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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

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Relatos FM:

Balmaceda

   Siempre me fijo dónde pasan las cosas. Y siempre me llamaron la atención las historias truculentas, sobre todo las que pasan cerca de uno. Vivíamos en Arregui, a la altura del 1300. Luego me fui de allí por qué me casé. Mis viejos siguen viviendo en esa gran casa.
   Pero no creo que ellos se acuerden, y menos que, como yo, recuerden el apellido.
   Es una risa, porque antes de Balmaceda, vivió allí un tano, de esos tanos. La puerta que se abría en la vereda contigua a la de casa dejaba ver al pasar  pequeños departamentos, de esos a los que llaman “P.H.”. Pero el que era chiquito por demás, era ese.
Por demás.
   Allí vivían el tano, la tana y sus tres tanitos. Como entraban todos no lo sé. Pero lo cierto es que el tano, mediante el pago del alquiler –dicen en el barrio que extremadamente barato-  pudo ahorrar para comprarse una casa, y justo cruzando la vereda.  Lo gracioso fue que mientras ocuparon el departamentito, el tano, con mucha maña, lo había puesto lindo, y que del mismo modo lo dejó sin nada. Se llevó hasta el juego de los picaportes.
   En ese entonces entró Balmaceda.
   Balmaceda, su señora esposa, y una hija.  Es llamativo como tienen la cara los dementes. Y a mí, no me gustaban.
   Lo primero que hizo, fue poner una puerta en medio del pasillo al que daban todos los departamentos. Agarró y corrió todas las plantas y sus respectivas macetas… afuera de la puerta. Y cerró la puerta con llave.
   A mí no me importaba mucho porque yo vivía en la casa de al lado. Pero eso no se hace. Puso la puerta y declaró la guerra a todos los vecinos. Transformó el pasillo donde podían jugar todos los chicos –incluso yo- en una trinchera.
   Don Pedro, honorable vecino del departamento 2 y padre de mi amiga, le fue a explicar que eso no se hacía.
 A los dos minutos se estaban reventando a trompis. Don Pedro venia ganando, pero le empezaron a trompear dos tipos de adentro. Entonces se armó una batalla campal, con mi viejo inclusive. Pegando a diestra y siniestra, sin mucha técnica pero con unas ganas que daban miedo. Las viejas es decir, mi mamá, la señora de don Pedro y alguna que otra vecina, gritando, los vecinos se pegaron a la puerta a ver la pelea. Una vieja Doña Coca, con ánimo de terminar la trifulca lanzó un balde vacío, con tan mala puntería que le pegó a mi viejo. Papá se descuidó y ahí nomás le pegaron un puñetazo infernal.
.-¡Alto! ¡Alto! –gritó un cana que pasaba de casualidad- al ver que no paraban pidió un teléfono y llamo refuerzos. Conclusión. Todos los peleantes en cafúa. Mi viejo incluido, con la camiseta rota y una expresión…. Que yo también lo hubiera llevado.
Era un caso Balmaceda. Nadie sabía bien donde laburaba ni a qué se dedicaba exactamente. Un día nuestra gata “Brunilda” se pasó al techo de Balmaceda. Como venía haciendo todos los días. De repente, un tiro, como de un rifle de aire comprimido, la quemó.
 Nosotros no vimos nada, pero de algo estábamos seguros... había sido Balmaceda
 En fin. A Balmaceda, por lo poco que lo veíamos, lo teníamos que aguantar. Qué tipo raro, y que raras que eran su mujer y su hija. La chica de veía en verano con 36 grados con un saco tejido bien cerradito.
 No saludaban a nadie, no hablaban con nadie. No existían.
    Recuerdo que una tarde, Balmaceda, tras varios años de vivir, silenciosamente, sigilosamente, las pelotas de todos… murió.
    Desde el día de su muerte, la vida en la casa del fondo del pasillo pareció cambiar. Es una cosa que nadie podría suponer, o tratar de explicar.
 No podía relatar qué. Pero algo… estaba pasando. Les estaba pasando a su esposa, y a su hija. De su tradicional encierro se vieron obligadas a salir y comenzaron a pedir las sobras. Mendigaban, y lo peor de todo es que nunca daban las gracias. La gente, igualmente, les daba.
 Luego de mendigar, se metían a la pieza y sin abrir las ventanas pasaban la tarde y las noches. A veces se escuchaban discusiones, algunas, diría, llegaban a peleas, con ruidos de vasos rotos.
 Otras veces se oían llantos. Se escuchaban a las dos llorar. Se escuchaba decir “Balmaceda” varias veces, como llegando a algo. Incluso hay quienes juran, que alguien más estaba ahí.
 Y más de una vez escuchamos… nada.
 Y el escuchar de la nada era el más terrible para todos. Dos mujeres solas llorando y diciendo nada…. Nada.
 Un día se levantaron ambas y empezaron a tapar todo. Casi nada quedó abierto. Taparon con cemento todas las salidas de aire.
Desde ese día, un frio de muerte ronda por la noche. Nadie vio por qué. Nadie razonó. Ni un habitante de Arregui miró. A nadie le importó.
 Una semana después, la policía vino y comprobó lo peor. La señora de Balmaceda y su hija estaban muertas. Nadie sabe por qué, ni le importa.
Pero Balmaceda, su señora y su hija, imprevistamente se habían ido, y a nadie le importaron.
 
Es así no más….

Uteacher

Relatos FM:

Salud y medio ambiente

Era profesor de una escuela primaria situada en una gran ciudad de un país centroamericano situada cerca del mar que contaba con un aproximado de cuatrocientos alumnos que recibían clases en nuestro centro educacional, debido al poco cuidado que se había tenido por muchos de nuestros vecinos que arrojaban desperdicios al mar y de las autoridades que no cuidaban que esto no sucediera, a menudo se ausentaban de nuestras aulas varios alumnos que se encontraban enfermos en sus casas por haber consumido productos del mar en mal estado, otros por haber recibido malos tratos de sus padres o cuidadores y muchos por haber adquirido enfermedades producto de los mosquitos por no ser fumigadas las áreas aledañas a sus casas.
Pensando en que nos encontrábamos en el mes de Enero y que el siete de Abril se celebraba un aniversario más del día mundial de la salud que fue constituida en 1948, me decidí a organizar una campaña en la ciudad para defender el medio ambiente y a nuestros hijos, sembrando árboles en nuestra ciudad, limpiando las costas, fumigando y protegiendo a los niños del maltrato que recibían de algunos de sus mayores, pero me puse a pensar:
¿Cómo lograr esto?
 Con este objetivo en mente decidí visitar al alcalde de la ciudad, con el objetivo de pedirle su cooperación para enviar una carta que ya había confeccionado a todos los centros de trabajo que contaran con más de tres empleados y a que fuera publicada por la prensa radial, escrita y televisiva que decía así:
 -A quien desee ayudar a que podamos disfrutar de una vida mejor todos los que vivimos en esta ciudad y brindar mayor protección hacia nuestros hijos y familiares.-                 
-Por medio de la presente me dirijo a ustedes dueños de negocios, representantes de un centro de trabajo y personas que vivan en esta ciudad, para hacerles una pregunta.- ¿Es humano permitir que nuestro medio ambiente cada día se enrarezca más por la falta de árboles en nuestra ciudad, por permitir que los peces y toda la fauna marina se envenenen cada día más,  por no limpiar nuestras costas, que nuestros niños sean maltratados posiblemente por uno de los que los deben protegerlos y no quejarse de que no sean fumigados nuestros vecindarios, no haciendo nada para resolverlo, si la respuesta es no, coopere con nosotros motivando a sus empleados y todos los habitantes de la ciudad para que acudan todos los primeros domingos de mes empezando en Febrero a sembrar árboles, fumigar, recoger todos los desperdicios de nuestras costas y por medio de charlas a todos, lograr que estos den mejor trato a los niños que trajeron al mundo, las salidas para efectuar estos trabajos se efectuaran desde el ayuntamiento de nuestra ciudad a las ocho de la mañana los días señalados anteriormente, se debe pedir que todos los padres motiven a sus hijos para que los acompañen en esta cruzada a favor de que disfrutemos de una vida mejor y que ellos cooperen si tienen un vehículo en trasladar al que no lo posea hasta los lugares donde vayamos a hacer esos trabajos.-     
Esta carta que había confeccionado aconsejaría que fuera firmada antes de ser leída por el alcalde, el  médico jefe de salud de la ciudad y uno de los sacerdotes de una de nuestras iglesias.
Al llegar a la alcaldía de la ciudad con el objetivo de motivar a la principal autoridad de la población y pedir una entrevista con el alcalde, me hicieron pasar a su oficina diciéndome este que me conocía desde que era un niño:         
-Bienvenido a mi oficina profesor, hacía bastante que no tenía la dicha de verle y hablar con usted.- ¿Dígame en que puedo servirlo?
-He venido con la idea de pedirle a usted que coopere en una idea que he tenido, mandando esta carta a todos los centros de trabajo de nuestra ciudad para poder lograr que todos ayuden en mejorar la situación de insalubridad que estamos atravesando, firmada por usted, un sacerdote y el jefe de salud pública de nuestra ciudad.- Le dije entregándole a continuación la carta que había elaborado.
Después de leerla atentamente, afirmó:
-Me parece una idea estupenda y que se puede llevar a cabo con la cooperación de todos los habitantes de la ciudad, pero le falta algo que considero muy importante que debe tener esa carta.-
¿Qué cree usted que le falte?
-La firma suya como el principal impulsor de esta tarea que usted desea lograr que se cumpla, es muy importante que la persona que haya tomado esta iniciativa aparezca también con su firma para que sea conocida su forma de pensar y quien ha sido el promotor de esta idea.-
Ya de acuerdo con la máxima autoridad en que todo se iba a empezar a hacer por la alcaldía de la ciudad, me dedique a nombrar una comisión de voluntarios para que ayudaran a organizar los trabajos que se iban a hacer, contando a los pocos días con treinta personas que se prestaron a ayudar en esta tarea todos los meses.
El primer Domingo del mes de Febrero me asombré al llegar a la alcaldía al ver la cantidad de personas y vehículos que se encontraban listas para partir a efectuar los                                                 
trabajos que se les señalaran, al encontrarme con el alcalde que venía vestido con ropas de trabajo para acompañarnos, me comentó:
-Su idea ha triunfado hay cientos de personas dispuestas a ayudarnos en esta tarea, he conseguido diez mil posturas de árboles para sembrar y diez mil bolsas para recoger todos los desperdicios que encontremos en nuestras costas, el mes que viene volveremos a hacer lo mismo que hemos hecho esta primera vez y no pararemos hasta ver cumplidas las metas que usted ha ayudado a que nos tracemos.
Al siguiente día de este trabajo que fue un triunfo para nuestra ciudad no reunimos el alcalde, el sacerdote, el jefe de salud pública y yo, en el ayuntamiento de la ciudad para hablar de las fumigaciones que se debían hacer, tomando yo el uso de la palabra, que pregunté al encargado de la salud en nuestra ciudad:
¿Cuál es el motivo de que no se fumiguen las viviendas y sus áreas aledañas en nuestra ciudad contra los mosquitos?
-No tenemos presupuesto para hacerlo aunque tenemos el producto almacenado listo para ser usado.- Fue la respuesta que recibí del jefe de salud pública.
¿No cree usted que haciéndolo en la forma que hemos hecho la movilización que efectuamos ayer podamos resolverlo?
Eso ha sido porque usted tomó la iniciativa profesor y logro movilizar a todo el pueblo en esa tarea, si lo hiciera con la fumigación sería un triunfo también y podríamos fumigar todas las casas y sus patios cada vez que lo necesitemos.-
-Muy bien.- Intervino el alcalde -El mes que viene nos vamos a dedicar una mitad a seguir manteniendo nuestras costas limpias y a sembrar árboles y la otra mitad a la limpieza a las áreas aledañas a nuestras viviendas y a la fumigación.-
Al finalizar el año habían disminuido las ausencias a clases de nuestros alumnos, nuestras costas se encontraban limpias y los árboles que habíamos sembrado crecían y daban sombra poblando nuevamente nuestra ciudad de lo que tanto necesitábamos, al comprobar que había sido un triunfo la tarea que estábamos realizando todos los pobladores de la ciudad todos los meses, llegué a una conclusión:
-Si vemos que suceden las cosas que dañen el medio ambiente y la salud de los demás y no tomamos iniciativas para que no sucedan, estamos cooperando para que todo siga igual destruyendo nuestras vidas y la de nuestros seres queridos, la solución es aconsejar a los demás para que todos pongan su granito de arena y cooperar nosotros en todo lo que podamos para servir nosotros como ejemplo a los que nos vean, no como consejeros sino como actores de este gran teatro que es la vida.- 

El Intelectual

Relatos FM:

Poker de señoras

Cuando me levanto de la siesta es el mejor momento para comenzar, por eso corro al cuarto de al lado, que uso de taller, prendo el equipo de música, y comienzo.
Hoy se hizo tarde, ya son como las cinco de la tarde, no me queda mucho tiempo de luz natural para poder pintar, pero me gusta tanto mi idea, que igual comienzo.
Prendo el equipo, dudo por un instante qué música poner, pero sin duda lo mejor es poner algo de U2, será por la voz gruesa de Bono o lo que sea, pero estoy seguro que me va a  ayudar a que me salga algo muy bueno.
Con PRIDE, respiro hondo, tomo la tablilla de plástico blanco que uso para apoyar las pinturas, pongo un poco de cada pomo sobre ella y con un pincel de pelos rubios, empiezo a mezclar los colores de tal manera que comience a aparecer alguna figura.
La música me envuelve y me muevo a su medida, cuando grita yo grito tirando apurados colores sobre la tela, pero si ella me susurra yo tambien lo hago tratando de dar trazos cortos y seguros, es cuando por lo general aprovecho para corregir y dar unos pasos para atrás para poder observar si se está reflejando lo que me imaginación me ordena.
El disco sigue tocando, gira y giro con él, el sol tambien va disminuyendo, como la luz que entra por la ventana; acalorado la abro lo más que se puede, corro, salto, tiro pinturas en la superficie lisa, que de a poco lo va dejando de ser.
Con los dedos voy formando figuras también, ellos me ayudan a dar volumen a los objetos que dibujo, así puedo rasgar rostros o esfuman superficies. Mis uñas se van tiñendo de colores, quedan opacas y rugosas.
La camisa ya manchada y mojada de transpiración que no siento latir, me molesta. Me la quito rápidamente. La dejo tirada a un costado de la ventana que prácticamente a oscuras deja pasar un poco de brisa refrescante.
No veo casi nada, pero a pesar de que mis ojos ya se acostumbraron a la penumbra de mi taller al atardecer, hacen que me sienta más excitado por mi pintura. Ahora debo pintar prácticamente a ciegas.
Me obligo a no prender la luz.
Adivino lo que está pasando en la tela.
Aparecen de pronto cuatro monjas que vestidas de diferentes colores juegan a las cartas, sentadas alrededor de una mesa negra de madera, en pesadas y altas sillas. Las cuatro están con un velo difuso sobre sus caras que no deja reconocerlas.
Me encanta esa idea.
Mi pantalón sin quererlo desaparece de mis piernas, molesto, vuela hasta  otro rincón de mi taller.
Corro a buscar el amarillo que se me manchó con rojo, ese naranja no significa nada para esas monjas, no lo puedo por lo tanto usar.
Cuando pretendo delinear la curva de la cintura de una de ellas, de la que está de espaldas, ella se mueve y no me lo permite, vuelve su cara hacia mí, me grita y me ordena que me detenga, que no la moleste.
SUNDAY BLOODY SUNDAY, suena por todos los rincones, circula como una manifestación furiosa que penetra en la pintura, las anima y las perpetúa.
Ellas, cuando su líder les ordena, dejar de apostar en las cartas para salir de la quietud de la mesa de juego y corren hacia mí.
Llegan a manosearme, a besarme, a darme cachetadas cuyo ruido se entrevera con el de la música, me patean, me tiran al piso.
Allí no grito, no veo qué pasa, pero me cubren con sus velos, me torturan.
Logro despegarme de ellas. Pretendo salir del cuarto pero no me lo permiten, una de ellas me toma del tobillo derecho, me lo sujeta con semejante fuerza y maldad, que mi dolor transforma su color en sangre.
Me empuja hasta el bastidor, me deja a sus pies, desnudo, exhausto y lastimado.
No las veo, creo que han desaparecido, que tal vez volvieron a la pintura, pero no lo creo, ellas siempre estarán allí.
Salgo del cuarto, me escapo y las encierro con llave, como hago casi siempre dejando que los discos terminen de circular sin que nadie los escuche.
Me baño, me curo las heridas, como algo parado en la cocina y salgo a dar un paseo por la rambla, pero cambio de opinión casi al llegar al mar.
Corro hasta casa, entro en el taller, dejo la puerta abierta, que deja entrar un poco de luz desde el pasillo, las busco, ellas están desnudas ahora, sentadas en el piso, esperándome.
No hay música.
Me toman entre las cuatro, me destrozan, me destripan, me catapultan y yo no las detengo, no les grito ni las obligo a dejarme tranquilo, yo soy su propiedad.
A la mañana siguiente, Lucía me despierta, ya esta acostumbrada a hacerlo, estoy con  frío, como siempre estoy desnudo y rendido, pero sobre el atril están las cuatro monjas vestidas de verde, con una mueca de placer,  que juegan al póker, sobre una mesa negra de madera, iluminadas por una pantalla de luz que en diagonal ilumina sus rostros velados.

Perschak

Relatos FM:

Turista accidental
   

 Levantó el cierre a las nueve en punto. Pantalón negro, camisa inmaculada, delantal blanco
anudado delante, pelo reluciente y uñas limpias. Antes había colocado mercancía, precios y limpiado las cámaras y los cristales, todo a punto.
Empezaron a entrar las primeras clientas, algunas cogían directamente de los estantes los productos que necesitaban, otras se colocaban delante del mostrador:
-   Niño, dame jamón de york, doscientos gramos, y córtamelo finito –él asentía con una leve inclinación de cabeza  cogiendo la pieza que le habían indicado– que la semana pasada me pusiste unas lonchas que parecían filetes. Ahora queso de Burgos.
Así iba transcurriendo la jornada. Despachaba, cobraba y atendía con inclinaciones de cabeza las observaciones de los clientes, mientras la esperaba.
Sabia que antes o después, en algún momento de la tarde, entraría en la tienda con su mochila al hombro, haría como que observaba los productos sin saber por cual decidirse mientras esperaba su turno, e invariablemente le pediría cien gramos de mortadela con aceitunas y en días alternos, una barra de pan. Y él, sin atreverse apenas a mirarla, le diría que son dos euros, después gracias y adiós, y así, hasta el día siguiente.
A las ocho en punto echaba el cierre, si hacia buen tiempo daba un corto paseo hasta el puerto con la chaqueta al hombro, se sentaba a ver salir los barcos al atardecer, mientras la brisa le acariciaba el rostro.
Una de esas tardes, cuando ya llevaba un rato sumido en sus pensamientos, la vio llegar con su mochila, sentarse en un banco próximo, sacar media barra de pan que abrió con una navajita y llenarla con la mortadela que le había comprado esa tarde. La observaba con tal intensidad que, de repente, ella se volvió en su dirección sin dejar de masticar y le vio.
El volvió la cara inmediatamente, y se mantuvo con la cabeza baja durante un rato, recuperándose de la impresión, de pronto escuchó una voz a su lado:
-¡Hola! Tu eres el de la tienda ¿verdad?
Levantó hacia ella sus ojos rasgados por primera vez, para encontrarse con dos lagos azules en los que se hundió sin remedio. Con un hilo de voz respondió:
-   Si, el de la tienda.
-   Me encanta como habláis los chinos el castellano – contestó ella por toda respuesta – suena como campanillas.
El no dijo nada, retiró su mirada y siguió contemplando los barcos.
- ¿ Te importa que me siente? No me gusta cenar sola, aunque normalmente no me queda otro remedio.
-   Te gusta la mortadela – afirmó el sin saber muy bien que decirle.
Ella ya se había sentado a su lado y le ofreció el bocadillo, denegó con la cabeza.
-   No, gracias –le había quedado claro que esa era su cena de todas las noches y no pensaba escatimarle ni uno solo de sus cien gramos de mortadela, por otra parte, su estómago era en ese momento un nudo marinero y dudaba que fuese capaz de digerir alguna cosa.
-   Bueno no es que me encante, prefiero el jamón serrano claro, pero esto es lo mas barato – se encogió de hombros – en estos momentos es lo que me puedo permitir. Soy de un pueblo y  he venido a la costa a buscar trabajo, ahora llega la primavera y para las terrazas seguro que necesitan camareras pero con la crisis y el tiempo que no termina de asentarse no me está resultando tan fácil como pensaba, así que tengo que estirar los ahorros hasta que me salga algo.
  El no supo que decir, después de tantos días viéndose a diario y sin apenas dirigirse la palabra, se encontraba sentado allí con aquella chica preciosa contándole intimidades como si se conocieran de toda la vida, se sentía un poco confuso, no estaba acostumbrado a las confidencias de extraños, aunque no era una sensación desagradable la que experimentaba. Ella, sin darse cuenta de la tormenta de emociones que tenía sentada al lado, observaba admirada su pulcro aspecto.
-   ¿La tienda es tuya? – se sacudió las migas de los vaqueros y continuo su monólogo – es una tienda chula, tenéis un poco de todo pero tú cierras temprano, es raro en un chino que no tenga abierto todo el día.
El la miró, pero no encontró hostilidad en ella, al contrario, volvía a sonreír y parecía que todo el sol que quedaba del atardecer quería estar en su rostro para iluminarlo , se animó por fin a hablar.
-   Si, la tienda es mía, abro todo el día pero cierro temprano – tragó saliva y continuó – me gusta venir a pasear al puerto por las tardes, ver salir los barcos.
-   Bueno, si el negocio es tuyo puedes hacer lo que quieras – dijo encogiéndose de hombros y mordiendo el bocadillo– ¿ por qué vienes aquí cada día, tanto te gusta el mar?.
El meditó un momento antes de responder. Por primera vez, volvió su rostro hacia ella y le clavó sus dos rendijas negras.
-   Soy de un pueblo de pescadores. Salí de allí para buscar trabajo igual que tú – sonrió por primera vez - Todos los ahorros de mi familia se fueron en el billete de avión y pidieron dinero prestado para poder poner la tienda, tengo un primo aquí que me ayudó cuando llegué, vivo en su casa.
Hizo una pausa y se puso la chaqueta antes de continuar, estaba refrescando:
-   Llevo aquí tres años y se que nunca voy a volver, toda mi familia depende de lo que yo les mando. No me va mal – continuó encogiéndose de hombros con semblante triste – pero aunque pudiera volver ya nada seria lo mismo. Si volviera a mi tierra seria un extraño, un turista en mi propio país, no me acostumbraría a los horarios, ni a las comidas, ni a la forma de hablar, por eso intento adaptarme a esto, quiero que me acepten porque es aquí donde tengo que quedarme. Trabajo mucho y soy amable con los clientes, después vengo aquí a ver los barcos y el mar, a pensar en mi tierra y en mi familia y a imaginar  que he venido a hacer turismo y que pronto zarparé en uno de esos barcos para volver a China – enarcó una ceja y sonrió – ya se que dicen que los chinos no tenemos imaginación pero eso es porque no nos conocen bien, somos iguales a cualquiera, aunque no solemos contarle nuestra vida a los desconocidos.
      Ella le miraba, no supo que decir, entonces se levantó:
-   Tengo que irme – Dudó un instante y al final le tendió una mano abierta – me llamo Marta, encantada de conocerte.
-   Juan – respondió el estrechándosela.
Ella le miró en silencio y dando media vuelta empezó a caminar, de repente se volvió y gritó – ahora ya no somos desconocidos y si quieres mañana podemos seguir charlando, guárdame la mortadela ¿eh? .
Al día siguiente, cuando ella entró la tienda estaba llena, así que no pudieron hablar, pidió el pan y la mortadela, y se sorprendió al ver que él ya tenía la bolsa preparada, dos euros, gracias y adiós, como cada día.
Esa noche llego temprano al puerto, abrió la bolsa y corto el pan en dos mitades. Cuando sacó el paquete de mortadela y lo desenvolvió encontró en su lugar unas lonchas de jamón serrano atadas con una cinta roja, se echo a reír inclinando la cabeza hacia atrás, mientras él se acercaba por el paseo.

Silvian

Relatos FM:

Los Hados

Luis Fernando Arlés se levanta temprano. Se ducha brevemente es decir con un poco de champú en el cabello y algo de gel en las partes pudendas. También en el cuello y en los sobacos. Una café bebido que dicen los cursi. Cómo ha de ser. Toma las llaves del coche y el maletín. Alcanza la escalera y el garaje. Luis Fernando Arlés enfila la Avenida de la Ilustración hasta  la Glorieta de las Reales Academias. Ah que nadie sabe que es eso. Sí. Es la llamada Plaza de los Arcos en la Vaguada. Una hermosa rotonda que los coches han de vadear siempre salvo los que circulan por el centro de la avenida. O sea una falsa rotonda. Es decir la emetreinta o Calle 30 según la bautizó Gallardón ahora Ministro de las Leyes. Pero Luis Fernando Arlés va a ser víctima de su cabezonería o egoísmo empresarial. Víctima propiciatoria o favorable a que le ocurra todo lo que le va a ocurrir. Su coche es un beemeuve blanco matrícula M-4317-SP. Pero le es fiel aunque le arruina en cada viaje. La vida. Unos políticos bajitos prometieron que al atacar con metralla de la mejor a Irak tendríamos la gasolina gratis. Pero fue mentira. Luis Fernando Arlés se ha enfrentado a los hados que también se conoce como destino o suerte o sino. La cosa fue así.
-Nos vamos a Guadalpín.
Eso es lo que dijo exactamente el día veintidós de Junio Pepita Corredor. Pepita Corredor es la mujer elegida por Luis Fernando Corredor para ser la mujer de su vida. Pero el joven se encabezonó.
-No puedo cariño.
Los hombres dicen cariño cuando quieren algo de sus elegidas o cuando quieren negar algo a sus elegidas. O sea. Es una expresión acomodaticia para hacer lo que les da la gana o lo que desean. No para hacer lo que desean las amadas o lo que impone las circunstancias.
-No me digas.
-Si te digo.
-No me lo puedo creer.
Diálogo de besugos. Es lo mismo que decía Pedro Ruíz hace años cuando criticaba que los hermanos de Alfonso Guerra se estuvieran haciendo ricos en Sevilla.
-No me lo puedo creer.
-Créetelo.
-Llevamos pensando en eso desde Semana Santa.
-Desde Semana Santa pero ahora no puede ser. Estoy ocupado hasta el dia 6 de agosto.
-No me lo puedo creer.
-Créetelo.
-Ya sabes el premio. Braguitas diminutas. Sexo en el porche. Champán como a ti te gusta. Donde a ti te gusta.
-Pues no puede ser ser. Y mira que lo deseo. Me refiero a las braguitas diminutas y al porche y el champán que baja por el canalillo en un momento dado.
La cosa es así. Guadalpín ha venido a vemos después del paso por allí de gente dispar. La gente dispar se compone de una folklórica con bigote y un exalcalde ladrón. Verdaderos impresentables. Sobre todo. También andaba por allí un inocente senador por Cantabria que no conoce Cantabria y era el tesorero de un partido importante. O sea un ladrón. Esposo de una esposa que tenía una cuenta con varios millones y que no sabía quien había puesto allí esos millones. Guadalpín había sido el paraíso del sexo fácil y sucio. Qué rico decían. Había sido la sede de la corrupción y del glamur más casposo. Propio de Sálvame y programas similares de la tedeté más repugnante. Grandes alianzas para el robo. Grandísimos amores de cheque y terciopelo. La fama comprada con el cotilleo. Pepita Corredor no quería ser menos como es lógico. Acude a su agencia de viajes y le ofrecen una estancia de quince días en tal paraíso. Tirados de precio. Guadalpín es nuestro destino estrella dice la gordita de Marsans. Y se le salen los ojos de las órbitas relamiéndose de gusto. Si ella pudiera ir con su cholito. El cholito es un inmigrante bien dotado que usa Varón Dandy los domingos y fiestas de guardar. Visa y negocio cerrado. Claro que sin previa consulta. Parecía que sí. Todo el mundo se va de vacaciones el uno de agosto aunque sea a casa de un primo segundo de Lastres. Mejor a Guadalpín por ejemplo. Y esos precios tirados...
-Pues no puede ser. Los balances tienen que estar en la mesa del Presidente el dia 6. Tenemos que ajustarnos a la Directiva Europea.
Mentira. Las directivas hablan de producción y de fomento del empleo no de balances y números. De empleo de verdad no de trabajo de humo como el ladrillo como se inventó un tal Aznar. Luis Fernando Arlés opta por los balances y deja correr el tema de las braguitas diminutas y el champán corriendo desde el canalillo hasta allí. O sea el lugar preferido por más de la mitad del género humano. Y todo ello después de una temprana cena con langosta y postre de chocolate confitado con delicias de coco y fresa de Panamá. Todo afrodisiaco. Y también afrodisica Pepita Corredor dejando que su hermosa lencería de La Perla vaya abandonando su cuerpo humano y la convierta en el de un ángel celeste prodigando más exquisito placer. Oh que pecado más completo. Pero hay que ser burro. Mira que elegir un balance. Y cambiar sin anestesia a una Pepita Corredor en su mejor momento por una Directiva Europea. Burro e inútil. Ignorante y tercermundista.
Pero Pepita no se resigna. La joven que un bombón de Hontanares no va a dejar correr lo de Guadalpín. El día dos de agosto a las siete y veinte toma el AVE en Atocha camino de Marbella. Toma todo lo que le echen con tal de llegar a Guadalpín. Lleva poca ropa puesta y menos en el maletín. Las braguitas diminutas si las lleva. Incluso varios ejemplares de tan delicada e infinitesimal prenda. Y el sujetador color carne con montículos descubiertos. Dando salida a la aréola. Lleva los ligueros negritos de película en eastmancolor y el carmín rojo sangre. No ha olvidado el frasquito de agua de azahar y el de lavanda de Selva Negra. El perfume que a Luis Fernando Arlés le embriaga nada más entrar en la habitación en que ella se encuentra. Lo necesario. Adiós Madrid que te quedas sin gente. Quedan los inútiles. Los de la Directiva Europea y algún otro iluso que cree que va a contribuir a que los países del euro salgan de la crisis. Pepita Corredor se adueña de Guadalpin. El inútil se queda con los balances.
Pero todo llega. Hasta Bush junior llegó a ser Presidente que ya es llegar. El siete es viernes. Luis Fernando Arlés ha dejado los balances en la mesa del mandamás y una nota. Felíz verano. Sin embargo algo nos dice que todo será inútil. El verano está en Guadalpín. Y el sujetador color carne. Y el tanga para antes de eso. Y las diminutas para el momento concreto.
-Ya voy cariño. Ya voy.
-Aquí estoy. Llevas cinco días de retraso.
En Chile a la uve la llaman be baja. A la be be alta no be de burro como decimos aquí. Beemeuve  adelante. No es beemeuve sino beemeuvedoble. La uve doble también es be baja. Luis Fernando Arlés llega a la rotonda frente al Imserso con un rayo de sol encima. Madrid tiene el mejor Imserso del mundo con guardias jurados que te hacen pasar por el arco detector de metales aunque sea un viejecito decrépito el que llega. Luis Fernando Arlés lleva la emoción en el cuerpo. Y cierto hormiguillo en el interior de la braguea. En ese momento bordea la rotonda. Enfila la M-30. Todos los caminos conducen a Roma o al Guadalpín. A la izquierda queda el Piramidón y a la derecha La Paz. Toca madera. De repente aparecen unos moteros. Sanglas de museo y Harleys Davidson históricas. Luis Fernando Arlés se obnubila. Los moteros dejan al M-4317-SP en medio y aceleran. El BMW acelera escoltado por los moteros un poco desharrapados. Deja la M-30 inadvertidamente y cuando quiere darse cuenta está en la A-2. Buenooo. En un flash recuerda el Guadalpín que ha visto en las revistas y en Telecinco cuando iba allí a cenar la esposa verdadera del exalcalde ladrón siendo todavía alcalde. Entonces la señora zeta ahora famosa y millonaria pimplaba de lo suyo. “Voy sin nada debajo” decía a los contertulios que andaban metiendo mano al jamón y a los langostinos y algo más suculento bajo la mesa. Sin nada debajo igual que Alma Mahler en sus mejores tiempos. Luego la señora zeta fue mostrando su pena y sus tetas gordas y lustrosas por las televisiones del mundo hispánico previo paso por las taquillas de Berlusconi. Guadalpín ya era el símbolo de la gente guapa y bien vestida.
Luis Fernando Arlés ha perdido de repente la memoria. Va directamente hacia Zaragoza y luego a Barcelona. Tal vez cruce la no frontera de una Europa en crisis y siga recorriendo Francia y un mundo a la deriva. Obnubilado por la ensoñación de las braguitas oscuras no sabe a dónde va. Mientras tanto alguien le espera al otro lado del sistema radial de carreteras. En Marbella. 
Pepita Corredor se ha dado un buen baño en agua de rosas. Espera tranquila con su mejor lencería a flor de piel. Hermosa como nunca lo estuvo. Seguirá esperando. Ardiente como la primera vez
Luis Fernando Arlés sigue su enloquecida carrera a cincuento cuarenta por hora ya camino de la Provenza. Nunca llegará ni siquiera a Córdoba lejana y sola como pronosticara García Lorca.
Son cosas que pasan. Cosas de los hados.

Guadalpín

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