado a otros vecinos… ¿No habrán recibido por casualidad un sobre que era para mí?... Es que… me acaban de llamar para decirme si lo he recogido del buzón y…
Me había cruzado en el portal en alguna ocasión con él. Su aspecto era deplorable, el paradigma de la miseria, como el de su esposa y sus tres hijos. Pero sus ojos limpios y serenos rezumaban honestidad. Corría el rumor de que les iban a desahuciar. Le invité a que pasara al salón y luego, recordando que había dejado la correspondencia en la entrada, rebusqué entre ella y lo localicé. Era un sobre amarillo, y aprecié al tacto que contenía algo voluminoso. No estaba bien pegado y, al cogerlo, su contenido se desparramó. ¡Eran billetes de 500 euros! ¡Varios billetes de 500 euros! Vino a mi mente el ruido de cadenas, el fantasma, pero…  ¿Y si negaba haber recibido sobre alguno? Acabé decidiendo  que el vecino, con su noble apariencia, podría ser algún desaprensivo, y obligué a mi instinto de conservación a  meter los billetes en el sobre e ignorarlo.
—No había revisado aún la correspondencia. Creo que se refiere a esto —Le pregunté, al tiempo que ponía en sus manos el sobre, y añadí— ¿Quiere tomar algo, una cerveza, un yogur?
— ¿Yogur?, Sí, sí… un yogur —respondió sin levantar la vista, mientras rasgaba con nerviosismo el sobre.
Cuando llegué al frigorífico puse mi mano sobre la botella de cerveza, la botella solitaria, única ocupante de la primera balda, balda vacía. No llegué a moverla y recogí  los seis yogures que quedaban en la segunda balda. Dejé el frigorífico totalmente vacío, a excepción de mi amiga, la solitaria botella de cerveza,  a la que encomendé la custodia del congelador.
—Tenga. —Dije al vecino —Cómase uno, otro es para mi esposa, y el resto lléveselo a su mujer y sus hijos.
Agradeció asistiendo con la cabeza, al tiempo que sonreía y extraía del sobre los billetes.  Nos dijo que no sabía quién se lo enviaba, que había oído hablar de alguien que estaba repartiendo dinero entre los más necesitados, de alguna persona rica que estaba imitando a no sé qué fantasma bondadoso de algún país extranjero. Ese alguien le había llamado por teléfono para decirle que recogiera el sobre de su buzón y…
Nos agradeció una y otra vez nuestra atención, nuestra honestidad, nuestra acogida, nuestra…  Luego, se fue. Pero al de unos segundos, antes de que Ernestina y yo nos hubiéramos repuesto, llamaron a la puerta. Cuando llegué a ella y antes de abrirla, un billete de quinientos euros se colaba por la rendija inferior. Abrí con rapidez, pero ya no había nadie. Regresé al salón. Sonreía. Llevaba en mi mano el billete agitándolo como si fuera una marioneta de colores. Nos abrazamos, y Ernestina me dijo:
— ¿Tú crees en los fantasmas?
Reí a carcajadas antes de responder con todas mis fuerzas que no, que los fantasmas eran solo eso, fantasmas, un producto de nuestra imaginación. Y por primera vez noté que el brillo de los ojos de Ernestina se había eclipsado. Le di el billete para que lo guardara y pensé en que era el momento de celebrarlo.
— ¡Ahora sí! —Dije alborozado—  Ahora voy a beberme la cerveza. Es la última. Mañana podremos llenar el frigorífico, y enviar doscientos euros a nuestra hija. Esta vez seremos nosotros quien la ayudemos.
Iba bailando y di el último giro antes de abrir la puerta del congelador. Lo abrí, y antes de que instintivamente mis manos reclamasen la cerveza solitaria, di un grito atronador que hizo que Ernestina viniera con el corazón en la boca. Me miró, observó el rictus de asombro en mi rostro, notó mis labios encadenados, y siguió con sus ojos el gesto de mi cabeza que le dirigió a la primera balda del congelador.
— ¡Un sobre amarillo! —Gritó.
—Mi cerveza… está… detrás… —Susurré.

Pseudoagibílibus
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:12:34 pm
Un pueblo en el alma


Era el primer verano que íbamos de vacaciones al pueblo. Mis padres siempre trabajaban y el pueblo quedaba demasiado lejos para viajar en fin de semana.
Ese año todo era distinto. Mis padres estaban sin trabajo y el colegio había terminado, así que partimos hacia ese pueblo que apenas conocíamos por foto y por las ocasiones en que melancólicamente nos lo describía mamá.
Al llegar a sus proximidades, empezamos a disfrutar de un paisaje maravilloso, un auténtico paraíso formado de miles y miles de árboles de un verde intenso que nos llenaba la vista y que contrastaba delicadamente con el azul claro de un cielo especial.
Mis abuelos nos esperaban en la plaza del pueblo con una inmensa sonrisa y los brazos abiertos para darnos la bienvenida.
No podía dejar de admirar aquellas calles y balcones llenos de plantas y flores de colores que vestían de gala cada hogar. Llegaba hasta nosotros un aroma totalmente diferente a todo lo que habíamos conocido hasta ahora: a pan recién hecho, a aire limpio, a canela… La gente caminaba tranquilamente por sus calles y nos miraban con una sonrisa cariñosa. Nadie nos conocía allí, pero entre aquellas calles, entre aquellas gentes, tanto mi hermana Marta como yo nos sentíamos parte de una gran familia.
Los escasos coches que pudimos ver, circulaban lentamente por las calles. Parecía que en aquel pueblo el tiempo y las prisas no existían. Se desprendía de aquel ambiente una sensación de tranquilidad y bienestar indescriptible, era algo así como sentirte la protagonista de un viaje en el tiempo…
Mis abuelos no dejaban de hablar de los lugares que podíamos visitar, de señalarnos cada montaña, cada fuente, calle o balcón;  con cada persona que nos cruzábamos entre aquellas calles adoquinadas, alardeaban descaradamente de sus dos nietas de la ciudad y de lo felices que se sentían por tenernos allí… yo también me sentía tan feliz entre aquellas pequeñas calles varadas en el tiempo, acicaladas especialmente para nuestros pequeños ojos, que no quería que aquel momento se perdiera. Me esforzaba por memorizar cualquier detalle, cualquier color o aroma… quería recordarlo para siempre.
Aquella noche, por primera vez en nuestra vida, nos sentamos con mi abuela sobre una manta entre la hierba y nos limitamos a contemplar el inmenso cielo y los miles de estrellas que lo salpicaban alegremente. Después nos tumbamos y simplemente nos quedamos en silencio mientras escuchábamos con atención los sonidos que nos ofrecía la naturaleza y un viento suave nos acariciaba la piel.
Cada día de aquel verano fue una experiencia totalmente diferente para todos nosotros. Aprendimos a muñir las cabras de mis abuelos y a beber una leche de sabor indescriptible, recogíamos cada día los huevos del gallinero, aprendimos a cuidar de verdad a un animal o a recoger las verduras del huerto que nosotras habíamos mantenido, a segar el campo o a recoger la viña… cada sabor era totalmente nuevo para nosotras, incomparable a cualquier otra cosa, cada olor nos invadía los sentidos y nos llenaba de experiencias y sensaciones maravillosas.
Aprendimos miles de cosas, pero sobre todo, aprendimos a reír de verdad y a compartir. A compartir nuestros sentimientos, nuestra felicidad con los demás, a valorar la naturaleza y la paz que nos envolvía sin que nos hubiéramos dado cuenta hasta entonces. Aprendimos a dialogar de forma auténtica, a escuchar... Aprendimos sin darnos cuenta, que la tecnología no era tan necesaria como habíamos creído hasta entonces para vivir y que en realidad, la vida es mucho más simple de lo que verdaderamente nos parece.
Han pasado sesenta años desde aquella primera vez en el pueblo que llevo tatuado en mi alma. Ese pueblo que me robó el corazón y los sentidos sin apenas darme cuenta y del que ya nunca más me pude separar. Este pueblo y su modo de vida es la mejor herencia que me dejaron mis abuelos y después mis padres…  la herencia que también yo espero dejarles a mis hijos: aprender a vivir de verdad.
 
Davidu
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:18:30 pm
De nosotros depende


Soy,  existo en la mente de un enfermo, aquel que decidió suicidarse, lentamente responsabilizando a los demás de su empeño.
Camino entre sus pensamientos, forjando un futuro que ni siquiera Él podría esperar, me comunico con los que como yo decidieron morir algún día. Muchos os preguntaréis cómo es posible elegir  morir, pues efectivamente lo hicimos, nuestras conductas, elecciones, determinaciones nos llevaron a un extremo de abandono, acuchillando nuestra alma, quemando el amor que se nos dio por el hecho de nacer, maltratando a todo lo que se movía alrededor.
Droga, sustancia que toma muchas formas y colores y que algunas socialmente esta tan bien vistas, drogas duras que se nos vende como ingrediente indispensable en celebraciones, jolgorios y alegrías.
¿Que nos hizo en nuestras mentes? nos enseño un atajo virtual, una sarta de mentiras que nos hacía creer que crecíamos como personas, enfrentándonos falsamente a situaciones de las que apenas recordamos, pero lo más sarcástico es que ni tan siquiera las hacíamos frente. No es verdad, las ilusión que nos dotaba el consumo, nos permitía no sentir, no ver, no amar, no decir, sin embargo la cascara de piel y huesos movida por una mente ecléctica accionaba, hablaba, golpeaba. No somos víctimas, en nuestro foro interno cobarde del pasado, creímos ser más listos que nadie, que controlábamos los depresores o estimulantes que portaban a nuestra cordura de puntos de vista extraordinarios. Por eso observando todo lo que hicimos en nuestro pasado, punto por punto, encontraremos el momento en el que elegimos integrar como parte de nosotros esa sustancia que “completaba nuestro yo”.
Pero lo que hicimos fue permitir que la carcoma, la gangrena empezara sutilmente a viajar por el fondo del alma, cuerpo y mente, la más afectada en esta enfermedad.
Por qué es la más afectada, porque ella aprendió que no servía por sí misma, formo un puzle incompleto puliendo lentamente las piezas para encajar y formar el caos, la destrucción por excelencia, la maldición de creernos sin salida, y consumir, beber, esnifar, beber y esnifar hasta vomitar sangre, llorar de impotencia, mentirnos a nosotros mismos, fingir suicidarnos para llamar la atención de los seres “queridos” que estaban dejando de serlos, alejándonos de nuestros hijos, padres, madres, hermanos pero lo más importante perdiendo la perspectiva, ¿dónde estábamos nosotros?. Y nuestro centro, teníamos alma o éramos monstruos.
Como le dices a un enfermo que en quien tiene que confiar, aquel que ha humillado, maltratado es el único que puede salvarle de su elección. Él.
Parece una contradicción pero no lo es, hemos responsabilizado a los demás de cada paso que hemos dado, si estábamos en ese punto era por culpa de otros, por los acontecimientos que eran imposibles de soportar, y si alguna vez hemos hecho algo malo no era nuestra intención, nosotros estábamos dispuestos a cambiar, algún día, es más ni siquiera teníamos un problema.
Mirarte a los ojos, desnudar  tu interior viendo lo que ha ocurrido realmente sin auto-engañarte, descubrir el por qué del atajo, por qué decidimos consumir drogas. Entonces ese el camino duro pero gratificante. Verte realmente, donde estuvo la droga presente, que nos hizo hacer, hasta donde nos llevo el deterioro de nuestra personalidad y de nuestros actos.
Pero una vez que uno consigue mirarse al espejo  y he decir que no todo el mundo quiere verse a sí mismo equivocándose por la toma de decisiones bajo el filtro de la droga, viene el comienzo de una nueva situación. Reaprender, ni siquiera diría yo volver a nacer, tomar conciencia que para nosotros habiendo cruzado la línea probar la droga reactivaría de nuevo nuestros pensamientos pasados, nuestras conductas antiguas y todo lo que hubiéramos aprendido se borraría por completo, nuestro yo retrospectivo nos mataría, sin remedio. Es verdad.
Ahora que somos libres y podemos decidir, ahora que sabemos por qué elegimos la droga para vivir, ahora que no somos esclavos de una sustancia, ahora es lo que importa.
Respiremos, soñemos, amemos, riamos, este es el presente que queríamos, gracias a todos vosotros, gracias a Ceres, gracias a la casualidad que nos ha unido en el tiempo para conocernos.
De nosotros depende.

Víctor Quebec
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:19:25 pm
La obra perfecta


Él siempre quiso ser brillante. No le bastaba a su pluma con hacer brotar las lágrimas de aquel que la leyera, o provocarle escalofríos, o transportarle a mundos y épocas lejanos y exóticos. No, él siempre quiso más.
   Él siempre quiso ser brillante. La gente le alentaba, le halagaba, algunos incluso hasta le criticaban, pero siempre desde el más absoluto respeto y con ánimo de hacer su prosa si cabía aún más sublime.
   Él siempre quiso ser brillante. Secretamente anhelaba escribir la obra perfecta, el espíritu de la literatura trasladado al papel. Una obra de estilo impecable, ritmo cautivador y calidad incuestionable bajo ninguna circunstancia.
Él siempre quiso ser brillante. Deseaba trascender la simple expresión y así convertirse en leyenda, eclipsando la lista de nombres y apellidos ilustres que figuraban en todas y cada una de las enciclopedias de su casa.
Él siempre quiso ser brillante. Necesitaba imperiosamente hacer algo que le diferenciase del resto, algo excepcional, maravilloso, casi mágico. Ser ESPECIAL con mayúsculas y no como simple calificativo otorgado por sus amigos y familiares bajo el influjo del cariño.
Él siempre quiso ser brillante. Y así, impulsado por sus dorados sueños de gloria, decidió un día encerrarse en su estudio, sentarse en su escritorio y agarrar la pluma, con objeto de no soltarla hasta haber conseguido su insigne objetivo, su loable meta.
Él siempre quiso ser brillante. El papel era su amigo, su más íntimo confidente, a él abría su alma y en él vertía sus pensamientos.
Él siempre quiso ser brillante. La pluma era el agudo filo que sesgaba sus venas, de las cuales no salía sangre, sino un torrente de palabras que se escurrían por sus muñecas y caían formando charcos en los folios apilados.
Él siempre quiso ser brillante. Su mente era un frenesí, un mar de ideas que flotaban mezcladas unas con otras. Un mar en el que de vez en cuando se atisbaba alguna tabla salvadora, a la que se agarraban los retazos escogidos para formar parte de las historias que posteriormente su experimentado juicio sacaría a la luz.
Él siempre quiso ser brillante. Al papel acudían montones de ideas, miles de comienzos, nudos y desenlaces, que tras escribir descartaba por no considerarlos lo suficientemente espléndidos. “Esto podría hacerse mejor, Aquí falta algo, ¿Qué clase de final es éste?, No, no es la metáfora perfecta”.
Él siempre quiso ser brillante. Comenzó a exasperarse, viendo truncado su mayor anhelo sin haber tenido apenas tiempo de llevarlo a cabo, sus alas rotas a los pocos segundos de empezar a volar con ellas.
Él siempre quiso ser brillante. Su conciencia le martilleaba la frente por dentro, restregándole su mediocridad, humillándole en su espantoso fracaso, grabando a fuego en su subconsciente la aterradora certeza de que no era lo suficientemente bueno, de que no era el mejor.
Él siempre quiso ser brillante. De pronto, una luz se abrió paso en la oscuridad que amenazaba con cegarle, y sus convulsos labios se curvaron en una sonrisa. Al fin, la IDEA surgía, la perfección tomaba forma en su mente humana y se anclaba bajo sus sienes.
Él siempre quiso ser brillante. Apartó bruscamente las hojas anteriormente escritas, casi con desprecio, barriéndolas violentamente con el reverso del antebrazo hasta que su brusco vaivén las empujó fuera de la mesa. Una a una, sus tentativas cayeron al suelo, eclipsadas por el fulgor de su nueva y flamante ocurrencia.
Él siempre quiso ser brillante. Comenzó a llenar de tinta el papel, con una impaciencia que rozaba lo erótico, como si ante sus ojos se estuviera produciendo una unión mágica y sagrada, como si la pluma le abrasara los dedos en sus ansias por derramar su contenido.
Él siempre quiso ser brillante. Los folios iban amontonándose a su lado, llenos de embrujo, de letras, de ARTE. Al fin su sueño tomaba forma, y la Literatura misma quedaba aprisionada entre sus manos, dejándose modelar y acariciando sus nudillos, sus palmas, sus uñas. Su ser.
Él siempre quiso ser brillante. Cada hoja escrita alimentaba su orgullo, llevándole a un estado de febril euforia en el que nada parecía imposible y la gloria eterna casi podía tocarse con sólo estirar el brazo.
Él siempre quiso ser brillante. Justo cuando estaba a punto de alcanzar un éxtasis místico, cuando se hallaba prácticamente fusionado al espíritu de las Letras, la pluma, aquella maldita infame a quien tanto había dado, que no era tal sino por él y sus esfuerzos, y que de no ser por ellos habría pasado sus días como un simple objeto de escritorio anodino y vulgar, comenzó a fallarle. Sus trazos se volvieron cada vez más débiles hasta que finalmente escupió sus últimos borrones y se negó a seguir escribiendo.
Él siempre quiso ser brillante. Trató de dominar su ira, de aplacar el instinto de romper aquel objeto en mil pedazos, pero la inspiración era más fuerte que él y el torrente de palabras amenazaba con estallar en su cabeza si no le daba salida. Parecía que su genio se estaba volviendo en su contra.
Él siempre quiso ser brillante. Decidido a no fallar, con la firme determinación de cumplir su insigne cometido y esculpir así su nombre y su obra en los pilares del arte, postergando su memoria a través de los siglos, cogió con la mano que le quedaba libre el abrecartas del escritorio, sin soltar en ningún momento la pluma, convertida en cadáver, y se hizo una pequeña incisión en el brazo. Un corte limpio, rápido y eficaz, del que comenzó a manar la sangre como un hilo carmesí.
Él siempre quiso ser brillante. Acercó la pluma a la herida, guiado por un extraño instinto, contemplando cómo el rojo fluido volvía a infundirle la vida perdida.
Él siempre quiso ser brillante. Continuó escribiendo a un ritmo cada vez más frenético, poseído por la caprichosa musa que había decidido bajar a visitarle, plasmando en el papel la más armoniosa historia, la belleza en su máxima expresión.
Él siempre quiso ser brillante. Sintió un ligero desvanecimiento, y algo se agitó en su interior, proyectando la sombra de un incierto peligro aún por descubrir, susurrándole con voz asustada. “Para”.
Él siempre quiso ser brillante. Trató de hacer un pequeño descanso, de recuperar el aliento, pero su incorpórea, su exigente musa era de una rigidez apabullante y se había hecho con el control de sus miembros, que no le obedecieron.
Él siempre quiso ser brillante. Desconcertado, volvió a intentarlo de nuevo, con idénticos resultados. La historia seguía su cauce, grabándose en el papel con su sangre vertida a través de la pluma, y nada de lo que él pensara o dijera podría evitarlo.
Él siempre quiso ser brillante. Vencido por el pánico, suplicó aterrado, “Por favor, detente, para esto”, mas sus ruegos se perdieron en el aire, y el eco de sus lamentos quedó velado por el suave rasgar de la pluma sobre el papel.
Él siempre quiso ser brillante. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, la garganta comenzó a escocerle y las vísceras se le anudaron. “Dame un respiro, por favor”. Y de nuevo aquella voz repiqueteando en su conciencia: “¿Te vas a rendir ahora? ¿Tan débil eres que no te ves capaz de alcanzar tu sueño? La gloria, la fama, están ahí, alarga la mano y tócalas. Eres un mediocre, mediocre…”
Él siempre quiso ser brillante. No era un mediocre. Claro que no lo era. Sobreponiéndose al dolor lacerante que iba poco a poco carcomiéndole las venas, haciendo caso omiso del mareo, guió sus entumecidos dedos sobre el papel, escribiendo la obra que habría de llevarle a la inmortalidad.
Él siempre quiso ser brillante. La BELLEZA, la BELLEZA misma, con mayúsculas, le había descubierto sus secretos, el éxito le había abierto sus puertas, los laureles del triunfo estaban a punto de ceñirse a su cabeza. No iba a desperdiciar esa oportunidad. Había sido elegido. Por encima del dolor, por encima de las lágrimas y la desesperación latía la promesa del renombre y el prestigio, y no pensaba renunciar a ellos.
Él siempre quiso ser brillante. Su cordura se esfumaba con los trazos de la pluma, su humanidad se escapaba por cada poro de su piel, y pronto quedó reducido a un charco de sangre que se escurrió entre la pluma para poner el punto y final a la HISTORIA, a la más sublime prosa llevada al papel. A la obra perfecta.

Gedeón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:20:46 pm
Mi abuela

                                                                 
–Quiero jugar como Messi.
Estábamos todos en casa, delante del televisor, el Barcelona había ganado el partido y la abuela se levantó de su butaca:
–Quiero jugar como Messi– repitió.
Todos recorrimos con nuestra mirada a la abuela, porque es bajita, algo enclenque y tiene 82 años. Ciertamente, no nos la imaginábamos vestida de corto, pero como la abuela es muy cabezota, acordamos que al día siguiente fuera con mi madre a la tienda de deportes a comprarse todo lo necesario.
El empleado de la tienda le proporcionó un pantalón, medias, camiseta, espinilleras y le sacó las botas que ella quería, unas de esas amarillas chillonas que estaban ya usando todas las estrellas de la liga.
Después vino el periodo de preparación y mi abuela se pasó días dando toques al balón, por la cocina, por la sala de estar, en su dormitorio. También puso conos en el pasillo para practicar fintas y regates. Cuando estuvo lista, se hizo unas pruebas en el equipo de la ciudad y fue fichada para toda la temporada.
Se armó mucho revuelo, a nosotros no nos extrañó, porque la abuela es muy cabezota y siempre consigue lo que se propone.
Ya fue ciclista en el tour, pirata de los mares del norte, batería de un grupo de rock, piloto de carreras. Una vez aprendió artes marciales y salió de casa descalza, tocando una flauta. Se fue a pueblos perdidos a impartir justicia y a hacer el bien.
Por eso no nos sorprendió que esta vez llegara a ser futbolista y que gracias a ella su equipo conquistara la liga y la copa. Había que verla recorriendo la banda, sorteando a todos sus rivales, marcando el gol de la victoria. La afición enloquecida, coreando su nombre. Salió en todos los titulares de prensa. Luego le dieron el “Balón de Oro” y el “Fifa World Player”.
Cuando estaba en la cima del fútbol colgó las botas.
Hace unos días estábamos viendo una película de Supermán en el salón de casa. La abuela se levantó de su butaca, se ajustó la rebeca que llevaba a los hombros y sin darnos tiempo a reaccionar, se lanzó en plancha por la ventana de nuestro sexto piso. Todos corrimos para ver la caída. Antes de llegar al suelo, rehizo su trayectoria descendente y comenzó a planear, con sus manos extendidas hacia delante y su rebeca al viento. La vimos alejarse por el cielo, perderse, ya para siempre, entre las nubes.

Rasco Akfak
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:21:43 pm
Adicción


Lleva varias semanas desintoxicándose. Es la enésima vez que lo intenta, pero esta, se promete, es la definitiva. Se enganchó con poco más de dieciocho años. La probó por primera vez de la manera más tonta, en su trabajo, al terminar su turno. Ya la conocía de antes, por su puesto, pero nunca se había atrevido a catarla. Algún coqueteo que otro, intentos fallidos, arrepentimientos en el último momento, y nada más. Pero aquella noche, quizás por el influjo del alcohol, dio el paso definitivo. Le enamoró. Lo que más le llamó la atención fue su blancura.  Por fin había encontrado sentido a su vida. Hasta ahora había estado perdido, pero ahora tenía algo por lo que vivir. A pesar de lo que disfrutó esa noche (y las siguientes), supo que no sería fácil desde el principio. No sería fácil encontrarla todos los días. Es más, habría veces que estaría sin ella semanas. Sabía que le iba a costar dinero, sangre, sudor y lágrimas. Sabía que en ocasiones, se haría de rogar. Pero tenía que ser fuerte. Sabía que no era el único en la ciudad que estaba deseando un poco de aquello continuamente, que no era el único que la quería absolutamente toda para sí. Pero valía la pena. La espera, el propio disfrute, y la dulce sensación posterior era lo mejor que había experimentado en su vida. Triste vida, le decían algunos. Sí, pero es la mía, contestaba él.

Había tirado muchas cosas por la borda por culpa de todo esto. Y es que, ponía los cinco sentidos en ello, a parte de todo el tiempo y dinero que tenía. Toda su atención también. Solo pensaba en eso. Cuando se acostaba, cuando se levantaba, cuando iba a trabajar, cuando comía, cuando estaba con sus amigos (los pocos que aun le aguantaban a pesar de su adicción), cuando se emborrachaba y cuando estaba sobrio. Su familia poco a poco le fue dando la espalada, cosa que él, por otro lado, veía como lo más normal, después de cómo les había tratado. Su único hermano huyó de casa en cuanto pudo, harto de las discusiones, los gritos y los insultos. Su padre, débil del corazón desde hacía tiempo, fue empeorando cuando empezó a ser más que patente el problema de su hijo y su adicción, hasta que murió cuando él tenía veinticuatro. Su madre solo duró un par de años más. Así que no sabía muy bien como había ido perdiendo todo, pero el caso era que a sus treinta años no tenía nadie con quien compartir su vida, ni trabajo, ni estudios, ni prácticamente amigos. Le solían decir que como era posible que aquello le compensara. El no sabía muy bien que decir. Al final solía soltar algo como: “No lo sé… pero compensa... Supongo que todas las adicciones son así.” Le cuesta hacer entender a aquellos mojigatos que no habían probado nada en su vida lo que sentía cada vez que la probaba.

Él era consciente de su absoluto declive, por lo que a veces, sobre todo al principio, intentó ponerle remedios drásticos. Se fue a vivir a un pueblo dejado de la mano de dios durante unos meses, pero al final siempre acababa cogiendo el coche y encontrándola allá donde estuviese disponible. Otra vez, intentó no salir de casa, desconectar todos los teléfonos y no hacer nada. Simplemente quedarse en la cama tumbado. Y es que, cualquier cosa que hiciese, desde ver una película, a escuchar música o ver a alguien, le acababa trayendo recuerdos, y le hacía volver a caer. Tampoco sirvió, por su puesto.

Ahora, como dije al principio, lleva semanas sin probarla. Veinte días exactamente. Incluso tenía una vida más o menos normal. Trabaja mucho. Era de las pocas cosas que le tenían la mente ocupada. Además, el trabajo le gustaba. Se lo debía a uno de sus amigos. Precisamente uno de los que más y mejor conocía su adicción. Hoy, había estado tomándose unas cervezas con él, y para su desgracia habían hablado del tema. Al llegar a casa, nota un cosquilleo muy familiar. Sin darse cuenta, de manera inconsciente, coge el móvil y busca en la agenda el número que sabe que tiene que buscar para volver a disfrutar de verdad. Nunca se había atrevido a borrarlo. Y si lo hubiese borrado hubiera dado igual. Porqué se lo sabía de memoria. Lucha contra sí mismo varios minutos, y al final pierde. O gana, quien sabe. El caso es que pulsa la tecla de llamada y vuelve a caer.

A los cinco minutos, sale corriendo de casa, se monta en su coche y pisa el acelerador al máximo. Se salta varios semáforos. Aparca en cualquier sitio y llama al telefonillo. Sube las escaleras. No hace falta llamar a la puerta. Esta abierta. La cruza, y nada mas verla una sensación de placidez que no recordaba le recorre el cuerpo de arriba abajo. Corre hacía ella y la da un beso. La contempla un instante. Ahí está. Por fin. Su droga.

La abraza y la vuelve a besar. Te he echado mucho de menos, dice. Yo también, contesta ella con cierto desdén. Sí. Su droga habla. Y camina. Y piensa. Y siente. Tiene vida propia. Su droga mide metro setenta y tiene la piel blanca. Blanca como la cocaína, suele decir él, siempre dispuesto a hacer un chiste de todo. Hoy lleva puesto uno de esos pijamas que dejan bastante poco a la imaginación de quien lo observa puesto en el cuerpo de una chica con un buen cuerpo. Se imagina instantáneamente a sí mismo quitándoselo, dándole pequeños besitos por todo el cuerpo, para terminar en el cuello. Llevo el largo cabello rubio oscuro recogido, lo que le hace un cuello precioso. Se recrea unos segundos en él, pero en seguida ella comienza a hablar, y él comete el error (siempre lo comete) de mirarla a los ojos. Cada vez que la mira a los ojos se acuerda de su infancia y de una película que vio de niño más de cincuenta veces. Era esa del mago que vivía en la Ciudad de Esmeralda. Mago que al final ni era mago ni era nada y dejaba en la estacada a la pobre niña de los zapatos rojos. Pero lo que recordaba con más ahínco era el gran plano general de la Ciudad de Esmeralda. El verdor de los muros que la rodean. El mismo verde de los ojos que ahora mismo contempla embobado. Otra vez ha caído. Ahora ella le pedirá un favor. Dinero, que la lleve con el coche a algún sitio, que la ayude a montar un mueble o algo así. Siempre es igual. Luego ella le recompensará como a un perrito faldero. Y él se ira a casa tan contento, hasta la siguiente vez. Y es que, al fin y al cabo, todas las drogas son iguales. Y su droga, como todas las drogas, le vuelve loco.

Critilo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:22:50 pm
Fragmentos del fin del mundo


Mildred, Ángela y Zapatica acababan de conocerse en un congreso de literatura. Después de la charla central sobre la vágina  y su estructura narrativa. Se formó un gran grupo de análisis en el hall del acogedor hotel colonial.  Algunos hablaron de de los riesgos de obsesionarse por la literatura femenina, y dieron el ejemplo de un ama de casa chilena que después de leer Mujeres que Corren con Lobos, enloqueció y corrió con el libro bajo el  brazo, abandonó su país y cruzo dos fronteras corriendo, en la tercera fue devorada por bestias salvajes en inmediaciones del Darién. Pero a esto otros respondieron con la posibilidad de que esa historia fuera una estrategia de dominio machista que inducía a dejar de leer libros  que le dieran a la mujer una ventana a la verdad. Los que opinaban esto eran justo Mildred, Ángela y Zapatica.  Y esa posición en común los unió y los empujó a evitar una crisis de ira justo cuando alguien se había atrevido a decir que las escritotas en mayoría escribían autoexploraciones físicas y psíquicas, y las esculturas confeccionaban simpáticas porcelanas. Justo en ese momento hasta pensaron en irse a los golpes pero en último momento decidieron irse solos a un bar y desahogar la ira por la permanencia en este mundo machista. Zapatica, exsacerdote, tenía la posición más agresiva en los círculos feministas. Era también un reconocido fans de Leonardo Dicaprio en la red, famoso principalmente por los montajes cómicos lascivos que hacia  con el actor sobre cuerpos desnudos de ambos sexos. Se jactaba de haber compartido un fin de semana con el elenco de Sex and the City. Siempre estaba rodeado de mujeres  intelectuales o de jóvenes del barrio en que vivía y que de alguna manera necesitaban un apoyo económico. Desde que dejó el  sacerdocio después de ser ridiculizado en público por un vendedor de revistas, escuchaba cada noche por una o dos horas un susurro, a veces inaudible y otras veces claramente decía: “el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre”, su mente hacía esfuerzos para ignorar este susurro en noches que iban desde el aturdimiento hasta la lectura y edición de fotos compulsiva.
Este mismo susurro estaba en la cabeza de Mildred desde que supo que su hijo era gay, y en Ángela desde que fue violada por esa pandilla de extraterrestres a un kilómetro de su finca. Tal vez la vida en su extravagancia amorosa los había reunido para que compartieran esa maldición o don del susurro. También los tres habían pensado por momentos que era el inicio de la novela que los llevaría al estrellato, pues los tres ignoraban que era un fragmento del libro de las revelaciones,  incluido Zapatica y su pasado bíblico. Y efectivamente la profecía se cumplió, media hora después que salieron del bar y cuando acababan de quitarse la ropa.

Paul Saoma
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:24:13 pm
Noches de lluvia


Ella se fue para no volver al mundo. De repente su belleza se desvaneció con el celaje. Hacia lo volátil trascendió. La misma indulgencia suya, la bendijo. En cuanto a mis afectos, yo la amé durante toda la madurez. Le dediqué lo más gustoso del vivir en pareja. Como lo pude, le entregué mis declaraciones con muchas promesas. A lo hecho en amenidad; fuimos novios hasta en lo secreto, nos quisimos sobre lo glorioso. Más la linda, fue mi única novia, que se llamaba Rebeca. Por lo enamorado de ambos, la adoro en demasía y todavía la sufro como a ninguna otra mujer. La verdad nunca la voy a olvidar. Incluso, recuerdo la primera vez cuando la descubrí en la playa de neguanje. Musa, iba con un vestido de margaritas. A solas, se bañaba sobre las olas. En su piel blanca, mis ojos se hipnotizaban. La hermosa se movía con inocencia. El meneo de sus senos, me emborrachaba. Con la gracia suya, nadaba como una doncella en entusiasmo. Y de vez en cuando ella percibía que yo la curioseaba en sus gestos. Fue claro que la puse sonrojada. Ante tal actitud, la busqué. Despacio, nos aproximamos a la orilla. El clima nos atrajo, las conchas nos masajearon. Hacia lo sucesivo, resolví hablarle sobre como son estas costas colombianas. Por lo dócil, Rebeca me escuchó con afabilidad. Entre lo cariñoso, invocamos las anécdotas de estas tierras isleñas, más nos confesamos las experiencias propias. Así juntos estuvimos hasta tarde. Con las horas, supe que mi bonita era oriunda de santa marta. Era hija de unos padres humildes. Su voz todo lo acariciaba. En armonía, la pasé bien ese día. A su lado, nada más existió que la felicidad. Según la novelería, nos fuimos relacionando hasta alcanzar nuestras esperanzas. Sobre las otras amanecidas, nos seguimos encontrando en el mismo recodo de arena con corales. Los entusiasmos al tocarnos era impactante. Tanto que para ciertas ocasiones, creíamos estar bailando sobre las aguas. A causa de lo sacralizado, un viernes de agosto uní mis labios con los suyos. Fue prolongado el sentir de las palpitaciones. En cadencia, nuestros dos cuerpos temblaron. Fue mi primer beso. Al cabo, lloramos de gozo y nos tendimos sobre las dunas. La pasamos como en el cielo. Desde ahí, no nos quisimos volver a separar. A las pocas semanas de novios; Rebeca, consintió en venirse a vivir conmigo. Ella y yo, acordamos quedarnos en la cabaña de la cumbre donde yo aún habito. Los eventos se nos iban hacia la sensualidad. Nunca cansados, hacíamos el amor en la hamaca a la vez que pasábamos a la regadera. De repaso, caída la anochecida, bajábamos hasta la mar. Allí, la misma marea nos desnudaba y yo la forjaba a ella según las ansías. La pasión nos arrullaba con el agua. En éxtasis, se hacía real nuestro paraíso. Ya sobre las demás costumbres; leíamos poemas del caribe, luego navegábamos en lancha y nos disponíamos a pescar pargos con carpas. Mi Rebeca de ojos verdes, cogía los más peces grandes en tanto gracias a ello comíamos bueno y hacíamos suficiente dinero. En fin, su compañía siempre fue mi salvación. Pero ahora ella está muerta. Durante una noche de ventiscas, naufragó. Así que su ausencia, hoy me tiene despechado. Sin su presencia, sólo hay lluvia. Derrotado ante la adversidad, añoro a Rebeca junto a la ventana que da a la tormenta de allá afuera. Los truenos caen con furia. Mientras, yo casi siempre la sollozo a ella. Mantengo con los iris rotos. Contemplo los retratos que le dibujé y me pongo triste. La conmoción fría; llega, me demuda el semblante. Retengo cada uno de sus ademanes, ellos mansos, más siento que no puedo con esta soledad. Por eso con esta angustia; le escribo, porque quizá mañana esté en el mar abierto.

Fedorvelt
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:28:05 pm
Quédate a mi lado


Como cada mañana, nada mas despertar y asearme, fui a la cafetería donde siempre me esperaban las mismas caras detrás y delante del mostrador. Después de tomar café salí a fumar un cigarro, al rato salió un hombre mayor, en sus manos y en su cara reflejaban el paso del tiempo, pero no le impedía mostrar una gran sonrisa donde casi la comisura de sus labios rozaban sus abultados lóbulos de las orejas, se me cacercó y con un gesto de la mano y un pitillo en la boca  me pidió fuego, a los cinco minutos ya estábamos hablando de la crisis, los olivos, el tiempo, ,... Sonreí mirándole a los ojos y le dije con la edad que ya tiene usted y lo que vale el tabaco debería de dejarlo, me miro y sonrió el médico me dijo que dejase el tabaco, la bebida, la sal en las comidas, el café y tantas cosas que como siga así en pocos días me acuesto y jamás me despierto.
Quedamos un rato callados y le mire, si el médico le dijo eso con más razón, ¿no?.
Sus ojos brillaron, me puso la mano en el hombro y me dijo ojala que el médico  se equivoque y me quede menos de lo que me dice, le mire y le conteste no diga usted eso... Mira tengo 75 años llevo más de 50 años casados hace cinco meses mi mujer murió y cada día que pasa es una agonía, una muerte lenta que espero que termine cada día que me despierto, ¿crees que le tengo miedo a morir?.... me quede mudo y agache la cabeza, el hombre me dio una palmada en la espalda y se marcho.
Creí que el amor tenia fecha de caducidad, pero ese día, ese hombre, me enseño que solo el cuerpo la tiene...

Quedate A Mi Lado

Jasp
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:29:17 pm
El presidiario


Palideció mientras el ocaso le anunciaba que le quedaban apenas unos minutos de luz. La única ventana de la habitación era ínfima y escasamente filtraba los débiles rayos que el sol proyectaba.
Poco a poco, la estancia se oscureció y el frío comenzó a hacer aparición. Hubo querido proporcionarse algo de calor pero las esposas que mantenían atadas sus manos se lo impidieron. Los grilletes eran demasiado gruesos como para poder forzarlos y hacía tiempo ya que se había cansado de intentarlo y no obtener resultado alguno.
De pronto, escuchó un ruido proveniente del pasillo y escudriñó sus ojos hasta que logró perfilar alguna sombra. Aterido por el miedo, Genaro comenzó a mecerse adelante y atrás para darse aliento. El rumor se hizo más persistente y notó cómo los pocos dientes que le quedaban, intimidados, castañeteaban entre sí.
Pasos cada vez más firmes se aproximaban hacia él. “El fin está cerca. – pensó – Ya me llevan a la horca.”
Las sombras dieron paso a tres figuras de carne y hueso. Una de ellas, más corpulenta que la otra, comenzó a hablar al tiempo que sonreía: “¿Sabes qué día es hoy, Genaro?”
Éste cerró los ojos. No quería ver cómo un guarda le llevaba al cadalso. Iría, sí, pero sin guardar ningún testimonio visual de aquello.
Otra voz irrumpió en sus pensamientos, pero siguió sin abrir los ojos. Esta vez era una voz más aguda y suave que, casi como un susurro, le dijo: “Padre, ¿qué tal está hoy?”
Genaro no se lo podía creer. ¿Estaba allí su hija? ¿Le habían dejado ir a despedirse de él?
Lentamente, despegó un ojo y a continuación el otro. Vio una luz cegadora que le provocó una mueca de desagrado. Enfocó y vio a un señor alto acompañado de una señora de mediana edad. El señor no le sonaba de nada pero había algo en aquella mujer que sí le recordaba a alguien. Ella, al percatarse de que Genaro le estaba mirando, le regaló una sonrisa mientras decía: “Padre, ¡feliz cumpleaños!”
Confuso, Genaro retrocedió como si algo le hubiera asustado. No recordaba tener una hija tan mayor. Sin duda, había algún error en todo aquello.
Miró a su alrededor y vio que se encontraba en una habitación blanca con un gran ventanal a su izquierda. Se hallaba sentado en el borde de una cama y comprobó, con deleite, que sus manos se habían liberado de los yugos que las mantenían atadas. Se sentía confundido pero, poco a poco, comenzó a comprenderlo todo. Recordó un documental que vio cuando era joven acerca de cómo las personas, en los instantes previos a su muerte, se imaginan a ellos mismos en un escenario de felicidad y quietud. Ahora era él el que se encontraba en ese estado. Una habitación blanca y a su hija, mucho más mayor de lo que recordaba. Hay que ver qué sabia es la mente humana para ser capaz de transferir todas esas emociones y que todo parezca real.
Un retazo de júbilo dio paso a una sonrisa en su rostro.
Julia, su hija, se emocionó al comprobar que su padre se acordaba de ella y del día en que vivía.
El encargado de la residencia salió de la habitación y Julia comenzó a vestir a su padre para ir al restaurante en donde celebrarían su nonagésimo cumpleaños.

Belle de Jour
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:30:45 pm
Vacío


He adquirido, hace unos años ya, una buena costumbre: siempre que puedo, huyo de la ciudad. No es que no me guste mi ciudad, no. Tampoco es que sufra de misantropía, misología, misogamia… no, nada de odios; tampoco padezco algún temor enfermizo de esos catalogados con nombres tan difíciles como demofobia, eisoptrofobia, siderodromofobia y otras locuras por el estilo. Simplemente, me gusta estar saludable y respirar aire puro, sin humo de caños de escapes, sin bocinazos, sin insultos gratuitos, sin apuros. Como la idea es escapar de la rutina, tampoco voy siempre hacia el mismo destino, sino que rumbeo más o menos para donde el auto me lleva: me levanto tan temprano como para que todavía sea madrugada, cargo un bolso con algo de ropa, el mate, compro facturas en el camino y me voy con la única compañía de mi alma escuchando música y cantando bajito. Suelo manejar no sé, tres o cuatro horas (una vez fueron solamente dos) y paro donde vea mucho campo y pocas casas y localice algún hotelito pintoresco y me sirvan el desayuno y me recomienden dónde comer bien: son mis únicas pretensiones.
Una vez, no hace tanto, llegué a… no, mejor me reservo el nombre del pueblito, porque si no se vería invadido de periodistas, fisgones y oportunistas prestos a aprovecharse de la situación como si ésta los fuera a salvar para toda la vida. Bien. Llegué, entonces, a un lugarejo pequeñuelo y sin lustre que daba más la sensación de haber sido olvidado por el resto del mundo en el fondo de un arcón de curiosidades viejas. Como siempre, desayuné y me fui a caminar por ahí, tratando de dialogar con los lugareños, así, de chusma no más, para hacerme de algunas curiosidades del lugar: siempre hay alguien con ganas de contar y me entero de cuentos de cementerio, por ejemplo, o aparecidos que causan susto o luces malas blanqueando los bosques por las noches… una vez me hablaron del lobizón y otras del pombero. Esa vez, me dijeron que había un brujo que había sido malo: “Más malo que Mandinga”, dijeron; pero parece que después de cometer muchas atrocidades, algunas por placer y otras por encargo, terminó por arrepentirse y le pidió la bendición al curita que daba misa una vez por mes en la capilla semidestartalada de junto a la plaza. Era un hombre bonachón el padrecito, pero no por esto menos avezado en las cosas del alma de la gente: tenía la particular cualidad de mirarte a la cara y saber a ciencia cierta qué es lo que uno estaba sintiendo o, incluso, por donde iba lo que estaba pensando. Dicen que, por alguna extraña razón, le creyó al brujo y que éste se hizo su amigo. Pese a todo, cada vez que el hombre oscuro (como le llamaban en el pueblo) pasaba por las escasas callejas de tierra, todos se escondían y ni se atrevían a mirarlo, mucho menos a conversar con él.
¿En cuanto a los poderes? Dicen que tenía muchos pero había prometido nunca más usarlos porque los había obtenido pactando con los diablos de una Salamanca. En fin. Esto último me lo contó una viejita toda arrugada que, según un cartelito, vendía “Fruta y ortalisas de mi casa” (sic) y tenía ganas de charlar con alguien que no sea la gente de todos los días. Eso fue a la tarde, después de dormir una siesta, cuando salí a pasear, mate en mano, como los correntinos o los uruguayos (había descubierto que eso rompía bastante el hielo). “Pueblo raro”, me dije y seguí dando volteretas por entre un caminito y otro, un bosquecito y un arroyuelo de pesca variada. “Pueblo raro”, no sería ésa la última vez que lo pensara…
Desde ese momento hasta ahora le he dado muchas vueltas al asunto y logré descartar todo tipo de inconsistencias personales: no fue sugestión, no me imaginé nada, no lo soñé, no estaba delirando, no había tomado de más y no fue mala digestión, porque si bien mi cena incluyó frituras y guisados no dejó de ser austera. ¿Qué vi? No sé, tal vez debería pensar mejor en lo que no vi; porque esa noche cuando levanté los ojos a la negrura del cielo, acostumbrado como estaba a ver millones de estrellas y constelaciones más que en la ciudad, me sorprendió lo ralo del asunto… pero no, no era exactamente eso… me dio más bien la sensación de que al espacio sideral le faltaba un pedazo que tendría más o menos el tamaño de dos manos mías vistas con el brazo extendido hacia arriba (como para tener una noción precaria de las dimensiones en semejante inmensidad) y que no tenía una forma definida pero que, viéndolo todo a la distancia, parecía una boca riéndose a carcajadas, o un sombrero con la copa hacia abajo, o un ojo de comic con mirada desorbitada. La cuestión es que no estaba, que era una mancha demasiado negra recortándose en la claridad rozagante de las luces estelares. Ese pedazo del cielo, simplemente, no estaba.
¿Loco, no? Porque recuerdo que en ese momento comencé a revolver mi escaso bagaje científico buscando alguna explicación razonable… lógicamente, no hallé otra cosa que pensar que se trataba de un agujero negro que estaba a punto de devorarnos a todos, aunque a los pocos minutos hube de afrontar la idea de que estaba siendo demasiado extremista con el asunto. Y en eso estaba, precisamente, cuando escuché a unos metros más lejos de donde mis ojos alcanzaban a ver, que algunas ramitas se quebraban aquí y, luego, más allá como quien camina en la oscuridad sin querer que nadie note su presencia. Esa nueva situación más que provocarme temor me causó desagrado, y una inmensa curiosidad (si no tuviera el don de meterme donde no me llaman, no habría historia para contar, ¿no?)… estaba solo, en medio de mi escape de la ciudad y alguien venía a perturbarlo: lógicamente, no iba a permitirlo.
Avancé entre la hojarasca haciendo más ruido del que hubiera querido pero menos del que hubiera esperado de mis pies torpes iluminado por la luz ambarina de las estrellas, la luna en disco y nada más. De tanto en tanto, me detenía esperando observar algo o que alguien me observara pero ni los sonidos habituales del bosque o de la cercanía de pueblucho llegaban a mis oídos atentos o especialmente predispuestos. De pronto, un murmullo de sílabas canturreadas comenzó a elevarse por el viejo éter de los poetas con tonalidades destellantes y aromas aterruñados. Allí fue cuando lo vi. Sí, era el hombre oscuro. No me atreví a acercarme mucho no (tanto) por temor sino por no interrumpir lo que parecía una ceremonia o un ritual desconocido. No entendí ni una palabra, aunque hoy en día creo que nada de lo que decía puede ser considerado una. Pronto deduje lo más importante: era él quien estaba abriendo el hoyo en el cielo, o al menos eso indicaban los ademanes que realizaba con las manos abiertas hacia afuera. Cuando estuvo satisfecho con la forma y el tamaño se quedó inmóvil contemplando la maravilla de su obra. Luego, se quitó el abrigo y quedó en una camisa tan negra como el hueco que había creado en el firmamento. Con desesperante severidad se desabotonó los puños y se arremangó dejando al descubierto su necesidad de estar cómodo para lo que vendría. Los movimientos de sus manos se aceleraban como si siguieran una alegre melodía que solo se encontraba en su mente pero la que era preciso llevar a cabo sin variar ni un mínimo de su tempo. Entonces ocurrió el prodigio, el verdadero prodigio porque todo lo anterior no resultó ser más que el hermoso prefacio de la más maravillosa obra que alguien haya visto alguna vez y que jamás podrá ser contada, porque nadie en el mundo tendrá nunca el arte necesario para describirlo tal como ocurrió, simplemente porque no existen las palabras que se necesitarían. Con cada pequeño movimiento de sus manos, mi piel cobraba vida casi como si adquiriera conciencia de sí misma y quisiera alejarse de mí tal vez porque yo no era digno de ella o porque ella no toleraba las cosas que yo era capaz de obligarle a hacer… sin embargo, no me causaba dolor, sino una comezón compulsiva y desesperante. De pronto, unas sombras deformes como fantasmas comenzaron a ser absorbidas por la oscuridad del hoyo en el firmamento que las devoraba con profunda fruición. Cuando me encontraba listo para aceptar que terminaría la noche completamente ensangrentado y en carne viva de tanto rascarme, sucedió lo contrario: una inmensa sensación de frescura y un alivio inimaginable que me nacía desde las entrañas recorrió cada centímetro de mi cuerpo y, sorprendentemente, mi alma estuvo en paz. No entendía… no entendía, hasta que sí: el hombre oscuro me había purificado extrayendo mis más oscuros instintos y mis más ocultas acciones y las había expulsado del mundo por el hueco que había abierto en el cielo nocturno… y, seguramente, todas las almas circundantes también se verían limpitas y esplendorosas después de esto. Finalmente, con alegre parsimonia, cerró el orificio que había creado y las estrellas volvieron a acomodarse en el lugar que cada una sabía debía ocupar. Lentamente, volvió a vestirse, hizo una reverencia al cielo, y se alejó con la cabeza baja.
Por mi parte, regresé al hotelito únicamente para no poder dormir ni un minuto del resto de la noche. Pensé que alucinaba, pensé que estaba loco, pensé que soñaba, pensé tantas cosas que ya no las recuerdo. Solo sé que a la mañana, todo tenía un color más brillante y la gente sonreía más… pero solas dos personas se veían más felices que el resto: el brujo y el padrecito… y pude concluir que, bueno, ése había sido el trato entre ambos: el hombre oscuro era un héroe y nadie nunca lo sabría.

Andrea V. Luna
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:31:46 pm
Como en un sueño


Había estado con ella la noche anterior, en una habitación con tristes paredes de piedra desgastadas por el uso o la imaginación y la luz más blanquecina que había visto jamás, por eso no daba crédito a lo que sus ojos, los mismos ojos vidriosos y sedientos por el alcohol que miraban ahora al camarero con un inservible ruego de certeza y respuesta ante el ineludible cierre del bar, le revelaron la mañana siguiente cuando ella apareció en la cafetería y se acodó en la barra para pedir un café.
Permanecía acostado en una cama espaciosa y extraña situada justo en el centro de la habitación, tratando de familiarizarse con sus sábanas de seda y el anacrónico candelabro de la mesita de noche que competía ridículamente con la cegadora lámpara encendida del techo grisáceo, como si el esfuerzo debiera ser reconocido aún después de sus servicios cancelados. No existía nada más en aquella habitación, al menos que debiera ser recordado por su memoria, ni siquiera una ventana o una puerta entornada que anunciara la visita de lo inesperado, nada desde luego que otorgara cierto sentido a la ambigüedad imperante en aquella situación que Darío repetiría una y otra vez en su cabeza con la exactitud milimétrica de las acciones del deseo jamás ejecutadas, de modo que cuando ella apareció por primera y última vez de manera corpórea fue la aparición mismísima que tan sólo no debió asustar en aquel momento tan irreal a su subconsciente.
Acostumbrado a soñar con mujeres esplendorosas e inaccesibles, con modelos ideales que escapaban a su control e incitaban su deseo insaciable de posesión imposible, a Darío le pareció aquella mujer de ojos verdes e interminables y pelo deslizante que se acercaba a él con una ligereza decidida, caminando como si un hechizo hubiese anulado por completo su voluntad, tan sólo con los pies y los tobillos desnudos, porque las restantes partes de su cuerpo se mostraban insinuantes bajo el blanco camisón que acrecentaba aún más el pronunciado moreno de su piel, el ser más cálido y hermoso que había presenciado nunca. Hicieron el amor libres y despreocupados, experimentando con sus cuerpos hasta conocerse plenamente, envolviéndose fuertemente en un intento de que la realidad no les despertase de aquel encantador letargo, como si la oposición bastase para que un acontecimiento indeseable no tuviera siquiera la oportunidad de manifestarse.
Y sin embargo allí estaba ella, como salida de un sueño, pero tan real como el café que tomaba la mañana siguiente y el cigarrillo que se entremezclaba con los olores de tostadas, cafés agrios y tabaco negro, conservando todos los matices otorgados por Darío escasas horas antes, aunque esta vez con la precipitación en los gestos del tiempo predeterminado, tomando ya el último sorbo y apurando el cigarrillo en una señal inequívoca de marcha definitiva que debía ser impedida inmediatamente por Darío, que observaba, sentado en una mesa, su pelo, su espalda, su culo, sus piernas, y de nuevo su culo, con la tranquilidad de quien no puede ser descubierto pero con el nerviosismo de quien debe resolver una situación con urgencia.
Se levantó tan de repente que sus primeros pasos fueron enmudecidos por el crujido estridente de la silla. Sentía las palpitaciones incontrolables de su corazón y el sudor manifiesto de sus manos, igual que un adolescente tan decidido como arrepentido de su determinación, sin posibilidad de marcha atrás porque minúsculos centímetros le separaban ya de su amante desconocida. El cigarrillo que extrajo entonces de su pantalón fue el indicio incuestionable de que no se atrevería a decirle que había soñado con ella, que se volvió al percatarse de una presencia cercana. La sorpresa de ver aquel rostro le impidió acertar varias veces con el encendedor, sin tiempo para reaccionar ante lo que creía inexplicable, porque Darío se marchó aceleradamente con el cigarrillo encendido entre sus labios sin volver la vista atrás y, por tanto, sin percatarse de que ella le miraba con la ternura de quien conoce más allá de la mirada, porque había estado con él la noche anterior, en una habitación con tristes paredes de piedra desgastadas por el uso o la imaginación y la luz más blanquecina que había visto jamás...

Zarathustra
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:33:17 pm
La piedra número 13


La víspera de San Juan la gente va con sus familias o su grupo de amigos a la playa. La ocupa pacíficamente hasta bien entrada la madrugada. Llevan comida y bebida ¿Nada especial? Esa actividad está prohibida el resto del año. El resto del año se le llama botellón y, como sucede con todas las cosas excitantes, está muy mal visto. Si te reúnes con unos amigos en la playa de Levante de Benidorm para beber unos whiskys lo más probable es que la policía local te ponga una denuncia. Pero la noche de San Juan es diferente. Los amigos se reúnen a beber y la policía solo vigila que no se enciendan hogueras en la playa. En Benidorm están prohibidas. En Benidorm hay muchas cosas prohibidas. No se ven vendedores ambulantes de baratijas y cedés, ni la gente puede aparcar en doble fila; tampoco pueden hacerlo  en las zonas destinadas a carga y descarga –esas que tienen una raya amarilla en zigzag- porque la grúa tarda muy poco en llevárselo. En algunas ciudades las autoridades no pueden hacer eso porque los barrios sin espacio suficiente para estacionar vehículos tardarían en arder menos de lo que París la noche de san Silvestre. Pero en Benidorm no se queja nadie. Hay que aparcar correctamente y no se hablé más. Cerca de Benidorm viven al menos siete mil noruegos. Casi todos en la colonia noruega de Alfaz del Pi. Sin embargo, es raro verlos en los bares de Benidorm, porque, aparte del taxi, la alternativa de volver a sus casas con unas copas de más y al volante de sus automóviles los hace presa fácil de los agentes de la ley, que vigilan para que no haya accidentes. De modo que se quedan en sus localidades. Igual que los holandeses de la Nucía o los rusos de Altea.
Pero la noche de San Juan es diferente. A falta de leños, la población de Benidorm se acerca a la orilla de sus playas bien pertrechados de enormes cirios, de candelas con camisa, de farolillos, de lámparas de aceite o de  linternas. A falta de fuegos importantes, en cada grupo se recrea la magia del fuego con la solemnidad de las palmatorias. No huele a incienso, pero el aire se llena a veces de una fragancia que recuerda a la quema de rastrojos. No creo que sea marihuana. En Benidorm no se quebranta la ley.
Aunque ya no recordaba cuando fue la última vez que estuve en la playa en una noche de San Juan, no fui capaz de oponer resistencia a la invitación de unos buenos amigos. Creo que fue porque tienen niños. Crecen tan rápido, que si no hacemos todo lo posible por hacer de padres media hora de vez en cuando con los hijos de nuestros amigos, corremos el peligro de pasar por sus vidas como si fuéramos los figurantes de un péplum: solo se nos recordará por un reloj de pulsera caro o por nuestra cara lánguida.
No opuse resistencia porque no tenía nada mejor que hacer. Estaba, además, el España- Francia de fútbol y la clasificación para las semifinales, que finalmente se produjo. Con las toallas ya sobre la arena contábamos los goles por los gritos de los espectadores de los bares donde se podía seguir la retransmisión y por los petardos que sonaban poco después. Un gol en el primer tiempo y otro, de penalti, en las postrimerías del partido. Creíamos que el partido se había acabado ya porque la gente estaba aplaudiendo, pero era que celebraban que se hubiera pitado penalti. La algarabía vino después, con la transformación de la falta, el final del partido y las bocinas de los coches.
Ya era de noche. Luna en cuarto creciente. Habíamos comido las viandas que cada uno había preparado en casa y comentábamos – mientras los niños no paraban de llenarlo todo de arena- las pequeñeces de nuestras vidas cotidianas. Que si a mi nena un compañerito le llama gorda, que si he perdido el empleo, que si mi marido está de fiesta con el jefe y ese sí que tiene vicios caros…Las llamas se repartían por la arena como esos focos que señalan un arriate o las luces que delatan la proximidad de una vivienda en el monte. La ceremonia de mojarse los pies en la orilla y lanzar doce piedras al agua estaba muy próxima. En la cala es difícil encontrar piedras, de modo que, del mismo modo que últimamente algunas personas prefieren abrir una lata de uvas peladas para celebrar la entrada del nuevo año,  yo había cogido las doce piedrecitas del jardín que rodea el edificio donde vivo y las había puesto en una bolsa de plástico junto con un papelito donde había escrito mi deseo más profundo. Tenía que ver con mi pareja.
Cuando llegó la medianoche me acerqué a la orilla, había una mujer mirándome, vestida con un traje de novia rosa y una sonrisa inadecuada; me bañé los pies y empecé a arrojar todas las piedras que llevaba, una tras otra, sin detenerme a contarlas, hasta que la bolsa de plástico quedó vacía. Luego prendí el papelito de mi deseo con la ayuda de un mechero y lo sujeté con la pinza del pulgar y el índice hasta que empecé a quemarme. Solté el papel calcinado en el agua y el trocito blanco, que había quedado indemne, no tardó en desaparecer en la oscuridad.
Mi pareja, mis amigos y sus niños siguieron después la velada sobre las toallas y las mantas que habíamos traído de los coches, pero a mí me apetecía marcharme a casa ya y darme una ducha.
Recogí alguna de las bolsas que habíamos traído y me dirigí a pie a casa. Había una cuesta suave y la noche estaba hermosa, concurrida. Habitualmente es un barrio muy tranquilo, pero esa noche se había juntado la vida social que gira en torno al fútbol con la que reúne la noche de San Juan.
Llegué a casa y me fui directamente a la ducha. Me metí vestido y fui despojándome de la ropa de  playa, llena de arena, depositándola en el lavabo. Después de ducharme, la metí en una bolsa y la llevé al tambor de la lavadora. Todavía con la toalla alrededor de la cintura llegué a mi habitación y me llevé un susto de muerte.
-¡Hola, buenas noches! Llevo esperándote quince minutos.
¡Por dios! ¿Quién es usted?- Le dije a aquella mujer con traje de novia de color  rosa que sostenía uno de mis álbumes de fotos entre sus manos- ¿Cómo ha entrado en mi casa?
-Soy el hada de la piedra número trece y vengo a explicarte las consecuencias de haber tirado al mar una piedra de más. No temas, nada grave. Por cierto, me dio tiempo a leer el deseo que escribiste en el papel incinerado. Quiero que sepas que, desgraciadamente, no puedo concedértelo.
Me eché a llorar, porque lo que había escrito era un secreto que no había compartido con nadie y aunque no tenía ninguna esperanza de que un día se cumpliera, la confirmación de que su solución no estuviera al alcance ni siquiera de quien podía parar el tiempo era todavía más descorazonadora.
Puedes parar el tiempo ¿Verdad? – dije interrumpiendo mis cavilaciones.
¡Qué tontería! Pues claro que no. Soy el hada de la piedra número trece, no la hija de Cronos. Puedo concederte un único deseo, pero no uno que hayas formulado antes de este momento. Debes pensarlo muy bien, porque sus efectos durarán hasta la próxima noche de San Juan y si no son como tú esperas deberás arrojar exactamente al agua doce piedras, ni una más. Así será como el encantamiento se desvanezca.
-¿Me lo puedo pensar?- dije tratando de ganar tiempo
-Tienes cinco minutos, ni uno más ¿Dónde está el baño?
Mientras el hada de la piedra número trece hacía uso de mi baño yo aprovechaba para darle vueltas a la oferta. Recordaba que a Midas no le fue nada bien con aquella ocurrencia de transformar en oro todo lo que su piel tocase y de cómo acabó con aquellas orejas de asno.
Otro que me vino a la mente fue Orfeo, a quien tampoco le fue nada bien formulando deseos. Consiguió conmover a los seres del Hades y resucitar a su esposa, pero la alegría le duró muy poco y no tuvo un final pacífico, entre aquellas truculentas mujeres tracias.
De pronto me daba cuenta de que el mundo de los pactos y los deseos era siempre un contrato muy oneroso para el que osaba formular uno.
Mientras tanto, tras el sonido de una cisterna, entró de nuevo el hada en mi dormitorio y haciendo ademán de que se había lavado las manos me espetó:
-¿Y bien?
-Has dicho- dije con firmeza- que no puedes detener el tiempo, pero ¿Puedes viajar en él?
- Sí, viajar sí, y tú conmigo si así lo deseas, pero  no más allá de un salto de veinticuatro  horas hacia atrás o hacia adelante, aunque con el inconveniente de que cinco minutos después no recordarías nada de lo que ha sucedido aquí.
-¿Cinco minutos? Tengo más que suficiente
-Muy bien- dijo el hada agitando un pañuelo de encaje de color rosa- ¿Cuál es tu deseo?
- Volver a la orilla de la playa, unos minutos antes de la media noche
-¡Deseo concedido! – exclamó en un tono muy alto haciendo salir de su pañuelo unas lucecitas titilantes y multicolores.
Dimos un pequeño salto en el tiempo y volvimos a la orilla de la playa. El hada estaba a mi lado, como la primera vez, con aquel vestido que la hacía parecer una novia abandonada en un altar barroco. Yo sostenía la bolsa de piedras y el papel donde había escrito mi deseo más profundo, ese que el hada no podía concederme.
Extraje la piedra sobrante y la dejé caer, con la certidumbre de tener las piedras justas; después arrojé una a una las piedras que había en la bolsa al mar, sin contarlas, e hice arder el escrito donde había formulado mi mayor deseo, cogiendo el papel con la pinza de mis dedos pulgar e índice de la mano derecha y haciéndolo arder con un mechero. Tan pronto se redujo a cenizas lo arrojé al agua hasta que el pedacito blanco con el que lo había sujetado se perdió en la oscuridad.
Les dije a mis amigos que deseaba volver solo a casa. Mi pareja se quedó con ellos. Recorrí la suave cuesta que conduce a mi domicilio, más concurrida que de costumbre por el efecto del partido de fútbol y la celebración de San Juan. Llegué a mi casa y me metí vestido en la ducha, poniendo cada pieza de la que me iba desprendiendo en el lavabo, para evitar que la arena de la playa se dispersara por la casa. Después de la ducha la metí en una bolsa y la llevé al tambor de la lavadora. Luego, todavía con la toalla en la cintura, entré en el dormitorio y abrí el cajón donde mi pareja guarda los medicamentos. Eché un vistazo a las pastillas. No quedaban muchas. Pronto tendría que volver al hospital, a por la medicación para otros dos meses, a menos que sucediera un milagro y la varita mágica de un hada me concediera mi mayor deseo: que mi pareja dejara de ser seropositivo.

Grace poole
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:34:26 pm
La Sentencia


Recuerdo que mi padre me levantó desde muy temprano, aún el sol se ocultaba tras las montañas, el frio calaba los huesos, mi papá me susurró al oído y me levanté de inmediato. Salió del cuarto con tranquilidad. Me senté en el catre, pensé que iríamos a caminar al bosque o quizá, me compraría un juguete que le pedí desde hacía tiempo; sin perder más tiempo me cambié de inmediato.  Me extrañé que ni mi mamá ni mi hermanita se habían despertado, al parecer mi papá y yo éramos los únicos despiertos.
Salí de nuestra pequeña casa, mi papá yacía fuera, sentado en un tronco seco bajo un techo de láminas que había construido para trabajar en la fabricación de muebles. Estaba mirando hacia el horizonte, fumando lentamente un cigarro, se frotaba las manos, de vez en cuando bajaba la cabeza, tomaba entre sus manos duras sus canosos cabellos cortos, se frotaba la barba grisácea, su rostro yacía completamente serio. Como todavía era un niño no logré percibir lo que le sucedía en aquel momento, sólo lo miré y corrí hacia él. Me estrechó entre sus brazos, me sonrió y dijo: “¿Listo?”, asentí con la cabeza. Terminó su cigarrillo y lo arrojó al piso, se levantó y me tomó de la mano.
En todo el camino mi padre no decía ni una sola palabra, raro en él, pues cada que salíamos a caminar me contaba el cómo yacía el poblado en aquellos años mozos, me relataba las leyendas del lugar, de cuentos extraordinarios que mi papá extraía de su imaginación, sin embargo, aquel día iba completamente callado, sólo miraba hacia al frente, de vez en cuando me miraba de reojo y sonreía en sus adentros. Por mi parte iba jugando, brincaba, aceleraba el paso haciendo que mi padre me tomara aun más fuerte de la mano y me pusiera un freno. Por los caminos donde íbamos había grietas que atravesaban a la mitad las veredas, pues mi diversión era no pisar ninguna de ellas, era un juego absurdo, pero era un niño.
Déjenme decirles que mi casa se encontraba a unos kilómetros del poblado, vivíamos alejados de la gente, sólo íbamos al poblado cuando nos hacía falta algo, sin embargo nos íbamos en caballo, ahora nos trasladábamos al poblado a pie. Por mi cabeza pasaban ensoñaciones de lo que haríamos en el pueblo, pensaba que por fin me comprarían el juguete que tanto deseé, pensé miles de cosas, hasta que mis ensoñaciones se vieron desvanecidas cuando pasamos frente a la juguetería y seguimos de largo, lo que deseaba se había marchitado.
El sol salió tras las montañas, el pueblo se encontraba vacío, mi padre seguía mirando hacia el frente, cada vez más me apretaba la mano. A uno cuantos metros nos encontrábamos de la Plaza, los cuchicheos no se hicieron esperar, al parecer toda la gente del poblado yacía reunida en la Plaza. Cuando por fin llegamos, la multitud miró a mi padre sorprendida, maquinalmente me miraron a mí. La gente abrió paso a mi papá y a mí. En el centro había sido colocada una tarima con un gran poste de madera erguido sobre ella, y del poste colgaba una gruesa y vieja soga, era “la sentencia”, así le habíamos puesto mi hermanita y yo, pues ahí habían muerto varios hombres, ancianos, mujeres y niños, incluso un buey. Mi padre jamás nos dejó ver las ejecuciones, a mí me invadía de terror ver esa cosa; sin embargo, no lograba comprender el porqué estábamos ahí, si mi padre nunca nos había dejado ver las ejecuciones.
Nos detuvimos frente a “la sentencia”, le dimos la espalda y miramos hacia una gran mesa que yacía en lo alto bajo otra tarima más pequeña donde se encontraban los “uniformados”—, así les decía mi padre por sus vestimentas negras que provocaban terror—del pueblo, esos hombres eran los que dictaban la sentencia. El hombre que estaba en el centro de la mesa movió su cabeza, así que ascendimos hasta colocarnos encima de “la sentencia”. Desde ahí se lograba ver mejor a toda la gente amontonada en la Plaza. El murmullo empezó a resonar en mis oídos. El hombre del centro de la mesa alzó la voz y la multitud se calló; el hombre habló.
—Pensamos que no cumpliría con su palabra—dijo con tono seco—. Estábamos a punto de ir por usted—el hombre volteó hacia su izquierda e hizo una seña con la cabeza. Inmediatamente un hombre gordo subió donde se encontraban los “uniformados”—. Repita los cargos—dijo el hombre dirigiéndose al señor gordo.
—Ese hombre—dijo el señor gordo señalando a mi padre—es un ladrón. Me ha robado, he sido víctima del pillaje, merece morir, la horca, que lo maten. Yo, que soy un humilde hombre que se dedica a trabajar como burro todos los días para que un hombre como él me robe, eso no lo puedo permitir. ¡Tiene que ser castigado!
La multitud empezó a agitarse y comenzaron a gritar en contra de mi padre; aún seguía sin comprender de lo que se trataba todo ese espectáculo. Volteé a ver a mi padre, y él yacía sereno y todavía me tomaba de la mano.
—Gracias señor Ramón—dijo el “uniformado”—. Ahora bien, ¿qué tiene que decir en su defensa señor Juan?—gruñó el hombre dirigiéndose a papá.
Mi padre se quedó mudo por unos momentos, después miró a la multitud y se puso en cuclillas, me miró a los ojos, por fin noté algo raro en mi padre: sus ojos, sus ojos estaban tristes.
—¿Qué comiste ayer, hijito, con tu hermanita y tu mamá?—me preguntó mi padre con amabilidad y con una sonrisa.
Sorprendido al escuchar la pregunta murmuré:
—Pan y un pedazo de carne de res.
La multitud y los “uniformados” al parecer no oyeron mi respuesta.
—Dilo más fuerte, hijo.
—Pan y un pedazo de carne de res—exclamé.
—¡Ahí está!—exclamó eufórico el señor gordo—. Es un ladrón, aceptó que me ha robado. ¡Ladrón! Es culpable, condénenlo.
—Gracias, hijito—dijo mi padre, se levantó y acarició mi cabeza—. Ahí lo tienen señores jurados, y ustedes, ustedes que son gente como yo—habló mi papá—. He robado, sí, lo acepto, pero no he asesinado, no robé dinero, ni despojé a nadie de algo valioso. Robé para alimentar a mi humilde familia, no tenían nada que comer, así que le robé al señor Ramón, unos pedazos de carne, y ahí lo tienen, no lo vendí, sino que están en las pancitas de mi familia, les juro que yo no probé ni un solo bocado. Yo no soy culpable de ser pobre, no soy culpable de haber robado para alimentar a mi familia. Ustedes habrían hecho lo mismo al ver a sus hijos muriéndose de hambre, al ver que en la mesa sólo hay frijoles y eso cuando hay, sino no hay más que los platos vacíos. Yo no soy culpable señores jueces, señores del público. Soy inocente.
—¡No!—exclamó furioso Ramón—. Es un mugroso ladronzuelo, merece ser castigado. No se dejen engañar con esas palabras falsas, les está mintiendo. Si no quería robar porqué mejor no se puso a trabajar. No se dejen engañar señores jurados y respetable público. ¡Es un ladronzuelo! Y si ya lo hizo una vez lo volverá hacer, denlo por seguro.
Los jueces dialogaron por unos momentos, hasta que por fin el hombre del centro habló:
—Señor Juan, por lo discutido en la mesa por los demás jueces y al escuchar su defensa lo hemos declarado… culpable.
El hombre gordo comenzó a festejar de alegría, mi padre me miró y dijo:
—Ve a casa con tu mamá y tu hermanita, cuídalas bien. Dile a tu mamá que luego iré a visitarlos—dijo mi padre con el rostro desencajado y con los ojos cristalinos.
—¿Vas a regresar?—cuestioné confundido.
—Sí, regresaré, pero por ahorita vete, y no voltees para nada—me dio un beso en la frente y me marché.
Bajé de “la sentencia”, la multitud me miraba; seguí mi camino, hice lo que mi padre me indicó, no volteé por ningún motivo… Esperé a mi papá aquella tarde y no llegó, lo esperé por semanas sentado en la silla donde él solía meditar y jamás regresó.

Samael Necutli
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:36:02 pm
La Puertóloga



   De regreso al callejón, intenté verla de nuevo y me dolió mucho no encontrarla. Me hubiera gustado verla señora Conchito: Menudita, limpia y expectante, con ojos esperanzados; apoyada en el dintel de la puerta. Inmóvil aunque vestida de esperanza, anclada en su ilusión de volver a ver a sus patronas, cada vez más lejos en su recuerdo… Y tuve que repetir -muy triste- el apodo que le puse, “La Puertóloga”
   El callejón ha sido la vivienda más popular entre la gente pobre de la Lima Republicana. De simple arquitectura, se basaba en dos hileras de cuartos a cada lado de un pasadizo de diferente anchura que terminaba en un caño común al que se adosaba una letrina y, con mucha fortuna, una ducha simple. En caso de existir muchas viviendas, se implementaban los mismos servicios en el centro del callejón, creándose así una suerte de separación social basada en la ubicación con respecto de los caños, lo cual daba origen a competencias y hasta disputas.
   Los cuartos eran toscas piezas de diferente tamaño en las que los residentes  instalaban tabiques de madera simple, cartones y hasta cortinas, para originar ambientes tales como la sala, el dormitorio o la cocina, y hasta un espacio más o menos privado, para necesidades e higiene personal. Un detalle muestra la habilidad de nuestro pueblo para sortear sus estrecheces: En donde las paredes de adobe eran lo suficientemente altas, se construía –sobre la altura de la cabeza de los residentes- una plataforma de madera, con escalera y baranda, la misma que se llamaba “Altillo”. Allí terminaban alojando a los más jóvenes y a los invitados, siempre bienvenidos.
   Por supuesto que existieron variantes al callejón: Si los servicios de agua y desagüe estaban incorporados a los cuartos, se le llamaba Quinta, y si esta comunicaba dos calles se la llamaba Pasaje. Las vecindades de callejones, quintas y pasajes -fueron y
serán- los mejores exponentes de la vida ciudadana en la capital peruana en los siglos XIX y XX; prueba de ello son las expresiones musicales de cantantes y compositores que vivieron, amaron y sufrieron en sus predios.
   El callejón donde vivíamos no era muy grande: pasadizo a la izquierda y diez cuartos de diferente dimensión a la derecha, con el caño común casi al centro del pasadizo. Por mi parte, recuerdo sólo dos mudanzas en nuestro callejoncito, prueba de que la gente heredaba el derecho de uso de los cuartos, que siempre aumentaban con nacimientos de niños, que llegaban ‘con su pan bajo el brazo’ al decir de las viejas de esos tiempos.
   Mis recuerdos cuando pequeño, nacen con usted señora Conchito al mudarse, con su esposo al último cuartito, al fondo del callejón. Al señor Trelles, su esposo, lo recuerdo con mayor facilidad: delgado y rubicundo, muy educado, y como todos los señores de la capital, siempre de traje y corbata, con recortado bigote y sombrero de paño, elegante.
   Este caballero fue pronto conocido y apreciado entre los vecinos. A usted, en cambio, sólo la conocían mamá y alguna de las mujeres del barrio con quienes conversaba muy de vez en cuando. Para todas ellas usted era una hormiguita por su tamaño y laboriosidad, la misma que se notaba de ver lo impecable de ese cuartito, siempre oliendo a petróleo blanco, sustancia que se aplicaba regularmente al piso de tierra, para hacerlo más compacto y para evitar que se instalaran en él, pulgas que medraban en la tierra suelta o poco apisonada.
   Mientras crecía los dejé de ver porque nuestras órbitas coincidieron muy pocas veces. Aún así, recuerdo haber visto al señor Trelles rodeado de los borrachines del
barrio, con quienes consumió sus últimos años, trasegando licores de baja estofa, sin perder jamás la compostura.
   Para entonces usted ya tenía algunos años trabajando como Nana o ama de crianza de niños, en una de las familias adineradas de la llamada Gente Bien. Le ofrecieron el empleo por la dulzura de su trato y lo impecable de su aspecto. La señora estaba encinta y necesitaban alguien confiable para la crianza. Al nacer la niña se hizo cargo de ella para criarla y educarla cual si fuera de sus entrañas, a pesar de que usted jamás tuvo descendencia. Con el tiempo a su favor acompañó a su niña hasta el altar. Para encargarse luego de la hija de esta, sin preocuparle los años que pasaban y empezaban a pesar. Repitió entonces la asistencia a la ceremonia donde vió a esa  adoración de criatura vestida de blanco radiante, casarse con todas las de la ley. Dos años después, literalmente brincó de felicidad al saber que ella estaba encinta.
   Bastante mayor, le permitieron hacerse cargo de la bebita, pero a medida que esta crecía la fueron dejando de lado. Cuando la chiquilla bordeaba los trece pidió a la mamá que le quitaran a la Nana de su presencia, ya que sus amiguitas le habían dicho que olía a vieja.
   En viaje hacia las playas del sur, las patronas aprovecharon para deshacerse de ella. La decisión fue unánime. No la despedirían, la devolverían a donde ella pertenecía. No le dirían adiós, le dejarían un sobre con algo de dinero para que la fuera pasando. Al regreso de su temporada de playa decidirían. Y se olvidaron de la decisión, dejando en suspenso permanente lo que harían con ella…
   Fue un día soleado cuando la llevó el chofer de regreso a su cuartito. El callejoncito humilde la saludó, asfixiándola. Mareada por la desesperación, le preguntó al chofer cuando volvería para llevarla de regreso. El moreno grandote enmudeció y con la mirada en el suelo, le dijo que esperara a que las patronas regresaran por ella al volver del viaje. Y la dejó con sus sueños de saberse necesitada. 
   A los dos días le asaltó la idea de que estaban en camino a verla, y arregló diez veces el cuartito hasta dejarlo inmaculado. Conversó con las vecinas animadamente, para hacerles saber que le avisaran si veían a unas señoras de la alta sociedad que preguntarían por ella. Y empezó a describirlas y a contar la relación de familiaridad que tenía con ellas.
   Una semana después de su regreso, se apostó en la puerta de entrada del callejón a eso de las diez de la mañana, con la seguridad de que en media hora aparecerían. Permaneció varios meses apoyada en la puerta de calle –imperturbable- respondiendo a los saludos de los vecinos a quienes les hacía gracia tan peculiar espera. Fue así como acuñé para ella el mote de “Puertóloga”, expresión que jamás la molestó ya que vivía en otro mundo.
   Pensaba en sus niñas para entretenerse. No permitió que el aburrimiento la invadiera: Rezaba en silencio para calmar a sus demonios. Cada sonido de automóvil que viniera de alguna calle cercana la convencía de que ya estaban  muy cerca. “Se apresuran por venir a verme, por eso hacen sonar el carro” repetía hasta el cansancio.
   Y la noche llegaba y la ciudad dejaba de danzar. Entonces, con tristeza sin límites, se acostaba después de rezar por ellas, para hacer que regresen a devolverla a sus vidas, lo cual era su vida, la misma que dejaba de guardia cada noche en el dintel de la puerta de calle, en espera insomne.
   El ritual se repitió por semanas y se extendió por meses. Salir a esperar sin desesperarse, pararse en un solo pie para destilar paciencia, conversar lo estrictamente necesario a fin de guardar las fuerzas para cumplir con la espera que se hacía soportable tan sólo por la idea de que “aparecerán cuando menos lo espere y me llevarán de nuevo a la casa y tal vez si hasta harán una fiesta por mi regreso”. Confesión hecha en confianza a mi abuelita.
   Y sus ilusiones dormían arropadas, o a medio abrigar, según fuera el clima. Y pasaron mil garúas posándose en su pelo. De los vecinos, el que podía le hacía llegar un caldito de algo, o un caliente café ralo con un pan a medio endurecer. Y saludaba atentamente para preguntar si no habíamos visto a sus patronas, quienes –tal vez- se equivocaron de rumbo…
   Hasta que un día sintió que la abrumó el cansancio. Todo le cayó de un solo golpe: Las piernas se le agarrotaron, la fe se hizo pedazos, sus ojos empezaron a mirar a través de vidrios empañados. Fue tremenda la tristeza en su corazón que empezó a secarse al comprobar que se habían olvidado de ella, para siempre.
Como pudo llegó a su cama, A los dos días, la dueña de los cuartos, su comadre Rita, la fue a visitar para alcanzarle un plato de comida. La puerta estaba junta y ella permanecía en la cama sin moverse, con los ojos abiertos, agonizando sin aspavientos, dejando que su vida se fuera a perseguir recuerdos. No comió ni bebió para aligerar su viaje. No dijo nada. Sin quejidos ni reclamos, cerró los ojos como espantando esa lágrima atrevida que partió buscando la puerta del callejón.
La velamos en la sala de la dueña del vecindario y la llevamos entre seis para enterrarla en tierra de nadie. Amortajada por nuestro cariño se ubicó exactamente al norte de donde sus patronas la olvidaron sin ningún remordimiento…

Wilcharapa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:37:30 pm
Mala noche


Era una noche horrible, a pesar de su aparente tranquilidad. Un par de moquitos de considerable tamaño revoloteaban alrededor del sofá en que me encontraba yo tendida leyendo un libro que me inquietaba más y más a medida que avanzaba en su lectura. Los insoportables mosquitos me picaban en las piernas y a cada instante tenía que rascarme para aliviar la picazón. Siempre que oía o veía demasiado cerca de mí a los insectos intentaba matarlos con mis propias manos sin éxito alguno. También se colaban en mis oídos, extremadamente sensibles, el tic tac del reloj de la cocina y el goteo de la cisterna del baño de la planta superior. Todos estos sonidos me hacían desconcentrarme constantemente. El gato dormía entre los cojines a la vera de mis pies sin enterarse de nada, y yo hubiera dado lo que fuera por ser el felino en aquel momento. La noche no se presentaba calurosa, pero me gustaba tener las ventanas abiertas para que penetrase en la estancia el escaso viento que hacía susurrar a los árboles en el exterior. Se oían afuera grillos y, de cuando en cuando, los suspiros del perro echado en el porche y los berridos de alguna oveja noctámbula desde la nave en que reposaban. Más allá, con un sonido apenas audible, distinguía los chorros de la piscina e imaginaba, con los ojos cerrados, que era el agua de un arroyo escurriéndose entre las piedras. Pero unos perros lejanos me sacaron de mi ensoñación con sus distantes ladridos y volví a tomar conciencia del zumbido de los mosquitos, el tic tac del reloj, el goteo de la cisterna, los grillos, el picor y las rugosas páginas entre mis dedos.
Y decidí que lo mejor era salir de allí cuando antes y prender fuego a la finca.

Nekane
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:39:12 pm
La hora de Gonzalo Ruiz


Como cada mañana, Gonzalo Ruiz llegó a su trabajo. Pasó por el hall del edificio, saludó a las recepcionistas y buscó el primer ascensor hacia la derecha. Era el que siempre utilizaba. En el décimo tercer piso caminó por un largo pasillo y tal su costumbre, se metió en la pequeña cafetería antes de ir a su oficina.  Se preparó un café con leche, le colocó azúcar y con la taza en la mano inició el trayecto hasta su puesto de trabajo.
Pero no alcanzó a llegar. La persona que lo interceptó era su jefe inmediato, un hombre joven al que doblaba en edad. Lo tomó del brazo como quien desea apartar a alguien para contarle una confidencia. La relación entre ambos no era la mejor. Lo sabían todos. A pocos años de jubilarse, con toda una vida dedicada a la empresa, Gonzalo creía tener el derecho de poder hacer observaciones a su superior, sin embargo, su jefe no las veía con buenos ojos.
Lo llevó hasta su despacho. Era espacioso, con paredes blancas, estanterías vacías y un enorme ventanal como corolario del escritorio. El piso tenía tanto lustre que cualquiera podía verse reflejado. El sol, al caer con todo sobre él mismo, se partía en brillantes haces que irradiaban en diversas direcciones.  El jefe se dirigió hasta su silla y se sentó con elegancia, al tiempo que abría uno de los cajones y sacaba un papel.
Gonzalo Ruiz esperaba que lo invitara a sentarse, pero su jefe no lo hizo en ningún momento. En cambio, arrojó el papel sobre el escritorio y, extendiendo una lapicera Parker en dirección a su empleado, ordenó:
—Firme.
Ruiz no quería acercarse. Intentó distinguir desde lejos lo que decía aquella hoja, pero la vista no era la de otros tiempos, y apenas si alcanzaba a ver el membrete de la empresa en la parte superior de la misma. Desde la silla, el otro hombre se mostró impaciente y repitió la orden.
— ¿Qué es? —inquirió Gonzalo, que anhelaba poder ir a su oficina cuanto antes.
—Solo firme —reiteró el jefe, remarcando las últimas dos sílabas.
No tuvo más remedio que arrimarse hasta el escritorio. Buscó en el bolsillo superior del saco los lentes de lecturas y se ubicó en una de las sillas más próximas. Tomó el papel sintiendo una sensación fría en el estómago. Con el mismo miedo, lo acercó para leer. Lo hizo en forma pausada, casi deteniendo la respiración. Repasó luego cada renglón con extrema concentración. Dejó la hoja sobre la superficie de madera del escritorio y miró a su jefe a los ojos.
—¿Por qué? —preguntó.
Solo atinó a observarlo. Mientras jugueteaba con un llavero en forma de cuchillo. Era el único sonido que se escuchaba en la oficina. Gonzalo Ruiz no lo soportó más. Se puso de pie bruscamente, desplazando la silla hacia atrás, se apoyó con ambas manos en el escritorio y en un gritó exclamó:
— ¡Por qué!
Su jefe apenas se inmutó. Enarcó las cejas, guardó el llavero en un bolsillo y se puso de pie. Ruiz pensó que daría la vuelta al mueble que se interponía entre ambos e iniciarían una riña, pero en cambio, caminó hacia el vasto ventanal que los separaba del exterior, a trece pisos de altura, y se detuvo pensativo, mirando más allá del paisaje que la vista le mostraba, como quien observa el horizonte solo para encontrar su propio interior.
—Venga —le dijo, dándole la espalda.
Gonzalo dudó. Sentía la furia en su pecho, la mano aún temblorosa, aquella que había sostenido el papel que debía firmar. Se imaginó acercándose, empujándolo sin piedad, estampándolo como una mosca contra el vidrio. En su mente era capaz de hacerlo, a pesar de la edad, de su comportamiento siempre cauto. En algún punto de su ser, sabía que esa minúscula cuota de maldad que se necesita era probable.
Pero no lo hizo. Solo avanzó hasta situarse cerca de su jefe, mirando también hacia el otro lado del cristal. De alguna forma, respiraba ya más sereno, controlando así el impulso agresivo que lo había asaltado segundos antes.
—Mire por encima de todos esos edificios —le dijo su jefe—, vea cuán alto deben ir los pájaros para no chocarlos. No calcule la altura, no entre en detalles, así es como se pierde tiempo en la vida. A ninguno de esos pájaros le dan a elegir. Si no van alto, se estrellan. Ninguno de ellos discute, van hacia delante, aceptando los contratiempos. Usted no es como ellos. Usted choca siempre, a cada instante. Duda de la autoridad, de las órdenes, no le interesa volar alto, solo planear en lo seguro. Pero los tiempos cambian Ruiz, vaya que cambian. Todo se vuelve más complejo, se erigen edificios donde no los había y hay que adaptarse a lo nuevo, no queda otra, no hay otro remedio. Es así Ruiz, créame que a mí tampoco me ha gustado entregarle esa hoja, pero uno debe informar a la gerencia y es la gerencia la que toma esas determinaciones.
Recién allí buscó con la mirada a Gonzalo Ruiz.
—No quiero rencores Ruiz. Usted ha hecho mucho por esta empresa y le ha dedicado la vida. Pero es hora de otros aires. Firme por favor.
En ese instante a Gonzalo parecieron pesarle de repente todos los años de su vida. Las arrugas se hicieron más profundas, la espalda más encorvada, el cabello más opaco y sin brillo. Su figura se redujo, como si se marchitara. Su jefe trajo el papel que había quedado sobre el escritorio y puso en la mano casi agarrotada de Ruiz la Parker azul.
—Firme Ruiz.
Y Ruiz, que apenas podía sostener la lapicera, hizo un garabato extraño sobre la hoja. Era su firma, o al menos, la forma en la que pudo hacerla. La Parker cayó al suelo, ya no pudo sostenerla. El metal que recubría buena parte de la misma repiqueteó en el piso lustroso, mientras giraba sobre sí misma y se alejaba de los dos. Terminó su breve periplo a medio metro, al chocar contra una pila de ropa. Con el último vestigio de comprensión, Ruiz supo que aquello amontonado era su pantalón, sus medias, su camisa, su corbata, su saco…
Su jefe se acercó a la ventana y abrió uno de los paneles. La brisa fresca penetró con encanto y Ruiz sintió como se erizaban de emoción sus plumas.
—Adiós —le dijo su jefe, mientras él levantaba vuelo. Agitó sus alas y se fue en una exhalación, ya sin saber cómo responder a ese extraño sonido formulado por el humano en la habitación.

Anderson
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:42:01 pm
Alan London


Eran las 12 de la mañana y como siempre Alan llegaba tarde, era un tipo singular, normalmente le veíamos sonreír pero a veces se le veía callado, mirando a ninguna parte, como si estuviera pensando en algo muy importante . Pero realmente no estaba pensando en nada simplemente echaba un vistazo a su alrededor, observando lo estúpido y absurdo que era todo.
Cuando se ponía así  era un poco insoportable, hasta que sugería ir a tomar un trago o pillar algo para fumar al gitano malo.
Acabábamos de llegar a Rotterdam no habíamos pasado ni 2 días en Holanda y Alan ya había desaparecido, ninguno recordábamos nada, teníamos todos una resaca bestial, estuvimos dando vueltas  por la mítica ciudad holandesa hasta que, desnudo, inconsciente y con la nariz rota encontramos a Alan en un banco enfrente de una iglesia, decidimos entrar para que el cura le diera algo de comer, pero en vez de eso le sorprendimos violando a uno de sus monaguillos, no vimos a ningún policía  cerca, por tanto, tuvimos que meterle una paliza de muerte. No dejaba de repetirnos que íbamos a ir al infierno pero finalmente, cerro el pico cuando Alan se despertó y le clavó una figurita de un santo que vendía un yonky en la puerta.
 Fuimos al puerto, estaba abarrotado de gente y pasaríamos desapercibidos, allí un tipo de estos pijos insoportables con las que todas las mujeres sueñan nos preguntó si queríamos trabajar para él a cambio de comida y agua, en ese momento Alan le paso la mano por encima y se lo llevó a un especie de callejón intentó persuadirle o al menos eso nos dijo pero al cabo de un rato y después de oírse algunos gritos apareció  con las llaves de un barco y un nuevo reloj puesto en la muñeca.
Partimos inmediatamente y llegamos a las costas inglesas al anochecer, vendimos el reloj a un marroquí y con ese dinero cogimos un tren hacia Londres.
Llegamos el sábado por la tarde, “okupamos” una casa a las fueras de la ciudad por la mañana fuimos a un bar a desayunar y estaba en la tele ese canal de 24h noticias que no deja de repetir las misma noticias una y otra vez pero que la presentadora estaba siempre muy buena,  pero justo después de la absolución de todos los cargos a otro político salieron unas imágenes de una iglesia de Rotterdam y la cara de Alan con su nombre debajo como el autor de un homicidio. ¿Debimos salir corriendo? Yo quería, no podía pensar nada razonablemente sensato, y  sin que yo dijera nada Alan nos dio a cada uno un botellín y con una voz ronca dio  la señal para que empezáramos a beber brindando por lo que sería el fin de nuestras vidas.
Un par de horas más tarde nos detuvieron en el mismo bar, yo salí hace tres meses pero a Alan todavía le quedan veintidós años no debió defenderse a sí mismo en el juicio.

Lusillo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:43:15 pm
Morbitorio


Socio, colega y amigo mío ,  quiero proponerte un negocio que nos proporcionará pingües beneficios,  insospechados beneficios si mis sospechas son acertadas y que será también la más altruista y canallesca de cuantas empresas se hayan acometido y financiado desde que la serpiente obtuvo el monopolio del mundo al precio ridículo de una manzana.  Quiero proponerte la creación de una sociedad anónima,  quizás Morbo s. a.  , que tendrá como objeto facilitar a los clientes que lo deseen una enfermedad asegurada,  las atenciones de un hospital para paliar y aliviar los síntomas artificiales,  una seguridad social que vele por la más agradable de las convalecencias, según la tradición y las costumbres de épocas pretéritas y en definitiva toda la adorable y encantadora parafernalia de los antiguos centros asistenciales, esperas, burocracia, incompetencia en ocasiones.
     Entre nuestros clientes he pensado que podrían establecerse diferentes categorías según la calidad patológica,  lógicamente en las pólizas tampoco existiría uniformidad.  Para las personas de un bajo nivel adquisitivo o que quieran conservar intacta la salud , propongo una cuota baja y unas prestaciones que irían desde la simulación o mixtificación de enfermedades sencillas , el antiguo resfriado común,  faringitis,  rinitis,  otitis poco dolorosa, amigdalitis, bronquitis leve, contusiones, esguinces,
luxaciones, acidez estomacal, afecciones de la piel pasajeras; el disfrute, no ya del simulacro sino de la realidad de alguna de aquellas enfermedades simples, implicaría un notable incremento del pago en una escala ascendente que podría alcanzar hasta la ficción o auténtica nosología de cáncer,  sida, lepra, infarto, derrame cerebral , trombosis, gangrena, mutilación,  paranoia, esquizofrenia, e incluso sintéticas y nuevas enfermedades tanto físicas como psíquicas de diseño original y exclusivo para los más
exigentes.
     Si se pretendiera la culminación en muerte de alguno de los procesos desarrollados debería suscribirse una póliza especial que comprendiera también  el entierro en sus diferentes variedades , te recomiendo que consultes los archivos de las antiguas compañías Hades s. l. , El Ultimo Adiós s. a. , El Eliseo s. c. c. l o la gubernamental Vacaciones para siempre , obtendrás cumplida información de tipos y categorías, ampliarás tu cultura histórica, que juzgo harto incompleta, te inspirarás , en definitiva, para reflexionar sobre las condiciones más ventajosas si decidieras asociarte conmigo en el negocio que te propongo. La empresa podrá adquirir sin duda las dimensiones de una multiplanetal, no obstante,  la prudencia recomienda que nos introduzcamos con apetencias en principio humildes , quizás algunos sanatorios extendidos puntualmente para luego, una vez comprobada la viabilidad del proyecto y disponiendo ya de una liquidez que pueda hacer frente a gastos más ambiciosos, extendernos y crear una poderosísima infraestructura.
     Las inversiones deberían centrarse tanto en la construcción de edificios como en la investigación de la simulación de las patologías o su consecución, en la síntesis de bacterias , virus y andrenas capaces de derrotar a los anticuerpos desarrollados por los grandes inmunólogos e ingenieros genéticos clásicos y en imitar con éxito las románticas enfermedades del pasado. Crearemos la profesión de diseñador morboso y haremos pases de nuevas y desconocidas dolencias de prêt à porter o refinados y exclusivos modelos. 
     Habremos de contratar a los mejores científicos si queremos reproducir la muerte nuevamente para abrir el gran respiradero metafísico a los ansiosos de nada o trascendencia.
     Devolveremos la solemnidad de las marchas fúnebres, la lánguida tristeza de los cementerios, las pálidas convalecencias y, aunque nuestra organización repose sobre un riguroso método científico y el orden más letal y corrosivo,  trataremos de dar una sensación de incompetencia en el trato a nuestros clientes que se sumergirán en la tan ansiada inseguridad como reacción a un universo demasiado cartesiano y geométrico.


     Quizás en el devenir de la historia,  que no se detiene, se hayan relevado fases en las que reina la enfermedad y se añora y se lucha por la salud, con otras, como la nuestra, en las que prevalece la inmortalidad más anodina y se ansía desesperadamente la decrepitud y la muerte. Nuestra  organización adquiriría un valor mesiánico e histórico junto al meramente crematístico que me mueve. 

     Aguardo impaciente tu respuesta para iniciar lo antes posible el negocio. Tuyo.

Marc Sil
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:45:57 pm
Dios Primo


Se ha ido la luz, y con ella los versos resonantes de mi retorica enredada. Tendré que buscar una vela en la habitación del lado, bueno aquí vamos, son tan solo uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete pasos. Curiosa perilla, está habitada por la estridente ánima de la tempestad que escucho no muy lejos de aquí, el piso se encuentra bastante liso, espero no resbalar, ya he caído varias veces al frio suelo por culpa del lívido mármol. Este olor, el olor de pueblo calentano, el olor de esta intoxicada muestra de humedad, bichos y roció primaveral de siete nubes que pasean por los cielos de los llanos, la mesa parece desubicada y el pequeño radio de la viuda duerme solo. 
-oye Leonardo ¿te extraviaste?
-solo ando en busca de una vela
-te ves perdido
-sé exactamente a donde voy
-¿necesitas una mano?
-una mano nunca sobra, gracias.
Enfrentando la mesa marrón que se ocultaba en la penetrante oscuridad de la habitación, Leonardo abre la gaveta con una mano, revuelve el contenido con otra y saca aliviado la vela con su nueva mano.
***
El camino hacia mi habitación no ha de ser difícil, solo debo seguir el rastro olfativo de la colonia barata que rasguña cada centímetro de mi piel. Con cuidado, espero no estrellarme con alguna pared, camino, estoy más cerca, alcanzo a ver la puerta escarlata como a unos siete metros de distancia. Qué curioso, la puerta está más abierta de lo que recuerdo, ha debido ser el rudo viento de medianoche que azota sin misericordia los infinitos corredores del pueblo llanero. La toco y la siento extraña, poseída, dispersa, un poco asustada, quizás empapada de miles de palabras y millones de trazos. La única forma de descubrir que ser ha osado salpicar de su esencia la intacta costumbre de mi puerta, es adentrándome en la penumbra que revienta mi habitación. Antes de entrar encenderé la vela. Chasqueo mis dedos y chamusco el pabilo de la vela aromática. Ya puedo ver y pronto enfrentaré al invasor. Camino un poco más. Qué cosa más extraña, es un, una, un bicéfalo, no, es un centauro, tampoco, es un ángel, no, no, es una pomposa mariposa, un pulpo amorfo con siete tentáculos, imposible, debe ser un rocín flaco y galgo corredor, más bien un par de dados eternos, tal vez un Macondo o una Comala, podría ser un excelso Guernica, quizás es un abrazo de amor del universo o la persistencia de la memoria, quién sabe, yo no sé qué es lo que mis ojos divisan entre los vestigios de luz que irradia la candela. Si mi alma no me engaña, puedo decir que hoy he visto sentado en mi cama a dios primo, el familiar extraviado de la herencia divina.
-¿Te he sorprendido?
-Un poco, ¿Quién eres?
-Ja Ja Ja Ja
-¿Qué es lo gracioso?
-Ja Ja Ja Ja
-Me confunde tu risa
Leonardo no dejaba de detallar cada centímetro, cada rincón y cada sombra que rodeaba a la imposible criatura. Al bajar su mirada vio dos brazos que se movían irregularmente, como si tuviesen vida propia. Para sorpresa de Leonardo uno de los brazos carecía de mano y pronto sintió…
Quien es usted para contar lo que sentí, lo que siento, para hablar por mi conciencia; esta tremenda osadía no hace parte de los anales benévolos de la historia, no hace falta que arroje pasajes de mis increíbles aventuras; no hay narrador capaz de traducir los dialectos enmarañados y enherbolados en los que habla mi sangre, no sienta lastima por un sordomudo caballero de los días y las noches
Siento una montaña atascada en mi tráquea. La amable criatura que me había ofrecido su mano en aquel sueño tempestivo, donde la luz cesaba en mi alcoba y debía recoger una vela de fantasías que se encontraba sumergida en la magma ardiente de la mesa marrón; es este mismo monstruo, pariente cercano de dios padre. La mano; todavía tengo esa valiente mano que dios primo me prestó. Sin remedio caigo en un vórtice húmedo.
***
En algún lugar, de esos recónditos y abandonados, vive Leonardo, un joven aventurero e inquieto que dedica cada momento de su vida a…
¡Silencio! Estoy tratando de dormir, cada vez estoy más cerca, estoy a punto de encontrarlo, no sé en cual medianoche lo he soñando, pero estoy seguro de haberlo visto; el problema es que no lo recuerdo. Por fin entenderé al…
Permíteme contar la historia…
No hay historia que contar; no seas esa musa soplona o ese ángel que da luces. La caudal de un rio no fluye por el hálito apresurado de un extraño; el rio tiene vida propia y por sus venas navega ese místico espécimen familiar cercano de dios padre, ese oscuro enigma que solo se puede enfrentarse en la sangre.
No puedo evitarlo, siento que viene.
-Cállate, charlatán, blasfemo, enfermo, no hables mas, Dios es uno y tres, padre, hijo y espíritu santo, dios primo no existe.
Si existe yo lo he visto
-Cierra la boca, no sabes lo que dices, tus palabras son vacías, vacías, vacías.
¿Cómo juzgaran mi voz? Yo no sé si es potestad de ellos discriminar las notas altas y bajas de mi voz, Y no sé si al llegar el alba, caerán los tonos melódicos de mi llanto desgarrador, cómo hago para entender el susurro castrado de la montaña  que me llama o la brevedad del desierto en lo más elevado de mi lengua.
Ya lo ven, el está aquí, está aquí mismo, golpeando mis venas abiertas.
***
Siete pasos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Ya estoy aquí, sacare la caja de fósforos y prenderé la vela. Ha vuelto la luz y con ella las improvisadas palabras de mi canto. Caminaré otro poco más y estaré pronto acostado en mi cama. Debo pisar con cuidado para no resbalar con los mares de sangre que oscurecen el lívido mármol. Salpicando solo un poco he llegado a mi cama ¡¿Qué es eso?! Debe ser una serpiente, de esas que viven en los llanos, no creo que sea venenosa, pero es bastante repugnante. Saco mi nueva mano, tomo mi intestino delgado y azoto con una fuerza mítica al animal.
Cual espectro de luciérnaga ensangrentada tiñendo de rojo celestial las profundas llagas del infierno, Como si el funesto desenlace de sus anhelos se tornara en la tinta indeleble que nos traza el camino.
Ha vuelto, dios primo ha vuelto.
***
Después del Verbo crear los cielos y la tierra, creo a dios primo. Un aliado en la eternidad de Luzbel antes de su transfiguración maligna. Viviendo en los espacios infinitos de las galaxias, dios primo mostro a muy temprana edad su personalidad inquietante y revoltosa. El primer revolucionario en la historia del universo y del más allá, fue dios primo. La rigidez con la que dios padre manejaba a su mundo, ya poblado por humanos, contrasto prontamente con la condición dementica y casi caótica de dios primo. Enfermo de locura y malestar, dios primo bajo de los cielos y enfrentando cualquier vestigio de orden, comenzó a salpicar de su vida a los seres humanos. El habita en nosotros, es ese empedernido rebelde que luchando en sangre rompe las reglas insignes de dios padre. Dios Primo es aquel duende que veo brillar en los ojos de las cantaoras todas las noches de faena.
Y que puedo decir; ese amorfo duende es tan amplio e incomprensible como dios padre, ni el más enardecido cabalista podría nombrar su esencia. Solo me dejare llevar por el, cada vez que irrumpa en mi alcoba y reviente sin más remedio mis venas.   


“…coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: ‘Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica’.”
Teoría y Juego del Duende; Federico García Lorca. Madrid, 1933

(2011)

Andrés M. Ramos
 
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:47:11 pm
Echonal


La noche no tenía escapatoria, simplemente, no la tenía. Renegaba de estar donde estaba, de haberme escapado de casa, de mi otrora actitud rebelde; y ahora, sobre todo, de haber entrado a este bar de pésimo gusto, como lo fue la idea misma que concebí y me conminó a entrar, pedirme un Capitán con coca-cola y escuchar al primer crápula que se me acercó.
Caramba, qué compendio de malas decisiones. No sé cómo se llama el vagabundo, pero lo que sin saber se nota es que es un pobre diablo, un perro de la calle, gentuza que nadie lloraría si se conoce la noticia de que ha caído abatido en alguna callejuela de la ciudad.
“Otro salud para usted, profe, por el honor…, no, válgame Dios, el honor es mío”.
Mírenme, si no soy un hipócrita de campeonato. Le hablo mirándolo a los ojos, a ese par de glóbulos amarillentos con el iris negro, recio, duro, como su cabello, como su tez misma, como todo él.
Me habla; me rio. Me conversa; lo miro. Divaga; odio su aliento avinagrado. Me mira; siento lástima por él. Me miente; sé que lo hace. Me dice la verdad; no le creo nada. Me invita otro Capitán; no sé decirle que no.
“…porque yo jugador profesional debiera ser. ¡Profesional!... ¡bah!, ¿qué, no me crees?, los mejores clubes me pretendían”. Lo miro hacia abajo mientras fanfarronea. Abajo porque es un petizo y porque hasta en eso me siento superior a él. Ahora que lo pienso, seguramente por eso aún no me he ido, porque me encanta sentirme superior a quién sea.
“Allá por el ochenta y dos fue que jugué para el Alianza Lima. La joven promesa era yo. El sucesor del Poeta me decían. Los mejores chimpunes me daban, los no tan gastados, los que al menos no olían a pezuña. Verdacito. Era querido en el barrio blanquiazul”.
Engullo el Capitán, está amargo, sabe a basura, el muy jijuna me ha invitado un cinzano: encima eres pobre, encima no sabes darle respeto y lugar a tan distinguido escucha como yo. “…pero también, con la gloria viene la maldad, la envidia, la mano negra del que no puede ser como uno. Tú sabes, ¿no?, sabes que en el Perú cuando uno está triunfando, ahí mismo te saltan las alimañas a bajarte y a revolcarte”.
Este trago maldito me ha samaqueado, me ha dejado en ese limbo entre la fatiga y la espontaneidad, entre el cansancio y la locura, o sea, entre las ganas de irme ya a dormir, o salir de aquí y comerme al mundo. Sin embargo, heme aquí, con este mequetrefe, ¿de qué rayos estará hablando este tipo?
“Había un negro, el negro Arana, terrible hijo de ****. Desde que llegué a la institución me tuvo envidia: me miraba feo, se robaba mis chimpunes, mis casetes de salsa, y hasta se atrevía a llamarme cholo creído…”. Hago una mueca indignada, un mohín de pena, de lamento y de complicidad con mi nuevo amigo. Siento que debo hacerlo, siento que lo que dice apunta a granjear rictus de camaradería. “Yo lo banqueé al negro. El negro era el nueve titular, pero cuando yo llegué el profe al toque me puso en el equipo, y mandé derechito a la banca al negro. Por eso me odiaba, y por eso hizo lo que hizo…”
La cama, opto por mi cama y tomar una siesta de sus bien ganadas doce horas. Me voy, me quiero ir. ¿Cómo se lo digo?, odio no ser lo suficientemente malcriado como para largarme sin mayores rodeos. La educación, pues, la buena crianza de mis señores padres no me permiten irme como un enajenado vulgar.
“Sí, firme que lo mandé a la banca. Por eso en un partido de práctica, antes de ir a enfrentar al Ciclista Lima, me acuerdo, mientras jugábamos los titulares contra los suplentes, me tocó disputar una bola dividida. Yo, has de saber, soy de ir al choque, partidario total del cuerpo a cuerpo; y al otro lado del balón ya te imaginarás quién estaba… sí, pues, él mismo, el negro Arana jijuna la gran ****… Fuimos ambos al choque, pero el muy desleal me alzó la pata y, en vez de ir a la bola, a mi canilla fue, y entonces me torció la pierna de apoyo y me la quebró hacia atrás…”.
Pobre hombre éste, se nota que ha sufrido. ¿Le dolerá si le digo que me voy, que ya nos vemos, que gracias por el cinzano? Saliendo de acá me voy a los bares de Dasso, ya lo decidí, mejor así, muy aburrido irme a dormir, ya dormiré cuando sea viejo, por ahora es mejor aprovechar la juventud.
“Tres meses y medio estuve hospitalizado. Enyesado toda la pata, doble fractura; comiendo lentejas frías y las gelatinas agrias que ofrecen en el Sabogal. Qué hospital para más *****, ese”. Dile adiós, nos vemos. No, no, parece que ya va a terminar. Me va a ahorrar la tediosa despedida. En cualquier caso, agradece el trago barato y sales como un caballero.
“De ahí nunca fui el mismo. La pierna no reaccionó, qué va, no volvió a ser lo que era. Los años se me vinieron todititos encima, engordé, saqué panza, tuve a mis cinco hijos con la Delcy, mi señora, y ya, mi carrera de crack se fue derechito a la mismísima, a la gran… Bretaña…”
Levanto los hombros, como sintiéndolo, como diciendo ¡qué ***** que es la vida, caray! Y ahora bueno, es hora de despedirse, hora de decir adiós…
“Eso sí, ni creas que dejé las canchas, ¡eso sí que no, ah! Me llamaron para jugar en un club de segunda en Trujillo, porque yo ya no era lo que era, es cierto, pero algo era aún. Todavía me gustaba corretear la pelota, ser un carrilero empeñoso, un cabeceador maldito, un mete-codo bravo. Así que me convocaron de los Diablos Rojos de Churín, el equipo más bravo del norte. ¡Ah, carajo…!, ese equipo lleno de forajas estaba: ex presidiarios, gente del hampa, gente del Alto Churín. Habían querido formar un dream team de temer, un All Star de bravos, y ahí estaba yo, el nueve, metiendo pata y apoyando en cuanta bronca se formase”.
Ya no lo miro más. Desgraciado, mal educado. ¿Qué no ve lo mucho que me importuna? Ni la mirada le regalo a este rapaz. Cuánto borracho en esta cantina, como cancha, a granel, y de todos a mí me tiene que venir a aburrir con su plúmbeo novelón. Malvado.
“Recuerdo la final de la Copa Interclubes que jugamos en el Complejo Chicago… ¿No te aburro, no?... ¡Perfecto, correcto!, sigo entonces… Contra el Juventus Virú jugamos, unos zambos así de grandes, unos cholones así de macetas. No te imaginas. Al final empatamos, nos fuimos a la tanda de penales, y con gol de este humilde servidor se pudo ganar la contienda. Ya de ahí se armó el deshueve, el bolondrón, ¡una sacadera de *****…!, para qué te cuento”.
Todos los borrachines han volteado a ver a mi interlocutor. Cada una de las miradas achinadas son para él y para sus gestos toscos, y su voz resonante, que se exacerban mientras va contando lo que cuenta, lo que inventa, lo que vivió, o, si acaso, lo que quisiera vivir.
“A dos grandazos me tumbé, a dos a punta de puñete en la ñanga y patada limpia. Y por eso yo alcé la copa; una copa linda era, de oro de fantasía, linda”.
Ya basta con esto. ¡Mírate! La gente te observa, te creen un loco desgraciado, un loco menor que se desvive haciéndole caso a un loco de ***** como éste. Cada vez es más tarde, cualquier plan será ya imposible. Nos vamos o nos vamos: “Gran historia, míster, pero…”.
“¿Me esperas un ratito, sobrino?, quiero ir a meterme una achicadita brava… Mozo, un Capitán para mi compañero…Ya regreso, tómate un traguito por la espera”.
Sin decir palabra alguna, el cuenta cuentos se marcha arrastrando los pies, desorientado hasta perderse entre los cuerpos ventrudos del lugar. Solo un instante después, el camarero me toca el hombro y “su trago, joven”.  Empuño el vaso lleno de líquido claroscuro, con hielitos flotando como peces en el agua, nadando por ahí, haciendo del vaso uno gélido, uno glacial.
Tomo un sorbo, uno más; un trago avezado, uno aún peor, luego un seco y volteado. Y así, como quién no quiere la cosa, me he bajado el trago que me ha invitado el gentuza éste que, a propósito, ¿dónde rayos se ha metido?, ¿quince minutos en un achique? O es uno muy bravo, o este me ha timado, me ha visto la cara, y seguramente ha granjeado una historia más para su porvenir.
Viene el mozo: que si me quiero servir algo más, que la cuenta, que son tres Capitanes más ocho cinzanos que se ha tomado mi acompañante. “Valgame Dios, yo estoy en calidad de invitado, a mí no me cobre nada”. Que vio a mi acompañante salir y perderse en la calle, que piña, legal nomás, paga, chino, paga y no llores, paga que aquí los traferos se van bien desmejorados, bien sacadita la *****.
Te dije, te dije vamos ya. ¿Ya ves?, ahora, pues, ahora saca a relucir tus buenos modales y tu mesura para no herir los sentimientos del primer bicharajo que te cuenta la vida. Ahora, pues. Mientras corres como un enajenado, con tres zambos atrás persiguiéndote, piensa en la cordura, en ser un buen oyente, en cómo se referirá de ti el rapaz en sus historias futuras.

Lulo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:49:21 pm
Besos en la cancha


Hoy viernes te he citado para que platiquemos muchas cosas que han pasado entre nosotros, estoy nerviosa porque después de mucho planearlo por fin pudimos darnos esta oportunidad, comenzaremos hablando un poco de lo bien que te ha ido en este nuevo camino que acabas en emprender, yo por mi parte, solo escuchare con atención y de vez en cuando te sonreiré para que veas que no estoy tan nerviosa, sé que siempre hemos tenido las cartas en la mesa, pero ni tu ni yo las hemos mostrado, hemos jugado muy bien, pero ahora pago por ver, por ver que es lo que realmente soy en tu vida.
Ahora estoy frente a ti, me saludas y nervioso tomas tus manos, respiras y me dices que estas listo para responder todas mis preguntas, yo no me lo esperaba, no creí que fueras tan directo, así que te sugiero que comencemos a platicar de otras cosas, que es lo mejor en lo que se me va ocurriendo la manera de preguntarte, tengo tantas dudas, pero una en especial recorre cada parte de mi pensamiento, pero no puedo apostar todo por ahora, necesito ver tu jugada, para así saber que puedo apostar o que no, ¿Acaso lo mejor será que apueste todo de una vez, y arriesgarme a perderlo todo?
Algo que a ambos nos gusta hacer es caminar por horas, sin rumbo y platicar, mirar cada árbol, cada ave, cada persona y recordar viejas historias de películas, de libros, nos gusta mucho caminar y reír de las cosas más absurdas que la gente pudiera imaginar, cosas que no tienen sentido, pero lo son todo para nosotros, los recuerdos de la vieja escuela y los amigos son temas de larga conversación.
Cansados de caminar y viendo el atardecer nos sentamos en las canchas de fut bol jamás he visto a nadie entrenar ahí y mucho menos un partido, es un buen lugar, es solitario, el ambiente perfecto para hablar, porque estoy segura que nadie llegara a interrumpir, que solo los arboles escucharan lo que tengas que decir.
Hace mucho frio, es Octubre y de repente el viento es mas frio en esta época, yo no traje que cubrirme y me abrazas, te miro un instante y ahora si estoy lista para peguntar,
-   ¿Por qué me besaste?
El mira el atardecer
–   Jamás he hecho algo que no quiero, solo quise besarte y lo hice
–   ¿Qué soy yo para ti?
Respiras profundo y cierras tus ojos, me miras, sonríes,
-   Eres una gran amiga a la que quiero mucho, solo bajo la cabeza, finalmente me alegra escuchar eso, pero aun no terminas,
-   La verdad es que yo siento algo muy especial por ti, eres la persona más linda y tierna que conozco y te quiero mucho, como no tienes idea, pero tengo miedo de que esta amistad termine, te quiero demasiado que prefiero tenerte cerca de mi siempre como una amiga.
Me quedo fría ante aquella sentencia, yo también te quiero mucho y aunque sea un riesgo quiero correrlo, no sabes como muero de ganas de que tomes mi mano y no tengamos miedo de los demás, que todos sepan que te quiero y que tu eres la persona que elegí para estar conmigo siempre, así que respondo a lo que acabo de escuchar
-   Pero, ¿Por qué no intentarlo?
Tomas mi barbilla y después aseguras que cuando los amigos se quieren de la manera en que nos queremos siempre sale algo mal, siempre, y que aunque se suponga que después todo estará bien, no es así, el dolor siempre queda ahí y no volverás a ver a la persona de la misma manera…
No nos decimos nada mas por el momento, todo ha quedado claro, será imposible, pero coincido contigo, eso es lo mejor, después de una pequeña pausa, pongo mi mano en mi mejilla – ya tengo frio- te digo y te ríes, pongo mi mano en tu mentón -¿Sientes frio?- pregunto y dices que no, te ríes de nuevo pones tu mano en mi mentón- ¿Y yo, estoy frio?- y solo me estremezco, nos reímos y te acercas a mi, siento tu respiración tan cerca de la mía, miro tu ojos y miras los míos, es como un juego en el que nuestras miradas se persiguen se cierran tus ojos, se cierran los míos y siento el calor de tus labios, es un beso que no esperaba, tan tierno y tan dulce, nos sonreímos y nos volvemos a besar.Hoy a 25 años de ese viernes estoy aquí en las canchas que no han cambiado ni una pizca, las cosas no salieron tan bien, nos alejamos mas porque los caminos bifurcaron para siempre, yo no quise que fuera así, pero el destino jugo un rato con nosotros, te busque, pero estabas lejos, no quisiste volver y yo me senté en el camino, me quede con el primero que pasara y me devolviera una parte de mi corazón.
A 25 años aun tengo ganas de besarte, lo que diera yo por un beso tuyo, como el de aquella vez, donde nadie nos miraba, solo la complicidad de la noche, los arboles y el viento de octubre fueron los testigos de nuestros besos en la cancha…

Temari Amane
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:50:49 pm
Mamita, yo quiero esa muñeca


Una madre es la amiga más leal de que disponemos
Washington Irving

Estaba muy emocionada. Aún no podía creer que mamá me estuviese llevando a comprar la muñeca que tantas veces le había pedido. Llegamos al mercado que ese día estaba repleto de personas. Mamá me explicó que eso siempre pasaba la víspera de Navidad, pero yo sólo pensaba en mi linda muñeca. Muchas personas entraban y salían y unos cuantos se empujaban para escoger sus regalos. Mamá me dijo que podía tomarme todo el tiempo que quisiera en elegirla y que lo hiciese tranquilamente mientras ella se paseaba por los alrededores.
- Elige la que más te guste, hijita, y cuando estés segura ven a la entrada. No te preocupes por el precio, solo elige la que tú creas que es la mejor.
Me alegré al escucharla y al parecer era cierto lo que dijo la profesora.
…Los reyes magos le trajeron regalos al niño Jesús y lo seguirán haciendo con todos los niñitos que crean en la Navidad…
Yo sí creo en la Navidad y es por eso que a mí me trajeron esa gran sorpresa. Muchas veces pensé que esa Navidad sería la más fea de todas, pues cada vez que le mencionaba a mamá lo de la muñeca me miraba muy seria y sus ojos me expresaban tanta cólera que a mí me daba mucho miedo.
Caminé entre tanta gente y al dar unos diez pasos me asusté mucho y decidí regresar. Pero vi que mamá estaba en la entrada y me gritaba.
- Vamos, no seas tontita, aprovecha el regalo, yo estaré viendo qué compro para la cena de esta noche. Recuerda, elige la que más te guste, es tu regalo de Navidad.
Tomé mayor confianza y le sonreí con tanto amor que volví a caminar para buscar mi futura muñeca. Estaba muy feliz de que todo eso fuese real. Ya no sería la burla de todas mis amigas, quienes siempre me veían jugar con la muñeca a la cual se le paraba saliendo la cabeza y esto les producía mucha risa. Pero no abandonaría a Kriss, ella fue la muñeca que me acompañó todos estos largos años y ahora la nueva sería su hermana y no tendría por qué ponerse celosa.
Veía que iba a ser difícil buscar mi muñeca, pues todos los puestos estaban repletos de personas. Sin embargo, no se veían muchos niños entre esa lucha por encontrar un regalo. Mamá me dijo que yo ya estaba grande y que tenía que hacer mis cosas, sola. Es por eso que me sentí mejor al ver a los pocos niñitos asustados entre tanta gente y que solo buscaban las manos de sus mamás. Llegué a un puesto de juguetes y vi la muñeca que tanto me había gustado. Fue rápido encontrarla, pues siempre quise tenerla. La miraba con tanto cariño detrás de su gran caja. Sí, por fin sería mía y yo les diría a mis amigas que tenía la muñeca más linda de todas. Pero cuando estuve a punto de tocarla me puse a pensar… Mamá me dijo que elija la que más me gustase, a lo mejor había una mucho más linda que esa. Miré nuevamente a la muñeca que tanto había soñado tener que ahora me pareció tan simple y decidí buscar alguna mejor.
Caminé por todos los puestos de aquella recta. Al terminarla noté que había otros puestos más alejados y muchos más juguetes. Tenía miedo de perderme, pero vi que la muñeca que tantas veces había querido estaba en el puesto 16E así que sólo tenía que guiarme por ese número. Los stands eran muchos y además había varios hombres y mujeres que movían muchas cajas, otros que mostraban juguetes y otros que pagaban y se llevaban todo lo que había. Yo también vi tantas muñecas que cada una que encontraba me parecía más linda que la anterior. Hasta que ya no sabía por qué parte del mercado iba. Me había comenzado a doler los pies de tanto caminar y me sentía asfixiada porque la gente había aumentado. Cuando estaba por regresar, la vi… Era la muñeca más hermosa que existía. Me acerqué apresurada y al estar junto a ella vi que esa era la muñeca que yo quería. Era casi de mi tamaño, no como la pequeña que había querido antes. Tenía a un lado tres vestiditos que podría usar y un juego de peines. Además, sus zapatos eran tan brillantes que hasta me podía reflejar en ellos. Esa era la que yo quería. Me di cuenta que había tardado mucho en encontrarla y que tal vez por eso tenía mucha hambre.
El puesto era el 22K, debía de volver al 16E para buscar a mamá y decirle que ya había encontrado la muñeca de mis sueños. Seguro ella ya había comprado las cosas para la cena. Ojalá que haya alcanzado para un pollo entero y no para un pedazo como el año pasado. Aunque papá hizo un delicioso guiso aquella vez y ojalá este año también lo hiciese. Sin embargo, no estoy segura si este año será igual porque ahora pelean mucho más.
Había llegado a la puerta en la que mamá me esperaría, pero al parecer seguía comprando porque aún no estaba. La gente seguía entrando y saliendo y varios llevaban muchos paquetes para sus hijitos que esa noche serían muy felices mientras comían juntos.
¿Cuánto tiempo habría pasado? ¿Una hora, dos, más? Ya no podía seguir parada en esa entrada porque ya me dolían los piecitos así que decidí sentarme cerca a una mujer que vendía peines. ¿Me habría equivocado? ¿No era esa la entrada? Decidí volver y estar segura si era por ahí por donde mamá me esperaría. Claro, no podía estar equivocada, ahí estaba la muñeca que anteriormente había querido, exactamente en el puesto 16E. Pero entonces ¿por qué mamá demora tanto? Ya me estaba dando frío y es que me olvidé traer mi chaqueta por la emoción de escuchar que mamá me compraría mi muñeca. También tenía hambre porque ese día no había alcanzado para comprar pan ni tomar desayuno. Parecía que la gente seguiría llegando porque ahora me empujaban a pesar de que yo estuviera fuera del mercado.
Estaba oscuro y mamá no estaba. Me daban ganas de llorar, pero no podía hacer eso, yo ya era grande y mamá siempre me dijo que debía ser valiente. A lo mejor papá regresó después de varios días y trajo un poco más de dinero. Mamá había estado peleando siempre por eso con él. Decía que así nos moriríamos de hambre y que debía esforzarse más y papá no quería escucharla porque siempre que le decía esas cosas se ponía a llorar. Papá no era como los otros papás de mis amigas, él no le pegaba a mama. Lo único que hacía era llorar cuando ella le gritaba. Pero papá se había tardado muchos días en volver y mamá últimamente estaba muy molesta. No sé cómo hoy tuvo dinero para mi muñeca. Seguro me daría la sorpresa: papá había conseguido un buen trabajo y mamá ya no pelearía más por el dinero.
¡Faltan cinco minutos!
La voz de esa mujer se escuchó por todo el mercado y la gente se apresuró más y empezaron a comprar todo lo que había. Yo solo temblaba porque el mercado se había estado vaciando de a poco. ¿Mamá, por qué demoras tanto? Seguro querías darme un susto para estar segura de que yo ya era una mujercita y de que ya no lloraría por cualquier cosa. O seguro quería darme la sorpresa de decirme que la cena ya estaba lista, que el pollo había quedado delicioso y que me apresurase en elegir mi muñeca.
Diez, nueve, ocho…
Mamá, no importa, ya no quiero la muñeca grandota. Ni siquiera la que está a unos puestos de esta puerta, sólo quiero que estés a mi lado y que me abraces.
¡Feliz Navidad!
Ya no puedo más, mamá. Perdóname por llorar, pero por más que intento no hacerlo las lágrimas se me caen por el rostro. Mamá, quiero darte el regalo que te hice. Es una tarjeta que pinté con los colores que me prestó mi amiguita, la tengo aquí en mi bolsillo. Vente mamita linda, vente por favor.
_ Muévete niña.
Tengo hambre y ya están cerrando el mercado. Mamá, tú me dijiste que te obedeciese en todo, pero te fallé en varias cosas. Sigo llorando más y aunque me dijiste que ya estaba grande para orinarme, no pude aguantarme. Me duelen los piecitos y sólo quiero abrazarte a ti y a papá. Ya no quiero que reniegues más ni que papá llore. Mamá, tengo frío y hambre. Mamita, ven…
Mamita, un señor está bajando de un carro, desde hace rato que me está mirando, pero ahora se ha atrevido a caminar hacia mí. Mamita, me ha dicho que tú le has ordenado que fuese con él, que él me llevaría a casa. Mamita, ¿es esta la sorpresa? Solo querías probar que yo ya era una mujercita, ¿verdad? Mamita, me ha dado la muñeca chiquita con la que tanto había soñado. Seguro tú creías que esa era la que quería. No importa mamita, yo igual no quería la grande, a mí me gusta lo que a ti te gusta. Mamita, en el carro hay otro señor que me mira sonriendo, me ha tocado el potito, seguro se habrá dado cuenta de que me he orinado. No lo volveré a hacer mamita, en serio que no. Me ha sentado entre sus piernas y me soba mi pechito. Seguro pensará que tengo frío. Los dos se ríen y me dicen que esa será la mejor Navidad que he tenido. Gracias por el regalo, mamita linda.

Chaplín
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:52:51 pm
La voz quebrada


El 22 de septiembre de 1936 la población no amaneció engalanada para festejar la feria y fiestas locales. En el aire denso y caluroso del final del verano se respiraba miedo, terror y angustia. Las cosas aparecían atrancadas, mientras las mujeres miraban a través de los postigos, apenas por una rendija, viendo pasar precipitadamente a los hombres de un lado para otro. Las tropas golpistas del general Franco habían tomado la población unos días antes.
En la calle Umbrales sonaron unos golpes secos administrados contra una vieja puerta, de maderas desunidas, por cuyas rendijas se colaba la luz del corral de la casa. Un escalofrío recorrió los cuerpos de sus moradores, como presagio de una desgracia anunciada. - ¿Vive aquí Juan Serrano García? -, preguntó uno de los guardias civiles. Una anciana enjuta, limpiándose las manos en el delantal mientras encaminaba sus pasos hacia la puerta de la casa, contestó  con la imagen del terror clavada en la cara: - sí, aquí vive, para servirle -. Pocos minutos después, Juan era esposado y conducido a la cárcel del pueblo, donde se hallaban otros detenidos. Las insistentes preguntas de Andrea y Toribio, sus padres, de por qué se lo llevaban no obtuvieron respuesta.
Toribio y Andrea decidieron ir a la casa de D. Pedro, un conocido terrateniente y miembro de la Falange, a pedir clemencia para su hijo. La criada, que los recibió en la puerta de una ostentosa casa solariega, los alojó en un rincón del amplio zaguán, hasta que a los pocos minutos apareció un hombretón vestido con traje gris oscuro y encorbatado; se plantó delante de ellos y les espetó sin guardarles el máximo respeto: - ¡qué queréis!. Toribio, el padre del detenido, que sostenía entre sus manos una boina negra, doblada por la mitad, desgranó ante D. Pedro las súplicas, interrumpido por los apoyos constantes que su mujer le daba entre lágrimas y sollozos, mientras que el señorito escondía su indiferencia tras una cortina de humo que salía del enorme cigarro que fumaba.
Aquella noche, Toribio y Andrea, confundidos por la angustia y el miedo, llevaron hasta la cárcel la cena para Juan: una tortilla francesa, un mendrugo de pan y una manzana. – Ya se pueden ir -, les dijo uno de los guardias civiles que custodiaban a los presos.
El matrimonio, remiso a acatar la orden, preguntaba una y otra vez por el motivo de la detención de su joven hijo, al que proclamaban su inocencia. – Mire usted, señor guardia, si mi hijo es un niño. Él no ha hecho nada, él no tiene ideas políticas, lo único que ha hecho es trabajar desde que tiene uso de razón -. Precisamente la razón parecía haber huido de aquellos guardias, que no mostraban ni la más mínima compasión ante la desolación de los dos ancianos, y así, con evasivas y malos modales, los pusieron en la calle. Allí se juntaron con los familiares de los otros detenidos, quizás en un intento de minimizar el dolor y la angustia al ser compartida con los que estaban en su misma situación.
Durante parte de la noche y la madrugada, los familiares de los presos se arrellanaron en las inmediaciones de la puerta de la cárcel, a la espera de una imposible puesta en libertad de los encarcelados, hasta que los guardias les obligaron a marcharse a sus casas.
Toribio y Andrea no se acostaron, cómo iban a hacerlo, si la vida de su hijo pendía de un hilo y sólo un milagro podía dar la vuelta a la cruda realidad. No había amanecido aún cuando ambos dispusieron en un platito de zinc blanco y con los bordes azules dos perrunillas que cubrieron solemnemente con una servilleta, y una botella pequeña de las de anís llena de leche recién ordeñada y tapada con un tapón de corcho. Era el almuerzo para su hijo Juan, encarcelado sin explicaciones el día anterior. El matrimonio tomó la calle El Royo arriba, a pocos metros de la casa familiar, situada también ésta a escasa distancia de la cárcel del pueblo. El camino se hacía interminable a pesar de la corta distancia para ver nuevamente al hijo. Unos metros antes del calabozo, a Andrea la envolvió una extraña sensación; sintió como un desgarro en su interior que casi da al traste con el humilde almuerzo. – No pasen ustedes, aquí ya no hay nadie -, dijo con voz seca uno de los guardias que había relevado a la pareja anterior.
Las caras de Toribio y Andrea comenzaron a esbozar muecas de sorpresa y angustia, por más que la desesperación les acompañaba desde la visita que el día anterior habían realizado a D. Pedro, el cacique, quien no había prestado la menor atención a los ruegos del matrimonio. El plato de zinc con el humilde almuerzo cayó precipitadamente al suelo desde las manos de Andrea. - ¿Dónde está mi hijo? -, reclamaban desconcertados los progenitores de Juan, - ¿ dónde se lo han llevado?. - Él no ha hecho nada, mi hijo es muy bueno, no ha hecho daño a nadie -. Los guardias cerraron la puerta de la cárcel de manera súbita y dejaron fuera a los ancianos, envueltos en dolor, desesperación y lágrimas. La madre de Juan, como si se hubiera tornado en un ser de las cavernas, lanzó un aullido que parecía haber salido de las entrañas de la tierra: - ¡criminales, dónde está mi hijito!.
Las blancas tapias del cementerio habían abierto sus brazos la madrugada anterior para recibir los cuerpos acribillados de Juan y sus compañeros, cuyo único delito era haber creído en la libertad y la justicia social.
El aullido de Andrea sería el último que emitiría su garganta, que enmudeció para siempre, hasta que el 18 de enero de 1938, tras dos largos años de pena y dolor decidió reunirse con su hijo. Toribio vivió hasta el año 1947, sobrellevando la dolorosa carga de no saber dónde depositar unas flores en memoria de su hijo Juan y la pérdida de Andrea, su compañera de toda la vida.
DEDICATORIA
A la memoria de Toribio y Andrea, mis abuelos, protagonistas reales de este relato; y a mi padre, que murió sin poder encontrar el cuerpo de su hermano Juan.

Huerta
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:54:21 pm
Las sinestésicas y pasionales nervaduras de un espejo


Antes de que Ana Camila viera la dulce y almibarada luz de la libertad, ella, por decirlo de alguna forma, fue víctima de un hecho sumamente atroz y cruel. Desde muy pequeña, ella estuvo encerrada en un estrecho e incómodo cuarto todo lleno de espejos. Un cuarto vagamente iluminado en donde ella comenzó a sentir que los espejos no eran sino sueños en los que se habían abierto breves fisuras de realidad, y en donde ella, además, comenzó a familiarizarse con la nielada esencia de lo misterioso que generalmente se oculta en los reflejos.
Hoy por hoy, muchos años después de haber sido rescatada por la policía, Ana Camila trata de vivir una vida normal y de buscar unos acordes adecuados para la música de fondo de su vida y de sus sueños. Unos acordes que ella busca a toda costa en medio de las sinuosas y ondeantes entretelas de sus sentimientos. No obstante, es un hecho rotundo y contundente que ella ya no puede vivir sin abandonarse cada día, o cada noche, o cada que su alma así se lo pida, en el mundo seudoreal e inesencial de los reflejos que cada fracción de segundo y cada centésima ignorada de tiempo le suelen devolver los espejos.
Por esa razón, que no nos debería extrañar tanto como se podría pensar en un principio, es que ella vive actualmente en una casa toda llena de espejos. Claro, Ana Camila se volvería loca si no fuera así. Se volvería loca aun cuando la cordura nunca se alejó de ella cuando su padre y su madre murieron y una de sus desalmadas tías decidió encerrarla en aquel cuarto de espejos, sí, en aquel cuarto, tan frío, y tan lúgubre, en donde poco a poco se fue marchitando la colorida floresta de sus sueños más lúcidos y vivos.
Pero hay que tener en cuenta que la costumbre es como la piel de un espejo, tal y como le comentó cierta vez un reluciente estanque a una bella luna. Es decir, la Costumbre, con mayúscula, y los Espejos, también con mayúscula, son como una sucesión de paisajes que sólo a ellos les interesan y de olvidos que ambos desechan como si se trataran, acaso, de los despojos de una realidad indeseada. Puede que sea por eso que Ana Camila, como llevada por la pulsante brisa de un anhelo inabarcable y desconocido, ya no pueda evitar, hoy por hoy, en su vida, sentir muchas cosas que aprendió a sentir entre los espejos desde que era muy niña. De hecho, ella nunca podrá evitar, por más que se lo proponga, sentir o intuir o leer o vislumbrar siquiera un poco aquellas proféticas y extrañas escrituras que tienen los reflejos, algo que ella, entre otras cosas, aprendió a interpretar desde una muy tierna y temprana edad. Un extraño y curioso don que ella lleva encalado en las más enigmáticas y sensoriales fibras de su ser y de su alma dulce y acristalada.
De igual forma, ella siempre ha pensado y siempre pensará que cada espejo tiene su propia luz, y tan segura se encuentra de ello nuestra querida amiga Ana Camila, como de que cada nostalgia tiene su propio perfume distintivo.
Es más, si le preguntáramos ahora mismo, Ana Camila nos diría que ella conoce cada uno de los cambios de humor que tienen los espejos. Sí, ella nos diría que puede interpretar hasta el más mínimo cambio de luz y de matices en un reflejo. Nos diría, con su suave, transparente y melodiosa voz, que aquel recóndito e intrincado lenguaje que ella, y solo ella, en todo el mundo, sabe leer a la perfección, no es sino una pequeña parte de las sinestésicas y pasionales nervaduras que tienen todos los espejos. También nos diría que aquel lenguaje y todos los espejos del mundo, con sus distintas formas y tamaños, forman parte de un mismo acto de enfebrecida y hermética pasión. Y nos diría, finalmente, que si ella sabe interpretar el místico y desconocido lenguaje de los reflejos, es porque ella misma le pertenece a ellos, es decir, a los espejos. Sus únicos amigos de toda la vida.
Claro, ella suele pensar así, porque ella es de las personas que suelen creen que hay miradas que no nos pertenecen a nosotros, sino a las cosas que se miran.

Albert Harlow
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 15:58:30 pm
La ciudad de las espinas
   


   En un rincón de mi imaginación, existió hace tiempo una hermosa ciudad. Palpitaba de vida y alegría, y sus habitantes eran personas sencillas, trabajadoras y amistosas con todo el mundo. Al menos la mayoría.
   Más allá del río que la bordeaba, se alzaba un imponente palacio. Pocos eran los ciudadanos que habían osado acercarse al lugar, pues se contaban terribles historias acerca de su habitante.
   Stephen, era un príncipe orgulloso y frío, con increíbles dotes para la magia y hambriento de poder. Ser temido por todos era su máximo placer, pues el miedo y el respeto lo hacían sentirse aun más poderoso de lo que ya se sabía. Se aislaba a propósito, siempre estudiando cómo aumentar su magia y poder. Pero lo que en realidad aumentaba era su amargura, pues esa seguridad que parecía sentir Stephen, no era más que una mascarada, ya que algo en su interior lo hacía sentirse incompleto e infeliz.
Hacía ya muchos años que había abandonado a su maestro, mentor y amigo. Aquel viejo lo había querido como un padre y le había jurado transmitirle todo su saber. Sin embargo,   Stephen no lograba alcanzar la plenitud de poder y seguridad que poseía el anciano.
   La paciencia no era una de las virtudes del joven príncipe. Menos ahora que había acariciado el placer que otorgaba el saberse poderoso y superior al resto. Esto le llevó a exigirle a su mentor que le desvelara el secreto de su supremo poder.
   Por toda respuesta, el anciano le regaló un extraño rosal. El joven príncipe quiso saber su misterio, pero el anciano le dijo que, aunque único en el mundo, el rosal carecía de poder mágico, y que la respuesta a su pregunta debía encontrarla él mismo. Stephen se enfureció y se marchó de su lado diciéndole palabras crueles e hirientes.
   Tras muchos años de estudio, aún desconocía el secreto del poder supremo. Ciertamente, el rosal era extraño y hermoso, y ahora crecía libremente en el jardín del palacio, mostrando unas relucientes rosas de plata que se convirtieron en el orgullo y la obsesión de Stephen.
   Una extraña mañana, cuando los habitantes de la ciudad se encontraban en plena actividad diaria, algo ocurrió en el cielo. Comenzó como un extraño crepúsculo. El cielo se vio cubierto por una oscuridad sobrenatural que dejó a la ciudad sumida en las sombras. Todo aquel que miraba al cielo en busca del sol, acababa con su vista gravemente dañada.
   Aquello sólo podía ser cosa de magia y los ciudadanos sintieron pánico a no volver a ver la luz del sol que les daba la vida. No se pararon a pensar demasiado. Sólo supieron culpar al único del que sabían tenía relación con lo sobrenatural, pensando que la oscuridad que habitaba en su corazón había ocultado el sol.
   Así fue como un grupo de ciudadanos, cegados por el miedo y la rabia, se armaron con antorchas y rastrillos, y se dirigieron al palacio de Stephen. Plantados junto a la verja, ni siquiera dieron opción al mago de ofrecer una explicación. Alguien acercó la antorcha a la hiedra y el fuego se extendió en cuestión de segundos.
   Stephen fue rápido con sus hechizos y pudo salvar el palacio, pero nada pudo hacer, a pesar de su poder, por el hermoso jardín. Impotente, fue testigo de la destrucción de su amado rosal de plata. La furia y el odio que lo invadieron fueron inmensos, y, en el preciso instante en que el sol volvía a aparecer en el cielo tras su fugaz unión con la luna, su voz comenzó a tronar en los oídos de todos los ciudadanos clamando venganza. Cada día que transcurriera, él tomaría en prenda algo hermoso de sus vidas, hasta que le entregaran un tesoro que fuera capaz de sustituir en belleza y valor a su rosal de plata. 
Los ciudadanos comprendieron horrorizados que habían cometido un  error, pero ninguna frase rogando perdón ablandó el corazón del mago.
   Al principio, todos se movilizaron para dar con un tesoro adecuado a sus exigencias. Cientos fueron los regalos sorprendentes, traídos todos ellos de extrañas y lejanas tierras. Pero él los despreciaba todos con desdén.
Y así fue como todo lo vital y hermoso fue desapareciendo. Un día fueron las flores, otro la hierba, otro el perfume del campo, los pájaros, la claridad de la mañana… Todo se tornó gris y triste. La gente comenzó a enfermar de tristeza y melancolía, nada les motivaba a seguir viviendo. Los niños no cesaban de llorar y ya nada crecía en los alrededores.
Una noche, venciendo el temor, una muchacha llamada Aria, se presentó a las puertas de Stephen, suplicándole ser escuchada. Su padre, como otros muchos, estaba muy enfermo y necesitaba agua y plantas medicinales. El príncipe se sintió intrigado por la valentía de la joven y decidió recibirla. Le bastó una sola mirada para sentirse cautivado por la belleza de la mujer que, aunque demacrada y triste, brillaba con más intensidad que las propias estrellas. Entonces tomó su decisión ante el horror de la muchacha: la escogía a ella. Pero puso una condición. Por cada sonrisa verdadera que viera en sus labios, él devolvería algo a la ciudad. Pero, por cada lágrima que ella derramara, un rosal sin flores, sólo de espinas, crecería en la ciudad.
Aria trató de ser fuerte. Pero en el palacio del príncipe se sentía desgraciada. Temía por sus padres ya ancianos y por sus vecinos que vivían en la miseria mientras que a ella se la colmaba de lujos. Así su sufrimiento se tradujo en llanto, y en pocos días, en la ciudad apenas sí había un espacio libre de espinas por el que transitar.
Pero algo comenzó a cambiar en el corazón de Stephen. Ya no sentía deseos de castigar a nadie, y sólo vivía por ver sonreír a la muchacha. Sintió que cada lágrima de ella era como una espina clavada en su propio corazón. Deseó con todas sus fuerza aliviar su dolor y se esforzó por hacerla feliz. Poco a poco, comenzó a recaudar sonrisas verdaderas, tantas, que la ciudad acabó adquiriendo una belleza superior a la de antes.
Aria descubrió entonces que se había enamorado de él. Completamente segura de ser correspondida en su sentimiento, confesó su amor a Stephen y selló sus palabras con un beso.
Tanto había deseado él aquel beso, tan fuerte fue el sentimiento que experimentó, que todo su poder y su fuerza se tambalearon en un instante, y sintió algo que hasta entonces desconocía: miedo. Cobardemente, culpó de esa inseguridad a la persona que menos culpa tenía de todo, y, utilizando terribles palabras, expulsó a Aria de su lado.
Ella, destrozada, desapareció de su vida, y, aunque el hechizo de las espinas se había roto hacía tiempo, éstas volvieron a brotar y a cubrirlo todo, testigos del dolor de la muchacha.   
En el palacio ocurrió algo similar. Todo se volvió oscuro, triste y sin vida. El dolor de Stephen no era menor al de Aria.
Los días transcurrieron y el mago sintió que su vida se escapaba con cada minuto que permanecía alejado de Aria.  Se dio cuenta de que, todo el poder y el orgullo, eran nada en comparación con aquellos hermosos momentos que había vivido junto a ella. Así pues, una mañana no aguantó más y corrió en busca de la muchacha.
La buscó y buscó sin éxito durante semanas. Nadie supo darle ninguna pista sobre su paradero y él sintió que su vida se deshacía en el dolor. Con el alma destrozada y perdida toda esperanza, cayó de rodillas junto al río donde lloró durante horas, regando un hermoso rosal silvestre con sus propias lágrimas. Sólo cuando los rayos del sol de la mañana incidieron sobre el rosal, descubrió que éste era de oro puro y su brillo tan radiante como la sonrisa de Aria. No entendió qué alquimia o magia habían obrado tal milagro, pero sí entendió que aquella era Aria, transformada en rosal de oro a causa del dolor que él mismo le había causado. Caminó y caminó alrededor del hermoso rosal sin dejar de derramar lágrimas de arrepentimiento y desesperación. ¡Con todo el poder que había creído poseer y ahora se sentía incapaz de revertir aquel terrible hechizo de desamor!
Su llanto y sus gritos atrajeron a todo el pueblo que contemplaron con pesar cómo aquel joven poderoso y altanero se derrumbaba por el dolor y la impotencia. Mil veces acudió a ellos suplicando ayuda, pero nadie pudo ayudarle.
La sangre bañaba su cuerpo hermoso cada vez que trataba de abrazar el rosal, ansioso por encontrar el calor perdido de ella. Fue entonces y sólo entonces, cuando por fin fue capaz de comprender el secreto de su maestro. Aquel que hacía a un hombre poderoso y pleno. Una vida sin amargura, sin orgullo, una vida en la que el amor fuera lo más importante. Ese era el secreto que a él, consumido por la ambición, se le había escapado.  Él lo había tenido en sus manos y lo había dejado escapar.
A aquella ciudad se la comenzó a conocer desde entonces como “La Ciudad de las Espinas”, a pesar de que ya jamás volvieron a crecer espinas en sus calles llenas de vida y color.
A orillas del río que bordeaba esa hermosa ciudad, se alzaban imponentes dos deslumbrantes rosales. Uno era de oro puro y otro de la plata más fina. Ambos se abrazaban para toda la eternidad, bajo un cielo testigo de un amor más allá de las normas de la magia ni la naturaleza. Sol y luna unidos en un tesoro único e inmortal que los ciudadanos custodiaron por los siglos de los siglos.

Mirsa
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:04:28 pm
Un 504 sin radio


En Buenos Aires hay miles de taxis circulando. Hay muchos nuevos, otros no tanto, y la mayoría son radiotaxis, porque ahora todo el mundo se quiere asegurar de no correr riesgos.
Hay un Peugeot 504 sin radio que maneja un viejito que escucha tangos y se parece a Sabato. Cuidado, es muy peligroso. ¡Pero no porque te asalte! el viejito te lleva al destino que vos le indiques, sólo que en otro tiempo. Tiempo pasado, para más datos. Cuando me llegó el rumor que me pasó un amigo “tachero” me causó gracia, pero luego hablé con algunos de sus pasajeros, y se me fue la risa. Nadie me quiso dar su nombre del miedo que tenían.
El Sr. “G.” le indicó al viejito que lo llevara a Nogoyá y Bermúdez, frente a la cárcel de Devoto. Y ahí lo dejó. Nomás bajarse empezó a escuchar un barullo de motores y cadenas. Un celular estaba llegando con los nuevos “huéspedes”, custodiados por unos penitenciarios. Pensó que estaban filmando una película de época por lo antiguo de los uniformes, pero no. En un kiosco vio el diario del día: 23 de julio de 1.934…

La Sra. “F.” me dijo que se subió al taxi en Chacarita, y le pidió que la llevara hasta Quintana y Junín, plena Recoleta. Se dio un susto bárbaro cuando vio el cortejo fúnebre. Estaban enterrando a Remedios de Escalada de San Martín en el “Cementerio del Norte”. Era el año 1.823 y el Gral. San Martín, no estaba.

Más delicado fue el caso del Sr. “H.”, que lo único que hizo fue pedirle al doble de Sabato que lo llevara a su casa. Y a su casa lo llevó, sólo que en 1.950, y se vio a sí mismo jugando a la pelota con los chicos del barrio, en la vereda. Lo habían puesto de arquero contra su voluntad y llorando llamaba a su mamá.

Los tres terminaron sus relatos en forma abrupta, como avergonzándose, y me dejaron cada uno de ellos sin contarme como hicieron para volver.
Cuando terminé la última entrevista, me tomé un taxi. Era un 504 sin radio conducido por un viejito que escuchaba tangos, pero me quedé tranquilo porque lo veía parecido a Borges. Pero era él. Claro, los tres testigos no tenían por qué saber de literatura.
Yo iba a “La Viña del Abasto” en Jean Jaurés y San Luis, pero me bajé antes porque era una noche de verano espléndida, y quería caminar un rato.
Estaba tan oscuro que no me di cuenta al principio. De una casa salía la voz del Mudo cantando “Soledad”. Me sorprendió la calidad de la grabación porque no se escuchaba ningún refrito en el piso del disco. Es que era él, el mismísimo Charles Romuald Gardés en su casa de Jean Jaurés 735.
Cuando me di cuenta no me asusté. Los muchachos estaban en el patio, tomando fresco, y el Zorzal Criollo, de buen humor, cantaba unos tangos rodeado de un silencio respetuoso.
Me vio detrás de la puerta entreabierta y me invitó a pasar. Me preguntó:
-¿Quién te viste, pibe?Esa noche cantó todo lo que le pidieron y me quedé a comer con ellos. Doña Berta, cuando terminó de planchar, hizo ravioles.
A las cinco de la mañana me fui de la casa y empecé a caminar por el Abasto, sin saber bien adonde ir.
Y de repente por Corrientes apareció el 504. Ahora sí, mirándolo bien, me pareció igualito a Don Ernesto. Sonriente me llevó hasta mi casa, y no me quiso cobrar.
En el estéreo sonaba Carlitos cantando “Silencio en la noche”
Así que ya sabés. Si ves un 504 sin radio, conducido por un viejito que se parece a Sabato, pensalo dos veces antes de subirte. Por mi parte voy atento y si lo veo, ya sé bien adonde iré. Jean Jaurés 735. La casa de un amigo

Francis Oliverio Recúpero
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:05:25 pm
Escondite


Esa mañana bajaron por una estrecha calle empedrada, vigilados atentamente por  paredes blanquísimas solo manchadas por algún ventanuco agrietado y oscuro. Giraron a la derecha y desembocaron en una plaza casi abandonada, donde la naturaleza ya había comenzado a retomar lo que era suyo. Era un lugar aparentemente olvidado por sus habitantes y cuyo suelo parecía más antiguo que el del resto de las calles.

           - Esto, Daniel, solía ser una plaza… escucha… ¿oyes algo? - Su nieto paseó la mirada por las esquinas y se quedó callado.- Nada… porque a esta plaza ya no se le puede llamar plaza. Dejó de serlo hace muchos años. Fíjate que ni siquiera los pájaros se atreven a acercarse. Pero eso no es lo más triste, porque una plaza no es una plaza si no se escuchan los gritos de los niños en sus paredes.- Hace una pausa contemplando los árboles- Ya te habrás dado cuenta de que en este pueblo no hay niños suficientes para llenarlas todas. -

          Daniel siguió guardando silencio, sin entender muy bien lo que estaba diciendo. Escuchó primero un suspiro y acto seguido una voz ronca y anciana.- “Soy el único niño que queda en esta plaza".

           Daniel recordaba haber oído aquello mismo otras veces de boca de su abuelo, sobretodo cuando estaba especialmente triste y dejaba fluir las horas en su sillón, frente a la estufa. No le gustó ese recuerdo, por lo que prefirió imaginárselo de niño, jugando en aquella plaza cuando todavía lo era, cuando aún se podía establecer el límite entre la hierba y la piedra. Vio a muchos niños jugando con él, y escuchó gritos retumbando en las paredes, y las voces de las madres viajando por las calles repitiendo los nombres de sus hijos, que tenían que comer, que vinieran ya; y también el canto de los pájaros.

    Sintió entonces la necesidad de vivir aquella infancia, y con la intención de unirse al juego de aquellos niños, dio varios pasos hacia delante. Hizo descansar su brazo en el alcornoque que tenía más cerca, apoyó sus ojos ya cerrados contra éste y comenzó a contar hasta diez en voz alta, lenta y pesada. El uno quebró el silencio. El dos y el tres rebotaron en los bancos oxidados.  El cinco se deslizó por la cal desgajada de las paredes. El ocho hizo vibrar las ramas de los árboles. El diez hizo abrir los ojos de Daniel.

          Su abuelo había desaparecido.

Stanjov
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:07:42 pm
Estar seguro


Cuando aquel tipo mató a mi hermano Franco yo estaba viéndolo con mis propios ojos. Lo estaba viendo a escasos metros de ellos, desde el suelo, mientras sujetaba por el cuello al pobre infeliz que no había cometido más agravio que acompañar al asesino para saldar su deuda. Mientras mi mano derecha adosaba la cabeza de aquel desconocido al suelo a la altura del cuello, la izquierda dejaba entrever la posibilidad de aplastarse en su cara convertida en furioso puño. Y mis ojos se levantaron para posarse en ellos dos. Fue como por ensalmo, ante una motivación irracional y ajena a mí. Y se fueron a fijar en la indeleble escena que presenciaron sin poder hacer nada. ¿Sin poder evitarlo en realidad? El asesino de Franco aún no había sacado el cuchillo que posteriormente incrustaría en el costado izquierdo de mi hermano. En ese momento seguía buscándolo en el interior de su cazadora marrón imitación de ante, a la par que evitaba como buenamente podía la lluvia feroz de golpes a la que le estaba sometiendo Franco. Y todo por el cochino dinero. Más aun, por una cantidad nimia de cochino dinero. Y yo no me moví de mi sitio. Ni tan siquiera le avisé cuando del bolsillo derecho de la maldita cazadora marrón imitación de ante refulgió la hoja que acabaría con mi hermano. Sólo fui capaz de susurrar “cuidado” con un hilo de voz que apenas oyó mi contrincante, y eso que permanecía a centímetros de mí, atenazado por mi mano tanto como por el miedo atroz que le inundaba. Fue un grito ahogado que apenas logró salir de mi garganta en un porcentaje ridículo en comparación a la violencia con la que se gestó en mi estómago y mis pulmones. El muy cobarde-mi grito-alcanzó la plenitud cuando Franco yacía ya en un charco de sangre. Cuando ya no era válido para avisarle de que le iban a matar y era tarde. Cuando de advertencia se trocó en dolor, incredulidad, pánico y horror. Cuando ya no servía para nada. En ese momento mi grito cobró vigencia. Entonces reaccioné. Pero ya era demasiado tarde.

Entre el estupor general de los viandantes que paseaban a nuestro alrededor y que se vieron sorprendidos por una pelea de barrio como tantas otras que acabó con mi hermano Franco en un frigorífico metalizado, el asesino y su compañero se difuminaron con celeridad ayudados por el morboso corrillo que se formó a nuestro alrededor. Las personas que aguardaban en la cercana parada de autobús se arremolinaron en torno nuestro, pero nadie movió un solo músculo para ayudar. El vendedor de cupones dejó de cantar los números que aún le quedaban pues al instante supo sin ver lo que había acaecido. Nunca podré olvidar esa escena. Como tampoco los ojos del asesino. Ni el brillo de la hoja del cuchillo instantes antes de encajarse en fatídica armonía con el hígado de mi hermano. Ni por supuesto la cara de mi pobre madre al contarle lo referido. De nuestra pobre madre. Nunca podré olvidar todo eso.

Nosotros vivimos en una buena zona de Madrid, donde apenas queda algún vestigio de las bandas callejeras de los noventa. Vivimos a tres manzanas de la plaza de Manuel Becerra. Los incidentes en nuestro barrio no pasan de insignificantes escarceos juveniles. Como en cualquier otra zona normal de una gran ciudad que les acoge con indiferencia y cierto desdén general. Y a mi hermano Franco no se le podía considerar un delincuente, ni mucho menos. Trapicheaba de vez en cuando con marihuana y hachís pero a baja escala. Y cada vez menos. Si hasta se había echado una medio novia que iba a la universidad y todo. Nunca se metía en líos serios y era conocido por su legalidad a la hora de manejar mercancía y de realizar los correspondientes pagos. Yo lo puedo atestiguar pues siempre iba con él. A donde él fuera, su hermano Marco, el pequeño, estaba pegado a su espalda. Y ahora sólo puedo pegarme a la espalda de su recuerdo. A la negritud de su espalda. Y a la búsqueda de su asesino. Porque por mucho que cambie su aspecto, aunque llegase a modificar su fisonomía, siempre le reconocería por los ojos. Por el brillo de sus ojos tras hundirle el perverso cuchillo en el costado. Y por mirarme con una mueca bañada en el horror, preámbulo de su huida del lugar. Esa mueca se reflejó en el mismo horror en el que mis facciones dibujaron al presenciar la escena. Y eso no se puede borrar de un rostro, no se puede camuflar bajo ningún disfraz. Lo sé. Por eso afirmo con toda rotundidad que cuando me cruce con él, seré capaz de reconocerle. Porque también sé que me cruzaré con él, al menos otra vez en mi vida. Y entonces estoy seguro de saber reaccionar a tiempo y actuar. Seguro.
                     
            ***

Han pasado cinco meses. Dejé el instituto. Llevo trabajando tres semanas. He tenido bastante suerte con que me hayan contratado en esa ferretería. Además de contrato legal, tengo trece pagas, un mes de vacaciones y lo mejor de todo, está en la misma plaza de Manuel Becerra. Al lado de casa. Evidentemente, le debo todo esto a mi madre, que logró convencer al gerente que yo era un buen chico y que merecía esa oportunidad. Yo creo que lo que le hizo darme el puesto fue la manera en que mi madre le tocó la fibra, ya que le hizo ver que después de todo lo sucedido, si no me convertía en alguien de provecho podría acabar como Franco. Y eso a mi jefe le llegó. Su hija murió hace años en el asiento trasero de un coche que se estrelló contra un muro y en el que encontraron cocaína, y debió pensar que a lo mejor podía redimir en parte, por ínfima que fuera, el dolor hueco y sordo que le dejó esa pérdida. Mi madre estuvo muy lista ahí. Por eso no puedo fallarle, porque en verdad le fallaría a mi madre. Lo único malo de mi trabajo no es la miseria que me pagan, ni que todos los sábados me toca trabajar, sino que tengo que pasar por el sitio exacto donde aquel malnacido acabó con las esperanzas de Franco. Y con las mías. Y por supuesto, con las de mi madre. Ella dice que ya es vieja y que si no fuera por mí se habría quitado de en medio, que ese cuchillo sesgó sus ganas de vivir. Pero que yo soy joven y me repondré. Que conseguiré guardarlo en algún cajón apartado de mi memoria y ser feliz. Aunque yo sé que no. Al menos hasta que le vengue.

Como digo, paso todos los días por ese maldito lugar. Cuatro veces al día. Dos camino de la ferretería y dos de vuelta a casa, una al mediodía y otra por la noche. Además de las dos del sábado. Ya no queda nada de todo lo que pasó. No hay rastros de la sangre que Franco se dejó en aquella fatídica acera. La gente sigue pasando por allí como si tal cosa, cada uno enfrascado en sus vidas. En sus asuntos particulares. La parada de autobús sigue bullendo de personas esperando. El vendedor de cupones sigue intentando atraer a alguien para que le compre el premio que sale cada noche. Pero yo sigo escuchando los lamentos de mi hermano. Sigo viéndole palidecer lenta e inexorablemente en aquel charco sangriento. Sigo presenciando aquel brillo en los ojos de ese asesino. Continúo embadurnado por la impotencia y por el asco a mí mismo de no haber sido valiente ni siquiera para chillar, como hubiera hecho cualquiera en mi lugar. Sé que debo hacer caso a mi madre y no pensar en todo esto tan horrendo, pero en el fondo de mí mismo la opción de no olvidar lo ocurrido arquea la balanza a su favor. De mantenerlo fresco y vivo dentro de mí. Para que también una pequeña parte de Franco siga viva, y también para que nunca se me borre ese brillo en aquellos ojos. Creo que nunca podría olvidarlo, pero por si acaso me entreno cada día para seguir fijándole en mi mente. Esa es mi motivación para no estallar cada vez que piso aquella espantosa acera.   

            ***

Hoy le he vuelto a ver. Iba camino de la ferretería después de comer en casa con mi madre. Me aproximaba al lugar donde todo cambió de repente y para siempre. Donde nos cerraron el paso aquel fatídico día para solventar una deuda de Franco. Deuda que sigo sin creerme que fuera cierta, aunque ese es otro debate. El día en el que ni fui capaz de avisar a mi hermano, no ya defenderle. A la altura del vendedor de cupones se ha parado por culpa del tráfico de esas horas un autobús, próximo a llegar a la parada donde como de costumbre muchas personas ya buscaban su posición para subir en él. Y entonces le he visto. Iba enfundado en un traje. Llevaba una corbata roja y algo en su mano izquierda, algo así como un maletín de trabajo. Iba a bajarse en esa parada, pero sus ojos se han cruzado con los míos y se ha quedado perplejo. Paralizado dentro del autobús. Igual que yo en la acera. Aunque él no se hubiera fijado en mí, no podría haber pasado desapercibido para mí. Mi ejercitación diaria e incansable ha dado sus frutos. Reconoceré ese brillo en esos ojos mientras me quede un resto de lucidez.
 
Se ha quedado inmovilizado como digo. Agarrotado. Ha dado un par de pasos para atrás y no se ha bajado del autobús. Le temblaba levemente el labio inferior, podía verlo. Incluso he podido percibir el miedo en sus ojos, el mismo miedo pavoroso que compartimos los dos después de que él regalara una puñalada en el costado a Franco aquel día. La puñalada. El autobús ha tardado bastantes segundos en volver a arrancar. Seguro que para él se han convertido en minutos. A mí se me han pasado enseguida, aunque ahora lo piense y reconozca que han sido suficientes para haber reaccionado. Porque no me he movido de mi sitio. Y eso que entre él y yo no nos separaba ni la puerta trasera, pues seguía abierta a la espera de algún viajero rezagado que quisiera bajarse en Manuel Becerra. Pero ya lo habían hecho todos los interesados, y la puerta no era sino una invitación a restañar esa herida. La que se produjo en el costado de Franco y le mató. La misma herida que, cual cuchillo brillante, se introdujo al mismo tiempo en el costado de mi alma y me dejó muerto en vida. Y a mi madre. Pero nunca he sabido aceptar las pocas invitaciones que me han hecho. Y la proposición de esta tarde también la he rechazado. Ya no sé si soy un cobarde sin más o es que aún no era el momento de reparar mi dolor. Ya no sé qué pensar sobre cómo reaccionaré la próxima ocasión en que vuelva a cruzarme con él. Porque hoy la vida me ha demostrado que me falta una vez más. Al menos otra más durante mi presencia entre los vivos. Y entre los muertos. Y entonces espero por fin estar seguro de saber reaccionar a tiempo y actuar. Ya sólo espero eso. Estar seguro.

La mala suerte
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:11:02 pm
Las nubes nacen de los árboles

                 
Inhalo la humedad del aire y esta me trae ecos del pasado aunque lo único que recuerde de mi infancia sean los cielos nublados y a Lucía. Poco más había entre aquellas paredes de hormigón que nos encerraban, más allá el humo de las fábricas y el olor a asfalto. Muy lejos queda eso ya y ahora más que nunca, metida en este diminuto establecimiento de pueblo con olor a libro, siento aquello como parte de un sueño muy alejado de la realidad pero que existió y forma parte de mi vida, tanto como la pluma que ahora sujeto entre mis manos.
No había conocido otra cosa hasta que logré salir de allá muchos años después, a veces pensaba que yo misma había sido engendrada por cemento a pesar de que el cuerpo se me quebraba con cada paliza. Palizas de las monjas, palizas de mis compañeras. Cuando las llegas a confundir con caricias, tu cuerpo ya es de titanio y apenas siente tan siquiera humillación
Cuando Lucía llegó al orfanato yo tenía 12 años, era una época convulsa, aunque había conseguido muchos logros. Ahora era yo quien daba las palizas y quien ordenaba robarle el tabaco que la madre superiora guardaba en su despacho para pelearnos luego a escondidas por cada cigarrillo. Lucía era un ser pequeño y diminuto, frágil como las semillitas de un diente de león, pero aún así la saludé con un buen ostiazo que la mandó a la enfermería con la nariz rota. Fue mi manera de decirle quién mandaba allí. Más aquella niña flacucha, en vez de temerme, comenzó a seguirme a todos los lados y a cada paliza que le daba, ella más se arrimaba. No supe cómo pasó pero sin darme cuenta se había convertido en la única amiga que yo había tenido en la vida.
-Es mentira – dijo un día, estábamos acostadas en la tierra que conformaba el pequeño patio del orfanato dónde las niñas teníamos un pequeño rincón para jugar y hacer las clases de gimnasia. Su rostro estaba tan serio que por primera vez desde que la había conocido tuve la impresión que dentro de ella habitaba algo más que un espíritu débil y asustadizo, era el rostro de quien está totalmente seguro de algo.
-¿Lo qué? – pregunté yo sin apartar el rostro de ella, la cual oteaba el cielo como si fuese lo último que fuera a ver en su vida.
-Lo que dicen las monjas.
- ¿Pero lo qué?
-Las nubes no nacen del cielo.
- ¡Anda ya! Eres una trolera. Está claro que las nubes las crea Dios, y por tanto nacen del cielo – dije alzándome y tirándole pequeñas piedrecitas sin conseguir que se inmutara lo más mínimo.
-Las nubes nacen de los árboles – Su voz emergió tan tajante, que no tuve para mí más que creerla.
Su cuerpecito extendido en la tierra, inmutable al viento que comenzaba a soplar con fuerza y a las gotas que mojaban el polvo convirtiéndolo en barro.
-¿Cómo sabes tú eso? – Mis palabras rebotaron en el aire como si lo que ella me estuviera contando fuera la revelación de un secreto de orden universal.
-Porque las miraba de pequeña, allá en el bosque, las miraba elevarse desde los árboles.
Nada le pude rebatir pues jamás había visto un árbol, a no ser el esquelético pino que utilizábamos en la Natividad para aparentar un poco de felicidad. Y allí nos quedamos las dos viendo el cielo gris escupiéndonos en la cara y tuve para mí que no había visto nada más hermoso en mi vida, imaginando como podía aquello surgir de una planta.
Lo recuerdo y un nudo me atraganta, pero aguanto, mis lectores comienzan a entrar por la puerta de la pequeña librería, es un pueblo con pocos habitantes pero la firma parece tener éxito, sin percatarme estampo mi nombre en cada ejemplar con una sonrisa en la boca y un brillo de desconexión en mis ojos que añoran aquel recuerdo una y otra vez.
-Las nubes nacen de los árboles – Y con la melodía de las palabras comienza a llover. A pesar de los años noto el mismo olor, el mismo aura. Levanto la vista y no me equivoco, es ella que me sonríe desde el otro lado de la mesa, ella que sujeta mi libro entre sus manos. –No podías escoger mejor título para un libro, querida amiga.
Firmé en su piel con la tinta de un abrazo, y ambas envueltas entre las sorprendidas miradas de los allí presentes, nos reencontramos con nosotras mismas y con lo bueno de aquel triste pasado que nos había tocado vivir.
Cuando escapé del orfanato con 17 años, Lucía ya se había ido mucho tiempo atrás. Me aventuré a encontrarla sin éxito buscando los árboles de los que tanto me había hablado, los árboles con sus bebés las nubes. Y fue un día de febrero diez años después cuando la presentación de mi primer libro me llevo hasta Galicia y fue allí dónde lo vi. Sí, allí en medio del bosque, pequeños hilillos blancos se alzaban hacia un cielo ennegrecido, como recién salidos de un parto. Era algo mágico.
Fue esa magia la que me despertó el impulso de escribir Las nubes nacen de los árboles, la misma que hace que hoy, abrazadas Lucia y yo en ese mismo pueblo perdido de Galicia, veamos desde el escaparate como las nubes nacen una vez más de los árboles.

Susana Ons
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:12:09 pm
Preludio de un fin sin razón


   Suenan las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Nunca fui muy devoto y nunca entendí porque se tocaban y mucho menos lo que significaba, mi mama si. Ella si era devota, mujer creyente y comprometida con lo todo lo que se refiere al mundo de la iglesia y siempre me intento acercar, a ese mundo, pero yo siempre me resistí, no porqué no creyera, bah no se, nunca me intereso. Siempre le prometí que iría y la acompañaría pero siempre fueron promesas.
   El calor de la tarde se hacía más intenso por el sonido de las campanas, que lo sentía más metálico y seco que otras veces, un ruido perturbador y triste que cortaba la siesta y se entremetía en tu cuerpo, lo inundaba y llegaba a tocar tus huesos, más que un toque, un roce, una caricia que te estremecía y te hacía olvidar lo que pensabas.
   El sudor recorría mi frente, se deslizaba furtivamente hacia mis mejillas, hacía una curva para confluir siniestramente en la comisura de mis labios, produciendo, en mí, ese sabor salado que tanto detestaba. Esa confluencia era producto de mis cachetes, símbolo familiar, irresistibles a ser apretados y sacudidos, delatadores a la hora de estar avergonzado o furioso, siempre cobrando su rojo característico que evitaba cualquier intento mío de ser tomado en serio en cualquier discusión.
   Las campanadas evitaban que pensara y por momentos olvidaba la herida, aunque cuando veía la sangre era difícil no pensar. Nunca había tenido mucho contacto con la muerte, solo la de mi abuela pero cuando era un niño pequeño, pocos recuerdos me quedan de ella. Domingos, en su casa, que compartía con mis tíos y primos, sus famosas pastas, su jardín bien cuidado, las paredes con humedad, los pisos un poco percudidos por el paso del tiempo, era una casa de principios del siglo pasado, construida por el padre de mi abuelo. Pero no pudo llegar a cumplir sus 100 años y fue destruida, después de la muerte de mi abuela, rematada por mi mama y sus hermanos por una miseria, pero algo era algo, y más en esos tiempos.
   El frío se apoderaba de mí, y las campanadas continuaban, estaba mareado, quizás por la perdida de sangre. Evitaba ver el tajo, me producía nauseas. ¿Sera por las campanas que nadie oyó mis gritos? ¿Por las campanas nadie oyó el disparo?. No la remataron por gusto, sino por necesidad, días difíciles nos toco vivir al comienzo de este tercer milenio. No creo que haya sido por gusto propio, perder lo último que les quedaba de mi abuelo, que murió mucho antes de que yo naciera, y de mi abuela que tan ricas pastas hacía. El dinero de la venta nos ayudo mucho, nos pudimos estabilizar hasta que mi viejo encontró trabajo, ahora las cosas están mejor, puedo estudiar, me gusta, siempre me gusto leer, una salida el estudiar. El primero de la familia en ir a la universidad, ¡que orgullo! ¿Desde hace cuanto suenan las campanas? ¿Seguirán sonando? ¿O solo resuenan en mi cabeza?
   Todo es tan irreal; repetía en mi cabeza la serie de acontecimientos que acontecieron este trágico final, ¿trágico? ¿Final?; campanada, sudor, frio. Mi mamá, ¿por qué le pasa esto a ella?, que es tan devota y creyente, yo no soy devoto, no creo en dios, nunca se lo dije, ¿para que? Tan orgullosa de mí, el primero en ir a la universidad. Campanadas. Se acerca alguien. El frio. Las pastas de mi abuela, ¡que delicia! Extraño esos días, extraño esa casa. Todo era tan simple, ¿era simple? Lo era para mí, para mi papa no, mi mamá lloraba mucho en esos días, ¿fue por la muerte de mi abuela? ¿O por otra cosa?, mi papa no estuvo en casa varios días en esa época. No me gusta verla llorar. Campanadas. Cada vez se vuelve más difícil abrir los ojos, ¿por qué tarda tanto en llegar?, ¿no me habrá visto? Campanadas, frio, cierro los ojos. Ya no siento frio, no los puedo abrir ya, ¿los quiero abrir? Intento no ver la sangre, me da nauseas. Campanadas, frio, fin.

Traveler
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:15:38 pm
La dama de blanco y las tres habitaciones de mármol


La vi correr entre las calles vestida de blanco, su brillo quebraba el oscuro manto de la noche  como un lucero en el horizonte. Reía,  y momentáneamente me miraba mientras sus manos me llamaban invitándome a seguirla. Su trote se detuvo frente al esplendor de unas blancas escaleras y su risa se apago. Sobre ellas se erguía, no menos brillante, un impetuoso mausoleo de blancas  paredes, sostenida por gruesas columnas de mármol. En silencio se acercó a un par de enormes puertas del más oscuro ébano que contrastaba con las doradas incrustaciones que la adornaban, giró el pomo y volvió la mirada para llamarme; en sus ojos la tristeza dibujaba un mar de lágrimas y con cautela entró al recinto mientras la puerta se cerraba a sus espaldas.
Corrí presuroso tras ella pero las grandes puertas se habían estrechado en un abrazo impidiendo mi avance. Suavemente giré el pomo y empujé la negra puerta que se abrió hacia adentro, mientras el brillo de una luz me cegó por un instante. Al disiparse la luz pude ver el interior de la habitación. Era un gran salón de blancas paredes y piso de losa, la blancura de este chocaba con el tierno marrón de las hojas de almendra que yacían secas por toda la habitación, excepto por un delgado sendero que llevaba al  otro extremo del salón, donde ella esperaba inmóvil junto a otra puerta, más pequeña que las anteriores pero cuidadosamente adornada con piezas doradas. Sin la menor prisa empecé a caminar hacia ella y antes de llegar a la mitad fui sorprendido por la gran puerta que se cerró tras de mí, fue allí que note que el gran mausoleo no se encontraba cubierto, dejando ver un cielo azul, brillante y puro, limpio de toda nube; la oscura noche había quedado atrás después de cerrar la puerta y un día prometedor se levantaba en el horizonte. Volví la mirada al frente para encontrarme con su espalda, había abierto la segunda puerta y avanzaba sin musitar palabra, corrí nuevamente pero la puerta se cerró en mis narices. Baje la mirada para tomar el pomo pero me detuve un segundo a admirar su figura. El pomo tenia la complexión de un cangrejo con sus patas fijas sobre la puerta, como si estuviera posado verticalmente sobre una de las piedras de la costa, y de su coraza emergía un par de alas, la derecha estaba inmóvil mientras la segunda hacia de manigueta y con un movimiento hacia abajo crujió para dar acceso a la siguiente habitación.
A diferencia de la anterior esta puerta no abrió hacia adentro sino que lo hizo hacia afuera dejando filtrar una cascada de luz, que me arrastro en su cauce nuevamente al mundo de la ceguera. Al recuperar la lucidez miré la habitación en la que me encontraba, que para sorpresa mía resultaba exactamente igual a la anterior: las mismas paredes, el mismo piso, las hojas en el suelo, la senda, la puerta de ébano y la misma belleza vestida de blanco junto a ella. Lo único diferente era la temperatura, esta había descendido al menos diez grados y un escalofrió recorría mi nuca. Una suave brisa movía delicadamente las hojas en el suelo sin levantarlas y me sumergía en una historia de Lovecraft. Sin embargo no podía demostrar temor y menos frente a ella, no sabía quién era y que hacia exactamente allí, pero por alguna extraña sensación sentía que su presencia allí albergaba más de lo que yo imaginaba. Cerré la puerta tras de mí para evitar luego ser sorprendido y caminé por la senda hacia ella, mientras lo hacía le pregunté: ¿Quién eres? Y ella, con los ojos aun empapados de lágrimas, solo sonrió; al hacerlo una fuerte brisa envolvió el salón y un millar de alas se estremecieron. Mis ojos no daban crédito a lo que veía e inmóvil me quede a observar cómo, las que creí hojas, volaban en la forma mágica de cangrejos alados, iguales  al del pomo. Quise retroceder pero la siguiente puerta estaba más cerca y lleno de temor me escondí tras ella. La cerré tan duro que el ruido mermó por completo el crepitar de las extrañas criaturas, mi respiración se aceleró y el sudor empezó a bañar mi cuerpo pero mi pecho estaba tranquilo, tan sereno que podría decir que en él nada residía.
Levante rápidamente la mirada para encontrarla a casi un metro de mi, el tenerla tan cerca me lleno de una extraña sensación, la mire a los ojos y me perdí en su belleza. En su rostro nuevamente se dibujaba la agónica tristeza que reflejaba cuando atravesó las grandes puertas de ébano.  Se acerco y puso sus manos sobre mi rostro, la sangre se me subió a la cabeza y una calor se apodero de mis orejas, un nudo se formaba en mi garganta y de mis manos pululaban como hormigas gotas de sudor, sin embargo mi corazón yacía tranquilo, inmóvil y sereno; tanto que ni si quiera podía sentir un solo latido.
Ella se acerco mucho más y casi en un abrazo rompió su silente personalidad. Aquello que buscas esta allá arriba –dijo-  y volvió su mirada atrás para percatarme de la negra colina de tierra que al final de la habitación se levantaba. Las paredes seguían igual de blancas y relucientes, contrastando con el fuliginoso cielo que se alzaba sobre el mausoleo, profetizando una horrible tormenta. Podía escucharlo, en la cima de la colina algo me llamaba con fuerza y curioso deje a la mujer que hace rato perseguía para subir la cuesta. El accenso fue complicado, la tierra húmeda hacia de cada paso una trampa fangosa que me arrastraba hacia abajo, no había partes solidas de las cuales sostenerme y el peso del barro en mis zapatos hacia más lenta mi travesía. Cansado llegue a la cúspide y atónito  me quede al ver lo que en ella se hallaba.
Un gran árbol alzaba sus ramas secas y quebradizas, sin una sola hoja, sin embargo sus horribles frutos cubrían gran parte de su cuerpo, corazones humanos yacían colgados mediante venas y arterias de las ramas, como si estos fueran parte de él. Rozagantes palpitaban componiendo las notas de una sinfonía macabra y perturbante que amenazaba con consumirme en la locura. Y entre ellos, con una herida abierta se hallaba el mío, bañando con su sangre la rama y el tronco que lo sostenía, descendiendo hasta alimentar las raíces de aquella abominación, abonada por los cadáveres pútridos de otros corazones. Por ello ya no lo escuchaba, no se agitaba y mucho menos palpitaba, cuando la puerta se cerro, cuando los cangrejos volaron y cuando ella se me acerco. Se hallaba fuera de mí, herido, lacerado, doliente y agónico; alimentando la pesadilla de la cual me desperté horrorizado en mi cama y a la que espero no volver nunca más.

Daco
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:16:51 pm
La protagonista y el actor de reparto


Se despertó y observó por unos segundos la pantalla gris del cine en la que no se proyectaba ninguna imagen. Por un instante su memoria se pareció a esa pantalla, pero luego comenzó a reconstruir los instantes previos a quedarse dormido. Miró a su alrededor y comprobó que Angélica no estaba, luego se llevó la mano al rostro.
Cuando salió de la sala se encontró con el hall del cine desierto, habían ido a la función trasnoche, por lo que los únicos que permanecían en el sitio eran los empleados que preparaban todo para la próxima jornada. Al principio “puteo” para dentro, pero después comenzó a insultar en voz alta. No había nadie en el cine, pero sentía que había sido humillado frente a todo el mundo, como si su humillación hubiese sido proyectada en la sala.

Espero diez minutos enfrente al baño de damas y luego ingresó furioso. No había nadie. Luego llamó al celular de Angélica y se sorprendió al encontrar “tono”,  había apostado que estaría apagado. Sin embargo lo atendió el correo de voz. Llamó varias veces hasta que se dio por vencido.

A la salida se fumó un cigarro tratando de racionalizar el odio que sentía y después se tomó un taxi. Trató de ganar confianza y autoestima hablando con el taxista fluidamente, se rió de sus chistes, asintió ante sus opiniones contradictorias a y hasta le dejó una buena propina. De alguna manera estúpida buscaba que el conductor fuera su aliado. Cuando se bajó del coche y vio la fachada de su casa se sintió furioso.

Entró a su casa corriendo y la recorrió rápidamente. Su mujer no estaba. Se sirvió un vaso de whisky sin hielo y repaso la situación. No podía ser que ella lo hubiese abandonado en esta situación, sin mediar palabra y sin darle ninguna oportunidad. Quizás se había sentido mal, o se había ido por alguna urgencia y volvería en cualquier momento. Decidió esperar y se puso a pensar en cómo la recibiría en su regreso. Sería difícil controlarse, al verla correría la sangre por sus venas y su mano intentaría recomponer el orden.

Pasaron dos horas y varios vasos de whisky. Hizo varias vueltas de zapping y siempre se detuvo en los mismos canales de deportes. De repente apagó la tele y dejó el control sobre la mesa. Se quedó mirando hacía el pasillo como si hubiese escuchado un ruido, pero una idea se había apoderado de él. Se levantó, fue hasta el cuarto del fondo, abrió el ropero y comprobó lo peor, faltaba una de las valijas: Angélica lo había abandonado.

Inmediatamente se le pusieron los ojos llorosos y sintió como la sangre le subía al rostro. Fue hasta el comedor, se bebió medio vaso de whisky de un trago y arrojó el vaso vacío contra la pared. Revisó el armario del cuarto matrimonial y comprobó que efectivamente faltaba ropa de Angélica. En otra circunstancia no se hubiese dado cuenta, pero en este momento estaba atento a cualquier indicio que confirmara su hipótesis.

Inmediatamente llamó a Clara, la hermana de su mujer. El teléfono sonó varias veces pero nadie atendió. Volvió a llamar una y otra vez hasta que le dio fuera de servicio. En cinco minutos insultó más a su cuñada que lo que había insultado a su mujer en dos horas. Ella era su enemiga, tenía la certeza de que Angélica era solo un peón en sus manos, era un reflejo de cómo su hermana concebía la vida.
Primero pensó en ir hasta la casa de su cuñada, luego en salir por ahí a emborracharse y luego en hacer ambas. Pero cuando se incorporó se dio cuenta que había bebido demasiado. Mañana estaría en condiciones de arreglar el problema como debía.
Al otro día se levantó temprano y actuó para sí mismo como si nada hubiera pasado. Puso música, se bañó, se afeitó, se vistió como un caballero y salió a la calle a recuperar a su mujer. Volvió a tomar un taxi y a conversar con el conductor amablemente. Pero este taxista no conversaba tan bien como el de la noche anterior, por lo que decidió dejarle menos propina.

Cuando golpeó en la puerta de su cuñada tenía algunos parlamentos ensayados. Se había jurado a si mismo comportarse con calma. Demoraron en atenderlo y conjeturo que no querían hacerlo, volvió a golpear con más fuerza y finalmente apareció su concuñado mirándolo serio.

- Juan Pablo, como andas.
- Todo bien, vengo a buscar a Angélica. Sé que está acá
- ¿Angélica? Angélica no está acá.
- Está bien Eduardo, no es asunto tuyo, mejor no te metas. Dejáme pasar y listo.

Quiso hacer un movimiento para eludir el brazo de su concuñado pero fue imposible. Eduardo era un tipo tranquilo pero tenía una contextura física robusta que iba a ser difícil de superar.

- Si querés lío en la puerta de tu casa, problema tuyo. Yo de acá me voy a llevar a Angélica.
- No hay nada que te puedas llevar imbécil. Mira que no tengo ningún problema en pegarte, me darías un gusto grande, hace tiempo que espero la oportunidad.
- Para Eduardo- dijo Clara, la hermana de su mujer, dando unos pocos pasos desde el lugar del hall de entrada donde estaba escondida.
- Vos, vos sabes. Le llenaste la cabeza de nuevo. ¿Donde está Angélica? Dejáme hablar con ella.
- No está acá Juan Pablo. No hagas problemas, ya está, Angélica se fue.
- ¿Como que se fue? ¿Dónde está?
- No está, se cansó, se fue.
- Décime donde está, ¡es mi derecho!
- !Tu derecho! Como vas a hablar vos de derechos ¡orangután! Como carajo se caso mi hermana contigo.
- Andáte Juan Pablo.
- !Donde está! Yo no me voy de acá hasta que no me digan.

Eduardo miro a su mujer pidiéndole permiso para hablar. Clara se adelantó y cambio de tono para hablar.

- Juan Pablo, Angélica se fue, se fue del país. Se cansó de todo esto.

Juan Pablo quedó en silencio por unos segundos, no se le había pasado por la cabeza esa posibilidad. Enseguida trato de recomponerse, como esos boxeadores que aguantan siempre un golpe más que el resto.

- ¿Lo qué? La voy a buscar. ¿A dónde se fue?
- Ya está Juan Pablo.

Clara se fue al fondo discutiendo sola, Eduardo salió de su casa y cerró la puerta para escoltarlo. Quería estar listo por si las palabras no alcanzaban para resolver la situación. A Eduardo le pareció que después de la noticia Juan Pablo parecía más bajo. Le palmeo el hombro y lo despidió en dirección al centro.

Mientras caminaba se dio cuenta de que había recibido un golpe duro. Probablemente Angélica tenía listo el equipaje desde un tiempo atrás y había estado esperando el momento oportuno para irse. Sin embargo había una duda que no conseguía despejar: con tantas oportunidades para irse, ¿por qué Angélica había decidido abandonarlo en el medio del cine? Esa noche habían ido a comer, habían charlado tranquilamente y hasta habían elaborando planes para el fin de semana. Además, durante las últimas semanas no habían tenido ninguna de esas peleas desagradables que alteraban la rutina de ambos por varios días.

Decidió esperar el 173 para volver a su casa. Era uno de los ómnibus con peor frecuencia de la capital. Pero era una manera de ganar tiempo y ejercitar la paciencia, necesaria no solo para recuperar a Angélica sino también para recomponer su vida.

Se sentía culpable por haber sido tan rígido con Angélica y también tan poco observador, se reprochaba por no haber reconocido su punto exacto. “Para amar bien hay que poder encontrar el punto justo de las personas, ese punto en que nos aman y nos respetan” pensó.

Ahora quizás sería tarde, solo le quedaría regresar, esperar y tratar de demostrar lo que había cambiado. Llegado el caso tendría que hacer una actuación memorable para tener la posibilidad de reconquistarla. El otro camino sería encontrar a alguien más, para volver a conquistar, para poseer, disfrutar, proteger y amar.

Después de una larga espera pasó el 173, estaba casi vacío, a medida que pasaba el tiempo la gente iba olvidando que está línea existía y pocos usuarios se tomaban el trabajo de esperarlo. Pensó que algo parecido le pasaba a la gente cuando se acostumbraba a la falta de respuesta de los demás. “Todos somos cada vez menos transitados, menos esperados, menos tenidos en cuenta” reflexionó mientras miraba por la ventanilla. Llegó a la conclusión de que su mujer también era culpable de está situación por no haberle tenido la paciencia que él se merecía.

Cuando llegó a su parada decidió no bajarse y continuar el viaje. Quería terminar una idea, confirmar una hipótesis. Llegó a la conclusión de que en el cine algo debía de haber ocurrido. Un evento había sido determinante para que todo esto ocurriera, una última y pequeña causa podía ser identificada y ser el punto de partida para reescribir la historia. Entonces se bajó del ómnibus y se fue caminando en dirección al centro.
Al llegar se sentó en un café para hacer tiempo y luego se encontró a sí mismo en la sala de cine, contemplando la película que no había terminado de ver la noche anterior. Imaginó que observar esa película sería como ver una etapa de su vida que había olvidado o como analizarla desde un ángulo que nunca había imaginado. Los títulos estaban comenzando.

Faro
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:18:15 pm
La Huida


De nuevo me quedé mirando a través del enorme cristal y no vi nada en aquella insistente oscuridad, donde miles de minúsculas partículas de colores viajaban sin ningún orden aparente.
Giré cuarenta grados y allí estaba ella; redonda, quieta, azul.
Tras mi huida parecía seguir todo en su lugar. La añoranza se adueñó de mí una vez más, noté un nudo en mi garganta y el vello de mis brazos levantó mi piel y generó electricidad estática al rozarse contra esta ropa sintética de la que me han provisto. También cogí comida en barras y sobres suficiente para dos meses, un ordenador cargado de juegos más o menos entretenidos, libros de instrucciones, ciertos privilegios y una caja de cartón vacía que llené de enseres personales como fotos, cartas y alguna otra insignificancia.
La nave en la que viajo está fabricada con toneladas de acero, cientos de metros de cable y miles de válvulas que me permiten vivir suspendido en la nada, o en el todo, según se comprenda el espacio infinito.
Infinito... Qué extraño.
En el momento en que salí disparado por los aires con mi caparazón blanco, la tierra brillaba y yo estaba justo donde quería. Escapando de todo aquello, lo que era y lo que sería después de aquel fin anunciado. Mi dinero, mis contactos y mi insistencia me regalaron ciertos días más de vida. Aquella vida que huyó de  la tierra hacia la nada.
La nada... Qué extraño.
De esto hace ya más de  sesenta días y la nave, que parecía enorme en el momento de subir a ella, no alberga ya ningún rincón que me sea desconocido ni nuevo. Sin embargo sí lo es la tierra en la que habité a lo largo de tantos años;  redonda, quieta , azul.
Ayer mismo  decidí dejar de escribir el el cuaderno de bitácora. Empiezo a ser consciente de que nadie lo leerá, por el simple hecho de que ese mundo al que pertenecía y que ya no existe. Ni siquiera yo mismo lo leeré cuando ya no recuerde cómo empezó todo esto.
Las enormes columnas de humo han ido acabando con las extensiones de bosque y campo. Todo se ha convertido en desierto y carbón. Tierra yerma, en la que irremediablemente ningún organismo puede subsistir. Las nubes se han dispersado en forma de calima polvorienta, El hielo de los polos ha disminuido y las montañas cubiertas de nieve tienen el mismo marrón que el resto de la tierra, seca de vida, que queda en la superficie. El mar es el mismo; azul, inmenso.
Aquellos humanos invencibles habrán ido cayendo como mosquitos. Mis amigos, mi familia, mis compañeros. Todos. Miro a través de mis ventanas durante horas esperando como un loco a ver alguien en mi situación. Pero el universo es infinito, peligroso, oscuro, y lleno de nada. Y mañana mismo se acaban mis sobres y barras de comida deshidratada, no tengo más remedio, que volver ahí abajo.
                                                                                                                                                                               
Cnagyro
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:19:38 pm
Leyes y letras


Me metí en Derecho de cabeza, donde las leyes ya estaban todas escritas y sólo había que estudiárselas. Para sabértelas, supongo. Así me fui secando durante cinco años, entre códigos, tomos y manuales.

Y un día simplemente terminé. La facultad me dio luz verde y abrió las rejas. Expresidiario. Era peligrosísimo yo, que había pasado la condena y seguía queriendo delinquir contra lo escrito, empezar con un predicado, acabar con un sujeto, y explicarlo todo en rimas asonantes.

Cogí un boli. Había pasado tanto tiempo copiando apuntes y escribiendo artículos, que la tinta se negaba a atacar el papel para otra cosa. ¿Estaba loco del Derecho? ¿Había contraído la enfermedad de todos mis profesores? ¿Tendría que disfrazarme de ese lenguaje complicado para explicar todo lo simple? No podía creerlo. El Derecho era el dinero, la casa, la comodidad para vivir una vida…, pero el Arte era mi chica, y la había perdido.

Lo intenté con un lápiz, un boli rojo, el teclado del ordenador, e incluso escribí con acuarela. Me rendí. Me encerré en esa casa que me daba el Derecho, llena de lujos y fortuna. Me compré un coche, dirigí un bufete, gané cincuenta y siete casos. Y empecé a beber.

Brandy en copas de balón. Y güisqui con hielo.

Un martes me emborraché tanto que seguía borracho el miércoles. Y salí a la calle para despejarme. Los niños tiraban de sus mochilas hacia el colegio, los coches llenaban el asfalto de pitidos malhumorados y los negocios ponían las cafeteras en marcha. Y es que con los años las cabezas ya no quieren despertarse, soñamos más los mayores que los niños y por eso a un viejo se le ocurrió lo de beber cafeína. Debió ser allá por Colombia. Y en medio de tanto desorden, empezó a llover. Supongo que Dios estaba harto de ver lo mismo todas las mañanas, y de repente decidió mojarnos a todos para cambiar la escena. Quién sabe, pero eso fue lo que pensé en ese momento. Si yo fuera Dios, probablemente haría que nevara, porque así los niños lanzarían bolas de nieve y todo sería más divertido. Con esa reflexión me metí en un bar a mojar los pocos sueños que tuviera con infusiones.

Me llamaron del trabajo varias veces, y no contesté. Estaba ahogándome de infelicidad, y lo último que quería era dar explicaciones. No se coge el teléfono cuando estás deprimido, te tiras al sofá y te compadeces. Así, sin límite. Adolescente perdido.

Interrumpió mis reproches un violín. El del piso de arriba estaba creando la banda sonora de mi tristeza ¡Cuántos matices! Mi tristeza un poco aguda, lineal, y de pronto una pausa intermitente. Así me sentía yo, como esas notas. No había lenguaje, no existía, todo lo que os cuente es inexacto si no escucháis la melodía.

Me quedé toda la noche con los ojos cerrados y los oídos abiertos a ese violín. Luego tocó otra melancólica. Y luego otra, y otra más.

Llegué al día siguiente sin resaca. Las cuerdas de ese instrumento fueron un atracón de ibuprofenos para todos los dolores de mi cuerpo. No me vieron en el despacho, y en secretaría se cansaron de marcar mi número. Desarrollé un ansia tremenda de naturaleza y decidí darme una vuelta por el retiro, que no era patrimonio de la humanidad ni nada, pero al menos un montón de verde en medio de Madrid. Me satisfizo.

Las ocho de la tarde me devolvieron a casa con aire medio puro en mis pulmones. Me duché, me vestí, cené, y me senté en el sofá esperando repetir el ritual de la noche anterior.

Y allí estaban de nuevo aquellas notas, envenenándome.

Ninguna de las noches siguientes me resistí al embrujo. Pero la sexta fue algo diferente. Empezó a tocar hasta que en medio de un fa sostenido sonó un golpe fortísimo contra el suelo que acabó en el más horrible de los silencios, el silencio que interrumpe la música. El silencio al final de la música pertenece a la melodía, pero el que interrumpe una combinación mágica de sonidos, te mata.

En un acto desesperado decidí subir al piso de arriba para ver lo que había ocurrido. No dudé ni nada en el descansillo, impulsivamente toqué el timbre, empujadísimo por ese silencio tan desgarrador.

Me abrió ella. Sus ojos me dispararon verde y dejé de reaccionar por un minuto. Que qué quería. ¡Pues música!

Se le había caído el instrumento contra la silla y estaba reparándolo. Decía que no podía tocar todavía porque después de colocar las cuerdas era necesario afinarlo. Me ofrecí a ayudarla, y no sé porqué me dijo que sí cuando yo no sabía nada de instrumentos ni violines, y lo de afinar me sonaba a afilar cuchillos. Cuando le comenté lo último se desternilló. Pero rompí el hielo en mil cachitos. Ya casi podríamos hablar de cualquier cosa después de aquella carcajada.

Me invitó a una copa. Me sentí tan universitario en su piso que al final la besé. Me entregué al violín de su cuerpo muy suave y compusimos una canción con los cinco sentidos.

Era morena, eso no lo he dicho, tanto verde me nubló la vista.

Nos enamoramos un poco y yo dejé mi piso por acercarme más a su violín. Pero ella no dejó su violín por mi. Y una beca del conservatorio de Lyon se la llevó.

Me encontré perdido de nuevo, pero en lugar de beber decidí escribir. El Arte no era mi chica, mi chica se fue y volvió el Arte.

Mambrú
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:21:53 pm
Detrás de la máscara de Emma


   Tiene los pies fríos, siempre los tapa con el mismo cojín. También tiene el pelo alborotado. Se asea lo justo para no oler, y se retoca lo justo para aparentar. Cada cinco minutos, muerde sus uñas: los dedos todos destrozados, unos dedos nada femeninos. Come y se llena siempre la boca. Es de lo único que se llena la boca, porque hablar, habla muy poco. Al beber, tupe el buche, y al eructar, parece que va a explotar. Fuma también demasiado, y se echa a dormir siempre con la manta encima, aún haciendo mucho calor. Aparte, Emma sólo sonríe cuando los demás lo hacen.
   Convivo con ella porque no me queda otro remedio, porque ella no tiene otro lugar adonde ir. Eso sí, sigue siendo una excelente sirvienta, la de siempre, parece que lo lleva innato, seguramente lo ha heredado sin poder evitarlo. Frega, barre, hace la colada con una dedicación admirable, se encarga de las compras, etcétera.
   Yo a veces no ayudo, simplemente para dejarle algo que hacer. Sé que si no tuviera todo eso, Emma se ahogaría. Esta es la verdad, su silencio lo dice, sus costumbres, la vida que lleva desde que se ha venido a vivir conmigo. Es tanto el tiempo que Emma pasa en casa, que a la perra se le está poniendo la misma cara que a ella. Y el chucho la ronda por el patio siguiendo su estela tenue, intentando recibir cariños y juegos que murieron hace un tiempo. En parte, desearía regresar de nuevo a mi hogar, pero soy un testarudo, y si tomé una decisión, la tomé y punto.
   Hace ya como unos cuatro años, decidí abandonar el nido, ir por mi cuenta, dejar la casa de mi madre… la mamma, como yo la llamo. Ahora no tengo un hogar, pero tengo más independencia, aunque mi hermana Emma se haya venido conmigo hace un año, o cosa así, como contaba.
   Veo que ahora Emma está regresando del pequeño patio interior que tenemos en el piso, no ha jugado con la perra hoy tampoco. Exacto, mi hermana Emma ni tan siquiera le ha hablado al animal cuando recogía la ropa del tendero. Mi hermana simplemente vuelve a la sala de estar, a sus aposentos. Luego, se queda en silencio, sin nada que contar, como casi siempre, como ha hecho Emma prácticamente durante todo este año de convivencia. Y sigue con los pies fríos y con el pelo alborotado. Lo segundo, salta a la vista, y lo primero, es resultado de su espíritu, digamos, aunque se empeñe en cubrirlo con ése maldito cojín.
   - Mañana es el cumpleaños de la mamma, ¿crees que deberíamos llamarla? -le pregunto a mi hermana Emma; pienso que quizá así quiera hablar de algo-.
   Pero no. Ella simplemente me mira sentada desde el sillón de la sala. Ahora sí que tiene la misma cara que la perra. A veces no se sabe quien es quien, lo juro. Luego, Emma encoge los hombros a modo de contesta. Sigue ocupada, engullendo televisión sin parar. Y mueve el cojín que cubre sus pies fríos. Parece que quiera comunicar algo con todo esto, pero yo no sé muy bien qué puede ser.
    - ¿No dices nada, Emma? –le vuelvo a preguntar yo, quizá de un modo demasiado iluso, tal vez con inútil esperanza-.
   De verdad, es alucinante su frialdad. La cara de Emma parece una careta, una auténtica careta inerte y de frío plástico. Detrás tiene que haber algo, sé que detrás de ésa careta, lo hay. Joder, es mi hermana, algo he de conocerla.
   O quizá no, quién sabe. La realidad es que todo ha sido de esta manera durante este último año. Da igual mi cara, mi gesto, el tono de mi pregunta; ella sigue ahí, sentada, absorbiendo imágenes e imágenes acompañadas de sonido, chupando más y más tele.
   - ¡Joder, Emma, te he preguntado por la mamma! –vuelvo entonces yo a insistirle a mi hermana mayor, y algo irritado ya-.
   - Déjame –me contesta por fin Emma; y no lo hace en un tono irrespetuoso, sino muy sincero-.
   Luego, mi hermana se levanta. Se dirige después al pequeño balconcillo que tenemos en el piso. La verdad es que ése balconcillo le encanta, es el único lugar donde la veo feliz. Quizá sea porque piense en tirarse cuando mira hacia abajo. Sí, quizá por esto es feliz Emma en ése lugar, porque en él ve toda la vida clara, nítida. Desde ése balconcillo, mi hermana Emma quizá realmente siente que todo es bastante insignificante, absurdo, nimio. Y también, por otro lado, puede ser éste el hecho por el que mi hermana no se tire, porque es capaz de ver todo de ése modo tan claro... absolutamente todo. Aunque bueno, no estoy seguro de esto. Quiero decir que no creo que estos pensamientos míos sean una ciencia cierta ni nada de eso. Aparte, Emma siempre ha sido bastante reservada con sus pensamientos íntimos. ¿Quién podría descubrirlos del todo? Yo al menos no. Aunque lo que sí sé, es que ella está ahí, con los brazos apoyados en la baranda de la balaustrada, observando a la gente transeúnte pasear en esta fresca noche.
   Por otro lado, yo me he quedado sin palabras en la sala, viéndola perder el tiempo de ésa forma tan impasible. Los pies los tiene que tener más fríos que nunca, seguro. Emma está descalza, y sus pies pisan directamente sobre el frío mármol de nuestro pequeño piso.
   - Vale, Emma, paso un quilo de ti –le espeto yo, algo cabreado por su silencio-. Sinceramente yo creo que deberíamos llamar a la mamma. Pero si tú no dices nada, lo haré yo. ¡Tanta tontería ya, tanta gilipollez! Aquello sucedió hace años, joder… es agua pasada.
   Aunque nada, Emma sigue con su vista petrificada en las baldosas de la calle peatonal. Y ahora se ha puesto a fumar, como hace casi siempre que sale al aire libre. Se mesa sus alborotados cabellos de forma muy suave, y da caladas de nicotina y alquitrán.
   - Mamá, o la mamma, como tú la llamas, José, no quiere que la llamen –dice mi hermana, rompiendo algo más su inquebrantable silencio-. Ni siquiera recuerda que es su cumpleaños… Aparte, José, ella pasa de nosotros… pasa de nosotros…
   - ¡Qué **** dices, Emma! Anda, no sabes de lo que hablas, estás paranoica. Venga, déjate de tonterías. Mañana la llamamos y la invitamos a comer, seguro que le hace ilusión.
   - ¿Ilusión? Mira, José, tú madre no se ilusiona desde hace muchos años por nada. ¿No recuerdas por qué nos vinimos aquí, a vivir solos? Si quieres la invitamos a comer, pero no esperes que se ilusione… anda, no seas tú el iluso.
   - Bueno, pues lo que sea, pero pasamos un rato los tres, al menos. A ella le vendrá bien salir de casa, y a ti también, Emma… a ti también…
   - Yo ya salgo de casa, José… déjame en paz… no empieces de nuevo, por favor…
   Después de estas palabras, veo que Emma sigue mesándose los cabellos, pero ahora su ritmo es aún más suave, ahora más bien los masajea. El cigarro se le ha consumido, la colilla ha caído en la calle peatonal y ella parece más relajada. También yo estoy ya algo más tranquilo, y ahora soy yo quien me he puesto a ver la tele.
   Echan una buena peli, me he quedado enganchado viéndola. Se titula Roma, y está protagonizada por Juan Diego Boto. Trata sobre la vida de un joven que quiere hacerse escritor. Entonces su madre, Roma, empeña su piano. La madre del protagonista empeña el instrumento, vende su gran pasión para que su hijo pueda viajar desde Argentina hasta España, y de esta forma, pueda alcanzar su sueño, su propósito de ser escritor y todo eso. Es una buena peli, Roma.
   Bien, pues pasado un rato, Emma regresa del balcón y se sienta también en el sofá, junto a mí. Pero ella, al contrario que yo, mira la película sin querer observarla, se nota mucho que no quiere hacerlo. En una hora o así, los dos nos vamos quedando profundamente dormidos, y los diálogos del film que se escuchan de fondo, son como nuestra particular nana mecedora. Es como si me hubiera dejado poseer por el hechizo de mi hermana Emma, pues aunque la película me estuviera gustando, me quedo profundamente dormido como también lo ha hecho ya ella.
   
   
   A la mañana siguiente, Emma y yo hemos despertados cansados. Nuestros cuerpos están molidos, son como dos masas de pan que hayan sido maleadas antes de ser metidas en un horno. Mi hermana Emma y yo, nos echamos una mirada rutinaria, la mirada diaria, de convivencia; una mirada que no quiere decir nada, que no sugiere cosa alguna; una mirada de estas que, detrás, no esconden ningún tipo de código, una mirada que no ejerce comunicación alguna… una mirada sin mensajes, vamos.
   Luego, mientras Emma se da una ducha, yo decido recoger un poco el piso: nos vamos a preparar para salir. Finalmente, mi hermana entró en razón: llamaremos a la mamma y la invitaremos a comer por el día de su cumpleaños.
   Bueno, pues lo que sucede es que, nuestra madre, lleva años algo deprimida. Tras la muerte de nuestro padre, ha llevado una vida un tanto mustia, sin grandes emociones, como si fuera una planta vieja, una planta que se conforma sólo con la misma maceta y su ración diaria de agua. La mamma, los últimos años, ha llevado este tipo de vida algo vegetal.
   Entonces, de pronto, suena el teléfono del piso, mientras yo me encuentro recogiendo mi habitación. Emma pega un chillido desde la ducha, como siempre hace. Sé que mi hermana hace esto con buena intención, pero a mí me irrita bastante que griten, y suelo contestar con mal tono, más cuando estoy recién levantado. En parte es como si me contagiaran un mal virus o algo así… no sé.
   - ¡Ya va! –le contesto entonces a mi hermana mayor, y al tiempo corro hacia el teléfono-.
   Al descolgar, reconozco la voz al primer instante:
   - Hola, José –me saluda mi madre-.
   - Hola, mamma –saludo yo también a mi madre-.
   - … y bueno, José, hijo… qué… ¿no vamos a celebrar mi cumpleaños? –sugiere ella-.
   Y es que también esto es lo que sucede con mi madre, que a pesar de todo, es aún capaz de sorprender un poco.
   En fin, quién sabe, pero quizá mi hermana Emma tenga también algo de esto que tiene mi madre. Sí, quizá detrás de ésa máscara fría suya, ésa que parece llevar puesta a todos lados.

El jugador
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:23:28 pm
Onírica


De pronto entendí que estaba en un sueño, no de esos que uno tiene mientras duerme por la noche o en la siesta, sino un sueño de esos que sólo terminan con la muerte. Lo detallaré comenzando por lo primero que descubrí… he notado que la mente va a armando de manera casi melódica las escenas, plantando muy de a poco los elementos como si construir todo desde el principio fuera contra las reglas. Andrea me miraba fijamente sosteniendo un revólver que todavía humeaba. Estábamos en el campo (lo descubrí luego) a muchos kilómetros de la ciudad. El sol gobernaba en medio del gran cielo despejado, dato que inmediatamente me implantó la idea de que era verano. Yo miraba a Andrea como si fuera una extraña, pero sabía que nos conocíamos. El vasto campo, con indefiniciones en la lejanía, parecía sembrado de soja o maíz, dependiendo del momento, y presentaba distanciados árboles que no veía con claridad pero ahí estaban. Andrea se acercó unos pasos hacia mí, me habló sobre un hombre que acabábamos de conocer (un recuerdo que de seguro compartíamos, pero del que sólo mi otro “yo” era consiente) y estiró la mano dejando a mi cargo el arma… En ese momento comprendí que lo habíamos matado y supe dónde yacía su cuerpo, a metros del viejo molino muy cerca de un rancho. Andrea se adelantó, pero mi cuerpo aún no reaccionaba, me encontraba inmóvil, lleno de pánico… sabía que debía huir de ese lugar, encontrar la ruta y llegar hasta el auto… pero mis pasos se demoraron y la joven estaba cada vez más lejos. Entonces corrí, o creí correr porque a duras penas avanzaba. La siembra se abría ferozmente ante nuestros pasos apresurados y el sudor de mi frente ya comenzaba a nublarme la vista. De repente Andrea llegó hasta un largo alambrado que bordeaba el campo, luego del cual un estrecho e infinito camino de tierra surcaba el paisaje. Yo, a unos quince metros detrás de ella, pensé en arrojar el arma, pero tuve miedo de que ese acto se convirtiera en un delator. Preferí guardarla, la fijé entre el cinturón y mi pantalón y seguí adelante. Tomamos la angosta calle y ahora ya podía correr con mayor facilidad. Andrea miró hacia atrás esperando encontrarme y no la decepcioné.  Ahora podía ver todo más claro: distinguía los árboles, los detalles del camino, el cabello de Andrea agitado y salvaje, huyendo del destino y del pasado; vi nuestras sombras escapándose pero siempre tan quietas… hasta pude ver el molino achicándose en el horizonte y desapareciendo. Sentí calor y frío (no a la vez), sentí la cobarde sensación de que alguien nos perseguía y, lo peor de todo, sentí el inmenso cansancio, una cruda sequedad en mi boca y el agotamiento que amenazaba con hacer explotar mis tensos músculos. Así entendí que no estaba soñando. 

Quimera
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:26:45 pm
Cóctel de despedida   
   


El salón diáfano culminaba en un gran ventanal desde el que se veía el mar. En el centro, varias mesas redondas y algunas sillas forradas de tela blanca. Los camareros deambulando cargando enormes bandejas de canapés y bebidas. Grupos de mujeres y hombres hablaban y comían sin tregua.
Martínez conversaba y reía.  En su muñeca derecha lucía un Rolex de oro blanco y vestía ropa de diseño. Siempre pulcro. Elegante en su atuendo y de modales exquisitos, para él todo eran halagos y muestras de respeto. “Les abandono”, repetía con orgullo ante sus contertulios. Dejaba la compañía para dirigir la filial en México D.F.   
Se hallaba en la cumbre. Todos envidiaban su rápido ascenso. 
Córcoles no se relacionaba con nadie. Un hombre invisible, aunque tuviera consistencia física. Siempre  arisco. Miraba a Martínez de reojo y, cuando lo hacía, se instalaba en su rostro una mueca que no le abandonaba tan fácilmente.
-Al fin te libras del jefe.- dijo uno de los administrativos de contabilidad,  dándole  una palmadita en la espalda.
-No soy el homenajeado, a ver si os enteráis de una vez-dijo enfadado, mientras aquél se alejaba sin hacerle caso.- Qué se habrán creído, todo el día dándome la enhorabuena.-protestó y siguió hablando entre dientes.
El murmullo de voces iba creciendo.  Un micrófono, en el centro de la sala, anunciaba el inminente discurso.
- ¡Atención! ¿Me oyen bien? –exclamó el director gerente de la compañía.- ¡Los del fondo…tendrían la amabilidad de escucharme!- esto último lo dijo enfadado y logró acallar el griterío.
 Córcoles aprovechó el momento para salir a la terraza a fumar.
    Sí, odiaba a Martínez, pero sentía el más absoluto desprecio hacia el maestro de ceremonias.
En la terraza, Córcoles se sintió a salvo.  Al sacar el mechero y encender el cigarrillo, la paz volvió a su rostro. Se escucharon algunas risas.  Aplausos interrumpidos de manera abrupta y, al final, una cerrada ovación. Después el silencio y, otra vez, el murmullo.
Córcoles ya abandonaba la terraza cuando se topó con Martínez.
- No se vaya. Se lo ruego. –dijo con extremada corrección. Me aliviaría charlar con usted. Tal vez ésta sea nuestra última oportunidad para conocernos.
Martínez, apoyados los brazos sobre la barandilla, miraba el horizonte. Córcoles observaba a su antagonista, en su interior  e hizo ademán de marcharse. No sabía fingir.  Quiso ignorarle y, para su sorpresa,  todos los malos pensamientos como en cascada, se volvieron palabras.
 -¿Espera que hablemos? No tengo nada que decirle.- alegó de manera tajante.
Martínez sacó un pitillo. Se giró hacia  el hombrecillo para mostrarle la pitillera de plata
- ¿La quiere, Córcoles? Se la regalo. La compré con mi primer sueldo. Una locura lo admito; nada comparable a lo que estaba dispuesto a alcanzar.-hizo una pausa y encendió el cigarrillo.
-Siempre consigue lo que quiere ¿no?-, le reprochó con rabia. Llegar es lícito Martínez, pero jugando limpio. ¡Jugando limpio! 
- No existe tal ascenso.- dijo con serenidad, para después acercarse hasta el cenicero de pie y apagar el cigarro.
-Me toma el pelo. –contestó con incredulidad. ¿Y esta celebración, el memorándum…el discurso del gran jefe?- acercándose a  Martínez.
- Mentira. La sucursal de México la próxima en caer y con ella, yo. Esta despedida: una farsa.- dijo abatido.- Estoy en la calle. Lo entiende.  Acabé con su carrera profesional y ellos con la mía.
Se hizo el silencio. El murmullo del salón quedó en un segundo plano.
-¿Estamos en paz?- concluyó desarmando cualquier argumento mientras tendía su mano derecha.
 Martínez había perdido la partida. Y el hombre invisible se apiadó. Sintió lástima.
 - Adiós…amigo.- dijo en tono afectuoso el joven.
No pudo hacer nada para evitarlo. Córcoles contempló, con horror, cómo Martínez se precipitaba al vacío.

Clara Torrens
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:28:16 pm
Mi sueño desde el cielo


Cada noche al cerrar los ojos, podía sentir como mi cuerpo se elevaba sobre las sábanas, sentía el aire frío y cortante en mis mejillas pálidas y delicadas mientras mi mente me hacía viajar a un mundo del cual solamente yo conocía su existencia;
Donde las hadas eran luciérnagas de vestidos relucientes y colores vivos, las ranas saltaban sobre las hojas de nenúfar y entonaban una canción de bienvenida, las ovejas saltaban sobre el arcoíris de los sueños hasta llegar al monte del descanso.
Todo era tan irreal y fantástico, que a pesar de tener diez años, me parecía un mundo de locura y diversión inexistente.
Cuando mi cuerpo se detuvo por completo, supe que había llegado a cumplir ese mismo sueño de nuevo. Un sueño que se hacía realidad todas y cada una de las noches de mi vida desde que cumplí cinco años.
Abrí los ojos para deleitarme con las vistas de los majestuosos paisajes verdes y naturales. Aspiré el aroma de la hierba fresca cargada del rocío de la mañana siguiente.
-¡Daniel!-sonreí.
Mi amiga la oveja había vuelto para jugar otra noche más conmigo.
Era extraño creer que las ovejas pudieran hablar, pero aquel era mi sueño y podía decidir lo que se podía o no se podía cumplir.
Dentro de dos días cumpliría once años, dejaría de ser un niño a vista de los demás adultos para pasar a ser un niño para los adolescentes del instituto donde iría el año que viene. Yo era de los pequeños de mi curso de sexto de primaria, por lo cual, iría antes de lo esperado al instituto.
Era extraño, pero no quería crecer. No en ese sentido.
Era un niño con tanta imaginación que esa era mi verdadera razón de existir.
La invención de mundos inexplicables y mágicos donde viajaba de noche al descansar.
Corrí hacia Lucy, la oveja, listo para jugar.
Se podría decir que tenía la cabeza muy bien amueblada para mi edad. Tan bien puesta, que entendía lo que significaba ser mayor. Yo quería soñar en mi imaginación sin fin, no pensar en metas que cumplir en la vida real, puesto que esas, ya las tenía pensadas.
Quería ser escritor. Crear mundos de color caramelo y viajes sobre libélulas del tamaño de caballos. Quería ser el inventor de mi propia mente, el inventor del mundo del futuro.
Mientras saltaba sobre Lucy, que a su vez saltaba sobre las vallas de madera que aparecen en la mente de la gente cuando no puedes dormir, del cielo comenzaron a caer caramelos de fresa y limón. Se avecinaba una tormenta de dulces y rayos de chocolate.
Corrimos a buscar cobijo dentro de una cueva donde la única luz que alumbraba nuestra oscuridad, provenía de un pequeño estanque reluciente y repleto de nubes del mundo real, donde podías asomar la cabeza y observar como los aviones sobrevolaban Barcelona, mi ciudad.
-Dentro de dos días es tu cumpleaños.-me recordó Lucy.
-Lo sé.-susurré.
-Da el paso.-dijo sin más.
-No…-no supe que decir, en cambio, si sabía lo que mi amiga intentaba decirme.
-¡Vamos!-sonrió.-Ven a verme de verdad.
-No sé si existes en el mundo real, Lucy.-dije con sinceridad.
Sus ojos dejaron de brillar y agachó el hocico. Su pelo blanco cambió a negro, como cuando estaba contenta o triste. Su cuerpo era como una bola de cristal, cambiaba de color según su estado de ánimo.
-Está bien.-sonreí.-Vendré a verte.-mientras pronunciaba aquellas palabras, mi cuerpo comenzó a teñirse como el aire, haciéndome desaparecer del sueño de mi vida.
Al abrir los ojos, desperté en mi cama, rodeado de peluches y muñecos de mis héroes favoritos de películas donde la realidad era la ficción creada por el autor.
Mientras miraba los animales y demás, sobre mi  escritorio, una bombilla imaginaria se creó en mi mente. Algo no cuadraba, algo sobraba.
Miré una y otra vez, observé con detenimiento, pero mi mente estaba distraída con unas ganas enormes de viajar al mundo del arcoíris, al mundo de mis sueños desde el cielo creado solo por mí y para mí.
Miraba pero mi deseo me cegaba, no sabía qué era lo extraño en mi habitación hasta que lo vi y mis ojos se iluminaron.
Junto a todos mis muñecos, había uno de más.
Una oveja de tamaño mediano con el cabello rubio dorado como el sol reluciente en la mañana. Amarillo chillón como la ilusión de Lucy por verme antes de marcharme para no volver.
Me levanté a trompicones acercándome despacio a la oveja, alargando el brazo lentamente con un dedo alzado… hasta que la toqué.
Cuando mi dedo índice rozó el hocico agachado de la oveja, la ilusión de la verdadera Lucy explotó junto con el relleno del peluche que la noche anterior no estaba sobre mi escritorio.
Mi habitación fue desapareciendo a mí alrededor, mientras, podía oler el dulce aroma del río de chocolate y las cascadas de nata del mundo de color que deseaba conocer en persona.
La sensación que estaba viviendo era tan diferente a la que llevaba sintiendo desde los cinco años, que tenía la sensación de que mi sueño se estaba cumpliendo.
Cuando el cielo escuro de mi dormitorio se convirtió en el azul celeste del agua cargada en las nubes del cielo arcoíris, pude asegurar que había llegado realmente a donde quería ir.
Mis pies estaban tocando realmente el suelo de mi propia imaginación y mis manos, estaban sudorosas como en la vida real.
-¡Daniel!-la escena se repitió.
-¡Lucy!-sonreí.
Mientras ella se acercaba con su pelaje reluciente como la alegría reflejada en sus ojos, mi mente viajó al libro de mis pensamientos, donde pude descifrar gracias al diccionario del entendimiento, la verdad de aquella situación.
Había deseado desde hacía tanto tiempo el momento de llegar de verdad a mis sueños y poder palpar y saborear el fruto de mi imaginación, que mi propia mente había ligado elementos del mundo real para dejarme cumplir mi último deseo antes de mi cumpleaños.
Ahora, podría jugar durante horas con mi amiga, nadar entre peces de galleta y escuchar el canto de los pájaros hechos de papel por miles de arañas tejedoras capaces de cambiar de materia gracias a su poder.
Gracias a mi fuerza de voluntad y mis deseos, a mi perseverancia y la amistad de amigos verdaderos, allí estaba;
En el país del arcoíris, el cielo de mis sueños cumplidos.
Ahora, ya podía crecer.

Rachel Arks
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:29:34 pm
En el tren con Fela Kuti


¿Por qué hoy quiero escribir? ¿Por qué quiero escribirte? Escribir sin tu nombre, claro. Cerrá los ojos, bruja, tranquila. Empiezo a tomar ritmo. La música y el calor ayudan. Juro que no estoy drogado. Llevo dieciséis horas sin fumar y ganas tampoco tengo. La música dobla los tiempos, la batería sube, aparece un saxo que nadie sabe de dónde viene (¿del cielo?), sus agudos sí son del cielo, te excitan, uno viaja, sólo o acompañado, es lo mismo, y piensa en algo, un deseo tal vez, y el saxo, que cada vez chilla más fuerte, como furioso, ayuda y mucho.
Hay un coro, es cierto, pero lo que importa es este saxo, su saxo, que seguramente tenga ganas de saltar de sus negras manos y volar como lo hacen las notas. El coro no puede creerlo, de momentos se traba, desconfiado ante lo distinto, lo diferente. El coro es de vientos. ¡Aparece Fela! Está extasiado, se nota. El tipo siente sus letras, sus compases y tiempos, entiende de amor y responsabilidad, estoy seguro; él lo dice, le gusta ser explícito, no dejar lugar  para confusiones. Como el tema: confusión; confusión de los ecos, de la base, inmodificable, incorruptible, hipnotizante, como vos, bruja.
¿Por qué escribo? Estoy confundido, por eso. De qué ni yo sé. Pero todos estamos confundidos; especialmente si estamos sentados en el tren ramal Mitre esperando por verte, bruja, escuchando a este dios, el dios tenor, que escupe melodías a lo loco y hace llorar a su bronce querido, su bronce plateado, como la luna o el agua, de las que tanto habla, y denuncia. ¿Por qué no?, si él toca y baila, y llora, por horas, en serio que son horas, sus horas, sus horas y las de los demás que no pueden desentenderse; uno no puede despegarse, tomar postura distante al escucharlo. ¡No! Uno oye y no cree, y él te dice sí creé, en la música se cree, en la música hay que creer, y también amarla, explotar de amor, como su saxo; y es cierto, la música, para él, para nosotros,  la música es una fe, una creencia, una vida que nos acompaña y exige un sincero compromiso.
Estoy en el tren, sentado contra la puerta, escuchando al genio, a sus pulmones y boca; ¡y lo veo!, todo mojado y con sus ojos cerrados, como yo, y eso que estamos en agosto, pero hoy deben hacer unos treinta grados y la gente se desespera, y no entiende o no escucha a Fela.
Y por eso escribo. Por locura, por el amor, la transparencia, la justicia, por vos, bruja, por su voz que me invita a seguirlo; y me paro: el tren está lleno y estamos por llegar a Belgrano, donde me bajo y termina todo, como su canción, que termina que deja piel de gallina.   

José Luis
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:32:21 pm
Escenario de una tarde de pelota


La bandera argentina estaba dibujada entre las dos copas de los paraísos; sólo faltaba el sol, que prefirió ser testigo desde lo más alto y apreciar mejor el paisaje. El pasto estaba seco, aunque conservaba cierta humedad luego de la mañana fresca y limpia. Sobre el cordón, una hormiga trataba de consumar su hazaña y treparlo para poder llevar la rama a su guarida y así cumplir con su destino. Cerca, a escasos pasos de ese diminuto ser, picaba la pelota a la espera de la confirmación de los equipos. Mientras tanto, detrás de la canchita, padres jóvenes y ávidos de disfrutar los últimos calores del invierno, que son más bien la antesala de la primavera y que de alguna manera nos avisan que lo mejor está por llegar, miraban con asombro y placer como su pequeña hija se sacudía entre toboganes y hamacas. Yo preferí quedarme con esa postal, sin perder de vista la odisea de la hormiga y desatendiendo, por unos instantes, el armado de los equipos.
La niña saltaba de la hamaca, corría hacia su padre, volvía al tobogán y terminaba enredada entre las risas de la madre. Más allá se escuchaba la música del festival de monta del pueblo, cantaba la revelación del pueblo, una chica que con sólo 16 años, ya había salido en los canales de la capital como revelación nacional del folklore.
La pelota seguía picando y ya era hora de volver a la cancha, éramos siete y la duda era si jugábamos igual, si esperábamos al pajero de Leo o si hacíamos una mortadela aprovechando que Trobiani tenía muchas ganas de atajar. Hubo una especie de votación fugaz a la cual no presté atención y sólo dije sí. Seguía perdido entre la nena y la hormiga, que a esta distancia y a pesar de tener una vista bastante aguda, se me hacía imposible de ver, sin embargo no importaba. Ese cordón me traía otros recuerdos también. A la bandera la sobrevolaba un puñado de nubes, a lo que el Tete, exagerado como siempre, soltó un ¡no me digas que va a llover!, cálmate Tete, sos un pelotudo. Quedó mortadela y empezamos a definir las parejas. El viento traía otros sonidos desde el festival, mezclados con el run run de las hojas y la ventana de una casa que entreabierta, no dejaba de pegarle al marco. Ya no cantaba la pequeña revelación y sí se anunciaba el broche final. El sol lanzaba a través de algunas casas, sus últimos rayos, antes de perderse allá atrás, cerca del monte y en el límite con la ruta. Había que apurar un poco el trámite y también lo hacía la familia de la niña, quizá cansada de tanto juego y deseosa de un gran vaso de chocolatada con galletitas. En algún momento alguien tiró la pelota para el lado de los juegos, lugar al cual yo me encontraba más cerca que el resto. Miré, como sorprendido, pero más bien asegurándome que sea yo el que tuviera que ir a buscarla. Obviamente, nadie movió un pelo y con sus ejemplares caras de cuatro de copas, todos me intimaron a que me moviera. Rápidamente comencé a trotar en busca del esférico.
Se podían pisar algunas hojas secas, retobadas todavía a irse ante la inminente llegada de la primavera, sin embargo, a mí me divertía porque pisaba buscando hacer ese crunch, ese ruidito de hojas que tan divertido. También se podía oler el pasto, quizás era tiempo de alguna lluvia. No se porqué hice jueguito cuando levanté la pelota, ya que me apuraban para que la devolviera, pero metí cuatro seguidos y me entusiasme. Gonza ya quería empezar, andaba corriendo y exaltado, seguro que la mortadela le traía hambre además de ganas de jugar. ¡Obeso!. Metí un quinto juego, esta vez más alto para darme tiempo a mirar bien, lo vi a Trobiani boludeando con la tierra, me imaginé la pelota en el ángulo, clavándola bien en el recoveco que une el palo con el travesaño, Trobiani mirando con cara de opa y yo gritándole ¡atájate esta! Sería un golazo en honor a la nena de la hamaca y la titánica hormiga del cordón. Seguí el recorrido de la pelota, ya estaba bajando. Trobiani se avispó y se paró para atajar mi remate. Estiré mi pierna derecha e hice otro jueguito más, esta vez corto para dejarla mansa antes del impacto final, preparé la derecha y antes de que llegue a la altura de mi tobillo le di. ¡Pum!, esperé para gritar el golazo. “¡Tete, la **** que te parió! ¡¡¡Qué haces colgándote del travesaño, conchudo!!!

Carmine de Candia
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:33:45 pm
La motivación del personaje

 
Camina por la calle Viamonte y se detiene a la entrada de una galería comercial. Es en realidad un largo pasillo, como el de un garaje, que se abre veinte metros más adelante a un patio cuadrado, a cielo abierto, donde está la mayoría de los negocios. El pasillo continúa unos veinte metros más allá. Al final hay otros dos locales, uno que parece vacío y otro que vende bolsas de plástico. Todo esto le resulta conocido a pesar de no haber estado nunca antes en ese sitio. De pie en la vereda, juega con la idea de meterse por ese pasaje o seguir de largo hasta la librería, a retirar el libro que reservó por Internet: La Segunda Muerte de Ramón Mercader, de Jorge Semprún...

–El arranque está bien. Me gusta que el tipo crea saber cómo es la galería aunque esté seguro de no haber estado nunca allí. ¿El libro de Semprún tiene algún sentido o podría ser otro cualquiera?
–Para mí tiene sentido. Me dijiste que lo leyera para ver de qué manera el protagonista se iba transformando a lo largo de la novela.
–Si. Pero…
–Acordate que siempre me decís que mis personajes actúan sin motivación o que cambian demasiado rápido de actitud sin que esos cambios se justifiquen en el texto.
–Bueno, sí, aunque no sabemos todavía si este es el caso…
–Lo que pasa es que yo sigo sin entender por qué las cosas siempre tienen que tener una justificación en el texto. Por qué si quiero hacer llover en la página dos el cielo tiene que estar nublado en la página uno.
–¿Hacer llover? ¿Vos querés ser escritor o querés ser Dios?
–¿Ahora me estás psicoanalizando? Hasta donde yo sé te pago para que me ayudes a corregir mis cuentos. Para lo otro le pago, y bastante, a mi analista. Además, en este caso yo no podría ser Dios porque soy el protagonista.
–O sea que otra vez estamos ante un texto autorreferencial. Te dije que tuvieras un poco de cuidado con eso ¿no? Ahora bien, si  te vas a poner en el lugar del protagonista de la historia ¿por qué elegiste entonces la tercera persona?
–Yo no diría autorreferencial, me gusta más autobiográfico, y tenés razón, debería seguirlo en primera persona. Entonces...
…Decido continuar mi camino. El recuerdo de la galería, sin embargo, me persigue durante dos o tres cuadras más hasta que llego a Callao. Me detengo frente a la vidriera de la librería. Tienen un ejemplar del Diccionario de uso del español, de María Moliner. Entro y lo pido. Es una edición de los ochenta. Voy directo a la definición de la palabra “día”. Dice: “Espacio de tiempo que tarda el Sol en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra”. Le muestro la definición al librero. No entiende. Le explico que el sol dejó de dar vueltas alrededor de la tierra desde que apareció Copérnico hace casi quinientos años. Se ríe avergonzado. Me dice que no puede creer cómo se les puede haber pasado semejante error. Le digo que en las nuevas ediciones ya lo corrigieron. Le pido el libro de Semprún. Me lo trae. Son catorce pesos, me dice. Los pago. Me ofrece una bolsa, le digo que no, gracias, pero me la da igual. Salgo y lo ojeo en la vereda. Tiene puesta una calcomanía de la librería en la primera página. Que **** costumbre, pienso. Detesto que pongan esas calcomanías en los libros que compro. Seguro que, si trato de sacarla, se rompe y queda peor. La dejo. Vuelvo a meterlo en la bolsa. Bueno, por lo menos la bolsa no dice nada. No me interesa hacerles publicidad gratis.
Vuelvo por Viamonte. Me detengo una vez más frente a la galería. Juego con la idea que tuve la primera vez que la vi. Eso de no haber estado nunca en un lugar pero sin embargo conocerlo como la palma de mi mano. Me propongo adivinar lo que hay más allá de mi vista. Ya sé, el patio cuadrado y el gomero inmenso dando sombra en el centro. No me sirve, eso se ve desde la vereda. Intento imaginarme los negocios alrededor del gomero. Es imposible verlos desde la vereda: lencería, librería, kiosco, electrónica, libros usados, ropa para bebés… Un viejo, vestido con un largo abrigo negro, pasa a mi lado. Me mira unos segundos, parece que va a hablarme, pero sigue su camino. Entra a la galería y dobla a la izquierda al llegar al patio central. Empiezo a caminar por el pasillo. Doblo yo también hacia la izquierda. Ya no veo al viejo del abrigo, se habrá metido adentro de alguno de los negocios. Me siento en el cantero de ladrillos que rodea al gomero. Recorro con la vista los locales: lencería (bien), sábanas, otro negocio de lencería, ropa de niños, otro negocio más de lencería. Me detengo. El resto ya no me interesa, la fantasía de haber estado antes allí ya se ha desvanecido. De algún modo, me siento defraudado.
Otra cosa llama mi atención. Es extraño, no puedo sentir el aroma del gomero ni el de la tierra mojada. Tampoco recuerdo haber notado la lluvia en la calle pero tiene que haber llovido porque no sólo la tierra alrededor del gomero está mojada –podrían haberlo regado–, sino también las baldosas del patio y el pasillo que rodea la entrada de todos los negocios. La falta de olores, la lluvia que afectó sólo al patio en el que estoy y no a la calle por la que llegué hasta acá, podrían dar a entender que esto es un sueño, pero no...

–No me vas a venir ahora con el cuento del sueño. Me extraña, creía que habías superado esa etapa.
–¿Quién dijo que era un sueño?
–Vos. Leéte.
–Seguro que me leo, y lo que digo es que "podrían dar a entender", pero que no es un sueño.
–Bueno, seguí.

…No. Esto no es un sueño. Es demasiado real para serlo. Además, no sé por qué pero cada vez que me doy cuenta de que estoy soñando, al instante dejo de hacerlo. Así que esto tiene que ser real, sino ahora lo que me rodea debería desvanecerse. Pero todo sigue acá, el gomero, los negocios, el piso de baldosas mojado, hasta el viejo que vuelve a aparecer  y me mira como si me conociera. Se acerca. Parece que va a detenerse frente a mí pero sigue caminando. Le veo entonces la quipá. Frena, gira y vuelve a mi lado.
¿Roberto? Me dice.
¿Perdón?
¿Usted es Roberto? Insiste.
Sí.

–¿Tu personaje se llama Roberto?
–No. Te dije que el protagonista era yo.
–Que el cuento esté en primera persona no quita que siga siendo un personaje, no vos. Eso deberías tenerlo claro. Seguí.

Pensé que no iba a venir, ya me estaba yendo… Me dice el viejo. Deja la frase sin terminar, como si esperara una excusa de mi parte.
Se me hizo tarde, el tráfico…
Está bien, está bien, venga.
El tipo no me resulta particularmente desagradable. No lo vi en mi vida. No sé a qué se dedica ni me importa. Me pide que lo siga. Vamos hasta el fondo del pasillo, donde están los últimos dos locales. Encara hacia el que parece abandonado. Abre la puerta con una llave que tiene en un llavero enorme y me hace pasar. Me sigue llamando Roberto. Yo no lo contradigo.
Lo hacía algo mayor. Dice.
No respondo. Me pregunta cuánto tiempo hace que me dedico a este negocio. Le digo que bastante y parece conformarse con eso. Bajamos por una escalera hasta llegar a un sótano amplio. La luz es débil pero se alcanza a ver que al fondo hay un cuarto pequeño. Caminamos hasta ahí. El viejo abre la puerta del  cuarto con otra llave. Me imagino que debemos estar más o menos bajo la calle Viamonte, tan largo es el sótano. Entramos. El viejo me invita a que me siente. Lo hago frente a un escritorio lleno de papeles desordenados. Hay revistas viejas y diarios por todos lados. El sitio es un asco. Apoyo la bolsa con el libro un segundo junto a una de las patas de mi silla. La recojo, el piso está lleno de grasa. Me siento encima del libro. Mi silla parece ser el lugar más limpio de la habitación. El hombre elige el sillón enfrente de mí del otro lado del escritorio, pero no llega a sentarse.
¿Un traguito? Dice.
No me vendría mal. Digo mientras el tipo abre un cajón de un fichero y saca una botella de grapa. Miro a todos lados en busca de algo contundente. Lo encuentro.
Un segundo. Dice y va hasta el baño a buscar unos vasos, imagino.
Dejo el libro sobre el escritorio sin hacer ruido. Agarro la piqueta y me vuelvo a sentar antes de que el viejo salga otra vez del baño. Me tiemblan un poco las manos, se me acelera el corazón.
Está sucio. Le digo justo antes de que vierta la bebida en mi vaso.
Perdón; es que hay poca luz.
¿Quiere que lo lave yo?
No, quédese tranquilo.
Va hasta el baño. Lo sigo y le doy en la nuca justo cuando está por entrar. El vaso se rompe contra el piso y él cae encima de los vidrios. Está confundido pero sigue consciente. Lo meto dentro de la bañera y lo tapo con la cortina. Se resiste un poco pero no tiene mucha fuerza. Lo golpeo diez o doce veces más en la cabeza. Se pone a temblar de manera frenética. Parece que en cualquier momento va a saltar de la bañera y me va a empapar con su sangre. Finalmente queda inmóvil. Espero unos minutos más, no quiero confiarme. Domino la curiosidad de destaparlo y ver mi obra. La cortina se rompió en varios lados pero sirvió para contener la sangre. Me miro con detenimiento frente al espejo. Estoy limpio. Salgo del baño. Reviso el escritorio. Encuentro algo de dinero en una cajita de metal y algunos relojes de oro. Me lo llevo todo. No me hace falta pero no tiene sentido desperdiciarlo.
A medida que voy saliendo del sótano, apago las luces. Salgo a la galería. No me cruzo con nadie. Cierro la puerta del local con la llave del viejo. Tiro el llavero en una alcantarilla de camino a mi oficina. Estoy calmado. Podría hasta escribir un cuento con lo que acabo de hacer. Seguro Mario me va a criticar que, una vez más, mis personajes actúan sin motivación aparente. No le voy a decir que el punto es justamente ese, no tener una motivación aparente para cometer un crimen. Por ejemplo, matar a alguien a quien uno no ha visto nunca antes. Mucho mejor si la víctima integra algún grupo expuesto al odio racial, para despistar a los investigadores. Sí, quizás no sea un buen cuento, pero sí un crimen perfecto.

–Está bueno. Me hizo acordar al principio de la muerte y la brújula, de Borges. Por lo del rabino. “La primera letra del nombre ha sido articulada” Lo leímos en el taller, ¿te acordás?
–Sí, pero no se me había ocurrido. ¿Entonces que te pareció?
–Habría que retocar algunas cosas, nada más.
–¿Retocar? ¿Qué?
–Primero, lo del Diccionario de María Moliner, me parece que está de más. No tiene mucho que ver con el cuento ¿Es cierto o lo inventaste?
–No, es cierto. Un amigo tiene una edición vieja con esa definición. En las nuevas se avivaron y lo corrigieron.
–Mirá vos.
–¿Y segundo?
–¿Segundo qué?
–Dijiste: Primero, lo del Diccionario de María Moliner...
–Ah, sí. Tal vez es un detalle que dejaste a propósito: El libro de Semprún tiene la etiqueta de la librería donde lo compró. Por ahí no presté mucha atención pero cuando se va después de matar al viejo no dice en ningún lado que se haya llevado la bolsa. Tendrías que aclararlo.

Hermes
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:40:16 pm
La niña


"Los que han querido confinar a la mujer al simple papel de auxiliar de la Resistencia, se equivocan de guerra" - André Malraux

Serían más de las diez de la mañana cuando los rayos de sol lograron despertar a Montse de su escondite. Acurrucada bajo el hueco de un árbol muerto, oculta por la hojarasca junto a su bicicleta, había decidido descansar allí después de viajar más de un día y medio. Por experiencia sabía que era mejor llegar a Saint-Étienne en pleno día, lo más aseada posible, y cruzando distraída el bullicio del mercado.
Era cuestión de técnica pasar al lado de los soldados alemanes como si nada. Por eso la habían elegido a ella. Las cosas se estaban poniendo difíciles, ya no bastaba con llevar los papeles en regla, últimamente sólo las mujeres estaban consiguiendo llegar a sus destinos y completar las misiones que se encomendaban. Mujeres valientes y teneaces como “La Niña”, como así empezaron a llamar a Montse en Portbou.
Montse sólo tenía veinte dos años, pero a su corta edad, ya llevaba consigo una pesada maleta de experiencias vividas: viuda en la guerra civil, exiliada, y ahora espía. Y ninguna de las tres cosas se las había buscado por voluntad propia, pero era su destino. Su mala estrella, como le dijo su hermano antes de morir en la cárcel.
Se lavó la cara en el agua de un riachuelo, arreglándose el moño con minuciosa pulcritud. Las mejillas mejor sonrojarlas con un poco de barra de labios comprada en el estraperlo: no había como una cara bonita para despejar cualquier atisbo de duda. Eso lo tenía más que comprobado, una sonrisa a tiempo le había salvado más de una vez la vida.
Se miró un momento al espejo que guardaba en el interior de la media de nylon. Sus ojos negros se clavaron con la seriedad de un rostro que ha visto la muerte de una y mil formas. Ya no veía su rostro, sino el de las miles de chicas que se habían quedado atrás en el camino. Por eso no importaba lo que hubiese que arriesgar para seguir viviendo, se sentía tan fuerte como un hombre para burlarse de la muerte, haciendo uso de su vida como un arma más para poner fin a esta guerra.
Montse estaba ya harta de pasar hambre. De que le doliese el alma entera de pena, sufriendo por todo, ya sin ganas de vivir. En otras circunstancias, con apenas veinte años, estaría tomándose el primer helado de la temporada mientras paseaba tranquilamente por la plaza del pueblo. Pero esa época de frivolidades ya estaba olvidada por todos, de esa vida lo mejor que había podido sacar eran sus clases de francés. Ahora gracias a ellas estaba aquí, formando parte de la resistencia, entrando como observadora en el hospital de Saint-Étienne ¡Benditas liaisons que tanto le hicieron padecer en su día!
A partir de este momento se haría pasar por Marie Brennon, hija de una profesora española y un médico francés. Sería enfermera auxiliar con pasaporte francés. Tenía todos los documentos en el bolso que cruzaba su estrecha cintura, ya casi invisible ¿Y los conocimientos? Los había aprendido a base de asistir enfermos en los bombardeos de Barcelona.
Cogió la bici semienterrada junto al escondite donde había estado durmiendo a la intemperie. Tampoco lo había pasado tan mal, peores habían sido las noches durmiendo en la arena húmeda de la playa de Argelès-sur-Mer. Sólo de pensar en aquél lugar, su cuerpo de estremecía como si miles de chinches estuvieran recorriendo su cuerpo. Escupió en el suelo a falta de un buen trozo de pan que llevarse a la boca para desayunar, y se marchó pedaleando tranquilamente rumbo a la ciudad.
 Esta vez no llevaba armas, prefería arriesgarse y no tener que perder tiempo en esconderla si la reconocían. Esta vez no llevaba micrófonos, ni claves que tener que tragarse para no ser delatada por un simple trozo de papel. Su misión era simple, pero también muy arriesgada. Estar allí y controlar la zona, a cara descubierta, sin protección, con una identidad falsa que no sabía cuánto tiempo le duraría.
Al menos, rezaba para sí, esperaba que fuera lo suficientemente buena como para llegar a conocer su próximo contacto y darle a saber todo lo que supiera… ¿de cuánto tiempo podríamos estar hablando? Dos días, dos meses. Dos años. Montse sonreía, no albergaba muchas esperanzas de seguir tanto tiempo viva. Según apuestas, hacía más de un año que debería de haber terminado como un colador en Madrid. Como mucho, esperaba celebrar otras navidades.

Maldestra di potenza
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:41:23 pm
Mario, un tío genial


Atrapado, Mario se sentía atrapado e indefenso. Totalmente desnudo, en aquella cama de noventa por uno noventa.
Sentía frío en todos sus huesos, y no es que hiciera especialmente frío, no. Era verano, el mes de julio, así que el frío brillaba por su ausencia. No, el frío era por otras causas, tenía mucho miedo… Y no era para menos.
Justo enfrente de la cama estaba ella, no sabía cómo se llamaba; Estatura mediana, de abundantes y hermosos pechos, cadera ampulosa y culo respingón y granito, morena, de cabello y de tez, de ojos grises, muy fríos. En ese mismo momento. Lo miraba fijamente detrás de un carrito de cirujano, parecía preparar las herramientas de lo que se suponía iba a ser una operación.
 A Mario, se le erizó aún más la piel; ¡No entendía nada! ¿Qué es lo que hacía él allí? ¿Y por qué se encontraba atado de pies y manos, los cuatro apéndices, atados en forma de cruz? Se estremeció… No recordaba nada. Su mente intentaba recordar, iba de atrás hacia adelante y de hacia adelante para detrás y nada…
― ¿No recuerdas nada verdad? ― Preguntaba en ese instante la morena.
―No te preocupes, la confusión te va a durar solo unos minutos más, luego te acordarás de todo ―. A Mario, le pareció que al decir eso a la morena le rechinaron los dientes. Pero, era cierto lo que decía, empezaba a sentir como un hormigueo en los dedos de los pies y de las manos; Era curioso, pero empezó a notar frío también en sus partes, concretamente en la parte de…
― ¡Diooooosssss noooooo! ¿Qué han hecho, nooooooooo?― Su mirada desorbitada miraba hacia sus íngles, y donde antaño mostraba un miembro viril y orgulloso, ahora…
― ¡No había nada! ¡Estaba castrado, no le quedaba más que un horrible y sangriento agujero! ―. El Desgarrador grito de Mario, fue rápidamente ahogado por unas compresas de algodón puestas velozmente por la morena en su boca y selladas con precinto quirúrgico.
― No te sulfures, esto no es nada para lo que te espera ―. ¡Andrea! Llamó. Se abrió la puerta y entró una joven en la habitación vestida de enfermera.
Mario, poco a poco empezó a recuperar el movimiento de sus manos y pies y… el dolor de la laceración del apéndice viril cada vez lo volvía más loco. Seguía sin entender por qué todo aquello, no recordaba nada.
Viendo su angustia y su desconcierto, la joven, una pelirroja pecosa y de ojos azules, se acercó a él mientras le decía;
― ¿No te acuerdas, puerco? ¿Aún no nos reconoces? ― le escupió al rostro.
Mario, negaba rápidamente con la cabeza en un movimiento constante, negando repetidas veces de una manera totalmente aterrorizada.
La morena y la pelirroja se miraron la una a la otra, después, a un gesto de la morena, la pelirroja, comprobó todas las ligaduras, centímetro a centímetro, no podían dejar que se soltara mientras… operaban.
Para entonces, los efectos de la droga habían pasado y Mario, era totalmente consciente y sentía ya, todo su cuerpo, «mejor le hubiera venido no sentirlo» Cuatro horas les llevó la “operación” Suerte que en ese tiempo, Mario, ya había despertado y perdido el conocimiento, lo menos diez veces.
Finalmente, las chicas se apartaron de la camilla y apartaron también el carrito quirúrgico. Se miraron satisfechas.
― Lo único que me no me gusta es que no nos haya reconocido ― confesó la pelirroja, con un evidente enfado.
― Es por el shock, no te preocupes, cuando despierte lo hará, y sabrá que no se puede ir por ahí, violando a jovencitas, el muy cabrón, y salir impune por culpa de esos malditos jueces machistas―. Se agitaba por momentos la morena. La amiga la tranquilizó dándole un apasionado beso.
Luego, se acercaron hasta estar bien cerquita del rostro de Mario, cada una por un lado; y le dijeron:
― Ya no podrás violar a nadie más… eso sí, no podremos garantizarte ni estar seguras de que… No te violen a ti. Felicidades… Quedaste perfecta… Marion.

Frank Spoiler
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:42:46 pm
Justo ahora


Justo ahora, pensó. La expresión marcaba la inconveniencia del momento porque el ahora es siempre, y siempre es justo antes de convertirse, desgranado, en el pasado. En la columna de las ventajas, podía apuntar la ruta descongestionada y que el coche, no nuevo ni moderno pero sí digno, funcional, obedecía a la presión de su pie sobre el pedal. Y aceleraba. Pocas, casuales eran las luces que cruzaba de frente, y los ojos rojos que lo habían estado guiando durante varios minutos, habían desaparecido con una rápida maniobra cuando la fisiología le informó de su urgencia. En ese justo ahora, corría penetrando la noche, ceñido a la figura que trazaba el asfalto. Buscaba el cartel salvador, el que anunciaría el nombre de la compañía y la distancia restante, la x en la ecuación que confirmaría o no su posibilidad de resistencia. No lo vio, ni lo había visto, pero si experimentó un estimulante alivio cuando emergió, sobre la izquierda, la rotunda claridad que rodea a los oasis carreteros sean estos paradores, pueblos, gomerías o la estación de servicios que había construido en su anhelo. Suspiró, sin excesos, por temor a debilitar su continencia y, aunque el retrovisor se enfundaba en un cartucho negro, levantó la palanca del guiño para indicar el giro, inminente.
   Corcoveando por la rugosidad de la superficie, ingresó en la explanada. Bordeó la sombra del techo que guarecía a los surtidores y se concentró en el interior del cubil donde con ribetes de nube, titilaba la luz del fluorescente. Bruscamente, estacionó a la vera de la construcción y por poco se olvida de apagar el motor y cerrar la portezuela. Disimulando la prisa, se encaminó hacia la entrada, escuchando el sonido de sus pasos al raspar la grava. Por mirar hacia el interior, a través de la vidriera que exhibía carteles y una pila de tachos o latas de aceites, no percibió que, en el extremo opuesto, otro vehículo estaba detenido. Quizá sí lo notó, pero en su situación carecía de importancia.
   Justo ahora, protestó porque no estaba el empleado detrás del mostrador y cabía la posibilidad de que lo necesitara. No podía esperar: ni a que volviera el ausente ni a contar con una autorización para atender las demandas de su cuerpo. Saludar significaba delatarse y hay cuestiones en las que mejor pasar desapercibido. Al fondo estaba el hueco y la inscripción, reveladora, arriba, en letras groseras, “Sanitarios”. En las emergencias no vale la estética y el pudor y los modales se pierden. Afortunadamente, tras el descanso, la puerta de los caballeros estaba abierta y, de la cerradura, colgaba una bujía adaptada como llavero. El segundo indicio de otra presencia humana, o animal, se la dictó el hedor que, imponiéndose, remitía al deseo de él, pero satisfecho. Se concentraban otros rastros de olores heterogéneos que, mixturados, evocaban el descuido, la negligencia y la falta de higiene. Pero había nada más que un retrete, ocupado, y dos mingitorios de dudoso blanco que, como perfiles de Habsburgos, sobresalían de la pared opuesta. También, con la canilla goteando, estaba la pileta y un sucio fragmento de vidrio con ínfulas de espejo. Aunque le resultaba desagradable, dudó en emplear como sustituto alguno de aquellos objetos. No, no el espejo sino a los que contaban con una cavidad capaz de actuar como recipiente. Un vozarrón desfachatado, que provenía del interior del reservado, le evitó cometer una acción abyecta.
   -No me retes, che… me agarraron ganas justo ahora, ¿qué querés que haga?
   Justo ahora: lo que son las coincidencias. Intuyó que la explicación no le estaba dirigida, que el inoportuno inquilino del inodoro hablaba confundiéndolo con otro, ¿otro empleado de la estación?, ¿un amigo?, ¿un supervisor o encargado? y, por lo tanto, se abstuvo de responderle.
   -Traeme un cacho de papel, che… hacé el favor que estos mugrientos no tienen ni un pedazo de diario y no quiero usar el pañuelo –prosiguió y la indiscreta confesión, con todos sus implícitos, acentuó la certeza de que tanta familiaridad, casi obscena, era fruto de la ignorancia, de que el receptor no era el que la voz creía. Para ahorrarle a ése, quien fuera, la turbación que sucedería a la constatación del error, nuevamente, prefirió el silencio.
   Evaluó, mientras, la posibilidad de probar suerte en el baño de damas pero, por lógica, para usar aquél precisaría de una llave. En un toallero metálico se apilaban un manojo de toallas de manos. No tanto por un impulso caritativo, sino partiendo de la premisa de que, brindándole los implementos para limpiarse, el ocupante demoraría menos en salir, tomó un puñado de esos papeles y golpeó con los nudillos la madera repleta de rústicos grabados: desde nombres de mujeres y clubes hasta escabrosas afirmaciones sobre los gustos sexuales de un tal Caito. Por el intersticio, el huequito que se abrió fortaleciendo el hedor de los excrementos, una mano ruda, sufrida, atrapó ansiosa la ofrenda. Las gracias fueron reemplazadas por un bufido de posible gratitud, aunque quizá fueran hijas del esfuerzo por incorporarse y operar en un recinto tan estrecho, de dimensiones acotadas. Él retrocedió y, tras un retorcijón violento, se dijo no aguanto, la ****, no aguanto. Desesperado, y como reza el dicho, tratando de salvar la ropa, se desprendió el cinturón observando con desconfianza los bordes del lavabo. Por razones gravitatorias y de altura, debió ponerse en puntas de pie y haciendo equilibrio, revuelto por el asco, cerró los ojos y contuvo el aire como si fuera a sumergirse en el mar de la deshonra. 
   -La hicimos bien, che… ¿encontraste algo más en el privado? –continuaba el desconocido que, así como algunos eligen leer una revista y otros mandar mensajes con el celular, debía volverse locuaz en ese momento que la cultura señala como íntimo -. Lo que yo no entiendo es cómo dejan a un tipo solo, de noche, a cargo de un lugar así, donde se mueve plata, y en medio de la nada. Después dicen que no es la ocasión la que hace…
   -¿Con quién hablás, Sordo?... dale, carajo, apurate… justo ahora se te ocurre ir al baño –bramó otra voz, más imperiosa y taxativa, que surgía del exterior de los baños.
   Una monótona flatulencia masticó el silencio de los que se habían callado. No quiso ver, así que apretó los párpados cuando las pisadas fueron patentes y crujieron, ahí nomás, tan cerca, las bisagras del retrete. Su olor se incorporaba al resto de los aromas y los transformaba en una inmunda alquimia. Se sabía humillado, degradado, con los pantalones y el slip arrugados sobre las rodillas, los glúteos sobre el borde de loza y el miembro colgando, diminuto, encogido. A lo demás, a lo otro, no quería imaginarlo porque sentía las miradas mudas que lo juzgaban.
   -Hay que ser hijo de **** –dijo concluyente el apodado Sordo.
   -¿Lo ponemos con el otro? –preguntó el que había entrado después: el amigo, el socio o el cómplice de la voz conocida.
   -No, esposalo acá… al toallero… y tratá de no tocarlo al asqueroso.
   Sintió y sufrió la presión en la muñeca de la mano derecha y constató, precavido, que de verdad estaba sujeto a algo firme. Justo ahora, pensó mientras imaginaba su aspecto y su delito, la cara que pondría el primero que llegara liberarlo, la explicación que le exigiría, la censura categórica y la vergüenza.

Mateo Bi
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:44:03 pm
Mi pajarito sin alas


Dani es así…
… y Dios creó el mundo en 6 días y al séptimo día creó otro paralelo para mi Dani.
   Tenemos en el patio, encima de la mesa, deshuesado por completo un pequeño electrodoméstico de la casa, esperando ser reparado por mi marido. Claro que donde tú ves, en tu mundo, decenas de piececitas que hay que unir a modo de puzle, Dani ve, en su mundo, una idónea e idílica zona de juego.
   Cuando mi marido retomó hoy el encaje de todas las piezas para reparar el aparato, se dio cuenta, en medio del montaje, que le faltaba una docena de tornillos y un destornillador de estrella. Sofocado comienza a preguntar al resto de la familia que quién ha tocado los tornillos que tenía en la mesa del patio. Como era de esperar, mi hija contesta que ni siquiera sabía que había tornillos en la mesa; yo, por supuesto, no tengo ni idea; y Dani jura y perjura que él no ha sido. Ahí, es cuando una madre entra en acción. Dejo las papas friéndose en la sartén, me seco las manos con un paño de cocina y me dirijo a Dani. Muy tranquilamente le pregunto: -Dani, yo ya sé que tú no has cogido los tornillos, ¿pero tú has jugado aquí en el patio cuando estaban los tornillos en la mesa? -Sí mamá.  -Y tú, sin darte cuenta, ¿los has cogido un poquito? -Sí mamá, pero los dejé encima de la mesa otra vez. -Pues ayúdame a buscarlos, que seguro que alguien los ha cogido y los ha puesto por algún sitio. -Mamá vamos a mirar por las plantas. -Vale Dani. ¿Jugaste con los tornillos en las plantas Dani? -No. -Pues vamos a buscar en esta maceta. -No mamá, mira mejor en los rosales, es que vi un pájaro aquí y creo que los ha puesto ahí. Y efectivamente, allí estaban medio enterrados 14 tornillos. Pero faltaba el destornillador. -Dani y ¿el destornillador? -Ah, mamá, creo que vi al pájaro entrar en casa y llevarlo al otro patio, creo que lo escondió debajo de estas toallas. Y efectivamente, allí estaba el destornillador de estrella.
   Su hermana se moría de la risa cuando me preguntó quién había sido y le dije: un pajarito sin alas que revolotea por la casa y hace lo que le da la gana.
   Problema resuelto. ¡Lo que no consiga una madre con paciencia y amor! Pero claro, ahora toca reñirle o al menos que entienda que eso no lo debe hacer más. Pero teniendo en cuenta que Dani no fue, sino que fue el pájaro, del cual no tengo más referencias para buscarlo y echarle la bronca, cogí a Dani y muy relajadamente le expliqué que si veía al pájaro, que por favor le explicara que los tornillos y las herramientas no eran para jugar, porque como yo lo viera le iba a cortar las alas.
   Al darle el beso al acostarse, le dije: “Buenas noches mi pajarito sin alas” y sigue jurando y perjurando enfadado que él no había sido, que fue el pájaro.

Luna Azul
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:45:53 pm
Mal dicho


Cansada de las burlas la Mona decidió quitarse su vestido de seda y comprarse uno nuevo de satín, azul, el más brillante de todos, además de esto, citó a una reunión con todos los animales mal tratados en los dichos populares. La reunión se efectuó en el teatro chino de Hollywood, la convocatoria de la Mona tuvo una gran acogida, cientos de animales indignados ante aquellos mal intencionados aforismos asistieron a la cita.

El evento inició a eso de las cinco de la tarde, los asistentes recibieron un martini como aperitivo acompañado de unos deliciosos platanitos tostados con aderezo de ajo. Luego de la fanfarria los invitados entraron en sesión, el primero en pasar al estrado fue el camarón, traía los resultados de varios examenes realizados por los mejores especialistas de la clínica mayo los cuales señalaban claramente que este no sufría de ningún tipo de narcolepsia, así que “camarón que se duerme no se lo lleva la corriente” el estrado se puso de pie aplaudiendo con vehemencia la intervención del camarón. A continuación, hacia su aparición un grupo de mamás cuervo, decían que sus hijos claramente no eran ningunos ingratos, en la mayoría de las ocasiones los jóvenes cuervos al desarrollarse como profesionales tendían a comprarles bellas casas a sus madres a las afueras de la ciudad, así que “cría cuervos y tendrás tu recompensa”. El siguiente en pasar fue el perro, éste decía que las calumnias en su contra habían ido mas allá, señaló que en una ocasión mordió a un ladrón luego de irrumpir en su morada, luego de un chascarrillo señaló “perro que ladra, ladrones que huyen” los asistentes no dejaban de reír y aplaudir, así mismo pasó el caballo, dijo que sus colmillos no tenían nada de malo, no entendía por que tendrían que mirarselos, tampoco entendía por que tendrían que regalarlo, cien pajaros y uno en mano aplaudieron.

La convención fue todo un éxito, la Mona se encargo de reunir las memorias del evento y transformarlas en un proyecto de ley que impidiera el trato discriminatorio contra los animales estigmatizados en los dichos populares. El proyecto de ley paso varias sesiones en el congreso, en Mayo del 68 y luego de muchas plenarias el congreso revocó dicho proyecto. Los constituyentes señalaban que artículos en los que se proponía cambiar el nombre de animales de dichos populares por el de humanos era un acto inconstitucional.
Era totalmente inconcebible decir “aunque se vista de seda, político se queda” o “policía que ladra no muerde”

Los animales implicados en el escandalo eventualmente se reunen para debatir temas relacionados, a la mitad de la noche los martinis hacen su efecto y los animales olvidan por que discuten tanto, se abrazan entre sí y entonan canciones de los Beatles, nunca falta el chascarrillo del perro cuando dice “aunque se vista de seda, político se queda” la Mona lo mira siempre de reojo para luego soltar una gran carcajada.


Dee Pérez
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:47:36 pm
Fantasías y abismos


  Era el último día de Septiembre y terminamos el curso. Fuimos a celebrarlo tomando cervezas en cualquier bar del centro.
  Aquel extraño grupo de gente pasamos la tarde conociéndonos.
  María tenía 36 años, gafas de pasta y aspecto serio y formal que escondía su inteligencia agudísima y su originalidad al pensar. Era del sur, despierta, lúcida, sensible; estaba enamorada y miraba el mundo con tranquilidad, según le venía. Hablábamos sobre el trabajo y la vida.
  María contó que una vez se encontró sin dinero, con un piso que pagar, sin ganas de volver a Cádiz sin pena ni gloria y sola. Como solución para conseguir dinero rápido, alguien le ofreció trabajar como teleoperadora en una línea de ocio, o lo que era lo mismo, una línea porno. Le hablaron de las fantasías, de no colgar digan lo que digan, de no juzgar a los usuarios. Ella necesitaba el dinero y entendía todo lo que le decían.
  María empezó a trabajar allí. Nos lo contaba a los futuros profesores, que escuchábamos atentos las anécdotas divertidas sobre sus compañeras o sobre los clientes. Incluso nos confesó que llegó a excitarse en una ocasión con la voz profunda de un hombre de conversación sugerente.
  Una vez llamó un usuario con voz ronca contando que soñaba con un niño de tres años, y que lo iba a follar brutalmente. Todos sentíamos la tensión, los latidos de su corazón y sus náuseas. Aquel hombre gemía y hablaba de la cabeza del bebé, decía que le iba a meter su **** y…
  María colgó.
  Respiró muy deprisa, como si le faltara el aire, y tuvo ganas de llorar. La coordinadora le llamó a su despacho, allí le recriminó: estaba juzgando –precisamente lo que hay que evitar hacer-, que si dibujas o escribes un crimen no eres un asesino, que eran fantasías que servían para descargar la mente. María, aún afectada, asentía. Los que escuchábamos contarlo, esbozamos muecas expresivas. Muchos dijeron cosas contundentes. Luego hablamos del peligro, de la pederastia, de lo que cada uno haría en situaciones supuestas.
  Y después María me contó.
  Lo que a María le dio vértigo no fue la imagen bestial de la cabeza inocente e imaginaria del bebé, sino el abismo de los sueños de la cabeza real del cliente que llamó para hablar de su fantasía. 

Silvestre
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:48:51 pm
Cumpleaños


Hoy es mi día. Hoy soy yo la protagonista, la que destaca, la que, por una vez, emerge de las sombras como si brillara con luz propia. Al menos, eso es lo que hoy no paran de repetirme hasta la saciedad todos aquellos que me rodean. Supongo que será mejor hacerles caso. En realidad, descubro que no es tan malo.
Me dejo llevar. Nada más abrir los ojos, me veo trasladada a un salón de belleza ampliamente iluminado y con su típico olor penetrante. Allí, mi madre elige los tonos de mi maquillaje. No tiene sentido discutir con ella, así que la dejo hacer. Unos profesionales me pintan y maquillan rostro y cuello. Cierro los ojos y me relajo, esperando que me dejen guapa para esta noche. No quiero ser como una de esas “muñequitas de porcelana,” que de tantos polvos que se echan en la cara parece que llevan una máscara, así que rezo para que no se pasen con el maquillaje.
Después vamos a una peluquería, donde tratan de arreglar mis desastrosos rizos encrespados, del color de la zanahoria. Veo a mi madre conteniendo las lágrimas, seguramente de emoción. No todos los días su hija menor cumple 27 años. Refunfuño en mi interior, tampoco es para tanto. ¿Qué tiene de especial este día? El tiempo transcurre de manera extraña para mí. Los 27 son una edad tonta, ni aquí ni allí. Bueno, pensándolo bien, a esa edad mueren los grandes, como Kurt Cobain o Jimi Hendrix, e incluso Amy Winehouse. Irónico ¿verdad?
Parece que a mi peinado aún le queda un poco, de modo que pienso en la fiesta de esta noche. Mi fiesta. Bueno, en realidad no es mi fiesta, sino que es la del local en cuestión. El pub me permite llevar unas pizzas y además, invito a un barril de cerveza a todos mis amigos y conocidos. No es que me agrade especialmente tanta parafernalia, pero mi mejor amiga Sara es de la opinión de que no podía conformarme con menos. Según ella, esto lo hace todo el mundo.
Me doy cuenta de que me he quedado ensimismada un buen rato, de modo que sacudo la cabeza para despejarme, aunque por alguna razón, no lo consigo del todo. No sé exactamente dónde me encuentro, pero nunca había estado más cómoda en mi vida, tumbada en este extraño sofá. Quizá resulte un poco estrecho, pero contiene mullidos almohadones. De repente, veo a mi madre frente a mí. No sé por qué me mira de esa manera, ni por qué las lágrimas le surcan la cara. Se detiene a unos pocos pasos y levanta la mano, como si un cristal invisible nos separara. Poco a poco, reconozco a otras figuras a través de la bruma. Mi familia. Me entran ganas de sonreír: se han reunido todos, como sólo hacemos en contados eventos al año. Al mirarlos de nuevo, me percato de que todos parecen iguales. La misma mirada, los mismos movimientos lánguidos. ¿Por qué van todos de negro? El único que desentona un poco es Javi, mi primito de tres años, de ojos azules y pelo amarillo, que llega corriendo, despreocupado y alegre como sólo un niño puede estarlo. Su habitual mirada risueña desaparece en cuanto se da la vuelta y me descubre. Se queda de piedra. Desconcertado, se acerca a mi tía Ana y le tira de la manga.
-Mamá, es la prima-
-Sí cariño, es la prima. Ahora despídete y sal fuera a jugar, que nos vamos en un rato.
Todo a mi alrededor se desarrolla como las secuencias de una película antigua, tengo una extraña sensación de irrealidad. Siento como si levitara. Vuelvo a centrarme en la mirada triste de mi madre, a la misma altura de unas letras negras que, desde este lado del cristal, rezan:

0IROTANAT

A pesar de que estoy muy cansada hago un esfuerzo por decirle que no llore, que no se preocupe por mi, que todo irá bien, pero por alguna razón, es como si una garra invisible me paralizara los músculos, y no puedo moverme. Estoy atrapada en esta caja rectangular. Mi madre mueve los labios y sé que intenta decirme algo, mas no puedo escucharla. Sólo puedo prometerle en silencio que estaré bien, antes de cerrar los ojos y dejarme llevar definitivamente.

Jenna
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:50:21 pm
El encuentro


     Llegué al lugar, ¡por fin! Siempre he sido puntual y hoy no ha habido diferencia, llegué a la hora pactada, a pesar de la discusión que mantuve con el chofer del autobús. Eso ya no importa, ella lo vale, ella vale todo lo que me pasó hoy. Ahora solo me queda esperar, esperar a mi dulce Débora. Me siento emocionado por nuestra primera cita, ella es una amiga que conocí en la universidad, muy linda la condenada, ahora en pocos segundos este centro comercial será testigo del encuentro, sus ojos rodearan nuestro querer y su suspiro enternecerá  nuestras miradas.
      ¡Oh! Vaya, han pasado diez minutos, ¿por qué las mujeres son tan tardonas?, veo un centenar de parejas pasar a mi alrededor, hablan tan cariñosamente, se agarran de la cintura, comentan en susurro. Saco mi spray para el buen aliento, lo roció en mi boca con cautela, observo por todos lados esperando que aparezca por algún lado. Algunos jóvenes de mi misma edad, calculo, me observan mientras pasan, ¡ja!, se morirán de celos cuando vean a la mujer que llevo conmigo. Saco mi celular, estoy un poco nervioso. Veinte minutos ya, ¡mujeres! Sigo alargando el cuello esperando ver un rostro conocido, ¡claro! el de Débora. Mi cabeza procesa imágenes con ella, de lo que haría esta noche: comer helados, cine y finalmente el beso, ese beso parecido a las telenovelas, tan apasionante que quedara rendido a mis pies. Desafiaré los besos de Cristian Meyer. El viento silba cerca de mi oído, parece que está anocheciendo, el frío está dando paso a la obscuridad del final del atardecer. Cuarenta minutos han pasado desde la hora pactada y nada, me pongo nervioso; en seguida, giro la cabeza, me sonrojo. Algunos trabajadores ambulantes me observan con lástima, unos pocos  ríen por lo bajo. Esperaré veinte minutos más, no  más solo una hora estaré aquí parado, me digo para mi conciencia sabiendo muy bien que no va a ser cierto, esperaré más de lo que mi cuerpo quiera esperar, porque rehúso a aceptar que ella me haga esto, lo niego con totalidad, así que empiezo a culpar al tránsito vehicular, malditos alcaldes, ¿por qué no hacen nada para solucionar el tráfico? Me acordé que había apuntado su número celular, ¡qué tonto!, ¿por qué no lo pensé antes? La llamo, su celular está apagado, la operadora me exhorta a que deje el mensaje en la casilla de voz, ¡¡maldita sea!!, no quiero escuchar la voz de una operadora, solo quiero oír a Débora. Repito la acción más de diez veces, ese celular está apagado; terco yo le vuelvo a marcar con esperanzas de que, como adivinando mi insistir, ella prenda su celular. Mis ojos contienen algunas lágrimas, ¡los hombres no lloran!, me dijo mi papá de pequeño, le haré caso. Todavía espero, ¡ya!, le digo a mi cuerpo los últimos treinta minutos y me largo y, como tenía razón, tampoco volví a hacerme caso, continué esperando ¡allí!, a la entrada del centro comercial. Débora nunca llegó, sentía que la gente me miraba con mucha lástima, sentía que extraños se compadecían de mí, Siento que el mundo entero me observa; bajo la cabeza, deseo que la tierra se abra y me lleve hasta el infierno y me devore completito, doy algunos pasos lentos. Después de dos horas de esperar como un estúpido, doy mis primeros pasos tan lentos como pueda, todavía con fe  de que alguien me llame en la espalda y que cuando volteé vea el rostro terso de Débora, sé que no ocurrirá, mejor es marcharme y aceptarme: nunca seré bueno en el amor, nunca lo he sido, ¡de verdad¡ no tengo suerte en el amor, me digo mientras mis mejillas acaloradas aguardan las prontas caídas de lágrimas amargas dejando en ellas ilusiones perdidas de aquella noche.         

Mavel
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:51:38 pm
Pies mojados


Era noche cerrada. Demasiado pronto para los madrugadores y suficientemente tarde para los trasnochadores.
Hacía frío, pero el mercurio del termómetro se contrajo mucho más, hasta marcar bajo cero, cuando el Invierno pasó por su lado.
Aquel era su paseo favorito, el que hacía todos los años antes de repartir las primeras heladas. Lenta, sinuosa, su capa de copos de nieve borraba sus huellas ondeando sobre el suelo. 
Todo él parecía de cristal, con una tez brillante y traslúcida que podría ser de hielo, de rostro joven aunque increíblemente antiguo, tanto que ni todos los anillos de los árboles del paseo sumarían una fracción significativa de su existencia.
Una vez cada trescientos sesenta y cinco días salía a deleitarse con su mosaico de marrones de tierra baldía, grises de cielo encapotado y blancos de escarcha. Era su momento más deseado, aguardado con una calma milenaria.
Y allí estaba, radiante en su sobriedad, haciendo crujir el suelo helado bajo sus pies y dejando a su espalda una hilera de árboles con ramas vestidas de rocío congelado.
Pero ocurrió que al echar el siguiente paso sintió algo que nunca antes había conseguido notar. Una experiencia que ni siquiera se le ocurrió imaginar, como corriente eléctrica que subiese por las piernas, el tronco y el cuello hasta alcanzarle la cabeza.
Se había mojado un pie al pisar un charco.
¿Cómo era posible? Su mera proximidad era capaz de generar un glaciar hasta en las aguas más saladas. ¿Cómo un pequeño hoyo lleno de agua resistía tan intransigentemente…?
Pudo haber montado en cólera ante tamaña insubordinación de la materia, pero incluso para una mente curtida en todo tipo de vivencias la curiosidad era poderosa…
Sintió una punzada de necesidad en su pétreo interior. Le urgía saber qué era lo que tenía de especial aquel minúsculo remanso para haber conseguido semejante proeza y, al inclinarse hacia delante para examinarlo, solo vio su rostro desfigurado entre ondas líquidas.
Sin embargo, cuando la superficie quedó en calma, tal como un cristal que le devolvía la imagen, vislumbró un destello ambarino en su fondo embarrado y alguien habló a su espalda.
-Lo siento señor, lo quitaremos de ahí ahora mismo.
Al darse la vuelta parsimoniosamente descubrió dos masas informes de luz anaranjada.
-¿Quiénes sois?
Los ojos pálidos del Invierno sufrían con los colores cálidos, de modo que optó por no mirar directamente a las luces.
-Somos los encargados de vigilar el último reducto de otoño para que el año que viene pueda plantarse como semilla. Eso es lo que hace que el agua no se hiele, señor. El Otoño no suele congelar sus aguas… –definieron una trayectoria rectilínea y se acercaron hasta el borde del charco- Lamentamos lo sucedido.
Lejos de mostrar disgusto, el Invierno solamente ladeó la cabeza y posó la mirada en el agua líquida ahora claramente coloreada de todo un abanico de ocres y amarillos.
Las luces parlantes extendieron unos tentáculos luminosos para sacar a flote aquello que habían definido como la Nuez Otoñal. Entonces el Invierno se miró el pie mojado. Aún estaba húmedo y sentía las gotas resbalando por el empeine, colándosele entre los dedos…
Se descubrió a sí mismo intentando averiguar cómo sería sumergirse enteramente en aquella sustancia viscosa. Y no le sorprendió porque, aunque nunca antes lo había sentido, estaba seguro de que se trataba de algo agradable.
-Un momento. Esperad -los rutilantes apéndices se detuvieron en el aire- No hay por qué tomarse la molestia de moverlo. Puede quedarse ahí  algún tiempo más.  Dejaremos que este año el invierno sea tardío.
Aunque ambos seres brillantes se mostraron sorprendidos, se despidieron con educadas fórmulas y comenzaron a alejarse del Invierno.
La temperatura subió un poco al separarse de él.
-Probablemente volverá a meter el pie en el charco, ¿verdad?
La otra luz vibró al reírse.
-Sí, eso parece…
-¿Ves? Te lo dije- se agitó.
-¿El qué?
El largo paseo desierto los envolvió en silencio por un momento.
-Que hasta el corazón más frío guarda entre sus fibras algo de calidez…

Deneb
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:53:27 pm
Todavía no


No sé por cuánto tiempo me la he pasado llamándola a gritos. Cada vez es más molesto, con esta carraspera y esta sed. No sé ni cuántas horas han pasado al ritmo de esta nube inverosímil; siento que he dormido sin cerrar los ojos. Lo último que recuerdo es que me envolví con su pierna relajada y me dispuse a dormir respirando el perfume de su pelo. Luego desperté con las manos atadas a la cabecera de bronce por un par de nudos que serían la envidia de un marinero experto. He pasado el tiempo tentando, sin éxito, los alcances de mis piernas; probando una variedad de movimientos, como girar y ponerme boca abajo. Todos han sido inútiles; la cama es de tales dimensiones que sólo alcanzo a poner un pie a la vez sobre el suelo.  Casi me he lastimado el cuello intentando una especie de maroma invertida con la que buscaba caer de pie sobre el colchón, pero la unión perpendicular de la pared y la cama me impidieron la maniobra.

Llevo ya un buen rato rendido, cara al techo, dejando pasar el tiempo. Me pongo a pensar en lo tarde que es, que se percibe ya pasado el mediodía, que pronto será de noche y empezarán a llegar mis invitados ¡y me hallarán aquí, en pelotas! ¡Hija de ****, con qué frialdad lo planeó! Seguro esperó por semanas esta fecha, esperó a que fuera otra vez 21 de marzo -mi cumpleaños- y que viniéramos otra vez desde temprano a la casa de campo, como el año pasado y el antepasado. Y ofreció una actuación fría, consagrada. Como si nada en la piscina, en la estancia, en la recámara. En esta estúpida cama de bronce, en esta habitación de mi padre, pretenciosamente rústica y antigua, “de la Revolución”. Nunca me hubiera acercado a su amiga... Creí no dejar ni un rastro, haber entrado y salido en la mayor discreción, como un gorrión se posa en tantas ramas.

Pienso por segunda o tercera vez en esas cosas cuando un torpe sopor se instala entre mis ojos. No sé si me vence. No sé si regreso de un parpadeo o de una siesta breve. Escucho sonidos surcando la quietud del campo. Mi oído se transporta por la casa y se detiene en la gruesa puerta de madera; debe estar entreabierta. El ruido se escurre a los tímpanos. Distingo un golpe metálico y luego un rechinar de bisagras oxidadas. Un camino trazándose hasta la alcoba, mientras me imagino el inminente enfrentamiento. Quisiera evitarlo y no sé cómo.  Lágrimas, reproches. Ojos rojos y su rostro de cristal, estrellándose en tristeza. Sobre la cama de bronce, igual a mí yace mi orgullo, también desnudo y derrotado. Entonces, mis remordimientos se rompen en golpes de tacones, familiares y ligeros, que avanzan rumbo a mí. En instantes, un perfume seductor y unos jeans ajustadísimos atizan mi atención.

– Amor, ¿despertaste hace mucho? ¡Ay, sorry…! Es que salí a preparar tu regalo.

Saca de una bolsa de cartón un gran pastel de fresas y una botella de un vino espumoso, como champagne barato. La destapa y sirve dos copas que pone en el viejo buró, junto al cenicero lleno. Recoge la pipa. Vierte un poco de mezcla y la enciende. Aspira y me ofrece con sus labios la primera bocanada y luego una segunda.

      – Nos tenemos que apurar, porque en un rato más llegan –dice mientras revisa los nudos. –A ver cómo me sale. Antes de dormirte neceaste hasta el cansancio que esto querías de cumpleaños. ¿Te acuerdas, verdad?

Ahora saca varias velas pequeñas, las enciende y procede a colocarlas armoniosamente por el cuarto. Cuando creo vacía la bolsa extrae de ella un diminuto negligé de encaje negro. Me lo muestra, probándoselo encima de la ropa.

– ¿Qué tal? ¿Te gusta?

Una brillante carcajada tintinea en mi corazón y en el bronce de la cama. Mientras en un rincón de la recámara, tras a un viejo cambiador, ella empieza a desvestirse, tan lésbicamente que no puedo dejar de sonreír.

Bartleby
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:54:33 pm
Imagina


Vuelo, lejos, muy lejos a lugares desconocidos, con sensaciones desconocidas, donde el dolor no existe, donde nadie sufre, donde quien reina es la felicidad.
Cruzo las nubes, nubes de algodón bañadas en un suave aroma a sirope, playas de azúcar con agua dulce.
Giro, giro y giro sobre mí misma, si caigo, me levanto y sigo girando, no me rindo en mi lucha contra la gravedad.
Muevo mis manos al son del viento, caigo en un largo y bonito sueño y cuando despierto lo hago al lado de un lago lleno de cisnes que comienzan a volar creando un hermoso corazón en el cielo.
Sin preocupaciones, sin pesadillas, solo soy yo, simplemente yo y nada más.
Las dudas me corroen, pero disfruto del momento lo sigo paso a paso, a través de un camino de amapolas que me guían hasta algún lugar , con mariposas como acompañantes.
Paso a través de arcos de hiedra coloreados con preciosos rosales a los lados, intento imaginarme que será lo que hay al otro lado.
Se hace de noche tras un rojizo amanecer, luciérnagas me ayudan a guiar mis pies. Al final de la bóveda llego a la playa, paseo por la orilla, aguas cristalinas bañan mis pies. Cierro los ojos y escucho el oleaje, olas de pensamientos llegan hasta la orilla, cada cual más hermoso, verdadera música para mis oídos.
De pronto la arena comienza a moverse, nacen pequeñas tortugas que dando sus primeros pasos caminan hacia el mar, parecen despedirse antes de echar a nadar. Entonces a lo lejos delfines comienzan a danzar y gaviotas con sus cantos adornan la escena.
De repente todo se llena de edificios, los animales huyen, barcos a lo lejos, olas  de malos pensamientos, como un chirrido rompe un cristal, mi imaginación termina y acabo por encontrarme en la realidad.

Saxofón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:55:46 pm
Ondara


Como la mancha de un pincel estampado contra un lienzo, las tonalidades del barrio de Odara eran estridentes. Y sus gentes cabían los domingos a puñados en los bares que no trasnochaban. Para a las nueve de la mañana abrir puntuales sus puertas y mostradores a las parejas ya un poco aburridas que se habían quedado en casa la noche anterior. A las nueve justo ese domingo, salía Mateo ariete, conocido en el barrio por estudiar en el centro de la ciudad tener siempre prisa, y ser simpático, cuando pasaba junto a las barquillas que exponían la fruta en la calle principal y estrecha, donde comerciantes y camareros se daban la mano fumando alegremente en las puertas de los negocios. ¡Prudencia! ¡Prudencia! siempre que Mateo veía a la abuela de Elvira la llamaba y le preguntaba por su nieta. Prudencia, al verlo acercarse, sonreía formando con los pliegues de sus mejillas una especie de enrevesada tela de araña finísima casi transparente. Mateo controlaba de sobra las horas en que la abuela era visitada por su nieta, martes y jueves a media tarde, y como los balcones estaban en la misma calle, él salía a observarla y la saludaba con los apuntes esperando en la mesa a que Elvira, le devolviera el saludo tal vez la sonrisa. Amancio no se quedaba corto en gritos, dueño del Lolas bar café, que emanaba oscuridad a la calle aquel garito. Con las baldosas del suelo impolutamente viejas y la barra brillante y rayada, con dos croquetas de bacalao, un queso sudoroso y varios boquerones con olivas sueltas, todo atravesado por palillos de eso nunca faltaba. ¡Josefa! gritaba mientras reía desde un taburete sacado del negocio al mirar a la mujer que salía al balcón a por ajos. Llevaba falda y Amancio con el ceño enarcado hacía como si miraba y Josefa volviéndose. Sonreía solemne diciendo,-cómo vivimos eh-.

De espaldas al sol y mirándose a los ojos sin dejar de oír a Daniel, su primer hijo recostado en la sillita. Silvia y Alfonso pasaban la tarde en el único parque de Ondara, que con un verde cansado al filo de las seis, servía de reposo a los bebes, parejas y abuelos que jamás se cansaban de esos bancos astillados, el oxido chirriante de los columpios y los cuatro arbustos desojados que los abuelos tan desdentados como ellos, observaban hasta la hora de la partida. Mateo se fijaba muy bien en todo esto, podía salir de ahí cuando quisiera, una residencia de estudiantes en el centro de la ciudad una habitación quizás, o preguntar a Elvira si sabía de alguna. Pero nunca lo hizo, acabó la carrera, se metió a trabajar en la farmacia del barrio más tarde, se compro un piso en la misma calle en la que años atrás saludaba a la nieta de Prudencia. Sus amigos casi nunca iban a verlo, era él quien tenía que desalojar el anonimato de aquel barrio, y salir a las avenidas y restaurantes en busca de sus amistades, no se casó.

Mi nombre es Mateo ariete Rodríguez y tengo delante de mi una la dosis de tranquilizantes y Bourbon suficiente para mandarme a uno de esos paraísos que prometen las religiones. La habitación esta inundada por los reflejos que la luna provoca al alumbrar la botella. El silencio es absoluto, plena noche. Todos duermen. Mi madre y mi padre ya jubilados viven a tres portales de aquí. Yo no tardo más de ocho minutos andando en ir al trabajo. Me gusta escuchar el silencio, parece que la vida a esas horas te susurra lo piensa lo que es, te revela su secreto su nada. Estoy bastante nervioso nunca me he suicidado antes. Tengo arrugada en el suelo encima de la mesa, junto con lo necesario para no ver amanecer, la carta de Elvira. Salimos alrededor de nueve años, pero jamás quiso venir a vivir aquí. Pelo negro y piel blanca delgada y con unos ojos marrón clarito diluido, su mirada era intensa y vital. Parecía tener dentro de aquellas pupilas escrito en letras pequeñitas el pergamino de la felicidad.

Años entre acabar la carrera y besarla, que me produjeron no pocas veces el sentimiento de buscarme un piso con ella, en el centro quizás, o en otra ciudad incluso más grande y ser devorado por la inmensidad. Nunca me gusto demasiado el anonimato extremo de las grandes urbes, en cambio a ella tal hecho le parecía la propia libertad. Con el tiempo fue poco a poco horadando mis argumentos y casi convenciéndome de lo bien que viviríamos. Era preciosa y sus labios eran casi malvas, cuando no estaba de acuerdo con lo que yo decía, unas dos veces cada hora más o menos. Me miraba arqueando levemente una ceja y poniendo la más deliciosa cara de asombro que veré. Un mes antes de esta noche le escribí una carta, pues hacía una semana que no devolvía las llamadas, en la que desmontaba el chiringuito y accedía a mudarme al centro, al centro de donde ella quisiera. La metí en su buzó, llamé al timbre sin esperar que contestara y me marché.

Hoy que es veintiuno de abril, día aunque parezca increíble en que nos besamos por primera vez hace ahora casi nueve años. Por la mañana, sola y blanca habitaba las fauces de mi buzón la no pedida contestación de Elvira.

“Te quiero, pero sé que no serás feliz conmigo, te quiero y cada instante de mi piel, me da igual como suene, te echa tanto de menos que me duele físicamente. No puedo verte más, acabaría besándote y llorando, no me busques. Sé que todavía tienes la idea de acabar la carta y salir a buscarme, pero te lo pido muy segura de esta decisión. Y si con eso no te vale, te digo que si me quieres no me busques. Los dos queremos cosas diferentes, si vienes conmigo serás feliz pero no serás tú. Y yo cada vez me ahogo más en todas partes, necesito irme viajar no estar más de un mes en cada sitio. Estoy triste pero al pensar en observar y sentirme parte de otras culturas otras gentes, me invade una paz, una paz parecida a la que te invade cuando te encuentras cara a cara con tu destino cara a cara, con lo que has venido a hacer aquí. No te olvidaré y cuando me perdones si has dejado de quererme llámame, yo por mi parte haré lo mismo. Adiós”


La leí en el portal en plena mañana y noté un abismo en el pecho que se tragaba los latidos. No sé si estaba muerto. Es verdad que tardé algunos segundos en volver a respirar y ser consciente de mis manos, mi boca, mis dedos. Justo en el momento que le había entregado mi vida, que estaba seguro de querer salir de Ondara para siempre, quizás no para siempre pero sí salir. El trabajo se había tornado monótono, sus gentes aunque bondadosas siempre sonreían igual y lo tenía medianamente claro. No sabría decir que he hecho en todo el día pensar, pensar. Hay dos clases de hombres me decían, los ambiciosos y los perdedores. Nunca fui ambicioso, con quedarme observando la luna por la noche y después imaginarme en Silvia y Alfonso, Amancio, Prudencia y las demás personas que coloreaban de palabras el lienzo de aquel barrio me bastaba. ¿Por eso la perdí? por mi falta de ambición, de mundo, de interés, de curiosidad, o por haberme acostumbrado a una vida entre esas gentes que a ella no le parecía atractiva, carente de riesgo, de novedad. Me la imaginé volviendo años después a buscarme y diciéndome que no había nada de nuevo bajo el sol, que el mundo se podía resumir en aquel barrio. Yo lo resumiría en cualquiera de las sonrisas que veo a diario. Estaba amaneciendo, un albor raso empezaba a inundar la habitación diluyendo hasta la mitad de las paredes la oscuridad. Cogí una pastilla, me la acerque a la boca, entonces oí ¡Josefa!, ¡Josefa!, era Amancio. Sonreí, ahora y para siempre, convertido ya, en uno de ellos.

Dorian
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:57:22 pm
Nuria


   -Cariño, ven a darle un beso a papá, venga, ven que me tengo que ir a trabajar.
   -Vendrás pronto?
   -Si, a la hora de desayunar yo estaré ya aquí y te traeré un bollo de mantequilla de esos que te gustan a ti, vale?
   -Vale, papá.
   Raúl salió de su casa hacia su nuevo trabajo, después de llevar en el paro más de siete meses. El único que había conseguido y aunque cansado estaba bien pagado. Iba en el camión de la basura detrás de pie, recogiendo lo propio. No era difícil pero sí extenuante. Tras varias horas de duro trabajo, Raúl vio algo al lado del contenedor, que le llamó la atención. Se acercó y al cogerlo vio que era una preciosa muñeca, pequeñita, con el pelo lila y una carita muy graciosa; no tenía ni un desperfecto, así que la guardó entre sus ropas y cuando llegó a casa la puso en la silla donde desayunaba su linda hijita. Comenzó a preparar el desayuno para las dos mujeres de su vida, zumo, tostadas, café y un gran plato de bollos calientes que compró camino a casa.



   Cuando terminó fue a despertarlas, primero a su mujer que enseguida se levantó y después a Nuria, su pequeña. Llegó hasta la habitación, la abrió y se quedó mirándola. Así podía pasar horas. La niña tenía una preciosa y abundante melena oscura y unos hermosos ojos azules, su rostro era redondeado y dulce y se dulcificaba más todavía cuando sonreía, porque le sonreía el alma, era un ángel.
   Le daba pena despertarla y muy suavemente la fue espabilando, primero con un beso, después soplándole, para acabar cantándole su canción favorita muy suavecito y ya con mucho trabajo el ángel fue despertándose. Al abrir los ojos apareció su sonrisa en cuanto vio a su padre allí. Se adoraban.
   Bajaron a desayunar los tres juntos y cuando llegaron a la cocina, la niña se sorprendió al ver en su silla a la muñequita que su padre había traído, corrió y se abrazó a ella gritando de contenta. La muñeca le encantaba, no se parecía a ninguna de las muchas que tenía. Saltaba y reía tan contenta que todos acabaron riendo juntos. Ese fue un gran día. Pasaron los días y Nuria no se separaba de su nueva muñeca Marta, puesto que así la llamó. La llevaba a todos los sitios escondida en su mochila, la vestía, la peinaba, le preparaba comiditas, la metía en la cama y hablaba con ella a todas horas. Ya no volvió a mirar a ninguna de sus otras muñecas.
   En el colegio como no podía llevar juguetes, se escondía en los baños para poder jugar con ella y contarle sus cosas, sus secretos, los misteriosos secretos de una niña de seis años y cuál fue su sorpresa cuando una tarde estando en su cuarto jugando con ella, cómo no!, al hacerle una pregunta a Marta, esta le contesto!! ¡¡habló con ella!! ¡¡ella la oía!! Era una muñeca perfecta, una amiga perfecta para ella.
   Nuria siempre había sido una niña aplicada y ordenada pero ahora no tenía tiempo de hacer sus tareas. Cuando salía de las actividades extra-escolares, a las que iba más a disgusto cada vez, se sentaba en la parte trasera del coche y no decía nada, solo le acariciaba el pelo a Marta y respondía con monosílabos a las preguntas de sus padres.
   Ya no necesitaba vocalizar las palabras para comunicarse con Marta, ella la oía en su mente y respondía también así; era algo extraordinario para ella, solo tenía un pequeño fallo, que si no la tenía a su lado, en contacto directo con ella, no podía oírla, tenía que tocarla para comunicarse. Así que se las ingenió para tenerla siempre tan cerca como para poder tocarla y estar en contacto permanente y si no era así, se sentía como perdida, angustiada y desesperada por volver a tenerla entre sus manos. Era totalmente dependiente de Marta.
   Seguían pasando los días y Marta decidía a qué jugaban, cuándo y dónde. Pasaban horas en el jardín, hacían comiditas y mandaba a Nuria a recoger manzanas pinchosas, unos frutos redondos que crecían al lado del jardín de la casa, las utilizaban de postre y todos los días le hacía comerse un par de aquellos frutos.
   Nuria poco a poco empezó a encontrarse mal, era bastante evidente que la niña no estaba bien, hasta que un día Marta, además de las manzanas pinchosas, en su macabro juego, le mandó a buscar unas pastillas de colores que había en el baño y que habían cogido unos días antes diciéndole que con eso se le pasarían los dolores de estómago que tenía. Nuria tenía una fe ciega en su muñeca y se las tomó todas, cayendo al poco tiempo, totalmente inconsciente allí mismo. Al caer soltó a su muñeca que cayó separada de ella, fue entonces cuando comenzó a respirar con menos dificultad y así la encontraron sus padres cuando fueron a buscarla para cenar.
   Llamaron al médico inmediatamente. Cuando este llegó se asustó al ver el aspecto de aquella criatura a la que hacía un par de meses que no veía. Tanto había cambiado en tan poco tiempo. Trató de reanimarla y después de no pocos esfuerzos consiguió que la niña volviese en sí, que recuperase la consciencia. Lo primero que la niña preguntó fue por Marta, la tranquilizaron con la promesa de que enseguida irían a buscarla. El médico interrogó a los padres que aunque ahora si la veían muy demacrada, como el cambio había sido muy poco a poco no se habían dado ni cuenta.
   El cambio de trabajo del padre tenía trastocada la convivencia en el hogar y ello contribuyó a que el cambio de la niña hubiera pasado desapercibido para ellos. Ella había cambiado pero no solo físicamente, sino de comportamiento también. Fue entonces cuando tomaron conciencia de la gravedad del caso porque la niña era evidente que no estaba bien.
   Hablaron con ella y les confesó lo que había comido ¡¡arsénico!! una planta que brota salvaje y cuyos frutos son poderosos alucinógenos y que si se toman en cuantía indebida llegan a producir la muerte. El doctor al enterarse le puso un tratamiento para desintoxicarla del veneno mortal y poco a poco se iba recuperando, aunque alrededor de sus ojos había unos cercos violáceos y su tez, antes sonrosada, ahora era blanca, casi transparente. Sus labios seguían azulados lo que le daba un aspecto siniestro, casi espectral. Por fin, se quedó dormida. Haría falta unos cuantos días para eliminar totalmente el veneno ingerido, si es que todavía se podía hacer algo.
   El médico se marchó dejándoles las recomendaciones oportunas: mucho líquido, arroz blanco, pescado hervido y manzanas normales, descanso, etc.… Los padres se quedaron pensando en los cambios que había habido y poco a poco fueron construyendo la situación en la que se encontraban, intentando encontrar el motivo de todo aquello que le estaba sucediendo a su hija. Se dieron cuenta que casi siempre vestía con sus ropas más oscuras, había dejado de ponerse sus preciosos vestidos de colores, había hecho a un lado sus numerosos juguetes y muñecas y, sobre todo, había abandonado a sus amigas con las que jugaba todos los días, ya no veía la televisión, ni siquiera sus programas favoritos y lo más duro fue cuando se dieron cuenta de que hacía mucho tiempo que no veían reírse a su preciosa niña y ellos habían permitido que aquello sucediese delante de sus narices, sin haber reparado en ello.
   Nuria se había convertido en una sombra de la niña alegre y saludable de meses atrás, aquella que parecía un ángel y que lo era ya no estaba allí. Cuando vieron que ya estaba más tranquila y que dormía, Raúl se acordó de la muñeca que su hija pedía insistentemente aún estando dormida. Bajó al jardín a recoger a Marta que se había quedado allí tendida, para llevársela a su hijita. La buscó y cuando la localizó, al agacharse a recogerla vio con horror que la preciosa muñeca que él se había encontrado la primera noche de su nuevo trabajo ya no era ni por asomo esa linda muñequita. Viéndola le recordó inmediatamente a su hija, a la que había estado a punto de perder y que ahora mismo aún estaba luchando por salir adelante. Las dos tenían el mismo aspecto, eran una copia una de la otra. No sabía cómo, no entendía el por qué, pero llegó a la conclusión de que aquella muñeca era la clave de toda aquella tragedia.



   Así que sin pensarlo dos veces salió de casa, puso la muñeca en el asiento de al lado y se dirigió a la ciudad más cercana buscando un contenedor de basura. Condujo varios kilómetros y cuando creyó que era conveniente paró, se bajó del coche y cuando se disponía a tirarla no podía creer lo que estaba viendo: la muñeca volvía a ser la preciosa muñequita que él había encontrado y regalado a su hija. Con un grito ahogado y como si quemase en sus manos la tiró en el interior del contenedor y volvió a casa a toda velocidad.
   Subió las escaleras de dos en dos, como si le persiguiese el diablo y cuando llegó a la habitación de Nuria corriendo, la destapó y… era ella!!! Su hijita, por Dios!!! Su ángel había vuelto y estaba plácidamente dormida con una respiración tranquila y sosegada. Se quedó mirándola arrobado durante mucho, mucho tiempo viendo como volvía el color a sus mejillas y su pelo se tornaba nuevamente sedoso y brillante como el que siempre había tenido, sus labios se llenaron de color rosa y dejaron de ser dos finas líneas moradas. Por fin, tras dar gracias a Dios, se fue a acostar.
   Cuando amaneció el nuevo día, todo había vuelto a la normalidad, la niña nunca más preguntó por su muñeca, fue como si hubiese desaparecido de su mente, no la recordaba… y la sonrisa volvía a lucir en su cara…

   En ese momento en un contenedor de una ciudad cercana, un gato sacaba una preciosa muñequita con el pelo morado y rizado y salía huyendo, antes de que se acercase el camión de la basura, dejándola cuidadosamente en un portal… La muñeca sonreía, sonreía, sonreía…

Isabelle Lebais
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 16:59:05 pm
Hernando Trillo

 
Hernando Trillo se sonaba ruidosamente los mocos siempre antes de levantarse. Después le gustaba volver a sonárselos cuando había salido de la ducha. Y siempre cuando terminaba su café. Había oído en algún programa que por la respiración podía contraer miles de enfermedades y le gustaba mantener en perfecto estado la antesala a sus pulmones. Si los mocos venían con carraspeo y flemilla, mejor, porque así depuraba posibles enemigos.

Una noche Hernando se quedó dormitando en el sofá viendo una película en televisión. Tarea ardua si se tiene en cuenta que sus ojos tenían que coronar la cima de su barriga para después descender, y allí al fondo del valle encontrar la imagen proyectada. Sus películas sí eran en “versión original” porque nunca el sonido se correspondía con la imagen y viceversa.

Cuando despertó no veía nada. Por un momento pensó que se había quedado ciego y se alegró pensando las ventajas de no ver la cara de su jefe nunca más. Pero su sonrisa de beato desapareció cuando pensó en sus chicas. Horror. Al darse la vuelta, cual hipopótamo calzándose unas bailarinas, comprobó que no era ceguera improvisada la razón de su vista nublada, sino que el sofá se había pegado a sus ojos en un intento por desarmarle y dejarle sin visión. No era la primera vez que se lo hacía, pero Hernando Trillo siempre se daba cuenta de la estratagema de la tapicería del sofá y salía victorioso.

Atravesó el pasillo nuestro elefante incordiado y como si el sueño lo persiguiera llegó a su habitación. ¡Dios! ¡Qué susto! Allí estaban. Tranquilas, desperezándose, igual de hermosas que siempre. Vanessa parecía haber cambiado de ropa, un broche con forma de mosca común fruncía el violeta de su falda. Dio un beso a Carmencita, sumisa, y Lola parecía seguir enfadada, porque no lo miraba, con su vista desviada siempre a la derecha.

Tranquilizado, se duchó. Se sonó los mocos y preparó su café. Se sintió poderoso cuando vio un ejército de azúcar ahogarse en aquel mar negro. Aunque al final se apiadó de ellos y repasó su dedo por la cuchara salvando a los 10 últimos, dándoles el tiro de gracia con un golpe de lengua.

Cuando abrió la puerta del portal se enamoró. Las últimas hojas del otoño bailaban en una orgía de amarillos anaranjados. Un olor a pan recién hecho proveniente de la panadería de al lado inundó su nariz. No oía nada. Y allí estaba. En el autobús urbano que parecía ir al ralentí. Y ella en él.

Sin pensarlo, Hernando Trillo echó a correr. Un taxi lo regateó como pudo, y dos jubiladas con carrito de la compra y bolsa de plástico a modo de improvisado paraguas emitieron ese gritito tan socorrido que usan cuando se asustan, cuando ríen en corro, cuando se asombran e incluso cuando lloran una muerte.

Hernando Trillo movía sus piernas, sentía el bamboleo de sus carnes ir arriba y abajo, sacaba la lengua para transpirar; sus babas, espesas como la miel, iban haciendo puenting de sus colmillos. Se apretaba las gafas a la nariz con la mano derecha, y con la izquierda trataba de sujetar las monedillas del bolso del pantalón. Su presa se escapaba. En el discovery channel ese que veía alguna vez no parecía que el leopardo estuviera angustiado, contemplando la posibilidad de no cazar a la gacela. Decidió no perder la suya, y en un desesperado movimiento, estiró su brazo izquierdo tanto como pudo, se mordió la lengua, entrecerró los ojos, y en un instante: repiqueteo cantarín de monedas, allegro de cláxones, el humo negro del tubo de escape, y lágrimas de niño que pierde a las canicas.

Ese día no había existido en el calendario. No había dado pie con bola, ni bola con pie. Se le habían caído dos bandejas y se había quemado con la cafetera. Marcas de novato. ¿Cómo es que el recuerdo de una desconocida afectaba tanto al devenir cotidiano? ¿Habían hecho algún tipo de estudio sobre esto? No sé, alguna medicación para borrar estos efectos porque con sonarse la nariz no bastaba. Trataba de sacar la imagen de ella de su mente a golpe de estornudos. Si estaba solo creaba películas románticas en su cabeza que proyectaba en cualquier superficie que tuviera a mano, por ejemplo, cuando le pedían ketchup para el pincho de tortilla, esculpía un corazón al rojo vivo. Se quedaba ensimismado, observando cualquier tontería. Incluso le pareció ver la imagen de la mujer reconvertida en foto de carnet, tamaño pantalla plana, que encerraba el rostro de una terrorista buscada que le devolvía el telediario de mediodía. Se afanaba en servir incluso las mesas que no le correspondían, y la barra. Cuando ponía un café, la luna del mostrador le devolvía la imagen de un hombre pensativo, como resolviendo una ecuación, figurándose qué ropa interior llevaría ella, si preferiría que la cogiera de la mano o mejor rodearla con su brazo, si preferiría la cerveza o el vino, las lentejas caldosas o tirando a espesas.

No pudo dormir. Imposible. Sabiendo que le iba a costar, recalentó el sofá con una sesión de trasero. Después de dos series, un reality de esos nocturnos en que el presentador te anuncia con un giro de cabeza cuándo debes reírte; por último, un documental sobre no sé qué enfermedad. Se dispuso a dormir mecido por las náuseas. Si provocadas por los nervios al sentir a su enamorada encerrada adentro de su calvorota o por un yogur de limón ingerido que llevaba días caducado, no sabría decir. Se tumbó en la cama. Irguió su vientre peludo, se revolvió dos o tres veces para recolocar sus carnes en los lugares precisos y se dispuso a soñarla.

Salió del portal erguido, feliz por el excelente cometido que iba a realizar en 12 minutos exactamente. Se paró dos metros a la izquierda de la panadería de la Trini y miró el reloj. Tosió. Sacó un cigarrillo modesto, de esos que tienen el papel arrugado y desafían su naturaleza mostrando que la rigidez del paquete no pudo corregir un ligero desvío a la derecha. La brasa iba realizando su recorrido. No había llegado a las letras cuando, como las vidas humanas, desapareció calle abajo tras un excelso resplandor, con un crepitar húmedo, un quejido agonizante.

Empuñó su arma. Era el plan perfecto.

Empezó a disparar. Una actividad frenética. Levantaba los brazos como un percherón poniéndose a dos patas. Estaba completamente excitado imaginando todo lo que podía atesorar a golpe de índice derecho. Ni siquiera tenía que guiñar en un movimiento forzado su ojo izquierdo. Con tanto píxel, pantalla, botón y zoom, la vida ya no tenía naturaleza etérea. Podía imprimirse.

Al salir de la tienda de fotos se subió con un movimiento de hullahopp los pantalones, satisfecho de su hombría y del objeto amado escondido en un sobre de papel que transportaba la imagen de una niña rubia con un girasol en la mano. Camino del portal pasó Doña Benita. Buenos días. Buenos días. Qué raro verle a estas horas, no abre el bar hoy? Sí doña Benita, es que el señor Montero me encargó unas fotos de una fiesta privada suya. Doña Benita pegó un salto y dio la vuelta aprisa, como una ardilla asustada, mientras las carcajadas de Hernando Trillo resonaban en las baldosas huecas de la acera.

Allí estaba. Encima de la mesa. El sobre con tan mágico contenido que ahora no se atrevía a abrir. Se sentó en su hueco del sofá y se rascó las plantas de los pies, cosa que hacía para ahuyentar los nervios siempre que algo lo alteraba. Finalmente decidió levantarse. La uña más negra correspondiente al percebe índice de su mano derecha rasgó la abertura del sobre. Con el pulgar como asistente deslizó el resultado de su frenética caza de la mujer soñada. Muchas estaban borrosas, otras sólo mostraban el anuncio de la caja que siempre llevaban los autobuses urbanos. Pero una de ellas recogía, gracias al zoom aproximado a tiempo, el perfil mágico de aquella cuarentona finita. Su cara mostraba una inocencia insospechada y una arruga en la frente marcaba con fruición quién sabe qué pensamiento.

Pinchó en una chincheta aquél retrato y arrancó con cierto pesar a Vanessa, a la sumisa Carmencita, a la esquiva Lola. No podían estar a la altura de aquella frecuentadora de autobuses urbanos que colocaba con delicada exactitud algo negro, que Hernando Trillo intuía ser su cartera, sobre su regazo. Tan mayor y enamorado. A estas alturas. Ahora que había prescindido de la ilusión de que alguien le diera un masaje en los riñones tras el trabajo. Ahora que ya no necesitaba que alguien aliñara sus ensaladas porque ya no se pasaba con el vinagre. Ahora que había encontrado bandejas con sólo dos filetes en la sección de carnes del supermercado. Ahora que sus ojos no necesitaban otros en los que posarse antes de que el sueño enturbiara otras fantasías. Ahora que había renunciado a un dulce tarareo proveniente de la cocina donde se freían entre ajos tantas soledades acumuladas.

Santos Ramón
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:01:04 pm
Perder la fe


Es el aniversario del fallecimiento de mi padre, y acudo a la misa del mediodía, un martes, por tradición familiar. Nosotros hacemos las cosas así. No es que me apetezca demasiado, pero París, y en este caso mi difunto padre, bien vale una misa para recordarle, aunque lo haga todos los días desde el momento en el que nos dejó.
Intento escuchar las palabras del sacerdote, pero no repito las proclamas que deben responder los fieles. Hace años que no estoy de acuerdo con el proceder de la jerarquía eclesiástica. Esa es mi manera de protestar. No olvido el momento en el que el cura de mi parroquia me dijo que me fuera a casa y no volviera, por motivo de mis fechorías entre aquellas paredes.
El oficiante recita las plegarias y fórmulas eucarísticas propias de la celebración, pero yo empiezo a hacerme preguntas de diversa índole, todas relacionadas con lo que estoy escuchando. ¿Por qué debo poner la otra mejilla? Si alguien molesta a mi familia, ¿voy a acudir al agresor para que me moleste a mí también? No estoy de acuerdo. Iré a buscarle, le pediré explicaciones y probablemente esa noche dormirá en el hospital por su atrevimiento. Con unos cuantos dientes menos.
Tras esa primera reflexión, recorro el edificio con la mirada. Es la iglesia parroquial de mi pueblo. Nunca vamos allí, aunque sea la que nos corresponde por demarcación, pero es la única en la que se oficia una eucaristía a las doce. En la otra parroquia, el cura está demasiado ocupado como para añadir una celebración más a su cargada agenda. Allí donde me encuentro, sé de buena tinta que el sacerdote, ya ordenado y ejerciendo su cargo unos años atrás, mantuvo una relación con una feligresa y de esa ilícita relación nació un crío que todo el mundo conoce en el pueblo. Y todo el mundo calla.
Llega el momento del credo, y se recita la parte en la que los fieles aseguran creer en la Iglesia, Santa, Católica y Apostólica. Los dos últimos adjetivos son propios de ella, ya que el catolicismo se lo inventaron ellos mismos. Los seguidores de Jesucristo tras su muerte fundaron el cristianismo, no el catolicismo, más propio de la Edad media, con el objetivo de atajar los desmanes de la plebe. Y apostólica significa que lleva el mensaje de Cristo a cualquier parte del planeta. Nada que discutir. Pero con lo primero no trago. De Santa no tiene nada. Para ser Santa tienen que ser Santos sus miembros, y no lo son. Yo lo sé. He conocido a muchos, y hombres de Dios, como se decía antes, encontrabas tantos como tréboles de cuatro hojas. No he conocido ningún caso de pederastia cercano, pero sí he visto a hombres de Dios volviendo a sus hogares a las dos de la mañana completamente ebrios. He visto a sacerdotes manteniendo aventuras secretas con mujeres que todos conocían. He visto a hombres asiáticos huir de la pobreza y la marginación para ordenarse sacerdotes y, una vez aterrizados en Europa, desaparecer para no dejar rastro. He visto a hombres entablar relaciones de amistad con mujeres que aparecían en sus vidas aparentemente solo para llenar momentos cotidianos y han terminado abandonando el sacerdocio para fundar una familia con ellas. He visto de todo, y para poder llamar Santa a una Iglesia, Santos deben ser sus miembros.
Se acerca el momento de la comunión. Hace unos quince años que no ingiero el cáliz de Cristo. Siempre retumba como un martillo en la cabeza la sentencia de: “Tienes que estar en gracia de Dios para recibirlo”. Y yo nunca lo estoy. Me invaden los pensamientos impuros. Rara vez honro a mi padre y a mi madre. He robado y deseado a la mujer del prójimo, y esto último, lo hago constantemente. Y entre otros. Por eso me quedo en un discreto segundo plano observando como el resto de los asistentes sí acuden a su cita con Cristo. Me pregunto cuántos de ellos estarán realmente en disposición de proceder así. Estoy convencido de que muchos menos de los que desfilan para que el resto de los presentes les vean. Se me puede acusar de muchas cosas, pero no de hipocresía.
Termina la ceremonia y soy el primero en salir de allí. Llega un momento en el que me siento atrapado, asfixiado, reconociendo que aquella ya no es mi casa y que no soy más que un visitante indeseado que guarda sus secretos para que no le miren mal. ¿Y a vosotros? ¿Se os puede mirar bien? ¿Acaso el señor que ya no cumplirá setenta años que ha venido a misa en un Mercedes descapotable porque es uno de los traficantes de drogas más importantes de la zona puede mirarme mal? ¿Acaso la propietaria de la principal inmobiliaria del pueblo, que vende una buena parte de sus pisos en negro y sin la intervención de Hacienda, puede mirarme mal? ¿Acaso el hombre de mediana edad del que se conoce que dispone de esposa sumisa y media docena de amantes en el pueblo a las que mantiene en sus pisos particulares porque es director de una sucursal bancaria ahogada por el número de pisos embargados entre sus activos y mientras no los consigue vender él se apodera de las llaves y aloja allí a sus queridas? Y todos ellos comulgan, sin haber confesado sus fechorías de las que, sin lugar a dudas, no se arrepienten.
Rodeado de tanta hipocresía y reflexionando sobre lo que he vivido a lo largo de los años, no puedo mantener una fe basada más en mis propias convicciones que por lo que observo a mi alrededor. Mi Dios sigue siendo mi Dios, pero cada vez se aleja más del Dios que la Iglesia me quiere vender. Ese dios de mercadillo que permite el desarrollo del mundo en el que vivimos es el que me hace perder la fe.

El hijo de Salvador
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:02:37 pm
La jaula de los copulápteros


Soy un hombre fiel; siempre lo he sido. Vivo con mi mujer y mis dos hijas gemelas en una casa modesta de la ciudad que pago mes a mes con el sueldo que gano en la oficina. Cuando salgo del trabajo, antes de regresar a casa, me gusta pasar por el zoo. Mi especie favorita son los copulápteros, unos primates de la familia de los monoides que se caracterizan por andar siempre con una sonrisa del tamaño de un puño humano. Es una fortuna  que nuestro zoo tenga estos ejemplares, porque se trata de unos animales muy difíciles de encontrar en el mundo y que, a pesar de su singularidad, no le interesan a nadie.
Los copulápteros son unos monos muy pequeños de pelo corto marrón y carnes delgadas, de ahí que les resalte tanto la sonrisa roja de boca abierta tan grande. Contrastándola, así como tienen una capacidad de griterío sorprendente, sus orejas son apenas unos agujeritos muy pequeños. Entre ellos, la mirada grande, curva, luminosa y vibrante les hace conjunto con la sonrisa. Tres curiosidades resaltan en ellos: el enorme tamaño de sus zarpas y colas y, en los varones, el de su miembro viril.
A pesar de que normalmente la gente no aguanta mucho, y a sabiendas de que luego mi mujer se enfadará por haber vuelto tan tarde, soy capaz de pasarme horas frente a la jaula de los copulápteros escuchando sus ruidos y contemplando sus jaleos. Su complexión ligera les proporciona la flexibilidad y agilidad necesarias para pasarse todo el día saltando de un lado a otro y haciendo resonar la jaula. Eso, combinado con su enorme bocaza, suele ahuyentar a los visitantes del zoo, y por ello la mayoría de zoos los rechazan. Sin embargo, hay otra cuestión que aleja a las familias de interesarse por estos animales: se pasan el día copulando. No en parejas establecidas, sino a lo loco, en dúo o en grupo, con sexos diferentes o con los mismos. Copulan insaciablemente y con energía nunca menguante; de hecho, la mayoría de los saltos que efectúan por la jaula suceden con intenciones penetrantes, pues los copulápteros atacan a menudo de improviso e inician sus relaciones en condiciones que podrían ser consideradas de violación. Generalmente esto no afecta en negativo al humor de la copuláptera o copuláptero penetrado en cuestión, aunque a veces el descontrol del copuláptero sobre su cola o sus garras, en efectuar el salto, termina por dañar a la pareja, con lo que no es extraño encontrar peleas violentísimas entre ellos que apenas los cuidadores son capaces de apaciguar, mientras otros a su lado copulan y miran y ríen. Incluso cuando pelean parecen divertirse enormemente.
Esta curiosa combinación de violencia y sexo descontrolado, juntamente con su inseparable estruendo y esa sonrisa suya que parece burlarse de cuantos miran, es lo que genera el gran rechazo de la sociedad sobre los copulápteros. Yo, sin embargo, cada vez que vengo a verlos no puedo evitar quedarme fascinado, y así paso las tardes mirándolos silencioso a través de su jaula. Hasta que finalmente, y como siempre, llega el guarda y me recuerda que el zoo ha de cerrar; y entonces me recojo y vuelvo a casa con mi mujer y mis hijas, y, por alguna razón que aún no he logrado identificar, me siento melancólico.

Enano
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:03:49 pm
Visiones de Shalem


Siempre tornas a lamer la yaga cruda de mi cabeza. Apareces, buscas ¿nunca se huye de ti? ¿Ni siquiera en los sitios que se supone te están vedados? En Shalem no te admitían. Llegué ayer por la tarde a los suburbios. En una alcoba de alquiler, frente a un espejo de latón, lavé mi rostro con agua limpia, la luz del crepúsculo se filtró a través de la pequeña ventana e iluminó mis ojos dulcemente, creí, convencido, que por fin estaba solo. No te sentí llegar. Eres de sombras.
Al terminar de asearme la noche comenzó. Una ráfaga de tu respiración apagó el fuego de la vela. A tientas busqué aferrarme a un muro y hallé mi cama. Allí esperabas. No sola. Junto ti se retorcía un diablo calvo. Sin vergüenza alguna, teniéndome frente a ustedes, le rogaste te tomara con ese ruego lascivo que yo bien conozco; él comenzó a abrazarte, a hundir su lengua en la vereda de tu sexo. Bífida bestia apretaba tus músculos, qué diferente a mí, qué pausado, lento, mirada grosera, obscena; uñas animales, piel dura, ríspida, podrida. Y tú: gemidos de hiena pariendo a la luz lunar del desierto, olor de mar que ya no es mar, de sal inmóvil, de algas secas. Debí haberlos matado. Por Dios que sólo tuve una erección.
Las tinieblas del cuarto no dejaron constatar si el íncubo se fugó en tus entrañas. Algo de sí, lo visible, desapareció en un rincón allí mismo. Bien pudo penetrarte hasta medio pecho. Tú naturaleza da para eso y más. Un rostro pálido clareó la penumbra, se volvió hacia mí. Dijiste “Este dios nos salvará”; tu mirar se fijó en mis ojos: tú, que eres la ciega. Mis piernas dejaron de responder. Me arrastré nervioso y salí por la puerta trasera a uno de los tantos callejones de Shalem. Quise prender fuego a la casa, levantar una pira ¿pero qué lograrían las llamas contra ustedes? Me reincorporé torpemente y busqué a mi único amigo en esa ciudad: Álcimo.
Al llegar a la casa de Álcimo lo desperté de su sueño. Tomó a tientas mi mano con su propia mano pellejuda, manchada. Nos condujimos a las afueras de Shalem sorteando callejas estrechas. Atrás quedaron los barrios bajos, las murallas y la alcabala. Mi guía escogió una lánguida vereda: rastro somero en la arena. Las luces de los caseríos fueron mitigándose a los lejos: centenar de luciérnagas inmóviles en el horizonte. Álcimo sacaba considerable delantera; su vigor no era el de un anciano, parecía un pastor o, mejor aún, un soldado.
A mis pulmones los abrazó el calor de las primeras horas de la madrugada. La sal picó mi nariz: el primer anuncio del cercano mar. Pronto alcanzamos unas dunas. Detrás de ellas contemplé la playa y al sol despuntar en oriente. Hasta ese momento Álcimo mostró un signo de cansancio al recargarse en su bastón improvisado. Sonrió. Sus ojos siguieron por un breve instante la cadencia de las olas. De nuevo cogió mi mano. Confesó que él sabía quién eras, noches antes te le presentaste para ofrecerle riquezas si acaso me asesinaba. Tomó por detrás mi nuca. Sentí sus dedos fríos. Nada de eso, juró, tenía que preocuparnos. Él, Álcimo, no permitiría que humillaran mi sangre. Sonrió de nuevo.
Me aparté del viejo amigo, saqué mi navaja y se la encajé en el estomago. Apenas gimió. Removí la mano asesina dentro de su vientre, desgarré sus tripas. Álcimo, su cuerpo fresco, quedó tendido en la playa: piel de cera, ojos vacíos de sol. Una sombra en ese cadáver alcanzó el galopar de las olas. ¿Te habré vencido…

El diablo calvo
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:05:31 pm
El beso


-Cuando decidimos ir al consultorio matrimonial, yo no estaba muy convencido de que pudieran ayudarnos. Mi mujer es bastante confiada en las nuevas técnicas psicológicas, más avanzadas que el antiguo psicoanálisis, y según los comentarios de amigos comunes- los vecinos del quinto-, dan buenos resultados. “Yo lo único que quiero es ser feliz, Marta”, le digo cada vez que me increpa por mi falta de pasión a la hora de besarla. Será la escasa práctica o que no consigo colocar los labios como los actores de cine a los que está acostumbrada a ver en las sesiones nocturnas de los mil canales de televisión. Total, el beso no lo es todo; también están mis manos que lo acompañan, y que la mayoría de las veces quita de su cuerpo aludiendo que sólo el contacto con mis labios le permitirá concentrarse para sentir un arrebato. Ignoro de qué se compone semejante experiencia sensual, pero ella me asegura que es viable y necesaria para que nuestra relación siga por buen camino. Antes tenía que luchar como un gladiador para  rozarle la falda, y hoy, que tampoco se la rozo, me cuesta horrores que se quite el camisón cuando decidimos los viernes por la tarde dedicarnos a la actividad amorosa. Yo debo ser muy antiguo en algunas cosas y precoz en otras, y por más que trato de sincronizar mi educación y conocimientos sobre el tema, no hay manera de alcanzar, coronar o como quiera que le llamemos, un paraíso artificial gustoso para ambos.
Cuando nacieron las gemelas tuvimos celebración con cava incluido; ahí pensé,  que con las burbujitas,  mi cansina boca se comportarse libre y rebelde con la suya, que aguardaba como un mártir el momento de la expiación. No sé si fueron las citadas burbujas o el revoltijo de la sopa de ostras, pero justo en el momento preciso, en la cúspide de interrelación de nuestras respectivas bocas, me vino, y no a la memoria, la indigesta repetición del menú completo. Tuve que excusarme,  pero pude advertir cómo mi esposa, discreta, se hurgaba en busca de un fideo. Desconozco si es tarde para mí o tendré que reciclarme con algún cursillo oriental versado en estos temas, pero lo que digo doctor,  es que no pienso ponerme más las mallas de espadachín ni el ridículo bigote a lo Errol Flynn que  tengo colgados en el galán de la habitación.

-Ande Manuel, devuelva los leotardos que le cogió a Elvira y tómese sus pastillas. Todas las noches que tenemos cine en la planta, la misma historia. ¡Ah...! Y no se acerque a ella, y mucho menos besarla.  ¡Nada de besos, ¿me entiende? Nada de besos!

Perséfone
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:07:06 pm
Vivir, sólo unas cuantas horas


Cuánto tiempo hasta volver a escapar. Cuántas horas se trasladan a otros mundos. Cuántos minutos desechados en nadas. Cuántos segundos recorren tus venas en momentos eternos. No consistía en disfrutar ni en sufrir tan siquiera, consistía en vivir de la mejor forma en que pudiéramos, ni bien ni mal, era cuestión personal y no había descripción útil que pudiera descifrar aquello.

Ni yo misma sabía lo que era el límite de algo, solo estaba al alcance de los míos y ni tan siquiera eso. No había probado tantas cosas en mi vida como para poder explicarte hasta que punto mis fuerzas eran capaces de volar. Pero aseguro que de alguna forma me movía entre el aire, deslizaba rapidísimo mis pasos, el corazón flirteaba con el riesgo a menudo, pero manteniendo la seguridad de que no me caería nunca. Una seguridad que nunca antes había llegado a descubrir. Quizá fueran los lugares insólitos a los que llegaba, o quizá la magia que desprendían aquellos paraísos, pero no podía parar. Estaba mejor que nunca y no podía explicar como tanto estruendo había resultado tan gratificante al final. No tenía ninguna explicación, pero nunca había presenciado eso. Era algo inusual y no creía que todo esto realmente existiera. Mis recuerdos no estaban lo suficientemente bien recordados para contarte de que modo había llegado hasta allí. Si era tan fácil tener algo tan deseado durante toda tu vida, no podía entender como la gente llenaba los espacios de estúpidas quejas, esculpidas con tanta ignorancia. A mí, francamente, me había resultado tan fácil alcanzar todo esto, que tanta facilidad se hacía incognoscible en esos momentos.

Se me amontonaban las sensaciones y no era capaz de saber en que momento llorar o en que momento soltar una carcajada, todo valía y todo parecía extrañamente perfecto, a pesar de ser sensaciones tan distantes.
Los recordaba a todos, en cada una de las circunstancias más remotas y más excitantes. A Juan, cuando se saltaba los semáforos solo por creerse así más valiente pero a la vez solo lo hacía cuando estaba seguro de que ningún coche podría alcanzarlo. A Jasmina, cuando por primera vez se enamoró, siendo una principiante en la adolescencia, de un chico ocho años mayor que ella y de como le costó entender la no reciprocidad con que el amor te sorprende a veces. A papá cuando gruñía por cualquier movimiento que saliese de su atmósfera habitual y lo arreglaba con un “la susceptibilidad de haber dejado de fumar tiene consecuencias”, dejó de fumar hace veinte años. Y con mamá me pasaba algo extraño. No sé si era por aquella necesidad maternal casi innata con la que naces, pero la recordaba mucho más que al resto. Creo que nunca la había querido tanto, ni nunca había sido tan consciente, como ahora, de lo que me había querido ella. Ahora podía agradecerle cada abrazo durante los inviernos más fríos y cada carta durante los veranos lejanos. La sentía a mi lado, en cada pensamiento que formulaba, en cada sensación que emanaba de mis adentros, sin estar siquiera ella conmigo.
Mis huellas dibujaban el camino cada vez que recordaba algo y a la vez lo desdibujaban, siendo todo esto, recuerdos efímeros. Pero eso no lo sabría hasta horas después, cuando regresase.

Entre tanto cúmulo de cosas caí en el cuenta de que no estaba allí por casualidad, yo nunca había creído en la casualidad y esa vez no iba a ser la excepción. Auné fuerzas volátiles para recordar, contando con la posibilidad de que existiera alguna máquina del tiempo que me devolviese al pasado, aunque no sabía cuanto tenía que recorrer, porque no sabía siquiera en qué punto me encontraba de este presente. Y mis súplicas se hicieron escuchar. No había ni tiempo ni espacio concretos para poder situarte mejor, solo puedo verbalizar de un modo austero como empecé a recordar algo.

Creo, y es un creo porque nunca estoy segura de nada, que estaba respirando. Creo que por primera vez no tenía miedo de dejar de respirar. Creo que por primera vez me latía el corazón correctamente. Creo que por primera vez había superado el vértigo. Creo que por primera vez la vida no era abrumadora.  Y creo que fue al saltar, cuando por primera vez empecé a vivir. Desde ese momento volaba a velocidad incansable, mis energías eran más vivaces que nunca  y no tenía dependencia de nada ni de nadie. El único que pudo escuchar el estruendo fue mi propio cuerpo al caer, yo me marché, revelando la insensatez que me animó a hacer aquello. Me encantaría poder detallarte más minuciosamente como fue aquel momento y aún más, lo que venía después.  Pero no sé quien llegó hasta mí, o hasta lo que quedaba de mí bajo aquel puente del oeste de la ciudad, solo sé que nunca lo entendiste ni lo entenderás. Buscaba aire que trajese aroma nuevo, buscaba las fuerzas de ciencia ficción que otorgan el poder de ganar, buscaba estabilidad emocional y no una sarta de interrupciones diurnas y nocturnas durante el ritmo de mi vida. Los acosos, las disputas, las estupideces, la crueldad humana derivó en una agonía letal y decidí que lo mejor era acabar con ella y conmigo a la vez. La sagacidad estuvo de mi mano y conseguí sustentar una vida apoyada en la mentira más grande de todas, hasta hoy, que ha caducado y me encuentro desvelándote los pasajes más hórridos pintados en cuerpo de mujer.

Qué belleza y qué tristeza me produce haber regresado. Sé que estás emocionada, sin habla y con ganas de que me quede contigo. Yo, sin embargo, añoro todo lo que tuve y detesto la incertidumbre de no volver a sentir aquello. No entiendo como vosotros lo teméis, para mí fue un viaje inaudito.
Volvería, pero solo con las historias turbadoras que me contabas mientras sostenías frágilmente mi mano, por eso me acordaba tanto de ti.

A veces hay que arriesgarse hasta lo más siniestro para alcanzar la fortuna, la semana que estuve en coma me lo enseñó. 

Sublime
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:21:00 pm
Mi Borriquillo


Introducción


Quiero hacer esta introducción a modo de prólogo para con este relato, que si bien disfrazado de cierta aportación lírica en la forma elegida para nuestro personaje -no tiene nombre- en su forma de expresión, contiene un fondo de realidad penetrante e hiriente en la que son palpables, el sufrimiento por la pérdida de las libertades y la no menos agresión social con la que ha sido bombardeada su vida, sin otra explicación que el silencio del “sistema”, se llama, que a todos no ahoga, nos ahogará y seguirá haciéndolo si no se le presenta otra contraoferta Social.

Bueno, a todos no, por qué los que atenazan nuestras gargantas, los que han dejado sin casa y limpios los bolsillos de los trabajadores y de los humildes, con la agresividad de su economía terrorista, no habrá quién los ahogue. De momento.



Tuve una cueva en la sierra, era la de la Peña del Aguila, la de los pastores, la que me dejaron, por ser de ellos el más pobre. Con ella -no necesitaba más- mi casa en el campo; y allí, mi yunta y mis cabras; un arca, mi camastro de arpilleras hecho; y también, un asno.

Entre todos habíamos conseguido componer y disfrutar a la vez de un remanso en armonía, de paz y de alegría participada del vibrar de los sentimientos de la naturaleza; con todo, y en su más intenso contenido, qué si bien agreste, purificaba los sentimientos. Esa era mi vida, la que aparente sin más y sin otras pretensiones, me resultaba suficiente para sentirla, gozarla, amarla...

Bucólica y humana, para esta insignificancia de la naturaleza, que es mi persona. Esa era mi dicha, y la de todos aquellos que me rodeaban; y hacían su vida, conpartiéndola conmigo.

Siempre solo, ese sería el signo desde se fue mi hermanilla al cielo; me haré mayor me decía continuamente consigo mismo. Aunque “apañao” para el manejo de aquel rincón de la sierra, manteniendo su orden y por descontado de limpieza; suficientemente útil pese a la ausencia -nunca la tuve- de mujer; y sin hijos, consecuentemente; aunque viejo no, desde luego, me vine haciendo mayor.

Siguiendo muchos consejos de compañeros y amigos en ese mismo sentido, pensé en qué, con los pocos ahorros y un puesto de trabajo que alguien me hubo ofrecido -de guarda en una obra- me dije, que pudo haber llegado el momento de tomar esa determinación de la qué en otras edades, nunca había pensado, la de bajarme al pueblo. El cariz de los tiempos iba en esa dirección, así como las razones de todos mis buenos preceptores -que los tenía- por lo qué decidí, debía bajarme definitivamente, sí.

Fue de guarda en una obra, aquél empleo; para lo que no era necesaria la vocación; tampoco el que tuve después, de pregonero en el Ayuntamiento, con más recados que pregones, con más “mandaos” que obligaciones. Mi vocación era otra.

Hice mi inversión, con la venta de la yunta y la cabras y lo tomado al cambio del asno por un borriquillo y algunos euros,dejando vacío aquél rinconcillo del arca en el que guardaba además del rosario de cuentas de perlas y azabaches montados en “oro bajo”, y de mi madre heredado, los ahorros -unos dinerillos- de toda una vida, cubiertos con unas piezas de tela de hilo de algodón, por si algún día -según mi madre y de ella regalo- decidiere en casarme; todo disimuladamente colocado y cubierto por la vieja romana, la de pesar los cabritos; la cántara de la leche de cuando hacía algún queso y los cinchos de pleitas -las de prensar al hacerlo-, hechas de esparto en horas de paciente espera; y una cerraja antigua que no vieja, ya qué nunca la usé; pues mi casa -la cueva de la Peña del Aguila- aunque le instalé un portón, siempre dormiría echada de la retranca, pero sin cerraja, ni llave, ni sellados, ni hierros.

Me bajé al pueblo, tuve casa y con ella, una hipoteca; y un pollino, chiquitillo y muy bonico -el del cambio por mi asno- que no me lo dejaron meter los “refinaos” del Banco. Como no me daban el seguro para la casa nueva por tener en ella al borriquillo, y así conseguir la hipoteca, estando en la notaría, cuando la firmamos, ese maldito día, eso me decían los del Banco; me lo tuve que llevar a los “cercaos”, junto a las eras de los “cortiños” de la abuela.

Algunos años, larguísimos para mí. La nostalgia me impedía disfrutar de la nueva situación a la que tantos nombraban como la del bienestar. Hace pocos días, me quedé sin nada: He de volver a las sierras; pues perdí la casa, después de pagar la entrada y muchas de aquellas letras firmadas.

Ya, ni siquiera tengo el pollino, que guardaba en los “cercaos”, junto a las eras del pueblo, las de los “cortiños”. No es, qué me hayan “quitao”, a mi borriquillo, qué al paso de pocos años habiáse tornado asno. Es qué, no pude mantenerlo. Ya no tenía que guardar nada, el guarda. Cerró la empresa, la de mi tajo, la de mi sueldo. Ya no me quedaba nada; solo “terrorismo financiero”, palabra que le vi a uno en la camiseta.

Siempre a la espera del cerrajero al que acompañaría el director del Banco, con el juez de paz, o con él que le toque de guardia, de día, de noche o de madrugada. También han desahuciado al pregonero, decían -mejor cantaban- los chiquillos por las esquinas del pueblo.

A todas horas, ansiedad y espera, cual espada de Damocles esa pesada losa del Banco, que ya no es Banco, ni Caja, ni Monte; es, ese terrorista qué humilla al pobre. Pregunto por el plan de pensiones, el que me dejó mi hermanilla, antes de irse....; y nadie me dice nada. Hay que esperar a la liquidación, era toda la respuesta. Se lo comerán también. Dios!!!

Ni mi libertad que no pude defender, no me quedaba nada, ni dinero para pagarla. Su libertad, la libertad de ellos, la que se paga con dinero en los juzgados para poder defenderla, sí estaba al acecho para llevarse la mía; la de la lucha y en el trabajo del día a día, y que yo creía, como tantos otros, tener conseguida. Ni tampoco, eso...me queda. Ni mi borriquillo tierno, pude conservar a mi lado.

No podía volver a las sierra, me decía; y he vuelto: No sé estar sin mis cabras, sin mi yunta, y sin mi asno. Aunque sí la cueva, pero sin camastro de arpilleras; y sin la albarda vieja, siquiera. Tampoco el arca, aunque la veo -como si no la viera- la del rinconcillo con los ahorros disimulados, en la que guardaba aquellas cosas de las qué tan poco uso hiciera y ahora vacía, también... Lo que tuve antes, y hoy ya no tengo; antes sí, de que me bajara al pueblo. Todo estaba como lo dejara, hasta la retranca echada, aquélla de palo de olivo seco. Nadie hubo ocupado mi cueva en la sierra. Los tiempos venían cambiando. Gran error el aceptarlo. Nada ha cambiado; continuando todo bajo la losa dura de quién más puede, de quién más tiene.

Mi casa, mi pueblo, mi campo, mi cueva; mi pollino y mi camastro hecho con las arpilleras de la pulpa de remolacha. Ya no me queda nada. Ni la yunta, ni las cabras. Perdido ahora, allá en lo alto; me encuentro solo en la sierra.

No soy nada, sin las cabras; no soy nada sin trabajo. Tampoco era mucho con ellas. Pero...Eran mi vida. Eran...mi tajo. Eran mi sueldo. No debí dejar el campo, ni las sierras, ni mis cabras, ni mi asno; ni el rosario de mi madre de azabache “engarzao” entre perlas y oro bajo muy negro. Tampoco el tajo. Ese tajo, mis cabras, mi yunta y mi asno, eran mi sueldo, eran mi vida, eran mi todo.

Qué puedo hacer compañero; si cogí, equivocado el camino. Lo peor, no conservar mi pollino. Ese qué desde el cielo le echa flores a los poetas; lo mismo que lo hacían con Platero, cuando se fue Juan Ramón, cuando se quedó sin amo. También... Cuando se quedó sin tajo, como éste mi borriquillo del cuento, que por no tener no tiene, ni nombre.

Compañero, no pongas flores en mí...tumba. Compañero, lucha.

Solanera
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 03, 2012, 17:23:23 pm
Última oportunidad


   Club Last Chance. 2:23 de la madrugada. Domingo. Enfrente estaba ella. Morena. Cercana al metro setenta, y con tacones de 12 centímetros. Daba la impresión de llevar lencería fina, pero ese conjunto realmente no valía ni tres euros en cualquier mercadillo. No era una belleza, pero lo suficientemente atractiva como para excitar a cualquiera al contonearse de esa forma. Se movía bien, verdaderamente bien, aunque todos esos movimientos estaban exentos de afecto y cariño. Sentado en una butaca se encontraba él. En la mano izquierda tenía un puñado de euros. Con la otra sujetaba una Budweiser. Tenía a su alrededor las tres cosas que probablemente más le gustaran en su vida: mujeres, cerveza y dinero; y parecía que estuviera en otro mundo. Aquello no le gustaba, no dejaba de ser algo puramente profesional. Se lo había imaginado de otra forma. El había entrado allí en busca del amor, pero no había correspondencia entre ellos dos. Ella no mostraba ningún signo de complicidad. Tan sólo intercambiaron unas cuantas palabras un par de minutos antes, y ya. No llegó a ser ni una conversación. Hasta ese momento él no cayó en la cuenta de que es imposible encontrar el amor en ese tipo de sitios. Qué desilusión.
...
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez. Demasiado. Veintidós meses. Casi dos años sin estar con una chica. Ni el más mínimo contacto. Nada. Antes de eso no es que siempre estuviera con alguna, pero nunca había estado tanto tiempo sin sentir el calor corporal de otra persona que no fuera él. Su trabajo no era el idóneo para conocer chicas, sus amigos tampoco ayudaban, y, obviamente, su familia menos aún. Veintidós meses. Se sentía frustrado. Frustrado sexualmente. Además, creía que se encontraba dentro de un círculo vicioso: cuanto más pensaba en el sexo, más lejano lo intuía. Salía a la calle y miraba a toda chica que pasara por delante sin ningún disimulo, llegado a ese punto le era indiferente que las mujeres pudieran pensar que era un cerdo. A veces se imaginaba dentro de una escala en función del atractivo, y no salía perdiendo. No es que fuera guapo, precisamente, pero tampoco dañaba a la vista. Además, era simpático y caía bien a la gente. Aunque conforme más tiempo pasaba de abstinencia más se molestaba, y no era capaz de disimularlo delante de la gente, por lo que en ocasiones podía llegar a parecer arisco y seco. Estaba verdaderamente jodido, y no veía que se acercara el momento en el que cambiaría su suerte.
Salía muchísimo. Siempre que podía se iba a los bares más frecuentados, y siempre solo, ya que pensaba que si salía con alguno de sus amigos podrían quitarle alguna de las mínimas oportunidades de las que poseía para acostarse con una chica. Podría decirse que rozaba la paranoia, además de que eso dañaba  muchísimo las relaciones con ellos, que no alcanzaban a comprenderlo. A veces también pensaba que yendo solo algunas chicas podrían imaginarse que era un tanto raro, aunque eso le inquietaba menos: realmente era la verdad, y a él le gustaba ser honesto. Solía ponerse cerca de la barra del bar, y no paraba de pedir gin-tonics. Era una de las bebidas de moda, y pensaba que beber uno de esos combinados le otorgaría cierto atractivo. Todo valía con tal de parecerle lo más mínimamente interesante a alguna chica. No es que el gin-tonic le disgustara (al contrario, le parecía muy refrescante), pero si por él fuera tomaría ron con cola, que es lo que había consumido durante toda su vida, o incluso cerveza, su bebida predilecta. Aún así, qué beber en los garitos era el menor de sus problemas en ese momento. Bebía hasta hartarse. Podría tomarse quince copas en una misma noche, fueran de lo que fueran, y todavía querer más. Él atribuía esa necesidad etílica a su abstinencia, pero lo cierto es que empezaba a mostrar síntomas de alcoholismo.
Una noche, la cual comenzaba a dar signos de acabar siendo otra más, ocurrió el milagro, por así decirlo. Se fijó en ella desde el primer momento en el que entró en el local. Era la que más llamaba la atención de su grupo (siendo sinceros, quizá resaltaba porque la gran mayoría de sus amigas eran algo repulsivas, pero eso a él ni se le pasó por la cabeza). Tenía algo que le atraía sobremanera. No sabía si eran sus ojos, su boca o sus piernas; pero no podía parar de mirarla. Probablemente el alcohol ayudaba en el hechizo. Ella no tardó en darse cuenta de cómo la miraba. Se acercó a él. Parecía lanzada, y eso le gustó (es decir, le excitó) todavía más. Comenzaron a hablar. Nada concreto, sólo trivialidades; pero él estaba disfrutando con la conversación. Joder, veintidós meses, cómo para no disfrutar. No cabía dentro de sí, y poco tardó en lanzarse a ella, sin importarle quién o cuánta gente hubiera en el local. Para su suerte y sorpresa, no se apartó. Marchaba bien. Salieron a la puerta, y tras unos fogosos minutos decidieron irse a casa de él. Allí lo hicieron con autentica pasión, y fue increíble. No parecían dos personas que se acababan de conocer practicando sexo. Había deseo, aquello parecía amor de verdad. Él no se lo podía creer, fue como encontrar El Dorado.
A la mañana siguiente creía que le iba a estallar la cabeza. No podía ni levantarse de la cama. Tanto le dolía que tardó varios minutos en darse cuenta de que ella ya no estaba. Pensó que quizás le había robado algo, al fin y al cabo no la conocía; pero en ese preciso momento le preocupaba bastante más la resaca que tenía. Creía que no se le iría en años. Comenzó a pensar en ella. Era incapaz de recordar su nombre. Tampoco conseguía visualizar muy bien su cara mentalmente, aunque si se cruzara con ella por la calle probablemente la reconocería. No sabía por qué, pero le gustaba. Demasiado para ni siquiera acordarse de cómo era. Tan sólo parecía un vago recuerdo. Tras un buen rato, decidió levantarse de la cama. Pensaba que se moría. Jamás le había dolido tanto la cabeza al incorporarse como aquella vez. Intentaba recordar los gin-tonics que se pudo beber la noche anterior, pero al sexto perdía la cuenta. No sabía cómo fue capaz de entablar una conversación medianamente coherente con ella. Joder, ni se imaginaba cómo se le pudo levantar. Subió las persianas y el sol brillaba como nunca. Sintió que se le derretían lo ojos. Se dio la vuelta, miró la cama, y entonces la vio. Una pequeña tarjeta color rosa pastel. La cogió y la leyó. “Club Last Chance, las mejores chicas de la ciudad”. “No puede ser”, pensó. Se había tirado a una prostituta.
*****. ***** era la única palabra que le venía a la cabeza en ese instante. Jamás había estado con una ****. No le gustaba ese rollo. Había sido fuerte incluso en los últimos meses de su forzada abstinencia sexual. Comenzó a darle vueltas a la cabeza. Estaba hecho un lío. La resaca tampoco ayudaba. No recordaba haberle pagado. Miró su cartera. Estaba limpia. Ni una mísera moneda. Salió con cincuenta euros, aunque seguro que cayeron todos en alcohol. En casa siempre guardaba todo el dinero en metálico en el segundo cajón de su cómoda, El cajón de la pasta. No pensó en lo estúpido que era el nombre hasta ese momento. Contó el dinero. Lo mismo que la última vez, cuando cogió los cincuenta euros para salir. Nadie había tocado El cajón de la pasta. En su casa no había dinero en ningún otro sitio. Comprobó con el móvil el saldo en su cuenta bancaria, y nada, ningún movimiento reciente. Se había acostado con una prostituta y no había pagado. Si omitía su profesión era como si se hubiera acostado con una chica cualquiera. Pero, aún así, ella seguía siendo lo que era. Y le jodía, porque le gustaba. Estuvo todo el día absorto. No comió nada, no sólo por las dudas que asaltaban su cabeza, también por la resaca. No vomitó toda la ginebra de milagro. Le dieron las tantas divagando. Entonces pensó que si ella había dejado una tarjeta era por algo. Puede que quisiera volver a verle. Quizás a ella también le gustara él. “¿Por qué no?”, se preguntó. Sí. Tenía que ser eso. Miró el reloj. Casi las dos. El club estaría abierto a esas horas. Salió de casa, bajó al garaje y montó en su coche en dirección al club. Estaba completamente decidido.
Tras dos o tres kilómetros, dejando atrás la ciudad, vio un gran cartel luminoso. Club Last Chance. Inconfundible, no esperaba menos. Entró al aparcamiento y dejó el coche en uno de los huecos que había. Contó otros siete coches más. Deseaba con todas sus fuerzas que no conociera a ninguno de sus dueños. Cuando fue a entrar dentro del local notó la mirada del enorme tipo que custodiaba la puerta clavándose en él. No se atrevió a mirarle, pero sabía perfectamente que lo había calado. El portero tenía conciencia de  que era la primera vez que él pisaba un garito de ese tipo. Tampoco era de extrañar, seguramente había visto a muchos tipos de personas entrar por esa puerta, y a él se le notaba que era un primerizo. El club por dentro era todavía peor que por fuera, aunque tampoco le sorprendió. No esperaba encontrar elegancia allí, precisamente. Entre toda esa oscuridad, alcanzó a llegar a la barra y se pidió una cerveza, una Budweiser. Nada de ginebra ese día, no tenía el cuerpo en su mejor momento. Se sentó en un taburete a esperar. Miraba a todas las chicas y no la reconocía en ninguna. Ellas se acercaban, pero él las rechazaba. Empezaban a mirarle mal, y se dio cuenta. Pidió otro tercio y pensó que si no la veía antes de acabarlo, se marcharía. Tras dos tragos la vio salir de una sala. Por fin. Era ella, estaba seguro. Iba mucho más maquillada que la noche anterior, aunque él comprendía que eso formaba parte de su trabajo. Aún así la encontró preciosa. Se puso algo nervioso, pero sabía que ese era el momento. Tenía que serlo. Le echó valor, y fue directo hacia su chica, con la esperanza de que ella también se alegrara de verle. Eso esperaba...

Jorge Veleta
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:44:07 pm
Aquellas luces blancas de sus noches
                       


Todo empezó cuando una noche se vio obligado a levantarse para aliviar la vejiga, y, nada más entrar en el lavabo, una luz blanca se le metió en el ojo derecho. Al principio no hizo caso, pero al volver a la cama a tientas como otras veces para no despertar a su mujer, para su sorpresa comprobó que un haz de luz que manaba de ese ojo lo guió hasta el lecho. Y luego, hasta que logró conciliar el sueño, la luz protectora se quedó flotando sobre la almohada.
El hombre se despertó a las tantas de la mañana y, sin darle importancia al retraso, se presentó en la oficina, donde le esperaba el jefe para dirigirle una bronca monumental. Sin embargo, ayudado de la visión excepcional de su ojo derecho, en menos tiempo del habitual rellenó los documentos que se habían acumulado sobre su mesa. El resto del día se lo pasó esperando que llegara la noche para ver si se repetía la experiencia de la luz.
Y en efecto, a eso de las tres de la madrugada, cuando la próstata lo tiró de  la cama de nuevo, se valió de su ojo encendido para ir al lavabo. Y justo al entrar notó que otra luz blanca se alojaba en el ojo izquierdo. Tampoco hizo caso esta vez (¿para qué si salía ganando con ello?) y, tras aliviar la urgencia, se sirvió de los dos ojos encendidos para regresar a la cama, donde cayó dormido como un bebé, mientras se quedaban flotando sobre su cabeza dos conos de luz blanca.
En esta ocasión despertó casi a mediodía y, al llegar al trabajo, la bronca del jefe fue tan grande que acabó amenazándolo con despedirle si repetía la tardanza. De nuevo gracias a la inmejorable visión de sus ojos acabó igualmente con la enorme faena que le esperaba encima de su escritorio y en mucho menos tiempo que el día anterior. Estaba empezando a enamorarse de aquellas luces blancas de sus noches y esperaba con ansia el momento de tener que levantarse de la cama para ir al lavabo para encontrarse con su benefactora presencia. ¿Qué parte de su cuerpo elegiría esta vez para mejorárselo? Porque todo hay que decirlo: el hombre era un cúmulo de imperfecciones y anomalías físicas: desde las cataratas en los ojos a las migrañas, pasando por las flatulencias, la próstata, la artrosis de pies y manos, la disfunción sexual o las palpitaciones que de vez en cuando le asaltaban en el sitio y la hora menos esperados y le causaban un miedo tan atroz que creía llegada la hora de su muerte.
El caso es que, cuando por tercera noche consecutiva se levantó de la cama para ir al lavabo sin necesidad de dar la luz pues la de sus ojos era equiparable a la de dos linternas juntas, nada más atravesar el umbral del lavabo una tercera luz blanca vino veloz a su encuentro para refugiarse entre sus manos. Al punto sintió un calor especial en los dedos, que se volvieron jóvenes y ágiles al instante. Al meterse en la cama, se sintió bendecido por una suerte que no era de este mundo y, mientras los dos conos de luz blanca quedaron bailando a escasos centímetros de su cabello, se dejó abrazar por el sueño más profundo y feliz que había tenido nunca.
Cuando al día siguiente, ya caída la tarde, se presentó en el trabajo, su jefe le esperaba con la carta del despido en la mano. No se inmutó siquiera mientras advertía que sus ojos podían ver a través de la ropa el fajo de billetes que escondía su jefe en uno de los bolsillos de su americana. Así que, sin mediar palabra, con una mano le cogió la carta y con la otra, con una agilidad suprema, le sacó del bolsillo el dinero sin que notara nada. Salió del despacho pensando que nunca necesitaría volver a trabajar con aquella excepcional visión y aquellas agilísimas manos.
Sin embargo,  no contaba con lo que el destino le reservaba pues, a medida que daba un nuevo paso hacia la salida, se alargaba un metro más el pasillo que tenía delante. Al poco tiempo era ya un túnel y no parecía terminar nunca. Entonces decidió darse la vuelta y regresar al despacho mientras la idea de devolverle el dinero a su jefe para ver si le reintegraba al trabajo empezó a rondarle la cabeza. Pero también el pasillo de ese lado empezó a alargarse y cuanto más deprisa andaba en esa dirección, más se estiraba el pasillo y la puerta del despacho enseguida se hizo un punto en la lejanía. Un túnel infinito llevaba a la salida y otro túnel infinito al despacho del jefe. Y él en medio de ninguna parte. Así que, atenazado por el pánico y en un último intento de salir de aquel laberinto, el hombre pidió a gritos la presencia de una cuarta luz blanca que le ayudara a librarse de aquella situación tan extrema. Fue instantáneo. La cuarta luz blanca entró directamente en su cabeza, y, en medio de una gran tranquilidad, perdió el conocimiento.
Cuando lo recobró estaba en la cama de un hospital, blanco y rígido como si estuviera muerto. Tenía los ojos abiertos y los médicos hablaban de la extraña luz que habían recogido de sus retinas. Lo oía todo perfectamente, pero no podía mover ni un solo dedo, y eso era debido entre otras cosas a que se los habían amputado en aras del servicio que podían reportar a otros pacientes que… estuvieran vivos. Por lo visto, para los galenos él estaba completamente muerto. Y no era verdad. Él estaba oyendo todo aquello, él estaba viendo aquella escena… Hasta que le cubrieron la cabeza con la sábana. Aún oyó a uno de los médicos pedir a un celador del hospital que se llevara su cadáver al depósito. Y no podía hacer nada para impedirlo. Si al menos le hubiera quedado un hilo de pensamiento para recurrir a la ayuda de una postrera luz blanca…
Y, ya camino del depósito, oyó dentro de sí: “Has desperdiciado los favores de la luz; ahora debes vivir los sinsabores de la sombra.”

Gustavo Adolfo Bécquer
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:47:28 pm
Un cambio del destino


 Un día de principios de Enero. Se levanta activa, aunque tiene hambre no puede permitirse comer algo. Se viste rápidamente y coge una pelota de baloncesto. Baja las escaleras hasta llegar a la puerta principal. Cuando se dispone salir, algo se le interpone. Parece ser una voz aguda. Se gira y encuentra a su madre mirándola. Sabe que no puede marcharse sin permiso de su madre pero eso ya no le importa. Le cuenta donde va y sin dejar que replique, abre la puerta y se marcha. Corre hacia la pista de baloncesto y empieza a jugar. Desde la muerte de su padre en un accidente de coche, solo se puede desahogar con el baloncesto. Cuando acaba rendida, aparece su madre enfadada.                                               –Así que estabas aquí.. Bueno, da igual. Serena, escúchame. Nos tenemos que ir dentro de dos semanas a Madrid. Aquí ya no nos queda nada, nuestra familia esta allí.- sin poder dar crédito sobre ello, Serena asiente sin saber que decir y deja de jugar.                    Después de una semana y media, preparan las maletas. Durante todo un día aparece un camión de mudanzas para llevárselo todo. Cuando no queda nada en su casa, se preparan para ir a Madrid.                                                                                                                                              Cuando llegan a Madrid, se instalan en su nueva casa. No es más grande que la otra pero les va muy bien. Es de dos plantas, perfecta. Deja sus cosas y prepara su habitación. Pasadas unas semanas, empieza el colegio. Hace amigos rápidamente y  juega a baloncesto todos los días. Su madre, la apunta en un equipo. Pero como ya ha empezado la liga, no puede jugar partidos. En uno de los partidos de liga, se encuentra con unos ojeadores. Ella siempre asiste a los partidos aunque no juegue. Al final del partido, su amiga Sheila y ella se quedan a hacer unos tiros y un partido de uno. Como creía que no había nadie, Serena empezó a jugar bien. Cuando acabaron, subieron para arriba y se toparon con los ojeadores de antes. Serena incomoda, sonríe y cuando va a seguir caminando, una voz la llama. Parece ser uno de ellos.                                                       –Serena, espera.- Ella, desconcertada los mira y camina hacia ellos- queríamos proponerle jugar con la selección española de baloncesto. Juega muy bien a baloncesto y puede convertirse en una de las jugadoras más prometedoras de nuestro país. Si las pruebas médicas son correctas podrá jugar con la selección.                                                     El sueño de su vida era poder jugar con la selección española, así que contenta aceptó. En el primer entrenamiento, le enseñaron a tirar perfectamente, defender y correr. Así durante doce meses hasta que comenzó el campeonato de Europa. El primer partido fue contra Eslovenia. En el primer cuarto, salió nerviosa. Empezaron mal, ya que les sacaban ventaja por cinco puntos. De improvisto, tiro un triple y lo metió. En el segundo cuarto iban ganando y así durante los siguientes cuartos. Después de este partido, llegaron los demás y los ganaron menos uno. La final del campeonato fue contra Irlanda. Se esforzó y en honor a él, levanto la copa. Durante los años siguientes, su orgullo la invadió. Se convirtió en una persona arrogante, manipuladora y muy envidiada por ciertas personas. Un día, sin hacer caso a su madre, salió de fiesta como cada noche pero esta era diferente. Su novio, Mark y ella bebieron y se divirtieron. A la vuelta, Mark conducía. Al ir bebido, no tenía las suficientes facultades ni la visibilidad para poder girar el coche. Cuando fueron a girar hacia la derecha, el giro hacia la izquierda y sin suerte, cayeron por un puente. Mientras caían, Serena dormía y no se entero.                                                                                                                           Pasadas unas semanas, se despertó en una cama. Estaba conectada con unas maquinas, no sabia que hacer. Miraba a su alrededor, solo encontró cuatro paredes grises, una silla, una mesa y un televisor. Se dio cuenta de donde estaba y empezó a gritar. Rápidamente, aparecieron dos enfermeras y su madre. Ellas, sonrieron y cambiaron el suero. Su madre, en cambio, se sentó al lado suya preocupada.                                                           -¿Qué hago aquí? ¿Mama?- su madre, cambio la expresión de su cara y la miro seriamente.                                                                                                                                             –Hace tres semanas que estas conectadas a estas maquinas. Caíste por un puente después de una fiesta… en el acto murió Mark.- de pronto, Serena se quiso levantar para abrazarla pero no pudo. Ya no notaba sus piernas, parecían dormidas. Quiso menearlas pero no pudo. Miro a su madre con una lágrima en la cara y temblando dijo: No siento mis piernas. ¡No las siento!- su madre se levanto de golpe y fue en busca del medico, que minutos después apareció en la habitación. La examino y le dijo: Parece ser que el impacto del coche con el suelo, te bloqueo las piernas hasta dejarlas muertas. Tendrás que quedarte paralitica el resto de tu vida.- esas palabras parecían cuchillos que le clavaban. No podía creerlo. No podría jugar mas a baloncesto, tampoco seguir en la selección española de baloncesto. Esas palabras siempre le pesarían para el resto de su vida. Cuando acabaron de atenderla, le prepararon una silla de ruedas. Con ella salió del hospital hacia su casa. No sabia que decir ni que hacer, a si que se quedo en un rincón sola y pensando. Después de media hora, su madre se aproximó a ella.                                                –Serena, la vida es así. Puedes vivir la vida con esta silla de ruedas o quedarte allí sentada sola. He llamado a la selección y me han dicho que si quieres, pueden hacerte un hueco en la selección española para personas como tu y seguir con tu pasión.             Desde el principio no le había gustado la idea, su orgullo no le permitía  ver la posibilidad. Pero pasadas unas cuantas semanas pensó en probar un entrenamiento.       Cuando llego al primero, encontró a personas en silla de ruedas y otras con disminuciones físicas. No sabía mucho usar la silla de ruedas y se cayó unas cuantas veces. Pero nunca, las veces que se había caído nadie se había reído, si no que la habían ayudado. Y gracias a eso, dejo a un lado su orgullo y su prepotencia, y empezó a entrenar con los demás sin ningún miedo. Pasados unos cuantos meses, empezó el campeonato de Europa para discapacitados. En el, los partidos eran duros pero aguanto. Algunas veces ganaban otras perdían. La semifinal fue contra Polonia. Se esforzó pero eso no fue suficiente. Al final del partido, todos estaban tristes y no podían creerlo, en cambio, Serena sonreía. Uno de ellos le pregunto porque estaba tan feliz y ella respondió: ¿No os dais cuenta? Yo pude haber muerto en el accidente que tuve, pero no morí. Dios nos ha regalado una vida de la que tenemos que estar orgullosos. Nos hemos esforzado, hemos llegado a una semifinal y hemos perdido. Pero podemos estar orgullosos a donde hemos podido llegar.- cuando acabo de hablar, se dio cuenta de que había cambiado. Antes, la fama se le subió a la cabeza sin darse cuenta, ya no escuchaba a las personas que tenia en su entorno ni tampoco a la persona que mas quería, a su madre. Pero ahora, tenia un futuro por delante y se prometió a si misma no defraudar otra vez a sus amigos, a su familia y tampoco a su padre.
Por eso, la vida es un regalo que nos ha dado Dios. Aunque tenga sus inconvenientes igualmente una persona puede compartir su felicidad con las demás.

Alexandra
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:48:30 pm
Atrasados


Yo no soy racista, pero es que la mayoría viene a robar; las cosas como son. A mi prima Julia le dieron el tirón en plena Gran Vía. Era un crío de unos quince años... Sí, sí. Que tú los ves muy monos cuando llegan con sus madres, de bebés, con sus ojos grandes y su pelo oscuro, pero luego se hacen mayores. Y a ver. Que nos quitan nuestro trabajo. Si no hay ni para nosotros, ¿qué vienen a hacer aquí? Pues está muy claro: Robar para comer. Y aprovecharse de nosotros. Están las urgencias hasta arriba, que para un par de veces que voy, qué casualidad, que siempre hay. Veo muy bien la nueva ley. Oye, si no pagan los mismos impuestos, que se paguen la asistencia ellos solitos. Que en el país de uno lo primero es uno. Que no somos una ONG, para ayudar a todo el mundo... Si están enfermos que se vuelvan a su país.
No soy racista; soy ordenada. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Además, no se lavan. Yo, cuando veo uno, a lo lejos, me cambio de acera. Y no por racismo, que conste. Mujer precavida vale por dos… Es que tenemos culturas muy diferentes, no como los ingleses que vienen de vez en cuando; que oye, tendrán sus cosas, pero son más como nosotros. Ellos son muy gandules. ¡Si están todo el día en la calle! Sólo piensan en beber y divertirse. Y son de machistas... Allí las mujeres todo el día en la casa, a criar y cuidar de la familia. Porque la que trabaja fuera, bien difícil que lo tiene.
Yo veo bien que vengan a trabajar, pero nada de privilegios. Que aprendan nuestro idioma. ¡Pues buenos son! Ésos sólo hablan el suyo. Ni inglés saben.
Yo no soy racista, pero las cosas como son. ¿Están atrasados o no están atrasados los españoles?

Sedna
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:50:01 pm
Bienvenida Mallegada


De lo único que estaba seguro Deperente aquella mañana, era de que ese día mucha gente iba a morir en el mundo. Tanta, que iba a ser imposible contarla con exactitud, pero tan poca, que no serían capaces de parar el destino del tiempo. Pero a él solo le interesaba una muerte, la de Susan, Susan Maude, que había vivido toda su vida sola en un espacioso, confortable y caro apartamento de Roosevelt Island., y ahora se la veía sobre su alfombra con una mancha roja sobre su frente y con los brazos abiertos como queriendo entregarse a la humanidad o a un amor imposible.

A Susan no se le había conocido ni marido ni novio en sus sesenta y tres años de vida. Y Susan había sido feliz así. Pero en las últimas semanas, un tenedor de libros había rondado su casa por las noches. Sus vecinas aseguraban que un tipo alto con gabardina y de buen aspecto, aparecía por allí con aire distraído pero sabiendo muy bien adónde iba.



El aire se filtraba por las heridas de la soledad y se unía al cosmos de la ingravidez de las palabras, para decir, en un tono neutro y casi silencioso, yo sé que vienes para lo que vienes, pero eres bienvenido.

Y fueron bienvenidas las caricias y los besos, los abrazos y las penetraciones. Y como en el mundo casi nadie vivía consolado, la vida se les fugaba por aberturas sin contraseñas. En resumidas cuentas, la gente dice poco más de hola y adiós; y eso, cuando son educadas, que no todo el mundo lo es. En general, todos vivimos escondidos de los otros.

John Aldrin, cuarenta y siete años, vivía en Seattle con traje nuevo cada día, pañuelo de seda al cuello, anillos de oro y un par de muy buenos coches. Deperente llegó hasta él después de muchos cafés, cigarros, entrevistas, descripciones… En definitiva, todo a costa de su salud. Y cuando llegó hasta él no lo abordó, ni siquiera habló con él en la primera ocasión. Estuvo observando sus movimientos durante una semana completa, y un miércoles atravesó sus ojos claros, con su mirada de fuego.

-¿Tienes a alguna otra vieja en nómina para matarla? ¿O vas a esperar a que se te acabe el dinero?


-Ni una cosa ni la otra, *****. ¡Dime ahora mismo quién eres, o te reviento la cabeza!
-Tranquilo, soy policía y he venido desde Nueva York a pedirte un autógrafo.
-Eres muy gracioso.
-Lo justo para meterte miedo.
-Además de ***** eres imbécil. Sabes que no puedes hacerme nada aquí.
-Ahora no. Pero siempre hay un luego, un más tarde, un pasado mañana.

Era una hora en que las calles estaban prácticamente desnudas, y una hora donde nadie esperaba ya nada de ese día. Y del siguiente, la mayoría tampoco esperaba mucho, solo lo justo para seguir respirando.

John Aldrin vivió durante días y días obsesionado por primera vez por su culpa y por la omnipresente presencia del tal Deperente día y noche, haciéndose ver bajo farolas, calles estrechas o largas y anchas avenidas. A veces le sonreía, otras no, pero siempre era esa mirada de fuego que traspasaba la piel. A todo eso se le unía, que el dinero empezaba a escasearle, pues la vieja neoyorkina tenía capital, pero no era exactamente rica.


Se había equivocado. Y antes de lo que pensaba tuvo que cambiar de domicilio. Pero no lo iba a hacer solo. El viento de aquella noche corría en su contra. Y John andaba desesperado. Todo le vino en una bienvenida malllegada de policías que lo acorralaron en una trampa que él mismo se había construido.

Deperente empezó a sentir unos deseos enormes de reír a carcajadas. Hacía demasiadas semanas que no lo hacía. Se cogió del brazo de Marian Summer, una oficial veterana, a punto de jubilarse, que le hizo creer al ingenuo de Aldrin que iba a caer rendida a sus encantos. Aldrin sabrá después, que además de policía, Marian era lesbiana y jamás se interesó por ningún otro hombre que por su padre, también policía, que murió en un asalto de cuatro heroinómanos a una sucursal de un banco en Manhattan.

Marian y Deperente necesitaban un bar cercano antes de coger el vuelo hacia Nueva York.

Juan Pablo Modisto
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:51:09 pm
Nieto de las hadas


-Hijo mío, no me tomes por loco, pero ha llegado el momento de desvelarte el misterio. Ya me dice mi dulce Señora que se acerca la hora. Será cuando cese ese último resol que anida ahora en el jazmín.
El sol se apagaba en medio mundo y en el huerto de Víctor Villar, un abuelo enfermo de alzheimer que sorprendía a su nieto con un lenguaje solemne, misterioso, poético, no propio de su condición de campesino, ni de su estado mental.

-Siéntate aquí conmigo. Necesito el murmullo del agua para que ella me ayude a recordar –aquella coherencia en el habla era un milagro, tras cinco años sin pronunciar palabra.
-¡No entiendo nada, abuelo!  –el chico dudó entre sentarse o avisar a sus padres.

Le ayudó a repantigarse en su mecedora de caña y bayón y lo dejó unos minutos meciéndose en el tiempo de la magia, antes de pedirle que continuara. Prosaico, metafísico, misterioso, comenzó a contarle una historia que el propio nieto, estudiante de medicina, no sabía si sorprenderse de la capacidad del enfermo para estructurar el lenguaje, o del cuento en sí.

-Debes de saber que en nuestra familia hay un secreto que sólo se transmite de abuelos a nietos –el chico decidió escucharlo sin interrumpirlo-, y que uno de nuestros antepasados tuvo trato con las hadas, por eso, tú y yo tenemos que ver con el mundo feérico. ¿Has oído hablar acerca de esos seres mágicos llamados hadas, xanas, janas, lamias, o cómo se les llame por ahí?
-Sí abuelo, tú mismo me acunabas de pequeño, hablándome de  esos seres del bosque –se acercó más a la mecedora y le acarició las manos en señal de complicidad-. Pero si te refieres a lo de nuestras orejas, un poco puntiagudas, siento decepcionarte. No puedo creer que es debido a que uno de nuestros antepasados tuviera trato con hadas, ninfas o con seres de otro planeta. Ya no soy un niño, y la ciencia me dice que por una transmisión genética de abuelos a nietos nacemos así. Eso es todo.

-No, hijo mío. Nacemos así por lo que vas a descubrir. Ha sido un secreto transmitido a la luz de la hoguera, de generación en generación. Yo lo supe por mi abuelo, a mi padre se lo contó el suyo, y al abuelo de mi padre…Siempre ha sido así, de abuelos al primer nieto. Esa fue la condición que puso en su día la Dama del Prado para que su bondad nos protegiera. Cuando sepas esta historia la guardarás en tu corazón, y cuando la muerte llame a tu puerta, como hoy lo hace a la mía, deberás contársela a tu primer nieto.

-No te vas a morir, abuelo. ¡Anda, cuéntame tu secreto si crees que debes hacerlo –el chico no quiso contrariar más al viejo.

No había dudas de que Víctor era su nieto preferido. Huérfano de padres desde muy temprana edad, se había criado con él. Juntos, habían compartido muchas madrugadas de escarcha y fríos en los pinares, cuando el pequeño aliviaba el músculo ya cansado del viejo resinero. Uno daba el tajo y otro clavaba la chapa en forma de uve, qué recuerdos, y ¡qué tándem más laborioso aquel de los orejas!, decían en el pueblo.

“Te daré un descendiente que devolveré al mundo de los mortales, y su primer nieto llevará mi impronta, y la heredará, también, el primero de sus nietos y, así, hasta el final de los tiempos”, dijo el hada a nuestro antepasado.

Se mantenía el último rayo de sol suspendido del jazmín. En ese momento era Víctor el joven quien había perdido la noción del tiempo. Parecía que el alzheimer lo tuviera él y no su abuelo. Seguía acariciándole las manos y, sus caricias, actuaban como el catalizador necesario para activar las palabras del viejo.

“Era mayo, por San Pedro Regalado, en los campos encañaban los trigos y en las ermitas las mujeres llevaban flores a María. Nuestro antepasado, un arriero de 18 años, atravesaba los prados con su recua de mulas; el chico era alto, de pelo muy negro, tez blanca y ojos verdes. Una tentación en aquellos hontanares de zagalas fermosas. El mozo se detuvo en un abrevadero y, descubrió, entre la fronda que tapaba el manantial, un caño de arcilla. Observó cómo del chorro cristalino salía un hilito de oro, una hebra amarilla que se perdía entre el limo que flotaba en la poza. Su curiosidad le llevó a tirar del extremo del hilo, tiró, tiró y tiró hasta que formó una pelotita del tamaño de una nuez. No se conformó con esa madejita de oro, y siguió tirando también del hilo que salía del caño hasta agotarlo. Cuando se giró para marcharse con su ovillo de oro, salió del manantial el ser femenino más bello que jamás vio sobre la faz de la tierra. Una criatura transparente y etérea, volátil, voluptuosa y seductora; un hada cuyo cuerpo cambiaba de forma caprichosamente. Nuestro ancestro palpó el cuerpo de la dama mientras ésta peinaba sus cabellos de oro. Comprobó que era corpórea, tangible. Entonces le preguntó: “¿Quién eres?” “Llevo esperándote desde el principio de los tiempos”, le respondió. Estaba escrito que el hombre que extrajera la hebra de hilo sin romperla, me sacaría al mundo de los mortales, me poseería y me amaría por los siglos de los siglos.
El hada salió del agua, desnuda, y se puso a bailar, y el muchacho observó los seductores movimientos sin dar crédito a sus ojos. “Vuélvete, vuélvete de espaldas”, le gritó, “dicen en el mundo feérico que si un hombre contempla nuestro baile sufrirá un hechizo que lo hará danzar hasta morir agotado. Pero antes de ser tuya, quiero comer. Así que ve a buscar néctar de flores, miel, fresas y cuantos almíbares hallares en los campos. Tienes toda la tarde para ello, y no debes regresar antes de la puesta de sol.

Anduvo cuanto pudo por montes, praderas, huertos, hasta que consiguió las viandas. Regreso antes de que el sol se ocultara. Ella le volvió a repetir que no podía ver su cuerpo antes de que el astro rey se apagara, que ese era el pacto. Te poseeré con los ojos cerrados, le dijo a su dama. Pero impaciente, el joven descorrió la tastana de sus párpados y vio a su hada desnuda. Tumbada en el prado, sus cabellos de oro contrastaban con la esmeralda de la hierba, sus pechos alabastrinos presentaban la turgencia del pan bienheñido. Saciado su apetito carnal se dio cuenta de que aquello podría ser una trampa. El pobre zagal tenía oídas historias de demonios, de súcubos con apariencia femenina que se aparecían como mujer para gozar de los caminantes, de niños que nacían del comercio carnal del diablo con mujeres. Se acordó de esas leyendas y huyó despavorido”.

En este punto el abuelo interrumpió su relato, como si de repente hubiera regresado su alzheimer. Se quedó fijo en el rayo de sol, que ya titilaba de frío. Se santiguó varias veces y empezó a dibujársele en su cara el rictus de la muerte.

-Por favor, abuelo ¿qué pasó con el hada? ¿qué ocurrió con el chico? –le apretó las manos como queriéndole exprimir las últimas palabras.

-La mujer, encendida de lujuria, corrió tras él y lo alcanzó allí en la pineda, donde tú aprendiste a trasegar la resina en los bidones -el sol ya se había escondido y la tarde agonizaba en una luz dorada.

-¡Continúa, por favor! ¡No te mueras! Necesito saber quién soy –le gritó hasta el punto de espantar los gorriones que se recogían en el jazmín.

“El hada desnuda, con sus cabellos al viento, llegó hasta él para decirle que ya no podría librarse de ella. “¡Vade retro, eres el demonio!”, gritó nuestro zagal.
“Ya seré tu hada encantada para siempre. Te he esperado tanto tiempo. Te daré un descendiente que entregaré al mundo de los mortales, un niño que llevará dentro el secreto del viento, del agua, y de las plantas. Ese niño se hará hombre y será justo y bueno, y conocerá la felicidad y los dones de la vida. Y su primer nieto llevará mi impronta, y la heredará el primero de los suyos y así hasta el final de los tiempos”.

El abuelo ya tenía los ojos cerrados cuando apareció Caronte con su barca entre los nenúfares de la alberca. El nieto aún pudo darle las gracias por transmitirle el secreto.
Recibió por respuesta una sonrisa.

“Cruza la Estigia tranquilo, abuelo. Prometo ser un hombre bueno y justo como tú”, le dijo por si aún lo escuchaba.

La tarde se había ahogado en el crepúsculo. Arriba, en el cielo, los vencejos ponían retazos de luto por la muerte del viejo, aunque, abajo, en el huerto, el bullicioso acomodo de los pájaros interpretaran un réquiem alegre. Víctor Villar murió balanceándose en su mecedora. La complicidad de su sonrisa parecía decirle al futuro médico que no perdiera el tiempo investigando en la genética sobre el porqué sus orejas  puntiagudas. Ya sabía que era nieto de las hadas. 

Carbonero
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:52:42 pm
En el fragor de la batalla


Érase una vez un hidalgo que de mucho leer y mucho navegar por Internet, de mal comer y poco dormir, dio en pensar que los libros tenían vida propia y que la Red era su siniestra enemiga.

La primera señal de alarma ocurrió una mañana a finales de marzo cuando encontró una mancha de contornos irregulares sobre la hoja abierta del volumen de poesía que reposaba en la mesilla de su computador.... ¿Cuál sería el mensaje que le enviaban las fuerzas ignotas? En un principio pensó que podría descifrarlo a partir de las palabras que aún podían leerse en la estrofa vulnerada:

Volver… como… si el…hojas… apresara…que hiere… labios y…

No estaba claro.

Dado que conocía el poema de memoria trató entonces de interpretar el arcano mensaje con las palabras ahora ocultas: sería… aire entre las… un relámpago… robles.

Tampoco. No lograba atar los cabos…

Pasados largos minutos de inútiles disquisiciones el hidalgo llegó a la conclusión de que el contorno irregular que había quedado en la hoja era el mapa de alguna nación que nunca había visitado o que aún no existía. ¿Cuál sería su naturaleza, su lengua y sus ríos, la disposición de sus habitantes y la moneda corriente?

En tales divagaciones se le escapó el resto de la jornada.

Tres días después el hidalgo descubrió con sobresalto que mientras daba de comer a su galgo había desaparecido una tercera parte de la cubierta y casi todo el prólogo de una novela de Bioy Casares. Debe ser el inicio de una primavera inusitada, se dijo, y trató de olvidar lo que estaba ocurriendo.

Pero no le quedó más remedio que aceptar que se trataba de una batalla sin cuartel cuando el cuatro de abril del año en curso al despertar de su siesta de media tarde constató que se habían evaporado las sesenta últimas páginas de la novela de caballería que estaba leyendo. ¿Y ahora qué hacer? ¿Quién podría terminarla? Porque él leía y leía y releía y subrayaba pero jamás en la vida había empuñado la pluma como no fuese para firmar recibos de pago y la última versión de su testamento.

El hidalgo se despojó del yelmo y se dirigió hacia el computador. Iba a ser una batalla larga y fragorosa.

Juan del Camino
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:54:01 pm
Alba la oruga


Por un camino empedrado se paseaba una joven oruga.
Iba encorvada, meditabunda, añorando una razón para vivir. Sus movimientos eran lánguidos y débiles.
En su cabeza revoloteaban fuertemente:

“Dios que deseas de mí. Vida, ¿ por qué me siento tan pesada?”. “No sé quién soy”.- gritó en voz alta.
Riendo otra hermosa oruga le respondió:

“Alba  te llamas”. Esta otra oruga por sus pasos determinantes parecía muy segura de  sí misma.  Estuvo siguiéndola muchos árboles atrás sin que ella  percatase sus ojos embrujados de amor. “ Acaso no te pesa esa gran piedra sobre tu espalda”.- le dijo enérgicamente.
“Ahh.”- respondió confundida: “¿Acaso las orugas no son así?“
-“ Por supuesto que no, sino mírame a mí”
Alba tocó la piedra lisa, la empujó un poco y se dio cuenta que se movía. Se asustó.-“Qué extraño ….Recién veo que es una piedra, pensé que era yo”…  “Gracias por señalármelo” Ya sé por qué me siento cansada”.  Él le ofreció   amablemente ayuda: “ Deja que te quite esa piedra, ven a mi reino y te haré princesa”. Pero ella no lo oyó.
La tierna oruga sólo escuchaba la música tortuosa de sus pensamientos mientras se alejaba: “ La piedra me causa pesadez y malestar. Ja. Y yo que pensaba que era por mí.  Sí que la piedra es grande.”
Al llegar al final del camino se topó con un arroyo el cual tenía que atravesar.  El agua era de un azul cristalino que invitaban a querer sumergirse. El viento la empujaba formándose suaves ondulaciones. “Ahora que ya sé que me pasa, la vida va a ser más fácil”.- se dijo entusiasmada. Se puso como reto llegar al otro lado, intentó nadar pero  la piedra la sumergía.  Sacó su cabeza fuera del agua, algo confundida, para aspirar un poco de aire, pero el peso le ganaba. La piedra le resultaba incómoda y no le dejaba respirar. Comprendió que tenía que renunciar a ésta.  “Tanto tiempo con ella”.- la oruga pensaba mientras se aferraba.  Se dejó vencer.- “Cómo será la otra vida.  Seré feliz  allí”. Su cuerpo se hundió más y más.
De pronto cuando ya no quedaban burbujas de aire sobre el agua  y el cuento iba a finalizar, algo se movió en el fondo. Se movían sus patitas más rápido de lo usual. Había soltado la piedra. Su cuerpo se alzó y flotó con libertad.  Todo se volvió más colorido, se sentía con vida.  Para ella era extraño, nuevo y maravilloso a la vez. Ilusionada terminó de cruzar  el arroyo.
Al  llegar a la orilla y sentir la tierra caliente  recuperó el aliento. Estaba cansada pero esta vez era  diferente,  por fin ya  podía caminar erguida. Firmemente gritó a todos los vientos: “Soy Alba. ¡estoy viva!”, para que así todas las orugas escuchasen. Por primera vez el sol quemó su piel.

Oruga
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:55:30 pm
Menarca


El día sábado 12 de noviembre del año 2011 descubrí que Menarca llegó a mi vida. Exactamente seis días después de mi cumpleaños número 11.
La tarde de ese día trágico,  llegué a mi casa igual que todos los sábados desde que hago el curso sabatino de inglés en el instituto Colombo – Americano. En el taxi de mi tío Lucho. A esa hora, el sol siempre está aún muy alto y brillante y,  aunque nunca falta en Barranquilla una brisa furtiva, que vierta generosamente la frescura marina sobre el medio día, para suavizarlo, sentí el abrazo asfixiante del bochorno, cuando abrí la puerta  trasera del taxi para salir. El resplandor del piso de la terraza desplegó sus alas enormes enfrente de mí y se lanzó hacia el interior del automotor, para llenar con las bocanadas hambrientas de la reverberación, el espacio dejado por el aire acondicionado, que se fugó conmigo. Me despedí de mi tío lucho y bajé del automotor cuando se detuvo completamente frente a la entrada. Subí el pretil y  entré a la terraza. Mi madre me dio un besito rápido en la mejilla y cerró de nuevo la reja.  – Como te fue Chepo?- Preguntó mientras extraía del maletín el libro de inglés y la libreta de anotaciones para revisarlas. – Bien mami-  Farfullé caminando de prisa hacia el baño. Como no oriné durante toda la mañana, mi vejiga estaba a punto de reventar. Fui al baño a la hora del recreo  para hacerlo pero no quise sentarme en el asiento del inodoro porque me dieron asco los restos de excremento pegados en las paredes de la taza. – Que Chepo, te vienes orinando¬?- preguntó Yalile, mi hermana mayor, cuando pasé por detrás de la silla plástica donde estaba sentada, frente al televisor, y la desacostumbró la perturbación del aire. Su interés y atención se habían despegado momentáneamente de la pantalla, en ese instante. Por eso advirtió mi presencia cuando pasé por su lado. Hillary, mi segunda hermana, ni se inmutó. Continuó absorta, ausente de su mundo exterior. Esparramada en una  silla de plástico, le ofrecía sin resistencias ni condiciones toda su vulnerabilidad a la máquina del diablo. Extraje del ojal el botón de la falda blanca de Jean que llevaba  puesta y liberé su presión sobre mi cintura.  Con un solo movimiento la recogí a la altura de mis rodillas, junto a la lycra blanca y el pantis, también blanco, y me senté sobre el orificio del inodoro. Mientras liberaba la presión de mi vejiga me paralizó un centellazo al verla a ella por primera vez enfrente de  mí. – ¡Dios mío! - Exclamé con un suspiro exasperado. Extendida sobre la superficie de mi ropa interior, indemne, indiferente y con una frialdad de témpano, Menarca parecía como recién llegada a la meta después de recorrer frenéticamente en el tiempo una distancia de 11 años y seis días.  - Con razón, desde un poco antes de salir al recreo, tenía una extraña sensación de humedad  en mi parte íntima. - Recordé. - Creí que era debido a la retención de líquidos en mi vejiga, pero estaba equivocada-. -¡Mami!-, llamé a mi mamá disimuladamente y sin alarmas, en voz baja para no llamar la atención de mis hermanas que estaban en la sala frente al televisor.  – Mira- Le mostré la mancha de sangre, con un mohín de mis labios, cuando entró al baño.  Mi madre inclinó ligeramente su cuerpo, la miró por unos instantes y se incorporó de nuevo. Mientras lo hacía pareció entrar en un trance reflexivo como quien busca las palabras más adecuadas, antes de responder. Después, de salir de allí un aura angelical le iluminó el rostro. Ella parecía asentir con valor, alegría y sabiduría al baño de luz multicolor que la adulaba. -¡Ok que bien Chelsea, este es tu primer episodio de sangrado vaginal o hemorragia de origen menstrual, llamada menarquía. Es tu primera menstruación, te felicito mi amor!-  Con el dibujo de una sonrisa en su rostro y naturalidad, continuó su disertación,  sin pausas ni interrupciones. Mordí mis dientes enérgicamente como si los unos quisiera incrustarse en los otros, después que mi madre desnudó la realidad y la fusiló enfrente de mí, tal y como era,  sin mitos ni tapujos, sin evasivas ni atajos que suavizaran su crudeza tangible. Con la mirada enterrada en la cerámica del piso, yo la escuchaba con mucha atención e interés, mientras hablaba. En ese instante, que todo el gas del globo de mis esperanzas de seguir siendo niña toda la vida, se había escapado, sentí con rabia y una profunda decepción. Como un remanso de paz incrustado en el corazón de la tormenta tempestuosa, en ese momento cruzó por mi mente, lo que significaba la posibilidad de conversar con mi mamá  en un clima de igualdad de condiciones y mutua confianza. Muchas preguntas, dudas, interrogantes e inquietudes que, desde hacía rato daban vueltas en mi cabeza como el carrusel de un parque de diversiones, podrían emerger del oscurantismo de la ignorancia hacia la luz del conocimiento científico profesional y empírico de mi madre. Pero la imposición y posterior dominio de las emociones, pudo más sobre mí, que la conducta adaptativa de la inteligencia emocional. Por eso fue que solté las amarras  de las primeras para que, con todo el ímpetu de su irracionalidad, arremetieran a las segundas. Enfrente de mí, los ojos grandes y saltones de Menarca, parecían sondear en los míos, todo el malestar y disgusto que me embargaba por su causa. Ambos sentimientos de aversión estaban creciendo en una progresión  geométrica, dentro de mí. Menarca permanecía allí enfrente de mí, sin aplicar el básico y esencial valor de la solidaridad conmigo. Ella bien pudo negarse a formar parte y participar de esta confabulación en mí contra, pensé. Con su negativa, pudo detener la etapa del proceso que estaba en curso o desviarlo hacia otra dirección, cuyos resultados obtenidos, resultaran más agradables y aceptables para mí, que estos. Pero no importaba lo que estuviera sintiendo, pensara o dijera porque Menarca no tenía voluntad ni autonomía, ni poder de decisión ni conciencia acerca de lo que yo estaba sintiendo por su culpa. Simplemente estaba allí  obedeciendo  la orden ineludible e imperativa de un poder o mandato supremo que estaba por encima de ella y de mí. La naturaleza. Me aterraba la posibilidad de crecer, de ir ascendiendo en la escala natural del desarrollo humano, mientras mi existencia sucumbía a sus pasos aplastantes. Prefería quedarme detenida y suspendida en el tiempo, sin preocupaciones de periodos menstruales, dedicada completamente a mis estudios, bajo los cuidados, la contemplación, el orgullo,  la admiración, el amparo, la protección y el amor de mis padres y de mis hermanas, en el seno de nuestro hogar.  Pero lamentablemente hay un abismo, que separan la realidad de nuestros sueños e ideales, y yo, en estos momentos, estaba a punto de caer al precipicio, porque las bases del piso donde estaban plantados mis pies, se estaba resquebrajando como galleta griega. - ¡No quiero que le digas nada a mi papá, ni a mis tías, ni a mi abuela!-  Enfaticé iracunda con el ceño fruncido pero sin levantar el tono de mi voz para no despertar la atención de mis hermanas. – Tienes que usar toallitas absorbentes-  Dijo mi mamá, -¡Yo no voy a usar nada de eso…. olvídate!-. Le repliqué separando las dos frases con una pausa de ira. – No te preocupes mi cielo, eso es normal. Tú has visto a Yalile, a Hilary y a mí…. - ¡Si claro!- La interrumpí exhalando una tormenta de suspiros.  - ¡También he visto a las tres retorciéndose como serpientes de los  dolores  horribles y feos que produce esa cosa! - Repliqué furiosa, ya con los ojos vidriosos, a punto de liberar el torrente de sus cascadas. - Déjame lavarte con esta ducha para partes íntimas que yo uso – Dijo mi madre acercándome un envase de plástico blanco con tapa rosada. -¡No quiero que me toques, yo me lavo sola!-. Repliqué furiosa, rapándole el envase de las manos.  – Cuando termines de lavarte te colocas esta toallita protectora- Imploró.  - Es muy fácil usarla - replicó sin inmutarse. – Les despliegas las alas laterales, la enfrentas al pantis y la fijas a ella, cerrando las alas. Tragué sus palabras en silencio y pensé en lo difícil e incómodo que iba a ser para mí, caminar con ese objeto entre mis piernas. - ¡Olvídalo, - ¡Yo no voy a usar nada!- Grité ahogando la salida de mis palabras a través de mis dientes apretados para contener la furia de mi enojo. – Si no quieres usar una toalla sanitaria-, insistió ella, -usa entonces este protector que es más suave y cómodo- Concluyó. Mi madre salió del baño y fue a la habitación de al lado. Aproveché este momento para despojarme de toda la ropa que llevaba puesta. Me lavé rápidamente, aun  sentada sobre el oficio del inodoro, y cuando mi madre regresó ya estaba de pié. Me entregó una toalla, el pantis y la lycra que había extraído de mi gaveta del guardarropa, para que me  cambiara.  Salí del baño envuelta en la toalla, giré a la izquierda y entré a la habitación. Mi madre me siguió. Caminé hasta el fondo y me planté sobre mis dos pies, tan derecha como pude, crucé mis brazos sobre el esternón como si montara guardia y extendí mi mirada hacia la calle, que podía ver a través de la cortina que cubría, desde adentro, la ventana de vidrio, con la seguridad y tranquilidad que nadie del otro lado me estaba viendo porque el reflejo del vidrio producía ese efecto especial. No obstante en la sala, cada vez que el programa televisivo recreaba en la pantalla las propagandas publicitarias, una rendija en la concentración de Yalile se abría. Por allí permeaban hasta su estado de conciencia enajenado, los estímulos del entorno que le advertían que algo fuera de lo normal y corriente estaba sucediendo. Por eso se paró de la silla como una tromba marina, como eyectada por la indignación e intolerancia de su cuerpo, sometido a las torturas y flagelaciones que le estaba ocasionando la silla de plástico. Ojeó el interior del baño y nada fuera de lugar satisfizo su curiosidad natural. Luego se dirigió al cuarto contiguo, donde mi madre y yo nos encontrábamos. Se detuvo en el vano de la puerta y  sus ojos grandes color miel auscultaron el interior, como si olfatearan buscando un rastro. – Que pasa¬?- Mi mamá giró su cabeza para encontrarse con sus ojos preñados de curiosidad, me señaló con un mohín y le respondió suavemente separando las silabas con una pausa más o menos igual. – ¡Chel…sea… se… de…sa…rro…lló!-.  Volvió a mirarme con sus ojos expectantes, esperando mi reacción pero al verme en la misma posición agregó a su respuesta, ahora normalizando el tono de su voz.  -Le estoy diciendo que eso es natural y que no tiene por qué sentirse mal- En ese momento llegó Hillary y antes de preguntar, Yalile se anticipó sin utilizar la métrica y los cuidados que había utilizado mi madre, momentos antes, para minimizar el impacto de las palabras. Mi madre la increpó exorbitando sus ojos.  Ella tenía mucha fuerza en su voz y en sus gestos. Por eso respondió con mucha energía. En este acto, las tres guardaron silencio al ver el parpadeo de mis ojos como el aleteo de una mariposa. Después de un tiempo en que ninguna de las tres se atrevió a mover ni un músculo esperando mi reacción, interceptaron sus miradas atónitas. Eran las margaritas de mis pestañas, limpiando mis pupilas humedecidas, como si remaran en el lago de mi desdicha.

Nicanor Rizo Villa
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:58:48 pm
El sitio de los miedos


La desesperación hizo que regresara al punto de partida. Después de haber explotado todos los recursos, ella reconoció su frustración. A sus 28 años era una mujer frustrada. La amargura invadió poco a poco cada espacio de su vida. No era buena para nada. A pesar de haber obtenido una licenciatura en Letras, se sentía vacía intelectualmente. La mediocridad que tanto despreció en sus compañeros de grupo, ahora era la realidad que la acompañaba día y noche.

Por eso decidió regresar a esa  esencia suya a la que tanto le huyó. De nuevo su cuaderno, su lápiz y su imaginación, los amigos incondicionales de la infancia. Esos que al fusionarse le hacían sentir la adrenalina en el cuerpo, el éxtasis, la magia.

Pero antes ella lo intentó todo. Las extensas ciberconversaciones de sexo, suplieron un poco la carencia de emociones en su vida. Luego el alcohol, la marihuana, los tríos amorosos, el morbo, pero ninguno era su sitio.

Solo irse a un lugar aislado a escribir le curaba el alma. Pero hoy, justo el día en que se halló frustrada en este mundo, ella desempolvó su cuento del alma, la obra maestra de su vida, ese que lo significaba todo, porque en él quedaron guardados para siempre los años de su niñez, las emociones que ya por lejanas eran casi extrañas.

Junto a sus escritos había guardado también una reliquia familiar: el vino de Jerez que trajo su abuelo de España, todo lo que le quedaba de su abuelo, que al morir en sus brazos le dijo: - úsalo solo en un momento especial. Quizás su abuelo pensó que su amado vino, que lo acompañó toda la vida, sería el regalo de bodas para una nieta especial, sin embargo fue el aliciente para un gran dolor.

“El sitio de los miedos”, así lo tituló porque aquella casa enorme escondía miedos tras las puertas. Allí ella sufría lo que llamó hipnosis temporal, una crisis en la que se sentía una extraña en su propio cuerpo, no reconocía dónde estaba ni quién era, ni cómo se llamaba. Pasaba cuando se  concentraba  al mirar a un punto fijo. Nunca le contó a nadie, porque el día que contó sobre aquel raro personaje, nadie le creyó. Entonces tuvo que aprender a lidiar sola con aquellas personas que solo ella veía y con las terribles crisis de amnesia.

Esa casa era demasiado grande y oscura para ella sola. Por eso cuando escuchaba los tacones invisibles, no se sentía tan sola. Allí crió a  su pollo amado, desde el día en que salió del cascarón. Fue madre por primera vez, y por primera vez sintió la pérdida de un ser querido. Después buscó consuelo en otras inimaginables cosas.

Desempolvar “El sitio de los miedos” y la botella de vino de Jerez de su abuelo, le trajo risas y llanto a la vez, le hizo además renunciar a la idea de que si moría, nadie la iba a extrañar, porque leyó en su cuento preciado, las líneas que hablaban de la diosa de la esperanza: su madre.

Esas líneas le hicieron bajar tristemente la cabeza, porque ella jamás estaría a la altura del hada madrina de sus sueños, esa que tenía dos grandes motivos para luchar cada día: ella y su hermano.

El cuento la hizo recordar a  su hermano, él también sufrió los desaires de un padre que nunca estuvo en el momento en que debió estar. Eso quizás los hizo infelices por mucho tiempo, hasta que dejó de doler esa herida.

Ella sintió que le faltaba el aire, pero no se fue, porque era precisamente eso lo que buscaba: emociones. Ya había llegado al día más triste de su vida, el día en que debió abandonar el sitio de los miedos.

Su madre decidió dejar atrás la oscuridad de un pasado que le martillaba los oídos día tras día. Aquella relación tormentosa parecía revivir en las paredes de la casa y creyó que era mejor partir.

Solo que 20 años después ella aún no se lo perdona. Allí dejó su esencia, sus amigos inexistentes que entendían sus delirios. Allí se quedó ella, ella que tenía un nombre horrible, pero nunca encontró otro por el que le gustara ser llamada.

En el sitio donde vivían todos sus miedos, quedó aquella increíble imaginación. Quizás desde aquel instante comenzó a desarrollarse en ella toda la frustración que llega cuando una musa se va.

Tardó 20 años en comprender que desde ese día ella estaba predestinada al fracaso, a no ser de ninguna parte, a no ser buena para nada. Quizás porque las personas encuentran consuelo y motivo en las más inimaginables cosas, en los más insospechados sitios.

La encantadora Celia
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 15:59:55 pm
Siempre ha querido tener más


Siempre he querido tener más, no puedo evitarlo. El primer recuerdo de este deseo lo tengo de cuando era niño, en el parque, me veo ahora mismo en una película gris quitándoles los juguetes a los otros niños. Escucho los gritos y siento los empujones que a veces me dieron para que los dejara en paz. Y no es que no tuviera yo mis propios juguetes, al contrario, eran los mejores, pero ¡ay del que me los tocara! Eran sólo míos, no podía permitir que nadie les pusiera la mano encima.
Con el tiempo fui dándome cuenta de que quitarlos de manera violenta a veces no era un buen camino, con los más pequeños funcionaba, pero cuando se igualaban las fuerzas o me superaban en tamaño era más difícil, a veces imposible, también estaban los padres, que era lo más complicado de flanquear. Ideé estrategias para lograr lo que quería, los juguetes que ya no me interesaban en absoluto me servían de moneda de cambio, aunque después los recuperaba sin que se dieran cuenta, otras veces llevaba una bolsa y al menor descuido... mis padres nunca se enteraron de nada, al menos eso me parecía, siempre tan ocupados en sus cosas, ya llevan unos años de muertos y seguro que aún bajo tierra seguirán con sus asuntos, sin tener tiempo ni de pudrirse. Me duele decir esto porque, a pesar de todo, los quise, me lo dieron todo.
La única que intentó lidiar con este deseo mío fue mi nana, al final creo que me dio por imposible.
     Si en mi infancia fueron juguetes lo que me estimulaba, cuando fui un adolescente, quise tener mujeres, a todas las que pudiera, pero me estrellé de frente con mi físico, digamos que no soy el típico guaperas. Me tocó pulir otras armas, intenté hacerme un buen conversador, y lo logré, las hacía reír y, entre charla y charla, las iba engatusando, tanto que de mi grupo fui el primero que perdí la virginidad, si es algo que se puede tener o perder, me parece una definición estúpida, digamos mejor que fui el primero de mi urbanización que penetré a una mujer…bueno, Carla tenía trece años…pero tenía unas tetas de dieciocho.
Después de Carla desfilaron muchas, debo reconocer que además de mi buena conversación, no hablaba más que tonterías, el tener de vez en cuando el coche de alta gama de mis viejos ayudaba bastante.
Algunos enemigos me gané por esos años tan turbulentos, como cuando Carlos me encontró follando con su novia en el la parte de atrás del BMW. Esa mujercita era mucho para él, no hice más que demostrárselo, debería estar agradecido.
No voy a recrearme más en esto, no me interesa petular, pero para resumir voy a decir que a las únicas que no me beneficié, estando a tiro, fueron a las sirvientas de casa, y eso porque tenían siempre un asqueroso olor a aceite quemado. Hubo una, una tal…cómo se llamaba…no me acuerdo, esa estaba bien buena, pero no era más que una pobre desarrapada, lo siento pero es así…ella y la gente de su tipo me recuerdan a ese cuento de Cortázar…el de los monstruos…otro mundo que no tenía nada que ver con el mío.
Viniendo de la familia que venía no podía más que estudiar derecho, ya mis padres me tenían la vida trazada, la verdad es que, en algunas cosas, no estuve de acuerdo con ellos, pero lo que me dibujaban para hablarme de mi futuro me gustaba. Ya me veía estudiando en Estados Unidos y haciendo el master en La Sorbona, como finalmente hice.
En París conocí a mi mujer, me enamoró desde el primer momento, glamour destilando a cada paso, y de muy buena familia, su padre era embajador en mi país, todo un punto a favor para ambos, fue como un conocernos antes de hacerlo. Sin ella no hubiera llegado donde estoy. Los contactos de su padre y los de los míos me abrieron un horizonte de cielo y mar.  Desde el bachillerato ya iba sabiendo lo que quería profesionalmente, y si no hubiera sido así, mis padres con su continua monserga de nuestros apellidos me hubieran enfilado rápidamente. 
Trabajar en aquella multinacional me abrió más los ojos, no saben ustedes la sensación ajena de poder que tuve. Sí, ajena, porque en ese momento yo sólo era un empleado, con un buen cargo, pero empleado, al fin y al cabo. Aquella multinacional me recordó mis mañanas en el parque, quitando juguetes a diestra y siniestra, ideando estrategias para hacerme con ellos. Me dan risa los que hablan mal de las multinacionales, son el futuro…el presente, mejor dicho, y, como decía mi padre, los que se quejan es porque no están dentro.
También decía mi padre que amigos hay que tener hasta en el infierno, me he granjeado bastantes enemigos en esta vida, pero estoy seguro que no superan a mis amigos. Lo que no dijo mi viejo es que, mientras más poderosos tus amigos, mejor. No me gusta jactar, pero las cosas son como son, las fortunas más grandes de este país son mis amigos. Menudas fiestas me metí con más de uno de esos güevones, y nos las seguimos metiendo.
He trabajado duro, todo lo que tengo me lo merezco, pero quiero más, no puedo luchar contra ello, jamás lo he hecho y me ha ido bien. Esa multinacional es lo que es ahora gracias a mí, la he dirigido bien, y seguirá creciendo, aunque ya no esté en ella.
El secreto del éxito radica en saber lo que es verdaderamente importante, para mí: lo que deseo. No hay nada más, lo otro me da absolutamente igual, los dilemas morales son una pérdida de tiempo, las cosas hay que hacerlas y ya está, si no, nos quedaríamos estáticos ¿Qué culpa tengo yo de que un negrito esté famélico en África?  Yo me dedico a mis negocios, que los africanos se dediquen a los suyos y verán cómo no dan ninguna lástima.
La vida me ha puesto en bandeja la oportunidad que tengo ahora, habrá más estrés, pero sé trabajar bajo presión. Con los años he entendido que el dinero y el poder son buenos, pero hace falta más: el reconocimiento, que lo conozcan a uno y dejar huella en la historia. Felipe Gutiérrez se hizo presidente de un club de fútbol y, aunque no me lo diga, sé que es su apuesta a la eternidad. Me parece patética. Mi apuesta es mejor, requiere más estrategia, quemar más neuronas. Además, muy pocos pueden sentir lo que es que más de la mitad de un país te haya elegido libre y soberanamente. ¡Eso sí es hacer historia!

Libélula
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:01:41 pm
On the road



Pensé que la ruptura era el fin, por el robo de proyectos de futuro, por el lado de la cama vacío y por todos esos huecos que te quedan por llenar. Sin embargo, la ruptura no fue el fin, fue el principio, un aprender de pasos, un aprender que te tienes a ti, que lo importante es hacer cosas que te llenen, que el recuerdo de la serenidad de ayer es una inquietud en el fondo de tu alma.
La libertad total te hace tomar decisiones que obedecen al impulso ciego del impulso. Suena el teléfono, al otro lado Andrea. Siempre tiene propuestas divertida, siempre le digo que  no. Siempre menos hoy.
Tres meses desde que Adrián cerró la puerta y mi ánimo no ha mejorado, la desesperación me ha hecho darme cuenta de la insatisfacción vital en la que vivo, aborrezco mi trabajo, aborrezco mi casa, en definitiva aborrezco mi rutina. Andrea me remueve.
-   Morirás en ese estado si no tomas una decisión – desafía Andrea - Yo me voy, ¿te vienes?
Andre siempre ha sido mi amiga más cercana.
-   ¿A dónde? -  le pregunto sorprendida - como se te ocurre pensar que voy a deshacer mi vida montarme un autobús y no mira atrás hasta llegar. Eso no tiene ningún sentido – le digo.
Pero si lo tiene y mucho.
Todo en mi vida ha sido fácil sin embargo la mayor parte del tiempo no he encontrado la satisfacción interior. La gente que me rodea, me intuye segura, porque lleno el vacío de actividades para bloquear la sensación de desamparo del pensar, esperando que lo inesperado rompa la rutina.
He crecido en un ambiente familiar ejemplar, mis padres siempre han vivido pendientes de nosotras, Rocío, estable, tranquila, será feliz, Marina inestable, inquieta, prototipo de la insatisfecha. Estoy segura que es lo que cuchicheaban antes de dormir.
Mi vida se ha ido haciendo. La primera amiga íntima, Rosana, el primer amigo íntimo, Juanjo, el primer beso, Martín, la primera discusión, la primera ruptura, la primera decepción y allí estaba yo.
Sin darte cuenta ya has dejado atrás los sueños de vivir en tránsito con tu mochila a cuestas para entender el mundo. Ha sido así hasta que la ruptura de alguien que creías definitivo sacude los cimientos de tu vida.
Llega el martes, no me ha dado tiempo a pensar, a despedirme, ni a nada, solo he traspasado el alquiler de mi piso y he solicitado una excedencia que me han denegado, de todas formas me voy.
Mi hermana que ha venido a despedirme a la estación me da mil consejos de última hora, de esos que ya sabes, incluso mucho rato después de subir al autobús seguirá haciéndome indicaciones a través del cristal de la ventana.
Mi padre que también ha venido aguarda en un segundo plano, él no me ha dado consejos de última hora, el sólo me ha dado un abrazo y un silencio. ¿Cómo sabe que este viaje va a cambiar mi vida, si ni siquiera yo soy consciente?
Andrea llega tarde con una mochila pequeñita a la espalda. Le miro extrañada.
-   Y ¿tus cosas?-  pregunto.
Me mira extrañada:
-   Las llevo a la espalda – contesta.
Miro mi mochila enorme llena de ropa .A Andre le entra la risa. Me mira y se ríe, mira el maletero y se vuelve a reír.
Nos subimos al autobús nerviosas. Va casi vacío, una pareja algo más joven que nosotras, una abuela, otros cuatro o cinco pasajeros más y nosotras dos, en total unos diez de las treinta plazas.
Hemos previsto parar y descubrir, para y reposar, parar en el camino tantas veces y tantos días como sea necesario, tenemos el tiempo infinito, nadie nos espera y hemos decidido dejar la prisa en el sitio del cual partimos.
El autobús se pone en marcha muy despacio. Las figuras que despiden a los pasajeros en la estación se van haciendo pequeñitas, hasta desaparecer, luego le toca el turno a los edificios, dejamos atrás la ciudad, el conjunto se va haciendo pequeño hasta que desaparece totalmente.
Me acomodo en el asiento, Andrea a lado mío habla y habla, sobre el último libro que está leyendo, sobre lo mayor que se ha hecho su hermana, sobre su falta de vocación yo miro por la ventana y escucho sumida en mi tránsito. Deseo que todas mis fuerzas que el viaje calme mis sensaciones.
Me gusta viajar en autobús, me gusta la serenidad de la lentitud. Tan solo llevamos dos horas y media de viaje y aprecio el cambio de paisaje, hemos dejado la capital y hemos empezado a ascender por montañas.
El autobús para en una pequeña estación de la carretera y suben dos chicas jóvenes. Las puertas se han mantenida abiertas durante un largo rato y el autobús se ha llenado de ese olor natural y ese frio seco. Las chicas parlotean sobre el panadero, sobre el tendero, historias de un pueblo. Las chicas se callan y el autobús se queda en silencio solo entonces me doy cuenta de que Andrea se ha callado también. La miro. Se ha quedado dormida. Me levanto y salgo al pasillo, alcanzo una fila libre y la ocupo. Me hundo en el asiento y miro por la ventana, el autobús se ha puesto en marcha.
En el autobús pienso y pienso y pienso, hasta que el pensar se transforma en meditar. La lejanía de casa me hace aflojar la presión interior que he cargado durante estos tres meses, siento cierto alivio que relaciono con la distancia.
Supongo que no tengo miedo, pero estoy llena de inseguridades, a lo mejor es que tengo miedo, pero nunca miro atrás, así no tropiezo dos veces en la misma piedra.
Cuatro horas de viaje, me encantan los viajes, son como la vida, la libertad del tránsito es una sensación incomparable con ninguna otra, salgo de un estado, para meterme en otro y el camino del autobús es el tránsito, no estás ni en un sitio, ni en otro.
Intento agarrarme a mi nostalgia, pero estoy tan excitada que no la termino de sentir, una nostalgia un poco fingida, porque las cosas en mi entorno conocido han cambiado mucho en los últimos tiempos, repaso en mi cabeza los últimos momentos de Adrian en mi vida, recoge cosas las mete en una caja, me mira sin pena ninguna en los ojos, yo le miro de la misma forma. Era una historia acabada hace años, no entiendo con qué sentido la continuamos durante tanto tiempo. Fuimos felices, no éramos felices.
Andrea se despierta, tiene hambre yo también tengo hambre,
El autobús vuelve a parar, no sabemos dónde, pero preguntamos al conductor y nos asegura que el siguiente autobús con el mismo destino pasara en 15 horas, aprieta una palanca que abre el maletero, bajamos y recogemos nuestras cosas. El pueblo es precioso, preguntamos por una posada barata, comemos, nos duchamos, dormimos y 15 horas más tarde en la oscuridad de la noche volvemos a subir a otro autobús. Mismo destino: la última parada.
El autobús va lleno de gente, gente mayor, no nos queda más remedio que sentarnos en asientos separados. Comparto viaje con un señor mayor. El señor tiene ganas de hablar, le entiendo que va a visitar a su hija al norte, yo también voy al norte, quiero encontrarme a mi misma, se lo digo, no me entiende. Hablamos un rato más y me vuelvo a sumir en mis pensamientos.
No quiero que vuelva a pasar, quiero retomar las riendas de mi vida. Necesito saber que quiero, o decidir dejarme llevar sin plan, el viaje me está calmando, el bamboleo del autobús me recuerda al mover de la cuna, el rumor de la noche convirtiéndose en aurora me enseña colores que se parecen a mi estado de ánimo, el malva, el rosado, así me siento. La noche empieza a abrir al día, la oscuridad deja paso a la claridad también de mis pensamientos.
Pienso si hay algún lugar por el que debería empezar a reconstruir los muros caídos, la señora que acompañaba a Andrea se ha bajado del autobús y me cambio de sitio, me siento a su lado, le miro fijamente y se lo pregunto
-   ¿Por dónde empiezo?
-   Por el principio - contesta Andrea.
No entiendo la respuesta. Así que la interpreto y empiezo a contarle mi historia por el principio. Le hablo de todo, de la comodidad de tener una almohada caliente, de la aceptación, del consentimiento de mentir y mentirte, de querer a otros y de saber que el también quiere a otras, de la frustración de no haber sido quien habías planeado, le hablo de todo eso, durante horas, hasta que acabo, me mira con sus ojos grandes, nunca me había dado cuenta de la profundidad de sus ojos tristes.
La vida de Andrea es sencilla, no se complica, hace lo que siente, no tiene presión, no la siente, cuando quiere comparte, cuando lo siente comparte, cuando se sincera y continua su camino sola, sin pena, se conoce a sí misma y se quiere, por eso no necesita más que lo que le completa. Me doy cuenta de que nunca la he escuchado cuando habla, por eso termino mi historia y me callo, para darle la oportunidad de que ella también me cuente. Ella retoma mi conversación con su historia.
Ella empieza desde el principio, su vida ha estado llena de intensidad, una intensidad que quiere conservar porque le hace sentir completa, me aconseja la búsqueda de mi intensidad. Ya está su historia ha sido más corta que la mía. En cinco minutos ha resumido todo lo que la define, yo he sido incapaz en tres horas de transmitir que es lo que me define a mí.
Me alegro de haberla escuchado, me alegro de haber llenado la maleta de cosas y de haber iniciado esta transición física y mental. Me alegra el haberme querido conceder este tiempo para mi tránsito que me ha permitido sentarme, y pensar, sentir el cambio, mientras el paisaje, el color se ha ido transformando ante mis ojos y  yo he ido graduando mis miedos.
Hemos llegado. Andrea baja de un salto, yo también. La llegada es fría, toda la ilusión contenida en ese marco, a partir de hoy esta es tu vida y ya empiezas a empezarla sin ser muy consciente. La suerte hay que buscarla o quizás te la encuentras, nunca seré capaz de decidirme por una de las dos.
Andrea me mira, se acerca la taquilla y compra un billete de vuelta al origen.
-   ¿Qué haces? - le pregunto distante. Sigo ensimismada en mi misma.
-   Me vuelvo - me contesta
-   ¿Y yo? - le pregunto.
-   Tú te quedas a decidirlo. Tu sola. Lo necesitas. Además a eso has venido - me contesta.
No hay respuesta correcta. Andrea se sube otra vez en el autobús para deshacer el camino andado, porque la estación de origen para Andrea estaba bien. Yo con mis bártulos me siento aturdida. Me acerco al café de las paredes azules, vivo el cansancio físico pero estoy despejada.
Estoy sola en mitad de aquello, pero no me siento sola. No sé cuantas horas después decido volver, pero no por miedo, quiero volver porque así lo siento, mi estación de origen también estaba bien. Agarro mis cosas y me marchó. No quiero mirar atrás. Prefiero mirar hacia adelante y entender que lo más valioso que he guardado en mi equipaje han sido mis ganas de presente. Adrian me ha enseñado la inutilidad del conformismo. Andrea me ha enseñado el valor del tránsito.
Entiendo el viaje.
Me vuelvo a subir en el autobús, sin impaciencia, con tiempo infinito para no tomar ninguna decisión. La vida se irá tejiendo. Estoy segura. El autobús de vuelta a casa parte rumbo a lo de siempre. Busco eso, encontrar la felicidad en el calor de lo siempre. Siento como me duermo. Estoy llena de paz.

Nantes Spodaryk
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:02:48 pm
Sin escapatoria


 Intermitentes  y ahogados suspiros inundaban la noche rompiendo mi frágil sueño.   Algo rondaba en su cabecita. Daba vueltas y más vueltas. Como un Sísifo en movimiento perpetuo, solo que  no portaba una pesada piedra. Era una carga en forma de ideas que golpeteaban con fiereza  el interior de su cabeza. 
Fingíamos dormir.
Por las mañanas siempre todo vuelve  a la normalidad.  El sol espanta  miedos y  dudas y los desintegra  pero  tras su marcha, a la llegada del crepúsculo,  vuelven  a recobrar vida y regresan para  saltar con intemperancia  sobre la víctima que  resignadamente, los aguarda desde el amanecer anterior. Claudicante a cualquier intento de lucha para zafarse de ellos.
  Siempre me levantaba la primera y mientras se vestía yo preparaba el café. Cuando lo veía entrar en la cocina terminándose de ajustar el nudo de la corbata, se acercaba a mí, como si nada:<<¿Qué tal, cariño, me queda esta corbata?>>y me daba un beso.
El beso de buenos días.
El beso de todos los días.
Le preguntaba cosas, de manera dispersa  aquí y allá. Le dejaba hablar intentando averiguar qué podría robarle el sueño pero  su alma no dejaba escapar nada que me permitiera colegir nada de lo que le afligía.
Al tercer día, la impaciencia se apoderó de mí. Nada más aparecer por la cocina, le interrogué con ansiedad mal contenida:
-¿Qué te preocupa?-disparé más que pregunté-Llevas varias noches sin pegar ojo.
Él, como si llevara aguardando esa pregunta desde hace tiempo, no se inmutó. Se acercó a mí, ajustándose su corbata y dándome un beso, al tiempo que asía su taza, respondió:
-Es el viaje de la semana que viene-dijo sorbiendo su café apresuradamente.
-¿El viaje a  Barcelona?-extrañada por un motivo en apariencia tan inocente.
Mi marido, trabajaba  para una empresa textil, entró como mozo de almacén con catorce años y ahora, después de 35 años, era la mano derecha del dueño.
-No me gusta este viaje. Algo me inquieta. Iba a ir Matías padre  pero lo que son las cosas, con 70 años y sin pisar nunca el hospital, con una salud de roble y cum laude en todas las analíticas y chequeos médicos, para sorpresa de todos y su médico personal el primero, sufre una angina de pecho y no tiene mejor opinión que delegar el viaje en mí.-dijo con la mirada puesta, paso previo por el cristal del ventanal, en el infinito azul que se posaba por aquella maravillosa ciudad dividida en dos por el río Guadalquivir- Deben de ir los dueños.
- Debería llenarte de orgullo más bien. Creo que necesitas descansar-respondí más confusa aún que al principio.
Aquella conversación pudo pasar, sin quererlo, por una pequeña terapia. Por la tarde, al llegar a casa, me mostró, erguido y  con la mano en alto, como los árbitros de futbol cuando amonestan,  un billete  de avión Sevilla-Barcelona, ida y vuelta, según pude comprobar después.
Esa noche hubo una pequeña tregua. Aquellos fantasmas invisibles a la razón, y que se adueñaban de su mente, en forma de mal presagio no aparecieron.
Al menos, de momento.
Con el café de la mañana y tras la pregunta habitual sobre su vestimenta agregó-con gesto contrariado:<<el vuelo a Barcelona sale pasado mañana a las 20.00 y llegará sobre las 22.00 horas. Si no hay retrasos>>.
Le escudriñe y traté evaluar su estado de ánimo por su tono de voz. <<Si no hay retrasos>> flotaba en el aire fresco de la mañana como si tuviera vida propia y no quisiera desaparecer, escuchándose como una letanía inacabable. Advertí que su angustia al viaje seguía intacta.
Aquella noche volvió la agitación. La batalla nocturna se recrudeció más que nunca.  Sus suspiros intermitentes y vueltas sobre sí mismo parecían no tener fin.
A la mañana siguiente tenía  más ojeras que nunca. Taciturno y realmente preocupado. Antes de darle el primer sorbo al café humeante me lanzó una absurda decisión:
-No voy a ir a Barcelona. Hablaré con Matías hijo. Le diré que me es imposible. Que vaya él, tiene tiempo de sobra para prepararlo-dijo resolutivamente, dejando la taza del café en  la encimera de granito con un fuerte golpe, que sonaba a punto final en la conversación por esa mañana.
Perpleja por aquella revelación, no necesité apurar mi café para terminar de despertarme.
A la caída de la tarde, como todas las tardes. Le escuché llegar. Por la cadencia de sus pasos. Por el ruido al dejar el llavero en el recibidor y por cómo colgaba la chaqueta   hice un balance exacto de cómo se encontraba.
-No hay manera de quitarme ese viaje de encima.-dijo a modo de saludo- Matías junior ha hecho viajes estando su esposa a punto de dar a luz, con la mujer recién parida también. En una ocasión viajó, incluso con su madre prácticamente recién enterrada. Pero ahora no puede y todo porque a su santísima señora le acaban de operar de urgencia ayer por la tarde  de apendicitis.
-Bueno-intenté rebajar su tensión-si le han intervenido necesitará reposo y quizás prefiera que esté su marido cerca. Es comprensible-dije no viendo en todo aquello más que una sucesión de  casuales acontecimientos de enfermedades que entraban en la categoría de resolubles.
Masculló algo que no acerté a comprender y se dirigió directo a su despacho. Tras un prudente espacio de tiempo que ayudara a serenar los ánimos, como el limo y la arcilla se depositan en el fondo del río después de la tormenta, entré. Lo vi sentado frente a la mesa del escritorio cubierta de papeles con los preparativos del gran acuerdo comercial en ciernes. Tenía las dos manos cubriéndose la cabeza, tres puntos por encima de preocupado y uno por debajo de abatido y encima de  todos los papeles destacaba aquel pasaje de avión. Parecía que toda la habitación girase en torno a aquel billete. De súbito, se levantó.  Agarró con furia aquel billete y arrugándolo se giró diciéndome como si  mi rostro fuera una imagen especular del suyo: <<No iré en avión. Iré en el coche.>>
Realmente aquello se escapaba, definitivamente,  a mi limitada capacidad de comprensión de las realidades insondables de la mente humana.
 -Sevilla queda un tanto lejos de Barcelona-pregunté entre asustada y atónita.
- Saldré mañana temprano. Llegaré por la noche, igual que si fuera en avión.
Dudé sobre su estado mental. Aquella noche, no fue diferente de las últimas noches. Parecía un luchador  librando una dura batalla cuerpo a cuerpo contra sus pensamientos que   ganaban claramente por K.O.
 Me levanté antes que de costumbre pero después de su partida. No se despidió de mí.  Miré al dormitorio desde todos los ángulos. Ví su ausencia dibujada en las sábanas.  Me levanté y  preparé café.  Por inercia serví dos tazas. Me reí.
Pasé el día ocupada. A la llegada de la noche, agotada, me derrumbé en el sofá frente al televisor. Cambié de canales, hasta que al azar dejé uno , como cuando una bola se detiene en  una cualquiera de las 37  casillas de la ruleta y no en otra.  Una hora después, interrumpieron la programación, el sonido del cambio me despertó del letargo y sopor que produce la mezcla del cansancio y el televisor, una noticia de alcance acababa de producirse.
Un reportero, con micrófono en mano, decía, en tono visiblemente agitado, que un terrible accidente acababa de producirse en el aeropuerto del Prat de Barcelona. Un avión en el aterrizaje había perdido el control y  había impactado brutalmente contra el suelo. Mi cuerpo dejó de reaccionar a todo lo demás. Apenas pude seguir escuchándole: <<El avión procedente de Sevilla y con destino Barcelona, ha sufrido un fatal accidente. Se desconocen por el momento la gravedad y el número de fallecidos, pero todo parece indicar que es una catástrofe>>.
Ahora comprendí los malos sueños de mi esposo. Cuan justificados estaban. Me arrepentí por haber dudado de su estado mental. Tras la angustia inicial, poco a poco pude recomponerme. Respiré hondo y me levanté no sin esfuerzo del sofá. Tras unos pasos titubeantes y descoordinados llegué al pasillo buscando el móvil. Iba a llamarle para decirle si se había enterado de la noticia y que buena intuición tuvo al irse en coche.  El pasillo estaba a oscuras y justo en ese instante sonó el móvil. Su pitido me orientó en la oscuridad. La pantalla luminosa del móvil me indicó su ubicación exacta y quién llamaba. Era mi marido. Nada más descolgar, y sin esperar siquiera que hablase y de manera un tanto atropellada le dije:
-¿Cómo sabías que iba a ocurrir algo así? Acaba de estrellarse el avión en el que habías sacado asiento para Barcelona. ¿Has llegado ya?
-Señora-respondió una voz titubeante y totalmente desconocida- ¿Es usted la esposa del señor Delgado?
-Si-respondí de manera expectante.
-Soy de la DGT, su marido acaba de tener un accidente de tráfico. Entrando en Barcelona-dijo con voz entrecortada.
-¿Cómo está?-pregunté en forma de alarido.
-Señora temo darle una terrible noticia...
Un fuerte pitido en los oídos seguida de una terrible opresión en el cráneo  me impidió seguir en pie.

Tropel
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:04:18 pm
Encuentro con Dios


    En los cielos en vez de aves volaban cucarachas, era difícil observarlas a causa de la eterna noche. Llegaban noticias a diario, el planeta atravesaba por una guerra. Los habitantes del pueblo comprendimos: seres que pelean por ver el suelo rojo. Éramos gente salvaje que nada entendía de esas cosas.
    Tuve deseos de ir al baño. Oriné, no había papel higiénico. Entonces vi una cesta de panes, alimento perfecto para absorber líquidos. Solo había mujeres. Los árboles no tenían hojas. No sabía diferenciar entre raíces y ramas. Nunca sentí hambre y tampoco escuché que existiera comida. Los panes tenían otro uso. Llegaban informes de la guerra y alguien propuso: “hagamos una”. Éramos gente salvaje que nada entendía de esas cosas.
    Dividimos el pueblo y corrí a esconderme. Nunca he dejado de ser cobarde. Salí a caminar mientras buscaban piedras. Entonces tropecé con el libro. Lo tomé en mis manos y decía: “Santa Biblia”. Lo leí de punta a cabo. No me quedó claro si Dios era hombre o mujer, un asexual con doble personalidad que a veces se disfrazaba de Diablo o un gas existiendo solo para amarme. Pero decía que dudar es malo y nosotros, éramos gente salvaje que nada entendía de esas cosas.
    Sentí los gritos. Se mataban a piedras. Volví a esconderme y cuando salí estaba sola. Las cucarachas, los muertos y yo. La guerra en el mundo seguía, cayeron sobre mí los efectos de la bomba atómica. Ahora había muertos y cucarachas. Mi alma estaba atada a los rieles de un tren que por desgracia, se acercaba. Entonces Dios me tendió su mano. Al agarrarla desperté y volví a respirar. No tardé en olvidarlo. Corremos a los árboles cuando llueve; en cuanto escampa les huimos. Somos y seguiremos siendo gente salvaje que nada entiende de esas cosas.

Pacificador
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:06:57 pm
Lanzamiento en brazos de otra. (Diálogo imposible)


Categoría general.
-   Entonces, ¿ya no me quieres?
-   Les quiero a los dos. Es por eso que les entrego.
-   ¿A los dos? ¿A quién quieres más?
-   A ella la he querido siempre, pero a usted le venía necesitando más.
-   ¿Siempre? ¿Cuándo siempre?
-   No sé, siempre. Desde que la conozco.
-   Entonces, ¿lo haces por ella?
-   Ella es buena para usted. Lo hago por usted.
-   Tú también eres buena para mí.
-   …
-   ¿Y cuándo lo has pensado?
-   El martes, mientras almorzábamos los tres.
-   No lo entiendo, ¿qué ha pasado? ¡Tú ya no me quieres!
-   Mientras ustedes se reían.
-   Sí, nos reíamos, ¿y qué?
-   El pollo le salió delicioso.
-   Tú eres la única buena para mí.
-   Ya está decidido.
-   Tú eres la mejor.
-   ¿Se ha fijado en su gusto?
-   Sí, me he fijado en su busto, ¿y qué? ¡Tú eres la mejor! ¿Me oyes, Graciela? La mejor.
-   La chica tiene un gusto exquisito para combinar sus modelos. Parece francesa.
-   Los hombres no nos fijamos en eso.
-   Eso es porque no ha estado en Francia.
-   ¿Y ella qué piensa?
-   No sé, aún no le dije. Pero ella me quiere también.
-   No entiendo, Graciela. Hasta ayer me amabas. Dime, dime sinceramente. Algo ha tenido que pasar.
-   Además es divertida. Y trabajadora. Y muy buena persona. Sobre todo buena persona. Por eso la quiero para usted.
-   Y ella, ¿me quiere?
-   No sé, supongo.
-   Pues no hace falta que supongas porque yo te quiero a ti, Graciela.
-   Se reían. Se reían juntos.
-   Sí, nos reíamos, ¿y qué? ¿Por qué habría de ser descortés?
-   Usted no tiene la culpa. Ella es encantadora. Y lo querrá, prontito lo querrá.
-   Tú haces esto por ti, Graciela. Ni por ella ni por mí. Sólo por ti.
-   Y usted también es encantador. Ya verá cuanto se querrán.

Delirios Abril
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:08:22 pm
¿Así o más fácil?


Hace algunos días atrás recordaba sobre mi infancia, era el final de los años 80´s y entraba en rock en español a Sudamérica y todo el mundo se preparaba para una nueva etapa. La escuela y el colegio me mantuvieron mucho tiempo metido en la biblioteca de mi ciudad en donde se respiraba un aire de aristocracia, su construcción es de mediados del siglo XVII y fue construida exclusivamente para la llegada de un virrey de España el cual, jamás puso un pie en el lugar, sus tertulias entre músicos, escritores, poetas, clases de solfeo y piano e infinidad de reuniones culturales, formaban parte de este exquisito lugar. Solía investigar sobre historia y geografía, literatura y una que otra fabula, en todo momento escribía en el papel lo que para mí era más importante o lo que era objeto de investigación para presentarlo de tarea, aprendía constante mente y surgía en mí el afán de saber siempre un poco más, de no negarme la oportunidad de disipar mis dudas y mis cuestionamientos sobre determinadas cosas. En la escuela, mis maestros sabían quiénes eran mis padres y como se llaman, además de mantener una relación cordial y periódica con ellos en donde se trataban asuntos escolares en torno a mi conocimiento y crecimiento en la institución y mi integración a la sociedad. Muchísimas veces llegué a mi casa con la palma de la mano roja porque ese día había ganado el premio de los reglazos, no entendía porque pero los aceptaba, tal vez mi propia conciencia sabía de antemano que eran bien merecidas e incluso que hicieron falta más de esos. Conocía mi debilidad por hablar enfrente de mis compañeros y con la ayuda de los maestros pude lograrlo, a la fuerza pero lo hice, por más que trataba de esquivar una salida a exponer era siempre el escogido y pensé que si me preparaba de antemano, lo iba a disfrutar después. En diciembre escribía la carta al niño Dios con la fe encendida, todos estábamos rodeados de una energía navideña reflejada en los pesebres y en las luces que adornaban mi ciudad, mi barrio. Podía respirar un ambiente totalmente diferente y lleno de felicidad, las familias compartían unas con otras en estas fechas donde abundaba la natilla y los buñuelos, la lechona y el sancocho y un sinnúmero de platillos que forman la amplia gastronomía de mi ciudad de origen. Yo era un niño enormemente feliz así el niño Dios le trajera al hijo del vecino el juguete que yo había pedido y en cambio a mi me había dejado de paso por mi casa, un par de calcetines. Nada me hacía más feliz que ser niño.
Hace algunos días desperté y me di cuenta que había crecido, más de lo que imaginaba, no sé cómo pasó ni a qué hora, decidí salir a la calle y en poco tiempo me encontré en un mundo extraño, el oxigeno en la atmosfera se sentía diferente, el volumen de la ciudad era más fuerte, algunas madres indígenas como las que veía en televisión y sus hijos deambulaban por la ciudad pidiendo dinero, los niños dormían en el suelo y otros más jugaban mientras los carros casi los rozaban al pasar, ellas dicen que han sido desplazadas en medio de la “guerra” y que la selva ahora tiene demonios que tratan de llevárselos. Algunas extrañas modas han surgido y en cada una existen personas que siguen sus tendencias, el metal y la carne se unen como en el mejor de los experimentos de antaño, la música se lleva en los oídos todo el tiempo y las rosas dejaron de ser el regalo predilecto, las pantallas y la publicidad en la calle te invitan a ingresar al mundo de lo más “cool” y te sugieren un prototipo de vida para ser feliz. La biblioteca ya no existe pero si su construcción, de hecho casi ninguna de las bibliotecas sobrevivió al aplastante descubrimiento del “copiar y pegar” que desencadeno una euforia sin precedentes en casi toda la humanidad, los libros han dejado de ser el factor fundamental de la sabiduría y ahora todo es más fácil, ya no tienes que leer porque existe algún programa que lo hace para ti. Las fábricas han dejado de ser manuales al 100% y ahora utilizan aparatos que igualan o superan a la productividad de determinados hombres, no comen ni se enferman, buen punto. Ya no existe el niño Dios y sus cartas han dejado de escribirse, todo eso ha desaparecido y los niños prefieren mejor pedir los regalos directamente con la intervención de sus padres. La navidad ahora se ha tornado gris, ya no hay espíritu, todo dejó de ser igual, la pólvora ha sido prohibida y la carne de cerdo ha aumentado su precio, ya no hay más natilla ni buñuelos porque ahora todo es “más fácil”. Estamos en el futuro, en donde todo el mundo está caminando hacia su felicidad plena, hacia su propia evolución en donde todo está “bajo control”… pero a mí, devuélvanme mi niñez.

Hector Ruiz
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:09:29 pm
La taberna del puerto


Hace ya muchos años que dejé de visitar la taberna del puerto. Tantos, que he olvidado su nombre, así como el del lugar donde acaecieron los hechos que contaré. Guardo, sin embargo, un recuerdo muy nítido de la hija del tabernero, Candela.
Cada verano, cuando el calor de las noches se hacía más insoportable en la ciudad interior donde vivo, recogía mi ligero equipaje y me dirigía hacia el sur, al modesto hotelito cerca del mar donde me sentía casi como en casa.
Muy de mañana me despertaba la llegada de los barcos que llegaban al embarcadero. Me levantaba temprano y paseaba por el muelle donde contemplaba, a menudo con admiración, los barcos que habían arribado. Luego me dirigía a la taberna del puerto. Todo en ella era básico y respondía a la mayor sencillez. Rufo, el tabernero, estaba ya a esa hora preparando las mesitas para que cuando llegasen los posibles clientes diese la sensación de orden y limpieza.
-¡Señor Mario, aquí tiene su sitio!- oía una voz amistosa próxima al lugar donde habitualmente me sentaba.
Me dirigía hacia allí y cuando me disponía a preparar mi cámara fotográfica y el trípode que siempre llevaba conmigo para que no se me escapara nada de lo que la mañana  ponía ante mis ojos, oía la voz de la chica que con ese acento tan característico de la gente del sur me decía casi en un susurro:
-¡Qué día tan precioso! ¿Verdad don Mario?
Yo la miraba y me preguntaba quién era más precioso, si el día o ella.
Poco tiempo después, con unas zapatillas de esparto y una falda ligera que se movía al son de la brisa, la veía alejarse con una cesta de mimbre colgada del brazo, hasta la barcaza de algún pescador donde hacía la compra que llenaría la cocina de olor a “pescaíto “ frito y a mar.
Tenía Candela por aquel entonces quince o dieciséis años. De tez tostada por el sol de cada día; de ojos garzos que casi siempre reían cuando hablaba; y de pelo  como la llamarada de una antorcha en la noche. Éste le caía descuidadamente sobre los hombros sin más peine que el de la brisa cuando se filtraba por él.
Mientras la niña compraba, yo entretenía mi tiempo seleccionando a través del visor  las fotografías más bellas que luego me acompañarían a mi residencia habitual. Me gustaban especialmente los paisajes marineros, así como las imágenes  de sus gentes en sus faenas cotidianas.
Mediada la mañana, la chica, que ya había vuelto hacía tiempo, venía a mi mesa y sentándose frente a mí, con la naturalidad de sus pocos años, me decía:
-Señor Mario, ¿le traigo ya su “pescaíto”? Mi madre está terminando de prepararlo y le aseguro que sabe a gloria. Venía vivo cuando he llegado aquí.
 Y sin más se levantaba y se dirigía al interior de la taberna, mientras mis ojos se perdían en sus largas y delgadas piernas.
Candela era la única hija del tabernero, la alegría de sus padres y la esperanza de su vejez. Y entiendo que así fuera. Yo, un extraño que acudía de verano en verano a la taberna, le había tomado tanto cariño que, puedo aseguraros que, cuando pensaba en mis vacaciones, la imagen de Candela era la primera que venía a mi mente.
A menudo me acompañaba al anochecer en mis largos paseos por la playa. Nos gustaba mirar el faro que como un ojo mágico orientaba a las embarcaciones.
Yo le contaba historias, a veces reales y otras, producto de mi imaginación que tenían al mar como protagonista. Le hablaba de sirenas malévolas que atraían a los navegantes y a las que el mar castigaba levantando enormes olas que las dejaban varadas en la playa. La chica me miraba absorta y al final de la narración me preguntaba:
- ¿Es eso verdad, señor Mario?
Yo disfrutaba ante la ingenuidad de sus preguntas y la limpieza de su mirada.
El penúltimo verano que me alojé en aquel hotelito de recuerdos, me trajo algún descubrimiento no del todo grato.
Al bajar al día siguiente a mi llegada a la taberna del puerto, esperaba que Candela saliese, como siempre lo había hecho, corriendo a mi encuentro. No lo hizo así. Al cabo de bastante tiempo, cuando vino a saludarme, noté en sus ojos que algo había cambiado. No era ya la adolescente alegre y vivaracha que vivía en mi memoria. Sus ojos, aunque serenos, tenían un poso de tristeza y amargura. Días más tarde, supe por su padre, que la niña se había enamorado de un señorito que pasó unas semanas en aquel lugar y se encaprichó con la chiquilla. El tabernero estaba apenado pues presentía que aquel joven traería mucho dolor a la familia.
Mis vacaciones terminaron y volví con un sabor amargo a mi residencia del interior, pero no por eso dejé de pensar en Candela, nombre que hacía honor a su pelo y a su corazón de fuego.
Cuando regresé al verano siguiente, nada más dejar mi equipaje me dirigí a la taberna del puerto. Me pareció que todo estaba más triste y solitario. Esperé ante el mostrador hasta que apareció Rufo. No me dijo nada. Me miró a los ojos y yo miré los suyos, de los que se desprendieron dos enormes lágrimas.
Cuando al fin pudo hablar, con una emoción contenida me dijo:
- Candela ya no está entre nosotros. No pudo soportar el abandono y la traición de aquel señorito que, usted recordará, le dije que no presagiaba nada bueno. Una mañana, cuando el pueblo aún no había despertado de su sueño se suicidó lanzándose al mar. La encontramos en la playa dos días después sobre una alfombra de algas.
Ahora eran mis ojos los que destilaban lágrimas de un dolor irrefrenable: por ella, por sus padres, por mí.
Di unos golpes con mi mano en la espalda del tabernero que manifestaban mi   tristeza  y volví a mi hotelito. Recogí mis cosas y regresé a la ciudad donde siempre he vivido y donde aún lloro la muerte de Candela, la mujer casi niña toda alegría y belleza, toda frescura y pasión.

El espejo fiel
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:11:06 pm
Violeta parra canta "gracias a la vida"


Escarbando

Están ajadas las hojas del calendario que numeraban los días en que la tristeza sojuzgó mi carácter y sin embargo ahora, justo ahora, una náusea ocupa cada célula de mi cuerpo. Mientras continuaba en un devenir platónico, mudaron mis apariencias y permanecía mi idea –el amor a Raquel-.

Ahora en mi cabeza juegan unos pertinaces lamentos que ciegan mi sentido, recuerdo que hace años vi en una serie de televisión basada en una novela de Blasco Ibáñez, “Arroz y Tartana” creo recordar que se titulaba, como un padre -con el alma tan rota como su espinazo- abandonaba a su hijo en una plaza. ¿En qué quedan mis lamentos, mis gritos? El pobre hombre pobre se va quietamente mientras el niño permanece ensimismado ante la figura de una cigüeña, las lágrimas derramadas durante la huida desandan el camino que pretende abrir al crío: el dilatado trecho que separa la miseria de la pobreza. ¿Y yo tengo motivos para sufrir como lo hago?

Siento que soy tan patético, que por dar pena, me la doy de mí mismo. No sé nada, cada vez menos, de cómo pude haber llegado a ser así, pero la realidad constata los peores presagios, soy la peor de unas sombras de ínfima calaña que se esconden en el horror del interno humano. Si una persona que vive a tu lado te recuerda cada día que eres la causa de su infelicidad, o es Maquiavelo redivivo o tiene razón, razones, para abjurar del amor que una vez, más o menos convencida, dijo sentir. Aquí estoy, ¿qué hago? Me tumbo y mi cabeza se llena de horcas al cuello, de ventanas abiertas y vuelos contra un asfalto que me llama ¡ven, arrójate, no tengas miedo, nada dejas, nadie te echará de menos, quizá alguno llore pero no te echará de menos! Puede que el paseo toque a su fin y me desasosiego pensando qué habrá después de esta senda que abruptamente se corta, qué sentido esconde este camino que se abre de par en par para toparte con un muro invisible que impide el paso. Nada, ninguno. Dos palabras como respuesta a dos preguntas, sin matices. Vivir es un ejercicio de alpinismo, tras subir una montaña, se baja y otra te está llamando. Para subirla, bajarla y seguir creyendo que buscas, siendo ellas las que se encargan de avisarte. Comienzo de caminos con un final tasado: medido y pesado. Coleccionar instantes para recordar. La madre muerta resucita cada mañana para castrarte como la montaña recuerda que te congeló unos dedos que ya no serán tus dedos. Arde el estómago de miedos inservibles para el camino posterior y se enrojecen los ojos que no permiten ver más allá de ese instante en que te enamoraste. Y que inútilmente pretendes alargar, pero no. Sientes que has entregado, mas nada de ello debió llegar al destinatario pretendido, sientes que todo te ofreció pero tú no lo palpas, como si de camino se hubiera perdido, como si se hubiera quedado en el bolso de algún comisionista. Cunde la desconfianza y ante ella cae al abismo cualquier construcción previa, veo ante mí el desmoronamiento de lo que debí haber tejido y el tiempo erosionó o lo mal construimos y nunca tuvo cuerpo.
 

Puerta de entrada o de salida

Amo a Raquel, adoro al cachorro, tengo techo y todos los días como. Y no solo como. Me pregunto qué me hace estar así y me respondo que nada, que soy yo el que así está. Quizá somos matrioskas, quizá un nuevo yo aparece inexorable. Y el yo de ahora no me gusta. Si fuera segunda o tercera persona mi boca escupiría el baldón del desprecio. Un ser huraño y endiosado, violento y excesivo, irrumpe desde mis adentros. Lo racional que uno ha forjado –si algo subsiste- no tiene músculo suficiente para domeñarlo. Mr. Hyde ha encontrado el camino y lo recorre con más premura de dentro a fuera que en sentido inverso.

No lo puedo permitir, esto me costará el matrimonio. De momento me ha costado la felicidad de mi matrimonio, que es el paso previo y definitivo para un final sin marcha atrás. Raquel no me ve con ella, en sus profecías nunca aparece mi mano tendida, llora porque en sus augurios mi aliento sopla hacia otros lados. Sufre, no tiene nada. Un día, sin confiar en mí, se aventuró y me prometió que nunca estaría solo. Raquel ahí sigue, siempre. No falla. A su manera, pero invariablemente está. Y yo me quejo. Repite que lo que quiero es a otra persona que ella en ningún caso puede ser. Pero yo la quiero a ella. Como quiero al cachorro, sea como sea, aunque en algún momento le solicite cosas que él no pueda ofrecer, como quiero a mis padres. Raquel sufre, no le doy nada. No he valorado ni una sola de las cosas que ha hecho por mí. Y es el timonel de la casa. Sin ella, sin su súbita invasión de mis deseos, hoy sería un cenagal, un polluelo sin cabeza.

En mi perenne funambular por el alambre de lo absurdo de la vida, dos fuerzas contrapuestas me equilibran, por un lado la tristeza del mar en el que vivimos y por otro la alegría de ni interior. Tocar esta es una invitación a caerme, y no tengo red.





Escarbando (con los dedos), tras tocar fondo, hoyé mi tumba

En realidad los vivos me habían salvado de la muerte. Tras la **** parca no hay nada pero dejas un reguero de dolor. Dolor y fracaso. Ahora, de nuevo, siento que no quiero vivir, sé que lo que me ata a la vida es, solo, manantial de sufrimiento. Vuelvo a tirar mi vida moneda a moneda, una tras otra pensando que la siguiente iba a compensar la pérdida de las anteriores. No solo como un juego para ganar o perder, aquí siempre pierdes, no es avidez de dinero, es soledad. La escuálida soledad del que no sabe dar y no sabe recibir. Te sientas frente a la máquina, solo, y ves combinaciones, esperas siempre la buena, siempre será la siguiente pero siempre falta un siete azul, ese que se queda una posición arriba o una abajo. Y te vas vaciando, vas dejando lo que no tienes en pos de lo único que ahora vale aunque no sea “per se”: el dinero, y la bondad,  lo único que a mí me debería valer, se va corroyendo. Pierdes todo, pierdes siempre. Y perdiendo la bondad pierdes lo que eres y tras ello a todos los que quieres.

Las lágrimas de ese padre que no volvió la vista atrás para ver por última vez la cara de su hijo me llaman imbécil.

Miro por la ventana, el río discurre quieto, siempre el mismo, siempre otro, y recita el mismo cantar que el agua que corría bajo nuestros pies aquel cercano día en que la miré a los ojos y cuando me preguntaron dije que sí, que la quería. Nada ha cambiado de ese sentimiento y el río se empeña en recordármelo: “Ve con ella y dile que la quieres tanto como aquel día”.

Rosi Casares
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:12:19 pm
Un paso hacia los sueños


Hoy miro al norte.
 
Miro al norte contemplando el mar como hace siglos miraban nuestros antepasados. Seguro que estamos emparentados de alguna forma con ellos, con quienes nos trajeron tanto conocimiento y nos dejaron impregnados de su esencia para siempre. No se detuvieron ante este obstáculo natural y decidieron cruzarlo, tender un puente desde lo más remoto de los tiempos. Tal vez nuestros antepasados comunes estén en la sima de los huesos.
Las inquietudes eliminaron las dificultades de este paso entre territorios, haciendo florecer la riqueza de las personas a ambos lados del mismo. Como todo humano que se precie quiere explorar lo desconocido y se siente disconforme con lo que posee, añorando aquello de lo que oye hablar, del mítico dorado, de la realización de los sueños que están tan cercanos pero tan distantes.
Los años tiñeron mis sienes de blanco y permitieron que el sol llegara a mi cabeza. El tiempo llenó de surcos mi rostro y de arrugas mi piel. Mis hijos habían crecido y se habían marchado lejos a realizar sus sueños como yo hice en su día. Mi mujer había fallecido poco tiempo atrás. Mis amigos, parafraseando a José, se fueron casi todos y los otros partirán después que yo, lo siento porque amaba su agradable compañía mas es mi vida y tuve que marchar a pesar de los recuerdos de los momentos felices, que allá al otro lado me habían acontecido.
Ayer miraba al sur.
Miraba al sur sobre el mar y recordaba cuando partimos en aquella fría mañana de otoño. Dejamos atrás casa, amigos y un montón de rincones conocidos. Por delante, no lográbamos imaginar el futuro, tan solo huíamos del presente. Cargados con el pasado nos enfrentábamos a la aventura de la vida.
Tras una travesía comenzó nuestro periplo hasta que un río, cuatro torres y una cúpula nos detuvieron en nuestro caminar por esta nueva tierra.
En la gran explanada un recinto, cuatro niños y una pelota. Risas, carreras, alegría y juventud, compartiendo el espacio, disfrutando del momento. Observando desde cuatro puntos la escena. La madurez de unos padres, satisfechos porque su hijo disfrutaba de compañeros de juego. La alegría del abuelo, gozoso porque su nieto compartía la pelota con los que no carecían de ella. La melancolía de la cuidadora, soñadora porque sabía que su deseo, de que sus hijos hoy muy distantes se reunieran con ellos, se haría realidad. El recuerdo de los tíos, esperanzados porque su sobrino disfrutaba de lo que su hijo no pudo.
Todos llegaron hace tiempo, cada uno con su historia particular, nadie les preguntó. Nos miraron, nos abrieron sus brazos, nos tendieron sus manos y nos invitaron a participar. Cada uno aportó su granito de arena para conformar las dunas de la sociedad en la que hoy vivimos.
Nos miramos, nos hablamos sin mediar palabra, se inundaron nuestros ojos y dibujamos una sonrisa. Habíamos encontrado el lugar en el que nuestros sueños se harían realidad.
Durante años aprendimos y enseñamos, compartimos en definitiva y nos enriquecimos.
Ahora que aún conservo mi memoria he querido regresar al lugar de donde procedo para ver cómo ha cambiado con tanto ir y venir de personas de diferentes culturas y cómo conserva su esencia, arraigada en lo más profundo. Traigo un poco de allí para compartirlo con los que no pudieron viajar y para seguir sembrando esa curiosidad.
Giro la cabeza y encuentro a una pareja de jóvenes. Sus manos izquierdas agarradas tras la espalda de él. La cabeza de ella apoyada sobre su hombro. La brisa del estrecho ondea sus cabellos al viento mientras la luz del atardecer ilumina sus rostros. Su mirada cómplice desvela sus sueños. Mi vello se eriza. Se percatan de mi presencia. Les sonrío y asiento participando de su complicidad, mientras una lágrima se asoma a mi rostro y dirijo mi mirada hacia el Estrecho.

Avemigratoria
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:13:26 pm
Abatimiento


Abro los ojos. ¿Estoy despierto o sigo soñando? Por desgracia, me percato de que sigo entre la cruda realidad. Mi vacío y solitario piso me da los buenos días, con un silencio sepulcral. Preparo el desayuno, un triste café, una amarga tostada y un viejo melocotón maduro, que se añaden a mi ser. Me visto casi a oscuras, obvio al espejo e ignoro sus reflejo. No quiero verme.
Bajo a la calle y riño con algunos vecinos, quizá porque sus hijos hacen demasiado ruido o porque el edificio está hecho un asco, no me molesta nada de eso, pero, ¿de qué podría hablar con gente que apenas me conoce pese a que me ven a diario desde hace más de diez años? Me tachan de anciano resentido y enojado. Al menos así tengo contacto humano. Paseo con mis pensamientos de únicos acompañantes, observo algunas obras, siempre hay alguna cercana, compro el periódico, voy al supermercado y obtengo lo necesario para el día. Son las una y media, qué rápido se pasa la mañana.
Luego vuelvo a casa y leo ese correo imaginario que nunca recibo, quizá cartas de mis hijos o de algún familiar. Almuerzo con la televisión encendida, escuchando voces que se intercalan con mis reflexiones. Les grito y reclamo como si los presentadores de los programas estuvieran conmigo.
La tarde se hace más larga. Paso las horas entre ríos de tinta en océanos blancos. Mis libros me aborrecen, como yo a ellos, pero no puedo dejar de leerlos una y otra vez. Hay novelas que me odian, pues me hacen llorar y sentirme melancólico, no obstante, me llaman desde sus estantes para que las coja entre mis viejas y temblorosas manos.
Por la noche, ceno poco, apenas tengo hambre. Me siento en el sofá a esperar que se pase esta vida. Pienso, ¿qué día es mañana? ¡Ojalá que sea el último! Vuelvo a la cama, donde me tumbo y me pregunto si sigo dormido desde hace tiempo o continúo despierto. Cierro los ojos.

Caballero oscuro
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:14:28 pm
El cojín mudawi


Debido a una extraña malformación, desarrollé un físico envidiable. Nací con una desviación de columna sin origen aparente, y tuve que pasar mi infancia metido en el agua para corregirla. Antes de aprender a andar ya nadaba de locura. Fue mi uno cincuenta y cinco lo que me privó de una carrera profesional plagada de éxitos. No lo recuerdo con exactitud, pero creo que fue al ganar mi tercera medalla cuando comenzaron a llamarme el Sardina. No me gustaba ni un poquito.
Con el objetivo de enderezar mi columna y ganar algunos centímetros estudié fisioterapia. Pasé el último año de carrera persiguiendo a Elena, mi voluptuosa compañera. Tenía en la frente una cicatriz adorable que disimulaba con un flequillo tupido. Cada vez que la hablabas gesticulaba con las manos, como haciéndote burla —la verdad es que mosqueaba un poco—. A veces se sentaba en los bancos del patio, colocaba el tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha y se miraba fijamente el zapato durante minutos. Vamos, que lista, lo que se dice lista, no era; pero yo, la verdad, lo que quería era tirármela, y aprovechando mis conocimientos en malformaciones congénitas me ofrecí para ayudarla con esa asignatura.
Quedamos un sábado para estudiar en su casa. Su padre, que era un nuevo rico muy paleto, compró el ático más grande que pudo en la milla de oro. Llamé al telefonillo y me abrieron sin preguntar. Cuando llegué arriba, la puerta estaba abierta. Era una blindada enorme con un grosor inusitado. Me quedé tan perplejo que metí el puño por el resquicio para comprobar lo absurdo de sus dimensiones. No sabía qué era lo que guardaban en esa casa, pero estaba seguro de que no había nada más caro que la jodida puerta. Qué locura. Cuando me recuperé, cerré la puerta y avancé por el pasillo hasta el comedor. Elena estaba en el sofá, sentada al lado de un cojín muy peculiar.
Poseía el cojín dos piernas ortopédicas finas como alambres. Los brazos, también de plástico, estaban hechos de un único trazo recto, sin articulaciones. Era rojo, y tenía unas borlas doradas en las esquinas que me daban ganas de arrancar. Me recordaba a uno de esos monigotes que dibujan los críos cuando les dejas tres rotuladores y unos cuantos folios. Elena me explicó que su padre lo había comprado en un mercado marroquí y que perteneció a una princesa árabe con habilidades curativas. Según los moros que se lo vendieron, la princesa Amatullah, esposa del príncipe Omar Tayyeb, era mudawi. Una mudawi es una curandera.
Amatullah era muy querida entre su pueblo porque sanaba a sus fieles con solo tocarlos: fracturas, infecciones, fiebres, diarreas... ¡hasta la impotencia curaba! Solo tenía que poner sus manos sobre el miembro afectado. Palabra.
Un día nublado, el herrero trajo a su suegra del reino vecino para que la princesa mudawi le curara una verruga que corrompía su nariz. La princesa Amatullah posó sus gráciles manos sobre la verruga e hizo desaparecer la excrecencia. Antes de que la suegra del herrero se marchara, la princesa le pidió que no pregonara su don para no perturbar la vida de su pueblo. De vuelta a su reino, la suegra del herrero fue interrogada sobre su milagroso cambio de napia y, como tenía la lengua más larga que un camello seco, cuando se puso el sol, media ciudad peregrinaba hacia el reino de Amatullah, la princesa mudawi, para que los librase de sus dolencias.
Todo esto, como no podía ser de otra manera, cabreo de lo lindo al hakim del reino de la suegra del herrero, que es un médico de verdad. Por la mañana, el hakim, viendo que se estaba quedando sin pacientes, informó a su príncipe de que la mayoría de sus súbditos se dirigían al castillo del príncipe Omar para ver a la princesa, y le convenció de que Amatullah era una mudawi maliciosa que, con el reclamo de que curaba cualquier dolencia, embrujaba y convertía en estiércol a todos los foráneos que tocaba para apoderarse de sus almas. El príncipe de la suegra del herrero le declaró de inmediato la guerra a su homónimo vecino.
Antes de partir a la batalla, el príncipe Omar Tayyeb le regaló su cojín favorito a la princesa Amatullah, para que lo tuviera presente todas las noches, y está, que no era muy lista, se pasó la noche sollozando sobre el cojín, con la cabeza bocabajo, hasta que murió asfixiada. Pero antes de morir, en su último aliento, le traspasó sus dotes curativas y lo convirtió en el primer cojín mudawi, capaz de aliviar cualquier dolencia si la zona afectada descansaba sobre él durante el tiempo necesario. Vamos, una cosa de locos.
Tras oír la historia, Elena quedó tan impresionada que, para buscarle una explicación científica, se puso a estudiar fisioterapia. ¡Dios, qué ganas tenía de tirármela!
Abrimos el libro, lo pusimos encima de la mesita que tenían delante del sofá y nos sentamos. Llevaba una camisa rosa con tres botones desabrochados, y un collar de perlas chinas se perdía por el canalillo. En cuanto se inclinó hacia el libro le vi claramente el sujetador. De color nacarado y con dos tallas menos, le resaltaba aún más sus poderosos pechos. Era un sujetador cojonudo. Sus dedos se movían sobre los dibujos acariciando con delicadeza las ilustraciones y, con mucha frecuencia, apartaba la mano del libro para tocarse las perlitas. ¡Qué cabrona! Pasé todo el rato con  el puño cerrado, apretando todo lo fuerte que podía. Cuando vio que ya había sudado lo suficiente propuso que hiciéramos una práctica, así que me quite la camiseta.
—Pero, ¡¿qué haces?! —preguntó sorprendida.
—Pues... ¿no querías practicar? —contesté confundido.
—Sí, pero contigo no, con el cojín.
Nos pasamos cerca de una hora sobando al cojín. Trató de convencerme de que, si el cojín curaba las dolencias por contacto, al practicar sobre él nos serían traspasadas sus dotes curativas. De locos.
—¡Ahhh!¡El cojín, traedme el cojín! —oímos gritar.
—Vaya, mi padre necesita el cojín —intuyó perspicaz Elena.
A continuación se puso en pie, mantuvo el oxígeno dentro de sus pechos henchidos y se mordió cruelmente el labio inferior mientras asía el cojín.
—Por qué no se lo llevas tú y yo me voy quitando la ropa. Para seguir practicando —propuso mientras jugueteaba picaruela con su collar de perlas.
Abrí la boca y moví los ojos horizontalmente de pecho en pecho. En cuanto pude asimilarlo, le arrebaté el cojín y salí corriendo.
Según me contó Elena, su padre, que se llamaba Roberto, era un ortopediatra de reconocido prestigio. Todo comenzó en la escuela. Como nunca pasaba del suspenso raspado, sus padres, cansados de pegarle, se lo mandaron al padre de Antolín —amigo de Robertito y promesa del Castilla— para que trabajara con ellos en el taller y aprendiera un oficio. Y acertaron. En pocos meses era capaz de reparar cualquier avería: motos ahogadas, coches gripados, tractores con el cambio roto... Pero un día, estando su buen amigo Antolín debajo de una furgoneta, se le fue a Roberto el gato elevador y se vino el vehículo abajo, con tan mala suerte que le machacó la pierna a Antolín y tuvieron que amputarle la zurda, la de marcar los goles. Desde ese momento, Roberto dedicó todo su tiempo a fabricar una pierna que permitiera a Antolín volver a los terrenos de juego. Y lo consiguió. Inventó una pierna que, a diferencia de las prótesis convencionales, disponía de un dispositivo hidráulico que la hacía flexible. Ese año, Antolín acabó pichichi del Castilla con una pierna ortopédica. Palabra. El suceso tuvo tal repercusión que Roberto se convirtió en el ortopediatra más famoso del mundo y, por ende, en millonario. Se especializó en piernas artesanales de fibra de carbono. Su popularidad era tan grande que todos los paralímpicos del mundo solicitaban sus servicios. ¡De locos!
Cojín en mano entré en la habitación. Roberto se encontraba al final, trabajando con un maniquí sobre un tablero de cerrajero que parecía un mercadillo de miembros: piernas, brazos, manos y pies, de diferentes materiales, destacaban entre montones de placas, ruedas, tornillos de titanio, amortiguaciones y un montón de chatarra que no conseguí catalogar. Las paredes estaban abarrotadas de fotografías de deportistas minusválidos que, con los cuellos repletos de medallas, alzaban orgullosos sus piernas al cielo. Tenía un palillo grasiento en la boca que no paraba de mover arriba y abajo, y llevaba puesto un mono azul de mecánico con más aceite que una freidora.
—Disculpe, Roberto. Aquí tiene el cojín. Soy Arturo, compañero de Elena.
—Ya sé, ya lo sé —me dijo con desgana mientras mordía con fuerza el mondadientes y soldaba un dedo a un pie—. Eres el sardina. Trae aquí.
¡¿El sardina?! Vaya, el jodido genio era un graciosito. Agarró el cojín y se lo puso en la zona lumbar. Al instante, le cambió la cara.
—Supongo que te puedo llamar sardina, ¿no? Elena me ha dicho que es tu apodo deportivo.
—Claro, claro, no me importa —le mentí—, pero si lo prefiere me puede llamar Arturo.
—Nada chaval. Sardina está bien, se ajusta más a tu perfil. Como eres pequeño.
—Bajito, soy bajito, no pequeño. No es exactamente lo mismo, pero hay que haber ido al colegio para conocer la diferencia —¡jodido paleto! Ya me estaba cabreando.
—Claro sardina, lo que tú digas. Tú me puedes llamar don Roberto. Anda, ayúdame con este prototipo, Antolín zurda de hierro necesita una pierna más potente.
Me pidió que sostuviera al maniquí por los hombros mientras hacía unos ajustes. Cogió un destornillador pelín oxidado y apretó unos tornillos y quitó otros. Estaba claro que lo hacía sin ningún criterio, aunque reconozco que era muy diestro con la herramienta.
—Ya está. Ahora hay que arrancarlo. Sardina, sujétalo fuerte por la cintura y no lo sueltes. Como si fuera una moza. ¿Podrás hacerlo?
Valiente cretino. Lo sujeté con fuerza por la cintura y Roberto se puso detrás. A continuación, se sacó el palillo de la boca y lo introdujo en un agujero minúsculo que tenía el maniquí. En cuanto notó la intromisión, el artilugio comenzó a dar coces. A mí me alcanzó en la rodilla y al genio en la espinilla. ¡Qué dolor! Estábamos los dos frotándonos cuando nos dimos cuenta: ¡el cojín! Roberto estaba más cerca, pero como yo soy rápido y escurridizo lo agarramos al mismo tiempo.
—¡Suelta el cojín, sardina, es mío!
—¡Ya, y la culpa también es tuya!
—¡La culpa es tuya por no sujetarlo bien. Y no me tutees, llámame don Roberto!
—¡Pues tú no me llames sardina!
—¿No decías que no te importaba?
—Era mentira.
—O sea, que eres un mentirosillo, eh, sardina. ¡Así tienes esa nariz!
No dejábamos de tirar de él. Y le arrancamos las piernas. En ese momento Elena entró en la habitación.
—¡Qué hacéis! ¡Salvajes! Soltar ahora mismo el cojín, lo vais a matar.
Estaba bastante enojada. Se acercó lloriqueando y ¡¡me dio un guantazo!!
—Me has defraudado. Yo te quería —y salió de la habitación hecha un mar de lágrimas, con el cojín inválido en sus brazos.
¡¡Yo te quería!! ¡¿Pero en qué casa de zumbados me había metido?!
Estuvimos un rato con la cabeza gacha, hasta que Roberto me puso la mano en el hombro y me dijo:
—Joder, sardina, la culpa es mía. Tenía que haber sabido que no podrías con él. Lo siento mucho, chaval. Oye, qué ostia ta dao. ¿No?
—Yo sí que lo siento —¡cabrón palurdo!
—Bueno, bueno, pelillos a la mar. Ahora lo importante es que te disculpes con Elena. Lo haría yo, pero no puedo. Un padre no debe arrastrarse.
¡¿Que me disculpe?! ¡Dios, qué ganas tenía de irme de esa casa de locos! ¡Palabra! Entramos en el comedor y vimos a Elena tumbada en el sofá, bocabajo. Había dejado de llorar. La llamé varias veces, pero no contestó. Permanecía inmóvil, con el cojín bajo el rostro.

Martín
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:15:48 pm
Últimas voluntades


Cada día al salir por la mañana, de camino al trabajo, la veía pasar a la misma hora por la acera  frente a su casa. Tenía la mirada perdida en algún lugar del pensamiento y el peso sobre los hombros de vivencias que superaban con creces lo merecido por su edad. Su ritmo era cautivador, constante, hipnótico. Se movía con decisión, pero sin prisas, no como si se dirigiese a algún sitio concreto sino, más bien, como si de ella tirasen los hilos invisibles de la promesa de algo mejor.
Una vez más se quedó sonriente y embobado con su sola presencia, aunque aquel día tras verla doblar la esquina, se percató de que había olvidado el portátil arriba. Unos minutos después, tras volver a cruzar el portal, se quedó petrificado al verla pasar de nuevo en su peculiar travesía.
El quiosquero, que debió de leer el asombro y la perplejidad en su rostro, tras verla doblar de nuevo la esquina se dirigió hacia él.
-   Pobre chica ¿verdad? Es Ainara, tiene su casa en la calle de al lado. Vivía con su padre, al que llevaba cuidando desde los diez años, hasta que el año pasado el viejo, al fin, falleció. Por lo que cuentan los vecinos, en sus últimas palabras le dijo que no tenía manera de agradecerle todo lo que había hecho por él. Que sentía haberla privado de todos aquellos años y que no dejase de buscar la felicidad, que podría estar a la vuelta de la esquina. Desde entonces pasa los días de sol a sol dando vueltas a la manzana, incansable y con la misma determinación que el primer día.
Sin salir de su asombro, agradeció la información y se dirigió al trabajo. Al día siguiente, puso el despertador una hora antes, compró una rosa azul, la más curiosa que encontró, y  así  lo encontró ella en mitad de su camino. Se detuvo y lentamente posó la mirada en él, le sonrió con la complicidad de haberlo hecho en incontables ocasiones, lo cogió de la mano y doblaron aquella esquina por última vez.

Ulises
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:17:40 pm
Para cerrar los ojos o escapar despavorido


Sólo alcancé a tocar el timbre en una ocasión. Enseguida Adela vino a atenderme con esa ansiedad que, por momentos, se me pareció al temor y que no supo muy bien cómo disimular, o tal vez no quiso hacerlo y prefirió acentuarla mucho más para que yo la advirtiera en todos sus detalles. En cuanto abrió la puerta se me tiró al cuello con una familiaridad que me desconcertó.
—No sabes cuánto he esperado por este momento.
Lo primero que llamó mi atención fue su aspecto de abuelita indulgente, bondadosa, capaz de hacer cualquier sacrificio por su nieto más querido. Y, en realidad, ahora mismo debo admitir que no solo me llamó la atención; fue, sobre todo, una extraña sacudida de la cual demoré varios segundos en recuperarme. Vacilé algunos instantes en la puerta, sin atreverme a traspasar el umbral. No conseguía discernir entre lo que debía y no debía hacer en tales circunstancias. No obstante, la segunda vez que me invitó a pasar me decidí y la seguí hasta el interior de la casa mientras, en mi subconsciente, trataba de convencerme de que cualquier sacrificio bien valdría la pena.
La casa parecía inmensa aunque no distinguí sus singularidades como hubiera preferido. Casi todas las habitaciones estaban a oscuras y solo la sala se hallaba iluminada, aunque muy pobremente. Una débil penumbra trataba de despejar, sin lograrlo del todo, las sombras que la envolvían. En cuanto entré, un intenso olor a vejez golpeó mi rostro con violencia. A pesar de eso, en seguida me sobrepuse y seguí a la anciana con la misma lentitud que le permitían sus pasos.
—Siéntate.
La confianza que me trasmitió su autoritario laconismo intentó relajarme y me senté en la butaca que me había indicado. Ella se sentó frente a mí, en un mueble similar. Entonces pude observar todo el lugar con detenimiento. Aunque no alcancé a determinar el color exacto de las paredes, adiviné una tonalidad que reflejaba cierta nostalgia, casi como una indescifrable asfixia, asistida, a la perfección, por la oscuridad y el añoso aliento que llegaba en oleadas sucesivas desde todos los rincones. El alto puntal, lejos de agrandar la habitación, acentuaba la sensación de tristeza que ya había comenzado a ejercer su poderío sobre mí. Algunas fotografías colgaban de las paredes y un enorme espejo, con amplias zonas oscuras, síntoma de una inevitable enfermedad terminal, hacían lo posible por devolverme una imagen casi fantasmal de la extraña realidad que me arrullaba en sus brazos. Además de las dos butacas en las que estábamos sentados, un vetusto sofá, seguramente del mismo juego, contribuía a enturbiar la pesada atmósfera de opresión, con su apariencia decimonónica; y dos pequeñas mesas, sobre las que descansaban sendas lámparas antiguas, custodiaban cada butacón. No logré distinguir de dónde llegaba la escasa luz que nos legaba aquella inmóvil penumbra. Supuse que Adela había preparado la escena con toda la intensión que su retorcida mente era capaz de imaginar, quizás para propiciar el ambiente más favorable, sobre todo para mí. Me molestó pensar en todo eso. Creo que ella se percató de mi estado anímico, aunque no sé cómo lo hizo; era imposible que viera mi rostro con una luz tan exigua a nuestra disposición.
—Puedes encender la lámpara.
Cuando lo hice, descubrí dos libros sobre la pequeña mesa. Comencé a hojear uno de ellos con lentitud. Ella dejó que lo hiciera y, unos segundos más tarde, se mostró satisfecha.
—Sabía que te gustarían.
En realidad no me gustaban los libros. Uno era el Rimas y Leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer, y el otro no lo conocía; sabía que era de un autor nacional, muy popular algunas décadas atrás, pero del que ya ni siquiera se recordaba su nombre. Sin embargo, era preferible leer o, por lo menos, intentar hacerlo, mientras esperaba. El intento duró apenas algunos minutos; sentí cómo ella me miraba y su molesta insistencia no me permitió concentrarme en la lectura. Ansié que todo terminara lo antes posible pero estaba decidido a no dar el primer paso. Al fin y al cabo yo era el menos interesado. Solo me importaba el dinero que ganaría después de la hora pactada y, con toda seguridad, ya habían pasado más de veinte minutos.
—¿Quieres beber té?
No me dejó contestar. De inmediato llamó hacia el interior de la casa y, seguidamente, apareció una mujer que reconocí enseguida. Me había abordado en la calle, bien cerca de mi facultad, dos días atrás. Acaso por lo inesperado del hecho, o por hacerlo en aquel lugar, me sentí receloso con su propuesta.
—¿Te gustaría ganar algo de dinero?
Aunque me hacía falta el dinero, la situación me pareció demasiado extraña, casi absurda, y me hizo sospechar de sus intensiones. Por eso, detrás de la sospecha, llegó el temor e intenté escapar de allí lo antes posible, pero ella me siguió.
—Te he estado observando y sé que necesitas el dinero.
Sus palabras me obligaron a apurar el paso mucho más. Casi a mi lado, ella respiraba con dificultad, pero no cedía.
—Puedes pedir lo que quieras. Además, nadie tiene por qué enterarse.
Me detuve y la miré con detenimiento. Junto a la desesperación por la pequeña carrera me pareció descubrir en sus ojos un atisbo de sinceridad.
—¿Qué tengo que hacer?
—No mucho, solo brindarle algo de satisfacción a Adela.
Lo dijo con total naturalidad y la propuesta, que me pareció espantosa, reavivó mis sospechas.
—¿Adela?
—Mi hermana.
—¡Señora! ¿Quién se ha creído que soy?
Ella me sonrió con una inocencia que me desarmó.
—No te preocupes, no tendrás que hacer nada de lo que debas avergonzarte. Además, podrás terminar cuando lo estimes conveniente.
Aunque sus palabras no aliviaron del todo mis sospechas, accedí. Después de acordar la cantidad que me pagaría por el trabajo, ella misma puso una pequeña tarjeta en el bolsillo de mi camisa.
—Te esperamos en dos días, a las cinco de la tarde. Si todo sale bien no tendrás que estar con Adela más de una hora. Recibirás el dinero antes de irte.
No me dio tiempo para replicar. Tomé la tarjeta que me había entregado y leí lo que había en ella. La dirección que detallaba, aunque no muy céntrica, no parecía demasiado lejana. Cuando levanté la vista ya ella no estaba allí. Entonces comencé a estudiar la forma de llegar de la manera más rápida y directa.
—Tráenos un poco de té, Matilde, por favor.
Aunque no podía ver la expresión de su rostro, sentía que me miraba y, a la misma vez, sonreía pensando, quizás, en todo el placer que conseguiría arrancarme en muy breve tiempo. A pesar de que yo hacía todo lo posible por leer, solo lograba hojear uno de los libros, ya ni recuerdo cuál, mientras intentaba, por todos los medios posibles, aliviar la agitación de la que ya me había hecho presa. Matilde llegó con una bandeja y la dejó sobre la mesa de Adela.
Una vez que Matilde se hubo retirado, Adela se levantó con una parsimonia que, tal vez, quiso aparentar cierta ridícula sensualidad, y me sirvió el té ceremoniosamente.
—Gracias.
—Es verde, el que prefieres.
Debo admitir que tenía buen gusto la señora. El té estaba exquisito y traté de saborearlo todo el tiempo que pude. Eso me ayudó a ganar tiempo. Pero, irremediablemente, el tiempo y el té se terminaron y no me quedó otra opción que retomar el simulacro de lectura.
—¿Quieres un poco más?
—Sí, por favor.
Ella se acercó a mí una vez más, para servirme, pero la tetera ya estaba vacía.
—Espera un momento; voy por más.
Cuando desapareció, sentí alivio. No obstante, la expectación me mantenía demasiado inquieto.
Ernesto me había dicho que la primera vez era siempre la peor. Fue la única persona con quien me atreví a hablar de aquel insólito trato, probablemente porque sabía muy bien que ya él había atravesado por situaciones muy similares a ésta.
—Todas las viejas son iguales; lo único que buscan es carne fresca. Pero no te preocupes, después de la primera vez podrás sacarle todo el jugo que quieras. Solo tienes que dejarla con las ganas… y ya está.
—No sé si pueda.
—No seas estúpido. Haz lo mismo que yo: cierra los ojos.
Me levanté para encontrar algo de sosiego y di unos pasitos por la sala. No entendía por qué ella se demoraba en pedir aquello por lo que pagaría con tanta generosidad. A pesar de que sabía muy bien que me resultaría demasiado difícil complacerla, ya lo había decidido y, si bien no había comenzado aún, estaba ansioso por terminar. Entonces vi la fotografía. Estaba enmarcada por una moldura dorada, con motivos casi barrocos que, prácticamente, la convertían en una pieza museable. No obstante, no fue eso lo que llamó mi atención. En aquel mismo diván, que ahora me parecía tan vetusto, a pocos metros de mí, estaba ella. Tenía algunos años menos pero, con toda certeza, era ella. Tampoco el salón parecía el mismo. La intensa luz que lo iluminaba hacía resaltar los colores alegres que, sin dudas, habían quedado en el olvido. A su lado estaba yo, vistiendo una anticuada ropa que jamás en mi vida he usado. Quedé atónito. Entonces miré el resto de las fotografías y la sorpresa se convirtió en pavor. En todas estaba yo de una u otra forma. Yo y Adela, yo y Matilde, yo y ambas hermanas, yo a solas, yo y personas desconocidas que me abrazaban como si me amaran demasiado. La voz de Adela me sorprendió.
—Las puse ahí cuando te fuiste.
Dejó la tetera sobre la bandeja y se acercó a mí.
—Esta es la que más me gusta.
Tomó la del centro. Estaba casi amarilla aunque me podía ver, con toda claridad, sobre la arena de una playa desconocida. Le sonreía a la cámara con una risa que, sabía muy bien, nunca me había pertenecido.
El desconcierto no me dejaba hablar. Y así, vacilando, me dirigí a la salida. Ella me acompañó. No mostró contrariedad alguna pese a que aún no se había consumido la hora pactada. Cuando extendió su mano hasta mi rostro, no quise tomar el dinero. Yo preferí no dejarme convencer por su insistencia.
—Puedes regresar cuando quieras.
Ahora no sé si debo hacerlo. Hoy por la mañana le conté a Ernesto todo lo que me había sucedido en aquella casa pero, como era de esperar, no creyó ni una palabra de lo que le dije.

Adela
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:18:48 pm
Salta


Después de nueve años de relación voy a dar el paso. Hoy voy a hacerlo.
Aunque me encuentro en mi puesto de trabajo, voy a tomarme un corto descanso para pedirle matrimonio a la mujer que será mi esposa durante los próximos cuarenta años.
Me levanto de mi silla giratoria y me dirijo a la ventana para realizar la video-llamada. De camino hasta ella me cruzo con Susan –una de las tantas secretarias- y me dice: “ánimo, tigre” mientras me regala una calurosa sonrisa. Por el contrario, Kevin y Jack me observan desde una esquina con miradas de burla. Como si esperasen que Emily me diera un “no” por respuesta desde el otro lado de la línea. No va a ser así. Estoy seguro.
Una vez en la ventana, miro hacia la izquierda y veo a Luke. Le admiro muchísimo. Es un hombre de unos cincuenta años y casi treinta los ha pasado con su esposa. Tiene dos hijas preciosas –una de ellas recién graduada en la universidad- y una vida de ensueño. La misma vida que yo quiero lograr con Emily. Sonrío. No puedo evitar hacerlo al pensar en mi futura vida a su lado.
El encontrarme con Luke me anima a llamarla con aún más certeza,
Marco el número y planto mi teléfono justo frente a mi casa. No tarda demasiado en contestar.
-¡Jake!- es un saludo con bastante entusiasmo por su parte. Se alegra de verme. No está acostumbrada a recibir llamadas mías a estas horas tan tempranas.
-Emily…- respondo con más nerviosismo que atrevimiento. Es entonces cuando ella me pregunta si ocurre algo malo. Me ve negarlo con la cabeza.
-Quizá esta no es la forma en la que desearías que lo hiciera, Emily. Pero estoy seguro de que es el momento perfecto para…
Me paro en seco. Algo va mal. No soy el único que lo nota. Luke también se ha asomado a la ventana no muy lejos de mí.
-Eso no es normal.- me susurra como si me hubiese leído el pensamiento. Detrás de mí, Jack nos anuncia que un avión como aquel no debería volar a tan baja altura.
-¿Se trata de alguna exhibición?- escucho decir a Susan. Mientras tanto, Emily me pregunta si va todo bien. No contesto. El avión se aproxima cada vez más al edificio.
Antes de que pudiera darme cuenta, Kevin comienza a correr hacia el lado opuesta al nuestro. Jack no tarda en seguirle, pero tropieza y cae.
Es entonces cuando me doy cuenta de que ese avión no tiene ninguna intención de detenerse. Suelto el teléfono y echo a correr junto a mis compañeros. Puedo escuchar cómo Emily pronuncia mi nombre al otro lado. Cuánto me alegro de que una larga distancia nos separe.
Aunque estoy corriendo tanto como puedo, siento como el suelo debajo de mis pies comienza a temblar. El avión debe de haber chocado unas pocas plantas más abajo. De pronto todo empieza a derrumbarse. El suelo cercano a la ventana desaparece y ahora solamente unos pocos y yo nos aferramos a la pared del lado opuesto. Aterrados, podemos ver cómo toda Nueva York se muestra ante nosotros. Lo poco que queda del suelo está casi en posición vertical y, aunque Kevin intenta ayudarla, Susan pierde el equilibrio y cae rodando al vacío. Puedo escuchar sus gritos. El suelo arde y rápidamente todo se llena de humo. Con gran esfuerzo me dirijo a la puerta de salida. Hay zonas que parecen más estables que otras. Piso y nuevamente el suelo se abre haciéndome caer a la planta de abajo.
Todo se vuelve negro.

Cuando abro los ojos todo lo que escucho son gritos. Mucha gente corre sin rumbo y yo me encuentro en medio de todo aquello. Me percato de que Kevin está aplastado por una gran columna mientras Jack intenta rescatarle. A lo lejos, muy a lo lejos, logro oír sirenas. No estoy seguro de si son camiones de bomberos o, tal vez, la policía.
No sé cuánto ha pasado desde el impacto del avión. Solo intento salir de allí evitando hacer lo que muchos están haciendo: saltar al vacío desde el piso setenta y nueve.
Muchos de los cadáveres que veo me resultan desconocidos. Otros, por el contrario…
-¡Oh, Dios mío!- escucho gritar a una mujer. Sigo su dedo y veo a otro avión aproximándose. Esta vez en dirección al edificio de al lado.
El segundo impacto destroza gran parte del segundo rascacielos. Voy a morir. Lo sé.
Me asomo al gran hueco que ha dejado el avión de American Airlines y veo a un centenar de personas observando la catástrofe. Miro al cielo y pido perdón a Dios por cada uno de mis innumerables pecados. No merezco morir. Ninguno de los empleados de las Torres Gemelas lo merecen. Me apoyo a una barandilla mientras contemplo el vacío y sonrío con la incertidumbre de qué me habría contestado Emily. ¿Qué más da? Se acabó.
Todo se acabó para mí. Me agarro fuerte a la barandilla y acto seguido salto al vacío con la esperanza de, simplemente, quedar postrado en una silla de ruedas de por vida. Mientras caigo puedo ver cómo no soy el único. Ilusos… El edificio arde en llamas y desde mi punto de vista la única solución ha sido saltar. Cuando me aproximo al suelo cierro los ojos y solamente pienso en la hermosa sonrisa de Emily. La imagino vestida con un precioso traje de novia. Toda una antología de recuerdos invaden mi mente y entonces…entonces todo desaparece.

Mr. Sandman
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:21:03 pm
Magda y su paracaídas rojo


Lleva surcando los cielos de este mundo desde hace años, y por lo que se ve, lo seguirá haciendo unos cuantos más. Esta historia empezó cuando Magda se lanzó por primera vez al vacío sin instructor; ese día desplegó su paracaídas rojo bajo un cielo azul a una altura aproximada de mil quinientos metros tras disfrutar una caída libre de un minuto de duración a una velocidad de más o menos doscientos cincuenta kilómetros por hora. Todo iba según lo previsto cuando el paracaídas se abrió y Magda sintió el fuerte tirón de la frenada. Contempló entonces, desde allí arriba, los campos escaqueados en diferentes tonalidades y el anchuroso mar moteado por puntos negros que no eran otra cosa que los barcos que a alguna parte iban; pocas veces se había sentido tan bien como en aquel momento y deseó en su fuero interno, por muy extraño que parezca, que aquello no acabara nunca.  Y algo inverosímil ocurrió de inmediato; Magda no descendió, sino permaneció flotando en el aire sujeta a su paracaídas rojo sin perder altura y ella, por muy difícil de creer que resulte, sonrió, pues no sintió miedo, todo lo contrario, estaba ocurriendo lo que en el fondo deseaba: permanecer allá arriba.
   Pero Magda, no podía permanecer allá arriba permanentemente, sujeta a aquel paracaídas rojo, como si nada pasara, las cosas no funcionan así. El club de paracaidismo, perplejo al comprobar que su socia número 2.239 se resistía a tocar con sus pies el suelo, dio el aviso a la policía local, la cual, ante el inaudito fenómeno al que se enfrentaba, optó por dar parte a la policía nacional y ésta, sin tener claro qué hacer, dudó entre llamar a los bomberos o llamar al ministro de interior; al final optó por lo segundo, pues era verano y los bomberos iban muy atareados apagando fuegos, y éste último, es decir, el ministro de interior, se decantó por pedir ayuda al ejército a través de su ministro de defensa y comunicar también del extraño suceso al primer ministro, y, confesemos que no sabemos cómo,  alguien filtró la siguiente información a la prensa: “Una mujer, de nombre Magda, paracaidista con paracaídas rojo, se ha quedado suspendida en el aire por un tiempo indefinido; puede ser localizada la mujer y su paracaídas en las siguientes coordenadas (aprox.)…”.
   El ejército del aire acordonó el espacio aéreo por el que en aquel momento flotaba Magda, la cual, asida por el paracaídas rojo, se desplazaba lentamente en el aire con rumbo sur –la altitud se mantenía constante: 1.500 metros-. Un soldado pendido de un cable sujeto a un helicóptero militar se aproximó a la paracaidista para mantener una conversación con ella. El soldado pertenecía  a un equipo especial de intervenciones rápidas y había visto muchas cosas raras en su carrera profesional, pero como aquella, ninguna. Llevaba una pequeña cámara instalada en el casco junto con un micrófono, para transmitir de esta forma las imágenes y el sonido a la central, en la que, entre otros, estaban el primer ministro, el ministro de interior, el ministro de defensa y la comandancia del aire. Junto a los ministros y la comandancia, había un científico de contrastada reputación, pues era fundamental entender aquel fenómeno, y nadie mejor para interpretarlo que una mente preclara y lúcida como la de aquel científico. Es importante indicar también que el soldado llevaba un receptor en la oreja para poder escuchar las instrucciones que le fueran dando desde la central.  La televisión tenía el acceso restringido al espacio aéreo mencionado anteriormente, por lo que sólo podían retransmitir unas imágenes de mala calidad en lal que únicamente se distinguía un puntito en el cielo: Magda con su paracaídas rojo.
   -¿Se encuentra bien, señora? –inquirió el soldado.
   -Perfectamente, respondió Magda, mostrando una sonrisa.
   -Dígame señora, ¿por qué no desciende?
   -No lo sé, el paracaídas parece que haya escuchado mi pensamiento.
   En la central todos miraron en dirección al científico, el cual encogió los hombros; «Imposible sacar conclusiones de ningún tipo todavía», matizó.
   -¿Qué pensamiento es, si no le importa decírmelo? Debo advertirle, señora, que para intentar resolver esta situación, los ministros de defensa, interior y el primer ministro, así como comandancia del aire y un científico nos están escuchando.
   -¿Resolver esta situación? ¡Pero si estoy de maravilla! No necesito que resuelvan absolutamente nada –espetó Magda, convencida de que era una tontería que aquellas buenas personas se preocuparan por ella.
   -Por favor, cíñase a responder mis preguntas. Se lo voy a repetir: ¿Qué pensamiento es ése que ha escuchado su paracaídas?
   -Simplemente que me siento tan bien aquí arriba que querría quedarme toda la vida.
   «¡Menuda gilipollez!», Exclamó el primer ministro».  «No tiene ningún sentido todo esto», murmuró el científico.  «Deberíamos abatirla», dijo de forma monocorde el jefe de la comandancia del aire. «Me aburro», pensó el ministro de interior. «Seguro que es una espía», alertó el ministro de defensa.
   -¿Alguna orden, señor? –inquirió el soldado al jefe de la comandancia del aire, pues ya era hora que desde la central tomaran ciertas decisiones.
   -Manténgase junto a la paracaidista, soldado. En media hora recibirá instrucciones.
   -¡Sí señor!

Al fin y al cabo todo aquello tenía una fácil solución, bastaba con desenganchar a la paracaidista de su paracaídas rojo y llevarla a tierra. ¿Qué luego seguiría flotando el paracaídas? Pues un zambombazo al armatoste y adiós muy buenas.  Si bien todos estaban de acuerdo en la primera parte de la solución, es decir, desenganchar a Magda del paracaídas, no lo estaban tanto con la segunda parte, pues el científico hacía hincapié en que aquel extraño fenómeno se tenía que estudiar con profundidad, era necesario hacer un análisis sobre el terreno, o mejor dicho, sobre el aire, allí donde estaba el dichoso paracaídas. ¿Qué pasaría si el paracaídas se desplazara fuera de las fronteras? Habría que pedir permiso a los países sobre los que sobrevolara para hacer un seguimiento in situ del cacharro volador. Después de estas reflexiones, el jefe de la comandancia del aire dio las siguientes instrucciones al soldado:
   -Soldado, rescate a la mujer y llévenla a tierra. Quiero que mantengan una escolta para el paracaídas. ¿Me ha entendido?
   -A sus órdenes señor. Perfectamente entendido.
   Cuando Magda supo por boca del soldado que la iban a rescatar, ésta se negó en rotundo y dijo que antes se dejaba caer al vacío, y que no bromeaba, que  si se acercaba alguien para intentar dicho rescate, se soltaba y hasta la vista baby.
   Todos escucharon en la central la respuesta de Magda y nadie dijo nada hasta que el primer habló:
   -¡Demonio de mujer! ¡Déjenla ahí! ¡Ya se cansará! Que siga colgada del paracaídas no impide que el armatoste sea estudiado, ¿verdad?
   -Por supuesto, respondió el científico.
   -Deberíamos abatir al paracaídas con una buena traca, con la bruja incluida, resopló el jefe de la comandancia del aire.
   -Comunique al soldado que la mujer puede quedar ahí tanto tiempo como lo desee, ordenó el primer ministro al jefe de la comandancia, hágame el favor.
   El jefe de la comandancia del aire miró de reojo al ministro de defensa, murmuró algo incomprensible, y transmitió la nueva orden al soldado.
   -Buenas noticias, señora –empezó el soldado-. Puede quedarse aquí tanto tiempo como lo desee. Cuando esté harta sólo tiene que darnos una señal y la rescataremos.
   -¡Qué maravilla!, exclamó Magda, feliz de recibir aquella noticia.
   -Pero, señora, dígame, ¿qué le empuja a quedarse aquí y no poner los pies en el suelo? –inquirió el soldado, incapaz de entender la actitud de la mujer.
   -No sabría decirle, soldado. Pero supongo que el mundo en el que vivo no me gusta, y aquí arriba, sin los pies en el suelo, soy enteramente feliz por primera vez, y, la verdad, no quiero ahora dejar escapar la oportunidad de seguir siéndolo.
De esta forma, Magda se quedó enganchada al paracaídas rojo, el cual desde hace años sobrevuela el cielo a 1.500 metros de altitud. Los científicos –toda una comunidad internacional- todavía no han descubierto la causa de tan extraño fenómeno, y siguen investigando el armatoste sin éxito. Así pues permanece en las alturas sin tocar con los pies el suelo, y sea dicho de paso, se siente tan o más feliz que el primer día. Y no está sola, suele recibir numerosas visitas con las que mantiene conversaciones profundas –otras no tanto- sobre el sentido de la vida. Ella surca los cielos de infinidad de países y, al mismo tiempo, el mundo entero la conoce. Magda suele decir que los de allá abajo, en general, son demasiado violentos y, como no, demasiado crueles con la gente soñadora, y que por eso se va a quedar tanto tiempo junto a su paracaídas rojo como pueda.  Si tenéis un día despejado y miráis al cielo, quién sabe, quizá la podáis ver. Yo la vi ayer.

Onofre Castells
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:22:20 pm
Galopando entre las nubes


El anciano contempla el cielo teñido de rojo y malva en las horas del ocaso. Se estira cuanto puede y como puede, con los brazos hacia arriba y de puntillas. Mira hacia ambos lados. Nadie. Se quita toda la ropa y entra poco a poco en el río a cuya vera había montado un pequeño campamento y encendido una hoguera. En sus dientes porta un pequeño cuchillo de piedra afilada y empuñadura de madera endurecida al fuego y, en su mano izquierda, un bastón de unos pocos palmos con símbolos pintados en negro y carmesí. Comienza a tiritar al contacto con la corriente y contrae su arrugado rostro.
Con esfuerzo llega al centro del cauce y mira río abajo. Sobre la línea del horizonte, una nube se asemeja a un bisonte, lo que él interpreta como un buen augurio de los dioses para continuar con el ritual. Estira entonces su brazo izquierdo con el bastón bien aferrado frente a él. El brazo derecho lo levanta por el costado hasta estar paralelo al agua. Cierra los ojos y, haciendo un arco pronunciado, toma el cuchillo de sus dientes con su mano libre y vuelve a estirar el brazo a su posición anterior. Mantiene el equilibrio gracias a sus fuertes piernas, impropias de alguien con los años que su faz refleja.
El murmullo del agua chocando con las orillas le recuerda a la voz profunda del padre de su abuelo cuando le enseñaba frente a una hoguera la antigua lengua de los anasazi y le contaba cómo ya estaban todos ellos reunidos con los señores de pradera y el bosque y solo quedaban los rituales transmitidos de padres a hijos y de abuelos a nietos.
Mientras murmura unas palabras en la lengua de los desaparecidos, realiza cuatro cortes paralelos con el cuchillo en el antebrazo izquierdo y deja caer su sangre al río. Ninguna laceración ha hecho cambiar su gesto de concentración. En sus párpados cerrados ve formarse las imágenes de los gigantescos rebaños y en sus oídos retumba el estruendo de sus pezuñas al tocar la piel tensa de los infinitos prados en los que pastaban hace ya incontables lunas. Su cuerpo empieza a temblar mientras su voz se eleva. Con un último grito finaliza el cántico. Abre su mano y deja caer el bastón. Encerrado en el mutismo, lo observa alejarse hasta que pronto lo pierde de vista. Sus ancianos ojos ya no atraviesan la noche como antaño.
Con dificultad abandona el río y se dirige al campamento. Se viste pronto y aviva los rescoldos humeantes de la fogata. Cuando las llamas son lo suficientemente altas y hacen más profundas sus arrugas, el hombre saca una pipa tallada de su bolsa de cuero y la prepara para disfrutarla. Es su propia mezcla de diversas hierbas aromáticas para alejar a los insectos y renovar el calor perdido en el agua.
Pasa una hora en vela contemplando las llamas, buscando un patrón en las lenguas que bailan con el viento, tratando de interpretar las señales ocultas. Empieza a cabecear y sus ojos parpadean. Coloca una manta sobre sus cansados hombros, aspira los últimos resquicios agonizantes de la cazoleta, cruza las piernas y cierra los ojos, al tiempo que deja la pipa a un costado. Murmura unas palabras y balancea su cuerpo.

El escenario cambia. El anciano se encuentra en una vasta llanura donde ve a enormes bisontes pastando libres. Entre ellos destaca una gigantesca hembra con pelaje completamente blanco. La reconoce como la primera de todos. La madre surgida de una pluma del abuelo Halcón, caída en la nieve y arrastrada por el viento del norte hasta las llanuras donde Coyote echó su aliento y le dio vida. El hombre se estremece al sentir una brisa que él toma como el hálito del dios. Su cuerpo cambia. Cae al suelo y sus piernas y brazos tornan en poderosas patas. Un tupido pelaje negro cubre primero su espalda, su cabello se vuelve corto e hirsuto, finalmente se extiende por todo su cuerpo; su tamaño crece hasta ser mayor que el de todos los bisontes excepto el de ella, a quien casi iguala. Se acerca a la inmensa manada y ve cómo sus miembros se apartan, abriendo un pasillo que lo conduce hasta la gran hembra.
Cuando ambos se reúnen en el centro del grupo, el hombre-bisonte siente  los pensamientos de ella fluir a su cerebro. Le habla del origen de todo, del cosmos, los planos y los mundos. Ante sus ojos discurren imágenes de seres y formas desconocidos, grandes lagartos y diminutos seres de muchos brazos y ojos que nunca han existido en esta tierra. Él comprende y su hocico sonríe. Una pausa y después una pregunta directa, lanzada hacia su mente: “¿Estás dispuesto?” Asiente y bufa para remarcar su gesto. Ella le entrega entonces el último conocimiento, el saber de lo que aún está por venir.
La locura viste los ojos del gran animal negro y se siente caer, atravesar el tejido de la realidad a medida que empequeñece y pierde cuernos y pelaje. Sus extremidades vuelven a ser humanas. Finalmente, abre los ojos. La hoguera está apagada y los primeros rayos del alba atraviesan las frondosas copas y tiñen de oro viejo las aguas. Pero todo esto ya no es para él. El hombre se levanta a tientas. Sus ojos ya no ven aunque aún pueden llorar. Lágrimas por lo que aún no ha pasado. Una imagen es lo único grabado en su mente: la nada.

Dos jóvenes idénticos se acercan por entre los árboles. Las hojas caídas no crujen bajos sus pies enfundados en mullidos mocasines. Sin decir palabra, se acercan al tembloroso anciano y lo toman de los brazos. Su tacto es extraño. Etéreo. Efímero. Caminan juntos nuevamente al río. Sólo el viejo deja una estela en el agua. Se dirigen hacia el horizonte, donde una nube con forma de gran bisonte les contempla desde unos minutos antes de galopar y deshacerse entre los cielos.

Los tres caminantes se funden con el entorno y desaparecen entre las aguas acariciadas por las ramas bajas de los abetos.

Ilekhmam
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:23:18 pm
El cuento del caballero y la princesa


Érase una vez en un país muy cercano un pequeño niño que siempre vivía despreocupado. Su mirada era viva y rebosaba energía, tanto así que un buen día cogió un libro fecundo y marchó de su casa para ver mundo. Estuvo en muchos lugares, y creedme cuando os digo que penurias siempre pasaba. Pero cuando el mal le acechaba o descanso no encontraba, bastaba con abrir el libro por una página al azar para que su imaginación lo transportara a otro mundo sin par. Alimentando las penas por las hazañas de héroes de otra era, entretenía los pesares con páginas de ideales de gente que ya no existía. O eso creía, pues por más penas que le embargaran siempre se impregnaba con estos retales de fantasía.
Pasaron los años y, siendo joven, llegó el día en que se enamoró de una muchacha virtuosa, de talla noble y mirada gloriosa. El niño que por todo el mundo había viajado de ella quedó prendado, pues sintió que era la antropomorfización de todo cuanto una vez hubo amado. Acercóse a su lado, pues el deseo de expresar con palabras lo que su corazón sentía era el único deseo para el que vivía. Mas, ¡ay!, que el joven quedó mudo como por encanto y a partir de aquel momento ningún otro sonido escucharía el viento de sus labios.
La princesa se marchó, se marchó su voz, marcharon los cuentos y el libro que las invocó. Quedó solo el joven mudo, pero no se derrumbó.
El joven continuó adelante y se hizo un hombre, haciendo de su vida las historias que leía de infante. En muchos sitios fue conocido y siempre sus amigos se crecían con su talante, pues bastaba de su presencia para embalsamar de nobleza los espíritus colindantes. Los ideales que había leído, durante sus años cándidos, cristalizaron en actos desinteresados estuvieran o no sus allegados.
El niño en caballero se convirtió, pero su voz nunca regresó.

Samuel Ornáriz
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:24:26 pm
Hombre de carbón


Lo percibió muchas veces en los ojos de su madre, en sus labios que clamaban en silencio poder decir la verdad, en sus manos estrujando frenéticamente su delantal. Todos lo sabían desde hacía ya mucho tiempo, y si él había callado era por respeto, por agradecimiento. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos mientras observaba la fotografía, ¿qué más hacía falta? ¿era necesaria otra prueba?
Debía moverse rápido, pronto llegarían y no era bueno estar ahí. Sin mayores preparativos recogió sus pertenencias, lo más indispensable, lo más preciado, aquello sin lo cual no podría seguir adelante. Metió todo en un paño y lo anudó hasta armar un paquete cómodo para transportar. Mojó por última vez su rostro sudoroso, ese rostro delator. Lo lavó con jabón refregando fuertemente para quitar las huellas, pero él podía verlas…ahí estaban, eternamente, las manchas de carbón dibujando sus mejillas.

Vio la calle y su empedrado, los perros y la gente, el largo trayecto recorrido causaba ya estragos en su cuerpo, le dolían las piernas y los pies. Sus hombros soportaban con hombría el paquete con sus pertenencias pero ya no podía más, la angustia y el miedo lo habían convertido en alguien frágil. Lo dejó de golpe en el suelo, esparciendo los objetos por toda la acera. Una mujer que pasaba chilló al escuchar el ruido, pero no se ofreció a ayudarle, incluso se fue vociferando ofensas porque el susto le paralizó el corazón. Otra más, otra que veía en su rostro la verdad y le despreciaba por eso. La soledad de la calle era inmensa, su casa se había extraviado en las alturas, estaba solo, solo y cansado, sentía hambre y sed. Sabía en su interior que había hecho lo correcto, luchaba por contener las lágrimas puesto que era un hombre, y como su padre le había dicho tantas veces “los hombres no lloran”.


Veía una y otra vez la fotografía para recordarse a sí mismo las razones de su partida. Él era distinto, tan distinto a sus hermanas y a sus padres que no sabía cómo alguien no se lo decía a la cara. Ahora estaba seguro, la historia que le contaban sus hermanas mayores era verdad, lo habían recogido en la puerta de la casa. Su madre le abandonó dentro de un sucio saco de carbón para que esa familia lo criara, esa familia, la que creyó su familia. Le buscaría hasta dar con ella, hasta preguntarle por qué le abandonó, y quién era su padre. ¡Cuánto tiempo más pensaban engañarle!

El hombre rió con ganas viendo su figura diminuta avanzar calle abajo y lanzar al suelo todos sus juguetes, de seguro pesaban mucho y sus pequeñas manitas ya no soportaban la presión. Cuántas veces el mismo se sorprendió en esa actitud, lo hacía menudo, cada vez que su madre no estaba de acuerdo con él, hasta que un día se fue sin avisar y regresó cuando ella estaba dentro de un cajón. Fue hasta el interior de la casa y buscó entre las cosas de su mujer. Luego echó calle abajo con tranco lento.
Se sentó a su lado en la vereda y abrazó su cuerpecito con sus manazas de hombre de esfuerzo, juntó su rostro al del niño y los reflejó en  el espejo.
-“Mire que iguales somos m´hijo, esa naricita que tiene Usté ahí…es la mía. Esos ojos grandotes de pestañas largas son los de su mamacita...Usté es igual a nosotros porque Usté es nuestro hijo. Cuando sea grande no se olvide de este día, no vino Usté no más en ese saco de carbón, vinimos todos porque de eso comemos. Si se quiere ir de la casa hágalo no más, pero espere a que llegue su mamacita y le de su leche, porque el camino de la vida es largo y le va a dar hambre”.-
.
Sonreía aferrado a los hombros de su padre mientras subían el camino a casa, la verdad ya no era importante.

LaSanta
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:26:25 pm
La cita de las seis


El consultorio se le antojó más pequeño que en sus visitas anteriores. Quizá no había prestado tanta atención como ahora que se había retrasado su cita. Estaba seguro, por ejemplo, de no haber visto la mancha de humedad en la pared ni la cruz que colgaba a espaldas de la enfermera o el ruido que hacían las sillas de la sala de espera al momento de sentarse. Luego, estaba el calor y la mosca que no había dejado de volar y se paraba, demasiado a menudo, sobre su oreja; él se había bañado antes de venir y qué quería decir eso entonces, que una mosca se posara sobre uno, no estaba sucio, pero cualquier persona que entrara y lo viera con la mosca sobre el oído seguramente  pensaría: vaya qué hombre tan sucio, seguramente no se ha bañado.
Pensó en pedirle a la enfermera que abriera la ventana, pero ella lo había recibido con una risita burlona y él no había podido dejar de notar lo blanco que estaban sus dientes, y su escote. De hablarle sabía que le temblaría la voz y tal vez se pondría colorado y por eso era mejor quizá aguantarse el calor y la mosca y esperar a que le llamarán. Había llegado puntual, era la misma cita que pedía cada mes, en la primera semana, el jueves a las seis de la tarde, y hasta ahora no le había tocado esperar pero hoy se había retrasado el doctor había dicho la enfermera con su sonrisa blanca.
Se removió en su asiento. Puso los dedos debajo de las piernas. Los sacó de ahí. Volvía a enderezarse cuando entró la vieja. No me gustan las ancianos pensó. Y ésta estaba especialmente vieja y venía acompañada de un hombre que podía ser su hijo o su nieto o ninguna de las dos. Le costaba sentarse y una vez sentada permaneció con los hombros caídos, mirando hacia el piso. Trató de no mirarla. Se concentró en sus uñas y en un poco de mugre que se había incrustado en la media luna del dedo índice. Trató de quitarla, pero se resistía, sólo la estaba empujando más lejos. Al menos se estaba distrayendo, el reloj indicaba las seis veinte y el tiempo estaba pasando más rápido.
Eso hasta que la vieja empezó a toser. Era una tos con flemas, ronca, agravada; era una tos que él hubiera reconocido en cualquier parte. Era el ruido que lo llevaba de vuelta al departamento alargado, al sexto piso, a las tardes de calor, sentado en el piso de la sala, jugando con sus trenes que se estrellaban una y otra vez, uno contra otro, mientras en el cuarto del fondo del pasillo, su madre, en la cama, tosía y escupía. Él no quería escucharla, pronto le llamaría y él tendría que verle la piel amarillenta y limpiarle las esquinas de la boca, llevarle agua. Para no escucharla, los trenes chocaban con una fuerza en aumento, hasta que uno se rompió y no había quién le comprará otro tren, ni hubo juguete después capaz de ahogar el ruido.
No había escuchado esta tos en muchos años, pero ahora estaba ahí con él en la salita de espera, con el calor, la mosca, la ventana cerrada y la enfermera demasiado guapa. No podía dominarse, pronto se iba a levantar, sacudir a la vieja y gritarle que dejará de toser maldita sea, que le costaba aguantarse durante una media hora, que le costaba callarse, no estar envenenando este espacio a donde él había llegado primero. El hombre que la acompañaba le pasó un pañuelo y la vieja se tapó la boca, pero el sonido seguía ahí y parecía amplificarse en el espacio reducido del consultorio.
Iba a vomitar, ya podía sentir la tripas rumiando y la acidez en la garganta. No, lo mejor era irse, volver otro día. Tal vez no volver nunca,  pero cambiar de doctor parecía arriesgado, tendría que acostumbrarse a él, presentarse de nuevo, explicar el problema, se sintió cansado nada más de pensar en ello. Se sentía nervioso, podía pretextar una emergencia y marcharse, pero qué clase de emergencia, no era racional, no hacía sentido y la enfermera se daría cuenta de la mentira e iba a temblarle la voz y se pondría colorado, y le daría razones a ella para burlarse de él.
No dijo nada, se levantó despacio como si de esta manera, en silencio, pudiera fugarse sin llamar la atención. Lo miró el hombre que acompañaba a la vieja, ella no pareció inmutarse, seguía doblada sobre su pañuelo, mirando el piso; la enfermera estaba hablando por teléfono y de cuando en cuando se reía, pero no era una burla, era una risa sincera, aunque discreta, pero abría la boca y él podía ver el reflejo de estos dientes tan blancos.
Puso su mano en la manija, estaba decidido a salirse, siempre podía explicarles que iba a bajar a la tienda, comprar algo de comer, y no regresar, o tranquilizarse y luego volver, ya dominado, pero en este momento llamaron su nombre y pensó en lo delgadas que estaban las paredes y en cómo, adentro del consultorio tendría que seguir escuchando la tos de la vieja.
Dio la vuelta a la manija y salió corriendo, cerrando la puerta de un portazo y sin esperar el elevador, bajó corriendo las escaleras hasta encontrarse en la calle, al aire libre, tenía la respiración agitada, pero de todas maneras se puso a andar, no fuera que lo mandarán a buscar del consultorio y le pidieran explicaciones; no le quedaba más que buscar otro doctor, el tercero en menos de dos meses, y de nuevo dar razones al seguro, pero éstas podía darlas por escrito, mandar una carta, ahora lo que le urgía era llegar a casa y resguardarse tras las gruesas cortinas de la sala donde no llegaba ruido alguno y donde no entraban ni las moscas.

Sam Spade
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:28:17 pm
A Bocajarro


Puñalada por la espalda. Cristal que corta piel, tendones y músculos. Grito de terror verdadero en la cara de un anciano. Un niño, puñal en mano, que decide suicidarse. El acero de la cuchilla de afeitar, pasando horizontalmente por el ojo bien abierto...

Hay experiencias vitales que ponen nuestro cerebro en un aprieto. Difícil decisión la que tenemos cuando nuestra mente es incapaz de aceptar. Cuando el conflicto interno amenaza con pudrir nuestras neuronas, estamos en una verdadera encrucijada.

Se puede enterrar lo ocurrido. Hacer como que no pasó. Nunca creí que echar tierra en una herida fuera buena idea...

Otros optan por no hacer nada. Llorar es inevitable, pero no evita nada. Nunca confié en el destino. El destino es un verdadero hijo de ****. De Dios, mejor no hablamos.

Pero yo opté  por la decisión más valiente. Era morir o matar. Destruí las reglas del juego. Quemé las cuerdas que nos atan al mundo. Decidí volverme loco.
Le debía un par de cuentas a la realidad. Se las pagué y no quise saber más de ella.

No fue fácil. Volverse loco requiere mucha fuerza de voluntad. Lo que más me costó es saber que la gente me miraría con condescendencia. Malditos infelices. Ellos están atrapados en unas reglas que les impiden ganar, disfrutar y realizarse, ¿y soy yo el que les da pena? Odio la gente que para sentirse bien, no tiene argumento mejor que consolar a los que, según su criterio de perdedores, están peor que ellos.

Familia que te mira arrepentida. Caída inoportuna en la pista de baile. Desprecio de tu pareja al descubrir tus imperdonables limitaciones. Tu madre, llorando silenciosamente en la habitación de al lado por tu causa.

Ya he dicho que no fue fácil, pero cuando algo se me pone entre ceja y ceja... lo consigo.
Me puse a hacer los preparativos. Quería ser un loco con clase. No el típico loco que mendiga comprensión en los demás. No el típico loco que te quiere convencer de su locura. Tampoco el loco que intimida y da miedo pues es capaz de hacerte cualquier cosa. Quería ser un loco independiente.

Con su traje y corbata. Quizás ligeramente desaliñado. Despeinado pero apuesto. Loco, pero mirando por encima del hombro a esa gente que aunque no lo sepan, te envidian, pues ellos no tuvieron el valor de desconectar.

He de decir, que los siguientes días fueron los más felices de mi vida. Nada que no quisiera me afectaba. Las normas me traspasaban sin rozarme, como espíritus inexpertos tratando de agarrar esa mano tan querida.

Al 8º día fui a su casa, botella de vino en mano. Me abrió extrañado. Estaba sin afeitar. No me importó. Le maté igualmente.

Puedo decir que el primer golpe, el de la botella rompiendo su parietal fue un tanto...Real. Pero con fuerza de voluntad recuperé el control sobre mi locura. Rasgarle el pecho con los cristales y notar la resistencia de sus huesos arañados fue placentero. Sangre en mi cara. Patadas sobre su cuerpo inerte. Escupir a bocajarro. Pisarle la cabeza mientras lágrimas saladas caen en su heridas. Chapotear en su charco de sangre y pisarlo sin mis botas de agua, las azules de plástico. Tabique aplastado contra el suelo. Y llorar, llorar como sólo nosotros, los locos, podemos hacer. Llorar lleno de vida.

Algunos dirán que vengué la muerte de mi mujer. Otros que se lo merecía, que era un violador y un asesino. Mi familia se sintió orgullosa de mi. Fui portada de un periódico.
Pero a mi nada de eso me importaba. Simplemente jugaba sin las reglas. Simplemente y tras muchos esfuerzos, me deje llevar. Únicamente fui. Fui por encima de todo.


Después de esto la realidad me pidió cuentas. Le di la espalda. Yo ya no le debía nada.

Pastos
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:29:56 pm
El secreto de Saúl


Saúl tomaba clases de piano desde los cinco años. Todos los días su profesor lo asistía en deslizarse por los arpegios y en refinar su interpretación de los grandes genios de la música. El bondadoso maestro Simón se desplazaba hasta la zona noble de la ciudad para atender a su pupilo.  El día en que se rompió la pierna, estaba haciendo el mismo trayecto que había dibujado desde hacía siete años, pero la escarcha no cedió bajo sus botas desgastadas y, al ya viejo Simón, le costó un doloroso quiebre de tibia que lo obligó a inmovilizarse durante varias semanas.
El alumno lo extrañaba de veras, no tanto por el avance técnico del instrumento, ni porque la lesión de su querido profesor le impidiera reproducir cientos de tonos. Echaba de menos su calidez y el sentido del humor que, junto con la tenacidad y con la paciencia habían logrado conquistar el afecto del pequeño intérprete.
Él quería ir a ver al convaleciente mentor, pero las reglas en casa eran claras y estrictas. Sabía que si se lo pedía a su padre la propuesta sería rotundamente denegada, y hasta era probable que, de insistir, le cambiaran la tutela musical, así que Saúl pensó mucho esa jugada. Iba a necesitar ayuda y decidió contar con el maestro Inmanuel, quien le impartía clases de filosofía, matemática y latín.  En caso de que accediera, podría retribuirle el favor con interminables debates filosóficos, con eso se daría por contento. Saúl apreciaba también a este docente, pero era otro tipo de relación, menos cercana, puro juego intelectual, y nunca le había visto los ojos acuosos, como sí había observado los de Simón cuando se  emocionaba hasta las lágrimas por sus logros. Tampoco le tuvo tanta paciencia. Los días "malos" de Saúl se convertían en "clases aburridas" cuando los tutelaba Inmanuel, en cambio Simón era capaz de transformar sus peores estados de humor, con juegos, con bromas, con miradas que cada vez estrechaban más el paternal cariño.
A su corta edad había aprendido muchas cosas y otras tantas las intuía. Le parecía que el dinero movía el mundo de los adultos. Esto por un lado le causaba gracia: "¿No veían que solo era papel pintado?". Sí bien sabía que permitía el acceso a una vida acomodada, no podía dejar de observar cómo podía acapararlos por completo. Ese era el caso de su padre, para quien, como banquero, el dinero era el  objetivo principal, y parecía absorberlo tanto que ni su propio hijo podía cambiar el foco de esa mirada siempre lejana y ausente. Lo de su madre era aún más complicado, pues dedicaba la  casi totalidad de sus días a ostentar ante sus conocidos la alta posición social que había alcanzado, a la vez que, paradójicamente, debía parecer recatada y modesta para estar en consonancia con  el trabajo de su marido, que requería de la máxima confianza de sus clientes.
Por otro lado, le asustaba la otra faz del dinero, la que originaba la falta de recursos. Él no la había padecido, pero deducía que el viejo profesor de piano no gozaba de buena posición económica y dudaba de que sus progenitores supieran del accidente, y de que, si lo hubieran sabido, si se habrían interesado por él. Así a la añoranza se le sumaba cierto estado de preocupación.
Debía conseguir que el profesor Inmanuel lo acompañara a tomar clases a la casa del maestro; esta sería la única forma de verlo, porque a él sólo no lo dejarían ir hasta el barrio judío. Inventó que tenía que interpretar una pieza, compuesta por el maestro Simón, en la fiesta de fin de curso, con motivo de los egresados del colegio. Eso es lo que le diría a su profesor de filosofía, para que él se encargara de transmitírselo a su progenitor. Podría haberle dicho la verdad a Inmanuel, pero dudaba de la imaginación  del  maestro para crear una excusa convincente y defenderla ante el padre de Saúl. Era tal su deseo que logró una excelente interpretación de la mentira, y al día siguiente estaban maestro y alumno encaminándose al apartado sector de Berlín.
La alegría de Simón fue grande cuando los vio aparecer, aunque primero tuvo que superar la vergüenza  de que vieran las condiciones precarias en las que se desenvolvía su vida, pero el alumno le dio tal abrazo que zanjó rápidamente el asunto. Acompañando sus palabras con guiños y gestos para hacerle entender al maestro que detrás había una trama falsa, Saúl le explicó la imposibilidad de reproducir la pieza que debía ensayar y que durante los días venideros, el profesor Inmanuel y él se desplazarían a su casa para poder continúar con el trabajo, si no tenía inconveniente y su dolido estado se lo permitía. Simón le atusó el pelo al alumno, dando a entender que estaba de acuerdo con la trama oculta, y le dijo que no había inconveniente y que, aunque modesta, su casa estaba abierta para él en todo momento. El profesor Inmanuel se acomodó en un sillón verde, algo desvencijado, que se encontraba cerca de la entrada, y ese sería el lugar en el que cabecearía los días subsiguientes, ajeno a los músicos.
Un día durante la clase, llegó un niño de unos doce años para traerle unas viandas a Simón. Se llamaba Adolfo, el maestro se lo presentó a Saúl y el chico pidió quedarse a escuchar la clase. A partir de esa ocasión y con cualquier excusa, el muchacho se acercaba todas las tardes y pronto entablaron amistad. No era muy hablador, pero las bromas y el buen humor de Saúl, llenaban el abismo entre esos dos mundos lejanos pertenecientes a estos nuevos amigos. Todo en ellos era distinto, la vestimenta, los modales, la cultura. Saúl rubio, alto y bien parecido, había heredado los rasgos de los judíos provenientes de Rusia. Adolfo moreno, bajito, los ojos demasiado juntos y el gesto huraño, aún estaba buscando su lugar de pertenencia.
Después de las clases volvían los tres caminando, los dos jóvenes, que a ratos  charlaban, corrían o jugaban iban delante y el profesor Inmanuel andaba detrás intentando seguirles el paso. Cada día Adolfo los acompañaba un tramo mayor. Vivía tres calles antes de la casa del maestro, pero sin duda estaba fascinado con su nuevo amigo y demoraba la inevitable despedida. A Saúl le divertía porque lo hacía sentirse poderoso y en ocasiones abusaba de su posición, contándole mentiras por verdades, que después, cuando lo veía sumido en el fango de la credulidad y de la ignorancia, se encargaba de corregir y deshacer,  como en aquella ocasión en la que Adolfo descubrió que la ropa de su  amigo tenía bordadas en letras finísimas y primorosas dos letras: S.S. Adolfo le preguntó qué significaban, y Saúl en lugar de responder que eran las iniciales de su nombre y apellido le contó que eran las iniciales del "Secreto de Saúl", pues todos sus antepasados, desde hacía quince generaciones, llamaban Saúl al primogénito y éste era el encargado de guardar "el secreto de la familia"; también inventó una gran historia acerca de este misterio que había pasado a través de generaciones, en la familia Schneider, y debido al cual habían logrado tanto poder. Ante los asombrados ojos de su amigo, iba tejiendo esta fantasía, a la que añadía todos los ingredientes que la florida imaginación le proporcionaba.  Adolfo le pidió que le contara el secreto; podía confiar en él pues era el único amigo que tenía y jamás le diría a nadie. Saúl le contestó que eso era imposible, ya que el secreto debía de ser develado con un ritual que requería circunstancias determinadas, eligiendo uno por uno los libros que contenían cada palabra y que estaban en la biblioteca de su padre. Pero ¡claro que no!, bajo ningún concepto podía él revelárselo. En ese momento Inmanuel se adelantó para avisarle a Adolfo que debía regresar a su casa, se habían alejado demasiado y estaba comenzando a anochecer .
Aquella fue la última tarde en que se vieron. Los padres de Saúl se enteraron de que no había ningún acto a fin de curso, en el que su hijo fuera a interpretar pieza musical alguna. Para la madre, quien se anotició del embuste de su hijo a través de las encumbradas damas del Club Leones, fue bochornoso. La hicieron quedar en el ridículo más espantoso, y se encargaron de propagar, por la alta sociedad berlinesa,  la anécdota de cómo el niño Schneider se burlaba de ella.
El castigo no se hizo esperar, alcanzó a Simón al que retiraron el tutelaje musical del niño, a Inmanuel, a quien le recortaron las funciones, limitando las clases a la enseñanza de matemáticas, y a Saúl, que fue privado de vacaciones, visitas familiares y viajes durante un año. Fue dura tanta pérdida y acarreó muchos cambios en su carácter alegre. Lo que nunca sospechó es que esas bromas infantiles traerían aparejadas la peor locura que se haya conocido en la historia de la humanidad.
Varios años después, cuando vivía en Estados Unidos y ejercía la profesión de arquitecto, Saúl veía con asombro y tristeza la persecución hacia su pueblo judío. Ante una perplejidad creciente, fue asociando las coincidencias a ese breve período infantil, y no pudo dejar de reconocer en el Führer alemán a ese niño Adolfo que nunca más volvió a ver, y recordó cuando vio las iniciales de la guardia del III Reich la última broma acerca de sus iniciales, que no pudo aclararle. El "secreto de Saúl" habría de convertirse en otro tipo de secreto, muy distinto al que en sus juegos infantiles había ideado. Sin quererlo compartía vivencias íntimas y felices con uno de los seres más perversos y temibles, con el mayor  genocida de la historia. Este sería a partir de ahora   el secreto de Saúl, que le acrecentaba la pesadumbre en el alma con la noticia de cada aberración. Sin quererlo, día a día asumía una culpa que no le pertenecía, y como una mancha de petróleo sobre el mar, se extendió sobre la vida de Saúl y la de todo un pueblo que bregará para siempre con ese dolor.

María Lafuente
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:40:07 pm
Paulino Moreno y el gallo


Paulino Moreno veraneaba por las provincias de Burgos y Palencia. Cualquiera hubiese pensado que estaba haciendo turismo rural, pero no llevaba botas de gore tex, pantalones de Coronel Tapioca, ni sombrero high tech con filtro anti rayos ultravioleta. Para sus vacaciones Paulino Moreno había conseguido unas zapatillas azules de rejilla, bien fresquitas en estos calurosos días de finales de julio, pantalones claros mil rayas y una camiseta de algodón al borde de la legalidad, a causa del bisonte serigrafiado que anunciaba una marca de tabaco. Se protegía del sol con una gorra de Fertiberia.  Paulino Moreno era un pobre, nombre con el que se conocía en los pueblos de Castilla a los indigentes y excluidos de las ciudades y de los libros escritos por sesudos técnicos expertos en exclusión social.
Habitualmente vivía en Madrid, sin domicilio fijo ni reconocido; cuando no hacía mucho frío dormía en la calle, tapado con cartones, en algún portal o en los pasos subterráneos de la Plaza de España. En los días más duros de invierno se refugiaba en el albergue de San Isidro o en la casa de Campo. Pero  esta opción no le gustaba. Ya que no tenía nada, por lo menos que no le controlasen. Comía en el comedor de indigentes, mendigos de toda la vida, de Martínez Campos y se lavaba en la Casa de Baños de Tetuán, nada más salir del metro Alvarado, quince céntimos la sesión. De vez en cuando se daba un homenaje y compraba una pata de cordero que le asaban en un mesón de Chamberí que conocía su amiguete Paco; otro indigente que tenía su puesto de mendicidad en la zona, justo en la esquina de Modesto Lafuente con García de Paredes.
Este año el mes de julio estaba siendo demasiado caluroso y Paulino Moreno había decido ir al norte. En Chamartín se subió a un tren, sin billete, y en un par de días llegó hasta Venta de Baños, después de que los revisores le echaran del tren nueve veces y otras tantas volviera a subir en el siguiente, hasta que de nuevo le echaban. Paulino Moreno no siempre había viajado así. Antes, cuando tenía trabajo y familia, pagaba billete o viajaba en su coche. Ahora no tenía ni lo uno ni lo otro, y Eusebio, compañero de mesa en el comedor de beneficencia, le había enseñado a viajar sin dinero.
Desde Venta de Baños comenzó a caminar y a moverse por los pueblos pequeños de la zona. Normalmente la gente es caritativa en estos pueblos, siempre que se sea un poco educado, respetuoso y mínimamente limpio, pero no había que abusar de las buenas personas y no convenía quedarse varios días en el mismo lugar.
En los últimos días había llegado a la provincia de Burgos y en contra de la norma básica del mendigo errante había establecido su albergue en un lugar fijo, a la sombra de un grupo de grandes chopos, junto a una represa del río que abastecía de agua el cauce de un molino cercano. Le gustaba el paraje, y le agradaba dormir arrullado por el agua del río que cantaba al saltar por encima de la presa, y sestear con su cartón de vino, costumbre adquirida después de una mala experiencia que tuvo como pescador.
Había varios pueblos pequeños alrededor de su refugio. Cada mañana se dirigía a uno de ellos dando un paseo y allí pedía algo para comer, nunca dinero. Pero si le daban un euro para el café tampoco lo rechazaba, que lo cortés no quita lo prudente y cada día tenía que pagarse el vino. La gente de esos pueblos era generosa y no negaba a nadie la comida. Lo que le daban lo guardaba en su mochila, hatillo providente del que sacaba lo necesario para comer, cenar y desayunar cada día. Así vivía Paulino tan contento, recordando aquello que había oído en la catequesis sobre los pájaros que ni siembran ni tejen y cada día tiene su afán, aunque nunca falta qué comer. O algo así. Que en plena siesta, con el litro de vino más que mediado, no estaba para recordar con exactitud algo que había oído hacía mucho tiempo.
Llegó la noche y se durmió confortado por la misma gratitud que había sentido durante toda la tarde. Pero el demonio que nunca duerme y todo lo enreda, hizo que a la mañana siguiente Paulino Moreno se despertase con el canto del gallo del molino cercano, y con el cantar se le metiese en la cabeza la idea de comer pollo el próximo domingo. Esta idea se convirtió en obsesión y durante los siguientes días Paulino no hizo otra cosa que pensar en cómo conseguir un pollo. Llegó incluso a merodear en torno al molino, y el sábado por la tarde ya había trazado un plan de asalto al gallinero. 

   Vetusto era un gato viejo, falso y lamerón. Era el gato de Tasio, el dueño del molino. Tenía, el gato, el pelo rubio y tuso, la mirada inteligente y unos largos bigotazos. Antes le dejaban andar por la casa, pero un día entró en la despensa, mordisqueó los chorizos y los quesos, y aunque no se comió nada, lo estropeó todo. Ese mismo día Tasio clavó una tabla en la gatera de la puerta y así se le vedó el paso a la casa. Únicamente podía entrar en el desván, al que accedía por un ventanuco. Ése era su territorio; cobijo en invierno -que como todo el mundo sabe los gatos no son amigos del frío-, cedido a cambio de mantener el desván limpio de ratones. Allí pasaba horas, sesteando al sol, tumbado en el arambol del ventano. Y desde allí observaba el corral donde salían las gallinas a picotear lombrices y las pencas de berza que les echaba Tasio. El gallo paseaba orgulloso entre las gallinas y miraba desafiante al gato tumbado más arriba advirtiéndole que esas gallinas estaban bajo su protección. Vetusto meneaba cansino el rabo y sonreía con sonrisa lobuna, enseñando los colmillos, aceptando el reto.
   Ya lo había dicho Tasio:
- ¡Qué condición más **** tiene este gato!

   En el pueblo había una cuadrilla de chavales montaraces, asilvestrados y saltatapias, que también se la tenían jurada al gallo. La culpa la había tenido el manzano que crecía orondo en medio del corral del gallinero. En una de las correrías que organizaban habían asaltado el manzano y el gallo había defendido su feudo haciendo proporcionado uso de toda la fuerza de su pico.
   Después de comer, mientras el resto del pueblo sesteaba o veía la novela de la tele, ellos cogían las bicicletas y se juntaban en la plaza. Y a partir de ahí no se sabía lo que podía pasar. Lo más grave fue el día que les dio por ir a fumar a escondidas a la sombra de un sauce del río, junto a un trigo sin cosechar. Las colillas mal apagadas prendieron en la hierba seca y de ahí el fuego pasó a la mies. La trastada no fue a más porque el pastor lo vio, avisó, y las campanas tocaron prestas a quema. Antes de que llegasen los bomberos de la ciudad, ya habían apagado el incendio y todo se resolvió con una mano de pescozones que los padres afectados repartieron a discreción. Pero el susto fue de órdago.

Llegó el sábado por la noche. Después de cenar, cuando Tasio y su mujer estaban sentados al fresco en la puerta de casa, en el lado opuesto del gallinero, Paulino, provisto de cachaba y saco, trepaba por la tapia del corral. Lo hacía con tiento. Las piedras de abajo eran grandes y firmes, pero las de arriba, pequeñas e irregulares, estaban sueltas y había que tener cuidado de que no se derrumbasen en el suelo, y con ellas Paulino. Finalmente, saltó la tapia, cayó en el corral y con cautela abrió la puerta del gallinero que sólo estaba cerrada con una cuerda. Entró silencioso, preparando el saco para echar el gallo dentro en cuanto lo pillase.
Vetusto, que estaba asomado al ventanuco, vio la puerta abierta y también quiso merodear dentro del gallinero. Cuando entró, las gallinas comenzaron a cacarear inquietas, y eso llamó la atención de la cuadrilla de chavales que pasaba por allí buscando dónde liarla. Con agilidad brincaron hasta la tapia, entraron en el gallinero y allí se armó la de Don Quijote en la batalla gatuna y cencerril del castillo de los duques. Vetusto corría, saltaba y bufaba. Ora huía por los ponederos, ora brincaba al techo. Los chicos gateaban, pataleaban y buscaban la puerta que se había cerrado en pleno guirigay. Paulino se defendía de tanto malandrín dando cachabazos a diestro y siniestro. Vetusto, que sí veía, asustado y apaleado saltó a la cara de Paulino y allí se agarró con uñas y dientes. Los muchachos ciegos por la oscuridad de la noche y el gallinero, magullados y espantados, se acurrucaban en un rincón.
   Tal era el escándalo, que llegó hasta la puerta de la casa. Tasio, que no sabía si el tumulto era provocado por raposa, ladrón o perro callejero subió al piso de arriba, cogió la escopeta y pegó dos tiros al aire. La detonación acabó la batalla, y mendigo, gato y chavalería se dispersaron con el rabo entre las patas, en el caso de Vetusto, y entre las piernas en el resto, protegidos por la noche.

   Al día siguiente no se hablaba de otra cosa. Desde primera hora lo comentaban en la panadería; después de Misa, en el soportal de la iglesia, los feligreses porfiaban sobre el desaparecido gallo de Tasio. En el vermut, cada cual tenía su opinión. Pocos pensaban que hubiese sido la raposa. Ya no se la veía por el pueblo, y menos en verano. Casi todos inculpaban al pobre que rondaba por la presa. Como prueba, esa misma noche había abandonado el pueblo, y siempre se ha dicho que el que algo teme, algo debe.
   Los padres de los chavales sospecharon de los nuevos moratones que lucían sus hijos, pero no dijeron nada. Además, esa mañana estaban muy tranquilos en casa. Ni siquiera habían ido al bar a por la bolsa de pipas Facundo.
Mientras tanto, Paulino Moreno, sucio de pecina y berrañas del río, al que había caído huyendo, con la cara dolorida y las narices hinchadas, maldecía el día en que se dejó embaucar por el canto del gallo y se empeñó en comer pollo. Ahora, hambriento y avergonzado, caminaba alejándose del pueblo donde tan a gusto había estado.
   Vetusto dormitaba en una duerna, escondido en el desván detrás de los escriños y coloños. De vez en cuando meneaba el rabo y pasaba su lengua por el hocico manchado de plumas.

Parada tren corto
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:41:22 pm
El susurro


El hombre sueco o finlandés no hablaba español. Pero tenía un don; algo muy raro hoy en día: era conocido como “el especialista” por unos pocos. La mayoría veía en él a un matasanos embaucador.
El día que le llevé a mi padre tenía muchas dudas; desconfiaba de su reputación. Por lo menos de una de las dos. Llamamos al timbre y nos contestó una voz femenina, casi metálica.
– Somos nosotros–  contesté – teníamos cita.                                                                             
El portón se abrió. Ayudé a mi padre a llegar al ascensor. Recorrimos el pasillo de la cuarta planta entre temblores. Él por la enfermedad, yo por las dudas.
Fue entonces cuando advertí el descansillo: un cúmulo de bastones, sillas de ruedas y muletas abandonadas. Algunos cubiertos de polvo, otros no.
La puerta número tres estaba ante nosotros. Tendí el brazo titubeante hacia el timbre. No hizo falta, se abrió sola. Una mujer con un uniforme pálido como la piel de un escandinavo apareció en el umbral. Me eché hacia atrás por el susto y casi arrastré a mi padre conmigo. La mujer sonrió comprensiva.
– Adelante –  dijo amablemente. En mis oídos siseó como un “ssssss” serpentino. Intenté despejar la cabeza. Entramos.
– Acomodaros en la habitación del fondo; la de la cortina a tapiz.
Nos adentramos. El interior era una penumbra mágica de tonalidad rojo difuso como pétalos de rosa.
Allí estaba. El hombre sueco finlandés. El especialista.
Se levantó de la silla y vino a nuestro encuentro. Me aparté sin querer, automáticamente. No hubiera podido evitarlo aunque hubiese querido.
Cogió a mi padre de las manos. Respiró hondo. Su espalda, siempre encogida, vibró.
Otra inspiración. Otro enderezamiento. Así siguió unos minutos. Yo me sentía raro. Todo parecía remolinear a mi alrededor: una mentira. Pero me dejé llevar resignado; no tenía otro punto de amarre. Apretujé la espalda contra la pared y una ola de frío fluyó desde el atlas al coxis. Cerré los ojos.
Cuando volví a abrirlos, la calidad de la luz me pareció distinta, más real. Mi padre estaba allí de pie, como lo había estado hacía quince años. La misma luz y comprensión en los ojos de entonces. Me sentí vivo y lleno de esperanza. Corrí a abrazarlo.
Agradecí al hombre que había hecho el milagro. Le ofrecí dinero. Se negó a aceptarlo. Eso era lo que más me había hecho sospechar en un principio. Un tipo raro que no pide dinero; algo extraordinario en estos tiempos. Al carajo con mis dudas y temores. Me sentí ligero como nunca. Lo abracé y él me acarició la melena como si fuese un niño.
– No llores –  me dijo. Hizo una pausa. Creí oír un susurro sincero. Pero estaba muy agitado. Me sequé las lágrimas. Un ruido hizo que me volviera de golpe. Mi padre había tirado las muletas.
Nos fuimos.
Eché una última mirada al descansillo. Más tarde, nuestras muletas estarían ahí tiradas.
Mi padre recuperó su vida de siempre; yo la mía. Hasta aquel maldito día.
Me desperté y no podía moverme de la cama, como en esas pesadillas donde no podemos hacer lo que queremos. Solo que no era un sueño. Estaba despierto y en mi cama. Me quité las sábanas y observé mi cuerpo rígido. Tenía los mismos síntomas. Me faltó el aliento.
¿Cuántas veces había deseado estar en su lugar, cambiarnos los papeles?
Un grito se abrió paso por mi garganta seca y brotó de mis labios. Un grito lleno de horror.
Entonces recordé el susurro que no había querido escuchar.
– Todo tiene un precio.

Durlindana
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:43:03 pm
El enésimo gorila


El golpe de la puerta disimuló el bufido de Esteban al desplomarse en el asiento trasero del taxi.
—9 de Julio y Viamonte —indicó, procurando una postura más cómoda.
Buscó el reloj bajo manga del saco, sin prestar atención a la ciudad que desfilaba al otro lado de la ventanilla. Treinta minutos hasta el centro, calculó.
—Adivino que no es la primera puerta que sacude esta mañana —en el espejo retrovisor, los ojos del taxista no denotaban rastros de bronca.
—Perdone el portazo —se disculpó Esteban, apoyando un brazo en el respaldo del asiento delantero—. Si le sirve de consuelo, la puerta de casa se llevó la peor parte.
—No se preocupe. Estoy acostumbrado: la gente anda innecesariamente nerviosa.
—Concédame que es difícil conservar la calma—Esteban procuró una justificación aceptable—. Uno se la pasa corriendo, de problema en problema. Y cada problema suma un poco más de presión, de nervios. En algún momento, inevitablemente se termina explotando.
El taxi tomó Libertador y se detuvo en el cargado tráfico de la avenida. Si la mano venía así, el viaje iba a tomar no menos de cuarenta minutos.
—Un tiempito atrás —el taxista le ahorró cálculos inútiles —, a usted lo habría puteado de arriba abajo por cómo cerró la puerta. Engranaba por cualquier boludez. El prototipo del calentón. Ahora, en cambio, usted me convierte la puerta en giratoria y yo, como quien ve llover.
—Si me pasa la receta, agradecidísimo.
Esteban se arrepintió de la frase soltada sin pensar, temiendo un tedioso rosario de lugares comunes y consejos de autoayuda.
—No es tan complicado, vea. Es cuestión de encontrar alguna cosa que a uno lo frene, que lo obligue a contar hasta diez antes de decir o hacer algo de lo que se arrepentirá diez minutos más tarde. —El taxista apuntó el índice derecho hacia el centro del parabrisas —Yo tengo este monito.
Unido por un hilo dorado a una sopapita adherida al vidrio, bailoteaba un gorila negro, de ojos brillantes y saltones y largos brazos cruzados sobre el pecho. Bailando al son del tránsito, interrumpía la visión de la avenida. Feo, concluyó Esteban. Era muy feo el bicho ese.   
— Yo me calentaba por cualquier cosa —el conductor pareció esperar que Esteban terminara de contemplar al mono —. Desde chico, eh. En el jardín me trompeaba por un caramelo. Mis amigos me echaron del equipo de fútbol por mis peleas con árbitros y rivales. No me duraba una novia, cansadas de pasar vergüenza por mi culpa. A un jefe le revoleé una engrampadora por la cabeza. Decidí laburar solo y, como siempre me gustó manejar, me compré este taxi. No fue solución: no había día que no me puteara con alguien o que bajara enloquecido para moler a palos a algún colectivero. Harto de mí mismo, empecé a estudiar psicología, menos por vocación que buscando una solución a mi locu...
El chofer giró abruptamente el volante ante la súbita cercanía de un camión de mudanzas (cercanía que Esteban no entendía ni tan súbita ni tan cercana como para justificar semejante maniobra).
—¡Pero la p…! —la puteada no alcanzó a abandonar la boca del taxista.
Recobrada la vertical, Esteban se sorprendió de postura del tachero: el cuello tenso y la respiración agitada, sostenía con suavidad el monito, acariciándolo con la punta de los dedos. Tras varios segundos sin moverse, exhaló un largo suspiro y volvió a tomar el volante con ambas manos. Buscó a Esteban en el espejo.
—Perdone el volantazo —se permitió una corta sonrisa—: hay gente que no debería manejar. En fin, le contaba de la facultad. Resultó no ser lo mío. Aprobaba una materia de cada tres. Mis compañeros se creían la reencarnación de Freud y los profesores parecían pacientes escapados del manicomio.
El automóvil avanzaba lento, entre una masa compacta de vehículos. Esteban resignó sus esperanzas de llegar pronto a destino.
 —Me tocó una materia donde estudiamos la percepción errada de la realidad. Como cuando uno está seguro de haber visto algo que en realidad no vio, o cuando apostaría haber escuchado de alguien una frase que esa persona jura no haber pronunciado. Entre unos cuantos ejemplos, el profesor solía comentar uno en particular: resulta que un par de psicólogos repartieron pelotas de básquet y remeras blancas y negras entre sus estudiantes, y los filmaron haciéndose pases entre ellos. Proyectaron la filmación a un grupo de personas, indicándoles contar sólo los pases entre estudiantes con remeras blancas. Ahora bien, en medio de la filmación un estudiante disfrazado de gorila se mezclaba con los demás, gesticulaba a la cámara, pegaba saltos. No pasaba para nada desapercibido. La cuestión es que la mitad de los espectadores, de tan concentrados contando pases, no había notado al gorila. Es más, cuando le señalaban al gorila, algunos incluso sostenían que era un video diferente.
“Llegado el examen, leo en la hoja que repartía el profesor que el único punto consistía en desarrollar un ejemplo de este tipo de fenómeno. Y especificaba que se podía usar el caso del gorila invisible. Fui a lo seguro y describí ese experimento con pelos y señales: nombre de los profesores, cantidad de alumnos, colores de las remeras, porcentaje de los que no notaron al disfrazado. Terminé con la mano acalambrada”.
 “Fui a buscar la nota seguro de aprobar. El dos que acompañó a mi apellido me dejó frío. Simplemente, no podía ser. Mis nervios crecían avanzaba lenta la lectura de las calificaciones. Todavía retumbaba en el aire la última nota – un siete que martillaba mi cerebro – y yo ya encaraba por el pasillo central hacia el frente del aula.
“—Quiero revisión de parcial  —dije, con voz de pocos amigos —Registro 151356”.
“El profesor rebuscó entre una pila de papeles y me entregó mi examen. Di vuelta las hojas una y otra vez: no encontré una sola corrección”.
“—Disculpemé profesor. ¿Me puede decir en qué me equivoqué?”.
”Por toda respuesta, apoyó su índice sobre la pregunta del examen. Leí. Desarrolle un ejemplo de error de percepción (NO es válido el caso del gorila invisible). Su dedo subrayaba el NO que abría el paréntesis y que clausuraba cualquier protesta de mi parte”.
“—Supongo que dio con su propio gorila invisible. Véale el lado positivo: tiene un ejemplo inédito para el recuperatorio”.
“No pudo decir nada más: la trompada que le encajé lo arrojó a él detrás del escritorio y a mí fuera de la universidad. Salí puteando a diestra y siniestra: al profesor, a mis compañeros, a mí mismo, al **** gorila. Al llegar a la calle, me tropecé con un vendedor ambulante que terminó desparramado sobre la vereda entre un mar de peluches”.
“El pobre tipo se encogía contra las baldosas, sus brazos estirados hacia mí, intentando protegerse el rostro y el pecho. Me asustó el odio que debían lanzar mis ojos, la violencia de mis puños apretados. Ese hombre tenía una única certeza: yo iba a machacar su cabeza contra el piso hasta cansarme”.
“Toda mi bronca fue aplastada por una vergüenza y una culpa inéditas en mí. Balbuceando una disculpa, lo ayudé a pararse y empecé a juntar muñecos”.
“—Deje, deje, don —me rogaba —. Yo me ocupo”.
“Manoteé el primer muñeco a mano, saqué unos pesos del bolsillo y se los alcancé al pobre tipo. Salí prácticamente corriendo. Un par de cuadras después, me metí en un bar y pedí un café. Pensaba sobre qué hacer con mi carácter de *****. Así, no podía seguir. Me interrumpió el mozo quien, tropezándose, volcó su bandeja sobre mi camisa. Me levanté decidido a acogotarlo, con la necesidad de acogotarlo. Justo antes de abalanzarme sobre él, algo en el piso llamó mi atención: el peluche que había manoteado yacía recostado sobre la pata de la mesa. Era un gorila. Como el del experimento, como el del examen. Tenía que ser una señal. No podía ser casualidad que, de entre todos los muñecos desparramados sobre la vereda, justo hubiera agarrado un gorila. Debía de significar algo. Y si no significaba nada, yo tenía que lograr que significara algo. Me había servido para huir del vendedor ambulante: debía servirme para escapar de mí mismo. Fueron pocos segundos, menos de los que lleva contar hasta diez, con la mirada clavada en ese gorila. Cuando me volví hacia el mozo, mi necesidad de violencia había desaparecido. Un alivio enorme me invadió. Pagué por el café que no había tomado y salí. Al día siguiente, lo primero que hice fue pegar el gorila ahí, justo donde usted lo ve ahora. Desde entonces, cada vez que estoy por explotar, el gorila me hace contar hasta diez.” 
Remató la última frase accionando la luz de giro: llegaban al centro. Esteban aguardó que el taxista agregara algo, que rematara su historia con una invitación a seguir su ejemplo. El hombre, concentrado en el tráfico, no quebró el silencio que él mismo había inaugurado momentos atrás.
¿Y si él también necesitaba un gorila? ¿Si la solución a sus portazos pasaba por, en palabras del tachero, encontrar alguna cosa que lo obligase a contar hasta diez? ¿Si la clave para apaciguar su carácter era un peluche donde encerrar sus arranques de ira? Claro que no podía andar por su casa con un peluche horrible a cuestas. Muchos menos, arrastrarlo a cada reunión de trabajo. Debía encontrar algún objeto - lo más disimulado y elegante posible, claro - que tuviera sobre él el efecto que el monito apoyado contra el parabrisas sobre el taxista.
Esteban cavilaba sobre qué podría servirle (¿una lapicera, un anillo?) cuando alguien golpeó el vidrio de su ventanilla.
— ¿Me compra, don? Para su pibe —junto a un rostro perforado por huellas de varicela, la mano del muchachito (unos quince años, le calculó Esteban) sacudía una jirafa verde.
Esteban estaba a punto de negar con la cabeza, cuando notó que el taxista lo observaba. Por la mente de Esteban desfilaron la compresión del tachero ante su portazo, el experimento del gorila, sus gritos innecesarios de cada día y – sobre todo – la pasión con que el taxista había narrado su historia. No podía despreciar esa pasión, volverla inútil.
— ¿Cuánto cuesta la jirafita esa? —preguntó, buscando la billetera en el saco.
— Sesenta pesitos.
Un robo. Literalmente, un robo. Esteban retuvo un instante su mano dentro del bolsillo. Sería un robo, pero también un desplante al taxista. Además, sesenta pesos no le cambiarían la economía. Revisó la billetera: dos billetes de cien y uno de cinco. El muchachito andaba corto de cambio. La ilusión de un escape elegante duró poco.
— Le pago yo al pibe y lo sumamos al precio del viaje —terció el taxista, el dinero exacto ya listo en la mano derecha —. Paro el reloj acá  —agregó, oprimiendo un botón rojo en el taxímetro —y cerramos el tema. Total, faltan dos cuadras nomás hasta Viamonte.
El muchachito aprovechó el silencio de Esteban y agarró los billetes que le extendía el conductor, quien seguía haciendo cuentas.
— El viaje son sesenta y cinco. Sesenta del muñequito. Ciento veinticinco, entonces.
Esteban le alcanzó dos billetes de cien y guardó el vuelto sin prestar atención, mientras trataba de atajar la jirafita que el muchacho le arrojó a través de la ventana.
Acomodando el muñeco bajo el brazo, se bajó del taxi. Caminaría las dos cuadras. Mientras cerraba con cuidado la puerta, creyó oír que el taxista le deseaba suerte.

Acodado en la barra de la parilla, el muchachito recorría los pocitos de su cara. Venía lento el choripán.
— Acá tenés lo tuyo — escuchó. Algunos billetes rozaron su antebrazo.
— Es más que lo de siempre — se extrañó el pibe. Su socio no solía errar en las cuentas.
— En vez de uno de cincuenta, le metí uno de cinco en el vuelto —explicó el taxista, mientras procuraba la atención del gordo que revisaba la carne. — Es lo que siempre te digo, pibe: nadie ve al gorila.

Josepele
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:44:12 pm
Conozco a mi ladrón


Alguien ha estado hoy aquí. La puerta no está cerrada con llave y el volumen de la radio está excesivamente alto. Hay polvo sobre los muebles, bajo la mesa se acumula suciedad y el fregadero está repleto de platos grasientos. La puerta del lavabo está abierta y la ventana cerrada. Las luces están encendidas y revolotean moscas. Hay papeles en el suelo, alguna colilla, los ceniceros llenos envuelven la estancia de un olor rancio y de ceniza. Sin embargo, la cama está hecha a conciencia, impecable. No se aprecian las arrugas de costumbre que sólo obtendrían un visto bueno generoso, aunque suficiente. Me dirijo a la nevera inquieto y al abrirla la descubro repleta. También la ventana de la cocina está abierta, los zapatos no están en la repisa y las cristales relucen. La escalera de acceso al estudio está ligeramente ladeada y los taburetes de la barra no guardan la acostumbrada distancia entre ellos. Sospecho que los relojes marcan la hora exacta cuando, por fin, le reconozco: me ha quitado también los diez minutos con los que adelanto mi costumbre de no llegar tarde. En el sofá, cuyas patas no están equidistantes con la junta de los azulejos del suelo, se acumula la ropa limpia, pendiente de doblar y guardar en los armarios y, tal como adivino, de la cesta de mimbre asoman dos palmos de ropa sucia. La cortina de la ducha recogida, la tapa del inodoro bajada y el cilindro de cartón del papel higiénico ya no me sorprenden. Efectivamente, tampoco están sobre la  mesa las múltiples listas de cosas por hacer, de personas a no olvidar. Siento que aún me irrita el bolígrafo fuera de su lugar y sin el capuchón, y que el dibujo del hule no encaje con las esquinas de la mesita que cubre.

Y entre tanta confusión, la librería, la bodega llena de cadáveres de botellas y tu foto, tal que eternas, parecen haber pasado inadvertidas. No sé descubrir si falta un libro, si ese lomo que sobresale más que los otros siempre estuvo así. Tampoco advierto cambio alguno en las botellas. Todas siguen estando vacías, dispuestas horizontalmente, y no voy a contar los nichos huecos, redondos, oscuros del botellero; siempre han sido promesas, y contar promesas conlleva el riesgo de descubrir las no cumplidas. O acaso el riesgo de no cumplirlas. Y tu foto. Qué más da mil veces mirada o mil y una veces. Mil ratos o mil y uno. ¿Se entretuvo más el ladrón? Debió ser así. Conozco a mi ladrón.

Oke
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:45:59 pm
Un pobre hombre
                                                         
 
¿Dónde estoy?..... Todo le es extraño, la luz no le deja distinguir los contornos del cúmulo de objetos que se encuentran en la habitación. No reconoce nada. Un calor sofocante comienza a invadirle. Necesita abrir una ventana. No puede respirar. Por fin, una gélida bocanada de aire le da en el rostro, haciéndole sentir mejor. Todo se vuelve oscuro. Comienza a sonar una música que le resulta conocida. ¿Dónde la ha oído antes?...... Es una especie de canto, en un idioma desconocido y con una musicalidad diferente. Una hercúlea fuerza le tira al suelo y una enérgica voz de mando le ordena no levantarse. De nuevo, vuelve la luz. Es tan brillante que le impide ver nada. No puede mantener los ojos abiertos. Con la mano sobre los ojos, puede distinguir, en la lejanía, una figura delgada y blanca que le hace gestos con la mano, y llama su atención. ¡Ven, ya has llegado!. Este es el fin del camino. Llegas tarde, todos estamos esperándote. Tu madre está aquí……

La tarde anterior había decidido vivir. El acontecer diario se le hacía insoportable. No tenía ilusiones, no había razones por las que luchar, pero había concluido que él no era nadie para disponer del regalo envenenado que había sido su existencia. Pensó que, en algún lugar, habría un motivo que le condujera a continuar y había decidido buscarlo. No sabía por donde empezar, pero seguro que se le ocurriría.

La soledad seguía invadiendo sus pensamientos y todo su existir. ¡Qué pronto había pasado todo!. ¿Cómo era posible que estuviera allí?. Cuando le llevaron a la residencia tuvo miedo. No sabía como iba a enfrentarse a aquello. Todo era nuevo para él, pero, al menos, estaría acompañado. Los últimos sesenta y dos años los había pasado en la casa de sus padres, apenas sin salir a la calle, sólo lo necesario para acompañar a su madre a realizar algunas compras o gestiones. Era hijo único. Se sentía feliz, seguro, tranquilo y nunca pensaba en lo que, en algún momento, por la ley de la vida debería suceder. Les había dedicado su vida, consciente en muchas ocasiones de lo que podría dejar fuera, pero no sabía por qué, una sensación superior hacía que se enfrentara a ello como a un deber inexcusable y compulsivo. No podía hacer otra cosa.

Su madre le quería, siempre le había tratado como a un niño, pero a él no le importaba. Quería seguir siendo un niño y no alcanzaba a comprender que la inexorabilidad de los años no perdona a nadie, ni siquiera  a aquellos a los que tanto queremos. Los años no le habían hecho crecer, sólo habían hecho mella en su salud y en sus ganas de vivir. ¿Le hubiera gustado tener otro tipo de vida?, hacer lo que hacían los otros, tener una pareja, casarse, unos hijos…… No lo sabía, pero lo que sí tenía claro era que no habría nada en el mundo que le separara de su madre. A veces, cuando salía con ella a comprar había tenido que soportar comentarios de vecinas respecto de su soltería, animándole a conocer chicas de su edad que vivían en los alrededores de su casa. Su enfermiza timidez hacía que no respondiera a las insinuaciones y que se refugiara en la seguridad de su madre, quien siempre sabía contestar. Sólo un ligero rubor en sus mejillas anunciaba la incomodidad que le producían.

Los últimos años había sido un hombre débil, enfermo, asustadizo, solitario, incomunicado, obsesionado con las enfermedades. Su alma escondía una soledad sin límites, no creía necesitar a nadie que no fuera su madre para compartir su intimidad. Su relación con el padre era otra historia. Le quería, le tenía miedo por su irascible carácter y le soportaba. De todas formas, no era malo con su madre y eso era suficiente.

No recordaba como era su vida cuando no sentía miedo. Sólo era capaz de llevar su existencia la mayor parte del tiempo dormitando o tumbado sobre su cama, mientras oía de fondo los ruidos provocados por su madre al hacer los quehaceres de la casa cada día, sonidos que le producían tranquilidad y que le hacían recuperar el sueño, a ratos, perdido. Conocía todos y cada uno de los sones del transcurrir del día y, en cada momento, podía adivinar la hora sólo oyendo a su madre trajinar.

No había trabajado nunca. Había ido al colegio cuando era pequeño, sin ilusión, sin ganas de relacionarse con los otros niños. Era tan tímido y retraído que le resultaba imposible la convivencia, por lo cual la profesora llamó a los padres para indicarles la existencia de una posible enfermedad psicológica, a lo que ellos reaccionaron sacándole del colegio al cumplir los doce años.

Sus padres tenían un pequeño negocio familiar que les proporcionaba lo suficiente para vivir. Por las tardes, cuando cerraban la tienda, bajaba con su madre para ayudarla a barrer y a fregar, para prepararla para el día siguiente.

La casa en la que vivían era pequeña, muy humilde, rodeada siempre de una atmósfera agobiante provocada por las estufas de butano que había en las habitaciones y que mantenían todo el día encendidas para paliar, en lo posible, los efectos de las bajas temperaturas en la vivienda. Los innumerables muebles y cacharros amontonados sin ningún orden, los olores a comida, falta de limpieza y dejadez poblaban su ambiente diario.

Cuando llegó a la residencia, aconsejado y, en cierto modo, obligado por la asistente social de la zona en la que vivían, después del infarto tras la muerte de su madre, ya que no tenía ninguna familia que pudiera cuidarle, sintió el vacío más tremendo. Su espíritu se llenó de amargura, miedo y dolor. Los días comenzaron a transcurrir de manera monótona e impersonal. La desesperación y la depresión le hacían creer que no tenía ninguna salida. No quería seguir viviendo así, porque no quería sufrir más. Echaba tanto de menos a su madre que no era capaz de continuar sin ella. No hablaba con nadie. Se limitaba a sentarse en el jardín, junto a la pared y a dejar transcurrir los días del verano, sólo entrando en las zonas comunes para realizar las comidas.
   
Había dormido a intervalos, como siempre, sobresaltado ante cualquier mínimo ruido. En aquella mañana, los buenos propósitos de la tarde se acabaron rápido. Había decidido quitarse la vida. Después de comer, había subido a la azotea en una tarde de un sol espléndido. Era el mes de julio y el color del verano invadía todo el jardín. No parecía el momento más adecuado, pero tenía que terminar. La tristeza y el horror que le producían seguir viviendo podían con su falta de valor para casi todo. Había superado su miedo y por fin se sentía un hombre valiente y poderoso. Por primera vez, había tomado una decisión. No tuvo tiempo de pararse a pensárselo, abrió la puerta de la terraza y subiéndose a una silla se lanzó al vacío. Tras unas interminables décimas de segundo, su cabeza se estrelló contra el asfalto y una enorme sensación de tranquilidad invadió su alma.

“Conviene reír sin esperar a ser dichoso, no sea que nos sorprenda la muerte sin haber reído”.
Jean de la Bruyere

Eloísa Correal
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:47:44 pm
¡Qué bien se está de vacaciones!

 
El pasado día catorce de julio fui, por primera vez en este verano, a la playa. Era sábado; el sol lucía esplendorosamente en un inmenso cielo azul mientras los pajarillos entonaban un celestial canto vespertino, y  habíamos alquilado una casa con jardín para organizarle a mi hermana una fiesta sorpresa por su cuarenta cumpleaños. Todo hacía indicar que aquel fin de semana iba a ser muy especial. Y vaya si lo fue…
Había llegado, junto con mis primos y algunos de los amigos de mi hermana, hasta un pintoresco pueblecito del litoral andaluz, dispuesto a pasar un merecido y refrescante fin de semana de vacaciones. Pero, nada más bajar del coche, noté una enorme masa de aire caliente abofeteándome la cara; era como si me estuviesen apuntando directamente con trescientos secadores de pelo a toda potencia. Sin embargo, traté de no angustiarme por culpa del sofocante calor y fui con la mejor de mis sonrisas a la fiesta de cumpleaños.

   Después de una copiosa y suculenta barbacoa en el jardín de la casa, acompañada con unas cervezas bien frías, decidimos bajar todos juntos a la playa para darnos un buen baño, y liberarnos, así, del tórrido bochorno que flotaba en el aire por culpa del Terral. Y heme aquí que, todavía no llevaba ni cinco minutos dentro del agua, cuando, de repente, noto un fuerte escozor en la rodilla izquierda: me acababa de picar una medusa. Decenas de personas a mí alrededor, chapoteando felices como ocas silvestres en un riachuelo, y aquella maldita medusa tuvo que chocar conmigo. Si llego a saber que aquel espécimen marino y gelatinoso, perteneciente a la familia de las Cnidaria (Que ya me imagino yo cómo será esa familia, con ese nombre…), era tan torpe, me habría colocado en la cabeza un luminoso que pusiera: ¡Atención, ser humano en remojo! Prohibido picar.

   Pero estaba decidido a que aquel incidente tampoco truncara mis planes, así que me puse un poco de crema, y trate de pasar lo más a gusto que pude el resto de la tarde. Eso sí, cada quince minutos aproximadamente, la picadura de la medusa se encargaba de recordarme que ella también había ido ese fin de semana a la playa, con su cubo, su pala, su crema solar y su nevera con tortillas y carne empanada.
   
Entrada ya la noche, la temperatura no solo no descendió, sino que, inversamente a lo que yo conozco sobre las reglas más elementales y básicas de la climatología, aumentó de forma considerable. Para colmo, la rodilla me ardía igual que si me estuvieran quemando con un mechero. Pero, como no hay nada mejor que una buena comida para aplacar los males, fuimos a uno de los chiringuitos que hay junto a la playa para cenar algo y olvidarnos, si es que eso era posible, del ardor tropical que hacía, a pesar de que eran ya las diez de la noche. Después de pasar casi dos horas esperando la pizza que pedimos al poco de llegar, el camarero, un joven inglés muy simpático que no dejaba de sudar, y al que notábamos bastante incomodo por culpa de nuestras caras acaloradas y malhumoradas a causa del calor y del hambre,  se acerca hasta nuestra mesa con el rostro totalmente desencajado, y empapado en  una secreción maloliente que le chorreaba por toda la cara y le regaba la camisa, nos comunica que al cocinero se le ha caído la pizza al suelo y que, sintiéndolo mucho, tenemos que esperar «solamente media horilla más.» Yo creo, que si ese muchacho hubiese tenido un tele-transportador allí mismo, habría aparecido en mitad de Trafalgar Square, para no tener que soportar nuestras miradas de odio (además, a esas horas de la noche, todos sudábamos ya casi tanto como el camarero, lo que le otorgaba a nuestros enrojecidos rostros un aspecto más iracundo).  Aunque, todo hay que decirlo, después de dos horas y media de espera iban a tener el detalle de no cobrarnos la pizza. ¡Quería llorar de la emoción!
Mi única esperanza de olvidar aquel día tan surrealista, pasaba ya porque el domingo fuese diferente.

¡Y llegó el domingo! ¡Y efectivamente, la combustión a la que fuimos sometidos los que nos encontrábamos en ese pueblecito marinero se desvaneció como por arte de magia! ¡Y mis primos se fueron a la playa dispuestos a convertirse ellos también en ocas remojadas, llenas de júbilo y regocijo! Por eso, cuando llegué al Paseo Marítimo y los encontré de frente, no lograba entender por qué caminaban en sentido opuesto al mar, hasta que, por fin, estuvimos lo suficientemente cerca y uno de ellos me explicó, muy amablemente y sin que se apreciara ningún enfado en su ánimo, que se volvían para la casa que teníamos alquilada porque el agua estaba infestada de medusas. «¡Me cago en las putas medusas y en la madre que las parió!» Esas fueron sus afables palabras.
Así que tuvimos que pasar el resto de la mañana tumbados en el jardín de la casa de alquiler, refrescándonos con la goma que utiliza el dueño para regar el césped y las plantas, a la que se le escapaba el agua por siete agujeros diferentes. Pese a todo ello, mi moral y mi ánimo continuaban firmes y sólidos como una roca.

Luego, sobre las una y media, bajamos de nuevo hasta el Paseo Marítimo dispuestos a tomar un aperitivo antes del almuerzo. Decidimos sentarnos en una terraza frente al mar que no habíamos podido disfrutar esa fresca mañana de domingo (como buenos católicos que somos en mi familia, no gusta martirizarnos un poquito…), y pedimos unas cervezas muy frías. Cuando el camarero (que también sudaba lo suyo), trajo los botellines, no nos dimos cuenta de que dos de ellos debían llevar en la nevera del Bar desde el día en que Paquirri debutó como torero; como no podía ser de otra manera en ese fin de semana tan fantástico, uno de ellos me tocó a mí. Quizás, pensé yo, (cuando me lo propongo soy muy perspicaz), hay un código secreto dentro del Gremio de camareros sudorosos de chiringuitos de playa y quiso vengarse por haberle puesto malas caras a su colega de la noche anterior.

Sin embargo, nada hay mejor que una buena siesta después de comer para que uno se levante completamente nuevo y vea las cosas con otra perspectiva. Y yo puedo jurar que a mí me sucedió y vi las cosas muy diferentes. Concretamente, borrosas; porque me desperté medio mareado y empapado de un terrible sudor frío, provocado, tal vez, por la cerveza caducada. Además, en la espalda, noté que algún tipo de insecto o de medusa terrestre (yo veía ya medusas por todos los rincones) me había dejado tres enormes picotazos a la altura del omoplato derecho.

Aturdido aún como estaba, baje con uno de mis primos (casi todos los amigos de mi hermana y algunos familiares habían huido ya de aquel lugar), hasta un chiringuito que hay en un extremo de la playa, en una zona que los autóctonos del pueblo llaman La punta del rincón (Entonces, ¿El otro extremo de la playa es La otra punta del otro rincón?) para tomar una café que me sacará de aquel estado de atontamiento en el que me encontraba. Pero el asunto en cuestión iba a mejorar por momentos.
Cuando llegamos hasta el mencionado local, la camarera, una joven lugareña de buena facha, nos informa muy dulcemente que la cafetera se ha estropeado diez minutos antes de nuestra llegada y que, lógicamente, no podía servirnos café. Confusos (aunque no sé muy bien por qué no reaccionábamos al principio, puesto que la explicación de la camarera fue bien  clara y sencilla), decidimos,  después de permanecer un rato mirándonos mi primo y yo en completo silencio con cara de atolondrados, acercarnos hasta el chiringuito más próximo y que (¡Oh, qué suerte la nuestra!) era el mismo en el que habían paseado nuestra pizza por el suelo el sábado por la noche. Al entrar, el muchacho inglés (que sudaba bastante menos ese día), comenzó a bromearnos con la idea de que pidiéramos otra pizza. He de confesar, que al ver la cara que le puso mi primo, llegué a temer seriamente por la integridad física de aquel tipejo. Quince minutos después, apareció con los cafés y los vasos con hielo que habíamos pedido.
Claro que, llamar cafés a lo que nos trajo es ser demasiado generoso: mi primo, que tomó un café solo, comprobó un par de veces que el sobre del azucarillo estaba vacío para cerciorarse de que se lo había echado, porque decía que era imposible que estuviese tan malo. El mío, por contra, un café con leche, tenía un turbio color terroso, similar al del agua sucia de los charcos en un día de lluvia. Y en cuanto a mis dos cubitos, unos de ellos era la cuarta parte de un entero, mientras que el otro era un trozo amorfo y algo mellado de lo que una vez debió de ser un sólido, cilíndrico y refrescante cubito de hielo (Igual es que los recortes del Gobierno afectan también a la industria congeladora de agua y yo no me había enterado…). Pese a todo ello, bajamos hasta la orilla del mar y procuramos pasar una tarde entretenida, pues, al fin y al cabo, me dije a mí mismo, «¡Tranquilo Eusebio, ya te queda poco para irte!»

Sin embargo, esta estrafalaria historia que me sucedió en aquel fin de semana, no podría estar completa si en el camino de regreso a la ciudad no me hubiese encontrado, como buen domingo de un mes de julio, un interminable atasco en la carretera. Efectivamente, así fue. Casi con total seguridad, habría llegado antes hasta mi casa en bicicleta o con una de esas cometas voladoras que están tan de moda entre los surfistas (Pero entonces, el problema de este segundo medio de locomoción vendría a la hora de aterrizar justo delante del portal; por no mencionar, las quejas de mi vecina del cuarto, que no sé por qué me odia, y habría llamado a la Policía de inmediato).
Pero lo mejor del atasco no fue ni el exceso de tráfico, ni el hecho de que tardé casi tres horas en recorrer noventa kilómetros, sino la mosca que se coló en el interior del coche y que por más que abría las ventanas y hacía aspavientos con las manos tratando de echarla, (Los conductores que pasaban a mi lado me miraban como si fuese un perturbado; incluso algunos, con auténtico terror, subían rápidamente sus ventanillas y agarraban a sus hijos pequeños por miedo a que les fuese a hacer algo), no hubo manera de conseguirlo. Yo creo que la mosca no quería salir por miedo a que le picase alguna extraña mutación genética de medusa voladora.

Por fin ya en el piso de la ciudad, en la tranquilidad sosegada de una noche de domingo en la que apenas hay gente por las calles y que, ahora en verano, se puede descansar con las ventanas del dormitorio abiertas para que entre el aire fresco de la madrugada, me fui derecho a la cama dispuesto a olvidarme de todo; de las medusas y del sudor de los camareros; de la mosca y de la loca de mi vecina del cuarto e intenté dormir lo más profundamente que pude. Pero, no era capaz de conciliar el sueño. En el fondo, estaba más nervioso e ilusionado que un niño pequeño la noche antes de que venga los Reyes Magos. Y es que solo de pensar que al día siguiente era lunes, y que a las siete de la mañana, como cada mañana durante las últimas tres semanas, el melodioso y armónico sonido de las excavadoras, las perforadoras y los martillos hidráulicos que hay justo en frente de la fachada de mi edificio con las obras del Metro, iban a despertarme, provocaban en mi interior una inmensa dicha… ¡Y yo creyendo que nunca iba a llegar el verano!

Scaramouche
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:49:14 pm
El homenaje


   En la oficina corrió la noticia como un tornado:
   - Cáncer.
   - ¡Dios!
   - Como lo oyes.
   Cuando suena la palabra las almas se desquician. Tras la conmoción, unos cuantos com-pañeros desazonados amortiguaron su dolor con la organización del homenaje.
- No sé lo que os parecerá, pero yo creo que se lo merece.
   Se enfrentaron los entusiasmos con las cautelas, se tantearon sentimientos, se discutieron afectos y se decidió a favor de los emprendedores. La masa se convenció sola de la bondad de la idea. Trabajó con provecho la comisión y el día del evento todo fue saliendo bien. Incluso la disposición de las jefaturas en las mesas careció de traba: ningún gerifalte ex-cepcionó derecho preferente. Se ajustaron compañeros y familiares, amigos y superiores, en una comunión de aflicciones. Un coraje colectivo nacido de la pena y del miedo aunó la respuesta de aquel cuerpo.
   El condenado mostraba más prestancia que muchos del otro lado. Se surtieron los gazna-tes de cerveza fresca, paliativo del calor y de la congoja. El vino rojo no tuvo tregua en las mesas. Ni el cava en los postres. Ni los licores hipnóticos al tiempo de las peroratas. De todos había catado el jefe que abrió los discursos.
    – Muchos años de trabajo diario, en estrecha colaboración, me permiten ilustrar la gran-deza de nuestro querido compañero.
   En su simpleza era veraz, y así quedó tranquilo y satisfecho, ajeno al cruce de algunas miradas delatoras del conocimiento de antiguas malquerencias. Mil veces más sincero pa-reció su amigo y conmilitón, al que la voz se le ondeó en el aire, en un quiebro de turba-ción indisimulada.
   – Te quiero, con tus virtudes y tus defectos, porque cuando la amistad es verdadera no mira a otra cosa que no sea el bien del amigo.
   Alguna lágrima fundió su calor salobre con el frío ácido de los combinados de la ginebra. Como las de la compañera amante, tan encubierta de siempre que sólo dos de la amplia reunión suspiraron cuando se encaramó al estrado espoleada por el exceso de copas.
   –  En todos estos años has demostrado una hombría que no permite comparación, un sa-ber hacer que no ha sido más que fuente de satisfacción para los que estábamos cerca de ti.
   Su lloro contagioso precedió a la prédica pedante del primo sacerdote, de anchos hom-bros nevados.
   –  El Dios que guió cada paso de nuestros mayores guía ahora la andadura de uno de mi sangre en la procelosa travesía de la enfermedad. Sometido a dura prueba, su arrojo se ele-va sobre nosotros como luz con la que iluminar nuestras miserias.
   Iba siendo el curilla campeón en la ingesta de mezclas etílicas, pero nadie reparaba en ello porque su ventaja sobre el resto era nimia. El calor, la emoción y la abundancia de líquidos elevados en grados coadyuvaban a una creciente euforia general. La mujer del homenajeado fue la última que habló antes que él.
   – Hoy tengo aquí a doscientos hermanos que me ayudan en esta lucha. Gracias, muchas gracias a todos.
   No pudo seguir. Los aplausos llorosos llenaron el recinto tanto como ya estaban las tripas de cada uno de los concurrentes. El enfermo funcionario homenajeado subió solemne a la tarima. Recibió el costoso regalo mancomunado entre vítores de los más chispados. Un siseo precedió a su parlamento.
   – Amigos, si he sido fiel a algo a lo largo de mi vida ha sido a mi inteligencia. Esta fide-lidad me ha ayudado siempre. Sin ella no hubiera soportado la ineptitud de mis jefes, ni la necedad de mis compañeros, ni la traición de los amigos, ni la simpleza de mi mujer ni la estupidez de mi amante.
   La risotada general colmó cada partícula de aire del amplio recinto: nadie se daba por aludido. Se oyeron comentarios sobre su sentido del humor, conservado en circunstancias tan amargas. Volaron por las mesas palabras como voluntad, temple, carácter y hasta talan-te. Se seguían sirviendo bebidas largas. Continuó el sufrido ponente.
   – No estoy hablando en broma. Este es un restaurante de lujo y el reloj que me habéis regalado es bien caro. Os habéis gastado un buen dinero por cabeza.
   Los del gremio de cicateros asintieron con un gesto no estudiado pero común.
   – Y todo para nada. Este papel que veis en mi mano no contiene el texto de un discurso. Es un informe médico en el que se explica que hubo un error en el primer diagnóstico. Na-da de carcinoma. Estoy sano como una pera. Lo supe enseguida, pero no quise privaros del gusto que sin duda habéis sentido al darme este agasajo. Tampoco quería privarme yo del placer de ver vuestras hipócritas caras: las de los que tanto habéis murmurado de mí duran-te años; las de los que me habéis puesto zancadillas; la del rijoso de mi primo el predica-dor; la de mi mujer, que no ha parado de cruzar miradas con su amante; y la de mi amante, que no ha parado de indagar estos días sobre mis dineros. Lo habéis hecho muy bien, de veras. Cuántas palabras de consuelo me habéis dirigido, y qué bien dichas. Qué bien habéis organizado el evento, qué nivelazo. Qué reloj más valioso luce ahora en mi muñeca. Qué bien he comido y he bebido. Gracias por todo, amigos, gracias por todo. Adiós.

* * *

   El mismo estrado sirve de tribuna para los oradores que surgen de la sorpresa y el cabreo. Esto no puede consentirse. Qué desprecio hacia unos compañeros francos y leales que han puesto todo de su parte para hacerlo feliz en el momento más difícil de su vida; qué crude-za con su mujer, siempre junto a él desde los tiempos difíciles y que, aunque tuviera un amigo, siempre lo llevó con discreción; qué descaro más cínico al hablar de su entretenida; qué desvergüenza al marcharse sin devolver el oneroso regalo… Su compañero de nego-ciado, el de las frondosas patillas, cofrade de la hermandad del puño cerrado, se yergue furibundo sobre la plataforma. Se ha quitado la chaqueta, desabrochado el botón superior de la camisa y aflojado la corbata. La masa zaherida se deja arengar porque comparte irri-tación con el orador. Éste se siente legitimado para desparramar su ordinariez por el aire cargado del recinto.
   – Este tío es un prenda, toda su vida lo ha sido. Yo nunca me fié de él y eso lo sabéis la mayoría de los que estáis aquí. Pero claro, que si está enfermo, que si pobrecito… ¡Por los cojones! Pobrecito yo, que me he gastado un huevo para comer tres porquerías y para que ese capullo se lleve un pedazo de reloj que en su vida se lo ha merecido el muy cabrito. ¡Y encima ahora estará descojonado de la risa!
   Los camareros hace rato que querían irse. Pero han cambiado de opinión y han servido una nueva ronda de copas por cuenta de la casa. El espectáculo lo merece. Un grupito de mujeres, todas bien metidas en arrobas, elucubra sobre quién es la amante del desleal com-pañero. La incógnita se despeja pronto: la que más llora sin ser su mujer. Marcha la cuadri-lla hacia ella, que se siente delatada por miradas y bufidos. La noticia se transmite con ver-tiginosa celeridad. Toda la sala mira a la barragana, una mujer guapa, más bien joven y de cuerpo bien formado y mejor lucido: la más deseada por los hombres de todos los depar-tamentos. El tribuno patilludo no puede sentirse más afrentado.
   – ¡Y se estaba tirando a la tía más buena de la oficina! ¡Valiente hijo de perra!
   La esposa del hijo de perra llora lo suyo con su querido, el mejor amigo del homenajea-do, el que habló de la amistad verdadera. Se ha sentado sobre las piernas de él y le rodea el cuello con sus brazos, así que no ha habido que averiguar quién era el sujeto activo de sus placeres externos. Se han formado corros en los que se discute sobre dignidad, vergüenza, ética y otras zarandajas. La ronda siguiente es también por cuenta de la casa. Algunos se acercan a la amante despechada y con la excusa de consolarla la soban con discreción. Se oye un “valiente guarra”. Otros meten mano a las compañeras, y algunas de éstas no dicen nada. También la mujer del agasajado se ve rodeada por compañeros de él que le dicen palabras amables y le miran el escote. El pariente sacerdote yace caído en el suelo, debajo de una mesa; le han desabotonado la sotana y le dan a aspirar amoniaco. Los camareros se han repartido por los corros para dar también su opinión. Los que se han quedado sin taba-co mendigan un cigarrillo. Algunos apuran los vasos que han quedado sobre las mesas. La casa vuelve a convidar. Se han incorporado los cocineros. Del servicio de caballeros sale una señora; después, al minuto, un señor. Suena la música que se había programado para el baile tras los discursos: los bafles tiemblan. El metre descorcha por su cuenta unas botellas de cava. Un pinche de la cocina reparte hierba y papel de fumar. El patilludo se acaba de beber otro güisqui casi de un solo trago; sigue encima del tablado y se ha apropiado el mi-cro como si fuera un trofeo.
   – ¡Que le den por el culo al reloj!
   El cuarto de baño es una romería. Un cocinero se lleva a una becaria a la despensa, dice que a darle un caldito. El sudor baja por las sienes de los hombres y por los canalillos de las mujeres; también se manifiesta en las axilas de los que bailan en camisa. La mujer del que se llevó el reloj de lujo y el mejor amigo de su marido bailan agarrados, aunque la mú-sica no pegue. La amante del que se burló de cerca de doscientos funcionarios públicos lleva ya doce copas de un licor de hierbas. Todos procuran esquivar los vómitos del presbí-tero. El jefe que habló de la grandeza del querido compañero mira con envidia a los que bailan y a los que palpan a las compañeras; él no se atreve, a pesar de la borrachera que luce. Sí se atreve a convidar a una nueva ronda. El de las patillas exageradas es el primero de la larga fila y el que más vocifera y desentona.
   – ¡La conga... de Jalisco... va y viene... caminando...!

* * *

   En el tanatorio hay quien, para disimular el miedo, se dedica a recitar refranes.
    – A cada puerco le llega su San Martín.
   – Desde luego.
   En el tanatorio hay quien no le perdona al muerto lo del día anterior.   
   – Hay que ser retorcido para gastar una broma de tan mal gusto.
   – Y desagradecido.
   En el tanatorio lloran juntas la mujer y la amante.
   – Tienes que comprenderme, y perdonarme.
   – Eres una ****, pero si él te quiso, yo te perdono.
   En el tanatorio no comparece, sin embargo, el querido de la viuda, el mejor amigo del muerto.
   – Ya eso hubiera sido demasiado.
   – Claro…
   En el tanatorio todavía colea la borrachera colectiva del día anterior.
   – ¿Cómo va la cosa, Padre?
   – Mucha ardentía, hijo, mucha ardentía.
   En el tanatorio disimulan los que han ido con su pareja legítima.
   – ¿Y la pechugona que te ha dado dos besos?
   – Una de contabilidad. Es tonta, no la aguanta nadie.
   En el tanatorio se presentan el metre, los cocineros y los camareros.
   – Hombre, después de lo que intimamos ayer, qué menos que venir a darles el pésame.
   – Muy agradecidas, ya son ustedes como de la familia.
   En el tanatorio la noticia corrió también como un viento huracanado.
   – Han detenido al Patillas, se lo acaban de llevar esposado. Lo acusan de ser el asesino.
   – Catorce cuchilladas, todas mortales; el cuchillo lo había cogido de la cocina del restau-rante.
   En el tanatorio, conforme el frío de la madrugada se va casando con el frío de la muerte, se van conociendo pormenores del delito.
   – Dicen que, además de las cuchilladas, le cortó la mano izquierda.
   – Pues tampoco el reloj era para tanto…

Giuseppe Santarita
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:51:07 pm
De camino a casa


Margaret pensaba en todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Eran tantas cosas a la vez: sus padres a punto de divorciarse, su abuelo enfermo y su amiga fallecida hacía dos meses.
Era como un túnel negro, donde ella sentía que daba vueltas mientras la piel se le ponía de gallina y el corazón se le encogía por el miedo que sentía.
Todo, a sus ojos y en aquel momento, parecía efímero y frágil.
No tenía a nadie con quien hablar: sus padres en constante pelea, el abuelo de sus ojos con el que se pasaba las tardes charlando, ya no la reconocía y su amiga no podía estar con ella.
Sentía un vacío roto y sordo en su interior, a lo que se le sumaba el estómago cerrado y unos dolores eternos de cabeza. Noches de insomnio dándole vueltas a todo. Su madre llorando, su abuelo con la mirada perdida y todas esas angustias que acentuaban su tristeza, cada día un poco más.
Hundía la cabeza en la almohada y levantaba la mirada. Sentía un cosquilleo en todo el cuerpo y un dolor interminable en la columna vertebral.
Margaret era una adolescente de diecisiete años, de melena castaña y ojos azules. Alta y de piel muy clara con lunares. Inteligente, callada y discreta. Con muchos sueños por cumplir, con una novela y una carrera que acabar y con una sonrisa preciosa que en esos momentos no podía mostrar.
Tres meses antes todo empezó con una llamada de la residencia, una muerte súbita y una infidelidad.
Lo primero fue la llamada avisando de la perdida de memoria de Alfredo, su abuelo. Corrió a la residencia, después de estar tres meses fuera y el anciano no la reconoció. Margaret, recordando todas las alegrías que aquella persona entrañable le había dado, cerró los ojos dejando caer dos grandes lágrimas de impotencia.
Un mes después, estando en casa, haciendo una redacción de historia llamaron de casa de Clementine. Era su madre. Le dijo llorando que su amiga había fallecido esa noche, de una muerte súbita. A Margaret se le cayó el teléfono de las manos, y temblando se dejó caer por la pared hacia el suelo. Gritando, llorando. ¿Cómo podía ser?
Estuvo tres semanas encerrada en casa, sin hablar, con unas ojeras enormes y con ganas de desaparecer. Era tan injusto todo. Apretaba los dientes y cerraba los ojos fuerte, muy fuerte.

Mirada por la ventana. Llovía. Mientras la lluvia golpeaba los cristales, ella sentía irse los días compartidos con Clementine como si de pájaros de papel de colores se trataran. Imaginando que la lluvia los desfiguraba, rompía a llorar.
Era como perder a su hermana, la única persona con la que bailaba y soñaba, con la que disfrutaba de la costa, de la música y las tiendas. Se sentía tan viva. Y ahora, tan muerta.
Una semana después, mientras seguía en casa, oyó un chillido de su madre. Bajó corriendo las escaleras. No sabía que se pasaba, pero al ver que era una discusión calló y decidió ir más tarde a ver a su madre.
La encontró llorando:
-   Mamá… ¿qué te ocurre?
-   Mi vida, sé que no es un buen momento para ti, ni mucho menos, pero prefiero decírtelo ya: tu padre me ha sido infiel.
Margaret se sentó al lado de su madre y la abrazó, apoyándose en su hombro. La miró a los ojos, pero los tenía perdidos, al igual que el abuelo.
-   Mamá, voy a estar a tu lado. Piensa en lo que vas a hacer. A mí no me vas a perder, por eso no te preocupes.
-   Te quiero, cariño.
-   Yo sí que te quiero mamá. Gracias por tu comprensión y por todo lo que has hecho por mí. Seguiremos juntas. – e intentó sonreír levemente intentando animar esos ojos que le habían dado la vida.
La angustia no le dejaba cerrar los ojos. Sin embargo estaban cansados. Los párpados sentían el peso de no haber descansado apenas.
Ella quería a papá, sin embargo, su madre era un tesoro que no quería perder. Y la abrazó de nuevo, mientras que escondía la cabeza entre el cabello moreno de la mujer. Dejaron caer las lágrimas mientras se abrazaban. Aun así tenían la certeza de que juntas podrían con todo.
La desestabilidad emocional, en ese momento, era un abismo. Era como si las entrañas se desgarraran sin remedio. Al intentar dormir y al despertar sin haberlo hecho.
Sentir las costillas intactas pero rotas, las articulaciones dormidas. Cuerpo parado y caído en la silla cada atardecer mientras veía a los pájaros volar.
Notando a ratos que parecían estar unidos, la ausencia de su amiga clavándosele en el alma, en lo más profundo de su ser. La falta que le hacía. La quería tanto que hubiese dado cualquier cosa para que Clementine le regalara la última sonrisa de su vida.

Ahora andaba por el camino de arena, de camino a casa, pensando en todo lo que había ocurrido. Pero sobretodo en mamá. Sabía que tenía que ser fuerte, o por lo menos intentarlo, ya que todo aquello era una dura situación a la que había que enfrentarse con determinación.
No podía dejarse caer en una depresión o nada parecido, porque pese a todo tenía que seguir viviendo. Aunque se le desgarrase el alma, lo haría. El tiempo, al fin y al cabo ayuda a seguir, si te acostumbras a lo que te rodea y aceptas lo que has vivido.
Siempre pensó que lo bueno estaba por venir, pese a todo.
Y no se equivocaba.

Alfa
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:53:27 pm
El evangelio invisible


 
Aspecto normal
Gustos normales
Altura normal
Cintura normal
Normal en todo lo que hago
Temperatura corporal de 36’7ºC
Solamente soy un tipo normal
Un tipo normal

Average Guy/ The Blue mask/ Lou Reed


No espero comunicar nada especial. Impreciso en mis decisiones me  he visto empujado a hablar sobre lo que me está pasando. No podéis juzgar sólo por lo que han publicado los periódicos, lo que ha dicho la televisión. Bueno, la verdad es que no tenéis por qué creerme. Quizá no os puedo pedir nada. De poco puede servir ahora la clemencia, comprensión, quizá sea como decís demasiado tarde.

Hace tres años, ya que me lo habéis pedido, empecé a buscar la respuesta, la redención a tanto dolor. Pero muchas veces la respuesta es víctima de mil misterios, de niebla y frío. También me pasó a mi. Yo también tropecé en lo mismo, en los miedos que te salen del tuétano. Entenderás que tú y yo es la misma cosa. Que somos un plural elevado a mil destinos, un curioso suflé metafísico, una verdad sutil, pero de difícil interpretación.

No me decepciona ver todo este revuelo, esta jauría de rumores y lecturas de ira. No creo que podamos hacer nada. Ya es hora de cambiar las normas de esta velada, de esta encerrona histórica. No me considero extremista, no soy un radical. Trabajo en algo normal, soy anónimo igual que tú. No tengo nada especial, nada extraordinario, soy moderado dentro de mis neurosis, intermedio en el griterío del mundo, normal, medio, común denominador. Como muchos no participo en nada, apenas destaco en mis cosas. Mis cosas -eso lo aceptaré- se han complicado últimamente. Hace tres años me hice un hueco, separé casi imperceptiblemente mis deseos de mis actos, todo un clásico, me hice más gris, más hombre invisible. Con tiempo por medio he visto que demasiadas cosas llevaron a otras, que el ritmo se vio atropellado por un ciclón de casualidades, de opciones raras, de errores lógicos.  No, no creo que mi horóscopo supiese algo. Confesémoslo: todos hemos leído alguna vez, quizá siempre, los horóscopos de hace semanas, en revistas viejas, en restos de la maquinaria del opio. Quizá os suene grandilocuente, abultado de palabras, para ser algo tan sencillo, tan llano, como la indecisión, o la decisión lenta, como esos sueños en los que te mueves lentamente, en los que quieres correr, pero apenas avanzas, vamos, todo un entreno para perder los nervios.

¿Qué pasa cuando descubres que estás en roce con las cosas? …a disgusto un poco con todo, con cada pequeño día, con esos segundos de cero máximo, de estar en la inopia, de compartirlo todo con las musarañas, un bicho, que por otro lado jamás he visto.

Piensa en las posibilidades. Se ponen ante ti todas las acciones posibles, las que te llevan a ese punto están radiando luz, es fácil, debes seguir la línea, pero de repente  andando los pasos marcados, consciente de cierto poder, borracho de pseudo-iluminación, descubres tu ceguera, la ceguera de las apariencias, la lógica de un problema enorme, de una manipulación casi sagrada. Ese poder, esa gloria pasajera se transforma en una llamarada de insignificancia, pasajeros de un vehículo sutil y secreto, donde los sucesos siempre parecen significar algo, donde la velocidad de avance se asemeja más a la de un carromato que a la de un bólido. Quizá piensas rápido pero en el mundo eres una tortuga, quizá eres de esas personas que derriban todo lo que te rodea, una especie de demoledor andante, nada grave, pero un incordio para los floreros y la gravedad.

Se ve que definitivamente la indefinición triunfa, nada perdura, siempre cambias de papel, todo eventual, todo pasajero, y para no acabar con camisa de fuerza, nos aplicamos una fina capa de barniz existencial, de dependencia emocional con los demás, un marketing de nosotros mismos, resumiendo: una ensalada mental. Y pensamos: es normal, nos pasa a todos,  y todo ese bla bla autoprotector.

Debes confundirte, aceptar que no hay tantas cosas claras, que muchos cambios no se han dado porque no hemos dado ni golpe, debes llegar a ese búnker interior, echar una granada, y dispersar tanto miedo. Eso sí, para muchos eso es jugar con fuego.

Tú y yo, y ellos y nosotros, ella y él, todo la misma cosa, la misma pasta, el mismo nexo. Si no sabes de qué te hablo, mejor déjalo, sal de estas líneas, desocupa este trozo de tu vida, descubre por tus medios lo que me pasó, lo que te pasa. Cuando una lengua de fuego ha quemado tu mirada estás lamentándote hasta que el dolor se apaga y se hace menos presente, pero sigue ahí, bajo la piel, en cada gesto. No puedes pretender entrar y no bailar, colarte en la eternidad y salir ileso. Eso es así. La pérdida te da algo, la lágrima apaga algo. Tienes resortes que debes activar, trucos que debes usar, usa tus talentos. Acepta tu responsabilidad, no te podrás desembarazar de ella.

Cuando sales del fondo de ese pozo personal, cuando te separas de tu ruinoso templo del ego ves que nada es tuyo, que eres una máscara, un molde del mundo, tú no eras el que decidía, era un mundo el que se amoldaba a tus miedos, a tus paseos, a toda la memoria que habita en tu cráneo.

Piensa en las posibilidades, en lo que puedes encontrar, en las nuevas curvas de un universo tan vasto como puedas imaginar. Ríete, olvida esto y antes de entrar en tu casa te partirán la boca, una realidad inesperada te esperará, balanceando un bate en su mano, buscando tu bautismo de incredulidad. Duda lo que necesites, cada momento te deja atrás, el tiempo te adelanta y a una velocidad cero te vas dando cuenta de que los sueños tienen esto: ese querer salir corriendo y estar frenado por una melaza energética invisible, por el plomo de todo el mercurio que contaminó aquel pozo. Quizá no te consuele saber que su esperanza de vida es inferior al tiempo que tarda un cáncer en manifestarse, que tú no has condenado a nadie, que no depende de ti semejante cosa.   

Una pausa, un vistazo desde las alturas. Mira ese mundo, ese enjambre de avispas, esa cueva primitiva. Me levanto, me ato las botas, cojo el macuto y me voy por el sendero del bosque, junto a la fuente helada, camino hacia el cerro Norte, hacia esa cima de piedra y paredes verticales. Siento el ácido en mis músculos, el dulzor frío del oxígeno, me acerco a un abismo de gravedad, de imposible ascensión. Junto a la mole de granito tu cuerpo se empieza a aligerar, a vaporizarse, entonces levito, asciendo por el aire, subo como una brisa, me acomodo en el punto más alto, me siento sobre el planeta. El sol se desparrama por tu cara. Las nubes se aceleran por un firmamento alargado, las noches se suceden y envuelto de un aura de luz: nada roza tu piel, es mi momento dios, mis vacaciones de infinito, el premio que nunca quise pero se me otorgó, el revólver que se pegó a mi mano, el gatillo que empujó a mi dedo, mi acciones eran las coordenadas, mi vida la matemática de un plan ridículo: hacer de mi un buda moderno, un agente infiltrado en la revolución silenciosa, un comando guerrillero en la exasperación del dolor, un disparo entre la vida y la suerte. Soy yo, Don Normal, el amigo que no te dice nada, al que confundes con este y aquel, el callado, el que nunca venía con el grupo. Quizá no me recuerdes, esa es la prueba de que soy yo, mi resbaladizo recuerdo. Siempre que ya has vivido esa situación, el deja vu soy yo, trastocando el guión, cambiando tus pasos, haciéndote ver que tú decides, que tú eres el jefe, el conductor.

No has pensado en las posibilidades, te has olvidado de esta opción, de esta borrosa evidencia de que no eres el que crees ser. Ahora viene, ya estás localizado, te has descubierto los entresijos de tu mente, ahora espera, el fuego ya viene, está por la intercomarcal, en su bólido de humo y chispas, devorando el frío, apagando la lluvia. Tocará a la puerta incinerándola, carbonizando tu duda.

Iluminación, matriz ígnea que te noquea en dos asaltos, apuesta perdida de  antemano, caballo drogado, dado trucado, as marcado, billete falso, perdedor omnipotente, ese es tu bautismo de paraíso. Ahora ya sabes qué pasa. Ahora no te extrañes más de lo que has visto. No vives tu vida, vives las vidas, todo conjura para que puedas caminar sobre el agua, no te hundirás. Tus pies flotan. Eres el nuevo peatón del aire, ese odiado integrador, ese eres tú, un tipo normal, pero iluminado. Atlante de dimensiones comunes, que recicla a veces, que separa el vidrio y no vota. Sin muchos ingresos, atado a una vida común. No creas que pasa siempre, pero ya no hay oropeles ni honores, tu advenimiento es disimulado, no puedes ni creértelo.

Nadie te creerá, tu identidad está a salvo. Pero debes concentrarte, todo te parecerá desencajado, tú no serás menos.  Empieza a sonar There she goes, my beautiful World. Los vecinos tardarán unos minutos en llamar la atención. 

Tú disimula, no alardees y a partir de ahora resuelve conflictos. El monte es frío y necesitamos dejarnos de historias. Recoge ese premio y brinda por los valientes. Si no los ves, tú tranquilo, aparecerán. Es el tiempo de los ciudadanos normales, y nos van a oír. Gracias.

            * * *
Christian Sagan
Título: Re: IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 04, 2012, 16:54:48 pm
Cambiando el mañana


Como consultor contratado acaba de volver de un viaje de dos semanas, de un recóndito lugar que apenas aparece en los mapas. El país apenas está saliendo de un conflicto olvidado de las noticias internacionales, y trata de recuperar algo de su identidad amenazada tras décadas de déspota inocuidad por una amenazadora potencia, que siempre esconde sus intereses tras la bandera de la democracia y el interés general.

Él recibirá considerables emolumentos por dejar escrito en papeles virtuales que el futuro del país está en manos del turismo. La multinacional del ramo planifica construir dos grandes complejos hoteleros en las todavía afrodisíacas playas de lugar. Según parece, no habrá daño ecológico alguno y los lugareños encontrarán, cientos de ellos, trabajos remunerados con los que sacar adelante a sus familias.

Como él, otros blanquitos están visitando en los últimos meses el país. Hay un visible movimiento internacional, donde tras la independencia esos blanquitos eran uniformados asesorando al régimen para acabar con la revuelta del pueblo, que clamaba paz y progreso con machetes y unos cuantos rifles de caza, guerrilla aventurada que aún con sus desaventajada posición consiguió, tras cruentos años de pérdidas para unos y otros, el fin del conflicto.

Él vio el año pasado en las noticias un nuevo amanecer de ese pequeño país, y jamás imaginó que hoy volvería del mismo pronosticando riqueza para su soñado progreso, que tanto daño había hecho entre los propios del lugar que querían lo mismo, pero que lo visibilizaban desde distintos ámbitos dirigidos desde el exterior.

Él ha vuelto a su hogar, metrópoli moderna de un moderno país copiado casi a imagen y semejanza del modelo iconoclasta que dignifica el del primer mundo. Aún siente en sus pies la calidez de la arena de las playas y el sabor en su paladar de las comidas del lugar, que ayer dejó mientras daba los últimos retoques en la tableta conectada a satélite a los diagramas y cuadros que finalmente debía enviar a su empleador.

Con la imagen de los niños corriendo por la playa y los pelícanos lanzándose sobre el agua para atrapar los peces, que cocinados en esas cocinas de leña por las mujeres y madres saben a gloria, consigue quedarse dormido porque el jetlag lo ha vencido.

La larga noche, que se ha iniciado bastante antes de lo que era normal antes del viaje, lo meterá en un sueño en el que de su ciudad han desaparecido los suburbios, de los que hacinados supervivientes se dirigen al centro cada día para intentar llenar el hueco del hambre. En el que el metro, los puentes y los atiborrados autobuses dan paso a caminos poblados de árboles, en los que la gente camina alegre con sus fiambreras de comida hecha en casa. Un lugar en los que los grandes centros comerciales y expendedurías de comida de cadáveres dan lugar a espacios de encuentro y libertad, donde la comunicación no es virtual si no por contacto.

Al final del sueño se siente libre, corriendo alrededor de un lago donde iba muchos fines de semana con sus padres y hermanas, hasta que una central nuclear lo engulló entre su espacio protegido. En esa carrera alrededor del lago le acompañaban unos niños de color, que miraban hacia el cielo como unos gansos llegaban de tierras muy lejanas a repostar fuerzas durante lo que duraba la estación. En el mismo lugar los pelícanos retozaban llenando sus grandes picos y todos, los niños y sus hermanas, sus padres y él, el último, alcanzaban una orilla del lago para echarse agua cristalina sobre la cara, para desde esa posición dibujar esa estampa y poder defender al día siguiente, frente a decrépitos tonadilleros de la fantasía virtual, lo indefendible.

A media noche se despertará agitado, sudando entre sábanas de algodón; la pesadilla lo había hecho volver de nuevo a la realidad, el rojo de los números del despertador se reflejaba sobre su mesilla de noche, enfrente un punto rojo rompía la monotonía de la oscuridad y que venía de donde el año pasado había visto las noticias acerca del fin del conflicto del país que acababa de visitar. Rojo era también el color de la sangre de tanta gente que había dado su vida por ese pequeño país, antes y después de su independencia. Rojo era también el color que portaban ambos bandos en el conflicto que los separó aún siendo hermanos, rojo sobre el que escribían siglas diferentes que llamaban a defender al final el mismo ideal, pero movido por intereses ajenos, venidos de otras latitudes. En rojo quedó su bandera, adornada por el laurel de la paz, y la libertad.

Esa paz y libertad que ahora quieren suplantar de nuevo extraños, con ideas nuevas de progreso y futuro prometedor.

Él vio como quedó la transformación de su país copiando el modelo salido de prestigiosas tesis de universidades universales, casi aniquilando identidades y raíces propias, dejando sólo para ocasiones casi banales el recuerdo de aquello que era propio, sano y libre.

El punto rojo del gran televisor frente a su cama le había quedado pegado en su retina, el sudor en sus manos le había recordado el contacto con las aguas del lago que visitaba cuando era niño con su familia. El sonido de la noche ya no era el de camiones que pasaban por el gran puente de la autopista que no quedaba lejos del gran edificio donde vivía, era el sonido de la brisa del viento sobre la playa de aquel todavía idílico lugar que había visitado.

Sentado sobre la cama, en aquella oscuridad adornada de un rojo que iba poco a poco dando paso al del rojo amanecer, fueron un par de horas que lo llenaron como humano, como el que debiera de ser. Tampoco lo iba a echar todo por la ventana, que medio abierta estaba dejando ver levantarse sobre el horizonte un sol radiante de verano, y en el que sobre su silueta gansos y pelícanos buscaban su destino y con el de ellos él había adivinado y encontrado el suyo.

El suyo estaba en aquellas islas que formaban un pequeño país, nuevo, libre, modesto no sólo en tamaño si no también en su futuro, y en el que él quería defender algo tan defendible como indefendible, el destino de vivir en paz y en un ambiente natural. Nunca había pensado que la utopía empezaba en uno mismo.

Antusas
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Octubre 21, 2012, 20:02:33 pm
Resubimos algunos mensajes borrados durante las mejoras del Forum.

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Acaba de finalizar el proceso de publicación de relatos en la web. Para nosotros ha sido todo un orgullo comprobar como esta IV edición del concurso ha pulverizado todas nuestras expectativas. Con más de 600 relatos, procedentes de los 5 co
ntinentes, el concurso de relatos forummontefrio ha logrado afianzarse como uno de los más importantes del poniente y quizás del resto de la provincia.
 
En esta edición contamos Con obras procedentes de Barranquilla – Antioquia – Bogotá - Ibague (Colombia), Ciego de Ávila – Granma – La Habana (Cuba), Jalisco – Guanajato - Tijuana (México), Buenos Aires – Caba – La Plata – Córdoba – Santa Fe (Argentina), Marco in Lamis (Italia), Florida - Wilmington (EEUU), Montevideo (Uruguay), San Cristobal (Venezuela), Temuco - Santiago (Chile), Stuttgart – Berlín (Alemania), Mangua (Nicaragua), Cajamarca - Lima (Perú), Leeds (Reino Unido), Western Australia (Australia), San Salvador (El Salvador), Comayaguela (Honduras), Paris (Francia), Santo Domingo (República Dominicana), San Petersburgo (Rusia), Hong Kong (China), Grecia, etc…
 
De igual forma, una vez más, tenemos el placer de contar con relatos procedentes de los rincones más recónditos de nuestra península e islas.

La escasez de medios u apoyo con que contamos ha quedado ampliamente compensada por la ilusión, esfuerzo y tesón de todos mis compañeros.
 
Montefrío, su belleza, su arte, su cultura y patrimonio lucen más internacionales que nunca.
 
PD: Durante los próximos días comenzará el proceso de deliberación.
Título: Fallo IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Enero 09, 2013, 15:10:55 pm
(http://img831.imageshack.us/img831/8324/dibujoaul.jpg)

Fallo IV Concurso de Relatos Forummontefrio

(http://img210.imageshack.us/img210/8638/dsc0131red.jpg)


En Montefrío a 21 horas del día miércoles 9 de enero de 2013, el jurado del certamen compuesto por Dº Francisco Ortuño Morales, Dº Jose Antonio Oballe y Dº Alejandro Castañeda, tras un arduo proceso de deliberación, emiten el siguiente fallo:


CATEGORÍA GENERAL:

1º El Homenaje (Giuseppe Santarita)
2º De Héroes y de Santos (Charul)


CATEGORÍA INTERNACIONAL:

1º Ocaso de una tarde de verano (Revan)



Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Relatos FM en Enero 09, 2013, 15:22:57 pm
Desde Fórum Montefrío queremos felicitar a los premiados, enviando a su vez un sincero agradecimiento a los miembros del jurado cuya labor desinteresada no tiene precio. Con miles de relatos y cerca de 70.000 visitas a sus espaldas, Montefrío vuelve a erigirse como valuarte literario con obras procedentes de los 5 continentes. Gracias a todos!!
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Sísifo en Enero 09, 2013, 17:50:12 pm
Enhorabuena a los ganadores. Magníficos trabajos todos ellos (y tantos otros que se han quedado a las puertas). Bueno, queda este hilo para disfrutar de los buenos relatos.
Título: Montefrío reune obras procedentes de los 5 Continentes
Publicado por: Parlamento en Enero 11, 2013, 22:36:09 pm
Montefrío logra erigirse, un año más, como bastión de las letras con obras procedentes de los 5 continentes.

En la de edición impresa de Ideal correspondiente al día de hoy (11/01/2013) encontramos una reseña del IV Concurso de relatos Fórum Montefrío.

(http://img801.imageshack.us/img801/230/escanear0002bx.jpg)

Recalcar y agradecer una vez más el interés que los distintos medios de comunicación vienen mostrando por Montefrío y las distintas actividades de la asociación. Es para nosotros un doble orgullo. Por un lado, por la difusión lograda por/para nuestro querido pueblo. Por otro, por haberlo logrado sin desembolsar un solo céntimo. Montefrío tiene motivos de peso, en todos sus sentidos, para ser noticia por méritos propios. :drinks:
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Marzo 29, 2013, 19:20:55 pm
Para la Asociación Cultural Fórum Montefrío ha sido todo un honor estar en contacto con obras y autores procedentes de los 5 continentes. En ningún momento, podíamos imaginar que este humilde certamen, escaso de medios pero cargado de ilusión y trabajo, podría alcanzar tal nivel de proyección internacional. Para nosotros es todo un orgullo poder llevar bien alto el nombre de Montefrío a lo largo y ancho del planeta.


Desde Buenos Aires (Argentina) presentamos a Nicolás Donatucci, 1er Premio del IV Concurso de Relatos Fórum Montefrío (Categoría Internacional) con su obra "Ocaso de una noche de verano".

IDEAL GRANADA: El concurso de relatos Fórum Montefrío ha recibido un millar de obras de autores procedentes de los 5 continentes y se ha consolidado como uno de los certámenes con mayor proyección de Granada. El abogado de Jerez de la frontera José Antonio Respeto González se alzó con el premio nacional, con la obra “El homenaje”. Nicolás Donatucci, de buenos aires (Argentina) logró el primer premio en su categoría internacional por la obra “Ocaso de Una Tarde de Verano”

Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Abril 18, 2013, 12:06:52 pm
Desde un pequeño pueblo de Girona (Monells) presentamos a Ramón Cabrera Naveiras, 2º Premio del IV Concurso de Relatos Fórum Montefrío (Categoría Nacional) con su obra "De Héroes y de Santos".

De corazón os digo que el video no tiene desperdicio, no os lo perdáis!!  :friend:

PD: Felicitar a nuestro amigo Ramón tanto por su obra como por el magnífico trabajo realizado en este video.



Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Crispro en Diciembre 20, 2019, 03:22:21 am
(http://s3.argim.net/files/w/la_muerte_vmg_240x400.jpg)

Ruidos en la Noche


Hubo un ruido. O tal vez no. El caso es que me desperté en mitad de la noche con cierto sobresalto. Podía escuchar la profunda respiración de mi mujer, que dormía plácidamente a mi lado. Si ese ruido había existido de verdad, solo yo lo había escuchado. En alguna otra ocasión me había ocurrido lo mismo, pero lo había tomado como parte de un sueño, pese a que la sensación de lo soñado había sido tan real que no me dejó descansar durante el resto de la noche.
Me di la vuelta en la cama, esperando volver a encontrar la postura y abandonarme al sueño, pero un nuevo ruido me lo impidió. Esta vez sí estaba seguro de que era real. Mi estómago se encogió tanto que debía parecer una pelota de golf.
Permanecí quieto, pétreamente quieto, deseando que el ruido no se volviese a producir, intentando convencerme a mí mismo que había sido un ruido circunstancial, un ruido de esos que ocurren en las casas y que no sabes bien de donde vienen. Pero lo que oí a continuación me sacó ya de toda duda y me obligó a actuar: cajones abriéndose y el rebuscar dentro de ellos.
Estaba hecho un flan, muy nervioso y asustado. Me levanté. No sé porqué no desperté a mi mujer y la avisé de lo que estaba ocurriendo. Era como si en esos momentos solo existiesen dos cosas en el mundo: el ruido y yo. Ni siquiera me calcé. Iba por el pasillo descalzo, intentando no hacer ningún ruido, respirando lo justo para no morir asfixiado. A medida que avanzaba, podía escuchar con más nitidez que había alguien en el salón. Hasta ese momento, nunca había temido que pudiesen hacernos daño. Me quedé paralizado junto a la puerta. Tal vez si cogiesen un par de cosas del salón y se fuesen, no tendría que intervenir. Pero algo me decía que si no encontraban nada de valor en el salón entrarían en las habitaciones. Todo mi cuerpo pesaba enormemente, me costaba moverme y respirar era un esfuerzo titánico. Cómo deseaba que esto no estuviese ocurriendo.
Como el mayor acto de valor que recuerdo haber hecho en mi vida, asomé la cabeza por la puerta del salón. Allí estaba. Una figura alta, de oscuras ropas y cubierto con una capucha, rebuscando en el último cajón. Giró la cabeza de inmediato y lo que vi es fue algo que todavía me acelera el corazón cuando lo recuerdo. Es la razón por la cual nunca se lo he contado a nadie y la razón por la cual mentí a mi mujer cuando me preguntó porqué había gritado. La oscura figura me miró, con sus ojos redondos y grandes. Tenía el rostro descarnado. Me clavó una mirada que creo que solo volveré a ver cuando la muerte venga a por mí. Grité de terror mientras entraba en la cocina, habría un cajón y sacaba el cuchillo más grande que encontré. Y allí permanecí, esperando a que la oscura figura entrara por la puerta y se abalanzara sobre mí. No se cuanto tiempo estuve allí, así, hasta que la que entró fue mi mujer, que también lanzó un grito de terror al verme con el rostro completamente desencajado y el cuchillo en alto.
En casa no faltaba nada. Le dije a mi mujer que habría sido una pesadilla o un episodio de sonambulismo. Pero estoy seguro de lo que vi. Aquello ocurrió de verdad. No fue un sueño.

Celembor

Parece muy real el relato.
Me encantó, espero que sigas escribiendo.
Tengo un par de cuentos escritos, pero viendo los de este tema, no se si estoy a la altura.
Título: Re:IV Concurso de Relatos Forummontefrio
Publicado por: Parlamento en Diciembre 21, 2019, 08:44:56 am
Me alegra que te guste, se lo transmitiré a su autor. Esperamos lanzar pronto la nueva edición del certamen literario para contar con tus relatos!