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  • Entrega galardones literarios: Agosto 13, 2010

Autor Tema: II Concurso de relatos Fórum Montefrío  (Leído 112417 veces)

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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #30 en: Marzo 30, 2010, 09:49:46 am »

LA VISITA


Vivo solo, en una casita pequeña y nada acogedora. Mi madre diría, por ponerle un término, por calificarla de un modo brusco y riguroso, que es harto desangelada. Los techos son altos, las paredes húmedas, la cocina extensa. No hay una sola habitación donde parar a gusto.

Sin embargo, desde la estrechez de la solana, desde la balaustrada de madera (innoble, todo hay que decirlo) y mi inapropiado sillón de teca, tengo unas vistas magníficas de la iglesia y sus alrededores. En esos alrededores, debo decirlo, se incluye el pequeño camposanto donde descansan buena parte de los vecinos y un estrambótico pintor haitiano que aquí vino a morir hace unas décadas.

Como trabajo fuera, debo coger el coche todos los días. El pueblo es muy tranquilo, y, si no hay previsión de lluvias, dejo mi solana abierta a los campos. Me parece que, al volver, la sala se ha impregnado de ese aroma de hortensia antigua y reventona que rodea la fachada, se ha limpiado de humedades y malos espíritus.

Una noche, mientras oía las noticias sin interés, me pareció escuchar un murmullo tenue por las escaleras, un quejido apagado, casi imperceptible, un estremecedor llantito de dos segundos apenas. No voy a negar que se me erizaron los cabellos. Bajé el volumen de la radio, esperé un poco, y, al no escuchar más nada, me convencí de que estaba algo sugestionado. Posiblemente un mueble que cruje, un papel que se mueve en el cubo por su propio desequilibrio, una ramita traviesa en la ventana de la buhardilla.

La noche pasó como todas, fría, sin movimiento.

Marisa, la vecina, que solo viene a pasar los fines de semana, es cada vez más reacia a quedarse en invierno. Dice que se hace de noche muy temprano, que hay cortes de luz intermitentes, que llueve con descaro, que el saberse acompañada de tantos muertos la pone, al fin y al cabo, de los nervios. Yo, cordial, le sonrío, y le afirmo que son precisamente los difuntos los vecinos más recomendables, pues de nada se quejan si tienes una fiesta o una reunión familiar de esas que hacen historia. Yo, por supuesto, no las celebro, pero ¿quién quita que en un futuro no muy lejano cambie de hábitos?

Algunas noches, es cierto, nadan por entre las tumbas luciérnagas salvajes. Es hermosa su luz fosforescente. Yo las imagino repasando esos nombres iguales, de familias enteras, de Castañedas y Abascales, algunos ilustres, con escudo y blasón de lambrequines. Aquí se estila la lápida de piedra y epitafio lacónico, que de poco parlanchines en vida no se deben esperar soliloquios extensos.

Era 20 de febrero. Lo recuerdo bien porque teníamos en puertas un congreso que iba, por fin, a darnos cierto trabajo, y era muy de agradecer, pues mano sobre mano pasábamos los días desde el de Reyes, en que se fueron los últimos engañados por el encanto rural, tan desapacible en el fondo.

Llegué a casa sobre las cuatro. Había comido con mis compañeras, un emparedado sobrio y un café caliente. Ellas tenían otros planes, en los que no me vi incluido en ningún momento, así que, con mi discreción característica, conduje despacito hasta mi casa.

Abrí la puerta y ya lo percibí. En la sala de abajo solo había un gabanero antiguo y esquinero, comprado por una minucia en un anticuario que cerró posteriormente (de eso me preciaba, de ser experto en la quiebra de negocios ajenos), y un banco corrido de estilo castellano. En la pared colgaba una marina de escaso valor que heredé de una tía artista y solitaria.

Por la escalera era casi insoportable. No olía a hortensias como otras veces, ni a la humedad característica de los muros de piedra: era una mezcla de triste crisantemo y perfume infantil, de sudor de ejercicio y de juegos eternos.

Estaba sentada en el sillón, junto a la chimenea. Tenía frío. Como no me asusté, ella me ofreció la más desconsolada de sus sonrisas.

—Tengo hambre, dijo con voz metálica.

Yo pensé que los fantasmas no comían, no tenían necesidades humanas, salvo las de pasear de vez en cuando por recordarnos a los más vivos su existencia.

—¿Quieres un vaso de leche?, le pregunté, pues lo veía adecuado para una niña de su edad. Era castaña, de ojos claros y angelicales, y le calculé unos siete años. Su rostro ceniciento y su camisón etéreo no me planteaban dudas sobre su procedencia.

En un rincón del cementerio había una tumba pequeña, siempre llena de flores. En ella descansaba, o al menos eso creíamos, una niña llamada Áurea, que murió de unas extrañas fiebres del Trópico a principios de siglo. Habían elegido el mejor cobijo para la niña, pues a su lado crecía un precioso ombú, tan extraño por aquellas tierras, que la protegía de las inclemencias del tiempo.

La niña me miraba. Se levantó con un gracioso salto y se dirigió a mí. No podría describir su tacto. Parecía desvanecerse, como el algodón de azúcar, como la espuma de la bañera de cuando éramos niños.

Creo que iba descalza. Sus pisadas no se oían. Parecía volar, caminar en una plataforma sin ruedas ni sonido. Me indicó con un gesto que la siguiera, y me condujo de la mano a la escalera. Allí, en el descansillo, se abría una original hornacina de poca profundidad en la que se refugiaba, imperceptible, la escueta figura de una virgen con el niño. Era una imagen sedente de un gótico primitivo y sombrío, muy pequeña y desgastada, pero aún se conservaban el gesto adusto de la madre severa y la mirada fría del niño en su regazo. Cuando compré la casa intenté quitarla de allí, por una especie de mal presentimiento, por un rechazo natural a los fetiches; pero aquella estatuilla se resistió con una furia impropia de su santidad. Así que allí se quedo, amalgamada con la piedra, aferrada como las apariciones antiguas o los refugiados de una guerra que buscan a toda costa huir de una quema segura.

La niña señaló la cavidad con su dedito mugriento. Parece que eso es lo que iba buscando. Yo quería explicarle que aquella figurilla había quedado para siempre unida a la pared, pero temía alguna extraña reacción, algo así como que se le iluminaran unos ojos demoniacos, se le despertaran los instintos de zombi verdadero y la emprendiera conmigo sin motivo aparente; que, si los niños no se atienden a razones, uno de aquellas características no debía ser una excepción. Sin embargo, no pronuncié palabra y me acerqué, para que ella pudiera comprobar la dificultad de concederle su deseo.

La niña no llegaba a la oquedad. Por eso se empinaba y se apoyaba en el pasamano de la escalera con perseverancia y obcecación. Parecía obedecer a una especie de hechizo, pues no había desánimo en sus esfuerzos. La barandilla emitió un murmullo tenue, un quejido apagado, casi imperceptible, un estremecedor llantito de dos segundos apenas; pero esta vez si consiguió asirse a la estatuilla, que, sin dificultad, como en los cuentos del rey Arturo, se desprendió del muro sin problemas. La niña, con sonrisa triunfante, se olvidó por completo del hambre que traía. Eso sí, educadamente, me dio las gracias por todo y se esfumó.

Atolondrado, me dio tiempo a asomarme a la solana. Desde allí se veía el rincón del cementerio, con su pulcra tumba de flores y su ombú. Bajo el árbol la esperaba un estrambótico negro que recibió solemne el idolito, le pasó la mano por la cabeza y me dedicó una blanca sonrisa agradecida y maliciosa.


Cándida Eréndida
« Última modificación: Marzo 30, 2010, 12:43:20 pm por Parlamento »
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #31 en: Marzo 30, 2010, 12:41:04 pm »

¿Por qué?


1.   
¿Por qué? Esa pregunta me ha perseguido durante toda la vida. Por qué hice esto, porqué no hice aquello. Sí, lo sé. Es inútil pensar así. No se arregla nada. Lo único que consigues es hundirte, pensando en lo que pudo ser y nunca fue. Pero no puedo evitarlo. ¿Por qué?
Antaño fueron días maravillosos, llenos de felicidad. Pero éramos jóvenes, quizá demasiado. Sólo teníamos catorce años pero el amor que yo sentía por ella, incondicional, no ha desaparecido en todo este tiempo. Y ahora ese recuerdo me llena de pesar y amargura pensando que ya no encontraría el amor en mi vida nunca más.
¿Por qué nos separamos? No lo sé. Solo sé quien tuvo la culpa. Yo. Y eso me mortifica más todavía. En aquellos tiempos conocí el amor. Lo conocí con ella. Ella me hacía sentir el mejor, me quería con total devoción y yo la correspondí con un adiós.
¿Por qué soy así? Tampoco lo sé. Preguntas sin respuesta que salen de lo más hondo de mi mente. Donde los recuerdos se hacen realidad. Solo por un momento.
Ha pasado mucho tiempo y mi vida ha seguido a trompicones yendo con unos y con otros, nunca con nadie fijo. Por supuesto conocí a más chicas, incluso tuve un par de novias más o menos serias. Pero una relación sin amor no acaba fraguando nunca a mi modo de ver las cosas. Las acabé dejando. Su recuerdo siempre acaba siendo más fuerte que todo lo que me rodea y acaba por vencer.  Ya lo tengo asumido. Si no es ella no va a ser ninguna. Lo tengo más que asumido.
La vida sigue y uno se acostumbra a sobrellevar el pesar. Ya hay días que no pienso en ella. Hago mi vida cotidiana tratando de no pensar, de no recordar, concentrándome en las tareas mundanas de todos los días. Sin pensar en ella. Mentira. Ya lo sé. Las lágrimas vuelven a mis ojos. Su recuerdo nunca se borrará. Ojala volviese a verla. ¿Por qué no la busco?

   Y cierro mi diario con un sentimiento totalmente renovador. La buscaré.

  
2.
Cuando salgo a la calle todo me parece diferente, como si hoy me hubiese levantado en otra ciudad igual a la mía pero maravillosa, luminosa, colorida y la gente simpatiquísima. Disfruto del momento. Me encamino como todos los días a la panadería, luego tomo el camino que me lleva de vuelta a casa. Subo al ascensor. Entro en casa.
¿Por qué buscarla? Ese pensamiento me atormenta. No puedo más que pensar que han pasado muchos años, que ella tendrá su vida, que se habrá casado e incluso tendrá hijos. Pero no puedo hacer otra cosa ¿Y si no?
Y salgo otra vez de casa. Me dirijo al coche, me monto y lo arranco, espero unos momentos a que el motor coja temperatura. Mis pensamientos vuelven a ella. La vuelvo a ver en mis recuerdos. Con su larga melena castaña, sus ojos azules como el mar en un día de sol y sus labios, rosados y carnosos, que me hacían sentir en otro sitio que no corresponde a esta vida. La recuerdo mirándome, deshaciéndome. Recuerdos. El coche está más que caliente. He debido estar más tiempo del que creía.
Acelero y salgo de la plaza. Al pasar con el coche por mi ciudad me parece que va todo en cámara lenta. Los edificios a mi alrededor. Los miro sin importancia. La gente en la calle, todos pasan muy cerca los unos de los otros sin inmutarse, sin ni siquiera levantar la vista. La vida en las ciudades, todo el mundo tiene prisa y yo los miro a todos, sus caras, contándome si han llevado una buena vida o no han pasado más que penurias.
Paro en un semáforo. Me quedo mirando a una pareja de adolescentes de más o menos catorce años. Son felices y lo demuestran, se hacen carantoñas y se besan mientras se alejan, carentes de la noción del tiempo. Ellos tienen todo el del mundo.
Se pone verde y mientras acelero suavemente me fijo en una chica que podría ser ella. La imagino en las demás. Pero cuando se dan la vuelta el dolor vuelve.
Pero esa chica… Es ella ¿no? Me quedo mirándola demasiado rato para los demás coches, que me pitan acaloradamente. Me enfado por no poder quedarme más tiempo y asegurarme bien. Salgo bruscamente sin fijarme en el coche que viene por mi izquierda a gran velocidad.



3.   
Estoy tirado en el suelo. Puedo mover la cabeza unos milímetros a la derecha, lo justo para ver el otro coche. Lo veo todo como con niebla pero alcanzo a ver el morro del otro coche hundido por el impacto, todos los líquidos de los coches brotan a mí alrededor. Las luces de los sanitarios aparecen ya y aparcan cerca. Veo dos ambulancias, una por coche.
Me montan en la camilla tras inmovilizarme totalmente por las fracturas, a mi derecha alcanzo a ver a la otra víctima. Es una mujer, joven, creo, pues está llena de sangre. Su pelo castaño está ahora teñido de rojo en la zona de la frente, sus labios, carnosos, se mueven lentamente abriéndose y cerrándose como si gimiera de dolor y justo antes de que la metan en la ambulancia, como si quisiera tomar conciencia de lo que ha pasado, y haciendo un gran esfuerzo la chica abre débilmente los ojos y mira todo alrededor como buscando algo hasta que se topa con mis ojos y se queda paralizada, observándome.
Y de repente me doy cuenta y la miro con más intensidad. Esos ojos. Esos ojos azules.
Esos labios, ese pelo. Esa mirada. Es ella.
Mi corazón late con mucha fuerza y no puedo moverme. El dolor es insufrible pero tengo que llamarla. Es ella.
-Se nos va- Oigo decir a un sanitario
-Desfibrilador- Piden por otro lado
¿Qué es lo que pasa? No puede ser, no puede irse. Pero no es para ella sino para mí.
Siento que me voy, mi corazón late arrítmicamente y podría pararse en cualquier momento.
Siento una descarga que tensa todos los músculos de mi cuerpo. Y todo se va volviendo cada vez más negro. Mi corazón ya no late, mis músculos están relajados, ahora descansaré, ahora dejaré de recordar, ya no dolerá más.
Pero otra descarga vuelve a tensar todo mi cuerpo.
He vuelto. Oigo sirenas y la ambulancia a todo trapo por la ciudad camino del hospital.
He vuelto. Ahora vuelve el dolor. Pero no importa. La he encontrado. Todo se vuelve negro.


4.   
Cuando vuelvo a despertar me encuentro en una sala blanca y verde, rodeada de cortinas la cama y enchufado a un montón de aparatos. ¿Por qué estoy aquí? No lo sé. Intento moverme pero no puedo. Justo alcanzo a mover el único ojo que no tengo vendado. Intento mirarme pero no veo más que vendas y escayolas por todo mi cuerpo. ¿Qué me ha pasado?
No me acuerdo de nada.
Unos familiares vienen a visitarme todos los días y me van explicando lo qué pasó. Un accidente de coche me dicen. Un cúmulo de circunstancias, comentan, yo me salté un semáforo justo cuando se puso en rojo y la chica, por su cuenta, quiso apurar más de la cuenta el suyo. ¿Una chica?. Me responden que tuvimos un golpe muy fuerte. Yo estuve a punto de morir el mismo día del accidente pero salí. La chica está en la UCI en constante vigilancia, muy grave.
Según dicen los médicos la chica tiene tantos traumas que debería estar muerta, pero sobrevive, dicen que no saben de donde saca la fuerza para seguir viviendo. Los sedantes no le hacen efecto, tal es la cantidad de dolor que sufre. Pero sigue aguantando, incluso mejorando día tras día.
Que chica tan fuerte. Cuando mejore iré a verla.
Y pasan los días y voy mejorando. Ya no tengo vendas y puedo andar por el hospital en silla de ruedas. Y cuando lo hago veo a la gente en cámara lenta. Aquí no hay alegría. Y tampoco recuerdos. Y siento que me falta algo. Algo importante, y no sé lo qué es.
Es por la tarde y quiero ir a ver a esa chica. La sacaron de la UCI hace tiempo. El médico me dice que estará en planta en alguna habitación. Llego y la chica está tendida en la cama pero despierta. Ya desde la puerta siento una extraña familiaridad con ella.
¿ELLA? Llamarla así ha despertado algo en mi interior. Algo perdido.
Me acerco y la llamo, ella se incorpora y me mira. Me quedo mirándola yo también.
No decimos una palabra. No hace falta. Los recuerdos vienen a mí en tropel, todos, es ella. La encontré. Y ahora sí, nos dirigimos el uno al otro con dos preguntas, esta vez con respuesta:
-¿Por qué no volvemos a estar juntos y esta vez para siempre?
-¿Por qué no?


M. B.  Jones
« Última modificación: Marzo 30, 2010, 19:26:53 pm por Parlamento »
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #32 en: Marzo 30, 2010, 19:25:32 pm »


La cuadratura del círculo


Por primera vez, una de aquellas  mujeres que viven dentro de los círculos se fijó en mí. Créeme, no es fácil que una de esas mujeres se fije en ti, sobre todo si tú vives dentro de un cuadrado. Quienes viven dentro de un círculo suelen ignorar a quienes habitamos en un cuadrado. Las cosas han sido así desde hace muchísimos años, tantos años que incluso hemos olvidado los motivos por los que nos ignoran. Parece absurdo, porque en realidad tan sólo nos separan detalles geométricos, pero así son las cosas: hay todo un mundo de distancia entre habitar en un cuadrado y hacerlo en un círculo.
Los círculos son otra cosa, tan redondos, tan livianos, sin aristas ni esquinas que tuercen abruptamente para volver a juntarse con otro lado igual de vulgar que el anterior. Los círculos, sin embargo, tienen la elegancia de lo esférico, la magia de lo circular, el glamour de lo infinito, y por eso, quienes viven dentro de ellos, tienen todo el derecho del mundo a sentirse únicos, diferentes a los demás.
Y por eso también me sorprendió que aquella hermosa dama del círculo se fijase en mí, precisamente en mí, un tipo que vive en un vulgar cuadrado y que sólo podría ofrecerle monótonos ángulos de noventa grados. Ella iba dentro de su círculo, como levitando, como si fuese la diosa de algún Olimpo matemático. Yo, en cambio,  vagaba errante dentro de mis mediocres cuatro lados ¿Qué pudo ver en mí? No lo sé, sólo sé que me miró, desde arriba, claro, porque los círculos siempre sobrevuelan por encima de nosotros, como en un espacio exclusivo para ellos, para que no haya ninguna duda de quién está arriba y quien abajo.
Tal vez sean ilusiones mías, pero juraría haber visto en su fugaz mirada una armoniosa mezcla de simpatía y compasión. Juraría que con su mirada vino a decirme “Hola y adiós, amor mío, tal vez en otra vida hubiésemos sido felices juntos, estoy segura, quizá en otra vida lo seamos, cariño mío, pero ahora es imposible, lo sabes, tú viajas en un vulgar cuadrado, mi vida, viajas como un alma en pena, y mírame a mí, en mi círculo, tan brillante, tan divina... Otra vez será, vida mía, adiós, mi amor...”. Y luego se fue alejando hacia arriba dentro de su círculo, que cada vez se iba haciendo más y más pequeño hasta desaparecer finalmente tras una nube de colores.
Y allí me quedé, sólo, abatido, encerrado entre las cuatro vulgares paredes de mi cuadrado y con esa frustrante sensación de haber dejado pasar de largo al amor de mi vida.


José Manuel Dorrego Sáenz
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #33 en: Abril 01, 2010, 09:47:57 am »

SOLO POR HOY

¡¡Lomitos, Churrascos, Ases, Completos, Café, Té, Bebidas!!
Mi oferta es tan diversa como la fauna humana que cada fin de semana recorre mi esquina en la calle Bío-Bío con San Isidro: Viejos perdidos, predicadores evangélicos, Punks, Nazis made in Chile, adolescentes animé, chicas de paso, etc.
Todos envueltos con el halo sepia de la pobreza.
Todos se miran, me miran, miran los precios y preguntan.
Todo este lugar se convierte en una cápsula, donde cada uno puede jugar a ser algo que no es, pero solo en los sábados y domingos de acá. No sirve el truco en otro lugar de la ciudad.
Yo los miro sonriente y sigo ofreciendo: ¡¡Lomitos, Churrascos, Ases, Completos, Café, Té, Bebidas!! Aunque para mí, este conjuro es solo por el fin de semana.

Sputnik
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #34 en: Abril 01, 2010, 09:54:16 am »

GALICIA, TERRA PARA NAMORAR

Nunca podré entender que los gallegos tienen meigas y que saltando unos fuegos se le van a uno los malos espíritus y que en esta tierra hay brujas, y para que se vayan se grita: ¡Meigas fóra! Esto, por lo visto, forma parte de las tradiciones gallegas que seguí muy de cerca el verano pasado cuando mis padres me enviaron para aprender español, recién cumplidos los dieciocho. En realidad, creo que aprendí poco español, pero sí muchas expresiones gallegas y mucha, mucha cultura gallega.
En los Cursos de Español para Extranjeros, en dónde me había inscrito desde mi país (Bélgica) conocí un grupo de jóvenes fantásticos que me ayudaron a divertirme durante el verano y no estar sola un momento. Me llevaron de excursión por toda Galicia (en verano, siempre están de fiesta). Es fantástico.
Aquí se dice: ¡Ay, qué gaita!, supongo que en honor a la gaita gallega que aquí se toca tanto.
También se hacen recorridos muy simpáticos en barcas como en Betanzos, la  r o u t e de los Caneiros, que a mí me recuerda a muchos perros de caza, pues “can” es “perro” en gallego. No dejo de aprender. Van muy alegres y bien acompañados de botellas de vino y se tiran por el río. Aquí no hay toros, pero sí caballos y les quitan las crines llevándose un premio a cambio: el caballo conseguido. ¡qué original!
Comen sardiñadas, polvo a feira, empanada, pimientos de Padrón (dónde nació una tal Rosalía) y que pican un montón, percebes y muchos mariscos (es tierra de marineros). No sé traducir todo esto pero está buenísimo. La verdad es que los gallegos se cuidan muy bien.
Así, poco a poco, Xoan –mi formador de español, que dirigía todos los programas y excursiones de turismo, y estuvo siempre pendiente de mí-, fue entrando en mi “petit coeur” y, aunque en principio íbamos unos cuantos, luego él, no sé por qué, comenzó a llevarme sola. Claro, debió pensar que con tanta gente no podría aprender igual. Con certeza.
Me llevó a San Andrés de Teixido, dónde van todos los muertos que no pudieron ir de vivos o algo así. Aquí hay unas leyendas estupendas: unas señoras venden unas plantas para enamorar y hay que ponerlas en una prenda del amante para que se cumpla el hechizo; también se debe beber de las tres fuentes pidiendo un deseo en cada una de ellas y ofreciendo todo ello al santo.
No sólo conseguí quedarme hechizada en este precioso santuario, sino que mi principal deseo se cumplió al instante. Mi nombre es Smita pero Xoan me bautizó cariñosamente con el nombre de “Meiga” por mi obsesión con la noche del San Juan que no acababa de comprender, que él me aclaró con tanto cariño con esas tiernas palabras que usan los gallegos, y me conquistó para siempre en esta tierra única de Galicia dónde hay meigas, y todas, menos yo, se van.

Doña Tecla
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #35 en: Abril 01, 2010, 10:36:42 am »

TODOS SOÑAMOS

A menudo Luís soñaba con su pasado, lo cual le perturbaba. Soñaba con personas, lugares y hechos de su infancia y adolescencia. Sus sueños, que no siempre resultaban desagradables ni angustiosos (aunque de estos también los había) le llegaban tan claramente, con tanta nitidez y detalle que le asustaba. Soñaba con los amigos del barrio, con las fiestas de fin de año y aquellos asados junto al arroyo, organizados por la directiva del club de fútbol de su pueblo, el Atlético Salsipuedes. Soñaba con su escuelita, donde cursó estudios primarios. Con sus maestras favoritas y de las otras. A veces soñaba con agrias riñas entre sus padres. Con su perro “Tizón”, que murió atropellado por una camioneta cuando escapó a la carretera. O con su tía divorciada, Hortensia, la pechugona dueña de una muy particular belleza física, aunque últimamente bastante venida a menos. Esos eran más bien sus pensamientos excitantes y calenturientos, los que dejaban huella…

Pero también soñaba con su vecinita de la vereda de enfrente, aquella hermosa adolescente, rubia de mirada angelical, que en sus sueños hablaba en susurros y le correspondía plenamente con su afecto. La que vivía en la casa número 323. Esa mansión estilo colonial, pintada de verde, con techo de tejas a dos aguas, ventanas con rejas negras de hierro forjado y puerta de madera noble con dos hojas y un llamador de bronce en forma de cabeza de león. Una puerta que para él siempre permaneció cerrada a cal y canto, pese a su constante interés por penetrarla. Incluso soñaba con aquel llamador brilloso, al cual nunca se animó a golpear. Ni mucho menos pasar del zaguán y entrar en el patio central, adonde estaba instalada una fuente pequeña, con dos sirenitas de mármol sujetando una bella vasija. Ese era el recinto sacrosanto de una familia pudiente y altiva, los Torrandell y Reus. Jardín al cual sólo había llegado su progenitor, en una única ocasión, por ser el mejor electricista del barrio y simplemente para arreglar una luz que había hecho cortocircuito una noche fría y lluviosa de otoño.

El padre de la chica era catalán, un maestro panadero que había hecho su fortuna en base a hornear las mejores ensaimadas y los más sabrosos croissants del pueblo. Católico de misa diaria y confesión los domingos, viudo y celoso de todas las compañías masculinas que rondaban a su hija, la única hembra que le quedaba en la familia. La consentida de papi. La hija adorada, a quien seguramente reservaba virginal para un galán de alcurnia. Algún poderoso hacendado de la vecindad que la haría aún más rica. Para mejorar la estirpe familiar y aumentar sus reservas pecuniarias y patrimoniales.

A pesar de su inferior nivel social, Luis procuró amigarse con los dos hermanos de la bella quinceañera, como un recurso extremo y desesperado. Una forma indirecta y sutil de acercarse a ella. Pero estos también resultaron ser increíblemente celosos de todo aquel que osara hablar con la “princesa de la casa”. Y para colmo de sus males, cual guardia pretoriana incorruptible, le marcaban el paso tres mujeres del servicio doméstico, que respondían sólo a las órdenes del pater familias, y por lo tanto, vigilaban a la niña como si estuviera permanentemente a punto de ser secuestrada.

Ante semejante panorama, tan desalentador y castrador para un joven enamorado, Luís no tuvo más opción que observar desde lejos y en silencio reverente al objeto secreto de su deseo. Desconsolado, dejó transcurrir los días de su adolescencia, languideciendo y consumiéndose por un amor tan puro e inalcanzable. Un par de veces se cruzó con ella en la calle y pese a ir la muchacha con su escolta particular, él igualmente le miró fijo con gesto implorante y ojos desesperados. Pero ella ni se inmutó o quizá no apercibió su profundo amor inquebrantable. “¡Qué crueldad, tanta indiferencia!” pensó Luís, con su corazón partido por el dolor, pero igualmente intentó justificarla: “Tal vez me ignora porque no frecuentamos los mismos círculos de amistades…”

Debido a su proverbial timidez, aunque desalentado por tantos escudos protectores que le impedían acercarse a su bella vecina, Luís jamás hizo saber su desdicha amorosa a nadie de su familia. Ni cayó por culpa de ella en la solitaria trama del onanismo. Nunca supo si la niña algún día le hubiese correspondido. A solas sufrió inmerso en prolongados silencios, elaborando meras conjeturas y soñando desvaríos de joven apasionado. Ni siquiera pudo enterarse si la muchacha sabía quién era él. Seguramente, ante aquellos ojos grises de niña mimada, Luís era tan sólo un vecino que jugaba al fútbol en la calle con los demás chicos del barrio. “Un Don Nadie”, pensaba él con un desconsuelo desgarrador.

Así transcurrieron esos años de frustración angustiosa y sueños febriles, sacudidos a veces por despertares traumáticos, deprimentes y dolorosos, que le golpeaban con la dura realidad de la indiferencia. Este fue su secreto mejor guardado y ni siquiera sus hermanos llegaron a sospechar lo que estaba ocurriendo dentro del corazón y la mente de Luís. Sin embargo, a pesar de todo el sufrimiento oculto, esa fue la etapa más feliz de su vida…

Sufría por un amor platónico, increíblemente intenso y dulce, que le mantenía despierto durante las noches de invierno y en las calurosas tardes de siesta estival, provocando un cosquilleo sensual y agradable en sus partes más íntimas, que perduró durante toda su adolescencia. Luego, ante la severa crisis económica que azotaba el país por esos años, su padre decidió llevarse la familia a vivir a la capital y nunca más volvió a ver a la niña de sus desvelos. Sin embargo, a pesar del éxodo forzoso y la distancia que les separaba, Luís continuó soñando con ella hasta el día que se casó con Mirtha.

Décadas más tarde, a punto de cumplir 50 años, con esposa y tres hijos adolescentes y luego de  una noche  de fiesta, repentinamente soñó de nuevo con la chica del portal número 323. Sucedió de improviso. A la vuelta de una reunión familiar donde celebraban el cumpleaños de 15 de su sobrina favorita. Quizá fue la presencia de jóvenes bellas y tantos muchachos fogosos, todos enamorados del amor primero, lo que estimuló sus pensamientos oníricos de antaño. Lo cierto es que al dormirse esa noche, retornaron aquellos sueños tiernos, puros y sensuales de su juventud. Pero súbitamente, casi sin que él se diera cuenta, surgieron por primera vez sentimientos mucho más carnales y eróticos hacia aquella hermosa muchacha inmaculada que había habitado la mansión verde.

En el sueño, ambos intercambiaron leves caricias, roces y toqueteos, motivados por la alegría del sorpresivo reencuentro. Luego se fueron llevando lenta pero inexorablemente, de forma ansiosa, imparable e incontrolada, hacia el delirio y la consumación final de sus antiguas fantasías y más profundos deseos, todos ellos largamente reprimidos. Luís, tumbado boca arriba en su cama de matrimonio, no cabía de gozo y satisfacción, hasta que despertó sacudido por severas palpitaciones, temblando sudoroso, sobresaltado por lo real que había resultado este último sueño.
Y esa noche hizo por fin feliz a su mujer.

                                                                                   
Malevo
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #36 en: Abril 01, 2010, 10:44:12 am »

EL ENIGMA

La máquina avanzaba sin parar a través de lo angostos bosques plagados de miles de millares de robustos pinos aromáticos.El cielo se mantenía todo lo gris que podía esperarse en aquellos días de febrero por aquella latidtud del planeta...afuera,de vez en cuando se dislumbraba un pequeño vestigio de humanidad en forma de pequeño pueblecito de plomizos tejados y retorcidos caminos de polvo color cobre.Nada podía detener a la potente máquina de vapor,nada que yo conociese,creía que era el mejor invento que la humanidad había podido forjar en hierro."Bendito Watt" pensé para mis adentros.Imagine la sala de la máquina,con su caldera de carbon bien alimentada y chisporroteante para poder accionar las poleas que me movían más rápido que cualquier otro ser que existiese en la tierra.Me sentía absolutamente feliz.Me fundía mentalmente con el corazon de carbón del gigante que me portaba en sus entrañas y a cada silbido,a cada traquetreo mi sangre se agitaba nerviosa y emocionada en mi solitario corazon de veintitantos años.Me dirigía por aquel entonces a visitar a un pariente medio moribundo,del cual poco sabía excepto que había rogado a mi familia que interrumpiese mis estudios unos días.Con estos pensamientos y con el dulce contoneo del vagón me deje llevar por un sueño dulce y melancólico...hasta que de un portazo se sumo a mi soledad la figura de una dama.
Debía ser algo mas joven que yo e iba elegantemente vestida,tenía los ojos vivarachos y de un color azulverdoso que nada tenía que envidiar a los majestuosos colores de los pavos reales en primavera.Sus cabellos color madera estaban delicadamente recogidos en un moño de estilo clasico,sus manos del color de la sal,lucían unos dedos largos y delgados y como único adorno un pequeño anillo de refulgor dorado y cristal esmeralda.Se vestía con un elegante traje encorsetado y una capa en color amabarino que contrastaba enormemente con el delpliegue de colores de su mirada.Me saludó entre dientes y se sentó con un ademán nervioso.Me miró y apartó la vista rápidamente.Se le notaba un semblante ajeno,como muy disperso,perdido en lugares que quizás yo no conocía o conocía perfectamente.Ella era tan enigmática que me atrajo al punto de no poder articular ni una palabra.Me sentía los labios sellados.En esos pensamientos estaba cuando ella me preguntó si fumaba.Le contesté que si,un sí nervioso y nada conviencente a mis propios oídos.A ella pareció bastarle mi escueto "sí" y entonces se sacó del bolsillo una pitillera de cantos de plata y se encendió un pausado cigarrillo.Me quede absorto contemplando como inhalaba el humo,como lo expulsaba de  aquellos labios de rubí...En ese momento ella se dió cuenta de mi estado de espera,de espera a que terminase de fumar su cálido cigarro y se dignase a dirigirme alguna mirada o quizás incluso una palabra.Me ofreció un pitillo y lo acepté. Cuando lo estaba encendiendo su semblante se mutó y me dejó adivinar una súplica en forma de mirada azul.En ese mismo instante la vibrante máquina de vapor se había detenido y ella me miró suplicante y farfulló "no quiero que me lleven".La verdad me quedé un tanto sorprendido. Una dama  en apuros...me decidí preguntarle que le ocurría pero ella simplemente parecía mirar con inusitado horror al exterior,contando los microsegundos que faltaban para arrancar.
Cuando,por fin,arrancamos su  rostro se dulcificó y allí aproveche yo para preguntarle que le preocupaba.Ella solo me dijo"me siguen y no entiendo porque,solo se que no me dejaré atrapar"
Aquello me dejó altamente desconcertado,¿como una joven tan delicada,de modales tan exquisitos y tan ricamente vestida podía estar fugitiva? No entendía nada de aquello,mi rostro se volvio del color de la cera y ella me susurro que llevaba unos años escapando y que siempre le había salido bien,que no me preocupase demasiado,que ella estaba acostumbrada a ese tipo de vida de fugitiva.Me quede helado y fascinado,admiré sus dientes de coral y sus labios de mermelada fresca,era tan hermosa que mi corazón se agitó inquieto en la cavidad torácica.Su voz era talmente de sedoso plumon y sus ademanes tan livianos,tan equlibrados...era una  criatura excepcional y irremediablemente me había tocado el dardo del amor.
Ella se sonrió,parecía adivinar mis pensamientos y en un momento dado,me armé de valor y le pregunté a donde se dirigía.Ella contestó "a donde me lleve el viento" con lo cual yo recibí un pequeño jarro de agua fría en mi caluroso y agitado músculo motor.De repente se paró la máquina y ella nuevamente se intranquilizó.Me acerqué y le tomé la mano a la cual se agarró firmemente.Era una suave mano de delicada seda y con un tacto frío como el hielo,en el momento que me sentí cómodo y relajado me llevé la mano a los labios para besarla y ella se levantó y sin mirar atrás con un gesto de pavor se esfumó del vagón.
Me fui detrás sin vacilar,algo había sucedido,algo que yo no había percibido.La busqué por todos los departamentos de todos los vagones y no la encontré.Pregunté a todo el tren si la habían visto y nadie había visto una joven de semejantes características.Mi única esperanza era que surgiese otra vez de la nada como cuando entró en mi vagón.Me volví a mi asiento y aspiré el humo aún suspendido en el aire de su cigarro.No conseguía estar tranquilo asi que decidí salir al último vagón y respirar el aire de hielo de las montañas.Atrevesé el tren entero fijándome en todos los rostros allá congregados y ni rastro de ella.Ni su nombre sabía..Cuando llegué al final del último vagón y abrí la puertecilla el aire me dió de pleno en el rostro,me despejó de golpe y al dejar caer la mirada vi en el pequeño balconcito un pedazo de tela de una capa de amabarino color que me resultó tremendamente familiar,era un pedazo de capa de mi dama!!!Existir había existido,puesto que tenía un pedazo de su ropaje pero...allí..no estaba ella...luego donde estaba?
Me quede pensativo,mi mente echaba a andar por recuerdos de su mirada,en sus moviemientos había algo misterioso,casi irreal y en su voz de plumas un atisbo de mecánica frialdad,que me resultaba muy atractiva.Decidí olvidar el tema y volver a mi vagón de tren,para acomodarme y escapar de aquel súbito aire norteño que cortaba mis pulmones e impedía su habitual funcionalidad.Debía de haber soñado o quizás esa dama se bajó en algun punto de nuestro recorrido.En mis veintilargos años jamás había visto una criatura tan especial e inquietante,me fuín caminado con pasos lentos hacia el vagón y cuando abrí la puerta alla estaba ella,temblorosa como una hoja y con los ojos inyectados en una mezcla de furia y desazón.Mi primer impulso fue abrazarla,pero las normas me lo impidieron así que me arrodillé junto a ella y le susurré “que le ocurre” se volvió agitada y me alargó un papel arrugado en el cual aparecía un mapa y un punto señalado en rojo.”Tienes que llegar aquí” ella asintió con ojos humedecidos y me cogió con brusquedad el arrugado documento.De repente se soltó a hablar y atropelladamente me contó una historia grotesca,una historia increible en la cual nada parecía ser exacto y todo parecía ser verdad.Había escapado de su marido,un rico comerciante de Frankfurt que era relamente un sucio asesino,ella odiaba sus tretas y sus negocios en la oscuridad y había decidido emprender sola un camino a otro lugar,quizás encontrar un hombre humilde de corazón noble que tuviese menos recursos pero más alma.Pero intuía que la perseguían,que sus pasos a su esposo no le eran ajenos.Su voz ya no era de seda era una voz de puro terror de saber que si la descubrían jamas saldría viva a la vuelta a su casa.
Yo me apiadé de ella y me apiade más de mi mismo.La amaba y era aún mas imposible que la imposibilidad misma,aparte de casada,su marido podía localizarla en cualquier momento y llevarla de vuelta a su casa para quizás impedir que sus piececillos no volasen ni a la esquina de su hogar.Tomé la decisión de llevarla conmigo,solo pensaba en cuidarla,en tenerla a mi lado,en que se calmase y disfrutase de la paz.Intuía el tipo de mafioso que era su esposo,metido en negocios de contrabando de licores y tabaco,y encubierto por una gruesa capa de dinero “supuestamente” conseguido con la industria del metal.De metal como la máquina que se movía a una velocidad vertiginosa perdiendose en la oscura noche montañosa,más allá de problemas de maridos turbios y casi tan lejos como volaba mi mente y mi corazón imaginando un futuro al lado de aquella esbelta joven que tenía ahora una mirada mas serena,mas dulce y rebuscaba en su bolsillo un fósforo para encender un candente cigarrillo albino.
“¿Cuál es tu nombre?” me atreví a preguntar pasados unos instantes,ella me respondió que su nombre era elizabeth y contaba con la temprana edad de veintiún años.Bien mirado aquel gesto caprichoso al sentarse y su mohín de fumadora infatigable eran algo forzados al igual que el moño que lucía en su cabellera de color avellana.Muy forzados para una dulce veintiunoañera.Desee que se soltase el cabello y dejase resbalar cobre sus hombros su pelo ensortijado.En esas ensoñaciones me encontraba cuando de repente se abrió de golpe la puerta y apareció el inerventor.Ella se quedó helada y cuando le demandó el hombre el billete respondió que no lo tenía.
Me quedé absorto observando sus labios de capullo de rosa,sin acertar a entender lo que de ellos brotaba.Vi  como se giró hacia mi con expresión suplicante y rápidamente acerté a entender que me pedía unos marcos para pagar su billete,alcanzé mi monedero y deposité veinte marcos en la ardiente palma del interventor.Le pagué el trayecto más caro,porque ese era el mío y nada más deseaba que tenerla a mi lado para la eternidad,que la máquina de vapor jamás parase,que siguiese adelante y nos llevase a algún otro lugar,fuera del la tierra si fuese necesario.
La miraba embobado,en toda su perfección,sentí un amor enloquecido,quería besarla,quería…
Ella me miró y susurró con voz de suave terciopelo un gracias que me supo a beso,salido de aquellos labios de manzana madura.Me acerqué a ella y le agarré la mano torpemente,ella dirigió una mirada tímida y se dejó llevar.Besé su mano de piel de angel y me atreví a besarle los labios.Ella no negó el beso,pero lo abrevió,lo acortó en su timidez de colegiala y se limitó a sonreieme con sus pupilas de carbón.Me encandilé de su beso y sabía que no habría nada que me parase su vera.Ella se adormeció poco a poco y yo con ella.La noche avanzaba junto con la poderosa máquina que era mi corazón enamorado.
A la mañana siguiente me despertó con brusquedad un agente de policía de bigotes tiesos y severos y ademanes bastos.Me enseñó un recorte de un diario comarcal en el cual aparecía la foto de mi dama,mis ojos no daban crédito,no podía creer lo que estaba viendo,me parecía algo increible y casi irreal.Ahora hacerté a comprenderlo todo,no existía tal marido,no existía como un malvado mafioso desalmado,ella había quedado encinta y se había esposado obligada con un caballero de una edad avanzada que no le permitía la libertad propia de una joven de sus años.Y ella había decidido acabar con la poca vida que le quedaba al hombre,envenenando vilmente su comida cotidiana.Dejando al niño en casa de la madre y escapando de la responsabilidad no buscada,simplemente hayada por error.
Le contesté al policía que la joven había bajado cerca de Frankfurt y que no la había visto más desde aquel instante.Me sentí furiosamente engañado pero a la vez,deseaba románticamente que escapase de la justicia y encontrase un camino diferente,en realidad lo que hubiese deseado era que mi camino fuese el suyo,que avanzasemos juntos contra viento y marea.Romanticamente preferia haberme enfrentado a mil maridos contrabandistas que perderla en aquel tren de vibrante silbido.
Me acomodé de nuevo y disfruté de los últimos instantes de aquel depertamento de aquel vagón donde había recibido la presencia de un angel,un angel algo maligno por su acción inconsciente pero deseoso de libertad y valiente como un ejército.
Poco a poco dejé atrás los bosques de pinos y me acerqué a mi destino.Agarré mi equpaje y resuelto avancé a la puerta del vagón.Poco a poco descendía la intensidad del traquetreo y la máquina lanzo su último silbido como un alarido quejumbroso.Se detuvo lentamente y se abrió la puerta de salida,dirigí una última mirada al fondo y resuelto avancé hacia afuera.
Lo que pasó después fue obra del divino.Alguien rozó mi cabello y al volverme me encontré con los ojos más bellos que nadie pudo contemplar jamás.Ahora creía en Dios,la miré y fundí mi alma con la suya susurrandole que la cuidaría cada minuto se su vida y que todo iba a cambiar.Mi alma estaba pletórica y ciñéndola por la cintura la besé con una pasión desbordante.Ese fue el primer beso de amor de mi vida y no el único porque los repetí durante años hasta el final de mis días con aquella dama misteriosa que clamaba libertad y perdón en una antigua máquina de vapor.
 
Nuria Taboas

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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #37 en: Abril 05, 2010, 16:24:48 pm »

La Botella del Linyera

Todos los días cuando voy al trabajo, paso por un lugar dónde veo a un linyera sentado en una escalera de un edificio en ruinas, en su mano siempre lleva una botella de vino.  A veces noto que éste le hablaba para luego ponérsela junto al oído y escuchar vaya uno a saber qué.
  Un día que la curiosidad pudo más, me acerqué el hombre y le pregunté si se sentía bien, a lo que me contestó: --Si caballero, estoy perfectamente ¿porqué lo pregunta?
--Porque a veces lo veo hablar con la botella. –le respondí.
-Ah sí. Es por eso no se preocupe, le pido a la botella que me suelte pero nunca me hace caso.
Yo me sonreí, porque pensé que el hombre me gastaba una broma, pero al ver su seriedad oculté mi sonrisa.

--Sabe que pasa señor –me dijo.  --Una vez yo iba caminando y vi a un linyera, éste me dijo  que su botella estaba maldita que únicamente podía dejarla si se la daba a otro hombre, entonces yo pensé que psicológicamente podía ayudar al pobre, por lo cual tomé su botella y me fui, caminé unos metros y dejé la vasija en un cesto de basura.
Al otro día cundo desperté me sentía mareado y tenía olor a alcohol, sobre mi mesa de luz estaba la botella, nunca pude recuperar la sobriedad.  Necesito que se la lleve buen hombre, hágame ese favor.
Lógicamente pensé que el hombre tenía serios trastornos mentales. Pero accedí a ayudarlo, tomé la botella y me fui, caminé unos metros para arrojarla sobre un terreno abandonado.  Continué mi jornada.  A las siete de la tarde llegué a mi casa y mi mujer me preguntó que quería de cenar.
--Pollo con papas –le dije
-- ¿Quieres que te compre vino?
--Claro –respondí sin siquiera recordar al linyera y la botella.
Nos acostamos sin levantar la mesa, al otro día me desperté muy mareado, le dije a mi mujer que me había pasado de copas con el  vino.
 Cuando pasé por la cocina vi la mesa aún tendida con los platos sucios y la misma vasija de vino que antes había arrojado sobre un terreno abandonado.

Raúl Centurión
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #38 en: Abril 06, 2010, 11:11:24 am »

ORDEN

Lo que quiero decir es que la escena me impresionó mucho. Mi compañero tuvo que salir afuera para vomitar; yo también tuve que abandonar el lugar, pero fue por otro motivo. Había algo que me desasosegaba y que me confundía, no sé muy bien lo que fue, pero solo pude volver después de pasar unos minutos concentrándome en mi respiración.
Cuando entré de nuevo y miré el cadáver de la mujer y a las hojas seguía sintiéndome  confuso, pero pude soportarlo.
Era extraño, y en cierto modo descorazonador, entrar en una casa y comprobar que alguien haya muerto estando tan solo como para que nadie lo eche en falta en días. Pero lo peor era el orden.
La mujer sabía que iba a morir, de eso estoy convencido, de lo contrario una persona que vive sola nunca tendría la casa tan ordenada de por si. Lo sé por experiencia. Pero es que además estaban esos papeles, tan bien dispuestos sobre la alfombra. No es que dijeran algo importante, pero la circunstancia de que estuvieran tan ortogonalmente dispuestos me hacía pensar en sangre.
Esta relación no era gratuita, pues de alguna manera me recordaba a mi infancia, cuando en invierno mi padre limpiaba la casa antes de matar al cerdo que había engordado durante todo el año. Me parecía que el pobre animal temblaba solo por el olor a lejía.
De todas formas, ¿por qué alguien que presiente su muerte extiende unos papeles y no los deja amontonados sobre una mesa? Para mí la respuesta era clara: ella quería que los leyéramos, que no se nos escapara ninguno de sus recuerdos allí escritos.
En esos folios había escrito de todo, desde listas de la compra hasta un esbozo de testamento, además de fechas en las que habían muerto familiares suyos, junto con la ubicación de sus sepulturas. Respecto a unos cuantos de ellos, muertos a los pocos días  de nacer, anotaba que eran sus hijos. Aunque en los registros que consulté antes de salir de la comisaría la muerta no aparecía casada ni con  descendencia.
Más bien todo lo escrito parecía el delirio de una vieja solitaria. Una especie de disculpa, como diciendo: sí, aquí veis mi cuerpo hinchado por la descomposición y cubierto de moscas y de hormigas, pero mi vida no fue tan triste como parece.
Yo creo que no fue así, sino no habría razón para que me hubiese impresionado tanto que su casa se pareciese tanto a la mía, que ordenara sus papeles sobre la alfombre como yo hago cuando no salgo a la calle durante todo el fin de semana. Ese tipo de cosas.
Aunque a lo mejor acabábamos descubriendo en el patio los cadáveres de sus hijos y quedaba claro que solo era una asesina que merecía morir sola como un perro.

Habían pasado tres meses desde que encontramos los primeros huesos humanos en el patio de la casa. Los más grandes eran como mi dedo meñique extendido, eran de recién nacido.
Contamos un total de seis cadáveres, no había tantos como ponía en las hojas ordenadas junto al cuerpo muerto de la mujer, pero era más que suficiente para archivar el caso.
Una tarde, después de mis prácticas de tiro semanales, me quedé pensando embobado mientras limpiaba mis armas. ¿Cual era la primera página que había escrito la mujer? Las recogió un agente después de sacar algunas fotos, pero yo las leí salteadas, solo buscando indicios, como si no fueran un relato. Ningún folio estaba enumerado, pero si la mujer los había dispuesto sobre el suelo era porque debían de estar así.
No era lo mismo leer primero su relación de ingresos y luego la lista de niños muertos, que hacerlo a la inversa. Lo que contaba era distinto.
A la mañana siguiente fui al archivo y busqué las fotos. Con su ayuda enumeré las hojas como habían sido escrupulosamente redactadas por su autora.
Releí nuevamente lo que allí contaba, los hechos de su vida, las cosas que había dejado pendientes de hacer, los movimientos de su cuenta bancaria, la lista de familiares muertos y los lugares donde estaban enterrados. Y sin quererlo me estremecí otra vez al comprobar  que, en algunos casos, la fecha de nacimiento y la de muerte solo tenían un día o dos de diferencia.
Lo que en un principio entendí cono una confesión se transformó en otra cosa. El orden lo seguía siendo todo y tuve la misma sensación que encontraba en los ojos de los cerdos, antes de que mi padre les atravesara la garganta con su cuchillo.
Esperé un par de días antes de decírselo a mi superior. Aquellos papeles no eran una confesión, eran la declaración de un crimen mucho más horrendo que aquella mujer había sufrido durante décadas.
En el patio solo encontramos seis cuerpos y exactamente después de seis fechas de nacimiento la mujer no había ingresado ninguna cantidad de dinero. Si no habíamos hallado más recién nacidos era porque estos habían sido vendidos; era lógico que su madre los considerara muertos.
Continué investigando, noches perdidas leyendo esos papeles; pensé que tal vez encontraría algo buscando la procedencia del dinero.
Una tarde me encontraba de nuevo en la galería de tiro, limpiando mis dos pistolas. En el aire olía intensamente a pólvora. Había vaciado tres cargadores completos con cada arma, no me quedaba ni una sola bala.
De repente sentí algo sólido, frío y metálico en mi nuca. Tenía todavía puestos los protectores de los oídos y no había escuchado que alguien se me había acercado por la espalda.
Creo que ya sabes demasiado, oí que me decía una voz conocida mientras pensaba en mis dos pistola limpias, vacía e inútiles.

Arcac
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #39 en: Abril 06, 2010, 11:18:56 am »

ITALO CALVINO Y LAS CIUDADES

Me arrastré hasta aquí con el presentimiento de que todo lo que escribiese en los siguientes cinco años sería un completo fracaso, pues no había sentido ninguna sensación previa. Miento. La sentí durante unos instantes, y por esa razón me encaminé como el perro a punto de morir, que da vueltas y vueltas alrededor de su calle, mirando triste su pequeño rincón del mundo.
No intuí grandes narraciones, ni efímeros momentos de gloria, ni se cruzó una mujer en mi camino que me hiciese, a través de un increíble proceso químico, ver la calle barcelonesa en otros tonos, quizá con los colores ocres de las fotografías antiguas. Esta calle que piso, pensativo, ciertamente triste y desorientado. Estoy cansado y si la sensación de frustración me persigue es porque éste es el último viaje literario que emprendo, que ironía, a una ciudad de la que uno debería escaparse al menos el uno de marzo (o en el cruel mes de abril) y no volver hasta finales del otoño, sin otra intención que ver mares y escuchar historias en otros puertos.
Mi único arrebato literariamente cuantificable fue hospedarme en un antiguo prostíbulo del Barrio Chino a punto de desaparecer. Si, pensé, desde aquí veré el desamarre de la vieja ciudad, de los viejos escritores, que partirán lentamente como una Mediterránea Santa Compaña en busca del otro mar, en busca de otros puertos menos sofisticados y quizá, más tranquilos. Asusta, son como navíos que atravesasen la Diagonal a punto de partir.
Aquí hay un silencio relativo, al menos, y solo me interrumpen las discursiones nocturnas entre los proxenetas o los traficantes. Los guardianes del vicio que andan también cabizbajos pensando que expulsados de este paraíso Modernista, ya no será igual trabajar en las nuevas zonas que el ayuntamiento les destinará. Ellos, los modernos piratas, se quedan, no se van haciendo compañía a las señoritas que vivieron en un cuarto como el que yo ocupo ahora, con una profesión como la mía, fría y triste. Fría porque el que escribe está tremendamente solo; y triste porque tras la alegría breve al leer lo escrito, recién terminado, comprendemos que nunca podremos escribir la mejor novela del mundo.
El último relato antes de partir y dejar la ciudad atrás. La pared del cuarto está vacía de recuerdos, aunque supongo que allí hubo fotografías de estrellas del cine, del teatro, de novios ocasionales, mientras la mujer que vivió aquí antes de mi llegada, arrimada a la pequeña estufa en este invierno húmedo, piensa que imaginarían sus clientes si en vez de mujeres en sostén, o altos galanes de cine, encontrasen una foto de grupo de sus padres campesinos, de la casona vieja y destarlada de adobe a la que no llegaron siquiera las piedras fuertes. O aquel retrato que su madre le entregó con pena, pues era el único que tuvo nunca del día de su matrimonio, en la que aparece el hombre futuro y fuerte a su lado, en camisa blanca, y la  familia cerca, sonriendo, con cara de hambre y de alegría. Ahí me dejé algo, piensa la mujer mientras, celebrando que es Sábado Santo y que ayer llegaron los marineros, y hubo fiesta; y los obreros vinieron alegres y limpios desde los pueblos industriales: Terrasa, Manresa, Mataró, Sabadell… hoy se acercará a escuchar la Misa de Siete. Esta tarde no hay prostitutas en los burdeles, piensa con la ironía que da el oficio y el amargor del viento húmedo que viene de Italia pero estuvo en Francia. Un viento que la cogió desprevenida ayer tarde, cuando se asomó para regar los geranios del balcón.
      He salido a la calle para comer algo y desde allí he observado el elegante apartamento y viejo prostíbulo que he alquilado por una semana y donde escribiré relatos hasta reventar. Pero en la ventana he visto un hombre con mi misma actitud observadora y voyeur, y por un momento he temido que al dejar el relato sin terminar, hablando de aquellas prostitutas, posiblemente con la ventana abierta, y lo más importante, bajando a toda velocidad las escaleras como si estuviese en plena huida, me he podido dejar a mi mismo, o a mi reflejo, escribiendo en mi cuarto. O tal vez el hombre que me observa con tranquilidad sea uno de esos obreros que cité del extrarradio que ya no se llaman obreros pero que siguen viniendo de fuera para subir y bajar la Rambla. Y como por embrujo, todo, todo les huele a aceite caliente mezclado con el olor a mar. El hombre me ha mirado tranquilamente. Yo he comenzado a contar las ventanas que van de la esquina a mi cuarto y azorado, me he marchado con la intranquilidad que dan esas casualidades que por ahora solo son posibles en los barrios de putas y en Barcelona.
   Después de comer en el Montserrat he vuelto al cuarto, un poco borracho para inspirarme y quedarme dormido sobre mis cuartillas (ese deseo me ha entretenido durante toda la comida, como si dijese: me desvanezco y mis pensamientos se caen sobre el papel, quedándose impregnados.) Y con la ambición de la siesta he subido de nuevo atléticamente las escaleras. Y allí estaba, sorprendentemente, mi relato sobre la prostituta con dos párrafos más, dos párrafos en los que mi reflejo ha añadido que la mujer al sentir el viento de Italia, al ver a los escritores y a lo antiguo que se marchan a toda prisa de la ciudad, ha decidido marchar tras ellos. Ha puesto un punto final y me ha obligado a no poder continuar mi propio relato.
   Así pues, la mujer dejará su oficio. El Chino desaparecerá y en este espacio, dentro de unos años, vivirán hombres y mujeres que no añorarán la sensación del viaje.
   Tras bajar precipitadamente las escaleras de nuevo, pagué dos cuentas por adelantado, para evitar en el futuro la mala suerte.

Tanizaki
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #40 en: Abril 06, 2010, 11:24:01 am »

CHARLA ACERCA DE LA FEALDAD FEMENINA
 
Voy a hablar sobre la fealdad, queridos amigos.  Sobre la fealdad femenina.  Caiga quien caiga, sin peros en la lengua, ya que el próposito de esta charla es que sirva de ejemplo a aquellas adolescentes y jóvenes quienes, por culpa de ser tan feas, no se aceptan como son, por lo cual viven preocupadas.  Pues bien, a esas chicas de facciones desagradables, que provocan espanto, les dedico este monólogo.
Pensemos en una mujer fiera de rostro, morena, de cabellos cortos, entrada en carnes, petisa para colmo, de unos treinta años, solterona, cuya nariz ganchuda y cuyos ojos achinados la afean aun más.  Huelga decir que bien podría ganar un premio por pasarse de fea.  Sufre por ser horrible, obvio.  Le duele en el alma, además, que ningún hombre se fije en ella, que nadie le proponga noviazgo para luego casarse con objeto de tener hijos a quienes malcriar, y sentirse realizada como toda fémina que se precie de tal.  Se ha cansado de llorar a mares, abrazada a su almohada cual una niña.  Está podrida de enamorarse y no ser correspondida.  Hablando mal y pronto, se ha cagado en los versos de amor que tanto escriben los poetas.  Por cierto, ha mandado a la misma ***** a su psicóloga.  Total, paciente que huye sirve para otra terapia, ¿verdad?  Se siente sola en el mundo, la pobre feúcha, con lo cual aumenta su soledad existencial.  "No sería raro que piense en quitarse la vida", me dirá alguno de los aquí presentes en el Teatro Municipal.  "No es la solución", contestaría yo.  Pero dejemos el suicidio para la ciencia médica.  El tema que me ocupa es la fealdad en sí, y no quiero apartarme demasiado de ello.  Como les decía, esta mujer, mis amigos, esta mujer más fea que mi culo, la misma que viste calzas, no ha perdido la esperanza, que es lo último que se pierde, ni ha dejado de soñar, porque no cuesta nada.  Alguien se enamorará de ella.  Estoy seguro como que me llamo Alejandro Romano.  Alguien la invitará a salir, con suerte.  No puede ser que nadie le lleve el apunte.  Sin embargo, tal vez tarde años en ponerse de novia.  Tal vez sea una vieja chota, rezongona, con todos los achaques propios de la tercera edad, para cuando tenga una relación amorosa.  No importa.  Para el amor no hay edad, dicen.  No se va a quedar solterona toda la **** vida.  Tampoco es cuestión de que espere sentada a su príncipe azul, cruzada de brazos, como hacen algunas, porque se va a jubilar, varices a la silla le va a sacar, créanme.
Para finalizar, esta mujer de la que hablé, cuando encuentre a un tipo de una vez por todas, se sentirá mejor, llena de alegría, digamos, a punto tal que saltará de felicidad.  Y, gracias a Dios, se va a dejar de joder con los llantos, las terapias, la soledad, de cagarse en la poesía, de esperar sentada, etc.  Y entonces, amigas, amigos, podrá mirarse al espejo y decir con una sonrisa:  "Soy la fea más linda."

El dueño
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #41 en: Abril 07, 2010, 17:58:31 pm »
                                                 
LA FAMA

Itzam, el alfarero, despertó como si el corazón de una liebre le galopara en el pecho, su agitación era causada por una de esas pesadillas con extraordinarios visos de realidad que provocan confusión y pánico. El sobresalto, originado por  la ensoñación, no le dejó recordar muchos detalles, sólo imágenes sin sentido, que lo ubicaban en un sitio extraño donde multitud de miradas lo observaban con curiosidad.

Se fue ese día más temprano al taller, pasando antes por la barraca del chamán para contarle su sueño y pedirle consejos. El adivino, después de una ceremonia de poca monta, acorde con la pobreza del que se consultaba, le dijo que se cuidara de los malos ojos. Le dio un amuleto fabricado con las plumas de un búho y prácticamente lo echó de su choza.

Itzam creía profundamente en los resguardos del hechicero, a pesar de sentir la humillación  por el trato recibido. En ese mismo lugar, unos días antes, había presenciado la visita de un rico propietario de campos de maíz, el hombre contó una pesadilla de menos rigor que la suya y en cambio recibió para su protección una fina mascarilla de oro.

Antes de cumplir los 40 años, el alfarero sentía ansias de convertirse en una persona famosa, lo intentó como guerrero pero en el primer combate le fracturaron las piernas y salvó la vida de milagro, entonces desistió de esta idea y pensó que la fama podría llegarle en la navegación, fabricó su propia canoa y armó una pequeña expedición; dos día después de zarpar fue sorprendido por una tormenta y naufragó, faltando poco para que muriera en las arenas de su propio pueblo. Pensó incluso en ser músico, pero ni siquiera lo intentó. Por fin al arribar a su cuarto decenio de vida, se dio perfecta cuenta de que se agotaba el tiempo y cada vez era un ser menos notorio.

A la noche siguiente de su primer sueño, puso el hombre su amuleto debajo de la almohada, para espantar la recurrencia de la pesadilla y rogó, como cada día, para que sus dioses le dieran la oportunidad de alcanzar la fama. El resultado fue espantoso, sufrió alucinaciones aún peores; a las misteriosas miradas de antes; se sumaron otros detalles tenebrosos que en esta ocasión, por desgracia, pudo recordar una vez despierto. Nuevamente aparecieron aquellos ojos ajenos, con sus miradas irritantes,  a lo que se añadía un frío similar a los diciembres de su aldea y muchos destellos pequeños y refulgentes.

Entre sudores y palpitaciones esperó el amanecer. No bien habían comenzado a cantar los gallos y ya estaba en pie, listo para visitar otra vez al chaman. Este último lo recibió de mala gana y semidormido, pero escuchó el relato con un poco más de interés que la vez anterior y luego le dijo que había tenido una premonición, un pasaje rápido de algún deseo que se volvería realidad y le aseguró que los dioses cuando de inmediato no podían complacer las súplicas que les hacían, trataban de calmar a los necesitados poniendo un atisbo del futuro en los sueños de estos, una especie de adelanto del pedido que luego cumplirían. 

El pobre hombre estaba totalmente confundido. Cómo diablos podían los dioses estar enviando señales tan poco relacionadas con sus aspiraciones de ser un ciudadano  notable, porque según recordaba no habían en sus sueños ni grandes campos de maíz, ni ejércitos bajo su mando, ni mucho menos dotaciones de canoas o minas de oro recién descubiertas. Cómo se podía ser famoso en la aldea sin alguna de estas cosas. Su decisión entonces fue devolver al adivino el amuleto de plumas de búho e ignorar a los dioses.

Su determinación le trajo fatales consecuencias, el Chamán se encolerizó e hizo correr la voz de semejante herejía. Itzam fue desalojado de su choza y conducido ante el Inca Mayor, sus explicaciones no fueron convincentes y su historia del sueño, con las miradas curiosas, las luces y extraños lugares, fue considerada un síntoma de locura.

Como estaba en tiempo el desarrollo de la Fiesta del Señor Sol, el desgraciado que soñó con ser famoso, fue escogido para el sacrificio ritual que debía ofrecerse en esta ocasión. Se le dio fin a su vida y como reprimenda adicional a su conducta se colocó, junto al cadáver, el amuleto al que había renunciado. La peregrinación lo llevó hasta la colina y fue inhumado en lo más alto, al tiempo que se pedían  pingües cosechas y mucha suerte para todos.

 Al parecer los dioses debieron de estar muy inconformes y unos días después un alud arrasó el caserío, sepultándolo por completo.

Siglos después prosperó por allí otra ciudad. Tenía un lindo museo visitado por millones de curiosos, que ponían sus ojos y las luces cegadoras de las cámaras fotográficas, en la fría estancia; que protegía, entre cristales blindados, al cadáver mejor conservado de la historia precolombina, sin dudas el hinca más famoso, acompañado de un amuleto de plumas, presumiblemente de búho.

Eugeni.N
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #42 en: Abril 07, 2010, 18:16:21 pm »

EL ANÓNIMO

Jueves, 1 de Marzo. 21,15 horas.

El sol hace tiempo que desapareció detrás del horizonte. Las sombras iniciaron el oscuro paseo por su reino y la luna vigilaba, orgullosa, que la oscuridad fuera total.
Cientos de coches circulaban por las diversas carreteras de la ciudad. El tráfico era lento pero se podía circular a cierta velocidad.
Rodrigo regresaba de su trabajo. Había sido un día duro, muy estresante. Mientras conducía no paraba de moverse, incómodo, en su asiento. Miraba constantemente por el espejo retrovisor. En esta ocasión no había encendido la radio, que siempre lograba distraerle. Su corazón latía deprisa, en una frenética danza que le desesperaba.
Rodrigo estaba a punto de abandonar la M-30 y miraba, nervioso, por el retrovisor. Era imposible saber si alguien le seguía con tantos coches, pero en aquel momento en que iba a abandonar esa carretera, podría comprobar si algún coche más lo hacía.
Abandonó la M-30 y detrás de él un par de coches más hicieron lo mismo. Rodrigo comenzó a sudar. El coche de detrás se acercó peligrosamente al de Rodrigo. Estaba muerto de miedo, pero no podía hacer nada para evitar su pánico.
Seguía conduciendo y comprobó que el coche de detrás torcía a la izquierda. Suspiró de alivio. Pero, si no recordaba mal, otro coche había tomado la misma salida que él. Ahora que no había ningún obstáculo entre ellos, se acercó al suyo.
No tuvo ninguna duda. Le estaban siguiendo para matarle. Aceleró y decidió que se libraría de sus perseguidores. Empezó a adelantar coches y camiones que se interponían en su paso de manera temeraria. Nada le importaba con tal de librarse del coche que le seguía.
Se topó con un camión. Pensó que sus perseguidores le cogerían en seguida. Dio un volantazo e inició la maniobra de adelantamiento del camión. Se puso en el carril contrario para adelantar al camión, pero no vio el autocar que venía enfrente.
El autocar embistió violentamente al coche de Rodrigo. El conductor intentó frenar pero no le dio tiempo. El vehículo se empotró contra el autocar y quedó hecho un amasijo de hierros.
Dentro se hallaba el cuerpo sin vida de Rodrigo


Jueves, 1 de Marzo. 19,51 horas.

Anselmo Cifuentes se estaba fumando un puro que inundaba la cafetería de un humo insoportable. Parecía excitado ante la posibilidad de que su dominio sobre la ciudad se dejara ver de una forma tan clara. Movía el café de su taza con cadenciosa suavidad, como si realizara un ritual necesario antes de la ingestión de aquel negro líquido.
Silvio y el Oso estaban sentados cerca de él. Cada uno estaba a lo suyo, pensando en sus cosas, esperando una orden que Anselmo, con una tranquilidad pasmosa,  parecía saborear en su espera.
-Bueno, chicos –susurró rompiendo el silencio-. Ha llegado la hora de pasar a la acción. Parece ser que el Chino no atiende a razones y no quiere pagar su deuda. No puedo permitir que me toree de una forma tan descarada. Quiero que le arrojéis al río con veinte quilos en cada bolsillo. Y no quiero fallos, como la última vez. Quiero que me demostréis que sois unos profesionales de la cabeza a los pies…
-No se preocupe, don Anselmo – intervino Silvio-. No le fallaremos. El Chino tiene las horas contadas.
Anselmo miró a Silvio, como si estuviera trazando en su cabeza un plan a seguir, pero se mantuvo un momento en silencio. Luego habló:
-Esperad a que anochezca. Quién sabe si a última hora valora su vida lo suficiente y se presenta aquí con el dinero. No lo creo, pero quiero dejarle esa opción, aunque el muy imbécil no la aproveche.
Silvio miró al Oso con aire recriminatorio pero no dijo nada. Se levantó y el Oso hizo lo mismo al tiempo que examinaba el estado de su pistola. Los dos se encaminaron hacia la salida. Antes de salir escucharon la voz ronca de su jefe.
-Chicos, no volváis sin haber hecho vuestro trabajo
-El Chino no verá amanecer, don Anselmo –contestó Silvio sin volver la cabeza.
Los dos hombres salieron a la calle y cogieron el coche dispuestos a acabar con la vida del Chino.


Jueves, 1 de Marzo. 15,24 horas.

Rodrigo removía el café con nerviosismo. Acababa de terminar de comer, sin ganas, y su mirada se extraviaba en la superficie del café. El asunto del anónimo no se iba de su mente, por mucho que se esforzara en que así fuera.
No entendía la razón de todo aquello, y si bien había intentando comprenderlo, era incapaz de hacerlo. El tan sólo cumplía con su deber. En aquel momento se preguntaba si todo el esfuerzo que había hecho habría merecido la pena; si todo el sacrificio realizado habría servido para algo.
En el despacho todo el mundo se había dado cuenta de que Rodrigo estaba raro, y por mucho que lo hubiera negado, no había convencido a ninguno de los que le habían preguntado. No le había contado a nadie el asunto del anónimo porque no quería que cundiera el pánico, ni siquiera a Chema. Además, no tenía un solo sospechoso. Aunque en el caso más reciente donde había tomado parte habían mandado a muchos  trabajadores a la calle, Rodrigo, en su larga carrera, había participado como abogado en muchos juicios; un sinfín de litigios donde se habían despedido a muchos trabajadores; donde se habían enviado a mucha gente a la cárcel; donde se habían destrozado muchos matrimonios. Pero nunca había pasado nada. Todo el mundo daba por hecho que él no actuaba por motivos personales. Tan sólo cumplía con su trabajo. Su objetivo consistía en que todo el mundo tuviera un representante legal ante la ley, y hacía su trabajo lo mejor posible.
Pero ahora todo aquello se le antojaba inútil, superficial, insignificante. Su vida estaba en juego y lo peor de todo es que entendía por qué.
Rodrigo hizo un repaso mental de su vida, y cayó en el desconsuelo. Toda una vida entregada al trabajo, para terminar así, amenazado de muerte por unos matones que en nada valoraban la vida de los demás, y por supuesto, su esfuerzo. Lamentó todos los momentos que había desperdiciado por culpa de sus estudios, y luego, a causa de su trabajo.
Ahora, aunque no quisiera reconocerlo, estaba hecho un manojo de nervios. Cada ruido que escuchaba a su espalda constituía una explosión para su corazón; cada rostro extraño que se cruzaba con él era una amenaza mortal.
Cuando quiso tomarse el café, estaba helado…


Jueves, 1 de Marzo. 13,11 horas

Silvio y el Oso estaban en la barra de un bar esperando que apareciera la persona con la que se habían citado. Silvio tomaba un refresco y el Oso una cerveza, que apuraba con ansia, como si fuera la última que fuera a tomarse en su vida. El tiempo pasaba despacio, y el tedio se hacía insoportable.
Silvio notó que alguien entraba en el bar y volvió la vista hacia la entrada. Un hombre de rostro serio se acercó a ellos.
-Hola, Rogelio –saludó Silvio al recién llegado. El Oso se limitó a hacerle un gesto con el vaso de cerveza.-. ¿Cómo te va la vida?
-Hago lo que puedo –contestó Rogelio con una sonrisa forzada-. Es lo que tiene trabajar por mi cuenta. Algunos meses van bien, y otros no tan bien. Pero no me puedo quejar. El trabajo no me falta…
El Oso pidió dos cervezas y un refresco al camarero. Silvio se acercó a Rogelio y bajó la voz.
-Don Anselmo quiere que hagas un trabajito para él. Se trata de un soplón. Un chivato de la policía. Don Anselmo quiere que le jubiles y le traigas en un paquetito su lengua. Ya sabes lo tradicional y melodramático que es. Ha insistido en que quiere su lengua. El problema, por llamarlo de alguna manera, es que no vive en Madrid. Tendrás que desplazarte a Toledo.
Silvio sacó un sobre y se lo dio a Rogelio. Este lo abrió y echó un vistazo a lo que contenía.
-En el sobre hay una foto del pollo. Detrás tienes su dirección. También tienes un adelanto del dinero. Sigues cobrando lo mismo, ¿no?
-Si es una pieza normal, sí. Mis honorarios aumentan dependiendo del nivel de dificultad de la presa. Pero por lo que veo, éste no me dará mayores problemas. Dile a don Anselmo que tendrá su paquetito. Yo mismo se lo traeré en papel de regalo.
-Muy bien, Rogelio. Pues nada, brindemos por ello.
Los tres chocaron sus respectivos vasos en un brindis que significaba la muerte de una persona.


Jueves, 1 de Marzo. 9,02 horas

Rodrigo abrió la puerta del ascensor y se encaminó a la salida. Al ver los buzones recordó que el día anterior no había recogido el correo al llegar a casa. Se paró en seco sacando la llave para abrir su buzón. Como imaginaba, nada de interés: propaganda, una carta del banco y un papel doblado. Desdobló con desgana el trozo de papel y leyó: “Esta noche vas a morir”. Meneó la cabeza como si no creyera lo que acababa de leer. Volvió a leer el papel con la esperanza de que hubiera leído mal, pero la realidad le repitió las mismas palabras. Desconcertado, examinó el papel por todos los lados, buscando algún indicio que le pudiera dar una idea de quién había escrito aquel mensaje, pero no obtuvo éxito.
Su mente hizo un recorrido por toda la gente que podría desear su mal, y aunque encontró a varias personas en su lista mental, no le pareció que ninguno pudiera desear su muerte, y los que así lo hicieran, no se atreverían a hacerlo. Por lo general, a la gente no le daba por matar a la gente que no le caía del todo bien.
Pero el mensaje estaba allí. Sin firmar, naturalmente. Aquel trozo de papel tan sólo transmitía aquel aviso macabro, de mal gusto. Escuchó la puerta del ascensor al cerrarse y volvió la cabeza, intentando aparentar normalidad. Una vecina se cruzó con él, saludándole. Rodrigo, tardó en reaccionar y devolvió el saludo, pero su mente estaba en otro sitio. Sabía que no podría quitarse de la cabeza aquel mensaje que se repetía una y otra vez, mientras salía del portal, mientras arrancaba al coche, mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde.
Decidió no hacer caso del papel, aunque sin descuidarse lo más mínimo. Tenía que intentar llevar una vida normal, pues de lo contrario los nervios acabarían por destrozarle. Bastante estrés padecía habitualmente en su trabajo como para que añadiera una nueva razón de preocupación. 


Jueves, 1 de Marzo. 8,59 horas.

Silvio y el Oso llegaron por fin a su destino. Al encontrarse el portal cerrado, Silvio apretó varios botones del portero automático, esperando alguna contestación, que no tardó en producirse de forma metálica.
-¿Sí? –se oyó decir a una voz metálica.
-Cartero comercial –respondió Silvio con un tono rutinario.
Un sonido seco les indicó que la puerta se había abierto. Entraron con rapidez en el portal y se dirigieron a los buzones. Silvio sacó el trozo de papel doblado y le preguntó al Oso:
-¿Qué piso era?
El Oso dudó un momento.
-Don Anselmo ha dicho piso segundo letra de, de Dorotea. ¿O era be de Benito? Déjame pensar un momento…
-No me jodas, Oso. ¿No lo has apuntado?
El Oso bajó avergonzado la cabeza negando.
-A ver, no nos pongamos nerviosos –Silvio se acercó a los buzones y leyó en voz alta-. Segundo b: Roberto Marín. Segundo d: Rodrigo González. ¿Tú sabes cómo se llama el Chino?
-No –respondió el Oso.
-Pues estamos apañados. Haz memoria, joder.
El Oso intentó recordar lo que le había dicho exactamente Anselmo, y aunque no estaba seguro del todo, no se lo dijo a Silvio para que no le regañara. La memoria nunca fue una gran amiga suya.
-De de Dorotea –afirmó de la manera más convincente que pudo.
Silvio le miró desconfiado antes de meter el papel en el buzón, pero sin pensarlo más lo dejó caer dentro.
-Vámonos.


Jueves, 1 de Marzo. 8,47 horas.

Rodrigo estaba terminando de colocarse la corbata cuando sonó el teléfono. Lo descolgó y respondió.
-Rodrigo, soy Chema.
-¿Ocurre algo? – preguntó con cierta preocupación Rodrigo, pues no era una hora habitual para que Chema le llamara.
-Tenemos problemas. El caso Construcciones Collado. Los trabajadores que han sido despedidos se han manifestado delante de la empresa. Algunos se han puesto nerviosos. Es sólo un grupo de exaltados, pero quería advertirte para que no te pillara fuera de juego. Han roto los cristales del edificio; han lanzado neumáticos ardiendo al interior. Creo que han perdido los papeles. Pero dicen que no pararán hasta que los culpables de su situación tengan su merecido.
-Bueno, pero supongo que irán a por sus jefes. Nosotros sólo somos los abogados…
-Ya sabes cómo funciona esto. La gente se pone muy nerviosa y no razona. Somos lo que tú quieras, pero antes al mensajero que llevaba malas noticias, le mataban. Yo, por si acaso, estoy prevenido. Te recomiendo que tú hagas lo mismo. No bajes la guardia…
-Gracias por avisarme, Chema. No creo que llegue la sangre al río, pero gracias de igual forma. Nosotros tan sólo hacemos nuestro trabajo. A veces defendemos al empresario, y otras veces al trabajador. Es parte del juego. Tienen que entenderlo.
-Sí, sí, pero cuando te echan del curro con una patada en el culo y sin apenas una gratificación, la gente pierde la cabeza y hace muchas tonterías. Vale, luego se arrepienten, pero cuando ya no tiene remedio. Ten cuidado estos días.
-Lo haré, Chema. Gracias de nuevo. Tengo que ir al despacho. Adiós. Luego te veo y desayunamos juntos.
Rodrigo colgó el teléfono con cierto aire de preocupación. Su trabajo tenía ciertos inconvenientes, pero no era lo normal. Por lo general, las cosas se arreglaban de manera civilizada.
Terminó de arreglarse y salió de casa.


Jueves, 1 de Marzo. 8,17 horas.

Silvio y el Oso estaban esperando que llegara su jefe. Silvio miraba impaciente hacia todos lados, mientras el Oso parecía sumergido en pensamientos lejanos. Anselmo Cifuentes apareció de pronto en el local, llegando en seguida donde estaban los dos hombres. Después del preceptivo saludo, se sentó en una silla frente a ellos.
-Quiero que dejéis un anónimo en el buzón del Chino. ¿Sabéis quién es, verdad?
Los dos hombres asintieron al unísono.
-Ese hijo de perra me debe mucho dinero. Hay que darle su merecido. Todo el mundo tiene que saber lo que te ocurre si te enfrentas a Anselmo Cifuentes…
-Sí, don Anselmo. En cuanto tengamos un rato libre nos…
-¡Ahora mismo! Quiero que vayáis ahora a casa de ese malnacido y le dejéis el recadito.
Anselmo se levantó y cogió un papel y un bolígrafo de la barra del bar. Escribió una frase en el papel y se lo dio a Silvio.
-El Chino vive en la calle Raúl Capablanca, número…
El teléfono móvil de Silvio sonó. Contestó mientras se levantaba y se alejaba unos pasos para que la conversación de Anselmo y el Oso no entorpeciera la suya. Después de una pausa originada por el sonido del teléfono móvil de Silvio, Anselmo continuó hablando, esta vez al Oso:
-Calle Raúl Capablanca, número veintisiete. Piso segundo letra be. Be de Benito. No de. De de Dorotea no. Be de Benito. ¿Has entendido bien?
-Sí, don Anselmo –contestó el Oso-. Calle Raúl Capablanca, número veintisiete, letra…-Dudó un momento-. Letra be. Be de Benito.
-Muy bien. Pues nada; manos a la obra.
Silvio regresaba en el momento en que Anselmo se levantaba.
-¿Sabe el Oso la dirección del Chino? –preguntó nervioso.
-Ya se la he dicho –contestó Anselmo-. Tenedme informado. Quiero que este asunto acabe cuanto antes.
-Sí, don Anselmo –contestaron los dos.
Anselmo desapareció por la puerta y los dos hombres siguieron sus pasos.

Leo Lerma
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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #43 en: Abril 07, 2010, 18:27:25 pm »

LA CONDENA

Una vez soñé con un anciano, cuyos ojos fueron los míos durante la noche, cuyas manos se transformaron en las mías y cuyos pensamientos podía leer tan claramente como si de los propios se tratara. Y a lo largo de la noche, de mi sueño, él nació y vivió, haciéndome sentirle joven, intrépido, hambriento y obnubilado, al principio. Incapaz, abandonado, violento y traidor a medida que avanzaba la quietud de la nocturnidad. Lo vi, lo sentí, llegando incluso tal vez a ser también él, como me veo, me siento y soy a diario.
    Un día de su vida, en algún momento de mi sueño, creyó, creí…, creyó no necesitar a nadie. No sólo eso, pensaba, sino que ninguna persona podía arrastrar tras de sí nada bueno, creyendo entender que urgía un alejamiento. Cogió sus pocos ahorros y se adentró en el mar con su barca, en mitad de la noche y su silencio, cuando todos duermen. Por eso nadie lo vio marchar, excepto yo, que lo soñaba y vivía como a escondidas. 
Navegó durante días, administrando las tres garrafas de agua que había cargado en el bote, algunos pedazos de carne seca y el pescado que conseguía quitarle al mar. En dos ocasiones, éste trató de expulsarlo de sí en mitad de la tormenta. Y entonces, el anciano se le encaraba a gritos, deseando que todo fuese diferente y que el mar no pudiera resistirse a la hoja de su puñal. Sintió la traición de la naturaleza y deseó también poder herirla a ella. Hombre miserable, qué lástima me das, podía oír mi voz entre sueños, como procedente de otro mundo. Tan frágil, de pie sobre la madera ahogada de su barca, tratando de mantener el equilibrio en medio del oleaje, gritando tan alto como se lo permitía ésta, nuestra liviana condición, tan insignificante, la suya, inexistente al fin y al cabo, salvo para mí.
   
Al cabo de seis días, ya sin agua, y sintiendo que sus ojos  parecían querérsele escapar, llegó a tierra firme. Allí perdió el sentido y despertó dos días después, tumbado sobre una esterilla de cañas, tapado con una sábana blanca y limpia, como de las que ya apenas podía recordar el tacto y el olor, sintiéndose confuso pero sano. A su lado, de pronto, llegó un hombre menudo y de mirada servicial; traía un recipiente humeante que pretendía hacerle beber al hombre por cuya vida yo  acompañaba en mi sueño.  Éste lo rechazó, pidiendo en cambio información sobre el terreno. No sé por qué, pero podía sentirle tan humillado en aquel momento, fingiendo un único interés volcado en las condiciones de la isla, que una densa tristeza me molestó en sueños, mientras le oía preguntar y negociar con frío aplomo con el hombre que probablemente le había salvado la vida. Así supimos que él había sido hasta entonces el único habitante. Las malas condiciones de la tierra, a pesar de las lluvias y el río que la dividía en dos partes, impedían cualquier tipo de cultivo. Además, decía, algún tipo de corriente extraña debía de rodear la isla, puesto que la pesca no abundaba por los alrededores. De esta forma, la única manera de salir adelante era viajando periódicamente a la isla más cercana, a dos días en barca, y traer desde allí todas las provisiones posibles.  Tras una breve charla, fácilmente llegaron a un trato mediante el cual, a cambio de una cantidad poco considerable de dinero, aquel hombre le abastecería regularmente de los productos básicos para poder vivir sin necesidad de establecer contacto humano. Se instalaría al otro lado de la isla, le dijo el hombre cuya vida yo soñaba,  y se aseguró de hacerle comprender que no quería molestar ni ser molestado, y que la transacción se realizaría en un punto a determinar en la orilla del río cada noche de luna llena. No era necesario, le oía repetir, tener que encontrarse. Él dejaría allí el dinero durante el día y su proveedor debería dejar la carga a medianoche. Así concluyeron las dos primeras horas de consciencia del anciano, tras lo cual prosiguió su huida entre la maleza de la montaña, que a su paso se quebraba como esperando la hoja de su machete desde hacía décadas,  siguiendo siempre la orilla del río. Caminaba con firmeza, como queriendo desprenderse de sí mismo. Llegó hasta la roca en forma de búho a donde debería acudir a por los víveres y continuó hasta toparse con el mar. Allí, entre unas rocas, extendió su esterilla y construyó la guarida donde viviría ausente. Y así pasaron los años, recordándose joven, intrépido, hambriento y obnubilado. Sintiéndose incapaz, abandonado, violento y traidor. Increpando al viento, al mar, al calor, a la vejez y al tiempo y sus caprichos, a veces fugaz y a veces tan ensordecedoramente lento. Siempre abatido pero firme, pretendiendo mantenerse fiero ante lo que le rodeaba. Pero no para mí, que únicamente podía sentir compasión por aquel desdichado, que ignoraba además que su tormento sólo duraría una noche, un sueño. Y así pude verlo dormir, soñar, y sus sueños también fueron los míos; pude mirarle muy de cerca los ojos mientras se dejaba olvidado sobre una roca, abandonando la mirada en el incansable movimiento de las olas. Lo vi enfermo, llorar entre delirios y pedir perdón al aire, enterrando siempre la culpa a medida que la temperatura de su cuerpo bajaba. Sin embargo, no podía evitar preguntarme quién podría querer herir a semejante criatura extraviada.

Una noche de luna llena, el anciano acudió al sitio acordado y, al llegar la noche, se ocultó a cierta distancia para ver llegar la carga, como había hecho a lo largo de  meses.  Al fin  vio aparecer al hombre que parecía seguir empeñado en mantenerle vivo con la mercancía cargada a la espalda. Sin embargo, aquella noche su cara parecía acabar de recibir noticias de la muerte. Tenía los ojos idos y el rostro pálido e iluminado por el sudor. Al llegar a la roca se desplomó sin pretender, siquiera, liberarse de la carga. En el suelo se defendía luchando por el aire que se resistía a entrar por su garganta. El anciano, tras un arbusto, inmóvil y en secreto, no podía apartar la mirada de aquel lugar. El pecho vacío, ardiente y en convulsión de un hombre que se resiste a abandonar lo que tanto aprecia. Tan solo unos segundos más y la batalla presentó a su único y eterno vencedor. El anciano se preocupó de respirar con cautela, presintiendo que la muerte aún andaba cerca. Y en medio de la vigilia, exhausto, cayó rendido dejándose al descubierto.

Al día siguiente, al salir el sol, albergado en el nuevo día y el alivio de la luz, desprendió la carga de los hombros del muerto y, sin mirarle una sola vez el rostro, se encaminó hacia la cabaña de éste, previendo que la obtención de alimento ya no volvería a ser tan sencilla. Ya en la casa, llenó dos sacos con todo lo que encontró que pudiese ayudarle de alguna manera, y cargándose uno a cada hombro partió de vuelta hacia sus rocas.

Durante las semanas siguientes, cuando el sol caía, en sueños, el viejo quedaba indefenso, entre lamentos, a la disposición de  aquella noche, de su olor, de su oscuridad, de la muerte acechante. A lo largo de las horas del día, sin embargo, su miedo se centraba en el paso del tiempo y la escasez progresiva de alimento. Comprobó que ninguna embarcación se acercaba a la isla lo suficiente como para ser vista desde allí. Desde hacía tiempo notó además que sus cebos ya no atraían a ninguno de los pocos peces que antes, ocasionalmente, se dejaban ver por allí. Y aturdido y confuso como en una pesadilla pudo ver y mostrarme que también los pájaros habían desaparecido, y los insectos…, hasta los mosquitos. No había ni rastro de ellos y un poderoso silencio pareció recorrer el aire, la tierra y el mar, adueñándose de todo.  El aire parecía hueco y la única prueba de que aún había, era que el anciano seguía acostándose cada noche y levantándose al amanecer. Cada día más fatigado, confuso y viejo, pero sin falta.

Una noche cualquiera, la isla y sus tormentos decidieron echarle de aquel lugar. El mar, sin embargo, andaba encaprichado en frenarle la espantada. Ni una miserable racha de aire impulsaba su vela para poder avanzar. Ansiaba tanto poder calmarle. Únicamente sus brazos entumecidos lograron ganarle el pulso al agua, que parecía querer tragarse los remos, y alejarlo lo máximo posible de allí. Una eternidad pareció golpearnos aquella noche en mitad del negro absoluto y el anciano aterrado en aquel limbo consiguió agarrarse al sueño en uno de sus vuelos rapaces y huir lo más lejos posible.

No puedo recordar cuánto tiempo pasó hasta que despertó. Tal vez fueran días. El caso es que lo hizo, pese a la distancia a la que creyó estar de aquel lugar durante el sueño. Y al hacerlo era de día y su bote estaba atrapado entre dos piedras. Durante su ausencia, la barca había alcanzado tierra, pero no parecía diferente a la de la que él venía. Sin duda se trataba de otra isla  pero la misma sensación de muerte continuaba acechando. Caminó sin rumbo durante días. Rogando al cielo a gritos. Llorando agarrado a la tierra blanquecina de aquel lugar olvidado. De pronto, en momentos de lucidez, la risa lo atrapaba sin querer soltarlo, cuando era consciente de llevar días sin comer ni beber y, sin embargo, seguir vivo. No era capaz de entender y no había nadie a quien preguntar. Estaba atrapado. Un rehén en la guarida de la muerte.

Una mañana corrió ladera arriba, pese a la dificultad de sus piernas y los ronquidos procedentes de sus pulmones. Se reía entre dientes, intentando hacerlo bajito. El miedo le poseía y era un miedo frenético, enloquecido. Llegó hasta el punto más alto de la montaña y explotó en carcajadas sin detener las torpes zancadas en dirección al acantilado. No dudó un instante, sino que abrazó el aire como único consuelo, y siguió riendo mientras caía hasta que de pronto todo desapareció. Tampoco puedo saber aquí por cuánto tiempo. Ni para mí ni para él. Pero un rayo de sol apareció de pronto obligándole a abrir los ojos, mientras reconstruía el mundo en su cabeza y se daba cuenta de estar tendido sobre una roca sin un solo rasguño. Aquel rayo de sol también me despertó a mí, que empecé a sentir mis manos, mis ojos y mi propio cansancio. Nunca más volví a verle. Yo le vi nacer, vivir e intentar morir. Viví una vida ajena y, sin embargo, aquí nada parece ser diferente.

Lupe Simone
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Re: II Concurso de relatos Fórum Montefrío
« Respuesta #44 en: Abril 08, 2010, 22:34:18 pm »

EL REGALO DE MI VIDA

¿Alguna vez has tenido un amor verdadero? No un amor pasajero, de esos que te encaprichas y cuando consigues lo que quieres te olvidas de ellos, ni tampoco uno de esos que conoces en la discoteca y ni siquiera sabes cómo se llaman. Yo me refiero a un amor real, uno de esos que se te clava en el corazón y no te deja respirar, no puedes comer, no puedes pensar en otra cosa que no sea él…Yo sí. Y te puedo asegurar que es, sino la más bonita, una de las experiencias más bonitas de la vida.
Todo empezó hace cuatro años. Era verano. Mi amigo Carlos siempre había estado enamorado de mí. Más que enamorado, se podría decir que obsesionado. Y es que la historia de cómo conocí a Carlos también es bonita a su manera.
Carlos tenía un año más que yo. Yo sabía quién era, porque mi pueblo es pequeño y todos nos conocemos, pero nunca había hablado con él. Un día, estaba yo en el Messenger, algo muy habitual en mí, cuando de repente me apareció una ventanita emergente que decía: “Carlos le ha agregado. ¿Desea aceptarle?”. Yo no sabía qué Carlos era, así que le di a aceptar. Me saludó y me dijo quién era. Entonces yo me quedé un poco sorprendida. Carlos no era guapo. Tampoco era listo. Pero era muy gracioso. Podría decirse que era el “graciosete” del grupo. Empezamos a hablar y a hablar y nos fuimos haciendo amigos. Yo le insistía en que me contara por qué me había agregado, pero él me decía que algún día me lo contaría, que ahora no era el momento.
En esa época, yo estaba “enamoradísima” de un amigo suyo que se llamaba Guille. Era un chico “punk”, que por sus pintas estrambóticas me atraía muchísimo. Sin embargo, él sólo me veía como una hermana pequeña. A mí me frustraba que no me mirara con otros ojos, y contaba todas mis preocupaciones a Carlos. Él intentaba quitarme a Guille por todos los medios de la cabeza. Me decía que era una mala influencia para mí, que últimamente no iba con buenas compañías y que me olvidara de él. Pero bien es sabido, que lo difícil es aquello que más nos atrae. Hubiese sido muy fácil haberme enamorado de Carlos, porque era un cielo. Sin embargo, mi corazón me decía: “espera”. Por alguna razón que todavía desconocía, yo seguía hablando con Carlos, y poco a poco me iba olvidando de Guille.
Llegó agosto y fuimos a un concierto. Allí me encontré con Carlos y sus “nuevos” amigos. Guille se había juntado con la peor gente del pueblo y Carlos decidió irse con otros chicos. Allí me presentó a sus nuevos amigos. Ninguno me llamó la atención. Nos lo pasamos genial esa noche.
Al día siguiente, Carlos me metió en una conversación con uno de sus nuevos amigos. El chico se llamaba Pablo. Me agregó para convencerme de que tenía que salir con Carlos. Fuimos cogiendo poco a poco confianza. Él era motorista. Era jugador de baloncesto.  Era guapo. Era inteligente. Era simpático. Pero ante todas esas virtudes, había un simple hecho por el que supe que algo muy raro me estaba sucediendo: ERA ÉL. No necesitaba adjudicarle ningún adjetivo para referirme a él. Simplemente era su esencia, su persona, su manera de expresarse, de pensar… Carlos pasó a un segundo plano en el instante en que Pablo entró en mi vida. Más que pasar a un segundo plano, se perdió por completo en la escena. Mi vida giraba en torno a nuestras conversaciones. Deseaba llegar a casa y enchufar el ordenador, era como una droga. Él era todo lo que yo había estado buscando. Sus palabras me reconfortaban, me calmaban. En definitiva: las necesitaba…
Carlos lo estaba pasando muy mal, y yo lo sabía. Pero no podía ignorar el interés que despertaba en mí Pablo. Y él tampoco lo podía pasar por alto. Lo sabía, lo intuía.
Fueron pasando los días, las semanas y cada vez estábamos más enganchados el uno al otro. Ambos lo sabíamos, pero no nos atrevíamos a decírnoslo expresamente. Un día, yo tenía que ir al pueblo de al lado a hacer unos recados, y él se ofreció para llevarme. ¡Me estaba proponiendo una cita! En ese momento creía que se me iba a parar el corazón. Estaba tan contenta que le dije que no. Necesitaba asegurarme que de verdad quería verme. Así que esperé, y pasados unos días le dije que iría a verlo jugar a baloncesto. Él me contestó muy ilusionado que tenía muchas ganas de verme y conocernos en persona, pues sólo nos habíamos visto una vez, en el concierto de verano, y no nos habíamos fijado el uno en el otro.
El día del partido, mi hermana se puso enferma, y tuve que quedarme a cuidarla. Me puse de muy mal humor y estuve toda la tarde conectada esperando que él iniciara sesión. Cuando por fin lo hizo, me preguntó que qué me había pasado. Yo se lo conté y él me tranquilizó diciendo que no pasaba nada, que había jugado muy mal y mejor que no lo hubiese visto.
Continuamos con intenciones de quedar, hasta que una tarde me decidí a llamarlo. Me lo cogió Carlos. Me quedé helada cuando oí su voz. Lo saludé fríamente y le pedí que me pasase a Pablo. Él se negó, me dijo que Pablo no quería hablar conmigo. Entonces pensé que todo había sido una broma de muy mal gusto, por haberle fallado así a Carlos. Se me cayó el alma a los pies. No pude reprimir las lágrimas y tuve que irme a casa. Mis amigas estaban preocupadas de verdad. Me llamaron infinidad de veces hasta que las conseguí engañar diciéndoles que ya se me había pasado, que había sido sólo que estaba un poco desanimada. Y entonces…Pablo inició sesión. Me quedé paralizada y una lágrima consiguió escapar, resbalando lentamente por mi mejilla. Pasaron exactamente 138 segundos, que conté conteniendo la respiración, hasta que su conversación apareció en la ventana de mi ordenador.
-   Hola
Simplemente ponía hola. ¿Un hola después de haberme estado durante un mes y medio tomándome el pelo? No supe qué contestar. Esperé.
-   Laura, ¿estás ahí?
Seguía sin saber qué contestar. Decidí apagar el ordenador e irme a dormir. Sin embargo, por alguna extraña razón mis párpados no conseguían cerrarse. La extraña razón se manifestaba en unas grandes lágrimas que corrían desconsoladas bajo mis pestañas. El móvil vibró demasiadas veces, hasta que mi pulgar se arrastró hasta la tecla roja y lo desconectó. ¿Cómo había podido hacerme eso? ¿Cómo podía haberme engañado así? No lo podía entender.
Dejé que pasaran los días. Pero los días no pasaban para mí. Iba de un lado para otro como un espectro. Mis padres pensaban que era algo relacionado con las clases. Sin embargo, a mis amigas no les podía ocultar la verdad, ellas estaban al tanto de todo.
El 22 de octubre sucedió lo impensable. Mis amigas consiguieron que saliera a dar una vuelta con ellas. Estuve toda la tarde pensativa y sin hacer mucho caso a sus conversaciones. Decidieron ir al kiosco y allí, para mi gran sorpresa, estaba él. Ni siquiera nos saludamos y pensé que lo que hubiese podido suceder entre nosotros ya no tenía ninguna posibilidad. Por mi parte, mis intenciones habían terminado en la ausencia de un gesto. Sin embargo, Cupido entró en escena. Más que Cupido, podríamos hablar de una chica de quince años con nombre y apellidos que quiso hacer de Celestina.
Mireia decidió que no podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo dos personas dejaban pasar una oportunidad en la vida que no todo el mundo tiene la suerte de vivir. Dijo que tenía que comprar una revista y que la esperásemos un momento que volvía ya. Cuál fue mi sorpresa al ver que no volvía sola. Allí estaba él, detrás de mi amiga, con una sonrisa inquieta y expectante.
-   Mira Laura, ¿lo conoces? Creo que él a ti sí.
No pude evitar sonreír, aunque no quería mostrar ninguna señal de ilusión o entusiasmo.
-   ¿Nos vamos a dar una vuelta, Laura?- me dijo Pablo con una complicidad que creía exclusiva de las películas.

Tardé exactamente tres milésimas de segundo en empezar a andar y ni siquiera me despedí de mis amigas. La situación era un poco tensa, sin embargo, ni Pablo ni yo parecíamos dar importancia a todo lo que había sucedido estas últimas semanas. Charlábamos de manera animada de muchos temas que nos interesaban a los dos. Pero, quizá lo más importante para mí, fue el brillo de sus ojos cuando yo lo miraba. Ese brillo era una prueba irrefutable de que él sentía algo por mí.
Pasaban y pasaban los minutos, pero nosotros dos no parecíamos percatarnos. Daba la sensación de que se hubiera parado el tiempo y los únicos que seguíamos en movimiento éramos nosotros. Pero, una llamada devolvió el movimiento al mundo. Sus padres lo esperaban para cenar y el reloj ya marcaba las diez y media de la noche. Yo sabía que me iban a matar en casa, pero no me podía ir sin despedirme de él. Me acompañó a casa, sabiendo que lo esperaban para cenar y ya llegaba tarde. Llegamos a la puerta y nos miramos el uno al otro. Daría lo que fuera porque ese instante se hubiese quedado congelado para siempre. La escena más bonita de Romeo y Julieta se hubiese quedado diminuta en comparación con ese momento. Los dos queríamos darnos un beso, pero no teníamos ninguna prisa por romper ese intercambio de miradas.
Finalmente, yo me decidí a abrazarlo. Él era mucho más alto que yo, por lo que me tuve que poner de puntillas y mirar hacia arriba. En ese momento, sin pensarlo, él me beso. Ahora ya sí que no tengo palabras para describir ese beso. Yo ya había dado mi primer beso unos años atrás, pero no había punto de comparación. Fue un cúmulo de sensaciones. Fue como la sensación de descanso y paz que sientes al volver a casa después de estar todo el día fuera. Fue como cuando tu madre acaba de bañarte y te abraza, aún sabiendo que la vas a mojar, pero sin importarle nada el agua. A nosotros no nos importaba ni el pasado ni el futuro, sólo ese instante. En definitiva, fue perfecto, fue mágico.
Los meses que pasamos  juntos han sido como regalos para mí. Jamás hubiera imaginado que una persona podía hacerme tan feliz. Estuve al menos durante un mes flotando por el espacio. Todo el mundo lo notaba y mis padres tardaron muy poco en darse cuenta. Esperaba con ansia durante cada minuto del día que sonara mi móvil. Las facturas de teléfono se multiplicaron y mis horas de sueño se dividieron de manera inversamente proporcional. Pablo lo era todo para mí. Nunca podré llegar a describir con palabras a la perfección lo que sentía cuando él me miraba o me rozaba. Él fue el primero para mí en muchos sentidos de la vida.
Podría seguir llenando folios y folios de vivencias que pasamos, sin embargo creo que lo reservaré para otra ocasión. El tiempo pasó y dejó huella, algo inevitable de la vida. Degeneró bastante esa relación, aunque estuvimos tres años completamente enamorados y, me atrevería a decir, que hoy por hoy todavía lo estamos. Ahora ya no estamos juntos, pero prefiero que en esta historia sólo queden recogidos los momentos bonitos y el sentimiento que teníamos. Prefiero pensar que nuestra historia no la podrá enturbiar nada ni nadie y tengo la firme convicción de que voy a seguir queriéndolo hasta el final de mis días. Él era mi luz, nadie le podía hacer sombra, era mi sol. Ahora, cada vez que pienso en él, no puedo evitar sentir nostalgia y al mismo tiempo siempre se me escapa una sonrisa cómplice que intento disimular.
Sé que no lo voy a olvidar nunca.

Atenearkn
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente